Pastoral litúrgica Mons. Julián López Martín
SUMARIO: Introducción. ― 1. Noción de pastoral litúrgica. ― 2. La pastoral litúrgica en el conjunto de la misión de la Iglesia. ― 3. Características de la pastoral litúrgica. ― 4. Retos de la pastoral litúrgica.― 5. Los "agentes" de la pastoral litúrgica. ― 6. Niveles de la acción pastoral litúrgica. ― 7 Objetivos permanentes de la pastoral litúrgica. ― 8. Ambitos de la pastoral litúrgica: ol La pastoral de los sacramentos; b) La pastoral del domingo y del año litúrgico; c) La pastoral de la Liturgia de las Horas; dl La pastoral de los ejercicios piadosos del pueblo cristiano.
Introducción La liturgia de la Iglesia es una acción esencialmente sacramental que se realiza en dos planos, el invisible y el visible (cf. SC 2). Según el primero, que corresponde a la presencia de Jesucristo con el poder de su Espíritu en las celebraciones litúrgicas, la comunidad de los fieles es santificada y se encuentra con Cristo y, al mismo tiempo, es incorporada a la liturgia celeste, pregustándola anticipadamente. Según el plano visible la comunidad se manifiesta como asamblea celebrante en la que cada uno, ministro o simple fiel, desempeña todo y sólo aquello que le corresponde según la naturaleza de la acción (cf. CCE 1144). Conviene tener en cuenta esta visión integradora de la liturgia para evitar reducir la pastoral litúrgica a los aspectos prácticos, como si la única finalidad de ésta consistiera únicamente en asegurar las condiciones para una participación formal y externa. Para perfilar una noción adecuada de la pastoral litúrgica se ha de atender por una parte a la naturaleza de la liturgia y por otra a la misión de la Iglesia, en la que la pastoral litúrgica ocupa un puesto específico, si bien en íntima relación con las restantes funciones eclesiales. 1. Noción de pastoral litúrgica En 1903 el Papa san Pío X señaló que la participación de los fieles en la liturgia es la "fuente primera e indispensable del espíritu cristiano". Esta idea resultó muy fecunda dentro del movimiento litúrgico, constituyendo una afirmación de base en el Concilio Vaticano II para hacer de la participación de los fieles el principal objetivo de la revisión de los ritos y textos (cf. SC 11; 14; 19; 21; etc.). Terminada ésta, permanece aquel objetivo orientado a conducir a los fieles hacia una vivencia cada día más profunda de lo que celebran. En esto consiste la renovación litúrgica. El Catecismo de la Iglesia Católica ha enriquecido esta perspectiva poniendo de manifiesto la obra del Espíritu Santo y de la Iglesia en la celebración litúrgica, señalando que es una "obra común" (CCE 1091) en la que el Espíritu actúa como verdadero maestro interior que prepara a la comunidad para el encuentro con el Señor, la ayuda a comprender la palabra divina, actualiza la obra salvífica de Cristo y hace fructificar el don de la comunión en todos los fieles (cf. CCE 1091-1109). En
este sentido la pastoral litúrgica está esencialmente al servicio del ejercicio del sacerdocio común de todo el pueblo de Dios en la acción litúrgica (cf. CCE 11401141). Por eso no se puede disociar la pastoral litúrgica del ejercicio de este sacerdocio. La finalidad de la liturgia es la santificación de los hombres y el culto a Dios (cf. SC 10; CCE 1070; 1082-1083; 1089). Los sacramentos están ordenados a esta santificación y a este culto, pero son al mismo tiempo "signos de la fe" que no sólo la suponen que la alimentan, la robustecen y la expresan, de forma que el fruto de su celebración en el hombre depende también de las disposiciones con que participa en la celebración (cf. SC 59; CCE 1123; 1128). La liturgia en cuanto ejercicio del sacerdocio de Cristo (SC 7; CCE 1069; 1136), es una realidad anterior y más amplia que la pastoral litúrgica. Pero como función santificadora y cultual de la Iglesia ha de realizarse dentro de las coordenadas del tiempo y del espacio, y asumiendo los medios humanos de expresión y de comunicación religiosa exigidos por otra parte por la misma naturaleza sacramental de la liturgia (cf. CCE 1135 ss.). De ahí la importancia que adquiere el cuidado de la calidad de las celebraciones litúrgicas al servicio de los fines de la liturgia señalados antes (cf. SC 11; etc.). La noción de pastoral litúrgica depende, en todo caso, del concepto de liturgia. Por pastoral litúrgica se entiende por tanto toda acción orientada a que los fieles participen activa y conscientemente en las celebraciones litúrgicas de acuerdo con su propia condición, ministros o simples fieles, de modo que hallen en ellas la fuente de su vida cristiana. 2. La pastoral litúrgica en el conjunto de la misión de la Iglesia La misión de la Iglesia, continuación de la misión de Cristo (cf. Jn 20,21; Hch 1,8), brota de su misma esencia de signo de la comunión con Dios y de la unidad del género humano (cf. LG 1): "Predicando el evangelio, mueve a los oyentes a la fe y a la confesión de la fe, los dispone para el bautismo, los arranca de la servidumbre del error y de la idolatría y los incorpora a Cristo, para que crezcan hasta la plenitud por la caridad hacia él" (LG 17; cf. SC 6). En esta cita se aprecian las tres funciones características de la misión de la Iglesia: predicar el evangelio (pastoral de la Palabra), bautizar e incorporar a Cristo (pastoral de los sacramentos) y practicar la caridad (pastoral del servicio). Esta división de la acción pastoral, basada en el triple oficio de Cristo profeta, sacerdote y rey, corresponde también a la distinción de las funciones del ministerio ordenado en el obispo, los presbíteros y los diáconos: el "munus docendi" o función de enseñar en toda su amplitud, el "munus sanctificandi" o función santificadora, y el "munus regendi" o función de regir al Pueblo de Dios (cf. LG 25-27; CCE 888-896). También los laicos participan del ministerio profético, sacerdotal y real de Cristo, cumpliendo la parte que les corresponde en la misión de toda la Iglesia (cf. LG 3335; AA 2-4; CCE 901 ss.).
Más recientemente se han propuesto otras divisiones algo más complejas, que pueden sintetizarse así: la evangelización (kerigma), la catequesis (didascalia), la liturgia (leitourgía), la comunión eclesial (Koinonía) y el servicio (diakonía). En realidad subsisten las tres funciones básicas, dado que la evangelización y la catequesis son aspectos de la función de enseñar, y la comunión eclesial es fruto tanto de la pastoral de la Palabra (evangelización y catequesis) como de la pastoral litúrgica, y constituye el fundamento de la pastoral del servicio cristiano, incluida la autoridad o función de regir. En todo caso la pastoral litúrgica, vinculada a la función santificadora de la Iglesia, está íntima y profundamente relacionada con todas las demás acciones eclesiales. En efecto, la evangelización y la catequesis, la pastoral litúrgica, la guía y la edificación de la comunidad, la acción social y caritativa, el servicio cristiano en toda su amplitud -testimonio, presencia en la sociedad, promoción humana, liberación, etc.-, forman una unidad indisoluble, que brota de la única misión de Cristo confiada a la Iglesia. En efecto, la pastoral de la Palabra es necesaria "para que los hombres puedan llegar a la liturgia... llamados a la conversión y a la fe" (SC 9). Y la liturgia misma "impulsa a los fieles a que, ésaciados con los sacramentos pascualesí sean éconcordes en la piedadí, ruega a Dios que éconserven en su vida lo que recibieron en la feí, y la renovación de la alianza del Señor con los hombres en la eucaristía enciende y arrastra a los fieles a la apremiante caridad de Cristo" (SC 10). De la celebración litúrgica brota también la misión y las exigencias del testimonio y del apostolado: "Id y anunciad... lo que habéis visto y oído" (Lc 7,22). Por otra parte la pastoral litúrgica ha de tener en cuenta que la liturgia es "cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde dimana toda su fuerza" (SC 10; cf. LG 11). Pero, al mismo tiempo, ha de estar orientada a la formación de una auténtica comunidad cristiana (cf. PO 6). En consecuencia no se deben enfrentar ya evangelización y sacramentos, ni liturgia y catequesis, ni acción social y culto cristiano, porque el cuerpo es uno solo, aunque tiene diversidad de servicios, funciones y ministerios (cf. 1 Cor 12,4-6; Ef 4,1-12). 3. Características de la pastoral litúrgica Teniendo en cuenta el puesto que corresponde a la pastoral litúrgica en el conjunto de la misión de la Iglesia, se pueden advertir algunas características propias: a) La pastoral litúrgica no es directamente misionera, aunque ha de tener una gran preocupación evangelizadora. A raíz de la publicación de la Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi" del Papa Pablo VI (1975) y teniendo en cuenta la necesidad actual de una "nueva evangelización", se ha percibido con mayor claridad la urgencia de que la acción evangelizadora como anuncio de Jesucristo y llamada a la conversión y la acción litúrgica se impliquen mutuamente. Por otra parte "nunca se insistirá bastante en el hecho de que la evangelización no se agota con la predicación y la enseñanza de una doctrina... La evangelización despliega toda su riqueza cuando
realiza la unión más íntima, o mejor, una intercomunicación jamás interrumpida, entre la Palabra y los sacramentos" (EN 47). La pastoral litúrgica ha de procurar la transformación interior del hombre y de la vida a la luz del evangelio (cf. EN 17-18), llamando a los creyentes, hacia los que se dirige preferentemente, a la conversión, a la fe y a la coherencia de vida (cf. SC 9; 59). Este aspecto es tanto más necesario cuanto más pluralista es la sociedad, pues a las celebraciones litúrgicas asisten creyentes de muy diverso grado de fe, y no es raro que asistan también no creyentes. b) Por otra parte, teniendo en cuenta que la celebración litúrgica desarrolla una esencial y eficaz pedagogía del misterio cristiano, la pastoral litúrgica ha de prestar también una gran atención a las instancias del desarrollo de la fe y, en definitiva, de la formación integral del ser cristiano. En este sentido se podría hablar de dimensión catequética de la pastoral litúrgica, pero sin que se produzca una confusión entre la catequesis y la celebración. A veces se ha dicho que la celebración es una forma de catequesis en acto, y de lugar de educación en la fe. Esto es cierto solamente en parte, porque la liturgia es siempre expresión de la fe de la Iglesia según el célebre adagio "lex orandi-lex credendi", y porque posee una gran fuerza ilustrativa y transmisora de los misterios que se celebran -se ha dicho que la liturgia es el órgano más amplio del magisterio de la Iglesia y su más eficaz didascalia-. Ahora bien, la pastoral litúrgica debería tomar en mayor consideración esos aspectos disdascálicos de la liturgia, y cuidar al máximo la dimensión expresiva y comunicativa de la fe en los signos, en los textos y en los gestos litúrgicos. Por otra parte la pastoral litúrgica ha de mirar también a la formación integral del creyente para que llegue a la condición de adulto en Cristo (cf. Ef 4,13; Col 1,9), pero siempre de acuerdo con la condición propia de la liturgia, es decir, según las leyes propias de ésta, lo que se conoce como la "mistagogia del misterio". La mistagogía se produce en el interior de la celebración por medio de los signos y símbolos, de los ritos, de la lectura de la Palabra de Dios, de la homilía, de las oraciones y de los cantos, etc. Las relaciones entre la pastoral litúrgica y la catequesis son ciertamente muy importantes, hasta el punto que se condicionan mutuamente. Una y otra han de trabajar juntas especialmente en la preparación de los sacramentos, donde ha de jugar un papel decisivo la catequesis propiamente litúrgica. Pero en modo alguno la celebración ha de invadir los fines ni los medios de la catequesis. El gran modelo tanto para la catequesis como para la liturgia es la Iniciación cristiana, sobre todo como era realizada en los primeros siglos de la Iglesia. c) El objetivo inmediato de la pastoral litúrgica es la participación de los fieles. Por eso la pastoral litúrgica ha de procurar instruir, educar y conducir progresivamente y por todos los medios a los fieles hacia esa participación consciente, activa y fructuosa a la que tienen derecho en virtud de su bautismo (cf. SC 14). Ahora bien, cuando el Vaticano II habló de la participación de los fieles, añadía siempre unos calificativos a esta participación. Decía que había de ser plena, consciente, activa y fructuosa, interna y externa, adaptada a la condición de los fieles, ordenada, etc.
Esto quiere decir que la participación de los fieles ha de ser real, no meramente interior sino expresiva, pero tampoco únicamente activa por fuera, de manera que los que toman parte en una celebración no sean extraños y mudos espectadores sino actores que se unen a la acción sagrada juntamente con el ministro (cf. SC 48). Se trata por tanto de guiar a toda la asamblea litúrgica hacia la participación plena mediante la oración y el canto, la contemplación y el gesto, la escucha silenciosa y el movimiento, más que de organizar la liturgia misma solamente en función de la participación activa, obedeciendo a un afán de cambiar las estructuras celebrativas a fin de hacer intervenir continuamente a todos los participantes y lograr un determinado efecto a partir de la actividad externa. El concepto de participación activa significa que la liturgia es, por su propia esencia, acción comunitaria, pero no que tenga que ser esbozada de nuevo. La participación activa reclama la interiorización de la acción litúrgica en todos cuantos toman parte en ella. La atención a la participación plena requiere por tanto un equilibrio difícil de aspectos, porque hoy acechan a la liturgia algunos riesgos que pueden desnaturalizar las celebraciones. Uno es el de poner la celebración al servicio de la transmisión de ideas y de actitudes de comportamiento, no sólo morales sino también propias de la presencia de los laicos en el campo de las realidades temporales. Otro es el de caer en nuevas formas de individualismo devocionalista, con el pretexto de acoger las instancias legítimas de la religiosidad. No se puede olvidar tampoco otro riesgo, el de procurar el esteticismo formal o una equivocada concepción de la belleza de la celebración, bajo el pretexto de la inculturación o de las exigencias que imponen a veces los medios de comunicación audiovisuales. En otro tiempo pudo ser el ceremonial barroco y la música teatral, hoy puede ser la incorporación de elementos ajenos a la liturgia, como el folclore o la música profana, popular o moderna. La liturgia sólo puede tener como objeto de la celebración el misterio de Cristo y su obra de salvación. Una comunidad que no celebra este acontecimiento, se celebra a sí misma y profana de alguna manera la liturgia. d) La pastoral litúrgica ha de dirigirse a todos los fieles, no solamente a un grupo más o menos selecto, pues la participación en la liturgia tampoco es fin en sí misma, sino un medio para hacer realidad el carácter eclesial de las acciones litúrgicas, carácter que está necesariamente unido a la primacía de las celebraciones comunitarias en igualdad de circunstancias (cf. SC 26-27). La pastoral litúrgica es un saber hacer, un arte de conducir a los fieles hacia la vivencia más profunda del misterio de salvación. Esto requiere conocimiento doctrinal y experiencia vital de la liturgia, sin desdeñar la aportación de algunas ciencias humanas como la psicología, la semiología, la lingüística, la estética, etc. 4. Retos de la pastoral litúrgica La pastoral litúrgica entró con fuerza en la vida de las comunidades cristianas sobre todo después del Concilio Vaticano II. Sin embargo, en los años de la aplicación de la reforma litúrgica conoció momentos de euforia y momentos de cansancio, momentos de cambio y momentos de trabajo callado y de profundización.
No obstante el balance final altamente positivo, la pastoral litúrgica tiene todavía no pocos retos que afrontar: a) En primer lugar incorporar a la celebración al hombre postmoderno, especialmente el habitante de las grandes ciudades, anónimo, marginado, cosificado, aplastado por la publicidad, el ritmo de vida, el ruido, la dispersión familiar; al hombre "light", desvalido y conformista, sea cual sea el ámbito en el que se mueve, diluidas cada día más las diferencias entre el que vive en la gran ciudad y el que vive en las zonas rurales. Los medios de comunicación social han creado un modelo cultural (o pseudocultural) bastante uniforme. El hombre postmoderno es individualista y tiende a privatizar cada día más la vida espiritual. La pastoral litúrgica ha de esforzarse entonces en integrar lo personal en lo comunitario, y ha de servir ante todo a las exigencias de una celebración que es siempre acción eclesial y que, siguiendo los libros litúrgicos, tiene en cuenta siempre una participación de los fieles que cuida con gran equilibrio tanto de la acción (canto, respuestas, gestos, movimientos) como de la contemplación (escucha de la palabra, oración silenciosa). Lo mismo cabe decir de la necesidad de que en toda celebración se distribuyan y se realicen adecuadamente todos los ministerios y funciones litúrgicas de la asamblea. b) Un segundo reto sigue viniendo de la pérdida del sentido de lo sagrado cristiano, es decir, de la santidad y de la presencia de Cristo. La secularización llega a invadir hasta la misma expresión religiosa interpretada muchas veces como folclore popular o costumbrismo y la despoja de su valor de auténtica experiencia de encuentro con Dios. La pastoral litúrgica tiene que encontrar el difícil camino entre la sacralidad natural y la fe, entre el lenguaje religioso y el lenguaje secular, entre el sentimiento y las actitudes que brotan de la conversión y de la fe. La pastoral litúrgica tiene que ocuparse no sólo de las condiciones mínimas para una celebración válida y lícita, sino también, y muy especialmente, de que los fieles penetren conscientemente en los misterios que se celebran (cf. SC 11; 59). La pastoral litúrgica ha de unir verticalidad y horizontalidad en la celebración, dando la primacía a la dimensión transcendente de forma que el creyente se una a Dios y a Cristo en el misterio celebrado, pero a la vez se sienta urgido a la acción testimonial y apostólica, y a la transformación de las estructuras temporales según el evangelio. c) Subsiste y en algunos lugares se acentúa cada día el problema de la falta de fe o el hecho de que muchas personas pidan los sacramentos movidas por la costumbre, pero no siempre con la preparación catequética que hace más fructuosa la celebración. La pastoral litúrgica tiene que atender al hombre concreto y a su situación personal como creyente para ayudarle a redescubrir y revitalizar su vida de fe. Por esto tiene que asegurar una buena catequesis litúrgica que preceda a la celebración del sacramento, y seleccionar con esmero las lecturas y los textos procurando que la misma celebración sea un momento de evangelización. En algunas ocasiones habrá que diferir la celebración, para dar lugar a un itinerario catecumenal o de catequesis que permita una más profunda inserción en la comunidad eclesial. A veces se piden los sacramentos desde una situación deseosa de seguridades en el plano de la salvación. En estos casos se debe alimentar la fe y preocuparse de
renovar las prácticas religiosas despojándolas de toda falsa seguridad. Al mismo tiempo se ha de dar cabida en la celebración a todas las instancias legítimas de la piedad del pueblo: espíritu de oración, sentido del misterio, tono festivo, lenguaje cercano, justa valoración de las imágenes y de los símbolos. d) Muchas de las dificultades señaladas se empiezan a resolver cuando los pastores y los responsables de la pastoral litúrgica procuran poseer y ofrecer al mismo tiempo una visión de la liturgia coherente con su naturaleza teológica y con su finalidad pastoral, un adecuado sentido de Iglesia y una exacta visión del hombre y de la comunidad a la que deben servir. El Vaticano II dejó bien claro que el éxito de la reforma litúrgica iba a depender de la formación de los pastores y de los fieles en este campo (cf. SC 15-19). El tiempo le ha dado la razón. Precisamente por eso la formación litúrgica de los pastores y de los fieles, sigue siendo un gran reto recordado insistentemente en todas partes. 5. Los "agentes" de la pastoral litúrgica Una de las afirmaciones de más largo alcance del Concilio Vaticano II en el ámbito de la liturgia fue la relativa al carácter eclesial de las acciones litúrgicas en cuanto celebraciones de toda la Iglesia (cf. SC 26; CCE 1140). De este modo se salía al paso tanto de la reducción de la liturgia a la actuación de los ministros ordenados, como de la tentación varias veces denunciada por el magisterio eclesial de que el ministro se considere dueño de la liturgia para intervenir en ella según su criterio particular. En efecto, los fieles laicos no son solamente sujetos pasivos de la función santificadora de la Iglesia, sino que participan también del oficio sacerdotal de Cristo en virtud del bautismo y de la confirmación, de manera que cuando toman parte en una celebración litúrgica, ejercen verdaderamente el sacerdocio común y se unen de manera eficaz a la acción del ministro que preside y actúa en la persona de Cristo. De ahí que la participación de los fieles en la liturgia corresponda a un derecho y a un deber que tienen (cf. SC 14; LG 10-11; CCE 901; 1141). Pero "todos los miembros no tienen la misma función" (Rm 12,4): unos han sido escogidos y consagrados por el sacramento del orden para actuar representando a Cristo, otros ejercen diferentes ministerios particulares laicales, como lectores, acólitos, cantores, etc. Estos últimos son considerados como verdaderos ministerios litúrgicos (cf. SC 29; CCE 1143). De todo esto se deduce que la pastoral litúrgica, en cuanto servicio en el interior de la comunidad cristiana en orden a la participación de los fieles en la liturgia, corresponde también a todos los miembros de la Iglesia, aunque, a la hora de la ejecución, esta tarea esté particularmente confiada a los responsables de las comunidades, de suyo el obispo y los presbíteros que hacen sus veces en cada lugar. El sujeto de la celebración litúrgica es siempre la comunidad de los bautizados reunida en asamblea, es decir, la Iglesia animada por el Espíritu del Señor y asociada a Cristo, sumo sacerdote y mediador único. Por este motivo todos los actuales libros litúrgicos, en sus praenotanda u observaciones generales previas, antes de hablar de
los diferentes ministerios en la celebración, incluidos los que proceden del orden sagrado, se refieren siempre al papel de la asamblea congregada para la acción litúrgica. La celebración eucarística, que tiene siempre valor ejemplar para todas las demás acciones litúrgicas, es presentada por la Ordenación general del Misal Romano como "acción de Cristo y del pueblo de Dios ordenado jerárquicamente" (OGMR 1). Por este motivo: "En la asamblea que se congrega para la Misa, cada uno de los presentes tiene el derecho y el deber de aportar su participación, en modo diverso, según la diversidad de orden y de oficio. Por consiguiente, todos, ministros y fieles, cumpliendo cada uno con su oficio, hagan todo y sólo aquello que les corresponde; de ese modo, por el mismo orden de la celebración, se hará visible la Iglesia constituida en su diversidad de órdenes y de ministerios" (OGMR 58; cf. SC 14; 26; 28). Ahora bien, aunque la pastoral litúrgica, como se ha dicho antes, brota de las exigencias de la celebración y tiene por finalidad lograr la participación plena de todos los que integran la asamblea reunida para celebrar, la responsabilidad de la pastoral litúrgica en beneficio de toda la comunidad eclesial corresponde no a todos y cada uno de los fieles, sino sólo a aquellos que en virtud de la sagrada ordenación, por institución o por encargo estable u ocasional han sido llamados a desempeñar los diversos oficios y ministerios en la liturgia. En este sentido de puede hablar de agentes de pastoral litúrgica, como se habla de agentes de otros campos de la misión de la Iglesia. Pero teniendo en cuenta siempre el carácter de diakonía y de koinonía que vincula todo oficio o ministerio a la totalidad de la Iglesia, sujeto último asociado a Cristo de cualquier tarea eclesial. Directamente la pastoral litúrgica suele estar confiada a los pastores y a los que colaboran con ellos en los distintos ministerios y funciones de la celebración: lectores, acólitos, director del canto, maestro de ceremonias, etc. Deben considerarse también como colaboradores de la pastoral litúrgica los que se dedican a la enseñanza y al estudio de la liturgia, los catequistas y todos los que procuran la formación de los fieles, dado que la celebración es un aspecto esencial de la formación de la fe. 6. Niveles de la acción pastoral litúrgica La pastoral litúrgica se desarrolla ante todo en el ámbito de la Iglesia local o particular, aunque a nivel de la regulación de la liturgia, del estudio, programación, coordinación y servicios existan otras instancias u organismos. La responsabilidad última de la pastoral litúrgica, como de cualquier otra acción pastoral de una comunidad eclesial, corresponde en principio al obispo diocesano en su diócesis, y al párroco y al rector de una iglesia en sus ámbitos respectivos. Conviene, pues, distinguir diversos niveles de actuación en el campo de la pastoral litúrgica: a) El nivel jerárquico de la Iglesia que regula los aspectos normativos de la liturgia. La autoridad y la competencia en materia litúrgica es un aspecto más estricto que no debe confundirse con lo que se viene diciendo acerca de la pastoral litúrgica,
aunque tiene en último término una finalidad pastoral. En este nivel se encuentran la Santa Sede, y en particular la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, el Obispo diocesano en la medida en que lo determine el derecho. Dentro de su las Conferencias Episcopales tienen también algunas competencias señaladas generalmente por los propios libros litúrgicos, especialmente en materia de adaptación de ritos y de la traducción de los textos a las respectivas lenguas. El Papa, las Congregaciones Romanas, las Conferencias Episcopales y los obispos diocesanos no sólo intervienen en la pastoral litúrgica mediante actos jurídicos, sino también ejerciendo un magisterio que orienta y señala cauces para el fomento y la renovación de la acción pastoral en el campo de la liturgia. En el seno de las Conferencias Episcopales se encuentran las Comisiones Episcopales de Liturgia, que actúan en nombre de toda la Conferencia tanto para ejecutar disposiciones como para proponer sugerencias, campañas y acciones concretas, y difundir notas, orientaciones y directorios. Vinculados a las Comisiones de Liturgia están los Secretariados o Departamentos Nacionales de Liturgia, que están al servicio de la pastoral litúrgica bajo la dependencia de la Comisión Episcopal de Liturgia y son sus órganos ejecutivos. En algunas regiones existen, además, comisiones interdiocesanas de liturgia en dependencia de los obispos de una provincia eclesiástica o de algunas diócesis que tienen una lengua común o una problemática pastoral similar. Estas comisiones suelen encargarse de la preparación de las ediciones de los libros litúrgicos en las lenguas respectivas. b) A nivel diocesano la pastoral litúrgica es moderada por el obispo, el cual suele servirse de un delegado episcopal o diocesano o de la Comisión diocesana de Liturgia, Música y Arte Sacro (cf. SC 45-46). Estos organismos responden a la función santificadora y cultual que tiene en el obispo como "dispensador de la gracia del supremo sacerdocio" en la Iglesia que le ha sido confiada (cf. LG 26; SC 41; 45). Las tareas que suelen desempeñar las delegaciones diocesanas de pastoral litúrgica son de formación e información, consulta y animación, programación, revisión, adaptación, etc. Algunas diócesis cuentan con centros de pastoral litúrgica que irradian su influencia más allá de la propia zona. En no pocas existen escuelas de liturgia donde se preparan lectores y animadores de las celebraciones. Suele ser frecuente que los delegados diocesanos de liturgia se reúnan dentro de una misma región para realizar estudios, campañas, cursillos y jornadas, e incluso editar algunos subsidios litúrgicos, como por ejemplo para la celebración de la misa dominical y para la homilía. c) En la parroquia, como comunidad local (cf. SC 42; LG 26; CD 30), la acción pastoral litúrgica corresponde al párroco en primer lugar y bajo la autoridad del obispo diocesano (cf. CDC cn. 528/2). Aunque existan de hecho otras comunidades más reducidas o con otras características como las comunidades religiosas o las asociaciones laicales, la parroquia sigue siendo el espacio matriz de la vida cristiana, insustituible en muchos aspectos porque es el vínculo con la Iglesia para la mayoría de la gente, aunque también insuficiente porque no es capaz por sí sola de realizar toda la misión eclesial.
Dentro de una parroquia o de una comunidad es conveniente que exista lo que se conoce como el equipo de animación litúrgica o la comisión litúrgica parroquial, que no deben ser considerados como una estructura más, sino como un medio muy valioso para incorporar a los fieles laicos y a los religiosos a las tareas pastorales de la liturgia. Actualmente son muchos los grupos y las comunidades cristianas que cuentan con personas que se reúnen para preparar la eucaristía o alguna otra celebración. Pero este tipo de reuniones, un tanto informales, terminan por agotarse al faltar la perseverancia de sus miembros en la mayoría de los casos. Y, sin embargo, el equipo litúrgico bien organizado es un instrumento de primer orden para garantizar no ya la buena marcha de unas celebraciones desde el punto de vista de la participación de los fieles, sino también desde la perspectiva de toda la pastoral de la liturgia y de los sacramentos. Por eso el equipo litúrgico debe tener una presencia asegurada en el consejo pastoral de la parroquia, y ha de tener una relativa institucionalización. Lo ideal sería que dentro de una parroquia, por ejemplo, existieran varios equipos litúrgicos coordinados entre sí y que atendieran, por ejemplo, cada uno a una celebración eucarística dominical. El equipo litúrgico, aunque no es mencionado con este nombre, sin embargo está contemplado en la Ordenación general del Misal Romano: "La preparación efectiva de cada celebración litúrgica hágase con ánimo concorde entre todos aquellos a quienes atañe, tanto en lo que toca al rito como al aspecto pastoral y musical, bajo la dirección del rector de la Iglesia, y oído también al parecer de los fieles en lo que a ellos directamente les atañe" (OGMR 73). En el texto citado se alude al "parecer de los fieles", lo que quiere decir que deberán estar representados en el equipo litúrgico o, al menos, tenidos en cuenta de manera efectiva. La preparación de una celebración ha de mirar a varios aspectos: ritual, o sea al desarrollo y ritmo de la celebración; pastoral, que debe entenderse en clave de evangelización y de incidencia de la liturgia en la espiritualidad; musical, o sea, a los cantos. Por eso en el equipo deberán estar las personas responsables del canto y de la música en la liturgia, además del lector, un acólito, etc. La dirección del equipo corresponde al párroco o rector de la iglesia, y constituye un servicio importante para el bien de todos (cf. OGMR 313). El texto habla también de "ánimo concorde" tanto entre los que han de integrarlo como en el propósito de buscar una perfecta armonía en la misma celebración. Aunque no se diga expresamente, es indispensable también que los integrantes del equipo tengan la debida preparación y competencia no sólo doctrinal y pastoral sino también técnica en el campo litúrgico. Una buena síntesis de lo que ha de ser el funcionamiento de un equipo de animación litúrgica se encuentra expresada en el siguiente texto de la Ordenación general del Misal Romano: "La eficacia pastoral de la celebración aumentará, sin duda, si se saben elegir, dentro de lo que cabe, los textos apropiados, lecciones, oraciones y cantos que mejor respondan a las necesidades y a la preparación espiritual y modo de ser de quienes participan en el culto... El sacerdote, al preparar la misa, mirará más bien al bien espiritual de la asamblea que a sus personales preferencias. Tenga además presente que una elección de este tipo estará bien hacerla de común acuerdo con los que ofician con él y con los demás que habrán de tomar parte en la celebración, sin excluir a los
mismos fieles en la parte que a ellos más directamente les corresponde. Y puesto que las combinaciones elegibles son tan diversas, es menester que, antes de la celebración, el diácono, los lectores, el salmista, el cantor, el comentarista y el coro, cada uno por su parte, sepa claramente qué textos le corresponden y nada se deje a la improvisación. En efecto, la armónica sucesión y ejecución de los ritos contribuye muchísimo a disponer el espíritu de los fieles a la participación eucarística" (OGMR 313). 7. Objetivos permanentes de la pastoral litúrgica Se trata de objetivos de tipo general que deben tener en cuenta todos los que trabajan en este ámbito de la misión de la Iglesia: a) Sentido de la santidad y de la transcendencia de la liturgia, aspecto propio del carácter sagrado que está presente en toda manifestación auténtica del hecho religiosos. La santidad de las acciones litúrgicas no es un añadido puesto por los hombres para delimitar un poder que los sobrepasa, sino una consecuencia de la presencia del Señor: "Nada de lo que hacemos en la liturgia puede aparecer como más importante de lo que invisible, pero realmente, Cristo hace por obra de su espíritu. La fe vivificada por la caridad, la adoración, la alabanza al Padre y el silencio de la contemplación, serán siempre los primeros objetivos a alcanzar para una pastoral litúrgica y sacramental" (Juan Pablo II, Carta Apostólica "Vicesimus Quintus Annus", de 4-XII-1988, n. 10). b) Fomento de la participación activa de los fieles en el sentido descrito al principio, para que la liturgia se verdaderamente la "fuente primera e indispensable del espíritu cristiano" (cf. SC 14). Ahora bien, no debe confundirse este objetivo con la finalidad más profunda y esencial de la liturgia, que consiste siempre en ser lugar de encuentro santificador de los hombres y de glorificación del Padre por Jesucristo en el Espíritu Santo (cf. SC 7). La liturgia no es medio pastoral ni un instrumento de evangelización o de apostolado al servicio de otras metas, sino la acción pastoral misma de la Iglesia en su núcleo y en su fuente para la salvación de los hombres. La finalidad esencial de la liturgia se encuentra en ella misma, en su actuación y realización. En un sentido muy amplio puede hablarse de fines de la pastoral litúrgica, entendiendo como tales la renovación de la vida cristiana y el que los fieles alcancen la madurez en Cristo (cf. SC 1; 10; 11; etc.). sólo así la celebración litúrgica será vivida como "un acontecimiento de orden espiritual" como pedía la Carta "Vicesimus Quintus Annus" (n. 14). c) Preferencia por la celebración comunitaria de acuerdo con la naturaleza de los ritos y en igualdad de condiciones, como consecuencia del carácter eclesial de todas las acciones litúrgicas, en las que se manifiesta la Iglesia dotada de diversidad de ministerios y funciones (cf. SC 27-29; 41-42; LG 26). Para que las celebraciones sean verdaderamente comunitarias no es necesario que sean multitudinarias o colectivas desde el punto de vista sociológico. Existen, en efecto, unos factores de orden externo como el número de los participantes y la acción común, pero sin olvidar los de factores de orden interno, para que una celebración sea expresión de la comunión de la Iglesia. Será necesario conjugar las condiciones de tipo
antropológico, como la comunicación humana, los gestos y movimientos comunes, la participación activa, y las de tipo espiritual, como la escucha de la Palabra de Dios, la conversión, la ofrenda de sí mismos, la acogida fraterna de los demás, etc. d) Comprensión justa del hecho sacramental. La liturgia es un fenómeno muy complejo en el que el acontecimiento de salvación se produce y se verifica en un régimen de signos, es decir, mediante gestos y palabras cargados de significado, símbolos de realidades celestiales (cf. SC 122). Este objetivo mira no solamente a la expresividad y al lenguaje del gesto o de los símbolos, sino también a la aceptación de la mediación de unos elementos y realidades humanas escogidas por Cristo o por la Iglesia para hacer presente entre los hombres el misterio de la salvación y la vida divina. En este sentido la pastoral litúrgica ha de estar muy atenta a las necesarias catequesis e iniciación que faciliten la justa comprensión de aquellos elementos y realidades. La reforma litúrgica ha procurado la claridad y sencillez de los ritos para facilitar una experiencia profunda e integradora de toda la persona. Pero muchas veces se constata un evidente desfase en la comunicación no sólo a causa de una fe débil o de una formación escasa en quienes participan en la liturgia, sino también porque no se cuidan lo suficiente la dignidad formal de la acción litúrgica y la belleza de los elementos participativos como, por ejemplo, el canto y la música. e) Equilibrio y creatividad responsable a la hora de elegir aquellas partes que se dejan al criterio del ministro en los libros litúrgicos, seleccionando los textos de acuerdo con las posibilidades de la liturgia del día y las necesidades de la comunidad. En la mayoría de los casos, al menos en los países evangelizados desde hace siglos y en los que la fe cristiana continúa estando presente en la cultura, no hace falta reclamar una más amplia inculturación en el campo litúrgico. Otra cosa es allí donde el Evangelio no ha penetrado profundamente en las realidades culturales o donde los cristianos son una exigua minoría. Pero sin llegar a las profundas adaptaciones aludidas en SC 37-40, existe todavía un margen para tener en cuenta las diversas situaciones de los fieles. En efecto, dentro de una misma área ling,ística o cultural cristiana, puede haber peculiaridades por ejemplo en el campo de la música o del canto, en la ambientación del lugar de la celebración, en la sensibilidad espiritual y festiva, etc. En todo caso siempre están abiertas a la creatividad responsable la homilía, la oración común o de los fieles, las moniciones y otros elementos. La verdadera creatividad no consiste en cambiar por cambiar, sino en recrear las celebraciones en autenticidad y en los niveles de participación. Por otra parte se debe atender también a la gran movilidad de los fieles que tienen derecho a sentirse acogidos en cualquier lugar y a poder identificarse con la celebración a la que asisten. 8. Ámbitos específicos de la pastoral litúrgica Sin pretender recoger todas las actividades y tareas propias de la pastoral litúrgica, se trata de enumerar los principales campos a los que debe dedicarse: a) La pastoral de los sacramentos: (remitimos a las voces correspondientes en este mismo diccionario)
b) La pastoral del domingo y del año litúrgico No es sino un aspecto más de la pastoral litúrgica, que debe estar presente en la preparación y celebración de todos los sacramentos, especialmente de la Eucaristía. Ahora bien, cuando se inician los tiempos litúrgicos, es preciso cuidar la catequesis que permita su compresión y vivencia, y atender con esmero a todos los signos propios que expresan y ayudan a adquirir las actitudes que la Iglesia propone en cada uno. Ahora bien, el año litúrgico debe ser contemplado como una totalidad, basada en el "sagrado recuerdo" que la Iglesia va haciendo "en el círculo de un año" de la vida y de la obra salvífica de Jesucristo (cf. SC 102). Esta consideración de la totalidad no debe perderse nunca de vista, de manera que cada uno de los aspectos concretos o misterios de Cristo remite siempre al acontecimiento central de la Pascua. Al celebrar el año litúrgico los fieles son introducidos más profundamente en la vivencia de esos misterios, con los que se ponen en contacto por medio de la fe alimentada por la Palabra de Dios y, sobre todo, por los sacramentos y especialmente la Eucaristía. De ahí la extraordinaria importancia que tiene el Leccionario de la Misa, con el que se proclaman cada día los contenidos concretos de la celebración de la Iglesia, es decir, los hechos y palabras de nuestro Salvador (Evangelio), en torno a los cuales giran las demás lecturas y el salmo. Al servicio de esa vivencia ha de estar la homilía, que comenta esos contenidos salvíficos y ayuda a los fieles a llenarse de la gracia de la salvación. El año litúrgico nació en gran medida como resultado de la acción pastoral de la Iglesia. El ejemplo más claro lo constituyen la Cuaresma y la Cincuentena pascual, como tiempos privilegiados para celebrar los sacramentos de la Iniciación cristiana y la Penitencia. Especial importancia tiene también la celebración de la memoria de la Santísima Virgen María y de los santos en el ciclo de los misterios de Cristo, de modo que se contemple de qué manera se han cumplido en ellos dichos misterios (cf. SC 103-104). Capítulo especial dentro del año litúrgico es la pastoral del día del Señor (cf. SC 106) y de las fiestas de precepto, que debe abarcar no solamente la celebración sino la jornada entera como acto de culto, en la alegría y en la gratitud, en la vida familiar, en la práctica de la caridad, en el contacto con la naturaleza, en la sana diversión, etc. El centro del día festivo es la Eucaristía, pero contribuyen a santificar este día la Liturgia de las Horas, la celebración de los sacramentos y sacramentales, la adoración eucarística, la lectura de la Palabra de Dios, la oración personal, etc. El Papa Juan Pablo II publicó en 1998 la Carta Apostólica "Dies Domini", que contiene numerosas orientaciones y sugerencias para la rehabilitación del domingo en la conciencia de los cristianos. c) La pastoral de la Liturgia de las Horas Consiste en la incorporación efectiva de los fieles a la celebración del Oficio Divino, oración esencialmente eclesial y no sólo propia de unos ministros. El Concilio Vaticano II y la reforma litúrgica posterior propusieron devolver esta plegaria eclesial al pueblo cristiano, al menos en las horas que son como el doble
quicio sobre el que gira el Oficio Divino: los Laudes y las Vísperas, especialmente de los domingos (cf. SC 89; 100). Estas celebraciones y las vigilias de las grandes solemnidades deberían ser celebraciones habituales de todas las comunidades parroquiales y cristianas. d) Pastoral de los ejercicios piadosos del pueblo cristiano: Las prácticas o devociones, algunas recomendadas por la Iglesia (Angelus, Rosario o Via Crucis, por ejemplo), las procesiones, las bendiciones, el uso y la veneración de las imágenes, las reliquias de los santos, la peregrinación a un santuario y otras manifestaciones de piedad, no sólo tienen que conducir a la liturgia, sino que de ella tienen que recibir inspiración y renovación (cf. SC 13; 60; 105; 111). Dentro de la vida espiritual debe ocupar un lugar importante la oración personal, que debe desarrollarse unida a la participación litúrgica. Después de unos años en los que la religiosidad popular fue considerada como un subproducto del catolicismo, los mismos que la despreciaron en nombre de la liturgia secularizada, la han vuelto a descubrir y la han ensalzado también exageradamente. El culto eucarístico fuera de la Misa, la devoción a la Santísima Virgen María y a los Santos, las fiestas religioso-populares, el culto a los difuntos y otros actos bien orientados, son expresión de una profunda fe cristiana y exponente de la unidad entre el culto y la vida, y entre la fe y la cultura popular. BIBLIOGRAFÍA LUIGI DELLA TORRE, "Pastoral litúrgica", en ACHILLE M. TRIACCA - DOMINICO SARTORE - JUAN MARÍA CANALS, Nuevo Diccionario de Liturgia, Madrid 1987, 1576-1600; CASIANO FLORISTÁN, "Pastoral litúrgica", en DIONlslo BOROBIO (dir.), "La celebración en la Iglesia", 1, Salamanca 1985, 537-584; ID, Teología práctica. Teoría y praxis de la acción pastoral, Salamanca 1991, 477-561; JEAN LEBON, Para vivir la liturgia, Estella 1987; JULIÁN LÓPEZ MARTÍN, El año litúrgico, 2° ed., Madrid 1997; ID, "En el Espíritu y la verdad". 2. Introducción antropológica a la liturgia, Salamanca 1994, 493-533; ID, La liturgia de la Iglesia, "Sapientia Fidei" 6, 3° ed., Madrid 2000, 347-358; PERE LLABRÉS, "La pastoral litúrgica en el corazón de la misión de la Iglesia", Phase 181 (1991) 11-22; IGNACIO OÑATIBIA, "Nuevas perspectivas de la pastoral litúrgica", Phase 179 (1990) 375-395; AIMÉ GEORGES MARTIMORT, La Iglesia en oración, 3° ed., Barcelona 1987; JULIO RAMOS, Teología pastoral, Madrid 1995, 423-445; PERE TENA, "La pastoral litúrgica del Vaticano II a nuestros días", Phase 178 (1990) 273-288; W. AA., Problematica de la pastoral litúrgica, "Cuadernos Phase" 41, Barcelona 1993.