SEGUNDA SESIÓN DE TRABA JO Só cr ates
GUÍA DE ESTUDIO 1. INTRODUCCIÓN
2
1.1. Sentido
2
1.2. Objetivos
2
1.3. Plan de trabajo
2
2. DESARROLL O DEL CONTENIDO 2.1. El maestro Sócrates
3
2.2. El problema de las fuentes
4
2.3. Apuntes biográficos
4
2.3.1. Sócrates en la apología de Platón
4
2.4. Sócrates y los sofistas
6
2.5. El objeto de la búsqueda socrática: la cuestión ética
7
2.6. El intelectualismo moral
9
3. A CTIVIDADES 3.1. Actividades de autoevaluación
9
3.2. Comentario de textos
10
1
1. INTRODUCCION 1.1 Sentido Vas a encontrar en esta sesión de trabajo un material de estudio sobre la persona, pensamiento y ambiente en que vivió uno de los filósofos que más ha influido en la historia del pensamiento y consecuentemente en la historia de la humanidad. Sin duda ninguna, Sócrates constituye un caso singular: que nosotros sepamos, nada escribió. Sin embargo, después de 25 siglos, su figura y su pensamiento siguen despertando el más vivo interés. Por lo que a la filosofía concretamente se refiere, es tenido como una figura de máxima importancia hasta el punto de que se denomina de forma genérica «presocráticos» a todos los filósofos que le precedieron. Es considerado como el iniciador, juntamente con los sofistas, de la filosofía moral, haciendo de la filosofía no sólo un modo de reflexión, sino también un estilo de vida. Quizá sea este último aspecto lo que más ha contribuido a destacar su importancia y a aumentar la complejidad de su figura hasta el punto que se hace muy difícil conocer tanto la verdadera personalidad histórica de Sócrates como la calidad y coherencia de sus opiniones.
1.2. Objetivos 1.2.1. Enunciar y valorar el problema de las fuentes sobre Sócrates. 1.2.2. Reconocer los rasgos fundamentales de la biografía socrática. 1.2.3. Describir las circunstancias sociales y políticas de su época. 1.2.4. Relacionar el pensamiento de Sócrates con el de los sofistas. 1.2.5. Exponer adecuadamente la significación filosófica del pensamiento socrático en lo referente al planteamiento moral. 1.2.6. Explicar el sentido del "intelectualismo moral". 1.2.7. Describir el método socrático. 1.2.8. Explicar y comentar los textos incluidos en esta unidad didáctica. 1.2.9. Adquirir el vocabulario específico que se cita.
1.3. Plan de trabajo En esta sesión hemos dado mucha importancia a la presencia de textos directos sobre Sócrates que recogen informaciones de su vida y su pensamiento. Esto significa que gran parte de tu trabajo debe consistir en leer detenidamente dichos textos, anotarlos, resumirlos. Con frecuencia debes obtener de ellos directamente las ideas sobre la cuestión a que correspondan. En estos casos, las anotaciones introductorias o al margen pueden orientarte y ayudarte en esta tarea.
2
En otros apartados, en cambio, el contenido informativo se te ofrece ya sistematizado. Tanto los objetivos concretos, como las actividades, constituyen los elementos básicos de orientación de tu trabajo: puedes considerarlo concluido una vez que hayas realizado las actividades y puedas dar por conseguidos los objetivos. Comenzamos con un texto sobre Sócrates, que escribieron colectivamente los muchachos de una escuela rural castellana. Son muchachos de un medio social muy sencillo y de un nivel cultural, sin duda, más bajo que el que tú puedas tener. Sin embargo, han sabido hacer una síntesis propia, elemental, pero que permite afirmar que han asimilado activamente lo aprendido. Recuerda el objetivo que te proponíamos: ser capaz, al terminar el estudio de la unidad didáctica, de elaborar una breve semblanza del personaje y una síntesis de su pensamiento, contrastada lo más posible con las fuentes y documentos que vas a tener a tu alcance. Nuestra intención es que este sencillo texto te sirva para tener una mínima información previa de lo que vas a estudiar. Puede servirte también para que al ir estudiando, verifiques por ti mismo el grado de acierto, el valor y el alcance de las afirmaciones que en el texto se contienen, las justifiques y las encuadres en contextos más amplios. También te puede servir el esquema que sigue el texto para ordenar tu propio estudio y los conocimientos que vayas adquiriendo.
2. DESARRO LL O DEL CONTEN IDO 2.1. El maestro Sócrates «Sócrates era un maestro griego que vivió unos cuatrocientos años antes de Jesucristo. Era pobre porque no tenía dinero, pero rico por su gran inteligencia. A pesar de ser muy sabio, dijo: "Sólo sé que no sé nada". »
juventud con sus preguntas y por no cree r en los falsos dioses de la gente, y fue condenado a beber 2 la cicuta.
Se distinguía de los demás maestros por su método, ya que él respondía a la gente con preguntas hasta conseguir que cada uno pariera la verdad por sí mismo y no siguiera creyendo lo que sólo es apariencia. Con su ironía provocaba en la gente malestar interior y abría paso a las cosas más profundas, para que todos salieran de su ignorancia 1 o, al menos, dejasen de presumir de sabios.
Quienes comprendían a Sócrates, como sus discípulos, también «resonaron» y trataron de evitar su muerte injusta. Pero él llevó el proceso con tanta serenidad como llevaba sus enseñanzas y no tuvo la debilidad de llorar y suplicar perdón a jueces mentirosos, sino que prefirió la muerte antes de ser desterrado y dejar de corromper a la juventud, como decían las malas lenguas, teniendo que abandonar y callar lo que pensaba.
Era considerado como un aguijón para la sociedad de su tiempo, y sus enseñanzas morales y políticas le acarrearon muchos problemas y enemigos, porque Sócrates se sentía llamado por todas las
No se rebajó ante los jueces, sino que se engrandeció con la condena, porque él era libre y la conciencia la tenía tranquila. Por eso dijo: «lo difícil no es evitar la muerte que me toca a mí, sino la
cosasloo,que como decimos nosotros, «resonaba» ante todo pasaba y no podía quedarse callado. Actu and o así, tratab a de ayudar a los dem ás sin preocuparse de sí mismo.
infamia que os alcanza a vosotros.» («Escritos colectivos de muchachos del pueblo». Editora
. Popular, S. A. Madrid, 1979, pp.. 54-55)
Le denunciaron por corromper las ideas de la
2 1
Su método de enseñar se llama «mayéutica», que en griego significa el arte de las comadronas para ayudar a dar a luz, oficio que tenía la madre de Sócrates.
La cicuta es un veneno vegetal que tenía que beberse el
condenado a muerte y poco a poco le iba dejando insensible, empezando por los pies.
3
2.2 . El pr obl ema de las fu entes Sócrates no escribió nada. «Los atenienses de aquellos grandes días del siglo de Pericles - dice Taylor - no escribían libros; fue una edad de grandes tragedias, pero no de literatura en prosa.» Por esta misma razón carecemos incluso de testimonios contemporáneos a los hechos o dichos socráticos: hasta una fecha en que Sócrates podía tener alrededor de cincuenta años, no nos consta la existencia de ningún escrito que se refiera a él. Probablemente tenía esa edad cuando los poetas burlescos se ocupan de él en sus versos. Parece que fue la profunda impresión causada por su muerte la que movió a sus simpatizantes y seguidores a escribir los recuerdos que conservan de su personalidad y de sus escritos. Esta ausencia de escritos propios y la necesidad de recurrir a documentos de sus discípulos o de sus detractores hace muy difícil llegar con seguridad al Sócrates histórico, e imprescindible, una actitud crítica a la hora de aceptar o rechazar tales testimonios. Tres son fundamentalmente las fuentes de información que tenemos: a) Algunas comedias de la época, en especial, las del poeta y comediógrafo ateniense Aristófanes. Particularmente en la comedia «Las nubes» hace de Sócrates un personaje de caricatura blanco de sus burlas. Este es el único documento escrito en fecha anterior a su muerte del que disponemos. b) Los diálogos de Platón, en los que Sócrates aparece como personaje e interlocutor principal, atractivo, lleno de cualidades, dotado de fina ironía y de absoluto dominio moral e intelectual. Es un Sócrates indudablemente idealizado. c) Los recuerdos socráticos («Las memorables») del historiador Jenofonte. Este conoce algunos diálogos de Platón y se precia de que refleja más fielmente la verdad sobre su maestro que aquél. En la apología que hace del filósofo, éste aparece menos idealizado, más cercano al común de los mortales y más pragmático, aunque sigue siendo el sabio interesado en buscar incansablemente la virtud como máximo saber. No contamos, por tanto, con «documentos», sino con «interpretaciones» del personaje y éstas nada desinteresadas e imparciales tanto en la antigüedad como entre los intérpretes posteriores, e incluso modernos, aunque aquí no hagamos referencia a estos últimos.
2.3. Apuntes biográficos Nació en Atenas en el año 469 ó 470 antes de Jesucristo. Hijo de un escultor y de una comadrona, pertenece a un grupo social poco distinguido, pero en pleno auge frente a la decadencia de la aristocracia ateniense. Aparece fuertemente vinculado a su ciudad. Como la mayoría de los atenienses, fue soldado, miembro de un jurado y senador, aunque esto por corresponderle por sorteo y durante muy poco tiempo. Respeta y acepta el «nomos» de su ciudad hasta el punto de acatar una sentencia injusta que le condena a muerte, y eso aun a pesar de estar en desacuerdo con la orientación político-social que pretenden darle las autoridades.
4
Pero esto lo refiere mejor el propio personaje en la «Apología» de Platón.
2.3.1. Sócrates en la «Apo log ía» de Platón «En efecto, atenienses, yo no ejercí ninguna otra magistratura en la ciudad, pero fui miembro del Consejo. Casualmente ejercía la pritanía nuestra tribu, la Antióquida, cuando vosotros decidisteis, injustamente, como después todos reconocisteis, juzg ar en un solo juicio a los diez generales que no habían recogido a los náufragos del combate naval. En aquella ocasión yo solo entre los prítanes me enfrenté a vosotros para que no se hiciera nada contra las leyes y voté en contra. Y estando dispuestos los oradores a enjuiciarme y a detenerme, y animándoles vosotros a ello y dando gritos, creí que debía afrontar el riesgo con la ley y la justicia antes de, por temor a la cárcel o a la muerte, unirme a vosotros que estabais decidiendo cosas injustas. Y esto, cuando la ciudad aún tenía régimen democrático. Pero cuando vino la oligarquía, los Treinta me hicieron llamar al Tolo, junto con otros cuatro, y me ordenaron traer de Salamina a León el Salaminio para darle muerte; pues ellos ordenaban muchas cosas de este tipo también a otras personas, porque querían cargar de culpas al mayor número posible. Sin embargo, yo mostré también en esta ocasión no con palabras, sino con los hechos, que a mi la muerte, si no resulta un poco rudo decirlo, me importa un bledo, pero que, en cambio, me preocupa absolutamente no realizar
nada injusto e impío. En efecto, aquel gobierno, aun siendo tan violento, no me atemorizó para llevar a cabo un acto injusto, sino que, después de salir del Tolo, los otros cuatro fueron a Salamina, y trajeron a León, y yo salí y me fui a casa. Y quizá habría perdido la vida por esto, si el régimen no hubiera sido derribado rápidamente. De esto tendréis muchos testigos. ¿Acaso creéis que yo habría llegado a vivir tantos años, si me hubiera ocupado de los asuntos púb lico s y, al ocuparme de ellos como corresponde a un hombre honrado, hubiera prestado ayuda a las cosas justas y considerado esto lo más importante, como es debido? Está muy lejos de ser así. Ni tampoco ni ngún otro hom bre. En cuant o a mí , a l o largo de toda mi vida, si alguna vez he realizado alguna acción pública, me he mostrado de esta condición, y también privadamente, sin transigir en nada con nadie contra la justicia ni tampoco con ninguno de los que, creando falsa imagen de mí, dicen que son discípulos míos. Yo no he sido jamás maestro de nadie.»
(Platón: Apología de Sócrates, 32a-33b, en Platón: Diálogos. Ed. Gredos. Madrid, 1982).
Esta fuerte vinculación le lleva a buscar insistentemente una «doctrina de salvación» para la polis y sus ciudadanos. Es la misma razón por la que prefiere morir en su ciudad que vivir desterrado fuera de ella. No cabe, pues, imaginar a Sócrates como el filósofo especulativo, razonador abstracto y solitario. Al contrario, practica el diálogo con sus conciudadanos insistiendo sobre todo en que la sociedad ateniense y con ella la democracia de la que se sienten tan orgullosos lleva consigo la necesidad de elevar el nivel moral del individuo, de preocuparse cada uno por su propia perfección mor al. Acusado de negar los dioses del Estado y de corromper a la juventud, es llevado a nte el tribunal compuesto por quinientos un jueces.
muerte3. Bien, ¿y yo qué os propondré a mi vez, atenienses?; ¿hay alguna duda que propondré lo que merezco?; ¿qué es eso, entonces?; ¿qué merezco sufrir o pagar porque en mi vida no he tenido
«Al hecho de que no me irrite, atenienses, ante lo sucedido, es decir, ante que me hayáis condenado, contribuyen muchas cosas, y especialmente, que lo sucedido no haya sido inesperado para mí, si bien me extraña mucho más el número de votos resultante de una y otra parte. En efecto, no creía que iba a ser por tan poco, sino por mucho. La realidad es que, según parece, si sólo treinta votos hubieran caído de la otra parte, habría sido absuelto. (...).
3
En las circunstancias del momento, Sócrates tenía que admitir
una culpabilidad o exponerse a que el tribunal tuviera que elegir
la
pena
de
muerte.
La
decisión,
que
Sócrates
seguramente tenía prevista antes del juicio, fue la de no
Así pues, propone para mí este hombre la pena de
aceptar la culpabilidad.
5
sosiego, y he abandonado las cosas de las que la mayoría se preocupa: los negocios, la hacienda familiar, los mandos militares, las alianzas y luchas de partido que se producen en la ciudad, por considerar que en realidad soy demasiado honrado como para conservar la vida si me encaminaba a estas cosas? No iba donde no fuera de utilidad para vosotros o para mí, sino que me dirigía a hacer el mayor bien a cada uno en particular, según yo digo; iba allí, intentando conven cer a ca da uno de vosotros de que no se preocupase de ninguna de sus cosas, antes de preocuparse de ser él mismo lo
de la ciudad misma y de las demás cosas según esta misma idea... Por no esperar un tiempo no largo, atenienses, vais a tener la fama y la culpa, por parte de los que quieren difamar a la ciudad, de haber matado a Sócrates, un sabio. Pues afirmarán que soy sabio, aunque no lo soy, los que quieren injuriaros. En efecto, si hubierais esperado un poco de tiempo, esto habría sucedido por sí mismo. Veis, sin duda, que mi edad está ya muy avanzada en el curso de la vida y próxima a la muerte. »
mejor y lo más sensato posible, ni que tampoco se preocupara de los asuntos de la ciudad antes que
(Platón: Apología de Sócrates, 35e-38c, e.c.) .
Cuarenta días más tarde bebía la cicuta rodeado de sus más fieles seguidores, tras un último diálogo sobre la inmortalidad del alma que recoge también Platón en el Fedón. Era el año 399 a. de C.
2.4. Sócrates y los sofistas 4
«Si cuando yo estaba hablando y me ocupaba de mis cosas, alguien, joven o viejo, deseaba escucharme, jamás se lo impedía nadie. Tampoco dialogo cuando recibo dinero y dejo de dialogar si no lo recibo, antes bien me ofrezco, para que me pregunten, tanto el rico como el pobre, y lo mismo si alguien prefiere responder y reescuchar mis
¿Por qué, realmente, gustan algunos de pasar largo tiempo a mi lado? Lo habéis oído ya, atenienses; os he dicho toda la verdad. Porque les gusta oírme examinar a los que creen ser sabios y no lo son En verdad, es agradable. Como digo, realizar este trabajo me ha sido encomendado por 5 el dios por medio de oráculos , de sueños y de
preguntas. Si alguno de éstos es luego un hombre honrado o no lo es, no podría yo, en justicia, incurrir en culpa; a ninguno de ellos les ofrecí nunca enseñanza alguna ni les instruí. Y si alguien afirma que en alguna ocasión aprendió u oyó de mí en privado algo que no oyeran también todos los demás, sabed bien que no dice la verdad.
todos medios los aque alguna vez alguien,los de demás condición divina,con ordenó un hombre hacer algo. Esto, atenienses, es verdad y fácil de comprobar.» (Platón: Apología de Sócrates 33a-33c, en la e.c.)
5 4
Sócrates consideraba su tarea como una especie de ministerio
Sin embargo, «consideraba insensato el consultar a los
oráculos sobre cuestiones que los dioses han dejado a nuestro
religioso: «Sócrates hablaba como pensaba: decía que un ser
alcance la posibilidad de resolverlas m ediante nuestras propias
superior le inspiraba. Y de acuerdo con este principio,
luces» (ib. 171).
aconsejaba a sus amigos que hiciesen esto o evitasen aquello». (Jenofonte: Recuerdos socráticos. Edc. J. B. Bergua. Madrid, 1966, pg. 170).
Es evidente que hay muchas cosas comunes entre Sócrates y los sofistas. Uno y otros estudian los mismos problemas, viven al lasmenos mismas políticas, sociales eEn intelectuales; incluso utilizan métodos, en preocupaciones algunos aspectos, muy parecidos. una palabra, pertenecen a un mismo mundo cultural, social y político. Sin embargo, Sócrates es un sofista muy particular. Frente a la actitud escéptica, relativista e individualista a que derivaron los demás sofistas, sobretodo los de la segunda época -constituidos en maestros del saber-, mantiene Sócrates el convencimiento de que existe la verdad de valor universal, no sujeta a las variables del individuo y de las cosas. Es este un convencimiento casi diríamos instintivo en Sócrates. Le asegura de ello tanto el conocimiento de la razón que posee cada 6
hombre como el sentido que para él tiene la existencia de los dioses. Ellos han dejado a nuestro alcance muchas cuestiones. Esta voluntad de los dioses avala la existencia de valores absolutos que estarían así apoyados tanto en su racionalidad, como en esa voluntad divina. De esta manera incorpora Sócrates a su sistema el elemento religioso tradicional en Atenas aunque aderezado con aspectos racionales. Le preocupa llevar este convencimiento al hombre de la calle, a sus conciudadanos, más que entablar una polémica pública contra los sofistas a quienes, por lo demás, trata con evidente ironía, pero con indudable respeto. También los sofistas de las primeras épocas mantenían como él una fuerte confianza en la razón. Precisamente en esa línea racional está la aportación más importante de los sofistas a la democracia ateniense: el intento de fundamentar la práctica política en bases teóricas racionales. El problema fue que esta depuración racional derivó hacia una exclusiva valoración de las propias razones, enfrentando las apetencias del individuo con las exigencias de la sociedad. El diálogo sobre las cosas que interesaban al ciudadano se convirtió en disputa donde lo único que importaba era el mantenimiento de las propias opiniones. Sócrates no acepta esa escisión entre lo individual y lo colectivo, afirmando que el bien del individuo y de la sociedad deben coincidir. Es necesario recuperar el diálogo, abandonando la frivolidad de la disputa y valorando la palabra como expresión del pensamiento. Para ello se impone una seria reflexión personal sobre las cosas para buscar su «logos», es decir, lo que las cosas son; es preciso un conocimiento que nos permita definirlas.
2.5. El objeto de la búsqueda socrática: la cuestión ética «Lejos de disertar como tantos otros sobre cuanto afecta a la naturaleza, lejos de buscar el srcen de 6 lo que los sofistas llaman el mundo, o las causas necesarias que han dado nacimiento a los cuerpos celestes, demostraba la locura de quienes se entregaban a semejantes especulaciones. Es más, examinaba si se ocupaban de tales cosas persuadidos de haber agotado los conocimientos humanos, y si creían prudente descuidar lo que está al alcance de los hombres para meterse a profundizar los secretos de los cielos.
hay que mostrarse humanos; éstos no respetan templos, altares ni nada de cuanto es sagrado; aquellos, en fin, reverencian a las piedras, a los árboles y hasta a las bestias que encuentran. En sus inquietas averiguaciones sobre la naturaleza, unos se figuran que no existe sino una sustancia, otros, que hay sustancias infinitas, éste, que todo está en movimiento perpetuo; aquél, que nada se mueve; para unos, todo nace y perece; para otros, nada se engendra y nada se destruye.
Siempre le sorprendía que no viesen que le es imposible al hombre penetrar estos misterios, visto que quienes se alababan de más enterados sobre ellos, lejos de ponerse de acuerdo, parecían estar 7 locos. En efecto, los locos , unos no temen lo que es temible, mientras que otros temen lo que en modo alguno es de temer; asimismo entre los filósofos, unos creen que no hay vergüenza en
Los que aprenden un oficio -decía aún-, esperan ejercerle al punto, bien para su provecho, ora para los de las personas a las que quieren obligar. Asimismo, los escrutadores de la divinidad, ¿creen acaso que cuando conozcan bien las causas de cuanto es, podrán producir a su capricho o necesidad los vientos, las lluvias, las estaciones u otras cosas semejantes?; ¿les bastará, acaso, sin necesidad de alabarse de tanto poder, saber cómo todo ello se
decir y hacer todo en público, otros que ni siquiera
hace?
6
Así hablaba de quienes se preocupaban a causa de tan vanas especulaciones.
«Sofistas»: a sí fueron llamados los primeros filósofos. No tiene aquí el sentido peyorativo que tendría después.
En cuanto a él, entreteniéndose sin cesar con aquello que está al alcance del hombre, examinaba lo que es piadoso y lo que es impío, lo que es honrado y lo que es vergonzoso, lo que es justo y, por el contrario, injusto; en qué consiste la sabiduría y en qué la locura, el valor y la pusilanimidad; lo que es el Estado y un hombre de Estado; qué es el gobierno y cómo se manejan sus riendas. En fin, discurría a
7
“locos”: el sentido es: arremetían entre si como si estuvieran locos, no se ponían de acuerdo. Cabe también entenderlo en el sentido de “dementes”, es decir, carentes de razón; es una sabiduría vacía que no soluciona los problemas humanos. Es como “hablar por hablar”.
7
propósito de todos los conocimientos que vuelven al hombre virtuoso, y sin los cuales pensaba que realmente se merecía el nombre de esclavos .
(Xenofón.
Sócrates.
Recuerdos
socráticos.
Clásicos Bergua. Madrid, 1966, págs. 171-172
Ed.
).
Ya dijimos al hablar de los sofistas que este movimiento había sido fruto, entre otras cosas, de la decepción producida por la sabiduría tradicional. De esa decepción participa también Sócrates, como puedes comprobar fácilmente en el texto anterior. No se trata propiamente de un juicio sobre el acierto o desacierto teórico de las doctrinas de los cosmólogos, sino, más bien, de una tajante afirmación de su inutilidad para resolver los problemas que preocupan al hombre y a la sociedad. En este sentido este es un texto enormemente clarificador para entender la actitud que adopta Sócrates ante la sabiduría de su tiempo, y, a partir de aquí, conocer cuál es la tarea que él se marca. (De «sepulturero de una gran metafísica» -la de los presocráticos- le califica Nietzsche). Frente a la presunción de dominar todos los saberes, como los cosmólogos y los sofistas, él está interesado en lo que considera el único saber fundamental: el conocimiento del hombre. La sabiduría que sirve al hombre no le va a venir de fuera, del conocimiento que tenga del cosmos, al que por mucho que conozca no va a manejar; sino que viene del propio hombre, de su mente, de su «nous». El oráculo de Delfos, escrito en el templo de Apolo, «conócete a ti mismo» constituye para él todo un programa de sabiduría. Que el hombre conozca a través de sí mismo es lo más importante. Y la cuestión que más le interesa al hombre es saber qué debe conocer para ser feliz. La felicidad no le vendrá al hombre por el conocimiento de la naturaleza, porque la realidad del hombre no es de índole cosmológica, sino que es sobre todo un ser moral. Los sofistas se prestaban a debatir y defender cualquier asunto de la vida pública relacionado con el hombre. A Sócrates le interesa únicamente la discusión que tenga por objeto el conocimiento de lo bueno y lo malo, de la justicia y de la virtud. Ahora bien, si queremos saber qué es la justicia, por ejemplo, tenemos que aplicar el razonamiento a la investigación de qué es lo que hace que llamemos justas a determinadas cosas. En este sentido, Sócrates también es un sofista, también parte, como ellos, de las cosas, establece su reflexión a partir de las cosas usuales que vive el hombre. Pero la importancia de la vida pública había hecho que la verdad sobre las cosas se identificase con la verdad de las OPINIONES sobre las cosas; y como las opiniones eran muchas prevaleció el convencimiento de que ese «aparecer de las cosas» se identificaba con la visión que cada uno tenía de la realidad. Por ese motivo, Sócrates quiere partir de las cosas, pero no tal como se afirman en la vida pública sino tal como las descubre en sí cada hombre, tal como las descubre la razón en sí misma, independientemente de las circunstancias. Hay, pues, que aplicar la razón al descubrimiento de lo que son las cosas. Invita Sócrates a sus contemporáneos a una meditación sobre las cosas y sobre lo que realmente se quiere afirmar en los discursos sobre ellas. Es preciso que cada uno «alumbre» en sí mismo la verdad. A él le gusta presentarse ejerciendo el oficio de su madre, ayudando a ese «alumbramiento» . De ahí la denominación de «mayéutica» dada a su método. Advertimos así claramente un cambio de dirección en el pensamiento filosófico. Con Sócrates, el pensamiento inicia una nueva dirección: la dirección ética o moral. Y esto por dos razones: a) Porque al predominio de la preocupación por la cuestión de la naturaleza le sigue o 8
sustituye ahora la cuestión de la naturaleza moral del hombre, el conocimiento de la virtud. b) Porque la filosofía socrática supone una nueva forma de vida: vivir buscando qué son las cosas ordinarias en sí mismas, lo que él llama el «logos» de las cosas, sin quedarse en la opinión de los retóricos o en la de quien busca la naturaleza abstracta de las cosas. El hombre debe vivir buscando el conocimiento de la virtud.
2.6. El intelectualismo moral Ya dejamos dicho antes que Sócrates mantenía la necesidad de precisar lo que las cosas son como condición indispensable para restablecer la comunicación y hacer posible el diálogo en torno a los temas morales que son los que a él particularmente le preocupan. Pero existe para él otra razón más de esta necesidad: hacer posible la conducta y la educación moral del hombre. Solamente sabiendo qué es lo bueno se puede practicar el bien, sólo conociendo qué es lo justo se puede obrar justamente... El conocimiento de la virtud es lo que permite al hombre llevarla a la práctica en la vida social, mientras que su ignorancia le impide obrar conforme a ella. Este punto de vista se denomina «intelectualismo moral» y podríamos definirlo como aquella teoría filosófica moral según la cual el saber y la virtud coinciden. Según esto, la virtud puede y debe ser enseñada. Más aún, siendo el fin de la filosofía la educación moral del hombre, deberíamos tener un conocimiento tan depurado y preciso de las virtudes y de la conducta que debe adoptar el hombre que pudiéramos enseñarlo como se enseñan las matemáticas. De esta manera nadie se comportaría mal. «Nadie yerra elgolpe queriendo», afirma. Sin duda que esta teoría choca con nuestra experiencia y es raro que el propio Sócrates escapara a la extrañeza que esto podría producir. Conviene por ello advertir lo siguiente: Sócrates se sitúa desde una perspectiva práctica. Enfoca el asunto desde el punto de vista de la «techné» griega, del saber técnico, del saber artesanal, del saber práctico, no intelectual. De ahí toma sus ejemplos explicativos. Un mal médico lo es por falta de conocimientos; si no cura al enfermo es porque no sabe. Un buen artesano es aquel que domina su oficio y por lo tanto hace las cosas bien: así de un zapatero, por ejemplo, cuando es bueno, cuando hace o arregla bien los zapatos, decimos que conoce bien, que domina su oficio. Pues, si trasladamos esto al campo moral y cívico debemos decir que sólo será justo, bueno, buen ciudadano, quien sepa bien lo que es la justicia, la virtud, lo bueno... El arte del ciudadano, el oficio que debe dominar es el de la virtud, conociéndola la practicará, será un buen ciudadano y así la sociedad será una sociedad justa.
3. ACTIVIDADES 3.1. Activi dades de autoeva luación 3.1.1. Lee de nuevo el texto «El maestro Sócrates» y a) haz un recuento por escrito de las cosas que este sencillo texto te ha enseñado sobre Sócrates, y b) establece una comparación entre los datos de este texto y los apartados que vienen a 9
continuación. Para ello numera los párrafos de este escrito y relaciónalos al margen con la numeración de los apartados de este tema. Así, por ejemplo, el párrafo primero se correspondería con el apartado 2.3., etc. 3.1.2. Recoge y organiza a tu manera por escrito los rasgos que configuran el perfil humano y las convicciones morales y políticas de Sócrates. Consulta el apartado 2.3 «apuntes biográficos». 3.1.3. Haz una redacción en la que expreses las semejanzas y diferencias entre Sócrates y los sofistas. Recuerda lo que has estudiado en la sección anterior. 3.1.4. Según lo expuesto en el apartado 2.5. a) Identifica a qué filósofos se refiere el texto de Jenofonte al hablar de las diversas «averiguaciones de la Naturaleza». Para ello consulta la unidad didáctica de los presocráticos. b) Formula brevemente qué cuestiones le interesan a Sócrates fundamentalmente. c) Enuncia qué razones permiten afirmar que con Sócrates se inicia la dirección ética o moral de la filosofía. 3.1.5. Una vez que hayas estudiado el apartado 2.6, juzga y encuadra en su contexto la siguiente afirmación socrática: «en cuanto a mí, si el género de vida que llevo es reprehensible en ciertos aspectos, vive persuadido de que la falta no es voluntaria de mi parte, y que no reconoce otra causa que la ignorancia» (Gorgias). 3.1.6. Hay algunos términos filosóficos propios de esta unidad: escribe una breve definición de cada uno de ellos (mayéutica, logos, ética, intelectualismo moral, crítica...).
3.2. Coment ario de texto s 3.2.1. Discusión en torno a «qué sea lo justo y lo bello» en el diálogo de Platón, Gorgias o la Retórica. Este texto es continuación del que estudiaste en la sesión anterior sobre la discusión nomosnaturaleza. Se encuadra, pues, dentro de esa misma discusión, orientada ahora a que verifiques cómo procede Sócrates en los puntos siguientes: - la investigación del saber - su preocupación ética - el método que sigue - la importancia que para él tiene encontrar la verdadera acepción de los términos que se usan en la discusión - la causa de la variabilidad de opiniones Por lo que almétodo socrático se refiere, ten en cuenta que Sócrates elige el diálogo sobre las cosas, el «careo de opiniones», como el medio de llegar a establecer qué es lo bueno, lo 10
justo, la virtud... Pero este diálogo no es la defensa de la opinión de cada uno contra la del otro, sino el esfuerzo común de alumbrar la verdad entre todos. Un primer momento en este diálogo o búsqueda es descubrir la falsedad de las opiniones corrientes o, cuando menos, la poca seguridad de las mismas. Se trata de llevar al interlocutor al convencimiento de que ignora en realidad lo que es la virtud, lo bueno, la justicia; que está aceptando afirmaciones que al someterlas a un examen detenido le llevan a la contradicción y a un callejón sin salida. Esta es la parte negativa del método que Sócrates denomina «erística». Es aquí donde Sócrates hace gala de una fina «ironía» que confunde fácilmente al interlocutor. Un segundo momento, una vez que el hombre conoce su limitación, consiste en «alumbrar» mediante la aplicación constante del razonamiento, la verdad sobre las cosas, lo que es realmente la virtud, la justicia, etc. Calicles . Sí.
«Sócrates . ...Repíteme desde el principio: ¿cómo decís que es lo justo con arreglo a la naturaleza Píndaro y tú?; ¿no es que el más poderoso arrebate los bienes del menos poderoso, que domine el mejor al inferior y que posea más el más apto que el inepto?; ¿acaso dices que lo justo es otra cosa, o he recordado bien?
Sócrates. ¿No son las leyes deéstos bellas por naturaleza, puesto que son ellos más poderosos? Calicles . Sí. Sócrates. Así pues, ¿no cree la multitud, como tú decías ahora, que lo justo es conservar la igualdad y que es más vergonzoso cometer injusticia que recibirla?; ¿es así o no? Y procura no ser atrapado aquí tú también por vergüenza. ¿Cree o no cree la multitud que lo justo es conservar la igualdad y no poseer uno más que los demás, y que es más vergonzoso cometer injusticia que recibirla? No te niegues a contestarme a esto, Calicles, a fin de que, si estás de acuerdo conmigo, mi opinión quede respaldada ya por ti, puesto que la comparte un hombre capaz de discernir.
Calicles . Eso decía antes y ahora lo repito. Sócrates . Pero ¿llamas tú a la misma persona indistintamente mejor y más poderosa? Pues tampoco antes pude entender qué decías realmente. ¿Acaso llamas más poderosos a los más fuertes, y es preciso que los débiles obedezcan al más fuerte, según me parece que manifestabas al decir que las grandes ciudades atacan a las pequeñas con arreglo a la ley de la naturaleza, porque son más poderosas y más fuertes, convencido de que son la misma cosa más poderoso, más fuerte y mejor, o bien es posible ser mejor y, al mismo tiempo, menos poderoso y más débil, o, por otra parte, ser más poderoso, pero ser peor, o bien es la misma definición la de mejor y más poderoso? Explícame con claridad esto. ¿Es una misma cosa, o son cosas distintas más poderoso, mejor y más fuerte?
Calicles . Pues bien, la multitud piensa así. Sócrates . Luego no sólo por ley es más vergonzoso cometer injusticia que recibirla y se estima justo conservar la igualdad, sino también por naturaleza. Por consiguiente, es muy posible que no dijeras la verdad en tus anteriores palabras, ni que me acusaras con razón, al decir que son cosas contrarias la ley y la naturaleza y que, al conocer yo esta oposición, obro de mala fe en las conversaciones y si alguien habla con arreglo a la naturaleza lo refiero a la ley, y si habla con arreglo a la ley lo refiero a lanaturaleza.
Calicles . Pues bien, te digo claramente que son la misma cosa.
Calicles . Este hombre no dejará de decir tonterías. Dime, Sócrates, ¿no te avergüenzas a tu edad de andar a la caza de palabras y de considerar como un hallazgo el que alguien se equivoque en un vocablo? En efecto, ¿crees que yo digo que ser más poderoso es distinto de ser mejor?; ¿no te estoy diciendo hace tiempo que para mí es lo mismo mejor y más poderoso?; ¿o crees que digo que, si se reúne una chusma de esclavos y de gentes de todas clases, sin ningún valer, excepto quizá ser más fuertes de cuerpo, y dicen algo, esto es ley?
Sócrates . ¿No es cierto que la multitud es, por naturaleza, más poderosa que un solo hombre? Sin duda ella le impone las leyes, como tú decías ahora. Sócrates . ¿No son también las de los mejores? Pues los más poderosos son, en cierto modo, los mejores, según tú dices.
11
Sócrates . Bien, sapientísimo Calicles; ¿es eso lo que 8 dices?
es natural, es más fuerte que unos y más débil que otros; ¿no es cierto que éste, por ser de mejor juicio que nosotros , será mejor y más poderoso respecto a esto?
Calicles . Exactamente. Sócrates . Pues bien, afortunado amigo, también yo vengo sospechando hace tiempo que es a esto a lo que tú llamas más poderoso, y te pregunto por que deseo afanosamente saber con claridad lo que quieres decir. Pues, sin duda, tú no consideras que dos juntos son mejores que uno solo, ni a tus esclavos mejores que tú mismo porque sean más
Calicles . Sin duda.
fuertes que tú. Sin embargo, di, comenzando de nuevo, ¿qué entiendes por los mejores, puesto que no son los más fuertes? Y, admirable Calicles, enséñame con más dulzura para que no me marche de tu escuela.
daño, sino que tome más que unos y menos que otros, y si es precisamente el más débil de todos, no tendrá el mejor menos que todos?; ¿no es así, amigo?
Calicles . Te burlas, Sócrates.
Calicles . Hablas de alimentos, de médicos, de tonterías. Yo no digo eso.
Sócrates . Por Zeto, Calicles, del cual te has servido ahora para dirigirme tantas ironías. Pero, vamos, ¿quiénes dices que son los mejores?
Sócrates . ¿Acaso no llamas mejor al de más juicio? Di sí o no.
Sócrates . ¿Habrá de tener, entonces, más parte de estos alimentos que nosotros, porque es mejor, o bien, por tener el mando, es preciso que reparta todo, pero que en el consumo y empleo de ello para su propio cuerpo no tome en exceso, si no quiere sufrir
Sócrates . ¿Y no es preciso que el mejor tenga
Sócrates . ¡No ves que tú mismo dices palabras, pero no explicas nada!; ¿no vas a decir si llamas mejores y más poderosos a los de mejor juicio o a
más?
otros?
Calicles . Pero no alimentos ni bebidas. por
Zeus,
a
éstos
me
refiero
Sócrates . Ya comprendo. ¿Quizás vestidos, y es preciso que el tejedor más hábil tenga el manto más grande y que pasee con los vestidos más numerosos y bellos?
Sócrates . En efecto, muchas veces una persona de buen juicio es más poderosa, según tus palabras, que innumerables insensatos, y es preciso que éste domine y que los otros sean dominados. Me parece que quieres decir esto -y no ando a la caza de palabras-, si dices que uno solo es más poderoso que un gran número de hombres.
Calicles . De qué vestidos hablas. Sócrates . Pues bien, respecto al calzado, es evidente que debe tener más el de más juicio para esto y el mejor. Quizá es preciso que el zapatero ande llevando puesto más calzado y de mayor tamaño que nadie.
Calicles . Pues esto es lo que digo. Sin duda, creo que eso es lo justo por naturaleza, que el mejor y de más juicio gobierne a los menos capaces y posea más que ellos.
Calicles . ¿Qué calzado es ese? Insistes en decir tonterías. Sócrates . Pues si no te refieres a esto, quizá sea a esto otro; por ejemplo, el agricultor de buen juicio para el cultivo de la tierra y, además, bueno y honrado, ¿no debe quizá tener más parte de las semillas y usar para sus terrenos la mayor cantidad posible de ellas?
Sócrates . Detente ahí; ¿qué irás a decir ahora? Supongamos que estamos en un mismo lugar, como ahora , muchas personas reun idas, que tenemo s en común muchos alimentos y bebidas y que somos de todas las condiciones: unos fuertes, otros débiles, y que uno de nosotros es de mejor juicio acerca de esto por ser médico, pero que, como
Calicles . ¡Siempre diciendo lo mismo, Sócrates! 8
de
Calicles . Sí.
Calicles . Los más aptos.
Calicles . Sí, exactamente.
bebidas,
Observa la importancia que da Sócrates a encontrar la
Sócrates . No sólo lo mismo, Calicles , sino también
verdadera acepción de los términos.
12
Sócrates. Bien sencillo, lo que entiende la mayoría:
sobre las mismas cosas.
ser moderado y dueño de sí mismo y dominar las pasiones y deseos que le surjan.
Calicles . Por los dioses, no cesas, en suma, de hablar continuamente de zapateros, cardadores, cocineros y médicos, como si nuestra conversación fuera acerca de esto.
Calicles . ¡Qué amable eres, Sócrates! Llamas moderados a los idiotas.
Sócrates. ¿Cómo? Todo el mundo puede darse
Sócrates . Así pues, ¿no vas a decir acerca de qué cosas el más poderoso y de mejor juicio tiene con justi cia mayo r parte que los dem ás?; ¿o, sin dec irl o tú mismo, no permitirás que yo l o sugiera?
cuenta de que no digo eso.
Calicles . Precisamente eso es lo que dices,
Sócrates. Hablo de que cada uno se domine a sí
Sócrates. Pues ¿cómo podría ser feliz un hombre si es esclavo de algo? Al contrario, lo bello y lo jus to por nat ura leza es lo que yo te voy a decir con sinceridad, a saber: el que quiera vivir rectamente debe dejar que sus deseos se hagan tan grandes como sea posible, y no reprimirlos, sino que, siendo los mayores que sea posible, debe ser capaz de satisfacerlos con decisión e inteligencia y saciarlos con lo que en cada ocasión sea objeto de deseo. Pero creo yo que esto no es posible para la multitud; de ahí que, por vergüenza, censuren a tales hombres, ocultando de este modo su propia impotencia; afirman que la intemperancia es deshonrosa, como yo dije antes, y esclavizan a los hombres más capaces por naturaleza y, como ellos mismos no pueden procurarse la plena satisfacción de sus deseos, alaban la moderación y la justicia a causa de su propia debilidad. Porque para cuantos desde el nacimiento son hijos de reyes o para los que, por su propia naturaleza, son capaces de adquirir un poder, tiranía o principado, ¿qué habría, en verdad, más vergonzoso y perjudicial que la moderación y la justicia, si pudiendo disfrutar de sus bienes, sin que nadie se lo impida, llamaran para que fueran sus dueños a la ley, los discursos y las censuras de las multitud?; ¿cómo no se habrían hecho desgraciados por la bella apariencia de la justicia y de la moderación, al no dar más a sus amigos que a sus enemigos, a pesar de gobernar en su propia ciudad? Pero Sócrates, esta verdad que tú dices buscar es así: la molicie, la intemperancia y el libertinaje, cuando se les alimenta, constituyen la virtud y la felicidad; todas esas otras fantasías y convenciones de los hombres contrarias a la naturaleza son necedades y cosas sin valor.
mismo; ¿o no es preciso dominarse a sí mismo, sino 10 sólo dominar a los demás?» Calicles. ¿Qué entiendes por dominarse a sí mismo?
(Platón, Gorgias:488b-492c. Editorial Gredos, Madrid, 1983. Trad. J. Calonge).
Calicles. Estoy diciéndolo desde hace tiempo. En primer lugar, hablo de los más poderosos, que no son los zapateros ni los cocineros, sino los de buen juici o para el go bi erno de la ciud ad y el mod o como estaría bien administrada, y no solamente de buen juicio, sino además decididos, puesto que son capaces de llevar a cabo lo que piensan, y que no se desaniman por debilidad de espíritu.
Sócrates. ¿Te das cuenta, excelente Calicles, de que no es lo mismo lo que tú me reprochas a mí y lo que yo te reprocho a ti? En efecto, tú aseguras que yo digo siempre las mismas cosas y me censuras por ello; yo por el contrario, te censuro porque jamás dices lo mismo sobre las mismas cosas, sino que primero has afirmado que los mejores y los más poderosos son los más fuertes; después, que los de mejor juicio, y ahora, de nuevo, vienes con otra definición: llamas más poderosos y mejores a los más decididos. Pero amigo, acaba ya de decir a quienes llamas realmente mejores y más poderosos y respecto a 9 qué.
Calicles. Ya he dicho que a los de buen juicio para el gobierno de la ciudad y a los decididos. A éstos les corresponde regir las ciudades, y lo justo es que ellos tengan más que los otros, los gobernantes más que los gobernados.
Sócrates. Pero ¿y respecto a sí mismos, amigo?; ¿se dominan o son dominados?
Calicles . ¿Qué quieres decir?
9
Insiste en la necesidad de definir lo que las cosas son. Esto
es condición indispensable para que no se produzca un «diálogo de sordos». 10
En esta parte del texto se pone claramente de manifiesto el
llamado «método socrático». Mediante hábiles preguntas, va descubriendo al contrario la fragilidad de su argumento.
13
Después de una larga parte de esta discusión, que omitimos, concluye el libro confirmándose Sócrates en la defensa de su tesis inicial: «que es mayor mal cometer una injusticia que sufrirla», porque la injusticia es el mayor de los males para quien la comete.
«Quizá esto te parece un mito, a modo de cuento de vieja, y lo desprecias; por cierto, no sería nada extraño que lo despreciáramos, si investigando pudiéramos hallar algo mejor y más verdadero. Pero
alguien te desprecie como insensato, que te insulte, si quiere y, por Zeus, deja, sin perder tú la calma, que te dé ese ignominioso golpe, pues no habrás sufrido nada grave, si en verdad eres un
ya ves que, aunque estáis aquí vosotros tres, los más sabios de los griegos de ahora: tú, Polo y Gorgias, no podéis dem ostrar que se deba ll evar un modo de vida distinto a este que resulta también útil después de la muerte. Al contrario, en una conversación tan larga, rechazadas las demás opiniones, se mantiene sola esta idea, a saber, que es necesario precaverse más de cometer injusticia que de sufrirla y que se debe cuidar, sobre todo, no de parecer bueno, sino de serlo, en privado y en público. Que si alguno se hace malo en alguna cosa, debe ser castigado, y éste es el segundo bien después del de ser justo, el de volver a serlo y satisfacer la culpa por medio del castigo. Que es preciso huir de toda adulación, la de uno mismo y la de los demás, sean muchos o pocos, y que se debe usar siempre de la retórica y de toda acción
hombre bueno y honrado que practica la virtud. Después, cuando nos hayamos ejercitado así en 11 común, algo, nosotros que cambiamos a cada momento de opinión sobre las mismas cuestiones, y precisamente sobre las más importantes. A tal grado de ignorancia hemos llegado. Por consiguiente, tomemos como guía este relato que ahora nos ha quedado manifiesto, que nos indica que el mejor género de vida consiste en vivir y morir practicando la justicia y todas las demás virtudes. Sigámoslo, pues, nosotros e invitemos a los demás a seguirlo también, abandonando ese otro en el que tú confías y al que me exhortas, porque en verdad no vale nada, Calicles.»
(Platón. Gorgias, 527a-527e. Edición citada). 11
Prioridad de la formación del hombre antes de su
dedicación a la política
en favor de la justicia. Así pues, hazme caso y acompáñame allí, donde, una vez que hayas llegado, encontrarás la felicidad en vida y en muerte, según enseña este relato. Permite que
12
La ignorancia, causa de nuestros continuos cambios de
opinión
3.2.2. Opini ón d e Sócr ates sobre la ley en el di álogo d e Platón «Crit ón o Del Deber». Días antes de la muerte de Sócrates, Critón, un discípulo suyo, había preparado la fuga del maestro y así se lo dice. Este la rechaza y se niega a huir porque eso significaría desobedecer las leyes de la ciudad y eso sería tanto como atentar contra la misma posibilidad de existencia de la sociedad ateniense cuya máxima fuerza es la misma ley. El texto que transcribimos recoge un diálogo entre Sócrates y Critón. Es importante observar en él la aceptación incondicional que Sócrates muestra hacia el «nomos» de su ciudad, aunreconociendo la injusticia de su condena a muerte. Confirma así lo que decíamos al comienzo del tema sobre lo importante que era para él la vinculación a su ciudad. Por otra parte, para que puedas captar mejor el contenido y valor del texto conviene que tengas en cuenta la relación que para Sócrates existe entre la ley y la opinión que puede tener cada uno. Para Sócrates el diálogo bien llevado desemboca en el descubrimiento por los interlocutores de la definición acertada de lo que se busca y que todo hombre despierto puede reconocer. El está convencido de que el hombre posee en sí una capacidad 14
ento
cognoscitiva segura, consecuencia de la voluntad divina. En efecto, hay saberes que los dioses se han reservado para sí. Pero es igualmente cierto que hay otros muchos conocimientos que han dejado a nuestro alcance, respecto de los cuales carece de razón interrogarles. Entre estos está lo concerniente al arte de gobernar, al establecimiento de las cosas convenientes para la ciudad. Por eso, el resultado que se obtenga de la discusión -en la que se irá poniendo de manifiesto la relatividad y parcialidad de las opiniones particulares y consecuentemente la necesidad de buscar aquello en lo que todos coinciden- será lo que rija como valor en esa sociedad. De esta manera el acuerdo al que se llega después y como consecuencia del diálogo, adquiere el valor de universal frente a la opinión e interés particular. Y esto porque para Sócrates (por las razones que antes dábamos) «es verdadero lo que aparece a todos como verdadero». Sin embargo, admitía el derecho de cada uno a opinar y actuar conforme a sus normas morales. Pero como puedes comprobar en el texto, esta posición aparece descalificada desde el momento en que no es capaz de hacer ver a los demás que están equivocados. Al estudiar y analizar este texto, debes atender a los siguientes puntos: - Objeto y contenido de la discusión entre los dos personajes. - Pasos que sigue el razonamiento socrático. - Identificación del método que sigue en su exposición verificando los momentos que dicho método comprende. (Recuerda lo que dijimos sobre el método socrático con motivo del texto anterior). Sócrates está en el uso de la palabra y dice:
...Examina
Sócrates; no lo entiendo. muy bien, pues también tú si estás de
acuerdo y te parece bien, y si debemos iniciar nuestra deliberación a partir de este principio, de que jamás es bueno ni cometer injusticia, ni responder haciendo mal cuando se recibe el mal. ¿O bien te apartas y no participas de este principio? En cuanto a mí, así me parecía antes y me lo sigue pareciendo ahora, pero si a ti te parece de otro modo, dilo y explícalo. Pero si te mantienes en lo anterior, escucha lo que sigue.
Sócrates. Considéralo de este modo. Si cuando nosotros estemos a punto de escapar de aquí, o como haya que llamar a esto, vinieran las leyes y el común de la ciudad y, colocándose delante, nos dijeran: «Dime, Sócrates, ¿qué tienes intención de hacer?; ¿no es cierto que, por medio de esta acción que intentas, tienes el propósito, en lo que de ti depende, de destruirnos a nosotros y a toda la ciudad?; ¿te parece a ti que puede aún existir sin arruinarse la ciudad en la que los juicios que se producen no tienen efecto alguno, sino que son invalidados por particulares y quedan anulados?»; ¿qué vamos a responder, Critón, a estas preguntas y a otras semejantes? Cualquiera, especialmente un orador, podría dar muchas razones en defensa de la ley, que intentamos destruir, que ordena que los juicios que han sido sentenciados sean firmes. ¿Acaso les diremos: «La ciudad ha obrado injustamente con nosotros y no ha llevado el juicio rectamente»?; ¿les vamos a decir eso?
Critón. Me mantengo y también me parece a mí. Continúa.
Sócrates. Digo lo siguiente, más bien pregunto: ¿las cosas que se han convenido con alguien que son justas hay que hacerlas o hay que darles una salida falsa? Critón. Hay que hacerlas.
Sócrates. A partir de esto, reflexiona. Si nosotros nos vamos de aquí sin haber persuadido a la ciudad, ¿hacemos daño a alguien y, precisamente, a quien menos se debe, o no?; ¿nos mantenemos en lo que hemos acordado que es justo, o no?
Critón. Sí, por Zeus, Sócrates. Sócrates. Quizá dijeran las leyes: « ¿Es esto, Sócrates, lo que hemos convenido tú y nosotras, o bien que hay que permanecer fiel a las sentencias
Critón. No puedo responder a lo que preguntas,
15
que dicte la ciudad?» Si nos extrañáramos de sus palabras, quizás dijeran: «Sócrates no te extrañes de lo que decimos, sino respóndenos, puesto que tienes la costumbre de servirte de preguntas y respuestas. Veamos, ¿qué acusación tienes contra nosotras y contra la ciudad para intentar destruirnos? En primer lugar, ¿no te hemos dado nosotras la vida y, por medio de nosotras desposó tu padre a tu madre y te engendró? Dinos, entonces ¿a las leyes referentes al matrimonio les censuras algo que no esté bien?» «No las censuro», diría yo. «Entonces, ¿a las que se refieren a la crianza del
Critón . Me parece que sí.
nacido y a la educación en la que te has educado?; ¿acaso las que de nosotras estaban establec idas para ello no disponían bien ordenando a tu padre que te educara en la música y en la gimnasia?» «Sí, disponían bien», diría yo. «Después que hubiste nacido y hubiste sido criado y educado ¿podrías decir, en principio, que no eras resultado de nosotras y nuestro esclavo, tú y tus ascendientes? Si esto es así, ¿acaso crees que los derechos son los mismos para ti y para nosotras, y es justo para ti responder haciéndonos, a tu- vez, lo que nosotras intentemos hacerte? Ciertamente no serían iguales tus derechos respecto a tu padre y respecto a tu dueño, si lo tuvieras, como para que respondieras haciéndoles lo que ellos te hicieran, insultando a tu vez al ser insultado, o golpeando al ser golpeado, y así sucesivamente. ¿Te sería
ciudadanos y haya conocido los asuntos públicos y a nosotras, las leyes, de que, si no le parecemos bien, tome lo suyo y se vaya adonde quiera. Ninguna de nosotras, las leyes, lo impide, ni prohibe que, si alguno de vosotros quiere trasladarse a una colonia, si no le agradamos nosotras y la ciudad, o si quiere ir a otra parte y vivir en el extranjero, que se marche adonde quiera llevándose lo suyo.
posible, en cambio, hacerlo con la patria y las leyes, de modo que si nos proponemos matarte, porque lo consideramos justo, por tu parte intentes, en la medida de tus fuerzas, destruirnos a nosotras, las leyes, y a la patria, y afirmes que al hacerlo obras justamente, tú, el que en verdad se preocupa de la virtud?; ¿acaso eres tan sabio que te pasa inadvertido que la patria merece más honor que la madre, que el padre y que todos los antepasados, que es más venerable y más santa y que es digna de la mayor estimación entre los dioses y entre los hombres de juicio?; ¿te pasa inadvertido que haya que respetarla y ceder ante la patria y halagarla, si está irritada, más aún que el padre; que hay que convencerla u obedecerla haciendo lo que ella disponga; que hay que padecer sin oponerse a ello, si ordena padecer
comprometido a obedecernos, y no nos obedece ni procura persuadirnos si no hacemos bien alguna cosa. Nosotras proponemos hacer lo que ordenamos y no lo imponemos violentamente, sino que permitimos una opción entre dos, persuadirnos u obedecernos; y el que no obedece no cumple ninguna de las dos. Decimos, Sócrates, que tú vas a quedar sujeto a estas inculpaciones y no entre los que menos de los atenienses, sino entre los que más, si haces lo que planeas.»
algo; ,que si ordena recibir golpes, sufrir prisión, o llevarte a la guerra para ser herido o para morir, hay que hacer esto porque es lo justo y no hay que ser débil ni retroceder ni abandonar el puesto, sino que en la guerra, en el tribunal y en todas partes hay que hacer lo que la ciudad y la patria ordene, o persuadirla de lo que es justo; y que es impío hacer violencia a la madre y al padre, pero lo es mucho más aún a la patria?»; ¿qué vamos a decir a esto, Critón?; ¿dicen la verdad las leyes o no?
modo hubieras permanecido en la ciudad más destacadamente que todos los ciudadanos, si ésta no te hubiera agradado especialmente, sin que hayas salido nunca de ella para una fiesta, excepto una 13 vez al Itsmo , ni a ningún otro territorio a no ser como soldado; tampoco hiciste nunca, como
Sócrates . Tal vez dirían aún las leyes: «Examina, además, Sócrates, si es verdad lo que nosotras decimos, que no es justo que trates de hacernos lo que ahora intentas. En efecto, nosotras te hemos engendrado, criado, educado y te hemos hecho partícipe, como a todos los demás ciudadanos, de todos los bienes de que éramos capaces; a pesar de esto proclamamos la libertad para el ateniense que lo quiera, una vez que haya hecho la prueba legal para adquirir los derechos
«El que de vosotros se quede aquí viendo de qué modo celebramos los juicios y administramos la ciudad en los demás aspectos, afirmamos que éste, de hecho, ya está de acuerdo con nosotras en que va a hacer lo que nosotras ordenamos, y decimos que el que no obedezca es tres veces culpable, porque le hemos dado la vida, y no nos obedece, porque lo hemos criado y se ha
Si entonces yo dijera: « ¿por qué, exactamente?», quizá me respondieran con justicia diciendo que precisamente yo he aceptado este compromiso como muy pocos atenienses. Dirían: «Tenemos grandes pruebas, Sócrates, de que nosotras y la ciudad te parecemos bien. En efecto, de ningún
13
Se refiere a los juegos que se celebraban cada tres años
en el Itsmo de Corinto en honor de Poseidón, dios del mar.
16
hacen los demás, ningún viaje al extranjero, ni tuviste deseo de conocer otra ciudad y otras leyes, sino que nosotras y la ciudad éramos satisfactorias para ti. Tan plenamente nos elegiste y acordaste vivir como ciudadano según nuestras normas, que incluso tuviste hijos en esta ciudad, sin duda porque te encontrabas bien en ella. Aún más, te hubiera sido posible, durante el proceso mismo, proponer para ti el destierro, si lo hubieras querido, y hacer entonces, con el consentimiento de la ciudad, lo que ahora intentas hacer contra su voluntad. Entonces tú te jactabas de que no te
ciudades próximas, Tebas o Mégara, pues ambas tienen buenas leyes, llegarás como enemigo de su sistema político y todos los que se preocupan de sus ciudades te mirarán con suspicacia considerándote destructor de las leyes; confirmarás para tus jue ces la opinión de que se ha sentenci ado rectamente el proceso. En efecto, el que es destructor de las leyes, parecería fácilmente que es también corruptor de jóvenes y de gentes de poco espíritu. ¿Acaso has de evitar las ciudades con buenas leyes y los hombres más honrados?; ¿y si haces eso, te valdría la pena vivir? O bien si te
irritarías, si tenías que morir, y elegías, según decías, la muerte antes que el destierro. En cambio, ahora, ni respetas aquellas palabras ni te cuidas de nosotras, las leyes, intentando destruirnos; obras como obraría el más vil esclavo intentando escaparte en contra de los pactos y acuerdos con arreglo a los cuales conviniste con nosotras que vivirías como ciudadano. En primer lugar, respóndenos si decimos verdad al insistir en que tú has convenido vivir como ciudadano según nuestras normas con actos y no con palabras, o bien si no es verdad.» ¿Qué vamos a decir a esto, Critón?; ¿no es cierto que estamos de acuerdo?
diriges a ellos y tienes la desvergüenza de conversar, ¿con qué pensamientos lo harás, Sócrates?; ¿acaso con los mismos que aquí, a saber, que lo más importante para los hombres es la virtud y la justicia, y también la legalidad y las leyes?; ¿no crees que parecerá vergonzoso el comportamiento de Sócrates? Hay que creer que sí. Pero tal vez vas a apartarte de estos lugares; te irás a Tesalia con los huéspedes de Critón. En efecto, allí hay la mayor 15 indisciplina y libertinaje , y quizá les guste oírte de qué manera tan graciosa te escapaste de la cárcel poniéndote un disfraz o echándote encima una piel o usando cualquier otro medio habitual para los fugitivos, desfigurando tu propio aspecto. ¿No habrá nadie que diga que, siendo un hombre al que presumiblemente le queda poco tiempo de vida, tienes el descaro de desear vivir tan afanosamente
Critón . Necesariamente, Sócrates. Sócrates . «No es cierto -dirían ellas- que violas los pactos y los acuerdos con nosotras, siny que los hayas convenido bajo coacción o engaño sin estar obligado a tomar una decisión en poco tiempo, sino durante setenta años, en los que te fue posible ir a otra parte, si no te agradábamos o te parecía que los acuerdos no eran justos. Pero tú no has 14 preferido a Lacedemonia ni a Creta, cuyas leyes afirmas continuamente que son buenas, ni a ninguna otra ciudad griega ni bárbara; al contrario, te has ausentado de Atenas menos que los cojos, los ciegos y otros lisiados. Hasta tal punto a ti más especialmente que a los demás atenienses, te agradaba la ciudad y evidentemente nosotras, las leyes. ¿Pues a quién le agradaría una ciudad sin leyes?; ¿ahora no vas a permanecer fiel a los acuerdos? Sí permanecerás, si no haces caso, Sócrates, y no caerás en ridículo saliendo de la ciudad.
violando las leyes más importantes? Quizá no lo haya, si no molestas a nadie; en caso contrario, tendrás que oír muchas cosas indignas. ¿Vas a vivir adulando y sirviendo a todos?; ¿qué vas a hacer en Tesalia sino darte buena vida como si hubie ras hecho el viaje allí para ir a un banquete?; ¿dónde se nos habrán ido aquellos discursos sobre la justicia y otras formas de virtud?; ¿sin duda quieres vivir por tus hijos, para criarlos y educarlos?; ¿pero cómo?; ¿llevándolos contigo a Tesalia los vas a criar y educar haciéndolos extranjeros para que reciban también de ti ese beneficio?; ¿o bien no es esto, sino que educándose así se criarán y educarán mejor, si tu estás vivo, aunque tú no estés a su lado? Ciertamente, tus amigos se ocuparán de ellos. Es que se cuidarán de ellos, si te vas a Tesalia, y no lo harán, si vas al Hades, si en efecto hay una ayuda de los que afirman ser tus amigos. Hay que pensar que sí se ocuparán.»
«Si tú violas estos acuerdos y faltas en algo, examina qué beneficio te harás a ti mismo y a tus amigos. Que también tus amigos corren peligro de ser desterrados, de ser privados de los derechos ciudadanos o de perder sus bienes es casi evidente. Tú mismo, en primer lugar, si vas a una de las 14
«Más bien, Sócrates, danos crédito a nosotras, que te hemos formado, y no tengas en más ni a tus hijos ni a tu vida ni a ninguna otra cosa que a lo jus to, par a que , cuando llegues al Had es , exp onga en tu favor todas estas razones ante los que
Es la edad de Sócrates y las «leyes» suponen que durante
15
toda su vida ha podido reflexionar si le gustaban o no las
Jenofonte hace notar que fue en Tesalia donde Critias
«se perdió».
leyes que regían la ciudad.
17
gobiernan allí. En efecto, ni aquí te parece a ti, ni a ninguno de los tuyos, que el hacer esto sea mejor ni más justo ni más pío, ni tampoco será mejor cuando llegues allí. Pues bien, si te vas ahora, te vas condenado injustamente no por nosotras, las leyes, sino por los hombres. Pero si te marchas tan torpemente, devolviendo injusticia por injusticia y daño por daño, violando los acuerdos y los pactos con nosotras y haciendo daño a los que menos conviene, a ti mismo, a tus amigos, a la patria y a nosotras, nos irritaremos contigo mientras vivas, y allí, en el Hades, nuestras hermanas las leyes no te
que yo creo oír, del mismo modo que los 16 coribantes creen oír las flautas, y el eco mismo de estas palabras retumba en mí y hace que no pueda oír otras. Sabe que esto es lo que yo pienso ahora y que, si hablas en contra de esto, hablarás en vano. Sin embargo, si crees que puedes conseguir algo, habla. Critón. No tengo nada que decir, Sócrates.
Sócrates.
Ea pues, Critón, obremos en ese sentido, puesto que por ahí nos guía el dios.»
recibirán de buen ánimo, sabiendo que, en la medida de tus fuerzas has intentado destruirnos. Procura que Critón no te persuada más que nosotras a hacer lo que dice».
(Platón: Critón, 49d-54d. Trad. de J. Calonge. Edit. Gredos. Madrid, 1982). 16
Los coribantes eran los seguidores de la diosa Cibele,
procedente de Asia Menor. Con sus danzas rituales y el sonido
Sabe bien, mi querido amigo Critón, que es esto lo
de sus flautas producían el éxtasis en los iniciados.
18