TEORÍA PSICOANALÍTICA
Maurício Castejón Hermann
ACOMPAÑAMIENTO TERAPÉUTICO Y PSICOSIS ARTICULADOR DE LO REAL, SIMBÓLICO E IMAGINARIO
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Maurício Castejón Hermann
Acompañamiento terapéutico • • y ps1cos1s Articulador de lo real, simbólico e imaginario
TRADUCCIÓN DE JIMENA GARAY CORNEJO
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Castejón Hermann, Maurício
Índice
Acompañamiento terapéutico y psicosis : Articulador de lo real, simbólico e imaginario - l" ed. - Buenos Aires: Letra Viva, 2014.
228 p. ; 23 x 16 cm. ISBN 978-950-649-549-7 l. Psicoanálisis. l. Trad.: Jimena Garay Cornejo
CDD 150.195
NOTA DEL AUTOR PARA LA EDICIÓN ARGENTINA.
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PRESENTACIÓN .
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INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13 CAPÍTULO l. La reforma psiquiátrica y el surgimiento del acompañamiento terapéutico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23 Dirección editorial: LEANDRO SALGADO
Traducción del portugués: ]IMENA GARAY CORNEJO
© 2014, Letra Viva, Librería y Editorial Av. Coronel Díaz 1837, (1425) C. A. de Buenos Aires, Argentina E-MAIL:
[email protected] / WEB PAGE: www.imagoagenda.com © 2014, Maurício Castejón Hermann
Primera edición: Septiembre de 2014 Impreso en Argentina - Printed in Argentina
1.1 La comunidad terapéutica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24 . 27 1.2 La comunidad terapéutica y el acompañamiento terapéutico . . . 1.3 La psiquiatría democrática italiana. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32 1.4 La psiquiatría democrática italiana y el acompañamiento terapéutico . . . . . . 34 1.5 La psicoterapia institucional francesa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 38 1.6 La psicoterapia institucional francesa y el acompañamiento terapéutico . . . . . 46
CAPÍTULO 2. Freud y la paranoia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .... 53 2.1 Freud, la hipnosis y sus primeras formulaciones sobre la teoría de la histeria . . 54 2.2 Freud y sus formulaciones iniciales sobre la teoría y la clínica de la paranoia . . 59 2.3 Fred, la constitución de la subjetividad y la paranoia: un abordaje metapsicológico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 64 2.4 Freud y el caso Schreber: una concepción ética del psicoanálisis ante la escucha del delirio. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74
CAPÍTULO 3. Puntualizaciones sobre el padre en el psicoanálisis: un avance teórico y una dirección clínica para el tratamiento posible de las psicosis ... 85
Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723
Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra bajo cualquier método, incluidos la reprografía, la fotocopia y el tratamiento digital, sin la previa y expresa autorización por escrito de Jos titulares del copyright.
3. 1 Los tres tiempos del Edipo en Lacan . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89 . l. l El primer tiempo del Edipo en la neurosis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92 .J .2 El segundo tiempo del Edipo en la neurosis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 94 .,. 1.3 El tercer tiempo del Edipo en la neurosis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 96 .2 El esquema R, su formalización de los tres tiempos del Edipo y la topología ligada al campo de la realidad: el corte en la dirección del tratamiento de las neurosis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .97 113 .3 La paranoia y el Edipo en Lacan . . . . . . . . . . . . . 114 3.3. 1 La paranoia a partir de la teoría lacaniana del Edipo
3.3.2 El delirio de Schreber, el esquema I para formalizar el campo de la realidad en la paranoia y una indicación para el tratamiento posible de las psicosis: la construcción delirante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 116
CAPÍTULO 4. La instalación del dispositivo de tratamiento . . . . . . . . . . . 129 4.1 De la demanda de tratamiento que viene de otro a la instalación del dispositivo de tratamiento, o los tiempos previos para el establecimiento de la transferencia y el acompañamiento terapéutico .. ... . .. . . . . .. . 132 4.2 Caso Emerson, o el no querer saber de tratamiento alguno .. . . . . . . . . . . . 140 4.3 Caso Beto, o la calle como espacio transicional. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145 4.4 Caso Joao, el acompañante terapéutico como persona grata: o la transferencia pertinente para la instalación del dispositivo de tratamiento . . . . . . . . . . . . . . 148 4.4.l La construcción del dispositivo de tratan1iento en la paranoia . . . . . . . .. 155
CAPÍTULO 5. Una nueva indicación clínica para el tratamiento posible de las psicosis: el sinthome y el lazo social. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159 5.1 La noción de real y el nudo borromeo ... . . . . . .. .. . . . . . . .. ... . 5.2 El Nombre-del-Padre y la paranoia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5.3 La escritura de Joao o un ejemplo de construcción del sinthome .. ... .. . 5.4 De la teoría del lenguaje a la teoría de los nudos borromeos o ... ¿existe una ruptura epistemológica entre el significante y la topología? . . . . . . . . . . .
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CAPÍTULO 6. El sinthome y el acompañamiento terapéutico . . . . . . . . . . 183 6.1 La escena traumática, la Otra escena, el lazo social o ... ¿de qué trata el concepto de escena en el AT? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6.2 Caso Lourival o el ATy su contribución a la construcción del sinthome ... . 6.2.1 El primer tiempo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6.2.2 El segundo tiempo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . 6.2.3 El tercer tiempo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 6.2.4 El cuarto tiempo. . . . . ... ... .. . . . . . . . . ... . . . . . . . . . . . . 6.3 El AT, la paranoia y su nudo de trébol. .. o el AT en su función específica para la construcción del sinthome . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6.4 Consideraciones preliminares sobre la transferencia en el AT con paciente paranoicos ... o los tiempos del sujeto en el AT . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Consideraciones finales o .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El instante de mirar ... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. El tiempo de comprender . . . . . . . . . . . . . . .. . . .. . . . . . . . . . . . .. El momento de concluir . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . REFERENCIAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . • . . . . . .
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Nota del autor para la edición argentina
Es con inmensa alegría que escribo estas palabras, con la intención de expresas mi enorme gratitud a los amigos argentinos que abrazaron la idea de viabi1izar la publicación de mi libro en el país donde nació la clínica del acompaña1niento terapéutico. Esto, por si solo, ya es un honor, considerando que la tradición argentina es indiscutible, no solamente en el campo del acompañamiento terapéutico, sino en el área de la psicología y del psicoanálisis como un todo. ¡' lcner mi libro publicado aquí es un reconocimiento notable! Este libro, originalmente, fue escrito como una tesis de doctorado defendida en el Departamento de Psicología Clínica de la Universidad de San Pablo, bajo la orientación del Prof. Dr. Luiz Carlos Nogueira (in memoriam) y de la Prof. Dra. Miriam Debieux Rosa. Ambos fueron acogedores y fundamentales :n mi proceso de escritura de este trabajo, cuyo interés se remonta al inicio de los aí1os '90, cuando me empecé a interesar por la función clínica del acompaiiamiento terapéutico. Tengo, por lo tanto, un recorrido de veinte años de estudio e investigación sob re el tema, marcado siempre por una interlocución con los autores argentinos. A modo de ilustración, en Brasil, el primer libro publicado sobre el tema fue escrito por Susana Mauer y Silvia Resnizky, cuyo título es Acompanhantes 'lcrapeuticqs e pacientes psicóticos, publicado por la editorial Papirus, de Campinas. Estas autoras, reconocidas por la enorme contribución a nuestro campo, ·omo tantos otros autores argentinos, siempre estuvieron en mi espectro de invcsligación e interlocución. Por esto mismo, el interés surgido por los argentinos en traducir y publicar 1ni trabajo me acerca más a este país. Además de que el portugués y el castellano sea n consideradas lenguas hermanas, la barrera de la lengua impone dificulta-
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des capaces de desestimular al lector argentino, y por qué no a los de otros países de habla hispana, a inclinarse por el estudio de aquello que presento como propuesta metodológica de intervención a la función clínica del acompañamiento terapéutico con pacientes psicóticos. Ahora, tener mi texto traducido permitirá la divulgación de mi trabajo que extrapolará los límites geográficos y lingüísticos del territorio de la lengua portuguesa o, si preferimos, de la lengua brasilera. No hay satisfacción mayor para un autor que eso, ¡pueden estar seguros! Este punto anteriormente destacado no se agota, dado que el universo lingüístico de la lengua española es inmenso, abarca innumerables países, extrapola nuestro continente y bordea otros territorios lingüísticos. Otro punto de relevancia condice con el fortalecimiento del campo de teorización del acompañamiento terapéutico. Es verdad que esta función clínica, aunque su surgimiento no sea tan reciente, carece de trabajos similares al que presento en este volumen. Hablo, por lo tanto, de una profundización en una perspectiva teórica y el trabajo de bricolage conceptual, desde una referencia fundamental: la experiencia clínica. Precisamos, en nuestro campo, avanzar en esta perspectiva de investigación, al teorizar la experiencia clínica desde las innumerables teorías psicoanalíticas, psicológicas y filosóficas existentes, pues cada una de ellas, conforme a sus presupuestos epistemológicos, es pasible de contribución para la teorización de la función clínica del acompañamiento terapéutico. No hay duda de que el camino de investigación aquí presentado fortalecerá el debate y enriquecerá nuestro objeto de reflexión. De este modo, lo que presento al lector es un boceto de una teoría del método para el acompañamiento terapéutico con pacientes psicóticos, atravesada por la enseñanza de Freud y Lacan. Perciban, estimados lectores, que se trata de un recorte muy específico, teniendo en cuenta que la demanda de la psicosis es solamente una de las innumerables posibilidades de intervención clínica del acompañamiento terapéutico y la vertiente psicoanalítica mencionada es solamente una posibilidad de recorte teórico o de bricolage conceptual. ¿Cuántas combinaciones existirán en esta enorme gama de demandas clínicas del acompañamiento terapéutico y de miradas teóricas originadas en el psicoanálisis, en la psicología, como en la filosofía? Por último, me alegra mucho el entusiasmo de algunos amigos que se dedicaron a viabilizar la publicación de este volumen. En especial agradezco a Gabriel Pulice, por quien siento una enorme admiración por la contribución a nuestro campo, cuya personalidad auténtica, con la cual me identifico, me inspira. Agrade~co a Gabriel por el cuidado en revisar la versión del texto, realizada por al-
gu ien por quien también tengo una enorme gratitud . . . me refiero a Jimena Garay Cornejo, una acompañante terapéutica de Córdoba, ¡pero que también es un poquito brasilera! Agradezco su disponibilidad en realizar su trabajo de versión de mi texto al castellano, riguroso y vigoroso, lo que dio mucha alegría. Espero que este trabajo de traducción realizado por ella sea el primero de muchos olros. Tampoco podría dejar de agradecer a Leandro Salgado, editor de Letra Viva, por su interés en tener este libro en su editorial, cuya importancia es indiscutible para el legado del psicoanálisis y del acompañamiento terapéutico, al man tener viva la letra de la experiencta clínica. Agradezco a los innumerables acom pañantes terapéuticos argentinos que me acogieron en mis idas a los eventos científicos de este país, en especial a Pablo Dragotto y María Laura Frank. ¿Y qué más puedo desear? Una buena lectura al lector que se interesará en <1compañar mis inquietudes clínicas y teóricas aquí presentes. ¡Un abrazo!
Presentación
Maurício Hermann realiza, en este libro, la investigación que un día yo también pretendí hacer: un diagrama del estatuto metapsicológico de la experienia clínica del Acompañamiento Terapéutico (AT). Mis estudios acabaron por lomar otro rumbo -preguntándose sobre la forma en cómo la ciudad interpela la clínica y con qué herramientas conceptuales la clínica puede responder a esta interpelación-, pero las formulaciones teóricas del psicoanálisis, en especial el lacaniano, permanecían como "campos abiertos" a la investigación prolífica, en ;I escenario de las prácticas de Acompañamiento Terapéutico. Razón para celebrar que Maurício haya conducido su doctorado en esa dirección y que su tesis se vea, ahora, materializada en este volumen. Es una contribución fundamental a un campo aun carente de elaboración conceptual. No tan carente, hoy, como hace quince años; pero, requiriendo un esfuerzo de pensamiento, como este en ·) que nuestro autor se involucra. La tesis que él mantiene es que el AT puede operar como tratamiento psicoa1ialítico posible de las psicosis. Eso sucede porque la característica "móvil", itinera nte de su ejercicio permite la instalación del dispositivo de tratamiento en las condiciones más adversas, y viabiliza la tesitura, punto a punto, de una red de npoyos y cuidados. Ahora, dado que el AT configura un tratamiento psicoana111ico posible de las psicosis, tendría un qué enseñar a los psicoanalistas, en sus consultorios. O sea, "¿qué pasa en un AT que se torna posible el tratamiento?" 1\sia es unct cuestión que debe interesar al psicoanálisis. Así, este libro viene a cumplir una doble función: primero, ofrece herramienl as conceptuales que orientan la dirección psicoanalítica de un Tratamiento Ter;lpéutico. Segundo, saca a los psicoanalistas de sus sillones; quién sabe, los ani11 ia a la experimentación en territorios menos provistos de paredes. Al cum-
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plir esa doble función, este libro da muestras de su relevancia y actualidad en el campo de la clínica psicoanalítica de modo general y, particularmente, de la clínica de las psicosis. Este es, sin duda, el mayor mérito de este trabajo, que nos hace festejar su realización, sobre todo por un aspecto no menos importante: en las páginas de este libro, nos encontramos con su autor en cada frase, en cada punto. No sólo en el estilo marcadamente personal de la narrativa, sino en la forma encarnada y experiencial con que Maurício vive las cuestiones que impulsaron la realización de la investigación que se propone. Su relación con el problema de investigación y de total implicación, es algo de lo que Maurício se hace enteramente responsable, a lo largo del texto, lo que nos permite afirmar que su escritura fue productora de efectos subjetivantes, tanto en lo que respecta a los escritos de Joáo o Lourival, como a lo que nos dicen sus relatos. Cabe destacar, aun, la extrema generosidad de esas narrativas. Maurício no duda en ningún momento en abrir su clínica a nuestra visita. Podemos suponer que eso se condice con una clínica que, justamente, no se da entre cuatro paredes, una clínica que se inserta y opera en el espacio público. Aun así, sorprende la riqueza de detalles, la apertura y el despojo con el que el autor nos habla de lo que sucede en sus experiencias como Acompañante Terapéutico, en los mínimos gestos. Es lo que da el máximo valor a esos relatos. Nos sentimos en la piel del AT cuando leemos sobre la puerta del apartamento que, en un comienzo, apenas se abre para él; y después de esto, el AT espera la invitación a entrar. Y cuando, finalmente, la invitación llega, es para un tour completo por el apartamento, que viene junto con un "pedido de casamiento''. O cuando el AT llega por primera vez al edificio de Beta, para comenzar su acompañamiento, y percibe que el joven que espera en la vereda, frente al edificio, debe ser Beta. Sin embargo decide ir hasta el portón, tocar el portero automático y preguntar por Beta, cuando ve, por el reflejo del vidrio del portero automático, que él se aproxima y se anuncia. Son gestos y objetos -la puerta, la espera, el portero automático, el desvío- que traspasan lo cotidiano, al mismo tiempo en que componen el montaje de un dispositivo de tratamiento y la instauración de la transferencia. Gestos y objetos que son materia con la que la clínica itinerante y citadina se realiza. En la generosidad con que nos narra esos gestos, Maurício nos permite experimentarlos de manera evidente. Basta con acompañarlo, renglón por renglón, a lo largo del texto. Buenas andanzas, lectores ... Analice de Lima Palombini Mayo,2010
Introducción
Acompañamiento terapéutico y psicosis: articulador de lo real, simbólico e imaginario. El presente trabajo es fruto de un recorrido de casi quince años, en ·I cuál se cruzan, por un lado, el interés por esa clínica, desde los tiempos en que n1c gradué en psicología y, por otro lado, un movimiento de sistematización de t·:;a misma experiencia por medio de la teoría lacaniana de las psicosis. La invitación hecha al lector, por lo tanto, es la de acompañar ciertos deslizamientos presentes en esa trayectoria que se enfoca en: a. caracterizar la clínica del Acompañamiento Terapéutico (AT) 1en el marco de la reforma psiquiátrica, sabiendo que esa invención, fuertemente presente en algunos países del mundo, inclusive en Brasil, hizo una gran contribución y todavía contribuye a la clínica de la reforma, como en la perspectiva de cuestionar los paradigmas clínicos e institucionales que marcaron su historia; b. y, en ese contexto, interrogar su praxis, de modo tal de realizar un doble movimiento entre la experiencia.clínica y la teoría lacaniana de las psicosis, conforme al estatuto que esa relación adquirió en la clínica psicoanalítica stricto sensu, o sea, de acuerdo con las especificidades inherentes a la teoría y sus implicaciones en el método de intervención clínica. La producción de conocimiento en psicoanálisis ocurre en función de un pu 11Lo de partida, en este caso, un presupuesto teórico que incide sobre el méto1. /\ lo largo de este libro será adoptada la sigla AT para designar el Acompañamiento Terapéutico.
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Introducción
Acompañamiento terapéutico y psicosis 1MAURÍCIO CASTEJÓN HERMANN
do de intervención clínica, al orientar y determinar la calidad de la experiencia analítica. Ésta, a su vez, al tornarse mas minuciosa, renovada, pasa consecuentemente a incrementar su producción teórica, lo que reafirma la relación dialéctica entre teoría y praxis. Se pretende, de este modo, realizar un paso más, al aproximar dos campos que parecían estar separados -la experiencia clínica del ATy la teoría psicoanalítica de las psicosis, más precisamente el pensamiento de Jaques Lacan- con la intención de instituir algunas premisas teóricas sobre el método clínico en el AT. ¿Habría una teoría del método para el AT? El deslizamiento antes mencionado sobrepasa algunos significantes: reforma psiquiátrica, AT, teoría lacaniana de las psicosis, tratamiento analítico de las psicosis, el alcance analítico del AT para, finalmente, instituir premisas teóricas para una teoría del método en la función clínica del AT con pacientes psicóticos. Aun existiendo especificidades en el rol de especialidades de tratamiento de la locura, es posible afirmar que, paradójicamente, un acompañante terapéutico2, atravesado por la ética del psicoanálisis, se confunde con la misma perspectiva determinada por el tratamiento padrón. Hay especificidades entre ambos -ATy clínica stricto sensu- pero también hay fuertes puntos de contacto. Aun así, una pregunta queda abierta: ¿es posible afirmar que la clínica del AT enseña algo a un analista que atiende psicóticos en su consultorio? Es eso lo que se pretende verificar a lo largo de este libro. El movimiento de sustitución de los manicomios cerrados se dio a partir de algunas experiencias importantes, que datan del periodo de post Segunda Guerra Mundial, cuando los paradigmas institucionales fueron inventados para dar cabida a las inquietudes vigentes en la época: la constatación de las pésimas condiciones de vida de los locos y los inherentes mecanismos de cronificación de la locura verificados en las instituciones cerradas que antecedían ese periodo de grandes inventivas. Fue con Cooper, en Inglaterra, cuando propuso las comunidades terapéuticas o con Basaglia, en Italia, con la psiquiatría democrática, o aun con Oury, en Francia, con la psicoterapia institucional, que nuevos paradigmas institucionales fueron creados en la perspectiva de proponer un tratamiento humanizado de la locura, de tal modo de dejar de considerar al loco como objeto de estudio de determinada ciencia que justificaba su exclusión, para considerarlo como el sujeto de su propia historia, reinsertado en el contexto social. El AT es fruto del movimiento de la reforma psiquiátrica, teniendo en cuenta que, a grosso modo, se caracteriza por la aproximación a la locura y por sus nuevos modos de tratamiento. Es posible, inclusive, caracterizar al AT tenien2. Para designar al acompañante terapéutico será utilizada la sigla at con letra minúscula.
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do como base algunos elementos presentes en las tres experiencias institucionales de substitución de los manicomios anteriormente citadas. Sin embargo, esa cuestión será mejor trabajada en el capítulo denominado "La reforma psiquiátrica y el Acompañamiento Terapéutico''. Por el momento, se destaca solamente el hecho de que el AT, sus raíces y sus avances teórico-clínicos no se apartan del movimiento de substitución de los manicomios, a la vez que no es posible afirmar que la invención del AT esté separada de la reforma psiquiátrica. Ahí se creó una especificidad importante: alguien que desempeñara la función de acompañar al loco en su errar por los espacios de la ciudad. Eso es acompañamiento, eso es terapéutico. Acompañamiento Terapéutico. La etimología de la palabra acompañamiento -oriunda del latín accompaniáre- se condice con la idea de compañía o de un conjunto de personas que comen juntos su pan. En la definición dada por el Houaiss, es posible verificar algunas versiones: ''estar con o juntos constantemente o durante cierto tiempo(. .. ) Ubicarse junto con o seguir en la misma dirección (. .. )Ir o seguir próximo a (alguien) para dispensarle cuidados, etc. ( .. .)" (HOUAISS, 2001). Esas definiciones, de entre tantas otras, permiten una aproximación al sentido que la palabra acompañamiento asume en nuestro contexto específico, tal como será posible verificar a continuación. El adjetivo terapéutico, oriundo del griego therapeutikós, se refiere al cuidado y tratamiento de dolencias. "relativo a la terapéutica, tratamiento (. .. ) Que tiene propiedades medicinales, curativas(. .. )" (HOUAISS, 2001). Lo terapéutico asume un ·statuto de tratar o curar. Dentro del contexto específico, estar junto con el loco ud quiere, por lo tanto, una finalidad terapéutica: la tentativa de inserción social. Aquí vale un comentario: en los años 1990, en algunos cursos de graduación ' n psicología, en Brasil, se comenzó a hablar de esa práctica cuyo discurso más orriente era el de establecer una relación casi casual entre locura, su binomio ;xcl usión y la creación del AT como una estrategia de inclusión social. Se hablaba de ir a lo cotidiano del paciente, de modo de acompañarlo al banco, auxi1in rlo en tareas domésticas o simplemente ver la televisión con él. Se preguntaba sobre la finalidad terapéutica de esa propuesta, reducida por sus opositores a la función de choferes o niñeras de locos. Es cierto que las teorizaciones en aquella época eran bien incipientes 3, al igual l.
1Iast':i el momento, se presentan la totalidad de las publicaciones brasileras sobre el temi: A ru a como espa<;o clínico (1991 ), Crise e cidade (1997) e Textos, texturas e tessituras no 11companhamento terapeutico (2006), todos organizados por el equipo de acompañantes terapéuticos del Hospital de Día A Casa, además de los Cadernos de AT: urna clínica itinerante, de 13elloc, Cabra!, Mittmann e Pelliccioli (1998), teniendo el formato de recopilación de 1rtk ulos sobre el tema. Hubo también publicaciones de trabajos académicos vinculados a
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que el propio discurso que lo definía. Por ejemplo, ¿cómo problematizar la idea de lo cotidiano? Cotidiano es una palabra imprecisa, que incitaba las propias confusiones o ataques de los opositores a esa invención, cuyo extrañamiento consistía en interrogar el interés de algunos estudiantes de psicología en aproximarse a esa experiencia. ¿Estudiar psicología para ser chofer o niñera de locos? Por otro lado, había quienes defendían esa idea, surgidos de las distintas filiaciones teóricas presentes en una carrera de psicología. Los debates comenzaron y los alumnos que se identificaban con los behavoristas, con los fenomenólogos, con los junguianos, con los psicoanalistas, los propios estudiantes impulsados por algunos profesores, comenzaron a esbozar un movimiento de teorización y de debate acerca del modo en que cada teoría podría significar la experiencia clínica del AT. Había una cuestión allí, presente en la palabra terapéutico, en cuanto era articulada a la perspectiva de la inclusión de la locura en el contexto social. ¿Terapéutico e inclusión social son equivalentes? Se abría una cuestión que era la de reflejar la propia finalidad terapéutica de los abordajes teóricos. ¿Lo que es terapéutico para la psicología comportamental, lo es para el psicoanálisis? Al final, ¿qué es terapéutico? Dentro de este debate de las psicoterapias, cada presupuesto teórico defendía su postura, según sus presupuestos teóricos y epistemológicos. Por otro lado, no podría ser diferente, ya que no existe una unidad epistemológica en el campo de las teorías y prácticas psi. Según Figueiredo (1992), la psicología está más cerca de ser un archipiélago que un continente. Cada isla es una escuela, sustentada por su modo peculiar de producción de conocimiento, definido por la manera en como el sujeto cognoscente -el hombre- define su objeto de estudio: el propio hombre. De hecho, es bastante complicada esa relación, dado que el hombre, como productor de conocimiento, tiene innumerables facetas, desdobladas en el debate epistemológico de la producción de conocimiento, en el cual asume posiciones distintas, tales como, por ejemplo: el inuniversidades, tales como: Ética e técnica no acompanhamento terapeutico: andam;as com D. Quixote e Sancho Panra, de Barreto (2000); Sorrisos inocentes e gargalhadas horripilantes: intervenroes no acompanhamento terapeutico, de Cauchik (2001 ); Acompanhamento terapeutico na rede pública: a clínica em movi- mento, de Palombini et al. (2004); Acompanhamento terapeutico: que clínica é essa?, de Carvalho (2004); Acompanhamento terapeutico: a construráo de urna estratégia clínica, de Pitiá e Santos (2005); Um passeio esquizo pelo acompanhamento terapeutico: dos especialíssimos a política da amizade, de Araújo (2006). Por fin, hubo también publicaciones de números de revistas de psicoanálisis dedicadas, exclusivamente, al tema AT. Son las siguientes revistas: Pulsional (2002), Psyche (2006) e Estilos da Clínica (2005), siendo esa última un dossier sobre AT, coordinado por el autor de este libro. Algunos de sus artículos están anclados en la teoría lacaniana de las psicosis.
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tento de establecimiento de control de variables para la extinción de la subjetividad humana; o la incorporación de la subjetividad del hombre en la producción de conocimiento y su intención de acercarse al objeto; o, entonces, la experiencia analítica como orientadora de la producción teórica, entre otros. El recorte del objeto -el hombre- tampoco es efectuado en su totalidad, lo que resulta en una aprehensión facetada del mismo. Las matrices del pensamiento psicológico son distintas, originadas de presupuestos filosóficos dispares, hasta inconciliables entre sí. No hay una unidad territorial, lo que hace que la psicología, definitivamente, no sea un continente. De ese modo, la definición de terapéutico es coherente con la posición epistemológica de cada una de las escuelas del campo psi. Así, fue posible constatar, en los años 1990, un movimiento de apropiación de la experiencia clínica del AT para cada uno de los abordajes del campo psi. Es a lo que apunta el trabajo de Carvalho (2004), cuya reflexión se propuso describir el fenómeno anteriormente citado: defensores de la práctica clínica del AT, apoyados en el significante terapéutico, buscaban para sí, en las referencias teóricas de su preferencia -propias del campo psi-, las posibilidades de teorización del AT. Sin embargo, a pesar de que la psicología se incline yse esfuerce por sistematizar la experiencia clínica del AT, no se pretende aquí asumir una posición de carácter comercial, de reivindicación de una supuesta legitimidad o de apropiaión del ejercicio de esa función por parte de psicólogos o psicoanalistas, como si fuese una función ejercida y legalizada por el Consejo Federal de Psicología. Con todo, se abre aquí una argumentación que merece atención, en aquello que concierne, más específicamente, a la relación entre el AT y el psicoanálisis. 1Tistóricamente, la función clínica del AT se constituyó a partir del significante terapéutico, significante que dista de los presupuestos psicoanalíticos, cuya finalidad de tratamiento no incide sobre la psicoterapia, sobre lo terapéutico, sobre el bienestar, pero sí sobre lo analítico o el hablar bien. Esta cuestión merece S<.: r examinada un poco más de cerca. Se hablaba de la idea de que el AT.traía consigo una finalidad terapéutica que na la de la inserción del loco en el contexto social, al punto de ocurrir una yuxtnposición entre terapéutico e inclusión. En ese sentido, vale cuestionar, bajo el punto de vista del psicoanálisis, la idea de inclusión social. ¿Es pertinente levantar la bandera de la inclusión social del loco, a cualquier precio, sin considerar ·krtas condiciones subjetivas? El psicoanálisis ofrece una posición importante sobre este tema, que será desarrollado a lo largo de este libro, tal como el lector podrá verificar a continuación, pero que es luego retomada: hay ciertos lugares Imposibles para el sujeto psicótico, lo que determina, por lo tanto, desde el punto de vista de la ética psicoanalítica, considerar al sujeto y su posición en el bor-
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Introducción
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de de la locura, para verificarse, a cada paso, sus reales posibilidades de inclusión. La inclusión del loco en lo social, bajo el reverso del psicoanálisis, no puede ser tomada como un a priori. Otro aspecto, este sí más relevante para la presente reflexión, coincide con la posición de los defenseres del psicoanálisis en el debate que ocurría en algunas instituciones académicas del país, en el intento de sistematizar la función del AT bajo esa óptica teórica. Se decía que el psicoanálisis, como teoría, podría orientar la praxis del AT, pero que el AT y su producto, como fruto de una función específica, no podrían ser considerados un psicoanálisis. Ese tipo de reserva, presen te en aquel momento histórico en el campo del AT, evidenciaba cierta cautela en relación a la apropiación del psicoanálisis de la teorización del AT, ya que el psicoanálisis es una teoría procedente de un contexto bastante específico, la clínica stricto sensu, que contiene especificidades importantes a ser consideradas: los conceptos psicoanalíticos eran provenientes de una experiencia construida artificialmente en el interior de cuatro paredes, el consultorio. El discurso vigente en la época era el de considerar el uso de algunos conceptos psicoanalíticos, tales como el de transferencia, escucha del delirio, entre otros, pero sin nunca perderse de vista en el argumento la reserva mencionada: el AT no es psicoanálisis. Evidentemente, en aquel momento histórico, se notaba un malestar entre los at(s) que se apoyaban en la teoría psicoanalítica. El enfrentamiento de ideas en el medio académico estaba constituido: los defensores de los distintos abordajes del campo psi realizaban sus primeros esfuerzos de teorización del AT en consonancia con sus presupuestos teóricos, pero, en el momento en que los defensores del psicoanálisis se presentaban para el debate, de antemano, iniciaban sus argumentos disculpándose, lo que denunciaba, automáticamente, una supuesta fragilidad. ¿El psicoanálisis sirve como referencia teórica para teorizar al AT? ¿Pero, al final, cuáles son las garantías de un buen psicoanálisis? ¿Hay garantías? ¿Es el setting? ¿Es lo que garantiza el establecimiento de la transferencia? Hoy, en pleno siglo XXI, estando el campo psicoanalítico plenamente constituido, con más de un siglo de vida, es posible afirmar, sin rodeos, que la vitalidad del psicoanálisis no está en los elementos que componen su encuadre, pero sí en aquello que determina su fundamento ético: en la neurosis, donde hay transferencia, hay interpretación; en la psicosis, donde hay transferencia, hay construcción de la metáfora delirante o la construcción del sinthome4. No son las garan4. El Sinthome, Seminario 23 de Jacques Lacan. La grafía de la palabra sinthome, explica Lacan, viene de una manera antigua de escribir. Según destaca el traductor de la edición brasilera de ese seminario, el origen de esa grafía se refiere a la palabra sympt6- me, que data de 1503, según el diccionario Le Robert. Dictionnaire alphabétique et analogique de la langue
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tías del procedimiento técnico lo que validarán el psicoanálisis, pero sí el manejo de la transferencia y sus respectivos efectos ... De ese modo, es posible afirmar que el fruto de este trayecto de teorización del AT es consecuencia de ese malestar, también experimentado por mí, cuyo deseo es el de superar las cuestiones anteriormente expuestas, en el sentido mismo de hacer trabajar la teoría lacaniana de las psicosis, más precisamente el tipo línico de la paranoia, para, a partir de ahí, sustentar la hipótesis de que el AT, :1Un preservando su especificidad, comprende una función analítica. De ahí proviene el deslizamiento del significante: acompañamiento -estar al lado de ... - o, dicho de otro modo, soportar la transferencia psicótica y teorizar sus manejos, atravesado por la ética lacaniana de la clínica de la paranoia, ·ircunscripta en la especificidad del AT. Terapéutico-o analítico-, en el sentido mismo de teorizar los efectos de la función clínica de esa experiencia, de acuerdo con las perspectivas clínicas de la construcción de la metáfora delirante y de la construcción del sinthome. Sin embargo, no se trata, de todos modos, de una propuesta de cambio de nombre, como, por ejemplo, Acompañamiento Analítico. No se pretende instituir una nueva nomenclatura para una función que, a duras penas, se constituyó, como una importante alternativa clínica para el movimiento de la Reforma Psiquiátrica en Brasil y en algunos países del mundo. Se trata, solamente, de superar el malestar citado en esta introducción, en la perspectiva de afirmar la pertinencia de la teoría lacaniana como una legítima herramienta ( onceptual para la teorización del AT, conforme a las contribuciones de Lacan .1cc rca del significante y de lo real5 en la clínica de la paranoia.
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ranraise. El uso de la palabra sinthome, con h, se condice con una nueva indicación línica para la dirección de tratamiento de la clínica psicoanalítica. En lo que concierne a este libro, se tiene ahí, inclusive, una formulación teórica importante para la clínica psicoanalítica de las psicosis, en la medida en la que se introduce la dimensión social ;n ese tratamiento, al criticar la noción de construcción de la metáfora delirante como 1ra tamiento, posible para las psicosis -esta última tomada como dirección posible al 1ra la miento-, formulada por Lacan e11 los años 1950. En un texto, denominado O significante e o real na psicose: ferramentas conceituais para o /\T, fue trabajada la idea de que en la teoría de Jacques Lacan hay dos momentos teó ricos importantes para la teorización de puntos específicos de su función, los cuales 1;0 11 : la teoría del significante en la paranoia, formulada en los años 1950 y la teoría de la rn nstrucción del sinthome, presentada a partir de la topología de los nudos borromeos, Introducida por Lacan en los años 1970 (HERMANN, 2005). Por otra parte, la perspectiva de teorizar la función clínica del AT bajo el reverso de lo real condice con aquello que Q uinet (2006) destaca en su libro Psicose e faro social, obra importante sobre el tema y qu e marca la posición epistemológica de investigación en psicoanálisis lacaniano. No obstante, antes de dar continuidad al texto, vale realizar una reserva, también prese nte en el libro de Quin et: el hecho de pensar en dos momentos de la obra de
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Ese paso es coherente con aquello que fue descripto respecto del debate académico ocurrido en los años 1990. Fue necesario un tiempo de maduración de esa experiencia clínica, pero, también, un tiempo histórico para que las discusiones del medio lacaniano incorporasen en sus debates sus contribuciones al respecto de la noción de sinthome y sus implicaciones en la dirección del tratamiento de la paranoia, ya que esa contribución teórica es de gran importancia para la presente teorización, en aquello que se refiere, sobre todo, a la constatación de que el AT contiene, en su especificidad, una función analítica. Es lo que se espera afirmar al final de este recorrido de elaboración teórica. De ese modo, el lector se encontrará con dos momentos importantes acerca de la teoría lacaniana de las psicosis, momentos que ofrecen subsidios teóricos legítimos para teorizar los obstáculos de la clínica de la paranoia y las estrategias creadas en el AT como alternativas importantes de superación de esos mismos obstáculos. El primer momento, referido a los años 1950, más precisamente los Seminarios Las psicosis (1955-1956) y Las formaciones del inconsciente (1957-1958), además del texto De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis (1957-1958), permitirá teorizar, de acuerdo a la noción de manejo de la transferencia para la construcción de la metáfora delirante, algunos pasajes específicos de la clínica del AT, tales como los tiempos previos de la instalación del dispositivo de tratamiento y el procedimiento aquí denominado mirada en red. La instalación del dispositivo de tratamiento se refiere a una de las versiones posibles acerca de la invención del AT, en este caso, la idea de que habría surgido en función de algunos casos que no encajaban en el montaje institucional de tratamiento constituido, lo que demandó, en esa circunstancia específica, lasalida de un miembro del equipo a la residencia de tales pacientes, como una extensión de la institución para que el tratamiento se efectivice. Ya la idea de mirada en red se condice con un procedimiento oriundo de la concepción institucional de tratamiento -más precisamente la psicoterapia institucional-, pero que sirve al AT como procedimiento ético de bastante utilidad, ya sea para la formulación de un proyecto terapéutico para el AT, o como punto de articulación de un equipo constituido en cada caso, donde el AT asume una posición privilegiada de articulador de ese mismo equipo, atento a los obstáculos, ataques o boicots inherentes al tratamiento del psicótico, provenien-
tes de su familia, teniendo en cuenta el lugar que el paciente ocupa en su novela familiar: el de depositario de la locura. Sin embargo, fue en los años 1970, en conformidad con el énfasis dado por Lacan a la clínica de lo real, de acuerdo con la teoría de los nudos borromeos - más precisamente los Seminarios Aun, R.S.I. y El Sinthome-, que fue posible desglosar la experiencia clínica del AT en su especificidad, en un doble movimiento: por un lado, problematizar la noción de escena en el AT, de tal forma de determinar su alcance analítico y, por otro lado, instituir las bases metodológicas para la constitución de una teoría del método para el AT, al menos en lo que concierne a su función clínica con la paranoia, ya que hay especificidades en uanto al manejo de la transferencia, entre la paranoia y los otros tipos clínicos de la estructura psicótica, tales como el autismo, la esquizofrenia y la melancolía. Así, y para finalizar, se retoma aquí, una vez más, la idea del deslizamiento del significante, ahora circunscripto a la clínica psicoanalítica en sentido estricto y al AT. Fue a partir de la concepción de Lacan para la clínica psicoanalítica de la paranoia que se creó ese movimiento de teorización del AT, a fin de poner :se modelo teóric.o -sus herramientas conceptuales- al servicio de la sistema! ización de presupuestos teóricos y técnicos y el debido alcance de su finalidad dínica. Fue ese paso, el de trasladar la concepción de manejo de la transferenria en la clínica psicoanalítica tradicional al AT, lo que permitió avances teóriros importantes para el campo específico. Sin embargo, si existió ese movimiento de la clínica stricto sensual AT, se espera, también, promover el movimiento l1ivcrso; en este caso, trasladar el significante AT a la clínica psicoanalítica trad icional, en la medida en que la función clínica del AT, en su especificidad, tie1w mucho para enseñar a los psicoanalistas que trabajan en sus consultorios ...
Lacan no significa afirmar que hay una ruptura epistemológica o conceptual entre esos mismos momentos. Dicho de otra forma, no es posible prescindir de la teoría del significante (o del lenguaje) y de su estatuto ligado a las estructuras clínicas para leer, por ejemplo, el seminario denominado El Sinthome.
En fin, este libro no interesa sólo a los acompañantes terapéuticos y sí a todos los que, de alguna manera o de otra, sustentan una posición de embate con l11s dificultades inherentes a todo tratamiento posible de la paranoia.
CAPÍTULO 1
La reforma psiquiátrica y el surgimiento del acompañamiento terapéutico
Es sabido que, tratándose de la historia del AT, así como del conjunto de experiencias de tratamiento de la locura, no es posible afirmar que una modalidad institucional, o igualmente el surgimiento del AT como dispositivo de tratamiento, se hayan originado de forma espontánea o apartada del movimiento institucional de sustitución de los manicomios. Ese movimiento crea y también determina nuevos obstáculos, dilemas, crisis y ofrece soluciones, avances, nuevas posibilidades de teorización. La siguiente reflexión no es original. Absoluta111c nte. Al examinar la bibliografía existente sobre AT, vemos que varios trabaos ya pueden ser citados para ejemplificar los orígenes de esa clínica insertada m el movimiento de la historia de la reforma psiquiátrica. Lo que se presenta es un intento de resituar la caracterización del AT a par1ir de la historia de la reforma psiquiátrica, haciendo foco en el modo en que el ~·n i rccruzamiento de las experiencias institucionales de tratamiento de la locu1,1, sobre todo en el periodo de post Segunda Guerra Mundial, permite caracterizar el quehacer clínico del AT. Lo que se pretende sustentar es la idea de que el lli.' riodo mencionado permitió un fecundo movimiento de invención de los pan1d igmas institucionales de substitución del manicomio. Al describir, en este orden, las comunidades terapéuticas de Inglaterra, la psi' ¡11in1·rfa democrática italiana y el modelo francés denominado psicoterapia ins111 ucional, el objetivo es recuperar, en nuestro momento histórico, los paradign 1as institucionales de esas tres experiencias, formulándolos como principios ol'icntadores y también como generadores de fracasos, a partir de aquello de lo
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que cada montaje institucional no consiguió dar cuentas. Ahora, no es sin motivo que toda concepción institucional tenga algo que, al final, escape. Como será más adelante trabajado a la luz de la teoría lacaniana, algo retorna, por la vía de lo real, algo propio de la psicosis. Así, lo que se puede afirmar, en términos de innovación en esta reflexión, es el hecho de que la descripción de las mencionadas experiencias institucionales, inclusive sus críticas, permite una descripción posible de lo que se defiende como la función clínica del acompañante terapéutico. La hipótesis que se sustenta es que la clínica del AT será descripta como producto de los paradigmas institucionales, incluyendo ahí las contradicciones inherentes al movimiento de la reforma psiquiátrica.
1.1 La comunidad terapéutica David Cooper (1989), principal exponente de la experiencia inglesa denominada comunidad terapéutica, fundamenta su propuesta de funcionamiento institucional en una minuciosa reflexión sobre las relaciones existentes entre psiquiatría y violencia. Al traer a la violencia al centro de su argumentación, Cooper afirma que las relaciones institucionales entre los técnicos de una institución y los pacientes son marcadas por actos de violencia, tanto de orden física, tales como las camisas de fuerza, la lobotomía y el encarcelamiento de pacientes, como, sobre todo, por el modo en que se establece el uso del poder en aquellos que asumen el papel institucional de manutención de cierto orden social. {. .. ]Al hablar de la violencia en psiquiatría, la violencia que nos enfrenta descarada mente dando gritos, proclamándose violencia en alta voz (como lo hace muy pocas veces), es la violencia sutil y sinuosa que las personas "sanas"1 perpetran contra los rotulados locos. En cuanto la psiquiatría representa los intereses o pretendidos intereses de los sanos, descubrimos que, en realidad, la violencia en la psiquiatría es la violencia de la psiquiatría (COOPER, 1989, p.31).
Un primer punto a ser destacado es el propio concepto o definición de lo que sería la sanidad mental y su binomio, la locura. Campo de difícil tránsito, dado que las clasificaciones psiquiátricas tradicionales parecen ser insuficientes para dar cuenta de la complejidad del sufrimiento psíquico humano. Cooper, al enfatizar en una mirada más detenida sobre aquello que se entiende como lo sano, 1. Esas comillas denuncian el carácter irónico impreso por Cooper, al constatar el uso equivocado d el poder de aquel que cree conocer el modo correcto de tratar a un paciente psiquiátri co.
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compara el uso de la violencia a aquello que cercena la libertad de una persona por otra. Ser sano es saber preservar el derecho de otro a la utilización de su propia libertad. Su fundamentación consiste en afirmar que las relaciones sociales, sea en un grupo terapéutico, sea en la familia de un paciente psicótico, se fundamentan en algún tipo de relación entre una amenaza ilusoria o real de desintegración. De ese modo, el grupo reinventa sus miedos con el objetivo de asegurar la propia permanencia. Dicho de otro modo, el producto de un grupo es enfrentarse al terror de la violencia de la libertad. Es en ese contexto que Cooper se vuelca para el estudio de las familias de paientes psiquiátricos al describir las peculiaridades de su funcionamiento. Las ·uestiones meramente triviales asumen una intensa polaridad entre vida y muerte, sanidad mental y locura. El modo de funcionamiento de la familia confunde a quien fue elegido para ocupar el lugar de enfermo mental. Una mamá, por :jemplo, puede asumir el lugar de restringir la libertad de un niño, al sustentar la determinación de que todo intento de autonomía por parte del niño puede significar la desintegración del grupo familiar. En consecuencia, ese niño estar:\ condenado a ocupar una posición insustentable. O se somete al despotismo de otro, o carga con la culpa de asumir la desintegración de la ilusión de plenitud del grupo familiar. Por lo tanto, se afirma que la salida posible para un paciente psiquiátrico es In ruptura de los lazos familiares para su inclusión en la institución psiquiátri1' :1. Siendo así, el estado natural de las relaciones de poder se mantienen también (' 11 el montaje institucional psiquiátrico tradicional. Se constata que las teorías 1k doble vínculo, oriundas de la Escuela de Palo Alto, California, también están 11rcscntes en el funcionamiento del manicomio. Por doble vínculo se entiende 111 co nfrontación del paciente con exigencias absolutamente contradictorias. Ese tninbién es un punto importante, a partir del cual Cooperva a fundamentar sus lt•ntat ivas de sustitución del manicomio por su experiencia institucional, deno11ilnada Villa 21: Un experimento en antipsiquiatría. :on todo, antes de presentar su propuesta de concepción institucional, cabe ¡11(·scntar un argumento más, en este caso, una crítica a las clasificaciones psiq11 h\tricas. La medicina, de forma general, recurre a los diagnósticos para cla.l llcar la enfermedad y da poca o ninguna prioridad al enfermo o a la perso1111 que sufre dificultades emocionales. Es verdad que la medicina, en su ámbito 1111'111 ge neral, funciona bien al asumir esa estrategia. Sin embargo, la transposi1 1<'111 de la lógica de clasificación de las enfermedades para el campo psiquiátri1 • 1 l'S, según Cooper, bastante nociva. Sus efectos inciden sobre el hecho de que
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la cuestión principal no está en la falencia del cuerpo del paciente psiquiátrico, pero sí en la perspectiva de que el paciente sufre de relaciones sociales y familiares enloquecedoras. [. .. ]La locura no está 'en" una persona, sino en un sistema de relaciones del cual forma parte el rotulado "paciente":[. .. ] La abstracción corriente del "enfermo" del sistema de relaciones en el que está aferrado distorsiona inmediatamente el problema y abre el camino a la invención de pseudo problemas, clasificados y analizados casualmente con toda seriedad, mientras que todos los problemas auténticos se disipan sigilosamente por la puerta del hospital, junto con los parientes que se alejan (COOPER, 1989, p.47).
La experiencia de la Villa 21 fue un marco en la concepción de la reforma psiquiátrica. A partir de la necesidad de crear una unidad autónoma frente al sistema psiquiátrico, esa comunidad terapéutica puede establecerse en una casa de la comunidad, fuera del contexto psiquiátrico institucional, asumiendo un carácter de prototipo o modelo de funcionamiento institucional. Su rutina era establecida por grupos espontáneos o programados. En los grupos programados, había una asamblea diaria de la cual participaban médicos, técnicos y pacientes, con el objetivo de determinar cómo se daría el funcionamiento de la institución. ¿Cómo lidiar con los problemas institucionales? Las decisiones eran tomadas de forma colectiva, lo que revolucionaba radicalmente lo que era propuesto por el modelo clásico de manicomio. No era más el médico el que decidía el funcionamiento institucional, o lo que debería ser prescripto como terapéutico para determinado paciente. Lo que estaba dado, en términos de horizonte del funcionamiento institucional, era una subversión delante de un saber psiquiátrico totalizante, que muchas veces, al reproducir preconceptos, estaba al servicio de una defensa frente a la locura. Ocurrió en ese ejemplo un intento de horizontalización de las relaciones institucionales. Al tomarse la figura del médico como ejemplo mayor de lo que se discute en el momento, cabe verificar que él asume, naturalmente, un papel de líder en la institución. Históricamente él fue investido en un lugar de poder, sea por su saber, sea por las atribuciones administrativas, en que las decisiones tomadas parecen mucho más aliadas a las conveniencias operacionales y de confirmación de un saber cientificista sobre la enfermedad. Dentro de ese contexto, se hace necesario resaltar un modo de ejercer el liderazgo con autenticidad, en el cual se promueve la no privación de la libertad del otro. Se abre la tentativa de no dominación del otro y, consecuentemente, de la no realización de la ilusión de que el funcionamiento institucional está bien ordenado, así como de la ilusión de que un funcionamiento institucional sustenta una organización interna.
La horizontalización de las relaciones institucionales, según Cooper, convoca a aquellos que tratan de aproximarse al fenómeno de la locura o se enfrentan consigo mismos. La dificultad real para el personal consiste en la autoconfrontación, en la confrontación con los problemas, perturbaciones y locura propios. Cada uno debe correr el riesgo de salir al encuentro del lunático que incluye en sí. El equilibrio convencional establecido mediante la externalización de la violencia por los psiquiatras y enfermeros (que actúan al servicio del "público") no puede ya subsistir sin crítica por el hecho de no haber sido advertido. Ha producido el principal problema social del hospital psiquiátrico, al obrar en una sutil y compleja colusión con la familia del paciente y, a través de la familia, con la totalidad de los funcionarios públicos implicados. (COOPER, 1989, p. 132).
Para finalizar, Cooper concluyó que el experimento de la Villa 21 implicó la constatación de que hay límites para el cambio en la institución. Así mismo, cabe a aqtlellos que se aventuran en trabajar en una institución caracterizada en soportar una proximidad mayor con el fenómeno de la locura, a partir de la horizontalización de las relaciones institucionales, no se dejen tomar por un sistema de dominación que clasifica, jerarquiza y, por lo tanto, determina a priori los lugares de funcionamiento de la institución.
1.2 La comunidad terapéutica y el acompañamiento terapéutico La contribución de las comunidades terapéuticas para la caracterización del A.T como dispositivo de tratamiento se da en dos niveles. El primer nivel se centraliza en la figura del auxiliar psiquiátrico como preursor del acompañamiento terapéutico, tal como es descripta por Reis Neto ( 1995), Sereno (1996), Pitiá (2005) y Araújo (2005), al enfatizar la salida de ese técnico de la institución para auxiliar al paciente en su cotidianeidad. El segundo nivel consiste en el propio debate sobre el pasaje de auxiliar psiquiátrico a acompañante terapéutico. Hay, en ese recorrido, una referencia a la :xpresión amigo calificado, expresión importante para la cuestión en debate. No t lene consenso, en la literatura sobre el AT, el cambio de término amigo califirndo por el término acompañamiento terapéutico, como más adelante se verá. Ibrahim (1991) relata una experiencia de trabajo de equipo en salud mental :11 la ciudad de Río de Janeiro, en la Clínica Vila Pinheiros. Él describe la figura del auxiliar psiquiátrico como precursor del acompañamiento terapéutico. En 11 n primer momento, ese técnico asumió la función de cuidar del paciente que
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se encontraba en crisis emocional, siendo, así, demandados cuidados relacionados a la manutención de la integridad física, la utilización de los medicamentos y, sobre todo, un apoyo afectivo. En ese contexto, el auxiliar psiquiátrico asumió una función que podría ser caracterizada no solamente como protección, vigilancia y control. Había algo más, dado que ese profesional participaba integralmente de la cotidianeidad de la institución, al auxiliar a los pacientes, al elaborar comisiones para la realización de fiestas, actividades deportivas, realización del periódico mural, etc. Con todo, en el inicio de la década de 1970, cuando se piensa en Brasil, las comunidades terapéuticas comenzaron a cerrarse en función de un retroceso histórico marcado por el periodo de la dictadura militar. Se volvió a la época en que la que lo que se proclamaba era simplemente sacar al loco de circulación. A pesar de eso, había un contingente de auxiliares psiquiátricos que fueron solicitados para trabajar en casas particulares, en el lugar mismo donde los pacientes enfermaban. En ese pasaje, el trabajo pasa a ser ejercido fuera de las instituciones. Algo se perdió, ya que no estaba más el recurso de la sustentación de un equipo de trabajo para orientar las intervenciones del profesional. Sin embargo, el lanzarse directamente sobre lo cotidiano del paciente significó logros importantes: el auxiliar psiquiátrico pasó a intervenir directamente en el seno de la familia, transformando radicalmente su forma de mantener la relación de trabajo con el paciente. El auxiliar psiquiátrico deja de ser aquel que ocupaba una posición privilegiada de observador de la familia y pasa a ser actor en ese contexto, manteniendo, a decir verdad, también un lugar de extraño en esa familia. Un punto de enorme importancia es lo que Ibrahim destaca como otra consecuencia del momento histórico anteriormente descripto. El auxiliar psiquiátrico, que antes participaba de un equipo de trabajo institucional, pasa a ser él mismo la institución. Ese punto será ampliamente desarrollado a lo largo de este libro. ¿Qué desdoblamientos pueden ocurrir ahí? ¿Cómo pensar hoy la figura del acompañante terapéutico apartado de un equipo de trabajo? ¿Cuál es su mirada sobre el fenómeno de la locura, su complejidad y las posibilidades de intervención clínica? ¿Cómo pensar la idea de la mirada institucional o la mirada en red presente en esa función de proximidad con la vivencia de la locura? Lo que Ibrahim describe en su texto es que el pasaje del auxiliar psiquiátrico ligado a un equipo de trabajo para ser él mismo la institución fue hecho de forma gradual y cargado de varios vicios institucionales, ya que se creía en el carácter de "patología intrapsíquica" del enfermo y en su cura. Acabamos de describir un primer marco para la construcción de la figura del acompañante terapéutico. El auxiliar psiquiátrico sale de la institución, donde
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acompañaba a los pacientes en tareas/acciones de lo cotidiano de la institución, y pasa a trabajar directamente con el paciente, asumiendo él mismo el estatuto de institución, al intervenir en el seno familiar del paciente sin el respaldo de un equipo de trabajo constituido a priori. El segundo aspecto a ser trabajado es la discusión del empleo del término
11migo calificado, según lo descripto por Baremblitt (1991), al enfatizar la expresión amigo como algo importante para la reflexión acerca de la construcción de la figura del acompañante terapéutico. Él afirma que la tentativa de definición de una función o papel está profundamente marcada por compromisos científi cos o disciplinares, ya que su argumentación también está atravesada por las Ideas de Michel Foucault. ¿Cómo pensar la función del acompañante terapéu1ico, un desarrollo de la práctica del auxiliar psiquiátrico, haciendo también rekrencia al término amigo calificado? ¿Cuál es el lugar que se debe ocupar para n.:percutir sobre la definición de acompañante terapéutico? La única salida poHlhle es pensarlo a partir de la práctica, del lugar de aquel que ejerce la función de.: estar junto con un paciente psicótico. Lo que fue expuesto es que estar junto 1 on un paciente psicótico puede ser pensado a partir de una pequeña modifi( ación, ya que n'o interesa estar con el paciente, en su forma de estar en el mundo, pero sí considerar el hecho de que el paciente tiene su manera singular de n:producir el mundo. Cabe al acompañante terapéutico acompañar la recons1rucción de ese mundo, al considerar el modo absolutamente original del pa1 it:n te. Es en ese contexto que se defiende la reconquista del empleo del término amigo para la realización de la función descripta por Baremblitt, o al menos no perder de vista aquello que la palabra amigo sugiere en términos conceptualt•s. Amigo significa soportar la inventiva/creatividad del paciente psicótico en recrear su mundo sin establecer una mirada de represor o de pedagogo, que delt'rmine lo que es aconsejable para una buena adaptabilidad. El debate acerca de la definición del acompañante terapéutico a partir de su l11 nción permite reflexiones importantes, que merecen ser desarrolladas en el presente. Se creó el término acompañante terapéutico para pensar su identidad, ori unda de determinada función. Estar al lado de un paciente psicótico, no en 1·1sentido de compartir su mundo pero en el intento de ofrecer estrategias para 1¡11 c el paciente reconstruya el propio mundo. Eso evoca la figura del amigo como 1q11cl que no se preocupa por las excentricidades de par. l\raújo (2005), al posicionarse frente a esa cuestión, defiende la reconquis111 de la dimensión de la amistad en la clínica del acompañamiento terapéutico, pues ella rescata la dimensión política de esa clínica, al apoyarse en la corriente
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teórica del esquizoanálisis. Lo que destaca Araújo es, sin duda, digno de tener en cuenta. Al problematizar la noción de función en la clínica del AT, una clínica de pasaje, una clínica que propone una presencia por la proximidad de la experiencia de la locura, se propone enfatizar la propia idea del pasaje, de que algo se pasó. No solamente en el sentido del desplazamiento de los cuerpos en la vía pública, pero sí de algo que se produce en términos de cambios subjetivos. De ese modo, Araújo propone:
puede surtir -en términos de pasajes subjetivos- son imprescindibles para lo que se busca en términos de efectos clínicos. Concordamos también con el hecho de que hay determinada clínica que puede tener efectos enriquecedores de la o en la subjetividad. Nos referimos aquí a aquellos que se apoyan en un saber tecnicista en vez de soportar una proximidad, en este caso, de mayor contacto con la locura. El debate del nombre de la función del AT ocurre a causa de la tensión exis1cnte entre una cualidad necesaria del AT de soportar lo insólito, característico de la psicosis, como ya fue afirmado anteriormente, pero también sin perder de vista la faceta clínica de esa misma actividad. Históricamente, se apostó al nombre acompañamiento terapéutico justamente para resaltar su dimensión clínica y/o terapéutica. Así, al contrario de lo que propone Araújo, la posición que aquí se inscribe es la de considerar una concepción de subjetividad y operar con ella, t• n la medida en que una teoría, a pesar de los riesgos posibles en su uso, es también operadora, ya sea en el sentido de la oferta de aportes técnicos y metodológicos, como en los efectos de resignificación originados en la experiencia clínica, Jo que permite hacer avanzar aun más la propia potencia clínica. En ese sentido, se abre una cuestión más ¿cómo pensar la clínica de la psicosis delante del debate ahí expuesto? Dicho de otro modo ¿es verdad que el pasaje de .1uxiliar psiquiátrico a amigo calificado y, finalmente, a acompañante terapéuti1 o, puede perder de vista lo que fue mencionado sobre la posición de proximidad que esa clínica exige de aquel que se propone acompañar a un psicótico? Sin vmbargo, se defiende la utilización del término acompañante terapéutico, dado 1¡11e hay una posición distinta entre amigo y terapeuta. Basado en una posición determinada frente a ese debate, se cree que la política de amistad es importante 1ia ra sustentar ese quehacer clínico, para no hablar de lo que ese término repre·n ta en su dimensión ética y política. Pero la historia del AT nos muestra eso: ;t' hace necesario no perder de vista la dimensión de tratamiento presente en el debate. Por otra parte, ya se habló mucho sobre cuan insustentable es la postura 1k la antipsiquiatría tal como Cooper la describe. La proximidad por la proxi111idad misma no promueve tratamiento y también es verdadero el hecho de que los integrantes del par acompañante/acompañado ocupan posiciones asimétri' ns. Hay alguien que sufre y hay alguien que ofrece tratamiento. Si no fuese así, 110 habría porqué teorizar esa clínica, ni interrogarse por sus efectos.
"Cuestionar las técnicas en cuanto saberes constituidos, no naturalizándolos, desestabilizando sus formas, es lo que nos dará las condiciones para que podamos extraer de las prácticas una experiencia clínica que pensaremos como un acontecimiento. Hablamos ahora no más del cómo ni del dónde se da la clínica y sí el qué pasa en la clínica de acontecimiento, o la clínica-acontecimiento-la punta más desestratificada del agenciamiento clínico, que también será entendido como acompañamiento terapéutico (ARAÚJO, 2005, p. 25).
El acento recae sobre la experiencia de un acontecimiento, en detrimento de la primacía de la técnica o del saber constituido. Lo que se hace es priorizar el acontecimiento, en vez de priorizar y, consecuentemente, confirmar algún saber instituido surgido de la técnica o del saber instituido sobre "la" clínica, al reconocer al sufrimiento humano como instrumento de confirmación de la ortodoxia teórica. Así, se preconiza la vivencia de acontecimientos, cuya dirección se opone a las fuerzas disciplinares o coercitivas encapsuladoras de la subjetividad. De ese modo, la política de la amistad es entendida como "una relación libertaria que surge en el espacio intersticial, entre dos, espacio siempre entre uno y otro, espacio que entendemos que es clínico por excelencia (ARAÚJO, 2005, p.31). La política de la amistad, vivida sobre el amparo de lo imprevisible, de la instantaneidad, de aquellos acontecimientos insólitos que la ciudad puede precipitar -en el sentido de una vivificación de la subjetividad en la escena o el escenario público-, marca una articulación con el AT, en la medida en que hay un compromiso político en su historia que no merece ser perdido de vista. Amigo calificado fue el primer nombre dado a esa práctica, cuando se insertaba en el contexto de las luchas de la psiquiatría social. El amigo calificado fue entonces una forma de hacer clínica que no se separaba de una intervención política en el campo de la salud mental, que no se separaba de una práctica de libertad y de la creación de nuevos derechos relacionales (ARAÚJO, 2005, p.32).
Hasta ese punto, concordamos con Araújo, considerando que sus posiciones acerca de la dimensión política del AT, además de los efectos que esa clínica
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1.3 La psiquiatría democrática italiana La experiencia italiana de substitución del manicomio pasa por una premisa fundamental: la de que la sociedad como un todo es productora de locura y, consecuentemente, responsable por la exclusión social del loco. De ese modo, se podrían crear en esa misma sociedad estrategias de inserción que puedan .s anar sus principios de funcionamiento enloquecedor y de exclusión. Rotelli ( 1987) describe la experiencia de Tri este, ejemplo paradigmático de la propuesta de substitución de los manicomios. Él parte de la constatación de que el sistema de leyes que regía en el país era del siglo XIX, centrado en la política de peligrosidad del enfermo mental. Así, la institución psiquiátrica contemplaba el sólo hecho de ejercer la custodia sobre el loco, considerado por la ley como alguien inhábil, incapaz de ejercer sus derechos como ciudadano. De ese modo, la psiquiatría era utilizada solamente para mantener el orden social. Los datos estadísticos eran alarmantes: en 1965, se calculó que había 800 mil personas en el interior del manicomio italiano, sin ningún derecho social. Como ya afirmamos, hay una relación de dependencia entre la psiquiatría, las leyes y la manutención del orden público. Una vez constatada esa relación de dependencia, el paradigma italiano se lanzó a un proceso de transformación de esa realidad. Fue creado un hospital psiquiátrico abierto, donde las personas pudieran transitar libremente y ejercer sus derechos civiles. El punto inicial era modificar la relación médico/paciente, a través de las discusiones colectivas acerca de las necesidades de los usuarios frente a su tratamiento. De ese modo, la propuesta de las comunidades terapéuticas sería el primer paso a ser dado, siguiendo el modelo de asambleas, en que usuarios, médicos, familiares, en fin, todos los implicados tuviesen espacio para debatir lo que quisieran defender. Se habla de una toma de conciencia colectiva, en que la dimensión del tratamiento se orientaba por la posibilidad del usuario de emanciparse como sujeto social. La experiencia más significativa fue la de Trieste, iniciada en 1971, a partir de la nominación de Franco Basaglia para la dirección de un manicomio con más de 1,2 mil camas. Se optó por trabajar las relaciones internas del hospital, con el objetivo de abrir gradualmente las puertas del manicomio a la ciudad. Se creó, de ese modo, una cultura distinta de las relaciones entre las personas, en función de la responsabilidad atribuida a los médicos y, sobre todo, por la reconquista ' de la relación del interno con la ciudad. De ese modo, el principio de la comunidad terapéutica podría ser pensado como un paso intermediario a ser dado, ya que el objetivo mayor de la propuesta era promover el cierre del manicomio y la inserción del loco en la trama social.
Por ejemplo, los enfermeros comenzaron a acompañar a los internos en las visitas a sus familiares y, de ese modo, su función de control y vigilancia pasaba a ser substituida por otra, opuesta: la de ofrecer y sustentar la libertad y el tránsito de los internos. Además de ese movimiento de salida de los internos, hay otro que también se estableció: el de apertura del manicomio a la posibilidad de visitas de la población. Se estableció ahí un libre tránsito, sin restricción de sentido. Lo de adentro podían salir y los de afuera podían entrar. Los esfuerzos se cenLraban en la construcción y en el estrechamiento de la relación entre el manicomio y el territorio urbano. Culminaron en una estrategia de reurbanización de la iudad, dado que se inició la construcción de centros externos de salud mental. Esos centros acumulaban las funciones de atención a la salud mental y también de centros sociales, para abarcar las necesidades sociales de los usuarios, ya que muchos no disponían de familias para recibirlos. Por fin, se formaron cooperativas para sustentar ese movimiento, cuyo sustento financiero provenía de los recursos destinados a la manutención del manicomio tradicional, extinto desde la reformulación de los espacios públicos. Se creó un referendo para modificar la ley de salud mental y, en mayo de 1978, el Parlamento Italiano votó la primera ley que preconizaba el cierre de los hospitales psiquiátricos. Para finalizar, de forma bien sintética, el proceso italiano abrió cuestionainientos sobre el modo de constitución de la locura como enfermedad. La locura puede ser vista como una situación natural y social, pero la categorización de l'lla como enfermedad mental es un proceso histórico, cuya consolidación dependió, y mucho, de determinado saber cientificista y legal. En ese sentid9, dis¡io ne de categorías como síntoma, diagnóstico, y se pasa a la tentativa de ader uación del loco a una sociedad normalizante, como si el loco tuviese una falta que debiese ser concertada. lis preciso aumentar los grados de libertad personal, pues la locura acarrea su restricción. I:sto ocurre no sólo debido a la forma en como ella viene siendo gerenciada, sino tam/Jién porque ésta es "per se" una situación de no elección, en la que el sujeto está inserto. 'Terapia significa, por lo tanto, ampliar los espacios de libertad internos del ser humano, y su emancipación. Para esto es necesario emancipar el medio circundante, pues no es posible aumentar la libertad sin aumentar el estatuto de libertad, o sea, su libertad de relación. Es por lo tanto necesario emancipar todo el campo terapéutico y el ambiente t¡ue lo rodea (ROTELLI, 1987, p. 14).
Para finalizar, el énfasis está en la promoción de la emancipación de los ciudndanos locos al establecer estrategias de trabajo y de inserción social. Se rom1lió con el pensamiento mecanicista de causa-efecto, ya que se priorizó el traba-
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jo bajo la defensa de las posibilidades. No se espera de determinada acción un resultado específico y eso abre posibilidades y apuestas, pues la tutela cede terreno a la participación.
1.4 La psiquiatría democrática italiana y el acompañamiento terapéutico El ejemplo de Trieste nos permite verificar los efectos que una estrategia de circulación de/en lo social puede precipitar en un tratamiento con pacientes psicóticos. Ese es un punto absolutamente consensual en los distintos abordajes del AT, se basen en las líneas cognitivas o comportamentales, en otros abordajes psicoanalíticos y así mismo fenomenológicos o existenciales. La apuesta que se hace es que el encuentro del paciente con la calle, espacio clínico, promueve efectos en la subjetividad. A rua como espa<;o clínico, título de la primera publicación brasilera sobre el tema, nos ofrece una definición de lo que sería el AT, según Porto y Sereno (1991, p. 31). Acompañamiento terapéutico: prácticas de salidas por la ciudad, con la intención de montar una "guía" que pueda articular al paciente en la circulación social, a través de acciones, sustentado por una relación de vecindad del acompañante con el loco y la locura, dentro de un contexto histórico. Así, lo que se proclama es el intento de establecer una "guía" de la ciudad en que se pudiesen clasificar los puntos privilegiados de determinado paciente, para que él pudiese experimentar su modo singular de conexión con la trama social, respetando su organización psíquica, con el objetivo de aumentar las posibilidades de circulación. Se busca una manera posible de que el paciente movilice sus propios recursos internos para construir sus puntos de contacto con la ciudad.
En ese sentido, se prioriza el uso de acciones, al intentar siempre promover salidas para la calle. El punto ahí es sustentar la circulación, inclusive si se sabe de antemano que el objetivo final está condenado al fracaso. No importa, lo que se sustenta es la posibilidad de que la acción se concretice, hasta donde fuese posible, a partir de aquello que fuera imaginado. Otro punto importante es el de que la acción del acompañante terapéutico puede producir efectos interpretativos. No se trata de pensar la interpretación tal como fue formulada por Freud en la clínica de la neurosis, a través de lapalabra o del silencio, pero sí como acciones, movimientos, actos que puedan sustentar aquello que se imaginó como acción. En ese sentido, un acto interpreta-
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t lvo del acompañante terapéutico pretende tan solamente favorecer el flujo de
11n a acción, de modo que ella se sustente. Se destaca también el lugar físico del .1compañante terapéutico, que puede estar delante del acompañado para favore1t•r la ocurrencia de determinada acción. Él puede también estar al lado, como ll Ruien que ofrece soporte al paciente, por servir como referencia corporal, o t•nlonces estar atrás del acompañado, de modo de ofrecerle posibilidades de experimentar cómo reinventar el mundo a su manera, con su estilo. En esa misma línea de raciocinio, Caiafa ( 1991) describe la condición de apri1don amiento que la crisis psicótica puede propiciar. Describe la posición de in111ovilidad en que determinado paciente se puede encontrar. Las salidas permite·n retirar al paciente de la condición mórbida, al ofrecer gerenciamientos de vi da. Hay una apuesta al hacer enredo, historia, en fin, al incitar la memoria. No "1' habla apenas de una irregularidad de horario, sino también de aquello que las ' "~ce nas, actos, lugares públicos incitan en relación a la (re)construcción de una 111cmoria y, por consecuencia, da la tentativa de rescate de los propios recursos 11bjetivos del paciente. e cualquier forma, ya hay una transformación social de algo mortífero y espantoso por algo que puede impedir la muerte, que posibilita la vida. Esto sólo es posible porque puede ser usado, vivido. Usado y vivido de modo que no incurramos nosotros, t1compañantes terapéuticos, en la burocratización de un servicio, encerrando lo psicótico a una circulación neurótica de lo social, dictando modos de estar ajenos al paciente (CAIFA, 1991, p.98).
La ciudad pasa, entonces, a ser considerada como objeto de reflexión. Frayze1•ncira ( 1994) se interroga sobre la ciudad al caracterizarla a partir de conceptos d1· la modernidad. Articula la vivencia de la modernidad, cuyo inicio data del 1lglo XV, con la vivencia de lo urbano y reformula las dimensiones del tiempo y e 11·1espacio. La vivencia del tiempo se modifica, ya que no está más en juego la 1l1·tcnninación de la naturaleza sobre el hombre y sí la determinación del trabajo. No se duerme más a la noche y se despierta al amanecer. El hombre moder11 0 o rganiza el propio tiempo en función del orden productivo. El tiempo pasa a 1·r considerado como algo lineal, en que claro y oscuro -día y noche- dejan de ser determinantes para la organización del trabajo. Las fábricas disponen de t 1·es turnos, los bancos contratan personas para trabajar en la compensación de 1 hcques de madrugada, las instituciones públicas solicitan mano de obra para l'l'a lizar procesamiento de datos, los medios de comunicación contratan profelonales para mantener siempre actualizados los sitios de Internet, etc. El espa1 lo también se modifica. El hombre pasa a trabajar en un lugar diferente al de su
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residencia. Tiempo y espacio pasan a asumir nuevas configuraciones de la subjetividad del hombre moderno. Tal proceso culminó en la condición subjetiva de fragmentación y discontinuidades, marcas de la contemporaneidad. El hombre contemporáneo vive los efectos de la industrialización. La ciudad deja de ser algo a ser contemplado, admirado, y se torna un espacio que posibilita la compra y venta de productos. Las marcas singulares de la ciudad, aquello que era admirado, son puestas en segundo plano en función de la generalización del producto, que constituye el lema para el sistema de producción de los bienes materiales El hombre actual es aquel que circula por las calles, solitario, enfrentando el caos urbano y que tiene que ver con los efectos que esa circulación promueve en sí. No se trata solamente de un esfuerzo para conquistar un mejor camino, sino también de la interacción que se establece entre el hombre y el caos. El hombre en la calle, lanzado en ese caos moderno, se ve en torno a sus propios recursos - posibilidades que frecuentemente ignora poseer- y se ve obligado a explorarlos exhaustivamente si quiere sobrevivir. Y, para recorrer el caos, él necesita estar en armonía con sus movimientos[... ] (FRAYZE-PEREIRA, 1994, p.26).
Se agrega el estar en armonía también con los propios recursos psíquicos. Es en ese contexto que Palombini (2005) localiza la figura del acompañante terapéutico. El acompañante terapéutico aparece como una piece de résistance, alguien capaz de oponerse a la lógica de dominación del flujo homogeneizante de lo urbano. Hay una subversión en el modo con el que él se posiciona en la ciudad, propuesta a partir de la figura del flaneur. El vagabundo2 es aquel que vaga por la ciudad, desligado/desvinculado de la determinación de los flujos urbanos ligados a la lógica capitalista. Él circula por el territorio, buscando para sí posibilidades de contemplación y disfrute de aquello que experimenta y vivencia. El par acompañante/acompañado establece el mismo tipo de relación con la ciudad. Lo interesante es descubrir cuáles son los puntos de anclaje posibles para el psicótico, con el objetivo de crear una red propia de circulación. La circulación se abre a la perspectiva de lo nuevo, del encuentro, de la posibilidad de creación de acontecimientos en los espacios. El acontecimiento implica una dimensión subjetiva, un encuentro con la alteridad, una ruptura con aquello que mantiene el psicótico en su encierro.
2. Nota del Traductor: se considera a la palabra vagabundo como la traducción contextual más acertada de la palabra francesa flaneur, utilizando su primera acepción según el Diccionario de la Real Academia Española: Que anda errante de una parte a otra
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En ese sentido, retomando a Caiafa (1991), la apuesta clínica que se hace es paciente psicótico, por estar al margen de un amarre neurótico que le conli cre un estatuto simbólico, consigue, en su vínculo con la ciudad, construir algo q11e le permite sostener el amarre que le faltó en el momento de estructuración t k la propia subjetividad. A modo de conclusión, se realiza una breve descripción del paradigma italia110 de reforma psiquiátrica. La experiencia de Trieste nos retrata el énfasis dado t la idea de que la sociedad produzca la locura y, consecuentemente, pasa tamIMn a ser responsable de promover estrategias de inclusión social. Vimos que t•I proceso de cierre del manicomio de Trieste ocurrió según algunas etapas. La ¡1dmera fase fue similar a lo que fue descripto sobre las comunidades terapéutit 1111, la horizontalización de las relaciones institucionales. La segunda fase con1. t ió en abrir el territorio urbano y el manicomio. Las puertas del asilo se man 111 vkron abiertas y, poco a poco, fue posible diluir las diferencias entre dichos lt'l'l'ilorios. Para finalizar, los centros externos fueron creados, con un carácter t 11· cooperativa, para recibir a los usuarios que por ventura no dispusiesen de fa 11 tilia o de un lugar para vivir y hasta trabajar. l .a exper iencia italiana radicalizó la propuesta de inclusión social, en coml'll'tn sintonía con lo que la clínica del AT preconiza, según lo trabajado en este 111'111. Sin embargo, hay un punto que merece ser destacado ¿cómo pensar la int hl'l ión social de un psicótico, teniendo en cuenta que él trae consigo determill i1cl11 condición subjetiva? Cabe examinar las cosas más de cerca. De hecho, vi11101> que el paciente psicótico se beneficia al tener espacios de anclaje subjetivo t 11 1·1 contexto social. Pero también sabemos que los puntos de anclaje son tettlll'N y de difícil construcción. En otros términos, no es posible proponer la banil1 •r11 de la inclusión social sin preguntar si alguien, con su propia historia, so¡1111 1n ser lanzado a cohabitar un mundo determinado por una lógica capitalista. '1h1vez sea ese el punto de mayor fragilidad de la experiencia italiana. Hay l1111111t·s simbólicos que pueden ser imposibles de habitar, o hay ciertos derechos j\1 11 111\t izados por ley que son, si no imposibles, al menos difíciles de ser conquis111111 l/l, Por ejemplo, se sabe que, en Brasil, el psicótico tiene una pensión por inv d1d1·~. Es una cuestión delicada, dado que ese derecho deriva en un rótulo, lo ' I' 11 • ¡iucde tener implicancias en la subjetividad del candidato a tal bono social. l 11 1u 110 pasa por ahí. Al suponer esa posibilidaa, se imagina que el hipotético 1 11 H l ldnl'o tenga que obtener un segundo documento de identidad para conquisl111 1111 beneficio. Es una hipótesis bastante común, teniendo en cuenta que, al 1111 1tt1s <.: n la realidad brasilera, millares de internos perdieron sus vínculos famill.111 •11 ¿cómo, entonces, se puede sustentar esa propuesta delante de alguien que,
1¡11c el
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Pierre Riviere no puede ser juzgado por la justicia común, pues sufría intensas en su producción delirante, cree que su origen viene de referencias oriundas del propio delirio y no de una filiación marcada por un padre y una madre y, por lo tanto, según las determinaciones simbólicas? La bandera de la inclusión social puede ser legítima, pero debe ser conducida de tal modo que se consideren las condicione subjetivas de cada paciente. En cierta ocasión, actué como acompañante terapéutico de un paciente que creativamente produjo una "tarjeta de presentación" de sí mismo, que decía más o menos lo siguiente: "Certifico para los debidos fines que [... ] es constructor de puentes y edificios, profesor de educación moral y cívica, sereno, carpintero, etc:' Había una infinidad de profesiones impresas en su tarjeta, que fue confeccionada de modo cuidadoso, plastificada y con una firma bastante original. Un día, fue necesario ir a un centro de análisis clínicos para realizar un control de sangre de rutina. Le fue solicitado su documento de identidad y el paciente le presentó su tarjeta personal. En ese momento, se creó un conflicto. La recepcionista, por un lado, no quería aceptar lo que le estaba siendo presentado; el paciente, por el otro, se rehusaba a tomar cualquier otra iniciativa, a no ser la de insistir en la validez de aquello que estaba presentando, al final su tarjeta decía mucho más de él qu:e el documento oficial. Después de la discusión y en función de la insistencia del paciente, la recepcionista cedió y permitió la realización del examen, a causa de la intervención conciliatoria del acompañante terapéutico. Moraleja de la historia: no es posible insistir en la bandera de la inclusión social sin considerar las condiciones subjetivas de aquel que ocupa un lugar excluido del contexto social. Lo que veremos a continuación hace referencia a dicha cuestión.
1.5 La psicoterapia institucional francesa En este libro, el paradigma de substitución del manicomio oriundo de Francia, denominado psicoterapia institucional, ocupará un lugar destacado, pues en él hay fundamentos importantes para pensar la clínica del AT. La psicoterapia institucional produjo una alternativa importante de substitución del manicomio. Sus raíces teóricas se remontan al silgo XIX, según Desviat (1999) que afirma que ese modelo institucional fue una tentativa de rescatar aquello que sería una institución psiquiátrica. Sus fundamentos se originan en las concepciones de Pinel y Esquirol, quienes propusieron el fundamento humanista de tratamiento de los alienados. Un marco histórico importante fue la conjunción entre el Poder Judicial y la psiquiatría, cuando Pierre Riviere asesinó~ su familia en Francia, a mediados de la década de 1830.
J ificultades emocionales. El saber psiquiátrico de la época intercedió y desde entones se creó una demanda importante para el Estado: ¿qué hacer con los criminales locos? El movimiento humanista fue, en función de esa demanda, una tentativa de ofrecer tratamiento a esas personas. Pinel propuso un tratamiento moral, basado <.:n su hipótesis de que el loco tenía un cerebro más influenciable a los males de la sociedad. Cabría, entonces, proponerle un tratamiento basado en terapias como b estrategia del silencio y baños terapéuticos, un tratamiento que pudiese aliviar al cerebro moralmente enflaquecido o susceptible a las explosiones de la locura. Esquirol, su discípulo, constató la necesidad de crear una institución solamente para la demanda específica de tratamiento de la locura. No era posible tratar la locura en una institución que juntaba a los locos con toda clase de exd uidos, tales como leprosos, prostitutas, jóvenes desvirgadas, mendigos, etc. A modo de ilustración, el hospital Salpetriere era un depositario de excluidos. Era 11rgente la necesidad de organizar la casa, de crear una institución para el trata111 iento exclusivamente de la locura. La afirmación de Desviat acerca de la tentativa de la psicoterapia institucio11 al de rescatar el manicomio condice con la reconquista de los presupuestos human istas, al considerar la subjetividad del loco en cuestión, además de crear un territorio que ofreciera condiciones de tratamiento a la demanda específica de In locura. Pinel y Esquirol fueron entonces rescatados, en otro momento histórico, post Segunda Guerra Mundial. O tro dato importante es que en ese periodo entrara Jacques Lacan en la his1oria del psicoanálisis, con su "no retroceder" frente al sufrimiento de la locura. l .acan apaciguó el terreno de tratamiento de las psicosis, lo que permitió una teoda de la subjetividad operativa, consistente, lo que llevó a constituir los pilares dd paradigma francés de reforma psiquiátrica. En resumen, el modelo institu' ional francés es un intento de rescate del manicomio, pues rescata ideas human islas, ya sea al considerar la subjetividad del loco o al crear un territorio instil11 cional organizado en torno a esa demanda específica de tratamiento. Sin embargo, los presupuestos teóricos de la psicoterapia institucional no se dt'licnen aquí. Silva (1999) dice que Oury, fundador de esa experiencia institu1 ional, también se preocupó por la complejidad presente en las formas de aliena' Ión del sujeto, que sobrepasan apenas la dimensión clínica, pero también social, l11lcs como la explotación capitalista y las estrategias de coerción ejercidas por las 11 s t ituciones del Estado. Así, se habla de una doble alienación: la alienación psi1 1 1)1lea - a partir de Lacan, al pensarse la estructuración del sujeto mediante el l1 ·11guaje y el deseo- y la alienación social, basada en el pensamiento marxista.
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Del punto de vista de la subjetividad se tiene aquí una condición alienante en la estructuración del deseo, en la medida en que su constitución se da a partir del sujetamiento del niño al deseo del Otro. Esa condición denuncia nuestra precariedad, ya que para que nos tornemos humanos es necesario someternos a las condiciones deseantes del Otro, portavoz del lenguaje y del orden simbólico de la cultura, con sus reglas y prohibiciones organizadoras de la sexualidad. Se trata de una condición paradoja!, en la medida en que, si existe algo de libertad, ese algo debe ser conquistado a partir de operaciones de separación 3 de la condición alienante, que es inherente a la constitución subjetiva humana. Para Oury, la alienación psicótica proviene de la propia constitución de la subjetividad, pero también de los efectos presentes de la alienación social. ¿Y cómo articular, en el tratamiento de la locura, la alienación psicótica y también los efectos de la alienación social? El argumento de Oury es el de la ética, en que se articulan, en una justa medida, deseo y acción. En ese sentido, se debe también pensar que la dimensión de la alienación social está presente en aquellos que tratan la locura, lo que desemboca en la exigencia de tratar la alienación de la propia institución.
Oury establece su propuesta de tratamiento en torno al concepto de colectivo. Teniendo en cuenta la condición subjetiva de la psicosis, su fragmentación, cabe a la institución organizarse en una multiplicidad de saberes, en que los técnicos -o sea, la psiquiatría, la terapia ocupacional, la asistencia social, la enfermería, el personal administrativo, en fin, todos los implicados en la trama colectiva- puedan sustentar, siguiendo criterios metodológicos definidos, laparadoja existente en ofrecer sistemas colectivos que abarquen, al mismo tiempo, la aceptación de lo singular. Está presente una especie de tránsito entre lo colectivo y lo singular y viceversa.
El tratamiento de psicóticos en la institución exige, por lo tanto, un sólo tiempo: la desalienación de la institución (alterar las condiciones y la organización del trabajo, proceder a un análisis concreto de la institución y rever las relaciones políticas y los cambios con la sociedad más amplia y con el Estado, las formas de distribución de los recursos, el análisis de la demanda, etc.) y la desalienación de los que tratan (que permitan que esos, en la tarea de tratar, puedan poner en juego su deseo) (SILVA, 2001, p.93).
La institución de tratamiento busca interrogar, continuamente, lo que son sus trabajos, sus efectos, sus estrategias de intervención, en fin, establecer herramientas conceptuales para que se pueda cuestionar y orientar una práctica más efectiva. Oury sostiene la idea de que es siempre necesario cuestionar el trabajo, de modo de luchar contra su condición alienante, la cosificación. De ese modo, la institución es llevada siempre a cuestionarse sobre el arsenal tórico que sustenta su praxis, para reverla y teorizada en el a posteriori, dado que los pacientes son absolutamente capaces de percibir si lo que se ofrece, en términos de tratamiento, es algo que favorece la adherencia al mismo o no y si se reproduce la alienación o no. 3. Punto de suma importancia, que será retomado a partir del Seminario 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, de Jacques Lacan. El tipo clínico de la paranoia se somete a la operación de alienación, pero no tiene consigo, desde el punto de vista estructural, la segunda operación del sujeto, en este caso, la separación.
Oury afirma que la lógica subyacente en la noción de colectivo no es la lógica habitual de la organización de los sistemas psiquiátricos tradicionales, fundada en un sistema jerárquico, pero sí una lógica que debe respetar casi una infinidad de factores, uno por uno, lo que no es posible en ese tipo de organización. No se trata, por lo tanto, de la lógica de una simple discursividad, ni de lo serial, ni de la Gestalt, y sí de la lógica de los conjuntos transfinitos, de la lógica de los conjuntos aleatorios y de la lógica de la poética (SILVA, 2001, p. 103).
Se busca sustentar los espacios de transicionalidad, tal como Winnicott lo formula, para organizar la trama colectiva de modo tal que la alienación psicó1ica, de la forma en como fue teorizada por Lacan, sea pasible de tratamiento, ndemás de ofrecer condiciones de desalienación de las determinaciones sociales. Todo eso basado en el principio ético de que es posible ofrecer tratamiento a los psicóticos, justificado por el plano teórico y, sobre todo, por el deseo de .1quellos que se proponen a tratarlos. El colectivo no es ni un conjunto de individuos, ni un grupo de personas, ni un establecimiento o institución, pudiendo ser mejor definido como un sistema de multifunciones que deberían ser puestas en práctica para obtener los efectos deseados. Se trata, entonces, de destacar cuáles son los efectos positivos deseados[. .. ] donde se pueda vivir de un modo bastante personalizado. Oury destaca como efectos deseables: el respeto al otro en una dimensión ética, la posibilidad de establecimiento de un buen contacto con los pacientes que no los deje caer en el vacío y que permita que la persona en sufrimiento perciba que cuenta con los otros, In heterogeneidad, la libertad de circulación y la transferencia (además de esto, Oury destaca como efectos del Colectivo la polifonía, la multidimensionalidad y la transversalidad) (SILVA, 2001, p. 104).
abe entonces, a la institución, ofrecer espacios heterogéneos que favorezcan 111 circulación del paciente en el espacio institucional. Sino, no se trata más que
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de una oferta de distintos talleres o grupos terapéuticos, organizados en torno de determinado tema. Se hace necesario crear un ambiente caracterizado por un estilo de aproximación que promueva contacto con lo que le es ofertado, que promueva la posibilidad de encuentro. Es por ese prisma que el psicótico puede circular en los espacios institucionales, teniendo ahí, en esa oferta, una posibilidad de elegir y, consecuentemente, de libertad de circulación. Lo siguiente es una cita de Oury acerca de la noción de encuentro, derivada del pensamiento de Lacan: No hay encuentro a no ser que se ponga en cuestión cualquier cosa de lo Real. Sabemos bien que el esquizofrénico, el psicótico, vive en lo Real. No es realidad; lo Real es cualquier cosa mucho más espantosa; es paradójicamente no pasible de ser vivido. Lo Real es justamente lo que se evita siempre, pero es cualquier cosa que siempre estuvo allí, eso que reaparece siempre allí donde no se esperaba, Allí, justamente donde el encuentro, que es siempre del orden de la casualidad, puede manifestarse. Si somos tomados por ese nivel, estamos inmersos en la existencia, y eso tendrá consecuencias prácticas en la vida del esquizofrénico, ese problema de encuentro[. ..] exige, para poderse articular prácticamente, el establecimiento de una red de lugares bastante diferentes (OURY apud SILVA, 2001, p.104).
Desde el punto de vista del psicoanálisis, es posible justificar la importancia de promover la circulación del paciente psicótico en el interior de la institución, en la medida en que la noción de pasaje puede ser trabajada con el propósito de producir efectos terapéuticos. Lo que se verificó como pasaje al acto en un grupo puede ser posteriormente elaborado como acting-out. Se distingue pasaje al acto de acting-out de la siguiente manera: en cuanto lo primero ocurre sin cualquier participación de alguien como testigo, sin bastidores o espectadores, siendo, por lo tanto, una escena para no ser presenciada, lo segundo pasa a ser algo más organizado pues depende de un espectador. Así, el acting-out ocurre en una escena y, por lo tanto, en la transferencia, pasible de sufrir intervención analítica. Tal punto es importante, pues las instituciones psiquiátricas, de modo general, están organizadas para que no haya ninguna tentativa de pasaje al acto, tales como la fuga o el suicidio. Siendo así, el propósito de la institución defen di da por Oury es el de que los pacientes puedan hablar, organizarse, vivir escenas pasibles de algún tipo de intervención clínica. Se resalta también la importancia de sustentar, en el Colectivo, la transferencia. Cuestión delicada, teniendo en cuenta que la dimensión transferencia! de la clínica exige mucha atención para ser manejada. Considerando que la mayoría de las organizaciones extingue, en su funcionamiento, toda y cualquier posibilidad de emergencia del decir. Donde hay posibilidad de emergencia del de-
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·ir, de emergencia del sujeto, hay circulación de la palabra y, por consecuencia, transferencia. Otra función de gran importancia para el funcionamiento del Colectivo se condice con la función diacrítica. Este término se refiere a ciertos signos capa·cs de marcar una diferencia en relación a otro signo. Por ejemplo, en la gramá1lea (brasilera) se utiliza el signo"-" (tilde) para distinguir al fonema "a', pronunciación nasal del fonema "a'', pronunciado de forma abierta y con el aire exhalado por la boca. En la institución, la función diacrítica asume su papel al distinguir aquello que es del orden de lo amorfo, de lo confuso, en la tentativa de romper con la repetición, con el vacío. Cabe resaltar aquello que determinado acontecimiento pueda traer como novedad. La función diacrítica busca distinguir lo diferente y 1•ucede de forma práctica, en función de acontecimientos que ocurren en la ins1ilución o fuera de ella. Oury afirma que los acontecimientos importantes exigen ser marcados, con el objetivo de romper con la repetición. Resalta también l'I riesgo de interpretar algo que ya está allí, anticipando o suponiendo una subs1a ncia presente, por lo tanto oculta, a la espera de ser revelada. Es una precau~ ión valiosa, en la medida en que corre el riesgo de caer en una especie de hábilo interpretativo, que incurre, una vez más, en repetición. La marcación anhelada es aquella que implica una decisión. ¿Cómo decidir 11 i un acontecimiento merece ser mencionado? Tal decisión está en la articulación con la función diacrítica, que pretende justamente destacar aquello que esl apa a la monotonía. Ella asume, en ese sentido, un intento de romper con el 1/11/us qua, lo ya establecido. Los efectos de esa marcación recaen también sobre d equipo como una interpretación, dado que aquellos que están directamente mplicados con el paciente en cuestión serán convocados a repensar su estrategia de manejo de la transferencia. {. .. ]Lo que está en juego en estrategia es un cierto tiempo para comprender, que tenga en cuenta la dimensión del inconsciente y la transferencia. Además de eso, para poner en juego una estrategia en el campo pragmático es necesaria una consistencia que implica que haya entre los miembros que participan del equipo de trabajo una especie de evidencia cognitiva intersubjetiva. No se trata, por lo tanto, simplemente de preguntar ni otro: ¿estás de acuerdo? (SILVA, 2001, p.108).
El horizonte a ser seguido es separarse del plano empírico, del plano de la diferencia entre técnicas o abordajes, a fin de no producirse, en la praxis, cual' ¡t 1ic r vehiculización de conceptos, ya que no es por medio de una racionalidad t\•t•nica que se trata la psicosis. Es por eso que se exige una constante teoriza-
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ción de la praxis y de las justificaciones teóricas y éticas: " [ ... ] Para que lo que se hace tenga sentido es preciso que haya inscripción, traducción de la teorización que se hace. Teorizar es traducir lo que se hace a partir de un cierto marco' (SILVA, 2001, p. 108). Mientra tanto, no es el orden de una doctrina común, en el contexto de una adecuación ideológica, lo que está en juego en el funcionamiento institucional, sino la urgencia de la urgencia de tener como guía de la praxis ciertos puntos de acuerdo, donde las estrategias se puedan anclar. Hay una distinción, propuesta por Oury, entre aquellos que tienden a no destacar nada de nuevo en lo colectivo y otros que poseen una atención mayor para percibir lo nuevo, para resaltar, en el día a día de la clínica institucional, aquello que puede ser equiparado a un acontecimiento. Evidentemente, tales posiciones no se cristalizan en cada uno de los técnicos, ya que todos pueden estar más propensos a, un día, estar más atentos a distinguir el acontecimiento, de lo que hubieran estado en otro momento. Desde Freud (1921), en Psicología de las masas y análisis del yo, se teoriza la idea de que, aquellos más inclinados a apoyarse en la masificación de los acontecimientos, en la creencia de una mismidad, funcionan en el registro de lo imaginario y, por lo tanto, en la identificación con el yo ideal. Quienes son capaces de discernir un acontecimiento de la rutina institucional se identifican al ideal del yo y, por consecuencia, al registro de lo simbólico. El intento mayor es el de huir, en los grupos, del orden de la sugestión o de la fascinación imaginaria. Por lo tanto, la estrategia adoptada es la de sustentar un hiato entre el yo ideal y el ideal del yo, entre lo imaginario y lo simbólico. El trabajo analítico incide en el registro de lo simbólico. Según esa óptica se puede verificar que la resistencia se articula con el registro de lo imaginario, sea en análisis, sea en el colectivo, en forma de pasividad, inercia o sustentación de determinada ideología. El pasaje de lo imaginario a lo simbólico actualiza la operación simbólica de la castración. Una vez más el obstáculo entre lo imaginario y lo simbólico es sobrepasado por la necesidad de un constante trabajo institucional, en el que el cambio de ambiente, de la cotidianeidad institucional, se constituye por una red de actos y por sus efectos derivados. Oury describe la característica del ambiente al referirse al concepto de semblante, tal como Lacan lo formula. Así, lo colectivo se funda en la posibilidad de sustentar el semblante, en lo cual se posibilita la ocurrencia del discurso analítico. Sustentar el semblante no es una tarea trivial. Se piensa en cierto tono delante del acontecimiento, una disposición interna frente a lo insólito, un esfuerzo tenaz en sustentar aquello que es del orden del no saber. Es de ese orden que se precipita la posibilidad de la aceptación de lo insólito.
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Por último, se subraya un procedimiento fundamental para la continuidad del trabajo institucional: el tener, sistemáticamente, reuniones de equipo, momento privilegiado para que se pueda discutir el movimiento de cada singularidad en el colectivo, cuando se abre la posibilidad de apuntar y disolver las cris1alizaciones imaginarias; en fin, donde hay una especie de análisis de la resistencia de la institución a dar continuidad a un tratamiento. Esto ocurre porque organizar la propuesta del colectivo en la institución es posibilitar la ocurrencia de aquello que Oury denominó como constelación en torno a determinado paiente o, dicho de otro modo, considerar cuáles son las personas que el paciente ·I igió como significativas para, en la transferencia, direccionar sus significantes. ¿Cómo interpretar, en el plano colectivo, todo eso que sucede? Esa no es una tarea simple, pues requiere que cada miembro del equipo (o por lo menos gran parte de este) pueda funcionar como un intérprete. Pero para interpretar, aquellos que interpretan deben intentar analizar los obstáculos imaginarios, lo que consiste en una tarea enorme, pues para situarse en la condición de intérprete es preciso mantener el semblante, es preciso asumir la castración, o sea, acceder al registro de los simbólico, lo que implica dominar y reducir al máximo la dimensión imaginaria. La interpretación, en el plano colectivo, se sitúa, por lo tanto, en el nivel de la estrategia, que consiste en que los responsables por el colectivo tengan una actitud analítica y que se reúnan, no para decidir o informarse en detalle, sino para elaborar ecuaciones significantes. Es evidente entonces que todos los que participan de la institución terapéutica están presos como material de esa gran máquina abstracta, donde aquello que está en juego es una especie de poema permanente que se hace y que se debe descifrar según nuevas reglas (SILVA, 2001, p. 115).
Para concluir ese ítem, retomamos lo que fue expuesto por la psicoterapia institucional francesa, con el objetivo de presentar, al menos en lo que se refiere ·n los términos de la experiencia institucional, aquello de lo que esa experiencia no puede dar cuentas, cuando se trata de la substitución del manicomio. Vimos que esa modalidad·de tratamiento de las psicosis fue, según Desviat, un intento de rescate del manicomio, en la medida en que se estableció la necesidad de constituir una teoría de la subjetividad de las psicosis y un territorio que se organizase en torno a esa demanda específica. El momento histórico contaba con la teoría lacaniana de las psicosis, lo que entonces ofreció nuevos aportes teóricos a la organización de la trama institucional, en torno a lo que se denominó como colectivo, con una estrategia clínica de tratamiento de la alienación psirúl ica y de la alienación social. Hay una especificidad en la política pública de salud en Francia, denominada política de sector, en que un territorio urbano es dividido en sectores, de modo de que se pueda realizar un levantamiento epidemiológico y crear estrategias
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de tratamiento y un estimativo previsto de incidencias de determinada patología. En el caso de la política pública de salud mental, eso también se aplica. Así, el territorio institucional de tratamiento de las psicosis se inscribe en el espacio urbano como un territorio de circulación del psicótico, no para promover la exclusión y el confinamiento, y sí para ofrecer tratamiento. El problema que se enfrentó en ese intento de substitución del manicomio fue el de que el territorio institucional ligado a la propuesta de psicoterapia institucional no fue capaz de dar cuentas de todas las manifestaciones clínicas de la psicosis. Sin embargo, es posible ofrecer un tratamiento intensivo a la psicosis. Mientras tanto, ese tratamiento abarca determinados momentos subjetivos de la psicosis y no su totalidad. Por ejemplo, un momento de crisis psicótica, un brote en el que el paciente esté bastante descontrolado, van a demandar una contención mayor, propia de una enfermedad psiquiátrica. En ese contexto y a modo de conclusión, afirmamos que ese modelo institucional dio cuentas de realizar una substitución parcial del manicomio, pues no consiguió prescindir totalmente de aquello que el manicomio ofrece, no en el sentido de cronificación de la locura en la vivencia institucional, sino de cierta contención que, algunas veces, es necesaria.
1.6 La psicoterapia institucional francesa y el acompañamiento terapéutico En este momento, destacamos algunos puntos importantes, tales como el origen institucional del AT ligado a un institución similar a lo que se denomina hospital de día o CAPS, propio del modelo institucional anteriormente descripto, así también como la recuperación de una concepción teórica de subjeti~ vidad de la psicosis, punto importante para pensar una estrategia clínica de las psicosis en la que el registro de los simbólico opere para dar sustentabilidad a la inclusión social, cuestión ya mencionada en un ítem anterior denominado "Psiquiatría democrática italiana y el acompañamiento terapéutico': El acompañamiento terapéutico surgió en Argentina, alrededor de los años 1970, a partir de una historia institucional -esa es al menos una versión de la historia-. Había una institución de tratamiento de pacientes con graves compromisos emocionales, coordinada por el Dr. Eduardo Kalina, en la que se constató una serie de fracasos clínicos en función de la no adherencia de algunos pacientes al tratamiento institucional. Desde entonces, se pensó que alguien del equipo pudiese ir al encuentro del paciente, para intentar nuevas estrategias de instala-
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ción del dispositivo de tratamiento, de modo de intentar traer al paciente hacia el tratamiento institucional. Mauer y Resnizky ( 1987) trabajaron esa cuestión al afirmar que el AT tiene un papel propio cuando es desempeñado por un equipo multiprofesional, en el que las funciones y responsabilidades de cada dispositivo son asimétricas e interdependientes. Desde el inicio del AT aparece la necsidad de que el trabajo sea desarrollado en equipo, para que lo heterogéneo opere en el montaje institucional y también para que el paciente perciba la existencia de una red de profesionales articulados al caso. Se sabe que uno de los desafíos para la clínica de la psicosis es la instalación del dispositivo de tratamiento. Ese momento del proceso clínico es de extrema relevancia y también de gran dificultad. Sin embargo, si recuperamos la historia del surgimiento del AT, percibiremos que fue una demanda institucional del hospital de día la que propició el origen de ese tipo de atención, que pasó entonces a exigir un profesional que pudiese dar respuestas a esa demanda. Había muchos rasos en que el paciente simplemente no establecía transferencia con la institur ión y su tratamiento. ¿En esa ocasión, qué se podría hacer? ¿Cómo superar el obstáculo ofrecido a la institución por la clínica de la psicosis? Es a partir de ahí que surge un profesional del equipo, capaz de ir al encuentro del paciente y que, paso a paso, puede establecer un vínculo transferencia! con él para, posteriorrn cnte, crear una transferencia con la institución. Ese profesional ofrece sopor1L· para que el paciente se comprometa en un tratamiento en la institución por rn cdio, por ejemplo, de una apuesta a la aceptación de una invitación, hecha en ll n momento propicio, a una visita a la institución. Esa estrategia fue primordial para que la institución pudiese incrementar sus potencialidades terapéuticas en 1111 momento crucial del tratamiento, en este caso, la instalación del dispositivo 1le tratamiento. Así, podemos afirmar que ese profesional asume el carácter de brazo, extensión de la institución. Sin embargo, su función inicial no se restrinnió a la instalación del dispositivo de tratamiento. ALestablecer un contacto cotidiano con el paciente, el acompañante terapéutico podrá obtener una información fidedigna sobre el comportamiento del mismo en la calle, de los vínculos que mantiene con los miembros de la familia, del tipo de personas con quien prefiere relacionarse, de las emociones que lo dominan. Registrará también conductas llamativas de la vida cotidiana en relación a la alimentación, al sueño, a la higiene personal. Todo eso favorecerá en menor tiempo una comprensión global del paicnte por parte del equipo y servirá como indicador de diagnóstico y pronóstico de inestimable valor(MAUER; RESNIZKY, 1987,p.62). .
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El papel del acompañante terapéutico dentro del molde anteriormente presentado se constituyó a través de una dependencia institucional: "su trabajo no puede ser realizado de forma aislada. Está inscripto en el seno de un equipo" (MAUER; RESNIZKY, 1987, p.64). El acompañante terapéutico asume la responsabilidad de recolectar información de la vida del paciente para el equipo que lo asiste. Así, su papel está circunscripto a la necesidad de la institución de prolongarse hasta los espacios de circulación del paciente fuera del espacio físico institucional. Él también tiene como tarea realizar procedimientos asistenciales, o sea, auxiliar al paciente para que cuide su higiene personal, realice tareas domésticas, vaya al banco, ordenar un documento cualquiera, entre otros. Pero, en ese contexto se abre una cuestión, pues un punto importante es lo que fue descripto como una primera función del AT. Se indaga acerca de su propio propósito clínico. Cabría pensar la práctica del acompañante terapéutico como algo que se aproxima a lo que fue descripto por Mauer y Resnizky, o sea, ¿reducir su función a la recolección de información y a la realización de tareas asistenciales? ¿Será que no se podría formular su demanda, de modo que sea necesario, inclusive, recurrir a nuevos aportes teóricos y metodológicos? ¿Cómo circunscribir y teorizar el momento de instalación del dispositivo de tratamiento? ¿La dirección del tratamiento o el proyecto terapéutico se orientan en dirección a la localización del sujeto psicótico en él lazo social? Las cuestiones antes expuestas constituyen el punto central en torno del cual gravita este libro, porque la historia del surgimiento del AT parece tener clavada una pieza al propio at. Por un lado, vimos que el modelo o paradigma del hospital de día se originó a partir de una demanda específica de la psicosis, en que una teoría de subjetividad, en este caso, lacaniana, permitió aportes teóricos, éticos y metodológicos importantes para la constitución del Colectivo, concepto descripto a partir del pensamiento de Oury. No obstante, al recuperarse la historia de su surgimiento, su función fue reducida a aquello que más se asemeja a · un auxiliar psiquiátrico, al subrayar la horizontalización de las relaciones institucionales y el debate acerca del término amigo calificado para denominar esa primera función. Alguien próximo, capaz de auxiliar al psicótico en sus acciones cotidianas o recolectar información, sustentar una proximidad ... Ahora bien, vimos que era necesario dar un paso más, en relación a orientar la clínica del AT para aquello que de hecho promueve efectos clínicos, focalizar el acento en lo terapéutico de esa función, en la medida en que se ofrecen estrategias de aproximación del sujeto psicótico con el lazo social. La posición de proximidad con la locura, por sí misma, es insustentable, en la medida en que se ocupan posi-
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dones asimétricas en el par acompañante/acompañado. ¿Cómo, entonces, sustentar la hipótesis de que el at, impregnado de la teoría lacaniana sobre la subjetividad de la psicosis, puede alcanzar los efectos clínicos a él atribuidos, en este caso, construir medios de estabilización para que el sujeto psicótico soporte una proximidad con el lazo social? Guerra y Milagros (2005) ofrecen a la literatura del AT un avance importante, en la medida en que sostienen una hipótesis teórica que condice con lo que fue expuesto hasta aquí. Hablan de dos puntos: el primero es una recuperación de la discusión acerca de las prácticas inclusivas, en que el debate se centra sobre tendencias o posiciones históricas descriptas anteriormente, o sea, que esa clínica estaría al lado de las determinaciones sociales o, entonces, de las determinaciones simbólicas, priorizando la tendencia de la rehabilitación social o la de la reestructuración subjetiva, respectivamente. El segundo aspecto importante es el de que esas autoras ofrecen una hipótesis teórica importante para el acompañamiento terapéutico, en la que la superación de la dicotomía social/clínico se hace presente. En cuanto a la rehabilitación del manicomio parte de la premisa de que la sociedad es responsable por la locura y que, por lo tanto, cabría a ella responsabilizarse por ofrecer estrategias sociales de rehabilitación. En ese contexto, cabe acompañar el argumento presente en la reflexión de las autoras citadas, en lo que concierne a la problematización del AT en ese debate. Según la International Association ofPsychosocial Rehabilitation, cabría rescatar y promover aquello que compondría los aspectos más positivos del paciente, para que se pudiese aumentar su potencial de autonomía y libertad delante de la comunidad, al enfatizar las partes más sanas del individuo y, de ese modo, poder anhelar una autonomía funcional. Autores más contemporáneos fundamentan esa línea de raciocinio en una idea de equidad, o sea, en la perspectiva de que la sociedad debería ser más justa y que, por lo tanto, los proyectos terapéuticos fuesen encaminados en esa. dirección. Tal perspectiva puede ser cuesl ionada en la medida en que los ideales de movilización de las capacidades individuales para la sobrevivencia, bajo la óptica darwinista, refuerzan la noción de adaptabilidad al medio y de selección de los más aptos para la supervivencia. l·'. n esa línea de pensamiento, Saraceno sostiene la idea de que la rehabilitación social pasa, más que por un esfuerzo de las habilidades individuales, por una recuperación del modelo de redes múltiples de negociación, en el que las reglas del funcionamiento social podrían ser modificadas de modo de catalizar los inkrca mbios de competencia e intereses. Ante este argumento, surge una cuest Ión; ¿sería posible modificar las reglas de funcionamiento social en un mun-
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do globalizado? Surgen observaciones importantes para la dimensión política y social del debate acerca de la inclusión. Sin embargo, resta hacer una observación más: ¿sería posible separar el debate de la dimensión social como algo externo y superior al sujeto? No obstante, es con Vigano que se presenta un camino importante para la cuestión que viene siendo expuesta, ya que él se enfoca en la necesidad de recuperar la dimensión constante del sujeto, oriunda de la clínica. Es necesario, por lo tanto, encontrarse con la dimensión subjetiva al pensar sobre las estrategias de rehabilitación social. Ahora bien, ese punto ya fue abordado en el ítem denominado "Psiquiatría democrática italiana': donde criticamos la ausencia de la dimensión subjetiva de ese paradigma. Orientado por la enseñanza de Freud y de Lacan, el argumento presente es el de que el síntoma en la psicosis habla de una posición subjetiva y también de una posición ética frente al delirio, como cura y/o elaboración de la castración. Las estrategias inclusivas no deben, por lo tanto, excluir la dimensión subjetiva citada, o, dicho de otro modo, criticamos los modelos de rehabilitación social que simplemente obstruyen el síntoma psicótico. Todo aprendizaje que el Otro social proporciona al sujeto permanece en la serie de objetos dados por el Otro materno y no liberará jamás al sujeto de su dependencia, simbiótica[... ]. La rehabilitación no rehabilita sino al orden simbólico, aquello que permite a un sujeto comunicarse con la realidad. Esta afirmación tiene una consecuencia: la rehabilitación puede ser exitosa solamente con la condición de seguir el estilo que sugiere la estructura subjetiva de lo psicótico (VI GANÓ apud GUERRA; MILAGRES, 2005, p. 70 ).
No se trata sólo de crear condiciones para sustentar una posición en el contexto social, sino de crear estrategias simbólicas del sujeto para impregnar lo real del goce del Otro. Entran en concordancia la dimensión social y la dimensión subjetiva para pensar la inclusión social, dado que la clínica es indisociable del lazo social. Ese punto es importante, pues el desmantelamiento del manicomio y la creación de espacios públicos de circulación social pueden incurrir en el riesgo de que se crearan nuevas formas de exclusión social, algunas veces promovidas por la propia red de asistencia a la salud mental, cuando se idealizan las posibilidades de emancipación del loco. De ese modo, se propone la estrategia del caso clínico, al considerar la singularidad subjetiva del paciente en cuestión, su dimensión particular, a partir de su inscripción como sujeto de lenguaje frente al orden simbólico de la cultura. ¿Cómo considerar la implicación del sujeto psicótico en el mundo que él habita? La perspectiva mencionada es la de considerar la subjetividad del sujeto y las intervenciones clínicas sostenidas, de forma de comprometer al sujeto por
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aquello mismo que produce. Cabe entonces considerar las estrategias del sujeto adoptadas, para que los retornos de lo real se tornen menos insoportables, para que el goce se vuelva más civilizado. Podemos decir que el caso social es aquel que se desarrolla a partir del peso de una ecuación del tipo: salud= mercancía. El caso social, entonces, tiende a ser aquel dentro de esa lógica; es el caso del discurso del puro significante, de los instrumentos jurídicos y asistenciales. El caso clínico, no obstante, comprende, además del significante, el objeto. En cuanto el caso social es conducido por los operadores, el caso clínico es resuelto por el sujeto, que es el verdadero operador, mientras que nosotros lo coloquemos en condición de serlo. Observo que el caso clínico no excluye el caso social. Por lo contrario, el caso clínico es la condición para que exista el caso social (VI GANÓ apud GUERRA; MILAGRES, 2005, p. 71).
De ese modo, concluimos que no es posible mantener la dicotomía social/ subjetividad frente al debate de la rehabilitación social, dado que se establee una relación dialéctica entre ambos. La orientación propuesta es la de romper con la mencionada dicotomía, pues su superación apunta a construir formas de estabilización en el lazo social y, consecuentemente, estrategias de inclusión más efectivas. Vimos que las comunidades terapéuticas de Inglaterra propiciaron la horizontalización de las relaciones institucionales y que ese paso favoreció históriamente la salida de un profesional de la institución al encuentro del paciente. También señalamos que el hecho de que el modelo italiano de substitución del manicomio se propone a dar un paso más, pues la horizontalización de las relaciones institucionales sería un momento intermediario para una estrategia de inclusión más efectiva. La rehabilitación social, por esa vía, estaba enfocada en la reformulación de la trama institucional, ya que la sociedad, como productora de locura y de exclusión social, debería también responsabilizarse por la creaión de estrategias de rehabilitación. social. En ese punto percibimos que algo escapaba de esa propuesta, o sea, la dimensión subjetiva o simbólica del psicótico. Ese aspecto fue priorizado en la experiencia francesa, como vimos, desde su origen. A partir de la reflexión de Guerra y Milagres, fue posible verificar una superación de la dicotomía social y subjetiva, que otrora era sustentada por el modelo italiano, pasando por la idea de que la clínica del AT, efectivamente, rcdimensiona la condición subjetiva en el acto mismo de rehabilitación social. La premisa aquí defendida es que la oferta de aproximación del sujeto psicól ico con el lazo social promueve efectos subjetivos importantes y que esos efectos constituyen la materia prima del AT: Cabe recordar la definición de Oury so-
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bre encuentro, descripta en el ítem anterior, a la cual se liga la dimensión de efectos de Real. ¿Puede la clínica del AT sustentar una teorización desde esa perspectiva, desde la noción de Real en la psicosis, oriunda de la enseñanza de Lacan? Esa es la posición que defendemos, ya que la hipótesis teórica a ser sostenida es que el AT produce efectos analíticos. Es lo que veremos a continuación ...
CAPÍTULO 2
Freud y la paranoia
¿De qué manera el psicoanálisis abordó la problemática de los tratamientos de las psicosis? ¿Cuáles fueron los obstáculos que allí surgieron? ¿Cómo fueron superados? La siguiente reflexión, lejos de agotar la cuestión, apunta apresenlnr un recorte sobre la clínica de las psicosis en la obra de Freud, como punto de .1nclaje teórico. El propósito, en este caso, es problematizar la idea de la posición ( t ica del psicoanálisis frente a la escucha del delirio, punto de gran importancia porque condice con cuestiones pertinentes a la orientación de la clínica del AT. 1\1enfoque dado a este capítulo será el de la clínica de la paranoia. En aquello que concierne al pensamiento freudiano, abordaremos inicialmenlt· el momento pre-analítico, cuando Freud desarrolló la técnica de la hipnosis 111le la clínica de la histeria. Esa reflexión es importante pues ilustrará el modo 1·11 que fue inventado el psicoanálisis, lo que permitirá ilustrar la manera por la 1 un l Freud pudo distanciarse del pensamiento positivista, marcado por la noción •k causalidad de carácter mecanicista. A partir de esa primera reflexión, vamos 1proximándonos a la cuestión específica de la paranoia, también circunscripta .1ese momento pre-analítico. De ese modo, nos proponemos ilustrar la hipóte,ls teórica acerca de la paranoia, cuyo mecanismo de proyección de una repre•,rntación inconciliable con la realidad se hará presente, así como una breve rellt-xión sobre el método hipnótico aplicado a esa patología. Posteriormente, presentaremos la noción freudiana de la constitución de la .11hjctividad para problematizar la idea de pérdida de la realidad en la paranoia. Vnifica remos que no se trata de una realidad cualquiera, sino de una percep-
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ción bastante especial, en este caso, el rechazo de la percepción de que la madre, o su substituta, es castrada. Ese momento estructurante de la subjetividad no ocurre sin consecuencias, cuando se trata de pensar la etiología de la paranoia. Aquí hablamos de una teoría propia del movimiento psicoanalítico, pues articulamos la hipótesis de la sexualidad infantil y sus particularidades como herramientas teóricas para la concepción de una teoría sobre la subjetividad en la psicosis. Sin embargo, no perderemos de vista la contribución freudiana existente en el caso Schreber, publicado en 1911. El recorte presentado ilustrará algunos elementos de la hipótesis freudiana sobre las psicosis formulados en ese momento, en este caso, el de que el paranoico tiene la proyección como mecanismo de defensa frente a la homosexualidad -cuestión que también será debatida y revisada-, además de una rica producción delirante. De ese modo, verificaremos como Freud trabajó la concepción de delirio, para encaminar una posición ética frente a la intervención clínica.
2.1 Freud, la hipnosis y sus primeras formulaciones sobre la teoría de la histeria Al respecto de sus primeras influencias, se percibe que el joven Freud fue marcado por un pensamiento cientificista en el que la noción de causalidad mecanicista se hacía presente y se buscaba todavía una comprobación del conocimiento a partir de la experiencia. Esos dos aspectos son fundamentales para caracterizar las relaciones entre teoría y método psicoanalítico, presentes desde este inicio, y que llamamos como periodo pre-analítico o teoría del trauma 1 y la debida técnica de la hipnosis. Fue en su viaje a París (GAY, 1999), después de recibir una beca de estudios, que Freud hizo sus primeras experiencias con la hipnosis. En marzo de 1885, Freud se encontró con Charcot, eminente investigador que trabajaba en el no menos famoso hospital Salpetriere. Fue en ese encuentro que Freud se enfrentó con el fenómeno psíquico y con una cuestión crucial: ¿Cómo distinguir la enfermedad psíquica de la enfermedad física?
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Cabe recordar que Freud se aproximó al fenómeno histérico, fenómeno que t iene la particularidad de interrogar el propio saber de la medicina. La representación dominante que se tenía en la época acerca de las histerias, sobre todo por la visión médica, era que ellas eran fingidas o disimuladas, ya que decían sufrir de síntomas en el cuerpo, pero no presentaban ninguna etiología biológica de esos síntomas. Es curioso pensar que las histerias acababan por explicar la impotencia del saber médico y de su mirada sobra las mismas, lo que, de paso, es lo que normalmente ocurre en ese tipo de fenómenos: marcar la impotencia y/o la falta en el otro. ¿Y cómo pensar la causa de la histeria2 en ese momento de la teoría freudiana? Se trata, más específicamente, de interrogar la configuración de los síntomas histéricos, lo que descarta cualquier reflexión acerca de la elaboración secundari a en/de la histeria. No es posible responder a esa cuestión con exámenes clínicos, teniendo en cuenta que el paciente no dispone de recursos para relatar la relación entre la causa y la patología. Es en ese contexto, por lo tanto, que la hipnosis aparece como recurso técnico para intentar establecer el nexo entre ambas, para superar las resistencias a la rememoración de situaciones en que afectos intensos y desagradables hayan sido movilizados. La hipnosis, según Freud, sería un método clínico que presentaría resultados valiosos. Sobre su fundamento teórico, percibimos que el factor accidental comanda a 1a patología de la histeria en una medida que excede lo admitido, o sea, se percibe una fuerte influencia de un trauma cuando se entiende la patología. La histeria 1raumática ilustra la relación causal del trauma al originar la patología, pues los subsecuentes ataques histéricos son del mismo orden que aquel que originó esa melena. Sin embargo, hay también otros síntomas histéricos que se manifiestan de distintas maneras y que también se relacionan con algún trauma. Se afirma, po r lo tanto, que el nexo entre un trauma y un síntoma es bastante claro, lo que permite vislumbrar una relación directa entre causa y efecto. Hay una analogía patogénica entre la neurosis traumática y la histeria, tenien do en cuenta que en ambas se establece -como punto de contacto- la etiología relacionada a un trauma psíquico y el afecto de horror que subyace a ese trauma. Para vislumbrar las manifestaciones sintomáticas del trauma -el afecto de ho' ror- , la vivencia deberá tener el mismo valor de trauma, que asume valor d horror en formas distintas: puede ser un acontecimiento grave, varios acontcl im icntos parciales que agrupados asumen valor de horror o entonces circunsl.1ncias insignificantes que, por algún motivo, adquieren un carácter traumático. 1
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1. Posteriormente a la teoría del trauma, Freud formuló la teoría de la seducción, también presente en esa fase denominada "pre-analíticá'. La teoría de la seducción consiste en remitir a la causalidad del síntoma a un hecho ocurrido en la realidad, en este caso, la idea de que un adulto incitó en un niño una estimulación sexual precoz, que asumiría un estatuto de trauma y sería capaz de generar un síntoma psíquico. Se recomienda la lectura del texto denominado La etiología de la histeria, de 1896.
l .n discusión presente está en el texto Sobre el mecanismo psíquico de fenómenos histéricos. Comunicación prcli111i11nr ( 18H1 ).
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No es el trauma en sí el agente provocador de la patología, sino su recuerdo como un cuerpo extraño, no elaborado, que puede permanecer intacto en el psiquismo durante muchos años sin manifestarse. Tal afirmación pone en evidencia la práctica clínica de la hipnosis: [. .. ]los síntomas histéricos singulares desaparecían enseguida y sin retornar cuando se conseguía despertar con plena luminosidad el recuerdo del proceso ocasionador, convocando al mismo tiempo el afecto acompañante, y cuando luego el enfermo describía ese proceso de la manera más detallada posible y expresaba en palabras el afecto (FREUD, 1893, p.32).
El acto de recordar el trauma deber venir acompañado de su respectivo afecto. De esa manera es posible remover el síntoma, ya que él aparece con intensidad y después desaparece para siempre. Se toma, por ejemplo, el famoso ejemplo de Anna 0. 3 y su síntoma de hidrofobia. Este se deparó con la siguiente escena: vio a su gobernanta ofreciendo agua a un cachorrito en un recipiente que a ella le gustaba mucho. Sintió, en ese momento, un afecto bastante desagradable direccionado hacia su gobernanta y se calló. Esa escena, según Freud, m ovilizó una carga afectiva que no puede ser exteriorizada. El afecto desagradable permaneció en el psiquismo, ocasionando el síntoma histérico de hidrofobia, o sea, el pavor de ingerir agua. Fue a través de la hipnosis que se disolvió ese síntoma, en el momento en que la paciente, bajo la protección de la sugestionabilidad, recordó la escena anteriormente descripta. Freud incentivaba a la paciente a recordar lo que ocurriera, de modo tal de recordar la escena traumática con el objetivo de rescatar el afecto desagradable 4 que era la causa del síntoma histérico. Nótese, en esa descripción, el modelo clásico de síntoma, oriundo de la medicina, en que se pretendía rescatar la causa del síntoma para eliminar el propio síntoma. Lo que se constata ahí son las influencias del positivismo, cuyo paso fue el de incorporar la lógica del síntoma médico al psiquismo, contenido en la noción de causalidad mecanicista. Se sabe que el surgimiento del psicoanálisis se dio, sobre todo, por la clínica de la histeria. Sin embargo, y como ya fue dicho, vale también recuperar la producción teórica al respecto de la p aranoia en ese p eriodo, como aporte teórico, pero también como una primera discusión clínica, en 3. Descripto en el texto denominado Cinco conferencias sobre Psicoanálisis (1909). No obstante, el mencionado caso se encuentra publicado, en su integridad, en el ya nombrado Estudios sobre la histeria (1893-1 895) 4. Se trata del concepto de abreacción, que consiste en rescatar el afecto desagradable al configurarse, en ese momento, un efecto de catarsis.
este caso, un modo de como no (énfasis mío) abordar el delirio, como será visto más adelante. La experiencia clínica obligó a Freud a rever su afirmación acerca de la validez del método hipnótico. Él percibió que los síntomas histéricos retornaban, lo que resultó en un cuestionamiento acerca de sus hipótesis sobre la eficacia de la hipnosis. En ese sentido, se hace necesario el reconocimiento del fracaso de la hipnosis y una crítica bastante contundente a la sugestionabilidad5. Freud (1905) compara el periodo de la hipnosis con la práctica de la pintura, de modo de concebirla como una tela en blanco en la cual un pintor, activamente, lanza tintas, colores, para que ahí surja una forma. En la hipnosis, sucede lo mismo: el médico o hipnotizador, en el intento de auxiliar al paciente a recordar la escena traumática en la cual fue movilizado el afecto desagradable, incita, sugestiona, infiere contenidos para que la misma escena se precipite en las palabras del paciente. Cuestión delicada y que exige una reflexión. Para comenzar, ¿cómo pensar que el hipnotizador sabía algo de la escena traumática vivida por otro y también como evaluar que tal escena es más relevante que otra para la finalidad terapéutica que se proponga? La consecuencia de eso es un desdoblamiento ético -¿al final quién sabe más respecto de sí y de su verdad, el hipnol izador o el paciente?-, punto importante y que fundamenta un giro en el pensa miento psicoanalítico, cuando un saber previo al respecto del otro no es posible de sostener. Ahora, utilizar tintas y colores, según la metáfora freudiana, reproduce la lógica antes citada, pues es él quien concibe su arte, que tiene como punto de partida una tela en blanco. Por otro lado, el abandono de la hipnosis y el descubrimiento de la asociaión libre6 marcan el pasaje del momento pre-analítico para el descubrimiento de la regla fundamental del psicoanálisis, trabajada por Freud a partir de la me1:\fora de la escultura. Freud sugiere que la asociación libre puede ser comparada con un bloque de mármol en el que una forma ya estaría allí, presente, pero
'l.
El texto Sobre psicoterapia (1905) es fundamental para la presente reflexión.
11. El descubrimiento fundamental del psicoanálisis, la asociación libre, consiste en sustentar la
regla fundamental del proceso clínico. Se trata de explicar que todo lo que pasa en la cabeza es importante, inclusive las "tonterías': pues nada debe ser censurado. Otro concepto recurrente es el de atención flotante, en este caso, pertinente para describir la conducta del analista, que no se apega a un saber previo al escuchar a quien le dirige la palabra. A modo de sugerencia, recomendamos la lectura de los artículos sobre la técnica psicoanalítica (1911-1913 ), constantes del volumen XII de las obras completas de Freud. Vale resaltar que las sistematizaciones sobre el par asociación libre-atención flotante fueron presentadas por Freud en relación con la clínica de las neurosis. Sin embargo, también en la clínica de las psicosis se mantiene la idea de que es necesario esperar aquello que el otro trae y que un analista no se posiciona con un saber previo sobre el paciente.
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recubierta por excesos. Cabe al analista, en ese nuevo contexto, retirar esos excesos para que una forma se decante, forma que ya se encontraba allí presente. Se puede suponer que el descubrimiento de la asociación libre reposiciona el lugar de la verdad y del saber en la clínica psicoanalítica. Ya no es quien conduce el proceso clínico que poseía un saber sobre la verdad del otro, y sí el propio paciente que es poseedor de su verdad personal, singular. Desde el punto de vista ético, sostener la asociación libre, del lado del analista, es sostener un semblante de que se tiene un saber sobre aquel que sufre ... Pero atención a la palabra semblante, pues semblante de saber sobre la verdad del otro no es, en absoluto, la misma cosa que encarna un saber sobre el otro. Desde el punto de vista histórico, Quinet7 describe el encuentro de Freud con Emmy Von N. como el momento inaugural del psicoanálisis, porque esa paciente impedirá a Freud realizar sus preguntas de costumbre y le solicita que la deje hablar de su dolor. El descubrimiento de la regla fundamental, la de asociación libre, fue considerado como acto inaugural del psicoanálisis. Para concluir ese primer recorte de la obra de Freud, vale tejer un comentario acerca del valor clínico de ese obstáculo superado por el padre del psicoanálisis. Es curioso como los jóvenes analistas parecen desconocer lo que fue dicho anteriormente. Es común reproducir la lógica mecanicista de un síntoma, respaldado por la tendencia médica, en tratamientos psicoanalíticos, incluso si no se emplea la hipnosis. Es una supervisión clínica, fue relatado el siguiente pasaje: "Yo estaba atendiendo a una paciente histérica grave que relatara sus manías de persecución': En determinado momento, el joven analista interrogó el síntoma por la vía de la casualidad: "¿Por qué tienes manías de persecución?" después de algún silencio, la paciente le respondió que si supiese no estaría allí. Respuesta bastante precisa por parte de la paciente, que denuncia una indicación importante sobre el modo de interrogar el síntoma. No se trata de concebir el síntoma, un sufrimiento psíquico, del mismo modo en que la medicina concibe el síntoma, atravesándolo por la lógica mecanicista. Preguntar el por qué induce una casualidad inoperante para el propósito de la clínica psicoanalítica, ya que el propósito mayor es ofrecer la palabra a quien sufre, con el objetivo de que hable más sobre el propio sufrimiento ... La pregunta "¿por qué?" cierra la cadena asociativa.
7. A. Quinet, As 4 + 1 condifóes em análise. Río de Janeriro: Jorge Zahar, 1999.
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2.2 Freud y sus formulaciones iniciales sobre la teoría y la clínica de la paranoia ' ¿Sería la teoría freudiana de las psicosis una teoría ingenua o de poca sustentabilidad teórica? Simanke (1994) aborda esa cuestión al comentar el debate en torno a las concepciones freudianas sobre las psicosis -comúnmente articuladas a las nociones psiquiátricas más tradicionales-, en las que se hace presente la premisa de una ruptura del sujeto psicótico con la realidad. En ese contexto, preguntamos cuál es el alcance teórico y clínico de la contribución freudiana para esa clínica. Tal vez no sea posible afirmar que, en Freud, haya una teoría acabada sobre el tema, sin embargo, es posible destacar algunos pasajes teóricos relevantes para presentar al lector el modo en que Lacan sustentó su retorno a Freud en la cuestión especifica de la paranoia. ¿Cuál es la concepción concerniente a la paranoia en el momento en que la práctica de la hipnosis todavía era considerada como un método defendido por Freud? Para responder a esta pregunta, trabajaremos, más específicamente, tres lextos de Freud: Manuscrito H (1895), Observaciones sobre las neuropsicosis de defensa (1894) y Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de defensa (1896). Esos textos, a pesar de que presentaron formulaciones teóricas interesantes sobre la etiología de la paranoia, tienen recortes clínicos que fueron presentados a partir del método hipnótico, método abandonado por Freud, tal como vimos anteriormente. En Manuscrito H (1895), Freud encauza su argumento a la psiquiatría clásia con el objetivo de formular la idea de que en la paranoia, así como en la neurosis obsesiva, hay un conflicto existente entre una representación inconciliable y perturbaciones de orden afectiva. De hecho, esto es así: la paranoia crónica en su forma clásica es un modo patológico de la defensa, como la histeria, la neurosis obsesiva y la confusión alucinatoria. Uno se vuelve paranoico por cosas que no tolera, suponiendo que uno posea la predisposición psíquica peculiar para ello (FREUD, 1895, p. 247).
Freud describe un fragmento clínico: una joven de 30 años vivió una escena en la que un hombre se acostaba con ella en una cama y colocaba la mano de la oven sobre su pene. Tal escena recae sobre la paranoia. ¿Por qué? Podemos afir111ar, en ese momento de la enseñanza freudiana, que la representación de esa ·sccna asume un papel en la etiología de la paranoia; en este caso, su contenido se conservó intacto y, de ese modo, lo que alguna vez fue interno pasó a ser insinu ado como algo p roveniente de lo externo, de tal modo de crear una condi-
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ción nueva sobre sí misma. La reprobación sobre la vivencia de la escena mencionada pasó a no ser más sustentada por ella misma, pero sí por quienes vivían a su alrededor. El logro reside en el hecho de que ella aceptara el juicio propio sobre su conducta, al tiempo que podría desautorizar a aquellos que la recriminaran. De ese modo, la reprobación vinculada a esa escena era mantenida bien distante de su ego. La paranoia tiene, por tanto, el propósito de defenderse de una representación inconciliable para el yo proyectando al mundo exterior el sumario de la causa que la representación misma establece (FREUD, 1895, p. 249).
En ese contexto, al pensar el mecanismo específico de la paranoia, se afirma que el contenido y el afecto de la representación inconciliable se mantienen intactos o conservados y son proyectados para el mundo externo. Las alucinaciones, que pueden variar en forma y contenido, son hostiles al ego, pero sustentan su defensa. En el texto denominado Las neurosis de defensa 8 (1894), Freud retoma la cuestión de la etiología de los mecanismos psíquicos en la histeria, neurosis obsesiva y paranoia, con la intención de diferenciarlas y de determinar sus respectivos mecanismos psíquicos. En relación a los dos primeros, se afirma que la defensa de la representación inconciliable se da de acuerdo con la disociación entre ésta - la representación inconciliable- y el afecto, de modo tal de que haya destinos diferentes, o que justamente defina una histeria y una neurosis obsesiva. En cuanto al afecto, en la histeria, se convierte en síntomas en el cuerpo, el afecto en la neurosis obsesiva incidiría sobre el pensamiento, por la sustitución o desplazamiento de ciertas categorías asociativas, al transformar un pensamiento importante en algo banal. En ambos casos, se da la separación entre la representación inconciliable - siendo que esta última permanecería en la conciencia- y el afecto, cuyo destino define el tipo de patología. En el caso de la paranoia, y de acuerdo con lo que ya fue expuesto acerca del Manuscrito H, hay un tercer modo de pensar una modalidad defensiva del ego. Para Freud se trata de una modalidad más enérgica en que el ego rechaza 8. En ese texto, histeria, neurosis obsesiva y paranoia son consideradas neurosis de defensa, dado que el acento recae sobre la universalidad de un mecanismo psíquico, cual sea, o de considerarse una defensa del ego frente a una representación inconciliable y su respectivo afecto. La defensa del ego frente a la representación inconciliable condice con el punto nuclear del mecanismo psíquico de las neurosis mencionadas. Vale destacar el hecho de que no hay, en ese momento de la obra de Freud, una distinción estructural entre neurosis y psicosis, tal como se verificará más adelante en su obra.
(verwerfen 9) la representación insoportable junto con el afecto y actúa como si tal representación nunca hubiese existido. Aquí Freud esgrime un nuevo argumento: el contenido de una psicosis aluinatoria condice con el contenido de la representación intolerable que originó la patología. Como ya fue mencionado, el ego se defiende de una representaión inconciliable, pero ésta se enlaza de manera inseparable con un fragmento de la realidad objetiva 10• La representación inconciliable pasa a substituir un fragmento o la totalidad de la realidad objetiva. Ya en un texto posterior, denominado Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis de defensa (1896), Freud resalta la idea ya trabajada, la de que laparanoia es una defensa del ego frente a una representación inconciliable y supone que otros tipos de psicosis podrían seguir la misma lógica. El recorte que aquí hacemos tiene como objetivo presentar el modo en que Freud empleó el uso de la hipnosis 11 con la señora P., pues de ese modo será posible presentar una primera reflexión sobre la teoría de la técnica en la clínica de las psicosis, más específicamente en la clínica de la paranoia. La señora P., de 32 años, casada hacía tres años, permaneció sana y productiva hasta seis meses antes de contraer su enfermedad. Empezó a desconfiar de los hermanos de su marido, además de quejarse de sus vecinos de la pequeña ciudad donde habitaba. Esas quejas se tornaron más frecuentes, a pesar de que permanecerían difusas. Ella decía que ellos tenían algo contra ella, que le faltaban t'I respeto y que hacían lo posible para mortificarla. Después de algún tiempo, t'lla pasó a afirmar que las personas sabían lo que ella pensaba, además de saber lo que sucedía en su casa . .Ella comenzó a manifestar conductas de precaución, lnles como desvestirse para cambiar su ropa debajo de las sábanas. Descuidaba m1 propia alimentación y sus vestimentas, al punto de, en el verano de 1895, ser 1. Según Simanke, el empleo del verbo verwerfen sirve para designar una forma más drástica
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de rechazo del ego frente a la representación intolerable. Es interesante destacar que Freud utiliza este verbo en otros contextos, tales como la noción de Verwerfung, para pensar un modo específico de rechazo de la castración, presente en el caso del Hombre de los Lobos. La noción de Verwerfung será ampliamente discutida más adelante, ya que este término es elegido por Lacan para pensar el mecanismo específico de la psicosis, en este caso, la forclusión. Vale resaltar que Freud dispone de esta palabra en otros ontextos más amplios, lo que torna su empleo, en ciertos casos, difuso y ambiguo. 1O. Se percibe el problema teórico sobre el cual Freud se inclinará más adelante en su obra; en este caso, la pérdida de la realidad en la psicosis. Este tema será retomado más adelante en este apít1ilo, cuando articulemos la etiología de la psicosis con la metapsicología freudiana. 11• 1:reud describe la hipnosis con algunas curiosidades. Una de ellas consiste en ejercer una presión :on su m ano en Ja fre nte del paciente, para que, junto con la sugestión, se acuerde de aquello que Freud le estaba solicl l ando.
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internada en un instituto de cura de aguas. A lo largo de esa internación surgieron nuevas alucinaciones 12 , además de ser reforzadas las otras ya existentes. La señora P. tenía la sensación de que había una mano en sus genitales y pasó a tener alucinaciones visuales de desnudeces femeninas y masculinas que la martirizaban. Normalmente, tales alucinaciones ocurrían con la presencia de alguna mujer, que, para la señora P., se exponía en una desnudez indecorosa. Simultáneamente a esas alucinaciones visuales, aparecieron voces que ella no sabía explicar. Al caminar por las calles, por ejemplo, oía que las personas la identificaban e interrogaban sobre su destino. Sus acciones, sus movimientos eran comentados y señalados por los otros ... Freud diagnosticó a la señora P. como una paranoica crónica, se explayó sobre la etiología de ese caso y también acerca del mecanismo de sus alucinaciones. Del mismo modo que en la histeria, existía en esa paciente la presencia de pensamientos inconscientes y recuerdos reprimidos que podrían ser recuperados 13 • Freud se inclina hacia la idea de que las representaciones inconscientes conducían a la señora P. a una compulsión a la repetición, oriunda de su inconsciente. De ese modo, él constató que el origen de las alucinaciones visuales -al menos las imágenes de la denudes femenina- aparecían con la sensación de presión sobre su órgano genital. Esas primeras imágenes surgieron en el instituto de cura de aguas y se repitieron en función de un gran interés por parte de lapaciente. Ella sintió vergüenza de las otras mujeres. En ese momento, Freud notó la compulsión de la paciente e infirió que había algo importante a ser explorado en esa escena. Fue, entonces, cuando le solicitó que hablase más sobre la escena de desnudez, lo que fue acatado, ya que ella relató escenas de su infancia cuando se sintió avergonzada con la situación de bañarse desnuda junto a sus hermanos y su madre. Posteriormente, relató otra escena, en la que tenía 6 años, había un intenso comercio erótico con su hermano, lo que resultaría en una explicación sobre la etiología de su paranoia. De ese modo, así como en la histeria y en ese momento de la obra de Freud, se puede inferir que la etiología de laparanoia estaría ligada a una estimulación precoz de la sexualidad infantil, se habla aquí, de una escena traumática de carácter sexual, tal como ya fue discutido anteriormente.
12. Es curioso notar que Freud utilice la palabra síntoma al describir las alucinaciones citadas en el cuerpo del texto, en el momento en que presenta el delirio de persecución de la señora P. De hecho, tenemos que considerar el síntoma, en el sentido psicoanalítico del término, para designar el sufrimiento psíquico en la neurosis. 13. Cabe destacar que todavía se trata de la técnica de la hipnosis.
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En ese momento del relato del caso, Freud establece una aproximación entre la histeria y la paranoia, al constatar la presencia de lo infantil y de la manifestación de la sexualidad en lo que concierne a la etiología de ambas. De ese modo, formula la idea de que las alucinaciones eran fragmentos tomados de las experienias infantiles,"[ ... ] síntomas de retorno de lo reprimido" (FREUD, 1896, p.180). Freud también utilizó el método de la hipnosis para tratar las voces de la señora P. y estableció algunas consideraciones teóricas complementarias a lo que ya fue expuesto. La génesis de las voces condecía con la represión de pensamienlos oriundos de la vivencia análoga del trauma infantil. [. .. ]según eso, eran síntomas del retorno de lo reprimido, pero al mismo tiempo consecuencias de un compromiso entre resistencia del yo y poder de lo retornante, compromiso que en este caso había producido una desfiguración que llegaba a lo irreconocible (FREUD, 1896, p. 182).
Al comparar la etiología del síntoma en la neurosis obsesiva con la paranoia, Freud agrega que, en esta última, el retorno de lo reprimido se da por el camino de proyección, considerando que el síntoma de desconfianza de los otros signilica, en verdad, una protección contra el retorno de lo reprimido cuando apan.:cen las ideas delirantes. Esos pensamientos retornan en voz alta, provocando 11na doble desfiguración: una censura implica la substitución por otros pensamientos asociados o su encubrimiento ocurre por modos más o menos precisos de expresión, referidos a vivencias recientes, análogas a las vivencias infantiles. En este caso relatado, referente a la señora P., en la búsqueda de una causalidad mecanicista para pensar la cura del síntoma -en verdad, alucinaciones de persecución y voces-, al disponer de la técnica de la hipnosis, reproduce la 111isma lógica frente a la tentativa de la remoción de un síntoma histérico. Evidentemente, no se trata de remover un síntoma (igual que en la clínica psicoa11alítica de la neurosis -el síntoma sirve para ser interrogado 14- , en la medida 1•11 que se espera la instalación de una neurosis artificial de transferencia), pero i. ( de preguntar cuál es el estatuto de una alucinación o de un delirio en la clíni1 .1 psicoanalítica. Freud, al transponer la lógica mecanicista del síntoma para el 1hordaje de una alucinación, acaba por reproducir la ética médica de remoción dt' un síntoma. Lo que presentaremos más adelante, todavía en torno a la con1iibución de Freud a la clínica de la paranoia, es la idea de que un delirio es val •I. Para ilustrar lo que estamos afirmando, recomendamos la lectura de las conferencias El sentido
le los síntomas y La fija ción al trauma, el inconciente, conferencias de número XVII y XVIII, respectivamente.
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lioso y merece ser escuchado, y no removido. La presente perspectiva será fundamentada en el momento en que el caso Schreber sea presentado. No obstante, antes de recuperar la dimensión ética del psicoanálisis en la escucha del delirio, una cuestión se presenta: vimos, en el periodo pre-analítico, que la paranoia es una defensa del ego ante una representación inconciliable. Vimos también que hay un compromiso del vínculo del sujeto con la realidad, dado que la misma representación inconciliable parece sobreponerse a la misma realidad que se presentara como insoportable, por el mecanismo de la proyección. Dicho esto, ¿cómo pensar la noción de pérdida de la realidad en laparanoia, ahora ligada a la concepción de la metapsicología de Freud? ¿De qué tipo de realidad se trata: la de una escena traumática -aquí vale retomar la idea ya discutida y descartada de la teoría del trauma y de la seducción, en la cual ha-1 bría una estimulación precoz de lo sexual en lo infantil- o de un momento estructurante de la subjetividad?
El énfasis puesto en una realidad cae por tierra cuando Freud propone una solución importante para la noción de realidad, que pasa a ser considerada ya no como una realidad fáctica, y sí como realidad psíquica 16 • Entendamos por realidad psíquica una mezcla entre contenidos tomados de la experiencia concreta y material y también de contenidos originados de la fantasía. Es importante resaltar que no se trata de inquietarse acerca de la veracidad de determinado he·ho y su ocurrencia en una realidad, pero sí en considerar que el contenido in·onsciente emergente en una asociación libre, exprime una verdad singular del sujeto, oriunda de la realidad psíquica. En ese sentido, se le atribuye a la fantasía inconsciente un carácter patogénico, e~ el cual reside la intensidad de un sínloma. La noción de realidad psíquica incide sobre la hipótesis del inconscienlc, más específicamente sobre la articulación entre deseo inconsciente y su fanlasía correlativa -o, dicho de otro modo, se puede afirmar que es en la fantasía Inconsciente que se articula el deseo inconsciente. La noción de fantasía preo( upó a Freud en diversos niveles, ya que él elaboró la idea de fantasía conscienk , sueños diurnos o devaneos -tal como se presenta en Anna O. al emplear la (ºXpresión teatro privado-, las fantasías prototípicas 17 y la fantasía inconsciente -esta última será mejor trabajada más adelante-. Sabemos también que Freud sustentó dicotomías importantes a lo largo de s 11 obra, tales como lo biológico y lo psíquico y también la cuestión de lo inter11 o y externo. En cuanto a esta cuestión, el debate acerca de la hipótesis exógena y endógena se percibe a lo largo de su obra. Por ejemplo, en la ya discutida teoda del trauma, el énfasis dado a la etiología del síntoma incide sobre una hipó-
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2.3 Fred, la constitución de la subjetividad y la paranoia: un abordaje metapsicológico Vimos, en la teoría del trauma y de la seducción, que Freud enfatizó un evento ocurrido en la realidad como fundamento para sustentar una hipótesis sobre la etiología del síntoma histérico y también la etiología del síntoma paranoico. Él parecía preocupado con la veracidad de los hechos, y tal preocupación se percibe en sus textos de esa fase pre-analítica, como, por ejemplo, en los casos clínicos. Ese punto es importante, pues uno de los riesgos posibles es el de reducir la escucha clínica a datos fácticos o del registro de lo imaginario, en que un manejo equivocado se haría presente, como si la resolución de una angustia cualquiera por parte del paciente pudiese ser equiparada en una sugestión del tipo: "ya que su problema es su marido, entonces ¿por qué usted no conversa con él? ¿Por qué no intenta resolver ese asunto?" Ahora, sabemos, desde la enseñanza de Freud, que una intervención analítica no es del orden de lo imaginario, en este caso, direccionada para los objetos de la realidad concreta, pero sí articulada al inconsciente 15 • 15. Ese punto será mejor trabajado en el momento en que presentaremos la idea de constitución del sujeto en Freud. Apenas a modo de ilustración, podemos verificar en el relato del caso Dora, de Freud (1905), como él se preocupa con los contenidos ofrecidos por esa paciente y la veracidad de los mismos. Por ejemplo, Dora le relata que el Señor K. la buscó en el lago, y Freud se vio obligado a confirmar tal afirmativa con el padre de Dora. Todavía le pesaba, en
ese momento, la confirmación de datos de la realidad concreta y la recurrente necesidad de considerar al otro de la realidad en la dirección del tratamiento. 1(1. Concepto formulado por Freud y presentado en el capítulo VII del texto denominado Interpretación de los sueños, de 1900. . Solamente a modo de referencia, recomendamos la lectura del texto Sobre las teorías sexuales infantiles, de 1908, en el cual Freud discute la idea de fantasía por el sesgo biológico, en este aso, a través del concepto de fantasía prototípica. Él presenta tres fantasías prototípicas: la universalidad del pene, la fantasía de que el bebé nace por la cloaca y el carácter sádico del coito. Destacamos aquí la idea de que esas fantasías son heredadas filogenéticamente. De ese modo, ellas brotarían en el psiquismo del niño en un momento específico de su subjetivación. El énfasis recae sobre la palabra brotar, dado que se esperaría que tales contenidos de fantasía despuntasen en función de la carga genética del hombre. Es claro que tal hipótesis es revista por Freud en otro texto denominado Pegan a un niño, de 1919, cuya reformulación se encuentra u lo largo del argumento de este capítulo. Por último, vale resaltar la expresión creada por Laplanche, según la cual la biología es el bicho de la fruta del psicoanálisis. Con ese alerta, hay que desconfiar del recurso de la biología como argumento teórico, pues se sabe que Freud, a lo largo de su obra. utilizó ese argumento o recurso en diferentes contextos de su obra.
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tesis exógena, a la vez que un evento ocurrido en la realidad moviliza un afecto desagradable, que es considerado como la causa del síntoma histérico. Posteriormente, en otra discusión vinculada a las pulsiones parciales de la primera infancia, Freud afirma que las pulsiones parciales oriundas del autoerotismo 18 infantil -perversas y polimorfas- serían "domesticadas" por diques heredados filogenéticamente. Percibimos en ese argumento un fundamento endógeno y biológico para sustentar la idea de que las pulsiones -oral y anal- se someterían a una organización obediente a la primacía de lo genital por el florecimiento de los diques mencionados, que canalizarían las manifestaciones pulsionales desgobernadas para un proceso de sumisión de la sexualidad infantil a la cultura. Al discutir el estatuto de la fantasía inconsciente, Freud concilia esas dos hipótesis, la exógena y la endógena, localizándolas entre el mundo subjeti1 vo 19 y el mundo objetivo, punto que será retomado más adelante. De ese modo, para pensar la constitución de la subjetividad20 , hay que considerar factores endógenos tales como la sexualidad infantil -perversa y polimorfa-, dado que ella elige en el propio cuerpo zonas erógenas como objeto de satisfacción. De las pulsiones parciales de la primera infancia existe la pulsión del saber, en este caso, una pulsión de carácter investigativo en la que el niño busca construir para sí un mito sobre el propio origen: "¿de dónde vienen los bebés?" Este interrogante que el niño formula resulta en las fantasías prototípicas, como respuesta a su indagación y que ya fueron citadas en este capítulo. Lo que se debe resaltar es el hecho de que las pulsiones del saber tienen un papel importante en la constitución del sujeto, como veremos luego, al movilizar el interés del niño a realizar sus investigaciones infantiles. Otro concepto importante es el de narcisismo primario, que parte de la constatación de que existe una operación psíquica, la constitución del narcisismo pri-
mario. Una primera distinción que hacemos es que la palabra narcisismo es utilizada en un contexto distinto del sentido común, el cuál atribuye a aquel que es narcisista la cualidad de egoísmo, de pensar sólo en sí mismo. No es en vano que Freud se refiere al mito de Narciso para ilustrar esa cuestión, en la 26ª Conferencia Introductoria denominada La teoría de la libido y el narcisismo (1916). uando remitimos al concepto de narcisismo primario, utilizamos esa idea para resaltar la existencia de una etapa constitutiva del sujeto psíquico, una operación psíquica realizada por el niño. Es interesante notar que todos pasaron por esa etapa lógica del desarrollo infantil, excepto los autistas y esquizofrénicos. Freud, sin embargo, no fue capaz de formalizar, en términos conceptuales, lo que está en juego en ese momento lógico de la constitución de la subjetividad. utiliza ejemplos tales como la pasión, la enfermedad y la hipocondría para :jemplificar la incidencia de esa instancia psíquica y afirma que lo esperado, a lo largo del desarrollo de la sexualidad infantil, es la consolidación de ese acto psíquico. Sin embargo, Freud no nos ofrece una solución para el problema teórico planteado, o sea, él no explicita el modo en que ocurre la constitución del narcisismo primario en el texto mencionado. Por último, él afirma que la operación psíquica es equiparable a la constitución del ego. Esa etapa del desarro1lo psíquico permitirá un desdoblam iento de la libido, que en otro momento era solamente autoerótica y que, en función del advenimiento de la consolidación del narcisismo primario, pasa también a ser libido de objeto. En ese sentido, vale incluir aquí una referencia a la enseñanza de Lacan, de un texto en el cual él presenta un complemento a esa teoría del narcisismo primario freudiano, cuando acuña la expresión del estadio del espejo, en el momento •n que el niño pasa a reconocer y jugar con la propia imagen reflejada en el espejo, más o menos alrededor de los 18 meses, y la nombra con su propio nombre. El acto psíquico condice con la realización de un contorno corporal, como u na operación psíquica ligada al registro de lo imaginario. La ocurrencia de esa operación psíquica depende del modo en que se establece el vínculo de amor entre la crianza y la madre o su substituta en el primer t icmpo de Edipo -volveremos a ese punto más adelante, cuando hemos de disnitir el tema de la constitución del sujeto en Lacan-. Lacan es bastante preciso al extender los tiempos del Edipo más allá del tiempo biológico del niño. El primer tiempo del Edipo comienza antes de que el óvulo sea fecundado por el espermatozoide, pues se hace necesario verificar cual es el estatuto de ese niño ·n la economía psíquica de su madre. Dicho de otro modo, es preciso preguntar sobre el lugar que el niño ocupa en el deseo de la madre. Para que aparezca ·I narcisismo primari o, se supone que tanto la madre -o su sustituta- como
18. Recomendamos, para esta discusión, la lectura del texto titulado Tres ensayos sobre la teoría sexual, de 1905, sobre todo el segundo ensayo, denominado La sexualidad infantil. Ese texto es inaugural para pensar la hipótesis freudiana sobre la sexualidad infantil y sus características. 19. Así, evocamos una vez más la polaridad entre imaginación y realidad (ligada a la percepción), lo que indica la fantasía inconsciente y su satisfacción como algo del orden de la ilusión, oponiéndose a la percepción de la realidad. De ese modo, el mundo interior se condice con la satisfacción y el placer, y el mundo exterior se condice con la realidad. 20. Este tópico exige un tránsito entre varios textos de la obra de Freud, de modo tal de poder sustentar una enumeración de conceptos y una consecuente articulación, tal como se presenta a lo largo de este capítulo. Apenas a modo de referencia, presentamos una guía al lector, para que él pueda recorrer los conceptos citados: Tres ensayos sobre la teoría sexual, de 1905; Sobre las teorías sexuales infantiles, de 1908; Introducción al narcisismo, de 1914; Pegan a un niño, de 1919; La organización genital infantil. (Una interpolación en la teoría de la sexualidad), de 1923; Neurosis y psicosis, de 1924; y La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis, de 1924.
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el niño constituyan una célula narcisista, una especie de amalgama o, en otros términos, establezcan entre sí una relación simbiótica permeada por un vínculo de amor. El modo en que se establece esa relación es lo que va a permitir la ocurrencia -o no- del acto psíquico en el niño, realizado por él mismo.
demanda de amor, reconocerá su imagen reflejada en la mirada de su madre o sustituta ante la transmisión de los ideales culturales, simbólicos por definición. Para Lacan es de esa forma que se constituye el yo en su doble acepción, ya sea en el sentido de cerrar una gestalt -considerando que antes el cuerpo era despedazado y desde entonces pasa a asumir una unidad-; lo que lleva a asumir un carácter de permanencia del yo, ya sea en la propia condición alienante de estructuración del yo, ya que él se constituye a partir de la mirada del otro. Dicho esto, volvamos al argumento freudiano para pensar la constitución de la subjetividad. Sin embargo, antes de sustentar una articulación de los conceplos necesarios para presentar una teoría de la subjetividad para el psicoanálisis - y profundizar la cuestión de la subjetividad en la psicosis-, proponemos un salto para presentar algunos conceptos también imprescindibles para la posterior articulación que viene siendo propuesta. Con relación a la fantasía inconsciente24 , Freud articula algunas consideraciones importantes en relación a su estatuto teórico y clínico. Inicialmente, resaltemos el hecho de que la fantasía inconsciente implica sen1i m ientos placenteros y se articula con la masturbación infantil. En ese sentido, percibimos que a ella se agrega la libido y que hay, en la posición que el niño ocupa en la fantasía inconsciente, una posición incestuosa articulada al drama edípico. Aquí se abre una perspectiva importante para la presente discusión, dado que están localizados en la fantasía edípica los motivos que llevan al niño a constituirse a partir de la estructura neurótica -o dicho de otro modo, se describe l.1etiología o los motivos que originan la represión-. Sin embargo. Considerar la posición incestuosa del niño frente a sus figuras parentales es sostener, también desde el punto de vista exógeno, sus determinaciones. En ese momento de In obra freudiana, se incluye también el lugar que el niño ocupa ante sus padres biológicos o sustitutos. En el texto Pegan a un niño (1919), Freud se interesó por describir la estructura de la fantasía, lo que desemboca también en un giro conn:ptual y ético para el tratamiento de las neurosis. Dando continuidad a lo que veníamos afirmando acerca de la fantasía inconscie nte, es en la fase fálica que Freud localiza la organización de las pulsiones part iales sobre la primacía fálica. El niño elige una figura parental como objeto de .11nor y busca anhelar la satisfacción de una meta pulsional. Freud resalta que
Basta para ello comprender el estadio del espejo como una identificación en el sentido pleno que el análisis da a éste término: a saber, la transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen, cuya predestinación a este efecto de fase está suficientemente indicada por el uso, en la teoría, del término antiguo !mago (LA CAN, 1998, p. 97).
Lacan introduce, a esa altura de la elaboración de su argumento, la idea de que el yo se precipita a partir de una matriz simbólica, que puede ser descripta en términos bastante freudianos, tal como aparece en Freud en el texto denominado Proyecto para una psicología científica para neurólogos21 • Freud propone un modelo de aparato psíquico al importar el modelo de sistema de neuronas de la neurología. Sin profundizar en este asunto, trabajaremos apenas la idea de que el bebé trae consigo un cúmulo de tensión interna que desemboca en una descarga motora, en este caso, un grito. Ese grito es interpretado por la madre o su sustituta, de modo que ella realiza una lectura del llanto del bebé y se dispone a realizar una intervención - externa- capaz de aliviar la acumulación de tensión interna del bebé. Es en ese sentido que podemos afirmar la existencia del registro de lo simbólico, dado que hay un nombramiento de lo que ocurre en el cuerpo del bebé mediante el lenguaje, en el momento mismo en que se diferencia un llanto de cólico de otro llanto, que es hambre o la incomodidad de un pañal sucio, entre otros. No obstante, y según Lacan 22 , el registro de lo simbólico se verifica también por la proyección de los ideales de la madre o su substituta sobre el bebé, ya que ella proyecta sus ideales, los ideales de la cultura, sobre ese bebé. "¡Mi hijo será un hombre de carácter!" ese investimento de libido, por parte del agente que realiza la función materna23 , es lo que posibilitará el acto psíquico de la constitución del narcisismo primario, considerando que el bebé, no por necesidad, pero sí por 21. El "Proyecto'', como es comúnmente llamado, es un texto de gran importancia y altamente recomendable. Él presenta una dificultad, pues el uso del modelo neurológico presupone el uso de conceptos externos al psicoanálisis. Sin embargo, en él se encuentran bases conceptuales importantísimas para innumerables conceptos que posteriormente serían elaborados por Freud. 22. Por ejemplo, esa idea está presente en el texto Subversión del sujeto y dialéctica del deseo, publicado en los Escritos. 23. El término "función" nos permite desprendernos de la tendencia biológica, ya que no se espera que un niño dependa de la existencia de una madre y de un padre biológico para constituir la propia subjetividad.
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1. La referencia para esta discusión es el texto freudiano denominado Pegan a un niño, de 1919. Sin embargo, queremos recuperar también el argumento presente en La interpretación de los sueños, en el que la fantasía inconsciente trae consigo una articulación con el deseo inconsciente, en el momento en que se discute el sueño como realización de deseo. Tal mención es importante, pues en algunos momentos de la obra de Freud podemos verificar la idea de fantasía inconsciente orn o un devaneo suhl imlnnl y, por lo tanto, pre-consciente.
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la identificación y la elección del objeto ocurren en ese momento -o sea, en el drama edípico- y determinan la vida erótica en la fase adulta. En ese contexto, la primacía fálica está presente tanto en la resolución edípica masculina como en la resolución edípica femenina 25 y hace que el niño se enfrente a la percepción de la diferenciación sexual, en este caso, que se enfrente con la percepción de que la madre, o su substituta, es castrada. Cuando se trata de neurosis, y tomando como referencia el Edipo masculino, ese niño, en sus investigaciones infantiles-impulsadas por la pulsión del saber-, se posiciona ante el hecho de que la madre es castrada y que, por lo tanto, no existe la universalidad del pene -creencia en la cual se mantenía inamovible. Ahora bien, tal percepción va a amenazar su integridad egoica, dado que la amenaza de la pérdida del pene constituye para él una amenaza de desintegra1ción de su unidad corporal, originada en la constitución del narcisismo primario, trabajada anteriormente. Es en ese momento en que aparecen la angustia de castración y el conflicto edípico, cuya resolución se da por la vía de la estructura neurótica, cuando se elige la represión para lidiar con la angustia de castración oriunda de la amenaza de desintegración narcisista. El ego, según Freud, es gobernado por el mundo externo de dos maneras. Hay, en primer lugar, percepciones actuales que son siempre renovables. Esas percepciones actuales están referenciadas en función del almacenamiento de percepciones antiguas, recuerdos anteriores -o, dicho de otro modo, por recuerdos ordenados por el "mundo interno" que forman parte del ego-. Al tratarse de neurosis, se propone que el niño reconozca la percepción de la diferenciación sexual -percepción antigua-, en el momento de esa prueba edípica. Reconocer la percepción de la diferencia sexual es someterse a una ley simbólica26 ordenadora de la sexualidad humana. No obstante, se habla de una fuga de la rea-
lldad en la neurosis en la medida en que algo del orden de lo simbólico no puede ser simbolizable. Pensar en la pérdida de la realidad es sostener la hipótesis de que existe, en el psiquismo humano, el atravesamiento de la fantasía inconst lente en el momento en que nos enfrentamos con la realidad. Dicho de otro rilodo, la pérdida de la realidad en la neurosis es reconocida en el momento en que ocurre la acción de la fantasía inconsciente, en el momento mismo en que 11lgún objeto de la realidad evoca un contenido perteneciente al conflicto edípico. En este punto, retomamos el estatuto de la fantasía inconsciente a partir de l.1 referencia presente en el texto Pegan a un niño. Decimos que la fantasía in1 onsciente se estructura en la vivencia edípica, en el momento en que las hipólvsis endógenas y exógenas confluyen en la etapa edípica. Por un lado, recono1 emos la sexualidad infantil, la pulsión del saber, el narcisismo primario, la pri111:icía fálica y la percepción de la diferenciación sexual, en el momento en que li1 percepción de la castración en la madre y/o mujer es reconocida y aceptada 1>or el niño, lo que desemboca en la elección de la represión como mecanismo dv defensa para la angustia de castración. Por otro lado, reconocemos también 1111 posicionamiento del niño en relación a lo que le es transmitido en términos 27 1 k ley simbólica • Una cuestión que todavía no trabajamos en esta reflexión es 1·1 hecho de que el niño elige un mecanismo de defensa para lidiar con la percep1 Ión de la diferencia sexual según la posición que él ocupa en la estructura edí11ka an te sus figuras parentales o sustitutas. Es dentro de ese contexto que reconnccmos, en este momento, un fundamento exógeno para nuestro raciocinio. En la neurosis, se articula la fantasía inconsciente con el deseo 28 inconscien11'. Nasio (1999) trabaja el modo en que el lugar de un objeto real pasa a ser un 1 >I >jclo fantaseado, de modo tal de que el objeto real de la relación incestuosa, de 111 pulsión sexual, pasa a ser incorporado como una parte del ego, que desde la 1·gunda tópica adquiere una porción inconsciente29 • De ese modo la figura pa-
25. La diferenciación entre el Edipo masculino y el femenino no se dio de forma inmediata en el pensamiento freudiano. Para una profundización mayor de esta cuestión, recomendamos la lectura del texto Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica entre los sexos, de 1925. Ese texto permite una precisión mayor de la resolución edípica de la niña; en él existen, inclusive, indicaciones clínicas valiosas para la clínica de la histeria. 26. Para esta discusión, recomendamos la lectura de Tótem y tabú, de 1914, obra de gran importancia para pensar la génesis de las relaciones culturales y que propone una ley simbólica universal para el ordenamiento de la sexualidad humana, en este caso, la idea de que las relaciones de alianza no coinciden con las relaciones de parentesco. Existe, por lo tanto, una restricción de la realización pulsional que permite la existencia de un proyecto cultural. Allí también se discute la idea de que la ley cultural, en este caso, la ley de prohibición del incesto es universal, a pesar de variar en distintas culturas. En nuestra cultura occidental existe, por ejemplo, la prohibición de que una niña tenga relaciones sexuales con el hermano de la madre. Lo que resaltamos no son ·tanto las variaciones de prohibiciones, sino el hecho de que toda y cualquier cultura presenta
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una restricción a la realización pulsional, fundamento de una ley simbólica ordenadora de la sexualidad y de un proyecto cultural. 1 •' • No obstante, la conceptualización de esa idea, la de que existe una transmisión simbólica que orienta el modo en que el niño va a posicionarse ante la percepción de que la madre o sus sustituta es castrada, no es evidente en Freud. Esa discusión es fundamental para el eje teórico de este trabajo y será mejor desarrollado desde el punto de vista de Jacques Lacan, más adelante, considerando que la problemática de la función paterna -como agente de transmisión de la ley cultural- fue ampliamente desarrollada por él. Además, la cuestión del Nombre del Padre tsume sirve como punto de anclaje para la hipótesis central de este trabajo, teniendo en cuenta que el Nombre del padre asume un estatuto central en la subjetivación, de modo tal de orientar, tnmbién, la dirección del tratamiento de las psicosis. 1 1!, 'lhl articulación se localiza en el texto de Nasio, denominado O prazer de ler Freud, de 1999. 11 ), 1)lscusión presente en el t1·x 10 fil yo y el ello, de Freud, de 1923. En ese texto hay una
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rental, o su sustituta, deja de ser un objeto real y pasa a ser un objeto fantaseado, incluso si ese objeto tiene una existencia autónoma en el mundo. De esa forma, Nasio concluye que el objeto de amor es una mezcla de fantasía y de figura parental real-cabe aquí recordarle al lector el concepto de realidad psíquica-. De ese modo, una relación amorosa se funda sobre el estatuto de la fantasía inconsciente, sede de la pulsión, donde se sitúan el placer sexual y también el fundamento de las relaciones afectivas en general, inclusive su actualización a la figura del analista, o sea, el fundamento que sustenta el amor se transferencia 30 • El deseo inconsciente se condice con la realización del deseo incestuoso que, a pesar de ser restringido por la ley simbólica, se actualiza en sus reediciones. De esa manera, para encaminar nuestra discusión, falta resaltar los desdoblamientos de la descubierta fantasía inconsciente y su estatuto en la técnica psicoanalítica de la1 neurosis, más precisamente acerca de la noción de construcción en el análisis 31 • Freud sugiere ese término como un giro en la dirección del tratamiento de la neurosis. El conflicto edípico deja de ser interpretado para ser costruído, respetandó la materialidad psíquica de aquella singularidad, según lo que fue expuesto acerca de la noción de realidad psíquica -en este caso, la reconstrucción de contenidos reales y fantasísticos por el sujeto, coherente con su mito edípico infantil. Freud hace una reserva acerca de la dificultad en realizar tal construcción, al destacar el papel de la construcción y su ideal en un análisis, o sea, un recuerdo del conflicto edípico y la remoción de su amnesia infantil. El fundamento de ese giro en el método analítico se encuentra en el ya citado texto Pegan a un niño, en el momento en que Freud presenta una lógica interna presente en la fantasía inconsciente, como cuando se reconoce la dificultad de rememorar ciertos contenidos de la misma. De ese modo, la cuestión es abordada en una doble vertiente. La primera consiste en un manejo de la transferencia en que un analista ofrece subsidios para ayudar al paciente a realizar sus construcciones en el análisis, en este caso, reconstruir sus impresiones sobre su vivencia edípica. Por otro lado, destacamos que el hecho de que es el propio paciente el que construye, rememora, realiza ese trabajo de arqueología sobre sí mismo, en el sentido de reconstruir lo que se imprimió en el inconsciente. Se nota aquí un doble sentido de la palabra "impresión'': ya sea en el sentido de las marcas que tales contenidos inscriben en el psiquismo, o en el sentido de aquello que se percibe como contenidos oriundos de su realidad psíquica.
Aquí reside un fundamento ético importante para la clínica psicoanalítica de las neurosis. Es ella la que nos muestra cuán difícil es sostener esa dirección de tratamiento, en este caso, manejar la transferencia del paciente en dirección a una construcción de una posición en el drama edípico, frente a su fantasía fundamental y, evidentemente, ante aquello que le caµsa deseo. La doble vertiente descripta anteriormente exige un cálculo, una dirección necesaria o una responsabilidad asumida por un psicoanalista en el momento en que él permite a un candidato al análisis, recostarse en su diván. De ese modo, entendemos que el trayecto de un análisis incide sobre ese camino, que es responsabilidad de un nnalista indicarlo. Sin embargo, y por el hecho de que el recuerdo ocurre por la vía del paciente, es el paciente el que va a avanzar en su análisis en el momento en que el trabajo arqueológico sobre sí mismo progresa. Punto delicado, que exige por parte del analista una atención redoblada para no interferir en las elaboraciones que están siendo hechas a partir de la fantasía inconsciente. Es un hecho que un analista no interpreta una fantasía inconsciente con sus construcciones derivadas. El fundamento ético se sustenta en esa cuestión, ya que la deli cadeza de ese manejo incide sobre un punto ya discutido, en este caso, la idea de que es el propio paciente el que va a encontrarse con sus marcas edípicas y va .i reposicionarse ante esas mismas marcas. ¿Y cómo estamos con la problemática de la paranoia? Vimos que el niño, bajo la fuerza pulsional proveniente de la sexualidad infantil, dotada de su narcisismo primario, ante sus investigaciones infantiles, se encuentra con la percepción de In castración de la madre. En el caso de la paranoia, Freud considerará el hecho de que el niño rechaza la percepción de la diferenciación sexual, en este caso, la percepción de la castración de la madre o de su sustituta. El compromiso o pérdida de la realidad ocurre en función de una perturbación del ego y de su vín32 l ulo con la realidad • De acuerdo con lo que ya expusimos acerca del fundamento en que la patol11gía incide sobre las percepciones antiguas o percepciones actuales 33 , en el caso de la paranoia, reconocemos el hecho de que las percepciones antiguas fueron h·rgiversadas. El rechazo a la castración de la mujer, en el momento en que el niño realiza sus investigaciones infantiles -percepción antigua- determina el 11. Además, esa es la hipótesis central presente en el texto La pérdida de la realidad en la neurosis
y la psicosis, de Freud (1924), en aquello que concierne específicamente a la cuestión específica 1 \,
reformulación sobre el aparato psíquico que inaugura la denominada segunda tópica. 30. Discusión presente en el texto Sobre el amor de transferencia, de Freud (1912). 3 1. Í{ccomendamos la lectura del texto Construcciones en el análisis, de 1938.
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de la paranoia. En el texto La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis, de 1924, en el que Freud su ~ tentará la hipótesis de que, en la psicosis, el niño rechaza la percepción de la castración en la mujer, a partir de lo que fue expuesto anteriormente sobre el hecho de que la patología se inscribe sobre pcrcepdon l:S nn ti µuas o actuales.
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modo en que se asentarán las percepciones futuras o actuales. En ese sentido es que Freud compara a la neurosis con la psicosis, considerando que en la primera hay una pérdida de la realidad - mientras que en la psicosis hay una reconstrucción de la realidad- . Dicho de otra manera, lo que se sitúa en la psicosis es el hecho de que hay, desde el momento edípico, una fase activa de reconstrucción de la realidad, al desembocar en una remodelación del mundo y de su víncufo con la realidad. Freud concluye su texto afirmando que, tanto en la neurosis como en la psicosis, hay una sustitución de la realidad, considerando el hecho de que se estructuran, como patologías, de modos diferentes. Así mismo, una cuestión sigue suspendida: ¿cómo fundamentar la dirección del tratamiento psicoanalítico en la paranoia? Sabemos que Freud se apoyó en la clínica de las neurosis y que incorporó la lógica del tratamiento de las neurosis a las psicosis, lo que resultó en obstáculos clínicos importantes, considerando que la posición subjetiva del psicótico en relación al registro de lo simbólico no es la misma que la del neurótico. A pesar de habernos ofrecido también contribuciones originales e importantes acerca de la etiología de la psicosis, le faltó a Freud precisar, desde el punto de vista de la teoría del método clínico, cuestiones relativas al manejo de la transferencia en el tratamiento de las psicosis. Aun así, cabe resaltar la indicación clínica presente en las formulaciones teóricas acerca de la paranoia; en este caso, una posición ética de suma importancia para esta clínica. Para tal, la contribución del caso Schreber es imprescindible, tal como expondremos a continuación.
tó la gloria que tanto anheló en el campo de las ciencias jurídicas, fue como paciente psiquiátrico que se volvió un referente aun vivo para la psiquiatría y para el psicoanálisis. Carone destaca un comentario de Lacan 35 sobre lo escrito por Schreber, diciendo que se trataba de un texto esmerado de iniciación a la fenomenología de la psicosis. Lacan se refería al hecho de que la fuerza de las memorias de Schreber, como la apropiación de Freud de las mismas, se mantiene viva en función de la propia astucia de Schreber, dado que, según sus propias palabras, él llegó a "intuiciones sobre las sensaciones y los procesos de pensamiento hu mano que muchos psicólogos podrían envidiar" (SCHREBER, 1995, p.140). Schreber (1842-1911) viene de una familia de protestantes burgueses, dotados de cultura y posesiones materiales, desde el siglo XVIII, ellos aspiraban a ser celebridades a través de la producción intelectual. Además de otros descendientes de la familia, se destaca el padre de Schreber, Daniel Gottlieb Moritz Schreber (1806-1861), eminente médico ortopedista y pedagogo, autor de innumerables libros sobre gimnasia, higiene y educación para niños. El padre de Schreber era representante de una doctrina rígida e implacable, de carácter bastante moralista, que promovía un control completo de todas las facetas de la vida. ~ I ideó, a modo de ilustración, aparatos ortopédicos en hierro y cuero que pudiesen garantizar la postura erecta del niño. Promovía, además, la idea de que la rectitud del espíritu es consecuencia de un aprendizaje precoz de contención emocional y, evidentemente, levantaba la bandera de que todas las manifestaciones de la sexualidad deberían ser suprimidas. El padre de Schreber se enorgullecía de haber aplicado sus métodos correctivos y pedagógicos en sus hijos y siempre se vanaglorió de que el resultado obtenido, en lo referido a la educaión de ellos, fue el mejor. Daniel Paul Schreber, que se volvió una leyenda viva orno paciente psiquiátrico, tuvo cuatro hermanos, siendo que el mayor, Daniel Gustav (1839-1877), se suicidó a los 38 años. Se sabe poco sobre su infancia, a no ser por el hecho de que él se sometiera on docilidad al despotismo del padre. Alumno aplicado, en los años de juventud, poco se interesó por la religión y se avocó al estudio de las ciencias naturales. Según Carone, sus memorias lo revelan como un hombre culto, conocedor de diversas lenguas, inclusive del griego y el latín, además de las ciencias naturales, historia, literatura clásica, música - era pianista-, y además poseía conoimientos jurídicos, que eran su especialidad. Su carrera como jurista seguía el camino esperado. Funcionario del Minisle rio de Justicia del Reino de Sajonia, obtuvo sucesivas promociones, al punto
2.4 Freud y el caso Schreber: una concepción ética del psicoanálisis ante la escucha del delirio Daniel Paul Schreber... sin duda alguna el más ilustre caso de la bibliografía psiquiátrica y psicoanalítica sobre la paranoia. Carone, en su prefacio a Memó rias de um doente dos nervos, destaca las palabras del propio autor, pues él referenció su obra, publicada en 1903, como una de las "obras más interesantes que ya fueron escritas desde que el mundo existe" (SCHREBER, 1995, p. 306). Él estaba seguro de que sus memorias servirían como una valiosa contribución para las investigaciones futuras 34 • Como bien resaltó Carone, si Schreber no conquis34. Evidentemente, Freud fue el gran responsable por el "suceso" de Schreber, en el momento en que publica un análisis importante sobre su delirio en el texto Sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente, publicado en 1911. De ese modo, el nombre de Schreber está, indisociablemente, ligado al de Freud.
15. Presente en el texto IJe 1mo mestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis, publicado en 1966 en Escritos.
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de ser nombrado vice presidente del Tribunal Regional de Chemnitz, en el año 1884. Su ambición parecía ser grande, pues en ese mismo año se presentó a las elecciones parlamentarias por el Partido Nacional Liberal. Sin embargo, sufrió una gran derrota y recibió, a los 42 años, una exposición en los medios de comunicación que se opusieron a sus propias ambiciones de convertirse en una figura pública, considerando que fuera criado bajo el "culto orgulloso de los méritos de los antepasados y fuera testigo de la fama del padre, ese artículo traía impreso, como un insulto, la faceta pública de su anonimato" (CARONE, 1995, p.12). En el día 8 de diciembre de 1884, más o menos 45 días después de la derrota mencionada, Schreber tuvo su primera internación, en la clínica de enfermedades nerviosas de la Universidad de Leipzig, coordinada por el Prof. Paul Emil Flechsig. Era su primera internación, provocada por una crisis de hipocondría -que no era el primer episodio-. Él aseguraba haber perdido más de 15 kilogramos, siendo que los datos médicos acusaban un aumento de 2 kilogramos. Estaban presentes también ideas delirantes, además de haber tenido dos intentos de suicidio. Schreber aseguraba que los médicos lo habían engañado respecto a su peso, además de sospechar que su esposa hubiese desaparecido. Esa internación duró seis meses y, después de recibir el alta, Schreber realizó un largo viaje de convalecencia con su esposa, que también tuvo una duración de seis meses. En enero de 1886, él asumió sus actividades como juez presidente del Tribunal Regional de Leipzig, ciudad a la cual fuera transferido durante su internación. Pasó un periodo de estabilidad emocional y clasificó a esos años como años felices y plenos de honores, según sus propias palabras. Sin embargo, también se comenta que su única infelicidad fueron los innumerables intentos de tener un hijo. Hoy se sabe que su esposa tuvo seis abortos naturales. En junio de 1893, Schreber recibió la visita del Ministro de Justicia de Sajonia, quien le traía la noticia de que sería nombrado juez presidente de la Corte de Apelación de la ciudad de Dresden. Puesto de suma importancia y, en cierto modo, obtenido muy precozmente. El nombramiento fue determinado por el rey y no podía ser rechazado, pues un rechazo representaría un delito de lesa majestad. Esa convocatoria representó el tope de su carrera, con lo cual él fue obligado a lidiar, como si se tratase de un desafío, con subordinados más grandes de edad y más experimentados que él. Honrado con el nombramiento, luego se vio perturbado ante tamaña responsabilidad y, en el intervalo entre el nombramiento y la ocupación del cargo, tuvo un sueño en un devaneo: soñó que su enfermedad de los nervios volvía y devaneó que podría ser bueno volverse una muj er en el acto sexual36• Tal circunstancia llevó a Schreber a entrar en un co36. Tal punto será mejor desarrollado más adelante
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lapso mental, al punto de recurrir, una vez más, al Prof. Flechsig, médico por el cual sentía enorme gratitud, en función de la primera internación. Fue internado37 en noviembre de 1893 y sólo volvió a ser dado de alta después de nueve años. Su diagnóstico fue de demencia paranoide. Con el correr de esa larga internación, Schreber comenzó el proyecto de escribir las memorias de un enfermo de los nervios, al mismo tiempo en que trabó una larga disputa judicial contra la propia prohibición y en busca de retomar posteriormente sus derechos de administrar, de forma autónoma, sus bienes. A pesar de haber sido dado de alta en el año 1900, permaneció, por voluntad propia, dos años más en el sanatorio, pues quería tener más tiempo para preparar, de forma cautelosa, su reingreso a la sociedad. En 1903, Schreber publicó sus memorias -no en su totalidad, considerando que un capítulo, referido a su familia, fue quitado sin que quedase ningún rastro de él-, al mismo tiempo en que adopta una hija de 13 años con quien tendrá una relación afable y tierna, posicionándose como un buen padre. Tiene un nuevo periodo de estabilidad emocional, que perdurará hasta 1907, cuando tuvo su tercer periodo de crisis. No se sabe con certeza lo que desencadenó ese tercer episodio de internación. Por un lado, tiene como referencia la muerte de su madre, a los 92 años. Ese hecho lo obligó a lidiar, con relativa competencia, con cuestiones de inventario, porque él fue convocado a opinar y a conferir legitimidad a los herederos. Por otro, se agravó la enfermedad de su esposa. Al verla atacada por una crisis de afasia por cuatro días, a consecuencia de un derrame cerebral, Schreber sufrió una recaída: volvieron sus crisis de insomnio y angustia, además del retorno de las voces. Los biógrafos de Schreber eran unánimes en afirmar que el evento desencadenante de esa última crisis fuera la enfermedad de su esposa. Sin embargo, más recientemente, surgió una hipótesis de que la responsabilidad de lidiar con el inventario de la madre, por ser el único hijo hombre sobreviviente, tal vez le haya impuesto dificultades de orden subjetiva que lo incapacitaron a lidiar con esa incumbencia. El hecho es que Schreber pasó los cuatro últimos años de su vida internado, ·on un estado de salud agravado. Él no se alimentaba: en su delirio afirmaba, por ejemplo, que no tenía estómago. En 1909, su estado de salud se agravó basl:mte, al punto de permanecer constantemente en cama, hasta que en 1911 sufrió u na crisis de angina y falleció el día 14 de abril con síntomas de disnea e ini;uficiencia cardíaca. .17. En verdad, Schreber permaneció seis meses en Leipzig, posteriormente estuvo quince días en el sanato rio de Li ndc nhof - lugar por él mismo denominado como "cocina del diablo' y fi n almente pcrn111 1wcíó po r más d e och o años en el sanatorio de Sonnenstein.
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El énfasis dado por Freud al caso Schreber se remonta al periodo de su segunda internación, pues, como fue dicho anteriormente, fue en esa fase de su vida que emprendió la escritura de sus memorias. En ese episodio, es importante destacar el hecho de que Schreber fue nombrado para asumir el cargo de presidente del Superior Tribunal, evento que fue clasificado como el desencadenante de la segunda crisis. Simultáneamente a ese nombramiento, Schreber tuvo un sueño que lo marcó: soñó que podría ser bastante encantador convertirse en una mujer y estar sometido al acto sexual. Luego, después de ese sueño, él comenzó a insultar a aquellos que lo rodeaban, al juzgar que ellos estaban persiguiéndolo. A continuación, pasó hacia un delirio de grandeza, durante el cual aseguraba estar relacionándose con Dios. Su delirio se constituyó, en esa segunda crisis, en dos etapas. La primera consistía en convertirse en mujer, no como un acto de voluntad propia, sino por una especie de obligación, un "tiene que ser así"... Y la segunda etapa consistía en redimir al mundo al ser una mujer que debería someterse al coito con Dios. Él aseguraba que nervios femeninos atravesaban su cuerpo y que, a través de ellos, por fecundación directa de Dios, poblaría el mundo de personas purificadas y, de ese modo, causaría la redención. Sólo después podría morir, de muerte natural y con un sentimiento de voluptuosidad. Freud resalta que en ese delirio hay dos puntos importantes, presentados en el siguiente orden: de inicio, llegada del delirio de emasculación y, posteriormente, el delirio de grandeza. La representación de la emasculación fue muy costosa para Schreber, lo que, según Freud, fue germen de la producción delirante que, por consecuencia, originó el desencadenamiento de la crisis. Otro aspecto destacado por Freud es la representación de que Dios es constituido por nervios. De ese modo, es posible afirmar que su unión con Dios se da por una especie de continuidad de sus propios nervios, como si fuese posible formar un trenzado de nervios, lo que consolidaría la posibilidad de relacionarse sexualmente con Dios. Por último, Schreber, siempre de acuerdo con Freud, durante su crisis, adoptó una posición femenina frente a Dios. Tal posición le permitió aliar las dos producciones delirantes, la fantasía de emasculación y su vínculo privilegiado con Dios. Otro aspecto resaltado por Freud es el papel del Dr. Flechsig en el sistema delirante de Schreber. Freud, en su intento de interpretar lo ocurrido con Schreber, se preguntó por qué el Dr. Flechsig asumiría un papel tan perturbador en el sistema delirante de Schreber. Cabe recordad cuán importante fue el Dr. Flechsig en la cura de la primera crisis. Para Freud, lo que estaba en juego en aquel momento era un cúmulo de libido homosexual dirigido al médico, que era responsable inclusive de la continuidad de la producción delirante del paciente.
Ese punto es importante, pues en él se encuentra la hipótesis freudiana acerca de la etiología38 de la paranoia, que será mejor trabajada más adelante. Para Freud, la etiología de la paranoia, que también puede ser atribuida a Schreber, tiene relación con una posición homosexual femenina - pasiva-. En el caso de Schreber, él tuvo como primer objeto al Dr. Flechsig por Dios que significó una intensificación del conflicto: ya que para él era imposible ser la mujer del médico, pasó a considerarse la mujer de Dios. El Dr. Flechsig y Dios fueron puestos en un mismo lugar, y eso proporcionó a Schreber contenidos importantes para la formación del delirio. Antes de entrar en las formulaciones teóricas sobre el mecanismo psíquico de la paranoia sostenido por Freud en ese momento de su obra, cabe resaltar un último aspecto de la interpretación freudiana sobre Schreber. Para fundamentar el conflicto psíquico anteriormente citado, Freud fundamentó la construcción de la fantasía de deseo femenino en la noción de frustración, una privación de la vida real objetiva. Se trata, en este caso, de la imposibilidad de Schreber de tener hijos en su matrimonio. Sobre todo hijos varones, que podrían haberlo consolado por la pérdida de su padre y su hermano. Freud relaciona la cuestión de la frustración con el propio delirio de Schreber, al retomar la idea de que él, al volverse mujer, podría poblar el mundo de hombres dotados de su mismo espíritu. Con relación a las hipótesis teóricas de Freud acerca de la paranoia, percibimos un intento de formulación de los mecanismos generales que constituyen su etiología. Él sostuvo la idea de que la paranoia es una defensa frente a la posición homosexual femenina. De ese modo, el centro del conflicto patogénico es la defensa ante el deseo homosexual, en la medida en que el paciente fracasa en dominar tal posición inconsciente. Freud aseguraba que tal hipótesis condecía con innumerables relatos de casos de paranoia y compartió esa posición on el entonces discípulo Carl G. Jung, además del eterno colaborador, Ferenczi. Para pensar la cuestión de la homosexualidad en la paranoia, Freud retomó la sexualidad infantil, más precisamente para una etapa constitutiva del desarrollo infantil, la del narcisismo primario. Vale resaltar que el texto Introducción al narcisismo (1914) aun no fuera publicado. Sin embargo, dispuso de ese concepto para fundamentar su hipótesis acerca del mecanismo de formación de la paranoia.
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38. Evidentemente, la hipótesis teórica acerca de la etiología de la paranoia en ese texto, más precisamente al respecto de la permanencia de un tiempo mayor durante la constitución del narcisismo primarios, así como la idea de que el delirio es un desdoblamiento o consecuencia de una pulsión homosexual, no se condicen con las formulaciones ulteriores de Freud sobre la etiología de la misma. El eje central que interesa para la argumentación teórica de la subjetividad en la paranoia condice con lo que fue expuesto en el ítem anterior al respecto de la constitución de la subjctivid:id l' ll Frrnd.
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Pero, de acuerdo con el texto de Freud sobre Schreber, la hipótesis de que la paranoia es una defensa frente a la homosexualidad pasa justamente por la cuestión del narcisismo primario. Para elegir un objeto de amor, es necesario tomarse a sí mismo como objeto, antes de elegir a otra persona como tal. Esa fase de elección de sí mismo como objeto es intermediaria y transitoria. Apuntó que algunas personas demoran más tiempo para superar esa fase, lo que genera consecuencias en el desarrollo de la personalidad. Una de ellas es la de la elección de la heterosexualidad por la vía de la elección homosexual de objeto. Otra consecuencia, que, además es.discutible, es la hipótesis de que la homosexualidad ocurre en función de la permanencia de un tiempo mayor en esa fase -la del narcisismo primario-, que implica la exigencia en mantener los mismos genitales como objeto de satisfacción. Tal visión implicaría una idea -también bas- , tante discutible- de que la homosexualidad es una búsqueda de un doble narcisismo, lo que permitiría entonces suponer que el síntoma homosexual sería del orden de la perversión. Por último, se resalta que la elección del objeto heterosexual ocurre a partir del gradual abandono de las aspiraciones homosexuales, que no se cancelan, pero son apenas forzadas a separarse de la meta sexual, al constituirse en pulsiones sociales de amistad, trabajo, camaradería. Freud comenta que es en la sexualidad infantil que se ofrece la posibilidad de fijación en una de sus etapas. Ahí se constituye la condición patogénica o su predisposición. Así, según Freud: [... ]Puesto que en nuestros análisis hallamos que los paranoicos procuran defenderse de una sexualización así de sus investiduras pulsionales sociales, nos vemos llevados a suponer que el punto débil de su desarrollo ha de buscarse en el tramo entre autoerotismo, narcisismo y homosexualidad, y allí se situará su predisposición patológica[... ] (1911, p. 58).
Freud marca el núcleo central del conflicto de la paranoia. En el caso del hombre, se trata de la fantasía de deseo homosexual, amar a otro hombre -él resalta que se vale de esa premisa al menos para ciertos tipos de paranoia-. Veamos el trato lingüístico que nos ofrece, para pensar el delirio de persecución y la erotomanía de la paranoia. El paranoico dice: "yo (un hombre) lo amo (a otro hombre)''. Esta frase es contradictoria, ya que en el delirio de persecución lo que se impone es, y sin titubeos, la idea de que: "Yo no lo amo -pues lo odio-': Esta frase, que se explica en el delirio de persecución, es un desdoblamiento de la contradicción anteriormente citada. Es claro que el inconsciente sólo podría tratar el amor homosexual en la paranoia de esa manera. En ese contexto, Freud formula la hipóte-
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sis de que el mecanismo de formación del delirio en la paranoia depende de una percepción de que él me odia, me persigue, lo que justificaría la condición del paranoico de odiar a los objetos. Otro punto muy trabajado por Freud es el de la erotomanía. La frase: "Yo no lo amo, pues yo la amo" puede ser explicada por el mismo mecanismo de proyección, lo que implicaría una segunda formulación: "yo noto que ella me ama'', o entonces: "yo no lo amo, yo la amo, porque ella me ama''. Freud destaca que la erotomanía puede ser considerada como una fijación heterosexual exagerada, derivada no de una percepción interna de amar, sino como una percepción externa de ser amado, que viene de afuera. Explicada la formación del delirio a través de los dos ejemplos antes citados, vale retomar la noción de proyección, esencial para el entendimiento teórico de lo que viene siendo aquí trabajado. El concepto de proyección se da a partir del sofocamiento de una percepción interna, que, al ser deformada, lleva al paranoico a experimentarla como venida de afuera. En el delirio de persecución, hay un cambio de afecto, pues lo que era para ser sentido como un amor interno pasa a ser reconocido como un odio externo. Freud formula dos comentarios sobre este problema. El primero de ello es que el papel de la proyección es variable, dentro de las formas de la paranoia. El segundo es que el mecanismo de la proyección puede ocurrir no solamente en la paranoia, sino también en otras constelaciones de la vida anímica, inclusive en la vida cotidiana -muchas veces no somos capaces de buscar en nosotros mismo las causas de ciertas sensaciones, lo que acaba resultando en justificarlas como un fenómeno venido del exterior-. En lo que concierne a la formación del mecanismo de la paranoia, Freud parte de una argumentación que también está presente en el mecanismo de formación del síntoma neurótico. Evidentemente, él resalta el carácter del vínculo entre la formación del síntoma con la historia del desarrollo de la libido, al describir tres fases: La primera de ellas consiste en la.fijación, condición necesaria para la represión. La fijación ocurre en el momento en que un componente pulsional sufre algún tipo de alteración en su desarrollo, permaneciendo aun en un estadio infantil. Su corriente libidinal permanece en el inconsciente, y es eso lo que permite afirmar la existencia de una predisposición futura para la enfermedad psíquica. La segunda etapa de la formación del síntoma condice con la noción de conflicto psíquico. Se trata de un proceso activo del ego, en que la represión hace sucumbir los retornos psíquicos de las fijaciones oriundas de sus respectivas pulsiones. Hay un momento en que el conflicto psíquico se configura, dado que las antiguas aspiraciones se tornan repugnantes para el ego.
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Por último, la tercera fase tiene relación con el retorno de lo reprimido, ya que la represión fracasa. Ese retorno está íntimamente ligado a la etapa misma en que se producirían las fijaciones y tiene como consecuencia una regresión de la libido a esa fase mencionada. Freud señala que es importante estar atento a otras posibilidades de mecanismos de represión, lo que posiblemente puede ser encontrado en la paranoia. A continuación, la cita en que Freud formula tal hipótesis. Optamos por presentarla entera, pues ahí reside la hipótesis freudiana sobre la etiología de la psicosis en este momento de teorización de su obra ya que, posteriormente, el autor destacará el rechazo como mecanismo específico de la psicosis. Ese punto será ampliamente retomado cuando discutamos la concepción de sujeto psicótico en Jaques Lacan. Acordémonos ahora de que ya hemos tratado sobre la fijación, hemos propuesto la formación del síntoma, y limitémonos a este problema: si del análisis del caso Schreber se obtiene alguna referencia al mecanismo de la represión (propiamente dicha) que prevalece en la paranoia (FREUD, 1914, p. 63).
Freud describe la sepultura del mundo, tal como aparece en Schreber. Destaca el hecho de que la sepultura del mundo tiene como objetivo extraer a las personas de su entorno, dado que él refleja justamente la catástrofe del mundo interior, por la vía del mecanismo de proyección. El paranoico, silenciosamente, se desliga de los objetos de la realidad con tan sólo investir libido en los mismos. Freud afirma que la reconstrucción del mundo por el paranoico es un intento de volver a su entorno menos aterrorizante. Y él hace eso recurriendo al delirio. Aquí es importante hacer un comentario. Freud afirma que el paranoico produce el delirio, que puede ser considerado por muchos como una producción patológica. Sin embargo, Freud hace una observación al señalar que la producción delirante es, en verdad, un intento de reestablecimiento, de reconstrucción del entorno. Ese aspecto es fundamental porque condice con la ética del psicoanálisis en relación al deliro. La sepultura del mundo está de acuerdo con el siguiente proceso: para comenzar, sucede un desligamiento de los objetos del mundo, objetos que en otro momento fueron amados. Tal movimiento ocurre sin ruido alguno. El que de hecho se torna ruidoso es el proceso de reconquista de las personas de su entorno, como lo hace el paranoico, al utilizar el mecanismo de proyección, cuando retorna por la vía de lo externo lo que fue silenciosamente cancelado por la vida interior del individuo.
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No obstante, Freud destaca el hecho de que el desligamiento de la libido del los objetos amados no es exclusividad de la paranoia. De ese modo, cabe la pregunta: ¿qué es lo que se caracteriza como algo patológico, exclusivo de la paranoia? ¿Qué ocurre con la libido? Constatamos el hecho de que la libido, que antes era invertida en objetos, ahora permanece fluctuante, ya que su adherencia a esos mismos objetos fue cancelada. Su destino entonces pasa a ser el retorno al propio ego. Se habla, por lo tanto, de la megalomanía que, en la paranoia, es bastante usual de encontrar. La libido retorna al estadio del narcisismo primario, aquel en que el ego era el único objeto sexual. Freud señala que los paranoicos, en función de ese cuadro clínico, tienen la libido fijada en el narcisismo primario y que la homosexualidad sublimada, vinculada al narcisismo, apunta hacia la regresión específica de la paranoia. Por último, cabe retomar el texto Construcciones en el análisis, de Freud (1937), pues en él también hay un comentario interesante sobre el delirio en la paranoia, también entendido como una construcción. Él propone una analogía entre las construcciones en el análisis del neurótico, tal como fue trabajado anteriormente, desde la noción de fantasía inconsciente (Cf. Pegan a un niño) hasta su articulación con la idea de realidad psíquica. En la paranoia, el delirio puede ser considerado como una construcción y, bajo determinadas condiciones de la psicosis, substituye -según lo ya dicho- un fragmento de una realidad objetiva de su prehistoria -el rechazo de la castración en la mujer-, por otra realidad menos insoportable. Otro aspecto importante es la cuestión de Freud acerca de las relaciones entre la etiología del delirio y el drama edípico. ¿Cómo determinar los vínculos íntimos entre el delirio y lo que ocurre en el Edipo, en términos de estructuración de la subjetividad? Volvemos a la cuestión ya discutida del delirio como intento de cura, lo que permitió a Lacan orientar una primera posición frente al tratamiento posible de las psicosis, en este caso, la idea de la construcción de una metáfora delirante. Ese punto es de gran importancia, r.ues va justamente al encuentro de la cuesl ión formulada por Freud al final de su vida. Es en ese sentido que Lacan trabaja la cuestión de la función del padre en el psicoanálisis -más precisamente en el drama edípico-, lo que le permitirá una formulación teórica compatible con su indicación clínica, así como una concepción de manejo de la transfcrencia en la paranoia.
CAPÍTULO
3
Puntualizaciones sobre el padre en el psicoanálisis: un avance teórico y una dirección clínica para el tratamiento posible de las psicosis
Haríamos mal en creer que el mito freudiano del Edipo da el golpe de gracia sobre este punto á la teología. Pues no se basta por el hecho de agitar el guiño de la rivalidad sexual. Y convendría más bien leer en él lo que en sus coordenadas Freud impone a nuestra reflexión; pues regresan a la cuestión de donde él mismo partió: ¿qué es un Padre? Es el Padre muerto, responde Freud, pero nadie lo escucha, y en la medida en que Lacan lo prosigue bajo el capítulo de Nombredel-Padre1, puede lamentarse que una situación poco científica le deje siempre privado de su auditorio normaF (LACAN, [1960], 1998, p. 827). El eje teórico pertinente para este capítulo es la problemática del padre y su función en el psicoanálisis. En ese contexto, su análisis y su lugar en la teoría y clínica psicoanalítica son de gran importancia para precisar -en el sentido mismo de la exactitud y también de la necesidad- avances teóricos y sus consecuencias clínicas, también insc:riptas en el campo de tratamiento de la paranoia. El retorno a Freud, en aquello que concierne al perfeccionamiento teórico acerca 1. La anotación Nombre-del-Padre, con letra mayúscula en las palabras "nombre'' y "padre':
articuladas con guión, según Porge (1998), compone las tres palabras en un conjunto que indica una unidad entre nombre y padre, al asemejarse a un nombre propio. No se habla del nombre propio del padre, a pesar de que esté presente, sino de la función del "nombre propio al padre como nombre, nombrado y también nombrante, y el nombre del conjunto de los nombres del padre" (PORGE, 1998, p. 9). .. Cita extraída del texto Subversión del sujeto y dialéctica del deseo, texto de Lacan publicado en 1960.
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de la forma en que Lacan examina la estructuración de la subjetividad -de las elecciones del sujeto del inconsciente ante la angustia de la castración- condice con la vivencia edípica. De ese modo, el complejo de Edipo fue revisado a partir de la noción de función 3 materna y función paterna, la última, articulada según su posicionamiento teórico, clínico y también político4 ante el psicoanálisis. Lacan se inscribe en el campo psicoanalítico al sostener una posición de enfrentamiento ante la lectura de los post freudianos, ya sean los de la vertiente latinoamericana, como los psicoanalistas de la escuela inglesa. Hay innumerables referencias en diversos textos y seminarios lacanianos en que se mantienen debates, en el sentido mismo de marcar una reanudación de la posición ética del psicoanálisis, la del sujeto del inconsciente, además de circunscribir el dilema del padre en esa misma cuestión. La interrogación sobre el padre 5 y su lo- ' calización en el núcleo de la experiencia psicoanalítica como punto de oscuridad para el psicoanálisis, en los años 1950, apuntan para la dirección por donde se pretende avanzar. Continuando con Porge6, el término Nombre-del-Padre fue tomado de la religión cristiana, lo que entonces denuncia un paralelo entre el Nombre-del-Pa-
dre y el Nombre de Dios, al punto de desembocar en una posible grafía "Dios-elPadre': Dios asume un lugar comparable al Nombre-del-Padre, en la medida en que Lacan se detiene, con frecuencia, en el pasaje bíblico relacionado a Moisés. Moisés interroga a Dios acerca de su nombre y obtiene como respuesta "yo soy lo que soy': Ahí reside el misterio de un nombre, en que la articulación del sujeto al Nombre-del-Padre se cruza exactamente en eso: ningún sujeto dice: "Yo soy padre': sino que responde tal como Dios hizo con Moisés, en este caso, no atribuyendo a sí mismo ninguna sustancialidad acerca de lo que es un padre o, dicho de otro modo, simplemente no respondiendo. Es el nombre propio lo que permite -o no- un nombramiento posible para el sujeto, en el sentido mismo de la idea de que el sujeto es lo que se nombra.
3. El término función, acuñado por Lacan, se separa de una tendencia biologizante de atribuir al Edipo la exigencia de la presencia de una madre y de un padre biológicos para la estructuración de la subjetividad. No es necesaria la presencia de ambos para que el Edipo ocurra, por eso el uso del término función. Por ejemplo, un bebé que haya vivido en alguna institución puede estructurarse subjetivamente, pues la institución ejerció esas dos funciones. 4. Roudinesco, en la biografía de Jacques Lacan -Esbozo de una vida, historia de un sistema de pensamiento-, describe con gran minuciosidad cuestiones ligadas al pensamiento teórico de Lacan, sobre el padre y su relación con su vida personal y también institucional. Ella describe el modo en que Lacan reaccionó a la muerte de su padre, a los 87 años, en 1960. Durante su seminario, él no aludió a la muerte del padre, así como casi no llegó a tiempo de asistir a su funeral, pero derramó lágrimas cuando falleció su amigo Merleau-Pontu. Desde el punto de vista político, la referencia hecha por Lacan en la epígrafe de ese capítulo condice con la excomunión de Lacan de la IPA, excomunión que ocurrió en el año 1963, pero que se anunciara años antes, en función del revuelo creado por Ernest Jones y otros sobre la "desobediencia" de Lacan ante los procedimientos teóricos adoptados por la IPA acerca del tiempo cronológico de una sesión analítica, así como la frecuencia de un análisis didáctico. Los seminarios de Lacan estaban repletos de sus seguidores -analizados y supervisados-, lo que causó bastante disconformidad en sus opositores. Los dogmas técnicos ipeístas servían como argumento para la persecución a Jacques Lacan, lo que culminó con su excomunión (término utilizado por el propio Lacan para designar su salida de la IPA) en el momento en que iba a proferir el seminario dedicado a los nombres del padre, en el año 1963. Su salida fue anunciada en el mencionado seminario, que fue cancelado después de su primera clase. S. Seminario 4, cuyo título es La relación de objeto. 6. Las refl exiones aquí presentes, referentes a la contribución de Erik Porge, están presentes en su libro Los nombres del padre en facques Lacan - puntuaciones y problerruilil'!ls. d<' 1998.
El uso que hace el sujeto, antes de que él se nombre, de su nombre para ser el significante de lo que hay para significar divide al sujeto, de acuerdo con un procedimiento literal de cálculo que Lacan nos propone a partir de una cifrado del cogito por medio del uno del rasgo unario, da diferencia absoluta,[. .. ] (PORGE, 1998, p.16).
Porge avanza en su argumento al destacar el hecho de que el nombre propio, incluyendo ahí el nombre de pila, divide al sujeto, ya que él, al aferrarse a su propia identidad, encuentra una determinación que le es exterior. "el nombre completo y el nombre de pila que lo identifican viene de sus padres y la adopción de su identificación, por este medio, lo confronta con el deseo de Otro" (PORGE, 1998, p.16). No es sin sentido que la elección del nombre de pila es hecha con esmero, al igual que existe allí una serie de ambigüedades. Se habla aquí de una determinación simbólica -también referente a la identificación con el rasgo unario-, cuyo contenido será mejor presentado más adelante, cuando trabajemos el primer tiempo del Edipo. Por ahora, vale retomar la idea presentada en el epígrafe de este capítulo, la de que el mito de Edipo, en Freud, pondría fin a la teología. Freud utilizó al Edipo y al psicoanálisis para situar a Dios como una figura posterior al asesinato del padre de la horda primitiva, colocándolo en un lugar nostálgico, como un sustituto del padre muerto. Lacan importa la figura de Dios de la religión para avanzar en sus teorizaciones acerca del Edipo. El Nombre-del-Padre se aproxima más a Dios que al padre de la horda primitiva, en la medida en que se denuncia ahí una desexualización del padre, ya que se articula la idea del padre con su función sublimatoria. Es a esta figura , secundaria en el tiempo en Freud, que Lacan otorga prioridad y primacía opcmtorio .~ 1•11 <'l psicoanálisis. Por este desplazamiento en relación a Freud, La-
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can liga la noción de padre a la civilización, más que a la religión propiamente dicha
¿Cómo articular la noción de delirio, en la paranoia, con una indicación clínica? Freud sostiene la idea de que el delirio es un intento de cura, ya que sustituye a una realidad insoportable. Se inauguró allí el fundamento ético del psicoanálisis, lo de no remover el delirio. Tal posicionamiento ético se opone a una vertiente de la psiquiatría, cuya ética es la de extinción del delirio. Psiquiatras atravesados por una tendencia organicista entienden que la manifestación deliran te es un mal a ser extirpado y actúan, mediante el uso de medicamentos, con la fi nalidad de eliminarla. Además, y en cierto sentido, fue lo que Freud hizo en el periodo pre-analítico, pues, al emplear la hipnosis en la paranoia, también tratará de remover el delirio según el presupuesto de la escena traumática y el afecto desagradable como causa del síntoma. Para la clínica del AT, así como para la clínica sticto sensu, el delirio es necesario para la existencia de un tratamiento posible. Sin embargo, una reserva es importante: evidentemente, la asociación con la psiquiatría es fundamental para el tratamiento de las psicosis. En ciertos casos o en ciertos momentos subjetivos7 de un tratamiento, el uso del medicamento es imprescindible, pues existen delirios que portan un elevado nivel de angustia para el sujeto. Es claro que la terapia medicamentosa cumple la función de permitir un apaciguamiento de la angustia, para que ella se torne soportable ... Lo que destacamos es tan sólo el hecho de que el empleo de psicofármacos exige un cálculo para que se puedan mantener el delirio y Ja consecuente escucha del sujeto.
(PORGE, 1998, p.27).
De este modo, el Nombre-del-Padre se inscribe, al menos en ese momento de la enseñanza de Lacan, a partir de una doble vía, la cual es: por un lado, pensar la cuestión del Nombre-del-Padre por medio de su función simbólica y, por otro, problematizar al padre desde el ternario del padre simbólico, del padre imaginario y del padre real. Hay una pulsación entre esas dos vías, la primera más presente en los Seminarios 3 y 5, denominados Las psicosis y Las forma ciones del inconsciente, respectivamente, y la segunda vía bastante trabajada en el Seminario 4, cuyo título es La relación de objeto. El eje de cuestiones expuestas por Porge confluyen en la posibilidad de articular esas dos vías presentes en la función paterna: la del Nombre-del-Padre y su prominencia en el registro de lo simbólico y la tríada del padre simbólico, padre imaginario y padre real. El camino sostenido por él es verificar, por ejemplo, si el Nombre-del-Padre se refiere tan sólo a la triada anteriormente citada o si se resume al registro de lo simbólico, así como la articulación entre los nombres del padre y el "Nombre-del-Padre" -esta última cuestión será retomada y discutida en capítulos posteriores de este libro, en el momento en que presentaremos la cuestión del sinthome y su relación con Joyce-. Aun en referencia a esa doble vía, mencionamos, por ejemplo, que sus dos posibilidades surgieron casi concomitantemente. En cuanto Lacan se refería al Nombre-del-Padre como un soporte de la función simbólica, identificando a la persona del padre con la figura de ley, presente en el texto Discurso de Roma, pronunciado en 1953, él mismo anuncia el ternario simbólico, imaginario y real en una conferencia homónima pronunciada el 8 de julio de 1954 y publicada póstumamente. En lo que concierne a las reflexiones teóricas expuestas en este trabajo, optamos por verificar el estatuto del Nombre-del-Padre desde los Seminarios Las psicosis y Las formaciones del inconsciente y su formalización presente en el texto De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis, elaborado entre diciembre de 1957 y enero de 1958 y publicado en los Escritos. De ese modo, presentaremos un recorte teórico de Lacan sobre los tres tiempos del Edipo, situando en ellos el papel de la función materna y de la función paterna en la estructuración de la subjetividad en la paranoia y en la neurosis como un contrapunto. Esperamos recuperar contribuciones freudianas y, al mismo tiempo, avanzar en cuestiones clínicas para el tratamiento posible de las psicosis.
3.1 Los tres tiempos del Edipo en Lacan La relectura del Edipo de Freud realizada por Lacan incluye elementos de la 1ingüística de Saussure. Lacan, al sostener el retorno a Freud, propone leer las estructuras clínicas como fenómenos del lenguaje. Así lo hace, por ejemplo, en La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud, de 1957, al articular los mecanismos de defensa de los suefws -condensación y desplazamiento-, detallados por Freud. Lacan describe la condensación por medio de la metáfora y el desplazamiento como metonimia. Esas figuras del lenguaje están vinculadas a la neurosis. Al pensar la psicosis, Lacan propone el neologismo -la in vención de nuevas palabras o la atribución de sentidos inusitados a las palabras ya conocidas- como fenómeno de lenguaje específico de la psicosis. 7. Es común verificar en la clínica de las psicosis un trayecto subjetivo en el que el uso del m edicamento f1.1 e necesari o, pero, y en función del tratamiento clínico, una estabilización fo e alcanzada y el pslcof:\rmaco se retiró.
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El paso dado por Lacan fue el de retomar el algoritmo lingüístico de Saussure y modificarlo, de modo tal de poder incorporarlo en su sistema teórico. Saussure8, lingüista preocupado por describir las leyes generales que rigen el funcionamiento del lenguaje, propuso como unidad mínima s/S, la relación entre significado y significante, respectivamente. El significado hace referencia al concepto propiamente dicho. El concepto relativo a la palabra mesa lleva a pensar algo parecido, por ejemplo, a un objeto con una superficie capaz de ofrecer apoyo para otros objetos. No se piensa en una sustancia líquida e inodora o tampoco en una fruta con cáscara amarilla, comúnmente encontrada en países tropicales. La materialidad de los fonemas encadenados en una secuencia específica permite oír una palabra que asume, en su sentido más amplio, un concepto. Ya el significante, la imagen acústica, trae la idea de un sentido particular que el concepto asume para el ser hablante. Mesa: no se trata solamente de un objeto capaz de sostener a otros objetos, sino también del sentido particular que el objeto mesa asume para una subjetividad cualquiera ... "La mesa de la finca de mi abuela siempre tenía un bizcochuelo de harina de maíz que me recuerda al gusto de mi infancia': El significante es la expresión de un sentido particular que el concepto asume para alguien. Lacan propone subvertir la relación entre significado y significante al afirmar que, en realidad, lo que existe es la primacía del significante sobre el significado. Esa inversión es importante y le permitió a Lacan teorizar los tiempos del Edipo por la vía del significante. Tal pasaje será mejor tratado a lo largo de la discusión del Edipo en Lacan, más precisamente en el primer tiempo del Edipo. Freud localiza al Edipo, en el tiempo cronológico, alrededor de los 5 o 6 años, al describir el modo en que el niño reconoce o rechaza la percepción de la diferenciación sexual, en este caso, la percepción de la castración de la madre o su sustituta. Lacan, en relación al tiempo cronológico, anuncia que el Edipo comienza antes de que el óvulo sea fecundado por el espermatozoide, dado que es necesario verificar cual es el estatuto del bebé ante el deseo de la madre. El tiempo cronológico es bastante anterior... pero tratar la cuestión de la constitución de la subjetividad implica considerar que sus etapas no son cronológicas. Lo que interesa es verificar el modo en que el sujeto psíquico se configura, a partir de substituciones de significantes, actos psíquicos y sus desdoblamientos, comenzando por una lectura que rompa con los criterios desarrollistas. El tiempo cronológico poco importa, pues lo que se prioriza es el tiempo de estructuración del in- · consciente. Por ello, consideramos que los tiempos del Edipo -a pesar de que
la palabra tiempo sugiere una cronología- deberán ser pensados como etapas lógicas de constitución del sujeto psíquico. Vale también hacer otro comentario: consideramos que los tiempos del Edipo son constituidos por personajes y también por algo que circula: el falo. La madre, el padre y el niño constituyen los personajes de la estructura edípica, pero los dos primeros deben ser entendidos como función, teniendo en cuenta que se considera el hecho de que es necesaria la existencia de una madre y de un padre biológicos para propiciar la constitución de la subjetividad; se trata de función materna y función paterna. Ya el falo es algo que circula entre los personajes de la estructura, de modo tal de ocupar estatutos distintos de acuerdo con los tiempos del Edipo y también en función de los personajes en cuestión. El falo se diferencia del pene. Freud9 (1923) ya alertó sobre el hecho de que el pene, entendido como el órgano genital masculino, se distingue del falo, que asume un estatuto, no de genitalidad, sino de primacía fálica, articulada al complejo de castración. Tanto para los niños como para las niñas, lo que está en juego en la constitución de la subjetividad es el primado del falo y sus desdoblamientos, relacionados al narcisismo primario y a la percepción de la castración en la mujer. Vale recordar que la palabra "falo" asume un sentido más simbólico, cuyo atractivo se nota, tal como su culto en la Grecia antigua, en el momento en que objetos similares al pene en erección representaban virilidad y potencia. El niño, en la fase fálica, toma para sí ese atributo de atractivo al sustentar una posición de protagonista en la realización de fantasía edípica. Para Lacan 10 (1958), el falo asume un estatuto de significante del deseo, que puede ser visto como falo imaginario y falo simbólico, lo que le permitirá retomar la visión freudiana de la primacía fálica a partir de la dialéctica ser o no ser el falo, tener o no tener falo. Un comentario más antes de que profundicemos en los tiempos del Edipo: la estructuración de la subjetividad ocurre en una gama de posibilidades, tales como las nuevas configuraciones familiares -las parejas homosexuales que adoptan bebés y que cumplen las funciones materna y paterna-, o así mismo en situaciones institucionales, como en el caso de los bebés en orfanatos o en instituciones afines. Esa reserva es importante para que no recaer en una lectura ingenua de que las funciones estarían condicionadas a la presencia de una madre o un padre concretos. Las funciones materna y paterna pueden ser desempeñadas por cualquier agente. Rosa (2001) trabaja esa cuestión al problematizar la función paterna en nuestra contemporaneidad. Sin embargo, a modo de una transmisión más didáctica, se toma como referencia una situación concre-
8. SAUSSURE, F. de. Curso de lingüística geral. 17. ed. Sáo Paulo: Cultrix, 1995. ese libro fue escrito por sus discípulos, alumnos que realizaron anotaciones en sus clases.
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9. La organización genital infantil (una interpolación de la teoría de la sexualidad), de 1923. 1O. La significación del fnlo , presente en los Escritos.
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ta en que existen una madre, un padre y un bebé del sexo masculino. Serán presentadas dos vías de estructuración del sujeto del inconsciente, la neurótica en su ámbito más general, sin considerar las diferencias de los tipos clínicos de la neurosis obsesiva, histeria o fobia y la paranoica 11 •
3.1.1 El primer tiempo del Edipo en la neurosis El primer tiempo del Edipo 12 es constituido por dos personajes -la madre y el bebé- y el falo. En ese primer tiempo, el niño es identificado como el falo simbólico de la madre, desde la equivalencia simbólica bebé = falo, descripta por Freud 13 (1925) como una salida edípica posible para la niña. La madre sitúa al bebé en el lugar de objeto de su deseo y, sometida a una ley simbólica, inscribe al niño al lenguaje, al nombrar 14 lo que ocurre en su cuerpo. La madre es omnipotente y absoluta en relaeión a sus propios caprichos, pues solamente ella es capaz de satisfacer -o no- las necesidades del bebé. De allí la importancia de considerar el estatuto o el lugar que el hijo ocupa ante el deseo de la madre. Ya el bebé se identifica como el falo de la madre. Al ser expelido del cuerpo materno, el bebé deja de vivir en la condición intrauterina en que era alimentado por el flujo sanguíneo y por el tejido placentario y se encuentra con una nueva condición, la de reclamar la satisfacción de sus necesidades. Freud (1895) 15 des11. Aquí también se hace una reserva, pues la estructura psicótica abarca algunos tipos clínicos, tales como la esquizofrenia, el autismo y la melancolía. En función del eje teórico de este libro de centrarse en la cuestión específica de la paranoia, optamos por dejar de lado las consecuencias teóricas de la constitución de la subjetividad de esos otros tipos clínicos presentes en la estructura psicótica. 12. Reflexión extraída del Seminario 5, Las formaciones del inconsciente, de Jacques Lacan (19571958). 13. Cuestión presente en el texto Algunas consecuencias psíquicas de las diferencias anatómicas entre los sexos, de 1925. 14. Freud (1895), en el texto Proyecto de una psicología científica para neurólogos, describe muy bien la situación en que el niño es sometido a los caprichos del otro. Al referirse a la vivencia de satisfacción, Freud describe el mecanismo por el cual la madre interviene en el cuerpo del bebé al nombrar lo que ocurre en ese mismo cuerpo. El bebé presenta un cúmulo de tensión interna que genera una descarga motora, el grito. El cúmulo de tensión interna es amainado en función de la intervención externa. El sentido del grito es interpretado por la madre, de modo tal de nombrar e inscribir en el cuerpo del bebé el significante. Se comprende por qué motivo Lacan subvierte el algoritmo lingüístico de Saussure, considerando que la imagen acústica, corporal, despunta inicialmente en el cuerpo del bebé para después ser revestida de un significado, que viene de otro, portavoz de las determinaciones simbólicas. 15. Una vez más, la referencia es al texto El proyecto de una psicología científica para neurólogos
cribe la primera vez que el bebé mama como una experiencia mítica de satisfacción. En esa nueva condición, el bebé llora por un alimento. Cuando la madre le ofrece el seno, la leche fluye por el aparato digestivo y sacia las necesidades fisiológicas. Por otro lado, desde el punto de vista del bebé, a esa experiencia de satisfacción de las necesidades fisiológicas se agrega una vivencia mítica de satisfacción y se inaugura una demanda de amor. El bebé pasa a creer que él está en el mundo para completar al otro materno. Proviene de ese momento mítico una condición necesaria para la posterior identificación del bebé como el falo de la madre. Lacan describe el lugar en que la madre ubica al bebé en su deseo, por ejemplo, en el Grafo del deseo 16 , al sugerir la letra mayúscula I (A) 17 para pensar el Ideal del yo y su función en la constitución de la subjetividad. Hay aquí una sutileza que merece ser resaltada: Eidelsztein (2005) destaca la distinción del Ideal del yo entre Freud y Lacan y sugiere el término Ideal del Otro 18 para pensar lo que fue dicho anteriormente acerca de la inscripción del niño en el lenguaje. Para inscribirse en el proceso de simbolización y, por lo tanto, someterse al lenguaje, el niño requiere ocupar un lugar de investimento de libido de esa madre, que pasa por la transmisión de los ideales maternos al bebé: "¡Mi hijo, cuando creza, será un hombre de carácter!" Evidentemente, el contenido de la frase poco importa. Lo que importa es la mirada atravesada por el amor materno. Una madre puede tener para sí otros ideales de la cultura que cumplan la misma fun·ión. Lo que importa aquí es que una identificación simbólica posibilita, como ya fue dicho, una inscripción del niüo en el registro de lo simbólico. Existe, por lo tanto, un precio a ser pagado, dado que el niño, al someterse al registro de lo si mbólico, se aliena en el lenguaje, pues él es el discurso del Otro. Está presente también la identificación imaginaria. Freud 19 (1914) sostiene la hipótesis de que existe una operación psíquica denominada narcisismo pri16. El grafo del deseo es una formalización importante para pensar la clínica de la neurosis. No es intención de este trabajo profundizarlo. Vamos simplemente a describir algunos pasajes para ilustrar la cuestión del lugar del niño ante el deseo de la madre. Ver Seminario 5, Las formaciones riel inconsciente, y también el texto Subversión del sujeto y dialéctica del deseo, de 1960. . En el texto De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis (1957-1958), Lacan también articula el 1 (A) en el esquema R como el Ideal del Otro, tal como aparece en la argumentación acerca del grafo del deseo. 1H. Otro, con mayúscula, se refiere al registro de lo simbólico o, en otras palabras, al tesoro de los $ignificantes. De forma bien sintética, el registro de lo simbólico se condice con un sistema de representaciones articulado en el lenguaje, mediante signos y significaciones posibles que determinan el sujeto del inconsciente y la facultad de simbolización. Ya la palabra otro, con minúscula, está articulada al semejante, a cualquier persona. l 11. /11/ rorlucción ni nnrcisis1110, de 19 l4.
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mario, que es releída por Lacan como estadio del espejo. De forma bien resumida, este acto psíquico, o la constitución del yo, también depende de la presencia de una mirada materna investida de amor para que el niño lo realice. Se trata de la construcción de un contorno del cuerpo del bebé, que en otro momento era despedazado y que pasa a tener una imagen unificada. Esa unidad imaginaria viene del semejante cuando el niño reconoce su imagen reflejada en la mirada del otro. Hay una equivalencia entre la constitución del yo -narcisismo primario o estadio del espejo- y la instancia psíquica denominada yo ideal. El yo ideal aparece como una imagen de perfección narcisista, de modo que el yo asume una valoración máxima que se condice con la creencia del bebé de que él es aquello que completa a la madre; en este caso, el falo imaginario. De ese modo, madre y bebé constituyen una unidad, una célula narcisista en la que ambos parecen ser suficientes. Mientras que la madre simboliza al bebé como falo, falo simbólico, el bebé es el falo imaginario. No hay en ese primer tiempo del Edipo ninguna posibilidad de entrada de un tercero que venga a romper esa unidad. Es ahí que se verifica la cuestión del padre y la entrada en el segundo tiempo del Edipo. ¿Cómo introducir al padre como un tercero en esa relación simbiótica? Es el punto que verificaremos a continuación ...
imaginario de la madre 20, dicho de otro modo, de que él -el niño- no ocupa el lugar imaginario de completar a su madre. Es en ese sentido que se habla de la instancia paterna como metáfora. El Nombre-del-Padre es el padre en cuanto función simbólica, cuya entrada metaforiza el lugar de ausencia de la madre. La función significante del Nombre-de-Padre se inscribe en el Otro, que era hasta entonces absoluto y enteramente ocupado por la madre. El otro materno deja de ser absoluto y posibilita la inserción del niño en el registro de lo simbólico. La intervención del Nombre-del-Padre en el Otro instaura la ley -ya no más considerada como omnipotente y absoluta-, admitida al registro de lo simbólico. Es la castración simbólica. El niño, en su posición fálica, deja de ocupar ese lugar -el de objeto imaginario para el deseo de la madre- al convertirse en el significante del deseo del Otro. Es ahí que el Otro se torna castrado, asumiendo un estatuto de inconsciente barrado al sujeto. La castración del Otro permite la inserción del niño en el orden simbólico de la cultura y también su admisión al lenguaje, momento descripto por Freud como represión imaginaria. Es en ese punto que Lacan articula la lectura freudiana 21 de la constitución de la subjetividad por la vía de la percepción de la castración de la mujer. El niño, al ·ncontrarse con esta percepción, puede reconocerla, mientras que exista la transmisión de una ley simbólica que sustente a ese niño a soportar la provocación ·d ípica, en el momento en que él reconoce y admite la división de los sexos pues, evidentemente, estamos hablando aquí de la estructuración de la neurosis- . Lacan afirma que la inscripción del niño en el orden simbólico se hace efec1iva en función de la articulación entre la castración y el Edipo. Por medio de la metáfora paterna y de su sumisión a la ley simbólica, el niño abandona la posición de falo imaginario al significar el falo en su función significante. Es ese pasaje que Lacan (1958) trabaja en el texto La significación del falo, al describir el pasaje del falo imaginario al falo simbólico. El significante fálico permitirá al sujeto neurótico atribuir significaciones a sus significantes. Por último, el sujeto ,1bandona la dialéctica de ser o no ser el falo, en función de la falta en ser, para la dialéctica de tener o no tener el falo.
3.1.2 El segundo tiempo del Edipo en la neurosis El segundo tiempo del Edipo es marcado por la entrada del padre como personaje en esa estructura edípica, además de la madre, del bebé y del falo. Existe un proceso de simbolización de la madre, de modo tal de posibilitar una mediación entre ella y el bebé, mediación que ocurre en.función de una prohibición de un tercero, el padre, cuya función es romper la célula narcisista entre la madre y el bebé. En ese segundo tiempo del Edipo, el padre asume una posición de déspota, al dictar la ley. Sin embargo, su presencia se hace efectiva si hay una entrada posible para él, si la madre así lo consiente. El padre asume la posición fálica. Él es el falo, él es la ley, es él quien dicta la norma que incide sobre la subjetividad de la madre y del bebé. Desde el punto de vista de la madre, el llamado del padre pretende mover el deseo de la madre para alguna otra cosa que no sea su hijo. "¡madre, tu no reintegrarás tu producto!': afirma Lacan. Hay un desplazamiento de la mirada de la madre, que es percibido por el niño, de modo tal que el niño se reconoce en un lugar de hiancia. El desplazamiento de la mirada de la madre para otro objeto lo confronta con la cuestión de que él, el niño, no es más el falo
io. Aquí incide una operación importante en relación
al vaciamiento de goce de la crianza. Si · en otro momento había un goce absoluto, en el momento en que incide la metáfora paterna, ocurre una pérdida de goce, no su totalidad, ya que persiste un goce localizado vinculado al objeto a. 11. Cf. el capítulo anterior y la articulación entre sexualidad infantil y constitución del sujeto, sobretodo cuando Freud describe el momento en que se definen la neurosis y la psicosis en función de la aceptación o del rechazo de la percepción de la castración, momento trabajado en el texto La périfidn de lo refllidad en la neurosis y la psicosis, de 1924.
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3.1.3 El tercer tiempo del Edipo en la neurosis Este es el momento en que ocurre la disminución del complejo de Edipo. La ley deja de ser encarnada en la figura del padre, pues él también se sujeta a la ley simbólica, exterior a sí mismo. El padre no es más la ley, es también su representante. El falo circula entre los personajes de la estructura edípica. El padre del segundo tiempo era restrictivo, mientras que el padre del tercer tiempo es posibilitador. El niño que atravesó la provocación edípica puede internalizar la ley cultural, de forma tal de concretizar la lógica interna a los pactos edípico y cultural. Según Pelegrino (1983), la lógica de los pactos condice con su idea de acuerdo entre dos partes. El niño se abstiene de realizar sus deseos incestuosos y, en contrapartida, recibe un lugar simbólico en la cultura: hereda un apellido y un lugar en su clan de parentesco o se inscribe en un lastre familiar. La ley de prohibición del incesto es sostenida de modo tal de ofrecer una posibilidad de realización sexual, no con un objeto del mismo clan familiar, pero sí con objetos de otro clan, según la formulación freudiana al respecto del origen de la cultura, presente en Freud (1914) en la obra Tótem y tabú. Evidentemente, la voluptuosidad de la sexualidad no estallará después de la disminución del complejo de Edipo. Debemos acordar con Freud y su idea acerca del periodo de latencia, en que las determinaciones de las vivencias edípicas infantiles se adormecen hasta el periodo de la pubertad. Es después de la maduración del cuerpo, con la plena posibilidad de ejercicio de la sexualidad, que las identificaciones impresas en el drama edípico retornan y determinan, desde esas mismas vivencias infantiles, las conductas sexuales del púber. Para finalizar, Lacan 22 va a trabajar la idea del padre como metáfora. El algo ritmo de Saussure fue invertido por Lacan, que sostuvo la premisa de que se trata, en verdad, de la primacía del significante sobre el significado. Para que el S/s se constituya, la función paterna precisa operar, en el sentido mismo de la sustitución del significante deseo de la madre por el significante que represente la existencia de la ley simbólica, el significante Nombre-del-Padre, capaz de ofrecer un amarre entre el significante y el significado a partir del point de capiton 23 o punto de almohadillado.
22. Seminario 5, Las formaciones del inconsciente (1957-1958). 23. El point de capitones utilizado en la manufactura de muebles tapizados; por ejemplo, el respaldo de una silla, donde la unión del revestimiento es sujetada por un botón . *De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis, texto publi c~ d o en los Escritos.
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3.2 El esquema R, su formalización de los tres tiempos del Edipo y la topología ligada al campo de la realidad: el corte en la dirección del tratamiento de las neurosis
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Esquema R (Lacan* [1957-1958], p. 559) Se sabe que el esquema Res una estrategia de formalización de los tres tiem 1>os del Edipo y sus consecuencias vinculadas a la experiencia analítica. La can lo utiliza como un artificio de su transmisión, presente en el texto De una cues1/cín preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis, además de introducir 1· 11 ese esquema una nota al pie, cuyo contenido condice con el uso de la topolo ¡•,la para pensar la relación del sujeto neurótico con la realidad y los consecuen lt's operadores conceptuales para la fundamentación de la clínica psicoanalíti1 .1. De ese modo, vale problematizar algunos pasajes de la nota al pié menciona1l.1, con la finalidad de revisar algunos presupuestos freudianos y lacanianos ya l 1.1bajados anteriormente, además de introducir la noción de corte y sus impli1 11cio nes en la clínica de las neurosis. /\sí, si se consideran los vértices del triángulo simbólico: I como ideal del yo, M como el .1ig11ificante del objeto primordial, y P como la posición en A del Nombre-del-Padre, se puede captar cómo el prendido homológico de la significación del sujeto S bajo el signijirnn te del falo puede repercutir en el sostén del campo de la realidad, delimitado por t'I cuadrángulo Miml. Los otros dos vértices de éste, i, y m, representan los dos térmi11 os imaginarios de la relación narcisista, o sea el yo y la imagen especular (LACAN, J957-1958, p.559).
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Continúa la nota al pié en su totalidad: Ubicar en este esquema R el objeto a es interesante para esclarecer lo que aporta en el campo de la realidad (campo que lo tacha). Por mucha insistencia que hayamos puesto más tarde en desarrollar -denunciando que este campo sólo funciona obturándose con la pantalla de la fantasía-, esto exige todavía mucha atención. Tal vez haya interés en reconocer que enigmáticamente entonces, pero perfectamente legible para quien conoce la continuación, como es el caso si pretende apoyarse en ello, lo que el esquema R pone en evidencia es un plano proyectivo. Especialmente los puntos para los que no por casualidad (ni por juego) hemos escogido las letras con que se corresponden m M, i I y que son los que enmarcaron el único corte válido en este esquema (o sea el corte mi, MI), indican suficientemente que este corte aísla en el campo una banda de Moebius. Con lo cual está dicho todo, puesto que entonces ese campo no será sino el lugarteniente del fantasma del que este corte da toda la estructura. Queremos decir que sólo el corte revela la estructura de la superficie entera por poder destacar en ella esos dos elementos heterogéneos que son (marcados en nuestro algoritmo[$ O a] del fantasma): el$, S tachada de la banda que aquí ha de esperarse donde en efecto llega, es decir recubriendo el campo de R de la realidad, y la a que corresponde a los campos I y S. Es pues en cuanto representante de la representación en el fantasma, es decir como sujeto originalmente reprimido, como el $, S tachado del deseo, soporta aquí el campo de la realidad, y éste sólo se sostiene por la extracción del objeto a que sin embargo le da su marco. Midiendo por escalones, todos vectorializados de una intrusión del único campo I en el campo R, lo cual sólo se articula bien en nuestro texto como efecto del narcisismo, queda pues enteramente excluido que queramos hacer entrar de nuevo, por una puerta de atrás cualquiera, que esos efectos ("sistema de las identificaciones': leemos) puedan teóricamente fundar, de una manera cualquiera, la realidad. Quien haya seguido nuestras exposiciones topológicas (que no se justifican por nada sino por la estructura por articular del fantasma), debe saber bien que en la banda de Moebius no hay nada mensurable que sea de retenerse en su estructura, y que se reduce, como lo real aquí interesado, al corte mismo. Esta nota.es indicativa para el momento actual de nuestra elaboración topológica (julio de 1966) (LACAN, 1957-1958, p. 559-560).
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Al principio, se destaca la idea de objeto a24 y su relación con el campo de la realidad. Dicho de otro modo, Lacan insiste en enunciar el hecho de que el campo de la realidad es atravesado por la pantalla de la fantasía. ¿Qué es exactamente lo que eso quiere decir?
Aquí reside una aproximación al argumento freudiano, teniendo en cuenta que en el texto La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis, de 1924, Freud rectificó la idea según la cual sólo habría una pérdida de la realidad en la psicosis, tal como afirmara en un texto anterior, Neurosis y psicosis, de 1924. En verdad, también hay momentos en los que ocurre una pérdida de la realidad en la neurosis, momentos en los cuales algún objeto de la realidad evoca un rasgo de la fantasía inconsciente. Para dar continuidad al argumento anterior, es necesario interrogar la descripción de Freud acerca de la hipótesis endógena y exógena de la constitución de la subjetividad y su confluencia en la fantasía inconsciente. Freud (1919) afirmó, en Pegan a un niño, que la fantasía inconsciente articula el mundo subjetivo del niño al mundo objetivo, de modo tal de considerar la estructuración de la fantasía inconsciente o edípica en función del lugar que el niño ocupa, en la propia fantasía, en relación a los padres. Nasio (1993) ofrece una reflexión interesante sobre este debate, al definir, como punto de partida, la experiencia analítica en función del amor de transfe4. Según Roudinesco y Plont, en el Diccionario de Psicoanálisis, el concepto objeto a fue presentado por Lacan, en el año 1961, con el objetivo de describir el objeto de deseo del
sujeto como algo que le es robado y también irrepresentable, como un resto no simbolizable. Aparece de forma fragmentada, a través de cuatro objetos parciales desligados del cuerpo, a saber: el seno como objeto de succión, las heces como objeto de secreción y la voz y la mirada como objetos de deseo. Ya en el Seminario 8, denominado La transferencia, Lacan trabaja cuestiones vinculadas al manejo de la transferencia, al retomar El banquete de Platón y la posición de Alcibíades ante Sócrates. Alcibíades demandaba de Sócrates una confirmación de su amor. Sócrates, por su parte y según Lacan, sostenía una posición de analista, ya que hacía semblante a la dirección del amor de Alcibíades y, al mismo tiempo, no respondía en acto. Ahora, aquí reside un argumento freudiano acerca del amor de transferencia, considerando que el neurótico adquiere una manera específica de amar, en el drama edípico, y reproduce ese modo específico de amar en la figura del analista. Por su parte, un analista soporta el lugar que le fue dado en la transferencia, soporta la dirección del amor de su analista, pero no responde en acto. El diálogo de Platón versa en torno del amor y de la idea de que hay un objeto que representa el Bien, el Agalma. Es sobre esa noción de Agalma -el buen objetoque Lacan lo convierte en objeto a."( ... ) objeto del deseo que se esquiva y que, al mismo ti empo, remite a la propia causa del deseo. En otras palabras, la verdad del deseo permanece oculta para la consciencia, porque su objeto es una 'falta-a-ser'. En marzo de 1965, Lacan resumiría esa proposición en un aforismo deslumbrante. 'el amor es dar lo que no se tiene a alguien que no lo qui ere'" (ROUDINESCO Y PLONT, 1998, p. 552).
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rencia • Se interroga al respecto de ciertas dicotomías o preconceptos sobre la forma de opuestos: ¿es posible afirmar la existencia de un hombre y de una mujer? ¿El cuerpo es algo que se distingue por completo del psiquismo? ¿Hay diferencias entre la realidad material y la realidad psíquica? ¿Es posible sostener la hipótesis endógena y la hipótesis exógena, tal como Freud lo hizo, al teorizar la fantasía inconsciente? La experiencia analítica y el respectivo trato teórico ofrecido por Lacan rompen con esos "opuestos': o entonces, es posible verificar que hay algunos preconceptos que merecen ser revisados o reconsiderados. Por ejemplo, la idea de que hay un adentro y un afuera se modifica cuando se sitúa la propia clínica psicoanalítica como territorio. "¿En qué términos pasa ese límite que dice respecto a la experiencia del análisis?" (NASIO, 1993, p. 27). Dentro de ese contexto, él propone pensar el psicoanálisis como la "realidad en cuanto límite, esa zona fronteriza entre el sujeto y lo real" (NASIO, 1993, p. 27). Aun de acuerdo con la crítica a la hipótesis freudiana de que existe un adentro y un afuera, se afirma que el argumento de Freud se aproxima a una determinada visión filosófica, la de Berkeley, coincidente con la idea de que sólo es posible conocer el mundo, el afuera, a través de las representaciones. Pero ahí reside una contradicción. ¿Cómo es eso posible, siendo que las representaciones son internas y poseen sus propias características? ¡No existen representaciones fuera del psiquismo humano! Freud no realizó ninguna distinción entre la noción de realidad y de real, además de eso, supuso la existencia de dos mundos, interno y externo, en función de la confusión existente entre esos dos conceptos. Él también decía que solamente el mundo interno era pasible de ser cognoscible, a pesar de tener revisada esa posición al final de su vida, en el texto Esquema del psicoanálisis, de 1938, al afirmar que lo real interno es más cognoscible que lo real externo, pero que no sería comprensible mediante conceptos o palabras y sí por el propio análisis. Dicho esto, vale considerar en Lacan la distinción entre real y realidad. Real es aquello que no cambia: el sexo. Real se condice con algo que es irrepresen25. C( la discusión acerca de El banquete de Platón, presentada en la nota al pié anterior. La discusión sobre el amor de transferencia también se encuentra en el texto de Freud denominado Sobre el amor de transferencia, de 1914. Allí, Freud destaca el hecho de que el hombre, al atravesar la experiencia edípica, adquiere una manera específica de amar, que es reproducida junto a los otros objetos amorosos, inclusive junto al analista. En ese texto, Freud formula la idea de que la dirección del tratamiento psicoanalítico se consolida con la noción de que la manera específica de amar, que en otro momento era inconsciente, se torna consciente al final del tratamiento. Para tal, la ética psicoanalítica se condice con la idea de la abstinencia, ya que el amor es dirigido al analista, pero él no responde en acto.
table, intangible, tal como Lacan formuló en el Seminario 17, El reverso del psi coanálisis, o entonces según su contribución en el Seminario 20, denominado Aun, en el momento en que articula el goce del ser con lo real2 6• Tomemos eSl\ referencia: Lacan propone algunas modalidades de goce en ese Seminario, tales como, por ejemplo, el goce fálico, el goce femenino y, el que es más importan te para esta reflexión, el goce del ser. Hay una equivalencia entre el goce del ser y lo real, de modo tal de considerarlo como aquello que anima, de acuerdo con 27 Freud , la compulsión a la repetición. Ya la realidad es cambiante, se abre y se cierra, de modo tal de ser concebida como algo local y ligado a la trama de significantes. En otros términos, la reali dad puede ser pensada como una serie de identificaciones que se sucedieron en la vida del sujeto, como un vaivén entre el yo y la imagen especular del estadio del espejo. Aquí, el énfasis está puesto en el primer tiempo del Edipo, más precisamente en el lugar de la madre como el Otro que desea."[ ... ] realidad, en fa vida de alguien, y la sucesión de encuentros identificadores y de encuentro con el deseo del Otro" (NASIO, 1993, p. 31). Por lo tanto, según Nasio (1993), la realidad no se restringe apenas a las palabras e imágenes, ya que la realidad es también concebida por el movimiento de la pulsión, en el estrecho vínculo entre el psiquismo y lo orgánico. Es en ese contexto que Nasio se interroga acerca del ataque histérico. ¿De que se trata? ¿Es fantasía? ¿Es realidad? El desmayo histérico es un ejemplo interesante para encaminar esas cuestiones, considerando que es, sin duda alguna, consecuen cia de la acción de la fantasía inconsciente y, sin embargo y al mismo tiempo, hay un cuerpo en el piso. Se habla de un cuerpo desmayado, tomado por la acción de la fantasía histérica. [. .. ] la fantasía no es una imagen en la cabeza, sino que es algo material, que se manifiesta por una actividad motora, una parálisis, por alguna cosa en el cuerpo. La realidad es esto: no fue solamente el significante que indujo a la histérica a desmayarse, no son apenas las imágenes que sustentan su identificación. La realidad para la histérica es más que todo el circo que gira alrededor de ella, que ella instaló. La realidad para la histérica es donde ella cae desmayada. Para hablar de realidad es preciso esto (NA S/O, 1993, p. 33). 6. Ese punto es de gran importancia y será retomado en capítulos posteriores. 7. Cf. Recordar, repetir, reelaborar, de 1914. En ese texto, Freud describe la compulsión a la repetición como algo del orden del inconsciente, contenidos que todavía no fueron pasibles de elaboración y que, de ~se modo, son actualizados en la transferencia en acto. La indicación clínica de ese texto se articula con la idea de que un análisis se efectiviza, en la transferencia, en sustentar lns l"('pt l it ioncs del analista, ya que es en la repetición de algo que la diferencia puede aclve11ir, 1·111'1 m· lltldo dr qu c algo in conscíenle se torna algo elaborado.
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En otras palabras, la realidad equivale al corte , cuando se introduce el mo29 vimiento de la pulsión para que el sujeto se separe del objeto • Así, en el ataque histérico, el objeto de la pulsión puede ser la mirada o entonces la acción motora del músculo. Se habla entonces de una realidad concebida como imágenes y significantes, pero también determinada por el movimiento pulsional. La trayectoria de la pulsión escópica, descripta por Freud, sirve como ejemplo para ilustrar la gramática de su movimiento: tenemos aquí tres términos: mirar, ser mirado y mirarse. La realidad es lo que tiene exteriormente, ligado al significante y a la imagen y, sin embargo, es al mismo tiempo lo que hay interiormente, lo más intimo en el cuerpo del sujeto. El énfasis dado en la frase anterior incide sobre el periodo "es al mismo tiempo'', lo que indica la superación de la dicotomía endo y exo, tal como ya fue discutida anteriormente. Un segundo aspecto importante para la discusión de la nota al pié es la afirmación de Lacan acerca del esquema R como un plano proyectivo. ¿Qué quiere decir eso? La presentación gráfica del mapamundi es un ejemplo de plano proyectivo. La disposición de los continentes en un plano bidimensional es bastante conocida, inclusive en función de las determinaciones históricas que lo concibieran. El continente europeo se localiza al centro y en la parte superior de la representación y, tomándolo como referencia, sirve para que los otros continentes sean distribuidos, en esa misma representación gráfica, según su localización geográfica en relación a la referencia elegida. Es interesante destacar que cualquier parte del planeta podría ser usada como punto de referencia. La consecuencia de eso es que sería posible tener series de representaciones al intentar ilustrarlo en un plano bidimensional. Sin embargo, hay algo que escapa a la representación gráfica del planeta Tierra, como su eje de rotación y también su eje de traslación. La Tierra gira alrededor de sí misma, lo que genera los días y las noches, así como posee una localización en el sistema solar; es el tercer planeta más próximo al sol y demora 365 días, un año, en dar una vuelta completa a su alrededor. El mapamundi no da cuentas de los movimientos terrestres y sus respectivos tiempos, porque no es posible representarlos o figurarlos. 28. La noción de corte será retomada más adelante, pues es importante para el eje de argumentación que pretendemos sostener al respecto del manejo de la transferencia en la clínica de las neurosis. 29. En el texto Pulsiones y sus destinos, de 1914, Freud afirma que las pulsiones no poseen objeto definido. Comenta la idea de que hay una falsa creencia, la de que existiría una relación entre la pulsión y el objeto. En verdad, el objeto elegido de la pulsión puede inducir a ese error, considerando que se presenta ahí una ilusión de que la satisfacción pulslonnl t'$ consecuencia de determinado objeto. No es en vano que Freud habla acerca de la ploNI h ld1ul de la pulsión.
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Al adaptar esa discusión al esquema R, se tiene la idea de que en él existe la formalización de los tres tiempos del Edipo, como el cuadrilátero MimI. Son esos puntos los que determinan el cuadrilátero, responsable de animar la estructura -al determinar las instancias por las cuales un análisis se sitúa, además de incorporar en el modelo la problemática del tiempo- , considerando que inscriben un movimiento donde se sitúa el campo de la experiencia analítica, dado que es hecha de ese cuadrilátero una figura topológica denominada banda de Moebius. Así, vale ahora incluir un tercer comentario sobre la nota al pié, más precisamente al respecto de los puntos MimI. Antes de adentrarnos en los tiempos y en los movimientos de un análisis es necesario comprender mejor lo que está en juego en esos puntos. La clase del 5 de febrero de 1958, denominada De la imagen al significante en el placer y en la realidad, continuación del Seminario 5, Las formaciones del inconsciente, es de suma importancia para esa comprensión. Lacan establece un debate con los pensadores de la Escuela Inglesa, sobre todo con Klein y Winnicott, al cuestionar el complejo de castración 30 • El debate incide sobre la cuestión de la relación de objeto y el surgimiento de la fanta sía inconsciente. Vale retomar algunos puntos ya desarrollados para encaminar la cuestión. El punto de vista defendido por Lacan es que no existe un estado de necesidad pura, considerando que el bebé, desde su primera vivencia de satisfacción31, sobrepone, al estado de la necesidad, el estatuto de deseo, por haber ahí una demanda de amor. Es por medio de esa relación dual que se abre, para el humano, la perspectiva de encontrarse con la cadena de significantes, ahí constituida o presente a partir de la figura de la madre, el Otro materno. Lacan cita 30. Aquí incide, una vez más, el retorno de Lacan a Freud, más precisamente en el modo en que se establecen la estructura neurótica y la estructura psicótica, discusión presente en el texto La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis, de 1924. A modo de rememoración y en el caso específico de la neurosis, la pérdida de la realidad se da desde las percepciones actuales, teniendo en cuenta que el niño acepta la percepción antigua -la percepción de la castración-. Dicho de otro modo, según Freud, el n iño reconoce la percepción de la castración de la madre, percepción primordial que originó la represión ( Verdrangung). 31. Aquí cabe retomar la discusión de Freud en el texto titulado Proyecto de una psicología pam neurólogos, de 1895, más precisamente el pasaje donde se discute el surgimiento del apa rato psíquico a partir de la vivencia de satisfacción: cuando el bebé sufre un cúmulo de tensión interna, genera una descarga motora - el grito- y recibe una acción del mundo externo, nombrada por un otro que significa el llanto del bebé. Esa acción externa es capaz de apaciguar la tensión interna del bebé y, también, ofrece la posibilidad de inscripción del significante en su cuerpo. Allí se puede incluir la reformulación de la unidad mínima de la lengua, de Saussure, por la idea de Lncnn de que prevalece la primacía del significante sobre el significado, trabajada anteri onncnt c.
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a Freud, la Carta 52 a Fliess, en la cual se discute el nacimiento de las estructuras inconscientes y del aparato psíquico. La hipótesis admitida por Freud es que, en su origen, la inscripción anómica correspondiente a la manifestación de la necesidad es un signo. Tenemos allí un proceso de aprendizaje que presupone una simbolización32 , ya que, por ejemplo, el bebé puede expresar dos fonemas y oponerlos, lo que ya asume el estatuto de vocablos, dado que son dirigidos a la madre. Es una combinación significante que explicita su organización. El niño pasa, desde entonces, no más a anhelar la satisfacción de una necesidad, y sí una relación con el deseo del sujeto materno que tiene ante sí. Para Lacan, la aparición del estadio del espejo es y no es, paradójicamente, el encuentro del sujeto con la realidad, ya que se trata, en verdad, de una imagen virtual que tiene la propiedad de aislar el campo de la realidad. El sujeto capta una imagen virtual y la conquista, tal como fue visto anteriormente con la idea del falo imaginario -objeto imaginario con el cual el niño se identifica para satisfacer el deseo de la madre- a partir de una cristalización del yo que abre las posibilidades de lo imaginario. Se establece aquí una vía de doble mano: por un lado, la experiencia de la realidad introduce, bajo la forma de una imagen corporal, un elemento ilusorio y engañoso que permite al sujeto establecer su relación con la realidad y, por otro lado, la experiencia del estadio del espejo abre la perspectiva del niño de realizar sus primeras identificaciones. Dicho esto, ahora es posible definir los puntos presentes en el trapecio, que define el campo de la realidad. Al principio, el eje i - M, eje que está de acuerdo con el registro imaginario. El i equivale al yo, la imagen del propio cuerpo frente a la madre. El M está ligado al significante del objeto primordial, o dicho de otro modo, al ego ideal. Ya en otro eje, m - I, m es la imagen especular del niño e I es el Ideal del yo, según lo discutido anteriormente. El segmento m - I, a través de sus identificaciones, está ligado a la serie de significantes, o de representaciones que puntúan su realidad a partir de referencias, una realidad rellena de significantes. Hablar
de Ideal del yo es hacer referencia a la identificación que requiere el regisl ro d1• lo simbólico, o sea, a una serie de identificaciones significantes que se oponen ni registro de lo imaginario. La identificación al Ideal del yo presupone la inciden cia de la función paterna y, consecuentemente, un desapego referente a la rdn ción imaginaria con la madre. El padre, por ser un personaje real, interviene de tal modo de que el yo se torne un elemento significante. De esta forma, se puede afirmar que se establece ahí, de acuerdo con Lac:.111 , un movimiento de báscula derivado de la torsión entre los registros de lo imagi nario y de lo simbólico, justamente donde se define el campo de la realidad. Por un lado, existe la realidad adquirida por el sujeto humano a partir de su conqubta de la asunción de una imagen virtual del cuerpo y, por el otro, el sujeto introduce en el campo de la experiencia el significante, lo que resulta en ampliar est" mismo campo para el sujeto humano.
El objeto ilusorio no ejerce su función en el sujeto como imagen, a pesar del señuelo que se presenta, pero se inscribe como un elemento significante, ligado a la cadena significante. De ese modo, hay que pensar que el objeto primordial domina la vida del sujeto, considerando que hay elementos imaginarios que desempeñan un papel cristalizador, y también teniendo en cuenta, como ya fue di -
32. Una vez más, Lacan se refiere a Freud. El proceso de simbolización aquí detallado trata, en verdad, de la escena descripta por Freud en relación a su nieto. En el momento en que él jugaba con un carretel. Para lidiar con la ausencia de la madre, el niño jugaba con un carretel y una cuerda y lo tiraba debajo del sofá, realizando un movimiento de vaivén con el carretel, y al mismo tiempo repetía las palabras fort y da, cuya traducción es va y vuelve. El juego del fortda, como es conocido en la literatura psicoanalítica, se condice con el proceso de simbolización primordial del niño, pues retrata la alternancia de la presencia y ausencia de la madre sobre el nifio, alternancia primordial para el proceso de simbolización. Es mediante una presencia que se hace ausencia, qu e algo se inscribe en el psiquismo. Se habla de inscripción d!'i ll' nguaje. Esa discusión se encw;nlrn t:: n el tex lo Mrls allá del principio de placer, ck ¡:, 1'11 1I ( 111.W).
33. La misma clase del 5 de febrero de 1958, denominada De la imagen al significante en el placer y en la realidad, presente en el Seminario 5, Las formaciones del inconsciente (1957-1958). 34. Cf. el texto Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad, de 1905, es importante para romper con determinada visión de lo infantil que predominaba en la época: la de que los niños eran puros y desprovistos de sexualidad infantil. Freud, además de describir la sexualidad infantil a parl 1r de las fases de organización parcial de la libido alrededor de las zonas erógenas elegidas en d propio cuerpo, aproxima esas mismas experiencias infantiles a la vida erótica del adulto. De olll el fundam ento psicoanalítico acerca de la sexualidad humana, ya que no tiene una finalidad
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Aun en Lacan , cabe interrogarnos acerca del estatuto del objeto, ya que CS" cuestionamiento es primordial para sustentar la experiencia analítica. ¿Cuáles son la fuente y la génesis del objeto ilusorio? ¿Es posible reducir al objeto como ilusorio o reducirlo a lo imaginario? ¡No! Lacan es taxativo en su respuesta. El objeto de la necesidad sexual nos reduce al hecho, por ejemplo, de que el macho se vuelve hacia una hembra en busca de una actividad sexual, cuya finalidad sea de reproducción de la especie. 3 Se sabe, desde Freud 4, que el ejercicio de la sexualidad humana tiene como objetivo la obtención de placer. Lacan es irónico al afirmar el hecho esencial para esa discusión, a saber: vale enfatizar lo que un zapatito de mujer provoca en un hombre.
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cho, su inscripción como significante ligado a la cadena. Ésta última avanza: S, Sl, S2, S3, ... y la significación también avanza, pero en sentido contrario. Hay una significación que se desliza y que determina, en lo humano, una especie de relación intrínseca de significación. Aquí se trata de un objeto metonímico, axial en la dialéctica de las perversiones y de las neurosis, además de ser también determinante para el desarrollo subjetivo. Estamos hablando del falo. La relación del niño con la madre no es solamente permeada por realiza ciones y frustraciones, sino también por el descubrimiento de lo que es, para el niño, ser el objeto de deseo del otro y la inscripción del deseo para él mismo, el niño. En ese punto, Lacan retoma las ideas de Freud al respecto de la fase fálica 35 y de la estructuración de la fantasía inconsciente36 , al introducir en su argumento el pasaje del primer tiempo para el segundo tiempo del Edipo. ¿Qué significa ' para el niño su deseo? Lacan atribuye a la fase fálica de Freud el estatuto de un significante pivote, "alrededor del cual gira toda la dialéctica de lo que el sujeto debe conquistar de sí mismo, de su propio ser" (LACAN, 1957-1958, p. 248). Lo que vimos anteriormente, al respecto de la inscripción del significante fálico en la estructuración de la subjetividad -y la constitución de la cadena significante anclada en la relación entre significante y significado, unidos por el point de capiton-, se liga al suceso de la función paterna, o a la inscripción del significante Nombre-del-Padre. Les he dicho que de alguna manera, en el interior del sistema significante, el nombre del padre tiene la función del conjunto del sistema significante, aquel que significa, que autoriza al sistema significante a existir, que hace de ello la ley. Les diré que frecuentemente, en el sistema significante, debemos considerar que el falo entra en juego a partir del momento en que el sujeto tiene que simbolizar como tal, en esta oposición del significante con el significado, al significado, quiero decir la significación. Lo que importa al sujeto, lo que él desea, el deseo en tanto que deseado, lo deseado del sujeto, cuando el neurótico o el perverso tiene que simbolizarlo, en último análisis esto es literalmente con la ayuda del falo. El significante de lo significado, en general es el falo (LACAN, 1957-1958, p. 249).
El significante fálico une el significante al significado, a través del punto de almohadillado, según fue visto anteriormente, lo que reafirma la formulación lacaniana al respecto de la primacía del significante sobre el significado. De ese modo, retomamos la idea de que una estructura clínica se define a partir del 35. Argumento presente en La organización genital infantil: una interpolación sobre la teoría de la sexualidad, texto de Freud, de 1923. 6. Pegan a un niño, de 1919.
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modo por el cual el sujeto articula/define/ordena su posición de sujeto en relación al juego del significante. Para pensar la neurosis, Lacan37 habla del pun to de almohadillado como algo primordial para la experiencia humana. Dispone de una metáfora, en este caso, la idea del point de capiton como punto de articulación, de unión entre los tres registros: lo simbólico, lo imaginario, lo real en el lenguaje. El point de capiton permite una articulación entre significante y significado, capaz de construir sentidos posibles para un habla, cuando se coloca un punto final en la frase. El sentido se construye retroactivamente y puede ser compartido en función del hecho de que es propio del lenguaje compartir sentidos posibles. En la neurosis, el sujeto habita el lenguaje, ya que él recibe el mensaje de forma invertida, dado que Otro está reconocido en el discurso de la alteridad. "Esta incógnita en la alteridad del Otro es lo que caracteriza esencialmente la relación de palabra en el nivel en que es hablada al otro" (LACAN, 1955-1956. p. 49). En el habla del sujeto neurótico, hay reciprocidad. La condición del neurótico de habitar el lenguaje trae consecuencias importantes para el manejo de la transferencia en la clínica, en aquello que se refiere al tiempo de una sesión de análisis, el tiempo lógico y su estructura de corte. Además, en la propia nota al pié, Lacan sitúa el cuadrilátero M i m I como el único corte válido en ese esquema, porque él aísla en el campo de la realidad una banda de Moebius. Tenemos aquí un cuarto aspecto importante de la nota al pié a ser considerado. ¿Cómo pensar la idea de topología? ¿Y qué sería una banda de Moebius? La topología se constituyó como una rama de la matemática. Granon-Lafont (1987) ofrece algunos pasajes históricos para describir su campo. En 1679, Leibniz definió una nueva rama de la matemática, sobre la clasificación latina de "analysis situs': cuya traducción para el francés es "étude de la place': en portugués "estudo do lugar" y en español, "estudio del lugar': Fue en 1750 que la topología avanzó, en el momento mismo en que Euler establece relaciones constantes entre vértices, fases y aristas de un sólido convexo. El trabajo de Euler suscitó varias polémicas, lo que sirvió para reforzar el campo de la topología, ya que innumerables matemáticos se concentraron en establecer límites posibles para las leyes propuestas por Euler. Fue por medio de Moebius, en 1861, que una figura topológica entraría en la historia. Es la banda de Moebius, tema de esta reflexión. La topología se ocupa del estudio de las formas geométricas, la ciencia de los espacios y sus leyes o propiedades. Se opone al modelo matemático euclidiano, considerando que no se trata de estudiar un objeto y el cálculo de su desplazamiento en el espacio. El énfasis dado a la topología se condice con el estudio del 7. Sem inario l. / 111 ¡ 1,/111s11, de 1955-1956.
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espacio en sí mismo, en su invariabilidad. Se puede inclusive afirmar que el uso de la topología en el campo psicoanalítico, así como en las ciencias humanas, se debe a un fundamento epistemológico del conocimiento y que cabe a Lacan el mérito de haber insistido en esa vía. Él fue, cuando menos, un gran colaborador para la realización de esa labor: la de utilizar la matemática para formalizar la experiencia analítica. Vegh (1994), en distintos momentos de su obra, se interroga respecto del uso de las escrituras en la obra de Lacan. Reconoce que, en Lacan, existe el recurso de las figuras topológicas, lo que permite establecer, por medio de las escrituras, descripciones importantes de una época de su enseñanza. ¿Pero, cuál es la finalidad de utilizar ese recurso? ¿Por qué un analista como Jacques Lacan, por ejemplo, utiliza las escrituras? Vegh compara el uso de la topología en el psicoanálisis con la poesía. La poesía, apoyada en los recursos de la metáfora, llega a puntos que se sitúan en el límite de lo indecible. Es ahí donde también se localiza la experiencia analítica, ya que un análisis también es una experiencia del sujeto frente a su mundo, punto que no es susceptible de ser nombrado. Granon-Lafont (1987) también se interroga al respecto de la pertinencia de la topología, de su uso, para teorizar la experiencia analítica. Una tendencia posible en el psicoanálisis sería la de dar sustancialidad al sujeto del inconsciente, ya que se trata de un concepto fundamental para su sistema teórico. Sin embargo, no es eso lo que está en juego .. . No se trata de sustancializar un concepto, en el sentido mismo de la no-comprensión. Lacan (1975-1976), en el Seminario RSI, comenta la importancia del uso del nudo Borromeo en su enseñanza, más perfectamente aplicable a las otras figuras topológicas: "Por otra parte, qué es lo que podríamos perder[ ... ], a saber, que todos los sistemas de la naturaleza hasta aquí surgidos están marcados por la debilidad mental, ¡para qué atenernos tanto a ellos!" (LACAN, 1974-1975, p. 5). Es claro que Lacan hizo un gran esfuerzo para formalizar la experiencia analítica, por ejemplo, al evitar la contaminación del imaginario en aquello que él pretende transmitir. O, según Granon-Lafont (1987), [. ..]la banda de Moebius conserva, en nuestro espacio, el estatuto de representante de lo irrepresentable. Esta función paradoja! constituye una necesidad, la causa de la debilidad de nuestra percepción y de nuestra imaginación intuitiva del espacio (GranonLafont, 1987, p. 46).
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¿Y qué es una banda de Moebius? Se trata de una figura topológica simple de hacer. Al tomar, por ejemplo, una tira de papel, se realiza una torsión 38 sobre ella y después se fijan sus extremidades. Ahí está, esa figura, la banda de Moebius, que trae una serie de implicancias importantes para este momento. Un ejemplo bastante conocido es la figura de Escher, que permite notar el andar de las horm igas en un continuo donde desaparecen por el lado de adentro y por el lado de afuera. Una hormiga, al caminar sobre la superficie de la banda, retorna al mism o punto después de realizar dos vueltas, de modo tal de establecer una continuidad entre el lado de adentro y el lado de afuera.
Escher Aún con Granon-Lafont (1987) es apenas mediante un acontecimiento temporal que se distingue el lado de adentro del lado de afuera. En el caso de la hormiga que realice solamente una vuelta, se encontrará en el lado opuesto a su punto de partida. El tiempo aparece allí como una dimensión fundamental, importante para ser teorizado en la experiencia analítica y que se condice con las repeticiones del analista, ligado a aquello que fue dicho anteriormente, a la idea de que la emergencia del sujeto del inconsciente, en la asociación libre, se refiere al soportar la transferencia, a aquello que se actualiza en acto y su noción de corte. Es en ese punto que reside el quinto comentario sobre la nota al pié. La banda de Moebius es el lugar-teniente del fantasma, donde el corte ofrece su estructura. Se incluyen allí dos elementos importantes para pensar la travesía del fan 18. El n úm ero de lorsionr s en ]:i tira de papel, para realizar una banda de Moebius, debe ser siempre impar.
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tasma, como dirección de tratamiento en la neurosis: el sujeto del inconsciente, el sujeto barrado -su emergencia en la asociación libre- y el objeto a, objeto causa del deseo, que encuadra el campo de la realidad. Un análisis propicia al sujeto del inconsciente atravesar su posición fantasmática, de modo tal de encontrarse con el objeto a y su consecuente declinación. También vale resaltar la idea de que no hay nada de mensurable a ser retenido en la estructura de la banda de Moebius, teniendo en cuenta que ella se reduce al propio corte, así como la emergencia de lo real, pues también es mensurable.
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Esquema R ilustrando el corte de la realidad en su torsión (apud NASIO, 1993, p.38). Los puntos M i m I delimitan el campo de la realidad, y con ellos es posible realizar una torsión para hacer la banda de Moebius. Los puntos i e I serán coincidentes, así como los puntos m y M. Se articula el yo con el Ideal del yo y la imagen especular con el significante del objeto primordial. Las instancias por las cuales se establece el movimiento de un análisis son, por lo tanto, el narcisismo primario y el Ideal del yo. Son instancias psíquicas que delimitan el campo de la realidad, campo que asume status de plano proyectivo, considerando que anima lo que el esquema R presupone de estático. La banda de Moebius indica el movimiento de la pulsión del objeto. De ese modo, se rompe con la idea de realidad objetiva, dado que ella solo es percibida por la fantasía inconsciente -la realidad es definida por el movimiento pulsional y también a través del juego de significantes. Ese movimiento en el análisis es marcado por el tiempo, el tiempo del corte, movimiento determinado por el atravesamiento dt• 1.1 íantasía incons-
ciente. Como ya dijo Freud39 , un análisis se dirige a las construcciones posibles que el analista realiza, en el sentido del trabajo de arqueología sobre sí mismo, al intentar reconstruir su posición ante la Otra escena, la escena edípica. El corte lacaniano ayuda al sujeto a encontrarse con la Otra escena. La entrada al análisis presupone la entrada del sujeto en el campo del deseo. Lacan (1953), en Función y campo de la palabra y del lenguaje, ofrece una indicación clínica valiosa, en lo que concierne a una posible primera posición del sujeto ante el deseo. Él afirma que el primer deseo es el deseo de reconocimiento del otro, no en el sentido de que el otro pueda tener la llave del objeto deseado, sino porque su primer objeto pasa por ese tipo de reconocimiento. Esa es una dimensión importante del análisis, pues la indicación clínica ahí presente se condice con la enorme frecuencia con que los candidatos a un análisis siempre incluyen al otro como causa de sí mismos, del propio sufrimiento. Asumir la responsabilidad del propio deseo no es un paso simple y la entrada en el campo del deseo presupone la existencia de una ley impuesta que impulsa al sujeto hacia algo que existe, hacia algo que va más allá del principio de placer -el goce de ser o lo real-, o mejor dicho, aquello que anima la compulsión a la repetición. Lo real, la inercia, el goce -equivalentes entre sí-, tal como aparecen en la clínica psicoanalítica, pueden llevar al sujeto a rehusarse a entrar en la danza de los significantes. "No, no seré un elemento de la cadena'' (LACAN, 19571958, p. 255). Ahí reside una paradoja, pues el sujeto, al rehusarse a pagar una deuda simbólica que no contrajo, no hace otra cosa sino perpetuar esa misma deuda. Es en ese punto que Lacan retoma la segunda fase de la fantasía inconsciente de Freud 40 , de carácter masoquista. [... ]hay siempre en la fantasía masoquista ese lado degradante, ese lado profanatorio que al mismo tiempo indica la dimensión del reconocimiento, y ese modo de relación con el sujeto prohibido, relación con el sujeto paterno. Eso es precisamente lo que constituye el fondo de la parte desconocida de la fantasía (LA CAN, 1957-1958, p. 255).
El padre aparece en el registro de lo imaginario como un rival, pero también asume un estatuto de modelo de identificación. Allí reside el efecto de báscula, considerando que la posición imaginaria conlleva consigo una ambigüedad, pues al mismo tiempo en que esa identificación imaginaria de rivalidad paraliza al sujeto, existe también la identificación que, ligada a la danza de los sig39. Construcciones en 11111!/isis, texto de Freud escrito en 1937. '10. Presente en t•I h'xln d1· Jlr t•11d denominado Pegan a un niño, de 1919.
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nificantes, ofrece o propicia el movimiento de un tratamiento psicoanalítico y la consecuente noción de construcción en análisis. La clínica psicoanalítica de las neurosis no se reduce al síntoma, ya que la dimensión ética del psicoanálisis conduce la dirección del tratamiento para la travesía del fantasma -y no para su desaparición-, lo que indica una orientación para el método psicoanalítico. La fantasía fundamental no es interpretada; es, sí, construida, y el fin de un análisis resulta en un cambio subjetivo del sujeto frente a su fantasía inconsciente o ante aquello que le causa deseo. La escucha del significante y el corte41 de una sesión orientan el método de intervención clínica, según la posición ética descripta en el párrafo anterior. La formalización de la banda de Moebius incorpora la noción de corte. Vegh ( 1994) retoma la idea de que el corte pretende separar al sujeto del objeto en relación al Otro, según la lógica de la castración en la teoría lacaniana. De ese modo, el corte de una sesión es el equivalente de una interpretación y consiste en separar el deseo de la realidad, para que el sujeto pueda emerger, en la medida en que el objeto cae. La emergencia del sujeto es teorizada a través del modelo topológico aquí discutido, ya que la banda de Moebius, como una muestra, indica algo de lo real. La función de corte, si bien es sustentada, se consolida con la noción de que el significante nunca se representa a sí mismo y abre la perspectiva de que, en la repetición42 , algo nuevo pueda aparecer. El corte de una sesión propicia la abertura del inconsciente. La emergencia de lo real es percibida por sus efectos
en el significante y por su inscripción en la cadena asociativa, ya que un signifi cante asume el valor siempre que esté delante de otros significantes. Para finalizar este tópico, vale retomar a Lacan (1964) 43 y su articulación de cura psicoanalítica con el materna de la fantasía y su relación con el objeto a, al describir dos operaciones importantes: la alienación y la separación. La alienación, como ya fue dicho, se refiere al precio que el neurótico paga por su inscripción en el universo del lenguaje, al someterse al registro de lo simbólico -en la medida en que el deseo humano se constituye desde su posición delante del Otro materno-, según el primer tiempo del Edipo, ya que el deseo humano se establece a partir del discurso del Otro. Ya la separación, condición importante para la cura psicoanalítica de la clínica de las neurosis, indica la responsabilidad del sujeto en asumir su propio deseo.
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41. En 1945, Lacan escribe un texto denominado El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma, presente en los Escritos. Lacan, al presentar un problema de lógica cuando presentó una situación que envuelve a tres prisioneros y cinco discos, describe su solución al teorizar tres tiempos allí presentes. Aquí se destaca la idea de que los tiempos descriptos, el instante de la mirada, el tiempo de comprender y el momento de concluir, incluidos en la resolución del problema lógico, se introducen también en la teorización de los tiempos de una sesión de análisis. Ese texto sustenta la idea de que una sesión de análisis sigue el tiempo lógico, y no el tiempo cronológico. 42. Aquí reside una formulación lacaniana acerca de la noción de inconsciente como repetición, tal como aparece en el Seminario 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis ( 1964). Es en ese punto que el inconsciente lacaniano se distingue del inconsciente freudiano. Este último puede ser ilustrado, por ejemplo, con el texto Psicopatologia de la vida cotidiana, de 1901. Freud describe su acto fallido, el olvido del nombre Signorelli, y Ja aparición, en su cadena asociativa, de dos nombres sustitutos: Botticelli y Boltraffio. Ese acto fallido, según Freud, se dio en función de ciertas condiciones: a) hay cierta predisposición para su olvido; b) ocurrió en un proceso de represión en un tiempo anterior y c) ocurrió una posibilidad de establecer una asociación extrínseca entre el nombre en cuestión y el elemento antes reprimido. El inconsciente freudiano es aquello que se manifiesta en los sueños, en los actos fallidos, chistes, en fin, son las formaciones del inconsciente o, dicho de otro modo y de acuerdo con Lacan, las manifestaciones del inconsciente son tropiezos, desfallecimientos o rnJ11d11rns.
3.3 La paranoia y el Edipo en Lacan El recorte de los tres tiempos del Edipo en la neurosis, su formalización a partir del esquema R y de la banda de Moebius permitió apuntar relaciones importantes entre determinada concepción de subjetividad y sus consecuencias sobre la teoría del método de intervención en el tratamiento psicoanalítico. Lo mismo proponemos para la teoría lacaniana de la paranoia -objeto de esta reflexión- , ya que, en ese momento, será presentado el modo en que se da la constitución de la subjetividad en la paranoia44 y la formalización propuesta por Lacan del campo de la realidad a partir del delirio de Schreber, presente en el esquema I, para ahí sí formular la indicación clínica para el manejo de la transferencia en la clínica de la paranoia stricto sensu. Ese punto será de gran valor, pues la idea de escucha del delirio y la construcción de una metáfora delirante servirán para problematizar aspectos clínicos presentes en el AT, tales como la instalación del dispositivo de tratamiento y la idea de la mirada en red. Sin embargo, en referencia al esquema I, Lacan no teorizó la idea del plano proyectivo capaz de animar la estructura, tal como lo hizo al recortar el campo de la realidad en la neurosis, a través de la banda de Moebius. Ahí reside el punto neurálgico que pretendemos teorizar en este trabajo, pues la hipótesis teórica aquí defendida, la de que el AT implica efectos clínicos propuestos por la ética 43. Seminario 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. 44. Evidentemente, la problemática del padre y la idea de fracaso de su función en estas etapas lógicas de constitución de su subjetividad, así como sus consecuencias, compondrán el eje teórico prop11 ~·s 1 0 .
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psicoanalítica, será investigada a partir del concepto objeto a y su incidencia en la paranoia. A esa idea, se acrecienta también la noción de sinthome, tal como Lacan lo formuló en el Seminario 23, ]ayee, el sinthome, pues allí reside una indicación teórica importante para la confirmación de la hipótesis de investigación aquí defendida: la de que el AT acarrea efectos coincidentes con aquello que Lacan nombró como el tratamiento posible de las psicosis.
3.3.1 La paranoia a partir de la teoría lacaniana del Edipo Se puede afirmar que la construcción de la neurosis y de la paranoia, en relación al primer tiempo del Edipo, son equivalentes. La función materna en el primer tiempo del Edipo en la neurosis condice con la efectivización de la célula narcisista entre la madre y el niño, en el momento en que ambos personajes de la estructura edípica establecen, entre sí, una especie de amalgama o un vínculo simbiótico. Retomamos aquí la noción de que el niño es el falo de la madre y la madre simboliza al niño como falo, según el estatuto que el niño asume en su deseo 45 -deseo de la madre-. Existe también la transmisión del Ideal del Otro y la realización de la constitución del narcisismo primario o estadio del espejo, tal como vimos en Freud o en Lacan. No obstante, la paranoia se diferencia de la neurosis en aquello que concierne a la etapa lógica de estructuración de la subjetividad, según Lacan46 , al afirmar que hubo una falla de la función paterna, en el momento en que se inscribe el segundo tiempo del Edipo. El tiempo posible de inscripción de la ley simbólica se perdió, pues no hubo una abertura, en la estructura edípica, para que la madre ofreciera un espacio posible con la finalidad de efectivizar la entrada del padre y su transmisión de la ley simbólica. En ese caso, se caracteriza al padre como padre débil, impotente, o un padre déspota. Ambos son inoperantes en el hecho de desviar la mirada de la madre para alguna otra cosa que no sea su hijo, en el sentido de crear un hiato, un hueco desde el punto de vista del niño, 45. Aquí también vale un comentario sobre la diferencia entre el tipo clínico del autismo, la esquizofrenia, la melancolía y la paranoia. Cabas (1988) reconoce que en todos los tipos clínicos citados existe la ausencia del significante Nombre-del-Padre. Sin embargo, propone una distinción entre autismo y esquizofrenia, por un lado, y melancolía y paranoia, por el otro, pues las dos primeras son consideradas como psicosis de ausencia, mientras que las otras dos son psicosis de presencia. De ese modo, se afirma, por ejemplo, que en la melancolía y en la paranoia hubo una clara inscripción de la función materna. 46. Seminario 5, Las formaciones del inconsciente y De una cuestión preliminar n torio tratamiento
posiúle ele las psicosis.
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para que se encuentre con la falta del Otro materno. El niño no se encontró con el hecho de que no es más el falo de la madre, ya que la completitud imaginaria típica del primer tiempo del Edipo no fue rota. No existe el pasaje del falo imaginario al falo simbólico y la posibilidad de resignificación del significante fálico. Lacan47 atribuye a ese mecanismo el término forclusión, término oriundo de la lengua francesa, más precisamente del campo jurídico, para designar la imposibilidad de apelación de un proceso en función de la pérdida del plazo. Prescribió el plazo de apelación de un proceso en el campo jurídico, prescribió el plazo de inscripción del sujeto en la ley simbólica cuando se refiere a la constitución de la subjetividad. El término forclusion es traducido como forclusión, neologismo de la lengua española usado como equivalente de la Verwerfung freudiana. El niño, al tener la oportunidad de encontrarse con la percepción de la diferenciación sexual, al ser convocado a atravesar la provocación edípica, rechaza esa misma percepción y no se inscribe en la división de los sexos. La consecuencia oriunda de ese mecanismo lógico de constitución de la subjetividad de las psicosis -también presente en el tipo clínico de la paranoia- es la de no someterse al registro de lo simbólico y, por lo tanto, no insertarse en la lógica discursiva del lazo social. No se establece la lógica del pacto edípico y del pacto cultural, tal como aparece en Tótem y tabú de Freud (1913), teniendo en cuenta que en él hay una renuncia pulsional incestuosa y, en contrapartida, una filiación simbólica ordenada por la ley cultural de la prohibición del incesto, en el que las relaciones de alianza no coinciden con las relaciones de parentesco. La forclusión del significante Nombre-del-Padre en el Otro genera consecuencias importantes para la reflexión acerca de la subjetividad en la psicosis. El Otro, en la psicosis, no es barrado, a diferencia de la neurosis, ya que en esa última estructura clínica existe en el Otro el significante de la castración, lo que lo torna inconsciente, marcado por la falta y por la presencia de la ley simbólica. El Otro en la psicosis es consistente. En la paranoia, se habla de otro absoluto. Quinet (1997) compara la posición estructural48 del paranoico con el primer tiempo del Edipo, ya que el Otro asume un estatuto avasallante, tal como lamadre en ese tiempo lógico, teniendo en cuenta que el niño se sujeta a los caprichos de su deseo, identificado con el falo imaginario de la madre. La falla de la función paterna --la no inscripción del significante Nombre-del-Padre en el deseo del Otro- no permitió que el niño saliese de la posición de objeto de goce de la madre. Faltó también una inscripción en el registro de lo simbólico. 47. Seminario 3, Las psicosis. 118. Según Quinel. se l r:it a tnn solo de una analogía, considerando que el psicótico no fue capaz de ntravcsn r l11 prov111 ·:11 i(l11 cd fpica y, por lo tanto, n o constituyó el Edipo propiamente dicho.
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La consecuencia clínica de ese Otro terrible y gozador, de acuerdo con la expresión acuñada por Quinet, reside en el hecho de que la falla de inscripción en el registro de lo simbólico permite una lectura importante sobre el fenómeno psicótico, que se equipara a un efecto de emergencia en la realidad, que no se sustenta para el sujeto psicótico, pues se habla de una significación imposible para él, ya que no formó parte de su estructura.
tor una estructura del delirio e indicar pistas de aquello que se aprehende ante su formalización. Esquema 1
El sujeto psicótico, por estar sujetado a los imperativos del Otro, aprehende su relación con ese mismo Otro desde el significante, lo que resulta en un discurso absolutamente vacío de sentido50• El Otro es tomado por alguien, por un personaje que sustenta las identificaciones imaginarias del sujeto, de modo tal de convertirse en un otro perseguidor. " [ ... ] el personaje inicialmente idealizado se torna en aquel que lo observa, le da órdenes y lo somete a su querer''. (QUINET, 1997, p. 31). Es común verificar la existencia del otro perseguidor en los contenidos delirantes de los pacientes psicóticos. Es lo que veremos en la secuencia, al adentrarnos en el delirio de Schreber y su formalización.
3.3.2 El delirio de Schreber, el esquema 1 para formalizar el campo de la realidad en la paranoia y una indicación para el tratamiento posible de las psicosis: la construcción delirante 1
El esquema I5 , propuesto por Lacan (1957-1958), transpone la lógica presente en el esquema R, sobretodo en lo que se refiere al cuadrilátero MimI y su relación con el campo de la realidad. Su intención es formalizar el campo de la realidad -a partir de sus puntos- en la paranoia, en el sentido de ofrecer al lec49. Neurosis y psicosis, de 1924 50. M ás adel ante será retomada esa discusión. 1. De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis ( 1957 1CJ'iH)
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Freud ( 1924) formula la hipótesis de que el psicótico substituyó un fragmen to de una realidad insoportable por otra menos imposible: el delirio. [. .. ]La carencia en lo simbólico del Nombre-del-Padre corresponde a esta fisura en la realidad del sujeto psicótico que es rellenada por el delirio. La forclusión del Nombredel-Padre en la psicosis encausa la cadena de significantes que asume, entonces, su independencia y se pone a hablar, a pesar del sujeto. La ley del significante ejercerá sus efectos sobre éste y lo hará hablar en una lengua ignorada por él (QUJNET, 1997, p. 30).
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Esquema I (apud QUINET, 1997, p. 55)
Tenemos aquí una secuencia de comentarios que se aproxima a aquella que fue realizada en relación al esquema R. algunos puntos serán destacados, según la secuencia que se presenta: la cuestión del objeto a en la paranoia y su relación con el campo de la realidad; la idea del plano proyectivo que anima la estructura o, dicho de otro modo, un apuntamiento sobre la posibilidad -o no- de realizarse una torsión con la figura delimitada por el campo de la realidad en la paranoia, así como la noción de tiempo para la construcción de la metáfora delirante; las instancias que delimitan el campo de la realidad en la paranoia, cuales sean, el narcisismo primario o el estadio del espejo y el Ideal de yo; o mejor, el Ideal del Otro no barrado, y, por último, la indicación clínica presente en ese esquema; en este caso, la noción de construcción de una metáfora delirante en la paranoia capaz de realizar dos suplencias -la suplencia imaginaria y la suplencia simbólica- como un modo de interrogar al sujeto en la clínica de la paranoia. El objeto a en la paranoia y su relación con el campo de la realidad se distingue al ser comparado con el objeto a en la neurosis y su vínculo con la realidad. En el esquema R, la realidad es determinada por el registro de lo simbólico, encuadrada por el registro de lo imaginario, al sustentarse por la extracción del objeto a, ya que la castración simbólica fue exitosa. Lo simbólico barra al objeto a, al mismo tiempo que lo imaginario, además de contenerlo, también lo vela - y así se afirma que él -el objeto a- se hace presente en la imagen del otro, a pesar de estar velado. Quin et retoma el Seminario 1O, La angustia, para descri bir los tiempos lógicos de la constitución del sujeto al ilustrar la incidencia del goce, de la angustia y del deseo. El primer tiempo del Edipo es marcado por el goce y por la inscripción del significante en el cuerpo. El goce, donde reside la p ulsación de la vida, donde incide la relación de los objetos parciales de la pul -
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sión en la sexualidad infantil -el seno, las heces, la vos y la mirada- son marcados por la llegada de la castración y, por lo tanto, extraídos del campo de la realidad. La inscripción del significante en el cuerpo o la identificación simbólica a través del Ideal del yo introduce al sujeto en el Otro y ofrece las condiciones necesarias para la entrada de él en el universo del lenguaje. La angustia condice con el segundo tiempo del Edipo, en la medida en que es en ese tiempo lógico que el niúo se encuentra con la castración del Otro, el A barrado, la ley simbólica y la entrada en el universo humano de la cultura. Por fin, el tercer tiempo lógico condice con la estructuración del deseo y la estructuración de la fantasía inconsciente, localizada al lado del Otro, aquí entendido como el representante de la ley. La interdicción paterna, en la neurosis, hace que los objetos parciales sean interdictos y perdidos para siempre.
Es la realidad que habla. La paciente recibe del otro su propia habla. ¿Y el campo de la realidad en la paranoia? La forclusión del Nombre-del-Padre del registro de lo simbólico promueve un desencuentro, una hiancia entre el registro de lo simbólico y el registro de lo imaginario. La neurosis trae consigo una contigüidad entre el Nombre-del-Padre y el falo imaginario, que se encuentran en un mismo punto topológico. Ya en la paranoia es posible afirmar que hay dos huecos, tal como aparecen en el esquema I, considerando que el Po es la no inscripción del Nombre-del-Padre y el cjlo se condice con la ausencia de la significación fálica. Hay ahí una serie de consecuencias importantes, tales como Quinet (1997) sugiere, al proponer dos tipos de suplencias para pensar la metáfora deli rante, la suplencia imaginaria y la suplencia simbólica. La falla de la función paterna -la forclusión del significante Nombre-del-Padre- resulta en una conmoción de las identificaciones imaginarias del sujeto paranoico, ya que la crisis des encadenada en Schreber, en función de la irrupción del pensamiento "que bueno sería convertirme en mujer", favoreció su disolución imaginaria - punto de suma importancia para el presente trabajo, que será retomado más adelante, cuando tratemos el narcisismo primario o estadio del espejo e indicaremos aspectos clínicos pertinentes para la teorización de la demanda del AT en la paranoia-. En relación a la suplencia imaginaria, su transformación en mujer se refiere a la idea del primer tiempo del Edipo, lo de ser el falo del otro. Sin embargo, esa condición no era sustentable, porque se aproximaba a la posición homosexual 52 , que él abominaba, ya que calificaba a los hombres con quienes vivía como hom bres que no tenían firmeza. La recomposición de lo imaginario de Schreber, representada en el esquema I, se agudiza con la práctica transexual (i) y una fan tasía sin mediación de su transformación en mujer (m). La hipérbola m - i condice con la muerte del sujeto, en función de la ausencia de la significación fálica. Es a través de la construcción de la metáfora delirante, al incluir ahí la idea de la redención -copular con Dios y poblar el mundo con una nueva raza- que Schreber va a reconstruir su mundo al aproximarse al registro de lo simbólico. En relación a la suplencia simbólica, Schreber, a lo largo de su delirio, acepta su condición de convertirse en mujer, no para relacionarse con otros hombres, sino para ser una mujer de Dios, la mujer que llevaría a la humanidad a la reden ción, al poblar el mundo de hijos de Schreber con Dios. Desde el lado simbólico,
Ya en la paranoia, el objeto a se encuentra desvelado, dado que los objetos parciales mirada y voz son fácilmente identificables, ya que no hubo, en ese caso, la extracción del objeto a del campo de la realidad para el sujeto en función de la forclusión del significante Nombre-del-Padre. El objeto a, en la paranoia, se encuentra al lado de la realidad. ¿Pero qué quiere decir eso? Ahora bien, por no haber sido realizada la operación de la castración simbólica, queda en suspenso la estructuración de la fantasía inconsciente y el sujeto del deseo. En el tiempo lógico de la angustia, el sujeto se confronta a un Otro no castrado, absoluto, y que, por lo tanto, todo ve y todo habla. De acuerdo con Quinet (1997), la no castración en el Otro propicia el hecho de que los objetos parciales aparezcan en el campo de la realidad. Además, de eso se trata cuando Lacan (1955-1956), en el Seminario 3, Las psicosis, ilustra el modo en que se da la manifestación del lenguaje en la paranoia, más precisamente la alucinación. Lacan trabaja esa cuestión a través de una paciente. Ella estaba volviendo de la carnicería cuando encontró a un vecino al que ella juzgaba como un joven de hábitos fútiles. Al encontrarse, la paciente dice: "vengo del fiambrero''. Fue en ese momento que ella escuchó la palabra "marrana': según ella, dicha por el vecino. ¿Se trata aquí de un mensaje que el sujeto recibe de forma invertida? Lacan se pregunta: "¿Qué es marrana? Es, en efecto, sumensaje, pero ¿no es más bien su propio mensaje?" (LACAN, 1988, p. 61). Lo imp ortante es pensar que de hecho la palabra "marraná' haya sido realmente oída. ¿Quién habla? Ya que hay alucinación, es la realidad la que habla. Nuestras premisas lo implican, si planteamos que la realidad está constituida por sensaciones y percepciones. Al respecto no hay ambigüedad, no dice: Tuve la impresión de que me respondía: Marrana[. ..] (LACAN, 1988, p.62).
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" 2. El lector puede recordar la hipótesis freudiana acerca de la etiología de la paranoia. Freud había sostenido la hipótesis de que Schreber desarrolló su delirio en función de una defensa frente a la pulsión homosexual. De hecho se confunde la posición homosexual con la idea del empuje a la mujer, esa sí es una manifestación presente en la crisis del paranoico, tal como fue descripto t 11!'! \ 11(·rp1i de cslc texto.
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(M) representa a su creador -Dios-y a las criaturas de la palabra, donde residen una serie de alucinaciones. Ya lo (I) representa el lugar de la identificación ideal, aquí tomado como el ideal del Otro, Otro absoluto -amado u odiado-, capaz de capturar al sujeto en trampas. Lo I, según Quinet (1997), se constituye como el vacío de la ley o su "Orden del Mundo': la redención, posición que lo restituirá al campo de la realidad y la contención de una imagen. La hipérbola M - I contornea la forclusión del Nombre-del-Padre, el Po, marcado por una asíntota que nunca llega a su fin. La suplencia simbólica le permitirá la recomposición del eje de lo imaginario, lo que resultó en consolidar una relación de amistad con su mujer, a pesar de la práctica transexual y de la metáfora delirante de ser la mujer de Dios. El restablecimiento de la realidad para Schreber le permitió recibir el alta del hospital y retornar a la convivencia familiar. Pero si el eje M - I compone una curva que no se delimita, ¿cómo se puede pensar en una estabilización en la metáfora delirante de Schreber? Lacan (19531954), en el Seminario l, Los escritos técnicos de Freud, indicó la necesidad del registro de lo simbólico para el establecimiento de las posiciones imaginarias del sujeto en el mundo, considerando que "no puede establecerse ninguna regulación imaginaria, verdaderamente eficaz y completa, si no es mediante la intervención de otra dimensión" (LACAN, 1953-1954, p. 166). Ahora bien, aquí reside un punto importante y que genera ciertas confusiones en el debate acerca de la constitución del sujeto del inconsciente en la paranoia, pues la afirmación de que ese sujeto rechaza la percepción de la castración en la mujer, o entonces de que el significante Nombre-del-Padre está forcluído, no permite sostener la hipótesis de que no existe la incidencia del registro de lo simbólico en la clínica de la paranoia. El campo de la realidad en el esquema 1 indica la superposición del mismo sobre el registro de lo imaginario, donde inclusive se establece la relación de Schreber con el otro, marcado por un límite establecido por lo simbólico, aunque ese límite sea distorsionado. "[. .. ]se le hace habitable, pero también que[. .. ] distorsiona, a saber retoques excéntricos de lo imaginario 1 y de lo simbólico S, que[. .. ] reducen al campo del desnivel entre ambos" (LACAN, 1957-1958, p. 580).
Como vimos, la construcción de la metáfora delirante conlleva una suplencia simbólica. Dicho esto, vale considerar la cuestión del tiempo en la dirección del tratamiento de la paranoia, según fue descripto en relación a la idea del plano proyectivo y la banda de Moebius. En comunicación oral, António Quinet53 afirmó 53. António Quinet profirió una conferencia en Sao Paulo, Brasil, en la EPFCL-SP (Escola de Psicoa nálise dos Fóruns do Campo Lacaniano), para lanzar su libro Psicose e lafo social, Ed. za har.
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que el esquema I conlleva la misma idea de formalización presente en el esquema R, en lo que concierne a las instancias psíquicas presentes en la delimitación del campo de la realidad -el narcisismo primario o estadio del espejo y el Ideal del yo, aquí entendido como Ideal del Otro no barrado-, instancias que animan la estructura, considerando que imprimen en la formalización del esquema I una dimensión del tiempo en la dirección de tratamiento de la paranoia. Quinet, sin embargo, afirmó que no existe trabajo alguno en que se presente una propuesta de construcción de una figura topológica para el campo de la realidad en la paranoia, tal como existe para la banda de Moebius, efectiva a partir del corte y de la torsión del campo de la realidad en el esquema R. Sin embargo, es posible extraer del esquema I apuntamientos importantes, en aquello que su formalización demuestra, tal como fue dicho anteriormente y como se verificará a continuación. El desencadenamiento de una crisis se da en función de una apelación del registro de lo simbólico imposible de responder para el sujeto. Ahí reside el fundamento teórico para pensar el desencadenamiento de una crisis, o llamado de la realidad para que el sujeto ocupe un lugar cuya imposibilidad es estructural, ya que existe la apelación al Nombre-del-Padre que fuera forcluído. La realidad del sujeto en la psicosis, según Quinet ( 1997), es determinada por la relación del sujeto con el significante, formateada por el registro de lo imaginario y que puede ser esquematizada de la siguiente manera, en tres tiempos: 1º) Momento que antecede a la crisis: el sujeto, en ese tiempo, se apoya en los objetos de la realidad a partir de bastones imaginarios, ya que el sujeto se identifica con el falo imaginario, propio del primer tiempo del Edipo. 2°) Desencadenamiento de la crisis: lo que se verifica en ese momento, cuando se trata de una suerte de crisis psicótica, es el predominio del narcisismo primario o estadio del espejo, según Freud, ya que es en ese momento subjetivo que la libido es retirada de los objetos de la realidad 54 e investida en el propio yo, además de producirse la disolución de lo imaginario. Hay una caída de la identificación del sujeto al falo imaginario. 3°) Estabilización del delirio: se habla aquí de una reestructuración de lo imaginario a partir del trabajo de construcción de la metáfora delirante. En Schreber, el desencadenamiento de la crisis presente en el esquema I se dio en el momento en que se encontró con la alucinación "qué bueno sería convertirme en una mujer': Ahí residió su sepultura del mundo o, según Quinet (1997), el periodo de 54. Aquí es posible asignar la bella metáfora de Freud empleada para describir ese proceso, en este caso, la in'l:lj',('11
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psicótica, así como un manejo de la transferencia que condice con la noción d" [. .. }catatonia cuando él ve su nombre en la sección de obituarios en los periódicos. [... ]lo imaginario del yo[. .. ] se disuelve, se despedaza y toda la estructura cortante del espejo se manifiesta con su filo mortal (él es reducido a un ''cadáver leproso" duplicado) y el mundo es desinvestido (QUINET, 1997, p.54).
La formalización del delirio de Schreber, presentada en el esquema I, tiene la dimensión del tiempo en el tratamiento de la psicosis, ya que en ella reside el tiempo de eclosión de la crisis -la disolución de lo imaginario-, así como su restablecimiento, dado que la construcción de la metáfora delirante, como ya fue dicho, conlleva la suplencia imaginaria y también la suplencia simbólica, esta última a través de la inclusión de la figura de Dios, el Otro no barrado, en su sistema delirante. Freud55 inauguró la dimensión ética del psicoanálisis frente al tratamiento de las psicosis, dado que el delirio debe ser escuchado, y no removido. El delirio como una tentativa de cura, como una forma de reestablecimiento de una realidad menos insoportable para el sujeto, es un intento de barrar el goce narcisista al localizar el goce en el campo del Otro. En relación al objeto a, fue visto que él, en el desencadenamiento de la crisis, no se separa del cuerpo y, en ese sentido, la construcción de la metáfora delirante es un intento del sujeto de separarse de ese objeto, al localizar el goce en un objeto separado de su cuerpo. Según Quinet (1997), se trata de:
la construcción de la metáfora delirante. Lacan propone un retorno a Freud, cuando este último aborda la psicosis in corporando la lógica del tratamiento de la neurosis al de la psicosis, lo que resul ta en una lectura de la psicosis a partir de los referenciales de lo simbólico. Ln can indica otro camino: le cabe al psicoanálisis teorizar la clínica de la psicosis más allá del registro de lo simbólico y así distinguir la clínica de la neurosis de la clínica de la psicosis. Una vez más, recuperamos el contrapunto descripto anteriormente entre la neurosis y la psicosis, ya que la indagación pertinente consiste en diferenciar la relación del sujeto con la realidad, así como el modo en que se da esa relación en las estructuras clínicas mencionadas. En la neurosis es en el segundo tiempo, y en la medida en que la realidad no es plenamente rearticulada de manera simbólica en el mundo exterior, que existe en el sujeto una pérdida parcial de la realidad, incapacidad de enfrentar esa parte de la realidad, secretamente conservada. En la psicosis, al contrario, es realmente la propia realidad que es en primer lugar provista de un agujero, que el mundo fantástico vendrá enseguida a colmar (LACAN, 1955-1056, p. 57). De ese modo, para dar continuidad a la argumentación aquí propuesta, vale verificar cuál es el mecanismo de formación del síntoma. Retomamos la contribución de Jean Hyppolite sobre la Verneinung, o punto de origen de la simbolización. Apuntamos para la necesidad de distinguir el concepto de Verneinungy
Bejahung. Lacan afirma: {. .. ]una indicación clínica bastante precisa[ ... ]: lo que constituye el sufrimiento del sujeto es justamente esa dispersión, ese despedazamiento de goce, siendo eminentemente terapéutico y apaciguador el intento de condensar el goce en un objeto fuera del sujeto (QUINET, 1997, p. 70).
[... ]en lo inconsciente, todo no está tan sólo reprimido, es decir desconocido por el sujeto luego de haber sido verbalizado, sino que hay que admitir, detrás del proceso de verbalización, una Bejahung primordial, una admisión en el sentido de lo simbólico, que puede a su vez faltar (1955-1956, p. 21 ).
La indicación clínica presente en el texto De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis -en el momento en que Lacan describe la acción de los objetos parciales en el surgimiento de la crisis de Schreber (la voz en las alucinaciones y la condensación del goce en el objeto anal)- ofrece perspectivas de estudio e investigación acerca del modo en que cada sujeto psicótico encontrará su solución singular para lidiar con su crisis, fruto de la imposibilidad de responder a la apelación del registro de los simbólico, así como el intento de separarse de esos objetos con los cuales su ser se identifica. Es en ese punto que exponemos el último argumento de este capítulo, una concepción teórica acerca del registro de lo real inherente a la noción de crisis
Se trata de la Bejahung pura, pasible o no de concretizarse, y en la cual se produce una primera dicotomía, pues aquello que recae en la primera simbolización tendrá destinos diversos de aquello que recae sobre la primacía de una Verwerfung primitiva. En esta última ocurre un fenómeno de exclusión, una negativa del sujeto de algo del orden simbólico, en este caso, la amenaza de castración. Cabe atenernos al ejemplo del Hombre de los Lobos. Al jugar con su cuchillo, él se corta el dedo, que queda unido a la mano solamente por un pedazo de piel. Cuando se ubicó al lado de su niñera, a la cual le confiaba sus experiencias, no quiso hablar sobre ello. Destacamos de ese hecho: ¿Cuán significativo es no poder hablar sobre eso?
55. S. Frcud ( 1909), Pimtualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de prm11111i11 (Dcrncntia paranoides) descripto autobiográficamente.
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La relación que Freud establece entre este fenómeno y ese muy especial no saber nada de la cosa,[. .. ], se traduce así: lo que es rehusado en el orden simbólico, vuelve a surgir en lo real (LACAN, 1955-1956, p. 22).
rece forzosamente de relación con el discurso normal, y el sujeto es harto capaz de comunicárnoslo, y de satisfacerse con él, dentro de un mundo donde toda comunicación no está interrumpida (LACAN, 1955-1956, p. 105).
El fenómeno alucinatorio se da por el reaparecimiento en lo real de aquello que no puede ser simbolizado, o entonces, rechazado por el sujeto. El descubrimiento freudiano también apunta a la imposibilidad de otorgar al hombre una natural adecuación a la realidad. Freud destaca el hecho de que la organización de la sexualidad humana se da, exclusivamente, por el ordenamiento de la constitución bisexual humana al orden simbólico cultural. Es esto lo que el complejo de Edipo quiere decir.
Avanzando más en la teoría, retomamos la idea de que la realidad solo puede ser concebida como una trenza de significantes. Esa realidad, en ese momento de la enseñanza de Lacan, se organiza por la presencia del significante el Nombre-del-Padre, significante porta voz del orden simbólico de la cultura. Es en el complejo de Edipo que es ofrecida al hombre la posibilidad de pasar por una provocación, un atravesamiento, siendo su realización final el sujetamiento a la ley simbólica. En la psicosis, el sujeto se sitúa al margen de esa provocación, o dicho de otro modo, le es negado el acceso a la realidad articulada a la trama de significantes del orden simbólico. Hay algo que le falta, el significante Nombre-del-Padre. Así, el point de capiton es determinante para pensar la experiencia humana, y enfatizamos el valor del descubrimiento freudiano en cuanto a la provocación originada en el Complejo de Edipo. En ese sentido, la consecuencia de la ausencia del significante Nombre-del-Padre, en la psicosis, nos permite afirmar que significante y significado están divididos y que el sujeto psicótico se concentra en el significante. El delirio asume un sentido particular, en su certeza y en su perplejidad.
Así, cuando se busca responder a la cuestión del fenómeno psicótico, se entiende que se trata de: La emergencia en la realidad de una significación enorme que parece una nadería, en la medida en que no se la puede vincular a nada, ya que nunca entró en el sistema de la simbolización, pero que, en determinadas condiciones puede amenazar todo el edificio (LACAN, 1955-1956, p. 102). En el ejemplo de Schreber, según Lacan, la significación rechazada tiene relación con la bisexualidad primitiva ya trabajada por Freud en los Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad. Lacan nos indica que se trata de la función fe menina en su significación simbólica esencial. En la neurosis, esa pulsión femenina aparece en los distintos puntos de simbolización previa y encuentra eco en la solución de compromiso del síntoma. Es la represión y el retorno de la represión. En la psicosis, en su inicio, lo no simbolizado reaparece en lo real, a través de respuestas por el lado de una Verneinung inadecuada o, en otros términos, insuficiente. Se produce entonces algo cuya característica es estar absolutamente excluido del compromiso simbolizante de la neurosis, y que se traduce en otro registro, por una verdadera reacción en cadena a nivel de lo imaginario[ ...] (LACAN, 1955-1956, p. 104).
El estudio de Schreber ilustra su dialéctica imaginaria y la consecuente relación especular del sujeto con el mundo. Una exigencia del orden simbólico, al no poder ser integrada en lo que ya fue puesto en juego en el movimiento dialéctico en que vivió el sujeto, acarrea una desagregación en cndena, una sustracción de la trama en el tapiz, que se llama delirio. Un delirio no ca-
No, hay que abordar lo que sucede en la psicosis en otro registro. No conozco la cuenta, pero no es imposible que se llegue a determinar el número mínimo de puntos de ligazón fundamentales necesarios entre significante y significado para que un ser humano sea llamado normal, y que, cuando no están establecidos, o cuando se aflojan, hacen el psicótico (LACAN, 1988, p.304).
Teniendo en cuenta las afirmaciones anteriores, podemos volver a la clínica y preguntar ¿cuál es el uso que el psicótico hace de su producción delirante? ¿Hay significación? Sin duda que sí, pero ¿cuál? El sujeto no sabe, a pesar de que la significación está en primer plano. Para el psicótico, se sitúa en el plano de comprensión, al igual que lo que se comprende no puede ser articulado, nombrado, introducido por el sujeto en un contexto en que se explicite tal comprensión. Es en ese punto que Lacan critica la psicopatología de Jaspers y denuncia el hecho de que es imposible, para el analista, comprender la producción delirante del sujeto psicótico. El delirio se expone de forma distinta del lenguaje común a través de la figura del lenguaje denominada neologismo -el uso de palabras nuevas o antiguas
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con sentido nuevo-. Lacan sugiere dos tipos de fenómenos en los cuales se proyecta el neologismo: la intuición y la fórmula. En lo que se refiere a la intuición, le es atribuido un carácter pleno, una perspectiva nueva como si fuese un descubrimiento fundamental: es el alma de la situación. Existe también el tipo de significación que no remite a nada -fórmula-, que se repite con una estereotipia constante. De acuerdo con Lacan, [... ]Ambas formas, la más plena y la más vacía, detienen la significación, son una especie de plomada en la red del discurso del sujeto. Característica estructural que, en el abordaje clínico, permite reconocer la rúbrica del delirio (LACAN, 1955-1956, p. 44).
Es en la economía del discurso descripta anteriormente, en la relación del sujeto con la significación, que nos permitimos distinguir el delirio como un fe- , nómeno elemental, como una indicación para la formulación del diagnóstico psicoanalítico. Por consiguiente, la clínica de la psicosis nos interroga: ¿de cuál real se trata? Cuestión que trae consigo una ambigüedad. Se habla, por un lado, de una concepción teórica sobre lo real de la psicosis, descripta anteriormente, originada en los fenómenos clínicos con los cuales un psicoanalista se encuentra. Por otro lado, se tiene en la misma concepción teórica una indicación clínica importante, capaz de orientar a un psicoanalista en la dirección del tratamiento de la clínica de la psicosis. El testigo o secretario del alienado son expresiones que indican una posición clínica, una dirección posible para el tratamiento de las psicosis. En la psicosis, el analista no comprende y tampoco remite al sujeto psicótico a la imposibilidad de lo simbólico. El analista busca atestiguar, sostener significantes del sujeto psicótico capaces de dar contorno a lo real, capaces de dar contorno a ese sujeto que vive el borde de la locura, y que puede, en cualquier momento, sumergirse en el agujero de la psicosis. Entendemos la indicación clínica del Seminario Las psicosis, anteriormente trabajada, como el punto de partida para pensar el manejo de la transferencia en la clínica de la psicosis. En la psicosis, el analista sostiene los significantes del sujeto teniendo como principio ético el respeto a aquello que el propio paciente trae en la transferencia. El analista no interpola al sujeto psicótico con sus "comprensiones" o lo remite a la imposibilidad de lo simbólico, pues allí el delirio es entendido como una cura del sujeto psicótico, al menos en ese momento de la enseñanza de Lacan. El delirio es considerado como el modo particular del sujeto psicótico de lidiar con la propia castración. Siendo así, recordamos el
Puntualizaciones sobre el padre en el psicoanálisis ...
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hecho de que la ética del psicoanálisis, inaugurada por Freud en el caso Schreber, promueve la no remoción del delirio, y sí la posibilidad de resignificación de esa experiencia delirante, en la transferencia, como dirección de tratamiento psicoanalítico de la psicosis.
CAPÍTULO
4
La instalación del dispositivo de tratamiento
Es sugerente ver que, para que todo no se reduzca de golpe a nada, para que toda la tela de la relación imaginaria no se vuelva a enrollar de golpe, y no desaparezca en una oquedad sombría de la que Schreber al comienzo no estaba muy lejos, es necesaria esa red de naturaleza simbólica que conserva cierta estabili dad de la imagen en las relaciones interhumanas (LACAN, 1955-1956, p. 117). El epígrafe anterior es una bella descripción de Lacan respecto de lo que ocurre con la disolución de lo imaginario en el desencadenamiento de la crisis psicótica. Ésta surge cuando el sujeto psicótico es convocado a asumir un lugar de imposibilidad simbólica, considerando que en su estructuración subjetiva no existe la inscripción en una norma -la norma fálica- en función de la forclu sión del significante Nombre-del-Padre. Ante el registro de lo simbólico, el paranoico se posiciona de acuerdo con cierta exterioridad, pues no hubo, en la estructuración lógica de la subjetividad, según Freud (1925), un sujetamiento a la ley simbólica en función de la aceptación del sujeto de la percepción de la castración de la madre o su sustituta; le faltó el reconocimiento de la división de los sexos. Sin embargo, es posible afirmar que el paranoico puede pasar una vida entera sin ningún desencadenamiento de crisis, mientras que en su historia no exista una apelación para que el sujeto sea convocado a asumir un lugar de imposibilidad simbólica, tal como ocurre con Schreber en el momento en que fue nombrado para asumir el cargo de juez presidente de la Corte de Apelación de Dresden, episodio que desencadenó su segunda crisis psicótica. Es en esos momentos de crisis, de disolución de lo imaginario, que comúnmente ocurre una indicación de tratamiento, tal como se verá a continuación.
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Es en una crisis psicótica que los bastones imaginarios, que anteriormente sostenían al sujeto en el lazo social, son disueltos. Es también en ese momento que aparecen las alucinaciones como un retorno de algo del orden de lo real que no encontró eco en las vías de simbolización y, en ese sentido, podemos ubicar allí la principal demanda de intervención para el AT. Lacan 1 (1957-1958), al comentar el esquema l, describe el modo en que la acción del significante incide sobre lo imaginario, al causar trastornos al sujeto, al determinar aquello que Freud designó como la sepultura del mundo 2 , exigiéndole inclusive responder con nuevos efectos de significante. Lacan describe las etapas subjetivas de Schreber, desde la alucinación "que bueno sería ser una mujer': hasta la construcción de la metáfora delirante "copular con Dios para realizar la redención: poblar el mundo con una nueva raza de hombres", para afirmar que a lo largo de ese proceso subjetivo hay diferentes etapas de disolución del imaginario y también de su reestructuración. La contribución de Lacan para la comprensión de la paranoia y la indicación clínica de la construcción de la metáfora delirante son pertinentes para pensar algunas cuestiones específicas de la clínica del AT. Proponemos, por lo tanto, desarrollar algunos puntos, tales como las demandas de indicación de un AT a partir de su especificidad, si se considera también una condición particular de la paranoia, el hecho de que existe determinado modo de alienación en su constitución subjetiva -la alienación al deseo del Otro-. De ese modo, hay que discriminar quien es aquel que demanda una indicación de AT, teniendo en cuenta que hay casos cuya pertinencia de indicación se justifica por una demanda de otro, por ejemplo, la familia, el psiquiatra o la institución de tratamiento. Aquí reside un argumento clínico bastante importante, que determina inclusive la dirección de tratamiento del AT, a partir de la demanda de otro, crear estrategias, en la transferencia, para establecer una transferencia posible en el tratamiento. Estamos hablando de la instalación del dispositivo de tratamiento y de su articulación con la formulación de un proyecto terapéutico3, considerando que hay casos en los que la formulación de l. De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis (1957-1958). 2. La sepultura del mundo condice con una retirada silenciosa de la libido, que en otro momento era investida en los objetos de la realidad. La libido se torna fluctuante hasta ser dirigida al propio yo, tal como Freud describió y como fue destacado en nuestro capítulo "Freud y la paranoia". 3. Una vez más aparece la palabra terapéutico, aquí utilizada para pensar la idea de dirección de tratamiento para el AT. Vale marcar el hecho de que la ética psicoanalítica no se consolida con la idea de lo terapéutico, pero sí con aquello que el psicoanálisis propone como tratamiento posible, lo que podría indicar un uso más preciso para la presente cuesti ón. Sin embargo, tradicionalmente entre los analistas, la expresión más utilizada es ¡m1yccto tcmpéutico.
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un contrato de trabajo con un paciente exige un tiempo previo, tal como la experiencia clínica demuestra con frecuencia. Otro punto de interés es la dimensión institucional que el AT asume, también ligada a su propia indicación, oriunda de una lectura devenida de un montaje institucional, capaz de orientar manejos importantes con el propio paciente como con la familia. Hay que considerar el hecho de que una indicación de AT, muchas veces, ocurre en función de una historia de tratamiento en una institución. Esa cuestión es importante, ya que las instituciones de salud mental, orientadas por el psicoanálisis, presentan un procedimiento -aquí denominado mirada en red- capaz de orientar la formulación de indicación de una demanda de AT. Los puntos de interés para el presente libro serán teorizados a partir de fragmentos clínicos. Optamos por esa estrategia de ilustración, en vez de detenernos en un caso, pues la propia clínica del AT se define caso a caso, más precisamente en aquello que concierne a su proyecto terapéutico. Existen casos en los cuales la disolución imaginaria coincide con aquello que Lacan denominó como oquedad sombría, junto con una producción delirante en cuyo contenido el otro se presenta como alguien aterrorizador. Hay otros casos en que el contenido del delirio no impide la proximidad de otro en la transferencia y, de ese modo, se torna más fácil la instalación del dispositivo de tratamiento. Serán presentadas viñetas clínicas de distintos pacientes para ilustrar los tiempos del sujeto, desde la crisis psicótica hasta la instalación del dispositivo de tratamiento. Existen circunstancias en que el AT es pensado en conformidad con un equipo de tratamiento constituido a priori, lo que determina la dirección de tratamiento en función de aquello que el equipo o institución entienden como incremento de su "montaje institucional de tratamiento"4 • Sin embargo, es posible verificar, en la clínica, que en ciertos casos el acompañante terapéutico es aquel que incluye, a lo largo del tratamiento, la posibilidad de aumentar los dispositivos de tratamiento de un caso. La primera circunstancia idealiza al AT como un dispositivo de tratamiento de acuerdo con la especificidad de su montaje institucional, al tiempo que, en la segunda circunstancia, es el propio acompañante terapéutico el que orienta el proyecto terapéutico de acuerdo con lo que es posible o pertinente para la singularidad del caso, teniendo, como posibilidad, la onstrucción de una red de tratamiento como perspectiva posible para la ideali1
1. La idea de "montaje institucional de tratamiento" condice con los dispositivos de tratamiento presentes en un montaje institucional, donde comúnmente se encuentran: los grupos u oficinas terapéuticas, la psiquiatría, en ciertos montajes la terapia familiar o grupo de padres, la asistencia social, entre otros. Cada equipo tiene una historia institucional, determinada por los obstáculos que la clinico olr1·c1· y ~ 11 N consecuentes modos de superación.
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zación de un proyecto terapéutico. Una vez más, es la mirada en red la que atra-
ra. Los representantes de una tendencia psiquiátrica más biológica pueden ar gumentar a partir del raciocinio expuesto anteriormente. El delirio es algo qu" perturba el orden establecido, es una disfunción y merece ser eliminado a cual quier costo. Las consecuencias de este tipo de argumentos son claras, ya que no existe ningún cálculo sobre el dosaje de medicamentos a ser administrado. Al gunas dosis de medicación, en ciertos casos, son indicadas y alcanzan su objetivo mayor: la extinción del delirio. Sin embargo, el precio que se paga tambi én es muy alto, considerando que las condiciones subjetivas del sujeto se aniquilan por completo, además de causar daños por la impregnación del remedio, tales como temblores, disfunciones en el sueño, entre otros. Este punto es delicado y merece una discusión, ya que la psiquiatría es una gran aliada de la clínica de las psicosis, haciéndose presente también en la práctica del AT. En ciertos casos, no es posible prescindir del tratamiento medicamentoso en la clínica de las psicosis, dado que el brote moviliza un montante de angustia que, en muchos casos, es insoportable para el sujeto, pudiendo inclusive poner su propia supervivencia física en riesgo. Los avances de los medicamentos, inclusi ve, contribuyen para la consolidación de la sustitución de los manicomios -las instituciones cerradas- de modo tal de posibilitar la clínica del AT. La alianza con la psiquiatría puede ser necesaria, mientras que el dosaje recomendado por el médico sea calculado entre un apaciguamiento de la angustia movilizada en una crisis, por un lado, y por el otro, la manutención del delirio, condición sin qua non para la emergencia del sujeto en la transferencia. No obstante, hay ciertos casos en los que es posible prescindir del uso de medicamentos. Una vez realizadas algunas consideraciones al respecto de lo que es posible extraer de la teoría del trauma y de la seducción -en su aplicabilidad en relación a la psiquiatría-, podemos problematizar el AT como una estrategia importan te para la instalación del dispositivo de tratamiento, al considerar los tiempo del sujeto: del odio a alguien a la erotomanía. El argumento reside en la idea de las distintas etapas de disolución del imaginario y, de ese modo, a continuación , a partir de viñetas clínicas, proponemos problematizar sus estrategias de manejo de la transferencia, así como los modos de subversión de la demanda del otro para la instalación del dispositivo de tratamiento. De ese modo, presentaremos recortes clínicos que describirán distintas circunstancias, en las cuales será pf'\sible percibir sus etapas de construcción.
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viesa la clínica del AT.
4.1 De la demanda de tratamiento que viene de otro a la instalación del dispositivo de tratamiento, o los tiempos previos para el establecimiento de la transferencia y el acompañamiento terapéutico A pesar de que el presente capítulo se destina a la discusión de la noción de la transferencia en la clínica psicoanalítica de la paranoia y de sus articulaciones con los manejos posibles en la transferencia en el AT, vale, para comenzar, recuperar la discusión respecto del modo en que Freud inauguró la posición ética del psicoanálisis de la escucha del delirio, lo que permitió, inclusive, en el retorno de Lacan a Freud, una indicación acerca del manejo de la transferencia en la paranoia. Es sobre eso que tratamos en este capítulo: de abarcar la noción de transferencia en la paranoia, originada en la clínica stricto sensu, de modo tal de ofrecerla como una herramienta conceptual para la teorización de los aspectos mencionados: la instalación del dispositivo de tratamiento y la idea de la mirada en red como procedimiento clínico, no solamente en el AT, sino que puede utilizarse por todos aquellos que se inserten en una red de tratamiento de un paciente. Proponemos, para empezar, problematizar el manejo de la transferencia en la paranoia, con una tendencia de la psiquiatría -de carácter organicista- que trabaja en la perspectiva de la remoción del delirio, tal como Freud pretendía hacer con la hipnosis. Ahora bien, sustentar los significantes, en la transferencia, de forma tal de posibilitar la escucha del delirio, es algo que sólo es posible mientras no se busque su extinción por la vía medicamentosa. Freud, en el momento pre-analítico de su obra, utilizó la lógica médica, en la que la noción de causalidad de carácter mecanicista se hace presente, en el intento de remoción del síntoma por la práctica de la hipnosis. La acción del médico, o igualmente de Freud en el momento que antecede al descubrimiento de la asociación libre5, consiste en, a partir del síntoma, detectar su causa y removerla, pues sería posible eliminar el propio síntoma. La ética defendida en ese raciocinio es la de la remoción del síntoma, pero inclinada hacia la ética del individuo y su bienestar, distinta a la ética psicoanalítica, que promueve la ética del sujeto: no el bienestar, sino el hablar bien. Hay que considerar el hecho de que es común un tipo de prescripción médica que pretende la eliminación completa del delirio, tal como un médico que actúa sobre un síntoma físico cualquie5.
Descubrim iento fundam ental qu e desembocó en la invención del psi\ 111111 ,\illll ~
A pesar del sufrimiento brutal que la crisis psicótica produce, es bastante común verificar un <'I completa aversión del sujeto a cualquier posibilidad de proximidad de alg11k11 q11 v pu eda tratarlo. Vimos que el origen del AT está ligad o a
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casos en los que el paciente no adhería a la oferta de tratamiento en la institución y, por consiguiente, permanecía en la clausura o aislamiento. Fue allí donde surgió - esa es al menos una versión al respecto del origen del AT- la idea de que alguien ligado a un equipo institucional pudiese ir al encuentro del paciente para crear una demanda de tratamiento -que viene de otro en el primer momento-, pero posteriormente legitimada por el propio paciente. El acompañante terapéutico aquí se aproxima a la ética del psicoanálisis, según la cual el deseo del analista6 implica una apuesta en el sujeto del inconsciente. Otro aspecto a ser considerado es la cuestión del concepto de transferencia y su articulación con la noción de encuadre o setting analítico. ¿El fenómeno de la transferencia ocurre solamente en el consultorio? ¿El setting analítico es el presupuesto que antecede o garantiza el fenómeno transferencia!? Aquí reside punto importante de discusión, pues notamos, a lo largo de la historia del psicoanálisis, una tendencia en condicionar la ocurrencia de la transferencia a la existencia del setting, como si este último le atribuyera un valor de garantía para su existencia. Si de hecho eso ocurriese, no sería posible pensar en la noción de transferencia y sus manejos en el AT, teniendo en cuenta que la transferencia es la condición necesaria para que haya psicoanálisis. La transferencia no se define por un territorio físico, su manifestación no depende de las paredes de un consultorio. Afirmamos que su existencia está en otras relaciones no solamente entre un paciente y un psicoanalista. La transferencia, a modo de ilustración, ocurre en un aula, entre profesor y alumnos, entre psicoanalistas en una escuela de psicoanálisis, etc. Siendo así, podemos problematizar la noción de settingpara interrogar su supuesta validez como garantía para la ocurrencia de un "buen'' psicoanálisis. Por setting se entiende un conjunto de reglas 7 más o menos establecidas que sostienen la intervención analítica, tales como el pago de la sesión, su tiempo de duración, la frecuencia de sesiones en una semana, la disposición de los muebles en un consultorio y, en ese sentido, el uso del diván, entre otros. Ahora bien, lo que se percibe es una especie de marco de prerrogativas absolutamente exter-
uri
6. Lacan, en muchos momentos de su obra, destaca que el producto final de un análisis es un analista, cuando se produce el deseo del analista como producto final de un análisis. Veamos una cita de Lacan (1964): "¿cuál es el fin del análisis más allá de la terapéutica? Imposible no distinguirlo de ella cuando se trata de hacer un analista. Pues, lo hemos dicho sin entrar en el resorte de la transferencia, es el deseo del analista el que en último término opera en el psicoanálisis" (LACAN, 1964, p. 868). 7. Es interesante destacar que Freud designó los elementos presentes en la definición del setting como recomendaciones y no como obligatoriedades o puntos condicion:intcs para el ejercicio
del psicoanálisis.
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nas a la condición esencial del ejercicio del psicoanálisis, en este caso, la manu tención de solamente una regla fundamental: la asociación libre. La transferen cia, por lin lado, se define por una suposición de saber8 en un otro, a quien es dirigida una palabra al respecto de un sufrimiento que asume un sentido singu lar y, por el otro, hay un analista que se presta a soportar el lugar que le es dado en la propia transferencia, cuando escucha al paciente según aquello que Freud denominó como atención flotante. De ese modo, mutatis mutandis, el problema de la transferencia se encuentra también en la clínica de la paranoia. La cuestión, en este momento, no es saber si existe o no transferencia en la psicosis, sino problematizarla, tal como Lacan propuso en relación a la idea del secretario del alienado, según su posición expuesta en el Seminario 3, Las psicosis. Lacan, en ese momento de su obra, indica un tratamiento posible de las psicosis, indicación que pasa por el manejo de la transferencia que se da, ya sea en un consultorio particular o en las instituciones y, evidentemente -¿y por qué no?-, también en los espacios de la ciudad. Se parte de ese presupuesto: hay transferencia en la paranoia, y su ocurrencia se soporta a través de la garantía de encuadre. Hay transferencia de un paciente psicótico con su analista, pero también con el acompañante terapéutico, en el interior de su vivienda o del mismo paciente paranoico con el conductor de ómnibus. ¿Y cómo caracterizar el fenómeno de la transferencia en la psicosis, más precisamente en la paranoia? Aquí residen dos aspectos a ser considerados ... El primero consiste en recuperar el primer tiempo del Edipo, más precisamente el modo en que el niño se posiciona ante la madre, pues ahí se encuentra una caracterización del fenómeno de la transferencia en la clínica, dado que la transferencia remite a una relación dual, que convoca al analista a asumir un lugar relacionado al primer tiempo del Edipo. El segundo aspecto condice con el hecho de que Lacan, en el Seminario 3, Las psicosis, ofrece una indicación clínica pertinente como una primera vertiente de tratamiento psicoanalítico de laparanoia, en este caso, la noción de secretario del alienado, articulada con la idea de que la paranoia, así como los otros tipos clínicos de la estructura psicótica, al igual que las otras dos estructuras clínicas, neurosis y perversión; son pensadas como fenómenos del lenguaje. Como punto de partida, se tiene la idea de que, en el primer tiempo del Edi po, el niño se posiciona como el falo del Otro materno, el Otro absoluto queposiciona al niño como un falo imaginario, como aquello que justamente lo com pleta. Aquí también vale recuperar la noción de amalgama, o la idea de simbiosis, presente en el primer tiempo del Edipo, cuando madre y niño constituyen H. Aquí, evidvn(('llli'rlit ', Ne· l 1n1a de In neurosis.
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aquello que se denominó como célula narcisista. En ese sentido, podemos afirmar que el psicótico reproduce, en la transferencia, un modus operandi en el que el otro es siempre considerado a partir de una relación especular. Es como si el paranoico afirmase: "el otro sabe lo que yo soy, lo que yo quiero, me mantiene en un lugar de complementariedad absoluta, es el otro quien confirma mi existencia': Esa es la posición que el paranoico ocupa en la transferencia, en la medida en que el otro ocupa un lugar marcado por la omnipresencia. El analista o acompañante terapéutico, en la transferencia ocupa ese lugar de otro absoluto u omnipresente al cual es dirigida una palabra erotizada, una expectativa de confirmación de su existencia desde la mirada absoluta del otro. Aquí vale rescatar un comentario de Pommier (1997). Él propone la idea de que un analista, al manejar la transferencia en la psicosis, ocupa el lugar más val cío, a partir del cual los significantes aparecen. El efecto de esa posición es el de (des)erotizar la palabra, de modo tal de que ella pueda ser sometida a una reconstrucción de la historia del paciente. Ese es el punto donde se sostiene un analista, donde el vacío se ubica, donde reside una paradoja: a partir de la presencia de un analista sostener un lugar vacío, para propiciar una hiancia entre una presencia que en otro momentos era totalizante, pero que permite, desde la condición de vaciamiento, ofrecer al psicótico la posibilidad de reconstrucción de su propia historia. Así, el analista asume un lugar de otro imaginario no especular, donde el heteras asume su pertinencia. No se trata de ocupar el lugar del padre9 , sino de permitir el inicio de reconstrucción de una historia posible. Ahí reside un punto importante, pues la dirección de la reconstrucción de la historia de un paciente pasa, no por lo que se dice en la transferencia, sino por la propia posición ocupada por un analista en la transferencia, tal como fue descripto anteriormente. Es la posición del analista, en la transferencia, lo que permite el despliegue, por ejemplo, del tratamiento posible de un paciente paranoico 10• De esa posición se desprende el segundo argumento a ser desarrollado: la noción de la paranoia como fenómeno de lenguaje y un modo de abordar el deli rio. Lacan, en la parte final de su Seminario 3, denominado Las psicosis, retoma la discusión acerca de las estructuras clínicas como fenómenos de lenguaje. En este caso específico de la paranoia, se afirma que, por no haber existido la susti -
tución del significante Deseo de la Madre por el significante Nombre-del-Padre, por no haber tenido un acceso a la significación fálica, y, de ese modo, el para noico estructurarse, desde el punto de vista de su subjetividad, a partir de unn cierta posición de exteriorización frente al registro de lo simbólico, el sujeto pn · ranoico se concentra solamente en el signifiéante.
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9. O cualquier otra posición en que se encarne un ideal, tal como Pommier (1998) describe la posición del analista, en Ja transferencia, con la clínica de las psicosis. 10. La cuestión primordial pasa por un saber del analista, al respecto del punto de vista teórico, de cómo se posiciona en la transferencia, sin decir nada de especial al respecto. "La posición . de Ja transferencia necesita de tal saber" (POMMIER, J 997, p.38) .
Puede creerse que en una psicosis todo está en el significante. Todo parece estar ahí[. .. j No conozco la cuenta, pero no es imposible que se llegue a determinar el número mínimo de puntos de ligazón fundamentales necesarios entre significante y significado para que un ser humano sea llamado normal, y que, cuando no están establecidos, o cuan do se aflojan, hacen el psicótico (LA CAN, 1955-1956, p. 304).
Sin embargo, Colette Soler, en ese punto específico, formula la siguiente cuestión: ''¿Será posible que dijéramos, por ejemplo, que el significante representa a Schreber en su delirio?" (SOLER, 2007, p. 64). Su respuesta es negativa. Allí reside una precisión teórica importante, tenien do en cuenta que hay elementos para discernir mejor la estructura del delirio de Schreber, de modo tal de posibilitar la localización del sujeto en esa misma estructura. Siguiendo la lógica del comentario de Soler, el significante representa ría antes a Dios, como el significante primordial, Sr Al lado de Schreber, en su delirio, él se ubica desde dos perspectivas. La primera de ellas se condice con la incesante tarea de completar las frases interrumpidas que le son dirigidas, sin ningún descanso. Delante del otro absoluto, no barrado, Schreber se vio obliga do a complementar las significaciones. Las voces convergen en Schreber, lo que permite afirmar, según Soler, que las [. .. }voces representan a Dios en otro significante, del cual Schreber hace las veces, en su recepción paciente, sistemática y automática de todas las voces, que él completa con la significación de ellas (SOLER, 2007, p. 64).
Schreber estuvo, a toda costa, respondiendo a Dios. Ese punto abre un desdoblamiento importante: es la posición de Schreber que hace que Dios ejerza su goce. Schreber, al situarse como el significante en relación al cual sus voces representan a Dios, establece una conjunción entre am bos -Schreber y Dios-, conjunción que sustenta una relación correlativa entre Dios y su actividad pensante. Es en ese sentido que Schreber realiza una especie de coito con Dios, al asegurar un goce divino, pero también se define como desecho, en el momento en que la conjunción es disuelta. Deriva de ese hecho la idea de Fuem rfo rfiscurso shreberiano: "El significante no representa al sujeto y
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no hay barrera para el goce, y, entre Dios y Schreber, casi podríamos evocar una relación sexual[ ... ]" (SOLER, 2007, p. 64). ¿El argumento presentado por Soler se contradice con lo que Lacan afirmó: que todo, en la paranoia, se sitúa en el significante? De cierto modo, sí, en la medida en que Lacan no diferenció, al menos en el pasaje citado anteriormente, los elementos que componen el deliro. Hay algo de él que representa Dios, el Otro absoluto, pero existen también los efectos de significación, las voces que inician una frase y que convocan al arduo trabajo de Schreber de completarlas. Es en ese segundo punto que es posible localizar al sujeto en el significante, según las propias palabras de Soler, en la medida en que las voces remiten a otros significantes. Es en esos otros significantes que se localiza el sujeto. De ese modo, y para concluir este tópico, es posible realizar un desdoblamiento importante acerca del manejo de la transferencia en la paranoia. Según Lacan, ser secretario del alienado significa sostener los significantes en la transferencia, de forma tal de no interpretarlos y tampoco remitir al sujeto a la imposibilidad simbólica, teniendo en cuenta que no se constituye, en la paranoia, el eje de la separación. ¿La pregunta pertinente es: cómo abordar el delirio en la transferencia? Colette Soler (2007) afirma, en relación a la paranoia, basada en el Seminario 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, que el sujeto paranoico se somete a la operación de la alienación, teniendo en cuenta su identificación simbólica presente en el primer tiempo del Edipo, identificación que le permitió, inclusive, realizar el acto psíquico del narcisismo primario. Sin embargo, en función de la forclusión del Nombre-del-Padre, él no se inscribió a la operación denominada separación. Se trata de la oposición entre neurosis y psicosis, estando la primera inscripta en un orden discursivo, atravesada por el registro de lo simbólico, en la cual las dos operaciones mencionadas de causalidad del sujeto se hacen presentes. En la paranoia, existe solamente la alienación, lo que ubica al sujeto paranoico en una posición de exterioridad a la lógica discursiva. El juego de palabras En quete d'un sujet, Enquéte d'un sujet 11 ofrece una imagen interesante. Realizar una búsqueda del sujeto, estudiar al sujeto ante una situación de crisis. Hay un cierto modo de interrogar al sujeto psicótico, en el momento en que él vive una circunstancia de crisis, de disolución imaginaria, en la perspectiva de la construcción de la metáfora delirante. ¿Cuál fue el evento desencadenante de la crisis? ¿Qué se produjo en términos de contenido del delirio a lo largo de la crisis? ¿Ocurrió algún evento, o qué motivó al sujeto psicótico a salir de la crisis? ¿Cómo permanecer en la estabilidad conquistada después de la vivencia de la crisis? 11. En busca de un sujeto, estudio de un sujeto.
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A modo de recordatorio, para ofrecer al lector un apoyo en la continuidad de su lectura, retomamos aquí la cuestión que pretendemos trabajar a partir d" los recortes clínicos. Al retomar la concepción del manejo de la transferencia en la paranoia, pn.: tendemos teorizar los tiempos presentes en la dirección de tratamiento del J\'I~ verificando las etapas entre la indicación de una demanda que viene de otro hasta la instalación del dispositivo de tratamiento. Buscaremos teorizar esa clínica en conformidad con las distintas etapas de disolución de lo imaginario, a lo largo de una crisis y también de la reestructuración del paciente, siempre respetando la posición ética inaugurada por Freud ante la escucha del delirio. Lo que pretendemos problematizar a continuación es la hipótesis de que el acompañan(" terapéutico maneja la transferencia, al incluir, en ese movimiento, no solamen te palabras o silencios, sino principalmente la introducción de alternancias en tre presencia y ausencia. Esa introducción otorga, en ciertas circunstancias, un efecto importante para la conducción del tratamiento. Es importante pensar las estrategias 12 de manejo de la transferencia en esa clínica. La política, la estrategia y la táctica en el AT: es lo que se pretende teorizar a partir de las viñetas clínicas. Por último, es importante también situar los tiempos en el AT según las ins12. Lacan, en La dirección del tratamiento y los principios de su poder, de 1958, propone, segi'.in sus propias palabras, poner al analista en el banquillo, problematizar la acción del analista de acuerdo con su propuesta de retorno a Freud. Una vez más, resurge el debate entre su posición acerca de los psicoanalistas de la Escuela Inglesa y los psicoanalistas fundadores de la corriente denominada Psicoanálisis del yo, ampliamente difundida en Estados Unidos. Lacan, al problematizar los principios del poder de un análisis, defiende la idea de que el analista se dep
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tancias psíquicas denominadas narcisismo primario, o el ideal, o estadio del espejo y el ideal del yo, en el caso de la paranoia, es absoluto o no barrado. Fue visto que el uso de la topología 13 en la neurosis -más precisamente de la banda de Moebius- anima la estructura, de modo tal de orientar el movimiento de un análisis entre el yo ideal y el ideal del yo -pero que puede ser comprendido como el ideal del Otro barrado-. El tratamiento analítico en la neurosis se sitúa entre las instancias psíquicas mencionadas. En relación a la clínica de la paranoia, es posible situarla entre el narcisismo primario y el ideal del yo, manteniendo, es claro, la especificidad del ideal del yo -no barrado- en ese modo específico de estructuración subjetiva. Las viñetas clínicas apuntan para esa misma dirección, de modo tal de determinar, inclusive, los tiempos en la dirección de tratamiento en el AT, que se inicia en el momento en que un paciente se encuentra según aquello que Freud denominó como neurosis narcisista, momento en el cual la libido está dirigida para el yo del paciente, hasta la posibilidad de establecimiento de la transferencia al analista -o el redireccionamiento de la libido a un objeto-, de modo tal de propiciar la instalación del dispositivo de tratamiento.
encontró con el siguiente obstáculo: o permanecía allí o tendría que soportar la presencia de un acompañante terapéutico para que le diera los medicamentos necesarios, al menos en los cinco días hábiles de la semana. Esa era la condición de su psiquiatra para autorizar su salida de la clínica. Una condición impuesta por el otro, que no le ofrecía muchas alternativas. Otro le era insoportable, pero permanecer en una clínica psiquiátrica parecía ser un sacrificio todavía mayor. Después de resistirse un poco, Emerson estuvo de acuerdo con la posibilidad d .. tener, diariamente, un acompañante terapéutico para que le diera los medica mentos en su apartamento. La estrategia funcionó ... Fue posible establecer un acuerdo que aseguraba la entrada del acompañante terapéutico para viabilizar un tratamiento posible. El día de la presentación del acompañante terapéutico al paciente, en la clínica psiquiátrica, ocurrió según lo esperado. Emerson fue taxativo: "Me vas a dar el remedio y después, ¡te vas! No quiero saber nada con esa historia de tener a alguien molestándome''. Por su parte, el acompañante terapéutico acató las palabras de él, seguro de que quedaba por delante un tiempo previo importante para que su presencia dejase de ser algo aterrador, teniendo en cuenta que el otro, para el paciente en cuestión, en aquel momento, todavía se presentaba como un objeto amenazador. Fue establecido el acuerdo entre el psiquiatra, el paciente y el acompañante terapéutico, lo que permitió la definición de un horario y el inicio del tratamiento. Día tras día, semana tras semana, el acompañante terapéutico tocaba pun tualmente el portero eléctrico del apartamento de Emerson para darle los remedios indicados. El ritual parecía ser siempre el mismo ... La puerta de la cocina se abría, y Emerson, desconfiado, abría solamente una rendija que posibilitaba al acompañante terapéutico darle los remedios. Emerson delimitaba la fronte ra de su territorio. Era como un aviso: "¡no entres aquí!" No obstante, el énfasis dado no recaía exactamente sobre la prohibición, sobre el límite, pero sí sobre la apertura que le ofrecía, lo que legitimaba una apuesta al sujeto. Después de algunas semanas, Emerson comenzó a abrir la puerta de la cocina por completo, ofreciendo una oportunidad de que el trabajo del acompañante terapéutico se hiciera efectivo, de modo tal de ocupar un lugar en el dispositivo de tratamiento. La apertura ofrecida por Emerson no fue inmediatamente aprovechada; el acompañante terapéutico esperó una invitación de Emerson para entrar en su apartamento.
4.2 Caso Emerson, o el no querer saber de tratamiento alguno ... Emerson vivía solo en su apartamento y no permitía la entrada a ninguna persona. Las paredes formaban una protección, una envoltura, confinándolo en un aislamiento intenso. De cuando en cuando, le sobrevenía una crisis, que variaba según su delirio, pero que resultaba, algunas veces, en una destrucción com pleta de los muebles de la casa. Como no permitía la entrada de nadie en su territorio, no tomaba los medicamentos. Pasada su última crisis, aun internado en una clínica psiquiátrica, se 13. El esquema I -o esquema que examina el deliro de Schreber- tiene una semejanza con el Esquema R, considerando que en ambos existe el campo de la realidad delimitado por las instancias denominadas yo ideal o el ideal del yo. En la paranoia, el ideal del yo no es barrado, lo que hace que el campo de la realidad se constituya a partir de asíntotas que tienden al infinito. En comunicación oral, Antonio Quinet afirmó que la semejanza entre los dos esquemas podría sugerir la idea de que el campo de la realidad, en la paranoia, sea también concebido en términos topológicos, tal como La.can lo hizo en la neurosis, al disponer de la figura denominada banda de Moebius. No obstante, queda aun una pregunta: ¿sería posible formar una figura topológica con el campo de la realidad en la paranoia? Según Antonio Quinet, ese intcrrog:intc todavía permanece abierto .. .
Los acompañamientos pasaron a durar algo más de dos minutos, a pesar de tener aun un tiempo vari able, siempre menor a una hora. En cuanto al contra-
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to de trabajo realizado con la familia, quedó establecido que el pago al acompañante terapéutico sería hecho a partir del valor de una hora completa de trabajo. En esas primeras semanas, el acompañante terapéutico se rehusó a trabajar todo el tiempo del que disponía. La disponibilidad del acompañante terapéutico de estar allí por más tiempo estaba explicitada, pero era siempre rechazada por el sujeto, teniendo en cuenta que era él el que establecía el tiempo de duración de los acompañamientos. Y así ocurrió. Cierto día, Emerson sugirió al acompañante terapéutico que entrara a su apartamento. Como un guía turístico, le mostró su cuarto, el baño, otro cuarto que estaba desprovisto de muebles, en fin, dirigió un tour completo. Por último, él realizó un pedido: "¿quieres ayudarme a ordenar mi armario?" Fue en ese momento que el acompañante terapéutico respondió "Mira, tu sabes que yo puedo estar aquí por una hora. La decisión es tuya''. Ese mismo día, lo invitó al acompañante terapéutico a fumar un cigarro en el sofá de la sala, un sofá de dos cuerpos, donde ambos se instalaron y permanecieron allí, callados. Después de algunos minutos, Emerson miró al acompañante y le dijo "pega tu pierna a la mía, vamos a balancearnos juntos ... ¿vamos a casarnos?"
pectiva importante para la teorización del AT en ese momento previo de establecimiento de una transferencia ~e tratamiento: la idea de que es necesario, en la estrategia, asegurar condiciones mínimas de encuadre o setting en el AT, pues se mantuvo la determinación de un horario y lugar de encuentro. Tal aspecto será mejor discutido en el próximo fragmento clínico. Por lo demás no fueron necesarias muchas palabras, pues el acompañante terapéutico atestiguó el movimiento del sujeto, lo que resultó en condiciones previas para el establecimiento de una transferencia de tratamiento. Fue importante, por parte del acompañante terapéutico, soportar el tiempo de la locura. De acuerdo con Pelbart 14 (1993), lo que marca la relación del tiempo en la locura no es, de ninguna manera, el tiempo cronológico atravesado por la lógica capitalista, sino el tiempo del devenir humano, caracterizado por otro régimen de temporalidad. Si, por un lado, fuese necesario establecer un contrato de trabajo con la familia de Emerson, en el cual la defensa del time is money se hace presente, teniendo en cuenta que la función ejercida por el acompañante terapéutico se inserta en esa misma lógica mercantil1 5, es importante, por otro lado, sostener que no existía ninguna prisa, pues había una apuesta a un sujeto con el cual algo era necesario construir, ya que fueron respetados el sujeto y el tiempo de la locura.
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* * * El recorte clínico anterior describe, paso a paso, el movimiento del paciente en relación al acompañante terapéutico, en cuanto salía de una posición narcisista, tal como Freud describe en su análisis del caso Schreber, en el cual la libido estaba dirigida al propio yo. Lo que Freud denominó como imposibilidad de establecimiento de la transferencia en la paranoia puede ser comparado con el momento inicial del tratamiento de Emerson. Sin embargo, la resistencia de Emerson a soportar una proximidad y el consecuente delirio de persecución lentamente cedió espacio al establecimiento de la transferencia que, tal como fue visto, en la paranoia, asume el estatuto de simbiosis. La libido de Emerson, tiempo después, pasó a ser dirigida al objeto acompañante terapéutico. La hipótesis aquí defendida es que la alternancia entre esa presencia y la ausencia introducida en el tratamiento por el acompañante terapéutico fue suficiente para que Emerson estableciera una transferencia capaz de permitir el tratamiento posible. La estrategia, por parte del acompañante terapéutico y del psi ·quiatra, fue apostar a la emergencia de un sujeto, cuya estrategia asumida fue la de garantizar que la mencionada alternancia presencia-ausencia del acompañan te terapéutico pudiese ser efectiva. No había salida .. . Debía soportar a otro para salir de la internación . .. Ese punto fue decisivo, pues lnrnhi<'.·n abrió una pers
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[. .. ]Pero, más profundamente, el psicótico se sitúa en una especie de punto de horror, anterior a una temporalidad, un punto de parada, de suspenso, en que todavía no está configurada una imagen del cuerpo, en un estado de inacabamiento radical, donde no hay olvido ni surgimiento. La idea[. .. ] es que deberíamos poder sostener para los psicóticos un punto que es al mismo tiempo de olvido y de espera.[. .. ] Deberíamos poder estar allí donde comienza el tiempo, y con él la posibilidad de alguna forma, de alguna decisión, dejar correr el tiempo para que pueda surgir el buen momento de hacer alguna cosa (PELBART, 1993, p.35).
La construcción de una presencia fue lenta y gradual, respetó los movimientos de apertura del paciente y orientó el manejo de la transferencia. La presencia que se alternaba con la ausencia, el silencio, el desvío de la mirada, en fin, aspectos importantes que permitieron al paciente la transformación del otro -el acompañante terapéutico- en alguien que no fuese aterrorizador, alguien que no resaltase, en sí mismo, la faceta aterradora de un otro omnisciente y absolu11. Sus consideraciones se basan en un artículo de Jean Oury, denominado "La temporalité dans la psychose'', publicado en Armando Verdiglione ( Org.). La folie dans la psychanalyse. Paris: Payot, 1977. 15. Es claro que 1'1 fun ción del l\T se inscribe como una forma de tratamiento q'ue, así como todas l:is otras, ml'rl'Cl' N11 pngo. ¡cucstión ética que es indiscutible!
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to. Se hablaba, hasta hace poco, de la paradoja de la transferencia en la clínica de la paranoia stricto sensu, el caso de una presencia vacía ... lo mismo sucede con el acompañante terapéutico en ese momento subjetivo de completa fragmentación de lo imaginario. Es prudente que los movimientos del acompañante terapéutico -su presencia, su distanciamiento, su mirada- establezcan una distancia necesaria para que el sujeto cree movimientos propios de aproximación, haga de ese acontecimiento algo soportable. Por último, vale comentar la indicación clínica al respecto del establecimiento de una transferencia de tratamiento. Evidentemente, la propuesta de casamiento hecha por Emerson no se refería a una elección homosexual -después de todo, la paranoia, según Lacan, no se condice con una defensa de la homosexualidad, sino con la idea del empuje a la mujer, con el ser el objeto de goce del Otro-. El paranoico reactualiza la posición del niño ante su madre en el primer tiempo del Edipo, posición marcada por ser objeto de goce del Otro. Es posible afirmar que el AT cubre una carencia importante en la dirección del tratamiento de la paranoia, más precisamente entre el momento de eclosión de una crisis hasta el primer paso para hacer efectiva la instalación del dispositivo de tratamiento, o establecimiento de una transferencia favorable para el trabajo analítico. En ese sentido, se puede afirmar que la frase de Emerson "Vamos a casarnos" confirma la idea de que la transferencia erotizada se constituyó, según lo que Pommier comentaba, y que confirma, por lo tanto, la condición previa para la instalación del dispositivo de tratamiento. De lo terrorífico al objeto de amor absoluto ... De acuerdo con la idea de Freud, que lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia, se afirma que ambas facetas, tanto la del otro aterrorizador como la del otro amado, adquieren el mismo estatuto del vínculo entre la madre y el bebé en el primer tiempo del Edipo. Vale recordar el estatuto de la función materna y su intrusión en el cuerpo del bebé -por su presencia, se inscribe el significante-, de modo tal de humanizar un pedazo de carne a través de la identificación con el rasgo unario y, por lo tanto, con el registro de lo simbólico. En ese tiempo, es el otro que sabe lo que ocurre en el cuerpo del bebé ... De ese modo, es posible trazar un paralelismo entre ese momento previo de construcción del dispositivo de tratamiento y aquello que Freud teorizó sobre el juego del carretel, denominado como fort-da, presentado en el texto Más allá del principio de placer y ya citado a lo largo de esta argumentación teórica. El niño para simbolizar la ausencia de la madre, establece un juego de lenguaje para justamente simbolizar la falta -la falta que se inscribe a partir de una presencia establecida anteriormente- . Ahora bien, el AT sirve como una valiosa estrategia para el establecimiento de una transferencia favorabl e al tratamiento
según la misma lógica descripta en el juego mencionado. Para que la faceta del amor incondicional sobresalga delante del odio, es necesario que se creen, en la estrategia, condiciones para que la alternancia presencia-ausencia se establezca, pues solamente así será posible una autorización del sujeto, en la transferencia, para la instalación del dispositivo de tratamiento.
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4.3 Caso Beto 16 , o la calle como espacio transicional Presentaremos un fragmento de un caso que permitió corroborar la hipótesis de que la movilidad del setting o encuadre del acompañamiento terapéutico apunta a situaciones concretas, tales como la calle, el automóvil del acompañante terapéutico, la residencia del propio paciente, en fin, objetos intermediarios o transicionales 17 favorables para la emergencia del sujeto psicótico, capaces de propiciar la construcción del vínculo transferencia!. La noción de objeto transicional remite a la idea de algún objeto material que tiene para el bebé, y también para el niño, un valor propio, pertinente para la transición fundamental en tre la relación oral con la madre y las posteriores relaciones de objeto. En ciertas circunstancias clínicas, tales como las psicosis, adolescentes en crisis o en ciertos casos donde se nota una resistencia grande al tratamiento, es válido disponer de algún objeto intermediario, que asuma el estatuto de facilitador del manejo de la transferencia, de modo tal de tornarlas más favorables al tratamiento. El recorte aquí propuesto pretende profundizar la discusión sobre el setting o encuadre, de forma tal de ilustrar la idea de que la clínica del AT tiene, en su especificidad, una definición importante de setting o encuadre, al incluir en esa discusión, el uso de objetos intermediarios. Presentamos a Beto, un joven de 20 años que pasaba por dificultades emocionales18 y que, en un momento de crisis, procuró un acompañante terapéutico para realizar una búsqueda de interés perspnal. El AT fue indicado por su analista que sugirió esa intervención clínica por acreditar que, así, Beto podría intensificar el propio compromiso en el tratamiento, ya que se encontraba reticente en su adhesión. 16. Nombre ficticio. 17. La breve definición de obj eto transicional presentada fue extraída del Diccionario de psicoanálisis, elaborado por Elisabeth Roudinesco y Michel Pion. Sin embargo, para una mayor profundización del concepto, recomendamos la lectura de los textos "Desarrollo emocional primitivo" (1951) y "Objetos transicionales y fenómenos transicionales'' (1951) de Winnicott, que se encuentran en WINNICOT, D. De la pediatría al psicoanálisis 18. Este caso presenló una incertidumbre en cuanto al diagnóstico psicoanalítico. Igualmente, es interesan le para p1 ohkmali zar la noción de encuadre o setting en el AT.
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Desde el comienzo de los acompañamientos, Beto presentaba una ambigüedad en relación a la propuesta de trabajo, ya que en su pedido de ayuda había un interés, pero también un rechazo a cualquier intento de aproximación. Él dejó un mensaje en el contestador automático del consultorio: "Vengo de parte de mi analista. Me gustaría acordar un horario para saber más sobre el acompañamiento terapéutico [... ]"Fueron acordados un día y horario. El acompañante terapéutico llegó al apartamento de Beto y él ya lo esperaba en la vereda. Desconfiando de que aquella persona en la vereda fuera Beto, el acompañante terapéutico no lo abordó directamente ... Es mejor ir de a poco ... tocó el portero eléctrico: "Disculpe, ¿Beto está?': "Mire, él salió': Durante ese breve diálogo, pudo observar por el reflejo en el vidrio, con el rabillo del ojo, los movimientos del joven que estaba allí. Era él, Beto, que escuchó la conversación y de inmediato se dirigió hacia el acompañante terapéutico: "¡Ey, usted! Yo soy Beto': En ese primer encuentro, se realizó un acuerdo de trabajo. La frecuencia establecida era de dos veces por semana, con una hora de duración. Ambos iban a investigar el material existente de interés de Beto. Él afirmó que le gustaría ir más a fondo con esa búsqueda, pero se encontraba con dificultades -¿y cuáles serían?-. Fue enfático al circunscribir el acompañamiento terapéutico solamente para la cuestión de la búsqueda: "Yo no quiero conversar. No me gusta abrirme y hablar de mis viajes. Es sólo hacer esa búsquedá: En el encuentro siguiente, Beto no aceptó realizar la búsqueda. Dijo que quería ver el partido de Guga por la televisión y que no existía la menor posibilidad de que él y el acompañante terapéutico salieran a investigar. El acompañante terapéutico insistió en la necesidad de realizar el segundo encuentro de la semana y entonces sugirió un nuevo horario para el día siguiente. Nuevamente al portero eléctrico: "Él no está': En ese ínterin, el acompañante terapéutico aguardó un tiempo en la vereda, pues apostaba a la instalación de un dispositivo de tratamiento, o sea, sostenía una presencia como posibilidad de ocurrencia de la transferencia. Después de media hora vio a Beto viniendo por la calle. Parecía bastante irritado y entró inmediatamente en el predio. Por el teléfono celular, ocurrió el siguiente diálogo: "Hola, no tengo la menor voluntad para la búsqueda ¿qué está haciendo ahí?" Fue cuando el acompañante terapéutico respondió: "Me pagan para ofrecerte dos horarios de acompañamiento terapéutico y voy a quedarme en la vereda los días y horarios acordados. Si tu quieres, ya sabes donde encontrarme''. Y del otro lado de la línea: "¡Qué absurdo! ¡No quiero saber nada de usted! ¡Váyase! Y vuelva el lunes': En los ATs siguientes, Beto transitaba entre esos dos polos. En algunos momentos, parecía haber adherido a la propuesta y estar interesado en realizar su
búsqueda, en otras circunstancias, daba muestras de rechazo a cualquier inten to de aproximación. El encuentro podría no ocurrir, pero lo mismo en su au sencia, en los desencuentros provocados, algo de la presencia del acompañan te terapéutico permanecía. Desde el comienzo, los teléfonos celulares se mostraron como importantes objetos intermediarios. Con el pasar del tiempo, los acompañamientos comenzaron a suceder casi regularmente, sin faltas por parte de Beto, pues él sabía que en los dos horarios estipulados durante la semana había un compromiso entre él y el acompañante terapéutico. El lugar del encuentro no era determinado. El AT se hacía en la casa de Beto, en la calle o en el bar, espacios delimitados dentro de un barrio de Sáo Paulo. Cuando se aproximaba el horario establecido, uno llamaba al otro y acordaban cómo sería el acompañamiento del día. ¿Qué se puede deducir de esta experiencia? ¿Cómo pensar la cuestión del encuadre en este fragmento clínico? Veamos lo que Fulgencio Jr. (1991) escribe:
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El setting es una garantía y una necesidad para la realización del trabajo. En la práctica del acompañante, es evidente que el setting no está ligado al espacio físico: donde quiera que estén terapeuta y paciente, el setting está presente. A esta presencia que recorre el espacio físico, a este campo se lo denominó setting ambulante (FULGENCIO JÚNIOR, 1991,p. 234).
En otro texto escrito por Cenamo et alii (1991), encontramos la idea de que el encuadre clínico y la función del acompañante terapéutico se definen a partir de determinada tarea. La noción de setting ambulante trae consigo una movilidad en doble sentido. Movilidad en cuanto a la propia característica del trabajo de AT, pues, al final, se trata de una clínica de circulación. Acompañante terapéutico y paciente pudieron escoger y recorrer caminos ... en la ciudad y, así, se abrió el campo para que la transferencia se instale. Pero la idea de movilidad está también presente en las posibles transformaciones de dirección del tratamiento. Luego, la definición de encuadre en función de una determinada tarea es pertinente. Vimos que la definición de setting dentro del acompañamiento terapéutico depende de la tarea. Hay algo que se fija en el encuadre, en este caso, la determinación del horario y la frecuencia. Está claro que cada caso tiene un modo parl icular de establecimiento del encuadre. Sin embargo, aseguramos que esa es la condición fundamental para recibir al sujeto, ya que están dadas las condiciones para propiciar el juego presencia-ausencia que tanto le falta y, por lo tanto, d campo posible para el manejo de la transferencia y sus cálculos. En el caso reb tado, queda cl:ir:i la pertinencia de esa estrategia de instalación del dispositivo
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terapéutico, ya que la disponibilidad del acompañante terapéutico de ir al encuentro del paciente implicó para el sujeto tener que lidiar con su ambigüedad, su pedido de ayuda y un rechazo. Desde el punto de vista del acompañante terapéutico, hubo una apuesta en los recursos disponibles del paciente, apuesta sostenida in locu. Por último, resaltamos que allí está la riqueza de este dispositivo, ya que ocurrió, en este caso, un acogimiento efectivo del sujeto. ¿Sería posible la realización de esa tarea si el acompañante terapéutico estuviese imbuido de una concepción de setting tradicional? ¿Será que no es el caso de acordar con lo dicho: si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma?
Joao, un señor de casi 50 años, se presentó como un tipo bien peculiar. Usaba un saco de lino blanco, sombrero de paja que, según él, era un sombrero de Panamá, bigotes vistosos, anillos en casi todos los dedos de las dos manos. Su primera crisis ocurrió en la adolescencia y, desde entonces, vivió una historia clínica de internaciones. Era soltero, no tenía familia y vivía en una pensión, donde disponía de un cuarto sólo para él. Comía en un bar, en la misma cuadra de su habitación, cuadra en la que se sentía acogido por la ciudad de Sao Paulo. Sufrió un proceso de interdicción, provocado por la propia madre, de modo tal que le fue prohibido administrar sus bienes materiales. El Estado nombró una curadora para hacer la administración de ellos. Él decía "El acompañamiento es muy simple, no tendrás ningún trabajo. Vienes aquí, en automóvil, me buscas para pasear, me ayudas con la ropa, porque ir hasta la lavandería solo es difícil, me llevas al psiquiatra para que me ponga la inyección .. . No, al psiquiatra puedo ir solo, ¡no te voy a tragar ahora!': Su explicación llamó la atención. ¿Qué quería decir? Algo como su contribución para mantenerse estable, al asumir su responsabilidad en cuanto al uso de la medicación. La frase "No, al psiquiatra puedo ir solo, ¡no te voy a tragar ahora!" sugiere un primer punto de partida para su proyecto terapéutico, en este caso, sostener sus recursos para que él mismo vaya al psiquiatra. De hecho, él iba solo al ambulatorio a tomar su medicación. Lo que más llamó la atención fue la frase "¡no te voy a tragar ahora!" Ya había un lugar en la transferencia, un objeto pasible de ser devorado, degustado, masticado ... Conocemos, desde Freud, el carácter erótico atribuido a la idea de devorar al otro, de incorporar al otro a uno mismo. Desde el inicio del AT, Joao dio fuerte indicios de que la transferencia de tratamiento estaba establecida. En el automóvil, delante del acompañante terapéutico, hacía bromas infantiles que desentonaban con la imagen que él mismo daba. Decía que su "ateíto" era muy bonito, así como él, que también era un patito muy graciosito .. . ¡y se reía! Expresiones curiosas que denunciaban lo que se afirmó como una transferencia erotizada, favorable a la instalación del dispositivo de tratamiento. Joao conquistó una cuadra de la ciudad de Sao Paulo. No obstante, vivía a escondidas. Salía poco del cuarto, tenía mucho miedo de las personas. Se trata de una situación paradójica, pues sus recursos le posibilitaban un acogimiento raro en una metrópolis, acogimiento que se presentaba en dos facetas: una referencia, un lugar y, en contrapartida, una amenaza, un temor. Joao decía que su vida iba a mejorar si se mudaba de pensión y de bar, y reiteradas veces solicitó la ayuda del acompañante terapéutico para esos cambios. ¿Qué hacer? En vez de conseguir un a nueva cuadra, le fue ofrecida la escucha clínica, para que la esta-
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4.4 Caso Joao , el acompañante terapéutico como persona grata: o la transferencia pertinente para la instalación del dispositivo de tratamiento El fragmento clínico a continuación ilustrará la instalación del dispositivo de tratamiento, basado, una vez más, en la comparación entre la creación del dispositivo de tratamiento en la neurosis y la especificidad de su creación en la clínica de la paranoia. Este recorte clínico, oriundo de la clínica del AT, demuestra que el manejo de la transferencia para la construcción del dispositivo de tratamiento se dio en el momento en que acompañado y acompañante terapéutico caminaban por las cuadras de un barrio de la ciudad de Sao Paulo. La especificidad de este caso, o sea, la resistencia de Joáo a cualquier tipo de tratamiento institucional, resaltó, una vez más, la pertinencia del AT como estrategia para la instalación del dispositivo de tratamiento. Joao, que en otro momento se resistía a tratarse, que tenía a sus antiguos acompañantes terapéuticos como amigos "psicológicos" 2º que no le perforaban la mente, le tomó aversión a cualquier oferta de tratamiento que le fuese presentada. El obstáculo estaba dado: erá posible tener acompañantes terapéuticos, dado que no determinan un tratamiento. Un acompañante terapéutico le serviría como un buen compañero. Nada más. 19. Nombre ficticio. 20. Aquí se trata de un neologismo, dado que el sentido atribuido por Joao a la palabra psicológico se condice con la idea de que psicológico es aquel que lo respeta, que no lo atraviesa con una mirada perforante que le cause "asistitis''. ''Asistitis" también es un neologismo que será retomado a lo largo de la presentación de este fragmento clínico. Vale retomar la idea de que en la psicosis es frecuente la presencia de neologismos, en este caso, la invención de nuevas palabras o entonces la atribución de sentidos inexistentes a palabras ya conocidas. El caso Joao es riquísimo en neologismos, tal como el lector podrá constatar.
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bilización pudiese suceder en ese mismo espacio de la ciudad. Los tiempos previos a la instalación del dispositivo de tratamiento, ante un caso en que la faceta de lo aterrorizador se sobreponía a la faceta del amor, no se hacían presentes en este caso. La cuestión era que no le interesaba someterse a cualquier tipo de tratamiento, pero, curiosamente, las condiciones para una investigación del su jeto ante el borde de la locura estaban allí presentes, explicitadas, listas para ser aprovechadas. Rápidamente, el trabajo de investigación sobre sí, sobre sus experiencias de internación, sobre su posición ante los otros, sobre los recuerdos de su madre, en fin, puntos importantes fueron siendo dichos con tanta desenvoltura que el acompañante terapéutico llegó a sentir un extrañamiento. Joáo decía que, en la infancia, tenía una relación "tensiolítica" con la madre, ya que ella le daba protección, pero, al mismo tiempo, lo oprimía. Hablaba también de la "asistitis" cuya traducción se daba por la descomposición de esa palabra entre el sufijo titis, como equivalente de dolor o inflamación, y el verbo asistir, que consistía en ser asistido por el otro. ''Asistitis': por lo tanto, consistía en ser asistido por el otro de modo inflamado, lo que, según él, ilustraba el hecho de que las personas no "psicológicas" fueran perforantes con él, o, como mínimo, irrespetuosas. Bella descripción de la paranoia. Al respecto del uso de tantos anillos, había allí un detalle que llamaba la atención. Todo ellos eran bastante ostentosos, grandes, coloridos. Algunos, inclusive, fueron hechos por el propio Joao, con alambres y cuentas. Sin embargo, había uno, en la mano izquierda, que desentonaba por completo con los demás. Era un anillo discreto, que más se parecía a una alianza. Al preguntar sobre ese anillo, Joáo afirmó que tenía una utilidad especial. .. servía para espantar a las mujeres, para que ellas notasen que él era un hombre comprometido. Esa estrategia lo protegería de un supuesto interés de una mujer por él, ya que no le era posible sentir excitación. "Es muy peligroso sentir excitación, porque la excitación que aparece al frente puede ir para atrás''. Joáo también decía que la vida se descomponía en vida "cívica" y vida "psiquiátricá'. La vida "cívica" era la vida del bar, donde comía, la vida en la pensión que habitaba, sus idas constantes al estudio jurídico de su curadora. Vale resaltar que él no tenía más familia, lo que resultó en la necesidad del Estado de nombrar un curador para administrar su dinero, así como la creación -por parte de la propia curadora-y sostenimiento de on montaje institucional compuesto por acompañantes terapéuticos, un psiquiatra de la red pública, la propia curadora y, por que no, sin tener la menor noción de que eso sucedía, la dueña de b pensión y el gerente del bar. Pero había también una vida "psiquiátrica: des-
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cripta por él como momento~ de vacaciones de la vida "cívicá: o sea, los momentos psicóticos. Preguntando sobre el surgimiento de sus crisis, decía que las primeras señales eran el miedo que los otros le causaban y que, justamente por ese miedo, percibía que todos los que lo rodeaban querían perforarlo, atravesarlo ... Los otros se volvían realmente una amenaza. Cierto día, Joáo fue interrogado, una vez más, sobre el sentido de la palabra "asistitis". Él retomó la idea de que eso ocurría en función de los otros que lo ridiculizaban y que sus primeras señales consistían en una quemazón en el estómago. Fue en ese momento que el acompañante terapéutico le preguntó si él era capaz de inventar una palabra o una frase que contuviese la palabra "asistitis", para que él pudiese estar más tranquilo en el bar, sin sentirse tan acusado por las burlas de las personas que lo rodeaban. Joáo tomó para sí esa oferta de trabajo ... Se sintió tocado por la idea de que podría, por sí mismo, inclinarse por la creencia de que la vida "cívicá' pudiera volverse menos persecutoria. Tiempo después, Joáo y el acompañante terapéutico fueron a un bar que frecuentaban, cuyo nombre es "Catito". En el automóvil cantaba: "Catito, Catito, Catito mío. Pedazo de cielo que Dios me dio. Bendito, bendito, bendito la suerte, Bendito la suerte de ser tu amor': mezclando el portugués con el español. Una canción que mantenía el carácter erótico de la transferencia ... Sentados a la mesa, Joao se sorprendió con las palabras del acompañante terapéutico, que explicó el hecho de que adoraba las palabras inventadas por él para explicar lo que le ocurría, y que le llamaba la atención el hecho de que él no quisiera someterse a un tratamiento, ya que las conversaciones que tuvieron hasta aquel momento, en los alrededores de la pensión, eran propias de un tratamiento ... "¡Psíquico!", él completó la frase. Y, en seguida, afirmó que aquellas conversaciones le estaban haciendo bien, que eran distintas de las que entablaba con antiguos psiquiatras y que, si aquello era psicoterapia, valdría la pena continuar. El uso de la palabra psicoterapia hecho por Joáo, evidentemente, no pretendía realizar una distinción entre el alcance terapéutico determinado por los abordajes psicológicos y el alcance clínico oriundo del psicoanálisis. El énfasis dado en ese recorte se consolida con la idea de la instalación del dispositivo de tratamiento. Sin embargo, existe también otro aspecto importante a abordar: la articulación entre instalación del dispositivo de tratamiento con el procedimiento mirada en red, dado que la estrategia del acompañante terapéutico, en este caso específico, precipitó la creación de aquello a lo que Joáo denominó como psicoterapia y, consecuentemente, el enriquecimiento del montaje institucional de su tratamiento. Sin embargo, en nuestra discusión, el caso de Joáo será retomado, debido a su riqueza en la ilustración de determinado aspecto del AT: la perti-
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nencia de este procedimiento en el momento en que un acompañante terapéutico autónomo, proveniente de un equipo de trabajo constituido a priori, toma como parte del proyecto terapéutico el enriquecimiento de un montaje institucional de tratamiento.
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El manejo de la transferencia, por parte del acompañante terapéutico, fue el de realizar la investigación, la búsqueda de un sujeto que pudiese darle un contorno posible al retorno de lo real, propio de la crisis psicótica. No le fue indicada, a priori, una investigación psicoanalítica, pero la investigación mencionada ocurrió sin que Joáo tuviese conocimiento de qué se trataba, del modo en que Lacan formuló el manejo de la transferencia para el tratamiento posible de las psicosis -sostener los significantes, ser secretario del alienado en la búsqueda de significantes que pudiesen barrar el retorno de lo real, de aquello que no se somete a la simbolización-. Así mismo, una cuestión permanece suspendida . .. ¿Cómo teorizar la instalación del dispositivo de tratamiento en la paranoia? ¿Cuáles son los elementos presentes en la teorización de la creación de su dispositivo de tratamiento? ¿Hay una distinción entre la neurosis y la paranoia en esa cuestión? Proponemos, por lo tanto, retomar algunos aspectos de la teoría freudiana acerca de la noción de síntoma -circunscripto, evidentemente, a un contexto psicoanalítico y, por lo tanto, sin el bies médico que Freud le atribuía en la época de la hipnosis- para describir el modo en que un síntoma favorece la construcción del dispositivo de tratamiento o analítico en clínica de la neurosis. Tal digresión será pertinente, pues servirá de contrapunto para las consecuentes teorizaciones acerca de la construcción del dispositivo de tratamiento en la paranoia, a la luz del fragmento extraído y ya expuesto sobre el caso de Joáo. La noción de conflicto psíquico aquí adoptada, en un comienzo, coincide con la idea de que hay dos tendencias opuestas que buscan, entre sí, un acuerdo en21 tre las partes o, como Freud (1899) afirma, una solución de compromiso. Se apoya sobre una metáfora; en este caso, la regla de suma de vectores oriunda de la física de Isaac Newton. Para representar dos fu erzas que tienen sentidos distintos y que actúan sobre un mismo objeto, se propone que las representaciones vectoriales de esas fuerzas sean puestas sobre un mismo punto y que se trace una recta paralela a uno de los vectores a partir de la extremidad de otro vec21. Para esta discusión, sugerimos la lectura de Freud, Sobre los rec11errlos c11rnl11·ir/ores, de J 89~.
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tor y que se repita esa misma operación con el otro vector. La consecuencia d" esas dos operaciones reside en el encuentro entre esas dos rectas trazadas posteriormente, en otro punto que no es el del vértice presente en el encuentro d,. las dos fuerzas inicialmente representadas. La fuerza resultante de las dos fu erzas puede ser representada, gráficamente, a partir de los dos puntos establecidos en ese procedimiento, en este caso, el vértice inicial donde se pusieron las fuerzas iniciales y el punto presente entre el cruce de las rectas trazadas posteriormente. La representación de esa tercera fuerza, denominada fuerza resultante, equivale a la acción de las dos primeras fuerzas existentes en el sistema inicial. Podemos pensar el conflicto psíquico de esa misma manera. Por un lado, hay una pulsión sexual, de carácter inconsciente, que implica una representación. Por el otro, existe la pulsión yoica o de autoconservación -que en ese momen to de la teoría freudiana puede ser comparada con la moral-, ligada a la consciencia y que se verá amenazada por la acción de dos fuerzas que tienen, entre sí, destinos distintos. Por un lado, la pulsión sexual anhela la satisfacción; por el otro, el objeto a ser elegido por la pulsión sexual amenaza la integridad yoica y, como consecuencia, se establece el conflicto. El síntoma es la consecuencia del conflicto entre dos fuerzas y puede ser descripto como un acuerdo entre la acción de esas mismas fuerzas. Hay una solución de compromiso - una especie de acuerdo entre las partes-, dado que el representante de la pulsión sexual, en el síntoma, se torna desfigurado y su retorno deja de amenazar la integridad yoica. De ese modo, interrogamos el estatuto del síntoma en la clínica psicoanalítica22 de la neurosis. A diferencia de la ética médica, en la que el síntoma es pensado como un disturbio que exige remoción -ya que se detecta su etiología y la acción incide en la causa del síntoma para ser removido- , el síntoma articulado al psicoanálisis asume otro estatuto. Además, y como ya fue dicho, Freud abandonó la teoría del trauma y la teoría de la seducción -su bies mecanicista del síntoma- para conferirle una nueva atribución. El síntoma psicoanalítico no es pasible de ser removido, sino de ser interrogado. La presencia de alguien que sufre delante de un psicoanalista no es algo trivial. Se sabe que ese movimiento, el de procurar un análisis, indica una predisposición importante por parte de ese candidato. Existen innumerables formas de lidiar con el sufrimiento humano en nuestra contemporaneidad, tales como la confesión de un cura, una visita a una casa de culto umbanda, la invitación heha a un amigo para tomar una cerveza, el uso de medicamentos o hasta el uso 22. El argumento qu e se presenta a continuación es una síntesis de dos conferencias introductorias de Freud, qu e dat an de los ai'ios 1915-1916, cuyos títulos son El sentido de los síntomas y Fijación ol tr m111111, lo /11 rn 11 1·rim t1·. con ferencias de número 17 y1 8, respectivamente.
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de drogas ilícitas, libros de autoayuda, entre otros. Hay varias posibilidades de encauzar el sufrimiento humano, e ir al psicoanalista es solamente una, de entre tantas. No obstante, marcar un horario para una entrevista es una actitud valiosa, que debe ser manejada con mucho cuidado.
lista: corno aquel que posee un saber sobre su dolor. El neurótico tiene dudas sobre la propia existencia, dudas que remiten a la propia división del sujeto, y diri ge una suposición de saber hacia el analista. Se puede afirmar que el neurótico, bajo el bies de la duda, acaba por sostener una de las paradojas psicoanalíticas, ya que la construcción de su dispositivo pasa por la creencia de que el analis ta es poseedor de una verdad personal para él, al mismo tiempo que, de hecho, lo que interesa en un análisis es la construcción de un saber sobre sí mismo, saber que está al lado del propio analizante, pero que, en el momento de la formu lación de la cuestión analítica, el candidato a análisis, inclusive, se enfrenta co n ese saber inconsciente. Tal enfrentamiento es importante, pues sirve como una especie de motor para la manutención de la asociación libre -que además, de libre no tiene nada, dado que es determinada por el inconsciente, una paradoja más de la técnica psicoanalítica-. Por último, la oferta del diván coincide con ese momento de formulaci ón de la cuestión analítica. Su oferta coincide con algunos puntos: existe, por parte del analista, un consentimiento de que él será responsable de la conducción de ese análisis, consentimiento que asume un estatuto de acto. Un analista, al ofrecer el diván a aquel que en otro momento era un candidato a análisis, pasa, en ese momento, a tomarlo como su analizante, asumiendo los pros y los con tras de esa decisión. Por parte del analizante, acostarse en el diván es barrar la pulsión escópica: al retirar la figura del analista de su campo de visión, el analizante, en la asociación libre, tendrá más comodidad para avanzar en sus aso ciaciones libres -lo que otorga al diván una dimensión ética- al propiciar un apagamiento del analista y, en consecuencia, favorecer la emergencia del objeto a, la faceta de goce del ser y el encontrarse con su falta, a lo largo de la travesía del fantasma. ¿Y la paranoia? ¿Cómo se da allí la construcción del dispositivo de tratamiento?
La instalación del dispositivo analítico no es algo dado a priori, sino construida por el modo en que un analista interroga el síntoma neurótico, considerado como equivalente del sufrimiento psíquico23 . Freud sugiere el término neuro24 sis de transferencia , en que una neurosis artificial es constituida, en la transferencia, a partir del sufrimiento del candidato a un análisis. Aquel que sufre acostumbra a responsabilizar a los objetos de la realidad como causantes de su sufrimiento. Establecer una neurosis de transferencia significa realizar un giro, significa para el candidato al análisis salir de una posición de víctima, por el dolor que siente a causa de los otros, para adoptar otra posición, la de responsabilizarse por el propio sufrimiento. La queja se transforma en una demanda 25 dirigida al analista. Por su parte, el analista sostiene una "cara de nada': hace semblante de saber, recibe la dirección de la cuestión y, en contrapartida, pide al analizante26 que hable más, que se explaye sobre la pregunta que le formuló ... El acento recae, una vez más, en sostener el descubrimiento fundamental de la asociación libre -que también ocurre en el momento del tratamiento de ensayo o entrevistas preliminares-, con el objetivo de sustentar la posición ética del psicoanálisis, que el propio analizante va a encontrar las respuestas a sus interrogantes. De acuerdo con Quinet (1999), la formulación del diagnóstico psicoanalítico coincide con la construcción del dispositivo analítico, lo que, en el caso de la neurosis, se condice con la transformación del sufrimiento psíquico en cuestión de análisis y con el lugar consecuente en que el candidato al análisis sitúa alana23. António Quinet, en su libro denominado As 4+1 condif6es em análise (Río de Janeiro: Jorge zahar, 2005 ), también es bastante esclarecedor en cuanto al tema de los elementos que componen la técnica psicoanalítica de la clínica de las neurosis, el uso del dinero en el análisis y aquello que se espera como producto final de un análisis. 24. Discusión presente en los artículos sobre la técnica psicoanalítica, constantes del volumen 12 de las Obras completas de Freud, 1911-1915. 25. Freud sugiere, en el texto Fijación al trauma, lo inconsciente (1916), un modo interesante de interrogar el síntoma. Preguntas del tipo desde cuando, cómo fue, son recomendables porque llevan al candidato al análisis a remitirse a las cuestiones de su propia :novela familiar, punto fundamental para la elaboración de una demanda analítica. 26. Existe una discusión interesante acerca del modo en que se denomina a aquel que se somete a un análisis. Existen muchas expresiones, tales como: paciente, cliente, analizante, y analizado. La expresión analizan te tiene un sentido interesante, en la medida en que se le atribuye la idea de que aquel que se somete a un análisis tiene un papel activo en los descubrimientos sobre sí mismo.
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4.4.1 La construcción del dispositivo de tratamiento en la paranoia Nuestra propuesta de discusión se inscribe en una comparación con lo que fue dicho en relación a la construcción del dispositivo de tratamiento psicoanalítico en la paranoia -y sus desdoblamientos-, así como describir la especificidad de la creación de su dispositivo de tratamiento. En cuanto al diagnóstico psicoanalítico, un primer aspecto a ser resaltado es el hecho de que el paranoico es tomado por certezas absolutas -a diferencias del neuróti co, que formula su cuestión de análisis en el ámbito de la duda- . La
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certeza no es pasible de cuestionamientos; no es posible interrogar a un paranoico, intentar contradecirlo en sus dichos ... Cierta vez, Joao afirmó que los ómnibus de la prefectura de Sáo Paulo estaban girando para la derecha, con el riesgo inminente de volcar, justamente porque él estaba allí, presenciando ese hecho. Otro paciente, en crisis psicótica, afirmó haber visto a Nuestra Señora de Fátima desnuda, dándole ordenes a través de un chip puesto por ella en su tercer molar. La certeza psicótica, el delirio son fenó menos de lenguaje que denotan la no inscripción del psicótico en la norma fálica, ya que no existe el deslizamiento del significante y la atribución de un sentido, en el a posteriori, en el momento en que se pone un punto final en la frase. De ese modo, un paranoico se apega a un significante y, en torno a él, dirige lo dicho al analista, de modo tal de tratar su sufrimiento sin esperar que un ' analista posea un saber sobre su delirio. No existe, en la paranoia, la suposición de saber de un analista. El paranoico sabe exactamente aquello que pasa consigo. Ese es un punto de suma importancia para la formulación de un diagnóstico psicoanalítico de la estructura psicótica. El lugar que un analista ocupa, en la transferencia, es el de testigo, el de aquel que no recibe ningún tipo de direccionamiento de una demanda de saber. Eso no significa que no haya una demanda de tratamiento para un sujeto psicótico. De hecho, no es posible afirmar que el psicótico demande un saber de un analista, pero, en función de su sufrimiento, es legítimo atenerse a la recomendación de Lacan, según la posición de que el psicoanálisis no puede retroceder ante la locura. Pero entonces, si no hay una demanda de saber en la paranoia, ¿cómo teorizar la construcción de su dispositivo de tratamiento? No se trata de establecer una neurosis de transferencia, tal como ocurre en la neurosis, pues ese manejo es imposible para el sujeto psicótico. Además, la dirección de tratamiento en la psicosis, su cura, no pasa por el intento de inscribirlo en una norma fálica. No se puede, por lo tanto, de tornar en neurótico a un psicótico. He aquí lo que se puede deducir de la advertencia freudiana, confirmada por la continuidad que Lacan le dio a su enseñanza, así como por la propia experiencia analítica (QUINE1; 1999, p. 22).
De allí la necesidad de realizar un diagnóstico psicoanalítico, teniendo en cuenta que los manejos de la transferencia son absolutamente dispares, cuando se trata de estructuras clínicas distintas. En ese contexto, una condición previa para que ese trabajo ocurra -esa investigación, esa búsqueda de un sujeto que se encuentra delante del borde de la locura- consiste en el establecimiento de una transfcn:ncia en que la fo cct;:i
del amor absoluto supera al odio terrorífico, tal como fue visto anteriormente, sobre todo en el caso Emerson. Otra condición importante condice con aquello que Pommier describe acerca de la paradoja inherente al lugar que un analista ocupa en la transferencia: ser objeto de una transferencia simbiótica y, al mismo tiempo, vaciar la propia presencia. Esas condiciones previas permiten el establecimiento del dispositivo de tratamiento en la paranoia, que se instaura en el momento en que el psicótico se percibe en un trabajo de bricolage sobre sí mismo, en el intento de resignificar su delirio, en dirección a la construcción de una metáfora delirante o en la construcción del sinthome. Está claro que se trata de orientaciones absolutamente distihtas en términos de dirección de tratamiento. Por ahora, vale destacar que ambas son propuestas de cura de lo incurable27, de tratamiento del sufrimiento psicótico -la construcción de una metáfora delirante o la construcción del sinthome- exigen el establecimiento de una transferencia propicia al tratamiento posible de la psicosis, tal como fue descripto anteriormente. Fue lo que sucedió con Joao. En el momento en que él se puso a trabajar sobre aquello que le ocurría, en el momento en que autorizó al acompañante terapéutico a compartir su esfuerzo de resignificación de su relación "tensiolíticá' con la madre; sus estrategias para soportar la convivencia con el otro -sus anillos, la "asistitis" -, así como su curiosidad por explorar la propuesta de crear una palabra o una frase que barrase la quemazón del estómago y su consecuente miedo que los otros le causaban, aun así, cuando Joao se vio, no más actuando sobre su delirio, pero compartiéndolo con el acompañante terapéutico, en la transferencia, en un trabajo de bricolage sobre sí mismo y, por último, cuando Joao consintió nombrar ese trabajo de bricolage como psicoterapia y autorizarlo, de modo tal de legitimar su pertinencia en relación al tratamiento de su sufrimiento, se puede, en fin, afirmar que se constituyó el dispositivo de tratamiento en la paranoia. Pero, resta una cuestión: ¿por qué un paranoico retoma el tratamiento? Justamente porque fue instituido el dispositivo de tratamiento, porque el manejo de la transferencia no lo remitió a la imposibilidad de lo simbólico, porque no fue evocada la realidad empírica como un contrapunto, en suma, porque no fue posible circunscribir el dispositivo de tratamiento como un espacio de construcción de la metáfora delirante o del sinthome, de modo tal de compartir, en la transferencia, algo que en otro momento era actuado. El dispositivo de tratamiento de la paranoia consiste, por lo tanto, en una oferta de contorno a lo real 27. Incurable, pues como ya vimos, una vez determinada la estructura psicótica, en el momento de estructuración de la subjetividad en la primera infancia, no es posible modi ficarla.
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que no puede ser simbolizado, cuando un profesional maneja la transferencia según la indicación clínica ofrecida por Lacan en el Seminario 3, Las psicosis, la de ser secretario del alienado, para posibilitar al sujeto reconstruir su historia. Así mismo, la presente discusión se circunscribe en torno de la instancia psíquica denominada narcisismo primario, yo ideal o estadio del espejo. El lector puede recordar el esquema 1 de Lacan, en el cual, al trabajar la construcción de la metáfora delirante, incluyó también otra instancia psíquica, el ideal del yo no barrado y la consecuente suplencia simbólica. Eso hace posible afirmar que la dirección del tratamiento se orienta entre ellos. Hasta aquí, desde la discusión acerca de la demanda del otro a la instalación del dispositivo de tratamiento, quedamos ligados -en cuanto al material clínico- al narcisismo primario, al yo ideal o al estadio del espejo. La inclusión del ideal del yo no barrado en la discusión del tratamiento posible de la paranoia supone otro tiempo, posterior a la instalación del dispositivo de tratamiento, tal como será presentado en los próximos capítulos. Por último, constatamos innumerables trabajos existentes en la literatura psicoanalítica sobre la construcción del dispositivo analítico en la neurosis y una enorme escasez sobre la instalación del dispositivo de tratamiento en la paranoia, lo que nos indica una cuestión: ¿hay manera de formalizar la entrada de un paranoico en un tratamiento posible? ·
CAPÍTULO
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Una nueva indicación clínica para el tratamiento posible de las psicosis: el sinthome y el lazo social
Joyce tiene un síntoma que parte de que su padre era carente, radicalmente carente. Sólo habla de eso. He centrado la cosa en torno del nombre propio y he pensado que por querer hacerse un nombre Joyce compensó la carencia paterna[. .. ] Es claro que el arte de Joyce es algo tan particular que el término sinthome es justo el que le conviene (LACAN, 1975-1976, p. 91).
Vimos en el capítulo denominado "Puntualizaciones sobre el padre en el psicoanálisis: un avance teórico y una dirección clínica para el tratamiento posible de las psicosis'', el modo en que Lacan se inclinó por el texto freudiano al ofrecer una indicación clínica: la construcción de la metáfora delirante. En aquel momento de su obra, atravesada por la teoría del significante y del lenguaje, Lacan fue capaz de superar el obstáculo freudiano acerca del tratamiento posible de las psicosis al proponer un manejo de la transferencia -el testimonio del delirio o el secretario del alienado-. Para Lacan, lo que no puede ser simbolizado, en la psicosis, retorna por la vía de lo real. El delirio, por lo tanto, tiene ese estatuto -una consecuencia del retorno de lo real-, cuyo tratamiento incide en escucharlo, con el objetivo de construir una metáfora delirante capaz de construir contornos al retorno de lo real que fuera forcluído. Sin embargo, con los avances teóricos de Lacan, la noción de metáfora delirante como dirección de tratamiento fue sustituida por la noción de construcción del sinthome. Aquí reside un argumento importante, en la medida en que se abre una nueva dirección de tratamiento para las psicosis, en este caso, incluir la dimensión del lazo social, de modo tal de avanzar todavía más en el debate acerca de los tratamientos posibles de las psicosis. La construcción de la metáfora delirante así como las suplencias imaginaria y simbólica- abre el espacio para una posiión posible de cada sujeto psicótico frente al lazo social. Para Lacan, en ese mo-
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mento de su teoría, esa es la cuestión ... ¿De qué manera un psicótico puede construir su sinthome, para posibilitar un amarre posible y singular con el lazo social? La cuestión anterior remite al estatuto del Nombre-del-Padre, que sufre cambios a lo largo de la obra de Lacan, tal como se presenta a continuación. El propósito mayor de este capítulo es presentar un cambio importante en el estatuto del Nombre-del-Padre en la estructuración de la subjetividad y ofrecer los subsidios teóricos necesarios para la discusión acerca de la paranoia y el modo en que se constituye el anudamiento de los tres registros -real, simbólico e imaginario- en ese tipo clínico de la estructura psicótica. Se hace, por lo tanto, una mención a las teorizaciones de Jacques Lacan sobre Joyce. No porque Joyce fuese un paranoico ... Además, Lacan (1975-1976) afirmó que, desde el punto de vista clínico, Joyce no era analizable. "En fin, está claro que él era poco predispuesto al análisis" (LACAN, 1975-1976, p. 77). Sin embargo, las teorizaciones de Lacan sobre Joyce ofrecen una preciosa indicación clínica para el tratamiento posible de las psicosis, en el momento en que él justamente afirma que la carencia paterna de Joyce fue reemplazada por su escritura, su arte y sus efectos de lazo social como suplencia a la forclusión del Nombre-del-Padre. La clínica nos demuestra que los paranoicos se aproximan más a Schreber que Joyce: la sepultura del mundo, las crisis, las alucinaciones, los delirios, el desmantelamiento de lo imaginario. La noción de sinthome es sin duda alguna una contribución que indica un camino posible para los tantos "Schreberes" que llegan a la clínica. El recorte clínico de este capítulo serán fragmentos de la escritura del caso Joao. De ese modo, presentaremos una breve reflexión acerca de la concepción de real desde el Seminario Aun, con el objetivo de ofrecer un punto de partida para el lector. ¿De cuál real se trata en ese momento de la obra de Lacan? En el seminario mencionado, Lacan no abordó la cuestión del padre, lo que entonces desemboca en una discusión sobre el registro de lo real, simbólico e imaginario y el entrelazamiento de ellos a partir de la figura topológica del nudo Borromeo de tres elementos. Optamos por presentar esta reflexión como punto de partida para, posteriormente, retomar los avances de la teoría del Nombre-del-Padre en ese momento de la obra lacaniana, más precisamente a partir de los Seminarios R.S.I. y El sinthome, pues en ellos Lacan nos ofrece subsidios teóricos importantes para pensar la subjetividad humana, además de sus desdoblamien tos en el tipo clínico de la paranoia. ¿Cuál es el estatuto del Nombre-del-Padre en la teoría de los nudos borromeos? ¿Cuáles consecuencias provoca la forclu sión del Nombre-del-Padre en el nudo borromeo de la paranoia, tanto desde el punto de vista de la teoría como también de la indicación clínica?
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5.1 La noción de real y el nudo borromeo Lacan, en el Seminario 20, Aun, se interroga al respecto de las repeticiones presentes en un tratamiento en un análisis de neuróticos. ¿De qué forma Lacan teorizó ese fenómeno clínico, de modo tal de inaugtirar una nueva indicación clínica psicoanalítica? Lacan (1973-1974) inicia su seminario problematizando la noción de goce 1 del ser. Él afirma que el goce del ser es comandado por el superyó, que tiene como imperativo: "Goza'' (LACAN, 1973-1974, p. 11). Es en el orden del goce del ser que podemos entender lo que Freud desarrolló acerca de la pulsión de muerte. Ese goce del ser nos da la posibilidad de reflexionar sobre la clínica, sobre todo cuando entendemos ciertos fenómenos clínicos, tales como ciertos momentos subjetivos en que un análisis parece no avanzar. ¿Qué hace que un analizante permanezca en sus repeticiones? ¿Cómo entender ese fenómeno clínico, ya teorizado por Freud en los artículos técnicos? El goce del ser es algo del orden del no querer saber de eso, a pesar de que el goce permanezca allí. .. aun. El goce del ser se condice con la pulsión de muerte, cuya evidencia clínica son las repeticiones. El concepto de real también es relevante para la presente reflexión, dado que Lacan propone una equivalencia entre el goce del ser y el registro de lo real. Hay algo de las repeticiones que insiste, retorna y que tiene consigo un carácter de ser irrepresentable. A partir de un cometario de Rabinovich (1993), se presentan cuatro puntualizaciones sobre lo real: Lo real es lo que retorna siempre al mismo lugar, lugar de semblante. En ese sentido, no es posible instituirlo a partir del registro de lo imaginario, tal como puede indicar, a primera vista, la noción de lugar. Lo real es formulado a partir de lo imposible de una modalidad lógica. Lacan define lo imposible como aquello que no deja de no inscribirse. Y describir también la incompatibilidad entre lo imaginario del mundo y lo real, de modo tal de afirmar la imposibilidad de alcanzar lo real a través de la representación. Existe una relación entre lo real y lo no todo, que trae consigo modalidades de escritura con las fórmulas de sexuación. Afirma que lo real no es universal y, siendo así, no es posible afirmar que existan todos los elementos de un conjunto que puedan demostrar una universalidad. Hay conjuntos que pueden ser de1. Porge (2006) dcstac:i el hecho de que Lacan deseó designar el campo del goce como el campo lacaniano. l ~xlN t l' li , tk hrc ho, varias modalidades de goce, tales como "goce mortal, el goce del se r, el gon· 11\lh n, 1•1111111• 111-1Otro, el plus de gozar" (PORCE, 2006, p. 2119).
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terminados según el caso. Por eso, se afirma que lo real implica, en su sentido más estricto, la idea de que cada uno de sus elementos sea idéntico a sí mismo. Aun resta articular la noción de goce del ser o real con el uso de la topología, pues introducimos en ese contexto la teoría de los nudos borromeos. ¿Cómo pensar el concepto de topología? Lacan (1973-1974) establece una equivalencia entre estructura clínica y topología. La topología, por no ser una metáfora o un modelo, acaba por nodular el goce del ser o lo real del goce, así como la estructura -donde se manifiesta lo real a través del lenguaje-. La topología es un saber sobre la posición del sujeto del inconsciente ante lo dicho y el decir. La posición desde donde habla el sujeto, y donde aloja su goce, lo sitúa en una topología de los dichos, con efectos de sentido, en los cuales existe un decir, [. .. ]un discurso, fuera de sentido por él mismo (POR GE, 2006, p. 226).
Existe, por lo tanto, una correlación entre lo dicho y el decir, y lo dicho asume una condición de verdad. La verdad, a diferencia del mandamiento jurídico de decirla toda, en la experiencia analítica puede ser dicha solamente por la mitad, por el medio-decir [... ] toda la verdad, es lo que no puede decirse. Ella sólo puede decirse a condición de no extremarla, de sólo decirla a medias. (LACAN, 1973-1974, p. 124). Tal imposibilidad, la oposición al mandamiento jurídico, se explica en función de que el goce del ser asuma el estatuto de límite, que puede ser elaborado a partir del semblante del analista. La clínica psicoanalítica apunta a una experiencia que busca un saber sobre la verdad. Lacan (1973-1974), en ese momento de su enseñanza, se preocupó por realizar un paso importante sobre la teorización de lo real a través de la formalización matemática, al disponer de la figura topológica del nudo borromeo de tres elementos, siendo que cada uno de ellos representa el registro de lo real (R), de lo simbólico (S) y de lo imaginario (I). Vale resaltar que cada uno de los registros citados no asume un valor mayor que el otro. No hay una jerarquía entre ellos, lo que entonces se podría escribir I.S.R. o mediante cualquier otra combinación posible. Para Lacan, la topología sirve como una estrategia de formalización de los límites, de los obstáculos de un análisis o, según Lacan, "los puntos de impasse, de sin salida, que muestran a lo real accediendo a lo simbólico" (LACAN, 1973-1974, p.126). Para Lacan, es la matematización que toca lo real, de acuerdo con el discurso analítico.
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5.2 El Nombre-del-Padre y la paranoia A partir del Seminario R.S.I, Lacan se propone a trabajar el nudo borromeo con cuatro elementos, lo que indica una búsqueda de estabilizar el anudamiento de tres elementos o, entonces, estabilizar la propia estructura. El cuarto elemento, Lacan ( 1974-197 5) enfatiza, es el Nombre-del-Padre, presentado como el articulador primordial de los tres registros, lo real, lo simbólico y lo imaginario. El significante Nombre-del-Padre, en los comienzos de la enseñanza de Lacan, fue presentado como S2 , en la medida en que era responsable por realizar la substitución del significante Deseo de la Madre, este sí considerado como S1• Ese pun to es importante para entender la fundamentación teórica que sigue a continuación. Así, el Nombre-del-Padre asume el estatuto de "nombrar" o, dicho de otro modo, una función articulada a un acto, considerando que el acto, según Lacan, consiste, justamente, en algo que opera pero que el propio sujeto desconoce. No se trata de apoyarse en un saber inconsciente, propio de un S2 • Es en ese sentido que el pasaje del Nombre-del-Padre como S1 asume una subversión en la enseñanza de Lacan, no tan sólo un progreso del mismo. El Nombre-del-Padre deja de ser una función predominantemente simbólica, tal como lo fue en la década del '50, en el momento en que trabajó en los tres Tiempos del Edipo la teoría de la sustitución del significante Deseo de la Madre -presente en el primer tiempo- por el significante Nombre-del-Padre -cuando se inicia el segundo tiempo-, como aparece, por ejemplo, en la fórmula de la Metáfora Paterna. 2 Lacan (1974-1975) comenta en el Seminario R.S.I que Freud, sin saber, ya propuso algo similar, cuando reconoció en el concepto de realidad psíquica el germen de los desdoblamientos que Lacan sostiene. La prohibición del incesto es estructural, pues en ella existe la interdicción del incesto y del consecuente sujetamiento del niño al estatuto de lo simbólico. Freud nombró a esa operación como Complejo de Edipo. Lacan despeja el concepto al esclarecer mejor la operación del Nombre-del-Padre no como nombre, sino como "nombrador': como aquel que sustenta lo simbólico, en un acto de amarre de los tres registros. Nomc-do-Pai
2. • 15escjo Ja füc
.
Dcscjo da MAc
Significado para o •ujcuo -· Nomc-do-Pai
A_) ~Faf°J La fórmula de la metáfora patern a es
(.
una representación de los tres tiempos del Edipo. El lector puede interrogarse respecto a la anotación NP, referente al Nombre-del-Padre, que aparece arriba de la barra en la primera fracción. La escritura de la fórmula de la Metáfora Paterna se dio de ese modo, pues en el primer tiempo del Edipo existe una identificación con el rasgo unario y, por lo tanto, con el registro de lo simbólico, dado que hubo un consentimiento de la madre a la entrada del padre, que ocurre en el segundo tiempo del Edipo, pero que exige el consentimiento de la madre como condición previa.
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Porge (1998) analiza el movimiento de Lacan respecto de esa proposición, el Nombre-del-Padre como un cuarto elemento del nudo borromeo capaz de amarrar los registros de lo real, simbólico e imaginario. Lacan afirma que fue el propio Freud el inventor de la idea del amarre de lo real, simbólico e imaginario. La frase "lo que Freud instaura con su Nombre-del-Padre idéntico a la realidad psíquica'' (LACAN apud PORGE, 1998, p. 157), cuyo acento reside en la palabra "su", indica dos consideraciones: Él es un Nombre-del-Padre porque es una nominación del padre en los dos sentidos del término: nominación de una función del padre y nominación producida por Freud, a quien se puede imputar ser el padre del psicoanálisis. Nombrando el complejo de Edipo, Freud refiere esta paternidad a un significante y a un acto de nominación (PORGE, 1998, p. 157).
No obstante, vale retomar un aspecto citado respecto a la idea del Nombredel-Padre como amarre de los tres registros. Porge (2006) avanza en esa discusión al retomar la idea de Lacan al respecto de los Nombres-del-Padre, en plural, cuando Lacan afirma que los Nombre-del-Padre son nombres en plural, pero que no superan el número tres -tres registros, real, simbólico e imaginariocuyo nombramiento pasa a ser Nombre de Nombre de Nombre. "El Nombre de Nombre de Nombre es el nombre al cual responde, si a él se identifica, aquel que, nombrado por la madre, nombra" (PORGE, 2006, p. 179). Es interesante resaltar que no se trata más que de una sustitución de un significante por el otro, de modo tal de esperar una palabra plena del padre para que la metáfora paterna ocurra. En ese sentido, Lacan afirma que la transmisión simbólica pasa por lo no dicho, al ironizar, justamente, al padre de Schreber: "Se los he dicho simplemente al pasar en un artículo sobre aquel Schreber: nada peor (pire), nada peor que el padre (pere) que profiere la ley sobre todo. No hay padre educador sobre todo, sino más bien rezagado respecto de todos los magisterios:' (LACAN, 1974-1975, p. 23). Evidentemente, Lacan ironiza el hecho de que el eminente educador, de principios rígidos, inventor de aparatos para corregir la postura corporal de niños, fue incapaz de cumplir su función de nombrador. Daniel Gottlieb Moritz Schreber (1806-1861), el padre de Schreber, supo dictar muchas reglas, pero absolutamente inoperantes. Excesivas palabras al viento ... Y por hablar de Schreber, aun queda un abanico de cuestiones abiertas: ¿de qué manera la noción de real, trabajada en la década de 1970 por Lacan, contribuyó para el tratamiento posible de la paranoia? ¿Cómo pensar la idea del nudo borromeo en esa clínica? ¿Y el sinthome? Para respond er a esas cuestio-
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nes, antes de verificar la aplicabilidad de la contribución de Lacan a la noción del sinthome en la clínica de la paranoia, vale remitirnos al ejemplo de Joyce y a su modo de amarre de los registros de lo real, simbólico e imaginario; o, dicho de otro modo, interesa verificar el estatuto teórico que la escritura de Joyce asu me como sinthome. A partir de lo que presentamos, nos preguntamos acerca del caso Joyce. El acento está en la palabra "caso': ya que lo que interesa para el psicoanálisis no es algo del orden de una crítica literaria, ni nada parecido. El caso Joyce enseña algo al psicoanálisis en la medida en que su relación con la escritura abre cami no para elaboraciones teóricas importantes, tales como los Nombres-del-Padre, en plural. Todo lo que asume estatuto de Nombres-del-Padre adquiere el carácter de cuarto elemento, lo que sustenta el amarre de los tres registros. Sin embargo, se abre una cuestión: ¿qué ocurre cuando ese cuarto elemento es forcluído de la constitución edípica? Lacan afirma que la ausencia de ese cuarto elemento puede delimitar algo que pasa a ocupar el lugar de suplencia. Joyce, a partir de su escritura, mostró al psicoanálisis que es posible construir suplencias para la ausencia del Nombre-del-Padre como S1, como aquel responsable por sustentar el amarre de lo real, simbólico e imaginario. Es, inclusive, en función de las suplencias tan bien sustentadas en Joyce que es posible afirmar, desde Lacan, que Joyce no era un psicótico, al menos desde el punto de vista clínico. Los tres elementos posibles que hacen suplencias son: el sinthome, el hacerse un nombre y el ego, que, por asumir el estatuto de si y no de s2 permiten una compensación de una ausencia de amarre, o un nudo mal logrado, específico de la paranoia. La primera referencia al nudo de trébol o al nudo de la paranoia, en el Seminario El sinthome, aparece en la clase del 9 de diciembre de 1975.
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[... ] esto, que constituye un nudo, [. .. ] el nudo más simple, el nudo que ustedes pueden hacer es el mismo que éste, con cualquier cuerda, la más simple, es el mismo nudo que el nudo borromeo, aunque no tenga el mismo aspecto (LACAN, 1975-1976, p. 42)
El sinthome, por lo tanto, se consolida con la idea del cuarto elemento que articula los tres registros, no más en cadena, sino en amarre, donde, inclusive, ofrece sustentación al sujeto. Es dentro de ese contexto que Lacan (1975-1976) afirma:
En ese punto del seminario, Lacan discute la relación entre los tres registros al afirmar que el nudo borromeo en forma de trébol o nudo de la paranoia manifiesta una superposición o continuidad entre esos mismos registros: "En el nudo de 3, es decir en el hecho de que pongamos a lo Simbólico, lo Imaginario y lo Real en continuidad, no nos asombraremos de que allí veamos que no hay sino un único nudo de 3 [... ] que homogeneiza el nudo borromeo, no hay por el contrario más que una sola especie" (LACAN, 1975-1976, p. 52). Lacan, inclusive, dispone de un neologismo para ilustrar esa idea: cacle-nudo. La conjunción de las palabras cadena y nudo para ilustrar la idea de una articulación entre los tres registros. Aun, en la ausencia de un cuarto elemento, lo real, simbólico e imaginario permanecen en nudo de trébol, en continuidad u homogeneizados. El cuarto elemento reorganiza el nudo, como un ArTiculador entre los tres registros, y al romper la continuidad del nudo de trébol establece una cadena. El cuarto elemento, en la paranoia, debido a la ausencia del Nombredel-Padre, son las suplencias: el sinthome, el hacer un nombre propio y el ego. En un comienzo, es interesante la distinción entre la grafía síntoma, sin la letra h y la grafía sinthome. Síntoma condice con el modo en que el sujeto goza su inconsciente, con el modo en que este último lo determina. Se destaca allí una distinción entre lo que se produjo en términos de síntoma desde la Instancia de la letra ... , el síntoma como metáfora, ya que el síntoma, a partir del Seminario Aun, se articula con lo real del goce, con aquello que insiste articulado entre el registro de lo simbólico y de lo real. Para Lacan, Joyce está desabonado del inconsciente, al no producir síntoma, pues no hay nada que se articule con su inconsciente y en un sentido posible, no hay sufrimiento. El goce de Joyce en relación al síntoma excluye la posibilidad de remitirse al Otro. Su escritura, si fuera posible compararla con el síntoma, excluye la dimensión del sentido, ya que se articula solamente al goce de poder escribir, se puede afirmar que la escritura de Joyce está al lado del sinthome. En ese contexto, se evoca la alegría de Joyce en poder escribir. La suplencia del sinthome se refiere al nombramiento simbólico, ya que denuncia su relación con la letra y el goce. En este sentido es que se puede retomar a Joyce como desabonado del inconsciente; su escritura no es interpretable, solamente permite deducir la función del padre que nombra como suplencia de la ausencia del Nombre-del-Padre{. ..] (RJ\ VINOV ICI /, 1993, p. 187).
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[. .. ] es siempre de tres soportes que llamaremos en la ocasión subjetivos, es decir personales, que un cuarto tomará apoyo. Y, si ustedes se acuerdan del modo bajo el cual he introducido este cuarto elemento, cada uno de los otros está supuesto constituir algo personal respecto de esos 3 elementos, el cuarto será lo que enuncio este año como el sinthome (LACAN, 1975-1976, p. 50).
Es en esta perspectiva que Lacan se interroga al respecto de cómo interrogar al sujeto, este último sustentado por el nudo. La reluctancia de Lacan en publicar su tesis de doctorado sobre la psicosis, en la presente perspectiva, se distingue de la noción de personalidad. El sujeto se ubica en el sinthome, en el cuarto anillo del nudo. En cuanto a la posibilidad de hacerse un nombre como suplencia del Nombre-del-Padre, es posible notar que es ahí donde reside el problema del nombramiento. Existe un pasaje del Seminario El sinthome en que Lacan se interroga acerca de la locura de Joyce y de su consecuente deseo de ser un artista. Ahora bien, ser un artista, crear una obra literaria asume un estatuto de suplencia a la ausencia del padre o, en otras palabras, de compensación. ¿No hay algo, diría, como una compensación de esta dimisión paterna, de esta Verwerfung [. ..], en el hecho de que Joyce se haya sentido imperiosamente "llamado"? Éste es el término, es el término que resulta de un montón de cosas en su propio texto, en lo que ha escrito, y que ése sea el resorte propio por el cual en él, el nombre propio, sea algo extraño (LACAN, 1975-1976, p. 86).
Es dentro de ese contexto que Lacan problematiza la construcción del nombre propio, en la medida en que el nombre propio fue lo que Joyce más valoró, a costa del padre. El nombre propio asume estatuto de S1 -el significante-maestro- que se dirige al S2 • La intención de Joyce fue hacer entrar el nombre propio en el ámbito común, que es sustantivo como cualquier otro. El acento importante recae en la destitución de su lugar como nombre propio y asume estatuto de nombre común, característica pasible de ser articulada con el S , en el momen1 to en que este último aparece en el lugar del discurso analítico. Por último, y en lo que refiere al ego como suplencia, como una clase de sinthome, tenemos la relación de Joyce con su propio cuerpo, que puede ser ilustrado como piel o cáscara, lana de las ovejas o hábito del monje, entre otros, además del sentido menos usual, el de un hombre vil y despreciable.
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El ego es definido como la idea que se tiene de sí mismo como cuerpo, lo que demanda la presencia de una imagen especular, considerada narcisista. En el caso de Joyce, se afirma que él no asume una imagen especular esperada en el ego. Es como si el ego de Joyce no tuviese, para sí, el envoltorio del ideal del ego. El cuerpo implica una manera de designar el nombramiento del Nombre-delPadre en el nivel de lo imaginario, nombramiento que normalmente es inseparable del cuerpo. El nombramiento imaginario es un marco en la realidad psíquica, del Edipo y también de la significación fálica. En Joyce, debido a la ausencia del nombramiento o el amarre de los tres registros, el nombramiento imaginario es suprimido. En ese punto del argumento, Joyce se distingue de Schreber. Mientras Schreber se apoya en el significante del ideal para construir una metáfora delirante, Joyce funciona al revés, al desprenderse de los ideales y también de aquello que es del orden del cuerpo, en este caso, la inhibición. Para Lacan, Joyce tiene un ego bastante adaptado, teniendo como punto de sustentación, en relación a su adaptabilidad egoica, una ausencia de imaginario especular. En el esquema L, afirma que la resistencia se localiza en el eje a-el, en el eje ego-ego ideal. Joyce, en su ego, se sitúa sin ningún revestimiento de ideal, lo que le permite no tener ninguna confusión con el otro, un semejante. Es también en función de eso que él puede utilizar el propio cuerpo de manera tan peculiar. No se trata de una especificidad de la psicosis, sino que también es aplicable a ella. Se reconoce, desde el punto de vista clínico, el efecto de ausencia de ideal, oriundo también de cierta falla del nombramiento imaginario. Es en ese contexto que Lacan se refiere al caso del pequeño Hans, en la medida en que él parece no saber qué hacer con su falo, narcisistamente hablando, como atributo o, dicho de otro modo, no es capaz de dejar de ser el falo para tener el falo. Es claro, sin embargo, que se trata de otra cuestión, comparado al caso de Joyce. Rabinovich (1993) comenta que la forma de suplencia presentada por Joyce no puede ser equiparada a una teoría de cura de la psicosis. El caso Joyce interesa al psicoanálisis en la medida en que explicita una forma de ilustrar la suplencia de la forclusión del Nombre-del-Padre y, por eso mismo, enseña algo al psicoanálisis. Sin embargo, no sirve de modelo para una cura, pudiendo apenas indicar una dirección posible de investigación de la clínica de las psicosis. De todos modos, ahí se presentan indicaciones clínicas importantes, el sinthome, el hacer un nombre y el ego como suplencias posibles a la forclusión del Nombre-del-Padre. Contribuciones importantes, sobre todo referente al sinthome, que será retomado posteriormente cuando articulemos tales contribuciones teóricas con la cuestión de la investigación de este libro, en el capítulo siguiente, acerca de los efectos analíticos en la clínica del AT con pacient es psicóticos.
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5.3 La escritura de Joao o un ejemplo de construcción del sinthome La clínica, una vez más, sirve como referencia para ilustrar las cuestiones teóricas anteriormente trabajadas, que servirán, a su vez, para pensar la cuestión del trabajo de construcción del sinthome. Presentaremos un recorte clínico que ilustra el trabajo de escritura de Joao, en un momento de su recorrido clínico. Al decir que sufría de "asistitis': Joáo explicó su neologismo: ''Asistitis. Titis proviene de dolencia, inflamación, y asistir es ser asistido, vigilado o controlado. 'Asistitis' es ser vigilado de modo inflamado''. Su explicación es, sin duda, un bello neologismo para definir su paranoia. Preguntándole si podría inventar una palabra o frase que pudiese barrar su "asistitis", Joáo comenzó un trabajo de escritura. Lo que presentaremos a continuación son fragmentos de su escritura, producción sostenida por el acompañante terapéutico, en torno a la cuestión que lo motivaba a trabajar. El silencio era raramente interrumpido, sólo cuando él pedía el cenicero o un poco de café. La escritura de Joáo 3 es presentada respetando su estilo de construcción de fra ses, sus acentos y sus puntuaciones. Sin embargo, antes de seguir con el fragmento clínico, queremos distinguir el horno sapiens del horno faber. Cabe resal tar el desinterés por el primero, pues no interesa la dimensión racional o política del hombre, sino la potencia creadora del segundo. Es el "hombre que hace': el artesano que, en el caso de Joyce, sugiere pensar en un artesano de las palabras, creando artificios para sostenerse en el mundo, produciendo un discurso que sigue la vía opuesta del discurso analítico. En cuanto el discurso analítico propicia la escansión del significante, el discurso joiceano tiende a atraer todos los posibles S2 para el S1, entendiéndose allí al S1 como inclinado hacia la idea de sinthome. En la psicosis, la ausencia del Nombre-del-Padre nos lleva a formular la idea de que la construcción del sinthome asume el lugar de suplencia, de amarre, pertinente para pensar la dirección del tratamiento (RAVINOVICH, 1993).
* * * 3. Caso ya trabajado anteriormente en este libro, en el momento en que discutimos la instalación del dispositivo de tratamiento. La escritura de Joao se precipitó en función de su interés en trabajar con las palabras, en su estilo personal, lo que resultó en una bella "artesanía de palabras': que presentaban como hilo conductor su posición subjetiva ante su semejante, el otro, en la medida en que Joao dispuso de la escritura, de las palabras, para la construcción de su sinthome. Por eso, preferimos preservar sus acentuaciones, interrupciones, neologismos, entre otros. Además, coincidencia o no, el punto de partida que lo motivó a trabajar fue la invitación hecha para crear palabras o frases que pudiesen contener la "asistitis" -efectos de quemazón en el estómago cunndo realizaba sus intentos de lazo social- .
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Acompañante terapéutico: Me dices: no estoy bien. Y entonces yo te pregunté: ¿por qué? Y ahí me respondiste que era la dueña de la pensión. Bueno, ahora yo te comento: conmigo no sufres de "asistitis': pero parece que con los otros sí. Joao: Sí. Acompañante terapéutico: ¿Tanta cosa para este sí? Joáo, aventúrate en el papel. Consigue una hoja para que comiences ... Joao: Las cosas, no son bien así. .. Yo, compro, en el bar, y no les di libertad alguna, para, éste atrevimiento de ellos. Y, en la pensión, también. Yo vivo allá, y estoy, para ... entonces ... prestar servicios y recibir, todo, minuto órdenes de Doña Eustácia4• Con lo qué, vamos, conversando, hay una posibilidad, de que yo esté, más tranquilo, con todo eso, y evitar, problemas, para mí, y para éllos. Acompañante terapéutico: Es justamente por esa línea que yo quiero proseguir. ¿Cuál es la posibilidad de estar más tranquilo? Creo yo, que crear un nombre para barrar la "asistitis" y comprender mejor las situaciones cuando la "asistitis" es frecuente. Joao: Nosotros debemos imponer nuestros obstáculos, y calmar nuestras tristezas. Acompañante terapéutico: Entendí más o menos. ¿Esta es la frase parabarrar la "asistitis"? Joao: +o-, es la frase, para proseguir mejór. Allá. donde, yo vívo, y en la vida cívica. Acompañante terapéutico: Dentro de lo que estamos conversando, ¿qué quiere decir esta frase? Joao: Dentro, de mejoría, para mí. Allá, donde yo vivo, y general. La frase, quiere decir, un currículo, del hombre más enérgico .. . Acompañante terapéutico: Un sinónimo para enérgico .. . Joáo: Menos atento. eón relación á éllos. Acompañante terapéutico: Ok. La frase Nosotros debemos imponer nuestros obstáculos y calmar nuestras tristezas. Joao: Es. Acompañante terapéutico: ¿Vamos a parar aquí? Joao: Sí.
Dos meses después ... otro fragmento de escritura:
'1 . Nombre fi cticio.
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Acompañante terapéutico: Hola Joáo ¿todo bien? Hoy me dices una cosa diferente sobre la dueña de la pensión. Dices que tienes miedo de ella. Nunca había escuchado la palabra miedo con la idea de "asistitis': ¿Me podrías explicar eso? Joao: Una persóna cuando es demasiado aburrida, yo creo qué, la gente, siente miedo de ella. La "asistitis" qué es, el dolor de estomago mío, está bien, con el remédio, que, estoy tomando, en un Dr. que consulto; en el P.S. Acompañante terapéutico: Yo pensé que el aburrimiento de la Dueña de la pensión te causaba "asistitis", ¿no es eso? ¿El miedo está junto con la "asistitis"? Joao: Es eso. el miedo también, da "asistitis': Acompañante terapéutico: ¿Y qué haces con el miedo? ¿Cómo se vive con alguien así? ¿Podrías disponer de una forma de mejorar esta situación? Joao: Es horrible convivir. Tengo, que tener paciéncia y controlar y contornear. Mejorar, también es el tratamiento aqui, que me calma, y me mantiene. [... ] Tenemos, qué ser hombre, y tener nuestros Objetivos, el resto no se ve. Es + o - así. Acompañante terapéutico: ¿Cómo es aquella frase: tenemos que imponer nuestros obstáculos y calmar nuestras tristezas? Joao: Tenemos, qué, guardar, lo qué, pensamos, delante, de persónas, mál queridas, como éllos. Y, hacer, qué, no ve, lo qué, éllos, nos dicen, y hacen. Acompañante terapéutico: ¿Y si ellos repitieran esa mala actitud? Joao: Si, yo estuviera bien, y bien protegido, también, puede, pasar esto.
Después de un año de tratamiento, Joáo abre un nuevo significante, como sigue a continuación: Acompañante terapéutico: ¡Hola, Joáo! ¿Puedo preguntarte una cosa? ¿Te entristeces cuando el cielo está gris, para llover? Joao: Me entristezco, y me quedo con odio. Porqué, no me gustan, los lugares así. Me siento bien, eón lugares del interior, dónde es bueno vivir, eón paisajes, poco sol, sombra, y llovizna, qué da salud, no gripe, como allí. Acompañante terapéutico: ¿El cielo oscuro te da odio? Nunca oí esta palabra viniendo de ti. Odio, ¿cómo es eso?[ . . . ] ¿Será que el grupo del bar y Doña Eustácia pueden dejarte con odio? ¿Podría ser? Joao: También, coopéra, esto, yo estar, bien con odio, acertaste, sino, algunas veces, no me importa, el tiempo. Acompañante terapéutico: ¿Estar bien con el odio? ¿Cómo es eso?
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Joao: De estas cosas, p. tiene los dramas de la Doña Eustácia y del bar. [ ... ] Sólo esto ... Da para ir... Acompañante terapéutico: ¿Ir para dónde? Joao: Viviendo, con esta, irregularidades, que yo encuentro. Que yo encuentro, que este tratamiento, que me da Sao Paulo (tiempo) y donde vivo, es un defecto de ellos (irregularidad). De ellos, allá, donde, yo, vivo. Acompañante terapéutico: ¿Tienes alguna cosa más para decir? Joao: Ok. Sólo. Gracias. Un nuevo significante se abre: el odio. Después de esa frase, hubo un giro importante en la trayectoria clínica de Joáo. Él abandonó su posición de víctima de las miradas de los otros. Comenzó a cuestionar ciertas imposiciones de personas de su entorno y a rechazar cierta sumisión y fragilidad. Era capaz de responder a las bromas de los otros con seguridad, defendiéndose hasta con agresividad. Decía que no le gustaba sentir "asistitis': Era capaz de discriminar las burlas que le causaban "asistitis", sentir odio y defenderse. Después de algún tiempo, Joáo entristeció. Su producción delirante disminuyó considerablemente. Ya no se oía más la palabra "asistitis': él parecía triste y cabizbajo. En determinado momento, el acompañante terapéutico le dijo que también se sentía triste al verlo así. Tal intervención tuvo un efecto importante. Joáo, gradualmente, recuperó su modo animado de ver la vida, comenzó a salir más de su cuarto y a actuar con más ánimo, ya sea en el tratamiento como también en la convivencia con otros. Evidentemente, se trató de una intervención especular, eficaz para ese momento del tratamiento de Joáo, en la medida en que hubo un efecto de reubicarlo en el trabajo subjetivo sobre sí mismo. Hay ciertos momentos en que un paciente paranoico se beneficia con una intervención de esa naturaleza, en la medida en que esa modalidad de intervención tiene un efecto de reconocimiento sobre sí, desde el otro especular. Fue una especie de llamado, de rescate de aquello de lo que Joáo parecía estar agarrado, o sea, perplejidad ante una conquista de un saber sobre sí, pero que también, paradójicamente, lo ponía en jaque mate en cuanto a la precariedad de su vida, de sus lazos. Sin embargo, un tratamiento clínico no se fundamenta sólo con ese tipo de intervenciones. Aquí también reside una paradoja, pues la estrategia de una intervención de esa naturaleza es calculada en la medida en que la apelación a un llamado se hace necesaria. Sin embargo, el trabajo de escritura, de sustentación de los significantes en la transferencia puede prescindir de una intervención especular. Ese proceso de escritura de Joáo culminó con la apari ción de dos significan -
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tes importantes: el miedo y el odio. El significante tristeza vino después, en un momento en que Joáo casi no estaba eligiendo ir al consultorio a realizar sus llamadas sesiones de "psicoterapia': De cualquier modo, ese significante también apareció en la transferencia. ¿Cómo teorizar el proceso de Joáo? ¿Es posible afirmar que Lacan rompió con la teoría de las psicosis vinculada con la noción de significante, al ofrecer su propuesta de articulación entre goce del ser y real a través de la topología de los nudos borromeos?
5.4 De la teoría del lenguaje a la teoría de los nudos borromeos o ... ¿existe una ruptura epistemológica entre el significante y la topología? A partir de la perspectiva del Seminario Las psicosis, vimos determinada concepción de real: aquello que no puede ser simbolizado y que, por lo tanto, retorna por la vía de lo real a través de alucinaciones o delirios. En ese momento, la dirección de tratamiento de la paranoia incide en la construcción de la metáfora delirante. Según la noción de real elaborada por Lacan desde la teoría de los nudos borromeos, lo real se articula con el goce del ser -aquello que anima las repeticiones-, al incluir la topología de los nudos mencionados. Lo real solamente ex-siste en la medida en que se articula con el registro de los simbólico y de lo imaginario. Además de eso, Lacan afirma que un tratamiento, bajo esa óptica, está dirigido a la construcción del sinthome, cuarto elemento del nudo, que sustenta la articulación de los registros mencionados. Siendo así, ¿es posible afirmar que hubo una ruptura epistemológica, en cuanto al concepto de real, en esos dos momentos de la obra de Lacan? Trabajamos aún con la idea de que el manejo de la transferencia, en la paranoia, desde el Seminario Las psicosis, se apoya en la idea de escucha del deliro para la construcción de la metáfora delirante, de modo tal de que un analista de psicóticos sustente el significante, en la transferencia, sin interpretarlo o remi tirlo a la imposibilidad simbólica. ¿Pasa lo mismo en la construcción del sinthome? Dicho de otro modo, ¿el sinthome es interpretable?
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Lacan reformula la noción freudiana de la psicosis, desde el Seminario Las psicosis, de ac ue rdo con ciertas apropiaciones. Al retomar el algoritmo de Saus-
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sure e incorporarlo en su teoría a través de una reformulación, en este caso, la idea de la primacía del significante sobre el significado, Lacan fue capaz de teorizar la experiencia clínica de las psicosis, a través de la proposición de que el lenguaje es la propia condición del inconsciente. El trato teórico que Jacques Lacan ejecutó le permitió avanzar en nuevas articulaciones. Para Lacan, la paranoia puede ser entendida como un fenómeno de lenguaje, los neologismos, significantes que son secretariados en la transferencia. Vale, inclusive, retomar la imagen de Lacan sobre el analista de psicóticos, testigo o secretario del alienado. La escucha del delirio, en ese momento de la enseñanza de Lacan, busca localizar al sujeto psicótico en el borde de la locura, de modo tal de interrogar la producción delirante: ¿cuál fue el evento desencadenante del brote? ¿Qué se pro- • dujo, en términos de contenido, en el delirio? ¿Cómo fue posible salir del delirio? ¿De qué manera es posible permanecer estabilizado, sin desplomarse en el abismo de la locura? Ese modo de abordar el brote psicótico, en la crisis, deviene de cierta concepción de real, trabajada en el Seminario Las psicosis, que condice con el retorno de algo que jamás entró en el proceso de simbolización. En ese momento de su obra, Lacan afirma que la significación rechazada tiene relación con la bisexualidad primitiva, descripta por Freud en los Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad, en su función femenina y la consecuente significación simbólica esencial. La construcción de la metáfora delirante alcanza la finalidad de realizar una suplencia imaginaria, en este caso, ser una mujer -como reestructuración de los bastones imaginarios-, y una suplencia simbólica, al incluir a Dios -Otro no barrado- en su delirio. El efecto de esa intervención permite trasladar la posición de Schreber como objeto a, en el intento de circunscribir el goce del Otro en un objeto separado del cuerpo o, entonces, condensar, delimitar, barrar el goce. No obstante, es posible apuntar a una nueva dirección para el tratamiento posible de la paranoia, en la medida en que ella se orienta, radicalmente, al lazo social. Hablamos de los intentos posibles de amarre de los tres registros -a través del sinthome-, de modo tal de justamente hacer uso de aquello que el lazo social ofrece, o sea, un soporte para la estabilización -este punto será retomado más adelante-. De ese modo, al acompañar el recorrido clínico de Joao, se percibe en los fragmentos de este caso la sustentación de su producción delirante, según la función del analista descripta en el Seminario Las psicosis, la de ser secretario del significante "asistitis" presente en la transferencia. Sin embargo, se pudo percibir, a lo largo del tratamiento, que otros significantes surgieron, lnlcs como el miedo, el
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odio y la tristeza. ¿Cómo entender, desde el punto de vista teórico, la emerge n cia de esos otros significantes en la transferencia? Al utilizar la clínica como referencia, se destaca que el artificio de la topo lo gía va justamente en contra de lo que Lacan propone como testigo o secretario del alienado. La noción de topología nos permite teorizar ciertos fenómenos clfnicos. Ahora bien, en la situación clínica anteriormente descripta se sustentaron ciertos significantes en la transferencia, según la indicación clínica del Seminario Las psicosis. A lo largo de ese tratamiento, también se percibió que Joao pasó por un periodo de odio y tristeza 5 • ¿Qué está en juego? ¿Un manejo equivocado? ¿O entonces una indicación clínica importante acerca de ese momento del tratamiento, inherente al propio proceso analítico? Lacan inicia el Seminario Aun con neologismos del tipo: opeora, suspeora. El inconsciente pira, suspira. La topología de lo real incluye en su modelo aquello que Lacan denominó como amorodio, o sea, una formalización de la experiencia analítica en que amor y odio son componentes esperados en el trayecto de un tratamiento psicoanalítico. La noción topológica de lo real nos sirve como referencia teórica para sostener la clínica, o manejo de la transferencia del secretario del alienado. Se trata de una apuesta a la insistencia de esa trayectoria o indicación clínica. Al final, se sabe que, a lo largo de los análisis, las apelaciones de los analizantes se tornan cada vez más primitivas. Un analista poco experimentado puede conmoverse con esas apelaciones y caer en las trampas de la transferencia (HERMANN, 2004). Dentro de ese contexto, vale destacar el hecho de que la teorización de lo real en términos de topología no es exclusividad de cierta estructura clínica. Tal punto es trabajado por Lacan en el Seminario Aun. Hay relación de ser que no puede saberse. Aquella cuya estructura indago en mi enseñanza, en tanto que ese saber -acabo de decirlo- imposible está, por ello, en entredicho (interdit). Aquí juego con el equívoco: este saber imposible está censurado, prohibido, pero no lo está si escriben adecuadamente el entre-dicho, está dicho entre palabras, entre líneas. Se trata de denunciar a qué género de real nos da acceso (LACAN, 1973-1974, p. 162).
Ese punto es importante, pues denunciar a qué suerte de real se tiene acceso no invalida las contribuciones de Lacan en el campo del lenguaje articulado a las estructuras clínicas. Existe un pasaje en el Seminario El sinthome que merece ser destacado: :).
Lacan trabnjn In idea d e la tristeza en Televisión.
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Una nueva indicación clínica para el tratamiento posible de las psicosis ...
Digo eso porque anoche se me formuló la pregunta de saber si había otras forclusiones que la que resulta de la forclusión del Nombre-del-Padre. Es muy cierto que la forclusión, eso tiene algo de más radical, puesto que el Nombre-del- Padre es algo al fin de cuentas ligero: pero es cierto que es ahí que esto puede servir, en cuanto a lo que concierne a la forclusión del sentido por la orientación de lo real[...] (LA CAN, 1975-1976, p. 118).
construcción de contenidos reales y fantasmáticos del sujeto, coincidentes con su mito edípico infantil-. Freud hace una reserva acerca de la dificultad de realizar tal construcción, al destacar el papel de la construcción ysu ideal en un análisis,<> sea, una rememoración del conflicto edípico y la remoción de su amnesia infanlil. El fundamento de ese giro en el método analítico se encuentra en el ya cita do texto Pegan a un niño, en el momento en que Freud anuncia una lógica in terna presente en la fantasía inconsciente, cuando reconoce la dificultad 6 de rememorar ciertos contenidos de ella. De ese modo, se aborda la cuestión en una doble vertiente. La primera de ellas consiste en un manejo de la transferencia en que un analista ofrece subsidios para auxiliar al paciente a realizar sus construcciones en análisis, en este caso, reconstruir las propias "impresiones" sobre su vivencia edípica. Por otro lado, es el propio paciente quien construye, rememora, realiza ese trabajo de arqueología sobre sí mismo, en el sentido de reconstruir lo que imprimió en el inconsciente. Nótese allí un doble sentido de la palabra impresión: ya sea en el sentido de las marcas que tales contenidos inscribieron en el psiquismo, como en el sentido de aquello que se percibe como contenidos oriundos de su realidad psíquica. Aquí reside un fundamento ético importante para la clínica psicoanalítica. Es él quien nos muestra cuan difícil es sostener esa dirección de tratamiento, en este caso, manejar la transferencia en dirección a una construcción acerca de la posición del sujeto en el drama edípico, ante la fantasía fundamental y, evidentemente, ante aquello que causa deseo. Esa doble vertiente exige un cálculo, una dirección necesaria o una responsabilidad asumida por un psicoanalista en el momento en que él consiente que un candidato a análisis se acueste en el diván. De ese modo, se entiende que el proceso de un análisis incide sobre ese trayecto, que es responsabilidad de un analista indicar. Sin embargo, y por el hecho de que el recuerdo ocurre por la vía del paciente, es el paciente quien va a avanzar en su análisis en el momento en que el trabajo arqueológico sobre sí mismo progresa. Punto delicado, que exige por parte de un analista una aten ción redoblada para no interferir en las elaboraciones que el paciente realiza sobre su fantasía inconsciente. En ese sentido, un analista no interpreta una fan tasía inconsciente y sus consecuentes construcciones. El fundamento ético se sustenta en esa cuestión, ya que la delicadeza de ese manejo incide sobre la idea de que es el propio paciente quien ha de encontrarse con sus marcas edípicas y, ante ellas, (re)posicionarse.
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Esta cita puede inducir a un tipo de lectura equivocada, en la medida en que se explicita una forclusión generalizada. Hay una ex-sistencia de lo real en las tres estructuras clínicas ... pero es posible atenerse solamente en esa ex-sistencia, independientemente de la estructura clínica. No es eso lo que la clínica nos enseña ... el caso Joao, por ejemplo, en lo que concierne al manejo de la transferencia, siempre fue abordado desde la perspectiva del secretario del alienado, elaborada por Lacan en el Seminario Las psicosis. En cuanto a la teoría de los nudos borromeos, esta le sirvió a Lacan para prevenir a los analistas, a través de la formalización de la experiencia analítica, de que el inconsciente pira, de que el amor y el odio son componentes esperados de un tratamiento analítico o de que hay un precio que pagar por el saber conquistado en un tratamiento. De ese modo, se enfatiza la cuestión de la estructura. La topología está allí, está dada, articulada con la noción de real. Cuando Lacan interroga el lugar de la estructura y articula esa cuestión con cuál suerte de real se permite tener acceso, él mantiene coherencia con lo que trabajó en el Seminario Las psicosis. En él, Lacan denuncia la diferencia existente entre neurosis y psicosis al afirmar que la definición de una estructura clínica se da, también, por el modo en que el sujeto articula su posición ante el juego de los significantes y determina también la particularidad del manejo de la transferencia para cada estructura clínica. Así, podemos afirmar que la concepción topológica de real ofrecida desde el Seminario Aun, sirve para pensar aspectos relevantes, tales como la relación entre real y goce del ser como la compulsión a la repetición -presente en las tres estructuras clínicas- , pero su modo de acceso está sí determinado por las particularidades de cada estructura clínica que marcó el cuerpo y sus consecuentes concepciones de manejo de la transferencia, trabajadas desde el inicio de la enseñanza de Lacan. Por último, resta aún una pregunta: ¿el sinthome es interpretable? Así como la metáfora delirante, el sinthome también es una construcción. Sin embargo, antes de realizar esa articulación, vale retomar aquello que Freud elaboró al respecto de la noción de construcciones en análisis, circunscripto, por lo tanto, a la perspectiva de la clínica de las neurosis. Para Freud (1938), el conflicto edípico deja de ser interpretado para ser reconstruido, respetando la materialidad psíquica de aquella singularidad, según lo que fue expuesto acerca de la noción de realidad psíquica - en este caso, la re-
6. El texto Pegan a un niño sugiere tres etapas de la fantasía. El énfasis mayor está puesto sobre la segunda etapa, momento caracterizado por Freud como el más difícil de recordar, cuyo texto es: "¡Mi p:idrc me pega!':
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¿Y la idea de construcciones en la clínica de las psicosis? El propio Freud afirmó que el delirio de Schreber también es una construcción en análisis. Ese aspecto destaca la idea de que la construcción de la metáfora delirante no es interpretable, en la medida en que la estructura psicótica, como fenómeno de lenguaje, no se inscribe en la lógica discursiva regida por el registro de lo simbólico. Rabinovich (1993) formula una cuestión interesante sobre Schreber, ¿Sería él, Schreber o la mujer de Dios, un nuevo nombre, tal como se afirma al respecto de Joyce, el sinthome? Ella afirma que sí y abre esa perspectiva de discusión mientras que se mantenga en mente el hecho de que tal imagen - la mujer de Dios- asuma el estatuto de suplencia al Nombre-del-Padre, como un S1, al tomar esa significación como algo que representa al sujeto para otros significantes, S2• Una vez más se nota la validez del modelo lingüístico de Lacan. Dentro de ese contexto, hay algo que sobrepasa la lógica de la construcción en ambas clínicas -de la neurosis y la psicosis-, en la medida en que la construcción de la fantasía inconsciente, de la metáfora delirante o del sinthome no es interpretable, a diferencia del síntoma en la clínica de la neurosis. Sin embargo, existe una distinción que merece ser realizada ante la noción de equivocación entre las clínicas mencionadas. La equivocación en la clínica psicoanalítica de las neurosis es el arma de la cual un analista dispone contra el síntoma, dado que él se dirige al inconsciente del analizante, de allí proviene el manejo de la transferencia realizado por un psicoanalista, en función de significantes que le son desconocidos, que se ubican al lado del analizante como sujeto. En Joyce, no es posible afirmar que el otro es destinatario de sus equivocaciones. De ese modo, el manejo que se hace ante la construcción del sinthome condice con la lógica del poeta o del "artesano de palabras", en la justa medida en que se apoya en significantes conocidos por el sujeto. Por esa razón, la escritura de Joáo fue presentada respetando sus acentuaciones, su grafía, sus pausas . .. es por eso que la escritura de Joyce "no es interpretable, solamente permite deducir la función del padre que nombra como suplencia a la ausencia del Nombredel-Padre" (RAVINOVICH, 1993, p. 187).
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El caso Joáo trajo especificidades importantes a ser consideradas. Su equipo de tratamiento estaba compuesto por el acompañante terapéutico, un psiquiatra y por su curadora -persona responsable de administrar sus finanzas personales-. En términos de dispositivos de tratamiento, Joáo disponía solamente de salidas con el acompañante terapéutico, salidas para paseos en San Pablo. Tales
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salidas permitieron al acompañante terapéutico una aproximación mayor al su frimiento de Joáo. Era notable cómo Joáo reproducía, en la situación específica del acompañamiento en su comienzo, una condición bastante similar a la qm· Lacan describe en el primer tiempo del Edipo, en el que el otro es encapsulado por la transferencia simbiótica. No había, en esas salidas, ningún interés por las personas que estaban a su alrededor. Al constatar esa condición, el acompafian · te terapéutico se dispuso a interrogar a Joáo acerca de sus temores. ¿Cómo tratar la "asistitis"? Fue ahí que el acompañante terapéutico enriqueció su monta je institucional de tratamiento al instalar el dispositivo de tratamiento den omi nado por Joáo como "psicoterapia': Ese trabajo de producción de escritura duró cerca de dos años. Después de ese periodo, Joáo se interesó solamente en rca li · zar los acompañamientos). Afirmamos que el acompañante terapéutico trae consigo una mirada en red, mirada que pretende construir, sostener y hacer circular la producción del p::i ciente por los dispositivos de tratamiento que componen el montaje institucional de tratamiento. Se trata de construir bordes posibles para el retorno de lo real. Desde ese prisma, el acompañante terapéutico contribuye para la función de hl mirada en red, también como un ArTiculador de los profesionales que compo nen la red de tratamiento. Construir una red de profesionales también const i tuye un proyecto terapéutico importante para el AT. En la singularidad de ese caso le fue posible al acompañante terapéutico operar con la escucha analítica, al demandar de Joáo un trabajo de escritura. El ejemplo aquí trabajado posibilitó ofertar un nuevo dispositivo clínico a Joáo, lo que permitió incrementar la gama de dispositivos clínicos que lo asistían. Por un lado, fueron mantenidas las salidas y las circulaciones a través d'· los acompañamientos terapéuticos y, por el otro, se abrió un espacio de trabajo para pensar los efectos sobre sí mismo frente a las salidas y las personas presentes en su entorno. Joáo puede, a partir de un momento de la dirección de su tra tamiento, embarcarse en un proceso.de escritura, de construcción de su sinthome. Nótese que no se trató de una sustitución de un dispositivo por el otro, sino de un incremento de: la oferta clínica. Concomitantemente al proceso de escri tura de Joáo, fue posible sostener las salidas y promover la circulación. Su modo de estar juntos fue también modificándose, porque él se fue tornando me nos aterrorizado y más seguro ante la oferta de lazo social. El AT produjo efectos importantes, efectos de real para Joáo. El lector puede recordar la definición de encuentro, propuesta por Oury, en el momento en que trabajamos la noción de colectivo en la institución. El encuentro, como siendo dd orden de la casualidad, puede tener efectos de real, de allí que pensemos a la ins
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titución como una red de lugares distintos. La circulación, la apuesta en propiciar una aproximación del sujeto psicótico con el lazo social permitió a Joao situarse en la tensión entre el retorno de lo real y sus avances en la construcción del sinthome. Joao ya no recurría a la vieja estrategia de reproducir la transferencia simbiótica, bastante frecuente en el inicio de su tratamiento. A partir de los efectos que sus producciones de escritura produjeron sobre él, empezó a relacionarse de otro modo con los espacios de la ciudad. El proyecto terapéutico del AT, en ese momento del caso, era promover ofertas de lazos sociales importantes para que Joao experimentase, en acto, posibilidades de encuentro con efectos de real. Acordamos, con Palombini (2004), en que la intervención clínica del acompañamiento terapéutico incide sobre la dimensión del espacio y del tiempo. En la dimensión espacial de la ciudad, con sus flujos, es posible encontrar brechas de enlace del sujeto psicótico en espacios públicos, fuera de los límites territoriales de las instituciones de tratamiento, instituciones que pueden también estancar el tiempo, regularlo. Pensamos que el sujeto psicótico, en su modo singular de relacionarse con el tiempo y el espacio, construye puntos de contacto importantes para la inscripción de su singularidad en la ciudad. Son esas ofertas de aproximación al lazo social lo que provoca efectos importantes en la subjetividad del sujeto psicótico. Así mismo, permanece una cuestión esencial: ¿cómo teorizar la transferencia en la modalidad clínica del acompañamiento terapéutico? Esta cuestión merece un comentario aparte, dado que hay dos visiones distintas respecto a la función del acompañante terapéutico. La primera de ellas se fundamenta en la idea de que la clínica del AT se basa en un "hacer juntos''. Basta pensar en uno de los sentidos posibles de la palabra acompañamiento, en este caso: "comer pan juntos''. Así, para los defensores de esa visión, la clínica del AT se fundamentaría exclusivamente en ese hacer juntos, como si su función clínica se justificara "en esa acción entre 'amigos"'. ¿Será realmente válido reducir la clínica del AT a ese "hacer juntos"? Tomamos como ejemplo a la lengua francesa. Además de los artículos definidos e indefinidos, presentes también en el español, existe el artículo partitif. Se emplea ante un nombre concreto o abstracto o sirve para indicar una cantidad indeterminada, una parte de un todo que no puede ser contabilizado. Veamos un breve diálogo, a modo de ilustración. "¿Qué hay en este pocillo?" "Café''. En la lengua española se afirma, por ejemplo, que el contenido de un pocillo está compuesto por una sustancia líquida, oscura, con buen aroma, etc., denominada café. En la lengua española, no existe un artículo propio para el diálogo propuesto. Ahora, continuamos con ese mismo diálogo en la lengua francesa: "Qu'est-ce
qu'il y a dans cette tasse?" "Cest du café''. El artículo partitif de la segunda orn ción es la palabra du, necesario en la gramática francesa para el acto lingülst 1 co de identificar la naturaleza de la sustancia en cuestión, en este caso, el cafc. El problema que se encuentra en los siguientes interrogantes sobre el AT puede ser precisado a partir del ejemplo del artículo partitif. Cuando se formula la cuestión de si el AT asume una función analítica en esa clínica, lo que se busc'1 identificar es si las ofertas de lazo social producen algún tipo de efecto de real, comparable al efecto de una intervención clínica, tal como Oury teorizó, por ejemplo, en su paradigma institucional. De ese modo, fue de gran importan cia realizar una reflexión sobre lo que es propiamente analítico en la clínica psicoanalítica de las psicosis, para verificar la hipótesis de que el AT, en su especificidad, contribuye a la construcción del sinthome. Es lo que se verificará en el próximo capítulo.
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CAPÍTULO
6
El sinthome y el acompañamiento terapéutico
La cuestión de las variantes de la cura, por adelantarse aquí con el rasgo galan te de ser cura-tipo, nos incita a no conservar en ella más que un criterio, por ser el único de que dispone el médico que orienta en ella a su paciente. Este criterio rara vez enunciado por considerárselo tautológico lo escribimos: un psicoanálisis, tipo o no, es la cura que se espera de un psicoanalista. (LACAN, 1955, p. 331). La propuesta de este capítulo es problematizar el concepto de escena en el AT, pues una aproximación a la idea de escena es condición previa para la realización de dos pasos subsecuentes: la teorización de los efectos del AT en pos de la construcción del sinthome y las consecuencias pasibles de ser extraídas para teorizar el manejo de transferencia en el AT con pacientes paranoicos. Las discusiones clínicas del AT son atravesadas por el concepto de escena, ya sea en aquello que define a su especificidad: una aproximación a las ofertas de lazo social, o en supervisiones clínicas, en el manejo de la transferencia de un acompañante terapéutico, en fin, no es posible prescindir de la idea. Sin embargo, es necesario problematizar el uso del concepto de escena en el AT con pacientes psicóticos. ¿La escena en el AT es equivalente a la realización de lazo social? Claro que no. ¿Pero, entonces, qué se espera de esa acción? Crear circunstancias o situaciones que aproximen al sujeto a una invitación por parte de la ciu dad, a una oferta de lazo social. Es más apropiado, por lo tanto, circunscribir el uso de la palabra escena como el manejo específico de la transferencia en el AT De esa primera proposición resultan otros dos puntos importantes. El primero de ellos consiste en verificar -y así, finalmente, se trabaja la hipótesis central de este libro- la contribución de la función clínica del AT para la construcción del sinthome, al ampliar las posibilidades de intervención clínica para el trata-
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miento posible de la paranoia, por existir la forclusión del Nombre-del-Padre, pretende construir un sinthome como suplencia de aquello que ofrece sustentación al amarre de los tres registros: lo real, lo simbólico y lo imaginario. La hipótesis que pretendemos examinar, en el presente capítulo, es que el AT contribuye a la construcción del sinthome. Una vez verificada esta hipótesis, pretendemos extraer algunas premisas acerca de la transferencia en el AT con pacientes paranoicos en la perspectiva de la teoría lacaniana.
del encuentro con un sujeto en crisis, cuando las manifestaciones de la sexuali dad se encuentran en estado bruto, es común un acompañante terapéutico, aíl i gido por el retorno de lo reprimido que ese tipo de experiencias plantea, preso entre sus efectos y también por una expectativa de efectivizar su trabajo, termi nar buscando en la propia realidad social un "concierto" de aquello que desencadenó la crisis, por la vía de la causalidad mecanicista. Es como si un acompañante terapéutico reprodujera aquello que Freud tanto buscara en la teoría del trauma o de la seducción. Para extinguir la causa del síntoma histérico, Freud hipnotizaba a sus pacientes, con el objetivo de encontrar una escena traumática que generó un afecto desagradable. Ese afecto, como causa del síntoma histérico, era rescatado a partir de la hipnosis, en el momento en que la paciente intentaba recordar la escena traumática ocurrida en la realidad. Al rememorar esa escena, un paciente rescataría el afecto desagradable y lo exteriorizaría, según aquello que Freud denominó como limpieza de chimeneas o catarsis. Ahora bien, existe el riesgo de que un acompañante terapéutico siga ese raciocinio de Freud cuando empleaba la hipnosis. Se toma, por ejemplo, una situación hipotética en la que un acompañante terapéutico, junto con su paciente, fuese en busca de un escenario y necesitase trasladarse por la ciudad para realizar entrevistas. Imaginemos que ese paciente hubiese sufrido una experiencia de desencadenamiento de un brote en un metro y, por eso mismo, sus posibilidades de desplazamiento por la ciudad se restringen a automóviles y ómnibus. ¿Valdría la pena insistir en que se desplace en metro por la ciudad? Algunos podrían argumenta que sería interesante, para el paciente, tomar el metro, porque él aprendería con esa situación, al soportar esa experiencia sin desencadenar un nuevo brote. Es como si fuese el retorno a una situación concreta, que en otro momento fuera insoportable para el paciente, pero que podría ser reaprendida. Parece que no es de eso de lo que se trata en el AT, al menos desde la perspectiva aquí presentada. No se trata de tomar la realidad como referencia para una acción educativa o pedagógica, como si fuese posible reestablecer el orden anteriormente perturbado. Como ocurre en el caso clínico de Joáo. Se trata de una situación en la que él, un paranoico, se quejaba incesantemente de las personas que habitaban su entorno, al describirlas como perforantes, pues ellas le causaban pavor y desesperación. Un acompañante terapéutico desprevenido podría suponer que fácilmente resolvería ese obstáculo al proponer que su paciente habite otro espacio
6.1 La escena traumática, la Otra escena, el lazo social o ... ¿de qué trata el concepto de escena en el AT? A lo largo de esta reflexión, presentamos algunos conceptos de escena, tales como la escena traumática, descripta por Freud en el momento pre-analítico; la Otra escena o la fantasía inconsciente, citada, inicialmente, a través de Freud, cuando propone un giro en la dirección del tratamiento psicoanalítico de las neurosis; el lazo social, en el momento en que se presentó la noción de fenómeno de masa, a partir de Freud. Falta ahora problematizar la noción de escena en el AT: ¿es posible afirmar que el paranoico está en el lazo social? Cada concepto aquí citado será comentado, con el objetivo de aproximarnos a la cuestión central: una caracterización posible del concepto de escena en el AT... ¿pero que escena es esa? La escena traumática, el abandono de la hipnosis y el descubrimiento de la asociación libre también traen consecuencias importantes para problematizar la idea de circulación del paranoico en lo social. Conviene alertar a los acompañantes terapéuticos sobre el hecho de que, en sus tácticas, está descartado cualquier intento de interrogación sobre el delirio por la vía de la causalidad 1• Ante el extrañamiento 2 causado por el impacto 1. Por ejemplo, una pregunta del tipo: "¿por qué tienes la manía de persecución?" Es una pregunta poco efectiva y que, de cierto modo, reproduce la lógica de la causalidad mecanicista presente en el fundamento teórico de la hipnosis. 2. Freud, en el texto Lo ominoso (1919), se interesa por trabajar los impactos de lo horroroso en la subjetividad humana. Propuesta interesante y que va, de cierto modo, en una dirección poco explorada por los tratados de estética, cuyos argumentos versan sobre los efectos de lo bello en el hombre. A partir del análisis de un cuento de E. T. A. Hoffman, escritor romántico alemán, denominado El hombre de la arena, Freud argumenta al respecto de los mecanismos psíquicos presentes en el momento en que alguien se encuentra con algo asombroso. Su hipótesis consiste en la idea de que el encuentro con lo bizarro, lo diferente, provoca fatiga, angustias, entre otros, pues se trata de efectos de retorno de algo familiar, pero que fue reprimido. Por ejemplo, las deformaciones corporales causan cierta extrañeza, dado que evocan algo fa miliar - las vivencias in fo nliles de la sexualidad en un cuerpo despedazado- , pero que t'unon sLJ perad as por el
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acto psíquico de la constitución del narcisismo primario o estadio del espejo. De ese modo, ciertos ti pos de encuentros con la diferencia movilizan en el sujeto actos de distanciamiento, o al ll1 l' ll OS un "no qu erer saber de eso".
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físico, otra región. Aquí se puede suponer un tipo de manejo al revés de lo que fue descripto en la situación hipotética anterior3, considerando que esa situación concreta, la de verse perseguido por aquellos que habitan su entorno, podría ser comprendida como una escena traumática. La idea sería simplemente la de retirar al paciente de aquello que se supondría como algo traumático en sí. Gracioso engaño ... un tratamiento, atravesado por la ética psicoanalítica, no es concebido de esa manera, pues la propia condición de la paranoia se encargará, rápidamente, de elegir otros objetos de la realidad como persecutorios. El tratamiento va por otra vía, por la perspectiva de interrogar al sujeto al respecto de sus posibilidades de creación de estrategias para soportar las ofertas de lazo social que lo rodean, Fue lo que sucedió en el caso Joáo, más precisamente en relación a su escritura y a la construcción de su sinthome. Dentro de ese contexto, no es el caso de tomar una escena de la realidad para ser revivida, de modo tal de obtener con ello un aprendizaje originado en una reactualización de una escena que fue traumática y que volvería a ser soportable para el sujeto. Tampoco es el caso de proponer una retirada de la "supuesta escena': como si ella, en sí, fuese la única responsable por el sufrimiento psíquico, tal como Freud supuso en el momento pre-analítico de su obra. Hablamos en escenas de lo cotidiano, tales como andar en el metro, o de las personas que frecuentan un bar de la ciudad de Sáo Paulo. Revivir la escena traumática o retirarlo de la escena traumática de lo cotidiano ... ¿sería posible formular la cuestión de esa manera? Hablar de escenas cotidianas que causarían la fuerza de un trauma es retomar los tiempos de Freud y la Señora P. sus imágenes de desnudez femenina y la sensación de presión sobre su órgano genital, que sucedieron en un instituto de cura de aguas- hasta el descubrimiento de la escena traumática, en este caso, el intenso comercio erótico que ella mantenía, a los 6 años, con su hermano. Aquí, Freud se apoyará en la teoría de la seducción, que es posterior a la teoría del trauma, pues se incluye la idea de una estimulación sexual precoz, sin embargo, aun circunscripta por el bies exógeno de la escena traumática ocurrida en la realidad. Ya sea un paciente que desencadenó un brote en el metro, o Joáo al sentirse perforado por la gente del bar... ¿Ellos están en la escena social? ¿La escena traumática sería una escena social? Tal vez fuese más correcto afirmar que la circunstancia del metro, para los neuróticos, es un escenario pasible de realizaciones de escenas o lazos sociales, mientras que, para un paciente paranoico, puede ser tomado
como un factor de la realidad que desencadenó su crisis. La situación de Joáo, su acogimiento en una cuadra de la ciudad de Sáo Paulo -la gente del bar y la dueña de la pensión- pueden también ser considerados lugares sociales pasi bles de lazos sociales, pero, bajo el punto de vista de Joáo, se trataba de ofertas posibles de realización de lazo. Hay allí un hiato, o una perspectiva diferente, que será mejor analizada más adelante, en el momento en que problematicemos la noción de escena en el AT. Pero, entonces, ¿cómo fundamentar la idea de lazo social? La caracterización de lazo social aquí propuesta exige, imperativamente, una articulación con la idea de la Otra escena. De ese modo, Otra escena y lazo social se ligan a través del concepto de identificación, la identificación al padre que inscribe al neurótico en el registro de lo simbólico. Freud, en el texto Pegan a un niño (1919), reorientó la dirección de tratamiento psicoanalítico de las neurosis a partir del descubrimiento de la fantasía inconsciente y la resultante construcción en análisis. Un análisis de neurótico consiste en rememorar la Otra escena, la escena inconsciente, o entonces, de acuerdo con Lacan, realizar la travesía del fantasma -dado que en esa trayectoria, inclusive, se concretiza la separación del sujeto ante aquello que lo constituye y que también lo alienó-. Ahora bien, rememorar o construir la Otra escena en análisis es una premisa teórica que sustenta el tratamiento psicoanalítico de aquellos que atravesaron el drama edípico, de modo tal de realizar un reconocimiento de la ley simbólica, o sea, neuróticos y perversos. Vale retomar el momento en que la fantasía inconsciente se constituyó en los tres tiempos del Edipo, en el cambio del primer tiempo al segundo tiempo, en el momento en que la madre desplaza su mirada para alguna otra cosa que no sea su hijo. La madre, al consentir responder al llamado del padre, instituye, en la estructuración de la subjetividad del niño, un lugar de hiancia. El niño, ante el enigma de la madre, sustituye la incógnita que ese momento lógico de estructuración de la subjetividad proporciona por su fantasía inconsciente -la Otra escena-, que asume el estatuto de sutura del enigma del deseo de la madre. No es posible hablar de fantasía inconsciente en las psicosis\
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3. En la escena del metro, hay una idea de que revivir la escena desencadenante del brote podría "(de)sensibilizar" al paciente ante las influencias que esa misma escena causaría en su subjetividad.
4. Este es un punto polémico. No hay un consenso entre psicoanalistas lacanianos ante la cuestión de la fantasía inconsciente en la paranoia. Optamos por tomar como referencia el concepto de fórmula de la metáfora paterna, el pasaje de la sustitución del significante DM (deseo de la madre) por el significante NP (nombre-del-padre). Es en la neurosis y en la perversión que el niño se encuentra con el enigma del deseo materno y constituye la fantasía inconsciente para suturar este mismo enigma. En el caso de la psicosis, optamos por sustentar la idea de que no hay fantasía inconsciente, justamente por no existir la incidencia del NP y, por consecuencia, también por <·I h ~c h o de que el niño no se encuentra con un enigma del deseo del Otro.
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en la medida en que no existió la entrada de la función paterna en el segundo tiempo del Edipo. Así como la constitución de la fantasía inconsciente, el lazo social también está ligado al registro de lo simbólico. Freud, en Psicología de las masas y análisis del yo (1921), dedica el célebre capítulo 7, denominado "La identificación': a describir el mecanismo de la identificación y de la elección de objeto, en la salida edípica, a través de la dialéctica del ser y del tener, respectivamente. Ese texto, considerado como un importante texto social de Freud, avanza, en teorizaciones de gran importancia para la teoría de la identificación en el psicoanálisis, con desdoblamientos fundamentales para la experiencia clínica. De cualquier forma, Freud, cuya intención era describir cómo se da un fenómeno de masas, terminó inaugurando una teoría sobre el lazo social, teoría que presume un atravesamiento del neurótico al registro de lo simbólico, a través, de la identificación simbólica, al lanzar al neurótico en el universo discursivo del lenguaje. A modo de recordatorio, el fenómeno de masa, o lazo social, ocurre en la medida en que un rasgo del ideal del yo es capturado por una característica cualquiera del líder o de una idea en común, de manera tal de rotar el interés del individuo hacia ese objeto con un investimento de libido. El metro podría ser un escenario propicio para el acontecimiento de lazos sociales. Sao Paulo, hora pico, una serie de personas amontonadas en un vagón. Todos cansados, cada cual reflexionando sobre sus problemas, amores, trabajos. Al salir del vagón del metro, se encuentran con un artista callejero vestido de payaso haciendo malabarismos con bolas fosforescentes y, encantados con ese regalo de la ciudad, hacen un medio círculo alrededor del malabarista y comentan: "¡qué bueno!" o "¡me gustaría ser como él!", etc. En ese momento, se instituyeron lazos sociales. Pero, entonces, ¿qué sucedería con un paciente psicótico? ¿Qué estatuto asumiría el malabarista para él? Se trata de otro especular, un objeto con el cual el paranoico mantendría una relación narcisista y dual, fuera del lazo social. El paranoico establece un tipo de vínculo con el otro, su semejante, donde el Otro se torna absoluto,"sin ley y quiere perjudicar al sujeto" (QUINET, 2006, p. 50). De ese modo, ¿cómo caracterizar al paranoico y, por que no, a los otros tipos clínicos de la estructura psicótica ante el lazo social? Para problematizar el concepto de escena en el AT es necesario disponer de un argumento de Quinet (2006) al respecto de la psicosis y sus intentos de lazo social. Quinet se cuestiona al respecto de la inclusión del sujeto psicótico en la polis. ¿Cómo respetar su modo singular de posicionarse frente al lazo social y, al mismo tiempo, no caer en las trampas del discurso capitalista? ¿Cómo responsabi lizar al sujeto psicótico por su inclusión sin adaptarlo a la lógica del mercado?
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Hablar de inclusión del sujeto psicótico es incluir la forclusión. En ese con texto, proponemos superar el binomio exclusión-reclusión por el binomio in clusión-forclusión. Por ello no normalizamos al psicótico, en el sentido de in tentar incluirlo en una norma fálica - dinero, trabajo, legitimación de aquello que la costumbre define como correcto, etc.- . Quinet aborda la cuestión de sanar el furor includenti, al proponer allí un deslizamiento entre el furor curandi de Freud o el deseo de querer el bien del paciente, discutido por Lacan. En la psicosis, el Otro está excluido, dado que el sujeto lidia solamente con el otro, su semejante, en una relación especular. Lacan -Seminario 3, Las psicosis, 19551956- va a afirmar que Schreber, en su crisis, se encuentra solamente con el otro imaginario. De ese modo, no se trata del Otro que penetra el lazo social en tre los semejantes, sino el Otro sin ley, sin la ley simbólica. Podemos afirmar, en consonancia con las palabras de Quinet, que la psicosis es el reverso del lazo social. Es el afuera que denuncia el hecho de que el neurótico está preso en el discurso y el lazo social. Así, al remitir al concepto de escena en el AT, algunos problemas se sitúan como punto de partida. ¿El AT con pacientes psicóticos se propone realizar escenas en lo social? Frente a lo que fue expuesto anteriormente, la respuesta es negativa, pues se trata de una imposibilidad estructural. Pero, entonces ¿qué hace un acompañante terapéutico? Aquí vale recuperar un argumento de Sereno (1996) y otro de Palombini (2004, 2007). El primero condice con la idea de que un acompañante terapéutico busca promover una acción en los espacios públicos de la ciudad. La acción en primer lugar. .. Evidentemente, Sereno estaba preocupada en fundamentar la especificidad del AT en cuanto función catalizadora de circulación del sujeto psicótico por los espacios públicos de la ciudad. Está claro que una salida por la ciudad no es idealizada en absoluto, al final, un proyecto terapéutico para el AT depende de una escucha analítica. El ejemplo del metro, o un psiquiatra que sugiere al acompañante terapéutico ir con un paciente a una casa de masajes -sin realizar una escucha del delirio, sin saber, en este caso, si no fue justamente la proximidad con otro cuerpo lo que desencadenó la crisis- son proyectos terapéuticos que no pueden ser aceptados de forma ingenua, sin considerar las condiciones subjetivas del paciente. Observada esta reserva, las palabras de Sereno encuentran ecos en las bases que sustentan la función clínica del AT: promover tentativas de lazo social. ¿Por qué? Porque, de acuerdo con Palombini (2004, 2007), la ciudad se pone de m anifiesto como un lugar privilegiado para establecer puntos de contacto entre su funcionamiento neurótico, atravesado por la lógica fálica y capitalista, y la subjetividad psicótica, pues es posible encontrar brechas para que ese encuentro acon -
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tezca. La ciudad se torna un lugar privilegiado para que el psicótico consiga, a su modo, realizar intentos de lazo social. Es posible justificar que una aproximación a las ofertas de lazo social asume, por sí misma, una función de tratamiento bastante especial, porque la alteridad que se presenta en ese contexto ocurre sin las constancias y los vicios pasibles de ser encontrados en una institución de tratamiento. De ese modo, es importante señalar que una acción en la ciudad asume una apariencia de escena o lazo social. Ahora bien, acompañante terapéutico y acompañado, en circunstancias tales como caminar por la ciudad, o tomar un refresco en un bar, o en la fila del cine, pueden sugerir un tipo de lazo social, al menos a los que no están al tanto de la teoría psicoanalítica de las psicosis. Sin embargo, estar presente en los espacios públicos de la ciudad no es condición suficiente para la realización de una escena, aquí entendida como equivalente de lazo social. Ocurre, por lo tanto, una acción donde se aprovechan las ofertas de lo social para los intentos de realización de lazo social. El concepto de escena en el AT puede ser equiparado al manejo de la transferencia, dado que un acompañante terapéutico aprovecha la transferencia erótica para invitar a un paciente a aproximarse a las ofertas de lazo social. Al encontrarse con los objetos de la realidad, un acompañante terapéutico vacía su presencia en la transferencia con el paciente, de modo tal de posibilitar la realización de la transferencia del paciente con algún objeto de la realidad. La transferencia efectiva entre el paciente y algún objeto de la realidad puede contribuir a la construcción del sinthome. El caso Lourival ilustrará lo que estamos afirmando.
6.2 Caso Lourival5 o el AT y su contribución a la construcción del sinthome El presente relato tiene como objetivo describir el modo en que el AT contribuye para la construcción del sinthome de un paciente paranoico. Es una construcción lenta, gradual, cuyos caminos presentan obstáculos, desvíos, contratiempos ... El eje clínico de ese caso incide sobre cuatro momentos o tiempos: El primero de ellos es la salida del paciente a un parque o visitas a un monumento municipal. El segundo tiempo es la manifestación al propio paciente de que su equipo de tratamiento está constituido, articulado y apostando a los recursos de él, teniendo en cuenta que un Ceceo -Centro de Convivencia y Cooperativa- fue incluido como una institución más donde el paciente comenzó a circular, y allí una oferta privilegiada de convivencia o de lazo social se hizo pre5. Nombre ficticio.
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sente. El tercer tiempo -importante para pensar la contribución del pacicnll' a la construcción de su sinthome- condice con un intento de participar en 1111 programa de calidad de vida de una institución pública. Ese periodo del AT r•· presentó un giro en el proceso de tratamiento, considerando que el paciente se.: reposicionó ante sus miedos, no en una posición de pasividad ante el otro, sino a través del enfrentamiento. Viene, entonces, el cuarto tiempo, el de la producción escrita del paciente, que contribuyó para la construcción de su sinthoine y el intento de creación de una nueva posibilidad de habitar el mundo. Lourival fue derivado al AT por un psiquiatra de un CAPS, pues vivió m:.\s de doce años en una institución psiquiátrica y hacía solamente pocas semanas que estaba de vuelta en su casa. Fue un largo periodo de exclusión; la existencia de Lourival se restringía a los olores de la institución cerrada, a las vivencias d" electrochoque, a las relaciones atravesadas por prohibiciones institucionales, en fin, había poquísimas brechas de contacto con el mundo, como él mismo relatara. Las visitas familiares eran inconstantes y sus salidas dominicales de la institución, para ir al centro de la ciudad del interior donde vivía internado, eran siempre realizadas en grupo y con la marca de la institución -salía con el transporte del hospital psiquiátrico, además de estar siempre acompañado por prof<·sionales vestidos de blanco-. El padre de Lourival, un señor altivo y vigoroso, convocó a una reunión para acordar cómo se harían los acompañamientos. En esa primera ocasión, la palabra fue dada a Lourival, lo que causó una mezcla de sorpresa y perplejidad, especialmente cuando afirmaba que no sabía cómo era vivir fuera de la institución psiquiátrica. Se quejó de su miedo a las cosas, de su falta de preparación. Cuando el acompañante terapéutico le preguntó qué otra cosa había para tratar, Lourival fue taxativo: -No consigo comunicarme y quiero entrar de nuevo en la sociedad. El paciente, en la primera reunión, formuló claramente su pedido de ayuda al acompañante terapéutico. Comentó que no lograba salir de casa, ni siquiera para comprar cigarrillos en un bar ubicado al lado de su residencia. -Tengo miedo de comprar cigarrillos porque creo que van a robarme co n el vuelto y no sabré reclamar.
6.2.1 El primer tiempo El primer movimiento del AT fue hacer salir a Lourival del apartamento. Des pués de algun as conversaciones en casa, le fue propuesta una salida hasta el bar
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de la esquina para tomar un refresco y comprar cigarrillos. Él continuaba afirmando el miedo de pedir algo para tomar, de comprar cigarrillos, pues no sabría comunicarse y tampoco verificar si el pago se haría sin ningún prejuicio. Esas circunstancias aparentemente se repetían. El acompañante terapéutico y Lourival iban al bar y pedían algo para beber y un cenicero. Se sentaban a la mesa y allí conversaban sobre lo que era la vida fuera de la institución y sobre la (in)capacidad de Lourival de soportar esa nueva condición de vida: -Qué difícil que es vivir en Sao Paulo .. . El cálculo, por parte del acompañante terapéutico, era apagar gradualmente la propia presencia - su voz y su mirada- de ese primer intento de lazo que el bar ofrecía. Lazo fugaz, es verdad, pero que ya imponía al paciente un movimiento importante de soportar y enfrentar el miedo. Paulatinamente, y casi sin darse cuenta, Lourival daba todos los pasos para la realización de la acción de comprar el refresco y pedir el cigarrillo. Inicialmente, era el acompañante terapéutico quien tomaba la delantera, al explicar al empleado del bar lo que querían. En un segundo tiempo, Lourival yel acompañante terapéutico se posicionaban frente al vendedor y permanecían callados. El acompañante terapéutico esperando una palabra de Lourival, y Lourival aguardaba una iniciativa del acompañante terapéutico. Silencio. La incomodidad, lo extraño de la circunstancia, la mirada expectante del vendedor... esa atmósfera hizo que, finalmente, Lourival se arriesgara. Le pidió lo que quería, pero, a la hora de pagar, solicitó al acompañante terapéutico que controlara el vuelto, si estaba bien. Un tercer tiempo fue el silencio del acompañante terapéutico en el momento en que el paciente controlaba el vuelto. Lourival intentó una palabra, una mirada, una confirmación o una garantía de que estaba todo correcto. En ese momento, tuvo que encontrarse con una distracción promovida como manejo de la transferencia por parte del acompañante terapéutico. En la acción de contar el vuelto, la mirada y la voz del otro -acompañante terapéutico- no se hacían más presentes, a pesar de que él aun estaba allí, delante del vendedor y al lado de Lourival. Esa fue para él una situación difícil, pero posible de sostener. Por último, la escena del bar, o la circunstancia de pedir un refresco y un cenicero, prescindió de la presencia del acompañante terapéutico. En cuanto el paciente solicitaba lo que quería, el acompañante terapéutico se sentaba a la mesa y esperaba el refresco, el cenicero y a Lourival. Instalados a la mesa y durante las conversaciones, el paciente comenzó a presentar cierta desenvoltura en el trato con el vendedor, al incluir otros pedidos, tales como un chocolate, o hasta verificar cuál era el plato del día. Lourival dice que le gustaría almorzar allí alguna vez, para experimentar un sabor diferente al de su casa.
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6.2.2 El segundo tiempo El segundo movimiento se caracteriza por la presentación de un equipo d•· trabajo presente en el tratamiento de Lourival. Además del acompañante terapéutico, está su psiquiatra y su psicóloga, ambos presentes en el marco institucional, hubo la necesidad de presentar, delante de su paciente, la existencia de un equipo de trabajo en el que circula la información sobre su tratamiento. Tal procedimiento puede parecer paradojal si se considera que se trata de un paciente paranoico y que, entonces, podríamos, como profesionales, "discutir el casd' en la ausencia de él. Sin embargo, lo que se verificó fue la pertinencia de ese procedimiento, pues pareció bastante importante para el paciente el reconocimiento de que hay un buen entendimiento entre los profesionales del equipo y que todos están implicados en una apuesta a los recursos de él. En esa reunión, también le fue presentada la perspectiva de circular en otra institución, un Ceceo localizado cerca del CAPS y también de su casa. Hubo una cierta resistencia de su parte, dado que él luego dijo que no sabía si iba a aguantar: -Puede ser demasiado para mí. .. No obstante, con cierta dosis de insistencia por parte del equipo, fue posible agendar un intento, una visita sin compromisos. Bueno, como era de esperarse, el acogimiento en el Ceceo ocurrió rápidamente. Él solicitó al acompañante terapéutico que fuesen a visitar la institución, porque estaba interesado en percibirla mejor. Dos o tres visitas fueron suficientes para que él sostuviese, solo, sus idas hasta el lugar. Participó de un proyecto de organización de la videoteca y se interesó por el taller de yoga. En la actualidad, frecuenta la institución asiduamente ...
6.2.3 El tercer tiempo Después de siete u ocho meses desde el comienzo del tratamiento, ocurrió un episodio importante. Era Navidad y el acompañante terapéutico iba a realizar un viaje por vacaciones durante tres semanas. Lourival fue avisado con anticipación y, poco a poco, fue volviéndose inseguro ante la perspectiva de quedar ese tiempo sin AT. A medida que se aproximaba el fin de año, Lourival más interrogaba sobre los detalles del viaje, el medio de transporte, si el acompañante terapéutico tenía amigos en los lugares que visitaría, etc. En el último acompañamiento del año, Lourival se presentó desestabilizado. Hablaba sobre hombres-bomba que salían de la televisión para molestarlo, así
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como de un hecho de suma gravedad que habría ocurrido en su casa: él aseguraba que alguien entraba en su residencia, pues no salía más agua caliente de la ducha. Ese acompañamiento se desarrolló en su casa, él sudaba abundantemente y decía que no quería que el acompañante terapéutico se ausentara. La primera previsión a ser tomada fue la de verificar lo que ocurría con la ducha: había sido desconectada porque hacía bastante calor. Al notar lo que había ocurrido, cierta calma se instaló, a pesar de que Lourival todavía se sentía perseguido por los hombrecitos de la televisión, que conversaban con él. Lourival y el acompañante terapéutico se despidieron para cerrar el último acompañamiento del año. Inmediatamente, el acompañante terapéutico entró en contacto6 con el psiquiatra y propuso un aumento de sesiones en la semana con la psicóloga, pues ella permanecería trabajando normalmente. Durante los tres últimos días que antecedieron a sus vacaciones, el acompañante terapéutico realizó contactos telefónicos con Lourival y con su padre, avisándoles que el CAPS estaría en funcionamiento y que la psicóloga intensificaría la frecuencia de las sesiones de Lourival, al menos en ese periodo. El psiquiatra aumentó la dosis de medicación antipsicótica. El padre se tranquilizó al ver que el equipo de tratamiento estaba consciente del aumento de la producción delirante de su hijo. El paciente, a pesar de su miedo ante la ausencia del acompañante terapéutico, tendría alguna referencia durante ese periodo. Aquí, una vez más, se notó la pertinencia de la mirada en red. En un último contacto telefónico, Lourival, a pesar de haberse intensificado su producción delirante, afirmaba con toda lucidez que su familia era muy loca. Decía: -¿Qué hago yo con esta familia? ¡Es muy loca! Por otro lado, el acompañante terapéutico confirmaba la importancia de lo que él decía en aquel momento y pedía al paciente que hablase más. Lourival exclamó: -No sé qué hago con ellos, mi padre exige algo de mí que yo no logro ofrecerle ... Después de algunos minutos más de conversación, el acompañante terapéu6. La reunión entre los técnicos participantes de la red de tratamiento de Lourival fue de gran importancia para que esa misma red entrase en funcionamiento en el periodo mencionado de regresión del paciente. Si, por un lado, el acompañante terapéutico, que actuaba como soporte de los bastones imaginarios del sujeto psicótico, se iba a ausentar en función de sus vacaciones, por el otro, habría una manutención de una asistencia al paciente, a través de Ja institución como parte integrante de su red de tratamiento, que se reveló absolutamente pertinente para sostener al sujeto ante el abismo de la locura. Lourival se aproximó al precipicio, pero no se sumergió en el abismo, o dicho de otro modo, le fue posible soportar ese tiempo sin entrar en crisis, aunque tuviera algunas alucinaciones.
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tico se despidió afirmando que lo que estaba siendo dicho allí era muy importante y que luego sería posible dar continuidad a esa conversación. El retorno a los acompañamientos al año siguiente se dio con poca referen cia a lo que había ocurrido. Lourival pasó el periodo de vacaciones del acompañante terapéutico sin ser internado, pero parecía un poco apático y sin brillo. Al preguntarle sobre cómo había pasado aquellas semanas, decía que estaba todo bien, pero que también estaba aliviado con el retorno de los acompañamientos. Comenzó un nuevo año, con nuevas perspectivas, proyectos, visitas al Museo de Arte de Sao Paulo, salidas en ómnibus a la Avenida Paulista. Estaban, Lourival y el acompañante terapéutico, retomando el trabajo, pero había una incomodidad: lo que ocurriera a fin de año no aparecía en las conversaciones. Una frase quedó marcada .. . al respecto de las exigencias y expectativas de su padre sobre él. Tiempo después, el paciente pidió ir al hospital de Clínicas, pues tenía indicación de un programa que lo ayudaría a dejar de fumar. Lourival y el acompañante terapéutico fueron en ómnibus hasta una Avenida y, caminando pararon para verificar por dónde exactamente deberían seguir. Fue en ese momento que el acompañante terapéutico interrogó a Lourival sobre el deseo de dejar de fumar, si aquella era una demanda de su padre o·si era algo que nacía de él. Lourival fue categórico al afirmar que esa era una ·preocupación personal, pues estaba fumando demasiado y no conseguía recorrer trayectos de su día a día, caminar por las subidas de su barrio. Pero lo que se puedo observar fue que la información de Lourival al respecto de tal programa resultó improcedente, porque él era mantenido por un instituto que nada tenía que ver con el hospital. Así se creó un obstáculo, luego solucionado: paciente y acompañante terapéutico verificaron si en el propio hospital habría algo parecido. De hecho, en el Instituto Central del Hospital de Clínicas existía un programa de calidad de vida, que exigía a los interesados una participación en una conferencia informativa. Fue agenciada la inscripción del paciente y el acompañante terapéutico para asistir a la conferencia. En la fila de inscripción, Lou rival comenzó a sudar y a decir que no le gustaba aquel ambiente. El tiempo de espera fue breve y luego salieron del hospital. Pasados más o menos cuarenta y cinco días, fueron, Lourival y el acompañante terapéutico, a cumplir lo que sería el primer paso para participar del programa. En el automóvil, Lourival se mostró bastante aprehensivo. En verdad, la perspectiva de ir al hospital y de proponerse dejar de fumar ya venía causándole recelos desde hacía algún tiempo. La duda sobre la demanda de parar de fu m ar resurgió. ¿De quién era ese pedido, de él o del padre? ¿Y el evento ocurrido el fin de año anterior? ¿Cómo situarse ante aquella frase, la de que su fami -
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lia estaba muy loca y que su padre exigía demasiado de él? El acompañante terapéutico sabía que ese pasaje del tratamiento se configuraba como un momento importante, sin saber con certeza en lo que resultaría tal apuesta. Se percibía una demanda de un Ideal del Otro absoluto o no barrado, sin embargo, paciente y acompañante terapéutico estaban protegidos por una estrategia de sustentación de una proximidad especular. El acompañante terapéutico realizó el siguiente cálculo: posicionarse al lado de Lourival como su semejante, como alguien que estaría interesado en participar de la conferencia solamente para ver de que se trataba. En el automóvil, yendo para el hospital, entablaron el siguiente diálogo:
percibía la necesidad de hablar al respecto del sentido que aquellas vivencias tenían para él. Lourival rescató una serie de puntos de su vida, con mucho coraje. Otro punto de gran importancia fue el modo en que Lourival se percibía ante las exigencias del padre. Él tocó ese punto con propiedad, reconociendo que es difícil lidiar con esa situación. En ese momento, él dio muestras de cierta confusión, pues mezcló el amor al padre con una gran dosis de indiferencia por su progenitor -amar al padre y hacer todo lo que él dice. Comentaba que depen día del padre para vivir al hablar del miedo de que muriera, ya que se trataba de un señor mayor de edad. El tema del padre es recurrente e incide siempre sobre ese dilema. Interrogado sobre la posibilidad de cambiar su posición en relación al padre, Lourival no supo responder cómo sería posible realizar tal hazaña. Pasado más o menos un mes de lo ocurrido, Lourival y el acompañante te rapéutico se dirigían al Hospital de Clínicas, pues era el día de la primera con sulta con el médico del programa de calidad de vida. En el automóvil, Lourival interrogó al acompañante terapéutico sobre la necesidad de dar continuidad al proyecto. Esa pregunta fue el detonante para decretar la falencia del plan. Las idas anteriores propiciaban efectos importantísimos para el tratamiento, sin embargo, había allí una insistencia de Lourival al respecto de la dificultad de lidiar con ese tema. Resonaban siempre los comentarios de Lourival sobre la locura familiar, la exigencia excesiva del padre, la función del cigarrillo como escudo o protección para sus miedos. Por eso el acompañante terapéutico pensó que podría considerar los avisos de Lourival. En el automóvil, decidieron que no le darían continuidad al proyecto de calidad de vida y fueron a apreciar un mirador de la ciudad. No obstante, hubo allí un movimiento importante, pues el acompañante terapéutico tomó la palabra ante el padre de Lourival para decirle que las idas al Hospital de Clínicas estaban suspendidas. El padre fue bastante claro al afirmar que el acompañante terapéutico tenía autonomía y condiciones de avalar lo que era viable, necesario y productivo para el AT del hijo. De cierto modo, fue una sorpresa el comentario del padre, pues él mismo consintió y sustentó un corte en sus demandas o exigencias sobre su hijo. Algo allí operó y produjo efectos en Lourival. Un tiempo después, en el bar de costumbre, Lourival y el acompañante tera· péutico tenían el siguiente diálogo:
Lourival: ¿Y si no logro dejar de fumar? Acompañante terapéutico: No hay ningún problema ... Lourival: ¿Y que hago con mi paquete de cigarrillos? Acompañante terapéutico: Guárdalo en el bolso. Lourival: ¿Tienes tu paquete ahí? Acompañante terapéutico: Lo tengo, sí, y no voy a tirarlo ... voy a quedarme con él y a guardarlo en el bolso ... Ellos asistieron a la confere~cia sobre el programa. Era una sala con varias personas, y las preguntas giraban alrededor de temas como tabaquismo, alimentación, ejercicios físicos, sueño," entre otros. Lourival permaneció callado todo el tiempo y, ya cerca del final, pidió irse. No era fácil para él estar allí. .. Fue agendada para dentro de treinta días una consulta para Lourival y el acompañante terapéutico con un médico para una primera orientación. Se fueron y, en el trayecto, Lourival comentó que había sentido miedo del proyector de diapositivas. Interrogado sobre ese miedo, se calló ... El acompañante terapéutico quedó atravesado por dudas y temores. ¿Será que hubiera sido un cálculo equivocado de su parte? En el encuentro siguiente, Lourival solicitó al acompañante terapéutico una salida al parque, lugar que se caracterizaba, en ese tratamiento, como un territorio seguro. Durante el trayecto hasta el parque, él retomó la historia del miedo al proyector de diapositivas. Describió con riqueza de detalles los procedimientos de electrochoques de la institución cerrada donde pasara más de una década. Se acordó de las sensaciones corporales, de la aflicción en el momento en que percibía que el procedimiento le sería aplicado; el adormecimiento en el momento en que despertaba, después de los electrochoques ... en fin, surgieron una serie de recuerdos muy dolorosos, pero importantísimos. El acompañante terapéutico puntualizó el hecho de que todo aquello debe haber sido muy difícil, pero que
Lourival: Sabes, yo soy un estudiante. Acompañante terapéutico: No, hoy no eres un estudiante, ya fuiste un estudiante.
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Lourival: Pero tengo ganas de volver a estudiar. Acompañante terapéutico: Eso es muy bueno, ¿qué tienes ganas de hacer? Lourival: Quería estudiar computación y también retomar inglés, pero tengo un problema, no logro leer un libro entero. Me quedo en una página y luego paso a la página siguiente y ya me olvidé de lo que había leído antes. Acompañante terapéutico: ¿Por qué no compras un cuaderno y entrenas para ser un estudiante? Puedes leer y después escribir lo que entendiste en el cuaderno.
Al salir del bar, Lourival fue solo a una librería para comprar su cuaderno. El acompañante terapéutico, en contrapartida, reconoció el hecho de que el AT producía una demanda legítima para el tratamiento del paciente, acatada y sostenida por él mismo; escribir en un cuaderno. Allí surgía un futuro promisorio para el tratamiento.
6.2.4 El cuarto tiempo En su cuarto, Lourival y el acompañante terapéutico estaban frente al cuaderno bien bonito, pero sin una sola letra escrita. Curiosamente, aquello que inicialmente era un pedido para convertirse en un estudiante se transformó en una demanda de escritura al respecto de sí mismo, de sus cuestiones subjetivas, si bien el "ser un estudiante" también forma parte de la cuestión subjetiva, si se entiende que "ser un estudiante" es la legitimación de un intento bien singular de Lourival, propio de la dirección de su tratamiento, que incide sobre la perspectiva de su aproximación al lazo social. De todos modos, el blanco del cuaderno cedió lugar a una escritura sobre los efectos del AT en el tratamiento. El significante "miedo del proyector" retornó y fue a través de él que el paciente se inclinó en un proyecto de escritura de sí mismo. En determinado momento, Lourival se dirigió hacia el acompañante terapéutico y le hizo un pedido: -¿Me ayudas a publicar estos escritos? Era evidente que la conferencia sobre calidad de vida representó un giro en el tratamiento de Lourival, giro percibido en el a posteriori. Asumiría un estatuto de contribución a la construcción del sinthome. No había más dudas en cuanto a eso, a partir del momento en que Lourival exteriorizó el pedido de ayuda para publicar sus escritos. Un deseo de volver pública una existencia, un deseo de hacerse inscribir en el lazo social.
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6.3 El AT, la paranoia y su nudo de trébol. .. o el AT en su función específica para la construcción del sinthome Los recortes clínicos extraídos del caso Lourival hacen confluir dos pun tos fundamentales para el presente trabajo: confirmar la hipótesis de los efectos analíticos del dispositivo del AT -al considerar que un tratamiento posible de la paranoia, atravesado por la teoría lacaniana, condice con aquello que un psicoanalista puede sostener en términos de dirección de tratamiento. Eso posibilita extraer algunas premisas importantes para la noción de transferencia en el AT. Sin embargo, antes de dar cabida a lo que fue propuesto, se hace necesario recorrer algunos aspectos específicos de la paranoia, más precisamente su relación con la teoría de los nudos borromeos. El nudo de trébol, o el nudo de la paranoia, es considerado como un nudo donde los tres registros -lo real, lo simbólico y lo imaginario- confluyen en una continuidad que marca una indiferenciación entre ellos. En la medida en que un sujeto anuda los tres, lo imaginario, lo simbólico y lo real, él es soportado apenas por la continuidad de ellos. Lo imaginario, lo simbólico y lo real son una única y misma consistencia, y en eso consiste la psicosis paranoica (LACAN, 1975-1976, p. 52). Lacan afirma que el nudo de trébol, o el nudo de la paranoia, describe la condición inicial del sujeto -excepto la de los autistas y la de los esquizofrénicos- , dado que hubo una identificación con el registro de lo simbólico a través de la identificación con el rasgo unario. Es el cuarto elemento del nudo, el Nombredel-Padre, ordena, organizar, discriminar los tres registros, al componer una topología cuya figura compuesta por anillos ordenados o cuerdas, al representar los tres registros de forma ordenada, se asemejarán a los anillos olímpicos. Sin embargo, en el caso específico de la paranoia, por haber ocurrido la forclusión del Nombre-del-Padre, por haber faltado el cuarto elemento del nudo que loorganiza, los tres registros se encontrarán enmarañados, a no ser que haya una su plencia para la ausencia del Nombre-del-Padre, tal como por ejemplo, el sinthome. De ese modo, es posible afirmar que la dirección del tratamiento en ese momento de la enseñanza de Lacan, en la clínica de la paranoia, consiste en ordenar o discriminar los tres registros, que en un momento de crisis se configuran o se presentan en una única consistencia. ¿Y cómo ocurre eso? ¿Cómo precisar la dirección del tratamiento en laparanoia? Esta pregunta se desdobla en otras, tales como: ¿cuál es la función del Uno en la paranoia y su relación con el registro de lo imaginario? ¿De qué ma -
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nera el ideal, en la paranoia, se articula con lo imaginario, de modo tal de resaltar, inclusive, su viscosidad? ¿En qué medida el phatos del Uno promueve y atribuye sentido a todo y a todos los objetos de la realidad? Y la mirada ... ¿cómo precisar su función en la paranoia, como objeto a, presente en las manifestaciones de esa patología? ¿En qué medida la primacía del sentido, en la paranoia, se articula a lo real y posibilita la construcción del sinthome, como dirección para el tratamiento posible de la paranoia? Las cuestiones mencionadas, específicas para articular el tratamiento posible de la paranoia a la teoría de los nudos borromeos -como una suplencia posible a la forclusión del Nombre-del-Padre, servirán de eje para la argumentación teórica siguiente, apoyada, una vez más, en la contribución de Quinet (2006). De ese modo, es necesario interrogarse acerca del estatuto del Uno en lapa- , ranoia, ya sea en la teoría del significante y del lenguaje, como también en la teoría de lo real y del goce. En cuanto al primero, para comenzar, resaltamos el hecho de que el significante, para el psicoanálisis, es pura diferencia, considerando que nunca es lo mismo, ya sea en las repeticiones, como en su relación con otro significante o cuando retorna de otro lugar. Es lo mismo y no es lo mismo; no es idéntico a sí mismo. La unidad en el campo del psicoanálisis no tiene por función la unificación, y sí la distinción (QUINET, 2006, p. 91).
Sin embargo, el Uno como unicidad fue generalizado por Lacan desde la discusión del rasgo unario, que conlleva una paradoja, en la medida en que ese rasgo de distinción está en la base de toda identificación. Ahora bien, la ocurrencia del fenómeno de masa se sustenta desde esa identificación, simbólica, lo que le permitió a Freud ( 1921) romper con la supuesta dicotomía existente en el debate de la época, al respecto de la separación entre psicología individual y psicología social o de masas, al afirmar que, salvo raras excepciones, toda la psicología individual es también psicología social. La afirmación de Freud conlleva la paradoja mencionada. El Uno de la unicidad tiene la función de reagrupar. Es también el Uno de la ley, el S1• El paranoico, como ya fue visto, no solamente se inscribe en ese S1, sino también se apega a la consistencia de ese Uno, tal como será discutido más adelante. ¿Y el Uno en el campo del goce? El goce del ser-aquello que reanima la compulsión a la repetición- es imposible de ser aprehendido en su totalidad, dado que hay siempre algo que escapa. Freud, en el Proyecto (1895), ya denunció ese hecho al describir la primera experiencia de satisfacción como una experiencia mítica, nunca más pasible de ser actualizada y que produce un resto. Ese resto
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es lo real que transborda, él ex-siste, y al no entrar en la significación fálica y al asumir una exterioridad al registro de lo simbólico, al mismo tiempo, insiste. El sujeto, como respuesta a lo real del sexo y con ese encuentro traumático con el sexo, conserva la representación a través del Uno, o S1 del trauma. En el campo del goce el Uno sólo existe como significante de esa irrupción, de ese desbordamiento, significante del exceso, significante que no domina el goce (QUINET, 2006, p. 93 ).
En el caso específico de la paranoia, no se reprimió en S1, tal como ocurre en la neurosis y tampoco se encuentra disperso, como de hecho la esquizofrenia demuestra, sino que queda sometido a la operación de la retención, al fijar el sujeto paranoico un goce traumático de lo real, intolerable. Es a partir del Uno, o S , que el sujeto queda retenido y que también establece relaciones con los otros. 1 Como dice Quinet, the only one, lo que le confiere su rasgo de megalomanía. El paranoico es único pues es la excepción a la regla, y también es el Uno de donde se origina la ley simbólica. El paranoico da consistencia al Uno "con su ser de goce al proponerse a encararlo" (QUINET, 2006, p. 94). Esto permite pensar en el sentido de la retención psíquica a través de Freud. Este autor desarrolló, en el comienzo de su obra, la idea de etiología de las psiconeurosis de defensa desde el incidente primario, esto es, el encuentro con el sexo y el destino de la representación psíquica -el significante-. Hay en ese incidente primario un plus de placer que, al ser recordado, viene acompañado de una recriminación y de un consecuente displacer -como sustituto de lo que en otro momento fuera placer-, fenómeno que permitió a Freud aproximar la neurosis obsesiva y la paranoia. En la neurosis obsesiva, recuerdo y recriminación son reprimidas y originan el síntoma obsesivo: la escrupulosidad. En el caso de la paranoia, existe también una connotación de goce, acompañada por una recriminación que el paranoico no considera -sin embargo, su retorno, en lo real, ocurre a través de voces-. "El paranoico no cree en la recriminación que acompaña el goce, y sí en la alucinaciones que escucha" (QUINET, 2006, p.98). La creencia o descreencia en la recriminación determinará la "elección'' del su jeto o designará, en conformidad con las palabras de Freud, el tipo de psiconeurosis de defensa. La paranoia es determinada por la descreencia en la recrimi nación, lo que corresponde a la forclusión del Nombre-del-Padre. La recrimi nación como Nombre-del-Padre, como sujetamiento del sujeto a lo simbólico, no se sometió a la creencia del sujeto, lo que impidió, inclusive, el vaciamiento de su goce. Se puede ver, en ese esquema freudiano, el significante del goce que desemboca en el significante traumático, o ST' y el significante de la ley o equi-
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valente al Nombre-del-Padre que es el SL" En el caso específico de la paranoia, el significante de la ley es forcluído y el significante traumático es retenido. Éste último, por no desprenderse en la cadena de significante, congela al sujeto en un goce excesivo, movido normalmente por el displacer. En la paranoia, el SL forcluído de lo Simbólico retorna en lo Real del lado del Otro, y así el sujeto interpreta lo que viene del Otro como señal de recriminación, injuria y hostilidad, que transforma en persecución. El retorno del SL en lo Real recompone la cadena significante (5 1-S) vinculándose al ST que retiene al sujeto. De allí que el sujeto sea representado por un significante para otro significante (QUINET, 2006, p. 99). The only one ... El paranoico es único, y su retención permite al sujeto, en fun ción del 5 1, una entrada posible en los lazos sociales. Es el Uno de la referencia, Uno que constituye la base de la interpretación delirante. Autorreferencia y retorno de lo forcluído de lo real están articulados -o primero se refiere al sujeto y el segundo está relacionado con el Otro-, dado que la forclusión emite señales del Otro para el sujeto, o entonces, según Freud, condice con aquello que el paranoico proyecta en el otro. La autorreferencia o retención del significante fija al paranoico en una identificación ideal y rígida. Se habla de un significante ideal, ubicado por Lacan en el registro de lo imaginario, y que no posee ninguna mediación con otro significante, lo que desemboca, por consecuencia, en una "imaginarización" de lo simbólico, de allí su consistencia imaginaria. Es posible extraer de ese raciocinio una evidencia clínica de la paranoia: en función de la consistencia imaginaria y del ideal que mantiene su unicidad, ella convoca al sujeto a dar, constantemente, pruebas de sus certezas. La cuestión del ideal en la paranoia permitió a Lacan afirmar que la paranoia es un pegoteo imaginario 7, al ligar al Uno de lo imaginario de la paranoia a la identificación especular del narcisismo primario, o yo ideal o estadio del espejo. El estadio del espejo cierra una Gestalt de una imagen -en otro momento despedazada-, al impedir la dispersión de la imagen y del cuerpo, así como la imposibilidad del sujeto de percibirse individuo. La pasión de ser Uno es el padecimiento del Uno del ideal: pathos del Uno. El paranoico ama el Uno como a sí mismo y, entre las pasiones del ser, verificamos el amor por el Uno, el odio por lo diferente -hetero- y la ignorancia de la división subjetiva (QUINET, 2006, p. 104). El pegoteo imaginario aprisiona al paranoico en una tendencia a atribuir sentido a todo, así como a estar en el centro de las miradas. 7. Quinet (2006) afirma que esa articulación de Lacan, presente en el Seminario RSI en la clase del 8 de abril de 1975, es su última definición acerca de la paranoia.
La mirada en la paranoia también merece ser destacada. El paranoico es un ser visto, él es más visto de lo que ve (QUINET, 2006, p. 116).
De ese modo, el paranoico -acompañado o no por las voces alucinatoriasse vuelve transparente ante el otro, o perforado, tal como afirmó Joáo -además de ubicarse en el centro de los intereses del mundo que lo rodea-. Una vez más, Quinet se remite a Freud y a sus innumerables referencias en cuanto al delirio de observación, como una provocación clínica de la existencia del superyó. Voz y mirada, objetos pulsionales, corresponden a la función superyoica de la vigilancia y de la crítica y retornan en la realidad: el sujeto es, incesantemente, visto y comentado. La "mirada-superyó", o una "mirada sobre mí", asume materialidad o visibilidad, al punto de que el Otro mire al sujeto. La condición de la mirada en la paranoia se desdobla en el "empuje-a-la-fama: lo que hace del paranoico un ser que pretende tornar público aquello que le compete, apoyado en la creencia de que todos se interesan por lo que le ocurre. La mirada, como objeto a plus-de-gozar, se encuentra en el centro del nudo de trébol, al condensar los tres registros, de modo tal de posibilitar recorrerlos en continuidad.
Nudo de trébol El nudo de trébol denuncia la particularidad de la clínica de la paranoia, en la medida en que el Uno del significante, como ideal, es al mismo tiempo imaginarizado como ideal y también como el Uno de lo real del goce, además de ser el Uno de la ley simbólica. De ese modo, es posible abordar los tres registros desde e]·fcnómeno de la paranoia al considerar lo real como el goce del trauma,
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donde fija al sujeto como goce que retiene el sujeto y que lo representa para los otros significantes -el S2- y lo imaginario, cuya consistencia del yo propicia la idealización. Del mismo modo se habla también de la continuidad de los goces.
mento, es verificar la relación entre imaginario y real -en el interior de esa con tinuidad, en la medida en que la viscosidad imaginaria atribuye sentido a todo, ella puede tener consecuencias en el registro de lo real y, por consiguiente, movilizar algo del orden del sujeto y su construcción del sinthome. ¿De qué manera la aproximación al lazo social produce efectos de sujeto en el paranoico? No es posible suponer que una buena cualidad de lazo social sea suficiente para la estabilización del paranoico. La proximidad del sujeto psicótico con los objetos de la realidad promueve efectos de real, percibidos a través del significante, que auxilian en su estabilización.
* Nudo de trébol (apud QUINET, 2006, p. 122) Es en lo real del goce del Otro, que lo vigila por todos los lados, personas y objetos, donde florece el delirio de observación. Es lo simbólico que retiene el sujeto en un goce traumático, lo que permite atraer todas las miradas sobre sí y atribuir una significación. Es lo imaginario que ofrece consistencia a la mirada, cuya materialidad hace que la mirada aparezca en el campo de la realidad al mirar al sujeto, al perforarlo, así como afirmara Joao. Los tres registros se presentan en continuidad, así como las modalidades de goce: el goce del Otro, el goce de sentido y el goce fálico. Goce del Otro absoluto, no barrado, lo que promueve el empuje-a-la-mujer convertirse en objeto de goce del Otro. El Otro que goza, al adquirir la consistencia imaginaria, atribuyendo sentido a todo lo que lo rodea. Y, por último, el goce fálico, disponible al paranoico, a costa del congelamiento del deseo. La plasticidad presente en la fantasía neurótica, que le permite una variedad de objetos sexuales, no aparece en el deseo del paranoico. Quinet describe el deseo en el paranoico como un cliché fotográfico, una imagen cristalizada, una mirada congelada en el retrato de su deseo.
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Es posible problematizar el caso Lourival de acuerdo con los cuatro tiempos presentados en la dirección de tratamiento de ese caso, con el objetivo de confirmar la hipótesis de la contribución de esa función clínica en la construcción del sinthome. Lourival no demandó del acompañante terapéutico un manejo de la transferencia, tal como ocurrió en el caso Emerson o en el caso Beto, donde había una dificultad inicial, dado que ambos, cada cual a su modo, estaban reticentes ante la instalación del dispositivo de tratamiento. Emerson, específicamente, porque el diagnóstico psicoanalítico de paranoia estaba configurado, no soportara la idea, en el comienzo del AT, de que alguien pudiese aproximarse a su apartamento. El delirio de persecución estaba bastante acentuado y fue pensada una estrategia -entre acompañante terapéutico y psiquiatra- para que se asegurasen condiciones mínimas de tratamiento. La transferencia, en el momento inicial, estaba puesta como otro perseguidor, odiado, hasta que se transformó en otro amado. De la persecución a la erotomanía. ¿El lector recordará la invitación de Emerson al acompañante terapéutico, expresado en una propuesta de casamiento?. Lourival comenzó el tratamiento sin revelar la faceta aterrorizante de la transferencia. De inmediato consintió en la presencia del acompañante terapéutico en la transferencia y también le dijo lo siguiente:
El goce fálico es fijado por el objeto a mirada enmarcada por el imaginario (QUINET, 2006, p.122).
Para finalizar, se retoma la condición específica del nudo de la paranoia -su onsistencia, que aparece en la indiferenciación entre los tres registros y también entre las tres modalidades de goce-. El momento de crisis en la paranoia acentúa la característica aquí descripta. La cuestión que se plantea, en este mo-
- Tengo miedo de ir a comprar cigarrillos. Pueden robarme con el vuelto y no sabré comunicarme, defenderme. ¿Me ayudas a entrar de nuevo en la sociedad? Ahora bien, se estableció la transferencia, pues existían las condiciones previas para iniciar una acción por la ciudad. El bar fue el punto de partida, sobre todo la acción de comprar refrescos y pedir un cenicero -circunstancia inicial-
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mente protagonizada por el acompañante terapéutico, hasta el momento en que él pudo, por completo, retirarse de esa acción, al dejar solos a Lourival y el vendedor del bar como protagonistas de la acción. Aquí se revela un primer aspecto a ser analizado, en lo que se refiere a la especificidad del manejo de la transferencia en el AT con pacientes paranoicos, a la luz de la contribución de Quinet acerca del estatuto de los objetos mirada y voz en la paranoia, así como a la luz de la indicación clínica de Pommier acerca del lugar del analista en la transferencia, circunscripto a la clínica de la paranoia y también a la luz del argumento desarrollado por Lacan (1973-1974) en el Seminario Aun, acerca del imperativo superyoico que anima a la compulsión a la repetición. Esos tres aspectos posibilitaron la formulación de una primera premisa acerca de la transferencia en el AT con la paranoia. Vale retomar el argumento de Quinet (2006) acerca de la noción de la mirada y de la voz como objetos pulsionales que impulsan al paranoico a querer ser visto y ser hablado por el otro. En la relación especular con el otro, el paranoico se posiciona en la posición de objeto de ese otro al esperar de él una mirada y una voz que confirmen su existencia. Ahora bien, vale recuperar, una vez más, el modo en que Lacan describe el primer tiempo del Edipo, más precisamente la función materna en su particularidad de inscribir en el cuerpo del bebé el significante, al mirar y nombrar aquello que ocurre en el cuerpo del otro. Es la madre que mira el cuerpo del bebé y codifica, a través del lenguaje, el sentido del llanto de ese mismo cuerpo. Un llanto de hambre no es el mismo que un llanto de cólicos. La . mirada y la voz, como objetos, asumen una posición destacada en el ejercicio de la función materna. El paranoico, por no haberse encontrado con el enigma del deseo de la madre, por estar fijado en el primer tiempo del Edipo, se aprisiona y reproduce ese modo de relación simbiótica, imaginaria y especular en la transferencia. El otro en la transferencia asume el estatuto de omnipresencia absoluta. De allí el querer ser visto y ser mirado, bajo la mirada vigilante del superyó. Ser visto y ser mirado por el otro, en función del significante de la ley, o SI, que fue forcluído y que retorna a través del otro. Ese punto será retomado a continuación. Pommier (1997) describe el lugar que un analista ocupa en la transferencia en la clínica de la paranoia. Se trata de una paradoja, la de ocupar un lugar más vacío en la relación imaginaria, o sea, (des)erotizar la palabra, para que los significantes puedan emerger en la transferencia. El analista pasa a ocupar el lugar de otro no especular. Se habla de una paradoja, en la medida en que una presencia en otro momento totalizante -como la madre en el primer tiempo del Edipo-, para ocupar un lugar que favorezca el tratamiento analítico, exige ser vat iaqa para posibilitar el direccionamiento de los significantes al otro.
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Vale recuperar la indicación clínica presente en el Seminario Aun, en cuan to al superyó como imperativo del goce del ser, aquello que exactamente anima la compulsión a la repetición. Ese aspecto merece ser puntualizado, pues el paranoico erotiza la mirada y la voz como una manifestación del superyó que fuera forcluída. El significante de la ley retorna a través del otro de la realidad. En esa perspectiva, toda y cualquier intervención superyoica fracasa, en la medida en que ella se distancia del discurso analítico, además de retomar la omnipresencia del otro. El manejo de la transferencia realizado por el acompañante terapéutico en la acción de comprar un refresco siguió estrictamente las orientaciones teóricas mencionadas. El lector recordará el modo en que el acompañante terapéutico manejó la transferencia en la concretización de la acción de comprar el refresco. Su presencia -marcada por el uso de la voz y de la mirada- fue, poco a poco, siendo vaciada gradualmente, a través del silencio y, posteriormente, por su "distracción" calculada en el momento en que la mirada que verificaría el vuelto no existió. En cuanto a la función clínica del acompañante terapéutico en la clínica de la paranoia, es posible formular la noción de vaciamiento de los objetos pulsionales -mirada y voz-, que en otro momento fueran necesarios para la concretización de una acción, pero que, paso a paso, dejaran de manifestarse en esa circunstancia, pues, Lourival fue convocado a asumir, gradualmente, su función como protagonista de la acción ante el vendedor del bar. El cálculo fue preciso, ya sea en la función del vaciamiento de la presencia del acompañante terapéutico en la acción, como también por el hecho de que la retirada de los objetos voz y mirada, en el ejemplo del refresco, fue soportable para Lourival, dado que la acción se concretizó. Otro aspecto relevante fue el hecho de que el acompañante terapéutico haya soportado la forma media torpe de Lourival al no interferir con códigos de buenas maneras, ya que estaba alertado sobre el imperativo superyoico que anima a la compulsión a la repetición. Dicho de otro modo, interesa al acompañante terapéutico que un paciente se arriesgue a realizar una acción, sin importar si él, el acompañante terapéutico, lo haría de manera diferente o no. ¿El lector recuerda lo dicho por Lourival sobre su incapacidad para ir a comprar cigarrillos? La compra del refresco describe el manejo de la transferencia en el AT, pues la paradoja de la presencia vacía8 posibilita el establecimiento de la transferen 8. Es posible realizar un deslizamiento de la paradoja de la transferencia en la experiencia clínica de l;1 pnrn no ll1 pora Ja función clínica del AT. En la primera, el vaciamiento de la presencia
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cia entre el paciente y los objetos presentes en la realidad. Lourival y el vendedor protagonizaron una acción en el momento en que se compró el refresco. El paciente se aproximó a una oferta de lazo social oriunda de un objeto de la realidad. Se puede afirmar que el manejo de la transferencia en el A1: en la acción por la ciudad, va de una omnipresencia a un semblante de presencia. La paradoja de la transferencia en el AT reside en ese punto: la presencia del acompañante terapéutico conduce al paciente en dirección a las ofertas de lazo social, hasta el punto en que ese mismo paciente puede prescindir de la presencia del acompañante terapéutico para la concretización de una acción entre el paciente y algún objeto. La presencia del acompañante terapéutico en la transferencia exige un cálculo, desde su entrada hasta el modo en que se efectivizará su salida, para que una acción se concretice cuando el paciente prescinda de la presencia del acompañante terapéutico. El segundo tiempo, o el segundo recorte, del caso Lourival incide sobre la perspectiva de consolidar una articulación de su equipo de tratamiento, que inicialmente estaba compuesta por un psiquiatra, una psicóloga, ambos técnicos de un CAPS, y el acompañante terapéutico, desvinculado de ese equipo, de modo tal de presentar a Lourival la existencia de un funcionamiento de la mirada en red como un procedimiento ético de suma importancia para su tratamiento, así como el alargamiento de ese mismo equipo con la inclusión de un Ceceo. El presente análisis de detendrá solamente en un aspecto: el sostenimiento, por parte del acompañante terapéutico, de que Lourival se beneficiaría en circular por el Ceceo. Ese punto es breve. La transferencia de Lourival con el acompañante terapéutico permitió ese proyecto, que se inició con algunas pocas idas de ambos al territorio institucional y que después perduró sin la presencia del acompañante terapéutico. La circunstancia del bar y la compra del refresco permitió describir la transferencia en el AT a partir de la paradoja del semblante de presencia o de la presencia opaca, silenciosa y distraída. La ida al Ceceo, inicialmente, se dio junto con el acompañante terapéutico, pero, poco tiempo después, Lourival empezó a ir solo ... En ese caso específico, su acción en el Ceceo prescindió de la presencia del acompañante terapéutico por completo. La situación del bar permitió el deslizamiento entre una presencia totalizante y una presencia opaca, de un analista, en la transferencia, permite el direccionamiento de los significantes del sujeto al analista. En la segunda, el vaciamiento de a presencia del acompañante terapéutico o el semblante de presencia, así como el apagamiento de la voz y de la mirada, permite dirigir al 'sujeto psicótico a las ofertas de lazo social.
ya que la acción al Ceceo rápidamente prescindió de cualquier tipo de presencia del acompañante terapéutico -de una presencia a la ausencia-. Sin embargo, el argumento anterior merece una reserva, en la medida en que ese proyecto terapéutico -la ida de Lourival al Ceceo- contó con dos especifi cidades importantes. La primera de ella consiste en el hecho de que "esa liebre" fue levantada en una reunión de equipo -aquella en la cual se buscó presentar al paciente una buena articulación entre los técnicos que lo asistían- , de modo tal de que haya una apuesta colectiva a sus recursos y una indicación sostenida por todos, y no solamente por el acompañante terapéutico. Es verdad que un acompañante terapéutico, alertado sobre los equipamientos que componen la red de Salud Mental, así como de las especificidades de los dispositivos de tratamiento, puede tener entre las manos elementos importantes para la dirección de un tratamiento. También es verdad que fue el acompañante terapéutico quien solicitó esa reunión de equipo, de presentación entre técnicos, entre técnicos y Lourival, técnicos comprometidos y preocupados por el éxito clínico del caso ... Si no hubiese una preocupación en consolidar las condiciones necesarias para la mirada en red por parte del acompañante terapéutico, no le habría sido posible a Lourival haber conquistado el Ceceo como territorio de circulación. Otra especificidad importante es la propia naturaleza del Ceceo, institución concebida para promover el encuentro entre lo heterogéneo. La mirada en red y la concepción de montaje institucional del Ceceo permitieron un segundo deslizamiento en cuanto a la calidad de la presencia del acompañante terapéutico -de una presencia totalizante a una ausencia construida a partir de aquello que en otro momento fuera una presencia-. El tercer tiempo condice con la función clínica del AT, función que conlleva efectos analíticos o que contribuye a la construcción del sinthome. El punto de análisis reside en el momento en que el propio paciente propuso una salida al Hospital de Clínicas, con el objetivo de participar de un programa que lo auxiliase para dejar de fumar. Esa propuesta, inicialmente sugerida por Lourival, fue acatada por el acompañante terapéutico con cierto recelo. Lourival afirmó que se trataba, de hecho, de una voluntad suya, pero, desde el comienzo, una duda se le presentó al acompañante terapéutico, dado que el padre de Lourival ya había hablado al respecto. -Él fuma demasiado, tiene que fumar menos ... ¿Será que en él no estaba, en alguna medida, ligado lo que el padre decía y demandaba? Aquí es interesante recuperar el argumento expuesto por Quinet (2006) acerca del ideal. Si, por un lado, está el ideal del Otro no barrado encarnado en la palabra del padre, por el otro, Lourival parecía tomar para sí la res-
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ponsabilidad de cuidar del propio cuerpo, de la propia imagen, al final él afirmó que no lograba hacer las subidas del barrio. El ideal, en la paranoia, liga el Uno de lo imaginario al estadio del espejo y propicia la viscosidad de lo imaginario. La insistencia en el proyecto de calidad de vida, a pesar de la duda planteada, se fundamentó en la cuestión de construir un ego como una suplencia posible a la forclusión del Nombre-del-Padre.
ciente a cielo abierto. Es en ese sentido, inclusive, que un paranoico puebla los objetos de la realidad concreta con sus creaciones inconscientes, capaces, inclusive, de perturbar el propio orden social. No es el caso de Lourival, pues él parece vivir sus creaciones inconscientes de forma bastante silenciosa. Hablábamos anteriormente de la viscosidad de lo imaginario. El paranoico es una plétora de sentido ... Por: ser el número Uno, the only one, él atribuye sentido a todo y a todos los que lo rodean. El pegoteo imaginario ofrece consistencia al Uno del paranoico. Tener miedo del proyector de diapositivas, teniendo en cuenta lo que acaba de ser dicho, confirma esa misma fundamentación teórica. El proyector de diapositivas estaba allí, en aquella posición, capaz de causarle temor en función del pegote imaginario. Por otro lado, comentamos también la característica del retorno de lo real, que fuera forcluído por no haber entrado en el sistema de simbolización. Lo real retorna, ex-insiste y produce efectos. El proyector de diapositivas capturó el imaginario de Lourival en esa acción y, al mismo tiempo, promovió efectos de real en su subjetividad. Real e imaginario caminan juntos ... ¿Cómo? ¿Cuál es la relación entre real e imaginario? ¿De qué manera la viscosidad de lo imaginario captura al sujeto frente a los objetos de la realidad? En contrapartida, ¿cuáles son los efectos de real devenidos de los objetos de la realidad sobre el sujeto? 10 Lacan (1975-1976), en el Seminario El sinthome, aproxima el registro de lo real al registro de lo imaginario, este como soporte de la consistencia del nudo de trébol. El registro de lo real por ex-sistir a lo imaginario y a lo simbólico, encuentra en esos dos registros su retención.
De todos modos, la primera visita al instituto Central del Hospital de Clínicas transcurrió sin grandes percances. Lo que merece ser destacado es la segunda visita, que causó efectos importantísimos en el tratamiento. La salida en automóvil al instituto, el diálogo que se entabló entre el acompañante terapéutico y el paciente, el cálculo en el manejo de la transferencia ... Lourival afirmó la imposibilidad de desprenderse del cigarrillo, no sabía qué hacer con el paquete, decía que no iba a aguantar. El acompañante terapéutico, a su turno, realizó una intervención que permitió dar algún contorno a Lourival -una intervención especular- que le ofreció algún soporte: -Mira, yo tampoco voy a tirar mi paquete ahora. Vamos a conocer, a asistir a una conferencia ... No estamos obligados a parar de fumar. Lourival soportó casi todo la conferencia informativa sobre calidad de vida, pero, casi al final, pidió irse. En el automóvil, camino a su casa, él afirmó: -Tuve miedo del proyector de diapositivas. Permaneció el resto del trayecto en silencio. "Tuve miedo del proyector de diapositivas''. Esta fue su única frase sobre la conferencia informativa del programa de calidad de vida del Hospital de Clínicas. En el momento anterior, en el automóvil, acompañante terapéutico y Lourival actualizaron una transferencia especular o simbiótica. Ya en el auditorio del hospital estaban juntos, ante una oferta de lazo social, sostenida por un grupo de profesionales y otros interesados en el programa mencionado. Lourival era uno más entre tantos que se disponían a participar de un servicio gratuito. La acción de asistir a una conferencia resultó en efectos de real, percibidos en la frase dicha por Lourival. La clínica de la paranoia prioriza aquello que es de lo real y que fuera forcluído, cuyo retorno deviene de los objetos de la realidad 9 • Lacan ya nos alertó sobre este hecho, esta evidencia clínica, en el Seminario Las psicosis, en el momento en que problematizó el ejemplo de la madre, la hija y la palabra marrana. La condición propia del inconsciente en la paranoia es descripta como un incons9. Es interesante destacar que el presente razonamiento se fundamente en la superación de la dicotomía interno-externo, presente en el pensamiento de Freud, pero superada por Lacan desde la figura topológica de la banda de Moebius, trabajada anteriormente.
"Es en tanto que ex-siste a lo Real que lo Imaginario encuentra también el choque que aquí se siente mejor" (LACAN, 1975-1976, p. 49).
Por cuenta de la continuidad del nudo, de lo enmarañado de los tres registros, es posible establecer esa estrecha relación entre real e imaginario. La ex-sistencia de lo real es retenida, barrada, contorneada por la viscosidad imaginaria. En otro momento del mismo seminario, Lacan propone un neologismo en10. El sujeto como el cuarto elemento del nudo, en ese momento de la enseüanza de Lacan, se encuentra en el S 1, y ya no en el S2, tal como lo era en la perspectiva de tratamiento de la construcción de la metáfora delirante. Lacan, al dar continuidad a su argumento, se interroga acerca del modo de abordar al sujeto -desde la noción del nudo de trébol- al punto, inclusive, de distinguir la personalidad del sinthome. De allí que su resistencia en publicar, nuevamente, su Tesis de Doctorado sobre la paranoia y sus relaciones con la personalidad, pues en ese momento él afirma que no es posible establecer relaciones entre personalidad y paranoia, dado que no son la misma cosa. El sujeto es el cuarto elemento del nudo borromeo, él lo ordena.
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tre las palabras cadena y nudo, cade-nudo 11 • La cadena se presenta tal como los anillos olímpicos, donde se presume la no indiferenciación de los tres registros. El nudo de trébol, por su parte, mantiene los registros en continuidad. En ese pasaje del seminario, Lacan evoca la descripción de la cadena al conjugar los tres registros para, a continuación, afirmar la importancia de lo real.
La frase "tuve mucho miedo del proyector de diapositivas", sostenida en el significante miedo ligado al objeto proyector de diapositivas, asume el estatu to de S1 propio del sujeto, al recomponer la cadena de significantes (S 1-S 2 ), ade más de desembocar, en el a posteriori, en un efecto importante, descripto en la discusión de ese caso como el cuarto tiempo -el pedido de escritura y el "ser estudiante''. Los efectos de real en el AT y su contribución a la construcción del sinthome fue percibido en el apres coup, después del golpe ... de lo real. Final mente, y desde lo que fue expuesto hasta aquí, es posible afirmar que una acción del paranoico en lo social -o un proyecto terapéutico en el AT- permite efectos de real favorables a la construcción del sinthome. Después de la circunstancia del proyector de diapositivas, se verificó un in terés de Lourival en dirección al lazo social, además de aventurarse a reconstruir su propia historia. En cuanto a lo último, en el parque, le fue posible recuperar momentos vividos en su internación de doce años, el electrochoque, el adormecimiento por las sustancias allí ingeridas, una interna de la institución de quien él gustaba, el padre, entre otros. Lourival dejó la reflexión de lado y pasó a poner en palabras algo muy particular, doloroso, pero que le permitió una aproximación a aquello que aparentemente le era imposible de abordar... ya en el viejo y conocido bar, aconteció el diálogo acerca de querer ser un estudiante, referencia inédita en el tratamiento, dando a ver a alguien que no era el loco, el interno, el usuario de una institución de tratamiento, sino un estudiante, alguien que legítimamente ocupa un lugar en el lazo social. Ser estudiante, leer libros y tener un cuaderno para escribir. Y allí reside el cuarto tiempo del recorte presentado: el movimiento de escritura sobre sí mismo y el pedido de publicación. El interés aquí reside en la perspectiva de apuntar otra evidencia clínica que corrobora la hipótesis de que Lourival se orientó hacia la construcción de su sinthome después de haber ido a la conferencia en el Hospital de Clínicas. No es el caso de recuperar elemen tos teóricos trabajados en el capítulo anterior, sino apenas destacar el hecho de que el movimiento realizado por el paciente -su interés en tener un cuaderno, escribir sobre sí mismo y publicar- fue disparado por una intervención ocurrida en el AT. El AT contribuyó a la construcción del sinthome de Lourival, lo que confiere a su función clínica un estatuto psicoanalítico.
Lo que es importante, es lo Real. Después de haber hablado mucho tiempo de lo Simbólico y de lo Imaginario, he sido llevado a preguntarme lo que podía ser, en esta conjunción (LA CAN, 1975-1976, p. 103).
Los efectos de real, percibidos en el significante, favorecen la articulación de los registros -o entonces reorganiza el nudo de trébol en la forma de los anillos olímpico, en cadena- mientras que el significante asuma estatuto de S , de articulador. 1 También es posible abordar los efectos de real sobre el sujeto a partir del argumento expuesto por Quinet (2006) acerca de los destinos distintos entre el significante de la ley y el significante del trauma, SL y ST respectivamente. El significante de la ley, forcluído, retorna desde la realidad a través de lo real, al lado del Otro -no barrado o absoluto-, y desemboca en una señal de hostilidad y persecución. El retorno de ese significante, o SL, en lo real recompone la cadena significante al vincularse al Uno del significante traumático, o S • Esa retención, 1 según lo que ya fue expuesto, permite al sujeto paranoico ubicarse en el lazo social, pues el Uno de la referencia condice con el S1, el significante donde se ubica el sujeto del inconsciente o el sinthome 12 • 11. O Chainoeud, en francés. 12. Sinthome y personalidad no son equivalentes, ya sea en la paranoia como en la neurosis. Para Lacan, el neurótico dispone de su sinthome, y no de su personalidad, para suturar la falla de lo real. El sinthome no condice con la personalidad, pero sí con el inconsciente. " [... ] hay un término que se relaciona con él más especialmente, que respecto de lo que es del sinthome tiene una relación privilegiada, es el inconsciente" (LACAN, 1975-76, p. 53). Más adelante, Lacan complementa y avanza al articular sinthome e inconsciente, al establecer un paralelo entre imaginario y real "es en tanto que el sinthome se vuelve a ligar al inconsciente y que lo Imaginario se liga a lo Real que tenemos que ver con algo de lo que surge el sinthome" (LACAN, 1975-76, p. 53). Al avanzar en su seminario, Lacan ofrece otra cuestión"[ ... ] se trata de situar lo que tiene que ver con lo Real, con lo real del inconsciente, si es que el inconsciente es real ¿Cómo saber si el inconsciente es real o imaginario? Esa es precisamente la cuestión. El participa de un equívoco entre los dos:' (LACAN, 1975-76, p. 98). Si se pregunta acerca de la intervención analítica, de aquello que toca lo real, su orientación -el pas-de-sens- tal como Lacan lo trabaja en el Seminario 23, condice con la doble acepción que la homofonía de esa expresión que sugiere el idioma francés. El paso-de-sentido y la negación del sentido. Una intervención analítica -en ese momento de la enseñanza de Lacan, momento en el que se inclina por el hueso de lo real- se orienta no por la primacía del sentido, sino por la forclusión
del sentido. "Pero la orientación no es un sentido, puesto que ella excluye el único hecho de la copulación de lo Simbólico y de lo Imaginario, en lo cual consiste el sentido. La orientación de lo Real, en mi temario, el mío, forcluye el sentidó' (LACAN, 1975-1976, p. 117). De ese modo, la intervención analítica se orienta o aspira a quebrar el nuevo imaginario que instaura un nuevo sentido. Por lo tanto, podemos pensar el estatuto de la intervención analítica como un cortocircuito que atraviesa el sentido.
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Quinet (2006) comentó que el empuje-a-la-fama del paranoico quiere tornar público aquello que le concierne. El acompañante terapéutico no dijo nada a Lourival acerca de la viabilidad de publicar o no sus escritos. Sin embargo, su empuje-a-la-fama le sirvió y aun le sirve como un artificio para motivarse a escribir, aun, sobre sí mismo, inclinado hacia la perspectiva poética de disponer de sus significantes para construir su sinthome.
El instante de mirar, el tiempo de comprender y el momento de concluir. .. Tres tiempos para el corte de una sesión analítica o tres tiempos para finalizar este proceso de investigación sobre la función clínica del AT y la teoría psicoanalítica. Momento de concluir lo que fue posible sistematizar en ese recorrido, el cierre ... Sin embargo, paradójicamente, es también un momento de apertura hacia las cuestiones que aun permanecen abiertas.
6.4 Consideraciones preliminares sobre la transferencia en el AT con paciente paranoicos ... o los tiempos del sujeto en el AT
El instante de mirar
Los recortes clínicos de Emerson, Joao y Lourival permitieron extraer algunas consideraciones importantes para pensar los tiempos del sujeto paranoico en la dirección del tratamiento posible en el AT. Del odio al otro a la construcción del sinthome. Ese recorrido incide sobre dos tiempos en la dirección del tratamiento, que pueden ser descriptos se la siguiente manera: 1º tiempo: de otro aterrorizan te, cuya dirección de tratamiento se sostiene en el pasaje del odio a la erotomanía, o entonces .... De una ausencia necesaria a una presencia totalizante. 2° tiempo: de otro totalizante al sinthome, cuya dirección de tratamiento se apoya en el vaciamiento de la presencia totalizante, para que el sujeto se incline hacia los objetos de la realidad, de donde lo real retorna y produce efectos para la construcción del sinthome. La transferencia en la paranoia consiste ... en una relación narcisista y especular. La consistencia imaginaria encapsula al otro, no hay entrada posible de un tercero para romper la simbiosis. De esa condición, resulta la siguiente paradoja: la clínica del AT con pacientes paranoicos se sostiene en una presencia vaciada, no en la perspectiva de un direccionamiento de significantes del sujeto al analista, pero sí en la perspectiva de un direccionamiento del sujeto -su mirada y su voz- a los objetos que pueblan la realidad social.
Consideraciones finales o ... AT y psicoanálisis: ¿una intersección? AT y el tratamiento posible de la paranoia
El inicio de mi recorrido como acompañante terapéutico fue marcado por un extrañamiento ante los discursos predominantes en la época sobre su función clínica. La pluralidad de los saberes presentes en el debate acerca de la reforma psiquiátrica -el discurso psicoanalítico; el discurso de la ciencia, donde también se encuentra el discurso médico; el discurso jurídico; las prácticas asistencialistas; entre otros, atravesaban a aquellos que se aventuraban a definir lo que sería propio de la función del AT. Y todavía restaba una cuestión: AT y psicoanálisis, ¿sería esa una intersección viable?
El tiempo de comprender El instante de mirar fue el tiempo previo para la decisión de lanzarme en esta investigación. Los embates con la clínica del AT y la superación de algunos de sus obstáculos caminaban, paso a paso, con mis estudios sobre la teoría de Freud y Lacan al respecto del tratamiento posible de las psicosis. Ya era tiempo de atravesar los momentos de elaboración de la teoría psicoanalítica para fundamen tar la función clínica del AT en su especificidad. La primera indicacion clínica de Lacan para el tratamiento posible de las psicosis, conocida como la teoría psicoanalítica del lenguaje y ubicada en la década de 1950, me permitió teorizar, a través de la idea de construcción de la metáfora delirante, dos puntos que fueron privilegiados en ese recorrido de investigación: la instalación del dispositivo de tratamiento y la mirada en red. Vamos a la instalación del dispositivo de tratamiento en la paranoia. En ciertos casos, la construcción del dispositivo de tratamiento en la paranoia es gradual, pues el sujeto se encuentra en la vertiente del odio -cuando el otro es alguien aterrorizante, cuando él atribuye al otro un carácter de perseguidor-, lo que presupone un tiempo anterior del sujeto en cuanto a la transferencia cali-
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ficada por Freud como erótica - la erotomanía- pertinente para que el sujeto psicótico se ponga en tratamiento, mientras que un clínico sostenga la paradoja de la transferencia -una presencia vaciada- , pues así se torna viable el direccionamiento de los significantes del sujeto al otro. En toda y cualquier clínica psicoanalítica - ya sea el análisis con neuróticos, o el tratamiento posible de la paranoia-, la presencia del analista es condición necesaria para la construcción del dispositivo de tratamiento. En este caso específico de la paranoia, más específicamente cuando el otro es alguien perseguidor -el paranoico odia al otro- , la construcción del dispositivo de tratamiento es lenta y gradual, hasta un tiempo anterior a la transferencia descripta por Freud como erotomanía. La experiencia clínica nos mostró que el AT, al tomar el caso Emerson como ejemplo, se convirtió en una estrategia privilegiada para la superación de ese mismo obstáculo. No obstante, el comentario no se restringe a lo que afirmé anteriormente, pues aun noto en la literatura psicoanalítica sobre el tema una escasa elaboración teórica acerca de la instalación del dispositivo de tratamiento en la paranoia. El recorte trabajado del caso Joáo ilustró el direccionamiento de significantes para mí y fue en ese momento que le propuse realizar un trabajo de escritura. Ese pasaje nos indicó la entrada de Joao en el dispositivo de tratamiento, pero, así mismo, me pregunto si ese mismo paraje todavía no permanece poco teorizado en el campo psicoanalítico, cuando comparado con las innumerables referencias teóricas acerca de la construcción del dispositivo analítico en la clínica de la neurosis. Dicho de otro modo: ¿existen, en la teoría de Jacques Lacan, conceptos pertinentes para la formalización de la instalación del dispositivo de tratamiento en la paranoia? La mirada en red estuvo presente en diversos momentos de mi práctica clínica como acompañante terapéutico. Emerson no soportaba la proximidad de un otro. El psiquiatra y yo manejamos la transferencia con el objetivo de asegurar una estrategia posible para posibilitar la construcción de mi presencia en esa transferencia. Joao no quería un segundo acompañante terapéutico y tampoco disponía de un espacio para dirigir sus significantes en un trabajo de escritura. La mirada en red, en ese caso, me permitió, incluso desvinculado de un equipo constituido a priori, enriquecer su montaje institucional de tratamiento cuyos efectos fueron notables para su recorrido clínico. Una reunión de equipo - el psiquiatra, la psicóloga y yo-, realizada en un CAPS, nos permitió sostener una apuesta en los recursos de Lourival. Apuntamos para la necesidad de alargar su montaje institucional de tratamiento, y le fue posible prescindir de mi presencia para mantener su transferencia al Ceceo. Ese mismo equipo del CAPS, en
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el momento en que me ausenté por vacaciones, se pudo movilizar ante un riesgo de una nueva crisis. Lourival soportó ese periodo. Por lo tanto, afirmo que la mirada en red acompaña los tiempos del sujeto en la dirección de tratamiento en el AT, lo que le confiere un estatuto ético. Existe también otro aspecto, dado que la mirada en red y la escucha del delirio orientan la formulación de un proyecto terapéutico, al considerar la posi ción del psicótico ante el borde de la locura. El AT se definió, en los comienzos de los años '90, como una clínica de acción en lo social. Hoy propongo revisar esa definición, pues no es posible tomar como un a priori toda y cualquier salida o acción en los social como dirección de tratamiento para el AT. La elaboración de un proyecto terapéutico, al ser concebido a través de la mirada en red, es fundamental, pues determinará la calidad de ofertas de lazo social con las cuales el sujeto psicótico de encontrará. La teoría de los nudos borromeos, elaborada por Lacan en la década de 1970 es conocida como la clínica de lo real o el campo del goce, le atribuye una nueva dirección para el tratamiento posible de las psicosis. Los tres registros, lo real, lo simbólico y lo imaginario, se articulan a partir de un cuarto elemento, el Nombre-del-Padre, o el sinthome. En la paranoia, ese cuarto elemento es forcluído y, por eso mismo, Lacan propone como dirección de tratamiento para esa clínica la construcción del sinthome como ArTiculador de esos tres registros. El paranoico establece una relación narcisista con el otro, y así ocurre con un acompañante terapéutico o con los otros objetos presentes en lo social. El acompañante terapéutico, una vez establecida una transferencia erotizada, busca promover una aproximación al lazo social, mientras que sea posible para el paciente. Paciente y acompañante terapéutico circulan por la ciudad y, paso a paso, el acompañante terapéutico construye la paradoja de la transferencia - una presencia vaciada-, pertinente para que el paranoico se dirija hacia los objetos de la realidad. Veamos el eyemplo de Lourival y el vendedor del bar. El acompañante terapéutico, al silenciar su voz, al apagar su mirada, convocó al paciente a posicionarse ante la oferta de lazo social que allí ocurría. Por consecuencia, la transferencia narcisista se estableció entre Lourival y el vendedor. Esa condición de vaciar la transferencia en el AT permite al paciente volverse hacia los objetos de la realidad, de modo tal de favorecer la ocurrencia del retorno de lo real que fue forcluído. El significante de la ley (SL) forcluído, al retornar por la vía de lo real, asume el estatuto de S1 y por eso mismo, por equivaler al Nombre-del-Padre, articula u organiza los tres registros. Ese pasaje me permitió concluir que el AT, en su estrategia y en su especificidad, contribuye a la construcción del sinthome, lo que también le otorga un estatuto psicoanalítico.
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Las contribuciones de Lacan para el tratamiento posible de la paranoia - la construcción de la metáfora delirante y la construcción del sinthome- me permitieron sistematizar tres aspectos importantes para el AT con pacientes paranoicos: la instalación del dispositivo de tratamiento, la mirada en red y su contribución para la construcción del sinthome. Es importante resaltar la interdependencia entre esos tres aspectos, pues es la mirada en red lo que orientará la intervención de un acompañante terapéutico en dirección a la instalación del dispositivo de tratamiento o en dirección a la construcción del sinthome. Existe también otro aspecto a ser considerado en cuanto a la función clínica del AT: la construcción del sinthome depende de la efectivización del dispositiv:o de tratamiento o, dicho de otro modo, la construcción del sinthome es un tiempo posterior al tiempo de construcción del dispositivo de tratamiento. Esos tres aspectos -la instalación del dispositivo de tratamiento, la mirada en red y la construcción del sinthome- funden los dos campos, AT y psicoanálisis, de modo tal de superar la cuestión planteada en el inicio de este libro, la de si AT y psicoanálisis serían una intersección viable. Hoy, en la perspectiva en que me presento, la de un acompañante terapéutico lacaniano, sostengo la premisa de que es un psicoanálisis lo que se espera de un AT.
El momento de concluir El significante terapéutico incita a confusiones, cuando se toma el binomio AT e inclusión social o lo terapéutico como equivalente del incluir. La psiquiatría democrática italiana propone crear mecanismos de inclusión social, de modo tal de lanzar al psicótico a la ciudad, al punto, inclusive, de realizar un proyecto urbanístico para el desmonte del manicomio. Vimos, en esa investigación, que la experiencia mencionada dejó escapar determinada concepción de subjetividad y su propuesta de inclusión social fue fundamentada solamente por el discurso sociológico y jurídico. El campo del AT, influenciado también por una definición que promueve la acción del psicótico por la ciudad, parece asumir en ciertos momentos la misma posición que otrora asumió la experiencia de Trieste, lo que vale es la acción en lo social. Al proponer una teoría de subjetividad de la psicosis, el psicoanálisis, además de problematizar la noción de inclusión, nos ofrece una indicación importante para la dirección de tratamiento posible de la paranoia. En ese sentido, el acompañante terapéutico, en su estrategia, tiene una condición privilegiada para la instalación del dispositivo de tratamiento. ¿Por qué no producir una deman-
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da de escritura en el caso Joao? Los opositores de esa posición argumentarán que yo estaría solamente priorizando una relación narcisista con el paciente, al poner a los objetos de la realidad en un segundo plano. Ahora bien, en ese pasaje del recorrido clínico de Joáo, el AT posibilitó incrementar su montaje insti tucional de tratamiento, pues es sabido que la escritura en la psicosis tiene una función importante para la construcción del sinthome. Me posiciono en el campo de debate del AT al afirmar que un acompañante terapéutico lacaniano está atravesado por su concepción de subjetividad y, consecuentemente, consciente de los tiempos del sujeto ante su tratamiento. El AT sirvió para la construcción del dispositivo de tratamiento y, en ciertos momentos de un recorrido subjetivo, cabe manejar la transferencia de modo tal de posibilitar el direccionamiento de los significantes. Los analistas, inclusive algunos de orientación lacaniana, se confunden con el significante terapéutico, por acreditar que la naturaleza de la intervención del AT -basada en el binomio terapéutico e inclusión- sostendrían determinada forma de inclusión social fundamentada solamente por los discursos sociológicos y jurídicos. Existen reservas en el medio psicoanalítico, sobre todo por parte de algunos psicoanalistas que permanecen en sus consultorios, en indicar un acompañamiento terapéutico para componer una montaje de tratamiento, pues existe el recelo de que su intervención sería asistencialista o pedagógica y, por lo tanto, contraria a la ética del sujeto. Ahora bien, el caso Lourival ilustra la fun ción clínica del AT como una clínica de inclusión simbólica, dado que los efectos de real favorecen la construcción del sinthome, al ArTicular los tres registros. El AT dispone de una concepción de transferencia para fundamentar la función clínica de circulación con un paciente paranoico en lo social, cuyos efectos de real catalizan la construcción del sinthome. ¿Por qué disponer de esa estrategia de tratamiento? ¿Por qué no considerar la importancia de un equipo de tratamiento -así como de la mirada en red-, dado que ese mismo equipo tiene mejores condiciones de superar los obstáculos del tratamiento posible de la paranoia? Por último, me gustaría destacar una cuestión que permanece abierta. Este libro se sostuvo, básicamente, sobre la clínica de la paranoia. En lo que concierne a la contribución para el debate sobre la transferencia en el AT con pacientes paranoicos, solamente los casos Emerson, Joáo y Lourival estuvieron presentes, lo que me permite afirmar que ese recorrido de investigación posibilitó una contribución para el mismo debate. Es allí que se encuentra la cuestión: ¿cómo teorizar los otros tipos clínicos de la estructura psicótica, tales como el auUsmo, la esquizofrenia y la melancolía en el AT? ¿Y el AT en ciertos casos graves de histeria, neurosis obsesiva y fobia? ¿Cómo pensar la constitución de la subjetividad
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en los tipos clínicos mencionados, sus consecuencias para la dirección de tratamiento y el manejo de la transferencia, de modo tal de contribuir para el debate acerca de la transferencia en el AT? Esas cuestiones constituyen un punto de partida para problematizar la función clínica del AT en cada uno de los tipos clínicos citados, de modo tal de contribuir para el campo de teorización del AT,
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a
Esta obra se terminó de imprimir durante septiembre de 20 J 4 en los 1:1lleres Gráficos "Planeta Offset", Saavcdra 565, Ciudad de Buenos Aires, Argentina.
Mauricio Hermann realiza en este libro un diseño del estatuto metapsicológico de la experiencia clínica del Acompañamiento Terapéutico. Las formulaciones teóricas del psicoanálisis, del psicoanálisis lacaniano, permanecían como campo abierto a una investigación fecunda en el escenario de las prácticas del acompañamiento terapéutico. Razón para celebrar la publicación de este volúmen. ANALICE DE LIMA
p ALOMBINI
El libro sorprende, entusiasma, más allá del aura y el prestigio profesional de quien lo escribe. Pronto se comprueba la exhaustiva consistencia teórica alcanzada por Mauricio en su investigación - luego de una experiencia de más de 15 años en el trabajo clínico con pacientes psicóticos- , en una fecunda puesta a prueba de la ética del psicoanálisis de orientación lacaniana en el campo del Acompañamiento Terapéutico. Pero con una valiosísima novedad adicional: en su punto de llegada, su recorrido nos permite acceder - en una transmisión magistralmente lograda- a las complejas formulaciones clínicas del último Lacan, el Lacan borromeo, el de los nudos, el del sinthome. Freud, por su parte, nunca deja de estar ahí, desde la primera hasta la última letra, cuidando meticulosamente que esa osada aventura en la clínica de lo real no desemboque en ningún extravío ... GABRIEL
IS BN 978-9 50-649- 549- 7
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