MARX, Karl: Sobre la cuestión judía La emancipación de los judíos es, en última instancia, la emancipación de la humanidad del judaísmo. El dinero se ha convertido a través de él y con él, en una potencia universal, y el espíritu práctico de los judíos en el espíritu práctico de los pueblos cristianos. Los judíos se han emancipado en la medida que los cristianos se han hecho judíos. La sociedad burguesa engendra constantemente al judío en su propia entraña. La necesidad práctica, el egoísmo, es el principio de la sociedad burguesa y se manifiesta como tal en toda su pureza tan pronto como la sociedad burguesa alumbra totalmente de su seno el Estado político. El dios de la necesidad práctica y del egoísmo es el dinero. El dios de los judíos se ha secularizado, se ha convertido en dios universal. El judaísmo llega a su apogeo con la coronación de la sociedad burguesa; pero la sociedad burguesa sólo se corona en el mundo cristiano. Sólo bajo la egida del cristianismo, que convierte en relaciones puramente externas para el hombre todas las relaciones nacionales, naturales, morales y teóricas, podía la sociedad civil llegar a separarse totalmente de la vida del Estado, desgarrar todos los vínculos genéricos del hombre, suplantar estos vínculos por el egoísmo, por la necesidad egoísta, disolver el mundo de los hombres en un mundo de individuos que se enfrentan los unos a los otros atomística, hostilmente. Teología y política La emancipación política del judío, del cristiano y del hombre religioso en general es la emancipación del Estado del judaísmo, del cristianismo y en general de la religión. El Estado se emancipa de la religión al emanciparse de la religión del Estado. El hombre que se libera de él por medio del Estado, se libera políticamente, de una barrera, al ponerse en contradicción consigo mismo, al sobreponerse a esta barrera de un modo abstracto y limitado, de un modo parcial. El Estado es el mediador entre el hombre y la libertad del hombre. La propiedad privada La elevación política del hombre por encima de la religión comparte todos los inconvenientes y todas las ventajas de la elevación política, en general. El Estado como Estado anula, por ejemplo, la propiedad privada. Sin embargo, la anulación política de la propiedad privada, no sólo no destruye a esta, sino que, lejos de ello, la presupone. El Estado anula a su modo las diferencias de nacimiento, de Estado social, de cultura y de ocupación al declarar el nacimiento como diferencias no políticas, al proclamar a todo miembro del pueblo, sin atender a estas diferencias, como copartícipe por igual de la soberanía popular, al tratar a todos los elementos de la vida real del pueblo desde el punto de vista del Estado. No obstante, el Estado deja que la propiedad privada, la cultura y la ocupación actúen a su modo, es decir, como propiedad privada, como cultura y como ocupación, y hagan valer su naturaleza especial.
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El Estado político acabado es, por su esencia, la vida genérica del hombre por oposición a su vida material. Todas las premisas de esta vida egoísta permanecen en pie al margen de la esfera del Estado, en la sociedad civil. El hombre se emancipa políticamente de la religión, al desterrarla del derecho público al derecho privado. La escisión del hombre en el hombre público y el hombre privado, la dislocación de la religión con respecto al Estado, para desplazarla a la sociedad burguesa, no constituye una fase, sino la coronación de la emancipación política, por lo tanto, ni suprime ni aspira a suprimir la religiosidad del hombre. Los judíos en el Estado cristiano La desintegración del hombre en el hombre religioso y en el ciudadano no es una mentira contra la ciudadanía, no es una evasión de la emancipación política, sino que es la emancipación política misma, es el modo político de la emancipación de la religión. El Estado puede y debe avanzar hasta la abolición de la religión, hasta su destrucción, pero sólo como avanza hasta la abolición de la propiedad privada, hasta las tasas máximas, hasta la confiscación, hasta el impuesto progresivo, como avanza hasta la abolición de la vida. El llamado Estado cristiano es el Estado imperfecto, y la religión cristiana le sirve de complemento y para santificar su imperfección. La religión se convierte para él en un medio y ese Estado es el Estado de la hipocresía. El Estado democrático, el Estado real, no necesita de la religión para su perfeccionamiento político. Puede, por el contrario, prescindir de la religión ya que en él el fundamento humano de la religión se realiza de un modo secular. El espíritu de la sociedad burguesa La democracia política es cristiana en cuanto en ella el hombre, no sólo un hombre, sino todo hombre, vale como un ser soberano, como un ser supremo, pero el hombre en su manifestación no cultivada y no social, el hombre en su existencia fortuita, el hombre tal y como anda y se yergue, el hombre tal y como se halla corrompido por toda la organización de nuestra sociedad, perdido a sí mismo, enajenado, entregado al imperio de relaciones y elementos humanos; en una palabra, el hombre que aún no es un ser genérico real. La emancipación política con respecto a la religión deja en pie la religión, Aunque no es una religión privilegiada. La emancipación del Estado con respecto a la religión no es la emancipación del hombre real con respecto a ella. Por eso porque podéis emanciparos políticamente sin llegar a desentenderos radical y absolutamente del judaísmo, es por lo que la misma emancipación política no es la emancipación humana. La contradicción radica en la esencia y en la categoría de la emancipación política. El carácter político de la sociedad civil
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La constitución del Estado político y la disolución de la sociedad burguesa en los individuos independientes se llevan a cabo en uno y el mismo acto. El hombre egoísta es el resultado pasivo, simplemente encontrado, de la sociedad disuelta, objeto de la certeza inmediata y, por tanto, objeto natural. Se comporta hacia la sociedad burguesa, hacia el mundo de las necesidades, del trabajo, de los intereses particulares, del derecho privado, como hacia la base de su existencia, como hacia una premisa que ya no es posible seguir razonando y, por tanto, como ante su base natural. Toda emancipación es la reducción del mundo humano, de las relaciones, al hombre mismo. La emancipación política es la reducción del hombre, de una parte, a miembro de la sociedad burguesa, al individuo egoísta independiente, y, de otra parte, al ciudadano del Estado, a la persona moral.
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