-
aÍ}tJ huella de la madre
Christiane Olivier LOS HIJOS DE YOCASTA La lluella de la madre. Chrlstiane Olivier, mujer y psicoanalista. en ese orden, sostiene en Los hijos de Yocasta la tesis de que es la sombra de la madre -que resienten en forma distinta el hi)o y la hija- la que explica y nutre el antagonismo secular que existe entre ambos sexos. En una época en que hombres y mujeres están empeffados en reducir sus diferencias al mínimo, hace falta primero, antes de que ambos sexos determinen sus distancias, remontarse a los orígenes: los pacientes, recostados en el diván de su psicoanalista, hablan con mucha frecuencia de su .mamá, pero cada sexo lo hace en forma diferente, ¿qué es lo que aflora entonces a su conciencia? La autora afirma que es la sombra de lo maternal, que para ella encama en el mito de Yocasta, el personaje de la tragedia griega que casó con su hijo, Edlpo. Freud y sus seguidores estudiaron este caso desde un punto de vista "masculino" y crearon las premisas que dieron lugar a la formulación de la teoría del "complejo de Edlpo". La autora dice que Freud era un hombre y que ella es una mujer; que ella vive en 1980 y Freud formuló sus tesis en 1880. "Lo maternal-dice-. siendo unisexual, provoca graves conflictos a los hijos de Yocasta, hombres y mujeres. Para escapar a la maldición del oráculo hay que crear otro tipo de familia. de educación. de división del trabajo entre hombre y mujer.
] e l.)
ll
~
.s ~
::"
&.
..!!
.,,"
~!;¡, !<
.e
...co
O\
.....
COLECCION POPULAR FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MÉXICO -
COLECCIÓN POPULAR
284 LOS HIJOS DE YOCASTA
Tniducció11 de t\IAR( .th L .\RA
CHRISTIANE OLIVIER
Los
HIJOS DE
YocASTA L a huella de la madre
Pl>J!Ul.AR
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MÉXICO
Primera cdid611 e1_ fran és Primera edición cm e.!1paii<>1. Quinta reimpresión,
L 80 l9 4 1902.
TÍllllO ori,gi:nal: ·L a •rfonu ~ JoetUte. L'tmrpr:eínu. .l k la mire ·@ 1980, Sditions DenoWGonlhicr, Pw Publicado por Simon and Sh\lsi;er, .Nueva York ISBN 2-28.2-20279.,1
n~ R. e 19&4, FONOO DI!: Cut.11.lll4. ~CA D. R. e19s1 Fe»me1Ds OuLTI.1RA ~s. A.pe c. v.
Av. de 11 Universidad, 915; 03100 Mb.ico, D. F.
.ISBN 968-16-1798-3
PREFACIO Existe el discurso analítico: rebuscado, complicado, pensado para que los que no son analistas, queden fuera de él, se sientan despistados, atónitos.. . Existe el discurso feminista: un discurso colorido, rico en imágenes, sexuado, hecho para que todos entren en é1 con facilidad, lo comprendan auo cuando no sean feministas; en especial, si no son feministas... Y están los que no reconocen ni un discurso ni el otro, porque se niegan a ser extremistas. Yo he querido mantenerme entre ambos discursos; no aislarme adoptando el primero, no abrumar hablando del segundo. Apelar a un lenguaje intermedio, que no deje de lado ni el afecto ni el intelecto. Ser mujer y analista a la vez, es decir, llevar en mí los dos extremos, reunir la emoción y el verbo, negarme a ser o más mujer o más analista, negarme a dividirme o a especializarme. Durante demasiado tiempo me dejé arrastrar por "los" hábitos de los hombres y por ''sus" palabras, que yo no reconocía ni entendía totalmente. ¿Por qué dejarlos hablar de mí, cuando yo no decía nada de ellos? Entonces decidí que yo "también" hablaría de ellos y los definiría a mi vez, desde dentro de una teoría escrita por una mujer, con palabras de mujer, con elaboraciones mentales de mujer ... Que se queden con el "nombre del padre'': ése es asunto de ellos; yo me quedo con Ja "sombra de la madre", y decido aplicarme al discurso transferencia! para descubrir en él el papel de lo materno. 7
·si desde sus inicios el psicoanálisis estuvo escrito en ténninos masculinos, me pregunto si no ha llegado el momento de leerlo en clave femenina. Si Freod vio a la mujer como carente de "masculinidad", las feministas encuentran al hombre particularmente desprovisto de "feminidad". En una época en que tos hombres y las mujeres quieren reducir sus diferencias, se requiere antes que nada que midan sus distancias separadoras, que sepan cuál fue su origen y su comienzo: bay que remontarse a lo que fue el primer discurso, pues ante.s de lo. transierencial existió lo. transmaternal. Y esto transmaternal e.s lo que aparece como radicalmente. diferente de un sexo a otro. Dicho de otra manera: en el diván, todos hablan de su madre, ¿pero de qué manera lo hacen? ¿Qué dicen inconscientemente? Éstas son las cuestiones que abordaremos aquí a través de la historia que me ha sido contada a mí, psicoanalista, historia que no siempre está de acuerdo con la que Freud nos transmitió ... El era un hombre y yo soy una mujer; él vivió en 1880 y yo en 1980.
8
DISCURSO IMAGINARIO Sigmund Freud: "Ustedes me vaticinaron que después de mí, mis errores corrían el riesgo de ser adorados como santas reliquias... Por el contrario, yo creo que mis sucesores se apresurarán a demoler todo lo que no está perfectamente fudamentado en lo que yo dejo tras de mí." Franrois Roustang: "No existe, pues, una teoría analítica sobre la que podamos basarnos de antemano, sino una posible teorización* posterior, siempre necesaria, jamás segura." R obert Stoller: "Algo no funciona en la teoría freudiano." Luce l rigaray : "El psicoanálisis le aplica a la sexualidad femenina el discurso de la verdad. Un discurso que dice la verdad verdadera: a saber, que lo femerúno sólo tiene lugar dentro de modelos dictados por suietos masculinos." Robert Pu;ol : "El secreto deseo femenino es ocultar que el cuerpo del hombre es la competencia insoportable de la diferencia .. ." Hélene Cixous: "¡Ellos le han hecho un antinarcisismo! ¡Un narcisismo que sólo quiere hacerse querer por lo que no se tiene!" • Palabras subrayadas por el autor.
9
Robert Pu}ol: "La mujer representa La castración generalizada que el viviente recibe del verbo; y eo la medida en que le falta el pene, representa la alienación absoluta de .la palabra."
Hélene Ci.xous: "¿Dónde está la mujer en todos los espacios que el hombre recorre, en todas las escenas que monta dentro del ámbito literario?" Jaéques Lacan: "No se puede escribir la muier sin tachar el la. " Hélene Cixous: "El sueño del hómbre: Yo la amo ausente, por lo tanto deseable, inexistente, dependiente, es decir ador able. Porque ella no está donde está --en la medida en que no esté donde está. .." Jacques Lacan: "Hay un .gozar de ella, de esta ella que no existe y que no significa nada."
Hélene Cixous: "Se la recluyó en el 'Continente negro'. se la mantuvo a distancia de sí misma, se la ha exhibido (y no visto). La mujer a partir de lo que el varón quiere ver de ella, es decir: casi nada.'' Luce lrigaray: "¿Cómo decirlo? Que de pronto somos mujeres ... Y que su historia constituye el lugar de nuestra deportaci6n .1' A IUiis Nin: "Yo quiero un mundo diferente, un mun-
do que no haya nacido de la necesidad de poder que caracteriza al varón y que está en el origen de la guerra y de la injusticia. Debemos crear una mujer nueva." Hélene Cixous: "Habrá un lugar diferente donde el otro no .será ya condenado u muerte."
10
LA RErNA.-¿Me habéis olvidado? HAM.Ler.-No.. . Vos sois la. reina, la mujer del hermano de vuestro marido -y ya que no puede ser de otro modo, también sois mi madre .. SHAKESPEARE
l. LA CONSPIRACió N DEL SILENCIO L AYo-YocASTA ... Yocasta-Edipo... Edipo-Antfgona e
Ismena. . . Tal es la tragedia griega que abarca el origen y el fin del desdichado héroe gue F reud eligió como modelo de todo destino humano. De esta tragedia, rica en personajes principales y secundarios, Freud extTajo solamente a Edipo, el hijo que fue amante de su madre y asesino de su padre; y de él nos describió largamente sus sentimientos, sus anhelos, sus remordimientos. Freud nos hab.la sin cesar de Ectipo; pero en cambio, ¿quién se ocupó de Yocasta, su agonista? ¿De eUa y de su deseo, que la impulsa a acostarse con su propio hijo, carne de su carne, y que posee el sexo que ella, por ser mujer, no posee? ¿Puede dejarse de lado a Yocasta, en quien se realiza el viejo sueño andrógino de la humanidad? ¿P uede relegársela en la sombra, a ella, que guarda lo que del Ser no puede resolverse jamás, la que anul11 la carencia, la que deroga Ja castración7 Sin embargo, Sófocles - y tras sus huellas FreudJa dejó recluida en la sombra; pero no totalmente, pues aunque su aparición es breve en la tragedia clásica, las pocas palabras que pronuncia tienen el efecto de sumir a Edipo y a los espectadores en el estupor: "¡ Ah, que nunca sepas q uién eres!" ¿Conocía, pues, Yocasta, algo del origen de Edipo, de la muerte del padre, y del crimen que ella seguía perp~trando con su hijo? ¿Fue Yocasta, entonces, más culpable que Edipo? ¿Y fue Eclipo .e l juguete de Yocasta y de su deseo?
13
¿Se ha extinguido la raza de las Yocastas? Freud no nos dice una palabra al respecto. ¿Por qué este silencio en tomo a Yocasta? Silencio que ha llevado a hacer creer en la inocencia de las madres; ¿pero acaso las madres son capaces de escapar a un destino que sus hijos no pueden evitar? Historias que se nos cuentan a nosotros, analistas, y en las que la madre jamás está ausente, ni parece inocente: alejamiento de los padres con respecto a sus hijos, preconizado por los hombres y ejecutado por las mujeres, úWcas que ejercen el poder formativo sobre el niño. Así, ausente Layo, fue únicamente Yocasta quien ocupó todo el espacio de Edipo. ¿Pero no es éste el panorama habitual clásico? Y este cuadro repetido, ¿no pertenece tanto a la tragedia anti.gua como al tlrama moderno? ¿Yocasta supo y quiso vivir el incesto con su hijo? Las mujeres de hoy ¿quieren y saben lo que hacen cuando ocupan el primer plano frente al niño? ¿son conscientes de lo que desencadenan, al proceder así, con sus hijos, y con sus hijas? Estas mujeres que con la mayor naturalidad del mundo dicen· de su hijo "que está elaborando su Edipo", ¿piensan, aunque sea por un minuto, "y yo elaboro mi Yocasta"? Si Edipo está considerado como el modelo universal del varón, ¿Yocasta no podría ser vista como el mito eterno de la mujer-madre? Por ser mujer y a la vez psicoanalista, ¿cómo no me iba a atraer este personaje ausente de Ja teoría .freudiana; cómo no ver que esta teoáa, sobre la que me baso como analista, car ece de todo refer ente femenino? ¿Cómo no ver que si los hombres que yo trato son los hijos de Yocasta, las mujeres son sus hijas? ¡,Qué
14
encierra esto? ¿Qué implica para ellas y para mí? Toda la teoría freudiana está, en este respecto, por inventarse. Llegada a este punto, ya no me parece posible separarme de mis pacientes, o hacermé la distraída, como se acostumbra. Yo aquí renuncio a separar lo que SOY de lo que SÉ, y afirmo que lo q ue escuchp en el diván, dicho por otras mujeres, me entrega algo de un orden femenino que reconozco como mío. Aquí hablaré a veces de ellas, a veces de mi, buscando situamos de modo diferente al que nos ha adjudicado el psicoanálisis hasta el presente: es necesario repensar la teoría del inconsciente, con Ja ayuda de las mujeres, gracias a su palabra. Se acabó la época en que el varón inventaba una mujer a su medida, o más bien a la medida de su necesidad de dominación. Es evidente que la teoría psicoanalítica revela con suma claridad lo que el varón espera que Ja mujer SEA; pero por cierto que no explica al mismo úempo lo que la mujer ~s. Como escribió con acierto Luce Irigaray: "Hasta ahora, los conceptos mayores del psicoanálisis, su teoría, no explican el deseo de la mujer." 1 De tal modo, si la mujer se vio reducida a ser la elaboración del varón, el hombre bien pudo reducirse a ser la elaboración de la mujer, si Ja teoría inicial hubiera sido concebida por una mujer. Bi.en podemos lamentar, con Germaine Orecr, que el psicoanálisis "haya tenido un padre, pero no una madre!. .." En efecto, así como las que me hablan no encuentran lugar en una sociedad sexista, yo no encuentro ni rastros de mi deseo en una teoría basada únicamente en premisas masculinas. 1
Spéculllm, de /'mitre femm e, &l. de Minuit, París, p. 63.
15
Freud fue el primero en intentar un procedimiento egocéntrico. inverso al de todo procedimiento cientlco: en lugar de tomar nn objeto de estudio en el mundo, se tomó a sí mismo como objeto de investigación y comparó el esquema obtenido con el de los grandes mitos de la humanidad: Edipo, Moisés, Miguel Angel. Los estudios de casos clínicos se alternan con análisis literarios y artísticos, y se siente que Freud busca una ley común, aplicable tanto al hombre de ·hoy como al de ayer. Así, el estudio del " pequeño Hans" alterna con el análisis de uo ..recuerdo de infancia de Leonardo da Vinci" 1 y "el presidente Shreber" con "Moisés y el monoteísmo". Pero con excepción de Dora casi siempre aparecen sólo figuras mas·culinas. Y en definitiva, ¿no es natu.ral que haya sido así? ¿Freud no era varón? ¿No tenía, por serlo, todas las facilidades para indagar antes que nada sobre sí mismo? ¿Cómo hubiera podido interrogarse sobre la mujer que no era? Entonces, para definir/a. se conformó con mirar vivir a la mujer de J 880, la pequeñoburguesa recluida dentro de una familia convencional, donde tos distintos papeles estaban ancestralmente definidos. Esta mujer ocupaba entonces, de manera evidente, un "cierto lugar" más que " un lugar cierto" ; así nos encontramos frente a un psicoanáHsis que, apoyándose en pruebas que el propio Freud suministraba, y que extrajo de su medio y de su familia. sólo le asigna a la mujer un lugar extrañamente reducido. Obsérvese Jo que le escribía a su querida Marta el 15 de noviembre de 1883: Yo creo que todas fas reformas legislativas y educativas fracasarán debido a que mucho antes de que el hombre pueda asegurarse una posiciÓ'n social, fa n atu-
16
raleza decide del destino lle una mujer dándole la belleza, el encanto. la dulzura.2
¿No está hablando aquí como el peor de los antifeministas? ¿No está manifestando que ha decidido confundir los atractivos sexuales de las mujeres con su situación social? Con ésto crea un enredo que redén empezamos a desanudar. Para que el lugar social y el lugar sexual se confundiera n, fue preciso pasar por extrañas represiones, seguir caminos increíbles, que condujeron a ese famoso "Continente negro" de la sexualidad femenina. Por cierto no fue Freud quien inauguró la inferioridad de la mujer, aunque las feministas traten de hacérnoslo éreer; pero sí es verdad que él hizo todo lo posible por explicarla, por hacerla lógica, vale decir ineluctable. Lo grave de la aportación de Freud fue que la inferioridad consagrada socialmente, adoptó con él un aspecto científico, y que sus ecuaciones femeninas pasaron a ser sentencias conocidas de todos, de las que las mujeres llevan todavía la marca. Benolte Groull tiene razón cuando escribe: " Las mujeres iban quizás a ocupar su lugar en la rampa de lanzamiento, cuando les sobrevino una gran desgracia: Freud." 3 ¿Qué puede decir una analista de la tentativa freudiana de adaptar Ja mujer al hombre? Sólo que Dios extrajo a Eva de Ja costilla de Adán y que Freud extrajo la sexualidad femenina de la libido masculina: pero el mito sigue siendo el mismo. Se trata en rigor de fantasías de hombres de una civilizaci6n patriarcal, donde el varón estuvo considerado superior y la mu2 Correspondance de Fr<'11d, Gallimard, 3 A nsi soit-elle, Grasset, Paris, p. 58.
p. 87.
17
jer mantenida en inferioridad de modo ininterrumpido a lo largo de la historia. Es bastante significativo que Frcud haya elegido siempre mitos de las civilizaciones griega. y latina, es decir, patriarcalés; y nunca dirigió su mirada a civilizaciones diferentes. De haberlo hecho, habría descubierto ··c1 otro mito femenino", con sus brujas, sus amazonas, sus divinidades originales, sus Walkicias guerreras. Nuestra imagen se habría visto ciertamente mucho más influida por éstas, y nuestro papel encarado de otra manera. Freud, cuando se aproximaba a los grandes mitos antiguos, iba a desembocar siempre, como por azar, en civilizaciones donde el vaTón ocupaba el primer plano. Al acercarse el hombre de la calle al héroe, Freud, por cierto, le confirió una dimensión eterna; pero quiso la mala suerte que este inconsciente fuese e.l de un burgués del siglo pasado, que a semejanza de Jos demás hombres de su tiempo, no podía imaginar para la mujer otro destino que no Juera el de la inferioridad social en que la encontraba. La veía callar en presencia del hombre, y dedujo de ello su incapacidad de sublimación intelectual. La veía servir al varón y la concibió masoquista. La veía ocuparse de los hijos y sin más la adscribi6 a la maternidad para colmar su carencia (según Ja famosa ecuación: pene = hijo). Hoy, las .mujeres descubren, después de un largo periodo de silencio, que mientras Freud esculpí6 del varón una estatua de basamento inconmovible, con los ojos pues tos en la sublimación, la de la mujer en cambio es una estatua de maternidad-fecundidad imbécil, que ya no le conviene a las mujeres actuales: éstas son madres transitoriamente (y ya no ineluctablemente), pero en can1bio son mujeres en forma 18
perdurable, sin confundir en ningún momento ambos aspeqtos de su persona. Así como al hombre no se le identifica con el padre que él representa para su hijo, la mujer no se reduce ya a la madre que ella acepta ser por algunos años en el seno de la familia. De golpe, la mujer sitúa a la función sexual en su verdadero lugar, que no se limita a la reproducción, como se ha pretendido hacemos creer, sino al placer. No hace mucho que las mujeres adquirieron, en contra de abundantes prejuicios, muchos de ellos freudianos, el derecho al placer, separado de toda idea de maternidad. Y las mujeres tienen hoy la impresión de estar saliendo de una prisión extraña, inventada por los varo· nes, entre los cuales el varón p sicoanalista es sólo uno entre tantos, pero sí quizás el más insidiosamente peligroso; pues fue él quien reforzó las rejas femeninas, transformando el deseo de capturar que mueve al cazador de pájaros, en el placer de ser capturado que, según ellos, sentiría el ave. (La dominación ancestral del hombre se convirtió, recurriendo a un presunto masoquismo femenino, en un deseo innato de la mujer.) El sistema por fin ha sido denunciado y la verdad sacada a luz así, la reducción que Freud in fligió a la mujer, basándose en la familia y Ja sociedad de su época, las mujeres de hoy se Ja aplican a él cuando declaran que, desde el fondo de su Edipo patriarcal, él no podía sino reducirlas al silencio. Hoy lo más corriente es que, cuando las feministas Ja emprenden contra el sistema fa locrático, concentren sus fuegos únicamente en el padre del psicoanálisis. Así como Freud se sirvió de su propio Edipo para llegar al -de toda 1a humanidad, ahora se parte de "su" 19
&tipo y de "su" misoginia para explicar el de toda la humanidad. Procedimiento extensivo que el propio Freud entwnizó. y que ahora se vuelve contra él ; hoy papá Preud parece cuJpable de todos Jos crímenes perpetrados contra las mujeres desde hace siglos. Para arreglar cuentas con su madre, Freud debió atacar a todas las mujeres, y ahora todas estas mujeres pretenden arrancarlo de su tumba y cobrarse ojo por ojo, diente por diente. Tal es, al menos, lo que parece cuando uno lee cualquier libro feminista. En éstos siempre figura Freud como el enemigo público número uno, antes que todo: escritores, sociólogos, médfoos. Se nos presenta al psicoanáJisis como una peste, pero que sólo asoló a las mujeres. ¿No sería más exacto postular que el psicoanálisis ha poseído hasta ahora una sola ala, pues únicamente se ocupó de lo masculino, aun cuando este masculino necesite, para establecerse, de un contrapunto llamado mujer o feminidad? L a imagen que se brinda de nosotras es siempre la que el hombre necesita para conservar su supremacía viril. Y nosotras, mujeres, ¿qué hemos de hacer con eso que el hombre imagina de nosotras? ¿no sería mejor que definiéramos a nuestra vez lo que esperamos encontrar en el hombre? ¿No hemos pagado demasiado caro el habernos dejado definir por el otro? Es úempo de que hablemos nosotras a propósito de nosotras mismas. Si lo masculino tiene por finalidad y por función aprisionar, encerrar, sofocar lo femenino, entonces nosotras no tenemos nada que ver con lo que ellos dicen, y debemos definirnos solas; tal es el deber de las mujeres psicoanalistas: escribir "el otro psicoanálisis". Escribiremos este otro psicoanálisis parúendo de
20
Freud, pero denunciando su anti[eminismo, pues yo pienso que rechazar en bloque los descubrimientos de Freud, como hacen las feministas, significaría privarnos de un camino ya desbrozado hasta la minucia, que nosotras podemos utilizar en su origen, sin perjuicio de rechazarlo en sus resultados. Retomando el camino de Freud para examinar la evolución sexual de la niña, es como tenemos alguna posibilidad de corregir el error fundamental a propósito de la sexualidad de la mujer. Pues es indiscutible que este pionero de la verdad ocultada, este investigador infatigable, cuando trató de la mujer se 'transformó en catástrofe. Mientras que todo Jo referente al varón parece acertado, y no merece mayor cuestionamicnto, todo lo que dijo de la mujer, en cambio, debe ser re-estudiado, retomado, re-examinado bajo otra luz, como un objeto robado que al fin se le restituye a su propietario. Es allí donde yo, mujer, quiero situarme: en mitad de este desastre de elaboraciones y palabras masculinas que sirvieron para exprimir a la feminidad, y muchas de las cuales, merced a su esoterismo, tienen por función mantener a la mujer apartada de los lugares del hombre: ¿sabemos, por ejemplo, si la mujer se involucra o está totalmente excluida de tantas palabras que se utilizan corrientemente en los textos analíticos, tales como SU PERYÓ, SUBLIMACIÓN, PLaCER, FALISMO?
Si Freud hubiese estado menos poseído por la idea de identificar a Ja sexualidad femenina con la inferioridad comprobada socialmente, y si hubiera escuchado más a sus pacientes en lugar de imaginarlas de determinada manera, no habría aterrizado nunca en ese famoso "Continente negro", aterrorizador para los dos sexos. Si hubiera hablado simplemente de "pla-
21
ya blanca'', Je habrían dado ganas a las mujeres de posar sus plantas sobre esta playa inviolada e imprimir en la arena sus huellas. Desde Ja desaparición de Freud, Ja sublimación masculina ha progresado a buen ritmo, y actualmente la extremada complejidad de. los escritos psicoanalíticos sólo tiende a desviar la atención. centrándola en el verbo, y perdiendo de vista su sentido. Extraviada en medio de esa guerra de fonemas psicoanalflicos, se ha disimulado con frecuencia la subyacente guerra de los sexos. Y por habérsela dejado de lado, pasado por alto, esta guerra de los sexos estalla ahora con máximo vigor. Yo no digo que sea culpa de los analistas, pe.ro sí que tienen parte de culpa: pues no se navega a diario a través del inconsciente de los dos sexos sin extraer algunas conclusiones sobre su modo de funcionamiento y sobre su deseo. Aunque hay que reconocer que no tenemos que decir nuestra palabra en la curación ecuya opción pertenece en definitiva al paciente), quizás sí tengamos algunas conclusiones que extraer del inconsciente masculino y femenino en general. A semejanza del propio F reud, que estableció el vínculo entre la patología y la normalidad cuando escribió Psicopatología de la vida cotidiana , quizás nosotras tendríamos que escribir la "psicopatología de la pareja cotidiana", tal como la vemos dentro y fuera de nuestro consultorio. A ese proyecto parecía referirse Freud cuando escribió: No nos parece deseable en absoluto que el psicoanálisis termine siendo absorbido por la medicina, que encuentre su última morada en los tratados de psiquiatría. . . En tanto que "psicología de las profundidades",
22
puede volverse indispensable p~ra toda ciencia que trate de la civllizacíón humana.1
Y en decto, el psicoanálisis ocupa un lugar privilegiado dentro de las ciencias humanas y de la pedagogía. Hoy el psicoanálisis aparece en todo: ya disimulado en las cólumnas de una publicación tan popular como Elle, o visible en los relatos autobiográfiCós publicados en estos últimos tiempos; pero el itinerario anaJítico se ha convertido, si no en "el camino real del inconsciente", aJ menos en el humilde camino de muchos de nosotros. Cabe asombrarse (y muchas mujeres lo hacen ante mí) de que en medio de toda esta marea analítica, no se haya esbozado ninguna actualización del estatuto inconsciente hombre-mujer, según la óptica propuesta hacia el fin de la vida por el propio Freud, que tendía a que el psicoanálisis desbordase Ja patología y se extendiera al estudio del comportamiento humano en general. Por ejemplo, Ja relación dominante.dominado, que denuncian las mujeres, tanto en el plano familiar como en el plano social, ¡;no puede estudiarse -allí donde ocurrió por primera vez en la vida de la mujer? Y ello no ocurrió con el ho.mbre, sino con la OTRA mujer: la MADRE. ¿No habrá que volver a estudiar la relación madre-hija, si se quiere entender algo de lo que acontece más tarde con el hombre? En ese caso, lo que se vive no es entonces ipás gue una REPETICIÓN, ¿pero repetición de qué exactamente? Fue aquí donde Freud se detuvo, a la entrada de este "continente" virgen que él pensaba debía ser desbrozado por sus sucesores: "AJ final del desarrollo, e Ma yie et la psychanalyse, Gallimarci, París, p. 181.
23
el hombre-padre debe convcrtfrse en nuevo objeto de am or de la mujer_ .. Nuevas tareas aparecen aquí para la investigación."~ Si en una primera época Freud se valió de un discurso aparentemente lógico, pero que nos " reducía" considerablemente e n tanto que mujeres, en un segundo momento pareció anular lo que había construido trabajosamente y reconocer su incapacidad para explicar la evolución de la niña pequeña. ¿No preveía, quizás, el logar de las mujeres en esta investigación cuando le escribía a María Bonaparte, mujer-analista de su época: "¿Qué desea la mujer?" .6
Quiero1 pues, salir del silencio, reducto habitual de las mujeres y de Jos psicoanalistas. En verdad, yo sé bien que el único tema que se me concedería en cuanto mujer, sería un tratado sobre la educación del niño considerado como patrimonio femenino. Pero yo me niego a jugar ese juego de madre e hijo, porque no esLoy nada segura (y ya se verá por qué) de que la educación sea única mente función de las mujeres, a pesar del deseo que algunas formulan y contrariamente a lo que los hombres creen... El Edipo n os ha jugado tantas malas pasadas a unos y otros, que antes de hablar de nuestros papeles resulta más juicioso examinar nuestras historias... y nuestras bistorias pasan por Edipo. Hay, pues, que ocuparse de éste para demostrar su lógica, incriminar sus trampas, denunciar sus encrucijadas. El Edipo que vivió Freud, y del que nos habló, era el de un pequeño niño inmerso en una sociedad donde el varón tenía una función "social'' y la mujer una función La 11ie sexuelle, PUF, París, p. 142. <1 Correspondarrce de Freud, Payot, París.
:i
24
"familiar". Si las funciones se invirtiesen o fuesen simplemente compartidas, como sugieren las feminist.aS, ¿qué le ocurriría al niño de cada sexo? En suma, ¿hasta dónde una analista puede ser feminista? Y si las feministas desenmascaran los efectos
sexistas del Edipo en el plano social, ¿no le corresponde a los analistas develar sus orígenes y su desenvolvimiento a través del inconsciente individual? Si hay evidente malestar entre las mujeres, ¿no es deber de todo analista buscar su causa en la historia del inconsciente femenino, tal como lo devela el análisis? Es tiempo de devolverle la palabra robada a la mujer y de escucharla, en lugar de taparse los oídos como hace la mayorfa de los hombres, perturbados en su funcionamiento habitual por esta voz que viene de otro lado. Es el momento de transformar, de inventar la otra historia. No existen más "destino", "naturaleza" o "esencia" como tales, sino estructuras vivientes, tomadas, a veces fijadas, dentro de límites histórico-culturales. que se confunden con lti escena de la historia, a tal punto de que por mucho riempo fue imposible. y ahora todavía es difícil. pensar o incluso imaginar otra cosa.7
Ante el silencio psicoanalítico femenino a propósito de la sexualidad de la mujer, y considerando la incesante cháchara masculina sobre ese tema, nos vemos inducidos a preguntarnos si no habrá una mujer capaz de "atreverse" (a la manera de Freud) a recordar su infancia y por qué las mujeres parecen liaber optado por el recuerdo que los hombres tienen de ellas . . . Pero a veces esos recuerdos de niños se vuelven dañinos para nuestra vida de ml1jer. • Hélene Cixous, La ll·1111e-N;e. p. 152
25
¿Por cuánto tiempo más aceptaremos que el Edipo del hombre rija nuestra existencia femenina? ¿Por cuánto tiempo más soportaremos que el varón ajuste con nosotras las cuentas de su pasivo acumulado con la MADRE?
26
Frente a esta in.certidumbre, es realmente una lástima que Freud haya Uevado tan lejos Ja construcción de una psicologia de la mujer. K.ATi! MILLET
II. EN EL PRINCIPlO FUE FREUD ¿POR qué Freud es atacado de una manera tan virulenta por las mujeres? ¿Por qué él más que otros? Pues bien sabemos que no fue él el único sexista, el único falócrata, el único enemigo de Ja feminidad. Sí, pero él fue el único que erigió "su" verdad en una ciencia de apariencia objetiva, y "su" sexualidad en sexualidad universal. En eJ psicoanálisis encontramos una concepción de la mujer imaginada por el hombre, una mujer tal como muchos hombres seguramente desearían, pero que quizá no guarda relación con lo que es en realidad "la mujer". A partir de Freud, hubo una distorsión de la sexualidad femenina, que las mujeres cuestionan aduciendo que no les pertenece. en absoluto. Es preciso subrayar que en el comienzo del psicoanálisis no hubo una mujer que recordara su historia de niña, sino sólo un hombre que rememoró su vida de niño junto a su madre. . . No olvidemos que Freud fue adorado por su madre, una mujer joven, bonita, deseable; casada con un hombre de mucho más edad que ella, y que encontró en su h~jo satisfacciones que debieron plantearle problemas al joven Sigmund. De esta vida con su madre, este niño, cuando se hizo mayor, extrajo conclusiones sobre Ja evolución masculina que hasta el presente no han sido r ebatidas; por lo que debemos admitir que el análisis fue en verdad pertinente. Pero no ocurrió lo mismo con la evolución de la mujer.
29
La claridad del desenvolvimiento del runo varón,
parece haberle tendido una trampa de entidad a Freud, quien en un primer momento quiso establecer la evolución de La niña como si fuera simétrica a la del niño, lo que lo condujo a extraños razonamientos en cuanto a la niña, ya que pretendía establecer una simetría en donde existe una disimetría fundamental: Ja de los sexos; y para él la supremacía del sexo masculino no ofrecía ninguna duda (lo que hoy nos hace sonreír). Por lo tanto, y apoyado en semejantes premisas, estaba obligado a establecer para la niña un itinerario interior complicado, que le permitiera reconocer y aceptar la "superioridad" del sexo masculino. No sin dificultad Freud elaboró una teoría, expuesta en todos sus detalles a partir de 1905, en sus Tres ensayos sobre la sexualidad, que hoy nos parece atiborrada de inverosimilitudes, de Jas cuales las dos más manifiestas consisten en: -la envidia del pene; -la renuncia al clítoris.
LA ENVIDIA DEL PENE O LA E,NVIDIA DE LO QUE NO SE TIENE
Una de las primeras afirmaciones que se encuentran en Jos Tres ensayos a propósito de la sexualidad infantil, nos parece perfectamente aceptable: "Los niños varones no ponen en duda que todas las personas que van conociendo, poseen un aparato genital semejante al propio". 1 Pero esto nos lleva inmediatamente a la pregunta: "Y las niñas, ¿qué creen? Ellas, que tampoco conocen más que su aparato genítal, ¿pueden l
30
Freud, Trois Essais sur la se.xualité, Gallimard, París, p. 91.
imaginarse otro?" Aquí Freud, decidido a otorgarle ta primacia al sexo masculino, responde sin ninguna lógica aparente: "La hipótesis
Ella observa el gran pene bien visible de un hermano o de un compañero de juegos, lo reconoce ea seguida :!
3 4
ll
/bid., /bid., / bid., /bid.,
p. 92. p. 129. p. 129. p. 92. Pafabras subrayadas por la autora.
31
como la réplica superior de su propio pequeño órgano oculto, y desde entonces es víctima de la ENVIDIA DEL l'ENB."
De esta envidia. Freud exu·aerá después conclusiones concordantes con lo que pensaba de las mujeres en general ; lástima que las premisas fueran tan dudosas. . . Las consecuencias psíquicas de la
ENVIDIA DEL PENE
son múltiples. Un sentimiento de inferioridad se instala en la mujer, que reconoce su herida narcisista•.. Aun cuando la envidia de l pene ha renunciado a su objeto específico, ella persiste como rasgo de carácter: celos, con un ligero desplázamiento.7
Freud debería poseer una muy extraña seguridad al ser dueño del único sexo valioso (o una inmensa necesidad de convenccn¡e de ello), para establecer como exclusivos resortes de la evoluci6n psicológica de la niña pequeña, la envidia y los celos con respecto al sexo del varón. Jlues no bien reflexionamos .un poco, no parece para nada evidente que toda niña esté en condiciones de ver "el gran pene" de un hermano o de un vecino: pues si eJ pene es grande, ello quiere decir que el varón es cuando menos adolescente, ¿y l)cepta éste a su edad exhibir su sexo? A esta invención bastanle improbable, debe agregarse qoe Ja niña tendría que 1Jadecer una curiosa ceguera, o poseer una extraña imaginación, para reconocer en el sexo del varón algo que se pareciese en poco o en mucho al suyo, pues no se ve qué tipo de asimilación podría efoctuar entre la "hendedura" de la niñita y "el apéndice" exterior del varón. 6 La Vie sex1wlle. PUF, París, p. 126. Palabras subrayadas por la autora. 1 /bid., p. l27. Palabras subrayadas por la autora.
32
Todo esto es fruto de la imaginación de un hombre que q uiso imponer de cualquier manera una relación comparativa entre los dos sexos, en lugar de establecer una comprobación de diferencia rad ical entre uno y otro. Tuvimos que \!Sperar hasta o tra investigación, realizada ahora por una mujer, para encontrar algo muy difere nte. Luce frigaray, en 1974, decide por Cin romper su fidelidad al dogma freudiano , tan poco conforme con la realidad, al precio de ga narse la incomprensión de sus colegas apegados a Freucl. Con ello subvirtió la~ ideas ad mitidas y transmitidas por la doctrina psicoanalítica clásica. e hizo vacilar dem asiado brutalmente la tranquila seguridad instaurada por Freud en cuanto a La supremacía del sexo masculino. L . Irigaray cuestiona la afirmación de que la feminidad se funda exclusivam ente en la envidia y los celos a l sexo masculino, y retoma pacientemente Ja historia de esa famosa "primera" mirada evaluadora de un sexo hacia el otro. Y entonces cuestiona el hecho de que esta comprobación de la diferencia desemboque en una desvalorización de lo femenino. "¿Por qué es el término 'envidia' el que acude a la mente de Freud? ¿Qué eligió Freud'! Envidia, celos, codicia, correlacionados con falta de, carencia de, ausencia de ... T odos estos términos describen la sexualidad femenina como la cara opuesta. el simple reverso, de una sexualidad masculina ( . . . ) . 'La envidia del pene' ( ... ) no significa otra cosa que el desprecio por la niña pequeña, por La mujer, y su afán de m¡egurar un remedio ( .. .) contra la angustia de cástración del hombre".s R Luce frigaray, Sp;cu/11111. de /'oufre
/1•1111111'.
Ed. de Mi-
nui t. París, pp. 58-59.
33
En suma, la mujer (según L. lrigaray) seria vista como perdedora de algo o como habiendo perdido algo, para evitarle al hombre verse a sí mismo perdedor, desprovisto de... Pues es evidente que el hombre no es más "todo" que la mujer y que presenta vagos rastros de feminidad, con sus senos atrofiados, su falta de matriz. Y este análisis prosigue con una lógica innegablemente femenina: La envidia por tenerlo conlirmaría al hombre en la seguridad de que lo tiene (• .. ) . Pero ¿por qué oo analizar también la "envidia" de la vagina? ¿O de lamatriz? ¿O de la vulva? etc. ¿La "envidia", experimentada por cada polo de la diferencia sexual, "de tener una máquina como ésa"? ¿El despecho por carecer, por estar en falta de algo con relación a un heterogéneo, a un otro? ¿El "enjuici:imiento" a la naturaleza, a la madre, por llo habemos provisto más que de un sexo?9 De modo que La envidia no sería específicamente femenina, sino que pertenecería a los dos sexos y se dirigiría a los atributos sexuales del "otro". Esto parece ampliamente confirmado por los juegos sexuales entre niños, donde cada uno trata de ver lo que posee el otro. Y parece que cada cual queda muy apesadumbrado al comprobar que a él le falta. algo que encuentra en el otro, y de ahí provienen los juegos de sustituciones, en los que el lugar del a lmohadón o de los bultos reparadores varía según el sexo del niño. Cuando Freud nos habla de la envidia del pene a través de todas sus elucubraciones, ¿no nos estaría hablando de "su" envidia del seno, de la feminidad, de la maternidad, de todo lo que tenemos las muje!I
34
!bid., pp. 58-59.
res, con lo que los hombres sueñan desde siempre, y cuyos portavoces han sido siempre los poetas? ¡Cuántas elegías célebres, cuántos versos preciosos, qué de odas contemporáneas cantan en nuestra memoria, celebrando esos famosos senos, lugar de tantas delicias para el hombre que no los posee, y que sólo puede ver y tocar en el "otro"! Cuántas miradas a hurtadillas (no soy yo quien lo dice) , es decir ladronas, dirigidas a este querido objeto que el hombre no cesa de codiciar: "Ocultad ese seno que yo no puedo ver" (Moliere) . "Permite al menos que mi mano retoce un poco entre tus senos" (Ronsard) . "Deja que te bese tu hermoso pezón.. ." (Ronsard). "Su vientre y sus senos, uvas de mi viña" (Baudelairc). "Toqué sus pechos dormidos y se me abrieron de p ronto como ramo de jacintos" (García Lorca). "Desnuda, desnuda, tus senos son más frágiles que el perfume de la hierba helada, sostenidos por tus hombros" (Eluard). La literatura nunca dejó de hacer el elogio de nuestros cuellos, de nuestros senos, de nuestro fino talle, en una palabra, de todo lo que el hombre no posee y que codicia en nosotras. Pero el 1uga( de Ja envidia masculina parece residir sobre todo en los senos, tan constantemente cantados, magnificados, revestidos de todas las cualidades de ternura, plenitud y dulzura, atribuidas a la madre. ¿Pero se puede inferir de "la envidia de los senos"
35
del hambre, la "envidia del pene·· en la mujer'? ¿:Cómo aumitir esta nueva escritura psicoanalítica que viene a contrariar tantos .siglos de poesía y de literatura? ¿Y quién hará posible que yo lea alguna vez esa otra canción que, ahora dc.::sde el ángulo femenino, celebre los encantos del hombre? ¿Cuándo veremos esa nueva poesia femenina, esa nueva literatuTa q ue tome
por objeto al euerpo masculino y al pene, en Lo que tie-ne a veces de frágil , a veces de fuerte? Pues este órgano masculino, declar<1do por Freu
36
a las mujeres no fuera más que !;:¡ otra cara, el re\.erso, de la envicüa de los senos del hombre. Seo os que todos conocimos en ~¡ origen entre los brazos de La madre, q ue posteriormt:nte perdimos y que siempre soriamos con rcl;uperar. Pérdida que sólo la mujer está en condicione:> de reparar, porque los posee ella misma en su propio cuerpo, y tan1bién porque ve en el c uerpo del hombre aJgo que ella k dn como en otro tiempo lo daba la m adre. Aquello que el hombre percibe como agresión vir:I, la mujer lo recibe ..:c::io seno generoso ( pene = seno). "Cuando hacemo!> el a mor, yo me siento plena de ti, enc.<:ntaJc: contigo, con el canto de tus vagabundeos, con el rumor lle tus exilios, pero no tomada, no rapta
!bid., p. 79.
37
Bajo el aparente contraste entre la dulzura de los textos de los poetas-varones y la agresividad de las escritoras feministas, encontramos una única y misma fantasía, una sola e idéntica envidia: la envidia deJ seno materno, perdido para siempre, y que aparece tanto en el hombre como e n la mujer. Pero instaurar este ax.ioma equivale a rechazar toda la teoría faloc~ntrica del sexo, y como lo dice también A. Leclerc : "Ellos han inventado toda la sexualidad en medio del silencio de la nuestra; si ahora nosotras inventamos la nuestra, habrá que repensar toda la de ellos. Los hombres no aman a las mujeres: las buscan, las desean, las vencen, pero no las aman. En cambio las mujeres se odian" Y~ Aquf también se abre un campo nuevo para el psicoanálisis: no solamente hay que repensar la sexualidad femenina, sino que habrá que explicar este odio de la mujer hacia "la otra mujer" ; hay que explicar, no Ja envidia o los celos del pene, sino los deseos agresivos contra la madre, primera de las mujeres que aparecen en el camino de la niña.
L A RENUNCLA AL CLÍTORIS
Un segundo campo de la teoría freudiana sobre la sexualidad femenina tiene que ver con el uso del clítoris, y será desenmascarado más radicalmente todavía, no sólo porque estuvo muy mal demostrado desde un principio, sin fundamento anal6mico verdadero ni apoyo clínico, sino porque todos los experimentos fisiológicos y científicos efectuados posteriormente, demuestran la falsedad de esta teoría. 12 /bid.,
38
p. 53.
Los progresos de la investigación científica, la posibilidad de recurrir a la estadística (inexistente en la época de F reud), echan fácilmente por tierra toda una construcción que sólo tenía por objeúvo principal someter una vez más a la mujer al deseo del hombre: el placer feme11i110 auténtico estaría sometido má~ que nada a la penetración masculina interna, en detrimento de las sensaciones clitoridianas externas, declaradas secunda1ias, accesorias o neuróticas; argumento que los hombres no han cesado de empicar corrientemente para actuar en función de su propio deseo, y excluyendo toda demanda posible de parte de las mujeres en cuanto a su propio placer. En el siglo de la informática no se puede seguir sosteniendo una tesis que no tiene nada que ver con la realidad. Pero es lo que Freud pretendió hacer. Fue una verdadera "clitoridectomía mental" la que trató de operar con su teoría: en efecto, lo que se quería obtener de la mujer era que renunciara a una parte de su anatomía considerada por el hombre como masculina. El acceso a la sexualidad femenina exigiría esa renuncia, prefiguración de todas las que Freud pediría de nosotras después. Si se quiere comprender l:i evolución que lleva de la niiia a la mujer, hay que seguir las diferentes fases por las que pasa la excitación clitoridiaoa. La pubertad, que en el joven marca el fuerte empuje de la li bido, se caiacte::riza t::11 h:1 niña por una nueva ola de represión que ukanza en particular a su sexualidad clitoridia11a. Lo que se rechaza entonces es un elemento de la sexualidad masculina. •ll
'ª
Freud, Trois Essais sur la sexlllJliré, Gallimard, Paris, p. 130. Palabras subrayadas por la autora.
39
¿Hasta dónde se nos quiere confundir :;í no nos ponemos en guardia? Esto equivale a decir que la entidad hembra no existe entre los humanos en estado natural, y que es sólo un sucedáneo obtenido a partir de la anatomía masculina; y que únicamente existirá a los ojos del hombre si renuncia a ciertas partes de su cuerpo consideradas demasiado "masculinas" ... Es Jo que no dejará de destacar nuestra valerosa y lúcida abogada, L. Idgaray, cuando escribe: "Debemos, pues, admitir que la NIÑA ES ENTONCES UN HOMBRE PEQUEÑO. La niña será desde el principio an varoncito. En un comienzo .. . la niña (no) era (más que) un niño. Dicho de otro modo: ELLA NO AA (BRÁ) sroo JAMÁS UNA _NlÑA". 14 Para aumentar _sus posibilidades de ser creído, Freud concibe un cambio de zona erógena, con el pasaje y la transferencia de las sensaciones clitoridianas a la vagina, decfarada femenina porque sin duda le es útil al hombre y a su placer. Decididamente, en todo esto "la mujer no existe"; y es exactamente lo que dice Lacan, llevando todavía un poco más lejos la cosa. Él se declara. "freudiano", pero yo diría más simplemente "edipiano", es decir, poseído por deseos de muerte con respecto a la mujer. Veamos cómo Freud explica y racionaliza una vez más la renuncia necesaria al clítoris y la afirmación de la vagina, receptáculo del varón: Transcurre a veces un cierto tiempo antes de que tenga lugar esta transmisión durante la cual la joven no está sensibilizada para el placer ( . . . ) . Cuando se cumple la transmisión de la excitación erógena desde el clítoris al orificio de la vagina, se opera en la mujer un camLuce Trigaray, Spéc11lum, de /'mure femme, Ed. de Mi· nuit, París, p. 55. 1.t
40
bio de zona conductora, de la cual dependerá .el porvenir de su vida sexual, mientras que ea cambio el varón conserva la misma zona desde su infancia. Con este camb.ío de zona erógena, que parece suprimir el carácter de virilidad sexual en la niña, encontramos las ~ondiciones que predisponen a Ja mujer a Jas neurosis y en particular a la histeria. Ji>
Desdichada identificación del clítoris con lo masculino, que induce a error a Freud, pues a partir de allí, las mujeres se vetán reducidas a gozar con una parte solamente del sexo: la permitida por el hombre. Entonces ¿cómo gozará "ella" si no es identificándose con el deseo del "otro"? Definición misma de la histeria; la mujer tendrá solatnente acceso a un placer histérico. No le queda más que la histeria. ¿La psicosis? ¿La neurosis? Histéricas. A partir de una suspensión de la economía de sus pulsiones originarias, e11a hará "como" se le pide. "Como si" hiciese lo que se le pide ( . .. ). Y la imitación histérica. será el trabajo de la niña, de la mujer, para salvar su sexualidad de una total regre-
sión o desaparición. 16 Efectivamente, se diría que a partir de la renuncia a esta parte deseadora de ella misma, la mujer se interna en el terreno de la imítación, de la alienación simulada al placer del otro. Y el hombre será el primero en preguntarse con perplejidad: ¿disfruta realmente o simula disfrutar, tal como se le ba recomendado que haga? 15
Freud, Trois E:ssais sur la sexualité, GaUimard, Paris,
p. 131. 10 Luce írigaray, Spéculum, de l'autre /C'mme, Ed. de Minuit, p. 86.
41
La mujer está "pre-escrita" hasta en su sexo, pero no está "escrita" basta en su placer, y es esto lo que constituye un problema para el hombre, pues no está seguro de haber inventado adecuadamente a la mujer, y mientras ella no quiera decir nada, él no sabr4 nada. ¿Placer reducido al del "otro", adaptado al del "otro'', o placer doble que escapa al control del hombre? ¿El hombre ha logrado hacer a la mujer prisionera de su pene, valor fundamental del sistema falocrático, o ella se evade por los caminos misteríosos de un placer secreto? ¿Placer doble, a causa de un órgano doble, o a causa de una doble fantasía (fantasía histérica para él, fantasía autoerótica para ella)? Son. preguntas que el varón no cesa. de plantearse y de plantearnos. Entre Ja imitación del deseo· del otro y la verdad de su propio deseo, se abre todo el espacio del "secreto femenino" que tanto inquieta a1 hombre. . . "Desde la época en que les suplicábamos de rodillas que nos lo dijeran -yo hablaba la última vez de las psicoanalistas mujeres- ¡ah, silencio.! Jamás pudimos sacarles nada'', 17 Rabia de quien no puede saber en lugar del otro y que advierte, después que la ha secuestrado por completo, que "ella" sigue siendo la única que posee su propio saber. Y sin embargo, ¿no habfa to111ado él todas las precauciones para apartarla definitivamente de este asunto del placer, y de saber a propósito del placer? "Hay un gozar
18
42
Séminaire núm. XX, Lacan, [.e Seuil, p. 69. lbid.
Freud, que retorna siempre a este eterllO clitoris (eterno para ella, problema p~ra él), para terminar diciendo exactamente lo contrario de sus teorías habituales: "Cuando ei clítoris es exc.ítado (¿pero cómo? ¿Ja mujer no renunció a él, a pesar de todos .sus sabios consejos?) dw:ante el acto sexual, mimtiene su papel, que consiste en transmitir la excitación a las partes contiguas, un poco a la manera de una madera para encender, que sirve para quemai: una madera más dura".1n Ante esto, uno se detiene asombrado: ¿pero es Freud el que habla? ¿No habrá aquí una contradic· eíón entre el investigador científico, decidido a ternlinar a cualquier precio con la sexualidad femenina, y el hombre a secas, que reconoce el papel que desempeña este curioso clítoris en el tránscurso deJ coito? (¿quizá funcionaría el de Martba, por más mujer de Freud que fuese?). Después de haber estado al borde de la verdad, ¿no parece un milagro encontrar a Freud alineado junto a los científicos de hoy? En efecto, Master y Jobnson no se expresan de manera muy diietente cuando hablan del clítoris, "desencadenador del orgasmo", ¡y son sexólogos! El clítoris observado científicamente ~n el trans· curso del coito y no ya concebido en una sociedad falócrata- se presenta como un órgano con ricas inervaci0nes de corpúsculos de Pacini (células sensitivas presentes en varias partes del cuerpo, pero agrupadas clectivamente sobre el glande clitoridiano y sus bordes : Jos grandes labios y los pequeños labios). Está probado que no hay orgasmo sin partipación má" o menos importante del clítoris. La vagina, en 19
Freud, Trois Essais sur la sexualité, Gallimard, París,
p. 130.
43
cambio, ha sido definida como insemüble, salvo en su tercio inferior. Las mujeres se desviven, pues por gozar con un órgano impropio, a menos que, sin decirlo, utilicen sus sensaciones clitorjdianas. Esto no se sabrá mientras las mujeres sigan teniendo vergüenza de hablar de este órgano condenado por a lgunos. Como es habitual, fue en Est-ados Unidos donde la vergüenza se superó más rápido. Este país no está aplastado por siglos de patriarcado, y esto se hace visible. En efecto, allí se llevó a cabo el llamad<,> Informe Hite, que le dio Ja palabra a las mujeres para que hablaran de su sexualidad; y ese informe demuestra la importancia que .la mujer le asigna al clítoris, al que considera el elemento fundamental para abrir el camino a todo otro placer. La confusión introducida por los psicoanalistas se disuelve, pues, en manos de los biológos, primero, y de las propias mujeres después. La mujer, con el sexo ''confiscado" por el psicoanálisis, al fin lo recupera. ¿Pero acaso era un pillo redomado quien decía un día: "Si ustedes quieren saber más· sobre la feminidad, interroguen a la experiencia propia, diríjanse a los poetas, o bien esperen a que la ciencia esté en condiciones de darles informaciones más profundas y coordinadas"? El que así hablaba no era otro que Freud mismo, desalentado ante la complejidad del problema femeruino, y además profeta en alguna medida, pues acabamos de obtene r informaciones científicas decisivas. En cuanto a los poetas, bace s!glos que nos dieron su rC$puesta. Por lo tanto, sólo nos queda por interrogar hoy a nuestra propia experiencia de analista. En efecto, esta historia freud:iana ha probado acabadamente que nosotras no podemos contar con el hombre para relatar nuestra propia experiencia.
44
Sólo ha sido perjudicial para nuestra condición de mujer ese dejar que hablen los otros en lugar nuestro, y tratar de expresarnos con otra palabta que no fuera la nuestra. Hasta hay que mostrarse freudiana y poner en práctica su último consejo. Digo "último" porque, entre 1905 (Tres ensayos sobre la sexualidad) y 1933 (Nuevas conferencias psicoan(l/íticas), Freud reflexionó mucho sobre esta pretendida simetría entre los dos sexos, y varias veces volvió S()bre sus dichos, abriéndonos en varias ocasfones nuevas vías de investigación que, curiosamente, las mujeres no han querido explotar hasta ahor a. ¿Curiosa o lógicamente? Pues sabemos muy bien por qué las mujeres ba n callado por tanto tiempo, y por qué ahora, cuando toman la palabra, saben que incurren e n algo que provocará el rechazo del hombTe. Las mujere recién comienzan a mostrarse tal cual son, y no como los hombres fas quieren. ¿Y si los hombres no las aceptan más y la mujer queda entonces condenada a recluirse en sí misma (soledad u homosex ua lidad) ? Siempre hay un riesgo en apostar, y se nos ba e nseñado más a medirlo que a vencerlo. Todavía es frecuente que las mujeres le tengan miedo a los deseos mortífer os del hombre y p refieran e l silencio antes que la muerte.
45
El Continente negro no es ni negro ni inexplorable; y si no ha sido explorado es porque se nos hizo creer que era demasiado negro para ser explorable, y porque se nos quiso hacer creer que que nos interesa es el Continente blanco, con sus monumentos a la carencia.
lo
HÉLENE CIXOlJS
IIl. ¿CONTINENTE NEGRO O PLAYA BLANCA? de todo, y al cabo de lo que se nos aparece boy como una larga requisitoria contra la mujer, ¿fue realmente su proceso el que trató de instaurar Freud? ¿No habrá hablado, sin quererlo, únicamente del hombre y jamás de la mujer? Esta mujer REVERSO del hombre, ¿tenía alguna relación con la que Freud vio y escuchó durante años en su práctica cotidiana? E incluso de ésta, ¿habrá sabido algo? Es Jo que Freud pareció p oner en duda cuando le escribió a María Bonaparte: "La gran pregunta que nunca ha sido aclarada y a la que fui incapaz de responder a pesar de treinta años de investigaciones en el alma femenina, es la siguiente: ¿Qué desea la mujer?" Es decir que a pesar de todo lo que Freud dijo y volvió a decir, en sus últimos día.s no sintió que hubiera adelantado nada ante el problema de Ja mujer, y no dudó en reconocerlo p'áblicamente en 1925: "Sabemos mucho menos de la vida sexual de la niña que de la del niño. Pero no nos avergoncemos demasiado: la vida sexual de la mujer adulta es todavía un continente negro (dark continent) para la psicología". 1 Y así fue lanzada esta palabra inquietante, tan conocida de todos, este tema subjetivo que se volvió subversivo, pues este Continente es sólo NE.ORO para Freud (ya hemos visto que a los poetas se Jes aparece D ESPUÉS
l
Freud, M a
Pie et
fa
psycltanalyse,
Garnmard,
NRP,
p. 133.
49
con los más ricos colores), porque a él le daba miedo, tal como todo lo desconocido lo asustaba. Recordemo~ que ten fa fobia de viajar al extranjero (episodio de su fracasado viaje a Roma ); ¿cómo no la iba a tener de ese otro viaje al "extranjero" que representa la MU'.JER para e l hombre? Este color negro se asocia con Ia NOCRE, con todos sus fantasmas más o menos terroríficos, sus genios maléficos, sus visiones mortíferas, sus pesadillas terribles. En la noche puede pasarnos dt todo, pues en ella quedamos entregados sin defensa a las potencias invisibles que durante el día rechazamos con toda facilidad. Freud revela aquí su terror original hacia la mujer, tan bien disimulado hasta entonces en una teoría que tenía por objeto principal mantener-la dominada; lo que equivale a decir que sus conceptos referentes a la mujer no se basaban en hechos femeninos, sino en Jemores masculinos. Pero F reud no fue el único que expuso sus propósitos de reducir a la mujer; recordemos también el muy célebre "La mujer no es TODO", de Lacan, que señala cómo él también estaba poseído por el temor de que ella fuese TODO, esta mujer coa su vientre pleno de promesas, mientras que el hombre se vio siempre como UNO. Inmediatamente después de este NEGRO terrorífico, Freud pasó al BLANCO, ciego, misterio no explorable, secreto no develado; ¿no mencionó, en efecto, a propósito de Ja mujer, la civilización minoicomicénica? Prefirió remontarse en el tiempo; como enloquecido ante lo que pudiera descubrir si miraba lo que tenía ante sus ojos cada día. En cuanto trata el tema de las mujeres, o bien se aveolllra en la invención lisa y llana o bie·n cae en el pánico, y Freud va entonces del negro a1 blanco, de
50
lo informulado a lo informulable: "T odo lo que se refiere al dominio de ese primer lazo con la madre, me ha parecido muy difíciJ de apresar analícicamente, aparece demasiado desvaído por los años, demasiado vago, apenas capaz de revivirse, como si estu vier a sometido a una represión par.ticularmente inexorable".2 ¿Pero por qué babia así únicamente cuando se refiere a Ja mujer? ¿Acaso los hombres recuerda n mejor el útero y los brazos que lo mecieron? No es esto lo que nos revela !a clínica. No, simplemente Freud, aunque renuncia en sus Nuevas conferencias a hacer desaparecer a la mujer tal como acostumbraba, se sintió obligado a mantenerla muy alejada; en la cueva (negra) o en el desván (blanco del polvo de los años transcurridos), ella estará siempre mejor ubicada para él que en el "cara a cara". ¿ Pues cómo enfrentar el cara a cara con la que él adoró en un primer momento, y de la que luego se apartó en beneficio de otro? Dilema propiamente masculino que obligó a Freud a mantener durante años una teoría que separó cada vez más a la mujer del bombre. ¿Habrá sido simple azar el que recién después de la desaparició n de su madre (Amelia, Ja madre de freud, vivió mucho tiempo y murió hasta 1930; Freud tenía entonces setenta y cuatro años y moriría aJgunos años después), Freud, en 1931 , en una nueva conferencia sobre Ja sexualidad femenina, se atrevió por fin a cambiar de actitud con respecto a la mujer y a plantearse nuevas preguntas a su respecto? Renunciando por fin a la lucha que lo ocupó toda su vida, es decir la lucha contra la madre y contra la mujer. y dejando de basarse en argumentos seculares, tales como su :!
Freud, La Vie sexuel/e, PUF. París. p. 140.
51
inferioridad social y su papel fami.l iar y maternal, dejó de servirse de la ~onformación sexual femenina para explicar su inferioridad patriarcal. Es entonces que se plantean Jos verdaderos problemas toda.vía no abordados por Freud; pues si la mujer deja de ser vist~ como la que rechaza lo que tiene por envidiar lo que posee el varón, ¿
52
l bid.,
1).
142.
su p adre: "De mis hijos, C reonte, no me preocupo, pues son hombres_. . . Pero a mis pobres hijas, ¡a ellas sí te suplico que la~ cuides!"4 Aunq_ue Sófocles distinguió esa diferencia, F reud se mostró .incapaz de expfü:arla correctamente, y al final concluyó: "En conjunto, debo confesar que nuestro entendimiento de los procesos de desarrollo en 1a niña es poco satisfactorio, está Jleno de lagunas y sombras"." Nuestra sorpresa es grantle: ¿es é1¡te el 111ismo hombre que quiso establecer la shnetáa original en tre la niña y el niño? R econoce, por u.na parte, que no hay simetría entre un sexo y otro; y además, que de la evolución. de Ja niña no se sabe nada. A partir de estas dos comprobaciones, se hará algunas preguntas: " T enemos otra pregunta: ¿qué reclama la 11iña de su madre? ¿De qué naturaleza son Slts fines sexuales en el momento de s.u vÚlcalo exclusivo con 1a madre?" 6 " Lu 1ase de vinculad 6n exclusiva con la madre, que puede denominarse pre-edipianc1; alcanza así en la mujer una importancia mucho mayor que la que tiene en el bombre" .7 "El compiejo de E
11 G
Sófocles, Edipo rey. Freud, La Vie sexuelle, op. cit. p. 122.
Jbid., p. 148. [bid., p. 144. 8 l bi'd.. p. 126. T
53
objeto primero a su madre: ¿cómo encuentra su camino hacia el padre? ¿Cómo, cuándo y por qué se desprende de su madre?"ll ¡Han aparecido b~uscamente preguntas, pistas abiertas para Jos socesores de Freud! " Pero yo no estoy solo; una legión de colaboradores fieles eslá pronta a explorar lo que ha quedado inacabado, lo que no se ve con certidumbre''. tQ Y si hay algo que Freud no vio con certidumbre fue precisamente la evolución que lleva de la niña a la mujer; si hay un punto sobre el cual volvió una y muchas veces para corregirse fue el de la sexualidad femenina. Pero pensar que sus sucesores exploraron lo que había quedado inconcluso y que le dieron a la mujer un estatuto sexual más justo, fue la pura utopía de .una sociedad tan fuertemente marcada por el poder del hombre. Y lo que siguió fue mucho peor que el comienzo: en Jugar de volver a pensarse Jos problemas desde el ángulo de la niña, se vieron agravados, y la Penisneid (envidia del pene) siguió su camino hasta tal punto que la mujer quedó reducida a esta enorme envidia: La esencia de la niña cavilosa es el "pequeño otro'", concretamente eJ hermano, y la esencia de ese pequeño otro es el falo. 11 Una mujer se hace madre para realizar ese PENISNEID, y el deseo de la madre es el de conservarlo... T odos los otros sustitutos palidecen para una mujer, frente a la ecuación penehijo.12 11
Lbid., p. 139.
10 Jbtd., p. 124. (En
todas estas citas, los subrayados son
de la autora del presente libro.) 11 Mustapba Saphouan, La sexuallité /émirline, Ed. du Seuil, París. 1976, p. 1Ol. 12 Roberl Pujol, "La M~re au féminin". Nouvel/e revue fran~aise de psychanalyse, núm. 16, 1977.
54
Esto no tiene nada de nuevo, puesto que ya había sido sugerido por Freud : pene = hijo. Es lo que más parece convenir a estos señores, aun cuando las damas pongan mala cara desde hace algún tiempo. Ellos siguen el hilo de su deseo: es necesario que nosotras quedemos circunscritas a la maternidad y excluidas formalmente de todo otro espacio, como la cultura o la sublimación. Y aJlí el hombre no va a andarse con rodeos, ni a escatimar palabras reveladoras. Léase, si no, lo que sigue: "La cuestión del sentido y de la significación de la vida es una cuestión masculina. La mujer no está habitada por esta cuestión". 1ª "No hay mujer que no esté excluida de Ja natura· leza de las cosas, que es la naturaleza de las palabras . . Simplemente, oo saben lo que dicen : es toda la dife rencia entre eUas y yo" . 14 "La mujer representa la castración generalizada, que el viviente recibe del verbo; y en la medida en que le falta el pene, representa la alienación absoluta de la palabra" . 15 También es posible leer lo siguiente, si es que no nos está vedado leer como una de las vías de la sublimación: "Si las mujeres saben algo, ¿el psicoanálisis tiene algo que hacer con eso que saben?" 16 Los celos frente a la maternidad han despistado al hombre-psicoanalista, la Uterusneid los ha cegado, los ha hecho sordos a toda lógica. Pero entre los sucesores de Freud había también mujeres, y ellas fneron interpeladas. Freud le escribió a María Bonaparte: "¿Qué desea la mujer?"; y hablando de la reladón madreto Wladimir Granof, T..a Pensée et le f éminin, Ed. de Mi· Roben Pujo!, /bid. Jacques I.acan, Séminaire, núm. XX, p. 68. 1a Robert Pujol, /bid. 11uit, París, 1976, p. 304. 16
1•
55
hija repetida en La transferencia, Preud dijo: "En verdad parecería que las mujeres analistas, como J eanne Lampl de Groot y H élene Dcutch han podido percibir más fácil y claramente este estado de cosas". H ¿En qué se con,•irtieron estas mujeres-analistas, qué posición adoptaron con respecto a las fonnu laciones masculinas? Bueno, hay que admitir que en mayor o menor medida se adhirieron a las ideas del hombre, hicieron como que creían en este pene tronchado, en esta "envidia del pene", simularon lo que el hombre esperaba de ellas, y Hélene Deutch hasta llegó a decir que "eJ renunciamiento es típicamente femenino ... " Y hubo una María Bonaparte que se ocupó de este pequeño órgano ciertamente ''temporario'', el clítoris, al que la mujer " tenía" que renunciar, a pesar de tas dificultades que esto podía acarrearle. Y hubo una Jeanne Lampl de Groot que escribió: ·' El amor femenino es pasivo", y una Ruth Mack Brunswick, que retomó un poco más tarde la idea de Freud: " Al comienzo de su vida sexual, la niña es un niño pequeño en todas sus intencibncs y en sus fines''. 18 ¿Por qué todas esta.e; mujeres-analistas, también sucesoras de Freud. dejaron en pie e l error sobre la sexualidad femenina, cuando el propio Frcud contaba con ellas para intentar una teoría diferente que explicara mejor a Ja mujer? Cabe en verdad irritarse, pero también es posible reconocer que era sin duda muy difídt ser la hija de un padre tan cambiante como fue Freud para con las mujeres... Pues todo esto llegó demasiado rarde, después de afirmaciones tan concluyentes, de demostraciones tan sorprendentes, que Las mujeres (incluso las analistas), 11
l8
París.
56
Freud, La Vie sex11ellc, op. cit. Ruth Mack Brunswick, La scxualité f é111i11i11e, Payot,
sumidas en la estupefacción y en el horror de semejante destino, se quedaron mudas. ¿Se Je pide a quien se le acaba de cortar la cabeza que diga su nombre? Es más o menos esto lo que Freud les pidió a sus contemporáneas. Que Freud, al fi nal de su vida, quiso dejar en libertad al pájaro, esto es evidente; pero las feministas le reprochan que antes le había cortado cuidadosamente todo lo que le permitiría volar. Y Lacan hasta trata de arrebatarnos la palabra, cuando dice que nosotras no sabemos lo que decimos. Los psicoanalistas-varones jamás consideraron como un robo el apropiarse de una palabra que reivindican como propia, mientras que, aJ hacerlo, hablan en lugar de nosotras, y al mismo tiempo que nos roban nuestra palabra, nos roban también nuestra sexualidad, encerrada dentro del marco de sus fantasías Y aunque Freud llegó a descubrir la trampa que él mismo introdujo, esto no impidió el fenómeno de que se siguiera tras su primer impulso, pues sólo se retomó de Freud, después de su desaparición, lo que él había explicitado largamente y reiterado después, a veces sin fundamento. El psicoanálisis no ha dejado de hablarse y de escribirse en términos masculinos y en un lenguaje que se aleja cada vez más de su creador. Debe pensarse que su objeto era tan explosivo, que había el mayor interés en disimularlo detrás de las barreras infranqueables de un lenguaje hermético; y debe saberse que a veces lo que se buscó ¡fue tachar de la existencia a los seres sexuados bajo el signo femenino! ¡Debe saberse que uno de estos psicoanalistas llegó a decir que "la mujer no existe" y que le encantaba escribir la MUJER nada más que por el placer de tachar el LA que nos hace pertenecer al género fe-
57
menino, con el pretexto de que este género no tiene derecho a la palabra!
Querido Sigmund Freud: Le escribo para decirle que después de su partida, la mayoría de sus sucesores no se preocuparon de retomar las últimas sugerencias que usted hizo, y que sus últimas reflexiones fueron relegadas en el desván del psicoanálisis, donde yo me encuentro ahora, sentada aquí con todos los documentos que usted produjo esparcidos a mi alrededor. En este momento acabo de releer su última conferencia de 1931 sobre la sexualidad fe menina y me maravillo de la novedad de sus preguntas frente a fa reiteración machacona a la que el psicoanálisis nos tiene acostumbrados. A dvierto que usted esparció sobre nuestro camino esas piedritas blancas que debieron conducirnos a la casa del padre, en lugar de dejarnos devorar por el hombre-ogro sexista que ;amás creyó del caso tomar en cuenta la última prevención que usted nos dejó, y pre/irió en interés propio utilizar contra nosotras la primera parte de las investigaciones que usted hizo, que afirmaban nuestra presunta inferioridad sexual. Este hombre, cuando se encoleriza, dice siempre que nos va a mandar "a la casa de tu madre", jamás a la de nuestro padre, porque jamás hemos vivido con él, el p
58
F reud, La Vie se.melle, op. cit. p. 144.
Usted mismo le dio un nombre a esta primera morada: el "pre-Edipo''; pero esto no sirvió más que para que sus sucesores nos reprocharan aún más vigorosamente el hecho de no pertenecer a la casa edipiana masculina, y tuvo por efecto apartarnos de muchas cosas. ¿Podemos suponer que si usted volviese hoy, aplicaría la misma energía en proteger nuestro preEdipo que la que ellos emplean en reprocharnos nuestra falta de Edipo? Usted quizá ignora que en este momento se perfila entre las mujeres la idea de que el hombre estaría poseído por el uterusneid y que éste sería el origen de sus celos y de su guerra encarnizada contra el sexo femenino y de su campa1ía por el hijo. Hay que decir también que el penisneid está cuestionado en razón de que con mucha frecuencia la mujer de nuestra época rechaza tener un hijo por preferir a él otras actividades. Estas actividades ¿son también penisneid? Aparece allí una multitud de nuevos problemas a estudiar y todo lo que se puede decir es que "el malestar de la civilización" parece residir en el lugar a asignarle al hijo, puesto que la disminución de /a natalidad es un hecho, y no deja de inquielar a nuestros gobiernos . .. Tal, aproximadamente, lo que una mujer podría escribirle hoy al señor Freud. Siempre y cuando no se dejara llevar por el odio feminista a este señor; pues no es tanto a él a quien hay que incriminar, sino a sus sucesores. Éstos, tanto hombres como mujeres, lo han traicionado al seguir entonando en coro el himno sexista del pene demasiado pequeño y de la inferioridad femenina. Y en los medios analíticos, el juego que está más de moda es como siempre ese famoso penisneid, con el que los hombres se entretienen infinitamente más 59
que las mujere!', quienes simulan coincidir con ellos por el miedo a ser dejadas de lado si no actúan conforme a las I eglas de ese juego (que no son más que las reglas instauradas por ellos). Pero parece que desde hace algún tiempo el masoquismo ya no es m ás el que era en las mujeres, y ahora ellas reclaman otros juegos, regidos por otras reglas, que no tomarían obligatoriamente como eje el pene masculino. Después de todo, ¿Freud no descubrió las reglas subyacentes eo una multitud de juegos de los que nos valemos hasta hoy con toda inocencia? Uno de los más conocidos es el del carrete (el niño simboliza la ausencia de la madre por medio de un objeto que arroja lejos y que luego va recuperando), así como también el del lapsus linguae (nuestra boca nos traiciona a veces, diciendo lo que pensamos en realidad, y no lo que convendría decir), y por supuesto los juegos del sueño (la noche está llena de acechanzas. de malas jugadas, de sustituciom:s, de muertos dispuestos a hacernos mal. Entonces, releyendo mejor los últimos escritos de Freud, ¿no podría encontrarse cuando menos el esbozo de las reglas que rigen el JUEGO de la mujer? Así, en el libro sobre La vida sexual aparece la indicación de una especie de juego madre-hija: ¡.el juego del escondite pre-edipiano femenino? A partir de estas reglas, ¿por qué vías la uiña sale de su escondrijo materno? ¿Qué ve más allá? ¿Es consecuencia de ello el que luego éntre en el coto cerrado del Edipo masculino? ¿Lo hará con su padre? ¿Con su hermano, con su amigo? ¿Cuáles son fas consecuencias de esta larga permanencia en este escondrijo " negro"? ¿"N egro'', como d ijo Freuc.l, o "blanco"? Son todas éstas las preguntas que se formulan nuestras psicoanalistas femeninas. En efecto, como consecuencia de la comprobación de la falta de simetría
60
entre los sexos, ¿puede Ja mujer ser incluid:i en el
Edipo tal como se lo ha definido para el hombre? ¿Cómo se fija Ja libido femenina en el objeto incestuoso para ella, es decir el padre, cuando en un primer momento éste se encuentra ausente? Si ella no encut>ntra fijación posible en el plano real, su sublimación (derivación de fa libido hacia otros objetos) ¿va a entrar en alguna forma de actividad? En suma, gracias a las analistas-mujeres de nuestra época, el expediente bien guardado en el desván se reabre, y es así que Jeannine Chasseguet-Smirgel pudo escribir: Embalsamar a alguien no equivale a mantenerlo con vida. La única manera que tenemos de hacer que viva Frcud entre nosotro~ es desarrollar sus descubrimientos, discutir sus aspectos riesgosos, profundizar algunos puntos con la ayuda dd mé1odo que él nos legó. Quien no esté poseído por el odio o por el miedo a un muerto, no está obligado a dedicar su tiempo a erigirle túmulo para calmar sus manes (y de paso aplastarlo bajo el peso del granito).:?<>
Esta analista denuncia el verdadero problema de los sucesores de Freud: el asesinato del padre. como por azar. fue el problema del propio Freud, y es el problema de cada varón frente a su rival edipiano (leer, para mayor comprensión, el destacable libro de Fram,:ois Roustang11 sobre el tema: él habla allí de la "horda salvaje" vivida por los analistas que estudian al hombre Freud, no a sus obras). 20 Jeannine Chas.~eguet-Smirgel, Revue fra11~alse de psyc/ia11a/yse, núms. l·2. 1.975. ~1 Franc;ois Roustang, Un des1i11 si funeste, .Ed. de Minuit, Paris, 1976.
61
Los propios psicoanalistas no escapan, aunque la conozcan, a la ley edipiana. ¿Pero las mujeres, entonces? ¿Quién las ha mantenido en silencio? ¿Qué temor les ha impedido ir más lejos, como no sea el miedo milenario a desagradar al hombre? Si la ciencia analítica no ha evolucionado más y no ha hecho otra cosa que repetirse, ello se debe a que se vivió en el campo psicoanalítico la estructura edipiana de tipo patriarcal, que hace decir al tiombre: "yo no mataré a mi padre" y a la mujer "yo no desagradaré al hombre ..." El hombre Jo teme todo de sus iguales; (a mujer lo teme todo del hombre: tal es la düerencia donde se inscribe el doble silencio con respecto a Freud. El psicoanálisis desde hace setenta años se desarrolló según la forma: ¿cómo hablar sin superar al padre? Forma que volvemos a encontrar en el campo lacaniano, y que estiriliza cruelmente a los adeptos de lo que se ha convertido en una "religión'', instaurada por un nuevo "papa", tan intocable como lo fuera Freud en su época. ¡No hay más remedio que convencerse de que el mito del padre, origen de la Ley, tiene una vida porfiada! Pero quizás exista en otro lado, como en reserva, a salvo del naufragio edipiano y de los deseos de muerte del hombre, un lenguaje nuevo (éste pre-edipiano) , que no tenga ya cuentas pendientes con el padre, y por lo tanto con la muerte, sino que aspire a la vida. ¿Es este, quizás, el lenguaje naciente de las mujeres? Pues si nosotras no tenemos gran cosa por decir en cuanto al padre mítico, tenemos todo por descubrir en cuanto a la madre real. ¿Qué hacemos nosotras en este "continente negro" donde se nos ha mantenido recluidas por tanto tiempo? ¿Qué vemos en él? ¿Nuestros recuerdos están tan
62
"blanqueados" por el tiempo, como se nosdice? ¿Nos conformaremos con seguir siendo quién sabe por cuánto tiempo m ás mujeres sin memoria, ev4ucionando en un continente imposible de describir. Entre el BLANCO del ángel y el NURO de 1a bruja, ¿no habrá lugar para otros tintes ll!ás femeninos? ¿P or ejemplo, el rojo de la sangre, cid alumbramiento, del d eseo y del amor?
63
IV. LO DIFERENTE EDIPIANO ORIGINA TODOS LOS DIFERENDOS ... de la evolución de la niña y del niño, tal es el problema cuyo debate dejó Freud a nuestro cargo, desde que su última conclusión fue : "Hemos renunciado desde hace tiempo a mantener un paralelismo estrecho entre el desarrollo sexual masculino y femenino". Si nos tomamos la molestia de releer sus últimos escritos referentes a la sexualidad femeni na, no nos será difícil, a posteriori, encontrar en ellos la trama, el esbozo de esta famos a diferencia de los sexos, que Freud siempre quiso hacer remontar a una eventual comparación de cuerpos entre niños, mientras que, curiosamente, él tenía todo en sus manos para explicarlo de otro modo: le hubiera bastado con poner en orden lo que él enunció de manera desordenada para obtener aproximadamente este discurso:
SIMETRÍA-ASlMETRÍA
Si ponemos atención, lo más curioso en la vida sexual del niño me parece ser esto: que él cum ple toda su evolución en los cinco primeros años de su vida. .. 1 En los primeros años de la niñez se establece la relación del complejo de Edipo. a lo largo del cual el niño pequeño concentra sus deseos sexuales en la persona de su madre .~ 1
F reud. M a Víe et la psychanalyse, Gallimard.
NRF,
Pa-
rís, p. 131. 2 !bid., p. 46.
67
La primera elección de objeto que hace el niño, es, pues, una elección incestuosa.ª No nos es difícil llegar a este resultado para el varón : su madre fue su primer objeto de amor y lo s1guc siendo.. . i Ocurre de otro modo en la niña. Ella tenía por objeto primero a su madre; ¿cómo encuentra su camino hacia el padre? ¿Cómo, cuándo y por qué se desprende de su madre? !I El complejo de Edipo de la niña incluye un problema más que el del varón. o La relación fatal de simultaneidad entre el amor por uno de los padres y el odio hacia el otro, considerado como rival, sólo se produce en el niño varón.1
El Ecl:ipo es, pues, la historia del deseo sexual inconsciente: muy bella o muy triste historia, según que se la considere previa a toda historia de amor, o como responsable de todas las dificultades del amor. Pero, "si ponemos atención", este Edipo, cruce "incestuoso" entre los sexos --deseo del niño hacia su madre y de la madre hacia su hijo-. sólo existe en un caso: en nuestra sociedad, este incesto declarado por Freud "presente y activo en la infancia del
individuo", sólo impregna el aire que respira el bebévarón educado por su madre o por otra mujer. ¿Qué le ocurre, mientras, a la niña de la misma edad; que educada por su madre, apartada del objeto incestuoso que sería el padre, no conoce el cruce de sexo? ¿Respira entonces un aire vacío esta niñita que presentará más tarde, con tanta frecuencia , bulimias 3 Jbid. , p. 46. • Freud, LA Vie sex11elle. P UF, París, p. 139. G / bid., p. 139. O Jbid., p. 126 7 1bid., p. J 42.
68
pavorosas o anorexias espectaculares? Aparecen demasiadas cosas en las mujeres (el vacío y el pleno), como para no formularse la pregunta: ¿de qué. se llena psíqukamente la niña cuando recibe un biberón dado por una mujer que no la desea, puesto que son del mismo sexo las dos? ¿La niña puede "satisfacerse" con su madre? Parecería que no, puesto que luego de esta primera historia. con otra mujer, encontramos a la mayoría de las mujeres apegadas al deseo hacia el hon1bre. ¿Pero cómo llegaron a él? Su vínculo con el deseo debe tener una historia muy particular, para llevarlas a pagar cualquier precio con tal de no apartarse, o de no abandonar más, la órbita del deseo masculino. El sujetarse tanto a su posición de "objeto deseado" le jugará muchas malas pasadas a la mujer, y sobre todo Ja transfom1ará en presa ideal de todas las ideologías que el hombre fabrica. Esta mañana me decía una mujer: "Si se me desea, es que yo no soy nada." ¿De qué "nada" se acordaría? ¿Y qujén es este "se" que podría desearla, sino un hombre? Un hombre que se busca en vano en la vida de la niña pequeña, pues el padre está ausente junto a su cuna, y por Jo demás no tiene por función ocuparse de ella. · ¿Cómo no ver que Ja " fatal" relación edipiana no existe dUiante largos años para la niña? ¿Dónde está para ella el lugar de en<;uentro con el hombre, deseador de ella y de su sexo? Con seguridad que no en la cama donde se le cambian los pañales, ni en la guar· dería, que es el reino de las mujeres. ¿E:n qué nueva literatura, en qué extrañas tiras ilustradas (.como no sean las de C. Brétecher), vemos al padre "oficiando de padre" con su hijito pequeño; dándole el biberón u ocupándose de él cuando está
69
sucio? Sólo aparece como excepción, y como algo que se cuestiona. Y ello porque, en su conjunto, el hombre no lo desea. Y si lo desease, ¿la mujer lo toleraría? El hombre y la mujer participan de un acuerdo sobre una especie de distribución de papeles y funciones, donde el hombre, que ha descartado a Ja mujer de la función social, le asigna sólo la función familiar. El sexismo aparece de manera tan intransigente dentro de la familia y fuera de ella. La mujer se enfrenta a su hijo, el hombre al dinero. ¿Quién podría negarlo en un país donde se viene bregando desde hace varios años por un salario maternal y donde se rechaza toda proposición para otorgar una licencia prolongada por paternidad? El padre, en nuestros países latinos, no está destinado a ocuparse del "pequeño", ya sea del suyo o de otros. Queda ajeno a la educación del niño, y tendría que poseer una extraña obstinación para poder desempeñar en ella algún papel, tanto frente a sus colegas hombres como a su mujer, que sólo le delega en parte las funciones que ella considera su vocación nativa y natural, como suele decirse. El hombre parece tener por función principal la de aportar el dinero necesario para alimentar a los diferentes protagonistas del drama que se desarroJla entre las cuatro paredes de su hogar, y en el que él no parece participar. El niño y su nel)l"osis es siempre una historia relatada por la madre, raramente por el padre, quien delega esta tarea en su mujer (a veces es 1o único que le deja). ÉJ se ocupa de todo lo demás, y cuando regresa a su casa por la noche, lo que p ide es que se le releve de toda carga, ambiciona la paz, como si no pudiera soportar la guerra que para ella es el pan cotidiano, como si él no tuviera que ver con ninguna guerra, ni fuera ai dentro de la famiUa .
70
¿Cuál es la relación del hombre con la guerra que tuvo que librar antañc; con su madre, con la que vuelve a encontnu ahora entre su mujer y su hijo? ¿Conserva tan mal recuerdo de la r elación madrchijo que no quiere por nada del mundo volver a sumergirse en ella? De esa "elección incestuosa" que hizo, ¿lleva Ja marca basta tal punto que no quiere interponerse de ninguna manera entre su mujer y su . ? hiJO. ¿Guarda todavía cierto temor a Ja madre todopoderosa, que no se atreve a oponerse al poder que ella alcanza sobre su hijo? ¿No será el recuerdo de aquella GUERRA el que hoy provoca eo él tan angus6osa necesidad de PAZ? De ese modo, en nombre de su propio Edipo, va a descuidar el de su hijo, y a hacer imposible el de su hija. En general, prefiere la lectura y el relato de guerras y conflictos exteriores a la familia; se sumerge en el periódico, exige silencio alrededor de la tele, obligando a cada uno a reprimir sus conflictos personales en beneficio de las dificultades nacfonales e internacionales. ¡Qué padre extraño tenemos, que desea niños para no ocuparse de ellos! ¡Qué extraña madre, que se regocija de tener para ella sola toda la carga de los hijos! Sin duda que no debe funcionar muy bien este sistema, porque es evidente que cada vez se qujeren menos hijos. ¿Quién mejor que el analista para hablar de esta rigidez de los papeles familiares, de esta educación monosexuada, cuando ve llegar a su consultorio a mujeres casi siempre solas llevando a su hijo (y contentas de que sea así)? La neurosis del hijo no es asunto deJ padre, salvo cuando el psicoanalista insiste vigorosamente en que él también comparezca.
71
Este llijo, deseo de ambos padres, se convierte en " objeto de la madre" únicamente, en razón de haber nacido en el seno de una familia patriarcal. ¡Y son raras las mujeres que no se creen educadoras insustituibles del hijo y que no consideran al hombre un incapaz en esta función! ¿Pero quién le ha metido estas ideas en ia cabeza sino el hombre mismo, que en su encarnizamiento por evitar a la mujer, ha repartido las funciones de uno y ocro entre el exterior y el interior'! Al reservarse él el exterior, Je entregó el interior a su mujer, de suerte que no coincidan nunca - piensa él- en el mismo campo. Sí, pero el campo que asi se Je entregó a la mujer2 ¿no es enorme, gigantesco, sin posible comparación con el territorio del hombre?; ya que si todo el trabájo del hombre gravita alrededor ·del b1enest-ar y del consumo, la obra de la mujer parece ser la de despertar el apetito y los apetitos del futuro consumidor, ¿Freud se equivocó en esto? La madre, lo haya querido o no, 10 sepa o no, inaugura así· todas las sensaciones del bebé, todos sus goces; es ella quien va a enseñárselos, inclusive esa masturbación observada. habitualmente en el niño y que no hace más que sustituir a su tiempo lo que la madre hací¡¡ inocentemente: Las relaciones del niño con las personas que lo cuidan son para él una fuente de excitaciones y satisfacciones s~uales, a partir de 'las zoqas er6genas. Y esto mucho más si Ja persona encargada de esos cuidados (en general, la madre) le testimonia al niño sentimientos que derivan de su propia vida sexual. .. Es probable que u.na madre se sorprendiera vivamente si se Je dijera que ella despierta de ese modo, con sus ternuras, la pulsión sexual de su hijo, y determina su intensidad
72
futura ... Por otra parte, si La madre estuviera mejor informada sobre Ja importancia de las pulsiones en el conjunto de la vida mental, evitaría hacerse el menor reproche. Pues ella no hace más que c umplir con su deber cuando fe enseña a amar a su hijo, quien debe convertirse ea un ser completo y sano, dotado de una sexualidad bien desarrollada. . .s
No se puede indicar con mayor claridad que la madre es, en materia de erotismo, la primera iniciadora, y que el placer del hijo es una respuesta al de la madre. Es así que el deseo genital de ésta aparece como determinante del despertar sexual del bebé. Pero parece que después de haberlo mencionado, Freud no se volvió a ocupar s4ficientemente de la vida sexual de Ja madre y de la orientación habitual de su deseo hacia el sexo masculino. Frente a una similitud de necesidades por parte de los hijos de los dos sexos, Freud imaginó una similitud de respuestas de parte del. adulto. Esto colocó al varón y a la niña en posición homóloga en el plano sexual, y la diferencia debió ser introducida por Freud mediante una comparación anatómica más o menos tardía e hipotética entre niñ.os. Si no se pierde de vista que Ja madre educadora del hijo (en la mayoría de los casos) es una mujer que no puede encontrar complementariedad sino en eJ sexo del hombre, surge con claridad que su hijo es para ella un "objeto sexual", mientras que su hija no, lo que produce como contrapartida que el hijo toma a su madre por un "objeto sexual satisfactorio", mientras que La hija sólo puede sentirlo con su padre. Esto fue puesto en evidencia por Bella Grumberger al estudiar la constitución de la sexualidad femenina: !! Freud, Trois Essais sur la sexualít!. Gallimard, NRF, París, p. 133.
73
Como Freud lo subrayó, la única relación realmente satisfactoria es la que liga a la madre con su hijo var.óo, y tenemos todas las razones para suponer que la madre más amante será AMBIVALENTE con respecto a su hija. Un objeto sexual real sólo puede ser del sexo opuesto; y ¡il menos que se trate de una especie de homosexualidad congénita, la madre no puede ser un objeto SATISFACTORIO para la hija, del mismo modo que lo es para el varón... . . .Así Freud dice que la pequeña choca con la dificultad de tener que cambiar de objeto sexual, pasando de la madre al padre, pero podemos pensar que 1a niña no va a cambiar de objeto, porque en su .comienzo no tuvo ninguno.»
Yo no soy la única que piensa que, en algún momento, el sexo del bebé no sería indiferente a la mirada de deseo del adulto educador y que a partir de esta confrontación entre una libido infantil dirigida hacia la satisfacción autoerótica en el bebé, y una libido parental fuertemente genitalizada, quedará establecida la constitución masculina o femenina del individuo. El hecho de que la misma roadJe, de sexo femenino, se ocupe del niño y de la niña, basta para dar nacimiento a una disimetría fundamental entre los sexos: uno, el sexo masculino, tiene uii objeto sexual adecuado desde su nacimiento; el otro, el sexo iemenino, no lo tiene, y debe esperar a encontrado con el hombre para descubrir Ja satisfacción. Así, está fuera de toda duda que la insatisfacción marca profundamente el carácter de la mujer. La simetría entre los sexos se revela imposible desde el origen frente a la madre, y esta diferencia 9
74
Bella Grumberger, La sexualité fémi11i11e, Payot, París.
engendrada en la euna, se convertirá en una divergencia entre hombres y mujeres, difícil de asumir en la edad adulta. Por lo demás, si Freud hubiese llevado más lejos el razonamiento o simplemente 1a confrontación entre .sus diferentes afirmaciones -una poniendo énfasis en el despertar de la sexualidad del niño por la madre, .la otra diciendo que el primer "objeto" del niño es un objeto "incestuoso"- , habría visto él mismo que desde entonces, desde ese primer momento de la vida, queda planteado un problema para la niña, y que si más tarde ella deriva hacia el padre (cuestión no resuelta por Freud) es porque con '.la madre no tenía despertar sexual posible. Con respecto a la teoría freudiana del Edipo estructurador de la persona, la pequeña no pudo estructurarse, y sólo podrá hacerlo de otra manera y sin recurrir a la fijación en el sexo opuesto. En una primera época, el cuerpo, el sexo de fa niñita no es deseado por nadie. ¿Freud tuvo miedo de su propio descubrimiento? Ya que retomando sus propias argumentaciones, siguiendo su lógica, desembocamos en la evidencia de que la niña no tiene primer objeto de amor, pues raros son los padres que viv~n en Ja casa meciendo a su hija. Digamos que no conocemos, o todavía no hemos conocido, mujeres edipianas que hayan tenido a1 padre como primer objeto de amor. Sólo conocemos niñas que vivieron con la madre una relación desprovista de deseo, y que éste se bifurcó más o menos tardíamente hacia el padre. El "hombre nuevo" reclamado por las feministas, el que no se rehusará a cuidar a su hijo, engendrará sin duda un "nuevo niño" , pero más que nada "una nueva niña", que encontrará desde su nacimiento un
75
··objeto sexual" adecuado y no será ya perseguida por los demonios de la insatisfacción, hasta sólo poder ser aplacada a fuerza de perfeccionismo. Mientras esperamos esta era futura, examinemos de más cerca la constitución de los caracteres del hombre y de la mujer, colocados ambos frente a la madre en la fam ilia nuclear y patriarcal actual.
E VOLUCIÓN DEL NIÑO
Empezaremos por é l, dado que su evolución (ue <.:unsiderada por Freud •·más lógica" y más fácil de interpretar que la de la niña. En efecto, ¿con qué nos encontramos? Con una situación infantil extremadamente simple: el niño se vincula al otro sexo desde su nacimiento, al tener como objeto de amor a la madre; es decir, se sitúa desde el principio en la posición edipiana elemental, desde que el famoso "objeto incestuoso" se halla junto a su cuna. E l problema para el niño varón no consistirá en constituir el Edipo ni en entrar ea él, puesto que desde el principio, por su mismo nacimiento, ya está en manos de una mujer. f:I se metió de lleno en la situación edipiana, y lo más difícil para él será emerger de ella después, salir de esta "fatal" conjunción de sexos, salvaguardando su integridad. En efecto, con su hijo la madre tiene la ocasión única de verse bajo forma masculina: este niño emanado de ella es del otro sexo, y la mujer tiene aquí la ocasión de creer en el viejo sueño de toda la humanidad, la bisexualidad, representada con tanta frecuencia en la estatuaria griega bajo la forma del andrógino. O bservemos cómo lleva con orgullo a este hijo
76
que viene a completarla como ninguna otra cosa podría hacer; véase el estado de plenitud que se refleja en el semblante de todas las vírgenes con el niño que han representado loo pintores: todas esas vírgenes italianas parecen cantarle loas a la mujer-madre que enct1entra su felicidad y su "integridad" prescindiendo del padre, reducido aquí a un mi_to. Dios Padre ... Religión de hombres, dictada por hombres, que sólo reconocen de la mujer el vieacre que Jos llevó. R eligión típicamente edipiana, que hace desaparecer al padre en beneficio de la madre, como ocurre hoy todavía. La maternidad : paraíso perdido del hombre, que lo atormenta hasta el punto de que quisiera ser su dueño y decidir de ella. Si él no puede llevar en sí al niño, al menos puede obligar al "otro" a cargar con él. La mujer "queda" encinta : la expresión ya es conocida.* Como si brutalmente ella tuviera un accidente, algo que no previó y contra lo que tropezó. Hemos visto a muchos hombres manejarse frente al problema de la maternidnd y del aborto con extraña violencia: pro1nueven a la madre para mejor hacer desaparecer a Ja mujer, que no tendría ni siquiera derecho a "desear" al hijo: él decide por ella. EUa no puede ser dueña de su decisión. ¡Ah, cuánto hemos suCrido a causa de todos los mitos y envidias con que carga el hombre frente a nuestro vientre reproductor! ¡Qué suerte tiene la mujer que puede engendrar un hijo! Es por ello que Lacan le recuerda pérfidamente que "la mujer no es TODO", 10 que no se crea en esto envidiada por el hombre, al verse éste condenado a la soledad monosexuada. • Mucho más expresivo en
francés:
rombe e11cei11te, li-
teralmente "cae en cinta". rr.J 10 Lacan, Séminaire, núm. XX, p. 58.
77
Pero no, tranquilícense: esta madre no es "todo,., aun cuando ella tenga tanta necesidad de creerlo, pues este hijo no es ella y no está ya en ella; y si por un momento pudo creerse en posesión del otro sexo, su hijo Ja irá desengañando a medida que crezca. La oposición del niño será tanto más violenta y persistente, cuanto más prolongada haya sido la creencia de la madre en Ja unicidad con su hijo. Y si los primeros meses de dependencia y de simbiosis madre-hijo parecen presentar menos problemas para el varón que para La niña, no será lo mismo en el periodo siguiente, de oposición anal y de afirmación del yo. Las dificultades estarán ahora del lado del niño, quien para adquirir su independencia tendrá que defenderse de la fantasía materna de integridad; independencia que Ja propia madre solamente desea a medias. De modo inconsciente, La mujer se resiste a renunciar al único varón que ella ha tenido realmente consigo; pues su padre le faltó y su marido se encuentra casi siempre ausente. El niño varón debe superar aquí una dificultad suplementaria (no descrita por Freud), pues ha de salir del Edipo en contra de su madre, que no quiere que se aleje de ella ni que la abandone. Aquí aparece el comienzo de la más prolongada y sutil guerra contra el deseo femenino; aquí es donde el niño entra en la guerra edipiana de los sexos: con su madre. Y muchas madres expresan su íntimo deseo cuando le manifiestan aJ hijo: "tú crecerás demasiado rápido" . ¿No es una manera de retenerlo? Yo conocí a madres que le pedían a sus hijos que se quitaran los primeros vellos, signo de La llegada de la edad adulta masculina. Tal vez sea a causa de este deseo proveniente de la madre, que el varón sigue siendo "pequeño" por 78
mucho mayor tiempo que la niña de la misma edad; y los test revelan una diferencia de madurez considerable entre los sexos, hasta la pubertad, y aún después de ella. Puede verse en esto, sin duda, Ja marca de la dificultad del varón para crecer, "encadenado" como está a la trampa del amor materno. Por ello suele ser enurético, encoprético; en una palabra, se niega a crecer. El niño varón atraviesa entonces por un momento difícil, del que conservará siempre la huella bajo la forma del terror a la dominación femenina. Se diría que la famosa "trampa" mencionada con tanta frecuencia por el hombre, no es otra que la simbiosis con la madre, vista como "aprisionadora". ¿Simbiosis, psicosis? En todo caso, "prisión", que provocará en el hombre el pánico ante cualquier simbiosis con otra mujer. No volverse a encontrar confundido eo el mismo lazo, en el mismo deseo con el de la mujer : tal es el principal motor de la misoginia del hombre. Mantener a la mujer lejos de sí, en los lu.gares previstos únicamente para ella (familia, educación, casa), será el primer objetivo de la guerra masculina. Interponer siempre entre ella y él una barrera psíquica o social, oponeise a su deseo de cualquier manera, conservar la distancia por todos los medios, será la obsesión principal del hombre. Y ello a pc;saI de que su comportamiento sexual se verá influido por aquel vínculo inicial : en el amor querrá reiterar los gestos y las palabras que pueden recordarle de alguna manera la ternura simbiótica con la madi e. Se trata, pues, de una salida peligrosa del complejo de Edipo, jamás totalmente segura y que deja al hombre marcado para' siempre por la desconfianza frente a la mujer. Y a veces es una salida imposible, que
79
llevará al niño y u su madre al psicoterapeuta: en esta época de la vida del ser humano, acuden Lres veces más niños que niñas (a ellas las veremos más adeJante). Esto equiva le por sí solo a una prueba de la djficultad que representa para el niño su combate con la madre. Este combate, en caso de neurosis, puede transformar al bijo : -O bien en un niño que por haberse resi.stido tanto a :;u madre se ba o lvidado de existir para sí mismo, y es entonces un niilo muerto para todo deseo. Se le llama amorfo, y no se manifiesta oi en la clase ni ca la ca.,a; su clausura, su encerramiento, son globales: para aprender a defenderse de ELLA y de su deseo permanente, tuvo que renunciar a todo deseo propio. -O bien se convirtió en un sujeto agresivo, en primer lugar para con su madre, pero también por extensión para con todos los demás: se opone al maestro, pelea con sus compañeros, mortific·a a las niñas. Lleva la guerra consigo; adonde Uega, siembra el pánico, pues necesita mostrarse como el más fuerte. Más fuerte que ELLA, y luego más fuerte que todo el mundo. De hecho, lo que pretende es ganarle a su méldre, triunfar sobre su control. A veces inestable, estt niño, por su agitaci6n permanente, trata de escaparse en todo momento a. ese control. Y e l padre ¿qué hace mientras tanto? ¿Dónde está? ¿No ve o no sabe lo que pasa, por haberlo vivido él mjsrno? C li1ro que lo sabe y que lo recuerda. Pero nc1 se atreve a sustraer a su hijo del poder fe1:1enino, el único poder de que su mujer dispone. ya que todos los otros los ejerce él. El hijo no puede casi contar con su padre para salir de este tranc~ difícil con la madre. pues el padre.. se mantiene voluntariame1
80
alejado del conflicto. Y entonces puede ocurrir que el niño conozca la homosexualidad en la adolescencia con los otros niños de su misma edad, que salen también del peligroso dédaJo. Y la homosexuafalatl del hombre servirá entonces de defensa contra la madre, contra la mujer, contra Ja niña. La homosexualidad de los niños varones es ante todo defensiva contra el otro sexo. Ya veremos que la de Ja niña no tiene nada que ver con esta fomia de funcionamiento. He aquí resumjdo en su conjunto y en sus avatares el problema del Edipo masculino. el nacimiento del hombre entre las mano~ de una mujer, fruto de la fatal conjunción de los sexos. Así nace para el hombre el más tierno de los amores, seguido de la más prolongada de las guerras. Y el hombre saldrá de esa guerra marcado por la desconfianza, el silencio. b misoginia; en una palabra, por todo lo qut' Je reprochan sus mujeres. Llegar a desprender!)C d~ la persona a la que más amó (ninguna madre me desmentirá si digo que el niño es mucho más afectuoso que la niña) y de La que fue más amado, no es tarea fácil para el hombre. Todo c;sto es ciertamente el resultado del cruce de los sexos en el seno de una familia donde sólo La mujer cumple el papel de educadora y que debe vivir frente a frente con su hijo. En otras épocas contaban también el abuelo, el tío, el primo, diversas imágenes masculinas que servían para interrumpir eso peligroso cara a cara; pero ahora la madre todopoderosa vive sola con su hijo, que colma todas sus expectativas anteriores: la venga de !\U padre ausente, de su marido que casi no está. El niño es el que está presente y pagará por todos ellos. ¡Qué se va a haceT!: hay que asir al hombre Jonde esté. así sea en La cuna. 81
Después de la lucha terrible contra esa madre todopoderosa, ¿cómo pretender que los hombres no naveguen en Ja desconfianza frente a la mujer y a su poder coartador? ¿Cómo no van a dedicar su tiempo a limitar nuestro lugar, a recluirnos en nuestros deberes? ¿Cómo un hombre podría amar a una mujer de una manera que no fuera ambivalente? ¿Qué hombre, qué hijo puede considerarse desprendido de su madre? Por supuesto que se ha apartado de eUa, ¿pero hasta dónde? ¿A qué edad? ¿En favor de qué? ¿Qué madre podóa decir que renunció a su hijo incluso a los ochenta años? No: él sigue siendo "el único", aun cuando no se diga; aun cuando el respeto al otro obligue a callar; aun cuando existan hombres valerosos y madres dignas. El lazo que se tendió a la sombra de la infancia unirá por siempre al hijo y a Ja madre de una manera indeleble, y las mujeres se casan siempre con el hijo de otra mujer. De ahi Jos conflictos entre suegras y nueras en torno al mismo hombre, hasta que la más joven tiene también un hijo. Es decir, hasta que susLituy1i el 1..:ombate del pasado por el del futuro, con su hijo, al no haber podido fijarse al hombre adulto que no era libre por estar misteriosamente apegado a su madre, y por ser siempre ambivalente entre su pasado y su porvenir. H istoria que se transmite de generación en generación: hijo que sigue ligado secretamente a su madre y que toma mujer para poder funcionar y reproducirse, pero que mantiene frente a ella una cierta distancia, y a quien no le reconocerá otros derechos que los de la sexualidad matrimonial y Ja maternidad. Mujer sin marido, sin su igual, y que paga el precio de la guerra a la que se ve mezclada por el solo hecho de ocupar el Jugar de Ja madre; mujer que encontrará
82
en su hijo al único hombre realmente próximo a ella en la vida. Así se cierra el círculo: una mujer, por sentirse mantenida a distancia por su marido, se aferrará a su hijo y preparará en él la ..distancia" para otra mujer que vendrá. CADA M1JJER LE ABRE A OTRA EL SURCO DE LA MISOGIN IA.
EVOLUCIÓN DE LA NIÑA
Vamos a ver ahora Ja otra cara de lo que ocurre: mientras que el niño trata desesperadamente de desprenderse del apego de su madre por él, ¿qué acontece en la nifta frente a esta misma madre que no la encadena en absoluto mediante un deseo sexual, ausente en la relación madre-hija? Cabe formularme inmediatamente la pregunta : ¿la bija tendrá entonces una evolución más apacible, dado que se le evita Ja "fa tal" conjunción de los sexos? No, en absoluto; pero los riesgos no son los mismos y los resultados tampoco. Si el problema del niño es el de desprenderse de un objeto "demasiado adecuado", el drama de la niña es el de no llegar a encontrar en su camino el objeto adecuado, y de tener que permanecer al margen del Edipo hasta una edad avanzada de su vida. Mientras que el niño comienza con la fusión-complementariedad, la niña inaugura su vida con la división cuerpo-espíritu: es amada como niña, pero no deseada como cuerpo de hija. No es un objeto "satisfactorio" para su madre en el plano sexual y sólo podría serlo para su padre y sólo para él. únicamente el padre podría darle a su hija una posición sexuada confortable, puesto que ve el sexo femenino como complementario del propio y por Jo tanto indispensable para su placer. (Es esto lo que
83
la madre no puede experimentar sino raramente frente al sexo de su hija, pues, salvo excepciones. la madre no desea su propio sexo como objeto de placer, sino el sexo complementario del suyo, es decir el del hombre. ) La hija, objeto no edipiano para su madre, se sentirá insatisfacedora, primera de las consecuencias del nodeseo de su madre: la niña, y después ~a mujer, no estará nunca satisfecha con lo que tiene, con lo que es; siempre aspira a otro cuerpo que no el suyo : querría tener otro rostro, otro busto, otras piernas... Casi toda mujer considera que tiene algo en su cuerpo que no es apropiado a Jos ojos de los demás. En efecto, lo primero que tiene no apropiado es su cuerpo mismo, desde que posee un sexo que no puede producir deseo en la madre. La niña es, a los ojos de su madre, encantadora, adorable. graciosa, inteligente, todo lo que se quiera. menos sexuada y coloreada de deseo. El color del deseo Je falta a Ja pequeña manipulada por manos de mujer. Su sexo en esta época existe, sin embargo, y la región vulvo-clitoridiana es hipersensible a las caricias provenientes de la madre cuando limpia a la niña ; pero este sexo no es objeto de deseo para esa madre que, por condicionamiento cultural, no reconoce esa parte de sí misma como típicamente femenina y prefiere poner Ja carga de placer en su vagina. declarada " pasible de gozar" por el hombre. La madre, por lo tanto, es la primera en barrer el placer clitoridiano de su hija y en inaugurar d silencio en torno a este placer. El "tú eres una niña clitoridiana" se ve remplazado en el inconsciente materno por el "tú serás una mujer vaginal que más adelante gozar á con un hombre". Y este presente prohibido en nombre de una expectativa futura, será con frecuencia el comporta-
84
miento de muchas mujeres, que siguen esperando siempre el orgasmo de la mujer adulta, pues ésta (como la niña) sabe que tiene uo placer venidero, pero que no lo experimenta nUI)ca en el momento. Así, la J1ija se ve negada en su propia sexualidad de niña y remitida a su sexualidad futura de mujer. Tiene que callar lo que ES: una niñita cJitoridiana, y debe creer en lo que NO ES: una mujer vaginal. Cuando comprende esta dialéctica que se le ha impuesto y adivina que sólo la mujer está reconocida como sexuada, juega a ser mujer; imita de eJJa sus artificios: el rouge en los labios, los tacones altos, el bolso en Ja mano. L a niña se disfraza: de mujer, como más tarde la mujer se disfrazará de otra mujer dife:rente de la que es. Este es el origen del "desplazamiento" permanente de la mujer con relación a su propio cuerpo; siempre le parece necesario hacer trampas para ser aceptada como mujer. Su sexo real no basta: hay que cargar las tintas siempre. Y precisamente: los periódicos femeninos nos hablan de una "mujer más natural que la naturaleza'', de una "mujer por fin femenina", de una "mujer-mujer", etc. Como si hiciera fa lta agregarle algo más al sexo de la mujer; como si la mujer no fuera sigiliCicativo de su feminidad. ¿No es en definitiva Ja historia de la niña obligada a mostrarse siempre sexuada de un modo diferente a como lo es en realidad? Por ello la mujer comienza en su infancia, a partit de su infancia, a mentir con respecto al sexo que es el suyo. No hay verdadera niña; hay sólo una falsa mujercita. Todo el mundo sabe que no basta con ser una niña para verse reconocida como tal : hay que aportar sin descanso pruebas de esa feminidad que no siempre tiene que ver con el sexo: 85
El varón es deseado por sí mismo ( . . .) . La niña deseada --cuando lo es- según una escal.a de val~ res( ... ) : -las niñas son más afectuosas ( . . . ) , -son m4s agrad~cidas ( ... ) , -son grac.iosas y coquetas ( . • . ) , - ayud.an a las tareas domésticas (. . .) .11
En suma, Ja niña es aceptada como "hija" por mil razones que jamás toman en cuenta su sexo real; es reconocida "hija" ton conilieiones, mientras que al varón se lo reconoce .hijo únicamente en razón de su sexo. La niña siempre tiene que aportar pruebas de su feminidad; ¿cómo entonces, más tarde, las mujeres no van a verse urgidas por la .necesidad de proclamar de modo ostensible los signos de su feminidad? ¡Dura existencia la de quien se siente obligada a probar de por vida que es realmente mujer! Mujer que ella misma no está jamás segura de ser , dado que su identidad social no se ha atenido nunca a s.u sexo físico. Doloroso dj}ema donde la IDENTIFICACIÓN (el
serscomo) sustituye a la IDENTIDAD (el ser-en-sí) y donde el HACER-COMO ocupa el lugar de lo AUTÉNIdentidad que se ve en dificultades por la falta de deseo proveniente del otro sexo; identificación que peligra por Ja dificultad de percibir su cuerpo como semejante al de su madre: tales son los dos escollo$ que encuentra la niña en su camino. El drama de la niñita es. que su cuerpo no es como el de nadie. No tiene ni el sexo del padre ni las formas de la madre (que pos.ee senos, una cintura fina, caderas, un vellón pubiano) . La niñita se ve desnuda, chata y hendida, parecida a esas muñecas asexuadas que se venden en las jugueterías. TICO.
H Elena Gfanini Belotti, Du coté des perites tilles, Ed. des Femmes, París.
86
Lo que es "como", existe sin embargo en la p eque-
ña, pero oculto a su mirada, muy en el fondo de su hendidura. Y nadie le h abla jamás de su clítoris, único signo sexual comparable al de su madre. Este clítoris tan reivindicado por las feministas, tan desacreditado por los machistas, bien podría ser uno de los primeros eslabones de la cadena que no hay que saltearse si se quiere que Ja oscuridad referente a la sexualidad femenina quede iluminada. En eCecto, al no hablarle a Ja niña de esta parte de su sexualidad, se rehúsa decirle lo que tiene, para referirse eJl general al resto de su aparato genital que no funciona todavía; por lo ianto, se Je habla de lo que no tiene (reproducción, menstruación ) y que e.n cambio sí posee la madre. Como consecuencia de ello, la madre no puede cumplir ninguna función de identidad sexual para con su hija y la homosexualidad entre ellas se muestra inir posible. De ese modo, la niña recién descubrirá un cuerpo semejante al suyo en la adolescencia; de ahí la importancia de la amistad entre niñas en esta etapa, como constitutiva de la feminidad que no · se pudo estructurar con la madre. En cambio, frente a esta madre desemejante y mejor provista que ella, Ja niña descubre la envidia y los celos, que contrariamente a lo que creía Freud, no nacen en relación con el cuerpo del hombre, sino en la comparación aplastante con el de la mujer-madre. No es raro ver a una niña tocar primero los senos de su madre, después su propio pecho, y declarar con aire desolado: "Yo no tengo tetitas..." Mucho antes de percibir el sexo del varón, y dada la predominancia de Ja madre frente al niño, son los atributos sexuales de Ja madre los que se perciben como ausentes en el cuerpo del niño, engendrando en el
87
varón el sentimien:o de Ja carencia irreversible y la fantasía eterna de !'a dulzura de los senos femeni.nos, y en la niña la c(llllparacióo permanente y los celos frente a cualquier ..itro busto (cualquier oti:o cuerpo) mejor formado qm el suyo. En cualquier cmo, si las mujeres reaccionan así y si los celos ocupan el lugar de la homosexualidad, ello es porque la madre, primera de las mujeres con que se encuentran, no se ha atrevido a reconocer y ni siquiera a nombrar en el cuerpo de la bija lo que ésta tiene de parecido a ella. ¿Tuvo vergüenza? ¿Tuvo miedo? Ninguna mujer le habla jamás del clítoris a su pequeña... Y la niñita, der.esperada por no tener ni sexo (clítoris no reconocido) ni objeto sexual (padte ausente). va a proceder, no al rechazo de su sexualidad como creyó Freud, sino ,1 desplazamiento de esta sexualidad imposible como tal. Lo sexual, si no está en el sexo, estará en todas partes. La niña lo sexualiza todo: su cuerpo, que ella quisiera que fuese femenino; sus actos, que ella quiere que sean conforme~ con los de su sexo; su lenguaje, que se hace seductor. La mujer sexualizará todo 10 que puede ser visto de ella por los demás, Como no pudo sel: Ieconocida en su sexo de niña, la mujer sabrá hacerse reconocer en todo el resto no sexuado de su cuerpo. Es asi que llega :i tomar a su cuerpo entero como un signo sexual y tendrá ver,giienzá de exhibirlo, como aquella mujer que me decía un día: " Cuando no tengo más remedio que ponerme de pie para J1ablar .y que todo el mtmdo me vea, yo no sé qué decir, no sé dónde Le ngo Ja cabeza, .me invade la vergüenza , no siento ya mi cuerpo y no sé dónde meterme". En el correr de su infancia, la mujer aprende a
88
va]erse de su EXTERIOR para significar su SEXO la niña no deja de suministrar pruebas exteriores de su feminidad manlenida en secreto por los adultos que la rodean, y a partir de allí ya no distinguirá muy bien lo que hay de sexual en ella y lo que no. Se dice que se conviene en histérica porque invoca de continuo la mirada del otro pa ra responder de su identidad sexual. ¡Fundamental diferencia con el hombre. que recibe esta mirada deseadora desde el principio, proviniendo de su m adre! La falta de la mirada paterna en los primeros tiempos parece inscribirse en la niña en forma de angustia sexual, como duda jdenLificatoria siempre a colmar , siempre a reparar mediante otra mirada en la edad adulta. ¿Qué mujer sería capaz de pretender que Je resulta indiferente la MIRADA que se posa sobre ella? Ya sea percibida como estructuradora o como a niquiladora, la mujer logra muy diñcilmente sustraerse al orbe de la mirada externa, en particular la del hombre. Es lo que explica la dificultad y la ambivalencia de las mujeres para prescindir del mundo falocrático del hombre para entrar en el de la mujer feminista, que no le concede ningún valor al juicio del varón y no extrae ningún prestigio de su consideración. Las mujeres tienen miedo de perder algo del orden del ''gustar" al hombre; y no se confían en otras mujeres en lo que se refiere a su reconocimiento, pues temen encontrarse con la rivalidad entre ellas, rivalidad que ya conocieron con la primera de las mujeres: su madre. La guerra contra la madre, la guerra contra Yocasta, entronizó Ja desconfianza más que la homosexualidad. Y las mujeres tienen mucha dificultad en superar su desconfianza de las unas contra las otras, pues Ja hermandad femenina no es ninguna INTERIOR ;
89
En el hombre, esto adopta la forma de un r~sen timiento contra la mujer, de la que ningún hombre escapa, nj total ni definitivamente. La identidad del hombre se caracteriza por el rechazo a la mujer como su igual. En la mujer, en cambio, adopta la forma de una carrera desenfrenada hacia el deseo masculino, carrera que le hará esclava de la ley del hombre y desconfiada frente a las otras mujeres. La identidad de la mujer está marcada por el deseo de encontrar .al hombre ausente durante tanto tiempo de su vida. Es posible, pues, ver dibujarse aquí el cá:culo infernal en el que la mujer, no deseada en su infancia, llega a la edad adulta a buscar el deseo y la ¡iprobación del hombre, y en el que éste, puesto en posición de dominador, v.a a aprovecharse de ello para ajustarle cuentas a la mujer (como recuerdo de las cuentas mal ajustadas con su madre ) . Y la mujer que busca el amor reparador del hombre, va a caer en el amor castrador de éste, que ha decidido que ELLA no reinará jamás. La historia vivida con Yocasta parece engendrar al mismo tiempo los celos entre mujeres a propósito de la conquista del hombre, y la tnisoginia del hombre con respecto a la mujer . De suerte que la mujer es el blanco de la desconfianza de los dos sexos y le es muy difícil escapar de la guerra. ¡Y pensar que esta situación que tanto padecen las mujeres, ellas mismas la engendraron al reivindicar para ellas solas la edticación del nfüo; pensar que son las madres quienes preparan a los futuros misóginos con los que sufriTán su hijas . .. l ¿Estamos alertados de todo esto, mujeres y hombres? P arecería realmente que no . En las mujeres siguen vivas, tanto la reivindkación del niño, como la necesidad de ser " reconocidas" por e1 11ombre madu-
92
ro. Las mujeres no salen del lugar en que fueron puestas por el varón. Y de esto se quejan hoy, sin pensar que para el hombre es ése el iínico medio de triunfar sobre su madre, la primera de las mujeres en su vida. Cualquiera que sea el aspecto adoptado por la pareja, ésta es siempre el lugar donde la mujer quiere hacerse "reconocer" por quien no puede darle ese "reconocin:úento" sio experimentar un peligro; de ahl Ja sordera masculina ante las recriminaciones feministas, a pesar de estar con frecuencia tan bien fundadas. Pero no será toman.do las conclusiones por premisas como las mujeres podrán rectifioaT las injusticias cometidas con ellas. Será cambiando las premisas a fin de engendrar otros l1ombres que, menos sometidos al poder materno, durante la infanda, experimenten menos vivamente Ja necesidad de defenderse de las mujeres en la edad adulta. La recriminación proviene de las mujeres porque son las más oprimidas en el sistema actual; pero ellas deben comprender que cuanto más exijan el cuidado del niño (como se 1os propone el Estado), más perpetuarán el sistema falócrata que las mantiene prisioneras. Es preciso que un sexo retroceda para que el otro pueda ocupar su lugar en el Edipo del niño. ¿Están dispuestas Las mujeres a esta renuncia? Y los hombres ¿están decididos a desempeñar su papel dentro del poder edipiano?
Yo no be cometido mis actos: los he padecido, si me es permitido referirme a los de mi padre y mi ~adre... He pasado por pruebas que no se olvidan. SóFOCLES: Edipo en Colona
Y. ¿ANATOMíA O DESTINO? travesía del Edipo es radicalmentt.: diferente en un sexo y en el otro, siguiendo el itinerario de un niño hasta Ja edad adulta deben encontrarse marcas específicas en cada sexo. Importa examinar, pues, las etapas precoces de Ja infancia, para saber si las recorren de Ja misma manera los dos sexos. ¿Qué vemos a este respecto? ¿Qué sabemos? ¿Qué queda como huella en la edad adulta de este frente a frente con la madre? ¿Qué dicen de esto el hombre y la mujer cuando pueden hablar de ello con el psicoanalista? ¿Se encuentra éste en condiciones apropiadas para reconocer en las expresiones y pensamiencos del adulto la marca de esta relación primera con la madre? ¿No es él, acaso, tal vez el (mico que puede observar hasta qué punto la huella del Edipo está siempre presente, aunque marque de manera diferente al hombre y a la mujer? Si F reud dijo, parafraseando una expresión de Napoleón: " La anatomía es el destino", otro psicoanalista escribió recientemente: "La anatomía no es en verdad el destino. El destino proviene de lo que los hombres hacen con la anatomía" (Robert Stoller) .1 Si el descubrimiento principal de Freud consiste en haber probado que la sexualidad del adulto depende de la del niño, su mayor insuficiencia es Ja de no S1 LA
Nou vellt' Re~·tte de p,s)'clianalyse, n1ím. 7, primavera, J973, Gallimard, París, p. 150. 1
97
haberse interrogado bastante sobre la interferencia del sexo del niño con el del adulto educador. Ya hemos visto que Ja anatomía de uno y otro desempeña un papel decisivo en el establecimiento de la primera relación, y sabemos que esta relación es el modelo de todas las que advendrán en Ja vida de un individuo. El futuro de cada uno depende, sí, de su anatomía; pero sobre todo de lo que el adulto educador (en general, la madre) hace con esta anatomía. ¿Y qué es lo que esta educadora hace de modo tan diferente con un sexo y con otro? ¿Y cómo le responde el niño desde su más temprana edad? Preguntas que se plantean, preguntas a responder, examinando el comportamiento de niños y niñas en las etapas más primitivas de la infancia, llamadas pregenitales.
.
ETAPA ORAL Y RELACIÓN DE OBJETO
Al comienzo de su existencia el bebé parece llevar una vida vegetativa, lo más parecida posible a la vida uterina: busca ante todo llenarse y dormir. Parece no poder dormir si no está lleno: es como Ja continuación de su larga vida uterina, durante la cual vivió, casi siempre dormido, lleno y rodeado por el líquido amniótico por el cual se encontraba entonces bañado. Su boca entreabierta no conocía todavía el ''vacío", como tampoco lo conocía su tubo digestivo (que está probado que funciona in ucero, pues el niño deglute y digiere, y después excreta aJ nacer el contenido de su intestino, el meconio. Es decir que el niño, cuando nace, ignora absolutamente "el vacfo" y va a tratar de paliarlo por todos los medios: succionando su mano, sorbiendo el borde
98
de su envoltorio, no importa cómo, con tal de que haya algo en esta boca llabituada "lleno". Por supuesto, la ingestión del alimento parece el momento ideal en que se restablece la continuidad prin1itiva entre el exterior y el interior; es el momento más intenso de la vida del lactante. Pero al mismo tiempo que él mama, no puede evitar interiorizar y colmarse con todo el contexto maternal que acompaña a la lactancia. Toda la Gelstat materna penetra en él: el olor, el calor, la tonalidad de la voz. El niño hace suyo todo lo que le viene de su madre (o de quien se ocupa de él), pues en esta época precoz de su vida, no distingue todavía su "persona" de la del "otro". El bebé introyecta, pues, mucho más que el alimento. La prueba nos la aporta el hospitalismo, provocado por la ausencia brusca de la educadora habitual del niñ.o: a pesar de que a éste se le prodigan todos los cuidados que él ya conoce, el niño no "se" reconoce más, como consecuencia de haber perdido el contexto materno que le era propio. Parece haber extraviado una parte de sí mismo, y sufrir esta pérdida que aparentemente sólo es exterior. Franyoise Dolto ha sugerido con éxito, ante las dificultades de la alimentación debidas a la hospitaLización, rodear al biberón o colocar en el lecho del bebé un vestido que pertenezca a la madre y que impregnado de su olor le permita al niño recuperar el "conjunto materno" y mamar de nuevo. Estos hechos nos sirven para probar basta qué punto el niño, desde sus primecros meses, se vuelve dependiente del ambiente creado por su madre, y cómo esta madre, seg\ln sea más o menos amorosa, más o menos deseadora, establecerá al niño como más o menos amadÓ, más o menos deseado. La cualidad del amor parental en esta época de la
ar
99
vida, generará la calidad del amor al propio yo o NARClSlS'.MO. que es la base de .la confianza eo sí mismo y del impulso libi
Iuttuo. El comportamiento de .l a madre, condi.cionado por sus propios sentimientos inconscientes con respecto a su bebé, será el elemento inductor del comportamieoto de é:;te. ¿Qué vemos en las madres frente a sus niños de sexo diferente, en esta primera etapa oral? ¿Cambia el comportamiento de La madre, según e] sexo del niño? Las niñas suclen ser destetada~ antes que Jos niños)! Se les suprime el biberón a las niñas al duodécimo mes, de promedio, mientras que a los varones a los quince meses. 8
La mamada es má-; prolongada para los· niños: a los dos meses, dura cuarenta y cinco minnt()s. contra veinticinco minutos para la~ niñas. 1
St:gím estas investigaciones científicas sobre el nir'io muy pequeño, la madre le otorgaría más benefici.os al vru·ón que a la ~1iña. ¿Lo registra el niño? ¿Cuáles serán las respuestas de niñas y niños frente a estas diferencias maternales? En un grupo estudiado aparecieron trastornos de la. nutricióu en un 94% de las niñas ( lentitud, vómitos, capricho~) y s6Jo un 40% entre los ni,.ños. Esto~ trai;tomos aparecieron a partir del primer mes en el 50% de las niñas, que conservaron escaso apetito hasta los 2 Elena Gianini BelotLI, Du cóté' des petiles filies, Ed. des Femmes, París. 3 Brunet y .Lézine, Le Déve/oppement psychologi<¡ue de la premiere t!nfance, PUF, PaiÍS, 1965. ~ lbid.
100
seis años: mientras que lus dificultades de csh: li pe.> aparecieron tardíamcnlc en los niños varones y se expresaron por caprichos.11 Se advierte, pues, que la nma parece tener algunos " altercados" precoces con su madre, en todo ca~o en mayor medida que el varón: y si prestamos un poco de atención, encontrar emos en fa vida de las mujeres la huella de esta oralidad mal vivida Jl!sde un comienzo: la anorexia, la bulimia, los vómitos, suelen ser síntomas m ás femenin os que rnas:culinolo. En el diván del psicoanalista, las e>..prt.~1one::. de las mujeres referentes al " vacío" y al "lleno" 110 !-.On menos significativas de las dificultades ocales por las que tuvieron que atravesar durante la primera relación con la madre. Veamos algunos rastros que a veces se nos transmiten: ·'Yo me trago, m e trago, tengo la impresión de tragarme todo lo que m e dice mi madre, y 110 puedo defenderme de ella, n i de tus cosas desagradables que me dice, es terrible e l mal que me hace ... " " Yo devuelvo todos los días; siempre he devuelto, desde que era niña; como, y enseguida voy a devolver, y enloces me sien to m ejor, limpia. v~1cía, en suma". "Yo hago pasteles enormes, gigames; lo importante es que se agranden mucho para que se vuelvan desmesurados, y se pueda decir que habrá todo lo que se quiera, basta saciarse, y que yo no me veré . d.a. ..,, priva " De golpe se me hace indispensable comer, cualquier cosa, no importa qué ni cómo, pero es necesario que me replete basta ya no poder más. Sé que des5
lbid.
101
pués m e dará vergüenza, pero mientras esté repleta, ya no me siento angustiada, me encastillo en sentirme repleta". "Acá en el consultoáo no sé lo que digo, pero lo que sé es que me alimento, con usted tengo la impresión de alimentarme ¿de qué? ¿del aire de esta pieza? ¿de usted?" "Nunca podré pagarle todo lo que yo incorporo con usted". "Cuando usted me habla, me siento tan contenta, bebo sus palabras, a veces me doy cuenta de que no sé lo que usted me dice, únicamente escucho el sonido de sus palabras" . Estas son frases dichas por siete pacientes totalmente diferentes en cuanto a sus síntomas, su edad, su situación social. Aparentemente nada tienen en común, como no sea esa hambre dramáticamente "oral'', transpuesta de mil maneras diferentes hasta la restit ución por el temor de haber ingerido algo malo. En cambio nunca encontré lo mismo en los hombres, jamás me dijeron nada parecido; al parecer la desesperación "oral" no es cosa de ellos, pues recibieron un biberón perfecto donde el deseo servía de perfume a la leche nutricia. El hombre se situará en otra parte, en el furor "anal" por defender su persona. Ese es su lugar: la pelea. Es así que el exceso de " vacío" y el deseo de "lleno" conducirán a la mujer a la cocina, donde reinará entre el refrigerador y el horno, pasando por el sumidero. . . Y ali~ nadie lo dude, todo el mundo le gritará " bravo" y alabará a la señora por su or alidad. Nadie tratará de apartarla de allí; por el contra rio, se le asegurará que ése es su lugar para toda la eternidad, su único reino, su gobierno seguro sobre los suyos. ¡Qué impostura, qué círculo infernal, en que las ma102
dres alimentan a familias enteras a fin de alimentar por vía indirecta a la hija hambrienta que ella fue! Por un fenómeno de proyección, cada mujer imagina a los otros como ella, es decir hambrientos, y se cree obligada a alimentarlos hasta la saciedad, porque ella misma es insaciabJe. La vida de las mujeres es una extraña cohabitación entre un interior desprovisto y vacío y un exterior magnánimo. Parece haber entre las mujeres una confusión entre "amar" y "alimentar". ¿De dónde pueden haber sacado esta extraña equivalencia interior? Evidentemente, del hecho de que se sintieron mal alimentadas, por haber sido mal amadas por una madre que no las deseó. El biberón, para ellas, estaba vacío, porque no tenía el gusto del "deseo"; un biberón lleno de leche pero vacío de deseo, porque lo daba una mujer del mismo sexo que la niña. De mal alimentada a mal amada no hay más que un paso, que la mujer da sin muchos rodeos, como vemos cuando nos dice, para hablar de sus juegos nocturnos: "Su sexo me da miedo; tengo miedo de que sea demasiado grande, esto me resulta amenazador; tengo miedo de que penetre demasiado lejos en mí y que me duela". "A mí me gustan los jugueteos previos, yo quisiera que todo ocurriera en la superficie, porque desde que él penetra, yo me cierro y entonces me duele". "No entiendo; si me masturbo yo, todo marcha bien; pero si lo hace él, me duele y no llego a nada, siento que yo quería eso pero ya no puede marchar". "El se queja de que yo no siento deseo por él, que yo nunca Je pido nada, pero yo jamás pedí nada, ni a mi madre ni a nadie, tengo la costumbre de arreglán:nelas sola, y no necesito de él".
103
"Yo no puedo hacer el amor como él quiere: sin decir nada, sin ternura; yo necesito palabras, caricias, sentirme amada, lo demás me importa un rábano, eso queda para él". Antesala de la t'.rigidez como rechazo de lo que viene del "otro'', asimilado a lo que vino de una mala madre, y .que aparecía co.mo nocivo y peligroso. En todos estos casos, el sexo y su portador son vistos como fundamentalmente "dañinos". Frigidez oral, frecuente eu las mujeres que, por no haber podido tomar a su hombre por u.na buena madre, transfieren a él todas sus fantasías destructivas, y no tienen otro recurso, para borrar su pasado catastrófico, que emprender un análisis. Una bistoria puede borrar otra, pero no es sin graves dificultades que una imagen nueva podrá sustituir a lo que es~á tan pro.. fundameTite arraigada y es tao antigua, La lucha· será larga, pues si esta mujer, primero, debió mamar contra su madre, después gozar contra su hombre, es natural que se resista a salir del pozo contra s u analista. Sin embargo. mientras no se restañe esta primera relación con la madre, no hay ninguna posibilidad de lograr éxito en una segunda con quienquiera que sea, y la heterosexualidad, extraña a la vida de la niña. segufrá siendo muchas veces ajena a la vid.a de la mujer. Entre la cuna y Ja noche de bodas, suelen inscribirse la anorexia de la niña (negati.va a comer. a llenarse) o 1a bulimia (necesidad excesiva de comer para evitar sen~irse vacía), síntomas todos que se encuentran más específicamente en las mujeres, indicándonos en ellas una relación conflictual con la alimentación que puede reaparecer bajo distintas formas, y que no tiene equivalence en el hombre con paTccida frecuencia, ni de niño; ni de adolescente, ni de adulto. 104
APARIClÓN DEL LENGUAJE
Hacia los diez o doce meses, se sitúa en los niños el comienzo de Ja comunicación. Esta edad sigue inmediatamente a la etapa del espejo (siete a ocho meses), en que el niño se diferencia por fin de su madre y abandona definitivamente su simbiosis con ella: descubre, al verla al mismo tiempo que a él en un espejo o en un cristal, que ellos son dos, que él no es ella, que está solo e independiente de la madre. El niño se vuelve hacia ésta, que lo tiene en brazos, le palpa el rostro, le toca la nariz y comprende que todo eso no es él. Nunca más el niño retornará al TODO con su madre (salvo en casos de psicosis). AJ realizarse como soto, el niño va a volverse mucho más sensible ante la ausencia de su madre o de quien se ocupa de él: llora cuando se lo pone a descansar en la cuna y también llora para que se lo vuelva a tomar en brazos; se vuelve caprichoso y aprende a valerse de sus gritos para expresar su voluntad de llamar al otro. Si al comienzo de su existencia el bebé gritaba por sentirse materialmente ineómQdo, o porque tenia hambre, a partir de la etapa del espejo aprende a llorar por la ausencia de su madre sentida como carencia. La palabra no demorará en llegar, en forma de onomatopeyas cada vez más precisas y codificadas por el medio famiJiar, y más tarde el niño aprenderá a significar su deseo por medio de palabras. De ese modo, partiendo del GRITO, significación de la insatisfacción física, el niño llega rápidamente al nivel más elevado de la comunicación : el LENGUAJ'E.
Aparece aqoí de nuevo una disparidad evidente entre los dos sexos, ya que la niña, a la misma edad y con la misma inteligencia, habla mucho más pronto
105
que el var6n: este hecho está considerado normal en todos los tratados que versan sobre Ja infancia, ¿pero es tan evidente?, ¿y con qué se lo puede vincular? Si el llamado y el grito tienen por función señalar la percepción del apartamiento de la madre, y el deseo de restablecer el lazo con eUa, es significativo que después de haber Horadó más eo los primeros meses de vida, las niñas se pongan a hablar antes, testimoniando una ausencia, una distancia a franquear para volver a unirse con la madre, que no existe en el varón de la misma edad. En efecto, el niño no s iente la angustia de una soledad que no conoce, puesto que estuvo sostenido desde su nacimiento por la fantasía maternal de la integridad, que hizo de él un objeto narcisista que se siente cómodo alJí donde está y tal cual es. Por lo tanto, si la niña habla más temprano es porque no está sumergida eo el mismo sentimiento de comodidad, porque no tiene a nadie que la vea como completamente ella, porque su padre no suele ser su asiduo cuidador. Habla antes porque se siente sola y quiere restablecer un lazo con la madre que no está sentido como interior, y por lo tanto va a ·tener necesidad de hablarle para recibir una respuesta eJtterior que contrarreste su falta de una imagen narcisista interior. Así, es posible ver delinearse ya desde la infancia las diferencias que marcarán el lengua je del hombre y de la mujer: uno, precoz, tiene por función establecer un vínculo con el otro, negar una distancia que se siente insoportable: es el lenguaje femenino, que colma el vacío, que busca las similitudes, que persigue el a~cnümiento (el cual, por provenir del padre, le ha faltado siempre a la niñita). Por algo suele decirse que las mujeres conversan exageradamente. Mico106
tras, el lenguaje masculino tardío, es la manifestación misma de Ja distancia que se debe mantener con el oLro; y suele estar desprovisto de afectividad y de angustia. El hombre se atiene a trivialidades de orden muy general y poco comprometedoras. Bien sabemos que no busca la comunicación profunda, que al parecer conoció con su madre y le sirvió para el resto de sus d1as. . . Pero volveremos más adelante sobre este importante problema de la palabra en uno y otro sexo, pues es muy necesario que se Jo discuta, que se lo explique de otro modo que como una mera negativn de cada sexo de escuchar al otro. Por ahora, retengamos simplemente que la precocidad del lenguaje de la niña oo es necesariamente signo de una evolución feliz. ¡Jamás Ja precipitación fue indicio de seguridad en sí mismo, muy por el contrario! Por otra parte, lo que dicen las propias mujeres es probatorio: "Si dejo de hablar, tengo miedo de que usted descubra que no soy nada". " Hablo, emito sonidos, pero dentro de mí tengo miedo, siento el vacío". " Si yo le permitiera al silencio instaurarse, ya no podría franquear la distancia entre usted y yo, y eso me da miedo". En cambio, entre los hombres se oye dl!cir: " No sé por qué estoy acá. No tengo nada que decirle, nada que desee cornP.artir con usted". "Callarse para mantener la distancia: en amor detesto hablar, ao quiero mezclar la afectividad. Detesto la proximidad que me reclama mj mujer". "¿Cómo hacer para que ELLA no sepa? Imposible; aunque no diga nada, lo adivina. Puedo irme hasta el fin del mundo, y lo mismo sabrá todo acerca de mí. E s terrible esa habilidad que úene para pegárseme".
107
Diferencia radical entre la necesidad del hombre y de la mujer: diferencia que estriba en la DISTANCIA
a conquistar en el caso del hombre, en unirse en el de la mujer; tal es la marcá del lenguaje de Yocasta en cada uno de nosotros. T ambién aquí hubiera sido indispensable el padre, tanto para su hijo como para su bija, pues habáa restablecido el equilibrio merced a su proximidad con la hija y a su distancia con el hijo. Oficio de padre cuya necesidad jamás fue encarecida, mientras que el oficio de madre l lena las columnas de nuestros periódicos y publicacio11es diversas.
E TAP A ANAL Y AMBIVALENCfA FUNDAMENTAL
Siguiendo con nuestra investigación a través de las diferentes etapas q\le constituyen Ja infancia, llegamos a la etapa anal. A lo largo de este periodo, el placer autoerótico de expulsar o de con servar las heces, deberá dejar lugar al deseo de Limpieza del adulto educador; es decir, hay una transición que va desde el placer a la oblación a una autoridad. Es un combate sin cuartel entre Ja exigencia de,J adulto y la respuesta del niiío. Sacrificio de su propia ley a la del otro, reconocida como obligación c¡ocial ; primera de las frustraciones aceptadas para formar parte del "clan de los mayores". E s enorme la ambivalencia del niño frente a esta concesión a la que debe avenirse: al comienzo, teme que si entrega sus materias, se entregue todo él y por consiguiente desaparezca; de ahí esos juegos anales en los que vemos al niño ocupado en llenar y en vaciar sucesivamente un minúsculo recipiente. Fija su núráda 108
en el agua que se escapa, después da vuelta atentamente a su recipiente, y así comprueba que éste queda siempre en su mano, aunque el agua se haya ido. Es así como aprende la permanencia del continente; y el conrinenie, en esto de la limpieza corporal, es él mismo, el niño. De ahí deduce que la madre sólo exige de él el comenido. Ya está casi al borde de simbolizar, y sólo le falta un paso para subUmar; pues finalmente el niño saldrá de este conflicto mediante la sublimación, que va a permitirle recuperar el placer anal bajo otras formas mejor toleradas e incluso alentadas por los adultos. Es ésta la edad de los juegos sucios con Ja tierra, el agua, la arena, materias todas que, contrariamente a tas heces, se ponen a disposición del niño. Es también la edad en que vemos al niño pasear con demasiadas cosas e'n los brazos. Si una de ellas se Je cae, se queda desolado, se detiene, deja todas las otras para recoger la primera: todo su comportamiento indica su atención por no perder nada, lo que es una compensación ante el hecho de "perder" sus heces. También aquí aparece un hecho sorprendente: la niña es limpia antes que el varón. Evidentemente, también aquí el condicio namiento materno surge con claridad, no bien se le preste atención: " Las madres son más tolerantes con los varones, aunque ellos ensucien sus pañales ( ~s sabido que los varones son menos limpios, hasta cuando son más grandes). pero se espe ra que las niñ:1s sean más limpias".º Brunet y Lézinc observan : Las dificultades frente a la bacinilla son más tempranas en las niñas que en los varones y asimismo más breves 6
llelloti, Du có1i. des pe1i1es fifles, Ed. des Femmes, París,
p. 56.
109
(de quince a dieciocho meses para las niñas, de veinticuatro meses a cuatro años entre los varones), porque en los varones se manifiestan por una oposición exagerada y prolongada, que se acompaña de interminables ritos. 7
Y esto resulta muy claro: la batalla anal es cosa del niño; la oposición es asunto masculino. Se diría que en esto la niña había ya tomado en algo La delantera frente aJ niño, y que al atravesar precozmente la "soledad" de la etapa del espejo, alcanzó antes el lenguaje y simbolización que van a ayudarla a comprender que puede entregar "eso" conservando todo el resto de su persona; idea que el varón ha debido realizar mal, por estar sumido durante esta edad en la relación simbiótica con Ja madre. Además, el vuelco histérico sigue su camino en la niña; ella busca en todo las pruebas que debe dar de su femjnidad; ésta u otra. . . mientras que el varón se encuentra todavía en la vertiente psicótica, y para él es fundamental no sentir la amenaza de verse absorbido por la madre y su deseo. Y como siente confusamente que es su sexo de varón el que crea el lazo de su madre con él, supone que con sus heces ella quiere arrebatarle tambjén su sexo. Piensa que se lo quiere confiscar, amputar, robarle su poder de varón. Freud llamó a esto "angustia de castración" y "ellos" le dan a la mujer el nombre de "castradora". En todo caso, en la etapa anal aparece el pánico en el varón: se opone, se niega, contemporiza, cree que con sus heces se quiere todo su cuerpo. Se convierte entonces en enurético, en encoprético (sintomas mucho más masculinos que femeninos) : no quiere 1
110
Brunet y Lézine, op. cit.
saber nada con lo que "ella" Je pide que haga, se siente en la mira, afectado, amenazado (¿castrado?) . . . Luego, de mayor, cuando se reavive esta misma fantasía, será impotente, eyaculador prematuro o tardío: es decir, no querrá -no podrá- darle a "ella" lo que le pide; gravosa consecuencia de la batalla del hljo con su madre. Aquí comienza la lucha contra la mujer; aquí na~e la misoginia de que tanto se quejan las mujeres, ignorando que su origen está en otra mujer, que enas mismas serán cuando les llegue e1 privilegio de ser madre, con lo que sembrarán a su vez en su hijo el temor indestructible a la castración frente al deseo femenino. En el periodo anal, el niño juega a la guerra: con soldaditos se inventa enemigos y amigos, imagina vencedores. Amenaza, mat~, y tal es la transportación de Jo que siente : él está embarcado en una guerra con su madre por un objeto que le pertenece (las heces) y del que se le quiere despojar. Pero ganar la guerra negándose a obedecer el deseo de su madre, ¿no es demasiado peligroso? ¿No corre el riesgo de perder a la que ama? De ahí el surgimiento de la ambivalencia frente a Ja mujer: el hombre se aplica denodadamente a destronarla de un lugar, para declararla reina en otro. No puede dejar de "adorar" a la que, por otra parte, somete desde Jo alto de su imperio falócrata. Por lo tanto, la misoginia y la ámbivalencia se acoplan por primera vez y no dejarán de marchar juntas en el corazón del hombre. En todo caso~ en su larga resistencia anal hacia su madre, parecería que el hombre aprendió a asegurarse al máximo de los ataques exteriores, lo que le servirá después en todo su comportamiento. Y así lo veremos presentarse, significativamente, como un 111
encarnizado defensor de sus derechos, de sus posesiones, de su libertad. ¿Y no fue acaso ante su madre considerada "castradora", donde el hombre comenzó a defenderse tan enérgicamente, de modo tan agresivo, no bien se toca algo que le pertenece? Antes que nada, él conoció la lucha contra la simbiosis con ella, y después la lucha contra su deseo expresado; y el hombre conservará siempre el recuerdo acuciante de que se le quiso amputar primero su sexo, y después muchas otras cosas. "¡No voy a hablar para que usted me jorobe! ¡Me Es así como adquirió el hábito de rehuir las preguntas. de reservarse, de callar, de no dar para no correr el riesgo de perder, y esto reaparece en el análisis. Escuchemos lo que suele decir en el diván: he ganado el derecho a callarme!" "Vengo al análisis porque sé que usted está obligada a callarse y no tiene más remedio; pero mi madre siempre tenía algo que decir, caray!" "No puedo soportar que usted me hable, porque oírla me bloquea, me da la impresión de que usted me cierra el camino..." "¿Un análisis con una mujer? Para ver cuál de los dos ganará al final". "Palabra-distancia, palabra-muro, para protegerse; servirse de la palabra como un escudo para impedirle avanzar al otro". "Yo estoy dispuesto a pagar, pero no puedo soportar que usted disfrute de esta plata que yo tengo. No puedo soportar darle nada ..." "No acordarse de los sueños para no hacerle el gusto aJ analista". " ·--·--- ·---·--------····---··-" es ' t e no d"º 'Jº una pa1a b'fa. A1 menos se fue muy seguro de que no me había entregado nada .. .
112
Obsesión del hombre: no darme nada, situarme como muerta, como inexistente, batirse conmigo durante años para ganarme. ¿No es exactamente lo contrario de lo que decían hace algunos instantes las mujeres, que venían a mi consultorio a alimentarse, a recoger algo. a pagar, etc.? Todas estas palabras negativas, agresivas, las recojo casi siempre del hombre, muy rara vez de la mujer (pues a ésta le ocurre muy excepcionalmente verse tomada como un objeto sexual por Ja madre). Todo el juego anal del nombre reside en esto: ¿cómo impedir que el otro exista? ¿Cómo hacer desaparecer su deseo? ¿Cómo matailo por vía imaginaria? Estos deseos de muerte van a aplicarse cada vez que el hombre se encuentre frente a una mujer, y en particular frente a "su" mujer. ~I viene a quejarse de que su mujer le pide cosas que lo molestan, cosas que éJ considera personales. Mientras que para el hombre la sexualidad es el lugar de su venganza, de su reinado, se queja de que la mujer quiera recuperar allí algo para sí. Se queja de que ella tenga un deseo. Considera escandaloso que quiera existir de otro modo que el que él ha decidido. Vale la pena escuchar estos testimonios: "Cuando hacemos el amor, a mi no me gusta que ella se mueva, ni que hable, pues esto me interrumpe, me saca de la situación... " " Yo sólo consigo hacer el amor con mi mujer si tomo una cierta distancia ante elJa; de lo contrario, es un fracaso". "El ideal para mí sería acoplarme con una mujer de la que no supiera nada y que no me pidiera nada, en especial ningún intercambio afectivo: solamente el cuerpo". "¡Sexualidad = venganza = violación! Es muy cla-
113
ro: acoplarse lo más posible para vengarse lo más pos1ºble... " "Después del amor, ella quisiera que yo me quedase tranquilo junto a ella, pero yo no puedo, me siento extraño, terriblemente desprovisto, y entonces tengo que borrar esta impresión, tengo que comer o que beber, interponer algo". "Ella querría que yo dijese palabras de amor, pero yo no puedo debido a la distancia que necesito mantener frente a ella, mientras que me doy cuenta muy clara de que ella querría que estuviésemos muy cerca". Cuando escuchamos hasta el cansancio esta letanía de recriminaciones masculinas, el hombre nos parece francamente obsesionado por la distancia, el silencio, la pérdida. A pesar de que busca el coito con la que ama, parece temer sobre todo la FUSIÓN. Es como si volviéramos a encontrar aquí, dentro del vínculo sexual, la dialéctica anal: lleg~r a darlo todo pero reservándose, protegiéndose del otro y de su reclamo. Y es muy frecuente que el hombre sólo busque en la cama entregar su esperma y nada más. Para el hombre se trata de emplear cualquier clase de técnica, con tal de no entregarse. ¿Es esto lo que las· mujeres esperan de sus compañeros? ¿Qué amante podrá ser el hombre mientras no cambie de mentalidad; es decir, mientras no le tenga menos miedo al reclamo de la mujer? ¿Y qué respuesta podrá encontrar en él una mujer obsesionada, al revés, por la proximidad y la intimidad? EL
DlV ÁN REVELADOR
El diván nos ha servido aquí de lente de aumento, pues a él acuden hombres y mujeres que presentan, eleva114
dos a la segunda o tercera potencia, los síntomas habituales en los individuos Uamados normales. Y lo que escucho como analista es lo que ELLAS llegan a decir mientras que la mayoría lo calla; lo que ELLOS sienten mientras que los más han alcanzado un nivel de insensibilidad casi perfecto. Lo que dice cada uno de estos pacientes puede ser dicho, cuando menos- en parte, por cada uno y cada una de nosotros. Aquí sirven como portavoces de la queja sexista de unos y otros. Han servido de danzantes para una coreografía de figuras rigurosamente establecidas, donde hombres y mujeres evolucionan de manera radicalmente diferente, y el ballet de las frases ha sido perfecto: tanto Jo que dice el hombre como lo que dice la mujer ( deja11do de lado a algunos tránsfugas) podría habérseles atribuido con los ojos cerrados. Cuando se es hijo de Edipo y de Yocasta, ya no se necesitan ojos para seguir adelante: la verdad se lleva grabada en lo más profundo de sí. Es por eso que Edipo se arrancó los ojos, pero lo hizo demasiado tarde, porque ya había visto demasiado como para poder olvidar; y nosotros, a veces, también .. .
115
El camino se va haciendo más suave a medida que se avanza: es decir, que a fuerza de ser obediente, dulce, buena, una se acostumbra hasta tal punto, que ya no cuesta nada obedecer. CoNDESA DE SÉGUR
VI. RECUERDO DE INFANCIA ( que no es de Leonardo da Vinci. .. ) de noche, cuando todos duermen, cuando ya nadie puede invadir mi vida, e interrogarme a mí misma a propósito de la niña que fui y que se parece tanto a las que me habla.a en el djván. ¿En qué se parecen éstas y aquélla? En eJ silencio: ellas y yo conocimos el mismo silencio, la conspiración del silencio en tomo a nuestro sexo. Y hoy me río acordándome de la fiebre que se apoderaba de roj cuando mis padres salían y yo me sabía sola en casa por algunas horas. Entonces me entregaba al saqueo; o más bien, no: era una investigación sistemática de los cajones de "su" cómoda... El primero no era muy interesante: contenía carlas, algunos objetos piadosos, fotos algo amadllentas. Pero el que me interesaba era el segundo, donde ·'ella" guardaba sus sostenes, sus calzones, una especie de compresas ante las que yo aventuraba toda clase de hipótesis... las más variadas, y en ,general sin rringuna relación con el sexo. Lo que busca la niña cuando no se le ha dicho nada acerca del sexo, es la diferencia entre eUa y su madre, y no sabe dónde situar esta diferencia, aunq ue es seguro - piensa la niña- que reside en el cuerpo. Por ello yo acudía siempre, desesperadamente, a ese cajón de Las prendas con que roj madre cubría su cuerpo. Hay que decir que yo tenia motivos para sentirme intrigada y sospechar qu().se me ocuJLaba alguna verL EVANTARME
119
dad. No sólo había sido testigo del interés de mi padre por mi madre, sino que recientemente, cuando contaba con alrededor de seis años, "ella" había encontrado la manera de sorprenderme anunciándome la llegada de una hermanita o de un hermanito, cuyo origen me había sido imposible averiguar. Yo creo que fue a partir de entonces que empecé a buscar ''el secreto" de mi. madre. Actualmente, creo, ninguna madre mantiene a su hijo en Ja ignorancia; pero las respuestas son tan variadas como el pertenecer a un partido politico; iY se me puede creer si digo que no serían los partidos de izquierda los que ganarían en esta materia! Desde Ja explicación trivial del bebé que duerme junto al corazón de su madre (¿por qué ha de dormir si se mueve? ¿y por qué junto al corazón, como no sea porque de ese modo nos alejamos todavía por algún tiempo del lugar situado más abajo, el vientre, tan cerca del sexo... ?) hasta la explicación bastante terrorífica de que el m édico abre el vientre para sacar de dentro al bebé, se pueden elegir todas las varianteS". Uno se pregunta por qué tan pocas mujeres ( ¿las hay?) tienen el coraje de decir la estricta verdad. La única razón es la conservación del "secreto'', un secreto que de manera evidente protege del conocimiento de la vagina, y acaso del descubrimiento de la masturbación por la niña. Mientras que el del varó n es automático, en la aiña reina todavía un misterio en tomo a su sexo oculto que sirve para conservarla en estado de ángel. En fin, como se acaba de ver. una "especie" de ángel, que juega a los doctores y pone el termómetro, y las sensaciones que así produce no deben subestimarse, porque como se sabe, los músculos son comunes al ano y a la vagina; pero el placer que se siente de ese modo puede ser ignorado por Jos 120
padres. "El angelito" es capaz de transformarse también en saqueador de la intimidad m aterna, pero con pocas probabilidades de descubrir la verdad de esta historia. Fuera de estos intermedios de búsqueda febril, me comportaba como la niñita buena gue había que ser, para gustar a las personas mayores y ser aceptada por ellas. A decir verdad, me entia considerada como una entidad perfectamente prescindible: apenas "un niño", peor aún si es del género femenino. Y ello determinaba que yo no apreciara relación alguna entre lo que era entonces y lo que sería algún día; ¿y cómo llegaría a serlo? Tampoco en esto recibía ninguna respuesta ; era el blanco total. lo desconocido. Había, pues, que esperar, sin pretender poseer lo que los otros tenían, en particular lo que tenía mi madre. Hasta que un día mi madre, por descuido, olvidó lo que nunca debió olvidar dadas sus precauciones para con mi inocencia, y yo encontré en el W.C. " la cosa" enrojecida de sangre fresca, ¿pero qué cosa? Yo pensé ( Dios me libre que estuviera tan temprano versada en fantasías psicoanalíticas ) en una enfermedad vergonzosa, o en alguna lastimadura secreta. Pero me seguía sintiendo "fuera de" lo que pasaba en esta casa, y sobre todo en esta madre. De ahí una nueva represión, una nueva decisión de no preguntarles nada a "ellos", y de no ver lo que no había que mirar. Es fácil decir después que las mujeres son fóbicas. esto es, que tienen miedo de ver y de saber. De abí sus dificultades para tener una visión panorámica de las cosas; y por eso conducen el automóvil de un modo perfectamente inmediatista, frenando demasiado tarde, etcétera. Pero retomemos el hílo de mi insignificante existencia; insignificante hasta ese momento al menos,
121
expuestas en un escaparate; y tal vez no se sepa tampoco que Jo primero que impresiona a las jóvenes extranjeras que vienen a vivir con nosotros, es la mirada imperceptible de las mujeres e inquisitiva de los hombres.) Yo oía que me decían en la calle: me gustas, eres bella, quisiera casarme contigo, querría un hijo de ti. Y para mí no había ninguna lógica en lo que escuchaba: sabia que atraía a los hombres por lo que tenía de menos importante mi persona, y hubiera querido que alguien se me dirigiese con otro lenguaje que no fuera el de lo exterior. Por ejemplo que (\]guien me preguntase: "¿Quién eres'tú? ¿Qué piensas? ¿Cómo vives? ¿Qué buscas?" Que alguien comenzase por algo humano que lo atrajera en mí y no por este miserable cuerpo que parecía interponerse siempre entre el otro y yo, este cuerpo perturbador que engendraba deseo.; este cuerpo que era sometido a la comparación con los de mis compañeras; este cuerpo de mierda que yo terminaba por comprender que iba a ser mi único aliado en la lucha por la existencia. ¡Y Dios sabe que yo quería vivir, pero no de este modo! Hasta que finalmente decidí servirme d·e este valor frente a "su" test::ir;;dez, valor para ellos, no-valor para mí, y me resolví a usar esta injusticia permanente que representa la belleza. Todo lo arreglaba con una sonrisa; bastaba con no oponerme, es decir callar y dejar que se me mirara. Poco a poco descubrí que yo tenía, en lugar de un espíritu productivo, un cuerpo deseable, y que el hombre soñaba con apropiarse de él en forma temporaria o definitiva. Veía claramente que no tenía opción en mi producción : tenía que producir un hijo. Felizmente mi cuerpo pudo hacerlo, pues las que no lo pueden suelen ser muy desgraciadas: en una pareja
124
que no puede reproducirse, el hombre se compensa mediante otra produccíón, podrá dejar de él alguna otra huella; pero la mujer no tiene otro lugar dónde imprimir su marca como no sea en su descendencia. ¡Como si a los hombres se les pidiera que todos ejercieran el mismo oficio! Las mujeres no tienen más que un oficio: el amor y la reproducció-n. Los hombres tienen mil, según sus gustos, sus capacidades. El hombre puede elegir su producción, pero Ja mujer no: está encadenada a la productividad de su útero. Llevando las cosas al extremo, se puede decir que cada miembro de la pareja ha encerrado al otro en una problemática diferente: la mujer es prisionera del dinero de su marido y el marido es prisionero del hijo que su mujer le dará o no le dará. ¡Triste historia! Por lo tanto, Jos hombres y las mujeres viven en la misma casa de departamentos pero no habitan en el mismo piso, y la segregación es absoluta. Raros son los tránsfugas, y la maternidad, al igual que la beUeza, son Jos criterios de esta segregación, pues se cree que con estos dos elementos ya nos ha tocado una parte bastante jugosa y podemos renunciar a todo lo demás. ¿Pero quién dice esto? Por supuesto que Jos hon1bres 1 que enfermos de celos sin duda, afectados a su vez por el mal femenino de "la envidia de", se vengan de por vida en nosotras encerrándonos en esta sagrada mate.rnjdad que ellos no comparten. En ese dominio nos consideran todopoderosas, y ellos se reservan otras omnipotencias: ¡han bataJJado durante tantos años para controlar esta maternidad! ¿No 1os bemos visto reñir con nosotras por este hijo que va a venir y que ellos consideran como su elección y no como la nuestra? Ellos imperan en la maternidad, aunque sea de manera indirecta. ¿Cómo iban a aceptar que
125
lo poco que pueden alcanzar de ella se les escape de las manos con la libertad del aborto? Yo habito, pues, en el piso MO.TEREs; y habiéndome casado (demasiado tarde), y hecho hijos, J alimentado a mi marido y a mis hijos, no he dejado de reflexionar en lo que me ha ocurrido por haber nacido con un sexo femenino . He reflexionado mucho, como las demás mujeres, pero me he quedado callada como ellas. Se me hablaba poco de ml cuerpo, y si mucho de mis hijos, comparándolos con los de las demás. Siempre el mismo jueguito; _pero ahora se jugaba con nuestros hijos y todas las mujeres juegan a ganar con sus nifios, que ya no pueden vivir tranquilos_, al verse atrapados por esta competencia entre mujeres. ¿Cómo pretende.r que sean felices de este modo nuestros queridos hijos? A mi cuerpo se le aplicaron normas y comparaciones; ahora son mis hij.os los que deben servir de cartas a jugar en esta pelea. a la que me precipitó mi nacimi.ento, ¿pero qué clase de pelea? ¿Mi vida es acaso una partida de cartas, donde solamente puedo disponer de algunas bazas? Y las bazas -esto resulta evidente- no son las mismas para los hombres que para las mujeres. Entonces decidf comparar las ventajas del hombre con las mías. Fue muy fácil: lodas las mías estaban del lado del cuerpo; las de él, del Jado del espíritu. Era evidente que entre los dos conformamos un ''todo" completo, pero con la conclición de que yo me calle, de que no quiera más feminidad y maternidad ... que la que él me otorga. Si yo me asomo a lo que fue mi vida de niña, si contemplo luego mi vida de adulta, ambas pueden sup·erponerse perfectamente: siempre se me mantuvo "fuera de". Y hoy debo quedar lejos de toda acción 126
social, salvo de aquellas que tengan que ver con el cuerpo. Si llega a haber en el gobierno una ministra, ella será de salud pública, de educación o de problemas sociales. Algunas empiezan a observar que a las mujeres se Jas mantiene a distancia, como si fueran brujas.
127
Sábanas blancas en el armario Sábanas roja~ en el lecho. JACQl..ES PRéVF.RT
Sábanas blancas en el armario. Sábanas rojas en el lecho. JACQUES PRÉVERT
VIL EL DESIERTO BLANCO ¿CÓMO denominar a ese periodo de la vida de Las niñas en que, bajo aspectos seductores y encantadores, nuestras hijas buscan inútilmente a alguie.n que "desee" su persona? Ellas se alejaron rápidamente de las faldas de la madre, comprendiendo que de allí no podían esperar ninguna salvación. ¿Pero adónde acudir? El padre, que constituye el otro polo de la alternativa sexual de la pareja parental, fue eotonces buscado como el que podría apreciar en su hija lo que él no tiene: este comienzo de feminidad que asoma bajo las apar iencias chatas de la niñita. L a hija desea ser percibida como "otra'', como diferente al sexo masculino: sólo el padre podrla cumplir esta función ante ella. Una niña que logra que su padre abandone el periódico que está leyendo y la siente en sus rodillas, es una niña que está probando su cuerpo y ha encontrado el lugar donde cesa toda inquietud para ella: e] padre es para la hija la salida del absurdo, el medio de aceptar como "bueno" su cuerpo de niña. El padre es el objetivo. Pero ocurre que en la mayoría de los casos el padre no está, falta a su casa, está ausente el día entero y en cuanto vuelva a la noche para ponerse a conversar con su madre, se acostará Juego con ésta y la bija sólo existirá para él "retransmitida" por la madre. La niña se desespera por no existir a los ojos de nadie, pues todo el mundo la quiere como persona, pero
131
nadie la considera como sexuada; y su vida e.e; así tan chata corno su cuerpo. . . Entonces tiene una idea ; ya que no puede existir en la realidad, va a inventarse una existencia con su muñeca (suerte q ue se inventaron las muñecas, no para condicionar a las niñas llacia su futuro papel de madres, sino porque es la única imqgen corporal conforme al cuerpo de la niña). bsta se evade sigilosamente del mundo adu lto y va a buscar su pareja, la que puede ser como ellá y a
la que sólo le falta la palabra, que l:r niña le dará. Palabra, catarsis indispeo.sable en eJ desierto de soledad por el que atraviesa. Si no se le proporciona a la niña una muñeca, ella se inventará una a partir de cualquier cosa, y hasta oculta en lo más secreto de sí misma, para poder comunicarse en caso de desastre. .. ¡Y desastres babrá muchos en su camino! Esta muñeca va a hacerle vivir al mismo úempo todo su futuro, que no viene lo bastante rápido, y todo su presente de niña "que no satisface" y, por lo tanto , es "mala". ¡,Sc. ha observado cómo, en el juego de las m uñecas, siempre aparecen claramente los dos personajes, la hija y la madre, y c6mo la niña no es buena y la madre la regaña? Es que esta muñeca tan " ma laH, en realidad está representando la imagen de la propia niña. La que aparece como buena es la madre, con todos sus atributos de persona mayor sexuada y su acceso al deseo del padre. En efecto, una vida de hija sólo puede vivjrse en FUTURO, como Ja muje r que será, pues el presente se reduce a un sexo inexistente, a un padre que falla. A veces, la niña siente el deseo de emigrar hacia un cuerpo sexuado de niño, ya que éste, al menos, ocupa un lugar auténtico. Y no es porque le envidie el pene al niño. sino que le envidia su propio ei,tatu132
to de varón. Suele ocurrir que las mnas sólo quieran muñecos varones, ya para (egañarlos, ya para quererlos por tener un Jugar que la niña sabe que no puede ocupar. La niña no posee ningún medio de trasponer la barrera que Je permitiría entrar en el campo del deseo edipiano. No tiene atributos, puesto que su sexo no es reconocido; no tiene objeto, puesto que su padre (salvo rae.as excepciones) no se ocupa de ella. Además, la niña no conoce de su sexo más que la mitad, ya que el resto ha quedado excluido de todo despertar manual por parte de la madre, quien sólo entroniza para su hjja la masturbación exterior, clitoridiana (y además lo b.ace mal, como ya vimos, porque desconoce el placer de su bebé-femenina a este respecto, y sólo reconoce en la mayoría de los casos su propio el ítoris como típicamente femenino). Esta masturbación primera, clitoridiana, permanecerá inscrita para siempre en el cuerpo de la niña, resistente a toda frigidez: las mujeres lo saben, Jo dicen, incluso cuando tienen una especie de vergüenza de hablar de ello desde que Freud lo ha ''descalificado". E n cuanto a la segunda mitad de su sexo, se le ha dicho (si t11vo la suerte de que se fo hablara de ello)
que será el hombre quien la descubrirá cuando ella sea grande. . . Siempre ese FlJI URO, siempre ese hombre al que hay que esperar como reveJ;idor. ¿Revelador de quién? ¿De qué? ¿Del pfacer de él, o del de ella? ¿La vagina como lugar de placer común del hombre y de la mujer? ¿Lugar simbiótico, psicótico? Vagina alienada al otro, al deseo del otro, al p lacer del otro. E l clítoris, el placer clitoddiano, sustraído al otto. quizás más verídico, menos sospechoso de co'qledia. Preguntas a plantearse cuando se habla del doble placer de la mujer ...
133
En suma, ser niña consiste en vivir a la espera: en el plano psíquico, esperar la llegada del hombre como Objeto sexual adecuado; en e! plano físico, acechar las pruebas de un sexo invisible por mucho tiempo. Pero en lo i nmediato, ¿cómo vivir privada de los signos del sexo, si no es imitando a la mujer? Ponerse tacones altos, inaugurar el maquillaje, mimar hasta el lenguaje. "Se juega a ser señora", ya que no hay un valor reconocible en ser niña y todo lo importante ocurre en el mundo de las "señoras". Copiar es todo lo que le queda por hacer a esta niñita a la que se deja tan alejada de todo; y mientras que se mantiene en silencio su identidad, que. queda siempre como en secreto, en cambio su identificación con la persona mayor se vuelve evidente para todos: "¡Oh, miren a esta mamita!" "¡Qué bien se porta tu bebé!" Según parece, en algunos pueblos negros la ficción se hace todavía más evidente: la niña camina sacando la barriga y las mujeres que pasan le dan golpecitos, preguntándole: "¿Así que esperas un niño?"' La mistificación viene de fuera : se empuja a la niña a hacerse mujer. En Jugar de reconocer lo que ella tiene de específico como niña, se prefiere empujarla hacia la belleza que la espera, hacia la maternidad como culminación, hacia el casamiento como ley ... En una primera época, se le impide vivir su sexualidad de niña para que sea un "angelito" . ¿Qué hace un ángel? Vivfr en lo alto, muy en lo alto, allá en el cielo, solamente en espíritu ; y así encontramos a la niña en el ámbito de la sublimación, esa sublimación que se ha dicho que faltaba en la mujer, pero que 1 Margaret Mead. L'Urt et l'Autre Se:u, trad. francesa. Den0el/Gontbier.
134
está increíblemente presente en la vida de la niña: las niñas dibujan mucho mejor que los varones, escriben poesías más bellas, inventan piezas de teatro más vivas que ellos .. . Pero luego, en una segunda época, se les va a inculcar (sobre todo durante la pubertad) el culto del cuerpo-objeto-para-gustar, y el de la maternidad vista como finalidad, y entonces las niñas convertidas en mujeres cambiarán de objetivo y le perderán el gusto a la sublimación. ¡Qué se va a hacer! El hombre no espera de Ja mujer que le hable (su madre ya le ha dicho bastante... ), sino que goce "gracias a él", que tenga hijos "por su intermedio''. ht no quiere saber nada con las sublimaciones de su mujer; la única admitida, la única recomendada, es la que se relaciona con l¡is ciencias de la educación, con la psicología (quizás del psicoanálisis: nunca se sabe, y la mujer e~ tan versada en todo lo que sea "comienzo"... ). Se le atribuyen todos los comienzos de la vida humana, en lo que tienen de natural, por estar inscriptos en su cuerpo, y en lo que tienen de castrador para ella. Al final, la sublimación, inexistente en la mujer a los ojos de Freud, no parece ser tanto w1a incapacidad femenina, como una prohibición masculina. La sublimación se la arranca el hombre al ÍIJlponerle el hijo. Hijo que ocupará después toda su vida, privilegio que se transformará en frustración. Porque ¡nada de ir a meter la nariz en otra parte!; y la otra parte es el hombre, las ideas, la política, la ciencia, la industria; en una palabra, la fuerza pensante de la nación. Nosotras debernos atenernos al cuerpo, cuerpo gozador, cuerpo engendrador, cuerpo sufriente: los hombres nos quieren reducidas a eso. A partir de la adolescencia y del encuentro con el hombre, Ja sublimación cambia de lugar, pues la mujer
135
queda encerrada en su cuerpo. Es una alteración total de valores: después de diez o doce años sin cuerpo sexuado, vivirá treinta años encerrada en la historia de ese cuerpo sexuado, que despierta el interés del otro; ¡ese oteo al que ella tanto convocó! Pero cuando Uega por fln y contrariamente a lo que ella esperaba, no Je aporta la vida sino la muerte. Ella existirá en cuanto cuerpo, pero se sentirá perdida o se verá en dificultades para todo lo que sea espíritu. Vale entonces la pena que nos detengamos un momento en el tipo de vida que nos propone el hombre. Abro cualquier publicación femenina y reconozco enseguida las paredes de mi prisión: el cuerpo y su juventud, la cocina y sus éxitos, el niño y su educación. . . Voy pasando las páginas, busco, espero ... ¿Hay algo más? No, allí está todo el universo femenino : prisionera de mi cuerpo, esclava del de los otros. Cuerpo femenino, siempre molesto; primero por estar demasiado ausente, después por demasiado presente, al punto de invadir todo el espacio vital de la mujer. Y las mujeres se sienten incapaces de deshacerse del "demasiado" y del "no bastante'' de feminidad que le ha tocado en suerte. Navegarán entre el de· masiado y el no bastante toda su vida, yendo del uno al otro sin conseguir nada. A menudo es el "no bastante" el que gana, el cuerpo suele revelarse antinómico dt:I espíritu, y yo escucho en el diván : "Si me miran, si un hombre pone atención en mí, me vuelvo estúpida, incapaz de pensar, de responder. incluso a lo que me dice". " Yo soy como una hoja al viento, una hoja que no tiene espesor... " " Mi infancia no fue nada, la veo como algo todo blanco, como un universo vacío". "Yo no me veo de pequeña, creo que no tuve lugar;
136
me acuerdo de mis hermanos, de mi madre, pero no de mí. .. " ¿Cómo no esperar cuando se es mujer? ¿Cómo no comprender que todo esto traduce la imposibilidad de alcanzar un nivel de exist encia diferente que el del mer-o aspecto exterior? ¿Cómo no recordar que el exterior le sirvió de interior a la niña, y ahora la mujer manifiesta que el exterior insuficiente cohabita. con un interior vacío? ¿Cómo no ver que este vacío, que se experimenta con tanta frecuencia, es la huella de la relación madre-hija, de la que estuvo ausente el deseo? No ser deseada es no vjvir: ¿no es eso lo que nos dicen todas esas niñas anoréxicas que, al rechazar el deseo, se adelantan a partir de alli hacia la muerte? ¿Por qué rechazar el deseo, si no porque comienza brutalmente corno algo insólito en la vida de la niña habituada a la relación blanca con todos y con todas? La vida de una mujer es un desierto blanco, segLúdo de un oasis coloreado, y luego un retorno al desierto blanco. Y la mujer padece al asumir tantos cambios brutales de su cuerpo, que cada vez le hacen pasar del DEMASIADO POCO al DEMASíADO, e inversamente. El deseo de la mujer, de toda mujer, es permanecer el mayor tiempo posible en la parte coloreada de su vida; su terror principal es regresa¡¡ al " blanco" de su infancia. De manera que la mujer, por su historia, hará todo lo posible por mantenerse en la posición "edipiana" coloreada, la que la establece en él deseo del hombre, que la quiere dominada. Y el canto falócrata del hombre operará entonces como el canto de las sirenas, arrastrándola a su perdición. Es muy alto el precio que las mujeres tienen que. pagar para mantenetse en e l oasis. Y qué dedr de las luchas intestinas que deben librar en tomo a ese bom-
137
bre que apareció demasiado tarde en la vida de Ja niña. Esas luchas se desarrollan a fuerza de celos, los famosos celos engendrados junto a la madre-rival aplastadora, y que reviven ahora frente a cualquier rival, a la que se ve como mortal enemiga. Si el niño, en su historia edipiana, enfrenta primero a su padrerival, después a su madre posesiva, la niña SÓLO ENFRENTA A su MADRE, y después a toda~ las demás mujeres. "Las mujeres se odian", ha dicho Annie Leclerc, pero se odian en nombre de la madre demasiado presente y a propósito del padre demasiado ausente de su vida infantil, que por eso mismo ellas no q uieren abandonar. Es impresionante ver el grado de idealización del padre al que Uega la mayoría de las m ujeres, en comparación con la imagen sumamente negativa de la madre, y no importa cómo haya sido ese padre. Y si este padre, por alguna razón muy ostensible, no puede ser magnificado, su hija se vuelve depresiva, quizá suicida, porque entonces se queda sin algujen que represente una respuesta, aunque fue ra ideal, a su feminidad. La falta de mirada masculina en la infancia de la niña la hará esclava de eso mirada por el resto de sus días. . . Y la falta de imagen en el espejo materno, hará que la niña esté dispuesta a adoptar todas las imágenes que se le propongan: se disfrazará. La mujer recordará siempre que ella desempeñó su primer papel en el escenario edipiano tratando de que apareciera su padre, semioculto entre bambalinas; y siempre sabrá representar Ja comedia que hará salir al hombre de su neutralidad. Terrible destino el de quedar separada de Edipo durante años; terribles consecuencias sobre el narcisismo insuficiente de la mu138
jer, sobre su perpetua culpabilidad con relación a una norma situada en un Lugar diferente adonde ella está, y sobre el surgimiento de su superyó, que me parece mucho más severo y compulsivo que el del hombre (contrariamente a lo que afirmaba Freud). Pero al fin llega el día en que a la niña le aparecen signos en su cuerpo; en que un muchacho silba a su paso por la calle, y entonces siente que algo se tambalea en su interior, si no es, "toda ella" la que se tambalea. Entra corriendo en su casa: ¿cómo, esta larga espera ha terminado? ¿El desierto va a poblarse? Su pequeña sombra, que hasta ayer circulaba tranquila por la calle, ¿va a ser iluminada por los reflectores? Este cuerpo que vivía en el "blanco" infantil, se vuelve de golpe tan coloreado que la joven enrojece hasta las orejas: ¿cómo se bace para pasar con naturalidad de la indiferencia a la excesiva diferencia? En la pubertad pueden aparecer dos actitudes: O bien .la jovencita se complace extremadamente al entrar por fin en el campo del deseo (tiene doce o trece años) y colabora al máximo, trata de recuperar el tiempo perdido, carga las tintas, se valoriza, procurando atraer esa famosa mirada masculina que se le aparece como la respuesta a su eterna pregunta: "¿soy realmente mujer?" Si hasta ese momento tuvo que hacer lo imposible para ofrecer las pruebas de su conformidad moral con la norma que se le propone a la niña -portarse bien, ser diligente y educada-, ahora va a tener que ofrecer pruebas de su adhesión al modelo físico de Ja jovencita: ¡nadie más intolerante que la joven de catorce o quince años en lo que atañe a su aspecto físico y a su vestjmenta! Es entonces cuando estalla de manera visible su oposición a la madre, pues esa niña quiere convertirse en
139
muja, pero 110 como su madre; ¡eso especialmente! ~oaoció difei:enda, y quíe.i:e mantenerla. Homosexualidad aparente entre madre e hija, pero inexistente en .realidad: la niña rechazó a esa madre por s.e r la ··otra mujer" mejor provista qúe ella, y ahora la seguJiá rechazando cuando la similitud de los cuerpos se hace visible. Pero ahora Ja que está en mejor posición es la joven: es a ella a q_u.ieo miran, y por eso se mos trará arrogante, ya que se siente "ganadora". No sabe bien qué hacer coa la homosexualidad de la adolescencia, que la madre veía 1legar con buenos ojos, como. una aproximación posible, y entonces 1a hija seguirá apartando a la madre de su camino, aunque aparentemente vaya a unírsele... A u.nírsele y a superarla, pues en la adolescencia el conflicto madre-hija se invierte. "Si usted su.piera qué mala es mi hija .. .'', me dicen las madres desesperadas. Sí, yo lo sé; pero si usted sup.iera desde cuánto tiempo Ja existencia de la rnadr;; como mujer es una amenaza pata el cuerpo de s u hija! Y esto las madres uo lu saben, y sólo sienten que ha sonado l.a hora de am!glar cuentas entre mujeres y que hay que tomar partido... La que ahora está fuera del juego es la madre, y su hija no se preocupa mucho de que no Jo note, y hasta puede llegar a tratada de vieja. ¿Acaso a ella no ~e la trató siempre de niña... ? Evidentemente, estos términos alejan de ta dialéctica del deseo. El que una mujer sea deseable. es en buena parte cuestión de edad. Por algo la e.dad es el terror de las mujeres. Mujeres que primero se irritan por ser demasiado jóvenes, pero no mucho después sienten panico de volverse demasiado
Coa la ma
viejas.. , Ln guerra que la madre le hizo sin saberlo a s u hija niña, ésta, al volverse adolescente, se la devolverá,
140
porque nunca pudo perdonarle que hubiera apartado ni padre de su cuna; lo cual es perfectamente cierto, pues la madre aleja al padre de la hila aJ reservarse para sí el monopolio de los bebés. Por eso nada tiene de sorprendente que la hija adolescente se vengue acumulando muchachos. Pero e lla parece obsesionada por el temor de que su madre pueda robarle su "objeto", interponerse entre ella y su amor, de la misma manera que antes se interpuso entre su padre y ella. Cuando La hija ingresa en el Edipo, siente miedo de que otra vez su madre le impida vivirlo, y por eso la combate. Que cada una de nosotras reflexione sobre este p unto : eJ amor por nuestra madre, ¿no tiene un vaeo sabor de " reconciliación"? Esta reconciliación data con frecuencia del casamiento, o del primer hijo; es decir, del momento en que la mujer joven ya no se siente amenazada por la existencia de la madre. dado que ella va a ser madre a su vez. La segunda eventualidad posible en la niña que llega a jo,,.encita, C$ la detención brusca, el rechazo a lodo cambio, habituada como está a Ja neutralidad. Se niega, pues, a entrar en el campo coloreado de los signos sexuados y de deseo. y vacila largamente ante el color .. mujer". Se viste p remeditadamente de manera asexuada. rechaza Lodo lo femenino como si le produjera horror, como si le espantara la posibilidad de transformar e en objeto de alguien. Hasta a veces llega a comprimir sus senos parn que no le aparezcan, o se viste con ropas flotantes para que no puedan adivinarse sus nuevas formas de mujer. Es que detestó demasiado a esta mujer como para querer convertirse ahora en ella, y por eso suprime en sí todo signo de feminidad . Hasta puede llegar a la anorexia, pues al negarse a comer, cree que le impedirá a su cuerpo pro<;cguir su curso, a sus senos
14 1
que se desarrollen, a las reglas que aparezcan.. . En general, esas jovencitas alcanzan logros intelectuales desproporcionados en comparación con sus compañeras, porque de ese modo pretenden mostrar que en ellas no ha tenido Jugar el transporte de ~a libido hacia el cuerpo1 y que se vuelcan bacía la sublimación. La anoréxica elige la soledad en contra del deseo, (pues se siente muy diferente de sus compañeras identificadas ya con la joven deseable). Estas jovencitas parecen indicamos la importancia de la opción en el cambio de la libido en la mujer cuando le aparecen los signos sexuales. Este síntoma, que sólo afecta a la mujer, merece ser considerado como la respuesta a una dialéctica de cambio, que se rechaza porque produciría una identificación inaceptable con la madre. Mientras .el .muchacho de su misma edad prosigue su evolución regular hacia Ja "masculinidad" y no tiene que hacer ninguna elec'Ción decisiva. desde su Jucha anal contra su. madre (que lo incorporará o no a la cat~goría de hombre si logra desprenderse de la dominación materna) , la niña vive ahora una opción dramática y tardía en su vida: "¿Debo aceptar o no el color " mujer"?" "El desierto blanco" se ha transformado en un universo multicolor, recorrido por la mirada de Jos demás : la soledad de la niña desaparece brutalmente y ahqra tiene que afrontar esa mirada, tiene que servirle de sustento al deseo, ella que debjó vivir desde su nacimiento en el sueño. De golpe se ve obligada a vivir en el presente, cuando sólo había tenido que vivir en futuro ... Y será luego otro proceso igualmente brutal el que, algunos años más tarde, la obligará a hablar en pa·sado : cuando deba abandonar otra vez el campo del 142
deseo. Vuelve a encontrarse entonces el pánico y el rechazo de la situación: tratará de borrar las arrugas, ocultará la edad, se teñirá Jos cabellos. Pero todo esto se presenta de una manera brutal, y la vida de una mujer no tiene nada de la continuidad que se ve en el otro sexo. Una vida de mujer es, pues, siempre demasiado, o demasiado poco; jamás alcanza el equilibrio entre ese cuerpo· que es demasiado estrepitoso o no lo bastante, y ese espíritu que busca una regulación, una evolución progresiva y lógica. Es esto lo que les hace decir a las madres que sus hijas son más complicadas que los hijos varones; en realidad es el cuerpo el más complicado, el que )e. plantea problemas a la mujer ·a lo largo de toda su vida. Es una locura pretender organizar la actividad de las mujeres sobre el modelo de su vida sexual y genital. Ello sólo puede conducir a una dis¡;ontinuidad contraria a toda realización verdadera. Si la realización de la mujer constituye un problema, ello se debe a que se ha tratado de asimilar su producción a la reproducción, y como consecuencia la mujer se ha visto reducida a algunos años activos de reproducción junto a incontables años de tedio. Su cuerpo demasiado rico en promesas significó una carga para su espíritu: el hombre· le arrebató La sublimación y la dejó circunscrita al hijo. Se sirvieron de su cuerpo para negarle su espíritu. Es esto lo que tanto encoleriza a las mujeres en el momento actual, y por eso lo pie11san dos veces antes de embarcarse en la reproducción. Continuidad, discontinuidad; aquí es donde se escinde la mujer de hoy, que ha comprendido que el hombre, al cantar las delicias de su cuerpo, se valió de él como argumento para dejar de l.ado su espíritu. 143
Ella iba a darle tanto amor, que su vida eatera, entretejida de cuidados y buenos oficios; perdería su. sentido fuera de su presencia. BolUS VfAN:
L'arrache-coeur
vm.
LA TELA DE ARAÑA
¿CÓMO describir al que no se es? ¿Cómo hablar de lo que no se ha vivido'? Sin embargo es posible relatar Jo que se ve de la vida de un niño, lo que nos dice el varón adulto cuando deja ca~r su máscara. ¿Qué fue lo que vi? Antes que nada, en mi contorno próximo, a Thierry que, desde los dos a los doce años, protegió con su mano cerrada en iorma de cuévano su precioso "objeto" masculino. ¿Contra quien? ¿Contra qué? ¿Pero Jo sabía él mismo? Hasta se volvió motivo de burla familiar: "¿Tienes miedo de que se te escape?" "¿Te crees que no está bien agarrado?" Y la pregunta tramposa que se formuló un día un tío que estaba con un pie en la psicología: "¿Por qué tienes tanto miedo de que te la agarren? ¿Acaso no es tuya?" Y Thjerry respondió ante el estupor general, incluido el de su madre: "Es de mamá.'' Y molesto por haber sido sorprendido en su miedo inconsciente y aparentemente ridículo, quitaba su mano por algunos instantes o se alejaba del adulto inquisitivo. Tengo en mi álbum fotográfico varios grupos de niños, donde Thierry figura en la posición de la Venus de BotticeUi. Pues, contrariamente a lo que creía Botticelli, no es la mujer quien, en caso de estar desnuda, tiene tendencia a esconder su sexo, sino más bien el hombre. ¿Cómo se explica que en la estatuaria griega y latina este gesto haya sido atribuido con tanta frecuencia a la mujer? La mujer tiende más bien a ocultar su senos. objeto de codicia por parte del hombre. Y efectivamente, parece natural que cada cual se apre-
147
su1c a poner al abrigo de las miradas :i4uelkl 4uc mas cnvitlrn el otro sexo; y para un niño vurún :llir de la casa. con i.u mano tucanJo~I.! la brngueta, g.:~t~l que le era muy característico (y uiza Lrataba Je t ranc.¡uili~arse comprobanuo t¡ue ~u objeto estaba en su lugar y que su matlre no se lo había robado todavía) . Thierry y Herve!, cuando fueron graJl(Jcs, ¿rccordnrían su gci.to in con~cien tc y habitual de niños? Yo me animo a apostar a que lo olvidaron. pero que el miedo a la mujer !>I! les trnmformó en alguna formé! de agresividad en su comportamiento l'renlc Al otr<1 sexo, y que seguramente hoy se los considera '·viriles''. Deben haberse olvidado de que pasaron su niñc1 protegiéndose salvajemente del deseo de su madn.:. > una vez convertidos en hombres, encontraron rl()rm,11 que se les atribuyera la creación de agua de coloni.· "salvaje", la lana "virgen". l!I calzoncillo marca "hom bre", el automóvfl "sin conccsiqne_s", etcétera. Seguranu:nte todos conocemo:; muchos H~rvé y mu chos Thicrry, grandes o pequeños. Es fácil ob. cnar cómo pasan insen:.íblcrntntc de la autoprotccciún a la autodefensa. Este proceso lo cumplc11 solo~. con Lo
preguntas. Hay Lma, uparenteme11te anodina: "bueno, ¿qué es lo que no and;1 bien en Li?" que parece tener el poder de llenarle los ojo:. de lágrimas cuando responde: "el problema es con ella. . ." , o de hacerle exteriorizar su rabia cuando prorrumpe: "es por culpa de ella ..." Sin necesidad de ningw1a descripción, de ninguna explicación yo ya sé, ya be comprendido, ya conozco el c11adro del Edipo (algo muy común para un psicoanalista) ; pero las madres, en cambio, ru lo conocen ni lo comprenden: ¿quién les ha hablado, por ejemplo, del riesgo de su presencia continua junto a su hijo? Aparentemente nadie, puesto que ningLma persona hace nada por compartir su función. Com o dijo Frcl1d, ·'tas madres se asombrarían" si se les dijese que su mirada de madre contiene, al mismo tiempo que amor. también deseo hacia el se~o opuesto1 por lo tanto deseo hacia su hijo; y que esto sólo puede $er asumido con miedo por el aiño varón. Un iniedu que, según ya vimos, 1 no aparece desde el principio, puesto que la simbiosis primera es favorable al niiio, ya que coopera con su narcisismo; sino que es un temor que se manifiesta posteriormente, en la etapa anal, cuando el niño debe asumir al mismo tiempo eJ aprendlzaje de la limpieza y Ja comprobación de lu diferencia entre los sexos. La madre (la que vive con el niño) es el soporte de esa diferencia de sexos; tanto para Ja n iña, que ve a la madJe como superior <1 elh1. como para el niño, que la ve con un "me-nos'' en el plano del sexo. Mientras que en la niña la comprobación de la supe1
A riesgo de parecer insistente, vuelvo a presentar aquí un cierto número de observaciones que ya expuse antes; no por desconfianza baeia el lector, sino para volver a agrupar esas ob~-ervaciones, a. fin ue que. .;;i.parezca con mayor claridad la construcción de la psicología masculina.
149
rioridad de su madre ongma su ENVIDIA, en el niño la visión de la inferioridad de su madre genera MIEDO; pues, como señaló Freud, todo niño cree que el resto de la humanidad está hecho a su imagen y semejanza, y si la madre no tiene sexo de varón, es que ya no lo tiene más, o que lo ha perdido, etc. Este "menos" del cuerpo de la madre es visto inmediatamente como pérdida, como desaparición eventual, como castración posible. Y éste es el gran mal que amenaza toda la vida futura del hombre: le tiene miedo a la castración . . , Tiene miedo de que todos los seres que "no lo tienen" (es decir las mujeres, al. igual que su madre) se quieran apoderar de Jo que "él si tiene". Es así que la madre ap arece como peligrosa por dos conceptos: por no poseerlo y por desear inconscientemente el del hombre, aunque sea su hijo; y el niño siente esto como una AMENAZA: miedo a la castración ( dixit F reud). Toda la teoría freudiana sé encierra aquí: · ese miedo a la castración acomp añará siempre al hombre y lo obligará a defenderse primero de la "mlijer" y después de todas las mujeres. . . Fantasía masculina que le atribuye a la mujer "la envidia del pene'', cuando en rigor esta envidfa es el fruto de la imaginación del hombre acosado por la idea de que ELLA va a quitárselo a ÉL, o sea que va a castrarlo. Si el psicoanálisis hubiese sido escrito por una mujer, sin duda que jamás se habría hablado de CASTRACIÓN: la castración es una idea de niño varón; la ENVIDJA es una idea de niña. Efectivamente, todos pueden comprobar que cuando se llega a la edad adulta, la mujer trata de alcanzar lo más que pueda de sexo, y el hombre trata de pre-
150
servar el suyo baciéndose respetar lo más posible como macho. La envidia está del lado femenino, las mujeres tienen montones de envidias, de sueños; siempre par.ece que están esperando algo de otro. En cambio la defensa está del lado masco.lino ; el hombre acumula poderes que le permitan consolidar su supremacía. Finalmente, el ansia femenina de tomar, de poseer (ansia muy generalizada y que no apunta solamente -y qujzá muy poco- hacia el sexo del var6n: así, las niñas sueñan siempre con ser reinas, es decir, con las que lo tienen todo), genera en el hombre el miedo a ser poseído, despojado, atrapado, como se dice corrientemente. Y es lo que "ellos" expresan con mucha frecuencia en el diván: "Mi madre siempre está pegada a mí, imposible desprenderse de ella, la siento· siempre encima, me dan ganas de gritar, de romperlo todo, de hacer algo". "Ella está allí, siempre; y cómo desprenderse de ella; aunque yo esté a 800 kms de distancia, yo sé que sabrá todo lo que hago... " "¡Qué dificil es desprenderse de su madre!" "Si yo pudiera romper esto que me sujeta, que me aprisiona, que me liga a ella continuamente". "Hago siempre este gesto con mis manos: el gesto de apartar algo que me molesta, como 'ella', que estaba siempre ahí". "Cortar el cordón umbilical, esa es la cosa; cortarlo. separarme de ella, no sentirme mrapado por ella, etcétera.'' "Acostarme con una mujec para decirme ¡ya está!, soy realmente un hombre, le he ganado a 'ella'; para mí es la única prueba que vale". Casi todos los hombres que tratamos están poseídos en mayor o menor medida por la idea de sepa151
rarse, de de~vrenderse, de alejarse de la mujer. Y siempre están buscando por todos los medios diferenciarse de ella mediante papeles distintos, o una naturaleza distinta. A IQ sumo el hombre adorna a la. mujer con ciertas cuaüdades que nos atribuye, y a las que renuncia deliberadamente: la intuición, la dulzura, la ternura, etcétera. Entre tanto, se rodea de defensas: él no debe ser ni dulce ni tierno ni sensible; es allí donde se establece la diferencia, cosa de no caer en la similitud, de no caer en lo femenino, de evitar la castración ... El hombre desempeña su papel de hombre por temor a ser asimilado a una mujer, mientras que la mujer desempeña su papel de mujer por miedo a ser asimilada a "nada" . Y cada uno está encerrado en_ un estereotipo terrible, por miedo a salir de 1os caniles de su sexo,, al parecer insuficientemente establecido. E l encerramiento del varón, la feminización de la niña, se operan únicamente con referencia al sexo de la madre-educadora. Una mujer me dijo una mañana : "Una mujer sólo se estatuye como tal, con referencia a otra mujer". Sí. los dos sexos "se estatuyen" con referencia a la mujer, y raramente, o dernasi·ado tardíamente, con referencia al l)ombre, ausente de la educación, o casi, tanto en el plano familiar corno en el socia'!. P_ero volvamos a la lústoría del niño >'arón: ya vimos que su primera relación angustiosa ocurre cuando su madre Je retira sus beces, y entonces él se imagina que ella quiere qtiitarlc " otra cosa". Eo efecto, aunque él no haya comprobado de visu que su madre no tiene pen·e, le preguntó a su madre (como la 11iña con referencia a los senos) si ella es semejame a él (tal es su primera idea) , y su madre le contestó que ella "no tiene". El niño se asustó y se imaginó toda 152
una historia en la que también a él podrían quitarle eso; y justo su madre viene a pedirle que le dé algo que es de él: ¡es lógico que le caiga realmente mal! Por cierto que, no es el ideal pedirle algo a alguien gue tiene miedo de perder un pedazp de sí mismo, ¿pero de qué otro modo actuar cuando es indispensable que el niño esté limpio? En todo caso, él lo ve con otros ojos, y va a iniciar su lucha anal (véanse pp. 108 ss.), vn a valerse de distintos ardides, como simular que no tiene ganas cuando se lo· sienta en la bacinilla, para hacerse en los pañalés al momento siguiente. O se hará antes de la hora fatídica. Se convertirá en eocoprético, o peor, no le importará nada: pero ante todo, la cosa es salvarse del deseo materno, desprenderse de ella y de lo que Je pide, de manera que el adiestramiento de la limpieza del niño se prolonga mucho más de la cuenta. t:.I no se avendrá a obedecer hasta que llegue el día en que encuentre la manera de ganarle a la madre en otro terreno , convirtiéndose en agresivo, en caprichoso, en difícil ( mientras que el bebé-varón es más fáci l que la bebé-niña. el niño varón es más difícil que la niña ) ; así, el niño manifestar á de mil maneras su oposición. Q ueda declarada así la "peq ueña guerra'". Por Jo demás, también veremos que el niño en sus juegos prefiere las batallas: si no tiene soldaditos o caballos, encontrará siempre Ja manera de establecer una relación de fuerzas de alguna manera, y todo va a resolverse para él en " más fuerte" o " más débil". Y él, mientras, se imagina ser un Zorro victorioso o un Tarzán conquistador, o suena con que es un aviador que hiende el espacio más rápido que todos. Las fantasías del muchacho giran siemp re en torno a la victoria. Así, poco a poco, el hombre se va convirtiendo en agresivo-defensivo de su persona; su lenguaje mismo
153
L
lleva la marca de ese rasgo: habla con dureza, empleando términos fuertes, incluso indecentes, sucios, y a veces esto llega a convertirse en un mito masculino : el hombre cree que es de buen tono hablar groseramente... Pero puede ocur.rir que, por diferentes razones, el niño no sea capaz de emprender el camino clásico de convertirse en "hombre" y que derive en otra dirección, renunciando a la lucha porque el "enemigo" es demasiado fuerte. Sigue entonces el camino de la regresión: ante el esfuerzo que se le exige, renuncia, muere: se vuelve apátko, o enurético o encoprético; no se interesa por nada a causa del miedo de volver a caer en el deseo que le atribuye a la madre o a los padres. En una palabra, prefiere no crecer con tal de no afrontar la guerra y correr el riesgo de la castración; prefiere segufr siendo niño, si el estado adulto Jo obliga a enfrentarse con el deseo de una mujer. Una mujer no sería nada; ¡pero lo malo es que se trata de mujeres, pues el niño se ve rodeado de eUas! No aparecen más que mujeres en su paisaje, pues cuando abandona el universo de su madre, entra en Ja guardería donde tendrá que enfrentar a la que se encarga de los niños, y después en la escuela tendrá que vérselas con la maestra. . . Y mientras sólo ve mujeres a su alrededor, su padre Je parece demasiado distante cuando siente la presencia de su "dominadora". Es una catástrofe para este niño que la enseñanza esté exclusivamente en manos de mujeres, pues no posee ningún medio de .liberarse de su miedo a la castración, al estar en medio de tantas personas que " no tienen". Yo me acordaré por el resto de mi vida del rostro desesperado de mi hijo cuando le quité el sombrero que su maestra le había puesto a propósito, para avergonzarlo como castigo. Descubrí allí el inmen-
154
so abismo de haberse visto humillado por la "que no tiene". Mi hijo me miraba para ver si yo lo comprendía y de qué lado me ponía. Al ver que yo captaba Jo que ocurría en su interior, estalló en sollozos, para enseguida ponerse a vociferar; y Jerónimo tenía sólo cuatro años. Su inconsciente se encontraba en plena efervescencia, pero su maestra, que tenía treinta años, era totalmente ignorante de lo que podía ocurrir en un inconsciente de niño, y había creído adoptar una de las nledidas más anodinas para castigarlo por su desobediencia. En ese momento comprendí que si ese mismo castigo lo hubiese aplicado una roano de hombre, mi hijo no habría necesitado defenderse. No hay nada más duro que ver que nos aplica la la ley alguien que no está de nuestra parte ; y ya que hay mezcla de alumnos, tendría que haber también mezcla de maestros, a fin de que los varones y las niñas se encontraran en igualdad de condiciones frente al poder. Esto es resueltamente descuidado o ignorado en un país como el nuestro, donde para asignarle algún lqgar social a Ja mujer, se le atribuye casi exclusivamente el cuidado del niñ0 y su educación. Cuanto más crezca el varón, más firmemente organizará su defensa "anti-mujer" ; y cuando llegue a la adolescencia será curiosamente ambivalen:ti; frente a Ja jovencita, con la que querrá encontrarse, al mismo tiempo que querrá apartarla. Por eso es muy probable que salga con ella por algún tiempo a fin de saciar su curiosidad por el otro sexo, pero pronto declarará muy resueltamente que él la dejó de lado porque estaba "con".* Magnífica injuria, que corresponde exactamente a lo que el joven quiso expresar: eila fue
* "Con", en el babia. popular francesa, tiene el doble significado de "coño" y "estúpido". [T.] 155
rechazada por pertenecer al sexo femenino, no por ser tonta .. . A esta altura de ta adolescencia, el joven no parece tenerles miedo a las mujeres; las domina con su desprecio generalizado hacia todo el género femenino, sueña con someterlas, y después, un poco más tarde, con "hacérselas" sexualmente. ¿Cómo podría esperarse que el acto sexual no contuviera fantasías de dominación pot parte del hombre? ¿Y cómo la mujer podría benefic.iarse con él, si ha perdido todo derecho a decidir y a conducir ese acto? Siempre será el hombre el que pretenderá responder por el placer femenino; gracias a lo cual nosotras debemos encontrar placer de la manera como él encuentra placer: no hay rnás que una sola modalidad del placer sexual, y es la que eJ nombre inventa; por eso las pretensiones recientes de las nuevas mujeres lo atemorizan pues teme perder su supremacía. De ahí que parezca tan duro de oídos cuando se trata de los caminos del placer femenino. También a causa de su necesidad de dominar a la mujer, el hombre se opone a la ley sobre el aborto, que ha liberado a la mujer de sí misma y de su deseo del J1ijo. El hombre, que tiene el vientre vacío por siempre jamás, se niega a que alguna mujer considere esto como poco valioso. . . Se niega a que la mujer tenga una problemática propia, puesto que él pretende regirla absolutamente. Él, que no puede llevar la marca del amor en su cuerpo, se niega a que la mujer sienta deseo, como no sea para transformarlo en deseo de tener un hijo: en el hijo, al menos, el varón puede ver su marca ... En cambio, si la mujer puede· abortar, al hombre le parece que ha querido el placer para ella sola, y que así se le ha escapado del placer que él regía ... Esto no lo soporta, y es lo 156
:¡ue cietermina que esté de acuerdo con Ja contra:oncepción, pero no con el aborto .. . Formula obje:iones morales o médicas, pero en el. fondo lo que lo atormenta es que la mujer no vea las cosas como él, y que se tome Ja libertad de vivirlas de otro modo. En suma, este hombre que perturba constantemente nuestro ca mino, ha sido forjado empero por nosotras mismas, las mujeres, tal como es hoy. Nuestra cárcel femenina la hemos edificado nosotras, sin saberlo, sin quererlo. sin p oder evitarlo. La tela de araña que nosotras mismas tejimos alrededor del niño varón nos encerrará más tarde: jamás tendremos el derecho a salir del espacio que nos ha sido adjudicado para movemos. La "araña" será él y nosotras su presa de por vida, por haber querido reinar en sus primeros ru1os y gobernar su existencia de varón joven. Ninguna mujer debería ignorar las trampas del inconsciente materno; ninguna mujer debería aceptar educar ella sola a su hijo; ninguna madre debería permanecer neutral ante la feminización de la enseñanza de los niños pequeños. Pero esto que acabo de decir, ¿lo saben, acaso, las mujeres? ¿Quién puede decírselo? ¿El psicoanálisis? Pero el psicoanálisis ha estado y está muy mayoritariamente en manos de los nombres. Quizás también opera en ese campo el placer masculino de la dominación a través del saber. Es preciso que las mujeres estén al lado de los hombres para impedir que la ciencia siga aliada de la ignorancia; y es preciso que los hombres estén junto a las mujeres para que la educación no siga siendo una palabra que rime con prisión.. .
157
Sí. Estoy deseando ser tu mujer y quedarme sola contigo, y no oír más voz que Ja tuya. FEDERICO GARCÍA LoRCA:
Bodas de sangre
IX. EL ENCUENTRO IMPOSIBLE PoR encima del gran miedo "anal" del hombre y de
la gran exigencia "oral" de la mujer, viene a insertarse el sueño del amor. Ambos van a la búsqueda de la simbiosis perdida. Con parejo impulso, se encanúnan hacia el encuentro "peligroso", recuerdo del que tuvieron antaño con Yocasra. Amar es buscar conscientemente lo que nos ha faltado, y volver a encontrar, las más de las veces de modo inconsciente, lo que ya conocímos. El hombre sale de una guerra sin cuartel contra otra mujer, su madre; ta mu}er emerge del desierto blanco de su infancia. Se encuentran, se miran, se hablan, se tocan, y les parece que ya se conocían, como si vinieran los dos del mismo lugar (y así es, pues el primer paisaje que ambos. ven, es el rostro de la madre) , y como si hubieran recorrido los mismos caminos (pero esto, en cambio, es falso, pues vimos cómo difieren sus itinerarios) . La simbiosis ya aparece allí, por encima de las palat>ras. Como los dos están duramente marcados por su fracaso con Yocasta, no se atreven a hablar por miedo a perder esa simbiosis : el varón fracasó al no poder llegar al cuerpo de la que amó en su infancia; la niña, al no ser deseada por la que ella quería. Y eso que les faltó a uno y otro sexo, parecería que va a poder recuperarse abora, con ese "te amo" que los unificará en cuerpo y espíritu. El momento del encuentro es un momento único, en el que se interpenetran el consciente y el incons-
16l
ciente; el deseo se convierte en realidad, el sueño baja a la tierra y aparece bajo la forma de un rostro que se distingue entre todos, por ser el "objeto" que uno y otro esperaron secretamente. Desde la etapa del Espejo en que emergimos de la simbiosis con la madre y descubrimos la soledad, cada uno de nosotros esperaba este momento capaz de anular Ja dualidad descubierta entonces y de restabJecer la 11nidad primera. El amor es la tentativa de volver a trasponer el espejo en un sentido contrario; es anular la diferencia, renunciar a lo individual en nombre de la simbiosis. (Es acaso la misma fantasía que nos impulsará a franquear también la barrera dt: los cuerpos y nos conducirá a la unión sexual vista como pérdida de la conciencia de sí y como descubrimiento del "uno" distribuido en dos cuerpos sin limites). El amor es el deseo llevado al extremo de una única identidad para los dos; es el pasaje hacia la fantasía primitiva de la unicidad con Ja madre. En el momento del amor, la disparidad, la diferencia, la disimetría se transforman en conjunto armonioso, en similitud, en simetría perfecta de los dos deseos. Suele decirse que "el amor es ciego"; y esto es profundamente verdadero, pues el principio del placer, siempre presente en nuestra vida, nos lleva a buscar la fusión ideal con la madre, fusión que habíamos dejado atrás, pero que no cesamos de querer reencontrar en el objeto amado. Esto nos conducirá a confundir el sueño con la realidad, hasta el punto de confundir un rostro con otro, y asimilar una sonrisa con otra. A fuerza de querer ver el "objeto ideal", ya no vemos claro. . . Quedamos a expensas de los espejismos de nuestro inconsciente. Así, las fallas del ser amado se borrarán en bien de sus cualidades, y si tiene defectos, los asimilaremos a semejanzas entre los enamorados. 162
En el amor todos sueñan. ¿Pero se puede hacer algo mejor frente a la irreparable soledad que descubrimos un día, en la etapa del Espejo? ¿Se conoce algún otro remedio frente a las heridas que dejó en cada uno de nosotros el inconsciente materno? La pareja es la fantasía del reencuentro con una madre que jamás se había vuelto a encontrar: es el sueño no sofocante para el hombre y deseoso para la mujer, del que tan bien nos habla Verlaine:
Tengo a menudo un ¡uer"ío e;rrraño y envolvente con una desconocida mujer a la que amo y me ama pero que no es jamás totalmente la misma y que tampoco es otra, y me ama y me comprende. Al ser descubierta esta mujer (o este hombre), todo debería ocurrir como en el mejor de los mundos; pero esto sería no tomar en cuenta el segundo principio inconsciente que interviene en el amor, y que es el de la repetición. Este principio nos va a obligar a repetir situaciones, a revivir afectos que conocemos bien: esta mujer no es "totalmente la misma", pero "tampoco es otra"; vale decir no es la Madre que conocimos, pero tiene que ver con ella. Si las fantasias que responden al principio del placer .nos facilitaron el encuentro con el objeto, el principio de repetición va a tender a aproximar este amor actual a nuestra primera elección de amor, que fue la madre, lo que no siempre resultará feliz. Pues no volveremos nunca a trasponer el espejo sin llevar con nosotros toda nuestra hhtoria edípiana o pre-edipiana con la madre; y si al comienzo del amor, todo lo que ésta tuvo de nocivo para uno y otro desapareció bajo los efectos del principio del placer, pronto reaparecerá con los rasgos del elegido que, bajo los efectos del 163
principio de repetición, va a convertirse en lugar de reminiscencias infantiles, que tendrán que ver en mayor o menor medida con Jo real (fenómeno de proyección), pero mucho más con la fantasía original. Lo que va a crear dificultades en la vida en común es la persistencia involuntaria de los comportamientos que antaño estuvieron destinados a "otro", y que por la vía de la transferencia amorosa vuelven a ocupar un Jugar dentro de la nueva relación de pareja. El hecho de que todo amor adulto sea siempre segundo con respecto a Ja relación de objeto que nos unió a nuestra madre, es la desventaja que habrá que vivir leal o deslealmente en La pareja. ¿Cómo volver a encontrar a la "madre" (ya vimos que el hombre pasa de la madre a la mujer, y que la niña pasa de Ja madre al hombre tomado corno objeto de sustitución sexual ), sin que se perfile inmediatamente la sombra de Y ocasta: la trampa aprisionadora que ésta representó para su hijo, la extraña insaciabilidad que desencadenó en su hija? El 1emor a ser atrapado de nuevo (en el caso del hombre) y el miedo a no ser lo bastante amada-deseada (en el de la mujer) , serán las dos constantes que se harán presentes en todo amor, señalando la inmortalidad de la marca engendrada por Yocasta en la cuna. Aunque se le deban los encantos del amor (por el deseo de volver a encontrar La simbiosis primera) , las dificultades de la vida en unión también dependerán de esa marca ... Si el hombre, tratando de conservar su libertad, se aleja ua poco, la mujer padece por ello secretamente; y si la mujer, tratando de comprobar si es amada, reclama pruebas, el hombre se sentirá atrapado de nuevo en la trampa. Tal es la dialéctica del amor, y se verá más bene· ficiado el que, reconociendo las fantasías del otro, ne
164
las tome por realidades, y tenga la posibiJidad de jugar el juego sin tragarse el anzuelo. Por ejemplo, el hombre reclama una mujer dulce (para estar seguro de su dominación, siempre cuestionada): ella puede "mostrarse" dulce1 pero sin ser :forzosamente masoquista... La mujer pide un hombre que "sólo se ocupe· de ella": él se lo puede conceder, sin convertirse necesariamente en su esclavo. El amor debe entenderse como eJ arte del compromiso éntre la fanta~ía y la realidad de cada uno de los miembros de Ja p<.•~j;:i . Como el amor comienza por la simbiosis, su perenóidad exige que se recorra y se reconozca el>ia primera etapa como un "sueño", y que el hombre y la mujer eomprendan que la simbiosis entre ambos es t:rn peligrosa como la que vivieron con la madre, y que puede desembocar en el masoquismo, o sea en la muerte virtual de uno y otro, o de los dos. Ambos sólo pueden permitirse breves incursiones regresivas; el resto debe ser el reconoeimiento, a veces doloroso, de Ja diferencia que se debe asumir, de la distancia que hay que mantener. Se .comienza a vivir juntos para experimentar una simbiosis; se permanece juntos para enriquecerse con una diferencia; pero la soledad sólo será vencida transitóriamente, o sólo por excepción: imposible regresar .al vientre materno. Vivir este renunciamiento, asumir este ciolor, conservar esta nostalgia, lleva a la poesía, a Ja música, a la pintura, a todo lo que puede apresarse con la fantasía y fijarse eternamente, respondiendo a esta formulación: "Yo hubiese querido que e1 mundo fuese otro y lo expreso, ignorando que1 al hacerlo, señalo la diferencia entre lo que vivo y lo que bubiera querido vivir.. . Prefiero a este mundo que veoi el que llevo 'en mí, en lo más secreto de mi persona". Tal es la
165
fantasía del artista: rechaza lo poco que encuentra, para vivir con el todo que imagina. De la misma manera, el enamorado retransforrna el mundo, VlJelve n modelar nl "otro" a su manera, según su necesidad. No ve al otro como es, sino como necesita que sea, a fin de reparar la falla primera con la madre. EL
HOMBRE EN LA PAREJA
El varón proviene de un idilio imposible con una mujer, su madre; todo lo que busca es otro idilio, pero ahora posible, con otra mujer "permitida". Pero no ha olvidado su drama con la primera. De niño, le decía a ésta, con todo candor: "Cuando sea grande, me casaré contigo". Pero tuvo que renunciar a elJo a causa del competidor, su padre, pues "ella" estaba casada con él, aun cuando a veces parecía preferir al hijo. El padre se constituyó en rival insuperable, y por eso el hombre temerá siempre que otro le arrebate su mujer. Por algo la peor injuria que puede recibir un hombre es que lo traten de "cornudo". El hombre es celoso con enorme frecuencia. pero sus celos no son semejantes a los de la mujer (desesperación de verse abandonada), sino que consisten más bien en la furia de verse suplantado por otro. Primer efecto de la repetición en el seno de Ja pareja: el hombre tratará de apartar a todo rival (véanse los ritos en ciertos países africanos y árabes. cuyo objeto es probar la virginidad, vale decir, la pertenencia a un solo hombre) . Los hombres, a causa de su temor ancestral a ser desposeídos de su madre, tratarán de imprimirle a su relación de pareja la marca de su posesión, ya por signos que impondrá en el cuerpo de la mujer, ya por usos y costumbres concer166
0 ientes
a la fidelidad. Por ejemplo, en nuestros países Latinos, la ley castiga mucho más severamente a Ja mujer "infiel" que al hombre "que engaña".
La segunda repetición, no menos nefasta para la pareja, tiene que ver con la afectividad del hombre. Por haber tenido que callar sus sentimientos amorosos hacia su madre al resolver su Edipo (aunque lo haya hecho en forma relativa), parece haber perdido toda posibilidad cie expresar sus sentimientos amorosos. Su lenguaje es extremadamente reducido y pobre en afectos, pues el hombre ha adquirido el hábito de reprimirlos, y muchas mujeres se quejan de que la acción, en el amor, sustituye con demasiada frecuencia a la palabra, lo que para ella tiene el efecto desolador de conducirla a Ja posición de objeto deseabk, en lugac de hacerla pasar a la situación de sujeto deseado. El hombre se calla demasiado frente a su compañera que se desespera por ello, ya que tiene tanta necesidad del "te amo" reparador de su unidad dañada durante su infancia. El hombre parece poco apto para restaurar la carencia narcisista de la mujer, al no darle las palabras de amor y de deseo que ella tanto necesita desde su más tierna edad. En el caso más frecuente, el hombre, a causa de su Edipo traumático de niño, se habituó a no expresar sentimientos tiernos, emociones, lágrimas, signos todos de debilidad quz se le atribuyen a la mujer; y de ese modo le amputa al amor toda una dimensión, la del lenguaje: raros son los enamorados que abnndcn en palabras. Para el hombre, la manera más corriente de manifestar sus sentimientos será " poseer" a Ja mujer (¿se dice alguna vez que la mujer posee al hombre? No, se dice que se abandona, que se entrega, que se da... ) . Y esto es el efecto de la tercera repetición
167
masculina: dominar para no ser dominado. En amor, el hombre quiere ser dominador; en la casa quiere ser el dueño; siempre está cuidando de que "ella" no se desborde sobre su libertad (sin fijarse s.i eso supone que ella debe desprenderse de la propia... ) . El hombre suele utilizarlo todo para mantener a la mujer en los lugares de donde é1 está ausell!te: le comprará una computadora hogareña o preciosos utensilios para preparar comida; pues lo que más teme es encontrarse en el mismo lugar que ella (como en tiempos de la simbiosis con la madre) y hará todo Jo posible paca evitar el encuentro con la que ha elegido para vivir. De esa manera, la mujer se ve totalmente limitada debido a que el hombre al que ama está ba.bituado a exigirle pruebas de su feminidad, de su capacidad doméstica, etcétera. La feminidad es, pues, la prisión en la que el hombre pretende "encerrar" a la mujer para no arriesgarse a encontrada en el mismo camino que él: el hombre Je tiene un miedo psicótico a la que dice amar. Para vencer ese miedo y asegurar más su dominación, instalará su deseo por todas partes y ocupará él sólo todo el espacio disponible, lo que va desde el "¿qué se come esta noche?" hasta el "¿dónde. metiste mi saco?" (aun cuando, en el mejor de los casos, fue él mismo quien lo guardó). En cualquier caso, a ella sólo le está permitido responder. En la cama, la misma actitud: él tomará todas las iniciativas (buenas o malas) y ella sólo podrá responder. Jamás el hombre le preg\lntará cuál es el tinte de su deseo. Basta ver el rechazo de los hombres a leer cualquier artículo que se refiera a las vías de sexualidad femenina: prefieren siempre decidir ellos. Veremos enseguida, al estudiar la relación sexual, que si ella se toma la libertad de expresar su deseo, las 168
posibiJidad~s de éxito de su compañero pueden verse notablemente disminuidas. Nada amenaza más al hombre que el deseo expresado por la mujer, quien no deja de aparecérsele como una trampa maléfica (refeáda al deseo de la madre todopoderosa). El hombre mejor dispuesto hacia la mujer amada; será. por lo menos ambivalente con ella. Además, para asegurarse que no volverá a caer en la dependencia, el hombre se inventará toda una serie de libertades que se toma fuera del hogar, lejos de su mujer; y ello porque necesjta un margen de seguridad, necesita huir de la simbiosis, que en cambio la mujer busca tan empeñosamente. El hombre tiene tal necesidad de libertad en Ja pareja, que sorprende dolorosamente a su compañera, ya que ésta no se consideraba su enemiga y sóñaba con la unidad. Aparte de todos estos sufrimientos causados por la repetición proveniente del hombre, ¿qué ocurre en la mujer?· ¿qué quiere volver a representar incansablemente ella también?
LA MUJER EN LA PAREJA
Ella sale de una relación blanca con la madre y desea el amor .más coloreado posible. . . Proviene de una situación que se dio según un trazado paralelo y ahora aspira a la convergencia. Después del desierto, necesita el oasis. Ella abandonó hace mucho tiempo a la madre no deseadora y ha marchado desde entonces en la soledad y en la simulación. Por eso espera ahora, de este "otro"1 una palabra reunificadora. El hombre amado es el que, por estimar y desear á1 mismo tiempo a la mujer, puede restablecer en ella la unidad interior, perturbada fuertemente en su in169
fancia, en que el nmor de la madre sólo pudo engendrar en ella la división entre "objeto amado" (lo que ella fue) y "sujeto deseado" (lo que no pudo ser). La mujer busca ca el amor la unidad de su persona. que no ha podido conocer hasta entonces, ya que fue estimada en su niñez y deseada a partir de su adolescencia. A través del amor trara de reunir al "sujeto estimable'' con el "objeto deseable", buscando sentfrse por fin una persona. La mujer quiere aprovechar Ja ocasión que le ofrece el hombre para ser por primera vez un "objeto que satisface" a alguien. Debe observarse aquí que el varón, por nacer en el Eclipo, conoce esta situación desde el principio y lo que busca es salir de ella; mientras que la niña está siempre procurando entrar y después mantenerse allí. El drama de la mujer consistirá en llegar hasta esa situación en alguna medida, pues también ella va encontrar en su camino el principio de repetición. que con mucha frecuencia le impedirá alcanzar su objetivo. pues la palabra reuoificadora del hombre, el famoso "te amo", no le bastará siempre. La insatisfacción inicial va a manifestarse ahora dentro de la relación amorosa, y la mujer no podrá creerse "buen objeto" aunque su compañero se lo diga. Tendrá tendencia a compararse con las demás mujeres. sus rivales actuales, con las que querrá medirse, lo que la someterá a esclavitudes y obligaciones evidentes sólo para ella (preocupación por alcanzar la perfección en todos los dominios de La vida corriente) . El factor de repetición la impulsa a insistir siempre con la misma pregunta: "¿me amas realmente?"; pero cualquiera que sea la respuesta del amante, ella jamás puede integrarse definitivamente, pues ya pasó el tiempo en que estas palabnls hubieran podido es170
tructurarla; y al haber caducado esa posibilidad, la mujer, a pesar de su necesidad de nacer a partir de una palabra de deseo, no puede lograrlo sino temporariamente, con gran sorpresa del hombre. ~ste, por su parte, no sabe bien qué bacer ante Ja insaciabilidad de su mujer, que le plantea eternamente la misma pregunta hasta en los momentos de los juegos sexuales, que nosotros ya vimos que él los prefiere desprovistos de afectividad, ya que en su sentir afectividad y angustia suelen ir juntos. Por lo tanto, lo que es visto por "ella" como tranquilizador, para "él'' resulta angustiante. ¡Bonito resultado del fenómeno de la repetición en los dos miembros de la pareja! ¿Qué podemos hacer? Sólo desear que la cosa que se repite no esté en tan radical oposición para uno y para otro. Esta mujer será catalogada por el hombre, dada esa exigencia, como una mujer devoradora : allí en su cama, está justamente lo que él más teme encontrar en su camino masculino; de ahí su tendencia a no responder al cabo de cierto tiempo. H uida hacia el sjlencio por parte de él, soliloquio desesperado de ella : a eso Jos lleva el hambre oral de palabras que domina a la mujer. Pero, así como el hombre tenía siempre necesidad de comprobar su libertad con respecto al otro miembro de so pareja, la mujer tendrá tendencia a explorar, a expedmentar, el grado de amor de su compañero; y entonces pasará de aquellas demandas orales del comienzo, a toda clase de demandas de orden diverso, destinadas a que la simbiosis perdure, a que la unidad se mantenga. El hombre sentirá que se cierra sobre él la trampa tan temida, y tratará de escaparle cada vez más, lo que le provoca ira, y a ella desesperación. 171
La mujer queda devorando el vacío y la trampa de amor se cierra sobre nada, pues él huye, se va a pasar el día fuera, a pescar, a cazar, en automóvil o come fuera, pues ya no soporta más; hasta quizás vaya en busca de otra compañía sustitutiva, su amante, que tal como está unida socialmente a él, no le significa ninguna trampa. Pero esta mujer que atravesó la niñez sin acechanzas y de prisa, esperando con todas sus fuerzas el momento de vivir en pareja, no podrá soportar la decepci6n; y ello le ocasionará las más gi:aves dificultades afectivas de su vida. Con frecuencia, se concentrará en su lújos (para devorarlos... el mito tien~ algo de verdadero), o caerá en la depresión psíquica o física ( trastornos psicosomáticos), que terminarán llevándola al médico o al psicoanalista, los únicos que - pagando, por supuesto (y esto la irritará en grado sumo)- podrán asegurarle el papel de buena madre rechazada por el marido. Es así: que el desequilibrio va acentúandose a medida que la vida transcurre y las ilusiones se apagan; cad a uno retoma a lo que realmente es, y deja caer la máscara del amor. Siempre hay en la vida de la pareja un momento de crisis, en que cada uno se da cuenta de que no encontró en el otro lo que había ido a buscar. ¡Es que hace falta una tremenda energía para luchar conscientemente contra el propio inconsciente! Por supuesto que Jos que lo logran mejor son los que se hjcieron un análisis, con lo cual consiguieron pasar el máximo de inconsciente al terreno de lo consciente, de tal manera que las fuerzas se invierten. La disparidad de origen entre el hombre y la mujer se traduce en la edad adulta en una desemejanza de deseos muy difícil de asumir. 172
LA RELACIÓN SEXUAL SOMETIDA EN GRAN
MEDIDA AL
INCONSCIENTE
Aunque gran parte de las preguntas y respuestas entre el hombre y la mujer se desenvuelven en el terreno de lo cotidiano, el otro teatro donde juegan sus pasiones extremas y opuestas es la relación sexual. Y aquí se oye hablar con frecuencia , tanto de las "delicias del tálamo" como del "infierno del lecho conyugal". T ambién en este plano parece haber con frecuencia una concordancia de deseos diferentes, más que una verdadera similitud; y también aquí el principio del placer viene a allanar Las dificultades de todo tipo. en contra del principio de repetición, que sólo sirve para sembrar el pánico. En cuanto al hombre: para él se trata de reproducir en el amor sexual su primera relación amorosa con la madre, pero esta vez con la posibilidad de acostarse realmente con ella, ya que no e.xiste la prohibición del incesto. (Gravedad de la impotencia en el hombre, que le impide poseer a la segunda mujer, lo que significa que no se ha desprendido de la primera -la madre vedada. Sorpresa dolorosa e incomprensible en un pñmer momento). Si todo transcurre normalmente con esta mujer que eligió, el hombre, una vez que su necesidad de posesión fí:sica quedó apaciguada y que esta nueva libertad se experimentó, considerará que se ha consumado el desprendimiento de su madre y que las cuentas han quedado saldadas con la mujer. De ese modo, se sentirá libre para tender lazos de tipo social con los otros hombres, tal como lo hiciera de niño con su padre, cuando hubo descartado la ternura materna. Por Jo tanto, el hombre no tendrá tendencia a pro173
longar indefinidamente el juego amoroso, pues lo que le interesa de modo fundamental es el desenlace considerado como una victoria sobre sí mismo. Lo difícil es que el placer del "otro" también forme parte del éxito final, y debe generárselo; de modo que para lograrlo, el hombre hará el máximo de concesiones (al menos es lo que él cree ... ) . De tal modo, él, que no quiere plegarse a ningún otro deseo que no sea el suyo, se verá llevado a tomar en cuenta el de su compañera (pero ya hemos visto que, según lo que el hombre confiesa en el diván, la s:ituación ideal y rara para él, sería aquélla en que la mujer no pidiera nada y se dejara bacer "todo": Sí, pero ¿ella puede reducir su deseo al del otro sin que su placer se reduzca al del otro? He aquí el problema que debaten actualmente las mujeres). Y es aquí donde el hombre demasiado neurótico y todavía atado en el plano inconsciente al poder de su madre, verá aparecer el horrrible espectro de la impotencia, provocado por el rechazo y la imposibilidad psíquica de corresponder al deseo .del otro. Impotencia, o eyaculación prematura, o retárdada: todas estas manifestaciones constjtuyen signos de la guerra inconsciente, pero constante, que el hombre libra contra el deseo femenino. El hombre que ·no triunfa sobre su mujer y sobre su placer, pierde por segunda vez la batalla contra su madre, y se siente desvalorizado por ello. ¿C6mo salir de esa situación? ¿Y si ella recbaza el poder que él tiene? ¿Su manera de proceder? ¿Y si de ese modo le impide reinar? La frigidez de la mujer suele ser. con más frecuencia de lo que se cree, un motivo de angustia para el compañero ... ¿No querrá decir que de ese modo la mujer ·encontró un medio subrepticio de destruir la autoridad falocrática de ese hombre? 174
A mi manera de ver, la sexualidad tiene posibilidades de encontrar un Jugar valedero en la medida en que la lucha de Las mujeres pueda manifestarse ea ir más allá de la cama. H asta ahora, ellas han parecido contar con este único medio para "desmarcarse" del hombre. Y en la cama ha sido donde el hombre recibió los golpes más bajos de su existencia. Muchos más que en la oficina o en la Asamblea Nacional. El problema que amenaza al acto sexual del hombre consiste en tener que tomar en cuenta la exigencia femenina, comportamiento perfectamente contrario a su reflejo acostumbrado; pues para superar el Edipo materno, él tuvo que aprender a evadirse angustiosamente de los deseos de ella. La batalla anal terminó con un compromiso: "Tú sólo obtendrías esto de mí; el resto no te pertenecerá jamás"; y por algo el gran miedo masculino es siempre que "ella" pida demasiado. La cama puede trans(ormarse en la arena donde dirimir un enfrentamiento _de poderes, en el que el hombre sólo tendrá sobre "ella" el poder que ésta quiera otorgarle.. . El acto sexual exitoso es el justo medio establecido entre el yo y el otro; la posibilidad que el hombre tiene de existir sin negar al otro y a sus deseos. La potencia viril se halla íntimamente ligada a la manera como el niño emergió del combate anal contra su madre. La condición mínima del amor masculino es que la donación no aparezca c-0mo desposesión. ¿Qué ocurre, mientras, en La mujer? P ara ésta, el amor físico guarda una relación estrecha con la manera como ella salió de La relación "oral" insatisfactoria con la madre, y su placer estará ineluctable.mente sometido a que encuentre en su compañero una buena o una mala madre. Una buena madre habrfa sido para 175
ella la que la hubiera reconocido física y moralmente; por lo tanto, y por raro que parezca, la estima global del compañero dur ante el dí.a suele ser determinante del éxito o del fracaso en la noche. Siempre esta historia del lugar que la mujer va a ocupar en el discurso del otro, lugar edipiano de deseo que no puede abandonar so pena de regresar al cuerpo asexuado de la niña. Si se descuida el aspecto afectivo y acariciador del amor, Ja mujer tiene tendenc:a a hacer una regresión a la posición pre-edipiana en que su cuerpo no formaba parte todavía de su economía Jibidinal con el "otro". E1 cuerpo de la niña ha estado por tanto tiempo apartado de la dialéctica del deseo, q11e el hombre más hábil en amor es aquél que, mediante sus p alabras y sus gestos, resulta capaz de hacerle comprender a la mujer que ella es afectivamente apreciada ( recuerdo del amor de la madre) a la vez que deseada físicamente (lo que a la niña le faltó de parte de su padre). La palabra del hombre parece tener el poder de hacer sentir completa a la mujer y el coito es para ella la ocasión de vivirse "entera" en su relación con
otro; pues parecería que su infancia insuficientemente sexuada la hubiera llevado a una posición autoerótica más importante que la relación heteroerótica que va a vivir con su pareja: la mujer tiene que hacer un esfuerzo para no suponer - para no suponer más qlle ella sólo puede conocer un placer solitario. Mientras que el riesgo del hombre es sentirse envuelto en la trampa de Ja exigencia femenina, el de Ja mujer es, una vez más, no creerse aceptada más que en parte y reconocida sólo parcialmente. Al igual que en su infancia. En tal caso, ella solamente tendría derecho a Ja satisfacción de antaño, es decir, nada más tendría orgasmo consigo misma y jamás con
176
otro, lo cual ·es el caso de casi todas las mujeres frígidas. Y o reconozco que en el sistema de poder masculino en que vivimos, a veces es difícil imaginar a1 hombre de otro modo que como una mala madre, que sólo acepta de nosotros una parte. Y a veces se requiere de la mujer verdaderos prodigios de imaginación para pensar que- su opresor· durante él día ha de transformarse bruscamente en madre generosa en Ja nocbe. Sin embargo, si ella no es capaz de volar tan alto con su fantasía, los comportamientos del hombre le parecerán gestos de· violación, semejantes a los del día, y entonces responderá. a esta violación cerrándole el cuelJ>o con vaginismo o frigidez, que no son más que la expresión del rechazo que engendra en ella esa madre, r:ecuerdo de la· primera, que fue -recordémoslo- aplastante para su hija por los atributos sexuales de que ésta carecía. Para· estas mujeres, el sexo del hombre aparece como feo, ridículo, terrorífico, etc.: lo aplastan con su desprecio, para no volver a ser aplastadas ellas, como ya les ocurrió. De ahí que los riesgos de fracaso sexual en la mu1 jer no dependan de los mismos factores que en el hombre, y están siempre relacionados con lo que ella vivió con su madre, y que el hombre puede reparar. La condición del éxito sexual de la' mujer es que su compañero sea visto (o sepa mostrarse) como una "buena madre".
CONCLUSIONES
¿Es imposible, entonces, el amor? No, puesto que se comprueba que rnv.chas parejas alcanzan normalmente el orgasmo (el porcentaje queda 'librado a cada lec177
tor: COJlsidcrando las numerosas cncue.stas que se han hecho sobre este tema, cada cual elegirá el -porcentaje de éxitos que más concuerde con su deseo). En el momento del coito hay una conjunción de los principios de placer y de repetición, con prioridad del principio de placer, que impulsa al individüo a emprender la elaboración de su fantasía que hace posible el orgasmo. El deseo de estar juntos en el placer parece dar más posibilidades al principio de placer que al de repetición, y las fantasías "buenas" (no forzosamente buenas, sino favorables al individuo, que entonces utiliza el lado bueno de la repetición . .. ) predominan sobre las " malas". salvo que el aspecto neurótico del individuo impida esta buena elaboración de Ja fantasía y remita a uno y otro sexo a la imagen de la " mala madre''. Cada uno debe llegar a ver al otro, no como obstáculo para el placer (recuerdo de la refación de placer con la madre) sino como acceso al placer (salida de la relación de deseobloqueado o de no-deseo con la ¡nadre). La madre, primera iniciadora de la sexualidad del niño, dejó en el hombre la marca del deseo-bloqueado (por prohibición del incesto) y en la mujer la marca del ftleradel-deseo (el placer sexual de la niña se desarrolla al margen del deseo de la madre) . Lo que queda de la relación materna , pues, debe ser superado en el momento de la relación sexual hombre-mujer y cada uno debe ver al otro como favorable a su placer, lo que no era la poskión inkial con la madre : el Edipo se muestra ciertamente tan estructurador y definitivo como lo había concebido Freud, pero sin olvidar que .la sombra de Yocasla JJO deja de· acompañarnos desde la cuna hasta nuestros juegos más seci:eto$. Todo acto sexual fallido debe imputarse a resabios 178
de agresividad infantil, que vienen a proyectarse sobre el compañero y a hacerlo aparecer como "mala madre" o como la que no permitirá el placer. E s preciso llegar a rechazar en medida suficiente el negativo de nuestra historia, y a elaborar imaginariamente lo positivo que nos es necesario para alcanzar la fusión ideal de los cuerpos, Ja simbiosis con la que tanto hef!10S soñado. Cada acto sexual nos lleva a trasponer el espejo y oos permite morir un instante en nuestra soledad, para volver a encontrar el UNO original. El UNO, negación de Ja angustia, Jugar de regresión, donde por fin nos es posible reposar un poco de nuestra pesada condición de ser humano enfrentado a la dificuHad de cargar él solo con el fardo de la incomunicabilidad de su inconsciente. Dcsdkhado quien no puede regresar sin peligro hasta su madre; desdichndo quien no puede recorrer su vida en sentido inverso, y debe detenerse en un momento dado, porque entonces su placer se detendrá con él. Así volvemos a encontrar en la almohada todo lo que ya conocimos como muy complejo en la infancia: el deseo, el amor, el odio, la ambivalencia. ¿Puede la sexología conformarse con ser comportamentalista, cuando los amantes parecen chocar con prohibiciones, poderes, "permisos interiorizados", que datan de tanto tiempo atrás? l aclusivc una pareja cuyo entendimiento tísico es bueno, puede fracasar algunos días en que el enfrentamiento de fuerzas ha sido intenso entre ambas partes, ya de modo ex.preso o latente. Es que debido a ello, ni uno ni otro podrá representarse esa noche ante su compañero como un "buen objeto". Le que al parecer podria ayudar al hombre y a la mujer que se enfrentan con tales düicultades, sería,
179
primero, poder situar el origen de éstas. en lugar de reprocharse el desenlace. Eilo ec¡uivaldrfo a saber también q ue, en razón de nuestra prc!ongada dependencia ~l adulto como consecuenci¡¡ de nuestra prematurización en el nacimiento, el problema del poder seguirá siendo Cundamcotal en uoa relación de fuerzas eorre dos (el hecho de que actualmelJtc esa relación de fuerzas afecte sólo a lo femenino, debido a que Ja educación primera es femenina, sólo constituye un problema más, que agrava la relación entre los sexos) . Yo pude hacer cesar las dificultades sexuales de una pareja joven haciendo cambiar de bolsillo el dinero de la administración hogareña (no podía ser más fucil; bastaba pensarlo un poco). También pude des·· embarazar a 1m joven de Ja imagen de m<1la madre que proyectaba scbre él su esposa, ocupando yo el lugar de mala mujer. Es que de 1111a manera o ~e otra. n inguna dificultad de pareja podrá allanarse mientras no se corte la proyección de la mala madre sobre el cónyuge. Es algo que debiera saberse aun antes de casarse. La mujer tendría que conocer de antemano su nivel de insatisfacción proveniente de la relación difícil con su madre, y saber que es eso Jo que la llevará a hacer tauto para lograrlo todo: puerta abierta para la alienación al de;$eo del hombre y la negación del de la mujer (que ella suele pagar con frigidez) . He conocido falsas co<.:ineras, falsas mujeres mundanas, falsas deportistas: de todo es capaz la muji.:r con tal de conservar a su hombre-deseador. Por algo fue adiestrada desde muy temprano para pagar muy caro el precio del deseo. La mujer termina por no saber si Jo que muestra es lo que realmente ella es. o lo que el otro quiere que sea, pues a través del amor
180
ha vuelto .a plegarse a la conforl1'Jdad con ta norma del "otro'". Vieja historia en ía vida de una mujer: cómo la idenúficación predomina sobre la identidad. He conocido a mue.has mujeres deshabitadas de sí mismas, desalojadas de su prop;o deseo, a causa de un casamiento que se quise que fuera una simbiosis. Y estas mujeres que se quejan de su falta de deseo.
El hombre, por su párte, debería conocer su tendencia a la dominación, motivada por el miedo a caer de nuevo bajo la dominación femenina de origen. Tendría yue record~r q ae su tendencia constante es a apartar a la mujer de su camino y que par::i ello está dispuesro a emplear mda clase de argumentos, incluso deshonestos, y hasta falso~ . Es que su gran miedo a la mujec parece a v.::ces superar su ~tan amor. .. Y también debiera pensar que si se vio obligado al silencio y a ía fuga aiecriva para desprenderse di! su madre, quizá no sea necesario que m.antenga ese "bloqueo" de por vida, en particular con esta otra muje.r que tiene a su lado. Saber que se está jugando otra vez una esce:na ya conocida, evitaz;ía a veces vivii' .g randes dramas. Y un conocimiento de la psicología de cada uno de los miembros de la pareja, evitada que muchos conflictos se convirtíeran en catástrofes, antes \:le entender claramente de dónde provienen. Se sep::inm; ella dice. ":f:l nunca rae entendió", cuando en reaiidad habla dt: su madre; él, al calificarla de "mortificarne" . en verdad Je está aplicando un término q:.1e secretameme le dirigió a su madre cuando era niño. t0..uchas veces, en .nuestro consultorio de analistas, tenemos la impresión de que se nos viene a plantear un conflicto cuyo verdadero protagonista
181
no es el que tenemos delante. El hombre se creyó "atrapado", ella se creyó "sola": ¿no se trata en ambos casos de sus fantasmas del pasado? ¿No nos está hablando cada uno de sus avatares personales con Yocasta?
182
¿Cómo hablar para salir de sus enclaustramientos, encuadyamientos, distingos, oposiciones ... ? ¿Cómo despojarnos de estos términos, liberamos de sus catégorfas, desprendemos de sus nombres? ¿Salir vivos de sus cobcepciones? L UCE fRIGARAY
X. ''WORDS" O "\VAR" ¿Y QUÉ hacer, mientras, con las palabras? Esas palabras que han encerrado tantas veces a Las mujeres, y de las que ellas aprenden a salir con otras palabras, diferentes de las que el bombre les había atúbuido. Siendo hijos e hijas de la misma madre, ¿por qué esta guerra de palabras? ¿Por qué ese sexismo siempre presente en e l lenguaje? ¿Por qué esa negativa a hablar el mismo idioma, según se :sea hombre o mujer? El lenguaje que nació de la ruptura con la madre ha servido también para hacerla (egresar; pero si el objeto era el mismo, ¿por qué la manera de expresarse se halla tan marcada por el sexo al que se pertenece? ¿Y por qué los temas que se abordan están tao r:igurosamente condicionados por el sexo? ¿Por qué esa segregación? ¿No parece la manífestadón de sociedades patriarcales donde el hombre, aJ ejercer el poder, ejercía también el "verbo", con la marca de su necesidad de distanciamiento de la mujer asii:nilada a la Madre? Es p·or ello que el fenguajc, desde hace milenios, es posesión del varón, lleva la huella de la batalla anal con la Madre y revela el miedo a aproximarsl! a todo Jo que sea· femenino, a todo lo que se relacione con el cuerpo y recuerde la simbiosis con ELLA. El sexismo del lenguaje obedece a que el hombre está poseído por el .m iedo a emplear las mismas palabras que las mujeres, a encontrarse en los mismos lugares que las madres.
El lenguaje en nuestras sociedades, por ser mascu185
lino, se halJa .forzosamente marcado de antifeminismo; y es lo que las mujeres van decubriendo poco a poco. 1 En nuestras familias latinas, el hon1bre tiene como primera imagen la figura de una mujer. Aprende a hablar con una mujer, su n1adre, y todo su trabajo de hombre consiste en establecerse en la diferencia con respecto a ella, para evitar "convertirse" en mujer. Un hombre, en su primera época, sólo puede construirse en oposición a su madre y en la contra-identificación con la mujer. Mucho más tarde en su vida, se establecerá también con referencia a su padre; pei:o desgraciadamente para ~ocios, hombres y mujeres, la mayoría de los hombres quedan más marcados por su relación primitiva con la madre que con su relación segunda con el padre. Un libro como Femenino masculino-2 clasifica y registra, con· humor y fineza, las cualidades y defectos femeninos y masculinos. Surge de allí que lo que se considera virtud en un sexo, suele denunciarse como defecto en el otro. La explicación de este curioso fenómeno reside en el hecho de que el carácter del bombre, así como su lenguaje, se construyen en oposición a los de Ja madre, que resulta ser una referencia identificatoria imposible para su hijo (puede no ser ocioso recordar que únicamente el niño atraviesa en su lenguaje por un periodo anal de injurias grosera~, casi siempre sextiales y dirigidas contra el sexo femenino). El lenguaje masculino está forzosamente marcado por la antifeminidad, ¿Entonces, qué pueden hacer las mujeres si quieren hablar? Si entran en el discurso masculino, adoptan su misma antifeminidad y hablan 1
Marina Yaguello, Les Mots et les Femmes, Payot, París,
1979. 2
186
A. Laurent, Fémitlin masculi11, Ed. du Seuil, París.
contra sí mismas; pero si pretenden hablar de otro modo, agravan todavía más la diferencia entre los sexos y participan del alejamiento decretado por el hombre, quien en ningún momento piensa en hablar como una mujer y sostiene obstinadamente la existencia de dos naturalezas y de dos dis.cursos. Tampoco estoy muy segura de que las mujeres que reivindican con tanto vigor su derecho a la diferencia, no hayan caído sin quererlo en la trampa del hombre, que sólo sueña con diferenciarse de la mujer. Desde aquel "Christiane ya tiene formas" de mis trece años, hasta el reciente "las mujeres feministas están cavándose su propia fosa", pasando por todos los "¡ah! ésta es la más hermosa", para desembocar hace apena-s un mes en el "la SALVACIÓN de las mujeres ¿no consistirá en el silencio?", lanzado por uno de mis colegas psicoanalistas,* yo sólo he visto una cosa: el hombre busca por todos los medios hacerme "diferente". Con este analista aprendí una cosa más y es que estoy condenada a muerre (dado que se habla de mi salvación) desde mis trece años, o quizá desde mi primer dfa; yo, que estoy hecha para dar a luz.** ¿No será esta diferencia con él; la que el hombre no soporta en mí? Por algo trata invariablemente de reduciime a esta única función de gestación del hijo, privándome de cualquier otra. Él l1a con-
* Aquí la autora agrega un juego de palabras sin equivalente en
=
** En francés, dar a luz se dice donner le four, dar al día. La autora juega con la referencia que acaba de hacer al primer día; pero ese juego se pierde inevitablemente en la traducción. rr.1 187
vertido esta ventaja ea desventaja, y puesto que yo llevo esta venmja inscrita en mí, él se quedará con roelas lru; de:más, a las que me pYohíbe tener acceso. ¿Debo a.::eptar como seg.:egación lo qae he recibido como "sex.uación "? ¡Qué esfuerzo ¡1ara una mujer Lener que ex:stfr en otrn parre y de otro mr;do que eomo prescribe el hombre, su compañero! ¡Qué difíc il hablarle, cuando se está segura de di8gustarlo! ¿Y cómo, ademfü;, uúlizar un discurso que no sería el mío, sino el del "otro"? ¡Entonces callar! Es, por lo demás, 1o que .han hecho las mujeres por canto tiempo. En. lugar de declarar la guerra, se callan, y el hombre lo considera natural. Puesto q ue '"ella'' quería ser "objeto del hombre", mal podía ser sujeto a la vez. El discurso ctel hombre es rr10rtífero para :a mujer, en la medida en que, al roruarta como objeto, le arre bara su lugar cte sujeto y decide e n vez. d.; ella lo que debe resultarle bueno. De ese modo, es el hombre quien define el lu,g ar y el ienguaj~ forne.nino, pero sólo puede tratarse de un lugar de muerce y de un. papel de muda, ya que no es eila quien los eligió. Ve1me repre~entando y volviendo a representar eternamente In misma picz;i teatral, cuya& reg!as !ion siempre las misru
188
bre ¿Puede u:1 bombre lcc:r esio que escribo sin sentirse at,:cado en razón de mi c;,Í$tencia? Yo deserto de la guardc:·ía. donde él pen,ah~ lcnec m~ encerrada un buen óempo. Me alejo de ;;u guardarropa, dcclz,canclo que me importa un r~ban-v su vestimenta. Salgo de la cocina diciéndole que si lienc hambre, no encontrará qué comer. Y encima Je declaro lllle aprendí todos estos papeles de una manera estúpida, tan est(1-
pid<1 que él no los aprendió, y esto lo irrita sobremanera, como a mí me irrita no haber aprendido a hablar. a escribir, a pensar. Asistimos al nacimiento de las mujeres: ahora comienza.n a existir en función de su deseo propio, y no les importa si esto coinciue o no con el sueno y la fan tasía del hombre, y si las dificultades de la vida en p:ireja se verán acrecentadas por el hecho de que la :!Sclava se rebela y prefiere renunciar al salario de "reconocimiento., clel varón. El hombre. que se creía a cubierto de una nueva gtierra con Yocasta, gracias a una distribuidón muy preci.;a de los papeles., ve ahora que se atacn su sisrema descie todo~ Jos frente~. Las mujeres lanzan <.> u "grito" de recién oacidas, a1 que llaman con humor de Joven- Naci da. :~ Y ahora tenemos la impresión de que "hablamo$" por primera vez. y que dejamos por fi:n de "ser habladas··. T odas estas mujeres gritando a la vez hacen mucho ruido en los oídos masculioo<:. y el hombre no sabe cómo hacer para recuperar su trnnqu ilidad secular de la época en que las mujeres cr;rn mudas. es decir. estaban muertrus. Y toJa~ la!' muier~!> que han tomado la palabra hasta ahora. lo han hecho con cólera. con vehemencia y escándalo. y con el asombro ele haberse dejado engañar por tanto tiempo (Simone de Beau:1
l
Hélenc Cilmus, Ln Jeu/11'-N~c.
voir, Luce Irigaray, Kate Millet, Benoite Groult, Annie Leclerc) . Y en mi caso particular, es justamente en mi misma reflex.i6o doude me siento más irritada ante lo que me ha ocurrido por haber nacido muier: pues, efectivamente, es en la propia palabra donde encuentro la muerte que se ha querido sembrar en mí. Si quiero hablar, si quiero existir, tengo que hacerlo en contra de Ja palabra del hombre que me ha aniquilado, pues yo no me puedo olvidar de esta famosa frase de hombre: "Si las mujeres saben algo, ¿el psicoanálisis tiene algo que hacer con eso que saben?" 4 ¿No encontramos en esta frase el gran terror pánico del hombre frente a la mujer: el miedo a que "ella" pueda tomar la palabra con el mismo derecho que él? ¡Y sabe Dios que el psicoanálisis es un lugar particularmente masculino! Allí se le permite hablar demasiado fácilmente de lo femenino a quien con frecuencia no tiene nada que ver con la mujer... Pero es que e] lenguaje del hombre ¿podría ser otra cosa que ejecución, que exclusión de la mujer-madre? Recordemos la frase de Lacan: "no se puede escribir la mujer sin tachar el la". Lenguaje que excluye a la mujer, que la rechaza, que la aparta en cuanto referente femenino; lenguaje que se aleja cada vez más de lo que pudiera recordar a la Madre. El lenguaje lacaniano es el modelo del lenguaje masculino, expresión de la huida de todo lo que recuerde a cierta presencia femenina. Sólo lo pueden entender los que han dejado su aJma en el armario y han hecho el holocausto de su sensibilidad ante la madre: el lenguaje lacaniano es típicamente un lenguaje antifemeoino (aun cuando ciertas mujeres acepten el desafío 4
190
W. Oraooff, La Pensée et le fbníni'n.
de hablarlo), porque tiene como finalidad y como efecto mantenernos lejos del cuerpo y de los afectos, aunque no sea más que por su forma esotérica. F rente a eso, las "nuevas mujeres" afirman que su lenguaje femenino incluye el cuerpo, conserva los afectos sin descuidar el concepto, negando absolutamente toda pretendida dicotomía entre el verbo y el concepto. . . Dicen que este corte cuerpo-espíritu en el discurso, es obra del hombre obsesionado por la idea de huir de todo lo que. le parece que forma parte de un universo que él ha vivido como femenino. Las mujeres feministas manifiestan que la castración no es cosa de ellas ... ¡Y que están decjdidas a hablar de todo y de todas maneras! Los temas tabú serán tratados, las palabras prohibidas se pronunciarán. Las mujeres están ahora dedicadas a levantar las interdicciones que se les aplicaban, pues se dan cuenta de que fue el hombre quien levantó todas esas rejas para mantener mejor encerrada a la "bn1ja". Y así las mujeres, al dejar de estar referidas a Ja ley del "otro", comienzan a salir de la histeria, a emerger de su alienación; y aunque él lenguaje no sea femenino por su forma, lo está siendo por su contenido. Hasta ahora, una mujer era mujer merced al exterior: por su aspecto, por su palabra, que debía revestirse de una cierta forma y circunscribirse a determinados temas. Pero las feministas rechazan la idea de definirse por el exterior. Renuncian al mecanismo "histérico" como modo de vida, Jo que es muy importante entender cuando se hace referencia al nuevo lenguaje femenino: se habla desde dentro, y no ya de fuera; de ahí que ese lenguaje nos toque en lo más profundo. La nueva forma de expresión de las mujeres tiene algo fascinante, sorprendente, algo del orden de la libertad, del vue1o, de 1a carrera hacia un 191
horizonte sin límites. Después de la hiper-castración de la palabra, es ahora la anti-castración... Las mujeres sü:nten la necesidad de desbordarse en un primer momento ~ ya buscC1rán despué-s sus propios limites, pero no serán más los que fije el hombre. Por ejemplo, a mí me divierte enormemente referir el hombre a su E!'IVJDJA ( del útero) a su UTERUSNEJD.5 ya que él tanto jugó con mi l'ENJSNEID. 6 Me gusta decirle lo que yo sé de él, ya que hasta ahora me había pasado escuchando lo que él decía de mí. .. Los hombres han hablado siempre de nuestra fdgidez -que casi formaba parte de su programa-, y ahora yo descubro que su impotencia los obsesiona como el vestigio imborrable de su miedo a la madremujer. ¿Por qué no decirlo, entonces? Pues el recuerdo de Yocasta habita tanto en el hombre como en la mujer. y ante el deseo de los otros ni unos ni otros valemos mucho... Pero la gran diferencia entre mi lenguaje y el del hombre, reside en que el mío está hecho para que se lo entienda, para establecer un vínculo con el "otro"; mit:ntcas gue el del hombre siempre me obligó a huir, a mantener una distiincia . . . Y yo le tengo horror a las distancias... Y cuando se me pregunta si no hay un psicoanalista masculino que baya tratado de hacer accesibles a los neófitos los problemas inconscientes de la pareja, a mí me dan ganas de reirme porque pienso que el hombre sólo se complace en la distancia, en particular frente a las mujeres, y que cualquier mecanismo de acercamiento que yo emplee, él lo sentirá como usurpador, y toda tentativa de existencia que provenga de mí, él la verá como castradora. :> y O Neicl, palabra alema na que significa falta
de algo.
192
de, envidia
Y así es, en definitiva : ¿acaso la existencia de uno no amenaza de alguna manera la del otro? Sartre lo djjo: "El infierno son los otros". Sí, somos el infierno y el paraíso unos de otros; pero lo triste es que los hombres (salvo los poetas) ven a las mujeres más como infierno que corno paraíso. El famoso "adorq a las mujeres'', ¿no es en definitiva la revelación ostentosa de una adoración que de otro modo no se percibiría? Toda mujer que no es un paraíso para su hombre (es decir, que se muestra frígida), ¿no significa que empieza a salir del infierno donde él la mantenía? ¿No es que se apodera primero de su porción de libertad y de "vida", antes de tomar la del "vive''? Hay aquí por cierto una relación entre existencia y placer, y si el 11omb.re nos quiere realmente "gozadoras", nos aceptará "existentes". No es por azar que cuando las mujeres tomaron la palabra y ejercieron un cierto poder, se p lantearon la cuestión de su placer. Es que advirtieron que al aceptar la alienación de un cierto papel social y familiar, hahían alien::ido igualmente su sexualidad original, a cambio de la que el hombre esperaba de ellas. Y al querer reparar Ja falta de " reconocimiento" por parte del hombre en Ja infancia, las mujeres se precipitan en Ja edad adulta hacia el espejo que el hombre les tiende. Pero en este espejo la mujer no ve su imagen., sino la que el hombre tiene de ella. Yocasta ha impreso eo el corazón del hombre su marca indeleble, pues este espejo sólo sostiene la imagen de una mujer "muerta". A pregunta alienada, respuesta alienada. ¿Quién se equivoca más: el que pregunta o el q11e responde? De todas maneras, uno y otro hablan de sus infortunios con Yocas ta. 193
No hay, pues, ningún reflejo no mortífero que podamos encontrar en el hombre, en relación con su historia personal. Aceptar la parte de lenguaje que el hombre nos adjudica, equivale a aceptar el SILENCIO (como me djjo clan1mente el analista al que antes me refeá). ¿Puede haber muerte peor que converúrse en lo -que el Otro qruere que seamos, que expresar lo que El piensa? El hombre no está hecho para dar nacimiento, aun cuando la mujer se refugie junto a él para un posible venir al mundo. Sólo daría a luz una "mu~rta-aacida". "Yo he andado siempre en contra de mí misma", me rujo en estos días una mujer. Y efectivamente, esto es lo que hacen las mujeres, pues a partir del espejo que les tiende el hombre, la mu:jer sólo puede avanzar hacia lo antifemenino y la "querida mentirosa" 7 lo sabe bien, pero prefiere mentir antes que "morir" ... Una vez más, la mujer le paga tributo a Yocas_ta. Recoge muerte cuando busca vida. Annie Leclerc escribió: " Lo único que él nos pidió siempre con jnsistencia real, fue que nos calláramos; y en verdad no podía exigimos más, porque más allá de eso, sólo queda por exigir la muerte". 8 Nacer meruante la palabra del hombre es perder el acceso a lo que hubiera podido ser nuestra existe~ cia y sumergirnos para siempre en su palabra, que supone nuestra desaparición. Monthetlant; ese más que notorio antifeminista, presentaba a la mujer como un mariposa que va a quemar sus alas irremediablemente en la llama del hombre. Le hace decir a Inés en L.a reina muerta: "El día en que lo conocí, fue como el dfa de mi nacimiento" ; y responde a través 7 G. Rolin, Cheres menteuses, Gallimard. s A. Leclerc, Parole de femm e, Grasset.
194
de Fcrrante el rey: "Todas las mujeres, según pude observar, giran obstinadamente en torno a lo que las va a quemar". Aquí se trata del deseo de nacer de la mujer, enfrentado a los deseos de mue rte del hombre a su respecto. E Jnés encontrará Ja muerte en quien ella buscaba existencia. Es que la mujer b.usca invariablemente su existencia junto a quie n sólo puede negársela. Cuando encuentra a ese hombre tan esperado, tan idealizado, él s61o le muestra lo inaceptable d~ sus exigencias ¿No es una locura buscar en el hombre lo que no encontramos en la mujer-madre? ¿De qué otro modo podría responder él a quien lo toma como garantía de su ser físico y moral? Le responde desde su "fortaleza", Ja que aprendió a erigiT entre la mujer y él. D ecidió que no le concedeáa nada a la que pretendió arrebatarle demasiado cuando era pequeño y estaba imposibilitado de defenderse. . . ¡Y ahora ella viene a constituirse en su prisionera! Pues entonces tendrá que conocer las angustias de nacer en manos del otro sexo. Si quiere el Edipo, lo tendrá, incluso mucho más allá de sus esperanzas. Pe ro de este Edipo la mujer ya no podrá desprenderse nunca. Ya que quería "gustarle al otro", lo logrará mediante una dura esclavitud. Tendrá todo lo que el niño varón conoció a su momento. Será deseada, pero encadenada. Te ndrá que obedecer a Ja extorsión, so pena de verse rechazada. En una palabra, Ja mujer encontrará en su relación con el hombre, todo lo que el niño sufrió en su relación con la madre. El hombre la ama, sí. pero "prescribiéndola"; la acepta, pero sólo si ella "lo obedece"; la protege. pero a condición de que " renuncie a toda libert ad". Y para terminar, " la engaña" porque su madre lo engañó con 195
su padre. El ajuste de cuentas con la maure está en marcha, pero será el Edipo de la mujer el que pagará los platos rotos. Ese Edipo que tanto le faltó a la niña, no dejará de vivirlo desde el momento en que se baga mujer. ¡Pero qué Edipo! ¡Con qué padre! Pues el hombre ha olvidado cómo se conjugan los verbos, cómo se ensamblan las palabras para construir una fra se afectuosa; y con frecuencia parece desamparado ante la pregunta de aquélla a la que ama (o cree amar) , y le dice: ·'¿Pero qué quieres que te diga?" Y no sabe en verdad qué decirte a aquella mujer de la cual aprendió más que nada a deícnderse. Por lo demás, ¿no es más fácil decir cosas desagradables que agradables? Es lo que muchos hombres han expresado en el análisis: "Ella quiere que yo le diga que la an10. pero no puedo decírselo debido a Ja distancia que quiero mantener con cUa... " ¿Qué esperaban las mujeres de los hombres? ¿Quié11 puede reprocharles a éstos que no le hagan un regalo a Yocasta? Los hombres no pueden complacer a una mu jer sin recordar el placer que su madre extrajo de ellos En nombre de la madre, su nuera se verá privad~1 de las palabras que su hombre pudiera decirle. Poi lo demás, es bien sabido que los hombres no parecen tener más palabras para unas que para otras, y s... muestran incapaces de intervenir cuando se produce algún conflicto entre la suegra y la nuera. Se callan y no encuentran palabras para expresar una elecció11 que nunca aparece muy clara: es el hijo, objeto d~ la "Madre", que se defiende contra su " Mujer". Huyendo de Ja que él ve a diario, quctla sumergido en el ajuste de cuentas con la que no ve más. Y en11.: su madre y su mujer, el hombre no sabe a qné SEN
jeres, las mantienen en pie Jos hombres en nombre de una infancia que siempre exige ser vengada: como fueron u o lugar de placer para su madJ·e, Las mujeres serán " mercaderías" para ellos (cf. L. Crigaray) .~ Pero
la respuesta del hombre sólo podía ser un anzuelo, cuando no algo peor. Así q:uc se responden unas a otras, superan la peligrosa competencia. femenina forjada por el hombre; y descubren finalmente la similitud tan buscada y siemp,re desvanecida desde la infancia. En la mujer adulta, todas las m11jeres encuentran su verdadero espejo, ese que no las refleja ni bruja, ni enredadora, nJ devoradora, sino como una mujer parecida a ella, y la homosexualidad que fracasó en la niñez por la d isparidad enire lo~ cuerpos madre-hija, se recupera ahora. i Pero después de cuántos errores y desventuras, el principal de los cua les Jo cometió la niña por haberse imaginado al hombre como una buena madre, cuando ese hombre "edipiano" resultará después su peor enemigo! Si ta identidad del hombre se basó durante siglos en la contra-identificación con la mujer, reducida a un estereoti:po materno y a lugares y lenguajes bien determinados en el plano social, la identidad de las mujeces parece establecerse ahora en base a la toma de conciencia de una esclavitud común y de un silencio compartido frente al hombre. Este silencio-aquiescencia se transforma entonces en palabra-oposición, y el homú
Luce lrigaray, Ce sexe qui ii'e11 est pas u111 Ed. de Mi-
nuit, París.
197
bre se sorprende de ello: a pesar de que conoce bien el lenguaje de oposición al poder del "otro", parece conocer únicamente eJ que se refiere a la mujer. Las mujeres tienen mucha dificultad en establecer esta homosexualidad de palabra, tan necesaria para su identidad, pues el hombre las ha puesto hasta tal punto a unas contra otras a fuerza de hacer de ellas " un bello objeto", que toda mujer se ha convertido en una competidora peligrosa para las demás. Las feministas lo han comprendido así, y por eso reclaman primero que cese esta horrible comedia de "gustar al hombre", a fin de que pueda instaurarse una nueva relación entre mujeres, despojada de odio y de comparación; para que así pueda nacer por fin un verdadero lenguaje de mujeres y no ya un palabreáo en torno a lo que le gusta al hombre. ¿La mujer sólo puede ~ACER de otra mujer que no sea su madre? ¿La mujer sólo puede tener como espejo narcisista un cuerpo semejante al suyo? ¿No es ésta la dialéctica por la que debió pasar la joven en la adolescencia, cuan.do vio a su cuerpo volverse semejante al de su madre? Sí, pero la guerra estaba ya declarada entre las dos, y la homosexualidad había sido rechazada desde hacía tiempo. Las mujeres que participan en los movimientos feministas no hacen más que reconocerse unas a otras y renunciar al "tercero alienante" representado por el hombre, hijo de Yocasta. Llegamos por fin a ese nuevo lenguaje que quizá no tendrá nada que ver con el que el hombre nos adjudicó como lenguaje femenino. Quizá no hablaremos más de cocina, de ropa, de bebés. ¿Quién sabe? Necesitamos tiempo para desprendernos de todo lo que se nos ha inculcado desde bace siglos, y para habituamos a nuestra libertad; tiempo para el,egir
198
nuestro camino, pues hasta ahora nuestro camino fue el de la reproducción. ¿Qué produciremos cuando la producción y la reproducción se hayan diferenciado en nuestra mente? ¿Cómo hablaremos cuando nuestro lenguaje no se identifique ya con nuestro sexo? En nombre de nuestro sex-o , se nos atribuyeron temas y modos de expresión. Basta abrir un periódico para darse cuenta de cuántos cambios hay todavía por instaurar, y de cómo siguen vigentes los estereotipos del hombre "fuerte" y de la mujer ''cuerpo hecho para gustar". Nuestro lenguaje llegó a hacerse sexista, nuestro consumo es también sexista (perfumes para mujeres, perfumes para hombres; relojes para mu-
jeres, relojes para hombres, etc.). ¿Quién se atreverá a tocar el bastión del consumo, cuando bien sabemos que la principal adquirente es la mujer, por querer éorrer tras su "imagen de mujer"? Todo esto no puede mudarse en un día. El hombre, mientras, trata de ganar tiempo, pues teme que la mujer deje de presentarle la parte de sí mismo que él le había confiado y a Ia que había renunciado. Tiene miedo de tener que vivir sin la afectividad y sin las palabras de amor, que él ha olvidado. Ti.ene miedo de verse Teduci.do a un mundo únicamente masculino, pues su vertiente femenina, su sensibilidad, su deseo de gustar, los tiene desde siempre resguardados bajo siete ] aves .. Si Jas mujeres volvemos a pensar nuestra identidad, el hombre se vera obligado a volver a pensar la suya. Es esto to que preocupa del Jeminismo. Por ahora finge tomárselo a Ja ligera, pero sabe que no podrá detener un movimiento tan vasto, y que él también se verá obligado a sacar cuentas de todo lo que ha dejado por el camino a raíz de su historia con Yocasta. "Pues se ha convertido en un hombre, es decir, en Ja 199
caricatura de lo que era" ( Montherlaot, La reina muerra).
Eo efecto, si nuestro lenguaje pudo conservar el color y la frescura de la infancia pre-edipiaoa, el del hombre, eo cambio, tuvo que someterse a las exigencias de la prohibición edipiana, que le arrancó toda coloración afectiva, ya que el amor por la madre, que marcó tanto al varón, es en definitiva uo amor "bloqueado" de modo que el niño varón se ve obligado a abandonar el reino materno no solamente a fuerza de agresividad, como ya vimos, sino también a fuerza de lenguaje: frialdad, lógica, silencio, falta de sentimientos y de emociones, tal es el lenguaje masculino de acuerdo con la ley edipiana. El hombre se habitúa a ser tan "frío" que quiere que nosotras seamos "cálidas". ¿A qué viene esta división de afectos, distribuidos según el sexo? ¿Qué es ese sexo que invadió toda nuestra persona? ¿No son ya bastante significativas las diferencias sexuales de nuestro cuerpo como para que además tengamos que agregar las diferencias de nuestro espíritu? Y mientras los sexos tratan de unirse en el acto sexual, ¿es indispensable que las mentes se separen cada vez más? Por querer recuperar la integridad del sexo original (Platón), ¿tenemos que condenamos a lo incompleto del espíritu dividido en dos entidades, macho y hembra? Sólo tenemos la mitad del sexo cada uno, pero si encima sólo debemos conformarnos con la mitad del lenguaje... En suma, lo que hace esta distribución de valores, de papeles, del lenguaje según el sexo, es marcar más esa diferencia que en lugar de servirnos para fundar nuestra alianza, se levanta entre nosotros como un espantajo. Y así nos cuesta mucho comprendernos ... Quizás escuchemos injurias de este estilo; dirigidas al
200
hombre, "¿usted no cree que tiene un discurso femenino?"; y a Ja mujer, "¿no le parece que se expresa de manera masculina?" Si de niños hubiéramos podido hablar del mismo modo con nuestro padre y con nuestra madre, el lenguaje femenino, las emociones femeninas no habrían ·sido las únicas referencias a reproducir unos o a evitar otros, y hasta quizás no habría habido guerra de palabras. El deber de apartarse -Oe la madre fue el que encerró al niño en un lenguaje vacío de afectividad: si el Edipo del varón no lo obligara a negar a la madre, quizás el lenguaje no habría sido sexist~ ... Es necesario que el hombre deje de ajustarle cuentas a su madre a costa nuestra; y también es preciso que nosotras, mujeres, emplacemos a nuestro sexo en todos los sitios donde .hoy no está. . . U nos y otros perdemos precisamente en Jo que creíamos ganar... Las palabras mismas nos traicionan, pues se aplican, a pesar de nosotras, para una guerra que nos viene desde la cuna. Pero el hombre no es más responsable de su historia edipiana que nosotras de nuestro drama preedípíano: todo es el fruto de una sociedad patriarcal donde el reinado de la madre en 1a infancia engendra en el hombre· el odio a todo lo femenino y en la mujer el respeto a todo lo masculino. R econozcámosle a Edipo el derecho a decir: "Yo no he cometido mis actos : los he padecido" (Sófocles). Y a Yocasta el derecho a plantearse la pregunta: El amor, sólo el amor, ¿amar a quien es la muerte? ru. no te da nada. se ·adueña de todo. Me ha tomado todo; me ha dado todo; me lo ha vuelco a tomar. (Hélcnc Cixous.)
201
¿No es éste, con varios siglos de retraso, el comien-
zo de una toma de conciencia común de lo que nos ocurre por e1 solo hecho de nacer hombre o mujer? Y quizás entonces podremos contarnos, juntos por fin , nuestras historias tan extrañamente enmarañadas, tan alienadas de diferente manera. En efecto, a lo largo de su relación con el lenguaje, la niña y el varón no recorren el mismo jtineiario con referencia a ese mismo objeto que es la Madre. La hija se equivoca una primera vez, en la infancia, cuando al no sentirse sexuada, adopta el comportamiento y el lenguaje de la Madre: habla "como una verdadera mujercita" o habla "como un libro". En cualquier caso, franqu ea o cree franquear con el lenguaje la enorme distancia que Ja separa de la mujer que no se siente ser: su lenguaje, como el resto de su persona en esta época, se amolda a una ley de seducción, que se considera femenina: una niña no debe decir palabras groseras, debe mostrarse dulce, educada, portarse mejor que un varón ... (cf. Belotti); y aprende ya cómo debe hacer para gustar, en lugar de mostrarse tal como es. ¡Cuántas veces se me dijo, por ser yo mujer: "Ah, Cbristiane, ¡qué de groserías en boca de una niña!" Sin duda había olvidado por un instante la relación entre mi existencia y mi aparencia. Como consecuencia de ese condicionamiento, al llegar a la pubertad, la niña se equivocará por segunda vez, pero ahora por causa del hombre, quien determina qué temas femeninos puede abordar ella si es que quiere gustar: el amor, el cuerpo, la belleza; en suma, todo lo que guarda relación con el deseo. Y el cuerpo se convertirá entonces y para siempre en el tema más corrientemente abordado por las mujeres: ya sea el cuerpo que gusta por su belleza o que inquieta por sus enfermedades> pero siempre el cuerpo será el tema
202
que se le impone a las mujeres en una economía de hombres. De ese modo, cuando la mujer toma la palabra tiene miedo de no emplear las palabras debidas (consideradas femeninas) y de apartarse de los temas permitidos. Lo com(m es que diga que no tiene palabras para expresarse (pues las palabras no sou las suyas, sino las que se le impuso a la mujer que es); y si no utiliza Las palabras de su sexo, teme no aparecer como "mujer" y entonces no gustar. Cuerpo-palabrassexo: todo se le embrolla en su mente, como ya se le había embrollado cuando joven, y entonces resulta incapaz de salir de tamaño enredo: o habla valiéndose de su cuerpo (como suele achacárscle a Ja mujer) o no habla por culpa de su cuerpo: "Cuando estoy frente a un hombre, me vuelvo estúpida, me quedo sin ideas. Ni siquiera puedo responder, tengo vergüenza de mi tontería, mi mente se detiene, y me convierto sólo en un cuerpo", me decía hace poco una mujer. Cuerpo barrera, cuerpo prisión del espíritu, cuerpo-objeto de deseo físico, que Je impide a la mujer entrar en "tema". Igualmente el niño, en su relación con el Lenguaje, se ve condicion ado por la madre, pero también de otra manera. Para salir del Eclipo y de la relación de deseo con la madre, el niño se ve llevado a rechazar todo lo que se refiere a su cuerpo, que ha sido un lugar de atracción para su madre, y asimismo todo lo que marca la afectividad de que se ve rodeado, y que lo sofoca; en rigor, en una misma operación, e] niño dejará de lado ciertos temas y adoptará un determinado lenguaje despojado de afectos. De ese modo el hombre se queda de golpe sin relación con su cuerpo y sin Telación con las palabras afectivas, "sin tener casi nada que decir'', como no
203
sean trívialidades que no lo comprometan. El lenguaje masculino, o considerado tal, es un lenguaje-ruptura, un lenguaje-encierro ante la madre y sus emociones; el hombre repudia las lágrimas, las emociones, y se «ncierra él también, pero lo hace en una rigidez contra la madre, por oposición a la ternura que existió anteriormente entre ellos. El hombre toma con facilidad la palal;>ra o la pluma; de todas maneras, no arriesga nada con ello, puesto que jamás habla de él, sibo siempre de objetos exteriores a él. ¿Nos conmueve lo que dice? Rara vez, pues nunca habla de lo que hay de sensible en nosotros, sino de lo que hay de lógico. Un. hombre, cierta vez, me dijo esta cosa sorprendente: "Yo me siento dividido en dos: de un lado está mi cuerpo, que no es mío pues se lo entregué a mi madre, a mi mujer; y del otro mi mente, que se pone a girar por sí sola como a cien mil revoluciones." Es perfectamente claro: recién una mujer hablaba de su cuerpo demasiado presente y de su cabeza ausente (cuerpo omnipresente, que obstruye todo acceso a la Sublimación); ahora un hombre habla ·de su cuerpo ausente y de su mente que gira por su propia cuenta (Sublimación que ocupa todo el campo fibidina] y no Je deja espacio al cuerpo). Evolución inversa del hombre y de la mujer con respecto a la misma Madre y que a veces les produce la sensación de estar en las antípodas uno de otro. ¡Cuántas cosas se hacen y se deshacen en este cuerpo, en ésta mente, a causa de una mujer! ¿Pero quién podría liberarlos de esta terrible Yocasta, o al menos atemperar su.s efectos, sino su esposo Layo, el padre-desaparecido? Habría que poder revivirlo, volverlo a conducir a su palacio donde están sus hijos. El lugar del Padre debiera estar allí donde 204
estén sus hijos: en la guardería, en el cuarto de baño, en la cocina, en la escuela, en los juegos. En todos los sitios donde hoy reinan las mujeres, los hombres tendrían que estar a su lado y en igualdad de condiciones, si es que queremos ver niños cuya scxuación no consista obligadamcnte en tomar partido por o contra la mujer... Lo que actualmente denuncian las feministas es un lenguaje donde siempre Ja mujer sirve de referente negativo para el hombre cuando habla, aun cuando se dirige a "ella". Lo hace inconscientemente, incluso sin prestar atención; pero ahora las mujeres han decidido hacerle tomar conciencia de esta lucha en el plano de las palabras. Yo, por mi parte, he elegido el camino de mostrar cómo el hombre, educado por mujeres, sólo . puede desarrollar un Jen!Waj~ defensivo o agres1vo contra "ellas". El analista sabe mejor que nadie que se trata de una "historia" que sólo otro puede borrar. Particularmente la que se desarrolla en, su consultorio. Y así vemos cómo el hombre que se hace un análisis va recuperando poco a poco la parte afectiva de sí mismo, que había quedado abandonada, y cómo su rigidez deja lugar a una nueva flexibilidad que no necesariamente insiste en la oposición a la mujer. Y también asistimos al nacimiento de "otra" mujer que, dejando de sentirse aplastada por Ja superioridad de la madre o someúda al deseo del hombre, comienza a existir por sí misma, sin tener que recurrir a una exigencia de identidad de la que ya no tiene necesidad, porque ya no hay q uien la rechace. Mejor que analizar uno por uno a los sobrevivientes del Edipo, cabe preguntarse si este Edipo no podría manejarse de otra manera para que no desemboque únicamente en la guerra de los sexos y de las palabras.
.
205
La mujer de Lot miró atrás y se con-
virtió en estatua de saJ. Génesis xvrr-26 La mujer puede regresar al origen, con la condición de que no sea el suyo. LUCE
IRIGARAY
Nada de origen: ella no regresará hasta allí. Trayecto de niño: retomo al país natal ( . • . ) . Trayecto de niña: más lejos, hacia lo desconocido que está por inventarse. HÉLENB CIXOUS
XI. LA VIAJERA SIN EQUIPAJE hacia mí misma, hablar de mis logros, de mjs decepciones, de mis deseos: este capítulo estará dedicado a enfrentarme con mi vida de mujer. Hablaré de nú. ¿Pero cómo? ¿Acaso hice otra cosa desde el comienzo de este itinerario? No, pues casi siempre he hablado de "él" y de "mí" andando juntos más o menos armoniosamente; he descrito mis marchas zigzagueantes, que l1an hecho que nos alejemos de tanto en tanto para volver a aproximarnos una vez más. Yo y mi exigencia, él y su rechazo, han sido los entrecruzamientos edipianos de nuestros dos caminos, y en cada uno tomamos conciencia de la distancia recorrida desde Yocasta, y de la que nos queda por recorrer para olvidar a Yocasta. Yo he aprendido a encubrir en pane mis reclamos; él a matizar su rechazo. Ya no le pido que yo le guste "desde todos los puntos de vista", y él ya no me ilice que no quiere saber nada con mi inteligencia, y hasta se amoldó a que yo lo utilice en tareas bien específicas, particularmente domésticas, donde antes consideraba un deber declararse incompetente. Por su parte, él trató con toda gentileza de ponerme una silli ta plegable junto a su gran butaca de primera fila de platea. Y todo esto estaba tan delicadamente instituido, tan aceptado socialmente, que era difícil defenderse de ello. Por ejemplo, no se admitía que yo dejara mi puesto de responsable de la educación de los hijos, pues en tal caso ¿quién ocuparía mi lugar? VOLV ERME
209
El hombre simuló no advertir que el peso del porvenir de los hijos podía llegar a resultar demasiado gravoso en el balance de mi vida personal. A partir del casamiento, comprobé que se me proponía una esptcic de existencia por poder: debía dii;frntar con la alegría de los otros, debía vigilar su sueño, su salud, sus comidas, y congratularme de que todo esto funcionara apropiadamente: en suma, debía hacer de "sus" vidas la " mía". En esto consistía ser mujer: en conformarse con las migajas del banquete, en regocijarse con Los retazos de una conversación que los otros sí tenían tiempo de mantener; en levantarse mientras los demás siguen sentados, etc. En vivir siempre un poco retirado de
lo que pasa. y llegar a sentir esto como una frustración que tiende a disolvemos como persona. La mujer es como un caracol al que todo el mundo le quita la caparazón para abrigarse, mientras ella pasa frío. La mujer es un viajero sin equipaje, que se 1ransforma en el mozo de equipaje de los demás. Y en cuanto al viaje en cuestión, jamás la lleva a su casa, sino siempre a las casas de los otros. La mujer es la que nunca puede encontrarse a sí misma, porque dedica todo su tiempo a salirse de ella para ir hacia los demás; increíble MAMÁ que recibe su lugar de los otros, y que encima le agradece al ciclo por tenerle reservado un lugar en él, ya que hasta entonces no tuvo ninguno. Se le ha inculcado que su identidad no se oculta en el transfondo de sí misn1a, sino en el transfondo del "otro" ~ siempre desplazada con respecto a su propia persona, siempre más adelante de ella, así vive Ja mujer. Esperó durante mucho tiempo que su realidad se correspondería un día con el sueño del hombre y que entonces ya no tendría necesidad de apa-
rentar, de mentir. Pero no: el sueño del hombre es unilateral y sin equívocos : "Busco compañera de entre 20 y 40 años dulce, devota, tierna, discreta, eventualmente bonita" : así nos quiere el hombre y así nos mostramos; ¡pero no es así como realmente somos! Se me podrá decir que el hombre también está reducido al estereotipo de hombre viril, y que no tiene otra escapatoria que mostrarse competente, adaptado, fuerte, valeroso, etc. Sin duda; pero después de representar esa comedia durante el día, se concede y se le concede el "reposo del guerrero": vuelve a su casa y encuentra en ella todas las referencias de su infan·cia. Pregunta descuidada.inente qué hay de cenar; busca señales de que se Jo estaba esperando, y Las encuentra: su cama está hecha (no sabe, o no quiere saber quién Ja hizo), su ropa interior lavada, su cubierto en su sitio; todo le hace pensar que ba regresado a casa de su madre, así que puede mirar hacia atrás : los elementos del paisaje de su infancia siguen estando allí. Y yo, durante todo este tiempo, ¡pobre de mí! ¿Quién se ocupa de mi regreso al hogar, de mi confort, de mi ropa interior, de mi cubierto? Nadie, como no sea yo misma. Yo "me" 11ago de madre, increíble anzuelo con el que· me atrapó un hombre en cuyos grandes brazos me hizo creer que yo sería por fin pequeña, que tendría por fin una madre amante y d~seosa de mi persona. Pero es él quien regresa y no yo; él quien sigue movido por su propio impulso, y yo la que tengo que dejarle lugar, pues para mí no hay refugio posible, ni siquiera aqu[ en mi casa, ya que no tengo a nadie que represente el papel de mi Madre. Soy Ja única bajo este techo que no tiene Madre. Como fui la única, de niña, que no. tuvo objeto sexual adecuado a mi sexo. La historia continúa, nunca al-
canzo mi lugar, pero te ngo que estar tra tando siempre de ganarlo, de conquistarlo, ~ometida a montones de "si" . .. E s siempre la misma comedia de ser o no ser: debo mostrarme buena madre. buena cocinera, buena esposa, so pena de que si no, se me considere NADA. Exacta mente la prolongación de mi infancia. cuando debía mostrarme una huena niñita para no
correr el riesgo de dejar de ser niña. Yo me esfuerzo inútilmente por plegarme a una imagen que no es la mía, porque no ha salido de mí. Oc hecho soy como todo el mundo, no tengo ganas de ser Madre sino de tener una Madre, pero no encuentro a nadie que quiera de!'empeñar este papel para mí. Las mujeres deben ocuparse del porvenir de los demás, ¿pero quién se preocupa de que su propio por-venir no venga nunca? ¿Las mujeres tienen que conformarse con el por-venir de los s uyos? Pero en resumidas cuentas ¡,qué quic.re decir los suyos, los míos? Pues el marido, los hijos, no me pertenecen a mí, pertenecen únicamente a la vida: cada tmo está sumergido en Ja aventura de pasar ochenta años lo mejor posible en este mundo probkmático cuya fin alidad suele escapársenos. Pero yo compruebo que mi finalidad está firmemen te instituida ante sus ojos, y yo " les" pertenezco. Yo soy Ja MADRE , y eso me tie ne que impedi r plantearme problemas metafísicos. Contrariamente a los demás miembros de la familia , no tengo en ningún momento el derecho a hacerme la niña, pues en ese ca o ¿quién haríu de Madre? Es el papel que no admite intercambio con ningún ot ro, pues nadie quiere ocupar mi lugar... Las mujeres a)jmentan a los demás, pero ¿quién las alimenta a ellas? Nadie; son las únicas que tienen que alimentarse a sí mismas, que obrar con perfecta autarquía en el e no de una familia don-
212
de todos Jos demás tienen derecho a una política de intercambios. Y algunas veces esto Je parece a la mujer tan injusto, tan erróneo, que sólo tieue ganas de una cosa: de arrojar todas las ollas y cac.erolas por la ventana, pisotear las ensaladas, estrellar contra el suelo Jos huevos y ponerse a llorar, a llorar. . . Llorar como una niña que siente que no podrá llegar a serlo jamás, llorar como un ser desprovisto de todo, llorar como peqt1c;ña, como huérfana.... Es verdad que teóricamente se nos otorgan todos los signos de la infancia: tene mos derecho a llorar, a ser frágiles, débiles, incapaces de reflexionar. Pero en verdad se nos niega el derecho a la verdadera debilidad, al reposo 1otal, a la renuncia material (la que reivindica el hombre cuando vuelve a su 'c asa por la noche). Siempre fatiga
veces sólo ericrnmtran al médico o el psicoanalista, que Uegao a proponerl es un alto en el camino. Y Dios sabe que todas las mujeres que llenan los consultorios médicos lo sabeo bien; esas mujeres, dispuestas a rezar el rosarfo completo de sus sufrimientos rtsicos, pálido reflejo de s u soledad psíquica. ¿Pero cómo el médico podría prescribirle una "incapacidad ~empora~ia" a quien no _ti~ne un lr~ baj? bi_en defin~do? IElla esta cansada de v1v1r fuera de s1 rmsma, ¿como 213
voJverla a poner en su lugar, si su fuga viene de lejos, data de su infancia misma y forma parte ya del cuadro familiar? ¿.Qu6 hacer con esta mujer cansada de todo y de todos? Sería necesario que el hombre, su compañero, aprendiera a ofrecerle las regresiones qu~ ella necesita; que él también fuera alimentador de los demás, vigilante nocturno de los hijos, cuidador de los niños, para que la mujer, convertida por fin en ELLA misma, pudiera contar con alguien, en lugar de contar con el médico. El hombre tendría que renunciar a su quietud para que la mujer pudiera descubrir la suya; tendría que dejar un poco de lado su Edípo para que la mujer pudiese descubrir el propio. El .marido tendría que dejar de representar el papel de niño, para que su mujer pudiese dejar de ser su Madre. Hasta ahora los hombres han tenido una objeción siempre a mano: "Nosotros no tenemos tiempo y las mujeres sí" ; pero las mujeres que trabajan pueden dar ahora una respuesta nueva, pues ya no tienen tiempo de dejarse explotar en Jo familiar ni esclavizar conyugalmente. ¡Ahora no tienen más tiempo que el hombre! Entonces habrá que hablar muy claro sobre este derecho a la regresión y habr.á que repartirla, no ya en función del sexo, sino en función de las necesidades de cada uno en la pareja ... El problema nuevo que se plantea con el trabajo de las mujeres es el de su derecho a la R egresión y de ·su acceso a 1a Sublimación. La sublimación : ta·1 la segunda área que falta en la vida de las mujeres-madres. Después de haber perdido la regresión, también carecen de sublimación (como dijo Freud). P ues Ja sublimación consiste en emp1ear sus pulsiones primacías "en otra cosa y de otru .modo". Por ejem-
2 14
plo, en lugar de comer, se puede alimentar el espíritu con alguna lectura bien elegida. Es el caso del hombre, que después de comer se va a leer su periódico. Pero su mujer, mientras, sigue "vacando" en la cocina, pues después de la comida viene la post-comida: el arreglo y limpieza de la vajilla, etc. Siendo así, ¿cómo iba a encontrar la manera de emplear sus pu!siones "en otra cosa y de otro modo", si cuando terminó con todas sus ocupaciones está tan fatigada, que ya no le queda libido para invertir en ninguna otra forma? La manera de gastarse una mujer está enteramente organizada hacia Jo CONCRETO, de manera que no le queda Jugar para lo ABSTRACTO. Es fácil decir que las mujeres no tienen acceso a la sublimación, pero lc;:i que pasa es que no se les deja tiempo. Lo. prueba este libro, que tuve Ja mala idea de incrustar dentro de mi existencia de mujer que trabaja y que tiene familia: si me requirió dos años escribir.lo no fue por dificultad para pensar, sino por fa.Ita de tiempo para engendrarlo .. , y tuve que llevar conmigo este libro como a un niño a quien la sociedad me impide dar a luz, al revés de mis otros hijos de carne y hueso, para los cuales esa sociedad me dio tiempo, descanso y ciertas facilidades. Un. día, en un congreso de psicoanalistas, yo escuchaba a esos "señores'' parlotear sobre la Madre, para quien, según decían, el falo era sin duda el hijo; y yo me decía para mis adentros que ellos, al hablar así, como quien no quiere la. cosa colocan a la mujer en ese lugar para evitar encontr~rsela en otros, especialmente en. la sublimaci.6.n. Como tuve una intervención argumentando eso, a la salida del congreso, en un aparte amistoso, el presidente de la sesión me dijo textualmente: "Sí, nosotros no ignoramos que somos injustos con ustedes las mujeres, pero no nos gusta 215
que nos Jo recuerden". ¿Fue un rapto de honestidad en este curtido lobo de mar del psicoanálisis, que ve la peligrosidad pendiente que lleva desde el penisneid convertido en "pene-bijo", hasta transformarse al final en "'sublimación-neid"? "Ellos" no quieren que yo piense y que sublime, porque eso se lo reservan. A mí me dejan el papel magnífico de Madre; a mí me reservan el pisoteo cotidiano de ta que se ocupa de los demás. Ya ellos se ocuparán de mí, a no dudarlo; llegarán hasta definirme al margen de lo que pienso, leios de lo que realmente ·soy. Lo que ellos saben, lo que ellos quieren, como lo han probado hasta el cansando, es mantenerno!I a su servicio. haciéndonos creer que son ellos los que hacen el gasto para nosotras. ¡Cuántas veces hemos oído la famosa frase: "no se quejen, ustedes se llevan la p1ejor parte!" ¿Pero cuántas veces han aceptado ellos representar nuestro papel? Ese papel -o ese drama- de las que ao tienen madre que se ocupe de ellas. Los .hombres nos conocen mal, o mejor dicho, no tratan de conocernos; sólo se ocupan de su bienestar personal. Han tratado de insertarnos en su deseo, pero se han olvidado de tomar en cuenta los nuestros, particularmente nuestras "regresiones'' y "sublimaciones". Acordándose de su M adre, que en ellos siempre está en Ja brecha, nos han asimilado a e lla, confundieron definitivamente las dos entidades: madre y mujer, y pllesro que somos mujeres, debemos servirles de Madre. Como su Madre era grande cuando ellos eran pe.queños, nosotros también tenemos que seguir siendo "grandes" para que ellos puedan seguir sintiéndose "pequeños". Pero en cambio, ¿quién será "grande.1' para nosotras, para asegurar de vez en cuando nm:stra regresión? Pues el deseo de volver hacia atrás, el deseo de recu216
perar la infancia, pertenece a todo el mundo, hombres y mujeres. Es injusto querer repartir ese derecho según el sexo: a partir del casamiento, el hombre parece util izar como lugar de regresión posible toda su casa. y la mujer solamente su cama. P ero también en ésta aparece el problema del hombre que exige d placer de la mujer como algo que se le debe a él. en lugar de procurárselo también a ella como su derecho natural. Conílicto del lecho. conOicto con quien se muestra durante el dfa como una mala madre, y quisiera convertirse en buena madre por la noche. Posición rechazada con frecuencia por la mujer, que considera que ya hizo bastante por él durante el dfa y lo priva, privándüse también ella del placer (pp. 108 ss.). Hay mujeres que no conocen el orgasmo más que consigo mismas. porque sólo han conocido el cuidado materno que ellas mismas se han procurado a lo largo de su vida. Para la mayoría de las mujeres, no hay en la vida cotidiana ni lugares ni momentos de regresión posibles; y los maridos, que antes se mostraban amantes, solícitos y delicados, y que pensaban en los placeres de su bien amada, ahora se asemejan a los dos o tres niños que reclaman golosamente su cuota de afecto, de alimento y de atención djaria. Piensan que si la esposa lo hace para tres, bien puede hacerlo para cuatro. El :razonamiento en sí mis mo parece exacto. pero para el inconsciente es falso: el hombre que está sentado enfrente, no fue elegido como niño sino como compañero afectivo, y por wnto como madre. Con el casamiento, la regresión cambia de lugar... Las mujeres sólo tienen el recurso de darse trato materno entre ellas (si su homoxesualidad se los permite) o de regresar a la naturaleza. en los lugares no ocupados por el hombre ni controlados por él. . . Con 2 17
el pretexto del niño, la mujer se concede -y se le concede- el derecho a descansar cómodamente al sol en una playa, cosa impensable si lo hiciera sólo para ella. Allí se pasa las horas, inactiva, disfrutando del sol, que al menos no le regatea su calor. Es todo lo que le queda de regresión a esta mujer a la que nadie alimenta, ni abriga, ni espera. Al menos así, encuentra algo que le recuerda e'I origen: el ruido de l.as olas; regular en sus oídos, evoca el Jatido del corazón cuando todav(a era un feto. Pero enseguida, ¡qué carrera desenfrenada otra vez, para atender al otro o a los otros! Y allí mismo, en Ja playa, ¿qué está haciendo esta mujer? Pues poniéndose bronceada para volverse aún más deseable a los ojos del hombre. La mayoría de las regresiones femeninas deben disfrazarse con la oriflama del gustar, estatuido por el hombre. Los marjdos simulan encontrar todo esto muy fávolo por parte de su esposa, pero parece que sólo existe este medio para que una mujer pueda tener acceso a la regres!ón : tomar para sí algo que necesita, siempre y cuando manifieste hacerlo para los otros. Yo comprendo todas las fallas femeninas; son encantadoras a mi manera de ver, y sólo tienen el defecto de la culpabilidad que se atribuyen: empiezan con el espejo (respuesta narcisista necesaria para la mujer, debido a La ausencia de mirada paterna), pasan por los pequeños caprichos (se hacen regalos a sí mismas porque no hay nadie que se los haga) y suelen terminar en la glotoneda (para procurarse dulzuras que el cónyuge suele olvidarse de distribuir .moralmente, y que la mujer ingurgita en el plano físico). En todo lo que puede, Ja mujer trata de gratificarse, de sentirse mimada, tranquilizada. Se le pide a "otra" una receta, una dirección, el nombre de un medicamento, y esa otra lo acepta y lo comprende. A partir
218
de cierto momento esto adquiere proporciones inquietantes a los ojos del hombre, que no comprende que la homosexualidad ocupa el lugar de la heterosexualidad por puras razones de ternura, por una necesidad de regresión que él no parece comprender ... En efecto, las mujeres se dirigen hacia otras mujeres para que se las ame sin condiciones, sin esclavitud y con derecho a la regresión . . . Sería necesario que Jos hombres quisiesen mirar con otros ojos los reclamos femeninos; que pudiesen entender que la nec~idad de ser pequeñas no es patrimonio exclusivo del hombre ni de la mujer, sino que representa las recreaciones ínfimas que necesitamos unos y otros para poder cumplir con nuestro papel de adultos el resto de nuestro tiempo. La regresión, la vuelta hacia atrás, es la piedra de toque de nuestra vida psíquica, así como el sueño es el re torno a las fuentes, indispensable en el plano físico. ¿Por qué la mujer tiene que verse privada de los medios para llevar una vida sana en el plano psíquico? ¿Y por qué va a tener derecho a la regresión sólo mediante rodeos? Cuando una mujer va a la peluquería, ¿lo hace para satisfacer el deseo de su marido de que se presente hermosa, o para sat isfac~r su propio deseo de hacerse acariciar y mimar un poco, sin preocupaciones durante algunas horas? (siempre ese extraño juego entre el deseo de'I otro y el suyo propio; siempre la duplicidad de la mujer aprisionada entre lo que es y lo que se le ordena que sea). Todos conocen tan bien como yo a esas mujeres a quienes el ir a la peluquería las transforma por unas horas: ¿sintieron que las querían o que ellas se querían? Nanea Jo sabremos. ¿Quién miente en este asunto? ¿La mujer? ¿El peluquero? ¿El marido?
219
Leyendo Cheres mente1/\es' se encuentrn todo lo que hay de mentira perpetua e inevitable en la mujer; pero el hombre no quiere saber nada con esa mentira nuestra, quiere simular que n<" está involucrado para nada en ella. Y sobre todo quiere no ser perturbado por la existencia femenina, en tanto que la mujer ve su universo puesto patas arriba por la existencia mas~u lina. En los hechos. todos los divorcios actuales son el fruto de una doble mentira : el hombre no ha querido ver la necesidad de regresión de su mujer, la mujer ha simulado que se adapta a ello, pero de golpe se da cuenta de que no tiene nada que ganar junto a este niño gra nde, cgoístu y exigente, y entonces decide marcharse (actualmente el divorcio lo pide más la mujer que el hombre) . La pareja se hace pedazos por una historia de regresión mal distribuida entre los cónyuges; la regresión del señor que ocupa todo el lugar de la casa, la de la señora que se ve reducida a algunos instantes en lu cama (de ahí la importa ncia exagerada de esta cama, ::i la que el hombre se adapta sólo a medias. con su eterno miedo a la ternura y a las palabras). Las mujeres piden el divorcio con más frecuencia que los hombres. pero en la mayoría de los casos ello es así porque el hombre no ha sabido destinarle un solo lugar de regresión y porque la soledad e~ la misma. tanto fuera como dentro del matrimonio. ¿Seguirá habiendo mujeres que acepten un casamiento donde no se admite la regresión y la sublimación más que para uno solo, en vez de probar más bien una vida sin contrato, puesto que ese conrrato le cercena siempre la libertad a las mismas? 1
220
G. Rolin,
Chi-ri·~ 11/C'lllt•u .w: s.
No necesitarnos padre y maüre: necesitamos atención paterna y materna. 0AVIO COOl'P.R:
Muerte de la /ami/i(l
XII. LA FAMILIA: TEATRO MODERNO PARA UNA OBRA ANTIGUA
ACTO PRlMERO:
EL PADRE AUSENTE
patriarcal, la estructura edipiana, la familia nuclear: tal es el espacio en que se mueve el analista y donde no puede dejar de plantearse el tema del Edipo vivido socialmente, y el de la sociedad vista como agente que engendra neurosis. AJ evolucionar la sociedad sin cambiar radicalmente, las prohibiciones se desplazan, y también los síntomas: ya no estarnos en la época de la gran crisis de histeria, sino de la discreta conversión psicosomática. Desde que ya ha sido aceptada como forma posible la homosexualidad, ahora hace su aparición la bisexualidad. Es decir que el campo del psicoanálisis no cesa de desplazarse, pero el inconsciente mantiene siempre la delantera sobre el investigador llamado psicoanalista. Por ejemplo, cabe observar que al reducirse en mucho la céluJa familiar, la distribución de papeles entre el hombre y la mujer se va haciendo cada vez más precisa, el Edipo queda cada vez más circunscrito a la Madre, y la violación y la violencia aparecen cada vez más en los diarios. ¿El antiguo mito, que le impuso al desdichado héroe edipiano la muerte del padre y la relación sexual prohibida con la madre, se va haciendo más nítido a medida que la escena familiar LA SOCIEDAD
223
se reduce? ¿Hay una relación directa entre el encerr¡imiento de la familia y la violencia de los sentimientos que de allí emergen, tanto frente al padre como a la madre, únicos protagonistas del drama infantil? Cuanto más leo los diarios~ cuanto más vivo en famili a, cuanto más escucho a mis pacientes, más me veo obligada a preguntarme si mi profesión no tiene que ver más con una sociedad enferma que con individuos problemáticos. Pues su historia personar suele
ser siempre el reflejo de lo que ellos plasman en sus síntomas, y sus síntomas provienen siempre de la imposibilidad de resolver el conflicto edipiano como consecuencia de la falta de uno de los protagonistas de un drama que incluye a tres, pero que sólo suele estar representado por dos, pues el padre. por lo general, no aparece en escena ... La familia de las grandes vi:viendas colectivas nos presenta la imagen de una célula muy pequeña, inmersa dentro de una sociedad gigante, y mientras más importante sea el ed ificio, más Ja fa milia se debe red ucir a unos pocos metros cuadrados. Dentro de cada uno de estos pequeños mundos familiares, impera la madre todopoderosa. El universo de cada niño se ve :reducido a su madre y a sus hermanos y hermanas, al menos en los primeros años, pues la madre es quien asume habitualmente, de modo casi permanente, fas facilidades y dificultades del cuidado del niño. En efecto, la sociedad no le ofrece a la familia equipamientos exteriores para ocuparse de este niño, aparte del periodo escolar (insu fici~ncia de guarderías, inexistencia de lugares juveniles para adolescentes) y entonces u no de los miembros de la pareja debe hacerse responsable del niño: y éste será forzosamente la madre, que por tener un salario inferior a su marido, no 224
dudará én ofrecerse para dejar ella de trabajar. Por lo tanto, el niño vivirá casi siempre frente a frente con la Madre, ya que el Padre se encuentra trabajando: ''se fue en el auto", como suele decir certeramente el niño. El padre es el gran ausente de esta nueva socied-ad burguesa de consumo. Curiosa sociedad que, con el pretexto de aumentar el confort material gracias al dinero que aporta el pa
225
de la mujer, que aJ sentirse únka responsable de su hijo, se muestra dispuesta a sacrificárselo todo, aun a tlesgo de volverse agresjva con él más adelante. El Eilipo adopta un aspecto nuevo por ser vivido en recinto cerrado, y al ser la madre y el hijo sus únicos actores, siempre frente a frente. Inseparables, aferrados uno al otro, alienados uno al otro. Las madres suelen decir, hablando de su hijo: "Me hizo un sarampión" . "Se me chupa el pulgar". (¿Cuál, el de usted o el de él?). "Ella me trajo un 2 en aritmética". (¿Eila va a clase para ella o para usted?) "Me tomó la sopa". (¿Es usted o la sopa lo que ella tomó?) "Me hizo 39 grados de fiebre". (¿Es contra usted que el niño está enfermo?) ¿Qué no le ha hecho todavía? Es que simplemente, "él" mismo le ha hecho; este niño que siempre está allí, y ella no tiene manera de vivir un solo instante sin él, que está como pegado a: su madre, y que representa demasiado para todos: para la madre, que al final se vuelve agresiva contra ese hijo al que tanto quiere, y para el propio niño, que no tiene libertad, puesto que todo lo que hace se lo está haciendo a ella. Entre las ventajas de otra educación que se apoyara, al menos en parte, e.n organismos exteriores, se cuenta la de que la madre y el niño recuperarían su libertad, pues durante varias horas habóan podido actuar en función de sí mismos y no con rel~ción al deseo del otro.. . Pensemos cuál es el ·origen más frecuente de esa desdichada disortografia, que con tanta frecuencia mo·tiva la consulta con el terapeuta. No es otro que
226
la imposibilidad del mno de establecer el YO sin el ELLA de Ja madre, que se ha instalado dentro de este niño aparentemente solo en Ja c1ase. Pero ese niño jamás está solo: siempre está ligado a su madre, y esto conduce a la confusión de los géneros (masculino y femenino, que suelen no distinguirse bien) y del número (uno o varios es lo mismo para él, ya que siempre ha vivido de a dos con su :madre ... ). E1 niño no tiene el sentido de lo singular o de lo plural, y nü's sorpr.endernos ante este ilogismo, sin embargo tan 16gico para la mente de ese niño. Él no sabe de "uno", sino de "dos": él y su madre. Y si esto fue así desde su nacimiento, ¿por qué iba a cesar bruscamente en la escuela? (Habría que repetir, en este punto, que la mayoría de los trastornos escolares aparecen en los niños varones, sin duda porque al vivir pegados a su madre de sexo diferente, los géneros se le embarullan más en su mente.) Y nosotros, los psicoanalistas, ¿nos vamos a pasar la vida. tratando de reparar los daños causados por esta familia reducida, por esta educaeión en manos de mujeres, y no decir nada sobre el aspecto social? ¿Tendremos que cansarnos de culpabilizar o de absolver (dependerá del psicoanalista) a estas madres que no tienen otra alternativa que el círculo infernal: masoquismo-devoción-agresividad, al cual el niño responde con rechazo-agresividad-culpabilidad? ¿Tendremos que seguir simulando que no nos damos-cuenta de que estas madres vienen solas a la consulta y se consideran las únicas responsables de la situación,. puesto que están solas, tambjén, para asumirla? Habría que decirles, antes que nada, que la educación de un niño es demasiado pesada, demasiado difícil, para que la asuma una persona sola: y que si el padre vuelve a estar ausente, ahora del con-
227
sultorio donde han llevado a su hijo, ello no quiere decir que no cuente en la historia de ese niño, que allí se relata. Es que el hombre se ha creído eximido de su oficio de padre, pensó que el de mi:.dre sería suficiente; pero además. ¿de dónde iba a sacar tiempo y energía para hacer de padre, cuando vuelve tan fatigado de su trabajo fuera de casa? "Si hubiera que contar sólo con él. .. ", suelen decfr las mujeres, sintiéndose victoriosas (ur.a victoria bien corta y que se paga demasiado cara), felices al ver que el hombre ha quedado al margen de una función en Ja que se sienten superiores a él. ¿Entonces el niño sirve de bastión de la mujer en esta infinita g11erra de los sexos? Así parece, en efecto, a juzgar por el encamizamientc de la mujer en reivindicar para sí al niño, casi tan grande como el rechazo del hombre para asumido. Pero desde hace algún tiempo ha aparecido otra mujer, que quiere vivir con su hijo, pero no a través de él: y esta nueva mujer quiere mantener su actividad social sin dejar de tener hijos. Por lo tanto, necesita encontrar a su alrededor esiructuras que se encarguen del niño después de las 17 horas. Esta mujer considera la maternidad como una función entre otras, pero no como un FIN en sí. Y el hijo ya no debe seguir desviando el camino de Ja mujer. como no des\lía el del hombre. Pues si nos descuidamos, la maternidad, simple etapa en el camino de la mujer, se transforma en punto de llegada. Yo misma, mujer, madre. psicoanalista, cuando me interrogo sobre las dificultades que encontré en mi propia existencia, advierto que todas ellas provienen del hecho de haber sido madre y de la teoría psicoanalítica referente a Ja mujer y a la estructura de su inconsciente, según la cual la práctica de la mater-
228
nidad se basa en una teoría insostenible en la que Freud me asigna, en cuanto mujer, el canili10 de desear al hrjo como sustitutivo del pene que me falta. Yo Jo lamento mucho, pero este hijo jamás desterró de mí el becho de que yo no poseo más que la mitad del sexo y que debo recurrrr a1 otro sexo para encontrar el todo. Compruebo que el hombre está en la misma situación que yo, pero Freud no extrajo de ello las mismas conclusiones, pues de lo contrario el niño héibría sído considerado como su.~titucivo de los senos y del útero que al hombre Je faltan. . . El hijo tendría que representar el objeto uuiversal de la pareja, lo que lo situaría en una posición muy diforente, que nada tendría que ver con el clasicismo familiar defendido por Frcud, según el cual el hijo pertenece a la madre. Y yo, tal como debe ocurrirle a todos los hombres ') mujeres, quise ver a este hijo como la imagen reuoida del hombre y de la mujer, como la st:ñal del encuentro de dos mundos diferentes. Pero el hijo deseado bajo el signo de la reconciliación de los sexos y de la bisex11aJidad, cae, no bien nace, dentro de la guerra de los sexos, como co.nsecuencia'
229
mientras que el hombre se siente excluido del proyecto que concibió. Luego del nacimiento, no se atreverá a recuperar su bien, y su mujer tampoco hará .nada para que tenga acceso a él: se lo guarda para sí. El hombre, que debió renunciar a la relación. corporal con el niño durante el embarazo, tampoco Ja hará suya después del nacimiento: este hijo representa para el padre la historia de su linaje, de su sucesiór., pero la historia del cuerpo de este hijo ya no se mezclará más con él, pues se desarrollará con la madre solamente. Desde la cuna misma el universo del hijo se divide en dos, y la sexuación adoptará ya la apariencia de sexismo. Pues el niño va a establecerse en un mundo donde todo lo que se refiere al cuerpo y a la afectividad se vincula con Ja madre, y por lo tanto está considerado como femenino; mientras que lo que es actividad intelectual y consolidación de la familia por lo tanto del lugar social, está visto como masculino. El sexo impregna desde la más temprana edad, no sólo las partes genitales, como lo observó Freud, sino todo. El ser que se vuelve muy rápidamente sexuado : allí aparece el quid que se introduce en la vida precoz de los individuos, preparándolos para lo que secá la guerra de los sexos. ¡Cómo se me volvió gravoso este hijo deseado entre Jos dos, desde que abandonó mi habitáculo interior! En éste no me molestaba mayormente, no me impedía vivi:r, me acompañaba a todas partes; mientras que a partir de su nacimiento está como. aferrado a mí. Ya no tiene más que a mí, yo soy su único recrrrso, su sola y únka madre. ¡Qué abismo entre el sueño de una realizatión común con mi marido, y la carga enorme que cayó sobre mí de golpe! iY sobre mi sola! Y es recién entonces cuando me doy cuenta de que 230
la sociedad no está prevista ni para .mi hijo ni para mí. Solamente Jo está para mi marido. ¿Es una sociedad de hombres, donde yo figuro por error o por omisión? Es Ja misma canción que escuché siempre, entonada por los hombres o por los pskoanalistas :
Muier "desprovista de pene", ocúpate de tu hijo fálico y considéralo como el "objeto" que te falta. Es tu única salida, tu única realización, el único lugar que se te ayudará a ocupar; el resto pertenece al hombre. Si yo contemplo mi vida de m1,1jer, compruebo que el hecho de ser trabajadora dentro de esta sociedad, no me ha dado ningún derecho a ser ayudada en la educación de mis hijos. Por el contrario, se ha hecho todo lo posible por hacerme entender que fa carga del 11ijo era primero (protección social a la familia asegurada por eJ marido, salario único, sin consideración al ni.ve] de vida), mientras que mi trabajo es facultativo (ninguna indemnización diaria para ubicar a mi hijo en alguna parte, salvo si mi nivel de vida es anormalmente bajo) . Existen algunos signos reveladores del hecho de que la educación del hijo por la madre en el hogar, es antes que nada una decisión gubernamental, y que la posibilidad de la mujer de interrumpir sa trabajo se traduce para ella casi siempre en la .imposibi1idad de proceder de alguna otra manera. La sociedad distribuye tan rigurosamente Jos papeles según el sexo desde nuestra más tierna infancia, que a veces ya no podemos identificar más nuestro propio deseo. Es .impensable que a a:na mujer no le guste cuidar a un niño, pero seáa ridícalo que al hombre le gustara. Por estar así establecido desde afuera - se podría decir- , yo tenía que cuidar al nene; pero como además q~eríá trabajar, ¡me encontré ante el dilema pavoroso 23 1
que deben enfrentar tantas mujeres! Nadie vendría a sustituirme con mi hijo durante mis ausencias; nada está previsto en lo exterior de la familia para asegurar el cuidado de mi hijo hasta que yo termine mi trabajo. Nadie ignora que las guarderías son prácticamente inexistentes, si las comparamos con las necesidades reales. Yo habitaba una ciudad de ciento cuarenta mil habitantes, donde había en total tres guarderías a las que recurrir. Por lo tanto, debí buscar soluciones de emergencia, esas pequeñas combinaciones con la abuela, con la vecina, etc. Y a partir de las 17 horas debía sufrir La angustia de tener a mis queridos pequeños fu era de la escuela, y al margen de su ambiente. Las 17 horas: hora fatídica para Ja mayoría de las mujeres, que todavía tienen por delante una hora más de trabajo que cumplir, y que viene a sumarse a su úempo de madre ansiosa. "¿Habrá funcionado bien todo el mecanismo que tuve que montar? ¡Ojalá que no se haya producido nada imprevisto, que la vida y la salud hayan corrido tan normalmente como las agujas del reloj!" T ales son los pensam ientos de la mujer en Francia después de las 17 horas. ¿Pero cómo es posible que quienes gobiernan este país no le presten atención al hecho de que el rendimiento de la empleada desciende en la misma medida en que crecen su angustia y su sentimiento de culpabilidad materna? Yo he esperado en vano: hubo ministros hombres, hubo mujeres que también lo fueron , sin que este grave problema del cuidado deJ niño, de la angustia materna, de la culpabilidad parental tan perjudicial para el niño, fuese siquiera mencionado. ¿Será que hacen falta psicoanalistas en el Ministerio de Salud o de Educación? Mientras, las mujeres, decididas a que el
232
hijo no se constituya en un obstáculo, tienen que hacer cada vez más acrobacias entre su trabajo y sus cunas. Es que nada está previsto para que ellas puedan enfrentar al mismo úempo la vida activa y la reproducción. ¡Y los especialistas en natalidad hacen como que se desesperan aote la baja del número de hijos por familia! Mientras la sociedad no acuda en ayuda de los dos padres, encargándose de una parte del cuidado del niño pequeño, habrá cada vez menos hijos. Y no se resolverá el problema de la mujer esclava de su hijo, sujetando la madre al niño mediante un salario (solución que aconsejan corrientemente los especialistas en problemas familiares). Se Jo resolverá cuando se libere a la mujer del peso i::xclusivo del niño, lo que le devolverá el gusto por procrear en Ja alegría y oo en la aflicción. Sí, la familia se reduce y se reducirá todavía más si los que están a la cabeza de esta sociedad no hacen todo lo que esté de su parte para que Ja maternidad no represente más un objetivo excluyente, sino una fun ción entre otras, y sin que obstaculice a éstas, ni perturbe el camino de Ja mujer, tal como la paternidad no perturba el deJ hombre. Con la maternidad, y no con la sexualidad, tiene que ver la principal injusticia entre Jos sexos; pues el hombre, por quedar apartado del embarazo, decidió vengarse de este placer femenino incompartible, y mantenerse alejado del niño no solamente durante nueve meses, sino también durante nueve años. Es entonces únicamente la mujer la que por largo tiempo debe cargar, ella sola, con el fru to del deseo de los dos esposos. El hombre pasa de largo por la paternidad; la mujer queda detenida en Ja maternidad. Se la encierra socialmente en to que fue un día su deseo, que al 233
hombre deja indemne. La maternidad se convierte así en una opción social, que hace desaparecer a hi mujer y nacer a la madre al mismo tiempo que su hijo. ¿Cómo asombrarse de que ante semejante opción, aparezcan a veces renunciamientos? ¿Cómo i::tsombrarse de que entre el deseo profundo e instintivo de querer un hijo entre los dos, y el nacimiento de un bijo que Jo .asumirá la mujer sola, ésta levante eutre su sueño y Ja realidad la cuchilla del aborto? "Deseo ele nn hijo" y "maternidad" son dos entidades tan diferentes, que si frente a la primera los hombres y las mujeres sueñan juntos, [rente a Ja segunda Ja mujer suele despertaíSe sola y debe adoptar decisiones escandalosas a los ojos del hombre que sigue soñando. Claro: le es muy fácil soñar co.n este hijo que él no tiene el poder de conservar, como no tendrá el coraje de tomar a su cargo, Resulta absoJutamente aplastante ver la persistencia del hombre en querer conservar la vida de un hijo cuya carga él no asumirá (me refiero a la oposición casi general de los médicos al aborto).
ACTO SEGUNDO:
EL SACRlFICJO MATERNO
La maternidad, que es en sí un cambio de estado fisiológico, se convierte también en un cambio de estatuto social. Durante ,la maternidad, la opción se plantea de una manera ineluctable: o dejar el estatuto de mujer para adoptar el de madre, Jo que puede dar la impresión de un contentamiento inmediato, seguido después de muchas decepciones cuando la mujer, muchos años más tarde, quiera retomar una vida activa; o bien conservar su estawto de mujer y adc234
más ser madre, Jo que produce una impresión inmediata de surmenage, engendra a veces la culpabilidad, pero preserva el lugar social de la mujer, que ya no tendrá Ja impresión de volverse inútil el día que sus hijos partan. El hijo, por su venida al mundo, afecta en demasía el equilibrio interior de la madre, como para que Ja relación entre ambos no lleve el sello de ésta: el amor de la madre será muchas veces ambivalente, el del hijo quadará marcado por la inquietud y la culpabilidad, incluso la oposición ante esta agresividad de la madre.
1. Si la mujer elige mantenerse junto a su hijo por considerar más ventajosa esta solución en el plano financiero o en el plano psicológico, el hijo va a convertirse en la parte receptora de la economía libidinal de la madre; representará para ella la prueba de su éxito, y estará indicado que es por cierto una buena madre: es el hijo-salario de la madre, que no puede hacer ni desear nada que no sea por o contra ella. El hijo siente que está llevando una existencia que no es la suya. Y a veces se le hace tan gravoso llevarla, que he visto algunos que prefieren retornar a la "fábrica". Las madres que les dicen a sus hijos "tú me matas" o "vas a terminar matándome'', revelan con estas palabras que su existencia está dependiendo de la de su hijo. ¿Quién de nosotros, adulto o niño, quisiera llevar sobre sus hombros el éxito o el fracaso de otro? El sacrosanto Día de la Madre, ¿no está subrayando la importancia del sacrificio materno y la necesidad de ofrecer una reparación a las mujeres que tanto hacen por el hijo? ¡La mujer tiene que sentirse muy explotada, muy desvalorizada, hundjda muy hasta el
235
fondo, para aceptar tan espontáneamente que ese día re la lleve hasta lo más alto! Si esas madres que prefieren permanecer junto a sus hijos disfrutan tanto con elle, ¿por qué habría que agradecerles nada? Sólo se resarce a quien ha sufrido un daño. jNo es ningún azar que esta revalorización haya recaído sobre Ja madre! Yo he tenido a mis hijos p or placer ¡y no queróa por nada del mundo que ellos me agradecieran Ja alegría que me dieron al hacerlos y al verlos crecer! ¿No seria yo, más bien, la que tendría que agradecerles a ellos, y basta pedirles perdón por haberlos inscrito en el registro de la vida sin consultarlos, simplemente porque yo no ten ía ganas de que mi vida se detuviera un día'? 2. Consideremos ahora a Ja mujer que decide continuar su camino personal y mancener su lugar social, considerando que la maternidad no es su único destino. Pronto se dará cuenta de que nada está previsto socialmente para su hijo y ella uo lardará en sentirse sumida en la inquietud y la culpabj]jdad: la primera enfermedad de su niño se transformará para ella en un infierno de ansiedad. La crítica mayor que se le dirige al empleo femenino es que con él prolifera el ausentismo en forma de licencia por enfermedad, que casi siempre oculla la enfermedad de otro: el niño. Las mujeres se describen a s í mismas como computadoras siempre en fu nciones. En efecto, en su mente se desarrollan a la vez varios programas, concomitantes y no convergentes. Doble vida, doble rostro, doble sonrisa, doble preocupación, todo se ha vuelto doble en la vida de una mujer que trabaja y que tiene un hijo. ¡Qué envidiable ve entonces la manera de vivir del hombre! : un solo programa por vez en la
236
mente, un salario únicamente remunerable en dinero, ¡qué simple parece todo! Las mujeres van de un estatuto a otro, la mayoría ha intentado a veces las dos fórmulas: pero siempre hay algo que no funciona bien en el sistema y es el cuidado del hijo únicamente por parte de la mujer, función en la que suele verse obligada a persistir. Como el condicionamiento de la mujer hacia el niño es tan precoz, al hombre le parece que el valor de lo femenino sólo puede estar referido a ese cuidado, y ello no se puede concebir ni por un instante compartiendo con el hombre el único papel que se le ha asignado exclusivamente a élla... Y el hombre, muy contento de haber encontrado para su hijo una baby-sitter tan fiel, jamás aceptaría una distribución diferente de tareas. Así, la mujer que trabaja, contrariamente al hombre, conserva al mismo tiempo su papel familiar de responsable del hijo. La mujer no saldrá de su culpabilidad personal, en tanto siga creyendo en el mayor vaJor del otro con respecto al suyo, y el hombre, inteligentemente, seguirá explotando su terrible falta sin dej11r de adornarla con los más hermosos nombres: devoción materna, instinto femenino, fibra camal. Detrás de estos grandes títulos hay siempre algo que se parece a un resarcimiento : se le concede a la mujer, bajo la forma de maternidad loable, todo lo que se le ha quitado de libertad, y se denomina devoción al hecho de que su libertad se haya convertido en la del otro. Pero será el hijo quien pague de alguna manera esta devoción, este renunciamiento, esta abdicación. de sí misma. ¿No result::i demasiado pesado ser el biju de esta mujer que necesita tanta justificación y gratificación? Este sacrificio de uno. que va a inscribirse en el centro de la vida del otro, crea entre ellos una 237
especie de deuda entre generaciones diferentes que no se puede condonar. Y la mujer, por haber ejercido el dominio sobre seres tan pequeños e incapaces de defenderse, se encontrará más tarde con el resentimiento que le Uega de los niños y adultos de los dos sexos. Ya hemos visto que el hombre se vengará de ella, apartándola de todos los espacios donde él se mueve; y la hija, por su parte, la considerará su rival permanente. ¿No es en ambos casos un lamentable agradecimiento para quien ha "hecho tanto" por sus hijos? Y la maternidad, en definitiva , ¿no termina siendo una especie de señuelo, que a cambio de algunos años de alegría mezclada de pesares, nos condena por el resto de los días a un amor mezclado de odio, que nos llegará de los mismos con quienes vivimos? Mi experiencia me muestra que cada neurosis proviene en primer lugar de la relación con la madre, quien ocupa siempre el primer plano del escenario, tanto en el niño como e n el adulto. En cuanto mujer, este destino (suponiendo que fueTa uo destino... ) me parece demasiado penoso de soportar. Las mujeres deberfan ser las primeras en abandonar esta posición tan riesgosa como destructiva ¿No es por demás inquietante comptobar que las mujeres, hagan Jo que hagan, cualquiera sea la forma de vida que elijan para vivir con su hijo, al final serán consideradas, por haber sido las educadoras exclusivas del niño, las únicas responsables de lo que ocurra a éste? ¿No es terrible tener que pagar tan caro y por tanto tiempo la alegría que quisimos conservar para nos-
otras solas? El E<:lipo, tal como se desarrolla en la sociedad actual, hace de la mujer el único blanco del viejo resentimiento que se va creando contra la madre. Si queremos cambiar aJgo en el ajuste de cuentas que se aplica socialmente contra la mujer, ¿no hay que 238
evitar primero que el resenturuento infantil se dirija exclusivamente hacia ella en el campo familiar? Esta posición de Madre, que se nos quiere pintar tan envidiable, ¿no parece más bien un terreno minado de antemano? Y este terreno todavía baldío que se abre ante u o niño que acaba de nacer, ¿oo sería mejor recorrerlo juntos, el hombre y Ja mujer, y que cada uno imprima en la nueva vida, una huella d iferente del otro? Cuando el mundo femenino deje de ser la única referencia con respecto a la cual el niño de uno y otro se~o
debe situarse; cuando el hombre intervenga por
fin en la formación psíquica de su hijo, tal como intervino en el mome.111to de su concepción, el hijo varón podrá establecerse desde el principio en la similitud, en lugar de tener que aferrarse desesperadamente a u.na desemejanza con la mujer, que tanto dañará sus relaciones adultas con ella. Y qui2ás entonces la niña podrá por ñn mirarse desde el principio en un espejo que le tiende el otro sexo, revelándose su cuerpo como deseable, y ya no tendrá necesidad de buscar incansablemente su imagen en Jos ojos del hombre que vendní, y que por otra parte se muestra :incapaz de aplacar la ansiedad de su compañera. La madre, vista como presencia castradora, el padre, descrito como ausencia salvadora, son imágenes nefastas para los dos miembros de la pareja, de las que resulta muy difícil salir. En suma, por querer encerrar a la "mujer", se ha encerrado a todo el mundo, pues tod~ la familia lleva la marca de su sacrificio. ¿Se ha apreciado suficientemente la influencia de una mujer así, declarada femenina y dulce con totaJ ignorancia de lo que es en verdad? Hoy se está viendo que en rigor no e_s ni una cosa ni la otra. ¿P uede ser femenina y dulce
239
quica se ve encerrada y enclaustrada en su feminidad desde el comienzo de su existencia? ¿Cómo una prisionera (que no ha hecho más que nacer sexuada como mujer) podría ser dulce y feliz al verse condenada a semejante destino? Yo misma, tan habituada a la neurosis individual, ¿cómo permanecer indiferente cuando veo esta misma neurosis en su perspectiva colectiva? ¿Cómo no proclamar que los principales resultados de la familia actual son la misoginia del hombre y la culpabilidad de la mujer? Y a cada paso vuelvo a encontrar esos resultados en cualquier artículo de periódico, en cualquier disposición de cualquier ley referente a Ja institución de la famil ia. ACTO TERCERO: EL DISCURSO SOCIOPOLÍTICO QliE SUPLE AL CORO ANTIGUO
El hombre dicta la ley que aprisionará a la mujer, y la mujer acepta todo lo que complazca al hombre, por estar tan ocupada en no desagradarlo. y tan habituada desde su más tierna edad a plegarse a la imagen que se le presente de ella y al papel que se espera que cumpla. En efecto. lo que vemos en el plano social es que, cualquiera sea e] régimen, siempre el futuro de la mujer aparece ligado al del hijo. Y en caso de dificultades para éste, se la perjudica a ella: por ejemplo, ¿no hay suficientes guarderías? Pues entooc~s se le propondrá a la mujer unas vacaciones de maternidad lo bastante extensas como para disimular la {alta de uo equipamiento colectivo adecuado. Hasta se puede llegar a proponer un salario a partir del tercer hijo (solución considerada por M. Debré para favorecer la natalidad) , con lo que se evitaría, por una parte,
240
la creac1on de lugares colectivos para la infancia, y por la otra se le ahorraáan al Estado los salados elevados que tendría que pagarle a los especialistas.* Por un precio infinitamente más módico, Ja madre sería la educadora de su propio hijo y no se correrían riesgos de huelgas, ya que el empleador y e] empleado coinciden en Ja misma familia. De ese modo, y gracias al muy poderoso Edipo de nuestl'b querido presidente V.G.E., * * las ,madres tenemos derecho a dos años de vacaciones por maternidad para ir a remachar los clavos del Edipo de nuestro hijo y quedar excluidas durante este tiempo del campo social. V.G.E. no es psicoanalista, y por Jo tanto Ignora toélo lo referente a cómo se forma el falócrata y cómo nace la mujer-objeto; y con total buena fe, aun defendiendo públicamente la importanciá de la participación de las mujeres en política, encontró el medio de hacerlas desaparecer por algunos años del escenario. El sindicalista será el hombre; la babysitter "ella". Y de esta situación no se sale; mientras no se desligue el destino del hijo del de su madre mediánte una ayuda exterior a la familia, las mujeres no tendrán acceso a ninguna de las responsabilidades ni preocupaciones masculinas: el universo seguirá cortado estúpidamente en dos, la sociedad seguirá siendo profundamente sexista y el destino seguirá estando prefijado desde la cuna. Parecería qt1e el hombre; sea de izquierda o de derecha, no tuviera más que una sola idea : embaucar a la mujer y mantenerla prisionera, ya mediante el "' Debré, ministro durante la presidencia de Giscard d'Estaing. El índice dé nata.lidad en f'rancia es de los más bajos mundialmente. [T.] ** Iniciales del presidente de Francia, Valéry Giscard d'Estaing eTI el momento de escribirse este libro. [T.]
241
deber o mediante el dinero. Se quiere comprar su devoción, pagarle por el amor que ella debe prodigarle a su hijo. pero el amor y la devoción ¿marchan necesariamente juntos? ¿No es posible amar sin sacrificarse exageradamente, enteramente, como lo hacen Las mujeres? Pero no son sólo los políticos las víctimas de su Edipo: también los especiaJistas masculinos de La niñez, de Ja natalidad, los historiadores cientíticos, los directores de los grandes periódicos femeninos (casi siempre hombres), que intervienen de un modo u otro en Ja difusión de la investigación sociológica. Todos participan por igual en Ja ,gran ronda de falócratas educados por la mujer, y no les cuesta nada reclamar lo mismo para la generación que viene (¿no fue eso lo que escuchamos a lo largo de todo 1979, el año dedicado especialmente "al niño"?). ¿Qué reclama el señor P. Cltaunu, profesor de historia moderna, desde las columnas de un artículo que publicó en Marie-France en enero de 1978, bajo el título: "¿Somos demasiados o no bastantes?" En ese artículo el autor comienza mostrándose preocupado por el descenso de la natalidad, y pide un esfuerzo general a toda la sociedad. Pero es fácil comprobar cómo rápida y hábilmente, este esfuerzo "general" correrá principalmente por cuenta de la m ujer. a la que se le propone - lo que no es nada nuevoque sea ella sola la que eduque a su hijo desde el nacimiento hasta los tres o cinco afios. Pero no es otorgándole el pomposo LítuJo de educadora de su propio hijo como se va a cambiar algo en la condición de la madre ni en su esclavitud, aunque esta vez el sistema que se propone es todavía más pérfido, porque puede hacer caer a muchas mujeres en la
242
trampa que el nombre les tiende. Pues el señor Chaunu exige con grandes proclamas: -Un salario "marernal" (¿Por qué maternal? ¿El padre está aquejado de algún vicio fundamental que lo aparte de esta función?), a otorgárseles, hasta los tres o cinco años del niíto, a todas las mujere~· que decidan converrirse en puericultoras y educadoras de sus hijos. ( .. Decidir" es casi un eufemismo en un sistema social donde algunas parejas cuentan apenas con 2 500 lrancos por mes para vivir, y cualquier aporte de dinero suplementario representa de hecho una "obligación". Si se ha separado de nuestro camino. tan laboriosamente, el hijo-fruto del azar, ¿es para reintroducirlo ahora como hijo-beneficio financiero? ¿Nunca será libre la madre ante su deseo de maternidad?). S61o esta financiaci6n restablecerla las condiciones de una verdadera igualdad entre los sexos.
(Nó, señor; puesto que este salario sólo se le propone a la mujer, no veo cómo puede decirse que restablecerá la igualdad de los sexos. Muy por el contrario, los "desigualiza" con respecto al hijo... Y si la función de la madre es igual a la del hombre, ¿por qué los hombres no se ven obligados a hacerse cargo de ella?) -Un derecho a jubilación para las madres con tres hijos y más, como única posibilidad de luchar contra la injusticia de una sociedad donde todos se aprovechan de este beneficio, salvo las que llevan en su carne y en s11 corazón a la ge11eraci611 que financiará esas jubilacíones.
¿Se quiere transformar en infierno esta relación ya t~n conflictiva con nuestra madre, agregándole al buen comportamiento que se le exige al hijo, la buena 243
retribución que se le exigirá después cuando llegue a adulto? ¿Se quiere que de esta pTimera relación, sólo queden deudas, debe.res y obligaciones? ¿Por qué entremezclar tan íntimamente el trabajo que el hijo ocasiona con el amor maternal? El hijo, que no es un extraño para la madre, depende del amor y no de un salario; mientras que el niño extraño a la educadora, sale del marco del deseo y cae en el de la educación. Que yo sepa, siempre se les pagó a los maestros, pero espero, por cierto, que jamás se les pague a los padres. Sería el comienzo de algo que ni me atrevo a nombrar: sería el fin de"! amor. Ofrecerse un hijo es un regalo que Jos padres se hacen uno al otro y que no tiene precio porque es único. ¿Y se quiere emponzoñar este regalo para que ni el hombre ni la mujer quieran hacerlo espontáneamente? Lo que nadie quiere es la carga total de este hijo; lo que todos quieren es el amor de este hijo. Por lo tanto, resulta bien claro que lo que hay que hacer es repartir la carga de otra manera, instalando mayor número de guarderías, pagándoles a educadores y educadoras especializados para que se ocupen de ese bijo; y disponiendo horarios y vacaciones, pagas más flexibles para que los padres puedan relevarse entre sí. A partir del momento en que se propone ,pagar una función tao instintiva como la de hacer un hijo, yo ya no veo el límite de lo que se
va a pagar en una vida humana. Tantos placeres sólo se obtienen mediante un esfuerzo previo. El hijo es el placer de los padres en primer lugar; sólo en segundo lugar es un miembro de la sociedad y jamás se conseguirá que los padres hagan hijos para el bienestar de la sociedad, sino siempre para su propio bienestar. Si la carga del niño afecta el bienestar -en particular él de la madre-,
244
es esto lo que hay que cambiar para influir sobre la J1atalidad: el hijo no puede seguir siendo la jaula dorada para su madre. Felizmente, no todo el mundo ve las cosas como el señor Chaunu, y este comprar ciudadanos financiando a los padres, no parece una solución tan evidente como este señor nos querría hacer creer. En esa misma publicación, otro investigador, el señor Leri<:lon, empuña Ja pluma para decirnos (y sigo los puntos de M arie-France ) : Cuando no se quiere al número 3, es sin duda por~ue no todo marcha bien con el número 2. El análisis de estas dificultades debería hacerse con el primero. Cl!lando se le encuentra eX:plicación a un problema, la experiencia prueba que desaparece.
Pero yo no creo que este problema del descenso de la natalidad desaparezca por sí mismo, pues hay una mala voluntad evidente para remontarse hasta las fuentes del mal. Hay 1.1n deseo manifiesto de dejar al niño en manos de la madre. El verdadero problema es que este hijo cierra el camino a su madre, la obliga a renunciar a su propio desenvolvimiento en favor del de otro. Y boy muchas mujeres empiezan a descubrir la magnitud de este precio que ellas pagan, y a comprender que si ellas han marchado (y hasta corrido) bajo este sistema, ello se debe .a su culpabilidad, que les hizo creer más en el valor del otro que en el propio. Al aceptar eJ papel de madre devota de sus hljos, la mujer espera siempre, secretamente, entrar en la norma, ser una verdadera mujer (ya sabemos que desde e] comienzo de su vida, éste es un objetivo principal), reconocida como "satisfactoria" a los ojos
245
de los demás. En la maternidad, como de costumbre, la mujer sigue corriendo tras su imagen. Pero esta imagen favorable a ella, ¿es 1a única a la que puede aspirar la mujer? En un sistema patriarcal, el hombre instala a la mujer en el hogar ·c on sus hijos, para poder refaar en todos los demás espacios; ¿y entonces la mujer va a tomar por su vocación verd:adera lo que no es más que el deseo del hombre? Por lo demás, el señor Leridcm se plantea el problema, y escribe algunas líneas más adélante~ "Vivir de otra manera supondría darle a cada uno su posibilidad real." Yo supongo que la única posibilidad real de la mujer no es la maternidad, y que la mujer tendría que ser libre de elegir otro camino si lo desea; pero esto exigiría evidentemente que su hijo fuera tomado a cargo, o del esposo, o de estn.Icturas ajenas a la familia. Darle su posibilidad a un niño no es obligarlo a vivir forzamente enfrentado a su madre, cuando bien sabemos cuánto puede llegar a sufrir por ello... Pero como lo reconoce el propio señor Leridon: " De una manera general, hay que reconocer que nuestra sociedad no está adaptada en absoluto al niño, y no toma en cuenta para nada sus necesidades específicas". Es, en verdad, muy evidente que la sociedad se preocupa más de sus recursos, es decir de su confort material, que del bienestar psíquico de los individuos. . . Y en cuanto a esas necesidades específicas del niño, nagie sabe exactamente dónde situarlas : ¿educación aislada o colectiva? ¿Cuidados a cargo del hombre o de la mujer? ¿Relación con la madre exclusiva o relativa? Ninguha respuesta se ha dado hasta ahora, salvo la respuesta patriarcal: ~as mujeres y los niños, a su casa. así que una analista no puede leer tranquílamen-
Es
246
te un periódico femenino, sin descubrir enseguida el germen de las encrucijadas edipianas que constituyen el campo de su intervención. Abrir una de estas publicaciones significa encontrar inmediatamente los dos estereotipos que pierden a las mujeres: Ja mujer-objeto, que debe gustar al hombre (a través de la moda), y Ja mujer que tiene como objeto al hijo (artículos sociológicos que muestran al hijo como responsabilidad exclusiva de Ja mujer). Entonces el deber de esa analista es decir que la imagen de la madre tal como aparece en un análisis, está por lo generaJ tan hipertrofiada como su papel en Ja vida real del sujeto. ¿Y no debemos pensar entonces que este individuo al que pretendemos ayudar, proviene de una sociedad frente a Ja cual nos quedamos callados en cuanto analistas? El veneno edipiano está esparcido por todas partes, y el pensamiento edipiano nos puebla de tal modo, aun sin que nos demos cuenta, que dejamos de percibir sus efectos. . . La "edip.ización" de Ja sociedad es general, -y se refleja tanto en la ley del padre como en la educación atribuida a la madre. Esta educación a cargo de Ja mujer desencadena en el hijo una ley antiiemeaina, que forzosamente se vuelve contra las mujeres. De modo que puede afirmarse que toda sociedad patriarcal segrega ineluctablemeote el fermento anti-femenino. ¿No resulta evidente que el objetivo principal del hombre es impedir que la mujer exista como su igual o su superior? Si las femi nistas combaten hoy, lo hacen para recuperar su derecho a existir; pero -vuelvo a insistir- a mi juicio ellas se quedan ea la capa superficial del sexismo, en sus efectos secundarios, mientras que el fenómeno sexista está arraigado en el corazón del hombre desde su más temprana edad
247
y es allí donde hay que detectarlo si se lo quiere remediar. Es retirándose de la nursery y logrando que el hombre penetre en ellas, como las mujeres tienen alguna posibilidad de que se atenúe la guerra de los sexos. . . Y he aquí Ja respuesta a mi pregunta del comienzo : ¿hasta qüé punto una analista puede ser feminista? Seguramente no hasta donde las mujeres libran su lucha actualmente, pues el hombre del qae ellas hablan y al que quieren convencer, tiene cerrados sus oídos desde hace mucho tiempo al discurso de las mujeres, Una analista puede coincidir con el. feminismo en la medida en que se vea llevada a explicar un sexismo (dirigido contra la mujer) que nace en la cuna misma y q11e tiene_ su raigambre en el insconsciente. : El psicoanálisis aportará su contrJbución al feminismo siempre y cuando haga consciente y explicable un conflicto entre los sexos, que hasta ahora ha segujdo siendo inconsciente y no explicado. Wo es war soll ich verden,.1 Ese es el objeto del psicoanálisis desde Freud. E n la estructura actual de la familia, el inconsciente sólo puede estructurarse con relación a Ja Madre, única educadora reconocida del hrjo, y, en consecuencia, el consciente de cada uno ajusta cuentas con la Mujer, quien recoge de ese modo la vengaaza de los dos sexos, H ombres y mujeres deben detenerse e·n este punto y comprender hasta qué grado todos los privilegios otorgados a las madres se transforman en mrueficios que persiguen a las mujeres incansablemente durante t "Donde. estaba el Ello, debe advenir el Yo"; o dicho de otra manera: donde estaba el inconsciente, el caos, debe instalarse el consciente, el pensamiento.
248
toda su vida. Es indispensable que las mujeres se den cuenta de que si siguen conservando el poder ante su hijo se verán alejadas automáticamente de todo otro poder. Las mujeres .nuevas son las que no siguen confundiendo maternidad con propiedad, papel con vocación, y aspiran a fonnar parte tanto de la producción, como de la reproducción, mientras que l1asta ahora se ha creído que sólo se tenía derecho a una cosa u otra, según el sexo. La. existencia de la Mujer hace indispensable la desacralización de la Madre, cuyo reinado engendra la misoginia del hombre y los celos de la mujer. Es posible concebir otra familia, otra educación, otra distribución. de las tareas parentales y sociales, que permitirían-. al hijo encontrar desde su llegada al mundo un referente del mismo sexo y un complemento del sexo opuesto: uno le servirá para su identificación, el otro Je asegurará su Edipo y su identidad. Mientras la familia siga siendo el lugar de las diferencias entre el papel del hombre y de la mujer, el hijo recogerá en ella Ja semilla del sexismo. Es preciso que Jos hombres y las mujeres asuman una igualdad de papeles en la diferencia de .los sexos, para que el hijo pueda concebir qae la diferenci.a de los cuerpos no engendra diferencia de poderes, concepto. que sirve de base a Ja guerra actual entre hombres y mujeres.
249
COMIENZOS ... SE LEE a Sófocles, se lee a Freud, y se descubre est a verdad asombrosa: que nada escapa al Oráculo, que nada escapa al Deseo. Ni siquiera Yocasta, aunque estaba perfectamente prevenida, pudo evitar unirse a su propio hijo; y tampoco las mujeres de hoy, por más que hayan leído (esto en particular), podrán volverle la espalda a su propio deseo del "otro" sexo. Es el hombre quien basta ahora ha tratado de evadirse, es él quien siempre se marcha, como Layo en su carro; trata de evitar el Deseo y encuentra la muerte... Desde tiempos inmemorables, es el hombre el que desertó del bogar y la mujer quien permaneció en él, soportando todo el peso de la antigüedad, reforzado más recientemente con eJ de la culpa. Pero las cosas pueden cambiar y ahora va a comeozar, quizás, " la otra historia". . . ¿Qué harán ellos, si también nosotras le volvemos la espalda a nuestro Deseo? ¿Quién parirá, quién orientará al hijo, quién junto a él, si nosotras decidimos renunciar a la maternidad para no tener que cargar con la Culpa? Si el hombre se niega a ocuparse de la prolongación de su deseo de un hijo, ¿por qué nosotras habríamos de permitir su advenimiento? Si el hombre se niega a hablarle a este hijo, ¿por qué vamos a responder nosotras a sus llantos?
250
Layo, no le vayas, no me dejes SOLA con "él" frente a "ella", pues de lo contrario -y tú lo sabes biensoñará con desposarme para matarme después . . . Ella no dejará de llamarte, de buscarte para aprisionarte, para conservarte. .. Ven, Layo, estamos en el alborear de un nuevo tiempo; ya está l!~uí ese otro lugar donde el otro no será condenado a muerte, 1 y tú y yo lo escribiremos juntos.
• H. Cixous.
251
ÍNDICE Prefacio . . . . .
7
Discurso imaginario
9
l. La conspiración del silencio
13
lL En el principio fue F reud .
29
La envidia del pene o la envidia de lo que no se tiene . . . . . La ren uncia al clítoris . . . . .
30 38
III. ¿Continente negro o playa blanca?
49
IV. Lo diferente edipiano origina todos los diferendos. . .
67
Evolución del niño Evolución de la niña La marca edipiana . V. ¿Anatomía o destino? Etapa o ral y relación de objeto Aparición del lenguaje . . . . Etapa anal y ambivalencia fundamenta l El diván revelador . . . . . . . . .
76 83 91 97 98 105 108 114
IV. Recuerdo de infancia (que no es de Leonardo da Vinci ... ) 119 VII. E l desierto blanco
.
131
VIII. La tela de araña
147
IX . El encuentro imposible El hombre en la pareja La mujer en la pareja La relación sexual sometida en gran medida al inconsciente Conclusiones X . Words o war
16 1 166 169 173 177 185
XI. La viajera sin equipaje
209
Xll. La fa milia: Leatro moderno para una obra antigua
.
.
. . . . . . .
223
Acw primero: El padre ausente 223 Acto segundo: El sacrificio materno 234 Acto tercero: El discurso sociopolit ico que suple al coro antiguo . . . • . . 240
Comienzos ...
250
Este libro $C terminó de imprimir y encuademat" en el mes de junio de 1992 en los talleres de Encuademad6n Progn~s<>~ S. A. de C. V. Cali. de San Lorenro, 202~ 098W Méxioo, D . F. Se li raron 3 000 ejemp.l:Mes.