Amor a Débito
Eloise Briand
Texto – 2015 Eloise Briand
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Imagen de portada – “Pasión” de Andrés Nieto Porras
Licencia Pública
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Alexia Alexia s intió que s e le paraba parab a el corazón cuand o leyó la carta que había recibi do del banco . Un U n mes me s , s olo tenía un mes me s para recoge r las pertenencias que le quedaban y abandonar la casa en la que había vivido toda su vida. Y pensar que había sido una de las mujeres más acaudaladas del país. Pero entre noches de fiesta, lujo desmedido y otras excentricidades había dilapidado toda su herencia. Y ahora estaba totalmente totalmente sola, sin apenas dinero y a un pas o de acabar durmiendo en la calle. Se enjugó las lágrimas y se sentó en el sofá, sujetando aún, con mano temblorosa la notificación del banco. Solo tenía una opción, dejar a un lado s u orgullo y supl icar por prime ra vez vez en s u vida. Suplicar al hom bre que hab ía firmado firmado la carta y su destino. des tino. ¿Pero ¿Pero qué otra cosa p odía hacer? Buscó dentro dentro de s u armario un traje elegante, elegante, se pus o unos zarcillos de oro y comprobó su aspecto en el es pejo. Lucía Lucía la imagen s obria que quería aparentar, pero también se había calzado unos tacones que realzaban sus largas piernas y vestía una blusa semitransparente, con la que dejaba e ntrever ntrever el s ujetador de encaje q ue llevaba pues to. Sí, Sí, Alexia era una muj er hermos a y sabía sacar partido de e llo. Cuando llegó a Credibank sintió que el estómago se le contraía en un puño, pero tomó una buena bocanada de aire, alzó la barbilla y se dirigió con pasos pasos firmes firmes hacia una de las empleadas. —Buenos días , ¿es ¿está tá el seño r… — echó un vistazo vistazo al nombre con el que venía firmada firmada la carta y volvió olvió a m irar a la chica— el s eñor Hans ? —¿El —¿El director del ba nco? Sí, señorita, pero sin cita previa previa no creo que la pueda a tender hoy. —No importa, esperaré lo que haga falta. Solo dígame dónde s e encuentra su des pacho. —En la segund a planta, tercer tercer pasill o a la… Antes Antes de que pudiera pudi era terminar termi nar la frase, frase , Alexia Alexia ya s e había h abía dado la vuelta y se s e dirigía d irigía con pas os decid idos hacia allí. La s ecretaria del s eñor Hans frunció el ceño en cuanto la vio salir del ascensor. ¿Qué hacía allí una de las amantes de su jefe? Porque sin duda esa mujer tenía que ser una de ellas. No había más que fijarse fijarse en su cuerpo de maniquí francesa francesa para saber que era el tipo de mujer con las que solía salir el señor el banquero. Mujeres de piernas kilométricas, cinturas de avispas, pechos llenos y caras de rasgos angelicales. Mujeres sencillamente perfectas. Y sin duda s us s ospechas se confirmaron cuando la bella joven joven se encaminó decidida a su mes a y clav clavó ó sus ojos azules en ella. Parecí Parecía a bastante enfadada. Seguramente había descubierto que no era la única mujer en la vida de su jefe, que todas las promesas que le había hecho, eran palabras vacías con el único y perverso fin de llevarla a la cama. El señor Hans era un hombre galante y muy apuesto, pero tremendamente cabrón con las mujeres. Lo había visto en su papel de Don Juan y sabía que era como un niño pequeño cuando se encaprichaba con un juguete. Al Al fin y al cabo, cabo , no era e ra la prim era vez que le l e hacía ha cía encargar enca rgar todas tod as las rosas ros as de una u na floris flo ristería, tería, montañas mon tañas de cajas ca jas de bom b ombone boness , e inclus in clus o joy jo yas valiosísimas para alguna s eñorita. eñorita. —¿Está el señor Hans en su despacho? —le preguntó la joven— Sé que no es correcto presentarse sin una cita previa, pero he recibido una notificación muy importante y me urge u rge hablar con él —se justificó ju stificó nervios nerviosa. a. —Así —Así que es us ted una cliente —comentó —comentó so rprendida la s ecretaria. —Sí, —Sí, ¿ ¿quién quién pens aba que era? —s e quejó en un tono defens ivo. ivo. La secretaria la observó detenidamente mientras seguía asimilando su terrible error. La había visto tan seria y esa manera de caminar decidida, que la había tomado por una amante furiosa. Pero no, no era enfado lo que reflejaba su hermoso rostro, sino desesperación. Realmente la chica parecía tener un buen problema, aunque no estaba segura de que pudiera ayudarla. Puede que su jefe fuera un mujeriego, pero era un hom bre muy ocupado y no le gus taba que lo interrumpieran. Y ella tenía órdenes expresas de no dejar pas ar a nadie s in cita previa… previa… —Lo siento s eñorita, pero me temo que… —empe zó a excusars excusars e. La joven joven de pronto le cogió de las manos . —¡Por —¡Por favor favor!! —le suplicó— Si no hablo con él, puedo perder m i casa, casa , y es lo único que m e queda. ¿Comprende es o? La secretaria contempló esos ojos azules nublados por la angustia y no pudo evitar conmoverse. —Está bien, señorita… —O’donnell, Alexia Alexia O’donnell O’donnell —le s eñaló con una s onris a nervios nerviosa. a. —Bien, señorita O’donnell, hablaré con el señ or Hans y veré veré qué puedo ha cer —le prometió. Mientras esperaba, Alexia echó un vistazo a la sala. A simple vista ofrecía la típica estampa de un lugar clásico; con un mobiliario elegante, cuadros de pintores pintores famos os colgados en las paredes, suelos enm oquetados oquetados con alfombras tunecinas. Un carraspeo carraspeo la sacó de sus pensamientos. —Señorita, tiene usted suerte, al final final el s eñor Hans h a accedido verla verla —le comunicó la s ecretaria con una sonris a amabl e. Alexia Alexia se levantó l evantó de un salto sa lto y se alis a lis ó rápidam rápid amente ente las arruga s de la l a falda. Por fin había llegado llega do el m omento, om ento, era todo o nada . Intentó Intentó controlar controla r la bola angustiosa que atenazaba su garganta y entró en el despacho del hombre que tenía su destino en sus manos. Pero cuando él levantó la vista de los documentos que estaba leyendo y sus ojos oscuros se posaron en los de ella, Alexia sintió una sacudida de arriba abajo. Ese homb re tenía tenía que s er de otro mundo porque nunca hab ía visto visto nada igu al. Era Era tan perfecto perfecto como una es cultura griega. Sus Sus facciones eran duras y masculinas, con las cejas pobladas, la nariz un tanto grande y la nuez marcada. Pero tenía unos ojos marrones profundos y muy bonitos. Sus pómulos pronunciados pronunciados hacían hacían des tacar tacar su rostro, sus labios gruesos, s u piel dorada. Definitiv Definitivamente amente era de otro mundo. Adem Adem ás a Alexia Alexia no le pas ó inad vertido s u aspecto as pecto eleg ante. L levaba s u cabellera cabel lera oscura os cura perfectam ente peinada pein ada hacia atrás , un traje gris
italiano y unos gemelos de diamantes. Era un hombre realmente muy atractivo y Alexia dibujó una sonrisa traviesa. No le sería ningún problema seducirlo. se ducirlo. Aunque tambi én había algo m ás en e n el s eñor Hans que le res ultaba extrañamente extrañamente familiar. Familiar e inqu ietante, para s er exactos, exactos, pero no cons eguía identificar qué era. —Señorita O’donnell me halaga que las mujeres me contemplen con tanta fijación, pero tengo otros asuntos que atender y mi secretaria me ha dicho que a us ted tambi tambi én le apremia el tiemp o —la increpó con voz voz paus ada pero firme. Alexia Alexia obs ervó sus labios labi os y pes tañeó aturdida a turdida.. Sentía la curios idad, idad , más bien la neces ne ces idad imperio im perio s a de de s lizar un ded o y probarlos. probarlo s. Y supo que tendría problemas para hablarle sin tartamudear. Esa sensación la dejó algo descolocada y la asustó al mismo tiempo. Estaba acostumbrada a que fuesen los hombres los que se quedaran pasmados frente a ella. Aun así trató de serenarse y se metió en su papel de mujer seductora. seductora. —No sabe cuánto le agradezco que me haya recibido, señor Hans. —Le habló con una sonrisa y en un tono delicado mientras se toqueteaba su melena rubia de manera sensual—. Pero me temo que me encuentro en un grave problema y solo usted me puede ayudar —añadió, tendiéndole la carta del desahucio. El señor Hans se inclinó in clinó un poco, extendió extendió uno de sus brazos brazos largos la rgos para cogerla y la leyó leyó con atención. Luego la dobló desp acio y la miró con total fijeza. —En esta carta se le notifica a usted que queda desahuciada por impago y que tiene un mes para recoger sus pertenencias y abandonar la propiedad. Aunqu Aunqu e el e l señor se ñor Hans había emplea em plea do un tono s uave, Alexia Alexia p ercibi ó cierto c ierto regod eo en s us palabras pala bras y sintió si ntió como com o s i le hubi era dado una bofetada. No le gustaba que le recordaran que estaba a un paso de dormir en la calle y desde luego, no le gustaba que se lo restregaran por la cara. —Ya —Ya lo s é, seño r Hans . Sé leer —replicó con al tivez tivez.. —¿Y entonces qué es lo que no ha entendido? —preguntó encogiéndos e de hombros . Alexia Alexia s e mordió m ordió el labio l abio inferior inferio r y lo mi ró frus trada. Ahora Ahora ya sabía sab ía porqu e los lo s banq ueros tenían fama fam a de s er tan retorcidos re torcidos . Era evidente que qu e comprendía el motivo por el que estaba allí, pero por lo visto disfrutaba poniéndoselo difícil. Se mordió la lengua y adoptó una postura tan despreocupada como la s uya. uya. —Verá, —Verá, señor Han s… —em pezó pezó a decir con voz aterciopelada—, aterciopelada—, como ha podido us ted darse cuen ta, podría podría perder m i casa cas a en el plazo de un mes . Así Así que debo hacer algo pronto —determinó —determinó inclinándose dis imuladamente para que él pudiera fijarse fijarse en su escote. Alexia Alexia notó que, efectivamente, el señor se ñor Hans centraba s u mirada mi rada en s u blus a s emitrans em itrans paren te, pero pe ro lejos lejo s de notarlo nervioso nervios o o alterado alterad o (como s olía ocurrir en la ma yoría de hombres ) se m antuvo antuvo frío frío y distante. —¿Hacer algo pronto? —replicó en un tono burlón— Usted lleva tiempo sin hacer frente a sus pagos y por eso ha sido desahuciada. No veo qué pueda h acer ahora para evitar evitar lo inevitable inevitable —le es petó sin contemp lación. Alexia Alexia se qu edó helada he lada.. No esperaba esp eraba en e n abs oluto una contes co ntestación tación tan cruda y grose ra. —Pero señor Ha ns, verá… —Señorita O’donnell —la cortó rápidamente—, ¿tiene usted idea de cuantas personas hay en su misma situación? Comprenda que si a todas ellas el banco les hubiera perdonad o la deuda, habríamos tenido que cerrar para convertirnos convertirnos en un ONG. Y siento sie nto decírsel decírselo, o, pero mis socios y yo no s omos tan generosos generosos —reconoció —reconoció con ironía. ironía. —Yo —Yo no quiero que us ted me perdone la deuda, sol o busco otra forma de llegar a un acuerdo. —¿Cómo cuál? —No lo sé, posponer el desahucio hasta que pueda encontrar la manera de pagar, lo que sea. Pero se lo ruego, tenga en cuenta lo que le pido. El señor Hans guardó silencio y la miró fijamente. fijamente. —Por fav favor, or, se lo s uplico —s ollozó ella. Esta vez Alexia se sintió violenta cuando notó que su mirada se posaba con total descaro sobre sus pechos. Luego la recorrió de cintura para arriba sin ningún tipo de miramiento mientras ella aguantaba el tipo y esperaba a que se pronunciara. —Está bien —dijo al fin—, pens aré en algo para ayudarla y en cuanto pueda la llam aré. Alexia Alexia soltó so ltó un su spiro sp iro de ali vio y le dedicó ded icó una s onris a radiante. radia nte. —Gracias —Gracias,, señor Han s. Sabía que en el fondo tenía us ted un gran corazón. —No celebre la victoria victoria antes de tiempo, señ orita O’donnell. O’donnell. Todaví Todavía a no puedo garantizarle garantizarle si la podré ayudar. ayudar. Puede que le s alga caro —le advirtió advirtió con una expresión s ombría. Alexia Alexia bajó b ajó la cabez cabe za y s alió des pacio del des pacho . El banqu b anqu ero se aflojó el nudo de la corbata corba ta y se s e pas p asó ó la mano ma no por la frente s udoro sa. sa . Tenía que admitirlo, verla le había afectado más de lo que imaginaba, y eso lo enfurecía porque pensaba que tras diecisiete años ya lo había superado. su perado. Sin embargo es a perra se guía tan arrogante arrogante como la recordaba . A Arrogante rrogante y jodidam ente hermos a ¿por qué negarlo?, concluyó concluyó al notar
su entrepierna dura como una roca. Pero estaba muy equivocada si pensaba que podría hacer con él lo mismo que la última vez. No, él ya no era el chiquillo que se moría por un suspiro suyo y se masturbaba pensando en ella. Él ahora era un hombre fuerte y poderoso, y había jurado venganza. Matthew Hans rompió en una carcajada. De momento ya había conseguido que la señorita O’donnell se arrastrara pidiendo su ayuda. Oh, cuánto iba a dis frutar frutar con la se gunda parte del plan. Alexia Alexia vio por quinta qui nta vez el móvil, m óvil, pero el m aldito aldi to chis me seguía se guía s in s onar. Había pas ado un u n día des de s u visita al des pacho del s eñor Hans H ans y seguía sin llamarla. ¿Se habría echado para atrás? ¿Habría decidido no ayudarla finalmente? Total, él mismo le había dejado claro que no era la única en su situación. Era una desvalida más de su interminable lista. Alexia sintió que se le contraía el estómago porque hacía apenas un año, ¡un año!, había tenido dinero, amigos, propiedades, poder. Y en un abrir y cerrar de ojos todo aquello se había esfumado por arte de magia. Bueno, por arte arte de magia no. Había dilapidado s u gran fortuna fortuna familiar en fiestas , apuestas, caprichos caros . Y ahora es taba completamente so la. Lo único que le quedaba era el techo que se alzaba sobre s u cabeza. cabeza. Nada más . Pero Pero hasta es o podía perder. Alejó Alejó los l os m alos pens amientos am ientos de su s u mente, me nte, tratando tratando de d e anim ars e. No, ella no era un a más má s de s u lis ta. Conocía la me ntalidad ntalid ad de los lo s homb ho mbres res como la palm a de s u mano, s abía abía como engatusarlos, como hablarles para sacar de ellos lo que quería, lo había aprendido aprendido des de que tenía tenía us o de razón, (que se lo hubieran dicho a su difunto padre, si no) y pudo reconocer la mirada ávida del señor Hans. Es cierto que en un principio adoptó una postura impávida, casi de desdén, pero había visto el deseo reflejado en sus ojos. Unos ojos, que por otra parte, a ella también la estremecían. es tremecían. Entonces Entonces el teléfono s onó de repen te y Alexia dio un resp ingo. —¿Diga? —contestó con voz tembl tembl orosa. —¿Señorita —¿Señorita O’donne ll? Su voz voz sonó firme al otro lado d el teléfono. —Sí, —Sí, soy yo yo —respo ndió con un hilo de voz—. voz—. ¿Y ¿Ya ha p ensado ens ado en la m anera de ayudarme ayudarme ? Matthew atthew sonrió s onrió con ma licia. Parecía Parecía bas tante deses perada. Justo lo que quería. —Así —Así es . —¿M —¿Me paso entonces entonces por s u despacho y lo hablamos ? —No, mejor aún. Esta Esta noche la recojo en s u casa y lo lo dis cutimos cutimos en un s itio itio tranquilo tranquilo mientras cenamos . —¿Una cena? Se sorprendió s orprendió Alexia. Alexia. —De negocios —le aclaró él—. Me pasaré a recogerla a eso de las ocho u ocho y media. Ah, y no se preocupe por nada, pago yo —añadió irónico. Alexia Alexia se revolvió de rabia . —Señor Hans, aunque no lo crea, aún puedo permitirme ir a un restaurante —le contes contestó tó indignada. —Sin embargo la invitaré yo —insistió—. Así podrá ahorrarse ese dinero para pagar otras facturas más importantes —le dejó caer antes de colgar. «¡Gilipollas!», gruñó Alexia. ¿Pero qué se creía ese impresentable? Puede que tuviera problemas económicos. ¡Pero maldita sea!, ella había sido la hija de uno de los magnates más importantes importantes y respetados de la ciudad. Y sin emba rgo, ahora ya ya no era na da… Alicaída Alicaída,, se dirig ió a la ducha duch a y lueg o bus có un vestido aprop iado para la ocas ión. Pero todos los que le qued aban estaban es taban fuera de temporada o ya los había usado varias veces. Entonces recordó que era una simple cena de negocios, una cena con un impresentable, pero nada del otro mundo. ¡Y tampoco era una maldita cita! Así que no entendía por qué estaba tan nerviosa. Por qué se sentía como una cría de quince años que había quedado con su novio. Finalmente se decantó por un vestido oscuro, elegante, pero sencillo. Nada que hiciera entrever su traqueteo interior. Luego se maquilló un poco, recogió su melena rubia en un moño alto y se calzó unas sandalias de tacón. Sí, lo había conseguido, iba bonita y al mismo tiempo, discreta. El señor Hans finalmente no pasó a recogerla a la hora acordada, sino a las diez de la noche. Alexia ya estaba a punto de quitarse esos malditos zapatos que le acribillaban los pies y mandarlo todo a paseo. ¡Once!, le había dejado once llamadas pérdidas y el muy desgraciado no había tenido la cortesía de contestar ni una s ola vez. vez. Entonces Entonces Alexia Alexia se s obres altó cuando al fin es cuchó su teléfono vibrar vibrar con una pe rdida para que saliera de casa. «Cálmate», se dijo, «recuerda que tu suerte depende de él», por lo que contó hasta veinte e hizo el esfuerzo de sonreír mientras mien tras se d irigía a su encuentro. Él Él la esperó es peró apoyado contra contra su coche m ientras la obs ervaba ervaba de es a forma petulante que tan nervios nerviosa a le ponía. Pero se mantuvo distante, sin hacer ningún comentario sobre el aspecto de la joven. Se encontraba demasiado absorto en sus pensamientos y en aquella casa que tantos recuerdos le traía. Alexia se sintió fastidiada por su silencio. Estaba acostumbrada a que los hombres la alabasen y la piropearan tan pronto la veían veían aparecer como una dios a orgullos a ante sus oj os. El banquero le abrió l a puerta en un gesto ges to galante y Alexia se s ubió al Audi Audi neg ro con altivez. altivez. Dentro olía a la tapicería de piel y a s u alm izcle izcle perso nal, y de repente s e sintió s intió rodeada, envuelta envuelta y acorralada por él. —¿Se —¿Se encuentra bien? —le preguntó el s eñor Hans cuando vio que se había quedad o paralizada.
Ella parpadeó aturdida. —Sí, —Sí, estoy bien —se dis culpó algo avergonzada—. avergonzada—. ¿Puedo ¿Puedo sabe r dónde cenaremos ? —añadió tratando tratando de dis imula r sus nervios nervios.. —Hay un lugar a unas cuantas calles de aquí cerca de la avenida Fisherman’s Wharf, del que me han hablado muy bien. Dicen que es uno de los m ejores res taurantes de San Francisco Francisco —le contestó por encima del hom bro, mientras engranaba prim era y giraba el volante volante a la derecha. —¿Vamos —¿Vamos a cenar en el St.James? St.James? Pero es e sitio es d emas iado elegante, ¿no? ¿no? Alexia, Alexia, había ido mu chas veces allí (cuand o se lo l o podía perm itir) y conocía el am bien te. —Ya —Ya le dije que paga ría yo yo —le recordó s in apartar la mi rada de la carretera. —No se trata de dinero —replicó —replicó ofendida—. Solo piens o que es e restaurante es dem asiado as iado íntimo y sofis ticado. Él arqueó una ceja con desdén. —¿Y dónde es tá el problema de cena r en un si tio así? —Bueno… es el típico restaurante que suele e legirs e para… —Tragó —Tragó sa liva—. liva—. P Para ara una prim era cita —terminó —terminó d e admi tir. —Ah. —Suspiró antes de soltar una pequeña risa —.Así que el lugar no le resulta ajeno. Dígame, ¿solía llevar a muchos incautos allí? —le aguijoneó con una media sonrisa. Ella parpadeó indignada. —No creo que eso sea asunto suyo —refunfuñó—. Mejor explíqueme por qué se ha retrasado tanto. Dijo que me recogería a las ocho y me tuvo tuvo esperando hasta las diez. —Discúlp eme, tiene razón, razón, ha sido una gros ería no avisa avisarla… rla… Alexia Alexia sonrió so nrió s atisfecha. atis fecha. —…pero tenía tenía otros otros clientes más important impo rtantes es a los que atender. Y la sonrisa se le quedó congelada en la cara. cara. Cada vez se le ha cía más duro tratar con ese im bécil. Puede que fuera fuera guapo y tuv tuviera iera su des tino en sus mano s pero tambi én era un gilipollas engreído. Llegaron al St. James al cabo de un rato. El banquero dejó el coche en el aparcamiento del restaurante, le abrió la puerta y la condujo con decisión al interior del local. Nada más poner un pie dentro, Alexia sintió un retortijón en el estómago. Tal como se había imaginado el St. James estaba lleno de parejitas que se susurraban y sonreían a media luz. No es que esto la disgustara especialmente, pero hablar de negocios rodeada de una atmós fera romántica con un hombre que le resultaba de lo m ás perturbador, hacía que su corazón se dis parara a mil por hora. El maître los guió hasta la mesa que tenía reservada y Alexia volvió a notar una sacudida en el estómago. Era la que estaba más apartada y oculta del res taurante. Y de pronto tuvo tuvo el pres entimiento de que estaba a p unto de caer en una trampa. El banquero le retiró la silla para que s e sentas e y luego tomó as iento en el extremo extremo opues to. —Bueno seño r Hans , cr creo eo que ya me puede de cir usted en lo que h a pens ado para ayudarme. Porque puedo contar con su ayuda ¿verdad? ¿verdad? — le preguntó para asegurarse. Él saboreó con calm a el vino vino que había elegido, se pas ó la servilleta de tela tela por la comis ura de los labi os y la miró fijamente. —Oh, por su pues to que la ayudaré. ayudaré. Pero como ya ya le adelanté en m i despacho des pacho puede qu e mi ide a no la termine de convencer. Alexia Alexia se pu s o en guard ia. —¿A qué s e refiere? —preguntó cargada de recelo. Él sonrió de forma maliciosa. —Verá, —Verá, he hecho hecho un par de llamadas a mis superiores y he conseguido que le aplacen el des ahucio. Y además he conseguido que pueda pagar lo que debe en cómodas mens ualidades. —Oh, ¡pero es o es m aravillos aravillos o! —celebró —celebró ella con un a sonrisa son risa exultante. exultante. —¿Sí, —¿Sí, lo es? —coincidió con s arcasm o—. Pero sigue existiendo algo que m e preocupa. —¿El qué? —¿Cómo piensa hacer frente a esas mensualidades? No tiene usted ningún trabajo con el que pueda hacer frente al compromiso y mantenerse. —Lo cierto es que yo nunca he trabajado —confesó con cierto pudor. Después levantó la mirada de la mesa, vio que a él no le sorprendía su comentario, y su vergüenza se convirtió en rabia—. Señor Hans, sé lo que está pensando pero si tengo que buscar un empleo para pagarle lo haré sin problemas —añadió con altivez altivez.. —Me —Me alegra verla tan decidida, aunque por otro lado creo que peca us ted de optimis ta. —No le comprendo. —Permítame —Permítame q ue sea se a sincero si ncero pero he cons eguido s u vida vida laboral y he comprobado qu e… está totalmente vacía. vacía.
Alexia Alexia lo miró mi ró indignad indi gnada. a. —¿Cómo —¿Cómo la ha conseguido? ¿No se supone que es información confidencial? confidencial? Él esbozó una sonrisa s ardónica. ardónica. —Señorita O’donnell, le sorprendería hasta donde llega m i poder —le aseguró en un s usurro usu rro profundo. Y Alexia se s intió como un ratoncito bajo las ga rras de un g ato. —Además —prosiguió—, de alguna manera tenía que asegurarme que es usted de fiar. —Tiene —Tiene gracia que me lo diga un banquero —le soltó sin pensar. Pero el señor Hans, lejos de enfadarse, dibujó por primera vez una sonrisa sincera. Había echado de menos esa lengua viperina. —El caso, señorita señorita O’donnell, es que también he podido comprobar que no terminó terminó s us estudios en la universidad. universidad. Lo cual es alarmante, alarmante, pues s olo puede usted optar a los puestos m ás bás icos; camarera, camarera, cuidadora cuidadora de niños, empleada del hogar… Alexia Alexia estiró es tiró el cuello cuell o y lo miró m iró con altivez. —Bien, pues s i tengo que poner cafés cafés o cam biar pañales lo haré con tal de no perder mi cas a —objetó muy digna. Matthew atthew se rió por lo bajo s olo de im aginarla como canguro. Era la persona con menos capacidades capacidades para ese trabajo. —Muy —Muy conmo conmo vedor —se burló él—. El problema qu e no acaba us ted de comprende r, señorita O’donnell, es que con un trabajo tan precario, no podría pagar la deuda. Es m ás, ás , no tendría tendría ni para la décima parte —puntualizó —puntualizó con malicia. Alexia Alexia lo miró mi ró contrariad a y dolida. doli da. —¿Entonces por qué ha accedido a ayudarme si sabía que no tenía posibilidades de corresponderle? —le recriminó casi en un quejido lastimero. —Yo —Yo no he dicho que n o pueda corres ponderm e. De hecho creo que lo puede hacer m uy bien. —¿A qué se refiere? El banquero dio un trago largo a s u copa de vino y la miró con un a expres expresión ión triunfal. —Verá, he pensado en un trabajo para usted. El único trabajo que haría de maravilla dado a su gran experiencia —dijo mirando con descaro su es cote. cote. Alexia Alexia abrió la bo ca de golp e. —No estará insinuando… —Oh no, yo no insinúo nada. —Se apresuró a asegurarle, por lo que Alexia volvió a respirar tranquila—. Yo se lo digo con total claridad, señorita se ñorita O’donnell, O’donnell, quiero que s ea usted mi as istenta persona l. Mi Mi putita putita para ser exactos exactos —le s oltó a bocajarro. La joven lo miró sin poder articular palabra siq uiera y él sol tó una carcajada. carcajada. —Venga, ¿qué le parece si nos dejamos de rodeos y ponemos las cartas sobre la mesa? Usted entró en mi despacho con la idea de engatusa rme para librars e del des ahucio. ¿M ¿Me equivoco? —Pero… —No se le ocurra negarlo —la advirtió en un tono serio—. Usted tenía todo muy bien planeado. Pensaba que con un buen escote y un simple aleteo de pestañas, caería rendido a sus encantos. Pero me temo que yo no soy uno de los imbéciles a los que suele embaucar. —«Ya no», terminó de decir para sus adentros—. Y me di cuenta de su jue go des de el principio. —Vale, lo admito —tartamudeó ella—. Intenté seducirle para librarme del desahucio. Eso no significa que esté dispuesta a ser su fulana. ¿Pero por quién me ha tomado tomado ? —soltó furios furios a. —Simplemente —Simplemente por lo que es —contestó —contestó sin más —. ¿A ¿Acaso no estaba dispues ta a meterse en m i cama? La joven empezó a transpi transpi rar por cada poro de su piel. —¡Conteste —¡Conteste de una vez! ez! —le ordenó dando un golpe en l a mesa. me sa. —Sí —musitó cabizbaja. cabizbaja. —Bien, pues yo tengo algo interesante que ofrecerle. —No entiendo… Exhibió una sonrisa perversa. —No se preocupe, con sumo gusto se lo explicaré. —Se regodeó—. Verá, como puede imaginar, soy un hombre con muchos compromisos que atender. Y me vendría bien contar con una mujer servicial que tenga disponibilidad absoluta y sea experta en las artes amatorias. Pero también m e gus taría taría poder llevar a esa m ujer del brazo brazo a mis fiestas y reuniones s ociales . Por Por lo que no me vale una ramera cualquiera. Neces ito a alguien con buena educación, educación, que sea hermosa, que s onría, onría, pero pero que no abra mucho la boca. No sé s i me s igue… —Deduzco —Deduzco que s e refiere usted a una mujer muj er florero —mascul ló Alexia, Alexia, que volvía volvía a notar como le bu llía la sa ngre de rabia.
—Supongo que es una de las muchas definiciones —alegó con un gesto arrogante—. Pero cabe aclarar que no solo busco echar un polvo en una fría habitación de hotel. A mí me g usta follar a lo bes tia y donde s ea, señorita O’donnell. Estoy harto harto de s anturronas es trechas y de fingir que soy un caballero. Yo quiero una relación sin tabúes ni complicaciones. Quiero follar con una mujer hasta reventar sin temor a herir sus modales de princesa. ¿Me entiende ahora o se lo dejo más claro con una pequeña demostración? —recalcó con una expresión maliciosa. —Lo comprendo p erfectamente erfectamente —replicó entre dientes—. Y desde des de luego yo no soy lo que busca. —¿Usted cree? —Se rió burlón— Me ha reconocido hace un momento que estaba dispuesta a meterse en mi cama con tal de no perder la casa. Eso tiene un nombre, señora mía. Solo que su hipocresía y su arrogancia le impide sincerarse consigo misma. Además no está en condiciones de rechazar mi ayuda —agregó con rudeza. —Tengo —Tengo amigos poderosos a los que recurrir recurrir —le desafió con la barbilla erguida. Pero el banquero s e volvió volvió a reír reír con desdé n. —Sí, —Sí, los m ism os que la dejaron en la es tacada tacada en cuanto se declaró en ruina. —¿Qué —¿Qué sab rá usted? —¿De traiciones e ingratitud? Créame, lo veo casi a diario en mi profesión. De todas formas no hace falta ser un genio para saber que, si contara usted con esos buenos amigos que dice tener, no habría venido a mi despacho pidiendo ayuda y no estaría ahora entre la espada y la pared. Pero no se aflija, no es la primera ricachona caída en desgracia que se da de bruces contra la realidad —se mofó con desprecio antes de lanzarle una mirada penetrante—. Está sola señorita O’donnell, no tiene a nadie. Y le aconsejo que se piense bien mi oferta antes de cometer la imprudencia de rechazarla. Puede quedarse sin nada y la vida en la calle es muy dura. Sobre todo para una dama acostumbrada a dormir entre algodones —enfatizó, con sus ojos marrones fijos en los de ella—. ¿Quién sabe? Puede incluso que tenga que prostituirse de verdad por unos pocos dólares. Y modestia aparte, yo soy más atractivo que cualquiera de los borrachos que frecuentarán su esquina. Ah, y por supuesto pago mucho mejor —concluyó —concluyó de forma forma desdeñ osa. os a. —Necesito ir al s ervicio ervicio —mus itó con voz voz trémula. trémula. Cuando se levantó de la silla notó como le temblaban las piernas pero trató de no caer desplomada mientras se alejaba entre las mesas. ¡Sexo por dinero! ¡Convertirse en la fulana de un banquero! Se echó un poco de agua en la cara y se inclinó sobre el lavabo. La cabeza le daba vueltas. Jamás en su vida se había sentido tan insultada. Lo peor no era eso, lo peor era saber que él tenía razón. Estaba a un paso de perder lo único que le quedaba y si eso llegaba a suceder, quién sabe lo que tendría que hacer para sobrevivir. Alexia reprimió las lágrimas. Solo de imaginarse siendo sobada por un tipejo maloliente, le producía arcadas. Pero no podía aceptar su oferta. Oh Dios, ¡eso era demasiado humillante! De repente la puerta del baño se abrió, el banquero se acercó a ella a grandes zancadas y la atrajo hacia su cuerpo. Alexia intentó empujarlo pero su lengua se abrió paso entre sus labios de forma imparable. Y luego ya no pudo pensar en nada más. Solo sentía su sabor dulce y personal. Su aroma a madreselva inundándole los sentidos, y entrelazó sus dedos en su cabellera engominada y oscura. Matthew soltó un pequeño gruñido y la arrastró contra la pared. Entonces Entonces Alexia lo apartó de un em pujón cuand o recuperó la cordura. —No, usted usted me prometió tiempo tiempo para pens arlo —se quejó s ofocada. ofocada. —No seas estúpida, sabes que no tienes otra opción opción y…—I y…—Intr ntrodujo odujo un dedo por s us bragas—, sabes que en el fondo lo des eas —añadió enseñándole el dedo mojado. Alexia Alexia obs ervó como s e lo llevaba lle vaba a la boca para s aborearlo abor earlo des d espacio pacio y sus pupilas pupi las s e dilataron. dila taron. Sus pupila pu pilass y algo má s . El El banq uero s e echó a reír. —Oh, ya lo creo que lo deseas, te mueres por tenerme dentro de ti —dijo apoyando su entrepierna dura contra ella—. Pero sigues siendo la mis ma perra arrogante arrogante que no soporta que nadie le imponga su voluntad oluntad —le sus urró con rabia. La joven parpadeó descolocada. ¿A qué se refería con que seguía siendo la misma? Luego cayó en la cuenta de que estaba a punto de caer en sus garras y pataleó histérica. —¡Déjem —¡Déjem e en paz! Él le s ujetó con fuerza fuerza por la cintura. —Voy —Voy a follarte follarte contra los azulejos azulejos , Alexia. Y lo voy voy hacer tan bien que vas a des ear que se vuelva a repetir este m omento —le prometió en voz baja con voz seductora. sed uctora. La em pujó de nuevo contra la pared, deslizó des lizó una mano por debajo d el ves vestido tido y le bajó las bragas de un tirón. Acto Acto seguido s acó un condón del bols illo de s u traje y se abrió a brió la bragueta. Alexia Alexia contempló contempló con avidez como des lizaba lizaba la gom a por su p ene grande y grueso. —Sí, ya sé lo que piensas pero te aseguro que es real —alegó de manera burlona antes de levantarle una pierna y buscar la entrada de su sexo húmedo con los dedos. De pronto Alexia Alexia se arqueó al notar como la penetraba de un s olo golpe y Matthew atthew s e quedó quieto, disfrutando de la cali dez placentera placentera que le brindaba su vagina. Llevaba Llevaba demas iado tiempo s oñando con aquel m omento. Empezó a moverse despacio, haciendo suyo cada rincón de sus entrañas. Deslizó los tirantes de su sujetador con los dientes y sus pechos firmes quedaron a la vista. Era tan tan herm osa que le cortaba el aliento. Inclinó la cabeza cabeza y le pas ó la lengua por el pezón. Luego s e lo mordisq m ordisq ueó y succionó su ccionó mientras le am asaba asa ba el otro pecho con la mano . Alexia Alexia soltó un quejido de placer y dolor. —Dime que no soñabas so ñabas con esto des de que entraste en m i des pacho —le preguntó con la voz voz ronca y entrecortada. entrecortada. —No —mintió entre acometidas acometidas violentas. —Perra orgullosa —gruñó—. Te vas vas a com er tus palabras
Soltó sus pechos y le agarró los glúteos para clavarse hasta el fondo de su coño. Alexia apretó los dientes pero se le escapó un grito. Era un maldito animal. Un animal que follaba de miedo. Se olvidó de todo y de donde estaba y se agarró con fuerza a su nuca para soportar la violencia de sus acometidas. Sintió como unos calambrazos horribles le recorrían la espina dorsal y sacudían sus entrañas. Pero el dolor se había convertido convertido en parte parte del placer y pronto se des cubrió a sí mis ma, gritando y suplicando sup licando en s u oreja que le diera más . Alexia Alexia vio a través del es pejo como com o alguie al guie n as omaba om aba la cabeza ca beza por l a puerta pu erta y salía sa lía dis parado parad o al encontrars encon trarse e con el es e s pectáculo. pectácul o. Ni s iquiera iqui era entonces pudo parar. Era una sensación irracional que jamás había sentido antes. A pesar de la cantidad de amantes que había tenido, nunca había perdido la cabeza de esa manera. Y ahora estaba follando con un semi desconocido en los lavabos de un restaurante fino. Oh madre mía, ese cabrón tenía razón. Dentro de ella se escondía una zorra hambrienta. Sin embargo para Matthew Hans estaba siendo mucho más que un polvo salvaje. Estaba haciendo realidad su fantasía sexual de juventud. Conocía a Alexia desde que era una niña pero la había deseado desde que la había visto con esos pantaloncitos ajustados y esa camiseta de tirantes. Incluso la había amado con devoción y en silencio. Desgraciadamente Alexia nunca se había fijado en él. Por aquel entonces, no era más que un muchacho pobre y feúcho. Nada que ver con los tíos populares con los que la chica solía salir. No tenía nada que ofrecerle, salvo su corazón noble y enamorado. Y la embistió hasta el fondo mientras pensaba en todas todas las veces que s e había burlado de él. Todas Todas las veces que s e había enrollado enrollado con un tío delante delante de s us narices solo para fastidiarle. Todas las noches que había despertado llorando y maldiciendo su nombre. Porque esa mujer era un demonio de rasgos angelicales, una arpía de la peor calaña que había convertido su vida en un infierno. Y la odiaba, la odiaba tanto que quería follarla hasta arrancarla arrancarla de s u alma. Alexia Alexia gritó de nuevo cuando le l e sobrevino so brevino el orgas orga s mo pero p ero él s iguió igui ó emp ujan do contra s u cuerpo exhaus to, hasta que tam bién s e corrió con un gruñido. Después, con la respiración aún entrecortada y el corazón latiéndole descontrolado, salió de ella con cuidado para no perder el condón. Alexia Alexia s eguía callada, calla da, as imilan im ilando do lo l o que qu e acababa aca baba de ocurrir. o currir. Sentía una mez me zcla extraña extraña de felicida fel icidad, d, rabia rabi a y vergüenza. ¿En qué mome mo mento nto había ha bía dejado que es e hombre s e apoderara de ella? Era sorprend ente y frustrante como s u cuerpo la había traicionado. traicionado. —No llores —le sus urró él, deslizando deslizando un dedo por sus mejillas mojada—. A ningún caballo salvaje salvaje le gus ta que lo domen. Se apartó de ella, sacó un talonario del bols illo de s u chaqueta y escribi ó una cifra en el. —Ten —dijo entregándole el cheque—. Con esto podrás pagar tu primera mensualidad de la hipoteca y también podrás comprarte algo de ropa. Necesito que vayas lo más elegante posible a la recepción de mañana y como supongo que has tenido que vender la mayoría de tus cosas para sobrevivir… En fin —dijo con malicia, entregándole también unos cuantos billetes en efectivo—. Y este dinero es para que puedas coger un taxi taxi hasta tu casa. Yo Yo me tengo que ir, pero pero mañana te mandaré un m ensaje con todas las indicaciones necesarias . —Eres un hijo de pu ta —susu rró Alexia Alexia llena de resentim iento. Él esbozó una sonrisa retorcida. —Así es, y tú tienes la culpa de eso —le espetó. Luego se inclinó sobre ella y le susurró: —. Ni siquiera me recuerdas, pero te juro que tu deuda conmigo va más allá de lo que puedas im aginarte. aginarte. Dicho es to se cerró la bragueta, se ajus tó el nudo de la corbata y salió sal ió por la puerta con la mis ma prontitud con la que había entrado. Alexia se volvió a quedar descolocada. ¿De qué deuda hablaba? Era cierto que había algo en él que le había resultado familiar des de el principio pero no le había dado ning una im portancia. ¿Y ¿Y si la l a tenía después de todo? ¿Y si ya conocía a ese homb re? Alexia Alexia sacudió la cabeza. Impos ible. Lo habría reconocido enseguida. Alguien así era imposible de olvidar. Respiró tranquila cuando llegó a su casa. Había conseguido no perderla. «¿Pero a qué precio?», se preguntó contemplando el cheque que el banquero le había dado. Se sentía vejada, humillada, frágil. Aunque por increíble que pareciera, tampoco podía dejar de pensar en esas manos fuertes y grandes acariciando sus pechos. Ese olor varonil inundándole los sentidos mientras la poseía contra los fríos azulejos del baño. Cerró los ojos tratando de entenderlo. Era una sensación brutal. Era como si hubiera descubierto el sexo de verdad. No con el que todas las mujeres soñaban cuando imaginaban esa primera vez especial y resultaba ser un gran fiasco, sino con ese sexo que no se puede describir, solo sentir. Sexo Sexo con un hom bre guapísim guapísim o que s abía meterla meterla bien. Lastima que es e hombre fuera un hijo de puta al que al mis mo tiempo odiaba. Despertó al día siguiente con el zumbido de su móvil. Abrió los ojos, somnolienta, y cuando leyó el mensaje el sueño se le esfumó de un plumazo. Buenos días. Esta Esta noche te recogeré a las nu eve en la puerta de tu casa. Por favor, favor, sé puntual y no me hagas esperar. Me Me he tomado la lib ertad de concertarte concertarte una cita a las do ce en la b outique Magnolia. Magnolia. La señora Priston Priston conoce m is gustos y te te asesorará como es deb ido. De todas formas, procura que e l vestido no sea excesivam ente im púdi co, pero sí lo suficien te para q ue pu eda p resum ir de a compaña com paña nte. Ah, y tam tamb b ién q uiero que escojas un b uen conjunto de len cería. cería. Me Me gustan las brag as y los ligueros de encaje. P.D. La boutique boutique M agnolia agnolia queda en la Av enida Lincoln Lincoln,, num 17. N o te hará falta llevar dinero. dinero.
Alexia Alexia le contes tó muerta de rab ia: Aún no he de cidido si qu iero ser tu fulana. Así que m étete tus exigen cias por dond e te quepan , cab cab ronaz o. P.D. Aquí el único impuntual eres tú.
Tan pronto le dio a enviar enviar se tiró de los pelo s. ¿Pero ¿Pero qué había hecho? Acababa Acababa de man dar a paseo al hom bre del que dependía su s uerte. Un minuto m inuto des pués su móvil volvió volvió a vibrar. vibrar. Sabía Sabía que era é l y se echó a temb lar.
¿Te ¿Te has despertado de mal humo r? Pues espérate espérate a ver lo que es dorm ir a la intemp erie. No me desafíes, Alexia. Sab Sab es que puedo sacarte de tu casa de una patada en el culo. P.D. Ni se te ocurra es coger un conjunto conjunto de lencería blanco. No me gusta follar con puritanas. puritanas. Ademá s tú y y o sabemos q ue no te va ese color.
A Alexia le volvieron volvieron a rechi nar los dien tes mientras m ientras su pulga p ulga r volab volab a por el teclado táctil. Que le den, señor banq uero. P.D. El blanco me queda de maravilla, aunque es cierto que estoy lejos de ser pura. De hecho, tú no eres el primer gilipollas al que me tiro.
Hala, ya se lo había soltado. Le importaba un carajo si se enfadada. ¿Pero qué se creía ese idiota? Entonces salió de su autoengaño cuando dio un respingo al escuchar el zumbido del móvil. En eso estamos de acuerdo. Te sueles tirar al primer memo que se te cruza delante. Lo dicho, esta noche a las nueve pasaré a recogerte. Ahora tengo u na reun ión im portante y no me pue do entretene r con estas tonterías. tonterías. P.D. Guárdate Guárdate esa lengua lengua viperina para después de la re cepción. Te aca bo de subir subir los intereses .
Ahí Ahí es taba esa es a forma de hablarle habl arle como com o s i la l a conocie co nociera ra de d e toda tod a la l a vida, lo que la irritó más má s si cabe y tuvo tuvo el e l imp i mpuls uls o de d e volver a contes tarle. Hasta que lo pensó mejor y se contuvo. Sabía que estaba jugando con fuego y no le convenía enfadarlo, por mucho que le dieran ganas de estrangularlo. Se llevó las manos a la cabeza cuando echó un vistazo a su reloj. ¡Eran las diez y media! Tenía solo una hora para ducharse, prepararse y coger un tranvía tranvía hasta la otra punta de la ciuda d. La señora Preston sonrió al ver a la joven entrando por la puerta de su boutique después de tanto tiempo. Había sido una de sus principales clientas, hasta que un día, sin si n más , dejó de ir. Ahora que el señ or Hans le había explicado los mo tivos, tivos, no podía menos que compa decerla. —¡Querida, —¡Querida, qué gusto verla de nuevo por aquí! —la sal udó dándo le un pequ eño abrazo. Alexia Alexia le s onrió incóm oda. Era la s egunda egun da vez que tenía que qu e poner pon er un pie pi e en uno un o de s us luga res favoritos favoritos antes de caer cae r en la ruina. ru ina. Y todo por culpa de ese impresentable. Entonc Entonces es se preguntó preguntó s i quizás quizás no lo es taba haciendo haciendo aposta para humillarla… —Sí, —Sí, es que úl timame nte he estado m uy ocupada viajando por el extranjero extranjero —min tió llevada llevada por la s oberbia. —¿Qué —¿Qué tiene para m í? —añadió deseando cambiar de tema. De repente notó notó que la s eñora Preston Preston se mos traba traba incómoda y la sonrisa se le fue apagando en la cara. —¿Qué —¿Qué ocurre? —quiso s aber. —Nada, es que el s eñor Hans m e avisó avisó de que vendría vendría usted por aquí y me pidió que le ases orara en todo lo posible. Alexia Alexia enrojeci en rojeci ó has ha s ta los orejas oreja s . Supo que q ue la l a s eñora Preston Pres ton le había colgado colga do la l a etiqu eta de amante am ante ap rovechada. Pero lo cierto ci erto es que era mucho peor que es o. Era Era s u fulana. —Si bueno. —Se rió con fingido desinterés—. El señor Hans y yo nos estamos conociendo y quiso tener un detalle conmigo, ya me entiende —dijo guiñándole un ojo. La dependienta le correspondió correspondió con una s onrisa tensa. —Según tengo entendido neces itaba un vestido para es ta noche, ¿v ¿verdad? Alexia Alexia asintió as intió des eando eand o acabar acaba r con aquello aque llo de un a vez. vez. —Pues acompáñeme por aquí —le pidió conduciéndola hacia una zona que conocía muy bien. La sala de las clientas más importantes. Solo que ahora no e staba allí por derecho propio . Ya no s e podía permitir comp rar ningún m odelito exclus exclusivo. ivo. Ahora era s implemen impl emen te el maniquí de un hombre acaudalado, y eso hizo que aborreciera lo que jamás había imaginado; ir de compras. La dependienta le enseñó unos cuantos vestidos largos. Todos eran bonitos y estaban bordados con tejidos de primera calidad pero eran dema siado sia do sob rios e ins ulsos uls os para el gus to de Alex Alexia. ia. Algo Algo que la enfureció porque la señ ora Preston conocía perfectamen perfectamen te su mane ra de ves vestir. tir. Sin embargo es taba siguiendo las directrices del cliente. Es decir, del cliente que pagaba. El banquero. Alexia Alexia no se pudo p udo res istir is tir y s acó la tarjeta de créd ito cuando la l a dependie depe ndie nta cogió el vestido vestid o para envolvérse lo. Ella se s e la rechazó de inm ediato. edia to. —No, de ninguna manera, el señor Hans dijo que s e haría cargo cargo de la factura. factura. —Pero yo yo insisto ins isto en pagar con mi dine ro —replicó orgullosa. Entonces la señ ora Preston observó la tarjeta tarjeta que le tendía tendía sin s aber qué hacer.
—¿Es —¿Es que qu e hay algún problema? —le pregu ntó. —Verá, señorita O’donnell… El señor Hans también me advirtió que esto podía pasar y me prohibió que aceptara su dinero. Al parecer su cuenta está en números rojos … —confesó —confesó con voz tembloros a. —¿Cómo dice? —musitó aturdida. La s eñora Priston la miró con expresión contrariada y Alexia se revolvió revolvió de rabi a. Ahora s í que s e sentía s entía humillada e ins ultada. Maldito Maldito hijo d e perra, ¿pero cómo había podido hacerle eso? Oh, madre mía. ¿Le habría contado también que era su…? Notó que los ojos se le nublaban de lágrim as y se los frotó frotó con fuerza fuerza para evitar evitar que s alieran. ¡A ¡Al diablo con lo q ue es a muje r pensa ra! La joven tomó aire y miró a la d ependienta con la cabeza cabeza alta. —Señora Preston, es cierto —confesó —confesó—. —. Estoy Estoy arruinada arruinada y el seño r Hans me es tá ayudando. ayudando. ¿Pero sabe qué? Aún Aún puedo pe rmitirme pag arle con mi dinero, así que deje es e ves vestido tido donde estaba. Pienso es coger otro —le —le dejó claro. —¿Otro —¿Otro de los que ya vimos vimos ? —No, otro otro más acorde a mi nueva condición de fulana —le espetó de lo más di gna. La s eñora Preston Preston palideció. —Pero —Pero el señor Hans dijo… —Me —Me importa imp orta un bledo lo que le haya dicho ese i mpres entable. Soy yo la que paga y exijo exijo que m e atienda como es debido —le ordenó a irada. —Está bien —obedeció la depe ndienta, cabizbaja. cabizbaja. Alexia Alexia se con templó temp ló satis s atisfecha fecha frente al espejo es pejo de d e su habitaci h abitación. ón. Al Al final había hab ía escogido esco gido el ves tido más má s atrevido de toda la bo utique. utique . Era Era de tela chiffon, chiffon, con un es cote en forma de corazón que perm itía itía adm irar la redonde z de s us pechos y tenía tenía una apertura en la parte frontal frontal del vestido, que dejaba una pie rna totalmen totalmen te al descubierto. Además la tela roja se adhería a su cuerpo com o una se gunda piel, por lo que acentuaba sus curvas curvas y su trase ro. Sí, Sí, definitivamente definitivamente a m ás de d e uno s e le iba a des colgar la ma ndíbula cuando la viera. Y sonrió son rió con malicia a l pens ar en el banquero. El móvil sonó a las nueve en punto. Esta vez había sido puntual. Alexia terminó de atusarse el moño, se puso un abrigo blanco y salió de su casa con una s onrisa radiante. radiante. El banquero banquero la recibió con su habitual habitual seriedad pero s intió su mirada es crutadora crutadora mientras la acompañaba has ta la puerta del coche. —Estás —Estás muy guapa —la piropeó piropeó para su sorpresa. Estaba acostumbrada a sus comentarios comentarios m ordaces pero no a s us halagos. —Aunque —Aunque me pregunto por qué te has abo tonado ese ab rigo has ta el cuello. ¿Tant ¿Tanto o frío frío tienes? —s e quejó frustrado por no poder ver lo que llevaba llevaba debajo . —Es que quiero da rte una sorpres a —confesó Alexia Alexia en un tono tono ris ueño. —¿Una sorpresa? —Se alarmó él— Espero que hayas escogido un vestido dentro de las características que te indiqué —la advirtió a la vez que m etía etía la llav ll ave e y arrancaba el m otor. —Oh sí, te te va a encantar —le —le as eguró, dejando entrever una sonris a travies traviesa—. a—. Por cierto, cierto, tú tú también estás muy guapo —añadió observ obs ervando ando su esmoquin oscuro. oscuro. Y realmente iba más que guapo. Iba perfecto. Llevaba el pelo engominado hacia atrás y el traje le quedaba como a uno de esos modelos de pasarela. pas arela. Acentuaba sus rasgos rasg os duros. d uros. Lo hacía parecer m ás peligros p eligros o y atractiv atractivo. o. Pero en lugar de agradecer el cum plido de Alexia, Alexia, se mantuvo tenso y clavó clavó la vista en la carretera. Sabía Sabía que esa arpía tramaba algo . Circularon por la Vía Vía California, California, una de las princip ales arterias de la ciudad y se dirigieron a Pacific Heights, donde se en contraban las mans iones de los m agnates agnates financieros. financieros. Al Al parecer la fiesta fiesta s e celebraba en casa de uno de los socios de Credibank. Cuando l legaron, el banque ro le dejó las llaves al apa rcacoches, le ofreció el brazo a Alexia y la condujo hacia la en trada principal. Mientras Mientras s e movían entre el tumulto de asistentes, la joven reconoció las caras de algunos invitados. Había coincidido con ellos en casinos y otras fiestas importantes. importantes. Incluso habían compartido compartido grandes veladas entre risas , alcohol y una una baraja de cartas. cartas. Pero ahora esos mis mos compañeros de fiestas parecían no acordarse de ella. Su situación de quiebra había llegado a oídos de la alta sociedad y verla allí del brazo de un hombre poderoso, solo hacía avivar la llama de las habladurías, por lo que la joven bajó la cabeza y trató de ocultarse tras el robusto cuerpo de su acompañante. El señor Hans también conocía a la mayoría de los que estaban en la fiesta y estrechó la mano de todo aquel que se le acercaba a saludar. Casi todos eran clientes de su banco. En un momento dado el mayordomo se acercó a ellos y les pidió amablemente que le entregasen los abrigos. Alexia sonrió con malicia mientras aguardaba al banquero y cuando llegó el turno de desprenderse del suyo, vio como a él se le abría la boca de golpe. Luego la recorrió con una mirada s inies tra y ella le dirigió una s onris a desa fiante. —¿Qué —¿Qué ocurre s eñor Hans , no le gus ta mi vestido? —le preguntó con un m ohín compung ido, pero dejando entrever entrever cierta chulería en la voz voz.. Matthew atthew levantó levantó la vista vista de s us pechos sem idesnudos ides nudos y su m andíbula se tornó rígida. —¿Gustarme —¿Gustarme ? —mas culló entre dientes— Ahora Ahora mis mo te arrancaría ese vestido de putón que llevas llevas puesto. pu esto. —Es lo que soy ¿no? Se lo dejaste muy claro a la señora Preston esta mañana. No solo le dejaste claro eso, también te permitiste la grosería de contarle contarle mis pequeños problemas financieros financieros —le recriminó recriminó furiosa. —¿Pequeños problemas financieros? —Se burló con desdén— No tienes donde caerte muerta, querida, y más vale que lo recuerdes la próxima próxima vez que decidas desafiarme. des afiarme. Que Que sea s m i fulana no significa que lo tengas que dem ostrar os trar —concluyó —concluyó gruñendo por lo bajo. —Oh, pens é que te gustaría. Lo siento s iento —se dis culpó de m anera frív frívola. El banquero la aferró del brazo y tiró tiró hacia é l.
—No te pases de lis ta, Alexia. Te aseguro as eguro que m ás tarde haré que lame ntes tu ins olencia —le s usurró us urró con voz voz glacial. Luego echó o tra mirada rápida a su escote y a la pierna desnuda que asomaba de su falda —.Joder ¿es que no había un vestido con menos tela? —se quejó entre dientes a la vez que so nreía a los invitados invitados q ue pas aban por su lad o. Alexia Alexia romp ió a reír. —No lo s é, puedo probar la p róxima róxima vez —le —le provocó de forma intencionada. —Hazlo —Hazlo y te te juro que te azotaré azotaré delante de todo el m undo —le am enazó en serio. La sonrisa de ella se es fumó de golpe. —No te atreverías... atreverías ... —Cuando salgamos de aquí y te te ponga s obre mis rodillas me lo cuentas —le contestó contestó antes de guiñarle un ojo. Alexia Alexia se s oltó de s u mano ma no de un tirón y le fulm fulm inó con la m irada . —Cabrón. —Zorra. —¡M —¡Matthew, atthew, ami go, qué a legría verte verte por aquí! —les interrumpió el anfitrión de la fies ta. Él le dedicó una última mirada inquisitiva inquisitiva y dirigió dirigió una s onrisa falsa a su socio. —Henry el placer es m ío. Ya sabe s que nun ca me perdería uno de tus saraos —mintió, estrechando su m ano. —Oh, y veo que vienes bien acom pañado, eh —come nto con una ris ita intencionada mie ntras m iraba a Alexia. Alexia. —Sí, —Sí, ella es una vieja ami ga —le contestó en un tono seco. —En ese caso señorita, sea usted bienvenida a mi casa —dijo dedicándole una pequeña reverencia. Alexia Alexia esbozó es bozó una sonris s onris a de cortes ía. —Gracias —Gracias,, señor Jones , es un honor contar entre sus i nvitados. nvitados. —Créame, el placer es mío —le aseguró con sus ojos fijos en s u escote. El banquero carraspeó incómodo y el señor Jones se justificó nervioso. —Bueno, —Bueno, si m e disculpan… tengo más invitado invitadoss que saludar —se despidió. —¿Vieja amiga? —se burló Alexia cuando se fue — ¿Qué ocurre señor Hans, tanta vergüenza le da admitir que es un putero que necesita mentir para esconderlo? —¿Preferí —¿Preferías as que le dij era la verdad? verdad? —la desa fió con arrogancia. arrogancia. Ella lo miró cohibida y guardó s ilencio—. De todas todas forma s no mentí m entí — agregó gruñendo por lo bajo. Y antes de q ue ella tuviera tiemp tiempo o de replicar, se dio la vuelta y la dejó con la palabra en la boca. Alexia Alexia deam buló entre los invitados con aire alicaído. alica ído. Por algu na extraña extraña razón le dolía el des aire que acaba ba de hacerl e el banq uero. Algun Algun os invitados la reconocie reco nocie ron y se pu sieron si eron a cuchich c uchichear ear en tre ellos , sorprendi sorp rendi dos de volver a verla verla form ando parte de la l a vida social s ocial des pués de tanto tiempo. La joven se sintió violenta y trató de ocultarse de las miradas indiscretas, escondiéndose en un rincón del enorme salón. Era curioso como cambiaban las cosas. Hace tan solo un año ella había sido el alma de las fiestas. Todos la habían agasajado y adulado. Los hombres habían buscado su compañía. Y Alexia se había dejado cortejar porque le gustaba sentirse deseada y ser el centro de atención. Pero eso era cuando tenía dinero y prestigio. Cuando era alguien importante y su apellido pesaba con fuerza. Ahora, los mismos que un día la habían buscado con insistencia, la rehuían como si su desgracia fuera contagiosa. Ya no formaba parte de ese mundo frívolo al que había pertenecido toda su vida. Simpl Simplemen emen te era alguien que es taba allí por casualidad. Y Alexia se dio cuenta de que s e había quitado un gran pes o de encim a. El banquero dio un sorbo a su Martini mientras la observaba atentamente desde la otra punta de la sala. El plan no estaba saliendo según lo previsto. La joven se movía como un autómata por la fiesta. Parecía aburrida incluso. Y eso le fastidiaba porque había disfrutado con la idea de humi llarla y verla verla furiosa. Sin embargo era obvio que es o no iba a s uceder. Los músicos dejaron de tocar para dar paso al discurso del anfitrión de la fiesta. Matthew hizo el esfuerzo de prestar atención pero sus ojos seguían clavados en la chica y en el vestido rojo que llevaba puesto. ¡Realmente estaba hermosa! Tan hermosa que se le había puesto dura con tan solo m irarla, por lo que s e maldij o en silen cio por su falta de control. control. Alexia Alexia se s e sorpre s orprendió ndió cuand o el s eñor Jones Jo nes llam ó al banqu b anqu ero des de s de el escena es cenario rio y le pidió pidi ó que dijera dije ra unas una s palab p alab ras. ras . Por lo visto él tam poco lo esperaba porque se mostró incómodo y aceptó el micrófono a regañadientes. Aun así se desenvolvió con naturalidad y su voz sonó firme y segura. Entonces se dio cuenta de que estaba suspirando como una boba mientras lo contemplaba allí de pie, vestido con su esmoquin impecable. —¡A —¡Alexia qué s orpresa verte aquí! —le salu dó una voz famil familiar. iar. Se dio la vuelta y se quedó de p iedra al reconocer al chico. —¡Anthony! —Oh, madre mía, pero mírate. Estás despampanante —dijo comiéndosela con los ojos.
Alexia Alexia le so nrió con tim idez y obs ervó al hombre homb re que hab ía sido sid o su prom p rometido. etido. —Y dime, dime , ¿ ¿qué qué haces en San Francisco? Lo último q ue supe s upe de ti es que te ibas a Europa. Él se encogió de hombros. —Sí, pero me aburrí de dar tumbos por ahí y regresé hace poco —le contestó con una enorme sonrisa —.Ahora he abierto un pequeño negocio de transporte y me va bien. —Así —Así que por es o te han in vitado a la fies ta. Tú Tú también eres cliente de Credib ank —concluyó Alexia. Alexia. Anthony Anthony asin tió sin si n dejar deja r de obs ervarla fijamente. fijam ente. Estaba m uy herm osa. os a. —Oye —Oye Alexia, Alexia, sé que te debo una explicación por lo que pas ó… —Tranquilo —le cortó enseguida—. No me debes nada. Es cierto que te odié cuando rompiste nuestro compromiso pero con el tiempo me di cuenta cuenta de que fue lo mejor. mejor. Los dos som os demasiado atolondrados. atolondrados. Ese matrimonio no habría funcionado. funcionado. Por mucho que nuestros padres estuv es tuvieran ieran empe ñados —añadió con un gesto divertido. divertido. Anthony Anthony le acarició la m ejilla ejil la con ternura . —Sí, —Sí, somos iguales . De hecho nunca he conocido a una chica con la que congeniara tanto —admitió con sincero pes ar. Ella recordó aquellas desenfrenadas noches de juerga y esbozó una sonrisa nostálgica. Además de su prometido, Anthony había sido su cómplice de fechorías y su compañero de estudios en la universidad. En realidad no era la primera vez que tenía un mejor amigo. Cuando era pequeña solía jugar con un niño al que llamaban Levi y era el hijo de la ama de llaves. Hasta que se tuvieron que mudar de forma repentina y ya no lo hab ía vuelto vuelto a ver ver más . —Cuéntame ¿y dices qu e has abi erto un negocio? —preguntó cambia ndo de tema. —Sí, transportamos y exportamos maquinaria industrial. Aún estamos en pañales pero parece que la cosa avanza —le explicó con una sonrisa nerviosa. nerviosa. De pronto Alexia tuvo una idea. —Oye —Oye y por casualidad no neces itaréis pers onal, ¿verdad? ¿verdad? —le dejó caer. —Bueno ahora que lo mencionas no me vendría mal alguien que gestionase mis cuentas. Pero Alexia… ¿entonces es cierto lo que se rumorea por ahí? —Sí —admitió sin rodeos. Anthony Anthony abrió los ojos como com o platos . —¿Y cómo ha s ucedido? Tú eras la heredera de una gran fortuna. Ella entrecerró los ojos y dio comie nzo nzo a su s u teatro. teatro. —Ay —Ay Anthony, nthony, querido. —Suspiró—. —Suspiró—. Me Me han pas ado tantas cos as horribles desde des de que no n os vemos . Mis Mis padres se m ataron en un accidente de coche al poco tiempo de irte a Europa. Yo heredé una gran fortuna, es cierto. Pero me fue mal en los negocios y tuve que malvender las acciones de la compañía —le contó contó con s emblante compungido. —Sabía lo ocurrido con tus padres pero no tenía ni idea del resto. ¡Es ¡Es es pantoso! —exclamó —exclamó a fectado. fectado. —Sí que lo es —apostilló Alexia. Anthony Anthony volvió volvió en sí y le cogió cogi ó las m anos . —Por favor, favor, si pu edo hacer algo por ti. Alexia Alexia sonrió so nrió s atisfecha. atis fecha. Por fin fin un poco de d e suerte. su erte. Empezaba a pens ar que es taba perdiend perd iendo o su influjo i nflujo s obre los lo s homb ho mbres res.. —Te lo agradezco pero si me concedieras el trabajo sería más q ue suficiente. —Pues no s e hable má s, el pues to es tuyo. tuyo. Y no te preocupes por el dinero, te te pagaré lo que neces ites —le prometió si n dudar. Alexia Alexia dio un s altito y s e aferró a su cue llo. —¡Oh —¡Oh Anthony Anthony!! No sé s é cómo podré agradecértelo. Bueno s í sé com o… —expresó —expresó en un tono coqueto. El banquero pensó que se lo llevaban los demonios cuando los vio besarse apasionadamente antes de escabullirse entre la gente hacia fuera del salón. De repente sintió que retrocedía en el tiempo y volvía a ser aquel chiquillo escuálido y frágil que la espiaba consumido por los celos desde un rincón de la casa, mientras ella se daba el lote con algún chico. Y notó como la sangre empezaba a bullirle por todo el cuerpo. Apretó Apretó los puño s , tratando de conteners contene rse, e, pero no pudo . En s u mente me nte no dejaba deja ba de verlos bes ándo se y otras cosas cos as peores peore s . Entonces una especie de furia irracional lo dominó por completo y bajó del escenario para buscarlos entre la gente. A medida que recorría las estancias y los pasillos de la m ansión, la des esperación creció dentro dentro de s u pecho. Escuchó que algunos invitados invitados reclamaban su atención, atención, pero pero no es taba de humo r para saludar o habla r con nadie. Ni siquiera podía percibir su alrededor con claridad. La ira lo nublaba todo. Subió las es caleras y los buscó por la segunda planta. planta. Pero Pero los minutos transcurrieron transcurrieron sin que diera con ellos, por lo que em pezó pezó a abrirse
paso pas o entre la gente a codazos. codazos. «¿Dónde se han metido, joder ?», ?», se oyó gruñir en voz alta. Alexia Alexia dejó dej ó que qu e Anthony Anthony le bes be s ara el e l cuello cuel lo y la s obara por encim e ncim a de la rop a. Se sintió s intió algo a lgo extraña. extraña. Aquel Aquel había s ido el único ún ico ho mbre mb re al que había querido y sin embargo no terminaba de encontrarse a gusto. A sus besos les faltaba fuerza, en sus caricias no halló la pasión que esperaba. Pero cerró los ojos y se abandonó sin más. Necesitaba conseguir ese trabajo como fuera. Necesitaba escapar de las garras del banquero y de lo que é l le hacía s entir. Anthony Anthony le des lizó los tirantes tira ntes del d el vestido e in clinó la l a cabeza para be sarle sa rle los pecho s. Alexia Alexia se co ncentró en la l a mús mú s ica que s onaba onab a fuera de la habitación e imaginó que las manos que recorrían su cuerpo eran más grandes y fuertes. Que aquella lengua, lamía y succionaba sus pezones con más exigencia. Pero por mucho que lo intentó ese hombre no era el banquero. Entonces la puerta del cuarto se abrió de golpe y lo vio a él, con la m ano apoyada en el po mo y la cara conges tionada de rabia. Anthony Anthony levantó levantó la cabeza y se quedó congel ado delan te del intruso. —¡Señor —¡Señor Hans ! —exclamó —exclamó s orprendido. Matthew atthew apartó su m irada glacial de el la y la dirigió a s u acompa ñante. —¿Te importaría soltarle las tetas a mi novia? No quisiera tener que destrozarte la cara —masculló con sus ojos clavados en la mano que sos tenía tenía un pecho. Anthony Anthony obedeció obed eció d e inm ediato. edia to. Había visto leones le ones menos me nos fieros en s us safaris sa faris por la s aban a y la intuición intuici ón le decía qu e era m ejor no llevarle ll evarle la contraria. —¿Alexia —¿Alexia está sal iendo con us ted? Ella salió de s u aturdimiento y reaccionó al es cuchar aquello. —No, no es cierto, yo yo no s algo con na die —se defendió a la vez que s e volvía volvía a cubrir rápidame nte. —Oh, sí, créame créame , ella me pertenece —siseó —sis eó el banquero, dedicándole una m irada feroz a él. Y sin mediar una palabra más, la cogió de la mano y la arrancó de los brazos de Anthony. La joven intentó resistirse cuando Matthew la llevó casi arrastras a rrastras entre los invitados. invitados. Sabía que estaba furioso y que era capaz de cualquier cos a. La condujo al último piso, siguió tirando de ella por corredores y cuando llegaron a la habitación más alejada de la casa, la soltó de un empujón y echó el pestillo de la puerta. Alexia observó su alrededor y vio que había una mesa de billar, una máquina de pinball y una diana de dardos. Estaban Estaban en el s alón de juegos. —Tú, sucia ramera —silbó colérico—. Me Me doy la vuelta vuelta un segundo seg undo y ya ya intentas follarte a cualq uiera. Alexia Alexia lo miró mi ró as ustada us tada pero no s e amilan am ilanó. ó. —Te equivocas, no es cualquiera. Íbamos a casarnos. —¿Qué? —murmuró sorprendió La confesión de la chica le había sentado como una patada en la entrepierna. Ella también se dio cuenta de la expresió expresió n dese ncajada del banquero y se mos tró tró más altanera. altanera. —Lo que oyes. Anthony Anthony era mi prometido y me ha o frecido su ayuda —le as eguró con la b arbilla erguid a. Matthew atthew recuperó la com postura pos tura y empe zó a acorralarla a corralarla lentamen te. —¿Ah —¿Ah s í? ¿Y cómo e s eso? es o? —le pregu ntó en un tono b urlón a l a vez que la joven retrocedía retrocedía algo intim idada. —Anthony me ha ofrecido un puesto de trabajo como contable y cobraré lo suficiente para pagar la deuda. Ya ves, quedo liberada de tus malditas garras. —Con que Anthony te ha prometido un puesto de contable, eh —repitió con una risita furiosa— Y dime ¿le has dicho a tu caballero andante que dilapidaste tu fortuna en menos de tres años? ¿Qué te puliste toda la herencia familiar entre apuestas, noches de fiesta y otras excent excentricida ricidades? des? Porque Porque dudo que te deje m anejar sus cuentas cuentas cuando sepa es o. Alexia Alexia enroje ció de rabi a. —Me —Me importa imp orta un bledo lo que m e digas , ya ya no depend o de ti para nada —objetó ofendida. El banquero le cogió de la m ano y la arrojó arrojó sobre la mes a de billar. —Déjame que te confiese algo —le susurró en el oído—. Resulta que es tu caballero andante el que depende de mí. ¿Quién te crees que le dejó el di nero para que m ontara su em presu cha? Fui yo yo Alexia. Alexia. Yo le concedí el crédito que neces itaba. Y si a mí me m e da la gan a puedo h acer que me lo devuelva devuelva todo junto y con intereses . ¿Y sabes sa bes qué ocurría? Que tendría que cerrar y se vería vería arruinado por tu culpa. Alexia Alexia se revolvió llena d e ira. —Te odio, te te odio con toda m i alma alm a —le gritó pataleando a la vez que él la s ujetaba con má s fuerza. —Estupendo, porque yo yo sien to lo mism o por ti.
Y de un tirón rasgó su vestido, dejándola desnuda de cintura para arriba. Alexia quiso apartarlo pero él la empujó contra el tapete de la mesa de bill ar y devoró devoró con furia s us pechos . Ahí estaba lo que no había encontrado con Anthony Anthony:: lujuria s alvaje, pasión, fuego. Aun as í las caricias de Matthew le hacían daño. ¡Le abrasaban la piel! Se le escapó un quejido lastimero e intentó apartarlo con más fuerza. Él buscó con desesperación su boca y engulló su lengua, sus labios, la piel de su cuello. Alexia dejó de resistirse y le devolvió el beso con la misma exigencia. Hasta que se dio cuenta de lo que ese hombre estaba haciendo con ella y enfadada consigo misma estiró un brazo con disimulo, cogió el palo del billar y le golpeó en el hombro. El banquero ens eguida s e contrajo por el dolor y Alexia aprovechó aprovechó para s alir de debajo de s u cuerpo. Pero él fue fue mucho más rápido y de una bofetada bofetada la tiró al sue lo. La joven se llevó llevó la mano a la m ejilla. —Me —Me has golpeado —murmuró con los ojos m uy abiert abiertos. os. Se sentía sentía más sorprendida que asus tada. tada. —Es la única forma de domar a una fiera —replicó con un gesto som brío. Empezó a retroceder a gatas mientras Matthew se iba acercando a paso lento. Entonces Alexia logró ponerse en pie, cogió una de las bolas de la mesa y se la lanzó a la cabeza. Él intentó esquivar el golpe pero la bola le rozó una ceja y le hizo sangrar. Matthew se llevó los dedos a la herida y la miró con los ojos brillantes d e ira y algo más . De repente Alexia se echó a tem blar. Ahora s í que tenía tenía motiv mo tivos os para preocupars e. En un intento deses perado por defenders e se giró g iró y cogió otra bola. Pero Pero cuando hizo el amago de volver volver a tirársela, él se abal anzó sobre ella y la arrojó de nuevo contra la mesa de billar. Luego la colocó rápidamente boca abajo y la sujetó con fuerza. Alexia se revolvió enfadada e histérica. El banquero hizo caso omiso a su pataleta y de un tirón le arrancó lo que quedaba del vestido. Acto seguido le bajó las bragas hasta las rodillas, le escupió entre sus nalgas y se bajó la bragueta bragueta del pantalón. Ella Ella se agitó más deses perada al adivinar adivinar lo que pretendía. pretendía. —No, por favor, por ahí sí que no —suplicó— ¡Me va a doler! —Golpe por golpe y dolor por dolor. —¡No! —¡No! —chilló exasp exasperada. erada. —Shhh, cálma cálmate te Alexia Alexia —le —le susu s usurró rró inclinándos e sobre sob re ella— ¿De verdad verdad quieres que te suelte? De repente Alexia se quedó callada. No sabía qué contestar porque a pesar de que estaba aterrada y furiosa, había una parte de ella que sentí se ntía a curiosida d. El El banquero compren dió el dilem a de la chica y sonrió so nrió divertido. divertido. —Te prometo prometo que iré des pacio para no las timarte ¿de ¿de acuerdo? Alexia Alexia asintió as intió nervios a. Entonces él volvió a escupirle en el trasero y buscó con los dedos la entrada de su orificio. La joven se irguió como un palo al notar que le hurgaban en la zona. Después se fue relajando cuando vio que no era para tanto. Hasta que en lugar de su dedo sintió la presión de su glande y se tensó de nuevo. nuevo. —Shh, tranquila, tranquila, ya te dije qu e iré con cuidado —le repitió con voz suave. Ella tomó una bocanada profunda e intentó relajarse. Sin embargo, a medida que el banquero iba abriéndose camino por su culo, Alexia experimentó un dolor palpitante mezclado con ansiedad. Era como si un hierro candente estuviera a punto de atravesarla. Y de pronto se quedó totalme totalmente nte clavado clavado en Alex Alexia, ia, esperando a que s us es trechas pos aderas lo acep taran. —Me —Me duele m ucho —lloriqueó ella. —Lo sé, pero te prometo que pronto sentirás algo más. Permaneció inm óvil óvil algunos segundos seg undos más y luego, cuando notó su trase ro menos tenso, empezó a moverse con delicadeza. Alexia apretaba apretaba los dientes cada vez que el banquero se hundía en ella. Sentía un placer lacerante y violento. Un placer intenso que al mismo tiempo la avergonzaba. Y lloró de soberbia mientras él seguía subiendo el ritmo de sus embestidas, porque había entendido que disfrutaba follando con ese anim al. Matthew terminó de descargar dentro de ella y Alexia se arqueó con un gemido de dolor. Luego los dos aguardaron sudorosos a que sus corazones recuperaran la estabilidad. Y cuando se separaron, Alexia tuvo que agarrarse al borde de la mesa para no caer. Le temblaban las piernas y notaba su s emen s aliendo de s u cuerpo. Entonces Entonces s e dio la vuelta vuelta y sin pe nsárselo nsá rselo dos veces le cruzó la cara. cara. —¡Cerdo! —¡Cerdo! Al Al final me has convertido convertido en una ram era —le reprochó furiosa . El banquero s e tocó la meji lla golpe ada y le devolvió devolvió la bofetada. bofetada. —No, querida, tú tú ya eras una ram era antes de que yo te te la m etiera por detrás —le s oltó con des precio—. Y ahora, si m e dis culpas , voy voy abajo a coger tu abrigo. Alexia Alexia lo fulm inó co n la m irada mientras mi entras lo veía salir sa lir por po r la pu erta. Has ta que s e dio cuenta de d e que estaba es taba prácticam prá cticamente ente des de s nuda y s e cubri ó con las manos. Ninguno de los dos se dirigió la palabra durante durante el trayect trayecto o a casa. Cada uno es taba inmerso en sus propios pens amientos. Alexia lexia s eguía eguía dándole vueltas a lo que el banquero le hacía sentir y por más que intentó hallar una explicación no la encontró. Era lo más irracional que había
experimentado nunca. Solo comprendía una cosa y es que, por paradójico que fuera, a su lado se sentía viva y ardiente. Pero no sabía si esos sentimientos los despertaba la mis ma cólera o la pasión. El caso es que s e sentía viv viva a y ya ya era mucho m ás de lo que había sentido por nadie. Matthew contempló su reflejo en el espejo retrovisor. La herida de la ceja había dejado de sangrarle pero se le iba a formar un buen moratón. Maldita arpía, le había puesto la cara como un map a. Aunque s iendo s incero era lo que menos le preocupaba . Empezaba a pensar que la situación se le estaba yendo de las manos. Ya no le movía solo el placer de la venganza. Había comprendido que esa mujer era su debilidad, su talón de Aquiles. Lo había comprendido en el momento exacto en que la había visto desaparecer de la fiesta con ese imbécil. Y luego cuando los había sorprend ido en es e cuarto… Cerró Cerró los ojos por un se gundo al notar que le volvía volvía a cegar la rabia. ¡M ¡Mierda!, ¿pero ¿pero qué es taba haciendo?, s e preguntó atormentado. ¡Creía que ya lo había superado! Lo pensaba fríamente y aquello era absurdo. Él había cambiado, ya no era el chavalito escuálido de mirada tímida. Ahora era un hombre fuerte, serio, poderoso. Se suponía que estaba curado, que era inmune al influjo de esa bruja. Entonces cerró los ojos por un segu ndo pero aunque lo intentó, se dio cuen ta de que ya ya no podía odiarla como antes. Alexia Alexia de repente repen te empe zó a encontrarse encon trarse m al. El estóm ago s e le contrajo en e n un nudo y se llevó lle vó la mano m ano a la boca bo ca para repri mir mi r las arcadas a rcadas . —Por favor favor para el coche. Voy a vomitar —le pidió cada vez más pálida. Matthew atthew giró la cabeza de inm ediato. —¿Bromeas? —¿Bromeas? ¿No puedes esperar? Ella le fulminó con la mirada —Oye, como no pares el puto coche te lo pondré perdido —le amenazó en serio, por lo que obedeció en cuanto encontró una plaza libre de aparcamiento. Alexia Alexia abrió abr ió la puerta, s e inclinó in clinó s obre s us rodil las y vom vomitó itó en el arcén. a rcén. Lue go s e quedó qu edó en es e s a mis m isma ma pos tura, incapaz incap az de m irarle s iquiera. iqui era. Se sentía tan vulnerable y humillada... Pero de repente notó como sus manos le acariciaban la cabeza y le retiraban el pelo con delicadeza de la cara. Ella Ella se de jó caer en el asiento y cerró los ojos . Estaba Estaba totalmente mareada y sudoros su doros a. —Gracias —G racias —masculló. —De nada. ¿Por ¿Por casualidad probaste los canapés que estaban junto al centro centro de mes a? —Sí ¿por qué? Matthew atthew s oltó una s uave uave carcajada. —Alex, —Alex, esos es os cana pés eran e ran de cangrejo. —¿Cómo —¿Cómo sabes que s oy alérgica alérgica al m arisco? —preguntó —preguntó perpleja. De pronto pronto se quedó congelado, pero enseguida buscó una respues ta para para salir del pas o. —Tengo tu tu expediente laboral. ¿Crees ¿Crees que no podía cons eguir tu historial m édico? —Eres un cabrón —le e spetó spe tó indignada—. Y si no te impo rta prefiero prefiero ir andando . Me Me vendrá bien tomar un poco d e aire. —No digas tonterías tonterías,, no piens o dejarte sola en estas condicione s. Aún Aún tienes cara de muerta —comentó, observ obs ervando ando su acentuada palidez. —¿Ahora —¿Ahora resu lta que te preocupas por m í? —le preguntó con con es cepticismo . Al Al banquero banq uero le rech inaro n los d ientes . —Por supues to que no —mintió—. Pero Pero aún no he termina do contigo. —Pues lo s iento mucho, pero como puedes ver no estoy en condiciones de hacer el amor. Matthew atthew la miró boquiabie rto. —Punto número uno, las putas no tienen derecho a elegir. Punto número dos, tú y yo no hacemos el amor, follamos. Y punto número tres, ¿quién te ha dicho que es eso lo que qu iero hacer? —le dejó caer. —¿Ent —¿Entonces onces qué m ás quieres de mí? Esbozó Esbozó una sonrisa intencionada. intencionada. —Esta —Esta mañana te dije que te iba a subir los intereses intereses y pienso pienso cobrarme cobrarme la mamada que me debes. Pero antes antes te lavarás lavarás los dientes. dientes. No pienso consentir que me ensucies el rabo con tropezones de cangrejo vomitado —añadió para picarla. —Vete —Vete a la m ierda —le gruñó. Y el banquero rompió a reír. Alexia Alexia empezó em pezó a encon trarse un poco mejor. me jor. Aún Aún le embarga em barga ban las naus eas y tenía el estóma es tómago go hecho un revoltijo pero ya no le daba n arcadas . Entonces Entonces s e dio cuenta de que él se dirigía por el camino que no era. —¿Cuántas copas te has tomado? Mi casa no queda p or aquí. —No te preocupes, s é perfectamen perfectamen te a donde me dirijo —le contestó Matt Matthew hew entre dientes, porque en e l fondo no s e podía creer lo que iba a hacer. Era tan tan abs urdo…
—¿Y adónde m e llevas? —A mi cas a —confesó, apretando con m ás fuerza fuerza el volante. Alexia Alexia abrió los lo s ojos oj os como co mo platos p latos . —¿Tu —¿Tu casa? —repitió sorprendida. Él la miró de sos layo layo y pensó: «Sí, nena, mi cas a. Nunca he llevado a ninguna m ujer allí, pero precisam ente contigo, que me rom piste el corazón una vez y me jodis jo diste te la vida, vida, haré una excepción. ¿A ¿A que s oy gilipollas? ». —Sí, —Sí, allí estaremos estaremos más cómodos —le contestó contestó por encima del hom bro. —¿Cómodo para qu ién? ¿Para ti? —se quejó Alexia, ya que tenía claro que para el la no s ería así. —Quiero cuidarte cuidarte como es debido—confesó irritado. —Pero… —Ni una pala bra más , Alex Alexia. ia. Te llevaré llevaré a m i puta casa y punto punto ¿de acuerdo? —le dejó claro—. Joder ¿por ¿por qué s iempre me llev ll evas as la contraria? —Porque ningún hom bre me la ha llevado a mí —murmuró antes d e volver volver a cerrar los ojos . El banquero apa rtó la mirada d e la carretera y la miró m iró fijamente. Mierda, Mierda, definitivamente definitivamente la e staba cagand o. Cuando aparcó el coche en el garaje, comprobó que la joven seguía profundamente dormida. Realmente parecía tan débil como un cervatillo recién nacido y eso le conm ovió más d e lo que que ría admitir. admitir. Alexia parpadeó medi o adormi lada cuando n otó que él la alzaba en brazos. Pero el banquero siguió andando sin hacer caso a sus quejas. Luego metió la llave en la cerradura, abrió la puerta y la depositó con cuidado en el suelo. Ella observó asombrada lo que le rodeaba. Su apartamento. Estaba nada menos que en el refugio personal del banquero, donde dormía, comía, veía la televisión, televisión, leía sentado en el sillón. Y se le hizo interesante imaginarlo ha ciendo todas es as cos as normales no rmales . Se Se le antojó divertido, divertido, inclus o. Lo sintió más humano y menos perverso. perverso. Se separó de él y recorrió el salón por su cuenta. El piso estaba decorado con estilo minimalista y los colores que predominaban eran el blanco y el negro. Al fondo de la estancia había una cristalera enorme desde donde se podía contemplar toda la ciudad. Al lado de la ventana había un jarrón alto de colo r arena. Alexia Alexia sonrió s atisfecha. Era ideal para arrojárs elo a la cabeza. cabeza. Pero no era el único elemento decorativo. Encima de la mesita oscura del café había un plato cuadrado con un juego de velas de distintos tamaños. El mueble principal tenía tenía una televisión televisión de plasm a gigante, y entre entre s us repisas destacaban unas bolas plateadas plateadas en conjunto conjunto con los tiradores de las puertas. De las paredes colgaban cuadros de arte abstracto y colores fríos. En otra mesa había un gran jarrón de cristal ahumado. Alexia Alexia s iguió igui ó recorrie ndo el apartam ento y obs ervó el s ofá blanco b lanco,, el s illón illó n giratorio giratori o de cuero, los puffs negro s , las lám paras colga ntes con forma de bolas b lancas . Sí, Sí, desde des de luego era el apartamento de un hombre con buen gus to. Un homb re metódico, distante y gélido. —Subamos , te te ense ñaré la habitación de invitados invitados —le pidió tendiéndole un a mano. Alexia Alexia s e la cogió con cierta ci erta timidez tim idez y le acom pañó es caleras calera s arriba . Pero no era el e l único ún ico imp i mpres res ionado iona do con co n la s ituación. ituació n. Ella h abía no tado al banquero mucho más retraí retraído, do, más apagado, y se dio cuenta cuenta de que estaba intentando intentando disimular s u nerviosis nerviosis mo. Matthew atthew abrió la pue rta de la habitación de invitados invitados y la hizo hizo pas ar adentro. Después sacó sa có una camis ola del arm ario y se la tendió encima de la cama. —Quítate ese abrigo y ponte esta ropa, estarás más cómoda. Y ahí tienes un baño en el que podrás asearte —le indicó, señalando con la cabeza la otra puerta puerta que ha bía en la habitación. Alexia Alexia se ace rcó a la cama cam a y obs ervó el enorme enorm e camis cam isón ón de ras o blanco. blan co. —Vaya, —Vaya, veo que tu am ante estaba algo rolliza —comentó —comentó con celos a maldad. ma ldad. —Ese camisón es de mi madre. Se queda aquí cuando cuando viene viene a la ciudad. —¡Lo —¡Lo siento! sie nto! —exclamó —exclamó avergonzada— avergonzada— No pretendía… —Olvídalo, —Olvídalo, siem pre fuiste una bocazas —m anifestó irritado. Alexia Alexia se quedó qued ó boquiabi boqu iabierta erta mientras mi entras lo veía s alir de la habi tación. ¿Por qué s iem pre le hablaba habl aba como com o si la conociera cono ciera de toda la vida? Decidió no darle más vueltas y corrió al baño para darse una ducha. Luego salió de la habitación con el cabello húmedo recogido hacia atrás y el camisón que le llegaba hasta las rodillas. Caminó descalza hasta el fondo del pasillo, donde se encontraba el dormitorio del banquero. Abrió la puerta con suavidad y asomó la cabeza con timidez. Él estaba echado sobre la cama, con la camisa del pijama entreabierta y el mando del televis televisor or en la man o. Al Al parecer también s e acababa de ducha r. —Hola —lo saludó con una sonrisa cohibida. Matthew atthew hab ía dejado de hacer zapping en la tele y la observaba detenidam ente. —¿Qué —¿Qué haces aquí? —le preguntó sorprendido . —En el coche dijiste que querías más —contestó con una sonris illa entre travies traviesa a y ruborizada. ruborizada. —No hablaba en serio —replicó en un tono mustio.
—Pues yo te te creí. Se miraron por unos segundos sin decir nada. Ambos tenían la sensación de que estaban a punto de atravesar una barrera muy grande. Una barrera que al ceder, iba a dejarlos expues expues tos el uno ante el otro. Alexia Alexia fue la prim era en dar el pas o y cruzó el umbral um bral de la habi tación. Ahí Ahí es taba la parte más má s intima intim a de la casa. cas a. La parte más má s privada del banquero. Donde casi nadie más había tenido tenido acceso. Y ahora ella era una de es as pocas privilegiadas. privilegiadas. Apreció Apreció que s u dorm itorio tam bién estaba es taba decorado de corado con bu en gu sto m as culino, culin o, pero con co n la m isma is ma frialdad frialda d del res to de la cas c asa. a. La colcha col cha de la cama sobre la que yacía Matthew era de raso negro, los cojines negros y el canapé blanco. La mesilla y el cabecero también eran blancos y negros. Incluso Incluso la lámpara y el reloj que había encima de una m esita eran blancos y negros. Las paredes estaban pintadas pintadas de un gris perla. Sobre los pies de la cama había un paño verde pistacho que daba un punto alegre al entorno, y encima del cabecero de la cama había un cuadro gigante del Guernica de Picasso. Alexia Alexia s e acercó a la gran cris talera del fondo de la habi tación y contemp ló los picos de los edificios edifici os de San Francis co. Es taba claro que al banquero le gustaba tener todo bajo control. Matthew se quedó donde estaba, sin dejar de mirarla. La había observado internándose despacio en su cuarto como una gacela curiosa en la guarida de un león. Y aunque por un momento tuvo el impulso de vetarle la entrada, finalmente la dejó acceder a s u pequeña parcela privada. Por Por extraño extraño que pa reciera su compañ ía le reconfortaba. reconfortaba. Se levantó levantó de la cam a y se acercó s igilos amen te hasta ella, atraído por la belleza que em anaba s u figura bajo la luz rojiza rojiza del aman ecer. ecer. Alexia dio un respingo al notar su aliento en el cuello y sus manos grandes apartándole el pelo de los hombros. Le dio la vuelta con delicadeza y sus ojos se encontraron. encontraron. —Tengo —Tengo la s ensación de que es tamos a punto de caer por un des filadero filadero —confesó —confesó convulsa. convulsa. —Ya —Ya som os dos —susurró él. —¿Y qué hacem os? El banquero se encogió de hombros. —Fingir —Fingir que sabem os volar hasta que nos estrellemos contra el suelo. —Suena arriesgad o. Me Me gus ta —repus —repus o Alex Alexia ia con una s onrisa . Matthew se la devolvió. —¿Ent —¿Entonces onces a qué esperamos ? Saltemos Saltemos sin paracaídas. paracaídas. Y deslizó una mano por su nuca, la atrajo hacia su cuerpo y engulló su boca. Rompieron el beso por un momento para desnudarse mutuam ente. Entonces Entonces Alexia Alexia recordó que nunca lo hab ía vis visto to sin nada de rop a y retrocedió para contemplarlo. Su mirada s e perdió por es e torso fuerte fuerte y bronceado. Tenía Tenía algo de vello os curo por encim a de los pectorales y en la línea de l ombligo. om bligo. Marav Maravillada illada con lo que veía, deslizó des lizó un dedo por sus abdominales y sus bíceps bíceps m arcados. Era Era evident evidente e que le gustaba machacarse en el gimnas io. Después s e puso de puntillas y le besó. Matthew aguardó inmóvil a la vez que sentía su pequeña lengua introduciéndose con timidez en su boca. Tenía un sabor tan dulce… No pudo aguantar más y devoró su cuello. Alexia echó la cabeza hacia atrás cuando la boca del banquero buscó sus pechos. Luego la empujó con su cuerpo hacia la cama y cayeron entrelazados. La joven enterró los dedos en su cabellera oscura mientras sus lenguas se saboreaban con denuedo. Has ta que de repente decidió apartarlo. —No, Matt Matt,, no quiero esto —expresó sofocada. El banquero se ale jó des concertado y Alexia le sonrió con dulzura, dulzura, cogió su cara con ambas mano s y le besó en la herida de la ceja. —Me —Me refiero a que no hace falta falta que follem follem os com o dos s alvajes. Eso ya ya lo hacemos siempre. si empre. Yo Yo quiero algo má s tierno. Matthew atthew parpadeó as ombrad o. ¿Algo ¿Algo má s tierno? Él es taba a mil y ella quería algo más tierno. ¿En serio? —Haré lo que pueda —gruñó al final. Alexia Alexia se s e inclinó incl inó hacia h acia d elan te y s e bes aron d e forma form a dulce dul ce y paus ada. Matt des lizó sus su s dedos d edos por s u cabellera cabe llera rubia , su ros ro s tro angelical ange lical,, sus pechos… Ella gimió contra contra s u boca mientras s us manos se perdían perdían por su espalda y su trasero. Luego abrió las piernas instintiv instintivamente amente al notar la dureza de su miem bro clavándose contra s u pelvis. Pero cuando Matthew Matthew hizo el amago de penetrarla, Alexia rodó de costado, rectó hacia abajo y se detuv de tuvo o frente frente a su pe ne. De repente le dio un lento lengüetazo lengüetazo y el banquero abrió la bo ca por la impres ión. Esperaba de todo men os aquello. aq uello. Pero le gustó que tomara las riendas de la situación, y la observó con lascivia mientras se dejaba complacer. Alexia agarró su pene e intentó metérs elo cas i entero en la boca. Aunque era dem asiado asi ado grande y le costaba. Escuchó Escuchó qu e a él se l e escapaba es capaba un gem ido de placer, y sonrió. son rió. Sí, Sí, no lo estaba haciendo tan mal después de todo. Y chupó, succionó, movió la lengua con esmero por su glande y su tronco grueso. Lo notaba salado y caliente. El olor masculino que desprendía era maravilloso. Matthew sujetó su cabello con un puño, al tiempo que seguía contemplando como la cabeza de ella subía y bajaba por su falo erguido. Hasta que tuvo tuvo que detenerla para que no s ucediera lo inevitable. —¡Para, —¡Para, para! —le s uplicó. —¿No lo hago bien? —le preguntó preocupada.
—¿Eh? —¿Eh? —Parpadeó— ¡No, ¡No, no es es o! La chupas de mie do —le aseguró. —¿Entonces qué sucede? —Joder ¿tú ¿tú qué crees ? ¡No me quiero correr! —confesó irritado. Alexia Alexia romp ió a reír. —¿Sabes —¿Sabes ? Para se r un hom bre elegante e influyente, influyente, a veces veces te expresa expresa s com o un vaquero de Texas Texas.. —Qué curioso, porque tú para ser una fulana no tienes ni idea de tíos —la rebatió con asp ereza. ereza. Lejos de ofenderla su comentario avivó su carcajada. Después observó su expresión dura y su risa se apagó de golpe. Había algo escondido bajo aquel la mirada oscura… Algo infantil infantil y tierno que no dejaba de res ultarle familiar. —¿Qué ocurre? —A veces creo que te conozco de toda la vida —declaró en voz alta. La mandíbula de Matthew se tensó por un segundo pero contempló el rostro de la joven por la que suspiraba en su juventud y se inclinó para besarla. bes arla. Alexia le correspondió con la m ism a dulzura. Era la primera vez que s u piel s e estremecía es tremecía con el roce de otra piel. Ni siqu iera Anthony Anthony,, el único hombre al que había amado, logró despertar una emoción tan profunda. Y comprendió que en realidad nunca había estado enamorada de él. Lo que sentía ahora era mucho más intenso. Era inconfundible. Matthew atthew cogió un pres ervativ ervativo o de la me sita de noche, lo enrolló po r su pen e y entró despacio en su cuerpo . La joven joven apretó los puñ os y con un lamento lame nto de placer, dejó es capar el nom bre de s u amante. am ante. Sí, Sí, ya lo creo que era inconfundible. Tan Tan inconfundible qu e supo s upo la verdad: acababa de hipotecar su corazón a un banquero. Lo que no imaginaba es que ella también se había vuelto adueñar del suyo. Y los dos se miraron asustados mientras hacían el amor. Alexia Alexia acarici ó su s u enorm e es palda, pald a, a la vez que él entraba y sal ía de su s u cuerpo de una forma vigorosa vigoro sa y ham brien ta. Pero a pes ar de la pas p as ión tan fuert fuerte, e, hubo espacio para las miradas cómplices, las caricias caricias y los besos acompañados de palabras tiernas. Hasta que ella experimentó experimentó las convulsiones convulsiones del orgasmo y se pegó al pecho sudoroso de su am ado. Matthew despertó sobresaltado al escuchar las llaves de la asistenta en la puerta. Se giró, vio a la chica durmiendo plácidamente a su lado y se llevó las manos a la cabeza. Mierda ¿pero qué había hecho? Aquello no podía estar ocurriendo. ¡Ella no debía estar allí! Luego recordó la tórrida tórrida noche que habían habían pasado juntos juntos y se le dibujó una s onrisa bobalicona en la cara. Hasta que volv volvió ió a es cuchar los pasos de la as istenta istenta subiendo las escaleras y corrió corrió a vestirse. vestirse. La señora Johnson se llevó un susto de muerte cuando vio a su jefe saliendo de su habitación con la camisa fuera de los pantalones, la corbata sin anudar y los zapatos en la mano. Normalmente se marchaba temprano al banco y apenas coincidían, por lo que solían comunicarse por medi o de notitas pegadas en la nevera. Pero ahora estaba allí, plantado frente frente a ella con cara de circunstancias . —¿Ocurre —¿Ocurre algo señor Hans ? Santo Dios ¿y cómo s e ha hecho esa herid a? —le preguntó, observ obs ervando ando horrorizada la sangre seca de la ceja. —No es na da —contestó algo cortante. cortante. —¿Ent —¿Entonces onces puedo pasar a limpiar s u habitación? habitación? —¡No! —¡No! —exclamó—. —exclamó—. Es que hay una amiga dentro a la que no quiero im portunar ¿comprende ¿comprende ? —agregó en un tono más soseg so segado. ado. —Comprendo —respondió —respondió la asis tenta tenta con una s onrisa. Vaya, eso sí que era nuevo. Sabía que el señor Hans era un mujeriego empedernido porque había tenido que lavar miles de camisas manchadas de carmín, pero nunca había llevado a ninguna mujer a casa. Siempre mantenía el muro bien alto. Entonces el señor Hans le dio unas últimas indicaciones y ya no le quedaron dudas. Esa chica debía ser alguien muy especial. Alexia Alexia d espertó es pertó al cabo de un par de horas con una s onris a radiante. radia nte. Aún Aún notaba las piern as entum ecida s de habe r pas p as ado toda la noche cabalgando. Intentó moverse y su sonrisa se convirtió en una mueca de dolor. Ningún hombre le había provocado agujetas. Claro que tampoco había pasado con un hombre el tiempo suficiente para que eso le ocurriera. Ella era de amantes ocasionales y encuentros puntuales. Pero con el banquero podían podían pasar horas y horas horas dando rienda s uelta uelta a la pasión. Hundió la nariz en las sábanas y aspiró su olor. De repente repente s us dedos palparon algo baj o la almoha da. Era Era una hoja es crita con con una caligrafía bonita pero algo apresu rada. Buenos días señorita O’donnell. Confío Confío en que que haya pasado una una es tupenda tupenda noche. Me atre vería a as egurar que es así. Quédese el tiempo que que quiera pero si va a estar ahí cuando vuelva, espero que me reciba tal cual la dejé: desnuda. Ya sabe que soy un hombre muy ocupado y me gusta ahorrar tiempo. P.D: He de admitir que empieza a ganarse el sueldo. Atentamente, el banquero. banquero.
Alexia Alexia s oltó una carcaja da. Seguía tan gilipoll gili pollas as y engreído eng reído como com o siem si empre. pre. Pero ya no le enfurecía. Se había acos tumbrado tumbr ado a s u retorcido humo r y le hacía incluso gracia . A Así sí que cogió s u móvil para respon derle. Estimado banquero: He pasado una noche normalita normalita y es usted un impresentable. No solo solo me deja plantada con una mísera nota, sino sino que ya me e stá dictando dictando órdenes. ¿Por quién me toma?
P.D. .D. Le es peraré desnuda desnuda y con las piernas abiertas . Pero usted te nga bien dispuesta dispuesta la carte ra. Me debe un vestido precioso precioso que pagué con mi dinero y usted me destrozó. Atentamente, amante frustrada.
Matthew atthew también tuvo que reprimir la ris a cuando leyó el mens aje. Se encontraba encontraba en m edio de una reunión im portante y debía contenerse, por lo que es condió el teléfono teléfono bajo la m esa de juntas para contestarle: contestarle: Estimada amante frustrada: ¿Por quién la tomo? Por lo que es: mi fulana a sueldo. Y es usted una mentirosa. Su noche ha sido tan placentera como la mía. Lo sé porque porque es taba ahí cuando cayó extenuada entre mis bra zos. P.D. Ahora que menciona lo del vestido… tiene razón, le debo algo, unos buenos azotes en el trasero. Le dije que escogiera un atuendo elegante y discreto. Por Dios ¿qué entiende por elegante y discreto? Aún se me pone dura de imaginarla con ese vestido. Atentamente, banquero ocupado y reunido.
Alexia Alexia romp ió en una carcajad ca rcajad a y s e apres uró a res ponder. pond er. Estimado ocupado banquero. ¿Extenuada? Creo que se confunde usted de amante. Yo no me extenúo tan fácilmente, yo cabalgo hasta el amanecer. Y no solo soy su fulana a sueldo. Por lo visto también soy su fulana a tiempo completo. P.D. P.D. Este Este s erá el último último mensaje. Ya no le le molestar é más má s hasta la noche. Pero deje mi traser o en paz, que que ya se lo benefició benefició usted ayer.
Al Al banque ba nquero ro s e le escapó es capó una pequ eña risa ris a y carras peó para dis imular im ular cuand o los dem ás accion istas is tas le obs o bservaron ervaron desco de sconcertado ncertadoss . Luego recuperó la s eriedad y volv volvió ió a teclear en el m óvil. óvil. Estimada fulana a tiempo completo: Ya Ya lo creo que cabalgó cabalgó hasta hasta el amanece r. Pero yo yo fui fui su jinete jinete y usted mi corcel. P.D. Ya estoy deseando que sea de noche. Atentamente banquero empalmado y aburrido.
Alexia Alexia s e tapó la boca para ahog ar otra o tra carcaj ada. Tampo co veía la hora de que ese es e m omento om ento llega l lega ra. Se m oría de gana s de volver volver a s entir sus brazos fuertes, su boca exigente… Sacudió la cabeza y se obligó a regresar a la realidad. Tenía que admitirlo, aunque sentía por él algo muy fuerte, lo que había entre los dos solo era sexo. Sexo por dinero. Sonrió divertida. Debía reconocer que el trabajo de fulana se le estaba dando mejor mejo r de lo que esperaba . Claro que, con un cliente como el banquero… Sacó los pies de la cama, se pus o de nuevo nuevo el camis ón y salió de la habitación. habitación. Nada Nada más poner un pie en las es caleras un olor familiar le inundó e l olfato. ¡Tortitas Tortitas con aránd anos y frambue frambue sa! En la cocina había una mujer de complexión gruesa que llevaba puesto un delantal por encima de un uniforme. Alexia supuso que era la asistenta. —Buenos días, se ñorita O’donnell, O’donnell, veo veo que ya ya se ha des pertado —dijo saludán dola con una s onrisa de oreja a oreja . —Sí —contestó ella igual de risueña—. Y yo veo que ha preparado tortitas con arándanos —agregó, intentando disimular el sonido de sus tripas. —El señor Hans dijo que era su de sayuno favorito. favorito. De repente Alex Alexia ia se s e quedó congel ada. —¿Y —¿Y ccómo ómo lo sabe el señor Hans ? La as istenta istenta s e echó a reír. —Ay señorita, porque se lo habrá dicho usted en algún momento. El señor Hans es una persona muy observadora y tiene una memoria increíble. Fíjese que una vez le conté que siempre había querido ir al Gran Cañón del Colorado, y al cabo de medio año me sorprendió con un billete de avión para Ariz Arizona. ona. ¿Tortit ¿Tortitas? as? —le ofreció con la es pumad era y la sartén en las manos. man os. Pero Alexia Alexia no acercó el plato para que le sirviera. Seguía demas iado aturdida con lo que acaba ba de pas ar. Estaba Estaba com pletamente s egura de que nunca se lo había mencionado. Ella también tenía buena memoria para recordar ciertos detalles. Y pensó en su manera de hablarle a veces —tan —tan cercana—, cercana—, su capacidad para s aber ciertas ciertas cosas de ella —como s u alergia al m arisco—, su propia sens ación de resultarle familiar familiar y se preguntó si quizás… De repente se levantó de la silla, salió como un rayo de la cocina y se puso a rebuscar en los cajones del mueble del salón. Algo le decía que
las respuestas a sus preguntas tenían que estar por algún sitio en aquella casa. Entonces encontró una fotografía en la que aparecía una mujer que reconoció ens eguida. Era la señora Farrell. ¡Su ¡Su antigua ama de ll aves! aves! Alexia Alexia s e apoyó contra el mueble mu eble del s alón para no caer des plom ada. ¿Qué dem onios onio s tenía que ver la l a señorita se ñorita Farrell con el banq uero? Decidió que no iba a quedarse con la duda y recorrió la casa en busca de nuevas respuestas. Pero no encontró nada importante. Nada que le hablara del pasado de Matthew Hans. Hasta que recordó un pequeño detalle. Su padre siempre guardaba las fotografías y todo lo que realmente le importaba donde más tiempo pasaba, su lugar de trabajo. trabajo. —¿Dónde —¿Dónde está el des pacho del señor Hans ? —le preguntó preguntó a la asis tenta. tenta. Ella ense guida negó con la cabeza. —El señor Hans siempre sie mpre lo cierra con llave. Solo me deja entrar a veces veces pa ra limpiar. —Así —Así que tiene cosas que es conder bajo llave. Bien. Pues Pues dé mela —le ordenó con la m ano tendida. —Señorita yo yo no pued o hacer algo a sí. —Entiendo —Entiendo su postura pero sospecho que el s eñor Hans m e oculta oculta cosas importantes importantes de s u pasado, cosas que también me atañen a mí. Así que tiene dos opciones: o me entrega esas llaves, o tendrá que recoger todo el apartamento después de que yo lo ponga patas arriba. Y créame que lo haré, porque no me piens o ir de aquí sin sabe r la verdad verdad —le asegu ró con una mirada decidida . La s eñora Johnson la obs ervó ervó en s ilencio durante durante un s egundo y cuando cuando comprendió que hablaba en s erio, sacó la llave llave del bols illo de s u delantal. Esa joven era capaz de cumpl ir su am enaza y no quería tener que recoger los añ icos de objetos valiosís imos . Ya solo s olo el jarrón que h abía al lado de la ventana ventana costaba su s alario de cinco meses. —Por fav favor, or, sea cuidados a. Al Al seño r Hans no le gus ta que le revuelvan revuelvan sus cos as —le pidió con s embl ante alicaído. —Tranquila, —Tranquila, dejaré todo tal cual está. Solo quiero comprobar alg o —le prometió. Y se encaminó enérgica hacia allí, abrió la puerta y se detuvo en seco, contemplado todo con atención. El despacho tenía un sofá oscuro en una esquina, una estantería repleta de libros y fotos, y un sillón de cuero tras una mesa grande de madera pulimentada. Alexia se fijó en que varios de los retratos eran de su niñez, de cuando él tendría doce o trece años. Entonces Alexia retrocedió al pasado y se vio así misma siendo también una adoles cente. Tenía Tenía dieciséi s años año s y había una mujer a s u lado que le ayudaba ayudaba a hacer los deberes . Era Era la señorita s eñorita Farrell. A su lado l ado se encontraba su hijo, el pequeño Levi. Un niño de mirada muy despierta, aunque delgaducho, pecoso y con dientes de conejo. Bugs Bunny lo lo apodaba ella de forma cruel. Pero al pequeño Levi lejos de importarle, seguía sonriéndole como si fuera la única chica en el mundo. La idolatraba, se derretía con una simple mirada de ella. Y Alexia sabía sacar provecho de eso. Le pedía que fuera su recadero, su sirviente, que hiciera sus deberes. El chaval era un cerebrito y ya desde pequeño despuntaba en los números. Y él se moría por hacerla feliz, por complacerla, por serle útil de alguna m anera. Alexia Alexia también tamb ién recordó el día en que llevaba una falda plis ada muy mu y corta. Una ráfaga de viento s e la había levantado has ta la cintura. El accidente solo había durado un segundo, pero había sido suficiente para que el muchacho se fijara en las braguitas que llevaba puestas y se pegara un castañetazo contra una farola. Mucho se había reído aquel día. Sin embargo ahora solo podía pensar en esa anécdota con amargura porque aquel niño dulce, torpe torpe e ingenuo, era el mism o hombre del que estaba enamorada. Y se sintió engañada. Luego observó los diplomas que colgaban de la pared del estudio; licenciado en económicas y derecho mercantil, masters en finanzas y marketing, doctorado en ciencias sociales. Observó también una serie de fotos donde se podía apreciar perfectamente la metamorfosis. En la primera ap arecía el niño que Alexia Alexia conocía, conocía, feúcho feúcho y de mirada as ustadiz us tadiza. a. En la siguiente s e veía veía a un chico algo más apues to posando con una sonrisa triste, y por último se veía a un joven recién licenciado, recogiendo su diploma con su habitual semblante serio y vestido con un traje impoluto. impo luto. Ya no había ni ras tro de insegurida d o tristeza tristeza en s u mirad a. En aquella foto foto lucía con una pos e serena, s erena, casi arrogante, con esa frialdad intimidante. Pero no solo se podía apreciar el cambio en su actitud, sino también en su físico. Sus pecas y sus dientes de conejo habían desaparecido y en su lugar había quedado un chico increíblemente apuesto y de sonrisa perfecta. El patito feo se había convertido en un cisne. Pero no en un cisne cualquiera, en un cisne espléndido y poderoso. Entonces Alexia tuvo un mal presentimiento y empezó a revolver en la cajonera de la mesa. A medida que sacaba papeles y los leía, se iba quedando más blanca y helada. Eran documentos con información sobre las cuentas bancarias de las empresas O’donnell, fotografías de ella saliendo o entrando de casinos hechas con teleobjetivo, y pagarés con cifras millo narias en ap uestas. ues tas. La joven joven dejó caer los pap eles a l suelo y se apoyó tembl tembl orosa contra la mes a. Oh Oh Dios m ío ¡había ¡había sido él! Él había puesto a funcionar su maquinaria desde las sombras para arrebatarle su fortuna. Alexia soltó una risita de histeria solo de pensar que había suplicado su plicado ayuda a su propio verdugo. Pero no contento contento con arrebatarle su dinero, la había convertido convertido también en s u fulana. Furiosa, subió las escaleras, se puso el abrigo y salió del apartamento sin despedirse de la señora Johnson. Cuando llegó a la oficina de Credibank aún notaba como el corazón le bombeaba con fuerza y la ira calentaba su piel. La secretaria le salió al paso, pero Alexia la hizo a un lado con brusquedad y se coló en su despacho. Matthew se aflojó el nudo de la corbata y siguió estudiando el dossier de contabilidad que tenía sobre la mes a. Llevaba Llevaba una m añana muy dura de reuniones y llamadas, y deseaba terminar cuanto cuanto antes para regresar a casa. Regresar a casa y estar estar con ella. Era Era lo que realmente deseaba. Desde que la había dejado plácidamente dormida dormida en su cama no pens aba en otra cosa. Por eso cuando levantó la cabeza y la vio allí de pie, envuelta en su abrigo y tan hermosa como un ángel, se le escapó una sonrisa absurda y pensó que estaba soñando des pierto. pierto. Luego se fijó en que s us ojos azules centelleaban centelleaban peligrosamente y supo que algo no iba bien. —Tú… —siseó acercándose peligrosamente hacia él—. Tú me seguiste durante meses para quitarme todo. ¡Tú me arruinaste! —le gritó antes de abalanzarse abalanzarse como una fiera a su cuello. Matthew atthew se s e incorporó de un s alto y le sujetó s ujetó las m anos con fuerza. fuerza. —¿Se puede saber qué coño te pasa? —masculló entre dientes mientras seguía forcejeando con ella. —¿Que qué me pasa? Tú hiciste que perdiera todo mi dinero en apuestas fraudulentas. Me estafaste para dejarme sin nada y que no tuviera más remedio que recurrir a ti. ¡M ¡Me convertiste convertiste en tu ramera! —le gritó fuera de s í. «¡Joder, «¡Joder, sí que está es tá cabreada!», pensó el banquero. Y antes antes de que la joven volviera volviera a atacarlo, cogió un cordel qu e tenía guardado en el cajón y la ató ató encim a de la mes a. Alexia intentó intentó liberars e remo viéndos e y tirando tirando con fuerza, pero la cuerda era bas tante resis tente tente y el nudo es taba bien
hecho. —¡Eres —¡Eres un hijo d e puta mentiroso ! —le —le ins ultó muerta de rabia. Él esbozó una sonrisa burlona y la bordeó hasta quedar de espaldas a ella. Le encantaba verla sometida. Sacaba su parte más siniestra y sádica. —Vaya, —Vaya, vaya aya —canturreó con aire amenazador—. Por lo que parece has estado hus meand o entre mis cosas . —¡Sí! Yo le quité la llave a tu asistenta y me colé en tu despacho. Así que no te molestes en negarlo. Sé lo que hiciste y sé quien eres en realidad. El banquero sol tó una carcajada carcajada perversa. —¿Negarlo? —Se —Se burló— No sabes cuánto me alegra que podam os aju star cuentas de una vez. vez. —Así —Así que reconoces reconoces haberme es tafado tafado para s acarme mi dinero —murmuró perpleja. —No, querida, no te engañes. Te arruinaste tú sola al despilfarrar sin control alguno, al vivir a lo grande sin cabeza, al apostar más de lo que debías sin tener puta idea de jugar. Tú solita te precipitas te al vacío, vacío, Alexia. Alexia. Yo Yo s olo tuve tuve que enseñarte ens eñarte el cam ino. —¡Vete al infierno, cabrón! Matthew atthew rom pió en otra carcajada y Alexia Alexia empezó a s ollozar. —No sé qué te he hecho para que te ensañes conmigo de es ta manera. —Me —Me alegro que me hag as es a pregunta porque te aseguro que tengo motivos motivos para odi arte. Alexia Alexia contuvo el ai re com o s i acab aran de d e s oltarle un pu ntapié e n la barriga b arriga . A pes ar de que tam bién sentía se ntía por él algo muy mu y parecido a l odio, odi o, en el fondo esa palabra laceraba su corazón. No soportaba la idea de descubrir que se había enamorado por primera vez en toda su vida de un hombre que la detestaba profundamente. —¿Por —¿Por qué me haces es to? —lloró —lloró des consoladamente. Matthew atthew le s ubió el abrigo h asta la cintura y acarició su tras ero des nudo. —Verás —Verás Alexia Alexia ¿te ¿te acuerdas qué s ucedió aquella m añana cuando m etiste a tu tu novio novio a escond idas en cas a? Aunqu Aunqu e es taba furios o tuvo tuvo que hacer un esfuerzo es fuerzo para habl ar. Se había empalm em palm ado como com o un mono mo no al ver es e s as nalgas nalg as cremos crem osas as y tan accesibles m eneándose delante de sus ojos. Solo tenía tenía que bajarse los pantalones pantalones y follarla follarla contra contra la mes a. Pero Pero no, aún no era el mom ento, Alexia Alexia tenía todavía todavía mucho que q ue es cuchar. La joven sintió la m irada del ba nquero fija en s u culo y se ruborizó. Se Se ruborizó y notó humed ad ahí abajo. Mierda. Mierda. ¿Por ¿Por qué s u cuerpo s iempre iemp re la traicionaba? Entonces s intió un azote azote fuerte en el trasero y se contrajo por el dolo r. —Te he hecho una pregunta. ¿Te ¿Te acuerdas de lo qu é pas ó con tu novio novio sí s í o no? —insis tió irritado. irritado. Alexia Alexia estaba es taba aterrada pero intentó hacer memo me moria ria y se remontó rem ontó a esa es a mañana ma ñana en la que había hecho pellas pell as en el ins tituto. Ella s alía con Kevin, el capitán del equipo de baloncesto, y se encontraban en un rincón de la cocina dándose el lote mientras el pequeño Matthew, —que también había faltado a clase porque estaba enfermo— los espiaba desde las sombras. Alexia lo vio de reojo y con una sonrisa pícara, cogió la mano de su novio novio y se la colocó sobre s us pechos. Le divert divertía ía poner celoso celoso al muchacho. Hacía Hacía que su ego se dis parara por las nubes. Pero Kevin Kevin se s e calentó má s de d e la cuenta y quiso s ubirle la falda a la fuerza. fuerza. Alexia, Alexia, asustada, asu stada, le gritó que paras e, a la vez vez que el capitán segu ía tirando tirando de su ropa con más rudeza. De repente algo emergió sin previo aviso y un cuerpecillo menudo se interpuso entre él y la chica. El capitán del equipo bajó la mirada, observó al chaval enclenque que le amenazaba con los puños en alto y se sintió todavía más humillado, por lo que apartó a su novia de un empujón y se ens añó con el pobre Matt. Matt. —Oh no… —murmuró horrorizada ella al recordarlo—. Tú me defendis te de ese chico y acabaste con la cara des trozada. trozada. —Sí, —Sí, te te defendí porque no s oportaba que nadi e te hiciera daño. Pero tú supis te agradecerme el detalle ¿verdad? ¿verdad? —le dejó caer con ironía y una nota de furia en su voz. oz. Alexia Alexia lloró des cons oladam olad amente ente al recorda r lo l o que vino luego. lueg o. Kevin le había amenazado am enazado con hacer su vida un u n infierno infiern o si decía la verdad, y había tenido miedo porque él era el chico más popular del instituto y sabía que era capaz de cumplir su amenaza. Así que decidió contarle a sus padres justo jus to lo contrario, contrario, que Matt Mattii se había h abía propasad o con ella y que su novio había tenido tenido que d efenderla. —Lo siento —sollozó Alex Alexia. ia. —¿Que lo sientes? —Se rió amargamente— Pues aún no te he contado lo mejor —. Alexia se asustó al escuchar como se quitaba el cinturón y empezó a revolverse revolverse de nuevo. n uevo. —Verás —continuó él —, después de tu sucia mentira echaron a mi madre a la calle. Sí, como lo oyes, de la noche a la mañana se quedó sin trabajo. Y por más que lo intentó no encontró otro. Allá por donde iba le cerraban la s puertas. pu ertas. La influencia de tu familia era dem asiado asi ado poderos a. Pero era viuda y tenía tenía un hijo al que alime ntar ¿y sabes sa bes lo que tuvo tuvo que h acer para s obrevivir obrevivir? ? De repente sintió la des carga de un correazo correazo contra las nalgas n algas y apretó los dientes por el dolor. —Sí, —Sí, Alexia, Alexia, mi m adre tuvo tuvo que pros tituirse tituirse para s acar a s u hijo ad elante y pagar las facturas. facturas. —¡No! —¡No! ¡Eso ¡Eso no puede p uede ser se r cierto! —gritó —gritó horroriz ho rrorizada. ada.
Sus palab ras la herían más que su s azotes. Pero Pero Matt Matthew hew la golpeó con m ás fuerza hasta has ta hacerla sangrar. —¿Crees que m e lo invento, maldi ta perra? —rugió enfurecido, mientras ell a gritaba y se retorcía retorcía con cada la tigazo—. tigazo—. Noches enteras tuve tuve que taparme los oídos mientras escuchaba los crujidos del colchón y los alaridos de mi madre al otro lado de la habitación. Y ahora quiero que tú sientas si entas lo mi sm o, que sufras como s ufrió ella —susu rró lleno de ira mientras la azotaba una y otra vez. vez. Se detuvo detuvo cuando vio el culo de la chi ca en carne viva viva y la escuchó jade ar sol lozante lozante y lastimera. Por un mom ento tuvo tuvo el im puls o de s oltarla y acunarla entre sus brazos hasta que dejara de llorar. Pero luego observó las gotitas de sangre deslizándose por su piel maltratada y volvió a encenderse. Necesitaba calmar aquel dolor que había despertado después de tanto tiempo. Necesitaba hacerla suya. Alexia Alexia abrió l os ojos de golpe go lpe cua ndo él é l empezó em pezó a lam er la piel pi el de s u trase ro fustigado. fustig ado. La hum h umedad edad de su s u lengua len gua calm ca lmaba aba el e l escozor es cozor de su s heridas , pero era una s ituación tan tan humi llante y surrealista su rrealista que no podía dejarlo pas ar. —¡Basta! —¡Basta! ¡Déjam ¡Déjam e en p az! az! —se revolvió revolvió con todas sus fuerzas. fuerzas. Matthew dejó de lamerla y colocó sus enormes manos en su trasero para que se estuviera quieta. Alexia se irguió tensa al notar su piel al rojo vivo. ivo. Joder, era como tener un bras ero en el culo. Y se arrepintió de pedi rle que paras e. —¿Dejarte —¿Dejarte en paz? No pequeña , ahora viene viene lo m ejor —le prome tió. Matthew palpó su vagina mojada con un dedo, —sí, pese a todo estaba mojada— se sacó la polla de los calzoncillos apretados y se enterró hasta has ta el fondo en ella. Alexia soltó un grito lastime ro y profundo, pero dejó que dis pusiera pus iera de s u cuerpo a s u antojo. No le importaba que l a follara o le hiciera e l amor. am or. Solo quería que no parara. Él tenía tenía el poder d e convertirla convertirla en s u vasalla s exual. Matthew la agarró por los hombros y la bombeó con todas sus fuerzas. Por un momento le dio igual hacerle daño. Solo quería poseerla hasta calmar su fuego. Cabalgarla duramente. Arrancarle los gemidos más agónicos posibles. Hacerla suya. Borrar aquel dolor amargo que brotaba de su corazón. corazón. Follarla. Follarla. Follarla. Follarla si n piedad. Alexia Alexia s e agarró más má s fuerte a la mesa me sa para s oportar la violencia iole ncia de sus su s acom etidas y cuando cuand o él por fin des cargó con un gruñi do s eco, s e quedó quieta y en silencio. En realidad era como si el tiempo se hubiera congelado. Ninguno de los dos era capaz de reaccionar. Solo el latido descontrolado de sus corazones hablaba por ellos. Hasta que sintió como Matthew salía de su cuerpo con un movimiento algo torpe. Luego la bordeó en completo mutis mo, deshi zo el nudo de las cuerdas y se giró hacia la ventana ventana para darle la espalda. Alexia Alexia se frotó las muñecas mu ñecas dolo ridas y lo contem pló dura nte varios varios s egun dos . —¿Matt —¿Matthew? hew? —le llam ó indecis a. Él ni se inmutó y Alexia se acercó des pacio, buscó su m irada y vio una lágrima rodando por su m ejilla. —¡Matthew! —se alarmó. El banquero s e dio la vuelta vuelta y la miró fijam ente. —Estoy enfermo, Alexia Alexia —confesó —confesó con la voz quebrada—. Me Me he pa sado sad o años deseando des eando verte arrastrada y ahora que te tengo a mi alcance… —. Tragó saliva para controlar la emoción—. He comprendido que no merece la pena. No puedo seguir así ¿comprendes? Tengo que olvidarte y pasar página. De repente Alex Alexia ia sintió s intió como s i le abrieran en canal e l pecho. —Matt, no puedes estar hablando en serio. Sé que te he hecho daño. En realidad los dos nos hemos hecho mucho daño, pero vamos a hablarlo. Lo que pasó anoche demuestra que aún nos entendemos bien —le s uplicó con la vista vista nublada por las lágrimas . Él negó con la cabeza. —Lo que pas ó anoche e stuvo bien, pero aún pes an más m ás otras cos as que no p uedo olvidar. olvidar. Aún hay una parte de m í que te odia, Alexia. Tú has convertido mi vida en un infierno. Mis relaciones amorosas han terminado siendo un fracaso. Tú has hecho que nunca más pudiera volver a confiar en nadie —confesó destilando sufrimiento en su mirada y su voz. Después observó los ojos llorosos de la joven y logró ablandarse un poco—. Sí, Sí, te odio y al mis mo tiem po des eo salvart s alvarte e —reconoció acariciando con dulzura su m ejilla. —¿De qué? —¡De —¡De mi m ism o! —estalló —estalló furioso — De lo que acabaré por hacerte hacerte si no te alejas d e mí. —Pero Matthew… —A partir de ahora tus asuntos bancarios los llevará otra persona. Acepta el trabajo de tu amigo y olvídate del acuerdo que teníamos. Te prometo que no volveré volveré a meterme e n tu vida vida —se ntenció en un tono tan gélido que le produjo es calofríos. calofríos. Alexia Alexia lo miró mi ró herida herid a de muerte. mu erte. ¿Qué ¿Qué no volvería volvería a meters e en su s u vida? vida? ¿Ahora que por fin em pezaba a aceptar que e s tuviera tuviera en el la decía que no volverí volvería a meterse en s u vida? vida? Se enjugó las l ágrimas y abandonó el des pacho con toda la dignidad que pudo m antener. La secretaria vio como la señorita O’donnell se dirigía al ascensor arrastrando los pies y sintió pena. Había escuchado al señor Hans y a ella discutir, y se la veía tan vulnerable... Seguramente ya le había dado la patada en el culo. El muy cerdo siempre hacía lo mismo con todas las mujeres. muje res. Entonces la seño rita O’donnell O’donnell s e quedó parada delante de la puerta, giró sob re sus talones y la miró fijam fijamente. ente.
—Usted… —musitó, acercándose rápidamente a su mesa—. Usted tiene que ayudarme. —¿Yo, —¿Yo, señorita O’donnell? —se s orprendió. —Sí, —Sí, usted seguro que s abe donde vive vive la madre del s eñor Hans . —Sí claro, pero no puedo decirle algo tan personal pers onal como es o —se quejó la s ecretaria. —Por fav favor or —le suplicó as iéndola por los homb ros—. Necesito encontrar a esa mujer para pedirle pe rdón por lo que he hecho. —¿Pedirle —¿Pedirle pe rdón? —Sí. —Sí. —confesó —confesó Alexia—. Yo le hice a lgo horrible a esa mujer y ahora neces ito hablar con ella. Neces ito encontrarla para pedirle perdón . —Comprendo su angus tia pero… —Por fav favor or —insis tió hecha un mar de lágrimas . La s ecretaria ecretaria observó observó s us ojos azules des olados y por un segundo es tuvo tuvo a punto de s ucumbir. —Lo siento mucho señorita O’donnell, pero no puedo ayudarla. Lo que me pide es información estrictamente confidencial y no estoy autorizada autorizada a dárs ela. Alexia Alexia la contem pló azorada, azorada , agachó la cabe za y finalm ente se s e metió en el e l ascens as cens or. Cuando llegó a casa se quitó el abrigo y observó su trasero en el espejo. Tenía un aspecto horrible. Ya empezaban a aparecer algunos verdugones violáceos en la piel. Debía odiarlo por la forma salvaje en que la había azotado. Pero en lugar de eso sintió pena. Una vez que las marcas desaparecieran de su piel, desaparecería también cualquier rastro del banquero. Sería como si nunca hubiera estado en su vida. Como si nunca la hubiera conocido. conocido. Deprimida, llenó la bañera de agua caliente y se sumergió entera. Estuvo un buen rato metida ahí, esperando el final. Hasta que notó como le ardían los pulmones, tuvo miedo de morir y sacó la cabeza hambrienta de aire. Rompió a llorar afligida. No tenía valor para quitarse la vida pero tampoco podía soportar el terrible sentimiento de culpa que pesaba sobre sus hombros. Sentía que le oprimía el pecho, que llenaba el hueco donde ahora latía un corazón roto. Se puso un pijama de algodón, se colocó la bata y se encerró en el guardilla donde tenía guardados todos los trastos viejos de la casa, las fotos familiares, los trofeos de golf de su padre, los libros de su madre, su oso de peluche favorito. De repente se le contrajo el estómago en un nudo. Desde que sus padres habían fallecido en el accidente de coche, no había vuelto a entrar allí. Se había pasado todos esos años huyendo de los recuerdos y de la nostalgia. Pero ahora era un buen momento para empezar a afrontar la realidad. Ahora se le antojaba un refugio perfecto perfecto contra la soledad . Se subió a un taburete, sacó una caja polvorienta de lo alto de una estantería y se puso a rebuscar. Dentro, como era de suponer, había un montón de cachivaches viejos; un trenecito de madera, su tutú de bailarina, el collar que había hecho en el colegio por el día de la madre. Se le escapó una sonrisa triste al recordar aquel día. La señora O’donnell se encontraba delante del tocador con un vestido de noche radiante. Su marido le ha bía regalado una gargantilla de perlas neg ras y quería quería lucirla durante la cena. Pero su hija s e había empeñado en qu e su pus iera ese espantoso collar de macarrones pintados que le había hecho en el colegio. «¡Es un regalo para ti, es un regalo para ti!», lloró enrabietada la pequeña cuando ordenó a la señora Farrell que se la llevara. La ama de llaves la estrechó entre sus brazos y la meció hasta que logró calmarla. Entonces la niña p ensó ens ó en regalarle el collar a ella. Pero la señ ora Farrell ya ya lucía uno idéntico que le había hecho s u hijo Matt. Matt. Y la pequeña sintió sin tió celos por primera vez. Alexia Alexia s e enjugó en jugó una lágri ma al comp co mprende rende r el orige n de s us males ma les . Su madre m adre s iem pre le había h abía d icho que era m ejor un hom h ombre bre con dinero d inero que un príncipe azul. Que eso del romance, la amistad y los cuentos de hadas era para sentimentales pobres que necesitaban llenar su patética existencia. existencia. Que una mujer hermos a siem pre llegaba más lejos que las chicas listas. Y ella lamentablemente lamentablemente le había creído. creído. Siguió rebuscando dentro de la caja y sacó un álbum de cuero azul. Dejó lo demás aparcado para sentarse en un sillón a ojearlo tranquilamente. tranquilamente. A medida que observaba observaba las fotograf fotografías ías pegadas en las hojas am arillentas arillentas se fue sumergiendo en m ás recuerdos recuerdos dolorosos. Entonces se lle vó una sorpres a al pasa r de página y ver fotos fotos don de aparecían ella y Matt subidos su bidos a un enorme delfín hinchable. Los dos posaban pos aban abrazados y sonrientes como los buenos amigos que eran. Alexia recordó que la foto había sido tomada en un día de verano en Sausalito, un pueblo pes quero donde la s eñora Farrell tenía tenía una peque ña casa cerca de la p laya. De repente tuvo tuvo una idea y dejó el álbum para s alir corriendo. Cuando llegó a Sausalito en Ferri era ya noche cerrada y lo primero que hizo fue alquilar una habitación en una casa rural. Luego se adentró por los callejones som bríos bríos y malolientes malolientes de los suburbios del pueblo y preguntó preguntó en varias varias tabernas por la s eñora Farrell. Farrell. Pero Pero nadie supo decirle nada. Algunos borrachos la observaron desde la barra, se rieron por lo bajo y apuraron sus vasos de vino. Alexia siguió deambulando por las callejuelas cercanas cercanas al muelle. De vez vez en cuando se detenía detenía bajo el balcón de una casa y escuchaba las risotadas de la gente, gente, los lloros de un niño o los arrullos arrullos de una m adre meciéndolo entre entre s us brazos. brazos. Alex Alexia ia s e imaginó al pequeño Matt Mattis is esperando a que su madre terminase s u dura ornada laboral para cenar juntos. Lo imaginó también acurrucado en una esquina de su cuarto, tapándose los oídos con las manos para no escuchar los crujidos del colchón. —Disculp e señorita señ orita ¿preguntaba ¿preguntaba us ted por la señora Farrell? —le interrumpió una voz cascada. Alexia Alexia se gi ró y vio a una señ ora ma yor de as pecto des idios idio s o y ajad o. —Sí, —Sí, así es . ¿La conoce? —Por supues to. Yo cuidaba de s u hijo cuando ell a… En fin, fin, cuando ella s alía a la calle a bus carse la vida. —¡Entonces —¡Entonces sab rá donde puedo encontrarla! —exc —exclamó lamó entus iasmada ias mada . —No tan deprisa, encanto. Antes Antes exijo una recompens a —le pidió con la m ano extendida. extendida. Alexia Alexia rebus có en el bol so, so , sacó la cartera y le dio treinta dólare s . La mujer muje r vio vio el din ero y frunció el ceño, ceñ o, decepcionad decepci onada. a. —Lo siento, es todo cuanto le puedo dar —le aseguró. as eguró. —Pensé que alguien de su nivel podía permitirse pagar más, pero tendré que conformarme… —refunfuñó fijándose en el bolso de firma que
llevaba. —Me temo que sí. Y ahora por favor, dígame dónde se encuentra la casa de la señora Farrell. Creo recordar que quedaba en lo alto de una colina ¿verdad? ¿verdad? —¿Esa choza de madera? —Se rió la mujer— Esa choza se la quedó el banco cuando la señora Farrell dejó de pagar y desde entonces está abandonada. —Entonces ella… —No se s e preocupe por es a vieja zorra. zorra. Ahora vive vive como com o una reina. De hecho vive ive en la cas a más m ás grande del pueblo. Pero venga, venga venga qu e la invito a un café y la pongo al corriente de todo. Que no se diga que aquí no somos hospitalarios, a pesar de la miseria que me ha dado… — añadió por lo bajo. Entraron en una cafetería que había cerca de la gasolinera del pueblo, donde los camioneros solían desayunar bacon, tortitas y huevos, y los policías paraban a tomar café antes de seguir la ronda nocturna. Se sentaron en una butaca de cuero rojo que daba a una ventana grande. La camarera apareció mascando chicle y con una libretita en la mano. Alexia se fijo en que su cardado iba a juego con el mobiliario sesentero del local, colores estridentes, lámparas colgando a lo largo de toda la barra, carteles luminosos, baldosas blancas y negras. Había incluso una gramol a digital al fondo fondo de la barra. —Susan ¿qué te trae por aquí? ¿Ya ¿Ya has engañado a otra incauta? —bromeó la cam arera. La vieja arrugó la nariz. —Mueve —Mueve el culo y trae la carta. carta. Hoy puedo perm itirme uno de tus asqueroso asq ueroso s cafés aguados —dijo ens eñándole e l dinero que Alexia Alexia le había dado. —Que te den vieja vieja bruja . —Que te den a ti —rezongó ella. Luego miró a la joven y sonrió—. No se preocupe, en el fondo nos tenemos aprecio. Bueno cuénteme, ¿entonces viene viene bus cando a la señ ora Farrell? Farrell? —Sí, —Sí, ella trabajó trabajó en m i casa com o ama d e llaves cuando yo era pequeña. —¡Oh! —¡Oh! —exclamó —exclamó la vieja boqui abierta—, así que us ted es la hija del ricachón que la echó a la calle —comentó con una s onris a burlona. —Creía que era yo yo la que había pagado p or hacer preguntas —replicó m oles ta. La vieja rió abiertamente y se encendió e ncendió un cigarro. —No se enfade, es que su caso fue muy sonado. Verá, cuando dejó de trabajar para su familia, vino al pueblo con el crío pero tampoco aquí encontró trabajo y… —Ya —Ya estoy es toy enterada de es o, gracias —mani festó incómoda. —El caso es que yo cuidaba al crío cada vez que ella se iba a San Francisco a trabajar en el club. ¿Y cómo me lo agradece? Olvidándose de mí. —¿A qué se refiere? —Me —Me refiero a que no se acordó de esta pobre vieja vieja cuando s e casó con es e millon ario. —¿La señora Farrell s e volvió volvió a cas ar? —Sí, —Sí, con el seño r Hans , el hombre m ás rico de l pueblo. Tenía Tenía un bufete de abogados en la avenida principal. Pero se retiró hace año s y ahora vive ive de las rentas. —¡A —¡As í que él adoptó a doptó a Matthew! La vieja asin tió y le dio otra calada a l cigarro. —El señor Hans se encariñó de l chaval, chaval, no tenía tenía hijos y decidió darle su apellido . —¿Y dónde pued o encontrar a la s eñora Farrell? —Viv —Vive e a tres m anzanas de aq uí, en una cas a grande con jardines y establo. La m uy perra… —gruñó llena de envidia. La cam arera vino vino con la jarra de café en una m ano y la carta carta en la o tra. Pero Alexia Alexia se levantó apuradamente. —¿Ya —¿Ya s e va sin cen ar nada? —preguntó la vieja. —Tengo un poco de prisa . Gracias Gracias por la i nformación. «Esta gente gente de ciudad», escuchó decir a la camarera a s us espaldas. Al Al cabo de un rato ca minand mi nand o bajo las estrellas es trellas llegó lleg ó al final del pueblo pueb lo y avistó la casa cas a de los Hans. Han s. Era muy mu y grande, grand e, con bald osones os ones de cerámica, molduras de estilo colonial y ventanales con forma de arco. Alexia tocó varias veces al timbre pero no contestó nadie. Se quedó apos tada en la verja verja y esperó es peró durante una hora, tiritando tiritando de frío. frío. Entonces Entonces l a señora se ñora Farrell apareció pase ando calle arriba del b razo razo de un hom bre mucho mayor que ella.
—¡Señorita —¡Señorita O’donnell! —exclamó —exclamó asombrada. aso mbrada. Había reconocido a la chica nada más verla. Al fin y al cabo la había cuidado durante mucho tiempo y la había llegado a querer como a una hija. —Hola se ñora Farrell —le saludó con timi dez—. dez—. Y Yo… o… necesito hablar con us ted. La s eñora Farrell Farrell se dio cuenta cuenta de que la joven joven miraba fijamente a su marido. —Oh, —O h, este es mi es poso, el señor Hans. —Encant —Encantado ado —le saludó él con un gesto s onriente onriente antes de retirarse retirarse para que pudieran hablar a solas . La señora se ñora Farrell la hizo hizo pasa r al interior de la cason a. Dentro, Dentro, casi todo el mobiliario era de m adera, las es tanterías, tanterías, la mes a del comed or, or, las sillas. Pero los candelabros y las lámparas eran de hierro, y la chimenea y las paredes eran de ladrillo. La decoración en sí tenía un aire agreste muy clásico. Alexia recordó la casa de campo en Missouri que había tenido que malvender para pagar parte de las deudas. En su momento le había costado costado des prenderse prenderse de ella porque era donde s olía refugiarse refugiarse cuando quería desconectar desconectar de los problemas. ¡Problemas!, se echó a reír para sus adentros. Antes sus problemas eran combinar los zapatos con la ropa y reservar mesa a tiempo en el St. James. Ahora todo eso le parecía de lo más es túpido y superficial. sup erficial. —Te —Te has convertido convertido en una j oven oven muy m uy bonita. bonita. Claro que es o ya era algo que s e veía veía venir —comen —comen tó la se ñora Farrell obs ervando ervando la cab ellera larga y rubia de la chica. —Gracias —Gracias —m usitó usi tó ruborizada—. ruborizada—. Usted ha sido com o una mad re para mí y lamento lame nto de corazón corazón lo que le he hecho —se di sculpó , estrechando sus manos con los ojos llorosos. llorosos. La madre del banquero la miró des concertad concertada. a. —¿Después —¿Después de lo que me ha hecho? —Matt —Matt me dijo que l a echaron de m i casa cas a por m i culpa y que luego tuvo… No pudo terminar la frase y la seño ra Farrell Farrell se lo agrad eció. Aquello Aquello formaba parte de un pasa do oscuro que des eaba olvidar. —¿Usted ha visto visto a m i hijo, señorita O’donnell? —le preguntó con ges to serio. Tan serio q ue le recordó a l a expresión de Matt y se sintió si ntió cohibida. —Sí, él y yo… —Se quedó callada sin saber cómo seguir. Entonces la miró fijamente a los ojos, esos ojos marrones y penetrantes como los de su hijo, y decidió sincerarse—. Oh señora Farrell, sé que esto le parecerá una locura pero yo estoy enamorada de su hijo. Le quiero, y sé que yo tampoco le s oy indiferente a él. Sin Sin emb argo, hay otra parte parte de Matt Matt que me odia p or todo lo que os he hecho. Con es to no quiere decir que es té buscando su perdón para recuperarle, pues sé muy bien que eso es imposible. Solo quiero aliviar de alguna manera esta pesada carga —se sinceró entre lágrimas. —Querida, —Q uerida, no se ponga así —dijo consolándola com o cuando era pequeña. —Pero lo que hice… —Olvídelo, —Olvídelo, yo yo ahora tengo u n buen marido y llevo una vida confortable confortable com o puede ver. er. No tiene s entido que s e martirice m artirice por algo que forma parte parte del pasado. —Matt —Matt no piens a lo mis mo —opinó con aire s ombrío. omb río. —Olvide —Olvide tambié n a m i hijo, señorita s eñorita O’donnell —le pid ió de u na forma cortante y fría fría que Alexia Alexia no esp eraba—. Esa relación solo sol o puede traer problem as y sufrimien to, y no quiero es o para Matt Matt.. Y Ya a sabe sa be us ted que mi m uchacho no lo ha tenido fácil en es ta vida. vida. —Yo —Yo le quiero, señ ora Farrell —insis tió dolida. —No lo dudo querida. Pero créame, no estáis hechos el uno para el otro. Siempre habrá un abismo entre vosotros imposible de cruzar. Y ahora márchese por favor. Regrese a su casa y trate de ser feliz. No hurgue innecesariamente en la herida. No es necesario despertar al mons truo truo del sufrimiento sufrimiento —le pidió desesperadamente. Alexia Alexia l a miró mi ró afligida. afligi da. ¿Al m ons truo del sufrimi su frimiento? ento? Ese ya se s e encontraba encon traba ins talado en el fondo de s u pecho , devorand o su corazón. Pero decidió obed ecer. ¿Qué ¿Qué otra otra cosa p odía hacer? Ella había destruido la vida de esa s eñora con una s ola mentira. m entira. Llegó a la habitación del hotel y se dejó caer en la cama presa del cansancio. De repente se vio siendo una niña de coletas rubias y piel clara. Estaba en el jardín de su casa, oliendo el rosal que acababa de plantar el jardinero y apareció por allí Levi, transportando un bote de cristal con algo dentro. —¡M —¡Mira Ally, Ally, es la m aripos a tigre! —le dijo agitando el tarro. La pequeña maripos a amarilla y de rayas rayas negras, batió batió con energía energía las alas. —Oh, es precios a. ¿Y ¿Y qué nom bre le pondremo s? —Ninguno, solo la atrapé para que la vieras vieras , pero pienso ponerla en libertad —le dejó claro. La niña lo miró desilusionada pero accedió a regañadientes. Sabía que cuando Levi se obstinaba en algo no había nada que lo hiciera cambiar de opinión. Soltaron a la mariposa mientras la contemplaban volando libre bajo el sol y echaron una carrera de vuelta a la casa. La señora se ñora Farrell había preparado granizado granizado de lim ón y tortit tortitas as de a rándanos . El sueño s iguió su curso y Alexia lexia se vio en s u cama con dos el de princesita que le habían regalado por su cumpleaños . En cuanto cuanto la s eñora
Farrell le dio las buenas noches y salió de s u cuarto, la niña sa có el wilkie talque que tenía tenía escon dido bajo las mantas y lo encendió. —Aquí luciérnaga rosa llamando a tiburón verde —susurró en medio de la oscuridad. Pero nadie contestó—. Aquí luciérnaga rosa llamando a tiburón verde verde —insi stió más m ás fuerte. —Es tiburón blanco —sus piró Matt Mattis is al otro lado del aparato—. No existen los tiburones verdes —añadió irritado. —Lo que sea ¿se puede s aber por qué no contestabas? contestabas? —¿Cómo —¿Cómo quieres que te conteste conteste si no dices bien mi nom bre? —le reprochó. reprochó. Ella entornó entornó los ojos en blanco. —Levi eres increíblemente odioso ¿lo sabías? —Y tú eres incapa z de recordar un s imple impl e nom bre —volvió —volvió a replicar. —Bueno, da igual. Tu madre acaba de salir de mi habitación, ya podemos hablar sin problemas. —¡Espera, —¡Espera, es pera, ahora viene viene a la m ía! —sus urró antes de es conder el walkie. En ese m omento se es cuchó el ruido de una puerta puerta abrirse y unos pasos de tacones tacones acercándose deprisa. —Matt —Matt,, hijo, ¿todav ¿todavía ía sigues despierto? des pierto? Sabes que m añana tienes clase. clase . —Ya —Ya lo sé, mam á. —¿Quieres —¿Quieres que te lea un cuen to? —No, ya ya me lo leo yo solo —se apresuró a contestar contestar en cuanto escuchó las ris itas de s u amiga desde el aparato. aparato. —Esta bien, luego apag a la luz. —Sí mamá. En cuanto se vio vio de nuevo a solas, so las, sacó sa có el walkie de su es condite. —¡Uff —¡Uff,, por los pelos ! Y los dos niños s e echaron a reír. reír. Alexia Alexia se vio en otra ima gen jun to a Levi. Levi. Estaban ha ciend o los d ebere s en el e l salón sa lón mientras m ientras la señor s eñora a Farrell lim piaba piab a la cubertería cuber tería de plata. —Matt —Mattis, is, hijo, échale u na mano m ano —le pidió al ver que la niña m ordía frustrada frustrada la p unta del lápiz. —Ally, mira, es muy fácil —le animó con una sonrisa cálida—. Solo tienes que sumar estos números y dividir el resultado con este otro para que te de la solución del problema —le explicó, señalando su cuaderno. —Odio —O dio las matemáticas matemáticas —se quejó ella. —Las m atemáticas atemáticas s on fundamentales fundamentales para nuestro desarrollo intelectual intelectual y para para que pens emos de una manera ordenada y lógica. —Las matemáticas son fundamentales para nuestro desarrollo intelectual —repitió Alexia, burlándose de su tono repelente—. ¿Pero tú te escuchas? La señora s eñora Farrell se echó a reír. reír. La verdad verdad es q ue su m uchachito era muy listo lis to para su edad. No había duda de que llega ría lejos. Quién sabe, quizás incluso se graduara en la universidad. Dios sabe que ella haría todo lo posible por que así fuera. Alexia observó el orgullo con que la señora se ñora Farrell contemplaba contemplaba a s u hijo y sintió sin tió otra otra punzada punzada de celos . Alexia Alexia también tambi én se s e vio vio tumb ada en la hierba h ierba , observ obser vando un u n ins ecto que trepaba trepab a por su s u dedo índice. índi ce. A s u lado s e encontraba encon traba Mattis Mattis con un li bro, por s upuesto. —¿Qué —¿Qué haces ? —le preguntó. Se sentía molesta porque su amigo no hacía otra cosa que leer y no estaba acostumbrada a que la ignorase. Pero si había algo capaz de arrebatarle su atención, eran precisamente los libros. —Estudiar para el examen del viernes —le contestó sin l evantar evantar la mirada del cuad erno. Alexia Alexia pus o los o jos en blan co y se dejó d ejó caer cae r en la hierba. hierb a. —Levi, —Levi, ya ya has repasado es os apuntes mil veces. Sabes Sabes que aprobarás sin problemas. —Sí, —Sí, pero tambié tambié n quiero as egurarme de que s acaré buena nota. —Algún —Algún día s e te secará el cerebro de tanto estudiar —replicó irritada. Levi Levi se encogió de hombros. —La verdad es que no solo lo hago para sacar buena nota. Mi madre ha dicho que me compraría las zapatillas de deporte si aprobaba — confesó confesó entusiasm ado. —¿Las —¿Las que s e iluminan cuando pisas? Levi asintió sonriente. —¡Bah! —se burló Alexia—. Yo tuve diez pares de zapatillas como esas, pero ya pasaron de moda. Ahora las que se llevan son las que anuncia Michael Jordan en la tele. —Ya, —Ya, pero esas valen muy caras y mi madre m adre jamá s podrá com prármelas —mus itó avergonzado. avergonzado.
—¿En —¿En serio? Pues mis padres ya me las com praron ayer ayer —comentó Alexia Alexia con con malicia . La niña obs ervó ervó que los ojos d e su am igo dejaban e ntrever ntrever una profunda tristeza, tristeza, y se rego deó para s us adentros. ad entros. Estaba harta de que tuviera tuviera tanta suerte. sue rte. A ella nadie le regalaba nad a por sacar buenas notas o por hacer algo bien. Sus padres ni s iquiera le preguntaban cómo ha bía pasado pas ado el día en el colegio. Simple mente abría la boca y todo lo que pedía se lo da ban. Pero no fue la única vez que Alexia decidió humillarlo. A medida que se hizo mayor, se interesó por la moda, los chicos, las fiestas, y se distanció de su m ejor amigo. Lo vio vio como objeto de sus bromas y empezó empezó a burlarse de sus orejas, de sus dientes dientes de conejo, de su cuerpecillo cuerpecillo enclenque. Y Levi aguantaba cada una de s us desp d esprecios recios es perando que a lgún día volviera volviera a ser la dulce Ally Ally.. Pero la chica no se cans aba de s er cruel y seguía avergonzándole delante de los demás a la mínima oportunidad que se le presentaba. Hasta que llegó aquel día en que ocurrió lo de Kevin y vio al muchacho desesperado y con la cara ensangrentada. «Di la verdad, Ally. No me hagas esto. ¡Di la verdad!» le suplicó entre lágrimas . Pero tuvo tuvo miedo mi edo y guardó sil encio. Alexia Alexia s e des pertó sobres so bres altada y lloros ll oros a. ¿Pero qué había hecho ? Todo lo que quería era echar el tiempo tiem po atrás y abofetear a bofetear a esa es a niña estúpida… es túpida… Quería Quería volver volver al día en que es taban tumbados en la hierba y cambiar todo desd e aquella conversación. Pero lamentablem ente no tenía tenía el poder de dom inar las agujas del reloj y en lugar de eso hizo otra otra cosa… Matthew se despertó al escuchar el sonido del móvil vibrar encima de su mesilla. ¿Quién coño lo llamaba a esas horas? Entonces vio que era Alexia Alexia y el corazón le dio un vuelvo d entro del pecho. pech o. ¿Le habría pas ado algo? algo ? Antes de formulars formu lars e la pregu nta s e apres uró a des colga r el teléfono. —¿Alexia? —¿Alexia? —inquirió lleno de a nsiedad. nsi edad. —Aquí —Aquí luciérnaga ros a llam ando a tiburón verde. —¿Alexia —¿Alexia te te encuentras bien? —ins istió má s preocupad o. —¡No! No soy Alexia, soy Ally, tu Ally. ¿Recuerdas cuándo me llamabas así y yo te llamaba Levi? —¿Has bebido? Alexia Alexia romp ió a reír. —No he bebido. Simplemente he estado pensando en nosotros. En cuando éramos niños y todo era más fácil. Oye ¿qué te parece si por un mom ento ento fingimos fingimos que es así? —¿Qué me parece? —Parpadeó somnoliento—. Me parece que estás COMO UNA PUTA CABRA —gruñó irritado. Alexia soltó una carcajada al otro lado del teléfono, pero Matthew Matthew sigu ió refunfuñando—. En serio Alexia Alexia ¿tienes ¿tienes i dea de l a hora que es? ¡Son las cinco de la maña na! ¿Y tú me llamas para recordar recordar viejos viejos tiempos tiempos ? —Ally, —Ally, llámame lláma me Ally —volvió —volvió a corregirle corre girle . —¡Debería colgarte! Ella se s e rió de nue vo. Le encantaba provocarlo. —No te enfades y hazme caso, por favor. Hagamos como si por un momento no hubiera pasado nada. Como si aún fuéramos aquellos niños que se tumbaban en la hierba para tomar el sol y hablaban a escondidas por las noches. Venga, empezaré yo. ¡Levi cuánto me alegra que me hayas llamad o! Hacía Hacía tiempo que no s abía nada de ti. —Me —Me has llamado tú y sigo pens ando que esto es absurdo —se quejó. —Haz el favor favor de tomártelo en s erio. Sé que también neces itas hacer un viaje en e l tiempo. —Está bien —resopló resignado. Luego carraspeó y se metió en el papel—. Sí, yo me aburría y pensé ¿qué puedo hacer? Y me dije, ¡ah sí!, voy a llam ar a mi m ejor ami ga de la infancia. Seguro que le apetece hablar. Aunque Aunque s ean las cinco de la m añana… —recalcó con ironía. —Esa ha sido buena. —Gracias —Gracias,, tenía tenía que decirlo. —Tomo nota. —Sonrió ella—. Bien, pues en realidad sí que estaba dormida, Levi, pero te perdono porque a mí también me apetece hablar contigo. Cuéntame ¿cómo te va va la vida? He leído en el periódico q ue eres el director de una im portante sucursal bancaria. ¿Estás ¿Estás contento con el empleo? —No me puedo quejar. —Vaya, —Vaya, siempre si empre s upe que llega rías lejos . Y Yo o en cambi o… De repente sintió como las lagrimas s e agolpaban en s u garganta garganta y tuv tuvo o que hacer una paus a. —Tú —Tú en cambio qué —insistió con curiosidad. —Yo no llegué a terminar la universidad. Ya sabes que soy un desastre. Mis padres se mataron en un accidente de tráfico y he despilfarrado toda la fortuna fortuna que h eredé. Ademá s, me han echado d el trabajo y voy a perder la cas a por no pode r pagarla. Por cierto, cierto, no tendrás un em pleo para mí ¿no? Me Me vendría vendría bien —bromeó con una s onrisa triste. —Pues la verdad es que acabo de despedir a mi asistenta personal. Aunque no te aconsejo ese trabajo. Soy un cabrón como jefe y me gusta explotar explotar a los em pleados . Pero Pero te puedo ayudar con el tema tema de la cas a. Ya Ya sabes, sab es, trabajo en una sucurs al, si quieres hablaré con tu banquero… —Te lo agradezco pero no s erviría erviría de nada. Es otro cabrón. —Hablas como s i lo conocieras conocieras m uy bien. —Algo así. —Ya… —¿Y cómo te va en el amor? —Siguiente pregunta. Alexia Alexia soltó so ltó una ris ita travies travies a.
—Está bien, pues contéstame a es ta. ¿Por qué des pedis te a tu tu asis tenta tenta person al? Matthew atthew dejó escap ar un bufido. —Ese ha s ido un golpe bajo, Alexia Alexia —protestó —protestó indignado. —Soy Ally, Ally, y contes ta por favor —ins istió. is tió. —Porque —Porque husmeó donde no debía —respondió de mala manera. No le gustaba que lo pus ieran entre entre las cuerdas. —¿Eso —¿Eso hiz h izo? o? No m e digas que s e coló en tu desp acho —se burló Alexia. Alexia. —En el de m i casa cas a —matizó Matt Matthew hew entre dientes . —¡A —¡Ajá!, con que ella se encontraba en tu cas a. Y dime ¿folla ¿folla bi en? —¿Qué? —Oh Levi, Levi, todos todos los ejecutivos ejecutivos os o s tiráis a las a sis tentas. ¿A ¿Acaso n o las contratáis contratáis para p ara eso ? Así Así que no s eas tímido tímido y confiesa ¿folla bien? —Sí. —¿Y por qué la des pedis te? —¡Porque —¡Porque me gus taba! —explotó —explotó rabioso. Alexia Alexia soltó so ltó una carcajada. carcaj ada. ¡Victoria! —Con que te gustaba ¿eh? —repitió satisfecha. No im aginaba que la conversació conversació n fuera a s er tan divertida. divertida. ¡Y ¡Y tan reveladora! reveladora! —¿Qué —¿Qué quieres que te diga? La m uy zorra zorra sab e chuparla bien . ¿ ¿Y Y a ti qué tal te va va en el am or? ¿Sigues engañ ando a im béciles de cartera fácil o te conformas conformas con imbéciles a s ecas? —preguntó —preguntó con sarcasm o. —¿Con imbéciles de cartera fácil fácil te refieres refieres tam bién a un banq uero cabrón? —le aguijone ó divertida. divertida. Matthew esbozó una sonrisa maliciosa. —Por experiencia experiencia pers onal te diré que n ingún ban quero abre la cartera tan fácilmente. Algo Algo has tenido que darle a cambi o. ¿Te ¿Te lo tirabas? —Sí —admitió sin rodeos. —¡V —¡Vaya, aya, así que estaba en lo cie rto! Te abrió la cartera porque te abriste de piernas —. Se Se rió Matthew—. atthew—. Y dime ¿folla ¿folla bie n? —No tan bien como él s e piens a —le espe tó Alexia. Alexia. —Mentirosa —Mentirosa —gruñó indi gnado. Aunqu Aunqu e no pudo ev e vitar sonreír so nreír al decirlo. decirl o. Tenía que reconoce r que aquel aque l rollo de charla charl a le es taba res ultado divertido. d ivertido. Pero de pronto Alexia se m ostró más seria. seria . —La verdad verdad es que es un ama nte formida formida ble, pero por otro lado… —Continúa. —Por otro otro lado es perverso, perverso, ins oportable, arrogante y tiene un lado s ádico que m e da mi edo —terminó por confesar. —Te entiendo entiendo —replicó en un tono s eco. Matthew atthew es taba tan rígido rígido que le dolía el cuello . —Pero también hay algo en él que me resulta reconfortable y cálido —continuó Alexia—. lexia—. ¿Sabes ¿Sabes ? ya sé qu e no tiene n ingún s entido pero hace que me sienta vulnerable y fuerte. Me desquicia y me enciende. Me enfurece y me hace reír al mismo tiempo —le explicó con una expresión soñadora. Hasta que se dio cuenta cuenta de que estaba hablando sola y se alarmó—. Levi Levi ¿sigues ahí? ahí? —Sí, —Sí, sigo aquí —mas culló en un tono tenso. Aquel Aquel juego j uego ya no le hacía ning una gracia. gra cia. —Menos —Menos mal, por un mom ento pensé que te había perdido —continuó —continuó ella com o si nada —. El caso es q ue me gus ta y no puedo quitármelo de la cabeza. ¿Tú ¿Tú qué crees que debo hacer? —le pregun tó para su s orpresa. Se hizo de nuevo nuevo el s ilencio. —¿Levi? —¿Levi? —ins istió. is tió. —Te he escuchado ¿vale? —gruñó irritado— No sé Ally, siempre se te ha dado de pena escoger a los tíos. Mi consejo es que pases de él. Parece un tipo con bastantes problem as m entales. Olvídalo Olvídalo y sigue sig ue con tu vida. vida. —Es lo mism o que me dijo él —musitó apagada. —Se ve ve que en e l fondo es un tío sens ato —comentó con chulería. Alexia Alexia sus su s piró desa de sanim nim ada. —Bueno Levi. Me ha gus tado mucho volver volver a es cuchar tu voz voz.. Ojala Ojala fuera tan fácil hablar con él com o contigo. Claro que tú eres mi amigo a migo y él… En fin, una última cos a, si tanto te te gus ta esa chica inténtalo y no seas s eas cob arde ¿vale? ¿vale? —le dejó caer con cierta malicia.
—Gracias —Gracias po r el consejo —le agradeció con ironía. —De nada, para eso es tamos las amigas . Buenas Buenas noches, Levi. Levi. —Buenas —Buenas noches. Matthew atthew colgó e l teléfono enfadado e intentó volver volver a conciliar el s ueño pero n o pudo. El olor de Alexia Alexia estaba im preso por todas p artes, por las sábanas, la habitación, por su piel. Enfurruñado, tiró la almohada al suelo y se sentó en el borde de la cama. Mierda, ¿pero qué coño había sido eso? ¿Una conversación terapéutica o de tarados? Pensó en lo que se habían dicho y se echó a reír con amargura. Definitivamente había sido una conversación de jodidos tarados. Aunque tenía que reconocer que hablar con su amiga Ally había llenado por un segundo el profundo vacío que le había dejado Alexia. Entonces se as ustó al escuchar lo que le sus urraba el corazón, corazón, por lo que enseguida ens eguida lo s ilenció y se m antuvo antuvo fuerte. fuerte. Por Por nada del mundo iba a caer en las mani pulaciones de es a arpía. A la m ierda con L evi. evi. Él ya ya no era Levi. Era Matt Matthew hew Hans y nadie controlaba su vida. ¡Ni ¡Ni s iquiera Ally! Ally! Se levantó de la cama, cogió una bolsa de viaje, metió lo primero que encontró y le dejó un mensaje a su secretaria para que cancelase todas sus su s citas pendientes . Cuando llegó a Saus alito desp untaba el s ol por el horizonte y se veía recortada recortada la s ilueta del faro en la bahía. Matt Matthew hew abrió la ventanilla ventanilla del coche p ara olfatear la brisa ma rina. Al otro lado de la carretera, había montañas verdes s alpicadas por casitas de colores . Del otro otro lado de la bahía se podían contemplar los rascacielos de San Francisco. Y al fondo se escuchaba la sirena del ferry saliendo del muelle de camino a la ciudad . Matt Matthew hew contempló com o el ferry ferry se alej aba por las agu as s in sab er que en ese barco iba Alexia Alexia en bus ca del banquero. La s eñora Farrell Farrell abrió los ojos al ver a s u hijo en la puerta con una bolsa de viaje. No estaba acostumbrada a que s e presentara de improviso improviso y tampoco estaba acostumbrada a verlo allí sin ser el día de Acción de Gracias o Navidad. Siempre era ella o su marido los que tenían que ir a San Francisco. Francisco. Pero Pero parece que es taban taban de moda las visitas s orpresa… —¡Cariño, tú por aquí! —exclamó antes de darle un abrazo. Luego lo hizo pasar dentro de casa y cogió su bolsa de viaje—. Traes mala cara, parece que no has dormido bien —comentó preocupada. —Es que no he dormid o bien —protestó enfadado. —¿Y eso por qué? —Una maldita chalada me llamó de madrugada —dijo sin poder contenerse. contenerse. —¿Qué? —Nada, no te preocupes. Son temas del trabajo que me agobian un poco. Por eso he venido, para desconectar y relajarme —dijo con una sonrisa so nrisa forzada. Pero su m adre lo miró s in creer una sola de sus palabras. Estaba Estaba claro que algo atormentaba atormentaba a s u hijo, y tenía tenía que s er algo muy serio para que le hubiera hecho coger las maletas y salir huyendo. Su chico nunca se escondía de nada. Siempre plantaba cara a los problemas. Pero el instinto ins tinto de madre le d ecía que la actitud de Matt Mattis is tenía tenía que ver con la se ñorita O’donnell. En ese m omento el señor Hans irrumpió en el s alón y padre padre e hijo s e fundieron fundieron en un abrazo abrazo mientras ella los contemplaba contemplaba con una s onrisa. No les corría corría la mis ma s angre por las venas venas pero se adoraban como como s i así fuera. fuera. Recordaba Recordaba aquellos días grises en los que vagaba vagaba sola en el mundo con un hijo adolescente y problemático a su cuidado, y sabía que había tenido mucha suerte de encontrar a un hombre como su marido. Les había salvado la vida vida a ella y a su hijo. Matthew atthew des ayunó ayunó y pasó el día tranquilo con s u familia. Lo que no resultó nada fácil. De vez vez en cuando Alexia se colaba en s us pens p ensamie amientos ntos y tenía tenía que luchar contra su propia men te. Por un mome nto tuvo tuvo el impu lso de m andar todo al cuerno y salir sa lir a buscarla. Pero pensab a en los año s de sufrimiento que había vivido por su culpa, y lo malo pesaba más que lo bueno. Entonces sintió el deseo de llamar a su amiga Ally y decirle, oye, eres un a niña en cantadora, pero te te saldrán s aldrán tetas y te te volverás volverás en una p erra men tirosa. ¿Te ¿Te importarí im portaría a no crecer? Gracias» . Se le escapó una «oye, sonrisa perversa al imaginar la cara que pondría. En cualquier caso se lo había buscado por haberle hecho aquella encerrona telefónica. La muy cabrona. La s eñora Farrell terminó de colo car la loza en la alacena y al volver volver al s aloncito, vio vio a s u hijo de pie junto a la ventana con una taza humeante entre las ma nos y la mirada perdida en el horizonte. horizonte. —¿Cariño, qué ocurre? Parpadeó Parpadeó s aliendo de s u trance trance y esbozó esbozó una s onrisa apagada. —Nada impo rtante. rtante. —A mí no m e engañ as, Matt. Matt. ¿Es por una mujer? muje r? —se atrevió atrevió a preguntar. p reguntar. Había visto visto a s u hijo otras veces as í. Cuando era m ás jov j ovencito encito y ni siquiera s iquiera le ha bía salido la barba, pero ya ya entonces s ufría ufría en s ecreto por la señorita O’donnell. —Sí, —Sí, mamá, mam á, reconozco reconozco que hay una mu jer detrás de m i dolor de cabeza cabeza —confesó con ai re apático. —¿Se —¿Se trata de la s eñorita O’donnell? Matt la miró boquiabie rto. —¿Cómo —¿Cómo lo sabes ? —Porque —Porque siempre ha s ido ella. La señora se ñora Farrell soltó un sus piro y se acurrucó al lado de s u hijo. Enseguida notó el brazo brazo de él rodeándole los homb ros. Era tan tan protector. protector.
—Ay cielo, la señorita O’donnell ha sido tu debilidad desde que tenías uso de razón. Me acuerdo cuando la viste por primera vez y gritaste, Solo tenías tenías cinco años, pero ya ya s abías abías que la querías. La verdad verdad es que siempre fuisteis ins eparables. ¡mamá, un ángel! Solo —Hasta que ella cambió —añadió con aire sombrío. —Hijo, era solo una niña. No se lo tengas e n cuenta. —¡Pero —¡Pero ella nos arruinó la vida con su m entira! —replicó furioso. La señora Farrell retrocedió asustada al contemplar su expresión de odio. Oh Dios mío, quizás había sido un error guardar silencio durante tanto tiempo. —Escucha Matthew —dijo con un hilo de voz—. Olvídate ya de eso. Eres un hombre guapo, tienes dinero, un futuro brillante. Deja atrás el pasado y busca a una chica buena con la que puedas formar una familia —le —le suplicó des esperada. Matthew se rió con amargura. ¿Buscar una chica? ¿Formar una familia? Estaba claro que su madre no lo conocía en absoluto. Él solo estaba hecho para el sexo ocasional, el sexo salvaje y violento. Notó como de repente se le ponía dura y tuvo que cambiar de postura para disimular la erección. Ninguna mujer en su sano juicio aguantaría sus juegos retorcidos. Sin embargo Alexia era tan pervertida como él. Quizás podían combinar estabilidad con depravación. Sacudió la cabeza. Pero qué diablos estaba diciendo. Ni siquiera ella podría entender su lado oscuro y secreto. se creto. Y sonrió so nrió con tristeza tristeza al compren compren der que estaba des tinado a termina termina r solo. Alexia Alexia camb ió por ené sima si ma vez de canal. cana l. No emitían nada nad a interes ante en la tele. En realid ad no hab ía nada que ll amara am ara s u atención . Su Su vida vida s e había quedado congelada desde que la secretaria del banquero le había dicho que el señor Hans se encontraba fuera. Desde entonces le había mandado varios mensajes a su teléfono personal pero no le había contestado a ninguno. Maldito bastardo. ¿Dónde se habría metido? Decidió dejarse de rodeos y llamarlo directamente. Esto se convirtió en un pequeño método de tortura porque cada vez que marcaba el número y escuchaba el tono de llamada, su corazón latía esperanzado. Hasta que saltaba el puñetero contestador y le daban ganas de estrellar el móvil contra la pared. Hasta que s e pronto oyó oyó su s u voz aterciopelada y profunda profunda al o tro lado de la línea y sintió un pel lizco lizco en el es tómago. —¿Diga? —¡Por —¡Por fin me con testas! Matthew atthew obs ervó ervó que el reloj marcaba las tres de la mañana y entornó entornó los o jos en bla nco. —Joder ¿en ¿en serio ? Alexia Alexia esbozó es bozó una sonris s onris a tímida y travies travies a. —Llevo —Llevo todo el día intentando contactar contactar contigo pero tú no me coges el teléfono —alegó en s u defens a. —¿Y eso no te dice nada? —le dejó caer. —Sí, pero no te va a servir de nada darme esquinazo. No pienso rendirme tan fácilmente. Por cierto, tu secretaria me ha dicho que has salido de la ciudad. ¿Dónde ¿Dónde te has m etido? —No es de tu incumbencia. incumbencia. —¿Y si se lo pregun to a Levi? —Te dirá que no puede ayudarte. ¿Cómo diablos va a saber él dónde se encuentra ese tal Hans? Ni siquiera le conoce —contestó con suspicacia. Alexia para sus adentros. «Capullo», gruñó Alexia —Aun —Aun as í prefiero prefiero charlar con Levi. No te ofendas pero es más agradable que tú. —Yo también prefiero charlar con Ally —reconoció Matthew. —Bien, aquí luciérnaga ros a llam ando a tiburón verde. —Blanco. ¡ES BLANCO! Maldita sea ¿cuándo lo vas a decir bien? Alexia Alexia sus su s piró. —Está bien tiburón blanco, ¿cómo has pas ado el día? Matthew se visualizó así mismo montado a caballo , leyendo un libro, dando un paseo por el pueblo, nadado en la piscina de su casa, ayudando a su padre a reparar la puerta del cobertizo . ¿Que ¿Que cóm o había pa sado sad o el día? AGO AGOT TADOR. Y habría ido corriend o has ta la jod ida lun a con tal de sacarla de s u cabeza. —La verdad verdad es que no h e hecho gran cos a —mintió—. ¿Y tú? —¡Fat —¡Fatal! al! Llevo todo todo el día intentando dar con él, pero el m uy cabrón pasa de m í. Matthew atthew s e echó a reír. Estaba claro que Alexia Alexia no era pa rtidaria de andars e por las ramas . —Ally —Ally ya ya te he dicho que pases pas es de es e tío. Esta claro que él p asa de ti. —Pues —Pues es una pena porque le tenía preparada preparada una buena sorpresa. —¿Qué sorpresa? Alexia Alexia sonrió so nrió con m alicia alici a y s e encogió encog ió de hom bros . —Había pensado en pres entarme en su de spacho spa cho con un conjunto de lencería lencería sexy y solo sol o una gabardina por encim a.
A Matthew se le l e secó se có la garga nta de repente. repen te. —Eso habría estado muy bien —admitió acalorado. —¿Tú —¿Tú crees? Quizás algún día lo haga. Lo m alo es que no s é cuándo vuelve vuelve a la ciudad —le picó intencionadam ente. —Buen intento pero no funciona. ¿Podríamos ¿Podríamos cambia r de tema, por favor? Notaba como le palpitaba la polla dentro de los calzoncillos . —Está bien. ¿De ¿De qué quieres hablar? Pero ense guida trató trató de contenerse. «¿Qué «¿Qué tal de lo qu e llevas puesto ahora?», pensó de m anera automática. Pero —Escucha Ally, Ally, he estado pens ando en tu s ituación económ ica y quiero ayudarte. ayudarte. Alexia Alexia se pus p us o tensa. tens a. Hablar Habla r de dinero dine ro es lo que m enos le ape tecía en el mundo. mu ndo. Era com o mancha ma ncharr ese re tazo tazo blanco blan co que qu edab a entre los dos. —Te dije que no hacía falta falta —manifestó algo tens a. —En realidad ya ya está decidido . —¿Qué? —No te lo vas vas a creer pero he h ablado con tu banquero y aunque al principio s e mos tró reticente, reticente, como bue n banquero, ha decidido pe rdonarte la deuda. —No puede ser… —Así es —le aseguró en un tono alegre—. Ya no perderás tu casa. Incluso te donará una generosa cantidad para que puedas empezar de nuevo. Así que ya eres libre palom ita. ¡V ¡Vuela! Se ve ve que e se banquero n o es tan cabrón des pués de todo —añadió con cierta chulería. Hasta que de pronto escuchó algo raro y su s onrisa s e apagó de golpe—. Ally Ally ¿estas llorando ? ¿Son ¿Son lágrima s de felicidad? —preguntó descol ocado. —No Levi. Son Son lágrim as de tristeza. tristeza. —Eso no tiene ningún s entido —replicó todavía todavía más confundido. —Sí que lo tiene. Porque yo yo quería s eguir teniendo una excusa pa ra verle verle y tú lo has echado todo por tierra. —No se as estúpida, e stúpida, Ally Ally.. T Te e estoy es toy ofreciendo la oportunidad de em pezar de cero sin com promis os ni cargas de ningún tipo. ¿Tienes ¿Tienes id ea de a cuantos cuantos morosos les gustaría gustaría es tar en tu pellejo? —le reprochó reprochó indignado. Tan indignado que se olvidó de su papel de amigo comprensivo. comprensivo. —Pues ofrécele la oportunidad a cualquiera de ellos . Yo Yo prefiero seguir en deuda con el banque ro. —Él no te te conviene y lo sabes s abes —mas culló entre dientes. —Ese es mi proble ma —terqueó Alex Alexia. ia. Matthew escuchó como su llanto se volvía más amargo y una especie de fuego le abrasó por dentro. Un fuego que después de haber reprimido durante años , explotó explotó con la fuerza fuerza de u n volcán. —Levi —Levi ¿no dices nada? Te has quedad o callado. —¡Qué —¡Qué te jodan! —le e spetó. spe tó. —¿Qué?… —murmuró asombrada. —Lo que oyes. QUE-TE-JODAN —repitió con rabia—. ¿No te das cuenta? Lo has vuelto a hacer, Ally. Te acabo de tender la mano y te has vuelto a mear en ella. Estoy harto. Desde que te conozco no he hecho otra cosa que cuidar de ti. Siempre te he ayudado en todo lo que me has pedido, siempre he estado ahí en los malos momentos, siempre he sido tu puto paño de lágrimas. ¿Y tú que has hecho a cambio? Me has pagado con indiferencia, con humillaciones, te has reído de mí a la mínima oportunidad, me has dado la espalda cuando más te necesitaba. ¿Por qué, Ally? —Rompió a llorar— ¿Por qué no dijiste la verdad? Yo te quería. Te adoraba, maldita perra desagradecida. Pero tú me traicionaste y preferiste lo que te daban los demá s —concluyó con la voz voz conges tionada por la ira. Luego reinó un s ilencio tenso entre ellos h asta que Ally decidió romp erlo. —Tú tenías tenías lo que yo quería —mus itó de pronto antes de s onreír con amargura—. Sí, lo que oyes oyes.. Tú Tú tenías una madre que te quería, que te arropaba por la s noches n oches y te te contaba cuentos. Y yo yo tenía una madre fría fría que m e echaba d e su s u lado cada vez que le pedía un poco de cariño, y mi padre siempre estaba demasiado ocupado para escucharme. Ya ves Levi, era una niña consentida que tenía de todo. Pero me habría cambiado por ti sin dudar —confesó entre lágrimas . —¿Por —¿Por qué nunca me lo dijis te? Alexia Alexia se en jugó las l as lágrim l ágrim as y se enco gió de ho mbros mb ros . —Supongo que era más fácil odiarte odiarte y ser cruel contigo que ahondar en los verdaderos motivos. Era Era más fácil y meno s dolo roso. —¿Y por qué me lo cuentas aho ra? —preguntó en un susu rro casi furioso. —Porque ahora sé lo que perdí —alegó sin más—. Sí, Matt, ya sé que te hice daño y la fastidié, pero estoy dispuesta a recompensarte por lo que te he hecho. Dame otra oportunidad. Solo quiero recuperar a mi am igo Levi y salv sal var al hom bre del que es toy enamo rada. —Tengo que colgar. —¿Me —¿Me oyes Matthew Matthew Hans ? ¡Te ¡Te quiero! Te quiero a ti y a Levi Levi Farrell. ¡Os ¡Os am o a los dos por igual! —Tengo que deja rte, Ally —repitió —repitió des encajado p or el dol or. Sentía Sentía la garganta como si s e hubiera tragado un ladrillo. —Está bien, Matt Mattis, is, te daré tiem po. El tiempo qu e neces ites. Y cuando cuando te s ientas preparado, aquí es taré. Te Te quiero —volvió —volvió a repetir bajito.
Cada vez que lo decía se s entía más lib erada. Pero Matt Matthew hew no contestó. Dejó caer el m óvil al suelo y escondió la cabeza entre entre sus su s brazos. ¿Qué ¿Qué se s e suponía su ponía que debía hacer ahora? ¿Pasar página y olvidar? Llevaba tanto tiempo alimentando su odio que le resultaba imposible empezar de cero. Lloró como un niño hasta que no le quedaron fuerz fuerzas ni lágrimas para seguir haciéndolo. «Te quiero», le había dicho ella como el que saca una escopeta y dispara al aire. Matthew se incorporó de un salto, se puso una camiseta, unos pantalones cortos, unas zapatillas y salió a correr. Notó el frío de la madrugada en sus brazos desnudos y en sus piernas. Pero lo agradeció. Necesitaba aire. Necesitaba un es timulo fuerte con el que dis traerse.
Dobló la esquina de la calle y se adentró adentró por el pas eo del muelle. « Te quiero», la volvió a escuchar en su mente. Se concentró en como sus pasos acelerados acelerados retumbaban retumbaban s obre la tarima de madera y como las olas rompían s uavemente uavemente contra contra las rocas. «¿Me oyes Matthew Hans? Te quiero». Siguió corriendo por la avenida que bordeaba la villa marinera y las casas flotantes de madera. La luz del faro lo cegaba por momentos. El olor de las algas se filtraba por sus fosas nasales. Más estímulos. Necesitaba más estímulos. A lo lejos se vislumbraban las luces de los edificios de la ciudad. El sonido de un pesquero rompía en el silencio de la noche. La brisa mecía la copa de los arbolillos que rodeaban el paseo. «Te quiero a ti y a L evi Farrell». ¡Mierda! Fatigado, perdió el equilibrio y cayó de rodillas en la arena. Tenía la vista borrosa por las lágrimas y apenas vislumbraba las luces de la costa pero escuchaba con total claridad los latidos acelerados de su corazón. De pronto se desataron en su mente imágenes que creía olvidadas. Imágenes de cuando aún era un niño con razones para sonreír, y se vio junto a Ally haciendo los deberes, jugando en el jardín con la pelota, compartiendo un helado de chocolate, discutiendo por el mando del televisor. Vio a Ally con una mirada ceñuda de esas que solía poner cuando la hacía rabiar o le tomaba el p elo, la vio vio sonriendo so nriendo con la boca m anchada por el hela do de chocolate, la vio vio enrabietada por haber perdid o contra él a las chapas , la vio vio llorando, riendo, dormi da. Vio Vio a s u ami ga de m il formas distint dis tintas as y en ninguna de ellas vio ya a la Ally Ally perversa perversa y cruel cruel que dis frutaba frutaba hum illándolo . M Matt atthew hew había recuperado los buenos recuerdos d e una infancia que creía olvidada. olvidada. Pero entonces también evocó al chico desvalido que buscaba en la basura para poder comer, el que lloraba por las noches cuando su madre lo dejaba con l a bruja de la vecina para trabajar en el club. Vio Vio al Matt Matthew hew adoles cente y problem ático, el que participaba en timb as ilegales i legales , el que se metía en peleas, el que robaba para ponerse hasta el culo de coca y alcohol, el que se estrenó con una prostituta compañera de su madre. Y por último se vio en aquella horrible noche, acurrucado en un rincón mientras la sangre del hombre que acababa de matar se extendía en un charco charco hacia sus pies . De repente la ira volvió volvió a apod erarse d e él y empezó a lanzar puñados de arena al ai re. —¿Eh —¿Eh Matthew, Matthew, qué haces aquí so lo? —le in terrumpió una voz cascada —. ¿Ya ¿Ya la has h as vuelto a cagar? Matthew atthew giró la cabeza en dirección a las carcajadas y vio a la vieja que lo había cuidado cuando era joven. —Piérdete —le espetó con des precio. La muje r dejó de reírse reírse y le fulmin fulmin ó con la mirada. —Eres un desagradecido como tu madre. ¿Quién te cuidaba mientras ella se iba al club, eh? Puede que ahora tengas mucho dinero. Pero para mí siem pre serás ese chiquillo sucio y piojoso piojoso —replicó —replicó con resentimiento. resentimiento. —Que te te den, Dorothy. Dorothy. Siempre fuiste una zorra frustrada. ¿Llam ¿Llamas as cuidar a encerrarm e en un cuartucho malolie nte y alimentarme alim entarme con s opas de sobre? s obre? Ten —dijo arrojándole unos cuantos bille tes de s u cartera—. cartera—. Date por cobrada, cobrada, vieja vieja bruja, y sal sa l de mi vista. La mu jer recogió el dinero y abrió los ojos al ver ver la cantidad. —Bueno, —Bueno, esto no recompensa todo lo que hice por ti, pero al menos es más de lo que m e dio la s eñorita eñorita O’donnell —sonrió complacida. Matthew atthew se s e giró lentamente y clavó clavó sus o jos oscuros o scuros en la vieja. —¿Qué —¿Qué has dicho? Alexia Alexia s e s ituó frente el es pejo y comprob com probó ó su imagen im agen por enés ima im a vez. vez. Había H abía escogid es cogid o un ves tido negro que marcada ma rcada cada una de sus su s curvas y llevaba unos taconazos de nueve centímetros que hacían sus piernas parecer infinitas. Se giró un poquito, observó su trasero perfectamen perfectamen te entallado y redondo, y sonrió s atisfecha. Sí, Sí, no había duda de qu e es e era el vestido perfecto. Recordó el día que también s e había puesto guapa para seducir al banquero. Solo que por aquel entonces estaba en juego su casa y ahora todo cuanto le importaba era él. Terminó de cepillarse su melena larga y rubia, rubia, se aplicó un poco más de lápiz labial labial rojo, se echó unas gotitas gotitas de perfume en el cuello y salió de casa lista para m atar. Para matar al banqu ero de un in farto. farto. Mientras s e dirigía en taxi taxi hacia el centro de la ciudad, leyó leyó el men saje saj e que le había ma ndado por la m añana. Esta noche a las nueve nueve te espero e n mi cas a. No olvi olvides des mi s orpresa, yo también tengo otra para ti. Matthew Hans.
Alexia Alexia volvió volvió a guardar guard ar el mó vil en el bols bo ls illo de d e su gabard g abardina ina m arrón y se le es capó una un a sonris so nris a travies travies a. Llevaba todo el día com o una niñ a en vísperas de Navidad. No hacía más que pensar en Matthew. Tenía mil cosas que decirle, que le quería, que la perdonase por haber sido tan estúpida es túpida y necia, que juntos p odían empezar de nuevo. Había pens ado en vender la ma nsión nsió n O’donnell. No le hacía falta una casa tan grand e, ya ya
no le importaba el tema de las apariencias ni del dinero. Con un apartamento pequeño y modesto sería suficiente. Buscaría un trabajo que pudiera compaginar con sus estudios. Había decidido terminar su carrera de derecho y quería buscar una universidad que estuviera dentro de la ciudad para es tar cerca cerca de Matt Matt.. S Se e le es capó un s uspiro us piro de alegría. Había hecho tantos tantos plane s. El taxista la dejó cerca del lujoso bloque que hacía esquina con la Plaza Union Square, una de las zonas más concurridas y comerciales de San Francis Francisco. co. Entró Entró por el pompos o recibidor del edificio, saludó sal udó al portero y subió su bió en el ascen sor recargado de es pejos . Matthew abrió la puerta cuando sonó el timbre y la vio parada delante de él, esbozando una sonrisa radiante. Contempló sus ojos azules brillando risueños, sus labios carnosos, su hermosa melena dorada cayendo por sus hombros con gracia, y por unos segundos se le cortó el aliento. Parecía Parecía un ángel. Un puto ángel venida desd e el infierno para robar la poca es tabilidad emo cional que le qu edaba. Alexia Alexia soltó so ltó una risita ris ita nervios a y s e abal anzó a s u cuello. cuell o. Por un mome mo mento nto Matthew perdió perdi ó el equi librio libri o y s e tamba leó hacia atrás . Pero enseguida ens eguida clavó los pies en el sue lo y la suje tó con firmeza. firmeza. Aunque s e le había derramado parte de su bebida en la gab ardina de la joven. —Tenía —Tenía tantas gan as de verte verte —susurró —su surró a brazándole brazándole con fuerza. fuerza. Pero él se mantuvo inmóvil, sin decir nada. Alexia se separó unos centímetros y al ver su mirada fría se quedó descolocada. ¿Eran imaginaciones suyas o parecía parecía enfadado? —Ven —dijo cerrando la puerta tras ella—. En la cocina tengo un poco de bicarbonato con el que podrás limpiarte —añadió observando la enorme mancha rosa que le había quedado en la manga del abrigo. Alexia Alexia lo l o s iguió igui ó por p or el e l pas p asillo illo s in s alir de su confus ión. Se fijó en e n que q ue él iba des calzo, llevaba s olo un batín de raso ras o negro n egro y aún s ujetaba la copa de vino en una mano. Una imagen de lo más atractiva si no fuera porque la tensión empañaba su deseo. Atravesaron el salón en penumbra y llegaron a la cocin a. Matt Matthew hew abrió un o de los cajones , sacó un botecito blanco y se lo tiró por encima del homb ro sin mirarla s iquiera. Alexia lo atrapó al vuelo y le fulminó con la m irada. —¿Se —¿Se puede s aber qué bicho te ha picado? —le pregun tó frotando frotando el bicarbonato sódi co en la ma ncha. Matthew atthew la obs ervó ervó fijamente, manteniendo las distancias, dis tancias, y de repente dibujó una s onrisa pérfida con la que a Alex Alexia ia se s e le heló la s angre. —¿Te —¿Te he dicho algun a vez vez que eres muy hermos a? —No —contestó —contestó Alexia Alexia sin si n apartar la mirada de sus ojos oscuros y desafiantes. des afiantes. Pese al cumplido no s e fiaba de él. —Pues lo eres —repitió sonriente Matthew—. Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida. Por desgracia también eres como una traicionera cascabel del desierto. En cuanto la víctima se da la vuelta, ¡zas!, le picas con tu veneno mortal y te alejas zigzagueando por la arena. ¿Quieres ¿Quieres una copa? —le ofreció de pron to. Alexia Alexia lo miró mi ró algo ofendida ofen dida . ¿A ¿Acabab a de ins ultarla con s utileza? Se mordió mord ió la len gua y asintió ne rviosa. No es taba allí para dis di s cutir. Matthew atthew cogió una bo tella que había sobre la m esa, esa , llenó su copa de cris tal y se la l a tendió sin a partar sus ojos de ella. Alexia Alexia le dio un pequeño sorbo mientras sentía como él la recorría con la mirada. —Quítat —Quítate e la gabardina, quiero ver ver mi so rpresa —le ordenó s in más . Ella parpadeó sin s aber qué hacer. hacer. Por un momento s us palabras la pillaron desprevenida. desprevenida. Pero Pero empezó a obedecer con dedos temblorosos y dejó que la prenda cayera a s us pies p ies.. Matt Matthew hew obs ervó ervó el vestido negro que llevaba puesto y arqueó una ceja. —¿No —¿No s e s uponía uponía que es tarías tarías desnuda por debajo del abrigo? —le recriminó. recriminó. —Sí, —Sí, pero tambié tambié n pens é que no te importaría que me pus iera es te vestido vestido —alegó en u n tono coqueto. —Pues te equivocaste, me gustas más desnuda. Pero se ve que estás acostumbrada a hacer lo que te sale de las narices. Por cierto, creo que esto te pertenece pertenece —dijo sacando unos cuantos cuantos billetes billetes de s u bolsillo. —¿Qué es eso? —Treinta —Treinta dólares . ¿ ¿No No es lo que le paga ste a la vieja Dorothy por son sacarle in formación? De repente Alex Alexia ia se s e quedó blan ca. Oh Oh mad re mía ¿cómo se h abía enterado? —Escucha Matthew, no es lo que estás pensando —empezó a disculparse con voz temblorosa—. Yo fui al pueblo para buscar a tu madre. Después de la terrible historia que me habías contado necesitaba hablar con ella. Pero nadie sabía decirme dónde encontrarla. Así que esa señora se ofreció a ayudarme… Su voz se fue apagando a media que observaba su expresión sombría. Su boca era una fina línea y sus ojos desprendían hielo y fuego a la vez. —Tienes razón, no es lo que yo pensa ba. Es mucho peor —sen tenció tajante—. tajante—. Decidiste jugar a los detectives detectives y te presentaste en el pueblo para hablar con mi m adre a mis espaldas . Pero Pero como no lo conseguiste optaste por comprar información. información. —No se trata de eso. —Por supuesto que se trata de eso. Contigo siempre se trata de salirte con la tuya. Algo que pienso solucionar esta misma noche. Acom Acompáña páñame me a pre parar la cen a —le ordenó orden ó con durez dure za antes d e pas ar por su s u lado pa ra dirigirs dirig irse e hacia el e l salón. sa lón.
Alexia Alexia obed eció cohib ida y con piern as tembloros temb loros as. as . Des de luego lueg o la velada elad a no estaba es taba resultand res ultando o como com o esperab es perab a. Había imagin im aginado ado una noche romántica, con promesas de amor eterno y caricias bajo las sábanas. Ahora todo eran comentarios cargados de hostilidad, tensión y miradas de reproche. Notó Notó un nudo angus tioso tioso en la garganta garganta pero lo reprimió para no caer en la autocompasión. Entonces se que dó congelada en la puerta de su des pacho cuando vio lo que Matt Matthew hew había preparado. Donde antes había una gran mes a de caoba llena de documentos y material de trabajo, ahora había otra mesa casi al ras del suelo, de estilo japonés y mucho más larga, con velitas que iluminaban tenuemente la habitación. —¿Es aquí donde cenaremos? —Algo así —contestó con una sonrisa perversa y misteriosa—. Pero no adelantemos acontecimientos —se apresuró a decir—. Ven conmigo al baño, te daré una ducha —añadió abriendo una puerta que había contigua al des pacho. —No entiendo de qu é va va todo es to. Yo Yo ya vengo vengo duchad a de cas a —se quejó ind ignada. Matthew atthew volvió volvió a s onreír de forma m alicios a. —Créeme, querida, la ducha que yo yo tengo pensada es más divertida. divertida. Alexia Alexia dejó dej ó a un l ado s u recel o y le devolvió devolvió una un a sonris s onris a tímida. tímida . ¿Sexo ¿Sexo bajo el e l agua? agu a? Sonaba Son aba b ien. Se quitó qu itó el vestido vestid o ajus aju s tado, los zapatos , el sostén so stén de encaje, el resto de la ropa y se m etió dentro de la bañera. —¿Tú —¿Tú no te des nudas ? —inquirió con u n ges to provocativ provocativo o al ver que no la s eguía. —No, mi plan es otro —le contestó contestó de m anera cortante. Pero antes de que Alexia Alexia tuviera tuviera tiempo de pregu ntar, Matthew atthew cogió s us m anos y se las l as ató a tó a una barra metálica que colgaba de l techo. —¿Te —¿Te gusta mi sorpresa? La he mandado poner esta mis ma tarde. Alexia Alexia alzó la mirad a, vio vio sus s us m uñeca s es pos adas ada s s obre s u cabeza y entendió entend ió lo que iba i ba a pas ar. —¿Me —¿Me va a doler? —quiso saber, sa ber, temeros temeros a. —Sí —le contestó sin rodeo s—. Pero te te prome to que no haré nada que no pu edas soportar. sop ortar. Alexia Alexia emp ezó a lloriquear. llorique ar. —Shhh —Shhh no tengas miedo —le s usurró acariciando acariciando s us labios carnosos —. Se Se que en el fondo te mueres por des cubrir lo que me traigo traigo entre manos . A los dos nos gustan los enigmas y las sorpresas. Matthew agarró su nuca y la atrajo hacia su boca con rudeza. Alexia gimió al notar el sabor del vino mezclado con el sabor de su lengua, mientras apretaba apretaba y estrujaba estrujaba de forma obscena uno de sus senos . Luego sintió como su mano bajaba lentamente por la piel tersa tersa de su vientre, ientre, se detenía d etenía en la zona zona de s u pubis y le introducía un dedo en su s exo exo hinchado. —¿Lo ves? —dijo sacando el dedo mojado— El misterio te pone cachonda, lo que significa que eres tan morbosa como yo —agregó llevándoselo llevándoselo a la boca para s aborearlo. aborearlo. Las pupilas de Alexia se dilataron mientras lo veía relamerse. Le resultaba una imagen de lo más erótica y excitante. Matthew se alejó unos metros para regodearse en su desnudez y contemplarla con detenimiento. —¿Sabes cuántas veces fantaseé con tenerte así? —comentó admirando la redondez de sus pechos, sus pezones rosados y erguidos, su vello púbico dorado…— Ya lo creo que fantaseé con esto. De hecho me hice muchas pajas mientras imaginaba que te tenía así —confesó con aire socarrón al ver como como ell a hacía lo posible por cruzar cruzar las piernas . No le gustaba notar su mirada lasciva en sus partes íntimas. La hacía sentir indefensa y expuesta. Y él no apartaba su mirada de ahí porque precisamente lo s abía. —En realidad te he deseado desde que era apenas un crío con pelos ahí abajo —continuó hablando—. ¿Te acuerdas cuando teníamos trece años? Tú te burlabas de mí, me despreciabas delante de los demás porque era feo y pobre, me humillabas en el instituto. Pero la verdadera tortura venía luego, cuando nos quedábamos a solas. Entonces dejabas aparcada tu hostilidad, venías a mi cuarto con una sonrisa radiante y coqueteabas descaradamente conmigo. Siempre me pregunté por qué lo hacías si tan repugnante te resultaba. —No lo sé —m usitó us itó avergonzada. avergonzada. Matthew atthew s e dirigió a ella, abrió el grifo de la ducha y le lanzó lanzó un chorro de ag ua helada . Alexia Alexia soltó un alarido estreme cedor. —¿Quieres —¿Quieres que llene la b añera con hielo y te te sum erja dentro? Pues m ás te vale decir la verdad verdad —le advirtió advirtió con una mirada fiera. Alexia Alexia guardó s ilencio ilen cio y Matthew volvió volvió a lanzarle otro chorro de ag ua helada. hel ada. —¡Porque me divertía jugar contigo! —admitió furiosa— Me encantaba ver como te derramabas el té sobre los pantalones mientras me observ obs ervabas abas el es cote. Me hacía sen tir poderosa y dese ada. ¿Satisfecho ¿Satisfecho cabrón? —No del todo, pero lo es taré. —Matthew éramos solo unos niños. Pensé que todo eso estaba olvidado —sollozó lastimera.
Él soltó enseguida la alcachofa alcachofa y sujetó su cara entre entre sus manos. —Y lo está es tá —dijo besuque ándola—. Te juro que lo está. —¿Entonces —¿Entonces por qué haces esto? es to? —Porque —Porque me gus ta recordar recordar los buenos tiempos. —¿Buenos —¿Buenos tiempo? —repitió con incredulidad. —Sí, —Sí, preciosa, aquello a pe sar de todo fueron buenos tiem pos. pos . Lo jodido de verdad vino vino des pués . Al men os para p ara mí, claro. Tú seguis te con tu tu vida como s i nada. Ni siquiera m e recordabas la prim era vez vez que te presentaste en mi des pacho —concluyó —concluyó en un tono amargo. —Matt —Matthew hew había pasad o mucho tiempo . Y adem ás es tabas tan cambiado —s e disculp ó avergonzada. avergonzada. —Shhhh —susurró contra sus labios—. No te lo estoy reprochando. Pero cuando nuestros caminos se separaron, ese chico inocente que tú conocis te, se fue m uriendo a m edida que lu chaba para s obrevivir obrevivir.. Y hoy solo sol o existe una som bra de lo que fue. —Matt —Matthew hew no hace falta que te esfuerces para dem ostrarme qu e eres u n cabrón. Ya Ya lo sé . —No, preciosa. preciosa. Te Te as eguro que tú no sabes nada. Dicho es to dio media vuelta, vuelta, salió del baño y volv volvió ió al cabo de unos s egundos con una sill a. —¿Qué —¿Qué haces ? —Ponerme cómodo —alegó tomando asiento frente a ella—. ¿No querías conocerme mejor? ¿No pagaste treinta dólares a cambio de información? Pues yo te la daré con todo lujo de detalles . Y gratis —puntualizó con ironía. —Matthew… —Verás —la interrumpió decidido a empezar—, cuando mi madre y yo abandonamos tu casa nos instalamos en un apartamento. Allí nos fue bien durante un tiempo, luego a ella se le acabaron los ahorros y ya sabes lo que vino después. El caso es que fueron unos años muy difíciles, llenos de mis eria, por lo que yo yo también me vi obligado a hacer cosas embarazosas embarazosas . Rebuscar en la bas ura, pedir en la calle, pequeños pequeños hurtos hurtos en supermercados. Hasta que decidí dar un paso más en mi trayectoria como delincuente y empezaron los timos, las apuestas ilegales, los trapicheos trapicheos con la droga, los as altos a m ano armada. Alexia Alexia a brió los ojos de par en par. Record aba a ese es e muchachi mu chachito to tímido, tímid o, res pons able, able , buen bue n estudian es tudiante, te, y no daba crédito. Sencillam Sencil lam ente le resultaba imposible imaginarlo con pasam ontañas ontañas y pistola en mano. —¿Sorprendida? —Se burló— Pues no solo me convertí en un vulgar ratero, también llegué a ser el cabecilla de una panda de vándalos y timadores. Ya Ya sabes lo hábil que soy con los números —añadió con con un guiño de ojo. —Dios mío —mus itó Alexia. Alexia. —No, te te aseguro ase guro que Dios no tuvo tuvo nada que ver en mi s alvación —replicó —replicó con ironía. —¿Y cómo fue que…? Observaba a ese hombre apuesto y poderoso en el que se había convertido, y le venía a la mente un ave fénix resurgiendo de sus cenizas de forma forma gloriosa. —¿Que —¿Que retomé el buen camin o? —inquirió con ironía— Fue gracias a Williams Hans . —¿El —¿El hom bre que te adoptó? Matthew atthew es bozó una so nrisa bu rlona. —Veo —Veo que ya estás en terada del tema. Lo que no s abes es cóm o le conocí. Escucha, Escucha, es lo mej or de la his toria —. Sacó una cajetilla de tabaco del bolsillo de su batín negro, se encendió un pitillo y echó el humo lentamente por la nariz. Hacía tiempo que no fumaba. Pero de alguna manera tenía que aplacar los nervios—. Yo tenía diecisiete años y mi madre salía con un capullo que la explotaba y le gustaba ponerse hasta el culo de crack. Ese día llegué temprano a casa, también estaba pasado de rosca. Pero mi madre aún no había regresado de trabajar. Fui a la cocina a prepararme algo de cena y encontré a ese hijo de puta robando el dinero que ella escondía en el tarro de las galletas. Empezamos a discutir y a forcejear, forcejear, y en un m omen to dado se me echó encima . IIntenté ntenté defenderm defenderm e, pero solo era un crío y él era m ucho m ás fuerte que yo, por lo que e n el primer puñetazo perdí el equilibrio y me doblé en dos. Entonces ese cabrón me empujó contra la encimera, me bajó los pantalones y…—. No pudo terminar la frase. Era demasiado doloroso, demasiado espantoso de contar. Le dio otra calada al cigarro e hizo el esfuerzo de continuar—. Luego cogí un cuchillo y se lo clavé varias veces hasta que lo vi caer en el suelo sangrando como un cerdo. No sé cuánto tiempo permanecí agazapado en aquel rincón. Solo recuerdo los gritos de mi madre y el frío metal de las esposas oprimiendo mis muñecas —concluyó con la mirada perdida. —¿Él —¿Él abusó ab usó de ti? —preguntó Alexia, Alexia, horrorizada. horrorizada. Matthew atthew volvió volvió en sí y esbozó una s onrisa amarga. —En realidad lo hacía cada vez que estaba borracho y mi madre no se encontraba en casa. Pero la diferencia es que esa noche decidí defenderme y le maté. Y lo volv volvería ería a hacer una y otra vez vez —le juró lleno de od io. —Lo siento mucho , Matt Mattis. is. No puedo ni im aginar el horror por el que has pas ado —manifes tó Alexia Alexia con los ojo s nubl ados d e lágrimas . —No, no puedes. Y me alegro de que no puedas hacerlo —le aseguró con un matiz triste en la voz antes de proseguir con la historia—. Pero por suerte mi madre trabajaba en la casa del señor Hans, un prestigioso abogado de la ciudad que aceptó llevar mi defensa. ¿Sabes? Aún recuerdo cuando se presentó en aquella fría sala de interrogatorios y me dijo, «muchacho seré sincero, estás de mierda hasta el cuello. Pero eres menor de edad y puedo negociar con el fiscal tu ingreso en un reformatorio, o puedo salir por donde he entrado y dejar que te pudras en una cárcel estatal. Ninguna de las opciones es fácil de tomar. La primera conllevaría un año de internamiento y luego saldrías limpio y en libertad condicional. La segunda supondría el cumplimiento de una condena por asesinato y narcotráfico. Así que de ti depende el tiempo que decidas permanecer preso. Solo has de saber que ahí fuera hay una madre que te quiere y está esperándote» —expresó imitando la voz grabe de su padre adoptivo—. Y tras aquella reveladora charla me pasé un año interno en un centro de menores. Cuando salí de allí me fui a vivir con mi madre y el señor Hans. ¿Te das cuenta? Williams consiguió que quedase absuelto de todos los cargos, me dio sus apellidos y pagó mis
estudios. Él me dio una segunda oportunidad y nos sacó a mi madre y a mí de toda esa mierda. Yo le debo mi vida a Williams Hans —reconoció emocionado. De pronto se aclaró la garganta, apagó el pitillo en el cenicero y se puso en pie—. Bueno, ahora ya conoces mi pasado oscuro. Se acabó la cháchara. Alexia Alexia volvió volvió a alarm arse ars e cuand o vio vio que cogía co gía otra vez vez la alcachofa alca chofa de la ducha. du cha. —¿Qué —¿Qué vas a hacer? —Seguir con el baño. Alexia Alexia quis o protes tar pero Matthew Matthew abrió a brió el grifo del a gua fría y la em papó entera. La joven jo ven soltó sol tó un grito en cuanto cu anto notó la tempe ratura hel ada en su s u piel y empezó a moverse moverse frenética y a patalear. patalear. La barra a la que perma necía sujeta s e agitó al compás de sus su s s acudidas violentas y la piel de sus muñecas comenzó a lacerarse lacerarse por la fricción fricción de las espos as. —Estate quieta. Te Te vas a h acer daño —le ordenó irritado. —¡Suéltame —¡Suéltame Matthew, Matthew, el a gua es tá muy fría! fría! —supli có entre gritos. —Vamos —Vamos , aguanta. Ya Ya casi he terminado. —¡Estás —¡Estás loco! —soll ozó ozó Alexia Alexia temb lando de frío. —No seas niña. Solo es un poco de agua fresca —le regañó con suavidad. Pero Alexia siguió forcejeando has ta que no pudo m ás y le soltó una pa tada en sus partes bajas . Matt Matthew hew dejó caer la al cachofa de la ducha y se encogió por el dolor. —Oh, ahora sí que la has h echo buena, pequeña bruja —le advirtió advirtió ase sinándola sin ándola con la mi rada. —Que te te den. Si vuelves vuelves a m ojarme te soltaré otra patada más fuerte. fuerte. Matthew atthew obs ervó ervó sus ojos a zules b rillando des afiantes y una idea perversa pas ó por su m ente. —Con que la fierecilla saca las uñas ¿eh? Verás ahora —dijo antes de sal ir del baño a toda velocidad. velocidad. Al Al cabo de un rato volvió con un objeto neg ro en la mano. m ano. Alexia Alexia abrió los lo s ojos oj os , horrorizada. —¿Qué es eso? —Algo —Algo que iba a u tilizar tilizar más tarde. Pero en vis vista ta de que dese as jugar. ju gar. Matthew atthew le enseñó ens eñó el látigo de s iete colas y A Alexia lexia palideció. —No, Matt Matthew, hew, no —suplicó con los ojo s lloros os. —Vaya —Vaya ¿dónde está la chica mala que m e desa fiaba hace un rato? rato? —se mo fó acercándose des pacio. Su sonrisa se fue haciendo haciendo más ancha a medida que las pupilas de Alex Alexia ia se dilataban dilataban por el terror. terror. —Déjame que te cuente un secreto —dijo arrastrando las tiras de cuero por la piel desnuda de su cuello—. El universo está hecho de elementos opuestos que forman parte de una misma cadena. La vida, la muerte, el bien, el mal, el odio, el amor, el placer, el dolor… —. Alexia apretó los di entes al no tar el primer latigazo en su cos tado—. Todo es tá relacionado. Todo Todo guarda una conexión que hace que no exista lo uno s in lo otro —prosiguió —prosiguió acariciándola acariciándola con el propio látigo que es taba usando para cas tigarla—. tigarla—. Ahora mis mo por ejemplo, estás atada de manos , sabes que yo puedo hacer lo que quiera contigo y tienes miedo. Pero hay una parte de ti, una parte más oscura y secreta que disfruta siendo som etida. Eso no s ignifica ignifica que seas sum isa, pero en este mom ento sabes que yo tengo el control control absoluto de la situación, que no tienes más remedio que confiar en mí, y saberlo te excita. A pesar de que otra parte de tu mente, otra parte más corrompida e influenciada por la sociedad, cuestiona y critica tu comportamiento, no puedes evitar que tu boca se seque, que tu corazón bombeé más deprisa y una especie de cosquilleo interior hum edezca tu entrepierna. ¿M ¿Me equ ivoco? ivoco? —preguntó cerca de s u oído. —Que te jodan. Matthew atthew sonrió. so nrió. —Ya —Ya veo que no . Y descargó des cargó el látigo con fuerza fuerza sobre s obre s u piel. Alexia Alexia soltó un grito las timero, pero le des afió con la mi rada. Entonces Entonces volvió olvió a golp earla. —¿Te —¿Te gusta? g usta? Alexia Alexia guardó s ilencio ilen cio y recibi ó un nuevo latigazo. —Te he hecho una pregun ta —insis tió con dureza. dureza. Ella giró la cabeza y le escupió en la cara. —Ahí —Ahí tienes tienes mi res pues ta, capullo. Matthew atthew soltó s oltó una risotada, cogió una toalla y se limp ió des pacio. —Vale —Vale pequeña, si es to es lo que quieres te lo daré.
Y vvolvió olvió a az a zotarla u na y otra vez con s aña. —Trágate —Trágate tu puto orgullo y admi te que en e l fondo dis frutas frutas con es to. ¡A ¡Admítelo! —le ordenó con e l látigo en alto. —Vete a la mierda —siseó con los dientes apretados. Él gruñó por lo bajo y la azotó azotó una vez más . —No seas estúpida. Sabes Sabes que te despellejaré a latigazos latigazos si te empeñas en provocarme. provocarme. —Haz lo que te de la gana. Pero no piens o darte el placer de reconocer lo que quieres oír. Matthew descargó el látigo en su espalda, sus caderas, sus piernas. Hasta que su piel quedó totalmente enrojecida y salpicada de puntitos de sangre. —Alexia —Alexia no te lo diré más . Sométete o te te seguiré s eguiré azotando azotando —le advirtió con una mirada inquis itiva. itiva. Pero ella cerró los ojos y gritó para sus adentros cada vez que el látigo impactaba contra su carne dolorida. Entonces él maldijo en voz alta, soltó el látigo y liberó sus manos. La joven cayó medio desfallecida en sus brazos. Se encontraba aterida de frío y tenía las extremidades completamente entumecidas. Matthew envolvió su cuerpo en una toalla, la cargó sobre su hombro y la llevó a la habitación que había al lado. Luego la depos itó con cuidado encima de la me sa jap ones a. Todo Todo es taba en penumbra y se percibía un olor cargado cargado a inciens o y velas . —Maldita —Maldita terca. Podía haberte matado a latigazos —le reprochó enfadado m ientras la a cunaba en s u regazo. —Pero —Pero gané yo yo —susurró con una sonrisa embelesada. —Santo Dios… —gruñó por lo b ajo al ver lo cabezota cabezota que pod ía llegar a s er. De pronto sus miradas se encontraron encontraron y Alex Alexia ia s e fundió en el color oscuro de s us ojos. —Matt —Matthew hew s é lo que pretendes con todo esto pero no vas a cons eguir que s alga huyendo. Yo Yo te segui ré queriendo igu al, y eso es o no va a cambiar por mucho que m e mojes con agua helada y me azotes azotes hasta hacerme s angrar —le —le as eguró acariciando acariciando su m ejilla bronceada. bronceada. Matthew atthew bes ó la palma de s u mano y entrecerró entrecerró los ojos . —Entonces —Entonces no ha s entendido nada —replicó entristecido. —Escúchame —Escúchame —dijo cogiendo su cara entre entre sus manos —, sé que has sufrido mucho y que yo yo he s ido parte parte de es e s ufrimiento. ufrimiento. Pero puedo ayudarte a superar el pasado. Matthew, quiero ser lo primero que te encuentres cuando te despiertes en mitad de las noches y tengas pesadillas, quiero s er tu paño de lágrim as, as , tu tu confidente, tu amiga. Pero antes neces ito que vuelvas vuelvas a confiar en mí. Déjam e ser parte de tu vida —le suplicó mirándole fijamente fijamente a los ojos. Por un segu ndo Matt Matthew hew se s e mos tró indeciso. Era tan tan fácil perderse en l a calidez de su m irada. Hasta que recordó la influencia qu e ella ejercía sobre so bre él y su recelo volvió volvió a aflorar. Alexia Alexia obs ervó dolida com o volvía volvía a coloca rse rs e su caparazón. ca parazón. —Oh, así que piensas que con unas cuantas palabras románticas puedes hacerme recapacitar y salvarme de mí mismo —expresó con desdén—. Princesa, te lo dije una vez. Las relaciones convencionales no van conmigo. No soy esa clase de tipos tiernos que se derriten por su amad a. Mi Mi forma de querer es más primitiva y visceral. Ponte de pie, tengo tengo que apl icarte esto —dijo ense ñándole un bo te de aceite. —¿Qué —¿Qué vas a hacer ahora? —Tranquila, —Tranquila, sol o te daré un masaje pa ra relajarte. Alexia Alexia esbozó es bozó una sonris s onris a apagada apag ada pero pe ro se incorpo i ncorpo ró obediente. obed iente. —Hace un momento me hiciste sangrar a latigazos y ahora te preocupa que esté estresada —comentó con amargo sarcasmo. —Exacto, por fin empiezas a entenderlo —admitió mientras ungía su cuerpo con aceite—. No esperes de mí promesas o juramentos de amor eterno. Conm igo siempre s iempre tendrás lo opues to. Te corregiré cuando te confundas confundas . Te Te castigaré cuando te portes mal . Te Te haré san grar si es preciso . Pero luego es taré ahí para cons olarte entre mis brazos, y cuando tus he ridas se hay h ayan an cerrado volveré volveré a hacerte sang rar porque neces ito tu tu dolor para s entir placer. placer. Esa Esa es la clase de relación que tendrás de mí, Alexia. Una relación tortuosa, os cura y enfermiza pero una relación s incera al fin y al cabo. La cuestión es si aceptas mi forma de amar. —¿Por —¿Por qué no puede s s er diferente? diferente? ¿Por qué tienes tienes que s er así? —sol lozó lozó afligida. —Porque no conozco conozco otra manera de am ar y porque tú me ens eñas te a ser as í. Matthew atthew cerró el bote de acei te, recostó a la j oven oven en la mes a y le colocó una mo rdaza. rdaza. —Sí, —Sí, Alexia —continuó —continuó hablando mientras mien tras obs ervaba ervaba el herm oso cuerpo de la joven ilum inado por las velas—. elas —. Aunque te cues te creerlo fuis fuiste te mi primera m aestra. Tú me enseñas te a soportar soportar tus desplantes, tus tus humillaciones y tus tus burlas a cambio de tu sonrisa como recompens a. Tú Tú hiciste que ansiara tu cruel atención —confesó atando sus muñecas a cada extremo de la mesa —. Luego descubrí la otra cara de la moneda en clubes especializados. esp ecializados. Y aprendí lo que es el sexo s exo sin cens ura, a utilizar utilizar el látigo, a infligir dolor de m anera precis a y controlada. controlada. Me Me convertí convertí en un buen amo, Alexia. Y quiero enseñarte a ser obediente porque ahora te toca a ti someterte —susurró antes de inclinarse sobre ella para besar delicadamente delicadamente sus labios. Acto Acto s egui do fue baja ndo por s u cuello, cuel lo, s e detuvo e n s us pecho s y mordis mo rdis queó s us pezones con mucha mu cha delicadeza. deli cadeza. Alexia Alexia s e retorció de placer e intentó agarrar su cabellera oscura pero tenía las manos firmemente atadas y no podía moverse. Matthew continuó bajando por su
abdomen, llegó a su cintura y se detuvo en la zona de su pubis. Entonces levantó y separó sus piernas, y su sexo rosado quedó totalmente expuesto ante él. Alexia hizo el amago de cerrar las piernas pero Matthew se las separó con más fuerza. Se sentía incómoda, nerviosa. Ningún homb re la había analizado con tanta atención. De repente dio un respi ngo al notar un len güetazo güetazo húm edo en s u coño hincha do. ¿Es ¿Es que quería volverla volverla loca o qu é? Matt Matthew hew le in trodujo un dedo mientras lamía los pliegues de su vagina y succionaba su clítoris en pequeños sorbitos. En un momento dado se empalmó al ver como gemía a través través de la m ordaza ordaza y se retorcía retorcía de placer. Era Era la m ejor tortura tortura que s e le podía haber ocurrido. Aunque Aunque s u tortura tortura su pusiera pus iera también l a suy su ya, porque todo lo que quería era quitarse l a bata y follarla contra la mes a has ta que le ardiera la pol la. Pero se contuvo contuvo y le introdujo otro dedo, imaginando que era otra cosa más gruesa lo que le metía. Alexia gimió, suspiró y se sacudió con más violenta, a medida que él seguía chupándole el coño como si fuera el mejor sorbete que hubiera probado en su vida. Sin embargo, cuando ya estaba a punto de correrse, sonó el timbre y Matt Matthew hew dejó lo que estaba h aciendo para ir a abrir la puerta. «Maldito «Maldito hijo de puta », gruñó Alexia Alexia para sus adentros. La frus tración sexual era mil veces peor que los l atigazos atigazos.. De pronto es cuchó una voz femenina y se qu edó paralizada. —Siento el retraso retraso,, querido. Pero tenía tenía que res olver un asunto. Por cierto cierto ¿por qué tienes la boca m ojada? —Estaba —Estaba cenando —se justificó justificó como s i nada. La muje r giró la cabeza cabeza y al ver ver a la joven joven esp atarrada encima de la mes a, dibujo una sonris a malicios a. —Ya —Ya comprendo. com prendo. —Ven, os presentaré —le dijo antes de sacarle el abrigo para colgarlo en el perchero—. Carol, esta es Alexia, la mujer de la que te hablé. Alexia Alexia esta es ta es Caro l, mi antigua antigu a sumi su miss a. —Oh, es realmente hermosa —comentó la mujer, inclinándose sobre la mesa para contemplar mejor a la joven amordazada. —Y peligros a —puntualizó Matt Matthew—. hew—. Detrás de es a cara angelical se escon de una fiera. Ya Ya me he llevado una patada en lo s huevos, h uevos, así que ten cuidado. Carol s e echó a reír. —¿Es —¿Es que qu e todavía todavía no has cons eguido m eterla en cintura? —Estoy en ello pero neces ita más tiempo y preparación. —Vay —Vaya, a, conmigo no te tomas te tantas tantas m oles tias. Enseguida me es posaste pos aste al cabecero de la cama y me az a zotaste con la fusta. Y por s upues to nunca antes me habías invitado invitado a tu tu casa —se quejó resen tida. —Controla esa le ngua de arpía envidiosa , Carol. Ella Ella también ha probado m i látigo hoy. hoy. Quédate Quédate aquí, ahora vuelvo vuelvo —le ordenó antes de s alir por la puerta. La mujer m ujer aprovechó su aus encia para obs ervar ervar a la joven más detenidame nte. Pero Pero Alexia Alexia seguía petrificada. Aquello no podía ser real. No, de ninguna manera, seguramente era una horrible pesadilla de la que estaba a punto de despertar. Intentó moverse y pedir ayuda. Sin embargo seguía atada a la mesa y la maldita mordaza apagaba sus gritos. Entonces, cuando ya no creía que su corazón podía latirle más rápido, notó un dedo rozando su pecho desnudo. —Shhh, tranquila —ronroneó la mujer—. Sé que al principio esto puede resultar duro y extraño para ti, pero al final acabarás por acostumbrarte. acos tumbrarte. Incluso te gus tará, ya lo verás —le as eguró acariciándol e la cabeza—. ¿Sabes? Matthew Matthew decía que te odiaba pero yo sabía que n o era cierto. Ni te imagina s la de veces q ue se l e escapaba es capaba tu nombre m ientras follábam os. Nunca ha pod ido olvidarte olvidarte Alexia, Alexia, a pes ar de que intenté ser se r una buena sum isa, isa , tú tú siem pre has es tado muy prese nte en su cabeza. Y ahora por fin te te tiene… —añadió —añadió en un tono amargo. De pronto Alexia Alexia escuchó unos pasos, pas os, giró la cabeza y vio a Matthew Matthew empuja ndo un carro m etálico con ruedas . —Traigo —Traigo la cen a —anunció con un matiz juguetón. Carol se acercó a él con una s onris a felina y destapó des tapó la bandeja que había en el carro. —¡Sushi, me encanta el sushi! —exclamó entusiasmada. —Pues —Pues te gustará mucho más cuando veas veas lo que tengo pensado hacer. Se dirigió hacia Alexia, Alexia, encadenó s us tobillos a cada extremo extremo de la m esa y cubrió su cuerpo des nudo con un m antel negro. La joven joven sintió s intió que le sobrecogía la angustia cuando la tela cayó sobre su rostro, y empezó a emitir gruñidos de súplica y protesta. Sin embargo Matthew hizo oídos sordos mientras iba colocando los montoncitos montoncitos de comida a lo largo de s u cuerpo. Carol soltó una carcajada. —Querido, debo decir que es ta vez vez te te has superado sup erado con el cas tigo. ¿Sabía ¿Sabía ella que eras tan retorcido? retorcido? —le pregun tó cogiendo un m ontadito de pescado pes cado de la barriga de Alexia. Alexia. —Tenía una ligera idea. Aunque esta noche está descubriendo al verdadero señor Hans —contestó mordisqueando distraído otro canapé de salmón. —¿Y crees que lo com prenderá? No a todo el mundo le gus tan este tipo tipo de juegos —dijo guiñándole un oj o. Matthew atthew dejó de m asticar, as ticar, la miró fijam ente y torció la boca en una medi a sonrisa. so nrisa. —Te aseguro que a ella también le gus ta jugar duro.
De pronto Alexia Alexia notó notó como alg uien le pelli zcaba un pezón con los dien tes y aulló lastimera. —No te pases de lis ta, Carol. Solo yo yo tengo derecho a cas tigarla —gruñó Matt Matthew hew en u n tono pos esiv esi vo. —Lo siento, solo quería coger el canapé con la boca —se dis culpó con fingida inocencia. —Pues —Pues te aconsejo que utilices las manos, a m enos que quieras quedarte quedarte sin dientes dientes —le advirt advirtió ió con una mirada ases ina. —¡Cuánta hostilidad! —se quejó con los ojos muy abiertos— Está bien, no volveré a ser mala, pero no deberías ser tan protector. Un buen amo no s e mues tra tra indulgente. indulgente. —Tienes razón. Por eso la próxima vez que vuelvas a aleccionarme te despellejaré la espalda para que compruebes que aún empuño la fusta con ma no de hie rro —le advirtió advirtió de nuevo. Carol le miró cohibida y no se atrevió a contradecirle. Sabía lo duro que podían ser sus castigos. Tenía cicatrices por todo el cuerpo que lo demostraban. —Matt —Matthew hew ¿puedo pregun tarte tarte algo? —inqu irió con cautela— ¿Por qué estás haciendo es to? Se encogió de hombros fingiendo indiferencia. —Solo estoy enseñándole un poco de modales. Alexia es una princesita orgullosa que está acostumbrada a que todo el mundo la complazca, y ya sabe s que a m í no me gusta que me des autoricen —le dejó caer con un gesto am enazador. —Entiendo. —Entiendo. Quieres pulirla pa ra que se a una gatita obediente. —Y para que apren da a no volver volver a meter las narices donde no le llaman. llam an. Alexia tiene tiene la m anía de sal irse s iempre iemp re con la s uya y debe entender que es peligroso provocarme. Ya no soy el tonto que manipulaba a su antojo. Desafiarme puede conllevar consecuencias como esta —dijo observ obs ervando ando s u cuerpo maniatado y cubierto por la sábana. —Pues —Pues en ese cas o a m í se me ocurre ocurre una forma de doblegarla mejor. De repente barrió con una m ano todo el su shi que q ue había encima de Alexia, se inclinó i nclinó hacia dela nte y besó bes ó a Matt Matthew. hew. —¿Qué —¿Qué es tás hacie ndo? —preguntó con voz dura. —Querido, si quieres hacerle ver que has cambiado tienes que demostrarle que ya no eres suyo. Que solo tú eres dueño de tu voluntad. — Matthew atthew hizo el amago de apartarla pero Carol sujetó s u cara entre sus m anos —. Que puedes es tar con cualquier cualquier m ujer que te plazca plazca —añadió mirándole fijamente. fijamente. Matthew se mantuvo estático, resistiéndose a obedecer. Le costaba dar el paso porque no quería herir a Alexia. Castigarla era una cosa, herirla iba mucho más allá de lo que había planeado. Sin Sin embargo Carol volv volvió ió a pegar s us labios a los suyos, esperando que demostrara su autoridad, y finalmente acabó devolviéndole devolviéndole el bes o. La angus tia se apod eró de Alex Alexia. ia. ¡Se ¡Se estaban enroll ando! No, no sería capaz de llegar tan lejos. Era demas iado m ezquino ezquino inclus o para él, se dijo en un intento desesperado por calmarse. Entonces escuchó algo más que unos besos, escuchó también el chasquido de una tela al desgarrarse, y de repente una presión espantosa aplastó sus costillas. Se quedó totalmente congelada. No solo se estaba tirando a esa zorra, sino que lo estaba haciendo encima encima de ella como si fuera realmente realmente una mes a. Las lágrimas cayeron cayeron por sus mejillas a medida que notaba el vaivén de las embestidas y los jadeos de la mujer. Se mantuvo rígida, tenía la sensación de que en cualquier pestañeo se rompería en mil pedazos como una frágil copa de cristal. De vez en cuando sentía también la fricción de sus genitales a través de la fina sábana y tuvo que cerrar la boca para contener contener las náus eas. Matthew atthew s iguió pen etrando a Carol con rapide z y sin ninguna em oción. Quería Quería dem ostrarle a Alexia Alexia y así as í mismo mis mo qu e era un ho mbre lib re. Que Que ya no ejercía ningún influjo sobre él y que si quería follarse a otra mujer podía hacerlo sin sentirse culpable. Pero la opresión que atenazaba su corazón no hacía más que contradecirlo. Furioso, cogió a Carol por las caderas y la bombeó más rápido para terminar cuanto antes con aquella situación. La mujer fue subiendo el volumen de sus gemidos a la vez que Matthew incrementaba el ritmo de sus sacudidas, hasta que le sobrev so brevino ino el éxtasis y gritó todo lo que pudo pa ra fastidiar a Alexia. Alexia. Llevaba tanto tanto tiempo s iendo el s egundo pl ato que el placer de la venganza venganza fue superior al del orgasmo. Cuando a cabaron Matthew Matthew se volvió volvió a colocar la bata y le entregó s u vestido, deseando despacharla des pacharla de u na vez. vez. —Está —Está algo roto pero creo que te te lo puedes poner sin problemas . Carol s e vistió en si lencio. Ya Ya es taba acostumb rada a s u trato frío frío y cortante. cortante. —Querido, sigues sig ues s iendo un m agnifico follador. follador. Si quieres repetir algún día, ya sabe s —le dejó caer. Él se m antuvo antuvo serio y distante. Nunca en su vida se había s entido tan asquead o. —No creo que es o vuelva vuelva a s uceder —objetó con franqueza. franqueza. Carol contempló contempló s u expresión expresión os cura y comprendió comprendió que hablaba en s erio. —Muy —Muy bien, pues en ese cas o espero que s eáis felices y comáis perdices —replicó enfadada antes antes de alejars e taconeando taconeando hacia la puerta. En cuanto se m archó, Matt Matthew hew s e acercó a la m esa, esa , retiró retiró la s ábana de Alexia y le quitó la m ordaza. —¿Te —¿Te encuentras b ien?
Alexia Alexia obs ervó la l a ans ieda d que reflejaba refleja ba su rostro ros tro y se s e convenció de que estaba es taba ante un s ádico con trazos trazos de bipolarid bipo larid ad. Tan pronto se mos traba traba amable como la tortur torturaba aba s in piedad. —Suéltame. —Alexia… —He dicho que me sueltes —ordenó más cortante. cortante. Matthew atthew se fijó en s u extrema extrema palidez y se apres uró a desatar las lig aduras q ue la suje taban a la mes a. —Escucha —empezó a disculpars e—. Sé que ha sido una prueb a dura para ti, pero te prometo que lo ocurrido con Carol no es taba planeado. —¿Una dura prueba? —Se rió Alexia con furioso sarcasmo—. Eres un maldito hijo de puta y maldigo el día que volviste a cruzarte en mi camino —expresó llena de rabia. Después se enjugó las lágrimas con la m ayor ayor dignidad posible, se vistió deprisa deprisa y se fue s in mirar atrás. atrás. Matt Matthew hew la vio salir de su casa con la sensación de que el suelo se abría bajo sus pies. Pero hizo acopio de fuerzas y con toda la entereza que le quedaba, se dirigió al mueble-bar, se sirv si rvió ió un whi sky y fingió que todo s eguía igual. Afuera Afuera llovía a cántaros , el viento arras traba los cubos cubo s de bas ura y los l os paraguas para guas de los transeúntes trans eúntes . Los carteles que colga ban de las fachadas de algu nos lo cales s e balanceaban y chirriaban. La gente corría corría de un lugar para otro buscando donde refugiars e del aguacero. A casi todos les había cogido desprevenidos la tormenta. Alexia Alexia era una m ás de las que corría cal le aba jo con la s m anos metidas me tidas en los bols illos illo s de d e su s u gaba rdina. rdina . Pero ella no b uscaba us caba protegers p rotegers e de la lluvia ni del viento. viento. Ella Ella huía de su propio do lor. Cuando lleg ó a casa todo es taba en penumbra y silencio. Los relá mpag os iluminab ilu minab an de vez vez en cuando el salón con un resplandor tétrico y azulado. Los truenos retumbaban por toda la estancia como un reflejo de su corazón demolido. Alexia dejó las llaves en la mesita, se quitó el abrigo chorreando agua y arrastró los pies hacia el jardín. Estaba tan aturdida que no notaba como su cuerpo temblaba de frío. Se refugió bajó un árbol y se quedó quieta, frotándose los brazos mientras contemplaba la oscuridad que asolaba su alrededor y dentro de ella. De repente observó unas iniciales grabadas en la corteza del árbol. Levi y Ally, amigos para siempre . Y se echó a reír con amargura al recordar ese día en que también habían sellado su amistad con un juramento de sangre. Qué ironía, el Matthew de ahora era incapaz de hacer una simple promesa. Ya nada quedaba de aquel niño dulce. La vida lo había convertido en un ser egoísta y retorcido que solo sabía sa bía infligir dolor. Y rompió a l lorar al comprend er que todo estaba perdido . —¿Alexia? —¿Alexia? —descolgó Matthew atthew en cuanto leyó su nom bre en e l teléfono. —Tú tenías tenías razón. Debí hacerte hacerte caso cas o cuando m e advertis advertiste te sobre él. ¡Es ¡Es un u n mon struo! —gritó —gritó entre lágrima s. Matthew atthew entrecerró los ojos , compungido. —Alexia sé que te he hecho daño pero debemos vernos. Necesito hablar contigo —le suplicó demasiado atormentado como para seguirle el uego. —No, ya es tarde para eso. Ya no hay nada de que hablar. Esta noche he comprendido que Levi murió hace tiempo. Adiós, fue bonito reencontrarnos reencontrarnos y echaré echaré de menos nuestras charlas pero ahora debo des pedirme para siem pre. —Alexia espera, no me cuelgues. ¡Alexia! —gritó fuera de control. Pero ya ya s olo se escuchaba el s onido de la línea comunicando. irritado. ¡Mierda!, m asculló irritado. Tiró el móvil contra la pared, pasó una mano por su cabellera oscura y empezó a caminar de un lado para el otro como un animal enjaulado. ¿Y ahora qué iba a hacer? ¿Correr en su busca para suplicarle perdón de rodillas? Cogió el abrigo dispuesto a hacerlo. Entonces lo meditó un segundo y se detuvo detuvo en s eco. ¿Iba ¿Iba a pedirle perdón por ser como era? ¿Por ser sincero? Puede que el castigo se le hubiera ido de las manos, pero lo había hecho con el firme propósito de mostrarle la verdad. Y la verdad es que él era así, oscuro y perverso. ¿Qué culpa tenía si había pues to las cartas sobre la me sa y ella había había determinado s alir corriendo? Así que fin de la historia. Debía resp respetar etar su decisión . Sin embargo algo dentro de Matt Matthew hew se ne gaba a resig narse . Alexia Alexia termi nó de embala em balarr las últimas últim as cos as que l e quedaba que daba n en ca sa. sa . Había pas ado cas ca s i un m es y aún n o pod ía creers e que fuera a dar d ar un paso tan importante. Pero ya era un hecho. Dentro de unos días cogería un avión rumbo a Londres y dejaría atrás todo cuanto conocía para empezar de cero en otra ciudad, con distinto clima y distinta gente. Suspiró agobiada. Se encontraba tan vacía por dentro que no sentía ninguna emoció n. Solo quería que todo acaba ra de un a vez. vez. El móvil volvió volvió a vibrar vibrar encima de l a mes ita y Alexia lexia se s e estrem eció de arriba abajo. Sabía que era él. Llevaba Llevaba llam ándola durante s eman as pero pe ro no había querido caer en la tentación de coger el teléfono. Estaba decidida a olvidarle y pasar pas ar página. Aunque Aunque s abía que ya nunca volver volvería ía a ser la mis ma. Siempre s ería ería como un jarrón roto recompuesto recompuesto con pegam ento. ento. —Otra —Ot ra vez vez pens ando en el ba nquero —le interrumpió una voz a sus espaldas es paldas . Alexia Alexia salió sa lió de s u aturdim iento y s onrió apena a pena da. —Intento —Intento no hacerlo. —Pero es comp licado ¿verdad? ¿verdad? —apos tilló Anthony Anthony con una mi rada comprens iva. iva. As As intió cabizbaja cabi zbaja y Anthony cruzó cruzó el salón s alón para p ara abraz abra zarla.
—No te preocupes por nada . M Muy uy pronto estarás l ejos de aquí y ese cerdo ya ya no podrá m oles tarte tarte —le prometió me ciéndola entre su s brazos. Luego le d io un peque ño bes o en la cabeza y fue a por un par de cervezas cervezas.. Alexia lexia dibujó una s onrisa mientras mien tras veía veía como s e dirigía a la cocina silbando. En los últimos días Anthony se había convertido en su máximo apoyo. Casi no se había separado de su lado. Incluso había movido contactos para conseguirle el empleo en Londres. Sin duda era su ángel de la guarda. —Nunca te agradeceré lo suficiente todo lo que es tás haciendo po r mí —le dijo cuando volvió volvió con las cervez cervezas as.. —No tiene importancia. Solo Solo quiero que s eas feliz —contestó sonriente antes de abrir su lata. —Dime la verdad ¿aún ¿aún te sientes culpa ble por haber roto nuestro compromis o? —No dejo de darle vueltas a que pos iblem ente me equivoqué —reconoció avergonzado. avergonzado. —Yo —Yo no lo creo. Nues tro matrimonio habría sido un error —le aseguró convencida de sus palabras . Anthony Anthony se enco gió de homb ho mbros ros.. —¿Quién —¿Quién s abe? A lo mejor me jor no habría estado tan mal —s ugirió divertido. divertido. —Tonterías. Ninguno de los dos estábamos preparados para dar ese paso. Tú querías viajar y conocer mundo, y yo solo soñaba con no perderme ninguna fiesta. fiesta. La verdad verdad es que no s é en qué es taban pensando nuestros padres para proponer ese compromis o. —Supongo que buscaban unir nuestras fortunas y apellidos. —Pues no les salió sal ió muy bien —apostilló Alex Alexia ia risue ña. Anthony Anthony tam también bién s e echó a reír y levantó su lata la ta de cerveza cerveza para propon er un brind is. is . —Por —Por los enlaces rotos a tiempo. —Por —Por las balas perdidas sin remedio —añadió chocando chocando su lata con la suya. De pronto llamaron al timbre y sus risas se quedaron congeladas en el aire. Alexia se disculpó, dejó la cerveza encima de una de las cajas de cartón y fue a abrir la puerta. Cuando vio de quien se trataba su sonrisa se borró de un plumazo y se quedó totalmente paralizada. Matthew la observ obs ervaba aba s erio y rígido como un palo. —Tenemos —Tenemos que hablar —dictaminó —dictaminó rompiendo el s ilencio. Alexia Alexia salió sa lió de s u aturdim iento y adop tó una expresión expresi ón dura. dura . —Tú y yo ya ya no tenemos nada que hab lar. Nos dijim os todo hace un m es. es . Hizo el amago de cerrarle la puerta en las narices p ero él fue más rápido y se coló dentro. Alexia Alexia retrocedió retrocedió al verse verse a corralada. —Te —Te he dejado m iles de mens ajes y llamadas. ¿Se puede saber por qué no contestabas? —le reprochó reprochó mientras la seguía por el pasillo. Hasta que algo se interpuso entre los dos y lo frenó en seco. Matthew observó la mano de Anthony clavada en su pecho y le fulminó con la mirada. —Apártate de mi camino ahora mismo —siseó con aire amenazador. —O si no qué —le des afió. Alexia Alexia obs ervó como los ojos del banque ba nquero ro des prend ían llam aradas arada s de furia y decidió i ntervenir antes de d e que la s angre llega l lega ra al río. —Anthony —Anthony será m ejor que te marches. Luego te llamo —le su plicó tirando de la manga de s u chaqueta. —Pero… —Hazme —Hazme cas o, por favor favor —insis tió nervios nerviosa. a. Anthony Anthony contempló contemp ló la angus ang us tia reflejada reflejad a en su ros ro s tro y optó por no ocasi oca sionarl onarl e más problem probl emas as.. —Está bien. Pero cualquier cualquier cos a me lla mas . Y Yo o estaré es taré fuera fuera es perando —le as eguró dirigiend o a Matt Matthew hew una m irada de advertencia. advertencia. Él se la de volvió con la mis ma hos tilidad mien tras lo veía veía encami narse h acia la puerta. Después centró toda toda s u atención y cólera en Alexia. Alexia. —Tiene gracia. Yo Yo preocupado por ti y resulta resu lta que ya ya tienes quien te cons uele —le recrimi nó con ironía. —No es de tu incumbencia lo que yo haga. Matthew atthew igno ró su s u comentario com entario y la aferró del brazo. brazo. —Dime qué hacía él aquí —gruñó movido movido por los celos . Alexia Alexia s e s oltó de un tirón, le lanzó u na mirada mi rada ases as esina ina y le dio la espald es pald a. Matthew Matthew volvió a s eguirla egui rla por el pas illo dis pues to a exigirle una respuesta. Pero Pero cuando vio vio los muebles embalados, las cajas apiladas en un rincón y las las maletas al pie de la escalera, fue fue como s i le s oltaran oltaran un puntapié en la boca del estóm ago. —¿Qué —¿Qué significa s ignifica todo eso? ¿Es que te vas vas? ? —preguntó desencaja do.
—Sí. —¿Adónde? —Tampoco es a sunto sun to tuyo. tuyo. De repente el miedo s e apoderó de él y emergi ó en forma de rabia. —No lo voy voy a permitir —le juró con una mi rada penetrante. —¿Y —¿Y cómo cómo piens as impedirlo? —Sabes que tengo mil formas de hacerlo. Así que no me pongas a prueba —masculló entre dientes. Alexia Alexia se en cogió de d e hom bros . —Haz lo que qu ieras . Muy Muy pronto venderé venderé es ta casa y me iré lej os de aquí —alegó con aire indiferente. —Dudo que es o vay vaya a a suceder. su ceder. Esta Esta casa cas a pertenece al banco, o sea a m í, y si quiero qu iero te la puedo arrebatar en cualquier mo mento. —Tú me perdonaste la deuda —le recordó furiosa. —¿En —¿En serio? Pues acabo de cambiar de opinión. Los banqueros s omos así de inestables —alegó con una sonrisa triunfal. triunfal. —Eres un maldito tramposo. Pero ya no tienes forma de chantajearme con tus amenazas. ¿Quieres la casa? Adelante, toda tuya. ¿Quieres quitarme el dinero que m e queda? Pues ha zlo. Me Me da igual quedarm e sin nada . Yo Yo segu iré con mis p lanes y tú no podrás imp edirlo. El terror se apoderó n uevamente de Matt Matthew hew y dejó a un lado su orgullo. —Alexia, espera. Todo esto se nos está yendo de las manos. Vamos a hablar tranquilamente. Estoy seguro de que podemos llegar a un acuerdo. Soy bueno neg ociando. Ella se echó a reír con incredulidad incredulidad . —¿Otro acuerdo? No gracias. Estoy segura de que viene con letra pequeña. Además es inútil que hablemos. Tú y yo no podemos entendernos. —Eso no es cierto. Tú y yo fuimos buenos amigo s. ¿Lo has olvidado? —¿Ahora —¿Ahora te pones tierno? —le preguntó a su vez de forma burlona. Matthew atthew iba a contestarle cuand o de pron to sonó el timbre y volv volvió ió a enfadarse. —Parece que ese idiota entrometido está bus cando que le parta la cara —gruñó —gruñó apretando los puñ os. —No te atrevas atrevas a tocarle un pelo —le am enazó furios furios a. —Pues —Pues por su bien no le dejes entrar entrar —la advirt advirtió ió con una m irada ases ina. Alexia Alexia giró s obre s us talones talone s y se precipitó pre cipitó hacia ha cia la puerta pu erta antes de que tratara de i mpedírs mp edírs elo. Sin em bargo , cuando abrió, ab rió, se quedó q uedó p erple ja. Y no era la ún ica, Matt Matthew hew s e había quedado como u na es tatua tatua de hie lo. —¿M —¿Mamá, qué diablos haces aquí? —preguntó —preguntó sin s alir de su asom bro. —Vengo —Vengo a hablar con la señorita O’donnell so bre algo que lleva atormentándom atormentándom e mucho tiempo. Algo que me im pide conciliar el su eño por las noches . Pero me alegra verte aquí porque esto tambi én te atañe a ti, hijo —manifes tó, observ obs ervándole ándole con tristeza tristeza y vergüenza. vergüenza. Luego de svió la mirada h acia la joven, que s eguía descolo cada con la s ituación—. Señorita O’donnell O’donnell ¿tiene un rato para mí? —Sí, —Sí, pase po r favor favor —contestó haciéndos e a un la do de la p uerta. Alexia Alexia y Matthew la s iguieron igui eron por el pas illo mientras mi entras s e miraba mi raban n des concertados concertad os . La señora se ñora Farrell se detuvo en el s alón y obs ervó s u alrededor con un se mblante mbla nte nostálgico y som brío. Aquella cas a le traía traía muchos recuerdos . Y no todos eran buenos . —Bueno usted dirá, señora Farrell —dijo Alexia, sacándola de sus pensamientos. Se fijó en que su hijo perm anecía callado pero no dejaba de in terrogarla con la mirada. Era evidente evidente que su p resen cia allí no le hacía la menor gracia. Y lo peor de todo es que, cuando dijera la verdad, seguramente la odiaría para siempre. Pero no podía seguir guardando ese secreto. Era una cruz demasiado pesada de soportar. —Veréis, yo tenía treinta años cuando acababa de enviudar de mi primer marido —dijo mirando a Matthew—. Entonces se presentó en el velatorio un viejo ami go que no veía veía hace años. Él sabía que me había quedado s ola con un niño pequeño y quiso ayudarme. Por lo que al poco tiempo entré entré a trabajar en su cas a como am a de llaves. —¿Mi —¿Mi padre y usted eran a migos? migo s? —preguntó Alexia. Alexia. —Sí, —Sí, él y yo nos conocíamo s des de niños y salimos sal imos juntos durante un tiempo. Hasta que s e marchó a es tudiar fuera fuera y yo empecé a s alir con el padre de Matt Mattis is —contestó con una so nrisa nos tálgica. —Muy —Muy conmovedora la his toria pero me gustarí gus taría a que fueras al grano —rezongó Matt Matthew. hew. Cada vez se le l e veía veía m ás tenso y expectante. expectante. La señora se ñora Farrell de repente repente notó como se le llena ban los oj os de lág rimas y tragó saliva para controlar controlar la emoción. —Como iba diciendo Paul m e ofreció su ayuda y empecé emp ecé a trabajar en su cas a. Al Al principio todo transcurrió con norm alidad. Él era un padre de familia y yo una mujer viuda. Pero pronto empezamos a charlar de los viejos tiempos, nuestras charlas se fueron haciendo más frecuentes y terminam os por p or revivir revivir un amo r que creíamos o lvidado. lvidado. —¿Y mi m adre s abía que eran aman tes? —la interrumpió Alexia. Alexia.
La señora Farrell asintió tristemente. —Ella puso el grito en el cielo cuando se enteró. Aunque en realidad su matrimonio llevaba muerto años. Pero no se planteaba el divorcio porque le daba miedo perder su pos ición económica y social. —Así que no te despidieron por lo que dijo Alexia, sino porque la señora O’donnell se enteró que su marido tenía un lío de faldas con su empl eada y no le hizo hizo ninguna gracia —dedu jo Matt Matthew hew con cruel s arcasm o. Era su man era de desq uitarse con su m adre. Se Se sentí sen tía a furioso y engañado. —La señora O’donnell no s olo me des pidió. También se en cargó de tirar de contactos contactos para cerrarme todas las pu ertas de la ciudad. Ella fue fue la verdadera culpable d e nues tra desgracia —concluyó en un tono tono afligido. —¿Y mi padre no hizo nada para ayudarla? ayudarla? Al fin y al cabo también tenía tenía parte de culpa —terció Alexia. Alexia. —Él era un hombre importante de negocios y tampo tampo co quería verse verse s alpicado por un es cándalo am oroso , por lo que no tuvo tuvo más remedio qu e aceptar aceptar la decisión de su es posa. —Aun —Aun as í pienso que adoptó una postura demas iado cómoda —replicó —replicó decepcionada. decepcionada. —No, le aseguro que no fue fácil para él —insistió la señora Farrell—. Paul me quería mucho y sé que renunciar a mí le rompió el corazón. Pero en aquella época los divorcios estaban mal vistos por la sociedad y ante todo era un padre de familia. ¿Se da cuenta? No quería que nadie señalara a su hija por su culpa. Lo que no sabía es que su esposa, lejos de contentarse con echarme de su casa, iba a hacerme la vida impos ible —agregó —agregó en un tono amargo. Después se enjugó las lágrimas—. Pero Pero ya ya no tiene sentido pensar en es o. Si he venido venido hasta aquí ha sido para poner fin a tanto sufrimiento. Cuando supe que os habíais vuelto a reencontrar, tuve miedo y traté de impedir que la historia volviera a repetirse. repetirse. Sin embargo he comprendido que no s e puede controlar controlar los s entimientos. entimientos. Escuchad —digo cogiendo cogiendo las manos de los dos—, vosotros vosotros aún estáis a tiempo de ser felices. No dejéis que el rencor pueda más que vuestros sentimientos. Ya es hora de dejar atrás el pasado y empezar de nuevo —concluyó —concluyó uniendo la mano m ano de Alexia Alexia a la d e su s u hijo. Matthew atthew y Alexia lexia intercambiaron una m irada cargada de compli cidad y la señora Farrell aprovechó ese m omen to para irse s in hacer ruido. Ya Ya no tenía nada que hacer allí. Ahora eran ellos los que debían conversar y tomar una decisión. Pero aunque los dos tenían mucho que decirse, no encontraban las pal abras ade cuadas p ara expresa expresa r todo todo lo que s entían. entían. Se habían hecho tanto tanto daño. —¿En —¿En qué es tás pens ando? —le preguntó Matt Matthew hew con s uavidad. —En cómo habrían sido nuestras vidas si tu madre y mi padre hubieran decidido continuar adelante con su relación. Seguramente tú te habrías mudado a esta casa, habríamos ido a la misma universidad, habríamos mantenido el contacto y a día de hoy seguiríamos juntos. Matthew atthew le levantó levantó la barbilla b arbilla con un dedo y la miró con d ulzura. —El final final no tiene por qué cam biar —le dejó caer. —Es demas iado tarde tarde para eso. Han pasado m uchas cosas desagradables entre nosotros. Nos hemos hecho mucho daño —expresó —expresó con tristeza. Alexia Alexia hizo el amag o de es quivarle pero él é l le aferró del bra zo. —No quiero que te marches , Ally. Ally. Te necesito aquí conm igo —le s uplicó de p ronto. Alexia Alexia lo m iró s orpren dida. dida . Era lo m ás cercano a una decla ración de am or que había es e s cuchad o de sus su s labios labi os . Por des gracia lo s ucedi do en su casa le había había hecho comprender que no podían estar juntos. juntos. —Lo siento, pero pero la decisión ya está tomada —mus itó al borde de las lágrimas. Sentía Sentía como como s us propias palabras ras gaban sus entrañas. entrañas. —¿Es —¿Es porque po rque es tás liada con es e imbé cil de Anthony Anthony? ? —preguntó con rabia. Alexia Alexia se di o la vuelta y lo miró m iró furios a. —No, es porque tú te encargaste de borrar de un plumazo todas mis esperanzas —le reprochó llorando—. Yo tenía la ilusión de empezar un proyecto en común. Por una vez me veía sentando la cabeza, estudiando de nuevo, viviendo contigo en un pequeño apartamento. Pero tú me dejaste claro que no es pos ible. —¿Y quieres saber por qué? —gritó enfadado— Porque siempre que he intentado mantener una relación normal ha sido un rotundo fracaso. Yo no soy de esa clase de tipos que esperan a sus novias con una sonrisa estúpida y un ramo de flores. No sirvo para convivir en pareja. Me he acostumbrado a la soledad. A no contar con nadie más que conmigo. Pero está bien, si es lo que quieres lo intentaré. Si con alguien puede funcionar es contigo. —Oh pues muchas gracias por s u esfuerzo, señor señ or banquero, pero ya ya no es neces ario. Ahora Ahora cuento con mis propio s plan es. Matthew atthew ma ndó al cuerno s u intento de reconciliación y pasó pas ó a lo que m ejor sa bía hacer. —No lo voy voy a consen tir ¿me oyes oyes? ? No piens o permitir que te marches de la ciudad —le as eguró si guiéndola hacia el jardín. —No veo veo la m anera en que lo puedas impedir —alegó sin detenerse. —Te subiré los interes es, te haré la vida vida un infierno si hace falta —le —le amen azó azó preso de la des esperación. esp eración. Alexia Alexia se di o la vuelta y le plantó pla ntó cara.
—Ahí —Ahí está el verdadero Matthew Matthew Hans sin su disfraz dis fraz de cordero. —¡Sí! —¡Sí! —gruñó— Así Así s oy yo. yo. Un cabrón egoísta capaz de ha cer lo q ue s ea po r cons eguir lo que q uiere. Y te te quie ro a ti, Alexia. Así que qu e m ás vale que te olvides de es a tontería tontería de vender la cas a y mudarte. —El problema, señ or Hans , es que yo me he dado cuenta de que no q uiero es tar con un cabrón egoísta. No soy como tú. —Y una m ierda —le es petó—. ¿Quieres ¿Quieres que habl emos claro de una vez? vez? —¿A qué te refieres? Matthew atthew es bozó una sonris a burlona y con un rápido movimiento la atrajo hacia él. —Contéstame con sinceridad a esto. ¿Qué es lo que te molestó en realidad? ¿Qué te azotara o me follara a otra mujer? —le preguntó con un susurro provocador. Alexia Alexia levantó la man o y s in pensá pen sárs rselo elo dos do s veces le l e soltó so ltó una bofetada . —Ya —Ya veo veo cual es la respue sta —contestó él, llevándose la mano a la meji lla golpeada. —¡Eres —¡Eres un cerdo! Matthew atthew rom pió en una carcajada y la volv volvió ió a coger por la cintura. —Reconócelo, Alexia. Alexia. A ti no te m olestó oles tó que te encaden ara a l a ducha, te m ojara con agua h elada y te azotara. azotara. Ni siq uiera te m olestó oles tó que te usara de bandeja. Apuesto a que eso incluso te puso cachonda —supuso con una expresión arrogante—. A ti lo que te tiene molesta es lo que pasó pas ó con Carol p orque s ientes que te fui fui infiel. ¿Me ¿Me equivoco? Alexia Alexia no pudo des d esme mentirlo ntirlo y Matthew es bozó una so nris a triunfal. —No tienes m otivos otivos para p ara ponerte celosa. Lo que hub o entre Carol y yo solo so lo fue sexo. No significó s ignificó nada es pecial. —Gracias —Gracias por aclarármelo, ya me sien to mucho me jor —replicó con ironía. Pero cuando hizo el ama go de apa rtarlo, Matthew atthew la em pujó contra un árbol y la acorraló entre sus brazos. brazos. —Perdona por provocarte provocarte un ataque de cuernos. Ahora Ahora ya entiendes entiendes lo que s entí yo yo tantas veces veces cuan do te enrollabas con otros chicos — murmuró cerca de s u oído. Ella notó como s e le ponía la piel de gall ina y se le l e aceleraba el corazón. —Yo —Yo no m e tiré a nadie del ante de ti —protestó. —protestó. —Pero te dejabas tocar y besar a sabiendas que yo te observaba a escondidas. Jugabas con mis sentimientos y te reías de mí. ¿No es eso igual de mezquino? —le reprochó con suavidad—. Créeme Alexia, yo mejor que nadie sé lo que hiere la afiliada daga de los celos. Y no me apuñalaste con ella solo una vez. Fueron muchas veces. Ya ves, querida, somos unos maestros en despedazarnos mutuamente. Pero ahora te pido que enterremos enterremos el hacha de guerra y hagamos una tregua —le suplicó rozando rozando con sus labios la curva curva de s u cuello. Alexia Alexia dejó es capar un s uspiro us piro m ientras notaba com o su m ano s e colaba colab a por el interio r de su es cote. —No funcionará, funcionará, Matt Matthew hew —murmuró acalorada por el deseo—. Los dos som os demasiado obstinados y temperamentales. temperamentales. Nos pas aremos el día discutiendo discutiendo —le dejó caer al notar notar como su boca hambrienta hambrienta buscaba s us pechos . —Sin duda es lo que ocurrirá —le aseguró antes de mordis quearle un pezón. pezón. Alexia, Alexia, excitada, excitada, enterró s us dedos d edos en su s u cabellera cabel lera os cura. —No dejaré de provocarte provocarte para sa lirme con la m ía. Entonces tú te desquiciarás . —Y tendré que atarte atarte a la cama cama para cas tigarte tigarte —añadió Matt Matthew hew mien tras le desl izaba izaba las b ragas po r debajo de la falda. —Maldita —Maldita sea, no se por qué, pero eso s uena genial —reconoció al borde del colaps o. Matthew atthew em itió una risita, la asió de las cad eras y la penetró hasta el fondo. —Oh Ally, Ally, eres m i alma gem ela —le sus urró contra contra su boca. —Y tú la mía —contestó —contestó sellando su am or bajo el mis mo árbol en el que habían grabado sus iniciales.