ALBERT O. HIRSCHMAN l---\IR , ( t
Traducción de ToMÁS SEGOV lA
RETÓRICAS DE LA INTRi-\NSIGENCIA
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MÉX ICO
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Primera edición en inglés, 1991 Primera edi ción en español, 1991
A Sarah, mi primera lectora y crítica durante cincuenta años
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Título origi nal: 'í h ,· Rhetoric ofReactio ri ; ·,'! \'e l'.\IIY, Fu tility; Jeop ardy Copyright © 1991 by the President a nd Fellow of Harvard College D_R. © 1991, F ONDO DE C ULTURA ECONÓMICA, S.A. DE C.V. Av . de 13 Universida d 975; 03100 México, D .F.
ISBN : 968 -16 .35 6 1 Impreso en México
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PREFACIO "¿CÓMO puede alguien llegar a ser así?" En un cuento de Jamaica Kincaid, publicado en el New Yorker (26 de junio de 1989, pp. 32-38), una joven mujer del Caribe se hace repetidamente esa pregunta referida a su patrona, Mariah, estadunidense efusiva, en exceso amistosa y algo insoportable, madre de cuatro hijos. En el contexto, la s diferencias de trasfondo social y racial proporcionan gran parte de la respuesta. Sin embargo, al leer el cuento me pareció claro que la pregunta de Kincaíd -una pr eocupación por la masiva, obstinada y exasperante otredad de los otros - está en el meollo del presente libro. La inquietante experiencia de verse excluí do , no sólo de las opiniones sino de toda la experiencia vit al de ll i ) gran número de nuestros contemporáneos, es en efecto característica de las sociedades democráticas modernas. En estos días de celebración universal del modelo democrático puede parecer mezquino explayarse en las deficiencias del funcionamiento de las democracias occidentales. Pero es precisamente el derrumbe espectacular y regocijante de ciertos muros lo que llama la atención respecto a los que siguen intactos o a las brechas que se profundizan. Hay uno entre ellos que puede encontrarse a menudo en las democracias más avanzadas: la s is temática falta de comunicación entre grupos de ciudadanos, como liberales y conservadores, progresistas y reaccionarios. La consecuente separación mutua entre esos grandes grupos me parece más preocupante que el aislamiento de individuos an órnicos en la "sociedad de masas" al que tanto bombo han dado los sociólogos. Curiosamente, la estabilidad misma y el funcionamieri9
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to adecuado de una socie dad democrática depende de que ciudad» nos se organic en en unos pOCOS grupos importantes (ide almente do s) , definidos de manera clara, que sos tcn grm opiniones diferentes en cuestiones centrales de p olítica . Pu ede suceder que esos grupos se amurallen unos frente a otros; en este sentido, la democracia genera de modo continuo sus propios muros. Como el proceso se ali menta de sí mismo, cada grupo , en algún momento, se preguntará a propósito del otro, con asombro ya veces con mutua aversión: " écómo han llegado a ser así?" A mediados de la déc ada de los ochenta, cuando empezó este estudio, es a era sin duda la manera en que muchos liberales en los E stados Unidos, incluyéndome a mí, miraban al ascendente y triunfante movimiento conservador y neocon servador. Una reacción ante esa situación fue exami nar la mentali dad O la personalidad conservadora. Pero esta clase de at aque frontal y supuestamente a profundidad me parecía poco prometedor: ensancharía las b rech as y llevaría además a una indebida fascinación frente a un ad versario demonizado. De ahí mi decisión de intentar un examen "imparcial" de algunos fenómenos superficiales: discurso, argumentos, retórica, considerados de manera his tórica y analítica. Durante el proceso, resultaría que el discurso está configurado no tanto por rasgos fundamentales de personalidad, sino sencillamente por los imperativos de la argumentación , casi sin tener en cuenta los des eos, el carácter o las convicciones de lo s p articipantes. Exponer estos nexos puede ayudar efectivamente a suavizarlas, a modificar así el discurso y a restaurar la comunicación. Q ue el procedimiento que he seguido posee tales virtudes, es cosa que queda acaso demostrada por la manera e n que mi análisis de la "ret óric a re accionaria " gira sobre sí mismo, h acia el final del libro, para abarcar la variedad liberal o progresista. En cierto modo para sorpresa mía.
1. DOSCIENTOS AÑos DE RETÓRICA REACCIONARIA EN 1985, poco después de la reelección de Ronald Reagan, la Fundación Ford lanzó una ambiciosa empresa. Motivada sin duda po r la preocupación acerca de las crecientes críticas neoconservadoras de la seguridad social y otros programas de bienestar social, la Fundación decidió reunir a un grupo de ciudadanos que, desp u és de la debida deliberación e inspe cción de la m ejor investigación disponible, adoptarían una declaración autorizada de las cuestiones que se discutían en aquel momento con el marbete de "La crisis del Estado b enefactor".' En un a magistral declara ción inaugural Ralf Dahrendorf (miembro, como yo, del grupo que había sido reunido) situó el asunto que habría de ser terna de nuestras discusiones en su contexto hi stórico al re cordar una famosa conferencia dada en 1949 por el sociólogo inglés T. H. Marshall acerca del " desarrollo de la ciudadanía" en Occídente.' Marshall distinguía entre las dim ensi ones civil, de la ciudadanía, y proce-día después a explicar, muy en el espíritu de la interpretación whig de la histori a, cómo las sociedades humanas más ilu stradas habían confrontado un a tras otra estas dimensiones. Según el esquema de Marshall, que convenientemente asignaba casi un siglo a cada una de esas tareas, el siglo XVIII fue testigo de las más importantes batallas por la institución 1 E l informe del grupo fue publicado má s larde con e l lft ulo d e Th e cornm on.good: Social welfare an d th e American future; P olicy re comm endati on s of ihe Ex eculive Panel, N ueva York, Fo rd F ou ndauo n, 1989 . 2 T . H. Marsha ll, " C ilizensh jp a nd so cial class", conferen cia de l ciclo A1fre d Ma rsha Il dad a en la Universidad de Ca mbridge en 1949, reim presa e n Ma rs ha ll, Clas s, citizenship, an d social deve lop ment, Nueva York, D o uutcd ay, 1965 , cap. 4.
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civil: de la libe rt ad de expresión, desde y religión, hasta el derecho a la justicia equitanva y otros aspectos de la libertad individu al o en . ' termmo s generales, los "Derechos d el hombre" de la doctrina natural del derecho y de las r evolu cion es estadunid ense y fran ces a. En el transcurso del siglo XIX fue el aspecto político de la ciudad anía, es decir el derecho de l?s p articipar en el ejercicio del poder polítICO, el que dIO Important es pasos, a medida que el dereal voto e?,tendía a grupos cada vez mayores. Por últ imo, el nacim íento del Estado benefactor en el siglo xx exten dió el concepto de ciudadanía ha sta la esfera de lo social .Y _ec,onóm ico , reconociendo que condiciones mínimas de educación, salu d, bienestar económico y seguridad so n fundamentales para la vida de un ser civilizado así como para el ejercicio significativo de los atribu tos civiles y políticos de la ciudadanía. Cuando Marshall pintó este magnífico y confiado cuadro ?,e progreso por la tercera batalla por la afirma cion de los derechos ciudadanos, la que se libraba en el terreno social y econ ómico, parecía bien encaminada victoria, particularmente en la Inglaterra d e la posguerra, por el partido laborista y consciente de la segun dad social. Treintaicinco años después Dahrendorf podía señalar que M arshall había sido sobre el particular y que la idea de la dimensi ón socioeconórnica de la ciudad anía como complemento natural y deseable de las dimensiones civil y política había trop ezado con considerables dificultades y oposición, y ahora necesitaba ser sustancialmente reconsiderada. El triple esquema trisecular de Marshall confería una persR ectiva histórica augusta a la tare a del grupo y prop orcionaba un excelente punto de arr anque p ara su s deli-
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b eraciones, Tras alguna reflexión, me pareció s in embargo que Dahrendorf no había ido suficientemente lejos en su crítica. ¿No es cierto que no sólo el último, sino cada uno de los tres movimientos progresivos de M ars hall, h an sido seguidos por movimientos ideológicos contrarios de fue rza extraordinaria? Y es os movimientos Zn o han es ta do e n el origen de luchas sociales y políticas convul sivas que con frecuencia han producido retrocesos en los programas -pretendidamente p rogresistas - , así co mo mucho sufrimiento y miseria humanos? La resaca que ha expe rim e ntado hasta ahora el Estado benefa ct or tal ve z es en realidad bastante benigna en comparación con las matan zas y los conflictos que siguieron a la afirm ación de las libertades indi viduales en el siglo XVIII o <1 b am p liaci ón de la participación política en el XIX. Una vez que hemos considerado este vaivén prolongado y peligroso de acción y reacción, nos inclinamos a apreciar más que nunca la profunda sabiduría de la conocida y analizada observación de Alfred N . Whiteh ead: "Los principales avances de la civili zación son procesos que casi arruin an a las sociedades don de tie nen lugar ".' Es " sin dud a esta afirmación, más que cu alqui e r ot ra des cri pción de un progreso suave e incesante, la q ue cap ta la esencia de una manera profunda y amb ivale nte de esa historia tan difusamente bautizada " desarrollo de la ciudadanía". En la actualidad uno se pregun ta si en realid ad Whitehead, al escribir en un tono tan som b río en los años veinte, no se gu ía siendo d emas iad o optim ist a: p ara algunas sociedades, y no las menos, su fr ase estaría m ás cerca de la verdad, podría argüirse, si se omitiera en cambio el "casi". 3 Véase Alfred N. Whiteh ead , Symbolism , Nueva York, Ca pricorn , reimpr. .1959, página 88 .
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RETÓRICAS DE LA INTRANSJGENCIA
TRES REACCIONES Y IRES TESIS REACCIONARIAS
H ay pu es buenas razones para centrarse en las reacciones ante los su cesiv os movimientos hacia adelante. Para empezar, declararé de manera sucinta lo que entiendo por "tr es reacciones", u olas reaccionarias, particularmente ten ie ndo en cuenta que bien podrían ser más diversas y difusa s qu e la tríada bastante contundente de Marshall. . La primera reacción es el movimiento de ideas que sigue (y se opone) a la afirma ción de la igualdad ante la ley y de lo s derechos civiles en general: el componente civil de la ciudadanía de Marshall. Hay una importante dificulta d para aislar este movimiento: la más ostentosa afirmac ión de esos derechos tuvo lugar en las etapas iniciales de la Revoluci ón francesa y como resultado de ella, de m odo que la reacción contemporánea contra ellos venía entrelazada con la oposición a la Revolución y a todas sus ob ras . Sin duda la oposición a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano estaba motivada más por los acontecimientos que llevaron a que se publicara la Declaración que por el texto mismo. Pero el discurso contrarrevolucionario radical que pronto surgió se negó a distinguir entre los aspectos positivos y negativos de la Revolución francesa o a aceptar que los hubiera positivos. Anticipando lo que habría de convertirse más tarde en una consigna de la izquierda (la Révolution est un bloc) , los primeros adversarios de la Revolución la consideraro n como un todo coherente. De manera significativa, la p rimera conden a general, las Reflections on the Revolution in France (1790) de Edmund Burke, comenzó con una sosten ida polémica contra la Declaración de los Derechos del H ombre. T ornando en serio la ideología de la Revolución, el discurso contrarrevolucionario abarcaba el rechazo del texto del qu e los revolucionarios estaban más
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orgullosos . De este modo se convirtió en una corriente intelectual fundamental, echando los cimientos de gran parte dé' la posición conservadora moderna. La segunda ola reaccionaria - que se oponía al sufragio universal- era de manera consciente mucho menos contrarrevolucionaria o, en esta coyuntura, contrarreformista que la primera. Pocos autores proclamaron de manera específica el objetivo de desandar los avances de la participación popular en la política que se habían logrado mediante extensiones de los derechos políticos (y aumentando el poder de las cámaras "bajas" del parlamento) en el transcurso del siglo XIX. En muchos países el avance hacia el sufragio universal (sólo para los varones hasta el siglo xx) fue algo gradual, de modo que los críticos encontraron difícil tomar una posición unificada. A dem ás, sencillamente no había ningún punto de interrupción para el avance de la democracia política una vez que las distinciones tradicionales entre nobleza, clero y gente común habían sido suprimidas. Podemos sin embargo interpretar un movimiento ideológico contrario a partir de varias corrientes influyentes que nacieron alrededor de la époc a en que tuvieron lugar los hitos más importantes en la lucha por la extensión de los derechos civiles. Desde el último tercio del siglo XIX hasta la primera Guerra Mundial y más allá, una vasta y difusa bibliografía que abarcaba la filo sofía, la psicología, la política y las letras acumuló todos los argumentos imaginables para despreciar a las "masas", a la mayoría, al régimen parlamentario y al gob ierno dem ocrático. Aunque hizo poc as propuestas de instituciones optativas, gran parte de esta bibliografía advertía explícita o implícitamente contra los tenebrosos pe ligros qu e ame nazaban a la socie da d como resultado de la tendencia a la democratización. Con las ve ntajas de la perspectiva es fácil hacer responsahl es en p arte a tales escritos de la
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destrucción de la democracia en Italia y Alemania duran te el periodo entre guerras, y tal vez también del giro antide-
mocrático que tomó la Revolución rusa, como argumentaré al final del capítulo 5. Tal vez hay pues que dar crédito, si es que ese es el término adecuado, a la segunda reacción, por haber producido el ejemplo más impresionante y des astroso en la historia de la profecía autocumplida. Curiosamente, la re acción que menos se propuso de manera conscíe nte invertir las tendencias o las reform as en m arch a se convirtió en la que tuvo - o en la que más tarde h abría de ser acus ada de tener - el efecto más destructivo. Llegamos ahora a la tercera ola reacionaria: la crítica contemporánea al E stado benefactor y las tentativas de deshacer o "reformar" algunas de sus medidas. Pero estos temas tal vez no deban revisarse ampliamente aquí. Como observadores directos y cotidianos de este movimiento, tenemos cie rta comprensión de sentido común de lo que implican. Al mismo tiempo, aunque muchísimos escritos hayan criticado a estas alturas cada uno de los aspectos del Estado benefactor desde los puntos de vista económico y político, y a pesar de los decididos ataques a los programas e instituciones de seguridad social por parte de diversas y poderosas fuerzas políticas, aún es demasiado pronto para valorar el resultado de la nueva ola reaccionaria. Como se verá por esta breve descripción, la extensión de mi tema es enorme; al tratar de abarcarlo tengo que ser sumamente selectivo. Es útil por consiguiente señalar desde el principio lo que no intento hacer aquí. En primer lugar, no escribiré un volumen ni analizaré más acerca de la naturaleza y las raíces históricas del pensamiento conservador.' Mi meta es m ás bien delinear los tipos formales 4 Una breve list a d e títul os peru ncntes: F ra ncoís B ourricaud, Le rctour de la droite , P a rís, Calmann- Lévy , 1986; J acques G odechot, L a contre-révolutlon, París, Prcsses Un iversitai r es de Franco, 1961 ; Russ c ll Kirk . TITe conservative mi nd, fro rn Burke /O Eliot ,
AÑos D E RET ÓRICA 17 de argumento o de retórica, y pondré así el acc nt o en las principales posturas y maniobras polémicas que probablemente adoptarán los que se proponen desbancar y derrocar las políticas y los movimientos de ideas "progresistas". En segundo lugar, no me vaya embarcar en una vasta y ociosa rexposición de las sucesivas reformas y contrarreformas, tesis y contratesis, desde la Revolución francesa. En lugar de eso, me centraré en unos pocos argumentos comunes o típicos que utiliza infaliblem ente cada uno de los tres movimientos de reacción que acab o de señalar. Esos argumentos constituirán las subdivisiones básicas de mi texto. Será en conjunción con cada uno de los argumentos como se abordarán las " tres reacciones", para examinar la forma específica que ha tomado el argumento en diversos contextos históricos. ZCuáles son los argumentos y cuántos hay? Debo tener una tendencia innata a la simetría. Al esbazar las maneras principales de criticar, atacar y ridiculizar los tres impulsos "progresistas" sucesivos del relato de Marshall he caído en otra tríada: es decir, en tres tesis reactivo-reaccionarias principales, a las que llamo la tesis de la perversidad O del efecto perverso, la tesis de la futilidad y la tesis del riesgo. Según la tesis de la perversidad toda acción deliberad a para mejorar algún rasgodel orden político, social o económico sólo sirve para exacerbar la condición que se desea remediar. La tesis de lafutilidad sostiene que las tentativas de transformación social serári inválidas, qu e simplem ente no logran "hacer mella". Finalmente la tesis del riesgo arguye que el costo del cambio o reform a propuesto C :J DOS CIENTOS
Ch ica go , R egnery, 1960; Karí M annh ei m , Conservatism , Londres , Rouiledge & Kcg an P aul, 1986; M ich ael Oakeshott, Rationalism in poli tics, and other essays, L ondres , Methucn, 19 62; e n particular el ensayo que da título al libro , " O n being conse rvative"; Anthony Q uin to n, Tite politics of imperfection , Londres , F abcr Se F aber, 1978; R oger Scruton, Thc m eaning 01 conservatism , Londres, MaeMillan , 1980, y P et e r St einfels, The neoconservatlves, Nu eva York, Simon & Schuster, 19 79 ,
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demasi ado alt o, dad o que pone en p eli gr o algún logro p revio y ap re ciado. E stos argumentos no son, por supuesto, propiedad exclus iva de los "reaccionarios" . Pueden ser invocados por cu alquier grupo que se opone o hace críticas a nuevas p ro p osiciones de p olít ica o a polfticas recién adoptadas. Siem p re que los conserv adores o reaccionarios se encuentran en el p oder y están en situ ació n de proponer y llevar a cab o sus p rop ios progr arnas y políticas, pueden ser atacados a su vez p o r los llam ados liberales o progresistas según la línea de las tesis de la perversidad, la futilidad y el riesgo. Sin embargo, los argumentos son en especial típicos de los ataques conservadores contra las políticas progresistas existen tes o propuestas, y sus principales protagonistas han sido pensadores conservadores, como se verá en los capítu los 2 a 5. El capítulo 6 trata de lo s argumentos corresp ondie ntes en el lado progresista oponente; se relacionan mu ch o con las tesis reaccionarias, p ero toman formas muy difere ntes . Los tres cap ítulos siguie nte s de este libro tratan de cada una de estas tesis de modo sucesivo. Sin embargo, antes d e sum irme en la p erv ersidad, será útil revisar brevemente la h istoria de los termines " r eacción " y "reaccionario" . NOTA ACER CA D E L TÉRMINO "RE ACCIÓN"
La pareja "acción" y "reacción" se hizo de uso corriente como resultado de la tercera ley del movimiento de Newton, que declaraba que " a toda acción se opone siemp r e u na reacción igual ".' Distinguidos así en la ciencia entonS Véase Jean Starobi nsk i, "La vie e l les ave ntu res du m ot 'r éact io n' " , Mo de rn
Langu age R eview, 70, 19 75 , xxii-xxxi; también Bronislaw B aczko , Comment sonir de la terreur: Th crm idor ella Re vo tu uo n, Pa rís, Galli rnard , 1989, pp. 328-336.
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ces prestigiosa de la mecánica, los dos conceptos se desbordaron hasta otros terrenos y se usaron ampliamente en el análisis de la sociedad y de la historia durante el siglo XVIII. Montesquieu escribía por ejemplo: "Sucede con las partes de un Estado lo mismo que con las partes de este universo, eternamente relacionadas por la acción de unas y la reacción de las otras.:" De manera semejante, J ohn Adams invocaba la tercera ley de Newton para justificar un congreso de dos cámaras en el debate en torno de la C onstitución de los Estados Unidos." No se atribuía sin embargo al principio ningún sentido despectivo al término "reacción". La inclusión de ese sentido notablemente durad er o tuvo lugar du rante la Revolución fr ance sa, específicamente después de su gran aluvión, los acontecimientos de Terrnidor." Puede observarse ya en elpanfleto juvenil de Benjamin Constant: D es réactionspolitiques, escrito en 1797 ex profeso para denunciar lo que a sus ojos era un nuevo capítulo de la Revolución en el que las reacciones contra los excesos de lo s jacobinos podrían engendrar a su vez excesos peores. Este pensamiento puede haber contribuido al sentido desp ectivo que surgi ó, pero el texto de Constant ofrece una clave más. De manera algo sorp r en de nte, la penúltima frase de ese panfleto es tin panegírico no reconstruido al p ro gr eso: " D esde qu e elesp íritu del hombre emprendió su marcha... no hayínvasíón de bárbaros ni coalición de opresores ni evocación de prejuicios qu e p u ed a h acerl e retroceder."? '.
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6 Citado en Srarobinski, vie et les ave ntures du mo t ' réa ctio ri' '' , p. xxiii. 7 J. Bernard Cohen, "The N ewt oni an scie ntific r evol u tio n an d its in tel lectu aí signiflcan ce", Bu lletln 'oj ih e A merican A cademy 01Arts and Sciences, 41, d iciem bre de 1 987 ,1 6. .
8 Fer d inand B runot, H istoire de la langue franca ise des origines a 1900 , París, A. Co lín, 192 2-19 53 , vo l. 9, parte 2, p. 844 . 9 Benjamín Co ns tant, Ecrits et discourspolitiques, O . Pozzo di Borgo (c o rnp. ) , París, J ean -Jac q ues Pau vert, 1 964, vol. 1, pp . 84 -85,
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El espíritu de la Ilustración, con su fe en la marcha de la historia, había sobrevivido en apariencia a la Revolución, incluso entre sus críticos, a pesar del te rror y otras desventuras. Podía uno deplorar los "excesos" de la Revolución, como los deploraba Constant, y sin embargo seguir creyendo tanto en el designio fundamentalmente progresista de la historia como en que la Revolución era parte de él. Tal debe haber sido la actitud contemporánea dominante. De otro modo sería difícil explicar por qué los que "reaccionaban" frente a la Revolución de una manera predominantemente negativa llegaron a ser mirados y denunciados corno "reaccionarios" que querían "hacer marchar hacia atrás el r eloj". De paso , aquí tenemos otro término qu e muestra hasta qué punto nuestro lenguaje está influido por la creencia en el progreso: imp lica que el mero despliegue del tiempo trae la mejoría del hombre, de modo que todo retorno a un periodo anterior se ría una calamidad. Desde el punto de vista de mi investigación, la implicación negativa de los términos "reacción" y "reaccionario" es desafortunada, puesto que me gustarí a poder usarlos sin aplicar constantemente un juicio de valor. Por eso recurro en ocasiones a otros términos más neutrales tales como "contraimpulso", "reactivo", etcétera. La mayoría de las veces adopto sin embargo el uso más común, aunque llego a usar las comillas para señalar que no pretendo escribir de manera vituperante.
2. LA TESIS DE LA PERVERSIDAD LA EXPLORACIÓN de la semántica del término "r eacción" apunta de inmediato a una importante característica del pensamiento "reaccionario". Debido al temperamento tercamente progresista de la era moderna los "reaccionarios" viven en u n mundo hostil. Es tán en contra de un ambiente intelectual que atribuye un valor positivo a cu alquier objetivo elevado puesto en el programa social por los autodeclarados "progresistas". Dada esta situación de la opinión pública probablemente los reaccionarios no lanzarán un ataque total contra ese objetivo. Más bien lo apoyarán, sinceramente o no, pero intentarán después demostrar que la acción propuesta o emprendida está m al concebida; en realidad, en el caso más típico, exclamarán que esa acción producirá, por intermedio de una cadena de consecuencias imprevistas, exactamente lo contrario del objetivo que se procl ama y persigue, Es ésta, a primera vista, una maniobra intelectual audaz. La estructura del argumento es admirablemente sencilla, mientras que la pretensión expresada es bastante extrema. No sólo se afirma que un movimiento o una política errará su meta o provocará costos inesperados o efectos secundarios negativos: más bien, según este argumento.zc tentativa de empujar a la sociedad en determinada dirección resultará, en efecto, en un movimiento, pero en la dirección opuesta. Sencillo, sugestivo y devastador, el argumento ha resultado popular entre gen e racio nes de "r eaccion arios" a la vez que bastante efectivo entre el público en general. En los debates actuales se le evoca a m enudo como el efecto contraintuitivo, contra pro ducen21
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LA TESIS DE LA PERVERSIDAD
te , o, m ás pertinentemente, perverso de alguna política públ ica "progresista" o " b ie n i.ue ncionada".' Las tentati vas de alcanzar la libertad harán que la sociedad se hu n da en la esclavitud, la búsqueda de la democracia producirá oligarquía y tiranía, y los programas de seguridad social crearán más y no menos pobreza. Todo es con trap rodu cente.
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juraba también el espectá culo de las intervenciones militares durante los diversos desórdenes civiles, y exclamaba: "iMatanza, tortura, ahorcamiento! ¡Esos son vuestros derechos del hornbref '" El historiador inglés Alfred Cobban comentaba aquella ocasión que esa "precisa predicción del curso que tomaría la Revolución... es una reivindicación de la virtud de la teoría justa".' Fuese cual fuese la teoría "justa" o correcta que había detrás del análisis de Burke, much os de sus contemporáneos quedaron impresionados no sólo por la fuerza de su elocuencia, sino por la seguridad de su visión. El argumento arraigó y habría de repetirse y generalizarse, particularmente entre observadores extranjeros que trataban de sacar "lecciones" prácticas para sus países de 10 que estaba sucediendo O había sucedido en Francia. Así, Schiller escribía en 1793:
L A R EVOLUCIÓN FRANCESA Y LA PROCLAMACIÓN D EL EFECTO PERVERSO
Como muchos otros elementos clave de la retórica reaccionaria, este argumento fue proclamado como un principio cardinal en la estela de la Revolución francesa y puede encontrarse ya en las Reflections on the R evolution in France de Edmund Burke. En realidad no se necesitaba mucho genio inventivo: puesto que liberté, égalité, fraternité se convertían en la dictadura del Comité du Salut Pub lic (y m ás tarde en la de Bonaparte), la idea de que ciertas tentativas de alcanzar la libertad están condenadas a llevar en cambio a la tiranía se imponía casi por sí mism a en el esp íritu de uno. Son además un a observación y un argumento antiguos que la democracia degenera fácilmente en tiranía. Lo ..en los escritos de Burke eS1 en primer lugar,que.pre.decía semejante desenlace ya de sde 1790, y en segundo lugar, que sus observaciones dispersas acerca, del tema se convirtieron pronto en una visión pretendidamente fund am ent al de la dinámica social. Burke pronosticó que "una oligarquía innoble, fundada en la destrucción de la corona, la iglesia, la nobl eza y el pueblo [acab ar ía] con todos los sueños y visiones eng añ osos de igu ald ad y de derechos del hombre". Con-
La tentativa del pueblo francés de instalar los sagrados derechos del hombre y de conquistar la libertad política no ha hech o sino sacar a luz su impotencia e invalidez a este respecto ; el resultado ha sido que no sólo ese d esdichado pueblo, sino a su lado una parte considerable de Europa y el siglo entero han cafdo de vuelta en la barbarie y la servidumbre."
Podría realizarse una formulación particularmente arrolladora, aunque burda, como la que proclamó el singular economista político romántico alem án Adam MüIler, íntimo amigo y p rotegido de Friedrich van G entz, ayudante de Metternich que había traducido en su juventud las Reflections de Burke al alemán. Cu ando la Revo2 Edmund Burke, Reflections on the Revolution in Fran ce, Cono r Cruise O'Brien (co mp . e intr.j , Mid d lesex, P engu ín Cla ssics, 1986, pp. 313, 345. 3 Alfred Cobban, Edmund Burke and th e revolt againsi (he E ighu:enth Centu ry; Londres , AJlen & U nwin, 1929, p . 123 . •j F rie d ri ch Sch iJfer a H erzog Fl'i ed rích C hristia n van Au gu stenbu rg, ] 3 de j ulio de 1793 , Schitter » Briefe , Fri tz J on as (comp .), Stu((gar1, Dc utsche Ver iagsan st ;¡lr, I SY2. 1896 , vol. 3, p . 333.
1 Se' enc o n trar á u na vasta revisión de los e fectos perversos por un sociólogo en R . Bo u do n. Effets p ava s et ordre social, París , Presses Universitaires de France, 1977.
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lución y su resaca napoleónica habían recorrido su cami-
no, Müller proclamaba: La historia de la Revolución francesa constituye una prueba, administrada continuamente durante tr einta años, de que el hombre, actuando por sí mismo y sin religión, es incapaz de romper cua lesq uiera cadenas que lo opriman sin precipitarse durante el proceso en una esclavitud más profunda aún.'
Aquí las conjeturas de Burke se han convertido en una rígida ley histórica que podría servir de apoyo ideológico a la Europa de la Santa Alianza. La astuta habilidad de Burke para prever el curso de la Revolución francesa se ha atribuido a la fuerza misma de su apasionado compromiso con ella." Pero podría sugerirse que su formulación del efecto perverso tiene también un origen intelectual: estaba empapado del pensamiento de la Ilustración escocesa, que había subrayado la importancia de los efectos involuntarios de la acción humana. La aplica ci ón más conocida de esta idea era la doctrina de la Mano Invisible de Adam Smith, con cuyos puntos de vista económicos Burke había expresado un acuerdo total. Smith, Mandeville y otros (como P ascal y Vico) antes de él, había mostrado cómo las acciones individuales motivadas por la codicia y el deseo de lujo (los "vicios privados " de Mandeville) o, en términos menos insultantes, por el interés propio, pueden tener un resultado social positivo en forma de una comunidad más próspera. Expresando estas ideas con enjundia poética hacia fines del siglo, s Adam Müller, Schriften zur Staatsphilosophie, Rudolf Kohler (cornp.), Munich, Theatiner-Vcrlag, 1923, p. 232. El pasaje es del ensayo de Mül1cr de 1819 "Van dcr Notwendigkeit einer theologischen Grundlage der gesamten Staatswissenschaften und der Staatswirtschaft insbesond er e" (So bre la necesidad de una base teleológica para las ciencias so cia les y para la economía política en particular); se le cita prominentemente en Carl Schmitt, Politische Romamik; 2a. ed ., Munich, Duncker & Humblot, 1925, p. 170. 6 Por Conor Crulse O'B rien en SU introdu cción a Bu rke , R eflections, pp. 70-7 3.
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Goethe definía a su Mefisto como "parte de esa fuerza que siempre quiere el mal, pero síempre acarrea el bien". De este modo, el terreno íntelectual estaba bien preparado para argüir que en ocasiones puede suceder lo opuesto. Esto es exactamente lo que hizo Burke cuando se enfrentó a la tentativa sin precedentes de la Revolución francesa de reconstruir la sociedad: hizo que el bien y el mal intercambiaran sus lugares en la declaraci ón de Mefisto y afirmó que el resultado social del esfuerzo de los revolucionarios en pro del bien público sería malo, calamitoso y enteramente contrario a las metas y esperanzas que profesaban. Desde un punto de vista, la proposición de Burke parece pues (y pudo parecerle a él) una variación menor de un tema bien conocido del siglo XVIII. Desde ot ro punto de vista, era una desviación ideológica radical de la Ilustración al romanticismo y del optimismo sobre el progreso al pesimismo. Algu nos cambios ideológicos en gran escala y en apariencia ab ruptos pueden ocurrir precisamente de esta manera. De manera'formal requieren sólo una ligera modificación de esquemas de pensamiento familiares, pero la nueva variante tiene una afinidad con creencias y proposiciones muy diferentes y queda incrustada en ellas para formar una configuración del todo nueva, de modo que al final la íntima conexión entre lo viejo y lo nuevo es casi irreconocible. En nuestro caso el punto de partida de esta clase de transformación fue la lenta aparición de una nueva esperanza en el orden mundial. A partir del siglo XV I se ace ptaba en general que no podía confiarse en el precepto religioso y el mandamiento moral para refrenar y dar forma a la naturaleza humana a fin de garantizar el orden social y el bienestar económico. Con el desarrollo del comercio y la industria en los siglos XVII y xvur, ciertas
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voces influyent es propusieron que algu nos de los "vicios" no erradicables del hombre, como el egoísmo propio, , podían producir , bien canal izados, una socie dad mínimamente viable y quizá incluso progresista. Para Pascal, Vico y Goeth e, este proceso paradójico sugería la intervención de un a Providencia que es notablemente benigna, amiga del perd ón y servicial p uesto que transmuta el m al en bien. El mensaje optimista de esta interpretación se intensificó cuand o la busca del interés propio por medio del comercio y la indust ria p erdió su est igma y recibió en cambio pressoci a l Es posible que este desarrollo se produjer a co mo res ul i.id o de a lguna in evit able contamin a ción de los fi ne s a los m ed ios. Si el r esultado de algú n p roceso es odi . h U , a la larga result a difícil mantener qu e lo s motivos y activid ades que lle van a él son del todo recomendables. L o contrario es tambié n verdad: cuando es benigno, el result ado está destinado a refl ejarse finalmen te en las act ividades que sub yacen. P ero una vez que dejó de haber un contraste nítido entre los medios y lo s fines, o entre el proceso y el resultado, la necesidad de la intervención mágica de la Divina Providencia se torna menos obligatoria - de hecho Ada m Smith le permitió apenas sobrevivir, secula riza da y un tanto anémica, según la forma de la Mano I nvisible ." En otras p alabras, para la m entalidad del "ig l() ,'o'. 'm la soci edad seguía en pie y fun cionando bastante bien a p esar de que le iba faltando poco a poco el ap oyo de Dios - u na visión del universo social sin Di os mucho men os tr ágica, podríam os señalar de p aso , qu e la que
habrían de alimentar un siglo más tard e y Nietzsche. El pensamiento ace rca de los resultados n o delib erados de la acci ón humana r e cibió un nu evo impulso con los acontecimientos de la Revolución francesa. Como las luchas por la libertad terminar on en el terror y la tiranía, los críticos de la Revolución percibieron una nueva e impresionante disparidad entre las intenciones individuales y los resultados sociales. Se apremió a la Divina Providencia a qu e regresara al servicio activo, pero con una forma que est ab a lejos de ser benigna : su t area era ahora frustrar lo s designios de los hombres, cuyas pretension es de construir una sociedad ideal habrían de exp onerse como ingenuas y ab su rda s, si es qu e no como criminal es y blasfemas. Der Me n.sch in seinem Wahn (el hombre en su engaño), el "más terrible de los terrores", según expresó Schil1er en uno de su s poemas m ás conocid os a la vez que uno de lo s más sorprendentemente conservadores (D as Lied van der Glocke), tenía qu e ap render una lección saludable aunque severa. Joseph de Maistre en particular dota a la Divina Providencia - que él ve en acción a lo largo de la Revolución de una refinada crueldad. En sus Consid érations sur la France (1797) considera providencial para la Revolución que haya generado sus propios conflictos in testinos; porque, arguye, si hubiese habido una contrarrevolución exitosa, los revolucionarios hubieran tenid o que ser juzgados en tribunales oficial es y entonces sucedería una de dos cosas: o bien la opinión pública hubiera considerado excesivos los veredictos, o bien, no habrían hecho plena ju sticia al1im itars e a algu nos grandes cri mina les (quelques grands coupables) . De M aistre proclama: "Esto es precisamente lo que la Providencia no quería", y p or eso arregló astutame nt e las cosas de tal m anera qu e un núm e ro
- En s us co nferencias de 1966 sob re Th e role of Prov idence in lite social arde r, F lladelfia, Am erican P h ílos ophica l Socíety, ] 972 , yen particular e n la tercera co n fere n :'i;;: "La Mano Invisible y el hom br e ec on ómico", J acob Viner dem ostró el co ns ta nte ,h ll11i nio q ue el pe nsan u cnto Ideológico tuvo en Ad am S mil h. Es significa tivo si n e mba rgo qu e Smith introdujera e l con cepto ' secular de " la Man o Invisibl e " co mo su stitu to de la Divina Provide ncia, q ue ha bía sid o invoca da ha bitualm ente e n la rnayorta de los escri tos iniciales q ue expresaba n una visió n tc leológica del o rden de la na tura leza y de la sociedad.
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mucho mayor de culpables tuvo que "caer bajo los golpes de sus cómplices". * Por último, casi al final de su libro, De Maistre sale con una formulación extravagante de la tesis de la perversidad como la esencia misma de la Divina Providencia. Al imaginar cómo se producirán en la realidad la contrarrevolución y la restauración de la monarquía tan confiadamente esperadas, declara primero que la "multitud... no obtiene nun ca lo que quiere", y después lleva este pensamiento hasta el límite: Puede observarse incluso una afectación de la Providencia (permítaseme usar esta expresión) : los esfuerzos del pueblo por alcanzar un cierto objetivo son pr ecisamente el medio que ella emplea para alejarlo de él... Si quiere uno saber el resultado probable de la Revolución francesa, basta examinar los puntos en qu e han coincidido todas las facciones: todas han querido ... la destrucción del cri stianismo universal y de la monarquía; de donde se sigue que todos sus esfue rzos no resultarán sino en la exaltación del cristianismo y de la monarquía. Todos los hombres que han escrito o meditado acerca de la historia han admirado esa fuerza secreta que se burla de los propósitos hum anos." *
N O puede pedirse una declaración más extrema. La convicción total de De Maistre de que la Providencia dispone infaliblemente un resultado de las acciones hu"Considerations sur la France, Jean-Lou is Darcel, Ginebra, Slatkine, 1980, pp . 74-75. El grado a que De M aistre llevó sus extra ñas especulaciones de be haberle parecido, al reflexionar, excesivo incluso a él mismo, pues e liminó el sigui ente pasaje rela cionado con e llas en s u texto definitivo: " [La Divina Providencia] pronuncia sus sen ten cias y los culpa bles que sucumben matándose unos a otros no hacen sino cumplirlas. Tal vez deje de lado a uno ti otro para la justicia humana, pero cuando ésta recupere otra vez sus derechos, al menos no se verá ob staculizada por el gran número d e culpables." (p . 75). (En la edici6n original de este libro las traducciones de citas son en principio del autor; para esta edición en español se han traducido directamente de la lengua original, excepto las del alemán, para las que nos hemos guiado por la versión inglesa dada por el autor.) (N. del T.) "'* Ibid, pp, 156 -157 . Subrayado e n el original. Por medio de los diversos subrayados y de la cláusula entre paréntesis, De Maistre revela su emoción al alcanzar aquí una visión profunda y audaz. Acerca de la estrecha conexión del pensamiento de De Maistre con un o de los as pec tos d el mi to de Ed ipo, véas e ca p. 4.
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manas, que es el opuesto exacto de las intenciones humanas, nos recuerda a ciertos padres que, tan pro nto han observado la conducta adversa de su hijo o hija, tienen la ocurrencia de decirle que haga exactamente lo contrario de lo que desean que haga. La mayoría de los padres, por supuesto, pronto se dan cuenta de que la idea es menos brillante de lo que parecía. La interpretación que hace De Maistre de la Divina Providencia es sin duda excepcional en su elaborado espíritu vengativo y en su inconsútil invocación del efecto perverso. Pero el rasgo fundamental de la tesis de la sidad ha permanecido igual: el hombre queda en ridículo ante la Divina Providencia y ante aquellos analistas so ciales privilegiados que han comprendido sus designios, pues al lanzarse a mejorar radicalmente el mund o . el ho mbre se extravía radicalmente. ¿Qué mejor manera de mo strarlo como medio tonto y medio criminal que probar qu e está logrando exactamente lo contrario de lo que está proclamando como su objetivo? ZOué mejor argumento, además, contra unapolítica que uno aborrece pero cuya meta declarada no se atreve uno a atacar de frente? EL SUFRAGIO UNIVERSAL Y SUS EfE CTOS SUPUESTAMENTE PERVERSOS
Desde all í u na línea de razonamiento idéntica sur ge de nuevo a la superficie durante nuestro próximo epis odi o. el ensanchamiento del derecho político en el trans en rso del siglo XIX. Las emergentes ciencias sociales ad el antaban ahora nuevas razones para afirmar la ínevitabilidad del resultado perverso de ese proceso. Para apreciar el ambiente de opinión en que surgieron esos argumentos, es útil tener en cuenta las actitudes contemporáneas hacia las m asas y hacia la participación de las masas en la política.
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L A 'ns srs D E L A P E R VERSIDAD
D ebido a los frecuentes estallidos de lucha civil de una y otr a clase en la historia reciente, suele darse por supuesro que exist e lJ 11;] estre ch a relación entre ta les estallidos y la fue rza con la que los grupos opuestos de la ciudadanía sostie nen creencias e n conflicto. Puesto que en los Estados Unidos se libró una larga y sangrienta guerra civil en torno de la cuestión de la esclavitud, todo el mundo está convencido de que la división de la opinión ante ese asunto era marcada y profunda. In versamente, en la _ dida en que la extensi ón de los derechos políticosen la Europa Occidental en el transcurso del siglo XIX 'Se logro de manera bastante gradual y pacífica, es tentador pensar qu e la op osición a tal proceso no era en particular intensa. Nad a m ás alej ado de la ve ruud . Después de todo, Europa había sido durante mucho tiempo una sociedad muy estratificada donde las clases inferiores eran vistas con el mayor desp recio tanto por la clase alta como po r Ia cla se media. Debe recordarse por ejemplo que una persona ilustrada y no particularmente aristocrática como Burke escribía en las Reflections: "L a ocupación de un peluquero, o del obrero de una velería, no puede ser asunto de honor para ninguna persona... para no hablar de muchos .otro s e mnle os más serviles... El Estado sufre opresión si a personas como ésas ... se les permite gobernar." Más adelante comenta de paso las "innumerables ocupaciones serviles, degradantes, indecorosas, infrahumanas y casi sie mp re extre m ada mente insanas y pestilentes a las que es tán condenados tantos miserables por la economía soc ial ."? Semeja nte s ob servaciones, hechas con desenfado, sugie ren que la emoción primaria de Burke ante los "órdenes inferiores", más que antagonismo de clase y temor a 7
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la rebeldía, era desprecio profundo y un sentimien to de total separación, incluso de franca repulsión física , de manera muy parecida a la de las socie da de s de cast as. Ese talante se prolongó en el siglo XIX y no pudo sino reforzarse por la migración hacia las ciudades de personas rurales empobrecidas que llegaban con la industrialización. Pronto se mezclaría con el miedo, a medida que los "miserables" de Burke se entregaban a brotes de violencia política, en particular en la década de 1840. Después de uno de estos episodios, en 1845, en la cercana Lucerna, el joven Jacob Burckhardt escribía desde Basilea: Las condi cion es en Suiza - tan repugnantes y bárbaras - lo h an echado a perder todo para mí , y me expatriaré tan p ro nto como m e sea posible... L a palab ra libertad suena rica y hermosa , per o no debería hablar de ella nadie qu e no haya visto y exp erimentado la esclavitud bajo las masas voci ferantes llamadas el "pueblo", que no haya visto es o con su s propios ojos y soportado el des asosiego civil . Sé demasiada historia para esperar nada del despotismo d e las masas, salvo una funñ'a tiranía, que significará el final d e la h ist ori a ."
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Sería fácil reunir má s pruebas de hasta qué punto deb e haber parecido aberrante y potencialmente desastro sa a un buena parte de las élites europeas la idea de la participación de las masas en la política, incluso según la forma diluida del sufragio universal. Era ésta una de las b étes naires favoritas de frecuente blanco de su ap asion ado odio a la estupidez humana. Con pesada ironía, el sufragio universal figura en su Dictionnaire des id ées recues como la "última palabra de la ciencia política". E n :o. US cartas declaró qu e era 0,:;1 hum ano " y que era igual (o peor) que otras nociones ab surdas taJes como el derecho divino de los reyes o la in falibilidad del papa. La base de estos juicios era la convicción de que el 8 The letters 01 Jacob Burckhardt, A. Dru (cornp. ), Londres, Routledge & Kegan Paul, 1955, p. 93.
B urk e, Rcflections , op . cit., pp. 138, 271.
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"pueblo", la "masa", es siempre estúpido (idiot), inepto, "menor de edad"," En general Flaubert reservaba sus mayores sarcasmos para la b étise de la burguesía, pero, generoso como era en sus antipatías, no tenía empacho en manifestar hacia las masas sentimientos igualmente negativos; en un punto logra incluso congruencia entre esas actitudes cuando escribe burlonamente acerca de "el sueño [de algunos] de elevar al proletariado al nivel de estupidez de la burguesía" .10 En otros lugares de Europa prevalecían sentimientos similares. Cuanto más se extendía a lo largo de Europa el auge del sufragio universal, más estridentes se hacían las voces de la élite que estaban o pasaban a estar en oposición irreconciliable con él. Para Nietzsche las elecciones populares eran la expresión última del "instinto gregario", término expresivo que acu ñó para denigrar todas las tendencias hacia la política democrática. Hasta el mismo Ibsen, reconocido y aclamado en sus tiempos como crítico progresista de la sociedad, atacó muy duro a la mayoría y al gobierno de la mayoría. En Un enemigo del pueblo (1882), el héroe de la pieza (el doctor Stockmann) proclama de manera atronadora:
la exigencia de democracia política por un lado, con derechos iguales para todos los ciudadanos, y por otro lado la existencia y el estatuto especial, privilegiado, de unos "pocos individuos aislados" (Ibsen apunta aquí evidentemente .a1genio, otro concepto elaborado plenamente por primera vez durante la Ilustración, por m anos de Díderot, Helvétius y otros.)" Esto en cuanto al ambiente de opinión que rodea a la segunda ola progresista de T. H. Marshall, el advenimiento de la igualdad política por la vía de los derechos pclíticoso A diferencia de la idea del libre comercio, esa p articular encarnación del "progreso" no alcanzó nunca nada parecido a una hegemonía ideológica, ni siquiera durante una o dos décadas por lo menos en el siglo XIX. Por el contrario, el avance indudable de las formas políticas democráticas en la segunda mitad del siglo se produjo en medio de un estado de ánimo difuso de escepticism o y hostilidad. Después, hacia el final del siglo, ese estado de ánimo encontró una expresión más refinada en las teorías sociales científicas, pues los descubrimientos médicos y psicológicos mostraban que el comportamiento humano está motivado por fuerzas irracionales en mucho mayor medida de lo que se había aceptado hasta entonces. La idea de basar el mando político en el sufragio universal podía exhibirse desde ese momento corno un producto tardío, en realidad como un vestigio obsoleto de la Ilustración con su pertinaz creencia en la racionalidad. Esa creencia se exhibiría ahora no sólo como "superficial", que era la crítica romántica habitual, sino como simplemente equivocada. Entre las varias ideas políticas que pueden considerarse de esta manera como reacciones a los avances de Jos
Ouién forma la mayoría en cualquier país? ¡Creo que tendremos que estar todos de acuerdo en que los tontos están en abrumadora y terrible mayoría en todo el mundo! Pero en nombre de Dios lno puede ser justo que los tontos gobiernen a los sabiosl ... La mayoría tiene el poder, desgraciadamente... pero ila mayoría no tiene razón! iLos que tienen razón son unos pocos individuos aislados como yo! i La minoría siempre tiene razón!" é
Tenemos aquí un interesante punto de inter sección-colisión de dos líneas de pensamiento, origina das en el siglo 9 Gustave Flaubert, Correspondance. l' a rís, Coriard, 1930, vol. 6, páginas 33, 228, 282,287. 10 tua, p.287. 11 Hen rik Ibsen, Un en emigo del pueblo , act o 4.
XVIII:
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Hcrbert D ieckmann, "Diderot's conceptíon oí gcnius" , Joum al o/
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LA T ESIS DE LA PERVERSIDAD
derech os p olíticos y de la democracia en general, una de las más prominentes e influyentes fue articulada por Gus-tave LeBon en su leidísima Psychologié des Joules, publicada por prim era vez en 1895. Ejemplifica una vez más la .uracci ó» d e los pensador es reaccionarios por el efecto p erve rso. El principal argumento de LeBon desafía a la comprensió n de sentido común a la manera de lo que los economistas conocen como la falacia de la composicián; __u na - proposición que se aplícaál individuo. no .es necesariamente verdadera para el grupo, . mucho menos para .la multitud. Impresionado por algunos descubrimientos recientes de la investigación médica sobre la infección, la contaminación y la hipnosis, y desconociendo el trabajo simu ltán eam en te en marcha de Freud que pronto mostraría a los propios individuos como sujetos a toda clase de impulsos inconscientes, LeBon basó su teoría en una marcada dicotomía entre el individuo y la muchedumbre: el indi vidu o es racional, tal vez refinado y calculador; la muchedumbre es irracional, fácil de dominar, incapaz de sopesar los pros y los contras, dada a entusiasmos irreflexivos, y así sucesivamente. * Aunque a veces se concede a la muchedumbre algunos puntos buenos por su capacidad para emprender actos de abnegación desinteresada (soldados en batalla), sin duda LeBon considera a la muchedumbre como una forma de vida inferior, aunque peligrosamente vigorosa: "Poco apta para el razonamiento, la muchedumbre es por el contrario muy apta para la acci ón"." Esa acción adopta típicamente la forma ya sea
de estallidos anórnicos por "muchedumbres criminales", o bien de movimientos de masa hipnóticos organizados por líderes demagogos (meneurs, no chefs) que sab en cómo esclavizar a la muchedumbre siguiendo unas pocas reglas amablemente ofrecidas por LeBon. En la Europa de fin de siglo la teoría de LeBon tenía obvias implicaciones políticas. Veía bastante sombrías las expectativas del orden nacional e internacional : con la difusión de los derechos p olíticos, las muchedumbres irracionales de LeBon se instalaban como actores importantes en un número cada vez mayor de países. Además, los dos últimos capítulos del libro, "Las muchedumbres el ectorales" y "Las asambleas parlamentarias", ofrecen argumentos específicos contra la moderna democracia basada en las masas. Aquí LeBon no argumenta directamente contra el sufragio universal; más bien, como Flaubert, habla de él como de un dogma absurdo que está destinado desgraciadamente a causar mucho daño, como lo causaron antes las creencias supersticiosas. "Sólo el tiempo actúa contra ellos", escribe, tomando la postura de un resignado cronista de la locura humana. Tampoco propone LeBon mejorar el sistema regr esando a las restricciones del derecho de voto. Siendo su principio básico qu e la muchedumbre está siempre embrutecida, lo aplica con notable congruencia cualesquiera que sean los constituyentes de la muchedumbre o sus características como individuos: "el sufragio de cuarenta académicos no es mejor que el de cuarenta aguadores", escribe, arreglándoselas con eso para insultar de paso a la Academia Francesa con sus cuarenta miembros, cuerpo de élite del que se sentía rencorosamente excluido." Esta posición no reformista permite a LeBon esbozar
°Ex r, ., ¡Ü n lCJI( l:, cuando F reud se remilió al pr oblema de la psicologfa de masas despu és de la primera Guerra Mundial, no se percató de que, desde el punto de vista de su pr opi a teoría, había sin dud a un a distinci ón muy exagerada entre el ind ividuo y la mu chedumbre por parte de LeBon . Véase sus comentarios en general apreciativos acerca d e LeBon y la Psychoiogie des j oules en Group psychology and the analysis ofthe ego ( 1921), en F re ud, Works, Londres, Ho gart h, 1955, vol. 18, pp . 72-81. - Ü Gu st ave LeBon, Psychologie des Joules, París, Félix Alean, 1895 , p.4.
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fríamente las consecuencias desastrosas del sufragio universal: adelantándose a nuestros teóricos contemporáneos de la "elección pública", demuestra primero cómo la democracia parlamentaria alimenta una tendencia hacia un gasto público cada v e z mayor como respuesta a presio:r:es de intereses sectoriales. Al efecto perverso se apela al final, argumento que corona el libro: lajactanciosa democracia se convertirá cada vez más en el gobierno de la democracia por medio de las numerosas leyes y reglamentos que se están aprobando con "la ilusión de que al multiplicar las leyes la igualdad y la libertad están mejor salvaguardadas"." En apoyo de estas tesis cita The man versus the State (1844), recopilación de los últimos ensayos de Herbert Spencer. Había allí una figura científica contemporánea llena de autoridad que había tomado una actitud fuer temente conservadora. También Spencer había escogido el efecto perverso como su leitmotiv en particular en el ensayo titulado "Los pecados de los ladores", donde hace una formulación extravagantemente general: "los legisladores ignorantes han acrecentado continuamente en el pasado el sufrimiento humano en sus esfuerzos p or mitigarlo" .16 Así pues, una vez más un grupo de analistas sociales se veía irresistiblemente inclinado a ridiculizar a los que aspiran a mejorar al mundo. Y no basta mostrar que esos ingenuos Weltverbesserer "se caen de bruces: debe probarse que son en realidad, si se me permite acuñar el término alemán correspondiente, Weltverschlechterer (empeora-
dores del mundo), que dejan al mundo en un estado peor de lo que estaba antes de que se hubiera instituido cualquier "reforma". Además, debe mostrarse que el empeoramiento tiene lugar en la dimensión misma donde se suponía que se iba a mejorar. -
15 Ib id ., p . 187. 16
H erbert Spencer, The man versus the State, Caldwell , Idaho, Caxton Printers,
1940, págin a 86.
' El términ o Weltverbesserer tiene un significado sarcásti co en alemán, probable. ment e co mo res ultado de la reacción en particular violerua de los alemanes contra toda ca usa qu e p uedo denunciarse de man era habitual como la "s uperficia l" Ilustración (sei chie A ujk,nl1 l/1g) .
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LAS LE Y ES DE POBRES Y EL ESTADO BENEFACTOR
Esta clase de argumento habría de alcanzar una importancia especial durante la tercera fase reaccionaria, que élbordaré ahora: el ataque de nuestros días contra las políticas económicas y sociales que constituyen el moderno E stad o benefactor. En economía, más que en las otras ciencias sociales y políticas, la doctrina del efecto perverso está ligada estrechamente con un dogma central de la disciplina: la idea de un mercado autorregulado. En la medida en que esta idea es dominante, toda política pública que apunte a cambiar los resultados del mercado, tales como los precios o los salarios, se convierte automáticamente en una nociva interferencia en los benéficos procesos equílibradores. Incluso los economistas que son favorables a algunas m edidas de redistribución del ingreso y de la riqueza su elen considerar las medidas más obviamente "populistas" de esa índole como contraproducentes. Con frecuencia se ha alegado el efecto perverso de las interferencias específicas rastreando las reacciones de la demanda y la oferta a tales medidas. Como resultado, digamos, de un precio tope para el pan, se muestra cómo la harina se desviará hacia otros usos finales y cómo cierta cantidad de pan se venderá a precios de mercado negro, de modo que el precio promedio del pan puede subir en lugar de bajar como se intentaba que sucediera. D e m anera similar, cuando se establece o se sube un salario
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mínim o , e s fácil mostrar cómo probablemente se reducirá el empleo, de modo que el ingreso agregado de los traba-
jadores puede caer en lugar de subir. Tal como 10 expresa Milton Friedrnan con el supremo aplomo que le es habitual: "Las leyes del salario mínimo son tal vez el caso más claro que pueda darse de una medida cuyos efectos son precisamente lo contrario de los que se proponen los hombres de buena.voluntad que lo apoyan.''" En realidad no hay nada seguro en cuanto a esos efectos perversos, particularmente en el caso de un parámetro económico tan básico como el salario. Una vez que se introduce un salario mínimo las curvas subyacentes de demanda y oferta de mano de obra pueden desplazarse; además, el alza de las remuneraciones impuesta oficialment e puede tener un efecto positivo en la productividad de l trabajo y por consiguiente en el empleo. Una expectativa de tales efectos es en realidad la principal justificación lógica para establecer un salario mínimo realista. Más como resultado de la implícita persuasión moral y del establecimiento de una norma pública de justicia que gracias a la amenaza de penalizaciones, la proclamación de un salario mínimo puede tener un efecto real en las condiciones en que los trabajadores ofrecen su mano de obra y los empleadores ofrecen precios por ella. Pero la certe ra posibilidad Je un resu ltado perverso proporciona un excelente punto de debate que está destinado a blandirse en toda polémica. La prolongada discusión acerca de los problemas de la asistencia social a los pobres ofrece un amplio ejemplo de estos diversos argumentos. Esa asistencia es reconocida, y muchas veces conscientemente, como una franca interferencia en los "resultados del mercado" que asignan a 17 Milton Friedman, Capitalism and freedom, Chicago, Universiiy of Chicago Press, 1962 , p. 180.
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Las Leyes de Pobres se proponen acabar con los mendigos; han hecho de la mendicidad una profesión legal; se establecieron con el espíritu de una provisión noble y sublime, que contenía toda la teoría de la virtud; han producido todas las consecuencias del vicio... Las Leyes de Pobres, hechas para aliviar a los miserables, han sido archicreadoras de miseria."
Siglo y medio más tarde, en el más difundido de los ataques al Estado benefactor que se ha publicado en los Estados Unidos, ground, de , Charles Murray (1984), se lee: "Tratamos de dar más a los pobres y produjimos en cambio más pobres. Intentamos suprimir las barreras para escapar de la pobreza e inadvertidamente construimos una trarnpa.''" 18 Edward Bulwer-Lytton, England and the English , Nueva York, Harper, 1833 , vo l. 1, p. 129 . Parte de este pasaje se cita en Gertrude H írnmelfarb, The idea o[ p o veTlY: England in me early industrial age, Nueva York, Knopf, 1984, p. 1 n. 19 Charles Murray, Losing ground: America's social policy, 1950-1980, NuevaYork, Basic Books, 1984, p. 9.
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Salvo por el tono un poco más apagado, la melodía es exactamente Ia misma del siglo XIX. El efecto perverso parecería funcionar sin descanso lo mismo con el capitalismo tardío que con el temprano. N o es que el escenario ideológico haya permanecido igual durante estos últimos 150 años. El éxito del libro de Murray debe mucho en realidad a la visión bastante fresca de su asunto principal, resumido eh su título: casi cualquier idea que no ha estado a la vista por algún tiempo tienen buenas probabilidades de tomarse erróneamente por una visión original. Lo que ha sucedido realmente es que la idea quedó oculta, por razones que son de algún interés para nuestro relato.
generoso, la asistencia de los hospicios se organizó ahora para que se suprimiera de una vez por todas cualquier efecto perverso concebible. Para lograr este fin, las nuevas disposiciones pretendían impedir que los pobres recurrieran a la asistencia pública y estigmatizar a los que lo hicieran " encarcelándo[los] enhospicios, obligándolos a llevar ropa especial, separándolos de sus familias, aislándolos de la comunicación con los pobres del exterior y, cuando morían, permitiendo que se dispusiera de sus cadáveres para la disección"." No pasó mucho tiempo sin que este nuevo régimen suscitara a su vez violentas críticas. Ya desde 1837 Disraeli prorrumpía en invectivas contra él en su campaña ele ctoral: "Considero que esa ley ha deshonrado al país más qu e ninguna otra de que se tenga noticia. Crimen moral a la vez que dislate político, anuncia al mundo que en Inglaterra la pobreza es un delíto.'?' Los críticos de la ley procedían de un amplio espectro de opinión y de grupos sociales. Una condena particularmente poderosa e influyente fue la novela de Dickens, Oliver Twist, publicada en 1837-1838. Se suscitó un poderóso movirnientoanti Ley de Pobres, con todo Y manifestaciones y motines, durante la década que siguió a su aprobación; el resultado fue que las medidas de la ley no se aplicaron todo en el norte, centro a la vez de la oposición Y' efe la industria textil." Se hizo incómodamente claro que había muchos males - pérdida de comunidad, abandono de la decencia común y luchas internas - que podían ser peores que la supuesta "promoción de la pereza" cuya eliminación se h a1; h pers eguido
Como lo mostró memorablemente Karl Polanyi en The (1944), las Leyes de Pobres inglesas, great en especial en su forma complementada y reforzada por la Ley de Speenhamland de. 1795, representaron una tentati:a final de refrenar, por medio de la asistencia pública, el libre mercado del trabajo y sus efectos en los estratos más pobres de la sociedad. Al complementar los bajos salarios, particularmente en la agricultura, el nuevo plan fue una ayuda pa ra asegur ar la paz social y mantener la producción nacional de alimentos durante la época de las guerras napoleónicas. Pero una vez pasado el peligro, las desventajas acumuladas del sistema de combinar la ayuda y los salarios fueron objeto de duros ataques. Apoyada por la creencia en las nuevas "leyes" de economía política de Bentharn, Malthus y Ricardo, la reacción contra la Ley Speenhamland se hizo tan fuerte que en 1834 la Ley de Enmienda de la Ley de Pobres (o "Nueva Ley de Pobres") transformó el hospicio en el instrumento exclusivo de la asistencia social. En respuesta a las críticas al sistema anterior, más
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20Éste es el resumen que da Himmelfarb de la re pe tida co ndena {le W illia m Cob bett a la Nueva Ley de Pobres en su pantletoA legacy lo labourers, Londres, 1834, véase The idea of poverty,op. cit., p. 21l. 21 Citado en H immelfarb, Thc idea of p overty, op. cit., página 182. 22 V éase N icholas C. EdsalI, The anti-poor law m ovcm ent, 1834·44, Manchestcr, Manches tcr University Press, 1971.
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con una mentalidad tan estrecha en el estatuto de 1834. Según el juicio retrospectivo de E. P. Thompson, "la Ley de 1834... era tal vez la tentativa más sostenida de imponer un dogma ideológico, en desafío a la evidencia de las necesidades humanas, en la historia inglesa"." La experiencia de la Nueva Ley de Pobres fue tan agotadora, que el argumento que había presidido su adopción - esencialmente el efecto perverso de la asistencia al bienestar social - cayó en descrédito durante mucho tiempo. De hecho, esta es tal vez una de las razones del surgimiento fácil, aunque lento, de la legislación del bienestar en Inglaterra durante el final del siglo XIX y los comienzos del xx. Por último reapareció el argumento, notablemente en los Estados Unidos. Pero incluso en este país no se manifestó al principio en forma cruda, como en la declaración citada de Losing ground de Murray. Más bien parece que para reintroducirse en la buena sociedad el anticuado efecto perverso necesitara algún atavío especial y refinado. Así, uno de los primeros ataques generales contra la política del bienestar social en ese país llevaba el desconcertante título de "Counterintuitive behavíor of soci al systerns"." Escrito por Jay W. Forrester, precursor de la simulación de los procesos sociales por medio de modelos en computadora y asesor de un grupo por entonces muy influyente de notables conocido coma el Club de Roma, el artículo es un buen ejemplo de ]0 que los franceses llaman terrorismo intelectual. De entrada se advierte a los lectores que tienen muy pocas posibilidades de entender cómo funciona la sociedad, pues estamos tratando con
"sistemas complejos y sumamente interactuantes", con disposiciones sociales que "pertenecen a la clase de los llamados sistemas multiloop no lineales de realimentación y con otros arcanos "sistemas dinámicos" parecidos que "la mente humana no está adaptada para interpretar". Sólo el especialista en computación profundamente entrenado puede desentrañar esos misterios. Y Zcon qué revelaciones nos sale Forrester? "iA veces los programas causan exactamente lo opuesto de los resultados deseados!" Por ejemplo, la mayoría de las políticas urbanas, desde la creación de empleos hasta el alojamiento barato, "van de 10 ineficiente a lo dañino, juzgadas ya sea por el efecto en la salud económica de la ciudad, o por su efecto de largo plazo en la población de bajos ingresos". En otras palabras, la vengativa Divina Providencia de J osepb de Maistre ha vuelto al escenario disfrazada de la dinámica defeedback-loop de Forrester, y el resultado es idéntico: toda tentativa de mejorar la sociedad no hace sino dejar peor las cosas. Despojado de su lenguaje de alta tecnología, el artículo refleja el desencanto generalizado que siguió a la Gran Sociedad de Lyndon J ohnson. Como sucede a menudo, las promesas exageradas de ese programa llevaron a afirmaciones igualmente exageradas de fracaso total, actitud intelectual que describí con amplitud por primera vez en un libro sobre la elaboración de políticas en América Latina. * En u n persuasivo artículo, escrito también en 1971 y titulado "The limits oí social policy", Nathan Glazer se sumó a Forrester en la invocación del efecto perverso. El artículo arranca de manera ominosa: "Existe el sentimien-
E. P. Thompson, The making of the Engiisn working class, Nueva York, Vintage, 1963, p, 267, 24 Jay W , Forrester, "CounLerintuitive bchavior of social syslems". Technology Revicw, 73, enero de 1971.
• EnJoumeys towardprogress (Nueva York, Twentieth Century Fund, 1963), estudié la proyección de los tres problemas de línea polftica en tres paises latinoamericanos. Uno de ellos era el proceso de reforma de la tenencia de la tierra en Colombia; un episodio importante de ese proceso fue una ley de reforma agraria ("Ley 200") de 1936 que se proponia convertir a los arrendatarios en propietarios y mejorar
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to general de que nos enfrentamos a una cnsis en la política social", y no malgasta mucho tiempo antes de proclamar, en términos bastante generales: "Nuestros esfuerzos por enfrentarnos a la miseria acrecientan ellos mismos la miseria.'?" Al argumentar en favor de esta desalentadora conclusión, Glazer no apeló a los modelos de computadora, sino algunas simples razones sociológicas. Las políticas del Estado benefactor, argumentó, se proponen enfrentarse a una miseria de la que se ocupaban antes estructuras tradicionales corno la familia, la iglesia o la comunidad local. Cuando esas estructuras se desploman el Estado interviene para hacerse cargo de sus funciones. En ese proceso el Estado provoca un mayor debilitamiento de lo que queda de las estructuras tradicionales. De ahí surge una :?ayor de asistencia pública que la que se previo y la situación se hace peor en lugar de mejorar. Se asignan límites bastante estrechos al daño que puede causar el efecto perverso tal como lo formula Glazer. Todo depende de lo que quede de las estructuras tradicío-
nales en el momento en que el Estado benefactor entra en escena, así como de la exactitud de la suposición de que esos residuos pronto se desintegrarán dejando caer sobre el Estado un peso mayor del que se esperaba. Uno se pregunta si no hay de veras alguna manera de que las dos fuentes de asistencia puedan coexistir y acaso cornplementarse." En todo caso, el razonamiento de Glazer era muy tibiamente "sociológico" para el talante conservador más duro que se puso de moda durante la década de los ochenta. La formulación de Charles Murray del efecto perverso de la política del bienestar social volvió al razonamiento burdo de los defensores de la reforma de la Ley de Pobres en la Inglaterra de principios del siglo XIX. Inspirado como ellos en las más sencillas obviedades económicas, argumentaba que la asistencia pública a los pobres, tal como se da en los Estados Unidos, actúa corno incentivo irresistible para los que trabajan efectiva o potencialmente con bajos salarios (sus famosos "Harold" y "Phyllis"), haciéndolos abalanzarse a las listas de asistencia y no moverse de allí -para quedar por siempre "atrapados" en la pereza y la pobreza. Si esto fuera verdad, el efecto perverso "creador de pobreza" de la asistencia a los pobres en los Estados Unidos tornaría por supuesto proporciones enormes y desastrosas.
las condiciones de [os habitantes rurales de varias otras maneras. Según las descripciones más locales, los efectos de la por completo perversos: la adopción de la ley provoco que los ten:atementes des al ojaran a sus arrendatarios de las tierras que hablan arrendado, convirtiéndolos así en campesinos sin tierra . Entré en sospechas acerca la manera automática como movimiento reflejo con que tales afirmaciones de perversidad las descripciones históricas , los artículos de periódico y los discursos pollr icos tanto de los escritores conservadores como de los "radicales". Tras en I?s registros históricos quedé convencido que la Ley 200 había 'Sido Injustamente difamada y que tenía en su crédito una diversidad de l0í!ros útiles (véase Journeys, pp. 107 -113). Resulta que he com ba tid o las pretensiones de la tesis de la desde hace much os años. Este trat o y otros similares con la manera que se asimila las expenencias de política pública y se escribe la historia en América Latina me Ileva;on a suge.rir (pp. 240-246) que el análisis y la historiograffa de los programas pOlflICOS es.lán Impregnados en esa región de algún "complejo d e fracaso" profundamente arraigado, y más tarde acuñé y usé el término "fracasoman ía" para den ota r ese rasgo. Me doy cuenta ahora de que esa interpretación cultural era demasiado estrecha. Argüir según la tesis de la perversidad, como lo hicieron tan insistentemente los comentaristas colombianos de la Ley 200, es cosa que tiene al parecer mucho atractivo para gente que no está necesariamente afectada de fracasomanía , Z5 Nathan Glazer, "Th e limits ofsocial po licy", Commentary, 52 , septie m bre de 1971 .
REFLEXIONES SOBRE LA TESTS DE LA PERVER SlDAD
Del mismo modo que no disputé antes con Burke o con LeBon, tampoco aquí tengo la intención de refutar la sustancia de los diversos argumentos contra las políticas de bienestar social en los Estados Unidos o en cualquier 26 Se encontrará una apreciación no catastrofista en Mary Jo Ban , "Is the Wclfare Siate replacing the farnily?", Public Interest, 70, invierno de 1983 , pp. 91-10 t .
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otro lugar. Lo que he tratado de mostrar es cómo los protagonistas de este episodio "reaccionario", lo mismo que los de los anteriores, se han visto profundamente ;atraídos una y otra vez por la misma forma de razonamiento, es decir la afirmación del efecto perverso. Debo ofrecer disculpas por la monotonía de mi relato; pero era deliberada, pues en ella reside la demostración de mi idea . de que la invocación de la tesis de la perversidad es una e característica básica de la retórica reaccionaria. Esta reiteración del argumento puede haber tenido el desdichado efecto de dar la ' impresión de que las situaciones que delatan esa perversidad son de hecho ubicuas. En realidad mi intención es desbrozar dos proposiciones de igual peso: , . i) el efecto perverso es algo a lo que apela ampliamente el pensamiento reacci on ario, y ii) es improbable que exista "allá afuera" con la extensión que se pretende. Hablaré ahora, mucho más brevemente, de la segunda proposición. Una de las grandes aportaciones de la ciencia de la socíedad - que se encuentra ya en Vico y en Mandeville, magistralmente elaborada durante la Ilustración escocesa - es la observación de que, debido a la imperfección de las previsiones, las acciones humanas están sujetas a tener consecuencias involuntarias de considerable alcance. El reconocimiento y la descripción sistemática de tales consecuencias involuntarias han sido desde entonces una tarea importante, si no es que la razón de ser, de la cie ncia social. El efecto perverso es un caso especial y extremo de la consecuencia involuntaria. Aquí el fracaso en la previsión de los actores humanos ordinarios es casi total, ya que se muestra que sus acciones producen exactamente lo contrario de lo que se intentaba; los científicos sociales que analizan el efecto perverso experimentan por otra parte un fuerte sentimiento de superioridad y se regocijan con
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él. De Maistre dijo ingenuamente eso cuando exclamó en su estrafalario capítulo sobre la prevalencia de la guerra en la historia humana: "Es dulce sondear el designio de la Divinidad en medio del cataclismo general. "27 Pero la dulzura misma y el autohalago de esta situación debería poner en guardia a los analistas del efecto perverso; comotarnbíén al resto de nosotros: Zno estarán abrazando el efecto perverso con el propósito -.expreso .de sentirse bien? ¿No son indebidamente arrogantes cuando retratan a los humanos ordinarios como seres que van a tientas en la oscuridad, mientras que ellos mismos, por contraste, se presentan como tan notablemente perspicaces? Y, por último, Zno están facilitando demasiado su tarea al centrarse en un solo resultado privilegiado y simplista de un programa o una política: el opuesto del que se intenta lograr? Pues se puede argüir que el efecto perverso, que parece ser una mera variante del concepto de las consecuencias no deseadas, es en un aspecto importante su negación e incluso una traición a él. Así pues, el concepto de las consecuencias no deseadas fntrodujo en principio la incertidumbre y la idea de desenlace abierto en el pensamiento social, pero, escapando de su nueva libertad, los abastecedores del efecto perverso retornan otra vez a la visión de un universo social del todo predecible. Es t.entador llevar más lejos la especulación acerca de la genealogía del efecto perverso. Como ya hemos observado, su formulación especifica por De Maistre, Müller y otros recibió considerable impulso gracias a la secuencia de acontecimientos que se produjeron durante la Revolución francesa, pero su influencia en nuestra manera de pensar bien podría tener raíces más antiguas. 27 Joseph de Maistre, Considérations sur la Frunce , Jean-Louis Darcel (comp.), Ginebra, SIalkine, 1980, p. 95 .
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U na historia subyacente nos es familiar por la mitología ! gri ega. El hombre emprende una acción y tiene éxito en I un principio, pero el éxito conduce a la arrogancia y, a su J debido tiempo, al fracaso, a la derrota, al desastre. Es la fam osa Los dioses reparten los castigos a la arrogancia, así como a la ambición presuntuosa de los hombres porque tienen envidia o porque son los guardianes del orden existente con sus sagrados misterios . En este antiguo mito, el resultado desastroso de las aspiraciones humanas al cambio se asienta en la premisa de la intervención divina. Hobbes siguió esta concepción cuando escribió que aquellos que pretenden "no hacer otra cosa sino reformar la nación encontrarán que con ello la destruyen... Ese deseo de cambio es como la transgresión del primero de los Mandamientos de Dios.'?" Al contrario de Hobbes, la época de la Ilustración tenía una el evada idea de la capacidad del hombre para cambiar y mejorar la sociedad; además, no veía sino superstición en los viejos mitos e historias de la intervención divina. Así, si la idea de Hubris seguida de Némesis había de sobrevivir, tenía que ser secularizada y racionalizada. Esa tarea fue cumplida con perfección por la idea de fines del siglo XVIII de que las acciones humanas dan pie a efectos no deseados en particular si la perversidad era el resultado final. Con esta nueva visión "sociológica", el recurso al argumento metafísico ya no era necesario, aun cuando el lenguaje de la Divina Providencia siguiera siendo usado por figuras tales corno De Maistre. El efecto perverso tiene por consiguiente muchos atractivos intelectuales y está respaldado por mitos profundamente arraigados. Nada de esto apunta a negar que la 2F Thornas H o bb es, L eviathan , JI, cap . 30 . [Existe versi ón en español del FCE. ]
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acción social deliberada tenga a veces efecto s perversos. Al prevenir que el efecto se invocará tal vez por razones que tienen poco que ver con su intrínseco valor de verdad, me proponía meramente plantear algunas dudas acerca de su ocurrencia con la frecuencia que se afirma. Ahora reforzaré estas dudas de una manera más declarada sugiriendo que el efecto perverso no es en ab soluto la única variedad concebible de consecuencias invo luntarias y efectos colaterales. Estos dos términos no son de hecho muy afortunados, pues han contribuido a estrechar el campo de nuestr a visión. En el pasaje de La riqueza de las naciones donde Adam Smith introduce la Mano Invisible, habla de un individuo que, al actuar en su propio interés, "pr omu eve un fin que no formaba parte de su intención" (subrayado mío). En el contexto ese fin era por supuesto bueno: un acrecentamiento 'del ' "producto anual" de Ta sociedad, Pero una vez que el concepto de Smith se hizo famoso y evolucionó hasta el de consecuencias "imprevistas" o "involuntarias", pronto adquirió una connotación predominantemente negativa, ya que "involun tar io" se de sliza con facilidad hacia "no deseado" y de ahí a " inde seable". " L a historia del término "efecto colateral" es menos complicada. Ha conservado la connotación despe ctiva qu e. tenía en su terreno original la ciencia médica, y en p art icular la farmacéutica. El efecto colateral de ' un medicamento es prácticamente siempre algo dañino que debe considerarse contra la efectividad directa del medicamento para curar una afección específica. Ambos términos han adquí rido pues connotaciones negativas que los convierten en "" . • Este deslizamiento tuvo lugar a pesar de la advertencia de Robert Merton de q ue " las consecuencias imprevistas no deben identificarse con consecuencias qu e so n necesariamente ind eseables ". Véase su artículo clásico "The un an tic ipated con seq ucn ces of purposive social action", American Sociological Revicw, 1, d iciembre de ) 936 , p. 895. Subrayad o en el original. ¡ "
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parientes cercanos, aunque no en sinónimos del efecto perverso. En realidad, es obvio que hay muchas consecuencias involuntarias o efectos colaterales de las acciones huma" nas que son bienvenidos más que 10 contrario, aparte de la señalada por Adam Smith. Un ejemplo que es familiar a los estudiosos de la historia económica y social de Europa es el efecto positivo en la alfabetización del servicio militar uníveral. De manera similar, la institución de la educación pública obligatoria hizo posible para muchas mujeres tomar empleos -un desarrollo ciertamente imprevisto y presuntamente en gran medida positivo. En tal circunstancia no hemos puesto mucha atención en esos imprevistos efectos favorables, puesto que no plantean problemas que tengan que abordarse y "resolverse" con urgencia. Al considerar todo el espectro de posibilidades, debemos tener en cuenta también aquellas acciones, líneas políticas o invenciones que están comparativamente desprovistas de consecuencias involuntarias, bienvenidas ono. Tendemos a desatender por completo esas situaciones. Por ejemplo, quienes subrayan los incentivos perversos incluidos en los beneficios por desempleo o en los pagos de bienestar no mencionan nunca el hecho de que amplias áreas de la asistencia social son bastante impermeables a la "respuesta de la oferta" que está en el fondo de cualquier efecto perverso que opere allí: es poco probable que la gente se saque los ojos por calificarse para los beneficios de seguridad social o de impuestos correspondiente s. Cuando se introdujo por primera vez el seguro de accidente industrial en los principales países industriales de Europa hacia fines del siglo XIX, hubo muchas protestas por parte de los patronos y de diversos «expertos" en el sentido de que los obreros se estaban mutilando adrede,
pero con el tiempo se vio que esos informes eran muy
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exagerados." y luego hay casos en que la "acción social deliberada" -para usar la frase de Robert Merton- tiene a la vez efectos involuntarios favorables y no favorables, cuyo balance es bastante dudoso. Pero en estas situaciones, el sesgo que favorece la percepción de los efectos colateral es negativos alienta la precipitación de los juicios) con lo cual la perversidad es la sentencia a la que suele llegarsé por costumbre. La discusión en torno de pretendidos efectos perversos de las políticas del Estado benefactor en los Estados Unidos pueden servir de ejemplo de este sesgo: El seguro de desempleo da a un trabajador que ha sido despedido la posibilidad de esperar antes de tomar otro trabajo. En algunos casos esa posibilidad de esperar puede inducir a la "pereza", en el sentido de que no se lleva a cabo una búsqueda intensa de un nuevo trabajo durante algún tiem po, pero el seguro de desempleo permite también a un trabajador no aceptar "trabajo en cualquier empleo, por duros que sean sus términ os", " y hasta cierto punto es ésta una consecuencia favorable. Este efecto colateral puede incluso haber entrado en la intención de los legisladores y elaboradores de líneas políticas, en cuyo caso eran menos miopes de como suele describírseles. De manera parecida, la posibilidad de beneficios para madres no trabajadoras con hijos pequeños con el programa de bienestar conocido como AFDC (Aid to Families with Dependent Children) ha sido ampliamente atacada porque 29 Ans on Rabin ach, "Knowledge, fatigue and the polltics of industrial accidents", Socialkn owledge arul the origins of m odem socialp olicy, Dietrich RueschemeyeryTheda Skocpol (comp.) (de próxima publicación). 30 Fred Block y Frances Fox Píven, "The contemporary relíef debate", Fred Block y otros, TIte mean season: TIte attack on the Welfare State, Nueva York, Pantheon , 1987, página 96 .
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no sólo asiste a familias ya deshechas, sino que en ciertas situaciones tiende a alentar la ruptura familiar. Aquí, una vez más, bien podría hacerse la pregunta de si ese particular efecto colateral, suponiendo que exista, es siempre perverso. Como se señalaba en un estudio de 1987, la disponibilidad del AF DC da a las mujeres pobres la posibilidad de escapar de matrimonios en que son brutalizadas o maltratadas de otras maneras." De este modo, la asistencia de bienestar y la muy vilipendiada " dep en dencia" que acarrea puede contraponerse a otra clase de dependencia y vulnerabilidad: la que resulta de arreglos familiares opresivos. Por último, regresamos hacia las situaciones donde los efectos secundarios o colaterales es seguro que traban el efecto deseado de alguna acción deliberada. Estas situaciones son sin duda frecuentes e importantes, y con ellas nos acercamos al caso perverso. Pero el resultado típico es aquí un resultado donde algún margen positivo sobrevive la matanza del efecto colateral negativo. Unos pocos ejemplos serán de utilidad. Los límites de velocidad y la introducción y el uso obligatorio de los cinturones de seguridad provocan que algunos automovilistas aminoren su vigil ancia o conduzcan con mayor imprudencia, Ese "comportamiento compensador" puede explicar ciertos accidentes, sobre todo entre los peatones y los ciclistas, que de otra man era n o hubi eran ocurrido. Pero p ar ece improbable que el número total de accidentes suba en lugar de disminuir cuando se introduce ese reglamento. Los proyectos de riego destinados a aumentar el producto
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agrícola en los trópicos tienen muchos efectos colaterales negativos, que van desde un mayor riesgo a la esquistomiasis de la población local hasta la pérdida final de las áreas irrigadas por anegamiento, para no hablar del incremento .irnaginable de las tensiones sociales en torno del acceso al agua ya la distribución de tierras recién regadas. Esta potencialidad de daño físico, deterioro material y conflicto social es probable que reduzca las ganancias brutas que se añaden con el riego, pero generalme nte no los borran ni hacen que produzcan una pérdida neta. Hasta cierto punto, tales efectos colaterales dañinos pueden evitarse mediante líneas políticas preventivas. Un ejemplo final, muy discutido por los economistas, es la devaluación de la moneda. Destinada a mejorar la b alanza de pagos, la devaluación será más o eficaz, dependiendo hasta qué punto los efectos POSItIVOS de pnmer orden de la devaluación sean contrarrestados por su efecto inflacionario, y otros de segundo orden imaginables. Pero por regla general es poco probable, una vez más, que tales efectos superen a los de primer orden. A menudo hay de hecho algo intrínsecamente pr obable en este tipo de resultado. Así es por lo menos en la medida en que la adopción de políticas es una actividad rep etitiva e incremental: en tales condiciones, las experiencias de ayer se incorporan continuamente a las decisiones de hoy, de modo que las tend c r cias a 1'-\ perversidad tienen buenas probabilidades de ser detectadas y corregidas.
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iu«, pp. 96 -98 • El efecto perverso de est e reglam ento acerca de la frecuenci a de los ac ciden tes es lo arguye Sam P eltzrnan, "The effecrs of autornobile safe ty regulation ", Joumal of Political Economy, 83 (agosto de 1975 ), pp. 677-726, pero las investígacionessubsiguientes han cri t icad o su tes is. Aunque reco nociendo la re alid ad de cierto "comportamiento co mpensador", un est udio de la Broo kings de 1986 con cluía : " Poco pu ede dudarse de 31
Hace casi dos siglos y medio V ol taire e scrib i ó su célebre novela Cándido para burlar se (k la proposición de que el que los coches de pasajeros son más seguros que hr ce .:-einte años. La mayor parte de este mejoramiento tuvo lugar en los modelos de los anos 1966-1974 , precisam ente el periodo en quese ap licó el, eglarnento federal de seguridad." Véase R obert W . Crand all y otros, Regulating 'h e automobile, W ashington, Brookings Institution, ) 968 .
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nuestro es "el mejor de los mundos posibles". Desde e nto nce s nos h an adoctrinado a fondo sobre el poder y la ubicuidad del efecto perverso en el universo social. Tal vez es hora de que un anti Cándido insinúe que tampoco es éste el más perverso de los mundos posibles.
3. LA TESIS DE LA FUTILIDAD EL EFECTO perverso tiene muchos atr activos. E s perfectamente adecuado para el militante ardiente listo para da r la batalla con gran vigor contra un movimiento de id eas ascendente o dominante h asta el momento y contra una praxis que de algun a manera se ha vuelto vulnerable. Tiene también cierto refinamiento elemental y u n a paradójica cualidad que provoca el convencimiento de quienes andan en busca de visiones instantáneas y certidumbres firmes. El segundo argumento en importancia e n el arsenal "reaccionario" es muy diferente. En lugar de ser cálido es frío y su complicación es refinada más que elemental. La característica que comparte con el efecto perverso es qu e también él es desarmante por sencillo. T al como la definí antes, la tesis de la perversidad afirma que "la tentativa dé" empujar a la sociedad en cierta dirección tendrá come resultado que se mueva efectivamente, p ero en la dire cción opuesta". El argumento que hemos de explorar ahora dice, de m anera bastante diferente, que la tentativa de cambio es abortiva, que de una manera o de otra todo p reten dido cambio es , fu e o será en gr an medid a d e superficie, de fachada, co smético, y por tan to ilusorio , pues las estructuras "profundas" de la sociedad permanecen intactas. La llamaré la tesis de la fu ti lida d. E s signífi-" cativo que es te argument o haya recibido su exn r exión epigramática clásica, plus ca change plus c'est la m émc chose, en la resaca de una revolución. El periodista fra nc és Alphonse Karr (1808-1 890) la acuñó en e n e ro de 1849,-" tras declarar que "desp ués de tantos trast ornos, tantos 55
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cambios, sería hora de percatarse de una verdad elemental".' En lugar de una "ley del movimiento" tenemos aquí una "ley de la inmovilidad". Al convertirla en una estrategia para evitar el cambio, tenernos la conocida paradoja del barón de Lampedusa en su novela El Gatopardo (1959): "Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie"." Al igual que los conservadores o incluso más, los revolucionarios han adoptado ansiosamente este aforismo de la sociedad siciliana como leitmotiv o epígrafe de estudios que afirman el fracaso y la futilidad de la reforma, particularmente en Latinoamérica. Pero no es s6lo la reforma la que queda convicta de fracaso en cuanto a aportar un cambio real: como acabamos de observar, la revuelta revolucionaria puede ser tildada de lo m ismo. Este hech o queda ilustrado también por uno de los más conocidos (y mejores) chistes que salieron de la Europa Oriental después de la instalación allí de los regímenes comunistas en la estela de la segunda Guerra Mundial: "i. Qué diferencia hay entre el capitalismo y el socialismo?" La respuesta es: "En el capitalismo el hombre explota al hombre; en el socialismo es al revés." Era ésta una manera efectiva de afirmar que nada fundamental había cambiado a pesar de la transformación total de las relaciones de propiedad. Finalmente, la frase proverbial de Lewis Carrol1 enAlicia en el país de las maravillas: "Aquí se necesita correr todo lo que puedas para quedarte en el mismo sitio", expresa otra faceta de la tesis de la futilidad, colocándola en un marco dinámico. Todas estas ingeniosas declaraciones ridiculizan o ruegan las posibilidades de cambio y los esfuerzos en ese sentido, a la vez que subrayan o hasta celebran la persis1 Alphonse Karr, Les guépes, nueva edición, París, Calmann-Lévy, 1891, vol. 6, página 305 . 2 Giuseppe Tomasi di Larnpedusa, JI Gauopardo ; Milán, Feltrinellí, 1959, p. 42.
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tencia delstatu qua. No parece haber nada en el repertorio de las ingeniosidades para burlarse del fenómeno opuesto, es decir de la ocasional derrota de las antiguas estructuras sociales, instituciones o actitudes mentales y su incapacidad sorprendente ya veces cárnica de resistir a las fuerzas del cambio. Esta asimetría nos dice algo acerca de la asociación del conservadurismo con cierto ingenio de sentido práctico, en oposición a la pretendida severidad y falta de sentido del humor de los que creen en el progreso. El sesgo conservador de los epigramas sirve pues para poder compensar el sesgo de lenguaje opuesto, con su connotación despectiva de los términos "reacción" y "reaccionario" . Es difícil, por supuesto, argüir a la vez que cierto movímiento 'en favor del cambio social será netamente contraproducente, según la línea de la tesis de la perversidad, y . que no tendrá ningún efecto en absoluto, según la tesis de la futilidad. Por esta razón los dos argumentos provienen por lo general de diferentes críticos aunque no siempre sucede así. .. Las proclamaciones de la tesis de la futilidad parecen más moderadas que las del efecto perverso, pero en realidad son más insultantes para los "agentes del cambio". Mientras el mundo social se mueva en alguna medida en respuesta a la acción humana en favor del cambio, aunque sea en la dirección equivocada, sigue existiendo la esperanza de que pueda de alguna manera orientarse correctamente. Pero la demostración o el descubrimiento de que tal acción es incapaz de "hacer mella" en absoluto deja a los promotores del cambio humillados, desmoralizados, dudosos del significado y la verdadera motivaci ón de sus esfuerzos. * *Los argumentos de la perversidad y de la futilidad se comparan con mayor extensión más adelante, en este mismo capítulo.
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RETÓRICAS DE LA INTRANSIGENCIA
LA TESIS DELA FUTILIDAD
C U ESTIO N:\.\ (I E NTO DE LA EXTENSIÓN DEL CAMBIO PRODUCIDO POR LA R EVOLUCIÓN FRANCESA: TOCQ U EVILLE
sado por lo general. Apoyándose en lo que entonces se consideraba una impresionante investigación de archivos, demostró que muchas de las que se llamaban jactanciosamente "conquistas" de la Revolución, desde la centralización administrativa hasta la generalización de la agricultura en pequeña escala hecha por los propietarios mismos, estaban en realidad funcionando antes de que ella estallara. Hasta los famosos "Derechos del hombr e y del ciudadano", según intentó mostrar, habían sido ya instituidos en parte por el Antiguo Régimen mucho antes de que fueran solemnemente "declarados " en ago st o de 1789. Esta pasmosa tesis de la segunda parte del libro, más que las penetrantes observaciones de la tercera parte, fue tomada generalmente, después de su publicación, como su principal contribución original. Pues en esa época las crudas preguntas que los contemporáneos o casi contemporáneos de tales acontecimientos no pueden evitar hacerse - Zpodrfa haberse evitado la Revolución? ¿fue algo bueno o algo malo? - estaban todavía demasiado sometidas a debate y habían adquirido una nueva actualidad, puesto que Francia había vuelto a sucumbir re cientemente ante un Napoleón después de otra revolución sangrienta. En esas circunstancias, los hallazgos de Tocquevil1 e acerca de las muchas zonas de continuidad entre el Antiguo Régimen y la Francia posrevolucionaria tenían sin duda implicaciones políticas, que fueron señaladas tras la publjcaciónen dos importantes reseñas del libro. Una era de Ch arles de Ré musat, prominente escritor y político liberal, la otra de lean Jacques Ampére, historiador, amigo cercano de Tocqueville y miembro de la Academia francesa. Rémusat plantea la cuestión con sutileza: "Más afectado por... lo cotidiano que por lo extraordinario y por la libertad civil que por la libertad política [Tocqueville]
Las tesis de la perv ersid ad y de la futilidad aparecerán tal vez con diferentes intervalos de tiempo en relación con los cambios sociales o con los movimientos que glosan. El argumento del efecto perverso puede manifestarse poco .después de que hayan sido introducidos esos cambios. Pero cuando existen disturbios sociales o políticos conside rab le s o prolongados suele necesitarse cierta distancia respec to a los a co n t e cim ie n t os antes de que alguien salga con una interpretación según la cual los contemporán e os de esos acontecimiento s estuviesen muy lejos de la r e alidad cu and o lo s interpretaban como un cambio fun dame ntal. La Revolución francesa es un ejemplo en particular impresionante de este punto . Los contemporáneos, tanto en Francia como en otros lugares, la experimentaron como un acontecimiento absolutamente cataclísmático ; prueba de ello es la declaración de Burke al principio de sus Rejlections : "T om an do en cuenta todas las circunstancias, la Revolución francesa es lo más asombroso que ha sucedid o hasta ahora en el mundo."? No es sorprendente por tanto que todo cuestionamiento del papel clave de la Revolución en la configuración de la Francia moderna en todos sus aspectos tuviera que esperar a que hubiera desaparecido la generación revolucionaria. Tal cuestionamiento se p ro dujo en lBS6 cuando T ocqueville, en L'ancien r égime et la Révolution, estableció la tesis de que la Revolución representó una ruptura con respecto al Antiguo Régim en m ucho menos real de lo que se había pen3 E dmund Burke, Refle ctions on the Revolution in France, edición e introducción de Co na r Cru ise O'Brien , Mid dlesex, Penguin Classics, 1986, p. 92.
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emprende... sin ostentación y casi sin confesárselo a sí mismo cierta rehabilitación del antiguo régimen. "4Amp ere lo dice más explícitamente: El asombro se apodera de nosotros al ver en el libro del señor Tocquevíllc hasta qué punto casi todo lo que se mira como resultados o, como suele decirse, conquistas de la Revolución existía en el antiguo régimen: centralización administrativa, tutelaje administrativo, hábitos administrativos, garantías del funcionaría ... extrema división de la tierra, todo esto es anterior a 1789 ... Al leer estas cosas uno se pregunta qué es lo qu e la Revolución ha cambiado y por qué se ha hecho.'
La segunda cita muestra con particular evidencia que,
además de sus muchas otras (y más importantes) glorias, Tocqueville puede considerarse como el autor de la tesis de la futilidad. La futilidad ha tomado aquí una forma especial "progresista". Tocqueville no se proponía negar que en Francia se habían llevado a cabo efectivamente muchos cambios sociales fundamentales a fines del siglo XVIII; más bien, admitiendo que esos cambios habían terudo lugar, alegaba que eso había ocurrido en gran parte antes de la Revolución. Considerando la inmensa obra de la Revolución, esa postura era, lo repetimos, más hiriente e insultante para la opini ón prorrevolucionaria que los ataques directos de un Burke, un De Maistre o un Bonald. Estos autores daban por lo menos crédito a la Revolución por haber acarreado cambios y logros en gran escala, aunque perversos y desastrosos. Con el análisis de Toequeville, las luchas titánicas y las inmensas convulsiones de la Revolución quedaban extrañamente desinfladas, .1 Charles de R érnusat , " 'L' An cíen R égime et la R évoluti on' pa r Alexis de Toequ eville", Revue des Deux Mondes , 4, 185 6, p. 656 . 5J .J. Ampére, Mélanges d 'histoire Iiueraire, París, 1877, vol. 2, pp. 320-323. El pasaje citado aquí está reproducido de un a reseña escrita en 1856. Vé ase también Richard Herr, Tocqueville and th« O/d R egime , P rinc eton, Princeton University Press, 1962, páginas 108-109.
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resultaban incluso desconcertantes y un poco ridículas en retrospectiva puesto que se preguntaba uno a qué venia todo aquel alboroto. Al observar cómo la tradición historiográfica se ha aferrado a la imagen de la Revolución como una ruptura total (que era también la imagen que la Revolución tenia de sí misma), Francoís Furet plantea la cuestión de manera tajante: En este juego de espej os en que el historiador y la R evolución aceptan cada uno la palabra del otro,.. Tocqueville introduce la duda en el nivel más profundo: ¿y si no hubiera en ese discurso de la ruptura sino la ilusión del cambio?"
Tocqueville proponía varias ingeniosas soluciones al rompecabezas que había formado, como la de su famosa idea, en la tercera parte del libro, de que las revoluciones estallan casi siempre allí donde el cambio y la reforma están ya vigorosamente en marcha. Ésas son las secciones más interesantes del libro para el lector moderno, pero en su tiempo eran quizá demasiado sutiles para que se las aceptara como una explicación por completo satisfactoria de la paradoja. Las observaciones anteriores pueden ayudar a reso lver otro enigma menos importante: Zpor qué la considerable contribución de Tocqueville a la historiografía de la Revolución francesa ha sido tan desatendida en Francia, a pesar del éxito editorial inicial del libro? D e hecho, sólo recientemente ha prestado atención a su obra un historiador importante, en p articular Furet. La razón de est e extraño descuido no puede ser sólo la de que durante mucho tiempo Tocqueville fue considerado en Francia 6 Francois Furet, Penser la Révolution francaise, París, Subrayad o mío.
1978, p. 3 l.
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como conservador o reaccionario por un medio cuyas simpatías estaban predominantemente con la Revolución y con la izquierda. La postura de Taine era bastante más hostil hacia la Revolución que la de Tocqueville, y sin erobargo su Origines de la France contemporaine fue tomado completamente en serio por Alphonse Aulard y otros practicantes del oficio. Tal vez fue la adopción por Toequeville de la tesis de, la futilidad la responsable de esto: lo s historiadores posteriores nunca le perdonaron del tod o el habe r plan te ad o dud as acerca del carácter pivotal de la Revolución francesa -fenómeno al que después de todo estab an consagrando sus vidas. La contribución de Tocqueville a la tesis de la futilidad tomó una for ma b as tante compleja, que, podríamos añadir, lo exime en gran parte de las críticas que se harán con tra la t esis más adelante en este capítulo. Puede encontr arse también una formulación más sencilla esi L'ancien régime et la Révolution. Cerca del final del libro, Tocqueville habla de las diversas tentativas, desde 1789, de restaurar las instituciones libres en Francia (está pensando presuntamente en las revoluciones de 1830 y 1848) Yexplica de manera impresionante por qué esas tentativas h an sido infructu osas: "Todas las veces que se ha querido [desde la R evolu ción] de rribar el poder absoluto, no se ha hecho sino poner la cabeza de la libertad sobre el cuerpo de un esclavo" .' Esto equivale a decir (para usar una m e t áfo r a contemporánea muy diferente) que los cambios que se introduj eron eran "m eram ente cosméticos" y dejab an intacta la esencia de las cosas. Esta rotunda tesis de la futilidad no fue desarrollada con alguna extensión por T ocqueville. Pero la encontraremos copiosamente de ahora en adelante. 7 Véa se
AJexis de Tocqueville,L 'Ancien Régim e et la Révolution , 4a. ed . , París, 1860,
pá glna 333 .
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CUESTIONAMIENTO DE LA IMPORTANCIA DEL CAMBIO QUE SEGUIRÁ PROBABLEMENTE AL SUFRAGIO UNIVER SAL: MO SCA y P ARET O
Debido a que la Revolución francesa fue u n ac on tecimiento tan espectacular, t enía que asen tars e el polvo antes de que pudiera emprenderse un eje r cicio d e desinfiación o de denigración como el de Tocquevíll e . Muy diferente es la circunstancia para la sigu ie n t e aparición de la tesis de la futilidad, en reacción a la difusión de los derechos políticos y la consecuente participación de las masas en la política durante la segunda mitad del siglo XIX. Esa difusión se produjo de manera gradual, de sigual y más bien poco espectacular entre los diversos p aíses europeos y duró casi un siglo si empezamos. a contar desde la Ley de Reforma inglesa de 1832. No hubo ningún punto de descanso visibl e en la m archa del sufragio universal, que a los obs ervadores contemporáneos pronto les pareció un resultado inevitable del proceso. En esas circunstancias dicha tendencia fue sometida a crí ticas mucho antes de que hubiera recorrido su curso, y apareció toda una banda de detractores. Algunos, tales como los analistas de la multitud, y en particular LeBon, predijeron el puro y simple desastre; otros, de nuevo de la clase más "fría" y acerba, optaron por la tesis de la futilidad: exhibieron y ridiculizaron las ilusiones que los progresistas, eternamente ingenuos, alimentaban en cuanto a los profundos y benéfico s cambios que se su p on ía que derramaría el sufragio universal y sostenían que, por el contrario, el sufragio universal cambiaría muy poco, si es que algo cambiaba. Como la tesis de Tocqueville acerca de la Revolución francesa, esta posición parece difícil de sostener. C ómo era posible que la introducción del sufragio universal en sociedades todavía profundamente jerárquicas no tuvi era é
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consecuencias considerables? Únicamente alegando que los reformadores pasaban por alto alguna "ley" o "hecho científico" que hacía que los arreglos sociales básicos fueran impermeables al cambio político. Ésa fue la famosa máxima, expresada de diferentes maneras por Gaetano Mosca (1858-1941) y Vilfredo Pareto (1848-1923), de que cualquier sociedad, independientemente de su organización política "sup erficial", está siempre dividida entre los gobernantes y los gobernados (Mosca) o entre la élite y la no élite (Pareto). La proposición estaba hecha a la medida para probar la futilida d de todo movimiento hacia la verdadera "ciudadanía política" por la vía de los derechos políticos. Partiendo de premisas diferentes, Mosca y Pareto habían llegado más o menos independientemente a la misma conclusión hacia fines del siglo XIX. En el caso de Mos ca , los "datos sensoriales" inmediatos que lo rodearan durante su juventud en Sicilia hicieron tal vez que le resultara p alpable que la mera exten sión del derecho al voto quedaría reducida a algo inocuo y sin sentido por los terratenient es de la isla poderosamente atrincherados y otros dueños del poder. Fue tal vez la aparente incongruencia de introducir algo que era una reforma importada en un medio totalmente inhóspito lo que le llevó a su punto fundam en tal, expresado por primera vez cuando tenía veintiséis años en Teorica dei govemi e govemo p arlamentare] libro que habría de relaborar, engrosar y a veces suavizar durante el resto de su larga vida. La idea central era la observación simple y casi obvia de que todas las sociedades organizad as consisten en una vast a mayoría sin ningún poder político y una pequeña minoría de poderosos , la " clase política", término usado todavía hoy en Italia con el significado que le dio Mosca. Esa visión - "un a llave de oro de los arcanos de la historia humana",
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como escribió el edit or en inglé s de Mosca en una introducción a su obra m ás conocida -s " se ap licó después a muchos usos doctrinales y p olé mi co s imp ort antes . En primer lugar, Mosca alegaba con fru ición que los principales filósofos políticos, desde Aristóteles hasta M aquiavelo y Montesquieu, se habían cen trado tan sólo en características superficiales de los regímenes políticos cuando hicieron esas rancias distinciones entre diferentes formas de gobierno, tales como 'm on arquías y repúblicas o aristocracias y democracias. Mostraba qu e todas estas formas están sujet as a la dicotomía mucho más fun damen tal de gobernantes y gobernados. Para constituir p or fin una verdadera ciencia de la política, h ab ía que entender cómo la "clase política" se recluta a sí misma, se mantiene en el poder y se legitima por m edio de id eolog ías que Mosca llamaba "fórmulas políticas", tales co mo "la V oluntad D ivina", " el Mandato del Puebl o" y ot ras tr ansp arentes maniobras de este tipo. H ab iendo desbancado a sus ilustres predecesores, Mosca procedía a enfren tarse con sus contemporáneos y sus div ersas propuestas para el mejoramiento de la so cie?ad . El poder de su nueva herramienta conceptual queda Ilustrado de manera impresionante en su análisis del socialismo. Empieza con esta frase aparentemente inocua: " Las socie da des comunistas y colectivistas se rán adrninistradas sin duda alguna por funcion ari os ." Como observa sarcásticamente Mosca, los socialistas h an olvidado convenientemente es te "detalle", qu e es decisivo para un a valoración correcta de los arreglos sociales p ropuestos : en conjunción con 1,1 proscripción de la s act ivid ades ec onómicas y profesionales in dep endientes, el gobierno de esos poderosos funcionarios está destinado a ser un Esta8 Gaet ano Mosca , T he ruling class (Elemmti di sclenza po litiea) , edición e introd ucción de Arthur Living ston, Nueva Y o rk. McGraw-Hil l, 1939. p. x.
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do donde una "tiranía única, aplastante, que todo lo absor be , pesará sobre todos"." El interés principal de Mosca era su propio país y sus perspectivas políticas. Después de un breve entusiasmo por el Risorgimento, las clases intelectual y profesional italianas estaban muy desilusionadas de la política clientelista que había emergido en la recién unificada nación, particularmente en el sur. Armado con su nueva visión 'Y dada su preocupación especial con esa región, Mosca se propuso probar de una vez por todas que las instituciones d emocráticas , todavía demasiado imperfectas, que Italia se había dado no eran sino un simulacro. He aquí su explicación: Que el diputado es elegido por la mayoría de los electores es un sup uesto leg al qu e, aunque forme la base de nuestro sistema de gobierno , aunque sea ciegamente aceptada por muchos, está sin embargo en p erfecta contradicción con el hecho real. E sta verdad es t á al alcance de todo el mundo. Quienquiera que haya asistido a unas ele ccion es sabe perfectamente [benissimo] que no son los electores los que eligen al diputado, sino que en general es el diputado el que se hace elegirpor los electores: si esta manera de decirlo resulta desagradable, podemos sustituirla con esta otra: que son sus amigos quienes lo hacen elegir. En todo caso, una candidatura es siempre obra de un grup o de personas unidas para un propósito común, de una minoría organizada que, como siempre, fatal e inevitablemente se impone a la mayoría desorganízada.l"
N O podría expresarse más claramente la tesis de la futil idad. El sufragi o no pued e cambiar nada de la estructura de poder existente en la sociedad. "El que tenga ojos para ver" una de las expresiones favoritas de Mosca se dará cuenta de qu e "la base legal o racional de todo 9 tua, pp. 10 Gae ta no
284-285. Mosca , "Teórica dei govemi e govemo parlamentare", en Scritti politici, Giogi o Sola (co m p.) , Turín, VTE T, 1982, vol. 1, p. 476 ; la trad. ingl. está adaptada de James H . Meisel, Themyrh ofth e ruling class, Ann Arbor, University ofMichigan Press, 1958, p . 106. Subrayado en el original.
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sistema político, que admite la representación de las grandes masas populares determinada por las elecciones, es una mentira:" El alegato de Mosca contra las instituciones democráticas emergentes es notablemente distinto del de su contemporáneo Gustave LeBon. Mosca ve esas instituciones como impotentes, como ejercicios de futilidad y de hipocresía; su actitud hacia ellas y sus defensores es de ridiculización y desprecio. LeBon, por el contrario, ve en el surgimiento del sufragio y de las instituciones democráticas algo ominoso y riesgoso porque aumentarán el poder de la multitud, con su falta de razón y su propensión a se r presa de los demagogos. M osca ridiculiza el sufragio por su incapacidad para efectuar el cambio, por su fatal imposibilidad de estar a la altura de sus promesas y de dar al pueblo más voz; LeBon lo critica por todos los desastres que amenazan con derribar al Estado si se cumple esa promesa. Sin embargo las dos tesis no son del todo diferentes. Después de alegar que los derechos políticos serían incapaces de producir los cambios positivos que sus ingenuos defensores dan por descontados, Mosca se las arregla para aducir varias razones por la cual es podrían en realidad empeorar las cosas; en otras palabras, se desliza de la tesis de la futilidad a la de la perversidad. Las prácticas viciosas que vienen con la manipulación de las elecciones por parte de la "clase política" invalidarían la ca lidad de los candidatos a los puestos públicos y desalentarían así el deseo de los ciudadanos con más elevadas aspiraciones de interesarse en los asuntos públicos." Además, en numerosos artículos periodísticos escritos en la década anterior a la primera Guerra Mundial, Mosca se opuso a la abolición Mosca, "Teorica", p. 478 . Subrayado en el original. Richard Belfamy, Modem Itaiian social theory, Stanford, Stanford University Press , 1987 , pp. 40-41. 11 12
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de la prueba de alfabetización como condición del derecho al vo:o por la razón táctica de que los principales de Iletrados se encuentran entre los campesinos sin tierra del sur, y que darle s el voto no haría sino acrecentar el poder de los grandes terratenientes Y Parece como si hubier.a tomado sencillamente, de una vezpor todas, una repulsión a las elecciones, al voto y a los derechos políticos, y usara cualquier argumento que le quedara a mano para desahogar suemocíón y afirmarse en ella. La teoría de dominio de la élite corno consde la historia está cerca de la de Mosca, tanto en su análisis como en los usos polémicos a los que se aplica. ya plenamente formulada en el Cours d'économie (1896-1897); el muy posterior Traité de so ciologie ge.r;erale (1915) añade en principio la teoría de la circulacion de las élites, El lenguaje de Pareto en el Cours suena al principio curiosamente - acaso de manera consciente -, com? el comunista: "La lucha que ernCIertos individuos para apropiarse de la riqueza por otros es el gran hecho que domina toda la historia de Pero en el mismo párrafo P.areto se aleja del marxismo usando el término "expoliación" en lugar de "explotación" o "plusvalía" y dejando claro que la expoliación se debe a que las clases dominanel control del Estado, al que llama máquina <;1 e El resultado decisivo, que suena a Mosca se srgue de "Poco importa que la clase te sea una oligarquía, una plutocracia, una democracia"." La cuestlón. que apunta realmente aquí Pareto es que una democracia puede ser tan " exp oliadora" de la masa 13 G aetano Mosca, JI tramonto dello stato libcrale, edición de Antonio Lombardi Catania, Bonanno, 1971, pp . 82 -88, 123-141. , . 14 Pareto, Cours d'économie politique, edición de G. H. Bousquet y Giova • 11l Husmo, GInebra, Droz, 1964, parr. 1054. n 15 tu«, p árr. 1055,
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del pueblo como cualquier otro régimen. Citando el ejemplo de la ciudad de Nueva York, es probable sobre la base de artículos acerca del sistema político estadunidense escritos por el científico político ruso Moisei Ostrogorski y publicados (en francés) a fines de la década de 1880,16 Pareto observa que el método con que se recluta la clase gobernante o "expoliadora" no tiene nada que ver con el hecho o el grado de la expoliación misma. Sugiere en realidad que cuando el reclutamiento de la élite procede por medio de elecciones democrátícas y no por herencia O por cooptación, las probabilidades de expoliación de la masa bien pod rían ser mayores." Según Pareto, el advenimiento del sufragio universal y de las elecciones democráticas no podrían traer por tanto ningún cambio social o político real. Tal vez no se ha observado bastante que esta posición casa notablemente con su obra acerca de la distribución del ingreso, que lo hizo famoso instantáneamente entre los economistas cuando la publicó por primera vez en 1896, a la par, por 'sep arado y en el Cours." Poco después de ocup ar su cátedra en Lausana en 1893, Pareto había reunido datos de la distribución de frecuencias de ingresos ind ividuales en varios países en diferentes épocas y se propuso demostrar que todas esas distribuciones seguían bastante de t6 Moisci Ostrogorski pu blicó su obra precursora en dos VOIÚill CII C>. j _u democrotie el les panis poliuques, París, Calmann-Lévy, En 1903 según el pr ef ac io , vo :' 1, p. x, s us hallazgos acerca del sistema político estadunidense se publi caro n ya e n 1888·1889 en Annales des Sciences Politiques y es posible por lo tanto que hubieran recibido ya la atención de Pareto para la época en que escribió el Cours, Al rastrear la influ encia de la obra de Moi sei Ostrogorski en los científicos so ciales contemporáneos, Seyrno ur Martín Lipset da erróneamente la [echa de esa publicación como "principios de los años 1890". Véase el a rtículo , por lo demás muy instructi vo , de Lipset, " Moisei Ostrogo rsk í and the analyti cal approach to the comparative study of political parti es" en Lipsci, Revolution. and coun terrevolution , Nu eva York, Basic Books, 19G8 , p . 366, 17 Pareto, Cours , párr. 1056, 18 ViJfredo ParC10, " La courbe de la r épartition d e la r ichc ssc " (1 896 ) , zcdi ta.} ("11 Pareto, Ecrits sur la courbc de la repartition de la richcssc , edició n", i nt r- "'!l CC 1( \l 1 uc Gio vanni Bus ino , Ginebra , Droz, 1965, pp . 1-15 ; Co urs , párrafos 950-968.
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cerca una expresión matemática sencilla que relaciona el número de receptores de ingresos por encima de un ingreso dado con ese ingreso. Además, el principal parámetro (el alfa de Pareta) de esa expresión resultó tener valores numéricos muy similares para todas las distribuciones que se habían reunido. Estos resultados sugerían tanto para Pareto como para sus contemporáneos que había descubierto una.ley natural - Pareto escribió efectivamente: "Estamos aquí en presencia de una ley natural" - 19 Y sus hallazgos pasaron a ser conocidos como la L ey de Pareto. La respetada enciclopedia de economía contemporánea Palgrave's Dictionary of Politica! Economy" llevaba una entrada con ese título, escrito por el renombrado economista de Cambridge, F. Y. Edgewortb, que había participado en las discusiones científicas acerca de los hallazgos de Pareto. Pronto fue emulado el éxito de Pareto. En 1911 el sociólogo Roberto Michels, que había sido considerablemente influido tanto por Mosca como por Pareto, proclamó una Ley de Hierro de la Oligarquía en su importante libro Political porties?' Según esta ley los partidos políticos, los sindicatos y otras organizaciones de masas están gobernados invariablemente por oligarquías en gran parte al servicio de sí mismas y autoperpetuadoras, que desafían las tentativas de controlo participación democráticos. U na vez que Pareto había elevado sus hallazgos estadísticos acer ca de la distribución del ingreso al estatuto de ley natural, se seguían importantes implicaciones de política. Podía proclamarse ahora que, lo mismo que en el caso de la interferencia con la ley de la oferta y la dernan\ .....
HU courbe", p. 3. 20 Palgr u ve '» Dietum ary of 'P olitic al Economy, Londres, MacMilJan. ed . de 1926, 21 Publicad o po r prirncr a Yo, en Ginebra con el tftulo de Zur S oztotogie des Par-
teiwesens in der modcmen Demokratie , Lelpzig, Klinkh a rdt, 1911 y traducido al inglés ,
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da, era fútil (en el mejor de los casos) intentar cambiar un aspectotan básico e invariable de la economía como la distribución del ingreso, ya fuera por medio 'de la 'exp ropiación, la gravación fiscal o la legislación de.seguridad social. La única manera de mejorar la posición ec onómica de las clases más pobres era aumentar la riqueza total." El principal uso polémico de la nueva ley consistía probablemente en oponerse a los socialistas, cuyas fortu nas electorales empezaban a subir entonces en muchos países. Como comenta el editor de las obras completas de Pareto: El odio [de Pareto] al socialismo le infundió un ardor extraordinario: Iqué estupendo desafío el de demostrar, con los documentos en la mano, que la distribución del ingreso está gobernada por fuerzas fundamentales... ! Si se lograra, las soluciones defendidas por el socialismo quedarían clasificadas definitivamente entre las utoptas.é'
Al mismo tiempo, los hallazgos de Pareta acerca de la distribución del ingreso planteaban considerables dudas acerca de si una política reformista democrática basada en el sufragio universal sería capaz de alcanzar obje tivos mucho más modestos, tales como la reducción d e diferencias de ingresos. De esta manera la ley de Pareto acerca de la distribución del ingreso llevaba a las mismas conclusiones que sus ideas del Estado como una permanente "máquina de expoliación": tanto en la esfera política como en la económica las aspiraciones democráticas están condenadas a la futilidad, ya que van contra el orden inmanente de las cosas . La insistencia polémica recae en la ingenuidad de los que desean cambiar lo que está dado con una introducci6n, por Seymour Martin Lipser , con el t ítulo Politicol parties. Nueva York, Free Press, 1962. 22 Pareto, Cours, parr, 965. ZJ Pareto, Ecrits sur la courbe, p. x,
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como invariable por naturaleza. Pero una vez más, como en Jos análisis de Mosca, el argumento es enriquecido por un grano de efecto perverso. Ir contra el orden de las cosas no es sólo inútil; pues, como dice Pareto en un artículo escrito para el público general, "Los esfuerzos que hace el socialísmo de Estado por cambiar artificialmente esta distribución [del ingreso] tienen como primer efecto una destrucción de riqueza. Desembocan pues precisamente en una meta opuesta a la que se pers igue: empeoran las condiciones de la clase pobre en lugar de mejorarlas. "24 Al parecer, los autores de la tesis de la futilidad no están del todo a gusto con su propio argumento, por más claro que parezca haberse expresado: siempre que es posible recurren al efecto perverso en busca de refuerzo, de adorno y de colofón. Incluso Lampedusa, maestro estratega de la inmovilidad social, predice hacia el final de su novela que la inmovilidad irá seguida con el tiempo por el deterioro. "Después será diferente, pero peor. Nosotros fuimos los leopardos, los leones: quienes nos sustituirán serán los chacalillos, las hienas "." La contribución de la ciencia social italiana a la tesis de la futilidad es prominente. Agrupados generalmente con la etiqueta de "teóricos de la élite", Mosca, Pareto y Michels la desarrollaron sistemáticamente en muchas direcciones." Como ya observamos, el arraigado atraso social y político de Sicilia explica que fuera tentador para Mosca afirmar que la introducción del sufragio universal sería incapaz de modificar las formas existentes de dominio. Este descreimiento en la posibilidad del cambio estaba en 24 Ibld. ,
p. 17.
Lampedusa, Ji Gattopardo, p. 21 '). '" En su libro Political porties (p.355). Mi chels cita con aprobación la expresión italian a "Si cambia it maestro di cappeli a IMa la musica esempre quelia (Se cambia de maestro de capilla (pero la música sigue siendo la misma.) Es éste un eq uivale n te exacto de "Plus f a challge plus c 'c,tr la mémc ch ose" co n el a fiad ido de la n ma. 25
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el meollo de la obra de Mosca, así como también en la falta de creencia correspondiente en la capacidad ilimitada de la estructura de poder existente para absorber y cooptar los cambios. Pero Italia no puede pretender tener el monopolio de esta clase de razonamiento. De manera bastante extraña, la tesis de la futilidad puede encontrarse también en la Inglaterra del siglo XIX, atalaya entonces de la modernidad económica y de la democratización paulatina de Europa: Legislad como se os antoje, estableced el sufragio uni vcr sal. ¿ como una ley que no puede nunca violarse, Seguís estando tan lejo s com o siempre de la igualdad. El poder político .ha cambiado su forma pero no su naturaleza... El hombre más fuerte de una man era o de otra gobernará siempre... En una democracia pura los hombres gobernantes serán los que mu even los hilos y sus amigos... Los hombres dirigentes en un sindicato son tan superiores y gobernantes de los miembros del cuerpo en general... como la cabeza el e una familia o el jefe de una fábrica es el gobernante y superior de sus criados o sus obreros.
Mosca y Michels quedan aquí netamente envuelt os el uno en el otro, bastantes años antes de que expresaran sus notables afirmaciones similares. La cita es de Liberty, equality.fraternity, deJames Fitzjames Stephen, publicado por primera vez en 1873, amplia crítica del ensayo de J ohn Stuart Mill On liberty (1859).26 Pudo haberse inspirado en la experiencia de que la considerable extensión de los derechos polítícos, alcanzada gracias a la Ley de Reforma de 1867, no había acarreado hasta entonces muchos cambios la manera en que era gobernada Inglaterra, a pesar 26 James F itzja rnes Stephen, Liberty, equality, fraternuy; R . J . Whit e (cornp.), Cambridge, Cambridge Unlversity Press, 1967 , p. 211. Véase también James A. Colaíaco, James Fltzjames Stephcn and the crisis of the Victoria thought, Nueva Yo rk , SI. Martin's Press, 1983, p. 154. James Fitzjarnes Stephen era hermano del más liberal y más conocido Leslie Stephen, que había colaborado con un elocuente art Icu lo (' 11 favor de la reforma el ectoral en los Essays on reform, reditado en 1967 con el t ü ulo de A plea [o r demo cracy, Véase también capítulo 6, nota 2 .
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de todas la aprensiones sobre el famoso "salto en la oscuridad" (capítulo 4). Pero por muy impresionante que sea a l] LlÍ la convergencia con las ideas de los teóricos italianos, el pasaje no se integra bien con la principal objeción que Stephen oponía al sufragio universal sobre la base mucho más tradicional de que "tiende a invertir 10 que yo hubiera consid erado como la relación verdadera y natural entre la sabiduría y la locura. _Creo que los hombres sabios y buenos deberían gobernar a los que son locos y malos"." E st a clase de afi rm aci ón , muy común en esa época entre lus oposito res a la Ley de Reforma de 1867 y al sufragio universal en general, implica más bien que la introducción de la de m ocracia sería activamente dañina y no que dejaría las cos as intactas (que es la esencia de la t esis de la futilidad) . CU ESTIONAMIENTO DEL GRADO EN QUE EL ESTADO BENE FACTOR "ENT REGA LOS BIENES " A LOS POBRES
La crítica conservadora al Estado ben efactor se funda en principi o en e] razo nam iento económico tradicional de lo s
mercados, las propiedades equilibradoras de los resultados del mercado y las consecuencias perniciosas de interferir en esos resultados. La crítica ha apuntado a los diversos efect os desafortunados y contraproducentes que seguirántal vez a la transferencia de pagos alas desempleados, los desfavorecidos y los pobres en general. Por bienintencionad os qu e sean esos pagos, se alega que alientan "la vagancia y la depravación", que alimentan la dependencia, que destruyen otros sistemas de apoyo más constructivos y que empantanan a lo s pobres en su pobreza. Tal es el efecto perverso de las interferencias en el mercado. St cphen, L ioerty, equaliiy, fra ternlty , p. 21 2.
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Sin embargo, para que ese efecto se ponga en marcha, el Estado benefactor tiene que contar por lo menos con un logro previo en su crédito: generar los pagos de transferencia y hacer que lleguen en realidad a los pobres. Sólo después que esto se cumpla pueden efectivamente desplegarse las desdichadas consecuencias (de vagancia, dependencia y esas cosas). En este punto surge el esbozo de otra posible crítica. ¿ Qué tal silos Rfigos transferiq9 s no llegan nunca a los supuestos beneficiarios, sino que se desvían, tal vez no del todo pero sí en gran parte, hacia otros grupos sociales con más fuerza? El argumento tiene mucho en común con la denuncia de Mosca-Pareto de las elecciones democráticas como simulacro sin sentido (en contraste con el argumento de LeBon acerca de los peligros extraordinarios de desencadenar a las masas). Tiene la "insultante" cualidad que señalamos antes como rasgo carac terístico de la tesis de la futilidad, Cuando puede mostrarse que un plan de bienestar beneficia a la clase m edia en luga r 'de llegar a los . pobres, sus promotores no son sólo señalados como ing enuamente inconscie mes de los efectos perversos colaterales concebibles; más bien caerán bajo la sospecha de trabajar en beneficio propio, ya sea promoviendo desde el comienzo el plan con la in tención de "arrimar el ascua a su sardina", ya sea, de manera un poco más caritativa, aprendiendo cómo desviar parte de los fondos, una vez que están disponibles, hacia sus propios bolsillos. En la medida en que esta clase de argumento pudo haberse cond ucido con cierto grado de plausibilidad, claramente hubiera sido devastador. Las disputas en favor del Estado benefactor se hubieran revelado fraudulent as y hubieran sido sus críticos quienes, más que parecer carentes de compasión, habrían pasado por ser los verdaderos defensores de los pobres contra los ávidos y p ara sí-
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tarios intereses particulares. Por atractivo que pueda resultar para los oponentes de la legislación del' Estado benefactor invocar este argumento, la extensión con que se ha usado efectivamente en los años recientes es limitada. Hay dos razones principales para ello. Ante todo, esta vez es obvio que la tesis de la futilidad ' es demasiado incompatible con el argumento del efecto perverso. Se necesitan especiales dotes de sofistería para alegar al mismo tiempo que los pagos del bienestar tienen los tan cacareado s efectos perversos e n los pa tro nes de comportamiento de los p ob res y que no llegan a esos mismos pobres. La segunda razón es específica del debate en los Estados Unidos. El principal debate acerca de la reforma del bienestar ha incumbido en ese país a aqu ellos programas -primordialmente el AFDC- cuyos beneficiarios tienen que pasar por una prueba de medios económicos; en ausencia de malversación o corrupción en gran escala, la probabilidad de que tales programas se desvíen hacia otros que no sean los pobres son muy reducidas. En consecuencia, el peso principal del alegato económico y político contra el Estado benefactor debe apoyarse en otros argumentos. El argumento de la futilidad o de la "desviación" ha desempeñado sin embargo un importante papel subsidiario en el debate. Esto era en particular evidente en los días de la Gran Sociedad de Lyndon J ohnson, en los que se oía a menudo la acusación de que muchos de los programas de bienestar social más nuevos servían ante todo para dar empleo a un amplio grupo de administradores, trabajadores sociales y diversos profesionales a los que se pintaba como burócratas sedientos de poder dispuestos a expandir sus oficinas y sus emolumentos. Los programas de bienestar basados en un examen de ingresos, cuyos desembolsos a lo s pobres de berían escapar normalmente a las censuras
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del argumento de la desviación, son en realidad muy vulnerables a é l. Su administración implica un trabajo más intensivo que los programas explícitos, del tip o del Se 6'LH O , donde la calificación se adquiere automát icamente gracias a acontecimientos o criterios muy claros y distintos, tales corno la edad, el despido, el accidente, la enfc rme dad o la muerte. La tesis de la futilidad, en la forma del argumento de la desviación que acabamos de señalar, se ha expresado ocasionalmente como crítica general al E stado benefactor. Un ejemplo inicial es un breve pero influyente artículo de 1970 de George Stigler, economista de Chicago galardonado con el Premiü -Nobel. Llevaba el título un tanto misterioso d e "Director 's law of public income redistribution" (Ley de Director de la redistribuci ón del ingreso público)." Resulta que "Director" es el n ombre de un colega economista de Chicago (Aaron D: ; cuñado de Milton Friedman), a quien Stigler atribuye la enunciación de una "ley" probablemente en una conversación, ya que no se da ninguna referencia ni puede encontrársela en los escritos publicados de Director. Según Stigler, Director sostenía que "los público? se hacen primariamente para beneñciodélas clases medias y se financian con impuestos soportan en una parte considerable los pobres y los ricos". Sin'emb argo, muy pronto en su artículo Stigler echa en olvido el papel de los ricos y alega ante todo que los gastos públicos para fines t a le s como la educación, el alojamiento y la seguridad social representan, si se los considera en conjunto con los impuestos que los financian, transferencias de ingreso impuestas por el Estado de las clases pobres a las clases medias. ¿Cómo puede producirse tal situación en una 28 Gcorgc Stigler, "Director's law of public in come di stribu tion " , Journal 01 La", an d E conomics , 13 , a bril de 1970, pp. 1-10.
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democracia? La explicación de Stigler es sencilla. La clase media manipula primero el sistema electoral de modo que reduzca la participación de los pobres por medio de 'la alfabetización, los registro y cosas as'í; una vez controlado el poderpolíticomoldea 'ef sistema fiscal de modo que convenga a sus intereses de corporación. Se citan algunas pruebas empíricas: laeducación superior, en California y en otros lugares es subsidiada por el Estado con el ingreso general, pero los beneficios del sistema universitaria- recaen sobre todo en los hijos de las clases medias y las superiores; del mismo modo, la protección policiaca sirve principalmente a las clases poseedoras; etcétera. Esta clase de argumento es por supuesto familiar gracias a la tradición marxista, que por lo menos en su versión más primitiva o "vulgar", mira al Estado como el "Comité 'eje cutivo de la burguesía" y denuncia como hipocresía toda afirmación de que puede concebirse que sirva al interés generala público. Resulta un poco sorprendente encontrar un razonamiento tan "subversivo" entre ciertos pilares del sistema de la "libre empresa". Pero no es ésta la primera vez que los odios compartidos forjan extrañas camaraderías. El odio que se comparte en este caso se dirige contra la tentativa de reformar algunos rasgos desdichados o injustos del sistema capitalista por medio de intervenciones y programas públicos. En la extrema izquierda se critican tales programas porque se teme que cualquier éxito que puedan alcanzar reduciría el celo revolucionario. En la derecha, o entre los economistas más ortodoxos, se les somete a críticas y a burlas porque cualqu i er intervención del Estado, en particular cualquier aumento de los gastos públicos para fines que no sean la ley, el orden y tal vez la defensa, se considera una interfere ncia nociva o fútil en un sistema que se supone es autoequilibrador.
La "Ley de Director" de Stigler habría de ser invocada a menudo, con o sin el debido reconocimiento, en los años subsiguientes de creciente ataque al Estado benefactor. --¡ Én .197.9 publicaron Free to choo,) ¡ se, que contenía un capítulo intitulado "Cradle to grave". \.. Escribieron allí, entre otros numerosos argumentos contra el Estado benefactor: Muchos programas tienden a beneficiar a los grupos de ingresos medios y altos más que a los pobres, a quienes se supone qu e se dirigen. Los pobres tienden a carecer no sólo de las capaci dades valoradas en el mercado, sino también de las capacidades requ eridas para tener éxito en la rebatiña política por los fondos. En realidad su desventaja en el mercado político es probablemente mayor que en el económico. Una vez que los reformadores bienintencionados que puedan haber contribuido a que se adopte una medida de bienestar han pasado a su siguiente reforma, los pobres se quedan solos para pel ear por sí mismos y casi siempre serán derrotados."
Gordon Tullock dio al mismo argumento un tratamiento en forma de libro unos pocos años después. El título del libro, Welfare for the well-to-do no dejaba nada a la imaginación. No parece haber tenido mucha repercusión, tal vez por esa misma razón o tal vez porque alineaba menos datos aún que el artículo de diez páginas de Stigler. 1.....0 mismo puede decirse del tratamiento ampliado que ofreció Tullock en su Economics ofincome redistributianl! El único apoyo empírico del argumento era la afirmación de que en Inglaterra la tasa de mortalidad de los pobres subió en lugar de bajar después de la introducción del Servicio Nacional de Salud: 3Z una vez más un proponente 29 Milton Friedman & Rose Friedman, Free to choose , Nu eva York, A v on Books, 1979, p. 109. 30 Gordon Tullock, Welfare for the well-to-do, Dalias, Fisher Institute, 1983. 31 Gordon Tullock, Economics 01 income redistribution, Hingham, Mass., Kluwer Nijhoff, 1983. 32 Ibid., p.100-101.
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del argumento de la futilidad sentía la necesidad de añadir
una gota de efecto perverso para mayor efecto retórico. Si una estadística aislada como la que acabamos de cí tar es por supuesto incapaz de probar algo, un estudio serio de uno de los mayores programas de bienestar de los Estados Unidos sí despertó gran preocupación sobre una parte considerable de la transferencia de pagos patrocinada por el Estado b enefactor que acababa en manos de grupos de ingreso medio o incluso alto para los que difícilmente pudo pensarse. Martín Feldstein - que habría de convertirse más tarde en asesor económico del arguyó que esto podría ser así en el caso de la ca mpensac íón por de sempleo. Al comienzo del artí cu lo' d ice que es crib e para exorcizar u n "p ernicioso mito": a saber, " qu e los que cobran una compensación de desempleo son p obres o serían pobres si no la cobraran" .33 Las "m uy sorprendentes" estadísticas expuestas en el artículo mostraban que "el número de familias que reciben compensación de desempleo y el valor de los beneficios recibidos se distribuye entre los .niveles de ingreso aproximadárríen t é é n proporción que la población en su conjunto....La mitad de los beneficios van a las familias situadas en la mitad superior de la distribución de ingreSOS".34 ¡Peor aún -proseguía mostrando Feldstein-: si se comparanlos receptores de ingresos más altos y más baj os, la distribución de la compensación por desempleo es francamente regresiva! (Cálculos más completos, referidos en una n ota subs iguien te, corregían esta "an om alía" p articular y eran en general mucho menos "sorp ren den tes:" )" 33 M artín Feldstein, " U ncmployme n l com pensa tio n: Advers e mcenu v c- an d dis trí bu tion at an o rna lies", N ational Tax Journal, 27 d e j unio de 19 74, pp . 231-244 ; cita e n la pági na 23 L 34 Jbid. , p. 237 . 35M artin F el dst e in , " N ew evidencc 0 11 the d ls tribut to n of u ne m p loym e n l in su ran ce be nefi ts" . Na tional Tax Jo um al , 30 d e j unio de 1977, pp. 219 ·222.
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I ntentan do explicar estos extraños e in quiet antes hallazgo s estadísticos, Feldstein sugirió que los pobres: ...tien en más p robabilidad es de tr abajar en empleos sin cob ertura, d e hab e r tr ab aj ado d e m asi ad o poco p ar a calificar se como bene ficia rios o d e h a bc t abandonado su último emp leo [en lugar d e arre glárselas para se r despedidos]... Par el contrario, las p erson as de ingresos medios y altos tienen más probabilidades de tr abaj ar en em pleo con cob ertura y de hab er g anado lo su ficient e para . , maxima. /.' 36 calificarse para 1os b ene fici l ClOS d e duracion
En general, los receptores de ingresos medios y altos están m ás preparados, naturalmente, para sacar t odos los b eneficio s accesibles en el sistema . Además, con un imp uesto sobre la renta progresivo, la exen ción.de impues tos sobre la renta de los beneficios por desempleo que es taba vigente cuando se escribió el artículo era mucho m ás valiosa para los receptores de ingresos al to s que p a ra los de ingresos bajos. Esta particular ven taja para los re cep tores de ingresos altos era claramente una consecuencia involuntaria: la exen ción provenía de 1938, época en que los impuestos eran bastante b ajos y sólo se ap licaban 31 4 % de la población. La exención siguió vigente durant e mucho tiempo p or pura inercia. D espués , a fines de la década de los setenta, se e mp ezó a limi tarla poco a p oco, en parte según el efecto del artículo de Feldstein ; finalmente, en 19861a nueva ley de reforma fisc al incluyó todos los beneficios por des empleo en el in greso gravab le y con e 110 puso fin a una desigualdad particularmente conspicua e n la administración de este programa específico de bienestar. Este episodio muestra sin duda una considerable "injer en cia benéfica de los no pobres en la operación del E stado benefactor", para usar la feliz expres ión de u na p ub licació n ingle sa que analiza y critica el fe nó m e no des36
Felds te in, " U nem ployrnen t cornpen sau on", op. cit ., p. 2 57.
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organismos de vivienda p atrocinaban lo que se llamó programas de lotes y servicios: la oferta y la financiación públicas se limitaban a hacer accesibles los servicios básicos en lotes adecuadamente subdivididos dond e se dejab a a los ocupantes cons truir sus casas con su pro pio esfuerzo, Finalmente, acabó por considerarse que la asistencia pública más útil al alojamiento era la que se centraba en ofrece r transporte público y se rvicios b á ;; ICOS a vecindad es ya construidas,"de muy bajo estándar" y listas para el bulldozer ante los ojos de los observadores de clase media. Aquí vienen a cuento varías observaciones. En el caso de la compensación por desempleo, la inclusión en los beneficios de los que no son pobres tenía un componente importante -la exención del impuesto progresivo sobre la renta- que surgía impensadamente como resultado de desarrollos ocurridos después de establecerse el esquema de compensaciones. En el caso de la vivienda barata, debe decirse ante todo que incluso la que era inadecuada para los P( I bres cumplía un genuino propósito social puesto qu e llevaba alivio a la agobiada clase media de las ciudades latinoamericanas. En segundo lugar, construir viviendas baratas y ser criticados por sus inconvenientes se convirtió en una valiosa experiencia educativa para los funcionarios públicos y los organismos de vivienda. Les ayudó a visualizar las dimensiones reales de la pobreza urb un a. Finalmente, las imágenes tradicionales de las "s olu ciones" al "problema habitacional" en gran parte importadas de países más adelantados fueron re1aboradas, y se crearon métodos de intervención pública que tenían más probabilidades de llegar a los elusivos "más pobres entre los pobres". Resulta por muchos motivos que la historia de la inclusión de los no-tan-pobres en 10"5 beneficiosdeunos programas dirigidos a los pobres es a la vez mas-compleja y
de la izquierda." Pero el modo en que se desarrolla la historia en el caso del seguro de desempleo se aparta significativamente del esquema de Director-Stigler. Una interpretación más caritativa de 10 que podría estar sucediendo la sugiere también un programa de bienestar qu e ha sido prominente en los países en desarrollo. En vista de la reciente afluencia de población rural h acia las ciudades en el Tercer Mundo, particularmente en Latinoamérica, a partir de la década de los cincuenta en muchos países se iniciaron programas de vivienda pública o subsidiada. Al principio las unidades habitacionales construidas por esos programas en casi todas partes eran demasiado caras para las familias más pobres cuyas necesidades de alojamiento se suponía que debían satisfacer. E n consecu encia, esos alojamientos resultaron accesibles ante todo para la clase media o la clase media baja. Una varie dad de factores contribuía a ese resultado: el deseo, por parte de los p olíticos, de mostrarse "entregando una casa bonita"; la ignorancia de los planeadores y de los arquitectos en cuanto al tipo de vivienda que la gente pobre podía permitirse; la falta de disponibilidad de materiales y métodos de construcción baratos; y en particular en la zona tropical, la opción que se abría ante los pobres de construir sus propias casas con su propio trabajo y con una diversidad de materiales muy baratos, desechados o " encon t rados ", en terrenos "libre s" (conseguidos mediante la invasión, 10 que en inglés llaman squatting y en algunos países de lengua española "paracaidismo"). Los programas subs iguien tes para ayudar a los pobres en sus necesidades de vivienda aprendieron de esta experiencia y lograron llegar mejor a los verdaderamente pobres. Por ejemplo, las autoridades municipales o los 37 Roben E. Go odin y Julian LeGrand, No I only the poor: The middle classes and rhe Welfa re State , Londres, Alí en & U nwin, 1987.
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menos cínica de lo que da a entender la versión que atribuye por compl eto la desviación de fondos a la mayor fuerza O al mayor "poder'de los 'm ás ' desahogados. En particular, ei análisis crítico de los re sultados alcanzados y de las "anomalías" (término de Feldstein) con que tropezaban los fu ncionarios, los científicos sociales y otros observadores puede desempeñar un papel correctivo significativo en un proceso continu o de elab oración de políticas. R EFLEX IONES E N TORN O DE LA TESIS DE LA F U TILI D A D
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Durante cada uno de nuestros tres episodios la tesis de la futilidad ha quedado incorp orada en razonamientos de formas bastante diferentes. En este asp ecto se dis tingue del alegato de la p erversidad, po r cuya enunciación monóton a y casi automática he ofr ecido ya disculpas. Sin embargo el argumento de la futilidad equivalía cada vez a una denegación o a un rebajam iento del cambio frente a movimientos memorables ap arentenemente enormes tales como la Revolución francesa, la tendencia al sufragio universal y a las instituciones democráticas du r ante la última parte del siglo X IX, o la su bsiguiente emergencia y exp ansión del Estado benefactor. El atractivo del argumento consiste en gran parte en el notable hecho de que contradice, a menudo con obvio regocijo, el entendimiento de sentido común de es os acontecimientos, que los ve llenos de trastorno, cambio o reforma real. Aparece en p articular una considerable similitud de razonamiento entre dos de nuestros episodios: la crítica de la democracia en m anos de Mosca y P ar eto, y la cr ít i-
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ca de las políticas del Estado benefactor por pa rte de Stigler y sus seguidores. >i< ·En ambos casos se muestra qu e las tentativas de cambio político o económico no llegan a nada porque desatienden alguna "ley" cuya existencia se pretende que ha sido establecida por la ciencia .social. La ambición de democratizar el poder en la SOCIedad por medio del establecimiento del sufragio unive rsal es risible a los ojos de Pareto, quien había inve stigado la distribución del ingre so y la riqueza y había encontrad o qu e en to das partes sigue invariable un patrón muy desigual qu e vino a conocerse com o Ley de Pareto. Dado qu e el ingreso se distribuía de esta m anera sujeta a ley, y qu e las antiguas jerarquías habían quedado desmanteladas por la era de la burguesía, para Pareto resultaba obvio qu e la sociedad mo derna era en realidad una plutocracia - térmi no fav ono rito suyo, junto con " expoliación". La alab ad a era otra cosa que una máscara que ocultaba la realidad de la plutocracia. A su vez, la Ley de Hierro de la Oligarquía de Roberto Michels estaba modelada estrechamente con las ideas de Mosca y Pareto, y la Ley de Director, tal como la enuncia Stigler, puede considerarse igual mente com? descendient e directa de las construcciones de P areto y Mi chels. al P are to y Michels no tenían ninguna duda carácter de ley de las regularid ades qu e hab ían descub ierto, y Pareto en particular obviamente se enorgu llecía de qu e su nombre quedara unido a ellas. Sól o en este aspe cto hubo algún cambio durante la subsiguiente manifest aci ón de la tesis de la futi lida d. Cuando Stigler escogió a su vez proclamar una regularidad con aspecto de ley natural que norma el campo socioeconómico y aplasta invariablemen' E l rest o de es te ca pítu lo se cent ra en esas dos en carn acion es de la tesis de la fut ilidad . Comparten un a preocupación por la reform a po lítica y social e l presente, mientras qu e la contribución de Tocqueville era una nuev a int erpre tació n de acontecimientos pasados.
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te las tentativas de redistribución del ingreso, prefirió darle el nombre de un colega mayor y un tanto oscuro. La humildad que demostró así Stigler se explica tal vez por su deseo de aumentar la autoridad de la "ley" al no proclamarla como propia. O bien puede haber deseado poner alguna distancia entre él mismo y la regularidad que anunciaba: después de todo, en los setenta años que habían transcurrido desde que Pareto descubrió su ley, la fama de la cie ncia social como capaz de aportar "leyes" verdaderamente válidas había sufrido considerable menoscabo. En cualquier caso, la tesis de la futilidad se adelantaba de nu evo esencialmenté-;;ri-la -tan bien había servido a Pareto y a Michels: la que gobierna elmundo. social, recientemente descubierta por la ciencia social y que actúa como barrera Insuperable para la Ingeniería social. En este punto se manifiesta una diferencia mucho más considerab le entre b tesis de la perversidad y la tesis de la futilidad. A primera vista puede haber parecido que la tesis de la futilidad, lo mismo que el efecto perverso, se basa en la noción de las consecuencias imprevistas de la acción humana. Salvo que cuando se invoca la futilidad en lugar 'Cle los efectos colaterales no deseados borran sólo la acción original, en lugar de ir tan lejos como para producir un resultado que es el opuesto del que se b uscaba. Pero la tesis de la futilidad no está construida en ab solut o de esta manera, como si fuera sencillamente u na versión suavizada de la tesis de la perversidadvBn su argumento, las acciones o las intenciones humanas se frustran no porque desencadenen una serie de -'efectos colaterales, sino porque pretenden cambiar 10 incambia, ble, porque ignoran las estructuras básicas de la sociedad. 'Las' dos tesis se basan por consiguiente en visiones casi opuestas la acción social y humana intencional. El efecto perverso mira el mundo social como
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notablemente volátil, con movimientos que llevan siempre de manera inmediata a una diversidad de movimientos contrarios insospechados; los abogados de la futilidad, por el contrario, ven ese mundo como sumamente estructurado y desenvolviéndose según leyes inmanentes, que las acciones humanas son ridículamente impotentes para modificar. La comparativa suavidad de la pretensión de la tesis de la futilidad - que las acciones humanas que persiguen un fin determinado quedan anuladas en lugar de lograr lo exactamente opuesto - es pues más que compensada por lo que llamé antes su carácter insultante, por el despectivo rechazo que opone a toda sugerencia de que el mundo social podría abrirse al cambio progresivo. No es sorprendente pues que ambas tesis tengan afinidades ideológicas muy diferentes. En la formulación clásica de De Maistre del efecto perverso es la Divina Providencia la que frustra a los actores humanos. Al producir un resultado que es exactamente el opuesto de las intenciones humanas, casi parece tomarse un interés y un deleite personales en la "dulce venganza" y en la demostración de la impotencia humana. Cuando se trata de la tesis de la futilidad las acciones quedan burladas y frustradas sin esta clase de pique personal: se muestra que no tienen pertinencia puesto que chocan con alguna majestuosa ley que gobierna impersonalmente. De esta manera el efecto perverso tiene una afinidad con el mito y la religión y con la creencia en una intervencion sobrenatural directa en los asuntos humanos, mientras que el argumento de la futilidad está más ligado a la creencia subsiguiente en la autoridad de la ciencia yen particular a la aspiración del siglo XIX de cons truir una ciencia social con leyes tan sólidas como las que se creía entonces que gobernaban el universo físico. Mientras el efecto perverso tiene fuertes conexiones con el romanticismo, los argu-
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mentos de la futilidad de Mosca, Pareto y Michels invocaban a la ciencia y estaban idealmente adaptados para dar la batalla a la marea creciente del marxismo y a las pretensiones científicas de ese movimiento. La diferencia entre las pretensiones de la perversidad y de la futilidad queda bien esclarecida por algunos desarrollos muy recientes de la economía. En el capítulo anterior señalé que e l efecto perverso es familiar a los economistas porque surge de los dogmas más elementales de su disciplina: cómo la demanda y la oferta determinan el precio en un mercado autorregulado. Las interferencias en el mercado, tales corno los controles de la renta o 1a legislación del sa lar io mínimo, so n ejemplos ac a démicos bien conocidos de acciones humanas contraproducentes, es decir del efecto perverso. La mayoría de los economistas están de acuerdo en que, en ausencia de argumentos incontrovertibles en sentido contrario (y la legislación del salario mínimo es un caso pertinente), la política económica debe evitar regular la cantidad o el precio de los mercados individuales debido a la probabilid ad del efecto perverso. Aunque participando en este consenso acerca de la microeconomía, Keynes y los keynesianos argumentaron en favor de una política macroeconómica in tervencionísta sobre la base de que la economía en su conjunto puede caer en una inmovilidad no desead a en algún punto en que haya un desempleo masivo, junto con una excesiva capacidad de la maquinaria y otros factore s de la producción. Esta doctrina logró autoridad intelectual y política en las primeras décadas de alto crecimiento de la posguerra, pero empezó a ser impugnada en la década de los setenta, con la inquietante experiencia de la creciente inflación acompañada de estancamiento económico y de desempleo relativamente alto. Las doctrinas contrarias que alcanzaro n mayor éxit o dentro de la profesión económica
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son conocidas con las etiqu etas de "m onetarism o" y en particular de "nu eva economía clásica" o "exp ectativas racionales" , Desde nuestro punto de vista, el he cho interesante en esos ataques al sistema y a las p olíti cas keynesianos es que se formulaban según los lineamientos de la f utilidad más bien que de la perversid ad . E n otras palabras, los nuevos críticos no alegaban que las políticas monetarias o fiscales keynesianas profundizarían una recesión o aumentarían el des emple o; más bien se m ostrab a cómo las políticas keynesianas activistas llevarían , sobre todo si se anticipaban mucho, a exp ectativas o consigu ientes comportamientos por parte de los operadores e conómicos tales que anularian las políticas oficial es, las h arían inoperantes, ociosas: fútiles, Una vez m ás, esta clase de argumento es en apariencia menos extremoso, pero a fin de cuentas mucho más irritante. * Una distinción p arecida entre la tesis de la perversidad y la tesis de la futilidad se relaciona con el grado de eficacia (o impotencia) de la acción humana. A primera vista, una vez más, la declaración de perversid ad p;we ce m ás seria que la de futilidad: cuando una ac ción dirigida a una meta deseable es activamente contraproducente, el resultado es más nocivo que sila acción fu era meramente ínefectiva. Esto no deja de ser cierto, pero desde el punto de vista de la evaluación d e las posi bilidades de éxito de una acción humana in tencional, la tesis de la futilidad es más devastadora que la tesis de la perversidad. Un mundo donde el efecto perverso es desenfrenado sigue siendo acc esible a la intervención humana o so ciaL Si resulta que la devaluación del tipo de cambio deteriora la b al anza de p agos en *Un eje mplo: en una entrevista en la qu e discute la leo n a de las expecta tivas raciona les, Franco Modigliani utilíza repetidamente términ os co mo "a bsurdo ", "ofensivo", " dis pa ra ta do"; para un a persona que es en gen eral re primida y ed ucada has ta el exceso, es és te sin duda un len guaje fue rt e. V éa se tam bi én Arj o Klam er , Con versations witti ccon omists , Toto wa, N . J ., R owman & A lIanhcld, 1983, pp , 123-124.
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lugar de mejorarla, Zpor qué no experimentar con una re valu aci ón de ese tipo? Del mismo modo, si se encuentra que la utilización de los cinturones de seguridad y los límites de velocidad aumentan en realidad el índice de accidentes, es concebible que las cosas puedan orientarse en la buena dirección prohibiendo los cinturones de seguridad y obligando a los automovilistas a circular a velocidades mínimas en lugar de máximas. En cambio, en la medida en que la declaración de futilidad es válida, no hay esperanza de que ninguna intervención u orientación resulte exitosa o efectiva, para no hablar de cualquier "afinación". Se muestra que las políticas económicas o sociales no tienen en absoluto contacto con la realidad, que está gobernada, para bien o para mal, debido a "leyes" que por su naturaleza no pueden ser afectadas por la acción humana. Además, semejante acción será probablemente costosa, Y siendo un ejercicio fútil será sin duda desmoralizadora. Sólo una conclusión puede sacarse: la más extrema abstención es lo recomendable en lo que se refiere a todo plan político remedi ador, y allí donde se aplique el argumento de la futilidad, las autoridades harán siempre bien en atarse a sí mismas, tal vez mediante reglas constitucionales, para resistir al vano y nocivo impulso de "hacer algo" . Finalmente, los abogados de las declaraciones de perversidad y de futilidad tienen maneras más bien diferentes de enfren tarl as con sus antagonistas. Los analistas que tropiezan con un efecto perverso quedan por lo general tan impresionados por su descubrimiento y tan deseosos de proclamarlo como una visión original y corno un acontecimiento imprevisto e indeseado por todo el mundo, que se sienten inclinados a considerar a los responsables políticos cuyas acciones han llevado a esas consecuencias desfavorables como inocentes de los desastres que han p rovocado, y por tanto llenos de buenas intenciones que se
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han visto así frustradas. Para expresar esa idea utilizan de manera amplia y condescendiente términos como "bienintencionados" y "de buena voluntad". Quienes iniciaron la cadena de acontecimientos que llevó al resultado perverso son presentados como faltos, de manera ridícula y a veces culpable, del entendimiento elemental de las complejas interacciones de las fuerzas sociales y económicas. Pero por lo menos no se impugna su buena fe - al contrario, funciona como la contraparte necesaria de su incurable ingenuidad, que es la misión de los lúcidos científicos sociales exponer. Con la tesis de la futilidad hay un cambio considerable. Una vez más se muestra típicamente que las políticas que pretenden dar poder a los desprovistos de poder (por medio de las elecciones democráticas) o mejorar la suerte de los pobres (por medio de las disposiciones del Estado benefactor) no logran nada de eso sino que más bien mantienen y -consolidan las distribuciones de poder y de riqueza existentes. Pero en la medida en que los responsables de las políticas se cuentan justamente entre los beneficiarios, se suscita la sospecha de que no son en absoluto inocentes ni bienintencionados. Su buena fe se pone en entredicho, y se sugiere que la justicia social y otros fines parecidos que sirven de justificación a las políticas perseguidas no son sino cortinas de humo que ocultan los motivos más egoístas. De ahí algunos títulos como Welfare for the well-to-do, y ciertos aforismos como los del barón de Lampedusa citados al comienzo de este capítulo. Lejos de ser ingenuos y llenos de ilusiones, los responsables políticos "progresistas" de pronto se presentan como astutos intrigantes y malvados hipócritas. Sin embargo, la situación no es tan clara como la he descrito. La proclamación de perversidad, asociada durante mucho tiempo con el punto de vista que consideraba
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a los responsables políticos intervencionistas como equivocados pero "bien intencionados", se ha contaminado últimamente con el juicio opuesto, que ve a esos responsables políticos como motivados por la "búsqueda de rentas", es decir por el deseo de expoliar (como diría Pareto) a sus conciudadanos gracias a la creación de posiciones de monopolio que se prestan a la extracción de beneficios monetarios u otr05. 38 Inversamente, los promotores de la proclamación de futilidad que "desenmascaran" a los reformadores como motivados en realidad por hábiles conveniencias personales, siguen reprendiéndolos por su enorme aunque "bien intencionada" ingenuidad.
La complicación de la futilidad
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Sean o no ingenuos o egoístamente hábiles los abogados de las políticas "progresistas", la tesis de la futilidad medra "desenmascarando" o "exponiendo", demostrando la incongruencia entre los propósitos proclamados (establecimiento de instituciones democráticas o de programas de redistribución de la riqueza) y la práctica efectiva (continuación del gobierno oligárquico o de la pobreza de las masas). Lo que complica el argumento es que la futilidad se proclama demasiado pronto. Se abalanza sobre la primera prueba de que un programa no funciona de la manera anunciada o de seada, de que está siendo obstruido o desviado por las estructuras y los intereses existentes. Hay una precipitación en el juicio y no se deja margen al aprendizaje social o a las decisiones políticas en aumento y correctivas. Muy al contrario que el admirable y reflexivo científico social, las sociedades y sus responsa38 Véase Anne O, Krueger, " Th e polítical economy of the rent-seeking society", American E conomic Review, 64, mayo .de 1974, pp . 291-303; YJames M. Buchanan y otros (comps.), Towarda theoryofrherem-seekingsociety, CollegeStatíon , Tex as, A&M University Press, 1980.
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bles políticos se da por sentado que carecen por co:-nplcto de la capacidad de emprender ur:a se supone también que tienen una d.e tolerar lo que se llama por lo comun hipocresía, es .... c cir la incongruencia entre los valores proclamados y la p r áctica efectiva. La principal crítica a la tesis de la futilida? ten?rá. que \ ser pueslade que no se toma e.n seno a Si ; ya sus propios efectos en los acontecimientos, La historia relativa a un abismo cada vez más profundo entre las metas proclamadas y los s? ciales no puede de ningún modo terml.nar A medida que. asimilada por los oyentes, la historia instaura y activa una dinámica que o bien se cumple por st misma, o bien se refuta por sí misma. La dinámica es de autocurnplimiento puesto que las afirmaciones sobre la de sentido de los cambios y reformas propuestos la resistencia a su ulterior emasculación- y a su deci dido abandono: en este sentido, puede decirse qu e y Pareto contribuyeron al ascenso del fascismo en Italia, precipitando en el ridículo y el a, instituciones democráticas. A su vez, la dinámica sera de autorrefutación puesto que la tensión misma suscitada por la proclamación de futilidad lleva a nuevos esfuerzos, determinados y mejor informados, para lograr un cambio real. La tesis de la futilidad sufre con ello una notable transformación: se torna notablemente activista, siendo que su actitud inicial es la de un observador frí? y burlón de la locura y el autoengaño humanos; y cualqu ier verdad que revele la tesis resu1ta efímera, cuando estaba tan segura de que sus pronunciamientos basaban en algunas "leyes" inalterables del mundo socIal.. , . Debido a su actitud despectiva y denunciadora hacia los "pretendidos" cambio y progreso, la tesis de la futilidad
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pertenece de plano al ámbito conservador. Es en efecto una de las armas principales del arsenal reaccionario. Sin emb a rgo, como tal vez se haya notado ya, tiene un a estrecha afinidad con ciertos argumentos que vienen del otro extremo del espectro polítíco. La conjunción de argumentos radicales y reaccionarios es una característíca especial de la tesis de la futilidad. Mientras que el argumento del efecto perverso adopta un punto de vista extremadamente serio ante las líneas políticas, sociales y económicas que considera contraproducentes, la tesis de la futilidad ridiculiza más bien esas tentativas de cambio por ineptas o algo peor. Se muestra que el orden social existente es experto en reproducirse a sí m ismo : en ese p roceso derrota o coopta muchas tentativas de introducir cambios o progreso. Este es el punto donde el argumento muestra un notable aire de familia con el razonamiento radical. Este último ha tomado muchas veces a los progresistas o reformadores por ignorar las " estru cturas" básicas del sistema social y alimentar y propalar ilusiones acerca de la posibilidad de introducir, sin cambios previos "fundamentales" en esas estructuras, tal o cual mejora' "parcial", corno por ejemplo un modo más democrático de gobernar o una educación primaria universal o ciertos programas de bienestar social. Si algunos de esos rasgos son efectivamente legislados, el paso siguiente consiste en alegar que el patrón de dominación prexistente no ha cambiado en realidad: únicamente se ha hecho m ás difícil imaginar su intrincado funcionamiento, a pesar, o acaso debido a los cambios. En este punto se utilizan muchas metáforas como "máscara", "velo" y"disfraz", y los analistas sociales, como sus contrapartidas conservadoras, ofrecen amablemente el servicio de arrancar la máscara, de levantar el velo y de hacernos ver a tr avés del disfraz.
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A esos críticos no parece ocurrírseles nunca que la tensión entre las metas anunciadas de un programa social y su efectividad real pide una historia más compleja que la que configura el contraste entre máscara y realidad. La relación que está implícita en esta trillada metáfora puede cambiar ocasionalmente de manera drástica, según la dialéctica que algunos de los críticos profesan admirar: la llamada máscara puede arreglárselas para subvertir la realidad en lugar de ocultarla y pervertirla. Como lo expresé en otra ocasión, la metáfora más apropiada, sugerida originalmente p or Leszek Kolakowski, es en ese caso la de la túnica de Nesos de la antigüedad, que quema al que se la pone." De hecho, por medio de sus denuncias del abismo que separa los objetivos anunciados de una línea política y la realidad, nuestros críticos conservadores o radicales lo que hacen es tejer con aplicación precisamente ese ropaje. Pero tal vez sea mejor en conjunto qu e no se den cuenta de esa función; de otro modo sus reprimendas podrían perder parte de su eficacia para incitar a la acción. Le gustaría a uno verlos de vez en cuando un poco'--, menos desengañados y amargos, acaso con una gota de esa ingenuidad que son tan dados a denunciar, abriéndose un poco a lo inesperado, a lo posible...
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Véase Albert O . H irschman , "Ideology : Mask or Nessus shirt?", Comparison of econornic systems, Al exa nder Ecksteín (corn p) , Berkel ey, Un ive rsi ty o f Ca 1iforn ia P ress, 1971, p. 295. 39
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Los ARGUM E NT OS de l e fec to pe rverso y de la te sis de la fu tilidad proceden según líneas muy di fer en tes pero tienen algo en común: ambos son notabl em ente sencillos y escuetos ; es natural qu e en eso consista gran par te de su atractivo. En ambos casos se muestra cóm o las acciones e mp rendid as pa ra alcanzar cierto objetivo fra casan miserab lemente : o bien no se produce nin gú n cambio en absoluto, o bi en la acción de semboca en un re sultado qu e es el op uesto del qu e se deseaba. Es sorprend ent e en re alidad que haya podido dar cuenta de una amplia e imp ortan te parte de los argumentos reaccionarios co n esas do s cat egorías ext remas . P ues hay una tercera manera de argumentar, más de sentido común y moderada, contra un cambio qu e, debido al estado preva lecient e de la opinión pública, uno no tiene inconveniente en at acar de frente (e sta es, he afirm ad o, la marca característi ca de la re tó ric a " reaccionaria"): afirma que elcarnb ío propu esto , aunqu e . acaso deseable en- sí- rillsmo, implica costos o consecuencias de uno u otro tipo in acep tables. Hay varias man eras ge néricas de ar gu mentar segú n est as líne as. Algunas de ellas fuero n p arodiadas con pe ricia, a principios de este siglo , por F . M. Corn fo rd, conocido erudito clásico de la U niversidad de Cambridge, en un folleto titul ado Microcosmographia academica. * Pre"Publicado por primera vez e n 1908, el Iolleto alcanzó co nsidera ble notoriedad en los circulos u nive rsit ari os in gleses y se ha re edita do a men ud o . Cu and o da ba co nfer en ci as en diversos m ed ios académ icos de par tes del presen te l ibro , los mi embros del pú blic o qu e t en ían un a fo r m aci ón de Oxbr idge me r emiHan in fa liblement e al en sayo de
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Co rnfo rd . Es toy agra deci do a esas personas , en part icul ar a Joh n E llio t, q ue me pres to su eje mplar de la segu nda edición (Camb ridge , Bow es & Bowes, 1922) . Co rníord parece ser e l ú nico e ntre lo s a nalis tas d el con servadurism o qu e com pa r t e mi in te r és en la
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sentand o su ensayo como u na "Guía del joven político académico" . Co rn ford p re te ndía ofre cer consejos ace rca de la mejo r mane ra de ganar amigos e influencia oponiéndose a cualquier cambio en los procedimientos académicos, fingiendo a la vez estar de acuerdo "en principio" con los reform ad ores. E n este proces o, Cornford distinguía en tre dos principales "argum en tos políticos": el p rincipio de la cuii.a y el pri ncipio de l p reced ente riesgoso. He aquí sus cap richosas definiciones:
(intrínse camente correcta o justa). Lo que Cornford llama e l p rinci pi o de la cuii.ase conoce tal vez más a menudo hoy como "el borde delgad o de la cuii.a" y está implícito en . varias metáforas relacionad as con ésta: un movi mi ento propuesto no es nada más que "un pi e en la rendija de la p ue rta", o "la pu nta del ice berg", o "la nariz del camello asomando en la tienda". La riqueza de metáforas da fe de la popularidad de los argumentos contra una acción sobre la base de que, aunqu e inatacable en sí misma, tendrá consecuencias desdichadas. Aunque las categorías de Cornford son penetrantes, seguiré aqu í una forma de argumentación diferente, basada en la estru ctura de l material hist órico qu e estoy trat ando. Como sa be mo s, T. H . Marshall utilizó ese material par a contar una edificante historia de expansión progresiva de los dere chos ciu dad anos a lo largo de los dos o tres pasad os siglos, desde la dimensión civil a la política y p or úl tim o a la socioeconómica. Pero esa historia de progreso sucesivo y acumulativo invita virtualmen te al ataque y a la subversión so bre la ba se de que el paso de una et ap a a la siguiente no tiene nad a de fácil. D e he cho, como se ha argumentado muchas veces, el progreso en las sociedades humanas es tan problemático, que todo "movimiento hacia ade lante" propuesto ocasionará graves daños a uno o a varios logros previos. E s éste un poderoso argumento contra toda nueva reform a. Cua ndo un a propues ta se recono ce corno deseable e n sí misma, po r lo general hay una importante dificultad par a ata carla persuasivamente arguyendo que sus cost os o sus conse cuencias desdichadas so n excesivos en re lació n con sus beneficio s. Tal afirma ción impli ca una comparació n fuertemente subjet iva entre un os costos y unos beneficios heterogéneos. Pero sí pue de dem ostrarse que dos reformas son en algún sentido excluyentes, de modo que la
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r uste d ac tu a r con mayor justicia aun en el futuro - expe ctativas que tem e u-:"d no ten er el val or de satisfacer.., E l p rinc ipio del p reced ente riesgoso en que no deb e usted rea lizar ahora una acción confesada me nte justa p or tem or a no ten er el valor de actuar co n jus ticia en algún caso futuro que, ex hypothesi, es en es e nci a diferente, pe ro supe rficialme nte se pa rec e al caso pre sente (páginas 30-31) .*
En realid ad los dos principios están estrechamente relacionados . Quienes argu mentan segú n estos lineamientos no arguyen qu e la reforma p rop ues ta se a mala en sí mi sma; más bien p roclaman que llevará a una secuencia de acontecim ientos tales que sería riesgoso, im p rud en te o simplemen te ind eseable moverse en la dirección propuesta retórica de la oposición a la reforma más que en la filosoffa subyacente o We1 tans cñauu ng. D ifiero de él en que por mi parte estoy convencido de que el tema merecía más que 1..1/1 simple tratamiento joc oso. U na tentativa anteri or y más difusa de catalogar los argumentos contra el cambio o la ref orma aparece en el Handbook of political fal lacies de Jeremy Bentham, publicado por primera vez en una traducción francesa en 18 16, después en inglés en 1824 y de nuevo en 1952, editado por H . A. La rabee ( Balt imor c , Jo hns H opkins Press). Pero Bc nt ha m estaba más interes ado en re futar cie rtos argu me ntos que ha bía reunido a lo largo de los años que en examinar sus propiedades formales. "Com ford menciona brevemente: o tra razón común para oponerse a las propuestas . de reforma: la reform a, aunque intrínsecamente buena o justa, no debe adoptarse 1 porqu e "105 t iemp os no están maduros", A este princi pio se le bautiza encan tado ra mentc como el principio del tiempo inmaduro (p . 32) . 4
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más antigua qu e dará amen azada por la más nueva, entonces entra en el argu m ento un elem en to de comparabilidad y la valoración pue de p roceder util izan do u na "moneda de progr eso" vag amente común: ¿tiene acas o sentido sacrificar el ant iguo progreso en nombre del nuevo? Adem ás, con este argumento el reaccionari o r eviste una vez más los ropajes progresistas, argumenta como si el progreso nu evo y el an tiguo fu e ran ambos deseables, y mu estra entonces por lo común cóm o una nu eva reforma, e n caso de re alizar se, p ondr á m ort almente en riesgo la antigu a, muy apreciada, que ade má s tal vez se haya pu esto en obra sólo recientem ente. Las viej as conquistas o logros conquistados a alt o p recio no pueden darse por descontados y serán amenazados por el nuevo p ro gr ama. A este ar gumento lo llamarem os la tesis del riesgo; tendrá qu e implicar una argumentación más co mpleja que las otras dos, y fundarla his tóricamen te . Según el esquema tripartito de Marshalllas dimensiones civil, política y económ ica de la ciudadanía se establecieronsecuencialmente en e l transcurso de los tres pasados siglos. E n la m edida en que esta construcción capta la realidad histórica no s vemos llevados de inmediato a esp erar la aparición de varias clases de tesis del riesgo en m ed io de esos im pulsos hacia adelante nítid amente sucesivos. POLJ?jemplo, una excelente oportunidad de argumentarsegú n esos'line amientos se presentó cua ndo, en e l transcurso del siglo X IX, se propuso ampliar el sufragi o y el gobierno democrático e n países donde los derechos y libertades civiles esta ban ya fir m emente estab lecidos. Podí a esperarse entonces qu e los oponentes al sufragio conj ur aran la even tualida d de que esos der echos y libertades se perdieran com o resultado del proyectado avance de la de m ocra cia. Desp ués, cu and o se introdujo la segu ri da d so cial y la legislación de bienestar social relacionada con
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ella, los opone ntes a esta s m edidas po dían desp legar u n argu men to de doble ti ro.BlEstado benefactor, ar gumenta rán algunos, po ndrá p rob ablem ente en riesgo lo , adelanto s anteriores resp ecto de los derech os individuales (la p ri mera dimensión de la ciu dadanía deMarshall). h ab r á también tentativas de mostrar cómo el E st ado b enefactor es una amenaza a la gobernaci ón dem ocrática (la segu nda dimensión de Marshall). Más a menudo se combinar án los dos argumentos. E l esquema de Marshall arroja así de inm e diato do s tipos distintos de po sibl es argu men to s del riesgo: i) la de mocracia pone en ri esgo la lib ertad, y ii) el E stado benefactor pone en riesgo la lib ertad o la democracia o ambas cos as. Las dos afirmaciones han sid o en re alidad plan teadas, y en esa me dida se confirmará la V 8 lidez histórica y la utilidad del esquema de Marshall. Pero, como era de esperarse, cie rtos paí.c., s result arán territorios privilegiados para el desp liegue de las d ive rsas tesis. La razón, natu ralmente, es que el esquema secuencia l de M arshall fue concebido en los térm inos de la histor ia británica y es por consiguie nte m enos aplicable a los países do nde el pro greso de los derechos desde lo civil a lo político y a lo socioeconómico fue m enos firme, sec uencial u "ordenado". Pero las va riantes del argu m ento del riesgo resultantes serán en sí mismas instru ctivas, E n otro s a,;._,:ctos, de l mismo modo, nuestra pesquisa no só lo confirmará la persist ente utilida d de i esquem a de Marshall, sino que po ndr á también más en tela de juicio sus simplific aci ones. M arsha ll o mitió mencio nar la s p ode rosas oleadas "re acciona rias" q ue se precipita ron u na tras o tra p ara bloquear e incluso invert ir las qi'.'("', , '· extcn siones del concepto de ciuda da nía; pasó por alto tambi én la posibili dad de qu e esas extensiones pudieran se r mutuame!' .e confl ictivas de diversas maner as. E l proceso hi st ó-
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rico que él visualizaba era puramente incremental - un asp ecto o dimensión de la ciudadanía y del progr eso después de otro qu edaría establecido, sin plantear ningún problema de cohab itaci ón con el aspecto o los aspectos p revios, En la me dida en que el discurso re acci onario en torno de la tesis del riesgo saca a luz algunos problemas de este tipo, nuestra reseña servi rá de correctivo al op timismo de Marshall y llamará la atención acerca de dilemas y conflictos que son O podrían haber sido bastante reales.
fue vigorosa mente planteada por Tocqueville en su Democracy in Amelica, las múltiples tensiones entre las dos aspiraciones han sido descritas a fondo. En segundo lugar, el propio concepto de libertad ha resul ta do se r tan rico (y tan amb iguo) qu e se de mostró qu e abriga significados disti ntos y antagóni cos. Un famo so ejemplo es la le cción inaugu ral de Isaiah B erl in en 1958 e n Oxford, "D os co ncepto s de Ia lib er tad", en laque op uso una lib ertad "negativa" a u na liberta d " positiva".' La libertad negat iva se definía allí corn o la que hace qu e el individuo esté "l ibre de" ciertas interferencias por parte de los otro s individuos o las auto , idad es, mien tras que la libertad positiva co nsistía en ser "libre de " ejercer la tradicional virtud republicana por med io de la participación en los asu ntos pú b licos y en la vida política de la com unidad. Una vez más hay un claro traslape entre los concep tos de Berlin y los de Marshall: la dimensión civil de la ciudadan ía tiene mucho en co mún co n la libertad riegatíva, como la dimensión política de la ciud adanía con la libert ad positiva. Las interrelaciones y los p osibl es conflictos entré la libe rtad positiva y la negati va han da do lugar a una vivaz discu sión entre los filósofos políticos.' Otra fam osa distinción dentro del concepto de libert ad es la disti nc ión entre la libertad de los an tiguos y la libertad de los m odernos, que fue expresad a mu cho antes (en 1819) por Benjam ín Co nst an t.' Segú n Constant, la libertad
LA DEMO CRACIA COMO AM ENAZA A LA LIBERTAD
No es precisam e n te a lgo nuevo cuestionar la co mpatibilidad de la democratización, es decir de los avances en la participación política por la vía del sufragio u niversal, con el m antenimien to de las libertades individ ua les , los fa mosos "dere chos nat urales a la vid a, la lib ertad y la p rop ied ad" del siglo XVIII . La distinción de T. H. Marshall ent re los asp ectos civil y po lític o de la ciu da danía tiene afinidad ca n varias otras dicotom ías qu e, a diferencia de la de M arshall, se ha n juzgado durante mucho tiempo en términos ant agón icos. E n primer lugar est á la distinción entre la libertad y la igu aldad; se parece estrechamente a la pareja de Marsh all si, como es el caso a menudo, se entie nde la libertad como la seguridad dad a a cada ciud adano de sus "derech os natu ra les", mientras que la igualdad se supone que ha de realizarse por medio de la institución del sufragio universal. Aunqu e es ésta una con cepción muy limitada de la igualda d, su capacidad de entrar en conflicto con la lib ertad de los lib erales es considerable, y esa capacid ad queda aumentad a si se da a la igu alda d un sign ificado m ás amplio. D esd e qu e la Revolu ción fra ncesa prometió a la vez la libertad y la igualdad, y más aún desde que la cuestión de la compatibil idad
1 Isaiah Bert¡n, "T wo co nce p rs o f Iibcrty", reim preso en Be r f¡n, Four essays on liberty, Oxford, Oxfor d Univcrs ity Prcss , 1969, cap. 3. Berlin no me ncio na ni a T . H . Marshall ni a Benja mín Const am . 2 V éase O uen tln Skinne r, "T hc paradoxes of polltíc al liberty ", The Tann er L cctur es on Hum an Values, Salt La kc City, Unl versi ty of U tah Prcss, 1986, vol. 7, pp. Es te excelen te trabajo co ntiene ext ensas referencias . J Be njamín Co nst ant , "De la liberté des An c iens co m pa r ée a cc He des Mo derncs", en Co ns ta nt, D e la liberte ches les M odemes, Maree! Ga uche l (co mp.), París, Le LiH I..' de Poche, 1980, pp. 491 -51 8. La dis tinción de Cons tnn t e ntre Jos dos co nce p tos de liber tad puede rast rearse más atrás has ta madame de Sta él, hasta Emma nueJ Sieyes y
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de lo s antiguos era la intensa particip ación de los ciudadan os de la p ol is griega en los asuntos públicos, mien tras que la lib ertad de los modernos era, por el contrario, el derecho de los ciu dadanos a u n amplio espacio p rivad o dentro de l cual pudieran pra cticar sus religiones y llevar adelan te sus p ensamientos, ac tividades y asuntos co merciales. La similitud con las dimensiones p olítica y civil de la ciudadanía según Marshall es una vez más palmaria. Pero en gran medida Constant veía sus dos clas es de libertad como mutuamente excluyen tes: só lo así podía cri ticar a R ousseau (y a los revolu cio narios jacobinos influidos por el pensamien to de R ousseau ) por tomar com o p aradigma la libertad de los antiguos y por persegu ir consiguienteme nt e objetivos anacró nicos y utóp icos , con desastrosas conse cu en cias. E sta breve res eña de las dicotomías que se relacion an con la disti nci ón de Marshall entre los co mpon en tes civil y político de la ciudadanía da algu na idea de la riqueza y la complejidad de l tema qu e estamos a punto de abordar. Presenta ta mb ién la promesa de un a copios a cos echa de te sis del ri esgo. Debido a la vast edad del tema, me re ferir é a ciertas ocasion es impor tantes en las qu e el argumen to del ri esgo se ha expresado en un contexto histórico específico . En otras palabras, en luga r de entrar en la dis cusión general acerca de los mér ito s compar ativos y las perspectiva s de coexist encia de la demo cracia y la libertad, trataré de mostrar cómo los movimientos en la dirección del gobierno dem ocr ári.. o se han enfr entado a la oposición , a las
advertencias en contra o a los lame ntos sob re la base de que pondrían en riesgo la "libe rtad" en sus diversas form as. E l caso ejem plar en cuanto al pleno despliegu e del a tesis d el riesgo será el de la G ran B re tañ a durante el siglo XIX. Allí, al final de las Guerras Napoleónicas se hallaba un país con una larga tra dición de libertades ganadas y consolidadas su cesivam en te a lo la rgo de los siglos: la Carta Magna, el habeas corp us , la Ley de D e re chos, el de recho de petición, la libertad de pre nsa, y así sucesivam ente ; al mismo tiempo, el país tenía una tradició n igu almente fuerte de gobierno de y p or la nobleza. Entonces. hacia e l fin al del primer tercio y hacia el final del segundo tercio del siglo se libraron prolongadas y fieras batallas e n el parlamento, entre la opinión púb lica y ocasionalmen te en las calles, p or la extensión de l os derech os políticos, qu e resulta ron en las dos gr andes leyes de Reforma de 1832 y 1867. Corno esas batallas tenían lugar co ntra e l trasfondo de lib ertades estable cidas desde ha cía mu cho y m uy apreciadas, la tes is del riesgo se mostraría de hech o en el pi náculo e nt re los argumentos reu nidos por los oponent es a la reforma en una y otra oc asión.
aun hasta Rousse au. V éase "Madame de Sta él" (de Marccl Gauche t) en Fran co¡s Fu ret
y Mon a Oz ouf,Diclionn aire cririquede JaRévolution!ran f0ise, Parfs, Flarnmarion .1 988, pp- 214-228; R ou ssenu, a qu ien Co nsta nt critica por ignorar esa distinción, fue ocasionalme nte bastante consciente de ella, por ejemplo en sus Leures ecrites de la moTltagne, como se o bse rva en mis Shifting ínvolvemcnts, Princc ton , Prince ton U n íversity Press, 1982, p. 98 . [Existe edició n en españ ol del FCE.]
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fnglaterra: las grandes leyes de Reforma de 1832 y 1867
La Ley de Reforma de 1832 proponía extender el derecho al voto a to dos los jefes de fa milia varones qu e vivi eran en alojamientos urbanos (borough ) gravados con im p uestos anuales de diez libras esterlinas o m ás. Esta y otras m edidas seguían tod avía excluye ndo a un b uen 90 % de la p obla ció n adu lta, p ero p or primera vez concedían el voto a las clase s superiores ind ustri ales, comerciales y p rofesionales . E l nu evo p atrón monetario int roducía también un cr it eri o unive r sa l ista q u e d ejaba atrás e l sis tema tra dicional basado en la famili a, el clan y el uso an tiguo, a menu do su mamente caprichoso.
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RETÓRICAS D E LA INTRA NS IG EN CIA
El ra sgo n otable e n la adopción fina l de la Ley de Re for ma fue que los aristocráticos whigs y sus ali ado s, que la favore cían, eran tan h ostiles a una mayor extensión de l sufragio a las " m asas" co mo los recalc itrantes to ries que se oponían a la ley. A mb os grupos consideraban con horror esa perspectiva; impl icaba la " de m ocracia" -té rmin o ampl iam e nte utilizado como espantapájaros en lugar de "sufra gio universal" -, que so na ba progresista. E n su monografía clásica acerca de la Le y de Reforma de 1832, J .R. M. Butler observaba en 1914: La palab ra de mocraci a e n 183 1 ocupaba la posición qu e la pa lab ra socialismo oc upa hoy en un contexto similar. Se e ntendía en el se ntido de alg o vaga me n te te rribl e q ue po d ría " llegar" y " llegaría" si las clases respe tables no se mante nían unida s... algo cataclísmático e invasor. Si llegara la de mocracia el rey de los lords desa pa rece ría, y Jos viej os límit es de todas cla ses se r ían barridos:'
E sta clase de uso ge ne ralizado de l argumento del riesgo que dab a facilita da por el " culto a la constitución británica" qu e se había desp ertado en Inglater ra en e l siglo X VlII .' Co n los disturb ios revolucionarios en la ve cina Francia y los vigorosos escritos de E dmu n d Burke ese cul to resu ltó considerab lemente int en sificad o. U no de sus principales el em entos consistía en celebrar el delicado equilibrio qu e Inglat erra, se decía, había alca nz ado al m ez clar elementos de la rcalczu, la aristocracia y la democra cia. Los oponentes a la Ley de Reform a subrayaban el riesgo de que la exte nsión del sufragio destruyera ese equ ilibrio. Más en ge ne ral, se alegaba que p recisame nte porqu e la "constitució n" no h a b ía sido creada por el intelecto humano, n o debía se r cu estion ad a ni piso teada por los humanos, pues de lo co ntrario los p rivilegios de libertad de qu e goz ab a .l.R.M . Bu tler, 111c possing o/ ,IJ e great Refo n n 1JilI, Nu eva Yor k, A ugus tus M. Kd ley, 1965. pp. 240 ·2 4 1. ' /hid. , p. 237. .1
LA T E SI S DEL R IIiSGO .
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ú nicam ente e l pueblo inglés es probable qu e se marchitaría n y m orirían. Muc hos panfletos contra la R efo rma ponían la cu estión en esos términos au toelogiosos. Uno de ell os, po r ejemplo, cit a un d iscu rso del e loc uente y liberal G e orge Canning (presuntamente p ronunciado en alguna otra ocasió n, pues había mu e rto e n 1827): Seamo s se nsibles a las ventajas que tenem os la d icha d e gozar. Gu ardemos con piad osa gratitud la llama d e la ge nu ina liber tad, ese fuego del ciel o, d e la que nu estra co ns titución es el sagrad o depósito, y no mancille mos, por la eventualidad de hac e rla más intensa y más radiante, su pureza, ni nos arriesguem os a que se extinga."
Co mo los whigs y o tros defensores de la Ley de Reform a en la Cá mara de los Comunes compartían esas preocupaciones, así co mo la ave rsión genera l de la "clase educada" a tod a exte nsión sus tanci al de los derechos p olíticos, la única manera en que p odían j us tific ar la leyera afirm ar, convenciéndose a sí mis mos, qu e las restriccione s estipuladas par a el sufragio serían un elemento p erm a nente del orden constitucio nal, E n las últi mas etapas del debate en la Cámara de los Co mu nes, lord John Russe ll p rodujo de bi damente una "declaración que pronto se h izo famosa afirma ndo qu e los ministros con sid eraban la Ley com o una medida 'fina l' "? U nos años de sp ués , u n observador co ntempo ráneo (Francis P lace) ob .,., r-aba sarcásticamente : "Lord Grey y sus colegas... se h an pers uadido ek alguna man e ra inc on cebibl e de qu e la reforma de la Cá mar a de los Comunes podría se r, y ta l como ellos lo tr amaron, sería 'una medida fina l' .'" El extra ño autoe rigañ o a que se so metiero n los defensores de la ley debe ta l vez algo al cri terio monetario
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6 Ci t. en "Thc rea l cna ractc r a nd rcn dcncy oC [he pr o poscd rcfonn ", pan fl et o anónim o , Lo ndres , R o akc & Varty, 1831, pagin a 2 1. 7 Asa Briggs, Thc age of ímprovcment, L ondr es, Longm ans, G rccns, 1959 , p. 258. 8 Ci t. en But ler, Ref orm Bill , op.cit., p.257.
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LA TES IS DEL R IE SG O
R ETÓR IC AS D E L A INTRANSIG E N C IA
específico del dere cho político al que se habían aferrado. L a cifra clave de diez libras esterli na s para los jefes de familia de las ciudades ten ía e ntre otras posibles cifras la clase de "prom inencia o conspicu idad" que hacía conc ebihle qu e la lín e a se m antuviera allí contr a futuras intrusio nes de la " de mocracia".' ¿No pod ría esa cifr a adquirir con el tiemp o la auto ridad que investía a otros elementos de la sagrada constitución brit ánica? No hab ría de ser así, por supu esto. Treintaicinco años más tarde, en 1867, después de m eses de arduo deb ate y de muchos cambi os so rprende ntes de posición, la Cámara de los Comunes ap ro bó la segunda Ley de R eform a, qu e se convirtió en el paso decisivo para ab ri r la puerta a la temida "democracia ". Extendía el sufragio masculino a la clase media e incluso a partes de la clas e trabaj adora, puest o que se concedió el vot o a todos los jefes de familia que hubieran sido reside ntes de su ciudad durante u n año o más. Siguió habi endo rest ricciones monetarias b ásicas p ara los inquilinos y los hab itantes de distritos rurales, y Disraeli aleg aba todavía ocasio nalmente qu e la ley se ría un "atalaya contra la de mocracia"." P ero con todo, él y sus aliados no se molestaron esta vez en afirmar que las restricciones restantes al sufragio universal fue ran cosa "final"; por el contrario, el conservador lord Derby, en su famoso discurso justo ant es del voto decisivo, confesó francamente qu e al votar por la ap robación el parl amento y el país daban "un salto en la oscuridad"." 9 Th o mas C. Sche lling, Tñ e Sl rateCj 01 conf lict, Cam bridge, Cambridge U nivcrs ity Press , 19 60 , p. 57. 10 E B. Smith , The m aking of tñe second Reform Bil/, Camb ridge, Ca mbridge U niversity Prcss, 196 6, p. 233. 11 Véas e Briggs, Agc of improvement, p. 513. El último capítulo, so bre la Ley de R efonna de 1867, se intitula "Th e lea p in the dark". La frase se ha rastreado hasta Ma caulay y uno de discursos en favor de la Ley de R eform a de 1832 , pero la hizo famosa lo rd Derb y e n 1867 . Véase Gc rt rude H immelfarb, Victorian minds, Nu eva Yo rk, Knop f 1968, p. 383.
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Mientras el argumento en favor de la reform a se des- \. pl egab a de esa manera, la retórica de los oponentes a la ": r eform a seg uía firme menteancl ada en la tesis del riesgo. . De hecho, el uso de esta tesis se hizo cad a vez m ás frecuente a m edida que ava nzaba la dem ocratización durante el último tercio del siglo, por lo m en os ha sta qu e resultó b ast ante obvio qu e la exte nsión del voto a los sectores p opulares no era fatal, después de todo, para las "antiguas libertad es" de Inglaterra. En la Cámara el p rincipal e nemigo de la legislación era Robert L owe, político liberal que había serv id o de manera dest ac ad a en la administració n de Aus tra lia y tenía gran in fluencia m ediante sus frecuentes colabora ciones de art ículos de fondo en el Times. Rompiend o co n la dirección de los whigs, se opuso a la aprobaci ón de la Ley de Reforma en varios discursos muy comentados, de los qu e el más elocuent e es ta l vez e l que p ro nu nció el 26 de abril de 1866. Su molinete fina l dice así: He trazado aq uí, Se ñor, lo mejor qu e he podid o, lo qu c creo q ue serán los r esultados nat ur ales de una m edida que...está calculada .,. para destruir una tras otra esas instituciones que han asegurado a Inglaterra un a suma de felicidad y prosperida d que ningún país ha alcanzad o n u nca ni alcanza rá probablem en te . Con segur id ad el he roico trabajo d e tantos siglos, los logros sin paralelo d e ta n tas cab ezas sabias y manos fuertes merec en una co nsumación más noble qu e la d e se r sacrificados en el altar d e lapasi ón revo lucionar ia.io del se nsiblero entusiasmo p or la humanidad. Pero si caemos, deb emos cae r merecidamen te. Sin c:,;(a r acosados por un e nemigo exte rior, sin estar abrumados po r alguna calamidad interna, sino en la plét ora d e nu est ra riqu eza y en el exc eso d e nuestra p ro speridad demasiado exuberante, estamos a punto de d err u m ba r sobre nuestras p ropi as ca bezas el templo venerable d e nues tra liber tad )' nuestra glo ria ." 1Z 'The Right Hon. Roben Lowc, M.P. ,Spccc /¡csa!ld ieuerson refonn, Londres,l Slí7, página 170.
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R ET Ó RI C A S DE LA IN T R ANS IG E N C IA
Es te desah ogo trae a las mientes el fam oso grito de ma dame Roland: " iO h lib ertad ! [Qu é de crímenes se com eten e n tu nombre!" Para ser un comentario adecuado al discurso de Lowe ya muchos argumentos del riesgo simi la res, sólo h abría que mod ificarlo lige ramente para que dij era: " iO h lib erta d! ¡C uántas reformas se obstruyen en tu nombre !" E l lirismo de Lowe evocando la libertad, desastrosam ente some tida en n omb re de la exten sión de los derech os al voto, e ra ap ropi ado para elgrand f inale, pero en el cuapo ej e: su discurso ofrecía en realidad ra zonamientos más detallad os acerca del daño específico que tal vez res ultaría de la leg isla ción p ro pu esta. El pu nto b ásico no es inesp erado: la extensió n del derecho al vo to a la clase tr ab ajadora y a los pobres se creía a m enu do que llevaría con el tiempo a una mayo ría y a un gobi e rn o que expropiarí a a los ricos, di rectamen te o por medio de impuestos expoliadores: violaría así un a liber tad básica, co mo el derech o a poseer y a acumular propiedades. Lowe lo di ce sin ambages: Porq ue so y un liber aL..con sidero co mo uno de los riesgos más grandes... una propue sta... de tr ansferir el p od er de las manos de la propiedad y la inteligencia, y colocarlo en las manos de hombres cuya vida est á tod a necesariamente oc upada en las luch as co tidianas po r la existe ncia."
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E n ot ro lugar Lowe invoca hábilmente la co nside rab le autoridad de M ac au lay, que había sido uno de los artesanos y de los m ás vigorosos ab ogados de la Ley de R eform a de 1832, p e ro que se op onía violentamente al sufragio universal sob re la base de que no p od ría sino llevar al "saqu eo" de los rico s. En un a famosa carta a un corresponsal estaduniden se, Macaulay h ab ía escrito : "Hace 13
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mucho que estoy conven cido de qu e las in stitu ciones pura men te democráticas habrán de destru ir tarde o tempran o la lib ertad, o la civilización, o arribas cosas". " E l argumen to era dobl e : el saqueo de los ri cos consigu ient e al sufragio universal con stituiría en sí mismo una vuln eració n de una lib ertad básica, la de p oseer propiedades; además, la tentativa de expoliar a los ricos llevaría p ro b ablemente a la intervención m ilitar o al go b ierno dict atorial, con la consigu ien te muerte de la libertad. Como confirmaci ón de esta ú ltima clase de secuel a, Macau lay di o m uch a imp ort ancia a la manera en qu e la institución del su fra gio universal en F rancia después de la revolu ció n de 1848 fu e segui da p oco de sp u és por el régimen de Lu is N apoleón con su "despotismo, u na tribun a silenciosa y u na prensa es clavizad a",II M ás all á de la preocup ación por los derec hos de la propiedad, el temor en cu anto a la es ta bilidad de las instituciones parlamentari as de Inglaterra y el mantenimiento de sus liber tades civiles fue probablemente una objeción importante al voto en favor de la refo rma, y en general a la "democracia". E l hecho de qu e las preocupacio nes similares de los oponentes a la ley de 1832 se hubieran mostrado infundadas duran te las décad as subsigui entes n o imp edía a los pensadores conservad ores argum entar qu e, au nque to do había ido bastante bien h asta entonces, es ta vez la re forma traería consecuencias desastrosas. E l histori ador W. E. H . Lecky dio u n paso m ás y en la década de 1890 pergeñó una e dad de oro, demarcada por las fec has de las do s leyes de R eforma, en la que Ing late rra hab ía p ermanec ido de masiad o poco tiempo y 14 Th e Ieuers of Tho mas BabblngtonMacautay , Tbom as Pin ney (co mp.) , Cam bri dge , Cam br idge U n ivcrsi ty Press, 198 1, vo l. 6, p. 94. E n su ca rt a M acaul ay se anticipa a la tes is de fro nt e ra d e F rederic k Jackso n Turner, segú n el cua l la (mo tera estadunid ense act úa como una vá lvula d e seg ur idad del co nflicto social. 15 Ibid:
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R E T ÓRI CAS DE LA l NTRANSI GENCIA
que después había abandonado es túpidamente: "No me pare ce qu e el mundo haya visto nunca una Constitu ción mejor que la que Inglaterra disfrutó en tre la Ley de Reform a de 1832 y la Ley de Reforma de 1867".16 La hostilidad al sufra gio sob re la base de que pondría e n riesgo el buen gobierno y la "libertad" la compartían , en las últim as dé cadas del siglo XIX , pensadores co nservadores ta les com o J ames Fitzjames Stephen, sir Henry Maine y H erb ert Spencer. Sus puntos de vista son repe titivos y sería tedioso extende rs e en ellos. La mayoría de sus argum entos fue articulada por R obert Lo we en el fr agor de la bat alla en torno de la segunda L ey de Reform a. Produciendo numerosas varian tes de la tesis del riesgo, Lowe argumentab a que la "democ raci a" m ina las instituciones intermedias, ame naza la independencia del poder judicia l y au m enta el ri esgo de que el país se ve a comp ro metido en guerras ." U na fa ceta en particular in te resan te de la tesis del ri esgo es su despliegue en la are na e co nó m ica. Uno de los princip ales advers ari os de Lowe en la Cám ara de los Co mu nes era su colega liberal J ohn Brigh t, qu e había conocido su m ayor momento de triunfo ve inte años an tes con el re chazo de las Ley es de l Grano y qu e, siempre reform ador, es tab a ahora en la prim era lín ea de batalla e n favor de 1a extensión de lo s de rech os políticos. En el transcurs o de su discurso del 26 de abril de 1866 Lowe recordó a Brigh t e l riesgo a que la ante rior co nquista del m er cado libre qu edaría expuest a un a vez que e l derecho al voto se extendiera a las lla madas m asas : " Mire al mercado libre. Si tenemos una joya en el mundo , es nu estra política de lib re merca do. L o ha sido tod o pa ra noso tro s. 16 W.E.H. Lecky , D cmocracy an d tiberty, Londr es, Longmans, 1896 , vo l. 1, p. 18. 17 Lowe, Spe cches, op. c ír., pp. 158 , 16] , 147 Y ss,
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qu é ojo s la miran las democracias" ?" ,,;guc una de tallad a d escri pción d e las p olí ticas pro te ccionistas ad op tad as en todos los países COIl el sufr agio u nivers al, desde e l Canadá hasta Vic toria y la Nueva G a i,', de l Sur en Aus tralia, y princip almente hasta "América" , que "sob repro tege la p rotección". Esta forma particular de la tesis del rie sgo -la democracia pondrá en riesgo el progreso económico - fue después muy subrayada por sir Henry Maine en su libro Popular govem ment (1886), que era militantemente antidemocrático:
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Q ue [toda p ersona co m pe te nte me nte instruid a] repase e n su espíritu las grande s épocas de inven ción científica y cambio social durante los dos últimos siglos, y co nsidere 10 que habría o c u n rclo si se hu b iera estab lecid o el sufragi o universal e n cualq uie ra d e ellos, E l sufragio universal, qu e excluye hoy el lib re mercad o de los Estad oUnidos, cie rta me nte habría prohibido la máqui na dc hiJ ary el tel ar d e mot or; seg uramente habría excluido 1<1 m á qui na tri üa d oru .'?
Maine es taba tan embelesado con est e argum e nto qu e lo embelleció en ot ro ensayo incluido en el mi sm o lib ro : Todo lo qu e ha h ech o famosa a I nglaterra, y todo lo que h a h ec ho rica a Inglat erra, ha sido obra de minorías, a veces de minorías mu y pequeñas. Me parece bastante ind udab le que, si d ura nt e cu at ro siglos hu b iera habi d o u nos de re cho s p olí ticos amp lia mente extendi d os y un cuerpo elec to ra l muy grande e n' es t e país, no hab ría h abido ninguna reforma de la religión, ningún cambio de dinastia, ninguna tolerancia del disentim iento, ni siqui era Wl calendario exacto . La m áquina trilladora, el telar de motor, la máquina de hilar y p osiblem ente la m áquina de vap or, hu bieran sidoprohibidos. I nclus o e n nue stros dí as la vacuna est á en extre mo pel igro, y po de mos dccit.... e n general que el es tableci mie nto gra dua l de las masas e n el pode r 1 I es un p resagio de lo más n egro p ar a toda la leg islación fund ada en i la opinió n clc nt ífica." 18tu«, p, 149 , 19 Sir Henry Summer M aine, Pop ular govemmeflt: Four essays, Nueva Y ork , Hcn ry Ho ll , 1886, pp, 35- 36. 20 l b íd. , pp. 97 .98. Subrayado mío.
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RETÓRI CAS D E LA INTRANSIG EN CIA
LA TESIS D EL R IE SGO
D e m anera b astante interesante, el mismo argu mento habría de ser u tiliza do unos die z años más tarde por ese otro a nalista anti democrático que nos es ya conocido, Gustave LeBon:
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La promulgación de la Ley de Reforma de 1867 fue u na hazañ a extraordinaria de "tráfico de reformas", qu e supera tal ve z el logro más famoso de la reforma del voto de 1832.· E n su biografía de G ladsto ne, John Morley llam ó a ese asunto "uno de los más curiosos de nuestra historia parlamen taria". " U na para doja import ante fue la manera en que un go bierno conservador forma do recientem ente con la guía de lord Derby y Disraeli, alcanzó finalm ente la aprobación de la ley, y no los liberales de G ladstone que habían introdu cido original mente u na ley de reforma más suave. Si p or últ imo los conservadores to maro n elliderazgo de la reforma ele cto ra l, es de sup oner que muchos de ellos no creían en las profecías qu e R obert Lowe y sus amigos habían hecho, sigu iendo las lín eas de la tes is del ries go, acerca de las tenebrosas consecue ncias de concede r derechos políticos a u na parte considerable de las clases inferio res y me dias . En re alidad el propio Lowe confesó aquí y allá que era la mayo ría lib eral en la Cámar a de los Comu nes y no la "l ibertad" la qu e probablem en te se encontra ría e n ap uros si hubiera de aprobarse la ley. Di rigiéndose a sus compañ eros libe rales, en uno de sus d iscurs os advirtió que "g ra n número de esos nuevos electores son adictos a las op iniones conservadoras. Creo de veras que la co ncesión de derechos p olíticos por el gobierno, si se lleva a cabo , des plazará a cierto número de excelen tísimos caballe ro s hacia este lado [el liberal] y los sustitui rá con un núm ero igual de caball eros de l otro la do [el co nservador] de la C áma ra"." Una vez ap ro bada la ley ésa fue en efecto la explicación que se dio a veces del pap el
Si las democracias hubieran poseído el poder que tienen hoy en la époc a en que se inven taron los telares mecánicos, el vapor y los ferro carr iles, el logro de esos inve ntos hubiera sido imposible o sólo hubier a podi do ocurrir a l precio de r evol ucio nes y matanzas r epetidas. Es afortunado para el progreso de la civilización q ue el po de r de las masas empezara a expa ndirse só lo cu ando Jo s g rand es d escub rimien tos d e la ciencia y la industri a se h abían cumplido ya."
E ntre lo s aspectos po sitivos de la experiencia del siglo el p ro greso económico y las nu m erosas innovaciones técnicas que hicieron época eran sin duda los más im portantes. Para la segu nda mitad del siglo el mundo y la existen cia cotidian a se transform aban visiblemen te gracias al ferrocarril y otros ade lantos . Los que buscaban argu mentos efectivos co ntra las propuest as de cambio social o político se sentían te nta dos por consiguien te a alegar que tal cambio sería pernicioso para el futuro p rogres o técnico. E ra difícil argüi r, como e n el caso de la "liber tad", que la "democracia" destru iría realm en te los ad el antos técnicos que estaban ya establecidos. De m odo que la mejor form a después de ésa que tomó el argum ento del riesgo fue ésta: con el sufragio u niversal no hab rá más p ro greso técnic o. Tanto M aine como L eB on exp resaron esa p rop osición de manera bastante in dependiente durante las dos últimas décadas de l siglo. La convergencia es tant o m ás significativa - en el sentido de qu e da fe de la compulsió n a argumentar segú n ciertas líne as id é nt icas cuanto qu e el argumento mis mo era palmariamen te ab surdo y casi inmediatamen te se probó que lo era.
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" In troduje el término "tráfico de reformas" [reformmon gering] en mi lib ro Journeys toward progress (Nu eva York, Twe ntleth Century Fu nd, 1963) para designar ciert os procesos de ca mbio so cial que so n intermedios e ntre las imágenes dico tóm icas co n. vcn cion ales de la "reforma pacífica " y la "vio lenta revol ución ". 22Cito en H immclfarb, Victorían minds, op. cit., p.334. 2J Lowe, Sp eechcs, op . etc, p. 76 .
21 Gus tave LeBon, Psychologie d es Joules , París, Félix Ale an, 1895, p. 44 .
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qu e habían desempeñad o los co nse rvadores. Tal como lo expresó un oponen te a la ley:
fensores de la ley. A los riesgos de la acción sie mp re es posible oponer los riesgos de la ina cci ón. Una de las formas que tomó este argumento típi cam en te "progresista" consistió en afirmar qu e en ausencia de la reform a la gente recurriría a tip os de acción que serían infinitament e más riesgosas p ara la socie dad es tab le cida qu e el voto. E st e importan te argumento fue desarrollad o por Leslie Stephen, el hermano liberal de J ames Fi tzjarnes cita do antes como expone nte de la tesis de la futilidad. Step hen argumentaba en favor del voto co mo medio de dirigir las energías populares por vías co mparativam ente ino cuas y de deslegitimar las fo rmas m ás riesgosas de protesta popular, tales como las huelg as y los motines." Segú n este argumento, el no aprobar la Ley de R eforma, y no su adopción, sería lo que representaría un ri esgo para la ley, el orden y la libe rtad.
E l fant asma de una democracia conse rvadora era un a realidad para muchos hombres de ind udable indep en dencia y vigo r es pirituales . U na vaga idea de que cuanto más pobres son los hombres, más fác ilmente so n influidos por los ric os... de q ue los tip os más ru dos de espíritu serían más sensibles a las emo ciones tr adicionales... todos estos argum entos... co ncurrían a formar la clara convicción de la masa del partido couscr va do r.I"
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Fue precisam ente ac erca de tales fu ndamentos que Mo sca habría de oponerse más tarde a la ext ensión del sufragio universa l en I talia: argü ía, como he mos visto, qu e la abolición de los exámenes de alfabe tizació n daría p rimariame nte dere chos po líticos a las masas rurales del Sur, cuyo voto sería de sp ué s comprado o dicta do de alg un a otra manera por los p odero sos sernifeudales. D e m od o que si algú n e fecto hu biera de tener, el sufragio universal reforzaría el p oder de los grupos gobern antes. E n la Inglate rra de la seg unda mit ad del siglo XIX las condiciones era n muy diferentes de las del m ezzogiorno económica y p olíticamente atrasado. P er o tal vez e ra precisamente porque las lib ertades individuales habían arraigado de manera sólida m ientras que del pueblo se pensa ba que era, como le gustaba de cir a Walt er Bagehot, " defere n te" a la vez que "ob tuso", por lo qu e la realidad de los rie sgos conju rados por Lowe no encon tró eco. Como observamos en el último capítulo, ha sta co nservad o re s como James F ítzjarnes Stephe n criticaba n ocasionalmente la extensión del sufragio seg ún las lín eas de la futilida d m ás que las de la p erve rsida d o de l riesgo. A demás , el señalamiento de los riesgos de la libertad a que recurrían los op one ntes a la reforma podían neut ralizarse por otro s riesgos hi p ot é ticos evocad os po r los de24
Q uarteriy R cv íew , 127 (1 869) . 54 1-542 , cito en Himmeltarb, op . c ít., pp. 357 -358.
Francia y A lem ania: del riesgo a la incomp atibilidad
La batalla por la segunda Ley de Reforma es el caso paradigmático del pl eno despl iegue d e la tesis del rie sgo en reacción frente a la difusión de los de re chos políticos. P ara la década de 1860, segú n u n vasto consenso de la opinión pública, en Inglaterra se habían realizado ade lantos conside rab le s hacia una socieda d bi en ordenada, económicamente progresista y razonable mente " libre ", en especial p or comparación con ot ras so ciedades europeas. Por eso no era sino natural preocuparse porque la proyectada democrat izaci ón del voto pu diera poner en peligro esos logros tan apreciados . E n otros países la sit ua ció n era m uy di ferente, y el progreso desde la dimensión "civil" de la ciud ad an ía de Marshall hasta su dime n s í ón "p olí tic a ", mu ch o m enos 25 W .L. Gutt s man (co mp)., A pica for democracy. pp. 72 -92; )' Hirschma n, Shifting ínvolvemcnts , op , cls.; pp. 115 -116.
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ordenado. El caso de Francia es de particular interés. E l país pasó por varias revoluciones, r eacciones y cambios de régimen dur ante gran parte de l siglo X IX, d e m o d o qu e las lih e n ad es in dividua les es tab an le jos de haber qued ad o as enta das con seguridad. Como consecuencia de ello la tesis del ri esgo no t enía credibilidad : es d ifícil argü ir que alg o pu ed a estar amenaza do cuand o e n r e alid ad n o está allí. Además, cuan do el sufragio universal de los varones llegó a F rancia, no fue d espués de un largo de bate exp lícito com o en Ingla terra. M ás bien prácticamente de la n oche a la maña na el sufragio sustituyó el siste ma censitaire de la Monarquía de julio, durante los primeros exaltados días de la revoluc ión de 1848 . A partir de ento nces el sufragio universal nu nca fu e abolido form almente. Tras tomar el poder en 185 1, Luis Napoleón eliminó efectivamen te algu nas res tri cciones de r esidencia y ot ras pareeid us que se habían im p ue sto en 1850 para impedir que vo taran los estratos más po bres. A lo largo de su régimen represivo organizó plebiscitos sobre la b ase de un sufragio u niversal sin atenu antes, acreditando así la idea de que el sufrag i o unive rsa l, al que e n t o n c e s s e ll amab a " democracia", no sólo no va de la m ano con la "libertad", sino que puede muy bien ser su antítes is. R efiriéndose al cier re de un p eriódico para el qu e escribía, el prominente liberal de la época M. Pr évost-Paradol exp res ó sin ambages el asunto: "El progreso de la democra cia no tiene nad a que ver con el de la libertad, y u na soci edad puede hacerse cada vez más democrática sin tener ni la m ás remota idea de lo qu e es u n E stado lib re"." No es de extrañar que esta frase se citar a destacadamente (au nque fuera de contexto) por Robe rt Lowe, e n el pre26 L.A Prévost-Parado J, Quelqucs pagcs d 'histoire contemporaine, serie Mic he l Lévy, 1867 . p. vi.
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facio a la recopilación de sus discursos contra la reform a en la Cámara de los Comunes. Como resultado de estas circunstancias histó ricas la tesis del rie sgo te ndió a tomar en Francia un a form a bastante radical : se convirtió en la afirmació n de qu e la de mocracia y la " libe rta d" son de plan o incompatibl es. U no de los orígenes de est a do ctri na es probablemente la fa mosa distinció n d e Benjam in Consta n t, m encion ada a n tes, entre la libertad d e los an tiguos - la libertad (y la obligación) de participar en los asuntos públi cos - y la liberta d de los mode rnos - el de rec ho a una amplia esfera donde la vida privada y lo s negocios de cada uno pueden llevarse a cabo sin interferencia o intrusión por parte de l E stado . Au nque Constan t mis m o estaba p le n am en te consciente de la necesidad de combinar esas dos libertades, la distinción que estableció favoreció la id e a de dos dom ini os de la libertad en te ramen te sep arados, cuya confusió n (por Rousse au en p rimer lugar, y después, siguie ndo sus pasos, p or los jacobinos ) se decía qu e había produ cido re sultados h ist ór ico s desastrosos . Casi medio siglo m ás tarde, la se paració n y la incompatibilidad de los dos conceptos era reafirmada, sin nin gun a de las suti les califi cacio nes y reservas de Constan t (y sin ninguna referencia a su ens ayo seminal) por el historiador conservador Fustel de Coulanges en su influyente obra L a cité antique, publi cada por primera vez e n 1864. Ob ra erudita y en muchos asp ectos in augural de rei nterp retaci ón de la re ligión y las instituciones de los gr iegos y los ro mano s, F us tel dej a cla ro desde sus primeras páginas que es cribió el libro con el prop ósito expreso de presentar la socieda d antigua en gene ral, y la libe rtad an tigua en p art icul ar , como algo totalmente ajeno a l en tend imie n to y la sensib ilida d m o dern os:
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T r ata rem os so br e todo de hacer resaltar las d iferencias radicales y esenciales que dis tinguen para siemp re a aquellos p ueblos antiguos de las sociedades mod ernas... ya que los errores en es ta materia no dejan de ser riesgosos, La idea q ue los modernos se han formado de G r ecia y R oma con fr ecue ncia los ha desor ientado. Por haber observado mal las institucio nes de lfl. ciudad antigua, se ha pre tenacerca did o revivirlas entre nosotros. Se ha alimentado una de la libertad ent re los antiguos, y esta es la razón p or la cu al la libertad entre los modernos h a quedado en riesgo [mise en p éri/]. L os úl timo s oche nta años de la hist oria de n uestro p afs han mo strado cla ramente qu e un a de las grandes dificultade s q ue se opone n a la marcha de la sociedad moderna es s u hábito de tener siempre ante los oj os la antig üedad griega y la ro ma na.27
A diferencia de B enjam in Constant, F ustel no acepta ya qu e los an tiguos hay an desa rro llado y p ra cticado en absoluto ningu na varie dad import an te de liber tad. E n un capítulo ulteri or habla de spe ctivamente de los log ro s políticos de la demo cracia ateniens e: "T ene r derechos políticos, vo tar, no mb rar magistr ado s, poder se r arcont e, eso era lo que se llamaba la libertad; pe ro el hombre no po r ello estab a m enos som etido al Es tado"." Ident ifica ndo la "verdadera libertad" con la "lib erta d in dividual", Fustel sostenía qu e la libertad era inexiste nt e en tre los an tigu os: "no hab ían concebido siquiera la id e a" de tal concep to.
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L os an tigu os no conocían pu es ni la libe rta d de la vida privada ni la libertad de la ed ucación ni la liber tad religiosa. La person a co ntaba bi en p oc o fre nt e a aquell a auto ridad santa y casi divina q ue llamaban la pat ria o el Est ad o... La vida de un ho mbre no estaba garant izada en cua nto se tratase del int er és de la ciuda d. La funest a máxi ma de que el bien del E stado es la ley su prem a fue form ulada p or la antigüedad. '"
E l a rgu m e n to explíci to d e F uste l era, en u na pal abr a, n Fus tel de Coula uges. Lc cue aruique, Parfs, Ha cheu c, 1885 , pp.
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que la famosa democracia de la antigü e dad implicaba una total ause nci a de lib ertad, tal como se entiende m o dern amente es te término. Pensa r de otra manera era " un error singular entre todos los errores humanos". La lección implícita de la historia segu ía muy de ce rca las líneas de la tesis del riesgo : im itad a la ciudad-E stado griega, introduci d la gestión de mocráti ca, y pe rderéis la parte de libertad qu e habéis penosamente ganado. E sta posición por sup uesto ib a mucho más lejos qu e lo q ue haya podido quere r de cir Benjamín Constan t, La idea de que la demo cra cia e s inco mpat ible con el m an tenimiento de las libertades individu ales pe rdió su cred ibilidad en I nglaterra una vez que se hizo evide nt e, después de la aprobación de la segunda Ley de Reform a de 1867, que la parti cipaci ón de las m asas en las elecciones populares no causaba nin gún daño visible al bi en establecid o siste ma de lib ertades civiles del país. Pero ¿qué suc edía en otros p aíses? A llí podía tal vez rescatarse esa ide a, pa rticularmente si el argumento del riesgo se pl anteara de un a manera más ge neral, tal como: la de mo cracia es inc ompatible con algun a herencia p revia, por ejemplo con una caracte rística nac ional amada. Ideas de esta clase pu eden efe ctivamente ras trearse en varios escritos de observa do res tan to ingle ses como de otros países. Su punto de partida es una preocupación por lo qu e hoy llamaríamos la fundación de la de mocracia en la perso na lidad. ¿H ay algú n tipo de personalidad hu ma na que haga posible la gestió n democrática y algún otro que la impi da , de mod o qu e cie rto s rasgos de carácter tend rían que abandon arse en nombr e de la democraci a ? 0 , puesto que los diferen tes países tienen dife rentes "caracte res naci onales", ¿hay algun os cuyos ciu dadanos te ngan m enos ap titud para la demo cracia, mi entr as que está n quizá m ás dot ados, digamos, en e l terreno artístico? Las esp e cula-
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ciones de esta clase se hicieron en particular atractivas cuando, después de la Reforma y m ás aú n con la R evolución francesa, los caminos y las experiencias políticas de países europeos descollan tes tal es como I nglat erra o F rancia divergían básicamente y al parecer de manera duradera." Se hicieron esfue rzo s por explicar esas dife rencias apelando a los caracteres co ntras tantes de ingleses y franceses. Burke se entregó a este género cuando escribió b rillantemente en 1791, en una car ta abi ert a a un correspo ns al fran cés : La so ciedad no puede existir a menos que se co loq ue en algún lugar un p oder de co ntro l sobre la voluntad y el apetito, y cu anto men os haya de ntro , más ha b rá fue ra. E st á ordena do en la eterna co nstitución de las cos as que los hombres de espí ritu intemp erante no p ueden se r libr es . Sus pasio nes fo rjan sus caden as. E sta se nte ncia , la parte prevaleciente de vuestros conciudad an os la ejec uta so b re sf mi sma.U
Burke exp resa aquí una teoría cultural, racial y culminant e que atribuye la aus encia endé m ica de libert ad en Francia al car ácter ardie nte de sus ciud adan os. E n las R eflections Burke hab ía subrayado ciertos rasgos curi osos de los bri tá nicos: "nuestra hosc a re sistencia a la innovación" y "el frío flematismo de nuestro cará cte r nacional", así como el hecho de qu e "en lugar de desh acern os de nu estro s viejos prej uicios, nos encariñamos co n ellos porqu e so n p rejuicios"." Para Burke estos diversos rasgos (en p arti cular la famosa "flema" británica) son ingredientes esenciales de la vida 30 F ra ncois Furct su braya este pun to en "Bu rk c ou la fin d'un e sculc histoi rc d e
I'Europe", Le D éb at , 39 , marzo-mayo de 19 86 , pp . 56-66. 31Edmund Burke, "Let te r lo a mem ber of the Frenc h National Assem bly in answer to sorne obj ections lo his book on French arratrs'', e n B urke , Works , B as tan , Little, B rown, 1839, vo l. 3, p. 326. n Edmu nd Bu rke, R efíectío ns 011 the Rcvo lution il1 Franco, Co nor Cruise O'B r ie n (com p. e intr.) , Mi ddlcscx. P enguin Classtcs, 1986, pp. 125-126.
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p olítica civilizada de su país, a la vez que conmove doras debilidades. No se ne cesita m ás qu e un ligero cambio de p ercep ción, sin e mba rgo, para verlos como u na desventaja, o más bien co mo u n precio qu e hay que pagar por m antener una so ciedad lib re. Es te paso estuvo a punto de darl o Walter Bage ho t que, un os sesen ta años despu és de Burke, comparó un a vez m ás el sistema político y e l carácter ingles es con los franceses, esta vez en ocasión de o tra "convulsión" en el p aís vecino, la se cuencia de la R evolución de febrero, las matanzas de junio y el golpe de Estado de 1848-1 851. E l aná lisis de Bageh ot de la diferencia en tre franceses e ingleses es similar al de Burke, con la diferencia de que, por medio de sus formulaciones paradójicas, hace ap arecer a los ingleses bastante m enos atractivos de lo qu e Burke lo hizo. Habla así de "mucha estupid ez" co mo de "algo que concibo como m ás o menos la cualidad m ental esencial de u n pueblo libre" y proclama, p arafraseando casi a Burke, que "las naciones, lo mis mo que los individuos, pueden ser demasiado listas para ser prácticas y no bastante lerd as para ser libres"." U n comentador reciente ha observa do hu m orísticamen te que algunos de los pasajes m ás esca nda losos de Bageho t, tales como los que a ca t.a rnos de cita r, "deberían llevar un asterisco co n la observación pas devant les domestiques"." E n realidad podría haber sido más importante ocultar de algun a maner a esos pasajes a los ob servadores extranje ro s no simpatizan tes, y en p articular señala rl os 33 Walter Bagehot. "Leuer e n the new Co nstitut ion of France and the a ptltud e of the French character for nat io nal Ireedo m" (2 0 de enero de 1852) ; repr oducida en N o rman S1. J oh n -S tcva s , Walter Bagehot : A study of his life and thougiu togcthcr with a selection from ñisp ol ítical writings, Bloomi ngton, Indiana Universi ty Press , 19 59 , p áglua s 424. 426 . 34 Stefa n Co llini, D o nald Winch y John Burrow, That nob le scien ce of p ot íticsi A stu dy in Nineteauh-Ccntury iruellectual history , Cambridge , Ca mbridge U nivers ity P ress. 1983, p. 175. [Exist e ve rsión e n español de l FCE.]Sc:gún el prefacio de es te excelen te estudio, el capítulo sobre B ageh ot del que lom o la cita fue escrito por Burro w.
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con la indicación p as devant les allem ands. O tros sesenta años después, y durante otra convulsión, la de la primera Guerra Mundial, un prominente sociólogo alemán, el generalmen te astuto Max Scheler, reanudó el mismo debate y arguyó que algunos de los co rrelatos de la democra cia en la personalidad, descritos como' en can tadoras rarezas p or Bu rke y como parad ójicas ventajas p or Bage h ot, eran en realidad defe ctos graves y fu ndamentales. La comparación era aho ra en tre los ingleses y los alemanes y en tre las respectivas aptitudes para la de mocra cia de esos do s pueb los. En u n ensayo publicado por primera vez en 1916, Schele r se dispuso a impug na r la p re te nsión de los ali ados según la cu al la gue rra oponía a las " dem ocracias" y a las "au tocra cias" ; afirm ó, por el co ntrario, que tod as las "gran des naciones" han desa rrollado sus propios tipos muy diferen tes de formas democráti cas." Al contrastar los tipos ing lés y alemán, Sch eler señala una " trágica ley de la na tu raleza humana" según la cual la "libertad espi rit ual" del individuo está ne cesariamente en relación in versa con la libertad política: en Al em ania el "magnífico sentimi ento (Sinn ) por la liber tad esp iritual, el ali ento esp iri tual, y por la desconexión del Esta do respecto a la m ás íntima esfe ra de la personalidad " va de la m ano co n la "subordinación con frecu enc ia demasiado gustosa [del individu o] a la autoridad del Estado ... e incluso con cie rta tend encia al servilism o p olítico", mi e ntras que en Ingla terra el "acen to en la libertad política ..., el tradici onal recelo en cuanto a las interferencias del poder est atal y hasta la 3S Max Schele r, "Dcr Geist und die ideell en GrundJagen de r D e ruokra u eri dcr grossen N at io ncn" (El esp ír itu y las bases idcac iona les de las dem ocracias de [as grandes naciones), reimpreso en Sche ler, Schriften zur Sozio logie und Weítanschouungslehre , Za. ed., Bem , Fra ncke, 1963 , Gesam m elte Wcrke, vol. 6, pp. 158·18 6. V éase tam bién los interesantes coment arios sobre este ensayo en Ad olph Lcwe, Has freedom a futuret , Nueva Yo rk, Pr acger, 1988 , pp. 68 -73.
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notable ca pacidad... de promover m etas colec tivas" tie n en una co nt rapartid a negativa en u n "relati vo parroquialism o, estrech ez in telectual y falta de se nt im iento por la lib e rtad del intelecto in dividual tan ori gin al, y en u n conve ncionalismo... incon ceb ibl e para nosotros los alemanes". Según Scheler, estos diversos asp ectos nega tivos están íntima e inevitabl emente rel acion ados con los positivos; además, el peculiar nex o entre características positivas y negativas, o entre virtudes y vicios, de los siste m as inglés y alem án no se romperá nunca, por lo me nos "mientras siga existiendo u n a ca ra cterísti ca esp iritual unitaria d e eso que llamarnos 'el pueblo (Volk) alem án'. ':" La idea de incompatibilidad -sólo se puede te ner u na clase de lib ertad al costo de la otra - qued a form ulada aquí de manera extrema. A diferenci a de R ob ert Lo wc, qu e argumentaba según esos lineam ien tos para oponerse a la introducción de un a nueva clase de libe rtad (la extensión del de recho al vo to), Scheler im aginaba que las difere ntes naciones escoge n, como si dij éramos, e ntre varias combi na ciones d isponibles de libertades y servidumbr es, cada una según su p ropio ge nio volklsch :* Esta estrafalaria construcción de suma cero ilu mi na, como señalaré m ás ad el ante, un componente co ncep tua l básico (y tambi én muy dud oso) de la tesis del riesgo - y opera , en el proceso, co mo una especie de reductio ad absurdum de la tes is en su forma má s viru le nta . E l argum ento m ismo era evid e n te m e n t e frut o d el a p asionado co m prom iso n acionalist a d e Sch el e r d uran te la gu e rr a. D e h ech o, in mediata mente después de la guerra Sche le r de spedazó, como perniciosa "enfermedad alemana", la co mbinaci ón 36 Sche ler, "D er G eist", pp. 182-183. • Es te g énero tien e ante cede ntes ilustres: en s u poema "An d ie D c uts ch cn " (A los ale manes) , Hóld ertin caracte rizaba a sus compatriotas, co n 1" frase famosa (y que pro n to seña famosamen te inadecu ada): I OU!I1a nn un d gedan kenvo t í (vpo brcs de act os y ricos de pen samiento").
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misma de Innerlich keit (intensa vida interi or) y servilismo ant e la autoridad que tres años antes había presentado corno u na "ley de la na turaleza humana" y corno característica ind eleble de la variedad alemana de la democracia." EL ESTADO BENEFACTOR COMO AM ENAZA A LA LIBER T A D Y A LA DEMO CRACIA
E l argume n to de que los movimientos hacia la democracia pone n en riesgo las libertades individuales fue art icu lado de la manera más plena en Inglaterra durante la segunda mitad del siglo XIX. Como ya sugeri rnos, la razón radica en el desarro llo desigual de la "libertad" y la "igualda d" (en el sentido de igua ldad de derechos al voto para los varon es) entre los E sta dos europeos más gra ndes: sólo en Inglaterra estaban es table cidas las lib ertades individuales y podían po r co nsiguien te - con cie rta ayu da de los disturbios de Francia - presentar se corn o vu lne ra bles en una época e n qu e pode ro sas fuerzas políticas levantab an su clamor en favo r de la extensión de un dere cho político aún enton ces bastante restri ngido . P aso ah o ra a u na en carn ación su bsigui ente de la tesis defriesgo. La p re tensión ' m ás contemporánea y por lo tanto más familiar esquéesel Es tado benefactor el que po ne en riesgo las libertad es individuales así como la ge st ión democrática : Curios'amente, los primeros rumores de es te argum ento se origi na ron también en I nglaterra, donde la acusación fue esbozada en la famosa Th e road to serfdom de Frie drich Hayek (1944), esc rita en 37 Véase el ensayo de Scheler de 1919 "Vo n zwei d eutscb cn Kr ankheu en " (Sob re dos e nferm ed ades ale ma na s), e n Schriften Ztlr Soziologi e, op. cti., pp. 204-219. E n 1923 Sche ler put-H có a mbos tra ba jo s en un a r ecopil a ci6 n ti tu lad a N ot íon and Weltanscno uung '111 hacer nlnti llJl:¡ referenci a en su prefacio a la co r urnd tcció n en tre el t:lIsa)'l l de 1'J ro Y el d e 191Y .
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Londres durante la segunda Gue rra Mundial. " Que el nuevo argu men to del riesgo na ciera una vez m ás en Inglaterra no es en efecto algo tan fortuito como p odría parecer. Corno en la dé cada de 1860 las libertades individua les (así corno la gesti ón ya pa ra entonces demo crática) gozaban de bue na salud en la Inglaterra de la década de 1930, una vez más se les podía describir corno amenazadas, porque estaban presentes y porque reciente m ente habían que dad o ahogadas en otro importante país "avanzado", en este caso Ale mania-Austria. y así corno en la Inglate rra de la décad a de 1860 habían surgido fuert es de mandas por exte nder de m anera considerable los derechos políticos, la experiencia de la Gran Depresión e n la década de 1930 en Inglaterra había llevado a fue rt es demandas de u n pap el más activo del Estado en la econom _ía, . mismas que tenían ta mbién, . en pa rte por la influencia de Keynes, un nuevo poder de p e rs uasi ón. En este p unt o Hayek, co n la autoridad de qu ien, dad o su trasfondo austri aco, conocía perfectam ente la natural eza p recaria de la libertad, emi tió su elocuente adve rtencia de que la inte rfere ncia gubern amental en e l "mercado" se ría destructiva para la libert ad . Hay un capítu lo en el libro (capítulo 9) que, co n el encabezado de "Seguridad y libertad", tr at a en esp e cífico de asuntos de política soci al. 'i1'e'oc onse rvador es de hoy se escandalizaría n co n su lectura, pues H a) ek va sorprendentem en te lej os en ap oyar lo que más tarde se llamaría Estado benefactor. Sale en defensa de "la cert idu mbre de un m ínimo dado de sostén para to dos", es de cir, de "un m ínimo de alimentos, techo y ves tido suficientes para preserva r la salud y la capacidad de trabajar", así como de
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38F ric dric h A . Hayek, Th e ro ad to serfdom , C hica go, U nivc rsi ty c f Chicago Press, red ición, 1976 .
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un segur o asisti do por el Es tado co ntra la enfermed ad, los accidentes y los de sastres naturales . Critica, ciara, cierto tipo de "p lane ación de la seg uridad qu e tie ne un efecto tan insidioso en la lib ertad" y previene tamb ié n que "las políticas que se siguen aho ra por todas partes, que ofrecen el privilegio de la segu ridad ora a tal grupo ora a tal otro, están... creand o rápidamente co ndiciones e n que la lucha por la seguridad tiende a hacerse más fuerte que el amor a la libertad"." Pero e n aq uel tiempo, la crítica de Hayek a las políticas de bienesta r social era notable mente restrin gida en una obra por lo de más tan m ilita nte . Tal vez no pudo e l itar compartir , o no quiso ofende r, el abru mador sentimiento de solidarid ad y comunidad qu e era tan caracte rístico de la Inglaterra de los tiempos de gue rra y qu e se reflejaba en el ap oyo virtua lmen te unánime de la opinión pública al Info rm e Beveridge, esa Carta Magna del E sta do benefacto r, cuando se publicó a fines de 1942, sólo u n añ o m ás o menos antes de Th e road to serfdom :" Com o pronto se verá, Hayek pasó a un a p osición mucho más crítica una vez qu e los sent imientos de tiempos de guerra se hab ían aplacadoy las disposiciones del tipo d el E stado benefactor se h ab ían expandido efectiva mente en muchos países durante la primera década de la posguerra. Con todo y sus restricciones, Th e road to serfdom dio sin embargo un amplio fundam ento par a infe rir qu e el E sta do benefactor amenaza la libertad y la democracia. E l libro fu e escr ito ante todo como una polémica contra la "p laneación" o con tra lo qu e a Hayek le pa re cía u na tendencia, o unas presione s, hacia un pap .. ' m ás activo de l Estado en "/bid., pp . 120-121. 122, 128 . 4
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diversos campos de la po lítica económica, pero el argumento se expresaba en términos tan gene rales que aún era e minen temente útil cuando las medidas del b ie nestar so cial encabezaro n la agenda de los re form ad ores. La estructur a bás ica del argum ento era no tablemente sencilla: toda tendencia a la expansión del radio de l gobierno está destinada a amenazar la liberta d. Esta afirmación se basaba en e l sigu iente ra zonamien to: i ) la gente generalmente no pu ed e ponerse de acuerd o m ás que en unas pocas tar eas comu nes; ii) para ser democrático el gobierno tiene qu e ser co nsensual; iii) el gobierno democrát ico sólo es posible por co nsigui ente.cuando el gobierno confina sus actividades a las pocas so bre las que la ge n te puede pone rse de acuerdo, y iv) de ahí qu e cuando el Estado aspira a emprender imp ortan tes func iones ad icionales, encontrará qu e sólo puede hacerlo por coerción, y ta nto la libert ad como la demo craci a serán destru idas. "El pre cio que te nemos que pagar por un sistem a democrático es la restricci ón de la acción del E stado en aquellos terrenos dond e pue de obtenerse el ac uerdo ." Esta es la manera en qu e Hayek exp resó la cuestión fund am ental ya en 1938 en u n trabajo qu e menciona en su prefacio a The road lo serfdom, diciendo que contiene e l "argum ento central" de su libro." E n otras pa labras, la propensión a la "servidumbre" de cualquier país es una funci ón dire cta, m onót onamente creciente, del "radio" del go bi erno. E ste argumento simplista es aún el pu nt al p rincipal d e la tes is del rie sgo aplicada al Es tado benefactor. El p ropio Hayek pasó a un ataque explí cito co nt ra el Estado benefactor según esa lín ea en su siguiente publicaci ón importan te,7h e constitution of liberty (19 60). O cu41 Fri ed r ich 1\. H ayek . "Frccd nm a nd lhe economic systcm ", Con tem porary Review, 153, ab ril de 1938; reim pre so e n for ma am pliada en Pubíí c Policy Pamphlcc 29, de H .O . Gideonse, (comp.), Chicago, U nlvcrs ity o f Cbrcago Press , 1938. p. 28 .
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proporcionar cier tos servicios - poder que, a fin de lograr su propósito, tiene que usar para la coerción discrecional de los individuos"." La afirm ación de que el Estado b enefacto r es una amenaza a la libertad y a la democraci a no era particularmen te creíble cuando H ayek la hizo en 1960. Durante la s dos primeras déc adas de la posguerra la opinión pública en Occidente hab ía quedado básicamente convencida de que la legislación de bienestar público expandida, en la mayoría de los países después de la guerra, había contribuido de m anera im portante no sólo al crecimiento econ óm ico ya la suavizaci ón del ciclo de los negocios, sino también a la paz social y al fortalecimiento de la democraci a. Las mismas conferencias de 1950 de T. H. MarshaIl a cerca de "La ciudadanía y la clase social" que hemos mencionado aquí de manera tan prominente, consagraban al Estado benefactor como el logro que coro naba la socied ad occid en tal, puest o qu e comple m enta las libertades individu ales y la p articip ación democrática con un conjunto de adquisiciones sociales y e conómicas. El co nsenso en torno de es ta idea que da bien descrito por Richar d Titmuss, qu e en 1958 escribía:
pa la to talidad de la te rce ra parte (cap ítulos 17-24) de esa ob ra, titulada "La lib ertad en el E stado benefactor". E n el cap ítul o in icial de esa sección, "L a de clin aci ón del sociali smo y el na cimiento del Estado benefactor", H ayek parece casi lamentar retrosp ectivamente h ab er esta do la dran do a quien no debía en Th e Toad to serfdom: por una diversidad de ideas que expone, sus blancos principales en aq uel libro, la "planeación" y e l so cialismo en su versión ortodoxa m arxist a, han perdido gran parte de su atractivo ta nto par a los obre ro s como p ara los intelectuales en el periodo de la po sgu erra. Pero lejos de que tod o ande b ien hay todavía amen azas de que p recaverse : son en re alidad tan to más graves por ser más insidiosas, mientras que los ex plan eadores y ex socialistas siguen apuntando a una " distrihuci ón de los ingresos [qu e] se hará coincidir con su concepción de la jus ticia so cial... en consecuencia, aunqu e el soc ialismo ha sido en ge n era l abandonado como meta po r la cual luc har deliberadamente, no es cierto en m odo alguno que n o h ayamos de estab le cerlo todavía, au n cua ndo inde libe radam en te " ." D esde esta persp ectiva, es el E sta do benefacto r lo que se mu estra aho ra como el nuevo riesgo principal par a la lib er tad. Au n qu e algun as de las prudentes formulaciones de Th e road to serfdom están en un as pocas páginas iniciales del capítu lo acerca de la seg ur idad so cial, Hayek des pli ega en efec to una crít ica detallada, exh austiva, e n su extenso tra ta mien to sub siguie nte . Así, se denunci a la seg urida d so cial en términ os bastante ge nerales porque la redistr ibució n del in greso es ahora "su meta efectiva y confesada en tod as partes". Y el tema principal es una y otra vez el del riesgo: "La libertad está críti camente am e nazad a cua n do se da al gob ie rno el pode r exclu sivo de
Desde [1948] sucesivos gobiernos, co nse rvad ores y laborist as, se han atareado en la operació n más efe ctiva de los diverso s se rvicios,
con extensio nes aq uíy ajustes allá, y amb os partid os, dentro y fuer, de su gestión, han p roclamado el mantenimiento del "E stado ben efactor " como artícul o de fe."
E n la m ayoría de los p aíses industrialmente avanzad os prevalecía una situació n parecida. La abrumadora aprobación y la popularidad en que se complacía el Estado ben efactor durante la larg a luna de mi el de la posguerra
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42
F rie d ric h A . Hayek, The const ítutio n o/ Ilberty, C hica go, U niversiry
131
l tnd., pp. 2$1)-290 .
cr Chic ag o
44
R ichard Titmu ss, Essays Oll the " Weifare State" , Lon dres, AlIen & U nwin, 1958,
página 34 .
P ress. 1960, p. 256.
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LA TES ¡S D E L RIESGO
R E TÓ R ICAS D E LA ¡ ,
contrasta marcad ame nte co n la generalización de la hostilidad con q ue, como obs ervam os en el capítulo 2, tropezó la expansión del derech o al voto en el siglo X IX . H abía por supuesto voces disc ordantes, co mo la de H ayek, pero e n co mp ara ción con aqu ella época anterio r, se logró un notable conse nso: el pu nto de vista dom inante er a que la ges tión democrática, la gestión m acro económica keyn esiana qu e aseguraba la estabilidad y el crecimiento económicos, y el E stado benefactor, no sólo son compatibles, sino que se refuerzan uno a otro casi provi dencia lme nte. Todo esto cambió ra dicalmen te con los acontecimientos - revueltas estudiant iles, Vietnam, golpes petroleros, estanflación - de fines de los años sesenta y comienzos de los set en ta. El resultado fue un renovado grupo de tesis del riesgo que pronto hizo su aparición con refuerzos mutuos. E l al egato inmediat o no era qu e el Estado benefacto r pusiera en riesgo la de mocracia o la lib ertad, sino qu e no casab a con el cre cimiento económico. Así como Rob ert Lowe y otro s op osito re s b ritánicos a la reforma del vot o hab ían adve rtido en la seg unda mi ta d del siglo X IX que la extensión de los dere chos políticos minaría el progreso té cnico y el lib re m ercad o, orgullosísimos logros de la épo ca qu e acababa de te rminar , así se alega ría aho ra qu e el Estado benefactor po ndría en riesgo el consp icuo éxito económ ico del periodo de po sguerra , es decir e l crec imiento dinámi co, el baj o desempleo y los ciclo s de negocios lindamente "su avizad os". Se dio una primera voz de alert a desde la izqui e rda, sie mp re ate n ta a las " contradicciones" emergentes del capitalismo. El pe nsa m ie nto keynesiano, do mi na nt e por en tonces, m iraba el crecimien to y la es tabilidad eco n orn icos, por un a pa rte, y los gas to s del Es ta do benefactor, po r la otra, co mo mutuam en te sos tenidos: los " pagos de tran sfe re ncia " expandi dos se hacían posibles gr acias al cre ci-
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mi ento económico y actuaban a su vez co mo los famo sos "estabilizadores incorporados" (built-in ) qu e soste ndrían la demanda d e los consumidores en cualquier recesión. Esta particular Harmonielehre (doctrina de la armonía) fue impugnada implícitamente a co mienzos de los años sete nta por J a mes O 'Connor e n su ar tícul o "The fiscal crisis of the State,i: ampliado después en form a de libro con el mism o título." Allí donde otro s habían visto armonía, O'Connor formulaba la impresio nant e te sis de ljue el Estado capi talista moderno estaba dedicado a " dos fu ncio nes básicas y con frecuencia mu tu am ente contradi ctorias" : p rimero, e l Estado deb e asegur arse de que tenga lugar una inversión neta continua, una formaci ó n de capital , o, en términos m arxistas, una acumul ación por los cap italistas: ésta era la " función acumul ativa" de l Estado; en segun do luga r, el Es tado debe preocuparse por rua n tener su p ro pia legitimidad propo rcionando a la población p atrones de co nsu mo, salud y educación apropiados: esta es la "función de legitimación" del Estado." ¿P o r qué habr ían de ser cont ra dicto ria s es tas dos fun ciones, es deci r coartarse una a otra pro duc iendo una "crisis"? En con traste co n el nítido silogism o de la p ropo sició n de Hayek que re lac ionab a el cre c.c .ue " radio" de la actividad estatal con la ru ina de la libertad, O ' Ca nnor nun ca no, l o dice del todo, aunque insiste much o .e n cuántas te ndencias al presu p uesto dc ucitar io, la m íluci óu y la rebeldía ante e l im pu esto pudo docum enta r e n esa época como resul tado de la expan sión de lo qu e él lla maba the warfare-welfa re state . E ste té rmino hab ía sido creado, por sup ues to, para criticar al Es tado benefactor desde la 4S Jame s O'Connor, The físc al crisís ofthestate, Nueva York, St. Marti n's Prcss, 1972; el artículo del mismo título apareció en Soc ialíst Revolution, 1, enero-febrero de 1970, páginas 12-54 . 46
O'Conu o r. Fiscal crisis . p. 6 .
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R E T Ó R ICAS D E LA IN T R A N S IG E N C IA
izqui e rda. E n va rios asp ectos sin embargo el ataque de O 'Co nno r tie n e mu cho en común co n algunas críticas de sde el lado opu es to del espectro políti co, co m o p ued e verse por la siguie nte frase que es tal vez lo m ás cercana a u na ex plicaci ó n d e su sup u e st a contradicción : "La ac umul aci ón de capi ta l so cial y gas tos soci ales [p ara la sal ud, la educaci ó n y el bi enestar] es un proc eso irracional de sde el punto de vista de la coherencia ad ministrativ a, la estabilida d fis cal y la acu mulación de capital potencialm en te provech osa.":" En medio de los numerosos desconte ntos de los años se te nta, la noticia de que un a contradicción hasta entonce s no di agnost icada de l capitalism o se había desc ub ie rto en los Estado s U ni dos se di vulgó ráp idam ente, por muy va cilante s qu e fu e ran los fund amentos de la proposi ción. D esde la izquierda, una vez m ás, J ürgen H abermas hizo de ella u n uso extenso e n su influyentelibro L egitim ationspro bleme im Sp atk ap italism us (P ro ble mas de legitimación e n el capi talism o ini cial) (1973), qu e se publ icó e n E sta dos Unidos con el título m ás viv az y arm onioso de L egitimation crisis." Pero a su ve z la opinión co nservado ra se dio cuenta b as tante pro nto de su propia afinidad con la tesis de O'Connor. Só lo qu e en lugar de ver los gas tos e n aumento del Estado benefac to r como algo qu e minab a el capitalism o, tr ansfo rmó el a rgum en to y p rocla m ó qu e eso s gastos, co n sus consecue ncias inflacio na rias y de o tras maneras desestabi liza doras, era n un a grave amen aza a la gestión dem ocrática. Según es a form a la t esis del ri esgo fue invocada de m odo rem ozado contra el Es tado benefactor, y los p roblemas de gesti ón q ue h ab ían brotado en vario s países occí47/bid., p. 10.
48 J ürgen H aber mas , L egit ímat íonsp ro blem e im Sp iitkap ítolismus , F ran cfo rt,
Suhrkamp, 1973, y L egitim alion crisis, Boston, Bcacon Press, 197 5 .
LA TESIS D EL R. IESGO
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dentales a m ediados de la década de los setenta le dieron ah or a una cre dibi lidad de que ca re cía cu ando H ayek había apelad o a e lla qu ince años antes. La inestabilidad p olítica intensificada o el m ales tar de varios países occi de ntales clave tenía e n realidad orígenes m uy diversos: e l escá ndalo W at e rgate e n los Es tados U nid os, la debilidad de los gobi e rn os ta nto co nse rvadores como lab ori stas en la G ran Bre tañ a, la brusca es cal ada de l te rro rism o en la A le m a ni a Occide ntal y las in cer tidumbres de la F ran cia posgau llist a . Sin e m ba rgo, muchos a nalistas políticos tendi e ro n a h ab lar de una general " crisis de go bernab iJida d (o ingobernabilidad) de las democracias" como si fuera una aflicción uniforme. Hubo también mucha pa lab rería acerca de la "sob re car ga gube rn amental", térmi no qu e insinuab a el comie nzo de un di agnóst ico de la " crisis" señ ala ndo con dedo acusador varias e mpr esas n o n om b ra da s del E sta do. E stas p reocup acio nes es tab an tan difu ndidas qu e fue ron es cogidas como campo de estu dio por la Co mis ión T rilate ral, grup o de ciudadanos promin e nt es de E uropa Occidental, J apó n y E stados Uni dos qu e se había co ns tituido en 1'J73 para consider ar prob le m as co mu nes. Un informe de la Co misió n fue esbozado por tres prom ine ntes científicos sociales y p ub licado e n 1975 con el llam ativo títu lo de Th e crisis ofdemocracy:" E l capítu lo acerca de los E stados U n id os, escr ito p or Samuel H untin gto n, se co nvirtió e n un a cl ecl aración am p liam e nte le ída y m uy influyen te . M a nifes taba u n nu evo argu mento te nd ie nte a ha cer a la recie nte expa nsi ó n del gast o e n bi e nest a r respo ns ab le de la llama da crisis de gobernabi lidad de la democracia estadu nid e nse. E l razon amie nto de H u ntin gton es bas tante fran co, au nq ue no de sprovisto de orna- . <19 El lfLulo co mp leto es Th e crisis of dcmocracy. Rep on 0 11 the govemability of dcmocracies l o thc Trilatcral Conuníssion, de Miche l J. Crozler, Samuel P. H unungt on y Joji Wata nuk i, N ueva York, Ncw Yor k Un lversity Prcss. 1975.
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mento retórico. U na primera sección a ce rca d e los acontecimientos de la década de los sesenta parece celebrar inicialment e la "vitalidad" de la de mocracia esta dunidense expresad a en el "renovad o compromiso con la idea de igualdad " para las minorías, las mujeres y los pobres. Pero pronto el lad o oscuro de este impulso en ap ariencia excelen te, el costo de ese "brote de mocrático", se des nuda en una frase lap idari a: "La vitalidad de la democracia en los Estados Unidos en la déca da de los sesenta p rodujo un aumento considerable de actividad gubernamental y una disminución considerable de la autoridad gub ernamental " ." La dism inu ción de la au toridad está a su vez en e l fo ndo de la "crisis de gobe rnab ilid ad". ¿ Cuál era pues la naturaleza del aumento de ac tividad gubernamental, o "s ob recarga", qu e estaba tan íntimamente ligada a ese so mbrío resultado ? E n la segunda m itad de su ensay o H u nti ngton co n testa a esta pregu n ta señalando el aume nt o ab so lut o y re lat ivo de varios gas tos para la salud, la educa ción y el bienesta r social en la década de los sesenta. Ll am a a esta expa nsión e l " paso al bienestar" (We lfare Shift) , en contraste co n el "paso a la defensa" tDefense Shift) mu cho m ás limitado qu e siguió a la guerra de Co re a en la décad a de los cincue nta. A quí menciona dcs tacadamen te a O'Connor y su tesis neornarxista, que ve también en la expansión del gas to en bie nes tar una fue nte de "crisis", y cri tica sólo a O'Conno r por haber in te rp re taJ o errón eamente la crisis co mo de l capitalismo - es decir, como eco nómica, en lugar de ese ncialmente política p or su na tura leza ." El resto del ensayo se dedica a una vívida descripción de la erosión de la autoridad gu bernamental du ran te los últim os años sesent a y los primeros se tent a. Extra ña rne n50Ibi d., p . 64. Subrayado en e l or iginal. tu« , p . 73 .
LA T E SiS D EL R IESGO
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te , en sus conclusiones H u nt íngton no retorna al Estado benefactor qu e había identificad o anterio rme nte como el culpable origi nal de la "crisis de la dem ocrac ia", y aboga simplement e por u na ma yo r m ode ración y menos "credo apasionado" de la ciudad anía como remedi os a los m ales de la democracia. No obstante, tod o lecto r at en to al e nsayo en su conjunto saca de esa lectura la sensació n de qu e, en toda lógica, hay qu e hacer algo co n el paso al bienestar si es que la de mocra cia estadunide nse ha de re cobrar su fuerz a y su auto rida d. Huntington no ha ce re ferencia a Hayek,? aunq ue comparte con él'el punto de vista básico de que la libertad y la democracia están amenazadas por la nueva intrusión del Estado en el amplio te rr en o del bienestar so cial. Pero las razones aducidas para la eme rgen cia de la ame naza so n bastante diferent es. Para Hayek el consenso democrático no puede ya alca nzarse pues to qu e el Estado insiste c n tomar para sí nuevas actividad es, de manera qu e se ha ce ne ces aria la coerció n. Es te esquema ha bía sido confecciona do origi na lmen te por Hayek par a demos trar qu e lo que él llamaba pian eación eco nómica colectivist a es o imposible o totali taria o ambas cosas. E n rea lidad las nuevas activid ad es soci ales de bi enest ar e mprendidas por varios esta dos occiden tales e n el per iodo de posguerra, y luego de nuevo en los años ses e nta y setenta, resu ltaban p recisamente de ese co nse nso nacional qu e Hayek hab ía decre ta do de an te ma no como inco ncebible . H unt ington reconocía ple na mente la realidad de ese "ímpe tu democrático", pero proclamab a despu és qu e el debi litamient o de la au to rida d y la crisis de la dem ocracia e ra n sus consecuencias involuntarias, imp revistas e ine vitab les. 52N i tampoco lo hace Hu nt ingt o n e n su siguien te o bra de mayor a li c ll l o ,A mcricGJI polines: Th e promise ofdisha r-mony, Ca m bri dge, Ma ss., H a rva rd Unívcrsit y Press. 1981, q ue desarr o lla much os de los lemas de su e nsayo e n Th e crisis of dernoc racy,
RETÓRICAS DE LA INTRANSIGENCIA
LA TESIS D E L RI ESG O
E l argu m ento era en realidad una aplicación a los Estados U n id o s una tesis anterior del tipo tesis del riesgo que h abía sido muy útil a Huntington en su análisis de la políti ca de las sociedades de bajos ingresos. E n varias publicaciones qu e lo defi niero n corno un científico político innovador, hab ía arg u men tado que el desarrollo económic o en e sa s so cie d a d e s, más q u e contribuir al "desarrollo político ", es decir al progreso hacia la democracia y los de rech os humanos, está aportand o demandas y pre siones creciente s que pesan sobre las estructuras po liu cas existentes y poco institucionalizadas, dando como resu ltado el " de caimie nto político" y los golpes militares." La confirmación parcial de su tesis por las crisis y los levantamientos políticos experimentados por numerosos paíse s latinoam ericanos y africanos durante los años sesenta y set enta alentaron tal vez a Huntington a intentar ap licarla al "Norte ", en particular a los Estados U nidos . Pero aquí la prueba de que hay que pagar un precio te mible -- en libertad y en democracia - por echarle encim a al Estado nu evas tareas que eran en el m ejor de los casos ambiguas. L os Es tados Unidos y otras democracias oc cid en tal es qu e a mediados de los añ os sete nta habían decla ra do a menu do que eran "ingob ern ab les " y que estaban dobl egadas, si es que no aplastadas por la "sobrecarga", seguían sus re spectivos caminos sin grandes accidentes o derrumbes. Y el terna de la " crisis de gobernabilidad" desapareció del discurso común tan repentinamente corno había hecho su aparición. No es que la discusión en torno del Estado benefactor se apl acara . Por el contrario, pronto se montaron ataques más violen tos, pero éstos ahora impugnaban directamente
las políticas de bienestar social corno contraproducentes y mal orientadas, siguiendo las líneas de la tesis de la perversidad y la tesis de la futilidad.
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R E FLEXIONES E N TORNO D E LA T ES IS D E L R IESGO
El riesgo y sus m itos asociados "Ceci tuera cela" (esto matará a aquello) es el títu lo de un famoso capítulo de la novela de Victor Hugo: NotreDam e de Paris. Allí, ceci se refería a la imprenta y al libro qu e, con la invención de los tipos móviles, tomaría el lugar, según explicaba Victor H ugo, de cela, es decir d e las catedrales y demás arquitectura monumental como expresión p ri ncip al de la cultura occidental. M u ch o más recientemente se anunció un derrumbe similar para el libro mismo: según Marshall McLuhan, la impresión y edición "lineal" estaban destinadas a su vez a ser obsoletas, ya que "el circuito eléctrico" en general y la televisión en particular se impondrían. Podrían reunirse muchas profecías parecidas de semejantes surgimientos-y-caídas conjuntos, pero pasaré directamente a hacer dos observaciones generales: i) tales p rofe cías resultan absolutamente correctas - excepto cuando no lo son, y ii) corno la frecuencia con que se hacen tales declaraciones es considerablemente mayor que lo que ocurre "en la naturaleza", debe haber algún atractivo intelectual inherente a su formulación. E ste atractivo se debe en parte, sin duda alguna, a la promesa warhol iana de esa celebridad de quin ce minuto s que tales predicciones ofrecen a sus auto res . Por ejemplo, cuando un nuevo material (digamos el nylon) empieza a entrar al mercado de otro más antiguo (la se da), no sólo es más fácil , sino también más impresionante anunciar
53 Véase Samuet P. H u nti ng jo n, "Poli tical dev clopment and pc liti ca l decay", World Polit ícs, 17, abril de 19 65, YPolid eal arder in ch angingsocieties , N ew H aven , Yale University Press. 1968.
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RETÓRICAS DE LA INTRANSIGENCIA
LA TESIS DEL RIESGO
que el proceso ocas io nar á la total desaparición de este último, que explorar las maneras en que ambos podrían finalmente coexistir y llegar a ocupar sitios en el mercado bien definidos. Más en general, el frecuente recurso a las declaraciones del tipo ceci-tuera-cela puede interpretarse como arraigado en una terca "mentalidad suma cero". Eljuego de suma cero, donde las ganancias del vencedor son matemáticamente iguales a las pérdidas del perdedor, es por supuesto predominante en el mundo de los juegos y tiene una poderosa impronta en nuestra imaginación estratégica. Hace algunos añ os el antropól ogo George Foster propuso un término cu lt uralmente más significativo, la imagen del bi e n lim itado, para designar esa mentalid ad. Sus estudios de las comunidades cam p esinas indígenas de México le sugi rie ron la existe ncia de una difusa creencia en que toda ganancia fortuita en una dirección, para un individuo o p a r a un gru po , está conde nada a se r equilibrada, y por tan to de hecho borrada por una pérdida equivalente e n otra dirección." Mirando más de cerca, uno encuentra a menudo que las afirmaciones del tipo ceci-tuera-cela apuntan a un resultado negativo más que de suma cero: perdemos y ganamos, pero lo que perdemos es más preciado que lo que ganam os . Es lo que se llama un paso adelan te y dos atrás: lo qu e al principio parece un progreso n o sólo es ilusorio, sino francament e empobrec edor. Esas situaciones son semejantes una vez más en la secue n cia Hubris-Nérnesis, donde los diose s castigan al hom b re por aspirar a un conocimiento prohibido o por hacerse demasiado poderoso, rico y exitoso; al final éste queda peor de lo qu e es ta ba antes (si no es qu e mu e rto ).
La tesis del ri esgo sa ca una fuerza considerable de sus conexiones con estos div e rsos mitos y es te reo ti pos. El argumento de que un nuevo adelanto pondrá en peligro otro más viejo es de alguna manera inmediat am ente pr obable, como lo es la idea de que una antigua libe rta d ha de ser más valiosa o fundamental que una nueva (o "novedosa") . Reunidos, estos dos argumentos forman un poderoso alegato contra todo cambio en elstatu qu a. Tal vez sea por su apoyo a esas fáciles conexiones automáticas de la tesis del riesgo con imágenes mentales fuertemente arraigadas, por lo que sus protagonistas se han conformado con argumentos bastante endebles. ' Al disponerme a examinar los principales episodi os intelectuales en que se invocaba la t esis de l riesgo, esperaba confiadament e top arme con los más r efin ados e ntre los diversos argu m entos "reaccionarios" con que tend ría que vérmelas en mi panorama. Esa expectativa ha qu edado frustrada. En lugar de la rica argumentació n h istó rica que me esperaba, los proveedores de proclamacio nes de riesgo, desde Robert Lowe hasta Samuel Huntington, se han conformado a menudo con simples afirm aciones de l tipo ceci-tuera-cela. En el caso de Huntington, por ej e m plo, el lazo primario que se establece entre el paso al bienestar y la creciente "ingobernabilidad" de los E stados Unidos es el hecho de que estuvieran ap ro p ia damente sincronizados, y que el paso precediera al brote d e ingobernabilidad en la democracia estadunidense a mediados de los años setenta - brote que después resultó se r de corta duración. Es como si pudiéramos prescind ir de la demostración de cualquier nexo ca u sal m ás persu asivo una vez que podemos señalar una secuencia de eme rgencia-y-caída tan b ie n sincronizada: hab rá un sal to colectivo a la conclusi ón de que los dos está n íntima m e nt e relacionados.
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54 George M . Foste r, Tsiruzuruzan: M exican pe asants in a changing world, Boston , Linle, Brown, 1967, cap . 6. [Traducido al español por e! Fondo de Cultura Econó m ica.]
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RETÓ R ICAS D E LA INTRANS IGENCIA
El riesgo versus el apoyo mutuo
La tesis del riesgo no es la única man era de establecer conexiones entre do s intent os sucesivos de cambio so cial o de reforma. Es fáci l visualizar la línea de razonamien to opues ta: qu e un a reforma o institución ya establecida A sería forta lecida y no de bi lita da (co mo en la proclamaci ón de riesgo) por una ins titución proyecta da o re forma B; que se requie re la adopció n de B pa ra dar fuerza y significado a A; qu e B es necesaria com o co mplem ento de A. Este argum en to de la complementa riedad, la armonía , la sinergía o e l ap oyo mutu o sue le formu larse bastante tie mp o antes que la proclamación de ri esgo , pues será expresada p or los primero s abog a dos "pro gr esis tas" d e B mucho ante s de qu e B haya llegado a se r una realidad inminente o efe ctiva qu e mo vilizará entonces a los re accion ari os y sus argume ntos . Es te in te rvalo entre los m om entos en que em ergen los dos a rgu me ntos opuestos hace concebible que nunca se e n fre n te n e l uno a l otro. E l debate sobre las políticas de bienestar so cial es tal vez un caso pertinente. Cua ndo esas po líticas empezaron a ser defendidas y adop ta das, un argumento importante en su favo r e ra que fuero n ind ispensabl es para sal var al cap italismo de las consecue ncias de sus excesos (desem pleo, migración m asiva y desintegración de la co mu nidad y de los siste mas familiares exte nso s) y para asegurar que los derechos políticos nu evament e instituidos o ampliados no cayera n en el ab uso debido a la existenci a de grandes can tidades de vo tan te s in ed ucados, insalubres y emp ob recid os. E sos p rem aturo s argumen tos en aparie nciarazon abies e incluso poderosos e n favor de las medidas de h ienes tar so cial fueron to talme n te sos layados por quienes más tarde su brayaron las diversas maneras en que el Es tado benefacto r entra e n co nfli cto co n el cap ita lismo, la libertad o la es tabilidad de la democracia.
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LA TES IS DEL RIESGO
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Y sin embargo es difíci l creer que los críticos del E stado benefactor que exp re saro n la proclamación de riesgo e hicieron con ello un argu me nto hist6rico hu bieran olvidado por completo las anteriores proclamaciones de arm onía y mutu o apoyo. Si ellos te nían ra zón demostr arían, de spués de to ci o, que los analistas an teriores es taban rad ica lmente de sorientados: las p olíticas de bienestar socia l, en lugar de ap un talar el cap italismo y dar soportes a la democracia, estaban efe ctivamen te minando esas formaciones. Para generaliza r un poco : Un curso de acción adoptado exp resamente para prevenir un suceso temido resulta qu e ayuda a provocarlo. Sería sin duda una delicia pa ra los pensadores conservadores exponer esa clas e de secuenci a, qu e se las arregla p ara introd ucir la perv ersida d p or encima del riesgo , ya que se muestra una acció n qu e resu lta en lo op uesto de lo que se proponía. D e hech o, la se cuencia pinta la acc ión hu m ana y la planeación "deli be radas" en su más lamentab le impo te ncia - de manera muy semejante a la historia de E dipo, dond e el activism o mismo d el rey -padre , su tent ativa de esquivar el destino anunciad o (ordenando la muerte de l niño E dipo) es u n eslabón importante en la secuencia de acontecimientos que hacen qu e se cumpla la p ro fe cía divin a. Muy consciente y bastante e nca n tado de esa clase de se cuencia, J osep h de M aistre la cara cteri zó como una "afectación" especial de la P rov ide ncia en su not ab le form ulació n del efecto perverso citada e n e l capítulo 2. Inst igados po r un m ito más, algunos partidarios de la tesis del riesgo pueden sen tirse así con fiados en sus creencias cuando ana lizan el argu mento del mutu o apoyo y el gra do asombroso, p ara ellos re confortan te, en qu e los homb res pu eden caer en el error. Pero otro s lleg ará n a percibir que, re unid as, las dos te sis opuesta s definen u na rica zona dep osibilidades interm edias que con tiene la m a-
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R ET Ó RI C AS D E LA INT R A NSI G E N CI A
yor part e de las situaciones históricamente pertine ntes . U na vez que el riesgo y el m utuo apoyo se ven como dos cas os lím ites e igual me nte irreales , es posible por cie rto conceb ir un a amplia variedad de maneras co mpuestas e n las que una nueva reforma puede interactuar co n una más anti gu a qu e es tá ya estableci da ." U na posibilidad evide nt e es qu e los p artid ari os del apoyo mutu o y los del riesgo tengan ambos razón, pe ro opcionalmente: u na nu eva reform a fort ale ce una vieja durante algún tie mpo, pero e ntra en conflicto con ella después cu and o la nu eva re forma sobrepasa cierto punto . O tomemos la se cue ncia opuesta: la lucha por un a nu eva re forma crea un alto grado de tensión e inestabilida d y de ese modo pone en riesgo ins tituciones qu e encarnan e l logro anteri or de algú n "p rog res o" ; pero finalmente tant o la nueva reform a co mo las viejas in sti tuciones se asie n tan y en el p ro ceso sacan fuerza la una de la otra. Tales es que mas, con el riesgo y la arm onía domin and o e n n ítida alternancia, son tod avía mu y p rimitivos. Sit uaciones más complejas no só lo so n co ncebibles , sino que pueden pretender ser m ás realistas. Po r eje mplo, todo nu evo programa de reformas o de movimiento "progresista" tendrá probablemente vari os aspectos, actividades y efectos, algu nos de los cuales pu eden se r ú tiles para fortalecer un a reforma o institución establecid a, mientras que otros obra n con fines divergentes de ella y ot ro s m ás no suponen ni utilid ad ni daño. A de más de qu e si la reforma tiene esos efectcs positivos, negativos o neutros, y hasta qué punto, en relación con la antigua, es algo que bien p ue de depende r más
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55 Este tema se relaciona con un inter és anterio r mío: en Ioum eys to ward p rogrcss ( N ueva York , T we nriet b Ccn tury F un d , 1963) , ana licé va rias pos ibilidades de progreso po r medi o de co n tub ernios, cambios de alianza . y as pec tos semeja ntes en dos cuestiones de reform a que se presen ta n para la acció n más o menos de man era sim ultá nea . V éase "Digrcssion: Mod els o f Rc form rnongcring", e n el cap. 5, pp. 285·297 .
L A T E SI S DEL R IESG O
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de circunstanci as específicas que de las car acterísticas intrínse cas de las reformas . E n vista de tales co mplicaciones del " mundo re al", no es so rprendente que las discusiones ace rca de la inte racción en tre progresos pasado s y progresos plane ad os para el futu ro se hay an limitado en gran parte a dos casos extrem os. E ncontra r combin aciones factibl es de lo nu evo y lo viejo sin trabajar con las ilusiones del apoyo mutuo , a la vez qu e se está alerta de los peligros que ame naz an, es de manera esencial u na cuestión de invención histórica práctica.
R iesgo ve rsus estanca miento A pe sa r de su estrecha relación con pat ron es de p ensami ento familiares - surgimi en to y declinación, suma ce ro , ceci tuera cela, y otros parecidos - la zona de la tesis del riesgo es más restringida que las de los ar gume ntos de la perversid ad y la futilidad. P ues la tesis del riesgo requier e com o trasfondo u n pa norama Y una sit uación históricos específicos: cuando se defiende o se pone en m ar cha una acción "p rogresista" e n una comunid ad o una nación, debe existi r la m em oria viva de una reform a, institu ción o logro anterior tan apreciados que pue da argüirse que e l , nuevo movimiento amenaza. No tie ne que ser ésta una estipulación gravemente limitadora, Pero algunas sociedades son sencill ame nte más conscien tes que otras de que sil historia social y política ha pasado sin extravíos por un a ser ie ordenada de etapas de progreso. Es com o si por esta concepción tuvier an qu e pagar un precio: se convier te en el pr incipal escenario para el despliegue de la tesis de l riesgo. E l asu nto se re lac iona con u n tema de "desarr ollo po lítico" muy discutido en una ép oca. En la Europa Occidental, según varios autores, las distintas"tareas"o "re quisit os"de la constru cción nacional - el estable cimien to de la id cn ti-
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R E T Ó R ICAS D E L A IN T I
dad nacional, el aseguram iento de la autoridad sobre el ter ritorio, el enlist amien to y m an ejo de la participación de las m asas - se emprendieron u no tras otro durante siglos, mientras qu e las "nuevas naciones" del T ercer Mundo se enfrenta ro n con todo s ellos a la vez." De modo parecido, la historia marshalliana - del p ro greso de sde los derechos civiles hasta la participación de las m asas en la política por medio del sufragio universal y hasta las medi das socioeconómicas - procedió de una mane ra mucho más pausad a y " orde nada" en la G ran Bretaña que en lo s otros países eu rop e os importante s, par a no ha blar de l resto del mundo. E sta es la razón, naturalmente, de que la tesis del riesgo se haya inv ocado princ ipalm ente en In gla terra y en los E sta dos U nidos: co n excepción de la esc lavitu d, la consolidación de la s libertades individuales y de las ins tituciones de mocráticas y el de sar ro llo de las po líticas de bienesta r so cial sigui eron también allí un a vía se cuencial bi en de line ada. E n el deb ate acerca del llamado desarro llo político, la distinción entre los pocos países que fueron capaces de resolve r sus p roblemas u no por uno a lo lar go de un prolon gad o periodo, y aqu ellos otros (presuntamente menos afortunados) p ara los que ese periodo quedó muy comp rimido, servía a u n fin evide nte : demostrar qu e los qu e llegan ta rde se enfren tan a una tarea desalen tadora; trasm itir u na ap reciación de las dificultades esp eciales de la construcción de una nación en el siglo xx. A cep temos de m omen to este argumen to. Los países qu e llegan tar de parece entonces que tienen p or lo menos una ventaja de su lad o: cuando se trata de proporciona rle s, digamos, 56 V éase Hu ntingto n, Politica í arder, cap. 2; y Stel n Rokk a n, "Dimension s of state fo rm atio n and nati on-bui ldi ng ", The fo rmati on of states in )Vcs/em Europ e, Charles T illy (comp.) , Prlnceton , Prínceton Unlv erslty Pre ss, 1975, pp. 562· 600. Se explo ran varios caminos s ecue ncia les en D ankwart RUS10W, A world of nations , Washi ngto n, Brookings Instit ut ion , 1967 , cap. 4.
L I\ TESIS D E L RIES GO
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in stit uciones de E stado benefactor, no se rá p osible combatir este adelanto e n el nombre de p rese rvar una tr adición de de mocracia o de libertades individuales, pues esa tradición ap en as existe. E n otras palabra s, la te sis de l riesgo no puede invocarse e n tales caso s. La ventaja "ret órica" que ha ce así m ás fácil la vida para los ab ogados del Esta do benefact or en los países zague ros puede dar mínimo consu elo en comp aración co n la desve ntaja "real" -la ne cesid ad de re solve r va rios problemas de la construcció n nacional de una vez - en la que se dice que trabajan las sociedades zagueras. Pero esa desven taja parece menos formidable una vez que se pone en cuestión el argumento subyacen te. Par" e mpezar, no es ver dad qu e los países ade lan tados disfruten siempre del lujo de una soluci ón secuencia l de los p ro blem as, mi entras que los recién llegados est én u niformemente obligado> a un a ope ra ción casi simu ltánea. To memos las et apas de la industrialización: no se ha obs ervado mucho - probablemente debido a la falta de comunicación entre economistas y científicos políticos qu e es la relaci ón inversa la que rige aqu í. Puest o qu e los bienes de cap ital y los bienes inte rme dios son accesibles en el extranjero, los recién llegad os son los qu e, por un a vez, han podido avanzar p ausada ment e, según un a dinám ica de enlace haci a atrás, de sd e las últimas e tapas de la pro ducció n hasta las p rimeras y en la pro ducción de bi enes de capital (si es que llegan tan lej os), mientras qu e los p aíses industriales precu rsores tuvieron mu chas vec es que p roduci r de m an era simultánea to dos los insu mas necesarios, incl uyendo sus propios bienes de capital, au nque sólo por métodos artesanales . E n este caso, sin embargo, la obligación en qu e se encontraro n dichos p aíses pre cursores de oc upar tod as las e tapas de la p ro ducción de un a vez se ha co nside rado como una ventaja (desde el
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RETÓRICAS DE L A INTRANSI GEN CIA
punto de vista de la dinámica de la industrialización), mientras que la naturaleza secuencial del proceso de industrialización entre los industrializadores tardíos se ha visto de manera correspondiente como un impedimento, debido al riesgo de quedar varados en el estadio de los bienes de consumo terminados. E sos riesgos son reales: como expliqué en otro momento, "el industrial que ha trabajado hasta ahora con materiales importados será a menudo hostil al establecimiento de industrias internas que produzcan esos materiales" y, más en general, "aunque los primeros pasos [de la etapa de industrialización] son en sí mismos fáciles de dar, pueden hacer difícil dar los sigu ie nt es" ." Comp arar las dinámicas de la industriali zación y del desarrollo político parece conducir al principio a sólo una generalización bastante desconcertante: lo mism o si las tareas a que se enfrentan los países avanzados pueden abarcarse secuen cialmente o si deben resolverse de una vez, esos países tienen siempre la mejor parte del trato. Pero difícilmente puede sorprendernos eso: es una de las muchas razones entrelazadas por las qu e esos países son avanzados. E l argumento tie n e sin embargo su utilidad. Primero, pone de manifiesto un punto formal: subrayar el peligro de que dar varados en la primera etapa o en una etap a inicial de algún proceso, de no alcanzar nun ca las subsiguientes, es la im agen prototípica de la tesis del riesgo, es decir la insistencia en el riesgo de dañar un logro an te rior con alguna nueva acción. E n ambos casos los exponen tes de esas preocupaciones opuestas piensan en términos de dos etapas sucesivas que se p retende so n conflictivas o 57 Hlrschm a n, Thc str at cgy of ccon om ic de velop m en t, N ew Havcn , Yal e Unívc rsit y P r ess, 1958, pp. 118-11 9. E l te rna está tratado más extensamente e n mi artículo de 1968 "The poli tical economy oí írnport-s ubs titutl ng indust rializ ario n in Latín America", re impreso en Hlrschm a n, A bias for llap e: Essays Oll dcvelopmcru and Latín Americe. N cw Haven, Ya 1e Un iversity Press, 1971 , pp. 91-96 . [Am bas obras trad ucid as por el s c a.]
L A TES IS D E L R IE S GO
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incompatibles. P ero hay una diferencia: los qu e se desesperan con el riesgo de quedar va rados miran la segun da etapa com o una consumació n su mam ente dcse ab le, ineluso esencial, mientras que los que invocan el p eligro del riesgo están en verdad mucho más entusia smados con los logros de la etapa anterior. La comparación de las do s din ámicas p er mite una conclusión más importante. La solución de problemas pausada y secuencial no es siempre una pura bendición, como se ha argumentado de manera tan convincente en la bibliografía sob re el desarrollo político.' La solución secuencial de problemas trae consigo el ri esgo de quedar varados, y este riesgo puede aplicarse n o sólo a la se cuencia de la p ro ducción, desde la de bienes de co nsumo hasta la de maquinaria y bien es in te rm edios, sin o, de manera diferente, al complejo progreso marsha lliano desde las libertades individuales hasta el sufragio unive rs al y hasta el Estado b enefactor. No necesita u n o creer en la tesis del riesgo (en la for ma, por ejemp lo, de u na absoluta incompatibilidad entre lo s programas del E stad o b enefactor y la salvaguardia de las libertades in dividuales) para reconocer que una sociedad que ha sido precursor a en asegurar estas libertades experimentará probablemen te dificultades especiales al establecer de mod o subsiguien te políticas comprensivas de b ienestar so cial. L os val ores mismos que sirven bi en a semejante so ciedad en u n a fase -la creencia en el su pr em o valor de la in dividualidad , la ins ist e n cia en la re aliza ci ón y la r es p on sabi lid a d individuales - puede n ser una especie de trab a más tar"Co n respect o al de sa rrol lo eco nómico, su br ayé las pos ibili da des y ventajas de la sol ución secuencial d e proble mas (" crec imien Lo no equ ilibrado") en ]11C SlI ¡J IC,....,. ,/ economíc dcvelopmcnt (New Have n, Ya k U nive rsüy P r css, 195 8). Aquí me pr eo cu pa más bien el riesgo d e quedar varad o qu e vien e co n la d ispo nibili dad de soluciones secuenciales. La relación entre estas d os posicion es s e exp lo r a e n mi artícu lo "The case against 'One t hing al a time' ", WorldDevclop m ellt, 18 , agosto d e 1990, pág inas 1119·11 22 .
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R ETÓR ICAS D E LA IN T RANS IG E N CI A
de, cuando se necesita insistir en un ethos co mu nita rio y so lid ario. T a l ve z és ta sea la razón básica de qu e en las p olíticas de bi enes tar social fuera precurso ra la Alemani a de Bismarck, país singularmente poco arraigado a una fuerte tradición liberal. De modo p arec ido, e l más re cien te ataque retórico contra el E sta do benefa ctor en Occidente no ha sido ni por mu ch o tan vigo roso y so sten ido en la E u rop a Occidental continental como en In glaterra y en los E stado s Unidos. Nada de eso im plica qu e en países con una fuerte tradición lib eral sea imposible estab lecer un conjunto glob al de políticas de bi enestar social. Pero es allí donde su introducción parece requerir la concurrenc ia de circunstan cias exce p cionales, tales como las p resiones creadas p or la depresión o la guerra, así como hazañas especiales de ingeniería social, polftica e ideológica. Ad em ás, u na vez introducidas, las medidas del Estado benefactor caerán de nu evo en el ataqu e a la p rim era oportu nid ad. L a tensión entre la tr adición liberal y el nuevo ethos de la soli daridad qu edará sin solución durante mucho tiempo; la tesis del ri esgo será invocada con p re decib le regu la ridad y en contrará sie mp re Un audito rio re cep tivo .
5. COMPARACIÓN y COMBI NACIÓN D E LAS TRES T ESIS MI TAREA p rincipal ha terminado. H e demostrado cóm o tres tip os distinto s de crí ticas, los argum en tos de la perversi dad, de la fu tilid ad y del riesgo, se h an lev antado infaliblemente, aun que en múltiples va riantes, an te tr es importa ntes movimien tos " revoluciona rios", "pr ogresista s" o "reformista s" de los p asados doscientos años. Será útil u na sinopsis del argum ento en for ma de cuadro . CUADRO SINÓPTICO
E l cuad ro sigue el orden adoptado en mi texto , excepto que el "riesgo" precede a la "perversidad" y a la "futilidad" en lugar de seguirlas. En el cu adro es conveni ente que el tiem p o fluya de izquierda a derecha y de arriba abajo . No hay du da acerca de cóm o orden ar la dirección horizontal: com o e n el texto , las tr es extension es de Marsh all del conce p to de ci u d a d a n ía se enum e r a n e n su orden histórico " norm al" (es decir e l orden en qu e ap arecieron en Inglat erra): del asp e cto civil de la ciu dadanía al político y al socioeconómico . E n cam b io, cuál será el o rden te rnp oral ap rop iad o en la direcció n vert ical depe nde de la secuencia en la qu e h ayan te ndido a hace r su apari ción los tres argum ento s re accionarios . H ay m otivo para pensar, ante todo, qu e el riesgo se invocará en gene ral antes que la p erversid ad. La denuncia del riesgo pue de h acerse tan p ro nto como se prop one o se adop ta de m an era oficial una nu eva p olític a, mientras que el argum en to de la perversid ad surgirá normalm ente sólo desp ués de que se hayan
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acumul ad o algunas experie ncias desdi chadas con 'a nueva política, E n lo que concierne al argumento de la futilid ad , es p rob ab le qu e teng a una apari ció n aún más tard ía : como se señaló al principio de l capítulo 3, se ne cesita cie rt a distancia respecto a los aconte cimie nto s para qu e alguie n afirm e qu e un gran movimie nt o social no era nad a más que... mucho ruido y po cas nue ces. D e ahí que la se cue ncia temporal "lógica", acaso la más probable, para la apari ció n de los diversos ar gumentos en relación con cualquier m ovimiento de re forma, se a la de riesgo-perversid ad fut il id ad. V a rias cir cunstanc ias pueden po r sup ues to provocar desviaciones resp ecto a este esquema, y e n breve las señala remos. E l cuad ro ante rior re cap itu la acerca de có mo he mos da do cue nta de las po siciones de los p rincipales portavoces "reaccionarios " y cóm o p ueden éstas acomodarse en el esquema int ele ctual que hemos elaborado. Sería sin duda pretensioso de mi pa rte af irmar qu e he sido exhaus tivo . Bien p ue do haber pa sad o po r alto un a figur a importante aq uí o un argumento esencial allá, precisamente porque una y otro no casaban en mi esque ma.' Pero en est a etapa puedo decir que me siento más confiado en que he log ra do un panorama tolerablemente co mp rensible que cuando ar ranqué y decl ar é (u n po co en bro m a, por supuesto) que me limi taba a tres argu me ntos puram en te en nombre de la simetría co n los tres epis odios qu e ib a a exam ina r. Las tr es ca tegorías de perver sid ad , fu tilida d y riesgo son en e fec to más exhaustivas de lo qu e sa lta a la vista, Cua nd o • N o es " preconce bido " , adjetivo qu e se usa a me nud o -y mu cha s vec es co n ec tame nt e- e n co nj unció n con el térm ino "esq ue ma ". Form ulé m is tr es tes is dt"ff" u' " de haberm e e m pa pado du ra nte más de un a ño en Bur kc. D e M aistrc , Lc lh m. f',. l, ,·, a, Hayck, Murray y ot ros. Sin duda , una vez qu e me af e r r é a mi triad a , las lec tur as s ubsec ue n tes s irv ie ro n an te lo do para co n fir ma r el esq ue ma . que as um ió tul vez c nIUI\ces s u papel usual de cega r a su au to r partl o tros posib les a tisbos.
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CO M PAR AC iÓ N D E LAS T RES T ESt S
RET Ó R ICAS DE LA INTR A NS IGENC IA
se em p re nde una p olü ica pública o un a "reform a" y ésta entr a así en p robl emas o algunos críticos la miran como fra casada, esa apreciación negativa sólo puede atrib uirse de hecho a do s razones básicas : i ) se considera qu e la reforma no ha cu mplido su misión: la perversidad y la futilidad son dos ver siones estilizadas de este giro de los acon tecimien tos, y ii) los cos tos en qu e incu rre la reforma y las con secuencias qu e desencadena se considera que superan a los beneficios: una buen a p arte de este vasto te rritorio está cub iert o po r el ar gu men to del riesgo, co mo se ña la rn o s al pr incipio de l capítulo 4. E n ot ras palabras, p ued e esperarse después de tod o que las tres tesis d ar án cuenta de l o m ás ese ncial de los ata ques re tóricos qu e me he propuesto ana lizar. El cuadro da fe de este he cho. Constituye e l último premio a mi esfu erzo de poner ord en en el difuso mundo de la retórica re accionori a y de mostrar cómo esa retórica se reproduce de u n episod io al siguien te. Confieso qu e recibo una con siderable e íntima satisfacció n al observar el cuadro. F elizm ente, tie ne también otros usos: es timula y faci lita la indagación en numer osas interacciones e inte rrela ciones e ntre los diversos pu ntos de v ista qu e se han comentado, en gran pa rte aislad os unos de otros . E xplo rar esas interacci ones es la principal tarea de las páginas siguientes. H asta aquí el cuadro se ha expl icado en la dire cción horizontal y cada te sis se ha seguido mediante los tre s episodios e n una tentativa por entender sus varie dade s, su evolución y su natu raleza. Puesto qu e el cua dro puede leerse ta mbién en la direcc ión ve rtical, es tentador enfocar ah ora cada u no de los impulsos o episodio s progresistas a la luz de las crít icas muy diferentes que se han adelantado. Hecho es to, se plante a u na se rie de pregunta s se ncillas: ¿cuá l argum e nto ha tenido más peso durant e cada episodio y, fina lmen te , en su conjunto ?
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E n qué m edida se han minado un os a otros los diversos argumentos, o, por el contrario, cuándo han sido apoyos mutuos? ¿Cuá l ha sido la se cu encia temporal efectiva, disti nguida de la secuencia "lógica", en qu e han he cho su apa rició n los argumentos? Estas p re guntas han surgido ya oca sion almente en el trans curso de los capítul os previos, pero aquí se in tentará una p res entación más siste m ática aunqu e bastante breve . é
INFL UENC IA CO M PAR ATIV A D E LAS T E S IS
Tomemos primero la cuestión de los pe sos o influencias compara tivos qu e han de atribuirse a las dive rsas tesis. La s respuest as sólo pueden fundarse enjuicias muy subjetivos, y los míos están implícitos en el tratamiento previo. Al re cordarl os emp iezo co n el epi sodio más re cien te, qu e se refi ere al ataque con tra lo que en otro tiempo fueron disposiciones públicas para los pobres y ahora se conocen co n el nomb re de Estado benefactor. E l argumen to m ás . in fluyente aqu í ha sido la afirm aci ón de qu e la asistencia . a los pobres sirve só lo par a gene rar más p obreza: la acusación de pe rversidad. Es in te resante que se a la m ás vieja ya la vez la más reciente línea de ataqu e, qu e incluye desde Mandeville y Defoe ha sta el recie nte best-seller de Charles Murray. U n valioso pap el auxilia r, pero sin du da. sub sidiario, lo ha desempeñado la proclamación de futilidad , segú n la cual grand es proporciones de los fondos destinados ostensible mente a aliviar la pobreza se canalizan e n re alidad ha cia los bo lsillos de la clase media. D e manera so rp rendente, el argum en to m enos efe cti vo contra e l E stado be nefa cto r ha sido probablemente la tesis de l riesgo, que arguye que las disposicio nes del Es tad o benefacto r co nstituyen un peligro para las libertades ind ividuale s y p ara un a sociedad democrática que funci o-
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n e como es debid o. E n las democraci as occiden tales m ás sólidamente establecidas este argumento no ha alcanzado credibilidad, excepto en algunos periodos "como p or ejemplo los años se te n ta" en qu e las instituciones democrá ticas en varios p aíses importantes parecían estar atravesa ndo una crisis convergente. Ocup a el efecto perverso una posición igu al men te p ro minente en los otros dos ep isodios ? T al es el caso en lo qu e resp ecta a la R evolució n francesa y a la proclamació n de los Derechos del H ombre. E n gran p arte a causa de la dinámica espectacular de la Revolución, la idea de qu e las tentativas radicales de reorganizar la sociedad están condenadas a sacar el tiro por la culata ha estado desde entonces profundamente grabada en el inconsciente colectivo. La demostración de Tocqueville de que la Revolución no logró ni por mucho todo el cambio que p ro clamaba (y qu e en general se le ha ac reditado) y, en co nsecuen cia, su afirmaci ón de que mu chos cambios sociales y políticos significativos estaban produciéndose ya con la monarquía era una manera mucho más su til de minar el prestigio y la popularidad de la Revolución. Su s espe cu la cion es son fasc inant es para el m ode rn o hi sto riador social y económico, aunque sólo sea porque planteó la pregunta "contrafactual" de si Francia se habría convertido en una nación moderna sin la Revolución. Sin em b argo só lo últimamente su ob ra h a rec ibido el reconocimiento que m erece, e incluso hoy la R evolución sigue discutiéndose sobre todo (y de manera aburrida) en térmi nos maniqueos tradicionales, con poca at ención a las cuestiones p lantead as po r Tocqueville. Por úl tim o, el argumento del riesgo no se desplegó nu nca p or co mpleto en cu anto a la R evolu ción fran cesa, y la ra zón es sencilla: los acontecimientos revolucionarios llega ron con tal ce leridad y barriero n tan p or completo las é
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R E T ÓRI CAS D E LA INTRANSI G ENCIA
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estructuras prexistentes, qu e literal mente no hubo tie m po para determina r si había algo que valiera la p ena salva r del antiguo régimen. Aquí reside una diferencia básica resp ecto al episo dio que nos queda por comentar. E n el impuls o h ac ia el sufragio'universal y la gestión democrática du rante el siglo xrx, elpeso comparativo de los tres argum ento s es muy . diferente. La dis cusión básicagiró durante mu cho tiem po ': en .torno de la p retendida-i ncompatibilidad de' la derno crac ia .con la libertad y del temor de qu e los nuevos derechos políticos dañaran los logros p asados, com o lo muestran los debates acerca de las dos leyes de R efor ma de 1832 y 1867 en Inglat e rra. Más en general, las preocupaciones reales o imaginarias en cuanto a la " tiranía de la mayoría" mantuvo vivo el argumento del riesgo incluso después de que la batalla por el su fragio universal había sid o ganada decisivamente. La te sis de la p erversidad , por otra parte, no ocupa un lugar en particular p rominente en los ataques contra la democracia. El argu mento de LeBon de qu e la dem ocracia se convierte en tiránica burocracia tiene mucho m enos mord ente que el at aqu e de M osca y Pareto contra la democracia Como una -farsa, co m o una pantalla para la pl utocracia ypara un 'nuevo género de gobierno de la élite . E n o tras palabras, la tesis de la futilidad desempeñó efectivamente un papel importante e n la discu sión según las líneas del argumento del ri esgo. D ebflit ó el apoyo a la democracia, sobre tod o en aqu ello s países ' - Italia y Alemania, pero también Fra ncia - dond e las lib ertades in dividuales no estaban establecidas con firm eza antes del ad venimiento del sufragio y donde e l ar gumento del riesgo no e ra por lo tanto p articul armente aplicable o persuasivo. E n su m a, cada una de las tres tesi s tiene su prop io terreno de influencia especia!. Ir más lejos y estab lece r un
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COM PA RA C IÓN D E LA S T RES T ES iS
R ET Ó R ICAS DE 1.<\ INT R ..\ NSIG E NC1A
rango de conju nto e ntre ellas e n térm ino s de impo rtan cia históri ca no es u n ejercicio en particular significativo. Si hub iéram os de lleva rl o a cabo, la proclamación de perversidad probablemente sería declarada " ven ce do ra " como el arma individu al m ás popular y efectiva en los an ales de la re tór ica reaccionaria. El argu men to p recedent e ha comp arado la in fluen cia política de estas tres tesis. Si en cambio fuer an juzgadas por los té rmin os de su m érito intelectual, su agudeza o su refinam ien to , la clasificación p robab lem ente se rí a por comple to difere nte. E n el tex to prece dente me h e metido a veces en tale s comp araciones, como cua nd o dije que la tesis de 1:.1 fu tilid ad constituye una crítica m ás insu ltan te a la re for m a que la te sis de la perversidad. P ero no veo much o in terés en celeb rar un concurso de belleza form al, deinteligenci a ') malevolencia. ALG UNAS I NTE R A CCI O N E S SE NCILLAS
La sigu ie nt e cues tión qu e hemos de expl orar con alguna ay ud a d el cuadro sin óp tico es la de la mu tu a compatibi lidad de los diferentes ar gumentos. La atención p rincip al apunt ar á un a vez más a las columnas más bien qu e a los renglones del cu adro : es de interés p reguntarse si, cuan do u n o de los tres argu m e n tos es blandido, digam os, con tra el Es tado benefactor, resulta reforzado o recortad o (o no afectado) p or el uso p revio de cualquiera de los ot ro s dos argumentos. P ero primero permítase m e exa min ar de manera breve los renglones teniendo en me nte un a preg unta similar: ¿en qué medida qu ed a forta le cido o debilita do cada argu me nto por el hecho de que u no simila r haya sid o usad o ya durante un ep iso dio político p re vio? La s re spuest as deberían ser clar as gr acias a los tr es p rimeros cap ítu los, qu e ha seguido el cuad ro a
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lo largo de sus dimensiones horizontales al rel atar la h isto ria de las su cesivas encarn acione s de cada una de las tres tesis. E l grad o en que la p re sent ación de un argu mento dad o durante un episodio h istórico es útil p ara el m ismo argu mento ta l como se despliega durante u na fase u lterior ' dependerá en gran parte del prestigio que el argu me nto h aya con segu ido como resultado de su uso p revio. El efecto perverso, por ejemp lo, fue formulad o y el aborad o extensamente en la est ela de la Revoluci ón fra ncesa, tal como se muestra en el cap ítulo 2. La naturaleza esp ectacular e imponente de los aco nte cim ientos de los qu e se destiló el efecto perverso do tó a este argumento de considerab le auto ridad, y lle gó a aplicarse a un gran número de ep isodios subs e cu entes en la adopción de lín eas políticas, desde la exte nsión de los derechos polít icos (LeBon) hasta la construcción de casas baratas (F orrester) y ha sta el uso ob liga torio de cinturones de seguridad (Pe ltz man) . Pero aquí el argumen to de la perversid ad fu ncionó a menudo much o menos bie n, ya que las circun stancias de la adopci ón de líneas políticas eran muy distintas de las que prevalecían durante la Revolución. Esta experiencia propo rciona sucesivos ejempl os de dos m áxim as con trad icto rias. Al principio, ap licada la tesis de la perversid ad a un ampl io co njunto de experiencias de políticas, parece que "nad a tiene más éxito que el éxito". Pero fin almente , a m edida qu e la aplicaci ón mecánica de la tesis rin de cuentas cad a vez m eno s sa tisfacto rias d e la realidad, parece ser aplicabl e al dicho "nada fracas a como el éxito": la p ro clama ció n de riesgo pasa de se r u na visión fre sca a un reflejo automático qu e bl oquea la comp rensión . R ecuerda uno la famosa observación de Marx en El dieciocho brumario de L uis Bonaparte: cu ando la histo ria se repite, lo que al prin cipio toma la forma de la trage dia
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R ET ÓRI CAS D E LA INTRANS IGENC IA
ap arecerá la sigui en te vez como u na farsa.' La implicación es aquí d oble: i ) e l segundo acontecim iento debe mucho al hecho de que la bre cha haya sido abie rta p or el primero, y ii) su carácter imitativo, derivado y epigónico explica su naturaleza de "farsa ":'·E s probab le qu e esta regularidad se en con tra rá de m anera m ás c6Iiriab le en la historia de las ideas qu e en la h isto ria de los hech os. Está bi e n desp legada en nuestras h isto rias, po r ejem plo por la manera en que la Ley de D ire ctor, tal co mo la expresa G e orge Stig ler, des ciende, en m ás de u n sentido, de la Ley de Pareto, qu e tenía efectivamente genuino derecho a ser tom ad a en serio como p roposición científica. * D ejemos ya las situaciones en que una tesis h a lograd o pres tigio como resu ltado de su primera aparici ón y su en cu entro con u na realidad so cial. ¿Q ué sucede en cambio cuando a u na tes is "reaccionaria" n o le va particula rmente bien la prim era vez que es enun ciada? Un eje mplo es la tesis del riesgo , que fue afirmada con vigor durante la discusión en torno de las leyes de Reforma inglesas de 1832 y 1867. La s leyes fuero n adop tadas y e l desa stre ampliamente anunciado - la muerte de la liber ta d en In glaterra- no ocurrió . Com o resultado, esperaría uno qu e el argumen to del riesgo que dara u n tanto desacre dita do po r u n tiempo, y ta l parece hab e r sido en efecto el cas o, pues e l argu me nto no fue utilizado en ninguna me1Respect o al tra sfo nd o d e la afi rmaci ó n de M arx, vé ase Br uce Ma zli s h, "T hc lrag ic farce of Marx, He gel , and E ng e ls : A not e ", Hiscory an d Theory, 11 , 19 72 , pági nas .. Es la segunda ve z que encu en tre que una ge neralización o aforismo bien co no cido ace rca de la histo ria de los hechos es más co rrec ta cuando se aplica a la histo ria de las ide as. La primera vez fuc co n respec to al famoso dic tamen de Santayana de que los q ue no aprenden de la his toria están co ndenad os a repe tirla. Generali za ndo so bre la firme base de esta muestra de dos caso s, me sie nto tentado a form u lar- una "m etaíey": las "leyes " históricas q ue se supo ne que dan visiones de la histo ria de los hechos es t án en ve rdad en su terreno e n la historia de las ideas. D oy algunas razones d e po r qué ha de ser así cuando me refie ro al aforismo de Santayana en The p ass íon s and (he intercsts ( Princeto n, P rin cet o n U nivcr sity Press, 1986 . p. 133).
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dida im p ortante durante el deb ate acerca de la siguiente ley de reform a en 1884. E ra ne cesario un "intervalo decente" p ara qu e el argu mento se invocara de nuevo: cas i ochenta años separan las solemnes auvertencias de R obert Lowe acerca de la inmi nente pérdid a de la libertad durante las discusiones de 1866 en torno de la segunda ley de reforma, de los toques de alarma similares de H ayek en The road to serfdom (1944). Paso ah ora a lo que deberían ser las interaccion es más interesantes: las que tienen lugar a lo la rgo de las co lu m nas en lu gar de a lo largo de los renglones del cu adro , entre diferentes argu mentos. E l ejemplo más impresionante de estas interacciones, la incom p atibilidad lógica sin m en oscab o del atrac tivo m utuo de lo s argu m entos de la p erversidad y la futilidad, ha sido ya p ro fusa m en te comen tada en el cap ítulo 3. Sól o queda p or se ñalar un punto general: la incompatibilidad lógica entre dos argum entos que ata can la misma política o la m isma reform a n o significa que no se usen ambos en el transcurso de algún deb at e, a veces incluso por la misma p ersona o el mismo grup o. Los dos otros p ares de argum ento s, riesgo-p erversidad y riesgo-futilidad, so n tolerablemente compatibles y podrían compaginarse de m anera fácil y tal vez eficaz en el combate contra algú n movimiento " pro gresista" . Es pues un poco sorprendent e qu e tales co mb in aciones n o ocurran con cierta frecuen cia o regularidad, por lo men os hasta donde lo indica mi reseña. T al vez sea esto resultado de la cuestión ya señalada de la secu e ncia te mp o ral: el argum en to de l riesgo es susceptible de expresa rse mu cho tiempo antes que los otros dos. Así, los argumentos del tipo del riesgo de Hayek y despu és de H untingto n cont ra el Estado b e nefacto r precedie ro n a la más re ciente andanad a de Murray, qu e se basaba por co mp leto en la proclamación de perve rsidad .
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COMPARACIÓN DE L AS TRES T ESIS
RETÓR ICAS D E LA INTRANSIG E N C IA
Hay otras explicaciones de la aparente falta de la invocación conjunta de dos argum entos que son compatibles y podrían ser co mbin ad os por los críticos de algu na política o reforma. Los ab ogados de uno y o tro d e estos argum en tos pueden tene r sencillam ente las m an os ocupadas con su alegato según los lineamientos o bien del riesgo o bien de la p erve rsid ad-futilidad. Pued en ade más sentir que de bilitarían su a legato en lugar de forta lecerlo al ap e lar a demasiados argumento s - del m ismo modo qu e un sospe choso debe abs tenerse de invocar demasiadas coartadas. Nuestro breve comentario conduce a una interesan te paradoja: cu ando dos argu mentos son compatibles es poco probabl e qu e se les compagine juntos. Cuando son incompatibles, por el contrario, pueden p erfectamente us arse ambos - acaso p or la dificultad , el desafío y lo puramente escan daloso del asunto.
Antes de enfocar un caso de éstos, qu iero re cord ar brevemente la interacción por completo inusu al dentro de la m isma colu mna que encontramos en el capítulo 4. Hacia el final de mi comentario a la Ley de Reforma de 1867, señalaba que el argu mento del riesgo contra la extensión de los derechos políticos - es decir el argumento de que el sufragio universal significaría el fin de la "libertad" - fue minado por el sentimiento ampliamente comparti do entre las élites gob ernantes de que nada cambiaría mucho en la política inglesa si llegara a aprobarse la Ley de Reforma. Hubo incluso qui enes - Disraeli entre ellos - pensaron qu e un ele ctorado expandido in clin aría a la política en dirección conservadora . E n otras palabras, la amenaza de l riesgo, tal co m o la invocaba Robert L owe, no fue tomada en serio por muchos de los actore s porque estaban ya con la influ encia de la tesis de la futi lidad y su argum en to de qu e el muy cacare ad o y temido advenimiento de la "democ racia" sería probabl e mente un no acontecimiento. Como señalamos en el capítul o 3, James Fitzjames Stephen expresó es te se ntimient o en 1873, anticipándose así a los teóricos italianos de la élite fi n de si écle y a su despliegue m ás sistemático de la tesis de la futili dad . Desde el punto de vista for mal, un rasgo interesan te de esta in te racció n entre el riesgo y la fu tili dad es que los dos argum ento s en conjunto, en lugar de prestarse mu tu o apoyo en sus respe ctivos ata ques al sufr agio, se debilitan mutuam en te : la tesis de la futi lidad, que muestra que la dem ocracia es en gran p arte un simulac ro, hace imp osible tomar en serio la tesis del riesgo, que ve a la democracia co mo una terrible amenaza a la "libert ad". U n resul tado similar se ob tiene si ce ntramos ah ora la ate nción en la inte racción entre la misma tesis de la futilidad - que se burla de la demo cracia - y la siguiente tesis del riesgo, que pinta el E sta do benefactor co mo una ame-
U N A INT E R A CCI Ó N M ÁS COMPLEJA
H asta ahora mi pesquisa se ha confinad o a las in teracciones den tro de líneas individu ales del cuadro (por ejemplo, el argume nto de la perversid ad de De Maistre re specto a la Revolución francesa se co mparó co n el de F orrester resp e cto al E stado benefactor) o a las interacciones dentro de cada colu mna (para las discusiones en torn o del Estado benefacto r, el argumento de perversidad de Murray enfrentó al argumento de fu tilidad de Stigler). Quiero examinar ahora esta pregunta: Les concebible que un argumento expresado durante un episodio afecte la mane ra en que otro argu mento se despliega durante un episodio diferente? O , en los términos del cu ad ro , ¿hay in teracciones int eresant es entre celdillas que p ertenecen a renglones y columnas diferentes?
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RETÓRI CA S DE LA IN T RANSIG E N C IA
naza a la de mocracia y a la libertad. E s fác il ver có m o u na vez m ás el argumento de la futilidad sabo tea las tentati vas de p roclamar el ri esgo . Esta situación es en par ticular visib le en la E uropa continen tal , donde la segu nda y la tercera fas es de Marshall (el establecim ie nto del sufragio u niversal y la construcción del Estado benefacto r) se traslaparon en gra n medida. En otras palabras, e l ataque ide ológico contra la democracia estaba en pleno auge cuando se introdujeron las primeras medidas de seguridad so cial y bienestar social. E n estas circunstancias, los "reaccionarios", qu e estaban básicamente de acuerd o con los argumentos contra la de mocracia, encontra ro n difíc il y "a co ntrapelo" argum en tar cont ra el Estad o benefacto r emergente seg ún las líneas de la tesis del riesgo cuando ésta exaltaba la democracia y prevenía de los peligros a que el Estado benefacto r la exp ondría. Su ge rí más arriba qu e en algu nos países tales co mo Al emania la emergencia del Es tado benefactor fue facilitada por el hecho de qu e el argu mento del riesgo no podía articularse fuerte ment e por cuanto ni las lib erta des individuales ni las formas p olíticas democrát icas estaban presentes o se ha bían con solidado para la época en qu e fueron intro ducidas las primeras me didas de bie ne star social. E ste pun to p uede fortalecerse ah ora. Aun cuando ya existían algunas formas de mo cráti cas de gobierno, es posible qu e la tesi s del riesgo no se invocara en algunos países contra las p rop uestas de un Es ta do benefactor po rque la democracia no gozó nu nca en ellos de un prestigio no co ntrovert ido, da dos los at aques contempo rá neos contra ella acerca de fu ndame nto s de p ervers idad y e n particular de fu tilidad. De este mod o, un ar gumento reaccio na rio (la fut ilidad), exp resad o e n la disc usi ón en torno de la democracia, esto rb a o impide el uso de otro (e l riesgo) durante el debate casi simultáneo acerca del E sta-
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do b enefactor. Irónicam ente, tal constelación puede facilitar la e merge ncia de u na nueva reforma. E s notable que en A lemania el E sta do benefactor, que dio sus vigorosos primeros pasos ya desde la década de 1880 con las leyes de seguridad social de Bis marck, sólo haya encontrado ciertos crít icos que seguían las líneas del argumento del riesgo hacia m ediad os del siglo xx, con figur as neolib erales tales como H ayek y Wi lhelm Ró pke, H asta ah ora tal parece que la interacción entre el argumento de la futilidad en un episodio (co nsolidación de la democracia) y el argumento del riesgo en el sigui ente (establecimiento del Estado be ne facto r) ha sid o notablemente benigna. La aceptación por parte de la opinión pública del argum ento de la futilida d dirigid o contra la democracia pued e desalojar la pode ro sa oposición al Es tado benefactor qu e po dría haberse fundad o en el argum ento del riesgo. Pero esta constelación ideológica misma alberga también un a dinámica muy diferente. E l a rgu m ento de la futilidad contra la democracia puede prod ucir no sólo la no articulació n de la tesis del riesgo cuando el p rogr eso soci al está en la agenda, sino la activa articu lación de u n argum en to qu e es el inverso de la tesis del riesgo : si hay conflicto entre la democracia y el progr eso soci al, ap resuremos el progres o social sin preocuparnos de lo que le suceda en el proceso a la democ racia, que de todos modos es un simulacro y una trampa. Con la excepción de la época de Gorbachov, ésta ha sido por supuesto durante mucho tiempo la posición comunista desde el entusiasta apoyo de Lenin a la "dict ad ura del p roletariado" en su p anfleto de 1917, Estado y revolución. E sa fra se se remo nta sin duda a M arx y a su "Crítica de l Programa de G o tha" de 1875, pero fue en re alidad Le nin qu ien le dio prominencia y proclamó fidelida d a ella como p ru eba de orto doxia b olc heviqu e. Al hacer esto tal ve z
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RETÓ RI CAS DE LA INTRANSIGENCIA
estaba influido no sólo por Marx, sino por el descrédito en que habían puesto a la democracia "plutocrática" o "burguesa" o "for mal" algunos contemporáneos prestigiosos, tales com o G e orges Sorel, Pareto, Michels y muchos ot ro s detractores de la democracia y practicantes del argumento d e la futilidad.* La interacción entre el argumento de la futilidad en cuanto que se dirige contra la democracia, y la tesis del ri esgo en sus diversas formas (in cluyen do su inversión) ha sido pues profundamente ambivalente: ha facilitado la emergencia del Estado benefactor en algunos países; en otro s, ha contribuido a la creencia de que la pérdida de la demo cracia existente es un precio insignificante que pagar por el p ro greso social.
6. DE LA RET ÓRICA REACCION AR IA A LA RETÓRICA PROGRESISTA Los "REACCIONARIOS" n o ti en en el m onopolio de la retórica simplista, perentoria e in transigen te. Es p rob abl e q llC sus contrapartes "progresist as" no tengan nada que envidiarles a este respecto, y podría tal vez es cribirse un libro parecido a éste acerca de los principales argumentos y posiciones retóricas que ha tomado esa gente a lo largo de los dos pasados siglos más o menos para defender su alegato. No es éste el libro que me dispuse a escribi r, p ero es probable que una gran parte del repertorio d e la retórica progresista o liberal pueda generarse a partir de las diversas tesis reaccionarias examinadas aquí dándoles la vuelta, poniéndolas patas arriba o mediante trucos parecidos. Trataré ahora de cosechar esta clase de grano caído a partir de mi pesquisa anterior. LA ILUSIÓN SINERGISTA y LA TESIS DEL RIESGO INMINENTE
h ab id o un la rgo de bate a ce rca de los o rfgenes del pensamiento de Lenin, y el pro pio u nir. est a ble ció los térm in os de ese debate al proclamar que era un fiel y estricto seg uido r d e M a rx.. Lo s qu e se ne garo n a tomarle la pa labra en eso trataron entonces d e de mo st rar q ue, sin qu e él mismo 10 sup iera, estaba en realidad ligado a otras tradiciones inte le c tu ales más remotas pero poderosas. Tal como lo expresó por ejemplo Nicolas Bcrcyacv e n The origins of R ussían Communism (Nueva Y ork. Scribner's, 1937), el co m unismo ruso no es si no una "transformación y defo rmaci ón de la, vieja idea mesiáni ca rusa" (p. 228) . Véase también David W. Leven, From Marx to Len ín ( Ca mbri dge , Cambridge Universíty Press, 1984, pp. 12-14). Junto al debate que se .tcspli c ga e nt re estos dos polos, que ambos apuntan a unas influencias del pasado, se ha des c uidado por co mp leto una tercera posibilidad: Lenin, que durante mucho tiempo vivió en S UW i y e n o tros luga res de la E ur o pa Occidental, bien pudo ha ber recibido la in flue ncia de la at mósfera intelectual e uropea contemporánea , con su hostilidad vir ulen ta y visceral ha cia la democra cia. E sa atm ósfera , tal como la ejemplifican los escritos de Pareto, Sore l y muchos o tr os , co n frecuen cia se ha co nside ra do resp onsable del su r gimie n to del fascismo . M erece ta l vez mayor cr édi to.
Es probable que el éxito de la operación var íe de un a tesis a otra. Parece que la mayor promesa será la que ofrece la tesis del riesgo, cuya aptitud para las metamorfosis se ha puesto ya de. manifiesto, tanto en el capítulo 4, donde mostré que es el opuesto de un argumento que demuestra cómo las reformas sucesivas se reforzaron unas a otras, y nuevamente en las últimas páginas, donde una forma específica de la proclamación del riesgo se trasmutó súbitamente en un argumento en favor de la dictadura del proletariado. P ero esta trasmutación se b asaba en una 167
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R ET ÓRI CAS DE LA IN1RANSIGE NCIA
inversión completa de los valores subyacentes. La premisa del argu ment o del riesgo, en cuanto que se le utiliza para impugnar las disposiciones de l Estado benefactor, es el alto valor atribuido a la libertad ya la democracia. Mientras prevalezca este valor, cualquier argumento convincente en el sentido de que la libertad o la democracia están en peligro debido a alguna reforma social o económica re cién propuesta tiene posibilidades de se r de peso. U na vez que lo s valores básicos cambian radicalmente (a consecuencia, digamos, de la crítica corrosiva de la democracia prod ucida por la tesi s de la futilidad), no es sorpre ndente que la preo cup ació n po r el riesgo qued e sup erada p or algo muy diferente: en este caso el alegat o en favor de la dictadura del prolet ar iad o con el propósito de lograr u n cambio social radical. Este alegato es pues la imagen característica de la tesis del riesgo: el supuesto común de ambas posiciones es la incompatibilidad de la libertad y la democracia, por una parte, y algún adelanto social po r la otra. Los ab ogados de la tesis del riesgo sie nten que el adelanto social debería abandona rse p ara preservar la libertad, mientras que los partidarios de la dictadura del proletari ado hacen la elección opuesta. U na transform ación muy diferente de la tesis del riesgo resulta cuando el supuesto de incomp atibilidad se abandona y se sustituye por la idea más regocijante no sólo de la compatibili dad sino del mutuo apoyo. La consiguiente antítesis de la tes is del riesgo se an alizó con cierta extens ión en el capítulo 4. Mostramos allí cómo, m ie ntras los ab ogado s de la tesis del riesgo husmean todo pos ible conflicto entre una reforma recién propuesta y mejoras o logr os anteriores, los observadores progresistas se centrarán en las razon es por las que una reforma nu eva y otra vieja in teractuarán de ma nera posi tiva y no nega tiva. U na propen sión a arg um entar en favor de esa clase de
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interacción feliz y positiva o apoyo mutuo, como la llamaré, es una de las marcas peculiares de l te mpera mento progresista. Los progresistas están etername nte conven- . cidos de que "todo lo bueno viene junto",' en contraste . con la.mentalidad de suma cero, de ceci-tuera-cela de los reaccionarios. Detrás de sus distintas mentalidades, progresistas y reaccionarios sost ienen a menudo, por supuesto, valores muy difer entes. Pe ro, ya sabemos, los reaccionarios argumentan mu chas veces como si estuvie ran básicamente de acuerdo con los elevad os objetivos de los progresistas; "simplemente" señalan que "por desgracia" las cosas no irán tal vez tan bien como sus "ingenuos" adversarios dan po r sentado qu e irán. H emos mostrado que las proclamacio nes de riesgo y de apoyo mutuo son "dos casos límites e igualmente poco realistas" de las múltiples maneras en que una nueva reforma interactuará probablemente con u na más vieja. Los reaccionarios exageran el daño para la reforma más viej a que provendrá de toda nueva acción o intervención, mientras que los progresistas son en exceso confiado s en' que todas las reform as son mutuamente apoyadoras gracias a lo que les gusta llamar el principio de sinergismo. Po dría u no efectivamente designar la tendencia de los pro gresistas a exagerar según estas líneas la "ilusión sinergista". No es que los progresistas no nos advie rtan nunca .de algún problema. Pero de modo típico pe rcib en los peligros de la inacción más que los de la acción. Aparece aquí el esbozo de otra transformación de la tesis del riesgo. E l argumento del riesgo subraya los riesgos de la acción y la • Robert A . Pac kcnh am subraya el papel de es te concepto en el pensa miento libe ral del desarrollo económico y poHtico en Libera/ Ameríc a and me Third World ( Princeton University Pr ess, 1973). Es por supuesto una idea antigua, ras trca ble e n part icular hasta los grie gos, que hay erm cn ra e incluso identidad entre dive rsas cu alid ades desea bles co mo lo bueno, lo bell o y 10 verdade ro. Un a famosa expr esi ón de la ide a es la frase , en la "O da a un a urna griega" de Ke ats: "Beauty is truth beauty, 1l1lf h beauty".
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R ETÓR ICAS D E LA INTRANSI G ENCIA
amenaza para los logros pasados que esa acción acarrea. Una manera opuesta de preocuparse por el futuro sería percibir to da clase de amenazas y riesgos cerniéndos e en el horizonte, y aconsejar un a firme acción para poder prevenirlos. Por ejemplo, al tomar la defensa de la Ley de R eforma de 1867, Leslie Stephen alegó que en ausen cia de reforma las masas re currirían a tipos de protesta infinit am ente m ás amenazadores para la .so cie dad establecida que el voto. Como se señaló en el capítulo 4, veía e l voto co mo un medio d e dirigir la s ene rgías pop ular es por canales en comparación inocuos y de deslegit imar las form as m ás riesgosas de la protesta popular tales co mo las hu elgas y los mot ines.' Así, la tesis del riesgo qu edaba netame nte al revés: era la Jalta de aprobación de la Ley de R eform a y no su adop ción lo que se presentaba co mo riesgoso para la ley, el orde n y la libertad. D e ma ner a semejante, las amenazas de disolución social o de radicalizació n de las masas co n frecuenc ia se ha n citado como argu mentos incontrovertibles en favor de instituir disposiciones de Estado benefactor. E n el te rreno de la redistribu ción internacional del ingreso y la ri queza, la "inminente" amenaza del comunism o se ha invocad o a menudo desde la segunda G uerra Mundial para contrapo nerle el alegato en favo r de la transferencia de recursos de los países m ás ri cos a los m ás p obres. E n todas estas situ acio nes los ab ogados de cierta política sentían qu e no bastab a argu mentar en su favor sobre la bas e de qu e era justa; para obtener un m ayor efecto retó rico insistían en que esa políti ca era imperativam ente necesaria par a poner coto a algú n des astre amenazado r. 1 Lesli c Stcphen, "On the choice of re prese nta tlves by pop ular co nsrituenc lcs", A plea fo r democracy, W. L G ut tsma n (comp . e intr.), Londres , MacGibbon & Kee, 1967, pp. 72-92. Co mento este argumento en Sh if tíng inv olvcmcnts, Prin ceton, Prt nce to n Uníversity Press, 1981 , pp.15-116.ITraducido al es pañol por el FeE.]
DE LA R E A CCI ONARIA A LA PR OGRE SIST A
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E ste argumento, que podría llamarse la tesis del riesgo inm inente,' tie ne dos importantes característic as en común con su op uesto, la tesis del riesgo. Ante todo, ambas miran sólo a una cat egoría de peligros o riesgos cuando se discute un nuevo programa: el campo del riesgo co njurará exclusivamente los riesgos de la acción, mientras qu e los partidarios del riesgo inminente se centrar án po r completo en los rie sgos de la inacción .** En segundo lugar, ambos campos presentan sus resp ec tivos libretos - e l mal q ue vendrá de la acción o de la inacción - como si fu eran enteramente se guros é inescapables. De esas exageraciones e ilusiones comu nes a la retóri ca re accionaria y a la progresista es posible deduci r, en contraste co n ambas, dos ingredientes de lo qu e puede llamarse una posición "madura": i ) hay peligros y riesgos tanto e n la acción como en la inacción; los riesgos de una y otra de ben esb oza rse y valorarse, y hay que guard arse de ellos en la medida de lo posible; y ii) las co nsecuencias benéficas tanto de la acción co mo de la inacción no pue den conocerse nunca con la certidumbre qu e afectan los dos tipos de gritos de ala rma de las Cas an dras a que est amos acostu mbrados. Cu and o se trata de preve nir desgr acias o desastres inminentes,val e la pena recordar e l refránLe pire n 'est pas toujours sur (lo pe or no siempre es seguro) .' " • En un co ntexto rel acionado con éste, escribí antes acerca de la "visión so m br ía que empuja a la acción ", Véa scA biasforhope: Essayson devdopmentandLalinAmerica ( N eo.v Have n, Vale Univ ersity Press, 197 1, pp. 28 4, 350-353) . [Existe traducción del FCE.) ... ... Posa ndo com o un co ns ervad or obsesionado por tos riesgos de la acción, CornCo rd iro niza enca ntad or ame nt e ace rca de la elega nte mane ra en que semejante perso na es tá d is pues ta a ec har a UIl lado el riesgo op uesto: "Es una mera paradoja de teórico deci r que no hacer nada tiene ta nt as co nsecuencias como hacer alg o. Es o bvio que la inacción no pued e tener ninguna consec uencia."D cA-ficrocosmographia aco demica (Ca mbridge, Bo wes & Bow es, 2a. ed ., p. 29). ..... Es ta expresión es el subtítulo de la obra de teatro de Pau l C laudel Le sou lier de satín t que le sirvió para añ rmar la posibilidad de la salvació n de manera tan d isc reta com o tuera posible. CJaudcl la tom ó sin duda de l español No siemp re lo peor es cierto , t üu lo de una comedia de Calderón de la B arca. La frase se usa mucho en Fran cia y a estas alturas se ha hecho "proverbial".
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D E LA R E A CCIONAR IA A LA PR O GR E SIST A
R ETÓRICAS DE LA INTRANSIG E NCIA
La s transformaciones de la tesis del riesgo nos han entregado dos típicas posiciones "progresistas": la falacia sinergista acerca de la relación siempre armoniosa y de mutuo ap oyo entre las nuevas y las viejas reformas,'y el argumento del riesgo inminente sobre la necesidad de proceder a la aprob ació n de las nuevas reformas debido a los peligros que su aus encia acarrearía. Retro cediendo en nuestro texto precede nte, le toc a ah o ra el tu rno a la tesis de la fut ilid ad generar una actitud progresista correspondiente . La esencia de esa tesis era la afirmación de que ciertas tentativas humanas de efectuar cambios es tá n destinad as a fracasa r est repitosamente porque van contra lo que Burke llamó "la constitución e terna de las cosas" o, en el lenguaje del siglo XIX, contra las "leyes", o mejor aún, las "leyes de hierro" que gobiernan el mundo social y que sencillamente no es posible pisotear : en nuestra visión, los autores o descubridores de tales leyes van desde Pareto a Michels y a Stigler-Director. Las llamad as leyes que apuntalan la tes is de la futilidad tienen una característica común: reve lan alguna regularida d antes encubierta que "gobierna" el mundo social y le imp arte estabilidad. Tales leyes parecen hech as a la medida para burlarse de quienes quieren cambia r el o rden existen te. ZQu é pasaría si se descubrieran ot ros tipos de leyes que apoyaran el deseo de cambio? Serían leyes del m ovim iento que acogerían a los científicos sociales progresistas con la seguridad de que el mundo se mueve "irrevocablemente" en alguna dirección por la que ellos abogan. La historia de la ciencia social pod ría escribirse efectivam ente en los términos de la búsqu eda de esas dos clases de leyes. Bastará aquí un esbozo hecho a gr andes rasgos.
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D es de qu e las ciencias naturales salieron con leyes qu e gobiernan el universo físico , los pensadores qu e se ocu pa n de la soci edad humana se han lanzado a descubri r leyes gene rales qu e gobiernen el mundo social. Eso que los economist as, por una vez según la influencia de Freud. han dad o últi mamente en llam ar la "envidia de la física" en su discip lina ha sido desde hace mu cho una característica de to das las ciencias sociales. Esa aspiracion encontró una expresión inicial en la afirmación de que el concep to de "inte rés" ofrece una clave unificada pa ra la comp re nsión y la pred icción del comportami ento social human o. Esta convicción estaba ya muy divulgad a en el siglo XVI I y pas ó al siglo XVIII, cuando H elvétius escribió triunfalmente: "Si el universo físico estásometido a las leyes del m ovímiento, el universo moral no lo está menos a las del interés'V El paradigma del interés enc ontró su aplicación más elab orada y fructífera en la constru cció n de la nueva ciencia ec onó mica. Aqu í se le usó tanto p ara elucidar los principios virtualmente intemporales que subyacen a los proceso s econó micos b ásicos del inte rca mb io, la produ cción, e l consumo y la distr ibución , como p ara entender los cambios econó m icos y sociales específicos qu e operaban de manera visible durante la segu nda mitad del siglo XVIII. Las dos tareas coexisti ero n pacíficamente durante algún tiempo. Por ejemplo en L a riqueza de las naciones de Ad am Sm ith, el libro 3, orientado históricamente hacia el "progreso y opulencia diferentes en diferentes naciones" seguía sin brusquedad a los dos primeros libros, cuyo amp lio análisis de los procesos económicos, aunque nu nca del tod o abstracto, estaba mucho menos ligado al tiempo. D espués, e n el siglo XIX, apareció cierta división de l trabajo entre los científicos sociales bus cadores de leyes. 2
Hclv étl us, D e l 'esprit, París , 1758, p. 53 .
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RETÓRICAS DE LA INTRANSIGENCIA
D E LA R EAC CIONARIA A LA PR OGR ESISTA
Al hacerse cada ve z más espectacular en la Europa Occide ntal el camb io so cial, algunos se especializaron, por decir, en buscar las leyes de esos procesos dinámicos. Tal ve z p ara lanz arse a esa empresa se sintieran alentados y encandil ados por el lugar excepcionalmente prestigioso que la me cánica de Newton había ocupado durante mucho tiempo en las ciencias naturales. Helvétíus p or lo menos se refería obviamente a esas "leyes del movimiento" y las destacab a como si fue ran las únicas entre los logros científicos de la época qu e fueran dignas de notarse en general y de ser em uladas por los pensadores que se ocupaban del "universo moral" en particular. Un sigl o más tarde ese llamado fue atendido. La mayor pretensión de Marx -y la exp resó en su mejor momento en el prefacio de El cap ital - es la de que en efecto había "topado con las huellas" de lo qu e llam aría precisamente "la ley del movimi e nto económico (Bewegungsgesetz) de la sociedad mode rn a", designándose así como el Newton d e las ciencias sociales . Pronto ap arece rían las re acciones frent e a es a preten sión. Se ha mostrado muchas veces cómo, en la segunda m i ia d del siglo XIX, el descubrimiento por Jevons, Menger y Wal ras del rn arginalisrno como nueva fu nd ación del análisis econ ómico según lineamientos muy generales de una nat uraleza humana físio-psicológica, pueden considerarse como una respuesta al esfuerzo de Marx por relativiza r el conocimiento económico, por restringir la validez de cualquier conjunto de "leyes" económicas a una "etapa" particular de las "relaciones de producci óri", Otro ataque a la pretensión marxista de haber descubierto las "leyes del movimiento" de la sociedad contemporánea se p rodujo con Mosca y Pareto y su afirmación de que había cie rtas es tru ctu ras sociales y económicas "p ro fu n das" (la d istr ibu ción del ingreso y del poder) que eran mucho más
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invariables de lo que Marx había visto. Es ta pretensión se les revirtió a los marxistas: de pronto eran ellos los pensadores superficiales con su cree ncia ingenu a, a la manera de la Ilustración, en la maleab ilidad de la sociedad en la estela de los acontecimientos "de superficie", ya fueran reformas o incluso revoluciones. El propósito de la breve incursión precedente en la historia intelectual habrá quedado claro ah ora. Si la esencia de la " re accionaria" tesis de la futilidad es la invarian cía a la manera de una ley natural de ciert os fenómenos socioeconómicos, entonces su contrapartida "progresista" es la afir ma ció n de un movimiento hacia adelante, o progreso, igualmente en f onna de ley. El marxismo es sólo el cuerpo de pensamiento que ha proclamado con mayor aplomo el carácter semejante a una le y, inevitable, de una forma especial de movimi ento hacia ad elante en la historia humana. Pero muchas otras doctrinas han pretendido del mismo modo haber encontrado las huellas de talo cu al ley histórica del desarrollo. Toda posición en el sentido de que las soci edades hum anas pasan necesariamente por un número finito e idéntico de etapas ascendentes es pariente ce rcan a de lo que se ha descrito aquí como la tesis reaccionaria de la futilida d. La afini da d b ásica entre las dos teorías en apariencia op uestas se de muestra por la manera en que el lenguaje de la futilidad es común a ambas. M arx es aqu í un excelente testigo. Inmediatamente después de haber proclamad o su descubrimi ento de la "ley del movimiento", escribe en su prefacio que la sociedad moderna "no puede saltar por encima de las fases naturales (naturgemiisse) de desarrollo, ni abolirlas por decreto". La futilidad, tal como la expone el científico social que tiene un conocimiento privilegiado de las llamadas leyes del m ovim iento, consiste aquí en la tentativa de cambiar o estorbar su operación,
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mientras qu e en P are to y en Stigler la fu tilidad brota por tanto del vano esfuerzo por pisote ar alguna constante básica. U na de las obj eci ones más fre cuen tes al sistema marxista y a otras id e as parecidas de progreso inevitable, -pues a este respecto el m arxismo no es sirio el herede ro de la Ilustración - es que p arecen dejar poco m argen a la acción humana. E n la m edida en que la transform ación futura de la so ciedad burguesa es ya segura, ¿qu é caso tiene p ara usted o para m í poner efectivamente el hombro en la tarea? Tenem os aquí una forma in icial de lo qu e más tard e se hizo famoso com o el problema d ei "jinete libre" y, lo mi smo que ese otro argumen to apenas más re finado, no es ni mucho menos tan p roblemática com o parece. M arx mi smo se anticipó al argu mento señalando, u na vez m ás en el prefacio a El cap ital, que trabajar po r la revolució n "inevitable" ayuda ría a acelerar su ad venimiento y a re ducir su costo. Más en general, la gente se regocija y se siente forta lecida con la confi anz a, por vaga qu e sea, de que "tienen a la historia de su lado". E ste concep to fue el sucesor típico del siglo XI X de la anterior seguridad, muy buscada por todos los combatientes, de que Dios es taba de su lado. Nadie ha sug erid o nunca, que yo sepa, que esa seguridad debilitaría el espíritu combativo de alguien. E l activismo era estimulado del mismo mo do por la idea de que los actores contaban co n el apoyo de una ley del movimiento histórico, y ta l era en efecto la in tención de los prop on entes de es ta co nstrucción. A su co ntraparte reaccionaria , el argumento de la futilidad, se aplica u na historia correspondiente: si lo to m am os a pecho, su argum ento desalienta de modo radical la acción hu m ana, y una vez m ás eso es exactamente lo que sus exponentes se pr oponen lograr.
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C ONTRAPAR T ES D E LA TESIS DE L A P E R VERS IDAD
T an to en la tesis de l riesgo co mo en la tesis de la fu tilída d, la transformaci ón de la retórica reaccionaria en su o pue sto resultó en tipos (o estere otipos) de re tórica progrc-sista - desde la ilusión sinergista h asta la creencia de que la historia est á de nuestro lado - que, au nque no so n del to do extraños, en rique cen sin embargo nuestro enten dimiento co mún de lo qu e está implícito en la retór ica. Es lícito plante arse hasta cierto pu nto si esa hazaña puede repetirse en el caso de la tesis de la perversidad. E l efe cto perverso ocupa un luga r ta n central en el mu ndo de la retórica reaccionaria, que es p robable que su inverso nos lleve dire ctam ente de vu el ta a lo qu e todo el mu ndo ya sabía acerca de la mentalidad progresista típica. La mejor manera de demostrar este pu nto es en conju nción con diversos discursos acerca del aco ntecimiento progresista parad igmático de la historia moderna: la Revolución francesa, La p osi ción reaccionaria consiste en pro clam ar la incidenc ia generaliza da del efec to pe rve rso. L os reaccion a ri os re comiendan por co ns iguiente u n a extrem a precaución al modificar las instituciones existe ntes y al persegui r po líticas innovadoras. La contrap arte p ro gresista de est a po sición es ec har en saco roto esa p recau ción, soslayar no sólo la tradición sino el concep to entero de las co nsecue ncias involu nt arias de la acción hu m ana, resul te o no efectivamente en un a perversi ón: los p rogre sistas están siemp re listos para moldear y rernold e ar la soci edad a vo lun tad y no tiene n du da s acerca de su capacidad de contro lar los aco ntecimientos. Esta propensión a la ing eni ería social e n gran escala fue en efecto uno de los rasgos imp resionantes de la Revolución francesa. Sa ludada por el joven Hegel co mo una "aurora magnífica", la pret ensión de la R evolu ci ón de cons truir un nu evo orden so cial
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(1<- .icu e r d o con p rincipios "raciona le s" pronto habría de ser de nu nciada como desastrosa por los críticos contemporáneos que invocaban el argum ento de la perve rsidad. M ás tarde T ocqueville adoptó un tono más bien b urlón al co mparar la emp resa revolucionaria con una ten tativa de mo ld ear la realidad según esque mas librescos inventados por las gens de lettres de la Ilustració n. Cuando estudia uno la historia de nuestra revolu ción se da cue nta que fue llevada a cabo con el mismo espíritu que hizo escribir tanto s lib -os abs tracto s ace rc a d el g obierno . La mism a atracción hacia la s te orías ge nerales, los sistemas completos de le gislación y la exacta simet ría de las leyes; e l mism o despre cio por los he chos exi ste n tes; la mism a confi anza en la teoría; el mismo gusto por lo o riginal, lo ingenios o y lo nuevo en las instituciones; las misma s ganas de rehace r a la vez la constitución e nte ra segú n las reglas d e la lógica y eJi: acuerdo co n un plan único, en lugar de tratar de enmendarla en xus parles. .A ic rrador es pect ácu lo! '
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revolucionaria y progresist a. U n componente esencial del pensamient o de Burke era su afirmación, fundada an te todo en la exp erie ncia histórica inglesa, de que si las instituci ones exi ste nt es incorp ora ban gran parte d e la sabi duría col ectiva evolucionaría y que eran ad em ás m uy capaces de cambiar gradualment e. Si est a objeción conservad ora funda me n tal al camb io radi cal había d e ser supe r ada, se hacía en to nces neces ario al egar que la hi stori a inglesa era muy especial y privile gi ada, que hay paíse s sin ninguna tr adici ón de liber ta d y do nde las in st itucion es existentes están podrid as de ca bo a rab o. En tales condiciones n o hay op ción a la d e m ol ici ón de lo viejo combinada con un a reconstrucción glo bal de la sociedad política y el orde n económico, por muy azaro sa que sea la emp resa en cuan to al desencad enamiento de efectos perversos. Burke fue criticado según esta s lín e as ya desde 1853 por el escritor liberal francés Charles de R é musat:
La afirmación de la necesidad de reconstruir la socieda d desde sus cimientos según los dictados de la "razón" (es decir de acuerdo con la idea que se hace alguien de lo que la "razón" ordena) es pues la tesis contra la que surgió el argu mento de la perversidad como su antítesis. Pero en conside rable y sorprendente medida, la tesis sobrevivió a la antítesis. De hecho, no ha habido nunca un a explicación satisfactoria de po r qué el pensamiento utópico tuvo que florecer de ma nera tan abundante y extravagante como floreció en el siglo X IX después de las ulcerantes expe riencias de la Revolución francesa y de la consiguiente formul ación explícita de la tesis de la perversidad.' Lo que en realidad sucedió fue que la crítica de Burke a la Revolución fra ncesa llev ó a una escalada de retórica
E n este notable pasaje, R ému sat dice no sólo que hay situaciones y pa íses donde la re ve rencia de Burke por el pasado está por complet o fuera de lugar; de mayor interés
;\ Al exis de Toc qucvillc, L 'Ancien JUgimc: el la R evotution, 4a. ed ., París, 18 60, pñginas 238-239. 4 Es ta profusió n queda impresion ant ement e de mostrada e n Paul Bé nicho u, L e WlIpS des prophétcs: D octrines de I'dge rom aruique, París, Gallimard, 1977. [Existe traducció n 31españo l del Fea ]
s Charles de R ému sa t, "B ur ke: S 3 vic et ses écrits", Revue des Deu x Mondes (1853 ), p. 453. Subrayado mío. E s te notable text o se cita en Fran co is F uret, "Bu r ke o u la fin d' unc seute histolre de J'Europe" , Le D ebot, 39, marzo-mayo 1986, página 65 . F urct da a Pierre R osanvalJon el crédito de su descu brimien to.
Si la fa tal id ad de los a con tecim ien to s ha hecho q ue un p ueblo no encuentr e, O no sepa e nco ntrar sus título s [litres] en sus anales, y si ninguna é poca de su historia le ha dejado un bu en recue rdo nac ional, toda la m or al y toda la a rq ueol ogía del mun d o no le d ar án la fe q ue le falta y las co stumbres q ue esa fe le ha b ría d ad o ... Si pa ra se r libre hay q ue haberlo sido antes, si p ar a do ta rse de un bue n go bierno h ay q ue haberl o te nid o, o si p or lo m enos hay que im aginarse esas do s cosas , e nto nces es e pu e blo está inmovi lizado por sus antece de ntes, su porvenir es fat al , y hay naciones co ndenadas a la desesperación .'
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es su idea de que la validez de la crítica de Burke depende en gran m e dida de la comprensión y la imaginación del pueblo respe cto a su condición. En otras palab ras, la crítica burkeana qu e incluía la afirmació n del e fecto pe rverso hacía imperat ivo para los abogados del cambio radical cultivar " el se ntido de estar en u n predicam ento des esperado"," así como lo que llamé la fracasomanía (el complejo del fracaso) en mis estudios anteri ores acerca de la adopción de lín eas políticas en Latinoamérica; es de cir la convicción de que todas las tentativas de resolver los problemas de la nación han desembocado en fracas o radical. Allí donde prevalecen tales actitudes, la insistencia de Burke en la posibili dad de un cambio gradual y en la perfectibilidad de las instituciones existentes queda efectivamente contrarrestada y desviada. Al invocar e l predicam en to desesperado en que está atrapad o un pueblo, así com o el fracas o de anteriores tentativas de reform a, se alega implícita o explícitamente que el viejo orden tiene que ser aplastado y uno nuevo reconstruido desde la nada sin tener en cu enta ninguna conse cuencia contraprodu cente que pueda derivarse de ello. La invocación del predicamento desesperado puede mirarse por con sigui ente como un a maniobra retórica de escalada di rigida a ne utralizar o supera r el argumento del efecto perverso.' Buscando una contrapartida no obvia del argumento de la perversidad, me he topado con una curiosa consecuen6 Robert C. Tuckcr, " T hc rheory oCcharis mati c leadcrship", Da edalus, 97 , ve rano de 1968, p. 75 . • No pretendo qu e e l argumento del predica mento desesperad o no fuer a utilizado a ntes de la Revolu ción francesa. Se ria diCfcil superar la siguien te declaración de E mmanue l Sfeyes . al final de su "Essa i sur les privileges " (1788): "Ve ndrá un tiempo e n que nuestros indignados nietos quedarán estupefa ctos alicer nuestra histori a, y darán a la más in co nce bi ble de me ncia los nombres que merece". En Stcyes, Q u 'cst-ce que le TíersEtac? (Par ís, Prcsscs Univers itaires d e F ra nce. j saz, p. 24). Mi tesi s es qu e la crítica bur keana hizo aume ntar la pro babilidad y la inciden cia de est a clase de pronun ciami en tos extre mista s.
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cia involuntaria de la crítica conservad ora de Burke a la Revolu ción fra ncesa. Al insistir en la perfe ctibilidad de las instituciones existentes como argumento con tra e l camb io radical, sus R eflections pueden haber contribuido a un largo linaje de es critos radicales que pintan la situación de éste o aqué l país como radicalmente más allá de to do remiendo, reforma o mejoramiento. Este es el fin de nuestr a digresión por la re tó rica pr og resista. Como su contrapartida reaccionaria, resulta ser m ás r ica en maniobras, en su mayor parte de exage ración y ofuscación, de lo que generalmente se su pone.
7. MÁS ALLÁ DE LA INT R A N SI GEN CI/\ ¿ UN
VU ELCO D E L AR GUM E NT O?
AL PASAR en el capítulo ante rior de los "reaccionarios " a los "progresistas" y a algunos de los argumentos típico s y los puntos de debate de estos últimos, es posibl e que haya perdido algunos de los amigos que pude haber ganado en el transcurs o de los tres prim eros capítul os, dond e exponían varios tip os de retó rica reaccionaria. Me ap resuro a tranquili zarlos recordando breveme nte m i tema y mi tarea principales. E l p ro pósito fund amental de este libro ha sido rastre ar algunas te sis reactivo-reaccionarias clave por medi o de los debates de los pasad os do scientos años y demos trar cóm o los protagonista s seguían ciertas constantes en la argu m en tación y en la retórica. Mostrar cómo los abogados de las causas rea ccionarias están atados p or r eflejos invencible s y avanzan de manera pred ecible por m edio d e movimientos y m an iobras fijos no equivale a refutar los argumentos, por supuesto, pero tiene una se rie de consecuencias b ast ante corrosivas. Empezaré por u na menor. Como resu ltado de mi p rocedimi ento, algunos "pensadore s p ro fundos" qu e hab ían presentado invariabl ement e sus ideas como apo rtaciones origin ales y brillantes resultan te ner un aspecto mu cho menos impresionant e y a veces incl uso có mico . E ste e fecto no era intencion al al princip io, pe ro no deja de ser bienvenido. Ha habid o cierta falta de e quilib rio en los debat es recurrentes entre progresist as y conservadores: en el uso efectivo de la poderosa arm a de la ironía los 183
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ccnservadores se han llevad o ciara mente la p alma. Y a la crítica de Tocqueville al proye cto revoluci onario, tal com o se manifiesta en el p asaje citad o en el capítulo 6, utiliza un tono sarcástico. En sus manos ese proye cto empieza a parecer ingen uo y absu rdo m ás que infame o sacrílego - caract erizaci ón p redom inante expresada por los críticos anteri ores tal es como D e Maistre y Bonald. E ste aspecto de la actitud conservadora frente a sus oponentes se reflejaba también en el término alemán Weltverbcsserer (mejorador del mundo), qu e evoca a alguie n que tiene demasiadas responsab ilidades y que está des tinad o a te rminar en un ri dículo fracaso. (La expresión american a do -gooder tiene connotaciones despectivas similares, en cuanto a que los p royecto s de ést e tiend en a se r menos ambiciosos que los del Weltverbesserer.y E n general, u na actitud escéptica y burlona ante los esfue rzos progresistas y sus probables logros es un componente integral y muy efectivo de la actitud cons ervadora modern a. En contraste con esto, los progresistas han quedado empantanados en la serie dad . La mayoría de ellos han sido p ródigos en indignación moral y parcos en iro n ía.' E l p resente volum e n lleva tal vez la inte nción de corr egi r ese de se quilib ri o. Pero difícilme nte po d ría ser esto u na just ificaci ón de la ta re a de: este lib ro. Ha habido ciertamen te una te nta tiva más básica: establecer alguna presunción, gracias a la de m ostración de la repetición de los argumentos básicos, de que el razonamiento "reaccionario" típico, tal como se exhibe aquí, es a m enud o defe ctuoso. E l hecho de que un 'argu m en to se use repetidamente no prueba, sin dud a, qu e esté equivoc ad" en u n caso pa rticu lar. Así lo he d icho ya aquí y allá, per u vale la I' C na repetirlo de manera peren.. Hay que hacer eviden tem en te una exce pció n co n el s iempre Ingenl oso F. M .
C orn fo rd .
MÁS A LLP. D E LA INTR AN SIG EN CIA
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toria y muy general: han existido cierta men te situaciones en que la "acción soci al deliberad a" emprendida con bue nas inte n ciones ha tenid o efe ctos perversos, o tras en que ha sido en esencia fútil , y otras m ás en que ha puesto en riesgo.los beneficios debidos a algún adelanto anterior. Mi asunto es que mu chas veces los argumen tos que he identificad o y revisado son intelectualm ent e sospechosos por varios conceptos. Una sospecha general de uso excesivo de los argumentos surge co n la demostración de que se les invoca una y otra vez de manera habitual para cub rir un a amp lia variedad de situaciones reales. La sospecha se refuerza cuando p uede mostrarse, com o he tratad o de hacer en las páginas precede n tes, que los arg umen to s tie ne n un con sidc ra b!c atractivo intrínseco porque se relacionan co n poderosos mitos (Hubris-N érnes ís, D ivina Providencia, E dipo) y con fórmulas in terpr etat ivas influyent.es (ceci tuera cela, suma cero, etcét era) o porque arroj an un a luz halagadora acer ca de sus autores y realzan su ego. E n vista de esto s atractivos ext.ernos, resulta probable que las tesis re accionarias comunes se adopten a m enud o independiente mente de su adecuació n. Lejos d e diluir mi argumentación, el capítulo p re cedente acerca de la retórica progresista for tale ce más este p unto. Al dem ost rar que cada uno d e los argu men to s re accionarios tiene una o más contrapartidas p ro gre sistas, he generado parejas contrastadas de declaraciones reaccionarias y progresistas acerca de la acción social. Para recordar algunas de ellas:
R eaccio naria : La acción prevista traerá co nsecuencias desas trosas. Progresista : No llevar a cabo la acción prevista traer á consecuencias desastrosas.
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Reaccionaria: La nu eva reforma pondrá en riesgo la anterio r. Progresista : La nueva y la vieja reformas se reforzarán mutuamente. Reaccionaria: La acción prevista intenta cambiar u nas ca ra cter ísticas es tru ctu rales ("leyes") del orden so cia l; está destinada por consigui ente a ser enteramente in efect iva, fú til. Progresista: La acció n previst a está respaldada por poderosas fue rzas h istóricas qu e están ya "en m archa"; oponerse a ellas sería p rofundamente fú til. U na vez demostrada la existencia de estas parejas de argumento s, las tesis reaccionarias se de gradan, por decirlo así: se tornan, junto con sus contrapartidas progresistas, en sim ples afirm aciones extr emas de una se rie d e debates imagina rios muy polarizados. D e esta m anera que dan efectivam ente expuestas como casos límite, que necesitan a fondo , en la mayoría de las circunstancias, ser calificados. mitigados o enmendados de alguna otra m aner a. C ÓM O NO AR G Ü IR E N UNA D E M O CRACIA
U na vez justificad a la utilidad del capítul o 6 desde el pu nto de vista mismo qu e presidió la concepción origina l de este libro , p uedo decl arar aho ra que la re da cción d e ese capítulo me hizo visualizar un papel más ampli o del ejercicio en su conju nto. Lo que he acabado por hace r ha sido en efecto diagramar la retórica de la intransigencia tal como la ha n practicad o durante mucho tiemp o tanto lo s reaccio na rios como los progresistas. F laub e rt u tilizó una vez una frase maravillosa para aplastar a las es cuelas con trarias de filósofos qu e afirm an qu e to do es pura m ateria o puro espíritu: tales afirmacio-
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nes, dijo, son " dos impe rtinencias iguales".' E ste término es tambié n adecua do para caracterizar los argumentos paralelos que acabamos de formul ar. Sin emba rgo mi propósito no es " llevar la cal amidad a las casas de ambos". E s más bien empuj ar el discurso público más allá de posturas extremas e intransigentes de u na y otra clase, con la esperanza de que en el p roceso nuestros d eb ates se tornen m ás "amistosos con la dem ocracia" ." Es éste un te rna muy amplio que no pue d o abo rdar aq uí ade cu adam en te . Baste un pensamiento p ara co nclu ir. Las reflexiones recientes en re lació n con la democracia han dad o como fruto do s vali osas visiones : una histórica de los orígenes de las democracias pluralistas y una teóri ca de las cond iciones a largo plazo de la estabilid ad y I¡¡ legi timidad de es os regímenes. Los modernos regím enes pluralistas apare ciero n típicamente, según se reconoce cada vez más, no debido a algún amplio consenso p rexistente de los "valores básicos", sino más bien debid o a que diversos grupos qu e habían est ad o aga rr ánd os e mu tu am en te e l p escu ezo durante u n periodo prolongado tuvieron que reconocer su mu tu a incapacid ad de d ominar. La tolerancia y la acepta ción d el plu ralismo resultaro n d e un emp ate entre grupos op uestos acerb amente hos tiles.' 1 G us tave Fl a ubert a su so brina Ca rol ine, marzo de 1868 , en Fl a ube rt, Co rrespon dance, París, Co nard, 1929, v 01. S, p. 36 7. Co mentando la disputa ñl os óflca acerca de la pri macía de la materia o del es píritu, Flaub crt co ncluye : "Brcf, je trouve le Mat ériali sm e el le Spiritualismc dcux impertine nces égales" . (E n resume n, encuen tro que el materia lismo y el espi rituallsrn o so n dos impertinencias igua les.) Véase también J acques D errida, "U ne idé e de Fl a ub ert", en su reco pilació n PsycJu!, París, G ali léc, 1987, pp. 305·325 . • Término acuña do por analogra co n el ahora [recue nte "amistos o con el usuario " (usa lri cnd/y ) o co n el alemán umweltfreundlích (am istoso con el medio ambien te). 1 Be m a rd Crick (co mp. y rev.), In de/ ella 01 polítics, Baltimore, Pc nguin Boo ks, 1964 , cap. 1; y Dankwart Ru st ow, "Transi tio ns to de mocracy", Comparativo Politics, 2 , abri l de 1970, pp. 337-36 4.
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R ETÓRI CAS DE LA INTRANSIGENCIA
Este pu nto de partida histórico de la democracia no vati cina nada bueno para la estabilidad de esos reg ímenes. El asunto es obvio, pero lo es todavía más cuando se le pone en contacto con la proclamación te órica de que u n régim en democrático alcanza la legitimidad en la m e di da en que sus decisiones resultan de una deliberación plena y abierta entre sus principales grupos, cuerpos y representantes. La deliberación se co ncibe aquí como un proceso de formación de opinión: los participantes no han de tener inicialmente opiniones plena o definitivamente formadas; se es pera que se entreguen a discusio ne s significativas, lo cua l quiere decir que deben estar listos para modificar opiniones sostenidas con anterioridad a la luz de los argumen tos de los otros participantes y también como re sultado de la nueva información que se haga accesible en el transcurso del debate! Si esto es lo que se necesita para que el proceso dem ocráti co resulte so stenido por sí mismo y adquiera estabilidad y legitimidad a largo plazo, entonces el abismo que separa a tal estado de los regím en es democr átíco- pluralistas, tal como emergen de manera histórica de la lu cha y la gu erra civil, es in quietan te y peligrosamen te profundo. Un pueblo que apenas ayer estaba entregado a luchas fratricidas no es probable que se avenga de la n oche a la mañana al toma y daca de esas deliberaciones constructivas. Es mucho más probable que primero se ponga de acuerdo en estar en desacu erdo, pero sin tentativas de aplastar los puntos de vista opuestos -- tal es efectivamente la naturaleza de la to lerancia rel igiosa. O bien, si hay discusión, será u n upico "diálogo de sordos" -un diálogo que en realidad funcionará mucho tiempo como pro-
longación y ' sustituto de la guerra civil. Incluso en las democracias más "avanzadas" muchos debat es son, para parafrasear a Clausewitz, una "continuación de la guerr a civil con otros medios". Tales debates, donde cada par tido anda en busca de argumentos que devasten, no son sino demasiado familiares en la política democrática us ual. Queda pues por re correr un largo y difícil camino desde el tradicional discurso encarnizado e intransigente hasta una clase de diálogo más "amistoso con la de mocracia" . P ara quienes deseen emprender esa expedición tendrá valor el conocimiento de señales de riesgo, como por ejemplo argumentos que so n en efecto invenciones he chas específicamente para hacer imposible el diál ogo y la deliberación. He intentado aquí proporcionar un panorama sistemático e históricamente informado d e eso s argumentos en un lado de la división t radicional en tre "progresistas" y "conservadores" -y he añadido des pués, mu cho más brevemente, un panorama similar en el otro lado. En comparación con mi plan original de expone r sólo las simplezas de la retórica reaccionaria, me encuentro al fin y al cabo con una contrib uci ón más ecuánim e: una contribución que en último término podría se rvir a u n propósi to más ambici oso.
3 Est e punt o está argumentado de manera persuasiva en Bcrnard Man in, "On legir i macy and po litical detiber3lion",PoliticaJ 17¡e0'Y, 15, agosto de 1987, pp.
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AGRADECIMIE NTOS Como señalé en el eapítulo 1, la idea de este libro tomó form a como resulta do de mi parti cipa ción e n la mesa ejecutiva que reunió la Ford Found ation en 1985 para asesorar acerca de políticas de bi en estar e n lo s Estado s Unidos , y más esp ecialmente cu and o reflexioné resp e clo a las ob servaciones introductorias de Ralf Dahrendorf e n la prim e ra reunión. Una influencia generadora más remota había sido la rehabilita ción de D onald M cCloskey de la retórica corno ram a de inves tiga ción legítima para los economistas y los científico s sociales . Durante la redacción del lib ro , recibí ayuda y aliento de q uienes ley eron los borradores de los capítulos preliminares. Entre ell os quiero dest acar en particular a William Ewald, J oseph Frank, L uca M eldolesi, Nicoletta Stame, Fritz Stcrn y M arg arct Weir. La co rres pondencia co n David Bromwich, Isaac Kramnick, J crry Muller y Edmund Phelps me ayu dó a aclarar numerosos puntos y perplejidades. Pierre Andlcr, trad uc tor de este libro al francés, y Rebecca Scott le di eron al manuscrito una lectura final y discriminadora. En el tr an scu rso de un a lar ga busca para el títul o preciso, P et er Railton y Emma R othschild hicie ro n co ntribuciones de gran importanci a. Los amigos y le ctores que dirigen a un aut or hacia textos es pecí fic os que le permitan reforzar o ad ornar su argum en to tie n en un com po rtamien to altruista de una clase e speci al. Es el que mo straro n Waltcr H inde rer, Stephen Holmes, obispo Pi etro Rossano y Quentin Skinner, llam ando mi atención en pasajes recomendables de las obras de SchilIer, De Mai stre, Lampcdusa y Hobbes, respectivamente. D ennis Th ompson me dio valiosos con sejos bibliográficos en relación con mi investigación respecto a la Le y de Reforma del Voto de 1867 en Inglaterra. Por último, es un placer rec onocer una importante deuda int electual y personal con Be rn ard M an in. Sus escritos acer ca de la teoría democrática han sido fuente de constante estímulo, y comentó con generosidad y con su agudeza habitual mi manuscr ito en proceso cuando nos enco ntramos durante varios veranos sucesivos e n los Alpes franceses.
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P artes de es te libro se han presentado com o co nferencias públicas y e n reunione s científicas. U na ve rsión abreviada del capítulo 2 se leyó como confere ncia e n la se rie Ta nne r Le cture en la Unive rsidad de
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R ETÓ RICAS DE LA INT R A NSIG E N C IA
Michigan en abril de 1988 y posteriormente en el Cen tre Raymo nd A ro n de Pa rís y en el Sicmensstiftung d e M u nich . Se publicó en Th e Tanncr L ectures in Hu man Vttlucs, vol. 10 (Salt Lake Ci ty, Un ive rsity of Utah P ress, 1989) y, en un for mato to d avía más reducid o, en el Atlan tic d e mayo de 1989. E n A nn Arbo r aproveché las críticas d e J o hn D iggins, Stephen Holrnes y C har les TilI y. El ca pítulo 3 se expuso , u na ve z más en vers ión abreviarla, e n una conferen cia acerca de la Sociedad Civil ilcvad a a cabo en agosto de 1989 en Cas telgandolfo con los aus picios del Vicnna Ins titut für die Wi ssenschaften vom Mensche n, y en feb re ro de 1990 en un Lion el T rilling Seminar en la Universidad de Colum bia en Nueva Y ork. E n esta última ocas ión Stanley H c ffmann yStephen H olrnes aportaron incisivos comentarios. E l ca pítulo 4 se prese ntó co mo trabajo de discusión en una confe rencia d e la filosofía de la elección social ce leb rada en Varsovia en junio de 1990 y auspiciad a por la Acad emi a Polaca d e Ciencias y el Ameri can Council of Lcarned Societies. De 1985 a 1989, el procesamiento d e mis bo rrado res fue hecho con inte lige nc ia, habilidad y buen án imo por Lynda Emery. T ras su partida de Pri nceto n, Lucille Alisen y Rose M arie Malarkey continuaro n el trabajo y cuidaro n co mpete ntemente el manuscrito en sus últimas etapas. Marcia T ucker, de la b iblioteca del Institu te for A dvanced Study me prop orcionó una valiosa asistencia b ibliográfica.
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ÍND ICES
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ÍND ICE ANALÍTICO A c ción, 18, 24, 169-170. Véasetam bién oonsecuencias, reacción, efectos secundarios. Adams, J ohn , 19 Alemania: d emocr acia en, 16, 124126; políticas d e bienestar social en, 150, 164, 165
A licia en el pals de las maravillas (Carroll) , 56 A méric a L atina: afirm an la futi lidad de la re forma e n, 56; complejo de fracaso (fracas om anía ) en, 44n, 180; programa habitacion al en , 82, 83 A m p ére , J ea n J acqu es, 59 Ancien r égime el la R évolution, L ' (Tocqueville ), 58, 62 A rgumento d el apoyo mutuo, 142, 145, 168, 172 A rgumento d el p red icament o deses pera do, 180 A ris tó tel es , 65 A u lard, Al p h on se, 62 Ayuda a fam ilias co n hijos d ep endientes (AFDC) , 51-52, 76 Bagehot, Walter, 116, 123, 124 Bentham, J ererny, 40, 98n B e rdyaev, Nicholas, 166n Berlín, Is a iah, 103 Bias JO' hope; A (Hirschman, 1971), 148n,171n Bi en limitad o , Image n d e l, 140 Bie ne star so cia l: a p oyo público para el , 131-132; Y arg umento del apo yo mutuo, 142, 143; Y
crisis de go be r nabilida d, 135, 138; desarroll o d el, 12; dificultad de logr arlo , 145-150; efect o perverso del , 37-45, 51-52, 7980, 154- 156, 161- 162; Y futilid ad d e las mej oras, 74-84, 85-86, 91-92, 155-1 56 ; en lo s paíse s de desarroll o tardío, 146-150; rea cci ón a l desarr ollo d el, 16; ri esgo cau sa d o p or , 101, 126-139, 155, 160-161 Bism a rck , atto von, 150, 165 Bonald, Vi comte L ouis-GabrielAmbroise d e, 60, 184 B right, J oh n, 112 Burckhardt, Jacob , 31 Burke, E d mund : 45, 153n; a c uerdo con los criterios econ ómi co s de A dam Sm íth, 24 ; ac erc a de las dife re nc ias d e clase, 3031 ; crítica de las Ley es dl..' los P obres, 38-39; y culto a la constitución britán ica, 106; y e fect o perverso, 21-26, 172; Y funda mento d e p ersonalid ad d e la dem o cracia en Francia, 121124; Y reacción a la Revolució n fran cesa, 14, 24-25 , 58 , 60-6 1, 178 -179, l RO, 181 Burrow, J ohn, 123n Butler, J .R.M ., 106 Calderón de la Ba rc a, Pe d ro, 171n Cándido (V oltai re) , 53 Canning, George , 107
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INDlCE ANALfTICO
Capital, El (Marx), 174, 175 Carroll Lewis, 56 Carta Magna, 105 "Case against 'One thing al a time', The" (Hirsch m an, 1990), 149n Cité antique, La (Fuste! d e Coulanges, 1864), 119 Claudel, Paul, 171n Ciausewitz, Carl va n, 189 Club de Roma, 42 Cobban, Alfred, 23 Colombia, reforma d e la tenencia de la tierra, 43-44n Comisión Trilateral, 135 Compensación p or desempleo, distinción de cla ses en la, 8081, 82 -84 Co mpo rtamiento compensador, 52 Consecuencias involuntarias: balan ce en tre las favorab les y las desfavorables, 51-52; bi env enidas, 50-52; desarroll o del concepto de, 46-49; no deseadas, 49-51, 97, 99-100 , 185186; desprovistas d e, 50-51; y futilidad del cambio, 86- 87, 89-92, 94-95, 97, 185-186; Y gobernantes de buena voluntad, 90-92; r elación co n el mito de Edip o, 143 , 144 . V , éas e tamb ién efe ctos secun darios Considérations "'lI' la Fran ce (Maistre, 1797),27 Constant, Benj amín, 19, 103, 104, 119-121 Constitution of liberty, The (Hayek, 1960), 129 Cornford, F .M.,97-99, 171n, 184n "Counterintuitive behavior of so cia! systems" (J ay W . F orres ter, 1971), 42
Cou rs d' écono m ie politique (Par eto, 1896-1 897) , 68 Cran da ll, R obert , 530 Crisis d e gobernabilidad, 136138, 141 Crisis of dem ocracy, The (Comisión Trilateral, 1975), 135 Dahrendorf, Ralf, 11-13 Declaración de los D erech os del H ombre y del Ciudadano, 14,59 D efoe, Daniel , 39, 155 D cmocracia,dcmocrati:zación: amenazada por cl Estad o benefactor, 126-139, 163-166, 168, 167-168; como medio d e evita r hu elgas y motines, 117, 170; Y deliberació n, 187-1 88; efecto perverso de,31-37, 66 -68, 157, 159;fund am en to d e personalida d d e la democracia, 120-126; futilidad de, 62-74, 84-85, 90- 91, 156-158, 163; reacción co ntra la, 15-16, 106; riesgo d e la libe rta d, 101-126, 157; surgimiento de, 187-188; usado como espantapájaros, 106. Véase también derechos po líticos ; sufragio universal Democracy in A m erica (T ocq ueville) , 103 Derby, Lord. Véase tambi én Stanley, E.G.G.S. D e recho de ha beas COrpIlS , 105 Derechos civiles : desarroll o de, 12-13; reacción al d esarrollo de, 14,21-23 D erechos econó micos : de sarrollo de, 12; efect o perverso d e, 37-39; reacción al desarrollo de, 16. Véas e tambi én distribución del ingres o ; p obreza; E stado benefactor
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to del apoyo mutuo, 141-J43; y Derechos p olíticos: desarrollo de crisis de gobe rnab ilidad , 135105, 12-13; efecto perverso d e 139; d ificultad de logr arlo , los, 30-37; futilidad de los 144- 150 ; efec to perve rso del, cambios en los, 62-74, 84-85 , 37, 39·40, 41-45, 79-80 , 15491-92; reacción al d esarroll o 156, 160-162; Y futilid ad de las de los, 14-15. Véase tambi én mej or as, 73-84, 84-85, 91-92, sufragio universal 155-156; en los pa íses de desaDes r éactions politiques (Co nsrroll o tardío, 145-149; re trocetant, 1797), 19 so del, 13,16-17 ; riesgo causado Desarrollo político, secuencia del, por, 100-101, 126-139, 155-156, 145-149 162; surgim ie nto d el, 12 Dickens, Charles, 41 Dictlonnaire des idée recues (Flau- Estado y revolu cíon (Lenin, 1917) , 165 bert),31 Diderot, Denis, 33 Dieciocho brurnario de Luis Bo- Falacia d ela co mp osición, 34 Feldstein, M art in, ¡(O-81, 84 naparte, El (M ar x), 159 Diferencias d e clase: en la com- Fisca l crisis o[ the state, Th c (James O 'Connm , 1972) , 133 pensación del bienest ar , 8081, 82-83; Y futilid ad de la Fla ube rt, G ustave, 30-31, 35, 86 reforma d el bi enestar, 75-76, Forrester, l ay W ., 42, 43, J59, 162 77.78,79, 82-83; y fut ilidad d el Fosrcr, G eorge, 140 sufragio uni versal, 63-64, 67- Fracaso , explicaci ones para el, 153-154 . Véase tam bién íraca69, 85-86; en It alia, 65-66; en soman ía las oligarquías, 70-71, 85-86; en el so cialismo, 65-66; tradición Fra casom a nía (c omplejo de fraca so) ,44n, 180 europea de, 30-31,106-108 F ra ncia, demo craci a en, 118-119, Director, Aaron, 77, 82, 172 122-124, 156-157 Disraeli, Benjamin, 41,108,115,163 Free lo choose (Friedman y Frie dDoctrina de la ley natural , 12 man, 1979) ,79 Doctrina d e la M ano I nvisible, F re ud , Sigmund, 34, 173 24,26,49 Friedman, Milto n, 38, 77, 79 Dostoievski, F iador, 27 F rie d ma n, R ose, 79 Economics of income redistribu- Fu ndació n Fo rd , 11 F ure t, F ra ncois, 6 J, 122n tion (Tullock, 1983), 79 F uste l d e Coula nges, Numa DeEdgewoth. F.Y., 70 nis, 119- 121 Efectos secundarios, 48-50, 52-54 Elliott, J ohn, 97n Enemigo del pueblo, Un (Ibsen, Gatop ardo, El (Lampedusa, 1959), 56, 72 1882),32 Estado benefactor: apoyo públi- Genio y democracia, 33 co para el, 130-132; y argumen- Gentz, F ried rich van, 23
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íNDI CE ANALfTICO
G ladston e, Wi llia m Ewart, 115 G lazcr, N atha n, 43-45 Goe the, Jo ha nn W ol fga ng von, 25, 26 G orbachov, M ijail, 165 Great transform ation, 77Je (Pe lanyi, 1944) , 40 G rey, lord Charle s, 107 Group p sychology an d the ana/ysis of the ego (Freud, 34n H abermas, J ürg en, 134 H an db ook, of p otitical fa l/acies (Benth am, 1816) , 98n Hayek, Fried rich: 153n ; E stad o bene factor, a menaza a la libe rtad , 126-131, 132, 133, 134, 136 -138, 160-165 Hegel, G eo rge Wil helm Frie arich,l77 Helv étius, Claud e-A dri en, 33, 172173, 174 H obbes, T h omas, 48 H óld e rlin, F rie d rich, 125n Huntington , Sa muel P. , 135-139, 141, 161 Ib sen , H e nrik J oh a n, 32-33 I lusi ón sinc rgista, 142, 167-170 Il ustración es co ces a, 24, 46 Tnforrne Bcveridge, 128 Ins tinto grega ri o, 32
Ironía, uso reaccionario de la, 183 Irracio nalid ad, de la mu ch edumbre, 33-35 It alia, d e mocr acia e n, 16, 63-65, 66, 72-73, 116, 157 J evons, W illiam Stanley, 174 J ohnson, Lyndo n B ., 43, 76 Jou m eys toward progress (Hirsch ma n, 1963), 43n, 115n , 144n
fND ICE ANAL ITI CO
Juego suma cero, 140
Li be rta d, d el ind ivid uo: ame nazada por el Estado benefactor, 126- 139: de los a ntiguos y los modernos, 103-104, 119U J: y dem ocracia, 101-126: po sitivay nega tiva, 102-103 Liberty, equality, fra temity (Ste ploen, 1873), 73-74 " Li m its of social policy, The" (G lnz er, 1971),43 Losingground (Murray, 1984),39,42 L ow e, R obert: oposici ón a la Ley de Reforma de 1867, 109-110, 112, 114, 115, 116, 119, 125, 126 , 131, 132, 140, 141, 160, 161, 163
Karr, Alphonse, 55 Kcat s, J oh n, 169n K eynes, J ohn M aynard, 88, 127 , 132 Kolakowski, L esze k, 95 L a rnped usa, G iuseppe Tomasi di, 56,72,91 L eB on, Gust av: 45, 153n : oposición a la política de igualdad, 34-37,63,67, 75 , 114,157, 159 L ecky, W.E.H., 111 L egitimasion crisis, 134 L enin, Vla d imir Il ich, 165-166 L ey d e D erech os, 105 Ley de Director de la redistribució n d el ingreso , 67-68, 79, 85, 160, 172 Ley de Hierro d e la Oligarquía, 70, 85 L ey d e la oferta y la demanda, 70-71, 88 L ey de Pareto, 70, 71, 85, 86, 160,
172 Ley d e Reforma d e 1832, inglesa, 63, 105-1 08, 111, 112-115, 157, 160 L ey de Reforma de 1867, inglesa, 73, 105, 108-112, 115, 121, 157, 160, 163, 170 Ley de Sp eenham land de 1795, 40 L eyes de Pobres, inglesas, 38-39, 40-42, 44-45 L eyes del G ra no, 112 L eyes del sala ri o míni mo , 37-39, 87-88 Li be rtad de ex p re sión, 12 Libe rtad de pen samiento, 12 Li berta d d e prensa, 105 Libertad d e religión , 12
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Mac ulay, Th omas Babbington, 108, 110-111 M aine, sir H enry, 112, 113, 114 Maistr e, J oseph d e: 47, 153n, 162; crítica d e la R evo lució n fra ncesa, 60-61 , 183-184; Y la cr ue l d eidad ( la Divina P rovid e n cia), 27-29, 43, 47, 48, "'788,143-144, 185 Man versus the state, Th e (Spen . ce r, 1884) , 36 , M an deviUe, Bernard, 24, 39, 46, 155 Manifiesto com unista , 68 M a lthus, Thom as Rober t, 39, 40 M aquiavel o, N icolás, 65 M arshall, T.H.: ac erca del desarrollo d e la ciud ad an ía, 11-13, 14, 17, 33 , 99-102, 103, 117, 118, 146, 149, 150, 151, 164: y el Estado Benefa ctor, 130, 131: y la libe rtad , 102, 103 M arx, Ka rl, 159, 160n, 165, 166, 174, 175, 176 Marxism o, 68, 78, 88, 130, 174, 175 M asas (el pueblo). Véase d emocracia , dem ocratización ; psi-
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col ogía de m asas; y d er ech os p olíticos M cL uha n, M a rshall, 139 Menger, Carl von , 174 Me rcados: a utor regula d ores, 37, .n te rfc rc ncia co n, 3 38, Merto n, Robe rt, 49 n, 51 M etternich, Kle men s ve n, 23 Mi che ls R oberto: y futilid ad de la d em ocrati zación, 70, 72, 73, 86,88, 166,172 Microsmographia académica (Com ford, 1908), 97-98, 1710 Mili, J ohn Stuart, 73 Mito d e Edipo, 28n, 143, 185 Mod iglia n i, Franco, 89n M onet arismo, 89 M ontesquieu, barón de la Bréd e y de, 19, 65 M o rley, J ohn, 115 M osca, Gaeta no: anál isis d el socia lismo por, 65: Y efecto perve rso de la democratización , 67·68: Y futilidad del sufragio unive rsal, 63 -68 , 71 , 72, 73, 74, 75,84,85, 87-88, 116, 157, 174, 175: influencia en Roberto M ichels, 70, 85 M uc he d um b re. Véase p sicolog ía de masas Mujeres, voto para las, 15 Müller, Adarn, 23, 47 Murray, Charles: 153n: oposición al Es tado benefactor, 39, 42, 44 -46, 155-156, 160-162 Na p oleón I (Napoleón Bonapa rte) , 22 N a poleón III (Luis-Nap oleón) , 59, 111,118 N ue va L ey de P obres. Véase L eyes d e P obres, ing lesas N cwton, sir Isaac, 18, 174
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, íNDICE ANALfTI CO
d ad del ca mbio, 172 -176; y la Revolución francesa , 57-63, 84; Y tesis de la perver sidad, 57, 67-68, 72, 79..80, 84-92, 161; Y tesis d el riesgo, 161, 163-166 T esis de la perversidad: antigüedad de, 48-49; y bienestar social, 37-46, 51-52, 79-80, 155-156, 161-162; cronología de, 153; definici ón de , 17, 21-22, 55, 94 :y distribución d el ingreso , 71; y la igualdad política, 29-37, 6768, 157, 159; Y la Revolu ción frances a, 22-29, 156, 159, 177, 178; Y teor ía progresi sta, 177181; Y te sis d e la futilidad, 57, 67-68, 72, 79-80, 83-92, 161; Y tesis d el riesgo , 161-16 2; ub icuidad y popularidad de, 45- 54, 55, 158, 159-160, 176,
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T esis del riesgo: y apoyo mutuo, 142-145, 168-16 9, 172; cronología de, 153; definición de, 17,97-102; y d emocratización, 102-126, 157; d es crédito de, 159, 160-161 ; en el E stado benefactor, 101, 126-139, 155, 161; limitaci on es de, 145-150; mitos asociados con, 13'r-141; y la ret órica progresista, 167169; Y la Revoluc ió n francesa,
156; Y tesis de la fut ilid ad, 161, 163-166; )' tesis d e la perversidad, 161; Tesis d el riesgo inminente, 167, 169-171,172 Thom pson. E .P ., 42 Tiempo y progreso , 19,20 Titmuss, Richard, 131 Tocqucville, Al exis de: crítica d e las Leyes d e Pob res, 39; d escui d o d e, 61, 156; Y futilidad d el ca mbio durante la Revoluci ón france sa, 58-59 , 60, 61, 62, 63 , 85n, 156-157, 177; sob rc la libertad y la d emo cracia individu al, 102; uso d e la ir onía, 183 Trait é de sociologie gén érale (Pareto, 1915) , 68 Tráfico d e reformas, 115 Tullock, Go rd on, 79 T urncr, Frc dc rick J ackson. l 11n Vico, G iambatt ista, 24, 26 Victor Ti ugo, 139 Vin er, Jacob, 26 n V ohaire, Francois- M ario Arouet, 53
'N airas, Léon, 174 Welfare for the well-to-do {Tu1I0ck, 1983), 79, 91 Weltverbesserer, 36 , 184 Whitehcad, Al frcd North, 13
ÍNDICE GENERAL 9
Prefacio L Doscientos años de retórica reaccionaria Tres reacciones y tres tesis reaccionarias N ota acerca del término "reacción"
11 14 18
21
2_ La tesis de la perversidad' La Revolución francesa y la proclamación del efec to perver so El sufragio universal y sus efectos sup ues ta mente perversos L as leyes de pobres y el E stado benefactor R eflexiones sob re la tesis de la perv ersid ad
22 · 29 37 45
55
3. L a tesis de lafutilidad Cucstionamiento de la ext ensión del cambio producido por la R evolución francesa: Tocqueville Cuestion amiento de la importancia del cambio qu e seg uirá probablemente al sufragio universal: Mosca y Pareto Cuestionamiento d el grado en que el Estado ben efactor "entrega los bienes" a los pobr es Reflexiones en torno de la tesis de la futilidad
58 63 74
84
97
4. La tesis del riesgo La de mocrac ia como amenaza a la libertad E l Estado benefactor como amenaza a la libertad y a la democracia Reflexion es en torno d e la tesis del riesgo 203
. 102 .126 . 139
204
INDlCE GENERAL
5. Comp aración y com binación de las tres tesis Cua dro sinó ptico Influencia comparativa de las tesis Algunas in te racciones sencillas U na interacción más compleja
151 152 155 158 162
6. De la retórica reaccionaria a la retórica progresista
La: ilusión sinergista y la tesis del riesgo inminente "Tener la historia de nuestra parte" Co ntrapartes de la tesis de la perversidad
167 167
172 177
183
7. Más allá de la intransigencia
183
¿ Un vuelco del argumento? Cómo no argüir en una democracia
186
Agradecim ientos
191
Índice analítico
195
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Este libro, Retóricas de la intransigencia, se terminó de imprimir en JEM, S. de R.L., Osa Menor 84, Prado Churubusco, México, D . F. el 30 de junio de 1991. Se tirar on 2 ()()() ejemplares y en su composición se utilizaro n tipos Dutch de 14/12, 10111 Y 7/8. E l cuidado de la edición estuvo al cargo de Leticia Picazo y Mercedes Paredes.