profundo de mi infamia, hizo que empezara a sentir cariño por él. Habían pasado años en los que lo l o único que sentía por los l os niños no era más que aversión y desprecio, pero William me caía bien. Me recordaba a mí mismo a su edad», mi tío sonrió con el recuerdo. —¿Pero qué tenía tenía que ver William William con estos robos, señor? señor? —pregunté. —pregunté. Su sonrisa se disolvió. —Había decidido implicar a alguno de los alumnos en los robos, Edgar. Edgar. Por alguna perversa razón decidí que escogería a… William; el mismo muchacho por quien sentía alguna simpatía. Hasta el día de hoy no puedo decir por qué razón. —¿Y funcionó? —dije, sorprendido sorprendido por la frialdad frialdad con la que sonó mi mi voz. —Sí —contestó tío Montague con seriedad—. Los otros muchachos estaban completamente dispuestos a aceptarlo. William vino a mí, rogándome que les hiciera entender que él era inocente. Le aseguré que haría todo lo que estuviera en mi poder, pero por supuesto no hice nada en absoluto —tío Montague me miró directamente a lo ojos, el rostro como una máscara tallada—. Sufrió una terrible golpiza. «Los papás exigieron que se hiciera algo al respecto con este ladrón. Les escribí a los abogados de William, explicándoles las circunstancias y pidiéndoles, con mucho pesar, que matricularan a William en otro colegio». —¿Y qué sucedió con él, señor? señor? —pregunté. —pregunté. Tío Montague suspiró. Los niños se arrastraron un poco más cerca. —William —William vino a mi estudio. Estaba deshecho. Tenía el rostro cubierto de morados. Lo habían golpeado de nuevo. No podía soportar verlo en aquel estado sabiendo que yo era la causa de todo, pero en lugar de levantarme y poner fin a su miseria, lo expulsé. Le dije que debía enfrentar las consecuencias consecuencias y ser un hombre. —¿Y después? —pregunté, —pregunté, temeroso de la respuesta. respuesta. Mi tío no dijo nada. Todos los rostros de las siluetas voltearon a mirarlo y parecían urgirlo en silencio a que contestara. —¿Qué pasó después? después? —volví a preguntar preguntar.. —Se suicidó, Edgar. Edgar. Jadeé horrorizado. —¡Sí! Se suicidó; arrastrado por mis mentiras y mi vil engaño. Nadie supo mi papel en su muerte, pero el suicidio fue suficiente para persuadir a los otros papás a sacar a sus hijos del colegio y en poco tiempo se fueron todos excepto los menos queridos y había pocos indicios de atraer sangre nueva. «La muerte de William me había sobrecogido, por supuesto, pero no tenía idea del viaje en el que aún tendría que embarcarme. El juego estaba en la raíz de todos mis problemas, pero estaba tan adicto al juego que en lugar de detenerme, decidí que el azar determinara mi destino. Juré que si la Fortuna me dejaba ganar, entonces dedicaría la vida a socorrer a los niños necesitados de los alrededores. Si perdía, entonces me entregaría a las autoridades y respondería por mis crímenes pasados. «Encontré un silbato que solía llevar alrededor del cuello en épocas más felices. www.lectulandia.com - Página 116