Extracto Cap. IV Bertrando, P. y Toffanetti, D . (2000), Storia della terapia familiare . Raffaello Cortina editori. Milano – Italia. “ Historia de la terapia familiar ”. ”. (edición en español a cargo de Gálvez Sánchez F.) Paidos Barcelona, España (2004)
Terapias sistémicas 1
El grupo de Milán Al inicio del 1971, el centro para el estudio de la familia de Milán estaba compuesto por Mara Selvini Palazzoli, Luigi Boscolo, Gianfranco Cecchin y Giuliana Prata. El primer paso, para lo que será conocido conocido como “el grupo de Milán” Milán” (The Milan Team para los anglosajones) es la separación definitiva del psicoanálisis y la adopción del modelo sistémico en la versión pocedural. Durante varios años, así el grupo se encuentra dos veces a la semana: para iniciar el trabajo piden una supervisión de algunas semanas a Paul Watzlawick (conocido por Selvini Palazzoli en Filadelfia) que, conociendo perfectamente el italiano, podía seguir directamente detrás del espejo en primera fila dos semanas de sesiones familiares. El modelo del MRI representa una absoluta novedad para los terapeutas acostumbrados a trabajar según la ortodoxa tradición psicoanalítica. Selvini Palazzoli es influenciada de la brevedad de las terapias, sobre todo, por todos los años que pasó trabajando con anoréxicas: la duración del tratamiento entero no supera las diez sesiones y en promedio se detiene a la quinta o sexta sesión. Al mismo tiempo, el grupo se dedica al psicoanálisis en los otros días de la semana. Los terapeutas de Milán entran así en un sistema de oposiciones y diferencias respecto a su proveniencia psicoanalítica y al modelo que escogieron de terapia estratégica. El contacto continuo con dos tipos de práctica pone al grupo en una situación paradojal: un colega psicoanalista romano, que visita el Centro en 1972, queda sorprendido de ver como aquellos que le parecen cuatro psicoanalistas, que actúan como psicoanalistas, hablan exclusivamente de sistemas, retroalimentaciones, dobles vínculos, coaliciones y paradojas. Cuando el grupo sale al descubierto, lo hace con artículos en lengua inglesa, que envía directamente a las principales revistas de terapia familiar. The treatment of children trough brief therapy of their parents (Selvini Palazzoli et al., 1974) pone en evidencia la importancia de la persona que envía el paciente, el uso del equipo, la connotación positiva y los rituales, que serán desarrollados en posteriores publicaciones. El año siguiente sale publicado Paradoja y contraparadoja, traducido en inglés tres años más tarde (Selvini Palazzoli et al., 1975) en el cual el objetivo primario, sobre todo para Selvini Palazzoli era “investigar las raíces relacionales de los problemas mentales mayores, incluida la esquizofrenia” (Selvini Palazzoli, en Doherty, 1999, pág. 16) la sección dedicada a la teoría de las transacciones familiares, sin embargo, es la menos rica e innovadora: refiere demasiado a las ideas de Jackson (homeostasis y familia como sistema gobernado por reglas), del primer Bateson (doble vínculo) y de Haley (el triángulo perverso). Las novedades emergen en la descripción de los “patrones rígidos y repetitivos de interacción familiares”, definidos “juegos”: coaliciones secretas entre los miembros de la familia y las familias de origen, comportamientos de uno de los hijos que tienen el efecto de mantener otro hijo al interno de la familia, intentos del los hijos de “reformar” el matrimonio de los padres antes 1
Para los detalles biográficos, véase: Selvini Palazzoli et al., (1975), Selvini (1986), Campbell et al. (1991), Boscolo y Bertrando (1993, 1996), Doherty (1999), además de las distintas entrevistas del primer autor con Luigi Boscolo.
de irse de casa. Esta en la técnica, sin embargo, que el grupo actúa las innovaciones más significativas. Entre los presupuestos teóricos fundamentales del período el uso de un equipo de pares, la subdivisión de las sesiones, el intervalo entre las sesiones, la connotación positiva y los rituales terapéuticos. Como todos los terapeutas sistémicos, los miembros del grupo de Milán trabajan en equipo. Pero éste equipo era distinto de los equipos jerárquicos usados por los estratégicos o los estructurales para la formación: cuando un terapeuta hace una intervención con la familia, lo hace siempre a nombre del equipo y no a titulo personal. Este particular uso del equipo conduce a un formato de sesión muy ritualizado, con una compleja subdivisión en cinco partes. Estructura de la sesión terapéutica según el grupo de Milán 1. 2. 3. 4. 5.
Presesión: El equipo discute las informaciones preliminares para preparar la sesión. Sesión: Dura cerca de una hora, consiste sobre todo en preguntas y puede ser interrumpida por los miembros del equipo de observación. Discusión de la sesión: Los terapeutas se reúnen con el resto del equipo, separado de la familia y, en forma conjunta, discuten el modo de concluir la sesión. Conclusión de la sesión: Los terapeutas se reúnen con la familia y presentan, a nombre del equipo, o comentarios o prescripciones o rituales. Discusión de las reacciones de la familia al comentario o las prescripciones: Se desarrolla después que la familia se ha retirado.
El intervalo entre las sesiones se hace característico del modelo: aún adhiriendo, en esta fase, a las canónicas diez sesiones de la terapia Breve, el grupo de Milán establece un mes de tiempo entre una sesión y otra, denominando la propia terapia breve-larga (pocas sesiones, pero en un largo período de tiempo) (Selvini Palazzoli, 1980). Para ser en grado de prescribir con una cierta lógica el hecho de que no cambie el comportamiento sintomático según los connotados estratégicos, el grupo define un nuevo principio terapéutico: la connotación positiva . No se trata ahora de prescribir el síntoma (y por lo tanto de obviar al resto de la familia) sino de prescribir la configuración entera de la familia , quitándole el rol de “privilegiado” a los síntomas. Muchas intervenciones descritas en el libro están basadas en rituales familiares o prescripciones ritualizadas. Un objetivo del ritual es evidenciar el conflicto entre las reglas verbales de la familia y aquellas analógicas, prescribiendo un cambio de comportamiento, en vez de una reformulación hablada con un posible insight . El valor de la ritualización del comportamiento prescrito es de crear para la familia un nuevo contexto, de orden superior a el que tiene la sencilla prescripción del terapeuta. Características del ritual terapéutico 1. 2. 3. 4.
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Pone a la familia en la condición de deber comportarse en maneras diferente de las que lo han llevado al sufrimiento y a los síntomas (pasaje desde el “pensar” al “hacer”). Pone a todos los miembros de la familia en el mismo plano en el acto de seguir un ritual. Esto crea una experiencia colectiva que puede dar nuevas perspectivas compartidas. Favorece la armonización de los tiempos individuales y colectivos, a veces reintroduciendo secuencias que habían sido canceladas. No porta consigo necesariamente contenidos; el objetivo en el formular un ritual es operar sobre los procesos: cuenta más la forma que el contenido del ritual. Por esto el ritual debe ser críptico, de tal manera que la familia pueda atribuirle sus significados. Es notoriamente distinto a la vida cotidiana de los clientes. Por ello, es necesario prohibirles de hablar de todo lo que sucede en el transcurso del ritual, hasta volver a la sesión.
El artículo Una prescripción ritualizada en la terapia familiar: días pares y días impares (Selvini Palazzoli et al., 1977) describe una prescripción adaptada a los casos en los cuales el
conflicto entre los padres hace ingobernable la relación con los hijos. Con esto, a días alternados en la semana, uno de los padres decide solo como tratar a los hijos problemáticos mientras que el otro actúa como si no existiera. Esto puede tener el efecto de crear nuevos patrones transaccionales entre los miembros de la familia, provocando consecuencias en el comportamiento rigidizado en el tiempo. Mientras tanto en 1972, sale publicado Verso una ecología de la mente, síntesis definitiva del pensamiento de Gregory Bateson. Aún cuando parece extraño, en este período ningún terapeuta lee a Bateson. Es un modelo conjunto más complejo y más duro, que abre nuevos horizontes. Los intentos de utilizar los principios de la epistemología cibernética de Bateson llevan a modificar y enriquecer la teoría milanesa con muchos elementos nuevos, superando la visión estratégica y desarrollando el “purismo sistémico” que comienza a ser conocido como “Modelo de Milán”. El interés se desplaza desde los síntomas a los patrones de comportamiento, a las premisas epistemológicas y a los sistemas de significado, desde el tiempo presente a un marco temporal que comprende pasado, presente y futuro. Los problemas familiares son la inevitable consecuencia de convicciones familiares (premisas) no más congruentes que al estado relacional de la familia misma. Los sistemas en esta óptica, son evolutivos más que homeostáticos. Impasse y homeostasis familiar no son más que apariencias, sostenidas por los patrones comportamentales que derivan de errores epistemológicos de los miembros de la familia. La tarea del terapeuta es la de crear un contexto de deutero-aprendizaje en el cual los clientes puedan descubrir por sí mismos las propias soluciones. El trabajo sobre las teorías de Bateson ocupa toda la segunda mitad de la década y modifica profundamente también la praxis terapéutica del grupo. Menos confiados en la “realidad” de aquello que ven en la familia, los terapeutas familiares de Milán inician a considerar las conclusiones a las que llegan como simples hipótesis de trabajo. También la concepción del diálogo terapéutico cambia radicalmente. Durante un viaje a un enésimo congreso, los cuatro discuten sobre cómo sería posible construir preguntas que creen un mayor grado posible de diferencia, que haga surgir las diferencias implícitas en el pensamiento de los miembros de la familia. Es así que nacen las preguntas de diferencia que serán después definidas como “preguntas circulares”. La observación de lo no verbal, sigue siendo para ellos esencial, pero a este punto, todo se transforma en discurso. La terapia de Milán es sin duda la más logocéntrica entre todas las otras que nacieron en este período. En su evolución está la raíz de las terapias narrativas y conversacionales de veinte años después. El trabajo de la segunda mitad de la década culmina en la formulación de los célebres principios de la conducción de la sesión, presentes justamente en 1980 con el histórico artículo Hipotetización, circularidad y neutralidad: tres directivas para la conducción de la sesión (Selvini Palazzoli et al., 1980ª). Con la hipotetización el grupo pasa del descubrimiento del juego a la creación de una hipótesis, que es simplemente una explicación coherente, que conecta todos los miembros del sistema observado en un patrón plausible. Guiada por la hipótesis, la entrevista introducirá información y estructura (o entropía negativa) en el sistema familiar, que tiende a desarrollar patrones comportamentales repetitivos con escasa capacidad de discriminar las diferencias. En general, los componentes individuales del equipo inician con formular “hipótesis simples” sobre las relaciones diádicas, que después se enlazan entre sí para converger en una de las tantas posibles hipótesis sistémicas. En esta primera formulación, el concepto de hipótesis es inescindible de lo que es el equipo terapéutico. Para el terapeuta, es importante continuar a evaluar la plausibilidad (no la veracidad) de las hipótesis y continuar a modificarlas en el tiempo, para poder enriquecer el discurso de distintos puntos de vista alternativos, además de evitar caer en las reificaciones. Es decir, en la trampa de la “hipótesis verdadera”, que introduciría rigidez y cerraría el discurso. Con este objetivo, el terapeuta se avala del principio de circularidad , es decir de las retroalimentaciones verbales y no verbales de los clientes. “Por circularidad entendemos la
capacidad del terapeuta de conducir su investigación basándose sobre las retroalimentaciones de la familia respecto de informaciones solicitadas en términos de relaciones y, por lo tanto, en términos de diferencia y mutación” (Selvini Palazzoli et al., 1980ª, pág. 6). A través de la circularidad el terapeuta confronta las hipótesis, ideas, impresiones y emociones con las respuestas de los clientes y las respuestas lo llevan a cambiar posiciones de modo de encontrar junto a los clientes, un sentido compartido de lo que sucede en la sesión. El concepto de circularidad ha sido frecuentemente confundido con el de preguntas 2 circulares , que son en cambio un instrumento terapéutico en sí. Las preguntas circulares llevan a obtener noticias de diferencias, nuevas conexiones entre ideas significados y comportamientos, que pueden no sólo orientar al terapeuta, sino que además operar en el sistema, modificando la epistemología, o sea las premisas personales de varios miembros de la familia, configurándose como la intervención más importante para el terapeuta sistémico de Milán. Tipos de preguntas circulares 3 •
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Preguntas triádicas, en las cuales se pide a una persona de comentar la relacione que existe entre otros dos miembros de la familia. Preguntas sobre las diferencias de comportamiento, en cambio que sobre la cualidad intrínseca de las personas. Preguntas sobre los cambios en el comportamiento antes o después de un evento específico. Preguntas sobre circunstancias hipotéticas. Graduación de los miembros de la familia respecto a un comportamiento o a una interacción específica.
El tercer principio, la neutralidad , prescribe en cambio la posición del terapeuta respecto a la familia: el terapeuta de Milán se caracteriza por ser perfectamente al opuesto del terapeuta desbalanceado como lo hace Minuchin: es en cambio discreto e imparcial. En los años sucesivos el concepto de neutralidad será fuertemente criticado. Los nuevos puntos de vista se reflejan también en el cambio del modo de interpretar el sentido de las intervenciones. La intervención deja de ser un asalto, con los rituales y las prescripciones finales, a un sistema estático. El grupo concluye Hipotetización, circularidad, neutralidad con una pregunta: “¿Podría la terapia familiar producir cambios sólo a través de el efecto negentrópico de nuestro actual método de conducción de la sesión, independientemente de una intervención final?” (1980ª, pág. 12). También estas ideas serán ampliamente desarrolladas en la década sucesiva. Poco después el mismo artículo, que Luigi Boscolo definirá como “el más importante trabajo del grupo de Milán” es publicado El problema del enviante en la terapia familiar (Selvini Palazzoli et al., 1980b) en la cual el grupo por primera vez discute explícitamente el proceso del envío a la terapia y la influencia que esto tiene sobre su resultado. El trabajo sobre el enviante tiene un significado bien superior a las apariencias: acentúa el interés del grupo por sistemas externos a la familia, aquellos sistemas alargados que se harán importantísimos desde entonces en adelante. La resonancia de los últimos trabajos (y sobre todo de las últimas demostraciones) del equipo de Millán son grandes. Si los terapeutas de medio mundo habían sido conquistados de la fuerza de su primer estilo estratégico, ahora lo están de la sutil epistemología y del inimitable modo de hacer preguntas. Impresiona también el modo de formular hipótesis, la entrevista abierta y vivaz 4 del equipo . Muchos terapeutas estadounidenses quedan asombrados ante las hipótesis y a las 2
Las “preguntas sobre las diferencias” fueron adoptadas y definidas en el campo de la terapia familia como “preguntas circulares”, la elaboración será sucesiva: en el artículo de 1980 el término ya no aparece. 3 Según Selvini Palazzoli et al. (1980a) 4 Una transcripción íntegra de una sesión –incluyendo la discusión del equipo- se encuentra en Boscolo et al. (1987)
consecuentes intervenciones: nadie se da cuenta, en aquellos años, de cuanto sobrevive, en el trabajo de grupo, sus transcursos pasados en el psicoanálisis, especialmente en el modo de considerar, al interno de la hipótesis, los nudos relacionales más significativos presentados por los clientes; del observar las mínimas retroalimentaciones verbales y de evidenciar las relevancias emotivas de la familia. En esta fase del trabajo del grupo, del resto, las ascendencias psicoanalíticas son siempre menos identificables.: la hipótesis recuerda de cierta forma la interpretación, la circularidad el análisis del transfert, la neutralidad el mismo concepto analítico. Así, si antes muchos críticos sostenían que era imposible distinguir la terapia estratégica de la terapia sistémica (véase Stanton, 1980; Piercy y Sprenkle, 1986) después de 1980 se hace progresivamente más claro que el milanés es el modelo sistémico por excelencia de la terapia sistémica: “la silenciosa revolución de Milán” según la definición de Lynn Hoffman (1981).
Extracto Cap. V Bertrando, P. y Toffanetti, D . (2000), Storia della terapia familiare . Raffaello Cortina editori. Milano – Italia. “ Historia de la terapia familiar ”. (edición en español a cargo de Gálvez Sánchez F.) Paidos Barcelona, España (2004) Terapias sistémicas En 1980, el grupo de Milán estaba ya dividido. Los motivos son varios: algunos prácticos, relativos a la decisión de parte de Boscolo e Cecchin de iniciar con la formación en la terapia familiar; otros más bien caracteriales, inevitables en un equipo de personalidad fuerte; pero los más esenciales son los motivos de tipo teórico. Usando una distinción común de este período, Selvini Palazzoli y Prata se ocupan sobre todo del sistema observado, mientras que Boscolo y Cecchin se concentran sobre el sistema observante. Por consecuencia, las primeras crean un modelo de génesis familiar de las psicopatologías, los segundos un modo de hacer terapia independiente de cada tipología. Mara Selvini Palazzoli El interés de Mara Selvini Palazzoli estaba ahora centrado por el pasado de la familia, sobre los patrones transmitidos de generación en generación que crean síntomas potentes y congruentes a la situación familiar. A diferencia de Bowen o Framo, Selvini Palazzoli no privilegia la emancipación del individuo: su intento no es tanto de “salvar” al portador del problema, sino de corregir la complejidad de la situación relacional, de tal manera que el entero sistema encuentre una coherencia que no necesite más de los síntomas. Insatisfechas de la terapia paradojal, siempre menos interesadas en la pura técnica teórica, Selvini Palazzoli y Prata atienden, en 1979 a la que bautizarían como “la familia Marsi”, en la que parece imposible evitar la intrusión de los tres hijos en los problemas de los padres. Para hacerlo, invitan a la cuarta sesión solamente a éstos últimos y les ofrecen una inédita prescripción: Observen el secreto de todo lo que se ha dicho en la sesión. Si vuestras hijas les hacen preguntas, respondan que las terapeutas han prescrito que todo debe quedar en secreto entre ustedes dos y ellas. Por un par de veces más al menos, durante el tiempo que anticipa la próxima sesión, desaparezcan de casa antes de la cena, sin avisar, dejando solamente una nota escrita con las siguientes palabras: “esta noche no estaremos”. Vayan a lugares en los cuales presuman que nadie les conoce. Cuando regresen, las hijas preguntarán donde se habían metido, respondan sonrientes: “es algo que compete sólo a nosotros dos”. En definitiva, en una hoja que deben tener bien escondida, cada uno de ustedes dos, separadamente, debe anotar las reacciones de cada una de sus hijas respecto al vuestro comportamiento “extraño”. En la próxima sesión, que será nuevamente sólo para ustedes dos, nos leerán lo que hayan anotado. (Selvini Palazzoli et al., 1988, pág. 17 – 18).
Rápidamente, esta prescripción se transforma en la “prescripción invariable”, catalogada como un medio potente no sólo para tratar a las familias, sino también para entenderlas. La prescripción, de hecho, proporciona también una constante, en contra de la cual cada uno de los miembros de la familia reacciona de una forma levemente diferente. Esto permite a las terapeutas de poner atención a cada individuo y de evaluar su contribución a lo que empieza a ser definido como el “juego familiar”. Después de una primera presentación de la prescripción invariable en el Congreso Internacional de Terapia Familiar de Lione, en 1980, Selvini Palazzoli y Prata describen el nuevo método a la platea de colegas en el Congreso Internacional de Psicoterapia de la Schizofrenia en Heidelberg, en 1981 (Selvini Palazzoli y Prata, 1983). Poco después, sin embargo, Selvini Palazzoli, insatisfecha de los resultados de la investigación, divide el grupo y constituye un nuevo equipo con tres psicólogos: su hijo Mateo Selvini, Steffano Cirillo y Anna Maria Sorrentino.
Es junto a ellos que surge un nuevo concepto al interno de la teoría de los juegos: eso de el “embrollo” familiar (Selvini Palazzoli et al., 1988, pág. 70). El embrollo sería lo que los padres perpetúan en relación a sus hijos, primero envolviéndolos en su lucha simétrica, por lo tanto, descalificándolos en los intentos de resolverlo, tomando las partes del padre que aparece como más débil. Cuando se da cuenta que uno de los padres, quien ha establecido una alianza, continua a tener un vínculo cada vez más fuerte con el otro, el hijo, en vez de abandonar el campo, continua a reaccionar de manera más disfuncional. Con ello nace un modelo a seis estadios de la génesis familiar de las psicosis. Selvini Palazzoli lo presenta a una amplia platea cuando, en 1985, la AAMFT le atribuye su premio por la investigación en terapia familiar (Selvini Palazzoli, 1986). Las críticas fueron muy severas. Gurman, en la época director del Journal of Marital and Family Therapy, publicó mi intervención e invitó a Carol Anderson a comentarlo. El título ya exprimía la desaprobación: “Un viaje demasiado breve desde la connotación positiva a la connotación negativa” 5. Ahora pienso que tenía razón. Para estar a la altura de tal empresa el terapeuta debe enfrentar su propia y decisiva transformación. Y no se trata de una cosa que pueda suceder rápidamente. (Selvini Palazzoli, en Doherty, 1999, pág. 19).
Los seis estadios del juego psicótico en la familia .6 1. Crisis en la pareja de cónyuges. 2. Involucramiento del hijo en el juego de la pareja. 3. Comportamiento inusitado (sintomático) del hijo. 4. Cambio de posición del padre considerado como aleado. 5. Explosión de la psicosis. 6. Estrategias basadas en el síntoma.
Esta preocupación ética por el sufrimiento se transformará en la característica fundamental del trabajo de Selvini Palazzoli en la década sucesiva. Por el momento, sin embargo, su grupo se encarna en la posición de desenmascarar los seis estadios del juego psicótico, definitivamente formalizados en 1988 con el libro Los juegos psicóticos en la familia (Selvini Palazzoli et al., 1988). La polémica con Carol Anderson, sin embargo, es retomada por diferentes comentadores estadounidenses. Aún cuando la Selvini era irreductible, el clima de la época no le favorece y Anderson resulta vencedora. Desde éste momento, la influencia de Mara Selvini Palazzoli sobre la terapia familiar mundial comienza a decaer. Luigi Boscolo y Gianfranco Cecchin Boscolo y Cecchin comienzan a impartir desde 1977 su curso de tres años de formación en terapia familiar (Boscolo y Cecchin, 1982). Cuando el grupo se divide, continúan a conducir el programa en el viejo centro, que han heredado y rebautizado como el Centro Milanese di Terapia della Famiglia. Al mismo tiempo trabajan con el grupo de Helm Stierlin en Heidelberg, con la Charles Burns Clinic de Birmingham, con el Ackerman Institute de Nueva York y con la Universidad de Calgary en Canadá. No siendo formadores de profesión, Boscolo y Cecchin sencillamente muestran, a través de un espejo unidireccional, las terapias que siguen haciendo en el Centro. Los alumnos en vez de hacer preguntas sobre la familia, como sucedía con la praxis del antiguo equipo de los cuatro de Milán, hacen preguntas al terapeuta sobre qué está haciendo, sobre el cómo y el por qué. A este punto, Boscolo y Cecchin crean diferentes niveles de observación, que se transforman en una característica del modelo formativo. 5 6
Anderson (1986). Según Selvini Palazzoli et al. (1988).
Una de las primeras modalidades usadas […] ha sido la subdivisión del grupo de alumnos en dos subgrupos con tareas diferentes: grupo terapéutico y grupo de observación. […] El grupo terapéutico trabaja como un equipo normal y asiste al terapeuta activo (un docente) en la terapia; el grupo de observación en cambio, tiene la función de observar la interacción entre terapeuta, familia y grupo terapéutico. Al final de la sesión, la discusión ritual sucede en dos tiempos: primero el terapeuta y el grupo terapéutico discuten entre ellos sobre la terapia y las hipótesis que surgen, mientras el grupo de observación se reúne en otra sala para una discusión separada. Inmediatamente después, se realiza la restitución a la familia y se abre una discusión unificada entre los dos grupos. (Boscolo et al., 1995, pág. 758)
Para Boscolo y Cecchin (y para sus alumnos) la figura y la posición del terapeuta asume de esta forma una preeminencia. Este conjunto de hechos concretos es el que crea un terreno favorable al encuentro (teórico) con las nuevas perspectivas cibernéticas, a su vez, esto facilita el encuentro (biográfico) con Maturana y Von Foerster. En abril de 1983 Karl Tomm organiza en Calgary la conferencia “Philosophers meet clinicians”, con la participación de Maturana, Von Foerster, Boscolo y Cecchin, asistidos por Vernon Cronen y Barnett Pearce. Cibernética de segundo orden y constructivismo se transforman rápidamente un punto de referencia teórico para Boscolo y Cecchin: inicia, para la terapia sistémica, una era constructivista destinada a durar hasta el final de la década. Bajo la influencia del constructivismo, el modelo de Boscolo y Cecchin evoluciona hacia la complejidad (Boscolo y Bertrando, 1996). Boscolo y Cecchin dejan de creer que un síntoma de cualquier género sea invariablemente correspondiente a una cierta configuración familiar y sólo a ésta (colocándose de esta forma como la antítesis de Selvini Palazzoli). Una teoría de la complejidad debe tener en cuenta las inevitables singularidades de cada situación humana, influenciada por un tal número de variables, generalmente sutiles como para ser observadas con cierta dificultad, que resulta imposible pensar de reducirla a las pocas variables observadas con los instrumentos terapéuticos. De esta forma, la terapia se transforma en una creación común, entre terapeutas y clientes, de “historias” alternativas y atribuciones de nuevos significados a la realidad compartida. Sin embargo, esto no significa que no existan líneas guías que digan al terapeuta cuáles son las hipótesis posibles: ahora lo que se considera, ya no son más los patrones de interacción observables, sino las premisas epistemológicas, los significados, los sistemas emotivos y las historias de los clientes. Sobre todo, el punto central del interés terapéutico son las premisas de los miembros del sistema (incluyendo a los terapeutas). Cuando se habla de las premisas de la familia, es igualmente importante pensar en las premisas del terapeuta, porque cada terapeuta tiene sus premisas. El estructuralista tiene la premisa que existe una familia normal, en la cual son bastante claros los límites entre los miembros de la familia. (Boscolo, en Boscolo et al., 1985, pág. 278).
Además de esta atención a los espacios sistémicos, los terapeutas de Milán (sobre todo Boscolo) desarrollan también un notable interés por el tema del tiempo. Las oscilaciones de los sistemas en el tiempo y del mismo sistema terapéutico, se transforma en un importante punto de observación. El terapeuta mantiene la conexión con los clientes y la observación de sí mismo. Esta atención frente al tiempo, se hará importante algunos años más tarde. Bajo el impacto de tantas novedades, cambia también el modo de conducir la terapia. Boscolo y Cecchin continúan, como en el original equipo, a usar la sesión estructurada en cinco partes y a servirse de hipótesis y preguntas circulares. Pero la necesidad de la intervención final es cuestionada, desde el momento en que la entrevista sistémica en sí es ahora considerada suficiente para modificar el sistema de convicciones de la familia. Las mismas preguntas circulares cambian, coherentemente a la epistemología. Adquieren importancia, más que las preguntas triádicas, las hipotéticas y aquellas basadas en el futuro, mientras que se hace cada vez
más frecuente el pedirle a los clientes de describir no eventos, sino opiniones, explicaciones sobre el propio comportamiento y de los otros (Boscolo et al., 1985). También las viscicitudines del principio de neutralidad del terapeuta son múltiples: En las palabras de Cecchin: “si tienes una epistemología circular deberías ser indiferente al hecho de que exista o no un cambio. La gente viene a ti, porque es tu trabajo e inicias a trabajar con estos métodos. Todo lo que sucede es imprevisible y podría no existir absolutamente ningún cambio” (Cecchin, en Boscolo et al., 1985, pág. 279). Es justamente Cecchin (1988), en un artículo titulado Revisión de los conceptos de hipotetización, circularidad y neutralidad: una invitación a la curiosidad , quien reformula la neutralidad, ya no como una ausencia de toma de posición, sino como estado de “curiosidad”. Esta reformulación es una experiencia liberatoria para los terapeutas constructivistas, un modo de mantenerse siempre abierto a la novedad, sin dejarse seducir por el principio de verdad. No obstante el trabajo de Boscolo y Cecchin se vuelva, con los años, siempre más personal, el equipo queda como un punto central de su práctica y de su didáctica. El diálogo al interior del equipo pone en relación los variados puntos de vista, del cuál la resultante (colectiva) termina por ser la batesioniana “pauta que conecta”. El modelo de Milán como se viene a definir con el trabajo de Boscolo y Cecchin en estos años, adquiere un particular status epistemológico. Desde el momento en que rechaza cada posibilidad de categorización de los clientes en tipologías, termina por transformarse en una terapia que tiene en sí una teoría general (la teoría sistémica batesoniana, enriquecida de las contribuciones constructivistas) y que tiene una teoría de la técnica (hipotetización, circularidad, neutralidad/curiosidad), pero carente de una teoría clínica (es decir de una teoría etiológica de las patologías). Esto es consecuente a los fundamentos del modelo: si no existe una idea normativa de la normalidad, no puede existir la de patología y, por lo tanto, es imposible contar con una teoría clínica. Esta vía normativa hace difícil la convivencia entre la terapia sistémica y los sistemas sanitarios y sociales, en los cuáles son requeridos los diagnósticos y las normas. Será tarea de los seguidores del modelo, adaptarlo a aquellas situaciones. El post-Milán Boscolo y Cecchin representan una cultura esencialmente oral, en la cual las ideas se transmiten a través del diálogo y continúan a ser infinitamente revisadas y reformuladas a la luz del intercambio con el interlocutor. No sorprende entonces, que en estos años, a diferencia de Selvini Palazzoli, no escriban mucho. Para tener un libro que sintetice sus actuales posiciones es necesaria la ayuda de Lynn Hoffman y Peggy Penn, que logran literalmente obligarlos a producir un libro propio, Terapia familiar sistémica de Milán (Boscolo et al., 1987) en el cual las nuevas ideas son transmitidas por medio de una serie de diálogos comentados por los cuatro clínicos. La difusión del “modelo de Milán” es debida sobre todo a Boscolo y Cecchin y a los tantos artículos que sus discípulos más o menos cercanos escriben con su colaboración. En 1985, por ejemplo, David Campbell y Ross Draper, del Kensington Family Institute de Londres, editan Aplication of Systeic Family Therapy: The Milan Apporach (Campbell y Draper, 1985). Muchos terapeutas con una praxis consolidada inician a usar las ideas milaneses: la adquisición de conceptos y métodos, sin embargo, sucede de manera diferente en Italia que en el resto del mundo. En Italia, un grupo de ex alumnos boloñeses aplica con entusiasmo las ideas milanesas al contexto de los ex hospitales psiquiátricos (Castellucci et al., 1985; Fruggeri et al., 1995), mientras la reflexión teórica sobre la teoría sistémica se hace cada vez más estrecha, gracias al trabajo de Laura Fruggeri, Valeria Ugazio, Maurizio Viaro y Marco Bianciardi. En otros países (sobre todo Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania y Noruega), algunos grupos de terapeutas construyen nuevos modelos que toman algunas especificidades del Modelo de Milán. Los más entusiastas sostenedores del modelo de Milán, son sin lugar a dudas, los terapeutas del Brief Therapy Project del Ackerman Institute de Nueva York, entre los cuales Lynn Hoffman
(1981), que lo coloca en su dimensión histórica y Peggy Penn (1982, 1985) que se adjudica algunos artículos sobre las preguntas circulares. En el mismo período, Bradford Keeney busca construir un modelo de terapia integralmente autoreflexivo que debe mucho a los conceptos y a las prácticas milanesas (Keeney, 1983). Karl Tomm. Además de la elaboración de nuevas preguntas circulares y su clasificación (Tomm, 1984a, 1984b, 1985) introduce, junto a las tres líneas clásicas de conducción de la sesión, una cuarta línea, la “estrategización” (strategizing). Analiza además el modo en el cual las convicciones influencian el comportamiento y la modalidad de estructuración de diversos niveles de significado (Cronen, Pearce y Tomm, 1985; Cronen y Pearce, 1985), contribuyendo a un modelo que tomará el nombre de “gestión coordinada de los significados” ( coordinated management of meaning; Cronen y Pearce, 1985). Tomm Andersen (1984) es uno de los más frecuentes en los convenios y seminarios en los que participa Boscolo y Cecchin. Una vez que estableció que había podido aprehender todo lo que era posible aprehender del modelo, se dedicó a un trabajo clínico innovativo: su grupo trabaja sin hipótesis y la discusión de equipo se desarrolla en presencia de la familia, que puede observar al equipo mientras “reflexiona” ( reflecting team) sobre la reciente conversación en sesión (Andersen, 1987). El último desarrollo del modelo milanés viene de Harry Goolishian, ya en Galveston con el grupo de MacGregor. Si el terapeuta desplaza el punto focal de la terapia del conjunto de las interacciones observables a las premisas que las personas tiene respecto a un problema, es lógico que se llega a lo que Anderson y Goolishian (Anderson et al., 1987) definen como los “sistemas determinas por el problema”: Si adoptamos el concepto de sistema determinado por el problema como descripción para el objetivo del tratamiento, le sigue una necesidad de abandonar conceptos como terapia individual, terapia de pareja, terapia de la familia o terapia de los sistemas más amplios. La definición del problema define el contexto y por lo tanto, los límites del sistema a tratar (Anderson et al., 1987, pág. 7).
Poco después, en 1988 Anderson y Goolishian sostendrán que los problemas no son entidades concretas, sino lingüísticas y que existen sólo al interno de un cierto sistema de significados. Un problema creado a través del lenguaje se disuelve cuando surgen significados y descripciones alternativas. A este punto, el trabajo de los discípulos de Milán ha ya introducido (nos acercamos al final de la década) una serie de modificaciones relevantes, tanto para la teoría como para la praxis milanesa. Harry Goolishian organiza en Texas un congreso en el cual los dos maestros son puestos en la posición de observador, mientras que los ex discípulos muestran sus nuevas visiones. Desde este momento, todos los terapeutas recientemente descritos se definen con la denominación colectiva de “post-Milán”. De éstos nacerán muchas de las corrientes terapéuticas destinadas a una gran fortuna en la siguiente década.
Extracto Cap. VI Bertrando, P. y Toffanetti, D . (2000), Storia della terapia familiare . Raffaello Cortina editori. Milano – Italia. “ Historia de la terapia familiar ”. (edición en español a cargo de Gálvez Sánchez F.) Paidos Barcelona, España (2004) Terapia sistémica 7
El modelo de Milán La última ocasión que ve reunidos a los cuatro componentes del grupo original de Milán es probablemente un seminario milanés de 1996 de Doane y Diamond, que presentan en Italia su modelo de terapia intergeneracional. Sentados en primera fila, pusieron a las dos estadounidenses a un verdadero bombardeamiento de objeciones, en su mejor estilo. Cuando en 1998, Boscolo y Cecchin celebraron los 25 años del Centro, estaba Giuliana Prata pero no estaba Mara Selvini Palazzoli, que se había retirado en 1998 y muere en Junio de 1999. En estos años de trabajo del grupo de Selvini Palazzoli se desarrolla en la dirección de una investigación que parte de una doble observación: por un lado la situación relacional de las familias en tratamiento conduce a la patología de uno de los miembros, por otra existe la necesidad de definir los síntomas de manera precisa para poder trabajar con las familias de manera predictiva. Este hecho introduce en el trabajo de grupo la diagnosis, desde hace tiempo desterrada en el ámbito de la terapia sistémica y revela la necesidad de una actividad prognóstica hasta este momento subordinada. Es curioso que en la década de la terapia postmoderna y de la atención a la historia y al texto que trae el cliente a la sesión, la escuela selviniana se ponga en controtendencia neta y reabre la nosografía tradicional. Es también cierto que la diagnosis redescubierta y leída como un proceso de defensa en relación de una situación familiar patológica, que las personas sintomáticas responden en términos defensivos a un contexto dañado, pero queda el hecho de que la exigencia de definir aquello que es sano y aquello que es considerado enfermo, el bien y el mal de la relación es ahora conectado a una perspectiva psiquiátrica tradicional. El cliente, aquí, no es el experto: la competencia, el lenguaje adecuado, la clasificación que hace ña persona miembro de un grupo diagnóstico, pertenecen al terapeuta. La ausencia de los problemas regresan en primer plano: nacen así los trabajos que tratan a la familia del tóxico dependiente, del psicótico, de la anoréxica y de la bulímica (Cirillo et al., 1996; Selvini Palazzoli et al., 1998ª, 1998b). Del grupo original de Millán, Luigi Boscolo es el alma clínica, la persona que en los años ha centrado su cliente y sobre su cura. La mayor parte de sus energías. Es el mundo de las pasiones y de las emociones que Boscolo explora en estos años: El cambio más importante para nosotros también desde el punto de vista técnico, fue el uso de las emociones, o sea el descubrimiento, de las emociones y de su importancia. Me convencí que la toma de conciencia no es suficiente para llegar eventualmente a un cambio, sino que son necesarias las emociones. Y las emociones pueden ser puestas también en relación al discurso de la empatía, soy la empatía. El terapeuta vive emociones y las pone a disposición del paciente para permitirle pensar que cosa se puede sentir. (Boscolo, 200, comunicación personal).
Anteriormente, la teorización de Milán había dado precedencia a lo que Bateson (1936-1958) habría definido el eidos (el mundo cognitivo) de los clientes, mientras que ahora pasa en primer plano el ethos (el mundo de las emociones). Mejor dicho, las emociones vuelven al primer plano, desde el momento en que ya lo habían estado al tiempo de la formación psicoanalítica de 7
Las notas son extraídas de dos entrevistas de los autores con Luigi Boscolo y Gianfranco Cecchin.
Boscolo, para después resbalar en aquello que sucesivamente los mismos autores (Boscolo y Bertrando, 1996) definirá “lo no dicho”. El vuelco se realiza, en una aumentada atención para todo aquello que no es verbal, por los aspectos una vez más ligados al contexto, más que al texto. También para Boscolo, el futuro es una recuperación del pasado, transformado y transfigurado en un equilibrio absolutamente único y original: el pasado de psicoanalista (al cual Boscolo no ha renunciado jamás, ni ha jamás negado) regresa con una conciencia profunda de las nuevas instancias, puestas al servicio de la experiencia personal y de las propia historia. Pero no sólo: el modelo elaborado por Boscolo se transforma en un modelo absolutamente idóneo también para la psicoterapia individual (Boscolo y Bertrando, 1996): Por lo que nos respecta, nosotros, en el diálogo terapéutico, amamos usar la metáfora de las “voces internas” que cada uno tiene dentro de sí y que derivan de la interacción de las relaciones con las personas más significativas de vuestra vida. Podemos así hacer hipótesis sobre las voces internas del cliente y sobre sus características […] Esta perspectiva no conciente de crear en el diálogo una dialéctica hecha por un trío: terapeuta, cliente y voces internas (Boscolo y Bertrando, 1996, pág.15).
Cecchin, por su parte, dedica estos años a reelaborar la idea de la neutralidad, que lo había ya llevado a desarrollar la idea de curiosidad (Cecchin, 1987). Poco después, Cecchin evoluciona el término curiosidad en irreverencia: La irreverencia […] es una posición que refleja un estado mental del terapeuta, que lo libera permitiéndole de actuar sin ser víctima de la ilusión del control. La posición de irreverencia sistémica permite al terapeuta de incluir ideas que podrían, a primera vista, parecer contradictorias (Cecchin et al., 1993, pág. 9).
Con el concepto de irreverencia (que en seguida evolucionará aún más en una investigación sobre los prejuicios del terapeuta: Cecchin et al., 1997) Cecchin busca resolver a su modo los dilemas del postmodernismo, situándose en una posición que escapa, por una parte a la condición del terapeuta experto, y, por otra, a la (posible) desesperada impotencia del terapeuta no experto. Su trabajo pretende la posibilidad de que el terapeuta sea más creativo y disponible a la formulación de hipótesis ligadas al contexto, en vez que a la creación de interpretaciones conectadas con ideas fuertes y estructuradas. Se trata de considerar las experiencias comunicadas como una de las posibles verdades y de aceptar plenamente las diversidades de las personas, sin buscar modificar nada, al menos como programa terapéutico inicial, aunque su al mismo tiempo el terapeuta es activo en la búsqueda de un sentido nuevo a eventos e ideas. La paradoja de esta posición está en el afirmar que no se debe tomar demasiado seriamente una autoridad, cualquiera que ésta sea, incluso aquella terapéutica, privándola mínimamente de su autoridad, pero sin renunciar por esto a hacer terapia.