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IT r n r r r ? ; ; Ins titituto Mora '
REGIO N E HIST ORIA i EN MEXICO
( 1700- 1850)
COMPILADOR
Pedro Pérez Herrero
r r n f r f l Instituto
lérr uflo, microhistoria microhistoria y ciencias ciencias sociales sociales
■i.ilrn ilrn y no ill.síi;i/ ill.síi;i/:i:i el habla corr iente con t erm inajo s a la moda . Le vendí tu bien I.» expresión audiovisual del cine y la tele. I ,i ink lohisioiia es la la menuda sabiduría, si el amor a ella no me ionduce a exageraciones; es la autosapiencia popular que hace libres ,i las comunidades, a los terruños, y les ayuda al cambio en un sentido de mejoría; proporciona viejas verdades a los moralistas; procura salud .1 Ion golpeados por el ajetreo, y ha venido a ser recientemente sierva o anula de las ciencias sistemáticas de la sociedad; destruye falsas geneluli/acioncs y permite hacer generalizaciones válidas a los científicos sociales. sociales. Y por todas las virtudes anteriores, la práctica de la micromicrohistoria bien vale el vaso de buen vino que pedía Berceo, justifica suficientemente una ocupación académica, un acomodo susceptible de atraer lucros menores, de subir sin prisas en el mundillo universitario y ilc co nquis tar fa ma en el brev e co nt or no de la pro pia tier ra, en el cenáculo de familiares y amigos, en el terruño.
SISTEMAS ECONÓMICOS REGIONALES: MODELOS MODELOS GEOGRÁFICOS Y PROBLEM PROBLEMAS AS SOCIOECONÓMICOS COMBINADOS* C
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Los especialistas que se ocupan de “la economía” como una institución de contracultura, la abordan tradicionalmente desde una de dos pers pectivas pectivas muy distintas. distintas. Alg unos proceden proceden inductivamente para descri bir y explicar las relaciones económicas tal como existen en un contexto particular observable, que en la práctica es casi siempre un contexto re lativamente limitado - una comunidad, comunidad, un mercado o algo similar- y entonces diseñan modelos modelos que muestran los patrones patrones de relaciones económicas en él; relaciones que son necesariamente específicas específicas en vez de generales. Otr os especialistas procede procede n deduc tivamente para definir las restricciones básicas o inherentes a todos los sistemas económicos y entonces diseñan modelos que muestran los patrones de relaciones económicas en ellos; relaciones que necesaria* Originalmente fue presentado como ponencia ponencia en la reunión que sobre sobre meto dología regional tuvo lugar en Santa Fe, Nuevo México, Estados Unidos, en el otoño de 1973. Posteriormente Posteriormente file editado en Carol Carol A . Smith (comp.), Regional analysis, Ac ademi c Press, Nueva York, 1976, 2 v ols., pp. 3-63. Por motivos de espacio nos he mos visto obligados a presentar una versión reducida, hemos incorporado las referen cias bibliográficas de nota en el el texto; cambiado las referencias que que a otros capítulos del mismo libro se hacían en la versión original para evitar confusiones en el actual, y también hemos cortado algunos párrafos que aparecen indicados en el texto con el signo [...] . El sentido ha permanecido invar iable, ya que sólo se han quitado algunos ejemplos de casos concretos. Traducción de Ena Lastra.
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mente son ideales ideales y no reales. reales. La primera aprox imación, asociada a investigadores de la economía que no son economistas, tiene la vir tud de poner al descubierto aspectos de las relaciones económicas que los economistas, que utilizan la segunda forma de aproximación, no toman en cuenta; también permite ir con facilidad de asuntos conconcernientes a la economía a asuntos relativos al lugar de la economía en la sociedad. Su debilidad radica en que los estudios estudios empíricos en focados específicamente (y las explicaciones elaboradas en ellos) son ineficaces para generar teorías del funcionamiento económico gene ral aplicables a una amplia gama de contextos. Así, los que practican el primer tipo de aproximación, que tienden a desaprobar muchas de las hipótesis usadas por los economistas, rara vez desarrollan sus pro pias teorías económicas1 [...] [...] y quizá debido a esto sus hallazgos son normalmente ignorados por los economistas. Por contraste, los economistas siempre usan o desarrollan teorías generales para describir cómo la variación en un conjunto de varia bles económicas afecta sistemáticamente a la variación en otro con jun to . Esta s teor ías pued en ser capace s o no de des cri bir o ex plica r lo que uno encuentre en el mundo real; pero los economistas son reacios a renunciar a una buena teoría tan sólo porque fracasa en la prueba de la predicción empírica, ya que las relaciones lógicas pos tuladas por un modelo general no están necesariamente falsificadas si el compor tamie nto de un sistema sistema no satisface las expectat ivas. En efecto, la mayoría de los economistas usa sus teorías para determinar cómo los sistemas económicos pueden hacerse más eficientes (o cómo los actores económicos pueden o podrían mejorar su ejecución) y en tonces intentar cambiar cambiar el sistema sistema real - diseñarlodiseñarlo- de tal manera que refleje más más fielmente cierta teoría de una economía perfecta. La de bilidad de esta aproximación, más normativa que descriptiva, es que uno nunca puede estar seguro de si el problema está en el sistema o en la teoría; los datos se usan rara vez, en muchos casos no pueden usarse, para probar la suficiencia de la teoría; las teorías generales se sostienen o caen tan sólo por la lógica. Además, las teorías económi cas más ampliamente aceptadas no abordan las relaciones sociales en la economía; tales cosas no se pueden poner fácilmente en un mo delo económico o ser manejadas desde fuera de un sistema (en caso 1 Karl Polan Polanyi, yi, C. M. M. Arensbergy Arensbergy H. W. W. Pea Pearso rsonn (co (comp mps.), s.), Tradc and market in the early empires, empires, Free Press, Nueva York, 1957.
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de que deban serlo). Entonces, cuando las teorías fallan en dar razón del funcionamiento de un sistema, se puede, en el mejor de los casos, discernir qué hipótesis hipótesis económica ha sido violada - algunas veces ni si quiera eso- pero no se puede puede discernir por qué ha sido violada. Por esta esta sola razón las teorías económicas generales no son muy útiles a los in vestigadores del funcionamiento económico real, y quizá también por la misma razón éstos se muestran con frecuencia suspicaces acerca del proceso de construcción de la teoría. Las relaciones entre los economistas y otros investigadores de la economía no son tirantes simplemente porque un grupo tiende a la particularización y el otro a la generalización; más bien, esta tensión se exacerba por el hecho de que cada escuela tiende a tratar con diferen tes niveles de la economía. Virtualmente, todos los modelos económi cos hacen hipótesis que no pueden justificarse en el ámbito local o in dividual, de lo que que son conscientes los economistas. Pero muchas de estas hipótesis pueden justificarse en el sistema, con el que los econo mistas están normalme nte comprometidos. Esta hipótesis hipótesis de maximaximización del aprovechamiento, por ejemplo, resulta incompleta como descripción de la mayoría de las “empresas” económicas en cualquier parte (casi todos todos los especialistas especialistas en el campo señalan esto, alg unos es perando revolucionar la teoría económica). No obstante, esta hipóte sis es perfectamente justificable para las competitivas economías de libre mercado, en las cuales los que no maximizan son eliminados del sistema o tan fuertemente castigados que para sobrevivir deben por tarse como si estuvieran maximizando el aprovechamiento, aunque sólo sea para emular a las empresas empresas más exitosas. (Así, el hallazg o no revoluciona las teorías económicas, aun en los casos en que debería.) Puede incluso ser razonable suponer que el funcionamiento econó mico, en economías que no son de mercado, se adaptara para ha llar restricciones económicas tales como la escasez en el esquema su puesto por la teoría económica estándar del precio precio - en donde la oferta y la de ma nda dis tri buy en el pro duct o que escas ea—, de mane ra qu r la motivación individual o el conocimiento de los precios no nevr sita ser una consideración importante al analizar el sistema. Par;i km minar, debido a la diferencia que significa el nivel en que se hnco el análisis, los econo mistas habla n como si los que que no son e con omía n*« no existieran, y viceversa. Por otra parte, algunos procesos locales tienen efectos imporhm tes en la economía, sea o no de mercado, yen consecuencia no punlm
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ser desechados. Por lo tanto ¿cómo puede uno integrar a una teoría económica general el hallazgo de que muchos campesinos en algunas comunidades prefieren producir para abastecer sus necesidades básicas antes que hacerlo para un mercado, aunque puedan tener ganan cias mucho mayores produciendo sólo para el mercado? Los econo mistas pueden argumentar que esta conducta viola cierta hipótesis de la teoría general de la economía perfecta y que por lo tanto produ cirá un efecto, postulado por el funcionamiento del sistema perfecto, en el que la hipótesis no se viole. Pero, exacta mente ¿ qué efecto y cómo afectará al resto de la economía si no es haciéndola “imper fecta”? ¿Qué otras hipótesis no violará? Más importante aún, ¿hay algo acerca del sistema mismo que produzca este funcionamiento en particular? Ha y hipótesis para responder a estas interrog antes, pero sin datos acumulados de más de una comunidad de granjeros, sin modelos económicos diseñados para explicar sistemas imperfectos y sin teorías generales que incorporen variables que no sean económicas: se puede seleccionar cualquier hipótesis que se desee. Ni yo ni otros investigadores hemos ideado una solución abso luta para tales problemas, pero proponemos una aproximación más re ciente que permitiría que las fuerzas de la inducción y la deducción se adecuaran una a otra con mayor utilidad. La aproximación tiene que ver con el uso de modelos espacio- regionales de sistemas económicos, a fin de entender el funcionamiento de sistemas específicos del mundo real - para los que hay datos empíricos- , y tiene que ver con la remo delación de la teoría cuando es necesario dar razón de los tipos de relaciones y funcionamientos económicos encontrados. Nuestras me tas como constructores de modelos no son insólitas, pero rara vez se alcanzan por las razones que he me ncionado. Lo que nos da la habilidad para desarrollar modelos generales a partir de casos particulares, es la aproximación re gional a los sistemas económicos, esto es: usando los modelos particulares de economías regionales recientemente desa rrollados en geografía económica, para bajar la teoría hasta un nivel importante para los datos de casos empíricos; y usando los datos de campo de las economías regionales, a fin de elevar los datos de los casos empíricos hasta un nivel importante para la teoría económica. Mediante la unión de la teoría y los datos se puede dar cuenta de los hallazgos recientes al proponer nuevos modelos, en vez de atacar los viejos, y se pueden incorporar sis temáticamente las variables sociológii as a los modelos económicos.
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Estoy a favor de la aproximación regional a los problemas eco nómicos, pues media entre las aproximaciones del nivel local y las del macronivel, con lo cual se completan una y otra; permite la conceptualización concreta de problemas económicos sistémicos; y presta atención a las variables que no son económicas. Ahora debo dar cierta sustancia a esta aproximación, de manera que sus usos y usos poten ciales puedan evaluarse más plenamente. Comienzo con una breve descripción de las características analíticas comunes a todos los mo delos regionales. Las unidades de análisis regional, según ha desarrollado y elabo rado la tipografía económica, son: regiones, sistemas de inter cambio, lugares cent rales, niveles sistémicos y relaciones de ubicac ión. Las regíones pueden definirse formal o funcionaímente; la primera pone el énfasis en la homogeneidad de un elemento en un territorio dado, la segunda lo hace en los sistemas de relaciones funcionales dentro de un sistema territorial integra do. Utilizamos la última definición, su poniendo que los sistemas económicos se forman por relaciones de in tercambio, donde las comunidades o asentamientos de un territorio se interrelacionan por vínculos entre sí, mediante una simplejced o porl arreglos jerárquicos con al menos un lugar central [...1 U n lug arbe ntra l/ es un asentamiento o un conglomerado de funcionSTTrtfrómicas que es el eje de un sistema jerárquico que incluye otros asentamientos o comunidades relacionadas con él de modo permanente; esto es, un lugar central se convierte en eje de una región porque las mercancías, la gente y la información fluyen principalmente entre el centro y su poco diferenciado hinterland (zonas aledañas relacionadas)^ Un sis tema regional complejo incluye más de un lugar central,'cada uno de * los cuales es un nodo para los sistemas incluidos en los diferentes ni- j veles de un sistema más grande; los sistemas más pequeños se enea ja n en los hinterlands de los sistemas mayores; y el lugar central más grande que se esté teniendo en cuenta abarca todo el sistema regional en cuestión. El análisis de las relaciones de ubicación entre los centros y sus hinterlands, provee el marco metodológico en el que los sistemas regionales y sus niveles sistémicos son delimitados, descritos y expli cados, hasta cierto punto. Debido-a que el investig ador se ocupa de un sistema económico complejo* el lugai^ en el sistema es una variable económica importante. v La forma en que los diferentes sistemas se insertan unos en otros, y la fo rma en que los dif er ent es cent ros se re lac iona n unos con otr os ___
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y afe cta n la inte gr aci ón re gio nal de la ec ono mía , se cons ide ra n cues tiones empíricas. Pero se supone que la maner a en que el sistema se integra influye en el modo de operación del sistema económico como un todo, lo mismo que la f orma de operación de sus elementos -los lugares centrales, sus hinterlands y los agentes económicos, cuyo fun cionamiento forma el sistema regional. Por consiguiente, mientras “la economía” se vea como enraizada en el sistema y no en sus elementos (y, como cualquier economista dar á testimonio, esto cambia considera blemente la naturaleza de un análisis económico), no deben perderse I de vista los procesos locales al tratar con el sistema. Más aún, de- 1 bido a que los sistemas analizados son empíricos, las variables que no son económicas siguen siendo elementos importantes; variables tales como la fisiografía regional, la ecología y la demografía son candidatos obvios; pero la organización política, la estratificación de clases y la r 'diferenciación cultural en la región, están también naturalmente en jue go . l„.j “ Describiré a hora los modelos específicos con los cuales hemos tra bajado, cómo se desarrollaron y cómo los usamos. Mi tratamiento de los modelos económicos resultará elemental para los geógrafos y los economistas, pero pueden encontrar útil mi argumentación acerca de sus implicaciones sociológicas. Lo mismo vale, pero a la inversa, para otros científicos sociales que se interesen en los problemas económi cos.
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m o d el o de
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h ü n e n d e l u s o d e l a t ie r r a
En 1826 T hünen publicó un tra tado acerca de las leyes de producción agrícola, ex poniendo ciertos principios básicos que r esultaban ser críti cas a la moderna geograf ía de ubicación.2 La tesis de Thüne n era sen cilla: el esquema (o patrón) de uso de la tierra es una función de los distintos precios de los bienes agrícolas y de sus distintos costos de producción, y la distancia a un centro de mercado es un determinante significativ o del costo. La simplicidad del modelo no contradice su fuerza. Al int roducir la ubicación en la teoría económica, T hünen no 2 Johann Helnrich von Thünen, Von Thünen’s isolated state, ed. R Hall, trad. C. M. Wartcnberg, Pergamon Press, Oxford. (Originalmente se publicó bajo el título Der liolieru StíUit, 1826.)
solo inventó independientemente la teoría del costo marginal, sino que también desarrolló un modelo económico con predicciones específi cas, del mundo real que eran mensurables. [...] Con el fin de evaluar el efecto de la distancia en los sistemas de producción, T hünen desechó otras variables importantes. Supuso que no había variación en el costo del transporte, excepto la impuesta por la distancia (lo cual requiere que los productores se localicen en un plano isotrópico o físicamente indiferenciado, con igual acceso a los medios de transporte); supuso que los precios eran determinados en el centro de mercado por el funcionamiento normal de la oferta y la deman da y supuso que no había más barreras para el comer cio o la pro ducción, que las determinadas por el precio y el costo (sin aranceles, sin precios fijos, sin inmovilidad de mano de obra, sin irracionalidad labriega, etcétera). Bajo estas condiciones, los costos de transporte aumentan unifor memente con la distancia al centro de mercado y es el factor variable de producción más importante . A umenta r los costos del transporte tiene el efecto de bajar los precios de introducción de cualquier mer cancía producida lejos del centro de mercado, y reduce la vuelta a gas tos extra (marginales) de mano de obra y capital en su producción; por lo tanto, el productor racional intensifica la producción (medida en términos de gasto de mano de obra y capital por unidad de área) cerca del centro y usa la tierra menos intensivamente conforme se mueve (o vive) más lejos del centro. Esto es, en ausencia de var iación de la fertilidad de la tierra o en el caso de facilidades de transporte en to das direcciones desde el centro, y en ausencia de centros competitivos de mercado, se podría encontrar un patrón de uso de la tierra tipi ficado por zonas concéntricas de intensidad de producción; los con sumos elevados de mano de obra y capital vuelven caros (o pesados) los productos agrícolas en las zonas interiores, donde la productividad marginal es la más alta, y el bajo consumo de mano de obra y capital baja (o aligera) los precios de los productos ag rícolas en las zonas ex te riores, donde la productividad marg inal es más baja. L a figura .1 mues tra cómo se ve un sistema óptimo de uso de la tierra según las hipóte sis de Thünen: un pequeño centro competidor y un régimen ag ríco la privado. [...] Debido a sus estrictas hipótesis, el modelo de Thüne n de con dición ideal o estado “aislado” no describe suficientemente muchas economías reales como para que sirva de guía en la práctica Y como
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I i ^u i .» I. Mi níelo di* lhUne n de liso de la tierra bajo un régimen específico de tenencia de la tierra
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porte). Hoy, sin embargo, las perturbaciones creadas por los centros múltiples de mercado y los cambios en los patrones del transporte, son tan grandes en la mayoría de las economías de mercado, incluso en las más simples, que el principio general ha perdido mucho de su utilidad para predecir el uso de la tierra.3 En la mayor ía de las economías de mercado modernas, la producción se ha desviado de los sectores pri marios (agricultura y minería) a los secundarios (industria) y terciarios (servicios y comercio), y para describir y explicar la presente situación los geógrafos han tenido que desarrollar otras clases de modelos de ubicación. Uno de los más elaborados y elegantes de estos nuevos mo delos es la teoría del lugar central, que trata de explicar la ubicación de los centros de mercado per se.
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Centros de mercado
E 3 Ag ricultura intensiva
ESJ Granjas lecheras A gr icult ura ex tens iva □
R an ch os
T hünen es taba preocupado en descubrir leyes económicas importantes para los problemas reales de la producción agrícola, desarrolló el modelo abstracto tan sólo para modificarla. Sus modificaciones fue ron hechas por inferencia, a partir de cambios introducidos delibera damente (e igualme nte abstractos) en la situación ideal: una ruta de transporte especial, un centro de mercado rival, fertilidad diferente en diferentes terrenos y distancias diversas al centro de mercado, diferen tes combinaciones de productos agrícolas, etcétera . [...] Después de 150 años de ex amen y uso, hay pocas dudas de que la teoría de producción de T hünen puede ex plicar el esquema de uso de la tierra y de distribución comercial en muchos contextos, al menos donde haya varios centros de mercado (no competitivos), am pliamente espaciados, y donde se pueden suponet; o aproximar, condi ciones isotrópicas regionales (uniformidad en la producción y el trans
e o r í a d el l u g a r c e nt r a l
Una de las hipótesis de la teoría del lugar central propone que la ubi cación de los centros de mercado estará determinada por las carac terísticas de competencia de la economía de mercado, de tal manera que todas las áreas de demanda sean atendidas proporcionalmente a la demanda . Esto nos lleva del modelo de condición aislada de T hünen (donde los productores se ajustan) a una condición competitiva con centros múltiples (donde los centros se ajustan). Se puede ver un sis tema de condición aislada evolucionando hacia un sistema más com plejo como s igue. Imagínese una planicie uniforme con dos áreas de población des conectadas, cada una con su propio centro de mercado (véase la figura 2a). En este punto hay poca diferencia en el modo en que está distri buida la población; la gente puede vivir en los centros o puede estar dispersa en distintos grados de concentración alrededor de ellos. Cada centro de mercado está rodeado por zonas concéntricas de producción sin ser perturbado por el otro centro. Co n el aumento g radual de la producción, se esperaría la emigración de los dos primeros centros ini ciales hacia terr enos nacionales (o desocupados) y el desarrollo de ce n tros de mercado más chicos. En algún punto del proceso, habría sufi3 Peter Haggett, Locational analysis irt human geography, St, Martin'» Press, Nueva York, 1966; J anet D. He nshall, “Models o f agr icultural a ctivi ty”, en R. J. Chorle y y Peter Haggett, (comps.), Models in geography, Methuen, Londres, 1967, pp. 42 S-458.
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cíente demanda en el punto medio entre los dos centros iniciales para apoyar un tercer centro de mercado (figura 2b). C on el aume nto pos terior de la población, la planicie finalmente estaría llena, las granjas y los puebl os se mov er ían hac ia te rr enos nac iona le s y, po r este mis mo proceso, se espaciarían igualme nte en todas direcciones. (Una dist ri bución perf ectamente uniforme produce una estructura hex agonal de asentamientos, característica de la ubicación que ha intrigado a los teóricos del lugar central y que será importante para este trabajo más adelante.) En cierto punto del proceso de desarrollo, sería ventajoso para las primeras dos poblaciones - lo mismo que para otras que se haya n formado- especializar su producción y comerciar una con otra a través del centro situado a medio camino, que se ubica en posición de articu lar el comerc io de toda la región (figura 2c). Adv iértas e que en este punto un sistema de lugares centrales evolucionó con tres niveles de centros de mercado, dispuestos jerárquicamente, y que todos los pun tos en el plano quedan a una distancia razonable de algún centro de mercado. Adviértas e ta mbién que en este punto el sistema de división en zonas concéntricas de T hünen se volverá considerablemente me nos importante en la toma de decisiones de producción. A quí tenemos la esencia de un sistema de lugar central según lo describió Christaller en los años treinta y según lo elaboró independientemente Lösch en los cuarenta ;4 lo hemos observado crecer de manera análoga a la pro puesta por G. W. Skinner e n tiempos recientes.5 A hora debemos ver con cuidado los elementos que integran el sistema y los postulados teóricos que le han dado esta forma. Comencemos con Christaller.6 4Walter Christaller, Central places in southern Germany, trad. C. W. Baskin, Prentice- Hall, Englewood Cliff, 1966 (se publicó orig inalmente bajo el título Die zentralenOrte in Süddeutschland, 1933); August Lösch, The economics of location, trad. W. F. Stolper , Yale Univers ity Press, New Have n, 1954 (orig inalmente se publicó bajo el título Die räumliche Ordnung der Wirtschaft, 1940). 5 G. William Skinner, “Marketing and social structure in rural China, par tll”, Journal o f As ian Studies, núm. 24, 1965, pp. 195- 228. 6 Brian J. L. Berry, Geography of market centers and retail distribution, PrenticeHall, Eng lewood Cliffs, 1967; Lawrence W. Crissman, “Town and country: Ce ntral- pla ce theory and chinese marke ting systems”, tesis doctoral, Cor nell University , 1973; B. ]. Garner, “Models of urban geography and settlement location”, en R. Chorley y Peter Haggett (comps.), op. ciL, pp. 303-360; Hagget t, op. ciu\ John U. Marshall, The location of service towns: A n approach to the analysis o f central place systems, University of Toronto Press, Toronto, 1969; Carol A. Smith, “Economics of marketing systems: models from economic geography”, Annual Review of Anthropology, núm. 3, 1974, pp. 167- 201.
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Figura 2. Tres etapas de evolución de un sistema de lugar central
L a TEORÍA CLÁSICA DE LUGARES CENTRALES
Com o T hünen, cuyo trabajo conocía, Christaller supuso que las regu laridades espaciales pueden percibirse sólo si se ignora la variabilidad idiosincrásica del área; así, supuso una región isotrópica, esto es, inva riable. Hizo otra suposición, igualmente irreal, para desarrollar el mo delo: que la pobla ción es homogéne a se gún sus ingresos y sus gustos, y que está igualmente diseminada; esto último requiere que los recursos utilizados por la población no estén localizados. (Casi el único recurso que cumple con este requisito son las granjas.) Entonce s Christa ller consideró a esta población como consumidora de ciertos productos al menudeo, cuyos proveedores no dependen de fuentes diferenciadas de suministro. (No tuv o en cuenta a las empresas que compran a los granjeros ni a las empresas que suministran al comercio al menudeo; y pues to que sus empre sas de me nude o no debe n ser dep en die nte s de recursos localizados, su ejemplo predilecto fue un médico, esto es, al guien r elativamente independiente de las fuentes particulares de sumi nistro.) El problema para el que buscaba una solución era la ubicación óptima de estos proveedores -empresas que v enden al menudeo- , da das las siguientes restricciones; en sus propias palabras: Entonces seguí el procedimiento exactamente opuesto al de T hü nen; él admitió que la ciudad central ya estaba equipada y se pre guntó cómo se utilizaba la tierra agrícola de los alrededores, míen-
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n a.*»que yo admití que <*l rtrea habita da ya había sido e quipada y en m<* |>i< dónde debía situarse la ciudad, o, más correo tulliente, dónde debían situarse las ciudades.7
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( >hi íhtaller ata có el problema considera ndo qué tanto negocio po día hacei una empresa de venta al menudeo con consumidores disl a m e s , dado el radio de acción del producto o servicio proporcionado. I )efinió ('I radio de acción de un producto co mo el área circular más allá tic la cual los compradores no desearán viajar para adquirir el produelo, dados necesidad (elasticidad de la demanda), precio, costo del tiansporte (que se añade al precio) y frecuencia de uso. Por ejemplo, la demanda de servicios médicos no es elástica; de aquí que los consumidoíes vayan lejos para conseguir los servicios médicos; pero aparte de la necesidad, los consumidores deben tener dinero para ir al médico, así la demanda se ve afectada por el costo, y el costo será igual al pre cio del médico más el costo del transporte. Por lo tanto (como en el modelo de Thüne n), a una cierta distancia del médico, los medios del consumidor son simplemente insuficientes para cubrir el costo y en tonces no solicita el servicio. Ese punto define el radio de acción del consumidor para un médico. [...] Christaller también tomó en consideración cuánto necesita hacer el proveedor para mantenerse en el negocio - su umbral económico. Este umbral se definió como el área circular que contiene el número suficiente de consumidores de un producto para satisfacer los reque rimientos del proveedor, con el fin de que éste subsista en el negocio. Los médicos, por ejemplo, pueden esperar que los consumidores ven gan desde muy lejos; pero como los consumidores necesitan médicos con poca frecuencia, cada médico debe abarcar la clientela de un área grande para hacer suficiente negocio y poder alcanzar su umbral, o los requerimientos mínimos de ingreso. El tamaño del área estará determi nado por el precio del médico, la densidad de población y la demanda local de sus servicios. (De estos principios se sigue que para cada e m presa al menudeo viable, la distancia que define su umbral debe ser menor o igual que la distancia que define el radio de acción de la mer cancía de la empresa.) 7 Waltcr Christaller, “How I discovered the theory of central places”, en R W. Engllsh y R. C. Mayfteld (comps.), Man, space, and env ironmeni, Oxford University Press, Londres, 1972, pp. 601- 610.
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A par tir de estos dos prin cipio s, se pued e mode lar la int er ac ción entre el consumidor y el proveedor; esto es, dados la densidad, las ne cesidades e ingresos del consumidor (lo que suma la demanda), y da dos los precios y los requerimientos de ingreso del proveedor (lo que suma su capacidad de apr ovisionamiento), más el conocimient o de los costos de transporte, se podría predecir cuántos médicos puede sopor tar un área dada, la distancia física real desde la que el consumidor vendrá a consultar al médico y el área física real que satisfaría el um bral económico del médico. De lo ante rior se podría est imar el espaciamie nto apropiado - el más económico—de los médicos en la región. Si hace tal predicción ya sería toda una hazaña, Christaller fue aún más ambicioso, quería explicar la distribución de todos los negocios al menudeo en una región dada, desde las tiendas de abarrotes hasta los médicos y librerías de libros raros. Su modelo, no obstante, atiende bá sicamente a his distintas categorías de los centros (lugares centrales) y sus distribuciones, esto es, a los esquemas espaciales de sisteims de lu gar central. <¡ j Los sistemas de lugar central pueden construirse de abajo a arriba o de arriba a abajo; Christaller lo hizo de arriba a abajo. Comenzó con proveedores de un producto de alta calidad (uno cuya demanda es tan baja o tan poco frecuente que requiere de muchos consumidores), suponiendo que en una región intentarán ubicarse tantos como sea posible para saturar la demanda y descubrir un esquema de ubicación par adlos . Todo esto de la siguiente manera: cada proveedor tratará de ubicarse tan lejos como sea posible de los otros proveedores a fin de controlar tantos consumidores como sea posible; por lo tanto cada pro vee dor comienza con un área circular de deman da. Pero cuan do los proveedores saturan una región hasta sus umbrales mínimos absolu tos, los círculos se traslapan. El acomodo en círculos (a partir de la competencia) y la elección, hecha por el consumidor, del proveedor más cercano con el precio más bajo (racionalidad del consumidor), dividirá en dos las áreas de traslape, llevando en última instancia a la formación de áreas de mercado hexagonales para cada proveedor, así como a alcanzar el precio mínimo del proveedor. Ambos, umbral económico del proveedor y radio de acción del consumidor, se mini mizarán. [...] Christaller tomó entonces proveedores de un producto de calidad más baja (uno cuya demanda es más frecuente) e intentó colocarlos en la misma región. Supuso que estos proveedores también estarían en competencia y que escogerían ubicaciones en función de una mayor
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ventaja. Tal esquema se daría de la siguiente manera: primero se ubi carían en los centros que proveen productos de calidad más alta (cen tros de primera categoría), para captar al comprador que fue atraído en primera instancia por los productos de mejor calidad; pero como la demanda de productos de este segundo grupo fue suficiente para darles a sus proveedores un umbral inferior al de los proveedores del primer grupo, el siguiente paso para los proveedores del segundo grupo será ubicarse en los intersticios dejados entre los proveedores de pro ductos de alta calidad, con lo cual satisfacen la mayor cantidad de demanda posible con la menor competencia posible. Esto proporcio nará centros de segunda categoría entre los centros de primera. El pro ceso será el mismo para los proveedores de mercancías de tercera o de calidad más baja, que producirán centros de menor categoría entre los centros de primera y de segunda y los de tercera, etcétera. Las consecuencias de este proceso especial de ubicación son las siguientes: los centros de categor ía alta se volver án más grandes y es paciados que los centros de categoría más baja, todos los centros de mayor categoría proporcionarán mercancías de alta y baja calidad, y los centros de poca categoría proporcionarán tan sólo mercancía de baja calidad y se insertarán en las áreas comerciales de los centros de categoría alta. Lo que da como resultado un esquema como el que se muestr a en la figura 2c. [...] Lösch, quien trabajó de abajo a arriba para construir una jerarquía del lugar central, intentó una solución que no fue de mucho provecho. Esta jerarquía ubica a cada proveedor de alta calidad precisamente en función de su umbral, re lativo éste a los centros que proporciona n mer cancía de calidad más baja. Pero el esquema resultante per mite a los proveedores de alta calidad existir en centros sin proveedores de baja calidad - distribuidores de automóviles sin tiendas de abarrotes- , lo que no parece suceder con frecuencia. A quellos que han inten tado clasificar los artículos que se encuentran en un sistema de lugares cen trales, [...] han halla do siempre una escala de Gutt ma n casi perfecta para dichos artículos, y que los centros más grandes proporcionan casi todas las mercancías, tanto de alta como de baja calidad que hay en el sistema. [...] Lo que sugiere que el mundo real está lejos de ser compe titivo, incluso cuando está organizado de manera “eficiente”; también sugiere que el mundo real es más christalleriano que löschiano. No obstante, con la noción de umbral y radio de acción, tanto Christaller como Lösch fueron capaces de desarrollar modelos para los
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sistemas de lugar centra l que, en ciertos aspectos, descr iben las restric ciones básicas que molde an los sistemas del mundo real. Hay una serie de problemas graves con alg unas de sus hipótesis, pero antes de poner los a consideración veamos otra situación que requiere la aplicación de los elementos teóricos de umbral y radio de acción.
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e n t r o s c í c l i c o s y c o m e r c i a n t e s a m b u l a n t e s
Una característica notable de los esquemas clásicos de lugar central es que parecen encontrarse más a menudo en sociedades agrarias, donde los centros son cíclicos o periódicos y los comerciantes móviles o am bulantes. Esto no es sorprendente, las sociedades agrarias tie nden a tener: poblaciones dispersas que utilizan recursos que no están loca lizados (terreno de cultivo); mercados cíclicos, que por razones pu ramente económicas son más fácilmente establecidos y movidos que los pueblos permanentes; y, más importante aún, comerciantes ambu lantes de tiempo completo que utilizan la temporada lo mismo que la distancia para satisfacer la demanda, y que pueden ubicarse, más di rectamente con respecto a sus umbrales, en centros que ya tienen otros proveedores, de lo que podrían hacerlo los comerciantes permanentes. La fuerza de la demanda (la cual determina el umbral de la empresa comercial) regula la frecuencia de las visitas de los comerciantes, en vez de imponerles una ubicación fija. La relación entre radio de acción de una mercancía y el umbral de un proveedor; que conduciría a la movilidad del comerciante (y a la periodicidad del mercado) fue explorada primero por Stine.8 Su tesis básica es que los comerciantes ambulantes pueden agrandar el área física que abarca sus umbrales moviéndose de un lado a otro. [...] Stine propuso que los proveedores son típicamente ambulante s cuando el radio de acción de un producto (distancia que viajarán los consumidores para adquirirlo) es menor que la del umbral de los pro veedores (distancia que abarca la suficiente demanda para que per manezcan en el negocio), lo que se esperaría que ocurriera en áreas que no están comercializadas. Con la comercialización, la demanda aumentará, aumentando el radio de acción del consumidor y, por lo 8James H. Stine, “T emporal aspeas or tertiary production elementa in Korca", en F. R. Pitts (comp.), Urban systetn and economic deveblnnrnt, University of Oregon Picm, Eugene, 1962, PP. 68 88.
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tanto, permitiendo al comerciante volverse sedentario. En este mo mento comienzan a existir los centros permanentes.9 [...] Bromlcy considera la otra cara de la teoría de Stine, mercado y periodicidad, y se pregunta: /por qué algunos lugares son periódicos y otros no? ¿C uál es la relación entre per iodicidad de mercado y centralidad de mercado? ¿Qué condiciona el ritmo de la periodicidad en sistemas específicos? ¿Cómo se relaciona la periodicidad del mer cado con la movilidad del comerciante? También toca otro asunto de in terés general, ¿qué se puede esperar, en función de la elaboración de un calendario en un esquema christalleriano de lugares centrales en forma de nido, si estos lugares centrales tambié n son periódicos?10 La primera solución a estos problemas la dio Skinner basándose en cier tos hallazgos empíricos hechos en Chi na .11 El ritmo de la periodicidad parecía estar gobernado por la densidad de la demanda como medida de la densidad de población. Los centros más pequeños eran cíclicos, mientras que los más grandes eran permanentes y, conforme los mer cados crecían en tamaño, simplemente aumentaba n el número de días en su calendario. Finalmente, en los sistemas de lugares centrales que eran cíclicos, el calendario se arreglaba de modo que los centros más pequeños nunca coincidían los días que entraban en conflicto con los días principales de los centros más importantes, a fin de que los comer ciantes pudieran moverse con facilidad entre los diferentes niveles de mercado. Por otra parte, dado un número limita do de posibles veces de coincidencia, los centros más pequeños entraban en conflicto unos con otros. Skinner señaló que esto no creaba inconvenientes porque la gente que frecuentaba los centros pequeños (campesinos chinos) no visitaba todos los mercados del área sino que satisfacía sus nece sidades básicas en uno solo, su “centro nor mal de merca do”. En las ocasiones en que necesitaba mercancías que no se hallaban en la loca lidad, el campesino visitaba un centro de nivel superior, ubicado (para los comerciantes) en un calendario diferente. Esto t ambién facilitaba el esquema dual de mercado de la clase acomodada local, que visitaba todos los centros con regularidad, tanto los de alto como los de bajo nivel.
Después de que Skinner propuso esta solución, algunos geógtafon que trabajaban en otras partes del mundo e ncontraron que no siempre funciona. [...] Skinner había proporcionado la solución racional, pero algunos sistemas de lugar centra l parecían no ser tan racionales. En especial hay un grupo grande de casos en los cuales la periodicidad es “fija” (todos o casi todos los centros de mercado concurren una vez a la se mana, independientemente del tamaño); la elaboración de un calen dario entre los diferentes centros de un sistema apenas existe (todos los centros de mercado se reúnen el mismo día), y, en consecuen cia, los comerciantes deben serlo de medio tiempo en vez de ser ambu lantes. Bromley describe un caso así [...] en el altiplano de Ecuador.12 A llí , la mayoría de los centros son periódicos; incluso centros urbanos más grandes, con poblaciones de cientos de miles, tienen mercados cíclicos y una variación semanal para ir a las tiendas; más notable aún, la mayoría de los centros se reúnen el mismo día, el domingo. Bromley muestra que la art iculación del mercado ha mejorado recientemente, debido en gran medida a los cambios en los calendarios de los cen tros de mercado más grandes - aunque todav ía está lejos de la clase de articulación de calendario que Skinner e ncontró para China- , y propone algunas hipótesis para explicar lo mismo el avance que la si tuación generalmente pobre de la articulación. [...) Appleby describe un caso similar, enfocado a una cadena completa de sucesos que con dujeron a una mejor articulación del mercado en Puno, Perú, después de la segunda guerra mundial, casi al mismo tiempo que ocurrieron los grandes cambios en el altiplano de Ecuador.13 Un rasgo intere sante de estos sistemas poco articulados - cuando se clasifican s egún su calendar io- es que su deficiente art iculación parece haber sido deliberadamente originada por el sistema colonial español en muchas partes del nuev o mund o.14 ¿Por qué un gobierno desearía un sistema de mercado poco articulado? Una posibilidad, su gerida pero no suficientemente aprovechada ni por Bromley ni por A ppleb y, es que lo h ici er on par a ma ne ja r el c ome rc io de m od o que sólo se diera e n sus términos, esto es, sus términos político- administrativ os.
9 1b¡¿, p. 70. 10R. J. Bromley, Periodic markets, daily markets and fairs : a bibliography, Monash Publications in Geography, núm. 10, Monash University, Melboume , 1974, en Carol Smith (comp.), Regional analysis, Academic Press, Nueva York, 1976,11 vols. cap. III. 11 G. Will iam Skinner, “Mark eting and social stxucture in rural China, part i”, Journal of Asian Studies, núm. 24, 1964, pp. 3-43.
12Bromley, op. cit 13 Carol Smith (comp.), op. cit, cap. 5. 14 R. D. F. Bromley y R J. Bromley, “The debate on sunday markets in nineteenth century Ecuador”, Journal of Latm American Studies, nüm. 7, 1975, pp. 85-108; David Kaplan, “The mexican marketplace: then and now”, Pr oceedings of the Amer ican Ethnological Society, University of Washington Press, Seattle, 1965, pp. 80-94.
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Un comercio variado fue el sostén del imperio colonial español, y mu cho de éste lo ponían en práctica directamente los administradores coloniales; incluso después de haber obtenido la independencia de España, esta here ncia se había establecido en muchos lugares y por me dio de ella se manejaba el comercio y los mercados que proporcionaban ingresos a una inmensa clase burocrática. Hay muchas maneras en las cuales el comercio y los mercados pueden gobernarse, pero una de las más efectivas sería el manejo de la periodicidad. Cua ndo todos los cen tros de mercado coinciden el mismo día, los campesinos que proveen de comida a los centros tam bién asisten a ellos -a unque su capacidad de buscar otros mercados con mejores precios está restringida-; pero una clase de comerciantes indígenas que decida entre las mercancías de dos centros, de modo que rompa los monopolios del precio en el pueblo, no podría desarrollarse cuando el comercio sólo es posible un día de cada siete. Parece una posibilidad más prometedora, por ende, que el tipo de calendario con poca articulación descrito por Bromley y A pple by sea pro duct o de un sis tema de lug ar cen tr al idea do para propósitos no comerciales, o sea, ideado para manejar el comercio en vez de facilitarlo. [...]
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i p o s d e j e r a r q u í a s d e l u g a r c e n t r a l
Existe un cierto número de modos en los cuales la ordenación jerárquico- espacial de los lugares centrales puede realizarse (además del es quema mostrado en la figura 2c); estos modos son compatibles con los principios esbozados antes, y cada uno tiene consecuencias económi cas que lo distinguen. La figura 3 muestra sólo algunas de ellas; las cinco áreas de mercado hexagonales más chicas en una región econó mica, en este caso superpuestas a una red hexa gonal básica con K = 3. Los valores de K indican el esquema específico en forma de nido, y se refieren al tam año del terrorio de los hinterlands de los centros de nivel inferior que están encapsulados por el hinterland del centro del ni vel inme diato superior. El sistema que arroja más niveles que cualquier otro en la jerarquía, por numero de centros, es K = 3; cada centro de nivel superior abarca hinterlands sólo de centros inferiores hasta en tres niveles: su propio hinterland de nivel inferior (recuérdese al proveedor de bienes de baja calidad ubicado en los centros de nivel alto) y una porción correspondiente a un tercio de los hinterlands de los seis cen
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tros de nivel inferior que lo rodean [1 -f (1 /3x 6) = 3]. Si K = 4, se toma su propio hinterland de nivel inferior y la mitad de los hinterlands de los seis centros de nivel inferior que lo rodean [1 + (1/2x 6) = 4 ] . Los otros valores de K se cal culan de mod o similar. [...]
Figura 3. Arreglos en forma de nido de los sistemas K.
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I Igura
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Los tres arreglos clásicos de lugar central desarrollados por Christaller
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L / \ Ä *\ • t /'i s v iv / ■ ( .A - .y \ r j
K = 3
K = 7
Christaller desarrolló tres de estos modelos (K = 3, K = 4, K = 7) y des cr ibió sus car act er ísti cas ec onóm ica s. Lös ch ela bor ó, si g uien do el modelo unas veces, describiendo otras, sistemas K más grandes, y Criss man15 calculó sistemas K mayores que 84. [...] ¿Cuáles son algunas de las diferencias en estos esquemas, los cua les Christaller denominó el ámbito de mercado (K = 3), el ámbito de transporte (K = 4) y el ámbito administrativo (K = 7)? El ámbito de mercado max imiza la eficiencia del viaje del consumidor y la com petencia del lugar central al ubicar cada centro de nivel inferior entre tres centros de nivel superior. Este patrón parece darse principalmente cuando una porción significativa de la población consumidora está dis persa en asentamientos rurales, y cuando el transporte es costoso y pr i mitivo. El ámbito o distribución del tráfico o transporte de los lugares centrales, ubica a cada centro de nivel inferior entre dos centros de ni vel superior, minimizando por lo tanto el número de rutas de conex ión entre los centros. Esta distribución parece ser la más ventajosa cuando una porción significativa de la población consumidora está ubicada en los lugares centrales y cuando los productos vendidos provienen de centros industriales o de granjas especializadas - en vez de venir de áreas rurales dispersas- y se mueve n a lo largo de los caminos esta151.. W. Crissman, MTown and country: central- place teory and chínese mark eting iyit «mi, tesis, Convelí University; en Car ol Smith (comp.),o£x cit, cap. 6.
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blccidos que conect an los centros más grandes. (Sk inner sugir ió que se esperaría encontra rla en regiones montañosas, donde la constr ucción de caminos es especialmente costosa, porque minimiza el número de caminos que unen a los centros.) La organización administrativa, en contraste, no tiene centros ubicados en las fronteras del hinterland; los territorios se subdividen separadamente, con todos los centros de nivel inferior orientándose hacia uno y sólo un centro de nivel superior. Por consiguiente, abandona el principio de competencia entrelazada, en la cual los centros de nivel más bajo, son suministrados por dos o más centros de nivel superior que están en competencia - aunque la com petencia entre los centros de alto nivel se conserva y abastece su red de distribución normal (con hinterlatids de forma hex agonal)- , y crea compartimientos indivisos pero jerárquicamente organizados. Puesto que las lealtades están divididas, por lps centros o por los ciudadanos, este principio sería un ana tema para cualquier administrador, pero r e sulta admirablemente adecuado para dividir en áreas administrativas. Una breve caracterización normativa de las tres distribuciones contras tante s sería la siguiente: El esquema de mercado es el más efi ciente para los consumidores y para la distribución de bienes produci dos ruralmente. El esquema de transporte es el más eficiente para los distribuidores urbanos y para la distribución de productos urbanos, es pecialmente los de peso y valor elevado. Y, el esquema administrativo es el más eficiente para burócratas c on base urbana o monopolizadores que intentan manejar una región; no es adecuado, desde el punto de vista del consumidor, para la distribución de mercancías de precios módicos. C omo Sk inner ha señalado, una organización administrativa de regiones que sea eficiente, es incompatible con una organización económica eficiente de las mismas regiones.16 Si ambas org anizacio nes son efectivas, los centros económicos mayores no serán siempre los centros políticos más importantes, y viceversa. Los tres sistemas no son mutuamente excluyentes, porque en una región grande pueden combinar varios de sus principios de organi zación. La figura 5 muestra un diseño mixto del oeste de Guatemala que combina los tres. En el nivel más bajo, los mercados de campesi nos ( RBC: Rural B oundary Centers) están orientados hacia los centros urbanos ( LMT: Limit Ma rke t Towns) por el apropiadamente suficiente princ ipio de mercado. Los centros urbanos, por otra parte, están orien16 Skinner, “Marketing and social..., partí” o/x cit.; y Carol Smith (comp.), Regbnal Analysis, N. Y., 1976,11 vols., cap. X, en C. A . Smi th ( comp.), op. cit.
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tados unos a otros por el principio de tráfico o transporte, éste también es apropiado porque los centros urbanos tienen grandes poblaciones y con frecuencia se envían productos unos a otros a lo largo de las au topistas principales. F inalmen te, los centros urbanos más grandes -de los cuales sólo hay siete- es tán orga nizados por el principio a dminis trativo, siendo cada uno de ellos la capital política de los territorios que abarcan la región completa. [...] Como ex plico en otro trabajo, la congruencia de los mayores centros comerciales con los centros a d ministrativos más importantes en el oeste de Guatemala, lleva a una ineficacia en ciertos aspectos del comercio, pero se ajusta muy bien a los requerimientos de “comercio administrado”.17 Precisamente esta clase de organización es la que se esperaría encontrar en ciertas eco nomías duplicadas, donde el comercio de alto nive l está administrado por una elite pero el mercado campesino es competitivo. [...] Figura 5. Una representación abstracta de un caso empírico con tres esquemas de lugar central entrelazados. Basada en los datos obtenidos en el oeste de Guate mala Límites de un mercado (RBC y LMT)
Fronteras nacionales Límite del sistema de pueblos
Límites de un pueblo (LMT)
Límite del sistema de mercado
Límites administrativos
Sistema K = 3 Sistema K = 4 HHfH Sistema K = 7
---
Ar terias principales de transporte
p Pueblo (LMT)
Mercado
Fuente: C. A. Smith, “Examining stratification systems through peasants marke ting arrange ments”, Man, ntim. 10, 1975, pp. 95-1 22. 17 Carol A. Smith, “Examining stratification system through peasant marketing arrangements”, Man, ntim. 10, 1975, pp. 95-122.
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Carol A Smith M o d if i c a c i o n e s m o d e r n a s a l a TEORÍA DEL LUGAR CENTRAL
La teoría del lugar central hace una serie de hipótesis poco prácticas con el fin de plantear algunas relaciones generales. Debido a estas hipótesis, los sistemas del mundo real nunca son lo que los modelos predicen para los sistemas ideales. La mayoría de los economistas en tiende la diferencia entre modelos ideales y sistemas reales, y nunca abandonaría una teoría tan sólo porque algunas de sus hipótesis rara vez se encuentran en la realidad; si no, hace tiempo que habrían tirado a la basura todos los modelos de mercado que suponen la competencia perfecta. Pero un cierto número de geógrafos18 comen zó a poner en duda la utilidad de una teoría que no puede predecir, en especial una que usa hipótesis insostenibles. Entre las hipótesis que los preocupan están: una región isotópica, competencia perfecta entre proveedores, poder del umbral de ubicación del proveedor; proveedores individua les de cada producto en cada centro, y viajes de los consumidores con propósito único. 19 Las primeras dos hipótesis son obviame nte “irre a les” ya que desechan la variabilidad que interfiere con la construcción básica de la teoría. Las otras son hipótesis simplificadoras similares, pero que llevan a una dificultad teórica mayor. [...] ¿Pero qué sucede si todos los casos empíricos muestran distorsio nes con respecto a los esquemas ideales porque las condiciones hipotéticas nunca coincide n totalmen te con el mundo real? (...) Crissman señala la diferencia entre todos los modelos y la realidad, po niendo énfasis en la importancia de las hipótesis simplificadoras (tales como una región isotrópica) para la construcción de una teoría. Hace notar que la teoría del lugar ce ntral no está ideada para predecir la ubi cación sino para explicar relaciones espaciales. Cualquier modelo que pueda predecir la ubicación en un caso particular sería tan específico que resultaría inútil como compar ación. Muchos buenos modelos, como el de probabilidad de la ley de los gases, no pueden predecir el movimiento (o la ubicación) de los elementos particulares (molécti las de gas), pero pueden proporcionar un marco de comprensión del fenómeno general. Crissman arg umenta que la teoría del lugar central 18Por ejemplo, Walter Isard, Introduction lo rcg ioml Science, Premier 1lull, Ingle wood Cliffs, 1975; M. J. Webber, “Empirical verif iability ofclassical central pliu r tlu** • •y", Geographical Analysis, núm. 3, 19 71, pp- 15- 28. 19Webber, opi ciL
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proporciona modelo» así, y relaciona sus ideas con un caso particular rn Taiwán, en el que se mueve entre un modelo “ideal” de la región y un mapa “real” de la misma. El sistema ideal que Crissman construye a pai tii de la lógica de la teoría del lugar central, no es con exa ctitud lo que él encuentra empíricamente, pero proporciona un sistema lógico mediante el cual puede explicar lo que encuentra empíricamente. Esto es precisamente para lo que están hechos los modelos. En mi trabajo sostengo que la hipótesis más irreal de la teoría del lugar centra l es la hipótesis de la competencia perfecta. Pero tal hipótesis, común a varios modelos económicos, no invalida la teoría; al contrario, una teoría de mercados perfectos permite detectar y me dir los mercados imperfectos, y una teoría de un sistema ideal de lu gar central, basada en un mercado perfecto, permite detectar y medir condiciones anormales de mercado. Sobre estas bases, intenté descu brir de modo sistemático, qué efectos tienen las condiciones anormales de mercado sobre un sistema ideal de lugar central, e x aminan do si la estructura de un sistema está directamente relacionada o no con su funcionamiento. Con los datos del oeste de Guatemala construí un modelo y comparé las tres condiciones “anormales” de mercado con los doce subsistemas de la región; dos tercios de los subsistemas mues tran varios síntomas de anormalidad, predichos tanto por su estruc tura como por su funcionamient o; y un tercio son “normales ”. Más aún, se encuentra que las distintas estructuras normales y anorma les predicen ciertas consecuencias para las economías del subsistema. V ane e y J oh ns on 20 ta mbi én des ar rol lar on model os de sis temas irr eg u lares de lugar central, alterando deliberadamente las hipótesis clásicas de Christa ller y Lösch, las cuales [...] algunos autores (como Kelley, A ppleb y, S mi th y Sc hw imme r) ha n en co ntr ado útiles . Pero ant es de dedicarnos a los esquemas irregulares, que producen las condiciones “anormales” de mercado, veamos un esquema irregular producido por un proceso normal: el crecimiento.
20 J ames E. V ance, The merchant’s world, Prentice- Hall, Englewood Cliffs, 1970; E. A . J. J ohnson, The organization of space in developing countries, Harvard University Press, Cambridge, 1970.
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61 Es q u e m a s u r b a n o s de l u g a r c en t r a l
Empíricamente, se consideran normales dos clasificaciones generales de categorías de lugar central; ninguna de las dos está conforme con los esquemas ideales predichos por la teoría del lugar central. Una cla sificación se llama ordenación por categoría y tamaño o distribución normal logarítmica de lugares centrales; en ella, el producto de la ca tegoría de cada centro (tomando juntos a todos los centros de una región o nación sin tener en cuenta la ubicación) permanece cons tante. (Como se señaló antes, la teoría del lugar centra l de Chris taller postula una progresión escalonada de los centros conexos en los es quemas generados por cualquier valor de K, en vez de la progresión lineal continua encontrada en la distribución normal logarítmica). El otro esquema, aunque “irregular”, es llamado esquema de primacía o de ciudad principal; en éste, el centro primario o de primera categoría, o varios de los centros principales son considerablemente más grandes que lo que predice la regla de categoría y t ama ño.21 Las dos dudas que surgen de estos dos esquemas “irregulares” son: ¿dónde y cuándo oc u rren/, ¿qué re lación, si la hay, tiene n con los esquemas de lugar central “normales”? L a r e g l a d e c a t e g o r í a y t a m a ñ o
En una revisión completa de la distribución mundial de la suma de es quemas de lugar central, Berry observó que la distribución por tamaño y cat eg or ía ocur re nor ma lme nt e en ec ono mías madur as , de gr an es cala, muy urbanizadas, estratificadas y complejas22 (Estados Unidos, India, China y Alemania Oc cidental son ejemplos). En una publi cación posterior, Berry trata de especificar las condiciones que dan lugar a que surja la distribución por tamaño y categoría de los cen tros urbanos.23 Indica un meca nismo de difusión del cre cimiento eco21 Brian J. L. Berry y Frank Horton, Geographic perspectives on urban systems, Prentice- Hall, Englewood Cliffs, 1970. 22 Brian J. L. Berry, “City size distribution and economic development”, Economic Development and Cultural Change, núm. 9, 1961, pp. 573-588. Brian J. L. Berry, “City size and economic development: Conceptual s ynthe sis and policy problems with special reference to South and Southeast Asia”, en L. Jackobs on y V Prakash (comps.), Urbanization and national development, Sage Publica tions, Beverly Hills, 1971, pp. 111-155.
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nómico, en el que los impulsos del cambio económico se transmiten simultáneamente a lo largo de tres planos: “a) hacia afuera, del co razón de la metrópoli a los hinterlands regionales; b) de los centros de más categoría a los centros de más baja categoría en la jerarquía, en un esquema de ‘difusión jerárquica*; y c) hacia afuera, de los centros urbanos hacia las áreas urbanizadas de sus alrededores”.24 Cua ndo el crecimiento siga este patrón, satisfará la “ley del efecto armónico” en la cual el crecimiento de las ciudades es proporcional a su tamaño. Se presume que el crecimiento se origina en los centros mayores del sis tema, los lugares céntricos para todo desarrollo económico, y luego se derra ma igualme nte en todas direcciones. El mecanismo para derra marse es una oper ación del mercado urbano de mano de obra. Los centros más grandes pagarán salarios más altos, forzando a algunas in dustrias a salir en busca de áreas con salarios más bajos. A la larga, la industria se moverá de los centros más grandes a los más pequeños, y los efectos multiplicadores de los movimientos de la industria forzarán al proceso a seguir continuament e. No obstante, para obtener este efecto son necesarias dos cosas: una tasa sostenida de cre cimiento en un periodo relativamente largo y competencia entre las empresas por agentes comerciales, mano de obra y mercados. ¿Cuál es la relación entre la distribución por categoría y tamaño y la je ra rqu ía “no r ma l” de lug ar cent ra l? En un impo rt an te tr abaj o teórico sobre este problema, Berry y Garrison mostraron cómo la regu laridad en la categoría y el tamaño de las poblaciones urbanas podría ser consecuente con el aumento gradual de las funciones del lugar central, predicho por la teoría del lugar central.25 Estos autores for mularon hipótesis en las que la densidad de población y la demanda podrían variar a través de una amplia región, de modo que los centros de categoría similar en diferentes subsistemas variaban en población y en alg unas func ione s urba nas , au nque tuv ier an posi cione s simila re s en el sistema regional de intercambio. Más tarde, la hipótesis de que la regla de categoría y tamaño pueda obtenerse en un ámbito amplio del sistema, al mismo tiempo que los sistemas locales más pequeños muestran un aumento escalonado, fue empíricamente confirmada.26 HlbuL, p. 116. 25 Brian J. L. Berry y William Garrison, “Recent developments of central place theory”, Regional Science As sociation, Papers and Proceedings, núm. 9, 1958, pp. 107- 120. 26Marshall, op. cit.¡ Carol A . Smith, “The domestic marketing system in western Guatemala: A n economic, locational, and cultural analysis”, tesis doctoral, Stanford University, 1972.
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En efecto, las perturbaciones creadas por cierto número de condicio nes que no son isotrópicas -la v ariación en densidad de población o en la demanda, irregularidades regionales, distribución diferencial de medios de transporte, y similares- , har ían que los centros se movier an e intercambiaran lugares, aun cuando pudieran resultar idénticos con respecto a las funciones del lugar central de la región. Dado que la ca tegoría y el tamaño están determinados normalmente por la población urbana (en vez de estarlo por las funciones urbanas del lugar central), y que muchos factores, aparte de las funciones de servicio de la venta al menudeo, afectan a las poblaciones urbanas en economías “maduras”, apenas resulta sorprendente que extensos sistemas de centros nacio nales queden fuera de su línea con respecto a su tipo de lugar central. Lo que sí resulta sorprendente es que caigan en una tan clara línea normal logarítmica cuando son afectados por fuerzas aleatorias.27 [...] Entonces ¿qué puede decimos la distribución normal logarítmica? Sobre la base de los sitios donde es encontr ada (países ricos, maduros, industriales ) y los supuestos efectos benéficos del cre cimiento sis tèmi co, muchos especialistas‘suponen que es evidencia de una economía rica, igualándola con sistemas sociales que están bien integrados, ma duros, responsables, homogéneos, armoniosos, etc. No obstante, hay evidencias de que enmascara completamente la variación del sistema local. E. A. J. Johnson se ñala que India, por ejemplo, tiene una dis tribución según la categoría y el tamaño de los centros de toda la nación, pero que con frecuencia exhibe el esquema de ciudad principal regionalmente.28 En mi estudio del occidente de Guatemala, discutido antes, encontré que mientras el sistema regional extenso exhibe una regularidad de categoría y tamaño, dos tercios de los sistemas locales muestran irregularidades claras. Parece que se requiere de un análisis cuidadoso del sistema local para explicar lo que significa la regularidad de categoría y tamaño en un caso específico dado.
27 G. K. Zipf, Human behavior and the princifie of lean effort, 1larvard University Press, Cambridge, 1949; Herbert A. Simon, “ Hie size» oil hings", onJ. M. T anur (comp.), Statistics: A guide to the unknown, I iolden-Day, S an Francisco, 1973, pp. 197- 202. 28 E. A. J. Johnson, op. cit.
Sistemas económicos regionales S is t e m a s d e c i u d a d p r i n c i pa l
I I cM| ii(‘in;t tic* ciudad pr incipal es fácil de interpretar ; en ciert o modo. Puede ocurrir en cualquier nivel del sistema, parece resultar de unas mantas fuerzas específicas, y es un probable indicador de la competenc i:i Imperfecta en la economía. La caracte rística esencial de los esquemas de ciudad principal es que no todas las partes de una región son igualmente atendidas, como lo son con las distribuciones escalonadas de lugares (o incluso con la mayoría de las normas logarítimicas). Los centros únicos o selectos atraen más que su sección de proveedores y consumidores, monopolizando el área tributaria y dejando un hinter laiul distante y relativamente poco atendido. En efecto, lo que se tie ne es la distr ibución de Thüne n, pero esta vez con los pequeños centros de mercado de la periferia dominados por un centro grande y único. Por consiguiente, se esperarían las consecuencias de Thünen : comer cialización e intensificación cerca del centro principal, con autosufi ciencia creciente y producción extensiva lejos del centro. No obstan te, debe recordarse que el modelo de T hünen es normativ o y no puede predecir adaptaciones en las que los factores económicos no fluyan li bremente . Por ejemplo, Kelley muestra que cuando no hay alterna- , tivas económicas viables para productores distantes de los centros de \ mercado más grandes, ellos intensificarán su producción para satisfa- \ cer el crecimiento de la población.29 En condiciones de competencia, esto conduciría al desarrollo de centros de mercado en la periferia. . Pero si las redes de transporte, el capital y la industria se concentran { en los centros principales, la producción intensificada en la periferia simplemente puede conducir a precios más bajos para el producto pe riférico. En economías de capital intensivo, muy industrializadas, la pri macía parece ser resultado de las economías de escala por aglome ración, especialmente para el sector industria l. (O, siguiendo a Frank, podría ponerse de esta manera: en un sistema capitalista maduro, sin restricciones políticas, la competencia y las economías de escala con ducen a la concentración y al monopolio, expresados en la primacía o el desarr ollo de las met rópolis .)30 [...] Las naciones más desarr olladas 29 A.C . Kelley et al., Dualis tic econornic development: tlieory and history , University of Chicago Press, Chicago, 1972; y en Carol Smith (comp.), op. ciL, cap. vil. 30Andre Gunder Frank, Ca¡Htalismand underdevelopment in Latín America, Monthly Review Press, Nueva York, 1967.
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ahora tienen una distribución normal logarítmica en todo su territo rio (a excepción de algunos países, incluyendo Japón y Gran Bretaña), pero muchas exhiben regionalmente el esquema de ciudad principal. Más aún, la aglomeración y la primacía urbanas tienden a crecer con la ulterior industria lización. La tendencia puede ser reprimida en el presente, tan sólo porque muchos de los actuales países desarrollados han evolucionado a partir de bases agrarias ampliamente articuladas, donde los esquemas clásicos de lugar c entral parecen florecer. Pero si la tendencia está ahí, tiene importantes implicaciones para la distri bución regional del ingreso y la oportunidad económica, lo mismo que para el equilibrio ecológico. Y de más inte rés par a los espe cialis tas de los es quemas cul tur a les híbridos: la primacía a escala nacional nor malment e se observa en economías inmaduras, de pequeña escala, subdesarrolladas y sim ples, donde nunca evoluciona una fuerte base agraria de desarrollo, pero donde los sistemas campesinos de mercado existen con frecuen cia. (Los ejemplos son Perú, Guatemala , Tailandia, Ceilán, Gha na, Uga nda.) El esquema de ciudad principal en sí parece tener alg o que ver con la for ma de desarrollo de estos países. Las colonias y los Estados que fueron colonias (j unto con las capitales de los imperios: Londres, Lisboa, París, Madrid) exhiben los grados más elevados de primacía.31 En estos Estados una única ciudad principal es normalmente la capital de la nación, el centro cultural y económico, el puerto principal que une al país con el resto del mundo y el foco de la identidad nacional. Los gobernantes coloniales o la elite nacional recién establecida viven normalmente en el centro principal, aislado del hinterland rural que lo apoya y que está compuesto de campesinos tradicionales. De a quí se sigue que el dualismo político y económico comúnmente toma su forma extrema en los sistemas de ciudad principal. Basándose en nu merosos estudios de sección transversal y unos cuantos de la longi tudinal, Berry sugiere que la primacía puede ser un paso natural en la evolución hacia una economía madura.32 Observ a que la primacía es muy rara en las economías menos desarrolladas, se origina en las etapas de “despegue” y desaparece después; pero el uso de datos nn cionales en vez de regionales puede ser engañoso. En primer lugar, ca 31 Carol Owen y R A . Witto n, “National división and mobilizarion: A reinterpretation o f primacy”, Econornic Development and Cultural Change, nilm. 21, 1973, pr 325-337. 32 Berry, “City size and econornic... ”, op. ciL
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Sistemas económicos regiomles
si todas las naciones que actualmente están, o casi, en la fase de des pegue, fueron colonizadas; así, la primacía puede ser simplemente un efecto colateral de la colonia sobre el desarrollo. En segundo lugar, si limitamos los países a sólo los estrictamente considerados como desa rrollados, no es claro que desaparezca la primacía; Japón e Inglaterra son casos notables en este aspecto. Por último, la primacía desaparece en la distr ibución de categoría y tama ño - que era considerada como “nor mal”- y, como menc ioné antes, esta distribución no nos dice gran cosa acerca de la organización real de los sistemas económicos en el ámbito local. Parece que Berry se anota un punto cuando argumenta que la concentración de capital y gobierno en un centro principal es el más seguro y rápido modo de “reducir la entropía” o la desorganización económica. Desde una perspectiva de organización parece que la primacía realiza un servicio importante; pero el modelo de desarrollo de Berry no da cuenta de los casos de primacía prolongada. En A mérica Latina muchos países han revelado una primacía fuerte desde la con quista; esto es, durante cerca de 450 años. Yo argumenta ría que la primacía refleja la administración política de una economía en la cual se minimizan las fuerzas competitivas, necesarias para una jerarquía re gular de lugar centr al comercial. Bajo esta luz, la primacía no es vista como preparación para un despegue económico ni como una criatura del colonialismo, sino como el producto de un tipo particular de eco nomía que no es competitiva . Esto nos ayuda a ente nder la primacía históricamente, ya que la mayoría de los Estados premodernos, colo niales o no, se caracterizaron por un grado considerable de desarrollo de la ciudad principal. En ellos la primacía no desapareció cuando la economía se “modernizó”, en el sentido de desarrollo industrial, sino cuando se salió del manejo administrativo volviéndose competitiva.33
S is t e m a s r u r a l e s d e d i s t r i b u c i ó n : A L GU NO S T IPO S IRR EG UL A RE S
A unq ue los espe cialis tas en ec ono mía alg una ve z se ñalar on que no es necesaria una base agraria nacional amplia para el desarrollo (ape gándose a la teoría del derrame), los especialistas modernos, adverti 33 En Carol Smi ih (comp.), op. cit., cap. XII.
dos de los esquemas duplicados de desarrollo en gran parte del mundo contemporáneo, toman la posición contraria.34 E. A. J. Johnson, preo cupado especialmente por los sistemas agrarios de distribución en eco nomías globalizadoras, muestra los efectos perniciosos de la inadecuada estructura rural de distribución en los sistemas de ciudad principal.35 También identificó algunas consecuencias laterales del mercado cam pesino de primacía. Son sistemas subdesarrollados de distribución campesina, donde la proporción de aldeas por ciudad de mercado son muy bajas - esto es especialmente cierto en India, que tiene una pr o porción promedio de 300 a 1-, o sistemas de distribución dendríticos (descritos antes), encontrados donde la distribución campesina se ha desarrollado, pero es muy pobre e ineficaz. Otros dos tipos de esquemas de distribución rural de mercancías parecen no acoplarse a los esquemas clásicos de lugar central de mer cados. Son conocidos como sistemas solares36 y sistemas reticulares.37 En el sistema solar, una red de mercados está organizada alrededor de un solo centro articulador, normalmente urbano, que crea una sim ple jerarquía de dos niveles. Seg ún esta descripción, el sistema solar podría ser simplemente parte de un sistema normal de lugar central; pero si cada unidad jerárquica (solar) fuera relativamente indepen diente de algunas otras unidades en la misma región a fin de facilitar “la interacción tradicional de monopolios usuales en un sistema regio nal cerr ado”,38 no serían parte de un sistema norma l de lugar centra l. El sistema reticular, por otra parte, no tiene lugares centrales; en este sistema los pequeños mercados rurales están regularmente interrelacionados mediante el comercio, pero los flujos son originalmente hori zontales, entre centros equivalentes o entre campesinos. Este tipo de sistema puede encontrarse en regiones donde la distribución está di sociada del abastecimiento urbano o puede abarcar una clase de co mercio sin importa ncia para los centros urbanos. Ambos tipos de siste mas se encuentran en economías agrarias pobres, donde la distribución 34Véase por ejemplo, Bruce F.Johns ton y Peter Kilbey, Ag í ¡cultural strategies, ruralurban interactions, an d the expambn of income op{x )rtunities, OECD Development Center. París, 1972. 35 E. A. J. Johnson, op. cit. 36Manning Nash, Primitive arul peasant econoinic systems, Chandler, S an Francisco, 1966; Eric R. Wolf, Peasants, Prentice- Hall, Englewood, 1966. 37 Paul B ohannan y Laura Bohannan, Tiveconomy, Northwestern University Press, Eva nston (111.), 1968; B. W. Hodder y U. I. Ukw u, Kíarkets in West Africa, Ibadan University Press, Ibadan, 1969. 38Wolf , o/x cit., p. 4 1.
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Sistemas económicos regionales
i lene funciones ta nto sociales como económicas; quizá por esta raz ón a menudo se consideran el resultado de preferencias o valores culturales específicos, a pesar de que hay un esquema de sección transversal en la repartición de tales sistemas.39 En las siguientes secciones intento mostrar que estos dos sistemas y los dendríticos son respuestas predeciblcs a fuerzas económicas específicas.
SlS'ITiMAS MERCANTILES DENDRÍTICOS
La descripción de E. A. J. Johnson de los sistemas de distribución den dríticos se apoya en gran medida en la descripción de la estructura de distribución haitian a que da Mintz .40 (Figura 6). [...] Las mercancías producidas por los campesinos fluyen direct amente de las áreas rurales a los centros urbanos o puertos más grandes, y en el proceso dejan a la economía nacional o campesina muy poco atendida y sin provisiones.
Figura 6. Un sistema dendritico de lugar central
O
Centro urbano de ciudad principal
O Pueblo de mercado o Mercado rural al ni ayo reo o Mercado rural al menudeo
39 M. Nash, Primitive and peasant e conomic systems, Chandler, San Francisco, 1966; E. R. Wolf, Peasants, Prentice-Hall, Englewood Cliffs, 1966; P Bohannan y L. B ohannan, Tiv economy , Northwe ster n University Press, Evanst on, 1968; B. W. Hodder y U. I. Ukwu, Markets in West Africa, Ibadan University Press, Ibadan, 1969; Skinner, “Marketing..., part I”, op. cit; Carol A. Smith, en Carol Smith (comp.), op. cit. 40 E. A. J. Johnson, op. cit.; Sidney Mintz, “A te ntative typology of eight haitian marketplaces”, Revista de Ciencias Sociales, nóm. 4, 1960, pp. 15-58.
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E. A. J. Johns on no especifica los atributos principales del sistema de distribución dendrítico desde el punto de vista de la teoría del lugar central, pero parecen ser los siguientes. Los centros de nivel bajo son tributarios de uno y sólo un centro de nivel más alto. (En la mayoría de las jerarquías de lugar central, los centros de nivel bajo se ubican, al menos, entre dos centros de nivel superior hacia los cuales se orien tan). Y los centros Se vuelven progresivamente más pequeños con la distancia al centro primario más grande. (En el sistema con K = 7, al que el sistema dendrítico se parece más, según el primer criterio, los centros glandes se espacian más que los centros pequeños, y las áreas subordinadas regulares se ajustan.) Debido a que los centros de ni vel más bajo se asientan en los intersticios de los sistemas dendríticos, como en todos los sistemas normales de lugar central, se presume que las áreas subordinadas serán circulares en vez de hexagonales. Las implicaciones económicas del arreglo espacial dendrítico de mercados deberían ser obvias. Los centros de menor categor ía son controlados por los de mayor categoría, porque en los primeros los compradores no pueden escoger entre dos o tres centros equivalentes de alto nivel; esto es, no pueden comprar al mejor precio. Por lo tanto el centro de nivel alto es capaz de unir a un precio de compra bajo para los productos locales, un precio de venta elevado para los productos especializados que proporc iona el área rural. A l mismo tie mpo, todos los centros de menor categoría están (en última instancia) en competencia para proveer al centro primario (o principal) con los pro ductos que requiere. El resultado es que los términos del comerc io para la agricultura se determinan en los centros urbanos, mientras que los centros urbanos más grandes no tienen una verdadera competen cia en sus f unciones de servicio. E l sistema es ineficaz, en e special para distribuir productos rurales a consumidores rurales, puesto que todos los productos deben primero fluir hacia un centro principal y luego distribuirse desde él. Es posible el comercio horizontal (de campesino a campesino), como documenta Mintz en Haití, pero cada área rural depende de las vicisitudes de la oferta y la dem anda de su área local, ya que el comercio con otras regiones rurales se vuelve difícil de manejar y muy cost oso. Para ter minar , el es quema den dr ític o, com o la may or ía de los esquemas de ciudad principal en general, propone para la distri bución lo que el modelo de T híinen sugiere para la producción: que los campesinos de la zona interior (cerca del centro principal) tienen ve ntaja en sus operaciones producción- distribución, mientras que los
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Sistemas económicos regionales
campesinos de las zonas exteriores (atendidos tan sólo por mercados afluentes pequeños) se encuentran en franca desventaja [...]
S is t e m a s s o l a r e s d e d i s t r i b u c i ón
Parece que estos sistemas son un lugar común. Tal como se describie ron en un principio, el eje de cada sistema es un centro urbano grande (principal) con funciones políticas y económicas; los centros urbanos están muy espaciados porque las fuerzas políticas son las únicas que generan la construcción de ciudades. Los mercados campesinos en los hinterlands de cada centro son cíclicos por lo común, y se encuentran en pueblos rurales muy chicos, o a veces en áreas por completo “ru rales”, y cada comunidad campesina de estos hinterlands se especializa en un artículo típico. Lo que distingue a esta clase de arreglo de lugar central de los otros, es que no existen ciudades o centros de mercado de tamaño intermedio en la región para articular el comercio rural entre una cierta cantidad de centros urbanos de nivel alto; esto es, cada centro urbano tiene un hinterland con un mercado relativamente autónomo. Como se mencionó antes en el contexto de periodicidad de mercado y primacía urbana, esta descripción se ajusta realmente a los sistemas de lugar central con K = 7, el arreglo “administra tivo” ideado para el manejo político- terr itorial de un área. Pero mientras el patrón con K = 7 es el que se espera para cual quier sistema de centros administrativos, no es el que se espera para un sistema de centros de mercado que deberían estar en competencia con el fin de resultar “económicos”. Si la forma de gobierno captura y def ine los ar reg los ec onóm ico s de la re gi ón, el com er cio no flu ir á li brement e seg ún el precio. Es útil la observ ación de que los sistemas solares de distribución y los esquemas de asentamiento administrativos se asemejan porque los sistemas solares de distribución parecen flore cer donde las formas de gobierno sí controlan la economía de mercado, donde al comercio deliberadamente se le impide fluir con liber tad. [...] La importancia de identificar las características políticas de los sistemas solares de distribución es que permiten interpretar en ellos el comportamie nto del mercado sin quejarse de la irracionalidad y el con servadurismo campesinos. Desde una perspectiva política, una región compuesta por sistemas solares de distribución parecería estar cubierta
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por principados feudales, [...) y aun así no estaría mucho me jor inte grada. El comercio y la producción locales serían como los de T hünen; y re g ion alm en te se podr ía en con tr ar lo que Jo nes 41 [...] lla ma el sis tema de distribución de punto de oro, en el cual el flujo de mercancía entre los diferentes sistemas, como respuesta a los precios, es errático e irnpredecible; “todos los precios en el sistema pueden influir unos en otros, pero [...] sólo después de mucha demora [la cual] debilita la eficiencia de distribución del sistema”.42 La lenta r espuesta del pre cio que se da en los sistemas de distribución de punto de oro, señala Jones, no pueden atribuirse al comportamiento e conómico tradicional de los campesinos. En Á frica occidental, Jones encontró que ta nto los comerciantes como los productores sí responden a las tendencias en el precio del mercado, siempre y cuando puedan hacerlo; pero los elevados costos d^l transporte, a la parque la ineficaz comunicación de la información acerca de los precios en tales sistemas, significa que los comerciantes y productores responden con riesgos considerables; de aquí se sigue que el conservadurismo campesino sería una respuesta racional, en caso de que sea una respuesta. Los sistemas solares no necesitan estar directamente asociados con el manejo político del mercado, pero espero que estén asocia dos con una especie de reducción de la competencia de mercado pura. En Nigeria, que posee un sistema de distribución bien desarrollado y básicamente empresarial, Jones encontró que algunos artículos eran distribuidos por medio de un sistema (solar) de dos niveles, mientras que otros artículos lo hacían por medio de una jerarquía de redistri bución (de centro o lugar central). Esto es, diferentes productos flu ye n por el misino sistema de diferentes maneras; el esquema solar des cribe la distribución de víveres producidos y almacenados en toda la región, los que por consiguiente tienen un mercado más bien urbano que rural; el esquema de redistribución describe la distribución de mer cancías producidas en áreas concentradas que tienen ambos, mercado rural y mercado urbano. (Es import ante s eñalar que no se ha demos trado que la jerarquía de redistribución de Nigeria sea una jerarquía de mercado competitivo; el flujo de la redistribución podría de hecho ser dendrítico.) Como apunta Jones, esto demuestra que a partir de 41 W il lia m O . J ones, Marketing stapie food crops in tropical A fric a, Comell University Press, Ithaca 1972; y en Carol Smith (comp.), op. ciL, cap. IX. U Ibui, pp. 321- 322.
y
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la « Huí lina de un sistema no os posible hacer predicciones acerca «I. | .1 milicia c*ii que lamente usará el sistema; los sistemas solares jn
• . producirían, por su rechazo a depender de los mercados urbanos pai a la redistribución de artículos de primera necesidad, y por su expe riencia con el monopolio urbano de los precios de otras mercancías.43 (( 'uando hacían tal cosa, había poca inclina ción por los productos que fluían entre los distintos sistemas urbanos, porque cada centro estaba suministrado por su hinterlaiid local; de aquí el sistema solar.) A un cuando no es el sistema más eficiente o un sistema que deseche a los productores ineficaces, evitaría que los monopolios urbanos influye ran en los precios de los víveres. Es interesante que Jones se ñale un monopolio urbano de distribución de uno de los productos (caupí), que se cultiva en un área concentrada y se distribuye por medio del sistema jerárquico de redistribución.44 Ta mbién es important e que los precios estén mejor articulados en un esquema monopolista de flujo de redistribución, que en un esquema competitivo de flujo solar. Que el mercado de Nigeria muestre ambos esquemas de distribución en los mismos mercados, me indica, por lo tanto, que la mayoría de los pro ductores nigerianos de víveres, son conservadores, lo que sería ver dad por una de tres razones: los esquemas tr adicionales de producción funcionaron en el pasado y los nigerianos son reacios a intentar algo nuevo; los mercados urbanos no retribuirían una división rural del tra bajo porque el sistema es muy pobre e inmaduro como para poder to lerar una especialización; o porque en las áreas rurales hay un miedo real y fundamentado a los monopolios urbanos. Jones no sigue nin guna de estas dos teorías, sino que rechaza explícitamente la primera y da cier tas ev iden cia s de que la se gun da no es v er dade ra . Sea la que sea la explicación del esquema nigeriano, sugiero que los sistemas solares de distribución se desarrollarán siempre en eco nomías “administradas”, donde la elite gubernativa o una coalición urbana de monopolios controla los aspectos de ubicación y función
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del mercado, y donde un inmenso abismo socioeconómico separa las clases urbanas de las rurales; y que esto producirá ciertos esquemas tradicionales de producción de mercado campesino.45 [,..|
SISTEMAS RETICULARES DE DISTRIBUCIÓN
Jones, Bromley, Appleby y Plattner tratan algunos aspectos de lo que he llamado sistemas solares. Desafor tunadamente ninguno ex amina los sistemas reticulares, que también son susceptibles de ser tratados con el análisis regional. Por consiguiente doy especial atención aquí a estos últimos, usando un caso descrito por Paul y Laura Bohannan. Estos autores describen los mercados reticulares de los tiv desde las perspectivas local y regional, pero en su análisis se centran en la cate goría local del sistema.46 Intentaré demostrar cómo un análisis regional ayuda a interpretar el esquema y sus aspectos económicos concomitantes.
Figura 7. Un sistema reticular: mercados tiv tal como los perciben los propios tiv
Región fronteriza del norte
Fronteras vecinas (A, D, C)
1,2,3,4,5
Días de mercado del ciclo semanal de 5 días Fnente: R y L. Bohannan, Ttv economy, p. 196, figura 24, tiv.
43S mith, “The domestic marketing...”, op. ciL 44 William O. Jones, Marketing staple food crops in tropical Africa, Comell University Press, Ithaca, 1972, p. 97.
45 En Carol Smith (comp.), op. 46P Bo hannan y L. Bohannan,
cit. cap. XII. op. ciL
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Los tiv son un grupo tribal grande de Nigeria, unido por un sistenia igualitario de parentesco en vez de un sistema político centra lizado. Loc almente los mercados tiv se orga nizan mediante una red de “anillos”; cada mercado en un anillo tiene un día especial de cada cinco y cada anillo se traslapa con otros anillos (véase la figura 7). Los mercados son más o menos equivalentes con respecto a las necesida des locales de reunión, y esto parece relacionarse con el hecho de que los tiv no están estratificados económicamente y están relativamente sin comercialización; aun cuando los tiv visitan la mayoría de los mer cados de su anillo con cierta regularidad, quizá por razones sociales. Cada mercado parece convenir a cualquier definición de lo que de bería ser un mercado: tiene una ocurre ncia regular, es un lugar donde se utiliza dinero y donde los precios se establecen por la oferta y la dema nda locales. Pero según los Boha nnan, el principio de mercado opera sólo en el sitio donde se establece el mercado y no organiza la economía tiv en sentido amplio. El mercado estaba frenado entre los tiv porque no confundían dis trib ución de mercancías con comercio, al menos en el pasado. L a distribución significa vender los productos que uno produce y com prar las provisiones. El comercio, por otra parte, significa transpor tar mercancías a una cierta distancia con la intención manifiesta de obtener ganancias, comprando en los mercados más baratos y ve ndiendo en los más caros. Los tiv son distribuidores natos, no comerciantes.47
Por lo tanto, los mercados tiv no regulan la estructuración de su producción, y sobre estas bases los Bohannan argumentan primero, que la cultura tiv es relativamente inmune al principio de mercado y, segundo, que donde se encuentren asentamientos físicos de mercados la economía regional normalmente carecerá del principio de mercado (las funciones de estipulación de precios que regulan la producción y designan los agentes de produc ción).48 Estas demandas parecen de masiado amplias; las consecuencias comerciales de la distribución, la penetración local del principio de mercado, pueden muy bien deter minarse por la organización regional sistèmica del mercado de los tiv. Sacando ventaja de Jones, supongo que las decisiones acerca de la pro ducción de los tiv no están reguladas por el mercado debido a la ma^ Ibid., p. 241. 48 R Bohannan y L. Bohannan, ofx cit., p. 219.
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ñera en que los precios se estipulan en los sistemas reticulares de distri bución, como los suyos. Esto es, basándome en los hallazgos de Jones para sistemas de distribución de dos niveles, sugiero que los mercados en los sistemas reticulares (con un nivel) no responderán a los precios más rápido de lo que la gente puede moverse a través de una varie dad azarosa de lugares durante un calendario cíclico. La información del precio, que proporcionan semanalmente, será aún más tardada y esporádica que la proporcionada en sistemas solares de distribución, haciéndola virtualmente inútil. De lo cual se sigue que los precios del mercado en sistemas reticulares no pueden articular una clara división del trabajo; los precios del mercado no af ectarán siquiera las decisiones racionales de producción de los productores de alimentos básicos. Los productores que dependen de la información de los precios tendrán un excedente o un déficit; más aún, no podrán adquirir artículos de pri mera necesidad del sistema de distribución con regularidad o certeza. Dado un sistema reticular; ¿cómo deberían responder los tiv al mercado? Primero, deberían producir para sus propias familias (para adquirir autosuficiencia básica), sin tener en cuenta los precios de mercado de los víveres, y entonces vender el excedente para comprar artículos de primera necesidad que sólo pueden obtenerse con dinero en efectivo. Si los víveres no proporcionan suficiente dinero, debería aumentar el cultivo de productos que se puedan convertir fácilmente en efectivo - seleccionados de manera que sean compatibles con la opera ción de cultivar productos alimenticios en las granjas- , también deberían aume ntar los precios en el mercado. Los tiv deberían cote jar los precio s en todos los mer cado s local es (mie ntr as soc ial iza n) para vender cuando y donde sea más razonable, pero no ir demasiado le jos por que los cost os del tr ans port e de los pro ducto s agr ícolas har ían que su venta en mercados alejados fuera difícil y riesgosa. Por último, nunca deberían enajenar tierra o mano de obra vendiéndola al me jor postor, a meno s que te ng an la cer tez a de que el mer ca do local les proporcionará lo que necesiten, cuando lo necesiten y a un pre cio razonable. Como esto es precisamente lo que hacen los tiv, según los Bohannan, se podría argumentar que es la presencia y no la misen cia del principio de mercado lo que cuenta para el comportamiento económico en la cultura tiv. Pero el principio de mercado no e hi cuestión principal; al explicar el comportamie nto, “que no < -<u» \ \
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Sistciiuis económicos regionales
básica de los Boha nna n que I»>s tiv valor an la autosuficie ncia—sin re currir a su teoría de que los tiv son extraordinariamente indiferentes a las oportunidades económii as, a causa de que los valores primordiales de su cultuia son incompatibles con el principio de mercado. lista explicación deja de lado el infructuoso asunto de si los tiv son hombres económicos o no, pero es un círculo vicioso porque no explit a | H)í qur los tiv no han desar rollado un mej or siste ma de dis tribuí ión Se podía usar el arg umento de los Boha nna n, ése de que los tiv no valoran la distribución, pero prefiero esta otra explicación: autóctonamente, los mercados tiv fueron fundados y controlados por los Jeíes tiv o los grandes hombres, quienes utilizaron la centralización y e l poder ec onóm ico de un mer cad o par a subra ya r su pro pio con tr ol local de la gente. Pero autóctona mente no había ning una clase de jefe O jeiarquía de jefes y por lo tanto ningún mecanismo mediante el cual una jerarquía estable de mercado pudiera crearse; ni había necesidad de ninguno. Los medios de producción eran abundantes en la tierra de los tiv; así, no había ninguna clase de productor que no produjera alimentos (los jefes tiv eran productores de alimentos) ni escasez de productos básicos que pudiera engendrar una división local del tra bajo. Por consiguiente, a utóctoname nte, los tiv, como la mayoría de los grupos tribales (que no están estratificados), apoyaron que no hu biera jerarquía o diversidad económicas, que podrían haber generado una jerarquía útil de mercado. [...] Esta situación ya no se da hoy, cuando los tiv deben pagar impuestos y tratar con una economía mo netaria. Pero cuando la producción tiv se volvió lo suficientemente desarrollada como para apoyar la existencia de un sistema jerárquico de distribución, el desarrollo local de una jerarquía quedaba excluido porque ya se había desarrollado una jerarquía externa. Vi st o desde fuer a en vez de hace rlo desde dent ro , los anil los del mercado tiv parecen ser los extremos periféricos sin estructura de un sistema más amplio de distribución dendrítico (véase la figura 8, ba sada en una figura del estudio de los Bo hanna n). Los nodos críti cos, indistinguibles para los tiv pero no para los extranjeros, son los puntos donde los productos de los tiv están almacenados para su dis tribución en el exterior y donde los productos nacionales se introdu cen al sistema tiv. Otros grupos tribales, los hausa y los ibo, operan en los intersticios de los sistemas nacionales de distr ibución; estos comer ciantes “extranjeros” tienen ligas con los compradores y vendedores
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Figura 8. Los mercados tiv vistos desde fuera: una estructura dendritica
O
Centros principales de mercado (fuera del territorio tiv)
O Centr o de embarque o Mercado de recolección o Mercado tributario Fuente: R y L. Bohannan, 7tv economy, p. 215, figura 25.
en las ciudades de Nigeria y son considerablemente más expertos en asuntos de mercado que los tiv. Como los buhoneros de Plattner, han salido de los centros urbanos en busca de mercados para los productos urbanos y de fuentes que los surtan de los víveres que tienen pre cios urbanos altos. Este sistema externo, no obstante, no es percibido con claridad por la mayoría de los tiv. No hay un sistema formal de funciones [entre los tiv] que tenga paralelo con los sistemas [dendríticos] de mercado. [,..] Aun que los tiv reconocen que hay buenos lugares para comprar algunas mercancías y vender otras, no perciben la existencia del sistema [ dendrítico]. Este sistema no coincide con ninguna otra orga ni zación [tiv]. Aunque sus mercados están manifiestamente institu cionalizados, el sistema de mercado no.49 En otras palabras, los tiv perciben y operan en un sistema reticu lar, a unque en el exterior se haya crea do -y ellos operen en él- un 49 R Bohannan y L. Bohannan, ofx ciL, p. 219.
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sistema dei\ drítico en los mismos lugares. Los tiv se quejan mucho de los ex tranjeros, sobre todo de los ibo - que se especializan en ex portar al mayoreo los productos tiv—por “echar a perder” el mercado; parece que los poco comercializados tiv lo hacen bastante mal con respecto al sistema de distribución más amplio, que en última instancia los co necta con las ciudades nigerianas, como se esperaría que sucediera en los confines de un sistema dendrítico. Según los Bohannan, los tiv más viejos se sienten incapaces de de tener el flujo de las cosechas principales de sus granjas (un flujo clara mente motiv ado por el principio de merca do), lo que deja a los produc tores tiv vulnerables frente a las fuerzas que no controlan. Se quejan de los mercados “echados a perder” por el dinero proveniente del ex terior; por supuesto, de lo que en realidad se quejan es de la relación económica total con el exterior, y si los viejos tiv tuvieran una per cepción más clara del problema no cambiar ía el asunto. Debido más bien a que la demanda externa y no la interna, determinó la actual organización jerárquica de mercados tiv, el sistema es poco adecuado para articular una distribución local de intercambio de mercancías. El comercio con extranjeros en los sistemas dendríticos se lleva los exce dentes locales que, de otro modo, pueden usarse para apoyar la diver sificación del mercado interno. Por consiguiente, los mercados tiv per manecen inte rname nte organizados como simples redes con propósitos de intercambio local, y en consecuencia siguen teniendo una capaci dad muy limitada para regular las decisiones de producción de las ne cesidades locales y son incapaces de mantener una división del trabajo localmente. Desde fuera, parece que la respuesta retardada de los tiv a las opor tunidades de mercado (si acaso es una respuesta retardada) se explica mejor por el lugar de la economía tiv e n la economía nacional que por la fuerza poco común de los valores tiv autóctonos. También sugiere que los sistemas reticulares de distribución serán encontrados en uno de estos dos ambientes: en economías no especializadas en las que no hay escasez de recursos básicos, o en economías no especializadas atravesadas por otra con una fuerte demanda de grandes cantidades de materias primas o alimentos básicos que requieren poco en el mo do de producción especializada. No habr á necesidad de un aparato centralizado de distribución, a menos que la escasez interna o la de manda ext erna genere una división del trabajo local. [...] y
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r i g e n y e v o l u c i ó n d e m e r c a d o s y
SISTEMAS DE LUGA R CENTRAL
La mayoría de los investigadores, por desgracia, considera importante tomar una posición en el debate acerca del origen y la universalidad del sistema de rnercado con el fin de explicar la evolución de los sistemas de distribución.50 Digo “por desgracia” porque el debate acerca de los orígenes del mercado gira en tomo a la importancia relativa de las fuerzas causales sociales, por oposición a las económicas, y una vez que los investigadores llegan a esto, tienden por consiguiente a descuidar las interrelaciones de las fuerzas económicas y sociales en la evolución del mercado. Además, los defensores de una y otra posición a menudo condujeron a puntos de vista simplistas del desarrollo sistémico; una vez que la fuerza causal pone en marcha el comercio, el sistema se las arregla por sí mismo. Los pocos investigadores interesa dos en el desarrollo del lugar central no pueden ser acusados de un olvido así, pero no tienen en cuenta otros problemas, y en su mayor parte son muy desdeñosos con respecto a las fuerzas motivadoras del desarrollo. U] Los dos puntos de vista comunes acerca de los orígenes del mer cado pueden resumirse brevemente como sigue.51 Una escuela, que llamo de A dam Smith, sostiene que el sistema de mercado es univer sa! por cuanto los productos escasos son siempre colocados por algún sistema en el cual la oferta y la demanda están equilibradas por los va lores relativos adjudicados a los productos según su escasez. Debido a que los especialistas de esta tendencia suponen una propensión básica al trueque y la permuta, no consideran que el desarrollo de los sistemas de mercado sea un problema; el intercambio de mercado se desarro llará o intensificará porque las diferencias naturales en la distribución de recursos, o alguna clase de presión sobre los recursos (normalmente del crecimiento de población), creará escaseces que obliguen a tener especialización e instituciones maduras de intercambio. Los sistemas de distribución surgen, entonces, conforme las sociedades se vuelven 50Por ejemplo, Robert McC. Adams , “Anthr opolog ical perspectives on ancient trade”, Current Anthropology, núm. 15, 1974, pp. 239- 258; Berry, Geography of..., op. cit.; Claude Meillassoux, “Introduction”, en C. Meillassoux (comp.), The development of indigenous trade and inarkets in Vfést Af rica, Oxford Universiiy Press, Londres, 1971, pp. 49-86. 51 Berry, Geography of.., o p cit.; Meillassoux, op cit.; Polanyi el ai , op. ciL
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Sis terryis económicos r egionales
inrtw gandes, ni.\h densas o más picisionadas; las condiciones iniciales de* un MlNirma non, en 1111:1 Inmensa mayoría, internas. Debido a que todas las v í onomí.i i .Imples .Imples están en proceso de conver conver tirse en alg una vn slún normal de una economía "moderna”, las variaciones en los sis(( iiias iiias es es onómli os o de distribución pueden explicarse como etapas de dcNurrollo. I a srjMin srjMinda da escu escuela ela,, asociad asociadaa con la la respu respuesta de Polan Polanyi, yi, conconsideia al comen lo de mercado fundamentalmente una actividad humana q uc “ no es 11 aturalHy que que requiere ciertas condicione s específicas de desai desai rollo: fuerzas exógenas en la economía nacion al. Se origina en un comercio a larga distancia entre grupos “extranjeros”, donde la maxlrnización económica hecha por las partes que intercambian no lasgará el tejido social. Y se espera espera que permanezca div idida en comcompartimientos en las sociedades preindustriales; se trata, pues, de una actividad circunscrita, cuidadosamente controlada, que se lleva a cabo entre extranjeros, bajo la vigilante mirada de los perros guardianes de la política. Por consiguiente, la manera en la que el mercado, y la eco nomía en general, se instituye en una sociedad, se supone que está de terminada por variables culturales o políticas en vez de económicas, y ninguna secuencia evolutiva es proyectada por el desarrollo de mer cado; aunque se supone que todas las economías desarrolladas son si milares. Las verdaderas economías de mercado, aquellas que que están penetradas del principio de mercado, se desarrollaron una sola vez: cuando la economía tomó el mando de la sociedad, durante la gran transformación social de la revolución industrial, que convirtió a los hombres y a la naturaleza (trabajo y tierra) en mercancías económicas por primera vez.52 De aquí que los sistemas sistemas de mercado sean, necesa riamente, fenómenos posindustriales. La discusión acerca del carácter natural o no del comercio de mer cado está destinada a no ser resuelta; se trata más bien de un asunto filosófico, no científico. Y una vez resuelta, ¿qué sabemos? sabemos? ¿Podemos suponer, suponer, si Ada m Sm ith está en lo correcto, correcto, que un sistema aca bado de mercado se instituirá una vez que la densidad de población alcance un nivel crítico, es decir, 60 habitantes por milla cuadrada? ¿Podemos suponer, si Polanyi está en lo correcto, que las plazas de mercado bro tarán y se instituirá una economía parcial de mercado (con ciertas ca racterísticas sistémicas) una vez que dos sistemas políticos o culturales political and econornic econornic origins of our 52 K ar l Po Polany i, The great tra nsfonna tion: the political titnc, Holt, Nueva York, 1944.
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entren en contacto? No se ha visto que ninguna de estas situaciones sea condición necesaria o suficiente suficiente para el desarrollo del mercado. En efecto, los hallazgos de mis colegas repudian ambos puntos de vista comunes del desarrollo del mercado; o, para ponerle la mejor cara, les parecen más más bien complementarios en vez de ser mutuamente excluexclu ye ntes . El int er ca mbi o sis tèmi co de mer ca do (alg o más que un ac on tecimiento o una serie de acontecimientos esporádicos) es visto como enraizado en una diferenciación económica interna que yuxtapone las comunidades “ ext ranjera s” y los estratos político- económicos, cada uno con difere ntes recursos, capacidades capacidades y presiones sobre sobre ellos. La di ferenciación de los estratos económicos proporciona el mecanismo por medio del cual la diferenciación de las comunidades económicas se vuelv e significat iva y operable. Por lo tanto, se encuentra que las re laciones normales de mercado entre proveedores y consumidores, son estimuladas por economías externas o por un sistema de organización que inicialmente tiene un carácter más político que económico; esto en apoyo de la posición de Polanyi. Pero las fuerzas internas de un sis tema complejo de intercambio se ven como capaces de economizar economizar tie rra y trabajo, esto es, de proporcionar un mecanismo total del precio, sin el menor prospecto de que la economía será pronto industrializada; y est o en apoy o de la pos ición de A da m S mi th . A de más , se en cu en tra que la condición inicial o mecanismo que obliga al intercambio de mercado es algo que ninguna de las dos posiciones tiene en cuenta: el crecimiento de las instituciones jerárquicas en la economía interna o nacional, las cuales proporcionan la demanda normal concentrada que genera la especialización rural y la capacidad local de oferta. Esto es, se encuentra que los lugares centrales desarrollan mucho antes un sistema interno de distribución; éstos son las causas en causas en vez de las con secuenc secuencias ias del desar rollo del mercado. Si la ev olución olución del mercado está directame directame nte ligada al a umento de asentamientos en forma de núcleos o a la constelación completa del desarrollo del lugar central (una idea que no es especialmente sorpren dente sino que no se ha tenido en cuenta), ¿qué es o qué explica la evo lución del lugar lugar central? Hasta ahora sólo ha funcionado un modelo complet o de ev olución del lugar centra l, el de de Skinner. 53 Pero de de los modelos lógicos de Christaller, Lösch y Vanee se pueden deducir tres teorías de desarrollo, cada una de las cuales encierra implícitamente 53 Skinner, Skinner, “Marke ting and..., part
II”, o/x
cit.
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una teoría causal. causal. Hay que recordar que Chris taller tr abajó de de arriba a abajo para construir una jerarquía del lugar central; los proveedores se mueven hacia afuera desde un centro establecido, conforme crece la demanda, para crear nuevos centros en una región que presumible mente come nzó como un estado aislado aislado de de T hünen (como se se mues mues tra en la figura 2). En primer lugar ¿cómo surge surge el mercado de lugar lugar central de Christaller, y por qué hay centros más pequeños que evolu ciona n alrededor de él/ Appleby se ñala que el modelo de de Christa ller supone (o se comprende mejor suponiendo) que una división básica de “clase” subyace subyace en el inte rcambio de merca do, siendo las clases clases la rural y l a urb ana , cad a una con dife re nte s pro ducto s que ofr ece r y dife re ntes necesidades que llenar en un mercado; con esta hipótesis, se ve que los nuevos mercados evolucionan conforme crece la clase urbana, que no es productora de alimentos, impulsando la especialización rural y el intercambio. Christaller no propuso realmente un modelo evolucio nista, por supuesto, pero enunciemos el modelo que asume el siguiente modelo de Christaller : la difere nciación de clase clase genera inter cambio de mercado; el crecimiento urbano genera mercados rurales; el primer centro es un centro urbano grande; y los centros más chicos se suman a la región que lo rodea, concéntricamente, conforme crece el sistema. Las fuerzas sociopolíticas de Polanyi crean las condiciones para el sis tema, pero la mano invisible de Adam Smit h impulsa su crecimiento. V ane e sugie re que la fuer za no rm al mot iv ado ra del des arr ollo del lugar centr al es el comercio comercio mer cantil entre sistemas locales. locales. Los co merciantes en busca de nuevos mercados y fuentes de mercancías es tablecen centros en las orillas de los sistemas locales e impulsan el desarrollo del lugar central a lo largo de una trayectoria lineal. El pri mer centro es una ciudad almacén o punto de desenlace, los siguientes lugares son puntos de unión (en áreas nuevas) o almacenes de reco lección de alimentos básicos (en áreas áreas pobladas ). Entonces, a partir de un sistema con al menos dos lugares centrales importantes conectados por centros menores de venta al mayoreo, entre ellos y alrededor de ellos evolucionará un sistema de venta al menudeo, muy a la manera postulada por Christaller. La diferencia más grande es que el estímulo inicial para comerciar se ve como externo en vez de interno, y la primera etapa muestra un esquema concéntrico, en vez de lineal, de población o desarrollo urbano. Por lo tanto, la mano invisible de A dam S mith genera el sistema, pero las variables sociopolíticas de Polanyi propor cionan el medio ambiente apropiado para que el sistema florezca.
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A dif er enc ia de Chr is ta lle r y V anee , Lös ch com en zó desde abaj o y av anz ó gr adua lme nte has ta des ar rol lar una je ra rquía del lug ar ce n tral. Los centros chicos que proporc ionan los productos básicos básicos son los primeros en establecerse en la región, y los más grandes se crean con forme la demanda se intensifica, ubicándose en los intersticios. Lösch no propuso esto como una secuencia evolutiva real, pero Skinner pro puso una muy similar, que también comienza desde abajo y va hacia arriba. Skinner el único que podría acreditarse con un modelo evolu cionista, comienza con una región que sólo apoya mercados campesi nos pequeños. pequeños. (Nunca trata de explicar la razón por la cual están ahí, ahí, en primer lugar.) El crecimiento de la población da un ímpetu comer cial a la región, requiriendo campesinos para especializarse con el fin de obtener víveres, y abasteciendo a más centros de mercado cuyos flu jos deb en ar ticula rs e. Pero en vez de sit uar los mer cados más gr ande s, que se desarrollan como lugares centrales de los más chicos, en nuevas localidades (como hizo L ösch), Sk inner los sitúa, cuando es posible, posible, en los viejos centros. centros. En una de las dos secuencias secuencias que que él encuentr a, lo anterior estimula el crecimiento de mercados pequeños en los lugares que carecieron por completo de un asentamiento; en la otra secuencia la misma situación estimula que a la larga todos los centros pequeños se vuelva n más grandes. En ambas secuencias se se trata de un proceso de rellenado gradual, de pequeños centros que surgen en la región en tre los centros ya esta blecidos. blecidos. La fisión de las categorías del mercado o del lugar central ocurre de repente, un mercado único que inicial mente proveyó a muchas aldeas de pronto se vuelve el eje de de mercados más pequeños pequeños que se desarrollan e n algunas de las aldeas, aldeas, cada uno de los cuales provee entonces a relativame nte pocas aldeas. En el mo delo de Skinner, entonces, los centros urbanos se desarrollarían sólo como resultado de la intensificación del mercado rural. Y mientras los orígenes del comercio de mercado no son considerados en detalle por Skinner, parecería que que la mano e conómica conómica invisible invisible de A dam Smith genera e impulsa el desarrollo sistèmico. Hasta hace poco, ninguna de estas teorías había sido puesta a prueba (con datos distintos a los que generaron el modelo). [...] [...] Vea mos ahora la evidencia presentada aquí; más tarde consideraremos la lógica de los argumentos. Schwimmer usa los datos de una región de Ghana recientemente poblada para probar las teorías evolucionistas de Vanee y Skinner. En cuentra que el ímpetu inicial de comerciar vino de fuera del sistema
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liK ni, ilo aquellos i ont ion externos abastecidos de las mercancías pri mal la** y i on la demanda concentrada que generó la producción y el intoii ambio Intorno do increado (en apoyo de la posición de Vanee). IV i o ta mba n ene‘nonti ene‘nonti a que* que* los primeros ce ntros que se desarr ollan on un sistema en evolución son los que fueron mercados locales de Intercambio, en voz de los almacenes o factorajes más pequeños para comercio de importación- ex portación, y que luego luego se convir tier on en sistemas jerárquicos normales con la intensificación del comercio (on apoyo de la posición de de Skinne r). En un principio los centros de intercambio inter no y exter no divergían en funciones funciones y ubicación; ubicación; pero con el desarrollo de un centro urbano local los dos sistemas de intercamblo quedaron integrados en una sola jerarquía jerarquía de lugar central. Dada una región recién poblada para propósitos comerciales, enton ces, ces, la secuencia secuencia de Schw immer comienza con un mercado exter no al que se agregan pequeños mercados locales, luego un centro urbano y finalmente termina con el establecimiento de mercados intermedios que exhiben una jerarquía normal de lugar central. A ppl eb y util iza dato s obt en idos en Pun o, Per ú, par a ex am ina r los los arg umentos evolucionistas evolucionistas de Skinner y Christaller. Christaller. Su ev idencia idencia apoya a Christaller, básicamente en que la demanda urbana jugó el pa pel crítico crítico al generar el comercio de de mercado. A partir de esto, esto, A pple by argumenta que una diferenciación socioeconómica entre produc tores de alimentos y productores de otras mercancías (cuando estos últimos están concentrados en aglomeraciones urbanas con propósi tos político- administrativ os), crea la condic ión suficiente para para esta blecer plazas plazas de de mercado normales. Pero mientras esto es es una con dición suficiente (si no la única) para que surjan los mercados, no es suficiente para la orga nización sistèmica de merca merca do. De cualquier modo, en Puno sólo produjo un grupo de mercados indiferenciados y sin relación, esto es, un sistema solar. Lo que generaba la organización sistèmica de mercado era el desarrollo de una jerarquía urbana y la demanda suficiente en algunos centros para exigir el movimiento co mercial de productos rurales mediante un sistema de centros urbanos; esto estimuló la producción rural especializada y la necesaria articu lación regional del comercio. Co mo el cr ecimiento y la diferenciación de la jerarquía urba na f ueron sacados a la luz luz por el comerc io al mayomayoreo y por el mercantilismo mercantilismo - el estímulo por por la demanda exter na de los productos de Puno- , el caso de Appleby parecería apoyar el modelo de Vanee y no el de Christaller. Pero los mercados rurales en las áreas
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urbanas en desarrollo evolucionaron hacia un esquema concéntrico en vez de hacerlo hacia uno lineal (el esquema lineal apareció en otra zona), y fueron afectados por la demanda urbana de comida, comida, no por la demanda urbana de artículo artículoss de ex portación. La secuencia secuencia de Puno, entonces, comienza con varios mercados en centros administrativos, en seguida desarrolla desarrolla una je rarquía urbana (estimulada (estimulada por el comercio exterior al mayoreo), luego agrega pequeños mercados locales y final mente emerge con una jera rquía normal de lugar central, conforme se van agregando centros de nivel intermedio. Plattner y Crissman también describen el proceso proceso de ev olución olución del mercado rural en regiones que que tenían centros urbanos antes que cen tros más pequeños, pero en estos casos el ímpetu del desarrollo rural pudo haber sido interno en la región. Ninguno de los dos es explícito acerca de los orígenes de los centros urbanos; los pueblos taiwaneses de Crissman o el pueblo mexicano de Plattner parecen tener desde el principio funciones tanto económicas como políticas. Pero en vista de que ambas regiones eran colonias fronterizas (como lo era Puno), pu dieron haber sido establecidas como centros políticos y militares que desarrollaron funciones económicas porque los que no eran producto res de alimentos tenían que ser alimentados por el territorio que los rodeaba, tal como Appleby postula para Puno. En el caso de Plattner, el comercio fue literalmente llevado fuera del pueblo por buhoneros que estimulaban la demanda en las áreas rurales, hasta el punto que ahora se están desarrollando pequeños centros de mercado rural, con un esquema concéntrico. La secuencia de Plattnei; por lo tanto, tiene sólo dos etapas: primero un centro urbano grande con funciones polít i cas y administrativas, luego varios mercados locales chicos. No se ha desarr ollado un sistema de lugar lugar centr al. En el caso de de Crissma n la intensificación comercial se estimuló primariamente por fuerzas más bien endógenas que exógenas, por el crecimiento de las poblaciones y por la diversificación interna; aunque Crissman encuentra un patrón lineal de crecimiento de mercado (pequeños centros que se desarro llan entre pueblos ya establecidos). Puede resultar interesante que los mercados cíclicos nunca se desarrollaran en Taiwán; se desarrollaron pueblos chicos a todo lo largo de las autopistas modernas conforme la reg ión se volvió más comercia comercia lizada. Los pueblos pueblos más grandes al prin cipio de la secuencia fueron pueblos importantes al final de ella, pre sumiblemente porque sus ubicaciones iniciales determinaron el sub secuente desarrollo de caminos y centros centros menos importantes. La se
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cuencia de Crissman, tan atrás en el pasado como pueda comenzarla, es la única que muestra que se están desarrollando lugares de nivel in termedio, uno tras otro, junto con pequeños centros locales; pero la secuencia comienza con varios centros urbanos. Todos los sistemas de desarrollo descritos aquí, por consiguiente, comienzan con uno o más centros urbanos que sólo después desarro llaron mercados rurales más pequeños o pueblos. Entonces, nadie [...] ha encontrado que la secuencia evolucionista de Skinner sea absolu tame nte satisfactor ia. Esto no significa que se ha enco ntra do que los modelos de Skinner son incorrectos en lo particular; al contrario, las secuencias encontradas por Schwimmer y Appleby muestran que la intensificación del mercado rural sigue muy de cerca el esquema predicho: los centros más pequeños se desar rollan y son promovidos a una categoría más alta en la jerarquía conforme se desarrollan los nuevos mercados. (Crissman encontró un esquema un poco distinto, aunque éste apoya la secuencia de modernización de Sk inner;54por otra parte, la región de Crissman nunca apoyó los mercados rurales periódicos, y esto puede ser importante.) Pero Skinne r intent ó tratar con la evo lución del mercado rural sin considerar los problemas relacionados con la evolución del mercado urbano, y por esta razón su teoría de las cir cunstancias iniciales para el desarrollo del mercado - el crecimiento de la población y las ventajas “obvias ” de la comercializ ación- no es convincente. Skinner parece haber ignorado deliberadamente el des arrollo urbano, con propósitos heurísticos; casi cada región de China de la que él saca pruebas para reforzar sus argumentos en favor de la secuencia evolucionista, apoyó de hecho uno o más centros urba nos antes de que las plazas de mercado periódicas aparecieran en la re gión.55 A l hacer tal cosa, por supuesto, no podía considerar el efecto de los centros urbanos - un efecto pres umiblemente sociopolítico- so bre los mercados rurales y este parece ser el problema general con el punto de vista sin modificaciones de A dam Smith. No se ha resuelto el problema de los orígenes urbanos. E n alg u nos casos es absolutamente claro que los centros urbanos se estable cieron por razones comerciales (Schwimmer), en otros con propósitos político-administrativos (A ppleby). Y como cada re gión ha sido colo nizada en el pasado reciente y ha tenido contactos comerciales amplios 5* 1bul., p p . 2 1 1 ' 2 2 1 .
55 G. Will iam Skinner, “Ur ban develo pment in imperial China ”, en G. W. Skinne r (comp.), The city in late im¡ )erial China, Stanford University Press, Stanford, 1976.
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con el exterior, al mismo tiempo que los centros urbanos y la demanda de productos rurales crecieron, no hay manera de elegir entre los mo delos de desarrollo de Christaller y los de Vanee. Debido a que el co mercio ex terno parece estar implícito siempre, puede parecer que Va n ee tiene la mejor teoría; aunque encuentro a su comerciante mercan til tan difícil de explicar como al primer pueblo de Christaller; esto es, Vanee no explica la génesis del sistema de colonización mejor de lo que Christaller (o Appleby) explica la génesis de la diferenciación rural- urbana. Para explicar estos dos problemas, por supuesto, se debe ir a los registros históricos o prehistóricos. Ha habido una cantidad considerable de trabajos arqueológicos, y alg unos his tóri cos , sobre este últi mo pro ble ma (dif er en cia ción ruralurba na).56 El casi univers al esquema preurbano que se enco ntró, es uno con muchos pequeños asentamientos indiferenciados cuya cate goría de “mercado” es indefinida, seguido por un patrón de primacía urbana ex trema [...] En ning uno de estos estudios queda claro si la fuerza inicial generadora de desarrollo urbano fue la centralización política o la expansión económica; pero una vez establecida esta ma nera se aclara de nuevo que el problema de los “orígenes” no es un pro blema; centralización política y expansión comercial son simplemente dos aspectos del mismo fenómeno. Los arqueólogos, de cualquier ma nera, parecen estar llegando a esta conclusión. A hora la mayoría ar gume nta que no^e debería buscar un factor causal único,57 sino más 56 Entre los trabajos arqueológicos, George L. Cowgil l, “On causes and conse quences of ancient and modern population changes”, American Anthropologist, núm. 77, 1975, pp. 505-525; Kent Flannery, “The cultural evolution of civilizations”, A nnual Review of Ecology and Systematics, núm. 3, 1972, pp. 399-426; Ian Hodder y Mark I lassall, “T he non-r andom spacing of romano-british walled towns”, M an, núm. 6, 1971, pp. 391-407; Gregory A. J ohnson, Local exchange and early state development in southwestern Iran, Anthr opolog ical Papers, núm. 51, Univers ity of Michig an Museum of Anthropology, A nn Ar bor, 1973; J. A. Sabloff y C. C. Lamberg-Karlovsky (comps.), Ancient civilization and trade, Univer sity of New Mexic o Press, Al burquerque, 1975; Henry T. Wr ight y Gregory A . Johnson, “Population, exchange, and early state forma tion in southwestern Iran”, Amer ican Anthropologist, núm. 77, 1975, pp. 267-289. Entr e los trabajos históricos, Gilbert Rozman, Urban networks in Ch’ing China and Tokugawa Japan, Princeton University Press, Princeton, 1973; y Urban networks in Russia, 17501800, and premodem periodization, Princeton University Press, Princeton, 1976; Josiah C. Russell, Medieval regions and their cities, Indiana University Press, Bloomington, 1972; G. Wi lliam Skinner, “Regional urbanization in 19th century China”, en G. A . Skinner (comp.), op. ciL; y “Urban develo pment...”, op. ciL; Thomas C. S mith, “Pre- modem economic growth: Japan and the West”, Past and Present, núm. 60, 1973, pp. 127-160. 57Por ejemplo, Cowgil l, op. cit.; Flannery, op. ciL; Wr ight y Johnson, op. cit.
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lun i Imimtu y considetar la intera cción entre cre cimiento de población, expansión comercial y centralización política, que genera nuevas form is ilr oiganizac lón económica. Las pruebas de los casos examinados :«<11 ií también apoyan esa posición. Estos casos “modernos”, no obstanto, apoyan otro punto de vista, quizá complementario: desarrollo, distribución y constitución de clases económicas en una economía regional, proporcionan un poderoso mecanismo para explicar la variación en la institucionalización de los sistemas de distribución. La mayor parte de las pruebas, entonces, parecen apuntar a las siguientes características del mercado y evolución del lugar central. El intercambio de mercado ocurre esporádicamente en todos los tipos de sociedades, pero los sistemas de mercado integrados ocurren única mente en sociedades estratificadas con una clase distinta de producto res que no producen alimentos, que están situados en centros urbanos o al menos agrupados en centros en forma de núcleos. Los centros y la elite pueden surgir como resultado de fuerzas endógenas o exógenas que transforman el orden social del lugar, pero de cualquier manera el sistema interno es instituido por una especie de elite que requiere de un aprovisionamiento eficiente y regular de alimentos. El atractivo de esta teoría es que concuerda con el consenso actual de que los pro ductores rurales intensificarán su producción con la especialización, sólo si tienen que hacerlo; esto es, si sus “excedentes” están forzosa mente r eservados a una elite.58 A despecho de Ada m Sm ith, los princi pales beneficiarios de la producción rural intensiva y la especialización del mercado no son normalmente los productores rurales.59 Y a des pecho de Polanyi, los sistemas de distribución interna que exhiben un desarrollo considerable del principio de mercado, no están restringidos en la distribución hacia economías capitalistas.60 Otr a característica atractiva de esta teoría es que puede explicar la variabilidad en los sistemas de distribución desarrollados y en los rudimentarios, con va riabilidad de tamaño, arreglo y organización de la elite urbana.
Wolf, op. cit. 59 Véanse por ejemplo, Clifford Geertz, Ag ricultural involution, University of Califomia Press, Berkeley, 1963; Sol Tax, Penny capitalism: A g uatemalan indian economy, Smithsonian Social Anthropolog y Publications, núm. 16, Washington, 1953. 60V éanse por ejemplo, Skinner, “Marke ting and..., part II”, op. cit.; Tax, op. cit.
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El desarrollo económico ya ha sido considerado como un proceso; aquí lo consideraremos como un res ultado. Lo que quiero decir con “resultado” es la evaluación de una economía como desarrollada, ru dimentaria o subdesarrollada; esto es, el punto de vista normativo del proceso. Mientras que los puntos de vista comunes del proceso de de sarrollo no toman en cuenta la variación en las economías de distri bución “desarrolladas”, la mayoría de las investigaciones [de historia regional] lo hacen; las hemos encontr ado desarrolladas -o al menos en etapas de equilibrio estable- en los sistemas normales de lugar centra l, sistemas dendríticos y sistemas de ciudad principal (sistemas solates modernos). Para los especialistas del desarrollo económico, estos ha llazgos son dignos de tenerse en cuenta, especialmente a la luz de una cada vez más grande escuela teórica que argumenta que los esquemas variables, como éstos -cada uno e n un nivel de desarrollo diferente- , no pueden considerarse etapas sino más bien elementos estables en la organización actual de la economía mundial.61 Immanuel Wallerstein, una de las voces más importantes de esta escuela, señala que la génesis de los sistemas modernos de dis tribución descansa precisamente en la interacción de economías que se encuen tran en diferentes niveles de desarrollo.62Observa que el sistema eco nómico del siglo XV I, que generó el capitalismo industrial de los tiem pos modernos, está compuesto de tres partes interdependientes : un núcleo cjesarrollado en Europa occidental, una semiperiferia desarro llada en el sur y este de Europa y una periferia subdesarrollada en la ma yor par te del mun do. Pa rt ie ndo de esta base, Wa lle rs te in ar g ume nta que la dinámica del capitalismo (o de una economía de mercado total mente desarrollada) está basada en el desequilibrio estructural creado por las economías regionales, que se integran en los distintos niveles 61 Por ejemplo, Paul A. B aran, T he political economy of g iowth, Monthly Review Press, Nueva Y ork, 1957; T. Dos Santos, “The crisis of development theory and the problem of dependence in Latin America”, en H. Bemstein (comp.), Underdevelopment and development; the third world toda' y, Penguin, B altimore, 1973, pp. 57-80; Andr e Gunte r Frank, op. cit; y Lat in Ame rica: Underdevelopment or revolution?, Monthly Review Press, Nueva York, 1969; Celso Furtado, Development and underdevelopment, University of California Press, Berkeley, 1964; Hla Myint, The economics of the developing countries, Praeger, Nueva York, 1964. 62Immanuel Wallers tein, The modem world-system, Academic Press, Nueva York, 1974.
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de desarrollo de un “sistema mundial” que permite la concentración del capital en una parte de él. Probablemente pocos objetarían esta parte de la formulación; aunque el hecho de que los economistas la hayan echado al olvido y no la consideren una teoría seria del desarro llo económico, es en verdad uno de los incidentes más interesantes de la historia intelectual moderna. El problema que se abre al debate es el grado en el que este desequilibrio tiende a la permanencia, el grado en el que el “subdesarrollo” se desarrolla junt o con el desarrollo para convertirse en un ajuste económico relativamente estable. [...] A ppleby yy o, por ejemplo, documenta mos relaciones núcleoperiferia en las regiones que hemos ex aminado: Puno, Perú, y el oeste de Guate mala .63 En ambas regiones se han desarr ollado las jerar quías competitivas y cerradas de lugar central justo en las áreas nucleares y se lig an con las áreas per ifér icas me dia nte ex ten sio nes dendr ític as . Las áreas periféricas proporcionan materias primas, mano de obra o mercados que parecen consolidar el desarrollo de las áreas nucleares. (Los mercados periféricos son fuente importante de demanda para los productos del área nuclear en ambas regiones; además, la periferia de Puno proporciona lana al mercado internacional y la periferia del oeste de Guatemala proporciona mano de obra a las empresas de expor tación). Los mercados están surgiendo tanto en el núcleo como en la periferia; más aún, los campesinos son, cada vez más, arrastr ados a una economía monetaria, implicada en una división regional, incluso mun dial, del trabajo. No obsta nte, el desarrollo que se está dando no ha alterado materialmente, para mejorarlo, el nivel regional de vida. Esto sugiere, por una parte, que las regiones periféricas del mundo no están estancadas económicamente o no son resistentes al cambio; desarro llan la misma diferenciación y dinámica que impulsaron la evolución del capitalismo mundial. También sugiere, por otra parte, que la repro ducción del esquema mundial de desarrollo en las regiones periféricas no conduce necesariamente al desarrollo local, si éste se midiera en beneficios económicos. ¿Por qué? El problema normalme nte es atacado de la siguiente manera. Las regiones del mundo que no son industriales no se han desarrollado porque no han te nido las condiciones previas: men tali 61 Véase también Carol A. Smith, “Examining...”,op. cit.¡ y “Production in wes tern Guatema la: A test oí Boserup and Von 'ITiUnen”, en Stuar t M. Pla ttner (comp.), Forrnul inethoJs injeconomic anthropology, American Anthropological Association, Wa shington, 1975, pp. 5-37.
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dad de mercado, diferenciación económica local, instituciones socioculturales “modernas” que sean receptivas de la capacidad de empresa económica. Pero ninguna de éstas existe en el occidente de Guatemala ni en Puno, Perú, donde no hay carencia de impulso empresarial y, en cierto modo, pocos impedimentos sociales o culturales para crecer. La otra explicación más común es que los “excedentes” necesarios para el crecimiento endógeno están siendo canalizados hacia el comercio de importación- ex portación con sistemas más desarrollados. Esto parece una explicación más razonable, pero ignora la suma sustancial de la acumulación que tiene lugar en las partes subdesarrolladas del mundo; dicha acumula ción está consolidada por el comercio de exportaciónimportación. El problema no es que el capital no pueda acumularse, sino que la opor tunidad de inv ersión local de éste es escasa a causa del mismo proceso por el cual es acumulado. Esto es, en un sistema local, el capital debe concentrarse si la especialización y la industria locales van a desarrollarse; pero al grado en el que el capital está concen trado - ganancias del comercio de exportación-importación que flu yen haci a unos cua nto s empre sar ios en vez de dispers ars e ent re los productores de bienes de exporta ción-, el mer cado local para las mer cancías está restr ingido. Producir para el mercado alternativ o - un mercado ex terno o mundial- no es solución, porque las industrias de los países desarrollados son una competencia muy fuerte que sólo en cuentra límites estrictos en los salarios y los niveles de ganancias loca les, lo que también restringirá su crecimiento. Permítaseme ilustrar el dilema con un ejemplo hipotético. En el principio, la región agraria está sin desarrollar, su economía es estática, sus mercados son manejados. El sistema de gobierno obs taculiza la expansión económica, pero también proporciona la primera condición necesaria para el crecimiento al estimular sistemáticamente la institucionalización de los mercados a fin de alimentar los centros urbanos administrativos y, por consiguiente, tener en cuenta el desa rrollo de una clase urbana de comerciantes. La clase comercia nte trat a de desarrollar el comer cio y los mercados de las áreas periféricas (como en la situación descrita por Plattner), pero la autosuficiencia de la ma yor ía de los p rod uctor es rura les lim ita la a cti vi dad come rc ial endóg en a y se ben ef icia n en un niv el muy bajo . Esto puede llamar se ec ono mía tradicional sin desarrollar; puede estar creciendo, puede incluso set empresarial, pero su ex cedente se va a la ex pansión | >olítica y no a la económica.
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Entonces el ciclo de poca energía de un sistema que no está desarrollado se rompe dramáticamente por la demanda mundial de uno o más de sus productos. El dinero en efectivo pro porcionado a los productores de estas mercancías genera un mercado creciente para los comerciantes urbanos, hecho todo lo más dinámicamente posible al sobrevivir la dependenc ia del mercado rural. (Los productores de mercancías agrícolas que* se convierten fácilmente en dinero en efec tivo, no pueden mantener el mismo nivel que la producción de mer cancías básicas.) Las fuerzas del creciente comercio ex terno re ducen entonces la autosuficiencia económica de los productores rurales; dan aparentemente a los comerciantes locales oportunidades ilimitadas de expansión y mediante esto poder político; y, por lo tanto, rompen el poder de que goza el gobierno local, sobre la economía. Una vez que el dominio sobre la economía se ha roto, ésta se vuelve competitiva y los comerciantes escogen entre los posibles nichos abiertos por la de manda creciente. Pero debido a que el estímulo económico es externo, el proceso de desarrollo en la reg ión no es uniforme. La mayor parte de la riqueza genera da por el comercio de importa ción- ex portación se concentra en unos cuantos centros urbanos, normalmente ciudades que son puertos, y son ellas las que provocan a su alrededor el desa rrollo de la producción para el consumo local y los mercados rurales para facilitarlo. Como la exportación de mercancías está destinada a los mercados fuera de la región, éstas fluyen a lo largo de las rutas del comercio al mayoreo, o dendríticas, hacia los centros de exportación. Los que producen para el comercio de exportación no pueden espe cializarse también para la demanda local; por consiguiente, sus mer cados son aprovisionados por comerciantes del núcleo, que son los mejor atendidos por las autopistas directas proporcionadas por el sis tema de exportación; esto es, por el desarrollo dendrítico del mercado. He aquí el desarrollo de un sistema de lugar central interrelacionante (competitivo) en el corazón de la región, con extensiones dendríticas (que no son competitivas) hacia la periferia. Durante el periodo de “acumulación primitiva” y de “capitalismo merca ntil” creciente,64 virtualmente toda la acumulación tiene lugar en un área nuclear de la región (el área cercana a los mercados urba nos en expansión apoyados por las ganancias del comercio externo), con el esfuerzo de los comerciantes, quienes dominan los mercados 64 David E Levine, “The theory of the growth of the capitalist economy”, Economic Development and Cultural Change, núm. 24, 1975, pp. 47-74.
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lo mismo en la periferia que en el núcleo. Una s ituación de compe tencia casi perfecta puede obtenerse en el sistema de distribución nu clear - estimulando la innovación en la producción y la ex pansión del comercio-, mientras que una situación de monopolio casi perfecta puede obtenerse en los sistemas de distribución periféricos - con los efectos contrarios. El núcleo y la periferia se desarrollarán igualmente en tér minos de depende ncia del mercado: pero el área nuclear se desa rrolla mucho más en términos de infraestructura del mercado: servi cios públicos, unidades de producción mayores que la familia y unida des de comercio compuestas por más de un individuo. Las industrias se desarrollan en el núcleo, sobre las bases de las ganancias derivadas del manejo del comercio externo y la explotación de la periferia. A hora estamos listos para el “despegue” de la economía regional. De nuevo interviene la economía mundial y la situación del sis tema que aún no se ha desar rollado en ella. Si los empresarios en la periferia del sistema en desarrollo fueran capaces de encontrar sus pro pios mercados periféricos y usaran sus ganancias comerciales para apo ya r las indus tr ias del núcle o, o si las indus tr ias del núcle o pudie ra n encontrar un mercado mundial, los sistemas endógenos en desarrollo podrían continuar expandiéndose. Pero no queda ninguna periferia para explotación, y por consiguiente ninguna posibilidad de un mer cado en expansión para mercancías del área nuclear. Así, los comer ciantes del núcleo siguen siendo los que manejan los mercados de la región, porque es su principal fuente de ingresos y porque tienen todas las ventajas de la escala, transporte eficiente y capital acumulado. He aquí el desarrollo de un sistema dendríticosemiper manente en la periferia. [...] Noobs tant e, al obstaculizar el cre cimiento económico y la div er sif ica ción de la per ife ria (una te nde nci a na tur al, si no prudenté, de los empresarios que deben “acumular; acumular”), los co merciantes del área nuclear condenan a sus propias industrias inci pientes al fracaso; las tasas de salarios bajas y los precios dados a los residentes de la periferia, restringirán el mercado regional al bajar las ganancias del área nuclear; y la consecuente baja tasa de capitalización de las empresas del área nuclear, les impide competir con las industrias muy capitalizadas de los países desarrollados. En la región occide n tal de Guatemala, por ejemplo, la producción especializada del área nuclear es viable actualmente gracias al mercado de productos “étni cos”: efectos como ropa y casa que son característicos tradicionales de la identidad étnica indígena en la región, y que han sido siempre
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producidos por artesanos indios especialistas. Para éstos el mercado es ahora floreciente gracias al acrecentamiento en efectivo de los in gresos, que se debe al salario de la mano de obra en las empresas de ex portación. Pero confor me más y más indios abandonen estas mar cas tradicionales de su condición social en la sociedad guatemalteca (entre otras razones, porque son costosas), y así lo están haciendo, las industrias nucleare s en desarr ollo también morir án. Por lo tanto, una industria autóctona o un sistema de producción especializada no florecerán aquí como lo hicieron en Europa, aunque se den las precon diciones locales para ello. No obstante que el comercio sigue siendo importante en la región, por medio de él comienza el proceso de “subdesarrollo”. Conforme de cae la demanda de las mercancías costosas producidas por empresas lo cales, los productores reducen los salarios y los márgenes de ganancia, reduciéndose a su vez la demanda local al máximo; por último, fra casan. Pero los comercia ntes de las áreas nucleares no se quedan ociosos observando cómo disminuyen sus propios márgenes de ganan cia. S iendo buenos hombres económicos y haciendo frente a una com petencia local considerable, buscan mercancías más baratas para el re ducido mercado regional en los países ya desarrollados, cuya escala de producción les permite cobrar bajos precios mientras mantienen ga nancias elevadas, incluidos los costos del transporte . A la larga, los esfuerzos de los comerciantes del área nuclear por concentrar capital mediante el manejo de un mercado limitado, proporcionarán medios para la concentración creciente en las áreas industriales del mundo más que para el desarrollo local; esto es, dado un proceso empresa rial que tiende a deprimir la deman da - a menos que el mercado sea virtualmente ilimitado- , estos comerciantes no tienen más elección \ [ue convertirse en agentes mayoristas de las empresas extranjeras. He aquí el desarrollo de una r egión totalmente dependiente del comercio y la pro ducción ex teriores —el desarrollo del s ubdesar rollo, si se quiere- , con el esfuerzo de individuos que en otras circunstancias podían ha ber inver tido o haberse vuelto una burguesía local. Mi punto a quí es que el subdesarrollo es un proceso dinámico, activo, no uno pasivo y receptor, que depende de la “connivencia”, conocida o desconocida, de los empresarios tanto en las economías desarrolladas como en las subdesarrolladas.65 Así, los “villanos” en este drama serían los héroes 65 C/r. Dos Sant os,
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en otras circunstancias; porque la concentración de capital que genera el subdesarrollo en una instancia puede generar desarrollo en otra. He basado el argumento anterior en la moderna situación econó mica del mundo; pero las economías tradicionales con mercados inter nos reducidos, Ino pueden exhibir un esquema similar? Skinner [...] emprende un largo estudio, económico y político, de la capacidad de empresa en la China tradicional de los últimos tiempos, preguntándose si el lugar de un individuo en un sistema regional afectaba sus opor tunidades de movilidad o su porcentaje de éxito.66 El lugar está defi nido en términos de varias características de los sistemas regionales de China: posición en la jerarquía económica del lugar central, posición en la jerarquía administrativa del lugar central (estas dos jerarquías no eran idénticas en China), y posición en la red de comercio nacional de largo alcance. Los candidatos que obtenían un rango burocrático tendían a provenir de sistemas que eran los “núcleos” tanto de la je rarquía económica como de la administrativa; y los comerciantes y financieros prósperos tendían a provenir de sistemas que estaban es tratégicamente colocados con respecto al comercio de largo alcance. Sistemáticamente ambos grupos expoliaban las regiones periféricas en beneficio de sus propias regiones. Sk inner demuestr a que la capac i dad de empresa está modelada por la economía regional y por el lugar del empresario potencial en ella; también muestra que la tendencia a la concentración existe lo mismo en la economía tradicional que en la moderna. En otra parte de su obra, Skinner, y también Elvin, observan que mientras que las instituciones mercantiles modernas y el comercio endógeno florecían, en la China tradicional tardía, y mientras que las precondiciones tecnológicas para la industrialización se alcanzaban, el reducido mercado interno y la falta de un mercado exterior (debido al sistema imperial) impedían la expansión sistemática de la economía 67 Las regiones periféricas permanecieron económicamente subdesarro lladas, el “sistema mundial” chino nunca estuvo totalmente integrado y la ec ono mía ch ina nun ca despe gó. Lo que demuestra esta variedad de estudios acerca de la ubicación del desarrollo económico, es que ningún subsistema de una economía puede entenderse aislándolo de los otros subsistemas y, además, que ninguna economía nacional puede entenderse sin entender la relación 66 Skinner, en Carol Smith (comp.), op. cit. 67 Skinner, “Reg ional urbanizadon...” y “Urban development...", op cíL; Mark Elvin, The pattem of the chínese past, Stanford University Press, Stanford, 1^7 3.
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entre sus subsistemas regionales. No obstante, los economistas del de sarrollo normalmente ignoran la variabilidad regional; la mayoría está preocupada sólo con los gastos y rendimientos de producción en ge neral, con los problemas y probables efectos de quitar mano de obra a la agricultura, con los ajustes del mercado entre los diferentes sec tores de “la” economía, donde la economía siempre es nacional y los sectores son definidos como agricultura, industria, etc., en vez de serlo como subsistemas espaciales o, incluso, rural- urbanos.68 [...] Y en un inte nto de ma nipular el equilibrio entre los sectores dispersos de la eco nomía a fin de producir desarrollo, medido éste por lo común globalmente y no rcgionalmente, estos investigadores ponen relativamente poca atención, si no es que ninguna, a los efectos regionales. Para es tar seguros, los economistas de la agricultura ponen en sus modelos de desarrollo la dimens ión rural- urbana de la economía naciona l;69 es más están preocupados con el problema de despojar a los producto res rurales del poder de compra necesario para apoyar el crecimiento económico; pero debido a que ven al sector rural como indiferenciado, sólo pueden tener en cuenta el intercambio entre el crecimiento rural y el urb an o. Si el se ctor rur al es vis to co mo re gi ona lme nte dif er en ciado, se pueden empezar a tener en cuenta los intercambios entre sistemas regionales. Esto es, si cada sistema reg ional tiene su propia ^pecialidad para la economía general, sus propios centros de capital concentrado, etc., entonces el crecimiento de los mercados urbanos y rurales en cada región puede complementarse entre sí, de modo que cada uno aporte demanda al otro; y esto a su vez puede aportar la tensión dinámica necesaria para promover un crecimiento continuo en toda la economía. Un punto de vista indiferenciado o global del desarrollo econó mico no sólo conduce a errores sino que puede ser pernicioso. Porque es frecuente que los esfuerzos de los especialistas en desarrollo, preo cupados por resultados rápidos, enriquezcan ciertas regiones de una economía nacional, normalmente la más urbanizada, a expensas de las otras, casi siempre las áreas rurales más re motas. Tales esfuerzos pueden conducir a incrementar el rendimiento total y el ingreso pro medio, pero estos aumentos no pueden mantenerse sin d¿versificación 68 Véase por ejemplo, Clifton Wharton (comp.), Subsislence agriculture and econoinic developinent, Aldine, Chicago, 1969. 69 Por ejemplo, Johnston y Kilbey, op. ciL; A . C. Kelley, J. G. Williamson y R. J. Cheetham, Duiilistic econornic development: Theory and hislory , University of Chicago Press, Chicago, 1972.
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y cr ec imie nto inte rn os en las re gione s rura les pobre s. Est o es, pued en sostenerse sólo con operaciones económicas masivas en los países en desarrollo, realizadas por las empresas externas (cuya riqueza puede medirse en la evaluación de ios aumentos, aunque a la larga la riqueza fluya hacia los países desarrollados); y esto, supuestamente, no es la meta del desarrollo. Se sigue de aquí que si los esfuerzos del desarro llo están dirigidos a aliviar la pobreza y a eliminar la barrera entre el mundo industrializado y el subdesarrollado, las metas expresadas por la mayoría, no serán realizadas si no se pone atención al proceso de desarrollo regional. Una a lternativa de desarrollo equitativo puede implicar un desarrollo más lento, porque el capital no se concentrará e invertirá tan rápidamente; pero entonces, ¿de qué sirve promover la capacidad de producir si no se promueve la capacidad de consumir? He descrito el problema pero no he propuesto ninguna solución. No tengo una solución, pero puedo señalar varias aproximaciones que deberían abandonarse sobre la base de los hallazgos hechos aquí. Mu chas teorías del desarrollo dependen en gran medida del papel del hombre de empresa como motivador del crecimiento económico sistèmico, y se quejan de la falta de desarrollo por la falta de capa cidad de empresa. Éste parece ser un problema extremadamente raro; de hecho encontramos que los empresarios que actúan como agentes del comercio mundial pueden realmente promover el subdesarrollo. Parece importante, por consiguiente, ir más allá del problema del “mo tivador” del desarrollo económico; los problemas parecen ser con más frecuencia estructurales que culturales, políticos o hasta estrictamente económicos. Otros ven a los sistemas políticos tradicionales como es torbos. De nuevo esto parece raro, y podría argumentarse que los pro cesos económicos que son libres hace n más daño que los que no lo son, que la forma de gobierno debería ser reforzada frente a la economía, para dirigir el proceso hacia metas más equitativas. Todavía hay otros que ven al comercio internacional como el villano, discutiendo por los rígidos aranceles y cosas por el estilo. Pero en la mayor parte del mund o el comercio exterior en expansión es la única esperanza de desarro llo, el único medio por el cual las economías estáticas independientes pueden desarrollar una dinámica interna, como lo ilustra el ejemplo chino. Una división mundial del trabajo, por otra parte, no es menos razonable ahora que cuando A dam S mith la propuso; pero no puede trastornar la diversificación interna tampoco; cada economía regio nal debe tener su dinámica interna, así como la dinámica del comer
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ció mundial para nutrirse. El equilibrio debe ajustarse finame nte en cada instancia. Finalmente, la mayoría de los especialistas en desarro llo discuten por la muy rápida concentración de capital en los países en desarrollo, que tiene como fin consolidar el proceso interno de di versificación. Pero, como espero haber ilustrado, la concentración no deberá ser tan veloz que corrompa la demanda local, si no socavará sus propios logros. Ya para terminar, sostengo que el desarrollo económico debería verse como el proceso mediante el cual las partes rurales o indiferenciadas de una economía se vuelven cada vez más especializadas en la producción, al requerir una más eficiente y equitativa articu lación del intercambio entre las partes, al incrementarse la integración je rár quica y vertical del mercado. La solución, entonces, puede estar en la promoción de varios centros urbanos o “polos de crecimiento” en la región o nación en desarrollo, que concentrarán individualmente el capital, pero también se proporcionarán competencia y mercados uno al otro, con lo cual proveerán la dinámica interna necesaria para el crecimiento continuo.
HACIENDO HISTORIA REGIONAL: CONSIDERACIONES METODOLÓGICAS Y T EÓRICA S* E r ic
V a n
Y o u n g
Si se leen con cuidado los libros recientes sobre historia regional me xica na, se descubre rápidamente un hecho interesa nte: las regiones son como el a mor - difíciles de describir, pero las conocemos cuando las vemos- . ¿Por qué falta una definición sistemática de un concepto tan central para el trabajo histórico sobre Méx ico y Amér ica L atina en su conjunto, cuando estamos preparados para luchar hasta la muerte sobre ciertas construcciones teóricas, como feudalismo, dependencia y clase social? Yo sugeriría que la razón es suficientemente clara: la ma yor ía de noso tr os piens a que ya sabe lo que es una re gi ón: el área que estamos estudiando en este momento. En la práctica ésta se remite frecuentemente a una ciudad o pueblo con su espacio circundante. La serie de definiciones informales, de larga historia, sobre las regio nes mexicanas nos es bastante familiar. Alg unas son conocidas por el nombre de su ciudad capital - por ejemplo, la reg ión de Puebla, de Guadalajara - mientras otras son designadas por ciertos términos g e nerales no ligados a una ciudad específica - el Bajío, la Huaste ca, el * Origina lmente fue presentado con el título “Doing regional hUtory: meihodological and theoretical considerations”, en la VII Confcicnco oí Mcxican and US Historians, Oax aca, 1985. Fue traducido al castellano y publicado con el mismo título en el Anuario del IEHS, Universidad Nacional del ('entr o ti** la Provincia de Buenos Air es, Ta ndil, núm. 2, 1987, pp. 255- 281. 'traducci ón de Gr aciela Malgeaini.
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Noi<»« ’.ir, 1 1 leg ión azucarera de Morclos, etc. Este uso habitual confi«*ii«- una < .11111 (uta implícita de categorías a las que me referiré al menos parcialmente más adelante. El punto básico es que, con estas Im.tyenes simples de espacio polarizado y no polarizado, ya poseemos los elementos de definición del concepto de región, prestados de la teoría del emplazamiento central tal como fue desarrollada por la geo grafía económica. A pes ar de estas fo rmul ac ione s pri miti v as a priori, generalmente no invertimos mucho tiempo tratando de aclarar a qué nos referimos cuando hablamos de regiones geohistóricas.1Entonces, como historia dores, nos encontramos en una posición peculiar- pero no desconoci da- de estar operando con un concepto complejo antes de definirlo. 1 Muchos -en realidad, la mayoría- de los trabajos referidos a la historia regio nal mexicana no especifican qué entienden por región, pero se basan en una especie de definiciones por acumulación. Por ejemplo, A lie n Wells, en su exce lente libro Yucatans gilded age: haciendas, henequen, and inter national harvester, Alburquerque, 1985, consi dera a Yucatán como una región singular, sin intentar ninguna justificación conceptual para tal definición, lo cual conduce a ciertas dificultades de manejo con lo que deno mina difer enciación económica intrarreg ional (noroeste versus sudeste) que, realmente, parece ser más una diferenciación interregional. Claude Morin, en su amplio y estimu lante trabajo sobre Michoacán, M ichoacán en la Nueva España del siglo XVIII: crecimiento y desigualdad en una economía colonial, Méx ico, 1979, acepta que el concepto de región puede significar algo distinto para un economista que para un sociólogo o geógrafo (p. 175), pero luego opta por estudiar esa regi ón de acuerdo con la def inición políticoadministrativa de sus límites, lo que lo lleva a dificultades similares a las de Wells. Otro estudio reciente de importancia, el de Mark Wasserman, Capitalists, caciques and revolé tion: the native elite and foreign enterprise in Chihuahua, México, 1854- 1911, Chapel Hill, 1984, emplea la palabra región con distintas acepciones en 21 oportunidades durante sus primeras cuatro páginas, pero define el término - no muy convince ntemente - como congruent e con las fronteras políticas del estado de Chihuahua . Por otro lado, en su art ículo “A n approach to reg ionalism”, en Richard Gra ham y Peter Smith (comps.), New approaches to latin american history, Aust in, 1978, Joseph Love realiza un tratamiento in teresante de las regiones, basado en lo que él llama regiones uniformes y nodales (i. e. regiones formales y funcionales respectiv amente). S in embargo, fi nalmente enfatiza las regiones como partes de sistemas (lo que uno esperaría de un historiador político), haciendo carambolas entre ellas como bolas de billai; en oposición a sus estructuras in ternas. Para ejemplos parecidos en menor escala, véase Harry Berstein “Regionalism in the natíonal history of México”, en Howard Cline (comp.), Latin american history: essays on its study and teaching, Austi n, 1967, vol. 1, pp. 389- 394; y Luis González, “El oeste mexicano , en La Querencia, Morelia, 19 82, pp. 11-41. Para ser justo con González, hay que señalar que ha demostrado un interés persistente en la “microhistoria” de lo que ha llamado “terruños” o localidades, mayor que el dedicado a entidades más gran des. Por otra parte, González acepta la relación entre la historia local (regional) con las consideraciones de la estructura espacial, cuando escribe: “ En la historia crítica lo
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/ Una de las cuestiones que quiero tratar a quí es que las regiones son hipótesis por demostrar y que, cuando escribimos historia regional, es tamos tra tando de hacer justamente eso, antes que describir entidades previas. No obstante estas nebulosas teorías, vemos regiones en México cada vez que lo miramos y, de hecho, la región geohistórica y el regio nalismo son centrales para la experiencia mexicana. Esto significaría que el conce pto tiene una utilidad considerable para nosotros. Por cierto, de acuerdo con la expre sión de Claude L evy- Strauss, las reg io nes son “buenas para pensar”. En este ensayo mi método es jugar con la idea de región de una forma que espero resulte útil y no muy sis temática, acercarme a una definición de la misma y manejar algunas de sus implicaciones por el modo en que nos colocamos en el espa cio, el tiempo y la sociedad. Para ilustrar mis opiniones haré a lgunas referencias y comparaciones concretas, aunque s ugerentes, con ejem plos empíricos extraídos de los libros sobre las regiones geohistóricas de México. El concepto de región en su forma más útil es, según creo, la “espacialización” de una relación económica.* Uña definición funcional la de mv espacio geográfico con una frontera qué ló básico es el tiempo. (...} En la historia local es muy importa nte el espacio”, “Troría de la microhistoria”, en González, Nueva invitación a la microhistoria, México, 1982, p. 37. Sobre todos estos temas, véase Eric Van Young, Hacienda and market in eighteenth- century México: the rural economy of the Guadalaja ra región, 1675- 1820, Berkeley, 1981, pp. 3-5; “Mexican rural history since Chevallier: The historiography of the colonial hacie nda”, Latin American Research Review, núm. 18, 1983, pp. 5-61 y “On regions: A comment ”, ponencia presentada en Conference on Regional As pects of U. S. - Mexican Studies, University of California, San Diego, mayo, 1984. 2 Este punto de vista no congenia con la teoría económica tradicional, la cual asume implícitamente que la resistencia espacial no entra en los modelos de equilibrio de la economía, en los que “todo (...) es efect ivamente comprimido en un punto [ creando] un hábitat sin dimensiones”, en palabras de Walter Isard (Loca tion and space-econoirry: a general theory relating to industrial location, market areas, land use, trade, and urban simeture, Cambridge, 1956, p. 25). Para una intr oducción teórica e histórica a las teorías de ubicación y de emplazamie nto central, que comienza n con Von Thünen a principios del siglo XIX y que subyacen e n muchas ocasiones en el pres ente art ículo, véas e Isard, Location and space-economy, pp. 1-23; Brian J. L Bemy, Geography o f market centersand retail distribution, Englewood Cliffs, 1967, pp. 59-73; y más particularmente, el famoso ensayo de Car ol Smith “Regional economic structures: Linking geogrnphical models and socioeconomic problems” en Carol Smith (comp.), op. ciL, vol. 1, pp. 3-63. Par a una estimulant e síntesis inter disciplinaria - que debe mucho al punto de vista antropológico- véas e Guiller mo de la Peña, “Los estudios regionales y la antropología »ocial en México”, Relaciones, 8, 1981, pp. 43-93.
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delimita, la cual estaría determinada por el alcance efectivo de algún sistema cuyas partes interactúan más entre sí que con los sistemas ex ternos.3 Por un lado, la fronter a no necesita ser impermeable y, por otro, no es necesariamente congruente con las divisiones políticas o administrativas más familiares y fácilmente identificables, o aun con los rasgos topográficos.4 Si esta definición es tan simple, ¿por qué es necesario especificar lo que entendemos por regiones antes de em prender su descripción y no seguir tambaleándonos intuitivamente? Yo sug er iría que hay tres raz ones. Pr imer o, si n o est able cemo s alg unas definiciones teóricas a priori, terminaríamos explicando un fenómeno social erróneo, es decir, que si no sabemos lo que es una región a lo largo del tiempo, será difícil usar el concepto como factor explicativo en nuestro análisis. Por ejemplo, ciertos fenómenos económicos nota bles en la historia mexicana tendrían más que ver con las tendencias reduccionistas de las fuerzas ex trar región ales o aun ex tranacionales, que con las características internas de las regiones.5 Lu£gox nueva mente, la falta de una definición suficientemente rigurosa dejas regioñes~(o, mejor dicho, de una serie definida de cuestiones) puedejiaber conducido a una cierta confusión entre regiomlidad - l^xualidad de ser de una r eg ión- y regionalismo, la identificación consciente^ cult u ral, política y sentimental, que grandes grupos de personas desarrollan con ciertos espacios a través del tiempo.6 En seg undo lugar, las comparaciones construidas en tomo al concepto de regionalidad se tornan problemáticas si no sabemos más o menos claramente qué variables es tamos compar ando o si aquellas que escogemos - ubicación de las fun ciones de producción, estructuras de mercado, dotación de recursos, etc.—no son comparables. Finalme nte, la regionalidad en sí misma es un concepto dinámico cuyo estudio puede decimos mucho sobre los tipos fundamentales del cambio social en espacios definidos, a lo largo del tiempo; si no tenemos un modelo de lo que comprende una región ¿cómo nos manejaremos convincentemente con el cambio de 3 Van Young, Hacienda and marke t..., pp. 3-4. 4Ciro F. Cardoso desarrolla su visión en un breve artículo, que se distingue por la alternancia de r elámpagos de claridad y de párrafos sorprendentemente oscuros: “Re gional history”, Diblbtheca americana, núm. 1, 1982, pp 2-3. 5 Véase Ale jandra Moreno T oscano y Enrique Florescano, El sector externo y la organizttción espacial y regional de México (15 21- 19 10), Puebla, 1977. 6 Este problema conceptual parece hallarse en el coraz ón de los estudios de Berstein y González - citados más a rriba- y posiblemente también en la casi magistral síntesis de Barry Car, “Las peculiaridades del norte mexicano, 1880-1927; ensayo de interpre tación”, Historia mex icana, núm. 22, 1973, pp. 320-346.
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otra f orma que no sea la forma descriptiva? Para sintetizar usaremos las palabras de Walter Isard, sostenedor de esa disciplina híbrida llamada ciencia regional, “¿cómo se puede comenzar a recolectar información para un estudio regional cuando no se ha discutido el concepto de ciu dad o región? Se está anteponiendo el carro al caballo.”7 / ¿Por qué las regiones son buenas para pensar, considerando par ticularme nte a México? Creo que pueden aducirse muchas razones, pero dos en especial lo sugieren fuertemente: una de naturaleza em pí rico-histó rica y, la otra, teórica. En el caso histórico, las reg iones pa recen corresponder en cierta forma a horizontes naturales, a categorías empíricas naturales, para ubicamos en un espacio que probablemente no ha cambiado mucho desde los tiempos preindustriales; es decir, el espacio real en sí mismo, su tamaño, puede haberse alterado, pero posiblemente la idea no] Pierre Goubert ha sostenido que en la era preferroviaria la mayoría de los europeos vivían sus vidas dentro del perímetro de la parroquia, que generalmente comprendía un pequeño pueblo y sus alrededores - un área transitable en una ca minata o ca balgata de un día, cercana a un diámetro de 10 a .30 millas. Goubert señala que esta gente se debía haber considerado a sí misma, primero como ciudadanos de la localidad y, luego, como súbditos de un rey.8 A unq ue Go ube rt no da una def ini ción téc nica de re gión, cre o que, sin embargo, su punto de vista podría sostenerse para la población rural en la sociedad mexicana tradicional, especialmente; por debajo del nivel de aldea o villorrio los patrones de migración, por ejemplo, tienden a confirmarlo al menos para la época previa a la gran expansión del transporte masivo accesible. Las mayores áreas expulsoras de migran7 Walter Isard, Introducción to regional Science, Englewood Cliffs, Nueva Jersey, 1975, p. 12 (las cursivas son de Isard). ° Pierre Goubert, “Local history”, Daedelus, otoño, 1971, pp. 113-114. Car doso está en desacuerdo con el análisis de Goubert, insistiendo en la imposibilidad de aplicar al nuevo mundo los modelos de espacio y población desarrollados para el viejo, dado que la América Latina colonial estaba marcada por “la movilidad social y económica, las migraciones, el trasplante de población, por las fronteras móviles de tipos diversos”, pero podría decirse que no por lo cotidiano o diario; Car doso, “Local hist ory”, pp. 4 5, 8. G ouber t habla generalmente en un tono despectivo de la historia local/reg ional, denominando “ciencia social, pequeñoburguesa” al enorme fórrente de historia regio nal de anticuario del siglo XIX francés, agregando que en este género historlográíico “la Historia se transforma en un juego donde los inocentes amateur» de la historia local pro veen a otros con materiales que encuentran útiles” (op. cit., pp. 115- 1 lft ). Por otra parte, González habla afectuosamente de la tr adición historiogrlfica local y de im prac ticantes no profesionales, en “Teoría de la microhistor ia”, pp. 31* 36.
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tes rurales hacia Antcquer a, Cjuanajuato y Guadalaja ra en sus periodos coloniales tardíos se* encontraban primariamente dentro de esas regio nes capitales.9JÍ:n el i ampo te órico, el análisis re gional ay uda a resolver la tensión entre la generalización y la pa rticula riza ciónj Entre los es tudiosos contemjHíiáneos de América Latina, el antropólogo Robert Redíield es uno de los primeros que han tratado de tender un puente desde las pequeñas comunidades locales hasta las sociedades de nivel nacional, mediante la construcción de un continuum fo lk- urbanojEn el campo teórico, el análisis regional puede hacer por el sistema espa cial lo que Redficld inte ntó para el cultural: reco nciliar la microperspectiva con la macroperspectiva. Cita ndo a otra antropóloga, Ca rol Smith, sobre cuyo trabajo descansa gran parte del presente análisis: Con otros acercamientos, la generalización requiere que se asuma que aquello que es verdadero para una parte, lo es también para el todo y, lo que es verdadero para el todo, lo es igualmente para las partes. El análisis regional puede construir un sistema de variabili dad dentro de sus modelos ex plicativos, de modo que la generalización no es ni rebuscada ni banal.10 j
¿Podrá el análisis regional cumplir realmente con todo aquello que le piden sus sostenedores más ar dientes? f Por cierto se debe adm i tir que semejante aprox imación a la estructura y al cambio históricos tiene algunos problemas o limitaciones. Un o de ellos es que la teoría clásica del emplazamiento central, sobre la cual se construye el análi sis regional, requiere un gran número de postulados ceteris paribiis -la distribución de la población mediante un plano isotrópico ilimitado, la perfecta raciona lidad econ ómica de los consumidores , etc.- que se encuentran muy raramente en la realidad, en particular en las condi ciones mex icanas^1í Otr o problema conceptual es determinar el nivel 9 J ohn K. Chance, Race and class in colonial Oaxa ca, Stanford, 1978, pp. 112- 113, 175; David A. Brading, Miners and rnerchants in bourbon Mexico, 1763 -1810, Cambridge, 1971, pp. 248-250; V an Young, Hacienda and market, pp. 34-36; S. F. Cook, “Las migra ciones en la historia de la población mexic ana: datos modelo del occidente del centro de México”, en Bernardo García Martínez (comp.), Historia y sociedad en el mundo de habla esbañola; homenaje a José Miranda, México, 1970, pp. 355-378. Carol A . Smith, “Analyz ing regional social systems”, en Smith (comp.), op. ciL, vol. 2, pp. 4-7. Sobre Redfield, véase también, De la Peña, “Los estudios regio nales...”, pp. 54-57. 11 Berry, Geography of market centers, p. 3 y Carol A . Smith, “Ex amining stratification systems through peasant marketing ar rangements: A n application of some
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superior con el que se relacionan las regiones; esa matriz mayor en la que encajan, ¿es una metarr egión, una nación- estado, el sistema mundial o qué?jEn la práctica, definir la jerarquía de este nivel supe rior es una tarea más difícil que definir la del más bajo, que es posi blemente una ciudad, pueblo, villa o aun una empresa individual en algunos casos(Finalmente, e l análisis regional - con su inevitable énfa sis en los elementos económicos, las relaciones espaciales y cierto tipo de interacciones sociales- puede dejar de lado otros aspectos impor tantes de la estructura y el cambio, como la etnicidad y el conflicto étnico, por ejemplo.J2 A pesar de estos problemas, la a prox imación regional ha demostrado ser de enorme valor en estudios recientes y continuar á siéndolo en el futuro. Más aún, el enfoque reg ional pro porciona un punto de convergencia a dos de los temas centrales de este trabajo: ciudad y campo. Considerada en cierta forma, la estructura interna de la región constituye t ambién una matriz para la conver gencia del espacio físico y so cia l.13 Co mo conc ept os teór icos , los sis temas re gi onale s y de cl a ses demuestr an un notable paralelismo. El concepto de región esen cialmente “espacializa” las relaciones económicas, y el de clase social hace globalmente lo mismo, sustituyendo la metáfora de espacio so cial (como cuando hablamos de distancia social, movilidad social, etc.) por aquella de distancias reales de espacio físico/Además, los sistemas regionales y de clases sociales comparten al menos otras tres caracmodels from economic geography”, Man (New Series), núm. 10, 1975, pp. 95-1 22. En esta conexión, seguramente no ha sido accidental que gran parte del libro de Berry esté dedicado a un análisis geográfico-histórico del sistema de emplazamiento ce ntral del sudoeste de Iowa. Para un intento muy interesante de aplicar algunos elementos de la teoría de ubicación a la estructura económica azteca y colonial del valle de México, véase Ross I lassig, Trade, tribute, and transportation: the sixteenth'Century political economy of the valley of México, Oklahoma, 1985. 12 Sin embargo, éste no es el caso necesariamente. El trabajo de Chance, Race and class in colonial Oaxaca, sin colocarse explícitamente en el marco de la teoría de ubicación establece claramente el papel de los elementos espaciales en la cambiante composición socio-étnica de la región de Oax aca y de la ciudad de Ante quera. Véanse también las consideraciones teóricas de Carol A. Smith en “Exchange systems and the spacial distribution ofelites: T he organization of strat ification in agrarian societies”, en Smith (comp.),o/x ciL vol. 2, pp.-309-374. Una serie de estudios estimulantes sobre este tema se podrá ver e n el vol. 2 de Carol A. Smith (comp.), Regional analysis, especialmente en los ensayos generales introductorios de la compiladora y de Stephen M. Olsen, en el de Gordon Appleby sobre el Puno peruano y en el extenso ensayo final de la editora. V éase también De la Peña, “Los estudios regionales”, p. 76 y ss.
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terísticas comunes interrelac ionadas. Demues tran diferenciación, es decir, diferencias funcionales entre sus partes o grupos componentes. Demuestran jerarquía o sea, relaciones de poder asimétricas dentro del sistema. En el caso del sistema de clases, esto es obvio respecto de la distribución desigual de la riqueza, el status y el poder político, pero ocurre también en los sistemas regionales, por supuesto, con re ferencia a las formas de jerarquías urbanas. Finalme nte, ex hiben la característica de la articulación, es decir, cierta clase de interacción predecible entre los elementos que constituyen el sistema.^* Sin em bargo, más allá de lo que pueden considerarse similitudes fortuitas, los modos de análisis regional y de clases se intersectan en formas signifi cativas, de modo que se pueda hablar de est ructuras sociales peculiares de ciertos tipos de regiones, por ciertas razones teóricas explícitas. De hecho, la relación entre el espacio geográfico y la estructura social en la historia mexicana es uno de los dos temas principales a los que quiero referirme particular mente en los siguientes comentarios. En función de esto, primero quiero desarrollar brevemente una tipología dual de las regiones históricas mexicanas y luego hacer unas pocas observacio nes empíricas, vinculando ciertos elementos de dicha tipología con las particularidades del desarrollo económico y social mexicano a lo largo del siglo pasado. [ Las economías y sociedades regionales en general, y las mexica nas en particular, re sultan bastante diferentes e ntre sí según si están ligadas a los mercados internos o externos, o para decirlo con los términos del análisis regional: si el emplazamiento central de la región está dentro o fuera de ella. Por lo tanto, algunas regiones pueden verse centradas en ciudades, poseyendo una jerarquía urbana más o menos simétrica mente estructurada y una división interna del trabajo concomitante. Otras regiones pueden ser descritas como ag rupamientos o ramilletes de unidades productivas o de empresas vinculadas con un mercado ex 14 Con respecto a este último punto, uno tendería a comentar que la fuerte ten dencia al regionalismo en la historia mexicana (y también en muchos otros países en desarrollo) y la regionalidad concomitante sobredesarrollada -«i pudiéramos llamarla así- son frecuentemente síntomas de economías desarticuladas. Casi del mismo modo, la falta de una estructura de clases fuerte y su típico reemplazo por castas, estratos u otras estructuras marcadamente segmentadas, pueden ser vistos como un síntoma de articulación social débil. Considera da desde esta perspectiva, buena parte de la expe riencia histórica mexicana ha sido una lucha por reemplazar la definición regional de sociedad por una definición de clases, a pesar de que teóricamente los dos conceptos no son mutuamente excluyentes.
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temo en una f orma cualitativamente semejante y en las cuales la reg io nalidad está definida menos por la complementariedad e conómica que por un especie de similitud fenomenológicaj Como suele suceder, esta dicotomía conscientemente supersimplificada corresponde con bas tante nitidez a las definiciones funcionales y formales de regiones como fueron desarrolladas primariame nte por los geógrafos.15 Las metáforas gráficas para estas dos formas bien diferentes de reg ión pueden ser, res pectivamente, de olla a presión en un caso y de embudo, en el otro. La diferenciación que estoy haciendo entre los tipos de olla a presión y de em budo cor re spo nde g lo bal me nte a sis temas car act er íst icos de los mercados regionales designados por los teóricos del emplazamiento centr al como tipos solares y dendríticos, re spectiv amente.16»Sobre la base de esta tipología, sugeriría la hipótesis de que la complejidad de las estructuras sociales regionales y la naturaleza de las relaciones de clase estarían influidas fuertemente por las disposiciones espaciales in ternas y de los establecimientos de ambos tipo^.^Én el modelo de olla a presión - caracterizado por un espacio interno relativamente complejo y pola riz ado je rár quic am ent e- ve ría mos una pro lif er aci ón y co mp li cación de las estructuras internas a través del tiempo; por ejemplo, en las relaciones señor/campesino, en la utilización de los créditos, en los arreglos mercantiles y comerciales, en el papel social de los gru pos intermediarios y en las relaciones de clase. En el modelo de em budo -car acterizado por un grado relativ amente bajo de polarizac ión espacial interna- estaríamos observando una s implificación y homogeneización de las relaciones económicas y sociales internas y al mismo tiempo una diferenciación más aguda entre las clases sociales. En otras 15E n las palabras de Carol A. Smi th, “Reg ional economic systems”, p. 6, “Las regiones pueden ser definidas formal o funcionalmente; en el primer caso, enfatizando la homogeneidad de algún elemento dentro del territorio; en el último, enfatizando los sistemas de relaciones funcionales dentro de un sistema territorial inte gra do.” Marcel Bataillon también efectúa la misma distinción, poniendo un acento especial en la pre sencia de ciudades o lugares centrales en las regiones funcionales; Las regiones geogr áficas de Mexico, México, 6a. ed., 1982, pp. 197-208 ypassim. 16Pr imeramente int enté desarrollar una tipología olla a presión/embudo en Van Young, “Reg ional a gra dan structures and f oreign commerce in ninetee nth- century L atín Amer ica: A comment ”, Ame rica n Historical As sociati on, A nnual Meeting, Nueva York, 1979; véase también Van Young, “On regions, a comment” , c itado más arriba. Para las definiciones de los sistemas mercantiles solar y dendrítico, véanse varios tti» bajos de Carol A . Smit h, citados anteri ormente, y su artículo “I low marke ting systcuui affect economic opportunity in agradan societies”, en Rhoda 1lalpedn y Jame» Pow (comps.), Peasant livelihood: studies in economic anthropology and cultur al ecology, Nueva York, 1977, pp. 117-146.
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palabras, estoy sugiriendo que hay una conexión inversa entre la po lar izac ión espacial y l;i social o, |>:11 :i decirlo de una manera más de moda, la complejidad produce complejidad y la simplicidad, simplici dad. f>i se me Cjuieie objftai que estoy reinventando la rueda, admito presurosamente que la tipología dual en sí misma es difícilmente nove dosa y hac e eco de la distinción aceptada entre regiones exportadoras y no ex por tad or as No obs tan te , a lo que ap unt o es a que la pre se ncia o ausencia de una actividad exportadora dominante tiene consecuen cias espaciales y sociales interrelacionadas que trabajan sobre América
Latina.17
A nt es de que co nt inúe ilus tr and o mi hipóte sis sobre los tipos re gionales y sus implicaciones, necesitamos dar un paso atrás por un mo mento hasta elgoncepto básico de región, con el fin de aclarar el su puesto cent ral{ Dado que - como he sugerido más arriba- las regiones se definen adecuadamente por la escala de cierta clase de sistema in terno de las mismas y, dado que las sociedades humanas se constitu ye n típ ica me nt e co n un gr an núme ro de clases dife re nte s de sis tema s mutuamente influyentes, ¿cuál es el sistema que hay que elegir para 17 Para una colección generalmente interesante y abarcadora de ensayos sobre el desarrollo del capitalismo agrario latinoamericano en general y de las economías de exportación en particular, véase Kenneth Duncan e Ian Rutledge (comps.), Essays on the development of agravian capitalism in the nineteenth and twentieth centuries, Cambridge, 1977; muchos de estos ensayos, particularmente el concluyente de Magnus Momer, to can aspectos tratados en este artículo. Las formas puras sugeridas por la dicotomía olla a presión/embudo existen sólo en el laboratorio de la mente, obviamente, ya en la práctica las situaciones históricas reales no son tan simples como indican los modelos. Por ejem plo, en el caso de las regiones exportadoras o embudo, las economías de subsistencia intrarregional y de comercialización de alimentos pueden ligarse al sector exportador, comprometie ndo entonces al modelo de embudo “simple”. Una instancia de esto podría ser el sector de producción ganadera y de alimentos, esclavista y no esclavista, asociado con la economía azucarera en el Brasil colonial y del siglo XIX, véase Stuart B. Schwartz, “Colo nial Brazil, c. 1580-1750: Plantations and peripheries”, y Dauril Al den, “Late colonial Brazil, 1750- 1808”, ambos en Leslie Bethell (comp.), The Cambridge histoiy of Latín America, Cambridge, 1984, vol. 2, pp. 423- 500 y 601- 660, respectivamente. Stanley J. Stein, Vassouras: a brazilian cofjee country, 1850- 1900, Cambridge, 1957 y Celso Furtado, The economic grou/th of Brazil: A survey from colonial to modem times, Berkeley, 1965. Por otra parte, las regiones que son aparentemente instancias del mo delo olla a presión y que parecen experimentar cierto tipo de desarrollo interno, pueden vincularse débil o indirectamente con las economías dinámicas externas o con sus sec tores económicos. Por ejemplo, la apertura del noroeste mexicano y el dinamismo de la economía de la minería de plata del oeste de México (orientada hacia la exportación), parecen tener mucha relación con el desarrollo económico de la región de Guadalajara a fines del periodo colonial; véase Van Young, Hacienda and market, pp. 142-149 ypassim.
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definir las regiones? Rápidamente uno puede traer muchos can dida tos posibles a la mente, incluyendo las pautas de la geografía física, la distribución y el tipo de producción económica, la estructura política, el intercambio o las relaciones de mercado^Es este último sistema - la estructura de intercambio o los mercados- el que permanece en el co razón de la teoría del emplazamiento central, que a su turno provee la base para la mayoría de los recientes trabajos teóricos sobre el análisis regional.18 De hecho, esta teoría ha sido definida como una teoría de la lo calización, tamaño, naturaleza y espaciamiento de conjuntos de acti vidad mercantil. El geógrafo Brian J. L. Berry lo ha expresado muy clara mente: “Es en el sistema de intercambio, a través del proceso de distribución, donde aparecen juntas las ofertas de los productores y las de ma nda s de los cons umidor es . En est e se nti do, las in te rc on e xiones de la red de intercambio son los hilos que mantienen unida a la sociedad.”19Y que mantienen unidas a las regiones, podríamos agregar. 18 La influencia deter minante del espacio y de los costos de transporte sobre la producción económica es el tema principal de la teoría de ubicación clásica, que mayor mente deriva del trabajo de Johann Heinrich Von 'Iliünen, Von Thünens isolated state, P Hall, Londres, 1966. Para una aplicación interesante de las ideas de Von Thünen en México, véase Ursula Ewald, “ Iíie Von 'Ihünen principie and agricultural zonation in colonial Méx ico”, Journal of Historical Geography, núm. 3, 1977, pp. 123- 133. Entre los geógrafos, ('laude Bataillon, luego de una crítica elocuente y perspicaz a la teoría de las regiones naturales (o geográficas) en México, parece enfatizar la función de pro ducción como la mayor variable definitoria de la regionalización ( op. ciL, pp. 198 y ss.). Este mismo énfasis parece subyacer en la discusión de la “escala” urbana v “del poder productivo de la esfera de influencia (de una ciudad dada]” (Jorge E. Hardoy y Carmen Ar anov ich, “T he scale and functions of spanish america n cities around 1600: A n essay on methodology ” (comps.) en Richard B. Schaedel, Jorge E. Hardoy y Nora Sco tt Kinzer (comps.), Urbanization in the Americas from its beginnings lo the present, La Haya, 1978, nn. 63-97. Bcrry, op. cit., p. 1. Para citar a Carol A . Smith: “El excedente es un producto del intercambio, no un factor de producción, dado que su nivel depende de los medios empleados para extraerlo, no sólo de los usados para producirlo” (“Exchange systems and spacial distribution ofel ites ”, p. 3 12). Las relaciones mercantiles, como principio central de estructuración de las regiones, son particularmente apropiadas para las socie dades campesinas preindustriales, o sustancialmente preindustriales, aun donde existan formas importantes de producción no campesina. Su adecuación al análisis regional en las sociedades industrializadas, donde las relaciones de producción tienden a adqui rir una posición dominante, es aún un problema pendiente. Sobre este punto, véase Smith, “ Ex amining stratificat ion systems”, p. 9 6. Como se verá más adelante, y como es naturalmente obvio en un nivel empírico, los sistemas de producción y mercantil son difíciles de separaren r ealidad, dado que a menudo el tipo de producción es antecedente del tipo de sistema de mercado.
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Por lo tanto, es a las relaciones de merca do a quienes deberíamos mirar si quisiéramos entender la naturaleza de las regiones geohistóricas. Una de las peculiaridades del desarrollo histórico de México, se gún creo, es que - aparte de la prese ncia perenne de las exportaciones de la industria ex tractiv a, básicamente en la forma de plata o petróleoel país no se ha encontrado nunca en las garras de los ciclos exporta dores de monocultivos a los que uno suele asociar con la mayor parte de Amér ica L atina. El azúcar y el café en Brasil serían ejemplos de estos ciclos de auge/decadencia, el guano y el azúcar en Perú, el va cuno, el ovino y el trigo en Ar gentina, e tc.20 Por lo tanto, no existen muchas instancias de región embudo o dendrítica para examinar la historia de México y ciertamente ninguna que ocupara semejante pa pel central en el desarrollo económico del país en su conjunto, como las mencionadas más arriba. Sin embargo, dos casos que ilustr an as pectos del tipo embudo/dendrítico son la economía azucarera del área de Morelos, que abarca el siglo XIX , y el des ar rol lo de la indus tr ia henequera en Yucatán, durant e la misma centuria. Es precisamente la falta de tales regiones desbalanceadas, con dominio de las exportacio nes, lo que hace relativamente frecuente en México el tipo regional de olla a presión solar; y los dos casos que desearía discutir brevemente son los de la región de Guadalajara y parte de la diócesis colonial de Michoacán.21 ]~Lo que uno espera observar en regiones estructuradas a lo largo 20 Por supuesto, ex iste un cuerpo historiográftco enor me sobre estos ciclos eco nómicos y los efectos sociales y políticos vinculados con las exportaciones de bienes primarios, incluyendo los estudios de caso y los más generales, a lo largo de la teoría de la dependencia. Una colección de ensayos particularmente interesantes, que cubren la mayor parte de América Latina en el periodo postindependiente, es el editado por Kenneth Duncan et al, citado más arriba {véase nota 17]. 21 La discusión sobre el Morelos colo nial y poscolonial se basa sustancialmente en Cheryl E. Martin, Rural society in colonial Morelos, Albuquerque, 1985, y en Guillermo de la Peña, A legacy of promises: agiiculture , politics and ritual in the Morelos highlands of México, Austin, 1981. El material sobre Yucatan ha sido extraído de Robert W. Patch, “Ag rar ian change in eighteenth- century Yucatan” en Hispanic American His tórical Review, núm. 65, 1985, pp. 21- 49; Amol d Strick on, “Hacienda and plantatio n in Yu catan: A n historical- ecological consideration of the folk-urban continuum in Yucatan” en América Indígena, núm. 25, 1965, pp. 35-63, y Alien Wells, Yucatans gilded age, que el autor me facilitó gentilmente antes de imprimir; La discusión sobre la región colonial de Guadalajara se basa enteramente en mi tesis de doctorado, “Rural life in eighteenth century México: T he Guadalajara región, 1675- 1820”, 2 vols., University of Califor nia, Berkeley, 1978, y la del Michoac án colonial, en Claude Morin, Michoacán en la Nueva España del siglo XVIII, op. cit.
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de líneas dendríticas de organización interna es una orientación hacia el exter ior con el propósito de comerciar un solo bien ex portable - de allí la metáfora del embudo.JSeguramente, éste podría ser el caso de la zona azucarera de Morelos durante el periodo colonial y, aún más mar cadamente, también en el siglo XI X, con la considerable expansión de la industria y el advenimiento del ferrocarril. Más aún, uno podría es perar ver la atrofia de los lazos comerciales internos; el aplastamiento de la jerarquía regional urbana produciendo una extrema falta de re gularidad log arítmica - esto es, el dominio de la ciudad factoría y/o una metrópoli externa en el flujo de bienes hacia dentro o hacia afuera de la región-, un alto grado de concentr ación de la propiedad, una simpli ficación del sistema de estratificación social. Respecto del resquebra ja mie nt o de los v íncul os come rc iale s inte rn os, alg unos de los pueblo s coloniales del área —como Y autepec y Cua utla —parecen ser por cier to puntos nodulares de un sistema dendrítico concentrado en la ciudad de Méx ico.22 Dado que la producción regional de azúcar posiblemente no podía ser consumida localmente, tanto en el periodo colonial como en el independiente, la ciudad de México ha servido como el mayor mercado y consec uentemente como la ciudad regional primaria, ex hi biendo un grado ex tre madamente a lto de primacía.23 Todos los estu22 De la Peña, A legacy of promises, pp. 25-26. Véase también las consideraciones sobre esta característica de los sistemas regionales dendríticos en Car ol A . Smit h, “How marketingsy stems aff ecteconomic opportunity ”, pp. 133- 138 y “Ex change systems and the spacial distribution of elites”, pp. 336-337. Compárese además con el análisis de Gordon Appleby hablando de las zonas exportadoras de lana del altiplano peruano en la era moderna, en “Export monoculture and regional structure in Puno, Perú”, en Smith (comp.), Regional analysis, vol. 2, pp. 291-307: “Cuanto más tierra concentrada en pocas manos, menor cantidad de comerciantes necesarios para servir a los productores y mayor número de comerciantes locales asaltados por las grandes casas mercantiles en los centros de nivel más alto, y, consecuentemente, mayor el grado de primacía ex hibido en el área de exportación” (p. 294). 23 Sobre el mercado de la ciudad de México para el azúcar de Morelos, véase un artículo interesante de Horacio Crespo, “El azúcar en el mercado de la ciudad de México, 1885-1910”, en Horacio Crespo (coord.), Morelos cinco siglos de la historia re gional, México, 1984, pp. 165-222, passirruLos cuadros de Crespo (p. 204) indica n que sólo cerca de 4% de la producción azucarera total de México se exportaba en prome dio, entre 1893 y 1911, partiendo.de un umbral casi sin exportaciones en 1899/1900, a un elevado 8% una década después. Gran parte de la producción azucarera durante el periodo colonial se destinaba también al consumo interno dentro del centro del virrei nato mismo, pr incipalmente al mercado de la ciudad de México; sobre este punto, véase Gisela von Wobeser, “Las haciendas azucareras de Cuernavaca y Cuautla en la época co lonial”, en Crespo (coord.), op. cit., pp. 107- 113, /xissim. Las exportaciones azucareras
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diosos de* la zona expoitadoia de Morolos han apuntado la tendencia a la concentración d<* la propiedad en las áreas azucareras a través del tiempo, debido a la posibilidad de formación de economías de est ala que oller ía tal concentración, entre otros factores.24 Finalmente, tanto ( Julllenno de la Peña como Cheryl Mar tin señalan en sus es tudios la Nimpliíic ación social de las áreas rurales bajo el impacto del azúcHi. I s decir, sus efectos homogeneizante s: la tendencia a destruir totalmente a los pequeños productores y a los grupos intermediarios y, e n el cas o de Ma rt in, en par ticul ar , el re sur gi mie nto y pro lif er aci ón de pequeños productores en la primitiva zona exportadora, cuando la producción azucarera a gran escala había retrocedido desde fines del siglo XV II hasta cerca de 1760.25 del México colonial a Europa fueron (aunque no siempre) generalmente no rentables, debido a los altos costos de transporte comparados con los de los productores caribeños y brasileños; véase mi ensayo inédito, “The Cortes ingenio at Tuxtla: a study in economic decline” (197 0). Sobre la falta de regularidad loga rítmica como una medida de la primacía urbana, véase William R Me Greevey, “A statistical analysis of primacy and log nonnality in the size distribution of Lat in Amer ican cides, 1750- 1960” en Richard M. Morse (comp.), The urban development of La tin America, 1750 -1920, Stanford, 1971, pp. 11 6-129. La regular idad logarítmica significa que el tamaño de la población de una ciudad se relaciona con su rango en una jerarquía urbana; Le., la segunda ciudad es la mitad del tamaño de la primera, la tercera es un tercio de la primera, etc. Los cuadros de Me Greevey (p. 121, cuadro 2) indican que la ciudad de Méxic o demuestra el más tem prano y notable grado de primacía urbana [i.e. falta de regularidad loga rítmica! , entre las capitales de ocho países latinoamericanos (México, Cuba, Chile, Argentina, Brasil, Perú, Venezuela y Colombia). 24 Sobre la concentr ación de la tierra y la agresiva expansión de las haciendas azucareras, ver Martin, op. c it De la Peña, A legacy of promises; Ward Barrett, The sugar hacienda of the marqueses del Valle, Minneapolis, 1970; Arturo Warman, We come to object: the peasants of Morelos and the national state, Baltimore, 1981; John Wbmack, Zapata and the mexican revolution, Nueva York, 1969 y numerosos ensayos que figuran en la compilación de Crespo, op. cit. 25 De la Peña, A legacy of promises, pp. 29-37, discute acerca de la heteroge neidad social y la economía diversificada asociada en las zonas altas de Morelos en el periodo colonial, particularmente en Tlayacapan y algunos otros pueblos, y continúa describiendo los efectos reduccionistas de la expansión azucarera en los bajos durante el siglo XIX , sobre esta región (pp. 6 6 - 6 8 ) . Mardn (op. ciL, pp. 124-155) describe los efectos reduccionistas del resurgimiento del azúcar sobre “la importante variedad social” que se había desarrollado en la región de los bajos azucareros hasta mediados del siglo X V lll y concluy e que la cult ura del azúcar y sus disposiciones económicas asociadas ex plican la falta de “simbiosis” característica entre las grandes unidades productivas y los campesinos en otras áreas del México central (pp. 215-2 16). Para un análisis aún más radical de la homogeneización y de la simplificación social bajo el impacto de la cultura del azúcar en la costa peruana norteña, véase Peter F. Klaren, Modemization, disloca-
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Quizá el territorio norteño de Yucatán bajo la exportación del henequén durante los siglos XI X y pri nci pios del XX resulte un caso más claro de región embudo o dendrítica. El boom del henequén de Y uca tán es un caso inte re sa nte por que - a dif er en cia de la zon a az u carera de Morelos en la época colonial y el siglo XIX , donde el bien exportable estaba presente casi desde comienzos de la era colonialallí dicha industria del periodo de auge e xportador f ue creada ex nihilo y tuv o un cicl o re la tiv am en te cor to. A nt es que el he ne qué n alc anz ar a la hegemonía en la última mitad del siglo XIX , la península era esen cialmente periférica, una genuina economía aislada. En un excelente artículo reciente y en otro trabajo anterior, Rober t Patch ha descrito la dinámica básica de la economía colonial en términos llamativamente similares al resto de Nueva España. A quí los elementos básicos fue ron la recuperación demográfica indígena, la presión sobre la tierra, los enormes establecimientos rurales, los mercados de ganado y cereales urbanos, etc.: en suma, una o muchas situaciones de olla a presión que constituían una cantidad de pequeños complejos regionales.26 Poco después, lo que en cualquier otra parte puede haber sido un ciclo ex portador, adquirió la forma de “un episodio” en Yucatán, según la frase de Howar d Cline .27 Se trataba del desarrollo de la industria azucarera a lo largo de la frontera sudeste durante el periodo 1750- 1850. A pesar tion and aprismo: origins of the peruvian aprista party, 1870- 1932, Austin, 1973. Klaren describe la creciente concentración territorial, la destrucción de una clase de granjeros pequeños, prósperos e independientes, la disrupción de la estructura urbana comercial por la intrusión de las plantaciones azucareras en las relaciones locales de intercambio y la emergencia de un proletariado rural, vulnerable a la dislocación social y a la anomia; sobre la ausencia de grupos socialmente mediadores y la “anomia”, compárese con De la Peña, A legacy o f promises, pp. 66-68 y passim 26 Patch, “A gr adan change in eighteenth- century Yucatan”, passim Patch final mente destaca (pp. 48- 49) las causas internas del cambio en la economía colonial, debi das primariamente al crecimiento de la población, y sugiere que la economía peninsular se reorientó hacia el exterior sólo con el henequén, Stri ckon (“Ha cienda and plantation in Yucatan”, p. 44) señala que los exiguos ingresos por exportaciones de Yucatán a comienzos del siglo XIX derivaban de una economía ganadera extensiva, comercializada como carne fresca y otros productos en Cuba. Nancy Farriss, en Maya society under coíonial nde: the collective enterprise of survival, Princeton, 1984, ha descrito las adaptaciones sociales de la sociedad indígena al régimen económico colonial. Para algunas compara ciones interesantes con el periodo colonial temprano de Centro América, véase Murdo J. MacLeod, S/xmish Centra l America: a socioeconomic history, 15 20- 1750, Berkeley, 1973. 27 Howard F. Cline, “T he sugar episode in Yucatan, 1 815- 1850”, lnteramerican Economic Affa irs, núm. 1, 1947-48, pp. 79-100.
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de la orientación hegemónica de este sector hacia la producción para el mercado interno peninsular, ya se comenzaban a ver los efectos de la lógica interna de la economía de escala y del duro régimen labo ral que prefiguraban la del henequén.28 Mientras que sería una exa geración decir que la situación de la península cambió radicalmente jun to co n el ad v en imi en to y rápid o cr ec imie nto de la indus tr ia henequenera después de mediados del siglo, es verdad sin embargo que la industria de la fibra cambió la estructura económica de Yucatán y, con ella, la estructura interna de las regiones yucatecas. La producción de fibras en el noroeste de la península, organizada principalmente a lo largo de líneas de enormes establecimientos altamente capitalizados, se cuadruplicó durante la década de 1870, con un efecto predecible sobre el tamaño global y la organización de la fuerza de trabajo. Hacia 1900, cerca 75% de la superficie cultivada de Yucatán - seg ún cálcu los oficiales- se dedicaba al cultivo del hene quén y de la mitad a tres cuartos de la población rural de la península vivía en las plantaciones henequeneras.29 No es sorprendente que la población indígena cam pesina de la región henequenera se haya proletarizado fuertemente y que se hayan debilita do las comunidades aldeanas. La región parece haber experimentado la distorsión social y la simplificación de la es tructura social que predeciría el modelo embudo dendrítico.30 De este modo, a diferencia de las haciendas tradicionales de producción mixta de la era anterior al henequén, las plantaciones no intentaron el autoabastecimiento. Esto implicó el surgimiento de una economía maicera complementaria en la vieja zona fronteriza del sudeste, para alimen 28 Wells, 'iUcatarís gilded age, p. 24. Str ickon, “Hacienda and Plantation in Yucatan”, p. 50, afirma que la zona de plantaciones producía suficiente azúcar para exportar desde la península, a fines de los años 1830. Wells, o p . c í l , p. 22, continúa diciendo que aun con una división “subregional” del trabajo, las exportaciones peninsulares totales - incluyendo el azúcar- era n menores, comparadas con el valor tot al de la producción de subsistencia (i.e.t la agricultura tradicional basada en el maíz). 29 Strickon, “Hacienda and plantation in Yucatan”, pp. 55-56. 30Wells, Yucatarís gilden age, pp. 9, 153 y ss., 184; Strickon, “Hacienda and plan tat ion in Yucatan”, p. 57. Wells observa (p. 184): “La cooptación de los ejidos aldeanos por los henequeneros en el noroeste, a lo largo del porfiriato, ha frustrado lo que al guna vez fuera un campesinado saludable, aislando a la comunidad de la hacienda de su base institucional, el poblado comunal.” Concluye (p. 184): “A difer encia del norte de México, Yucatán no poseía una clase media considerable, capaz de unirse con los hacen dados descontentos para una revolución. La hacienda del henequén fue una sociedad de plantación con una estructura de clases similar a la de las sociedades azucareras del Caribe.”
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tar a la región henequenera con déficit alimentario, un desarrollo que anticipó la recuperación diversificada en la antigua zona del azúcar.31 Finalmente, uno esperaría ver una simplificación y homogeneización de los mecanismos comerciales y mercantiles regionales, ante el im pacto de tales cambios. Citando a Carol A. Smith nuevamente: “de bido a que el sistema productivo estaba altamente concentrado, el sis tema de distribución también lo estaba. Y, debido a que el merca do pa ra el excedente regional es externo, no hay necesidad de un sistema rural mercantil bien articulado”.32 Por contraste con las regiones embudo/dendríticas que acabo de describid partes de la diócesis de Michoacán y el extenso hinterland de Guadalajara desplegaron notables características de tipo regional olla a presión/solar. Considerando a Michoacán en su conjunto, un criterio de diagnóstico para la falta de una fuerte estructura embudo/dendrítica es el consumo interno de productos frecuentemente asociado en todas partes con los mercados de exportac ión, como el azúcar. En las postrimerías del siglo X V III, por ejemplo, sólo alrededor del 25% de la producción azucarera de 170 000 arrobas de la diócesis se desti naba a la e xportación.33 Otr a característica de orientación interna era 31 Wells, Yucatan s gilded age, pp. 91- 92, 94; según Wells el término adecuado para este efecto indirecto del desarrollo henequenero es “succión económica”. Véase también Strickon, “Hac ienda and plantation”, p. 59 y Appleby, “Ex port monoculture and regional social str ucture”, pp. 292-293, ref erido especialmente a Yucatán. Para instancias similares sobre los vínculos simbióticos interregionales que unían regiones exportadoras con forma de embudo y déficit alimentario, con regiones abastecedoras de alimentos, véase las consideraciones de Carol A . Smi th sobre el oeste de Guatema la (el café en los llanos, la producción de alimentos en los altos), en “Examinig stratification systems”, pp. 100 y ss.; De la Pe ña, A legacy of promises, passim (azúcar en los bajos, ali mentos en los altos) y los trabajos citados en la nota 17. Estas “parejas simbióticas” nos devuelve n a la cuestión original de qué es lo que constituye una región. Por ejemplo, De la Peña (ibid., p. 29), al ude a los altos de Morelos como si ellos mismos consti tu yeran una región distint a, diferenciada históricament e de los bajos vecinos, mienrras Wells (Yucatarís gilded age, pp. 7-8) prefiere la idea de una “dependencia intrarregional” dentro de una región identificable, Yucatán, integrada por las subregiones “dominante” y “mar gina l”. 32 Smit h, “How marketi ng systems affect economic opportunity ”, p. 138; ver también Appleby, “Ex port monoculture and regional social structure”, pp. 294, 302 303. Hasta l o que conozco, aún no se ha realizado ning ún estudio exhaustivo de l.i* estructuras de mercado de estas dos regiones yucatecas; por lo tanto, mis concluainnrn como las de los otros autores son altamente tentativas. 33 Morin, Michoacan en la Nueva España, p. 144. La evidencia que aduce Motín con res pecto al comercio de sal en otro párraf o (p. 147), para probar el alto gr uilo di»
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Clons¡ derocbrie s metodológicas y teóricas
la presencia de ferias periódk as on pueblos pequeños y medianos y en algunas ciudades más j;t andes: Zam oia y Iangan cícuaro los domingos, Pátzcuaro los viernes, Valladolid los jueves, etc.34 Y toda vía aparecen ot ros signos de un modelo olla a presión/solar en la for ma de mecanismos mercantiles loi ales iclativ ament e complejos y gener alizados y en
comcK’lullincl ón en el obispado con relación a los mercados ex temos, no es convint ente, dudo que la sal - aun en el viejo mundo y aun en las economías no monetizadas1*1a un artículo tradicionalmente comercializado a larga distancia por su alto valor unillirio: ii algo debía comerciarse, s eguramente era la sal. Sin embargo, la mayor parte de la producción algodonera era exportada desde ese obispado (p. 145). Uno de los problemas que presenta el libro de Morin, a pesar de ser muy bueno, es precisamente el no diferenciar suficientemente regiones coherentes dentro del obispado de Michoacán, el cual carece de sentido como entidad en y por sí mismo. No obstante, los argumentos tentativos que empleamos sobre las regiones, basándonos en el trabajo de Morin, pare cen justificarse sobre la base de que la mayoría de sus datos abarcan el obispado en su conjunto - y como el conjunto no debe haber excedido la suma de las partes- sus cifras representan el funcionamiento de las regiones componentes, grosso modo. 34 Morin, op. cit., p. 153. La presencia o ausencia de periodicidad mercantil en los sistemas de emplazamiento central es importante por tratarse de un indicador de la na turaleza y del grado de la jeraquía urbana intrarregional, del grado de oportunidades de consumo, y del grado de vinculaciones laterales en los niveles más bajos e intermedios de la jerarquía. Para una discusión sobre la periodicidad y su importancia, v éase los numerosos trabajos de Carol A. Smith ya citados, además de varios de los ensayos de la colección que editara Regional analysis, especialmente el de William Skinner; véase también G. William Skinner, “Marketing and social structure in rural China” (parte I) en Jack M. Potter, May N. Díaz y George M. Foster (comps.), Peasant society: a reader, Boston, 1967, pp. 63-97. Para un resumen del argumento de la periodicidad, ver Hassig, Trade, tribute and transportation. La discusión teórica de Smith sobre los sistemas de em plazamiento central, a los que se refiere en un artículo (“Exchange systems and the spatial distribution of elites”) como a estructuras mercantiles “administradas” o “par cialmente comercializadas” (donde establece, sin embargo, los lincamientos esenciales para el tra tamiento de los casos empíricos en Méx ico), es notablemente desajustada. E n términos generales, su sofisticado análisis no tiene en cuenta: 1) las relaciones interregionales; 2) las regiones/sociedades agrarias en las que la producción de bienes primarios exportables no está en manos de los campesinos productores, pero en las cuales éstos ex perimentan una relación simbiótica con los productores de artículos en gran escala (i.e., haciendas y plantaciones] (sobre este punto, véase su discusión en op. cit, pp. 336337), 3) la diferenciación intra- e mter-regional a través del tiempo [Le., su análisis es estático]. Con r especto a los sistemas solares de emplazamiento central, éstos no son incompatibles con la existencia de una periodicidad mercantil, a pesar de estar carac terizados por una jerarquía urbana trunca (generalmente de dos niveles) y un marcado grado de primacía regional urbana.
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la importación muy limitada de alimentos, con excepción de algunos rubros de alto valor unitario como bebidas alcohólicas y cacao.35 La r egión de Guadalajar a durante el periodo colonial tardío y los comienzos del siglo XI X proporciona un ejemplo más claro del tipo de olla a presión/solar en el sistema de emplazamiento central o, al me nos, uno mejor conocido por mí. G uadalajara, la capital política y ad ministrativa del área, funcionaba por cierto como una ciudad reg ional primaria y la jeraquía urbana de su extendido hinterland demostraba un gr ado concomitan temente alto de falta de reg ularidad logarítmica. Empleando el volumen de saldos comerciales para un grupo de pue blos escogidos de la región de Guadalajara en 1800 como un indicador del tamaño del pueblo, los saldos en la ciudad primaria eran más de 25 veces mayores que su rival más próximo en la región, el importante pueblo provincial de La Barca.36 En consecuencia, la estr uctura co mercial y mercantil de la región desplegaba las características que se esperarían encontrar aproximadamente en el tipo olla a presión/solar. Entonces a pesar de la tendencia reduccionista de las relaciones co merciales centradas en la ciudad regional primaria, los poblados rurales tenían al menos algunos lazos laterales en términos de las re laciones crediticias, los comerciantes itinerantes, las ferias periódicas, etc. Por otro lado, la especialización productiva intra rre gional, au n que existía, estaba limitada .37 Una r eclasificación y análisis de los 35 Morin, Michoacán en la Nueva España , pp. 145, 153 y ss. 36 Van Young, “Rural life in eighteenth- century México ”, cuadro 11-3, p. 518; la fuente es la Biblioteca del Estado (Guadalajara), Archivo Fiscal de la Audiencia de Nueva Galic ia, vol. 218; los valores se deriv an de las cifras de las alcabalas sin in cluir fincas e igualas, con base en una tasa general del 6%. Por contraste con la reg ión de Guadalajara, una de las únicas peculiaridades del Bajío en la misma época era su red urbana menos sesgada, la cual desplegaba una dimensión de distribución de sus pueblos con regularidad logarítmica; John Wibel y jesse de la Cruz, “México”, en Morse (comp.), I he urban development of L atin A merica , p. 98; ver también Alejandra Moreno loscano, “Regional economy and urbanization: Three examples of the relationship between cities and regions in New Spain at the end of t h e X V H I century”, en Schaedel, Hardoy y Kinzer (comps.), Urbanization in the Americas, pp. 399-424 y Richard Morse, “rIhe urban development of colonial spanish America” en Bethell (comp.), The Cam bridge history of Latin America, vol. 2, pp. 67-104. 37 Para un comentario g eneral sobre la estructura regional solar, véase Carol A . Smith, “Regional economic systems”, en Smith (comp.), Regional analysis vol. 1, pp. 363, especialmente pp. 36 y ss. Smith pone cierto énfasis en que “las comunidades cam pesinas en I...] los hinterlands (de una ciudad primaria) se especializan, cada una, en un producto distintivo para el mercado”. En la región de Guadalajara, esta especialización existía por cierto, pero sería un problema intrincado medir su significado relativo.
Consideraciones metodológicas y teóricas
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datos desarrollados en un tratado estadístico de mediados del sigloXIX, realizado por un geógrafo/estadígrafo, revela un enorme grado de ho mogeneidad en la red comercial regional y una jerar quía urbana acha tada, aproximándose a la disposición de dos grupos que se esperaría encontrar en tal tipo regional. De los casi 20 pueblos abarcados en el estudio -cuyos esta blecimientos comerciales he clasificado de acuerdo con la simple división en tres partes de la actividad minorista, servi cios y artesanado- un promedio de dos tercios tenía pequeños esta blecimientos minoristas, mientras que el resto poseía los de servicios y artesanales. Los pueblos ubicados a cierta distancia de Guadalajara en zonas agrícolas de temporal, con economías mixtas de cereales y ga nado, tendían a tener porcentajes muy altos de establecimientos mi noristas, mientras que la región en su conjunto parecía haber desa rrollado un grado re lativamente bajo de especialización intrarregional, con vínculos verticales fuertes y horizontales comparativamente más débiles. A lgunos comerc ios rurales, así como los esta blecimien tos más grandes en los pueblos provinciales, negociaban mayormente paños, comida y ferretería; te ndían a tener inventarios limitados y ha bitualmente llevaban en sus libros una gran cantidad de deudas muy pequeñas, muchas de ellas de indios campesinos aseguradas con varias prendas, que incluían armas, instrumentos agrícolas, artículos de vestir y obje tos re lig iosos .38 Fi na lme nt e, a pesar de la cr ec ien te co me rc ia li zación ag rícola, las caracte rísticas de la propiedad y la prole tari zación rural, la región sostenía una estructura agraria llamativamente com pleja, que incluía un grupo importante de familias granjeras indepen dientes - o rancheros- y una dispersión significativa de intermediarios rurales, con ocupaciones plurales - que proporcionaron un crédito co mercial importante y realizaron tareas de corretaje- en la economía y sociedad regionales.39 Mi último punto tiene que ver con las implicaciones de tales ca racterísticas regionales para la integración económica y social total de México. Si el modelo olla a presión/solar tiene algún valor predictivo para las economías regionales, esperaríamos ver tres rasgos de tales sistemas: 1) mercados de un tipo muy limitad o geográficament e para casi todo, excepto para los bienes comercializares de valor elevado y 30 Van Young, “Rural life in eighteenth- century México”, pp. 519-527 y véase también mi artículo inédito, “Rural middlemen in bourbon México: The G uadalajara countryside in the eighteenth century”, American Historical Association, A nnual Meeting, Washington, 1982.
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poco volumen; 2) niveles bajos de exportaciones regionales para bie nes agrícolas y 3) un generalizado bajo nivel de intercambio comercial entre regiones de este tipo, constituyendo un espacio económico ma yor. T oma ndo el caso de la r eg ión de Gua da la ja ra , esta s car act er íst icas son las que de hecho se observan alrededor de 1800 y probablemente mucho antes. Semejante conclusión implica incluso una s ignificación mayor, porque esta área de Nueva España se cita típicamente como una de las más dinámicas del periodo colonial tardío de Nueva España, ju nt o con las de l B ají o y Mi ch oa cán .40Pa ra el pr opós ito de la di sc usi ón, si se analizan las cifras de producción y del comercio regionales consig nados en un informe de 1803 de Fernando de Abascal, el intendente de Guadalajara, se aprecia que las exportaciones netas de la intende n cia eran comparativamente pequeñas. Del producto bruto regional (PBR) total de cerca de 8 729 000 pesos, éstas implicaban 443 000 pe sos- alrededor de 5% de estePBR, aprox imadamente 10 pesos per cápita, para la mayoría de la población de la región de Guadalajara. Si se eli minan los datos de la producción minera - virtualmente todo lo que se ex portaba desde esa intende ncia- las cifras caen a 2%. Más aún, si se aumentan en un 50% las cifras de la producción maicera que da A bas ca l (lo cua l par ece ra zona ble en fu nc ión de cor re gir el s ubreg ist ro de la producción de subsistencia de este artículo básico) la cifra de las exportaciones caerá más aún necesariamente [véase cuadro].41 40 Enrique Florescano e Isabel Gil S ánchez, 1750- 1808: La época de las refor mas borbónicas y del crecimiento económico, Cuadernos de trabajo del Departamento de Investigaciones Históricas, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 1974, pp. 148 y ss.; Morin, Michoacán en la Nueva España, passim. 41 El informe de Abascal está publicado en E. Florescano e I. Gil S ánchez (comps.), Descripciones económicas regionales de Nueva España. Provincias del centro, sureste y sur, 1766-1827, México, 1976, pp. 108-132, “Provincia de Guadalajar a. Estado que de muestr a los frutos (...) en el año 180 3”; posible mente está basado en los regis tros de diezmos y de impuestos a las ventas. He dispuesto de otra forma los datos de Abas cal y he cho al gunos cálculos por mi c uenta, co ncluyendo en una quiebra brusca de la pro ducción y el comercio regionales a partir de varios sectores/industrias de la economía, como se ve a partir de los datos del cuadro. J ustamente, no está claro lo que Abascal entendía por la denominación “Provincia de Guadalajara”, aunque posiblemente se re firiera a la intendencia, una unidad mayor que se sobreponía a la región de Guadalajara, como he tratado de definirla (Van Young, Hacienda and market, pp. 11- 27); por lo tanto, mis cálculos son sólo una aproxi mación poco precisa. En consecuencia, las cifras no contemplan el contrabando dentro o fuera de la región. Abascal proporciona una cifra para “comercios”, en su rubro “importaciones”, de 2 241 000 pesos, pero de los totales se ve claro que ésta es una cifra diferente del total de las importaciones especificadas bajo las categorías de agricultura, ganadería, etc., y debe haberse tratado de bienes ma-
( omitIr rtu hi ics metodológicas y t eóricas
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Ramo (sector/
industrùi)
Valor de
la í>W(lucitm total
Ag ri cult ura 3.0 51 .(XX) Ganadería I.34I.OOO Inclusi i àa 1.320.000 40 7.000 A m(a/cuer o 1.620.000 Ikxdlct Minerales 990.000
Valor total Vahr total Valor neto de las ini' de las ex de las ex portaciones portaciones portaciones 1 51 .000 —
69.000 128.000 136.000 12.000
904.000 261.000 624.000 199.000 308.000 884.000
743.000 261 .000 555.000 71.000 172.000 872.000
m 25% 19% 42% 17% 11% 88 %
12]
9% 3% 6% 1% 2% 10%
111 Valor neto de las exportaciones como porcentaje de la producción [2J Valor neto de las exportaciones como porcentaje de la producción total Fuente: véase nota 41.
nufacturados. Por lo tanto, es justificable dejar esta cifra fuera de los cálculos, cuando se deducen las exportaciones netas (exportaciones brutas menos importaciones brutas en todos los ramos, excepto comercio). Sustrayendo el valor del “comercio” (2 241 000 pesos) de las exportaciones netas (2 684 000 pesos) obtenemos la cifra de 443 000 pe sos, el comercio total positivo para ese año. Luego la dividimos entre el “producto bruto regional” (8 729 000 pesos) produciendo un balance comercial positivo de 5% del PBR, partiendo de una población regional de cerca de 500 000 habitantes (posiblemente, una base un poco conservadora); para la población, véase Van Young, Hacienda and market, pp. 36- 3/ y las cifras allí citadas. C on respecto a la producción regional de maíz y al papel de las exportaciones maiceras en el total regional, mis cálculos son demasiado ge nerales. El informe de Abascal est ima la producción total de maíz de la “provincia” en 1 860 000 fanegas para 1803, de las cuales se ex portaban unas 444 700 (no se sugiere hacia dónde), o sea, cerca de 24% (a 1 peso/fanega]. Con un cálculo total de unas 500 000 personas, el monto real de maíz necesario para aumentarlas habría sido de 2 750 000 fanegas, o alrededor de 900 000 más (cerca de 50%) que el dato de Abascal. [Este cálculo se basa en que un adulto medio de sexo masculino podría consumir nor malmente unas siete fanegas anuales y, una familia de 4.5 personas, cerca de 35 fanegas. He tomado las más bajas de las estimaciones para la familia, la que da un consumo per cápita anual pr omedio de 5.5 fanegas. Para las estimaciones de consumo, ver Hassig, trade, tribute, and transportation, pp. 20-21.] Si la cifra de 2 750 000 fanegas está más cercana a larealidad de la producción regional total de maíz, luego la cantidad exportada - 445 000 fanegas—cae de 24% a 16% del total de la pr oducción. U n consumo más bajo de maíz a causa de la utilización del trigo dentro de la “provincia”, habría estado posible mente equilibrado por el empleo de maíz para criar cerdos u otro ganado. En el mismo año, de una producción total de trigo de 54 287 cargas, la “provincia” exportó cerca de 20 890 o sea 38%. Esta proporc ión 2.5:1 entre las exportaciones de trigo y las de maíz tiene sentido si existía un excedente exportable “regional” sustancial, porque el mismo costo de transporte unitario podría proporcionar un beneficio mayor a los exportado res debido al precio diferencial en favor del trigo. De la producción ganadera tot al de 1803 -1 34 0 558 pesos en valores- se exportaba cerca de 20% (260 688 pesos), pero la tendencia secular en las exportaciones ganaderas parecía haber declinado (Van Young, Hacienda and market, cap. 3). De hecho, los datos fragmentarios (ibid., pp. 47, 70, 82)
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Por consiguiente, lo que se ve —al menos e n este caso y proba ble mente también en otras regiones- es una especie de efecto deiceberg, en el que sólo la punta de la economía regional lograba un nexo co mercial más amplio, mientras que la enorme masa restante producía, consumía y comerciaba sólo en un nive l intrarreg ional, llegando casi a la no comercialización. De un modo general, aún se pueden entrever los múltiples niveles de integración económica abarcando los inter cambios primarios (administración e impuestos), los intercambios se cundarios (consumos de bienes durables y de lujo y flujos de capital), los intercambios terciarios (consumos de bienes no durables en una es cala comercial y posiblemente la movilidad laboral) y los intercambios cuaternarios (consumos de bienes no durables en pequeña escala).42 En lugar de una fuerte evidencia indicadora de un comercio interre gional significativo, los datos sobre el arbitraje entre los precios de los mercados regionales para artículos como el maíz y otros granos se sue len usar para inferir la existencia de tales conexiones comerciales con la economía desarrollada de amplio alcance, que se supone subyacía en ellas; pero.este ra zonamiento no es totalmente c onvincent e.43 para 1803 sugieren que los precios para los tres mayores artículos ex portables estaban por debajo de lo normal. Sobre la idea de balances regionales de pagos, véase Assadourian, El sistema de la economía colonial, p. 126. 42 Este mismo punto ha sido tratado con frecuencia; más recientemente por Ri chard Morse, “The urban deve lopment of colonial spanish Amer ica”, pp. 80 y ss.; por Dav id A. Brading, “Bour bon Spain and its american empire” en Bethell (c omp.), Cam bridge history of Latin A merica, vol. 1, pp. 380-439 y por James Lockhar t, “Social orga nization and social change in colonial spanish America” en ibid., vol. 2, pp. 265-319. W El excelente artículo de Héctor Lindo Fuentes, “La utilidad de los diezmos como fuente para la historia económica”, Historia mexicaiux, vol. 30, 1980, pp. 273- 289, apunta a la elevada correlación dentro de los movimientos de precios en varias regio nes de Nueva España, basados en series de precios disponibles para el siglo xvm. Pero también admite que tales movimientos aparentemente simpáticos pueden deberse en gran parte a los efectos de factores climatológicos fortuitos u otros fuera del mercado, como al arbitraje de los precios dentro de los mercados interreg ionales (p. 277). Por otro lado, el tipo regional olla a presión/solar podría mostrar una marcada “pesadez” o “viscos idad” en sus respuestas a tr avés de los precios, dado que estos sistemas son típica mente sujetos de obligaciones no mercantiles (i.e. políticas) y, por su naturaleza, están unidos débilmente a otras regiones; sobre este punto, véase Carol A . Smit h, “Regi onal economic systems”, p. 336. Mi trabajo sobre la reg ión de Guadalajar a indica un de sarrollo de mercado relat ivamente tardío, casi totalmente intrarregional en su alcance, prácticamente sin introducción de artículos de consumo básico desde el exterior, aun en tiempos de crisis severa; Hacienda and market, caps. 3-5. Entonces, si se infiere de una correlación alta de los movimientos del precio del producto básico, que los pre cios estaban arbitrándose a larga escala, el mercado interregional resultaría como de
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Consideraciones metodológicas y teóricas
Finalmente, ¿cuáles son las implicaciones de una estructura re gional semejante para la sociedad en su conjunto? Primero -y lo más obvio- ésta indica una integ ración horiz ontal o espacial débil y, de al guna forma, se orienta a explicar las notables tendencias centrífugas mexicanas durante el periodo colonial y aun después de la indepen dencia. Segundo, la debilidad de la articulación horizontal se relacio naría directamente con la debilidad de la vertical - o ar ticulación sociopolítica- dado que probablemente indicaría una división social del trabajo re lativa mente baja. Es admisible que uno encuentre aquí un modelo con formas extravagantes, con campos de distorsión alrede dor de las áreas mineras, de los centros administrativos y de la siempre anómala ciudad de México. Y, tercero, se esperaría observar que dicha sociedad tendiera a romper sus partes constitutivas a lo largo de las líneas de presión preexistentes que acabo de señalar, en tiempos de crisis política ag uda. Esto es ex actame nte lo que sucedió en los años posteriores a 1810, en los que, a través de la historia social de la re belión, se podría rastrear la huella profunda de la desarticulación de la sociedad mexicana hasta descender al nivel de los poblados.
LOS ESTUDIOS REGIONALES Y LA A NT ROP OL OGÍA SO CIA L EN MÉ XICO* G u il l e r m o d e
l a
Peña
Ánge l Palerm (1917 - 1980) inMe mor iam
¿Se g u i m o s
s i e n d o a n t r o pó l o g o s s o c i a l e s
?
En un compendioso artículo sobre la “civilización rural” europea, Emmanuel Leroy La durie1ha señalado dos constantes en la multisecular historia de las sociedades agrarias (o “campesinas”). Primera: la estructura que presenta cualquiera de ellas en un momento dado es producto de larg os procesos acumulativos; su historia es “estratigráfica”; perdura el pasado - uno y múltiple- a través de los efectos de
concluir que porque dos pacientes tienen temperatura alta ambos sufren de la misma enfermedad. Morin, M ichoacan en la Nueva España, pp. 1 95-201, trata este punto muy claramente al notar la amplia variación de precios de una localidad a otra dentro del obispado, y la lentitud de sus movimientos: “Otros ejemplos podrían confirmar la exis tencia de mercados locales en los que los precios se presentan en forma anárquica, en desacuerdo con la imagen de un espacio unificado por una red de intercambio en la cual los precios casi no se diferencian más que en función de gastos de transporte. Estas des igualdades revelan una integración muy defectuosa*, pues los intercambios de un lugar a otro no obedecen a la regla de la minimizac ión de los costos y de la máx ima util idad” (p. 196). Co ncluye Mor in: “A pesar del vol umen del inter cambio y de la importancia de los mercados, y con todo y que la actividad comercial se amplía incesantemente, la circulación de bienes sigue recurriendo a técnicas y medios sumamente distintos de los mecanismos de una economía de mercado” (p. 201). [En castellano en el origi nal, N. del T. J
* Relaciones. Estudios de Histor ia y Sociedad, vol. II, núm. 8, otoño de 1981, pp. 43-93. Aunque mi interés por la “cuestión regional” data de varios años, se ha visto no tablemente estimulado por mi participación como profesor e investigador en el Programa de Estudios Regionales en el Occidente de México , auspiciado por El Colegio de Michoacán y el Centro de Investigaciones Superiores d e l l N A H . El presente artículo se ori ginó como una co municación preparada para el Simposio sobre Rumbos de la A ntr opo logía Latinoamericana, XII Reunión de la Asociación Brasileña de Antropología, Río de Janeir o, julio de 1980. Me beneficié, para la re dacción de este ensayo, de las visiones pa norámicas de la antropología mexicana debidas a Juan Comas (comp.), La antropología social aplicada en México. Tr ayectoria y antología, Instituto Indigenista Interamericano, México, 1964) y José Lameiras (“La antropología en México. Panorama de su desarrollo en lo que va del siglo”, en Ciencias s ociales en México. Desarrollo y perspectiva, El Colegio de México, México, 1979). * Emmanuel Leroy Ladurie, The territory of the historian, Harvester, Nueva York, 1979.
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Estudios regionales y antropobg ía
la evolución tecnológica, los movimientos demográficos, las catástro fes naturales, la sabiduría tradh ional cristalizada en símbolos. Segun da: el compor tamie nto de una unidad social deter minada (gr upo doméstico, parentela, cofradía, comunidad local) implica condiciona mientos de relaciones horizontales (con unidades semejantes) y verti cales (con el feudo, la iglesia, el Estado, la ciudad...); un grupo agrario nose basta ni cxplu a a sí mismo, se inserta en una estructura de clases, en un sistema de dominación más amplio. Si aceptamos estas dos premisas como válidas también para la comprensión de las colectividades rurales latinoamericanas, empeza remos a entender los serios problemas metodológicos que han enfren tado los antropólogos sociales2 en nuestros países. ¿De qué nos vale el refinado instrumental analítico anglosajón, orientado a la disección microscópica de las llamadas sociedades tribales, si desdeña la histo ria y ex cluye el análisis de contextos macrosociales? Por otro lado, ¿podemos dedicarnos a escudriñar el pasado y a analizar variables macrosociológicas sin dejar de ser antropólogos sociales, sin convertirnos en historiadores, sociólogos o economistas políticos? ¿Plant eo un falso problema? ¿Son las divisiones entre las disci plinas sociales una mera arbitrariedad, una argucia de la politiquería mandarinesca? No lo pienso así; creo en la división razonable del tra bajo académico, expresada en las tradiciones (o “paradigmas”) que las distintas c omunidades científicas mantienen vivas. Simplificando, podemos decir, por ejemplo, que la pregunta lan zada al pasado por un antropólogo social es distinta de la que formula su colega historiador, o incluso sus cofrades etnohistoriadores y ar queólogos, en cuanto estos buscan establecer descripciones con vincentes de hechos pretéritos, y explicar su lógica, mientras que aquél busca la lógica de la historia desde (y a causa de) la lógica del presente. El presente, por otro lado, es para el antropólogo social el aquí y ahora del universo viv o que confronta en su trabajo científico: las per sonas humanas entre quienes realiza trabajo de campo no son un ob je to de inv es tig ac ión sin o ent es que con st ruy en est e obj et o ju nt o con el investigador: éste - en buena medida- percibe las relaciones sociales mediante las percepciones de los propios actores. En otras palabras: el 2 Para evitar confusiones terminológicas aclaro que por antropología social en tiendo específicamente la disciplina conformada a partir de los trabajos de Durkheim, Mauss, Malinowski y RadclifTe-Brown; implica la creación y el uso de conceptos so ciológicos en el estudio intensivo, holístico y comparativo de grupos humanos.
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Guillermo de la l^ña
presente del antro pólogo social necesita contextualizar se. No puede prescindir de indicadores “objetivos” de la sociedad global (como los que manejan los sociólogos y los economistas); pero su interés con tinúa centrado en la cotidianidad multifacética que no es deducible de ningún esquema general sino que debe descubrirse en la aventura de la investigación de campo. La antropología social latinoamericana - y latinoamericanista- , así, sin negar su genealogía académica, ha buscado enriquecer su ho rizonte, tanto por la utilización de perspectivas expropiadas de otras disciplinas (arqueología, etnología, historia, ecología, sociología, eco nomía, dere cho compara do, etc.) como por la crea ción y adaptación de conceptos y métodos. A mbiciosa mente , regresa a los ámbitos to talizadores de la antropología evolucionista - la ciencia del hombredel sigloXIX, quizá con menos ingenuidad, ciertamente con un camino más arduo delante de e lla.3
E l t e j id o r e g i o n a l
El concepto región empieza a formar parte del instrumental ampliado de nuestra disciplina. No es nuevo; e xa minaremos luego los signifi cados que ha adquirido en tradiciones científicas diferentes . No se trata de una categoría transhistórica, no expresa una definición real, no es un concepto unívoco (monotético) en torno al cual pueda cons truirse un tipo ideal o una teoría general de las regiones .4Por el contrario: 3 La historia de la antropología presenta, en palabras de Guille rmo Bonfil Ba talla, “un proceso de reducción”; tiene una visión más amplia mientras más retrocede en el tiempo. (“El campo en la antropología social en México: Un ensayo sobre sus nuevas perspectivas”, Anales ae Antropología, UNAM, vol. VII, 1970, p. 163). No hay que olvi dar, por otro lado, que algunos antropólogos sociales (africanistas y norteamericanistas) rompieron teórica y metodológicamente el circulo mágico de la microcomunidad: Max Gluckman, “The kingdom of the zulu of South Africa”, en M. Fortes y E. E. EvansPritchard (comps.), A frican political systems, Oxford University Press, 1940, y Analysis of a social situation in modem Zululand, Manchester Univer sity Press, 1958 (The RhodesLivingtone Papers, 29); J. Clyde Mitchell, The kalela dimee, Manchester University Press, 1956 (T he Rhodes- Livingstone Papers, 27); W. Ll ord Warner, Ame rican life. Dream and reality, ed. revisada, The University of Chicago Press, Chicago y Londres, 1962 I la. ed. 1953J, son buenos ejemplos de ellos y además los citados más adelante en este ensayo. 4 Una def inición real aspira a describir una cosa (res) y no simplemente a clarificar el significado de un término, como lo haría una definición nominal. Las definiciones reales exig en la utilizac ión de conceptos monotéticos, i.e. que expresan constelaciones
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Estudios regionales y antropobgía
es un concepto histórico, politético, cuyo significado se modifica por circunstancia s de tiempo y lugar. (Pero ¿no ocurre lo mismo con algu nos de los conceptos clave de la antropolog ía social: parentesco, ma trimonio, religión, campesinado, sin que por ello dejen de ser útiles y nec es ar ios ?)5 Ref ier e a “un es pacio priv ileg iado de inv es tig aci ón”;6 pero supone un planteamiento previo de problemas a partir de teorías y con cep tos “tr ans re gio nale s” ; se tr ata , en fin, de un re curso me to dológico de particular importancia, que puede incluso ser exigido por la propia teoría. Que el concepto región no es unívoco lo prueban los usos varia dos que le han dado diversas disciplinas. La arqueología tr adicional y la et nol og ía, sobre tod o cua ndo ha n es tado inf luida s por las teor ías difusionistas de cuño boasiano, hablan de áreas o regiones cultura les para indicar la distribución espacial y el ritmo de comunicación de ciertos rasgos (traits) y patrones (¡mttems) creados o utilizados por un grupo humano durante cierta época u horizonte. Para los biólogos, el concepto está inextricablemente unido al de nicho ecológico y al de ecosistema; remite a los procesos y combinaciones por los que un con ju nt o más o meno s het er og éneo de s eres v ivi ent es coex ist e y se a dapt a en un territorio. Los economistas “regionalizan” un país al dividirlo en espacios caracterizados por formas distinguibles de org anización de los de atributos predicables a fortiori de todos los casos a que se aplique el concepto. El concepto politético expresa atributos que no se aplican todos siempre a todos los casos. Los lenguajes elaborados de las ciencias exactas contienen con frecuencia conceptos monotéticos: H 2 O. Los conceptos de las ciencias sociales provienen en su mayoría del lenguaje natural, y suelen por ello ser politéticos. * De los conceptos de parentesco y matr imonio se ocupan los artículos reunidos por RodneyNeedham (comp.),Reíhmfcm^ldrwhipandrruirTÍage, Tavistock, Londres, 1971 ( ASA monographs, 11); Martin Southwold (“Budhism and the definition of religión”, Man. The Journal of the Royal Anthropological Institute, vol. 13, núm. 3, 1978) dise ca el concepto de reli gión. Sobre la equivocidad del concepto de campesinado, véase Guillermo de la Peña, Herederos de promesas. Ag ricultura , política y ritua l en los Altos de Morelos, Ediciones de la Casa Chata, México, 1980, y “evolución agrícola y poder regional en el sur de Jalisco”, Revista Jalisco, vol. I, núm. 1, 1980, pp. 38-55. Digr esión: Al an Macfar lane (The origins of english individualism, Basil Blackwell, Oxford, 1979) ha hecho recientemente un concienzudo esfuerzo por construir un tipo ideal o un concepto monotético para el campesinado histórico europeo; pero a continuación advierte que no se aplica a los pequeños cultivadores de Europa occidental, y menos a los ingleses, sino sólo a los de Europa oriental. El problema es que a todos se les llama campesinos en la literatura y en la vida cotidiana; les posible cambiar- abolir—tal nomenclatura? 6 Marco Bellingeri, “Comentario”, Primer Coloquio sobre Antropología e Historia Regional, El Colegio de Michoacán, 1979.
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recursos y de la población; el enfoque neoclásico ha creado, además, una sofisticada “teoría de la localización” que pretende explicar las re laciones entre población y recursos, y entre las zonas rurales y urba nas, a partir de criterios de optimizac ión.7 Los planificadores parte n de las regiones económicas para establecer sus niveles diferencia dos de desarrollo y buscar, con mayor o menor ingenuidad, remedios a las desigualdades; ellos mismos definen “regiones al futuro”, que su puestamente resultarían de la acción de organismos gubernamentales y plane s de des arr ollo. Los geógrafos utilizan el concepto en forma más versátil. Han abandona do - me refiero sobre todo a las tendencias francesas y bri tánicas contemporáneas- la rigidez de la “región natura l” para insis tir ejijajormac ión_históricaJe losj^ritûr iû§1^ndiçionada,-per o.jio deter minada, por factores fisiográficos.8Recurr en a las ideas de ecólogÓST y ec ono rnist as sin olv ida r que los e spacios son ta mbié n per cibidos y re aliza dos por quiene s los hab ita n; en el hom br e'é l espa cio no es niiramenœcategoria a priori de conocimiento sino experiencia acu mulada, proyecto d¿ cotidianidad que puede continuarse o transfor marse. Este énfasis fenome nològico mucho adeuda a los psicólogos sociales9 y a los filósofos de la perce pción;10pero fueron los antr opólo gos sociales quienes desde hace mucho mostraron empíricamente que el concepto de espacio es socialmente creado porque es socialmente vivido; recIieTdèrisë îôs an^lr^s dë MarceHvfauss sobre los esquimales, los de Evans- Pritchard sobre los nuer, de Lea ch sobre los kachín o de Peters sobre los be duinos.11 Recogido este enf oque por los geógrafos, ? Me refiero a las influyentes teorías de Vbn T hünen y sus discípulos. Para una discusión de esta escuela véase la antología compilada por J. Friedman y W. Alonso, Regional development, The MIT Press, Cambridge, 1975, y los trabajos de Carol S mith (comp.), Regional analysis, Aca demic Press, Nueva York, 1976, 2 vols. 8 Harold Brookfield, Interdependent development, Methuen, Londres, 1975; Claude Bataillon, Las regiones geográficas de México, Siglo XXI, México, 1970; La cwdad y el campo en el México central, Siglo XXI, 1973; y “Organization administrative et rég ionalisa tion en pays sous- developpé”, Espace Géographique, nüm. 1, 1974, pp. 5-11. 9 Jean Piaget, La représentation de l’espace chez l’enfant, Presses Universitaires de France, Paris, 1948. 10 Gaston Bachelard, La poétique de l’espace, Presses Universitaires de France, Paris, 1957. 11 Marcel Mauss, “Les varia tions saisonnières des eskimo”, llannée sociologique, 1904'1905; E. E. Evans- Pritchard, The nuer, Clarendon Press, Oxford, 1940; Edmund Leach, Politicai systems in highland Burma, Athlone Press, Londres, 1954; Emys L. Peters, “The prolifération of segments in the linage of the bédouin in Cyrenaica”,Journal o f the Royal Anthropological Institute, núm. 90, 1960, pp. 29-53.
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I• studios r egionales y a ntropolo gía
y yux tapue st o n e nfo ques más “obj et iv iza nte s” , puede for mular se una definición compleja aunque no real de región: so presont a como un espacio medio, menos extendido que la nación o el j»rail espacio de civilización, más vasto que el espacio social de un grupo y a fortiori que un lugar. Integra lugares viv idos y espacios nocíalos con un mínimo de coherencia y especificidad, que hacen do la región un conjunto que posee una estructura propia (la com binación regional), distinguible por ciertas representaciones en la | icrcepción de los habitantes y los extr años (las imágenes regionales), La reg ión es menos netamente percibida y concebida que los lugares de lo cotidiano o los espacios de la f amiliaridad. Pero cons tituye, en la organización del espacio- tiempo vivido, una e nvoltura esencial, anterior al acceso a entidades mucho más abstractas, mu cho más desviadas de lo cotidiano.12 Continúa el mismo autor distinguiendo entre regiones fluidas, arraigadas y funcionales, según la mayor o menor rigidez de las prácticas sociales de los grupos que dan significado a una región; el primer tipo correspondería a trashumantes, el segundo a campesinos, el tercero a economías modernas - a sociedades orgánicamente planeadas.13 Por último debemos hablar del tratamiento que del término región hace la historia social contemporánea. La escuela de Lucien Febvre y Marc Bloch, al romper con la historiografía superestructural y anec dótica, insistía en la necesidad de una “geografía histórica”, de la bús queda por el arraigo espacial de los acontecimientos, del conocimiento “de los fundamentos naturales ofrecidos a las fuerzas productivas de sarrolladas por el hombre en cada una de las etapas atravesadas por la econo mía”. 14 Por otra parte, la llamada historiograf ía coyuntural15 in 12 A rmand Frémont, La región, espace vecu, Presses Universitaires de France, París, 1976, p. 138. En esta terminolog ía el lugar se configura por las actividades consuetu dinarias de una persona o una unidad social menor (la casa es el lugar prototípico); el espacio social se configura por las actividades de un grupo o de una categoría social más amplia (la ciudad, por ejemplo). Ulbid., pp. '39-1 61. 14“Combinaciones entre suelos y climas, posibilidades de irr igación, capacidades energéticas de los ríos... me parecían ser los datos siempre presentes, las ‘cons tante s’ de los problemas que yo estaría llamado a resolver” . Pierre Vilar, Cataluña en la España moderna. Investigaciones s obre los fundamentos económicos de las estructuras nacionales, Editorial Crítica (Gr upo Grij albo), Barcel ona, 1979, 1.1, p. 14. 15 Emest Labrousse, Fluctuaciones económicas e historia social, Editorial Tecnos, Madrid, 1962; Earl J. Hamilton, War and prices in Spain, 1 651*1800, Harvard University
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sistía en las variaciones a largo plazo, detectables en series estadísticas continuas, que no pueden explicarse por constantes geográficas o es tructuras intemporales, sino que exigen modelos interpretativos más complejos. Pero ¿cuál es el sujeto de estas variaciones? ¿Es el estado moderno el marco - la condición- de la historia, o por el contrario, la historia de los segmentos sociales, las clases, las regiones, debe em prenderse para entender la configura ción histórica del estado? A su vez, estas realidades “menores” ¿no surgen históricamente? La respuesta a tales interrogantes la empiezan a dar, por un lado, los historiadores locales o parroquiales16y por otro lado los historiado res del “hecho nacional” en estados multinacionales (sobre todo Pierre V ila r e n s u es tudi o de C a ta lu ña ). 17A mbo s tipos de hist ori ador es hac en historia reg ional. En los primeros, la reg ión es un marco de referencliTque sürge irre mediablemente al hablar de fenómenos locales -per o que varia a través del tiempo-, cuyos componentes “estr atigráficos” son las oleadas de poblamiento, los sistemas de propiedad territorial y su concreción en patrimonios y heredades, los sistemas de producción agraria y de organización del trabajo, la movilidad de la mano de obra, las formas de dominación administrativa e ideológica y sus dimensio nes espaciales, las configuraciones simbólicas (lengua, arte, ritual), la concie ncia de un espacio propio, etc. Los segundos cuestionan ra dical mente la correspondencia entre Estado y nación: niegan que el hecho nacional pueda subordinarse a factores de continuidad política. No es lícito, entonces, hablar de “la España una, entera, gloriosa, tal como salió del crisol romano, tal como nuestro imperio del siglo XV I volvió a integrarla”18 o de la Francia, o la Alemania, o la Gran Bretaña (o el Press, Cambridge, 1947; y en México, Enrique Florescano, Precios del mai'zy crisis agrícolas en México (1708- 1810), El Colegio de México, México, 1969. 16En México, Luis González, Pueblo en vilo, El Colegio de México, México, 1968; en Francia, Emmanuel Leroy Ladurie, Les paysans de L anguedoc, S.V R E.N., París, 1966, 2 vols., y Montaillou, village occiuin de 1294 á 1324, Gallimard, París, 1975; en Inglaterra, A lan Macfarlane, S. Har ríson y Ch. Jar dine, Reconstructing historical communities, Cam bridge University Press, 1977; y varios más. 17 Vilar, op. ciL 18Luis García Rives y José María Gil Robles, “La patria y la región según Menéndez y Pelayo”, Revista de Archivos, Bibliotecas y Museoj, vol. XLIII, 1922, Madrid, pp. 2 67. Grandilocuencia y centralismo aparte, este poco conocido artículo (que no es citado ni siquiera por Vilar) incluye una definición interesante de región: “circunscripción territo rial más amplia que la provincial y asiento de una colectividad pública y completa, unida por vínculos morales y tradicionales”. Añade que el Estado centralista debe respetar las expresiones “naturales” de la región: lengua, arte, tradiciones.
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Méx ico). La nación es la historia de un tejido inextr icable de etnia, política y economía, y la región -e n la acepción de los historiadore s nacionales - es la expres ión espacial de tal tejido.19 Me referiré en las páginas que siguen a algunos ejemplos de in vestigación de antropología social en México donde se han utilizado enfoques regionales. La lista no prete nde ser ex haustiva: selecciono los ejemplos que me parecen más significativos.
M a n u e l G a m i o y l a “p o b l a c i ó n r e g i o n a l ” d e l VA LL E DE T E OT IH UA CÁ N
La a ntropología social profesional e institucionalizada nació en México cuando, en 1917 y en plena euforia revolucionaria, Manuel Gamio - egresado de la Escuela Internacional de A ntropología que funcio nó en Méx ico desde 1911 hasta 1920, y de la Univers idad de Columbia- , f undó la Dirección de A ntropología, dependiente de la Secretaría de Agricultura y Fomento.20 Para definir el programa de actividades de tal dirección, Gamio, considerablemente adelantado a su época, partía del problema de la falta de integ ración cultural y socioeconómica entre los diversos gr u pos étnicos (“raciales”, dice él) del país, y planteaba como explicación las relaciones de desigualdad y opresión existentes: las leyes de “Las minorías dirigentes” son un “azote” que “sojuzga y explota” a “las ma yor ías ind íg en as ”.21 La re vo luc ión me x ica na debí a fo rm ula r nuev as le yes, cie ntí fi ca me nte fund ada s, que pr omo v ie ra n y gu iar an “el desarr o19 Véase V ilar, “Sobre los fundamentos de las estructuras nacionales”, Historia, núm. 16, extra V, 1979, Madrid, pp. 5-16, artículo dentro de un interesante número de la revista dedicado al problema de las autonomías nacionales y regionales. 20Sobre Gamio, véanse los trabajos de Luis Villoro, Los grandes momentos del indigenismo en México, El Colegio de México , México, 1950; Juan Comas, opi cit.; Eduardo Matos Moctezuma, “Introducción”, en Manuel Gamio, Arqueología e indigenismo, SEI? México, 1972 (Sepsetentas); Manuel Villa Aguilera, “La obra de Manuel Gamio en la historia de la investigación social en México”, en Jorge Martínez Ríos (comp.), La inves tigación social de campo en México, UNAM- Instituto de Investigaciones Sociales, México, 1976. 21 Manuel Gamio (comp.), La población del vaUe de Teotihuacán, Secretaría de Fomento, Méx ico, 1922, t. 1, p. xx vm. Con razón Villa Aguile ra (op. cit., p. 193) afirma que Gamio es un precursor importante de las teorías de dependencia y del colonialismo interno.
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lio moral, económico y artístico de las llamadas razas indígenas” . La antropología social, para Gamio, no podía aspirar a ser ciencia sino como antropología aplicada; debía emprender - con la ayuda ineludi ble de otras disciplinas científicas- un estudio exhaust ivo de las pobla ciones indígenas, en sus aspectos ecológicos, biomédicos, arqueológi cos, etnohistóricos, lingüísticos, sociales, económicos y culturales, con el fin de promover sus tendencias naturales a la evolución social y el progreso.22 A hora bien: Como sería imposible abordar de una vez el estudio de todas las poblaciones regionales de la república, se resolvió seleccionar las principales áreas en que habitan grupos sociales representativos de esas poblaciones. Co n tal objeto [se realizó] la siguiente clasifica ción de zonas en las que, oportunamente se fijarán las regiones típicas por investigar 1) México, Hidalgo, Puebla y Tlax cala; 2) Chihuahua y Coahuila; 3) Baja California; 4) Sonora y Sinaloa; 5) Yucatán y Quintana Roo; 6) Chiapas; 7) Tabasco y Campeche; 8) Vferacruz y Tamaulipas; 9) Querétaro y Guanajuato; y 10) Jalisco y Mic hoa cán. Estas zonas comprenden los diversos aspectos físicos, climáticos y biológicos del territorio nacional, y las poblaciones que las habitan sintetizan las diversas características raciales, culturales, económi cas y lingüísticas de la población total de la república.23
Planeaba Ga mio que la dirección a su cargo emprendiera diez in vestigaciones, sobre otras tantas muestras típicas de las poblaciones regionales. Sólo pudo llevarse a cabo la primera. Gamio seleccionó la población del valle de Te otihuacán como representativa de la región del México central. Se reunió un equipo multidisciplinario, donde par ticiparon ingenieros, geógrafos, geólogos, abogados, etnohistoriadores, lingüistas... Dos años Rieron dedicados a trabajo sobre el terreno y de gabinete, y al leva ntamiento de un censo socioeconómico - el primero de esta naturaleza en nuestro país. En 1922 se publicó La población del valle de Teotihuacán, en tres volúmenes que re unían una docena de mo nografías de especialistas y una introducción general. En ésta, Manuel Ga mio esbozaba la metodolog ía y las conclusiones generales. Insistía 22C/r. Manuel Gamio, Programa de la Dirección de Antropología para el estudio y me joramiento de las poblaciones regionales de la repiíblica, Oficina Impresora de la Secretaría de Hacienda, Méx ico, 1919, y los editoriales de la revista Ethnos, que Gamio fundó y dirigió. 23 Gamio, La población..., op cit., 1 . 1, p. XI.
Estudios regionales y antro¡ x)logía Guillermo de la Peña
n i la nrc rsldad do crear conciencia en la población local sobre la gran de; i de su pasado y los “valores positivos” de su cultura. A l mismo tiempo, la población debía superar las “características negativas” de esa misma cultura e incorporarse - a un r itmo adecuado- a los benefi cios de la civiliza ción moderna. Proponía - además de la restaur ación y recuperac ión de la zona arqueológica- la rev italización de las técnicas agík olas y cultivos tradicionales y su mejoría - no reemplazo- por el contacto con tecnologías contemporáneas; el respeto y estímulo a las artesanías e industrias locales (no su destrucción y sustitución por in dustrias modernas), donde pudiera expresarse sin cortapisas el sentido artístico indígena; y, sobre todo, la puesta en práctica de un programa regional de educación comunitaria, que no simplemente alfabetizara sino que se adaptara plenamente a la situación local. Por avatares políticos, Gamio abandonó en 1925 la Dirección de A nt ro pol og ía, que fue ent once s sup ri mida . Se sus pen dió el ambic ios o plan de estudiar todas las regiones del país y descubrir así el “sistema social complejo que articulaba los distintos segmentos de la sociedad nacional”.24 Seguramente otros laboratorios de la talla del proyecto tcotihuacano hubiesen perfeccionado la metodología reg ional multidisciplinaria de Gamio, cuyos titubeos son todavía muy obvios en el trabajo de Te otihuacán. Más allá de ciertas ideas vagas de difusión cultural (prestadas de Boas), no se llegaron a definir criterios precisos para dividir una región de otra, ni para seleccionar la población tipo dentro de una región.25 El plantear ing enuamente una continuidad li neal entre el esplendor clásico teotihuacano y la época actual indicaba una ausencia de esquemas que relacionaran sistemáticamente pasado y pres ente ; en qué se nti do T eo tih uac án podí a def inir se com o la mis ma región en 1922 y en 500 a. C . Ag uirre B eltrán26 ha criticado además el concepto atomístico y positivista que Gamio tiene de la cultura (de nuevo, toma do de Boas), que lo lleva a distinguir entre elementos m a teriales e intelectuales “positivos” y “negativos” como si se tratara de partes yuxtapuestas y no de un sistema sociocultural. 24Bonfil Batalla, op. ciL, p. 166. 25 Véase el trabajo de David Strug (“Manuel Gamio, la Escuela Internacional, y el origen de las excavaciones estratigráficas en las Américas”, América Indígena, vol. XXX I, nCim . 4) sobre las relaciones entre Boas y Gamio. Entiendo que existe, inédita, una copiosa correspondencia entre ambos, precisamente durante el tiempo del estudio de Teotihuacán. 26 Gonzalo Aguirre Beltrán, “Panorama de la antropología social y aplicada”, en Manuel Gamio, Anjucolofllii e huligaiiuiio, SEIJ México, 1972, p. 205 (Sepsctcntas).
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La obra de Gamio la continuaron, en la medida de lo posible, los antropólogos indigenistas mexicanos. Por ejemplo, Carlos Basauri había iniciado dentro de la Dirección de Antropología una recopi lación etnográfica sobre los grupos indígenas de México, que terminó años más tarde en el Departamento de Educación Indígena, creado en la Secretaría de Educación Pública durante la época de Cárdenas. El resultado de esta recopilación fueron los tres tomos de La población iivlígena de México (1940) que, pese a sus grandes limitaciones teóri cas y metodológicas, lle nó un importante v acío. Por su parte, Moisés Sáenz, en 1932, fundó en Carapan una “estación experimental de in corporación del indio”, en la zona de La Cañada, Michoacán, con propósitos de investigación multidisciplinaria y acción concentra da de agencias gubernamentales de diversa índole. Lamenta blemente, el ex perimento fracasó y se desmanteló antes de cumplir un año.27 Sin embargo, tocaría a Gonzalo Aguirre Beltrán ser el heredero efectivo de la preocupación regional de Manuel G amio: fue él quien formuló, en las décadas de 1940 y 1950, una metodología de estu dios regionales que relacionaba sistemáticamente el concepto de cul tura con el de sistema social, así como las dimensiones sincrónica y diacrònica. Pero, antes de analizar su obra, conviene dete nernos en otras investigaciones que le sirvieron - junto con la de Gamio- de an tecedente y guía.
R o b e r t R e d f i e l d y l a p e n í n s u l a d e Y u c a t á n
Entre 1930 y 1945, el Instituto Carnegie, de Washington, en colabo ración con la Universidad de Chicago, el Viking Fund y el recién fun dado Instituto Nacional de Antropología e Historia, auspiciaron una serie de investigaciones en Mesoamérica, y en particular en el área maya: Yucatán, Chiapas, Guatemala.28 En estas investigaciones parti27 Cfr. Moisés Sáenz, Car apan. Bosquejo de una experiencia, Librería e Imprenta Gil, 1936. 28 Cfr., Ralph Beals, Robert Redfield y Sol Tax, “Anthropological research pro blema with reference to thè contemporary people of Mexico and Guatemala”, Amer ican Anihropologist, num. 4 5, 1943; A . Goubaud, J. de D. Rosales y Sol Tax, Reconaissance of northern Guatemala”, Microfilm collection of manuscripts on middle american cultural anthropology, University of Chicago , ntim. 17, 1944; Robert Redfield y Sol Tax, “A prii is this aftemoon: report of a 3 day »urvey in eastern Guatemala”, Micwfilm collection
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ciparon un grupo de jóvenes antropólogos norteamericanos y mexi canos (destacan los nombres de Fernando Cámara, Calixta Guiteras, Isabel Horcasitas , Ar turo Mon zón, Ricar do Pozas, Robert Redfield, Sol Tax, Alfonso Villa Rojas), quienes produjeron varias monografías y un libro conjunto: Heritage of conquesti9 el primer intento de discutir la información disponible en tomo a problemas clave de la antropología social mesoamericana. Para los propósitos de este ensayo, nos interesa la obra de Robert Redfield, en nuestro medio “quizás el primero [en] sentar las bases sistemáticas de una teoría socioantropològica”.30 V en ido de la Uni ve rs idad de Chi ca go , este an tr opólo g o hizo tr a bajo de campo en Morelos al final de la década de 1920, y en Yucatán durant e la década de 1930. Traía a sus investigaciones los múltiples intereses de ese centro académico, entonces el más importante para las ciencias sociales en Estados Unidos; a las teorías de difusión cultu ral aún dominantes podía sumar el evangelio funcionalista que había ido a predicar Radcliffe- Brown; al conocimient o de los estudios urba nos que iniciaran los ecologistas de Chicago añadía el descubrimiento del campesinado que para la vida académica norteamericana hicieran T homas y Znanieck i,31 así como las preocupaciones fenomenológicas de estos últimos autores y de los discípulos de Meade. El primer libro de Redfield32 se esforzaba en mostrar la coexis tencia y coalescencia de rasgos culturales hete rogéneos - “indígenas ” y “españoles”- en una com unidad en estado de equilibrio social. Los tra bajes sobre Y ucatán - en particular el libro The folk culture ofY ucatan- 33 buscaban encontrar un gradiente sócial existente en las poblaciones de una región precisa, determinado con base en los tipos sociales de Maine, Morgan, Durkheim y Toennies (status/contrato, societas/c¿vitas, solidaridad mecánica/solidaridad orgánica, Gemeinschaft/Gesellschaft) y a las innovaciones culturales difundidas a partir de un centro urbano. of manuscripts on middle american cultural anthropology, University o í Chicago, núm. 19, 1947. 29 Sol Tax (comp.), Heritage of conquest, T he University of Chicago Press, 1952. 30Comas, op. ciL, p. 33. 31 W. I., Thomas y F. Znaniecki, The polish peasaru in Europe and America, Dover Publicación», 1958 [ la. ed. 19181. Fuera del ámbito universita rio, las polémicas vi gorosas entre marxistas y populistas habían vivificado el tema. Véanse Ang el Palerm, Antropología y marxismo, CIS-lNAH/Nueva Imagen, Méx ico, 1980, p. 147 ss.; e Isaiah Berlin, Pensadores rusos, Fondo de Cultura Económica, México, 1979, p. 391 y ss. 32 Robert Redfield, Tepoztlan. A mexican village, The University of Chicago Press, 1928. 33 Editado por thè University o f Chicago Press, 1940.
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La heterog eneidad cultural en un espacio - la península de Yuca tán- que, de alguna manera, se prese ntaba como unitario, era pues el problema central de investigación de Redfield y sus colaborado res (Hansen, Villa Rojas, Margaret Redfield). La región se definía de acuerdo con varios criterios: uniformidad ecológica (suelo plano, cal cáreo y poroso, seco) sólo matizada por la variabilidad pluvial; gran aislamiento (en esa época sólo se accedía por el puerto de Progreso); tradición cultural compuesta por dos elementos combinados (“lo ma ya” y “lo es pañol ”); ex ist enc ia de un foco ex clus ivo de inn ov ac ión cultural: la ciudad de Mérida; concie ncia regional que incluso con dujo a ciertos yucatecos a intentos independentistas. A l describir la morfología interna de la región, Redfield acudió a los mismos crite rios o variables y planteó la existencia de variaciones concomitantes. La zona ecológicamente más “salvaje ” - la jungla tropical del suresteera también la que presentaba mayor aislamiento, menor exposición a innovaciones, predominio de lo maya sobre lo español, conciencia lo calista más acusada. La zona noroeste era la más domesticada ag rícola mente - predominaba la plantación henequenera- ; su economía, v in culada al mercado mundia l vía Mérida y Progreso - situadas en esta zona- combinaba la a groindustria con el comercio y los servicios urba nos; las innovaciones culturales ocurrían continuamente y producían una conciencia cosmopolita. Entre ambas existía una zona intermedia (geográfica, ecológica y culturalme nte): la franja maicero- ganadera, la más poblada de todas! La región, así, resultaba ser un espacio internamente diferenciado que podía analíticamente situarse en una escala graduada en térmi nos de la intensidad y frecuencia de la innovación cultural, pues en último tér mino éste era el factor determinante : incluso la ecología aparecía como var iable dependiente. Sociológicamente , la escala co rrespondía a un continuum que iba desde la comun idad /olfe34 a la comunida d urbana, pasando por la comunidad campesina. Redfield seleccionó cuatro localidades ejemplares en puntos diferentes del continuum; en ellas, la diferenciación obedecía al ritmo de la difusión de innovaciones, mediante la acción de tres procesos básicos: desorgani zación, secularización, individualización. Tusik, la comunidad folk de “indios tribales”, expresaba su perfecta organización funcional en una 34 El termino cultura folk procede de Toennies (1918); expresa una voluntad de reconocer la cultura popular como válida y con un contenido propio (y no como I» antítesis negativa de la cultura urbana europea).
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vhirin »(*l<'.i11 .1, conservaba cualidades armónicas; pero la penetración de rít m e n l o s foráneos dinero, valores de consumo y prestigio urbanos, Inicua castellana empezaba a desorganizarla y a demanda r ámbitos de melón secular c individual. En Dzitas, la pequeña ciudad -s ituada, como Chan Kom, en la franja maicera- la desorg anización iba más lejos: dividía a la gente en clases, privilegiaba las transacciones mo netarias, resultaba de -y a la vez aceleraba- los múltiples contactos externos, heterog éneos. Mérida se definía por la heterogeneidad, los cambios acelerados, los valores monetarios.
La
c r í t ic a a l
m o d el o
de
Redfield
El valor del esquema de Redfield se muestra sobre todo en que pudo generar un enorme volume n de invest igación social35 que trascendía el ámbito comunita rio y mostraba una lógica en los procesos de cambio y las re lacio nes ent re comu nida des . Más aún, Redf iel d pla nte aba que las diferencias socioculturales debían explicarse a partir de la sociedad global; ésta genera a los campesinos e indígenas en cuant o tales. La investigación empírica también mostró las insuficiencias del modelo. Por ejemplo, en los propios trabajos de Redfield y sus coinvestigadores aparecían explícitamente muchos datos que escapaban a las explica ciones del coniinuum folk- urbano. Los habitantes de la armónica Tusik habían jugado un papel importante en un vasto conflicto social a me diados del siglo X lX p la guerra de Castas de Yuca tán- y todav ía en el momento en que los estudió Villa Rojas cultivaban chicle para inter cambiarlo por armas y pólvora. Era además raro que los ejemplares ex ponentes de la cultura maya inconta minada tuv iera n una simbología religiosa netame nte cristiana. Cha n Kom resultaba haber sido 35 En Yucatán mismo: Hansen, 1934; Robert Redfield y Alfonso Villa Rojas, Chan Kom. A maya village, The University oí Chicago Press, 1934; Robert Redfield, A village that chose progress. Chan Kom r evísited, T he University of Chicago Press, 1950; Alfonso Vil la Rojas, Los elegidos de Dios, INI, México. 1977, y otro trabajo de 1945 de este autor, Evaristo de Moraes Filho (“Sociología del desarrollo en América Latina”, en Pablo González Casanova el a l, Sociología del desarrollo latinoameri cano: un guía para su estudio, UNAM, México, 1970) proporciona una larguísima lista de la investigación realizada en Amér ica Lat ina que ha r ecibido infl uencia del modelo r edfiel diano.
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fundada recientemente; ¿por qué surge de súbito una comunidad “de tra nsición”? Dzitas había crecido a raíz de la aparición - ¿de la nada?del ferrocarril. Mérida había sido un pueblo soñoliento hasta la se gunda mitad del siglo X IX , cuando se convirtió en un detonador de innovaciones. En otras palabras: en la historia real de las comunida des - en sus procesos de cambio concretos - parecían ser de primordial importa ncia factores que iban más allá del proceso abstracto y auto jus tif ica do de dif usi ón de inno va cio ne s. 36 Las incongruencias empíricas del modelo folk-urbano fueron pron to señaladas por numerosos críticos; el más famoso, Oscar Lewis, rea lizó una etnografía exhaustiva del mismo pueblo de Morelos que estu diara Redfield y rechazó empíricamente la pertinencia del concepto de desorganización; pero no mostró interés en sistematizar las relaciones entre el ámbito comunitario y el ámbito regional, ni ofreció un mo delo explicativ o alter nativo .37 Éste se fraguaría en los años cincuent a - me refiero al campo de la antropología- dentro de la corriente de la ecología cultural neoevolucionista. A esta corriente haré referencia más amplia en los próximos apartados; ahora me limitaré a hablar de uno de sus seguidores, A mo ld St ricko n, quien en 19 65 publicó un artículo - “Hacienda and plantation in Y ucatan”- donde por primera vez se presentó un modelo que reinterpretaba globalmente los datoss de la península yucateca.
LA REGIÓN COMO UNA IIIST ORIA DE ORGANIZACIÓN TERRITORIAL
Strickon aceptaba que Yucatán era una región, es decir, que podía con siderarse como unidad de análisis; pero a las variables definítorias de Redfield añadía dos, que llevar ían mayor peso ex plicativo: la orga ni zación territorial de la economía (a partir de la conquista española) 36 Otras preguntas pertinentes: ¿por qué Redfield no eligió ninguna comunidad henequenera? (Bonfil, op. cit, n. 4, p. 167,). /No puede la dominac ión urbana tener también efectos inhibitorios del cambio? (He nri Favre, comunicación personal). 37Entr e otros, George M. Foster (“W hat is folk culture”, American Anthropologist, núm. 55, 1953) y Sidney W. Mintz (“T he folk urban continuum and the rural proletarian community”, T he Amer ican Journal o f Sociology, núm. 59, 1963) habían señalado la ne cesidad de superar la difinición meramente residual de las categorías intermedias entre lo folk y lo urbano - particularmente del campesinado.
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Estudios regionales y antropohgía
en función de un mercado externo, y los mecanismos regionales de contr ol político sobre recursos y fuerza de trabajo. Am bas variables debían ser asumidas histórica mente: sostenía el autor que la morfo logía interna de las comunidades estudiadas por Redfield mostraba un momento de un proceso evolutivo múltiple cuya lógica no era la de la difusión progresiva de innovaciones sino la de la org anización difere n cial y complementaria de los recursos. Así, la distribución de distintos tipos de comunidad en la península debía explicarse “en términos de las adaptaciones cambiantes de diversos tipos de comunidades rurales a habitats y nichos ecológicos- culturales específicos y variados” . Tales nichos, a su vez, “formaban parte de un sistema socioeconómico global y comp re hen si vo , y ca mbia nte a tra vés del ti em po” .38 La economía terr itorial yucateca se caracterizaba por ausencia de minas y drásticas limitaciones en el potencial productivo de la tierra. En el s igloXVI, los españoles introdujeron la ganadería extensiva como producto de exportación. Los mecanismos de control de recursos fue ron la hacienda, la encomienda y la comunidad indígena. Las hacien das -inge ntes propiedades- abarcaban suelos de pastoreo en la zona norte y de agricultura maicera en la franja intermedia. La ganadería extensiva no requería cantidades grandes de mano de obra; la ha cienda - a diferencia de otras regiones de México- no reclutó masiva mente indios como trabajadores de tiempo completo. Quienes tenían esta ocupación, podían además combinar su trabajo de vaqueros con el cultivo de maíz para su propia alimentación. Pero la hacienda ta mbién producía maíz mediante el trabajo periódico de los habitantes de las co munidades indígenas campesinas. Éstas, aunque existían desde antes de la conquista, fueron reorganizadas por los españoles como reser vas de mano de obra, y proliferaron sobre todo en la franja intermedia - pero tam bién surgieron en la zona del sureste. T enían, a veces, su propia tierra; a veces, recibían tierra del hacendado.39 La encomienda - que en Yucatán persistió hasta bien entrado el sigloXVIII- era el me canismo que otorgaba a un empresario el derecho de recibir tributos de trabajo indígena. La independencia de España, ocurrida en 1821, trastornó los siste mas de ex portación de ganado. A lo largo de la primera mitad del siglo 38 Ar nold Strickson, “Hacienda and plantation in Yucatan. A historical-ecolo gical considerar on of the folk- urban continuum”, América Indígena, vol. XXV, núm. 1, 1965, p. 36. 39 Tiende Strickon a confundir la encomienda (una institución de control de hombres) con las instituciones de control territorial.
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XIX , un nuevo producto de ex portación se fue afianzando: el azúcar.
Surgieron plantaciones de caña dulce para sustituir a la vieja hacienda ganader a. La tierra más codiciada fue la del sur, donde existía mayor precipitación pluvial. Se despojó de sus tierras a muchas comunidades indígenas. El nuevo cultivo requería grandes cantidades de trabajo in tensivo, para el que se reclutaron indios masivamente y por la fuerza. El trabajo de plantación competía con el de la producción de maíz; hubo escasez crítica del grano. En esta coyuntura, en 1847, ocurrió la guerra de las Castas. Sof ocada a sangre y fuego, algunos grupos re beldes escaparon a lo más profundo de las selvas del sureste, donde se orga nizaron en comunidades compacta s y defensivas - de las que Tusik es un ejemplo- . Durante la segunda mitad del siglo XI X, Y uca tán tuvo del mercado mundial una demanda sorpresiva de un producto indígena hasta entonces poco importante: el henequén. El enorme boom henequenero r eorganizó de nuev o el territorio; las plantaciones de este producto crecieron y se consolidaron en la zona noroeste, la más propicia climáticamente. Mérida creció en función del henequén y se co nv ir ti ó en la sun tuo sa re side ncia de una eli te aho ra millo naria. Los trabajadores permanentes vivían dentro de las plantaciones, pero las empresas necesitaban además mano de obra estacional y maíz - el aliment o de los trabajadores- producido en tierras más propicias. Para proporcionar ambos surgieron - o se reconstituyeron- c omunida des campesinas como Chan Kom. El ferrocarril se ramificó por la pe nínsula para transportar el henequén y a los trabajadores estacionales y s us g ran os; así cr eci er on peq ueñas ciuda des com o Dzit as . El proceso de reforma agraria y política que ocurría en el momento del estudio de Redfield no implicaba una mera intensificación de las comunicaciones sino el comienzo de otra nueva org anización de la eco nomía territorial. Sin embargo, Strickon no se interesó en analizar las repercusiones de los cambios posteriores: fluctuaciones críticas del mercado mundial henequenero, disolución del latifundio y creación de empresas esta tales, resurgimiento del ganado, ampliación de las comunicaciones, creación de zonas turísticas, etc. Actualmente, con dificultad podría Y uca tán def inir se co mo un sis tema so cio ec onómi co; per o si bie n la península constituye hoy una región fragmentada, no es posible en tenderla sino como resultado de un proceso de desintegración.
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Estudios r egionales y antropología
J U L I A N S ’l l iW A R D Y G O N Z A L O A G U I R R E B E L T RÁ N
El abanderado de la corriente ecológico- evolucionista (donde debe ubicarse a Strickon) fue Julián Steward, quien publicó en 1950 un tra bajo sobre investigación regional (area research) y en 1951 otro donde desarr ollaba sus conceptos s obre los niveles de integración sociocultural;40 estos últimos permitían analizar la existencia simultánea y comple mentaria de formas compactas de organización local y formas com plejas de organización supralocal (es decir, las segundas no suponen - como quería Redfield—la supresión o desorg anización de las prime ras). El cambio sociocultural no ocurre aleatoriamente sino conforme a principios de evolución; pero esta evolución es multilineal, implica desarrollos paralelos, no homogeneización.41 Entre 1943 y 1946, Steward dirigió el Instituto de Antropología Social de la Institución Smithsonian, y desde ahí propició los estudios de área en México: el Proyecto Tarasco, donde participar on Ralph L. Beals, Pablo Velázquez, George M. Foster, Donald Brand, Gabriel Ospina y Pedro Carrasco; y el Proyecto Totonaco, realizado por Isabel Kelly, Ang el Palerm y Cristina Álvare z. Estos proyectos produjeron algunas de las mejores monografías comunitarias que se han hecho en nuestro país42 y sentaron las bases para la posterior ref lexión me todológica regional, Tal reflexión la harían tanto los propios partici pantes en los proyectos de la Smithsonian4^como algunas figuras ex ternas a los proyectos que posteriormente recuperaron la información existente y la combinaron con nuevos materiales en síntesis nuevas: los geógrafos Da n Stanislawsky44 y Robert C. West, y el antropólogo Gonzalo Aguirre Beltrán. 40Julián Steward, “Area research”, Social Science Research Council Bulletin, núm. 63, 1950. Véase también otro trabajo del mismo autor, Theory of culture change, University of Illinois Press, Urbana, 1956. 41 Steward no debe desligarse de otras figuras señeras del neoev olucionismo, como Leslie White y G ordon Childe. 42 Por ejemplo, Ralph L. Beals, Cherán: A sierra tarascan village, Smithsonian Institution, Washington, 1946; George M. Foster y Gabriel Ospina, Empire’s children. The people ofT zintzuntzan, Smithsonian Institution, Washington, 1948; Isabel Kelly y Ang el Palerm, The Tajin totonac, Smithsonian Institution, Washington, 1952; Carrasco. 1957. 43 Véase Ange l Palerm, de quien hablaremos más adelante y Donald Brand (1952). 44 Dan Stanislawsky, “Tarascan political geography”, Amer ican Anthropologist, num. 46, 1947, pp. 46-55, y The anatomy of eleven toums in Michoacan, University of Texas Press, Austin, 1952.
Brand, Stanislawsky y West, en el área purépecha, ensayaron las armas de la geografía cultural; la historia humana moldea al paisaje y es a su vez moldeada por él. Aguirre Beltrán, por su parte, realiza en la misma área y en los años 1949- 1950 una vasta inve stig ación de campo, auspiciada por el Instituto Nacional Indigenista (creado en 1946) y la Comisión del Tepalcatepec (creada en 1947), cuyo producto es el li bro Problemas de la población indígena en la cuenca del Tepalcatepec .45 Como Gamio y Sáenz, Aguirre insiste en la importancia de proyectos gubernamentales que coordinen en el nivel regional la multiplicidad de agencias que, con gran dispersión y desperdicio de recursos, operan en las áreas indígenas y rurales. Com o Redfie ld, destaca que las co munidades campesinas y/o indígenas deben entenderse en el contexto de sus relaciones regionales con zonas urbanas. Como Steward, niega la unilinealidad de los procesos de cambio sociocultural (aunque para A gu ir re el co nce pto an álit ico cla ve al re spect o no es evolución sino aculturación). Afirma además Aguirre Beltrán la necesidad de enten der históricamente las interrelaciones de áreas ecológicas y culturales, por una parte, y por otra la interacción de distintos niveles y formas de organización.46 Vé as e, por ej emp lo, lo que escr ibe a pro pósit o de la or g ani za ción económica: La'economía de la meseta tarasca está íntimamente ligada a la eco nomía de la cuenca del Tepalcatepec; ésta a su vez es parte inte grante de la economía nacional de signo capitalista; sin embargo, la economía t arasca no puede clasificarse como una economía capit alista | ...1 La dinámica de la aculturación al actuar sobre los modos de obtener la diaria subsistencia que caracterizaron al tarasco de la época anterior a la conquista, primero; del tarasco sometido al régi men colonial, después; y, en el presente, en fin, del tarasco preso en las mallas del imperialismo industrial que norma la conducta de las grandes naciones del mundo occidental, imprimió a las compul siones que sobre él se ejercieron y ejercen las modificaciones que le dictaron las ideas y conceptos de su cultura t radicional. De esta manera la economía de la meseta tarasca adquirió un tono peculiar que impide situarla dentro de los casilleros - primitiva, preindustrial, capitalista- comúnmente en uso. No es, ciertamente, una 45 Editado por el Instituto Nacional Indigenista, México, 1952. 46Treinta años después de su publicación, el libro de A guirr e sigue siendo el mejor estudio comprehensivo sobre el área purépecha.
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mezcla indiferente de los tres sistemas sino una notoiia integración de formas y metas económicas en equilibrio inestable.47 En otras palabras: a los indígenas no se les puede entender sin en tender a los no indígenas (mestizos, ladinos, blancos) y viceversa; más aún, muchos componentes de “lo indígena” existen como resultado de la articulación intercultural. En 1953, Gonzalo Ag uirre Beltrán publicó Formas de gobierno indígena , el primer libro de antropología política mexicana, que incluía estudios sobre las áreas tarascas, tarahumar a y tzeltal- tzotzil.48 Una de las tesis centrales en la obra es que no es posible comprender - ni en el pasado ni en el presente- la es tructura de poder en los grupos y comunidades indígenas sino cuando éstos son vistos como parte integrante, y subordinada, de estructuras de poder regional y nacional. La variable poder intercultural - ignorada por Redfield- permitirá construir un concepto nuevo de reg ión, for mulado y sistematizado cinco años más tarde, en el libro El proceso de acidturación en México: las comunidades [ ...] forman parte de una estructura regional que tiene como epicentro una ciudad mestiza con la que las comunida des indígenas satélites guardan una relación de interdependencia que varía de región a región y de comunidad a comunidad. Las relaciones posicionales entre el núcleo y los satélites quedaron es tablecidas desde la lejana época colonial y así llegaron en equilibrio inestable, hasta que la revolución trastocó la vieja estructura a fa vor de profundas alteraciones en las formas de la tenencia de la tierra, en los patrones de dominancia política y, en lo general, en todas las instituciones que sostenían la antigua integración.49 Páginas adelante (56 ss.) el autor explora la importancia histórica de la institución de la hacienda en la delimitación de territorios regionales y la subordinación indígena. Pero es sobre todo la ciudad, en la concepción de A guirre50la que jugará un papel determinante en la de 47 Aguirr e Beltrán, Problemas..., op. ciL, p. 233. 48 Editado por la Imprenta Universitaria, Méx ico, 1953. Aguirre estuvo al frente del programa del Instituto Nacional Indigenista enC hiapas en 1951; aprovechó, además de las investigaciones del propio INI, las del Instituto Camegie, y la Universidad de Chicago. La investi gación en la chihuahuense tar ahumara la realizó en 1950 y 1952 con la ayuda de Francisco M. Planearte. 4CJA guirr e Beltr án, El proceso de aculturación en México, UNAM, México, 1970 [1a. ed. 1958J, p. 17.
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limitación regional. En un nuevo libro, pone en circulación el término región de refugio para denominar las zonas donde viven “extranjeros en su propia tierra”, sujetos a una “ecología enemiga”, atrapados en una “economía dual”, víctimas de un “proceso dominical”~los indios, “en dependencia y subordinación respecto de la ciudad que establece la ley y el orden y para ello emplea mecanismos de coer ción física”.51 La “acción indigenista” puesta en marcha por la revolución mexicana* por tanto, debería ejercerse desde la metrópoli regional (de ahí el término Centro Coordimdor para designar a las delegaciones del INI) , mediante la reforma agraria, la educación, las comunicaciones, la salubridad, la ex tensión agrícola, la promoción económica [...] se rompería la in jus ta int eg ra ción re gio nal y se cre aría - sin subv er tir la uni da d re gio nal ex istente- una nueva f orma de integ ración, basada en los ideales de igualdad social y respeto intercultural del México contemporáneo.
L a m a d u r e z d e l a a n t r o p o l o g ía SOCIAL MEXICANA
Las ideas de Aguirre Beltrán no sólo generaron uno de los progra mas formalmente más formidables de la historia de la antropología aplicada52sino también un número importante de investigaciones an tropológicas dentro y fuera del INI, en México y en otros países. Entre estas investigaciones destaca la localizada en Tlaxiaco, ciudad de la Mixteca oaxaqueña, por el antropólogo centroamericano Alejandro Marroquín, a principios de la década de los cincuenta; se especifica ahí la función comercial de la ciudad como un mecanismo clave en el proceso de dominio regional intercultural. La “profunda contr a dicción entre el núcleo urbano de la cabecera y el resto del distrito”,53 implicada en la relación de explotación existente entre el acaparador mestizo y el campesino indígena, no desaparece tras la revolución y el reparto agrario: adquiere nuevas modalidades e incluso se agudiza. ¿Desaparecerá por la acción de un Centro Coordinador? 51 Aguirre Beltrán, Regiones de refugio, Instituto Indigenista Interamericano, Mé xico, 1967, p. 40. 52 Fue Ag uirre el primer recipiente del Premio Malinowski, otorgado por la So ciedad Internacional de Antropología Aplicada. Al eja ndro Marr oquín, La ciudad mercado (Tlaxiaco), Imprenta Universitaria, México, 1957, p. 239.
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No es éste el lugar para evaluar los resultados de la acción guber namenta l indigenista ideada por A guirre Beltrán.54Sino en c uanto son (supuestamente) capaces de romper la estructura de dominio regional existente; no se examinan ni se intentan explicar las contradicciones engendradas por la propia acción del Estado, ni las condiciones en que éste modifica o mantiene los límites regionales. Por otro lado, el modelo metrópoli solar/comunidades satélite, formulado sobre todo a partir de la reg ión tzeltal- tzotzil, aunque era una herr amienta v aliosa para entender ciertas regiones indígenas, no funcionaba en otras; sin embargo, no luibo dentro de la antropología indigenista mucha dis cusión al respecto, quizá porque criticar el modelo implicaba criticar la política de los centros coordinadores. Uncida al carro del Estado, la teoría de la región intercultural perdió su propio impulso y se estancó a partir de 1960. ¿Qué pasa, entre tanto, con la antropología social en Méx icofuera del Instit uto Naciona l Indigenista? En su trabajo panorámico sobre ella, José Lameiras 55 establece los hitos importantes de su crecimiento y co ns oli da ción a par tir de 19 40; la fu nda ció n de ins tit ucio nes ac a démicas (Instituto Nacional de Antropología e Historia, Escuela Na cional de Antropología e Historia, El Colegio de México, Univers idad Iberoamericana, Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, etc.), las actividades de difusión de la Sociedad Mexicana de An tro po logía, la fundación de múltiples revistas y programas de publicaciones, etc. Desde 1950 ha conta do la E N A H con grupos crecientes de estudiantes intere sados en el análisis sociQcultural del Méx ico con temporáneo, cuya desilusión del indigenismo gubernamental no ha sido menor que su desprecio por la antropología norteamericana. A pesar de que México se fue convirtiendo en una especie de coto de in vestigación de parvadas de yanquis que producían tesis doctorales (es tudios de comunidad, en su mayoría), la colaboración entre los mexi canos y sus primos del norte disminuyó. El marxismo fue adquiriendo carta de ciudadanía en la nueva antropología (hasta convertirse en su acervo conceptual dominante); pero el marco fundamental de la investigación empírica cont inuó siendo la región. 54 Véase Ar turo Warman el aL, De eso que llaman antropología mexicana, Nuestro Tiempo, México, 1970; Aguirre Beltrán, Obra polémica, pról. Ánge l Palerm,SEP/INI, México, 1976; Warman, “El pensamiento indigenista”, en Bahnce y perspectivas de la historiografía social en México, INAH, México, 1980, t. II (Col. Científica, 84). 55 Lameiras, op. cit, esp. p. 152 ss.
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Hay varias ver tientes de investiga ción reg ional no iiuligenista en la antropología mexicana contemporánea. Me referiré a una de ellas.
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Quienes mejor han representado la corriente ecológico- neoevolucionista en Méx ico han sido probablemente Áng el Palerm y Eric W olf.56 A un que vi nc ula dos a St ew ar d ambo s se si túan en una am pli a per s pectiva intelectual donde convergen la historia de las instituciones jur ídic as que flo re ció en Es paña en la pre gue rr a y lueg o se transterró a México, y el marxismo crítico de la escuela de Frankfurt (Wittfogel particularmente). Además, en la Escuela Nacional de Antropología e Historia ambos recibieron el influjo de dos grandes figuras que es capan a la fácil clasificación: Pablo Martíne z del Río y Paul Kirchoff, así como la de un contemporáneo arqueólogo, Pedro Armillas. Tanto Palerm como W olf realizaron trabajos de campo donde se combinaba la observación malinowskiana con los inventarios etnológicos y la ex plo ración arqueológica; ambos investigaron de este modo en varias zonas del valle de México. Palerm, por su parte, realizó investigaciones en el Totona capan (centro de Veracruz, norte de Puebla, oriente de Hidalgo) y en el sur del Estado de México. Su preocupación fundamenta l era el surgi miento de formas de poblamiento en relación con formas diversas de producción agrícola. Su hipótesis (sustancialmente probada por nu merosas evidencias aportadas por él y sus discípulos): en las cond i ciones prehispánicas de desarrollo de las fuerzas productivas (falta de arado y animales de tiro, tecnología deficiente en materia de transporte y met alu rg ia) sólo pod ían ge ner ars e e x cede nte s ag rícol as sig nif ica tiv os mediante la agricultura de riego. Por tanto, donde encontremos con centración de población encontraremos también riego y además un sistema de diferenciación de clases que permita a un grupo dominante encargarse de la organización y el control de los sistemas hidráulicos. 56 Áng el Palerm y Eric R. Wolf, “El desarrollo del área clave del imperio texcocano”, Revista Mexicana de Estudio¿ Antropológicos, vol. XIV, primera parte, 1954-55, pp. 337-349; “Ir riga tion in the oíd Acol hua domain”, Southwest Journal of A nthropology, vol. XI, núm. 3, 1955, pp. 265- 281; y Ag ricultura y civilización en Mesoamérica, SEP, México, 1972 (Sepsetentas).
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Las transformaciones demográficas que se den a través de la histo ria (colonial, moderna y contemporánea) en una región agraria sólo podrán entenderse en función de las transformaciones de las otras dos variables: sistemas de producción y estructuras de poder.57 En cuanto a Wolf, fue el primero en México en insistir en que los campesinos, lejos de ser transicionales o residuales, han cumplido un papel específico en la sociedad regional y nacional; señaló en particu lar su funcionalidad complementaria a los sistemas de hacienda y plan tación. Siguiendo a historiadores como Silvio Za vala y José Miranda, destacó que la diversidad cultural del país no podía desligarse de la di vers idad de situaciones jurídico-politicas existe ntes para las difere ntes categorías sociales, y que a su vez tales variables no eran independien tes de los sistemas de producción agraria donde la persistencia de la comunidad campesina resultaba necesaria o al menos convenie nte.58 Un e studio de la región del Bajío, realizado por Wo lf 59 en la déca da del cincuenta, mostró cómo esta región en el siglo X V III articulaba una serie de segmentos interdependientes: la empresa minera, que proletarizaba a sus trabajadores y demandaba alimentos para hombres y best ias así co mo una gr an va rie dad de ar tículo s re quer idos por los sistemas de producción; las haciendas agroganaderas que surtían a las minas de alimentos, cueros, bestias de tiro; las empresas textiles y en general las pequeñas industrias y artesanías, cuya demanda provenía a la vez de minas y haciendas; las empresas comerciales y transportis tas; las comunidades campesinas; los ranchos; las burocracias... Wolf se interesó en explorar la función de los mecanismos de articulación regional, tanto internos como externos; algo que la teoría de niveles de integración sociocultural había dejado bastante oscuro. Tales fun ciones de brokerage económico y político se veían a veces investidas en instituciones; otras veces las adoptaban indiv iduos. Las ciudades del Bajío - varias ciudades, no una sola “metrópoli”- crecieron en tor no a 57 Cf r., A ng el Pale rm, Ag ricultura y sociedad en Mesoamérica, SER México, 1972 (Sepsetentas); Obras hidráulicas prehispánicas en el sistema lacustre del valle de México, CIS-INAH/SEP-INAH, México, 1973; y Antropología ofx cit.; Rojas Strauss y Lameiras, 1974; Boehm de Lameiras, 1980. 50 Eric R. Wolf, “Types of Latín Amer ican peasantxy: a preliminar discussion”, American Anthropologist, núm. 57, 1955, pp. 452- 471; “Aspects of group rela tions in a complex society: México”, American Anthropologist, núm. 58 , 1966, pp. 1 065- 1078; y fleasmus, Prentice - Hall, Englewoods, 1966. 59 Eric R. Wolf, The mexican Bajío in the eighteenthce ntury: A n analysis of cultural integration, Middle A merican Institute Publications, Tulane University, núm. 17, Nueva Orleans, 1955, pp. 177-200.
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la minería, la industria y el comercio; fueron, amén de núcleos de ar ticulación y poder regional, crisoles de mestizaje, donde los indígenas descampesinizados, los africanos libertos y los blancos empobrecidos se fundían en una nueva masa de mineros asalariados e independien tes, pequeños empresarios comerciales y agrícolas lumpenproletarios: los ejércitos de la insurgencia de 1810. No ocurrió tal amalgama biocultural - no en forma tan arrolladora- en regiones del sur y el cen tro del país sino en las zonas de frontera, donde la producción y los sistemas de dominio se desplegaban en espacios de escasa población prehispánica.60
LOS ESTUDIOS DEL ÁCOLHUACAN SEPTENTRIONAL
En 1954 y 1955 W olf y Palerm publicaron conjuntamente dos artícu los sobre la re gión del A colhuacan se ptentrional -coincidente con el territor io del antig uo señorío de Tex coco- , que se ex tiende al occi dente del lago de Texcoco, en las fronteras del valle de Méx ico. Su interés era descubrir la lógica de las transformaciones en esta región, que se presentaba diferenciada (en términos culturales, ecológicos y económicos) tanto internamente como respecto del resto del valle de México, donde ha florecido por diez siglos la concentración urbana del territorio mexicano. Los autores distinguiero n cuatro subregiones o zonas geográficas, que se extienden, paralelas, de norte a sur: la llanura r ibereña, los pequeños valles del piedemonte o somontano, los valles serranos que forman una franja erosionada y la sierra alta. Conforme se avanza hacia el oriente y hacia arriba, se observan varios fenómenos: la densidad de la población disminuye, los asenta mientos humanos se vuelven más dispersos, las expresiones culturales son más marcadamente “ indígenas”. Las relaciones cambiantes de estas áreas entre sí y con el valle de México se analizan a partir del concepto de sistema agrícola, cuyos componentes son el potencial ecológico diferencial, la tecnología agra ria, y la capacidad efectiva de contr ol y movilización de recursos. El primero se define en Texcoco por el terreno accidentado, la dispersión de tierras de cultivo, el carácter torrencial de los ríos y la salitrosidad 60 Cfr. Wolf, MLa formac ión de la nación: un ensayo de for mulación”, Qr mi ti i Sociales, núm. 4, 1953, pp. 50- 62,98- 111, 146-171.
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Hstudios regionales y antro¡ x)logía
del lago; puede deduciise de esto que la producción agrícola alta re quiere en la región ele una complicad;! tecnología de represas y terrazas de riego, que a su vez icquiere de un [Kxler político concentrado, capaz de organizaría. Existe n, elei lija me nte , terrazas y una compleja red de riego. La historia de mi surgimiento, trazada arqueológica y etnohistóricamente, se remonta a finales del periodo arcaico de la civilización mesoameri( ana (siglos i IX XI d. C.? ). Por esa época el valle de México se en contraba poblado por agricultores, llamados genéricamente toltecas, y por
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V ari os dis cípulos de Pal er m ha n re aliz ado en las dé cada s de los s e senta y setenta estudios sobre el desarrollo moderno y contemporáneo del Ac olhuacan; entre ellos destaca el publicado en 1975 por Marisol Pérez Lizaur: Población y sociedad: cuatro comunidades del A colhua can 61 Esta investigación muestra que las haciendas surgidas durante la colo nia utilizaron para sus propios fines algunas partes de la vieja conste lación de regadío; también, que ciertas comunidades campesinas cum plieron un papel de reserva de mano de obra para las haciendas hasta los primeros años de este siglo; de ahí que después de la reforma agra ria haya podido organizarse un sistema de producción agrario de nuevo basado - parcialmente- en las terrazas de riego, Para entender la ev o lución diferenciada del A colhuacan en las últimas décadas, la autora ex amina tres variables: densidad demográfica, patrón de asentamiento y s ist ema ag ra rio com pa ra tiv am en te en tres com unid ade s: A ma na lc o, pueblo serrano; T laixpan, pueblo del somontano; C hiautla, pueblo de la llanura. Se añade una comunidad atípica, Tepetlaoxtoc, como ele mento catalizador. Am analco presenta un patrón de asentamiento dis perso y sufrió un estancamiento demográfico hasta que pudo ampliar su superficie cultivada para el autoabasto y regenerar en parte la irri gación. T laixpan, con más terrenos irrigados, incrementó más rápida mente su población y adoptó cultivos comerciales; pero pronto su den sidad demográfica disminuyó, al parecer por una decisión consciente de los campesinos, que no requieren de mucha mano de obra para sus plantíos frutales. T laixpan conserva un patr ón de asenta miento semidisperso; C hiautla, en cambio, lo tiene concentr ado, ahí se prac tica una agricultura irrigada de llanura y la población crece sin ce sar, sin embargo, tal crecimiento y concentración obedecen funda mentalmente a las oportunidades de empleo urbano en la ciudad de Texcoco y en las inmediaciones de la ciudad de México, que no sólo retienen población sino que atraen inmigrantes. Tepetlaoxtoc nunca formó parte del sistema de riego acolhuacano; su patrón conce ntrado y alt a den si dad demo gr áfic a par ece n deber se a su es pec ial iza ción g a nadera, comercial y actualmente avícola. La emigración en busca de empleo no agrícola es característica de todos los pueblos menos de Chiautla , conver tida en una especie de ciudad dormitorio. Este pro ceso continuará a menos que lo interrumpa una planeación conjunta de la región, que restaure sistemáticamente su potencial ecológico - como lo hizo Nezahualcóyotl. En la actualidad, el Aco lhuacan sep61 Editado por CIS-INAH/SEP-INAH, México, 1975.
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tentrional - al igual que Yucatán- es una reg ión fragmentada, cuyo pro ceso de disolución debe entenderse a partir de una unidad previa.62
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La influencia de Palerm, Wolf y la escuela de ecología cultural ocu rrió sobre todo a partir del liderazgo ejercido por el primero en el Ins tituto de Ciencias Sociales de la Universidad Iberoamericana y en el Centro de Investigaciones Superiores del Instituto Nacional de A n tropolog ía e Histor ia 63 Esta influencia no era única: junto a ella, re nació el entusiasmo por el Marx de los Grundrisse y por los escritos de Rosa L uxemburgo sobre el colonialismo y la acumulación primitiva de capital. Conceptos tales como reproducción social y articulación de modos de producción empezaron a ser de uso corriente. En la década de 1970 se realizaron varios estudios en el estado de Morelos que llevan la impronta de Palerm y Wolf. Paradójicamen te, Morelos era muy conocido en el mundo antropológico por la polé mica Lewis/Redfield sobre Tepoztlán; pero se desconocía su estructura regional, pues estos autores la ignoraron; si bien Lewis menciona los vínculos con las haciendas y enfatiza la existencia de contactos multidireccionales entre los pueblos y la ciudad de Méx ico. En cambio, A rt ur o W ar ma n, en su libr o ...Y venimos a contradecir. Los campesinos de Morelos y el Estado64 analiza pueblos y hacienda co mo una unidad simbiótica. La reg ión que él llama “orie nte de Morelos ” se define como el territorio controlado en el siglo X IX por la enorme hacienda Santa 62 Otros estudios de discípulos de Palerm en el Ac olhuaca n son los de Lucila Gómez Sahagún, “San Miguel T laixpan. Su organización político social”, tesis, Un i versidad Iberoamericana, 1971 (sobre riego y poder en Tlaixpan); Margarita Campos de García, Escuela y comunidad en Tepetlaoxtoc, SEI> México, 1973 (Sepsetentas) (sobre educación y cambio social); Ma rtha Cr eel, “Chiconcuac: pueblo de artesanos y capi talistas”, tesis, Universidad Iberoamericana, 1977 (sobre la industria de la lana en San Miguel de Chiconcuac; muestra la transformación de la región por la introducción del pastoreo y la manufactura, desde el virreinato). Cfr. Danielle Dehouve, “Reseña del libro Población y sociedad de Marisol Pérez Lizaur”, L’Homme, vol. XV I, núm. 4, 1977, pp. 150-151. 63 ElciS-lNAH, hoy transf ormado enClESAS (Centr o de Investigaciones y Est udios Superiores en Antropología Social), logró entre 1973 y 1976 polarizar importantes recur sos materiales y humanos y promover intensivamente la Investigación de campo (quizás en forma sin precedentes). 64Ediciones de la Casa Chata , 1976.
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Clara, que incorporaba trabajadores permanentes y población campe sina de comunidades indígenas situadas en diversos nichos ecológicos. W ar ma n so sti ene que el cam pes ino de es ta re gi ón ha pod ido ma nt e ner una estr uctura social propia -cuyos component es básicos son las unidades domésticas de producción/consumo y los vínculos simétricos entre estas unidades- a lo largo del tiempo. Dos son las razones princ i pales de esta persistencia: las estrategias demográficas complejas y pre cisas de los campesinos y la necesidad ineludible que tienen del cam pesinado otros segmentos que con él mantienen relaciones asimétri cas: la hacienda a ntaño y las empresas capitalistas hoy. La violenc ia de la revolución zapatista se originó porque la hacienda en un mo mento dado desconoció esta necesidad e intentó liquidar la economía campesina. As í pues, la complementarie dad de las zonas difer encia das de una región obedece a una característica estructural del sistema capitalista, tanto en su etapa mercantil formativa como en su etapa industrial. Warman construye sus conceptos con la ayuda de autores que, al hablar de la economía del tercer mundo, distinguen la lógica del sector de capital intensivo de la del sector de trabajo intensivo: A rt hur Lewis , Es ther Bo ser up, Clif fo rd Ge er tz, aun que su mo de lo del campesinado sea básicamente el de Chayanov.65 W ar ma n enc uen tr a que la unid ad re gi onal del for ient e de Mor el os pierde coherencia al disolverse la hacienda. Por mi parte66 enc on tré una fuerte continuidad regional en el noreste de Morelos, donde la mano de obra campesina ha sido utilizada estación al mente durante va rios siglos para producir la misma cosecha: caña de azúcar. La unidad simbiótica entre las comunidades campesinas del noreste - llamadas también A ltos de Morelos- y las empresas azucareras situadas inme diatamente al sur nace, ante todo, de la capacidad que han tenido las 65 A rt hur W. Lewis, “Economic dev elopment with unlimited supplies of labour”, The Manchester School of Economic and Social Studies, núm. 26, 1954, pp. 1- 32; Esther Boserup, The conditions of agricultural groivth, Aldine, Chicago, 1965: Clifford Geertz, Ag ricultural involution, Universit y of Calif ornia Press, Berkeley y Los Ángeles, 1963; A. V. Chay anov, The theory of peasant economy, Richard D. Irwin Inc., Homewood, 1965. Junto con Arturo Warman realizaron trabajo de campo en el oriente de Morelos vario» antropólogos del CIS-INAH y la Univers idad Iberoamericana: véanse Laura I lelguern, Sinesio López y Ramón Ramírez, Los campesinos de h tierra de ZafkUa, t. i Adaptación, cambio y rebelión, CIS- INAH/SE1MNAH, México, 1974; Jorge Alonso, Alfonso Corcuera y Roberto Melville, Los campesinos de la tierra de Zapata, t. II;Subsistencia y explotación,C-IS INAH/SEP- INAH, México, 1974; Elena Azada y Esteban Krotz, Ijos campesinos de la tierra de Zapata, t. III; Política y conflicto, CIS-INAH/SET INAH, México, 1976, Melville, W7l<> 66 De la Peña, op. ciL
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haciendas primero y los modernos ingenios después de ejercer control sobre la tierra y el agua. Este control impide a los campesinos usar el riego para producir en cantidades importantes algo que no sea caña de azúcar; el maíz queda conf inado a his tierras de secano. La impos ibi lidad de cultivar maíz de invierno crea un desempleo que aprovechan los ingenios para sus propias necesidades de mano de obra cíclica. Los mecanismos de las empresas para asegurar trabajadores estacionales -y desviarlos de otras alternativas- han var iado; a la encomienda susti tuyó la apropiación forzosa de tierras maiceras y el endeudamiento de los trabajadores; hoy en día, los sistemas de endeudamiento se combi nan con la leg islación que protege a los ingenios. La continuida d del dominio regional no fue rota ni por la revolución zapatista ni por la re forma agraria. Sin embargo, el propio campesinado ha experimentado cambios profundos; la penetración radical de la economía monetaria y el cr ec imie nto demog ráf ico, propi cia dos ambo s por la inf lue nci a de los ingenios azucareros, han llevado a los mismos campesinos a pro ducir cosechas comerciales en las tierras tradicionalmente dedicadas al autoabasto. Los cultivos comerciales han implicado alta tecnologización, deudas y multiplicación del trabajo asalariado. Para conseguir dinero, muchos campesinos migran a la ciudad de México y a Estados Unidos. Hay que destacar que este complejo proceso de capitalización de la agr icultura campesina -que ocurre en todo el país- ha ma ntenido formas peculiares y adquirido particular agudeza dentro de los límites regionales de los Altos de Morelos.
Los A l t o s
de
Ja l
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: u n a r e g i ó n d e f r o n i t ^r a
En este somero e incompleto recorrido por los estudios regionales en Méx ico debe merecer especial menc ión el emprendido por un equipo de investigadores de la Universidad Iberoamericana y el (CIS-INA H) en los Altos de Jalisco, bajo la dirección de Andrés Fábregas y la inspi ración de A nge l Palerm. Los Altos de Jalisco es una de las partes del país que presenta una conciencia regional más acusada, manifiesta en un folklore abundante y orgulloso. Fue el escenario principal de la lla mada guerra de los cristeros, o cristiada, que ha historiado detalla dame nte Jea n Meyer.67 A ntes de Fábregas y su grupo, sólo un an67Jean Meyer, La cristiada, Siglo XXI, México, 1973-74, 3 vols.
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tropológo68 había realizado trabajo de campo en los Altos de Jalisco. Existía además un excelente estudio geográfico, que enfatizaba la homogeneidad fisiográfica (tierra de meseta, árida, de vocación ga nadera), la alta densidad de población, el predominio de la propiedad privada sobre la ejidal, la falta de cohesión del espacio regional (po cas comunicaciones o centros urbanos estratégicos) unida paradójica mente a una aguda ideología de pertenencia a una región.69 Fábregas70 busca el origen histórico de esta sociedad regional y la caracteriza como “de frontera”. (Parece aludir tanto a las ideas de W ol f sobr e e l Ba jío co mo a los esc rito s de Fr ede ric k J. T urne r71 sobre la “mentalidad fronteriza” de la sociedad norteamericana: una ment ali dad triunfalista y autojustificadora). Fue poblada a mediados del siglo XV I, por labradores castellanos enviados por Felipe II, destinados a co lonizar el área y a pacificar - o bien ext erminar - a los escasos indígenas seminómadas que la habitaban orig inalmente. Fábregas hace un inte resante paralelo entre la colonización de la frontera croata - también bajo el domin io de los Habsburgo- y la de los Alto s de Jalisco. En a m bas fronteras se implantaron familias leales al rey, destinadas a ejercer funciones tanto agroganaderas como militares. En ambas se otorgaron concesiones de tierras en propiedad a estas familias; en ambas sur gieron formas peculiares de familia extensa - la famosa zadraga en un caso, la familia ex tema patriarcal en el otro- dotadas de dinamismo económico y de alta capacidad de movilización militar. La historia de los Altos de Jalisco es en buena medida la historia de estas unidades f amiliares, y de sus crisis. Ca da unidad ocupó un pedazo de tierra que recibió el nombre de rancho. A l multiplicarse las unidades, los ranchos se convirtieron en pequeñas aldeas (también lla madas rancherías) semidispersas, que hasta bien entrado el siglo XI X aL bergaban a la inmensa mayoría de la población regional, y que hasta la fecha representan un porcentaje importante de ella. Desde el siglo XV I hasta el XV III, los ranchos tuvieron un papel económico impor68 Paul Taylor, A spanish- mexican community: A randas in Jalisco, Lhe University of California Press, Berkeley, 1934. 69 Noelle Demyk, “La organización del espacio en los Altos de Jalisco”, Contro versia, vol. II, núm. 5, 19 78 [1 973], pp. 5-48. 70 Andr és Fábregas, “Los Alt os de Jalisco: características generales”, en José Díaz y Román Rodríguez, El movimiento cristero. Sociedad y conflicto en los Altos deJalisco, CIS- INAH/Nueva Imagen, 1979. 71 Frederick Jackson Turner, The frontier in american history, Holt, Rinehart and Winst on, Nueva York, 1962.
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tantísimo: abastecer a la población de las minas de Zacatecas. Junt o a los ranchos surgieron unidades territoriales más grandes en el siglo XV II; las haciendas. Las más importantes (S anta A na A pacueco, Jalpa, Ciénega de la Mata) comprendían tierras tanto en los Altos como en el Bajío,72 las primeras dedicadas sobre todo al gana do, las segundas dedicadas sobre todo a la agricultura; todas, fuertemente vinculadas a las minas. Sin embargo, las haciendas, aunque a veces absorbieron tierras de los ranchos, no los desplazaron; antes bien, promovieron su prolife ración. Las tierras de los Altos, por su naturalez a, resultaban más redituables si se daban a medieros que si se trabajaban directa mente por medio de peones asalariados. Los medieros mantuvieron la estructura de la sociedad ranchera. En el sigloXIX la crisis de la minería mexicana obligó a la región de los Altos a reorganizarse, ahora en función del mercado de la ciudad de Guadalajara -y seguramente del mercado interno que resultaba de su propia población creciente. Los hacendados fr accionar on sus tie rras y las vendieron a un buen número de rancheros enriquecidos, que construyeron casonas en los pueblos más grandes y formaron una oli garquía regional.73Con los rancheros más pobres y con los trabajadores sin tierra que iban surgiendo al aumentar la presión demográfica, man tenían v ínculos múltiples: los segundos eran sus parientes lejanos, sus ahijados y protegidos, su fuerza de trabajo. La Iglesia católica reforzaba el ethos de esta sociedad ranchera, un ethos de vida frugal y esforzada, respetuosa de la autoridad, profundamente religiosa. Las organizacio nes piadosas proporcionaban una estr uctura corporativa y je rárquica. La ideología religiosa y el ritual cotidiano imbuían de significado a una existencia de escasas recompensas materiales. Según los autores de los estudios sobre los Altos, la causa funda menta l de la cristíada fue una crisis ecológica. Los aspectos de esta crisis, ampliamente documentada por Jaime Espín y Patricia de Leo
72 La coexistencia e interdependencia de ranchos y haciendas en el occidente de México había sido señalada desde los estudios clásicos de François Chevalier, La forinaciíín de los grandes latifundbs en México, Problemas Agrícolas e Industriales de México, México, 1956; y MacBride, 1923; pero sólo se ha explor ado sistemáticamente en épocas recientes: González, op. cit. y Brading, 1978. 73El t érmino oligarquía regional cobra particular impor tancia en los estudios de Tomás Martínez Saldafta y Leticia Gándara de Mendoza, Política y sociedad en México: el caso de los Altos de Jalisco, SEP/INA, México, 1976; y Del Castillo, 1979, sobre Arandas y San Miguel el Alto.
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nardo74 y por José Díaz y Román Rodríguez75 son la fragmentación atomística de la propiedad territorial -debida al crecimiento demo gráfico decimonónico y al sistema vigente de herencia partible-, las potencialidades limitadísimas del territorio, la escasez de alternativas ocupacionales, y el desplome del mercado, causado tanto por la violen cia rev olucionaria desatada en 1910 como por el casi mortal tambaleo del sistema capitalista que culminó en 1929. La rebelión cristera, que duró efectivamente desde 1926 hasta 1940, implicó la movilización de millares de familias patriarcales de pequeños rancheros y medieros, quienes si bien luchaban contra un gobierno antirreligioso (y no sólo anticlerical) que agredía el tejido simbólico de su cotidianidad,76 también lo hacían - con el beneplácito de los oligarcas reg ionales- con tra un Estado nacional emergente cuyo poder tendía a nulificar la capa cidad local de enfrentarse a una profunda crisis. La derrota final de los cristeros significó, por un lado, la implantación del dominio del Estado frente a la oligarquía debilitada y dispersa; por otro, la destrucción de la estructura económica regional, políticamente mediatizada gracias a la válvula de escape de la migración masiva a Estados Unidos.77
L A V O C A C I ÓN R E G I O NA L D E L A A N T R O P O L O G Í A SOCIAL MEXICANA
Recientemente, algunoí autores78 han definido la “cuestión regional” como el problema de las influencias recíprocas entre sociedad y espa74 Economía y sociedad en los Altos de Jalisco, CIS-INAH/Nue va Imagen, Méx ico, ■ 75 El movimiento cristero, sociedad y conflicto en los Altos de Jalisco, CIS-INAH/ Nueva Imagen, México, 1979. 76J ean Meyer ha demostrado, para mi gusto convincentemente, que la partici pación directa del clero en la cristiada no fue tan importante (cuantitativa y cualitati vamente) como la propaganda oficialista ha querido hacemos creec En esto el equipo de Fábregas no se muestra muy de acuerdo. Cfr. Meyer, 1980. 77Cons últense también los estudios de María A ntonie ta Gal lar t “El cambio en la orientaci ón de la producción ganadera en San Miguel el A lto ”, tesis, Universidad Iberoamericana, 1975; Virginia García, “La organización del trabajo artesanal e indus trial en A randa s”, tesis, Universidad Iberoamericana, 1975; Car men Icazuriaga, “La ciudad de Tepatitlán: su origen y desarrollo como centro ur bano”, Controversia, vol. í núm. 3, 1977, pp. 22-46. 78 José Luis Coraggio, “Los términos de la cuestión regional en América Latina”, manuscrito, s.f. 1978.
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ció; ciertos fenómenos (estructuras, relaciones) sociales - no todosexigen, para su estudio, ser diferenciados en términos de un espacio, que a su vez se definirá en términos r elativos a la conceptualización del fenómeno y, por tanto, en oposición a otros espacios regionales. Lejos de suponer un relativismo empirista (“hay tantos conceptos de región como variables empíricas se tomen en cuenta”), este planteamiento demanda una clasificación teórica previa a la utilización exitosa del marco re giona l. Un a tesis del presente ar tículo es que, por la natura** leza de las preguntas que hace a la sociedad mexicana, la antropología social ha debido emprender estudios de regiones. Ot ra tesis: el conccpto región ha tenido mayor nitidez y utilidad cuanto más nítidamente ha logrado el antropólogo articular su problemática teórica. Gamio se interesó en relacionar la diversidad cultural y la des igualdad socioeconómica, y en buscar el aprovechamiento de los “as pectos positivos” de la primera para desterrar la seg unda. En la me dida en que su concepto de cultura era estático y atomístico, y su concepto de sistema social embrionario, el término “población regio nal” que Gamio proponía fue más un término “preparadigmático” que una herramienta definitiva. Redfield también se planteaba el problema de la diversidad cultural; su concepto de cultura era más dinámico y permitía visualizar varios niveles interrelacionados; desde el folk, ar monizado en una esfera rousseauniana, hasta el urbmw cambiante y “desorganizado”, su región se definía a partir del influjo diferencial del polo urbano. En la medida en que tal influjo se conceptualizaba en forma unilineal y ahistórica, la concepción redfieldiana de región ca recía también de ramificaciones analíticas que permitieran tomar en cuenta, en su complejidad dialéctica, los procesos históricos concre tos: la formación regional propiamente dicha. Los otros autores brevísimamente analizados en este artículo, in teresados también en el tema de la diferenciación sociocultural, plan tearon sin embargo su problemática desde el punto de vista del surgi miento, consolidación y crisis de los sistemas productivos; por estos, la sociedad y la cultura tienen una historia, y la región una definición asimismo histórica. La principal inspiración teórico- metodológica de todos estos autores (e incluyo al propio Aguirre Beltrán en el paquete, a riesgo de incurrir en la reprobación de tirios y troyanos) proviene, según traté de mostrar, de Julian Steward y la corriente llamada ecología cultural neoevolucionista. Sostiene ta l corriente que en una sociedad en proceso de complejidad creciente surgen se gmentos socioculturales di
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ferenciados, que corresponden a procesos diversos (no mecánicos) de adaptación ecológica (de organización territorial), y que se articulan en virtud de las funciones complementarias que les asigna una estruc tura de poder global. Un conce pto clave es el de núcleo cultural (cultu ral core), que se refiere a la constelación pautada de elementos técni cos, sociales y simbólicos que se vincula directamente a los procesos de adaptación. Sin suponer un determinismo ecológico, tal concepto pretende dar cuenta de las diferencias tecnoeconómicas y sociocultu rales y a la vez referir a la coordinación global que permite y fomenta (¿crea?) la especialización.79 Salta a la vista que este enfoque ayudó a romper muchos mitos: el de la comunidad aislada, el de los campesinos transitorios, el de la hacienda feudal, entre otros, y que abrió brechas innovadoras en la ar queología y la etnohistoria. Propició, además, la formación de equipos de trabajo colectivo y acumulativo. Tiene drásticas limitaciones teóri cas; por ejemplo, el énfasis en el modelo de equilibrio ecológico e intersegmentario, o en la primacía ahistórica de la adaptación ecoló gica. Estas limitaciones reducen el estudio del cambio al de los ajustes adaptativos; además, tienden a minimizar la influencia regionalizante de factores distintos al de la potencialidad dada de un territorio. De hecho, todos los autores citados rompen con el determinismo territo rial; por ejemplo, los estudios del Acolhuacan muestran la contingen cia del potencial ecológico respecto a la tecnología y sobre todo a la organización sociopolítica. Va le la pena , para te rm ina r estos apunt es , me nci ona r alg unos te mas que aparecen er. la literatura citada, exigen ¡a superación del en foque ecologista, y apuntan cambios importantes en la investigación antropológica regional. La región y la economía política
Si el evolucionismo ingenuo suponía que las partes precedían al todo 79 Alg unos textos importante s en la historia de este enfoque, además de los ya ci tados: Julián Steward e tal , The peopleofPuerto Rico, Univers ityof Illinois Press, Urbana, 1955; Richard N. Adams, Cultural surveys of Panama-Nicaragua-Guateinala-El SalvadorHonduras, Pan- American Sanitary Bureau, Washington, 1957; Yehudi Cohén, Man ¿n adaptation, Aldine, Chicago, 1969; Marshall Sahins y Elman Service, Evolution and cul ture, T he University of Michigan Press, A nn Arbor, 1960. Acepto que es exagerado clasificar a Marr oquín, un marxista ortodoxo, como neoevolucionista.
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- que las regiones precedían a la nación y al Estado- , después de Redfiel se acepta que Chan Kom y Dzitas, incluso Tusik, proceden de la región yuc ate ca; W o lf y St ri ck on mues tr an que la ec ono mía pol ític a co lo nia l causa el surgimiento de regiones de distinto tipo; Palerm, siguiendo a Luxemburgo, afirma que la for mación del sistema mundial capitalista en el siglo X V I80 es el punto de partida del análisis regional, el sistema no tiene un efecto homogeneizante sino diferenc ador. El punto ce n tral del debate debe ahora plantearse en términos Je economía política - cómo se definen desde el sistema los objetivos ó A trabajo y los pro ductos en distintas zonas, y por qué- ; pero el antropólogo s ocial tiene la tarea de mostrar la complejidad del proceso, la variabilidad de las respuestas y alternativas locales (zapatismo, cristiada), la irreductibilidad de la historia a un esquema lineal. El interés diacr ònico del antropólogo, le permite además explorar la importancia de la organi zación previa al sistema capitalista (de nuevo, el Ac olhuac an es un ejemplo) en la determinación territorial. La región y el Esta¿io La relación entre las partes y el todo es una relación definida por me canismos de subordinación, de poder. El análisis de la regionalización supone conocer la historia del Estado colonial y del surgimiento traba jos o de los E st ados naci ona le s. Por un lado , e stos mec anis mos de pode r centralizado crearon (o apoyaron) la división espacial de la producción y el tr aba jo; por otr o, el pode r ce ntr al de bió enf re ntar se al pode r re gional que de tal división emergía. Una forma a nalíticamente efectiva de definir la regionalización es a partir de la existencia de núcleos de poder localizados y relativamente capaces de tomar decisiones inde pendientemente del centro;81 deja de existir la regionalización cuando el Estado nacional centraliza efectivamente el control. El análisis de oligarquías o elites regionales (como los A ltos y el sur de Jalisco) o de 80C/r. I. Wallerstein, The modem uwrld system. Capit olisi ag riculture and the origins ofthe european world economy in the sixteenthcentury, A cademic Press, Nueva York, 1974. 81 Cfr. para el sur de Jalisco, De la Peña, 1979, y “Evalua ción agrícola y poder regional en el sur de Jaliscc”, Revista Jalisco, voi. I, núm. 1, 1980, pp. 38-55; B ryan Roberes, “Estado y región en América Latina”, Relaciones. Estudios de Histor ia y Sociedad, voi. I, núm. 4, 1980, pp. 9- 40; para el caso argentino, Jorge Ba lán, “La cuestión regional en Arg entina: Burguesías del interior y el mercado externo agroexportador”, Estudios Sociales, CEDES, núm. 8, 1978, Buenos Aires.
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caciquismo, y el estudio de las condiciones en que ocurre una privati zación del orden social, parecen ser temas esenciales (y aun embriona rios) en la antropología regional.82 Una herramienta analítica de par ticular importancia al respecto puede ser el concepto dominio de poder, desarrollado por Richard N. Adams,83 que ha sido aplicado al caso de Morelos;84 mientras la crisis del Estado nacional emergente en el si glo X IX supuso el surgimiento de un do minio unitario a nive l reg ional y s u co rr es pondi ent e fr ag me nta ción del do mi nio del pode r n ac ion al , la consolidación del Estado nacional posrevolucionario ha significado la frag mentación del poder regional como una estrategia centralizadora. Los planes de coordinación regional que han propuesto Gamio, Sáenz y A guirre B eltrán están necesariamente condenados al fracaso, contradicen un mecanismo heg emónico fundamental. La región y el mercado Strickon mostró que la demanda del mercado europeo creó Yucatán; a Morelos lo articuló ía demanda azucarera de la ciudad de México; Enrique Florescano y Alejandra Moreno, en un articulo pionero sobre historia regional (1973), mostraron el impacto del sector externo en la configuración espacial del país.85 Por otro lado el caso del Bajío hace patente la enorme diferencia que existe cuando en una región surge un mercado interno; lo que ocurre espacialmente en el sur de Jalisco (donde no hay minas ni plantaciones históricamente importantes), por ejemplo, no puede entenderse sin tener en cuenta la existencia de un mercado regional puesto en crisis por la llegada del ferrocarril:86 82Los estudios de caciques regionales más bien los han hecho historiadores (Chevalier, s.f.; Díaz, 1972; Olve da, 1980); una excepción importa nte es el libro compilado por Roger Bartra (1975). 83Crucifix ión by power. Essays on guatemalan national social structure, 194 4' 1966, University of Texas Press, Austin, 1970; y La red de la ex pansión humana, Ediciones de la Casa Chata, México, 1978. 84 De la Peña, Herederos..., y “Evolución agrícola...”, op. cit.; Roberto Varela, “Expansión de sistemas y relaciones de poder. Antropología política del estado de Mo relos”, resis de doctorado, CIESaS, 1980-81. 85 En el Acolhuacan pre’iispánico el impacto de la “demanda” de la población del valle no se mediaba por relaciones mercantiles sino por alianzas políticas; en su análisis Palerm y Wolf son precursores de lo que más tarde John Murra, para el caso andino, llamaría “control vertical de pisos ecológicos”. 86 De la Peña, “Industria¿ y empresarios en el sur de Jalisco”, en Ensayos sobre el sur de Jalisco, CIS INAH, México, 1977 (Cuadernos de la Casa Chata, 4); Herederos..., y “Evolución agrícola...”, op. cit.
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ció; ciertos fenómenos (estructuras, relaciones) sociales - no todosexigen, para su estudio, ser diferenciados en términos de un espacio, que a su vez se definirá en términos relativos a la conceptualización del fenómeno y, por tanto, en oposición a otros espacios regionales. Lejos de suponer un relativismo empirista (“hay tantos conceptos de región como variables empíricas se tomen en cuenta”), este planteamiento demanda una clasificación teórica previa a la utilización exitosa del marco reg ional. Una tesis del presente ar tículo es que, por la natura leza de las preguntas que hace a la sociedad mexicana, la antropología social ha debido emprender estudios de regiones. Otra tesis: el con cepto región ha tenido mayor nitidez y utilidad cuanto más nítidamente ha logrado el antropólogo articular su problemática teórica. Gamio se interesó en relacionar la diversidad cultural y la des igualdad socioeconómica, y en buscar el aprovechamiento de los “as pectos positivos” de la primera para desterrar la segunda. En la me dida en que su concepto de cultura era estático y atomístico, y su concepto de sistema social embrionario, el término “población regio nal” que Gamio proponía fue más un término “preparadigmático” que una herr amienta definitiva. Redfield también se planteaba el problema de la diversidad cultural; su concepto de cultura era más dinámico y permitía visualizar varios niveles interrelacionados; desde el folk, ar monizado en una esfera rousseauniana, hasta el urbano cambiante y “desorganizado”, su región se definía a partir del influjo diferencial del polo urbano. En la medida en que tal influjo se conceptualiza ba en forma unilineal y ahistórica, la concepción redficldiana de región ca recía también de ramificaciones analíticas que permitieran tomar en cuenta, en su complejidad dialéctica, los procesos históricos concre tos: la formación regional propiamente dicha. Los otros autores brevísimamente analizados en este artículo, in teresados también en el tema de la diferenciación sociocultural, plan tearon sin embargo su problemática desde el punto de vista del surgi miento, consolidación y crisis de los sistemas productivos; por estos, la sociedad y la cultura tienen una historia, y la región una definición asimismo histórica. La principa l inspira ción teórico-me todo lógica de todos estos autores (e incluyo al propio Aguirre Beltrán en el paquete, a riesgo de incurrir en la reprobación de tirios y troyanos) proviene, según traté de mostrar, de Julián Steward y la corriente llamada ecología cultural neoevoluciorusta. Sostiene tal corrie nte que en una sociedad en proceso de complejidad creciente surgen segmentos socioculturales di
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ferenciados, que corresponden a procesos diversos (no mecánicos) de adaptación ecológica (de organización territorial), y que se articulan en virtud de las funciones complementarias que les asigna una estruc tura de poder global. Un concepto clave es el de núcleo cultural (cultu ral core), que se refiere a la constelación pautada de elementos técni cos, sociales y simbólicos que se vincula directamente a los procesos de adaptación. S in suponer un determinismo ecológico, ta l concepto pretende dar cuenta de las diferencias tecnoeconómicas y sociocultu rales y a la vez referir a la coordinación global que permite y fomenta (¿crea?) la especialización.79 Salta a la vista que este enfoque ayudó a romper muchos mitos: el de la comunidad aislada, el de los campesinos transitorios, el de la hacienda feudal, entre otros, y que abrió brechas innovadoras en la ar queología y la etnohistoria. Propició, además, la formación de equipos de trabajo colectivo y acumulativo. Tiene drásticas limitaciones te óri cas; por ejemplo, el énfasis en el modelo de equilibrio ecológico e intersegmentario, o en la primacía ahistórica de la adaptación ecoló gica. Estas limitaciones reducen el estudio del cambio al de los ajustes adaptativos; además, tienden a minimizar la influencia regionalizante de factores distintos al de la potencialidad dada de un territorio. De hecho, todos los autores citados rompen con el determinismo territo rial; por ejemplo, los estudios del A colhuacan muestran la conting en cia del potencial ecológico respecto a la tecnología y sobre todo a la organización sociopolítica. Va le la pena , par a te rm ina r estos apunt es , me nci ona r alg unos te mas que aparecen en la literatura citada, exigen la superación del en foque ecologista, y apuntan cambios importantes en la investigación antropológica regional. La región y la economía política Si el evolucionismo ingenuo suponía que las partes precedían al todo 79 Al gunos textos importantes en la historia de este enfoque, además de los ya ci tados: Julián Steward e ta l, The peopie of Puerto Rico, Universityof Illinois Press, Urbana, 1955; Richard N. Adams, Cultural surveys of Pünaina- Nicaragua-G uateimla-El SalvadorHonduras, Pan- American Sanitary Bureau, Washing ton, 1957; Yehudi Cohén, Man in adaptation, Aldine, Chicago, 1969; Marshall Sahins y Elman Service, Evolution and cul ture, T he University of Michigan Press, Ann Arbor, 1960. Acepto que es exagerado clasificar a Man-oquín, un marxista ortodox o, como neoevolucionista.
Iistuuios regionales y antropobgía
l.n iiíHr.loim;i‘ lonc. en el ámbito del mercado manifiestan y a la vez lili« immn I.r. ii¡msf orm;icioncs reg ionales.87 As í, los estudios antro| n,| ,,):i. »>• , dr l.i tede sde me rcados r esult an urgentes : con la ex cepción d< | ohn Duis ion (1976) nadie, que yo sepa, ha tratado de aplicar modrlo i normativos de localización (central- place tlxeory) a los lugares de mercado - cuya utilidad para el caso de Guate mala ha puesto sobra damente ile manifiesto Carol A. Smith. Nos tenemos que conformar todnvía i on los estudios pioneros de Malinowski y De la Fuente88 y de Ma i roquín, con los planteamientos te óricamente innovadores de Ina Dinerman89 sobre la relación entre mercado regional y organi zación social estable, y con estudios recientes como los de Beals, Cook, Diskin, y Osw ald90 que, aunque interesantes, no tienen propiamente una metodología regional 91 Por supuesto, de la regionalización de los mercados de trabajo aún sabemos menos.
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Guiüermo de la Peña
blación, de mercado, de poder- surge un sistema coor dinado de ciu dades como el que existía -y ex iste- en el Bajío?94 Región, desigualdad, clase social
Redfield, Aguirre Beltrán, Marr oquín, destacaron el papel de una ciu dad para definir una región, a partir de influencias de tipo diverso: in nova ción, poder, mercadeo. Ot ros autores 92 destacan que los centros de población grandes tienen un efecto no de estímulo sino de freno en el crecimiento de los centros más pequeños en su hinterland o zona de influencia; dos estudios recientes sobre migrantes a la ciudad de Méx ico muestr an el efecto desestabilizador de la megalópolis sobre la economía de dos regiones aledañas 93 ¿En qué condiciones - de po
Desde Gamio, los estudios de los antropólogos han mostrado que la división espacial de la producción y el trabajo origina agudas desigual dades en el desarrollo regional; el tema ha provocado estudios econó micos95 y trabajos interdisciplinarios,96 y además constituye el objeto de investigaciones aplicadas, políticas indigenistas y planes de desarro llo regional que, para algunos críticos, no han hecho más que agravar el problema. Con todo, el campo de la investigación aplicada al desa rrollo regional ofrece un reto que la antropología mexicana no puede - no debiera- rehusar. Por otro lado, la oposición entre reg iones -o entre oligarquía reg ional y Estado- no sustituye a las contra diccio nes básicas de clase traídas por la expansión del sistema capitalista; ambos tipos de oposiciones se combinan en formas cuya descripción, comprensión y análisis se plantean como tarea para el investigador de campo. La oposición de clase también tiene una dimensión espacial; si existe un sistema regional de clase (i.e., puesto en marcha por la operación principal de mecanismos regionales: la hacienda, la ciudad mercado, el enclave minero), cada clase puede definir su región en términos diferentes.97 Estas múltiples oposiciones debieran plantear un problema al planificador: ¿cuál de todas las concepciones reg iona les subyace en los proyectos de desarrollo?
87 Ver ónica Veerkamp, “El mercado informal y la industria: el caso de Ciudad Guzmán” en G. de la Peña, Ensayos sobre..., op. cit., y otro trabajo de la misma autora de 1981. 88 B. Malinowski y Julio de la Fuente, La economía de un sistema de mercados en México, Acta Antropológica, México, 1957. 89 Ina R. Dinerman, Los tarascos. Cam¡)csinos y artesanos de Michoacán, SER México, 1974 (Sepsetentas). 90 Ralph L. Beals, The peasant marketing system of Oaxaca, México, University of California Press, Berkeley, 1975; Scott Cook y Martin Diskin (comps.), Markets in Oaxaca, México, University of Texas Press, Austin, 1976; Ursula Oswald (comp.), Mercado y dependencia, CIS-INAU/Nuev a Image n, México, 1979. 91C/r. Smith, op. cit. 92 Bonñl Batalla, Cholula. La ciudad sagrada en la edad industrial, UNAM, México, 1972; Virginia Molina, San Bartolomé de los Llanos. Un caso de urbanización frustrada , CIS-INAH/SF.P-INAH, Méx ico , 1976. 93 Lourdes Arizpe, Migración, etnicismo y cambio económico. Un estudio sobre mi-
grantcs campesinos a la ciudad de México, El Colegio de México, México, 1978; Oswald, “El monopolio de la central de abastos y sus efectos en la sociedad campesina”, en Oswald (comp.), op. cit 94C/r. Vir ginia Molina, “ Regiones y centros urbanos regionales”, Yucatán: historia y economía, vol. IV, núm. 19, 1980, pp, 44-51. 95 Paul L. Yates, El desarrollo regional de México, Banco de México, México, 1965. 96 Barkin, et a i, 1973. 97 Cfr. los trabajos sobre la plantación citrícola de Montemorelos, de Luis M. Gatti et al., Montemorelos. Cuestiones reg ionales 1, CIESAS, México, 1981 (Cuadernos de la Casa Chata, 39); L. M. Ga tti, Delia Cuello y Graciela A lcalá “Historia y espacios socia les. Ensayo de una regionalización de clases de la plantación citrícola de Nuevo León”, Boletín Bibliográfico de Antropología Americana, vol. x u, núm. 50, 1979; L. M. Gatti y Graciela Alcalá, “Los trabajadores asalariados de la plantación citrícola de Nuevo León”, Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad, vol. I, núm. 1, 1980.
La región y la ciudad