rosana guber
la etnografía método, campo y reflexividad ..
~
siglo veintiuno
~
editores
la
autora
1\ niropologia Social, in
Rosana Guber es Pli. D. en
vestigadora de IDES-CONICET,
directora del Centro
de AnlrojJología Social Social del mES,
coordinadora de la
Maestiia en Anlropología Social del IDES/IDAES-Uni uersidatl Nacional df' San Martin y jJroJesora jJroJe sora de métodos ('Inognífiros en jJosgmdos di' la ¡\¡gen/ina)' Améri m Latina. Es autora (/1'l1 (/1 'l1l1 l1rz rz11 1111 11aadle trabajo de canij)»
El salvaje metropolitano,
)' rompiladora, junto
Sergio S'isncoosk», de Historia)'
estilos ele trabajo
con de
call1po en Argentina. Sus lemas fl<'investig(/ción son los métodos elnogrríficos, la historia aT//J"OjJológim de la antropologia en la Algenlina, y las memorias mgl'1l/inas sobre el conflicto de 1982
("OJl
Gran Bretaña [ior las Islas Maloinas.
siglo veintiuno editores argentina, s.a.
Guatemala 4824 (c1425BUP),Buenos Aires, Argentina siglo veintiuno editores,
s.a.
de
c.v.
Cerro del Agua 248, Delegación Coyoacán (04310), D.F., México siglo veintiuno de españa editores,
s.a.
Sector Foresta n° 1, Tres Cantos (28760), Madrid, España
Guber, Rosana La etnografia: Método, campo y reflexividad. - l' ed. - Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2011. 160 p. : il, ; 20X13 cm. - (Mínima) ISBN 978-987-629-157-6 l.
Etnografia. 1. Título
CDD 306
© 2011, Siglo Veintiuno Editores SAo
Diseño de cubierta:]uan ISBN
Pablo Cambariere
978-987-629-157-6
Impreso enArtes GráficasDelsur / / Almirante Solier 2450, Avellaneda, en el mes de marzo de 201 I Hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Impreso en Argentina / / Made in Argentina
A la memoria de AníbalFord, que apostó a nuevos cruces y miradas. A la memoria de Lali Archetti y Santiago Bilbao, que no tuvieron miedo de embarrarse.
y al horizonte de Sol, para que sus enormes ojos azules vean mucho más que yo.
fndice
Pr61ogo a Ia segunda edici6n
11
lntrod ucci6n
15
1.
Una breve historia del trabajo de cam po
etnogratico
23
Los proleg6menos
23
Los heroes culturales
26
La etnografia antropol6gica
2.
y
socio16gica
en los Estados Unidos
32
El exotismo de Ia natividad
34
El trabajo de campo: un marco reflexive para Ia in terpretacion de las tecnicas
Positivismo
3.
4.
y
naturalismo
39 39
El descubrimiento etnometodol6gico de Ia reflexividad
42
Trabajo de campo
45
y
reflexividad
La observaci6n participante
51
Los dos factores de Ia ecuaci6n
52
Una mirada reflexiva de Ia observaci6n participante
56
Participaci6n: los dos palos de Ia reflexividad
60
La participaci6n nativa
66
La entrevista etnogratica, o el arte de Ia "no directividad"
69
Dos miradas sabre Ia entrevista
70
Umites y supuestos de Ia no directividad
73
La entrevista en Ia dinamica ge ner al de Ia investigaci6n
78
La entrevista en Ia dinamica particular del encuentro
88
5. El registro: me dio s tecnicos e informacio n
sobre el proceso de campo 95
Form as de registro (,Que se registra?
1 02
Lo que observa, lo que oye
1 04
6. El investigador en el campo
7.
111
Un incidente de campo
112
La per sona del investigador
114
Las emociones
116
La investigadora, el genero y Ia mujer
118
La naturalizaci6n de lo foraneo
1 22
El metodo etnogratico en el texto
1 27
La 16gica interna de Ia etnograffa
1 29
El trabajo de campo en el producto
textual
Notas
1 33
1 37
Bibl iograffa sobre trabajo de campo
1 43
f ndice
159
de nombres y conceptos
Pr61ogo a Ia s e g u n d a edici6n
En tre 2000, cuando escribf la primera version de La etnografta a pedido del querido Anfbal Ford para in
cluirla en su coleccio n Cul tura y Comunicacion del Grupo Editorial Norma, y 20 10, cuando revise aquel texto para su reedicion, sucedieron novedades en el mundo, en Ame
rica Latina, en mi pafs -la Argentina- y en mi vida pro fesional y personal. Estas dif erentes escalas de analisis y experiencia son un desafio para los cientistas sociales, que muchas veces deben hacer malabares para comprenderlas
y a la vez dar cuenta de sus po sic iones de conocimiento y de su produccion intelectual. Si existe alguna justificacion p ara esta reedicion en tiempos de tan ta pro li f eracion editorial, partic ularmente en el genero etn ografico, ella se encuentra en el trayec to mismo de este breve libro, desde su concepcion inicial basta la posibilidad de su nueva publicacion. Acaso La etnografia nacio con una pesada herencia, una especie de madre omnipoten te y sumamente reconocida entre los lec tores argentinas y, cada vez mas, latinoame ricanos. El salvaje metropolitano fu e un volumen extenso e intenso que escribf con bastante descaro para poner en escena, desde la Argentina, el trabaj o de campo etnogra fico. Anfbal fue quien me ayudo a que ese descaro tomara estado publico y se transformara en un libro en lugar de engrosar la pila de los "ineditos", de los que hay tantos,
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injustificada e ingratamente tantos, en el ambito de la an tropologfa argentina. La etnografia debfa ser, en cambio,
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liviana y de cierto impacto, para circular en una colcccion que inc lul a tematicas tan diversas como los medios de co municac io n, los estudios culturales y los debates sociologi cos. Junto a otros au tores de verdaclero renombre, como Renato Ortiz, Martin Jes{ts Barbero, Rossana Reguillo o Eliseo Veron, me enco ntre en
1m
co ntexto cle obras pe r
tenecien tes a autores latinoamericanos y de l e ctores que no habla imaginado : un hab la hispan a que no se limitaba a America Latina sino que trascendla a los Iatinos de otros paises. Y fue esc con texto el que ayudo a volar a La etno grajia, llevan dola po r rutas diferentes a las que recorrfa El salvaje metro politano. �Tramas editoriales? �Polfticas de
precios? Seguramente, pero tambien !a denuncia de un espacio vacante para pensar, proponer y encarar una fo r ma de trabajo intel ectual que no se regodea en artilugios retoricos ni en el {tltimo grito del autor frances de moda, sino que descansa en !a propia experiencia y hace de las dificultades de conoc imien to del projimo el monumento
mismo de Ia elaboracion de Ia experiencia i n telectual. Eso aprendi en mis sucesivos trab<0os de campo con in migrantes judfos asken azies en B ue nos Aires, con residen
tes en villas miseria del sur del Conurbano bonaerense, con protagonistas directos de !a trinchera argentin a en el conflicto anglo argenti11o por la s Malvinas e Islas del Atlan tica Sur en 1 982, y con mis colegas antropologo s argenti nas. Pero tambien eso fue lo que aprendf en los cursos de Esther Hermitte, que tome en tre 19 78 y 1 984 en el Insti tuto de Desarrollo Economico y Social (IDES), en los de Katherine Verdery y Emily Martin en Ia Un iversidac! Johns Hopkins en los Estados Unidos, y en los cursos que vengo dictanclo clesde 1984 en uniclacles acaclemicas muy clistin tas y clistan tes -Misiones, Buenos Aires, Cordoba, Arica y San Pedro de Atacama, �Iexico, Brasil-, de modo presen cia! pero ahora tambien virtual. Y
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no
solo en los cursos
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tomados o enseiiados: tambien en los grupos de estudio como el Grupo-Taller de Trab<0o de Campo Etn ografico
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del IDES -que funcion6 plenamente entre 1993 y 2000-, en las J orn aclas de Etnografia y Mcto clos Cualitativos que esc Grupo-Taller invent6 t:n 1994 y que continttan, yen las i nvestig aciones sobre cl trab<0o de campo de mis colegas en la Argentina de los aiios sesenta y setenta. Las razones de esta reeclici6n residen en la confirmaci6n cle
una hip6 tesis: que cl trab<0o de campo etnografico es
un a fo rma acaso arcaica pero siempre novedosa de produ cir conocimiento social. Las im presiones suc esivas de La
etnogmjia sc fu eron agotand o pero su demanda n o , qui zas porque hay algo de la etnografia que los cien tistas sociales nccesitan y no encuentran en los recursos supuestamente
mas "objetivos" y ecuanimes del catalogo de los metodos de investigacion. Sera porque acrecienta !a mcdida huma na de aquellos a quienes queremo s co noc er . Sera porque acrecienta la medida humana de los investigadores.
0,
tambien, sera porque n os permite poner de manifiesto !a medida hu mana del proceso de conocimiento de nu estros objetos
12
de
estudio.
15
lntroducci6n
�Acaso vale la pena escribir un volumen sobre el
trabajo de campo etnografico e n los albores del siglo XXI? �Por que alentar una m etodologfa artesanal en la era de
la informatica, las encuesta s de opinion e Internet, solo para conocer de primera mano como viven y piensan los distintos pueblos de la Tierra?
Las vueltas de la historia relativiza n las perplejidades de este mun do globalizado, pues el contexto de surgimien
to de la etnografia se asemeja mucho al actual. Si bien este enfoque fue tomando distintas acepciones segun las
tradiciones academicas, su sistematizacion fue parte del proceso de compresion
temporo-espacial del perfodo
1880-1910 (Harvey, 1989;
Kern,
1983).
La aparicion del
barco a vapor, el telefono, las primeras maquinas volado ras y el telegrafo fue el escenario de la profesionalizacion del trabajo de campo etnografi.co y la observacion parti
cipante.1 Academicos d e Europa,
los Estados Unidos de
Norteamerica (en adelante, Estados Unidos) y America Latina retomaron algunas lfneas metodologicas dispersas
en las humanidades y las ciencias naturales, y se abocaron a re-descubrir, reportar y comprender mundos descriptos hasta entonces desde los habitos del pensamiento euro
peo. Pero esta busqueda imp licaba serias incomodidades; gente proveniente, en general, de las clases medias-altas, elites profesionales y cientificas, se lanzaban a lugares de
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dificil acceso o a vecindarios pobres, sorteando barreras lingufsticas, alimentarias y morales, e n parte por el afan de
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avenwra, en parte para "rescatar" modos de vida en vias de extinci6n ante cl avance modernizador.� Hoy, Ia per plejida d que suscita Ia extrema diversidad del genero humano es Ia que mu eve cada vez mas a prof e sionales de las cien cias sociales hacia el trab<0o de campo, no solo para explicar el resurgimiento de los et non acio nalismos y los movimientos sociales, sino tambien para dcscribir y explicar Ia globalizacion misma, y restituirle s a
los conjuntos humano s Ia agencia social que hoy parecerfa prescindible desde perspectivas macroestructurales.
En este volumen quisieramos mostrar que Ia etnogra fia -en su triple acepci6n de en f oque, metodo y texto oque, constituye es un medio para lograrlo. En tanto en f
una concepcion y pr<1ctica de conocimiento que busca comprender los fen6 mcnos sociales desd e Ia perspectiva
de sus miembros (en ten didos c omo "actores", "agentes" oque co o "st0 etos socia les" ) . La especificidad de este en f
rresp onde, segl"m Walter Runciman ( 1 983) , a! elemento distin tivo de las c ie nc ias sociales : Ia descripcion. Estas ci en cias observan tres niveles de compr ensi on : el n ivel primario o "report e" es lo que se inf o nna que ha ocur ri
do (el "que") ; Ia "explicacion" o comprension secundaria alude a sus causas ( el "porqw!") ; y la "descri p cion " o comprension terciaria se ocupa de lo que ocurrio desde
la perspe ctiva de sus agen tes ( el " como es" para ell os) . Un investigador social dificilmente pueda comprender una
accion si no en ti end e l os terminos en que Ia caracterizan sus protagonistas. En este sentid o, lo s agentes son in f o r man tes privilegiados pues solo ellos pueden dar cucnta de lo que piensan , sient en, di cen y hacen co n respect o a los eventos que los involucran. Mien tras qu e la explica ci 6n y el repor te depe nden de su aj uste a lo s he cho s, la descripci6n depende de su aj uste a I a perspec tiva na tiva
de los miembros de un grupo social. Una buena descrip
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ci6n es aquella qu e no los mali n terpreta, es decir, que n o mcurre en in terpretaciones etnocen tricas, sustituyendo
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su pu n to de vista, valorcs y razones, por el p un to de vis ta, v alores y razones del investigador. Veamos tm eje mplo. L a ocupacion de tierras e s un fenomeno exten dido en Ame rica Latina. Por lo gen eral se trata de areas del me dio urbana caracterizadas por su hacinamiento, falta de servi
cios p ttblicos, inun dabilidad y exposicion a derrumbes. En 1985, una pesima combinacion de viento y lluvia an ego ex tensas zonas de Ia ciudad de Buenos Aires y su en torn o, el Gran Bueno s Aires, sede de nu tridas "villas miseria" ( tam bien llamadas favelas, poblaciones, banios o callampas). Los noticieros de television iniciaron una encendida predica contra el in explicable emp ecinamiento de los "villeros" por permanecer en sus precarias viviendas,
apostandose
sobre lo s techos co n todo cuanto hubi eran podido salvar de las aguas. Pese a Ia in terven cion de los poder es p ttbli cos, ellos seguian ahi, exponiendose a morir ahogados o ele ctrocutados. Escribi en ton ces un articulo para un dia
rio, en el que explicaba que esa actitud podia deberse a que los "tercos villeros" estaban de f endien do su der ec h o a un predio que solo les pertenecia de hecho, por ocu
pacion. Por el caracter ilegal de las villas, sus residen tes no cuentan con escrituras que acrediten su propi edad del terreno. lrse, aun a causa de un a catastrofe natural, podia significar Ia per did a de Ia posesion ante Ia llegada de o tro
ocupante (Guber, 1985). Que Ia n o t.1. perio distica fuera premiada por la Confederacion de Villas de Emergencia
de Buenos Aires parecia indicar que yo habia entendido o, mejor dicho, descripto adecuadamente (en sus propios tenninos) , Ia reaccio n de esto s pobladores.
Este sentido de "descrip cion " corresponde a lo que suel e llamarse "interpretacion". Para Cli ff ord Geertz, por ejemp lo , Ia "descrip cio n " (eq uivalente
a! "reporte"
de
Runciman ) presenta lo s comp ortamientos como ac ciones fisicas sin otorgarles un sentido, como cuando se consigna
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el gesto de "cerrar un ojo manteniendo el otro abierto".
La "in terpretacion" o "descrip cio n densa" recon oc e los
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"marcos de interpretacion" den tro de los cuales los ac tores
clasifican el comportamiento y le au·ibuyen sentido, como cuando a aquel movimiento ocular se lo llama "guiiio" y se lo interpreta como gesto de complicidad, aproximacion sexual, seiia en un juego de naipes, etc. (Geertz, 1 973) . El investigador debe, pues, aprehender las estructuras con ceptuales co n que la gente acttia y hace i n teligible su con ducta y la de los demas. En este tipo de descripcion-interpretacion, adop tar un enfoque etnografico consiste en elaborar una representa
cion coherente de lo que piensan y dicen los nativos, de modo que esa "descripcion" n o es ni el mundo de los na tivos, ni el modo en que ellos lo ven, sino una conc lusion
interpretativa que elabora el investigador (Jacobson, 199 1 : 4-7) . Pero, a diferencia de otros informes, esa conc lusion proviene de la articulacion entre la elaboracion teorica
del investigador y su contacto prolongado con los nativos. En suma, las etnografias no solo reportan el o bjeto em pirico de investigacion -un pueblo, una cultura, una socie
dad-, sino que constituyen la in terpretacion-descripcion sobre lo que el investigador vio y escuch6. Una etn ografia presenta la in terpretacion problematizada del autor acer
ca de algiin aspecto de la "realidad de la accion humana" (Jacobson, 1 99 1 : 3; la traduccion es nuestra [t. n. ] ) .
Describir de este modo somete los conceptos que ela boran o tras disciplinas sociales a la diversidad de la expe riencia humana, y desafia la pretendida universalidad de los grandes paradigmas sociol6gicos. Por eso los antrop6logos suelen ser tildados de "panisitos" de las demas dis ciplinas: siempre consignan que hay algun pueblo donde
el complejo de Edipo no se cu mple tal co mo dijo Freud, o donde la maximizaci6n de ganancias no explica la con ducta de la gente, segun lo establecia la teoria clasica. Esta predilecci6n por la particularidad responde a lo que en
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realidad es una puesta a prueba de las generalizaciones etnocentricas de otras disciplinas, a la luz de casos inves-
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tigad os mediante el metodo etn ografico, y cuyo fin es ga ran tizar una universalidad mas genuina de los con ceptos soci ol6 gicos. El etn6grafo supone, pues, que a partir del con traste de nuestros co nceptos con los de los n ativos es posible formular una idea de humanidad consu·uida sobre Ja base de las di f erencias (Peirano, 1995: 15). Como un metodo abierto de investigaci6n en un terre n o donde caben las encuestas, las tecnicas no direc tivas -fun damentalmente, Ia observaci6n participante y las en trevistas no dirigidas- y Ia residencia prolongada con los
sujetos de estudio, Ia etnografia es el conjunto de activida des que suele designarse como "trabajo de campo", y cuyo resultado se emplea como evidencia para Ia descripci6n.
Los fundamentos y caracterfsticas de esta flexibilidad o "apertura" radican, precisamente, en que son los actores y no el investigador los privilegiados a Ia hora de expresar en palabras y en pricticas el sentido de su vida, su cotidia nidad, sus hechos extraordinarios y su devenir. Este esta tus de privilegio replantea Ia centralidad del investigador como sujeto asertivo de un conocimiento preexistente y lo convierte, mas bien, en un sujeto cognoscente que de hera recorrer el arduo camino del des-con ocimiento a! re conocimiento.
Este proceso comprende dos aspectos. En primer I ugar, el investigador parte de una ignorancia metodo!6gica y se
aproxima a Ia realidad que estudia para conocerla. Esto es: el investigador construye su conocimiento a partir de una supuesta y premeditada ignorancia. Cuanto mas conscien te sea de que no sabe (o cuanto mas ponga en cuesti6n sus certezas) , mas dispuesto estara a aprehender Ia realidad en terminos que no sean los propios. En segundo Iugar, el i nv estigado r se propone in terpretar-describir una cultura p ara hacerla in teligible ante quienes no pertenecen a ella.
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Este prop6sito suele equipararse a! de Ia "traducci6n", p ero, como saben los traductores, los terminos de una len gua no siempre corresp onden a los de otra. Hay practicas
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y no ciones qu e no ti enen correlato en el sistema culmral a! que pertenece el in\'estigador. Entonces. no solo sc trata de enc on trar un vehic ulo no ctnocentrico de traducci6n que sirva para dar cuenta lo mas ge nuinamente posible de una practica o nocirm, sino adcm;i.s de ser capaz de de tectar y re conoc er esa practica o noc i6n in csperada para el sistema de clasificacion del in\'estigador. La flcxibilidad del tra b � o de campo etnografico sirvc, precisamente, para advertir lo imp revisible, aquello que, en principia, parece "no tener sentido". La ambigiicdad de sus propuestas me todologicas sirve para dar Iugar a! de s-c ono cimiento preli minar del investigador acerca de como co n ocer a quienes, por principia (metodologico ) , no conoce. La hi storia de como lleg6 a plantearse esta "sabia ign orancia" sera cl ob jeto del primer capitulo. Dado que no existen instrumentos prefigurados para Ia extraordinaria variabilidad de los sistemas sociocu lturalcs, ormidad de I a global iza ni siquiera b � jo Ia aparente un i f
cion, el in\'estigador social solo puede conocer otros mun dos a traves de su propia exposici6n a ellos. Esta expo si cion tiene dos caras: los mecanismos o instrumentos que imagina, ensaya, cr ea y recrea para entrar en contacto con Ia pob laci6n en cucsti6n y trabajar con ella, y los distin tos sentidos socioculturales qu e exhibe en su persona. Tal es Ia distin cion , mas analftica qu e real, entre las "tecnicas" (capitulos 3, 4 y 6) y el "instrumento" (capitulos 5 y 7) . Las tecnicas mas distintivas son Ia en trevista no dirigida, Ia observaci6n participante y los metodos de registro y almacenamiento de Ia informacion; el instrumento es el
mismo investigador con sus atributos socioculturalmente considerados -genero, nacionalidad, raza, etc.-, en una interaccion social de campo, y posteriormente su relacion
con quienes devicnen sus lectores.
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Esta doble cara del trab<� jo de camp o etn ografico nos ad vierte que las impresio nes del campo no sol o son recibidas por el intelecto sino que impactan tambien en Ia persona
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clcl antrop6logo. Esto explica, por un !ado, Ia neccsicbcl clc ]os etn6grafos de basar su discurso -oral, escrito, tc6rico y
crnpirico- en una instancia cmpirica espccilica replcta de ru ptnras y tropiezos, gaffes y con traticmpos, lo qu e lo s an tro p 6logos han bautizado como "inciclen tes reveladores". p0 r otro !ado, explica tam bien CJLIC "en Ia inYes tigaci6n de campo se constate que Ia Yida imita a Ia teoria, po rq ue cl investigador en trenaclo en los aspecto s mas extrai1os y los m as corrien tes de Ia co nduc ta h umana encuen tra en su experiencia un ej emplo viYo de Ia literatura tc6rica a par
tir de la cual se form6" (P eiran o, 1 995: 22-3, t. n. ) . Esta articulaci6n vivencial enu·e teorfa y referente em pirico puede in terpretarse como un obstaculo subjetiYo al conocimicnto o como su eminen te facilitador. En las cien
cias sociales, y con mayor fucrza en Ia an tropologfa, no existc conocimiento que no este mediado po r Ia presen cia del investigaclor. P ero que esta mediacion sea efectiva, consc icn te y sistem5.ticamen te rccu peracla en cl proceso de conoc imi ento d ep end e de Ia perspec tiva epistemo l 6gi ca con que conciba sus p racticas; tal sera el contenido del capitulo 2.
El producto de este reconido, Ia tercera acepci6n del ter mino "etno grafia ", es Ia descripci6n textual del comporta miento en una cultura particular, resultante del trab�o de campo (Marcus y Cushman, 1 982; Van Maanen, l 988 ) . En esta presentaci6n, generalmente monografica y por escri to (y, mas recientemente, tambien visual) ' el antropologo intenta representar, in terpre tar o traclucir una cultura o determinados aspectos de una cul tura para lectores que no
est5.n familiarizados con ella (Van Maanen, 1 995: 1 4) . Lo que sejuega en el texto es Ia relaci6n entre teorla y campo, mediada por los datos etn ograficos (Peirano, 1995: 48-49 ) . As!, lo que da trascen dencia a Ia obra etn ografica es
Ia presencia de Ia in terlocuci6n te6rica que se ins
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pira en los datos etn ograficos. Sin el impacto exis-
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tencial y psfquico de la investigaci6n de campo, parece que el material etnografico, aunque este presente, se hubiera vuelto frfo, distante y mudo.
Los datos se transformaron, con el paso del tiem po, en meras ilustraciones, en algo muy ale jado de la experiencia totalizadora que, aunque pueda ocurrir en otras circunstancias, simboliza la inves tigaci6n de campo. En suma, los datos perdieron presencia te6rica, y el dialogo entre la teoria del antrop6logo y las teorfas nativas, dialogo que se
da en el antrop6logo, desapareci6. El investigador solo, sin interlocutores in teriorizados, volvi6 a ser occidental (Peirano, 1995: 51-2, t. n . ) .
� Que buscamos entonces en !a etnografia? Una dimension
particular del recorrido disciplinario, donde sea posible sustituir progresivamente determinados conceptos
por
otros mas adecuados, abarcativos y universales (Peirano, 1995: 18). La etnografia como en f o que no pretende re producirse segiln
paradigmas establecidos, sin o vincular
teorfa e investigaci6n y favorecer asf nuevos descubrimien tos. Este libro muestra que esos descubrimientos se pro ducen de manera n ovedosa y fundacional en el trabaj o de campo y en el investigador. Si acaso por un tiempo vale !a pena meter los pies en el barro y dejar !a comodidad de la oficina y las elucubra ciones del ensayo, es porque tanto los pueblos sometidos a la globalizaci6n como sus ap6stoles operan en marcos de significaci6n etnocentricos (Briones et al., 1996). Es tos marcos no deben ser ignorados, aunque su omnipre sencia, al menos en los campos academicos, suela invisi bilizarlos. Para des-cubrirlos, !a etn ografia of rece medios
inmejorables, porque desde su estatura humana nos per mite con ocernos, aun bajo la prevaleciente pero engaiiosa
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imagen de que todos pertenecemos a! mismo mundo de
una
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misma
manera.
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1. U n a breve hi stori a d e l trabajo de c a m p o etnografico
La historia del trabaj o de campo etnografico se aso cia, en antropologfa, a! estudio de cul turas exoticas, y en sociologfa, a segmentos marginales de Ia propia socie dad. Aquf no s ocup aremos de Ia tradicion antropologica britanica y nor teamericana que, por su posicion academi ca dominante, modelo Ia practica etnografica en las de mas ciencias sociales durante el siglo XX.
Los proleg6menos
Desde el siglo XV, con Ia expansi'on imperial europea y Ia invencion de Ia imprenta, Ia no ticia de Ia existencia de distin tas formas de vida humana circulaba en libros que consumfan la s socied ades de sabios de la s me tropolis eu ropeas y los nucleos de gente "culta" de las colonias y nue vas naciones. El proceso era paralelo a! de Ia bocinica y Ia zoologfa que, desde el siglo XVIII, se convirtieron en mod elos para Ia ciencia social. Sin embargo, Ia reflexion sobre Ia diversidad humana no abandonarfa los sillones de Ia especulacion filo sofi ca sino hasta fin ales del siglo XIX.
Inglaterra, a Ia vez primer Estado nacional, cuna de Ia re vo!u cion industrial y metropoli del mayor imperio capita lis ta, fue tambien el hogar de los "padres de Ia antrop ol o gia". Oriundos del campo de las !eyes y las humanidades,
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estos e tnologos buscaban inscribir Ia in f ormacion dispersa que existia sobre las cul turas lejanas y salvajes en el hilo
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com(m de la historia de la humanidad. De esta manera, establecian leyes para la evoluci6n h umana y la difusi6n
de bienes culturales seg(m los dos paradigmas que domi naban tanto los estudios del ho mbre co mo las ciencias na ttu·ales. El evolucionismo y el difusionismo diferian en su consideraci6n de la variacion en las cul turas humanas, que
el primero atribuia a diferencias en la velocidad y graclos de su evoluci6n y el segun do al con tacto entre los pueblos, pero coincidian al no cuestionar el supuesto cle que estas cul turas represen taban el pasado cle la humanidacl. Para fundamentar sus teorias ambos necesitaban gran actos que exponian des cantidades de informacion y artef
en los museos, cuyas vitrinas presen taban articulos de dis tintos pueblos ( Chapman , 1 9 8 5; Jacknis, 1 9 8 5; Stocking, 1985) . La logica de estos agrupamien tos procedia del ma terial que traian los viajeros y de los cuestion arios sobre los modos de vida de los salv<0es que los com erciantes, misioneros y funcionarios administraban mediante institu
ciones particulares y oficiales, imperiales o federales. Los cuestion arios mas conocidos fueron el Notes and Queries on Anthro p ology , que distribuyo el Royal Anthropol ogical Institute desde 1 874 hasta 1 9 5 1 (RAJ, 1 9 84) , y la circular sobre terminos de parentesco del norteamericano Lewis
H. Morgan ( 1 862) .3 Estos cuestionarios proveyeron una nutrida pero he te rogenea informacion, pues quienes debian respond erlos no dominaban las lenguas na tivas, ni estaban consustan ciados con el interes cientifico. Salvo notables excep cio nes, la division en tre el recolector y el an alista-experto era irremontable. Ademas, la in f o rmacion desmen tia la especulacion de las teorias corrientes, lo que ponfa en evi
den cia la necesidad de em pren de r trabajo s in situ (Kuper, 1973; Urry, 1 9 84) .
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En 1888, el zoologo Alfred C. Haddon en cabezo la pri mera expedici6n antropol6gica de Cambridge al est.recho de Torres, en Oceania, para obtener material sobre las cos-
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ntm br es de los aborfgenes y las especies fitozo ograficas. Los 111e w dos eran los de la ciencia experimental. Sin embargo, [ue la segunda expedici6n, tambien dirigida por Hadd on, y 1 899, l a q u e trascendi6 a la historia del trab aj o e nu e 1898 ·
de cam po . En tre los miembros de l cquipo se enco n traba
w. H. R. Rivers, el psic6logo experimental que, ademas, sent6 las bases del "metodo geneal6gico", cl cual , segl"m permitia "estucliar problemas abstractos por medio de hechos con cretos". Estc metodo consistfa en pautar el rcle Cl,
vamiento de sistemas de parentesco, muy distintos de los oc cidentales, a n·aves de la alianza y la filiaci6n (Rivers, 1975). Cuando e n 1 913 aplic6 e l mismo metodo a l estudio d e los Toda de la India, Rivers enunci6 lo que se convertirfa en el principia vertebral del trabaj o de campo:
la necesidad de investigaciones in tensivas en una comunidad de alrededor de 400 o 500 (h abitan
tes) , en l a cual el trabajad or vive por un aiio o m{ts y estudia cacla detalle de su vida y cu ltura
(Stocking, 1 9 83: 92, t. n .) . Descle entonces, Haddon comenz6 a bregar po r que en futuras misiones particip aran observadores en t renados y
1 9 04, afirm6 que un nuevo enfoque sobre el trabajo de campo debfa incluir antrop6logos experimentados. En
estudios exhaustivos de grupos de personas, ras treando todas las ramificaciones de sus genalo gfas con el metodo comprensivo adop tado po r el Dr. Rivers par a los isleiios del estrecho de Torres y para los Toda (Urry, 1 9 84: 47, t. n . ) . As!, un perfodo que comenz6 con una clara division en tre el expe rto y el recolector culminaba con una r�uni6n de
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amb os, que op eraba como base del conocimiento in situ y d el pre stigio disciplinar.
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Los heroes culturales
El naturalista aleman Franz Boas y el polaco Bronislav Malinowski son considerados los fundadores del mo
derno trabaj o de campo en Gran Bretaii.a y los Estados Unidos respectivamente (Bulmer, 1 9 82; Burgess, 1 9 82a;
Urry, 1 9 84) . En 19 83 , Bo as recorri6 la bahia de Baffin en Canada para hacer un relevamiento acerca de la vida de los Inuit o esquimales, gracias a lo cual fu e luego co n tra tado por el linguista Horati o Hale para participar en un proyec to sobre antropologia fisica, linguistica y cultural en la costa occiden tal canadiense (Cole, 1 9 83 ) . Pero Boas no demor6 en distanciarse de su director, que preferia los relevamientos mas extensos a partir de cuestionarios y encu estas. Boas sostenia la necesidad de realizar un trabajo in tensivo y en profundidad en unas pocas comu nidades. Su o b je tivo era "producir material etn ograf ico que muestre como piensa, habla y ac tua la ge nt e, en sus actos y registran do propias palabras ", recole c tand o arte f
lo s textos en lengua nativa. Co n estos materiales los e t n6logos podrian fundar un campo o bjetivo de estudio: primero el material en bruto, luego la teoria (Cole, 1983; R . Wax, 1 9 7 1 ) . Boas solia permanecer temporadas mas bien
breves
con los nativos y su trabaj o de campo se ap oyaba en un
informante clave, algun
indigena lenguaraz que narra
ba mitos, leyendas y creencias de su pueblo, proveyen do extensos cuerpos textuales desarticulados de la vida coti diana actual. Su discipulo Alfred Kroeber afirmaba que "habia una falta de integraci6n en sus registros" (R. Wax, 19 71 : 32; n.t. ) , pues para Boas cada texto era una mues tra definitiva de una forma de vida y de pensamiento, una evidencia ultima e inmodificable. Dado que estas cultu ras se extinguirian tarde o temprano, cada pieza textual
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se convertia en una "futura reliquia del pasado". Otra de sus alumnas, Margaret Mead, llamaba a esta perspectiva
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"excavar en una cultura", aludiendo a las similitudes de la tarea boasiana con la arqueologfa; el informante hablaba de su pasado y de las tradiciones de su pueblo, y Boas es cuchaba al traductor indigena a quien intentaba entrenar en !a transcripcion de la lengua nativa. Las quejas mas ha pri meros os antropologos antropologos norteamericanos norteamericanos se bituales de los primer correspondian con este enfoque: frecuentes calambres en las manos por tamar notas, y "perdida de tiempo" inten
tando encontrar un informante confiable (R. Wax, 1971) . nece sario" en El trab ajo de campo era, entonces, un "mal necesario" la fabulosa empresa de rescatar la cultura indlgena de su inminente desaparicion.
En Europa, la historia de las antropologlas metropoli tanas remonta el uso del termino "etnografia" al estudio de los "pueblos primitivos o salvajes", no en su dimension biologica sino sociocultural. De acuerdo con la escuela in glesa instaurada en las decadas de 1 9 1 0-1920 por el antro pologo pologo britanico britanic o A. R. Radcliffe-Brown, hacer etnografia consistfa en realizar "trabajos descriptivos sabre pueblos analfabetos", en contraposicion a la vieja escuela especula tiva de evolucionistas y difusionistas (Kuper, 1 973: 973: 1 6) . En el marco de la "revolucion funcionalista" y de un "fuerte renacimiento del empirismo britanico" (Kuper, 1 973: 19) , el investigador debfa analizar la integracion sociocultural de los grupos humanos. La teorfa funcionalista sostenfa que las sociedades es tab taban integradas en todas sus partes, y que las practicas, creencias y nociones de sus miembros cumplfan alguna "funcion" para la totalidad. Esta postura volvfa obsoletas tanto la recoleccion de datos fuera de su contexto de uso
como la descripcion de los pueblos en tanto ejemplares del pasado. La formulacion de vastas generalizaciones ce dio al "holismo" o vision totalizadora, que ya no serfa
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Universal o panhumanitaria sino referida a una forma de vida particular. El trabajo de campo fue, pues, el canal de Una transformacion teorica cuya expresion metodologica,
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Ia etnografia y lucgo Ia exposici6n mon ografica, Ia sob re vivirfa largamen te. Los protagonistas y heroes de esta "misi6n civilizatoria" fe-Brown, I en el ambito fu eron er on A. R. Radcli f feambi to de I a teorfa,
y Bronislav Malinowski, en el cle Ia practica etnografica. Oriu ndo de Polonia, Malinowski habfa estudiado ffsica y er qufmica en Cracovia, pero durante un reposo por e n f er
medad acc edi 6 a Ia Ia antrop antr opo o logfa logf a l eyenclo eyenc lo La mrna domda, un volum vo lumen en de mitologf mito logfa a primitiva esc rito por por un uno o d e los padres de Ia antropol ogfa bri t:mica, Georges Frazer. V i a j6 j 6 entonces a Lond res res a estud es tudia iarr antropologfa en Ia London Schoo Sch oo l of Eco nom no m ics, don de aprendi6 los rudim entos d e I a disci pl in a y se con co n tact6 tact6 con co n C. G . Seligman, miembro de Ia segunda expedici6n de Cambriclge.5 Estaba comen zando sus estudios de campo sobre parentesco aborigen en Australia y Melanesia cuando lo sorprendi6 Ia Primcra Guerra Mundial. Mund ial.
Dado que, que , por po r su nacionalidad, Mali
nowski era tecnicamente un enemigo del Reino Unido, se sugiri 6, para su resgu ardo, su permanencia en Oceania. Este virtual continamiento se convirti6 en el modelo del
trabajo de campo. Las estadfas de Malinowski e n Mela nesia datan de septiembre de 1 914 a marzo marz o de 1 9 1 5 , de mayo de 1 9 1 6, y de octubre de 1 9 1 7 a ju j u n i o de 1 9 1 5 a mayo octubre de 1 9 1 8 , co in inci cidi dien endo do con con Ia prim era conflagra ci6n (Ellen et a/ ., ., 1988 ; Durham, 1978) .
E l resultado resultad o de este prolongacl prol ongaclo o u·ab u·ab� �o fue una serie de detalladas descripciones de Ia vida de los mclanesios que ha bitaban los archipielagos de Nueva Guinea Orien Ori enttal. La p ri mera mer a obra obra de esa esa serie, ser ie, Los mgonautas del Pacifico Occidental ( 1 922) , describe una extrana practica de dificil traducci6n para el mundo europeo: el kuln, o in tercambio tercambi o de "valores" o vaiqu 'a, brazaletes y col!ares col!are s de d e caracoles, caracoles , que qu e los aborf genes genes de las Islas Isla s Trobriancl se pasaban de un unos os a o tros sin motivo aparente, solo para in tercambiarlos, creando una
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cadena
o
anillo entre los poblaclores de una misma alclea,
de aldeas vecinas y de is!as pr6ximas. Con Los ar gonautas...
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:V!alino\\·ski no s61o
clio cuenta de
un
modo de clescribir una
p r :1ctica exu an a y, por ello, intraclucible, ·
adoptanclo den
u· o
de lo posible !a perspectiva de los nativos; tambien p uso
en
eviclenciaIa cliferencia en u·e "dcscribir" y "explicar", as!
como los pasos nccesarios para que una descripci6n no fue ra invadida porIa teorfa y el mundo cultural del investiga
c!or (i\lalinowski,
1975; Durham, 1978) .
La introclucci6n de este primer volumen se consiclera at \11 hoy como Ia piedra funclacional del metodo etnogr�l tico. Malinowski constataba all! que el etn6grafo
clebfa
tcner prop6sitos cientificos y conocer Ia etnografia mo derna, vivir entreIa gente que estudiaba, lejos de los fun
cionarios coloniales y los blancos, y aplicar una serie de mctoclos de recolccci6n de datos para manip ular
y fijar la
evidencia. Malinowski iclentificaba tres tipos de material, que homologaba a partes del organismo hmnano
y que
clcbfan obtenerse mediante u·cs metodos diferentes:
a) Para reconstruir el "esqueleto" deIa sociedacl
-su normativa y aspectos de su estructura for mal-, se recurrfa a! metodo de documentaci6n estaclfstica por evidencia concreta (interrogan
do sobre genealogfas, registranclo detalles de
la tecnologfa, haciendo un censo de la aldea, dibujando el patron de asentamiento, etc.). b) Para recoger los "imponderables de la vida coti
diana y el comportamiento tfpico" -"la carne y Ia
sangre" de l a cultura-, el investigado r debfa
ubicarse cerca de la gente, observar y registrar a! detalle sus rutinas.
c) Para comprender el "punto de vista del nativo", sus formas de pensa r y de sentir, era necesario
aprenderIa lengua y elaborar un cmjms insnip-
tionum o documento deIa mentalidad nativa. A diferencia deIa practica de Boas, este constitufa
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ell'dtimo paso, puesIa mentalidacl indfgena
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no podia entenderse sin comprender su vida cotidiana y su estructura social, y menos a(m sin conocer acabadamente !a lengua nativa (Malinowski [ 1922] , 1986) . Asi, !a tarea del antropologo, a quien se empezaba a denominar "etnografo", era una labor de composicion que iba desde los "datos secos" hasta !a recreacion o
evocacion de !a vida indigena. La intervencion de Malinowski tuvo varios efectos. En pri mer Iugar, destaco el estudio de !a lengua como una de las claves para penetrar en !a mentalidad indigena (Firth, 1974) y considero !a presencia directa del investigador en el campo como !a (mica fuente confiable de datos, pues solo �·estando allf" podia el etnografo vincularse con ese
pueblo de !a manera en que un cientifico aborda el mun do natural; !a aldea era su laboratorio (Kaberry, 1974) . Ademas, solo el trabajo de campo sin mediaciones podia garantizar !a distincion entre !a cultura real y !a cultura ideal, entre lo que !a gente hace y lo que !a gente dice que hace y, por consiguiente, entre el campo de las practicas y el de los valores y las normas. Las vfas de acceso a cada uno
serfan distintas: !a presencia y !a observacion, en un caso, y !a palabra, en el otro. El lugar de !a vida diaria, a! que
daban acceso los imponderables, era un punto cardinal que lo diferenciaba de los enfoques de Boas y de Radcliffe Brown, pues el decurso de !a cotidianidad permitia vincu lar aspectos que solfan aparecer escindidos en los infor mes de los expertos. Creencias, tecnologfa, organizacion
social y magia eran partes de una totalidad cultural en !a que cada aspecto se vinculaba con los demas de manera especffica (Durham, 1978; Urry, 1984) .6
Malinowski fue el primero en bajar de !a baranda7 del
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funcionario y salir del gabinete academico o administrati vo para aprehender !a racionalidad indfgena desde !a vida diaria. Acampaba en medio de los paravientos y las chozas,
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rec reando una actitud de conocimiento en la que el natu ralista era tan importante como el humanista que fundaba el aprendizaje de otras formas de vida en la propia expe
rie ncia (Urry, 1984; Stocking, 1 9 83) . Con el tiempo, esta premisa revertirfa en el cuestionamiento y autoamilisis del propio investigador. Otro gran aporte consisti6 en mostrar la integraci6n de los datos en el trabajo final, la etnografia, que para el podfa concentrarse en un solo aspecto que, como el kula, apare cfa como nodal para describir su cultura. En este sentido, Malinowski proponfa un conocimiento holfstico (global, totalizador) de la cultura de un pueblo, pero considerado a partir de un aspecto o conjunto de pd.cticas, normas y valores -un "hecho social total", en palabras de Marcel Mauss (1 9 90) - significativos para los aborfgenes. Puede
decirse que Malinowski fue el primero que confront6 las teorfas sociol6gicas, antropol6gicas, econ6micas y lingufs ticas de la epoca con las ideas que los trobriandeses tenfan con respecto a lo que hacfan. Pero este procedimiento no solo entranaba una traducci6n conceptual termino a termino, sino que tambien daba cuenta de los "residuos no explicados" por el sistema conceptual y clasificatorio occidental. El descubrimiento de "residuos" como el kula resultaba de la confrontaci6n entre la teorfa y el sentido comun europeos, y la observaci6n de los nativos. El princi pal aporte de Malinowski fue, entonces, no tanto la validez de su teorfa funcional de la cultura, como la permanencia de la teorfa de la reciprocidad, que no puede adjudicarse le fntegramente a el sino que fue producto de su encuen tro con los nativos (Peirano, 1995) . Este enfoque, que postula una metodologfa abierta, ocup6 mas la practica que la reflexi6n de sus sucesores. La mayorfa de los posgrados de los departamentos cen trales de antropologfa social carecieron, hasta hace poco,
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de asignaturas sobre metodologfa y u·abajo de campo. El
mismo Malinowski se limitaba a hojear sus propias notas y
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a pensar en voz alta algunas elahoraciones (Powdermaker, 1966; veanse EYans-Pritchard, 1957; Bowen, 1964).
En suma, a! finalizar el pcrfodo malinowsk.iano en los aii.os treinta, el trab<:jo de campo ya se habla consolidado como una actividad eminentemcnte individual realizada en una sola cultura, un rito de paso a Ia profesi6n que co rrespondfa a Ia etapa doctoral. La estadla prolongada y Ia interacci6n clirecta, cant a cara, con los micmbros de una cultura, se transfonn6 en Ia experiencia mas totalizaclora Y distintiYa de los antrop6logos, el Iugar de proclucci6n de su saber y el media para legitimarlo. Su prop6sito era suministrar una vision contextua!izada de los datos cultu rales en Ia vida social tal como era vivida por los nativos.
La etnografia antrop ol6g ica y sociol6gica en los Estados U n ido s
Desdc los tiempos de Boas, Ia reco!ecci6n de datos se ha cfa sin intermediarios, de modo que Ia premisa malinows
kiana no se vivi6 como una gran noveclad en los Estados Unidos. Esta orientaci6n obedecfa, ademas, a Ia naturale za pragmatica de Ia vida nortcamericana durante el siglo
XIX, y a que Ia antropologfa era considerada como una ciencia y no como un apendice de Ia tradici6n literaria (Iugar que ocupaba el folklore). Sin embargo, como el di nero disponible era a(m escaso y los im·estigadores daban clase en las universidades, su asistencia a! campo cubrfa perfodos mas largos pero distribuidos en visitas mas cortas que coincidfan con el receso estival. Las investigaciones se concentraban en temas acotados y el enfasis segu!a siendo text ual.
Margaret Mead fue una de las primeras que hizo trabajo de campo fuera del territorio continental norteamericano,
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en Samoa, Polinesia. Criticaba a sus colegas norteamerica nos por recolect.1.r textos exclusivamente de boca de algu-
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onnantes "clave", en lugar de registrar el fhuo de in f undida, )
(19 28 ) , practic6 el trabajo de campo intensivo y cara a cara al estilo malinowskiano, aunque es improbable que cono ci era la obra del insigne polaco (Sanjek, 1990) . Pero, en los Estados Uni dos, el trab�o de campo etno grafico se desarrollo fuertemcnte en el departamento de sociologfa de la Universidad de Chicago, por iniciativa del pcriodista Robert E. Park y el soci6l ogo W. I. Thomas, en 1930. Park consideraba que, para estudiar una gran ciu dad como Chicago, debia cmpl earse la misma m e todolo gfa que utilizaban los antrop6logos con los indios no rte americanos ya que, scgtm el, las ciudades eran una suma
de fron teras en tre grupo s humano s diversos (Platt , 1 9 94;
Forni et al., 1992) .8 Los estudios de las ciudades se centraron en grupos caracterizados por su marginalidad econ6mica, pol ftica,
cul tural y jurfdi ca: los "sin techo", las bandas callejeras, los delincu entes, las bailarinas y las prosti tutas, los homo sexuales y los drogadictos, ademas de las minorfas etnicas e inmigratorias (Whyte, 1943 -199 3) . A las habituales tecni cas de campo etn ografi cas, l os soci6logos y antrop6logos incorporaron tecnicas de o tras disciplinas, como los tests proyectivos, las encuestas, la evidencia etnohist6rica y los
calculos dem ografi c os (Bulmer, 1982) .
La o tra gran area que recurri6 a esta me todologfa fue la de los estudios de comunidad y campesinado de las es cuelas anu·opol6gicas de Chicago y Harvard. En Yucatan y e n Chiapas ( Mexico) , Robert Redfield, Julien Pi tt-Rivers y Egon Vogt despl egaron su baterfa etnografica en poblados de pequeiia escala durante largos perfodos (Mc Quown y Pitt-Rivers, 1 9 65; Foster, 1979; Vogt, 1994) . El seguimien
to de los migran tes de l campo a la ciuda d deriv6 en el estudio de la pobreza urbana, area en la cual se destac6
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Oscar Lewis co n sus hi storias de vida de familias pobres
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mexicanas en el distrito federal de Mexico, y de puertorri queiios en San Juan de Puerto Rico y Nueva York ( 1 9 59, 1 96 1 , 1 9 65). Los especialistas e n estudios de comunidad y sociolo gfa urbana debieron transformar los metodos nacidos del estudio de poblaciones pequeiias para aplicarlos a socie dades estratificadas de millones de habitantes. Este despla zamiento se masific6 en las decadas de 1 960 y 1 970, con importantes consecuencias te6ricas y epistemol6gicas.
El exotism o de Ia natividad
Antes de la decada de los sesenta, el trabajo de campo estaba centrado en la tension proximidad-distancia en tre el etn6grafo y los nativos, que luego comenzo a re
formularse con los movimientos de liberaci6n y la cafda del colonialismo (Asad, 1979; Huizer y Manheim, 1 9 79; D. Nash y Weintrob, 1 972; ]. Nash, 1975) . Este replanteo estuvo acompaiiado por un debate sabre las ventajas y li mitaciones de hacer etnografia en la propia sociedad, asf como respecto de la etica profesional y la edici6n de auto
biografias de campo. En 1967, la publicaci6n de A Diary in the Strict Sense of the Term, de Malinowski, desat6 una polemica acerca de la
trastienda etnognlfica (Firth, 1974; M. Wax, 1972) . El dia rio relativizaba la posicion ideal del etnografo, su respeto aseptico por Otras culturas, el aislamiento efectivo con OtrOS
blancos y el espfritu puramente cientffico que guiaba los pensamientos del investigador. Nuevamente emplazado en el lugar del "heroe cultural", pero esta vez como genio de la autorreflexi6n, el diario de Malinowski suscit6 la publicaci6n de otras biografias que, incluyendo o no diarios y notas, se volcaron a desmitificar
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el trabajo de campo de investigadores asexuados, invisi bles y omnipresentes (Berreman [1962], 1975; Devereux,
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1967; Golde, 1970; Powdennaker, 1966; R. Wax, 1971). En elias se reconocia al etn6grafo como un ser sociocultural
con un saber hist6ricamente situado. El primer objetivo de esta desmitificaci6n fue la "natividad" del etn6grafo. Hasta los anos sesenta, iba de suyo que el conocimien to del Otro, en tanto conocimiento no etnocentrico de la s ociedad humana, debia buscarse a partir de la soledad co n respecto a entornos y senticlos concebidos como fa miliares, una tabla rasa valorativa y una (casi) completa resocializaci6n para acceder al punto de vista del nativo (Guber, 1995). Pero con la encrucijada hist6rica de las re voluciones nacionales, "hacer antropologia" en la propia
sociedad se volvi6 una posibilidad concreta, a veces incluso una obligaci6n o un mandamiento. Los nuevos gobiernos africanos y asiaticos contaban con sus propios intelectua les, muchos de ellos entrenados en las academias centra les; ademas, los antrop6logos metropolitanos no eran ya
bienvenidos en las ex colonias debido a su "macula im perialista" (Messerschmidt, 1981: 9-10;]. Nash, 1975). Lo que hasta entonces habia sido una situaci6n de hecho (el
desplazamiento hacia regiones lejanas, hacia el ambien te natural del salvaje) se convirti6 en objeto premedita do de reflexi6n te6rico-epistemol6gica (Jackson, 1987) .
Quienes abogaban por una
antropologia en contextos
ex6ticos, provenientes en su mayorfa de la academia oc cidental, argumentaban que el contraste cultural promue ve la curiosidad y la percepci6n, ademas de garantizar un
conocimiento cientifico neutral y desprejuiciado, y que el desintcres en competir por los recursos locales asegura la equidistancia del investigador extranjero respecto de los distintos sectores que componen la comunidad estudiada
(Beattie, cit. en Aguilar, 1981: 16-17). Quienes auspiciaban la investigaci6n en la propia so ciedad afirmaban que una cosa es conocer una cultura y otra haberla vivido (Uchendu, cit. en Aguilar, 1981: 20),
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que el shock cultural es un obst3.culo innecesario, ade-
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mas de una me tafora inadecuada, que reemplaza con una desorientacion artificial y pas�era lo que deberfa ser un
estado de desoricntacion cronica y metodica (D. Nash, cit . en Aguilar, 1981: 17) . Estudiar Ia pmpia socicdad tiene, pues, varias ven tajas: cl antr op61ogo na tivo no debe atra vesar los a veces compli cados Yericuetos para acceder a Ia comunidad n i demorar su fo calizacion tematica; no nece
sita aprender Ia lengua nativa que un extraii.o
conocera,
de todos modos, siempre imperfe ctamente (Nukunya, cit. en Aguilar, 198 1:19) . Ademas, su pertcnencia a! grupo n o introduce alteraciones significativas, lo cual con tribuye a
generar una interacci6n mas natural y mayores op ortu
nidades para Ia observaci6n partic ipante. El antrop6logo nativo rara vez cae presa de los estereotipos que pesan sa bre Ia poblaci6n, pues esta en m ejores condiciones para pen etrar Ia vida real , en Iugar de dejarse obnubila r por las imagenes idealizadas que los st0etos suelen presen tar de sf
(Aguilar, 1981: 16-21) . A pesar d e su oposici6 n, ambas posturas coin cidfan en que Ia capacidad de los antrop61ogos extranjeros y de los nativos para reconocer 1 6 gicas y categorfas locales con sis tia en asegurar el acceso no mediado a! mundo social, sea por el mantenimiento de Ia distancia, como pretendfan los extern alistas, sea po r Ia fusion con Ia realidad en estu dio, de acuerdo con Ia perspe tiva de los nativistas. El empi rismo ingenuo que subyace a las afirmaciones de quienes abogan por una antropologfa nativa, argu men tando que ella implica una menor distorsi6n de lo observado y una menor visibilidad del investigador en el camp o, no clifie re del de quienes sostienen que solo una mirada externa puede cap tar l o real de manera no sesgada y cien tffica men te de sin teresada. Si bie n, como luego veremos, estas ilusiones fueron o b jeto de crftica (Strathern, 1987) , el debate puso en cues
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ti6n el Iugar de Ia "persona" del investigador en el proce so de conocimiento (retomaremos esto en el capitulo 5).
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Co m o principal instrumento cle in\'estigaci6n y ten nino i tn plf cito de comparaci6n i n tet-c ultural, cl etn 6grafo es, aclcmas de un entc aca demico , mi embro de una soc iedad y portador de cierto sentido com (m . En suma, esta historia muestra Cjtte, si bien el trab�o d e campo se mantuvo fie! a sus premisas inic ialcs, lo s e t n (Jgra fos fueron recon ceptualizanclo su practica, dandole nu e\'os valores a !a relaci6n de campo. En terminos clel an
tr op61 ogo brasilei1o Roberto cla Matta, Ia tarea cle familia rizarse con lo ex6tico termin6 por exo tizar lo familiar. E l investigaclor fue el principal beneficiario cle este proceso.
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2. El trabajo d e ca mpo:
un marco reflexive pa ra Ia i n terpret a c i o n de las te c n i c a s
Tal como quedaba definido, el metodo etnognl. fico de campo comprendia, en tanto "instancia empfrica", un ambito de donde se obtenia informacion y los procedi mientos para obtenerla. Descle perspectivas objetivistas, la relacion entre ambito y proceclimientos se vefa contami nada al circunscribir al investigador a una labor individual en una sola unidad societal. (De que manera la soledad e
inmersion del estudioso garantizan la "objetiviclad" de los datos? Si, como sugiere la breve historia presentada, la in vestigacion no se hace "sobre" la poblacion sino "con" y "a
partir de" ella, esta intimidad deriva, necesariamente, en una relacion idiosincrasica. (Acaso el conocimiento que re sulta de este tipo de relacion es igualmente idiosincrasico?
Positivismo y naturalismo
Los dos paradigmas dominantes de la investigaci6n social asociadas al trabajo de campo etnografico, que presenta remos aquf gr osso modo, son el positivismo y el naturalismo. De acuerdo con el primero, la ciencia es una, procede se g(m la logica del experimento, y su patron es la meclicion o cuantificacion de variables para identificar relaciones. El investigador-observador busca establecer leyes universales para "explicar" hechos particulares, y ensaya una aproxi maci6n neutral a su objeto de estudio, de modo que la
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teorf a resultante se someta a la verificaci6n posterior de
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otros investigadores; esto es: Ia teorfa debe ser conf irmacla o falseada. L a ciencia procede comp aranclo lo que dice Ia teorfa con l o que sucede en el terre no empfrico; el cien tifico recolecta datos a traves de mctodos que garantizan su neutralidad valorativa, pues cle lo con trario su mat erial serfa poco confiable e inverificable. Para que estos meto dos puedan ser replicados por otros investigaclores, de ben ser estandarizados, como Ia encuesta y Ia en trevista con ccdula Aun
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dirigida.
una exposicion tan simple permite cl etectar con
facilidad las flaquezas de esta perspec tiva, pues n o con cep tualiza el acceso del investigador a los se n tidos que los
st �etos l es asignan a sus prac ticas, n i las formas na tivas de
obtencion de informacion , de mo do que Ia inciclencia del investigador en el proceso de recoleccion de datos, l e jos
de eliminarse, se oculta y silencia (Holy, 1984) .
El naturalismo ha pretendido ser una alternativa epis temol 6gica a! enfoque an terior, postulando que Ia cien cia social accede a una realidad preinterpretacla por los st�etos. En Iugar de extremar Ia o b je tividad externa con respecto a! campo, los naturalistas proponen
una fusion
del investigador con los st�etos de estudio, de forma tal que estc aprehencle Ia logica de Ia vida social como lo ha cen sus miembros . El sentido de este apren cliz� je cs, como el objetivo de Ia ciencia, generalizar a! interior del caso, pues cada modo de vida es irreductible a los demas. Por consiguiente, el investigador no se propone explicar una
cultura sino interpretarla o compren derla. La s tecnicas mas id6neas son las menos in trusivas en Ia cotidianidad estudiada: Ia obscrvacion participante y Ia en trevista en profundidad o no dirigida.
Las limitaciones del naturalismo se corresponclen
en
parte con las del positivismo, en Ia medida en que cles conocc las mediaciones de Ia teorfa y el sen tido com (m
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etnocentrico que opcran en el investigador. Aclemas, los
naturalistas con f u nden "inteligibiliclacl" con "validcz" o
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"vc rc!ad", aunq ue no todo lo inteligible es verclaclcro. El r ela tivismo y !a reproducci6n de !a 1 6gica nativa a la hora ex plicar los procesos sociales son, pues, prin cipios pro ble maticos del enfoque naturalista (Hammersley y Atkin de
son , 1 9 83 ) . Rcproclucicndo las posiciones en Ia con trovcrsia en
wrno a Ia antropologfa nativa, posi tivistas y naturalistas nicgan al inYestigaclor y a los st0etos de estuclio como clos p artes clistintas de una relaci6n. Empeiiados en borrar los
efec tos del investigador sobre los datos, para unos Ia solu cion es Ia estandarizacion de los procedimientos y, para otros, !a experiencia directa del mundo social (Hamm ers ley y Atk.inson, 1983: 13). Este debate ha cobrado actualiclad en las discusioncs accrca de !a articulacion entre Ia rcalidad social y su repre sentacion textual. Como seiiala Graham ·watson, !a "teo ria de Ia corrcspondencia" sostiene que nuestros rclatos o dcscripciones de !a realidad rcproducen y equivalcn a esa
realidad. El problema surge entonces cuando los sesgos del invcstigador restan Yaliclcz o credibilidad a sus rclatos. Se gl"m Ia "temia interprctativa", en cambio , los relatos no son espejos pasivos de un mundo exterior, sino in terpreta cioncs activamcnte construidas sobre el. Pero, igual que en Ia teo
ria de Ia correspondcncia, !a on tologfa sigue siendo realista, pues sugiere que existe un mundo real, solo que ahora ese mundo admite varias in terpretaci ones (Watson, 1987 ). Las "teorfas constitutivas", en cambio, sostienen que nucstros relatos o descripciones constituyen la realidad que refieren. Quienes participan de esta perspec tiva sue len hacer distin tos usos del c oncep to de "reflexividad ", tcrmi no introducido en el mundo acaclemico por la etno m eto do!ogfa que, en las dccadas de 1950 y 1960, comenzo a ocuparse de como y por que los miembros de una socie
dad
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!ogran
reproducirla
en
el
dfa
a
clia.
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El descubrimiento etnome todol6gico de Ia reflexividad
De acuerdo con Harold Garfinkel, el fundador de Ia etno metodologfa, el mundo social no se reproduce por obra de las normas internalizadas, como sugerfa Talcott Par sons, sino en situaciones de interacci6n donde los actores, lejos de ser meros reproductores de !eyes preestablecidas que operan en todo tiempo y Iugar, son activos ejecuto res y productores de Ia sociedad a Ia que pertenecen. Las normas, reglas y estructuras no proceden de un mundo
·
significante exterior a, e independiente de, las interaccio nes sociales, sino que se constituyen en las interacciones mismas. Los actores no siguen las reglas sino que las actua lizan, y a! hacerlo interpretan Ia rea! idad social y crean los
contextos en los cuales los hechos cobran sentido (Gar finkel, 1 9 67; Coulon, 1 9 88 ) . Para los etnometod6logos, el vehfculo por excelencia de reproducci6n de Ia sociedad es el lenguaje. AI comuni carse entre sf, la gente informa sobre el contexto, y lo defi ne a] momento de reportarlo; esto es, lejos de ser un mero
tel6n de fondo o un marco de referencia sobre lo que ocurre "ahf afuera", el lenguaje construye Ia situaci6n de
interacci6n y define el marco que le cia sentido. Desde esta perspectiva, entonces, describir una situaci6n, un hecho, etc. , es producir el orden social que esos procedimientos ayudan a describir (Wolf, 1 982; C. Briggs, 1986) .
En efecto, la funci6n performativa del lenguaje respon de a dos de sus propiedades: Ia indexi calidad y Ia reflexivi dad. La indexicalidad refiere a Ia capacidad comunicativa de un grupo de personas en virtue! de presuponer Ia exis tencia de significados comunes, de un saber socialmente compartido, y a su compleci6n en la comunicaci6n. La co
municaci6n esta repleta de expresiones indexicales como
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"esto", "aca", "mf", etc., que la lingiifstica denomina "defc ticos", indicadores de persona, tiempo y Iugar inherentes
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a )a si tuacion de in teraccion (Coulon, 1 9 88) . El sen ti do de di ch as expresiones es inseparable del con texto que pro d uc en los inlerlocutores. Por eso las palabras son insufi ci en tes y su sign ificado no es trans-situacional. Pero la pro pi edad indexical de los relatos no los transforma en fa lsos sin o en especificaciones incorregibles de Ia relacion entre )as experiencias de una comunidad de hablantes y lo que se considera como un mundo identico en Ia coticlianidad (Wolf , 1 9 82; Hymes, 1 97 2) .
La otra propiedad del lengu aj e es la reflexivi dad. Las descripciones y afirmaciones sobre la realidad n o solo informan sobre ella; Ia constituyen. Esto significa que el codigo no es in f ormativo ni externo a Ia situacion, sino que es eminentemente pra.ctico y consti tutivo. El conoci miento de sentido comun n o sol o pinta una sociedad real para sus miembros, a Ia vez que op era como una profecfa autocumplida; las caracterfsticas de la sociedad real son producidas por la con f ormidad mo tivada de las personas que la han descripto. Si bien es cierto que los miembros n o son conscien tes del cara.c ter reflexivo de sus acciones, en Ia medida que actuan y hablan producen su mundo y Ia racionalidad de lo que hacen. Describir una situacion es, pues, construirla y definirla . El ej emplo tfpico que se utiliza para ilustrar esta carac terfstica es Ia figura de dos rectangulos concentricos: c:represen tan una superficie concava o convexa? La figura se vera de una manera o de o tra segun el adjetivo qu e se utilice para caracterizarla (Wolf, 1 982) . Las tipificaciones sociales operan del mismo modo; decirle a alguien 'judfo", "villero" o "boliviano" es con stituirlo instan tan eamente con atributos que lo ubican en una posicion estigmatizada. Y esto es, por supuesto, in dependiente de que el re f er ente en cuestion sea in dfgena
o mestizo, j udfo o ruso blanco, peruano o j u jeiio.
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La reflexividad seiiala la intima relacion entre la com pren sion y la expresion de dicha compren sio n. El relato es el soporte y el vehfculo de esta intimidad. Por eso, la
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reflexiviclacl supo n e que bs activiclaclcs realizadas
producir y mancjar las situaciones cle
!a
para
vida cotidiana son
iclcnticas a los procedimicntos empleaclos para describir esas situaciones
( Coul on,
1 988 ) . Asi, seg-tm los e tn ome
tod6logos, un enunciado transmite cicrta informacion, a Ia vez que genera el co ntexto en el cual csa in f ormaci6n puede aparecer y cobrar senticlo. De este modo, los sujetos producen Ia racionaliclad de sus acciones y transforman Ia vida social en una realidad cohcrente y comprensib le.
Estas afinnaciones sobre Ia vida cotidiana resultan tam bien validas para el con ocimiento social. Garfinkel consi deraba que Ia base de Ia "etnometodol ogia" radicaba en que las actividades por las cuales los miembros proclucen y manejan las situaciones organizadas de Ia vida cotidiana son identicas a los metodos qu e emplcan para clescr ibirlas. Los metodos a que rccurren los invcstigadores para co nocer el mundo social son, pues, basicamcntc los mismos que utilizan los actores para co n ocer, describir y actuar en su propio mundo
(Cicourel, 1 973; Garfin kel, 1 967;
Heritage, l 99 1: 15). La particularidad del conocimicn to cientffico no reside en sus me toclos sino en el con trol de Ia reflexividad y su articulacion con Ia teoria social. El problema de los enfoques positivistas y natu ralistas es que intentan sustraer del lenguaj e y Ia comunicaci6n cientifi
cos las cualidades indexicales y rcflexivas del lenguaje y Ia comunicaci6n. En !a medida en que !a reflexiviclad es una propiedad de cualquier des cripci6n de Ia realidad, no es
privativa de los investigadores, de algunas lineas te6ricas y de los cientificos sociales. Admitir Ia reflexividad del mundo social tiene varios efectos sobre Ia investigaci6n social. Primero, los relatos del investigador son comunicaciones intencionales que describen rasgos de una situaci6n, pero estas comuni ca
ciones no son "meras " descripciones sino que producen
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las situaciones mismas que describen. Segundo, los fu n damentos epistemol6gicos de Ia ciencia social no son in-
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clcpendien tes ni co n trarios a los de l sentido co m (m ( H e ritage, 199 1: 17) , si no que operan sobre la misma l6gica. Te r cero , los mctodos de la invcstigac i6n social son basi c am e n te los mismos q tiC los q tiC se usan para prod ucir co noci mi en to en la vida cotidi ana (H eri tage, 19 9 1: 15) . Es tarca del investigador aprehcnder las formas en que lo s st0e tos de estudio producen e in terprc tan su reali c!ad para ap rehender sus mctodos de investigaci6n. Pero, como la (m ica fo rma de co nocer o in terpretar es partici par en si tuac io ne s de intcracci6n, el investigaclor debe involucrarse en es tas situaci ones a co ndic i6n de n o creer
que su presencia es totalment e exterior ni que su in terio ridad lo diluye. La presencia del investigador consti tuye las situaciones de i n teracc i6n , como el lenguaje consti tuye [a realiclad. El investigador se convierte, ento n ces, en el principal
instrumento de investigac ion y produccion de
conocim ien tos ( H eri tage, 19 9 1 : 1 8 ; C. Briggs, 1 9 86) . Vea mos ahora co mo se aplica esta perspc ctiva al trab�o de campo etnografico.
Trabajo de c a m p o y reflexividad
La literatura antropologica sobre trab� jo de campo ha de sarrollado descle la decada de 1 980 el concepto de reflexi
vidad como equivalente a la conciencia del investigador sobre su persona y sus condicionamientos sociales y politi cos. Genero, edad, pertenencia etnica, clase social y afilia cion polftica suelen reconocerse como parte del proceso de conocimien to vis-ii-vis los poblaclores o informantes. Sin embargo, otras clos dimensiones mo clelan Ia produccion de conocimiento del investigador. En Una invitaci on a la so cio logia rejlexiva, Pi erre Bourdieu agrega, en primer Iugar, Ia
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posicion del analista en el campo cien tifico o academico
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CBo urclieu y Wacquant, 1 992: 69 ) . E l supuesto domi nante de este campo es su pretension de autonomfa, pese a que
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se trata de un espacio social y politico. La segunda dimen sion ataiie al "epistemocen trismo", que refiere a las "deter min aciones inherentes a la pos tura in telectual misma. La ten den cia teoricista o intelectualista consiste en olvidars e de inscribir, en la teorfa que construimos del mun do social, el hecho de que es el producto de una mirada teorica, un
' oj o contemplativo'" (Bourdieu y Wacquant, 1992: 69) . El in vestigador se enfrenta a su objeto de conocimien to como
si fuera un es pectaculo, y n o desde la logica practica de s us actores (Bourdieu y Wacquant, 1992) . Estas tres dimensio-
·
n es del concepto de reflexividad, y no solo !a primera, in tervien en en el trabaj o de campo en una articulacion parti
cular y tambien variable. Veremos a con tin uacion algunos principios generales, para detenernos luego en aspectos mas detallados de esta relacion .
Si los datos de campo n o provien en de los hechos sino de !a re!acion entre el in ves tigador y los sujetos de estudio, po dr!a inferirse que el (mico conocimien to posible esci ence rrado en esta relacion. Pero esto es solo parcialmen te cier to. Para que el in vestigador pued a describir la vida social que estudia incorporan do !a perspectiva de sus miembros , es n ecesario someter a un continuo analisis -algunos dirian
"vigilancia"- las tres dimension es de !a reflexividad que es cin perman entemente en j uego en el trabaj o de campo: la reflexividad del in vestigador en tan to miembro de una sociedad o cultura; !a refl exividad del investigador en tan to in vestigador, con su perspectiva teorica, s us interlocutores academicos, s us habitus disciplinarios y su epistemocen tris mo; y las reflexividades de !a poblacion que estudia.
La reflexividad de !a poblacion opera en su vida coti dian a y es, en defin\tiva, el objeto de conocimiento del
investigador. Pero este carga ademas con otras dos reflexi vidades alternativa y con jun tamen te. Dado que el trabaj o de campo es un segmen to diferen -
ciado espacial y temporalmen te del resto de !a investiga cion , el in vestigador cree asistir al mundo s ocial que va a 46
equipado solamente con sus meto dos y sus co n est udia r cep t o s. Pero el etn6grafo , tarde o temprano, se sumerge en una cotidianidad que lo interpela como miembro, sin dern a siada atenci6n a sus dotes cientificas. En Ia medida en que convive con los pobladores y participa en distintas insta ncias de sus vidas, se transfo rma funcional, y no lite
ralrn ente, en "uno mas". Pero los termino s en los que los poblaclores interpretaran esta membresfa pueden diferir de los del investigador, en Ia medida en que este persigue un o bj etivo cientffico y a Ia vez pertenece a otra sociedad. Dirimir esta cuesti6n resulta crucial para aprehender el mundo social que se estudia, ya que se trata de reflexivida des diversas que generan distintos contextos y realidades. Esto es: Ia reflexividad del investigador en tanto miembro de una sociedad X produce un contexto que no es igual a! que produce como miembro del campo academico, y el que producen los nativos cuando el esta presente es, a su vez, diferente del que se gener a cuando no lo esta.
El investigado r puede predefinir un campo de estudio se gun sus intereses te6r ico s o su sentido comun, "Ia villa", "Ia aldea", pero el sentido u ltimo del campo estara dado po r Ia reflexividad de los nativos. Esta !6gica se aplica in cluso cuando el investigador pertenece a! mismo grupo o secto r que sus informantes, porque sus intereses como investigado r difieren de lo s intereses practico s de sus in ter!o cuto res.
El desafio es, entonces, transitar de Ia reflexividad pro pia a Ia de los nativo s. � Como? AI principia, no existe entre ello s reciprocidad de sentido con respecto a sus accio nes Y no cio nes (Holy y Stuchlik, 1 983: 1 1 9) . N inguno puede descifrar cabalmente los movimientos, elucubracio nes, preguntas y verbalizaciones del otro. El investigador se encuentra con do s 6rdenes: uno corresponde a las con du ctas y a las afirmaciones inexplicables que pertenecen a! mundo social y cultural propio de los sujeto s, ya sean practicas incomprensibles, conductas "sin sentido " o res47
puestas "incongruentes" a sus pregun tas; el otro corres ponde a conductas y afirmaciones que surgen y se clesa
rrollan en la situaci6n de campo propiamente cli cha. Del primer arden se ha ocupado clasicamente la investigaci6n social; el segundo emergi6 como inquietud de la discipli na recien en los aiios ochenta.
Al
producirse el en cuentro
en el campo, Ia reflexividad del investigador sc pone en relaci6n con la de los individuos que, a partir de en tonc�s, se transforman en st0etos de estudio y, eventualmente, en
in f ormantes. Entonces Ia reflexividacl de ambos en la in te racci6n adopta, sabre todo en esta primera etapa, Ia forma de la perpl e jidad. El investigador no alcanza a dilucidar el sentido de las respuestas que recibe ni las reacciones que despierta su
presencia; se siente inc omprendiclo, le parece que molcs
ta y, fr ecuentemente, no sabe que decir ni pregun tar. Los pobladores, por su parte, no saben que busca realmente el
investigador cuando se instala en el vecindario, conversa
con la gente, frecuenta a algunas familias. No pueden re mitir a un universo significativo com (m las preguntas que aquel les formula. Estos desencuentros se plantean, en las primeras instancias del trab<0o de campo, como "inco nve
nientes" que suscita la presentaci6n del investigador, como "obstac ulos" o dificultades de acceso a los in f orm antes, y dan lugar a diversos intentos de superar sus prevenciones y lograr la aceptaci6n o una relaci6n de rapp ort o empatia con ellos. En este marasma de "malentendidos", el inves tigador empieza a aplicar sus tecnicas de recolecci6n de
datos. Pero detengamonos en el acceso. Ante estas perplejidades expresadas en rotundas negati vas, gestos de desconfianza y pos tergaci6n de encuentros, el investigador ensaya varias interpretacio nes. La mas co mun es creer que el "malentenclido" se debe a Ia falta de
in f orm acion de los pobladores,
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a
su escasa familiaridad
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con la investigaci6n cien tffica. La forma de subsanar este inc onveniente es explicar "mas claramente" sus prop6sitos
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m itigar los temores que puc!ieran haberse suscitaclo. i csta tactica no da resultados, el investigacl or probable me n te se consuelc pensanclo que tarde o temprano los n
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ne cesario ". Pero esta situacio n presenta tres limitaciones: l <1 111as evic\ente es que los "nativos" cada vez se "acostum bran " menos y establ ecen nuevas reglas cle reciprociclad p ar
cocligos cle etica academicos son bastante rigurosos a fin de preservar a los sLuetos sociales de intrusiones no cle seadas o que Ia p oblacion pueda consiclerar pe judicialcs. 1 La tercera limitacion -Ia mas sutil y, sin embargo, Ia mas problematica- co nsiste en que, aun cuanclo los na tivos se acostumbren a! investigador, ni cste ni probablemente cllos sepan jamas por que.
Esta caja negra opera en el trab <0o de campo propiamen te dicho, pero tambien deja sus huellas en Ia in terpretac ion o rmacion obtenida en un contexto mutuamente de la inf ininteligible. Si Ia reflexividad de su practica de campo no
ha sido esclarecida, e l investigador puede forzar los datos para adaptarlos a sus modelos clasificatorios y explicativos. En este caso, su en f o que le imposibilitad. escuchar mas de o rmacion obtenida en situa lo que cree que oye. "La in f
cion unilateral es mas significativa con respecto a las cate gorfas y las represen taciones contenidas en el dispositivo de captacion, que a Ia represen tacion del universo investi gado" (Thiollent, 1982: 24) . La unilateralidad consiste en ac ceder a! ref erente empfrico siguiendo acrfticamente las pautas del modelo teorico o de sentido com(m del investi gado r y abandonando en el camino los sentidos propios o Ia refl exividad especffica de ese mundo social. � P ara que el camp o ? Es aquf donde modelos teoricos, poli ticos, cul tura!es y soc iales se con f ron tan inme diata m ente -se advierta o no- con los de los actores. La legi ti midad de "estar allf" no proviene de una autoridad de exp ert o ante !egos ignorantes, como suele creerse, sino 50
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de que solo "estando alii" es posible realizar el transito de Ia reflexividad del investigador en tanto miembro de otra sociedad, a Ia reflexividad de los pobladores. Este transito, sin embargo, no es ni progresivo ni secuencial. El inv esti gador sabra mas de sf mismo despues de haberse puesto en relacion con los pobladores, precisamente porque al · principia solo puede pensar, orientarse hacia los demas y formularse preguntas desde sus propios esquemas. En el trabaj o de campo, en cambio, aprende a hacerlo vis-a-vis otros marcos de referencia, con los cuales necesariamente se compara. En suma, Ia reflexividad inherente al trabajo de cam po consiste en el proceso de in teraccion, dif eren ciacion y reciprocidad entre la reflexividad del sujeto cognoscente
-sentido comiin, teorfa, modelos explicativos- y la de los
jetos/ objetos de investigacion. Es esto, precisa actores o s u mente, lo que advierte Peirano cuando seiiala que el cono cimiento se revela no "al" investigador sino "en " el inves ti
gador, quien debe comparecer en el campo, reaprenderse y reaprender el mundo desde o tra persp ectiva. Por eso el trabajo de campo es prolongado y suele equipararse a una "resocializacion", con sus inevitables con tratiempos, des
tiempos y perdidas de tiempo. Tal es la meci f ora del pa saje de un menor, u n aprendiz, un inexperto, al lugar de adulto . . . en terminos nativos (Adler y Adler, 1987; Agar, 1980; Hatfield, 1 9 73). En
los pr6ximos dos capftulos
analizaremos de que
modo lo que la literatura academica ha calificado como ec tuar este "tecnicas de recoleccion de datos" permite ef
pasaje hacia la comunicaci6n entre distintas reflexivida des, y en el capitulo 5 veremos que aspectos de la persona del investigador se ven transformados cuando ese
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atravi esa
je. pasa
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3. L a o b s e rv a c i 6 n p a r ti c i pa nte
Poco despues de haberme instalado en Omaraka na empece a tomar parte, de alguna manera, en Ia vida del poblado , a esperar con impaciencia los aco ntecimientos importantes o las . f estivida des, a tomarme interes perso nal po r lo s chismes y por el desenvo lvimiento de lo s pequeiios inci dentes pueblerino s; cada manana a! despertar, el dfa se me presentaba mas o meno s como para un indfgena (. . ) Las peleas, las bromas, las esce .
nas familiares, los suceso s en general triviales y a veces dramatico s, pero siempre significativo s,
formaban parte de Ia atmosfera de mi vida diaria tanto como de Ia suya (. . . ) Mas avanzado el dfa, cualquier cosa que sucediese me cogfa cerca y no habfa ninguna po sibilidad de que nada escapara a mi atencion (Malinowski [ 1922] , 19 86: 25). Co mparado co n los pro cedimientos de o tras ciencias so
ciales, el trabajo de campo etnografico se caracteriza po r su falta de sistematicidad. Sin embargo , esta supuesta ca
rencia exhibe una logica propia que adquirio i dentidad como tecnica de ob tencion de informacion: Ia participant observation. Traducida a! castellano como "observacion par
ticipante", alude precisamente a Ia inespecificidad de las actividades que co mprende: integrar un equipo de flltbol,
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residir con Ia poblacion, to mar mate y conversar, hacer las compras, bailar, cocinar, ser objeto de burla, confidencia,
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declaraciones amorosas y agresion es, asistir a una clase en
Ia escuela o a un a reunio n de l partido polit ico. En rigor, su ambigtiedad es, mas que un deficit, su cualida d distin ti va. Veamos por que.
Los dos factores de Ia ecuaci 6 n
Tr adicionalmente, el o b je tivo de
ht
observac i6n partici
pante ha sido de tectar las situaciones en que se exprcsan y generan los universos culturales y sociales en su compl eja articulaci6n y variedad. La aplicaci6n de esta tecnica para o rmacion -que, como ya fue senalado, involu obtener in f
cra actividadcs muy dislmil es- supo nc que Ia presencia (Ia percepci6n y experiencia directas) del investigaclor fr ente
a los hcc hos qu e hacen a Ia vida c otidiana de Ia poblaci6n garantiza por sf sola Ia confiabilidad de los datos recogidos
y el aprendiz� je de los sentidos que subyacen a dichas ac tividadesY La experiencia y la testificaci6n son, ent onces, "la" fucnte de conocimiento del etn6grafo: el esta all!. A medida que otras tecnicas en ciencias sociales se fu eron formalizando, los etn6grafos intentaron sistematizar los al
cances de Ia observaci6n participante exam inando las pa r ticularidades de esta tecnica a partir de los dos tcrminos
que la definen, "observaci6n" y "parti cipac i6n". Mas que proveer a esta tecnica de una iden ticlad novedosa, el resul tado de esta biisqueda fue insertarla en las dos alternat ivas
je tividad epistemol6gicas, la objetiviclad posi tivista y Ia su b na turalista (Holy, 1 9 84) .
Observar versus par t icipar
La observaci6n participan te consiste principalmente en
dos actividades: observar sistematica y controladamente
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toclo lo que acontece en torno del investigador, y parti cipar en una o varias cle las activiclacles de Ia poblaci6n.
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I-{ab l a m os cle "participar" en el se n tic!o cle "clesempenarse hacen los nativos", de aprender a realizar ci e rtas c o n 1 o lo les y a comportarse como un micmbro de la co ,1 c Li \·i clac asis en la experien m un iclacl. La participaci6n pone el en f j etivo ci a vivi cla por el investigador en rclaci6n con su o b
in tegrarsc a Ia soci edad cstucliacla. En el polo co n trario, Ia 0b scrvaci6n implicaria ubicar al invcstigaclor fu era de I a soc icdad, de forma tal que pucliera realizar su descrip ci o n con un registro cletallado d e cu anto ve y esc uc ha . La rep rcs entacion ideal de Ia observaci6n podria ser Ia figura de
de qui en asiste a una obra de teatro como mero espec ta dor y toma no tas. 10 Desde Ia perspec tiva de Ia observac i6n, entonces, el investigador esta siempre aler t.:1. pues, incluso aunque participe, lo haec con el fin de obse1var y registrar los distintos momentos y eventos de Ia vida social. oques positivistas, a! investigador De acuerdo con los en f sc lc presenta una disyuntiva en tre obse1var y participar; y, aun cuando pr e tcncla realizar ambas actividadcs simul tan eamcn te, cuanto mas participa menos registra, y cuan to mas rcgistra menos participa (Tonkin, 1984: 2 1 8) ; es decir, cuan to mas participa menos obse1va y cuan to mas observa menos participa. Esta paradoja que co n tra pone ronta dos fonnas de acceso a Ia in ambas actividades con f
fo rmaci on , una externa y otra in terna. Pero Ia obse1vaci6n y Ia participaci6n suministran pers pec tivas di f eren tes acerca de Ia misma realidad, aunque estas diferencias sean mas analftic as que realcs. Si bien ambas tienen sus particularidades y proveen inf ormacion diversa por canales alternativos, es necesario sopesar los verda deros alcances de estas di f erencias; ni el invcstiga dor pue cle in tcgrarse a Ia comunidad hasta el pun to de ser "un o mas" entre los nativos, ni su presencia puede ser tan ext ern a como para no afectar en modo alguno a! escena
rio y sus protagonistas. Lo que en to do caso se j uega en Ia
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!a do, Ia posibilidad real del investigador de observar y/o
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participar -lo que, como veremos, no depende solo de su decision-; y, por otro !ado, Ia fun damentacion epistemo logica que el investigador o f rece de lo que hace. Dete nga monos en este pun to para volver luego sabre quien decide si "observar" o "participar".
Partic ipa r para observar
Segun los lineamientos posi tivistas, el ideal de observacion
jetividad neutra, externa y desimplicada garantizaria Ia o b cientlfica en Ia aprehension del o bjeto de cono cimiento. Dicho objeto, ya dado empiricamente, debe ser recogido por el investigador mediante Ia observacion y otras op era ciones de Ia perc epcion . La observacio n direc ta tenderia a evitar las distorsiones, de Ia misma manera que sucede co n el cien tifico en su laboratorio (Hammersley, 1983 : 48) . Por eso, el etnografo que suscribe este enfoque pre ormantes en sus contextos natura fiere o bservar a sus in f
les, pero no para fundirse con ellos. La tecnica preferida por el investigador positivista es justamente Ia observacion
(Holy, 1984) , ya que considera que Ia participacion in troduce obsticulos a Ia o bjetividad y pone en peligro Ia desimplicacion debido a! excesivo acercamiento personal ormantes. Tal acercamiento solo se justific a cuan a los in f
do los sujetos lo demandan o cuando garantiza el registro de determinados campos de Ia vida social que, como mero observador, resultarfan inaccesibles.
Desde esta perspectiva, el investigador debe limitar su rol a! de observador, y solo en ultima instancia c ompo rtar se como observador-participante, considerando Ia obser vacion como Ia tecnica prioritaria y Ia participacion como un "mal necesario ". En las investigaciones antropologicas tradicion ales, debido a las distancias respecto de! Iugar de residencia del investigador, Ia corresiden cia volvia prac ti
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camen te inevitable un alto grado de participacion. Pero esta razon de fuerza mayor, como el confinamiento belico
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ormo en ven taja para Ia inves tiga Lle Nl alinowski transf enc ajaba en Ia c on cepcion epistemologica segun Ia olo a traves de Ia observacion directa era posible dar c lw l s f e d e los distintos aspectos de Ia vida social desde una op a n o etnocentrica que superara las teorias hipoteticas evolu cio nistas y difusionistas del siglo XIX (Holy, 1984) .
;i6 n, ric
obse rvar para participar
De acuerdo co n perspec tivas como el naturalismo y al gun as variantes del in terpretativismo, los fenomenos so cio culturales no pueden estudiarse de manera externa, pues cada acto, cada gesto, cobra sentido, mas alia de su apariencia fisica, en los significados que le atribuyen los actores. El unico media para acceder a esos significados que los st0etos negocian e in tercambian es Ia vivencia, la posibilidad de experimen tar en carne propia esos sen ti dos, como sucede en la socializaci on . Tal como un juego se aprende jugando , una cultura se aprende vivi endola. Por eso la participacion es la condicion sine qua non del conocimiento sociocultural. Las herramientas son Ia ex ec tividad periencia directa, los 6rganos sensoriales y la af que, lejos de empaiiar, acercan al o bjeto de estudio. El in vestigador procede en tonc es a la inmersi6n subjetiva, pues solo comprende desde el in terior de la comunidad que estudia. Par eso, desde esta perspec tiva, el nombre de la tecnica deberia invertirse y pasar a denominarse "partici paci6n observan t e" (Becker y Geer, 1 9 82; Tonkin, 1984) .
lnvolu cramiento versus separaci6n
Lo que ambas posturas parecen discutir, en realidad, no es tan to Ia distinci 6n formal en tre las dos ac tividades n o dales de esta "tecnica", observaci6n y participaci6n, sin o Ia relaci6n deseable e n tre investigador y sujetos de estu dio que cada actividad supone: separaci6n (en el caso de
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Ia observacion) o involucramiento (en cl de Ia participa cion ) en relacion con los pobladorcs (Tonkin, 1 9 84) . Pero inclependientemente cle que, en Ia practica, separaci (m/ observaci6n e involucramiento/participaci6n sean canales
excluyentcs, Ia observaci6n participante pone cle manif ies
to, ya clesde su denominaci6n, Ia tension epistemol6gica caractcristica cle Ia invcstigaci6n social y, p or lo tan to, de
Ia investigaci6n etnografica: con occr como clistante (epis temocentrismo, segtm Bourclieu ) una especie a Ia que se pertenece, y en virtue! de esta com tm membresia clescu
brir los marcos tan diversos de sentido con que las pe r sonas significan sus mun clos particulares y comunes. La ambigiiedad implicita en el nombre de esta tecnica, con
vertida no casualmente en sinonimo del trabajo cle cam po etnog-rafico, no solo alude a una tension epistcmolo gica, propia del conocimiento social, entre logica teorica y 16gica practica, sino tambien a las logicas practicas que convergen en el campo. Veamos entonces en que con siste observar y participar "estando alii".
Un a mir ada reflexiva de Ia observaci6n pa rtic i pante
El valor de Ia observacion participante no reside en poner a! investigador ante los actores, ya que entre uno y otros siempre se interponen !a teoria y el sentido com tm (so
cial y cultural) del investigador. ,:0 acaso los fu ncionarios y comercian tes no fre cuentaban a los nativos sin por eso deshacerse de sus preconceptos? La presencia directa es,
indudablemente, un aporte valioso para el conocimiento
social porquc evita a!gunas mediaciones -por ej em p lo , del sentido comun de terceros- y ofrcce a un observador cri tico lo real en toda su com plejid ad. Es in evitable que e! investigaclor se contactc con el mundo empirico a n·aves
de los organos de !a percepcion y de los sentimientos; y 61
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e .sto s se conviert.:1.n en obstaculos o vehfculos del con a c m i e n t o depende de su grado de apertura, asunto que i je tivi re mos en el capitulo 5. De todos mo do s, Ia su b ;� bo rcla parte de Ia con ciencia del investigacl or y desemd < � d fo n n a qtl
e
c ii ;� u n pap el ac tivo en el conocimiento, particularmente se trata de sus congeneres. Ello no quiere decir a u e I a su� jetividad sea una caja negra que no es posible
�u n cl o q
Co n Ia tension que es inheren te a ella, Ia observacion par tici pante permite recordar, en todo momento, que se participa para observar y que se o bserva para participar; esto es, que involucramiento e investigacion no son opues tos sino partes de un mismo proceso de con ocimiento so cial ( Holy, 1 9 84) . En esta linea, Ia observacion participan te es el medio ideal para realizar descubrimien tos, para examinar crfticam ente los conceptos teoricos y anclarlos en realidades co n cretas, po ni end o en comunicacion dis tin tas reflexividades. Veamos co mo los dos facto res de Ia ecuacion , observacion y participacion, pueden articularse exitosamente sin perder esta tension productiva y crea tiva.
La diferencia en tre observar y participar radica en el tipo de relacion cognitiva que el investigador entabla con los st� j etos/informantes y el nivel de involucramiento que resulta de d icha rel acio n. Las co ndicion es de Ia interaccion plantean, en cada caso, distintos requerimientos y recursos. Es cierto que Ia observacion no es del todo n eu tral o exter na, pues incide en los st0etos observados; asimismo, Ia pa r ticipacion nu nc a es total, excepto que el investigador adop te, como "campo", un referente de su propia cotidianiclad. Pero aun asf, el hecho de que un miembro se transformc en investigador introduce diferencias en Ia forma de partici par y observar. Suele creerse, sin embargo, que Ia presencia de ! investigador como "mero observador" exige un grado lllenor de aceptacion y de compromiso tanto por su parte como por parte de los infonnantes, que el requerido en el caso de Ia participacion. Pero veamos el siguiente ej emplo. 62
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El investigador de una gran ciudad argentina observa , desde la mesa de un bar, como algunas nnu eres con ocidas como "las bolivianas" llegan al mercado. Registra hora de arribo, edades aproximadas y cargamento; las ve disponer lo que, supone, son sus mercaderfas sobre un lienzo a un !ado de Ia vereda, y sen tarse de frente a la calle y a los tran seuntes. Luego, el investigador se aproxima y las obs erva negociar con algunos individuos. Mas tarde, se acerca a
ellas e indaga el precio de varios productos; las vendedoras responden pun tualmente y el investigador compra un kilo
de limones. La escena se repite dfa tras dia. El investigador es, para "las bolivianas", un comprador mas que aiiade a las usuales preguntas por los precios o tras que no con cier nen directamente a Ia transacci6n: surgen
comen tarios
sobre los niiios, el Iugar de origen y el valor de cambio del peso argentino y del boliviano. Las mtueres entablan con el breves conversaciones que podrian responder a Ia intenci6n de preservarlo como cliente. Este rol de "cliente conversador" ha sido el canal de acceso que el investigador
en con tr6 para establecer un contacto inicial. Pero en sus visitas diarias no siempre les compra. En cuan to se limita a conversar, las mujeres comi enzan a preguntarse a que vienen tantas "averiguaciones". El investigador debe ahora
explicitar sus mo tivos si no quiere encontrarse con una negativa rotunda. Aunque no lo sepa, estas mtueres han ingresado a Ia Argentina ilegalmente; sospechan entonces
que el presunto investigador es, en realidad, un inspector en busca de indocumentados. Si comp aram os Ia observaci6n que el investigador lleva a cabo desde el bar con su posterior participaci6n en Ia transacci6n comcrcial, parece posible seiialar que en el
primer caso el investigador no inc ide en Ia co nd uc ta de las mujeres observadas. Sin embargo, si, como suele su ceder, el investigador que observa se encuentra den tro
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del radio visual de las ven dedo ras, aun cuando se limi te a mirarlas, estani in tegran do con ellas un camp o de
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nes directas y susci tando alguna reac ci on qu e, en r cl <� c i o aso , puede ser el temor o Ia sospe cha. El investiga es t c c pieza a comprar y se convierte en un "comprador d or em c o n vers ador". Pero luego deja de comprar y entonces las ven ded o ras le asignan a su actitud el sentido de Ia ame n a z a. Esto s supuestos y expec tativas revierten en el inves ti
se sintio obligado a presen tarse solo cuando se dispuso a mantener una relacion cotidiana. lncluso an tes de es to ,
debio comportarse como comprador. De ello resulta que Ia presencia directa del investigador an te los po bladores dificilmente pue da ser ne u tral o pre scinden te,
pues, a di f e rencia de Ia representacion del obs ervador como "una mosca en Ia pared", resulta inevitable que los po bladores otorguen un sen tido a su observacion y obren en consecuen cia. ormacion La observacion que se propone obtener in f signi ficativa requiere alg (m grado, siquiera minimo, de participacion; esto es, requiere que el investigador desem
peiie algun rol y por lo tanto incida en la conducta de los informan tes, que a su vez influyen en Ia suya. Asi, para detec tar los sentidos de Ia reciprocidad de la relacion es ne ces ario que el investigador analice cuidadosamen te los terminos de Ia interaccion con los informan tes y el sentido qu e estos le dan a! encuentro . Estos sentidos, a! principio i gno rados, se iran aclaran do en el transcurso del traba j o de ca mpo.
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Participaci6n: l o s dos p o lo s de Ia reflexividad
Los antrop6logos no sc han limitaclo a haccr preguntas sobrc Ia mitologfa o a obscrvar a los na tivos tallancl o ma clera o lcvantando una cosecha. A vcccs forzaclos por las circunstancias, a ycccs por decision prop ia, optaron por
tomar parte en esas actiYidacles. Este protagonismo guarcla una 1 6gica co mplt:ia que impl ica dcsde com portarsc sc g{m las propias pautas cul turales, hasta participar en un
rol com plemcntario a! de sus informantes, o imitar las pautas y conductas de estos. Las dos primeras opcioncs, sobre todo Ia primera, son mas habituales a! co menzar el trab<0o de campo. El in vcs tigador haec lo que sabc, y "lo que sabc" respon de a sus propias pautas y no cioncs, por lo que en general ocupa roles conociclos (como cl clc "inYcstigador") . Seguramcn te in currira en en·ores de procedimicnto y transgrcsiones a Ia etiqueta local, pcro por cl mo me nto estc cs el {m ico mapa con que cucnta. Lcntamcntc ira incorporan do otras
altcrn ativas y, con elias, fonnas de conceptualizaci6n acor des con el mundo social local. Sin embargo, Ia participaci6n, como tecnica de campo etn ografi ca, aludc a Ia tcrccra acepci6n: com portarsc se g{m las pautas de los nativos. En el parrafo que encabeza
este capitulo, Malin owski destacaba Ia Intima relaci6n que hay entre Ia observaci6n y Ia participacion , dado que el h e cho de "cstar allf" lo involucraba en actividaclcs nativas, en un ritmo de vida significativo para el orden sociocultural ind fgena. Malin owski se fu e in tcgran do , gradual mc n te y de Ia manera mas p lena posibl e consiclerando las limita cioncs de un europeo de comicn zos de l siglo XX, a! cj cr cicio de Ia parti cipac io n, comparticnclo y practicando Ia reciprocidad de sentidos del mundo social scg {m una rc
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flcxividad distinta de Ia propia. Esto no habrfa sicto posiblc si el ctn6grafo no hubicra valorado cada hecho cotidiano
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c o m o un objeto de registro y de an {tlisis, a un an tes de ser c Jpaz cle reconocer su sen ticlo en !a i n teraccion y para los ]'1Jti\'OS.
Tal es el pas�e de una parti cipacion en tenni n os del i n \·e stiga dor a una participacion en tenninos nativos. Acle de impracticable y vanamente angustiante, Ia "parti cip aci6n correcta" (es clecir, aquella que cumple con las 1 1 0rmas y valores locales) no es ni Ia (m ica ni Ia mas clcsea Jll as
ble en un primer momenta, porque Ia transgresion (que l!am amos "errores" o "traspi es") es para el investigador y ormante un medio adecuado de problematizar p ara el inf dis tin tos angulos de Ia co nduc ta social y evaluar su signi fi
caci 6n en Ia cotidianiclad de los nativos. En el uso de Ia tcc ni ca de observacion participante, Ia participacion supone desempeiiar ciertos roles locales, lo
cual pone en eviclencia, como decfamos, Ia tension estruc nu·an te del trabajo de campo etn ografico entre hacer
y
conocer, participar y observar, mantener Ia distancia e in volucrarse. Este d esemp ei io de roles loc ales co n lleva un
esfuerzo del investigador po r in tegrarse a una logica que
no le es pro pia. Des de Ia perspectiva de los infonnantes, esc esfuerzo puede in terpretarse como el i nte n to del in vestigador por apropiarse de los codigos locales, de modo que las practicas
y
no ci o nes de los poblaclores se vuelvan
mas comprensibles facilitando !a comunicacion (Adler
y
Adler, 1 9 87) . A proposito de su estadla en un pobl aclo de Chiapas, Mexic o, Esther Hermi tte refiere que
A los pocos elias de ll egar a Pi nola, en zona tro pical fui vlctima de pic acluras de mosquitos en las piernas. Ell o provoc6 una gran inflamacion ect ada -clescle las rodil las hasta los en Ia zona af tobillos-. Caminando por Ia alclea me encontrc con una pinolteca que, clespues de saludarme,
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me pregun t6 que me pasaba y, sin darmc ti empo a qu e le con testara, ofreci6 un cliagnostic o. Se-
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gl"m el con cep to de enfermedad en Pinola, hay
ciertas erupciones que se atribuyen a una inca pacidad de la sangre para absorber la verg iienza sufrida en una situaci6n publica. Esa enf erme dad se conoce como "disipela" ( keshlal en lengua nativa) . La mujer me explic6 que mi presencia en una fiesta la noche anterior era seguramen te causa de que yo me hubiera avergonzado y me acon sej 6 que me sometiera a una curaci6n, que se lleva a cabo cuando el curador se llen a la boca de aguardiente y sopla con fuerza arro jan do una fina lluvia del lfquido en las partes af e c. tadas y en otras consideradas vitales, tales como .
la cabeza, la nuca, las muiiecas y el pecho. Yo acate el con sej o y despues de varias "sopladas" me retire del lugar. Pero eso se supo y permiti6 en adelante un dialogo con los informantes de tono distinto a los que habfan precedido a mi
curaci6 n. El haber permitido que me curaran de una enf ermedad que es muy comiin en la aldea cre6 un vinculo af ec tivo y se convirti6 en tema de prolongadas conversaciones ( H ermitte [ 1 974] , 2002: 272-3).
La etn6grafa relata aquf lo que serfa un "ingreso exitoso", pues su esfuerzo por in tegrarse a una l6gica nativa deriv6 en una mayor consideraci6n hacia su persona. Este pun to asume una importancia crucial cuando el investigador y los informantes ocupan posiciones en una estructura social asimetrica. Pero en terminos de la reflexividad de campo,
es habitual que los etn6grafos relaten una experiencia que se transform6 en el pun to de inflexion de su relaci6n con los informantes (Geertz, 1973) . La experiencia de campo suele relatarse como un conjunto de casualidades que, sin
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embargo, respeta un hilo argumental. Ese hilo es prec isa
men te la capacidad del investigador de aprovechar la oc a-
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ara desplegar su participaci6n en tenninos nativos.
si o n p o elevante L r
de Ia "disipela" de Hermitte no fu e su padeci
mi e nto por Ia inflamaci6n sino el hecho de que ella acep ra r a interpretarla en el marco de sentido local de Ia salud y Ja e nfermedad. Aun que no hubiera previsto que iba a por mosquitos, que se le inflamarian las piernas s e r p icada v
que encontraria a una p in olteca locuaz que le o f receria
�m diagn6stico
y un tratamiento, Hermitte mantenia una ac titud que permitia que sus informantes clasificaran y l e explicaran que habia sucedido en s u cuerpo; una actitud q ue aceptaba de ellos una soluci6n. Esta "participaci6n " redund6 en un aprendizaj e de practicas curativas y de ve-
. cindad, y de sus correspondientes sentidos, como verguen
er medad. za, "disipela", en f Pero Ia participaci6n n o siempre abr e las pu ertas a una interacci6n mas intima con Ia comunidad, como eviden
ciara el ejemplo que se o f rece a continuaci6n. Una tard e, acompaiie a Graciela y a su marido Pedro, habitantes de
una villa miseria, a Ia casa de Chiquita, una mujer mayor que vivia en el barrio vec ino, y para quien Graciela traba
jaba por las mananas haciendo Ia limpieza y algunos man dados. La breve visita tenia por objeto buscar un armario que Chiqui ta iba a regalarles. Mien tras Pedro lo desarma ba en piezas transportables, Graciela y yo mantenfamos una conversaci6n "casual" con Ia dueii.a de casa. Recuerdo este pasa je: C h : El otro dfa vin o a d or mi r mi nietita, Ia menor, pero ya cuand o nos acostamos empez6 que me quiero ir a lo de mama, que quiero ir a lo de mama; primero se q u erfa que dar , y despues qu e me quiero ir. Entonces yo le dije: buena, esta bi e n, an da te, vos an da te, pero t e vas sola, l,eh? te vas por ahf, por el me d ia de Ia villa, d o n d e estan to dos esos n egros borrachos, vas a
ver lo que te pas a . . .
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G : Hmmmm.
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Yo:
Una cara funesta te rmin antem ent e pro hibi da en el
manual del "buen trabajador de ca mp o". Apenas sa li mo s de Ia casa le pregunte a Gr aciel a por que no le habfa r eplicado su preju ic io y me con test6:
"Y b ueno , hay
que ente nder lo s, son gente mayor,
gente de antes . . .
"
Mi primer in terrogan te era po r qu e Graciela no habfa de fendiclo Ia clignidad de sus vecinos y de sf misma, respon diendo, como suele hacerse, que Ia gente habla m al del "vi Hero" pero no de quienes cometen inmorali dacles iguales o mayores ("el villero esta 'en pedo', el rico esta 'alegre"'; "el pobre se mama con vino, el rico con whisky", etc. ) . La con cesion de Graciela me sorprendi6 porque conmovfa mi sentido de Ia igualdacl h umana y el de mi investigac i6n sobre los prejuicios contra los residentes de las villas mise ria. Entonces, (des) caliiique a Chiquita como una mt0er prejuiciosa y desinfonnada. Descle esta distancia en tre mi perspectiva y Ia de Chiquita y Graciela, baj o Ia apariencia
de una tacita complicidad, pase a indagar el sentido de Ia actitt1d de Graciela; pero solo pucle hacerlo cuan do puse en foco "mi sen tido comt"m " epistemocentrico y mis pro pios intereses de investigaci6n. Yo habfa participado acompaiiando a Graciela y a Pedro en una visita y tambien en Ia conversaci6n, a! menos con mi gesto. Pero lo habia hecho en u�rminos que po drfan ser adecuados para sectores medios universitarios, no para los vecinos de un barrio colindante con Ia villa, habitado por una vieja poblaci6n de obreros calificados y pequeiios comerciantes, amas de casa y jubilados que se preciaban
de ser dueiios de sus viviendas y de haber progresado a fuerza de trab <"0o y "gracias a su ascendencia europea", que los dif e renc iaba t<"0antemente de los "cabeci tas ne gras" provincianos. Mi participaci6n tamp oco parecfa co nclecirse con las
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reaccwnes consideraclas
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adecuadas
por
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d e !a villa. Una scmana m{ts ta rd e, Graciela me transmi comentarios negativos de C h iquita sobre mi mueca ti b l os ell: cl cs agrado: "( Y a e ll a q ue lc importa? Si no es d e a hf . . .
[ d e !a villa ] ". Gracicla seg ufa asintiendo; cles pucs enten di que estaban en juego un arma rio, u n em pleo y otros b c n e ficios secundarios. �l
nc c esitaba no solo conccdicndo o tolcrando los pre j ui cios
d e C h i q uita, sino oc ultando su do micilio en !a vi ll a para r trab<0ar. Ch iqui ta te nf a una ..villera" de " la vil la de p od c al lado" trab<0ando en s u pr op ia cas a y no lo s ab fa o fingfa 110
saberlo.
A partir de aquf co mence a observar las reac
cion e s de otros habitantes de !a villa ante estas actittldes y des cubr f que en contextos de. marc ad a e insu p erable asim etrfa los estigmatiza dos guardaban silencio y . cle ser posible, ocultaban su icl entidacl. Por el contrario, cuando
no habfa demasiado en juego, entoncesIa reacci6n podia
ser co ntestataria. Entre otras enseii.anza s, rescat aba nu eva mente !a importancia clel trab<0o de campo para visualizar las diferencias entre lo q ue la gente h ae c y lo q u e dice q ue
h a e c , pue s en este y en otros casos l o s resiclente s deIa villa aparecian ellos mismos convalid ando imagenes negat i \·as que sabian in just as.
Que yo hubiera participado no en los terminos locales sino en los mio s pr opi os h abrfa sid o criticable si no hubie
ra apren dido las diferencias entre el se ntic lo y uso del pre ju ici o para los vecinos del barrio, para los h abi ta nte s de la villa y para mf misma. Huelga decir que en este como en
tantos ot ro s casos rel atados por los e m6 grafos, !a reacci6n visceral es di ficil d e controlar en lo s contextos informales de la cotidi anidad ( C . Briggs, 19 8 6; Stoller y O!kes,
1 9 87 ) .
Pero conviene no renunciar a sus ensei1anzas. En las u·es instancias qu e h emo s visto -la posicion m {ts prcscindentc de l observador de las bolivianas,Ia curaci {m
de Hermine y mi gesto de dcs aprobacion -, Ia observaci {m panicipante procl uj o datos en la interacci6n mis ma, ope rando aIa ve z com o u n canal y un proceso p or el c ua l el
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investigador ensaya Ia reciprociclacl de senticlos con sus in
formantes. Veremos a con tinuaci6n que Ia "participac i6n" no es otra cosa que una instancia nec esaria de aproxima ci6n a los sujetos, don de se juega esa reciprocidad. Es des de esta reciprocidad que se dirime que se observa y en que se participa.
La participaci6n nativa
El acto de participar cubre un amplio
espec tro ·que va
desde "estar alii" como testigo mudo de los hechos, hasta in tegrar una o varias actividades de distinta magnitud y con grados variables de involucramiento. En sus diversas modalidades, Ia participaci6n implica grados de desempe
iio de los roles locales. Desde junke1· ( 1 9 60) en adelante, suele presen tarse un continuo desde la pura observaci6n hasta la participaci6n plena. Esta tipificaci6n puede re sul tar uti! si tenemos presente qu e incluso Ia observaci6n pura demanda algun tipo de reciprocidad de sentidos con los observados. A veces es imposible estudiar un grupo sin formar parte de el, ya sea por su el evada susceptibilidad, porque desempeiia actividades ilegales o porque co n trola saberes
esotericos. Si el investigador no es aceptado
explicitan
do sus prop6sitos, quizas deba optar por "mimetizarse". Adoptara. entonces el rol de participante pleno
( Gold,
cit. en Burgess, 1 982 ) , dando prioridad casi absoluta a la
in f orm acion que proviene de su inmersi6n. Si bien este rol tiene la ven taja de conseguir un material que de otro modo serfa
inaccesible, ser
participante pleno
resulta
inviable cuando el o los roles validos para esa cul tura o grupo social son incompatibles, por ejemplo, con ciertos atributos del investigador, como el genero, la edad o la
apariencia; en estos casos el mimetismo no constituye un acercamiento posible. Otro inconveniente de Ia partici pa-
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ci o n plena reside en que desempeiiar in tegramente un rol n ati vo puede implicar el ci erre de otros roles estructural 0 coyunturalmente opuestos al adoptado. Un investigador que pasa a desempeiiarse como empleado u obrero en un esta blecimiento fabril solo puede relacionarse con niveles gere nciales de la empresa en calidad de trab<0ador (Lin h art, 1 9 79) . Los roles de participante observador y observador parti cipante son producto de combinaciones sutiles de ambas actividades. El participante observador se desempeiia en uno o varios roles lo c ales, explicitando el o bjetivo de su
investigac i6n. El observador participante pone el enfasis en su caracter de observador externo, tomando parte de activi dades ocasionalmente o cuando le resulta imposible eludirlas.
El contexto puede habilitar al investigador a adop tar roles que lo ubiquen como observador puro, como en el ecta registro de clases en una escuela. Pero su presencia af
el comportamiento de la clase -tanto de los alumnos como del maestro-; por eso, el observador puro es mas un tipo ideal que una conducta practicable.
El participante pleno es el que oculta su rol de an tro p6logo desempeiiando fn tegram ente alguno de lo s roles socioculturalmente disponibles, pues no podrfa adop tar
un lugar alternativo. Esta opci6n implica un riesgo direc tamen te proporcional al grado de involucramiento, pues, de ser descubierto, el investigador deberfa abandonar el campo. El observador puro, en cambio, es quien se niega explfcitamente a adop tar otro rol qu e no sea el propio;
este desempeiio es llev ado al extremo de evitar todo pro n unciamiento e incidencia ac tiva en el c on texto de obser vaci 6n. Esto s cuatro tipos ideales deben tomarse como posi bilidades hipoteticas que, en los hechos, el investigaclor asu me, o que se le impone n conju nta o sucesivamen te a lo largo de su trabajo . Si la observaci6n, como vemos, 67
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no in terfiere menos en el campo que Ia participacion, es clara que cada una de las moclalidades no difiere de las clemas por los grados de clistancia entre el investigaclor y el referente empfrico, sino por una relacion particula r y cambiante entre el rol del investigaclor y los roles cultural mente adecuados y posiblcs (Adler y Adler, 1 987) . � De que depende que cl investigador adopte una u o tra
modalidad? De el y, centralmente, de los pob!ado res. E. E. Evans-Pritchard trab� j6 con dos grupos
del oriente
africano. Los Azande lo rec ono cieron siempre como un superior britanico; los Nuer como un representante me tropolitano, potencialmente enemigo y transitoriamente a
su merced ( [ 1940] , 1 9 77) . Reconocer esos lfmites es parte del proceso de campo. Son Ia tension, Ia flexihilidad y Ia apenura de Ia observaci6n panicipan te las qu e hace n po sihle adop tar el o los roles adecuaclos e n cada caso . En suma, que el investigador pueda participar en distin tas instancias de Ia cotidianidad muesu·a no tanto Ia apli caci6n adecuada de una tecnica, sin o el cxito, con avances
y retrocesos, del proceso de con ocimi ento de las insercio nes y fm·mas de conocimiento localmen te viables. ,:Pero que ocurre cuanclo Ia division de tareas en tre investigador e
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in f ormantes
esta
mas
claramente
definida?
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4. La e n trevista etn o g r a t i c a , o el a r t e d e I a " n o d i r e c tivi d a d "
E l sentido de Ia vida social se expresa particular mente a traves de discursos que emergen en Ia vida diaria, de man era in f ormal, b�� o Ia forma de comentarios, anec dotas, terminos de trato y conversaciones. Los inves tiga dores sociales han transf ormado y reunido varias de es tas instancias en un artefacto tecnico. La entrevista es una estrategia para hacer que Ia gente ha ble sobre lo que sabe, piensa y cree (Spradley, 1 979: 9) , una situacion en Ia cual una persona (el investigador-en t.revi sta
dor) obtiene in f ormacion sobre algo interrogan do a ou·a persona (en trevistado, respondente, in f ormante) . Esta in formacion suele ref erirse a Ia biografia, a! sentido de los he chos, a sentimientos, opiniones y emociones, a las normas o estandares de accion, y a los valores o conductas ideales.
Existen variantes de esta tecnica; hay en trevistas dirigidas que se aplican con un cuestionario preestablecido, semi es u·ucturadas, grupos fo calizados en una tematica, y clfni cas
(Bernard, 1988; Taylor y Bogdan, 1 987, entre otros) . En este capitulo analizaremos lo que algunos autores Haman en trevista antropologica o etnografica (Agar, 1980; Spra dley, 1979) , en trevista informal (Kemp y Ellen, 1984) o no
jetivo directiva (Thiollent, 1982; Kandel, 1982) . Nuestro o b sera mostrar que este tipo de en trevista cabe plenamente en el marco interpretativo de Ia observacion participante, pues su valor no reside en su caracter referencial -infor ormativo. La en mar sobre como son las cosas- sino perf
trevista es una situacion cara a cara donde se encuentran 69
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distin tas reflexividades pero, tambien, donde se produce una nueva reflexividad. La entrevista es, entonces, una re lacion social a traves de la cual se obtienen enunciaclos y verbalizaciones en una instancia de observacion directa y
de partic ipacion.
Dos mir ada s sobre Ia entrevista
En los manuales clasicos, la en trevista sirve para obtener datos que dan acceso a hechos del mundo. La entrevista habla del mundo externo y, por lo tan to, las respuestas de los informantes cobran sentido por su corresponden cia con la realidad factica. Desde esta perspectiva, los pro blemas y limitaciones de esta tecnica surgen cuando esa correspondencia es in terferida por men tiras, distorsiones
de la subjetividad e intromisiones del investigador. Su va lidez radica en la obtencio n
de in f ormac ion verificable,
cuyo contenido sea independiente de la situacion particu lar del encuentro entre ese investigador y ese in f ormante. Las entrevistas no estructuradas generan cierta suspicacia precisamente porque aparecen como un instrumento per
sonalizado. La estandarizacion de las en trevistas (esto es, la formulacion de las mismas preguntas con el mismo fra seo y en el mismo orden) garantizarfa que las variac iones fueran intrfnsecas a los resp onden tes y no pertenecieran al investigador. Desde esta perspectiva, la enu·evista consistirfa en una se rie de intercambios discursivos entre alguien que in terroga y alguien que responde, mien tras que los temas abordados en estos encuentros suelen definirse como referidos no a la entrevista, sino a hechos externos a ella. La in f ormacion que provee el en trevistado tendria significacion obvia, salvo por las "faltas a la verdad", los ocultamientos y olvidos; para ello se recurre a chequeos,
triangulaciones, informantes mas
confiables o mejo r informados, y a un clima de conf ianza
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ormacion se e n u·e las partes. Segun esta concepcion, Ia in f o btiene en Ia entrevista y es transmitida por el en trevistado
(Thiollen t, 1 982: 79 ) . Desde un a perspec tiva constructivista, Ia en trevista es una relacion social, de manera que los datos que provee el en trevistado son Ia realidad que este cons truye con el entr evistador en el encuentro. Como
senala Aaron Ci
co urel, las normas supuestas para mantener una en tre vista n o son o tras que las normas de Ia buena comuni cacion en sociedad. A veces, investigador e informantes utilizan el mismo stock de conocimientos, el mismo tipo de evidencia, las mismas tipificaciones y los mismos re cursos para definir Ia situacion (Cic ourel, 1 9 73 ) . A veces, por el contrario, esos stocks proceden de un iversos distin tos. Para Charles Briggs, las en trevis tas son "eje mplos de metacomunicacion, enun ciados que informan, describen, interpretan y evalil an actos y procesos comunicativos", y
que muestran los "repertorios de eventos metacomun ica tivos" de comunidades de hablan tes (C. Briggs, 1 986: 2 ; Hymes, 1972) . Los investigadores suelen mistifi car Ia en trevista al confiar "en sus propias ru tinas me tac om un i ca tivas ", sin preocuparse por co n ocer m ej or los repertorios y pau tas de sus informantes. AI estruc turar el encuentro "en fun ci on de lo s roles de en trevistador y entrevistad o, los roles que c ada un o oc up a normalmente en Ia vida se pasan a un sustrato o te lo n de fondo". Esto conlleva Ia mistif icacion de los investigadores [mismos ya que] lo que se dice es visto como un reflej o de "lo que esci ahf af uera" [de Ia situaci on ] , mas que como una in terpre ta cion que ha sido producida conjuntamente por el entrevistador y el respondente. Dado que los ras
gos sensibles al contexto de dicho discurso escin mas claramente ligados al contexto de Ia en trevista que al de Ia situacion que ese discurso describe, el 71
71
investigador puede malinterpretar el sign il ictclo de las respuestas (C. Briggs, 1 98 6 : 2-3, t. n .) .
El en trevistado no ingresa a Ia en tre\'ista clejanclo au·as las "normas que gufan o u·os tipos de e\'entos de comu n ica cion", cle manera que puede ocurrir que "las no nnas (que gobiernan su propia comun i clacl co municativa) se opon
gan a las que surgen de Ia en trevista" (C. Briggs, 1 986: 3) . El peligro, seg(m Briggs, es qu e, si las normas comun ica tivas del in form ante son clistin tas de las clel en trevistador, este le imponga las suyas. Es por este mo tivo que debe aprender el repertorio metacomuni cativo cle sus inf or man tes. Veamos como se haec este aprencliz�e. En Ia competencia metacomunicativa, los hablan tes ge neran con textos que exigen determinaclos posicionami en tos de los parti cipantes. En algunos sectores sociales, I a en u·evista es un instrumento del Estaclo para aplicar polfticas sociales o medidas de co ntrol legal. Para otros, Ia en tre vista es una tccnica completam en te ex6tica, y para otros es un medio de trabajo. Las respuestas, entonces, estaran predeterminadas por Ia definicion de Ia situacio n y de las
pregun t
ta supone una respuesta o un cierto rango de respuestas, sea por el enfoque de Ia pregunta, por su formulaci6n o por los terminos de fraseo. Esto vale para todos los tipos de pregunta, sean estas cerradas (las que pueden responclerse
con un "sf", un "n o" o un "no se") , abiertas (se respond en en los terminos que dec ida el in f onnante) o cle eleccion m ttltiple (mas conocidas como multiple choice, con un n (t-
mero acotaclo de respuestas opcionales) . Supuestamen te, las preguntas abiertas permiten captar Ia perspectiva cle los actores con men or in terferencia del investigad or. Sin embargo, al plantear sus preguntas, el investigaclor establece el marco in terpretativo de las respuestas, es de72
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cir, cl contcxto dondc lo verbalizado por los in f o nnan tes tcndra sentido para Ia investigaci6n y cl un iverso cognitivo del investigador. Este contexto se expresa a traves de Ia se lecci6n tematica y lexica de las prcguntas. In terrogar por "los problemas del barrio" en una villa miseria es dcfinir Ia situaci6n como lo haec un asistentc social del Estado. Por eso el investigador debe cmpezar por rcco nocer su propio marco in tcrprctativo acerca de lo que estudiara, diferenciandolo en cuanto
a
los con cep tos y Ia tennino
logfa del marco de los ent revis tados. Estc rcconocimiento puede llcvarse a cabo revel an do las respuestas subyacen tes a ciertas preguntas y el rol que esas pregun tas suponen que el in f ormante le asign a a! investigador. .
Umites y sup uest os de Ia no di r e ctividad
Otra vfa para aprehender las competencias metacomuni cativas de una comunidad de hablantes es Ia entrevista no directiva. En los estudios antropol6gicos, Ia no c!irec tivi
dad era obligada por el dcsconocimiento de Ia lengua, en cuyo proceso de aprendi zaj c el investigador se internaba en Ia 16gica de Ia cultura y Ia vida social. Pero a! aplicar Ia mirada ctnografica sobre Ia propia sociedad, esc proceso pareci6 diluirse. Para rc-conoccr Ia distancia entre su reflexividad y Ia de sus in f orman tes, el investigador necesit6 ubicarse en una posicion de dcscono
cimiento y duda sistematica acerca de sus certezas. La no directividad se fue sistematizando entonces, incluso en los
cases en que Ia difercncia cul tural no era tan cvidcnte. Dcsd c ciertos cn f o ques, Ia no directividad se fu n da en cl "sup uesto del hombre invisibl e ", esto es, en Ia creencia de que no participar co n un cuestion ario o prcgunta pre cs tablccida favorcce Ia exprcsi6n de tcmaticas, tcrminos y conccptos mas espont<'m eos y significativos para el cn tre vistado. 73
73
Es cierto que la no directividad, cuando resulta de u n a relacion socialmente determinada en la cual cuentan l a
lo s actores actores y la del investigador, puede con reflexividad de los tribuir a corregir la tendencia a la imposicion del marco del investigador. Pero esto requiere de todas formas a na lizar la presencia del investigador no directivo y las con diciones en que se produce la en trevista en el campo de estudio. La reflexividad en el traba tra baj o de campo, y parti cularmente en la en trevista, puede contribuir a diferen
ciar los c o n textos y a detectar la presencia de los marcos interpretativos del investigador y de los informantes en la relacion; es decir, como interpreta cada uno la relacion y sus verbalizaciones. Para ello es ne cesario ir tendiendo un puente pue nte entre entr e ambos ambo s un iversos versos e identificar a que pre gun tas tas esta respondiendo, implfcitamente, el i n f ormante este modo (Black y Metzger, cit. en Spradley 1 979: 8 6 ) . De este es posible descubrir e incorporar tematicas del u n iverso del informante al universo del investigador, y empezar a sob re ellas. pregunta pregun tarr sobre La no directividad se basa en el supuesto de que "aque llo que pertenece al orden afectivo es mas pro pr o f unda, mas significativo y mas determinante de los comportamientos, que el comportamiento i n telectualizado" (Guy Michelat, cit. en Thiollent, 1 982 : 85, t. n . ) . Las en trevistas n o direc tivas tfpicas de los psicoanalistas suponen que la interven cion mediatizada y relativizada del terapeuta reside
en
dejar dejar flu f luii r l a propia actividad inconsciente del analizado 982 ) . (Thiollent, 1 982 este supuesto sup uesto , que que puede c onsi derar La aplicacion de este se, aun con matices, valido para la en trevista etnografica, conduc co nduce e a la obtencion de con ceptos experienciales ( ex perienc periencee near concepts, vease Agar, 1 980 : 90 ) , qu e a su s u vez
permiten dar cuenta del modo en que los i nfo rmantes conciben, viven y asignan co ntenido a un termino o u n a situacion. E n esto reside, precisamente, la significatividad
y confiabilidad de la i n f ormac ion. io n. Pero para alcanzar esos 74
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co n ceptos significativos, el etnografo se basa en los testi monios vividos que obtiene de labios de sus inf ormantes, a in f traves de sus lfneas de asociacion (Palmer, cit. en Burgess, 1982: 107; Guy Michellat, cit. en Thiollent, 1982: 85) . E n las en trevistas estructuradas, el investigador formula las preguntas y solicita al en trevistado que se subordine a su
co n cepc ion de en trevista, a su dinamica, a su cuestionario y a sus categorfas. En las en trevistas no dirigidas, en cam bio, el entrevistador esta atento a los indicio indi cioss que provee el informante, para descubrir, a partir de ellos, los acce sos a su universo cultural. Este plan teo es muy similar a l a transicion d e "participar en terminos del investigador" a
"participar en terminos de los inf in f orm antes". Para lograr el acceso al universo cultural del i n f ormante, o rmante, la en trevista an trop ro p olog ol ogic ica a se vale val e de tres tres procedimien tos: la atencion flotante del investigador, la asociacion libre del informante y la categoriza cate gorizacio cion n diferi diferida, da, n u eva mente, del investigador. AI
iniciar su contacto, el investigador lleva consigo al
gunas pregun tas que provienen de sus in tereses mas ge nerales y de su investigacion . Per o , a di f erencia e rencia de otros
co n textos textos investigativos, sus temas y cuestionarios mas o menos explicitados son solo nexos provisorios, gu fas tentativas que seran
dejadas de lado
0
reformuladas en
el curso del trabaj o . La pre misa es qu e, si bien bien so l o p o demos conocer desde nues nu estr tro o bagaj e co n ceptual ceptua l y de sentido comun, vamos en busca de temas y conceptos que la poblacion expresa por asociacion libre. Esto sig nifi ni fica ca que los i n f ormantes o rmantes introducen sus prioridades en forma de temas de conversacion y practicas atestiguadas por el investigaclor, y en los m o dos de d e recibir preg u n tas y de preguntar que revelan los nudos problematicos de su realidad social tal como la perciben desde su un iverso cultural.
Para captar este material, el investigador permanece e n estado de atencion flo tante, un mod o de escuch qu e esc ucha a que 75
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ante mano ni ngt ngtm punta del consiste en no privilegiar de antemano
discurso
(Michelat y Maitre, Maitr e, cit. cit . en Thiollent, 1 9 82: 82 : 9 1 ) .
Este procedimiento se diferencia del empleado en las en cuestas y cuestionarios, porque Ia libre libr e asociacion asociacio n permi te introducir temas y con ceptos cept os desde desd e Ia perspectiva del informante mas que desde Ia del investigador. Promover Ia libre asociacion en Ia en trevista etnografica cleriva en habla , con verbalizaciones ciena asimetria en el plano del habla, mas prolongadas del i n f orman orman te, te , y minimas
0
variables
por parte del investigador. Esta tarea sugiere Ia metafora de un guia que conduce investigador apren apr ende de a a traves de tierras desconocidas; el investigador
acompaiiar al i n f o rmante p or los los cami nos de su logica, logic a, lo cual requiere gran cautela para prevenir, sabre toclo, sus in trusiones incontroladas. Esto implica, ademas, conf iar i ar en que los rumbas elegidos por el baquian o lo l l evaran a destino, destino , aunque aun que po co de lo qu e vea vea y supong sup ong a quede clara cla ra por el momen ta. Esos tro zos de i n f o rmacion, verba lizaciones y practicas pueden parecer absurdos e incon
ducen duc en tes, pero pero s o n el cami ca mino no que se le propane recorrer, aun con sentido critico y capacidad d e asombro. El centrami ento de la investigacion en el en trevis tado supone que el investigador acepta los marcos de re ref f erencia de erencia de su in terlocutor para explorarjun tos los aspectos del problema en discusion y del
uni un iverso cultural en cuestion (Thiollen t, 1 9 82: 93 ) . or or E n este este proceso, proc eso, Ia confianza del investigador en el i n f
mante se pone de manifiesto en el acto de categorizar. Cuando Hermitte l l evaba ya varios meses de investigacion sabre Ia movilidad social en una comunida comu nidad d bicultu bicu ltura rall chia paneca, su trab tr aba aj o tom6 un giro inesperado que Ia oblig6 a reformular el tema de investigaci on . Conversando con un "natural" (indigena) sabre Ia imagen que Ia poblacion aborigen tenia del gobierno ladin o , sucedi6 suced i6 lo siguiente:
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76
H: 1:
tJ
com o es es el gobierno de los naturales?
es e es es distinto porque los viejitos Ah, ese viejitos vue lan y si
haces haces al go malo te chingan. H: i,C6mo? i,C6mo? -pregunt6 sorprend ida Ia investigadora. 1:
Sf, los viejito s vuela n alto alto y te ching an.
(Hermitte,
1
9 6 0 ; G T T C E , 1 9 99).
cs te tipo de comentarios pero Hermitte ya habla escuchado cste los habla mantenido al margen, sin llegar a catcgorizarlos.
La categorizaci6n diferida (Maitre, cit. en Thiollent, 1 9 8 2 : 95) , a difcrencia de Ia anticipada, consiste e n una lectura
mediatizada por el infonnantc. Hermitte repar6 esta vez en una fon nulaci6n en principio incomprensible ("los vic jitos vuclan") y comenz6 a ex plorarla hasta encontrar cl sistema indlgcna de creencias fundado en el nahual y la bnu erla como ejcs de las nociones y pnicticas referidas a Ia salud y Ia enfennedad, un medio de control social aut6nomo e inaccesible para los ladinos o mestizos.
La categorizaci6n categorizac i6n difcrida se ejerce a traves de Ia for mulaci6n de preguntas abiertas que van encadenando se sobrc el discurso del infon nante hasta configurar un sustrato basico con el cual puede reconstruirsc cl marco interpretative del actor. Este tipo de dialogo demanda un papel activo del entrevistador, por un !ado, porque hay un reconocimiento de que sus propias pautas de catego
rizaci6n no son las (micas posibles y, por otro !ado, por que identifica los intersticios del discurso del in formante en los que debe "hacer pie" para reconocer o constru i r su 16gica. En segundo segund o Iuga Iugar, r, la categorizaci6n diferida se
plasma en el registro de infonnaci6n que aparentemente no tiene raz6n de ser para el investigador. Si en el marco del cuestionario habitual el investigador hace preguntas y recibe las respuestas, en el de Ia entrevista etnografica el investigador formula formula preguntas cuyas respuestas se con vierten en nuevas preguntas. Pero este proceso no es me d. nico; demanda capacidad de asombro, y para que esto 77
77
sea posible debe haber un a ruptura con sus scntidos que "tenga sentido" para el investigador. Y para esto, a su vez, se ne cesita tiempo, Ia espera paciente y confiada de que, si bien por el momento solo se comprenden fragm entos dispersos, seguramente mas adelan te se podran in tegrar de manera coherente. Se trata de una espera activa en Ia que el investigador relaciona, conjetura, confirma y refu ta sus propias hip6tesis etnocen tricas. Tal como sucede con Ia observaci6n participante, Ia entrevista e tnografi ca requiere un alto grado de flexibilidad que se manifies ta en estrategias para descubrir las pregun tas id6n eas y prepararse para iden tificar los con textos en virtud de los cuales las respuestas cobran sen tid o. Estas estrategias se. despliegan a lo largo de Ia investigaci6n, y en cada en
cuentro.
La entrevista en Ia dim1mica general de I a investigaci6n
Den tro del proceso general de investigaci6n, Ia en trevi sta acompaiia dos gran des mom en tos: el de apertura, y el de undizaci6n. En el primero, el investiga focalizaci6n y prof
dor debe descubrir las pregun tas relevantes; en el segun do, implemen tar pregun tas mas incisivas de ampliaci6n y sistematizaci6n de esos aspectos considerados signific ati
vos (McCracken, 1988) .
Descu brir las preg untas
En el trabajo de campo etnografico, Ia en trevista es una alternativa mas en tre o tros tipos de in tercambio verbal, en los cuales no hay un orden preestablecido. Puede apare cer a! principio o ya avanzada Ia investigaci6n, dependien do de! Iugar que tenga esta situaci6n en Ia rutina local y de las decisiones del investigador. Sin embargo, en Ia primera 78
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etapa y hasta tanto no haya sumado algunas paginas
a
sus
no tas, !a enu·evista etnografica sirve fu ndamentalmente
para descubrir pregun tas, es decir, para construir los mar cos de referencia de los actores a partir de !a verbalizaci6n asociada mas o menos libremente en el flt�o de !a vida cotidiana. De estos marcos extraera las preguntas y temas
significativos para !a segunda etapa.
El investigador n ec esita partir de una tematica prede terminada, que sera provisoria hasta tanto !a vincule
0
sustituya por o tros temas mas significativos. Acep tar este caracter transitorio permite abrir !a percepci6n a temas aparentemente inconexos, sin in terpretar!os como elusio nes, desvios o perdidas de tiemp o.
En una oportunidad, Roberto, un estudiante de an tro pologia, en trevist6 a una senora que vivia en departamen
tos cercanos a un barrio humilde de Buenos Aires. Le in teresaban los prejuicios con tra residentes estigmatizados
como "uruguayos", habitantes de conventillos, "negros" e inmigrantes provincianos "villeros". En !a primera en trevista, Roberto pregunt6 sobre el trabaj o, !a familia y el
barrio, sin que su en trevistada aludiera a distinciones so ciales o raciales. Pero, de pronto, ella empez6 a contarle, por propia iniciativa, acerca de su practica de aerobismo. Roberto, algo decepcionado por el rumbo que tomaba !a conversaci6n -sentfa que se le iba de las manos-, l e pre gunt6 por d6nde solfa correr y ella le fue detallando sus circuitos habituales. Se trataba de un area bien definida,
y precisamen te !a zona mas pobre y con mayor concen tra ci6n de conventillos quedaba excluida. Roberto, desde su "atenci6n flotante", le pregunt6: ''Y por esta y esta calle
� no corres?", "jNooo ! ", le respondi6 ella, "jsi ahf estan los negros! ". Por un a via indirecta, que no parecfa pertinente,
habfa dado exactamente con el tema que le preocupaba, !a segregaci6n so ciorresidencial. Esa experiencia pone de manifiesto, tambien, !a impor tancia de "no ir a! gran o". Esta expresi6n significa, en el
leng- u;� j e corriC'n te, en carar c!irectamen te ll11 tcma. !'or defin icion metoclo k>gica, cl investigaclor no pu ecle hacer esto cuanclo comienza Ia investigacion po rque clesc on o cc 110 solo "c6mo haccrlo" sino "c \ 1 cs cl grano" para w
cl o los in f ormantes. Este clescon ocimien to , sin embarg-o, puecle oc ul tarse bajo Ia simi litucl formal entre las catego rfas te6ricas y las categorfas nativas. l'or cjcmplo, si en un barrio hum ilcle cuyos habitan tcs iclc n tifican "cultura" con "alta cultura" se formula Ia pregunta ",:Cualcs son las ma ni f e stac iones culturales de cste barri o?", Ia respucsta sera: "Ninguna".
El descubrimiento de las preguntas significativas seg(m cl universo cultural cle los in f orm antes es central para lie gar a conocer los sen tidos locales. Esto pueclc haccrsc es cuchanclo cli{liogos entre los mismos pohladores y tratando de comprcncler cle que hahlan
v a
que prcgunta implfcita
estan responclicnclo (i nclexicaliclacl y rcllcxiviclacl ) ; o bien picli endole a alguien que formule una pregunta interesante acerca de aig (m tema (por ej cmplo, "(Ci'lmo pregun tarfa sohre Ia vida en el barrio?") , o una pregunta posible para ci erta respuesta ("(Que pregunta generarfa Ia respuesta 'a dt el barrio es muy tranqui lo' ?" ) (Spradley, 1 9 79: 84 ) .
Sin embargo, estos procedimientos tienen sus inco nve ormantes no comprenclen Ia re nicntes, porque, si los in f
flexividacl del investigaclor ( esto es, sus prop6sitos) , pueden responder con lo que suponen que este clesea ofr. Spradley recomienda usar preguntas desCiiptivas que soliciten a! in
formante que hable de cierto tema, cuesti6n, ambito, epoca cle su vida, experiencia o conflicto, por ejemplo: "(Puede ustee! con tarme c6mo es el barrio? ; Puecle con tarme sus primeros anos en el barri o?". Estas pregun tas resultan (niles
para construir los co ntextos cliscursivos o marcos interpre tativos de referencia en tcrminos del in f ormantc. Descle es tos marcos, el investigaclor puede avan zar hacia preguntas culturalmcnte relevantes, a! tiempo que se familiariza con mo clos de pensar, asocianclo terminos y frases a hechos, no-
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c i on es v val ora cio nes . Por eso es clave q u e en
p u e s t a s
y clescripc io nes,
po cl r fa p are c erl e
Esto pu e c l c
u·ivial
o
e x p li c it an do i n c l u s o a q u e l l o
p o r Ia
que
s e c u n dario.
l o grarse i n troc l u c i e n d o ! a m e n o r
posible de i nt er rup c i o n e s
,
d e j a nc lo q ue
c an ticl a d
f1u,·a el cl iscurso
l i b r e a s o c i a c i 6 n , o b i e n m e d i a n t e prc g u n ra s a b i e r
Sin e m ba rgo , p e n n a n e c e r en riguroso s i l e n c i o
pn>n > c a r an s i e clacl o m a le s t
pr i 1 m:ra
d i n v c st i g a do r a l i c n t e a ! i n fo n n a n t c a ampliar sus rcs
ctapa
tas.
csta
n c u e n tro. Si
in cluso Ia
pu ccl e
li n a l i z a c i o n c l e l
e l s i l e n c i o p a r e c e fo rzacl o, en I ug a r
de de
notar in tercs y respeto por p a rte de quien es cucha , pue de gcnerar Ia impresitm de que cl hablan tc esta siendo
tr o laclo, si las im e rrup c io n e s son n e c esa rias para dar f1uidez a! e n c u e n tro, es co nve n ie nt e qu e el i n vestigaclor se pre g u n tc q u e p r e t e n c l e c o n elias y cuales po drfan ser sus cleri,·ac io nes. No obstant e, es nccesario se nalar que Ia d i n <1mica de Ia en trevista y las personal iclacles en ju e g o introducen parti cularidades que ning(m receta rio o manual puedc preclecir. A lo largo de una en trevista, el investigador puede adop tar medidas diversas para promover Ia locuacidacl del in evaluado. Por
o
-
formante, con grados variables de directividad (Whyte, 1 9 82: 1 1 2) :
i)
un simp le movimiento con Ia cabeza, asintien do, negando o mostrando in teres (Inf.: "Yasl, el barrio se puso tran quilo"; Inv.: "A ha") ;
ii) repetir los (!ltimos terminos del in f o rmante (Inv. : "(A� ! que se puso tra nquilo? ") ; iii) emplear estas ttltimas frases para construir una pregunta en los mismos terminos (Inv.: "(Y por
que se volvi6 tran quilo ? ", o bien : "(Cuando se puso tranq uilo?") ; iv) formular una pregunta en terminos del investi gador sobrc los ttltimos enunciados del in f or mante (Inv.: "Yahora que csta tranquilo, (Cual 81
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erencia en el barrio comparado con es la dif otros tiempos? ") ;
or v) en base a alguna idea cxprcsada por el in f
mante en su exposici6n, pedirle que amplfe (Inv.: "Usted me decfa que antes la gen te era mas pacifica, �que cosas pasaban entonces para que la gente fuera asi? ") ; vi) introducir un nuevo tema de conversaci6n. Conviene que las interrupciones del investigador en el
discurso del informante sean cuidadas y en lo posible no accidentales, para evitar in terrumpir la libre asociaci6n de
ideas (Kemp y Ellen, 1 9 84} . Pero tambien es necesario in
tercalar pregun tas aclaratorias o de "respiro", a riesgo de perder el hilo de la exposici6n o agotar al in f orma nte. or Para las pregun tas de apertura del discurso del in f
mante, Spradley distingue cuatro subtipos de las pregun tas gran tour (1979: 86) , que in terrogan acerca de grandes ambitos, situaciones, periodos (por ej empl o: "�Puede us ted con tarme c6mo es el barrio? ") :
•
las tipicas, en que se in terroga sobre lo fr ecuente, lo recurrente ( "� Como se vive en este barrio? ") ;
•
las especfficas, ref eridas al dia mas reciente del in
formante,
0
a un ambito mas conocido por el, etc.
(" � C6mo fue la semana pasada en el barrio?") ; •
las guiadas, que se hacen simultaneamente a una visita por el lugar, cuando el informante aiiade explicaciones conforme avanza la visita ( C antilo,
un vecino de la villa, me fue mostran do el camino que solfa hacer al Mercado de Abasto, mientras comentaba sobre la gente a la que saludaba; cuando llegamos me acompaii6 por el
in terior contandome que hacfa mien tras
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hurgaba en los tachos de basura, mandaba a la hija menor a "manguear" a los puesteros y nego-
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83
ciaba con otros la descarga de algunos camiones para el dia siguiente. De este modo, tuve una idea aproximada del contexto de donde Cantilo ormaba extraia parte de su alimentacion y con f ciertas redes sociales y de reciproci dad ) ; •
las relacionadas con una tarea o proposito, pa ralelamente a la realizacion de alguna actividad, como cuando el in f onnante explica lo que esta haciendo (una comida, un arreglo en su casa, etc.) .
Las pregun tas mini toury sus subtipos son sem ejan tes a las an teriores, pero se refieren a unidades mas pequeiias de tiempo, espacio y experiencia. Se puede in terrogar acerca de un servicio hospitalario, una zona del barrio (una ave nida
0
calle en particular) , el ultimo aiio de trabaj o
0
la
ultima huelga, por ej emplo. En ambos casos pueden intercalarse preguntas de ej em plificacion para solicitar al informante que mencione al
gun caso co ncreto vivido o atestiguado por el. Asf, Silvita comento que "Aca el problema es que al villero lo tratan como basura". Yo pregunte: "c:Por que? A vos o a alguien que vos co nozcas le paso algo alguna vez?". "iPuf f £ 1 , j claro! El otro dfa venia en el co lectivo y me baje, y unos pibes di cen bien fu erte, para que se escuche, c:no?, dicen: 'lastima que sea villera'. Yo no sabfa adonde me terme". Por otra parte, cualquiera que sea la pregunta, puede plan tearse en terminos sociales (c: Que hace la gen te en la Cuaresma?) opersonales ( c: Que haceustedenla Cuaresma? )
A lo largo de la descripcion, el informante suministra ormac ion acerca de quienes estan presentes, cuantos in f son , que ocurre, cuales son las actividades preponderantes,
que situaciones son frecuentes, cuanto tiempo han estado viviendci all!; como es el lugar, su extension, sus subdivisio nes in ternas, etc. A cada respuesta po drfan seguirle nuevas preguntas acerca de que, como, quien, donde, cuando,
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por que y para que (S pradley, 1 9 79; Agar, 1 9 80 ) .
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En el curso de Ia conversaci6n, el investigador puccle recurrir a interrogantes cstratcgicamcnte dircctivos. Las preguntas anzuelo ( bait, vease Agar, 1 9 80: 9 3) pueclen dar ormante. En las atico del inf pie a! pronunciamiento en f preguntas del tipo "abogaclo del diablo" (veasc Spradley,
1979) , el investigador suministra un punto de vista pre o r meditadamente elT6neo o con trapuesto para que el inf mante lo corrija o exponga su argumento. En las preguntas hipo teticas sc trata de ubicar a! inf or mante frente a un interlocutor o situaci6n imaginaria. Por ejemplo: " � Como se imagina que sera Ia vida en los departamentos?". La presentaci6 n de situaciones hip o teti
cas puede permitir imaginar otras respuestas y puntos de enunciaci6n que atan en a Ia valoraci6n de Ia situaci6n real (Spradley, 1 9 79) .
En sintesis, durante Ia primera etapa, el investigador se prop one armar un marco de terminos y referencias signi ficativo para sus fu turas en trevistas; aprende a distinguir lo relevan te de lo secundario, lo que pertenece a! inf onnante y lo que proviene de sus propias inf e rencias y preconce p tos, y en el curso de este proceso modifica y relativiza su perspectiva sobre el un iverso c ultural de los en trevistados.
Como senala Agar, "en Ia en trevista etnografica todo es negociable" ( 1 980: 90 ) . Los infonnantes reformulan, nie gan o aceptan, aun implfcitamente, los terminos y el or den de las pregun tas y los temas, sus supuestos y las j erar quizaciones conceptuales del investigador. De este modo,
el investigador hace de Ia en trevista un puente entre su reflexividad, Ia reflexividad propia de Ia in teracci6n y Ia de la poblaci6n.
Focalizar y profu ndizar: se gund a apertura
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En la etapa siguiente el obj etivo es seguir abriendo senti dos pero en determinada direcci6n, con mayor circuns cripci6n y habiendo operado una selecci6n de los sitios,
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situaciones y tenninos privilegiados doncle se expresa al g una relaci6n significativa con respecto al objeto del in vestigador. En esta seguncla etapa, el investigador puede
dedicarse a ampliar, profundizar y sistematizar el material obtenido, estableciendo lo s alcances de las categorfas sig nificativas identificadas en la primera etapa. Para ello se
vale de nuevas fm·mas de en trevista que le permitan descu brir las dimensiones de una categorfa o noci6n. En las investigaciones en sociedacles "ex6ticas", el des cubrimiento o la identificaci6n de categorfas so n, quizas,
mas sencillos que en la propia sociedad del investigador, porque los terminos le resultan poco familiares y es mas sensible a sus manif e st aciones. Pero, en su propio medio, estos con cep tos se oc ultan en expresiones que el investi gador cree conocer porque las utiliza o las ha escuchado reiteradamente, aunque en realidad las desconozca en su
nueva o particular significaci6n.
Para explorar el sentido de un numero restringido de categorfas, es convenien te reformular la perspectiva de la in terrogaci6n sobre un termino especifico, y buscar sus relaciones con o u·as categorfas sociales. Per o es m ej or
encarar esta busqueda en relaci6n con los usos mas que mediante definiciones abstractas. Cuando en trevistaba a
una con cejal sobre los residen tes de las villas, me con test6 que lo mas problematico era la promiscuidad. Pregunte: "(Que es 'promiscuidad' para usted?". La ent revistada, sorprendida, me respondi6: "( j C6mo 'que es promiscui
dad'!? j Que andan en la promiscuidad, que son asf, pro miscuos ! ". Yo no vefa como salir del atolladero. Su sor presa podfa deberse a que consideraba: a) que no habfa sido clara con el termino, b) que se habfa expresado mal, c) que no estaba a la altura del entrevistador, o, y este era el caso, d) que la en trevistadora era una ingenua o una tonta, porque todo el mundo sabe que significa "promis
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cuidad", pues forma parte del acervo del sentido co m(m . Opte p o r enfocar l a cuesti6n hacia e l uso del termino y l e
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pregunte: " � Por que me dice que los villeros viven en la promiscuidad? � Usted que vio ?". "Y, los ves, vas a la casa
y los ves." "Aha." "Un hijo se llama Lopez, otro Martinez, otro Perez. Ahi ves bien clarita la promisc uidad, i todos hijos de distinto padre ! " . En esta etapa, Spradley sugiere preguntas estructurales y con trastivas. Las primeras se utilizan para in terrogar acer ca de o tros elementos de la misma o de o tras categorias, que puedan a su vez ser englobadas en categorias mayores (Spradley, 1979) . Por ej emp lo, cuando detecte que el "vi
Hero" es solo uno de los posibles habitan tes de las villas, pregunte "� Quienes mas viven en la villa?", a lo que se me respondio: "gente rescatable", "gente decente':, etc.
Con las preguntas con trastivas se intenta establecer la distincion entre
categorias. Siguiendo con el ej emplo,
podia preguntar: "�Que dif erencia hay entre el 'villero' y la 'gente rescatable '? ". Como la comparacion entre estos terminos proviene del uso categorial de los informantes,
de una pregunt a c ontrastiva se extraen datos acerca de la comparatividad de los elemen tos (Agar, 1980; Spradley,
1979) . Los "no villeros", por ejempl o, conciben al "villero" como lo opuesto a la "gente rescatable", a la vez que consi deran al "paraguayo" como un tipo de villero.
El contraste es un tipo posible de relacion en tre cate gorias. Otras relaciones que permiten articular conceptos son las de inclusion ( el villero es un tipo de pobre) , ubica ci6n (l a via es una parte de la villa) , causa ('Trini fue a la salita porque no sabia que tenia la criatura") , raz6n ( "se van de la villa por el mal ambiente") ; localizaci6n de la acci6n ( "la via es un lugar donde hay mucha j oda") , fun cio n ( "un pasillo co n mas de una entrada de acceso sirve para que se r j a en los chorritos-ladro nzuelos ") , secuencia ( "para hacer el pasillo primero se organizaron, despues
mangaron a los demas, despues fueron a la Municipalidad
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y despues trajeron los materiales y se pusieron a laburar ") , y atributos ( "aca en la villa es jodi do , se inunda") (S pra-
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clley, 1 979 ) . Un a vez iden tificaclas, se puede explorar el ormantes relacionan y u tilizan estas modo en que o tros in f mismas categorfas. En este pun to, las en cu estas y los cuc s tionarios son 1itiles porque permiten examinar los usos en universos mayores.
En un segundo momenta de !a investigaci on , tambien se puede avanzar sabre temas que, por considerarse tab (t , conflictivos, comprometedores o vergonzantes, no se han tratado en los primeros encuentros. Estas cuestiones sue
len darse a co n ocer cuando el informante sabe "algo mas" del investigador, en particular como maneja la in f orma cion, si es capaz de preservar el secreta y la confianza. Ella es vital para asegurar que las actividades, reflexiones u opi niones de cada uno de los enu·evistados no trascenderan a los demas, ni daiianin su imagen y sus vfnculos. Sin embargo, guardar secretos no es sencillo cuan do se trata de hechos conflictivos cuyos protagonistas son facilmente identificables. c:Como no poner de manifiesto
la fu ente y, al mismo tiempo, contrastar visiones con ten dien tes? A esto se suma que el investigador suele ser el esor, y tambien el blanco de los reclamos de legitimi con f
dad de las partes en disputa. Una forma de evitar suspica cias es ampliar la problematica de tratamiento a traves de preguntas lo suficientemente generales como para incluir
aspectos relativos a las versiones en f rentadas, pero esto obliga a buscar un tema general adecuado para englobar el caso particular (Whyte, 1982: 1 1 6) . Ademas, los temas tabu son propios de cada grupo social y de cada sociedad. Es probable que el investigador descu bra en sus prim eras indagaciones algunos de estos temas, a traves de ciertos comen tarios de sus in f ormantes que le advierten que su tratamiento e s inadecuado o prohibido. No existe una unica conducta correcta respecto de estas cuestiones; su ma nejo resulta mas bien de una constante negociacion en tre el investigador y sus in f orm a ntes. Tiem p o y continuidad en el trabaj o de campo pueden con tri-
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huir a que csws de cic!an qu e ya es ho ra cle ahrir "algunas c� jas fu enes"; mas alla cle esto, cs muy probabl e que la rc l a c i c'lll se m a n t e n ga en term inos corcliales y en un nivel m(ts
bien
general.
En s u m a
,
d uran te
el perloclo de pro f u nd izacion y fo ca
lizacion, la no clircctiviclacl sigue resultanclo tltil, ya que la apenura cle sen tidos no co nc luye sino c on Ia investigac i6n misma; cl e hec h o, ahor a b bt:isq ue cla contin {Ia clentro de los llmites fijaclos en Ia primera fase. Por otra parte, un graclo mayor cle dircc tiviclacl puecle contribuir en esta se guncla etapa a cerrar temas y a pon derar los niveles de o rmacion obten ida. generalizacion de Ia inf
La entrevista en Ia dinamica particular del encuentro
La en trevista es un proceso en el que se pone enjuego una relacion que las partes conciben de maneras clistintas. La dinamica particular sin tetiza las diversas cleterminacione s y condic ionamien tos que operan en Ia interaccion y, en es pecial, en el encuentro entre i nvestigaclor e informantes. Sus variantes son infinitas, pero algunos puntas nodales reaparecen en todas las en trevistas, como los temas, los terminos de Ia conversacion (unilateral, bilateral, inf orma tiva, in timista, etc. ) , el lugar y Ia duraci6 n. A continuaci6n nos ocuparemos de ellos bajo dos terminos generales: el con texto y el ritmo de Ia en trevista.
El contexte de entrevista
Suele entcnderse por con texto el "marc o " del encuentro. Aquf, seg(m ya sei1alamos, lo concebimos no como tcl6n clc fon clo cle una trama, sino como parte de Ia trama mis
1 9 86; Gigli oli , 1 97 2) . En este senticlo , el con texto compr cncle clos niveles, uno ampliaclo y o tro rcstri ngido. El primero sc refierc a! co njunto de relacioma (C. Briggs,
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n es pollticas, eco nom icas y c u l t ur a l cs q ue englo b an al i n ve stigad o r
y
al inf o nnante (si ambos rcpresen tan po cl c
res asime tricos en una rclaci (m col on ial , cle clase, etc. ) . "Durante el Proceso [ el r e gime n mili tar que gobern6 la
Argentina entre 1 9 76 y 1 9 83] , cuan cl o venia algl'm asis
tentc social a h a c ernos pregu n tas para ar r e glar al go en la villa,
seguro qu e al ella s igui c n te te barr!an. Por eso aca
no habla naclie ",
lc
clecia u n vecino de un barrio humilde
a Ia an tro p ol o ga Claudia Girola. E l co n texto rest ri ngi cl o ,
en camhio, se reliere a Ia situacion soci al e sp e cifica clel
encu en tro, cloncle se articulan I u gar , personas, ac tivi clades y tiem po . Las instancias cle este nivel varian en relacion m
clel trab<0o cle
campo en Ia
uni clac l social p articu la r. En
un trab<0o cle c ampo,
la
en trevista suelc tener Iu
gar en ambitos familiares para los inf o rman tes, pu es s ol o a
partir cle sus situaciones co ticlianas y re a l cs es pos i b le
descubrir el sen ticlo cl e su s practicas y ve r bal izacion es. Su
cecle sin embargo que, como "extranj ero ", el invcstigaclor con oce cle an tem an o cual es el contexto significativo
no
y/ o adecuado, y esto en clos sentidos. Por un ! a d o , en el
caso
cle
los r e s i clc n tes clc villas miseria, habituaclos a que
los agentes oficiales se relaci on en co n ellos en r c p res ivos o
inciclira en
asisten ciales, seguramen te
los roles
que le asigncn
esa
tcrm i n o s
expericncia
al i nvestigaclor. Estos
h ab i to s clefinen Ia relaci6n de en trevista y Ia inf ormacion
que se produce. Por
otro
grafica suelc hacerse en
laclo, cl
si bie n Ia en trevista etno
mecl io habi tual
clcl
en trevis
tacl o, esto no siempr e cs una ven taja . Si, por ej emp l o, Ia informante se siente co ntrolacla po r su mari clo , puecle ser
convcn icnte buscar otros ambitos mas "neutralcs". Quizas sea ace rt a clo cl
jar enton cl e
ces que en una primera instancia
inf o nn ante cl ecida el Iugar
clel
encue m ro , para l u ego
ex p lo r ar graclualmente lugares altern
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significaci
on
y
sus respecti es.
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Los ritm os del e n c u entro
En terminos generales, una en trevista tiene un inicio, un desarrollo y un cierre. Puede da r comienzo con cualquier interlocutor, en cualquier lugar, habiendo o no con cer
tado el encuentro, con o sin una duraci6n estipulada. lnstancias como los encuen tros casuales y los co m en ta
rios "a! pasar" pueden conducir a un intercambio mas prolongado.
A diferencia de los in tercambios verbales ocasionales, !a dinamica de las entrevistas de mediana a larga duraci6n
implica un mayor numero de decisiones por parte del in
formante y del investigador (McCracken, 1 9 88) . Puede ser aconsejable no enf ocar tematicas demasiado acotadas basta que !a relaci6n se consolide y el informante con ozca mas acabadamente, en sus propios terminos, los o b je tivos del investigador. AI
comenzar el encuentro, puede
ser
oportuno referirse a temas triviales, teniendo en cuen ta que lo que se considera trivial varia de acuerdo con el sec tor social, etnico y etario de que se trate. Cada encuentro, sin embargo, es una caja de sorpresas y puede revelar cues tiones que se suponfan confiden cialfsimas y que quizas n o vuelvan a aparecer. Una de las premisas clave con respecto a !a duraci6n de !a en trevista es no cansar a! informante ni abusar de su tiempo y disposici6n; el material obtenido en tales ci r cunstancias puede darse por compromiso, para
"sacarse
de encima a! investigador", y este arriesga cerrar las puer tas a encuentros ulteriores. ln tercalar alguna experiencia o comentario acerca de alguna vivencia del investigador puede
compensar los terminos unilaterales propios
de
una interacci6n entre alguien que pregunta y alguien que responde, y contribuir a crear un espacio para que el in f or
mante exprese sus dudas y haga sus preguntas. Estas con sideraciones dependen de una distinci6n adecuad a entre
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el tiempo del investigad or y el de los en trevistados; pese a su denominaci6n, com (m a lajerga policial y tambien pe-
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jormantes no son maqu inas que responden riodistica, los in
seg(m los plazos y necesidades del investigaclor. E l tiempo y los tiempo s se negocian y construyen reci
procamente en Ia refl exiviclacl de Ia relacion de campo.
Esperas, urgencias, pausas y retrasos son tambien signifi cados que el investigador debe aprender "en carne pro pia". Un etnografo de campo "tiempo compl eto " puede disponer de sus activi dades sin someterse a horarios "ur
ban os" o "de oficina". Sin embargo, el tiempo es tambien un ritmo in terno que el investigador !leva consigo adoncle quiera que vaya. La impaciencia suele ser enemiga de Ia relacion de trabajo . Aunque el investigador no elimine sus ansiedades, puede pon erlas en fo co e identificarlas como
carga propia. El cierre o desenlace del encuen tro tiene sus pecu liari dades. En ciertos casos, las in trusiones externas pueden dar por terminada Ia en trevista o bien modificar su orien tacion. En lo que ataiie a! investigador, no es conveniente concluir Ia en trevista de manera abrupta en momentos de gran emotividad o en pleno tratamiento de puntos con flictivos y / o tabtl.
Estas y otras recomendaciones pertenecen a la esfera del trato in terpersonal y seguramente seran man e jadas por cada investigador seg (m sus propios criterios y aque llos que haya aprendido en el trato co tidiano a l o largo de su trabaj o de campo. Este proceso de aprendizaje, que
recorre la en trevista y la observacion participan te, tiene estrecha relaci6n con Ia imagen que los in f ormantes han construido
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del
investigador.
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5. El reg istro :
m e d i c s te c n i c os e i n for m a c i o n
s a b r e e l pr oc es o d e ca m p o
Cuando se habla de "registro", se esta aludiendo
a dos procesos simultaneos, a menudo
indif e renciados
por aquella concepcion que considera al trabaj o de cam po como una cap taci6n i nmediata de "Io real". Esta pers pectiva afecta tanto a! recurso tecnol6gico por el cual se almacena in f orma ci on -Io
que Ilamaremos "fonnas de
registro "- como a Ia in f ormacion misma, pues convierte a! vehlculo que une el campo y Ia oficina, el trabaj o en terreno y el amilisis, en un a misma unidad que subsume
el acto de registrar y los datos registrados. Seg (m esta Iectura, el registro es nn media por el cual se duplic a el campo en forma de notas ( registro escri t o) , imagenes otografia y cin e) y sonidos (registro magneto f 6nico ) . ( f Un a perspec tiva c om o I a que venimos sugiriendo aquf permite complejizar esta operaci6n sin por clio perder de vista Ia necesidad de realizar cuidadosos y sistematicos registros durante el trabaj o de campo. Pero, ,:co mo lo
grarlo? En primer Iugar, mediante Ia aplicacion crftica e inteligente de tecnicas de obtenc ion de in f o rmacion que
permitan a! investigador ver y ofr lo inesperado, abrir cada vez m {ts sus sentidos, y distinguir las reilexividades que conf1uyen en el trabaj o de campo (c om o con sta en los tres capitulos precedcntes) . En segundo Iugar, me diante el registro de Ia in f o rmacion considerada divcrsa, inesperada o multiple. En
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tercer
Iugar, resulta
fu nda
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men tal consignar el proceso de apertura de Ia pcrcep cion y exposicion de Ia propia ref1exividad como distinta
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de Ia refl exividad de los nativos y de Ia reflexiviclad del trabajo de campo en sf. En efecto, el registro no impl ica que el investigador "se lleve el campo a casa" sino que logra, mas bien, una su cesion de imagenes instantaneas del proceso de apertura hacia otras reflexividades. AI situarse en un contexto cle terminado, Ia relacion entre investigador e informantes se
con creta y complejiza, incorporando variantes de dicha re lacion. En ese proceso, el registro es una especie de crista lizacion de Ia relacion vista desde el angulo de quien hace
las anotaciones o fl ja el teleob je tivo de Ia camara. Pero este angulo no es equiparable a "Ia realidad registra da", en primer Iugar porque un registro no puede dar cuen ta de todo sino que implica un recorte de lo que el inves tiga dor supone relevante y significativo. Los criterios de sig nificatividad y relevan cia, a su vez, responden al grado de apertura de Ia mirada del investigador en esa etapa de su trabaj o de campo. Por eso, el registro es una valiosa ayuda: 1) para almacenar y preservar in f ormacion, 2) para visua lizar el proceso por el cual el investigador va abriendo su mirada, apreh endiendo el campo y aprehendiendose a sf mismo, y 3) para visualizar el proceso de produccion de con ocimien tos que resulta de Ia relacion entre el campo y Ia teorfa del investigador, proceso que en las no tas queda a cargo exclusivamente de quien hace el registro. A causa de esto, resulta imprescindible que el inves tigador registre n o solo lo que ocurre "ahf afuera", sino tambien todo aquello que pueda echar luz sobre las razones que lo llevan a regis trar algunas cuestiones y relegar o tras, a reparar en de ter minados aspectos y no en otros, a integrarlos de una y n o
de otra manera. Lo que el investigador tiene en su registro es Ia materializacion de su propia perspectiva de conoci miento sobre una realidad determinada, no esa realidad en sf. Pero esto no significa que Ia realidad no exista o sea
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irrelevante; por el contrario, resulta fundamental, precisa mente, para Ia produccion de descripciones menos etno-
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cen tricas que incorporen la pcrspec tiva nativa. Para que cl
registro se oriente en esta direccion, es necesario explicitar a cada paso, en la medida de lo posible, la intervencion con ceptual de quien registra para abrir su mirada, recono ciendo los con trastes con el mundo social en cstudio e in te rrogan dose po r el signifi cado, dentro de su propio marco conceptual y en funcion de su objeto de con ocimiento, del ormado en dato. material obteniclo y transf
Formas de reg istro
Los investigadores de campo han optado por cletermina das formas de registro seg (m su grado de fidelidad respec to del referente empfrico. Pero es necesario reparar en que las modalidades de registro, al igual que la presencia del investigador en el proceso de obtencion de inf orma cion, inciden en la dinamica de lo real, y deben por lo tanto ser analizadas no solo en funcion de su fidelidad sino tambien en funcion de dic ha in cidenci a. Esto signif i ca que el recurso al que apela el investigador no sera mas o menos adecuado porque altere o no el campo y la conduc ormantes, sin o porque cada forma de registro, ta de los in f
asf como cada investigador y cada personalidad, inciden de algun modo en la relacion de campo. Y este "m odo" tambien debe ser recon ocido y explicitado. Como vimos,
aun cuando el investigador no lleve consigo ningun impl e mento tecnico (grabador, filmadora, libreta de no tas) , su sola presencia, su atencion, su comportamiento, afectan el medio observado. Lo deseable no es borrar esta incidencia sino reconocerla, caracterizarla e incorporarla como con dicion de la investigacion social. El investigador puede realizar el registro en el transc ur so de los hechos o bien posteriormente. En el primer caso,
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las modalidades mas habituales son el uso del grabador y las notas escritas. El grabador asegura una fidelidad "casi
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total" de lo qu e sc \Tr haliza ; decimos "casi" no s61o por los eventualcs problemas t c cni cos que pudieran acaec er con resp ecto a Ia grabaci 6n, si no tam bien por que tm grabaclor n o reg-istra movimientos , gestos, anc f a ctos materiales ni relaciones entre personas. El registro por meclio escrito suele hacerse en una librcta cle notas, en versi (m taq ui gdt fica, tomando algunas expresiones tcxtualcs y signos incli cadores de los temas tratados que se completar :m lucgo. Otra alternativa es no tomar n otas en absoluto y apebr a Ia memoria \' a Ia reconst rn cci6n un a vez transcurrido el encuen tro. Cada uno de estos sistemas genera efectos particulares en Ia interac ci6n.
En relacion con el in f orm an te , Ia grabacion co mbin a un e f ecto de total fidelidad con o tro de inh ibi ci (m , reticencia o temor. De sd e el pu nto d e vista del investigador, implica una mayor co modi da d, a tal punt o qu e es fre cnen te no reparar en lo que se es ta clicienclo. El investigador no re cuerd a a ci encia cierta que se trat6 en cl encu en tro y pu e onnante "sc !argue a hablar" recien de sucecler que el in f
cuan do sc apaga el aparato. La extrema ckpcn denci a de este recurso tecnic o puede desalcntar en el inn�stigador el uso de Ia me moria, con lo cual se d ejan de !ado los "da tos fu era de Jibreto". Por o tra parte, grabar los encuentros exige tambien una posterior desgrabaci6n, que suele ser le nta y costosa, l o qu e hace que el acop io de toclo el ma terial se postergue para el final del trabajo de campo. Esta demora dilata, no tablemente, Ia distincio n de las refl exivi dades que se estan cruzanclo en el campo, y trans f o rma tm proceso refl exivo en una "mera rec olecc i on " o captaci6n empi rista de los datos. En este co n texto, resu!ta dific il evi tar Ia aplicaci6n cacla vez mas cristalilada de preguntas y !a participaci6n cada \'CZ m{ts mecanica en Ia in teraccion con
los nativos. Por eso, el acto de transcribir notas constituye una de las hcrramientas por excelencia para Ia elaho ra
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cion reflexiva de lo que ocurre en cl campo y, simu ltanea e inexorablemen te, para Ia proclucci (m de datos. No basta
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con
d
almacenar Ia in f o nnacicm en una carpeta, un CD o en
disco de Ia computadora. Es ne cesario trab� j arlos, estu
diarlos, relacionarlos e in terpretarlos de man era continua ; · progresiva.
Mas a tm , supo ner que !a grabacion asegura "ll evarse el campo a casa" solo es cierto parcialmente, en !a mcdida en q ue se limite el campo a son idos fisicos verbalizados por el in f o nnan te. Pero este recorte del fh0o de !a vida co ti cliana no garantiza que el investigador pueda rec onst ruir !a situacion en !a que se prodt0cron esas verbalizaciones y su co n texto resultante (gestos, expresiones corporales, !a iclen tielad de las perso n as reunidas, desplazamien to s espa ciales, hechos anteceden tes y consecuen tes de Ia si tuacion registrada, ac titud de l investigador, etc . ) . Esta limitacion
no es sol o tecnica; es epistemol 6gica. Si bien un buen y fie! registro permite volver sobre los datos co n cie rta co n fiabilidad y revivir las co n diciones en que se prodt0o !a in f orm acion, cualquiera sea el l apso u·anscurrido descle
que se obtuvo, es conveniente no homo logar veracida d de Ia in f ormacion y veraciclad de !a in terpretac io n o, en los terminos que venimos utilizando, de Ia clescripcio n. El registro grabado no evita el recorte de !a in f ormacion y !a construccion de datos, pues, en tanto parte de una descrip
cion, estos son siempre una elaboracion del investigador. A los efectos de "des-c en trar" el conocimiento de Ia unidad social, es imprescindible con tar con un n utrido cuerpo de materiales. Sin embargo, !a forma de regisu·o se encuadra en el contexto de una relacion social. Y suele oc urrir que el inf ormante tcnga un a imagen estereo tipada de Ia investigacion social, que requiere entonces de ciertas practicas para legitimarse, como Ia presencia del grabador y el cuaderno de no tas.
Si el investigador es veloz para to mar no tas durante !a en trevista, Ia fu ncion del grabador puede ser sustituida
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por versiones mas o menos completas de lo verbalizaclo. Por ejemplo, lo s registros de lo que ocurre en un a sala
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de clases suelen realizarse por este medio, mediante un a serie de criterios de notaci6n que permiten, a dif e rencia del grabador, incorporar Ia conducta de los alumnos y Ia disposici6n del maestro, y lo que se escribe en las pizarras. Para los registros en el campo educativo, Rockwell ( 1 980) sugiere utilizar comillas para Ia notaci6n textual; barras para Ia no taci6n textual aproximada, paren tesis para las aclaraciones contextuales como dimas, gestos, etc.; pun tos suspensivos subrayados para lo que no se alcanza a re gistrar; puntos suspensivos para senalar que el que habla no termina su enunciado, y subrayado para lo que se esc ri be en el pizarr6n o se dicta. Sin embargo , este medio reproduce algunas de las di ficultades del registro magnetof6nico y agrega otras. La
mas frecuente es que en f renta a! investigador a! dilema de atender y mirar a! informante, o bien tomar no tas. En el
curso de laen trevista, y desde luego en el desarrollo de una ceremonia o una discusi6n o cualquier evento observable,
el registro escrito puede incomodar a! informante. En las en trevistas, el interlocutor a veces termina dictandole a! investigador en Iugar de responder mas espont:ineamen
te. Ademas, el contacto visual es fundamental para estable cer una relaci6n de confianza, proximidad y soltura, mar co conveniente para desarrollar buenas en trevistas. Quizas sea aconsejable postergar el registro o tomar nota indic ial mente de los temas tratados y de algunas expresiones que se consideren particularmente interesantes en fu nci6n de los o bjetivos del investigador, sus hip6tesis o, incluso, sus
intuiciones. La obsesi6n por anotar todo tambien puede conducir a que el investigador no form ule pregun tas en momentos en que Ia conversaci6n decae y se produzcan
entonces silencios descon certantes para ambos interlocu tores. El registro escrito simultaneo puede estorbar a! in
formante en Ia medida que le recuerda permanentemente
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que est:i siendo observado. Su inhibici6n es, entonces, una version corregida y aumen tada de Ia que produce el gra-
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bador, siquiera porque el grabador es menos ostensible y las partes pueden olvidarse de su presencia al calor del encuen tro. En este caso, el contacto visual con el investiga dor compensa la atenci6n en la forma de registro, lo que n o ocurre con el registro escrito simultaneo. Sin embargo, todo depende de los habitos de los nati o rmante homologa "u·abaj o serio" con formas vos. Si el in f
de registro visibles, como sucede en el periodismo, puede incluso of e nderse si el investigador no toma notas o graba o filma, bajo el supuesto de que alterara u olvidara partes ormante significativas de su discurso. Es usual que el in f pregunte, despues de dos horas
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or mas de en trevista in f
mal: "(Y?, (CUando me va a hacer la entrevista?"; o que le "tome examen" al investigador para cerciorarse de que, aun sin grabador y sin libreta de no tas, pudo retener lo que el in f ormante le dij o . En estos casos, puede se r acon sejable grabar o tomar no tas y, luego de apagado el gra bador o cerrada la libreta, con tinuar la en trevista como una charla in f o rmal. Aqui es cuando suelen surgir algu nos temas de modo menos planificado y sobreactuado. Reconstruir a posteriori de la "sesi6n de campo" puede ser conveniente por varias razones: en con textos con f l ictivos
que impliquen persecuci6n, suspicacia, enf ren tamiento o subordinaci6n al po der, el in f ormante puede retraerse al
considerar que su palabra esta comprometida en manos (o instrumentos) de un extraiio, puesto que desconoce su verdadero destino, y posiblemente desee pre caverse con tra su mal uso o publicidad an te grupos an tag6n ic os. La inhibici6n y la verguenza pueden tambien suscitarse cuan
do se tratan asuntos personales o tabii, particularmente temas como el sexo, los conflictos familiares o ciertas cuestiones morales. Los aspectos no verbalizables del en cuen tro, como el con texto o los even tos que lo preceden y suceden, tambien pueden registrarse a posteriori, asi como
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cuando el informante se explaya "f uera de libr eto " sobre algun tema. E n todos estos casos, es conveniente hacer un
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primer listado indicia! cle los tcmas en un sitio apartado o ya fuera del campo; y luego , con mas tiempo, co me nzar Ia transcripci6n detallada de Ia situaci6n
del encucn tro .
Aunque a! principia esto parezca invi abl e, se trata de un aprend izaje que se logra con Ia practica de Ia me m oria, Ia asociaci6n y Ia atenci6n en el ca mpo . El investigador pue
ormacion no s6lo por de retener cada vez mas y m ej or in f esi onal sin o tambicn , y fu nd amen tal Ia experiencia prof mente, porque va comprendicndo lo que ve y escucha en
tc: �rminos que antes le resultaban poco sign ificativos por desconocer Ia reflexividad de los pobladores. Por o tra parte, y en apoyo a Ia reconstrucci6n
a
pos terimi,
el transcurso de Ia vida cotidiana y sus mt'iltiples niveles y dimensiones no pueden captarse, como decfamos, en una 6nica o en una filmaci6n. Es cierto que cl cinta magneto f
registro diferido es menos fie! que Ia grabaci6n y el regis tro paralelo a Ia entrevista. Pero si el investigador ncce sa riamente recorta, condensa y sin tetiza los testimonios y los
eventos seg(m su propia reflexividad , avanzar en el recono cimiento de Ia reflexividad de los pobladores forma parte de su proceso de conocimiento. E l desafio consistira, en tonces, en aprender a ver y escuchar lo que no podia regis trarse por falta de categorfas hom6logas en Ia concepcion del investigador. Para ello es de gran ayuda Ia redundancia de Ia vida so cial. Si bien cada situaci6n es {m ica e irrepetible, y el ma te rial generado es por lo tanto inecuperable, Ia naturaleza plural y reiterada del trab�o de campo antropol6gico pue de contribuir a descubrir sus regularidades y recuperar pa labras o hechos perdidos. Nunca las seii.ales, los signos y las situaciones se replican exactamente; pero, en tanto hechos sociales, son lo suficientemente recurrentes como para pe r mitir a los actores reconocer su continuiclad y desci f rar cli versas situaciones. Por eso es nec esario estar presente en Ia
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mayor cantidad y va1iedacl de situaciones; por eso es nece sario tambien que Ia estadfa en e\ campo sea prolo ngacla, y
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por eso es necesario sumergirse, lo mas posiblc, en Ia coti clianiclacl local (Whyte, 1 982 : 236 ; Kemp y Ellen, 1 984: 22 9) . P cro resta todavfa un t 'i l tim o argu mento a f �n·or clcl re gistro
a
posle1iori. Especial men te en las prim eras experien
cias de trab�o de campo, esta mo claliclacl obliga a! itn-es unda introspecci6n, y por encle tigador a realizar una pro f
un arduo y fr uc tffero pro ceso de au tocono cim ien to , para recordar. Ello su po ne , paral elamen tc, un apren diz�e en
relaci6n con Ia elaboraci6n de datos al tiempo que se pro cede a su registro, de man era qu e el analisis d e datos es,
j o en buena medida y mas gen uinamente , paralelo a! traba de campo mismo. Las formas de registro dep en den de varios factores que atai1en a Ia investigaci6n, a! marc o te6rico y metodol 6gico del investigador, y a Ia situacion de en trevista y obsc-rva ci6n. La viahilidad y I a prac ticiclad de cliversos me di os d e registro depende n de varios fac tores: Ia tematica a tratar, su confli ctividacl y el graclo de co m promiso que en traii.a para
o nnantes; Ia per so na li clacl de los presentes; los inf
Ia ctapa clc Ia investigaci6n; el nH �todo de an;'tlisis de da tos (si se trata de
1!11
an alisis sem i6 tico
0
de discurso, por
ej emp lo, se requerir;\n registros textual es) . No te ne r en cuen ta estas condi ci on es n i requ erim ien tos suel c con cltl cir, cu ando se co mbin a con I a avidez cle "ll evar e l campo a casa", a op tar po r cualq uier m edio , l fci to o no, para o b
tener y registrar in f orm acion . Tal es el caso del "grabador pirata" que , adelantos tccn i cos medi ant e, pu ecle ocu ltar se f;'1cil ment e y ope rarse a vo lu ntacl. Este proce dimiento, ademas de scr moralmente ce nsurable por no co n tar con Ia
aprohaci6n del in f o nnante, pued c gcne rar graves con
secuc ncias, sobre tocl o si Ia rclac ic'm con el in fo rman te n o es an6nima y pre tcnde co ntinu arse. C omo este recurso es facilmcntc asimilahl e a un ac to de mala fe y de espi ona je .
su clescuhrimien to pue clc prm·ocar una sanci6n n egativa
102
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hacia el investiga clor, quien no podra revertir su imagen cle ··men tiroso" y clebcra aba n dona r el cam po . Adem �'is,
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los beneficios de este recurso no son tales como para po ner en peligro aquello que constituye lo mas importante que tiene el investigador: su persona en Ia relacion con los informantes, que son, en definitiva, sus colaboradores imprescindibles. AI fin y a! cabo, las vias para registrar in
formacion son parte de Ia reflexividad del investigador y del informante, en el marco de una relacion social, y, por lo tanto, so n parte del proceso de con ocimiento.
(.Q ue se registra?
Si bien a grandes rasgos los registros obedecen a los lin ea mien tos del objet o de investigacion y del marco co n cep tual, ello no implica que haya una correspon d encia direc ta, ya que a veces los exceden o resultan insuficientes. As!, los datos pueden aparecer como directamente implicados en el o b je to de conocimiento o como "cabos sueltos" to davfa inasibles en el proceso de investigacion. Su reunion en una cierta unidad descrip tivo-explicativa es uno de los objetivos del investigador, y no su pun to de partida, a me
nos que proceda a forzar el ingreso de dicho material en el marco teorico del que dispone. En el trabaj o de campo, el investigador suele apelar a dos usos del registro que no tienen por que ser excluyentes. Uno consiste en registrar solo aquello que se vincula con lo que prevefa encontrar en funcion de su o b jeto de conoci miento. Esta modalidad, si bien con trolada, suele ser supe rada por el fluj o de in f ormacion a que se ve en f rentado el investigador, que debera entonces circunscribir el material
a sus presupuestos para confirmar sus hipotesis, evitan do
abrir su investigacion y aiiadir co no cimiento significativo en o tras direcciones. La segunda posibilidad consiste en registrar todo lo que le parezca, todo lo que recuerde, y
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establecer luego las relaciones y no-relaciones enu·e esos
datos reales o presuntos con su objeto de investigacion. La
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primera variante puede dar mayor tranquilidad al i nvestiga dor pero tambien sesga, desdc el comicnzo, su acceso a l o emp!I;co: no propicia la actitud de "apertura de la mirada" que tratamos con anterioridad. Aunque nunca se alcance del todo, quiza resulte conveniente seguir cultivando aque lla vieja y productiva utopia de "regisu·arlo todo", siempre y cuando se tenga claro que ese "todo" no excedera, al me nos no demasiado, las ref eren cias impuestas por el marco cognitivo del investigador. En todo caso, la apertura de la
mirada sera paralela a la apertura del conocimiento y de las conexiones explicativas. Teniendo presentes estas premisas, proponemos registrar to do (l o posible) . De acuerdo con las recomendaciones de
cap!tulos anteriores, incluimos aqu! los datos observables y
los audibles, esto es, los que proceden de la observacion y las verbalizaciones. Ambos tipos de datos surgen en si tua cion es donde convergen un ambito, una serie de ac tivida des y un grupo de personas (denu·o de las que se cuenta el investigador o equipo de investigacion) en una secuencia
de tiempo. Por ultimo, y para que los datos puedan aportar nuevo material al conocimiento sobre la unidad social en cuestion, convendr!a recordar que el investigador aprende
onnan gradualmen te a diferenciarse mas y mas de los in f erencias de los datos observables, y tes, a distinguir sus in f
sus propias valoraciones de aquellas que no le pertenecen. Esto entraiia, por un lado, efectuar una n!tida dif erencia cion entre lo que el investigador observa y escucha, aquello que creyo ver y escuchar, y lo que piensa sobre lo que vio y escucho. Por o tro lado, implica desarrollar una mayor agu deza en la captacion de in f ormacion significativa que pueda transformar en datos, ya se trate de sentidos, relaciones, in formacion cuantitativa, etc. La fuente, entonces, del proce so de registro es la situacion con f ormada en el cruce de: actividades
Iugar
106
personas
tiempo
106
Lo q u e observa, Io q u e o y e
El i nve sti g a cl or, aun cuanclo se encucn tra en el ma rco o rma c i o n de lab ios de una en trcvista, no sC>lo rccibc in f
de sus in f o rman tcs. Ohserva gestos, escudriii.a e n t or nos, ve ac tivicl ades y movimien tos de p e rs o n as. P o r es o, su re gistro incluye, en todo m o m c n to , dat os ac l"tsticos y datos ohservacion ales. Es {nil, en este pun
to,
difcrenciar en tre
los da tos observacion ales ( n u m e d ia tizados por el i n f or mante s in o obte n iclos d ir ec tam ent c por el in vcstigaclor)
y los verbalizados (qu e p u ecle n co n sisti r e n una rcferen cia de los info rm a n tes sobre alguna
actividac l o suceso
no atesti guado por e l investigador) . Al r egi str ar obse rva
ciones, es frecuente caer en ac\j etivaciones que abre\·i au, en apari enc ia, Ia la bo r clesc ri ptiva d el investigador. A Ia larga, este proccdimiento i n u til iza el regis tro de bi do a su am bigiicdacl y a! car :tctcr incierto de sus marcos
de
refcrencia. De csta fo rma, n o puec le ser reuti lizacl o p o r tcrceros y, probablemente, tampoco po r cl in ves tigador, q u ien , es de creer, hab n"t tomaclo suficien te cl istanci a rcs
pec to de los par :unctros que le fu eron l"t tile s cuand o hizo el registro. Exprcsiones como "estaba todo sucio", "Ia sala de espera era grande", "el director es t ab a de mal h u mo r",
"Ia maes
tra trataba mal a los alumnos", "el hombre estaba fuera de sf", resultarah inutilizables a menos que se ex plic ite :
•
a qui i� n pertenecen ( a ! inves tigador o a alg l"m
i n f orman te ) ; •
que significan (p or � j emp lo, "suc io " o "grande",
y segl"m que terminos clc com paraci6 n ) ; •
en q ue e le m en tos c on cretos (u bservables y \·erbal iz abl es ) se expresan (esto es, en que acti
tuclcs se eviclcncia eJ "maJtrato",
0
en CUaJes se
maniiiesta el ·'estar fuera de si" del hombre ) .
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!'or otra parte , los datos procc d en tes de Ia in f o rmaci (m \'Cr balizada no son
s< 'Jio
aqu ellos q ue se encuadr an en Ia en tre
vista y que resp o n d en a las pre gun tas del in\· es ti gacl or. .-\ lo largo clc estas p;\gi nas, h emos intentado reafirmar Ia nocion
cle que d ebe consicl erarse como parte d el trabajo de campo todo cuanto ocu tTe en el ca mpo (y au n fu era de (� 1) cmt los in f orm;mtes -t cales y potenciales- y con cl investigador. De manera que cualq uier hcclw o enu nciaclo, por fnlimo que parezca, p ttecle aportar datos, ecltar nueva luz accrca de algunas cuestiones, o bien suscitar o tras pregun tas De modo que el contenido del registro deberfa referir a lo qu e sucecle desde antes cl e comenzar Ia en trevista. Cualquier acontecimiento, in cluidas las situaciones de en trevista, esta en marcaclo en coorcl enadas cle tiempo y espaci o , cl entro cle las cuales algunos actores !l evan a cabo ciertas acti\·idades. -
.
P A T E: pe rs on as - act ivi da de s - tiempo - espacio
En un registro co mp le to no pu ecle fa! tar ni ng un o de estos el emen tos, como tampoco su peculia r relaci6 n,
sea qu e
provenga de lo manifi esto o cle las inf e rencias cl cl im·es o rmacion requerida tigaclor. Se contara, ademas, con in f que resulte p ert inente a! te ma.
l�.1jmrio: se inc luye aquf in f o rmacion acerca de las di mensiones del ambi to de observacion o de Ia en trevista, como el mob iliario , sus co ndici ones, obj etos, decoracion, y tambien acerca del am bi to mayor en el qu e se in se rt a el espacio particular del i ntercambio.
Tinnp o: ataiie, por un !ado, a! segmento temporal en que transcurren Ia observacio n, el enc ue ntro y Ia en trevis ta y, po r otro , a Ia sec uenci a de hecho s y vicisitudes de I a in teraccion en tre el investigacl or y l o s presentes. En tod o registro conviene incluir que lapso temporal abarca, Ia hora cle arribo del investigaclor y del o los inf o rmantes. Las personas presentes, desde el comi enzo hasta el fi nal
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cle Ia observacion o en trevista, mant ienen di \ ersos graclos ·
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de relacion con el investigador. Asf, no solamente caben en el registro los en trevistados sino tambien los testigos o quienes se encuentren presentes, aunque fu era espora dicamente, durante el encuentro. E stos, como ya explica mos, pueden afectar la disposicion del informante y los te mas a tratar, ademas de aportar in f o rmacion acerca de los vfn culos del infonnante con otros individuos en su medio !aboral (si el encuentro se realiza en su Iugar de trabajo) , domestico (si se lleva a cabo en su hogar) o vecinal (si se realiza en su barrio ) . Registrar personas significa tener en cuenta las siguientes variables:
•
•
•
•
•
sexo
edad (aproximada) nacionalidad y/o grupo etnico
ocupacion/ e s vfn culos que mantienen entre sf y formas de trato in terpersonal
•
flujos sociales (por ejempl o, en sitios publicos, es importante reparar en la mayor o menor afluencia en determinados horarios)
•
•
•
vestimenta y ornamentacion actitudes generales actividades desarrolladas en el lugar
En cuanto a l as actividades, hay que con templar el numero de personas que las llevan a cabo, la division de tareas, cadenas de man do y poder, asf como el ritmo, el tipo y la duracion y el grado de habitualidad de esas personas en el lugar. Cuanto mas completas sean sus descripciones, mas in
form acion se habra recabado y de mayor utilidad seran las notas. Pero, como ya hemos observado, el investigador y el informante son, tambien, personas presen tes en la sima
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110
cion de encuen tro. Conviene pues registrar los siguien tes datos:
111
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•
En relacion con el encuentro, resultan relevan tes las siguien tes variables: forma de con certa cion (c asual, planificada) ; canales de acceso al in f ormante; numero de encuentros previos; condiciones gen erales de la apertura; condicio
nes gen erales del encuentro; in terrupciones y desarrollo y condiciones del cierre y finalizacion
( causas exogenas o endogenas, modo abrupto o gradual, etc. ) . •
En cuanto al inf orman te, conviene relevar: sexo, edad, nacionalidad, grupo etnico y religioso, nivel de instruccion formal, nombre o seudoni mo, posicion en las relaciones de parentesco y en la unidad domestica, ocupaciones -prin cipal, secundaria-, antigiiedad en la o las ocupacio nes, lugar de residencia actual.
•
Cabe bacer tambien anotaciones acerca de la disposicion del in f ormante durante el encuen
tro, su forma de presentarse, su vestimenta, as! como cualquier inf ormacion indicativa que pro venga de sus gestos o expresiones, recurrencias, redundancias y renuencias a la bora de abordar
nuevas tematicas. •
Respecto del investigador, resultan relevantes: la presentaci6n que bace de si al informante y a los presentes; su disposici6n previa al enc uentro
y en el transcurso de este; las expectativas que ba depositado en el encuentro; los temas que se pro pone relevar; sus primeras impresiones, pregun tas, comentarios, movimientos, silencios, dudas,
inferencias y supuestos; as! como tambien sus in te rrupciones y pregun tas aclaratorias, y las asocia ciones que baga con el material de registros previos.
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Un registro no es una recopilaci6n de informacion que quedara relegada basta finalizar el trabaj o de campo, sino
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un material que cimentar{t !a proxima visita ( esto, si segui mos siendo consecuentes con Ia ref1exividad del investiga dor en terreno y con un con ocimiento no empirista de lo real) y resignifica todo lo actuado hasta el momento. De ese modo, el registro e s un a herramienta que puede in du cir a reformular el contenido y los canales de los fu turos encuentros. Para que adquicra este caracter din {unico es
aconsejable que, a! cabo de su rcalizacion, se anoten las
expec tativas de trabajo fu turo, que pueden incluir:
•
resumen de los puntos que aparecen como los
mas destacables de laj ornada; •
•
ormantes contactados; nuevos in f ormantes y sus cana posibilidades de fu turos in f
les de acceso; •
•
•
•
temas desechados o que no pudieron expl orarse ; temas que seran explorados con el informante en trevis tado; temas generales que habra que explorar; dudas y contradicciones suscitadas por el nuevo material obtenido en l aj ornada;
•
limitaciones del en cuen tro y del investigador.
Este resumen tiene Ia ven taj a de permitir un rapido repaso an tes de emprender Ia nu eva visita a! campo o a determi nado in f ormante, ademas de presen tar un somero analisis de las lfneas tratadas con cada uno de los interlocutores y a lo largo de Ia investigacion global.
El registro es, en suma, Ia imagen del proceso de con oci miento de otros y de sf mismo que va experim en tanclo el investigador; su progresiva agucleza y percepcion se ma ormacion, que sera verticla en datos cada nifiestan en in f
vez mas nu merosos,
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sorprendentes y relac ionados
en
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tre sf. El registro no es un deposito de in f ormacion sino uno de los elementos funclamentales del eterno clialogo
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que el investigador lleva a cabo consigo para conocer a o rmantes a! tiempo qu e se conoce a sl mismo. Por sus inf consigu ien te, no es una fotocopia de Ia rea lid ad si no una b uena "radiografia" del proceso cogn itivo. El lo n o impide que haya registros mas y me nos precisos accrca de Ia vida soc i
tivos bagajes, de manera tal que es imposible con cebirlo co mo in depen di ente del conocimiento de sl mismo. Un buen registro es, a !a vez, una ventana hacia a f uera y hacia aclen
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tro.
116
6. El i nvestig a d o r en el c a m p o
El encuentro en tre investigador y pobladores, se gun muestran las tecnicas etn ograficas, esta atravesado por una tension fundante entre los us os y la s in terpretac iones que le o torgan al "estar allf" tan to el investigador, en su condicion de miembro de o tra cultura o sociedad, como
los pobladores o informantes; tension que la flexibilidad y variedad de las tecnicas de registro permite id en tificar y analizar. Pero esta posibilidad descansa en el investigador, or que debe transf ormar las tecnicas de recoleccion de inf
jeto macion en partes del proceso de construccion del o b de conocimiento. En este proceso, en el que descubre si multaneamente lo que busca y la forma de en co ntrarlo , el investigador se convierte en la principal e irre nun ciable
herramien ta e tnografica. Paradojic amen te, la capacidad inconmensurable de la herramienta/investigador reside en la co n cie nci a de sus prop ias limitaciones, pues su poder de adecuacion no es un iversal a to dos los requerimientos. Hasta aquf nos ref erimos a las limitaciones desde la perspec tiva del investigador -su epi stem oc en trismo, su determinacion academica, cultural y social-; ahora
proponemos abor
darlas desde la logica de los sujetos que estudia. Aunque esta logica sea tan diversa e imprevisible como sentidos socioculturales existen, nos detendremos sobre cu atro
aspectos que sin duda
constituiran la imagen que se
construya del investigador: la persona, las emociones, el
gen ero y el orige n . Para eso tomaremos como ej emplo 111
111
un in ci den te q ue protagonicc a! concluir mi trab <� jo de campo.
Un in cidente de campo 1 1
Era Ia tercera conmemoraci6n qu e yo presenciaba en B u e nos Aires de Ia toma de las Islas \Ialvinas por parte de las Fuerzas Armadas argenti nas. L!evaba ya dos aii os de tra b�o de campo intensivo, ademas de tres meses de pros peccion para mi investigacion doctoral sabre Ia identidad soc ial de los sol dados conscriptos en el teatro hcli co anglo argentino de 1 9 82. El in tento de recuperacion del archi pielago Malvinas en el Atl :mtico Sur, tras ciento cuarenta y nueve aiios de ocupacion brit{mica, se inici6 el 2 de abril de esc aii o y cul min6 seten ta y cuatro elias despucs c on Ia clen·ota argentina. La "Guerra de Malvinas" , como Ia lla mamos los argen tin as, fu e Ia til tim a in iciativa del regimen militar autodenominado "Proceso de Reorganizaci6n Na cional" ( 1 976-1 983 ) , un a de las cli ctaduras del Co no Sur , an tes de su retiro del gobierno. Proxima a cerrar esta etapa de trab�o, fui a p resenciar Ia conmemoracion de Ia toma argentina del 2 de abril, qu e co nvocaban algunas organizaciones de \'eteranos de guerra en el centro pol itico de Buenos Aires, Ia Plaza d e Mayo. Ese acto estaba conducido por Carlos y otros mili tantes de Ia "causa Malvinas", abocaclos a mantener viva su llama en Ia "desmalvinizada" (desnacionalizada) sociedad argen tina. A lo largo de los cuatro aii os qu e dur6 nuestra relac i6n, Carlos se habia tran s f ormado en un impor tante dirigente de un a organ izacion de ex soldados de vasto al cance.
12
Por su intermedio conocl a otros \'e teranos, pero
pocas \'eces pude en trevistarlo, lo que se debia, segtm me expli c6, a sus oc upaci on es. La relac i6n se fue li mitando a algunas visi tas a las oficinas de Ia organizaci (m y a los aetas p tlblicos 112
que
esta
convocaba. 112
Para esc
2
clc
abril sc
habla
programado
un
de s lile que
a t ra ve s arla c l c en tro c l e Ia cap ital para culminar en el "i\·Io
numento a los neral
C af cl os
San iVIart fn . Esa
en
el Atl {m tic o Sur", en Ia Plaza Ge
vez, Ia
marcha suc e d erf a
a una misa
en Ia Catcdral metro polit ana. L!eguc p u n tu almen te a! Iugar, y cncontrc a Ia esposa cle Carlos , a q t � ien ya conoc fa; Ia sal udc co n un beso pero se mant m·o cli stante. M i en tras ella saluclaba a los dem {ts de Ia ronda, d ijo en voz bien alta, con Ia mirada perclida : " i est{m ll cgan clo los servis! ". Mire y no vi nacla raro; co mo nadie me invi to a quec larme, seguf rumb a a Ia Catedral . En tonces apa reci6 Carlos con unif onne militar. Aunque no lo Ye!a desde el aii.o anterior, no mostro demasiado en tusiasmo por ci reencucn tro y siguio con sus preparativos. Me console p cnsando que posiblemente tcndrfa mucho que hacer, y q ue tal \'ez mi presencia le resul tase irrelevan te mente fam ilia r (c:acaso un "mal ne cesari o"?) . Me ubique en Ia en trada de Ia Catedral pa ra esperar, cu an ct o Ia mt0 er j o s de Carlos se a cerco y me clijo: "Mini, vos mantencte l e de los ex co mb atien tes y de mi marido, porque no quere mo s gen te d e i n teligen cia en Ia organizacion. Y cui date, porque si n o \"as a perder tu trabajo en in teligen cia". Solo atine a contes tar " � Vos est {ts en peclo [l oca] ? ", pe ro se fu e Aturdicla, s en tf qu e me transfonnaba en una column a rmis del edifi cio. Sin reaccionar todavfa, me dije que cle
bfa regis trar el even to y que , despues de toclo, no ten ia nada que ocul tar ni de q ue avergo nzarme. Per o aunque deci clf seguir con lo previsto, poco pude hacer desde mi esta do de ani mo, que apenas si me permitio acompaii.ar , en otra sinto nfa, el acto de conme moracion; pues, a p e sar de saber q ue el cargo no me corresponclfa , me au· avc saba Ia vergii enza de I a acusacion. Solo rcgistre, siempr e men talmente , algu n as generaliclacles, m ien tras trataba cle sobrepo ne nn c a Ia sensacion de estar marcada por una campani lla d e leprosos. � C omo actuar con naturalidacl si 113
113
toda intervenci6n
0
pregunta que in ten tara ir mas alla del
saludo cordial podia interpretarse como un acto de "es pion a je"? Ante situaciones como esta, los investigadores podemos optar por desentendernos de lo ocurrido y "pasar a otra cosa", atribuyendo el traspie a un malcntendido, a la mala ocarlo como si se tratara fe o a la ignorancia. Yo prefer! en f
de in f orm acion relevante, al menos para calmar mi ansie dad. De acuerdo con este en f oque, cuatro aspectos se po nlan claramente en cuesti6n: mi persona, mis emociones, mi lugar en tanto mujer y mi nacionalidad.
La pers ona del investigador
Apenas se fue la mujer de Carlos, pense que, al menos, ahora conoda la raz6n de aquella indiferencia, pero n o entendia por que se explicitaba recien despues de cuatro
aiios y, mucho menos, por que Carlos y su m ujer estaban tan seguros de mi doble identidad. Sabia que los ex sol dados guardaban alguna desconfianza hacia mi, pero su puse que se habria atenuado con el tiempo, mi trabajo y mi conducta. Ademas, Carlos habia cursado materias de la carrera de Antropologia en la un iversidad y teniamos conocidos en comun; muchas veces me habia escuchado presen tarme como investigadora del sistema cientffic o n a cional, docente universitaria y estudiante de doctorado en los Estados Unidos, y nunca lo habia objetado. �D6nde estaba el problema, entonces? Sin sumergirme en la psicologia individual de mis de trac tores (Geertz, 1973) , solo atine a in terrogarme acerca de mi
propia perplejidad. Un primer elemento a considerar era el concepto de "persona", que diferia dramaticamente del de mis in terlocutores. Nacido en el siglo XIX, el trabajo de campo etnografico se configura paralelamente al lib era lismo politico y econ6mico, en el perlodo en que se gest6 114
114
tambien el concepto de persona como un sujeto jurfdico universal de derechos. La "persona " moderna y liberal es Ia culminaci6n de un desarrollo que reun e a! st0eto de de recho de los romanos con el yo moralmente responsable e individual de los estoicos, y con el st0eto de derechos un iversales (libertad, justicia, con cienc ia,
comunicaci6n
directa con Dios) . En esta confluencia, el concepto
13
tuvo basicamente el sentido de su etimologfa, per
man
sonare,
que pro cede de Ia palabra etrusca phersu, por su asociaci6n con Ia mascara dramatica. Poc o a poco, esta acep ci6 n, li gada a Ia noci6n de personaje expresado en la mascara,
fue cediendo al caracter individual/instituciona l (Mauss [ 1 9 38 ] , 1985; Whittaker, 1 9 92; La Fontaine, 1 9 85) .14
Que actualmente se haya impuesto el co n cepto de per
sona propio del liberalismo, vinculado con la ciudadanfa, no implica que su significado haya sido el mismo en todos los tiempo s y sociedades. Pero el investigador social mo derno actua como un individuo que, independientemente de su sexo, raza o ideo logfa polftica, acomete Ia busqueda desinteresada e impersonal del conocimiento.
Esta representaci6n de la persona se pone en escena en el campo constantemente, pero es mas evidente a! princi pia porque tanto el investigador como el inf ormante in terpretan sus papeles (roles) y estatus formales segun el "deber ser" que establecen sus respectivas soci edades, cul turas y reflexividades. Asf, el investigador se presenta como miembro de una instituci6n universitaria que va a realizar un estudio, mientras que sus primeros interlocu tores se presentan como autoridades en la materia, en el Iugar y
en tre sus vecinos. Esta presentaci6n es, como ha seii.ala do Erving Coff man, una actuaci6n cuya relevancia reside en indicar pautas de derecho, moralidad y resp onsabili dad. Nombres y cargos, patrones de de f erencia y respeto,
fm an, 1 9 7 1 ) . Con permiten clasificar al interlocutor ( Cof sus cargas morales, de rol y de estatus, estas tipif icaciones trazan las lfneas futuras de interacci6n, cooperaci6n y reci115
115
procidad, y por lo tanto los lugares viables e inviables para observar, participar y en trevistar.
Mi perpleji dad denunciaba, pues, una disonancia en tre mi persona de "investigador y academ ic o " (n 6tese el mas culino) , y Ia persona que me atribufan (a! menos) Car los y su mtuer. El in cid en te me demostr6 qu e el concepto occidental de persona no es generalizable ni siquiera en Occiden te, en particular cuando, pese a invocarse
1111
su
jeto un iversal de derechos, se habita un espacio juridico cuyos habitan tes han siclo cronicamente menguaclos en su plena ci udadania. La persona del liberalismo es incom patible con Ia de un grupo soc ial qu e ha siclo blanc o de persecuc i6n, de castigos y hasta de Ia sustracci6n absoluta y total de su persona, como suc ede en el caso de los "d esa parecidos". Mientras el etn6grafo se presenta a sf mismo como un ser aut6nom o de su orig en so cial , pol itico o etni co, ligado solamente a sus credenc iales acacl emicas, a sus interlocutores les sobran los mo tivos para in terpretar esa
presencia en terminos mas proximos a
SU
experiencia.
Las emocione s
Episodios como el que vivi clespiertan los temores mas in timas del investigador de camp o: el desprecio , el in greso vedado y, en caso de haber ingresado, que se lo declare
persona non grata y deba irse. Esta angustia va mas alia de Ia responsabilidad acad emica; el rechazo cuestion a las fibras mas intimas del trabajado r de campo, Ia creen cia de que puede operar co mo me diador en tre s ec tores so ci ale s y ent re cul turas. Lo qu e no sj ugamos en el campo, cada uno en su solitaria y fr ecuentem ente incompren cli da individualidad, es nuestro caracter de representantes de una utopia de solidaridad social y cu ltural, po r cuanto somas nosotros quienes estamo s dispu estos a escucha r y a en tender lo qu e otros no escuchan ni e n tien de n. Por 116
116
cso, aeon tecimien tos com o el q ue acabo de relatar nos )1tunillan y avergi'tenzan, y nos obligan a resignificar nuestra deYo cio n humanitaria y a preguntarnos si "he !110S
nacido para esto ".
Est.a dimension de Ia perplejidad esti generalmente au sente de Ia mayoria de los manualcs, pero aparece en toclos lo s relatos autobiograficos cle los· etnogra f os. Temor, ansie dad, vergiienza, atracci6n, amor y secluccion caben en una categoria sistem aticamente negada por Ia metoclologia de Ia investigaci6n social: Ia emoci6n, contracara su b j e tiva, p rivacla e intima de la "persona" en tan to st� eto juriclico. La 16gica academica, para Ia cual Ia raz6n es el principal veh fculo y mecanismo elaboraclor cle conocimiento, d eja completamente de !a do Ia pasi6n, los instintos corporales
y Ia fe . Asignadas a] reino del cuet·po, el espiritu y ]a in mici6n , estas facetas fueron relegadas como expresiones \'crgonzantes o, a lo sumo, consideradas eventuales ob je tos de domesticaci6n y formas distorsion adas de conoci miento. Esta segregaci6n tiene su correlato social, pues los grupos considerados como mas pr6ximos a ]a raz6n -los ho m bres, los adultos, los miembro s de clase me di a y los blancos o europeos- estarfan en m ejores condiciones de acceder a] conocimiento cientffico que los segmentos "mas emocionales", como las mt�eres, las masas popula res y los j6venes (Taylor, 1981; Lutz y Abu-Lughod, 1990; Lutz, 1988) , o mas ligados afectivamente al saber tradicio nal, como los aborfgenes y los campesinos. Desde esta perspectiva, Ia emoci6n es el "an ti-m etodo" que nos aleja del conocimiento ecuanime y objetivo, y hace de Ia participaci6n un comportamiento sospechoso. Las emociones pertenecen al dominio privaclo del indivi cluo, al que solo puede acceder Ia psicologia. Cuando lo exce den, recurrimos a calificativos como "em ocional", "in
lll aclur o ", "primitivo" o "patol6gico" (Lutz, 1 9 88: 40-4 1 ) . La emocion se ratifica en el polo individual del clualismo in diviclu o/ sociedad, fuera de las relaciones so ciales. 117
117
undamente en !a meto d a.. Esta concepcio n incidio pro f Iogia de !a investigacion, suprimiend o las emocio nes de! ormantes, e impiinvestigador, pero tambien las de los in f
dien do considerar !a emocion como un fenomeno soci o. cultural con distintas expresiones y fu ndamentos (Lutz y Abu-Lu ghod, 1 9 90) . La escena que protagonice junto con !a mujer de Carlos presentaba a dos "personas emoci o n a les" en un mundo de hombres -el de los ex sold ados-. Que fuera una mujer (y "!a mt0er de") , no un hombre, !a encargada de echarme, replanteaba (d egradaba) mi esta tus de "investigador" y el suyo como "dirigente ad hoc"; eramos, en cambio, dos mt0eres que dirimian di f e rencias a traves de un desplante, actitud que remitia menos a una acusacion polftica que a otro tipo de situaciones.
La investigadora, el genero y Ia mu je r
La primera interpretacion que colegas y amigos hicieron de lo ocurrido fue: jesta celosa! Esta respuesta me pare cia particularmente desatinada porque
clausuraba toda
inquietud ulterior a! ubicarla bajo el rotulo, ciertamente inexplicable, de "un tema de mujeres". De acuerdo
con
esta interpretacion, el incidente no solo carecia de signif i cacion politica sino academica, y me ubicaba en el mismo plano que mi interlocutora, dejando de !ado !a persona de "investigador" que tanto me habia costado construir. Sin embargo, !a rabia que me provocaba el incidente y su in terpretacion denunciaba mi "susceptibilidad" tfpicamente
fe menina. Si bien las primeras disquisiciones sobre el trabaj o de campo no siempre problematizaron el hecho de "ser mu jer" (como en el caso de Margaret Mead, 1 9 70 y 1976) , as quienes empezaron a cuestionar ! a fueron las etnogra f uniformidad de !a persona del investigador como occiden tal, individual, adulto, racional, moralmente responsable 118
118
y mascul ino. El sustan tivo neu tro o no marcado, en termi n os saussurianos, de "investigador", que hemos utilizado en este texto, se aplic6 tanto a los investigadores como a los pueblos o grupos estudiados
( los Nuer, los Azande) .
Este uso naturalizaba, por un !ado, que el mundo nativo estudiado
era predominantemente masculino y, por el
otro, que el investigador era, en general, un hombre. La masculinizaci6n del investigador y de los pobladores ob
jeto de estudio deriv6, ne cesariam ente, en Ia masculiniza ci6n de las tematicas de investigaci6n.
La primera advertencia con tra esta tend encia fue, en
jer", los aiios sesenta, Ia irrupci6n de "los estudios de Ia m u cuyo o bjetivo era "hacer visible a Ia m ujer en Ia sociedad y
explicar su opresi6n " desde distin tas teorfas, incorporan do el aspecto femenino como elemento faltante (Cangia no y Dubois, 1993) . La perspectiva in u·oducida en los aiios ochenta puso en cuesti6n las bases del con ocimiento social como un conocimien to mascu lin o, mi en tras buscaba com pl ejizar Ia pretendida homogeneidad femenina, hegemo nizada por Ia m uj e r blanca, de clase media, universitaria y occ iden tal. La nu eva perspec tiva debfa mostrar que, asf como todo conocimiento es un saber situado (Haraway, 1988) , las mujeres construyen sus identidades en el con texto de discursos
determinados por relaciones sociales
(De Lauretis, 1990; Cangiano y Dubois, 1 993 : 10) . El nuevo feminismo adopt6, de Ia gramatica, el termino "genero", que designa un sistema de clasificaci6n bipolar,
para subrayar el carac ter eminentemente social de las dis tinciones basadas en el sexo, y para rechazar el determin is mo biol 6gico implfcito en las palabras "sexo" y "diferencia sexual". Asf, el genero cobr6 el sentido de un "saber sobre
Ia dif e rencia sexual" (Sco tt, 1 9 93) , no limitado al "sexo natural" (presencia o ausencia de falo) sino focalizado en las formas en que los sujetos sociales elaboran los roles biol6gicos sexuales produciendo valores, creencias y no r mas (Warren, 1 9 8 8: 12) . En este proceso, el genero emer119
119
gi
como
tm
ormar co m promis o ac ad cm ic o para tra n s f
los
dej {> de ser una ca tc gor f a des criptiva para convenirse en una categorfa analltica (Scot t, paradigmas d i s c i p l inarios, y
1 9 93: 1 7- 1 9 ) .
Estas perspec tivas inciclieron prof unclamen te en I a li tera Lura metoclologica replanteanclo c l Iugar del investig·a c l o r como instrumento neutral, omnisciente y omniprcsen te del conocimiento. A partir de esc m o m e n to, "ser m t � jc r" no serla una anomalia sino 1 1 11 posicionamiento distin to de, au nque equivalente a,
"ser
h o m bre " , con sus ventajas y
limitaciones, sus sensibilidacles y actuaciones particulares y
culturalmente determinaclas. Si en Ia mayorfa cle las socie
dacles existen dominios cle habla y cle acci6n tf p icamente ormacion que obtiene una fe meni nos y masculinos, !a in f nnuer no sera Ia misma que Ia que obt iene un homb re
(Haraway, 1988) . Ya en 1970 Peggy el Iugar de las
Gol de expli caba
m u j ercs en el
que
el
intercs sohre
campo raclicaba en que cl
"sexo" (todavla no se habla impucsto
el uso
de "gcnero")
es Ia variable basica de Ia organizacion social, y por eso se Ia asocia a su vez a las variables cl e edacl, estatus marital, momento clel ciclo vital, y a veces a Ia segregaciou parcial o total de ciertas esferas de activiclad, y a Ia distincion en tre lo privado y
lo
pttblico. El investigador siempre tiene
un sexo y por tanto, cuanclo \'a al campo, es incorporado inexorablemente a las categorlas locales de gen ero.
En este sen ticlo, segun Go lde, el rasgo clistin tivo de !a experiencia de las investigadoras es
su
ndnerabiliclacl, atri
buida a Ia debilidad fisica y a su mayor exposici6n al ase dio sexual. Pero esta vulnerabilidacl ticne Ia provocacion o seduccion
maliciosa
su
contracara en
o involun taria de las
mt0eres. Si Ia vulnerabiliclacl implica una exposici6n al ase dio, Ia capacidad de scducir puede
scr
lefda en tennino s
de f cnsivos, como una caracterlstica cle Ia que las mt0eres podrlan aprovecharse. im puesta
120
protecci6n masculina ofrecida
La
a las nn � jeres i
e
·cs ti gadora s tiene pues clos obje-
m
120
ti\·o s:
dar scgttridad a
[a IlllUCJ" y
pro tcgcr a qtt ie ncs est{tn
,·inculados con ella. Las
suelen ser ol � jeto de cuidados cxageraclos
por parte de su famil ia ad op tiva, que tie nd e a asignarles
un rol que neutral ice su sexualidad. Por eso , en e l cam
po ti cndcn a quedar suhsumidas, seg1m su cdad y estatus m arital, a! papel de ni i1as, henna nas o abuelas. Las i n\'es tigadoras j6 n·ncs y soltcras suelen scr m {ts cclosamc n te rcsguardadas porq ne po ne n en peligro real o p o tencial
cl honor y buen no mbre de sus pro tectores. Ciertamen te, Ia protecci 6n tie ne ven t�as y desvent� jas, porque brinda seguridad y traza vfnculos muy pr6ximos, pero a! mismo tiempo ostenta posesividad y control sobre la i n.\·estigado ra y le veda el acceso a ciertos .":un bitos, limitandola en sus mo\·imien tos y modclando, en defini tiva, su ca mpo y su oqjeto de in\'estig aci6n.
El valor du al d e Ia nnuer, a la vez como peligrosa y vulne rable, suscita reacciones tambicn duales en el campo. U na investigadora puede ser mas tolerada, me nos temi da que un investigador, si traspasa lo s lf mi tes de lo p ermi tido. ln cluso sus errores y traspics son in tcrpretados en tl: �rmino s de su inimputabilidad natural, mas que como una presen cia institucionalizada pcrjudicial para los pobladores. Sin em bargo, cuando despl iega sus "armas", esto es, su auto nomfa y capacidad de aprcnder los c6digos loc al es, l a ins ti tuc ionalidad (servi cio de inteligencia) puede anicularse
co n Ia an ti-instituci onalidad
(el poder de mon faco cle I a
seducci6 n ) . En este sen tido, u n o de los recursos favoritos cs el rumor, que, generalmcnte a cargo de otras mt0eres, evaliia la con ducta de I a in n·usa en tenninos sexuales, mas que politicos y prof esionales. De ello resulta que las mt � jeres suelen estar mas obli gadas a prestar explfcita conf o nnidad a las reg·Jas basicas de Ia poblaci6n local. Si cl extra r-ro se corwierte en "buni
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li ar " y. adem as, en mi embro ad op tivo de una bmilia, debe adecuarse a su s expectativas. Convie ne ento nc es evaluar
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como in terviene ese estatus en la investigacion. Las in vestigadoras pueden tratar de inven tarse un rol propio , aunque negociando en otros planos y ac tividades c o n la sociedad anfitrio na. La posicion de dependencia co n respecto a los hombres suele compensarse con el origen occidental, el nivel de instruccion universitaria y la pr O
fesion. Pero en algunos con textos, c omo por ej emplo l os ambientes sexualmen te segregados del Media Oriente, los margenes de negociacion son tan estrecho s que el o b jeto de investigacion quizas deba modificarse (Abu-Lugh od , 1988; Altorki y El-Solh, 1988; Razavi, 1993) . Retrospectivamente, pense, yo no me habfa enc uadrado
en ninguna organizacion de ex soldados y no habfa ne gociado mi autonomfa ideologica, polftica y, sabre todo, femenina. Mi libre circulacion me convertfa en alguien sin control ni clasificacion. Esta amenaza que yo empezaba a representar oscilaba en tre el estatus de marginal (cuando fui a pedirle a Carlos una explicacion, me contesto: "Esta no es una organ izacion de mt0eres de veteranos; es una organizacion de veteranos de guerra") y el de an tagonista
con fuerzas propias, esto es, de enemigo, al servicio del Estado nacional. A diferencia de mis amigos y colegas, nin guno de los demas veteranos in terpreto el incidente como una "cosa de mujeres", sino como una "seria acusacion". Uno de los ex soldados incluso me dijo: "Si yo quisiera espiar a una organizacion de veteran os, man darfa a una mu jer".
La natur a lizaci6n de lo fo r a neo
La acusacion de espfa es una de las mas recurrentes en las memorias de campo. Se trata de una figura facil de cons
truir, pues la nacionalidad y los recursos del investigador
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suelen abonar la imagen de un emisario proveniente de una metropoli col onial, mundial o nacional. Esta imagen
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es correlativa a la experiencia polftica del grupo estudia do. Distin tas expresiones de pertenencia -como el color de la piel, la clase social, la cultura de origen y la nacio
nalidad- se corresp on den co n "personas" construidas a partir de determinadas experiencias, por ej emplo, de au toritarismo, subordinacion y genocidio. La sospecha de es
pi on aj e remite ento nces no solo a la dependen cia estatal sino tambien a una atribucion de lealtades espurias que vinculan al investigador con pertenencias aj enas a las que la comunidad valora y considera como propias. Al proponerse el conocimiento de mundos distan tes y exoticos, el etnogra f o se ubico, de hecho y metodologi camente, como un agente extranjero respecto de la po
blacion estudiada. Esta distancia, que fue probl ematizada por los antropologos nativos de las academias pe riferi cas, requiere una doble reflexion: sobre el cono cimiento que esa distancia produce, y sobre los sistemas de clasificacion de las pertenen cias (ser nativo o fo ran eo ) .
Algunos autores identificados con la antropologfa pos moderna han
intentado sup erar la division jerarquica
en tre el investigador y el Otro presentando el trabajo de campo como un ambito donde priman el dialogo y la ne gociacion. Por eso, las nuevas etnografias in ten tan desta car las voces de resistencia y oposicion del O tro al Sf Mis mo (el investigador) , del Resto a Occidente, evitando que la pluma del investigador haga caso omiso del disenso y lo anule para siempre (Dwyer, 1982) . Complementariamen te, esta vertiente se ha dedicado a rescatar el Sf Mismo del etnografo , su persona sociocultural, de la tentacion mime
tica respecto del campo y de la tendencia estereotipadora de Occidente. En un mundo globalizado, sin embargo, el investigador no es un agente totalmente externo a la realidad que estu dia; ni el ni los stuetos de su trabajo se ubican en lugares
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que no hayan sido previam ente interpretados. Pero que habiten el mismo mu ndo no significa que los sentidos que
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le impriman a su cxpcriencia scan los mismos. A csto se reficre Marilyn S u·ath crn cu ando defi ne a Ia "au to-an tr o po logfa" como aq uella "qu e se !leva a cabo en el cont cxto
social que Ia ha producido " (S trath er n, 1 9 87: 1 7 , t. n . ) . El punta no es si las creclc nciales (n acio nales, etni cas) del investigador co in ciden con l as de los informantes, sino "si existe continui dad cultural en tre los pro ductos d e su labor y lo que Ia gentc en I a soc icdad estudiacla pro du ce en terminos de explicacioncs cle sf misma" (Strathern , 1 9 8 7 : 1 7 ) . Strathcrn pro pane cl co n cepto de "reflcxividad
conceptual", que atan e al "proceso antropol6gico de 'conacimiento' [que] se erige sabre conccpt os que pertene-
ccn tam bien a Ia sociedad y cultura en estudio" (S trathern 1 9 87: 1 8 ) . Incluso si el investigador procedc del mundo
soci al de los sujetos,
esto n o garantiza qu e id en tif iquc las discontinuidacles entr e Ia compr ensio n incligcna ,. los co nceptos analfticos, ni que ado pte l os gcneros culturales apropiaclos para in terprctarla.
El segundo cuestionamicn to con cicrnc a los sistemas clc clasificac ion cle lo propio y lo cxu·anjcro en cacla socic dacl. Los mas habi tuates son los qu e remitc n a Ia raza, ref e rida a rasgos fenotipicos y hercclitarios; Ia ctnia, como pertc nen cia a una un idacl cui tural; v Ia n acio nal idacl, o afilia ci6n a un Estado nacional . La relcvancia cle estos tcnninos clepcnde del con texto y Ia cxpcriencia de los sectores so ciales en estudio. No es Io m ismo tener tcz moren a en Ia Repiiblica cle Sucla f rica que en cl Brasil, ni ser o parccer j u clfo en Ia Alcmania clc 1 9 30 que en Ia Aleman ia act ual. El incidente que prescntamos aqui muestra hasta que pun to las clasificacioncs que se aplican a! investigaclor son pro pias cle cacl a cont cxto. Que yo fucra una argen tina rcs catancl o Ia memoria de Malvinas n o me hacfa mas accp table, a! menos no para Carlos y su nHucr, que me iden ti ficaban con un servire cle in teligenci a. Pero esa afiliacion
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no me remitfa a Ia CIA ni a! ?\Iossad ni a Ia KGB, sino
a
Ia SIDE argcn tina. S6I o algtm ti cm po dcspues pucle des-
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pren derm e de esta logica acusatoria C � por que creen que so y servicio si n o lo soy?) y pregun tanne algo impe nsable para m is com patriotas: (po r que, despues de todo, es tan abominable trabajar para un servicio de inteligencia del Estad o p ropio? (P or que un em pleado estatal, in cl uso uno de Ia SIDE, n o puede conmemo rar el 2 de abril de 1 9 82?15
En tod o caso, a! distanciarme de mi pro pio senti do com tin como argentina, pude advertir que en este pafs, constitui do a Ia luz de Ia nacionalidad por con trato ciudadano pero co n extensos perfodos de persecucio n polftica, ser asigna do a! Estado impli ca , para Ia mayorfa de los argentinas, ser identificado, mas que como extranje ro, como enemigo.
M i posic ion de presunto esp fa de mis con n acion ales me ubicaba en el polo de Ia antin acion, indepen dien temente de mis explicaciones y buenas intencion es.
E l trab�o de campo etn ografico se ha planteado desde sus comienzos como parte del trabaj o academico occidental y por lo tanto como una tarea masculina, individual, adulta y oc ci den tal-europea, an te Otros -marginados de Ia socie dad, p ertenecien tes a culturas distin tas y distan tes-. Este proceso ha creado una "persona" un tanto excen u·ica que, por un tiempo, se recorta de su med io y sus co mod i dades habituales para sumergirse en un medio ajeno, fr ecuen te me n te dificil y hasta pel igroso, sin ningl"m in teres material aparen te. Como vimos, lo s in ten tos de borrar a! investi ga dor, sea mediante tecnicas estandarizadas o por Ia fu sion con los nativos, redundaron en Ia fal ta de conceptuali zacion de su persona moral, social y polftica, en pos de un c on oc imiento pretendi damente altruista, im p ersonal y universal. Sin embargo, los esf uerzos en esta direccion
nunca fueron completamente exitosos, porque los van dalismos del siglo XX requirieron un pronunciamiento explfcito por parte de las corporaciones academicas, y
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porque lo s pueblo s qu e solfan ser o bjet o de Ia invcstiga ci on etn ogratica protagonizaron esos mismos vandalismos
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como vfctimas y, tam bien , co mo victimarios. Fue nec esario contar con c6digos de etica antropol6gica en las distin tas comunidades academicas, para sistematizar !a postura de
sus miembros ante una realidad comp leja, p roblematica y cambiante . El hecho de que estos c6digos no hayan cerra do el debate acerca de si, aun con fines humanitarios, se si gue sosteniendo !a co n cep cio n occidental e individualista de la "persona" (Flu ehr-Lobban, 1 991; Huizer y Manheim, 1979; Wilson, 1993) , pone en eviden cia !a con tradictoria realidad, (mica y plural, en !a que se ha desarrollado el
j o traba
127
de
campo
etnograf i co.
127
7 . E l m e t o d a e tn tno og g rafi c o en el texto
E l traba tra baj o de campo etnografico es una de las modalidades de investigaci6n social que mas demanda del investigador, pues compromete su propio prop io sentido del mundo, del pr6jimo, de sf mismo, mis mo, asf asf como de Ia moral, el destino y el arden. El recorrido que hemos realizado e n los capftulos precedentes pone de manifiesto que adoptar seriamente el postul po stulado ado de que que el mu nd o social soc ial es reflexi
vo conlleva mas exigencias y controles de lo que su flexibi lidad y apertura permiten suponer. Ahara bien: c:ad6n de
ja j a n te esfuerzo?, c:quie van los datos construidos con sem se m e nes y qu e se definen como datos adecuados, y en que con textos, si los criterios d e falsaci6n y verificaci6n no son los que gufan Ia practica etn ografica? A continuaci6n, y a modo mo do de epflogo , n os detendremos sabre Ia tercera acepci6n del termi termino no "etnograf "et nografia" ia" que in dicamos en Ia introducci6n, y en sus recep tores o "lec tora dos", pues convien con viene e record recor dar que el mu ndo nd o es ya inexora inexora blemente distin dis tinto to de aquel en el el que qu e Malinowski publico Los argonautas del Pa cifico Occiden tal.
Tal como explicamos a! comienzo de este libra, Ia et tuvo bastante bast ante similar a sf misma desde desd e sus nografia se man tuvo inicios modernos. Esta caracterizaci6n vale tan to para el traba tra baj o de campo como para el texto que resulta d e este. Sin embargo, desde Ia decada de 1 9 80 algunos alguno s antrop6lo gos comenzaron a cuestionar Ia supuesta neutralidad c o n
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que los investigadores traducfan al len le n guaj guaj e escrito los mo dos do s de vida ex6ticos. ex6tic os. D istin tas tas perspectivas de analisis - e n
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especial clescle !a tc o ri a fo uc au l tiana , !a critica l i t c r a r i a y las tcorias fe mini s tas- c m p c za r o n a p l a n tc ar se Ia a c t i \ \ · a intervcncion del a u t or
er so n a l , objetiva, i m p ers
en Ia clescri p c i {m
p r c s u n tam e n t e
lo a p r c n cl i cl o en cl campo, como
cle
u n ejerc i c io de pocler rctori co y de
st ru c ci { c o n str
m
clc ! a
toriclacl
etn et n ografica
li f io rc l Clif
y Marcus, 198(i; i\larcus y Fisc Fisc h er, 1 9 86 : � � ) .
( C rapanzan o ,
1977;
au
C l ifiorcl, 1 9 8 3 ;
Esta crftica sc funclaha en cl postulaclo, cohcrente e n parte con el concepto
clc
rdlcxividacl, de que
! a realidad
se constituye co nstituye a partir d e los discursos discu rsos y los conocimicnto s sobre ella, esto es, dcsdc el lcngu<0e. Asf, el c m o gra gr a f o p u c de constituir mundos
a
partir de sus descripcioncs
(Van
Maanen, 1 9 95: 14 ; Atkinson, 1 9 90 ) . El podcr del autor ra clica en producir relatos sobrc unidacles culturalcs, que ocultan cl proceso de su prop i a producci6n . Tal es el c as o de las etnografias "realistas", como puede calificarse, seg (m estos cri ti co s ,
a
!a mayorfa de l as
etnogra
fias fias u·ad u·ad icio ic ional nales. es. El realismo real ismo etnogrMico etnogrMico es una forma d e escribir que busca representar !a realidad realida d de un muncl mu ncl o o
forma de vicla (Marcus y Fischer, 1986: � 3 ) . Estc tipo de etnografla se sostienc sobrc !a ilusion empirista de que !a naturaleza no mcdiacla
cle
los
datos
obtcnidos en tcrreno, a
u·ave aves del oc ul ulta tami mien entto de !a presen pres enci ci a del autor aut or en cl tcxto y del investigador en cl
campo,
supr ime la perspcc tiva tiva del
i n dividuo proveniente de una cultura en favor de un tipifi cado cado pun to de vista nativo, nativo , y ubica ubi ca a !a c u l tura estudiada estu diada en un presente etnografico atempora!. La etnografia realista silenci sile ncia a su con texto texto de produccion y subraya su lcgitimiclad en !a pretendida fusion en tre realidad reali dad cmpi cm piri rica ca,, traba trabaj o de campo y represen tacion tac ion textual, fusion sio n vehiculada po r !a presencia directa del au tor en !a concepcio concep cio n d e !a investiga cion, en el campo y en !a redaccion (Van Maanen, 1 9 9 5: 7) .
Lo qu e cia a! etn6grafo au tori dad y a! a ! texto un sen tido tido gener g eneral al de realicl real iclad ad con cret cr eta a cs !a pre
130
130
tension del escritor de representar u n mundo
131
131
tan sol o co mo algu ie n que lo conoc io de primera ma no pu ede hacerl o, co n stituyenclo asf un fu ene laz o en tre Ia escritura etnogr�'t fi ca y c l trab� jo de campo (Marcus y Fischer, 1 9 96: 23 , t. n. ) . En contraposici o n , las e tn ograflas cl enominadas "expcri mentales" cle-cons truyen esta yuxta posici on y explicitan el proceso de exposi ci6n
e
inYestigaci6n tan to en el campo
com o en cl gabi ne te. E l o bjetivo es p resentar Ia Yoz clcl au tor como una mas y en dialogo con las de los natiYos, cuya re presen tacio n siem pr e se IIeva a cabo desd e alg tm posiciona mi ento ( Marcus y Cushman, 1982; �Ltrcus y Fischer, 1 986) . El plan teo sigue algunos lineami en tos de l analisis reflexi vo, si bien esta crftica se orient6 fu n damen tal m ente bacia los textos, mientras que cl trabaj o de campo, aunque de creciente importancia, se man ttlVO en un lug
cion textual de persuasion cle audien cias. De esta forma, se co mplejizo el viej o planteo cle que Ia etnografia es solo una combinatoria acadcmica de teor fa y material empirico. Sin embargo, esta perspectiva critic a no afecto 1) Ia 16gica interna de Ia etnografia como clescripcion, ni 2) el lugar
clcl trab<0o de campo en el proclucto textual, ni 3) I a rec ep cion de las etnografias por parte de lec toraclos concretos.
La !6 gi ca interna de Ia etnog raffa
Un a cle las crfticas que se le ha n hecho a! en f o que "posmo derno
f lUe, a! poner ei en f asis en ei esti!o, pasa por alto las cuestiones metodol ogicas, te6ricas y epistemol ogicas cle las respect ivas construcciones textuales, homologanclo ..
CS
gran dcs series de trab< �o etn ografico b<0o el rotul o cle "et
132
132
nograria realista" (Fardon, 1990: 19-20). Si Ia persuasion es,
133
133
en e f ecto,
exitosa -ajuzgar
po r Ia co n tin ui d a cl de Ia prod uc
cion etnografica durante un
siglo-,
.:acaso radica solam en te
en su s figuras re toricas ? Poc lrl amo s e n tonces complcmen t.'lr este en fo qu e m ed ia n te una i n clagacion d e los modo s con que los c tn og rafos han cscrito sus cl esc r ipciones" acerca de como viven y pi ensan los nativos de u na textuales
"
alclea, una vi lla miscria, Una e tn ogr aff a es, ca
cle
un
grupo
till
laboratorio o una base espacial.
en primer
Iugar, un argumento acer
humano. Este arg umen to es un
ciamiento sobre un problema que se
fu n d a
pr o n u n -
en interpre
taciones y datos, y sigue una cierta organizacion textual. Asf, los elementos del texto etn ograti co son Ia pregunta o problema;
Ia respuesta, explicacion o interpretacion; los
datos que in cluye como evi cl enci as para formular el pro blema y para darle respuesta, y Ia
organizacion
d e estos
elemen tos (problema, interpretacion y evide ncia ) en un argumento (Jacobson, 1 9 9 1 : 2 ) .
U n argumento comprende,
seg·(m
To ulm in , los siguie n
tes elementos: "tesis" ( claims) , co nclusiones, in terpretacio nes,
explicaciones,
aserciones
y proposiciones acerca del
comportamiento de un pu eb lo , una cu ltura, una sociedad,
asf como tambien los "da tos" o bases ( grounds) , que pro veen e l func!amento de las tesis y constituyen su evidencia. Tambien incluye los
"garantes"
( wmmnts) o pasos logicos
que vinc ulan Ia con clusion co n los datos, y que permiten saber si los dato s proveen un soporte genuino para arribar a ci erta conc lusion (en jacobson, 1 9 9 1: 7-8 ) . De modo que leer una etn ografia implica, en parte, identificar sus tesis o propositos y evaluarlos de cara a
los
datos presen tados
para fundamentarlos. Como argume n tos, las etn ogra!Ias estan oriemadas por problemas, y las obse1vaciones regis t radas en el campo sirven no para ridades de un
p u e b l o , s i n o
presentar la s
parti cula
para iluminar algt'in aspecto de
Ia Yicla institucional (Jacobson, 1 9 9 1 : 8-9 ) . La evalu acion d e las pre ten sione s pu ecle h ace rse po r
Ia cultura
1301
o
130
tres Yfas:
1311
comparando Ia
etnograffa
con o u·as descripcio-
131
nes de sociedac!es m
geo gr a i i c a , cu l tural u organ izacion al
c n tc simi lares; comparando
una etn ografia
c o n o tros
inf o nnes de Ia misma soci cclad (o cultura, o un idad clc analisis
y clescripcio n de que se trate)
otros im·estigaclm·es; intcrnamentc,
o
preparaclos por
bien eYaluanclo Ia in tcrprctaci6n
p o n iend o a prucba la congruencia e ntre
las interpretaciones
del etn6 grafo
y Ia eviclencia prescn ta
cla en la narraci6n ctnogr{tiica (J ac o bs o n , 1 9 9 1 : 1 1 ) . Con respecto
a
esta tercera al terna ti\'a , c onvien e clis
tinguir en tre los ti po s de evid en ci a qu e se utilizan en los
trab<0 os etn ogn\fi cos. Suele n di f e ren ciarse, en cste sen ticlo, dos grancles categorfas
de
da tos: las a f inn aciones
verbales de los micmbros de una sociedad, y su con ducta (J acobso n, 1 9 9 1 : l l ; Holy y S tuc hl ik,
observada
1 9 83 ) .
Am has categorfas co rrcsp oncle n a u na clivisi(m de la vida social en dos asp e ctos
o
n iveles cle analisi s, tam b i en c o
n o cido s co mo "cl o mi ni os de la rcali clacl social": la cultu ra
o los mo cl os cle pcnsam iento, y Ia estructura social o los mo clos de acc i6n (Jacobso n , 199 1: 9) . Los etn 6grafos que se cen tran en l os mo clo s de acc i6n o p n1cticas describcn el co mportamien to rea l d e los in d ividu os medi ant e u n a e rencia a l as ideas i n terpretacion de las condu ctas con re f
de qui enes cs t<1n involucrados en elias, pero tambien en re laci6n
con o tros factores, como las de te rmina ciones
am bien tales o conduc tuales, por ej em pl o. Los etn6grafos que se ce ntran en los modo s de pcnsamiento presentan sistemas de id eas o n o ci on es qu e gufan las acc io n es de l os in di vi duos o que les provccn estandares para in ter pretar o dar sen ticlo
a
sus pro pias acci on es y a las de los
demas. Los mo do s de p ensami en to pue den referirse tan to su
a
las formas en que la gente clasifica o conc eptualiza
m
undo
( categorfas cu l turales,
co n cepciones, rep re
sen tac io nes , unidacles culturales) como a las formas en que la gente consi cl e ra que debe actuar o espera que se
1321
132
act tl e, lo que los antrop6logos llaman "sistemas n ormati vos",
1331
reglas
y
as.
no rm
133
A cada uno de estos dominios se accede, prin cipal p ero no exc lusivamen te, por cana les clisti n tos. En el caso de los moclos de pensamiento priman las en trevistas, en el cle los m o clo s de accio n prima Ia obserYacion parti cipante . Sin em bargo, como vi mos, unos y o tros co ns tituyen un ac ce so complemen tario y no excluyente a Ia realidad social. D e todas man eras, convien e distinguir los tipos de argu men tos a los que cad a uno cia I ugar, pues los problemas de in terpretacion surgen cuando un dato pertene cie n te a un nivel se usa para hacer af irmaciones acerca del otro. Normalmente, lo s antropologos usan dat os verbales para hacer afirmaciones acerca de mod os d e pensam ie nto , y
. n o-,·erbales para hablar cle modos de acci6n (Jacobson,
1991: 1 1 -12) . Cuanclo una historia de vida o una en trevista
sobre h ec hos del pasado se uti lizan para dar cue nta del pasado "tal como fu e" , se estan con f u ndiendo los niveles.
Y cuando se infieren de una practica los sentido s qu e sus actores Ie asignan, se incurre en el mismo error. L a evidencia de los moclos de pensamien to es predo minantemente Iingtilstica: Ia terminologfa nativa fu ncio n a co mo evide nci a de los co n cep tos de los nativos qu e el etnografo exp lica y u·aduce . Su in clusio n en el texto no es caprichos a sino que permi te dar cu enta de las d eman das sobre categorfas cul turales. Asi mismo , pue den u tilizarse o bj etos -banderas, senales, uni fonnes- cuyo sen tido no es obvio. La evidenci a de los modos de accion se desprende de Ia conducta, resumida fr ecuentemente en censos y es tad fsticas que presentan acciones agrupadas por fr ecuen ci a y distribucion. Tam bien se recurre a casos parti culares, median te la observaci6n de in dividuos qu e in teract(lan en una situacion especffica. D esde Iuego, el estudio de las conductas no puede ser inclependiente de las nociones que los actores utilizan para darles sentido. Los clos niveles d e analisis no estan en relaci6n de eq ui
1341
134
valencia. La evidencia Yerbal remite a Io que a Ia gente le gustarfa hacer, o piensa que serla bueno o conYenien te, o
1351
135
espera q ue se haga. Pero hay una gran cliscre pa nc ia entre el plano ideal y el real , y la vida soc ial pi n tada des de u no u otro fmgulo varia diametralmente. As!, el le ctor de la e t nografia de be con u·astar el tipo de de mand as-tesis qu e el
autor propon e con l as evi de ncias que o f r ece para susten tarlas, para asegurarse de que el tipo de cviclencia provista sea el apropiado
al tipo de ascveraci on que haec o a la
co n clusion que extrae. La presentacion de datos verbalcs es irrelevantc para una co n clusion sab re las co nd uc tas (Ja cobso n, 1 9 9 1 : 1 6-7) .
El trabajo de campo en el p ro d u cto textu al
El trah� jo cle campo aparentementc emerge en l as etno grafias cl {tsicas o "realistas" en secciones especialcs como Ia i n troduc cio n o bien en un capitulo declicado a "cu cstio n es metodologicas". Sin embargo, el etn ogra f o no p uede dejar de expresar las articulaciones en u·e el mundo n a tivo y su pro pio mu nd o , dos reflexividades rcuni das a lo largo de un prolongaclo trabajo de campo. Aun b<0o l a prosa mas o bjetivista suelen colarse algunos impo rtantes in dicios, como aquel que el historiador de la antropolog!a George W. Stocking Jr. encon traba en Los argonautas del Pacifico Occidental. Si bien Mali n owski nunc a explicit a en
cuan tas expediciones marftimas de Kula participo,
d ej a
en trever que solo estuvo en una que fracaso (una buena razon para que su presencia fuera tolerada por (m ica vez) (Stocking,
1983).
Asimismo, Evans-Pri tchard
no puede
evitar pone r de man ifiesto la s tensiones pol1ticas entre los Nuer y el Imperio Britanico durante su estadfa en Nue r landia ( Evans-Pritchard [ 1 940] , 1 9 77; Guber, 1 99 5 ) . Conforme s e fue sistematizando un corpus metodologi
1361
136
co-te cn ico en las cien cias sociales, emp ezaron a aparecer manuales que in ten taban cn cuaclrar la asistematic a flexi bilidacl del trabajo de campo etnografico en Ia aparente
1371
137
sistematicidad sistemati cidad de l proceso proc eso cle cle investigac io n (Agar,
1 980;
rgess, 1 9 8 2 y 1 9 84; Crane Bernard, 1988; Bulm er, 1 9 82 ; Bu rgess, y Angros ino, 1 9 9 2 ; Ellen, 1 9 8 4 ; Hammersley y A t kinson, 1 9 8 3 ; Pelto y Pel to, 1 9 7 0 ) . Sin embargo, con raras excep
cio nes, esto estoss man u ales no solo solo escindfan el m cto do clel ob je j e to de conoc co noc imi en to, sino que ademas ademas i mpo nfan cierta ho m ogeneidad ogeneida d y extrema c oh eren eren ci a al campo cam po . E l i n ves tigador mismo quedaba consolidaclo como una pers o n a masculina, adulta y blanca/occidental con Ia cual se po pul ariz6 el trab� trab � o de campo. Es decir, deci r, un man m an ual se
ia
rv
tanto para mujeres co mo para para ho m bres, para para j6v j 6ve e ne s y para para mayores, mayore s, para na n a tivos y para extranjeros, pero estaba co nc ebido ebid o y redactado por un (mi co tipo de agentc. Desde Ia dccada de 1 9 60 , las experiencias autobiografi cas de campo se im p usieron usiero n co mo un gencr o en s! mismo, pero aun escindido del texto principal, "Ia etn ografla". Allf, Allf , los autores describfan las co nd ic io nes de su trab� trab� jo en terren o, las dificultades de acceso, acceso, las sospcchas d e los pobladores , Ia eleccio elec cio n de un Iugar de residenc residenc ia, l os me todos que aplicaban , los fracasos y los l ogros , y ta:m bicn el cierre d e Ia investigacion y Ia partida del Iugar ( B owen , 1 964;]. Briggs, 1970; Golde, 1 9 70; Frei lich, 1 9 7 0 ) .
En los aii.os aii.os o c he n ta comenzaron a aparecer las autobio grafias reilexivas de campo, que, sin formar parte a (m del texto principal, problematizaban cuestione cuest ioness relativ re lativas as a Ia autoridad etnografica, como Ia superioridad del inves tiga
d o r en medios c olonialcs y extracoloniales ( C rapanzano, 1 980; Dwyer, 1 9 8 2 ; Rabinow, 1977; Stoller y Olkes, 1 9 8 7) .
E l llamado posmoderno a Ia reflexividad forzo al etnografo a someter a crftica su propia posicion en el texto y en su des cripcion del pueblo en estudio, al poner en evidencia que lo que estamos capacitados para ver en l os demas dem as depende en buena medida de lo que esta en nosotros mismos. Para James ClifTord, en tre otros, Ia reflexividad es no solo un ins
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138
trumento de cono co nocim cimien iento to,, sino sino tambien tambien de compensacio n
de las las asimetr asime trfa fass entre Oc cide ci dente nte y el O tro , entre el i n vesti-
1391
139
gador gador y los st0etos st0et os q u e investiga inves tiga.. Pero Pero esta ref1exividad ref1exiv idad ocu ocu tTe, de d e acuerdo acuerd o con co n este autor aut or,, a! niYel de I a p n1ctica textual, pues cliscute problemas
de representaci6n en !a escritura.
Si, como propone Clifford, cl conocimien to debe plan tear se dial6gicam en te, vale clecir, en pennanente negociaci6n en el marco de una pl uralidad de \'oces, Ia cultura habrfa dejado dejado de ser un he c ho dado y exterior, para reconocerse como !a resultan te cle un proceso in tersubjetivo que es a Ia vez convergen te, diverge diverge n te y paralelo. paralel o. El hecho hec ho de que tan to st0etos como investigadores puedan ahora ser coautores (por eje mplo mp lo , Bah r et al., 1 974)
tiene imp ortantes ortantes c o nse
cuencias, porque a! perd pe rder er "el estatus de st0eto st0eto cognoscente privilegiaclo, el antropologo es igualado a! nativo y tiene q u e
hablar habla r sobre lo q ue los iguala: sus experiencias coticlianas" (Pires do Rio Caldeira, 1 988: 142, t. n . ) . En !a m ayor ayorfa fa de las investigaciones antropol antro pol ogicas, ogicas, esas experiencias suce den en el campo. El etnografo solo es dueito de sus pro pias pi as vivencias e in terpretaciones que ya no aspiran, como suc edfa a an tes, a represen repr esen tar tar totalizadora y supuestamente sucedf congr co ngru u entem ent emen ente te a! Otro (H asu·up y Hervik, 1994) . El lo expli carfa p or que qu e algunos alguno s aut au tores transcriben in extenso sus recuerdos y viYencias, viYenc ias, sus sus dialogos dialogo s y anecd an ecd o tas.
erencia e rencia de lo que sucedfa en Ia decada de los se Pero, a d i f
senta, el e n f camp o empfrico asis se ha desplazado cl esde el campo a! analisis analis is y a! ensa en sayo yo textual (aun (a unqu que e n o necesariament e a Ia teorfa antropologica) y , paralelamente, a !a utilizacion de Ia crftica l i teraria como vehfculo privilegiado para ana lizar cuestiones que se vincularfan mas con el campo d e I a retorica que con el trab;Uo empfrico . 1 6 L a exp erie n cia en terreno terreno entra en e l deb ate acerca de Ia repre sent acion del trabajo de campo cam po como co mo un arclid pe rsuasi suasivo vo qu e bu s ca imponer !a autenticidad cle Ia descripcion e tnografica y Ia autoridad del investigador sobre dicha dcscri p c i o n . r ico En tre tan tan to , !a discusi disc usion on sobre sob re como co mo el trab;Uo trab;Uo empf rico
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140
inci cle , mocl ela y cond icio na Ia obr a ctn ografica h a sido nuevamente rclegada y subordinacla, esta vez a !a presen-
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cia narrativa del autor. Las expcriencias de campo con tinuan estancia textualmente segregaclas en un vo l umen o secci6n de Ia obra etnografica princi pal (po r cj cmplo, Rabinow, 1 977) , en tcrm ino s d e co n f ron taci6n dial6gica
entre el Yo ( Selj) y el O tro ( Other) (Dwyer, 1 982)
,17
en clave
hermeneutica, donde se co mp rend e a! Yo a t.raves de Ia
comp rensi6n del Otro ( Rabinow, 1 9 77) , I H o en Ia he tero glosia propia de Ia plurivocalidacl de los m u ndos sociales ( Cli f ford [ 1 9 83] , 1 99 1 ) . Conviene, sin embargo, tener en cuenta que escribir so
bre Ia escritura no es lo mismo que oc uparse del tema de Ia escritura o de Ia histmia de Ia escritura sobre un tema en particular. Sostener que el estilo ejerce cierta coercion sobre el lector o es restrictivo para el autor nos obliga a examinar en prof undidad las consideraciones que han in f onnado a lec tores y escritores hist6ricamente situados, quienes tuvieron particulares razones para leer y escribir. Los escritores y lectorcs son entidades complejas y agen tes hist6ricamente especificos. No reconocer esto es inventar
agentes transtemporales que escriben y que leen (Farclon,
1 9 9 0: 1 9-20) . Y pese a todo, estas reflcxiones acerca de como plasmar a! O tro po r escrito denuncian un a di f eren ci a crucial e i no cultablc con el trabajo de campo y Ia escritura en tiempos de Malinowski: hoy los natims sf leen aquello que se escri be sobre ellos, y fr ecuentemente ponen en tela de juicio las con clusiones "autorizadas" de los etn6gra f os (Bretell, 1996) . En este punto, Ia globalizaci6n, en especial gracias
a Internet, es tan ostensible que, aunqu e no lleguc a re
vertir las asim etrfas socialcs, cul turales y po lfticas , alcanza a poner en contacto a las m l"lltiples fuentes de sabcres que produc e el gener a h umano en sus mas variadas fm·mas. Qu izas sea esta, en fin, Ia raz6n pract ica para seguir hacien da etnografia: someter nucstras elucubraciones cpistem o
1421
142
etno-centricas al dialogo con las urgencias, las historias y las vidas de los nativos de cualq uier
1431
pu n to del planeta.
143
N o tas
lntroduccion
Mucho antes de que se sistematizara en los medios acade micos de Occidente, el termino "etnograffa" fue acunado por un asesor de Ia administracion imperial rusa, August Schlo- . zer, profesor de Ia Universidad de Gottinga, quien sugirio el neo!ogismo en 1 770 para designar a Ia "ciencia de los pueblos y las naciones". El conocimiento que el Zar necesitaba para Ia expansion oriental del estado mu!tinacional ruso requeria una metodologfa distinta de Ia "estadfstica" o "Ciencia del Estado" (Vermeulen y Alvarez Roldan, 1 995). 2 Acerca de los riesgos del trabaj o de campo, vease Howell, 1 990.
1 . Una brev e histori a del trabajo de campo etn ogratico
3 El impulso al trabajo de campo fue mas temprano en Estados Unidos, donde los intelectuales hacfan s u s inves tigaciones dentro del "propio territorio", correlativamente al avance y apropiacion del medio-oeste y el sur, Ia guerra con Mexico y Ia extension del ferrocarril. Morgan empezo sus investigaciones como abogado defensor de los ind f genas l roqueses por las tierras que el gobierno federal y el ferrocarril les habfan confiscado. La articulacion entre antropologfa y Estado en los Estados Unidos favorecio el trabajo de campo. Fue por interes del Estado federal que se promovieron expediciones y viajes de especialistas, asf como Ia organizacion de sociedades, museos y bibliotecas como el Smithsonian (1 846) y el Bureau of American Eth nology (1 879), que financiaba Ia recoleccion y publicacion de artfculos sobre esas expediciones. Las universidades es;ablecieron tempranamente catedras de Antropologfa. En
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Gran Bretaiia, el trabajo de campo y Ia organizacion etnolo gica del imperial Bureau of Ethnology (1 890) eran empresas semiprivadas. Las materias universitarias se establecieron hacia 1 900 con el fin de superar Ia division entre experto y recolector, y profesionalizar los estudios antropologicos y etnologicos. A diferencia de los pad res de Ia etnologia, que recorrian el mundo desde sus mullidos sillone s (actitud que les valdria el apodo de armchair anthropologists o "amropo logos de sillon"), estos profesores provenian de las ciencias naturales (Urry, 1 984; Stocking, 1 9 83). 4 Los aportes de Radcliffe-Brown continuaron Ia linea mar cada por Rivers, con el enfasis en las genealogias y en los sistemas de clasificacion del parentesco. Pero su modelo siguio siendo el "trabajo de campo de Ia baranda", esto es, en Ia galeria de las viviendas coloniales. En 1 9 1 0 viajo a Australia para trabajar con los abcrfgenes. Despue s de qu e una partida policial interrumpiera sus trabajos, Radcliffe Brown se dirigio a Ia isla Bermer, para trabajar en un hospital con los aborigenes internados por enfermedades venereas. Los aborigenes -los internados y los prisioneros se transformaron en informantes a quienes se i nterrogaba sabre su sistema de matrimonio (Stccking, 1 983). 5 Antes de llegar a Londres, Malinowski paso una temporada en Leipzig, donde conocio, entre otros, a Wilhelm Wundt y su teoria de Ia psicologfa colectiva, que resulto crucial a Ia hora de definir su metodologia teorica y de campo (vease Durham, 1 9 78). 6 Teoricamente, Malinowski nunca dejo de ser funcionalista, pero su antropologia era una antropologia de "salvataje", como Ia que se realizaba en Melanesia y el Pacifico. Solo hacia el final de su carer ra dejo de adherir a este modelo cuando, de Ia mano de sus alumnos, penetro en Ia realidad africana. El cambia de area de interes antropol6gico de Oceania a Africa es paralelo al acceso de los antropologos a las sociedades complejas en proceso de cambia (Stocking, 1983 y 1 9 84). 7 Verandah es lo que en castellano llamamos "galerfa" o "balcon". Se refiere al espacio techado propio de construc ciones en zonas tropicales y l l uviosas que circunda las casas o precede su !rente, y que se encuentra, como el ingreso a Ia vivienda, al menos Ires escalones por encima del nivel del suelo. La galerfa es un espacio que utilizan las familias para su esparcimiento, a resguardo de Ia lluvia o del intenso sol.
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8 La influencia britanica se hizo senrir con Ia visita de Radc!if.e
Brown en 1 93 1 y de Malinowski durante Ia Segunda Guerra, ademas del intercambio de alumnos norteamericanos como Hortense Powdermaker, doctorada en Londres con Mali nowski, o Lloyd Warner, autor de Yanke e City, cuyo trabajo de campo con aborfgenes australianos fue dirigido por Radcliffe-Brown. 3. La
observaci6n par ticipante
9 Malinowski no hablaba de "observaci6n par.icipante" en sus textos metodol6gicos y etnograficos. Su enun ciaci6n y nominaci6n como tecnica de investigaci6n se a:ribuye a! Departamento de Sociologfa de Ia Escuela de Chicago de los anos treinta. 1 0 "Observer" y "tomar notas" se han convertido casi en sin6ni mos. Sin embargo, cabe recordar que, en Ia mayorfa de las instancias donde se recurre a Ia observaci6n participante, el investigador debera postergar el registro para despues. Esto le permitira atender al flujo de Ia vida cotidiana, aun en situa ciones extraordinarias, y reconstruir e interpreter su sentido en una instancia posterior, cuando apela a sus recuerdos. 6. El
investigador en el campo
1 1 Un analisis reflexivo acerca de este incidente fue presentado en las I Jornadas de Etnograffa y Metodos Cualitativos (1 994) y publicado en Guber, 1 995.
1 2 Por razones eticas he preferido modificar los datos que pudieran facilitar Ia identificaci6n de los protagonistas reales del incidente y de sus organizaciones, informacion que, a los efectos de Ia elaboraci6n de este articulo, no serfa pertinente revelar. 1 3 La discusi6n mas propiamente antropo16gica sobre el concepto de persona surge con el seminal articulo de Marcel Mauss ([1 g38], 1 985), en el que hizo una historia del concep to, al que disting ufa del de self. Segun este autor, Ia persona era el individuo en terminos de su pertenencia social y legal, mientras que el self o moi era el sentido o conciencia de sf mismo.
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139
1 4 La noci6n de persona se diferencia de otras muy cercanas. "lndividuo", por ejemplo, refiere a una sola entidad, separada de una colectividad, y se ha naturalizado su uso para referir a
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objetos tanto animados como inanimados. Se relacior:a con Ia noci6n de persona cuando se apela a! respe:o por ella o a Ia dignidad en tanto que individuo, en un sentido impreso per Ia filosoffa liberal europea occidental. Por otra parte, Ia noci6n de identidad suele entenderse como un conjunto relativa mente estable de rasgos distintivos, mediante los cuales puede reconocerse a un individuo o grupo de individuos a Jo largo de una trayectoria. Estos rasgos son esencialmente configuraciones socioculturales instauradas desoe el pasado, instituidas y disponibles como procedimier:tcs de di�eren ciaci6n. La invocaci6n de Ia identidad activa las categorias y atributos por medio de los cuales los individuos o grupos se tornan reconocibles. Por eso su localizaci6n es generalmente publica y en Ia interacci6n. La noci6n de caracter tiene mas relaci6n con Ia personalidad. Pero tambien puede utilizarse con el sentido de "personaje", en referenda a a'guien "pinto resco", o para quienes reivindican algun tipo de unicidad o excepcionalidad. El self o "si mismo" es Ia reificaci6n de una entidad separada al nivel interno del individuo. Los self no so n entidades visibles si no abstractas, que se supone ocul tas en el individuo. Las ciencias sociales suelen opener self a sociedad, o a conceptos como el "Mi", etc. La persona, por ultimo, constituye una asignaci6n de Ia individualidad a un marco moral e institucional. La persona tiene una posicion legal y de estatus, y se relaciona con Ia dignidad, Ia deferen cia, el respeto y las formas de trato. En este sentido, se dife rencia de aquellos que moralmente carecen de humanidad, como los desviados, los locos o los viejos, y frecuentemente las mujeres y los nirios (Whittacker, 1 992: 1 98- 200). 1 5 Entonces recorde Ia participaci6n de notorios antrop61ogos nortearnericanos (Mead y Benedict, entre otros), que funcio naron como asesores de su gobierno para contribuir al !rente aliado antinazi durante Ia Segunda Guerra Mundial (Goldman y Neiburg, 1 998; Wakin, 1 992).
7. El metodo etnografico en el texto 1 6 Ello es clara en los tftulos de las obras fundantes de esta
corriente: desde el seminal "Sobre Ia escritura de Ia etnograffa" ("On the Writing of Ethnography") de V. Crapanzano (1 977) has ta "Escribiendo Ia cultura" (Writing Culture) (Clifford y Marcus, 1 986). Vease tarnbien "Sobre Ia autoridad etnografica", de J.
140
, 41
Clifford (1 983); o "Comprenciiendo los texws e;nograficos" (Un derstanding Ethnographic Texts) de P. Atki nson (1 992), en:re muchos otros. 1 7 Dwyer (1 982) seriala que Ia in:eraccicn debe ser transcripta literalmente para no distorsionar Ia palabra del Otro mediante las composiciones realizadas por el Yo. Per eso recurre a Ia presentaci6n textual de sus dialogos ccn el faquir marroqui, a Ia vez que evita incluir fragmentos que su infcrmante cor:sidera inconvenientes. 1 8 Rabinow (1 977) configura su realidad de campo en un mundo autocontenido y tota!izador, encarnado en diversos
personajes que, a lo largo del libro, reproducen el trayecto de Ia menor a Ia mayor proximidad del investigador a Ia cultura local. Ese trayecto tiene por finalidad duplicar el hipotetico camino que el investigador recorre desde Ia periferia hasta el coraz6n de Ia cultura.
141
, 41
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nativos, 31
naturalización neo, 122-126
70 84
no directividad,
y ss. 70 y ss.
73
no estructurada, perspectiva constructivista
y ss,
de lo forá
participación
estructurarla, focalización,
nativa, 66-68
sobre, il-72 y directividad, preguntas 80-89 preguntas, 78 ritmo ele,
90-91 Baranda (ll/'mndllh), trabajo de campo de, 138 (n. 7) Boas, F., 26-7,32 Bourdieu, P., 45-50, 56
tipos ele preguntas, tipos de, 69
72-73
y dinámica
ele la
general
investigación, 78 y men tiras, i O
Briggs, Ch., 42,45,65,71,88
y reflexividad, Chicago,
escuda
sociológica 33
Chiapas, A., 71
Clifford,j.,
19-21
como texto, 21, 127-136
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el trabajo de campo texto, 133-136
Da Matra, R., 37
etimología,
Descripción, 16-18 Diario de campo
experimental,
diario de Malinowski, Dwyer,
K., 123,
Emociones,
¡'¡I
categorización 78 como relación contexto, definición,
en el
137 (n. 1) 128-9
lógica interna de la, 129133 realista, 128-9 Evans-Pritchard, E.E., 68
34
(n. 17)
116-118
Entrevista, 6\! y ss. atención flotante,
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método,
Etnografía,
de,33 Chicago, Cicourel,
enfoque,
91 17-22 como 16 como
Funcionalismo.Y? 75-76
diferida, social, 7 I
77-
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Cecrtz, C.,17-IS, Céucro, 118-122
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8S-S\! 69
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