El mundo se encuentra sacudido por otra de las grandes crisis del capitalismo, la misma hace el barrido final a las ilusiones posmodernas. Así nos despedimos del supuesto fin de la historia que auguraba un destino firme y perenne para la democracia burguesa. Esta última se encontraba barnizada por lo políticamente correcto y de ideales narcisistas. Detrás de estos presupuestos navegaban, a sus anchas, la plena vigencia del capitalismo y la dominación masculina. Este maridaje, a la luz de los últimos acontecimientos, hace agua pero como sistema no ha perdido su capacidad para reproducirse y reciclarse. Así capitalismo y patriarcado conforman una dupla que debe ser puesta en cuestión como un conjunto, estamos aprendiendo que no pueden ser pensados por separado y que es necesario develar sus relaciones y su capacidad para reproducirse. Este libro viene a apuntalar la masa crítica de conocimientos que, desde distintas perspectivas, promueven horadar al patriarcado como fundamento de la cultura. Por donde se lo mire el patriarcado estableció y promovió un dogmatismo conceptual en las ciencias sociales que reafirmó, en diversos períodos históricos, las razones de ser de la dominación de las mujeres por parte de los varones. Esta dominación no sólo estableció el conjunto de las relaciones familiares y la consecuente subjetividad de época sino que colaboró en sustentar cuanto sistema de poder hemos conocido en la historia. El psicoanálisis, la antropología y la historia se hallan atiborradas de propuestas que no hacen sino sostener teóricamente al patriarcado. En estas páginas se podrá encontrar una puesta al día de conceptos-herramientas para la tarea de desenmascaramiento del patriarcado. César Hazaki
LA CRISIS DEL PATRIARCADO CÉSAR HAZAKI - COMPILADOR
Colección Fichas para el Siglo XXI
Colección Fichas para el Siglo XXI Diseño de Tapa: Victor Macri Diseño E-book: Mariana Battaglia
La crisis del patriarcado / . - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Topía Editorial. . , 2015. - (Fichas para el siglo XXI; 23) E-Book. Pdf: ISBN 978-987-1185-80-1 1. Psicoanálisis. 2. Identidad. CDD 150.195 Fecha de catalogación: 17/04/2015
© Editorial Topía, Buenos Aires 2015 1° edición impresa publicada por Editorial Topía en 2012 (ISBN 978-987-1185-50-4).
Editorial Topía Juan María Gutiérrez 3809 3º “A” Capital Federal e-mail:
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LA CRISIS DEL PATRIARCADO MABEL BURIN IRENE MELER DÉBORA TAJER JUAN CARLOS VOLNOVICH CÉSAR HAZAKI (COMPILADOR)
Colección Fichas para el Siglo XXI
INDICE
INTRODUCCIÓN LOS AUTORES EL HAIN UN MITO QUE CONTRADICE EL DOGMA PATERNO
César Hazaki
LAS RELACIONES DE GÉNERO: SU IMPACTO EN LA SALUD MENTAL DE MUJERES Y VARONES
Irene Meler
PATRIARCADO: MARXISMO, FEMINISMO Y PSICOANÁLISIS
Juan Carlos Volnovich
MASCULINIDADES Y FEMINEIDADES: IDENTIDADES LABORALES EN CRISIS
Mabel Burin
NOTAS PARA UNA PRÁCTICA PSICOANALÍTICA POSPATRIARCAL Y POSHETERONORMATIVA
Débora Tajer
INTRODUCCIÓN
El mundo se encuentra sacudido por otra de las grandes crisis del capitalismo, la misma hace el barrido final a las ilusiones posmodernas. Así nos despedimos del supuesto fin de la historia que auguraba un destino firme y perenne para la democracia burguesa. Esta última se encontraba barnizada por lo políticamente correcto y de ideales narcisistas. Detrás de estos presupuestos navegaban, a sus anchas, la plena vigencia del capitalismo y la dominación masculina. Este maridaje, a la luz de los últimos acontecimientos, hace agua pero como sistema no ha perdido su capacidad para reproducirse y reciclarse. Así capitalismo y patriarcado conforman una dupla que debe ser puesta en cuestión como un conjunto, estamos aprendiendo que no pueden ser pensados por separado y que es necesario develar sus relaciones y su capacidad para reproducirse. Este libro viene a apuntalar la masa crítica de conocimientos que, desde distintas perspectivas, promueven horadar al patriarcado como fundamento de la cultura. Por donde se lo mire el patriarcado estableció y promovió un dogmatismo conceptual en las ciencias sociales que reafirmó, en diversos períodos históricos, las razones de ser de la dominación de las mujeres por parte de los varones. Esta dominación no sólo estableció el conjunto de las relaciones familiares y la consecuente subjetividad de época sino que colaboró en sustentar cuanto sistema de poder hemos conocido en la historia. El psicoanálisis, la antropología y 6
la historia se hallan atiborradas de propuestas que no hacen sino sostener teóricamente al patriarcado. En estas páginas se podrá encontrar una puesta al día de conceptos-herramientas para la tarea de desenmascaramiento del patriarcado.
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LOS AUTORES
Mabel Burin: Doctora en Psicología Clínica y psicoanalista, es especialista en Género y Salud Mental. Es docente universitaria en centros académicos de Argentina, Brasil, México, Costa Rica y España. Actualmente es directora del Programa de Estudios de Género y Subjetividad en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES) en Buenos Aires. Es directora del Programa Post Doctoral en Estudios de Género, en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES). Directora del Diplomado Interdisciplinario en Estudios de Género y de la Maestría en Estudios de Género. Es autora de varios libros y publicaciones e investigaciones sobre su especialidad. César Hazaki: Psicoanalista, editor de Topía Revista (conjuntamente con Enrique Carpintero y Alejandro Vainer). Creador y coordinador del proyecto comunicacional de jóvenes para jóvenes “Lluvia Negra” -declarado de interés nacional por la Honorable Cámara de Diputados de la Nación-. Autor de El cuerpo Mediático (Topía Editorial). Irene Meler: Doctora en Psicología. Coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (APBA). Directora del Curso Universitario de Actualización en Psicoanálisis y Género de APBA y Universidad John F. Kennedy. Coordinadora Docente del Diplomado Interdisciplinario en Estudios de Género, Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales(UCES). 8
Co autora de Género y Familia. Poder, amor y sexualidad en la construcción de la subjetividad (Paidós, 1998); de Varones. Género y subjetividad masculina, (Paidós, 2000). Co-compiladora de Psicoanálisis y Género, Debates en el Foro (Lugar Editorial, 2000). Co autora y cocompiladora de Precariedad laboral y crisis de la masculinidad, (UCES, 2007). Débora Tajer: Psicóloga (UBA), Especialista en Psicología Clínica (GCBA), Magister en Ciencias Sociales y Salud (FLACSO/CEDES). Doctora en Psicología (UBA). Profesora Adjunta de Estudios de Género -Facultad de Psicología (UBA)-. Ha realizado consultorías para la OPS, OMS, RSMLAC, UNFPA, CNM, D. G. de laMujer del GCBA, entre otros. Co compiladora Psicoanálisis y Género. Debates en el Foro (Lugar Editorial, 2000) y Saude, equidade e genero. Um desafio para as politicas públicas (U.N. Brasilia, 2000) con Ana María Costa. Autora de Heridos Corazones. Vulnerabilidad coronaria en varones y mujeres (Paidós, 2009). Compiladora del libro Género y salud. Las políticas en acción (Lugar Editorial, en prensa). Juan Carlos Volnovich: Médico, psicoanalista. Integra el Consejo de Asesores de la Revista Topía y el Comité Científico Asesor del Foro de Psicoanálisis y Género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires. Recibió la Mención 8 de Marzo Margarita de Ponce 2010 por su aporte a las teorías de género.
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EL HAIN UN MITO QUE CONTRADICE EL DOGMA PATERNO1 CÉSAR HAZAKI Yo no sé indicar dónde se sitúan en este desarrollo las grandes divinidades maternas que quizá precedieron universalmente a los dioses paternos. Sigmund Freud, Tótem y Tabú ¿Y si no fue así? Este capítulo se pregunta sobre uno de los pilares de la teoría psicoanalítica: las ideas que Freud despliega en Tótem y Tabú. Allí fundamenta el surgimiento de la organización social -la alianza de los hermanos varones- como consecuencia del asesinato del padre de la horda. De esa alianza fraterna que surge en el mismo momento que acomete el parricidio, es decir que se constituye en el propio acto que realiza, Freud hilvana el inicio del sistema patriarcal, el sentimiento de culpa, el tabú del incesto y la manera en que se establece la exogamia. En éste planteo, como se observa, el inicio de la cultura y el patriarcado son indisolubles. Para Sigmund Freud los descubrimientos que hallaba en sus pacientes, tanto él como sus primeros discípulos y compañeros de ruta, dio fundamento a las ideas que aparecen en Totem y Tabú, capítulo: “El retorno del totemismo en la infancia”. Esta articulación estableció innumerables desarrollos posteriores, dentro y fuera del psicoanálisis, que 1. Una versión abreviada de este capítulo apareció en Topía Revista, número 61, Buenos Aires, abril / julio 2011.
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han ayudado a sostener la cuestión del padre a nivel de un dogma incuestionable –algo que la cultura patriarcal ya mantenía con variados fundamentos. No hay duda que el tratamiento freudiano de la horda primitiva y el asesinato del padre relanzó -una vez más- el tema del padre como el inicio de la cultura y se ha convertido en parte central del corpus psicoanalítico. Es decir dejó fuera de consideración cualquier perspectiva que pudiese establecer fisuras sobre la constitución y génesis del patriarcado. Ante la gravedad de la transformación de estas hipótesis en una imposición dogmática, que insiste en repetirse sin cuestionamientos como piedra angular de toda la teoría psicoanalítica, muchos desarrollos teóricos nos alertan de las consecuencias gravosas de la misma; al respecto, por ejemplo Michel Tort avizora estas cuestiones sobre el Edipo: “Observemos con mayor detenimiento los procesos edípicos en Freud y su puesta en juego, la manera como presenta las posiciones de la madre y del padre edípicos, las transformaciones de la pareja parental freudiana. Se perfilan según dos aspectos que deben ser leídos en simultáneo: uno es la línea de las consideraciones sobre la travesía, por parte del individuo, del complejo de Edipo. El otro es el de las construcciones ‘históricas-prehistóricas’ que se despliegan desde Totem y tabú hasta Moisés y la religión monoteísta. Tienen puntos comunes pero también diferencias de acento importante. El punto en común es el borramiento sorprendente de la figura materna, la desvalorización de las mujeres, que ni siquiera son nombradas como tales en Tótem y tabú e, inversamente, la promoción del amor del padre y del amor entre hombres, fuente de los lazos sociales (…) Desde Tótem y tabú hasta Moisés y la religión monoteísta Freud intenta construir un esquema ‘histórico’ de la diferencia sexual que se ordena en el supuesto ‘pasaje histórico de la madre al padre’, giro capital, según él, de la cultura y el progreso de la 11
`espiritualidad´”.2 Se comprenderá que la objeción, la puesta en duda sobre las hipótesis freudianas, tiene como eje el dogma patriarcal que las mismas ayudan a sostener. Este peso dogmático repetido y aggiornado por las ideas de Lacan -dentro del psicoanálisis- son la más clara expresión de cómo la solución paterna, como fundamento de la cultura, se recicla permanentemente. Pero no sólo dentro del psicoanálisis ha ocurrido esto, en la antropología, las investigaciones de Lévi-Strauss -con sus estudios sobre el intercambio de mujeres- tampoco escapa al efecto dominante de cómo la cultura se organiza y gira alrededor de los varones. Sabemos que esta persistencia no es fortuita, que obedece a distintas formas en que la dominación masculina, como la denomina Pierre Bourdieu, se actualiza en cada momento histórico. Sin duda esta dominación es amplia y recorre todas las formas de la producción de bienes materiales, simbólicos y, lo que es más importante, la producción y reproducción de mujeres y hombres. Siendo un tema tan vasto retengamos lo que Pierre Bourdieu dice sobre la mujer en la economía de los bienes simbólicos: “El principio de la inferioridad y de exclusión de la mujer, que el sistema mítico-ritual ratifica y amplifica hasta el punto de convertirlo en el principio de división de todo el universo, no es más que la asimetría fundamental, la del sujeto y del objeto, del agente y del instrumento, que se establece entre el hombre y la mujer en el terreno de los intercambios simbólicos, de las relaciones de producción y de reproducción del capital simbólico, cuyo dispositivo central es el mercado matrimonial, y que constituyen el fundamento de todo orden social o, mejor dicho, como símbolos cuyo sentido se constituye al margen de ellas y cuya función es contribuir a la perpetuación o al aumento del 2. Tort, Michel, El Fin del Dogma Paterno. Editorial Paidós, Buenos Aires 2008.
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capital simbólico poseído por los hombres”.3 Por todo lo anterior y manteniendo la misma pregunta (¿Y si no fue así?) nos permitimos exponer la vida y los mitos de los selk´nam, más conocidos como Onas (pese a que esta palabra no pertenece a la lengua selk´nam, es un término de origen yánama, vecinos de los selk´nam, que significa Norte. Esta aclaración viene a cuento porque durante largos años en la escuela primaria argentina se denominó a los selk´nam: Onas. Una injuria más con esta desaparecida cultura originaria). Anima esta mirada sobre los selk’nam una pregunta que deviene de la anterior que encabeza este apartado: ¿Existen posibilidades de encontrar en Argentina alguna cultura cuyos rastros nos permitan poner en cuestión esa hipótesis de Sigmund Freud, es decir, que muestre otra explicación de cómo se estableció el patriarcado? ¿Si así fuese podemos sacar otras conclusiones sobre la culpa, el incesto, y la constitución de un orden cultural? En éste capítulo se tratará, entonces, de hacer inferencias sobre la cultura y forma de vida selk´nam. Pueblo originario deAmérica del Sur que existió hasta no hace mucho y cuyas costumbres y mitos se conocen por fuentes fidedignas y confialbes. Por ejemplo se tiene conocimiento que hasta el año 1933 se realizó el ritual de iniciación de los varones (El Hain) pese a que la población selk´nam estaba diezmada. Nos alienta el haber dado con este pueblo originario de la Patagonia, enmarcado en los límites geográficos de una isla, que nos da otra versión de por qué se organizó el patriarcado, cómo se constituyó, contra quién se llevó a cabo, a qué poder se propuso derrotar, a causa de qué motivos se llevó adelante, cuál fue el asesinato original, dado que sus mitos cuentan que lo hubo y que el mismo no fue precisamente contra el padre primigenio. Es por ello necesario iluminar, observar la cultura selk´nam, pueblo 3. Bourdieu, Pierre, La dominación masculina. Editorial Anagrama, Barcelona 2000.
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originario que ha dejado numerosas y ricas pruebas de primera mano (Martín Gusinde participó y fotografió el Hain de 1923 -es decir se recogieron testimonios de personas que fueron partícipes de los hechos por haber vivido y ser miembros de esa comunidad patagónica-). Entre los notables procesos culturales nos interesa destacar el ritual mencionado anteriormente: El Hain, un mito, que cuenta que en los inicios de la cultura selk’nam no hubo parricidio, sino que la alianza entre varones se inició, se constituyó, como rebelión ante el poder de las mujeres. Dominar a las mujeres, hacerse del poder de las mismas (a las que los varones selk´man temieron hasta su lamentable final en manos de los blancos. Consecuencia de la entrada de los mismos a la Isla Grande, de sus armas de fuego y de las enfermedades que traían y para las que los selk´nam no tenían defensa inmunológica) fue un objetivo primordial para los varones selk´nam. El rito ensalza el triunfo de los varones y la consecuente derrota del matriarcado. Festeja y reafirma el pasaje del matriarcado al patriarcado. Trataremos de llegar a explicar cómo fue y por qué se dio esa unión de los varones para realizar el asesinato masivo de mujeres. Hacemos notar ya esta diferencia que consideramos central: en el mito freudiano muchos -la alianza entre varones- acometen el parricidio contra un uno omnipotente y poderoso, en El Hain se relata de modo mitológico un femicidio como fundamento del patriarcado: todos los varones se unen para matar a todas las mujeres, excepto las niñas. Así el Hain se abre ante nuestros ojos para dar a luz otra explicación de la constitución del patriarcado. Antes de avanzar con el mito de iniciación masculina -El Hain- debemos conocer algunos aspectos de la vida de esta comunidad ya extinguida. Los selk´nam Los selk´nam desaparecieron en el siglo XX víctimas del genocidio 14
que los blancos realizaron cuando llegaron a la Isla Grande, Tierra del Fuego, en busca de oro y para establecer estancias para la cría de ovejas. Antes de que ese arrasamiento ocurriera construyeron y nos legaron una rica herencia cultural, de ella nos interesa el ritual de iniciación de los varones denominado Hain, que cuenta el supuesto pasaje de la cultura matrilineal a la patrilineal que, dentro de la cosmogonía selk’- nam, fundamentaba el patriarcado.4 Pese a vivir en una isla los selk´nam no eran navegantes, no deja de ser apasionante imaginar esta vida en una isla de la que no se interesaron, o no necesitaron, en salir. Era evidente que la Isla Grande los proveía de todos los elementos para desarrollarse. Claro que la propia geografía de la isla les jugó en contra cuando los conquistadores blancos comenzaron a perseguirlos: no podían salir de la isla la que, de alguna manera, se convirtió en su cárcel. Colaboró, además, que el caballo no formase parte de su mundo. Era una tecnología de transporte que desconocían, se comprenderá que huir a pie de hombres con armas de fuego, de a caballo y que traían enfermedades nuevas era una tarea imposible y desesperante. Parientes de los tehuelches del continente, no se sabe cómo arribaron a la Isla Grande -lo más probable es que existió algún pasaje natural que unía el continente con la isla Grande y que el mismo se derrumbó producto de alguna catástrofe natural dejando a los habitantes de la Isla Grande aislados del continente- es importante señalar que al estar imposibilitados de contactar con el continente no fueron afectados por las transformaciones que otros pueblos del continente tuvieron con el uso del caballo y la agricultura. Los selk´nam eran recolectores y cazadores que andaban de a pie: “La cultura de estos cazadores-recolectores ocupa un lugar de privilegio en el registro antropológico por razones de peso. Primero por tratarse de una cultura prístina, es decir, que 4. Seguiremos las investigaciones de Anne Chapman y Martín Gusinde.
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surge (…) de una sola fuente desde los tiempos más remotos, la de la tradición cazadora-recolectora, fuente primaria de todas las culturas humanas (…) tuvieron muy poco contactos con los blancos hasta 1880, cuando se inició la colonización de su isla de modo que la memoria e incluso la experiencia de los que sobrevivieron se remontaban a una época en que la cultura estaba casi intacta”.5 Se comprenderá entonces el valor, a los efectos de nuestros intereses sobre la génesis del patriarcado, que le otorgamos a la herencia cultural de un grupo con más de 11.000 años de antigüedad, que vivió como en el paleolítico hasta finales del siglo XIX. Vivían en familias que podían tener entre treinta y cuarenta integrantes, en territorios claramente delimitados denominados haruwen, donde cada individuo pertenecía a un linaje patrilineal y a un territorio. Anne Chapman sostiene que eran poblaciones que no pasaban hambre: “el hábitat de los selk´nam, aunque situado en el extremo austral del hemisferio, no era una región marginal, pobre en recursos, sino más bien favorable para este género de vida pues había sustentado poblaciones durante más de diez mil años (…) no era pues un lugar de refugio que limitara la expresión cultural de sus habitantes”.6 Lo que refuerza el interés por la misma, en su largo proceso de asentamiento y desarrollo, en Tierra del Fuego, tuvieron la posibilidad de desplegar su rica cultura por milenios. Colaboró con lo anterior que el terreno favorecía la subsistencia de los selk´nam y sus vecinos -los haush muy emparentados culturalmente con los selk´nam- dado que la variedad de flora y fauna ofrecía los recursos para satisfacer sus necesidades alimenticias, todas las observaciones y relatos establecen que las hambrunas no eran frecuentes entre 5. Chapman, Anne, Fin de un mundo, Editorial Zgier & Urruty Publications, Buenos Aires, 2008. 6. . Idem anterior.
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ellos. Hay que recordar que eran parte de su variada dieta: el guanaco, el zorro, el lobo marino, la grasa y carne de ballena, roedores tucu tucu, aves y peces, más diversos vegetales. No sólo existía una provisión regular de alimentos sino que habían desarrollado un método de conservación que permitía la conservación de los mismos durante cuatro semanas. Estas reservas alimenticias quedaban guardadas en los lugares que dejaban, al volver ya había unas provisiones que permitían montar el campamento sin estar compelidos por el hambre. Organización social Gusinde señalaba que los “... miembros de cada familia, más exactamente: hombre, mujer e hijos, constituyen en el sostenimiento de la casa una cerrada comunidad de trabajo, que existe y labora con independencia de las demás. No hay diferencias de clases bajo el punto de vista del trabajo, ni bajo otras consideraciones, así como tampoco se encuentran sometidos los miembros de la tribu a una autoridad superior común”.7 La sociedad selk’nam no habría contado con jefes u órganos de autoridad como consejo de ancianos, etc. Pese a ello existía una jerarquía -chamanes, sabios y profetas- que ocupaban los hombres, como no podía ser de otra manera dentro de este férreo dominio patriarcal, pese a ello hubo algunas excepciones: existieron mujeres que fueron chamanes. Trabajo Existía una división sexual del trabajo. Las mujeres estaban al cuidado de los hijos, realizar cestos, curtir cueros, recolectar raíces y huevos, cazar roedores, pescar con lanzas en lagunas pequeñas y cargar con todos los elementos del campamento cuando se trasladaban de un lugar 7. Idem anterior.
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a otro. La actividad central de los hombres era la caza, para la misma era necesario saber construir y manejar el arco y la flecha, conocer las costumbres de las presas, aprender a adiestrar perros, seguir huellas y preparar emboscadas, eran los que trozaban y repartían la carne lo que seguramente, cotidianamente, reforzaba la supremacía del varón. Distribuir el producto de la caza, cuánto le correspondía a cada uno de la comida que se servía tenía la marca indiscutida de la autoridad masculina. Pero esta dominación patriarcal no estaba exenta de lazos solidarios que debían sostenerse y respetarse, Gusinde hace notar que: “La ayuda mutua espontánea libera a todos de la preocupación por el futuro y del esfuerzo por conservar de una manera especial determinadas cantidades de alimentos”.8 Esta sociabilidad, donde cada familia se proveía a sí misma, no perdía de vista que su pertenencia al linaje establecía la colaboración entre sus integrantes. Todas las crónicas dan cuenta de una cultura altamente competitiva y guerrera, es decir que vivían bajo los ideales viriles propios de la dominación masculina. El mito En la cultura selk´nam un miedo permanente de los varones era la posibilidad de que las mujeres tomaran el poder. Lo consideraban un peligro inminente, este miedo los hacía estar convencidos de que debían sostener a toda costa la alianza entre hombres -la que siempre era reforzada en la vida conyugal y familiar, el ejemplo mencionado más arriba del reparto de lo conseguido en la caza lo demuestra- por eso los varones se obligaban a mantener el secreto de cómo habían logrado dominarlas. La fisura de esta alianza, miedo muy concreto de que un hombre le contara a su mujer el secreto del Hain, ponía en cuestión 8. Chapman, Anne, Hain, Editorial Zagier & Urruty Publications, Buenos Aires 2008.
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todo el sistema de creencias y valores patriarcales, lo que no podía permitirse de ninguna manera y bajo ninguna circunstancia. El mito da cuenta de por qué la posible rebelión de las mujeres los amenazaba, Anne Chapman nos da pistas claras al respecto: “En la época hoowin (tiempo mítico), las mujeres gobernaban sin piedad a los hombres. Los obligaban no sólo a cazar y a proveer lo necesario para la subsistencia, sino también a ocuparse de los niños y a desempeñar todas las tareas domésticas. Los hombres vivían en medio del terror y el sometimiento. (…) las mujeres se reunían solas (…) A ellos no les era permitido sentarse en el círculo de las mujeres cuando éstas deliberaban. (…) Las mujeres temían que (los hombres) se rebelaran y dejaran de obedecerles (…) se les ocurrió engañar y atemorizar a los hombres disfrazándose de espíritus: ‘inventaron’ la ceremonia del Hain”.9 Las mujeres, en el tiempo mítico, tenían clara conciencia de que los hombres eran más fuertes y estaban armados y que de comprender la situación se hubieran rebelado y asesinado a las mujeres. Era necesario que los varones aceptaran a estos espíritus caprichosos y tiránicos -que no eran otras que las propias mujeres de la comunidad disfrazadas muy elaboradamente- que supuestamente surgían desde el centro de la tierra o bajaban del cielo a la gran choza ritual. Mientras los hombres creían en el Hain, proveían a los “espíritus” de la choza ritual toda la comida que se les pedía, dentro ella las mujeres se divertían y se burlaban de la ingenuidad masculina. Todo iba bien hasta que Sol (dios masculino) pasó por la choza y observó la verdad: que los espíritus eran las mujeres disfrazadas y que estaban ensayando las próximas escenas para atemorizar a los hombres. No hizo falta más para que el Sol comprendiera que todo era una farsa teatral para mantener sojuzgados a los hombres. Los varones se organizaron y rebelaron. Organizaron la matanza de 9. Idem anterior.
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todas las mujeres, excepto las pequeñas. Conquistado el poder, muertas todas las mujeres adultas, había que construir un mito acorde -recordar que la historia la escriben los que triunfan- para ir moldeando a esas niñas en las futuras adultas selk´nam. Como vemos no se esforzaron mucho, no hubo un alarde de creatividad por partes de esos varones que tomaron el poder contra las mujeres, simplemente invirtieron el mito. A las pequeñas niñas las criaron hombres bajo el mismo mito del Hain que contaría la historia al revés, en ella los hombres encarnarían a los espíritus que de aquí en más sometería a las mujeres. A partir de ese momento los hombres disfrazados se recluirían en la choza grande para generar allí las representaciones teatrales que aterrorizarían a los niños y las mujeres. La lógica de esta dominación masculina era que las mujeres -criadas bajo el terror a este relato mítico- creerían a pie juntillas en él y vivirían sometidas a estos espíritus crueles y caprichosos del Hain, que recordemos se trató sencillamente de invertir lo que contaba el Hain original inventado por las mujeres del tiempo mítico. Para ellas, esas niñas criadas por los varones, quedó así constituida la prohibición de conocer o averiguar cuál era la verdad del ritual y la identidad de esos seres disfrazados de espíritus atemorizantes -los hombres de su propia tribu-. Cualquier mujer que intentase hacerlo era asesinada sin dilación. Una vez terminado todo el ritual al iniciado (klóketen) se le revelaba toda la verdad, al quitarse los disfraces, los mayores le mostraban que tales espíritus no existían. Que los disfrazados eran los propios conocidos de la tribu, pero además esta revelación venía cargada de amenazas: lo conminaban a guardar el secreto, de no hacerlo podía ser asesinado sin dudas ni remordimientos. El pacto entre varones era así sellado, los mismos que llevaron adelante la ceremonia de iniciación eran quienes velarían cotidianamente para que los jóvenes varones no lo traicionaran. “Al klóketen se le repetía con insistencia que no revelara nunca el ´secre20
to´ a las mujeres, como tampoco que aludiera a nada de lo ocurrido dentro de la choza del Hain. Le advertían que iban a vigilarlo cuando volviera a la vida normal y que cualquier seña, por leve que fuera, que provocase la menor sospecha entre las mujeres y los niños acerca del conocimiento prohibido, le costaría inmediatamente la vida, y también perderían la vida los demás personas involucradas”.10 El mito mostraba cómo y por qué los hombres se rebelaron contra las mujeres, fundamentaba el que la tierra se heredara por vía de los varones y el por qué nunca debía permitirse que las mujeres tomaran decisiones importantes. De lo anterior se desprende el profundo temor a las mujeres que tenían los varones selk´nam y cómo este miedo cohesionó a los varones. Vemos así cómo, en esta cultura patriarcal, el ritual de pasaje de los varones es de central importancia, dado que sobre el mismo gira la condición de la dominación masculina, la salida exogámica, las condiciones de la herencia y el pacto contra las mujeres, parte del mismo era la habilitación para matar a la propia esposa si ésta sospechaba o quería averiguar sobre el Hain. El ritual soldaba al joven al poder masculino. Pero no era lo único, también ordenaba asuntos dentro de la alianza entre varones. El objetivo de la ceremonia llegaba a su conclusión central: pertenecer a la categoría de hombre adulto implicaba pactar con los varones el domino permanente sobre las mujeres. Sexualidad y El Hain El Hain marcaba el pasaje a la adultez, se trataba de dejar la infancia y ganar el derecho a tener una familia propia. Era la forma en que los mayores iban tolerando la inclusión y competencia de las nuevas camadas de varones. Así la sexualidad adulta estaba vinculada a obligaciones: a) Se debía aprender a sostener como cazador a la familia, lo que 10. Idem anterior.
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implicaba el conocimiento de cómo producir las herramientas y las armas para tal efecto. b) Era necesario preservar entre los hombres los secretos que se transmitían durante El Hain. Secreto que era reforzado en la vida cotidiana. c) Era una obligación masculina mantener el dominio sobre las mujeres, empezando por la propia esposa. d) Se establecía cómo elegir una esposa, es decir daba las pautas exogámicas. e) Atravesar el ritual levantaba una amenaza de castración que pesaba sobre los jóvenes, durante su niñez les habían advertido que las relaciones sexuales prematuras impedirían su crecimiento. Siendo adulto, es decir habiendo sobrevivido al ritual de iniciación, esta amenaza desaparecía. Conclusiones El Hain era un tiempo de sociabilidad de características extraordinarias. Su organización y preparación demuestran que se trataba de una institución cultural importantísima, tanto desde el punto de vista social como de la transmisión ideológica que producía al servicio del patriarcado. Como mito, el Hain, nos plantea un primer asunto: si efectivamente ese matriarcado existió o no. Nada de lo que conocemos hasta ahora permite afirmarlo. Lo que es evidente es que los hombres selk´nam proyectaron su terror en las mujeres y que el mismo fue la base de su alianza para mantener férreamente la dominación masculina. Por lo anterior es necesario que nos detengamos en la hipótesis freudiana sobre el padre de la horda primitiva: “… un padre violento, celoso, que se reserva todas las hembras para sí y expulsa a los hijos varones cuando crecen (…) Un día los hermanos expulsados se aliaron, 22
mataron y devoraron al padre, y así pusieron fin a la horda primitiva”.11 En esta cultura del paleolítico no se observa un padre mítico cuyo asesinato unió a los varones. Sino que se temía el poder de las mujeres, en El Hain originario eran ellas las que disfrutan en grupo y se burlaban de los varones, los sometían. Es decir todos los temores de los varones se concentran en el grupo de mujeres. Es contra ese poder que los hombres se rebelan y fundan su alianza. Se unen por este asesinato masivo de mujeres. El odio es al género, contra el grupo, van contra todas -lo que nos permite hablar de femicidio- y esto será el secreto primordial que permitirá y fundamentará la dominación patriarcal. El terror a las mujeres de los varones se expresa en el espíritu más temido: Xalpen (la luna) que tenía características terribles: insaciable, siempre con hambre, con capacidad de matar introduciendo enfermedades espirituales a sus enemigos, etc. Según Chapman hasta el final los selk´nam temían a dicho espíritu, es decir que nunca cedió el temor de los varones a las mujeres. Incesto En el tiempo mítico la venganza a la alianza secreta de mujeres requiere, para ser efectiva, la eliminación de todas ellas y establece un tiempo donde los hombres criaron a las niñas pequeñas para luego convertirlas en sus esposas, no es muy difícil allí inferir un momento incestuoso entre padres e hijas, el que sobrevendrá luego de una férrea disciplina impuesta por los varones. Esta situación también pone en cuestión una idea de Freud: “Es interesante poner de relieve que las primeras limitaciones producidas por la introducción de las clases matrimoniales afectaron la libertad sexual de la generación más joven, vale decir previnieron el incesto entre hermano y hermana, y entre hijos varones 11. Freud, Sigmund, Tótem y tabú, Obras completas, tomo XIII, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1980.
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con su madre, mientras que el incesto entre padre e hija fue evitado sólo más tarde mediante una extensión”.12 Esta aseveración freudiana es refutada, siguiendo El Hain y como consecuencia del genocidio de las mujeres, las niñas pasan a manos de los hombres y se abre así un tiempo mítico incestuoso entre los padres y las hijas. Además ese tiempo mítico sella un secreto, un velo para las mujeres del grupo dado que los padres -esposos van a sostener esa alianza entre varones y la fundan en ese secreto que las niñas- esposas no deben bajo ningún concepto develar. Niñas que serán criadas bajo el terror, que funcionaba como una prohibición, que buscaba obturar la verdad. No está demás señalar que el ritual femenino de iniciación era una consecuencia de lo anterior. Veamos: “Cuando una muchacha comenzaba a menstruar, era confinada en su vivienda durante cinco seis días, tras los cuales su aislamiento continuaba por tres o cuatro semanas de una manera menos reglamentada. Cada mañana de los primeros cinco días, la madre o una vecina trazaba finas líneas blancas sobre su cara (…) y le pintaba el cuerpo con pinturas rojas. Se le daba muy poco de comer y beber, y era obligada a mantenerse en silencio, sentada frente al fuego. Su madre o alguna otra pariente femenina la instruía y aconsejaba en detalle acerca de la conducta que se esperaba de ella como adulta. Se le advertía que debía evitar tener relaciones con muchachos de su edad y, sobre todo, no embarazarse antes del matrimonio. Gusinde enumeró veintidós reglas que toda mujer debía acatar, y que pueden resumirse así: realizar diligentemente todas las labores de su sexo, mantenerse atractiva en todo momento, ser trabajadora y silenciosa, obedecer a quien fuera su marido y evitar las discusiones con él. Es decir, las reglas de conducta le hacían comprender su condición de mujer sometida al régimen patriarcal”.13 12. Idem anterior 13. Chapman,Anne, Hain, Editorial Zagier & Urruty Publications, BuenosAires 2008.
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Los selk´nam nos han dejado un sinnúmero de señales para seguir indagando, y habiendo estado “a la vuelta de la esquina” nos invitan a pensar sobre los orígenes, fundamento y reproducción del patriarcado. Nos señalan caminos para no caer en las versiones que pugnan por establecer el dogma paterno, en el caso puntual del psicoanálisis pone absolutamente en duda al padre de la horda freudiano. Nos hace poner el foco en otro posible inicio de la cultura patriarcal y, de haber existido, muestra que el asesinato primordial no fue contra el padre de la horda sino que se realizó un genocidio contra todo el grupo de las mujeres adultas y que su consecuencia es la justificación y fundamento del patriarcado entre los selk´man. Creemos haber logrado en este recorrido poner en duda el valor universal -y su consecuente constitución de dogma que fundamenta todo el psicoanálisis- de las ideas freudianas sobre el inicio de la culturael asesinato del padre de la hora y la alianza entre hermanos. El valor de la cultura de los selk´nam y sus testimonios nos han permitido reconocer otra manera en que el patriarcado se constituyó, muy especialmente remarcar el femicidio de las mujeres que el mito relata.
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LAS RELACIONES DE GÉNERO: SU IMPACTO EN LA SALUD MENTAL DE MUJERES Y VARONES IRENE MELER
I) Consideraciones teóricas El Patriarcado puede ser considerado como un sistema, y en tanto tal, tiende a reestructurarse a través de las mutaciones social- históricas, manteniendo sus características básicas. Esta denominación que proviene del campo histórico, ha sido reflotada por el feminismo académico de la década del ’70 (Firestone, S; 1970; Millett, K; 1975; Delphy, Ch; 1980), para referirse a lo que, más adelante Pierre Bourdieu (1998) caracterizó como “la dominación masculina”. Su origen conocido se remonta hasta las antiguas culturas mesopotámicas (Lerner, G.; 1990) y abarca desde la esfera íntima de la existencia, desplegada en el ámbito familiar, hasta el ámbito público, donde el poder político ha estado en manos masculinas. El sentido literal del término se refiere al poder de los padres, y con esto alude a que han sido los varones mayores quienes ejercieron dominio sobre las mujeres, los niños, los jóvenes y sobre aquellos hombres que no pudieron calificar para integrar los estamentos dominantes de la masculinidad social. Susana Gamba (2007) nos recuerda que Celia Amorós (1985) plantea que a partir de la Modernidad es posible describir un pacto masculino entre pares, coligados para ejercer dominio sobre todas las mujeres. La autoridad antes omnímoda del pater familias se delega entonces en el Estado, institución que, desde este punto de vista, no representa al conjunto social, sino que expresa el poder de los 26
varones, del cual es heredero. La dominación patriarcal manifiesta el carácter jerárquico de las estructuras sociales humanas, que algunos sueñan como igualitarias pero que, hasta el momento, han presentado siempre alguna modalidad de estratificación. Si bien el dominio masculino no es ejercido por todos los varones con similar intensidad, existe un rédito obtenido aún por los varones que Robert Connell (1996) ha clasificado como subordinados o como cómplices, por el solo hecho de ser hombres. De modo que “patriarcado” es un término que enfatiza el carácter asimétrico de las jerarquías sociales basadas en el sexo, mientras que “dominación masculina” alude al hecho de que la pertenencia al género masculino implica ventajas, más allá de que cada varón logre o no, efectivizar los desempeños requeridos para integrar el género dominante. El campo interdisciplinario de los Estudios de Género abarca ensayos filosóficos, estudios culturales, investigaciones sociales y estudios sobre la subjetividad. La epistemología postmoderna nos ha familiarizado con la referencia de los conocimientos a los sujetos sociales que los generan, lejos de la ilusión positivista de un conocimiento objetivo cuya validez aspira a la universalidad. En la historia del saber, la universalidad se ha revelado como una universalización espuria del punto de vista parcial de los varones que ocuparon los estamentos centrales de las sociedades humanas, o sea, los hombres blancos, educados, heterosexuales y propietarios. Los Estudios de Género han sido producidos, en cambio, por los sujetos incómodos con el statu quo de los ordenamientos vigentes sobre el estatuto social de varones y mujeres. La vanguardia de esta tendencia fue representada por las mujeres educadas, que alcanzaron calificaciones académicas en un universo social que aún no tenía espacio para el trabajo femenino extra doméstico, por lo cual no ofrecía recursos institucionales ni arreglos conyugales para dar cuenta a la vez, de la crianza de 27
las nuevas generaciones y de la práctica laboral de las madres. Esta dificultad está lejos de haberse superado, y constituye uno de los problemas sociales acuciantes en el mundo occidental contemporáneo. En los años 80 se sumaron los varones que mantenían con la masculinidad hegemónica (Connell, ob. cit.) una relación marginal o subordinada, y que indagaron en la experiencia cultural y en la historia humana, buscando legitimidad para su existencia social y subjetiva. Al mismo tiempo, las voces de las mujeres que integraban sectores sociales subalternizados, tales como las afro americanas, las latinas residentes en EE.UU., las orientales europeas, y las lesbianas, se unieron de modo polémico al coro femenino, aportando puntos de vista que arrojaron luz sobre modalidades específicas de subordinación y explotación de la feminidad. En los comienzos de los estudios feministas se cuestionó la naturalización de la diferencia sexual, y se puso de manifiesto que se trata de una categoría cultural construida sobre la información que proviene de la diferencia sexual anatómica pero que la elabora bajo la forma de una jerarquía social. Sin embargo, esta percepción de las relaciones de poder que atraviesan las relaciones sociales entre varones y mujeres resultó con el paso del tiempo algo esquemática, en tanto no daba cuenta de las complejas modalidades de estratificación derivadas del cruce del género con otras variables, tales como la clase, la etnia y la edad. El género como categoría teórica da cuenta entonces de uno de los órdenes fundantes, de modo lógico y cronológico, de las jerarquías sociales. Pero para captar la existencia social y subjetiva de cada sujeto, es necesario articular la percepción de su estatuto asignado sobre la base de su sexo, con otras formas de ubicación social derivadas de su capital económico y cultural, su origen étnico, su edad y la orientación de su deseo erótico. Si bien la indagación académica se beneficia con el refinamiento de 28
las categorías de análisis, debemos recordar que estos desarrollos se anclan en una visión política, que necesita definir cuales serán los sujetos de las reivindicaciones sociales promovidas. Esta definición se ha logrado mediante el acuerdo en lo que se ha denominado como “esencialismo estratégico” (Braidotti, R.; 2000), o sea un acuerdo de unificación de las diversas posiciones subjetivas sobre la base de su pertenencia común a un género, en este caso, el femenino. Este acuerdo refleja una realidad fáctica: en efecto, aún las mujeres de los estamentos dominantes, comparten con sus congéneres que padecen diversos órdenes de subordinación, la condición subalterna ante los varones, que no por haber perdido su carácter manifiesto y explícito está menos vigente en la actualidad II) La condición social de las mujeres Dado que la perspectiva de los Estudios de Género es, en términos generales, constructivista social, la comprensión de la subjetividad sexuada no se sustenta en los estudios sobre las diferencias sexuales biológicas, sino en un análisis sobre la condición social de mujeres y de varones. Partimos de suponer que en nuestra especie, el peso relativo del aprendizaje supera de modo decisivo las improntas de las disposiciones biológicas diferenciales. Este supuesto ha sido avalado por numerosos estudios relevados a ese fin (Ver Chodorow, 1984 y Connell, R; ob. cit). De esta opción teórica se deriva que las estructuras clínicas y psicopatológicas descritas con lucidez por los autores inscritos en el campo psicoanalítico, se deben articular con consideraciones referidas a la condición social de los sujetos estudiados. Los psicoanalistas pueden refrendar esta postura a poco que reflexionen. Las modalidades subjetivas que llegan a la consulta varían según se trate de un varón o de una mujer, y según nos encontremos ante un sujeto proveniente de sectores culturales tradicionales o modernizados. La edad marca tendencias en 29
las subjetividades, y las situaciones familiares y laborales actuales iluminan con frecuencia el sentido de muchos malestares que no sólo se decodifican en clave biográfica y familiarista. Por lo tanto, es adecuado y pertinente revisar algunas tendencias que diferencian la condición social de las mujeres de la propia de los hombres, en las sociedades occidentales postmodernas. Compartimos de modo semejante la inestabilidad del contexto, denominada por Bauman como “Modernidad líquida” (2000). La familia nuclear monogámica indisoluble, característica de la Modernidad en su período intermedio, llegó a ser ingenuamente considerada como la cima de la evolución familiar de nuestra especie (Morgan, L; 1971). Hoy ha dado lugar a una diversidad de estilos familiares, entre los cuales podemos mencionar las familias monoparentales, ya sean consecutivas a un divorcio o conformadas de ese modo en su período inicial; las familias ensambladas, los hogares unipersonales, las familias homoparentales, las familias constituidas por adopción o por efecto de las nuevas tecnologías reproductivas, las parejas que optan por no tener hijos, y las nuevas familias ampliadas con posterioridad a un divorcio, cuando la madre o el padre regresan al hogar de origen. El trabajo, ese gran organizador social y subjetivo moderno, ha perdido su carácter dador de identidad y ya no garantiza una ubicación social consistente y previsible. El sistema capitalista de las sociedades de consumo experimenta crisis periódicas que se tornan cada vez más frecuentes, generando una inestabilidad existencial promotora de angustia generalizada. La población económicamente activa, antes con predominio masculino, ha experimentado un proceso que se denomina “feminización de la fuerza de trabajo” (Ariza y de Oliveira, 2001). Con esto se alude a que trabajan cada vez más mujeres, mientras que los varones, si bien conservan como rol social principal la provisión de las necesidades económicas familiares, ven disminuida su participación en 30
el mercado debido a la retracción de la oferta de empleos, a la precariedad de las inserciones ocupacionales y al adelanto de la edad del retiro. Otra característica de esta tendencia reside en que hoy, todos los trabajos tienen características que antes fueron propias de las inserciones laborales de las mujeres, es decir que son precarios, por contratos acotados, sin estabilidad laboral ni cobertura de salud. Las personas alternan períodos de desocupación o sub ocupación con etapas donde están multi empleadas y estas fluctuaciones son imposibles de administrar según los requerimientos de la vida privada, lo que dificulta la conciliación entre trabajo y familia, situación que afecta de modo preferencial a las mujeres. La globalización de la economía genera, sobre todo en el caso de los trabajadores calificados, la necesidad de migrar. Cuando la migración se produce sobre la base de la ocupación del varón, genera una desinserción laboral de las esposas. Es decir que la ocupación bien remunerada del cónyuge varón, si bien otorga un mejor estatuto social a todo el grupo familiar, empeora las relaciones de género al interior de esas familias, ya que incrementa la dependencia femenina. Esta condición fragilizada para algunas mujeres, puede empeorar de modo grave cuando se conjuga con la fragilidad de los lazos familiares y el matrimonio se disuelve. Si es la mujer quien debe migrar por razones de trabajo, el proceso inverso es mucho más dificultoso que en la alternativa antes descrita. Los maridos resisten generalmente con éxito al traslado, con lo cual las posibilidades femeninas de desarrollo de carrera empeoran. Si se logra sostener la cohesión familiar, es a expensas del sacrificio del progreso laboral de la mujer que es madre y esposa. En sectores más desfavorecidos, muchas de las mujeres que migran lo hacen bajo el imperio de necesidades acuciantes y envían remesas a sus hogares de origen, donde los hijos se crían en redes femeninas donde las abuelas desempeñan el rol materno y los varones se alejan del núcleo inicial. 31
En términos generales, la condición de las mujeres es francamente subordinada en vastos sectores del planeta, donde su acceso a la educación, al dinero y al poder es escaso o nulo. Pero aún en el Occidente desarrollado, donde la condición femenina ha experimentado transformaciones vertiginosas y revolucionarias, las mujeres padecen los efectos de la inestabilidad familiar de modo más agudo, y en el ámbito laboral su inserción está lejos de ser igualitaria. III) Género y salud mental Recurrimos al concepto de género en el campo de la salud por que observamos que mujeres y varones presentan patrones epidemiológicos diferenciales en lo que hace a su salud física y mental. Estas diferencias no se explican sobre la base de la diferencia sexual anatómica, sino que reposan en los arreglos culturales que prescriben las formas en que cada sexo debe organizar su psiquismo y sus prácticas sociales. John Money (1955) importó la denominación “género” desde la lingüística a la biología. Estudiando a seres humanos nacidos con trastornos biológicos que hacían difícil determinar su sexo, comprobó que la creencia de los padres o cuidadores del niño acerca de si es varón o mujer y la forma en que lo trataban en consecuencia, era un factor tan determinante de la feminidad o masculinidad como pueden serlo los genes, los gametos o las hormonas. De hecho, si había existido un error en la asignación de sexo y los médicos recomendaban modificarla, esto no resultaba posible después de los tres años de vida del niño. Tanto la criatura como sus padres ya habían establecido una identidad y una relación entre ellos sobre la base del ser varón o mujer, según el caso, y ninguna nueva información médica podía modificar esa situación. Robert Stoller (1968), un psicoanalista norteamericano que también realizó estudios con personas que presentaban trastornos biológicos en su definición sexual, describió el proceso mediante el cual un 32
niño o una niña adquieren el sentimiento íntimo de ser varón o nena. A los 18 meses ya está establecido lo que el autor denominó “núcleo de la identidad de género”. Aunque no tengan conocimiento acerca de la diferencia entre los sexos, el niño o la niña ya saben a qué subconjunto genérico pertenecen. El desarrollo posterior influirá en la comprensión de la diferencia y en la elección de objeto sexual, pero las bases de la feminidad o de la masculinidad subjetiva ya están establecidas al año y medio de edad, y el conocimiento de informaciones biológicas contradictorias con el sentido de identidad no es eficaz para producir cambios. Por lo tanto, las creencias y las actitudes de los padres se reconocen como un poderoso determinante de la construcción del psiquismo infantil. El desarrollo evolutivo no es neutro ni ocurre exactamente igual en niñas o varones. Los estudios acerca de la psicología del desarrollo infantil y juvenil se reestructuran cuando se integra la perspectiva de género. Si desde que un ser humano nace los demás reaccionan de forma diversa de acuerdo a que sea mujer o varón, se comprende que la estructura de la personalidad y las formas de sufrir trastornos sean diferentes entre ambos. Los estudios epidemiológicos nos señalan tendencias diferenciales tanto para los padecimientos físicos como para las modalidades de sufrimiento emocional o los conflictos interpersonales. La esperanza de vida es mayor en Occidente para las mujeres, que superan en longevidad a los varones por una diferencia aproximada de siete años. Podría pensarse que este dato se explica por cuestiones biológicas congénitas, pero esta hipótesis se desvanece cuando recordamos que con anterioridad a los avances de la medicina moderna, la vida de las mujeres se acortaba de forma significativa por causa de la morbimortalidad materna. Los cuentos infantiles para niñas, que presentaban como personajes a las malvadas madrastras, son un recuerdo de un período histórico en el cual las mujeres morían con frecuencia en el 33
parto, dejando hijos huérfanos de los que se hacía cargo otra esposa del padre. La tendencia masculina a padecer accidentes es comparativamente mayor y se explica por la pervivencia de las conductas de riesgo, que son especialmente notables durante la adolescencia y juventud. Estas actitudes se vinculan con la efectividad de las prescripciones sociales correspondientes al género masculino para promover conductas que deterioran la salud y comprometen la vida. Mujeres y varones compartimos nuestra común humanidad y en ese aspecto somos semejantes. Pero en todos los grupos humanos, sobre la base del dimorfismo biológico, se ha construido un sistema de representaciones sociales que constituye un dispositivo de regulación social acerca del género. Construidos, plasmados, en esas redes de prescripciones y prohibiciones, vivimos, amamos, trabajamos, nos enfermamos y nos curamos de formas diferentes. III. a) Estados depresivos Las mujeres se deprimen entre el doble o el triple que los varones, de acuerdo con los estudios que se consulten. Se ha planteado un debate acerca de la validez de esta observación tan extendida, argumentando que las modalidades de expresión del estado depresivo son diferentes y que por ese motivo existe un subregistro de las depresiones masculinas. Efectivamente, es una observación corriente que en situaciones donde las mujeres se entristecen, los varones se enojan. Considero que el equívoco deriva del hecho de que el observador detecta la presencia de un duelo no elaborado que subyace a conductas masculinas tales como la violencia o el alcoholismo, que por otra parte se presentan asociadas en muchos casos. Pero si la respuesta emocional ante algún suceso experimentado como una pérdida dolorosa; -ya se trate de la integridad física, la potencia sexual, la situación laboral o la pareja amorosano con34
siste en sentimientos de tristeza y descenso de la autoestima, sino que se expresa como irritabilidad y sentimientos de ser objeto de ataques por parte de los demás, no debemos considerar que estamos ante un estado depresivo. Por lo tanto, se sostiene la validez de la afirmación acerca de que las mujeres son más vulnerables a la depresión que los varones. El hecho conocido de que los intentos femeninos de suicidio son mucho más numerosos que los masculinos, pero que cuando un varón desea morir generalmente lo consigue, puede explicarse por el procesamiento diferencial de la hostilidad para ambos géneros. La agresión masculina que generalmente se dirige hacia los otros, puede ser igualmente mortífera cuando se vuelca contra sí mismo. Veamos algunos factores que explican esta prevalencia de la depresión entre las mujeres: Los seres humanos iniciamos nuestra existencia a partir de un cuerpo femenino y es generalmente una mujer, ya sea la madre o quien la reemplaza, quien prodiga los cuidados primarios sin los cuales el crecimiento no es posible. Los bebés no tienen, por supuesto, representación alguna acerca de esta situación aunque, en familias jóvenes donde el padre participa activamente de la crianza, el infante aprende pronto a reconocer el olor o el tacto diferencial entre la madre y el padre. Por su parte, la madre y también el padre, reaccionan desde el inicio de forma diversa ante la información acerca de que la criatura es femenina o masculina. La madre tiende a experimentar a su niña como una semejante y así estimula la prolongación y fortaleza de los sentimientos de fusión que habitualmente se dan en el bebé con respecto de ella. Por el contrario, su niñito es percibido como alguien diferente, que pertenece al conjunto de los varones y será como el padre, por lo que el vínculo con el bebé masculino tiene también un tinte erótico virtual. Las actitudes maternas estimulan el surgimiento temprano en los niños varones de una diferenciación con respecto de ellas. El límite entre el yo y el otro 35
es más claro y rígido y esta situación de diferenciación se refuerza mediante la oferta de modelos de conducta que realiza el padre para que su hijo varón se le parezca. ¿Cuál es la relación entre esta forma específica de establecer la diferencia entre el sí mismo y el otro y los estados depresivos? La comprenderemos si recordamos la explicación que nos propone Freud (1917) en su obra Duelo y melancolía. El creador del psicoanálisis considera que los clásicos reproches que la persona depresiva se dirige a sí misma, donde se acusa de inutilidad o maldad, son una expresión de la hostilidad que originariamente dirigió contra el objeto de amor. Recordemos que la depresión surge de forma consecutiva a una pérdida de objeto ya sea por causa de muerte o del alejamiento emocional con respecto de un ser querido. También existen depresiones vinculadas con la pérdida de aspectos del Yo, como la salud física, o de logros sociales tales como el trabajo. Pero Freud las relaciona con el vínculo con el semejante y describe un proceso que denomina introyección, donde el objeto de amor perdido es incorporado al Yo por medio de la identificación. Los reproches que el sujeto desearía dirigir al ser amado se vuelven entonces contra el sí mismo. Un drama interpersonal se ha transformado así en un conflicto interior. Si las mujeres presentan por lo general una tendencia a identificarse con el otro de forma profunda y duradera, debido a que su fusión inicial con la madre ha sido intensa y prolongada, esto crea la predisposición para procesar los conflictos interpersonales transformándolos en sufrimiento intrapsíquico. Otro aspecto asociado con el ya descrito se vincula con el hecho de que los destinos de pulsión son diferentes entre varones y mujeres. Amor y odio son las tendencias más poderosas que nos animan. Así como los varones buscan consumar su deseo a través de la actividad sexual mientras que todavía, pese a la modernización, las mujeres repri36
men más su sexualidad, la expresión directa de la hostilidad también es diferente en ambos géneros. La práctica de la maternidad ha favorecido la inhibición de la agresividad femenina, lo que resulta indispensable para atender la demanda irrestricta de los niños pequeños. La subordinación social de las mujeres es otro factor que estimula la inhibición de la expresión hostil. El temor a la agresión física por parte de los varones no debe desestimarse, si tenemos en cuenta la importancia de la violencia familiar como problemática social. Aún cuando la mujer no tema ser agredida si plantea un conflicto, otra amenaza poderosa es el temor a la pérdida del amor. Las relaciones afectivas resultan más valoradas por las mujeres debido a su dependencia tradicional de los lazos familiares, que les han conferido un estatuto social. Es todavía frecuente que una mujer defina su identidad sobre la base del parentesco (la madre de, la esposa de), mientras que los varones se identifican en función de su inserción laboral. Por estas razones, la hostilidad se vuelve contra sí misma bajo la forma de auto reproches. Otro destino de la agresión que es frecuente entre las mujeres es su transformación en lo contrario, que explica muchas manifestaciones de ternura exagerada y compensatoria. En el caso de los hombres, una cierta dosis de hostilidad es considerada como expresión de firmeza y resulta sintónica con el modelo aceptado de masculinidad. En lo que respecta a las mujeres, la agresión franca se considera poco femenina y esta representación colectiva favorece la represión de los sentimientos negativos. Los dos factores descritos se relacionan con el establecimiento temprano del sí mismo y con los destinos diferenciales de la agresión. Una tercera circunstancia influye en la tendencia epidemiológica que estamos analizando. Muchas mujeres han sido socializadas para desempeñarse en el ámbito del hogar y no han adquirido las habilidades 37
necesarias para desenvolverse en el mundo del trabajo. Si bien esta tendencia está en proceso de reversión, no debemos olvidar que en nuestro país, no todas las mujeres en edad de trabajar lo hacen. Esta observación se relaciona con la persistencia de un dispositivo descrito como “división sexual del trabajo”, presente en todas las sociedades conocidas, aunque en los sectores urbanos tiende a desaparecer. Si solo se tratara de una especialización diferenciada entre varones y mujeres, no debería tener efectos en la salud mental, pero ocurre que en términos generales el mundo laboral está valorizado mientras que el cuidado del hogar y los niños, pese a los discursos en contrario, resulta desvalorizado. Un auto reproche muy frecuente en pacientes que atraviesan un estado depresivo, consiste en considerarse inútil. La carencia real de habilidades para desarrollar una existencia social adulta, generando ingresos y sosteniendo el hogar, estimula estos sentimientos de falta de capacidad y poder. Otro factor que predispone a las mujeres hacia la depresión se relaciona con la dependencia emocional respecto de las relaciones amorosas, que pasan en muchos casos de ser un deseo a transformarse en una necesidad. La limitación ancestral de la autonomía de las mujeres ha cultivado la tendencia a reafirmar el propio valor a través del deseo y del amor que despiertan en los hombres. Se comprende que, si formar una pareja exitosa es el objetivo principal de su proyecto de vida, una pérdida sentimental tenga consecuencias devastadoras y produzca un colapso de la autoestima. Finalmente debemos recordar que la maternidad implica generalmente que la mujer sea considerada como principal responsable por el desarrollo personal de los hijos. Todo proceso de crecimiento obedece a múltiples factores e influencias, entre las cuales la relación con la madre es muy importante pero de ningún modo la única. Sin embargo, se tiende a responsabilizarlas de las dificultades de los niños. Cuando los hijos ya son jóvenes, comienza un proceso de balance entre los sueños y 38
aspiraciones respecto de ellos y lo efectivamente logrado. Dado que las aspiraciones suelen ser omnipotentes, ese balance tiende a dar resultados negativos, y es la madre quién se culpa y en ocasiones también recibe los reproches del padre ante lo que se consideran fracasos. La práctica de la maternidad en condiciones tradicionales se convierte entonces en un factor depresógeno. En términos generales, varones y mujeres se deprimen cuando fracasan en el cumplimiento de las metas tradicionales para su género. Mientras que ellas sufren la pérdida de la belleza y juventud, debido a que su valoración social reposa en buena medida en su capacidad para suscitar el deseo de los hombres, ellos se angustian hasta lo indecible ante claudicaciones de su potencia sexual, por que su definición social reposa en su carácter de sujetos deseantes. Las pérdidas laborales, tan frecuentes en nuestro tiempo, afectan más profundamente a los varones, debido a que la función de proveer las necesidades del hogar ha sido un eje de la autoestima viril a partir de la Modernidad. El sufrimiento psíquico se relaciona entonces con las expectativas de nuestros semejantes, plasmadas en un orden simbólico que nos precede y que es algo así como la atmósfera que respiramos y en la cual vivimos. III. b) Ideas persecutorias Las ideas de ser objeto de daños, perjuicios o persecución por parte de terceros presentan diversos grados de intensidad. Cuando comprometen la totalidad del pensamiento estamos ante un cuadro psicótico paranoico. Pero sin llegar a situaciones tan severas, donde la convivencia con los semejantes genera angustia y hostilidad extrema e involucra alteraciones en la percepción de la realidad bajo la forma de alucinaciones y delirios, encontramos numerosos estilos de personalidad que se caracterizan por la desconfianza y la tendencia al enfrentamiento hostil 39
con los demás. Este tipo de estructuras de carácter es más frecuente entre los varones y se relaciona con diversos factores determinantes. En primer término no debemos olvidar que los hombres han sido designados como guerreros en todos los grupos humanos conocidos. Por lo tanto, el coraje, la violencia, la represión del miedo y una cierta tendencia al desprecio por la propia vida, son características que se han incorporado de forma muy extendida a lo que se considera que es deseable para la masculinidad. ¿Cómo es el proceso de construcción subjetiva de un rasgo de carácter que resulta contrario a la preservación de la integridad propia y ajena? La primera clave la encontraremos en el desarrollo temprano, época en la cual los varones, que al igual que las niñas comienzan su vida psíquica en un estado de identificación fusional con su madre, deben realizar lo que Ralph Greenson (1968) denominó “desidentificación con respecto de la madre”. Como ya vimos, la madre misma tiende a tratar a su niño como a alguien distinto y separado de ella y el padre alienta esa diferenciación. Es como si los varones debieran reaccionar a una condición universal de feminización inicial. Es por eso que la masculinidad se define por la negativa, como lo contrario de ser una mujer, un niño o un homosexual. En última instancia, son los sentimientos de vulnerabilidad los que resultan reprimidos en el proceso de “hacerse hombre”. La dependencia infantil resulta en muchos casos asociada con la feminidad, por el hecho de la subordinación social de las mujeres con respecto de los hombres. Vemos entonces que el despliegue de conductas masculinas estereotipadas, tales como el desafío físico y la incitación a la pelea, es parte de un proceso reiterado y compulsivo de demostración de hombría. Existe una prescripción universal para ajustarse a la normativa correspondiente a cada género, pero en el caso de las mujeres la trasgresión resulta más tolerada, debido a que de algún modo se comprende que 40
tengan el deseo de compartir algunos privilegios del género dominante. Por el contrario, la presencia de aspectos femeninos en un varón, remite a una posición homosexual pasiva, a una identificación con la madre como compañera sexual del padre y esta posición es objeto de repudio, al menos en el Occidente moderno y en menor medida en la postmodernidad. Es ilustrativo recordar que en muchos delirios de persecución, el hombre afligido por voces imaginarias, escucha que lo acusan de homosexual. Por lo tanto, la bravuconería y la desconfianza son más típicas de la masculinidad. Otra de sus modalidades de presentación es la presencia de celos inmotivados con respecto a la novia o esposa, que en ocasiones pueden conducir a agredirla o incluso matarla. La mujer representa en estos casos sus propios aspectos psíquicos que considera femeninos. No es considerada como una persona independiente del propio ser sino como una parte del sí mismo, su parte femenina. Si ella se involucra en una relación con otro hombre, esta situación es experimentada como si lo entregara a él mismo a una relación homosexual de la cual emergería denigrado y emasculado. La obsesión con este peligro alude a que también representa una tentación. La masculinidad social ha sido siempre un orgullo, pero también una carga pesada de llevar, por lo que no debe sorprender que existan deseos inconfesados de ser mujer y violentas reacciones contra los mismos. Cuando encontramos actitudes paranoides en mujeres, advertimos con frecuencia que se relacionan con un fuerte lazo afectivo con respecto de la madre, que no ha cedido en intensidad pese al paso del tiempo. Este vínculo, intenso y ambivalente, genera dificultades en las relaciones amorosas con los hombres. Aparecen ideas de ser observadas con reproche por parte de figuras femeninas de autoridad, tales como una jefa en el ámbito del trabajo (Freud, 1915). Esta mirada acusadora representa el reproche materno ante el naciente deseo heterosexual, que en 41
estas estructuras de personalidad se vive como una traición con respecto de la madre. Como vemos, los sentimientos de ser objeto de ataques por parte de terceros, se relacionan en ambos géneros con una defensa frente a deseos homosexuales. La proscripción cultural de esas tendencias genera patologías que tal vez, en un orden simbólico más permisivo, no presentarían esa gravedad. En mujeres ancianas se observan en ocasiones temores persecutorios con respecto de personajes masculinos. El deseo erótico está sumamente proscrito para las mujeres de edad avanzada y es por ese motivo que se transforma en temores angustiosos. Siempre que el deseo humano se considera indigno y prohibido, creamos un caldo de cultivo para la enfermedad mental. III .c) Las histerias Histeria y feminidad han sido asociadas por muchos autores, aunque también existen casos de histeria en varones. De hecho la etimología de la palabra deriva de útero y desde la antigüedad se ha relacionado estos cuadros psicopatológicos con trastornos uterinos. Debemos a Emilce Dio Bleichmar (1985) una tarea de ordenamiento y análisis psicoanalítico de género de esta categoría que por ser tan amplia, en muchos casos ha resultado confusa. Esta autora relaciona la histeria con el específico malestar femenino en la cultura, que determina por parte de las mujeres una búsqueda de superación de su carácter de objeto del deseo masculino. Procuran, aunque sea mediante el sufrimiento psíquico, estimular de algún modo la capacidad de realizaciones autónomas que eleve su autoestima. El deseo erótico femenino ha tenido un estatuto conflictivo en la cultura humana. Las mujeres han sido consideradas como objetos deseables, pero no sujetos deseantes. No resulta extraño entonces, encontrar 42
aún hoy mujeres seductoras, que crean en torno suyo una atmósfera de erotismo, pero que en la intimidad con el hombre se muestran esquivas, frustrantes o insensibles. A principios del siglo XIX, el malestar de las mujeres con respecto de su reducción a representantes de la sexualidad y a la simultánea culpabilización de su deseo, generó una verdadera epidemia histérica caracterizada por una florida sintomatología que se confundió en ocasiones con crisis epilépticas. El psicoanálisis surgió a partir de la comprensión por parte de Freud del origen sexual de esos padecimientos. En las sociedades occidentales contemporáneas, existe una progresiva liberalización de las costumbres y el doble código de moral sexual antes vigente, está disminuyendo su eficacia. Por ese motivo, las crisis nerviosas y los trastornos pseudo orgánicos tales como alteraciones de la visión o de la locomoción que caracterizaron a las histerias decimonónicas, están desapareciendo. Estamos asistiendo a un proceso en el cual las personalidades histéricas ya no presentan tantos síntomas, sino que su sufrimiento se expresa bajo la forma de rasgos de carácter, formas de ser más o menos aceptadas pero que les ocasionan dificultades amorosas y también laborales. Los años ’50 nos mostraron una mujer aniñada y seductora, cuyo representante más destacado fue la actriz Marilyn Monroe. Cultivando un encanto erótico y a la vez infantil, representó un estilo de mujer que al no haber desarrollado su capacidad de hacer en el mundo, utiliza su seducción para obtener que los hombres le donen lo que no puede lograr por sí misma. Se transforma así en su reina y a la vez en su esclava. Los domina mediante el placer que promete y depende de ellos por el poder que detentan y al que ella no puede acceder. La accesibilidad y desmistificación de la sexualidad en nuestros días va dejando también atrás a ese estilo femenino.
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III. d) Agorafobia Dentro de un sector de mujeres que han tenido una crianza muy tradicional, me ha sido posible observar el surgimiento de trastornos agorafóbicos (Meler, 1996), o sea el temor a circular sin compañía por el espacio exterior al hogar. Esta patología se encuentra en mujeres con un elevado desarrollo psíquico, buen nivel intelectual y sentido del humor y por ese motivo resulta sorprendente la intensidad de la angustia y el efecto invalidante que tiene en sus vidas. He relacionado la agorafobia femenina con el cuadro más amplio de la histeria, debido a que la angustia a circular por el mundo se relaciona con temores de índole sexual. En efecto, se ha descrito la existencia de una fantasía de prostitución, o sea, tentación sexual y degradación de la autoestima, como característica de esos cuadros psicopatológicos. Recordemos que el agora, o sea la plaza pública entre los antiguos griegos, era un lugar proscrito para las mujeres. Los hombres debatían allí cuestiones políticas. Ellas debían mantenerse en la intimidad del gineceo, para salvaguardar su condición de esposas, objetos que pertenecían a los hombres ciudadanos para darles descendencia. Las que circulaban on mayor libertad, eran mujeres degradadas, que fueron utilizadas como objetos de placer. Tantos siglos donde la condición social de las mujeres las recluyó al ámbito de la familia, dejan su huella en el psiquismo de las mujeres actuales. Cuando surge una agorafobia, observamos en general que se trata de mujeres jóvenes que han tenido una crianza muy tradicional, donde la sexualidad fue muy controlada. La relación con la madre suele ser muy estrecha y la niña, futura agorafóbica, es reclamada como ayudante por una madre insatisfecha, que desearía una existencia más estimulante y como ocurre muchas veces, solo puede imaginarla a través del amor. El anhelo insaciado de su madre implanta en la niña inmadura el deseo erótico y al mismo tiempo, la prohibición. Cuando crece, el 44
mundo se percibe como un sitio peligroso, ocasión de tentación y “caída”, o sea de pérdida de la autoestima y dignidad. Esta sintomatología evoluciona de forma muy favorable mediante el psicoanálisis. Resulta interesante comprobar que cuando aparecen trastornos agorafóbicos en pacientes varones, se suelen relacionar con temores de índole homosexual. El mundo exterior implica para ellos el riesgo de caer en la tentación de involucrarse con otro hombre desde una posición femenina-infantil, y eso es contrario a su orgullo viril. ¿Cuáles son los temores más frecuentes entre los padres de hijos adolescentes? El embarazo precoz de la mujer y la homosexualidad del varón son situaciones que suelen ser percibidas como amenazas para su crecimiento y para su consideración social. Esos temores extendidos, están por debajo del temor a circular con libertad en el espacio público. Cuando se superan esas inhibiciones, comienza un proceso cuyo fin último no es la realización impulsiva de deseos eróticos, sino un proceso de crecimiento personal que incluye tanto satisfacción en la vida íntima como realizaciones sociales relacionadas con el estudio o el trabajo. III. e) Las amazonas contemporáneas Si las mujeres seductoras pero frígidas y las mujeres aniñadas van desapareciendo en las grandes ciudades, vemos en cambio con frecuencia la aparición de mujeres audaces, con capacidad de liderazgo, energía y ambición, que en algunos aspectos de su carácter se asemejan a los hombres. Estas modalidades caracterológicas han sido denominadas histerias fálico narcisistas, y pese a que presentan algunos problemas, suelen adaptarse muy bien al competitivo mundo de hoy (Dio Bleichmar, ob.cit). Así como los estilos de personalidad histérica antes comentados se organizan en torno de preocupaciones vinculadas con deseos amorosos 45
prohibidos, en estas mujeres la preocupación central es la excelencia, la perfección. Los dones que las otras esperan por parte de un varón idealizado, ellas gustan obtenerlos mediante su propia actividad. Si bien sus elevadas metas y su esfuerzo tesonero en muchos casos les permiten obtener buenos resultados en el ámbito del trabajo, sufren mucho desgaste, por lo que son vulnerables a trastornos psicosomáticos que en general vemos con más frecuencia en pacientes varones. Otra dificultad se localiza en el terreno de la elección de pareja. He descrito una tendencia por parte de estas mujeres a elegir compañero amoroso sobre el modelo de un hermano menor y más débil al que protegen (Meler, 1994), pero finalmente tienden a abandonar cuando las decepcionan. Su fortaleza de carácter atrae a hombres con características infantiles y dependientes, que aunque experimentan dificultades laborales, se desempeñan bien en tareas domésticas y de crianza de los niños, respecto de las cuales ellas no se manejan con comodidad. Pese a que se trata de un intercambio que desde cierto punto de vista podría resultar beneficioso para ambos, estas mujeres advierten pronto que su pareja no alcanza el nivel ideal que se pretende en un hombre. Su búsqueda de excelencia se ve entonces contrariada y esto puede conducir a la disolución de la unión amorosa. Tal vez este problema se supere cuando los estereotipos que prescriben la conducta esperada para cada género disminuyan su exigencia y se acepte mejor la diversidad personal. De todos modos, aprender a moderar su actividad para permitir el desarrollo de iniciativas por parte de su compañero o colaboradores, es un logro apreciable para obtener un estado más saludable en estas mujeres. Entre los antecedentes familiares que encontramos con frecuencia, podemos destacar la existencia de una figura materna muy desvalorizada en el hogar. Ellas se han construido a sí mismas sobre la base de un 46
juramento: “No seré como mi madre”. Este propósito ha sido en algunos casos alentado por las madres de forma explícita. Se trata entonces de mujeres que adoptan ciertos rasgos de carácter considerados masculinos con la finalidad de mejorar su condición y revertir la subordinación de las madres. Algunos autores han sugerido que existen aspectos homosexuales reprimidos que subyacen a esta estructura caracterológica (Saludjian, 1984). Se trata de un equívoco, donde se confunde la orientación del deseo sexual con la formación de rasgos de carácter. Son mujeres con rasgos de personalidad semejantes a los que predominan entre los hombres, pero que a la vez, desean a los varones como pareja. En muchos casos se han identificado con figuras paternas a las que valorizan, aunque hayan tenido conflictos con ellos. Las homosexuales femeninas, por el contrario, están con frecuencia identificadas con padres desvalorizados (McDougall, 1964). Esta identificación es una forma de conservar en el sí mismo afectos que han debido ser resignados debido al carácter decepcionante o dañino del objeto de amor. La diferencia entre ambas estructuras de personalidad se comprende mejor si recordamos que las histerias fálico narcisistas viven en un mundo masculino, gustan de la compañía de los hombres y desean amarlos y a la vez ser reconocidas por ellos como semejantes en valor y dignidad. Por el contrario, las homosexuales femeninas con frecuencia, aunque no siempre, se retraen del contacto con los hombres e idealizan las relaciones entre mujeres. Un aspecto útil del recurso al concepto de género reside en que permite independizar a los fines del análisis, la comprensión del carácter de la dirección del deseo erótico. Parecerse a los varones en audacia, coraje o iniciativa no implica forzosamente desear a las mujeres.
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III. f) Invisibilidad del falicismo masculino Resulta oportuno plantear una pregunta: ¿Por qué motivo no se han destacado los aspectos fálicos narcisistas en el varón? La respuesta parece evidente: la masculinidad social se asocia con la pretensión de omnipotencia, la audacia y el coraje. Por lo tanto, el varón prototípico, el que se ajusta al ideal corriente para su género, es por definición fálico narcisista, o sea, alguien más preocupado por el logro que por los afectos y los vínculos, más eficaz que tierno, y de algún modo dominante. Esas características no son consideradas patológicas sino por el contrario, deseables y apropiadas para un hombre. Sin embargo es posible observar que la orientación hacia el cumplimiento de metas instrumentales produce un desarrollo selectivo de la personalidad. Varones muy capaces en el comercio, industria o profesión, demuestran una carencia notable de capacidades emocionales y vinculares. Estas aptitudes on necesarias para manejarse en el ámbito de las relaciones de intimidad, tales como la pareja o el vínculo con los hijos. Sin embargo, su escaso desarrollo entre los hombres tiende a compensarse mediante la delegación que ellos realizan sobre sus esposas, quienes se hacen cargo de estos aspectos de la existencia, indispensables aunque subvalorados. Como ya vimos, los guerreros contemporáneos, sean hombres o mujeres, pagan con el desgaste de sus cuerpos sus deficiencias en el desarrollo emocional y en la capacidad para representar y expresar los afectos. Las mujeres padecen conflictos debido a que su estructura de carácter implica problemas de pareja, desgaste físico y sobre todo, porque es diferente del modelo femenino tradicional. Los varones, por el contrario, enmascaran sus dificultades bajo el disfraz del éxito, y solo se sienten afectados cuando sus cuerpos exigidos presentan síntomas orgánicos.
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III. f) Cuerpos desgastados Los trastornos psicosomáticos son el resultado de una tensión inespecífica, un estado de alerta del organismo que lesiona aquellos órganos o funciones más vulnerables por causas congénitas. Con frecuencia aparecen en personas cuya capacidad emocional está empobrecida. En lugar de sufrir estados de angustia, padecer síntomas neuróticos o plantear conflictos interpersonales, deterioran calladamente sus cuerpos. Las úlceras gástricas o duodenales y los infartos de miocardio son más frecuentes entre los hombres y esta incidencia debe comprenderse no solo en función de los cuerpos sino en términos de los estilos de ser en el mundo que se diferencian según el género. La tendencia a las enfermedades psicosomáticas se acompaña en ocasiones con un déficit selectivo en el área de la expresión de los afectos. Los concomitantes orgánicos del miedo, la ira o la angustia, desprovistos de su matiz emocional y por lo tanto, de la capacidad para generar pensamientos que modifiquen la conducta, lesionan el cuerpo. La feminidad tradicional, que expone a las mujeres a la depresión o a las formas más clásicas de histeria, en este caso opera como un factor de protección. Al no cargar con el peso de hacer honor al prestigio del género dominante, ellas no temen llorar o pedir ayuda y eso les prolonga la vida. III. g) Un tirano doméstico: el neurótico obsesivo Esta patología, más frecuente entre los hombres, se caracteriza por la elevada ambivalencia emocional hacia las personas cercanas y la implementación de técnicas de control que no sólo se ejecutan a título personal sino que se imponen a los otros. Ese conflicto genera en muchos de estos casos la aparición de síntomas compulsivos, o sea actos que el sujeto debe llevar a cabo para evitar una crisis de angustia. Los síntomas reiterativos suelen darse en dos tiempos o dos fases. Por ejem49
plo, abrir y cerrar la llave del gas o la cerradura de la casa, para comprobar que todo está seguro antes de retirarse a dormir. Desde una perspectiva psicoanalítica conjeturamos que en la primera fase del síntoma es el deseo agresivo el que se expresa, tal como abrir la puerta a los ladrones o asfixiar a la familia en pleno. La segunda fase, escenifica la anulación del acto imaginariamente hostil: ¡la familia ha sido salvada! Esos síntomas se denominan rituales o ceremoniales y deben llevarse a cabo de modo riguroso y reiterado lo que ocasiona un profundo sufrimiento al sujeto. Como ocurre en términos generales, existen cada vez menos pacientes sintomáticos y lo más frecuente en nuestros días es la aparición de rasgos de carácter obsesivo, tales como la terquedad, la dominación y el control sobre los demás. El otro cercano, o sea en la mayor parte de los casos, la esposa y los hijos, es objeto de un trato donde se busca anular la expresión de sus deseos personales y transformarlo en un instrumento de la ejecución de los deseos del neurótico obsesivo. Tender la mesa para comer o comprar un electrodoméstico pueden transformarse de ser actividades cotidianas en sordas luchas donde la voluntad de los demás es objeto de maniobras de control. La coerción a elegir lo que el obsesivo desea se complica debido a que él duda constantemente, por causa de su ambivalencia emocional. Nos enfrentamos entonces a la difícil tarea de complacer a alguien que parece no saber qué es lo que quiere. Resulta significativa la asociación entre la relación de dominio que establece el obsesivo con sus seres queridos y el estatuto social de la dominación masculina. III. h) La reina del hogar Se han descrito síntomas obsesivos en pacientes mujeres, que adoptaron la forma de una patología específica de género: la neurosis del ama de casa. El control de los movimientos de los familiares y la imposición 50
de disposiciones con el fin de mantener la limpieza, han sido el restringido reino donde las mujeres pudieron ejercer un poder tiránico, que sin duda las hace sufrir y atormenta a los demás. Esta patología es cada vez menos frecuente, debido a que las mujeres tienen un progresivo acceso a otros ámbitos que no son el del hogar. De modo que las modalidades femeninas de neurosis obsesiva se parecen en la actualidad a las que presentan los hombres y en ambos casos se está asistiendo a un desplazamiento desde la aparición de síntomas, al surgimiento de rasgos de carácter que generan conflictos interpersonales. Las personas obsesivas intentan controlar su odio hacia los seres queridos, que aparece bajo la apariencia del amor, y también controlar a los demás, que desean transformar en dóciles instrumentos. Muchos conflictos conyugales se plantean entre un varón poco afectivo y controlador y una mujer sometida e insatisfecha, que sueña con un amor que de sentido a su existencia. III. i) Sexo loco: las parafilias Entre los hombres, aparecen en algunos casos particularidades en las preferencias sexuales que a los ojos de los demás, suelen ser consideradas bizarras o vergonzosas. Estas modalidades de organización del deseo abarcan conductas tales como excitarse en presencia de los zapatos femeninos, gozar espiando a mujeres de la vecindad, asustar a las niñas exhibiendo sus genitales, solicitar ser atado y maltratado como requisito del acto sexual, dañar o lastimar a la mujer previo a la relación íntima, o al menos simularlo, abusar de niñas o niños e incluso tener relaciones con animales o con cadáveres. Por su extrañeza y por el hecho de que en ocasiones implican perjudicar gravemente a terceros, tal como ocurre en la preferencia del sexo con niños, se ha denominado a estas conductas como perversiones. El espíritu más democrático de nuestros tiempos sugirió la denominación 51
de parafilias, libre de toda connotación moral y que solo alude a conductas sexuales poco frecuentes. Más allá de los detalles específicos de las prácticas descritas y de sus connotaciones éticas, lo que caracteriza a las parafilias es que se trata de actos que deben ejecutarse de forma ritual, siguiendo fielmente un guión preparado por el hombre. Si esa ejecución rígida no se produce, aparece la angustia y en ocasiones sentimientos de odio destructivo (Kaplan, L., 1994). Resulta evidente que la mujer que acompaña a esos varones en la intimidad no es reconocida como un ser con deseos o sentimientos propios. Ya se trate de una esposa, de una amante sometida, o de una prostituta pagada, es utilizada como instrumento para lograr un placer vinculado a fantasmas que habitan al varón y en última instancia, desconocida en su humanidad. El hombre que padece y hace padecer a los otros una parafilia, en apariencia es muy diferente del neurótico obsesivo, antes descrito. Sin embargo, entre el asceta controlador y el varón desenfrenado, encontramos un elemento en común: la dominación sobre los demás. El establecimiento de una relación de dominio es una característica que nos permite relacionar la psicopatología con las relaciones de poder. La perspectiva psicoanalítica nos permitió captar el nexo existente entre el deseo y el sufrimiento humano. Los estudios interdisciplinarios de género aportan la posibilidad de articular deseo con poder. Los sujetos construyen su psiquismo de acuerdo con su estatuto social, y la dominación social masculina, que experimenta un período crítico en la actualidad pero que no ha sido totalmente superada, es una circunstancia que afecta los modos de vivir y enfermar de mujeres y varones. III. j) Perversiones femeninas Es raro encontrar parafilias en pacientes mujeres. Sin embargo, 52
Louise Kaplan (1994) plantea que existen perversiones femeninas. Su modalidad de presentación no se refiere generalmente a prácticas sexuales, tal como ocurre en el caso de los varones. Las mujeres que presentan estos trastornos se involucran en conductas tales como el robo de niños o el maltrato de los mismos, la dependencia con respecto de un varón idealizado que las hace sufrir, la adicción a las cirugías estéticas, prácticas tales como arrancarse mechones de cabello, o realizar incisiones finas sobre sus brazos, robar objetos en las tiendas o padecer trastornos alimentarios. Esta enumeración en apariencia caótica, adquiere sentido si comprendemos que son los estereotipos que regulan las relaciones de género los que crean el contexto necesario para que aparezca este tipo de trastorno. Así como se supone que los varones son hipersexuales y esa actitud confirma su masculinidad, sustentándola en el dominio, se espera que las mujeres sean suaves, inhibidas y dependientes. Quienes padecen parafilias elaboran entonces conductas que en apariencia cumplen con estas prescripciones para su género, pero solo para burlarlas mejor. Un varón que lucha con deseos homosexuales pasivos, puede entonces contratar a una dómina, una mujer que a cambio de dinero lo maltratará de modo controlado y de ese modo suscitará en él la excitación que le permita tener una relación sexual con ella. Así habrá satisfecho sus deseos pasivos, pero al mismo tiempo cumple con el imperativo de la penetración sexual de un cuerpo femenino. Una mujer que experimenta deseos de dominio, robará en un supermercado o en un comercio de ropa, gozando así con el desafío a la vigilancia y logrando un sentimiento de poder. Es probable que obsequie a otra el producto de su robo, realizando así el deseo de colmar de satisfacción a una mujer, cosa que imagina pueden lograr con facilidad los hombres. La sumisión a atormentadoras cirugías plásticas sirve al fin de 53
moldearse a sí misma en torno de un ideal de perfección, similar a la que atribuye a los varones y de la cual se siente excluida como mujer. La belleza será entonces un emblema aceptado por los demás para obtener dominio y cumplir al mismo tiempo con lo que se considera femenino. Si se siente carente de valor, será víctima fácil de un varón explotador, de cuya presencia dependerá para no caer en la depresión. Soportará malos tratos y humillaciones e incluso la falta progresiva de relaciones sexuales, con tal de mantener la ilusión de poseer a ese ser idealizado. Si él está junto a ella, su feminidad queda confirmada y su autoestima se eleva. Las parafilias aparecen entonces en ambos géneros, pero adquieren en cada uno de ellos un aspecto que se conforma con lo que se espera de un varón o de una mujer. Esta conformidad esconde un desafío, y la ejecución ritual de un guión fijo, permite aliviar ansiedades profundas y sobreponerse a sentimientos de depresión y de pérdida de sentido. IV) El carácter interdisciplinario del enfoque de Género Luego de plantear consideraciones generales sobre las relaciones de Género en las sociedades contemporáneas, he intentado ilustrar el modo en que este enfoque teórico puede articularse con los desarrollos disciplinarios ya existentes y presentarlos bajo una nueva luz. Realicé con ese propósito una presentación, obligadamente somera, de algunos aportes realizados desde la perspectiva de los Estudios de Género al campo de la psicopatología psicoanalítica. Las disciplinas sociales y humanas se benefician mediante este punto de vista, que fue excluido de los discursos oficiales de saber, y que hoy, como todo lo que fue omitido o desmentido, retorna.
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PATRIARCADO: MARXISMO, FEMINISMO Y PSICOANÁLISIS JUAN CARLOS VOLNOVICH
El Patriarcado viene de lejos…de tan lejos que su origen se confunde con los orígenes de la Humanidad y de las diferentes culturas. El Patriarcado viene de lejos pero la noción de Patriarcado viene de cerca: es tan cercana como próxima a nuestros tiempos es la aparición en los ámbitos científicos y académicos de la sociología, la antropología y, en cierta medida, incluso de la historia. Esas disciplinas, que desde diferentes perspectivas han dado cuenta del Patriarcado, a veces como sistema de dominación y otras como sistema de explotación o de opresión1, en las últimas décadas fueron acompañadas y potenciadas por la exuberante producción del feminismo teórico -o, para ser más preciso, de las teorías feministas -en que el concepto de Patriarcado es a la vez columna vertebral y acervo referencial. De modo tal que es casi imposible aludir al Patriarcado sin hacer referencia al feminismo que lo conceptualiza: lo enuncia y lo denuncia. De modo tal que habrá tantos patriarcados como feminismos haya. Y, por lo tanto, la “crisis del Patriarcado” -si tal crisis existe- será la crisis 1. El sistema de dominación que cabalga sobre la diferencia de género -el Patriarcado es universal y extrafamiliar. El dominio masculino, así, a secas, también es universal, pero se refiere únicamente a las relaciones conyugales o familiares. Bajo el nombre de Patriarcado se engloba, entonces, a toda organización política, económica, religiosa y social que adscribe a los varones la idea de autoridad y de liderazgo. Organización en que los hombres ocupan la mayoría de los puestos de poder y dirección. También podríamos definir al Patriarcado en función de la opresión y de la explotación del ser humano en razón de su pertenencia al sexo femenino; tanto como, en un sentido más amplio, Patriarcado denota el sistema de dominio, presión y represión que se ejerce sobre las personas en general, sean mujeres u hombres; presión y represión basadas en una definición cultural de la femineidad y de la masculinidad, que impide a los seres humanos plasmar todas sus capacidades potenciales.
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delineada y puesta de manifiesto por la perspectiva conceptual feminista que lo construye y lo toma como objeto de estudio. También el Capitalismo viene de lejos, aunque su origen no se remonte a los orígenes de la humanidad… y es el Marxismo, que lo enuncia y lo denuncia, el que dilucida sus crisis. En El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, ese texto de 1884 que allanó significativamente el camino hacia la comprensión del Patriarcado, Engels alude a un momento en la Historia de Humanidad en que regía el “derecho matrilineal”: la filiación femenina determinaba quién tenía derecho a la herencia. Vale decir, cuando moría un varón o una mujer, sus bienes pasaban a los parientes consanguíneos más próximos, que no eran sino los que figuraban en la cadena matrilineal. Era una época en que a los varones les correspondía proveer al “hogar”, procurar los alimentos y los instrumentos de trabajo necesarios para producirlos y a las mujeres, administrar la vida doméstica -costumbres que permanecieron invariables hasta la actualidad bajo la forma de la familia tradicional-, sólo que en aquel entonces, los hijos del varón no heredaban por una sencilla razón: la endeblez social de lapropiedad privada. El concepto de propiedad privada todavía no tenía raíces; no se había “hecho carne” ni había adquirido la raigambre ni la entidad institucional que detentó después, y el poder femenino de procrear seres humanos aún se imponía sobre el poder masculino de producir bienes para el consumo. Pero, con la consolidación de la propiedad privada, se abrieron las puertas hacia la patrilinealidad. Las tareas domésticas desempeñadas por las mujeres no podían competir ni remotamente con las riquezas conseguidas por los varones fuera del hogar y fue así como los varones se valieron de esa ventaja para ir erosionando y llegar a abolir el “derecho materno”, cambiando en beneficio de sus hijos el orden de la herencia establecido. La propiedad privada operó, entonces, como brecha en la consti58
tución gentilicia; grieta por donde se filtró el dominio masculino y su precedencia sobre los derechos de las mujeres, de modo tal que una mujer dotada de riquezas perdía sus bienes en el mismo momento en que se unía a un varón: su patrimonio se diluía al contraer matrimonio. Y, si bien matrilinealidad no es lo mismo que matriarcado y patrilinealidad no coincide con patriarcado; si bien tales herencias por vía materna son objeto de todo tipo de sospechas en función del avunculado; si bien nada nos autoriza a suponer que hay un continuum desde la familia monogámica hasta la constitución de la sociedad y del Estado, se impone aceptar que ambos sistemas -Capitalismo y Patriarcado- no sólo cabalgan juntos sino que son mutuamente complementarios y hasta se potencian recíprocamente. Por lo tanto, el Patriarcado no puede salir inmune de las crisis por las que atraviesa el Capitalismo. De ahí que la lucha de las mujeres (y de muchos hombres) contra los efectos más dañinos del Patriarcado no puede darse sin que eso entrañe la lucha contra los efectos más dañinos del Capitalismo…, y viceversa. De ahí que, a pesar de los discutibles términos bélicos empleados, pueda afirmar que, para las mujeres, la toma de conciencia de su condición de expropiadas y, para los hombres, la toma de conciencia de nuestra condición de expropiadores, es la base que sustenta los esfuerzos por reemplazar la actual organización social por otra más justa y más igualitaria. En el presente trabajo intentaré, entonces, reflexionar acerca del Patriarcado a partir de quienes lo conceptualizan -feminismos- teniendo en cuenta el Materialismo Histórico y su relación con el Psicoanálisis. De modo tal que Marxismo, Psicoanálisis y Feminismo serán los referentes conceptuales entretejidos en lo que intenta ser una respuesta a la incitación dimanada del interrogante: ¿está en crisis el Patriarcado?
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Crisis del Patriarcado ¿y/o? crisis del Capitalismo Que las crisis capitalistas arrastren al Patriarcado; que el Patriarcado se vea atravesado e impactado por los movimientos sociales, no impide que la inercia de sus aspectos institucionales más enraizados tiendan a neutralizar los logros conseguidos, transformando las innovaciones en repeticiones al estilo lampedusiano: es necesario que algo cambie si se quiere que todo siga igual. Porque lo que se hace evidente en un rápido vistazo es que, si bien hubo muchas mujeres que se desplegaron por la esfera pública, se incorporaron en el mercado de trabajo remunerado y lucharon codo a codo junto a los varones en esos períodos candentes de la Historia, desde la Grecia antigua hasta nuestra era, pasando por las tribulaciones de la Revolución Francesa y las sacudidas de la Commune de Paris, hasta llegar a las reivindicaciones contemporáneas, casi siempre, una vez consolidado el nuevo sistema, todo revierte a la situación anterior. Olympie de Gouges, por ejemplo, redactó la Declaration des Droits de la Femme et la Citoyenne, pero haber creído que el lema revolucionario de Libertad, Igualdad y Fraternidad incluía también a las mujeres le costó la cabeza, segada por la guillotina. Y la Revolución Rusa de 1917 incluyó también, en la ex Unión Soviética, la promulgación de leyes que promovían la igualdad de derechos de las mujeres, pero estas conquistas se materializaron apenas a medias. Bastaron unos pocos años para que la mujer argelina que Fanon nos legó, invisible durante siglos detrás de los muros del harén y cubierta por su velo, expusiera tanto su rostro desafiante y orgulloso como su cuerpo en toda su integridad, para luchar junto a sus compañeros, pero hizo falta mucho menos tiempo para que todo eso quedara rápidamente desmantelado y reapareciera el ancestral confinamiento y las asfixiantes constricciones del harén y el velo. También en Cuba, donde mucho se hizo para que la igualdad de derechos y de obligaciones entre varones y mujeres acompañara los cambios revolu60
cionarios, la emancipación prometida se fue diluyendo en las complejidades de un sistema asediado y cercado; y también las mujeres que participaron casi en igualdad de condiciones con los hombres en la guerra en Viet Nam; y también las mujeres nicaragüenses que participaron luchando con el Ejército Sandinista contra Somoza, poco después del triunfo, se encontraron en una situación de subordinación similar a la anterior. Esa subordinación, con permanencia garantizada por la marca que el “Otro” grabó en nosotros, que nos predispone al sometimiento al Poder. Sometimiento al que Freud, muy obligado a la segunda tópica, había aludido cuando afirmó la existencia de un dominio extranjero interior -dominio extranjero en el seno de lo íntimo- así como la realidad, decía Freud, “es un dominio extranjero exterior”2. En la actualidad, con la globalización capitalista -la reconversión neoliberal de la economía mundial- la explotación de las mujeres se extendió y se intensificó hasta niveles nunca vistos anteriormente. Con la globalización “la rapiña que se desata sobre lo femenino se manifiesta tanto en formas de destrucción corporal sin precedentes como en formas de tráfico y comercialización de lo que esos cuerpos pueden ofrecer, hasta el último límite. La ocupación depredadora de los cuerpos femeninos o feminizados se practica como nunca antes y, en esta etapa apocalíptica de la humanidad, es expoliadora hasta dejar solamente restos”3. El femicidio (Segato, 2006)4, la “destrucción vaginal” (Mukwege, 2. Freud, Sigmund, Nuevas Lecciones introductorias al Psicoanálisis Lección XXXI, Disección de la Personalidad Psíquica; en Obras Completas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1948. 3. Segato, Rita, Género y colonialidad: en busca de claves de lectura y de vocabulario estratégico descolonial, en Bidaseca, K. y Vazquez Laba, V., Feminismos y Poscolonialidad. Descolonizando el feminismo desde y en América Latina, Ediciones Godoy, Buenos Aires, 2011. 4. Segato, Rita, La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, Ediciones de la Universidad del Claustro de Sor Juana, 2006.
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2010), las grandes masas de refugiadas y desplazadas, componen un cuadro en el que se ponen en evidencia los estragos del Capitalismo sobre las mujeres. Así, la explotación comercial sexual que conocemos como “prostitución”, la trata sexual, se han convertido en uno de los problemas sociales, políticos, éticos, culturales y psicológicos más dramáticos, más controvertidos y más escabrosos en cuanto a las relaciones entre varones y mujeres. La prostitución es el analizador privilegiado de la cultura actual5, porque es en la explotación sexual comercial donde el Patriarcado lleva al límite los imperativos impuestos por la sociedad de consumo y se hace evidente la condición de mercancía de los cuerpos. Cuerpos cuyo aprovechamiento y goce tienen un costo y un rendimiento que se juega en el intento fallido de reforzar el valor del equivalente universal dinero y en la restitución del poder (si es que alguna vez lo han perdido) de los varones. En todas estas situaciones, la crueldad y el desamparo de las mujeres aumentan a medida que la modernidad y el mercado se expanden y anexan nuevas regiones. A pesar de lo mucho que avanzaron la legislación y la jurisprudencia internacional desde la Conferencia Mundial sobre Derechos Humanos, de 1993, y la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, de 1995 y su Plataforma de Beijing que consagró “los derechos humanos de las mujeres”, ratificados posteriormente por el Consejo de Seguridad y el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, nada ha impedido la barbarie creciente de prácticas generalizadas que muchos ya califican de “genocidio de género”6. 5. Analizador, en el sentido que este término tiene para el Análisis Institucional. Esto es: emergente producido espontáneamente por la propia vida histórico-social-libidinal y natural de los pueblos como resultado de sus determinaciones y de su margen de libertad. Analizador, como esos indicios que explicitan la existencia de conflictos, deseos y fantasmas en la vida social. 6. Winkler, Theodore, Las mujeres en un mundo inseguro: genocidio de mujeres.
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Crisis del Patriarcado ¿y/o? crisis de los feminismos Antes afirmaba que la lucha de las mujeres contra los efectos más dañinos del Patriarcado no puede darse sin incluir la lucha contra los efectos más dañinos del Capitalismo. Es lo que Deborah King ha denominado el riesgo múltiple7. Las múltiples formas de subordinación, de explotación, de opresión, que soportan las mujeres por villeras, por pobres, por lesbianas, por bolivianas, por putas, las encuentra afiliadas simultáneamente a más de un movimiento social: eso supone todo un juego de fidelidades y de traiciones cruzadas; conflictos potenciales entre la lealtad a su género y la lealtad a su clase social y/o a su partido político8. De modo tal que la historia de las luchas feministas lleva la impronta de los debates fundamentales que la atravesaron. Una primera etapa de la segunda ola, que va desde finales de los años sesenta hasta mediados de los ochenta, estuvo dominada por lo que ha dado en llamarse el feminismo de la igualdad (Luce Irigaray) y el feminismo de la diferencia (Celia Amoros). Así, igualdad versus diferencia protagonizaron la escena por donde transitó el feminismo radical (Firestone, 1976), el feminismo liberal9 y el feminismo socialista (Mitchel, 1982). Fue entonces cuando la categoría de género demostró ser un instrumento útil, el recurso teórico fundamental para pensar las relaciones entre varones y mujeres por fuera de la diferencia sexual material y de la “diferencia sexual simbólica”. No obstante, la afirmación de que solamente hay dos géneros y que toda excepción es motejada de desviación o transgresión, tuvo como consecuencia negativa la tendencia a reinstalar la idea de una esencia masculina y de una 7. King, Deborah, Multiple Jeopardy, Multiple Consciousness. Signs 14. No 1, 1988. 8. Segato, Rita, en Feminismos y postcolonialidad. Mujeres indígenas oprimidas por sus propios compañeros. Mujeres golpeadas por piqueteros. 9. El feminismo liberal es la excepción. El feminismo liberal es, tal vez, el más alejado de aspirar a cambios sociales revolucionarios. Se conforma con mejorar el sistema Capitalista.
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esencia femenina; de una naturaleza masculina y de una naturaleza femenina; de una femineidad y de una masculinidad ahistóricas. En efecto: esa tendencia esencialista no quedó definitivamente descartada con el avance que significó el tránsito desde el concepto de sexo al de género. La categoría género mantuvo un cierto carácter totalizadorcarácter que tiende a anular las otras diferencias: las de clase, de etnia, la diferencia generacional, lingüística, religiosa o cultural- hasta que en la década de los noventa Nancy Frazer10, Linda Nicholson11, Judith Butler12, Seyla Benhabib13 y Teresa de Lauretis14 hicieron intervenir conceptos de la teoría feminista posmoderna, y hasta que María Luisa Boccia15 introdujo el término de igualdad compleja. Hecho decisivo, si los hay, ya que el instrumento teórico de la igualdad compleja posibilitó la elaboración conceptual de una diferencia que no se estructura en función de un orden jerárquico, sino que se plantea como fundamento de la reciprocidad. Esta segunda etapa, que va desde mediados de los años ochenta hasta comienzos de los noventa, se centró en las “diferencias entre mujeres”. Si en la primera etapa, al pretender que las mujeres, todas las 10. Fraser, Nancy; Nicholson, Linda, “Crítica social sin filosofía: un encuentro entre el feminismo y el posmodernismo”, en Feminismo/Posmodernismo, Feminaria Editora, Buenos Aires, 1992. 11. Nicholson, Linda (compiladora), Feminismo/Posmodernismo, Feminaria Editora, Buenos Aires, 1992. 12. Butler, Judith, “Problemas de los géneros, teoría feminista y discurso psicoanalítico”, en Feminismo/Posmodernismo. Feminaria. Buenos Aires, 1992. 13. Benhabib, Seyla; Cornella, Drucilla, Teoría Feminista y Teoría Crítica, Edicions Alfons el Magnánim, Valencia, 1990. Benhabib, Seyla, Feminism and Posmodernism: An Uneasy Alliance, Praxis International, Vol:2 -2. Julio, 1991. 14. De Lauretis, Teresa, “Sujetos Excéntricos: La teoría feminista y la conciencia histórica”, en De mujer a Género. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires, 1993. 15. Boccia, María Luisa, Identidad sexual y formas de la política. Presentado en el Seminario sobre Mujer y Participación Política. Granada, 1990.
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mujeres, estaban sometidas a los hombres, a todos los hombres, de la misma manera y en un mismo grado; si en la primera etapa se había universalizado falsamente la situación específica de las mujeres blancas, heterosexuales de clase media, en esta segunda etapa se recuperó la identidad de algunas mujeres (mayormente las lesbianas, las mujeres negras, las musulmanas) y se denunció la falta de solidaridad que la hegemonía de la diferencia de género había reforzado. Dentro de una filiación claramente deleuziana y deudora de Luce Irigaray, Rosi Braidotti describió al sujeto nómade y, desde allí, analizó y puntualizó sus reparos respecto del sistema sexo/género. Braidotti señaló los límites del sistema sexo/género que durante mucho tiempo había constituido la base de gran parte de las teorías feministas; sistema sexo/género que, en estos momentos, es cuestionado por las teorías postcolonialistas, por la epistemología feminista desde las ciencias naturales y por el discurso lésbico. A pesar de que Rosi Braidotti se incluye en el grupo de las teóricas de la diferencia sexual (y por eso acepta la raíz biológica de la misma), se desprende de sus textos un conocimiento mucho más completo de la diversidad y de la complejidad a la que debe enfrentarse la construcción del sujeto “mujer”, así como de la necesidad de su actuación política y la multiplicidad de ejes transversales que convergen hacia el concepto de género y conforman su constitución. Para Braidotti, “el objetivo del feminismo no debe ser negar la diferencia, (ya que) hacerlo confirmaría la lógica falocéntrica que sólo reconoce la igualdad en términos masculinos”. La tercera etapa, que está concluyendo ahora, está vertebrada por las múltiples diferencias que se entrecruzan para confluir en la constitución de la subjetividad: las diferencias sexuales (Adrienne Rich 1980, Monique Witting), las diferencias étnicas, las de clase social, las 65
lingüísticas, etc. Si bien Nancy Fraser16 sentó las bases de lo que ha dado en llamarse feminismo postsocialista, cuando sostuvo que no hay reconocimiento sin redistribución, fueron las autoras que asociaron feminismo con descolonización17 las que hicieron un aporte definitivo. Impulsadas por el interrogante: ¿qué papel cumplen las relaciones de género en el proceso de descolonización?, desde diversas fuentes geográficas y simbólicas surgieron respuestas teóricas y militantes que lograron construir un polo referencial no sólo para el feminismo colonizado, sino también para el feminismo metropolitano. La peruana Virginia Vargas, la vietnamita Trinh T. Minh-ha, la brasileña Rita Segato, la argentina Karina Bidaseca y las indias Chandra Mohanty, Sara Suleri y Gayatri Chakravorty Spivak integran un grupo heterogéneo cuya producción influyó significativamente en el feminismo instituido. Lo curioso es que casi todas ellas producen desde los centros académicos más prestigiosos que, a su vez, las reconocen como “traductoras” privilegiadas del mundo colonizado ante el mundo neocolonialista hegemonizado por los EE. UU.18. 16. Fraser, Nancy, Iustitia Interrupta: Reflexiones críticas desde la posición “postsocialista”, Siglo del Hombre Editores, Universidad de los Andes, Bogotá, 1997. 17. Quijano, Aníbal; Mejía Navarrete, Julio (compiladores), La cuestión descolonial, Lima, Universidad Ricardo Palma, 2011. 18. Lejos de aspirar a una reseña completa de los trabajos feministas postcoloniales, es necesario dejar constancia aquí de que ya en 1984 Chandra Mohanty había planteado en Under Western Eyes: Feminist Scholarship and Colonial Discourses la dificultad de incluir el cuerpo racial dentro del feminismo occidental, y denunció entonces la figura de mujer del “Tercer Mundo” -“objeto monolítico”- que circulaba en los textos feministas. Y Minh-ha, en su Woman, Native, Other de 1989 intentó resolver la dificultad creada por un discurso que no podía eludir el conflicto jerárquico entre las categorías de “mujer” y de “raza”. Verena Stolcke había publicado en 1990 (lo reescribió en 2000) ¿Es el sexo para el género lo que la raza para la etnicidad? Por su parte, en Women Skin Deep: Feminism and the Postcolonial Condition (1992), Sara Suleri reveló la discrecionalidad del feminismo occidental dispuesto a conceder una identidad “esencialista” a la mujer “postcolonial” o del “Tercer Mundo” que de ninguna manera era aplicable a las mujeres occidentales. Pero, sin dudas, la autora más influyente de la teoría postcolonial es Gayatri Chakravorty Spivak cuyas intervenciones poco ortodoxas desafiaron las convenciones cuando, a partir de Derrida, entretejió marxismo, feminismo y deconstrucción, siendo esta última la técnica que defiende a lo largo de su producción como el fundamental instrumento de análisis inseparable de la posibilidad de acción
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Esta tercera etapa incluye, también, antes que el impacto de las nuevas tecnologías en la constitución subjetiva de varones y mujeres, el reconocimiento de una cultura digital que sustenta innovaciones impensadas en las relaciones entre los géneros. Las nuevas tecnologías, además de poblar el paisaje habitual en que desarrollamos nuestras vidas, nos atraviesan; más que contexto que nos incluye, han devenido en texto que nos constituye. En 1984 apareció el Manifiesto para Cyborgs de Donna Haraway, documento fundante si los hay, que tuvo difusión global recién a partir de 1991. Desde ese momento las nuevas tecnologías comenzaron a tener un protagonismo diferente para las feministas académicas. La mitología que Donna Haraway introduce con el cyborg está apoyada en la crítica al sujeto presuntamente autónomo y centrado de la modernidad. Haraway afirma que en el mismo instante en que las nuevas tecnologías impactan los cuerpos de las personas, empiezan a generar nuevos tipos de subjetividad y nuevos tipos de organismo: organismos cibernéticos, o cyborgs. Un cyborg es un sujeto que se sabe “no totalizado”, que se reconoce incompleto y, por lo tanto, está propenso a identificarse con “el otro” -con las mujeres, con las minorías étnicas y raciales, con los homosexuales, incluso con un otro “masculino”-; sujeto en condiciones de reconocer la alteridad, identificarse y así renunciar a cualquier intención de dominio, liberado de toda pretensión hegemónica, eximido de considerarse central y centrado, inestable “por naturaleza”. Un cyborg es, esencialmente, un trasgresor del orden de la cultura (agency). La praxis marxista de Spivak hace evidencia en la intervención en la realidad que deriva del análisis de su identidad múltiple: feminista del mundo desarrollado que escribe sobre el “Tercer Mundo”, integrante consagrada de la academia a la que critica, marxista que vive en el capitalismo…Spivak introdujo un interrogante que ha sido significativamente productivo: ¿Puede el sometido hablar? Por su parte, Karina Bidaseca exhortó en 2010 a descolonizar el feminismo desde y en América Latina. Allí circuló la crítica latinoamericana a la colonialidad discursiva de los feminismos hegemónicos y profundas reflexiones acerca de las relaciones ambivalentes que se entablan entre colonizador/colonizada. En otras palabras, el proceso antropofágico que subsumen las políticas de representación de las mujeres subalternas.
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dominante no tanto por su corporeidad construida, sino por su diseño híbrido. Un cyborg está abierto a todas las posibilidades del ser. No es un ente generado por la transmisión específica de un código heredado; antes bien, es el resultado de una ingeniería, producto de laboratorio, de una aplicación del conocimiento al deseo o a la voluntad. Por esta razón, el cyborg nos proporciona también un contexto privilegiado para estudiar la identidad de género como resultado de una producción simultánea de materia y ficción, cuerpo y cultura. La aventura del cyborg es, desde esa perspectiva, la aventura misma del sujeto contemporáneo. Pero nada del orden de la ingenuidad o del candor romántico la habita. Haraway alerta contra esas nuevas configuraciones posmodernas del poder en el discurso de las corporaciones multinacionales, los ingenieros genéticos o los magnates de los medios de comunicación. El manifiesto para Cyborgs es, así, un grito de alarma. Una exhortación política y estratégica para evitar recaer en una realidad estructurada por la opresión. Reclama una participación en la construcción de un futuro mejor cuando afirma que “… nuestro reto es luchar por un cyborg emancipado: por la fluidez, por lo heteromórfico y por la confusión de los límites; por el control de las estrategias posmodernas, por las condiciones y las interfaces limítrofes….” A pesar de haber sido ella quien anunció el cambio, Donna Haraway no se reconoce cyberfeminista. Es Sadie Plant quien nos recuerda en Ceros y Unos19 -el texto donde construye la historia de la tecnología desde el punto de vista de la mujer (her-story en lugar de hisstory)- que a principios de los años noventa surgió en Adelaide (Australia) un grupo de artistas y activistas que se dieron en llamar VNS Matrix y que fueron ellas quienes redactaron el primer Manifiesto Cyberfeminista. Desde la aparición de esa convocatoria fundacional, el 19. Plant, Sadie, Ceros y unos. Mujeres digitales. La nueva tecnocultura, Ediciones Destino, 1998.
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Movimiento Cyberfeminista empezó a crecer y a difundirse por el mundo. Llegó a Europa y el 20 de septiembre de 1997 celebró la Primera Internacional Cyberfeminista en Documenta X, una de las exposiciones de arte contemporáneo más prestigiosas a nivel mundial. De modo tal que si los varones nos reservamos los videogames, las mujeres se desplegaron en lo que dio en llamarse netart, la utilización de las nuevas tecnologías para la expresión artística. En la misma línea -y contrariando todos los prejuicios acerca de la tecnofobia “esencial” de las mujeres-, Sadie Plant afirma que no hay nada más afín para las mujeres que las máquinas modernas. “Hardware, software, wetware, antes de su origen y más allá de su fin, las mujeres han sido simuladoras, ensambladoras y programadoras de las máquinas digitales.” Y, ¿cuál es el territorio que el cyberfeminismo está conquistando arduamente, teorizando y ocupando activamente? Claro está: el cyberespacio. Pero no sólo eso. El cyberespacio es apenas una pequeña parte del territorio al que el feminismo aspira, ya que la infraestructura subyacente a este mundo virtual es inconmensurable. La fabricación y diseño de hardware y software tiene una importancia clave, aunque mucho más importante aún son las instituciones que capacitan a quienes diseñan los productos de la cybercultura. Obviamente, la inmensa mayoría de los productos que circulan en el mercado están diseñados por hombres para hombres de negocios y por hombres para operaciones militares o entretenimiento. Desde su origen, la alta tecnología ha sido ideada, consumida y manipulada en favor de los varones. Desde los orígenes de la socialización y de la educación, la tecnología y todo el proceso tecnológico han sido desplegados en clave masculina. Por eso cuando las mujeres manipulan tecnología compleja de forma productiva, el hecho se registra como antinatural. Esto no quiere decir que las mujeres no usen tecnología compleja. Las mujeres 69
integran un segmento de población consumidora nada despreciable y colaboran asiduamente en la reproducción de los valores instituidos. Por ejemplo, la mayoría de las empresas comerciales, las industrias y sus directivos están encantados cuando ponen computadoras en manos de las mujeres empleadas para que manejen las comunicaciones utilizando correo electrónico, skype o apliquen Excel para administrar las finanzas de las empresas. Si las computadoras las tornan más productivas… ¡mucho mejor! De ahí que resulte sospechoso calificar de “adelanto” el creciente número de mujeres que circulan por la red. Ese dato no necesariamente debe leerse como indicio de la anhelada igualdad con los varones. Es una situación muy similar a la que ocurrió en los EE. UU. y en las clases acomodadas de los países periféricos cuando a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta los maridos de clase media estaban más que satisfechos cuando compraban un segundo coche para sus mujeres en tanto y en cuanto eso las hiciese más eficientes en sus labores domésticas y en las tareas de crianza. En ese caso, la tecnología fue usada para afianzar el confinamiento de las mujeres dentro de su papel tradicional y no para liberarlas. De todos modos, si bien el acceso de las mujeres a la tecnología es una consecuencia de necesidades económicas estructurales, eso no implica que la liberación de las mujeres pase por la renuncia a la tecnología. Antes bien, de lo que se trata es de producir cambios ideológicos que ayuden a la emancipación on line de las mujeres20. Entonces: decir que el cyberfeminismo se despliega en el cyberespacio es decir bien poco, si no se acota con especificidad cuál es el grado de acceso de las mujeres a los centros de poder de la cybercultura. 20. Fernández Hasan, Valeria, “Consideraciones sobre los feminismos en América Latina. Producción teórica y prácticas comunicacionales en la red. El debate entre autónomas e institucionalistas”, en Bidaseca, K. y Vazquez Laba, V. (Comps.), Feminismos y Poscolonialidad (op.cit.).
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Faith Wilding21, a diferencia de Donna Haraway, sostiene que es vana la ilusión de poder circular por el cyberespacio haciendo caso omiso de los determinantes de edad, raza o sexo. Esos rasgos de identidad importan, -y mucho- en el cyberespacio. Faith Wilding sostiene que la capacidad para atribuirse diversas características sociales on line es solamente una coartada para lo que en la práctica termina siendo una división del trabajo muy tradicional y explotadora, afín a la impuesta por la sociedad de clases. Por eso se hace necesario recordar que la mayoría de las mujeres que trabajan con computadoras en el mejor de los casos son magníficas mecanógrafas que usan la máquina para intensificar su eficiencia laboral. Con todo, las raíces teóricas del cyberfeminismo parecen nacer de una interesante fusión entre Donna Haraway, el feminismo francés de Luce Irigaray, Helene Cixsious, Julia Kristeva, y el postestructuralismo. Pero, sin duda, Sadie Plant y Sandy Stone22 proporcionan los mejores puntos de acceso a la teoría cyberfeminista contemporánea. Plant opina que la tecnología es intrínsecamente femenina, y no masculina, como hasta hace muy poco tiempo atrás se creía. Stone, por su parte, se centra en investigar el poder innovador de las comunidades virtuales sobre los cuerpos, las identidades y los espacios. El objetivo de Plant es recuperar el eslabón perdido femenino en la historia de la tecnología. Sin embargo, como demuestra en su manifiesto (Feminisations: Reflections on Women and Virtual Reality), Plant no desea rescatar las tecnologías para las mujeres, sino afirmar que las tecnologías pertenecen por entero a las mujeres desde siempre. Esta es, en última instancia, una estrategia 21. Wilding, Faith, Where is Feminism in Cyberfeminism?, Neme 28, marzo 2006. También publicado como FaithWilding, Where is the Feminism in Cyberfeminism? En paradoxa, International Feminist Art Journal vol.2 (1998) pp.6-13. 22. Stone, Sandy, The War of Desire and Technology at the Close of the Mechanical Age, MIT Press, October 1995. También, Electronic Culture: Technology and Visual Representation, Apertude Foundations,. October 1996.
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mucho más efectiva. “La cibernética es feminización”. Ceros y unos pone en evidencia cómo las mujeres han estado siempre inextricablemente unidas a la tecnología. Utilizando la figura de la telefonista como ejemplo, Plant defiende la idea de que las mujeres han integrado desde los inicios el núcleo laboral de todo tipo de redes, particularmente la telefonía. Desde el telar eléctrico hasta la máquina de escribir, llegando incluso al descubrimiento de los virus informáticos, Plant define la tecnología como un objeto primordialmente femenino. Afirma que las mujeres son máquinas inteligentes, que la robótica es femenina, que el cero (la nada dentro del código binario) siempre ha sido considerado el 0-tro, lo femenino. La matriz es una metáfora esencial en la obra de Plant y, si como ella afirma, la tecnología es esencialmente femenina, se desprende que la mujer es la computadora. O más exactamente, la mujer, como la máquina Turing (la máquina que se puede transformar en cualquier máquina), puede asimilarse a la computadora. Plant lo dice así: “Las mujeres no pueden ser cualquier cosa, pero pueden imitar todo lo que es valioso para el hombre: inteligencia, autonomía, belleza... quizás, incluso, la posibilidad misma de la mimesis”. La fuerza mimética se ve reforzada por el surgir de lo digital como una poderosa red semiótica. Así, lo digital proporciona un espacio de valencias que existe más allá de las estructuras patriarcales y que potencialmente las supera. “El cyberfeminismo para mí implica que se está desarrollando una alianza entre mujeres, máquinas y la nueva tecnología que las mujeres están usando”. Pero Sadie Plant y Sandy Stone no están solas. Judy Wajcman23 reivindica el derecho de las mujeres a desplegarse en el universo de la tecnología y denuncia la sospechosa autoexclusión de las prácticas feministas en ese espacio. Sospechosa autoexclusión de las prácticas feministas en Internet y sospechosa anulación de la utilización de ese 23. Wajcman, Judy, TechnoFeminism, Polity Press, 2004.
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recurso24. Antes evocaba la evidencia, en un rápido vistazo, de que si bien han existido mujeres que se desplegaron por la esfera pública y en el mercado de trabajo remunerado, y lucharon junto a los varones en esos períodos candentes de la Historia, casi siempre, una vez consolidado el nuevo sistema, todo volvía a la situación anterior. Así, los feminismos de esta primera década del milenio mantuvieron la tensión entre lo global y lo local, entre lo central y lo periférico, entre lo dominante y lo subordinado, entre lo hegemónico y lo contrahegemónico. También, si es posible diferenciar de un rápido vistazo un feminismo cool, cuya estrategia se basa en infiltrar los sectores de poder convalidados -partidos políticos, grandes empresas, organismos internacionales- y un feminismo revolucionario que asigna prioridad a la lucha de clases y la militancia en “la base”, el amplio espectro del feminismo coincide en la necesidad de aportar a la construcción de prácticas políticas anticapitalistas a partir de conceptos y criterios propios, a saber: 1-La horizontalidad, que reemplaza la verticalidad jerárquica en la conducción y elaboración de proyectos políticos. 2-La heterogeneidad de quienes componen el cuerpo de asambleas, consigna asumida sin claudicaciones en los Encuentros de Mujeres. 3-La posición crítica a la teoría de la representación. 24. Tal parecería ser que las mujeres no tienen una adecuada representación de sus acciones. Del recorrido que efectuó Valeria Fernández Hasan por portales feministas de nuestra región (Asociación Rural de Mujeres Indígenas, Movimento de Mulheres Camponesas, Confederación Nacional de Mujeres Campesinas Indígenas Originarias de Bolivia “Bartolina Sisa”, Mulheres Rebeldes, Red de Mujeres Afrolatinoamericanas,Afrocaribeñas y de la Diáspora, y otras) se desprende que la utilización de esos recursos atraviesa ciertas diferencias de clases sociales y que los portales que se encuadran dentro de una posición autónoma, pregonan los objetivos democráticos, de clase y socialistas en contraposición con el modelo neoliberal y el Patriarcado. En cambio, los portales que encuadran dentro de una posición institucionalista, convergen en un reclamo de justicia, desarrollo, financiamiento y respeto por los derechos, en nombre de la equidad. Este último es, si se quiere, un discurso menos combativo y más formal.
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4-La autonomía con autogestión, es decir, la autoridad de cada grupo para definir los problemas propios, la necesidad de registrar los recursos con que cuentan para construir dispositivos autónomos con plena participación de los protagonistas y que, sin dejar de asumir las responsabilidades que les corresponden, se resistan a delegar en el Estado la adopción de medidas que den respuesta a las necesidades de la población. No obstante, ChantalMouffe25 tiene reparos en aceptar, sin ambages y siguiendo una implicación mecánica y simple, la eficacia de la lucha contra el Patriarcado con efectos inevitables sobre el Capitalismo y viceversa. Mouffe sostiene que la práctica política del Movimiento de Mujeres y del Feminismo influye significativamente en la construcción de prácticas políticas anticapitalistas a partir de conceptos y criterios propios, pero esas modalidades de democracia directa que tienden a reemplazar a la democracia representativa no garantizan, por sí mismas, la ubicación de las mujeres en el camino hacia la emancipación; muchas veces pueden reforzar el discurso de la no gobernabilidad de las mujeres, basado en que la construcción de dispositivos democráticos directos en los momentos de crisis queda rápidamente desbaratadas cuando se disipa la turbulencia. Si la participación de las mujeres dura lo que dura la crisis y se sostiene en función de la convalidación de ciertos estereotipos patriarcales que adjudican a la mujer -por ejemplo- el lugar de madres abnegadas capaces de las mayores audacias y de cualquier exceso cuando les tocan a los hijos, poco es lo que se ha avanzado. Si la participación de las mujeres queda reducida al espacio interior de la fábrica o del movimiento político cuando las decisiones trascendentes se adoptan fuera de sus muros y en la cúspide de una pirámide cuya entrada les está vedada, nada nuevo se avizora en el paisaje. En cambio, si la partici25. Mouffe, Chantal, Clase obrera, hegemonía y sociedad. En Los nuevos procesos sociales y la teoría política contemporánea, Siglo XXI, México, 1986.
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pación de las mujeres se sostiene a lo largo del tiempo, si posibilita imaginar nuevas formas de participación en la vida urbana y nuevas formas de ejercicio del poder, si es lo femenino -y no las mujeres- lo que empieza a transitar con carta de ciudadanía y prestigio merecido por los movimientos sociales, si las tareas de crianza son compartidas pero, por sobre todo, si los cambios se hacen presentes en el seno de la subjetividad a partir de modificaciones en el Ideal del Yo y nuevos registros de las “voces del Superyo”26, estaremos no solamente mejorando la familia burguesa sino reemplazándola por otras modalidades de organización familiar27…estaremos, recién entonces, sentando las bases de un mundo mejor.
26. Gerez Ambertin, Marta, Las voces del superyó, Letra Viva, Buenos Aires, 2004. 27. Brodsky, Jorge, Eros, familia y cambios sistémicos. Crítica a la negación de la crisis familiar, Editorial Biblos, Buenos Aires, 2011.
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MASCULINIDADES Y FEMINEIDADES: IDENTIDADES LABORALES EN CRISIS1 MABEL BURIN
Introducción Hacia el siglo XVIII, la Revolución Industrial trajo consigo enormes cambios en el mundo occidental, a partir de los procesos crecientes de industrialización y de urbanización, y de una nueva ética que comenzó a regir los valores humanos: ya no serán hegemónicos los principios religiosos, sino los del trabajo productivo, guiados por una nueva racionalidad. Según Foucault (Foucault, M., 1983) “La razón se erige en la medida de todas las cosas”. En los comienzos de la Revolución Industrial la producción extra doméstica se fue expandiendo, y sólo esa actividad fue reconocida como verdadero trabajo. La constitución de familias nucleares y el cambio en las condiciones de trabajo trajo efectos de largo alcance en la subjetivación de hombres y mujeres. La familia se tornó una institución básicamente relacional y personal, la esfera personal e íntima de la sociedad (Shorter, E., 1977). Esta familia nuclear fue estrechando los límites de la intimidad personal y ampliando la especificidad de sus funciones emocionales. Junto con el estrechamiento del escenario doméstico, también el entorno de las mujeres se redujo y perdió perspectivas: las tareas domésticas, el consumo, la crianza de los niños, lo privado e íntimo de los vínculos afectivos, se convirtieron en su ámbito naturalizado. He analizado anteriormente (Burin, M., 1987) algunos rasgos de la 1. Fragmentos de este artículo fueron expuestas con anterioridad en distintas publicaciones.
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construcción de la subjetividad femenina centrada en el trabajo reproductivo: la finalidad principal de este trabajo pasó a ser la producción de sujetos, con la convicción social de que, en tanto los producían, las mujeres se auto-confirmaban como sujetos, porque con la maternidad creaban las bases de su posición como sujetos sociales y psíquicos. El trabajo maternal remite a analizar la lógica de la producción de sujetos como diferente de la producción de objetos. ¿En qué consisten ambas lógicas? La lógica de la producción de sujetos se rige por las leyes del intercambio afectivo estrecho, por la relación bipersonal íntima, exclusiva. La deuda contraída es en términos de deuda de gratitud: ésta supone que la constitución de un ser humano como sujeto psíquico entraña una deuda que sólo se puede saldar creando a la vez otro sujeto psíquico. Es una deuda personal, única e intransferible, y se mide sólo a través de la prestación de servicios afectivos. Se rige predominantemente por la lógica de los afectos, especialmente del amor. La lógica de la producción de objetos, por su parte, se rige principalmente por el intercambio de dinero o de bienes objetivos, y la deuda que se contrae es una deuda que se salda con la devolución de bienes materiales o de objetos, fácilmente mensurables. Se rige, de modo predominante, por las leyes de la lógica racional. Con la configuración de las familias nucleares y de la división sexual del trabajo, la valoración social del trabajo es muy distinta si se trata de la producción de objetos o de sujetos: aquel producirá bienes materiales; éste producirá bienes subjetivos que quedarán naturalizados y se tornarán invisibles. A partir de este período histórico-social, en tanto el ideal constitutivo de la subjetividad femenina se afirmará en la producción de sujetos, “en el reino del amor”, detentando el poder de los afectos, en tanto que el ideal que configura la subjetividad masculina estará basado en la pro77
ducción de bienes materiales, en el poder racional y económico. La polarización genérica que deviene de esta condición socio-histórica y político-económica dará como resultado la afirmación de una división sexual del trabajo en el que las mujeres se ocuparán del trabajo reproductivo, y los varones del trabajo productivo. El Ideal Maternal será el eje fundador de la feminidad, en tanto la masculinidad se fundará sobre el Ideal de Hombre de Trabajo, o sea, de ser proveedor económico de la familia. La significación subjetiva del trabajo en la construcción de la masculinidad Las condiciones iniciales respecto del trabajo durante la revolución industrial varían hacia comienzos del siglo XX con el trabajo industrial (el “taylorismo” y el “fordismo”, con sus rasgos de organización laboral rutinaria y repetitiva), y el trabajo burocrático en las oficinas: se trataba de modos de trabajo que, a diferencia de períodos históricos anteriores, ya no otorgaban a los hombres los rasgos viriles de la fuerza, la imaginación o la iniciativa. La primera guerra mundial vino a paliar esta situación crítica, ofreciendo a los varones la oportunidad de afirmar su virilidad en su condición de guerreros. Estos rasgos se reafirman luego de esa guerra, por ejemplo en Estados Unidos de Norteamérica por la recuperación de la figura del cowboy, o bien por nuevos dispositivos para la configuración de la masculinidad, tales como los valores del “éxito económico”. En los países europeos, la masculinidad se afirma en las ideologías fascistas e hitleristas, que consolidan el poder viril y guerrero masculino, y la ubicación social de las mujeres en torno a la maternidad. Otro recurso de virilización para los hombres, denunciado críticamente en la actualidad y deslegitimado en el orden social y subjetivo, ha sido el recurso a la violencia al interior de las familias. Este consiste en la implementación del cuerpo como coraza muscular que es utilizada 78
como arma para atacar cuando la percepción de sí mismos es de debilidad o fragilidad. El debilitamiento de la condición masculina -relacionado con la precarización de las condiciones laborales, y sus efectos económicos-, es compensado con otro tipo de fortaleza: la fuerza física utilizada como instrumento de ataque-defensa. En las últimas décadas, los estudios feministas (Rosaldo, M. & Lamphére. L., 1974, Rubin, G., 1975; Millett, K., 1995; Mitchell, J., 1982) han contribuido de modo inaugural al análisis de la construcción de la masculinidad, revelando cómo la cultura patriarcal ha posicionado a los hombres en lugares sociales privilegiados, en medio de una lógica de la diferencia sexual que jerarquizaba a los hombres como más fuertes, más inteligentes, más valientes, más responsables socialmente, más creativos en la cultura y más racionales. A estos análisis también se han incorporado, posteriormente, estudiosos provenientes de otras tradiciones académicas. Por ejemplo, para Pierre Bourdieu (1998) “ser hombre es, de entrada, hallarse en una posición que implica poder”. Esta lógica de la diferencia sexual ha entrado en crisis en estos últimos decenios, en particular los principios en los que se basa: esencialismo, naturalismo, biologismo, individualismo, a-historicidad2. Mediante tales principios la diferencia se percibe según criterios atributivos dicotómicos: más/ menos, mejor/peor, mucho/poco, con su correlato implícito, que con2. Los principios Esencialistas son las respuestas a la pregunta “¿quién soy?” y “¿qué soy?”, suponiendo que existiera algo sustancial e inmutable que respondiera a tales inquietudes. Estas preguntas podrían formularse mejor para lograr respuestas más enriquecedoras, por ejemplo “¿quién voy siendo?”, con un sentido constructivista. Los criterios biologistas responden a estos interrogantes basándose en el cuerpo, y así asocian fundamentalmente al sujeto varón a la capacidad sexuada. Este criterio biologista supone que ser varón es tener cuerpo masculino, del cual se derivarían supuestos instintos tales como la agresividad y el impulso a la lucha entendidos como efecto de sus masas musculares, o de hormonas como la testosterona. Los principios ahistóricos niegan que a lo largo de la historia los géneros hayan padecido notables cambios, en su posición social, política, económica, e implicado profundas transformaciones en su subjetividad; por el contrario, suponen la existencia de un rasgo eterno prototípico, inmutable a través del tiempo. Los criterios individualistas aíslan a los sujetos del contexto social, y suponen que cada uno, por separado y según su propia historia individual, puede responder acerca de la construcción de su subjetividad.
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siste en el establecimiento de jerarquías en las diferencias entre los géneros. Cuando se opera con estos principios como fundamentos de esta lógica jerárquica, se destacan y privilegian las asimetrías como modos de reconocimiento de la feminidad o la masculinidad. La diferencia sexual supone no sólo una lógica atributiva, sino también una lógica distributiva. De acuerdo a estos criterios, quienes ostentan los atributos jerárquicos superiores pueden obtener posiciones de poder y autoridad en aquella área donde se destacan, mientras que quienes están en posiciones jerárquicas inferiores ocuparán lugares sociales y subjetivos subordinados. Como mencionamos anteriormente, en tanto los varones detentan el poder racional y económico, para ser desarrollado en el ámbito público, las mujeres cuentan con el poder de los afectos, en el ámbito privado. Sin embargo, las leyes que rigen las relaciones de poder y de autoridad se confeccionan en el ámbito público, en tanto que las leyes que rigen el ámbito privado, en la intimidad de la vida familiar y de pareja, tienen una eficacia relativa a los principios que operan en el ámbito público, aún cuando una ilusión de simetría entre los géneros ha insistido en enfatizar el poder emocional de las mujeres como fuente para “reinar” en aquellos aspectos relacionados con la vida íntima. La Revolución tecnológica e informática. El impacto de la globalización. A partir de las últimas décadas del siglo XX se ha producido una nueva condición revolucionaria en occidente, la así llamada Revolución Tecnológica e Informática, cuyos efectos también han producido nuevas transformaciones en las mentalidades y en las posiciones subjetivas y genéricas de varones y mujeres. En tanto la Revolución Industrial dió lugar al comienzo del período de la Modernidad en los países occidentales, esta última revolución ha dado como resultado los comienzos de 80
la Postmodernidad. Como efecto de tales cambios en las configuraciones histórico -sociales y político- económicas, comienzan a generarse estudios académicos y otros de repercusión popular sobre la masculinidad, con intentos de denunciar y destituir los modelos tradicionales instituidos. A partir de los años 80 y más aún en los 90, la condición masculina ya pasa a ser una problemática a enfrentar, en medio de un período de incertidumbres cargado de angustias, entre las cuales destacaremos la puesta en crisis de un eje que había sido constitutivo de la subjetividad masculina a partir de la Modernidad: el ejercicio del rol de género como proveedor económico dentro del contexto de la familia nuclear, y la configuración de una identidad de género masculina en el despliegue eficaz de ese rol. La nueva incertidumbre de la Postmodernidad trajo como efecto concomitante la pérdida de un área significativa de poder del género masculino, el poder económico, así como nuevas configuraciones en las relaciones de poder entre los géneros. La puesta en crisis del rol de género masculino como proveedor económico se ha producido, por una parte, por el nivel crítico alcanzado con los modos de empleo y trabajo tradicionales, y por otra,por las profundas transformaciones en la clásica familia nuclear. Al realizar el análisis del impacto de la globalización sobre la construcción de las subjetividades, he descrito (Burin, M., 2007) cómo los requerimientos impuestos por los fenómenos de la globalización afectan las subjetividades, fragilizándolas y resquebrajando sus antiguas bases identitarias. También fragilizan los vínculos, proponiendo desafíos inéditos a las relaciones entre los géneros en las parejas, cuando lo que se pone en juego es la deslocalización de los sitios de trabajo. Las características clásicas de este fenómeno hasta ahora habían afectado principalmente a los lugares de trabajo típicamente masculinos. Pero con la progresiva incorporación de las mujeres a nuevas modalidades laborales, especialmente aquellas que implican cargos jerárquicos elevados, la des81
localización comienza a incidir también en los lugares de trabajo femeninos afectando los modos de vivir en pareja y en familia. En la actualidad ya no siempre se sostienen las respuestas femeninas, que anteriormente eran de renunciamiento y sacrificio de su carrera laboral ante opciones como éstas. Sin embargo, en muchos casos aún se observa esta tendencia tradicional, sobre todo cuando la carrera laboral de la esposa ha tenido un desarrollo menor en comparación con la del marido, quien se desempeña como proveedor principal del hogar. El desarrollo de carrera de las mujeres queda así postergado de modo indefinido, y la brecha que existe entre los esposos respecto de las oportunidades para el crecimiento laboral se amplía. En otros casos, debido en parte a las necesidades económicas, y en parte al avance de la conciencia acerca de las nuevas identidades laborales femeninas, la resolución se torna más problemática y da lugar a conflictivas vinculares de importancia. Cuando las mujeres deben enfrentar ya no sólo el “techo de cristal”3 en sus carreras laborales (Burin, M., 1996), sino su reciclaje bajo la forma de “fronteras de cristal”4 (Burin, M.,et. Al, 2007) para su desplazamiento geográfico, surge un clima enrarecido de angustia y perplejidad que afecta los vínculos conyugales y familiares. Se pone en crisis la identidad laboral y familiar no sólo de las mujeres afectadas por la deslocalización de sus puestos de trabajo, sino también de los varones cuando éstos están en condiciones de endeblez laboral. Salud Mental y trabajo masculino. 3. El Techo de Cristal es una superficie superior invisible en la carrera laboral de las mujeres, difícil de traspasar. Su carácter de invisibilidad está dado porque no hay leyes ni códigos explícitos que señalen que las mujeres no pueden avanzar más allá de determinados límites. Las mujeres permanecen subrepresentadas en los puestos jerárquicos más elevados dentro de todas las organizaciones laborales. 4. Es un muro invisible que se impone a las mujeres cuando deben decidir entre la familia y el trabajo, debido a que no todas las localizaciones geográficas pueden ser elegidas por las mujeres.
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Bajo estas circunstancias, la construcción de la subjetividad en un período tan sensible en el cual existen condiciones tan cambiantes de trabajo merece un interrogante: ¿qué rasgos puede adquirir, por ejemplo, la construcción de una subjetividad -esto es, el reconocimiento de sí mismo como sujeto-, mediante las preguntas “¿quién soy siendo mujer?”, “¿quién soy siendo varón?” cuando las respuestas clásicas habían sido: “ser mujer es ser madre”, “ser hombre es ser proveedor económico”. En la actualidad las referencias identificatorias se ven conmovidas y cuestionadas por la crisis del mercado laboral que ha afectado de modo central el empleo masculino, la participación creciente de las mujeres en los trabajos remunerados y la fragilidad de las organizaciones familiares que muestran una tendencia creciente hacia la disolución y la recomposición. Pretendemos destacar que, junto con el costo de oportunidad que implica la falta de ejercicio laboral de las personas que están capacitadas para ello, existe también un costo psíquico que es necesario atender, cuando nos referimos a la salud mental de la población. El malestar provocado por las condiciones de vida y de trabajo antes mencionadas hace que las clásicas respuestas brindadas por los paradigmas tradicionales acerca de la salud mental dejen de tener el sentido que tenían, dado que las nuevas identidades de los y las sujetos sociales requieren nuevas perspectivas. A diferencia de los clásicos conceptos sobre la salud mental como el estado en el cual las personas tendrían como meta lograr condiciones de armonía y equilibrio, hemos considerado el criterio de salud mental como la capacidad que los sujetos adquieren de enfrentar las situaciones de crisis y de conflicto (Burin, M., 1990). Hemos puesto en cuestión los tradicionales parámetros adaptacionistas respecto de la salud mental, con las condiciones de vida de los sujetos, y las respuestas que éstos pueden dar, variada y creativamente, a sus experiencias. Algunos de los 83
ejes estudiados, desde la perspectiva del género, han sido las condiciones de la sexualidad, de la maternidad/paternidad, y del trabajo, femenino y masculino. El modelo laboral paterno-el modelo laboral materno Si analizamos la construcción de la subjetividad masculina desde una perspectiva tradicional, hallaremos que los varones incorporan la así llamada “identidad de género masculina” por medio del mecanismo de identificación con figuras masculinas cercanas, preferentemente el padre. El supuesto es que el modelo paterno incide en la habilitación del sujeto en su pasaje del mundo de la intimidad familiar al mundo público extra doméstico, y al contexto laboral. Existen desarrollos teóricos que aseveran que, para los varones, un vínculo de apego prolongado con la figura materna operaría como factor de riesgo para lograr su masculinidad social y subjetiva, debido a que el niño construiría el núcleo de su identidad sobre el modelo femenino materno. Si bien este fenómeno se produce de modo habitual en los tempranos vínculos materno-filiales, su prolongación más allá del segundo año de vida haría peligrar la identificación del niño con los rasgos considerados típicamente masculinos. Ralph Greenson (Greenson, R., 1968) ha planteado que los niños tendrían que realizar tempranamente un difícil y conflictivo proceso de desidentificación con respecto de la madre, como el requisito que les ofrece nuestra cultura para subjetivarse en tanto varones. Parte del supuesto de Robert Stoller (1968) acerca de la feminidad subjetiva inicial en el niño varón. Esta “feminidad” deriva de la identificación primaria del bebé con su madre, quien, en la mayor parte de los casos, presenta características subjetivas consideradas como femeninas. El nacimiento psíquico sería posterior en el tiempo al nacimiento biológico, y el niño, en los primeros estadios de su existencia, no se 84
percibiría a sí mismo como un sujeto, sino que tendría una noción nebulosa de una unidad entre su ser y el de su madre. Para construir una subjetividad acorde con lo demandado por la cultura patriarcal para un varón, sería necesario alejarse de la relación identificatoria con la madre, hacerla objeto de un cierto repudio, y tomar como modelo para la identidad, al padre u otra imagen masculina. La intervención del padre o una figura similar que separe al niño de su madre resultaría imprescindible, según estas consideraciones, para evitar que se produzcan efectos feminizantes durante el proceso de masculinización. Se trata de hipótesis que, al mismo tiempo, suponen el vínculo con una mujer, la madre, que no desarrollaría otros deseos más allá de su adhesividad libidinal a su hijo (Burin, M. y Meler, I., 2000). Según estos criterios, el padre intervendría como figura salvadora de la masculinidad del hijo ante semejante vínculo fusional. Jessica Benjamin (1997) ha planteado que en la actualidad, la construcción de la subjetividad masculina no requiere de modo obligado este proceso de desidentificación. La identificación materna se integraría junto con otros modelos, de procedencia masculina, y no sería repudiada. Algunos hallazgos En una investigación realizada en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES) de Buenos Aires, desarrollada en el período 2004-2007 (Burin, M. y Meler, I., 2007), hemos hallado una tendencia alternativa, relacionada con la profundización de la crisis del mercado laboral. En las condiciones inestables propias de la crisis de la postmodernidad, algunos varones pudieron recurrir a sus identificaciones con la madre, o sea a identificaciones que, en algún sentido, cruzan géneros. Estos hombres han encontrado estas modalidades identificatorias de utilidad para proveerse de recursos psíquicos más flexibles para hacer frente a situaciones laborales conflictivas. 85
En algunos casos de los hombres que han participado en esta investigación, hemos observado que, -contrariamente a lo que supondrían las hipótesis clásicas antes mencionadas-, han hallado la habilitación para desempeñarse en sus carreras laborales, en sus vínculos identificatorios con sus madres. Estos hombres son hijos de madres que habían tenido a lo largo de sus vidas oportunidades educativas y laborales, y que se habían desarrollado tanto en la esfera familiar y doméstica, como en la esfera laboral extra-doméstica remunerada (una de ellas trabajando como docente, otra como asistente social, otra como profesora de música, otra como cocinera, etcétera). Los padres de estos entrevistados les habían ofrecido modelos de rol como hombres que sólo se desarrollaban en la esfera extra-familiar; algunos de ellos desplegaron una marcada rigidez en cuanto al desempeño de su actividad laboral, mientras que otros habían sido padres inconsistentes y frágiles tanto en sus estilos de inserción laboral como familiar. Podríamos incluso considerar que, dada la tendencia contemporánea hacia la disolución de la polaridad entre los géneros establecida en la Modernidad, estos varones, en algunos casos, se habrían identificado con los aspectos “masculinos” de sus madres, y desidentificado con respecto de los aspectos “femeninos” de sus padres. Estas contorsiones teóricas nos sugieren que, en la actualidad, tal vez sea más adecuado no asociar las cualidades de eficacia, agencia y autoría con la masculinidad, así como evitar también relacionar la feminidad con la dependencia y la pasividad. Estos sujetos denotaban una firme identificación con el modelo materno de flexibilidad y creatividad en el modo de encarar las situaciones críticas y conflictivas ante la crisis socioeconómica que afectó a Argentina en los años 2001-2002. Sus estilos de masculinización combinaban rasgos masculinos convencionales tales como espíritu de iniciativa, asertividad, motivación para los logros económicos, etc., a la vez 86
que disponían de actitudes consideradas típicamente femeninas tales como la capacidad de empatía, la consideración por las emociones y necesidades de los otros -en particular de los niños y de aquellas personas que estaban en condiciones más vulnerables-. Estos últimos rasgos los habían incorporado subjetivamente por identificación con sus madres, debido a la intimidad y permanencia en el vínculo maternofilial. Como dijimos, al mismo tiempo su sistema de identificaciones se había “desgenerizado” en buena medida. Merece destacarse que estos entrevistados se refieren a sus madres como personas que mostraban una multiplicidad de disposiciones subjetivas para ser desplegadas tanto en la intimidad familiar como en el ámbito laboral. Algunos de ellos manifestaron que el modelo de mujer ofrecido por sus madres los había inspirado a buscar como esposas a compañeras que tuvieran rasgos de personalidad similares a los de su madre, como garantía de que contarían con el apoyo necesario para enfrentar situaciones difíciles -tal como ocurrió durante la crisis de 2001-2002-. También expresaron que la ampliación de su subjetividad masculina mediante la incorporación de los rasgos maternos les había permitido ser mejores padres de sus hijos. Plantearon dudas sobre si la incorporación de los rasgos de masculinidad tradicional de sus padres -por ejemplo, hacían referencias respecto de la distancia afectiva y la indiferencia hacia los sucesos de la intimidad familiar- les hubiera aportado valores positivos para el ejercicio de su propia paternidad. En el libro Varones. Género y subjetividad masculina (Burin, M. y Meler, I, 2000) hemos ofrecido la hipótesis que los nuevos padres que proveen cuidados primarios a sus hijos deberán adueñarse de las identificaciones con la actividad maternal de sus madres, superando para ese fin el temor a la feminización. Las madres son los únicos modelos de los que disponen para el ejercicio de cuidados a los niños, ya que sus padres no desempe87
ñaron esas funciones en la familia. Más aún, en los ejemplos que ofrecieron algunos sujetos de nuestra investigación, realizaron reflexiones críticas y doloridas sobre aspectos de la conducta de sus padres ante los hijos, lamentando profundamente, en particular, los rasgos de violencia, las actitudes de desamparo afectivo y de incomprensión en la vida familiar. Estos rasgos de los padres fueron denunciados con cierta insistencia por los entrevistados como altamente perjudiciales para su autoestima y para lo que uno de ellos denominó “desarrollar una hombría de bien”. Estos sujetos expresaron que en los modos de enfrentar la crisis de 2001-2002, se vieron beneficiados por la identificación con los modos de despliegue de sus madres en la vida familiar: percibieron que si la crisis socioeconómica los llevaba a condiciones laborales insatisfactorias, tales condiciones eran compensadas con las relaciones afectivas y los lazos de intimidad en el escenario familiar. Encontraban en sus esposas e hijos el sostén y estímulo para diseñar nuevas estrategias ante la crisis, de modo que la precariedad laboral padecida se mitigaba con la actitud de cuidados y de consideración afectiva que encontraban en la vida familiar, expresado por uno de ellos como “en esos momentos me di cuenta que a lo largo de mi vida había realizado una buena inversión: en querer y cuidar a mi esposa y mis hijos”. El relato de la experiencia de estos entrevistados pone de manifiesto que, en tanto los modelos paterno y materno se caractericen por una estricta división sexual del trabajo -ellas en el ámbito doméstico, gestionando la vida emocional familiar, y ellos en el ámbito extra-doméstico, centrándose en la condición de proveedores económicos- sus efectos serían perjudiciales para la adquisición de una subjetividad masculina innovadora a la hora de enfrentar condiciones laborales críticas y/o cambiantes. Por el contrario, contar con una flexibilización de los modelos parentales respecto de la feminidad y la masculinidad, aporta recursos que amplían y enriquecen la subjetividad masculina, otorgándole 88
una diversidad de experiencias que procuran transmitir a las generaciones siguientes. En otra investigación, llamada “Género, trabajo y familia”, también realizada en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES) de Buenos Aires (Burin, M. y Meler, I., 2004), hemos descrito un estilo postmoderno de masculinidad que coincide con esta caracterización, al integrar aspectos considerados anteriormente como femeninos, en la construcción de la subjetividad masculina. Las identificaciones “desgenerizadas” permiten a los varones, por ejemplo, incorporar la capacidad tradicional de las mujeres para realizar diversas tareas de modo simultáneo, al panorama contemporáneo que en ocasiones combina el sub-empleo con el multi-empleo. También les resulta de ayuda para moderar el imperativo del éxito económico, característico del modelo moderno de masculinización, y compensar la disminución de los logros accesibles con una mejoría de la calidad de vida, al habilitar un espacio para los vínculos de intimidad. La terminología clásica sobre la feminidad y la masculinidad está resultando obsoleta en la actualidad para describir las múltiples modalidades de construcción del género, y en especial, en este estudio, de construcción de la subjetividad masculina asociada con la carrera laboral y con la vida familiar. Algunos padecimientos subjetivos Los problemas emocionales inciden, en muchos de los casos estudiados, con conflictos que los hombres presentan en su sexualidad y su identidad masculina. Esta situación no es simétrica a lo que se observa con las mujeres más tradicionales. Si bien sus trastornos emocionales también interfieren con el desarrollo laboral femenino, su fracaso laboral o económico lesiona la imagen de adultez de las mujeres, pero no afecta su sentimiento íntimo de feminidad. Esto ocurre pues esa 89
condición que configura su identidad está asociada tradicionalmente con la dependencia económica con respecto de un hombre. Pero en el caso de los varones, los logros laborales constituyen tradicionalmente un emblema identificatorio central para la masculinidad. Por lo tanto, las claudicaciones en el trabajo pueden, en algunos casos, implicar conflictos inconscientes relacionados con la sexualidad y la identidad masculina. Sus fracasos laborales afectan de modo más grave su autoestima, pues pone en dudas su representación como miembros del género dominante en las relaciones de poder entre los géneros. La adicción al trabajo A veces esta problemática se combina con la adicción al trabajo (“workaholic”), como trastorno en la subjetividad masculina (Burin, M., 2000). Esta adicción muestra un panorama que puede confundir a quienes la observan inadvertidamente, y consideren que esta actitud está hecha de valores tales como el anhelo de ocupar posiciones de poder, de control, de éxito y prestigio, combinadas con rasgos de personalidad ambiciosos y autoexigentes. Estos parecerían ser valores que están en consonancia con los ideales de un amplio grupo de personas, especialmente aquellos caracterizados como “los que llegan”. Para los sujetos inmersos en ese universo de valores, otros rasgos tales como la libertad, la espontaneidad, la humildad, la preocupación por el bienestar del prójimo, son ajenos a sus modos de vivir y de trabajar. Estas personas denotan algunos síntomas tales como la preocupación constante por el propio rendimiento -que tiene que ser siempre al máximo-, el esfuerzo por tratar de dedicar cada vez más tiempo a la jornada laboral -restándolo a la vida familiar o a otros afectos-, acompañado de una sensación subjetiva de urgencia, de perentoriedad en lo que hacen. Entre las explicaciones que justifican su adicción, la más frecuente suele ser la escasez de dinero; otro de los argumentos más frecuentes es el 90
convencimiento de que se está forjando un futuro mejor para sí mismo o para su familia, con argumentaciones que borronean algunos déficit subjetivos más profundos que están en la base de tal adicción -como sucede con todas las adicciones-. A diferencia de otras adicciones, a menudo ésta logra consenso familiar y social, porque se supone que sus fines ulteriores son generosos y altruistas, ya que se trataría de un sacrificio actual que en algún momento terminará. Por supuesto, no todas las personas que trabajan muchas horas al día son adictas al trabajo: el trabajo es esencial para nuestro bienestar, especialmente si nos gusta y encontramos placer en él. Además, las dramáticas condiciones laborales que se vivieron en Argentina a comienzos de la década de 2000, hicieron que el trabajo fuera un bien escaso, disponible sólo para unos pocos. Aún en la actualidad, quienes lo poseen se ven forzados, en muchos casos, a condiciones laborales extremas en cuanto al cumplimiento de horarios y tareas que exceden las condiciones conocidas hasta ahora. La problemática de la adicción al trabajo tiene una doble inscripción: objetiva y subjetiva a la vez. Las condiciones laborales actuales forman parte de la realidad objetiva a que nos vemos sometidos en épocas de escasez de trabajo, pero también existen realidades subjetivas que a menudo hacen posible y sostienen semejante imposición social. Esta adicción por lo general se observa en hombres de sectores medios y de medios urbanos, para quienes el apremio económico no es la motivación principal para semejante dedicación al trabajo, sino sólo un justificativo. En la adicción al trabajo hay -como en tantas otras adicciones- un esfuerzo considerable por huir de realidades subjetivas que resultan inaprensibles, desbordantes, o bien que provocan un gran vacío psíquico, y de las cuales quieren alejarse, aturdiéndose, procurando escapar de ellas precipitándose en el universo laboral. Para este grupo de adictos, su trabajo es meramente un medio que les permite realizar tales movimientos de alejamiento, con la ilusión de que así se apartan de 91
sentimientos dolorosos que les provocan temor, culpa o frustración, o bien ira y resentimiento, todos ellos configurando una serie de afectos difíciles de procesar subjetivamente y que les resultan muy arduo afrontar con otros recursos. Precipitarse en la esfera laboral les significaría un procedimiento autocalmante para aquellas complejidades subjetivas. Para este tipo de personalidad los fines de semana pueden ser dramáticos, los horarios de regreso al hogar pueden volverse catastróficos, así como las vacaciones pasan a ser incómodos trámites que se trata de evitar. En estas circunstancias suelen comportarse como personas físicamente presentes pero mentalmente ausentes, que sienten que tienen que hacer esfuerzos notables para conectarse afectiva y socialmente, con su familia y amigos íntimos. El síndrome de abstinencia suele aparecer en estos casos, con sus rasgos característicos de irascibilidad, impaciencia, ansiedad psicomotora, que suelen resolver procurando, por ejemplo, leer compulsivamente, jugar incesantemente algún deporte -tenis, golf, fútbol- o tener una hiperactividad sexual que compense los estados de ansiedad o bien la apatía, estados provocados por el alejamiento de sus trabajos. El verdadero sentido de la adicción al trabajo es la huida de los vínculos de intimidad, y de los sentimientos de vacío que ponen en riesgo la vida familiar. Un análisis desde la perspectiva del género nos permite comprender que se trata de una adicción predominantemente masculina. Entre las mujeres sería una adicción difícil de sostener, especialmente para aquellas que tienen niños pequeños u otras personas a su cuidado (ancianos, enfermos, y otros) porque semejante adicción entraría en severo conflicto con el Ideal Maternal, un tipo de ideal particularmente presente en las mujeres categorizadas como de subjetividades femeninas tradicionales. Para aquellas de subjetividades femeninas transicionales o innovadoras, con estilos de inserción laboral tipificados como clásicamente masculinos, esta adicción podría ser observable a partir de las nuevas 92
condiciones de trabajo impuestas cuando ocurren crisis de empleo. Los contextos laborales tóxicos En relación con las condiciones de trabajo extremas, hemos recurrido al concepto de contextos laborales tóxicos, (Burin, M., 2004) tomado de la hipótesis psicoanalítica freudiana acerca de la toxicidad pulsional, (Freud, S., 1915). En este caso se aplica en el sentido que la toxicidad se produce como consecuencia de la dificultad para procesar psíquicamente algunos movimientos emocionales que resultan desbordantes, debido a desarrollos afectivos que sobrepasan la capacidad del Yo para elaborarlos. En el caso de los contextos laborales tóxicos, se aplica este concepto a situaciones laborales donde circulan los así llamados “afectos difíciles” de elaborar. Los más típicos que hemos hallado son el miedo -trabajar con miedo, especialmente a ser excluído del ámbito laboral-; el dolor -como consecuencia de circunstancias inequitativas que provocan en los sujetos que los padecen sentimientos de angustia- ; la ira -debido al sentimiento de injusticia cuando se producen condiciones laborales inequitativas-. Estos son contextos laborales que promueven magnitudes emocionales difíciles de procesar psíquicamente, que pueden tener como consecuencia conductas violentas, a la manera de estallidos, especialmente entre los varones. En otros casos estos “afectos difíciles” provocan en estos sujetos manifestaciones psicosomáticas, tales como trastornos gástricos, respiratorios, cuadros dermatológicos, o bien contracturas musculares que constituyen verdaderas corazas tónico-musculares. En estas últimas, se refuerza la tonicidad muscular para poder soportar los contextos laborales tóxicos. Estas serían algunas observaciones acerca del “costo psíquico” mencionado anteriormente debido a los esfuerzos de adaptación a los requerimientos del “costo de oportunidad”.
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En síntesis Es necesario observar con atención las nuevas configuraciones laborales que impliquen transformaciones a los tradicionales modos de constitución de lo que llamamos la identidad de género laboral, tanto masculina como femenina. Mientras se procesan estas condiciones de la transición entre los tradicionales modos de posicionamiento en el género para varones y mujeres según su inserción laboral, y se analizan las tensiones y conflictos provenientes tanto de la asunción de identidades de género laborales transicionales o innovadoras, debemos prestar especial atención a los rasgos del malestar que provoca esta situación, procurando ofrecer mejores modos de comprensión para el mismo. Al no poder hacer compatible su vida laboral con sus vínculos en la intimidad familiar, los varones expresarán su malestar buscando formas de resolución que, como la adicción al trabajo aquí descripta, pueden poner en riesgo su vida psíquica. Es tiempo de ampliar las bases de la subjetividad masculina para que la vida de los hombres y las relaciones entre los géneros sea más saludable. Asimismo, para el género masculino, contar con una mayor flexibilidad en los recursos identificatorios con rasgos clásicamente descriptos como femeninos -que aquí fueron descriptos como el despliegue de la creatividad y la imaginación, el compromiso emocional profundo con los hijos, y una actitud reflexiva de evaluación crítica respecto de experiencias pasadas- contribuirá no sólo a mejorar las capacidades subjetivas y sociales de los hombres en condiciones de precariedad laboral, sino también las relaciones entre los géneros.
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NOTAS PARA UNA PRÁCTICA PSICOANALÍTICA POSPATRIARCAL Y POSHETERONORMATIVA1 DÉBORA TAJER
El modelo familiar moderno y sus alternativas actuales. ¿Normalidad o normalización? La revolución industrial y la entrada a la modernidad, introdujeron numerosos cambios en la vida cotidiana de los y las sujetos. Entre los cuales podemos ubicar la conformación de un nuevo modo de agrupación familiar: la familia nuclear2. Esta familia conformada por solo dos adultos (varón y mujer) cónyuges y sus hijos/as biológicos/as fue un efecto de varios cambios que se produjeron en ese momento. A modo de síntesis de los mismos, podemos señalar que la migración del campo a la ciudad y la vida en la misma en unidades habitacionales más pequeñas produjo un pasaje de la vida en familias extensas a familias más pequeñas de solo dos generaciones unidas por lazos de alianza y sangre. Este modo de vida, produjo un cambio en los modos de relación entre patriarcado3 y vida familiar democratizando la relación entre los 1. Este capítulo tiene como antecedente una presentación con el nombre de “El modelo familiar moderno y sus alternativas actuales. ¿Normalidad o normalización? en el espacio del Foro de Psicoanálisis y Género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires el 29/09/11. La cual ha sido revisada y adaptada a los fines de esta publicación. También algunas partes del texto han salido con anterioridad en la Revista Topia y se han presentado en forma oral en el Colegio de Psicoanalistas y en las Jornadas de Salud Mental de la Universidad de las Madres. 2. Shorter E. (1977), El nacimiento de la familia moderna. Crea S.A., Buenos Aires. 3. Caracterizamos como patriarcado a un sistema de organización de las relaciones de poder entre los géneros en el cual los varones tiene mayor poder social que las mujeres. Y que a su vez establece tanto un orden jerárquico entre las generaciones, bajo el dominio de la figura del padre/ patriarca, como un ordenamiento de las relaciones de poder de los varones entre sí (Connel R.W. (1997). La organización Social de la Masculinidad, en “Masculinidad/es. Poder y Crisis”. Valdés T. y Olavarría J. (eds.) Ediciones de las Mujeres N°24, Santiago de Chile).
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varones de un mismo linaje que dejaron de estar sometidos al gran patriarca del grupo y pasaron a ser pequeños patriarcas de su flamante familia nuclear. Este modo de vida en familia ha tenido, como uno de sus efectos, una producción específica e histórica de formas de la masculinidad y de la femineidad. Los varones se constituirán en los proveedores económicos y representantes de la familia en el espacio público y las mujeres, en el privado sentimentalizado4, dedicarán su vida a la crianza de los/as niños/as y las tareas de la reproducción social. A fines del siglo XIX y con este panorama social afectivo ya consolidado hace su aparición el psicoanálisis y toma este modo familiar a modo de “la familia”. Escenario “natural” en el cual se desarrollarán las tramas que tomará como base para la elaboración de sus contribuciones acerca de la constitución de la psicosexualidad humana. La llegada de esta disciplina y su definitiva instauración en el Rio de la Plata, entre las décadas del 40´ y del 50´, encontró a esta familia con un nuevo ingrediente: la entrada a la misma vía el romance y el amorromántico. Mucha agua ha pasado bajo el puente de las constituciones familiares desde entonces hasta la actualidad que ameritan que, en este y en otros temas nodales, nos tomemos el serio compromiso de tomar la obra de Freud como un punto de partida y no de llegada (o dogma) para revisar lo que hoy hay que recomponer para no ser aliados, incluso involuntariamente, de lo más conservador de nuestra sociedad. Y esto en psicoanálisis es un trabajo con sus dificultades específicas dado que como bien señalaMichel Tort, en El Fin del Dogma Paterno5, este corpus ha vinculado sus construcciones más nodales (edipo, la diferencia sexual y su relación con la castración simbólica, y la psicosexu4. Fernández AM (1993). La mujer de la ilusión. Paidós, Buenos Aires. 5. Tort Michel (2008) El fin del dogma paterno. Paidós, Buenos Aires.
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alidad en general) con formas históricas contingentes. Lo cual suele motivar que muchos intentos de reformulación se topen con la angustia que les provoca la pregunta: ¿Qué quedará del psicoanálisis y de ser psicoanalistas si revisamos incluso esos ejes nodales? Cabe alertar que no hacerse esta pregunta por temor a la angustia que provoca no resuelve los desafíos actuales con respecto a los modos de producción de subjetividad y las formas que adoptan los vínculos afectivos, porque como bien metaforiza Shorter en el libro citado, “¡la nave (de la familia ya ha zarpado!” En este sentido, cabe asumir que el/los psicoanálisis que conocemos hasta hoy, como toda disciplina humana, tiene la impronta histórica de sus condiciones de aparición. Y en ese sentido hay que ubicarlo como lugar de trabajo para distinguir lo que sigue vigente de lo que ha perdido vigencia por estar ligado a los conocimientos, sentido común y formas de la normalidad de una época. Entonces, subiendo la apuesta de una de las tesis centrales de Juliet Mitchell en su libro Psicoanálisis y Feminismo…6, libro que ha sido propulsor de un viraje en la relación entre el feminismo y el psicoanálisis en la década del 70. Dado que este movimiento, al igual que otros movimientos críticos del siglo XX, desconfiaban de esta “ciencia burguesa” que reenviaba a los y las consultantes como resultado de “las curas” a una forma tolerable del malestar en la cultura, pero de la cultura hegemónica. Esta autora vira el enfoque al destacar que se puede tomar al psicoanálisis como lugar de trabajo “para hacer de él un muy buen dispositivo de análisis de la producción de padecimiento subjetivo de la sociedad burguesa y patriarcal y no solo como reproductor de la misma”. En resonancia con este planteo, el desafío actual se ubicaría en 6. Mitchell, J. (1982) Psicoanálisis y feminismo, Freud, Reich, Laing y las mujeres. Anagrama, Barcelona.
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ver si podemos hacer de este corpus un modo de abordaje del sufrimiento humano en una sociedad pospatriarcal y posheteronormativa. Para todo esto estamos partiendo de un planteo muy simple, pero no por eso de poco valor para los desafíos actuales, que es el hecho que la familia normal y deseable del psicoanálisis, base de la mayoría de los desarrollos teóricos y herramientas prácticas, en la cual todo sucede es la familia de la modernidad: la familia nuclear. Pero si nos tomamos el real trabajo de abrir la “cajita feliz” de la familia nuclear nos encontrarnos con varios elementos de análisis: - Que esa familia ha sido (y es) más un ideal social y una construcción imaginaria que una realidad en la experiencia de vida de muchos/ as sujetos/as. Los/as cuales han vivido en la misma modernidad en gran parte en familias extensas o las que hoy denominamos diversas7. - Que se ha constituido en el modelo /ideal desde el cual se ha medido la expectativa de felicidad /infelicidad en la modernidad tardía. - Que a partir de que fue incorporando como base de entrada al matrimonio al amor romántico8 (recordemos que en forma democrática esto ocurre desde principios del siglo XX) se ha validado como una institución, al decir de Judith Butler9, que legitima los vínculos amorosos heterosexuales y que ha hecho que el parentesco funcione o califique solo si adopta las formas reconocidas de familia. Llamando la atención 7. En una investigación que dirigí y que luego sería publicada en mi libro “Heridos corazones. Vulnerabilidad coronaria en varones y mujeres”, Paidos, 2009, refiero lo que aconteció al relevar los modos familiares de origen de los/as pacientes coronarios y no coronarios entrevistados/as que en ese momento (1997-99) tenían entre 35 y 55 años. Encontramos que las familias nucleares eran para los entrevistados de clase trabajadora una experiencia de una sola generación, pero que formaba parte del ideal social desde el cual median sus prácticas reales. 8. Ubico esta diferencia porque previa a la entrada al matrimonio por amor, esta institución como via de constitución de la familia legitima no tenía aspiraciones de consagración de los amoroso, sino de lo patrimonial y reproductivo. 9. Butler J. (2009), “¿El parentesco siempre es de antemano heterosexual?” Debate Feminista www.debatefeminista.com
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acerca de cómo se asiste a los momentos importantes de la vida con relaciones fuertes, pero que no tienen nombre o no están legitimadas por quedar fuera del dispositivo legitimado. - Que la heterosexualidad sobre la cual se basa la familia nuclear es una heterosexualidad de dominio entre varones públicos y mujeres del privado sentimentalizado10. Y por lo tanto no es la única heterosexualidad posible. Hasta ahí un estado al día de lo que han dicho los Estudios de Género en estos últimos 50 años al respecto. Nada nuevo para especialistas, salvo llamar la atención acerca de sus efectos que aún están en plena vigencia en la vida cotidiana y en la práctica clínica. Por lo tanto que no sea nada nuevo no implica que esté incorporado en los dispositivos clínicos de la actualidad. Y me atrevo a arriesgar que lo novedoso estaría precisamente ahí: en acercar la llegada de estas reflexiones a la práctica cotidiana de nuestros/as colegas. Y entiendo que es un momento con alta viabilidad de lograrlo, dado que existe una gran cantidad de colegas que se están tomando muy en serio que deben dar cuenta de los actuales modos de sufrimiento de los y las sujetos que ya no viven todos y ni aspiran a hacerlo en familias nucleares, patriarcales y heteronormativas. Pero lamentablemente, en términos generales, se enfrentan a estos desafíos desde modos de pensar y herramientas que consideran a los modos patriarcales (y modernos) como únicos modos de organización del psiquismo.Yes ahí donde radica uno de los mayores problemas clínicos en la actualidad: se está a favor de la diversidad pero con el dogma paterno colándose como modelo de normalidad por todos lados y fundamentalmente en los momentos fundantes del psiquismo: la crianza de niños y niñas. 10. Fernández, A. M. (1993), op cit
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Hacía un nuevo horizonte: vivir en familia hoy, producción de subjetividad y sus desafíos clínicos Para esta tarea, tomo una frase de Michel Tort que expresa con mucha claridad lo que quiero destacar y que es necesario que tomemos como eje norteador del trabajo una y otra vez: “el Padre (es) una construcción histórica, solidaria de las formas tradicionales del dominio masculino que asegura a los padres varones el monopolio de la función simbólica” (sic). El fin de un padre, el del patriarcado occidental, es el fin de un mundo, no el fin del mundo. Las formas de devenir sujeto y el ejercicio de las funciones que participan en el son históricas y constituyen el lugar de las relaciones de poder entre los géneros. Y establecerá según este modelo lo esperable y lo no esperable en la producción de subjetividades ‘normales’”. Siguiendo esta línea de pensamiento, es necesario hacer revisión de las herramientas conceptuales de trabajo para que no nos pase el ser desde el espíritu amigable a los cambios, pero desde lo profesional formar parte de la “policía psicológica”, guardiana de la moral dominante. Lo cual nos puede pasar si frente a los desafíos que implican las nuevas formas familiares, incluyendo las producidas por sexualidades no heterosexuales o lo que se denomina campo de la diversidad sexual, no nos ocupamos de implicarnos en la producción de conocimientos necesarios para identificar y actuar frente a los nuevos modos de aparición del dolor y de la felicidad humana. Si optamos por esta última posición, nos daremos cuenta que como punto de partida nuestras herramientas y teorías estén en muchos aspectos fraguadas fundamentalmente para trabajar con los malestares y patologías de los y las sujetos/as conformados/as en el patriarcado y la heteronormatividad. Y que aún sin quererlo, muchas veces estamos actuando como “Lecho de Procusto”: adaptando a los/as sujetos al dispositivo más que creando nuevas herramientas. 101
Cuestionamiento que se inscribe en una propuesta de incluir las diferencias culturales e históricas para re-conceptualizar lo metapsicológico. A modo de recaudo epistemológico y ético plantearía que estos desafíos presentan dos caras: 1) Una de ellas se refiere a no dejar que el prejuicio, o las concepciones anteriores a los problemas actuales, nos hagan ver como psicopatológicos “per se” a los cambios señalados. 2) La otra, es que tampoco resignemos poder identificar las formas que pudiera ir adoptando la psicopatología en lo nuevo. Poder deslindar estas dos caras de la problemática es un imperativo ético para poder seguir sosteniendo lo que a mi modo de ver es el compromiso básico del psicoanálisis con la sociedad: trabajar con las formas en las cuales se expresa el malestar humano, poniéndole palabras al dolor. Es muy importante que tomemos esto como tarea, para que no nos ocurra que por abstenernos de repensar frente a los nuevos desafíos, nos quedemos siendo los guardianes de lo que en un momento fue vanguardia, y hoy puede convertirse en reliquia. De estos planteos se desprenden varios interrogantes y necesidades de desarrollos específicos. Los cuales es deseable que no escencialicen lo que son modos históricos de producción de sujetos deseantes. En relación a la constitución de los deseos heterosexuales hoy, tenemos el imperativo ético de identificar que con lo que nos encontramos no es con “la” heterosexualidad, sino un tipo de heterosexualidad que es la producida en el marco del patriarcado que implica una producción deseante en relación con la diferencia desigualada11. Necesitamos identificar entonces los siguientes ejes de trabajo: 11. Fernández,A, M. (2009), Las lógicas sexuales: Amor, Política y Violencia, Buenos Aires: Nueva Visión.
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A) Los relativos a la constitución del deseo heterosexual en mujeres, en el marco de las relaciones patriarcales. Lo cual implica un amor no solo al que está del otro lado de la diferencia sexual, sino que incluye, relaciones de género mediante, el amor al amo social y al que tiene más privilegios, de los cuales ella no goza. Emilce Dio Bleichmar12 ubicaba que parte de ese desafío estaba relacionado con el trabajo psíquico que implica investir el ser en “género devaluado”. Desear ser el género devaluado le imprime un trabajo específico al psiquismo de las mujeres que no es capturado metapsicológicamente por la figura de la resolución edípica tradicional que refiere que el gran trabajo femenino es el abandono del primer objeto de amor que es hasta ahora la madre en los modos generalizados de crianza que hasta ahora conocemos. B) Los relativos a la constitución del deseo heterosexual en varones en el marco de las relaciones patriarcales. Que implica un tipo de deseo conformado en torno a ser el amo social. Con algunas tendencias que vale la pena analizar no como “naturales” sino como producción histórica de modos deseantes: la degradación de la vida erótica masculina destacada por Freud (erótico con la prostituta, tierno con la mujer legitima) 13/14. Y dos aspectos sobre los que nos daba luz Silvia Bleichmar15: la erotización vía la relación entre varones de diferentes generaciones y la masculinización vía la pasivización al varón mas grande como parte de la constitución de la masculinidad “hetero”. Por lo tanto la necesidad ética de reformular la relación entre edipo y sexu12. Dio Bleichmar (1985), El feminismo espontáneo de la histeria, Madrid, Adotraf. 13. Freud S. (1910-1988), Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre (Contribuciones a la psicología del amor, I), Tomo XI Buenos Aires, Amorrortu. 14. Freud S (1912-1988) Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa (Contribuciones a la psicología del amor, II) Tomo XI Buenos Aires, Amorrortu. 15. Bleichmar S., (2006). Paradojas de la Sexualidad Masculina, Buenos Aires, Paidós.
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alidad masculina de dominio16 mediante la incorporación de la interdicción del acceso a la sexualidad infantil como modo de interdicción del abuso sexual infantil. Lo cual implica no dar a la organización edípica como garantizada de antemano estructural o psicogenéticamente, sacándola del “relato histórico” de la crianza en la familia nuclear. Para conferirle su real dimensión de triunfo de lo mejor de lo social sobre el egoísmo individual actuando como interdictor de la imposición de la sexualidad adulta sobre la infantil, de ordenador de las relaciones intergeneracionales y regulador de la sexuación17. Lo cual implica entender de un modo más complejo y no escencialista la conformación de los deseos heterosexuales en sus formas históricas, pero no por eso menos reales que derivaran o no en la constitución de las nuevas familias basadas en parejas hetero. Y a la vez comenzar a ver cómo podemos pensar la constitución de modalidades deseantes por fuera del modelo hegemónico heteronormativo, hasta ahora necesario socialmente para poder garantizar la reproducción biológica de la especie humana. Y aquí debemos ubicar uno de los desafíos que los Estudios Queer le plantean a los Estudios de Género en el campo de la subjetividad: dejar de pensar la relación entre lo hetero/homoerótico como discontinuos. Pareciera a esta altura de los acontecimientos que afirmar que la sexuación ubica a los y las sujetos claramente y para siempre de uno u otro lado de estas opciones sexuales no es tan indudable. Y por su parte, los Estudios de Género deben seguir insistiendo a los Estudios Queer, que en este viraje no debemos invisibilizar que las subjetividades sexuadas actuales aún se constituyen en el marco de las asimetrías de poder entre los géneros. 16. Bleichmar S. (2005), La subjetividad en riesgo, Buenos Aires, Topía editorial. 17. Bleichmar S. (2005), op cit
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A modo de síntesis, podemos decir que el desafío principal es poder pensar en simultáneo cómo se constituyen los psiquismos en relación a: - La diversidad de las prácticas de sexualidad - Las aún relaciones asimétricas de poder entre los géneros - Las relaciones entre los géneros que intentar fugar del paradigma patriarcal. Con el objeto de poder escuchar a las otras formas de femineidades, masculinidades y diversidades sexuadas que están constituyéndose y que no necesariamente estén queriendo reproducir los estándares patriarcales y heteronormativos. Y no reenviarlos desde la metapsicología al lugar desde el cual han decidido enhorabuena fugar. Y por supuesto, en esta propuesta de actualización del psicoanálisis a los desafíos actuales, hay problemas más complejos que otros. Creo que uno de ellos, como fue mencionado con anterioridad, está constituido por uno de los “núcleos duros” de este campo teórico que es el estatus de la diferencia sexual en la constitución del psiquismo. Que consiste en sostener que el reconocimiento de la diferencia sexual, en otras palabras la adquisición de la representación psíquica de que existen solo dos posiciones en el deseo (femenina o masculina) apuntaladas en las diferencias biológicas y que cada quien solo se puede ubicar en una de ellas, es la que habilitaría al infante humano al atravesamiento por la castración simbólica y de este modo, su acceso al leguaje y a la ley. Estas concepciones nodales en el corpus son las que impiden que desde el campo del psicoanálisis se pueda avanzar, por ejemplo, en identificar cuáles son las realidades a las cuales se enfrentan por ejemplo los hijos/as de parejas gays o lesbianas desde sus escenarios concretos y no desde una psicopatologización a priori de las formas de crianza de parejas y deseos de parentalidad no basados en el “reconocimiento” de “esa” diferencia. Y en este sentido ¿Cuáles son los problemas en la clínica y en el 105
campo de cómo está configurado lo metapsicológico de las reflexiones que hemos compartido hasta el momento? Múltiples, y allí voy en como estas cuestiones operan en el día a día: A. Perversión Algunos/as colegas en la actualidad continúan definiendo a la perversión, como aquellas prácticas que se apartan de la moral dominante18. Las ubican aún en las prácticas no hegemónicas de sexualidad y sobre la base de una única concepción acerca del estatus de la diferencia sexual y su relación con la castración simbólica en la constitución del psiquismo que hemos descrito. Lo cual genera en si una mirada que impide aprender a mirar lo patológico en lo nuevo, transformando de hecho a lo nuevo o diverso, en patológico. En ese sentido, rescato dos aportes contemporáneos para mirar de otro modo lo perverso hoy. Uno es el de Louise Kaplan19 que plantea la articulación actual entre género y perversión. Señalando que las estereotipias de género son “lugares” en los cuales se puede esconder, depositar o apuntalar las perversiones. El otro aporte, de Silvia Bleichmar20, que nos proponer identificar lo perverso en relación al status del otro en el propio psiquismo. Ubicándolo cuando el otro, más allá de la práctica en si, aparece como objetalizado y no como un semejante. B. Deseo de hijo/a en pareja del mismo sexo Como bien sabemos la homoparentalidad está comenzando a ser un tema de discusión en la sociedad en general y en ambiente “psi” en 18. Como ejemplo, refiero el título de una serie de seminarios de una institución psicoanalítica de nuestro medio: “La diferencia sexual en tiempos de perversión generalizada” (sic). 19. Kaplan L (1994). Perversiones Femeninas. Las tentaciones de Emma Bovary, Barcelona, Paidos. 20. Bleichmar S (2005). Op cit
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particular. Entre los/as colegas que se encuentran preocupados/as por el impacto en la crianza de los/as niños/as concebidos/as en ese marco deseante hay quienes ubican su inquietud en: a) que estos/as chicos presenten patología mental, por haber sido concebidos en una pareja que reniega “la diferencia sexual”, b) otros, porque entre estos niños/as habrá más homosexuales que en los concebidos en parejas hetero. Y c) hay algunos/as colegas que hablan del “mal menor” con respecto a la adopción de chicos/as mas grandes bajo la reflexión que “mejor en ese marco que institucionalizados/as”. ¿Cuáles son los supuestos metapsicológicos detrás de estas reflexiones que acercan a muchos colegas a lo más conservador de la sociedad actual? a) Renegación de la diferencia sexual, b) Heterosexualidad ligada a la procreación como única sexualidad normal y c) la idea de función paterna y función materna como escenciales en la crianza y estas ligadas a la constitución de la masculinidad de los padres y la feminidad de las madres. Veamos algunas particularidades que hemos observado, más allá de los rasgos comunes, que se presentan según la pareja esté conformada por mujeres o varones. - Maternidades lésbicas: me llama poderosamente la atención el hecho de una especial articulación entre reivindicaciones de la diversidad y conceptualizaciones de la escuela francesa de psicoanálisis21. Las cuales coinciden con algunos testimonios personales de madres lesbianas con una conceptualización de la misma escuela psicoanalítica acerca de su práctica de maternidad. El texto y las referencias coinciden en reivindicar el derecho de las lesbianas a concebir un hijo/a en pareja pero simultáneamente plantean la necesidad de la búsqueda de un hombre significativo (no necesariamente pareja) que oficie de “corte”. Desde 21. Torres Arias, M.A. (2005), “Reflexiones psicoanalíticas sobre maternidad y paternidad en parejas homosexuales”, Debate Feminista, año 16, vol. 32, oct, 86-97.
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la perspectiva que estamos proponiendo y retomando los aportes de Michel Tort en El fin del dogma paterno, es un precio muy alto a pagar en el altar del dogma, aún habiéndose animado a practicas instituyentes. Como destacamos con anterioridad, el padre como interdictor del estrago materno, además de ser sumamente misógino, es una forma histórica de organización del psiquismo solidaria de las formas tradicionales del dominio masculino que asegura a los padres varones el monopolio de la función simbólica. Por lo tanto, tolerar (e incluso asumir) las prácticas pero concebirlas metapsicológicamente desde estas representaciones, es uno de los modos que debemos deconstruir en fidelidad a un compromiso libertario con los desafíos de la actualidad clínica. - Paternidades gay: la idea de la homosexualidad como perversa en sí, se acentúa cuando esta es masculina22. Apareciendo aquí además multiplicada la idea de que no es bueno que los varones manipulen el cuerpo infantil en la infancia23. Idea que expresan algunos sectores conservadores de nuestra sociedad, pero que replican, aún sin intención, muchos/as colegas. Lo cual nos invita a diferenciar algo que es el eje central de mi exposición que es poder tener la lucidez necesaria para diferenciar producción de patología de prejuicios y resistencias. C. Deseo de hijo solo/a - Mujeres buscando tener hijos solas: cabe consignar que siempre hubo mujeres que criaron hijos solas, lo nuevo estaría ubicado en que 22. Es revelador de esta forma de pensar como esta idea se filtra en el debate actual acerca de la visualización de la alta incidencia de abuso sexual en la iglesia. En este caso El Papa plantea como una de las soluciones la incorporación de psicólogos para la detección de candidatos homosexuales. No examinando, como lo plantean algunos sacerdotes más de avanzada, el impacto del dispositivo de celibato y de la educación de niños/as en manos de estos célibes en la proliferación de este tipo de prácticas. 23. Volnovich J.C., (2000) “Generar un hijo: la construcción del padre”. En Meler, I., Tajer, D. (comp.), Psicoanálisis y Género, Debates en el Foro, Lugar, Buenos Aires.
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ahora la elección aparece como manifiesta. Desde la matriz patriarcal, metapsicologicamente se confunde y se desliza lo que pudiera ser un acto de autonomía con un acto narcisista. Me gustaría compartir al respecto que uno de mis primeros aprendizajes en el campo del psicoanálisis con perspectiva de género fue el identificar que mujeres que desde una posición narcisista deciden tener un/a hijo/a solo para sí pueden existir en familias “externamente nucleares y heterosexuales”, en las cuales el varón es sólo valorado como inseminador y quizás proveedor. Ojo con la fenomenología! Por otro lado, esto no quita que aunque política y éticamente podamos estar a favor de que una mujer decida tener un hijo sola, identifiquemos lo patológico que pueda presentarse en dicha situación cuando aparece. En lo personal me ha pasado el caso de una mujer que me consultó para que la apoye psicológicamente en el curso de una fertilización asistida que quería realizar para tener un hijo/a sola con lo cual yo simpatizaba y estaba dispuesta a acompañar profesionalmente. En el curso de las entrevistas para identificar el marco de trabajo advertí dificultades serias para emprender un proceso de maternaje (sostén, posibilidad de narcisimo trasvasante,etc.) en cualquier situación que este se diera. Se lo expresé señalando que la podía acompañar pero en el marco de una terapia mas abarcativa de acuerdo a lo que había podido observar de sus dificultades, situación que ella muy honestamente me respondió que no quería ni estaba dispuesta a sostener. - Varones buscando tener hijos solos: tampoco es un nuevo fenómeno el hecho de que existan varones que quieran tener un hijo/a para ellos, mas allá de con quien lo tengan. Lo nuevo en la actualidad es el sinceramiento de ese deseo y la posibilidad que ofrecen las técnicas reproductivas y el alquiler de vientre para la materialidad de esta situación. Debido al alto costo de ambos procedimientos, estas prácticas en la actualidad solo las vemos presentes en varones de alto poder adquisi109
tivo, lo cual es también válido para las co-paternidades gay24. Para ver el impacto en los niños/as y los modos de crianza tendremos que ir observado cómo evoluciona esta tendencia25. D. Reasignación de sexo En torno a esta problemática existen diferencias que no solo se pueden considerar posiciones en el debate, sino que también incluye quien formula el problema y con que fin. Desde los propios sujetos, los/ as mismos/as se definen como trans (cuando a nivel identitario y de forma de vida pasan de un género a otro diferente de su sexo biológico) o intersex (cuando los caracteres sexuales primarios o secundarios no están definidos). Desde la psiquiatría norteamericana se la considera como trastornos o disforia de género. Diagnóstico a partir de cual se obtiene la autorización para la cirugía de reasignación de sexo que permite la reasignación de identidad de género legal (mediante una homologación de tener ciertos genitales con la identidad de género). Lo cual ha sido replicado como modelo en nuestro país. Desde algunas personas que se están planteando la posibilidad de esa operación se escucha la siguiente reflexión: “quiero tener en los documentos la foto y el nombre que corresponde con mi imagen, que 24. Véase los casos de los famosos Ricky Martin y Ricardo Fort. 25. Hay un caso paradigmático que vale la pena destacar en el análisis que apareció profusamente en los medios de comunicación. El de un cordobés residente en España de aproximadamente 40 años sacó un aviso en Internet buscando un alquiler de vientre de una mujer argentina. Una mujer más joven y pobre que él aceptó y fue elegida con dicho fin. Refieren que al conocerse se “enamoraron” y decidieron tener el hijo en pareja. En la actualidad, dos años después, se separaron. Ella quedó en España sin papeles, el dice que ella es una “mala madre” por razones de “juventud” y además carece de recursos económicos y legales para criar al niño. Por lo cual se arroga el derecho de que la crianza y tenencia la realice él. Una primera reflexión sobre la situación nos ubica en que tenemos que creerle a alguien cuando dice que quiere tener un hijo solo/a mas allá del ropaje que esta situación asuma. Denegarlo en aras del altar del amor romántico nos inhibe de visualizar los efectos que estas elecciones tendrán con posteridad.
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es quien soy yo”. La primera reflexión es que mas allá de todos aquellos/as que plantean que la pregunta por la propia identidad ha pasado de moda y que es un puro espejismo, vemos como en el mismo momento histórico hay quienes están dispuestos/as a operarse sus órganos de placer sexual en torno a una “adecuación” entre genitales e identidad de género. También están quienes se oponen a estas operaciones señalando precisamente que es un precio que no desean pagar por la normativización y plantean su derecho a vivir y ser reconocidos/as en su identidad sexual y de género sin operaciones. Casos como el de Tania Luna y Florencia Trinidad que obtuvieron su reasignación legal de su identidad de género sin necesidad de operarse. Alegando su derecho a la identidad. Ubicando su feminidad en la identidad y no en la genitalidad. Ambas de nivel socio cultural medio y alto. Lo cual plantea un interesante antecedente. Quisiera compartir en este trabajo, que cuando empecé a pensar estos temas me llamo la atención una reflexión de una especialista que me planteó que posiblemente las cirugías de reasignación de sexo como un modo de adaptación a lo hegemónico disciplinador de los cuerpos. Esta interesante reflexión se basa en el hecho de que muchas veces el cuerpo operado pierde la posibilidad de placer con lo que tiene y adquiere una cavidad o una prótesis (según sea el caso) sin posibilidad orgásmica. Lo cual no es un tema menor, ya que por ejemplo en el caso de la construcción de una cavidad vaginal, esta estaría al servicio de una función penetrativa, como una restauración de la “pasividad erótica femenina”, que el primer psicoanálisis señalaba como necesaria para adquirir la madurez en la feminidad con el pasaje de zona de goce con lo cual se accedería a la normalidad. Supuesto que en la actualidad en la mayoría es considerado como un “disparate de época”. En este sentido, es interesante de destacar como en la película “XXY”, sobre una adolescente intesex se plantea la decisión de los 111
padres de no operar en la infancia. Propuesta que coincide con lo que plantean los militantes intersex en la actualidad. En el caso de la película, deviene en una adolescente con identidad de género femenina, con formas de la pulsión de la sexuación ligada al empuje de su genital masculino y elección de compañero erótico heterosexual según la identidad de género y homosexual, de acuerdo al genital. Con lo cual las categorías estallan y necesitamos más pensar en lo que Beatriz Preciado caracteriza como “multitudes queer”26. En síntesis y para concluir, tenemos que estar advertidos/as de que una disciplina (o campo) como el psicoanálisis que fue pionero en dislocar la relación entre psicosexualidad y biología no reenvíe a anudar nuevamente sexualidad y biología repitiendo los esquemas mas homófobos de la práctica psiquiátrica27. Ya que podemos estar siendo parte, sin quererlo, del pensamiento y práctica conservadora, que psicopatolgiza per se, toda sexualidad por fuera de lo heteronormativo. Por lo cual debemos cuidarnos muy seriamente como psicoanalistas de no tomar como normal igual sano, lo que es un modelo normativo. Podemos ser parte sin quererlo, de los grupos que prometen curar: la homosexualidad, la bisexualidad, la transexualidad y lo trangénero y el travestismo. Quizás sea más honesto, admitir que en la actualidad tenemos fraguadas nuestras herramientas y conceptos para ayudar con el padecimiento humano, pero fundamentalmente desde una perspectiva heteronormativa con una naturalización del sexo y una escencialización del género. Sabemos por lo tanto muy poco acerca de cómo diagnosticar para 26. Preciado B. (2003). “Multitudes queer. Notas para una política de los “anormales”, Revista Multitudes Nº 12. París. (Traducción al castellano: El Bollo Loco). 27. Sanz, J. (2004) Teoría Queer y Psicoanálisis, Síntesis, Madrid.
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desligar los aspectos de producción de subjetividad, de los psicopatológicos para el campo de las prácticas de la diversidad sexual y de todos los modelos de lazos familiares que difieren del modelo de la familia moderna fundamentalmente en lo que refiere a la crianza. Y ese es parte de nuestro desafío actual.
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