Revista Lucha Armada en la Argentina, Anuario 2014, octubre 2014-agosto 2015, Buenos Aires. Pginas 21!-21".
La guarderí a montonera: los otros dolores de la nueva izquierda
Tamara Vidaurrázaga Aránguiz Doctoranda Estudios Latinoamericanos, Universidad de Chile
Sobre la izquierda surgida en los sesenta en Latinoam érica se ha escrito mucho: ya sea como héroes o derrotad derrotados, os, la generaci generación de jó venes que protagonizó las luchas en contra del imperialismo y por la revolución socialista, ha llenado tomos testimoniales testimoniales y analí ticos. ticos.
Escasamente han hablado en cambio sus hijos e hijas, poco ha sido vista la generaci ón de descendientes. Borrados por la historia, porque los protagonistas del sue ño revolucionario fueron los adultos, que no cedieron protagonismo ni siquiera al envejecer, cegando a los hijos con sus sombras demasiado v í íctimizadas c timizadas o demasiado heroicas como para recibir cr í ticas. ticas. Borrados por sus mismos padres y madres cuando decidieron que las necesidades infantiles debí an an ser pospuestas por una m ás relevante: la revoluci ón, esa que se encontraba a la vuelta de la esquina y por la que era necesario dejar el resto.
Y precisamente precisamente sobre esos hijos, no solo en sus roles de “hijos de”, sino como sujetos de enunciaci ón que también fueron v í í ctimas ctimas de la dictadura -y a la vez de las decisiones adultas de la
época poca-, -,
habl habla a “La “La guar guarde derrí a monto onton nera. ra. La vida ida en Cuba uba de los los hijos ijos de la
contraofensiva”, contraofensiva”, una investigaci investigaci ón que el 2013 public ó Analí a Argento.
En este este libro libro la comun comunica icador dora a argent argentina ina recurr recurre e a testim testimoni onios os de los ex monton montoner eros os y montoneras, así como como los hijos e hijas de ellos; para contar ese otro lugar de la militancia, la esfer esfera a de lo privad privado, o, espaci espacio o que debí a pospon posponers erse e porque porque la revolu revoluci ción era demasi demasiado ado urgente y necesaria como para detener su avance por esas “cosas sin importancia” a las que refiere Nicolás Casullo (2007): familia, amores, hijos e hijas, deseos y proyectos personales.
Analí a no lo hace desde la cr í tica tica sino que busca un lugar ecu ánime: hablan padres y madres,
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compañeros y compañeras de quienes cayeron y ya no pueden testimoniar, los entonces ni ños y niñas, ahora adultos. Se rememoran paseos a la playa, juegos infantiles colectivos, an écdotas de fiestas con dulces y disfraces en medio de una Cuba prol í fica, dispuesta a proteger y encargarse de esos hijos e hijas que la militancia montonera puso a resguardo para unirse a la contraofensiva.
Y en medio de las im ágenes alegres, las risas inocentes y la colectivizaci ón de la vida hasta el tuétano, surgen las voces de esos entonces infantes puestos en una situaci ón de riesgo sin haber elegido ese lugar, asumiendo responsabilidades y dolores demasiado grandes para sus pequeños cuerpos, comportarse como un compañero más para estar a la altura de la heroicidad inculcada y exigida.
Los rastros de dolor son muchos y, aunque no hay un an álisis ni juicio respecto de ellos, bastan para dejar un sabor amargo tras la lectura, la sensaci ón de que los dolores m ás profundos de la izquierda latinoamericana de los sesenta-setenta no reside solo en sus muertos y desaparecidos, sino también en quienes sobrevivieron a un tiempo doloroso siendo infantes, ocupando un lugar secundario que se transform ó en el único lugar posible para esa nueva generaci ón que hoy promedia los cuarenta, como dice el escritor Alejandro Zambra: “La novela es la novela de los padres, pensé entonces, pienso ahora. Crecimos creyendo eso, que la novela era de los padres. Maldiciéndolos y también refugiándonos, aliviados en esa penumbra. Mientras los adultos mataban o eran muertos, nosotros hací a mos dibujos en un rinc ón. Mientras el paí s se caí a a pedazos nosotros aprendí amos a hablar, a caminar, a doblar servilletas en formas de barcos, de aviones. Mientras la novela suced í a, nosotros jug ábamos a escondernos, a desaparecer” (2012, p. 56-57).
Con este libro, los “hijos de” abandonan momentáneamente sus roles secundarios, protagonizando los recuerdos propios. Las historias lindas narradas sobre todo por las voces adultas no pueden ocultar la dificultad de ni ños y niñas para lidiar con el abandono: “Y también hubo situaciones complicadas entre los m ás grandecitos. Alguno ten í a miedo y pedí a dormir con luz” (p.55), narra Argento, “Los despertaban pesadillas...” (p. 56), “Hablaban sus
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cuerpos a trav és de crisis de asma, profundos silencios, camas mojadas en la noche. Las situaciones se repet í an como en la guarder í a anterior. Los niños mencionaban la muerte, con iras o enojos o simplemente como una posibilidad” (p. 95).
La muerte de los progenitores los rondaba como si ellos mismos hubiesen ofrecido un sacrificio por esa revolución abstracta que era m ás importante para sus padres y madres que la concretitud de reencontrarse vivos nuevamente: “Cuando se iban sab í amos que podí an no volver. Eso pasaba cotidianamente. Cada vez que uno se desped í a de los padres sab í amos eso, como sabí a mos que si los abuelos iban a buscar a alg ún chico era porque sus pap ás no volverí an. Algunos incluso contaban que su pap á habí a desaparecido o que lo hab í an matado” (p. 57), recuerda Amor Perdí a sobre los a ños Cuba.
La verdad no era ocultada ni disfrazada, no importa si eran niños o niñas, o si estaban o no preparados para escuchar las cosas tal y como eran, el objetivo tambi én era formar revolucionarios para el futuro, sabedores de la primordialidad de la revoluci ón, capaces de comportarse y pensar como adultos -aun siendo infantes-, mostrando que pod í a n ser un “compañero más” en ese proyecto colectivo que les toc ó por herencia, y que debieron asumir sin chistar para enorgullecer a padres y madres.
“-Lauri, ¿vos sabés lo que pasó con papá? -Sí , mami. -¿Sí ? -¿Sí ? - Sí mami. Lo mataron los indios.
Nora se quedó mirándola fijo, no sabí a si llorar o reí r cuando volvió a repetirle la historia de siempre: 'No fueron los indios, hija, eso pasa en las pel í culas, a papá lo mataron los milicos'” (154).
La preparación revolucionaria implicaba sobre todo colectivizar la vida cotidiana al m áximo e
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incorporar la moral y los ritos revolucionarios: las fotos muestran a chicos y chicas haciendo la V de la victoria; la ropa es compartida a tal extremo que las prendas son colectivizadas hasta que una de las cuidadoras decide que cada quien requiere un m í nimo de intimidad a trav és de las prendas; la marcha peronista es la canci ón que surge espont áneamente en Amor Perd í a cuando quiere cantar el himno nacional argentino en su colegio.
Las huellas del trauma post abandono son muchas y evidentes a lo largo de las narraciones: Chachi, de tres años, dejó de hablar y controlar esf í nteres cuando “lo instalaron” en la isla, dice la autora. La palabra abandono no es usada: se prefiere “instalados”, “dejados”, “entregados al cuidado de”. Y sin embargo, ronda entrelineas. Chachi, el mismo ni ño que nació en la clandestinidad del monte y aprendió a susurrar desde reci én nacido, porque su voz pod í a causar la muerte de los progenitores, ese que a los tres a ños enmudeció al llegar a Cuba, pero que un dí a levanta la voz y por fin dice algo: “Quiero cantar”. Y es nuevamente la marcha peronista la que sale de su boca reprimida (p. 129).
El hijo de Firmenich que es clandestinizado en un orfanato desde beb é, y crece pensándose huérfano, para descubrir a los cinco a ños de edad que tiene madre que estaba encarcelada, padre clandestino y hermana en Cuba. No hay rabia en su testimonio, solo agradece tener familia.
La imposibilidad de criticar a progenitores que tienen un sitial heroico, emergen como v í ctimas o ni siquiera est án vivos, es imposible, incluso hoy siendo adultos: “Nunca pregunt é mucho para atrás. Hay cosas que no pregunto. Pasaron y ya est á”, testimonia Mario Y äger (p. 170). En la imposibilidad de la pregunta se aloja lo indecible del trauma. Un trauma que ni siquiera tiene lugar, porque los dolores de estos hijos parecen ser incomparables a las torturas, encarcelaciones, asesinatos y desapariciones de la generación anterior, protagonista para siempre, sin posibilidades de que se realice el traspaso generacional debido.
Algunos, como Marí a de las Victorias, pasan del dolor por saberse abandonados y la rabia por haber sido puestos en un lugar de riesgos e incertidumbres, a la comprensi ón del proyecto de
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los entonces adultos, y viceversa. La palabra tab ú aparece de la mano de su testimonio y Argento se atreve a usarla entonces: abandono. “Me sent í abandonada durante veinti ún a ños. Me dejaron en un lugar con gente que jam ás vi en mi vida y con tan solo meses... Yo jam ás dejarí a a mis hijas ni una noche si no es con mi vieja adoptiva o con Marcelo, mi hermano. Se metieron en un ej ército revolucionario, me cambiaron por un arma, ¿sab és los problemas psí quicos que me ocasionaron por privilegiar a 'Chicho' y a 'Victoria'?” (p. 181-182).
Después de muchos años, los hijos hablan. Y tienen mucho que contar. Habr á que esperar ahora a ver si son escuchados.
Re#erencias$
Argento Anal%a 201&, La guarder%a montonera. La vida en 'uba de los hi(os de la 'ontrao#ensiva, Buenos Aires, )area. 'asullo *icols 200+, Las 'uestiones, Buenos Aires, ondo de 'ultura conmica. /ambra Ale(andro 2012, ormas de volver a casa, antiago, Anagrama.