EL TIEMPO HISTÓRICO Ricardo Krebs Wilkens en El Tiempo en las ciencias , (1981), Editorial Universitaria, Santiago. ÍNDICE 1. TEMPORALIDAD E HISTORICIDAD El Hombre, ser en el tiempo. La Historia como tiempo humano: Continuidad Continuidad y cambio
1. TEMPORALIDAD E HISTORICIDAD
El Hombre, ser en el tiempo . El Hombre es ser en el tiempo. Arrastrado
por la corriente del tiempo, su existencia es efímera. Todo fluye, todo perece. Todo ser que nace, vive hacia la muerte. Cada segundo de vida, es un segundo menos de vida. El tiempo tiene una sola dirección . Avanza inexorablemente, sin que nadie lo pueda detener. No hay momento que se perpetúe. En los momentos de mayor gloria, en que el triunfador romano podía sentirse dueño del destino, se le recordaba que era un mortal y que sus días estaban contados. Memento mori . Fausto muere en el momento en que pide que el instante se detenga. Y no sólo la vida individual está marcada por el signo de la muerte, sino que toda obra humana está condenada a sucumbir. Las dinastías de los faraones se acabaron. Mayas, aztecas, incas: todos se han ido. La Roma Eterna se hundió en el flujo del tiempo. La segunda Roma tuvo que ceder su lugar a la tercera. El Santo Imperio Romano Germánico murió a la venerable edad de 844 años, antes de cumplir el milenio. Occidente está en decadencia. Ciudades, pueblos, culturas enteras han desaparecido. De las 24 civilizaciones que Toynbee cuenta en la historia del hombre, 19 ya han muerto y a las 5 civilizaciones que existen actualmente tendrá que llegar, a su debido tiempo, su hora. Cronos, el dios de tiempo, aparece representado como anciano, flaco y encorvado, con una guadaña en la mano, signo de su fuerza destructiva, y con un reloj de arena, símbolo de la ininterrumpida carrera de los días. Segundo tras segundo, minuto a minuto: los granos de arena caen sin que el hombre los puede detener o recoger. Inexorablemente transcurre el tiempo y pone fin a todo lo finito. Saturno devora a sus hijos. El tiempo es una realidad objetiva cuyas leyes se cumplen sin apelación. Con patéticas palabras describe Hegel en su Filosofía de la Historia el desolador cuadro que presenta la sucesión en el tiempo: ciudades devastadas; imperios que se hunden; ambiciones que se frustran; nobles pasiones y viles arrebatos que todos, a la postre, terminan en la nada; hechos sin sentido; una sucesión ininterrumpida de acciones espurias. 1
Desde la aparición de la vida humana en la Tierra han transcurrido 600 ó 700 mil años y quizás 1 millón de años. 20 ó 30 mil generaciones se han sucedido en el curso de los milenios. Cada persona que vive encabeza una fila interminable de seres que han dejado de existir. Breve es la vida. La muerte es larga. La muerte engendra el tiempo. Cronos da la hora implacablemente.
La Historia como tiempo humano: El hombre es un ser temporal. Pero él
no sólo está en el tiempo, sino que él mismo es tiempo y puede hacer suyo el tiempo. El hombre puede tomarse tiempo, puede darse un buen tiempo o puede perder el tiempo, puede adelantarse al tiempo, el tiempo se le puede hacer largo, él puede dar tiempo al tiempo, puede andar con el tiempo o contra el tiempo, puede engañar el tiempo y puede hacer tiempo. Si bien los tiempos corren irreversiblemente, el tiempo no es sólo algo exterior al hombre. El tiempo no sólo sucede al hombre. El hombre también es partícipe ybactor en la sucesión de los días. A diferencia del animal, el hombre tiene tiempo y puede disponer de su tiempo. El tiempo humano no es el tiempo de Cronos que se mide por las estrellas. El tiempo del hombre es la historia. Al igual que Federico el Grande que escribió una Historie de mon Temps , cada persona tiene su tiempo. Vivimos en un tiempo que es este nuestro tiempo. Este tiempo está dado, existe objetivamente y existirá aunque uno u otro entre nosotros no hubiese nacido. Pero, a la vez, este tiempo es nuestro tiempo que es así como es porque es nuestro. Existimos en este tiempo, pero a la vez, somos este tiempo. Nuestro tiempo no es sólo el tiempo de Cronos, sino que es tiempo histórico, es A etas nostra. El tiempo histórico no es una línea geométrica en que cada instante constituya un punto matemático que pueda ser medido con exactitud a partir de un determinado punto de referencia y en que todos puntos tengan igual valor. El tiempo histórico no es un fenómeno matemático cuantitativo, sino que posee significado cualitativo. Es tiempo del hombre en el curso del cual el hombre se realiza y realiza su mundo humano. En el tiempo humano los momentos son desiguales. Hay momentos perdidos y momentos de plenitud. Hay momentos de insoportable dolor y de inefable dicha hay momentos en la historia que hacen época y que confieren un nuevo sentido al acontecer. Epoché significa paradero, punto de suspensión: el momento que hace época trasciende el instante, se perpetúa en la historia y configura los momentos posteriores. El tiempo meramente temporal, el tiempo físico, tiene un antes, un ahora y un después. El tiempo humano, el tiempo histórico, tiene un ayer, un hoy y un mañana, tiene un pasado, un presente y un futuro. El hombre tiene conciencia de su finitud. La conciencia del tiempo determina al hombre como ser histórico que sabe que tiene un origen y que ha de morir. El animal carece de conciencia histórica y vive la vida de su género, sin saber de su muerte. El tigre, dice Ortega y Gasset, es siempre un primer tigre que estrena ser tigre. El hombre es heredero de un pasado y autor de un futuro. El hombre se forma en medio de una realidad que ha existido antes que él naciera y 2
que él puede aceptar, continuar, alterar o destruir. Pero aunque niegue su pasado y reniegue de él, tendrá que seguir confrontándose con él. La historicidad es el horizonte de toda existencia humana. La finitud de la vida personal como asimismo de todas las formas sociales y creaciones culturales es el supuesto para la voluntad de superar o, al menos, de prolongar esta finitud. El hombre como ser temporal vive en la conciencia de la muerte y de la destrucción y está dispuesto a sobreponerse al tiempo mediante el recuerdo de un pretérito imperfecto y la proyección de un futuro indefinido. Mediante la superación del pasado y la configuración del porvenir el hombre quiere hacer suyo el presente y trascender el tiempo. La historia aparece como la liberación del tiempo. El hombre, ser temporal, se sobrepone al momento fugaz y al hecho singular e incoherente y acepta la historia que le brinda la oportunidad de vivir humanamente y de realizar su humanidad. Las dimensiones del tiempo histórico son, pues, presente, pasado y futuro. Mas: ¿qué es el presente? El presente es el instante único e irrepetible, es la presencia del ser, es el momento más propio de la vida en que el hombre goza y sufre, en que ama y se entrega, en que engendra hijos, en que toma decisiones y piensa nuevas verdades. El presente es el único momento en que el hombre puede actuar y en que puede definir su destino. El presente es la oportunidad, la única oportunidad, para hacer historia. El presente es el momento en que se echan los dados para conquistar imperios. Es el 18 de Brumario en que Napoleón se convirtió en amo de Francia. Es el momento en que Saulo se convirtió en Pablo y conoció la nueva verdad. El presente es el aquí y el hoy. Es el momento de la decisión que crea la nueva realidad que, como tal, ya no puede ser derogada. Habrá nuevas posibilidades y nuevas oportunidades. Pero todas ellas tendrán que partir de las posibilidades ya realizadas. Si el hombre quiere ser, debe serlo en el presente, en cada momento fugaz de su existencia. Mas, el presente no es sólo momento de decisión y acción. También puede ser tiempo de quietud y de contemplación, y puede ser momento de éxtasis en que el hombre sale fuera de sí y, olvidándose del tiempo, puede sentir la eternidad. Es el éxtasis que en la embriaguez dionisíaca se identificaban con el dios que ha muerto y que renace. Es la excitación y ansiedad de los iniciados que en la Sala de los Misterios de Eleusis revivían el drama sacro de Orfeo. Es el momento de éxtasis de Santa Teresa que se sentía unida a Dios Eterno en el amor místico. El presente tiene valor en sí mismo y posee su sentido propio. Es insustituible. Tiene sus derechos propios y su propia legitimidad. Hay veces en que 3
el hombre debe vivir para un momento y nada más que para ese momento, sin mediatizarlo con miras al pasado y al futuro. El hombre tiene el derecho a vivir sin más, sin sacrificar el presente a la historia. Sin embargo, el presente es más que un instante. Referida a los que nos han precedido y a los que vendrán después de nosotros, toda nuestra vida es un presente. Nuestro presente personal está sumido, a su vez, en el presente colectivo. En todo presente están presentes los más variados presentes: el presente de los ancianos que, por tener sólo un breve porvenir por delante, desean conservar el pasado que ellos han construido; el presente de la generación madura que, combinando la experiencia con la visión de futuro, hace historia; el presente de la juventud que, teniendo toda una vida por delante, sueña con un mundo mejor y desea librarse de un pasado que le parece arcaico. El presente es el presente de los grupos dirigentes que viven a la altura de su tiempo y es el presente de los grupos marginados que viven en un pasado no superado. Cada generación y cada grupo tiene su presente y en cada presente se encuentran distintas generaciones y distintos grupos que viven con un diferente ritmo histórico y que, sin embargo, comparten el destino que les impone su tiempo. ¿Cuándo comienza y cuándo termina el presente? Todo presente es transición entre el ayer y el mañana. La historia convierte al futuro en presente y al presente en pasado. Todo presente es siempre fin y comienzo, es efecto y causa, origen y resultado, está condicionado y condiciona, es realidad y posibilidad. El presente, si bien tiene su sentido propio, está siempre inmerso en la totalidad de la historia y contiene, por tanto, un pasado actualizado y un futuro posible. El presente puede comenzar con un hecho constituyente. El presente del comunista chino empezó en el año 1949. Para el bolchevique ruso, el presente comenzó con la Revolución de Octubre de 1917. Para la Francia contemporánea el presente se inició en el año 1789. Los hechos que se produjeron entonces hicieron época y determinan y condicionan toda la edad presente. La celebración del aniversario del hecho constituyente, más que piadoso recuerdo histórico, es expresión de la firme voluntad de continuar el presente que se constituyó entonces y de seguir moldeando el futuro de acuerdo con los fines, los valores y las estructuras que han dado y dan contenido y sentido al presente. El presente es vivencia, es voluntad de afrontar el desafío histórico de acuerdo con las tendencias propias de ese presente, es intención y propósito de querer prolongar ese presente hacia el futuro. Un presente termina cuando las tendencias y formas que lo constituyen pierden su fuerza y los hombres empiezan a proyectar un nuevo futuro para configurar un nuevo presente. ¿Tenemos nosotros un auténtico presente? ¿Constituye nuestro presente una verdadera época? 4
Algunos de los hechos más importantes de nuestro presente han sido las revoluciones políticas a partir de la gran revolución de 1789, la revolución universal y mundial de la ciencia y la tecnología, la formación de la sociedad industrial, la rebelión de las masas, la emancipación del obrero, la emancipación de la mujer, la emancipación del niño, la emancipación de los pueblos subdesarrollados. ¿Tiene este presente aun un futuro? ¿Estamos llegando al final de nuestro presente? ¿Hemos agotado las posibilidades creadoras de nuestro tiempo? ¿O se está preparando una nueva revolución? ¿Está comenzando o ha comenzado ya un nuevo presente? *** Ningún presente se forma de la nada. Todo momento histórico emerge de los momentos anteriores. Siempre hay un ayer. Lo que pasa, pasa definitivamente y se escapa de nuestras manos. No nos está dado retroceder en la historia ni podemos devolver la vida a los que se han ido para siempre. No podemos restaurar la bulliciosa vida en el ágora de Atenas. No tenemos ninguna posibilidad de asistir a la dramática sesión del 13 de enero del año 27 A.d.C. en el senado romano en que Octaviano anunció la restauración de la República. El Nuevo Mundo ha quedado descubierto por Colón y no puede ser descubierto por segunda vez. Las hazañas de Cortés, Pizarro y Valdivia no pueden repetirse. No podemos retrotraer el pasado, ni podemos repetirlo ni podemos deshacerlo. El pasado pasó y ya no está a nuestro alcance. Mas, si bien el pasado es anterior y exterior a nosotros, pertenece a nuestra historia y sigue vivo en nosotros. Somos herederos y somos lo que somos por todo lo que ha sido antes. No hay nada absolutamente original en la historia. La existencia humana está siempre inserta en un contexto temporal. El mundo del hombre es un mundo histórico que ha sido moldeado por todos los siglos precedentes. El pasado nos determina y nos condiciona. La psicología de profundidad nos ha enseñado que ciertas vivencias arcaicas arquetípicas siguen presentes en las capas más profundas de nuestro ser anímico. El pasado está presente en nuestros prejuicios y nuestras costumbres. Hablamos un lenguaje histórico y éste habla a través de nosotros. Toda fundación trata de superar la temporalidad fugaz y de crear una realidad que perdure a través del tiempo. La fundación sobrevive al fundador. En el mes de agosto del año 1111 el emperador Enrique V llegó a la ciudad de Spira donde estaba sepultado su padre a quien él había destituido en un acto de brutal violencia. Ahora el hijo arrepentido rinde honor al desafortunado padre y, en señal de reconciliación, concedió a los vecinos vivientes y futuros de Spira la exención de las contribuciones. Como retribución, los vecinos, en el día del aniversario de la muerte de Enrique V, debían, todos los años, asistir a la vigilia y a la misa de difuntos en la catedral, debían rezar por el difunto emperador y cada vecino que 5
era propietario de casa debía dar un pan a los pobres. Desde entonces, durante más de medio milenio, los vecinos de Spira, cumpliendo con el voto, acudieron a la misa, en la mano una vela y el pan para los hambrientos. La fundación sobrevive al fundador. La historia triunfa sobre el tiempo. Augusto ha muerto, pero él sigue presente a través de su Foro, del templo de Apolo en el Palatino, del Pórtico de Octavia, del santuario del divino Julio, del Ara Pacis. Sixto V ha muerto, pero Roma sigue siendo su Roma. Pedro de Valdivia se nos hace presente a través de su estatua ecuestre en la Plaza de Armas de Santiago de Chile y de las palabras, cinceladas en piedra del cerro Santa Lucía, con que informó a su emperador sobre las bondades y bellezas de las tierras de Chile. Su presencia histórica se pone de manifiesto en el trazado de las ciudades que él fundó en las instituciones que creó. Pedro de Valdivia fue un auténtico fundador. Su obra perdura hasta la fecha y condiciona hasta hoy en día nuestra existencia. Toda ley trata de fijar el proceso histórico y amarra acciones posteriores. El privilegios concedido por el rey feudal a su vasallo condicionaba la vida de los hijos y de los hijos de los hijos. La nobleza guardaba cuidadosamente los pergaminos que atestiguaban su origen y que era prueba de que todos sus antepasados, desde los tiempos inmemoriales, habían gozado de libertades privilegiadas. Siempre los hombres han honrado a sus muertos y los han querido tener presentes. Los egipcios construyeron para sus momias las más suntuosas cámaras funerarias. El chino proporciona los alimentos a sus antepasados y los invita a participar en el consejo de familia. Las animas deben recibir ofrendas florales y se les debe prender una vela. Los fantasmas se siguen paseando por los castillos de Escocia. Las cofradías religiosas integran a muertos y vivos en la comunidad litúrgica. Los mártires y santos conservan su poder benéfico a través de los siglos y siguen haciendo milagros. Mas, no sólo las acciones de los personajes sobreviven al momento fugaz de su presente e ingresan a un pasado que sigue gravitando en la historia. El pasado está presente en las estructuras económicas, sociales y mentales que perduran a través de los tiempos y en los procesos de larga duración que determinan el desarrollo y que establecen las condiciones y los límites dentro de los cuales se debe efectuar toda acción del presente. La revolución industrial constituye un proceso que ha seguido su curso imperturbablemente, independiente de que se le haya fomentado o combatido. Se produjo en medio de revoluciones y reacciones políticas y, a veces, la reacción ha tenido efectos más revolucionarios que las mismas revoluciones. Los luddistas, que en un acto de extrema desesperación destruyeron las máquinas, que pudieron detener el triunfal avance del maquinismo. Desde que se inició la Revolución Industrial, toda idea que se haya pensado y toda acción que haya emprendido, ya sea a favor, ya sea en contra, ha tenido que contar con esa realidad.
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Todo presente tiene un pasado que lo determina. Las posibilidades de hoy están condicionadas por las realidades de ayer. Sin embargo, el condicionamiento del presente por el pasado no es un condicionamiento mecánico o fatal. Cierto que los procesos de larga duración se desarrollan con una dinámica propia; cierto que la tradición, los prejuicios y las costumbres influyen sobre nuestro subconsciente y nuestro consciente. Sin embargo, el hombre, ser racional y libre, siempre puede aceptar o rechazar su pasado. Así como el hombre del presente hace suyo su tiempo, también puede hacer suyo su pasado. Por medio de la conciencia histórica, cuya más alta expresión es el conocimiento histórico científico, el hombre trata de comprender su pasado, ordena y articula los siglos precedentes, incorpora los meros hechos a un a un contexto general e, interpretando su sentido y significado, los transforma en acontecimientos inteligibles. Por medio de la conciencia histórica nos apropiamos de nuestro pasado el cual constituye para nosotros un don gratuito. Cosechamos lo que otros sembraron. Somos hijos y herederos de una determinada cultura la cual acuña nuestro ser específico. Con el fin conocernos y de comprendernos, dirigimos nuestra mirada hacia atrás y volvemos sobre nuestros orígenes: No sólo el historiador erudito consulta las fuentes , todos nosotros bebemos de las fuentes de que ha emanado nuestra cultura y nuestra particular forma de ser. A lo largo de la historia de Occidente se han repetido una y otra vez los re-nacimientos y las re-formas. En momentos de crisis y de dudas con respecto a su verdadera identidad, los hombres han vuelto a los orígenes con el fin de volverse a encontrar consigo mismos. El pasado puede hacerse tan presente que puede adquirir mayor actualidad que cualquier fenómeno efímero de nuestros días. Homero se puede convertir en contemporáneo. Los versos de Safo o Arquíloco pueden ser más modernos que un best-seller o las publicaciones de un Premio Nobel. César puede ser más actual que un político gobernante. El pasado nos acompaña en todo momento. Y para que no constituya una carga que nos aplaste, debemos tomar conciencia de él, debemos ordenarlo e interpretarlo y debemos darle un sentido. El pasado nos condiciona y nos limita, pero nosotros no somos esclavos de él. Podemos continuarlo, podemos alterarlo y podemos rechazarlo. Somos libres. Arraigamos nuestra existencia en la realidad de nuestra tradición. Pero sabemos que nuestro pasado es un pretérito imperfecto. El pasado no ha agotado las posibilidades de la existencia temporal. Es necesario seguir construyendo el mundo humano. Con este fin nos proyectamos hacia el futuro. Soñamos con mundos mejores. *** El futuro nos proporciona el tiempo para hacer historia. Tenemos tiempo, Pero nuestro tiempo no es ilimitado. No sabemos si el día de mañana será aún nuestro. Pero lo hacemos nuestro al concebir proyectos de futuro, proyectos en los cuales nosotros estamos presentes. 7
En la tradición de la conciencia histórica de Occidente el futuro no aparece como un kismet fatal, como un destino que se cumple mecánicamente, pero tampoco es un tiempo ilimitado e indefinido, no es el olvido del yo en la entrega a la nada del nirvana. El futuro se presenta como meta que tratamos de alcanzar para dar un sentido al tiempo. Es el camino a seguir. El futuro significa determinación en libertad, libre realización, compromiso que se contrae voluntariamente. A elegir nuestro porvenir, hacemos nuestro el futuro y nos adelantamos al tiempo. En vez de improvisar nuestro presente, lo configuramos de acuerdo con nuestras esperanzas y nuestros proyectos. Sería peligroso empero que, al soñar con un nuevo futuro, cortáramos los vínculos que nos unen con el pasado. Si se debilita o se extingue la conciencia histórica, el pasado se puede convertir en una carga insoportable, carente de todo sentido. Es un error creer que se puede ganar el futuro, olvidándose del pasado. Éste acompaña al hombre como su sombra. El desconocimiento de las realidades y posibilidades de la historia ya hecha puede significar que el hombre se malogre en la historia por hacer. El sueño de un futuro a-histórico se presenta bajo las formas más variadas: como idea de una sociedad sin clases, como idea de un mundo completamente feliz gracias a una tecnología perfecta, como idea de una sociedad totalmente liberada en que no existen represiones. Frente a los peligros de las utopías radicalmente revolucionarias, cabe reivindicar los derechos del pasado. Por otra parte, frente a una idealización reaccionaria de la tradición cabe reivindicar los derechos de la vida presente y futura. Tanto la fe ciega en un futuro perfecto como el recuerdo nostálgico de los buenos tiempos del pasado corresponden a una actitud ahistórica. En el quehacer histórico se conjugan el pretérito, el presente y el futuro. El hombre vive siempre en la tensión entre un pasado inconcluso y un futuro por empezar, entre la realidad histórica que hereda y la nueva realidad que debe crear. El hombre no es un esclavo de la tradición ni de un dios que puede crear cualquier mundo posible. El hombre es lo que es por su pasado, pero es libre para elegir nuevas metas. Un progresismo ingenuo conduciría a la revolución permanente. Un tradicionalismo sentimental caería en un inmovilismo estático. A la voluntad de esclarecer el futuro corresponde el esfuerzo por hacer inteligible el pasado. Esperanza y recuerdo no son sino dos manifestaciones de la misma voluntad existencial de dar un sentido a la vida y al tiempo. La historia se hace entre el pasado real y el futuro posible. Y el hombre supera el tiempo mediante la integración de pasado, presente y futuro.
Continuidad y cambio: La historia es cambio. Con toda persona que nace,
empieza una nueva historia. Cada generación significa un nuevo comienzo. Cada acción y cada idea alteran el rumbo de la historia. Las advertencias de los profetas 8
judíos, el mensaje de Zoroastro, las ideas de los filósofos griegos cambiaron la faz del mundo. A raíz de la expedición de Alejandro Magno se modificaron las relaciones entre Occidente y Oriente. La coronación de Carlomagno en la noche de Navidad del año 800 D.d.C. marcó una nueva etapa en el proceso de fusión de la tradición clásica y el cristianismo y de los pueblos románicos y germanos. El ideal humanista de la formación del hombre humano por medio de las letras abrió nuevas perspectivas a la vida del espíritu. El invento de la máquina de hilar, del telar mecánico y del motor a vapor revolucionó la economía, la sociedad y la vida humana entera. Jamás la historia se detiene. Toda solución de un problema deja planteados nuevos problemas. Desde el surgimiento del pensamiento histórico moderno que culminó en el historicismo sabemos que el mundo histórico es el mundo de lo individual. Todo fenómeno histórico es único y distinto. El cambio es el supuesto para que puedan surgir nuevas individualidades y toda nueva individualidad implica por su sola aparición un cambio y produce nuevos cambios. Sólo porque la historia es cambio, el hombre tiene siempre nuevas opciones. El hombre, por su parte, como ser racional y libre, es autor del cambio. Sólo porque la historia es cambio, ella puede ser hazaña de la libertad. Panta rhei . Todo fluye. Nadie se puede bañar dos veces en el mismo río.
Sin embargo, tan ciertas como las afirmaciones de Heráclito son las palabras del Eclesiastés: Lo que fue, eso será; lo que se hizo, eso se hará. Nada nuevo hay bajo el sol.
En la historia no hay, ciertamente, perennidades, pero, sí, permanencias. El hombre, ciertamente, es arrastrado por la corriente de la historia, pero él es una isla en esa corriente. En medio del cambio se mantiene la unidad de la personalidad. A través de los siglos permanecen los pueblos, los estados y las culturas. En el correr de los días se mantiene la tradición. A lo largo de la historia permanece el ser humano. En la identidad esencial del hombre de hoy con el de ayer descansa la posibilidad de conocer y comprender los siglos precedentes. Cierto, la oligarquía dirigente del siglo XIX fue distinta a la aristocracia del Antiguo Régimen y ésta, a su vez, fue distinta de la nobleza feudal o de la nobleza senatorial romana. Napoleón fue distinto de César y éste fue distinto de Alejandro Magno. Sin embargo, a lo largo de la historia nos encontramos siempre con el ser humano, ser que siente y que piensa, que ama y que odia, que tiene que ganar el pan de cada día, que se organiza social, y políticamente, que peca y que hace el bien y que siempre busca la verdad. A través de la historia se repiten las relaciones de señor y servidor, de amigo y enemigo, de maestro y discípulo. En incesante afán el hombre se esfuerza por reconciliar autoridad y libertad, poder y justicia, el interés personal y el bien colectivo. 9
El Predicador Salomón del Eclesiastés tiene tanta razón como Heráclito. Nada nuevo hay bajo el sol. Pero todo fluye. La historia es continuidad y cambio. Sin continuidad no habrá historia, sino sólo historias inconexas. Pero tampoco habría historia sin cambio; sólo habría eterna repetición. Con el hilo permanente de lo que cambia y en tanto que cambia se va tejiendo la historia. En los versos de Francisco de Aldana: “Continuo en tu mudanza permaneces, sólo en mudable ser firme te veo…”
La historia es un proceso continuo y sucesivo. La conciencia histórica trata de comprender y dar sentido a la sucesión de los tiempos y con este fin ordena y data los hechos históricos. La cronología es inherente a la historia. Ella permite medir el tiempo y explicar por qué un acontecimiento determinado se produjo en aquel lugar y en aquella fecha. La datación precisa forma parte del juicio histórico. La institución del ostracismo en Atenas ha sido fijada por algunos historiadores en el año 507, por otros en el año 487 A.d.C. En un caso sería consecuencia de las reformas de Clístenes, en el otro un resultado de las luchas políticas internas en los años 488 y 487. La decisión de los romanos en el año 200 A.d.C. de iniciar una política ofensiva en Oriente sólo se hace inteligible si se considera la dimensión cronológica: la decisión se produjo al año después de haber terminado la II Guerra Púnica. La cronología permite explicar causas y efectos, procesos, progresos y crisis. La fijación cronológica permite ubicar el hecho histórico en su tiempo y, con ello, en una época determinada. En la época histórica se revela esa peculiar combinación de continuidad y cambio que es propia del tiempo histórico. Una época nace, alcanza su madurez y hace crisis. Distinguimos entre una Temprana, una Alta y una Baja Edad Media, entre Temprano Capitalismo, el Apogeo del Capitalismo y el Capitalismo Tardío. El comienzo de una época es el período de gestación en que se definen las tendencias que configuran el carácter de la época. En la Temprana Edad Media empezaron los pueblos latinos y germánicos los cuales abrazaron el cristianismo, asimilaron la tradición clásica y se organizaron social y políticamente bajo el régimen feudal aristocrático. El proceso de fusión de estos elementos constituye el contenido de la época medieval. Una época logra su madurez cuando las tendencias que le son inherentes alcanzan sus más altas manifestaciones, cuando las acciones de los hombres corresponden a sus convicciones y esperanzas, cuando se integran la tradición y las aspiraciones, cuando todo parece tener un sentido. Son los Siglos de Oro, las épocas clásicas, los momentos estelares. La Alta Edad Media fue el tiempo de esplendor de la caballería cristiana que se veía confirmada en sus ideales y formas de vida por los poemas épicos de Chrestien de Troves y Wolfran von Eschenbach y por el Cantar del Mío Cid. Fue el momento en que Inocencio III se reunió en Roma en el IV Concilio Lateranense con los patriarcas de Antioquía y Alejandría, con 70 arzobispos, 112 obispos y 800 abades 10
y con los representantes de casi todos los reyes y príncipes de la cristiandad, elocuente manifestación de la unidad y universalidad de la república cristiana. Fue el tiempo de las catedrales góticas y de las obras de Santo Tomás, verdadera summa en piedra y en palabras del espíritu de la Edad Media. Fue el tiempo de los grandes emperadores Hohenstaufen bajo los cuales el Santo Imperio se extendió desde Jutlandia hasta Sicilia, desde Borgoña hasta los montes Cárpatos. Fue el tiempo en que la cristiandad, animada por una confianza plena en sí misma y sus valores, se expandió por el este de Europa, por la península Ibérica y por la cuenca del Mediterráneo. Bajo el signo Deus Vult los cruzados intentaron rescatar los santos lugares. Pero una época sólo es permanencia y no perennidad . Llega el momento de la descomposición y de la decadencia. Durante el otoño de la Edad Media el nominalismo deshizo la unidad de la razón aristotélica y de la fe cristiana. La Iglesia se dividió, el Papado y los Concilios se disputaron la supremacía sobre la Iglesia y, en un momento, tres Papas se calificaron y descalificaron mutuamente de Anti-Papas. El Imperio se desintegró. En la batalla de Courtrai del año 1302 un ejército de caballería formado por los más brillantes y valientes representantes de la nobleza francesa fue aniquilado por los cuerpos de infantería de los gremios burgueses de las ciudades de Flandes. El temprano Capitalismo, con su concentración de capitales, su cobro de intereses y su fomento de las actividades industriales y comerciales, puso fin a las estructuras simples de la economía agraria en que se había basado la sociedad feudal. En Italia, en Alemania, surgieron nuevas formas y tendencias que darían origen al Renacimiento y a la Reforma. La Edad Media llegó a su fin, se preparó la Época Moderna. Fin de una época, comienzo de otra. Los Tiempos Modernos se desarrollaron en oposición a la época anterior. Los humanistas calificaron la edad precedente de edad media, triste interrupción entre la ejemplar latinidad de Cicerón y las nuevas bonae litterae . El estilo de las majestuosas catedrales de Amiens y Chartres, de Estrasburgo y de León fue calificado ahora de gótico, esto es, bárbaro. Lutero condenó a la Iglesia antigua como anti-iglesia. Por el momento, los cambios fueron tan radicales que la ruptura pareció completa. Sin embargo, aun en medio de las profundas transformaciones que marcaron el fin del mundo medieval, se mantuvo la continuidad histórica. La feudalidad seguiría siendo un elemento decisivo del desarrollo social y restos de ella se mantendrían hasta los tiempos actuales. La Iglesia Católica superaría su crisis y experimentaría su propia reforma. Los reyes seguirían ostentando sus coronas medievales y el Estado moderno se constituiría bajo la forma de la monarquía. Continuidad y cambio constituyen las categorías fundamentales de la temporalidad histórica. La historia es una sola, es siempre universal, es siempre historia del mismo Adán. Y la historia es siempre nueva, es siempre distinta. A través de la continuidad y del cambio el hombre continúa su tarea histórica de construir en el tiempo su mundo humano para encontrarse y realizarse a sí mismo a través de su obra. 11