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Después Despué s de la Guer Guerra ra Relámpago La Transición Transición del Ejército Alemán Hacia la Derrota en el Este ediciones
Traducido por Francisco Medina Portillo
Después de la Guerra Relámpago La Transición Transición en el Ejército Alemán Alemán Hacia la Derrota en el Este
Bob E. Willis Willis Jr. Jr.
Traducido por Francisco Medina Portillo
Traducciones Edciones De La Guerra www.delaguerra.net Año 2010
ediciones
Después de la Guerra Relámpago La Transición Transición en el Ejército Alemán Alemán Hacia la Derrota en el Este
Bob E. Willis Willis Jr. Jr.
Traducido por Francisco Medina Portillo
Traducciones Edciones De La Guerra www.delaguerra.net Año 2010
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DESPUÉS DE LA GUERRA RELÁMPAGO: LA TRANSICIÓN DEL EJÉRCITO ALEMÁN HACIA LA DERROTA EN EL ESTE1. Por Bob E. Willis Jr. Willis Jr.
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Título Original “After the Blitzkrieg: The German Army’s Transition to Defeat in the East ”. Original disponible en http://handle.dtic.mil/100.2/ADA436298 .
INTRODUCCIÓN.
Uno de los desafíos más complejos a los que se enfrenta las fuerzas armadas norteamericanas hoy en día es el problema de imponer estabilidad sobre el caos que sigue a grandes operaciones de combate. En las próximas décadas, la naturaleza del entorno estratégico probablemente colocará una demanda aún mayor sobre la capacidad de las fuerzas armadas norteamericanas de planear y ejecutar estas transiciones entre grandes operaciones de combate y de estabilidad. La situación a la que se enfrenta las fuerzas militares de Estados Unidos y de la Coalición en Irak en el momento de este estudio es un ejemplo que demuestra la naturaleza de este problema. A pesar de derrota al Ejército Iraquí y de derrocar al régimen de Saddam Hussein en la fase principal de combate de la Operación Libertad Iraquí, una fiera insurgencia emergió del caos siguiente que ahora supone una seria amenaza para los objetivos estratégicos de Estados Unidos en Irak. Según una estimación de la inteligencia nacional norteamericana, un gobierno estable e independiente en Irak es poco probable en un futuro previsible. Un estado de caos persistente o incluso de guerra civil total es mucho más probable. De ninguna manera, los Estados Unidos aún han “impuesto la seguridad requerida para facilitar la transición y la reconstrucción de una nueva normalidad” –el primer paso para ganar la paz. Relacionado con este problema en la naturaleza cambiante de la guerra, la experiencia norteamericana en la Operación Libertad Iraquí que la correlación causa y efecto entre grandes operaciones de combate de alta velocidad y el estado final político se hace menos cierta en el entorno estratégico contemporáneo. Contrariamente a la predilección de las fuerzas armadas norteamericanas de destilar la guerra en el paradigma lineal y newtoniano así postulado en la teoría de Jomini, la transición de las operaciones de estabilidad hacia un entorno no lineal y dinámico es más difícil y a menudo más vital para el propósito global, que las operaciones de combate convencional. Es difícil en la presente coyuntura evaluar los méritos de esta afirmación cara a cara en Irak, pues la Operación Libertad Iraquí aún es una tarea en progreso. Sin embargo, el problema de tender un puente sobre el vacío entre grandes operaciones de combate y las metas políticas finales de la campaña no es idiosincrásico a las fuerzas norteamericanas en Irak. Es, por consiguiente, útil obtener una comprensión de la dificultad en planear y ejecutar estas transiciones desde otros casos históricos. Existe un gran cuerpo de estudio sobre la planificación operacional para la invasión alemana de la Unión Soviética. La mayor parte del interés militar histórico y profesional en la Operación Barbarroja está centrado en los elementos acostumbrados de diseño operacional: el dudoso estado final, el fracaso en emplearse en un centro de gravedad, culminación y la selección de líneas de operaciones. En comparación, hay una escasez de análisis sobre el plan del Ejército Alemán de transición desde grandes operaciones de combate a asegurar las áreas ocupadas. Este aspecto de la invasión alemana fue un fracaso inequívoco, pero altamente instructivo. La planificación y ejecución de esta transición en los primeros meses de la guerra dio surgimiento a “una de las mayores organizaciones guerrilleras en la historia de la Humanidad”. Esta organización guerrillera fue el movimiento partisano soviético, una resistencia popular que evolucionó a lo largo de la guerra para finalmente jugar un gran papel en la derrota del Ejército Alemán en el Frente del Este.
El centro de esta monografía es sobre la planificación operacional de Alemania para la transición desde la batalla decisiva al aseguramiento de los amplios objetivos de la Operación Barbarroja en el Frente del Este. La primera sección, “La Operación Barbarroja: Un Enfoque Cinético y Lineal”, examina el desarrollo del plan de campaña de Barbarroja y uno de sus mayores fracasos: la falta de un concepto coherente para asegurar las áreas ocupadas tras las grandes operaciones de combate. El Alto Mando Alemán estaba tan obsesionado en la aparición de la batalla decisiva que ni siquiera concibió la necesidad de la transición a una fase subsiguiente de operaciones tras las grandes operaciones de combate. La siguiente sección, “Fundadores de Batalla Decisiva: El Ascenso de la Guerra Partisana”, examina las consecuencias del enfoque lineal y corto de vista de la campaña para estabilizar el entorno post‐Barbarroja. Esta sección también examina un caso de estudio que representó el mejor intento del Ejército Alemán por estabilizar la situación en las áreas ocupadas y derrotar al movimiento partisano en 1942. El experimento del Grupo de Ejércitos Centro con la Brigada Kaminski sugiere que el Ejército Alemán podría haber utilizado fuerzas de seguridad indígenas a una escala más amplia para asegurar efectivamente las áreas ocupadas con coste pequeño en términos de recursos alemanes. En “Barbarroja en Retrospectiva: Planeando para Fracasar”, el estudio vuelve a examinar tres dinámicas interrelacionadas que afectaron adversamente el proceso de planificación operacional alemán: el papel de la doctrina de la batalla decisiva y falacias empíricas, la defectuosa comprensión de los planificadores de la sociedad, cultura y política soviéticas, y la total indiferencia del Ejército hacia operaciones “interagencias” y unidad de propósito político‐militar. Finalmente, este estudio concluye relacionando la experiencia alemana durante Barbarroja con las operaciones contemporáneas. ¿Fue la experiencia alemana una anomalía única solamente para el Frente del Este o tuvo factores contribuyentes similares que rebasan el tiempo y los ejércitos? ANTECEDENTES.
La invasión alemana de la Unión Soviética en junio de 1941 provocó una resistencia guerrillera sin paralelo en la historia moderna por escala y ferocidad. Comenzando con la Operación Barbarroja, la ocupación alemana de territorio soviético duró hasta finales de 1944 cuanto todas menos un pequeño número de fuerzas alemanas fueron expulsadas de suelo ruso. A la estela de la invasión inicial, el Ejército Alemán comenzó su lucha por asegurar un territorio que abarcaba un millón de millas cuadradas y sesenta y cinco millones de personas y pacificar una creciente resistencia partisana. Cuando el golpe inicial de Barbarroja se disipó a finales de 1941, y coincidiendo con la notable regeneración del Ejército Rojo, el movimiento partisano soviético comenzó a unirse. Desde la perspectiva alemana, los comandantes superiores más ilustres en el Este comenzaron a comprender que sus suposiciones eran erróneas concernientes a la duración de la guerra, la voluntad del pueblo soviético a resistir la ocupación y la capacidad del Ejército Alemán de controlar las áreas ocupadas. Además, la brutal política de terror y explotación de Alemania del pueblo soviético corría contraria a ganar el apoyo de ese segmento de la población que solamente meses antes habían recibido al Ejército Alemán como liberadores. Como resultado de esta nueva apreciación de la realidad en el Frente del Este, el Ejército Alemán ejecutó un gran giro en su enfoque a las operaciones antipartisanas y de pacificación a comienzos de 1942. Esta evolución fue mayormente un
acontecimiento “descendente”. Varios comandantes superiores de campo alemanes, basándose en su propia iniciativa y actuando independientemente, adaptaron sus métodos de operaciones para combatir efectivamente a los partisanos e imponer estabilidad en la zona militar de operaciones. A pesar de la intransigencia política de Berlín y los defectos de la planificación de preguerra, el Ejército Alemán hizo un progreso significativo contra las bandas partisanas y estableció una estabilidad relativa en muchas áreas. A finales del verano de 1942, estas iniciativas fueron estudiadas y sintetizadas en una doctrina post de facto por el Alto Mando de las Fuerzas Armadas u Oberkommando der Wehrmacht (OKW). La “evolución de 1942” fue el intento más prometedor del Ejército Alemán para implementar un plan coherente y viable para solidificar sus ganancias en las áreas ocupadas. Los esfuerzos del Ejército en 1942, sin embargo, resultaron ser pocos y tardíos. Una ventana de oportunidad se había cerrado y la situación era irreparable. Fuerzas de combate adicionales o recursos no pudieron ser ahorrados desde ese punto debido a la resurgencia del Ejército Rojo. Durante los siguientes dos años, el movimiento partisano creció de una oposición desorganizada estimada en menos de 30.000 a una fuerza de 500.000 combatientes irregulares. Después de los reveses del Ejército Alemán en el invierno de 1942‐1943, el movimiento partisano continuó creciendo, desviando hombres del Ejército Alemán, desorganizando la producción económica en las áreas ocupadas y destruyendo infraestructuras críticas y suministros necesarios para continuar la lucha contra el Ejército Rojo. TESIS.
El fracaso del Ejército Alemán en asegurar las áreas ocupadas y obtener el apoyo, o al menos la neutralidad, de la población rusa a la estela de la Operación Barbarroja contribuyó directamente a la derrota total de Alemania en el Frente del Este. El fracaso final de Alemania fue directamente resultado del enfoque lineal y cinético del plan de campaña al problema: los planificadores asumieron que una vez que el Ejército Rojo fuera destruido, el régimen comunista se colapsaría y la resistencia a la ocupación alemana haría lo mismo lógicamente. Esta falacia llevó al Ejército Alemán a través de la frontera soviética sin un plan de transición para asegurar los amplios objetivos políticos que siguieron a la Operación Barbarroja. Si los planificadores de Barbarroja hubiesen visualizado, provisto de recursos e implementado una efectiva transición para imponer su voluntad sobre el territorio ocupado y sus habitantes inmediatamente después de las grandes operaciones de combate, el Ejército Alemán podría haber asegurado la continuación ininterrumpida del combate contra el Ejército Rojo y creado condiciones favorables para el cumplimiento de los objetivos políticos y económicos a corto plazo en las áreas ocupadas. Desde una perspectiva más amplia, este estudio particular sugiere un interesante punto con respecto a la naturaleza de la guerra en sí. Quizás la noción de la batalla decisiva –la presunción de la causalidad entre grandes operaciones de combate y el objetivo político final derivado del paradigma napoleónico‐ ha sido raramente decisiva desde las guerras del Emperador mismo. Quizás, lo que es verdaderamente decisivo en la guerra a menudo es lo que sucede en los corazones y mentes de la gente subyugada después de que pasen las batallas. La ventana de la oportunidad entre el fin de las grandes operaciones de combate y esa decisión intangible hecha en los corazones y mentes de los “pueblos
conquistados” se merece una mayor atención en el proceso de planificación de la campaña.
LA OPERACIÓN BARBARROJA: UN ENFOQUE LINEAL Y CINÉTICO. OBJETIVOS ESTRATÉGICOS Y OPERACIONALES.
El 21 de julio de 1940, Hitler reunió a los jefes de las fuerzas armadas de Alemania e informó al grupo de oficiales de su intención de invadir la Unión Soviética. Basándose en su orientación inicial, el amplio objetivo estratégico de Alemania de invadir la Unión Soviética era triple. En primer lugar, la Unión Soviética suponía una amenaza ideológica así como también una directa amenaza militar para Alemania en el futuro inmediato. En segundo lugar, la derrota de la Unión Soviética eliminaría a la última esperanza de Gran Bretaña de obtener un aliado en el continente europeo y forzaría así a Gran Bretaña a negociar una paz con Alemania. Finalmente, y quizás más importante, Alemania quería establecer gobiernos pro‐alemanes en los Estados Bálticos, Ucrania y Bielorrusia para facilitar la explotación de los vastos recursos agrícolas y de materias primas de la Rusia Europea. Este último objetivo satisfaría completamente la fantasía ideológica de Hitler de eliminar la amenaza Bolchevique‐ Comunista y ocupar el Lebensraum necesario para la expansión del Reich. Para lograr estos objetivos, el Alto Mando Alemán dedujo que era necesario aniquilar rápidamente al Ejército Rojo. La destrucción del Ejército Rojo tan avanzado como fuera posible a lo largo de la frontera occidental fue establecida, por consiguiente, como el objetivo militar de la campaña. En estado final, el Ejército Alemán ocuparía todo el territorio hasta la línea de ocupación Archangel‐Astrakhan (también referida como la línea Rostov‐Gorki‐Archangel). Ocupando la línea Archangel‐Astrakhan, el Ejército Alemán estaría en posición para controlar la Rusia Europea y asegurar que cualquier elemento del Ejército Rojo que escapara al este de los Urales no podría suponer un peligro para el territorio alemán. Inmediatamente después de la directiva de Hitler, la planificación de la Operación Barbarroja comenzó en la última semana de julio de 1940. El esfuerzo de planificación inicial para la invasión fue dirigido por el General Erich Marcks. Marcks dirigió el esfuerzo planificador del Alto Mando del Ejército (Oberkommando der Heeres u OKH) desde su comienzo en julio de 1940 hasta que presentó el “Borrador Operacional Este” en agosto de 1940. En el “Borrador Operacional Este”, el “primer recorte” del Ejército en el plan de invasión, Marcks calculaba que “el Ejército podría necesitar como mínimo ocho semanas de operaciones de combate, quizás un máximo de once, para tomar Lenigrado, Moscú y Kharkov, después de lo cual no esperaba resistencia organizada soviética. Marcks fue reemplazado por el General Friedrich von Paulus en septiembre de 1940 cuando Paulus se convirtió en Jefe de Estado Mayor Adjunto para Operaciones en el OKH. Desde el momento en que Paulus tomó la dirección de los trabajos de planificación para la invasión hasta que “Fall Barbarrosa” fue presentada a Hitler el 5 de diciembre de 1940, no hubo cambios significativos a las suposiciones iniciales desarrolladas por Marcks con respecto a la resistencia organizada soviética. El estudio independiente del OKW dirigido por el Coronel Bernhard von Lossberg, después de causar una gran consternación y sospecha en el alto mando, no difería significativamente del plan Paulus ‐Marcks. Lossberg “no tenía ninguna duda de la viabilidad de ese objetivo (la destrucción del Ejército Rojo y el colapso de la resistencia soviética)”.
En resumen, los respectivos estados mayores del Alto Mando de las Fuerzas Armadas y del Alto Mando del Ejército emprendieron esfuerzos sustanciales de planificación centrados en la destrucción del Ejército Rojo a través de penetraciones profundas simultáneas y cercos por tres Grupos de Ejércitos. Por contraste, muy poco esfuerzo fue realizado en la transición entre la destrucción del Ejército Rojo y el establecimiento de la seguridad necesaria para realizar los objetivos finales políticos y económicos. Ya a finales de la primavera de 1941, el Estado Mayor General tenía solamente “una vaga idea” sobre la transición entre las operaciones de combate y el aseguramiento de las áreas ocupadas. No hubo preparativos para contingencias imprevistas tales como la posibilidad de una resistencia civil armada tras la destrucción del Ejército Rojo y la caída del régimen de Stalin. Durante todo el proceso de planificación, el Mariscal de Campo Fedor von Bock fue el único oficial superior que sugirió a Hitler que la batalla decisiva sólo probablemente sería insuficiente para derrotar a la Unión Soviética y obtener el control de las áreas ocupadas. Hitler respondió a la solitaria objeción de von Bock declarando que él “estaba seguro de que una vez que Leningrado, Moscú y Ucrania hubiesen sido capturados, la resistencia ulterior sería imposible”. Hitler y el Ejército Alemán, por consiguiente, nunca llegaron a una comprensión clara y mutua de los objetivos a corto plazo para la ocupación del territorio soviético en la fase post‐grandes combates de Barbarroja. Este descuido es increíble considerando el nivel de detallada planificación gastado en la explotación económica a largo plazo de las áreas ocupadas y el hecho de que el reparto de responsabilidades creció para incluir a casi cada brazo del sistema político, militar y civil nazi. Basándose en los acuerdos alcanzados entre el Sicherheitsdienst (el Servicio de Seguridad SS) y el Ejército (específicamente el Intendente General) en mayo de 1941, cada elemento del Ejército Alemán, de las SS, de la policía y de la administración civil asumían mutuamente papeles exclusivos en el intrincado esquema para asegurar las áreas ocupadas y pacificar al pueblo soviético. Como será tratado, la característica más distinguida de esta planificación pre‐invasión fue el grado hasta el cual las fuerzas armadas fueron eliminadas de la responsabilidad de seguridad global en la “zona política de operaciones”. La ocupación de la Unión Soviética fue “una función más ideológica y, por tanto, más política” que las anteriores ocupaciones militares en Polonia y en Occidente. El área bajo control del Ejército debía de ser, por consiguiente, tan superficial como fuera posible. Según los ejércitos avanzaban hacia el este, el límite entre la zona militar de operaciones y de responsabilidad política para las áreas ocupadas debía de ser progresivamente avanzado. LA ZONA MILITAR DE OPERACIONES.
El éxito del plan del Ejército para asegurar el territorio soviético después de las grandes operaciones de combate dependía de nueve divisiones de seguridad (Sicherungdivisionen) pobremente equipadas y mal preparadas especialmente creadas para la invasión. Según la doctrina del Ejército Alemán, la zona militar de operaciones estaba dividida en la zona de combate y el Mando de Retaguardia del Ejército (Rueckwaertige Armeegebiet o Korücke). Como fue el caso en Polonia en 1939 y en la campaña occidental en 1940, el Korücke principalmente dependía de unidades de policía militar (Feldgendarmerie) habitualmente asignadas para asegurar sus líneas de comunicación. En marzo de 1941, sin embargo, basándose en la escala geográfica del espacio de batalla, el OKH dividió la responsabilidad para la zona militar de
operaciones entre tres Cuarteles Generales de Retaguardia de Grupo de Ejércitos (Rueckwartige Heeresgebiete) con tres de las recién formadas divisiones de seguridad asignadas a cada uno. El Mando de Retaguardia de Grupo de Ejércitos podía emplear a las divisiones de seguridad en un papel de apoyo directo al Mando de Retaguardia de Ejército o en un papel de apoyo general, literalmente dispersadas a través del Área de Retaguardia de Grupo de Ejércitos, según lo determinara la situación. Cada división de seguridad normalmente consistía en dos regimientos de seguridad (cada uno consistente en dos batallones de infantería ligera), una compañía de fusileros (una unidad de infantería motorizada con alguna capacidad de reconocimiento) y compañías antitanque, de ingenieros y de comunicaciones, junto con destacamentos de apoyo y de policía. Cada una de estas unidades tenía niveles variables de efectivos, equipamiento, entrenamiento y experiencia. Las funciones principales de estas unidades eran de seguridad estática de puntos de suministro y líneas de comunicación. Aunque el OKH declaró que las divisiones de seguridad eran responsables de “la seguridad, explotación y administración militar”, estas unidades improvisadas estaban preparadas para el desafío de combatir una intensa resistencia partisana. Por ejemplo, la 281 División de Seguridad estaba equipada exclusivamente con un surtido de armas capturadas francesas, belgas y checas y la mayoría de sus vehículos eran también modelos extranjeros capturados sin piezas o neumáticos de repuesto. Además, las divisiones estaban generalmente compuestas por reservistas retirados, de edad avanzada o inexpertos, sin experiencia en operaciones de contrainteligencia y mal preparados para el combate anti‐partisano. LA ZONA CIVIL DE OPERACIONES.
Basándose en las decisiones políticas alcanzadas entre Hitler y el Ejército, la responsabilidad para las áreas ocupadas detrás de la zona militar de operaciones sería transferida de las fuerzas armadas al control civil bajo el recién creado Ministerio para la Región del Este Europeo (Ostministerium). El nuevo Ministerio estaba dirigido por el viejo ideólogo nazi y amigo de Hitler, Alfred Rosenberg. La vasta extensión del área ocupada necesitó la división del Ministerio de Rosenberg en cuatro regiones administrativas civiles subordinadas: Reichskommissariat Ostland (RKO –los Estados Bálticos y Bielorrusia), Reichskommissariat Ukraine (RKU –Ucrania), Reichskommissariat Moskau (RKM –Moscú) y Reichskommissariat Kaukasien (RKK –el Cáucaso). Cada región sería administrada por un complejo aparato civil nazi dirigido por un Reichskommissare nombrado por Rosenberg y solamente responsable ante Hitler. El Reichskommissare era responsable de todas las cuestiones políticas, económicas y de seguridad dentro de sus áreas asignadas. El Reichskommissare debía de ser apoyado por las SS, las SD, la Geheim Staatspolizei (Policía Secreta del Estado) y el sistema completo de policía alemán incluyendo la Ordnungspolizei (Policía de Orden), Gendamerie (Policía Rural), y Geheim Feldpolizei (Policía Secreta de Campaña). Aunque este completo aparato militar‐civil parecía abrumador, de manera típica nazi era más grandioso en título y apariencia en vez de ser efectivo en función. Las fuerzas reales asignadas por los planificadores de Barbarroja para operaciones de seguridad en la zona militar de operaciones eran inverosímilmente pequeñas y pobremente entrenadas, equipadas y dotadas considerando el tamaño de sus áreas operacionales y el alcance de su misión. Para debilitar aún más la unidad de esfuerzo de las débiles fuerzas de seguridad, no existió un método de coordinación central entre
el Ejército, las SS, la Policía y las autoridades civiles para cuestiones operacionales que trascendían el límite entre la zona militar de operaciones y las autoridades civiles de ocupación nazis. Según se presentaba, la responsabilidad para la seguridad en un área dada era usualmente dada por defecto a la unidad o agencia que tenía más personal disponible sobre una base caso por caso. Es difícil imaginar un plan más complejo pero pobremente provisto de recursos para enfrentarse a los desafíos de imponer la seguridad sobre un entorno fluido y caótico. RESUMEN.
En resumen, los planificadores de Barbarroja simplemente no previeron la necesidad de la transición a otras líneas de operaciones después de la destrucción del Ejército Rojo y fracasaron así en planearla en consecuencia. La medida a medias de organizar y emplear a las divisiones de seguridad en las Áreas de Retaguardia de los Grupos de Ejércitos fue más en respuesta a las dimensiones geográficas del espacio de batalla contra una línea deliberada de operación para estabilizar a la población civil en las áreas ocupadas. En palabras del historiador Matthew Cooper: “El plan de invasión que se desarrolló, ambicioso y audaz como resultó serlo, era apenas revolucionario en su concepto; desde el comienzo, la estrategia tradicional de Vernichtungsgedanke dominó toda la idea”. La Sección Ejércitos Extranjeros del Este del Departamento de Inteligencia del Estado Mayor General (Fremde Heere Ost , dirigido por el Coronel Eberhard Kinzel) fracasó en anticipar el potencial de que emergiera un movimiento partisano que resistiera la ocupación alemana. Aunque la Oficina Económica para el Este (Wirtschaftsstab Ost , dirigida por el General Georg Thomas) del OKW emprendió detallados estudios para la explotación económica de las áreas ocupadas, ninguno de los tres grandes estudios independientes iniciados por el Alto Mando del Ejército o los posteriores juegos de guerra que validaron el proceso de planificación examinaron los caminos o medios para la transición desde grandes operaciones de combate para lograr esos fines económicos. Todo el esfuerzo de planificación operacional para la campaña Barbarroja comenzó centrado en destruir rápidamente al Ejército Rojo en una sola campaña y permaneció así hasta diciembre de 1941. El Mariscal de Campo Walter von Brauchitsch, Comandante en Jefe del Ejército, estimó en abril de 1941 que la guerra “duraría hasta cuatro semanas de serias batallas, después sería poco más que una operación de limpieza contra resistencia menor”. Simplemente no hubo un plan secundario o de continuación de Barbarroja para contingencias. Adicionalmente, el Ejército no desarrolló ninguna línea de operaciones para abordar al pueblo soviético tomando ventaja de su desafección potencial hasta la terminación de las grandes operaciones de combate. Lo que existió fue un conjunto de reglas burocráticas para la administración civil de las áreas ocupadas y el plan de las SS para erradicar a los enemigos del Reich. Alexander Dallin, el más destacado historiador norteamericano sobre la política de ocupación alemana y la guerra partisana soviética conjeturó sucintamente la planificación de la invasión: El aspecto sorprendente de los preparativos alemanes para ésta, la mayor de las campañas, fue el abandono de una planificación política positiva. Las medidas militares fueron trazadas, discutidas e implementadas con cuidado y celeridad. Los planes para la pronta utilización de los recursos económicos en la URSS ocupada fueron desarrollados con la minuciosidad habitual, y el personal para estas tareas
reunido muy por adelantado. Pero excepto por algunas vagas declaraciones sobre el futuro del Este Alemán, no hay evidencia de discusiones a alto nivel sobre problemas políticos –particularmente, cualquier intento de conseguir el apoyo de la población soviética‐ durante todo el período desde julio de 1940 a marzo de 1941.
FUNDADORES DE BATALLA DECISIVA: EL AUGE DE LA GUERRA PARTISANA. 1941. LA GÉNESIS DEL MOVIMIENTO PARTISANO TEMPRANO.
Cuando el Ejército Alemán cruzó la frontera soviética en junio de 1941, el Alto Mando Alemán asumió incorrectamente que la veloz pacificación de las áreas ocupadas seguiría naturalmente a la aniquilación del Ejército Rojo y el subsiguiente colapso del gobierno soviético. En el caso de que un movimiento guerrillero surgiera, los medios para pacificar la resistencia absurdamente descansaban en una política de fuerza y terror. Esta política fue resultado de la incongruencia entre las fuerzas militares disponibles para la campaña y el estado final político en el Este e iban estrechamente en paralelo con la filosofía política de Hitler y el modus operandi general del estado Nacional Socialista. El Alto Mando Alemán emitió “diez reglas para los soldados alemanes para combatir guerrillas” para todos los comandantes de Área de Retaguardia de Grupo de Ejércitos, una de tales “reglas” resumía sucintamente toda la política: La insidiosa guerra partisana puede ser destruida solamente con la mayor de las resoluciones y una falta de consideración por todos los factores mitigantes. El carácter bondadoso es una estupidez y la blandura puede ser criminal. Los partisanos serán fusilados y la ejecución será ordenada por un oficial. Un partisano muerto es un cero consumado [cursivas añadidas].
Aparte de esta filosofía de crueldad, ninguna otra política práctica, moralmente aceptable y uniforme para operaciones anti‐partisanas surgió. El Alto Mando del Ejército dejó al criterio de los comandantes del ejército en campaña interpretar e implementar estas “reglas” en sus respectivas áreas de operaciones. Notablemente, en los primeros meses que siguieron inmediatamente a la invasión, los sentimientos populares entre el pueblo soviético en territorio ocupado eran mayormente no hostiles hacia el Ejército Alemán, la oposición limitada estaba limitada y la colaboración estaba extendida. A finales de 1941, sin embargo, provocado por la brutal campaña de exterminio emprendida por los Einsatzgruppen (equipos especiales de acción) de las SD y envalentonado por el resurgimiento del Ejército Rojo, el sentimiento popular entre el pueblo soviético se volvió contra la ocupación alemana. En el otoño de 1941, informes de que grupos guerrilleros pequeños y dispersos estaban operando en la retaguardia alemana comenzaron a surgir. La respuesta del Ejército Alemán a este acontecimiento durante el siguiente año reveló el fracaso del plan Barbarroja para enfrentarse a tal contingencia. A finales de 1942, la actividad del movimiento partisano aumentó desde acciones guerrilleras aleatorias y a pequeña escala a operaciones masivas y bien coordinadas que implicaban a numerosas brigadas partisanas. En las primeras semanas de la invasión, la actividad partisana fue mayormente un fenómeno improvisado y espontáneo ejecutado por pequeñas bolsas del Ejército Rojo y células del Partido Comunista. No eran los medios para un movimiento bien organizado apoyado por la masiva participación popular. El rápido avance del Ejército Alemán negó al gobierno soviético el tiempo que creía que estaría disponible en caso
de una invasión para coordinar el elemento de resistencia partisana del plan de defensa nacional soviético. En general, unidades funcionales partisanas y la red clandestina de apoyo del partido comunista no fueron completamente establecidas y operativas antes de la invasión en los Estados Bálticos, Ucrania o Bielorrusia. Sin embargo, el gobierno soviético había tomado los pasos iniciales para preparar los nodos esenciales para formar la estructura organizativa de la infraestructura partisana antes de la invasión. Por ejemplo, unidades selectas del Ejército Rojo (los llamados batallones de destrucción) y destacamentos de seguridad del Comisariado del Pueblo Para Asuntos Internos, o Narodny Kommissariat Vnutrennikh Del (NKVD), junto con líderes locales del partido comunista fueron instruidos para formar la columna vertebral organizativa de la resistencia partisana y hacer preparativos para movilizar a la población local. En algunos casos, las organizaciones locales del partido comunista hicieron un importante progreso antes de que llegaran las fuerzas alemanas. Algunos cuarteles generales locales del partido comunista informaron poco después de la invasión que habían ya acumulado armadas, comida y otros suministros, identificado comandantes provisionales de unidades partisanas, especialmente aquellos con experiencia de la Guerra Civil Rusa, y realizado seminarios sobre resistencia guerrillera para líderes seleccionados. Los primeros esfuerzos organizados soviéticos para activar a los grupos partisanos comenzaron entre julio y septiembre de 1941. Estos esfuerzos se centraron en dos líneas de operaciones. La primera era una operación de información que utilizaba discursos oficiales del Partido y del Estado directamente al pueblo soviético para despertar el espíritu de resistencia popular en las áreas ocupadas. Lejos de ser simple propaganda, estas directivas establecieron los parámetros de la guerra partisana especificando aquellas acciones a tomar contra el Ejército Alemán y proporcionando la base para directivas emitidas posteriormente por los cuarteles generales partisanos locales. La segunda línea de operación era la infiltración física, por tierra y aire, de pequeños destacamentos del Ejército Rojo y del NKVD para establecer contacto con oficiales del partido comunista dentro de las áreas ocupadas y formar el núcleo de nuevas unidades partisanas. A lo largo del resto del otoño y en el invierno de 1941, el movimiento partisano todavía carecía del elemento de la masa popular. En una estimación conservadora, el movimiento partisano tenía menos de diez mil combatientes activos a finales de 1941. Construyéndose sobre el núcleo Ejército Rojo‐NKVD‐Partido Comunista, los primeros efectivos para la mayoría de las unidades partisanas fueron creados reuniendo y reorganizando a soldados y pequeñas unidades del Ejército Rojo que escaparon del cerco y la captura. La organización y el armamento de estas fuerzas iniciales partisanas diferían de una unidad a otra. Su misión en los meses iniciales fue limitada por necesidad a ralentizar el avance alemán por cualquier medio y ataques generales para destruir materiales bélicos y la infraestructura civil en las áreas ocupadas. Aunque las contribuciones del movimiento partisano al esfuerzo de guerra fueron escasas en los primeros meses, estaban comenzando los pasos evolutivos necesarios para forjar un movimiento más poderoso en los meses venideros. Las actividades de propaganda y de contra‐propaganda del gobierno soviético son otros ejemplos de las operaciones claves que establecieron las condiciones para la posterior explosión partisana. El gobierno soviético reconoció a comienzos de la guerra las ventajas de centrar sus esfuerzos de propaganda y contra‐propaganda detrás de las
líneas del frente. Los temas claves del esfuerzo de propaganda soviético, según lo ordenado por el Partido Comunista, eran: explicar los peligros de perder la guerra exponiendo la naturaleza de los verdaderos propósitos alemanes, subrayar las ventajas del sistema socialista y hacer una apelación al nacionalismo ruso. Aunque el Ejército Alemán mermó hasta algún grado la efectividad del esfuerzo de propaganda soviético a través de la mera presencia y la intimidación, la mayoría de la población soviética en las áreas ocupadas continuó recibiendo los contenidos de los periódicos gubernamentales y transmisiones de radio soviéticas. Los primeros esfuerzos de propaganda del gobierno soviético, que estaban ingeniosamente enlazados a los profundamente enraizados valores culturales rusos, significativamente aumentaron la capacidad del Partido Comunista para reclutar y organizar formaciones partisanas más grandes en las áreas ocupadas. A finales del verano de 1941, el Ejército Alemán en su conjunto comenzó a informar de un surgimiento de la actividad guerrillera y los comandantes superiores finalmente comenzaron a reconocer la amenaza que suponía el movimiento partisano. No teniendo una idea preconcebida sobre la amenaza partisana o cómo combatirla efectivamente, el Ejército Alemán respondió con un enfoque ineficaz y brutal de castigo colectivo. En Berlín, el Jefe del OKW, General Wilhelm Keitel, emitió una directiva que declaraba: Las tropas disponibles para asegurar los territorios conquistados en el Este, en vista del tamaño de esta área, serán suficientes para sus actividades solamente si el poder ocupante se encuentra con resistencia, no por el castigo legal al culpable, sino golpeando con tal terror a la población que pierda toda voluntad de resistir. Los comandantes concernidos serán considerados responsables, junto con las tropas a su disposición, de la situación tranquila de sus áreas. Conseguirán mantener el orden, no solicitando refuerzos, sino empleando métodos draconianos adecuados.
El Ejército no malgastó el tiempo en hacerse eco de estas órdenes. El Grupo de Ejércitos Centro y el Comandante del Cuarto Mando de Retaguardia de Ejército emitieron órdenes casi idénticas para sus respectivas divisiones de seguridad en octubre y noviembre de 1941 con respecto a operaciones anti‐partisanas: En el caso de actividad partisana, dos civiles rusos deben ser fusilados por cada soldado alemán muerto y tres civiles serán ejecutados por cada instalación importante alemana atacada. Además, cualquier civil ruso encontrado cerca de líneas ferroviarias o puentes de carretera después del toque de queda nocturno deberá ser fusilado de inmediato.
Esta respuesta era típica de la más amplia reacción alemana al movimiento partisano en los primeros seis meses de la guerra y demostró la falta de previsión del plan Barbarroja con respecto a asegurar la zona militar de operaciones. El Ejército Alemán estaba ya perdiendo la guerra partisana en cuatro áreas claves. Primero, las infradotadas divisiones de seguridad a las que les fueron asignadas la responsabilidad para “seguridad, explotación y administración militar” en las áreas ocupadas se hicieron localizables por la necesidad de proteger físicamente las líneas de comunicación alemanas e instalaciones claves. Como resultado, decenas de miles de soldados del Ejército Rojo sobrepasados que buscaron refugio en las partes más
inaccesibles del país fueron finalmente recogidos por el NKVD y el liderazgo local del partido comunista mediante adoctrinamiento en las nacientes bandas partisanas. Las divisiones de seguridad fueron esencialmente ciegas ante la formación de esta oposición reunida. Segundo, los Mandos de Retaguardia de Ejército no fueron organizados con los recursos de inteligencia apropiados para dar con la organización clandestina local del partido comunista que la fuerza conductora real detrás del reclutamiento, equipamiento y mando y control descentralizado del movimiento partisano temprano. Tercero, en los primeros meses al menos, la División de Propaganda de la Wehrmacht fue completamente inefectiva en contrarrestar la propaganda soviética que exitosamente inspiró a la ciudadanía soviética a emprender una “guerra del pueblo”. Finalmente, el Ejército no tomó pasos innovadores para levantar la obvia desafección que muchos ciudadanos soviéticos expresaban del partido comunista y del gobierno soviético. En lugar de ello, el Ejército confió en las medidas más draconianas para imponer la seguridad de una manera que sirvió para legitimar el intenso esfuerzo de propaganda soviético para revelar las verdaderas intenciones de la ocupación alemana. 1942. DE LA RESISTENCIA DISPERSA A LA “GUERRA DEL PUEBLO”.
La culminación de la Operación Barbarroja en el invierno de 1941‐1942 no disminuyó la grave naturaleza de la amenaza alemana a la supervivencia soviética. Cualquier sospecha o duda que Stalin mantenía contra lanzar una insurgencia popular masiva en las áreas ocupadas fueron despejadas tras el fracaso de la contraofensiva soviética en Kharkov, las ganancias alemanas en Crimea, y el comienzo del avance alemán hacia el Cáucaso en el verano de 1942. A finales del verano, el Ejército Alemán controlaba el cuarenta y cinco por ciento de la población soviética lo cual a su vez sumaba el treinta y tres por ciento de la producción industrial soviética, así como también el cuarenta y siete por ciento del área total agrícola de la nación. No fue hasta este período, aunque bajo la amenaza continua de aniquilación, que Stalin y el gobierno soviético finalmente se emplearon a extender el alcance de la guerra partisana. La creación del Cuartel General Central Soviético del Movimiento Partisano el 30 de mayo de 1942 señaló la completa activación del cuartel general central y regional para fuerzas partisanas y el comienzo de una nueva fase en la evolución del movimiento partisano soviético. Un funcionario veterano y de alto rango del Partido Comunista, Panteleimon Ponomarenko, fue nombrado por Stalin para dirigir la nueva organización. Este acontecimiento clave significó la transición del movimiento partisano desde una resistencia descentralizada y mayormente ad hoc bajo el mando y control de células clandestinas locales del Partido Comunista a una organización paramilitar altamente centralizada cuya cadena de mando se extendía hacia abajo desde el Cuartel General Central en Moscú a través de cuarteles generales de república y distrito hasta destacamentos y brigadas partisanas. En este punto, la naturaleza de la guerra partisana desde la perspectiva soviética se expandió desde acciones locales e independientes a una amplia campaña a nivel operacional. El Cuartel General Central fue organizado con departamentos de operaciones, inteligencia y seguridad que le permitían realizar la planificación a nivel operacional y coordinar estrechamente sus actividades de inteligencia con el NKVD y el Directorio Principal de Inteligencia (el GRU) del Ejército Rojo. Esta robusta capacidad permitió
que el alcance de la misión partisana se extendiera más allá de las operaciones localizadas y descoordinadas contra objetivos militares alemanes específicos, hacia operaciones a gran escala en coordinación con las operaciones convencionales del Ejército Rojo. Adicionalmente, el Cuartel General Central pudo ocuparse de la planificación y dirección de otras actividades complejas tales como la campaña masiva contra el sistema ferroviario alemán. Además, las bandas partisanas comenzaron a encargarse de misiones de mayor importancia estratégica: operaciones políticas y estratégicas dirigidas a la población indígena en las áreas ocupadas, asesinatos de colaboradores soviéticos e incursiones de castigo contra pueblos, granjas y policías simpatizantes con la ocupación alemana. La fuerza creciente del movimiento partisano fue evidente en el otoño de 1942. El Cuartel General Central consolidó y mejoró su mando y control sobre las bandas partisanas ya funcionando en las áreas ocupadas y “aumentó significativamente el número de centros de entrenamiento para expertos en demoliciones, personal de comunicaciones y exploradores partisanos”. El 5 de septiembre de 1942, Stalin presidió una conferencia de planificación estratégica en Moscú que incluía a miembros superiores del Comisariado para la Defensa, el Comité Central del Partido, el Cuartel General Central para el Movimiento Partisano, y el liderazgo superior regional partisano de Ucrania, Bielorrusia y los salientes de Orel y Smolensk. En esta conferencia, Stalin evaluó el primer año del movimiento partisano y lo declaró “uno de los factores decisivos para lograr la victoria sobre el enemigo”. Aún más importante, el punto principal de la conferencia fue enfatizar al órgano reunido la necesidad de extender agresivamente el movimiento hacia una “guerra del pueblo” en los meses siguientes. 1942. LA ÚLTIMA OPORTUNIDAD: LA EXPERIENCIA ALEMANA CON FUERZAS DE SEGURIDAD INDÍGENAS.
El Ejército Alemán tuvo una última oportunidad en 1942 para recobrarse de su fracaso para asegurar las áreas ocupadas y adelantarse a la masiva expansión de la guerra partisana en una escala incontrolable. Varios comandantes superiores de campaña que comprendieron la realidad de la situación elevaron avisos a Berlín de que continuar las actuales políticas de ocupación enemistaría a la población indígena y solamente reforzaría las filas de las bandas partisanas. Algunos abogaban que el Ejército Alemán podía separar a la población indígena en las áreas ocupadas de Stalin ganándose su confianza a través de un tratamiento justo y permitiéndole algún grado de autogobierno. El Mariscal de Campo Günther von Kluge, el Comandante del Grupo de Ejércitos Centro, declaró que “podía combatir exitosamente a los partisanos soviéticos solamente si Berlín prometía crear un nuevo estado ruso e instituía una política que acabase con las colectivizaciones”. En febrero de 1942, Hitler respondió al creciente curso de argumentos que emanaba de sus comandantes en el Este: Alemania emprendió la guerra en el Este por autoprotección, esto es, para mejorar la base para un suministro seguro de alimentos para Europa, pero particularmente para la nación alemana. No es el propósito de esta guerra llevar al pueblo de la Unión Soviética hacia un futuro más feliz, o darles plena libertad o independencia política.
El mensaje de Hitler al Ejército Alemán en la Unión Soviética a comienzos de 1942 no proporcionó la guía de planificación pragmática que el Ejército Alemán necesitaba para enfrentar a la creciente guerra partisana. En este punto de la guerra, la mayoría de los comandantes del Ejército Alemán comprendieron que tenían que despilfarrar su oportunidad de establecer una administración efectiva para las áreas ocupadas. Fue durante la primavera de 1942, sin embargo, que algunos comandantes alemanes innovadores implementaron realmente soluciones efectivas de seguridad y anti‐partisanas que lograron éxito local. Estas operaciones marcaron el primer y único período de la guerra donde el Ejército Alemán creó realmente bolsas de estabilidad dentro de la zona militar de operaciones e hizo progresos sustanciales contra el movimiento partisano. Uno de los ejemplos más exitosos que ilustran el potencial de utilizar fuerzas de seguridad indígenas fue el experimento de la Brigada Kaminski en autogobierno y operaciones indígenas anti‐partisanas en el Área de Retaguardia del Segundo Ejército Panzer en la primavera de 1942. Las unidades indígenas como la Brigada Kaminski representaron una alternativa efectiva a la política de “fuerza y terror” de control militar directo en el Frente del Este. En la primavera de 1942, bandas de partisanos controlaban casi toda la retaguardia del área de operaciones del Grupo de Ejércitos Centro y el número de ataques partisanos había aumentado significativamente, particularmente en el sector de Bryansk. Un grupo de oficiales en el Estado Mayor del Grupo de Ejércitos Centro estudió el problema e informó de sus descubrimientos al Alto Mando del Ejército: Una precondición necesaria para la destrucción duradera de los partisanos es la amistad de la población rusa. Si no logramos esto, los partisanos tendrán todos los medios para obtener suministros y reclutas asegurados... es difícil para un pueblo primitivo creer en la amistad de alguien que le ha cogido hasta su última vaca.
Aunque los planificadores del Grupo de Ejércitos Centro comprendieron la necesidad de un cambio radical en la política de ocupación, carecían de recursos suficientes para implementar esas políticas de recursos humanos intensivos en la retaguardia. En la primavera de 1942, el Ejército Alemán en el Este estaba experimentando la primera de las muchas crisis de recursos humanos. Como cuestión de conveniencia, el Alto Mando del Ejército finalmente permitió que “unidades nativas adicionales fueran reclutadas entre los habitantes anti‐soviéticos y antiguos prisioneros de guerra fiables”. Fortuitamente, entorno al mismo tiempo, las tropas de reparación ferroviaria alemana bajo constante ataque partisano en el área de Bryansk se “encontraron un grupo fuertemente armado de rusos llevando brazaletes blancos con una cruz de San Jorge sobre ellos”. El grupo estaba bajo el mando de Bronislav Kaminski, un ferviente anticomunista. La banda consistía en 1.400 hombres bien armados que habían estado combatiendo al Ejército Rojo y a las bandas de partisanos en el sector de Bryansk durante las semanas precedentes a la llegada del Segundo Ejército Panzer. Un representante de Kaminski fue escoltado al cuartel general del Segundo Ejército Panzer en Orel, donde inmediatamente aseguró al mando alemán que la Brigada Kaminski estaba “preparada para combatir activamente a las guerrillas” así como también ejecutar una campaña de propaganda contra los comunistas y los partisanos. El General Rudolf Schmidt, comandante del Segundo Ejército Panzer, posteriormente
nombró a Kaminski Bïrgermeister (alcalde) de un área dentro del Körucke (Área de Retaguardia del Ejército) 532 centrada en la ciudad de Lokot (41.000 habitantes). La autoridad indígena de Kaminski era responsable de todas las cuestiones de seguridad y de la vida económica y política dentro del distrito de Lokot. El General Schmidt estableció una cadena de mando donde Kaminski solamente era responsable ante él mismo. Con la aprobación de los comandantes del Grupo de Ejércitos Centro (Mariscal de Campo von Kluge), del Segundo Ejército Panzer (General Schmidt) y del Körucke 532 (General Bernhard), Kaminski introdujo rápidamente una serie de reformas en el distrito de Lokot. Devolvió parcelas de tierra privada y ganado a los campesinos locales y al mismo tiempo persuadió al Körucke para emprender medidas enérgicas contra el saqueo por unidades del Ejército Alemán. Adicionalmente, combinó una serie de pueblos fortificados con una unidad expandida de autodefensa para crear un plan de defensa integrada anti‐partisana para el distrito de Lokot. Los campesinos locales, con un recién descubierto interés económico en el éxito del programa y cierto grado de protección contra las represalias partisanas, aumentaron la producción agrícola y pudieron vender los excedentes de los productos alimenticios al Ejército a través de un sistema de mercado libre. Las mejoras en seguridad y apoyo logístico para el Ejército fueron logradas con un pequeño coste en recursos humanos. No hubo unidades de ocupación asignadas dentro del distrito y el principal papel del Ejército fue consultivo, concretamente un oficial de enlace del Körucke (Mayor von Veltheim) y un experto en tácticas (Coronel Rübsam). El Körucke 532 informó al Grupo de Ejércitos Centro en agosto que el experimento Kaminski era “un método altamente exitoso, muy superior al sistema de nivel militar directo impuesto en otros lugares”. Durante el siguiente año, la Brigada Kaminski creció en efectivos desde 2.000 a unos 10.000 hombres bien armados con una potencia de fuego sustancialmente aumentada, buen transporte y estricta disciplina. La Brigada Kaminski comenzó a realizar operaciones anti‐partisanas a gran escala en el Körucke 532 más allá del distrito de Lokot. Una evaluación de la situación partisana muestra la efectividad de la Brigada Kaminski: en diciembre de 1941, los partisanos controlaban toda la retaguardia del Grupo de Ejércitos Centro en el área de Bryansk y unos estimados 7.000 partisanos vagaban por la línea ferroviaria Bryansk‐Lgov‐Kursk. A finales de 1942, sin embargo, toda la “región liberada” de Lokot estaba limpia de partisanos y la línea ferroviaria Bryansk‐Lgov fue asegurada hasta una distancia de cuatro millas. La Brigada Kaminski también tuvo un gran impacto en la guerra de propaganda fuera de la región, el gobierno soviético en Moscú realizó varios intentos infructuosos de asesinar a Kaminski y dieron una recompensa permanente de 200.000 rublos por su vida. Alexander Pronin sostiene que la Brigada Kaminski fue el esfuerzo colaborador anti‐ partisano más exitoso de la guerra y que fue “uno de los mejores ejemplos del ejercicio de la iniciativa por un comandante local” en el guerra partisana (General Schmidt). En resumen, tres cuestiones claves concernientes a la Brigada Kaminski se merecen un análisis más cercano. ¿Porqué la práctica de autogobierno limitado y unidades anti‐partisanas indígenas tuvo éxito inicialmente en el Grupo de Ejércitos Centro? ¿Porqué finalmente fracasó? Por último, ¿Porqué otros esfuerzos colaboradores como la Brigada Kaminski no fueron expandidos al resto de las áreas ocupadas?
Tres factores destacan concernientes al éxito relativo de la Brigada Kaminski. Primero, el General Schmidt asumió el riesgo (político así como también táctico) a cambio de una solución creativa y de alto resultado y estableció una cadena de mando racionalizada para apoyar a Kaminski. En segundo lugar, el abordamiento priorizado de Kaminski de la “jerarquía de necesidades” de la población local (seguridad, oportunidad económica, alguna posibilidad de autogobierno) antes de ocuparse de objetivos más elevados. Tercero, Kaminski y Schmidt comprendiern la necesidad de reducir la presencia del Ejército Alemán en el distrito de Lokot. Esta medida redujo la fricción dentro del distrito de la naturalmente animosidad entre la proximidad de una fuerza ocupante y los habitantes locales. En este caso de estudio al menos, parece ser que el comportamiento represor es más aceptable para la población local cuando el “hacedor” es una fuerza de seguridad del país frente a un ejército extranjero ocupante. Tres factores jugaron un gran papel en el fracaso final del experimento Kaminski. Obviamente, cuando el Ejército Rojo tomó el control del distrito de Lokot, los patrones de Kaminski del Segundo Ejército Panzer fueron obligados a retirarse dejando la situación insostenible para Kaminski. Sin embargo, la Brigada fue considerada tan valiosa por el Grupo de Ejércitos Centro que fue transferida al oeste en septiembre de 1943 durante la retirada alemana. Pero incluso antes de la llegada del Ejército Rojo, el experimento era un caso clásico de demasiado poco y tarde. En la época en que el General Schmidt implementó el programa, un gran y bien organizado dominio partisano estaba ya establecido en los distritos circundantes al Körucke. Esto sugiere que en la co‐evolución de la competición partisano y anti‐partisano hay un resquicio de oportunidad en una campaña que debe ser explotada por la fuerza ocupante. Finalmente, el elemento de fricción de Clausewitz estaba activo en el Grupo de Ejércitos Centro. Muchos comandantes subordinados, alemanes así como también de unidades aliadas tales como los húngaros, tenían una tremenda animosidad hacia la Brigada Kaminski por la competencia, la autonomía de la unidad y el tratamiento a menudo descarado del comandante a los oficiales alemanes y aliados. Estos celos insignificantes a menudo trabajaron para frustrar los esfuerzos de Kaminski, sin saberlo el Grupo de Ejércitos Centro o el Segundo Ejército Panzer. Otros programas colaboracionistas fueron implementados en varias regiones de las áreas ocupadas pero no a la escala o al grado de éxito de la Brigada Kaminski. Aunque algunos comandantes alemanes comprendieron la necesidad de un cambio de paradigma en la política de ocupación, aunque fuera solamente por razones pragmáticas más que altruistas, los resultados del experimento de la Brigada Kaminski no fueron lo bastante potentes para superar el atrincherado punto de vista Nacional Socialista de la guerra en el Este. Las pragmáticas preocupaciones de los comandante del frente eran incapaces de coexistir con la ideología política nazi. La política de ocupación alemana en su núcleo estaba basada en la explotación del pueblo ruso y en una creencia de que el pueblo ruso estaba ya acostumbrado a la represión brutal bajo el estado comunista. Una política pragmática de autogobierno y de operaciones anti‐ partisanas colaboracionistas requerían un grado de autonomía y estima por el bienestar básico de la población indígena. Por esta razón, el experimento de la Brigada Kaminski fue un éxito aislado. Cuando el año 1942 estaba cerca de terminar, estaba claro que la última oportunidad que el Ejército Alemán tenía para asegurar las áreas ocupadas dentro de la zona de operaciones militares había pasado. El cuadro operacional más amplio del
Frente del Este, que incluye la pérdida de un ejército en Stalingrado en el invierno de 1942‐1943 y la debacle en Kursk en el verano siguiente, dictó que el Ejército Alemán empleara todo recurso disponible a su disposición contra el Ejército Rojo. El movimiento partisano posteriormente creció en escala e intensidad desde finales de 1942 hasta su apogeo en el verano de 1944. Durante la Operación Bagration, la destrucción del Grupo de Ejércitos Centro por cuatro frentes soviéticos, las fuerzas partisanas operaron en formaciones a gran escala tomando terreno clave para bloquear la retirada alemana y ejecutar ataques masivos contra las formaciones convencionales alemanas. Las operaciones partisanas realizadas después de 1942 están más allá del alcance de este estudio. Sin embargo, la transición del movimiento partisano desde una resistencia guerrillera ad hoc a una impresionante fuerza paramilitar de 500.000 hombres realizando operaciones a nivel operacional posteriormente en la guerra, refuerza la importancia de ese período de transición en el período inicial de la guerra. Si el Ejército Alemán hubiese previsto un enfoque a nivel operacional utilizando fuerzas de seguridad indígenas similar al del Segundo Ejército Panzer y la Brigada Kaminski a comienzos de la campaña Barbarroja, la situación en las áreas ocupadas podría haber sido más propicia para realizar operaciones sostenidas contra el Ejército Rojo en 1943‐1944.
BARBARROJA EN RETROSPECTIVA: PLANIFICANDO PARA FRACASAR.
¿Porqué el Ejército Alemán, una fuerza en el cenit de la excelencia operacional y táctica en 1940‐1941, fracasó completamente en su intento de asegurar las áreas ocupadas después de la Operación Barbarroja? La tesis de este estudio concluye que el Ejército Alemán fracasó debido a que el esfuerzo de planificación para la Operación Barbarroja estuvo dominado por una comprensión lineal del problema: los planificadores asumieron que una vez que el Ejército Rojo fuera destruido y el dominio de Stalin en las áreas ocupadas roto, la resistencia a la ocupación se colapsaría. Los planificadores de Barbarroja (principalmente Marcks, Paulus y Lossberg, y los estados mayores de apoyo del OKW y del OKH) estaban entre los oficiales de estado mayor más brillantes y con mayor experiencia del Ejército Alemán. Casi todos habían jugado papeles claves en los años de las sorprendentes victorias alemanas que llevaron a la invasión de la Unión Soviética, un período durante el cual el Ejército Alemán había esencialmente subyugado toda Europa Occidental. De ninguna manera, estos hombres no eran aficionados. Muy al contrario, eran profesionales experimentados y veteranos que servían en uno de los ejércitos más exitosos de todos los tiempos. ¿Porqué entonces apostaron el éxito de la empresa completamente a una sola campaña y por tanto asumieron fácilmente que la batalla decisiva sola bastaría para asegurar los amplios objetivos en el Este? La respuesta reside en tres dinámicas interrelacionadas que influyeron grandemente en su concepción de la próxima guerra en el Este. En primer lugar, el conocimiento de los planificadores de Barbarroja de los desafíos a los que se enfrentaban al asegurar las áreas ocupadas debe ser contemplado en el contexto de la doctrina y experiencia del Ejército Alemán, ninguna de las cuales sugerían que las grandes operaciones de combate solas eran insuficientes para lograr los complejos objetivos políticos. En segundo lugar, la falta total de apreciación de los planificadores de la sociedad, cultura y política soviéticas les dejó incapaces de reconocer y explotar las debilidades y la degradación de las fuerzas del sistema soviético. Finalmente, la indiferencia del Ejército Alemán a la unidad de propósito “interagencias” produjo consecuencias catastróficas de segundo y tercer orden que simplemente no pudieron ser superadas posteriormente durante la guerra. Cada una de estas dinámicas es abordada aquí en algún detalle. DOCTRINA Y EXPERIENCIA.
La doctrina, quizás más que cualquier otra característica de la base de un ejército, moldea la percepción de la guerra de un ejército y determina cómo actuará en batalla. Algunos historiadores sugieren incorrectamente que la base teórica para la doctrina de la “guerra relámpago” alemana de la II Guerra Mundial fue establecida en la década de 1930, o quizás incluso antes con las tácticas de tropas de asalto de 1918. Ambos puntos de partida cronológicos son, de hecho, modificaciones recientes a una antigua continuación de la escuela germano‐prusiana de pensamiento militar. La doctrina alemana que moldeó la planificación de la invasión de la Unión Soviética era mayormente una evolución continuada del paradigma napoleónico que fue transmitido y adaptado a los tiempos desde la destrucción del Ejército Prusiano por Napoleón en Jena‐Auerstadt en 1806.
La breve y decisiva campaña de 1806 de Napoleón demostró dolorosamente a la clase dirigente militar prusiana los preceptos centrales napoleónicos. Primero, el mejor método para obtener el objetivo político en la guerra era destruir al ejército principal enemigo en el mayor grado posible. Segundo, el mejor enfoque para lograr ese fin era avanzar rápida y profundamente en el territorio enemigo y enfrentarse al ejército principal enemigo en una sola y decisiva batalla. El Ejército Prusiano, entre el final de las Guerras Napoleónicas y su emergencia en la década de 1860 como la potencia terrestre europea dominante, experimentó una importante transformación inspirado por las ideas y el liderazgo de dos hombres: Gerhard von Scharnhorst y August Neidhardt von Gneisenau. Las ideas de la escuela de pensamiento prusiano‐alemana en desarrollo estaban basadas mayormente en la “interpretación original del arte de la guerra de Napoleón” de Scharnhorst y Gneisenau. Carl von Clausewitz, amigo y pupilo de Scharnhorst y Gneisenau así como también un consumado erudito napoleónico, comenzó De la Guerra en 1819 y amplificó aún más la influencia del paradigma napoleónico sobre la teoría militar alemana. Peter Paret en Creadores de la Estrategia Moderna describió acertadamente esta conexión perdurable entre el modo de hacer la guerra napoleónico y la teoría militar prusiano‐alemana: Quizás de entre los mas importantes legados que los soldados alemanes aceptaron de Clausewitz, dos quedaron bien implementados en la doctrina del Ejército en el siglo veinte, eran su conformidad con Napoleón de que una gran victoria era probablemente más importante que muchos pequeños éxitos, y su concepto de los imponderables.
Continuando la tradición de inspiración napoleónica de Scharnhorst, Gneisenau y Clausewitz, Helmuth von Moltke y Alfred Schlieffen dominaron el pensamiento militar alemán desde mediados del siglo diecinueve hasta la Primera Guerra Mundial. Moltke y Schlieffen enseñaron y practicaron un estilo de guerra ofensiva que adaptaba los preceptos de Napoleón a las posibilidades de la era industrial. Las ideas de Moltke y Schlieffen guiaron la estrategia alemana a lo largo de la Primera Guerra Mundia e influyeron fuertemente en los más importantes Jefes del Estado Mayor General de Alemania durante el período de entreguerras: el General Hans von Seeckt (1919‐1926) y el General Ludwig Beck (1933‐1938). Bajo la guía de von Seeckt y Beck, la generación de entreguerras de estrategas y teóricos alemanes, incluyendo el General Heinz Guderian, actualizaron el concepto de batalla de aniquilación a su versión de la guerra relámpago blindada‐mecanizada que fue practicada con tan gran éxito en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial. La doctrina fundamental para el Ejército Alemán en la II Guerra Mundial, la Regulación 300 del Ejército Alemán, Truppenführung , reflejaba la continuación de los preceptos básicos del paradigma napoleónico. El Truppenführung enfatizaba el objetivo central de destruir a las fuerzas armadas enemigas en batalla y la importancia de la masa y de la velocidad como los medios para lograr esa destrucción. El Truppenführung simplemente combinada este punto de vista perdurable, aunque limitado, del propósito de la guerra con tácticas y técnicas modernas de armas combinadas. El resultado fue un enfoque conceptual de la guerra que sintetizaba el principio de aniquilación de inspiración napoleónica (Vernichtungsprinzip), la base de la doctrina prusiano‐alemana desde mediados del siglo diecinueve, con la guerra móvil
(Bewegungskrieg) hecho posible por las innovaciones tecnológicas del período de entreguerras. El Ejército Alemán, por consiguiente, entró en la II Guerra Mundial guiado por una idea central basada mayormente en una concepción a nivel táctico de la guerra. De hecho, el Truppenführung (Mando de Unidad) era un manual doctrinal a nivel táctico de un solo servicio (el Ejército). La Kriegsakademie hizo circular un boceto Kriegsführung (Mando de Guerra) en 1938 en un intento por producir una doctrina a nivel doctrinal para servicios conjuntos. Cuando la guerra comenzó al año siguiente, sin embargo, el Kriegsführung fue puesto en reserva indefinidamente. El Ejército Alemán, por consiguiente, combatió toda la II Guerra Mundial guiado por los principios fundamentales establecidos en el Trunppenführung. El Ejército Alemán mantuvo que ganar una guerra era posible a través de una sola victoria decisiva en el campo de batalla creada por la aplicación de la guerra móvil. Ningún acontecimiento en el campo de batalla al principio de la guerra causó que esta aseveración fuera seriamente desafiada. El Ejército Alemán era la fuerza militar más formidable y efectiva que el mundo jamás había visto como lo demostraron las victorias “relámpago” durante el período de 1939 a 1941. Este punto de vista, sin embargo, era la misma antítesis del arte operacional en el cual “las operaciones en serie y los efectos acumulativos son las claves”. Muy como De la Guerra de Clausewitz, que ignoraba mayormente el después de las grandes operaciones de combate y las contingencias para la guerra de guerrillas, el Truppenführung dedicaba poco análisis a otras operaciones que no fueran las operaciones convencionales a gran escala. Esta doctrina no solamente afectó a las operaciones sino que, igualmente importante, moldeó la educación oficial. Por ejemplo, el historiador Colin Heaton sostiene que los líderes superiores y educadores militares alemanes en las distintas academias militares rechazaron incorporar la doctrina de contrainsurgencia por todo el Ejército hasta 1944. Como resultado, a los comandantes en campaña en 1941‐1942 se les dejó crear sus propias tácticas y técnicas para combatir a los partisanos. Según Heaton: El fracaso de las fuerzas militares alemanas para enfrentarse efectivamente con sus problemas de insurgencia fue el resultado de los arraigados entrenamiento, pensamiento y filosofía militar lineal autorizadas en la Kriegakademie donde la adherencia a aplicaciones estrictas y clásicas de los métodos convencionales de guerra de armas combinadas junto con las directrices del General Hans von Seeckt eran literalmente el evangelio.
Aunque el Ejército Alemán estaba doctrinalmente inclinado a hacer caso omiso de otras operaciones militares que no fueran las grandes operaciones de combate, nada en la experiencia histórica contemporánea alemana proporciona una perspectiva opuesta a este punto de vista teórico. Antes de la II Guerra Mundial, el problema de asegurar y administrar áreas ocupadas detrás del ejército no era una gran preocupación para el Ejército Alemán. Aunque el Ejército Prusiano fue sorprendido por los franctireurs irregulares franceses que atacaron las líneas de comunicaciones alemanas en la Guerra Franco‐Prusiana de 1870‐1871, los alemanes emprendieron una rápida y despiadada acción contra las guerrillas y sus simpatizantes logrando el efecto deseado con relativa facilidad. La tendencia continuó durante la I Guerra Mundial en el Oeste donde la resistencia al Ejército Alemán fue mayormente inexistente.
La mayor experiencia que los alemanes tenían en operaciones de seguridad y pacificación de movimientos insurgentes era el mantenimiento de la seguridad interna contra las insurrecciones comunistas durante la República de Weimar entre 1918 y 1923. No hay un análisis histórico minucioso que sugiera porqué la experiencia obtenida por el Reichswehr y la policía paramilitar (Shutzpolizei) en este período no fue incorporada a la doctrina del Ejército Alemán en el período de entreguerras. La explicación más probable es doble. En primer lugar, el período a principios de la República de Weimar fue de gran confusión para el gobierno central, especialmente los papeles entre el Ejército y la policía en la lucha contra los grupos comunistas. Simplemente no hubo un mecanismo para capturar y analizar las lecciones claves aprendidas en el caos burocrático. En segundo lugar, la mayoría de la casta altamente tradicional del liderazgo del Ejército Alemán probablemente prefería permanecer centrada en un papel militar convencional frente a la experiencia en seguridad interna de la década de 1920, lo cual se había convertido en un tema altamente politizado y explotado por Hitler y las SS en los años posteriores. Una de las razones más importantes de porqué el Ejército Alemán no pudo conceptualizar la necesidad de operaciones específicas de seguridad para la invasión de la Unión Soviética fue la experiencia del Frente Oriental durante la I Guerra Mundial. Los oficiales alemanes que habían luchado contra los rusos en la I Guerra Mundial y ocupado vastas áreas de territorio ruso al final de la guerra recordaban que “cuando los rebasábamos o aislábamos, los rusos de esa época aceptaban estoicamente su destino como prisioneros de guerra”. Operaciones independientes de grupos aislados o sobrepasados de soldados rusos, del tipo que formarían el núcleo del movimiento partisano soviético a la estela de la Operación Barbarroja, eran prácticamente desconocidas. Al confiar en sus experiencias de la I Guerra Mundial, muchos oficiales alemanes ignoraron el hecho de que el Ejército Ruso de 1941 no era “una mera continuación de los ejércitos de los Zares sino una fuerza nacida de una larga y encarnizada lucha revolucionaria en la cual el fin justificaba cualquier medio”. Entre la campaña en Polonia en septiembre de 1939 y la invasión de la Unión Soviética en junio de 1941, el Ejército Alemán invadió Polonia, Noruega y Dinamarca, aplastó a los holandeses, belgas y franceses, y expulsó a los británicos del continente europeo. A lo largo de toda esta experiencia, el Ejército Alemán se encontró con pocos problemas al consolidar las áreas ocupadas y establecer regímenes pro‐alemanes en el lugar de los antiguos gobiernos nacionales. En menos de dos años, el Ejército Alemán derrotó a todos los grandes ejércitos de Europa y no tuvo que enfrentarse a ninguna seria amenaza en el entorno de la seguridad tras la fase decisiva de las grandes operaciones de combate. Por diversas razones dependiendo de la situación, los países ocupados ofrecieron poca resistencia a la autoridad alemana en los primeros años de ocupación. La resistencia en los Balcanes, que estalló en mayo de 1941, llegó en el mismo momento en que la mayoría de las unidades elegidas para participar en la Operación Barbarroja estaban marchando hacia sus áreas de reunión o en las fases finales de la preparación para la invasión. El Ejército Alemán, conocido por su flexibilidad organizativa y capacidad para incorporar rápidamente los acontecimientos emergentes en la doctrina, simplemente no pudo reaccionar a los acontecimientos casi en tiempo real de los Balcanes y modificar el plan para las operaciones iniciales en la Unión Soviética.
INFORMACIÓN TENDENCIOSA: LA APRECIACIÓN DEL EJÉRCITO ALEMÁN DE LA POLÍTICA, SOCIEDAD Y CULTURA SOVIÉTICAS.
Dos factores explican mayormente el exceso infundado de confianza del alto mando alemán en el éxito de la Operación Barbarroja y su desinterés en planificar lo que pasaría después de las grandes operaciones de combate. El primero era los métodos defectuosos por los que el alto mando fue informado de la naturaleza del enemigo y del entorno. El segundo fue las antiguas actitudes y creencias del alto mando sobre la Unión Soviética y sus pueblos. Antes de examinar las ideas preconcebidas alemanas sobre la cultura y la sociedad rusas, es necesario examinar cómo el alto mando fue informado sobre la Unión Soviética. Este proceso sucedió principalmente a través de tres canales. El conducto principal de información del alto mando estaba basado en las valoraciones desarrolladas por la Oficina de Inteligencia Extranjera y Contrainteligencia, o Amt Ausland/Abwehr , dirigida por el Almirante Wilhelm Canaris. La misión de la Sección Extranjera ( Abteilung Ausland) era recoger información desde una variedad de fuentes sobre las políticas exteriores y capacidades militares de otros estados, incluyendo la Unión Soviética. En segundo lugar, dentro del mismo Ejército, la Sección Ejércitos Extranjeros del Este del Estado Mayor General (Fremde Heeres Ost) también recogía y evaluaba información perteneciente a las actividades político‐ militares en Europa Oriental. Finalmente, el alto mando fue también informado sobre la naturaleza de la Unión Soviética a través del canal diplomático que venía desde Moscú a través del Ministerio de Asuntos Exteriores Alemán. El Embajador Alemán, Conde Werner von Schulenberg, dirigía la oficina de Moscú junto con el agregado militar de Alemania en la Unión Soviética, General Ernst Köstring. Aunque el alto mando poseía estos canales de información aparentemente redundantes e independientes, todavía operaba en un estado de información tendenciosa. En otras palabras, el alto mando operaba en una situación donde carecía de información suficiente para aclarar o recusar sus propias valoraciones. En los años precedentes a la invasión alemana, mientas las relaciones germano‐soviéticas se hacían cada vez más tensas, la Unión Soviética había hecho un trabajo efectivo al desorganizar las actividades de recogida de inteligencia alemanas dentro del estado soviético. Köstring, el agregado militar en Moscú, se quejaba a Halder de que los servicios de contrainteligencia soviéticos habían hecho la recogida de inteligencia totalmente imposible. Adicionalmente, la Abwehr había estado intentando infructuosamente en los años precedentes a la invasión insertar agentes en la Unión Soviética. En cuanto a Ejércitos Extranjeros del Este, esta oficina solamente había comenzado un serio estudio nacional de la vasta Unión Soviética a finales de 1939. El Coronel Kinzel, un oficial sin entrenamiento especial en inteligencia ni conocimiento especial del ruso o del país, preparó la estimación inicial de la situación del enemigo para el OKH entre el 22 y el 26 de julio de 1940. La estimación que Kinzel presentó era presumiblemente la misma estimación utilizada por el General Marcks durante la preparación del “Borrador Operacional Este” en agosto de 1940. Ejércitos Extranjeros del Este posteriormente preparó tres grandes actualizaciones de inteligencia entre octubre de 1940 y mayo de 1941 que contenían solamente mínimas modificaciones a la estimación inicial de Kinzel. Los errores de cálculo alemanes sobre la fuerza y el número de unidades del Ejército Rojo, el potencial de los soviéticos para reponer a las fuerzas del Ejército Rojo desde el Extremo Oriente, y la existencia del tanque T‐34 han
recibido mucho interés histórico. Sin embargo, los errores de cálculo sobre el entorno socio‐político en la Unión Soviética fueran igualmente calamitosos. Sin pruebas de hecho, la serie de estimaciones asumían que la Unión Soviética era políticamente inestable, económicamente frágil y psicológicamente débil. Con esta falta de fuentes, al Estado Mayor General se le dejó planear una de las mayores invasiones de la historia armado con información poco sólida sobre el enemigo y con sus propias erróneas ideas preconcebidas. Un problema aún más serio que la falta de “inteligencia procesable” del Estado Mayor General fue su reacción a la información que cuestionaba sus suposiciones. Por ejemplo, el 10 de agosto de 1940, el desconocido Servicio Geográfico Militar del Estado Mayor General presentó su “Primer Borrador de un Estudio Geográfico Militar de la Rusia Europea”. Entre los distintos problemas que el informe identificaba en el plan de invasión, sugería que “aunque todos los objetivos (Leningrado, Moscú, Ucrania) cayeran ante la Wehrmacht , la victoria no sería cierta” basándose en su evaluación de la población, terreno y las dimensiones geográficas del espacio de batalla. La discrepante evaluación sostenía que “los soviéticos pueden no rendirse o colapsarse después de la caída de Leningrado, Moscú y Kharkov” y la “Unión Soviética puede mantener un estado de hostilidades durante un período indefinido con apoyo desde Asia”. El General Marcks probablemente tenía conocimiento de la evaluación del Servicio Geográfico Militar antes de su lanzamiento oficial pero no tomó los pasos para abordar las consecuencias del riesgo identificado en el informe en el primer plan de Barbarroja. Halder ni siquiera percibió la brecha de la transición en el plan de Marcks; “él simplemente asumió que la destrucción de las fuerzas soviéticas y la ocupación de cierta cantidad de territorio acabarían con la guerra”. En general, el alto mando simplemente no estaba interesado en la información que cuestionaba sus ideas preconcebidas. Cuando surgieron las objeciones de comandantes subordinados como von Bock en el Grupo de Ejércitos Centro o de expertos rusos como Küstring en Moscú, recibieron poca atención del alto mando. El alto mando, sin embargo, no estaba solo en su obtusidad, comos comandantes subordinados menos sofisticados aceptaron fácilmente la actitud del alto mando. Por ejemplo, durante la fase de planificación de la misión para su unidad en la invasión, el General Walter von Reichenau, el Comandante General del Sexto Ejército Alemán, escribió en su propia orden que “los valores históricos y culturales no tiene importancia”. Adicionalmente, como resultado del pensamiento estratégico del alto mando y de la facilidad de muchos comandantes superiores a aceptar tales conclusiones infundadas, el Ejército Alemán cruzó la frontera demasiado confiado en su plan e ignorante a la posibilidad de que un movimiento partisano se formara a la estela de su avance. Como se mostrará, el problema del conocimiento de la Unión Soviética del Estado Mayor General estaba solamente parcialmente relacionado a los diversos grados de efectividad de sus aparatos de inteligencia; el otro aspecto era el modo de pensar. Cuando los líderes superiores y los planificadores claves en el alto mando recibieron información útil, sus propios modelos mentales contaron más que su capacidad para utilizar esa información efectivamente. El alto mando tenía una tendencia “particularmente insidiosa y perturbadora” de “aceptar suposiciones convenientes en lugar de los duros hechos, especialmente cuando el análisis dejaba la esfera de las operaciones y se trasladaba a cuestiones políticas, económicas y sociales”. Durante la planificación para la Operación Barbarroja, el trío clave compuesto por el
General Halder, el General Kurt von Tippelskirch (el Jefe Adjunto de Estado Mayor para Inteligencia) y el General Eberhard Kinzel (Jefe de Ejércitos Extranjeros del Este) “permitieron que sus suposiciones dominaran el proceso de toma de decisiones” especialmente cuando se enfrentaron a informaciones ambiguas. ¿Cuáles eran, pues, las suposiciones sobre la Unión Soviética que dominaron el proceso de toma de decisiones? El Ejército Alemán, como institución colectiva, tenía una antigua percepción de la Unión Soviética que parecía impenetrable a la revisión incluso durante el proceso de planificación que llevó a la invasión y ocupación del país. Dos nociones claves permanecieron. Primero, el atraso inherente y el carácter brutal del pueblo ruso, intensificados por la filosofía del bolchevismo, hacían de la Unión Soviética una amenaza natural para la cultura europea occidental. Segundo, y más germánico para este estudio, veían a la Unión Soviética como un “coloso de arcilla: políticamente inestable, lleno de minorías descontentas, gobernado ineficazmente y militarmente débil; se colapsaría al primer gran golpe”. En una palabra, la población soviética había sido “bolchevizada total y definitivamente”; todo lo que se requería era “un suave empujón desde fuera, sin considerar su origen y medio” para producir el colapso del imperio soviético. El General Alfred Jodl, Jefe de Operaciones del OKW, ejemplificó cómo de penetrante era esta idea preconcebida en el alto mando alemán cuando declaró “el coloso ruso resultará ser la véjiga de un cerco; pínchela y estallará”. Basándose en la pobre fiabilidad del Estado Mayor General en sus fuentes de información y en sus penetrantes ideas preconcebidas sobre “el coloso de arcilla”, la visión global del estado mayor de los enormes desafíos asociados con la invasión no incluía la posibilidad del surgimiento de un movimiento de resistencia popular ni una solución creativa y efectiva para superar tal resistencia más allá de los medios del mismo Ejército Alemán. Dos cuestiones centrales que eran absolutamente esenciales para el éxito político alemán en el Este, por consiguiente, nunca fueron abordados por el alto mando alemán antes de la invasión. En primer lugar, ¿permanecería el pueblo soviético leal al régimen comunista de Stalin y sacrificarían sus vidas considerando la cruel y brutal existencia después de la colectivización? ¿Qué debería haber sido aparente, con toda imparcialidad, concerniente a la Unión Soviética, su pueblo y el potencial para que un movimiento partisano surgiera para desafiar al control alemán en las áreas ocupadas?. En segundo lugar, ¿Cuáles eran las alternativas para enfrentarse a tal resistencia? ¿Existía el potencial dentro de la sociedad rusa para crear un ejército voluntario popular indígena para ayudar a asegurar el objetivo político final? Para responder a la primera cuestión, la historia sola podría haber sido utilizada como una guía fiable. Incluso en 1941, el pueblo ruso tenía una larga historia de permanecer leal al régimen ruso, zarista u otro, y una igualmente larga historia de “dar sus vidas en grandes cantidades para rechazar a invasores extranjeros”. Un concepto partisano había existido en la conciencia colectiva del pueblo ruso al menos desde la época de la rebelión de Pugachev bajo el reinado de Catalina la Grande. Ningún invasor, desde los Mongoles en los siglos XIV y XV hasta Napoleón en 1812 “jamás ofreció a las masas rusas nada mejor de las condiciones que ya tenían”. Por consiguiente, el pueblo ruso ha resistido tenazmente por un régimen que consideraba de su interés, pero podría haber sido persuadido a cambiar su régimen si se les hubiese ofrecido una alternativa mejor. Como fue el caso con el Ejército de Napoleón en 1812, un invasor que empeore las condiciones para el pueblo ruso provoca que el campesino
medio “se una al régimen por venganza”. La conclusión que el Ejército Alemán debería haber sacado parece obvia en retrospectiva: ofrecer al pueblo ruso una alternativa mejor o prepararse para combatir a una prolongada y sangrienta resistencia. Los planificadores alemanes deberían haber considerado también la historia más reciente de la experiencia rusa, especialmente la naturaleza transformadora de la Guerra Civil Rusa donde las guerrillas rojas combatieron en Ucrania, Bielorrusia, el Cáucaso Norte, Siberia y el Extremo Oriente bajo la dirección del Cuartel General de Destacamentos Partisanos (CGDP). Basándose en estas experiencias, la Unión Soviética publicó su primera doctrina formal para misiones y tácticas partisanas. El Ejército Rojo añadió “Operaciones Partisanas” como un capítulo especial a su Manual de Campaña ya en 1918. La misión declarada era “inflingir el máximo daño material al enemigo...y desorganizar el sistema de comunicaciones enemigo”. En 1919, el Ejército Rojo publicó un documento separado titulado “Instrucción para Organizar Destacamentos Locales Partisanos”. Claramente, el pueblo ruso tenía una disposición muy arraigada y colectiva de combatir invasores; un instinto para luchar que fue consolidado en la conflagración de la Guerra Civil Rusa y solidificado como un componente clave de la estrategia de defensa nacional. La respuesta a la segunda cuestión –si el pueblo ruso podría haber sido persuadido de tomar las armas para fomentar la causa alemana‐ es mejor respondida en el notable relato del Capitán Wilfried Strik‐Strikfeldt. Strik‐Strikfeldt era un báltico de origen alemán que había servido en el Ejército Imperial Ruso durante la I Guerra Mundial. Durante la Revolución, sirvió con la Misión Militar Británica en los Estados Bálticos y trabajó con la Cruz Roja Internacional para aliviar la hambruna en Rusia. En la década de 1920, fue nombrado representante especial para las firmas de ingeniería británicas y alemanas en Riga. Strik‐Strikfeldt fue evacuado junto con el resto de los bálticos de origen alemán a Posen después del Pacto Ribbentrop‐Molotov en 1939. A comienzos de 1941, Strik‐Strikfeldt fue invitado a unirse al Grupo de Ejércitos Centro con el rango de Capitán y trabajar como asesor especial del Mariscal de Campo von Bock en asuntos rusos. Durante su misión con el Grupo de Ejércitos Centro, las actividades de Strik‐Strikfeldt incluían evaluar los informes del frente, interrogar prisioneros importes y, aún más importante, visitar las áreas inmediatamente detrás de los ejércitos en avance e informar directamente a von Bock sobre los sentimientos y actitudes de los rusos así como también las condiciones generales en las áreas ocupadas. Constantemente, Strik‐Strikfeldt informaba de que la población rusa era abrumadoramente receptiva a la ocupación alemana en las semanas iniciales de la campaña. El pueblo ruso estaba rápidamente restableciendo las costumbres religiosas y sociales brutalmente suprimidas desde la Revolución Bolchevique. Los aldeanos rusos veían abiertamente a Hitler como “Hitler el Liberador” y estaban rápidamente estableciendo su propia seguridad local en los “pueblos liberados” para defenderse contra las patrullas del Ejército Rojo. En cuanto al mismo Ejército Rojo, las unidades sobrepasadas se rendían fácilmente en grandes grupos. En muchos casos, oficiales del Ejército Rojo rendían unidades enteras “deseosos de ir a la batalla contra Stalin y no podían comprender porqué debían de ser desarmados y marchar hacia un campo de prisioneros”. En general, para Strik‐Strikfeldt, “parecía como si una revolución anti‐ Stalin espontánea hubiese estallado en la área ocupada”. Strik‐Strikfeldt sirvió en este cargo hasta comienzos de 1942, cuando, poco después del relevo de von Bock del mando del Grupo de Ejércitos Centro, fue
reasignado a la Sección Ejércitos Extranjeros del Este del OKH. Basándose en sus recientes experiencias en el Este, Strik‐Strikfeldt fue nombrado comandante del campo especial establecido por el OKH en Dabendorf, cerca de Berlín. La tarea ostensible de Strik‐Strikfeldt era entrenar propagandistas rusos para el Departamento de Propaganda del OKW. Sin embargo, la esperanza real de Strik‐Strikfedl, y de su círculo de ilustres partidarios dentro del Ejército Alemán, era que Dabendorf se convirtiera en el centro del recién creado Movimiento de Liberación Ruso bajo el liderazgo del antiguo General del Ejército Rojo Andrei A. Vlassov. La experiencia de Strik‐Strikfeldt, como el principal “experto ruso” en el Grupo de Ejércitos Centro desde 1941 hasta comienzos de 1942 y como Comandante en Dabendorf donde trabajó estrechamente con Vlasov y el Movimiento de Liberación Ruso desde 1942 hasta el final de la guerra, proporciona la mejor visión de la perspectiva rusa sobre esta cuestión. El punto de vista político, social y cultural ruso, según lo expresado por Vlasov y su séquito cercano, sugería que existía claramente la oportunidad de explotar el descontento ruso con el sistema comunista y facilitar la transición hacia un nuevo orden en las áreas ocupadas bajo la autoridad de un movimiento popular indígena ruso. Un curso alternativo de acción estaba disponible para el Ejército Alemán en su búsqueda para eliminar la amenaza comunista y controlar el futuro de la Rusia ocupada. En lugar de un enfoque puramente cinético y externo (aniquilar al Ejército Rojo, destruir el sistema político comunista, e intentar emplazar una autoridad ocupante alemana sobre el caos siguiente), Alemania podría haber perseguido una estrategia de desorganizar al Ejército Rojo hasta un punto suficiente para facilitar la organización de un Movimiento de Liberación Ruso popular (utilizando algunos de los componentes existentes del antiguo régimen) que, en conjunción con fuerza militar selectivamente aplicada, podía suplantar al régimen comunista y finalmente fomentar los intereses globales alemanes. Este enfoque alternativo colaboracionista era ciertamente una posibilidad a principios de la guerra a cambio de la posibilidad de autogobierno para el pueblo ruso. Desde la retrospectiva histórica, sin embargo, está claro que Stalin y el gobierno soviético utilizaron efectivamente la conciencia cultural rusa allá donde Hitler y el Ejército Alemán resultaron ser incapaces, o poco dispuestos, a hacer lo mismo. El resultado de esta divergencia sobre el delicado tema de la cultura finalmente tuvo consecuencias monumentales. La jugada de Stalin sobre el nacionalismo ruso reforzó la resistencia soviética en los peligrosos años de 1941 y 1942. Hitler, por otro lado, rehusó permitir una oportunidad incluso remota de autogobierno ruso y el empleo de un Ejército de Liberación Ruso a comienzos de la guerra. Si el Movimiento de Liberación Ruso hubiese sido completamente apoyado, incluso tan tarde como en 1942, el curso completo de la contienda en el Este podría haber cambiado dramáticamente. UNIDAD DE PROPÓSITO “INTERAGENCIAS”: RELACIONES ENTRE LAS ADMINISTRACIONES CIVIL Y MILITAR.
Una relación “interagencias” muy disfuncional existió entre las ramas militar y civil de la administración de la ocupación alemana en la Unión Soviética en la época en que la Operación Barbarroja culminó a finales de 1941 y el Ejército comenzó a comprender que la guerra probablemente se alargaría indefinidamente. Esencialmente, cuatro principales entidades alemanas compitieron con diversos grados de éxito por controlar ciertos “feudos” en las áreas ocupadas. Estos jugadores claves eran el
Ejército, el Ministro del Reich de los Territorios Ocupados Orientales (Ostministerium) Alfred Rosenberg, las SS de Himmler y las diversas agencias que comprendían la “organización del Plan Cuatrienal” del Mariscal del Reich Göring. Cada una de estas entidades persiguieron sus propios objetivos individuales en las áreas ocupadas –una situación que seriamente subvirtió la potencial sinergia resultante de una unidad común de propósito. De hecho, el caos y el completo antagonismo que caracterizaron la interacción civil‐militar durante el período inicial de la guerra produjeron consecuencias desastrosas e irreparables para el Ejército cuando se comenzó un esfuerzo concertado para solidificar su dominio sobre las áreas ocupadas y crear una apariencia de estabilidad para apoyar las operaciones continuadas contra el Ejército Rojo. Esta división de responsabilidad estuvo básicamente a lo largo de líneas funcionales: militar (el Ejército), policía y seguridad (las SS), económica (el Plan Cuatrienal) y administración gubernamental (el Ostministerium). Esta configuración inconexa fue atribuida a tres suposiciones hechas por Hitler. Primero, al dividir la ocupación a lo largo de líneas funcionales, cada entidad podía utilizar un cuadro experimentado de oficiales dentro de Alemania con conocimientos similares. Segundo, una vez que estas agencias fueran establecidas en el Este, las líneas naturales de comunicación con agencias paralelas en el Reich facilitaría la coordinación entre actividades domésticas y externas a lo largo de líneas funcionales. Finalmente, la división de responsabilidad siguiendo el modus operandi estándar de Hitler de “división y control” aseguraría que ninguna agencia o persona acumularía demasiada autoridad y poder. Aunque esta organización tuvo sentido desde una perspectiva, la de los burócratas en Berlín antes de la guerra, produjo resultados desastrosos para el Ejército, enfrentado al monumental desafío de asegurar la área ocupada y atacar a largo plazo. Por ejemplo, el Ostministerium de Rosenberg, la principal agencia para efectuar los aspectos políticos y gubernamentales de la ocupación, no fue oficialmente establecido hasta el 17 de julio de 1941, cuatro semanas después de que comenzara la invasión. Entre mediados de julio y el 1 de septiembre de 1941, la fecha en que los Reichskommisariat Ost y Ukraine fueron activados, el personal tuvo que ser apresuradamente reunido. La alta responsabilidad del Ostministerium era “idear un proyecto para la organización de la administración civil a largo plazo en el Este ocupado”. Desafortunadamente, la administración de Rosenberg no era un cuerpo de elite , por el contrario, era una “banda variopinta que solamente debía una lealtad nominal a su jefe”. La mayoría de su personal estaba compuesto por “enemigos personales, odiosos entrometidos e incompetentes calentadores de sillas” expulsados de sus antiguos trabajos en los distintos ministerios civiles cuando llegó la llamada para suministrar servidores civiles para el Este. Algunos, con tan poco entrenamiento como una sesión informativa introductoria, fueron enviados a toda prisa para ocupar puestos claves en la administración de la ocupación. Para agravar las cosas, el liderazgo de nivel superior del Ostministerium estaba compuesto en su mayor parte por miembros veteranos de las SA del partido que albergaban hostilidad hacia el Ejército y las SS. En general, el Cuerpo Dirigente Este (Führerkorps Ost) llegó a ser conocido como un grupo desesperadamente incompetente de descontentos, abiertamente hostil al Ejército, que tenía asignado la crítica misión de organizar gobiernos funcionales en las áreas ocupadas una vez que el control pasara desde la zona militar de operaciones.
Un conjunto diferente de problemas existió dentro del feudo SS en el Este. A comienzos del esfuerzo de planificación de Barbarroja, Himmler, a través de una serie de maquinaciones, aseguró un acuerdo del OKW haciendo a las SS la única autoridad para operaciones de policía dentro de la zona militar de operaciones y las áreas administradas por civiles. Además, la cadena de mando SS para todas las fuerzas en el Este pasaba directamente por Himmler en Berlín sin reparar en la situación militar o de los objetivos del Ostministerium. Bajo esta exclusiva cadena de mando, las SS y la policía operaban a través de todas las demarcaciones y eran libres para interferir en cualquier aspecto de la administración de ocupación. Los lugartenientes de Himmler, con su total apoyo, conspiraron constantemente para extender su autoridad a expensas de las fuerzas armadas y de otras agencias civiles. Sin ser responsables ante ninguna autoridad en el teatro de operaciones, las SS cometieron sus acciones más escandalosas sin consideración por la situación político‐militar. Los Sonderkommando y Einsatzgruppen de las SD operaron a todo lo largo de las áreas ocupadas exterminando comisarios, judíos y otros indeseables a la estela de Barbarroja. Estos actos de violencia desenfrenada e ideológicamente impulsada dirigida hacia la población civil fue el factor más poderoso que galvanizó el apoyo popular al movimiento partisano temprano en la ocupación y resultó ser el mayor obstáculos en los posteriores intentos del Ejército por ganar los “corazones y mentes” de los pueblos rusos. Rivalizando con la incompetencia del Ostministerium y la brutalidad de las SS estaban las agencias económicas ligeramente confederadas bajo el “Plan Cuatrienal” de Göring. El único propósito de estas agencias era la explotación económica de las áreas ocupadas. El espacio de control para estas distintas agencias era un laberinto de complejidades. Basta con decir, sin embargo, que la cadena de mando sobrepasaba al Ejército y al Ostministerium en muchos casos. Adicionalmente, varias pequeñas agencias operaron independientemente dentro de las áreas ocupadas, las cuales jamás estuvieron bajo el control de Göring. Aunque no unidas en mando, estas agencias trabajaron colectivamente en función de saquear industrias capturadas, alimentos, materias primas y trabajo esclavo para enviarlos al Reich. Todas estas acciones fueron implementadas, precediendo a la terminación de Barbarroja, sin consideración por los efectivos potenciales sobre el problema militar de asegurar las áreas ocupadas tras la conclusión de las grandes operaciones de combate. En el período de transición posterior a la Operación Barbarroja, el caos total “interagencias” dificultó severamente la capacidad del Ejército para estabilizar las áreas ocupadas. En las ciudades y pueblos donde la gente solamente días o semanas antes habían recibido al Ejército Alemán como liberador, los Einstazgruppen de las SS llegaron y comenzaron una masacre indiscriminada de civiles que se ganó la antipatía de la población y arrojó a áreas completas que previamente eran simpatizantes, o al menos neutrales a la ocupación alemana, al campo partisano. En lugares donde el Ejército había comenzado a organizar fuerzas de autodefensa indígenas locales, llegaron después las comisiones económicas para reclutar a todos los hombres sanos, incluyendo a los de la fuerza de seguridad, para su deportación al Reich en la búsqueda incesante de mano de obra para la industria armamentística de Alemania. Por su parte, el Ostministerium fue completamente inefectivo en establecer gobiernos funcionales y proporcionar alternativas viables para la población que estaba bajo continua presión del aparato clandestino del partido comunista para apoyar el movimiento partisano. Éstos son solamente algunos ejemplos; Eric Waldman en “La Administración de la
Ocupación y Experiencia Alemanas en la URSS” describe la situación global más concisamente: La división de responsabilidades entre una administración militar y otra civil y el gran número de agencias operando descoordinadas disminuyó la efectividad del gobierno militar a todos los niveles y disminuyó la acción cooperadora por parte de las agencias rusas. La planificación organizacional alemana no tomó en cuenta el largo período de jurisdicción militar, durante el cual las fuerzas armadas deberían haber iniciado programas políticos y económicos a largo plazo, o la necesidad de una administración flexible basada en las condiciones reales.
¿Porqué existió esta situación y qué papel jugó el Ejército en su creación? Datando de la Ley de Defensa Nacional Alemana de 1938, toda autoridad ejecutiva para la administración de territorios ocupados durante tiempo de guerra fue colocada solamente en manos del Ejército Alemán. La Ley de Defensa Nacional de 1938 requería que en tiempos de crisis o de guerra, la autoridad total sobre operaciones militares y las actividades de todas las agencias civiles alemanas en la zona de operaciones sería transferida al Comandante en Jefe del Ejército, o a su comandante superior designado en campaña (comandante de ejército y, posteriormente, de grupo de ejércitos). La ley declaraba que el poder de decisión en cuestiones concernientes al gobierno de ocupación en la zona de operaciones era conferido exclusivamente al Comandante en Jefe del Ejército. La coordinación civil‐militar en el nivel estratégico debía de ser mantenida colocando representantes de los ministerios técnicos del Reich en los estados mayores de coordinación del OKW y del OKH – la Sección de Intendencia del Estado Mayor de Operaciones y el Intendente General del Ejército respectivamente. En el nivel operacional, un “Jefe de Administración Civil” y su estado mayor fue destinado al cuartel general de ejércitos y grupos de ejércitos. En resumen, antes del comienzo de la guerra en 1939, en teoría el Ejército era la única autoridad unificada autorizada para tomar todas las decisiones pertinentes a cuestiones de gobierno militar, económicas y logísticas en el teatro de operaciones y actuaba como la función enérgica que aseguraba que la coordinación efectiva y la unidad de propósito fueran mantenidas. Entre 1938 y la preparación para la invasión de la Unión Soviética, sin embargo, esa unidad de propósito que formalmente residía en el Comandante en Jefe y en los comandantes de Ejército en el teatro de operaciones fue erosionada. En Polonia, la precedencia para la rápida transferencia de los territorios ocupados de la administración militar a la civil fue establecida cuando el Ejército fue relevado de responsabilidad en las áreas ocupadas por el Gobierno General dirigido por el Dr. Hans Frank en menos de ocho semanas después de la invasión. Cuando Hitler desvió su atención hacia la Unión Soviética, debilitó aún más la responsabilidad administrativa del Ejército, y debilitó así su autoridad, en las áreas ocupadas. Las razones de Hitler eran dobles: (a) no había estructura de fuerza suficiente en el Ejército para desviar poder de combate desde la misión principal de destruir al Ejército Rojo para manejar las áreas ocupadas y (b) simplemente no confiaba en la convicción ideológica del Ejército para implementar su visión a largo plazo para Rusia. Reflejando indiferencia sin par y falta de previsión, el Ejército dio la bienvenida al relevo de esta responsabilidad. Cuando el Ejército Alemán cruzó la frontera soviética en 1941, los planificadores anticiparon que el período de administración militar duraría al menos
tres meses. Las tareas para este período así truncado de administración militar no estaban claramente definidas. La única cuestión que estaba clara era que el Ejército no tendría papel en planificar la estrategia política. Posteriormente en la ocupación, el Ejército fue su crítico más duro con respecto a este fracaso: Se creyó que el país podría ser administrado por las fuerzas alemanas solo y también que era innecesario emitir una directiva uniforme para el tratamiento de la gente y del país. El resultado de esto, sin embargo, fue que todas las numerosas organizaciones alemanas desarrollaron sus propios enfoques dependiendo de las tareas que se suponían que debían ejecutar. Las directivas procedentes de las oficinas de nivel superior diferían grandemente en sus ideas básicas. Oscilaban entre el principio de reconstrucción planeada y explotación razonable y el principio de explotación económica del país y el tratamiento de sus habitantes como súbditos.
En resumen, es imposible describir con más claridad y concisión la anarquía que caracterizó la interacción civil‐militar en las áreas ocupadas inmediatamente después de Barbarroja que el resumen proporcionado por la Oficina de Investigación de Operaciones Norteamericana, quien estudió el problema en 1955: La operación militar alemana fue adversamente afectada por factores bajo su propio control. La ausencia de planes en algunos campos y la implementación de políticas que hicieron desertar más que atraer a la población podrían haber sido evitadas si el alto mando alemán hubiese reconocido las responsabilidades civiles‐militares inherentes al Comandante del Ejército en Campaña. Originalmente, el Ejército Alemán deseó el acuerdo de ser relevado de responsabilidades políticas para ser capaz de concentrarse en tareas militares “no políticas”. Sin embargo, los líderes militares se encontraron con que este acuerdo también eliminaba a los líderes militares del proceso de formular la política al más alto nivel. Cuando el Ejército eventualmente tuvo que administrar grandes áreas durante períodos prolongados de tiempo, estuvo atado por directivas políticas y económicas que fueron desarrolladas independientemente de los requerimientos y consideraciones militares.
CONCLUSIONES.
La idea para este estudio comenzó en el verano de 2004. En ese momento, los Estados Unidos estaban comenzando su segundo año de guerra en Irak y las fuerzas armadas norteamericanas se enfrentaban a una situación muy desconcertante. La fase principal de combates de la Operación Libertad Iraquí (18 de marzo a 1 de mayo de 2003) fue posiblemente uno de los ejemplos más exitosos de batalla decisiva en la historia y todavía los Estados Unidos se estaban encontrando gran dificultad en asegurar sus objetivos políticos después del colapso del régimen iraquí y del Ejército Iraquí. Los Estados Unidos habían derrotado al Ejército Iraquí rápida y decisivamente y con un coste mínimo en vidas y depuesto al régimen de Saddam Hussein. Sin embargo, el estado general de anarquía social y la creciente insurgencia que emergió en el período subsiguiente estaban obstruyendo los esfuerzos norteamericanos para instalar un régimen nuevo y estable apoyado por la mayoría del pueblo iraquí. ¿Qué había sucedido en los doce meses previos para explicar esta situación? Responder a esta pregunta con algún grado de certeza resulta ser problemático. Es muy difícil explicar un acontecimiento tan complejo como una guerra según se desarrolla y esto ciertamente es cierto para la implicación norteamericana en Irak. Ningún relato definitivo ha surgido para explicar exactamente lo que fue mal y lo que, sin duda, podría haber sido hecho de manera diferente en Irak entre mayo de 2003 y el presente. La cuestión de si la Operación Libertad Iraquí fue planeada y realizada o no de manera que realmente aumentaron los obstáculos para lograr los objetivos estratégicos norteamericanos en Irak solamente será respondida con el tiempo. Si la cuestión según se relaciona con la Operación Libertad Iraquí no puede ser respondida directamente, entonces quizás sería útil explorar un fenómeno similar en un contexto histórico. Varios autores contemporáneos han hecho comparaciones entre la experiencia norteamericana en Irak y varios ejemplos históricos tales como la ocupación de Alemania y Japón o la experiencia de contrainsurgencia en Vietnam. Pero para la cuestión planteada por este estudio, ninguno de estos ejemplos parecen ofrecer mucha comprensión. La experiencia alemana en la invasión de la Unión Soviética, sin embargo, parece plantear muchas similitudes. Aunque el Ejército Alemán no destruyó al Ejército Rojo, en el período inicial de la guerra el Ejército Rojo fue expulsado de la Rusia Europea en una operación rápida y aplastante y el régimen comunista fue decapitado en las áreas ocupadas. A pesar de este éxito inicial en grandes operaciones de combate, sin embargo, a comienzos de 1942 una anarquía social general y una creciente insurgencia hizo la ocupación alemana desesperada. Sin reparar en el resultado contra el Ejército Rojo, simplemente no hubo oportunidad de que un régimen viable pro‐alemán surgiera en las áreas ocupadas. La lucha alemana por asegurar las áreas ocupadas y suprimir el movimiento partisano a la estela de la Operación Barbarroja ilustran la naturaleza del problema de cerrar la brecha entre operaciones de combate rápidas y decisivas y la empresa de cambio de régimen –asegurar las poblaciones y la infraestructura y persuadir al pueblo para aceptar la transición desde un gobierno derrotado a otro nuevo. En este aspecto, la experiencia alemana en el Frente del Este tras la Operación Barbarroja parece ofrecer varias similitudes con la experiencia norteamericana en Irak en el período subsiguiente a la Operación Libertad Iraquí. En conclusión, este estudio destaca lo que puede ser
algunas de las cualidades perdurables sobre la naturaleza de la transición entre batalla decisiva y fin político –particularmente cuando ese fin es un cambio de régimen. Cuatro ideas claves destacan. LA QUIMERA DE LA BATALLA DECISIVA.
Es importante considerar lo incompleto del paradigma de guerra lineal y newtoniano. La guerra no es un simple problema cinético. Quizás la batalla decisiva nunca ha sido realmente “decisiva” en la era moderna de guerra. Esto ciertamente es verdad para la Operación Barbarroja. Aunque el Ejército Alemán casi destruyó al Ejército Rojo en un ataque aplastante y derribó al régimen estalinista en las áreas ocupadas en los meses iniciales de la campaña, esto por sí mismo no fue suficiente para lograr los amplios objetivos políticos de Alemania de establecer nuevos gobiernos en las áreas ocupadas. Cuando la Operación Barbarroja culminó y el Ejército Rojo se reagrupó más allá del alcance operacional del Ejército Alemán , el Ejército se encontró con las tareas de asegurar los centros de población y las infraestructuras claves y persuadir a la población derrotada a apoyar un nuevo gobierno –cada una de ellas una tarea monumental en sí mismas que los planificadores de Barbarroja simplemente no habían considerado relevantes durante el proceso de planificación. Las consecuencias del paradigma newtoniano como se desarrolló después de la Operación Barbarroja demanda recordar el cliché contemporáneo de que la guerra es más que romper cosas y matar gente. En algún momento de cada guerra, el centro debe desplazarse desde la destrucción a la formación de la deseada “nueva normalidad”; desde las fuerzas militares del enemigo a terminar con el caos amorfo y la violencia que siguen a las grandes operaciones de combate. Como la lucha de los alemanes con este problema en 1941‐1942 demuestra, está claro que si estas transiciones no son pensadas por adelantado, hay poca probabilidad de planificarlas y financiarlas apropiadamente bajo presión. En comparación, ¿fue la “conmoción y temor” en la Operación Libertad Iraquí simplemente una repetición del mismo enfoque lineal y cinético de la guerra basado sobre las mismas falacias que caracterizaron a la “guerra relámpago” en la Operación Barbarroja? En muchos aspectos, la respuesta es si. En el nivel estratégico, la administración norteamericana mantuvo una visión muy newtoniana de la guerra a lo largo de la planificación para la Operación Libertad Iraquí. Según Frederick Kagan, el Presidente y el Secretario de Defensa de Estados Unidos compartían una visión de la guerra en Irak que: Se centraba en destruir a las fuerzas armadas enemigas y su capacidad para mandarlas y controlarlas. No se centraba en el problema de lograr objetivos políticos. Los defensores de un “nuevo modo de guerra norteamericano”, el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld y el (Presidente) Bush principalmente entre ellos, habían intentado simplificar la guerra en un ejercicio sobre blancos. Veían al enemigo como un objetivo establecido y creían que cuando todos o la mayoría de los blancos hubiesen sido alcanzados, inevitablemente se rendiría y los objetivos norteamericanos serían logrados.
Una versión similar de la guerra fue mantenida en el nivel operacional dentro de las fuerzas armadas norteamericanas. Un comandante superior norteamericano observó en retrospectiva sobre el plan de la Operación Libertad Iraquí: “Nos centramos en el
régimen, y en el Ejército Iraquí. Ellos estaban en Bagdad, por lo que fuimos hacia Bagdad para derrotar al ejército y deponer al régimen. Creímos que todo iría bien”. Un planificador superior en el mismo mando tenía una percepción similar: “en dieciocho meses planeamos y probamos la Operación Libertad Iraquí, nunca abordamos la fase de operaciones post‐hostilidades”. SISTEMAS ADAPTABLES COMPLEJOS.
La noción de un sistema adaptable complejo es un modelo mental extremadamente útil para explicar la organización espontánea de varias amenazas en el vacío caótico y sin ley de operaciones de transición. Estos sistemas adaptables complejos crecen para competir por controlar la forma política futura del entorno post‐ conflicto. En la Unión Soviética, la brutalidad de la autoridad de ocupación nazi explicar porqué la lucha partisana emergió con tal intensidad, pero queda una discordancia considerable sobre cómo el movimiento partisano se reunió y tuvo éxito en los territorios ocupados. Dos escuelas de pensamiento han surgido para explicar el fenómeno. La noción romántica sostiene que todo el movimiento, desde el comienzo hasta el fin, fue una resistencia popular espontánea que se unió al azar para salvar a la Madre Rusia. La noción a priori contraria retrata al movimiento partisano como una insurgencia bien coordinada planeada por el gobierno soviético con anticipación a la invasión alemana. Sin embargos, ambas escuelas son explicaciones más que simples y bastante incorrectas del fenómeno. El movimiento partisano fue realmente una entidad compleja consistente en muchas agentes interactivos. Estos múltiples agentes, actuando juntos como el sistema partisano, evolucionaron conjuntamente con las operaciones anti‐partisanas alemanas según interactuaban en el entorno de las áreas ocupadas. Esto sugiere que el movimiento partisano puede ser mejor descrito como un sistema adaptable complejo – un concepto prestado desde el campo de la teoría de la complejidad. Contemplando al movimiento partisano desde esta perspectiva, es fácil contrastar su evolución con el enfoque newtoniano del Ejército Alemán a la ocupación y explicar porqué el enfoque alemán fracasó. El Ejército Alemán se acercó a la ocupación de la Unión Soviética desde una causa lineal y un enfoque de efecto. En contraste a la no linealidad en la teoría de la complejidad, la linealidad es “la piedra angular del paradigma newtoniano”. “Ofrece estabilidad estructural y énfasis en el equilibrio; legitima las extrapolaciones simples de los acontecimientos conocidos, la adaptación y la compartimentación; y promete predicción y, así, control”. Basándose en esta definición, Barbarroja fue lineal en el extremo. Su resultado esperado era lineal hasta el punto de ser formulario: A, la destrucción del Ejército Rojo, más B, el colapso del régimen soviético en Moscú, igual a C, el colapso de la voluntad del pueblo soviético de resistir en las áreas ocupadas. El surgimiento de la resistencia partisana, por otro lado, fue completamente no lineal. Evolucionó en “una mezcla de amenaza y oportunidad, inestabilidad, discontinuidad, sinergismo e imprevisibilidad”. Por necesidad, era “flexible, adaptable, dinámica y receptiva”. Como estas definiciones indican, la complejidad organizativa del movimiento partisano y funcionalidad en desarrollo estrechamente se parecen a la clasificación de un sistema adaptable complejo. Un sistema adaptable complejo tiene varias características definidas, cinco de las cuales están relacionadas con la resistencia partisana a la estela de Barbarroja y la
insurgencia a la estela de la Operación Libertad Iraquí. Primero, un sistema adaptable complejo está compuesto de un gran número de partes interactivas o agentes (complejidad). Segundo, la manera por los cuales estos agentes se conectan y relacionan unos con otros es crítica para la supervivencia del sistema (conectividad). Tercero, no hay una jerarquía visible de mando y control, planificación o dirección, solamente una constante reorganización para encontrar el mejor ajuste con el entorno (auto‐organización). Cuarto, en lugar de ser planeados o controlados, los agentes en el sistema interactúan de manera aparentemente al azar. Mientras los componentes del sistema interactúan con su entorno, estas interacciones informan a los agentes dentro del sistema y el comportamiento del mismo sistema (surgimiento). Finalmente, los cambios pequeños en la condición inicial del sistema tienen efectos importantes después de que pasan a través del bucle surgimiento‐realimentación (repetición). El plan Barbarroja asumió que un enfoque lineal y cinético bastaría para asegurar las áreas ocupadas. Las grandes operaciones de combate destruirían rápidamente al Ejército Rojo, provocando el colapso del gobierno central soviético en Moscú. Una vez que este acontecimiento sucediera, la resistencia a la ocupación se colapsaría sin el mando, control e intimidación que radiaban desde el Partido y del Estado en Moscú. En realidad, cuando el Ejército Rojo se retiró, las divisiones de seguridad alemanas no eran lo bastantes robustas o flexibles para ejercer una influencia positiva sobre las áreas ocupadas. Como resultado, se creó un segmento que fue explotado por el naciente movimiento partisano. El movimiento estaba compuesto por varios agentes (el Partido Comunista, el Ejército Rojo, el NKVD, apoyo civil local, y soldados individuales sobrepasados). La auto‐organización del movimiento partisano pasó mayormente inadvertida para el Ejército Alemán. Según la guerra progresó, el movimiento hizo la transición desde una colección descentralizada de grupos distintos y localizados para surgir como una organización centralmente controlada a nivel operacional con capacidades de campaña. En Irak, el modelo del sistema adaptable complejo también parece proporcionar la mejor explicación para el movimiento insurgente que surgió en el período subsiguiente a la Operación Libertad Iraquí. La rápida destrucción de las fuerzas militares convencionales iraquíes y el abrupto y total colapso del régimen de Saddam Hussein crearon un vacío que permitió a antiguos elementos del régimen y otros grupos anti‐ocupación la oportunidad de lanzar ataques sobre fuerzas norteamericanas y de blancos de reconstrucción. La insurgencia parece estar compuesta por una gran cantidad de partes interactivas (antiguos operativos del régimen Baazista, simpatizantes sunníes árabes, incluyendo oficiales y soldados de las disueltas fuerzas armadas iraquíes, terroristas suicidas de al‐Qaeda y otros islamistas, pistoleros mercenarios y militantes chiítas anti‐norteamericanos). La manera en la cual estos agentes se conectan y relacionan unos con otros es crítica para la supervivencia de la insurgencia (baazistas e islamistas pueden estar también trabajando para establecer un nivel de cooperación operativa que haga a ambos grupos más efectivos para oponerse a la coalición y al gobierno iraquí). Más que estar planeados o controlados, los insurgentes interactúan de manera aparentemente al azar (el liderazgo de la insurgencia permanece incierto y no tienen una ideología, estrategia o visión unificadas aparentes de un futuro Irak; sus operaciones parecen ser descentralizadas y descoordinadas). Finalmente, la insurgencia parece tener una cualidad emergente en la forma y el modus operandi (en las primeras fases de la insurgencia, los actores más
importantes y peligrosos eran claramente antiguos elementos del régimen baazista aparentemente combatiendo para restaurar alguna apariencia del antiguo régimen, ahora sin embargo, la identidad de los insurgentes parecer estar cambiando según los militares islámicos anti‐norteamericanos se unen a la lucha). A este respecto, el movimiento partisano soviético y la insurgencia iraquí pueden ser ciertamente descritas como sistemas adaptables complejos –un útil modelo mental para describir las amenazas potenciales que deben ser contrarrestadas cuando se planifican futuras operaciones de transición. EL PAPEL DE LAS FUERZAS DE SEGURIDAD INDÍGENAS.
En la fase de transición de cualquier campaña diseñada para efectuar un cambio de régimen, los medios disponibles para lograr los objetivos claves asociados con ese propósito (asegurar la población y la infraestructura clave y persuadir al pueblo subyugado a aceptar el nuevo régimen) está limitada a tres opciones. La primera es convertir a la fuerza propia, al paso, de una fuerza combatiente de fin último a una fuerza de seguridad a medio plazo. La segunda es persuadir a alguna fuerza externa, privada o internacional, para asumir la responsabilidad para esa tarea. Y finalmente, la tercer opción es incorporar en el plan de campaña acciones deliberadas para reclutar, organizar y emplear fuerzas de seguridad indígenas. Cada opción, obviamente, tiene sus ventajas, debilidades y consecuencias potenciales no intencionadas. La primer opción, convertir tu propio “martillo en un escalpelo” no tiene ventajas importantes y tiene potencialmente consecuencias desastrosas. La cuidadosamente creada fuerza atacante, quizás requerida para operaciones en otras áreas vitales, es empleada en una misión abierta‐terminada que fija estratégicamente a la fuerza y erosiona su poder de combate. Adicionalmente, como indica la historia, un ejército victorioso que se convierte en fuerza ocupante engendra el desprecio por proximidad entre la población subyugada y deslegitima al nuevo régimen. La segunda opción, confiar en un socio externo que está deseando emplear una fuerza capaz de ejecutar el trabajo sucio del ejército victorioso tal como los auxiliares de las legiones romanas es simplemente una ilusión. Además, los modernos intentos de pacificación internacional tales como las fuerzas patrocinadas por las Naciones Unidades, a menos que estén respaldadas por los Estados Unidos, han resultado ser generalmente ineficaces, costosas y a menudo en desacuerdo con el pretendido fin político. La última opción, fuerzas de seguridad indígenas, tiene un gran potencial con muy poca desventaja. E l empleo por el Segundo Ejército Panzer de la Brigada Kaminsky en la región de Lokot en 1942 representó la línea de operaciones contra el movimiento partisano más exitosa del Ejército Alemán en toda la guerra. La Brigada Kaminsky logró un éxito mayor contra los partisanos que ninguna de las divisiones de seguridad de Alemania al coste de un puñado de asesores y una pequeña cantidad de equipamiento militar. Además, Kaminsky fue capaz de ejecutar medidas de seguridad extremadamente represivas que fueron realmente bien recibidas por la población local porque su unidad estaba satisfaciendo las necesidades inmediatas de seguridad del pueblo –un logro que eludió la mayoría de las unidades alemanas en casi cada caso. Si el Ejército Alemán hubiese sido capaz de superar la intransigencia ideológica nazi con respecto a las fuerzas indígenas y expandido estos tipos de operaciones a la totalidad de las áreas
ocupadas, el Ejército Alemán podría haber plausiblemente llevado la lucha contra el Ejército Rojo desde una base segura de operaciones en las áreas ocupadas. El nivel de éxito que las fuerzas armadas norteamericanas ha logrado con fuerzas de seguridad indígenas en Irak es incierto en el momento de este escrito. Las operaciones más prometedoras parecen ser en el tercio norte del país donde las Fuerzas de Operaciones Especiales Norteamericanas han operado en conjunción con fuerzas de seguridad kurdas desde el comienzo de la guerra. Sin embargo, el desafío real está en el área del país dominada por los sunníes. Desafortunadamente, llevó casi dieciocho meses para los Estados Unidos comprender que el esfuerzo principal en Irak no era cazar a los leales al antiguo régimen sino poner en pie al Ejército Iraquí y a las fuerzas de policía. No hay evidencia de que ninguna consideración se dio durante la planificación para la Operación Libertad Iraquí para establecer rápidamente fuerzas de seguridad indígenas para estabilizar el país en el período subsiguiente a la caída del régimen de Saddam Hussein. Un comandante superior norteamericano declaró: “después de llegar a Bagdad, no sabíamos a quién pasaríamos el país, asumimos que algún cuartel general internacional todavía a ser nombrado asumiría el mando para la fase de operaciones de estabilidad y reconstrucción”. Sin duda, la más desastrosa decisión hecha en toda la campaña fue la de disolver a todo el Ejército Iraquí y al hacerlo, perder la oportunidad más prometedora para establecer inmediatamente una fuerza de seguridad indígena. A este respecto, la Operación Barbarroja y la Operación Libertad Iraquí tienen mucho en común. DOCTRINA, CULTURA Y COORDINACIÓN INTERAGENCIAS.
Finalmente, los tres grandes factores que influyeron adversamente en la planificación del Ejército Alemán para la transición posterior a la Operación Barbarroja fueron las falacias doctrinal y experimental de la batalla decisiva, una defectuosa apreciación cultural de la Unión Soviética, y una indiferencia a la importancia de la unidad de propósito civil‐militar. Doctrinalmente, el Ejército Alemán estaba obsesionado en una conceptualización de la guerra que simplemente concluía con la rápida destrucción del ejército enemigo en una batalla de aniquilación. Con respecto a su apreciación cultural del pueblo soviético, el Ejército Alemán fue completamente negligente. El Ejército desaprovechó completamente las oportunidades inherentes a la desafección de enormes segmentos de la población como resultado de la colectivización y la supresión religiosa. Claramente, existía el potencial para asegurar las áreas ocupadas bajo la autoridad de un Movimiento de Liberación Ruso anti‐ estalinista y apoyado popularmente a través de las líneas sugeridas por A. A. Vlasov. Contrariamente, el Ejército desaprovechó los evidentes avisos históricos desde la Guerra de 1812 hasta la Guerra Civil Rusa de que el pueblo ruso poseía un conciencia colectiva con respecto a la guerra partisanas y el hecho de que en los veinte años desde la Revolución Bolchevique, un resistente y brutal aparato del partido comunista se había extendido más allá de Moscú. Finalmente, el Ejército mantuvo una obtusa indiferencia a la relación entre el instrumento militar de poder y el papel de las ineptas y competidoras agencias civiles del Reich a la estela de la Operación Barbarroja. ¿Cómo se desarrollaron estas cuestiones en la planificación de las fuerzas armadas norteamericanas para la Operación Libertad Iraquí? Con respecto a la cuestión de la apreciación cultural, debe decirse que las fuerzas armadas norteamericanas colocaron un mayor énfasis en la cultura iraquí durante el esfuerzo de
planificación para la Operación Libertad Iraquí de lo que fue el caso para el Ejército Alemán en la Operación Barbarroja. Pero en las áreas de conceptualización doctrinal y coordinación interagencias hay muchos paralelos. Claramente, desde la época de Vietnam, las fuerzas armadas norteamericanas estaban obsesionadas por operaciones rápidas y decisivas e, irónicamente, su doctrina se inspiró en los éxitos alemanes en la II Guerra Mundial. A pesar de su experiencia en operaciones de pacificación después de la Guerra Fría durante la década de 1990, las fuerzas armadas norteamericanas simplemente no habían dedicado una gran cantidad de energía intelectual para desarrollar los conceptos integrados necesarios para cerrar la brecha entre rápidas y decisivas operaciones de combate y un objetivo político complejo tal como el cambio de un régimen. En el tema de la cooperación interagencias y la unidad de propósito civil‐ militar, el caos que caracterizó las operaciones de transición después de la fase principal de combates de la Operación Libertad Iraquí con la introducción de la Oficina de Reconstrucción y Ayuda Humanitaria y, posteriormente, la Autoridad Provisional de la Coalición, estuvo a la par del desastre alemán en las áreas ocupadas. En resumen, ambas campañas sugieren que estas tres facetas son componente integrales de la planificación de operaciones de transición: (a) la planificación debe ser apoyada por un concepto doctrinal coherente que enlace los centros de gravedad temporales entre las grandes operaciones de combate y las operaciones de transición para lograr el más amplio objetivo político, (b) el plan debe ser suficientemente informado por una comprensión cultural, política y social del pueblo elegido para maximizar las oportunidades y neutralizar las amenazas potenciales durante la transición hacia el nuevo orden y (c) atención importante debe ser centrada sobre integrar el instrumento militar de poder con operaciones interagencias para mantener la unidad de propósito civil‐militar.