De amor nadie se muere Autor Froylan Salveq. Octubre 2014
En muchos momentos de nuestra vida hemos estado enamorados. A quien no le gustan las flores?... yo las amaba, me hacían sentir feliz con solo verlas. Su aroma te lleva a recordar algún momento de tu vida. Yo las amaba. Y que tal los chocolates?... chocolates?... yo solía regalárselos, amaba la sonrisa que me daba a cambio. Esa que me decía lo bonito que sería mi día. Todos hemos sentido esas cosquillas en el estómago que los tontos llamamos mariposas. Es una sensación que viene acompañada de un estado de placer que le gusta a cualquiera. Despues de una desilusión, juramos nunca más volver a enamorarnos. Lo malo del caso, es que ocurre de nuevo. Ese para mi podría ser un problema, pero no… El problema es, que nunca nadie podrá llenar su espacio en mi vida. Lo extraño tanto. El amor que nos unía era diferente. Desde que murió mama, nunca había llorado tanto como hasta hoy. A ella le prometí que seriamos felices. Yo suelo cumplir mis promesas, pero esta vez falle. A él le encantaban los panecitos. Suerte para ambos que a tres minutos de mi casa estuviera una panadería. Después de los chocolates, cada migaja de pan era devorada por él. Mi mama decía; De amor nadie se muere. Yo lo amo tanto y siento que ya no puedo. Ya no está. Ya no me recibe a la puerta con una sonrisa esperando su chocolate. Cada tarde después de su tarea íbamos al patio de atrás, siempre le gusto jugar con tierra, de los castillos pasamos a llenar de hoyos el jardín, él tenía la ilusión de encontrar un tesoro y esa tarde yo enterré al mío. De amor, nadie se muere. No sé quien escribió esa frase que mamá decía. Pero seguramente fue alguien que nunca sintió un dolor tan grande como el que siento yo. Dicen que hay amores que con el tiempo mudan su destino, este amor no, es un amor puro, inocente, una amor particular del cual estoy orgulloso. or gulloso. Mucha gente tiende a juzgar sin saber, sin conocer. Hoy que se ha marchitado no encuentro descanzo, mi paz se fue con el. Muchos saben extrañar y vivir, yo soy de los pocos que no pueden. A sus seis años el se sentía grande, a comparación de los demás niños de su escuela que querían ser soldados o policías. Él quería ser cantante. Cada noche escuchábamos canciones canciones que le gustaban a mama. Muchas veces acampabamos debajo de la cama, era incomodo pero el se sentía en el bosque y yo solo admiraba su imainacion ¿Cómo voy a cargar con este dolor? Es es mi hermanito, no había tarde que no lo escuchara, siere estaba para el, solo me tenia a mi y yo a el, tan claro esta que en su funeral solo estuvimos el y yo, quizás uno que otro amigo, no lo
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se… mi estupidez me hacia buscarlo entre las bancas de la capilla para tomarlo de la mano y que no se fuera a perder, que tonto. Era el quien se encontraba postrado en su caja de madera, que ni el color puedo recordar. ¿Cómo borrar mi culpa que no me deja seguir? Yo vivía para él. Carlitos, ¿Quieres un pan? Un amigo dijo, el momento equivocado en el lugar equivocado. Ya no habrá más m ás sonrisas al regresar, nunca más contestare sus preguntas. Te extraño Carlitos. El me pidió que nunca lo dejara solo, yo era su héroe, conmigo sse sentía protegido y paso todo lo contrario. No existe tarde que no pasen camionetas huyendo de sus consecuencias, todos sabemos lo que hacen. ¿Qué culpa tenia Carlitos que ellos roben combustible? Yo estaba cansado, había olvidado traerle su pan y decidí que el fuera solito, le di una moneda de cinco pesos. –Carlitos Agarra fuerte la moneda, no la vallas a perder, pasaron mas de quince minutos, sabes que algo ocurre y un silencio llega a tu cabeza con miles de posibilidades, solo asome mi cuerpo por la puerta y allí estaban un tumulto de gente esperando una ambulancia, sentí que mis pies no llegarían al lugar, sabía que era el, pero mi esperanza me obligaba a cerciorarme. Era un niño atropellado, la gente lo decía, yo a pesar de tan cerca que estaba, no lograba llegar. Cuando lo vi tirado, mi mundo oscureció. oscureció. Era el, mi bebe, mi hermanito había muerto, muerto, yo no tenia voz para gritar el inmenso dolor que me produjo verlo en el suelo… El, inocente aun apretaba su manita la moneda que yo le di. Una gran soledad llego desde entonces. De amor nadie se muere. Yo sí.