o Daniel Pécaut /
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CRONICA DE CUATRO DECADAS /
DE POLITICA COLOMBIANA
GRUPO EDITORIAL
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Daniel Pécaut
pregnación de !as relaciones sociales colombianas en el lenguaje jurí dico y, más allá, en las referencias frecuentes al Estado de derecho, esto vale para Colombia. Es aquí donde, sin embargo, se encuentran las huellas de la dialé ctica del orden y de la violencia: el estado de excepción, que autoriza medidas particulares de orden público y la acción gubernamental por decretos, ha estado en vigencia de manera casi ininterrumpida desde fines de los años cuarenta y así forma parte de la normalidad insti tucional. Por añadidura, una parte de las relaciones sociales ha estado regulada efectivamente por confrontaciones que ponen en juego ora a los actores privados, ora a los poderes públicos. Dos regulaciones prevalecen de este modo, no separadas sino en emezcladas. Una formal y otra informal. La segunda no tiene me nos influencia que la primera; muy por el contrario, contribuye más a la definición de los contextos normati vos en los cuales se encuenrra ubicada una gran parte de la población, así como a los "recursos de acción" a disposición de los actores organizados, ya sea Hevándolos a utilizar la fuerza o apelando a "transacciones" circunstanciales. El 'rente Nacional ha sido el ejemplo más claro de transacción institu cional, pero muchos otros tipos de o'ansacción se implementan cons tantemente en todos los campos de la vida social. Se trata, una vez más, si se quiere, de una manifestación del "liberalismo"; el campo social adquiere parcialmente el aspecto de un mercado donde se mio los "recursos de acción", un mercado gobcrnado no por una man invisible sino por manos muy visibles. Queda lo esencial: se trata de un sistema complejo de interacciv nes fluidas que, durante mucho tiempo, tornó forma solamente a tra vés del imaginario de los dos partidos políticos. Un sistema, por lo tanto, reñido con la segmentación social pero, al mismo tiempo, atra vesado de un extremo al otro por la política, lo más lejos posible de los esquemas de todo Estado autoritario, burocrático o no. La cues tión es lo que puede subsistir de ello cuando ese imaginario desapa rece y cuando el rechazo de la política se convierte en un resorte principal de la política. Los recientes escrutinios, empero, deben ser descifrados a la hade la tradición anterior. El deseo de autoridad no equivale a un consenti miento al autoritarismo. Aunque pensara en ello, no esti dicho que: Uribe llegaría a liberarse de una tradición más poderosa de lo que pa rece y, aLm menos , a convencer a los colombianos de se!!Uirlo en esa via.
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ENTRE EL CONFLICTO COLOMBIANO Y OTRAS GUERRAS INTERNAS CONTEMPORÁNEAS*'
,. Ponenci\l presentada en el VIIl Coloquiu Nacional de Sociología, organi 1.4do en uctubre de 2003 'lar el Departamento de Ciencias Sociales tle la Uni vt:rsidad del V;ll1e, Cdi, Columbia. Publi~IJa originalmente en las memurias del coloquio C()/lJlIlbia (/ comíetlzns del l/llevO mi/mio, editor: Luis C"lrlos CastiUo Gómez 2004). Traducción de Alberto Valencia ÍTnripT'rp? nrn(" .. _ _I!ft;.. _. (Univalle, " .. A
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Crónica d<: cuatro décadas de política colombiana
Voy a considerar el conflicto colombiano actual a b luz de lo que conocemos en la literatura sobre las guerras civiles contemporáneas. No pretendo describir su evolución a lo largo de (as décadas anterio res y, menos aún, analizar la coyuntura reciente. Mi propósito es so bre todo considerar si la abundante literatura consagrada a las guerras civiles posteriores a la Guerra Fría puede contribuir a esclarecer al gunos aspectos de este conflicto. No pretendo analizar, obviamente, esta literatura con todo el detalle, y menos aún con la pertinencia que tienen las reflexiones que se elaboran sobre este tema. Q!.¡isiera comenzar por un comentario crítico con respecto a esta hteratura. La idea misma de "nuevas guerras" en ruptura con los conflictos anteriores a la Guerra Fría es discutible, y más aún, la idea de que estas guerras presentan siempre grandes similitudes entre si. Soy perfectamente consciente, por lo demás, de que el conflicto co lombiano data de mucho antes del fin de la Guerra Fría y creo, inclu so, que desde sus inicios este conflicto sólo se inscribe de manera colateral en el campo de la Guerra Fría. Lo que atrae mi atención en una gran parte de la literatura sobre las guerras civiles contemporáneas es, sobre todo, el problema de que estas guerras escapan a la teoría de Clausewitz, al menos a la famosa fórmula según la cual la guerra no es más que la continuación de la política por otros medíos. Partir de esta literatura es, entonces, tomar una vía para reflexionar sobre el componente político del conflicto colombiano. No se trata de afirmar que el conflicto colombiano es político o, a la inversa, que no lo es. Eso sería una constatación bastante poco in teresante. La cuestión es un poco diferente. Es evidente que el conflicto es, en muchos sentidos, político; peTO reconocerlo no pue de dejar de lado el problema de saber de qué manera es político. No es suficiente a este respecto tener en cuenta los objetivos que exhiben los protagonistas: sus interacciones y sus práctíe:1S concretas son las que definen la naturaleza del conflicto. Colombia, por lo demás, como muchos otros países y no solamente los países en guerra, se encuen tra comprometida en una crisis de los puntos de referencia que definen el campo de lo político. Y hay muchas razones para suponer que los protagorustas armados no pueden sustraerse a esta crisis.
Crónica de
Daniel. Pécaut
I.
A propósito de las "nuevas guerras'"
l' na ":Ista literatura ha sido consagrada a los conflictos internos q L1e sacuden a numerosos países desde el final de la Guerra Fría. Estos conflictos no son necesariamente más numerosos que antes e, inclu so, muchos de ellos provienen de épocas anteriores; además, sus dife rencias son patentes. La naturaleza y los objetivos de los protagonistas son muy disímiles, al igual que la intensidad de los enfrentamientos, sus modalidades y sus consecuencias. Es suficiente con comparar las guerras étnico-nacionales que acompañaron la disolución de la antigua Yugoslavia, la "guerra im'isible" que arrasa a Argelia desde hace quin ce años, el genocidio de Ruanda, los enfrentamientos sangrientos por el control de los recursos económicos en Angola o en Sierra Leona, los antagonismos religiosos en Sudún, las luchas de bandas sobre un fondo de descomposición de las estructuras de poder en Somalia, para tener una perspectiva de la diversidad de los conflictos'. No obstante, estos conflictos tendrían en común al menos el con texto en el cual se producen. Para comenzar, pues, el fin de la Guerra Fria. Todos los conflictos anteriores no se pueden, evidentemente, explicar por la Guerra Fría, pero si es válido afirmar que, incluso los conflictos locales que remi lÍan a litigios sin relación directa con los términos de la Guerra Fría (étnicos, religiosos, regionales), estaban sobredeterminados por ella, que es la que les suministraba un lenguaje común a través de la ima gen de un antagonismo político omnipresente. A pesar de la diversidad subyacente de las divisiones sociales, un imaginario político expresa do en términos de "amigo-enemigo" lograba dar la impresión de tma fuerte articulación entre las divisiones nacionales y la división inter nacional propia de la Guerra Fria. Este código tenía un valor cognitivo y práctico: favorecía una "generalización" ideológica, independiente de las circunstancÍils particulares. Con el fin de la Guerra Fría, la he terogeneidad de los conflictos ha pasado a un primer plano. En segundo lugar el fenómeno de la globaJización, que acelera el debilitamientO de los Estados nacionales y favorece correlativamente
1 Para utilizar el rérmino de Mary KaJdor en Ncw úlld O/d WarJ Organj::;ed viole/ICe i71 global area, Clmbrit!gc, PolilY Press; 1999. (Traducción española: Las IllIC7.:ÚS guerra'i f 'wilmci'l I/rgalli::.atla m lu era gll/bltl, Barcelona, Tusquels Edite>
res,
2001). 2 Para
una discusión sobre el enfoque de M. K:lldor, cfr. Robnd Marchal Y Christim: ;\lessian, uLL~ gucnao¡ Livile" en la era Je la gluualí:ll1ción: nueVOS- conflictos y nuevos paraui¡;mas", en f1nJlisis Pllliúell, No. S0, enerc>-abriJ de 2004,
CUlllro
décatlas úe p'llírica colombiana
el repliegue sobre pertenencias o afirmaciones identitarias lucales o indu'io, la competencia armada por la apropiación de los recursos económicos. Fenómenos identitarios o intereses se combinarían para alimentar las rivalidades entre una multiplicidad de actores y la frag mentación de las escenas de conflicto. El resultado de ello sería la degradación de los conflictos que, más ue antes, se desarrollarían por población civil interpuesta; signifi carían la emergencia de nuevos "señores de la guerra"; y, en una es pecie de "privatización" de lo que esrá en juego, darían lugar a la proliferación de zonas afectadas por desórdenes interminables. Algunos ensayistas han llegado incluso a evocar a este propósito el espectro de una nueva "barbarie" que, aparecida en las periferias del sistema mundial, tenderla a difundirse por la vía de las migracio nes y de los circuitos de la economía ilegal, hasta los países centrales. Obras como The Coming Anarchy, de Robert D. KaplanJ , o Die grosse Wanderung. de Hans Magnus Enzensbergerl, han logrado un gran éxito por sugerir que un proceso de "descivilización", orientado a corromper numerosas partes del mundo, estaba en curso. Estos libros aparecieron antes del 11 de septiembre y la visión de la "amenaza te rrorista", islámica o no, se sobreimpuso a partir de ese momento a la del desorden. Este género de constatación, que recoge por su cuenta la vieja dicotomía entre civilización y barbarie, apenas si escapa a las redes del etnocentrismo occidental. Más fecundos son los análisis que ponen el acento sobre la obsolescencia de las guerras "clásicas" y de la teoría clausewitziana. La obra de Martin Van CrevelJ The Trans/ormution o/ W"r5 es, sin duda, la que ha ido más lejos en esta dirección. Según este autor esta teoría está ligada a un momento histórico particular, el de la consoli dación de los Estados--nación y la profesionalización de los ejércitos. En ese momento, precisamente, se aplicó la famosa visión trinitaria según la cual la guerra es una combinación de "violencia original", hecha de odio y de animosidad, natural y ciega al mismo tiempo; del "juego de posibilidades y Je azar que hace de la guerra una Libre ac tividad del alma"; y del "entendimiento puro" por medio del cual la
3 Random House, Nueva York, 2000. El libro tiene como subtítulo Slwuerútg lite Dreams (JIlhe Post C,)ld War. 4 Suhrkamp, Frankfurt, 1993. La trnducciún francesa, aparecida con el ú tuJo de La gral/de migration, es seguida por un i.:IL~JYO riwl,IJu Vues sur la guerr/! rivile, París, Gallimarcl, I1)9+. 5 Thc Free Press, Londres, 1991. Traducción francesa La trrlndñr"wtinfl ,lo In .....
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guerra se subordina a la política. El primer elemento remire princi palmente al pueblo y a sus pasiones; el segundo, al comando militar y al ejército; el tercero, al gobierno. Ciertamente, Oausewitz evoca siem pre la posibilidad de que la guerra, de conformidad con su "concep to" abstracto, pueda llegar a ser "absoluta" y tomar la forma del duelo, incluido en ella debido a las "fricciones" inherentes al combate y que desbaratan los cálculos". La distinción de los tres elementos, observa Van Creveld, ha per mitido que en el momento en que se elabora la teoría de la guerra moderna, sean reconocidas las "leyes de la guerra", que comprenden: la idea de "respuesta proporcionada", la diferencia entre los jefes militares y los dirigentes políticos (tos cuales no pueden ser tomados como objetivos); y, sobre todo, la distinción entre combatientes y po blaciones civiles. Para Van Creveld, la teoría clausewitziana había comenzado a vol verse caduca mucho antes de la globalización actual. La Primera y la Segunda guerras mundiales son ya una manifestación de que el con cepto absoluto de guerra ha llegado a ser algo más que una ficción y que, en particular, la distinción entre combatientes y poblaciones civi les ha sido anulada. Sin embargo, la teona se ha vuelto aún más cadu ca después del hundimiento reciente de los Estados-nación. La trilogía gobierno-ejército-población pierde una gran parte de su alcance. La guerra, constata el autor, ya no es ahora el resultado del enfrentamiento entre ejércitos organizados, sino de la acción de una multiplicidad de protagonistas que se constituyen a través de la actividad guerrera como tal. La noción de "frentes" pierde toda pertinencia; todos los prota gonistas se esfuerzan solamente por controlar territorios desarticu lados que no corresponden a una frontera estable, cualquiera que sea. La diferencia entre dirigentes políticos y jefes militares se borraíy los unos y los otros se convierten de igual manera en objetivos. La dis tinción entre combatientes y población civil desaparece, sea que las acciones contra los civiles se conviertan en una manera de afectar a
--6 Mientras Raymond Aran nO veía en el concepto de "guerra absoluta" sino un momento provisional de la teoria de Oausewitz (cfr. el clásico libro de Aron Pellser la guerre, ClausewiJz, París, GaJlimard, 1976, 2 vol.) Emmanuel Terray lo define como un elemento centraJ de su teoría definitiva (cfr. Clausewilt., Pa rís, Fayard, 1999). Me parece que el enfoque aroniano es el mas acertado. 7 En !as guerras clásicas, los representantes políticos de los Estados no el'll blancos dc los combatientes. En las guerras recientes se han vuelto blancos tan to o más oue los militares.
Crónica de cuatro d~cadas de política colombiana
los combatientes, sea que estos últimos traten de confundirse con los civiles. Van Creveld saca la conclusión, en el caso de las guerras recien tes, de que es absurdo continuar sosteniendo la idea de que las gue rras constituyen una forma de continuar la política por otros medios. De hecho, la mayor parte del tiempo los protagonistas no proponen un objetivo político coherente. La guerra se convierte en una activi dad por sí misma, que se puede comparar desde este punto de vista con el juego o con la competencia deportiva. Por otras vías, son numerosos los analistas que ponen en duda la validez de la fórmula c!ausewitziana en el caso de los conflictos inter nos reciemes. Unos subrayan que estos últimos se alimentan de an tagonismos identitarios con base étnica o religiosa, a menudo ambas al mismo tiempo, resultado del resquebrajamiento de los referentes nacionales, que son reemplazados por sectores de la opinión interna cional. Esta es, por ejemplo, la tesis de Mary Kaldor en su libro sobre las "nuevas guerras"M. Si bien ella no excluye que estos conflictos pueden tener una dimensión política, subraya que están desprovistos de contenido idclJlógico. Como Van Creveld, pone el acento sobre todo en el hecho de que estas guerras se desarrollan por imermedio de la población civil, con el cortejo de atrocidades que eso implica. Otros analistas muestran que las justificaciones ideológicas no son a menu do más que el pretexto para llevar a cabo una confiscación de los re cursos nacionales y lograr de esta manera una cierta autosuficiencia conómica. Paul Collier hace parte de los que están de acuerdo con la primacía de la actividad de tipo "predatoria", que se funda en la relación entre el peso de las actividades relacionadas con la ex:porta ción de los países periféricos y la existencia de guerras civiles. Angola o Sierra Leona serían sus ilustraciones. Otros autores, como K. J. Holsti, subrayan el resurgimiento de "señores de la guerra" allí don de el Estado ha desaparecido prácticamente, como en Somalia o en Sudán 9 • No se trata de discutir aquí en detalle estos trabajos. La oposición efltre "antiguas" y "nuevas guerras" es poco convincente si se basa solamente en la brutalidad o en las atrocidades de las guerras recien tes. Las guerras "clásicas", como las del siglo xx en particular, no dejan
8 Mary Kaldor, op. cit. 9 TlLc Stale, Yfár a¡¡eL lhe State 01 H01', Cambridge, Cambridge University Prcss, 1998.
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de lado de manera alguna las poblaciones civiles. Las crueldades nada tienen de inédito; así lleguen a alcanzar paroxismos en las guerras "étnicas", como se ha visto en Ruanda 'o , no hay que olvidar que ya había ocurrido lo mismo en muchas guerras interestatales clá~icas. El pillaje no es tampoco un fenómeno nuevo. Aislar la dimensión de "barbarie" en las guerras civiles actuales no si b'11ifica solamente co rrer el riesgo de ceder al etnocentrismo occidental ya mencionado, sino que presenta sobre todo el problema de volver ininteligible el fenó meno de la guerra. Parece que, bajo pretexto de no "eufemisar" las realidades asociadas a este fenómeno y de querer describir estas rea lidades de la manera más aproximada posible, incluso de mostrarlas en su "verdad", ciertas obras recientes ceden muy fácilr"'1ente a esta temlencia". Sin embargo, el recurso a las atrocidades es pocas veces irracional, corresponde a la búsqueda de objetivos específicos y re mite a estructuras colectivas que son estimulada.., en el momento de los conHictos. Es suficiente con leer a Christopher R. Browning o a Jean Hatzfeld para conllrmar cómo los "hombres ordinarios" pueden cometer durante las guerras los crímenes más abominables como si se tratara de una simple rutina". No es, pues, el nivel de barbarie lo que puede caracterizar las gue rras civiles actuales; no es tampoco el hecho de que se encuentran siempre desprovistas de fina.lidadcs "politicas". Los conflictos balcá nicos de los últimos años, al mismo tiempo que idcntitarios, eran eminentemente políticos. Lo que hay que retener de los aportes de Van Creveld, Kaldor o Holsti es, sobre todo, que los combates pro piamente dichos, los que oponen unidades militares o paramilitares, solo constituyen una pequci'ia parte de las estrategias de guerra, ya que
la Hablar de guerra "émica" no significa que el genocidio sea un hecho es pontáneo basado solamente en el antagonismo étnico. Ct: C1,ludine Vidal, Socilogi,: des p,witms, RrOarld(l, Cütl! d'/volre, París, KarthaJa, 1!)91. 1 J Cfr, por ejemplo las obras de Wolfang Sofsky, Tral.:/"at úbu die Gewalt (S. Fisher Verlag, Frankfurt del Meno, 1975. Traducción ¡rancesa: Trail¿ dI! la í'o/el/re, París, Gallimard, (1)98) y sobre todo Zeilen des Schrekens, Amo!?, Te rror, Krie[(, (S. Fischer Verbg, 2002. Traducción francesa: L'he de I'l.!pouvallte Folie meurtrlére, trrrelll; gue,.,.:, Pi¡rís, Gallima.rd, 2002). 12 El libro de Bro\Vlling trata sobre las operaciones de liquidación de los judíos en Polunia por una unidad alemana, Cfr. Ordillarv A'len, Baltli/lon lO1 (lIId lhe Final SII/ufillll in Poll/llli, Nueva York, Harrer Collins, 11)1)2. (Traduc ción francesa: Des IW1flmes IIrdsl/aires, LI! JOJé billaJ/loTI de risa.·e de ItI police lll/
Crónica eJe cualro déc:lcJas U" polílÍca colomlliuna
el despliegue del terror contra los civiles juega un papel mucho más considerable. Lo que no significa evidentemente que los civiles figuren llí solamente como víctimas: ellos son, igualmente, parte activa del conflicto. Otro aporte es resaltar que estas guerras se tksarrollan en espacios fluidos que corresponden ante todo a la evolución territorial de los dominios que ejercen los grupos organizados. El principal apor te es, sin embargo, sugerir que muchas de estas guerras combinan registros diferentes que, en ciertas circunstancias, dejan de ser com plementarios y se convierten en ampliamente autónomos: la sociali zación a través de la inserción en las organizaciones armadas puede convertirse en un fin en sí mismo (pensemos en todos los niños yado lescentes que muchas veces forman el grueso de las tropas); las acti vidades predatorias pueden desarrollarse como actividades por sí mismas (Angola o Sierra Leona); el uso del terror pueJe llegar a per der su aspecto instrumentJl para generalizarse y engendrar lo que el historiador germano-americano George Ñ{osse ha calificado C01110 la "brutalización de las sociedades"'J. Cada lino de estos registros está relacionado con la 'H.lquisición de "recursos de poder" (poder organizacional, poder económico o poder societal) ,. en este sentido, tienen necesariamente un componente "político" así no siempre se encuentren al servicio de un proyecto de conjunto, orientado a instaurar otro régimen político. Los teatros de guerra nueacn coexistir, en muchos casos, con espacios en los que las regbs de juego se mantienen inalteradas. La dI, isión amigo-enemi go reviste frecuentemente formas locales variables y no se impone como una división que atraviese todos los sectores de la sociedad. Las fricciones, evocadas por ClausewilZ, ya no se limilm a n:orientar Jc manera inesperada el curso de la guerra; pOí el contrario, se instalan en el corazón de ella. Todos estos elementos expresan el aspecto a menudo desarticulado que toman estos conllictos. Pero la puesta en cuestión de la teoría de C1auscwitz se dcriva so bre todo de la crisis del modelo de Est,ldo moderno conformado en Europa a partir del siglo XVII. Este modelo supone que el Estado tie ne una vocación para producir comunidades políticas bajo la moda lidad de "naciones". Gestión de la guerra frente .1 otros Estados y monopolio dc la violencia en el plano nacional van a la par en una fase en que la economi<,L, la cultura y la política parecen imlisociables. Des
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e antes de la globalización actual, este modelo ya había comenzado a vacilar. Cuando la economía comienza a separarse de la cultura y de la política, el sentimiento nacional se afirma con el riesgo, en caso de conflicto internacional, de la caída en una guerra total. La globalización actual se caracteriza por una disociación aun más marcada entre los Estados y las sociedades. Los primeros pierden su capacidad de conformar las sociedades. Esto es válido, en parte, para los Estados del "primer mundo": la crisis del Welfare Slale va a la par muy a menudo, en estos Estados, con una crisis de la ciudadanía y de la representación. Pero es válido aún más para los otros Estados y, sobre todo, para aquellos que no habían tenido éxito en fundar su soberanía y su autoridad. En diversos niveles se produce por todas par tes una fragilización o una puesta en cuestión del rol instituyente de lo político. Uno de los efectos de esta situación puede ser, en ciertos países la emergencia de una sociedad civil fundada sobre el reconocimiento de las diferencias y de los derechos específicos que le están ligados; en el plano internacional, se expresa en ciertos adelantos en la construc ción de un espacio público cosmopolita y de un derecho universal, como lo menciona Mary Kaldor. Sin embargo, aún en los paises concernidos, esta evolución se acompaña de un igual crecimiento de las inequidades, de la ruptura de las solidaridades sociales, del retor no del tema de las "clases peligrosas" y del de la "inseguridad"'4. En otros países de condiciones sociopolíticas más precarias, el derrumbe institucional pone al desnudo la ausencia de cohesión de la sociedad como t<''tl. La competencia de intereses ~ectoria1es, los re pliegues comunitaristas, la anomia que invade ciertas esferas, la au sencia de comunicación entre diversos universos sociales, la pérdida de contenido de la idea de comunidad política, conducen menos a la eclosión de una sociedad civil que a la de una sociedad mas bien "in civil" '5 • Este es un terreno de elección para que exploten guerras in ternas, limitadas o no. Incluso cuando estas guerras son limitadas y solo afectan parcial mente los poderes existentes, se trata de "guerras civiles" en el sentido de que hunden sus raíces en el fraccionamiento y en la heterogenei dad de las diferencias sociales, sobre el trasfondo de una mezcla de
14 Cfr. el libro de R. Castcl, L'insecurilé socia/e, París, Seuil, 2003. 15 En su libro Rejlutiuns 0/1 Vio/ent'( (Londres, Ver~'\), 1996), John Kcane dedica un capítulo a la noción de "sociedad incivil".
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vínculos antiguos y de una diversificación asociada con los procesos de individualización. Esto no implica que estas guerras sean la sim ple consecuencia y menos aún la simple reproducción de esta frag mentación: hay que tener en cuenta el papel de los grupos y de las organizaciones que consiguen poder por medio de la guerra. Esto no implica tampoco que estas guerras carezcan de dimensión política; pero esta dimensión se reduce frecuentemente a la privatÍ7.ación de los recursos de poder y no llega hasta la voluntad de fundar una nue va concepción del bien público y de la comunidad política. Cuando Van Creveld hace referencia a la obsolescencia de la tev ría clausewitziana constata el fin de una noción históricamente situa da de la soberanía. La globalización ha acentuado eviJentemente esta caída. Es necesario por consiguiente ir un poco más lejos. La globali zación igualmente ha propiciado por todas partes un cambio de las relaciones entre Estado y sociedad y sobre esta base hay que desci frar los conflictos actuales. Cuatro observaciones previas sobre el tema del conflicto colombiano 2.
¿Ayudan estas observaciones sobre las guerras civiles contempo ráneas a reflexionar sobre el carácter del conllicto colombiano? Esta es la pregunra que quisiera responder. Para hacerlo voy a recordar algunos de los rasgos que caracterizan este conflicto a lo largo de su evolución. No me vaya referir a los cambios que ha introducido el Plan Colombia, ni a las orientaciones del gobierno Uribe, porque se ría correr el riesgo de extenderme demasiado. Cuatro observaciones a propósito de este conflicto se imponen de entrada. La primera es que durante mucho tiempo el término "guerra" ha sido poco utilizado para referirse al conflicto y, por el contrario, el término "violencia" ha tenido una amplia difusión ya que parece dar cuenta de mejor manera de la multiplicidad de los protagonistas, de la mezcla de componentes que están presentes en él, de la importan cia de los fenómenos urbanos que parecen ampliamente indepen dientes de los demás aspectos. Responsable directamente de una proporción reducida de las víctimas, la guerra entre guerrillas y fuer zas opuestas parecería no ser más que un fenómeno entre otros. Por lo demás, la sucesión de "procesos de negociación" desde 1982, al gunos coronados parcialmente de éxito, daba la sensación de que la guerra podía. en cualquier momento convertirse en un sistema de tran sacciones.
Daniel Pécau El termino "guerra" solo comienza a imponerse verdaderamente a partir de 1995, cuando las FARC logran una serie de éxitos militares que llevaron a algunos comcntaristas a sostener que este grupo esta ba a punto de pasar de la estrategia de "guerra de guerrillas" a la de "guerra de movimientos". Pero el fracaso del nuevo proceso de paz lanzado por Andrés Pastrana y la política de mano dura impulsada por Alvaro Uribe llevaron, cada vez más, a un número creciente de sec tores a hablar de guerra. Algunos ya no dudan en asumir el relato his tórico de las fARC, según el cual Colombia estaria desde hace cuarenta años en una situación de "guerra ci vil". En segundo lugar, conviene subrayar que las instituciones no han conocido procesos de hundimiento; si bien no han estado al margen de las crisis y han estado marcadas por la pérdida de credibilidad en los partidos políticos o por la corrupCión, siguen disponicndo de una lcgitimidad y de una eficacia que, comparadas con las de los países vecinos, son sorprendentes en muchos sentidos. La adopción de un nueva Constitución en 1991 ha contribuido a ampliar, al menos po tencialmente, la vida política, gracias al rcconocimiento del pluralis mo cultural, los adelantos de la descentralización o la afirmación de nuevos derechos. Es cicrto que la "violencia" y la dramática degra dación de las condicioncs de vida de la mayoría de la población que se ha producido desde 1995 han limitado el alcance de esta moderni zación; pero el funcionamiento institucional se ha mantenido incluso en momentos en que la autoridad propia dcl jefe del ejecutivo se puso en cuestión. Estas constataciones no significan, evidentemente, que la fuella pública no haya cometido numerosos abusos en connivencia con los grupos paramilitares. Sobre este aspecto volveremos más ade lante. En tercer lugar, hay que recordar que el conflicto no se deja redu cir a un antagonismo étnico, religioso o identitario, ni es tampoco facil hacerlo corresponder con una oposición "de clase". Lo~ protagonis tas del contlieto se diferencian, sin duda, por el tipo de apoyo que reciben y, en una menor medida, por sus bases de reclutamiento. Los paramilitares se benefician actualmente del respaldo de numerosos propietarios rurales e incluso urbanos; sin cmbargo, el hecho de que sean grandes narcotraficantes los que se encuentran la mayor parte dcl tiempo a la cabeza de estas organizaciones complica la situación ya que, incluso cuando llegan a ser dueños de millones de hectáreas, no dejan de scr lIDOS "recién llegados" que no hacen parte de las an tiguas élites. No se puede ignorar tampoco el apoyo que los paramili tares encuentran ahora entre ciertos sectores populares. Además, el rprlnt"".,jpntn c:nri"l r1r ]Oj; rnmh:nientes de los dos campos se dife-
Crónica de cuatro décadas de política colombiana
rencia cada vez menos. Tanto o más que con convicciones o antiguos odios, las adhesiones tienen mucho que ver con las circunstancias, la coacción y las gratificaciones esperadas. La guerra es para numero sos adolescentes el único mercado de trabajo fácilmente accesible. La socialización, la memoria o las experiencias juegan sin lugar a dudas un rol, pero son reelaboradas en función del dominio de los actores armados. Las identidades colectivas, cuando existen, se definen con relación a estos actores. No es raro que los habitantes de zonas de conflicto cambien de afiliación cuando un actor armado se apodera de posiciones detentadas hasta un momento antes por su adversario e im pone su dominio. En cuarto lugar, el conflicto siguc instalado fundanlentalrnente en las periferias del territorio. La expansión continua de la') zonas de colonización caracteriza la historia colombiana desde el siglo XIX. Desde 1969 las guerrillas han acompañado el desplazamiento de las poblaciones hacia el sur y el este del país y han logrado implantarse igualmente en todas las zonas del norte y del Magdalena Medio. En 1990, la contraofensiva de Jos paramilitares parte de Urabá, y desde 1998 se extiende por un gran número de zonas de frontera. Tres fac tores han contribuido a la implmtación dc los actores armados ilega les en estas zonas: la precariedad de las condiciones sociales de las poblaciones, desprovistas muy a menudo de títulos de propiedad, expuestas a la destrucción de sus posesiones por los secrores que dis ponen de capitales y empujadas por tal motivo cada vez más lejos; la carencia de presencia estatal, de inversiones pero también de regula ción social, que deja a las poblaciones a merced de las redes locales de poder, legales o ilegales; el descubrimiento y la explotación en estas regiones, durante los últimos decenios, de recursos económicos esen ciales para el país como el petróleo, el níquel o el carbón, que ha pro ducido un flujo dc migrantes que el Estado ha demostrado de nuevo ser incapaz de controlar. Todas estas situaciones han favorecido la difusión del conflicto armado. La distinción entre periferias y centros sigue siendo, pues, fundamental. Esta es la razón por la cual la guerra nunca ha logrado generalizarse en el conjunto de la escena nacional. La guerra cierta mente hace sentir su presencia en las ciudades a través de la amena za, los asesinatos y, algunas veces, las masacres. Las guerrillas han logrado controlar provisionalmente ciertos barrios populares en las ciudades, practican la extorsión y los secuestros y, ocasionalmente, hacen atentados terroristas. Los paramilitares siguen tomando como objetivos a los sindicalistas, a los militantes de izquierda, a los defen Sores cie Ins dererhns hl1m:1nnj;'
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Daniel Pécaut te la influencia de la guerrilla; han retomado el control de numerosos barrios populares.en grandes ciudades como Medellín y han impuesto su concepción de la seguridad. Se puede, pues, hablar de un cierto nivel de urbanización del conflicto, pero no por ello los combates y el terror han dejado de afectar sobre todo a las regiones rurales.
3. Los componentes de "nueva guerra" en el conflicto colombiano
Es cierto que muchos de los rasgos del conflicto colombiano se parecen a los que señalan los autores mencionados al principio como propios de las nuevas guerras. Se trata, en gran medida, de un conflicto que se desarrolla por civiles interpuestos: las masacres, los asesina tos, las amenazas, los desplazamientos forzados -se estima en más de dos millones el número de desplazados-, constituyen un ingrediente permanente de las estrategias desplegadas por los actores armados par:! apoderarse de los territorios ocupados por el otro campo. Los actores armados ilegales dependen cada vez menos del apoyo activo de la población: tomar en cuenta sus demandas y respetar sus propios modos de org:mización colectiva es algo que poco les preocu pa. Si en ciertos casos aún se mantienen las condiciones de una so cialización común o, mejor aún, de una convergencia más o menos estable de intereses, la coerción y la creación de formas de "protec ción" de tipo mafioso se imponen caJa vez más. Los abundantes recursos económicos de que disponen los prota gonistas ilegales gracias al control de los cultivos de droga y de una parte ele las redes de exportación, las extorsiones y los secuestros, les permiten privilegiar las estrategias militares sin tener que preocuparse al' la opinión de los habitantes. ¿Habría que concluir, siguiendo a Paul Collier, que la "depreda ción" se ha convertielo en un fin en sí misma y ha reemplazado los objetivos políticos o, siguiendo a Martin Van Crcveld, que la guerra ya no tiene otro fin que su propia prolongación? Esó sería aceptar una visión excesivamente simple de las cosas. ~. Multiplicidad de los estratos históricos, de las configuraciones sociales y de los registros de acción.
Si se quieren evitar simplificaciones extremas, hay que volver a considerar ciertos rasgos muy precisos del conflicto colombiano.
+ 1 Es claro que el ;.:onflicto colombiano es mucho más antig'uo que los que se consÍl.lt:ran gcneralmeme en el marco de la noción de "nueva
Crónica de cuatro décadas de política colomhi:lOü
gue~.ra", pero ello no impide que cierros rasgos in.dica~r eg¿¡
1:
Cl an estar presentes, al men~n f~se reclen~EI conflict
• colombiano es de aque os que cam lan ere manera permant:nte; pero, ''-.50mo otros c~f1iCjQiLnter os com rende estratos de diversas épocas. Un plimer estrato, anterior a los años sesenta remite' ' . +t ) de autodefensa y de reivindicación de una parte del campesin:Jdo ¡~ éS de la terminación de la Violencia; fundadas oficialmente en I;{ . . 6 19 4, las FARC constituyen su expresión por excelencia. Como guerrilla I p antada en zonas de colonización, las FARC son totalmente peri féricas en ese entonces, en el sentido de que poco afectan el funcio
namiento del régimen y sus reivindicaciones son de natw-aleza
e
ref~
Un segundo estrato c rresponde a los esquemas revolucionarios
que surgen en América atina inmediatamente después de la revolu
ción cubana. Bien sea que se reclamen del gucvarismo, del maoísmo
o de la teología de la liberación, las colombi ' constitui
das a mediados de los años sesenta como el ELN y el EPL, tienen en
común un extremo voluntarismo, manifiesto en su interes por definirse
como "minorías activas", pero que privileg'ia al mismo tiempo ciertos
sectores del campesinado, sobre la base del proyecto de romper bru
talmente con las antiguas estructuras, en nombre Je unamodernidau
concebida de acuerdo con los cliversos esquemas marxistas.
~:tercer estra~emite a la fase de los conflictos centroamerica
nos. La radicalización política de las guerrillas va a la par con la crea
ción de estrategias propiamente milirarcs destinadas a derribar el
régimen. Si bien el M-I9 es la más clara ma.nifestación de esta ten
dencia, como se manifiesta en la toma del Palacio de Justicia en 19 85,
las guerrillas creadas anteriormente habían adoptado por su cuenta
una estrategia más ofensiva, que se presenta como de envergadura
nacional. La multiplicación de los frentes que llevan a cabo tas FARC y
la consolidación del ELN Ydel EPL constituyen el resultado.
Un último estrato corresponde al final de la Guerra Fría y al agota
miento de los modelos ideológicos venidos del exterior. La desmovi
lización del M- 1 9 Y del EPL no impide que la guerra se amplíe de
manera creciente. Para sostener sus operaciones militares las FARC,
sobre todo, y el ELN, de forma más limitada, se ven obligados a poner
el acento en la acumulación de recursos económicos y a hacer presión
sobre los poderes locales y el poder territorial. Durante esta fase los
paramilitares, igualmente, dejan de ser grupos locales, comienzan a
coordinar s.us..~~jones y a tratar de recuperar el control de regiones enter~Así como las~"nucváS guéá'as", como lo sugiere Mary Kald~, stán ligadas a la globalización, el conflicto colombiano entra también,
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njn,,'U dc cuatro déClld.s ,le pulitiCl wlumbillnll
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(' a partir de ese momento, en esta categoría, por intermedio de su artl culación con otra faz de l~ globalizació~a sa~r,J.ª_d~JQ~ t~fic~ ~y-l"3:t:orropci9n. El recurso cada vez más frecuente a métodos '-.:terroristas serIa un indicati\'o de la misma tendencia. Este estrato pue de ser también calificado como "posmoderno". La referencia a "estratos" no tiene sentido solamente cuando se trata de hacer mención de los cambios en los acontecimientos o de los cambios ideológicos, sino también cuando se quiere subrayar la yux .....1M'.QSiciónd..e oralidades y de sensibilidades diferentes. El tiem:: po de las FARC sigue sien o en gran medida un tlempo campeslOo lento, opuesto al tiempo urbano. Esta organización guerrillera se encuentra sumergida todavía en el mundo de la colonización. Muchos de sus dirigentes, comenzando por Manuel Marulanda Vélez que es su con densación metonímica, han manifestado siempre mucha desconfiaIlZ
53 2
nes campesinas. Las guerrillas se esfuerzan entonces por asumir su papel, pero imprimiendo al mismo tiempo una orientación radical a sus accIOnes. Desde mediados de los años setenta las regulaciones sociales pre carias que se habian logrado establecer tienden a ser puestas de nue vo en cuestión; la urbanización y la revolución educativa hacen sentir sus efectos, pero sobre todo, el régimen político se endurece como se puede constatar con el Estatuto de Seguridad promulgado por Turbay AyaJa. Las guerrillas asumen en ese momento la protesta política fren te a una situación que asimilan a una dictadura comparable a las del Cono Sur o a las de América Central. A partir de 1995, las medidas de apertura económica se acompa ñan de la desarticulación de gran parte de los sectores populares, tanto urbanos como rurales, como lo testimonia la expansión de las activi ades "informales", de la agudización de las inequidades y de un pro ceso de diferenciación y de individualización de las clases medias. En ese mismo momento, los paramilitares extienden sus acciones sobre una gran parte del territorio. En esta última fase la afiliación a la gue rrilla o a los paramilitares constituye una manera de inscribirse, vo luntariamente o no, en las únicas redes asociativas que existen en las zonas rurales. Sostener que la lucha armada "retranscribe" en cada momento las ransformaciones que ocurren en el seno de la sociedad no nos puede llevar a confundir los dos planos. La lucha armada corresponde a un proyecto específico de naturaleza militar, pero no puede ser separada de dichas configuraciones sociales. 4.3 La superposición de estratos y de configuraciones sociales se traducen finalmente en combinaciones en los repertorios de acción. El "duelo", esa forma de la "guerra pura" según Oausewitz, que aquí toma la forma de las atrocidades, es uno de estos repertorios. No in sisto sobre este aspecto salvo para subrayar que dicho duelo se manifiesta a la vez en el plano militar yen el plano político, ya que el adversario es definido al mismo tiempo en estos dos registr('s. El duelo coexiste, sin embargo, con una lógica permanente de «(transacciones" de todo tipo, algunas de las cuales pueden ser indu cidas por motivos económicos: la buena marcha de la economía de l.a droga supone muchas veces intercambios entre narcotraficantes, gue rrillas, paramilitares y las autoridades locales. Las transacciones co rresponden a menudo a la búsqueda de modus vivendi locales, que revisten por sí mismos modalidades muy diversas, como es el caso de los acuerdos implícitos con los elegidos en las localidades, los cuales,
a cambio de retenciones sobre las inversiones o de actos de rendición de cuentas, tratan de garantizar una cierta tranquilidad en su circuns cripción; en otras ocasiones las transacciones están relacionadas con "pacros" con los actores armados, conocida su posición de represen tantes de la sociedad civil local, sometidos eventualmente a la rati ficación de los habitantes para conservar un cierto clima de paz que permita al mismo tiempo cierto desarrollo. Algunas ONG se encuen tran implicadas con frecuencia en este tipo de arreglos. Otro tipo de transacciones son las que se presentan cuando se trata de conseguir el derecho al retorno de las personas desplazadas. Existen también transacciones individuales: las que se desarrollan todos los días para el pago de rescates de las personas secuestradas o las que buscan el aval de los grupos armados para una candidatura. La lista se po ría alar~stastrañsaccionesno están desproviStas e nesgo, o vla'ñ1err- te: 25 alcaldes han sido asesinados de ..:001 a 2003 y mas de 250 solo han podido ejercer su función desde lejos. Transacciones y riesgos son indisociables. La guerra compromete a todos los actores presentes, los cuales terminan por engendrar una forma de regulación parainsti tucional sometida a los azares de los acontecimientos. ~ -La transacción- dé"fine por l~·ge"n;;¡;lhor;ntede la guerra. Hemos mencionado la <;ucesión de "procesos de paz ll . Ni el régimen ni las guerriUas pueden evitar fácilmente tener que tomar posición en este horizonte, incluso cuando sus prácticas van en contra; el régimen refuerza a través de él su legitimidad nacional e internacional; las guerrillas encuentran allí la posibilidad de hacer reconocer y de dis cutir sus exigenc:.ias en el espacio público. Los períodos durante los cuales la negociación deja de estar a la orden del día son costosos en términos políticos para los dos bandos. Una institución como la Igle sia católica, implicada por lo demás en muchas microtransacciones del día a día, refuerza su autoridad presentándose en muchas ocasiones como la llamada a garantizar la labor de mediación. Muchas organi zaciones de la sociedad civil intervienen en el mismo sentido. De esta manera, todo ocurre como si de un momento a otro pudiera ser posi ble descifrar la guerra como una simple relación de competencia por la repartición del poder.
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4.4 Estamos, pues, lejos de un escenario clásico de confrontación. Para volver a las categorías clausewitzianas, estamos frente a un conflicto en el 4ue las "fricciones" importan más que las "batallasll . No son el entendiñttCríto, ni el alma, ni las pasiones 10rqUé coman dan el cursode los acontecímientos, sino hls circUnstandas, 1051ñi:"e r.;ses, las compleridade~ defdge.2[Eafta. - -- 534
5. Guerra y política
5.1 ¿Se podría afirmar que, en el contexto colombial.1Q, la guerra ya no está su.hordinada a lo político, que la diversidad de los estratos: de las configuraciones y de los r!perrorios de '!.CfiQ..,I,uttaduce en la 1I1slocac¡ón de los puntoscre referencia políticos? Esta sería una con- -~ < ~\lWla. _ -...- - r
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Cuando Clausewitz qíce que la guerra es la continuación de la política por otrQs.medicí'~tápensando en conflictos entre Esiaaos~ Sin embargo, la primacía de lo político tiene para él una diversidad de connotaciones: el objetivo político de las hostilidades y "el plan de guerra" considerado como su expresión; el juicio sobre la situación; el grado de influencia sobre las masas TÓ • En el caso de los conflictos internos, la referencia a lo político tiene una génesis completamente diferente. Del lado de los "rebeldes", la referencia a lo político pasa en primer lugar por la "denuncia" tanto de una situación intolerable como de sus responsables que se traduce, inmediatamente después, en la construcción de una división en términos "amigo-enemigo". Cuando este tipo de concepción es reconoóda por amplios sectores sociales, estamos frente a un conflicto eminentemente politico. La puesta en cuestión de la legitimidad del régimen es a menudo una primera etapa en la imposición de una concepción de esta natu raleza, como ocurre, precisamente, en la estructuración del conflicto colombiano. Las gue:ti,llas ~~~n ~_n.I..~gim~n~2.~ente..injus to y políticamente no representativo; rratan, pues, de enfrentarse al ~o y, soore todo, alas Fue¡záSA~~y a la Policía, que garan tizan el mantenimiento de su funcionamiento. Al proclamar de for ma reiterada su intención de "tomarse el poder" y "derrocar una dominación oligárquica", las guerrillas expresan claramente su "carác ter político". El régimen, por su parte, reclama la legitimidad que le confieren las elecciones y, más aún, su naturaleza de Estado de de recho. Sin embargo, este cara a cara entre el régimen y las guerrillas se ha ido haciendo más complejo debido al surgimiento de otros actores que recurren a la fuerza. Tal ~o_'!.e ~ narcotraficantes, que en diversos m~~njugado un enorme papel en la desestabiliza ción del Estado, así durante mucho tiempo hayan permanecido calla ..... do~, más por elcuidado de defender :;¡u_s intereses que por un proyecto
16 efr. De !tl gllerre, pág. 59: "Se puede comprender sin pena que el resul tado será completamente diferente si las masas representan factores de reforzamiento o de debilitamiento de la acción".
535
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político. Esta situación se modifica en la década de los novent~,.suan.; do se convierten en la columna vertebral de las oqpnizaciones para miÍ1iares.:.mre' sÓ~'precisam~o.~.las gue top';aE an:plia~~'.it~.vo Cías FuerzasArmadas en clcombat~ contTa_l:tsg~~rUlas,con el coñ sentimiento e, incluso" con. el ;¡~o en muchos casos d7Ia~as ~I\rmadas. Como las guerrillas, las o~~iCiOñ'es paramllirate'5 se (fe: dicañ sobretodo ainstaurar su dominio sob~e los territorios y sus ha bitantes.. Otros actores que recurren a la fue-rza;como ias"baódas -uroanas, contribuyen por su parte a la expansión del campo del conflic to sin tener, como ocurre muy a menudo, objetivos políticos claros y oscilando más bien, según los momentos, de un bando al otro. A p'csar ~diversid~dI;protagoÍ1istas'se mantiene de hedlO una polarización en dos,~amp?s, el de las guerrillas y el de sus adversa
rios....
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-Esta polarización se expresa en principio en la acusación que se hacen entre sí el Estado y las guerrillas con respecto a los derechos humanos fundamentales. Desde hace algún tiempo, las violaciones de los derechos humanos directamente imputables a la fuerza publica han disminuido mucho, ciertamente, ya este respecto las presiones de los Estados Unidos en el marco del "Plan Colombia" han jugado un enor me papel. Pero al dejar libre el campo a las organizaciones paramili tares, al validar incluso la colusión de elementos de las Fuerzas Armadas con estos grupos a pesar de las operaciones episódicas diri gidas a combatirlos, el Estado se presta siempre a ser acusado de res ponsable, por acción o por omisión como dicen los juristas, de las atrocidades que cometen. A la inversa, la guerrillas son puestas en cuestión por su rechazo a aplicar et D~ y. P9r .!as atro_~jd;.W,esq.~ mete.lb asís~!!J!1c;p,Q:vtl.1JneJO¡;,as. El campo de los derechos huma no;se convierte de esta manera e;{"el intermediario a través del cual la polarización política accede ampliamente al espacio público nacio nal O internacional. La globalización también entra en juego por esta ", vía, coqaJQ.subraya_M. Kal~ (expansión de las organizacIOnes paramilitares contribuye di rectamente, por lo demás, a que el conflicto se "societalice", en el sen tido de que se manifieste en franjas cada vez más considerables de la sociedad, al menos en las regiones rurales. Las luchas de las guerri llas y de los paramilitares se desarrollan apelando al recurso del te rror, al control territorial, al desplazamiento de las poblaciones. En esta guerra, los combates propiamente dichos solo ocupan un lugar secundario. El conflicto se desarrolla en lo ese '. I . más próximos a o político que a lo militar. La "guerra sucia" impul sada en los años odienta por una mezc~scura de narcotraficantes,
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paramilitares, militares y políticos locales, orientada contra militantes de la izquierda y militantes de los derechos humanos, era evidente mente política. La modificación reciente de las zonas de implantación respectivas de las guerrillas y de los paramilitares ha tenido también una dimensión política. El cuadro del conflicto colombiano se parece, en muchos sentidos, a aquel que de las guerras civiles contemporáneas presentan los au tores citados líneas arriba. Sin embargo, no nos parece evidente que el término de "guerra civil" sea el adecuado para describir la situa ción colombiana.
5.2 Vimos cómo dichos autores subrayaban que lo específico de las
guerras civiles contemporáneas, incluso cuando conservan una dimen ión politica, consiste en que comportan otras dimensiones que oscu recen a menudo los elementos en juego y conducen a su fragmentación en el espacio. Se podría poner en cuestión la afirmación que presen tan estos mismos autores, según la cual los protagonistas de estas guerras ya no tendrían ninguna "ideología" -en las guerras anterio res, la icieología no tuvo siempre un papel decisivo y no faltan prota gonistas en los conflictos contemporáneos que expresen ideologías-, pero se podría interpretar esta constatación como ~ salttrel'h-etholie quéIas co'ñflictOscontemporm€ o sño pre~ntnnma -rrntdad estable, es decír, 'nó'logran imponer fa visión"Ca-mlgo-enernT go" de la que se reclaman: '•. La fragmentación espacial del conflicto colombiano es innegable; se desarrolla en teatros locales ampliamente separados unos de otros, cada uno con sus particularidades y sus puntos litigiosos propios. Si bien los protagonistas presentan objetivos estratégicos de conjunto, que pasan principalmente por el control de los corredores de comu nicación o de los polos de producción económica, en el conflicto se yuxtaponen al mismo tiempo una infinidad de conflictos cercanos en los cuales intervienen antiguos antagonismos, odios, deseos de ven ganza, que solo se vinculan de lejos con esos objetivos estratégicos. Las [o'uerzas Armadas, por su parte, han sido,.-incapaces hasta-a1mr-a-.. ~e imppncr su 12[esencia en todo el tcrrilo!ig~ Dotadas de un presu puesto reducido, burocratizadas, algunas veces corrompidas, confron tadas con diversos adversarios al mismo tiempo, no han obrado como una institUl:ión cuya intervención se hace en nombre de una concep ción estratégica y de una pretensión creíble de reconquistar el monopolio dcla violencia. - Sin embargo, lo esencial se encuentra en otra parte: los protago nistas ilegales no han logrado conferir a las justificaciones que pre
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sentan para apoyar sus acciones el carácter de cuadros de referencia de validez general, a los cuales una gran parte de la población se pue da adherir. Lejos de dar lugar a "una evolución hacia justificaciones de alcance más general"'7 dichas justificaciones se han borrado pro gresivamente como si las acciones dispersas fueran suficientes por sí mismas. Esta es la razón por la cual el término de "guerra civil" no nos parece adecuado. Esto no se debe solamente al hecho de que los protagonistas ilegales solo se benefician del apoyo de una ínfima minoría de la población. Si la damos fe a las encu~~a~ d!.2I'i'lió.!l, L~!ruerr!lIas solo disponen sirripatía-~·cfo!. o tres.~ cien~ d~ l~obla~~ pro~a§l:q~ los paramilitareS'l:iaya;1Ogrado conqui§1ir dUUWte estos últímos t1~m pos una má's ampfia aceraélon declarada o tácita. Si creemos en las mismas encuestas de opinión, únicamente las Fuerw rmadas go
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17 l..fr. ¡l este propósito L. Boltanski y L. Thévenot, De 1", justifiration. Les écOllOmit:s de la grandeur, París, Gallimard, 1991,
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inédiro y está fuera de duda que la polarización política en el país se
ha acentuado, como liende a mostrarlo la popularidad de las Fuerzas
Armadas, Sin embargo, ver allí una adhesión al autoritarismo sería
prematuro: el apoyo no equivale de manera alguna a la entrega de un
cheque en blanco, como lo prueban las resistencias a la gestión del
gobierno en otros campos.
Varios factores parecen haber entrabado, de hecho, la difusión de
una visión "amigo-enemigo" en el conlunto de la sociedad.
Un primer factor remit@a n~ura1cza dei-)-~ljA:)esde1958 el régimen ha preservado sie pre su carácter civilista, ha dejado aQier tos espacios políticos, ha buscado en las elecciones una manera de so"5fener tilla cultura pOÜ1:tcar6fj:ícla desde la independ~n7:ia;liaén c~rad;eñ las mecJ:¡das recIentes· de JescenüafJi'acTón Ia~form; de réCfiJéll- la brecha con los administrados: todos estos elementos apO-nt yan su pretensión de ser considerado como una democracia a pesar V dejos eermanentes.atentados ai.Es-r.adP 4.(sLe.!!C~~'y' delas~iolacio-': nes a lQs.d~.echo..s hu.m.anos...ED comparación con los Qclíses vecinos, el régime~ no s(: ha quedado atrás,' '.- - ._- - .n segundo factor tiene que ver con la fragilidad de la unidad a la
vez simbólica y concreta de la nación, Hemos hecho referencia ante
riormente al surginliento constante de nuevas periferias poco inte
gradas al resto del territorio, pero conviene resaltar también la
inlportancia de los mecanismos institucionales que coexisten con los
mecanismos formales. Desde estos dos puntos de vista, la lucha arma
da no siempre se encuentra en ruptura con los habituales juegos y re ~ laciones de poder, U n tercer factor se refier~ las transformaciones de la sociedad
mencionadas anteriormente. Las desigualdades sociales, ya escancra:
losas desde antes, se han acentuado de nuevo desde 1995, pero difí
cilmente pueden ser consideradas como una dimensión estática.
Rápidos fenómenos de movilidad ascendente o descendente se han
--Presentado? re1acionad9.i.COn f¡Qí:ue~ia con la economía de la droga, ~ el mmenso sector informales e,.'{tru.QfdinanamenreOiVffio.·A -uefá a1ltiencia d;d~;Piaz;dos, conde~ados a instaTáiSC'enla'S"afueras de las ciudades, el mundo urbano se ha modernizado ampüamente. a baja sostenida de las tasas de homicidios que se ha venido presen
tando desde hace algún tiempo expresa nuevas modalidades de parti ---- -_.. \
cipación y de.soliJaridad. Se podrían citar aún muchos otros factores que han entrabado la \
metamorfosL., en guerra civil de un conflicto prolongado y con múl
tiples ramificaciones, a pesar de sus componentes políticos.
pesar
-------_.
53
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6. Más allá de los objetivos políticos, las interacciones prosaicas CJausewitz fue el primero en subrayar que la guerra clásica no podía ser definida solamente a partir de los objetivos de los adversa rios sino a tr:;tis de la fO.!ID.a~~ con~tituyen las "acciones r~í.er0ca~'. La novedad de los conHlctos comempor:meos estaria en qu~ las interacciones terminan por tomar la delantera sob~_ob~~!vo.s) \ , hasta el punto de vaciarlos de su conteni~Según Van Creveld, la 'guerm-pue~r puramente interactiva, cuando cada actor se limita a reaccionar a lC1S'iñ
6.1 Los objetivos políticos proclamados por los protagonistas de este conflicto no dicen gran cosa sobre sus estrategias. Los objetivos son siempre múltiples y se redefinen en función de las circunstancias y de los repertorios de acción privilegiados. Más que los ejércitos or inarios, los proLagonistas ilegales son organizaciones que deben te ner en cuenta una multiplicidad de racionalidades y de intereses. Luchan por incrementar los recursos de poder que pueden asegurarles una capacidad de acción n' 1V0r a la de sus adversarios y les permiten utili¿ar en su provecho las certidumbres inherentes a cualquier tipo de interacción. Los organigramas ya no nos dicen mucho del funcio namiento efectivo de los c.!.os bandos'8. Una conl:indante de las FARC\ que maneje las cuentas del trafico enel Caquetá puede tener mas I inf1.llencia que muchos miembros del Estado m~rorry lo mismo puede ocurrir en el caso Je un narcotraficante local vis a m's de Carlos Cas taño. No hago más que resumir de esta manera los rudimentos de la sociología de las organizaciones'o. Sin duda, un conflicto armado es algo más que simples interacciones organizacionales, porque remite también a la lucha a muerte. Sin embargo, cuando un conflicto se 1 ~ En mi opinión, el importante libro de Juan Guillermo Ferro Medina y Gracieb Uribe Ramón, El ordm de la gucrm; las FARC-EP: eTlfre fa orgrlnizacicín y la po/ítiCll (Bogota, Centro Editorial Javeriano, 2002) sigue demasiado aferra do a la idea ue poner el énfasis en el esquema organizacionai formal de las FARC como si no se tratara, ante todo, ue una imagen para afuera, que no necesaria mente tiene que ver c(Jn el funcionamiento COl1creto. J 9 .\ole refiero-ai ca,~o. de "Sonia" según los informes de prensa. 20 Cf.;poreíe~llplo,el libro clásico dc M. Crozier y E. Fricdberg, L'acte el le systeme, París, Seuil, 1977.
540
extiende por tantos años y se desarrolla en función de una pluralida de registros, como el conflicto colombiano, las lógicas organizaciona les complejas adquieren necesariamente mucha importancia. La acumulación de recursos de poder por parte de un protagonista permite ciertamente un dominio relativo de las interacciones con los demás protagonistas, pero cuando este dominio apela a la coerción y, peor aún, al simple terror, no conduce a la obtención de una legitimi dad política. 6.2. A pesar de todo, sería absurdo afirmar de manera tajante que el conflicto se encuentra cada vez mas "despolitizado". Es posible que en su desarrollo cotidiano los referentes políticos ya no tengan la mis ma importancia que antes; también es cierto que es muy dificil ha biar de una división "amigo-enemigo" de conjunto; por el contrario, esta división conoce un proceso de diseminación, se refracta a menu do en las redes locales y en las relaciones interpersonales, perdiendo de esta manera gran parte de su coherencia. De manera paralela, el conflicto ya no se deja descifrar como un antagonismo de clase, dada la composición heterogénea de todos los bandos así como el carácter impredecible de muchas de las trayectorias individuales. Poner de relieve el "prosaísmo" creciente del conflicto es una manera de su brayar esta situación. No obstante, el debilitamiento de los referentes políticos y soci:l les no hace sino reflejar un fenómeno mas amplio dc desencantamiento de lo político que no es exclusivo de Colombia, ni de la situación de guerra que padece; la pérdida de credibilidad de lo político se perci be en todas partes. En el caso colombiano, la desintegración de los partidos tradicionales y su sustitución por microempresas electora les es una clara manifestación de esta realidad. Los actores ilegales no son inmunes a esta tendencia. El hecho de que en ciertas circunstan cias logren imponer su dominio sobre la población no implica que esta última se identifique con su discurso político, si es que lo tienen. Se ha podido comprobar que, aún en zonas bajo control Je uno u otro de los actores ilegales, los habitantes no siempre apoyan en las elco-_
ciones a ~~~ c~nd.id:tos ~ue e;tos ~ct?res.prop~n~~.Ellf~C~~'\ uchas ¡avenes no encuentren otra saltda ttente a su slLuaClon de . miseria que la de vincularse a uno u otro de los grupos armados tam poco significa la existencia de una dimensión clasista. Et"i:kseñcarit;Imlento(fe' p-;ütico c"OñtrioiiJe a que el conflicto se vuelva cada vez más "socictal" en el sentido de que atraviesa el te jido social. Las relaciones de fuerza invaden sectores enteros de la sociedad, produciendo fenómenos de desarticulación y formas pre
ro
54- 1
Daniel Pécaut
Clan. Giorgio Agamben se refiere al concepto de mpolítica" p, a aludir al dominio sobre los cuerpos, como una for n er el poder. Si bien tal conceptualización es discutible, sobre todo cuando el mencionado autor la utiliza para referirse a to das las sociedades modernas democráticas", no deja de ser sugestiva en los casos de violencia abierta, cuando el individuo se encuentra despojado de su calidad de ciudadano o incluso de su condición de sujeto capaz de ejercer una autonomía. Con o sin guerra, es probable que en Colombia se hubiera produ cido de todas formas el desencantamiento de la política; pero la gue rra no hace sino acentuarla. Sin embargo, de allí no se puede sacar la conclusión de que la guerra ya no tiene ningún componente político; por el contrario, lo político es uno de los muchos recursos de poder que manejan los protagonistas armados. Como hemos visto, la guerra no afecta por igual a toda la socie dad. Es posible que estemos asistiendo a una nueva dicotomía: por un lado una sociedad "incivil" inmersa en unas relaciones de fuerza, por otro lado lIna "sociedad civil", que está tomando forma en ciertas onas del país y que reivindica su derecho de ciudadanía.
Crónjca dc cuatro décadas de polírica colombiana
que ponen el énfasis sobre los "objetivos" declarados de los protago nistas, para destacar la necesidad de tener en cuenta la manera como estos objetivos se van constantemente redefiniendo en función de las interacciones entre los múltiples actores y las múltiples escenas. Creemos también que el dilema entre el carácter "político" o "no político" del conflicto colombiano no es relevante. No se trata de ne gar la degradación del conflicto. No obstante, las relaciones de poder a través de las cuales se desarrolla apuntan a expresiones de lo polí tico que no caben dentro da la antigua visión del carácter instituvente de lo político. La degradación del contlicto y el desencantamiento de lo político han contribuido a que la guerra colombiana se haya vuelto intermi nable. Es posible que la solución signifique la repolitización de la situa ción. Si es así, habría que saludar los resultados del referenda y de las elecciones de octubre pasado" ya que demuestran que, a pesar de su apoyo a la política de "seguridad democrática", muchos colombia nos no están decididos a entregar un cheque en blanco al poder, cual quiera que sea, sino más bien a buscar las vías de una política de lo posible, más allá de las relaciones de fuerza.
Conclusión Nuestro punto de partida fue la discusión de la noción de "nue vas guerras" que no nos parece tan válida cuando pone el énfasis en el hecho de que la población civil se ha convertido en blanco de los combatientes. Su pertinencia se relaciona sobre todo con el hecho de poner en duda la teoría c!ausewitziana de la guerra, una teoría fun dada sobre la visión clásica de la soberanía de los Estados. Hemos subrayado la yuxtaposición de temporal.idades y de regis tros que caracteriza el contlicto colombiano. Pero también hemos sos tenido la tesis de que es necesario mantener siempre la idea de la racionalidad de los protagonistas del conflicto, una. racionalidad que no es unificada, ya que se deriva de una multiplicidad de racionalidades lirn.itadas. Para concluir, hemos insistido en la complejidad de las ló gicas organizacionales, ya que queremos distanciamos de los enfoques
21 efr.Homo Sacer, le pouvoir souvuain et lu vie /l1It!, París, Seuil, 1977. [Hay traducción española: Homo saul: El poda soberano J' la !luda ;;ida, Valencia, Pre Textos, 1998 - N. del E.] Al afirmar que la biopolítica, tal como se presentó en los campos de concenu'ación alemanes, se ha vuelto tambi¿n el funJamcntu de las democracias modernas, el análisis pierde mucho de su alcance, a mi manera de ver.
22 Se refiere ¡1 las elecciones de octubre de 2003, en las cuales se rechazó el referenda propuesto por el gobierno desde b campaña presidencia! y se eligie ron alcaldes y gobernadores. Estas elecciones significaron un dW'o revés para el gobierno, no sólo por la pérdida dd referendo, sino también por el hecho de que resultaron elegidos varios candidatos que no hacían parte de la coalición de gobierno. El caso más notable rue el de Luis Edu:miü Garzón, elegido Al caldc de Bogotá en nombre del Polo Dcmocr:ítico, principal partido de oposi
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