| P I E RO C A S TA G N E TO |
corresponsales en campaña en la guerra del pacífico 1879-1881
Corresponsales en campaña en la Guerra del Pacífico 1879-1881
Piero Castagneto
Corresponsales en campaña en la Guerra del Pacífico 1879-1881
983.061 Castagneto, Piero C Corresponsales en campaña en la Guerra del Pacífico: 1879-1881 / Piero Castagneto Garviso. -Santiago : RIL editores, 2015. 544 p. ; 23 cm. ISBN: 978-956-01-0213-3 1 GUERRA DEL PACÍFICO, 1879-1884-FUENTES.
Corresponsales en campaña en la Guerra del Pacífico 1879-1881 Primera edición: julio de 2015 © Piero Castagneto, 2015 Registro de Propiedad Intelectual Nº 215.930 © RIL® editores, 2015 Los Leones 2258 cp 7511055 Providencia Santiago de Chile (56) 22 22 38 100
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[email protected] Composición e impresión: RIL® editores Diseño de portada: Marcelo Uribe Lamour Impreso en Chile • Printed in Chile ISBN 978-956-01-0213-3 Derechos reservados.
Índice Palabras previas ............................................................................................ 11 Propósito de este libro.................................................................................. 13 Capítulo I. Hacia la guerra ..................................................................... 77 Antofagasta (La Patria, 25 de febrero de 1879) ..................................... 79 Capítulo de carta (La Patria, 11 de marzo de 1879) .............................. 84 Carta de Lima (La Patria, 22 de marzo de 1879) ................................... 86 El combate de Calama (El Mercurio, 12 de abril de 1879) .................... 92 Importante carta de Lima (La Patria, 17 de abril de 1879) .................... 96 Capítulo II. La Campaña Naval .............................................................. 105 Cartas de la Escuadra (El Mercurio, 16 de abril de 1879).................... 107 En el teatro de la guerra (El Ferrocarril, 5 de junio de 1879) ............... 109 A bordo de la Escuadra (El Ferrocarril, 14 de junio de 1879) ............. 118 Carta de un prisionero (Los Tiempos, 5 de julio de 1879) ................... 130 Importantísimos detalles del combate de Iquique (La Patria, 7 de julio de 1879) .............................................................................. 133 Vapor Loa (La Patria, 9 de julio de 1879) .......................................... 138 Carta sobre el último encuentro (El Mercurio, 21 de julio de 1879) ............................................................................ 148 Vapor Limarí (La Patria, 4 de septiembre de 1879) ............................. 153 El Huáscar con bandera chilena en Antofagasta (El Pueblo Chileno, 14 de octubre de 1879) ........................................ 164 Capítulo III. Nace un ejército ............................................................... 169 Correo de la Guerra (La Patria, 10 de mayo de 1879) ......................... 171 Correo de la Guerra (La Patria, 22 de mayo de 1879) ......................... 177 Antofagasta (Los Tiempos, 10 de julio de 1879).................................. 185 Lo que es un campamento (La Patria, 8 de agosto de 1879) ................ 189 Cartas del Norte (La Patria, 9 de agosto de 1879) ............................... 193 Capítulo IV. Campaña de Tarapacá ........................................................ 201 Escuadra Expedicionaria (El Pueblo Chileno, 7 de noviembre de 1879) ..................................................................... 203 En el teatro de la guerra (El Pueblo Chileno, 4 de noviembre de 1879) ..................................................................... 212 Vapor Lima (La Patria, 11 de noviembre de 1879) .............................. 214 Pisagua (El Independiente, 27 de noviembre de 1879) ......................... 220 Antofagasta (Los Tiempos, 3 de diciembre de 1879) ........................... 224 Vapor Copiapó (El Pueblo Chileno, 25 de noviembre de 1879)........... 228 Carta del campamento de Dolores (El Atacama, 29 de noviembre de 1879) ................................................................... 237 La voz de los soldados (El Nuevo Ferrocarril, 1 de diciembre de 1879) ...................................................................... 241 Iquique (El Independiente, 7 de diciembre de 1879) ............................ 243
La guerra (El Nuevo Ferrocarril, 11 de diciembre de 1879) ................. 250 Batalla de Tarapacá (La Patria, 8 de diciembre de 1879) ..................... 255 La Guerra (El Pueblo Chileno, 30 de diciembre de 1879) .................... 258 Expedición al valle de Tarapacá (La Patria, 11 de febrero de 1880) ..... 266 Capítulo V. Entre Tarapacá y Tacna ...................................................... 275 La expedición a Ilo y Moquegua (La Patria, 22 de enero de 1880) ...... 277 Correo de la Guerra (La Patria, 8 de marzo de 1880) .......................... 284 El corresponsal de La Patria y el general en jefe (La Patria, 22 de marzo de 1880).......................................................................... 291 Teatro de la Guerra (La Patria, 25 de marzo de 1880) ......................... 296 Capítulo VI. La Campaña de Tacna y Arica .......................................... 305 En el teatro de la guerra (El Pueblo Chileno, 10 de abril de 1880) ...... 307 La batalla de Tacna (El Mercurio, 14 de junio de 1880) ...................... 314 El batallón Coquimbo en Tacna (El Nuevo Ferrocarril, 19 de junio de 1880) ........................................................................... 392 Carta del ejército (El Independiente, 4 de julio de 1880) ..................... 396 Carta del ejército (El Independiente, 30 de junio de 1880) .................. 407 Capítulo VII. La Campaña de Lima......................................................... 415 La Guerra (El Pueblo Chileno, 10 de noviembre de 1880)................... 417 Cartas del Ejército (El Heraldo, 26 de enero de 1881) ......................... 421 Vapor Itata (La Patria, 24 de enero de 1881) ....................................... 432 Batalla de Miraflores (La Patria, 24 de enero de 1881) ........................ 481 Santiago (La Libertad, 30 de enero de 1881) ....................................... 509 El Batallón Quillota en la batalla de Miraflores (El Correo, 6 de febrero de 1881) .......................................................................... 513 Importante carta de Lima (El Mercurio, 1 de febrero de 1881)............ 516 Anexo I Las guerras del siglo XIX y los primeros corresponsales ...................... 523 Anexo II Relatos de corresponsales en campaña chilenos en la obra Guerra del Pacífico, de Pascual Ahumada ............................................ 537 Bibliografía ................................................................................................ 541
Detesto las dedicatorias
Palabras previas
Sin duda, la Guerra del Pacífico es uno de los acontecimientos que ha marcado profundamente a Chile en toda su historia, y por lo mismo, es uno de los hechos de mayor recuerdo y sobre el que más se ha escrito. A más de 130 años de su estallido, siguen siendo muchos los investigadores profesionales o aficionados, al igual que los lectores entusiastas, a los que en nuestro tiempo hay que añadir a los participantes de foros de internet, quienes desarrollan diversas discusiones sobre este período de nuestra historia. Por lo tanto, abordar una investigación sobre la conflagración del ’79 es todo un desafío. Pareciera que está todo dicho o, por lo menos, todo lo que vale la pena conocer, desde consideraciones de alta política y diplomacia, hasta aspectos estratégicos, tácticos y de la cotidianeidad del soldado, al igual que testimonios de participantes. Por lo tanto, ¿vale la pena editar un nuevo libro sobre el tema? La respuesta es afirmativa, y nos hace dirigirnos hacia los vetustos y amarillentos periódicos de la época, en su momento eco vibrante de victorias e incertidumbres, y en la actualidad depositarios de un legado que solo se recuerda de forma parcial. Porque si bien existen fuentes documentales debidamente editadas y aún a disposición del público –en especial la magnífica recopilación de Pascual Ahumada Moreno–, hay un apartado poco recordado y hasta ahora no estudiado como se merece: el de los corresponsales en campaña. Este término es capaz de evocar resonancias aventureras, acaso románticas, si se piensa en otras épocas, como las guerras del siglo XIX o bien, ecos de controversias aún recientes, de conflictos bélicos de nuestro tiempo, como Malvinas (1982), Golfo Pérsico (1991) o Irak (2003). También es fácil echar a correr la imaginación, y soñar con argumentos literarios o cinematográficos, todo lo cual puede hacer que parezca aún más sorprendente la pregunta: ¿tuvo Chile corresponsales de guerra? Por cierto que sí, es la respuesta inmediata. Y la siguiente interrogante bien podrá parecer aún más reveladora a quien no se haya adentrado en el tema: ¿los hubo en la Guerra del Pacífico? 11
Piero Castagneto
Por cierto, y la sorpresa puede seguir en aumento. Efectivamente, en este hecho clave para la historia nacional, tan rodeado de un aura mítica, también estuvieron presentes estos personajes que algunos podrán imaginar incluso más cercanos a la ficción que a la realidad, actuando en lugares exóticos y remotos. Y entonces, ¿por qué no son mejor conocidos? Las razones son varias, y por cierto que no basta un escueto prólogo para responderlas. Pero por el momento, a la espera de pasar a las páginas que siguen, el lector puede saber que uno de estos motivos es que los escritos de estos periodistas del ayer pasaron a confundirse con el fárrago de relatos y documentos de la época, del que con el tiempo han surgido tanto verdades como inexactitudes, y en medio del cual han quedado sus correspondencias. Otro motivo, inevitable en este oficio de la pluma efímera, es la controversia. Ciertas o no, muchas opiniones de estos enviados de la prensa chilena a los frentes de batalla causaron escozor en mandos y altas esferas de la época, y siguieron creando polémica en las generaciones de historiadores de épocas posteriores. Ligada con este hecho se encuentra una de las caras más polémicas del frente interno chileno durante la Guerra del ’79: la pugna entre los estamentos militar y civil, que se yace como trasfondo de la labor de estos narradores de primera mano. El autor
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Propósito de este libro
Como se ha esbozado en las palabras previas, el propósito de este libro es rescatar el legado de los diversos periodistas, enviados de medios o improvisados, que escribieron para los periódicos chilenos durante la Guerra del Pacífico, los variados pormenores de ella desde los teatros en que la batalla se desarrollaba. Este trabajo se ha concebido en la forma de una antología, con el fin de ofrecer una visión representativa del conflicto según la rica y variada visión que los corresponsales en campaña fueron construyendo. Se ha realizado en base a diversos criterios, que dicen relación con la importancia e interés de las correspondencias elegidas: que ofrecieran puntos de vista o detalles poco conocidos; el interés adicional que supone la identidad de algunos de sus autores; que cada una, interrelacionada con el resto, constituyese un complemento mutuo para mejor armar un todo; que esté presente también viva la arista de la controversia, ahora relegada a discusiones librescas o a fragmentos dispersos en las obras clásicas sobre el conflicto del ‘79. Finalmente, se consideró que este debía ser un rescate de piezas periodísticas que, en lo posible, no hubieran vuelto a ser publicadas desde los días de la guerra. Estas razones de selección se han sopesado, naturalmente, no de forma aislada, sino juntas, actuando entre sí, de manera de ofrecer un resultado final de coherencia y necesario complemento; en definitiva, un libro que muestre de forma redonda una visión si no completa, al menos general de este conflicto, a partir de las plumas de estos testigos y protagonistas. También pesó en la gestación de este proyecto el hecho de que este conflicto, pese a ser crucial en la historia del Cono Sur de América, contase con una cantidad relativamente escasa de relatos de protagonistas o testigos de primera mano. Circunscribiéndonos solo al bando chileno, no podemos olvidar las experiencias que nos dejaran excombatientes de rango medio, como Luis Uribe o Estanislao del Canto; jóvenes oficiales subalternos, como Alberto Del Solar, Arturo Benavides Santos o Julio Arturo Olid, o individuos de tropa, como Hipólito Gutiérrez en un estilo 13
Piero Castagneto
popular, o Justo Abel Rosales, en una vertiente más cultivada. Sin embargo, estos y otros testimonios, a los que cabe agregar los de origen peruano, boliviano o de países neutrales, nos han parecido aún insuficientes a la hora de sentir y «ver» la guerra desde fuentes directas, descontados los documentos oficiales. Por esta razón, otro motivo clave en la realización de este proyecto sobre corresponsales en campañas es añadir nuevas voces que enriquezcan este coro de fuentes contemporáneas. Al irlas descubriendo, la sensación de quien esto escribe ha sido análoga a la escucha de músicas de épocas pretéritas que, rescatadas y grabadas adecuadamente, vuelven a sonar «nuevas» después de siglos, como si acabasen de estrenarse. Siguiendo con el paralelo, nuestro deseo es que esta compilación sea leída con los ojos de un nervioso lector de periódicos del año setenta y nueve, ansioso de enterarse de nuevas glorias o tragedias, y conocer cuánto antes todos los detalles posibles. La novedad a la que aspiramos aumenta al tenerse en cuenta lo siguiente: todo investigador o buen aficionado a la conflagración de 1879-1884 conoce dos fuentes fundamentales como lo son la recopilación documental de Pascual Ahumada Moreno y el Boletín de la Guerra del Pacífico, nutridos el grueso de ambas de la prensa de la época y, además, reeditadas en torno a los años del centenario del conflicto, razón por la cual su obtención sigue siendo relativamente fácil en nuestros días. Ahora bien, se ha tenido especial cuidado en ofrecer en este libro piezas que, en su gran mayoría, no fueron incluidas en estas obras, con lo que se concreta un rescate de material que no se había vuelto a publicar desde los días de la guerra. Si bien estas correspondencias hablan por sí solas, es indispensable realizar un breve estudio previo, a fin de situarlas en su (o en sus) contexto (s), tanto en la coyuntura bélica específica, como en el desarrollo de la prensa en ese momento. Es decir, el periodismo chileno hacia 1879, la movilización de la prensa, paralela a la movilización militar, la forma en que trabajaron los corresponsales en campaña, las dificultades que enfrentaron y, finalmente, quiénes eran estos personajes, con bosquejos biográficos de algunos de ellos. Al igual que sus autores, estas son páginas olvidadas, en algunos casos injustamente, dado su interés, y en otros casos, posiblemente por a la controversia que en su momento generaron. El hecho concreto es que son relatos hasta ahora desconocidos por el público de nuestro tiempo, referente a los hechos de armas decisivos de la conflagración, y que también relatan aspectos de vida cotidiana de los combatientes chilenos de aquella guerra, en el campamento, ejercicios, travesías; en definitiva, el proceso en que se forjó un gran ejército ciudadano a partir de un pequeño núcleo militar profesional. 14
Corresponsales en campaña
El carácter de este libro es claramente dual, al ser una investigación de historia militar a la vez que una contribución a la historia del periodismo chileno. Ello se confirma por el dilema principal que aparece en la labor de los corresponsales, esto es, la necesidad de informar versus no realizar acciones que entorpecieran el esfuerzo bélico nacional, tema que se encuentra a caballo entre ambas disciplinas. Para realzar dicha dualidad, la orientación del aspecto gráfico ha sido seleccionar imágenes que den a esta obra un sello que nos recuerde constantemente el origen periodístico de las fuentes históricas, aunque este aspecto no es sino un adorno de la riqueza que ellas ofrecen. En definitiva, un contrapunto para antiguas voces que suenan nuevas, y que, en definitiva entonan una vigorosa obra coral.
El momento histórico del periodismo Si nos atenemos a la definición de corresponsal –persona que, habitualmente por encargo de un medio de comunicación, «envía noticias de actualidad desde otra población o país extranjero»1, nos podemos remontar a la Antigüedad, con las cartas o mensajes que seguramente fueron parte importante de los antecedentes de que se valió el mismo Heródoto. En todo caso el lector no debe asustarse, puesto que no está en el ánimo de este trabajo remontarse tan atrás. Lo pertinente es, más bien, una aproximación a la prensa en campaña en la Guerra del Pacífico en el contexto del desarrollo de la prensa chilena, el cual se inscribe, a su vez, en un período de especial florecimiento del periodismo internacional. La paulatina liberalización de la Europa posnapoleónica –incluidos los sacudones revolucionarios de 1848 y la progresiva ampliación del cuerpo de electores en Inglaterra– vino aparejada de una expansión de la prensa, en una época en que diarios y periódicos dejaban de ser un privilegio para las élites, y pasaban a ser medios de difusión masiva. A este fenómeno contribuyó no solamente la progresiva relajación de los controles políticos o de censura, sino también la derogación de los impuestos que hacían de la prensa un lujo. Así, los medios escritos pasaron de tener precios prohibitivos para la mayoría, a ser prensa «de a centavo», o al menos, mucho más barata, y con tirajes cada vez mayores. Ello también facilitó el surgimiento de nuevas generaciones de escritores, que ahora disponían de espléndidas tribunas para expresarse, desde crónicas a extensas novelas por entregas. Así como desde las columnas de los periódicos saltó la fama de un Dickens, unos Dumas o un Víctor Hugo, en Chile –guardando las proporciones y acotándolas a nuestro ámbito– 1
Diccionario de la Lengua Española.
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Piero Castagneto
tuvimos nuestros Jotabeche, Lastarria y Vicuña Mackenna, entre otros, que labraron su fama al mismo tiempo que la prensa nacional llegaba a su edad adulta. A un público cada vez más ávido de novedades ya no le bastaban los artículos de ensayo u opinión gestados en las cuatro paredes de un estudio, o en los escritorios de las salas de redacción. Nuevos géneros, la entrevista («interwiew») y el reportaje, llevaron lentamente a la aparición de los primeros corresponsales, que escribían en los diarios, a quienes servían desde puntos distantes. O bien una nueva subespecie, los enviados especiales a cubrir determinados hechos, ya fuere a conflictos bélicos, congresos diplomáticos, exposiciones internacionales, coronaciones de monarcas o misiones excepcionales, como la del celebérrimo reportero del New York Herald, Henry Morton Stanley y su búsqueda y encuentro del Dr. Livingstone, en 1871. Un hecho menos recordado: Stanley también realizó coberturas como corresponsal de guerra. Por cierto que los adelantos tecnológicos aplicados a las comunicaciones ayudaban a esta evolución. Así como las nuevas máquinas rotativas contribuyeron a la masificación de periódicos y lectores en la época de la llamada «gran prensa», la creciente rapidez en la transmisión de la información hacía que las noticias llegasen con crecientes grados de inmediatez: primero, por la expansión de la navegación a vapor, que cubrió distancias cada vez mayores y redujo los tiempos entre el envío y la recepción de la correspondencia; luego, por los beneficios del telégrafo y su complemento, el cable submarino. Finalmente, había cada vez más facilidad para conocer lo que decía la opinión pública de otras latitudes gracias a la exportación e importación de diarios y revistas, incluso al lejano Chile, el que, sin embargo, vivía una primera época de globalización en el comercio y las comunicaciones, con Valparaíso como punto focal.
La prensa chilena del ‘79 La paz y prosperidad de que disfrutó Europa durante el período 1870-1914, bajo el predominio de ideas principalmente liberales, permitieron, entre otras cosas, el florecimiento de los medios de comunicación hasta el punto de considerar a esta la «edad de oro» de la prensa2, lo que se reforzaba por los avances tecnológicos aplicados. Esta era una época de claro predominio europeo –aparejado a su expansión colonialista– también fue el momento de la llamada «Gran Prensa», de periódicos de prestigio que exhibían grandes fortalezas en la información política y la opinión. Al mismo tiempo, se iniciaba una evolución hacia un periodismo 2
Georges Weill, El periódico, cap. III, p. 173.
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Corresponsales en campaña
con criterio cada vez más empresarial, y en algunos casos, orientado hacia las grandes masas. En Chile, la relativa estabilidad de los años y décadas precedentes había permitido condiciones análogas, guardando las proporciones, para un aumento en el número de diarios y periódicos. Además, cosa fundamental, algunos de ellos lograban afianzarse y permanecer en el tiempo. Este período de madurez había comenzado en 1855, cuando apareció el diario El Ferrocarril de Santiago, originado con el propósito de apoyar al gobierno de Manuel Montt y a su ministro Antonio Varas, así como para competir, desde Santiago, con El Mercurio, además del ideario de progreso que sugería su solo nombre. No obstante eso, El Ferrocarril experimentó una evolución hacia un liberalismo pragmático, independiente y flexible, así como hacia una concepción de empresa periodística aparejada al debate de ideas, al tiempo que muchas de las plumas más importantes de la época desfilaban por sus columnas3. Previo a eso, solamente existía El Mercurio de Valparaíso (1827) como un medio de prensa estable, aparte del periódico gubernamental El Araucano (1830), que había pasado a ser el Diario Oficial en 1877. Pero para esta última fecha, es decir, dos años antes del estallido de la guerra, la prensa nacional florecía como lo que parecía una lógica consecuencia de la hegemonía de un paradigma liberal capitalista moderno, siguiendo a Eduardo Santa Cruz, con el sesgo empresarial que ya se había visto con El Ferrocarril. Explica este autor: La prensa liberal moderna se define a sí misma por su pretensión informativa y, consecuente con ello, por la generación de un mercado noticioso y de empresas suficientemente capaces para competir en él y desarrollarlo. La innovación tecnológica será causa y efecto de lo anterior. La difusión y preparación doctrinaria, característica de la primera mitad del siglo XIX, e incluso la simple opinión se supondrían cada vez más relegadas a la página editorial. La prensa liberal moderna se vuelca así hacia un periodismo informativo enfocado 3
Al momento de estallar la Guerra del Pacífico, el diario El Mercurio de Valparaíso ya era el más antiguo del país, y en esa época, también el más relevante. Este grabado, reproducido del libro Chile ilustrado, de Recaredo Santos Tornero, representa su antigua sede.
Una semblanza de El Ferrocarril como ejemplo representativo de los orígenes de la prensa liberal moderna se halla en Carlos Ossandón R. y Eduardo Santa Cruz A., Entre las alas y el plomo. La generación de la prensa moderna en Chile, cap. 1, pp. 44-77, y Eduardo Santa Cruz A., La prensa chilena en el siglo XIX. Patricios, letrados, burgueses y plebeyos, capítulo 4, pp. 71-106.
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Piero Castagneto hacia la primicia noticiosa, la cual además inserta y determinada por las reglas de la competencia y el mercado, estimuló la búsqueda del llamado ‘periodismo moderno’4.
La cita anterior ayudará a comprender mejor el desafío de calidad informativa que supondrá la Guerra del Pacífico para los medios de prensa nacionales, los que inevitablemente deberán competir entre sí. Según estadísticas de la época, 90 publicaciones periódicas de diversa índole existían en 1879 o aparecieron a lo largo de ese año5. Una cifra no menor considerando las limitaciones de la época, en un contexto de grave crisis económica, y cuando el concepto de periódico como empresa apenas empezaba a asomarse en el medio nacional, y que solo se haría evidente a partir de 1900. En efecto, al periodismo nacional se le puede aplicar perfectamente la realidad que vivía en esa época su homólogo europeo: «Hasta la década de 1870 a 1880, grandes periódicos que ocupan un lugar en la historia del periodismo, eran frutos de un pionero que lo escribía, imprimía y distribuía»6. Durante el tiempo que duró la Guerra del Pacífico se publicó en Chile un total de 178 periódicos de todo tipo7. Además de El Ferrocarril, en Santiago habían surgido otros diarios que habían logrado no ya solo sobrevivir, sino también consolidarse: los medios conservadores El Independiente (1864) y El Estandarte Católico (1874), y el liberal Los Tiempos (1877). En Valparaíso, el diario radical La Patria (1863) se había afianzado como competidor del decano El Mercurio, y en la misma ciudad puerto destacaban periódicos de colectividades extranjeras, especialmente The Chilian Times y Deutsche Nachrichten, ambos establecidos en 1876. En Concepción la publicación principal era La Revista del Sur (1871); en Chillán, La Discusión (1870), y en Copiapó varios periódicos, como El Atacameño (1856), El Constituyente (1862) y El Atacama (1875). Los redactores, es decir, los responsables de marcar la línea editorial, en varios casos eran nombres no solo destacados en el periodismo, sino también en la política, el derecho o la diplomacia. Y aunque los periodistas activos en torno a 1879 y épocas anteriores o posteriores han sido bastante olvidados por la posteridad, salvo la gran excepción de Benjamín Vicuña Mackenna, es justo comentar que, en general, el público chileno estaba bien servido por periodistas de buen nivel y sólida formación. 4 5
6 7
Eduardo Santa Cruz A., ob. cit., capítulo 4, pp. 56-57. Ramón Briseño, Cuadro sinóptico periodístico completo de los diarios y periódicos en Chile publicados desde 1812 hasta el año 1884, reedición computarizada en nuevas tablas y con gráficos agregados de Guillermo Martínez y Raymond Colle, 1987. Manuel Vásquez Montalbán, Historia y comunicación social, cap. 9, p. 174. Sergio Rodríguez Rautcher, Bases documentales para el estudio de la Guerra del Pacífico con algunas explicaciones, reflexiones y alcances, tomo II, cap. III, pp. 130-148.
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Corresponsales en campaña
Entre los nombres de editorialistas ineludibles se encuentran Juan Pablo Urzúa, de El Ferrocarril; Manuel Blanco Cuartín, de El Mercurio; Isidoro Errázuriz de La Patria y los sacerdotes periodistas Esteban Muñoz Donoso y Rodolfo Vergara Antúnez, de El Estandarte Católico. Junto a ellos, los hermanos Justo y Domingo Arteaga Alemparte, de Los Tiempos (hijos del general Justo Arteaga Cuevas, primer general en jefe de este conflicto), y el escritor y diplomático Abraham König de El Heraldo, que comenzó a aparecer en 1880. Había periodistas conocidos por fundar varios medios, como los hermanos Arteaga Alemparte, y en estos y otros se puede observar una cierta rotación entre diversos periódicos. Sin duda que la máxima y más prolífica expresión de este fenómeno es el ya citado Benjamín Vicuña Mackenna y su producción de varios cientos de artículos escritos durante los años de la Guerra.
La prensa movilizada Tal como al desencadenarse la crisis bélica, el Ejército y la Escuadra completaron las dotaciones de sus regimientos y tripulaciones, la prensa chilena dispuso de sus recursos para enfrentar mejor la contienda noticiosa. Y así como pronto debieron crearse nuevos batallones, surgieron también nuevos periódicos cuyo fin era servir a la causa de la guerra. Esta no podía sino pasar a ocupar un lugar principalísimo en la pauta de informaciones, y la noticia con su urgencia desplazaba al debate de las ideas y el telegrama a las sesudas editoriales, como nunca antes. Los tiempos noticiosos cambiaban y por momentos se adquiría un nuevo y palpitante ritmo, dictado por los suplementos extraordinarios. Desde luego, al poco tiempo de ser ocupada Antofagasta por las tropas chilenas, surgieron nuevos diarios de significativos nombres que reflejaban la situación: El Pueblo Chileno y El Catorce de Febrero. A medida que las tropas chilenas iban ocupando territorio, sucedía un fenómeno semejante, sobre todo en los lugares donde había un núcleo importante de población nacional; por ejemplo, a partir de 1880 comenzaron a publicarse en Iquique los periódicos La Voz Chilena y El 21 de Mayo. El gobierno también editó un periódico para la coyuntura, pensado para el conocimiento y difusión de la causa chilena durante el conflicto entre sus funcionarios en el exterior: el Boletín de la Guerra del Pacífico, que también tuvo una versión traducida al francés. La prensa no solo cubría estas necesidades naturales de información a nivel local; además, surgía alguno que otro medio pensado precisamente en función del conflicto en curso. Fue el caso específico del bisemanal 19
Piero Castagneto Benjamín Vicuña Mackenna (1831-86), fue un improvisado corresponsal durante la Guerra Franco-Prusiana de 1870-71, y durante el conflicto del Pacífico, jugó un rol tanto de activista patriótico como de fiscalizador del gobierno y mediador, a través de la prensa, entre los soldados del frente, la opinión pública y el poder. Grabado del siglo XIX reproducido en el libro Vicuña Mackenna y las glorias de Chile, de Carlos Prats.
El Nuevo Ferrocarril, que comenzó a aparecer en junio de 1879 con el nombre primitivo de El Ferrocarril del Lunes, y que circuló hasta 1881. Entre sus atractivos se hallaba el incluir una gran ilustración en su primera página (por lo general, grabados de personajes del momento), y además ofrecer la «colaboración permanente del Sr. Benjamín Vicuña Mackenna», quien no solo había sido su artífice, sino que también escribía un extenso artículo en cada edición. Este, que fuera en otra época corresponsal improvisado en el conflicto franco-prusiano, si bien esta vez no se trasladó a la zona de operaciones, fue autor de numerosas iniciativas de diversa índole relacionadas con el esfuerzo bélico; además, fue principal ejemplo de empoderamiento de la opinión pública a la hora de plantear al gobierno su parecer sobre cómo debía conducirse la guerra. Sobre todo, al animar el esfuerzo final sobre Lima, convirtiéndose, «en una palabra, en el alma de Chile en movimiento»8. Respondamos desde ya la que puede ser una gran pregunta: ¿Por qué Vicuña Mackenna nunca se trasladó al teatro de operaciones ni actuó como corresponsal, prefiriendo en cambio, ejercer su labor en pro del esfuerzo bélico sin abandonar el centro del país? La respuesta es que permaneciendo allí, cerca del centro del poder –lo que incluía fiscalizarlo– su labor era más eficaz. Pero sobre todo, porque simplemente no necesitó ir al norte para convertirse en un gran difusor de información y opinión, que a él llegaba por múltiples vías. Entre estas tienen especial importancia los –literalmente– miles de cargas que le enviaban los soldados del frente, fenómeno derivado de su inmensa popularidad9. De este modo, él se transformó en una suerte 8 9
Eugenio Orrego Vicuña, Vicuña Mackenna, vida y trabajos, Libro Cuarto, p. 359. Este hecho extraordinario se pone de relieve repetidas veces en Carmen Mc Evoy, Guerreros civilizadores. Política, sociedad y cultura en Chile durante la Guerra del Pacífico, a lo largo de la obra.
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Corresponsales en campaña Caricatura del periódico satírico El Ferrocarrilito (1880), que satiriza la pluma extraordinariamente prolífica de Benjamín Vicuña Mackenna.
de «corresponsal mediato», un intermediario entre las voces de las filas y la opinión pública. Con ocasión de este conflicto bélico también surgieron algunos ejemplos de prensa satírica, como lo fue el diminuto periódico El Ferrocarrilito, nombre que era clara burla a la «ferrocarrilomanía», como señalaba en una de sus páginas, de bautizar medios de prensa con nombres ferroviarios. Detalle que desde ya permite anticipar que las víctimas de sus dardos no eran solo peruanos y bolivianos, sino también cualquier prócer chileno que lo mereciese. Su editor era el poeta popular Juan Rafael Allende (1848-1909), quien también resucitó su periódico humorístico El Padre Cobos a partir de 1881, con lo que también comentó ácidamente episodios de fases tardías de la guerra. También se dio el caso de que los propios soldados decidieran crear un periódico. Según un autor y veterano de guerra, antes del desembarco de Pisagua circularon a bordo del convoy chileno diversos periódicos satíricos improvisados, uno de cuyos blancos era el ministro de Guerra, Rafael Sotomayor10. Más avanzada la campaña, integrantes del batallón «Atacama», dieron a la luz después de la batalla de Tacna, el periódico El Atacameño, algo más elaborado que los volantes mencionados, aunque su vida se limitó a cuatro ediciones11. Finalmente, con la ocupación chilena de Lima y la suspensión de los periódicos de esa capital entonces en circulación, también aparecieron algunos medios editados por chilenos, como La Actualidad de Lima y más tarde El Comercio, en la misma ciudad, editados ambos por el periodista Luis E. Castro; en el primero también ofició de redactor el escritor Daniel Riquelme; ambos hasta ese momento habían sido corresponsales de la 10
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Francisco Machuca, Las cuatro campañas de la Guerra del Pacífico, t. I, cap. XXI, p. 254. Benjamín Vicuña Mackenna, El álbum de la gloria de Chile, pp. 582-585.
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prensa santiaguina. En tanto, en el Callao también se editó un diario bajo control chileno, El Día, a cargo de Antonio Urízar Garfias. Prensa toda ella que, junto con servir, naturalmente, los intereses de Chile, emprendía la tarea del «desarme ideológico de los vencidos»12. Medios fundamentales de obtener la información de acuerdo a la tecnología disponible en la época, eran el telegráficos (a través de los telégrafos del Estado y Trasandino), el cable submarino y los vapores mercantes «de la carrera». Estos eran los buques mercantes que hacían un itinerario fijo y que ostentaban bandera neutral, como es el caso de los de la Compañía Inglesa (Pacific Steam Navigation Company, PSNC), eran una rica fuente de informaciones. Esta incluía a periódicos y revistas extranjeros, incluyendo los del enemigo, aún en los momentos de mayor intensidad de la guerra, así como correspondencia privada y noticias transmitidas directamente por el capitán, tripulantes o pasajeros. Por lo tanto no es de extrañar que, una vez rotas las hostilidades, los vapores mercantes intensificaran su importancia como transmisores de noticias y medios de tráfico de información, entre los que se contaban agentes que desempeñasen labores de inteligencia o espionaje utilizados por ambos bandos. A mayor abundamiento, el diario El Mercurio de Valparaíso, tenía desde 1848 la edición «del vapor», es decir, una suerte versión de circulación internacional, con la información más importante de la quincena, en castellano, inglés y francés, para ser distribuidas en los vapores que recalaban un día fijo. El diario La Patria de Valparaíso, también tuvo durante un período su edición del vapor. Por lo tanto, a la prensa se la esperaba con avidez, no solo en las propias ciudades chilenas de la retaguardia, sino también en las ciudades y acantonamientos ocupados por las tropas nacionales. Aun cuando en este caso se tratase de diarios añejos, con noticias que a menudo habían sido enviadas desde el norte, publicadas en Santiago y Valparaíso, y que volvían impresas a los campamentos de Antofagasta, Iquique o Tacna, los sufridos y aburridos soldados solían devorar estos periódicos y leerlos una y otra vez, sobre todo cuando había alguna referencia a las unidades donde ellos formaban filas13. El siguiente recuerdo del joven oficial del Regimiento «Esmeralda», Alberto del Solar, da una clara idea de aquellos momentos en que la campaña se estancaba: Nuestros temas de conversación, agotados casi, por la falta de variedad en los acontecimientos, no nos distraían ya. Sabíamos de memoria, a 12 13
Carmen Mc Evoy, ob. cit., capítulo 6, p. 362. Un buen ejemplo de ello se ve a lo largo de Justo Abel Rosales, Mi campaña al Perú 18791881, obra en forma de diario. Su autor, periodista y escritor, se enroló en el batallón (después regimiento) «Aconcagua».
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Corresponsales en campaña fuerza de leerlos, los pocos libros, propios y ajenos, que lográbamos tener en las manos; de suerte que la llegada de los periódicos de la patria, con la correspondencia de la familia, era un acontecimiento colosal que nos volvía locos de placer a la vez que nos prestaba materia para unos cuantos días de charla. Pero ¡ay! esta satisfacción no nos visitaba, por desgracia, con frecuencia y apenas si cada semana nos era dado saborearla una sola vez14.
Por todo lo anterior, la prensa chilena cumplió un papel vital tanto en el teatro de guerra como en la retaguardia, y su peso e influencia en la opinión pública y los centros del poder tuvieron una importancia que recién está siendo aquilatada. Detalle paradojal, no han sido autores chilenos, sino una historiadora peruana, quien ha resaltado la relevancia de estos medios durante el conflicto: La prensa construyó un sistema comunicacional mediante el cual cada pequeña localidad fue informada en detalle de lo que ocurría en el frente de batalla y en la vida cotidiana de sus vecinas. El diálogo constante e intenso al interior de las provincias, entre ellas mismas y con Santiago, muestra la eclosión de la vida asociativa y el ensanchamiento de la esfera pública que la guerra promovió15.
Consecuencia de lo anterior, el desempeño de la prensa fue un fiel reflejo de la evolución de la sociedad chilena: Los periódicos, santiaguinos y provincianos, cumplieron un papel fundamental en la Guerra del Pacífico. Esto ocurrió no solo por la calidad del sistema comunicacional que floreció a partir de 1879, sino porque los hombres de prensa definieron lo público como instancia de socialización y mediación de o individual y al mismo tiempo confeccionaron un mapa cognitivo de la Guerra del Pacífico. Centro de noticias, organizadora de múltiples rituales patrióticos, integradora de valores divergentes, tribuna del pueblo, unas veces consejera y otras crítica del gobierno, además de núcleo de una retórica republicano-nacionalista, la prensa chilena lideró ‘el sentimiento popular» que forzó a Aníbal Pinto a declararles la guerra a sus vecinos. (...) De esta manera el conflicto entre Chile y Perú permitió encumbrar al periodismo chileno, cuya superioridad, se creía, iba paralela a los triunfos en el campo de batalla16.
En suma, al sobrevenir la coyuntura bélica de 1879, la prensa chilena se hallaba en un momento de florecimiento y maduración, y supo responder al nuevo desafío, sirviendo adecuadamente al país y al esfuerzo bélico en que éste se había embarcado. Pese a ello, los estudios centrados en el periodismo chileno durante la Guerra del Pacífico brillan por su ausencia, y la información aún se halla de forma dispersa y fragmentaria17. 14 15 16 17
Alberto del Solar, Diario de campaña, p. 78. Carmen Mc Evoy, ob. cit., Reflexiones finales, p. 411. Ibíd. Una excepción se halla en Mauricio Rubilar Luengo, «Escritos por chilenos, para los chilenos y contra los peruanos»: La prensa y el periodismo durante la Guerra del Pacífico
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Los corresponsales en campaña Como una suerte de correlato local a los corresponsales precursores de las guerras de México y Crimea18, no debe descartarse que los primeros émulos chilenos puedan hallarse en las informaciones de los conflictos que sufrió el país hacia mediados del siglo XIX (guerras civiles, campañas de la Araucanía, guerra contra España). Ulteriores investigaciones acaso arrojen hallazgos de interés; sin embargo, es difícil dudar que el gran momento del periodismo bélico chileno llegaría con la coyuntura bélica de 1879. Al sobrevenir este conflicto, la figura del corresponsal en campaña ya se había perfilado, estaba madura, y por ende, a la prensa chilena le pareció una medida natural y necesaria enviar a sus propios periodistas al teatro de operaciones. Si bien no se puede afirmar que la prensa chilena estuvo servida por «innumerables» periodistas en el frente, como se ha asegurado con alguna exageración19, sí es un hecho que los medios principales enviaron a un número adecuado de ellos, de acuerdo a sus posibilidades, y por tanto, ellos y el público estuvieron bien servidos de informaciones del teatro de guerra. Estos corresponsales trabajaban intentando adaptarse al ritmo de los acontecimientos; si faltaba el dramatismo de la acción bélica, bien podía escribirse sobre la vida cotidiana en ciudades y campamentos del norte, o detallar aspectos de la instrucción del soldado, así como anecdotario e incidencias menores. Después de todo, seguía siendo una novedad para un público ávido y poco habituado a los avatares de una guerra que, debe recordarse, nunca alcanzó territorio chileno. En este conflicto se pueden distinguir tres clases distintas de corresponsales: •
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En primer término, los enviados al teatro de operaciones por los respectivos medios –en general, los periódicos más importantes de la época–, y que escriben para ellos, de quienes reciben su remuneración, respaldo y acreditación. Además, para realizar su trabajo debían contar con la autorización del gobierno o del alto mando. En segundo término, aquellos colaboradores espontáneos, que envían cartas a un periódico por considerar que la información en ellas contenida podría ser de interés. Al no pertenecer al medio respectivo, sus correspondencias son, como cabe suponer, más
(1879-1883)», en Carlos Donoso Rojas y Gonzalo Serrano del Pozo (editores), Chile y la Guerra del Pacífico, pp. 39-74. Ver Anexo I. Mauricio Rubilar Luengo, ob. cit., p. 47.
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Corresponsales en campaña
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esporádicas o eventuales, pero no por ello dejan de ser corresponsales en el sentido estricto de la definición. En tercer término, los propios uniformados que, formando parte de las filas, participan en las operaciones bélicas. Identificados o anónimos, suelen ser una suerte de derivado de los corresponsales espontáneos, y su condición de militares no impide que su epistolario tenga, eventualmente, juicios críticos y aristas de polémica.
Así, por ejemplo, clásicos corresponsales de medios, perfectamente identificables, fueron Eduardo Hempel de El Ferrocarril o Daniel Riquelme, de El Heraldo. Un corresponsal al servicio de medios de prensa y que, a la vez, era uniformado, fue Francisco Machuca, joven oficial del batallón (después Regimiento) «Coquimbo», quien enviaba sus cartas a los periódicos El Coquimbo de La Serena y El Nuevo Ferrocarril, de Santiago. Ya entrado el siglo XX fue, además, autor de una obra de referencia sobre este conflicto, que hoy es un clásico20. El ritmo de sus correspondencias, que a menudo eran bastante extensas, condicionado por los itinerarios de los vapores de la carrera, sin perjuicio de poder aprovechar algún viaje extraordinario de un buque de guerra o mercante. En otros casos excepcionales, por ejemplo, para transmitir los primeros datos sobre una batalla que se acababa de librar, el telégrafo era la herramienta indispensable. La información escueta sería completada días o incluso un par de semanas más tarde, y la correspondencia in extenso, podría publicarse con unas dos o tres semanas, o inclusive un mes de tardanza respecto de los hechos descritos. Claro está que había momentos de escasa actividad y, por lo tanto, de poca información, como lo revela el siguiente párrafo, escrito en julio de 1879, con la resolución de la Campaña Naval aún pendiente y, por lo tanto, en suspenso la ejecución de las operaciones terrestres: Hace más de 20 días que no escribo para Ud. y ahora tentado he estado para no hacerlo,
Daniel Riquelme Venegas es el corresponsal del ’79 más recordado, si bien no el más prolífico. Retrato incluido en sus Cuentos de la Guerra y otras páginas (Biblioteca de Escritores de Chile, volumen XII, 1931).
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Francisco Machuca, Las cuatro campañas de la Guerra del Pacífico, ob. cit., 1926-1930.
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Piero Castagneto porque veo que lo que puedo comunicarle carece de toda novedad. Nada, absolutamente nada que tenga algo de interés ha acaecido en este tiempo, tiempo nebuloso y pésimo principalmente para los corresponsales que, hoy más que nunca, se verán en la imprescindible necesidad de hacer un fiasco mayúsculo con sus correspondencias. Mas como he creído que aunque así suceda es necesario cumplir con mi cometido, me resuelvo a consumar el sacrificio de no decir nada después de escribir mucho21.
En tales épocas de estancamiento en las operaciones militares, la escasez de noticias también hacía cundir las «bolas» o rumores de diversa índole. En las afirmaciones que siguen, de autoría del corresponsal de El Mercurio, se deduce además, una no disimulada animadversión respecto de los mandos de aquel entonces. A propósito de un repentino zarpe del acorazado Blanco Encalada de Antofagasta y la expectación y rumores que ello generó, se lee: En medio de este cúmulo de noticias no faltaba quien asegurase también que la repentina salida del buque almirante no tenía más objeto que rehuir una conferencia con el director de la guerra22, próximo ya a llegar, y lamentaban que se dejase abandonado a este pueblo, centro de los recursos y de la residencia del ejército, a un golpe de mano de los buques enemigos, envalentonados con su impunidad y con nuestras indecisiones»23.
Y con ocasión de la renuncia del general Justo Arteaga a la comandancia en jefe del Ejército: La renuncia del general parece que se funda principalmente en la consideración de que se le coloca a las órdenes de un paisano, y esto lo considera una depresión de su puesto y de su título. Dígase lo que se quiera, lo cierto que aquí han celebrado el cambio los hombres desapasionados y de patriotismo24.
La Guerra del Pacífico no fue muy distinta de otros conflictos, en cuanto a que las relaciones entre los enviados de prensa y el alto mando no siempre fueron afables. Además, en un ejército compuesto mayoritariamente de ciudadanos movilizados, no podían sino reproducirse las tensiones existentes en la sociedad chilena. De ahí que otro corresponsal expresara las dificultades para ser veraces y ecuánimes, poco después de la conclusión de la Campaña de Tarapacá: Las condiciones de un cronista en campaña son en extremo desventajosas. Le es muy difícil tomar la verdad neta por dos causas muy sencillas que 21
22 23
24
Antofagasta, correspondencia especial para Los Tiempos, 23 de junio de 1879, publicado en Los Tiempos el 5 de julio de 1879. Ministro Domingo Santa María. Cartas del desierto, correspondencia especial del Mercurio, Antofagasta, julio 18 de 1879, publicado en El Mercurio, 22 de julio de 1879. Ibíd.
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Corresponsales en campaña es imposible remediar: primero, el que no pueda estar uno en todas partes a la vez y verlo todo con sus propios ojos, y después, por la discordancia de los datos que otros nos transmiten. Incluyo entre estos los partes oficiales mismos, que no pueden despojarse muchas veces de involuntarios errores, y a ello debe atribuirse, por ejemplo, el que creyéramos muchos al principio que los cañones tomados al enemigo en Dolores, fueran 19, cuando todos habíamos visto solamente doce, y que en Tarapacá hubiéramos recobrado todos los ahí dejados, cuando solo habíamos hallado una parte. De ahí derivan sin duda esa serie de narraciones enteramente distintas, y muchas veces contrarias a la verdad, que se remiten desde aquí a los diarios de allá. Y eso sin contar para nada los errores voluntarios, nacidos de intereses puramente personales, y que son causa de que se glorifiquen nombres que, por muy respetables que sean, no han merecido que se les rodee de esa aureola con que ha querido mostrárseles. Es necesario que nuestro periodismo no salga de los límites de la verdad, por pasiones o simpatías, y labre así su propio descrédito. Y no es solo eso, pues viendo nuestros soldados esas deificaciones de ocasión, nacidas al calor de no sé qué intereses, y ajenas completamente a la verdad y a la justicia, dejarán demostrar ese anhelo por distinguirse y sobresalir, pues estarán seguros de que el aplauso de los demás, que es el grande estímulo de las acciones humanas, se guardará generalmente o para nombres oscuros, o par los que solo han combatido en segunda fila25.
Muchos años después y desde otra perspectiva, estas afirmaciones se ven complementadas por el autor, ex combatiente y ex corresponsal, Francisco Machuca, a propósito de las primeras operaciones de la campaña terrestre: Los periodistas, inspirados por los politicastros de la capital, alzaron al general Pililo a la categoría de vencedor óptimo, y le dieron forma y entidad propia y le prodigaron tanto incienso, que apagaron la figura del general Escala y de los demás jefes que participaron en la ruda función de Pisagua. De eso se trataba26.
¿Cuáles eran las fuentes de información de los corresponsales? En primer lugar, la observación directa de los hechos; los datos de conversaciones con oficiales; documentos escritos emanados de las propias autoridades militares, previa autorización; documentos o prensa del enemigo que hubiese caído en manos chilenas e incluso declaraciones de prisioneros enemigos. Un ejemplo concreto de fuente a la que recurrían los periodistas de la guerra, se halla en la anotación del 29 de enero de 1881 del Diario de Campaña del oficial del Regimiento «Aconcagua», Justo Abel Rosales: En este día vino al cuartel el corresponsal de El Mercurio en campaña, don Eloy Z (sic) Caviedes, buscando datos para la relación de la batalla de Miraflores. Por recomendación del teniente Pérez Gacitúa, del 2º batallón, le facilité mis cuadernos de apuntes en lo que se refiere a este hecho de armas27. 25
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Augusto Orrego, Teatro de la Guerra, correspondencia especial para La Patria, Jazpampa, 1 de enero de 1880. Publicado en La Patria, del 15 de enero de 1880. Francisco Machuca, ob. cit., t. I, cap. XXIII, p. 275. Justo Abel Rosales, ob. cit., p. 234.
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También en el contexto de la campaña de Lima otro corresponsal, el del diario La Patria, se negaba a escribir sobre ciertos episodios o detalles que no estuvieran verificados o confirmados, expresando así sus escrúpulos por publicar hechos sin haber podido hacer un adecuado cotejo de fuentes: Muchísimos episodios más habría podido agregar a mi relato, embelleciéndolos con las más brillantes especialidades. He oído a soldados y hasta a oficiales referir que hicieron esto, que ordenaron aquellotro, que se vieron en tal peligro, que sucedió un hecho de esta manera, que el sargento corrió por aquí, que el cabo mató por allá; que el oficial derrotó por esotraparte, cargando él primero las trincheras, etc. La mayor parte de estas referencias deben ser perfectamente verídicas; pero entre tanto a uno no le constan, ni las ha podido beber de otras fuentes imparciales y ajenas de los peligros del amor propio y la pasión. Por eso he preferido omitirlas, para evitar la prostitución de la palabra histórica. Vale más ser menos prolijo que verídico28.
En cuanto a estilos, las plumas podían ser tan variadas como autores hubiera, aunque en general se advierte que estos se ciñen a un estilo narrativo y claro, que busca el rápido entendimiento del lector. Dentro de esta norma, algunos solían ser más escuetos y sintéticos, y otros se caracterizaban por un lenguaje más florido o por correspondencias extensas y pródigas en detalles, descripciones y reflexiones, además de ofrecer a su público documentación anexa varia. Era vital que las relaciones entre los enviados de prensa y los oficiales, jefes y en general el alto mando fuesen buenas, cosa que no siempre sucedió así. Y aunque hoy sean olvidados, hubo un par de episodios emblemáticos de roces entre corresponsales de los diarios La Patria y El Mercurio con los generales Escala y Baquedano, incidentes que se relatarán en detalle más adelante. Ello, sin contar con las controversias que se producían cada vez que uno de estos periodistas escribía de forma favorable o desfavorable –especialmente esto último– respecto de alguno de los personajes civiles o uniformados que dirigían la campaña. Al respecto, el historiador Francisco Antonio Encina llegó a decir que eran uno de los factores clave en ciertos momentos de desmoralización que sufrió el Ejército: «Los corresponsales de los diarios hacían y deshacían reputaciones, a impulsos de sus simpatías o del trato que recibían de los jefes»29. Esta es una acusación dirigida primordialmente a los periodistas civiles, aunque el estamento militar tampoco estuvo exento de críticas semejantes. Y su autor es nada menos que el general Erasmo Escala, que fuera jefe del Ejército en campaña entre julio de 1879 y marzo de 1880; 28
29
La batalla de Miraflores, suplemento al diario La Patria, Valparaíso, 25 de enero de 1881. Francisco Antonio Encina, Historia de Chile, tomo XVII, cap. XXXII, p. 132.
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Corresponsales en campaña Eloy T. Caviedes (1849-1902), enviado de El Mercurio al teatro de operaciones, fue el corresponsal de labor más constante y abundante, a la vez que polémica. Óleo de Juan Francisco González de propiedad de su descendiente, César N. Caviedes.
en sus Memorias apunta que, tras la organización del mismo en divisiones, previo a la campaña de Tacna y Arica, hubo muchos oficiales subalternos que fueron nombrados ayudantes que, «en donde, estando acampado el Ejército, nada, absolutamente nada, tenían que hacer», y que algunos en estas «falanges de gente desocupada» ocupaban su tiempo «en escribir lo que se les ocurría perjudicando grandemente la moral del Ejército pues se jactaban de esa independencia»30. Cabe hacer presente aquí la analogía con los oficiales periodistas argentinos en la Guerra del Paraguay31. A no dudarlo, los corresponsales en campaña se contaban entre los exponentes más representativos de los llamados «cucalones», chilenismo de la época, surgido en el curso de la guerra, que aludía a los civiles que habían ido al norte, junto a las fuerzas militares. Su origen está en un conocido incidente que afectó precisamente a un corresponsal en campaña peruano, y que se produjo durante la Campaña Naval, el 3 de junio de 1879, en momentos en que el Huáscar huía a toda velocidad, perseguido por el blindado chileno Blanco Encalada. Repentinamente cayó al agua el periodista Antonio Cucalón, y no fue posible que los hombres del blindado peruano lo pudiesen rescatar, a riesgo de ser cazados por su perseguidor; como resultado, Cucalón se ahogó irremediablemente32. Además del dejo de humor negro en su origen, este término también tenía la connotación de personaje entrometido, que opina sobre el curso de la guerra e incluso toma decisiones al respecto y critica las decisiones de los altos mandos castrenses, sin tener el debido dominio del arte militar que sí tenían los profesionales; a la larga, este apodo fue utilizado tanto 30
31 32
Héctor Williams, Justicia póstuma. El vice-almirante don Juan Williams Rebolledo ante la historia 1825-1910, tercera parte, p. 357. Ver Anexo I. Una relación de primera mano, debida al corresponsal de El Comercio de Lima, José Rodolfo Del Campo, fue publicada en dicho diario el 8 de junio de 1879, reproducida también en José Rodolfo del Campo, Campaña naval: 1879, p. 104.
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por los militares como por sus partidarios. La áspera rivalidad entre militares y «cucalones» comenzó prácticamente junto con la guerra misma33. Máxima expresión de los cucalones fueron los activos y voluntariosos ministros de guerra Rafael Sotomayor y José Francisco Vergara. Por otro lado, no es menos cierto que el estamento civil no confiaba enteramente en la competencia de su contraparte uniformada34. Los periodistas enviados al teatro de guerra sin duda alguna no tendrían más conocimiento bélico que el de un miembro cualquiera de la minoría letrada e informada de la sociedad chilena del siglo XIX, dentro de la cual interés en cuestiones militares era una prolongación de su cultura general en materias políticas e internacionales. Tal y como las formas en que Chile enfrentó la emergencia bélica debieron incluir altas dosis de improvisación y soluciones sobre la marcha, los corresponsales sin duda alguna también debieron improvisar sus conocimientos. En ello les debió ser de suma utilidad la observación directa, como ya hemos dicho, y la convivencia diaria con militares, en acantonamientos como Antofagasta, previo a las campañas terrestres, o en el curso de las mismas, en los períodos de descanso y tedio, combatido con largas conversaciones. Por lo general, estos periodistas se situaban junto a las autoridades civiles en campaña, a los llamados «cucalones», con los que estos corresponsales implícitamente se identificaban, de mal o buen grado. Así describe el autor Francisco Machuca, no sin cierto tono intencionado, la comitiva que acompañaba al ministro de Guerra, José Francisco Vergara, a su llegada a Tacna, en momentos previos a la expedición a Lima: Formaban la lista civil, los señores Isidoro Errázuriz, secretario del Ministro; Eulogio Altamirano, secretario del general en jefe; Adolfo Guerrero, auditor de guerra; y Joaquín Godoy, plenipotenciario, a los que siguen después varios otros, con empleos creados ad hoc. Figuraban también en la comitiva los corresponsales de diarios, con permiso especial del Gobierno, señores Eduardo Hempel, de El Ferrocarril; Daniel Riquelme, de El Heraldo; y Eloy T. Caviedes, de El Mercurio35.
Incluso en una obra pictórica, como el cuadro dedicado a la carga del regimiento Granaderos a Caballo en la batalla de Chorrillos de Giovanni Mocchi, puede verse una escena análoga. Mientras esta unidad se lanza, sable en mano, contra el enemigo, a un costado se ve al general Baquedano, y tras él, un grupo de jefes y oficiales, y entre ellos, un individuo de civil. 33
34 35
William F. Sater, Chile and the War of the Pacific, Cap. 3, Cucalones versus militares, especialmente pp. 36-37, y a lo largo de las Memorias de José Francisco Vergara: Fernando Ruz Trujillo (compilador), José Francisco Vergara: Memorias / Diego Dublé Alymeyda: Diario de campaña, pp. 29-74. Ibíd., pp. 42-44 y 46-51. Francisco Machuca, Las cuatro campañas de la Guerra del Pacífico, t. III, cap. XV, p. 180.
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Detalle del cuadro de Giovanni Mocchi que representa la carga del regimiento Granaderos en la batalla de Chorrillos. Junto al general Baquedano y los oficiales de estado mayor se representa un civil. ¿Un «cucalón», acaso un corresponsal?
¿Acaso quiso el pintor representar en este «cucalón» a un corresponsal? Sin que se pueda asegurar totalmente, aquel personaje bien podría serlo. Sea como fuere, los corresponsales, formando parte de un grupo de «cucalones», también estuvieron presentes en un episodio que en su momento causó escozor, en el momento de la entrada a Lima tras las batallas de Chorrillos y Miraflores. En primer lugar, porque un grupo de civiles, periodistas incluidos, se contó entre los primeros en entrar a la capital peruana el 17 de enero de 1881. Si bien las versiones difieren, pues un oficial del batallón «Victoria» reivindica haber sido el primer chileno en hacerlo, al dar un paseo furtivo para luego regresar a su unidad36, lo cierto es que el mencionado grupo hizo otro tanto incluso horas antes de la entrada oficial de las primeras tropas de ocupación. Hay acuerdo en que parte de dichos civiles fueron Isidoro Errázuriz y Luis Castro, propietario y corresponsal del diario La Patria de Valparaíso; Eduardo Hempel de El Ferrocarril, el diplomático Adolfo Carrasco Albano y dos o tres personajes más, entre los que se incluiría el corresponsal de El Mercurio, Eloy Caviedes37, y Rafael Gana. 36
37
Narciso Castañeda, ¿Quién fue el primer chileno que entró a Lima después de Miraflores?, en Bisama Cuevas, ob. cit., pp. 76-80. Ibíd., p. 80.
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Instalados en el hotel Maury, la tertulia se fue ampliando con la llegada de otros oficiales, y en un momento Isidoro Errázuriz brindó contra la guerra que se hacía embistiendo sin criterio científico alguno, a lo que otro respondió con un brindis alusivo a los ambiciosos que recogían laureles ajenos38. El incidente fue en escalada al recordarse aún la controvertida versión del corresponsal de El Mercurio sobre la batalla de Tacna, que había cuestionado la eficacia de la artillería, versión supuestamente inspirada por José Francisco Vergara39. Comenta el historiador Gonzalo Bulnes sobre este episodio: «Tengo sobre él versiones de Lira, de Errázuriz, de Vergara, que no daré a conocer porque el tema es penoso y desagradable y porque basta para el objeto que me propongo dejar constancia del hecho»40. Un incidente ingrato, pero que al fin y al cabo es atingente de recordar aquí por su simbolismo: en el corazón de la capital del enemigo vencido, los vencedores no olvidaban sus rencillas. Civiles y uniformados habían logrado la meta, sí, pero sin lograr superar las diferencias entre «cucalones» y militares», altos mandos y prensa. * Aunque puedan ser muy discutidos, e incluso se probase que los juicios y conductas de los enviados de prensa a la Campaña del ’79 fueron en gran parte errados, ello no debiera llevar a descalificarlos o a no incluir sus obras como antecedentes dignos de consideración. Si se piensa que las fuentes escritas de un conflicto bélico como éste son los telegramas, los partes oficiales (a veces solo un poco menos escuetos que los anteriores), los testimonios y recuerdos de protagonistas (más bien escasos, como hemos dicho) y cartas varias de diversa procedencia, se comprenderá que los relatos pormenorizados sobre las campañas y principales acciones bélicas no son tan abundantes como pudiera pensarse. De allí se deduce el rol fundamental que cumplen los que debieran ser considerados los narradores por excelencia de la Guerra: los corresponsales en campaña. * La cobertura gráfica del conflicto del Pacífico también merece mencionarse. Ya se ha dicho que en esta época aún no existía capacidad para reproducir fotografías directamente en los periódicos, salvo que fuesen convertidas en grabados, pero de todas maneras la labor desarrollada por los fotógrafos debe recordarse por ser asimilable a la de los corresponsales.
38
39 40
Francisco Machuca, Las cuatro campañas de la Guerra del Pacífico, t. III, cap. XXXVIII, p. 408, y Gonzalo Bulnes, ob. cit., t. II, cap. XII, p. 359. Esta versión y la controversia que provocó, se tratan más adelante, en la presente obra. Gonzalo Bulnes, ob. cit., t. II, cap. XII, p. 359.
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Además del caso de la Guerra del Paraguay de 1864-1870, en los conflictos sudamericanos de la época hay precedentes de interés en las imágenes captadas por el estudio Courret de Lima, del puerto del Callao y sus defensas costeras previamente al combate del 2 de mayo de 1866 contra la flota española. Y, al mismo tiempo que Chile iba a la guerra contra el Perú y Bolivia, al otro lado de los Andes se iniciaba la llamada Campaña del Desierto o «Conquista de las Quince Mil Leguas», es decir, un avance del Ejército argentino para arrinconar a las tribus araucanas de las Pampas. De este episodio también existen imágenes de fortines, jefes y oficiales, soldados adiestrándose o parajes de los nuevos territorios que se iban conquistando. La aparición de una auténtica fotografía de guerra en Chile se da con la coyuntura de 1879, y para ese entonces, se hace sinónimo de un estudio en especial: la casa Díaz y Spencer, cuyos socios eran Carlos Díaz y Eduardo Spencer, que estuvo activa durante la década de 1880, tras alguna actividad previa. Tampoco hay seguridad respecto de la modalidad bajo la cual un equipo de este estudio se trasladó al teatro de operaciones del norte; lo que sí se puede afirmar, en vista de su numerosa producción, es que a Díaz y Spencer «podría considerárseles los primeros reporteros gráficos del país»41. Algunas de estas vistas de regimientos, grupos de oficiales o escenarios de batalla fueron reproducidas, en versión de grabados, en el periódico santiaguino El Nuevo Ferrocarril, y algunas otras estaban a disposición del público por otros medios, según se podía leer en la prensa de Valparaíso: Vistas fotográficas.– Llaman la atención en la ventana de la fotografía Garreaud varias vistas de nuestras tropas en Antofagasta, entre ellas el batallón naval. También hay una con toda la oficialidad de la Magallanes sobre la cubierta de la nave42.
Estas imágenes donde predominaban grupos de oficiales o incluso vistas de unidades militares completas, son testimonio de un ejército en formación, preparándose para la acción terrestre que comenzaría en Tarapacá, en noviembre de 1879. El equipo de la casa Díaz y Spencer seguiría cubriendo las sucesivas campañas y es así como, cerca de año y medio después de publicada la anterior información, y cuando Lima ya había sido ocupada por las tropas chilenas, apareció, en el mismo diario de Valparaíso, esta crónica donde se aquilataba el valor de estas imágenes:
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Hernán Rodríguez Villegas, Historia de la fotografía. Fotógrafos en Chile durante el siglo XIX, pp. 94-95. Información de crónica, El Mercurio, 15 de septiembre de 1879.
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En 1879, los fotógrafos también fueron a la guerra. Oficialidad de la cañonera Magallanes, del libro Álbum gráfico militar de Chile, de José A. Bisama Cuevas.
Vistas del teatro de la guerra.– El activo e inteligente fotógrafo, Mr. Spencer, que llegó en el Amazonas, ha sacado una rica colección de vistas que llamarán mucho la atención. Entre ellas las hay de Lima, del Callao, de Lurín, de Curayaco y hasta del campo de batalla. Además de estas, que son las que hemos tenido ocasión de ver, nos dice el señor Spencer que hoy saldrán otras más, algunas de ellas muy interesantes. El señor Spencer ha prestado un gran servicio al país, especialmente a los que no hemos tenido ocasión de ver nada de la guerra; pero la recompensa la obtendrá luego, porque estamos seguros que todos han de querer tener una colección completa de estas vistas, como uno de los mejores recuerdos de la presente guerra y también como una de las mejores ilustraciones para la historia. Desde hoy se hallarán en venta en el almacén de los señores Gordon y Henderson, según el aviso que se publica en otra columna43.
El trabajo del fotógrafo francés avecindado en el Perú, Eugenio Courret, sería una suerte de contraparte al realizado por Díaz y Spencer, un complemento que también fue destacado en Chile por su valor para la posteridad: El fotógrafo Courret en su gabinete de exhibiciones ha presentado magníficos cuadros, en expectación, al daguerrotipo que representan diferentes episodios de las batallas de San Juan y Miraflores y de las diferentes 43
Información de crónica, El Mercurio, 9 de febrero de 1881.
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Batallón Navales en Antofagasta. Fotografías como estas, captadas en el teatro de operaciones, posteriormente eran reproducidas y exhibidas o vendidas al público. Del libro Álbum gráfico militar de Chile, de José A. Bisama Cuevas.
escaramuzas de la campaña a Lima, que en unión con los retratos de los diferentes jefes y oficiales del ejército forma una hermosa galería de la guerra que debe ser reproducida por las fotografías en Valparaíso y Santiago para figurar en los álbums y cuadros de salón, como los que recuerdan las batallas de Magenta y Solferino, que se ven en todas partes, hasta en los hoteles, perpetuando aquellas jornadas memorables para Italia. No sería de todo punto desacertado enviarlos a Europa para figurar en los grabados de los periódicos ilustrados, perpetuando el recuerdo de hechos gloriosos para nuestro ejército y para la historia militar de Chile. Se ha tomado también la vista de las ruinas de las villas de Chorrillos, el Barranco y Miraflores, que se exponen en compañía de otras representando a estas poblaciones antes de la guerra. El Chorrillos antes de la batalla lleva una inscripción en la orla inferior del cuadro que dice: así fui; y el Chorrillos en ruinas otra que dice: así estoy. Cualquiera diría que son una caricatura del Perú de antaño y el Perú de ogaño; el fausto y el lujo anteriormente y en la actualidad la ruina44.
Cabe acotar que además, el estudio Courret fue un testimonio tangible de la ocupación chilena, al acudir a él numerosos oficiales y soldados a retratarse y conservar un recuerdo de su paso por la capital enemiga. Gran parte de las fotografías tomadas con ocasión de este conflicto, en especial las que fueron obra del estudio Díaz y Spencer, fueron publi44
«Cartas de Lima (correspondencia especial para La Patria)», Lima, 13 de abril de 1881, La Patria, 10 de mayo de 1881.
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Artillería chilena en Arica, previo al embarque para la expedición a Lima. Este grabado, basado en una fotografía, es un claro ejemplo de la utilización de las técnicas disponibles en la época para entregar al público representaciones gráficas del conflicto. Publicado en el periódico El Nuevo Ferrocarril, Santiago, el 2 de diciembre de 1880.
cadas tres décadas después del inicio del conflicto por Antonio Bisama Cuevas, en una serie en fascículos que también se editó reunida en un volumen45. Esta obra tenía contemplada una segunda parte que nunca se reedito, aunque Bisama Cuevas publicó al menos una parte del material que tenía reservado para este nuevo volumen en revista Zig-Zag, durante la década de 1920. Este lejano conflicto sudamericano también mereció algún grado de atención de la prensa europea y norteamericana, que editorializó sobre los momentos culminantes, así como de las revistas ilustradas. Por razones de 45
J. Antonio Bisama Cuevas, Álbum gráfico militar de Chile. Campaña del Pacífico. 18791884, Santiago, 1909-1911.
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cercanía fáciles de explicar, la cobertura más frecuente se dio en la revista La Ilustración Española y Americana de Madrid, y en la revista parisiense editada en castellano El Correo de Ultramar. Siguiendo la norma habitual en la época, descrita más arriba, estas publicaciones incluían por lo general grabados en base a fotografías o bosquejos que les enviaban sus corresponsales. A modo de ejemplo, uno de ellos era un súbdito español residente en Iquique llamado Feliciano Batlle, quien enviaba a La Ilustración... croquis sobre la vida en ese puerto entonces peruano, incluyendo aspectos del bloqueo por parte de la Escuadra chilena, y del combate del 21 de mayo de 1879. Otras publicaciones de este tipo, como la prestigiada The Illustrated London News también le dieron alguna cabida al conflicto sudamericano, aunque en menor grado que las anteriores, y en desmedro de otros acontecimientos que acaparaban la atención del público británico, como las guerras de Afganistán y Zululandia, donde participaban tropas propias. Revistas como esta eran artículos de importación habitual en Chile, y su llegada con las noticias de la guerra, merecía comentarios como el siguiente: Ilustraciones.– En los últimos números de La Ilustración Española y Americana viene muchas láminas y retratos que tienen relación con la guerra del Pacífico. Además de los presidentes de las tres repúblicas, Pinto Prado y Daza, viene los de Williams Rebolledo, Piérola y Campero, figurando también al lado de la Esmeralda los retratos de Prat y Condell. También hay vistas de las dos escuadras, sintiendo que las explicaciones con que las acompañan estén llenas de errores. Por ejemplo, a nuestros blindados les dan solo cuatro cañones de a 300, y las corbetas figuran cada una con nueve cañones Armstrong de a 150 y tres de a 30. Contienen también vistas del Callao, croquis sobre el bombardeo de Pisagua, combate de Iquique, etc.; pero en casi todas las explicaciones se ve siempre la visión peruana, o por lo menos aperuanada. Esta parcialidad deberían hacerla desaparecer los editores de un periódico tan respetado como la Ilustración. Pero lo que más resalta es un artículo de un señor Graell, que parece escrito por peruano: tan lleno está de mentiras y de apreciaciones favorables al Perú que pugnan con la lógica de los hechos realizados46.
Como se ve, la prensa nacional no podía menos que hacer notar errores o inexactitudes que podrían parecer incluso chocantes al público chileno. A mayor abundamiento: Cómo se ‘dibuja’ la historia.– En el Monde Ilustré de París del 15 de agosto hay una gran lámina muy bien trabajada que representa ‘la última carga a la bayoneta de los chilenos en Tacna’.
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Información de crónica, El Mercurio, 17 de septiembre de 1879.
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Piero Castagneto Todo está perfectamente; pero hay un pequeño error de detalle: las trincheras de los aliados son compuestas de casas de tres pisos, exactamente como las de los boulevares de los italianos47.
* Razones prácticas, en especial de espacio, nos han obligado a limitarnos en esta obra a los corresponsales de guerra chilenos, aunque cabe al menos mencionar que también hubo periodistas de este tipo en el bando adversario. Entre los corresponsales de guerra peruanos cabe mencionar a los periodistas José Rodolfo Del Campo, de El Comercio; Julio Octavio Reyes, de La Opinión Nacional y Benito Neto, de La Patria. Todos ellos medios de prensa limeños, y todos ellos cubrieron la Campaña Naval de 1879; de hecho, los tres estuvieron presentes en los combates navales de Iquique y Punta Gruesa donde, dicho sea de paso, no había periodistas chilenos. A ellos cabe agregar a Manuel T. Horta, de El Nacional, también de la capital peruana, que cubrió asimismo las operaciones marítimas. Del material disponible en nuestro medio sobre periodismo y corresponsales peruanos, existe una serie de interesantes semblanzas publicadas en el diario La Patria de Valparaíso, poco después de la caída de Lima. Allí se reseñan o recuerdan a algunas de las figuras que empuñaron la pluma como arma contra Chile en la guerra que ahora terminaba, en términos no muy halagüeños, como era de esperar. Así, sobre el periodista Manuel Atanasio Fuentes se lee: Las extravagancias demasiado conocidas lo tildaban en la conciencia popular como uno de los hombres públicos más divertidos de su tiempo. Al declararse la guerra volvió a publicar su Murciélago, con caricaturas, ridiculizando a las armas chilenas; tenemos algunas a la vista. Una representa a la sociedad chilena chupándose el dedo después de la captura del transporte Rímac; otra al señor Vicuña Mackenna vestido de fraile, arrastrando un burro cargado de sus obras para formar la biblioteca del ejército de Antofagasta; una tercera titulada vigilancia de Rebolledo, figura al almirante montado en el Blanco con un anteojo de larga vista interrogando los mares, mientras que el transporte peruano Oroya a su costado ha tendido un puente que se apoya en la cabeza del marino chileno, por el que están desembarcando cañones para Iquique; un mapa de Chile representa su configuración geográfica en forma de corvo; con el título de un trifolio, figuran los señores Santa María, Vergara y Alemparte saliendo de un vaso o maceta para usos ocultos; el hombre globo, representa al bravo Condell en forma de aerostático, teniendo la Covadonga calzada en los pies, y muchos otros, que no son de fijo muy morales que digamos. Cuando el Huáscar fue capturado en el glorioso combate de Punta Angamos, el doctor murciélago vio más claro que sus colegas y suspendió la publicación de su periodiquillo de caricaturas, adivinando quizás que la toma de Lima no estaba muy distante48. 47 48
Información de crónica, El Mercurio, 25 de octubre de 1880. «Cartas de Lima, correspondencia especial para La Patria», Lima, 20 de abril de 1881, La Patria, 11 de mayo de 1881.
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Sobre Benito Neto, que fuera corresponsal de La Patria de Lima, se dice: Este escritor es argentino49 y en las disputas que tuvo por la prensa se le acusó de haber desertado de las filas del ejército de su país, en las que tenía la clase de sargento, por no sabemos qué atentado que cometió. Fue corresponsal en Iquique del ejército en calidad de cucalón; más tarde regresó a Lima, haciéndole teniente coronel el dictador (Piérola), pródigo en obsequiar altos grados en el ejército a sus partidarios50.
Sobre otro periodista y corresponsal, el juicio es el siguiente: Julio Octavio Reyes, el cucalón del Huáscar en tiempo de Grau, era el corresponsal de la Opinión Nacional. Se escapó del desastre de Punta Angamos por haberse quedado dormido por efecto de ciertos espíritus narcóticos la víspera de la partida del ex monitor peruano en Arica, debiendo a esta casualidad el haberse escapado de la benévola acogida que en San Bernardo le hubiéramos hecho. Hizo mucho ruido un desafío que tuvo en tiempo del bloqueo con un oficial de la corbeta de guerra italiana Garibaldi, que en el tren le plantó un bofetón a nombre de los marinos de la escuadra neutral, a los que había acusado de espías de la flota chilena. Tuvo lugar el desafío en que salieron ilesos los duelistas después de un cambio de balas de pistola, terminando el lance con un almuerzo51.
Sobre el corresponsal de El Nacional de origen portugués Manuel T. Horta, embarcado en la corbeta Unión: Diariamente escribía una carta de la escuadra, contando lo sucedido en el bloqueo, apocando siempre a la marina chilena en provecho de la peruana con una fingida y falsa moderación. Junto con Jaimes, Neto y Reyes, formaba la vanguardia de la prensa peruana que más se ha ensañado contra Chile52.
Información versus seguridad: controversia inevitable El 19 de mayo de 1879 zarpaba de Valparaíso un convoy que conducía unas 2.500 tropas rumbo a Antofagasta, acontecimiento que fue profusamente cubierto por la prensa local, que se prodigaba incluso en los detalles de los uniformes de las cantineras53. Pues bien, de este hecho, alegremente informado, como si de una fiesta se tratase, fue, gracias a estas y otras publicaciones, perfectamente conocido por los peruanos, y este fue 49 50
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En realidad era de origen uruguayo. «Cartas de Lima, correspondencia especial para La Patria», Lima, 20 de abril de1881, La Patria, 12 de mayo de 1881. Ibíd. Ibíd. Informaciones de crónica, El Mercurio y La Patria, Valparaíso, 20 de mayo de 1879.
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el convoy beneficiado por el sacrificio de Prat y los suyos en Iquique, el 21 de mayo, que con la sola demora que significó para el Huáscar desbarató el plan de campaña del comodoro Miguel Grau de asolar la costa chilena desprotegida de buques de guerra, y eventualmente, capturar a dichas tropas antes de desembarcar. Este ejemplo basta por sí solo para comprender el marco de libertad irrestricta de que disfrutó la prensa chilena a lo largo de este conflicto. Si bien es más conocida y citada la captura del transporte Rímac por parte del Huáscar (23 de julio de 1879) como ejemplo de los extremos a los que llegó la libertad de informar en detrimento de la seguridad de las operaciones bélicas, sin duda que si el convoy del 19 de mayo hubiese corrido una suerte similar, hubiera sido un desastre mayor, incluso capaz de alterar el curso de la guerra. Esta actitud de informar sin restricciones también se explica por una cierta ingenuidad, propia de una sociedad que había vivido largo tiempo sin afrontar conflictos internacionales. Pero sin duda la causa matriz era el espíritu de los tiempos, de un liberalismo dominante no solo en la política, la economía y el gobierno de turno, sino también de la sociedad toda con un carácter hegemónico, lo que también repercutía en la prensa54. El marco normativo vigente en la época era la Ley de abusos de la libertad de imprenta de 1872, que en la práctica consagraba «la más amplia libertad»55. En virtud de este cuerpo normativo, solo eran abusos a la libertad de imprenta (artículo 3º): 1.- Los ultrajes hechos a la moral pública o a la religión del Estado. 2.- Los escritos en que de cualquier modo se tienda a menoscabar el crédito o buen concepto de un empleado público, o la confianza que en él tiene la sociedad. 3.- Aquellos en que se tienda al mismo fin respecto de las personas particulares56.
Algún mando militar cuestionado por su comportamiento durante la campaña podría haberse amparado en el Nº 2 de este artículo para recurrir ante tribunales, pero es significativo que tal cosa no haya sucedido y que, por el contrario, los aciertos o desaciertos de la conducción militar y naval, se hayan ventilado más bien en la propia prensa. Por lo tanto, aún siendo el Chile de la época una democracia solo teórica, y en la práctica una república oligárquica con muy bajos niveles de participación de la población, la opinión pública era vigorosa y podía 54 55 56
Eduardo Santa Cruz A., Análisis histórico del periodismo chileno, cap. I, p. 29. Ibíd., t. II, cap. III, p. 138. Boletín de las Leyes y Decretos del Gobierno, tomo de 1872, pp. 346-356, citado en Miguel González Pino y Guillermo E. Martínez Ramírez, Régimen jurídico de la prensa chilena: 1810-1987. Legislación y jurisprudencia, capítulo tercero, pp. 183-191.
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hacerse oír, en concordancia con el momento de madurez que vivía el periodismo nacional. Y si bien tal opinión pública se limitaba a una minoritaria elite ilustrada, esta no dejó de hacer valer los derechos otorgados por los avances de la era liberal; así lo señala uno de los autores clásicos del conflicto: «El país no abandonó un instante, mientras ella (la guerra) duró, su derecho de fiscalización y de dirección, ni el Gobierno pretendió restringir las garantías que le otorgan en la vida ordinaria la Constitución y las leyes»57. Aunque también reconoce que la prensa «no siempre fue discreta», que «su anhelo por el buen servicio la hizo divulgar informaciones que no debieron salir de las oficinas militares y proporcionó al enemigo datos que debió ignorar» y que, finalmente, el gobierno no hizo nada por evitarlo, salvo quejarse58. Ello bien podía deberse a los tiempos liberales que imperaban, como ya se ha dicho, pero además, en la coyuntura de 1879, al propósito de la administración del presidente Aníbal Pinto de diferenciarse de su antecesor. Así lo sostuvo el historiador Encina: «Todo se conjuró contra la necesidad de restringir las libertades durante el curso de la guerra: el enérgico mando de Errázuriz Zañartu había engendrado por reacción el deseo de una presidencia blanda, de una especie de receso de la personalidad del mandatario...»59. Pero además, había una causa aún más estructural, de fondo, y era que en el ordenamiento jurídico chileno enmarcado en la Constitución de 1833 no estaban previstas las restricciones propias del estado de guerra: «Se ha dicho con frecuencia que es un orgullo para el país haber podido realizar la campaña del Pacífico sin modificar el régimen constitucional vigente en la paz. Pero no es contrario a un buen sistema constitucional que la legislación prevea el caso de guerra y se conforme a sus necesidades, proporcionando a la autoridad el medio de responder de la seguridad nacional, que es el más sagrado y preferente de sus deberes. Las leyes chilenas no habían tenido esta previsión en 1879 y el Gobierno se contentaba con protestar vivísimamente en privado, como lo hacía Gandarillas60 o Pinto en su correspondencia, la cual está llena de quejas de esta clase, acaso más violentas que las de Gandarillas»61. Pero predominó la pasividad presidencial, que un autor incluso atribuye al carácter al carácter «pusilánime» del mandatario62.
57 58 59 60 61 62
Gonzalo Bulnes, Guerra del Pacífico, t. I, cap. IV, p. 121. Ibíd. Francisco Antonio Encina, ob. cit., tomo XVI, cap. XXVII, p. 391. Ministro de Guerra José Antonio Gandarillas. Gonzalo Bulnes, ob. cit., t. II, cap. III, p. 138. Francisco Machuca, Las cuatro campañas de la Guerra del Pacífico, t. II, cap. XVIII, p. 212.
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Este régimen de casi nula restricción generó una de las afirmaciones más recurrentes respecto de la Guerra del Pacífico, a decir verdad, un lugar común: que los peruanos no necesitaban un servicio de inteligencia o espionaje, puesto que les bastaba leer los periódicos chilenos. Dicho atribuido tanto a un caballero peruano anónimo63, como al dictador de ese país, Nicolás de Piérola64, e incluso al propio Presidente chileno, Aníbal Pinto65. La ya mencionada pérdida del transporte Rímac, capturado por Grau con un escuadrón de caballería a bordo, haciendo tambalear de paso al gobierno, significó una crisis traumática de la cual, sin embargo, La Moneda intentó sacar provecho. Pocos días más tarde el jefe de gabinete, Antonio Varas, dictó un decreto restrictivo con fecha 5 de agosto de 1879 que reglamentaba los telegramas que diesen noticias de la guerra. Su artículo 1º decía: «Ninguna oficina telegráfica del Estado comunicará ni facilitará para que se publiquen por la prensa o de otra manera se divulguen, las noticias que reciban, sean oficiales o particulares, favorables o adversas, referentes a la guerra, movimientos de naves o fuerzas militares que se hayan verificado o que se anuncien, ni de otras medidas referentes a la guerra, cualquiera que sea su naturaleza, sin previo conocimiento de la autoridad local superior...». El artículo 4º prohibió las comunicaciones por cifras66. No obstante ser Varas el único estadista de la época que tenía alguna experiencia bélica por haber dirigido desde el gobierno las operaciones de la Guerra Civil de 1851, sus medidas fueron prácticamente letra muerta, afirma Encina, agregando que «los empleados, amparados por el ambiente hostil a la reserva, divulgaban las comunicaciones oficiales y particulares que se transmitían o se recibían por telégrafo, y la prensa siguió publicando aún los decretos más reservados, las noticias sobre movimientos de naves y tropas que interesaba conocer al enemigo, los planes estratégicos consultados por el gobierno a los comandos marítimos y terrestres y las operaciones que se acordaba realizar. Las informaciones procedían de los parlamentarios, de los favoritos de los jefes, de los consultores y hombres de confianza del presidente y de los ministros, y a veces de los funcionarios y empleados. Era una indiscreción ambiente, imposible de controlar sin una severa censura de la prensa, que la opinión no toleraba»67. Encina, autor que no simpatizaba precisamente con el mundo liberal, también concluye que este control imposible se debía a los tiempos que corrían: «En la ideología chilena de esa fecha no se distinguía entre libertad y licencia. La libertad no era un medio, sino un fin. Si Pinto hubiera
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Ibíd. Ibíd., t. II, cap. III, p. 138). William Sater, ob. cit., cap. 4, «The pen and the Sword», p. 68. Citado en Francisco Antonio Encina, ob. cit., tomo XVI, cap. XXVII, p. 392. Ibíd.
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intentado coartarla o reglamentarla, se habría levantado una tempestad de consecuencias difíciles de prever»68. Después de la decisiva batalla naval de Angamos (8 de octubre de 1879), donde la marina chilena capturó al Huáscar y obtuvo el dominio del mar, la situación no varió. Por el contrario, el curso de la guerra más favorable y el alejamiento del fantasmagórico peligro del blindado peruano, difícilmente podían ayudar a imponer restricciones a la información, pese a que el riesgo seguía siendo análogo, esta vez para las fuerzas terrestres. No obstante, la opinión pública chilena siguió sintiéndose con el derecho de hacer oír su voz y opinar sobre los cursos que debían seguirse en las siguientes fases del conflicto69. En cuanto a la información dada por la prensa, siguió siendo generosa «en detallar los movimientos de las divisiones, la constitución de los campamentos, el aprovisionamiento de los víveres y municiones; en una palabra, cuánta noticia podía servir al enemigo para contrarrestar y hacer fracasar los planes del Alto Comando en campaña»70. La situación siguió siendo la misma hasta la caída de Lima, acarreando, además, un efecto colateral no menor: mucha de la información de prensa que llegaba a manos de los combatientes, en especial aquella de carácter más crítico o controversial, ponía en riesgo la moral de aquéllos, e incluso podía constituir un germen de indisciplina71. En cuanto a las motivaciones de la prensa, hay quien afirmó que no siempre eran la noble inspiración de informar verazmente al público, sino intereses más espurios: Las exageraciones de la prensa tenían su razón de ser. Los diarios se vendían a cinco centavos; y los volantes repartidos varias veces al día, con noticias en muchos casos fabricadas en las oficinas de redacción, a diez veinte centavos. Nació el oficio de suplementero, vendedor de volantes, extendido ahora al comercio de diarios y revistas. No nos cansaremos de repetir. La prensa debe ser estrictamente reglamentada en tiempo de guerra. Dado el gran desarrollo mercantil de hoy, no cabe otro remedio que la publicación, sin comentarios, del boletín que expida diariamente el gobierno72.
Estas afirmaciones deben ser tomadas con cautela y posiblemente pecan de exageración; debe acotarse que su autor, Francisco Machuca, publicó su obra ya en pleno siglo XX, durante la dictadura del general Carlos Ibáñez, a quien se la dedicó, lo que puede explicar un contexto favorable a opiniones en pro de las restricciones a la prensa, momento 68 69 70 71 72
Ibíd. Gonzalo Bulnes, ob. cit., t. I, cap. XIII, p. 290. Francisco Machuca, ob. cit., t. II, cap. XVIII, p. 212. Carmen Mc Evoy, ob. cit., capítulo 4, p. 241. Francisco Machuca, ob. cit., t. II, cap. X, pp. 128-129.
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que también pudo hacer de tamiz de la historia. Por el contrario, Gonzalo Bulnes, más benevolente respecto del papel de los civiles en el conflicto, había publicado su Guerra del Pacífico entre 1911 y 1919, es decir, en las postrimerías de la llamada República Parlamentaria. Pero al mismo tiempo, no se puede desconocer en Machuca su condición de veterano del ’79, y por tanto, conocedor de primera mano de los hechos; además, es el autor quizá más representativo del bando proclive a los militares y contrario a los «cucalones». Él mismo Machuca entrega en otro pasaje, una de las opiniones más rotundas y elocuentes respecto de los corresponsales que actuaron en la Guerra del Pacífico: Conviene decirlo y predicarlo a los cuatro vientos. Si Chile se ve envuelto alguna vez en otro conflicto armado, (que tarde o temprano habrá de venir), nada de cucalones, nada de corresponsales de diarios. Bismarck decía con razón: El fusilamiento de un centenar de periodistas, ahorra un centenar de miles de vidas al ejército. Y tenía razón: La pérdida del Rímac se debió únicamente a la falta de discreción de la prensa chilena. El corresponsal de El Ferrocarril73 fue una ejemplar excepción, como honrado y como discreto. La honestidad debe ser la característica del periodista. No ocurrió lo mismo con El Mercurio;74 su corresponsal abusó tanto del nombre del diario y de la personalidad de los editores, que hubo de expulsársele del teatro de las operaciones, con la amenaza de una represión material dolorosa en caso de infracción. El que estas líneas escribe sirvió la corresponsalía de dos diarios: El Nuevo Ferrocarril de Santiago y El Coquimbo de La Serena. Si este pecado mortal le cierra las puertas del cielo, bien merecido lo tiene75.
Dejando aparte su apasionamiento en el lenguaje, este historiador y excombatiente no estaba solo en sus opiniones; en su apoyo cita al canciller germano Otto von Bismarck, nombre al que podrían agregarse otros personajes contemporáneos del conflicto sudamericano del ’79. Hablamos de destacados generales británicos de la época victoriana, como Sir Garnet Wolseley (1833-1913), quien opinaba que los corresponsales de guerra eran «una raza de zánganos» en pos de los ejércitos, que comían las raciones que correspondían a los soldados y no trabajaban, aunque tenía una actitud más favorable hacia los periodistas que lo dejaban bien parado. Similar actitud tenía el general Lord Herbert Kitchener (18501916), quien en una oportunidad trató a un grupo de corresponsales con violencia, tildándolos de «estropajos borrachos», durante la campaña de Sudán de 1898. Un joven enviado de prensa en especial, Winston Churchill (1874-1965), quien había tenido solo una corta carrera militar, retirándose 73 74 75
Eduardo Hempel. Eloy T. Caviedes. Francisco Machuca, ob. cit., t. I, cap. XVIII, pp. 216-217.
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Corresponsales en campaña Francisco Machuca, oficial del batallón «Coquimbo», es un ejemplo de corresponsal que era a su vez uniformado. Más tarde se mostró muy crítico de la labor de los periodistas en la guerra (cortesía de Mauricio Pelayo).
con el grado de teniente de caballería, se permitía cuestionar a los altos mandos en las campañas coloniales de fines del siglo XIX, lo que le hacía un personaje particularmente irritante. Se dice que solo gracias a influencias de su madre se le permitió acompañar a las tropas de la campaña sudanesa de 1898 como corresponsal de The Morning Post, en contra de los deseos del general Kitchener76. Como ya podrá adivinarse, semejante recelo y aún rechazo que despertaban los corresponsales en las grandes conflagraciones bélicas de la época, no serían muy diferentes de las polémicas que se suscitarían en Chile durante el conflicto del salitre. En este contexto, serían fiel reflejo de la rivalidad entre militares y cucalones, siendo el caso más representativo, el del corresponsal de El Mercurio de Valparaíso, cuyo papel durante la guerra contra el Perú y Bolivia, merece un tratamiento propio, en el apartado que comienza a continuación.
El corresponsal más controvertido Corresponsal del Mercurio.– El que hemos enviado a Antofagasta, don Eloy T. Caviedes, antiguo empleado de nuestra imprenta, nos remite las noticias que ha obtenido a su paso por Caldera y que publicamos en la sección Telegramas77.
Con esta breve nota se anunciaba el comienzo de la actuación del corresponsal en campaña más prolífico de la Guerra del ’79, y quien fuera también, el más controvertido: Eloy Temístocles Caviedes (1849-1902). En los años previos estaba comenzando a hacerse un nombre en el campo de las letras nacionales, pero su verdadero momento llegaría con el estallido de esta contienda bélica, que lo sorprendió con unos 29 años, y que 76 77
Philip J. Haythornthwaite, The Colonial Wars Source Book, cap. VIII, p. 333. Información de crónica, El Mercurio, 15 de marzo de 1879.
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Piero Castagneto El carácter controversial que solían tener algunas de las correspondencias del reportero de El Mercurio, Eloy Caviedes, alcanzó su máxima expresión en su cobertura de la batalla de Tacna. Fotografía de revista Sucesos, 1903.
consagraría su perfil periodístico y literario como corresponsal en campaña. También cubrió, desde el bando congresista, la Guerra Civil de 1891, y en las generaciones posteriores fue quedando injustamente olvidado, acaso por las polémicas que despertaron sus escritos, sobre todo en los altos mandos. Hubiese o no intención de invisibilizar sus afirmaciones, lo cierto es que, desde nuestra perspectiva, su caso se perfila como un ejemplo perfecto, paradigmático, para el estudio de la tensión entre la prensa y la autoridad en tiempos de guerra. Desde un principio, Caviedes fue acreditado por el diario para el cual trabajaba ante la Escuadra, como lo prueba la carta que el editor de ese momento, Camilo Letelier, dirigió al contraalmirante Juan Williams Rebolledo. Allí le manifiesta que su reportero se quedaría en Antofagasta «todo el tiempo que sea preciso para mandar correspondencia para el diario», agregando que «pero como ellas no podrán ser nunca bastante interesantes sin el concurso de Ud. me atrevo a pedirle, le comunique todo aquello que Ud. considere que pueda hacerlo. Ud. no debe abrigar el temor que allá se divulgue una noticia que debe ser transmitida solo aquí. El señor Caviedes es de confianza y sabrá reservar como es debido, todo lo que Ud. le encargue»78. Tal recomendación parecía prometer un comienzo auspicioso al trabajo del periodista mercurial. Sin embargo, pocos días después, este escribía a Williams señalándole que había tenido dificultades al momento de embarcarse en el blindado Blanco Encalada, puesto que el oficial de guardia le impidió subir a bordo, «diciendo que tenía orden de no dejar subir sino a los oficiales»79. Subsanada la dificultad, hubo un acuerdo entre el corresponsal y el almirante para que las cartas del primero fuesen 78
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Carta de Camilo Letelier a Juan Williams Rebolledo, Valparaíso, 22 de marzo de 1879, reproducida en Héctor Williams, Justicia póstuma. El vice-almirante don Juan Williams Rebolledo ante la historia: 1825-1910, tercera parte, pp. 150-151. Carta de Eloy Caviedes a Juan Williams Rebolledo, Antofagasta, 2 de abril de 1879, reproducida en ibíd., p. 151.
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sometidas a la lectura de un oficial de la Escuadra, quien debía darles su visto bueno80. No obstante este sistema de revisión o censura previa, pronto las correspondencias de dicho periodista suscitaron la primera controversia, a propósito de la alimentación de las tripulaciones de la Escuadra. En uno de sus escritos se lee: Continúa en nuestros buques la escasez de víveres. Prohibida su exportación para los puertos peruanos, parece que la escuadra ha caído también en este entredicho. En vano los van mayordomos a buscar víveres frescos a todos los vapores del sur: siempre llegan con sus canastos vacíos, y adelante con el charqui. ¿No podría la autoridad, si fuera más cuidadosa con sus marinos, mandar en todos los vapores, un agente de confianza que trajese toda clase de provisiones para la escuadra? No sería esto gran sacrificio para el gobierno, y hasta un espectador patriota podría con ello ganar bendiciones y pesetas.
Enseguida, exhortaba: Todas las cámaras de oficiales carecen de varios artículos que por estos mundos y con esta vida de anacoretas se hacen de primera necesidad. Piénsese algún medio de resolver este asunto, y se verá que hay mil maneras de dar satisfacción a las moderadas exigencias de nuestros marinos, que piden sobre todo víveres frescos y algunas otras insignificantes pequeñeces81.
Afirmaciones como estas motivaron una airada reacción del gobierno a través de su medio de prensa, el Diario Oficial (que en ese entonces también publicaba noticias y editoriales). La correspondiente réplica comenzaba con una detallada relación de la dieta que consumían los marinos chilenos en campaña y la forma de abastecer a la flota, incluyendo «una provisión periódica de víveres frescos». Subrayaba esta editorial: Y se publican estos datos con el único objeto de desvanecer la mala impresión que haya podido causar en algunos ánimos la especie más de una vez divulgada por varios corresponsales y periodistas, de que los bravos de nuestra armada, que hoy ocupan el puesto de mayor peligro y de honor en la defensa nacional, carecen de una alimentación sana y abundante. (...) Conviene igualmente advertir que la infundada censura no ha tenido origen, apoyo o relación alguna entre los jefes y soldados de la armada, de cuya entusiasta e incondicional sumisión al deber, está plenamente satisfecho el gobierno82.
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Carta de Eloy Caviedes a Juan Williams Rebolledo, 19 de abril de 1879, reproducida en Héctor Williams, ob. cit., tercera parte, pp. 173-174. Cartas de la Escuadra, del corresponsal en la Escuadra, El Mercurio, Valparaíso, 29 de abril de 1879. «La alimentación de la Escuadra» (Editorial del Diario Oficial, 6 de mayo de 1879).
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Desde un principio, la actitud de El Mercurio fue de apoyar a su corresponsal en campaña. Entablada la polémica, publicó una extensa contrarréplica al periódico gubernamental, señalando, a propósito del tema de la alimentación de los equipajes de la Escuadra y la falta de víveres frescos: «Ha sido preciso que las faltas hayan sido muy justificadas y su remedio indispensable, para que el Mercurio haya levantado su voz, y no con el objeto de censurar simplemente, sino con el deseo de ver satisfecha la necesidad»83. Enseguida, anunciaba la formación de una comisión al respecto, que estaba dando buenos resultados, pese a no ser bien vista por la autoridad. Y muy pocos días después, el corresponsal Caviedes anunciaba desde el norte el feliz resultado de las medidas tomadas con ocasión de la deficiencia que había hecho pública el diario porteño: Ha pasado por hoy el estado de penuria de las tripulaciones de la escuadra, gracias a los generosos obsequios de los ciudadanos y a la actividad del gobierno, que ha mandado víveres frescos y toda clase de provisiones por los vapores Paquete del Maule, Limarí y Matías Cousiño. Esto es a bordo un motivo de congratulaciones, y se renuevan los agradecimientos a los conciudadanos que desde el seno de la patria recuerdan las privaciones a que están expuestos los que en la escuadra defienden el honor, el porvenir y los intereses de Chile84.
Un segundo momento controvertido en la actuación del corresponsal mercurial, vino con ocasión de la expedición al Callao, proyectada por el almirante Juan Williams Rebolledo en mayo de 1879, con el fin de destruir al grueso de la escuadra peruana en su propia base. Eloy Caviedes fue el único enviado de prensa que acompañó a la flota chilena en esta misión que, como es bien sabido, resultó un fiasco por haberse cruzado en alta mar con la Primera División Naval peruana del comodoro Miguel Grau, sin divisarse mutuamente, de lo que resultó la inmolación de Prat y sus tripulantes en Iquique, el día 21 de ese mes. Este periodista llevó un registro de la expedición al Callao, día por día, entre el 16 y el 31 de mayo, relatando el viaje de ida, la frustración de no encontrar a los blindados enemigos y la singladura de vuelta, en medio de las angustias por la escasez de carbón y, sobre todo, por ignorar los marinos de la Escuadra la suerte corrida por sus compañeros de la Esmeralda y la Covadonga. Entre los juicios de esta extensa correspondencia, que el público conoció a mediados de junio, se incluyen las siguientes dudas:
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«La alimentación de la Escuadra», información de crónica, El Mercurio, 7 de mayo de 1879. «Cartas de la Escuadra. De nuestro corresponsal especial en la escuadra. A bordo del Blanco Encalada, mayo 4 de 1879». Publicado en El Mercurio, 10 de mayo de 1879.
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Corresponsales en campaña ¿Cómo era que ignorábamos esa circunstancia? (la ausencia del Huáscar y la Independencia). ¿Cómo no lo habían comunicado al almirante los agentes secretos que indudablemente debía tener el gobierno? Y, en vista de los días transcurridos desde la salida de los buques peruanos, ¿no era más que probable que hubiesen atacado a los débiles buques de madera que habían quedado en Iquique?85.
Esta verdadera bitácora de expectativa, clímax e incertidumbre, provocó una reacción indignada en las autoridades de turno. Reacción muy rápida, además, puesto que el mismo día en que esta carta era publicada, el Comandante General de Marina e Intendente de Valparaíso, Eulogio Altamirano, escribía al almirante Williams: Amigo mío: Ud. me pide que no publique de sus notas, la parte que se refiere al mal andar de los buques y mientras tanto el corresponsal, que el Mercurio tiene en la Escuadra, ha mandado una infame correspondencia, en que dice, día por día, lo que sucede o no sucede en la Escuadra. Yo creo que si Ud. permite un corresponsal a bordo debe ser a condición que nada escriba sin el Vº Bº de Ud.86.
A todas luces Altamirano parecía ignorar el acuerdo de visto bueno previo al envío de las cartas de Caviedes para su publicación, acuerdo que sin duda debió haber operado para la relación de una operación tan relevante y delicada como la expedición al Callao. Lo que no obstó a que solo dos días más tarde, el Comisario General del Ejército y Armada, Francisco Echaurren Huidobro, escribiese a su vez al almirante, expresándole: Le llamo su atención a las imprudentes publicaciones que hace el corresponsal del Mercurio, dando detalles de todo lo que ha ocurrido, que importa un verdadero aviso para el enemigo y que perjudican sobre manera a Ud., a la Escuadra y a la causa que defendemos. Ya en otra ocasión le había hecho presente esto mismo por conducto del Comandante Viel, significándole que si Ud. había hecho cortar el alambre telegráfico en Iquique y Arica, faltaba aún que cortase la lengua y arrojase muy lejos la pluma del corresponsal del Mercurio cuyas publicaciones imprudentes producían pésimo efecto por acá87.
Ambas cartas son reproducidas en la obra de Héctor Williams realizada para reivindicar la memoria de su padre, el almirante, donde sostiene que el corresponsal del Mercurio, llegando a bordo de la Escuadra como un hombre serio y de toda confianza, «se aprovechó de su puesto y de la con85
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«Cartas de la Escuadra. De Iquique al Callao (de nuestro corresponsal en la Escuadra)», Suplemento al Mercurio del Vapor, 14 de junio de 1879. Carta de Eulogio Altamirano a Juan Williams Rebolledo, Valparaíso, 14 de junio de 1879, reproducida en Héctor Williams, ob. cit., tercera parte, p. 271. Carta de Eulogio Altamirano a Juan Williams Rebolledo, Valparaíso, 16 de junio de 1879, reproducida en ibíd., pp. 184-185.
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descendencia de Williams, para dedicarse a dar informaciones malévolas, aumentadas por el despecho de no conseguir que se las dieran absolutas»88. Publicaciones que, afirma, mellaron el prestigio del almirante, aunque, al igual que Eulogio Altamirano en su momento, este autor también olvida el acuerdo de lectura previa y visto bueno ya mencionado, y pese a que él mismo lo reproduce en su libro. Acaso inducido por las dos cartas arriba mencionadas, el almirante Williams emitió un oficio de aplicación aparentemente general, pero que era fácil deducir, tenía destinatario con nombre y apellido, Eloy Caviedes. El propio medio para el que este trabajaba publicó el texto: Comandancia general de marina.– Valparaíso, junio 25 de 1879.– El comandante en jefe de la escuadra, en oficio fechado en Antofagasta el 21 del corriente, me dice lo que copio: ‘Con esta fecha he impartido la siguiente orden del día que comunico a V. S. para su conocimiento, y a fin de que, si lo tiene a bien, se sirva darle publicidad. Conviniendo al buen servicio y al mejor resultado de la campaña en que están empeñados los buques de la escuadra, que no se tenga noticia de los movimientos u operaciones que intente llevar a cabo, pues de la reserva dependerá en muchos casos el buen éxito que todos estamos empeñados en conseguir, decreto: 1.º Queda absolutamente prohibida la admisión a bordo de los buques de la escuadra de toda persona que no pertenezca al cuerpo de la armada; 2.º Se recomienda a los oficiales y demás empleados a bordo no comuniquen las noticias que obtuvieren o pudieren obtener relativas a las operaciones o movimientos de la escuadra; y finalmente, encargo a los comandantes de los buques, velen por el estricto cumplimiento de la presente disposición, haciendo notar a sus subordinados la conveniencia que de ello resultarán en las presentes circunstancias». Lo transcribo a V. S. para su conocimiento y fines que estime convenientes. Dios guarde a V. S.– E. Altamirano.– Al señor ministro de marina89.
Naturalmente, el mismo Mercurio no podía dejar de hacer su propio y extenso comentario respecto de esta medida. Afirmaba que ella apuntaba única y exclusivamente a su corresponsal, quien no había cometido la menor indiscreción, ni podía cometerla, desde que sus cartas pasaban por la censura de un oficial nombrado ex profeso por el almirante. En seguida, señalaba que tal orden tampoco tenía razón de ser, ya que hubiera bastado con mandar a desembarcar a dicho enviado de prensa, y no permitir en lo sucesivo a ningún otro; a continuación, aprovechaba de hacer un recuento de lo que había sido la Campaña Naval, sus desaciertos y magros resultados hasta esa fecha: 88 89
Ibíd., p. 185. Información de crónica, El Mercurio, 30 de junio de 1879.
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Corresponsales en campaña De paso advertiremos que hace un tiempo se corría ya en la intendencia de Valparaíso que se había dado orden de no permitir más corresponsales en la escuadra. ¿Por qué? Eso no se explicó nunca; pero nosotros sí, desde que sabíamos que el corresponsal había cometido el crimen de quejarse de la falta de carbón y de víveres frescos, y que gracias a esas quejas la escuadra fue mejor atendida. Mas ¿qué vale todo esto ante las consideraciones de la orden que acabamos de copiar? Era, pues, preciso dar pasaporte al corresponsal, porque, no obstante las precauciones y garantías de la censura, conviene que no se tenga noticia de los movimientos y operaciones que intente llevar a cabo la escuadra. Aquí es donde está lo feo del asunto. No parece sino que se quisiera dar a entender que por suministrar alguna de esas noticias hubiesen fracasado los planes de la escuadra. Sin embargo, nuestro corresponsal nunca habló ni por incidencia del famoso plan de ataque al Callao, plan que publicaron los diarios de Santiago a pesar de que no tenían corresponsal en la escuadra. ¿De qué otras indiscreciones o de qué planes frustrados ha podido tener culpa nuestro corresponsal? ¿Tuvo él la culpa de que nos sorprendiesen a dos de nuestros más débiles buques de madera en la rada de Iquique? ¿Puede hacérsele a él el cargo de no haber dado orden al Matías Cousiño para que siguiese las aguas de la escuadra al Callao, olvido que los dejó sin carbón, como se supo en Valparaíso por el mismo capitán del Matías antes que lo supiéramos por nuestro corresponsal? ¿También este tuvo la culpa de los balazos que el Cochrane, por yerro de cuentas, le disparó al Matías Cousiño, como también se supo en Valparaíso por el capitán de este vapor y lo publicaron los diarios de Santiago, sin que nada dijese sobre el asunto nuestro discreto corresponsal? Por último, ¿ha tenido también la culpa el corresponsal de que no fuese alcanzado el Huáscar, cuando han sido los peruanos los que han dicho que el Blanco perdió camino con las guiñadas que hacía para disparar sus cañones? Tenga, pues, cada cual valor suficiente para cargar con la responsabilidad que le toca, y no se venga a hacer recaer sospechas infundadas y malignas en quienes no han dado motivo alguno para ello90.
No es este el espacio adecuado para analizar el tema, por lo demás tan debatido, del desempeño del almirante Williams a la cabeza de la Escuadra, pero los anteriores párrafos del diario de Valparaíso apuntaban a temas candentes relacionados con la información versus la seguridad nacional: ¿Podía culparse a las supuestas indiscreciones de un corresponsal, los tropiezos que se habían tenido en la conducción de la campaña? ¿Era el mero hecho de difundir, no lo que «se intente llevar a cabo», sino lo que ya había ocurrido –aciertos o errores– inconveniente para la suerte de las operaciones? ¿No serían tales hechos conocidos tarde o temprano, y juzgados a la luz de los resultados? Por el momento, Caviedes se quedó en Antofagasta, cubriendo las actividades y preparativos del Ejército con vistas a la cada vez más cercana campaña terrestre. Pero poco después de la renuncia del almirante Williams a la jefatura de la Escuadra, volvió a bordo de los buques de guerra, dando 90
Ibíd.
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cuenta de encuentros tan cruciales como la batalla de Angamos del 8 de octubre de 1879. Apenas iniciada la campaña terrestre, el enviado de El Mercurio siguió causando escozor con sus correspondencias, ya desde el desembarco de Pisagua del 2 de noviembre de 1879, que dio inicio a la misma. Fueron controversiales en particular, sus descripciones de las escenas de desorden, embriaguez y saqueo provocadas por algunos soldados dispersos, en la noche siguiente a la toma de esta plaza91, aunque por lo demás son corroboradas en sus Memorias por José Francisco Vergara, quien no concebía que estas situaciones pudiesen ser toleradas por los oficiales92. A ello, Caviedes agregaba, en el mismo reporte, su denuncia del abandono de los soldados que habían resultado heridos en dicha acción, y que debieron permanecer hasta horas de la tarde sin asistencia sanitaria adecuada, de no ser por la obra caritativa de sus compañeros y de otras personas. Aseveraciones que son contradichas por el historiador Francisco Machuca, quien afirma que en dicha ocasión el cuerpo médico «desarrolló un trabajo ímprobo y rudo, lo que no le libró de los ataques de la prensa, que se hizo eco de todos los chismes enviados por los malos agradecidos»93. No se puede omitir que Eloy Caviedes tampoco estuvo ajeno a la crítica, tan común en la época, a otros corresponsales, como lo fue incurrir en errores e inexactitudes. Eso sí, ello lo reconoció hidalgamente, al menos respecto de su cobertura de las batallas de Dolores y Tarapacá, debido a que él no estuvo personalmente presente en estos encuentros, por lo cual se le habían escapado, «sin intención algunas falsas aseveraciones», aunque a continuación aseguraba que «siempre hemos estado dispuestos a escuchar las rectificaciones bien intencionadas y justas»94. Meses después, en marzo de 1880, un nuevo incidente afectó a los enviados tanto del Mercurio como de La Patria, quienes esta vez tuvieron problemas con el jefe del Ejército, general Erasmo Escala. En momentos en que ambos iban a embarcarse en el transporte Itata rumbo a Arica, para recabar datos sobre el combate del 27 de febrero entre el Huáscar y el Manco Capac, fueron obligados a desembarcar por orden de dicho jefe y conducidos a tierra. Comentaba al respecto el diario porteño La Patria: Esta medida de Escala, general que vive saturado de devoción y atacado de capellanismo95 e ineptitud ha causado mucha indignación en todos los espíritus elevados y sanos que, aunque pocos, hay por estos mundos. 91
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«La toma de Pisagua (de nuestro corresponsal en el Ejército y Armada)», El Mercurio, Valparaíso, 12 de noviembre de 1879. Fernando Ruz Trujillo, ob. cit., p. 37. Francisco Machuca, ob. cit., t. I, cap. XXIII, p. 273. «La batalla de Tacna (de nuestro corresponsal en el Ejército y Armada)», El Mercurio, Valparaíso, 17 de junio de 1880. Alusión al ferviente catolicismo de Escala.
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Corresponsales en campaña ¿Qué se pretende con la medida tomada con los corresponsales? Nada que ostensiblemente sea razonable. Solo se busca el medio ruin y canalla de vengar ciertos juicios un tanto duros, pero justos, emitidos sobre los directores de la guerra, por esos inteligentes y activos corresponsales96.
El otro diario afectado, El Mercurio, no podía ser menos, y el mismo día en que se publicaba la nota anterior, daba también cuenta de las dificultades que tenían los enviados al frente por parte de los jefes o directores de la guerra, afirmando que los «genios» de la guerra necesitaban deshacerse «de esos testigos importunos de la prensa, y sobre todo de la prensa independiente». A continuación, iniciaba una retahíla de interrogantes similar a la que había hecho meses antes, a propósito de la Campaña Naval y el desempeño del almirante Williams Rebolledo: ¿Cuáles han sido los crímenes de los corresponsales? ¿El haber dado a conocer el desbarajuste que ha habido en todo lo que es dirección? ¿El haber tratado con más consideración de la que merecían a los autores de tanta torpeza cometida desde el principio de la campaña? ¿El haber hecho notar el contraste, sin más esfuerzo que la simple exposición de los hechos, que resultaba de la incapacidad de los de arriba, y el patriotismo, la abnegación, el valor y todas las virtudes cívicas de los de abajo? ¿El haber procurado muchas veces noticias que los encargados del gobierno no habían buscado, fuese por torpeza o por falta de actividad? ¿El haber tenido la conciencia del deber y la suficiente valentía para decir amargas verdades, arrostrando enemistades y compromisos?97.
El nuevo acto de censura, susceptible de atacar por su arbitrariedad, fue una vez más realizado con posterioridad a los hechos relatados en las respectivas correspondencias. La causa, aparentemente, no era otra que la animadversión que el general había cobrado respecto de estos periodistas, por el contenido de sus reportes, como lo expresó al corresponsal de La Patria, quien logró entrevistarse con él: «Todo lo tergiversan; no dicen a verdad; se arrogan facultades de general, de comandante y de simples cabos de Escuadra». Y aunque el periodista le manifestara que, al menos en lo que a él respectaba, acababa de llegar al teatro de operaciones, el general Escala le afirma que el público no necesitaba otra palabra que la propia: «La prensa debe contentarse con mis partes oficiales, fuera de los cuales no hay nada de verdadero». Aunque el general cedió en su postura, previas condiciones, la información respectiva lo deja mal parado, al mostrar una imagen de rigidez y torpeza98. 96
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«Correo de la Guerra. Por El abate Faría. Correspondencia especial para La Patria», 8 de marzo de 1880. Información de crónica, El Mercurio, 8 de marzo de 1880. «El corresponsal de La Patria y el general en jefe», información de crónica, La Patria, 22 de marzo de 1880. Esta información se reproduce íntegra en el capítulo V de la presente obra.
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Y a la vez, los enviados de ambos diarios de Valparaíso ya podían lucir un antecedente digno de todo corresponsal de guerra digno de ser considerado tal: el ser considerados personajes molestos e indeseables por la autoridad militar de turno. Este incidente, previo a la campaña de Tacna, fue solo un anticipo de la ácida controversia que se daría poco después de librarse la batalla del 26 de mayo de 1880 en las cercanías de dicha ciudad peruana, la que sería máxima expresión de la pugna entre la prensa y el alto mando militar en esta guerra. Y el protagonista sería, una vez más, el enviado de El Mercurio de Valparaíso a la campaña, Eloy T. Caviedes. Menos de un mes después de librada esta batalla, una victoria chilena, obtenida a un elevado costo de bajas, este periodista publicó una extensa relación de la misma99, donde hacía diversas críticas a la conducción del alto mando, en aspectos como la utilización de la artillería, la falta de persecución del enemigo derrotado por parte de la caballería, y por ende, el escaso número de prisioneros tomados. El primer efecto que causó esta correspondencia, que también fue publicada como libro100, fue un debate sobre la conducción, acertada o no, de la campaña y la actuación, certera o no, de los corresponsales en general y éste en particular. Sus juicios fueron discutidos principalmente por los diarios conservadores de la capital, y a la vez, replicados por El Mercurio, que una vez más lo apoyó. Así, el confesional El Estandarte Católico comenzó a reproducir estos extensos reportes a medida que iban siendo publicados en Valparaíso; junto con la primera parte de ellos, la editorial del día, firmada por Esteban Muñoz Donoso, decía: …si la mitad de estas censuras fuesen ciertas, sería incomprensible nuestra gran victoria en Tacna, habríamos sufrido el más espantoso descalabro, nuestras divisiones debieron ser despedazadas en detalla; por lo menos, sin a pesar de todo eso, y solo por el valor personal del soldado chileno cantamos victoria, esta debiera habernos costado de tras a cuatro mil muertos y otros tantos o más heridos.
Y más adelante recomendaba a sus lectores sobre esta correspondencia: Léanla nuestros abonados como pieza curiosa, pero no formen por ello su juicio sobre esta batalla ni sobre la dirección de nuestro ejército101.
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«La batalla de Tacna (de nuestro corresponsal en el Ejército y Armada)», El Mercurio, 14, 15, 16 y 17 de junio de 1880. Esta relación también se reproduce en el capítulo VI de la presente obra. Eloy Caviedes, La batalla de Tacna descrita por el corresponsal del Mercurio. Contiene los episodios más notables de este gran hecho de armas, Santiago, Imprenta y Litografía Bandera, 1880. «Los detalles de la batalla de Tacna (editorial)», El Estandarte Católico, Santiago, 15 de junio de 1880.
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Estas eran consideraciones un tanto apresuradas, puesto que el extenso reporte de Caviedes aún no concluía de publicarse. Pese a aquello, el diario conservador El Independiente, que también había comenzado a reproducirlo, advertía a su público que le daba cabida solo «como una lectura de interés que halaga al mismo tiempo la fantasía y el patriotismo», criticando también que su autor hubiese cedido al localismo, al destacar demasiado a las unidades de Valparaíso, «y tal vez ha hecho héroes a costa de muchos buenos luchadores»102. Ello cuando en el propio Mercurio de dicho puerto aún quedaba pendiente la última parte de esta narración. Junto con publicarse esta última, el diario decano acusaba recibo de las críticas de «aquellos que todo lo quisieran ver color de rosa, aunque fuese a costa de la verdad y de la conveniencia del país» pero, afirmaba, sus argumentos eran tan pobres que casi no valía la pena tomarlos en cuenta: Supóngase que el Independiente la tacha de espíritu de localismo porque ha elogiado a los cuerpos de Valparaíso, sin fijarse que la primera parte publicada, que era la única que había alcanzado a leer, se ocupaba de esos cuerpos solamente por haber sido los primeros que entraban en acción. ¿O creía el colega que esa era toda la correspondencia? No sería raro, desde que su periódico la publicada sin ponerle al pie el indispensable continuará. ¿Qué habría dicho cuando en la continuación ha podido ver que se hacía justicia plena a los demás cuerpos? En cuanto al Estandarte, el mismo corresponsal se encarga de contestarle hoy de paso con dos palabras. Sin embargo, nos permitimos por nuestra parte decir otras dos, y es que no aceptamos la teoría del colega en lo que se refiere a la imposibilidad en que pone a los generales para poder contestar los cargos que se les hacen. ¿Ni quién exigiría tampoco que fuesen ellos mismos los que firmasen su defensa? Por lo demás, no nos extraña que apoyen al nuevo jefe los que han sido el apoyo y consuelo de todos los caídos, lo que por lo menos tiene el mérito de de ser una obra piadosa muy en armonía con su santo ministerio103.
Junto con su última entrega sobre la batalla de Tacna, el propio Eloy Caviedes cosas exhortaba así a sus detractores: «Que los corazones mezquinos, incapaces de comprender la independencia y el decoro, no juzguen según sus bajas inspiraciones. Nosotros escribimos para la masa sana de este viril pueblo de Chile, que produce ejércitos invencibles y marinos ‘sin miedo y sin reproche»»104. La guerrilla periodística siguió en los días siguientes, con nuevas publicaciones contra el corresponsal mercurial105. Además, cabe destacar que 102
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Sección Gacetilla. Correspondencia del norte, El Independiente, Santiago, 16 de junio de 1880. Información de crónica, El Mercurio, Valparaíso, 17 de junio de 1880. «La batalla de Tacna de nuestro corresponsal en el Ejército y Armada)», El Mercurio, Valparaíso, 17 de junio de 1880. La correspondencia, con su réplica final a la prensa conservadora de Santiago, se incluye en el capítulo VI de la presente obra. «La correspondencia del Mercurio», por «Un patriota», El Estandarte Católico, 19 y 22 de junio de 1880; «Papá Mercurio», por «Anti-cucalón», El Nuevo Ferrocarril, 21 de junio de 1880.
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algunas de las afirmaciones de Caviedes respecto de las obras de defensa del ejército aliado en Tacna, fueron rebatidas incluso por el propio jefe del mismo y después presidente de Bolivia, general Narciso Campero Leyes106. Del periodista mercurial también se afirmó tenía el propósito de destacar a determinados jefes, oficiales o regimientos por sobre otros, pero la verdadera tormenta política vendría por otra causa. Pronto surgió la sospecha que la extensa narración de la jornada de Tacna había sido inspirada por el teniente coronel de guardias nacionales José Francisco Vergara, en ese momento jefe de la caballería, quien había realizado un viaje de Iquique a Valparaíso en el mismo vapor que el corresponsal Caviedes107, y quien, además había propuesto un plan de flanqueo del enemigo, desechado por el alto mando en favor de un ataque frontal. Vergara no solo se habría disgustado por no haber sido escuchado, sino que además se habría mostrado crítico del alto costo en vidas que tuvo la batalla del 26 de mayo, muchas de las cuales –según él– se habrían ahorrado de haberse seguido su plan. Además, a él se debe una de las primeras versiones de la batalla de Tacna conocidas en Chile, vía telegráfica, que causó preocupación, no solo por el crecido número de bajas que atribuía al ejército expedicionario, sino también por suponer –erradamente– que su símil peruano-boliviano conservaba la capacidad de rehacerse108. A mayor abundamiento, Vergara dio su opinión a quien quiso escucharle: «Vergara se había retirado de Tacna profundamente desencantado del éxito de la batalla, y no se cuidó de guardar esta impresión para sí o para el Gobierno, pues la manifestó sin embozo en Ilo a cuantos llegaron a informarse de ella, es decir a todos los chilenos», escribe Gonzalo Bulnes109, y añade que tales opiniones llegaron rápidamente a los oídos de los mandos militares, quienes hicieron a José Francisco Vergara responsable de la versión de dicha batalla publicada en el Mercurio porteño: «El Cuartel General, ateniéndose a las apariencias, hizo a Vergara responsable de esta relación, la cual despertó un encono violento en los jefes más directamente aludidos, que eran Baquedano110 y Velásquez»111. Dicha creencia podía verse reforzada por la amistad que tenía Vergara con el político y empresario Agustín Edwards Ross112, quien era propietario 106
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Informe del general Narciso Campero, ante la Convención Nacional de Bolivia como General en Jefe del Ejército Aliado, en Pascual Ahumada, ob. cit., t. III, cap. I, pp. 123127. Ibíd., t. II, cap. V, p. 210., y carta de Máximo Lira a Aníbal Pinto, 23 de julio de 1880, reproducida en Francisco Machuca, ob. cit., t. III, cap. VI, p. 75. Gonzalo Bulnes, ob. cit., t. II, cap. IV, pp. 180-181. Ibíd., t. II, cap. V, p. 210. Nuevo general en jefe, sucesor de Erasmo Escala. Jefe de la Artillería. William F. Sater, ob. cit., cap. 4, «The Pen and the Sword», p. 69.
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de El Mercurio desde enero de 1880, y que había mantenido un ojo atento y crítico a la conducción de la guerra desde un principio. Por lo tanto, el corresponsal Eloy Caviedes pasaría a ser un instrumento en una suerte de conspiración de los «cucalones» para desacreditar a los militares; la escisión entre ambos bandos estaba consolidada, más aún cuando José Francisco Vergara fue nombrado ministro de Guerra, en julio de 1880. Ante esto el secretario del general Manuel Baquedano, Máximo R. Lira escribía al Presidente de la República en tono preocupado: El nombramiento de don José Francisco Vergara para Ministro de la Guerra ha causado en el ejército el efecto de la explosión de una bomba y ha venido a perturbar profundamente la tranquilidad de que estábamos gozando. (…) Hubo, con este motivo en el ejército un verdadero alboroto, que se tradujo en murmuraciones violentas y en censuras acres contra los cucalones, nombres que se complacían en dar al señor Vergara113.
A esta tensión que afectaba a las altas esferas y Ejército chilenos, se añadía la incertidumbre sobre los movimientos del enemigo, que solo el paso del tiempo pudo despejar. En efecto, durante las primeras semanas posteriores a la batalla de Tacna era difícil prever si los restos de las tropas peruanas intentarían una contraofensiva en conjunto con las de Arequipa o con las bolivianas. Tampoco se podía asegurar que estas últimas retornarían a su país, sin volver a tomar parte activa en la guerra. El ambiente en el cuartel general de Tacna era tan enrarecido que la tensión acumulada necesariamente debió descargarse de una forma u otra; esta vez el fusible fue, una vez más, el corresponsal de El Mercurio, quien a fines de agosto se disponía a embarcarse a cubrir una nueva operación bélica. Esta vez se trataba de la expedición comandada por el capitán de navío Patricio Lynch al norte del Perú, pensada con el fin de quebrantar la economía del enemigo. El corresponsal Caviedes había arribado a Arica en el transporte Copiapó para efectuar el transbordo a uno de los buques expedicionarios. Pero el general Baquedano tomó conocimiento de su arribo y, dada la animadversión que le había cobrado, al considerar que la relación que aquel había hecho de la batalla de Tacna era ofensiva para su persona114, no tardó en encontrar el motivo para tomar medidas en su contra. En seguida, el jefe militar ordenó que se detuviera al periodista a bordo de la corbeta Abtao, y se le abriera un proceso sobre la base de dos puntos: 1.º Cómo obtuvo dicho señor los partes oficiales de la batalla de Tacna que publicó El Mercurio, diario de Valparaíso, de que es corresponsal, antes de que llegaran a poder del gobierno. 113
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Carta de Máximo Lira a Aníbal Pinto, 23 de julio de 1880, reproducida en Francisco Machuca, ob. cit., t. III, cap. VI, p. 75. Gonzalo Bulnes, ob. cit., t. II, cap. IX, pp 292-293.
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Piero Castagneto 2.º Con qué permiso viaja a bordo de un buque destinado exclusivamente al servicio del Estado115.
La medida se ejecutó el 30 de agosto, pero también sucedía que Caviedes viajaba al teatro de operaciones con pasaporte expedido por el ministro de Guerra Vergara, razón por la cual, a su vez, el Gobierno también se daba por ofendido por la medida tomada por Baquedano116. No solo eso, ya que además, el propio diario El Mercurio dio a conocer, con fecha 7 de septiembre, lo ocurrido a su empleado, comenzando una áspera polémica117. Esta información también incluía una detallada carta donde el corresponsal narraba su detención. Según destacaba, el coronel Valdivieso, comandante general de armas de Arica, tomó esta medida ejecutando órdenes superiores, y no se le permitió copiar el telegrama que así lo ordenaba. El propio Caviedes seguía relatando, en carta a Eusebio Lillo, jefe político y civil del territorio de Tacna y delegado del gobierno en el Ejército del Norte: Se me ha asegurado que en la orden de prisión emanada del señor general en jefe, se arguye primero como fundamento el haber llegado ‘subrepticiamente», y en seguida el que mi presencia en el ejército es perjudicial a los intereses de la nación, por cuanto introduzco la división y la discordia. El documento oficial que he copiado a la cabeza de esta representación, basta para probar la falsedad de la primera aseveración. El mismo documento prueba también la falsedad de la segunda, pues si la autoridad superior del ejército de Chile me concede un servicio expreso para venir a este litoral ocupado por nuestras armas, las autoridades secundarias, como el señor general en jefe, deben someter su criterio al de su jefe en la jerarquía militar.
Más adelante agregaba: Desde el principio de la presente guerra he desempeñado tanto cerca del ejército como en la armada en campaña, el puesto de corresponsal del Mercurio de Valparaíso. Por el hecho de ser una ocupación completamente particular y en una empresa privada, está muy lejos de darme ante las autoridades militares o civiles el carácter de empleado o funcionario público118.
La reacción de la prensa en general y del diario de Caviedes en particular, no se hizo esperar. Al día siguiente se publicaba en estas páginas una declaración firmada por la prensa de Valparaíso dirigida a la prensa de Santiago, donde se leía:
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Francisco Machuca, ob. cit., t. III, cap. IX, p. 114. Gonzalo Bulnes, ob. cit., t. II, cap. IX, pp 292-293. «Nuestro corresponsal en prisión», El Mercurio, Valparaíso, 7 de septiembre de 1880. Ibíd.
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Corresponsales en campaña El escandaloso atropello cometido contra el corresponsal del Mercurio estaba sin duda meditado de antemano por el señor Baquedano; así se comprende por el hecho de haber tenido lugar al día siguiente de la llegada del Copiapó a Arica. Como ustedes comprenderán, el delito del señor Caviedez119 no es otro que haber emitido su opinión con fuerza y verdad respecto de la dirección militar del ejército chileno en la batalla de Tacna. El abuso de fuerza del señor general en jefe significa el más audaz ataque a la libertad de prensa y afecta tanto a los diarios de Valparaíso como a los demás de la república120.
Dos días después, el 9 de septiembre, llegó hasta el general un cable de dicho ministerio, que pedía explicaciones por la detención del periodista de Valparaíso; ante ello, el general en jefe informó: Que supuso que el señor Caviedes venía subrepticiamente en el Copiapó, porque en los trasportes solo viajan las personas que lo hacen por razones y exigencias de los servicios públicos; más todavía; constándole que el finado ministro Sotomayor se negó a permitirle que viajara en los buques que paga el Estado, para sus asuntos particulares. El mismo señor publicó en el diario de que es corresponsal, los partes oficiales de la batalla de Tacna, antes que llegaran a poder del gobierno; y como está prohibido a los jefes entregarlos a la publicidad, supone que se ha hecho reo de sustracción de documentos que es necesario pesquisar y castigar. Y agrega textualmente el señor General: Por ambas razones lo reduje a prisión y lo mandé procesar. El sumario no está terminado aún; y aunque de él resulta que viajaba en los transportes con permiso de V. S., ignoro si será igualmente responsable del segundo de los delitos mencionados. Si del sumario resulta que no es culpable, lo pondré en libertad. En todo caso, no le permitiré el acceso a los campamentos de este ejército, porque reputo su presencia en ellos como perniciosa para la buena disciplina. Un individuo que se ha empeñado en publicaciones llenas de datos falsos, y de apreciaciones apasionadas, en desprestigiar a los jefes principales de este ejército, no puede venir a sembrar con su propaganda gérmenes de discordia. Para adoptar esta medida, he hecho abstracción completa de mi persona, y me he fijado solamente en que el primero y más elemental de mis deberes de General en Jefe, es impedir que se quebrante la unión y la disciplina de las tropas que me están confiadas, y que constituyen la fuerza de la nación121.
Una segunda lectura de la orden de detención y posterior respuesta del general Baquedano al ministerio de Guerra permite deducir, con bastante facilidad, que el verdadero destinatario de las medidas tomadas contra Caviedes era el ministro José Francisco Vergara, quien también era el principal sospechoso de facilitarle los partes oficiales de la batalla de Tacna al corresponsal mercurial. Un efecto que seguramente Baquedano
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Este periodista escribía su apellido Caviedez. «A la prensa de Santiago», El Mercurio, Valparaíso, 8 de septiembre de 1880. Francisco Machuca, ob. cit., t. III, cap. IX, p. 114.
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buscó deliberadamente, aunque posiblemente sin imaginar la tormenta que había provocado su medida en la prensa. En las columnas de esta última, la escalada seguía. El mismo día de la respuesta del general, El Mercurio publicaba una editorial titulada «Un golpe de autoridad a lo Piérola», en alusión al dictador peruano, donde, se refería a Baquedano con expresiones no muy halagadoras, al señalar que «es fama que el general en jefe del ejército es un hombre rudo, sin instrucción de ninguna especie, inclinado como todos los que no conocen más libro que la ordenanza militar ni más práctica en los asuntos de la vida que las costumbres imperiosas del soldado»122. Junto a lo anterior, es también sintomático de la tensión entre civiles y militares, el que deslizara, a propósito de este incidente, la afirmación de que «ahora es cuando se nota y deplora que nuestros generales, salvo dos o tres excepciones, no estén a la altura de su rango»123. Enseguida, esta editorial pasaba a recalcar los derechos de la prensa: Si nuestro corresponsal, cediendo a sus inspiraciones buenas o malas (que para el caso es lo mismo), refirió la batalla de Tacna en términos que no lisonjeaban el amor propio del generalísimo, esto no constituía de ninguna manera ni la sombra de un delito, pues nuestra ley de imprenta autoriza la libertad de palabra escrita sin más trabas que el debido respeto a la sociedad y a las leyes (…) No sabemos hasta qué punto facultan las leyes militares este abuso de autoridad; mas lo que sí sabemos es que la constitución del Estado protege la personalidad del ciudadano, que la ley de imprenta autoriza la independencia de sus opiniones escritas, y que los hábitos de tolerancia arraigados en nuestra sociedad parapetan la libertad individual contra los avances del poder, sean de la categoría que fuese124.
En esta misma edición se daba cuenta de las reacciones de la prensa de Valparaíso y Santiago, donde se iba desde la crítica o condena al hecho (La Patria de Valparaíso, Las Novedades de Santiago), o la cautela (los capitalinos El Independiente, Los Tiempos). Aunque al día siguiente el medio conservador El Independiente, siguiendo su línea poco favorable al enviado mercurial, consideró que Baquedano había actuado sin extralimitarse en sus facultades: ...en la parte del territorio enemigo en que acampa nuestro ejército, no rige otro código político que la ordenanza militar, ni hay otras garantías que las que no muy amplias y eficaces que esa ordenanza acuerda a los que viven en campamento, ya como soldado, ya como curioso125.
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«Un golpe de autoridad a lo Piérola» (editorial), El Mercurio, Valparaíso, 9 de septiembre de 1880. Ibíd. Ibíd. El Independiente, 10 de septiembre de 1880.
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La correspondiente réplica de El Mercurio destacaba que, de ser cierto lo afirmado por El Independiente, los corresponsales habrían quedado reducidos a la condición de simples soldados, o a lo más, de «curiosos impertinentes». Siguiendo con el sarcasmo, advertía lo que ello podía significar para las funciones de la prensa: Si esto se hubiera dicho al principio, a bien seguro que ni nuestro corresponsal ni nadie tal vez se hubiera atrevido a fin a desempeñar su elevada misión teniendo por delante la ordenanza militar; y el caso de someterse a ella obligada por la curiosidad, habrían tenido cuidado de aprender antes las leyes militares126.
La polémica seguía su escalada a ritmo rápido. Al día siguiente de publicado este comentario, el diario de Caviedes publicaba una carta anónima, donde se daban detalles del interrogatorio a que había sido sometido este periodista, durante el sumario que se le había abierto127. La autoría de dicha carta puede ser objeto de especulación (¿acaso el propio sumariado?), al igual que la autenticidad de algunos de sus contenidos, pero lo cierto es que entregaban detalles interesantes y enjundiosos. Ante la acusación de revelar los partes de la batalla de Tacna antes que lo hicieran las propias autoridades, dicha misiva comentaba que tales documentos no hacían sino confirmar lo que había relatado este corresponsal. Además, se afirmaba, el propio Eloy Caviedes había asegurado que un jefe le había facilitado su propio parte, y otros los había obtenido a través de un ayudante. Además, este corresponsal hacía presente que el único responsable de las publicaciones que se realizaban en un diario era el editor del mismo, y que quien tuviese una queja debía hacerla ante un jurado del lugar donde se hizo la publicación; es decir, en este caso, Valparaíso. Y al respecto agregaba: Mi carácter de corresponsal no me quita mis derechos de ciudadano porque ante la ley no soy responsable sino ante el jurado de Valparaíso, después que el editor del Mercurio me presente como autor128.
Libertad de prensa versus necesidades de la guerra; supuesta arbitrariedad de una autoridad militar frente a publicaciones de prensa no autorizadas; un procedimiento apegado o no a la normativa legal; críticas al mando militar certeras o no. A mediados de septiembre de 1880 ya se había planteado una controversia que debería considerarse emblemática del rol del periodismo durante un conflicto bélico, pero que ha sido relegada al 126 127
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Información de crónica, El Mercurio, 11 de septiembre de 1880. «Nuestro corresponsal sumariado», información de crónica, El Mercurio, 12 de septiembre de 1880. Ibíd.
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olvido, al menos en parte, por el ulterior desarrollo de los acontecimientos de la guerra propiamente dichos. Entre tanto, con la Expedición Lynch al norte del Perú en pleno curso, y ante la necesidad de cubrirla, El Mercurio debió enviar a otro corresponsal en reemplazo de Caviedes. Por fin, a mediados de octubre fue liberado, según anunciaba su diario: «Nuestro corresponsal en campaña había sido puesto en libertad; pero como en Chile se hacen casi siempre las cosas a medias, se le había prohibido residir en los campamentos, sin que supiese nuestro corresponsal qué se entiende por campamento y cuáles son sus límites»129. Finalmente, el 13 de noviembre el mismo Mercurio informaba, por boca del reemplazante de Caviedes, que este había vuelto a ocupar su puesto, incorporándose a la Expedición Lynch: «Nos felicitamos de tenerlo entre nosotros, como debe felicitarse la prensa del país y la historia»130. Pero ello no significó que terminaran los incidentes en esta suerte de guerrilla entre el mando militar y la prensa. El mismo día 13 de noviembre, que se publicaba la información arriba mencionada en Valparaíso, y en vísperas de iniciarse la expedición a Lima, el general Baquedano hace de aplicación general la medida que se había tomado en particular contra el corresponsal de El Mercurio: Considerando: que se quebranta y relaja todo buen servicio militar con la presencia en el ejército de individuos extraños a él, decreto: Prohíbese absolutamente a todo individuo que no pertenezca a alguno de los servicios del ejército asociarse a las expediciones de este o de cualquiera de sus divisiones. Será castigado con toda severidad el infractor de esta disposición131.
Con ello pretendía cortar de raíz el problema de los «cucalones», pero ello no impidió que los enviados de los medios de prensa cubriesen amplia y profusamente la campaña de noviembre de 1880 a enero de 1881, que culminó con la entrada de las tropas chilenas a Lima. Más aún, en una suerte de contragolpe en la sorda pugna entre el estamento militar y el civil, ahora el propio Baquedano fue interrogado por el ministro de Guerra interino, Manuel García de la Huerta, sobre una serie de puntos que incluían cómo había obtenido la prensa los pormenores de la expedición Lynch; cómo los mismos diarios habían obtenido las informaciones de la Conferencia de Arica y cómo habían podido publicar los diarios de Santiago y Valparaíso la noticia de la ocupación de la provincia de Pisco, ya iniciada la expedición hacia Lima. Lo anterior, aunque, según expresa el historiador Francisco Machuca: «Bien sabía el gobierno que el general no tenía arte ni parte en los asuntos consultados; que el señor Vergara 129 130 131
Información de crónica, El Mercurio, 18 de octubre de 1880. «La expedición Lynch», El Mercurio, 13 de noviembre de 1880. Citado en Gonzalo Bulnes, ob. cit., t. II, cap. X, p. 303.
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«Efectos de la vanidad», caricatura publicada por el periódico satírico El Padre Cobos el 27 de junio de 1882. El general Baquedano y el ex ministro de Guerra aparecen haciéndose recriminaciones mutuas, incluyendo las correspondencias de El Mercurio, atribuidas a la influencia de Vergara, que Baquedano saca de una maleta.
daba al señor Caviedes los documentos publicados por El Mercurio, que los corresponsales iban a bordo con pasaporte fiscal, contra las expresas disposiciones del Cuartel General. Pero el gobierno quería descartarse las censuras del Congreso y del país, por las indiscreciones de los diarios»132. De esta manera, siguiendo a este autor, se había encontrado el mecanismo para burlar la estricta prohibición del general Baquedano, previa a la campaña decisiva. Aún después de concluida victoriosamente esta última, la tensión entre militares y «cucalones» siguió; ya se hizo referencia a la entrada adelantada de un grupo de políticos y corresponsales a Lima y la seguidilla de polémicos brindis que siguió. Pero el contencioso alcanzó su punto máximo tras la publicación de la Memoria del Ministerio de Guerra correspondiente a 1881, y así, en la réplica elaborada por Máximo R. Lira representando las posturas del general Baquedano133 y en la contrarréplica favorable al exministro José Francisco Vergara, publicada originalmente en el diario La Patria134, se seguía recordando el «affaire Caviedes». 132 133
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Francisco Machuca, ob. cit., t. III, cap. XX, p. 232. Máximo R. Lira, Para la historia. Observaciones a la Memoria del ex ministro de la Guerra Don José Francisco Vergara escritas por encargo i publicadas con autorización del general Don Manuel Baquedano, Santiago, Imprenta de El Independiente, 1882, 144 p. Hombres y cosas durante la guerra. Serie de artículos editoriales de La Patria escritos con motivo de la publicación de la Memoria de Guerra de 1881, Valparaíso, Imprenta de La Patria, 1882, 207 p.
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Con los antecedentes disponibles es difícil saber el grado preciso de confianza que había entre el ministro Vergara y los enviados de prensa, o el grado de influencia que aquel ejercía en lo que escribían estos. Independiente de lo que se le atribuya, es significativo constatar que dicho político no tenía una opinión favorable de los corresponsales y su credibilidad, de acuerdo a lo que manifestaba en una carta privada a su hijo Salvador, futuro general de la República y en ese momento estudiante en Suiza: El telégrafo llevará a Europa la noticia de nuestros completos triunfos sobre el ejército peruano y la ocupación de Lima y el Callao sin resistencia ninguna. También habrán llegado antes que recibas esta carta, los diarios con las noticias y descripciones del conjunto de las batallas y de sus episodios cuya mayor parte son forjados por la charlatanería o por la credulidad pueril de los corresponsales. No te dejes impresionar por esas relaciones y ten como cosa cierta únicamente lo que esta conste en tres o cuatro documentos oficiales, porque no basta el testimonio de uno ni de dos actores, pues todos mienten135.
Si nos atenemos a las afirmaciones de uno de los biógrafos del corresponsal mercurial, la respuesta a la pregunta de si las muchas críticas de que fue objeto eran justas o no, debiera ser francamente negativa. Y reafirma: «La mayor parte de las censuras de que ha sido objeto, han sido inspiradas por la odiosidad de partido»136. Ello sería coherente, por ejemplo, a propósito de su visión de la batalla de Tacna, con la pugna entre militares y civiles o «cucalones»; y además, con el hecho que, al publicar dicha correspondencia, sus mayores críticos vinieron de la prensa conservadora.
Legado y rescate Teóricamente, podría pensarse que los relatos de los corresponsales en campaña durante la Guerra del Pacífico debieron haber pasado de generación en generación como testimonios de primer orden. Sin embargo, el fenómeno fue el contrario, ya que la regla general es que estos escritos, al igual que los nombres de sus autores, se fueron desvaneciendo, sirviendo su trabajo más bien como una de las materias primas con las que trabajaron los historiadores de épocas posteriores. Más aún, no es osado decir que casi todos estos corresponsales fueron conocidos solo por la generación de sus contemporáneos, y a medida que ellos fueron desapareciendo, en torno a los primeros años del siglo XX, su recuerdo también se fue perdiendo. 135
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Carta de José Francisco Vergara a Salvador Vergara, Lima, 1 de febrero de 1881, Fondo José Francisco Vergara, Archivo Histórico Patrimonial de Viña del Mar. Pedro Pablo Figueroa, Galería de escritores chilenos, p. 185.
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La norma fue que este material que había quedado disperso en los diarios, no fuese reunido y vuelto a publicar en forma de libros. Caso aparte es el de la vasta recopilación de partes, editoriales, documentos, crónicas, etc., que realizó Pascual Ahumada entre 1884 y 1891137, referencia obligada para todo estudioso del ’79». No obstante ello, algunas de las cartas de los corresponsales en campaña sobre un determinado hecho de armas aparecen entremezcladas de modo farragoso, y en otras muchas ocasiones Ahumada no publicó correspondencias completas, sino extractos. Todo ello, sin olvidar que, siguiendo la norma inglesa imperante, tales crónicas no aparecían firmadas, elemento adicional que contribuye al olvido de los periodistas chilenos de este género138. Además, de la selección que realizó Ahumada puede deducirse la intención de dejar fuera algunas correspondencias que en su momento fueron polémicas, como por ejemplo, las del enviado de El Mercurio, Eloy Caviedes, sobre el desembarco en Pisagua, la batalla de Tacna, la Expedición Lynch al norte del Perú y otros aspectos de la campaña. Asimismo, y seguramente por razones de espacio, en la recopilación de Ahumada se privilegian los escritos de corresponsales de Santiago y Valparaíso, en desmedro de otros artículos o cartas similares publicados en periódicos de provincia, que no carecen de interés. Por lo tanto, la Guerra del Pacífico de Pascual Ahumada puede considerarse una referencia solo parcial en materia de periodismo bélico en campaña. Trascendiendo las columnas de la prensa cotidiana y los años de la guerra, y hecha ya la excepción de dicho autor, el legado de los corresponsales en campaña perduró muy escasamente. Pasada ya la contienda, y ya en calidad de «antiguo corresponsal» de El Mercurio en el Ejército y Armada, Eloy T. Caviedes publicó una suerte de obra retrospectiva en 1888, con motivo de la sepultura definitiva de los restos del comandante Prat, el teniente Serrano y el sargento Aldea en el monumento cripta a los héroes navales de Valparaíso. Su relato «El combate de Iquique», aparecido en dicho diario por entregas, es la obra más extensa y completa sobre este episodio y, pese a que su propósito original fue publicarla en forma de libro, ello nunca se realizó, y cayó en un inexplicable olvido por casi 120 años hasta su edición en este soporte, en 2007139. 137
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Pascual Ahumada Moreno, Guerra del Pacífico (ocho tomos), Imprenta del Progreso, Valparaíso, 1884 (tomo I), Imprenta y Librería Americana de Federico T. Lathrop, Valparaíso, 1885-90 (tomos II a VII), Imprenta de la Librería del Mercurio de Recaredo S. Tornero, Valparaíso, 1891 (tomo VIII). Para un listado completo de los reportes enviados por corresponsales que aparecen en la obra de Ahumada Moreno, ver Anexo II del presente libro. Eloy T. Caviedez (edición, introducción y notas de Piero Castagneto), El combate de Iquique, Viña del Mar, Ediciones Altazor, 2007.
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Piero Castagneto Portadas de dos de las ediciones del popular libro Bajo la tienda», la primera ilustrada por Pedro Subercaseaux. El libro La expedición a Lima, que rescata los reportes de Daniel Riquelme al diario El Heraldo, es uno de los pocos casos de rescate de la obra de un corresponsal chileno del ’79.
En el ámbito de las provincias, cabe destacar el caso de un esforzado compilador que, además, había sido excombatiente y excorresponsal: Francisco Figueroa Brito. Era un joven oficial que formó filas en el batallón cívico movilizado «Quillota», que expedicionó a la Campaña de Lima, durante la cual envió algunas correspondencias al periódico El Correo de la ciudad de este nombre. Años después de la contienda, emprendió el esfuerzo de reunir todo cuanto se hubiera escrito sobre su unidad y la participación que le cupo en el conflicto y, tras diversas dificultades –incluyendo la Guerra Civil de 1891– pudo por fin, en 1894, publicar tal compilación en forma de libro. En él se reproduce una muy variada documentación, incluyendo cartas del frente, no solo del propio autor y compilador, sino de otros corresponsales, tanto para El Correo de Quillota como para otros medios de prensa140. Hubo una sola gran excepción al olvido generalizado que sufrieron los corresponsales durante el siglo XX: Daniel Riquelme. Y ello no exactamente por las epístolas que había enviado a Santiago en su calidad de enviado de El Heraldo, sino gracias a los originalmente llamados «Chascarrillos militares», publicados con posterioridad en medios de prensa, donde recogía diversas anécdotas y vivencias de la campaña. Estos y otros relatos fueron recogidos en el libro Bajo la tienda (1890) que gozó gran bastante popularidad y fue reeditada (aunque no siempre de forma completa) hasta bien entrado el siglo pasado. El caso de Daniel Riquelme también es excepcional dentro del panorama de los corresponsales, en el sentido de haber sido su obra como 140
Francisco Figueroa B., Organización y campaña a Lima del Batallón Movilizado Quillota, Santiago, Imprenta de «El Correo», 1894.
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tal objeto de rescate en época posterior. Ello se debió al autor Raúl Silva Castro, quien publicó el conjunto de sus crónicas enviadas a El Heraldo desde el teatro de operaciones, entre fines de 1880 y principios de 1881141. Bastante después, en 2004, la obra del sacerdote y capellán Ruperto Marchant Pereira, en su faceta de corresponsal para el diario El Estandarte Católico, fue objeto de una compilación y edición: son las llamadas «Cartas de un recluta», donde escribía bajo seudónimo142. Otro corresponsal especialmente prolífico, Eduardo Hempel, de El Ferrocarril, ha caído en un olvido análogo, hasta una reciente recopilación de su cobertura de las batallas de Chorrillos y Miraflores, publicada en 2010143. En un sentido más genérico, recientemente se ha revalorizado el rol de estos enviados de prensa, independiente de las aristas controvertidas ya expuestas, en su rol de puente entre los acontecimientos bélicos y la ciudadanía que los seguía con preocupación, informando no solo de los hechos de armas, «sino también de situaciones y problemáticas propias de la campaña»144. Por lo tanto, puede apreciarse una tendencia, en aumento aunque todavía lenta e insuficiente, de rescatar el legado de los periodistas en campaña del conflicto del salitre.
Conclusiones Al sobrevenir la Guerra del Pacífico, el estado de la prensa chilena era un reflejo lejano de lo que sucedía en Europa y Estados Unidos, donde se vivía un momento de auge del periodismo escrito, favorecido por las crecientes libertades políticas y adelantos tecnológicos. Una de sus expresiones fueron los corresponsales o enviados para cubrir sucesos a latitudes lejanas, especialmente conflictos bélicos, a lo que el diarismo chileno del ’79 no estuvo ajeno. La prensa nacional se movilizó en paralelo a la movilización militar, y también se hizo presente en los teatros de la guerra, desde donde sus corresponsales enviaban telegramas con las primeras informaciones de los acontecimientos bélicos, y luego, largas y detalladas crónicas. 141
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Daniel Riquelme (prólogo de Raúl Silva Castro), La expedición a Lima, Santiago, Editorial del Pacífico, 1967. Paz Larraín Mira y Joaquín Matte Varas (compiladores), Testimonios de un capellán castrense en la Guerra del Pacífico: Ruperto Marchant Pereira, Santiago, Centro de Estudios Bicentenario, 2004. Walter Douglas Dollenz (investigación y transcripción), Chorrillos y Miraflores, batallas del Ejército de Chile, Santiago, RIL Editores, 2010. Mauricio Rubilar Luengo, ob. cit., p. 48.
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La controversia no estuvo ajena al ejercicio del periodismo durante esta conflagración. Primero, por la imprudencia al informar de hechos como movimientos de buques y tropas, datos que podrían ser útiles al enemigo, como en efecto sucedió en más de una oportunidad; los intentos gubernamentales por restringir el flujo de información fueron vanos. En segundo término, algunos corresponsales fueron cuestionados por sus juicios críticos hacia la conducción del conflicto o respecto de determinados jefes en particular. La cierta torpeza con que reaccionaron algunos de estos, así como la ineficacia en la regulación de la labor de la prensa, hablan de la falta de experiencia de una sociedad que no estaba preparada para una guerra moderna ni para sus fenómenos colaterales. Al respecto, el caso más representativo y que más revuelo causó, fue la relación de la batalla de Tacna, obra del enviado de El Mercurio, Eloy Caviedes, caso que hoy se perfila como un ejemplo modélico para el estudio del contencioso entre prensa y mandos militares en un conflicto bélico. Además, este y otros incidentes surgieron con el telón de fondo de la pugna entre los estamentos uniformado y civil o «cucalón» que se dio en el bando chileno, durante esta guerra. Terminada esta, la abundante producción de los corresponsales chilenos en campaña cayó al olvido y, al cabo de más de 130 años, solo ha sido parcialmente rescatada o reeditada. La recuperación de este legado, a la que espera contribuir la presente obra, permite apreciar relatos y voces sobre el ’79» como si fuesen nuevos, y con la frescura e inmediatez de la noticia vibrante que viene del norte sobre el más reciente hecho de armas.
Los corresponsales principales, bosquejos biográficos145 Eloy Temístocles Caviedes (1849-1902) Nació en Rancagua y, después del traslado de su familia a Valparaíso, comenzó a trabajar, aún siendo adolescente, como empleado de la imprenta del diario El Mercurio de esa ciudad, en 1864. Sus dotes con la pluma las reveló en una novela, ¡Viva San Juan! (1878) que ganó un concurso organizado por la universidad, aunque permaneció inédita. Sin embargo, se haría realmente conocido como escritor con el estallido de la Guerra del Pacífico, al comienzo de la cual el citado periódico 145
Salvo que se indique expresamente, el grueso de la información de este apartado está extraído de las siguientes obras: Pedro Pablo Figueroa, Diccionario biográfico de Chile; Virgilio Figueroa, Diccionario histórico biográfico y bibliográfico de Chile y Raúl Silva Castro, Prensa y periodismo en Chile (1812-1956).
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porteño lo acreditó como corresponsal en campaña en el Ejército y Armada, siendo el único de sus colegas que se desempeñó de forma constante, cubriendo las operaciones tanto terrestres como navales. Por sus reportes se convirtió en el periodista más polémico, al entrar en conflicto con el almirante Williams primero y con el general Baquedano después, como se relata con mucho más detalle en otros apartados de la presente obra. Pero además, fue el corresponsal más prolífico, caracterizado por un estilo vehemente, pero con posturas bien argumentadas y con abundancia de detalles. Y pese a su dimensión polémica, no cabe duda que su intención era de un patriotismo genuino, y además, la importancia de su obra era insoslayable. Así lo señala un juicio de uno de sus contemporáneos, Pedro Pablo Figueroa: Sus correspondencias de las campañas marítimas y terrestres, de los combates navales y las batallas campales, son verdaderas historias de la guerra. No podrá hacerse en el futuro la liquidación completa de los sucesos de ese período de nuestra historia, sin consultar esas producciones146.
El mismo Figueroa había hecho una exhortación –infructuosa– a El Mercurio para que publicara dichas correspondencia en forma de libro147. Poco después de la contienda, Caviedes realizó un extenso relato de un viaje al archipiélago de Juan Fernández (1883). Y con ocasión de la inhumación de los restos del comandante Prat en su sepultura definitiva en el Monumento a la Marina de Valparaíso (1888), publicó, siempre en El Mercurio, su relación del Combate Naval de Iquique, que sigue siendo la más extensa y completa de este episodio. Con ocasión de la Guerra Civil de 1891 y tras el triunfo del bando congresista, del que era ferviente partidario, relató la campaña final en la obra Las últimas operaciones del Ejército Constitucional, publicada tanto en su diario como en forma de libro, en 1892. Posteriormente, narró su versión de los orígenes y primeras operaciones de este conflicto en las columnas de su diario. Al establecerse el diario El Mercurio de Santiago (1900) su propietario, Agustín Edwards Mc Clure, lo convocó para hacerse cargo de la selección de personal y luego de la jefatura de crónica. Jubiló poco después y falleció en su casa de la capitalina comuna de Providencia, el 26 de diciembre de 1902. Una calle del cerro Barón de Valparaíso lleva su nombre. En 2007 se rescató y editó en forma de libro, su obra sobre la jornada del 21 de mayo de 1879148. 146 147 148
Pedro Pablo Figueroa, ob. cit., t. I, p. 319. Pedro Pablo Figueroa, Galería de escritores chilenos, ob. cit., p. 187. Eloy T. Caviedez (edición, introducción y notas de Piero Castagneto), El combate de Iquique, Viña del Mar, Ediciones Altazor, 2007. Para más detalles sobre este periodista, véase en esta obra el apartado «Eloy T. Caviedes, bosquejo biográfico», pp. 17-28.
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Julio Chaigneau Salas (1848-1925) Nació en Valparaíso, se educó en los Sagrados Corazones (Padres Franceses) de esta ciudad y se dedicó al comercio, a la vez que incursionaba en las letras. Escribió con éxito obras de teatro, creó pequeños periódicos y colaboró en otros, destacando el diario La Patria, de dicha ciudad puerto. Al sobrevenir la contienda contra el Perú y Bolivia en 1879, fue corresponsal en campaña de este medio, cubriendo fundamentalmente la Campaña Naval. Según el autor Pedro Figueroa, a él se le deben sus «Cartas del mar», que incluyen relatos del bloqueo de Iquique y de la conducción de las operaciones con una mirada crítica. Siguiendo al mismo Figueroa, volvió del norte «desengañado y apesarado»149. Para la Campaña de Lima, su relevo fue tomado por el periodista Ricardo González y González. Tras la guerra, Chaigneau siguió con su activa carrera periodística. En 1888 encabezó una campaña para adquirir la casa quinta en Quilpué donde había fallecido el contraalmirante Carlos Condell, el año anterior, para obsequiárselas a los hijos de este. También fue un destacado comerciante y ciudadano de Viña del Mar, donde integró el Municipio y propuso diversos proyectos de mejoramiento urbano, al tiempo que tuvo una larga hoja de servicios en el Cuerpo de Bomberos local. Falleció en esta ciudad, y una corta calle del barrio de Recreo lleva su nombre.
Eduardo Hempel (1854-1904) Nació en Santiago, se educó en el Instituto Nacional y comenzó a escribir en la prensa a partir de 1869, lo que combinaba con su servicio en el Cuerpo de Bomberos capitalino. Formó parte de la redacción de La Libertad, y a partir de 1872 se unió a El Ferrocarril. Para la Guerra del Pacífico sirvió como corresponsal en campaña de este diario capitalino, agregado al regimiento «Esmeralda», cubriendo desde la campaña de Tarapacá hasta la de Lima. Era uno de los enviados al frente que se caracterizaba por sus reportes extensos y detallados, y de seguir al autor Francisco Machuca, fue prácticamente el único que escapó a la controversia que rodeó a los corresponsales en campaña en este conflicto: «El corresponsal de El Ferrocarril fue una ejemplar excepción, como honrado y como discreto»150.
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Pedro Pablo Figueroa, Galería..., ob. cit., p. 103. Francisco Machuca, ob. cit., t. I, cap. XVIII, p. 216.
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En los años de posguerra fue redactor de sesiones del Senado, y en 1888 formó parte de la comisión encargada de trasladar de Iquique a Valparaíso los restos de Prat, Serrano y Aldea. Cuando sobrevino la Guerra Civil de 1891 se enroló en las filas del ejército congresista como oficial, y además, retomó su oficio de corresponsal en campaña, siempre de El Ferrocarril. Finalizado este conflicto, retomó sus labores periodísticas y falleció en Santiago. Su obra como periodista del ’79 fue recuperada, en lo relativo a la Campaña de Lima, en un libro editado en 2010151.
Eusebio Lillo (1826-1910) Para cualquier escolar chileno es un nombre ineludible, como autor de la nueva letra de la Canción Nacional (1847); para sus contemporáneos, fue además un conocido periodista y poeta, y además, corresponsal de guerra por un breve lapso. Nació en Santiago, se educó en el Instituto Nacional y desde joven se dio a conocer como poeta, colaborando en diversos periódicos y revistas literarias. También fue funcionario del ministerio de Relaciones Exteriores y de la Oficina de Estadísticas; en 1851 se involucró en el movimiento revolucionario liberal, fue encarcelado y luego partió a un corto exilio. Su labor periodística y literaria la alternó con una estancia en Bolivia, en negocios mineros, seguida del ejercicio de cargos públicos: alcalde de Santiago e intendente de Curicó. Durante la Guerra de 1879 fue secretario de la Escuadra y llevó un diario de campaña, además de colaborar, brevemente, con el diario El Ferrocarril como corresponsal en el teatro de operaciones; al poco tiempo tomaría su relevo el periodista Eduardo Hempel. En 1880 fue nombrado plenipotenciario para buscar una paz por separado con Bolivia y se le ofreció el ministerio de Guerra, cargo que declinó. Representó a Chile en las Conferencias de Arica, y tras estas siguió encabezando la llamada «política boliviana». En los años posteriores al conflicto siguió ocupando cargos públicos, incluyendo una senaturía por Talca (1882) y ministro de Balmaceda (1886), quien le confió su Testamento Político, poco antes de quitarse la vida. Después de la Guerra Civil de 1891 llevó una vida retirada, y falleció a los 84 años.
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Walter Douglas Dollenz (investigación y transcripción), Chorrillos y Miraflores, batallas del Ejército de Chile.
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Francisco Machuca (1853-1942) Es el caso más representativo de los corresponsales que formaban en las filas, es decir, de los militares que enviaban colaboraciones a los medios de prensa sin firmar con su verdadero nombre, como fue su caso. Sin embargo, para el conocedor de la Guerra del Pacífico es ante todo uno de los autores clásicos que escribieron sobre este conflicto, muchos años después de concluido el mismo. Nació en Ovalle, fue periodista en periódicos de La Serena y fue profesor e inspector de la Escuela Nocturna de esta ciudad y fue un activo socio y bibliotecario de la Sociedad de Artesanos de la misma. También cultivó la poesía. Al sobrevenir el conflicto de 1879 se enroló como subteniente en el Batallón «Coquimbo» Nº 1 (después regimiento), dándose tiempo para ser corresponsal de los periódicos El Coquimbo de La Serena y El Nuevo Ferrocarril de Santiago. Cosa paradojal puesto que, como manifestó en su obra posterior sobre el conflicto, detestaba a los corresponsales y fue su principal crítico, considerándolos una de las máximas expresiones del fenómeno de los «cucalones» o civiles entrometidos en cosas de militares. Y señala sobre sí mismo y su condición de periodista en campaña, no sin un dejo de humor que si este «pecado mortal» le cerraba las puertas del cielo, bien merecido lo tenía152. Tras haber hecho la campaña hasta la toma de Lima y haber perdido un hermano, Machuca regresó a La Serena en 1881, siendo objeto de diversos reconocimientos. Al año siguiente volvió al servicio, tomando parte en diversas operaciones militares en el norte e interior del Perú. Para la Guerra Civil de 1891 era teniente coronel de Guardias Cívicas y formó filas en el bando gubernamental, tomando parte en diversas acciones menores en la región de Coquimbo. En mayo de ese año emigró a Argentina y retornó en 1894, tras lo cual ocupó diversos cargos públicos y diplomáticos. También escribió sobre conflictos bélicos como la Guerra Anglo-Boer de 1899-1902, y la Gran Guerra de 1914-1918. Entre 1925 y 1930 publicó en Valparaíso su obra fundamental, Las cuatro campañas de la Guerra del Pacífico, caracterizada por su detallismo y por su crítica a la injerencia de los civiles o «cucalones» en el conflicto, a la vez que defendía la actuación de los militares. Falleció en Iquique, poco después de recibir un homenaje en su condición de veterano del ’79153.
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Francisco Machuca, ob. cit., t. I, cap. XVIII, p. 217. Para mayores antecedentes sobre este autor, véase
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Corresponsales en campaña
Ruperto Marchant Pereira (1845-1934) Dentro de la variada gama de corresponsales de guerra chilenos en el conflicto contra el Perú y Bolivia incluso figura este, el caso de un sacerdote literato cuya participación en el mismo fue multidimensional. Nació en Santiago, se educó en los Sagrados Corazones (Padres Franceses) de esta ciudad y de Valparaíso, y cursó estudios de derecho en la Universidad. Fue uno de los fundadores del periódico La Estrella de Chile y escribió obras de teatro, novelas y otros trabajos, sobre todo de temática religiosa. Por lo tanto, ya tenía una carrera literaria antes de ser ordenado sacerdote, en 1877. Al estallar el conflicto bélico dos años más tarde, se ofreció voluntariamente para marchar al frente como capellán castrense, sin goce de sueldo, convirtiéndose en una figura muy conocida y popular, no solo por brindar asistencia espiritual a los combatientes, sino también por verse involucrado en episodios como el hallazgo del estandarte del regimiento 2.º de Línea, capturado en Tarapacá y recuperado en Tacna, después de la batalla librada en el alto de esta ciudad. Estando en el teatro de operaciones tampoco abandonó la pluma, y colaboró con el diario confesional El Estandarte Católico con correspondencias que firmaba bajo los seudónimos de Juan Catalán o Recluta Nº 5, escritas entre marzo de 1879 y julio de 1880. En total son 41 cartas de las que se conocen 39, donde se advierte su dominio de la escritura al hacerse pasar por un soldado, recurso que le sirve para describir no solo las batallas, sino también aspectos de la vida cotidiana, instrucción y fatigas de los integrantes del Ejército. El anonimato le permitía la franqueza: «Ruperto Marchant emite juicios muy agudos sobre el manejo de las campañas y otros peyorativos hacia los protagonistas del proceso que vivió»154. De su experiencia en este conflicto bélico también sobrevive un epistolario y otros testimonios suyos155. Tras su retorno del teatro de operaciones del norte continuó ocupando cargos eclesiásticos, incluyendo del rectorado del Seminario San Rafael de Valparaíso y la titularidad de la Parroquia de Santa Filomena, en Santiago, entre 1891 y su muerte; paralelamente, seguía escribiendo sobre temas religiosos. Cuando falleció, se le rindieron honores propios de un veterano del ’79.
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Paz Larraín Mira y Joaquín Matte Varas (compiladores), ob. cit., p. 18. Para mayores datos biográficos de este capellán-corresponsal, véanse pp. 15-21 de esta obra. Ruperto Marchant Pereira, Crónica de un capellán en la Guerra del Pacífico. Apuntes del capellán de la Primera División don Ruperto Marchant Pereira (1879-1881).
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Augusto Orrego Cortés (1850-1913) Nació en Copiapó y se tituló de ingeniero en minas en Santiago, en 1871. De forma paralela a su profesión, que le hizo viajar al Perú, desarrolló su veta periodística, que empezó en El Copiapino de su ciudad natal. Al estallar la Guerra del Pacífico se enroló en el Cuerpo de Pontoneros, haciendo todas las campañas, hasta la Sierra. En 1879 publicó varias interesantes correspondencias con su firma, en el Augusto Orrego Cortés, diario El Pueblo Chileno de Antofagasta, oficial de ingenieros y corresponsal del diario El Pueblo Chileno, sobre todo relativas a la campaña de de Antofagasta Tarapacá. (cortesía de Mauricio Pelayo). En 1883 fue nombrado cónsul general de Chile en Buenos Aires y posteriormente se estableció en Iquique. Fue autor de numerosos trabajos de su profesión, al tiempo que colaboraba con los diarios El Ferrocarril y La Libertad Electoral y emprendía negocios, sin éxito. Para el conflicto civil de 1891 se unió a las filas opositoras en calidad de oficial de ingenieros, tal como en el ’79. Terminada la contienda fue nombrado director de la Escuela de Minería de Santiago, y siguió publicando estudios de esta especialidad, como la Geografía descriptiva de Chile, en 1903.
Daniel Riquelme Venegas (1857-1912) Nació en Santiago, cursó estudios en el Instituto Nacional y de derecho, inconclusos, en la universidad. Comenzó su carrera en las letras muy joven, en los periódicos literarios El Alba y El Sudamérica, publicando también artículos en los diarios El Deber de Valparaíso, La Reforma de La Serena, El Correo de Quillota y El Heraldo, de Santiago. En las columnas de este último se haría conocido como corresponsal en campaña. La Guerra del Pacífico lo tocó de cerca, puesto que su hermano Ernesto, guardiamarina de la corbeta Esmeralda, murió en el combate naval de Iquique. Daniel, que era funcionario del ministerio de Hacienda, se enroló como auxiliar del Servicio Sanitario, tocándole estar presente en la expedición y campaña a Lima, la que cubrió en una serie de reportes para El 74
Corresponsales en campaña
Heraldo, entre diciembre de 1880 y febrero de 1881. De estas correspondencias escribe Raúl Silva Castro: «En ellas vemos las inclinaciones nativas del escritor patentizadas nuevamente y con vigor singular: estilo suelto, desembarazado, ligeramente melancólico, pupila avezada a los contrastes, admiración por el desparpajo del pueblo y notoria inclinación al chascarro y a la mofa liviana»156. En otras palabras, ya se vislumbraba el germen de los artículos costumbristas que afianzarían la fama de este escritor en los años posteriores. Entre ellos se encontraban los diversos relatos y anécdotas de la campaña al Perú, publicados fundamentalmente en el diario La Libertad Electoral, bajo el seudónimo de Inocencio Conchalí, que luego integraCaricatura de Daniel Riquelme rían el libro Bajo la tienda, publicada en revista Zig-Zag, Santiago, 1909. publicado por primera vez en 1890 y que alcanzaría gran popularidad; de hecho, ha sido reeditado varias veces hasta los años setenta del siglo XX. Por lo tanto, si bien estuvo un período breve en el frente y no fue el corresponsal en campaña más prolífico, sí fue el más conocido y cuyo nombre ha perdurado más para la posteridad. Entre sus otros libros cabe mencionar El 20 de abril de 1851 y El incendio de la Compañía, ambos de 1893. A partir de 1899 y hasta sus últimos años, sería El Mercurio la tribuna donde seguiría publicando sus cuadros de costumbres y tradiciones.
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Daniel Riquelme, La expedición a Lima, ob. cit., Prólogo, p. 7.
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Falleció en Suiza, donde había viajado en busca de cura para su debilitada salud. Sus restos fueron a dar a una fosa común y se ignora su paradero157.
Antonio Urízar Garfias (1835-1883). Estudió en el Instituto Nacional e interrumpió sus estudios para dedicarse al periodismo, colaborando en varias revistas. En 1870 fue secretario de la legación chilena en Lima, desde donde escribió correspondencias y reunió materiales para escribir una historia del Perú, que dejó inconclusa. Poco después se estableció en el Cusco, donde fundó y dirigió un diario. Volvió a Chile al estallar la Guerra de 1879 y llegó a Antofagasta, ciudad recién ocupada por las armas nacionales, donde estableció, junto al periodista atacameño Juan Nicolás Mujica, el diario El Pueblo Chileno. Quisimos incluirlo en esta nómina como corresponsal probable, dados sus antecedentes y el hecho que también se unió a las filas en el regimiento «Chacabuco», participando en la Campaña del Lima. Es posible que algunas de las correspondencias para su diario firmadas con seudónimo sean de su autoría.Tras la ocupación de la capital peruana volvió a volcarse plenamente al periodismo, al fundar el diario El Día. Falleció prematuramente.
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Para una semblanza literaria de este autor, véase el estudio de Mariano Latorre «La chilenidad de Daniel Riquelme» en Daniel Riquelme (compilación de Mariano Latorre y Miguel Varas Velásquez), Cuentos de la guerra y otras páginas, pp. V-XXXIII.
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Capítulo I
Hacia la guerra
Se inicia esta antología con seis correspondencias representativas de los primeros momentos del conflicto de 1879, comprendidos entre la ocupación de Antofagasta, el 14 de febrero, y la declaración de guerra de Chile al Perú, el 5 de abril. Todas ellas fueron publicadas en la prensa de Valparaíso, en El Mercurio y, especialmente, en La Patria, reflejando fielmente el hecho natural, dadas las comunicaciones de la época, en que este puerto era el punto donde se recibía la información proveniente de los escenarios del drama que se desencadenaba. En esta muestra aparecen las primeras impresiones de Antofagasta tras la llegada de las tropas chilenas, así como ligeras descripciones de esta ciudad y zonas aledañas, acompañadas de algunas reflexiones sobre su porvenir. En seguida, un relato de la expedición y toma de Calama, el 23 de marzo, donde se derramó la primera sangre del drama del Pacífico; de autoría de un oficial improvisado, es más un conjunto de impresiones que una narración militarmente sistemática. Aunque explicable por tratarse de una fuente de origen chileno, desde la perspectiva de nuestros días llama la atención la omisión del episodio en que murió Eduardo Abaroa, que pasó a ser el máximo héroe boliviano de esta guerra. Paralelamente a estos acontecimientos, Chile y Perú se precipitaban al abismo bélico, al agotarse las vías diplomáticas y acentuarse el ambiente de hostilidad mutua, aspectos que recogen las dos cartas de Lima. La opinión de la prensa del Rímac se entrega junto con impresiones callejeras y versiones de los últimos intentos de arreglo previos a la ruptura de hostilidades. Se trata de plumas de origen claramente chileno, y lo que cuentan tiene aún más valor por cuanto sus autores, cuyos nombres permanecieron anónimos por lógicas razones de prudencia, seguramente estaban a punto de abandonar el Perú, y lo que escribieron se contó quizá entre lo último que hicieron antes de tomar un vapor que los condujese a un lugar seguro. 77
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Denominador común a estos testimonios de variada pluma, es el venir principalmente de los corresponsales que hemos denominado espontáneos o improvisados, quienes están en situación de testigos y en disposición de dar a conocer lo que han visto. Aún no entran en escena los enviados especiales de la prensa chilena, pero su hora ya ha llegado.
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Antofagasta (Correspondencia de LA PATRIA)158 Febrero 25. Señor Editor: Después de los primeros momentos de entusiasmo y frenesí todo ha vuelto a su estado normal. Y ello era natural. Todos por acá tienen que trabajar y no era posible continuar divirtiéndose más del tiempo que prudentemente les permitían sus ocupaciones. Es admirable el orden y la tranquilidad que reina en la población. El comercio, que ni el día de la ocupación cerró sus puertas, ha seguido inalterable consagrándose a sus tareas. Esto mismo pasa con todas las industrias aquí establecidas. * El capitán de la 1.ª compañía de bomberos, en representación de la compañía, ha dirigido una nota al jefe de las fuerzas, coronel Sotomayor159, felicitándolo por el feliz éxito que han obtenido las fuerzas de su mando al tomar posesión del litoral sin necesidad de derramar sangre, y ofreciéndole sus servicios. El señor Sotomayor ha contestado manifestando a los dignos miembros de la primera su gratitud por la exquisita felicitación y dándoles las gracias por la oferta de sus valiosos servicios en honor de la patria. * El 19 muy de mañana llegó el Limarí y en la noche del mismo día el Matías Cousiño. Muchísima gente ocurrió al muelle creyendo que este último vapor fuera el Toltén. * El 21 se celebró un gran meeting, al que concurrió la población entera. 158 159
Publicada en el suplemento al diario La Patria de Valparaíso, 1 de marzo de 1879. Coronel Emilio Sotomayor Baeza. Para las explicaciones sobre nombres propios en esta obra, se han utilizado principalmente el Índice Onomástico del Boletín de la Guerra del Pacífico (reedición de 1979), y los diversos órdenes de batalla incluidos en Francisco Machuca, Las cuatro campañas de la Guerra del Pacífico, ob. cit.
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Piero Castagneto Convocatoria a un «meeting» contra Bolivia, durante las primeras semanas de la guerra. Hoja suelta, colección Biblioteca Nacional.
Usaron de la palabra los señores Matías Rojas D., A. M. Andrade, Antonino Torres, Augusto Villanueva, y los señores Becerra y González. Los discursos estuvieron llenos de patriotismo y fueron frenéticamente aplaudidos. Las conclusiones del meeting, firmadas por un gran número de personas, han sido enviadas a S. E. el señor Pinto, son las siguientes: 1.º Tributar al Gobierno un voto de aplauso y de reconocimiento por la patriótica y justa resolución de declarar rotos los tratados con Bolivia y decretar la ocupación de este territorio, salvando de esta manera la honra nacional. 2.º Pedirle que continúe y lleve a cabo la obra de reparación empezada el 14 de febrero, con toda la energía y actividad necesarias. 3.º Declarar que los habitantes de este territorio están dispuestos a hacer el sacrificio de sus vidas en apoyo del Gobierno para que esta pueda hacer valer los derechos que Chile tenía antes del tratado de 1866. La reunión se disolvió en medio de los gritos de ¡viva Chile! y de promesas de no permitir jamás que el gobierno boliviano vuelva nuevamente a ejercer jurisdicción en este litoral. * El 22 expidió el mayor de la artillería de marina, señor Vidaurre160, una orden para que al día siguiente concurrieran al cuartel de su cuerpo todos los que se hubieran inscrito para el batallón cívico con el objeto de darle la primera lección de la carga del fusil que deben usar. Los asistentes fueron pocos, como que han sido pocos los que han concurrido a enrolarse, pero es muy posible que en pocos días más se llenen completamente las plazas de que deben constar los dos batallones mandados formar por el Supremo Gobierno. 160
Sargento mayor José Ramón Vidaurre.
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Corresponsales en campaña
Si hasta ahora no han ocurrido a enrolarse como debieran es porque por acá desconocen completamente el peligro que los amenaza; pero una vez que se impongan de que los cuicos161 están en camino, la población entera pedirá un lugar en el puesto del deber. Sin embargo, creo, señor Editor, que es tiempo ya de no mirar con indiferencia el porvenir que tenemos en perspectiva. Es preciso que cada cual contribuya a engrosar las filas de los sostenedores de nuestros derechos y que la confianza del deber nos aliente en la segura victoria. * De orden de la Comandancia de las fuerzas se ha mandado organizar dos batallones cívicos. Uno en Carmen Alto y otro en Caracoles. Cada uno constará de quinientas plazas. * El 22 marcharon a Caracoles el teniente coronel don Tomás Walton, nombrado comandante general de armas de este mineral; el sargento mayor don Waldo Díaz, nombrado comandante del mismo lugar, y don Diego A. Argomedo, médico cirujano de ídem. * El domingo 23 llegaron de Valparaíso tres compañías del 2.º de línea, primera fuerza que nos llega de infantería. Describir el entusiasmo que se apoderó de la población al saber que venía fuerza chilena y una banda de música, es completamente inútil; podrá formarse una idea, señor Editor, diciéndole que sin distinción de clase ni edad todo el pueblo en masa asistió a presenciar el desembarque. En una de las primeras lanchas venía la banda de música tocando un precioso paso doble, que al llegar a tierra cambió por nuestra canción nacional. Vimos deslizarse más de una lágrima de rostros completamente quemados por el sol del desierto. Eran de aquellos soldados del progreso material que, fuera de su querido Chile, muchos años hace no escuchaban. ¡Ah! ¡Es preciso estar fuera de su patria para conocer la impresión extraordinaria que la canción nacional ejerce en todo buen ciudadano! Ella nos trae a la imaginación el recuerdo de la madre, de la esposa, de la familia toda. Y entonces a aquel que ausente de los suyos lucha por
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Denominación despectiva que se aplicaba en la época a los bolivianos.
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criarse una fortuna o un hombre se le ve derramar lágrimas que en vano trata de ocultar. * La tropa ha sido alojada en el teatro habiéndole el pueblo ofrecido todo aquello que le fue posible. * Compasión y risa ha causado acá el conocimiento del contenido de una celebérrima hoja suelta publicada por los que fueron autoridades bolivianas en este puerto. Los Zapatas y los Cansemos han vertido en esa hoja toda la hiel que contra Chile encerraban sus pechos. Se hacen ahí cargos que jamás han pasado ni por la imaginación de nuestro pueblo. Se dice que han sido sacrificadas varias personas, bolivianas suponemos, en Carmen Alto, Salar del Carmen y Antequera. Si el hecho es cierto ¿por qué en lugar de ir arrojando baba no hacen cargos concretos? ¡Ah! Muy cándido sería aquel que fuera a dar acceso a infamias de esa clase. * El 23 se proclamó un bando señalando el término de tres días para que tanto los antiguos procuradores como los particulares en cuyo poder existan expedientes o documentos que correspondan a oficinas públicas, los entregasen a algunos de los miembros de la comisión nombrada por decreto de fecha 14 del presente, bajo apercibimiento de poner a los infractores a disposición de la justicia ordinaria. Este bando ha sido muy bien recibido, pues viene a disipar temores que con bastantes fundamentos se habían apoderado de cierta parte del público. El dejar por muchos días en poder de gente que ha cambiado completamente de modo de pensar después de la ocupación del litoral por las fuerzas chilenas, habría sido dejar germinar un semillero de pleitos, cuyos resultados no se habrían dejado esperar por mucho tiempo. * El 24 por la mañana partieron para Caracoles 200 hombres del 2.º de línea y 25 artilleros, con dos ametralladoras y un cañón. La estación a pesar de la hora, 7 de la mañana, estaba atestada de gente que había asistido para despedirse de la tropa, que partió al son de la canción nacional y entre los vivas y gritos de la multitud. 82
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Los soldados se manifestaban sumamente contentos. No se imaginan que muy pronto tendrán que vérselas con los colorados del cholo Daza162. * El mismo día 24 llegó el vapor chileno Toltén, que hace días se le esperaba. En él han venido una compañía de la artillería, pertrechos de guerra para el ejército y útiles para el telégrafo que va a tenderse entre este puerto al de Mejillones y para el que está construyéndose para Caracoles. Muy pronto estaremos, pues, ligados con estos dos importantísimos puntos y según se susurra por acá nuestro gobierno piensa también unir este puerto con Caldera por medio del alambre eléctrico. Si esta última idea se lleva a cabo, Chile habrá ejecutado una de las obras más importantes y demostrado que do quiera que va el elemento chileno, van con él el progreso y la civilización. * Por comunicaciones traídas por el Toltén, se sabe que muy pronto llegarán nuevas fuerzas de infantería y algunos cazadores. Y a propósito de cazadores, señor Editor, el Gobierno obraría muy bien enviándonos todos aquellos que les sea posible. Sus servicios serán importantísimos si se abre la campaña en el interior, como es de suponerlo. La destrucción de las aguadas y el perseguimiento de los fugitivos en caso de un combate, debe confiarse únicamente a la caballería. Por acá se dice, además, que los bolivianos carecen de ese importante cuerpo lo que hará aún más valiosos sus servicios. * El 23 se embarcaron en el vapor del Sur doscientos y tantos bolivianos con destino a los puertos del norte. Algunas familias que iban con ellos fueron acompañadas a bordo por algunos caballeros chilenos. La mayor parte eran empleados o comerciantes de las cercanías de Carmen Alto o Salar del Carmen. Como día domingo el pueblo desocupado que buscaba en qué pasar el tiempo concurrió a presenciar el embarque, que se hizo sin novedad, salvo uno que otro incidente sin importancia. * 162
Alusión al célebre batallón «Daza», más conocido como los «Colorados», elite del ejército boliviano.
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Los calores que se hacen sentir aquí son terribles y por momentos creemos insolarnos. * Don Matías Rojas D., conocido ingeniero de este puerto, ha recibido de las salitreras últimamente descubiertas en Aguas Blancas y de propiedad de don Emeterio Moreno, una muestra de salitre para que se sirva analizarla. No se conoce aún el resultado, pero es de esperar sea bastante bueno, conocida la competencia de la persona que lo explota. Sin más que comunicarle por ahora, señor Editor, cierro la presente correspondencia. X. X. X. Õ
Capítulo de carta163 Antofagasta, marzo 11 de 1879 Hasta hoy no ha llegado la Chacabuco164, es esperada con entusiasmo y a cada anuncio que de ella se hace, el pueblo entero corre a los muelles y la playa a recibir al tan deseado general y estado mayor que se ha anunciado viene a su bordo. La importancia de este pueblo es incalculable; puede asegurarse sin temor a error que en pocos años más aventajará a Iquique, puerto también salitrero de la costa del Norte. Si nuestro Gobierno aceptara tratados que devolviera a Bolivia este litoral, cometería el más grande disparate, pues es necesario estar aquí para apreciar cómo se debe su valor. La población, como te dije en mi primera, es completamente chilena165 y hoy, al amparo de nuestras leyes, tomará un incremento extraordinario en su estado moral, por cuanto nuestro pueblo sabrá se haya garantido y alejado para siempre de la odiosa tiranía de las autoridades bolivianas que no conocían más que el látigo y los castigos más denigrantes para nuestros trabajadores, lo que hacía crear en ellos el odio y procuraban alejarse de este puerto donde se les trataba como a brutos.
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Publicado en el diario La Patria, Valparaíso, el 15 de marzo de 1879. Corbeta a vapor Chacabuco de la Marina nacional. Según una estadística boliviana de noviembre de 1878, la población total de Antofagasta ascendía a 8.508 habitantes, de los que 6.554 eran chilenos, 1.224 bolivianos, 226 argentinos, 121 peruanos y el resto de diversas nacionalidades, principalmente europeas. Citado en Francisco Machuca, ob. cit., tomo I, cap. 1, p. 18.
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El movimiento comercial es espléndido y en breve nuestra nación tendrá una renta en la Aduana que ascenderá a los principios de la de Valparaíso que, como tú sabes, fue de 600 mil a 800 mil pesos al año. El desorden y descuido con que se hacían anteriormente los despachos de las mercaderías que se internaban no da a conocer de una manera positiva la producción que tenían nuestros antecesores, pero puedo asegurarte que ha sido crecida, pues los datos arrojan una cifra de 370 mil pesos. Todas estas cosas no pueden hacerse en un momento, pero tiempo era ya que se proveyera a este puerto de almacenes de aduana que reuniesen la seguridad para la guarda de las mercaderías que se almacenan, a la par que la comodidad para la recepción y entrega de sus mercaderías, pues en la actualidad se hace todo esto con una irregularidad tan marcada que perjudica la buena contabilidad y se presta a abusos de contrabandos y robos que pueden ser de mucha consideración. Es fácil comprendas esto cuando te posesiones que el único almacén que existe es un galpón inseguro y dentro de él se hacen los aforos de las mercaderías que se despachan y se guarda al mismo tiempo la carga que se desembarca, estableciéndose, como es natural, una entrada y salidas de bultos que necesita un ojo muy experto para su vigilancia, porque al menor descuido se forman enredos y desórdenes que dan el resultado de alguna pérdida de bultos para el comerciante y para el fisco la de la producción de sus derechos. Las oficinas de Aduana están en excelentes locales; pero sus edificios no se hayan concluidos y el Resguardo y Capitanía de puerto obran en un mismo departamento o sea en un salón con magnífica vista al mar, pero en el cual se albergan jefes, empleados y marineros, estableciéndose con esto un estado de fraternidad y confianza que tiene que dar malos resultados si no se toman prontas y buenas medidas para corregir este estado de cosas. No concluiré sin hacerte presente que aquí se necesita mucho de autoridades locales emprendedoras y revestidas de carácter particular para hacer las mejoras convenientes sin necesidad de consultas, que no son más que dilaciones sin resultado positivo de ninguna especie, puesto que siempre el Supremo Gobierno tendrá que aprobar las mejoras que le insinúe la autoridad de esta localidad. En cuanto al ramo de las oficinas de Hacienda, su personal es muy bueno, pero sus sueldos son tan escasos que no podrán cubrir con ellos las más imperiosas necesidades. También puedo asegurarte que la cantidad de empleados que acordó el Supremo Gobierno por decreto de 19 del pasado es tan deficiente que sólo alcanza a cubrir una tercera parte del personal que se necesita para dejar expedita la marcha de las oficinas de Aduanas sin que sufra perjuicios el comercio en el despacho de sus negocios y el Erario en la pronta recepción de sus derechos. 85
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Desde el 1.º de este mes hasta el 10 se han despachado por esta Aduana once mil bultos, pagando de derechos la suma de 15.280 pesos; por esto puedes calcular el movimiento comercial de este puerto. El vapor Retriever ha estado haciendo reconocimiento en la bahía para la colocación del cable y es de suponer que pronto estemos al habla. Respecto a la movilización de nuestras tropas nada hay de nuevo, pero auguro que luego tendrá que salir para Caracoles alguna cantidad. El coronel Sotomayor se halla desde hace pocos días en ese punto y es probable que con el reconocimiento personal que habrá hecho de él se convenza que es indispensable ocuparlo con una cantidad mayor de tropa que los 400 hombres que existen en la actualidad. El coronel Sotomayor llegó en la mañana de hoy. Õ
Carta de Lima166 Señor Editor de La Patria: Valparaíso. La situación creada a consecuencia de los sucesos de Antofagasta, no puede ser más violenta. Nuestros nacionales tienen que pasar hoy por las «horcas caudinas» del patriotismo raro y exagerado de los peruanos que no perdonan a Chile el delito de haber tomado posesión de un territorio que le pertenecía y que él cedió en otra época a Bolivia en cambio de concesiones que no han sido cumplidas por parte de ese gobierno. La opinión general nos es manifiestamente hostil, y tanto en los diversos círculos sociales como en los diarios se dirigen los epítetos más ofensivos a nuestra bandera, calificando de piratería la toma de Antofagasta. Qué más, si hasta se llega a comparar ese acto con el asalto a las Islas de Chincha el 14 de abril de 1864, por la escuadra española, agregando que tal hecho honraba más a España que a Chile el apoderarse de un litoral indefenso. Los espíritus ligeros e irreflexivos llevan su encono hacia Chile, hasta insinuar al Gobierno a que se lance al terreno de los hechos. Felizmente el general Prado comprendiendo la gravedad del asunto, no quiere envolver, por lo pronto, a la República en una cuestión internacional cuyos resultados contribuirían poderosamente a la total ruina de tantos intereses como se hallarían comprometidos en la contienda167. 166 167
Publicada en el diario La Patria, Valparaíso, 22 de marzo de 1879. Cabe hacer presente que a la fecha de publicación de esta carta se hallaba en pleno desarrollo la misión del enviado peruano José Antonio Lavalle, quien había llegado a Valparaíso el 1 de marzo.
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Su política de hoy es prudente y reservada, por la vía de precaución ha mandado alistar la escuadra y enviado una fuerte división a la provincia litoral de Tarapacá, a fin de que esté en observación e impida a la vez cualquier movimiento revolucionario. Pero los peruanos desean la guerra porque dicen que es necesario contener a Chile que hoy se toma a Antofagasta y que mañana pretenderá apoderarse, a título de fuertes, de la provincia de Tarapacá. Cierran los ojos a la evidencia y sólo se fijan en la palabra reivindicación que nuestro Gobierno invocara para hacer respetar los derechos de Chile. Nos tratan de conquistadores y por todos los medios posibles procuran excitar las pasiones para provocar un rompimiento. El sábado 8 del actual, la excitación fue aún mayor por haberse sabido que el populacho de Valparaíso había asaltado el consulado peruano y roto a pedradas el escudo. Tan grave noticia que se hizo circular profusamente por medio de ediciones especiales, produjo alguna impresión en el ánimo público, y aunque se consignaba el hecho de que las autoridades chilenas dispersaron a balazos a los molinistas y dado amplias satisfacciones el Gobierno al representante del Perú en Santiago, sin embargo, la gente del pueblo se manifestó poco satisfecha, no faltando algunos improperios contra Chile y sus valientes defensores. La prensa, al condenar ese atentado, aconsejó prudencia para que no recurriera a las represalias que deshonrarían el nombre peruano en el extranjero. La autoridad de policía, en previsión de lo que pudiese acontecer, ha hecho colocar doble guardia de celadores en la calle donde se encuentra la legación (Divorciadas) y patrullas de gendarmes vigilan sin cesar los contornos. El señor Godoy168 reside actualmente en Chorrillos. El pueblo se ha mantenido tranquilo. Mientras tanto, los ciudadanos chilenos tienen casi siempre que sostener enojosas polémicas, porque no pueden escuchar impasibles los insultos a la Patria sin rechazar, cual corresponde, las frases denigrantes que suelen emplear algunos contra ella. Esos nobles sentimientos enaltecen el carácter chileno y realzan más su patriotismo. El domingo 9 debió celebrarse un meeting en el salón de máquinas del palacio de la Exposición por los alumnos del colegio de San Carlos, que fueron los que convocaron, para protestar contra Chile por la ocupación de Antofagasta y exigir del Gobierno de la República una actitud enérgica, según las circunstancias. Cuando ya se habían reunido en aquel lugar como 50 estudiantes llegó el señor Sub-prefecto de la provincia, que disolvió el grupo de manifestando a los concurrentes que no convenía entrabar la acción del Gobierno en asuntos de esa naturaleza. 168
Joaquín Godoy, representante de Chile ante el gobierno de Lima.
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Esa ha sido la única manifestación que se preparaba en Lima respecto a la cuestión boliviana y que no llegó a verificarse por la oportuna intervención de la policía. Las noticias publicadas por un diario de esa ciudad sobre el particular son pura fantasía y nada más, puesto que no se ha pensado en tal cosa ni aquí ni en el vecino puerto. Con motivo de las últimas noticias traídas por el vapor del Sur en las cuales se consignan las medidas dictadas por el Gobierno chileno para asegurar sus posesiones del litoral, los diarios limeños han renovado la tarea de combatir a Chile a fin de desacreditar su causa. La atención de los escritores peruanos está fija sobre los sucesos que se desarrollan en la costa que fue de Bolivia. De más está decir que en muchos artículos campean los epítetos de cobarde, desleal, infidente, que con el mayor descaro se dirigen contra Chile. Nosotros no podemos menos que reírnos de tales ofensas, porque ellas revelan el despecho y la rabia que predominan en ciertas almas mezquinas e incapaces de una discusión recta y elevada, al contemplar el engrandecimiento de Chile, a quien quisieran ver humillado y escarnecido. No pueden ocultar su contrariedad y dan a conocer su odio gratuito e infundado contra nosotros. Esos insultos no causan daño ni tampoco influirán para abandonar los caros intereses reconquistados en el Sur. La Patria de Lima, contestando un editorial del Diario Oficial de Chile sobre la neutralidad que se atribuye al general Prado, se esfuerza por probar que los límites de Chile, al tenor de su misma constitución, son: en el Sur, el Cabo de Hornos y en el Norte el Desierto de Atacama. Dice que Ercilla, uno de los fijadores de límites por la conquista, señaló a Chile, en 1578, el grado 27 al Norte, hasta 1810, en que el utis posidetis, que es ley internacional, marca a esa República el mismo grado que en el río Paposo y que no hay un solo documento, ni una sola carta geográfica que pudieran dar a aquel país los derechos al territorio que con tantos alardes de generosidad dice cedido a Bolivia y hoy lo da por recobrado, ipso facto, en virtud de no haberse cumplido las condiciones de la cesión generosa. De propósito hemos hecho referencia a ese párrafo del artículo de la Patria; por considerarlo, en nuestro humilde juicio, el de más consistencia con el fin de llamar la atención de los señores redactores hacia esos conceptos y se sirvan desvanecerlos. En lo restante del editorial de que nos ocupamos se hacen algunas inculpaciones a Chile, que no trepidamos de calificar de injustas atendido el espíritu noble y justiciero de nuestro pueblo. Se conoce a primera vista que una mano interesada guía la pluma de alguno en sus escritos, porque son muy apasionados e hirientes. El Peruano también se nos descuelga con la siguiente antífona: 88
Corresponsales en campaña No podremos punto, dice, sin una observación oportuna. Mientras el Perú trabaja con interés y celo a favor de la unión estrecha de los pueblos americanos; convoca una asamblea ara uniformar sus legislaciones y estrechar sus vínculos de todo género; mientras nuestros diplomáticos no omiten medios de conciliación a favor de la paz continental y ofrecen sus buenos oficios y mediación; mientras gastamos nuestra influencia, nuestras fuerzas y nuestro dinero por hacer el bien, el escudo de la República es apedreado y se atropella en una nación hermana el recinto de uno de nuestros agentes!
Por toda contestación a estas lamentaciones diremos: que Chile también es amigo de la paz y que al lanzarse a la guerra ha obedecido a los impulsos del honor. Que la República no es responsable de que unos cuantos exaltados hayan roto el escudo peruano en Valparaíso, cuyo delito ha de ser castigado severamente, y que esa mediación se ofreció, por desgracia, demasiado tarde. En cuanto a los alardes que hacen ciertos escritores chalacos del valor de las tropas bolivianas, a las cuales espera la victoria, les opondremos los antecedentes históricos del soldado chileno, que gustoso ha sacrificado la vida en aras de la Patria y que jamás rehuyó el peligro, combatiendo como bravos al pie del pabellón nacional. También dan a entender que la marina chilena no dejó sentada su reputación en el combate de «Abtao»169, donde se llevó todas las glorias la escuadra peruana. Olvidan, sin duda, el heroico comportamiento de la Covadonga, que fue la primera en hacer frente al enemigo. Estas pequeñeces a quienes más dañan son a ellos mismos y no a los marinos de nuestra Patria cuyo valor y entusiasmo en los combates no admiten dudas. En los últimos días han circulado rumores acerca de la próxima llegada a las aguas del Pacífico de un buque de guerra comprado por el Gobierno del Perú, para reforzar la escuadra y que el nombre de la nave es: General Prado, blindado, y que el Poder Ejecutivo va a emitir un empréstito de 10 millones de soles en papel moneda. Parece que todo esto no pasa de un simple deseo de las multitudes, que creen probable un conflicto con el Perú y sin comprender que una guerra esquilmaría hoy a este país, pues su actual estado de abatimiento y miseria no puede ser más lamentable y triste. Por lo pronto los artículos de especial consumo, como son la carne y el pan, han encarecido de sobremanera. Las causas no son extrañas. Las reses escasean siempre en la presente estación, porque no es fácil su transporte de las provincias del interior a la costa, a causa de la creciente de los ríos. Además ya no se remiten reses de los puertos chilenos, como se hacía antes del conflicto con Bolivia.
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Combate librado el 7 de febrero de 1866, en el marco de la Guerra contra España, entre la escuadra chileno-peruana, entonces aliada, contra una división naval hispana.
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La harina ha subido a un precio exorbitante. El público come pan chico y caro. Si así van las cosas tan mal ¿qué sería en caso de guerra? Tendríamos que comernos los codos, y no se crea que esta pintura es exagerada. Los hechos lo comprueban. Por hoy goza la República de completa tranquilidad. Es todo lo que nos apresuramos a participar a la redacción de ese diario, que ha sido siempre de nuestras simpatías.– Lima, marzo 12 de 1879. * P. D. Se nos quedaban en el tintero las siguientes noticias. Continúa el Gobierno en sus preparativos bélicos, aunque parece amortiguado algún tanto el ardor de los ciudadanos. Se arman los buques y las baterías del Callao reciben refuerzo de cañones de gran calibre. Se hacen ejercicios diarios por los marinos y artilleros. Se ha estado reclutando durante las noches, para aumentar el ejército y la marina, pues sabemos, que era necesario cubrir las bajas de los ciudadanos chilenos a quienes se ha licenciado y los cuales prestaban servicios a la nación. El Peruano ha desmentido la noticia aquella relativa a la carta del general Prado sobre neutralidad del Perú, dirigida al cónsul en Valparaíso señor Márquez, diciendo que es falsa y que el único papel que corresponde a la República es de mediadora y mensajera de la paz. Nada se dice del tratado secreto con Bolivia, silencio es este, que nos parece sospechoso. Conviene que Chile se prevenga, para evitar una sorpresa, cuyos resultados consideramos funestos para su porvenir y su gloria. La Patria, en su número de ayer (martes 11), registra el siguiente artículo, que debe ser tomado muy seriamente en cuenta por nuestro Gobierno. Parece que Bolivia busca aliados. Dice así: Por comunicaciones que hemos visto, con fecha 3 en La Paz, sabemos que el ardor y la indignación del pueblo exigían del Gobierno que abriese la campaña por el desierto. El Gobierno procuraba calmar los espíritus esperando la resolución de algunas cuestiones pendientes. Todos los propietarios del departamento de la Paz habían ofrecido el 50 por ciento de sus rentas, pero el Gobierno sólo ha aceptado el 10, manifestando que si fuera preciso subiría la cuota a mayor cantidad. Se habla del empeño con que voluntariamente se organizan cuerpos de estudiantes y de pueblos. Todos los partidos políticos se han unificado. Corral, el eterno conspirador de Bolivia, repara su manifiesto de sometimiento al Gobierno. Debía salir en breve una Legación de primera clase para Buenos Aires, y para la cual se señalaba a uno de los señores Baptista o Méndez.
El Nacional, por su parte, asegura que el gobierno de Bolivia ha aceptado la mediación del Perú. No se ha recibido aviso oficial sobre tal aceptación. 90
Corresponsales en campaña
Los injustos ataques de que es objeto Chile han causado en nuestro ánimo la más firme adhesión a su causa y cualquiera que sea la suerte que corra el ejército en el litoral, esté seguro el Gobierno que contará siempre con nuestros fervientes votos de triunfo y con nuestra invariable voluntad. La prensa peruana, impotente en el terreno de la razón y de la justicia, ha recurrido a la diatriba y a la calumnia: llena admirablemente su vergonzosa labor de insultar nuestra bandera, pero se engañan al pretender, por medio de amenazas, conseguir sus propósitos a favor de Bolivia. La Opinión Nacional es la que se muestra hoy más fanfarrona y sus ridículos alardes inspiran una sonrisa de desdén a todo chileno que conoce la campaña del año 38; demasiado lo saben esos escritores, que mediante el vigoroso esfuerzo y heroísmo del ejército chileno en aquella memorable época, se logró vencer al tirano e invasor Santa Cruz y librar al país de su odiosa dominación: que las victorias de Matucana, Pan de Azúcar170 y otras, fueron glorias conquistadas a la sombra de nuestro tricolor, y que la capitulación de Paucarpata171, debida a una incalificable sorpresa, apenas entoldó la pura honra de Chile, sin que ese hecho constituyese una mancha para sus armas. Bien pronto sufrieron los invasores el castigo merecido. Aquello de que las naves chilenas estuvieron ocultas durante el combate de Abtao, no pasa de ser una grosera impostura de los redactores de la Opinión. Uno de los buques combatió heroicamente al lado de la escuadra del Perú y el otro, por circunstancias independientes de su comandante, se encontró ese día distante del lugar del acontecimiento. Más veracidad y menos pasión, señores redactores; no hay que falsear la historia ni mucho menos alardear tanto valor con los chilenos, cuyo brío y cuya constancia son muy conocidos aquí en esta bendita tierra, donde tanto se les escarnece y se les insulta por simpatías a los bolivianos que en otra época pusieron la ceniza en la frente a los entonces inexpertos y débiles peruanos en el memorable encuentro de Ingaví172. El corresponsal. Õ
170 171
172
Batallas de la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana de 1836-1839. Alusión al tratado de ese nombre, firmado el 17 de noviembre de 1837 por el jefe de la expedición chilena, almirante Manuel Blanco Encalada, y el mariscal Andrés de Santa Cruz, protector de la Confederación. Este acuerdo fue rechazado por el gobierno de Chile, que resolvió proseguir la guerra contra aquella. Referencia a la batalla de Ingaví o Ingavi, librada el 18 de noviembre de 1841, donde las tropas bolivianas derrotaron al ejército peruano.
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El combate de Calama (Interesantes detalles y explicaciones por un testigo de vista)173 Señor don Benjamín Vicuña Mackenna. Valparaíso, abril 11 de 1879. Mi muy apreciado señor y amigo: Sé que usted es muy amigo del coronel Sotomayor, y sé particularmente que usted pospone todo a la verdad, sobre todo cuando se trata de hechos que han de pasar a la historia. En este doble sentido me permito dirigir a usted una breve y compendiosa pero estrictamente sincera relación de lo que yo he visto con mis ojos como ayudante de campo voluntario del coronel Sotomayor en la corta expedición a Calama. Me lisonjeo con la esperanza de que la sencilla relación de los hechos esclarecerá puntos mal comprendidos y restablecerá algunas apreciaciones inexactas y aún injuriosas para nuestro noble ejército. La expedición sobre Calama fue preparada tranquilamente en Caracoles. Por consiguiente, se tomaron todas las medidas que la prudencia militar y el conocimiento especial del desierto requería. La tropa salió contenta y satisfecha a las cinco de la tarde del viernes 21 de marzo, hora que les permitía lograr la fresca de la tarde y de la noche. Antes de partir los soldados recibieron con recogimiento las bendiciones del capellán del ejército, padre Correa174, que les amonestó a fin de que cumpliesen su deber como cristianos y como chilenos. Esta tierna e imponente ceremonia tuvo lugar en la plaza de armas de Caracoles. La división175 iba seguida de veintiuna carretas metaleras de las que se usan en el desierto, que son bastante espaciosas y tiradas a cuatro mulas. De ese convoy, bastante numeroso, dos carretas conducían la madera destinada a los puentes del Loa; dos o tres llevaron los equipajes de los oficiales; tres o cuatro iban repletas de víveres, es decir, pan, galleta, charqui y hasta una cantidad considerable de conserva. No iba una sola botella de vino, excepto dos cajones de Burdeos que llevaba yo en mi carretela, y alguno que otro frasco de coñac del servicio particular de los oficiales. 173 174 175
Publicada en el diario El Mercurio, Valparaíso, 12 de abril de 1879. Capellán Nicolás Correa. 544 hombres en total, según Wilhelm Eckdahl, Historia militar de la Guerra del Pacífico, tomo I, cap. V, p. 90 y Gonzalo Bulnes, ob. cit., tomo I, cap. V, p. 119. En Francisco Machuca, ob. cit., tomo I, cap. IV, p. 42, la cifra de efectivos suma 591 combatientes. A estos se podrían restar los rezagados.
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Por consiguiente, es completamente falso lo que se ha dicho del uso de licores para la tropa. En cuanto al agua, eso era muy diferente: cada soldado llenó su caramayola en los depósitos del hospital, de modo que cada uno llevaba cerca de cuatro botellas para una marcha de noche y de sólo siete leguas. A mayor abundamiento y precaución se mandaron de las pozas del Agua dulce, dos grandes toneles al alojamiento del Agua de la Providencia, cuya agua es algo salobre, pero potable. Esos toneles medían setecientos y tantos galones de agua; es decir, más de un galón por soldado: por consiguiente la tropa no ha padecido sed en su primera marcha. En la marcha del segundo día acompañaron a la división los mismos toneles, y en la noche sobraba todavía agua, que yo mismo distribuí entre los que la pedían, sin malgastarla, bebiendo cada cual hasta satisfacerse. Alguien ha dicho que en el desierto la sed es un miraje, y si esta es la clase de sed que han padecido los soldados, nada tengo que decir. Respecto a los víveres, la división ha salido perfectamente dotada. Después de una buena comida de carne los soldados cargaron en sus mochilas víveres secos para dos días de marcha, y si no se llevó leña fue sencillamente por la razón de que no se llevaba carne ni ningún apresto par comida cocinada. Lo que a mi juicio ha dado lugar a la queja de falta de leña, es la circunstancia de haber mandado el subdelegado de Caracoles dos novillos de regalo, cuando a división ya iba en marcha, y no era culpa de los jefes que los bueyes no llegasen con su parrilla en los lomos. Ahora en cuanto a que faltó hasta la sal en los manteles de algún señor oficial quejumbroso, es un cargo que se hace verdaderamente ridículo a orillas del salobre Loa… Esto por lo que respecta a los aprestos y precauciones de la marcha y las municiones de boca. No hay, por tanto, un solo cargo leal que hacer al director de la campaña en este sentido. Respecto del ataque de Calama, no soy militar ni pretendo dar opiniones técnicas sobre el mando de una división que ataca un lugar fortificado; pero contaré sencillamente con lo que he visto, y usted y el público juzgarán. Al desembocar de la quebrada que conduce al valle de Calama, enclavado hasta cierto punto entre barrancas, como nuestros valles y ríos del norte, la caballería se dividió en dos trozos para cortar la guarnición de Calama en su sospechada fuga, dirigiéndose el alférez Quezada176 con un pelotón hacia los vados de arriba, y el bravo mayor Vargas con el resto hacia los vados de abajo. Me parece que esto es lo que se hace generalmente en este género de ataques, es decir, lo que se llama vulgarmente cortar la retirada al enemigo. Verdad es que algunos conocedores prácticos del terreno aconsejaron al jefe de la división hacer un rodeo más largo por 176
Alférez Juan de Dios Quezada.
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El teniente Rafael Vargas en la toma de Calama, grabado del periódico El Nuevo Ferrocarril, 13 de mayo de 1880.
el lado de abajo, pasando los cazadores por el vado de Chunchuri, dos leguas al poniente de Calama para penetrar por el camino más abierto y despejado de Cobija; pero el señor Sotomayor temió probablemente aislar demasiado la tropa de caballería del centro de la división. La división marchó en pos de la caballería, los cañones adelante, los infantes en el centro y los muchos agregados que venían en el convoy de víveres a retaguardia; y aquí debo advertir que es inexacto lo que se ha asegurado de haber quedado muchos soldados rezagados en la marcha; al menos yo no he encontrado sino un tambor de la brillante compañía del 4.º de línea que se había quedado en una quebrada fatigado y a quien hice subir en mi caballo de tiro. Lo que sin duda ha dado lugar a esta versión de rezagados son los mineros que en diferentes direcciones salían de las minas y formaban la cola de la marcha. 94
Corresponsales en campaña Suplemento al Diario Oficial que comunica la toma de Calama.
Ahora respecto de la manera de empeñar el combate, si fue la caballería la que primero se chocó contra los chircales y pircas de caliche del valle de Calama, debiese únicamente a la siguiente circunstancia inesperada: Cuando el alférez Quezada iba a pasar por el lado de Topate177 (sic) lo recibió un vivo fuego y pudo replegarse sobre la infantería sin comprometer su gente. Pero no sucedió lo mismo al capitán Vargas178, porque habiendo pasado este por el puente que en siete minutos echó sobre el río el comandante Martínez179, ayudado por los mineros, se encontró aquel de repente en un pequeño potrero rodeado de fuegos que le mataron casi en el primer momento siete soldados. En tal coyuntura el heroísmo juntamente con la prudencia militar aconsejaron al mayor Vargas hacer lo que se hizo, es decir, convertir a sus jinetes en infantes, echando pie a tierra y sosteniendo el combate hasta que llegase la infantería como en efecto sucedió. Indudablemente que habría sido una atrocidad mandar la caballería a batirse con tropa atrincherada, teniendo cañones e infantes; pero lo cierto fue que la artillería no pudo prestar los servicios a que estaba destinada por circunstancias de meros detalles que no es mi ánimo apreciar. Sin embargo los artilleros se batieron bien con sus fusiles180. En cuanto a la infantería, este entró rápidamente en sostén de la caballería, prematura e inesperadamente comprometida. El ataque de la infantería fue vigoroso y sostenido, mandado en persona por el comandante Ramírez181, mientras el capitán San Martín182 se batía no menos heroicamente para abrirse paso por el vado de Topate. Prometí a usted no entrar en apreciaciones militares; pero no podré menos de hacerle notar que en el ataque de Calama se trataba juntamente de forzar una posición naturalmente fortificada y de pasar un río estrecho pero invadeable, bajo los fuegos del enemigo, y esto que parece tan sencillo 177 178 179 180
181 182
El nombre correcto es Topater. Capitán Rafael Vargas, del regimiento de caballería «Cazadores». Teniente coronel de ingenieros, Arístides Martínez. El historiador militar Wilhelm Eckdahl sostiene que la ejecución del combate merece en su generalidad «nuestros más amplios elogios», aunque reconoce que la participación de la artillería pudo haber sido «más atinada». Wilhelm Eckdahl, ob. cit., tomo I, cap. V, pp. 94-95. Teniente coronel Eleuterio Ramírez, comandante del regimiento 2º de Línea. Capitán Juan José San Martín, del regimiento 4º de Línea.
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a la generalidad de los críticos, es un verdadero problema militar, resuelto felizmente en el paso y ataque del Loa frente a Calama. Ahora, en cuanto a la ocultación de los muertos en el primer parte, no puedo atribuirlo sino a la equivocación de un número, porque en el momento de comenzar a dictar el señor Sotomayor el ligero boletín de la toma de la plaza, se sabía ya que habían perecido siete cazadores, de suerte que probablemente se escribió o se leyó 1 donde decía 7183. Me parece, señor, que con esta ligera y leal relación de lo que he visto y refiero a usted, la opinión pública, tal vez un tanto preocupada por impresiones ajenas o porque no siempre es posible darse clara cuenta de un combate por los partes militares que lo refieren, se formará un concepto claro y desapasionado de un acontecimiento que ha costado algunas preciosas vidas, pero que está llamado a figurar con honor en los anales militares de nuestro país. Esta al menos es la opinión de su afectísimo servidor y amigo José M. Walker184. Õ
Importante carta de Lima Sumario.– Impresión que produce en Lima la noticia de la declaración de guerra.– Actitud de la prensa.– Grandes reuniones y manifestaciones populares.– Discurso de S. E.– Continúa el envío de tropas al sur.– Aumento del ejército y marina.– Ofrecimiento del pueblo y corporaciones.
(Correspondencia especial de LA PATRIA)185 Lima, abril 5. Señor editor de La Patria: Lima está en efervescencia: los chilenos estamos pisando sobre un volcán que estallará tan pronto como el Gobierno del Perú se lance al terreno de los hechos contra nuestra querida patria. * El miércoles 2, día en que se transmitió por el cable submarino la noticia de que Chile había declarado la guerra al Perú, la exaltación de los 183
184 185
Siete es la cifra correcta, según el parte oficial del coronel Emilio Sotomayor. V. Pascual Ahumada, ob. cit., tomo I, capítulo tercero, p. 125. Capitán del Batallón Cívico de Caracoles. Publicada en el diario La Patria, Valparaíso, 17 de abril de 1879.
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ánimos llegó a su colmo. Se formaron grupos en los portales y lugares más visibles de la ciudad, comentando tan grave noticia en sentido ofensivo, por supuesto, para nuestro país, al cual dirigían las mayores amenazas e improperios. Extraordinario fue el movimiento en la prensa; todos los diarios dieron boletines, consignando el hecho, que se esparció con suma rapidez en toda la población. * En la legación chilena no se tuvo noticia de esa declaratoria y se creyó que era un juego de bolsa, que la especulación de algunos, hubiese inventado para, por medio del pánico, conseguir sus propósitos. Así sucedió; toda la plata que había en la plaza fue comprada por las casas de comercio que ejercen aquella industria. A la una y media de la tarde fue llamado a Palacio, por un edecán de Gobierno, el señor Godoy, quien estuvo conferenciando largo tiempo con S. E. el Presidente de la República y el señor Ministro de Relaciones Exteriores. Ignoramos hasta ahora el resultado de la conferencia; pero todos creen que el Gabinete de Santiago sólo ha solicitado autorización para hacer la guerra al Perú, que mientras no la otorgue el Congreso, la proximidad de un rompimiento está todavía distante. * Los periodistas limeños no cesan en sus ataques y escogen las frases precisamente más retumbantes para tocarnos en lo más noble. Esta es una guerra desleal e indigna. Desde la sección editorial hasta la de remitidos campea el insulto y la procacidad. El menor detalle de un hecho cualquiera de un hecho que se refiera a Chile lo desvirtúan a fin de presentarnos ante el mundo como un pueblo de malvados e incapaz de sentimientos pundonorosos y elevados. ¡Famosa táctica! * El pueblo no va en zaga a la prensa tratándose de la cuestión boliviana. En la noche del miércoles y en la mañana del jueves hubo reuniones populares. Los oradores agotaron su elocuencia y hablaron con energía en apoyo de Bolivia manifestando sus deseos de contestar en el campo de batalla, al reto de Chile; que el Perú se apresuraba a recoger el guante que esta le arrojaba al rostro y que bien pronto sufrirán los invasores el castigo merecido a sus grandes crímenes. Por el estilo indicado son 97
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Evacuación de chilenos desde Iquique al comienzo de las hostilidades con el Perú. De la revista La Ilustración Española y Americana, Madrid.
todos los discursos y el orador que más insultos vierte contra Chile es el que recibe más entusiastas ovaciones de la multitud ebria de rencor contra nosotros. Aquí chileno es sinónimo de todo lo malo posible; y decir, por ejemplo, malvado, cobarde, etc., es igual a nombrar a un compatriota nuestro. Ello no puede ser más insultante. No nos detendremos en ocuparnos de tales reuniones, porque nada se acordó en definitiva; aquello se redujo llana y simplemente a una manifestación hostil. * El Gobierno se muestra más calmoso, pero avisado: él guarda silencio, sin bulla ni alharaca se arma y se prepara a la lucha, reforzando de una manera formidable las fuerzas estacionadas en Iquique. * Últimamente ha marchado a ese puerto el Chalaco con una división compuesta de los batallones «Lima» y «Puno», de una batería de artillería y del regimiento «Húsares de Junín». Va al mando de esta división, que es ya la tercera, el general don Manuel I. de La Cotera. El general don Juan Buendía ha sido nombrado comandante general de las tropas del sur. * 98
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Hay algo más serio aún. Se preparan otras dos divisiones: la 4.ª que se compondrá de seis piezas de artillería, de los batallones «Callao» y «Ayacucho» y del regimiento «Lanceros de Torata»; la 5.ª la formarán el batallón «Gendarmes de Lima», que se aumentará en 1.000 plazas, de otro cuerpo de nueva creación y la competente fuerza de artillería. Parece que el Gobierno piensa organizar seis batallones de guardias nacionales para el servicio de la capital. El objeto de la aglomeración de tropas en Tarapacá, que se estiman en 6 a 8.000 hombres, es imposibilitar a nuestro ejército en sus operaciones sobre el Litoral peruano y combatirlo con buen éxito, en conexión con las fuerzas bolivianas. Las circunstancias son, pues, solemnes y conviene que nuestro Gobierno observe una política firme a toda prueba. La causa de Chile encuentra muy serias resistencias en el Perú y en otros Estados de América, cuya hostilidad es sistemática. Los elementos bélicos que se nos oponen son considerables: no queda más recurso a Chile que hacer un sacrificio sublime y abnegado en aras de su honor. Enviar al Litoral veinte mil hombres, he aquí el procedimiento que a la brevedad posible debe adoptar el gobierno, si no quiere ver humillado el pabellón de la Patria y hundida esta en la miseria y el abatimiento. La colonia chilena opina porque una vez en la pendiente de los hechos, la República tiene que sufrir con valentía las consecuencias de la guerra e ir adelante, sin arredrarse por tantos peligros como la rodean. ¡Retroceder con mengua es imposible! La actividad, la astucia, los conocimientos militares y la energía, dieron la victoria a Napoleón I en sus memorables campañas de Italia y Austria; que nuestros jefes y nuestro Gobierno procuren imitar tan bellas virtudes cívicas y el país se salvará de la vergüenza y de la derrota. * Muy tristes y dolorosas consideraciones hemos hecho al leer los artículos de su diario, en el que censura con justicia el desaliento en las regiones oficiales para cumplir, hasta lo último, los sagrados deberes del patriotismo. Sería un crimen imperdonable que se dejase a merced de sus implacables enemigos a los valientes defensores de los intereses de Chile en Atacama; ellos combatirían heroicamente, es verdad, mas sus esfuerzos fracasarían ante el número superior de los primeros y la responsabilidad del Presidente señor Pinto habría de ser tremenda. Un acto de debilidad nos ocasionaría más daños que la misma guerra con todos sus desastres. Los derechos de Chile no quieren ser reconocidos, ni escuchadas sus reclamaciones por los pueblos que se han declarado aliados de Bolivia; no importa, que se haga la guerra del modo como ellos lo deseen; pero que no 99
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desmaye el vigor e impulso del Gobierno de Chile son nuestros fervientes votos y la aspiración de todo buen chileno amante de las glorias de la patria. * Los peruanos sueñan con los buques blindados comprados en Europa por el agente del Gobierno, señor Canevaro, y los cuales reforzarán la escuadra nacional. Un diario de provincia anuncia la próxima llegada al Pacífico de El Venecia, buque comprado por el Gobierno peruano, que ocupa el octavo lugar entre las naves de la marina italiana. Dice, con tal motivo, que monta 8 cañones de 10 centímetros de espesor y 1 de nueve centímetros. Que tiene batería central y que registra 5.700 toneladas, con una fuerza efectiva de 4.000 caballos. Lo que parece hay de cierto es que una compañía compuesta por cuatro casas fuertes de Lima: Candamo, Canevaro, Denegri y Figari han comprado a Italia, los célebres blindados Fulminante y Roma en la crecida suma de tres millones de soles (S 3.000,000) y se los han ofrecido al Gobierno, regalados según unos y como un empréstito en dinero, según otros. Con estos datos se han puesto muy contentos los descendientes de Atahualpa y están convencidos que la escuadra peruana logrará poner en jaque a la chilena con semejante refuerzo. No han faltado algunos que se hayan reído de las verídicas comparaciones que establece un notable escritor chileno acerca del poder y condiciones marineras de las flotas de ambos países, y de ser favorables dichas comparaciones a la marina de Chile. Los hechos se encargarán de desmentir tan necias dudas y risas. * Los diarios han dado la noticia de la salida para el sur, el 4 a medio día de la Pilcomayo y el Huáscar. En esta ciudad ha circulado el rumor que los buques que en realidad han salido es la Unión y Pilcomayo186. Por mi parte, señor Editor, no puedo garantizarle si la noticia dada por los diarios o el rumor es verdadero. Hace días no voy al vecino puerto y no sé nada sobre movimientos en la escuadra. Convendría, sin embargo, que las autoridades chilenas no se descuidaran y enviaran todos los transportes que conducen tropas al litoral reivindicado custodiados por buques de guerra. *
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Corbeta Unión, cañonera Pilcomayo y ariete blindado Huáscar de la Marina de Guerra del Perú.
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El juicio de la prensa en general es porque el Perú se levante como un solo hombre para rechazar a Chile. Furibundos son los artículos de aquella; piden nada menos que se reduzca a Chile a la impotencia para que desaparezca su preponderancia en el Pacífico. Hoy que se sabe ya que el haber autorizado el Congreso chileno al Gobierno del señor Pinto para que declare la guerra al Perú, ha aumentado la furia popular. Dentro de pocos días se celebrarán nuevos meetings con el objeto de protestar de la conducta de Chile y ofrecer al general Prado sus servicios personales en la guerra. Renunciamos gustosos a la ingrata tarea de señalar específicamente las ofensas que nos infieren los diarios, pues ello es superior a nuestras fuerzas; y en cuanto a las opiniones particulares, preferimos guardar silencio, desdeñando los dichos torpes y groseros de la gente vulgar. * La Patria de Lima es el periódico que demuestra más tenacidad en su inicua propaganda contra la noble causa de Chile; pero como todo el mundo sabe, su redacción la componen un boliviano y un argentino. El primero naturalmente ha de defender los intereses de su patria, y el segundo, por odio gratuito hacia nosotros, sigue las aguas de los demás, formando notable contraste la moderación del uno con la inusitada virulencia del otro. Así es que este diario tanto en la cuestión argentina como en la boliviana se puso del lado de aquellas ilegítimas pretensiones, apoyándolas contra toda razón y justicia y haciendo reminiscencias históricas, a su manera, para probar el derecho de los argentinos y la falacia y perfidia de Chile, lo mismo que con Bolivia, a la cual considera mártir y gloriosa, llamando filibusteros a los soldados que sostienen nuestros derechos en Antofagasta. * Nosotros sabemos bien de dónde han venido todas esas maquinaciones contra el comercio chileno en el Sur del Perú y en la costa boliviana; pero no las pondremos en transparencia para no resucitar venganzas y antiguos odios. Dejemos al tiempo la labor de descubrir a los enemigos encubiertos de nuestro bienestar y de los intereses valiosísimos de la República. * Estalló la bomba. Las demostraciones populares de ayer viernes 4, tomaron el carácter de serias en alto grado. Una gran poblada se reunió primeramente en la Plaza de Armas, frente a la Municipalidad. Allí pronunciaron discursos 101
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varias personas en contra de Chile, a quien aplicaron los epítetos más duros y ofensivos. La multitud aplaudía sin cesar. Después ese mismo grupo, aumentado con los curiosos que acudieron al meeting, se dirigió a la Plazuela de los Desamparados donde se situaron, esperando la presencia del jefe del Estado. A los pocos momentos apareció en los balcones de Palacio S. E. el Presidente de la República y pronunció con voz tonante un discurso de efecto, diciendo entre otras cosas que Chile había provocado; que quería la guerra y que la tendría, pero tremenda, de exterminio. Estas frases entusiasmaron de tal modo a los del meeting, que prorrumpieron en vivas al general Prado y al Perú, no faltando algunos que gritasen: ¡Muera Chile!,¡abajo los rotos!, etc. Los manifestantes regresaron a la plaza luego que S. E. se retiró de los balcones. Mientras tanto la campana de la catedral llamaba al pueblo, y este se congregó alrededor del Cabildo, continuando los discursos, los que eran celebrados con palmoteos por los ciudadanos. Algunos de esos discursos merecían arder en un candil por lo desatinados y bárbaros. Un coronel a quien los civilistas motejaban, antes de ahora, por el dicho aquel: aquí está Pereira, dijo, en medio de su entusiasmo bélico, «es necesario vengar la bofetada que nos ha dado Chile». Preguntamos nosotros qué bofetada será esa, a no ser que la declaratoria de guerra signifique tal cosa. Lucido quedó Pereira con su discurso. La reunión se disolvió a una hora avanzada de la noche: hizo algunas demostraciones de simpatías al señor Ministro de Bolivia y recorrió la población con una banda de música militar, la que tocada diana, el ataque de Uchumayo y otras piezas bélicas. En los intermedios se aplaudía y vivaba frenéticamente al Perú y a Bolivia y se vociferaba contra Chile. Únicamente nos hemos ocupado en globo de estos hechos. La prensa registra las particularidades de los meetings y los importantes documentos cambiados entre la Cancillería chilena y el señor Ministro chileno D. Joaquín Godoy, cuya misión de paz ya ha terminado aquí. Ayer quitó el escudo de la Legación, pidió sus pasaportes al Gobierno, que le fueron concedidos, y hoy se dirige a ese puerto, en compañía de muchos compatriotas que abandonan las playas del Perú. * Los cónsules han cesado y no tenemos representantes; estamos, pues, en manos de nuestros nuevos enemigos. Esta situación es insostenible y nada de extraño tendrá que mañana ocurran escenas lamentables, en vista de la rabia que domina a la mayoría de los ciudadanos. 102
Corresponsales en campaña
Por lo que hace al que esto escribe, probablemente seguirá la suerte de sus compatriotas que han tenido el acierto de abandonar un país, en el que se les odia y escarnece por el crimen de haber nacido en Chile. Pero en estos momentos de suprema angustia le queda el consuelo de haber cumplido lealmente los deberes de ciudadano y de huésped; en el primer caso defendiendo los intereses de su patria en el extranjero, y en el segundo respetando los sagrados lazos que lo unían al país de su residencia. Ha sufrido algunos sinsabores, ¡mas lleva el grato recuerdo de los buenos y las simpatías de amigos excelentes que jamás olvidará! En conclusión. ¡Chile, muchos peligros tienes que conjurar; pero que esta fecha gloriosa, 5 de abril, te conforte y de fuerzas para vencer o morir gloriosamente en la lucha a muerte a que hoy se te provoca! La patria está en peligro, y todos sus hijos deben correr presurosos a defenderla. * Se nos olvidaba decir que los consejos departamental y provincial de Lima han ofrecido su concurso moral y apoyo decidido al pueblo y al Gobierno. La segunda de esas corporaciones ha convocado a un meeting para mañana, a las dos de la tarde, en la plaza de armas. Ya se nos pondrá de oro y azul en esa reunión. Esto no es más que el prólogo de los sucesos que sobrevendrán en contra de nuestros derechos y nuestra causa. Todavía el Poder Ejecutivo no ha expedido la declaratoria de guerra; ella tardará poco en aparecer. Se espera una nave de guerra llamada Roma, destinada a la marina peruana y cuya descripción se hace en un diario de anoche. * También los consejos municipales del Callao han imitado el ejemplo de los de Lima y uno de ellos ha convocado a un meeting para mañana. Toda la nación se pone en movimiento. Hasta los que no debían mezclarse en estos asuntos, como son algunos miembros de la colonia colombiana, han acordado celebrar el mismo día una reunión para apoyar la causa peruana. * Casi toda la noche han estado paseando la ciudad grupos más o menos numerosos con los pabellones del Perú y Bolivia, en actitud amenazante 103
Piero Castagneto
hacia los chilenos. Se nos dice que un infeliz cayó en poder de ellos y que, gracias a los auxilios de la policía, logró salvar la existencia. * Hoy, desde las primeras horas de la mañana, se echaron al vuelo las campanas de la Metropolitana. Se reúnen muchos en la plaza. Sin duda continuarán las mismas demostraciones de ayer. Las que se preparan en ambas ciudades prometen ser más ruidosas y no exentas de peligros para nosotros. Conviene aquí la mayor prudencia en estas circunstancias, porque las masas exaltadas no nos perdonarían ni la frase más inocente e inofensiva. ¡Con que anoche nos calificaban de ladrones y asesinos, y pedían, a gritos, nuestro exterminio! Consecuencia inevitable era esto del discurso del general Prado, que alentó al pueblo en sus incalificables agresiones. Õ
Vista del Callao. De la revista La Ilustración Española y Americana, Madrid.
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Capítulo II
La Campaña Naval
Junto con las operaciones navales también se inicia el trabajo de los corresponsales especialmente enviados por los medios de prensa chilenos y peruanos a las áreas de operaciones. En el caso de los primeros, su principal representante es el periodista de El Mercurio de Valparaíso, Eloy T. Caviedes, quien fue el único que se desempeñó con la constancia que pudo a bordo de los buques de la Escuadra, y que por lo tanto, cubrió el grueso de la Campaña Naval. De las extensas «Cartas de la Escuadra» que enviaba al diario porteño, hemos seleccionado una que da cuenta, sobre todo, de los primeros momentos del bloqueo de Iquique y de los efectos que produce187. Por haber partido junto al grueso de la flota a la frustrada expedición al Callao, este corresponsal no estuvo presente en los combates de Iquique y Punta Gruesa del 21 de mayo (como sí estuvieron tres corresponsales peruanos); en cambio, se ofrecen aquí tres versiones chilenas de aristas novedosas. La primera de ellas fue escrita en Antofagasta y tiene una connotación llena de simbolismo, puesto que está firmada por Eusebio Lillo, quien se desempeñó por un breve lapso como corresponsal de El Ferrocarril. Aunque su versión sobre el Combate de Iquique tenga errores, producto de la precariedad de la información disponible en los días inmediatamente siguientes, resulta altamente significativo descubrir esta pieza periodística del autor de la letra de la Canción Nacional, quien escribe sobre uno de los hechos más emblemáticos de nuestra historia. Afortunadamente, firmó su correspondencia, cosa que no hicieron, seguramente por motivos de prudencia, otros autores, que pertenecen a la categoría de corresponsales uniformados, y que son nada menos que dos de los cautivos de la Esmeralda, sobrevivientes del 21 de mayo. No 187
El rescate de la cobertura de la Campaña Naval por parte del corresponsal de El Mercurio, ha sido objeto de un libro aparte: Cartas de la Escuadra: la campaña naval relatada por el corresponsal de El Mercurio, Santiago, RIL editores, 2015, 315 p.
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Piero Castagneto
obstante, ha sido tarea fácil identificarlos como el teniente 1º Francisco Sánchez Alvaradejo y el guardiamarina Arturo Wilson Navarrete. Prosiguiendo con la campaña, las correspondencias enviadas al diario La Patria de Valparaíso, complementan las de su competidor, El Mercurio. En efecto, aquella se publican nuevos aspectos del frustrante bloqueo de Iquique, lo que contrasta con la dramática descripción del combate de Antofagasta del 28 de agosto, entre el blindado de Grau y la Abtao. Estas y otras piezas del presente capítulo, tienen su culminación con una visita al recién capturado Huáscar, realizada para el diario El Pueblo Chileno de Antofagasta, donde la batalla de Angamos se refleja en los daños recibidos por el blindado peruano. Además de su inmediatez respecto de los hechos, esta correspondencia sobresale por la precisión de sus descripciones, sin duda por ser su autor, Augusto Orrego Cortés, ingeniero de profesión.
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Cartas de la escuadra (Correspondencia especial del MERCURIO)188 Iquique, a bordo del Rímac, abril 9 de 1879. La escuadra continúa el bloqueo de Iquique. Han llegado hasta aquí la Pensacola, de los Estados Unidos, y la Turquoise, de la marina británica. En tierra hay grande alarma. Los chilenos han abandonado casi en masa la población, dejando ab instestato sus casas y bienes. A pesar de todo, siempre quedan en tierra no menos de mil quinientos, porque han acudido aquí los habitantes de casi todos los pueblos del interior. El vapor pasado sólo pudo llevarse 400, porque venía atestado de pasajeros llegados del norte, en su mayor parte chilenos que iban para los puertos del sur. 630 personas han tenido que dormir durante tres noches consecutivas en lanchas fondeadas en la bahía, a toda intemperie, siendo socorridas por la escuadra con víveres y agua. Los buques mercantes fondeados en la bahía están atestados de gentes de todas nacionalidades, principalmente chilenos, porque en tierra se teme un bombardeo. Los soldados peruanos vienen en continua alarma, y todas las noches acuden a los fosos que han abierto en la playa, donde esperan de hora en hora un desembarco. Se dice que un ejército de 3.000 bolivianos se ha unido con los peruanos por el litoral y que entre ambos tienen ya un ejército de 14.000 hombres, extendido hasta la frontera. En Antofagasta a mi salida, antes de ayer, se corría con mucha insistencia que los jefes militares pensaban abandonar a Calama. Esta noticia, a que no me atreví a dar asentimiento, me fue confirmada en Cobija, pues allí se ha recibido orden de impedir la internación de víveres al interior. El Chalaco (no el Talismán, como se creía)189 se escapó en un pelo de caer en poder de la escuadra chilena. Aunque su destino era Iquique, pasó inopinadamente a Arica, y allí recibió la noticia de la salida de la escuadra chilena de Antofagasta. Desembarcó entonces a toda prisa 500.000 soles que traía, una batería de cañones de a 40 y 500 hombres, y voló en seguida a Pisagua, donde dejó 900 hombres al mando del general Lacotera.
188 189
Publicadas en el diario El Mercurio, Valparaíso, 16 de abril de 1879. Chalaco y Talismán, transportes de la Marina de Guerra del Perú.
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Corrió en seguida a refugiarse, avisando durante su trayecto al Huáscar y la Pilcomayo190, que también habían salido para el sur. Los víveres han llegado a tener en tierra un valor exorbitante. Vale un sol la libra de charqui, 50 centavos la de carne, y todo en proporción. La escuadra peruana parece que no tenía intención de abandonar su abrigo del Callao. La Independencia191 había probado el nuevo cañón de a 500 que se colocó a proa, y al hacer el primer disparo se resintió el buque y fue necesario sacar el cañón. Necesita todavía un mes más para terminar sus arreglos. En este vapor marcha a Chile un comisionado del coronel Prado con el encargo de entregar sus insignias y hacer renuncia de su cargo de general de división del ejército de Chile. Don Rafael Vial, el valiente redactor de la Tribuna de Lima, marcha también para Chile en este vapor. En Lima había despertado grande entusiasmo la noticia de la declaración de guerra. El presidente Prado, entre otras cosas, dijo lo siguiente a una comisión nombrada por un meeting popular: «Han querido guerra; guerra tendrán, pero guerra tremenda, guerra terrible, cual corresponde a la magnitud del agravio hecho». En el Comercio del 4 se publican las notas cambiadas entre el ministro Godoy y el gobierno peruano, que les adjunto. En el próximo vapor remitiré una larga correspondencia de la escuadra. Los peruanos estaban reclutando gente por fuera para el ejército. En Pisagua se había llevado a algunos amarrados ante las autoridades militares y obligados así a tomar las armas en defensa de la gloriosa patria peruana. El cónsul de Chile en Iquique, don Antonio Solari, parte también en este vapor para Antofagasta. Todos los chilenos residentes aquí hacen elogios de su actividad y patriotismo. En Iquique se han comunicado por medio de una cañería con las oficinas del interior para que la población no carezca de agua potable aunque sean destruidas por la escuadra las máquinas de destilación. Esta cañería estaba ya restablecida y servía para conducir en caldos el salitre de las salitreras a la compañía Barrenechea. Los buques y botes de la escuadra se acercan en ocasiones a la playa a tiro de pistola, pero las tropas peruanas no hacen ni amago de disparar contra las tripulaciones. El Copiapó192 es esperado con ansiedad, para que repatríe a los chilenos asilados en los buques mercantes. 190 191 192
Cañonera de la Marina de Guerra del Perú. Fragata blindada de la Marina de Guerra del Perú. Transporte de la Compañía Sudamericana de Vapores.
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Este vapor lleva de todos los puertos de Iquique al norte más de 1.600 chilenos. Todas las salitreras del norte han quedado casi abandonadas, aunque en muchas de ellas los propietarios han ofrecido a los chilenos toda clase de seguridades en vista de lo necesario que son sus servicios. La oficina del cable en tierra está con guardias y no se permite comunicar telegramas sino con el visto bueno del prefecto. El corresponsal. Õ
En el teatro de la guerra (De nuestro corresponsal)193
Antofagasta, mayo 31 de 1879.– Desde la bahía de Caldera tuve la oportunidad de enviar al Ferrocarril el 26 del corriente algunos detalles, relatados por pasajeros del Pacífico, sobre el extraordinario y épico combate dado en las aguas de Iquique. Esa lucha de pocas horas, gigantesca por su heroicidad y que ha levantado tan alto el nombre de Chile, hará época en los anales de las guerras marítimas. Antes de mucho tiempo se leerá en Europa, con asombro, la descripción hecha por marinos ingleses, del combate que presenciaron sobrecogidos de admiración aún los enemigos de aquellos héroes que, gritando «viva Chile», se batieron sin esperanza: lograron unos la muerte más gloriosa, y otros la mutilación y la muerte de un adversario que, por su inmenso poderío, se juzgaba invencible. El 17 del presente, el almirante Williams, que mantenía con la escuadra chilena el bloqueo de Iquique, invitó a los comandantes de los buques de esa escuadra, a una comida fraternal. En ella les anunció que partirían al día siguiente, con el propósito de realizar una operación de guerra, que no reveló, en la que esperaba obtener ventajas y glorias para Chile. Ordenó que la Esmeralda y la Covadonga, los buques más débiles de la escuadra, quedasen manteniendo el bloqueo y dijo a sus comandantes: «espero al dejaros que en cualquiera emergencia cumpliréis con vuestro deber». En ese día zarparon algunos de los buques de la escuadra y el 18, a las 8 de la mañana, los siguió el almirante con los restantes. El comandante de la Covadonga recuerda que, al divisar en lontananza el humo de los vapores chilenos, que se alejaban hacia el norte, sintió pena y despecho, viéndose excluido de una expedición en la que indudablemente iban a buscarse peligros y glorias.
193
Publicado en el diario El Ferrocarril, Santiago, 5 de junio de 1879.
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Para que puedan apreciarse debidamente la exactitud y la rapidez de movimientos del enemigo, debo decir que este ha dispuesto siempre, desde el principio de esta guerra, de un admirable servicio de comunicaciones; establecido en tierra desde Iquique hasta Arica, por medio de postas sucesivas, y disponiendo del telégrafo submarino, cortado con frecuencia por los buques chilenos y ligado con presteza por pequeñas embarcaciones, salidas de la costa peruana entre las sombras de la noche. Además, es fuera de toda duda que el gobierno peruano mantiene en movimiento entre Chile y el Perú, en los vapores ingleses, una verdadera legión de espías. A las 6 y media de la mañana del día 21, los buques chilenos bloqueadores de Iquique, avistaron dos vapores que avanzaban rápidamente hacia el puerto. La Covadonga voltejeaba afuera, los reconoció y anunció a la Esmeralda que esos buques eran los acorazados peruanos Huáscar e Independencia. * El Huáscar, nave de guerra poderosa, invulnerable para los proyectiles de menos de 150 libras, se bate con dos cañones de a 300, colocados en una torre giratoria blindada con 9 pulgadas de hierro194. Su casco surge poco de las aguas, presenta escaso blanco y lleva un blindaje de 4 y media pulgadas. Fuera de los cañones de la torre, puede disparar con dos piezas de a 40 colocadas sobre la cubierta. Usa además esa máquina de guerra de un fuerte espolón, capaz, con un solo golpe, de echar a pique buques de gran porte. Manda ese acorazado el más notable de los marinos peruanos, don Miguel Grau195. La Independencia, nave con cerca de tres mil toneladas, hallábase defendida con 4 y media pulgadas de blindaje y montaba doce cañones de 70 y dos giratorias de 115196. Mandábala otro de los marinos distinguidos del Perú, don Juan G. More197. La Esmeralda era el más antiguo de nuestros buques de madera. Su edad y los servicios la habían debilitado notablemente; y, antes de esta guerra, se había resuelto destinarla a pontón y establecer en ella una escuela náutica. Medía 800 toneladas y montaba diez cañones de 40 y cuatro de 30198. Era comandante de esta nave don Arturo Prat, joven que, aunque teniendo el título de abogado, había preferido la noble carrera del marino199. 194
195 196
197 198
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El blindaje de la torre era de sólo cinco pulgadas. Eloy Caviedez T., El combate de Iquique, ob. cit., cap. 1, p. 58. A la sazón capitán de navío y comandante de la 1ª División Naval peruana. En realidad, su artillería se componía de una pieza Armstrong de a 250 libras; 2 de a 150, 12 de a 70 y 4 de a 32 libras. Eloy Caviedez T., ob. cit., cap. 1, p. 59. Capitán de navío Juan Guillermo More, su apellido también se escribía Moore. La dotación artillera de esta corbeta era en realidad 10 piezas Armstrong de a 40 libras, 4 de a 32 Withworth y 2 de a 6 libras. Eloy Caviedez T., ob. cit., . cap. 1, p. 61. A la sazón capitán de fragata y jefe de la división chilena bloqueadora de Iquique.
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Comienzo del Combate Naval de Iquique. Revista La Ilustración Española y Americana, Madrid.
La Covadonga, pequeña cañonera que perteneció a la armada española, en la que servía de aviso, mide 400 toneladas y hállase armada con dos cañones de 70 y tres de 9. La manda un joven, de aspecto casi infantil, cuya energía, serenidad y pericia, se encuentran hoy tan espléndidamente demostradas. * Aprestadas las naves chilenas al combate, el Huáscar rompió el fuego a distancia de 3.000 metros, y su certero tiro cayó entre la Esmeralda y la Covadonga. Nuestros marinos saludaron esa provocación con tres vivas a Chile y contestaron el fuego. en seguida, la Esmeralda tomó colocación en el centro de la bahía, y al pasar cerca de la Covadonga, el comandante Prat, que lo era del bloqueo, la dirigió estas lacónicas comunicaciones: «¿almorzó la gente?». Se le contestó afirmativamente. En seguida agregó: «reforzad las cargas». Y por fin comunicó esta orden: «Cumplid todos con vuestro deber». * En esos momentos se generalizó el combate, y a corta distancia. El Huáscar y la Independencia hacían alternativamente fuego, ya sobre la una o la otra de las naves chilenas. La Esmeralda, ocupando su puesto en la bahía, mientras la Covadonga maniobraba hábilmente para acercarse a la costa, contestaban bravamente los fuegos enemigos. En ese instante, la Covadonga fue atravesada por un proyectil de 300 libras, lanzado desde el Huáscar, y este acorazado entregó, después de su certero tiro, la nave 111
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herida a los cañones de la Independencia y se ensañó contra la Esmeralda. Se encontraba esta entre el Huáscar y la población, de tal modo que muchos de los disparos del buque peruano fueron a dañar los edificios de la ciudad. Así colocada la gloriosa nave chilena comenzó a recibir por un lado los fuegos de su formidable enemigo y por otro los de las baterías de tierra. A todos contestó valientemente. Acribillada a balazos, acosada por un huracán de fuego, aquella nave disparaba sin interrupción, y sus artilleros muertos eran reemplazados por los que sobrevivían. * La lucha se prolongó así durante unas tres horas, sin que la Esmeralda, que se movía siempre hacia el acorazado, hubiese logrado estrecharse con él. Era evidente que el débil y pesado buque chileno trataba de abordar a su enemigo y que este, usando de su rapidez de movimientos, esquivaba el abordaje y pugnaba por herir con su espolón. Llegó un instante en que las distancias se estrecharon y en el que la Esmeralda parecía alcanzar su heroico propósito; pero el Huáscar, virando rápidamente, evitó que su débil enemiga chocase con uno de sus costados y presentó a la embestida su formidable espolón, que se hundió en el cuerpo de la nave chilena. * La herida que en ese golpe recibió la Esmeralda, fue mortal. Sin embargo, en los pocos segundos empleados en el espantoso choque, el denodado comandante Prat, que iba delante, tuvo tiempo para lanzarse a cubierta del buque enemigo, gritando: «a la carga muchachos»200. Solo pudieron seguirlo el teniente Serrano y dos soldados201. El Huáscar se desenlazó rápidamente, y como aterrorizado por ese mortal estrechón, tuvo la inmerecida fortuna de alejarse bastante de su heroico enemigo para que el resto de la tripulación chilena, al saltar sobre la cubierta peruana, hallase demasiado espacio y cayese al mar. * Prat y sus tres compañeros, afrontando los tiros que se les dirigían avanzaron hacia el puesto que debía en el Huáscar ocupar su comandante. Un oficial Velarde les salió al encuentro y fue muerto con un tiro del 200
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En verdad, el comandante Prat lanzó su célebre grito «¡Al abordaje, muchachos!», y lo repitió: «¡Al abordaje, muchachos! ¡Al abordaje!» Eloy Caviedez T., ob. cit., cap. 5, p. 102. Lo siguieron el sargento de artillería de Marina Juan de Dios Aldea y un soldado de la misma rama, lo más probable es que se tratase de Arsenio Canave o Canabes. Ibíd., pp. 102-103.
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Interpretación del abordaje al Huáscar del teniente Ignacio Serrano, durante el combate de Iquique. Grabado de origen francés.
revólver de Prat202. Pero un certero disparo de rifle, rompió la frente del ínclito chileno y desde ese momento los cuatro heroicos asaltantes fueron despedazados por sus enemigos. La Esmeralda en tanto se hundía rápidamente203. Quedaban todavía dentro de ella unos pocos marineros; y cuando el agua llegaba ya a las portas del buque, esos valientes dispararon todavía dos cañonazos sobre el Huáscar, el último de los cuales dirigido por el heroico guardiamarina Ernesto Riquelme, y se perdieron en el mar gritando: «viva Chile». * Mientras en la bahía de Iquique y a la vista de una población asombrada, la muerte desenlazaba con tanta gloria para nuestra patria, uno de los episodios de este sangriento drama, tenía lugar a poca distancia otro 202
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Prat y los suyos fueron muertos por disparos de fusilería de la tripulación del Huáscar, lo más probable, de los «Buitres», como se apodaba a los soldados de la guarnición de a bordo. El teniente Jorge Velarde había sido herido al principio del combate por tiradores de las cofas de la Esmeralda, y falleció horas más tarde, desangrado. Ibíd., cap. 18, p. 189. También el segundo de Prat confirma que este murió por fuego de fusil, y no a sable o culatazos. Luis Uribe y Orrego, Los combates navales en la guerra del Pacífico, cap. III, p. 33. La corbeta chilena comenzó a hundirse lentamente después del segundo espolonazo del Huáscar. Ibíd., cap. 9, p. 132. El tercer espolonazo solo aceleró su fin inevitable. Nótese también que esta relación omite el segundo abordaje, encabezado por el teniente Ignacio Serrano.
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La Esmeralda se va a pique. Revista La Ilustración Española y Americana, Madrid.
episodio entre la Covadonga y la Independencia, que cambió el resultado del terrible combate en un espléndido triunfo material para la armada chilena. He separado la narración de estos episodios, porque cada uno de ellos presenta un carácter especial y un desenlace distinto. Prat se ve forzado a luchar cuerpo a cuerpo con su formidable enemigo, hace prodigios de heroísmo y muere como los paladines en esas luchas ideadas por la imaginación de los grandes poetas épicos. * La Covadonga desde el principio del combate pareció ser para el acorazado Independencia una presa fácil de obtener. He dicho antes que aquella nave, gravemente herida por el Huáscar, maniobraba por tomar la costa, siendo perseguida de cerca por la Independencia. Una audaz y feliz inspiración había iluminado al comandante Condell204, enérgicamente secundado por su segundo teniente Orella205. Solo una esperanza de salvación podía abrigarse, y era la de excitar audazmente al enemigo, halagarlo con la idea de una presa segura y llevarlo en la ceguedad de su persecución, hacia bajíos en que pudiese encallar. La Covadonga cala 11 pies y la Independencia calaba 23. Para realizar tan hábil estrategia, era necesario hacer de la huída una operación de sondeo y arrastrar al enemigo, sin dejarle reflexionar, hacia su pérdida inevitable.
204 205
Capitán de corbeta Carlos Arnaldo Condell de la Haza. Teniente 1º Manuel Joaquín Orella Echánes.
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Recibiendo los disparos del acorazado, evitando las embestidas de su espolón, y atendiendo a la vez a los anuncios del sondaje, el comandante del pequeño barco huía hacia el sur, contestando los fuegos enemigos y diezmando con disparos de rifle a los artilleros que servían los cañones de 115 de la nave peruana. Temía que los proyectiles de esos cañones llegasen a inutilizar su máquina antes de realizar su audaz propósito. Así corrigieron algunas millas, perseguido y perseguidor, cruzando balas, gritos y miradas de cólera. Los comandantes, cada uno en su puesto, podían reconocerse y cambiar tiros de revólver. El momento era supremo para la Covadonga, y se hizo más difícil cuando desde tierra, se lanzaron multitud de botes con gente de abordaje. Por fortuna, algunos disparos con los cañones de 9 libras pusieron en fuga a los asaltantes206. De repente el comandante del pequeño barco sintió un ligero choque de la quilla y comprendió que había llegado el ansiado momento. Redoblando su energía, comunicándola a su gente, las provocaciones de los perseguidos se hicieron más violentas. Un marinero empuñó sobre cubierta dos banderas de Chile, y las levantó y las agitó en el aire a los gritos de «cobardes, villanos». Un paso más, y la formidable fragata iba a despedazar a su temerario competidor. Dio ese paso y encontró su tumba. La previsión de Condell estaba realizada. La Independencia, lanzada bruscamente, chocó contra una roca y quedó encallada, mientras que su débil cañonera, disparando certeros tiros, obligaba al enemigo a declararse rendido. Pudo el comandante de la Covadonga ocupar entonces la nave vencida; pero temió ser presa del Huáscar si perdía algún tiempo en la operación de transbordar prisioneros. Se aseguró que el acorazado peruano estaba irremisiblemente perdido, y emprendió su retirada hacia el sur, navegando lentamente y embarcando una gran cantidad de agua por las gloriosas heridas de su cañonera. Con riesgo de hundirse, pudo trabajosamente llegar la Covadonga hasta Tocopilla, caleta ocupada por tropas chilenas207. Allí tomó gente que se ocupó activamente en desaguar esa nave, mientras llegaba de Antofagasta algún transporte que la remolcase. Mientras tanto, perdida la Esmeralda, el Huáscar se lanzó en busca de la Independencia. Grau debió tener la seguridad de que el pequeño buque chileno se habría rendido o estaría ya, como su heroica compañera, bajo las aguas del mar. En lugar de una nave victoriosa, encontró una nave perdida; y el tiempo que ocupó en auxiliar a la tripulación y en incendiar el buque encallado, sirvió felizmente para favorecer la retirada de la Covadonga. 206
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Esto había sucedido al comienzo de la persecución, a la salida de Iquique, en la playa de Cavancha. Eloy Caviedez T., ob. cit., cap. 4, p. 91. El jueves 22 de mayo.
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Comandante de la Covadonga, capitán de corbeta Carlos Condell, y su víctima, la fragata blindada peruana Independencia. Revista La Ilustración Española y Americana, Madrid.
Remolcada esta, llegó a Antofagasta208, y descansó segura en aguas chilenas, al abrigo de sorpresas y defendida por los que la consideran como una reliquia sagrada. * El 26 de presente a la 1 P.M. la población de Antofagasta, impresionada todavía por el valor, la admiración y el entusiasmo que despiertan los sublimes hechos del combate de Iquique, se levantó indignada al aviso de que el Huáscar asomaba a su bahía. Hállase defendido este puerto por tres fuertes con cañones de 150 libras y podía contar además con los cañones de la Covadonga, que han dejado recuerdos imperecederos y terribles en la marina peruana. Venía el Huáscar indudablemente al desquite de la Independencia, arrebatando o despedazando la gloriosa nave vencedora de ese acorazado. Su primer intento fue apoderarse del transporte Rímac que se encontraba en esta rada; pero el Rímac burló al buque enemigo, que lo persiguió empeñosamente sin lograr darle caza. Mientras tanto, los fuertes y la pequeña Covadonga se aprestaron al combate. Los marineros de esa nave, que habían cuatro días antes, hecho milagros de arrojo, consideraron un juguete la lucha que iba a trabarse. No mostró el Huáscar la audacia a que le da derecho su fortaleza y su rapidez. Abrigándose tras de los buques mercantes anclados en esta bahía, rompió sus fuegos sobre la población. Los fuertes y la Covadonga contestaron inmediatamente. 208
La tarde del domingo 25 de mayo.
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De los disparos del Huáscar, solo uno hizo algún daño: rompió una ventana y dos faroles en los edificios de la compañía salitrera: el daño importará cincuenta pesos. El mismo proyectil, más adelante, y al caer en la falda de uno de los cerros de esta ciudad, mató un perro que dormía descuidado, única víctima en Antofagasta de las bombas peruanas. Permaneció el Huáscar a la vista hasta entrada la noche, entre cuyas sombras se retiró. Volvió al siguiente día a rastrear el cable telegráfico y no consiguió encontrarlo. Sus cañones permanecieron mudos y la población lo contempló tranquila y resuelta. Durante algunos días, el acorazado peruano ha permanecido en esta agua y no lejos de esta bahía. Aguardaba sin duda alguna presa fácil. Todavía, ayer, se anunció su presencia en Cobija, de donde tomó lanchas, sin intentar nada contra las fuerzas que guarnecen esa pequeña población. Del almirante Williams solo se sabe, al menos en el público, que fue al Callao en busca de la escuadra peruana y que, no encontrándola, volvió hacia el sur. Se presume que, sabedor de lo sucedido en Iquique, el almirante haya seguido su camino, destrozando o haciendo presas de los buques peruanos abrigados en Arica y buscando, con el empeño de la venganza, al rápido Huáscar209. Hay quienes intentan hacer atmósfera hostil a Williams, cargando sobre él toda la responsabilidad de la pérdida de la Esmeralda, sin atenuar el error, si es que lo ha habido. No es entre los marinos donde las hostilidades asoman. Para mí, el almirante que ha debido dar a nuestra marina, la admirable cohesión que la distingue, que se ha hecho amar, que inspira tanta confianza y fe a sus subordinados, y que ha formado en la escuela del heroísmo, hombres como Prat, Serrano, Riquelme, Condell, Orella y todos los que lucharon en Iquique, debe ser respetado. Circula aquí la noticia de haber desembarcado los peruanos mil hombres en Tocopilla, y se agregaba que eran de ejército boliviano. La noticia se ha desmentido. * Entre las noticias del vapor del norte que zarpa hoy para el sur, se ha calculado que el Huáscar ha tenido, en el combate con los fuertes de Antofagasta, 3 muertos y diez heridos, habiendo recibido una rotura en la popa y varios destrozos en la arboladura. Eusebio Lillo 209
Al regresar la Escuadra de su frustrada expedición al Callao, el blindado Blanco encontró y persiguió infructuosamente al Huáscar, el 30 de mayo. Al día siguiente se reunió en Iquique con los otros buques, que habían reanudado el bloqueo de este puerto.
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A bordo de la Escuadra (Correspondencia para el FERROCARRIL)210 Iquique, junio 2 de 1879.- Algo de importancia tengo que comunicar. Como esta correspondencia abraza hechos sucedidos en el término no despreciable de quince o dieciséis días, y para no confundir el orden y las fechas de los sucesos, he tenido a la vista en mi narración una especie de diario que llevo conmigo. El 16 de mayo, el buque jefe dio orden general de concluir de rellenar las carboneras y alistarse para salir. A las 4 ½ P.M. de este día movían sus máquinas con la proa al sur la Chacabuco y la O’Higgins. A las 11 P.M. hacía lo mismo el Abtao211 y el transporte Matías Cousiño212, que de paso diré que nos acompañaba con 1.000 toneladas de carbón y varios proyectiles de guerra y boca. A eso de las 12 P.M. divisamos una enorme mole que se deslizaba cerca de la costa. Era el Cochrane que, cual el león para ir donde su presa, parecía querer esconder entre las sombras de la noche su enorme volumen. Quedaban en el puerto el Blanco, Magallanes, Esmeralda y Covadonga. La segunda, como de costumbre, hizo de centinela avanzada, cruzando la boca del puerto. Mientras estos movimientos veíamos, mil conjeturas nos hacíamos sobre dónde sería nuestro viaje y el objeto que nos llevaba. Todos estábamos de acuerdo que algo muy serio se proyectaba. Al amanecer del 17 divisamos al sur un humo. La Magallanes, forzando máquina, fue en su reconocimiento: era el vapor del sur que llegaba atrasado. Dos horas después, el Blanco y la Magallanes se ponían en movimiento con el mismo rumbo que los anteriores. Aunque no sabíamos a dónde íbamos, en todos los semblantes se notaba el contento y la confianza. Navegamos sin ocurrencia alguna todo ese día, aunque conservando de la costa la distancia necesaria para no ser vistos de tierra. Poco antes de ponerse el sol, el tope anunciaba tres vapores a la vista. Hicimos rumbo hacia ellos, y dos horas después reconocíamos a nuestros cinco buques, que en la noche anterior habían salido de Iquique. 210 211 212
Publicada en el diario El Ferrocarril, Santiago, 14 de junio de 1879. Corbeta o vapor de guerra de la Marina nacional. Vapor carbonero de la Compañía de Lota y Coronel, arrendado y puesto al servicio de la Escuadra.
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Dadas las órdenes del caso y tomado sus respectivas colocaciones, el convoy hizo el rumbo indicado por el buque jefe. Al amanecer del día 18, todos estábamos menos el Matías Cousiño. ¿Qué se había hecho este buque? Nadie lo sabía. Algunos decían que su separación era seguir instrucciones del jefe; otros que probablemente habría tenido algún percance en su máquina. Lo cierto del caso y la verdad, que solo ahora la hemos sabido, es que el Matías Cousiño entendió o se le hizo mal las señales que convenía, lo cierto es que su capitán entendió que se le ordenaba esperarse en ese lugar. Fiel a esa orden, permaneció ahí los 14 días que estuvo separado de la escuadra, hasta que un rarísimo incidente, que a su tiempo contaré, lo trajo de Iquique a reunirse con nosotros. A las 4 P.M. el buque de la insignia hizo la señal de para, acto continuo arrió dos botes que repartieron pliegos cerrados a todos los comandantes. El 19 navegamos sin novedad hasta las 4 P.M. en que la Magallanes tuvo que tomar a remolque a la O’Higgins que le había sucedido no sé qué pequeña desgracia en sus calderos. Seguimos así el convoy hasta el amanecer, hora en que nuestra compañera estaba nuevamente en aptitud de andar por sus propios pies. Conservándonos siempre a la misma distancia de tierra, navegamos como el día anterior, con toda felicidad. El contento y el entusiasmo cada día aumentaba, como también la confianza de que saldríamos airosos en nuestra empresa, que ya bien sospechábamos cuál era. A la mitad del siguiente día, y cuando ya solo nos faltaban horas para llegar al Callao, los comandantes leyeron a sus respectivos subordinados la orden del día. Todos locos de entusiasmo al saber que íbamos a desafiar al enemigo sobre la boca de sus baterías, prorrumpían en vivas a Chile, que eran contestados por todos a una voz. Como a las 2 P.M. el almirante dio la orden a la Magallanes de adelantarse y reconocer las islas llamadas las Hormigas de Afuera, operación que ejecutó con prontitud. Estas son islitas insignificantes o más bien un grupo de arrecifes, 30 millas al oeste del cabezo de la isla San Lorenzo, permaneciendo en la boca del puerto en su parte norte hasta las 3 y media A. M., hora en que el buque de la insignia hizo la señal de entrar al puerto, lo que efectuamos al instante213. Como había mucha calma tuvimos que ir hasta muy adentro para poder distinguir y darnos cuenta de los buques que había en la bahía, se arriaron las lanchas a vapor que pudieron asegurarse, más que nosotros, de sus posiciones. 213
Para más detalles sobre esta expedición y sus preparativos, véase Francisco Machuca, ob. cit., tomo I, cap. X, pp. 102-111.
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No estaban ni el Huáscar ni la Independencia. Estuvimos aquí hasta que nos sorprendió la luz del día. No merecía la pena trabar combate con los fuertes y buques de guerra que ahí quedaban. Lo importante es que sus famosos blindados combatan con los nuestros, ya que según aseguraban ellos, uno solo de sus encorazados era capaz de barrer con toda la escuadra chilena. Permanecimos en la boca del puerto hasta la 10 ½ del día 22. Cuando nos retirábamos la Pilcomayo asomó sus narices a la boca del puerto; pero tan pronto uno de nuestros buques le puso la proa cuando a revienta máquina se fue hacia el muelle. La Unión que todavía está con la viruela desde el combate del río Loa, tan pronto conoció a la Magallanes, se hizo llevar y guardar bajo siete llaves dentro de la dársena. Bien hecho que no se exponga mucho al aire porque la peste se le puede entrar, lo que sería una lástima porque las pústulas son muy hermosas y grandes 214. Viendo que nadie se atrevía a salir pusimos proa para dirigirnos al sur. El tiempo que se perdía era precioso, urgía buscar a la Independencia y al Huáscar que habían salido al sur un día antes que nuestros primeros buques se movieran de Iquique. Apurarnos para llegar lo más pronto posible a Iquique donde habíamos dejado a los dos buques más débiles de nuestra escuadra expuestos a la voracidad de un enemigo insaciable de venganza, era nuestro constante pesar; pero henos aquí que la pérdida del Matías Cousiño nos había puesto en una situación muy difícil, teníamos que medirnos mucho en el gasto de carbón para poder llegar a Iquique, aún y así tuvimos que poner en juego mucha precaución para poder llegar con algunas paladas de combustible a este puerto. Navegamos todo el día, la mar era bastante gruesa, a lo que se aquejaba que llevábamos la corriente en contra y una brisa bastante fuerte que nos vino a sublevar mucho más las aguas. Con todos estos elementos en contra, la fuerza que teníamos que emplear en vencerlos nos quitaba más de dos millas de andar. Parece que todos los elementos se habían conjugado en contra nuestra. Al medio día del 23 teníamos a la vista a las Chinchas, las famosas islas antes el tesoro del Perú y ahora solo un montón de piedras, y así despobladas por su falta de recursos. 214
Alusión al combate de Chipana del 12 de abril de 1879, entre la cañonera chilena Magallanes y la corbeta Unión y la cañonera Pilcomayo, peruanas, donde la primera pudo escapar, pese a su inferioridad. La Magallanes, asimismo, habría infligido daños a la Unión, aunque las fuentes peruanas lo niegan. Véase la controversia en Rodrigo Fuenzalida Bade, La armada de Chile. De la alborada al sesquicentenario, tercera parte, cap VI, p. 673. De la presente correspondencia de El Ferrocarril se deduce que La Unión sí tenía daños de cierta importancia.
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Navegábamos a esta altura cuando divisamos un buque a la vela. Como siempre, el jefe dijo: vaya la Magallanes a reconocerlo, la que con su prontitud acostumbrada obedeció la orden; estando ya algo cerca, le disparó un cañonazo con pólvora, lo que hizo que la barca se pusiera al instante en facha. Era la barca Cuatro Hermanas, peruana, pero que el 29 de marzo había sacado patente para usar la bandera de Nicaragua. Cargada con pisco y camotes y tripulada solo por canacas, a excepción del capitán, que era peruano. Este dijo que en Pisco había producido mucha alarma la presencia de nuestra escuadra en el Callao. También confirmó la salida de los encorazados peruanos para el sur. Después de esta pequeña ocurrencia, seguimos todo el día y noche sin novedad, aunque con la mar muy agitada. El 24 amanecimos con tierra a la vista. En la tarde divisamos un humo que poco pudimos percibir: era un vapor de ruedas que navegaba en dirección opuesta a la nuestra. Tan pronto nos divisó, nos dio la popa dando todo su andar. La falta de carbón y el mal estado de nuestras corbetas nos impidió darle caza. Sin otra ocurrencia navegamos hasta el amanecer; a las 8 y media entramos al puerto de San Nicolás, permanecimos aquí en varios arreglos hasta las 2 P.M. del siguiente día, hora en que dejamos este abrigado, aunque inhabilitado puerto. Tomamos nuestro rumbo anterior, pero ya con 140 toneladas más de carbón a bordo de nuestro convoy. Poco antes de puestas de sol, el tope anuncia ver un humo al S. E., cerca de la costa. Fue la Magallanes en su reconocimiento, la que después de forzar máquina, por una para le dio caza. Era un pequeño vaporcito de ruedas llamado Ballesta, peruano y que había tomado bandera inglesa solo el 26 de abril, 22 días después de declarada la guerra al Perú. Venía de Guanillos y Pabellón de Pica de recoger varios ingleses que ahí tenía la compañía para explotar el huano y que después del bombardeo habían quedado sin poder continuar su industria por destrucción de los documentos que con tal objeto poseían. Uno de estos pasajeros, que por cierto no era peruano, a hurtadillas contó al teniente de la Magallanes lo que ya presentíamos desde nuestra salida de Iquique, cuando quedaron sosteniendo el bloqueo de ese puerto la Esmeralda y Covadonga. Nos dijo, que el 21 en la mañana, el Huáscar y la Independencia habían batido a nuestros buques en Iquique. Que los encorazados enemigos habían intimado por siete veces rendición a nuestros débiles barquichuelos que con la negativa, estos les mandaban una lluvia de balas en contestación a sus intimaciones. Que el blindado Huáscar había echado a pique de un golpe de espolón a nuestra 121
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vieja y gloriosa Esmeralda y que la Covadonga al recibir igual golpe de la Independencia, le había sacado el cuerpo yendo el encorazado enemigo a despedazarse contra las piedras. Que, de la Esmeralda solo habían salvado 40 que estaban en poder del enemigo, y que el Covadonga había huido mientras el Huáscar recogía los náufragos de su desgraciada compañera. Miles de conjeturas hacíamos sobre el hecho, sintiendo solo la muerte de nuestros compañeros que como chilenos habían sabido sostener su pabellón. En fin, la noche avanzaba y fue preciso irnos a la cama esperando que el nuevo día nos proporcionaría más datos sobre tan heroico suceso. Amaneció el día, casi nadie había dormido con la impresión de la pérdida de tantos compañeros. Pasó el día y la noche y ningún otro dato vino a sacarnos de la ansiedad en que estábamos. A las 8 A. M. del 28, el jefe dio orden a la Magallanes de adelantarse al convoy para que cortara el cable en Mollendo. Después de algunos instantes de andar en este sentido, divisó un humo al S. E.; yendo en su reconocimiento, resultó ser el vapor Amazonas215 que venía del sur. Uno de los pasajeros chilenos señor Domingo Godoy (plenipotenciario a las repúblicas de Centro América, Venezuela, etc.,) fue llevado a bordo del buque almirante. Confirmó las noticias que habíamos recibido, más la muerte del heroico capitán A. Prat, que al recibir su buque el espolonazo del Huáscar, había saltado a cubierta con un oficial y cinco de los suyos, los mismos que habían caído hechos pedazos agobiados por los golpes de tantos enemigos. Nuestro bravo comandante murió, pero después de haber dado muerte con su propia mano a un oficial enemigo. Que el doctor del Covadonga iba muy mal herido, que según le aseguraban, había perdido las dos piernas, siguiendo este buque muy averiado hasta Antofagasta216. El Amazonas encontró al Huáscar navegando al sur a la altura de Mejillones de Chile en la mañana del 26. El 29 se leyó a la tripulación de la escuadra, la siguiente orden general: Según informes que he recibido, el 22 (sic) del actual fueron atacados en Iquique la corbeta Esmeralda y la goleta Covadonga por los blindados peruanos Huáscar e Independencia, y después de un recio combate, la Esmeralda fue echada a pique con la gloria con que vivió siempre, sucumbiendo su arrojado y valeroso comandante con algunos de la dotación cuyos nombres ignoro hasta este momento, sobre la cubierta misma del buque enemigo. La Independencia ha sido completamente destruida, y la Covadonga ha podido retirarse en dirección a Antofagasta. Tal es el resumen del resultado del combate; pero debo agregar que la conducta de los jefes, oficiales y tripulaciones de ambos buques, ha sido 215
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Transporte de la Compañía Sudamericana de Vapores. A mediados de 1879 sería vendido la Marina y armado en guerra. Cirujano Pedro Regalado Videla, quien finalmente falleció.
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Corresponsales en campaña valiente y esforzada, como lo justifican los hechos, y junto con manifestar nuestro profundo sentimiento por la lamentable pérdida de los que tan gloriosamente han sucumbido en defensa de la nación, debemos felicitar a los sobrevivientes por su heroico comportamiento. Combatiendo a fuerzas muy superiores, la ventaja sin embargo ha quedado por los nuestros, y si bien es verdad que la Esmeralda ha sucumbido gloriosamente en el combate, en cambio el enemigo ha sufrido la pérdida de uno de sus blindados. Creo excusado recomendaros que sigáis su ejemplo. Vuestro espíritu es demasiado levantado para poner en duda que sabréis como ellos sucumbir valerosamente en defensa de la patria. A bordo del Blanco Encalada, buque de la insignia, mayo 29 de 1879.– Williams Rebolledo.
Después de todas estas noticias no veíamos la hora de llegar a Iquique. El convoy se componía ahora de solo 4 buques, la O’Higgins y la Chacabuco se habían hecho a la vela, la primera a Valparaíso a mudar los harneros que tenía en lugar de calderos, y la segunda a Iquique. A la Magallanes al elevar el cable, por dos veces se le escapó la uña del anclote. Antes de ponerse el sol, el buque jefe dio la señal de seguir sus aguas; el convoy siguió tranquilamente al sur toda la noche y al mediodía del siguiente pasábamos frente a Arica. Siguiendo siempre al sur amanecimos con la rada de Iquique a la vista, pero con nuestras carboneras casi totalmente barridas. En la población se divisaban grandes humaredas, eran las máquinas de resacar que hacían su último acopio de agua dulce antes que llegaran nuestros cañones a impedírselo. Acababa el buque jefe de ordenar a la Magallanes reconociera el puerto y apresara las lanchas para que en seguida fuera a impedir la entrada al puerto bloqueado a un buque a la vela que teníamos a la vista, cuando esta hace también la señal de vapor a la vista, y momentos después la del Huáscar a la vista. Efectivamente, un poco al SO. se divisaba un humo que venía en dirección al puerto, pero que avanzaba y se detenía a cada momento. No nos había visto porque estábamos muy cerca de la costa al norte del puerto, pero tan pronto encontró olor a blindado chileno, nos puso la popa navegando al O. a revienta máquinas. La distancia a que llegó a nosotros agregada a la media hora que se demoró el jefe en ponerle la proa, nos tomó una ventaja de no menos de 10 millas. Otro contratiempo, no nos quedaba carbón para más de 18 horas. Navegando en caza, no lo podíamos perseguir más de 8 para tener con qué volvernos al puerto. La Magallanes y el Blanco principiaron a perseguir a las 8 ½ A. M. al terror de los mares, al invencible que según la lengua peruana, él solo podía barrer con toda la escuadra chilena. 123
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A pesar de que nuestros buques hora por hora le ganaban terreno, el carbón flaqueaba y fue preciso desistir a las 3 P.M. reservándose esa pesca para mejor ocasión. Al amanecer del 31 divisamos fondeado en el puerto al Matías Cousiño, lo que nos llenó de contento. Como he dicho antes, obedeciendo las órdenes dadas, se aguantaba 40 millas distantes de la Quebrada de Camarones, de que se movía cuando más 5 millas alrededor esperando día a día a la escuadra chilena. El mismo día que nosotros perseguíamos al Huáscar, precisamente a la misma hora que lo dejamos de perseguir, nuestro transporte divisó un humo al sur, creyendo que era la Magallanes que iba en su busca avanzó hacia él, este como temeroso caminaba un poco, y después se retiraba al oeste, teniendo tal vez que nuestro transporte fuera alguno de los blindados chilenos, por lo ancho que lo veía. El Matías Cousiño llevaba dos lanchas en sus costados que había tomado en Iquique para darnos carbón en caso necesario. Aburrido el capitán del transporte resolvió acercarse y dio más fuerza a su máquina en dirección al desconocido, como este huyera con mucha velocidad tuvo que forzar su máquina para poder darle alcance hasta que lo consiguió. El que huía, viendo que era ganado en carrera por su perseguidor, se vio en la dura necesidad de volver cara, pero ya por no poder escapar, era el Huáscar que una vez que conoció su engaño, quiso capturar a su intrépido perseguidor que lo había hecho pasar tantos sustos. Pero la torpeza de siempre; en lugar de cortarle la proa, se puso por la popa creyendo que lo rendiría por sus disparos que a pesar de que fueron muchos, como siempre, no pudieron acertar ninguno. Como estaba muy cerca, el capitán del Matías217 para escapar a los proyectiles, le soltó una de las lanchas que llevaba al costado, lo que detuvo al Huáscar por más de un cuarto de hora creyendo que eran torpedos que se le ponían en su camino, pasado otro momento le suelta la otra produciendo el mismo efecto en el Huáscar que con todo se espanta. De esta manera pudo escapar a sus proyectiles, ganándole una ventaja inmensa. A pesar de esto lo persiguió por más de dos horas. El Matías Cousiño se dirigió a Iquique para que si (sic) estaba ocupado por buques enemigos, dirigirse a Antofagasta. Así pues el Huáscar nos ha mandado el carbón que tanto necesitábamos. De muy buen origen hemos sabido lo que a continuación le refiero respecto al combate y que confirma las noticias que anteriormente habíamos recibido.
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Capitán de fragata Augusto Castelton.
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El 21 a las 8 A. M., se presentaron en la rada de Iquique los blindados peruanos Huáscar e Independencia a batir nuestro viejos cachuchos de madera Esmeralda y Covadonga que habían quedado bloqueando a este puerto, mientras el resto de la escuadra volvía del Callao. El Huáscar primero se adelantó haciendo fuego sobre nuestros buques pero sin acertar ni un tiro. La Esmeralda se coloca cerca del muelle y el Covadonga se pega cerca de la isla. En esta posición contestaban el fuego a los encorazados que pronto tomaron los dos, el Huáscar contra la Esmeralda y la Independencia contra el Covadonga. El combate duró cerca de 4 horas. Viendo la Esmeralda que de tierra con la artillería y fusilería le barrían su cubierta, caminó un poco más al norte de Punta Colorada contestando siempre al enemigo con sus cañones. El Covadonga por su parte sostenía el combate del pigmeo contra el gigante. Oficial o marinero que subía a la cubierta del Huáscar, caía al instante bajo nuestras punterías. Después de intimarles rendición varias veces y viendo que los chilenos no accedían, el Huáscar, buque-jefe, puso la señal de espolonear. Debo advertir que a la Esmeralda se le rompieron sus calderos a los pocos momentos de principiar el combate, quedando inmóvil. A pesar de esto, el Huáscar solo a la tercera embestida pudo meterle su espolón cerca de la proa de nuestro buque. Al recibir este golpe, el comandante Prat, animando a los pocos que le quedaban, saltó a la cubierta enemiga a la voz de: al abordaje, muchachos. Solo él, un oficial, que todavía no se sabe quién es, y cinco marineros más alcanzaron a seguirlo. En los momentos que nuestro comandante mataba con su propia mano a un teniente 2º del Huáscar, recibió un hachazo que le partió el cráneo218. El otro oficial nuestro subió a la torre después que 7 balas le habían atravesado la pierna izquierda, ahí fue agobiado por el número de enemigos que le inutilizaron el brazo izquierdo que se lo tuvieron que amputar después del combate. Los cinco marineros se dice que todos murieron219. Dicen que fue espantosa la confusión que se esparció en el blindado peruano cuando vieron a nuestros siete bravos sobre su cubierta.
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Probablemente esta sea la primera vez que se publicó esta versión inexacta de la muerte de Prat, versión que se ha seguido repitiendo a lo largo del tiempo. La información recogida por este corresponsal no solo es inexacta por el número de efectivos que saltaron al abordaje, sino también por omitir el segundo abordaje, encabezado por el teniente Ignacio Serrano. Esto se podría explicar por la confusión de este relato, que une a los dos abordajes en uno solo.
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Si a nuestro arrojado comandante lo alcanzan a seguir unos 20 de los suyos, el Huáscar a estas horas llevaría la bandera chilena220. El mismo Grau dijo a un amigo que le había costado esfuerzos sobrehumanos para que los que estaban en la torre subieran a rechazar a los chilenos que habían saltado a su cubierta221. El Covadonga cuando lo persiguió la Independencia, se dirigió a Punta Gruesa bien pegado a las rocas de la costa. Cuando el encorazado le hizo la embestida, aquel le quitó el cuerpo yendo este a despedazarse contra las piedras. Sobre este golpe el Covadonga lo acabó de hundir disparándole sus cañones y caminando al instante hacia el sur para escapar al Huáscar que venía a ver a su compañera, que con la bandera arriada se sumía más y más. Me olvidaba decir que cuando la Esmeralda se hundía y no quedaba más que una parte de la popa afuera, disparó sus dos últimos cañonazos con el pabellón tricolor izado. Hizo estos últimos disparos el heroico guardiamarina Ernesto Riquelme, que durante todo el combate desplegó un valor incomparable. Su denuedo estuvo a la altura de Prat. Fueron los héroes de la jornada. Mientras este momento corría, en tierra no volaba ni una mosca, estaban abismados con el heroísmo del chileno. Los náufragos de la Esmeralda que no alcanzaron a llegar a tierra a nado, fueron recogidos por botes de tierra222. El Covadonga muy averiado siguió al sur; como ya he dicho confirman la noticia de las heridas del doctor y de muchos otros. El capitán Prat fue enterrado en Iquique. Se sabe con seguridad que de la Esmeralda salvaron 40 marineros y 8 oficiales. Todos los ingenieros murieron como también todos los oficiales de mar. Los tripulantes de esta eran 180223. No se sabe aún cuáles son los muertos ni los heridos, tan pronto se sepa lo comunicaré. Según un diario de este pueblo, el Huáscar estuvo en Antofagasta y fue recibido a balazos por el fuerte y la Covadonga, que estaba en una poza que hay entre dos piedras cerca del muelle. Según el mismo diario el mismo buque disparó muchos tiros sobre el fuerte y la población sacando 220
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Coincide esta versión con la entregada por el corresponsal de El Mercurio en sus «Cartas de la Escuadra», publicadas el 17 de junio de 1879 y también incluidas en esta obra. Esta versión sobre la momentánea desmoralización de los tripulantes peruanos, se corrobora en Eloy T. Caviedez, El combate de Iquique, ob. cit., cap. 8, p. 123. Información inexacta. Todos los sobrevivientes de la Esmeralda fueron recogidos por botes del Huáscar. Según el primer listado, confeccionado por el comisario de la Escuadra, Nicolás Redolés, el total de tripulantes era de 198, de los que salvaron con vida solamente 49. V. Pascual Ahumada, ob. cit., tomo I, cap. VII, pp. 323-325. Dicho listado contiene diversas discrepancias con otras fuentes, tal y como está expuesto en Vivian Sievers Zimmerling y Eduardo Rivera Siva, La dotación inmortal, Anexo: Nóminas de la dotación, pp. 247-263.
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él algunas rasmilladuras de los proyectiles chilenos; que también cortó el cable que une a Antofagasta con Caldera y que por último persiguió al Itata y al Rímac que los avistó al sur. Ayer estuvo el cónsul inglés a pedir al almirante como un servicio personal le permitiera mandar a Lima a un oficial peruano que estaba muy mal herido. Nuestro jefe contesta que con mucho gusto pero que también le entregaran para mandar a Valparaíso al oficial chileno que tenían los peruanos en Iquique y que también estaba muy herido. Parece que el canje ha sido aceptado. Me olvidaba decirle que al presidente Prado lo tenemos también en Iquique, llegó en el Oroya al día siguiente del combate. * A bordo en Iquique, mayo (sic) 5 de 1879.– Pocas son las noticias que tengo que comunicarle desde mi correspondencia fecha 2. Este día en la tarde y cuando la Magallanes acababa de rellenar sus carboneras, se le dio la orden de salir a reconocer un buque a la vela que a lo lejos se divisaba. Era una goleta chilena que el Huáscar había tomado frente a Cobija. Había botado a sus dueños y colocado en su lugar a uno de sus guardianes y a dos marineros más para que llevaran la dicha goleta al puerto de Arica. El que hacía de capitán, un portugués, según decía, era poco conocedor de la costa por lo que se había acercado a orientarse cuando nosotros lo tomamos. Los tres marineros del Huáscar, y por consiguiente tres prisioneros de guerra, fueron tomados a bordo de la Magallanes y momentos después trasladados al buque almirante. La goleta la tomó a remolque nuestra corbeta y la condujo al puerto; con un pequeño arreglo, muy bien nos puede servir para transbordar carbón en lugar de lanchas que no tenemos más de una. Las que antes teníamos las tomaron los iquiqueños después del combate del 21 de mayo. Los capturados en la goleta, además de algunos datos muy importantes sobre los buques enemigos, nos confirmaron las noticias que ya sabíamos. Según ellos, lo que es verdad, salieron del Callao el 16, es decir un día antes que nuestra escuadra dejara a Iquique. El convoy lo componían el Huáscar, Independencia y transportes Chalaco, Limeña y Oroya. Su viaje era a Arica a donde llevaban municiones y otros elementos de guerra. También llevaban a S. E. el presidente Prado para desembarcar en este mismo puerto. El Limeña sólo llegó hasta Mollendo, siguiendo el resto del convoy a Arica; aquí supieron que nuestra escuadra había salido al Callao y que solo quedaban en Iquique manteniendo el bloqueo dos buquecillos de madera. 127
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Creyendo nuestros enemigos que la presencia sola de sus encorazados sería suficiente para rendir a nuestros bravos que estaban al mando de nuestros viejos y gloriosos cascarones, emprendieron viaje hacia ellos amaneciendo el 21 de mayo con la bahía de Iquique a la vista. Después de la dura lección que aquí recibieron, donde el más débil de nuestros buques sepultó para siempre al más poderoso de sus blindados, el que quedaba después de dos días siguió al sur. Aunque llevaba su proa averiada y haciendo mucha agua, no podía presentarse al Callao; después de una derrota tan vergonzosa, era necesario bombardear algunos puertos y apresar algunos transportes para acallar en algo la furia de sus compatriotas. Así lo intentó pero sin éxito. Llegó a Mejillones de Chile, donde echó a pique unas lanchas que ahí había con alambre para unir por telégrafo a Mejillones con Antofagasta. Después de esto siguió al sur, llegando luego a Antofagasta; aquí pretendió bombardear la población224, pero fue puesto en fuga por el fuerte y el Covadonga, que desde la poza no dejaba de menudearle. El mayor daño que hizo en este puerto fue la muerte de un perro225. Viendo que era impotente para seguir la empresa que había acometido, cambió de opinión y quiso cortar el cable; estaba en esta operación y ya lo elevaba, cuando se vio un humo al sur que creyó ser una nave de guerra chilena. Abandonó todo, cuando ya su trabajo iba a ser coronado con el éxito y se puso en asechanza. Pronto conoció eran dos transportes que en vano persiguió por varias horas consecutivas. Eran los vapores chilenos Itata y Rímac. Como le quedaba muy poco carbón volvió al norte, hasta Iquique. Aquí permaneció varios días, salía en la noche y volvía en la mañana, hasta que en una de estas se avistó con la Magallanes y el Blanco, que lo persiguieron durante 7 horas. El día 3, poco antes de medianoche, el buque de la insignia ordenaba a la Magallanes, por medio de destellos, seguir sus aguas. Después de navegar un poco al O., pusimos proa al S., navegando sin novedad tranquilamente toda la noche hasta que, al venir el día y a la altura de Pabellón de Pica, el centinela anunció un humo al norte que parecía seguir el mismo rumbo que nosotros. Fuimos en su reconocimiento y, no estábamos ni a 8 millas de distancia, cuando se deslizó al oeste a toda fuerza. Era el Huáscar que por segunda vez huía de uno de nuestros blindados. Forzamos máquina y le pusimos la proa. A las 11.25 y después de haber cambiado rumbo en todas direcciones, el Blanco, ganándole camino, izó
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El lunes 26 de mayo. Por este motivo, la prensa chilena daría al Huáscar el apodo burlesco de «mata-perros».
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el tricolor afirmándolo con un cañonazo. El Huáscar no atinaba más que a apurar sus fuegos para ir más ligero. Pocos momentos después dejó caer al agua una linda falúa, creyendo producir en nosotros el mismo efecto de lo que con él acababa de hacer el Matías Cousiño, pero se engañó. A poco andar nos soltó otra, probablemente eran de su finada compañera Independencia. A la una y cinco el Blanco le hacía un nutrido fuego que solo dos veces se atrevió a contestar al enemigo. La menor distancia a que estuvieron fue de 4.000 metros. Desde este momento se le volvió a alejar el Huáscar no pudiéndole dar alcance hasta que a la una de la mañana del 4 abandonamos la caza. Lo habíamos perseguido 19 horas andando 10 y media a 11 millas por hora sin conseguir se presentase a medir sus armas en leal combate. Volvimos a Iquique a donde llegamos como a las 3 y media P.M. del 4226. El 5 antes de amanecer fondeó en este puerto el Loa con 800 toneladas de carbón y víveres. Había avanzado hasta Arica en busca de la escuadra y habría seguido al norte si no es por el vapor de la carrera que le dijo estábamos en Iquique. Nuestros prisioneros según hemos sabido siguen bien tratados, Es efectivo que les ofrecieron la ciudad por cárcel bajo la palabra de honor que no quisieron aceptar. También es verdad que el Huáscar arrió sus botes para recoger a nuestros compañeros de la Esmeralda. Es falsa la noticia publicada por nuestra prensa que los peruanos hayan desembarcado tropas en Iquique después del combate del 21. La Turquoise y la Magallanes han sondeado con escandallos la parte de la rada en que se asegura se hundió nuestra querida vieja Esmeralda. Se nos asegura se efectuará un rastreo prolijo para extraer lo que sea posible. Se ha perdido toda esperanza de sacar su artillería por la profundidad a que se encuentra. En esta parte hay de fondo 17 a 18 brazas. La Independencia aunque está en mucho menos fondo, solo sale a flor de agua uno de sus palos. La artillería de esta sé que la podremos sacar cuando nos tomemos Iquique, y a fe que merece la pena porque son doce de a 70 y dos de 250 según nos lo aseguraron los prisioneros que tenemos del Huáscar. También nos dijeron estos que la Independencia salió del dique con sus calderos recién puestos, flamantes para hacer el viaje que puso fin a su existencia. Con esta reforma había aumentado su poder a doce millas. Era un buque que nos podía haber hecho mucho daño, y la verdad es que con ella los peruanos pierden la mitad de su escuadra. Este
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Compárese el relato de esta persecución con el publicado por en El Mercurio del 17 de junio de 1879 por su corresponsal, relato también incluido en la presente obra.
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buque era tanto más poderoso que nuestra pequeña Covadonga, que este podía haber izado en sus pescantes como a una de sus falúas. Los tiburones han estado durante muchos días de gran banquete. Es increíble la cantidad de estos animales que se han agrupado en la rada después del combate. A cada momento pasan cerca de los buques con sus enormes aletas dorsales fuera del agua. Después de nuestra llegada del Callao, todavía flotaban muchos cadáveres por aquí y por allá227. Õ
Carta de un prisionero228 Detalles desconocidos y confirmación de otros A continuación fragmentos de una carta escrita por un prisionero de la Esmeralda. Entre los diversos detalles que comunica, hay algunos relativos al abordaje que son desconocidos. Helos aquí: Querido amigo! Aún no sé si esta pueda llegar a su destino, pues, desde la vuelta de la escuadra, no hemos podido escribir por estar completamente incomunicados; pero hoy ha venido a visitarnos el cónsul inglés229, trayendo instrucciones de nuestro gobierno para pagarnos nuestros sueldos. Preguntamos al secretario del general Buendía, que lo acompañaba, si podríamos comunicarnos con nuestras famillas, y nos contestó que le parecía que no había inconveniente para ello. Ya supondrá cuál será nuestra situación, privados de la libertad; sin embargo, las autoridades peruanas, sobre todo el general y el coronel Velarde, se han portado muy bien con nosotros230. El general Prado estuvo en esta unos cuantos días después del combate, habiendo regresado al Norte hace poco, no sin haber hecho algo por nosotros, pues nos hizo entregar mil soles para nuestras necesidades que tú ya calcularás. Ya que te hablo de esto, voy a referirte algo del combate. Avistados el Huáscar y la Independencia, se tocó zafarrancho de combate y se dio orden al Covadonga de maniobrar de manera que los tiros del enemigo fueran a herir a la población. 227
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Cfr. Este diario de la expedición al Callao con el trabajo análogo realizado por el corresponsal de El Mercurio: «Cartas de la Escuadra. De Iquique al Callao (de nuestro corresponsal en la escuadra)», Suplemento al Mercurio del Vapor, 14 de junio de 1879. Publicada en el diario Los Tiempos, Santiago, 5 de julio de 1879. Maurice Jewell. En Eloy T. Caviedez, El combate de Iquique, ob. cit., cap. 22, pp. 215-220 y cap. 40, pp. 354-358, se emiten juicios coincidentemente favorables sobre la conducta del general Buendía y el coronel Velarde para con los prisioneros chilenos.
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Corresponsales en campaña Yo subí a la cofa de mesana para tomar las distancias de los buques, pero no teniendo comodidad para observarlos con exactitud, bajé y calculaba por medio del reloj, por el espacio de tiempo transcurrido entre el fogonazo de los cañones del enemigo y el momento en que sentía el estampido231. Nuestros tiros eran en general bastante buenos y por el contrario los del Huáscar pasaban todos por alto. El Huáscar había quedado batiéndose con nosotros, mientras la Independencia seguía al Covadonga. Te aseguro que partía el alma ver que nuestros proyectiles eran de ningún efecto contra el Huáscar, y ver a nuestra gente llena de ese entusiasmo digno de mejores cañones. Después de dos horas de combate sostenido, logró el Huáscar acertarnos un balazo que fue el único que recibimos a distancia. Este tiro entró por el camarote del teniente Uribe y salió por el mío, destruyéndome cronómetros y todos mis libros y causando un pequeño incendio que fue luego sofocado. Como a las once y media vimos venir el Huáscar hacia la proa de nosotros por conocer, sin duda, que sus artilleros no podían apuntar. Poco antes de esto, la artillería de tierra empezó también a hacer fuego, causándonos tres heridos, que fueron los primeros, por cuyo motivo tuvimos que abandonar la posición que manteníamos. ¡Sin duda creyeron que no era suficiente, para destruirnos, el coloso que nos atacaba!
(Refiere enseguida el primer espolonazo del Huáscar y continúa:) Este primer espolonazo no nos hizo gran daño y solo fue notable por haber saltado a la cubierta del Huáscar nuestro bravo comandante con dos más dando antes la voz de ¡al abordaje! La que no se oyó sino por los que estaban muy cerca de él por disparar en esos momentos nuestra artillería, ni dio tiempo de ser cumplida por retirarse el Huáscar un instante después. Después de algunos pasos que dio el comandante, tuvimos el dolor de verlo caer combatiendo junto a la torre. Poco después recibimos el segundo espolonazo a proa, saltando a bordo del buque enemigo el teniente Serrano, y como 15 individuos más, tratando de amarrarnos a la proa del Huáscar para que no pudiera retirarse232. Pero con la ligereza con que gobierna este buque, no nos dio tiempo para ello y Serrano cayó como el capitán Prat. Además te diré que junto con cada espolonazo nos disparaba dos granadas de 300 libras, que a boca de jarro hacían en nuestra gente estragos terribles, pues horrorizaba ver la cubierta sembrada de piernas, brazos, cabezas y cadáveres mutilados y, lo que era peor aún, los ayes de los heridos. Viendo ya nuestra impotencia, llamó el teniente Uribe a los oficiales, y estando la Santa Bárbara llena de agua por el agujero que nos hizo el segundo espolonazo, y por consiguiente, sin poder hacerla saltar, se decidió abrir todas las vías de agua, para irse a pique manteniendo el fuego mientras los cañones estuvieran fuera del agua. En este momento vino el último espolonazo que lo dio frente a la máquina, cuando ya la corbeta estaba medio sumergida. Instantes después la gloriosa Esmeralda se hundía para siempre al grito de ¡viva Chile! dado por los pocos sobrevivientes.
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Al cotejar estos detalles en Eloy T. Caviedez ob. cit., cap. 2, p. 72 y en Arturo Wilson, «Recuerdos del Combate Naval de Iquique, el 21 de mayo de 1879», Revista de Marina, año 76, número 442, mayo-junio de 1931, p. 314, se puede deducir que el autor de esta carta sin firma, es el guardiamarina de la Esmeralda, Arturo Wilson Navarrete. Este es uno de los pocos testimonios que rescata este plan desesperado, que inspiró el segundo abordaje. Cfr. Eloy T. Caviedez, ob. cit., cap. 8, pp. 118-124.
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Piero Castagneto Yo salí por una de las portas de popa cuando el agua entraba ya por ella; pero el hundimiento fue tan rápido que uno de los botes colgados a los pescantes me tomó debajo y me arrastró no sé dónde233. Salí de nuevo a flote, no sin haber tragado una buena cantidad de agua, y fui recogido por un bote del Huáscar, para ser más tarde desembarcado en esta. De salud no estamos tan bien. Hay tres enfermos entres los oficiales, a consecuencia de la mala calidad del agua que está llena de salitre. Lo que más nos molesta es vernos condenados a un papel pasivo. ¿No podrían canjearnos? La idea de vernos atados por el resto de la campaña nos desespera234.
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Teniente 1º Luis Uribe Orrego, segundo comandante de la Esmeralda, hecho prisionero después del combate de Iquique. Retrato publicado en el periódico El Nuevo Ferrocarril, Santiago, 14 de agosto de 1880.
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Otro detalle que reafirma que el autor de esta carta es el guardiamarina Wilson. Cfr. Arturo Wilson, ob. cit., pp. 316-317. Finalmente, los prisioneros de la Esmeralda fueron canjeados por tripulantes del Huáscar tras la captura de este, en la batalla de Angamos.
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Importantísimos detalles del combate de Iquique Nuevas revelaciones que confirman el heroísmo chileno (carta de un prisionero)235 Iquique, junio 16 de 1879 Señor don N. N. Mi querido hermano: Por el vice-cónsul inglés tuve el grato placer de recibir tu estimable del 4 del presente. Es inútil explicarte la emoción que en esos momentos experimenté. Es necesario encontrarse en las circunstancias en que me hallo prisionero de guerra, separado de la familia, de la patria y amigos, etc. Leí y volví a leer tu carta y la de la querida hermana Agustina y solo entonces comprendí lo que realmente significaba. Conociendo el carácter de todos ustedes tan sumamente sensible, y especialmente el de Agustina, temí que algo muy serio sucedería en casa en los primeros momentos que llegó a esa la noticia del encarnizado combate que tuvo lugar en esta agua. Gracias a Dios sólo ocasionó la grave incertidumbre respecto a los que habíamos sucumbido y que no dejó de ser seria tomando en cuenta que duró esta cerca de ocho días, como me lo explicas en tu carta. Previendo esto, al día siguiente del combate, pasó un vapor para el sur y conseguimos que nos permitieran escribir a nuestras familias y más aún, escribimos al capitán Molina, gobernador marítimo de Antofagasta, una relación de los que sobrevivimos para que, acto continuo, por telégrafo lo comunicara a esa. Si hubiera cumplido con esto, dos días después habrían tenido conocimiento. Sentí muchísimo no haberte remitido una relación completa del combate por el vapor que zarpó de esta el 27 del pasado. Como las cartas las entregamos abiertas a las autoridades militares, temí que no llegara a tu poder. Por ella te habrías impuesto de la honrosa matanza. Todo lo que se diga es poco y nosotros mismos nos espantamos cuando recordamos tanta sangre derramada. Pasará mucho tiempo antes que se sepan las cosas tales cuales son. Las cartas de Zegers a su padre y la de Uribe a don Eulogio Altamirano, si es que se publican, darán indudablemente alguna luz sobre lo sucedido en lo que corresponde a la descripción de la acción, pero hay muchos hechos que se irán sabiendo poco a poco y que la historia se encargará de darles su verdadera importancia. Como estamos completamente incomunicados, rodeados de centinelas, solo hemos podido obtener muy pocas noticias respecto a la opinión de la prensa chilena. Por una casualidad, entre la ropa que mandábamos comprar, nos llegó un pedazo del diario Mercurio del 30 y nos sorprendió que en nuestra patria crean que la Esmeralda sucumbió en el momento en que nuestro comandante Prat pasó a la cubierta del Huáscar con el sargento de 235
Publicada en el diario La Patria, Valparaíso, 7 de julio de 1879.
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Piero Castagneto guarnición Juan de Dios Aldea, que fue el único que alcanzó a acompañarle, cayendo herido con siete balazos. El valiente comandante Prat abordó al enemigo en el primer espolonazo que tuvo lugar, más o menos, a las 11 ½ A. M., y nuestro buque desapareció de la superficie a la 1 ½ hora P.M. con poca diferencia236. Se deduce de aquí que nos hemos batido sin nuestro comandante, con poca diferencia, dos horas. Cuando recibimos el primer choque, habíamos perdido poca gente, y el Huáscar se retiró con tanta precipitación que a pesar que lo recibimos en la aleta (en la popa), de la guardia de bandera que está formada en la toldilla, precisamente en el lugar del espolonazo, solo uno que fue el sargento alcanzó a saltar. Muchos dirán ¿cómo es que no se tomó alguna providencia para asegurar el abordaje? En la guerra marítima el combate con espolón era casi desconocido. Está muy fresco el ejemplo de dos blindados alemanes que por evitar el encuentro con un buque mercante, chocó un blindado con el otro, echando a pique al último inmediatamente237, quedando el primero en muy malas condiciones para seguir navegando. Ahora, ¿si entre dos blindados ha sido tan fatal el resultado para el que recibió el espolonazo, qué esperanza tendría la vieja Esmeralda de sobrevivir a la embestida del poderoso Huáscar? Creo que de los 200 hombres que formaban nuestra tripulación no hubo uno solo que no dijera al ver al Huáscar, que a toda fuerza venía hacia nosotros, «estamos perdidos». Por fortuna, nuestro comandante logró maniobrar de tal suerte que lo recibimos por la aleta. En esos momentos toda la gente estaba en sus puestos de combate. Nuestra artillería sostenía un fuego nutrido y era mayor la excitación del combate a medida que avanzaba el enemigo. Por otra parte, los trozos de fusilería ayudados de los rifleros de las cofas, agregados a los disparos de los cañones del enemigo y sus ametralladoras, formaban un conjunto aterrador. En medio de ese inmenso eco del combate, de los gritos de los heridos, etc., nuestro comandante tuvo la inspiración de abordarlo, y acto continuo dio la voz de «al abordaje», voz que no fue oída sino por los que estaban muy cercanos. Abordar al Huáscar en esas circunstancias era una empresa imposible. La sangre fría que hasta esos momentos manifestó el comandante Prat le hizo concebir la sublime idea de morir como hay pocos ejemplos de tanto heroísmo, en la cubierta del enemigo, y acto continuo saltó, viéndolo un momento después caer con su espada en mano al pie de la torre. La pérdida del comandante produjo en la tripulación una profunda impresión. La idea de la venganza se apoderó de todos y cada uno quiso ser un héroe para imitar su ejemplo. Valor inútil: nada podíamos hacer sino esperar la muerte con resignación. En efecto, momentos después de este primer choque, el Huáscar a toca penoles nos arrojaba su gruesa artillería, y las bajas en nuestra gente se sucedían con suma rapidez. Envidia nos daba ver caer muerta a nuestra gente. Los sufrimientos de estos habían terminado. Desgraciados eran los que caían heridos. Eran espantosos los gritos de estos infelices y no podía prestárseles ningún auxilio. El cuerpo médico era 236
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Esta versión se contrapone a la más difundida, según la cual la Esmeralda se habría hundido a las 12.10. Sin embargo, si se considera que ello sucedió a las 13:30 aproximadamente, sería más plausible imaginar la secuencia de tres espolonazos del Huáscar, que habría tenido lugar en un lapso de dos horas, a partir de las 11.30. En caso contrario, de aceptar la primera versión, dicho lapso se reduciría a sólo 40 minutos. La versión del hundimiento a las 12.10 se respalda en el hecho de haberse encontrado un reloj de la Esmeralda detenido a esa hora, aunque la causa de ello pudo no haber sido necesariamente el naufragio, y el parte oficial del comodoro Grau, en Pascual Ahumada, ob. cit., tomo I, capítulo séptimo, pp. 208-209. Alude al choque entre el König Wilhelm y el Grosser Kurfurst, en 1878, que resultó en la pérdida de este último.
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Corresponsales en campaña insuficiente para atender a tantos heridos, así es que todo lo que se hacía con ellos era hacerlos a un lado para que no estorbaran a la artillería. Sabíamos que todos teníamos que morir momentos después. Había cadáveres que quedaban divididos y cauterizados. A cada momento se encontraban piernas y brazos que no se sabía de quiénes eran. No creo que haya otros ejemplos de un combate tan horrible. El fuego continuaba con la misma viveza por ambas partes, y el enemigo, a 700 metros, se preparaba para darnos la segunda embestida. Muerto el capitán Prat, Uribe tomó su puesto y yo el de Uribe. Nos reunimos luego que fue posible con el teniente Serrano para conferenciar sobre la determinación que debíamos tomar, si echar a pique el buque para evitar derramar más sangre, pues creo que no bajarían de 40 a 50 los muertos y heridos, o continuar combatiendo hasta sucumbir. Resuelto esto último, volvimos a nuestros puestos; pero yo quedé siempre en la batería por ser allí más útiles mis servicios. Era el instructor de la artillería y conocía la gente, y por consiguiente podía llenar las bajas con los individuos más aptos para las vacantes que quedaban. No puedo fijar con exactitud la hora del segundo espolonazo, pero creo que sería cerca de las 12 ½ P.M. Era curioso lo que pasaba en mi imaginación y creo que lo mismo sucedía a los otros. Del mismo modo que los trabajadores esperan los días domingos para descansar, yo miraba con cierta satisfacción, que no sé cómo explicarla, la segunda venida del enemigo. Sabía que un segundo espolonazo no podríamos resistirlo y de un solo golpe daría fin con todos y descansaríamos por consiguiente de presenciar tantas desgracias. Sin embargo, luego que puso el enemigo su proa a la moribunda Esmeralda, el entusiasmo renació con mayor fuerza y entusiasmábamos a la gente. Yo mismo tomé una rabiza de un cañón y se rompió el fuego con toda actividad; igual cosa hicieron los trozos de fusilería. Por fin, nuestro buque gobernaba muy despacio, la máquina se movía con poca fuerza, procurando evitar el segundo choque. Un ruido estrepitoso nos indicó este momento; el buque se cimbró como una tabla, la gente, para sostenerse, tenía que agarrarse de lo primero que tenían a mano. El buque, a pesar de los deseos del enemigo, quedó a flote. Todavía nuestra gloriosa bandera brillaba, y un pueblo entero y un ejército enemigo la contemplaban muy a su pesar. Si no se evitó del todo el golpe, nuestra proa tuvo bastante firmeza para resistirlo. El Huáscar, un momento antes del choque y al desatracarse, nos disparó sobre nuestra cubierta sus dos cañones de a 300 y barrió con una parte de la gente de los cañones. Algo parecido sucedía en el entrepuente. Sin embargo, con los pocos que quedaban se continuaba haciendo fuego238, con la diferencia que los cañones no se metían en batería sino que se disparaban a lo largo de braguero. En esta ocasión, es decir, en el momento del choque, veo a Serrano que se dirige a proa, y al acercárseme me dice: «amigo Sánchez239, estamos fregados», y continuó su camino. Grande fue mi sorpresa cuando lo veo saltar a la cubierta del Huáscar con diez a doce hombres que también murieron. Este es otro hecho que demuestra el arrojo hasta el sacrificio de Serrano y los que le acompañaban. Serrano fue muy valiente desde los primeros momentos del combate. Una serenidad admirable unida a un valor que se lo dio a conocer a cada momento. Si el capitán Prat se ha inmortalizado por su valor, igual cosa debe acontecer con el amigo Serrano. 238
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Para ese entonces sólo quedaban dos cañones en estado de servicio. Eloy T. Caviedez, El combate de Iquique, ob. cit., cap. 9, p. 127. Detalle que basta para identificar como autor de esta carta al teniente 1º Francisco Sánchez Alvaradejo, jefe de la 2ª división de artillería de la Esmeralda y, como él mismo lo dice en esta carta, instructor artillero.
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Piero Castagneto El enemigo se retiró hasta la distancia de 600 metros más o menos. Concluimos de quemar los últimos cartuchos. La Santa Bárbara se inundó completamente, ahogándose los que se encontraban dentro. Sólo el condestable alcanzó a salvarse por haber un momento antes subido al entrepuente. La máquina dejó de funcionar. El agua subió hasta los fuegos y concluyó el vapor. En las mesas de la sala de amputación, que era la antecámara de guardia-marinas, había muchos heridos de gravedad. De los encargados de los pasajes de balas, granadas y de los de pólvora, muchos habían sucumbido. Desde este momento, nada nos restaba que hacer. Un silencio profundo reinaba a bordo y solo era interrumpido por los disparos de algunos rifleros y los lastimeros quejidos de los heridos. Nos cruzamos de brazos y esperamos240. Yo me subí a la toldilla y me junté con Uribe y otros compañeros. El enemigo pone su proa a nosotros a la una y media, más o menos. En estos momentos se ve salir humo por la escotilla de la cámara de guardiamarinas. Una granada, penetrando por la botica, puso fin a la existencia de los ingenieros Mutilla241, Manterola242, Gutiérrez243, dos mecánicos, dos carpinteros, el sangrador y varios otros: concluyó con los heridos. La muerte de los ingenieros y demás de la máquina, fue como sigue. No teniendo estos nada que hacer abajo, puesto que los calderos estaban apagados, los abandonaron, y al estar en el entrepuente se desnudaron completamente, y en este estado se disponían para subir a cubierta, pero no alcanzaron a llegar: en la misma escala cayeron. Sobre la muerte del ingeniero primero244, todavía no hemos podido saber si ha muerto ahogado o por las balas. Cuando dio cuenta que la máquina no podía funcionar, hablé con él y no lo vi más. Luego que vimos con la fuerza que venía el enemigo, nos desnudamos y en este estado me bajé a esperar en el cañón séptimo estribor. Otra ganada destrozó la rueda del timón y cuanto encontró por delante, muriendo todos los que había cerca y especialmente los del timón. Esta vez me escapé muy bien, estando tan sumamente cerca. Todavía tenía que bañarme. El cabo Cortés245 tomó la corneta, pues su dueño había muerto, y tocó a degüello en los momentos en que se abría el buque y desaparecía de la superficie. El último disparo ordenado por mí lo quemó el guarda marina Riquelme. Riquelme se hizo notable por su valor y entusiasmo. No se movió un momento de los cañones y cuando encontraba a algún marino algo decaído, lo entusiasmaba y lo hacía consentir que teníamos muchas esperanzas de triunfar. Este bravo oficial murió ahogado, como igualmente el cabo Cortés. Un momento después, una nata de cabezas humanas flotaba en la superficie y cada uno trataba de agarrarse a algún coy o pedazos de maderas de los que había muchos.
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Eloy T. Caviedez, El combate de Iquique, ob. cit., cap. 10, p. 132: «Los marineros sobrevivientes, mientras tanto, los unos cruzados de brazos, los otros fumando sus cigarros, se reunían en diversos corrillos, con los pies en el agua, como para aprovechar en amistosa plática aquellos primeros momentos de descanso que les ofrecía el total agotamiento de los medios de defensa de su buque». Luis Uribe y Orrego, ob. cit., cap. III, p. 35: «Sin pólvora, sin movilidad, con nuestra cubierta sembrada de cadáveres y el buque hundiéndose lentamente bajo nuestros pies, veíamos obligados a contemplar impasibles (sic) los estragos que los gruesos proyectiles del monitor seguían haciendo en la ya diezmada tripulación de la Esmeralda». Ingeniero 2º Vicente Mutilla. Ingeniero 3º Dionisio Manterola. Ingeniero 3º José Gutiérrez. Ingeniero 1º Eduardo Hyatt. Murió a causa del fuego enemigo. Grumete Pantaleón Cortés.
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Corresponsales en campaña Los huérfanos de Arturo Prat, y Juan de Dios Aldea. El Nuevo Ferrocarril, Santiago, 26 de junio de 1880.
No deseo que a otro buque chileno le suceda lo de la Esmeralda. ¡Es muy desagradable tenerse que bañar en un combate! Lo que me sucedió es muy fácil de explicarlo. Repentinamente me encontré atraído por el remolino y la atracción que formó el buque al sumergirse. Tragué bastante agua y recuerdo bien que en esos instantes me consideré perdido, por creer que la fuerza del agua me arrojaría dentro de la cámara alta. En estos apuros toqué algo y agarré bien. Me pareció ser algún cuerpo. Inmediatamente reconocí que era un coy. Este gran recurso me llevó luego a la superficie. ¡Qué felicidad es volver a ver la luz! Para concluir con esto y no volver más a ocuparme le diré: que permanecimos en el agua como veinte minutos. El Huáscar paró su máquina y al verlo con toda su guarnición formada en cubierta, creímos un momento que nos iban a disparar, pero luego disipamos esta idea al ver que arriaba sus botes. Una vez en el Huáscar, nos pusieron en la cámara del comandante. Nos dieron un poco de licor y media hora después estaba vestido con una camisa blanca, una cotona y un pantalón de marinero. El buque salió y no supimos a dónde. Dos días después calculamos, cuando tuvimos noticias de la pérdida de la Independencia, que la salida tuvo por objeto recoger los náufragos de dicho buque. Serían las seis y media cuando fuimos desembarcados. Al salir de a bordo nos dieron un par de zapatos. Sombreros no nos dieron por no haber a bordo. El frío y el hambre nos atormentaban. En todo este día no había probado bocado, y al estar sin medias, calzoncillos, camiseta, etc., no es raro suponer que con tan poca ropa, pudiera estarse abrigado. En el trayecto del muelle a la prefectura no hubo nada de notable, a no ser algunas hostiles demostraciones del populacho, que es difícil evitar. Una vez en el salón de la prefectura, fuimos felicitados por los jefes del ejército. Todos admiran el heroísmo de la Esmeralda y lo hacían con sinceridad. El jefe del ejército nos dijo: ‘Ustedes no son prisioneros, ustedes son náufragos. El valor de ustedes no tiene ejemplo en la historia de las guerras marítimas. Ni ha habido un caso igual, estoy cierto que no hay quien lo sobrepuje, etc.». No recuerdo bien las palabras. Al día siguiente fuimos visitados por el general Canseco y este jefe se enterneció cuando nos hablaba, alabando nuestra conducta, y estas visitas continuaron por algunos días. En la misma noche, después que comimos algo, fuimos conducidos a la Bomba Austríaca, donde permanecimos como quince días.
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Piero Castagneto Hacen tres días que se nos entregó un terno de ropa que nos mandaron hacer. Ya nos habíamos familiarizado con el traje de marinero y harán solo diez o doce días que usamos ropa interior, por no haber en la población. Hoy puedo decir, sin temor a equivocarme, que las pocas comodidades que tenemos, las debemos puramente al general Buendía. Estos dos caballeros se han conducido muy bien con nosotros y les estamos muy agradecidos. El señor Velarde viene continuamente a visitarnos y a ofrecernos lo que necesitemos. El general Buendía, también, cada vez que puede, viene a vernos con el coronel Velarde246. ¿Y qué se dice por allá sobre nuestro rescate? ¿Podemos tener esperanzas de alcanzarlo pronto? La inmovilización en que nos encontramos y el no poder continuar siendo útiles a la patria, nos atormenta. Tu afectísimo hermano. X. X.
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Vapor LOA Cartas del Mar (Correspondencia especial de la PATRIA) 247 Sumario.– Órdenes y contra-órdenes.– Embarque de Navales.– Los palos de la Independencia.– Iquique y su aspecto.– Periódicos para la marina.– Notas con motivos del regalo de una espada al teniente 1.º Molina.– Necesidad de máquinas de coser.– Mala clase de ropa.– Rastreo de la Esmeralda.– Torpedos en tierra.– Una noche de bloqueo.– Aniversario de los Estados Unidos.– Botes reconocedores.– Tiros sobre un oficial peruano.– Notificación de bombardeo.– Orden de salida y reconocimiento.– Zafarrancho de combate.– Neutralidad de los vapores ingleses.– Regalos a los buques.– El postre de los guardia-marinas.– Mala impresión de los últimos ascensos.– Recuerdos de Prat, Condell y Serrano.– Diario del viaje de Iquique a Valparaíso.
A bordo del Loa al ancla en Iquique, julio 5 de 1879. Señor Editor: La anterior la escribí a escape para mandarla por el Itata248 que debía salir para esa de Antofagasta, pero a los pocos momentos vino orden del general para que saliéramos nosotros conduciendo al señor Santa María para Valparaíso, lo que me hizo transbordarme al Itata, pues mi objeto era llegar a este puerto. Estaba en tierra tranquilo cuando un oficial de 246
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En Eloy T. Caviedez, El combate de Iquique, ob. cit., cap. 22, pp. 215-220 y cap. 40, pp. 354-358, se emiten juicios coincidentemente favorables sobre la conducta del general Buendía y el coronel Velarde para con los prisioneros chilenos. Publicadas en el diario La Patria, Valparaíso, 9 de julio de 1879. Vapor de la Compañía Sudamericana de Vapores arrendado para el servicio naval.
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Navales me notició la contraorden dada al Loa y el embarque en él de una compañía de Navales al mando del capitán Délano249 y del teniente Daniel Martínez. Volví presuroso a bordo otra vez con mi equipaje y a las 2 A. M. del 2 salimos con rumbo al Norte, llevando mi anterior correspondencia, la que solo desde Iquique pude remitir por el vapor de la carrera. El viaje lo hicimos muy despacio para no llegar de noche a esta, y durante él nos ocupamos en repartir armas a la gente y en probar los cañones señalándoles a cada uno su puesto de combate. La gente muy bien dispuesta y sobre todo los Navales, que lanzaron un hurra al saber que iban a Iquique. A las 8 A. M. del 3 pasamos frente a Punta Gruesa, lugar del glorioso combate de la Covadonga con la Independencia y pérdida de esta última y logramos divisar los palos del buque que sobresalían un metro más o menos del agua. Después vimos el Molle donde tienen un campamento los peruanos y luego la isla de Iquique y su faro. El Cochrane, la Magallanes, el Abtao y el Matías Cousiño, sostenían el bloqueo amarrados a anclotes y la corbeta inglesa Turqueoise (sic) era el único buque extranjero fondeado en el Puerto. A las 9 A. M. largábamos el ancla y poco después éramos recibidos por el teniente Valverde250 del Abtao. Mi primera visita fue a la Magallanes donde está mi hermano, y allí los compañeros ansiosos de recibir noticias de esos mundos (como ellos dicen) me dejaron todo el día a bordo, deseosos de conversar muy largo sobre todo cuanto sucede en nuestro Chile. Allí conocí al teniente 1.º don Javier Barahona, antiguo marino que por patriotismo ha vuelto a la escuadra, donde sirve bajo las órdenes de uno de sus discípulos. * En tierra no se ve ni un alma; parece una ciudad muerta, no se nota el menor movimiento y nadie creería que encierra este puerto a un ejército de valientes corredores. Iquique está todo foseado y más bien parece una cururera de las pampas patagónicas que una ciudad de valientes y heroicos marileones251. Es casi imposible tomarlo por bien, a no ser cortándoles el agua en el alto del Molle y colocando artillería en la cumbre de los cerros para encerrarlos como en Sedán lo fueron los franceses por los alemanes. La vida de bloqueo es la más aburridora posible; el único entretenimiento es la lectura, sobre todo la de periódicos, que son más disputados que un pedazo de carne fresca. La marinería, en sus ratos de ocios, que son pocos, 249
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Alfredo Délano, del Batallón Cívico de Artillería Naval, llamado familiarmente los «Navales». Emilio Valverde. Eufemismo chileno de la época, en que se ponía en entredicho la virilidad de los enemigos.
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Buques de las escuadras peruana y chilena. Revista La Ilustración Española y Americana, Madrid.
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pues todo el día se ejercitan en el manejo de toda clase de armas, devora también con avidez los pocos diarios que reciben los oficiales, quienes después de haberlos leído y releído se los regalan y aquí no está demás llamar al patriotismo de los editores de diarios de Valparaíso y Santiago, para que manden dos ejemplares de sus publicaciones a cada buque de la armada, con los que harían un gran servicio a la marina, que no puede aprovecharse de la biblioteca del ejército. El único periódico que reciben gratis es La Esmeralda, de Talca, que va dirigida el teniente de la Magallanes señor Molina, tal vez por ser talquino. Ojalá los demás diarios de Chile hagan una visita a la escuadra, donde serán bien recibidos y con profundo agradecimiento por nuestros denodados y sufridos marinos. Ya que hablo del amigo Molina, inserto con gusto aquí la nota cambiada entre él y el señor Manuel Jesús Letelier, de Talca, con motivo del regalo de una espada por el combate del Loa y de Chipana: Talca, junio 15 de 1879. Señor: El pueblo de Talca, justamente apreciador del brillante comportamiento de usted a bordo de la Magallanes el 12 de abril del presente año bajo las órdenes del heroico y nunca bien elogiado comandante Latorre, ha concebido y llevado a cabo la idea de obsequiar a usted una espada que signifique un recuerdo del pueblo de su nacimiento. Talca, como todos los pueblos de Chile, no perderá jamás de vista a aquellos de sus hijos que le han de legar días de gloria, y tiene la confianza de que usted no desmentirá los antecedentes que, mediante el patriotismo de sus hijos, ha sabido colocarse en el rol que le corresponde entre los demás pueblos de la república. El combate de la Magallanes frente al Loa, está manifestando que sus esperanzas no son infundadas con relación a usted, y le envía por ello los más cordiales agradecimientos y sinceras felicitaciones. Esa significación y no otra, ha tenido el pensamiento que me ha cabido la honra de iniciar y llevar a cabo con tan general aceptación. Desgraciadamente, tal vez por las circunstancias del país, no se ha podido encontrar ni en Santiago ni en Valparaíso una espada que correspondiese medianamente al objeto a que se la destinaba, y ha sido preciso pedirla a Europa. Por ahora, y mientras pueda tener la satisfacción de remitir a usted esa espada que simbolizará el pensamiento de este pueblo, manifestado en esta comunicación, sírvase aceptar las ideas que, a nombre de los talquinos, tengo el honor de manifestar a usted, como también recibir las consideraciones del particular aprecio y estimación con que me suscribo de usted atento y S. S.– Manuel Jesús Letelier.– Al teniente 1.º de la Magallanes don Cenobio A. Molina U.
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Corbeta MAGALLANES Iquique, junio 30 de 1879 Señor: Es altamente honroso para mí ser objeto de manifestaciones tan generosas como la que usted se ha servido dirigirme con fecha 15 del presente, a nombres del pueblo de Talca y en el suyo propio, con motivo de mi comportamiento a bordo de la Magallanes el 12 de abril último en el encuentro de este buque con las corbetas peruanas Unión y Pilcomayo. Recibir tan entusiasta felicitación del pueblo de mi nacimiento, del centro mismo de mis más caras afecciones, es para mí un premio muy superior al hecho que la ha motivado y un estímulo poderoso que retemplará mi espíritu y patriotismo en la hora del combate, para contribuir al triunfo de nuestra patria en la guerra a que tan deslealmente ha sido provocada. Cuando se sirve bajo las órdenes de un valiente como el comandante Latorre; cuando nuestros heroicos compañeros Prat, Condell, Serrano, Orella, Riquelme y tantos otros nos han enseñado el camino del deber y del honor, y sobre todo cuando se combate por la santa causa de la patria, es imposible desviarse de la senda luminosa que ellos nos trazaron, y la marina de Chile, señor, sabrá cumplir con su deber. Por mi parte, como talquino, procuraré no desmentir los antecedentes de la patriótica y entusiasta provincia de Talca, la que ayer y hoy y siempre ha sido de las primeras en acudir al llamado de la patria con el contingente de su dinero, de sus hijos y de su sangre. La espada que usted, señor, me ofrece a nombre de mi pueblo natal, la acepto lleno del más puro agradecimiento y ella será para mí el emblema que me indique el cumplimiento del deber como chileno y como talquino. Sírvase, señor, manifestar a los señores obsequiantes mis agradecimientos por los benévolos conceptos que, por su conducto, me dirigen, y aceptándolos así mismo usted, tengo yo el honor de ofrecerme de usted A. y S. S.– Cenobio A. Molina.– Al señor Manuel Jesús Letelier.– Talca. * El entusiasmo y la unión reinan en nuestra armada y todos sueñan con próximos combates que den nuevos días de gloria a la patria. Todos están profundamente reconocidos a los donantes de víveres y de bebidas, sobre todo al señor Anwanter252 (sic), por su cerveza, que llega muy bien para un clima tan ardiente. El vino del sur, la marinería lo saborea tres veces 252
El apellido es Anwandter.
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al día (una copa) lo que les da vigor y apetito. Ojalá el gobierno siguiera el ejemplo de la marina francesa, que da vino a sus tripulaciones, lo que hace al marino vivo y ligero sin quitarle por eso la chica de aguardiente253, que tan necesaria es como estomacal en climas más fríos o en las mojadas o como premio en el rudo trabajo y en el cumplimiento de sus deberes. He notado que los marinos cosen y componen su ropa durante las horas que le dan de descanso o recreo, privándolos así de un rato de holganza, que podía dejárseles proveyendo a cada buque de una máquina de coser. La ropa que reciben es de muy mala clase y muy cara para ellos, que tienen que pagarla de su miserable sueldo. La marinería está a medio vestir, sobre todo los del Abtao por la pérdida de toda la ropa en la malograda expedición al Callao. ¡Los pobres marineros de la Esmeralda no tenían sino camiseta el día del combate y hasta carecían de un mal lecho en que dormir! * Dos botes se ocupan constantemente en rastrear la bahía para encontrar a la Esmeralda, pero hasta ahora no han podido saber dónde yace nuestra gloriosa y querida corbeta. En tierra trabajan en hacer parapetos de arena y se asegura que hacen trabajar en ellos a los prisioneros chilenos; esto se ha sabido de un modo positivo y que no deja lugar a duda. Los peruanos han conseguido torpedos White para aplicarlos a tierra; pero nuestros marinos están vigilantes y prontos para hacerlos pagar caro si se atreven a despachar uno. A las 7 de la noche llegó el Blanco y la Chacabuco después de haber recorrido la costa sur y destruido las máquinas de agua y resto de útiles de carguío de Guanillos, Pabellón de Pica y Patillos. Inmediatamente fue avisado el almirante del asunto de los torpedos y poco faltó para que bombardease esa misma noche la población. La noche la pasamos en la boca del puerto, y era imponente ver todos los buques de la escuadra, excepto el Abtao que quedó en la bahía, andar poco a poco de norte a sur haciéndose señales con luces de destello. Yo no pude transbordarme a mi buque; pues a las 8 P.M. en punto todos levan sus anclotes y se lanzan fuera del puerto, así es que bloqueó la Magallanes. Al otro día, 4 de julio, aniversario de los Estados Unidos, toda la población de Iquique amaneció embanderada; pero no se distinguía ser viviente desde a bordo, por orden del almirante se destacaron botes con gente armada para recorrer cerca de la playa al norte y al lado de la isla, con instrucciones de hacer fuego sobre cualquier persona o grupo de personas que se divisara por esas inmediaciones. No tardó mucho en cumplirse la 253
Alude a la distribución de pequeñas dosis de aguardiente en la tripulación.
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orden por un bote de la Magallanes que hizo cuatro disparos sobre un oficial peruano que iba a caballo subiendo la cuesta que conduce a Pisagua. El pobre diablo se dejó caer de su montura, y corriendo a gatas, fue a esconderse en los fosos, dejando abandonado su caballo. También se notificó a tierra que cualquier tentativa descubierta para aplicar un torpedo, sin más aviso, se bombardearía la población254. El mismo día en la tarde recibimos orden para estar listos a las 7 P.M. para salir en convoy con el buque almirante y la Chacabuco con dirección al Sur. A las 8 de la noche, estando fuera del puerto, se divisaron dos luces por el NO. Nos dieron orden de reconocerlas y nos largamos a full speed (toda fuerza) tocando zafarrancho. El capitán Molina, en el puente, se paseaba restregándose las manos, teniéndome a su lado de ayudante. Nos halagaba la idea de un combate. La gente en sus puestos, los cañones cargados y los Navales listos para el abordaje o para el fuego de fusilería. A las doce de la noche se dio orden de descanso en sus puestos y a la una cambiamos de rumbo al Norte, donde se divisaba un humo apenas perceptible. A las 4 de la mañana saltaba yo de mi lecho, adonde había ido a recostarme, al oír de nuevo el toque de zafarrancho. Poco después reconocíamos al Cochrane y la Magallanes. ¡Qué decepción y qué rabia! * El 5, a las 7 A. M., fondeábamos otra vez en Iquique junto con el resto de la escuadra ocupándonos en el día de transbordar víveres para los buques. El Abtao tuvo ejercicio de tiro al blanco a 1.500 metros y al 5.º tiro de un cañón desapareció el blanco por una bala sólida de a 150 que le pegó medio a medio. En la marina hay mucho descontento con los vapores de la compañía inglesa255 porque no observan bien la neutralidad con los peruanos y sobre todo con el Valdivia que hace la carrera del Callao a Caldera, al que sin embargo de habérsele ordenado no pasar por Iquique lo hace muy de cerca y como en observación. * En el South Pacific Times256 del 26 de junio, encuentro lo siguiente que traduzco para que el gobierno de Chile se aproveche de la neutralidad
254 255
256
Así ocurriría, efectivamente, la noche del 16 de julio de 1879. Pacific Steam Navigation Company (PSNC), Compañía de Navegación a Vapor del Pacífico. Periódico de habla inglesa del Callao.
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que los directores de la compañía quieren observar y compre el Amazonas que sería un excelente transporte: (La traducción a que se refiere ya ha sido publicada con este diario). El Amazonas es el buque que hace falta a la escuadra. Y aquí, aunque no venga a pelo, señor editor, me voy a permitir suplicar al señor Intendente General del Ejército y Armada que ordene la repartición en esa y la rotulación para cada buque de los donativos o regalos que se hagan a la armada en general, pues he sabido que el buque que los recibe se aprovecha de aquel dicho tan popular que dice: El que parte y reparte, Y en repartir tiene tino, Siempre deja de contino Para sí la mejor parte.
Dejando a los demás a la luna de Valencia, o mejor dicho a la luna de Iquique. La siguiente anécdota certifica lo que digo: Se recibió en la escuadra un cajón de dulce y, como es consiguiente, lo aprovecharon algunos dejando sin parte a los demás. Pues bien, los guardiamarinas del buque donde llegó, que ni olieron el dulce, se procuraron la tapa del cajón que decía: «para el jefe y sus oficiales» y acto continuo la entregaron a su mayordomo para que todos los días la pusieran de postre a la mesa. Los postres, mandaba uno, y al momento aparecía la tapa del cajón de la cual cada uno sacaba una astilla con su cuchillo. Este era el postre de los guardiamarinas del buque. La ocurrencia llegó a oído del almirante y creo que se remedió en algo; pero no está demás que venga de Valparaíso repartido como dejo dicho. * Los ascensos últimos tienen muy desanimados a los marinos, y los guardiamarinas se han comprometido a no dar sus exámenes desde que no los necesitan para ascender a teniente. Todos consideran los últimos ascensos como un castigo impuesto a los que no han tenido la suerte de encontrarse en esos combates. Los marinos necesitan estudios profesionales sin los cuales no pueden desempeñar ciertos cargos, y ascender así no más a personas que no pueden desempeñar su puesto, es relajar el buen servicio y poner en una falsa posición al oficial que tiene un grado que no puede desempeñar. Es lo mismo que si se le diera el título de médico a un estudiante del primer año de medicina por haberse expuesto en una epidemia curando a los atacados. Hay diferentes maneras de premiar los actos de 145
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valor de toda una tripulación ya sea abonándoles años de servicios, dándoles una cantidad de dinero o premiándoles con una medalla con renta. En la marina inglesa o americana nadie asciende sino por antigüedad, y los oficiales que se distinguen por sus trabajos científicos son retribuidos según la clase de trabajo; pero nunca ascendidos a no ser que alguno sobresalga en un hecho de armas; pero cuando todos se han portado lo mismo se asciende a los jefes y se les da a todos una medalla conmemorativa con renta. Un galón más no significa para el vulgo un acto de valor, sino un ascenso ya por sus años de servicio o ya por favoritismo, mientras que una medalla es otra cosa. Una injusticia resalta en los ascensos a que aludo: a todos los oficiales de la Esmeralda se les ha dado dos grados, menos al subteniente de artillería señor Hurtado257, ¿por qué? Cuando su carrera no es profesional y él puede desempeñar tan bien el puesto de capitán como el de teniente, mientras que los guardiamarinas, que no han dado sus exámenes, no pueden hacer guardias de teniente ni tienen la práctica de su grado. Por otro lado, en los ascensos de la Esmeralda y Covadonga no se han acordado de los ingenieros, ni de los contadores, ni de la gente de mar, como si ellos no hubieran expuesto el pellejo tanto como los otros. Propongo a los diputados nacionales un proyecto de ley que establezca una medalla de tres rangos para los actos de valor de los chilenos. Una de cobre con 50 pesos anuales de renta, otra de plata con 100 pesos y otra de oro con 200 pesos. Con lo que quedará salvado en el ejército y en la marina de que mañana todos sean generales o almirantes258. En fin, señor editor, usted, mejor que nadie, sabe lo que conviene y está demás extenderse sobre el particular. * En este momento, 5 P.M., se nos da orden de partir a esa, llevando al valiente capitán Thompson259 y a su segundo Valverde en comisión importante de servicio y tocando en Antofagasta a desembarcar a los Navales. Así es que yo mismo seré portador de la presente, y como puede suceder algo importante en el viaje, la concluiré a modo de diario: Julio 6. Ayer, a las 7.30 P.M., zarpamos de Iquique con noche oscura como la conciencia de un asesino. Nos acompañaron hasta el último momento 257 258
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Subteniente Antonio Hurtado. En Eloy T. Caviedez, ob. cit, caps. 47 a 51, pp. 420-446 se halla la más completa relación y crítica detallada a las recompensas a los sobrevivientes de Iquique. Capitán de fragata Manuel Thomson Porto Mariño, comandante de la Abtao. Seguramente la comisión a que se alude es para recibirse del mando del crucero Amazonas, recientemente adquirido.
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casi todos los comandantes de los buques nacionales. En la sostenida conversación que mantuvieron se hicieron recuerdos de Prat, Condell y Serrano. La última conversación de los dos comandantes con el almirante fue más o menos así: El almirante a Prat. – Comandante, le encargo mucho cuidado y vigilancia durante mi ausencia. Prat. – No tenga cuidado señor. Si viene el Huáscar lo abordaremos. Prat, hablando con otros comandantes amigos suyos, les decía: –El hombre tiene su misión en la tierra y debe cumplirla. La suya era abordar el Huáscar y la cumplió muriendo sobre su cubierta. –Señor, le dijo Condell al almirante, ¿por qué no me lleva con usted al Callao para correr los mismos peligros y tener las mismas emociones? –Alguien se ha de quedar, comandante, le contestó Williams; puede ser que usted tenga aquí emociones y tal vez más fuertes. Y así fueron. Serrano a sus compañeros, siempre alegre, les decía: –Yo soy el que me voy a mamar a Grau; y en efecto, a eso iba cuando saltó sobre la cubierta del Huáscar y cayó exclamando: –¡Yo muero, no hay que darse muchachos! Uno de los comandantes me contaba que Serrano había ido a hacerle una visita poco antes de la salida para el Callao y le dijo: –Pronto, comandante, alcanzaré el grado de usted, pues ¿sabe usted por qué lo ambiciono? –¿Por qué? –Por estar como está usted en Valparaíso, en la ventana de una fotografía, entre todas las niñas. Y en efecto, el retrato de ese comandante que es uno de los que ya han combatido, está en una ventana de la fotografía de Munich260. Los oficiales de un buque de guerra americano se expresaban con admiración del valor de los tripulantes de la Esmeralda y decían que la marina chilena había fregado a todas las marinas del mundo, pues ya los buques de madera no podrían rendirse como antes con honor, sino que tenían que morir peleando. * El viaje hasta Antofagasta lo hemos hecho sin novedad, fondeando a las 6 P.M. Salté a tierra y me extrañó la animación que había en la plaza: estaba llena de oficiales y soldados y unas cuantas damiselas se paseaban oyendo la retreta, entonces solo vine a saber que era domingo.
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Puede referirse al establecimiento de Cunich, según se indica en la obra de Hernán Rodríguez, fotógrafos en Chile durante el siglo XIX, p. 89.
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En el día el general había publicado dos bandos, el primero notificando a los soldados que el que faltase a dos listas y se le encontrase un kilómetro distante de su cuartel, sería inmediatamente pasado por las armas y el segundo dando cuatro días de término para salir del litoral a todo peruano o boliviano. Excelente medida que debía haberse tomado hace dos meses. Los habitantes de Antofagasta están temerosos de que la escuadra peruana ande por el Sur, pues la noche antes habían visto luces fuera del puerto y el vapor Santa Rosa de la Compañía Inglesa, que ya estaba despachado, salió en esa dirección hasta perderse de vista, lo que hace suponer se ha ido a comunicar con ellos, pues después se le vio volver y enmendar su rumbo. Julio 7. A las 12 30 A. M. dejamos el puerto de Antofagasta con rumbo al Sur, tomando todas las precauciones para evitar una sorpresa y hemos navegado hasta hoy (9) que hemos largado el ancla en esta a las 1 ½ A. M., haciendo el viaje en 55 horas. Jotacé261 Õ
Carta sobre el último encuentro262 A bordo de la corbeta Magallanes, Iquique, 11 de julio de 1879 Señor Manuel J. Barriga. Querido amigo y compañero: No le había contestado su última con más anticipación, por no tener nada de nuevo que comunicarle; pero ahora que ha desaparecido ese vacío, lo hago con mucho gusto. El 9 en la noche los buques surtos en esta bahía: Cochrane, Magallanes, Abtao y Matías Cousiño, cruzaban en distintas direcciones la boca del puerto, como de costumbre, alejándose, como es natural, a veces algunas 261
262
Con seguridad corresponde a las iniciales de Julio Chaigneau. Ello se corrobora por la afirmación del autor Pedro Pablo Figueroa, en el sentido que Chaigneau, en su calidad de corresponsal de La Patria, fue autor de las llamadas «Cartas del Mar». Pedro Pablo Figueroa, Galería de escritores chilenos, ob. cit., p. 103. Publicada en el diario El Mercurio, Valparaíso, 21 de julio de 1879, y posteriormente, en el Boletín de la Guerra del Pacífico, Santiago, 26 de julio de 1879.
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millas unos de otros. La noche era de aquellas más oscuras que por acá se conocen. Los buques se distinguían con dificultad a muy cortas distancias. Cruzamos hasta las dos y cuarto, hora en que sentimos un estampido de cañón, siéndonos fácil de percibir en el mismo momento un nutrido fuego de ametralladora o fusilería al sureste de nuestro buque. Al instante dimos toda fuerza con la proa hacia ese punto, avistando pronto dos vapores, reconocidos los cuales resultaron ser el Matías Cousiño y el Huáscar. Este ya iba a ultimar a nuestro transporte con su espolón, cuando nos avistó. Al vernos huyó hacia el suroeste, tal vez por confundirnos con el Cochrane, pero tan pronto nos conoció, volvió ciego sobre nosotros con el fin de partirnos con su espolón, dándonos por nuestro costado de estribor; a menos de 300 metros rompimos el fuego sobre él, al mismo tiempo que con oportunos movimientos de nuestro buque evitamos que nos diera con su ariete. Errado este primer golpe y al pasar muy de cerca de nuestra popa, rompió también él sus fuegos, contestándonos con sus cañones, ametralladoras y rifles. Por nuestra parte también le seguíamos haciendo un vivo fuego de rifle y con el cañón de a 20 que tenemos a popa; nuestras colisas no pudieron funcionar por la posición que nos veíamos obligados a tomar para evitar el espolón del enemigo. Después de algunos momentos, el Huáscar viró sobre nuestra popa, intentando un segundo golpe de espolón sobre nuestra aleta de estribor, el que, gracias al buen manejo de nuestro buque, fue evitado por segunda vez, quedando esta vez paralelo a nosotros por babor. En esta posición navegaban ambos buques a toda fuerza y como a 80 metros de distancia uno de otro, sin cesar ni por un instante el mortífero fuego que de ambas partes nos hacíamos. Así colocados pudimos por fin hacerle un disparo con nuestra colisa de a 115, único que puede penetrar su blindaje con los cañones que tenemos. Este dio de lleno sobre su costado y sin duda alguna le penetró, porque acto continuo se lanzó sobre nosotros a toda máquina teniendo la seguridad de hundirnos, pues su andar es mejor que el nuestro; pero otro nuevo fuste burló por tercera vez su intento. Esta vez pasó su proa a lo más a ocho metros de nuestra popa, o a tiro de escupo, según la oportuna expresión de guardián Brito. Así se mantuvo por algunos momentos con la esperanza de espolonearnos, pero sin conseguir su adorado intento. Momentos dejaba huyendo al N. O. En esos instantes avistamos un humo al O. S. O., debía ser el Cochrane; nos dirigimos a reconocerlo, imponiéndolo de todo lo sucedido. Hecho esto principiamos a darle caza, juntándosenos en esos instantes también el Abtao; pero la oscuridad de la noche era tanta que pronto se nos perdió de vista. Al llegar el día lo volvimos a avistar al N. O., pero esta vez muy distante de nosotros. A pesar de esto, lo perseguimos, aunque sin 149
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alcanzarlo, hasta la altura de Pisagua, donde abandonamos la caza para volvernos a Iquique. Así pues, nos batimos tres cuartos de hora con el Huáscar, escapando de sus garras gracias a la pericia y serenidad de nuestro comandante Latorre, que esta vez, como en Chipana, se ha hecho notar como uno de nuestros mejores marinos. Ya podemos decir que la Magallanes se ha batido con casi todos los buques de la escuadra peruana, saliendo ella ilesa, dejando a sus contrarios al que menos (Huáscar) con una costilla quebrada. Esperamos que pronto se nos cumplirán nuestros deseos, batiéndonos con los dos que nos quedan: Manco Capac y Atahualpa. Veamos ahora qué había hecho el Huáscar con el Matías antes de verse con la Magallanes. Nuestro transporte se encontraba en esos momentos tres o cuatro millas al oeste de la isla, cuando repentinamente fue sorprendido por la presencia de un vapor que no demoró en conocer era el Huáscar. El comandante de este, una vez al habla, le dijo: «Capitán, arríe sus botes y embarque su gente que voy a echar su buque a pique» (dicho sea de paso, este es un acto que enaltece mucho al comandante Grau). El capitán263, viendo que le era imposible escapar, obedeció lo que se le ordenaba, embarcándose él y demás tripulantes del buque en sus botes. Embarcada así la gente, el monitor, dando vuelta alrededor del transporte, le disparó varios tiros de cañón creyendo que esto bastaría para hundirlo. Tal vez no se resolvía a emplear el espolón en el transporte por temor de volver a averiar su proa como en el combate del 21 de mayo. Disparaba sus cañones y se decidía a embestir con el espolón, cuando nos avistó muy cerca de él, huyendo al principio, como ya lo he dicho. El capitán, libre ya de sus garras y mientras se batía con la Magallanes, volvió a tomar posesión de su buque y huyó al sur hasta Punta Gruesa. Ahora usted me preguntará, y con razón: y el Cochrane y el Abtao, ¿dónde estaban que no acudieron en ayuda de la Magallanes? ¿Por qué demoraron más de una hora en llegar al lugar en que la Magallanes anunciaba con cohetes repetidos el peligro en que se hallaba? Voy allá: el Cochrane se encontraba al suroeste de la caleta Molle. Sentía el tiroteo desde el principio, pero creyó o que sería una falsa alarma o que hacíamos fuego sobre algún bote torpedo que habíamos sorprendido; sin embargo, caminó hacia el lugar de donde salían los disparos, llegando hasta nosotros con la oportunidad que ya le he indicado. Estas son las razones que se nos han dado para explicarnos el por qué el blindado no había acudido antes. El Abtao estaba a esa hora al N. O. de Punta Piedra; dice que nos contestó también con cohetes al mismo tiempo que avanzaba a donde lo llamábamos, pero el mal andar de este buque le impidió llegar con más 263
Capitán de fragata Augusto Castelton.
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ligereza. Ha sido más bien una suerte que este último buque no haya llegado en nuestro auxilio antes que el Cochrane, pues tiene, como he dicho, tan mal andar que el monitor lo habría echado a pique con su espolón sin que el Abtao lo hubiese podido evitar. Ha estado en apuros la Magallanes que es ligera y que vira obedeciendo sus máquinas como un dócil caballo. El Matías no está bien: hace mucha agua. Recibió una bala en su costado de estribor cinco pulgadas más de proa del cilindro de la máquina y tres más en la parte alta del buque. Tiene dos heridos y dos contusos, uno de los primeros de bastante gravedad. La granada que pasó su costado quedó embutida en las carboneras. La Magallanes tuvo los siguientes heridos: fogonero segundo José M. Rebolledo, herida grave en el muslo izquierdo; marinero primero Miguel Pozo, herida leve en el hombro izquierdo; soldado José V. Navarrete, herida leve del antebrazo y grave en la mano: se le tuvo que amputar un dedo; soldado Ricardo Espinoza, herida leve en la mejilla derecha. Un contuso. Los disparos que el acorazado nos hizo con sus cañones fueron seis u ocho. La Magallanes no alcanzó a cambiar proyectiles en algunos de sus cañones, motivo por el que aparecen disparos con metralla. Razón de los disparos hechos por nuestra corbeta: con el cañón de a 115 libras, una granada Pelissier (sic); con el de a 64, un tarro de metralla; con el de a 20 de popa, un tarro de metralla y cinco granadas de segmento; 2.400 tiros a rifle y 360 de revólver264. Averías que recibió nuestro buque: una bala de a 300 se llevó medio palo de la verga de trinquete a dos pies de la cruz e hizo pedazos la vela. Con ametralladoras y balas de rifle: rompió nervios, astas del pico mayor y trinquete, amantillos de la bota-vara-obenque, popel de la jarcia de trinquete a estribor; cinco balas de ametralladora en la chimenea, dos balas de rifle en la bota-vara. Averías en los botes: canoa, 6 tiros de rifle; chinchorro, 3 tiros id.; falúa, 3 id. id.; segundo bote, 1 id. id.; primer bote, 1 id. id.; bote colgado en los pescantes de la lancha, 1 de rifle; en los costados y amuradas, 20 tiros de rifles265. Ya ve pues, amigo: nuestras averías no son nada teniendo en cuenta la inmensa superioridad de nuestro enemigo que pudo habernos hundido sin disparar un solo tiro. Está visto que alguien vela por nuestro cachuchito, y que ya no le podemos negar los importantes servicios que ha prestado en la guerra. En el combate de Chipana dejó en la cama a la Unión, impidiendo que este buque y la Pilcomayo sorprendieran nuestros transportes 264
265
Cifras en general coincidentes con las del parte oficial del comandante Latorre, donde sin embargo se omite al soldado Espinoza como baja. Pascual Ahumada, ob. cit., tomo I, capítulo octavo, p. 422. Para comparar este relato con la versión de un corresponsal peruano, de El Comercio de Lima, v. Pascual Ahumada, ob. cit., tomo I, capítulo octavo, pp. 424-426.
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Bombardeo de Iquique por la escuadra chilena, la noche del 16 de julio de 1879. Revista La Ilustración Española y Americana, Madrid.
que en esa época cruzaban la costa con toda confianza y quién sabe si el bombardeo de varios de nuestros puertos, entonces casi todos indefensos. La Unión habría acompañado al Huáscar e Independencia en su expedición al sur, y cuidado que este buque anda de 12 a 13 millas y no se le habrían escapado los transportes con tropas y otros elementos de guerra que se le fueron al Huáscar. En fin, este buque, casi tan bien artillado como la Independencia, nos habría hecho un mal terrible en nuestros transportes que cruzan entre Valparaíso y Antofagasta. Ahora la Magallanes también batió al Huáscar, salvando al Matías y quién sabe si al Abtao. No habría sido extraño que el monitor, después de echar a pique al transporte, en su retirada al norte hubiera encontrado al Abtao que se dirigía al puerto. Más que todo, ha sabido sostener nuestra bandera a la altura a que debe estar, haciendo comprender a los peruanos que Chile no necesita de blindados para batirlos con ventaja. Adjunto una lista de los oficiales de este buque que se encontraron en el combate del 10 de julio. No terminaré esta sin decirle que hoy, por fin, al tomar fondeadero el Cochrane y al explorar el fondo del mar con el escandallo, este tocó con un bajo que, observado, resultó ser una cruceta de uno de los palos de la que fue nuestra querida vieja Esmeralda. 152
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Bajó uno de los buzos y sacó la espía que probablemente le servía a nuestra corbeta para fondear su anclote. Está en veinte brazas de agua y medio recostada sobre estribor, mirando su cubierta al noroeste. Como la mar en esta parte es muy tranquila, se podrán sacar con facilidad los cañones y todo cuanto se quiera. Desde que se fueron de este puerto los buques ingleses no he tenido noticias de nuestro compañero y amigo Francisco Cornelio Guzmán266. Recuerdos a los compañeros y disponga de su amigo.– Manuel F. Aguirre267. Õ
Vapor LIMARÍ Correo de la Guerra (Correspondencia especial para LA PATRIA)268 Sumario.– Entrada nocturna del Huáscar.– Su acercamiento al Abtao.– Preparativos de este.– Se retira con la luz del día.– La vuelta del Huáscar a la bahía.– El Abtao le desafía con tres cañonazos.– Lo secundan la Magallanes y los fuertes.– tiros certeros.– Averías del Abtao.– Muertos y heridos.– Valor y entusiasmo de los marinos.– Entierro de los marineros muertos por las balas enemigas.– Llegada del Huáscar a Mejillones.– El Blanco lo persigue al sur.– Otros detalles.
En la mar, a bordo del Limarí, setiembre 1.º de 1879 Señor editor: El domingo 25 del mes que acaba de terminar, a las tres y media de la mañana, un ayudante del general en jefe llevó a la artillería esta noticia: –«El Huáscar se halla en la bahía». Lo mismo que movidos por un resorte eléctrico, los artilleros saltaron de sus camas y se dirigieron apresurados a las baterías. En breves instantes los cañones quedaron listos para romper sus fuegos. La noticia, como es de suponerlo, era cierta. Protegido por la oscuridad de la noche, el Huáscar se había introducido al puerto y puéstose al habla con una barca inglesa, que se hallaba fondeada como a doscientos metros del Abtao. Desde este buque se oían perfectamente las órdenes, en inglés, 266
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Cirujano de la Esmeralda, sobreviviente del combate del 21 de mayo, y cautivo en Iquique al momento de escribirse esta carta. A la sazón cirujano de la Magallanes. Publicada en el diario La Patria, Valparaíso, 4 de septiembre de 1879.
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de: –Apaguen esa luz. Alisten un bote. Cierren esa claraboya. Al mismo tiempo las preguntas que Grau hacía al capitán de la mencionada barca. El comandante del Abtao, señor Sánchez269, temeroso de que el Huáscar atacara su buque con el espolón, había tomado las medidas necesarias para evitarlo. Colocado de proa para no presentar blanco, tenía los cañones cargados y la gente al pie de ellos. Hubiera podido hacer fuego, pero el Huáscar se parapetaba tras de dos buques mercantes. Por su parte, la Magallanes se movía en su fondeadero y acechaba inquieta la hora del peligro. De vez en cuando encendía luces de bengala, que indicaban la proximidad o alejamiento del enemigo. Dieron las cinco de la mañana y el Huáscar se vio como a tres millas hacia afuera. Se había ido retirando a medida que la luz del alba bañaba el mar. Con un lado pintado de blanco y el otro de negro, con un solo palo, el monitor peruano tenía un aspecto fatídico270. Parecía un salteador de campos que se disfraza para no ser conocido por la ronda. Aunque bien impuesto, por los datos que le diera la barca inglesa, de la situación de los débiles buques de guerra fondeados en el puerto, Grau no quiso, o más bien, no se atrevió a atacarlos, creyendo tal vez que era torpedo un bote a vapor que el Abtao tenía a su costado y que la fosforescencia hacía que se le viera desde lejos. Hacia las diez el Huáscar voltejeó a lo lejos y a las once se perdió en dirección al Oeste, en unión de un vapor, que parecía el Rímac y que toda la mañana había estado de centinela como a seis millas de distancia. * Desde esa noche, veinticinco artilleros durmieron al pie de sus cañones y en general en jefe aceptó los servicios espontáneos y gratuitos del amigo Marcial Gatica para hacer día y noche señales en el Coloso, término por el sur de la abierta bahía de Antofagasta. Al día siguiente, el veintiséis, llegó la noticia de que el Huáscar se encontraba en Taltal, pero sin dar muestras de hostilidad. Buscaba presas, sin duda. Esto no produjo alarma de ninguna especie. En otros días, la presencia lejana siquiera del Huáscar producía miedo, aún en los espíritus más fuertes. Hoy ya no se le teme. Antes por el contrario, en Antofagasta se le desea ver y es día de fiesta para militares y paisanos aquel en que se le divisa venir. * 269 270
Capitán de fragata Aureliano Sánchez Alvaradejo. El palo trinquete se le había quitado durante sus reparaciones en el Callao, durante el mes de junio, para mejorar el campo de tiro de su torre de artillería.
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Entre precauciones de toda especie para evitar una sorpresa al Abtao, que no podía moverse de su fondeadero, llegó el veintiocho. A las once y quince minutos el vigía de la ciudad anunció un vapor. En efecto, por el lado del Oeste podía verse una gruesa columna de humo que se elevaba recta al cielo. Desde ese momento los anteojos, que forman parte de la vida en Antofagasta, no cesaron de observar. Estaba todavía la nave muy distante, cuando más de uno lanzó esta exclamación: –Es el Huáscar. Y él era. A toda máquina y abriendo las olas, que se coronaban de espumas en su proa, se dirigía a cortar el paso a una barca alemana cargada con salitre que esa misma mañana salió para el Sur. No tardó en abordarla. Atracado a su costado permaneció cerca de una hora, quizá tomando agua o carbón. * Mientras tanto en la población reina la alegría. Nadie se ha movido de su hogar, ni menos ganado las quebradas de los cerros. Hombres, mujeres y niños, unos se han trepado a los techos de sus casas o escondídose tras las rocas de la playa, y otros han buscado las baterías. En estas los cañones descansan cargados con balas de acero y los comandantes de pieza listos para hacer fuego. Igual cosa sucede en el Abtao y la Magallanes. El primero, al reconocer al Huáscar, ha izado una hermosa bandera chilena, que tenía guardada desde ha mucho tiempo. La Ambulancia «Valparaíso», dividida en grupos, se sitúa en los fuertes y otros puntos, con los materiales necesarios para la pronta asistencia de los heridos. * A la una de la tarde, el Huáscar abandona a la barca y avanza al fondeadero. Veinte minutos más tarde, el guardia marina don Luis Artigas, que en la cofa del palo mayor del Abtao tomaba la distancia, anuncia que el monitor está a cuatro mil metros. Cumpliendo con la orden del general en jefe, el Abtao rompe los fuegos con tres certeros cañonazos de a ciento cincuenta, uno de los cuales baña de agua al Huáscar. Un viva estrepitoso pronunciado por millares de labios saludó este disparo. Las baterías del Sur y del centro disparan segundos después. El Huáscar se detiene un instante y avanza de una manera lenta hacia el norte, como si fuera a esconderse tras de los buques mercantes. El Abtao continúa enviándole sus proyectiles con una rapidez pocas veces vista. Como a los 40 minutos, la Magallanes dispara su colisa de a ciento quince y la secundan las baterías del norte. En cuanto al Huáscar, parece 155
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que busca una colocación conveniente y mide la distancia por el alcance de los cañones de tierra. Presenta el costado, la proa, la popa, hace distintas evoluciones. El cañón de a 300 se va de espaldas, con cureña y todo, al primer disparo, y en los momentos en que el fuego se hace general. Con la violencia del sacudimiento, los compresores ceden y el cañón retrocede hasta los topes, que saltan en mil pedazos. De ahí el desastre. La bala cae a unos pocos metros del Huáscar, siendo la puntería dirigida por el capitán de navío señor don Patricio Lynch. Nos encontrábamos junto a la fortaleza cuando acaeció la avería y nuestro contento al ver que ninguna desgracia personal había ocasionado fue menos intenso que el sentimiento que experimentamos al contemplar en el suelo el cañón que formaba la esperanza del pueblo. * La caída del cañón no ha sido un inconveniente para que las baterías interrumpan sus disparos. Estos siguen, y certeros algunos, habiendo ya el del centro dádole ya un balazo a flor de agua al Huáscar. A las dos, más o menos, este comienza a contestar los fuegos de nuestros buques. La primera bomba de a 300 es dirigida al Abtao, pasa por sobre él y revienta en las rocas de la barra. La segunda rebota dentro de la Beneficiadora271 y va a los cerros. Como los fuegos se dirigen a nuestros buques, la pequeña Magallanes se mueve de aquí allá, da el costado, hace su disparo y vuelve a meterse por entre los buques. Ya va delante, ya hacia atrás, hasta llegar a las mismas rompientes. En una palabra, capea bien las balas. Al octavo tiro del Huáscar se ve salir humo del Abtao. Es que una granada de a trescientos, lanzada por elevación, ha perforado el palo mayor, por el lado de estribor, a la altura de un metro, ha abierto una brecha como de tres pies cuadrados en cubierta, y reventado en seguida, produciendo estragos. El ingeniero primero, don Juan Mary (sic)272 y cinco hombres han sido despedazados. Los tenientes segundos Policarpo Toro y Carlos Drug (sic)273 han sido arrastrados y confundidos con los restos ensangrentados de las víctimas. Con los sesos aún pegados a la cara y las ropas, se levantan aturdidos, desenvainan sus espadas y transformados por el dolor y la cólera, gritan: ¡Viva Chile! ¡venguemos a nuestros compañeros!
271 272 273
Alude a la planta de elaboración de salitre. Juan Mery. Su apellido es Krug.
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De comandante a paje resuena entonces ese grito patriótico y guerrero y el combate, un segundo interrumpido, vuelve a comenzar. La bala caía y los cañones contestaban al mismo tiempo. Hubiérase creído que un espíritu extraño agitaba el alma de aquellos bravos que, con un entusiasmo febril, pisando pedazos de carne humana, cargaban y descargaban los cañones con vertiginosa rapidez. Los gritos de entusiasmo eran más estrepitosos que el ruido de los cañones. Aún no se enfriaban los cadáveres y otra granada caía cerca de la primera. Rompiendo los pasamanos del puente, donde se hallaba el comandante Sánchez, echa abajo la escala, perfora la chimenea con sus tres camisas de fierro, se estrella contra la bita del mismo metal y estalla. La cubierta se rompe y los casos vuelan en todas direcciones. La mitad del cuerpo de un hombre queda sobre cubierta y la otra cae a la máquina. La cabeza y las piernas de otro ruedan lejos. Una astilla hiere al comandante en la nariz y ocho o diez hombres quedan fuera de combate. La cubierta de la vieja nave presentaba un cuadro horrible. Aquí hay un brazo; más allá una pierna; acullá una cabeza cuyas facciones todavía se contraen; por todas partes, en fin, hay pedazos de ropa y de carne. Sin máquina, (estaba componiéndose en las salitreras) anclado, con una marejada que parecía le iba a dar vuelta, el Abtao inspiraba tristeza. Inmóvil y presentando tanto blanco al Huáscar, en la colocación que este había tomado, podía despedazarlo a mansalva. No obstante, el bravo comandante Sánchez seguía sereno en el puente dando órdenes de que no cesara el fuego a pesar de la dificultad que había para que los tiros fueran certeros. * A las tres y media el Huáscar para el fuego y se retira, presentando la proa a una distancia que no bajaría de cinco mil metros. Una bomba le ha reventado en la popa. Los buques y los fuertes enmudecen también. Hasta esa hora solo ha ocurrido la catástrofe del Abtao. En la ciudad nada. Los artilleros aguardan que el enemigo vuelva a acercarse para enviarle balas. Cada uno en su puesto, aguarda, pues, que se reanude el combate. El Huáscar ha disparado quince granadas. * Dan las cuatro de la tarde y los fuertes del Norte descargan sus cañones. El enemigo se ha acercado demasiado. Los del Sur no lo hacen porque la distancia que los separa es muy considerable. El Huáscar, viendo que el Abtao y la Magallanes, cuya colisa de a ciento quince se ha desmontado, callan, concentra sus fuegos en las baterías que le atacan, colocado siempre a larga distancia. Una bala rasa toca 157
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cerca de un fuerte y cae en los cerros, en medio de los cazadores a caballo, sin producir mal alguno. El combate se sostiene firme por ambas partes. Las balas de los cañones de ciento cincuenta llueven sobre el Huáscar y los de este caen y revientan casi en los mismos fuertes. El señor Lynch hace un disparo que pasa por sobre el monitor. –Baje un poco el cañón dice entonces al comandante de la artillería, señor Velásquez274, y tire usted. Así lo hace este y dispara. La granada revienta en la misma cubierta del Huáscar y se ve saltar fuera cuatro o cinco cascos. Algunos creímos que era el cañón de la chimenea el que había volado, por el humo que salió. Antes del cañonazo, mirando con anteojos, se veía a varios hombres sobre la cubierta del monitor. * El sol se ha ocultado. El Huáscar hace los dos últimos disparos y como no se le contesta, avanza al puerto lentamente. A poco se pierde de vista envuelto por las sombras de la noche. Si las baterías hubieran continuado de noche haciendo fuego, las balas se habrían perdido. En cambio el Huáscar sin ser visto, podía quemar la población y causar quién sabe cuántas desgracias. Es por eso que los fuegos de los cañones del Norte se apagaron con la luz del día. * Desde la una de la tarde, el pueblo había estado alimentando la esperanza de que el Blanco Encalada llegaría en momento oportuno. Señalábase para su arribo las cuatro, las cinco, las seis de la tarde, a lo sumo. ¡Vana esperanza! El Blanco llegó a las once, hora en que los habitantes reposaban de las fatigas y molestias del día y nueve hombres del Abtao dormían el sueño eterno. Se pone al habla con el Abtao y sale. Sin embargo, aunque tarde, se dice, es posible que persiguiéndole al norte se le alcance. El Huáscar va con averías y recalará en algún puerto. A la mañana siguiente el Blanco aparece por el Sur. Último desencanto. El Huáscar como era natural, hizo rumbo al Norte y recaló en Mejillones, para enterrar a un oficial, en tanto que el Blanco gastaba carbón y calderos corriendo al Sur. * Son las nueve de la noche y reina en la Ambulancia «Valparaíso» un movimiento inusitado. Se oyen gritos, lamentaciones, ruido de frascos y 274
Coronel José Velásquez Bórquez.
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carreras. Allí están los heridos del Abtao. Personas de todas clases y condiciones acuden a la ambulancia con el objeto de informarse del estado de los bravos que han caído defendiendo la bandera de Chile. Los señores Juan Rafael Infante, Teodosio Martínez Ramos y demás empleados de la ambulancia atienden con tierna solicitud a los heridos. El teniente Drug (sic), que también ha sido llevado a la ambulancia, no herido sino maltratado por el golpe, se encuentra delirando. Gran trabajo costó volverle a la calma. Diez horas de sueño bastaron para restablecerlo por completo. * La noche fue de reposo para los habitantes de la ciudad, menos para los artilleros y Navales, a quienes sorprendió el alba en la tarea de montar el cañón de a 300. Y a fe que lo consiguieron, y a fe también que ello es una prueba evidente de lo que pueden la inteligencia y el trabajo. Los individuos de los cuerpos mencionados se hicieron esa noche dignos de los mejores elogios. Hacer en diez y seis horas la obra de seis días, es algo que vale la pena de mencionarse. * El viernes a las nueve de la mañana, los heridos del Abtao pasaron al hospital militar, a cargo de la Ambulancia «Santiago». A la misma hora se mandó de a bordo a la Ambulancia «Valparaíso» los cadáveres de los nueve hombres. Iban en bolsas formando a manera de bolas; tal era lo mutilado que estaban. El comandante señor Sánchez mandó a primera hora una carta al general en jefe diciéndole que quería que los muertos se enterraran encajonados y que él por su parte no tenía inconveniente para costear de su bolsillo el gasto. El general contestó con la carta que sigue: Agosto 29. Estimado comandante: La Ambulancia «Valparaíso» ha tomado a su cargo el entierro de los muertos a bordo del Abtao. A las 3 P.M. saldrá el acompañamiento de esa ambulancia; esperamos a usted a esa hora. Siento que la descomposición de los cadáveres no dé tiempo para hacer los cajones como usted lo desea y se enterrará a esos bravos con todos los honores que les corresponden. He ordenado que asista una mitad de cada cuerpo al cementerio y para el lunes, que se hará honras en la iglesia, citaré a usted a la hora oportuna para que asista con su equipaje. Lo saluda afectuosamente su amigo y seguro servidor.– Erasmo Escala.
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Por una equivocación de órdenes, los cadáveres no se enterraron a las tres, sino a la una. Les acompañaron al cementerio setenta hombres de cada regimiento, gran número de oficiales del ejército y muchos particulares. Asistió también el general Baquedano y la Ambulancia «Valparaíso». En la mañana se les había dicho una misa de cuerpo presente y los responsos de estilo, así es que en el cementerio, sin ninguna ceremonia, se colocaron los cadáveres en una sola fosa y alguien dio esta orden a los sepultureros: –Tierra con ellos. A las tres de la tarde, oficiales y marinería del Abtao (esta había pedido por gracia que se le permitiera acompañar los cadáveres de sus compañeros) llegaban a la Ambulancia «Valparaíso» y su sorpresa fue grande al encontrarse con los restos sepultados. No obstante, se dirigieron al cementerio y rodearon la fosa. Allí, en medio de profundo silencio, el teniente don Policarpo Toro pronunció, poco más o menos, las palabras siguientes: Compañeros: Esta fosa, ya cerrada, encierra un puñado de bravos. Imitemos su ejemplo. Se preparaban a descargar los cañones cuando una bala enemiga convirtió sus cuerpos en pedazos. ¡Qué haberle! Solo han dado primero el paso fatal. Quizá no esté lejano el día en que nos reunamos en la misma tierra que hoy les guarda y les cubre. Pero hagamos votos porque sea después de cumplir con nuestros deberes de soldados y de chilenos.
La marinería contestó unánimemente: –Los cumpliremos y vengaremos a nuestros compañeros. * La tripulación del Abtao se componía en el momento del combate de doscientos hombres, de capitán a paje. He aquí la oficialidad: Comandante, el capitán de fragata graduado, don Aureliano Sánchez. Segundo, el teniente primero don Wenceslao Frías. Tenientes segundos, los señores Leoncio Señoret, Policarpo Toro y Carlos Drug (sic). Guardias marinas, los señores José Luis Silva Lastarria, Luis Artigas, Pedro N. Martínez, Patricio Aguayo y Fernando Gómez. Teniente de guarnición, don Pío Guerrero Bascuñán. Cirujano primero, don Pedro V. O’Ryan. Contador, don Eleodoro Davenport. Ingeniero 1.º, don Juan Mary (sic). ” 2.º ” Pablo Rebolledo. ” ” ” Francisco Guzmán. 160
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” 3.º ” Teodoro Mariscal. ” ” ” Narciso Silva. Ayudante del detall, desempeñando la comisión de guardiamarina, don G. Malcolm Mac-Iver. Ya es de dominio público la valentía y serenidad que en ese memorable día desplegaron los tripulantes del Abtao. Cada uno estuvo en su puesto. Lejos de inmutarles, las balas hacíales cobrar nuevos bríos. Toda bala enemiga les arrancaba un viva a la patria. El pueblo entero de Antofagasta los colmó de felicitaciones al día siguiente del combate. * Los cañones fueron servidos de esta manera: Cañón número 1: los señores Leoncio Señoret y Malcolm Mac-Iver. Cañón número 2: los señores Policarpo Toro y Pedro N. Martínez. Cañón número 3: los señores Carlos Drug y J. Luis Silva Lastarria. Don Patricio Aguayo tenía su puesto en la Santa Bárbara, don Fernando Gómez en el pañol de granadas, y don Luis Artigas tomaba las distancias. * He aquí los muertos y heridos: Muertos Ingeniero 1.º don Juan Mary Grumete, Manuel Hudson Id., Pedro N. Contreras. Fogonero, Samuel Bársena Id., Antonio Espinoza Carbonero, Ricardo Briones Capitán de altos, Pedro Padilla Marinero 1.º Antonio Villarreal Grumete, Juan de Dios Arriagada. Heridos graves Marinero 2.º, Fidel Orellana Grumete, Juan de Dios Arias Marinero 1.º, Francisco Palacios Marinero 2.º, Agustín Báez Fogonero 2.º, Belisario Abarca Soldado José Rosas Silva Id. Manuel Escudero. 161
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Heridos leves y contusos Grumete, Maximiliano Pérez Corneta, Manuel Gatica Marinero 2.º, José M. Guajardo Velero 2.º, Juan Boudron Teniente 2.º, don Carlos Drug Comandante, don Aureliano T. Sánchez275. * A la lista de los muertos hay que agregar los nombres de dos heridos que fallecieron la noche misma del combate. El viernes se hizo una amputación a uno de los heridos, el cual se cree que muera. * Los disparos, por parte nuestra y del enemigo en el combate del 28, ascendieron a ciento treinta y siete. De estos, veintiocho hizo el Huáscar; cuarenta y dos el Abtao; veintiuno la Magallanes y cuarenta y seis las baterías del puerto. El Abtao lanzó veintinueve granadas de acero y trece balas sólidas. Algunos tiros tuvieron carga de cuarenta libras de pólvora, para darle más alcance a las balas, siendo que el máximo que admite el cañón de a ciento cincuenta, es de treinta. Por eso tal vez las cornisas que refuerzan la culata del cañón se han resentido en uno de ellos. Con las detonaciones, que eran espantosas, las cámaras se abrieron en varias partes. * Las averías del Abtao consisten en: la cubierta a babor del palo mayor destrozada como un metro cuadrado. Diagonal de fierro rota y cabo torcido por una granada. El palo mayor perforado. El puente a estribor y la escala del mismo, averiadas. La chimenea de la máquina atravesada de parte a parte. Bita de babor, frente a la chimenea, hecha pedazos. Chilleras a babor, frente al cubichete de la máquina, destrozadas. Armerillos de babor, frente al cubichete de la máquina, destrozadas. Armerillos de babor, frente a la chimenea, en igual estado. 275
Coincidente con el parte oficial pasado por el comandante Sánchez, quien, sin embargo, se omite entre los heridos leves y contusos. Cfr. Pascual Ahumada, ob. cit., tomo I, capítulo noveno, p. 464.
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La canoa del comandante y el chinchorro rotos en varias partes. Los bragueros de los cañones, así como los palanquines, pinzotes, compresas y ganchos, quedaron en muy mal estado. Después del combate, no había en el buque una mesa ni un frasco en pie. Todo había caído y quebrádose276. * Sobre el acontecimiento que narramos, el comandante de la artillería pasó la nota que va en seguida: BATALLÓN DE ARTILLERÍA DE LÍNEA Antofagasta, agosto 29 de 1879 Con fecha de hoy digo al señor general en jefe lo siguiente: Tengo el honor de dar cuenta a V. S. de que el día de ayer, habiéndose presentado el blindado Huáscar en esta rada, se rompieron los fuegos sobre él a la 1 y cuarto P.M. con las baterías de costa, al propio tiempo que lo hacían los buques de la armada surtos en el puerto. Estos fuegos duraron hasta las 3 h. P.M. en que habiéndose hecho muy fuera el enemigo, se juzgó inútil continuar disparando. Esta suspensión duró una hora más o menos; y habiendo vuelto a aproximarse el Huáscar, se renovó el fuego por espacio de tres cuartos de hora. Nuevamente volvió el blindado a ponerse fuera del alcance útil de nuestros cañones (pues nunca estuvo a menos distancia,) y habiéndome ordenado V. S. con este motivo cesar el fuego, no hubo oportunidad de reanudarlo, pues luego llegó la noche y hoy el enemigo no amaneció en la bahía.– En el primer disparo hecho con el cañón de a 300 libras este se volcó con cureña y marco a causa de haber fallado los topes; mas, con satisfacción digo a V. S. que, gracias a haber trabajado toda la noche a fin de volver a montarlo, este cañón ya está hoy en estado de servicio. Cien hombres del batallón de artillería naval concurrieron a este trabajo. Una batería de campaña Krupp se situó convenientemente al lado sur de la población. Me reservo dar cuenta a V. S. por separado de los proyectiles consumidos, como también una lista de los oficiales bajo cuya dirección estuvo la artillería durante el fuego. Lo que transcribo a V. S. agregando que el número de proyectiles disparados ayer se elevan a un total de cuarenta y seis, de estos treinta y ocho de 150 libras uno de 300 y siete de campaña Krupp. En las baterías de Bellavista se encontraron los siguientes oficiales: Teniente coronel graduado don José Manuel Novoa, capitán don Ezequiel Fuentes, tenientes don José J. Flores y alféreces don José Manuel Ortúzar, don Lorenzo sr., don Manuel H. Maturana y don Santiago Faz. En la batería del centro: capitán don Delfín Carvallo; tenientes don Pablo Urízar, don Jorge Koeller Bannen y alférez don José A. Errázuriz. En la batería sur: capitán don Benjamín Montoya y alféreces don Juan B. Cárdenas y don Jesús M. Díaz. En la batería de campaña Krupp: capitán don Santiago Frías; tenientes don Eulogio Villarreal y don Abelardo Gallinato y alféreces don Gumersindo
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Cfr. Ibíd., pp. 463-464.
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Piero Castagneto Fontecilla, don Filomeno Besoaín, don F. Walton, don G. Leonhardy, don C. Villota y don Guillermo Rodolfo Prat. Me sirvió de ayudante el capitán don Roberto Word. Atendieron al servicio de las municiones los oficiales del Parque capitán don Rafael Garfias y tenientes Argomedo y Miquel. Dios guarde a V. S.– José Velásquez277.
* En cuanto a otros sucesos, señor editor, Antofagasta no ofrece nada de notable. El combate del 21 será el tema de las conversaciones y preocupará los espíritus por muchos días. El corresponsal278 Õ
El HUÁSCAR con bandera chilena en Antofagasta Colaboración279 El 12 del presente, al amanecer, el toque de aviso de nuestro vigía puso en alarma a los pobladores de este puerto, y todos se apresuraban a saltar del lecho para divisar los humos lejanos que, a esa hora, apenas se divisaban en el horizonte: eran el Huáscar y el Cochrane que se aproximaban a nuestra bahía. «¡El Huáscar! ¡El Huáscar!»: he ahí los gritos que con la cara llena de alegría exhalaban hombres, mujeres y niños, que corrían al muelle y a la explanada unos, a los botes y lanchas, otros, para ser los primeros en contemplar o en recibir la nave enemiga, rendida ya, y que ostentaba en su popa la hermosa bandera de Chile. A las ocho y media de la mañana fondeaban los buques, mientras que multitud de embarcaciones menores llenas de gente, vivaban a Chile y lanzaban al aire gritos de júbilo. Todo el mundo quería ver, tocar, y subir al barco experuano; y, ¡por qué no!: al pueblo se le concede en estos casos toda satisfacción, porque a él le debemos todo y todo esperamos de él. Arrastrados por irresistible corriente llegamos también al Huáscar. Antes de trepar a su cubierta, y por el lado de estribor, y a uno o dos pies 277 278
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Cfr. Ibíd., pp. 464-465. Para comparar esta carta con la versión de un corresponsal peruano véase Julio Octavio Reyes, de La Opinión Nacional, de Lima, cfr. Ibíd., pp. 466-468. Publicada en el diario El Pueblo Chileno, Antofagasta, 14 de octubre de 1879.
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Representación del combate de Mejillones (Angamos). Revista El Correo de Ultramar, París.
sobre la línea de agua, vimos seis huellas de otras tantas balas chilenas, que habían llegado al interior del buque la desolación y la muerte. Los agujeros estaban provisoriamente tapados con planchas de madera, para impedir la introducción de agua que podía penetrar con los vaivenes de la nave. Parte de la chimenea se hallaba completamente destrozada, y cubierta también con láminas de palastro. El resto del tubo, agujereado en mil partes distintas por balas de rifle y ametralladoras. Por el lado de babor, había también varios huecos hechos por nuestros proyectiles, y por todas partes en el exterior podían notarse las huellas palpitantes del reciente y terrible combate. ¿Y qué diremos del interior? Debemos confesar que nuestra preocupación principal, aquella que más nos dominaba al visitar el Huáscar, era ver el lugar en que había muerto ese héroe sin igual: Arturo Prat. Así es que lo primero que preguntamos al amable oficial que nos conducía a bordo fue: –Dónde murió Prat? –Aquí, nos dijo, señalándonos un punto de cubierta, situado entre la torre de combate y la del comandante. –Y aquí, agregó el marino, sucumbió el sargento Aldea, acribillado a balazos. Serrano murió al bajar del castillo de proa, junto con algunos que lo acompañaban, salvándose otros por casualidad. ¡Ah! es necesario tener en las venas hiel y veneno en lugar de sangre, para intentar oscurecer vuestra gloria, oh héroes sublimes, orgullo de la humanidad, y objeto de culto en nuestra patria! ¡Salve, oh ilustres víctimas del pundonor y de la temeridad más asombrosa! Cada chileno lleva en su alma la idea exacta del sacrificio que 165
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cumplisteis, y que transmitiremos a las generaciones futuras, rodeado de toda la veneración y el respeto que merece! Vimos la torre en que pereció Grau: es hexágona, formada de planchas de fierro de tres a cuatro pulgadas de espesor, reforzadas con un forro de madera. Una granada venida del lado de babor dio sobre una de las caras, destrozándola completamente, y saliendo por la cara opuesta en la que hizo el mismo efecto. Grau fue muerto indudablemente de un modo instantáneo, y hecho trizas. El primer tiro que se dio al Huáscar, le quitó la vida. Solo se conserva de él la parte inferior de la pierna, que la llevaban a bordo del Blanco, y unos cuantos dientes que el guardiamarina Leiton280 había hallado entre los restos de la torre, incrustados en la madera. ¡Pobre Grau! Los chilenos le agradecen el que hiciera justicia a Prat, y no haya tratado de infamar su memoria como lo han hecho el diario oficial del Perú y toda la prensa de Lima. Era Grau experto marino, sagaz y previsor; sabiendo que todo el poder marítimo de su patria descansaba en el Huáscar, rehuyó siempre toda ocasión de combate, y, cuando lo hizo el 28 de agosto en Antofagasta, fue guardando una prudente distancia, y, puede decirse, fuera de todo peligro. En Caldera entró cuando no teníamos más cañón que oponerle que uno de 150, a medio montar, y que apenas contaba con algunas municiones. Burló, cuantas veces hubo lugar, la persecución de nuestros blindados, e hizo hábilmente la guerra de corso. Como un último homenaje a su memoria, creemos que si él hubiera vivido, el Huáscar se hubiera sepultado en el fondo del océano, en vez de rendirse después de hora y media de combate. En la torre de combate notamos dos heridas principales: la primera causada por una bomba que, penetrando normalmente al blindaje lo taladró como a un queso, y fue a reventar al interior, dando muerte adentro al 2.º comandante, señor Aguirre y a los artilleros ingleses que manejaban los cañones; y cerca de ahí, otra granada que rompió oblicuamente la coraza, atravesando, lo menos, nueve pulgadas de fierro, y yendo a estallar también dentro, y acabando con otros artilleros y también con el comandante Ferrer, tercero del buque. Bajamos las escaleras, visitamos el interior de la torre y notamos las huellas de sangre de las víctimas y algunas insignificantes melladuras en el anillo de la culata de uno de los cañones. La torre, a pesar de tener algunos pernos flojos, gira perfectamente, y el Huáscar puede batirse ahora en defensa del derecho, mejor de lo que se batía ayer combatiendo por el fraude y el pillaje. 280
Probablemente el ayudante de contador, Francisco Leyton.
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Nótase también exteriormente una huella en la torre producida por una bala del Shah281, que penetra unas tres pulgadas en el hierro, y otra en cubierta, causada por la granada de un fuerte de Antofagasta, que causó la muerte del teniente Heros. La cámara del comandante fue el lugar trágico por excelencia: allí una bomba que penetra por la popa mata de un golpe a los timoneles y rompe un cable del timón, y otra que entra por babor acaba con los que le reemplazan, y una tercera viene por estribor, y ultima a los que después llegan; y ahí, en un espacio de 18 a 20 varas cuadradas, ¡quedan amontonados en trozos informes, diecisiete cadáveres! ¡Prodigiosa puntería de nuestros marinos! El comandante primero, los artilleros después y el timón en seguida, todo, en menos de una hora, queda destrozado o muerto, y el buque, a merced de la confusión y el desorden! La cámara está llena de sangre: los sofás de seda roja, están ennegrecidos con el tinte carmesí que huele todavía a muerte, y en el techo se ven aún restos de pelo, pedazos de piel y de sesos, pegados a la madera. En la cámara de Grau, de que hemos hablado, volvió a presentársenos la sombra querida y venerada de Prat: allí, tendido en uno de esos almohadones, exhaló el último suspiro. El salón, donde se halla el comedor, está rodeado por los camarotes de los oficiales, todos en ruina. La máquina está intacta y funciona perfectamente. Alrededor de ella, y a cierta altura están los camarotes de los maquinistas; por uno de ellos penetró una bomba que destrozó completamente gran parte del maderamen y ocasionó también varios heridos. En resumen: el Huáscar está bien agujereado, pero pudo aún batirse, pues conserva intactos, la máquina, las baterías y el timón, y si después de muerto Grau hubiera habido a bordo algún oficial del temple de los héroes, indudablemente que habría podido causarnos mucho mal aún antes de rendirse282. En cuanto al buque, en un mes más puede estar listo para empezar una nueva y gloriosa cruzada: la del derecho, contra la corrupción y la perfidia. Antes de dejar el Huáscar, nuestra última mirada se detuvo en la rueda del timón en que se leían las siguientes palabras: «Construido bajo la inspección de capitán de navío don José María Salcedo».
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282
En el combate naval de Pacocha del 29 de mayo de 1877, cuando el Huáscar, en rebelión contra su gobierno, fue perseguido y se enfrentó con los buques de guerra británicos Amethyst y Shah. Para un análisis de los daños sufridos por el Huáscar en Angamos, v. Luis Uribe y Orrego, ob. cit., cap. V, pp. 89 y 99. Son de especial interés el diagrama del blindado y sus explicaciones, insertos entre las páginas 92- 93, y las ilustraciones sobre los destrozos en la torre de mando, insertas entre las páginas 98- 99.
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Salcedo era chileno, y ha muerto hace poco en Santiago283. Mientras que en el mar satisfacía el pueblo sus deseos, contemplando y palpando la nave rendida, en tierra tenía lugar una ceremonia solemne por la forma, y por los sentimientos patrióticos que infundía. Formada la tropa desde el muelle hasta el templo, en número bastante crecido, esperaba, haciendo calle, al comandante del Cochrane, que bajaba a tierra conduciendo el pabellón peruano tomado a bordo del Huáscar. Este pabellón que, izado primero y bajado en seguida para volverlo el enemigo a elevar en su mástil por segunda vez, descendió al fin en signo de rendición, para caer por último en nuestras manos; fue paseado triunfalmente por entre la tropa, presidiendo la ceremonia el señor Sotomayor, ministro de Guerra, el comandante Latorre y el general Escala, acompañados de un numeroso concurso de ciudadanos que unían sus gritos de «¡Viva Chile!» a los marciales aires de la canción de Yungay. Llegados al templo, se condujo la bandera a la torre, donde se la hizo flamear, y donde la contemplaron llenos de orgullo miles de chilenos. Una proclama del general en jefe circulaba en esos momentos, y el pueblo entusiasmado vivaba a la patria ebrio de gozo y de confianza en el éxito final de la contienda.
283
Para mayores detalles sobre este marino, v. Manuel Torres Marín, «El capitán de navío José María Salcedo, padre del Huáscar», en Varias historias de mar, pp. 1-81.
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Capítulo III
Nace un ejército
Mientras la Campaña Naval seguía su curso, durante los meses centrales de 1879, hombres, pertrechos y recursos fluían hacia un punto focal: Antofagasta. La ciudad reivindicada por Chile el 14 de febrero, se había convertido en la cuna del ejército más grande que hubiera tenido el país hasta entonces, un ejército de ciudadanos, creado en torno a un pequeño núcleo de oficiales y soldados veteranos que, en la práctica, se convirtieron en instructores284. De este modo, los pormenores del nacimiento y desarrollo de este ejército se entrelazan con los pormenores de las operaciones marítimas, tanto así que este capítulo comienza con el viaje de un corresponsal en vapor, qu e nos introduce al teatro de operaciones, y en otra de estas crónicas se incluyen críticas al bloqueo de Iquique. De aquellos meses, las correspondencias más interesantes y que en su mayoría nutren este capítulo, son las publicadas en el diario La Patria de Valparaíso, tanto por enviados especiales como por un ejemplo de colaborador salido de las filas, el oficial del regimiento de Artillería de Marina, Víctor Aquiles Bianchi quien, se deduce, tenía amistades en este medio. Por ser publicado allí este material, tampoco es de extrañar que haya frecuente protagonismo o alusiones a unidades originarias de dicha ciudad, como la Artillería de Marina, los Navales y la Ambulancia «Valparaíso». En el presente capítulo se destacan aspectos olvidados de esta guerra, ya que, en vez de momentos culminantes de las operaciones bélicas, se habla de aspectos de la vida cotidiana de los combatientes: su alimentación, alojamiento, vestuario, condiciones sanitarias, régimen diario, diversiones, instrucción y progreso desde la cuasi improvisación inicial hasta el pro-
284
Sobre la movilización y organización del Ejército chileno durante los primeros meses de la guerra y previo a la Campaña de Tarapacá, v. Wilhelm Eckdahl, ob. cit., tomo I, cap. VIII, pp. 141-149, cap. XIX, pp. 299-305 y cap. XXX, pp. 449-453 y Francisco Machuca, ob. cit., tomo 1, cap. XI, pp. 112-124.
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gresivo perfeccionamiento de esta fuerza285. Al respecto, es significativo el reporte enviado al diario santiaguino Los Tiempos sobre una gran revista militar de más de diez mil hombres realizada el 1 de julio de 1879, donde se hizo evidente el progreso de los reclutas que tenían solo unos pocos meses de instrucción, pero que ya se sentían capaces de enfrentar al enemigo.
285
Sobre las condiciones de vida del soldado, v. Sergio Rodríguez Rautcher, Problemática del soldado durante la Guerra del Pacífico, especialmente páginas 22-25 para lo relativo a dichas condiciones durante la permanencia del Ejército en Antofagasta. También Carlos Donoso y Juan Ricardo Couyoumdjan, «De soldado orgulloso a veterano indigente. La guerra del Pacífico», en Historia de la vida privada en Chile, tomo 2, el Chile moderno: de 1840 a 1925, pp. 236-273, en especial páginas 245-250, respecto de la vida y suministros en el desierto.
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Correo de la Guerra (Correspondencia especial para LA PATRIA)286 Antofagasta, mayo 6 de 1879 Sumario.– La calma del pueblo.– Falta de organización en el ejército.– La vida del soldado en Antofagasta.– Sus ocupaciones, su alimentación, sus entretenimientos, su estado de salud.– Vigilancia a que se le sujeta.– Útiles que le faltan.– Llegada de artilleros de Calama.– Noticias de esta plaza.– Miseria de las poblaciones vecinas.– Emigración a la República Argentina.– Miedo de los indios a las tropas bolivianas.– Carestía de víveres.– Las ambulancias.– Revista militar.– La salud del general en jefe.– El vapor Amazonas.– Nada de notable del norte.
Señor Editor: Muchos días van corridos desde la llegada de los generales, y sin embargo, nada anuncia que este pueblo se encuentre en vísperas de pasar de su acostumbrada calma a las vías de la agitación consiguiente a una plaza que es el centro de las fuerzas militares de un país. La hora del movimiento ha sonado se dijeron muchos el día del arribo de los jefes del ejército. Pero las semanas han pasado y aún la gente se pregunta, mirándose con cierta sorpresa: ¿Es cierto que estamos en guerra? ¿Es verdad que hay el propósito de hacer la guerra? Y estas preguntas son perfectamente naturales para los espíritus que, ajenos a todo compromiso, observan atentos el desarrollo de los sucesos; para los espíritus que miran y toman nota de todo lo que pasa. Es cierto que las tropas hacen día a día ejercicio y que sus oficiales trabajan incansables para darles instrucción y disciplina; mas, no se ve esa vigilancia inmediata y activa de parte de los encargados de dirigir la futura campaña, vigilancia que todo lo cuida y lo vela y que da pruebas de que se obedece a un plan verdadero y fijo de organización militar. Hasta ahora, tenemos la seguridad de que el general sólo conoce de oídas el estado de moralidad y disciplina de las tropas a su cargo, lo mismo que las necesidades que las abruma y que es preciso e indispensable remediar en el acto. Falta, pues, que el ojo severo y escudriñador del hombre responsable de la guerra se pasee por los cuarteles y penetre hasta en sus últimos escondrijos, porque al ojo del amo engorda el caballo, dice un antiguo y exacto adagio español287. 286 287
Publicada en el diario La Patria, Valparaíso, 10 de mayo de 1879. Alusión clara al general en jefe del ejército de operaciones, Justo Arteaga Cuevas, cuestionado por la posteridad y también por juicios contemporáneos, como por ejemplo,
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La buena organización de nuestro ejército es algo muy difícil y que requiere paciencia y actividad extraordinarias, sobre todo cuando estamos en vísperas de una batalla. Cualquier falta de previsión, de actividad o de iniciativa puede perderse. Recuérdese que las faltas de Napoleón y sus generales dieron a la Francia, vencedora de todos los tiempos, el drama de Sedán... * No faltará, –porque nunca falta serviles que estén dispuesto a encontrar injuriosa toda justa observación a los superiores–, personas a las cuales las anteriores reflexiones parezcan intempestivas o irrespetuosas. Pero, ¡ah! señor editor, el patriotismo chileno no comprende las demoras ni las vacilaciones en la guerra, porque quiere que esta se haga rápida como el mismo pensamiento. Cada hora que perdemos es una ganancia para el enemigo que se apresta a la lucha. Con la desidia se van los escudos, que no llenan, por cierto, nuestras arcas, y vemos alejarse el éxito de las operaciones. Es por eso que los espíritus se hallan aquí tristes y dominados por el sueño de la indiferencia y del abatimiento. A veces despiertan y se estremecen de alegría, y es cuando se notan síntomas de que los directores de la guerra van a lanzarse en el camino de la actividad que todo lo impulsa. Esa alegría dura un segundo para dar paso a la frialdad. Con estos desencantos, señor editor, van agotándose los bríos, mientras que el país cree que las cosas marchan a paso de gigante y el entusiasmo se desborda en los corazones. El silencio sería hoy un crimen de lesa patria en los encargados de hablar al país, que tiene los ojos clavados en estas regiones. Decirle que estamos en las nubes cuando estamos en la tierra, sería engañarle y conducirle quizá a un abismo. Que hable, entonces, la prensa; y ojalá que así empuje a los que no quieren o no pueden marchar con la rapidez que exigen los acontecimientos. Vivimos en un laberinto incomprensible: de capitán a paje, nadie sabe a dónde va. * En tanto se acerca el instante de la acción y con él el de las noticias, hablemos un poco y a la ligera de la vida del soldado en Antofagasta.
José Francisco Vergara, quien señala que a las pocas horas de llegar a Antofagasta, el 19 de mayo de 1879, «principiamos a ver confirmados los temores que abrigábamos, principalmente yo, sobre la incapacidad total del viejo general para organizar y mandar un ejército». En Luis Ruz Trujillo, ob. cit., p. 29.
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Mucho antes que la mañana haya despertado, comienza la diana en los cuarteles. Después del aseo de ordenanza, los soldados desfilan por compañías en dirección hacia el rancho, –que así se llama a la casa donde se les da el alimento–, con el objeto de tomar el café. En seguida, vuelven a sus cuadras, se arman y salen a la calle a sus ejercicios diarios. Como a las ocho y media, el pueblo se ve en todas partes ocupado por pelotones de soldados que ejecutan los movimientos de la táctica militar. Unos se despliegan en guerrilla, otros en batalla, los de aquí apuntan, los de más allá hacen fuego; en fin, mirado desde la altura de una colina, Antofagasta presenta un aspecto animado y curioso por la diversidad de movimiento de los cuerpos. A las nueve, vuelven las tropas a sus cuarteles y se aprestan para ir a almorzar, llevando cada uno su plato de latón y su cuchara del mismo metal. Cuatro o cinco horas más tarde, el último soldado abandona el rancho apresurado, pues tiene, desde la una hasta las dos de la tarde, puerta franca. Ese tiempo, con pequeñas excepciones, es ocupado por la tropa en recorrer las calles, sentarse en el muelle o visitar a sus camaradas. Suenan las dos, y las tropas se entregan al conocimiento de los deberes que la ordenanza les impone. Cada uno de los soldados pronuncia en voz alta la palabras, así que a distancia aquello semeja a un coro de frailes que rezan el Ora pro nobis. Otros días se ocupan en maniobrar dentro del cuartel. Dan las cuatro y se vuelve a tocar a rancho. Lo mismo que al almuerzo van a aquel formados por compañías, a cargo de un oficial. Concluida esa operación, la más placentera para ellos, porque con tanto ejercicio los estómagos están siempre débiles, viene otra vez la puerta franca288. * A esta hora, el soldado se dirige a la calle del Nuevo Mundo, que es aquí lo que la Ojo seco en Santiago, o la Subida del Arrayán en Valparaíso. Inunda los chiribitiles y las casas en que crujen polleras y se entrega por un instante a sus placeres. De ocho a nueve, la calle del Nuevo Mundo es un foco de gritos y no pocas veces de riñas tumultuosas, las cuales tienen por origen la mujer. Las loterías públicas son también visitadas por el solado. En una sala de diez metros de largo por cinco de ancho, más o menos, se encuentran dos largas mesas. Sobre una de ellas, hay una urna que encierra desde el
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Compárese con el régimen fijado para el batallón Navales, según lo consigna su comandante, el teniente coronel Del Canto. Estanislao del Canto, Memorias militares, segunda parte, cap. II, pp. 51-52. Ver también la correspondencia para La Patria publicada el 8 de agosto de 1879, e incluida en este capítulo.
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número uno hasta el noventa. Paga cada cual diez centavos por tres cartones y principia a andar la urna. Durante el juego, nadie pronuncia una palabra, todos tienen los ojos clavados en los cartones, en tanto que los pechos laten de ansiedad. Sale la lotería y las únicas frases que se oyen son de reniegos o anunciando que se desea continuar en el juego. Las loterías públicas evitan los desórdenes, pero, como en toda clase de juegos, se puede perder hasta la camisa... * Con la última campanada de las nueve el soldado, con pocas excepciones, vuelve a su cuartel, pasa a las cuadras y se acuesta. Allí, en silencio y durante media hora, se entrega a sus conversaciones familiares. A nadie le falta una aventura que relatar o algún recuerdo feliz o desgraciado que traer a la memoria. ¡Qué cosas tan extrañas se cuentan! Todas las pláticas terminan expresando el deseo de llegar a las manos con el enemigo y conquistar la espada de subteniente y hasta de capitán. No falta quien forme planes de campaña como si fuera un general. * La alimentación del soldado es buena. Bien condimentada y hecha con buenos artículos, le agrada y satisface su apetito. Raro es el que queda descontento, cosa que no es difícil que suceda, sobre todo a los que llevan una serie de hambres atrasados. Café por la mañana, un gran plato a las nueve y dos a la comida de carne y frejoles, todo con tres panes de harina de segunda clase; es lo necesario para la tropa, al decir de ella misma289. * El estado de salud del ejército es, por fortuna, relativamente bueno. No hay los enfermos que debía en una tropa de cinco mil hombres. Esto, a pesar de que el servicio de las boticas militares anda no muy bien porque faltan remedios y otras cosas... y del alojamiento que es pésimo. Hay cuarteles en donde duermen casi al aire libre o hacinados como las hormigas290. *
289
290
En Francisco Machuca, ob. cit., tomo 1, cap. XIII, pp. 142-145, se ofrecen interesantes detalles sobre la alimentación del soldado. Este problema se fue resolviendo gradualmente con la construcción de barracas y otras instalaciones adecuadas. Ibíd., cap. XI, pp. 114-116.
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Y el estado de salud de que hablamos se debe casi en su mayor parte a la vigilancia a que se sujeta al soldado. Noche a noche el doctor del 4.º de Línea, señor Llausás291, por ejemplo, recorre la población y hace ir a su cuartel a los militares que después de las nueve se encuentran en los lugares de diversión. De esa manera, el soldado no tiene tiempo para entregarse a esos desórdenes que hieren su salud y relajan la disciplina. *
Ambulancia Valparaíso en su campamento de Antofagasta. Fotografía de la obra Álbum gráfico militar de Chile, J. A. Bisama Cuevas.
Una de las necesidades de la tropa que más debe preocupar al gobierno es la de abrigos para la noche. Hoy la mayor parte carece de mantas gruesas que la salven del frío, que a la una o dos de la mañana comienza a ser un poco serio. Carece al mismo tiempo de buenos zapatos, de caramayolas y de cucharas. La piedra, en estas latitudes, no resiste a la acción del frío y del calor, así es que se despedaza hasta convertirse en pequeñas partículas que hacen en el zapato el mismo efecto de una lima. En sus continuas marchas y contramarchas, la tropa rompe el calzado en un abrir y cerrar de ojos. De ahí que se hace indispensable dotarla de zapatos durables, como los trabajados en la Penitenciaría de Santiago, venidos hace poco. * El piquete de artillería al mando de los tenientes señores Villarreal292 y Urízar293, y que se halló en la toma de Calama, llegó anoche de este punto. La tropa recibió enternecida y en medio de las mayores demostraciones de cariño, a los compañeros que volvían negros y cansados por los ardores y las fatigas del desierto. 291 292 293
Cirujano 2º Juan Llausás. Eulogio Villarreal. Pablo Urízar.
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Los recién venidos son veteranos que llegan a aumentar la ya magnífica brigada que comanda el señor Velásquez. * Los señores Urízar y Villarreal dicen que nada de nuevo ocurre en Calama y Caracoles y que los pobladores de esas localidades ni se figuran que los enemigos vayan a atacarlos, no obstante que están siempre con el arma al hombro. Los oficiales mencionados cuentan la horrible miseria en que yacen los indios u otras personas que habitan los oasis cercanos de Calama y Caracoles. El azúcar, el trigo, la harina y demás artículos de primera necesidad se compran a precios excesivamente subidos. Hasta la coca sufre un alza increíble. Esas pobres gentes, antes de morirse de hambre, prefieren irse a la República Argentina antes que a Bolivia, porque tiemblan a la sola idea de que puedan venir las tropas bolivianas. La crueldad de estas se ha hecho sentir en otras épocas de un modo rudo y les temen como a tiranos. * Las ambulancias que dirige el doctor Martínez Ramos294 están prestando marcados servicios al ejército. Se encuentran repletas de enfermos, que son atendidos con esmero digno de elogio. * La revista militar que habíamos anunciado, tuvo lugar hoy a las tres de la tarde dentro del gran establecimiento de la Compañía de Salitres. Formaron cerca de cinco mil hombres de línea. El señor Arteaga, acompañado de los generales Escala295 y Baqueda296 no y el estado mayor, pasó revista a caballo quedando complacido del estado del ejército. *
294 295
296
Doctor Teodosio Martínez Ramos, jefe de la Ambulancia «Valparaíso». Erasmo Escala Arriagada, a la sazón general de brigada y comandante general de la infantería. Manuel Baquedano González, a la sazón general de brigada y comandante general de la caballería.
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La salud del general en jefe ha sufrido algunos quebrantos en los últimos días, que le han hecho guardar cama. No obstante, hoy se vio al benemérito jefe erguido y enérgico como si fuera un hombre que rebosara salud. Su cara se animaba al ver a nuestros pocos pero hermosos soldados. * El Amazonas, llegado hoy, no ha comunicado nada de importancia. La escuadra salió de Iquique ayer cinco, pues se decía que habían salido del Callao dos vapores que llevaban tropas y víveres para los puertos del sur. En Iquique estaban el Limarí y el Matías Cousiño. El corresponsal. Õ
Correo de la Guerra (Correspondencia especial para la Patria)297 Sumario.– Tiros al blanco de la artillería.– Resultados que dieron estos.– Fortificaciones del puerto.– Partida de tropas a Calama.– Entusiasmo de los soldados y del pueblo.– Discurso de despedida.– Viaje de los generales a Carmen Alto.– Formación de un cuerpo de zapadores.– Ídem de uno de caballería.– Uno acusado de espía.– Ingreso de soldados veteranos de artillería.– Plano del Desierto.– Lo que se dice acerca de la salida del ejército.– Lo que hay de verdad en la venida de tropas por el desierto.
Antofagasta, mayo 17 de 1879 Señor Editor: El jueves 15 ofrecióseme por la primera vez de mi vida la oportunidad de presenciar un tiro al blanco, de la artillería, cosa que deseaba como aficionado a los entretenimientos de esa clase, y para que mis oídos se fueran acostumbrando al hoy simpático ruido de los cañones. A las seis de la mañana del día indicado, ya me encontraba en marcha con la artillería, la cual hubiera hecho creer que iba al campo de batalla, pues llevaba todo un tren de cañones, carros, caballos y municiones. Y por añadidura un largo acompañamiento de jefes, oficiales y gente del pueblo. Los blancos se encontraban colocados como a una legua de distancia y sobre una colina suave que forman los cerros de la costa por el lado del 297
Publicada en el diario La Patria, Valparaíso, 22 de mayo de 1879.
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sur. Consistían aquellos en cuatro marcos de fierro con género blanco, de un metro de ancho por dos de altura. Puestas las piezas de montaña, seis del sistema Krupp y dos francesas de bronce, en orden de batalla, y a ochocientos metros de distancia sonó el primer disparo. Un aplauso general saludó el resultado de este, pues la granada fue a reventar a un paso de los blancos. El segundo tiro dio cerca del punto a donde iba dirigido y reventó como a cincuenta metros de elevación. Vinieron después algunos otros disparos que llamaron la atención por lo certeros y bien dirigidos. En seguida se apuntó a mil metros, dando los tiros el mismo buen resultado que los anteriores. Más tarde, los de campaña y también los de montaña funcionaron con igual exactitud. La fiesta, –porque fue una verdadera fiesta de aplausos, gritos, carreras a caballo y explosión de granadas–, terminó a la una del día. * Las bombas arrojadas, alcanzaron a cincuenta. De ellas, solo cinco o seis dieron a veinte o treinta metros del blanco, que las demás caían cerca y lo traspasaban con los cascos. Por el magnífico resultado obtenido, –resultado que habla muy alto a favor del nuevo pero ya brillante cuerpo de artillería–, puede sospecharse el efecto que las granadas dirigidas al blanco hubieran hecho en una línea de soldados. Estamos seguros que habrían sembrado la desolación y la muerte. Sin petulancia de ninguna especie se puede decir, señor Editor, que los invencibles hijos del sol no van a tener mucha sangre fría para ver funcionar a los hijos de Mr. Krupp y que más de algo va a sucederles. * El tiro al blanco de que nos ocupamos ha venido una vez más a probar que el cañón Krupp es el mejor de todos los hasta ahora conocidos. Su precisión en las punterías, su largo alcance, su resistencia y su sencillez para cargarlo, son condiciones que le dan superioridad sobre los otros. Después de la prueba mencionada, no es posible ni siquiera dudar que la artillería va a desempeñar en la próxima (o lejana, a juzgar como van las cosas) campaña un importantísimo rol; más todavía, que será la que acaso nos conduzca a la victoria. Por eso es necesario, como lo decía el señor Vicuña Mackenna en un artículo sembrado de útiles consejos y de cuerdas observaciones, y que ha tenido en el ejército la aceptación merecida, que la artillería sea elevada a regimiento y se la dote con nuevos y certeros cañones Krupp. 178
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* A una de las ametralladoras Gatling que posee la artillería, también se la sometió a prueba. A una distancia de mil doscientos metros, esta terrible máquina de guerra cubrió el blanco de balas. En menos de un minuto disparó doscientos cuarenta proyectiles. * Antes de terminar la ligera relación del tiro al blanco, queremos dejar constancia de un hecho que es el mejor desmentido contra el cargo de impericia que se ha querido hacer a los dos jóvenes artilleros que se hallaron en la toma de Calama: los tenientes Urízar y Villarreal. Sin agravio de nadie, porque damos a cada uno lo que corresponde, las punterías de estos fueron el viernes de las mejores. Una de ellas destrozó el segundo blanco. * Al fin, podemos decir que Antofagasta cuenta con fortificaciones que la defiendan de cualquier golpe de mano, o de cañón, de los audaces peruanos. En estos días se ha trabajado con marcada actividad en la construcción de las obras necesarias para una fortaleza y mañana quedarán colocados los cañones, operación que tiene a su cargo el jefe de la artillería, señor Velásquez. Con los tres de a ciento cincuenta, que en un día más estarán mirando la bahía, no destrozaremos los barcos peruanos, pero al menos no les dejaremos acercarse. * Ayer, a las siete de la mañana, la estación de ferrocarril se veía cuajada de gente que iba a despedir a las tropas de la artillería de marina y del Bulnes, que partían a Calama. Momentos antes de que el convoy se pusiera en movimiento, nuestro entusiasta amigo Víctor Aquiles Bianchi298, dirigió a sus compañeros un breve discurso, en el cual les recomendaba la disciplina y la obediencia, palabras poderosas, según dijo, para alcanzar la victoria. Hablóles de la patria, de la gloria, del orgullo que sentirían más tarde al volver a sus hogares después de cumplir con sus deberes ciudadanos, y soldados y oficiales, con los semblantes animados, tiraron al aire sus gorras y prorrumpieron en mil espontáneos gritos de ¡Viva la patria! ¡Viva la guerra! 298
Subteniente de Artillería de Marina.
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La banda de música del Bulnes tocaba las canciones de Chile y de Yungay. La locomotora trepaba allá a lo lejos la montaña para ganar el desierto y aún se oían los adioses de los soldados, que batían sus pañuelos. Los oficiales de la artillería de marina que se marcharon, son los señores: Silva Prado, Amor, Lorca, Quiros, Sánchez y Fuentes. * El mismo día de la partida de tropas indicado, los generales Villagrán299, Escala y Baquedano se dirigieron a Carmen Alto, con el propósito, según se nos dice, de ver las fortificaciones de aquel punto y pasar revista al Regimiento 3.º de Línea que, entre paréntesis, es el único cuyas plazas están completas. Los generales volvieron al día siguiente, no muy contentos, de seguro, pues les pilló un calor de 45 grados centígrados. * Uno de los decretos más importantes que ha expedido el señor Arteaga y que mejores resultados está llamado a producir, es el que manda crear un cuerpo especial de zapadores, compuesto de cuatro compañías con trescientos hombres. Como es natural, a ese cuerpo le estará encomendada la tarea de abrir caminos, de levantar puentes, construir trincheras, en una palabra, hacer cuantas obras de ingeniería sean necesarias en la campaña. Lo mandará el joven y distinguido ingeniero militar don Arístides Martínez. * Otro cuerpo que se está organizando gracias al entusiasmo desplegado por algunas de las personas pudientes del pueblo, es uno de caballería, al que se le ha dado por comandante el respetable vecino don Francisco Bascuñán. Todavía no se ha bautizado, pero creemos que no llevará nombre tan ruidoso como los que los peruanos acostumbran poner a sus regimientos de monos de cerote, por ejemplo, Invencibles de Ayacucho, Vengadores de Junín y otros por el estilo. * Ahora dos semanas, sobre poco más o menos, vino del norte un tal Narváez, que ya había vivido en otras ocasiones en este pueblo. Su 299
General de brigada José Antonio Villagrán Correas, a la sazón jefe de Estado Mayor del Ejército del Norte.
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verdadera nacionalidad siempre estuvo envuelta en el secreto, así que a su llegada se levantó un cierto rumor de que era un espía peruano. La autoridad recibió varios informes acerca del tal Narváez y dio orden para que se le aprehendiera. La policía no tardó en cumplir con su cometido. En el acto siguiese un sumario, y de las declaraciones e informes resulta que Narváez es ecuatoriano; mas no se le ha probado que a Antofagasta le hayan traído los criminales fines de que se le acusa. Parece que pronto se le pondrá en libertad. * Y a este propósito, es digno de ser observado el contraste que ofrece la conducta que ofrece el Gobierno del Perú al arrojar fuera de su territorio aún hasta los frailes chilenos de sus conventos, mientras que nosotros dejamos vivir en paz a cuantos peruanos o bolivianos así lo quieran. Aquí viven retirados o se pasean por las calles de noche y de día unos cuantos peruanos y bolivianos que nadie molesta sino con miradas. Se entregan a sus negocios con la perfecta calma de hombres que saben que tienen toda clase de garantías entre gentes civilizadas. Nosotros creemos que la cultura que ha alcanzado el pueblo chileno no le permite ponerse al nivel de los peruanos en materia de tratamientos a los que viven en su territorio, no; pero juzgamos oportuna y cuerda una medida que pueda ponernos a salvo del espionaje, organizado de una manera admirable por sus enemigos. Los peruanos y bolivianos que residen en Antofagasta serán tan buenos y honorables como se quiera; no obstante, ¿quién les impide que por amor a la patria, por vía de confidencias íntimas o por despreocupación revelen nuestros planes y pongan al enemigo al corriente de lo que sucede? No vivamos tan confiados. Arrojemos alguna vez este mal crónico de nuestra tierra: la confianza en todo. Aparte de los infinitos desastres que han tenido por causa del espionaje, recuérdese que al espía Ogiski debió en gran parte Massena la victoria que sumergió en el abismo de la desgracia y de la ruina al invencible (aunque no era peruano) mariscal Souwarof300. * Acaba de ingresar al cuerpo de artillería un buen número de viejos soldados que abandonaron el regimiento en los días en que esta se disolvió a los cuatro vientos por obra y gracia de jefes de pandilla y de antesala. El Jefe de Estado Mayor pidió a los comandantes de los cuerpos una lista de los hombres que hubieran servido en la artillería para incorporarlos en ella. 300
Alusión al célebre mariscal ruso, príncipe Aleksandr Suvorov, quien debió retirarse con su ejército después de la campaña suizo-italiana contra Francia de 1799, pese a no haber perdido ninguna batalla.
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De esa manera, cerca de doscientos soldados que suspiraban por volver a tomar el arma de sus afecciones, han venido a engrosar las filas de la artillería.
Conjunto de personajes sudamericanos retratados en la revista El Correo de Ultramar de París, agosto de 1879. Izquierda arriba, el presidente venezolano Antonio Guzmán Blanco; izquierda abajo, el capitán de fragata chileno Arturo Prat; centro, presidente boliviano Hilarión Daza; derecha arriba, presidente chileno Aníbal Pinto; derecha abajo, capitán de corbeta chileno Carlos Condell.
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El temperamento adoptado no puede ser mejor, porque si hay un cuerpo al que perjudiquen más los reclutas es la artillería; los cañones necesitan, más que ninguna de las otras armas, de sirvientes experimentados e instruidos, porque es un verdadero arte el manejarlos bien. * El laborioso e inteligente ingeniero don Emilio Gana, ayudante del Estado Mayor ha levantado un plano topográfico del desierto de Atacama hasta Iquique, inclusive. Las líneas férreas, los caminos carreteros, las aguadas, los oasis, los establecimientos mineros, todo en fin se halla perfectamente demarcado en vista de datos exactos. Además de otros méritos, el plano del señor Gana marca las distancias de un punto a otro y los senderos más a propósito para las marchas de retiradas de un ejército. Si, como puede suceder, el teatro de las operaciones fuese el desierto señalado en ese plano, La Patria podrá repartirlo a sus lectores, pues hago empeño por conseguir una copia. * Si fuéramos a contar lo que se dice a todas horas y en todos los círculos acerca de la salida del ejército, tendríamos para llenar muchas cuartillas de papel, y lo que es más, para perder el juicio. Hay quienes aseguran que el viaje del señor Sotomayor301 en el Cochrane tuvo por objeto concertar con el general en jefe un plan de campaña, de consuno con la escuadra, y que consistiría en un desembarco en Iquique, otros dicen que la campaña se hará por el interior del desierto; los de aquí cuentan que no haremos nada, sino que esperaremos el ataque, los de más allá que va a dejarse a la armada la iniciación de la batalla. ¿Qué hay de verdad en todo esto? Nada. ¿Por qué? Porque nadie sabe, ni puede saberlo, exceptuando al general en jefe y al Gobierno, lo que haremos. Los planes de campaña son tesoros que deben guardarse con la doble llave de la cordura y del silencio. Lo que hay de efectivo, si es que dejamos a un lado la calma para obrar, es que a fines del corriente mes las justas impaciencias del patriotismo se habrán calmado y marcharemos sobre el enemigo. * Se conoce la verdad pura y neta de la noticia acerca de las tropas bolivianas que venían por el interior, y que dio margen a un telegrama que debe haber alarmado a la gente de por allá y que más tarde fue desmentido. Viajeros verídicos y que por nada pierden su serenidad y atestiguan que la 301
Rafael Sotomayor, a la sazón secretario general de la Escuadra y futuro ministro de Guerra.
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polvareda aquella que se dijo era levantada por las avanzadas enemigas en el camino para Calama tenía el origen siguiente. Una tropa de... burros, al cuidado de un infeliz arriero, se dirigía no sabemos a qué punto en busca de carga. Un miedoso, de esos que se asustan de su propia sombra, como hay tantos, los vio hombres, y con unos sables tamaños, que relumbraban al sol. Tenemos, pues, que fueron burros los que hicieron al ejército llevar la mano a la empuñadura de la espada. * Los nuevos contratistas del rancho han comenzado a funcionar en sus tareas de proveer a la tropa. Han establecido cuatro grandes galpones, con capacidad para doscientos hombres. Por consiguiente, la tropa no se pasa horas de horas esperando la comida, como antes. Esta es buena, y casi podría decirse abundante, no obstante hay quejas respecto de la carne, que algunos soldados tienen que pillar en el plato con más dificultad que pudieran dar caza a un microscópico pescado. * A pesar de la desidia incalificable que reina para hacer la guerra, el ejército no siente decaer su entusiasmo y sigue aguardando ansioso el momento de los hechos. Su estado de moralidad, disciplina y salud, no deja nada que desear. * El señor Echaurren Huidobro302, intendente del ejército, ha enviado hoy un telegrama al señor Baldomero Dublé ordenándole la construcción de galpones para dos mil hombres y todos los departamentos necesarios para la provisión del ejército. La orden expresa el deseo que las cosas se hagan con la rapidez del rayo y la comodidad y economía indispensable en las actuales circunstancias. La acción benéfica de la laboriosidad del señor Echaurren, comienza a dejarse sentir desde el primer instante. Noticias fidedignas de Tacna anuncian que la concentración de fuerzas bolivianas en aquella ciudad era inmensa. Pronto esperaban unirse a los peruanos. Las primeras se componían de buenos soldados, deseosos de encontrarse con los chilenos. Mientras tanto nosotros dormimos criminalmente. El corresponsal. 302
Francisco Echaurren Huidobro.
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Antofagasta303 Sumario.– La gran revista.– Interesantes detalles.– El simulacro
(De nuestro corresponsal en el ejército) El mes de julio, se ha abierto para el ejército con una espléndida revista militar pasada por el señor General en Jefe, a más de 10.000 hombres de línea que existen en este pueblo. Desde la mañana del día de ayer primero, notábase ya en la población un movimiento extraordinario: los oficiales de Estado Mayor y los soldados ordenanzas, recorrían las calles impartiendo órdenes a los distintos cuerpos del ejército; en las puertas de los cuarteles se tocaba llamada y la parte no militar de los habitantes, se daba cita hacia Playa Blanca, que fue el lugar elegido para la formación de las líneas. A las 12 M., que fue la hora designada para el desfile de las tropas, el movimiento se hizo general y Antofagasta fue toda acción y ruido guerrero. Para que el lector se forme una idea de la revista de ayer, baste solo tomar en cuenta que se trataba de llevar al Campo de Marte a más de 10.000 soldados, distribuidos en once cuerpos distintos del ejército. Cuando llegaron al lugar elegido los distintos regimientos y batallones, ya había marcado el Estado Mayor, por medio de guías generales montados, las líneas que debían formarse con el ejército. Para formar la primera, sirvió de base el Regimiento Buin, 1.º, que tomó su colocación a la derecha; seguían después los regimientos 2.º y 4.º, todo lo cual formaba un total de seis batallones de infantería completos; la segunda línea fue formada por un batallón de zapadores, el Regimiento Santiago, los batallones Navales, Bulnes y Valparaíso; otros seis batallones. A retaguardia de estas líneas y frente a las alas derecha e izquierda, estaban los cazadores y granaderos a caballo, formados en columna por mitades. La artillería había sido colocada también convenientemente en los costados, sobre eminencias que dominaban el campo por completo hasta cerca de una legua, que es el alcance de los cañones Krupp (4.000 metros). A retaguardia de todo y a una prudente distancia, se habían formado las ambulancias de Valparaíso y Santiago. Es imposible pintar la hermosa vista que presentaban las ambulancias, sobre todo la primera de Valparaíso, que es la más hermosa y más completa, dirigida por el entusiasta señor Martínez Ramos. Veíase ahí una bella capa para recibir heridos, que fue armada y provista de camas en cinco minutos; había carros y artolas para llevar enfermos, botiquines portátiles, estuches de cirugía, y para que todavía apareciera más verda303
Publicado en el diario Los Tiempos, Santiago, 10 de julio de 1879.
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deramente la ambulancia en estado de funcionar y funcionando, fueron llevados varios heridos... improvisados, que después de ir cómodamente en los aparatos de conducción, recibieron en la carpa unas buenas once y medicamentos refrescantes. Como complemento de todo, había también un fotógrafo que no quería desperdiciar la oportunidad de obtener buenas y hermosas vistas. De la ambulancia primera de Valparaíso sacó tres planchas. * Puestas ya las tropas en el orden que dejamos indicado, se dio descanso general a todos los cuerpos y, repartidos los soldados, frente al lugar que ocupaban sus respectivos puestos, ofrecían el cuadro más pintoresco y animado que se puede imaginar. Entre las tropas, veíanse también grupos de mujeres que habían sacado el concho del baúl, vendedores que atolondraban con sus gritos y pequeños muchachos que marchaban y daban voces creyéndose guerreros invencibles. Tal era el estado del campo de revista, cuando como a la una P.M., se dejó sentir llamada general en todos los cuerpos del ejército, que estuvieron formados con una rapidez extraordinaria. Al mismo tiempo, veíase hacia la salida del pueblo una gran columna de tierra que anunciaba la marcha de tropas de caballería; era efectivamente, el señor general Arteaga, que con apostura y aire militar increíbles en su edad, ya algo avanzada, llevaba su banda azul, distintivo del puesto que ocupa304; a la derecha del señor general en jefe iba el señor general Escala, y a la izquierda el señor coronel Sotomayor; seguía después el estado mayor, compuesto como de veinte ayudantes de distintas armas y graduaciones, y concluía el grupo con el «Escuadrón del General», que es el nombre que le corresponde a la escolta y que ahora era compuesta de granaderos a caballo, mandados por el entusiasta y valiente capitán don Rodolfo Villagrán. Luego que llegó el señor general a corta distancia de las líneas de batalla, los señores jefes y oficiales, banderas y estandartes, pasaron al orden de parada, los regimientos terciaron sus armas y ocho bandas tocaron casi a un tiempo y estruendosamente la canción nacional de Chile. Grande e imponente era el espectáculo que ofrecían en ese momento diez mil guerreros dispuestos a defender a costa de su sangre el honor de la patria. Profundo era el silencio de la tropa en general, que parecía una línea de estatuas de bronce, y sin embargo, si el rigor de la disciplina militar lo hubiera permitido, se habrían dejado oír diez mil vivas a Chile, y veinte mil brazos se habrían lanzado probando que estaban listos para mantener los derechos de la república más pacífica e industrial de Sud América. 304
Esta halagadora descripción no nos puede hacer olvidar que el general Justo Arteaga era el padre de los editores de Los Tiempos, Justo y Domingo Arteaga Alemparte.
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El señor general recorrió entonces con su estado mayor todo el frente de las distintas líneas, saludando a los jefes y banderas, y pasó a colocarse al costado izquierdo del ejército, después de haber visitado también las ambulancias. Los batallones y regimientos tomaron su formación de batalla; iban a principiar las maniobras. * Todo el mundo está en su puesto, el campo parece desierto, no se siente el más mínimo miedo, y las miradas se dirigen únicamente al estado mayor, del cual se han desprendido varios ayudantes que marchan a escape hacia los diferentes jefes de cuerpo. Una vez ya recibidas las instrucciones se da principio al movimiento. El regimiento Buin ha desplegado en guerrilla y cubriendo el frente a dos compañías que avanzan al trote hacia un supuesto enemigo; el 2.º y 4.º han desplegado también sus compañías ligeras, y toda la línea está cubierta por tiradores que rompen un fuego simulado en la posición de ocultarse; las compañías del Buin se han tendido en el suelo para hacer fuego, y sus soldados parecen hormigas; tal es el bulto que hacen a la distancia. El resto de la línea de batalla está listo para apoyar y reforzar las guerrillas, mientras que la reserva o segunda línea está formada en columnas que presentan sus flancos al frente, o sea de trecho en trecho el frente de dos hombres, dejando grandes claros para dar paso a las balas de cañón que arroje el enemigo305. Dos ayudantes del Estado mayor y dos ordenanzas corren a escape hacia la derecha de nuestra línea, que se pone en movimiento. Es el batallón Zapadores que apoyado por seis piezas de artillería volante, pasa por los claros que dejan las mitades306 del regimiento Buin y se despliega oblicuo hacia la derecha. El ejército entero ha comprendido el movimiento. Nuestro enemigo ha querido tomarnos la derecha. Y flanquear nuestra posición apoderándose de las eminencias; pero los Zapadores en guerrilla inutilizarán los sirvientes de sus cañones, mientras que nuestra artillería dispersa a las columnas de infantería y caballería que les servían de apoyo. Mientras los Zapadores hacían el avance que dejamos apuntado, las guerrillas de todos los cuerpos habían sido notablemente reforzadas por 305
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Para ese entonces se estaba implantando gradualmente el despliegue en orden abierto o guerrillas para la infantería, que reemplazaba gradualmente al viejo orden cerrado de cuño incluso prenapoleónico. La tropa llamaba a este despliegue «guerrillas a la inglesa», seguramente por haber sido implantado bajo la inspiración del manual de servicio en campaña del general británico contemporáneo, sir Garnet Wolseley. La unidad más aventajada en este sistema era el regimiento Zapadores, gracias a la iniciativa personal de su comandante, Ricardo Santa Cruz. Francisco Machuca, ob. cit., tomo I, cap. XIII, pp. 139-140. Mitad: media compañía.
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otras compañías, y el ataque podía considerarse general en la primera línea; pero he aquí que los cornetas de todos los cuerpos tocan llamada redoblada y las tropas avanzadas, después de formarse en líneas unidas, vuelven a replegarse al trote a sus respectivos batallones. Mientras se hacían esos movimientos, que fueron ejecutados al trote y rápidamente, varios ayudantes de Estado Mayor habían impartido órdenes a la segunda línea, de manera que cuando estuvo bien organizada la primera, pudo pasar por entre los claros toda la segunda línea, y organizarse al frente de la primera en orden de batalla. Tal era el estado del ejército, cuando el silbido de la locomotora nos sorprendió por retaguardia y pensamos por un momento que eso vendría a desbaratar alguno de los cuerpos; pero, ¡qué agradable sorpresa tan inesperada para todos! ¡Parte del regimiento 3.º de línea venía del interior a unirse a este ejército y pasaba por nuestra ala izquierda gritando ¡Viva Chile! y alzando sus kepis al aire! Probablemente el enemigo se desorganizó al verse atacado tan imprevistamente en su ala derecha porque se mandó inmediatamente cargar la caballería al grito de ¡viva Chile! también y formando un ruido capaz de espantar, no diré a peruanos, que lo son por carácter, sino a tropas expertas y valientes. Conocidas las dos magníficas cargas de la caballería, se dio por terminado el simulacro de ataque y se pensó solamente en mandar fuerzas a cortar la retirada a los dispersos enemigos; pero otra nueva sorpresa; el resto del 3.º de línea, cerca de 1.000 hombres, viene bajando de los cerros que tenemos a nuestro frente y ha tomado por consiguiente al enemigo entre dos fuegos. No sabemos si ha tomado muchos prisioneros; pero se notan muchos carretones y mulas cargadas, que tal vez son el parque de municiones. * El desfile de los cuerpos por las calles de la población, fue de por sí una hermosa fiesta. Veíanse en distintas direcciones regimientos con sus bandas a la cabeza, baterías de artillería montadas y de a pie; ambulancias con carretones y numeroso personal de empleados; yendo por último las caballerías que se veían interminables formadas en filas de a cuatro. Tal ha sido la revista del 1.º, que ha dado a conocer el estado de instrucción en que se encuentra el ejército chileno. Réstanos ahora hacer presente que su moralidad es ejemplar y capaz de dejar satisfecho al más exigente. Aquí donde hay más de 10.000 soldados que están solo desde ayer, puede decirse, bajo el régimen militar, donde está el terrible minero que ha salido de las entrañas de la tierra para defender sus intereses, el carrilano 188
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de puñal al cinto y los famosos rotos que tanto daban que hacer a los peruanos y bolivianos con el corvo, no se oye hablar de una sola insubordinación, de un solo pleito, de la más pequeña herida. Parece increíble que de 1.200 hombres que componen cada regimiento, haya semanas enteras en que no falte absolutamente nadie de su puesto. Nación que en cuatro meses improvisa un ejército poderoso, bien organizado y con toda clase de elementos, que habilita una marina que solo tenía dos buques armados en pie de guerra; que invierte millones de pesos cuando parecía estar en bancarrota, y que todavía cubre sus créditos, adelanta el comercio y va a castigar en su casa al adversario, le hace honor a la joven América del Sur. El gobierno de Chile debe estar orgulloso de su obra: ayer no había escuadra y hoy tenemos siete buques de guerra y quince transportes a vapor. Si alguien se atreviera a decir que se ha hecho poco, que se ha marchado con lentitud, le daríamos por única contestación que hiciera un viaje a Antofagasta y viera todo lo que ha improvisado Chile. Or-Ola Antofagasta, julio 3 de 1879 Õ
Lo que es un campamento (Correspondencia de LA PATRIA)307 Después de un día largo de camino, saliendo de Tocopilla, legua y media antes de llegar a los márgenes del Loa, se divisan a lo lejos, en la falda de un pequeño cerro, unas tiendas de campaña; cualesquiera diría que era alguna gran caravana que había sentado allí sus reales para descansar de las fatigas de un largo viaje en aquel inmenso desierto, en donde solo se ven capas de blanco caliche que con los rayos del sol hieren los ojos; pero muy luego se sale de esa curiosidad, cuando aproximándose un poco más se siente el redoble del tambor y el sonido de la corneta. Ese es un campamento, y al acercarse se reconoce que es el regimiento de artillería de marina que, lejos del mar, ha tendido sus tiendas de campaña a las orillas del Loa, siendo la vanguardia de ese numeroso ejército que hoy acampa en Antofagasta sin haber estado aún expuesto a las inclemencias del tiempo, teniendo techo donde guarecerse de los rayos del sol durante el día y de las tremendas heladas durante la noche. 307
Publicada en el diario La Patria, Valparaíso, 8 de agosto de 1879.
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Campamento del batallón «Chacabuco» en Antofagasta, ilustración aparecida en el periódico El Nuevo Ferrocarril, Santiago, 25 de agosto de 1879.
A pesar de estar en un lugar en donde ni los bichos pueden vivir y solo en estos últimos tiempos una plaga de mosca ha venido a visitarnos, la alegría y el contento reina bajo estas carpas, si es que verdadera alegría y contento puede haber lejos del hogar, que a cada momento trae el recuerdo de la madre, de la esposa y del amigo. Pero todos esos recuerdos, que entristecen nuestras horas de descanso, se evaporan al recordar la imagen querida de la Patria. ¡Oh Patria que haces desprenderse al hijo fiel del regazo maternal, al padre cariñoso del seno de la familia, al constante esposo del cuello de su amada, y al apuesto mancebo de los brazos de su querida! ¡Oh Patria! Por ti el desierto se convierte en un prado de flores y la muerte segura que buscamos es el cielo de donde esperamos contemplarte soberana de América y república modelo. ¡Oh Patria, que comunicas un fuego tan ardiente que es capaz de enardecer un corazón de hielo! Tú, que haces que el comerciante abandone sus mercaderías en lejanas playas y el navegante con avidez salve los escollos, para volver al puerto de donde salió. Tú, que formas héroes y mártires y que haces que centenares de hombres se cobijen a la sombra de tus estandartes abandonando los unos las tranquilas labores que les proporcionaba el alimento diario y los otros doblando las hojas de sus libros donde buscaban la ciencia y el balance de sus haberes. ¡Cuántos honrados y laboriosos artesanos! ¡Cuántos jóvenes que en el comercio y en las aulas ansiaban el término de una carrera para labrarse un porvenir, todo lo abandonaron para encontrar en las armas la suerte de su Patria! Ni las promesas ni las amenazas han sido capaces para detener a algunos, y así vemos a más de un imberbe escaparse a la vigilancia paternal y correr a alistarse en algún regimiento o sentar plaza de grumete en alguna embarcación. 190
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Para el verdadero patriota no hay obstáculos que le impidan acudir a la defensa de la Patria, ni el hielo de la vejez, como tampoco la inexperiencia de la niñez; así vemos correr parejas al niño como al anciano. Y todos disputarse a porfía el puesto del peligro y de la muerte, porque saben que morir por la Patria es vivir inmortalmente en las páginas más brillantes de su historia. Pero ¿a qué seguir discurriendo sobre este tema un soldado que no es escritor y que solo debe escribir con la espada y en la arena ardiente de la contienda y dejar la pluma al literario y al poeta? Esta disertación me ha llevado lejos del campamento y es necesario volver a él. Es noche de luna y debido a la claridad que da la reina de la noche y próximo a romper el día se ve en aquel inmenso desierto un montón de pequeñas cargas diseminadas y en confusión donde duermen soldados y oficiales del Regimiento de Artillería de Marina. Aquello parece una población musulmana en miniatura, tal es el aspecto que presentan las pequeñas carpas, en donde caben dos hombres, repartidas a granel en aquella inmensidad. Las carpas están a granel porque hay partes en que el suelo es tan duro que el caliche tiene dos metros y medio de profundidad, y no es posible abrir la tierra para poner estacas en donde ni con barretas se pueden abrir hoyos. A pesar de estar muy distante el que se acerca al campamento, ya ha sido visto por el centinela y la voz de alerta ha resonado hasta la tienda del comandante. Todo se ha puesto en movimiento y los centinelas han reconocido ya al que se acerca; si es de paz se le deja ir tranquilo; pero si es sospechoso pasa a lugar confortable y seguro. Todas las medidas del caso se han tomado para evitar cualesquier sorpresa y se vive allí tan seguro como en Antofagasta. Ya quiere despuntar el día, pues el toque de diana lo anuncia y el soldado, descansado de las fatigas por el sueño de la noche, se levanta ansioso para emprender las penalidades y contratiempos de un nuevo día. En seguida se toca un redoble, pasa revista de aseo y después viene la instrucción en el manejo de las dos armas hasta las 10 ¼, hora del rancho, desde esa hora hasta la 1 P.M. todos descansan y charlan, unos limpian sus armas, otros su vestuario y algunos hay que leen la ordenanza del ejército para conocer mejor sus obligaciones. A la 1 P.M. los oficiales acuden a la mayoría para recibir instrucciones sobre la táctica de infantería y artillería; esta instrucción dura hasta las 2, hora que se toca llamada y empieza nuevamente el Regimiento a instruirse en el manejo de las dos armas, hasta las cinco de la tarde. Da las 5 ¼ y el oficial se dirige con la tropa al rancho. 191
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Después que los soldados han comido, a las 6 se toca fajina para los oficiales, unos cajones de mercaderías es nuestra mesa; unas tablas clavadas son nuestras sillas y unas botellas vacías los candelabros que alumbran aquella comida alegre y jovial; quien embroma a quien tiene a su lado con la viudita, quien con los ojos verdes de la calle tal, quien al que tiene al frente con la gordita y así van pasando lista los amores que en aquellas playas quedaron. Dan las 6 ½ de la tarde hora en que como en Valparaíso todo el mundo, y aquí acordándonos en esa hora de nuestras casas unos levantan sus copas enviando un afectuoso saludo a los autores de sus días y compañeros de trabajos, otros un recuerdo a los ángeles de sus amores y así, en festiva conversación de sobremesa, nos sorprende la retreta; se pasa lista, se enseña a la atropa los toques de cornetas de arma y a las 8 ¾ silencio308. A las 9 de la noche aquello parece un panteón por su aspecto exterior, pero bajo las carpas; los que duermen siempre están con el arma al brazo y eso se comprueba cuando a medianoche se toca generala; todo el mundo salta de su lecho y toma su puesto: se pasa lista, se espera la voz de su jefe para marchar en son de combate, pero uno se desengaña bien pronto cuando se dice, a dormir nuevamente. Esa es nuestra vida, así pasan las horas, los días, las semanas, y hasta los meses, de pie y firmes en las arenas del Loa esperando con ansias la voz de «a Tarapacá». En este momento sale el correo y tengo que suspender mi comunicación quedándome dispuesto para otra vez el hacer una descripción del Loa, Quillagua y el establecimiento de Buena Esperanza en donde trabajan 4.000 hombres en la elaboración del salitre. Concluyo esta relación que he escrito en un rato de ocio, anunciando que todos los jefes, oficiales y soldados del regimiento están buenos y contentos. Y el que esto escribe envía un afectuoso saludo a ese noble y generoso puerto de Valparaíso del cual conserva tan gratos como imperecederos recuerdos. El porta estandarte del regimiento de artillería de marina.– V. A. B.309 Õ
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Un régimen diario que, salvo algunas diferencias, era similar al de otras unidades, como por ejemplo, el fijado para el batallón Navales, según lo consigna su comandante, el teniente coronel Del Canto. Estanislao del Canto, Memorias militares, segunda parte, cap. II, pp. 51-52. Ver también la correspondencia especial para La Patria del 10 de mayo de 1879, incluida en este capítulo. Iniciales que corresponden al subteniente Víctor Aquiles Bianchi.
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Cartas del Norte Carta Segunda310 Sumario.– El bloqueo de Iquique.– El ejército.– Los Navales.– Los regimientos de línea.– Chacabuco y Zapadores.– Santiago.– Artillería.– Confiar y esperar.
Antofagasta, julio 29 de 1879 Señor editor: Nos vimos obligados, por la premura del tiempo, a precipitar el fin de nuestra carta anterior, en los momentos en que dábamos cuenta a los lectores de La Patria de las impresiones que recibimos, el 20 del actual, en medio de las naves que sostienen el bloqueo de Iquique. Esta operación de guerra fue condenada siempre por nosotros con inflexible severidad, –con severidad que la ciega confianza y la pesada rutina llegaron a ratos a considerar intolerable. Ella extraña completo desconocimiento de las reglas de la estrategia naval; ha paralizado nuestra escuadra dejando a la enemiga toda la libertad apetecible para amagar nuestra costa y nuestra línea de comunicaciones. Gastando tripulaciones, buques y espíritu con el más pesado y desmoralizador de los servicios, nos ha reducido al papel de carceleros de un fantasma, en las horas en que era menester perseguir, sin descanso y sin vacilaciones, los buques ligeros del Perú. Nada podía ser más propio para afianzar en nosotros este convencimiento que una visita a la escuadra de bloqueo y al puerto bloqueado. Ya hemos dicho cómo es conducida esta operación y cómo fue necesario al Itata voltejear hasta el amanecer del 20 para ponerse en comunicación con los buques chilenos que han adoptado, últimamente, el partido de alejarse del puerto a las 5 P.M., dejando confiada la tarea de vigilancia a las lanchas a vapor del Blanco y el Abtao. A esto agregaremos que las noticias, ciertas o falsas, de que se está haciendo en tierra preparativos formidables para aplicar torpedos a nuestros buques mantienen a bordo cierta excitación y susceptibilidad nerviosas, cuyas inspiraciones no pueden ser sino funestas. La idea de encontrarse expuesto a las asechanzas de un enemigo invisible, que no presenta el cuerpo y que prepara instantánea destrucción a favor de las sombras de la noche relaja, naturalmente, los más sólidos nervios de soldados y predispone a ver espectros en toda dirección. 310
Publicada en el diario La Patria, Valparaíso, 9 de agosto de 1879.
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A fuerza de precaverse contra el ataque de torpedos, la escuadra bloqueadora de Iquique ha llegado a olvidar que existen sus verdaderos enemigos. Fruto de esta lamentable disposición fue la entrada del Huáscar al puerto la noche del 9 al 10 y el peligro que corrieron entonces nuestras naves de madera. A ella se debió también que la Magallanes tuviera, en este encuentro, su cañón de a 64 cargado a metralla y que la granada de su coliza de 115 fuera lanzada al casco del Huáscar con carga mínima de pólvora. ¿Y cuál ha sido, entre tanto, el objeto práctico del bloqueo? La ciudad bloqueada tiene sus comunicaciones por tierra aseguradas. Recibe por Pisagua víveres, municiones, dinero, etc., como podría recibirlos por cualquiera otra de las caletas del departamento. Es probable que, desde hace algunos días, se halle corriente el ferrocarril de Pisagua al Molle, pasando por la Noria; y si no lo está, será con corta interrupción. En fin, el elemento que suponemos de más difícil acarreo y precaria provisión, –el agua–, existe en Iquique en abundancia. Hallándonos al frente de este pueblo, adquirimos el convencimiento de que las máquinas de resacar han trabajado, noche a noche, activamente, durante el infortunado bloqueo. Se ha hecho, pues, indispensable poner cuanto antes término a esta empresa, que tan funestos resultados ha producido, comenzando por la catástrofe del 21 de mayo y concluyendo por la captura del Rímac, y lanzar de una vez la escuadra en persecución de su ágil y audaz adversario311. * Nuestra escuadra ha permanecido, desde principios de abril, cautiva de un absurdo capricho. ¿No podemos y debemos decir lo mismo del ejército? Ningún hombre de juicio tranquilo lo negará a esta hora. El movimiento sobre el enemigo habrá sido, mientras más temprano, tanto más fácil y afortunado. Cada día de los cinco meses de postergación ha sido un nuevo inconveniente, un nuevo obstáculo y ha disminuido las probabilidades de buen éxito, que eran, a principios de abril, de nueve en diez. Naturalmente, estos cinco meses no han sido perdidos para la disciplina del ejército. Todo honor es debido, a este respecto, a la incansable laboriosidad de los jefes de cuerpo, de los instructores y de la oficialidad subalterna; y nunca se hará bastante elogio de la constancia, el buen humor y la moralidad que ha desplegado ese ejército compuesto, en sus dos terceras partes, de recluta santiaguina, porteña y repatriados del Perú, gente toda ella poco habituada a la obediencia y a la dura regularidad de la disciplina. ¿Cómo han podido estos millares de hombres, impetuosos y habituados a la vida independiente y aún errante, soportar con alegría y entusiasmo 311
Finalmente, el bloqueo de Iquique se suspendió el 2 de agosto de 1879, tres días después de escrita esta carta.
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El regimiento 4º de Línea al completo en Antofagasta. Revista La Ilustración Española y Americana, Madrid.
las penalidades del aprendizaje militar y el fastidio de la postergación indefinida de las operaciones activas, durante semanas y meses que la lejanía de la patria han debido hacerles parecer eternos? ¿Quién se habría imaginado que el Naval y el repatriado de Iquique, que ayer ganaban un jornal de dos y tres pesos, conservarían su buen humor, su arrogancia y su elasticidad a través de tanta prueba cruel, de tanta demora y de tanta pobreza propia y de los suyos? El hecho es, sin embargo, el hecho; y de él dan testimonio los semblantes que, si son alguna vez espejos de las almas, es en el caso de las almas de soldados. Los semblantes del ejército de Chile no expresaron jamás tanta íntima satisfacción, tanta prontitud para obedecer, tanta marcial esperanza como en este campamento de Antofagasta. Las opiniones varían cuando se trata de adjudicar entre los diversos cuerpos del ejército la manzana de oro de la superioridad. Hemos dicho ya a ustedes que los Navales son los favoritos del público militar y civil de Antofagasta. Al ver desfilar esta gallarda tropa, con su excelente banda de música a la cabeza, todos exclaman: «con estos hombres, es imposible la derrota». Un caballero francés, que ha servido en el ejército de su país y ha residido hasta hace poco tiempo en Tacna, declaraba uno de estos días que los famosos Colorados, considerados con razón como la flor del ejército de Bolivia, serían incapaces de resistir al empuje de un cuerpo como los Navales. 195
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Nosotros participamos de este entusiasmo, hasta cierto punto; él no nos impide, sin embargo, admirar y aún extasiarnos en presencia de otros de los cuerpos del ejército. Sin ir más lejos, ahí están los antiguos regimientos de la antigua línea. Es imposible desear en Chile nada mejor en materia de personal, de disciplina y de regularidad en movimientos. Todos los jueves salen ellos juntos a la Pampa, –supongo que por acuerdo de sus comandantes–, a hacer un ejercicio que no tiene más de perfecto que no ser en combinación. Cada regimiento trabaja por separado. ¡Qué tropa de tan sólido y hermoso aspecto! El 4.º se distingue por la uniformidad de las tallas, y sus compañías de guerrilleros han heredado la reputación de la famosa compañía del capitán San Martín, que hoy figura como sargento mayor y tercer jefe al frente del regimiento312. El Buin evolucionó muy brillantemente el jueves último, al toque de corneta. Pero confieso que el 3.º de Línea, a cuya tropa le dan las altas polainas amarillas el aspecto elegante y vistoso de algunos de los cuerpos escogidos de la infantería francesa, es el que más ha llamado mi atención en el ejército. Este cuerpo ha tenido la ventaja de poder injertar sobre la excelente base de los 400 veteranos, que el público porteño vio evolucionar y hacer ejercicio de esgrima de bayoneta, hace cuatro meses, en la plaza de la Intendencia, no menos de 800 hombres de los repatriados del Perú; gente robusta, inteligente y avezada a las penalidades de la vida en el desierto. De este soberbio material ha formado el comandante don Ricardo Castro, a fuerza de laboriosidad y constancia y, gracias, también, en parte, a una larga residencia en Carmen Alto, punto favorable a la salud, la movilidad y la instrucción del soldado, un regimiento de que el país puede enorgullecerse y que dará que hablar, –créalo usted–, de su destreza y su pujanza en el curso de la campaña. * El establecimiento de la compañía de salitres comprende, dentro de sus barreras de tabla y zinc, una extensión considerable de terreno, –no de 6 a 8 cuadras, como dijimos en nuestra carta anterior, engañados por una primera impresión–, sino de 16 a 18. Por el lado del pueblo, hasta la vereda norte de la calle que viene del desembarcadero, se extiende, entre la línea de pabellones elegantes o modestos que ocupan las oficinas, las viviendas y los talleres del ferrocarril, una plazoleta que sirve diariamente de campo de ejercicios a los Navales, el Chacabuco y los Zapadores. Más allá, al lado del poderoso establecimiento de elaboración de salitre y yodo y a la sombra de la inmensa nube de humo negro que se escapa de la chimenea de más de cien pies de altura, posee de nuevo la compañía una regular extensión de terreno desocupa312
San Martín llegaría a comandar este regimiento, a cuyo frente perecería en la toma del morro de Arica, el 7 de junio de 1880.
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do. Allí ha plantado sus tiendas el Chacabuco y desde hace algunos días, también, el pequeño y excelente batallón veterano de Zapadores. Estos dos cuerpos están dando, con su estricta y benéfica vida de campaña, un ejemplo digno de imitación. Y no es menos hermosa y alta enseñanza la que podría encontrarse en el espectáculo de leal y varonil confraternidad que reina, de comandantes a tambores, ente estos dos batallones cuyos grupos de tiendas no se hallan divididos por pared medianera y que hacen uso en común hasta de la zanja de aseo. En las horas de descanso se ve aquí y allá soldados del Chacabuco y de Zapadores formando revueltos y fraternales corrillos. Los jóvenes y estimables comandantes Toro Herrera313 del Chacabuco y Ricardo Santa Cruz de Zapadores, en quienes está simbolizado perfectamente el espíritu de moralidad y unión de los dos cuerpos, son designados, en el círculo de sus amigos, por el calificativo de los inseparables. El veterano Zapadores y el miliciano Chacabuco obedecen a las mismas reglas de administración interior y hasta a las mismas preferencias de táctica. Ambos han conseguido que se les permita acarrear el rancho a su campamento, evitando así a la tropa las dos largas caminatas a los puntos donde se distribuye la provisión, que tienen que hacer diariamente los demás cuerpos, y en ambos batallones se prepara en el campamento el rancho de la oficialidad, mientras la generalidad de los oficiales del ejército se halla sujeta a los inconvenientes y al revoltijo de la comida en hoteles y cafés. Por fin, está actualmente en estudio ante los jefes del Chacabuco y Zapadores, la idea de emplear los últimos días del período de aprendizaje y preparativos en una buena marcha forzada llevando consigo los dos batallones agua, víveres y tiendas. * El regimiento Santiago ha tenido que luchar con vicios y defectos que podríamos llamar de cuna. Es el único cuerpo de 1.200 plazas que no ha sido organizado sobre una base veterana grande o pequeña, y sabemos que no se gastó excesivo escrúpulo en la elección de su primer material. Todavía el modesto uniforme azul y las feas corras blancas con las aletas recogidas dan a la tropa un aspecto poco lucido y gallardo. Sin embargo, el Santiago ha tenido la fortuna de poseer como jefe a uno de los más acreditados y animosos jefes de la infantería chilena, el teniente-coronel don Pedro Lagos. A los esfuerzos de este antiguo comandante del 4.º de Línea y de una oficialidad compuesta, en parte, de hombres de carácter alejados del ejército en la época de postración y desmoralización que precedió a esta guerra, se debe que el regimiento Santiago se encuentre hoy en aptitud de hacer la campaña sin desventaja al lado de cuerpos tan veteranos y hermosos como Zapadores y los antiguos de línea. Por lo de313
Teniente coronel Domingo Toro Herrera.
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más, aún bajo su triste uniforme actual se hace notar el Santiago por las buenas tallas, por la robustez y –menester es decirlo–, por la moralidad de sus hombres que, en número considerable, han sido transformados, por obra y gracia de la disciplina y de la elasticidad natural del genio de nuestro pueblo, de terror y fastidio de los barrios del sur de la capital en sumisos y diestros soldados. El Santiago no goza todavía de mucho favor y de muchas amistades. Hace vida algo aparte, aguardando, sin duda, que su conducta en el campo de batalla le conquiste reputación y popularidad entre los mejores. * ¿A quién corresponde, al fin y al cabo, la palma en este ejército compuesto de cuerpos tan distinguidos por su laboriosidad y disciplina? Después de la ligera revista que acabamos de pasar a los regimientos y batallones que hasta aquí hemos tenido a la vista, esa pregunta nos asalta de nuevo. Y no vacilamos en contestar que, si ha de medirse el mérito actual por la magnitud de las dificultades vencidas y de la tarea realizada, el primer puesto en este ejército corresponde al regimiento de artillería que ha sido organizado, en esta ciudad, sobre la base de una compañía del antiguo cuerpo, por el teniente coronel don José Velásquez. Esta es una arma en que no se improvisa; sin embargo, la obra de aquel distinguido e inteligente oficial ha sido principalmente de improvisación. Casi todos los oficiales que sirven bajo sus órdenes se hallaban, en febrero último, alejados del ejército. El mismo teniente-coronel Velásquez, separado de su regimiento en una de las horas de fatal recelo que la política ha hecho frecuentes en la región gubernativa de Chile, se encontraba, al principiar la guerra, en sus faenas veraniegas de agricultor en las cercanías de Angol. La tropa respondía en parte a la denominación de artilleros; pero el manejo de las piezas Krupp y de las ametralladoras era, hasta época reciente, una completa incógnita para el soldado, y así, para la oficialidad en masa. ¿Cómo ha podido formarse, con tan rudos elementos y a despecho de esta fatalidad de antecedentes, el cuerpo ejemplar y diestro que ha funcionado con tan buen éxito a la vista del ejército y que no solamente tiene a su cargo su propio material, sino, también, el de grueso calibre de los fuertes, cuya colocación le fue igualmente encomendada? De esos e idénticos prodigios es capaz el genio militar. Espíritu fecundo en recursos, inquebrantable constancia y hábito arraigado de sobreponerse a los obstáculos, he aquí las palancas con el auxilio de las cuales se vence, en milicia como en todo ramo de la actividad humana, las dificultades más serias; y afortunadamente, el comandante Velásquez y sus dignos 198
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cooperadores Novoa, Carvallo, Fuentes, Frías314, etc., han estado, por educación, estudios y carácter, en aptitud de emplear esas palancas con irresistible eficacia. Tuve, hace días, ocasión de visitar el rancho de la oficialidad de artillería y salí de allí muy agradablemente impresionado. A uno y otro lado de tres largas mesas de espartana construcción se hallan instalados todos los miembros del cuerpo, desde el comandante hasta el último alférez; y mientras desfilaban las sabrosas y abundantes viandas a la chilena, preparadas sin intermedio de contratistas ni intervención de sospechosa química, la palabra volaba de labio en labio conduciendo sobre sus alas rápidas pensamientos y conceptos dignos de hombres cultos y soldados serios. * En resumen, lo que hasta aquí hemos podido observar, lo que sabíamos de antemano respecto de nuestra soberbia caballería, lo que se nos ha comunicado y no tardaremos en hacer constar mediante nuestro propio examen respecto de los diestros guerrilleros del batallón Valparaíso y de los animosos y probados veteranos de la policía de Santiago, que componen el Bulnes, nos autoriza para establecer como un hecho incontrovertible y halagüeño para nuestro patriotismo y nuestras esperanzas que Chile posee, a estas horas, un material de ejército capaz de mucho sufrimiento, de grande esfuerzo y de grandes actos, un material de ejército superior con mucho, por la calidad, el ánimo y la instrucción de las tropas, a todo lo que el país y las repúblicas de origen español en América han podido emplear hasta aquí en defensa de su suelo o en expediciones lejanas. * Ahora, si se logra dar a este admirable material una organización práctica, conforme a los progresos de la ciencia militar moderna y que permitan la fácil movilización y el expedito manejo de las fuerzas; si se da al estado mayor la importancia y las atribuciones que se le reconoce en las naciones más adelantadas; si se coloca el cuerpo de ingenieros y los ramos especiales en el pie que pueden reclamar las necesidades de la campaña en un territorio dotado de ferrocarriles y telégrafos y en donde habrá que atender a maquinaria de diversa especie, entonces, y solamente entonces, podremos declarar que las aspiraciones del país están satisfechas y que se ha sabido colocar el ejército a la altura de ellas y de los recursos de la nación y también a la altura de una guerra como la actual, que está destinada a afianzar en América nuestra doble reputación de pueblo va314
Sargento Mayor José Manuel 2º Novoa, capitán Delfín Carvallo, capitán Ezequiel Fuentes, capitán Santiago Frías.
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ronil y de pueblo inteligente, de pueblo que confía, a un mismo tiempo, en la razón y en la fuerza. Por desgracia, las ideas que acabamos de expresar no gozan de tanta aceptación como sería de desear en los altos círculos militares y administrativos; y hay muchos para quienes la organización militar que brilló en los médanos de Loncomilla, el 8 de diciembre de 1851, por su estupenda imperfección es hoy la última palabra de la ciencia y la última forma del desiderátum nacional en materia de táctica, de ambulancias y de servicios especiales. * En nuestra próxima carta continuaremos, con la detención que las circunstancias nos permitan, la tarea esencialmente descriptiva que nos hemos impuesto. Los lectores de La Patria reconocerán, y nos agradecerán, probablemente, que hayamos mantenido en esa cuerda nuestras reseñas, alejando de estas, con escrúpulo, todo elemento político o de amarga recriminación. Lo único que, en esta hora de ardiente actividad y de solemne expectativa, nos parece lícito decir, desde aquí, a ese respecto, a nuestros amigos y a los que, sin duda, tienen fe en nuestra palabra es que conviene esperar y confiar, imponiendo momentáneo silencio al legítimo clamor del patriotismo sobreexcitado y que, cuando no lleguemos en persona a Valparaíso, (salvo el caso de ir en comisión urgente) en vez de estas hojas escritas a la ligera y al ruido de las cornetas y los tambores del campamento y en medio de los quehaceres que el patriotismo impone, deben creer que, en lo íntimo del alma, estamos satisfechos de lo que aquí presenciamos y convencidos de que no se omite esfuerzo por recobrar el tiempo perdido y conducir las cosas al punto que el país desea con admirable unanimidad. El corresponsal Õ
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Capítulo IV
Campaña de Tarapacá
La campaña más corta e intensa de la Guerra del Pacífico, durante la cual Chile conquistó una rica provincia salitrera en menos de un mes, se ofrece aquí en una multiplicidad de relatos precedidos de una ansiosa expectación, puesto que significó, por fin, el inicio de las operaciones terrestres. Al igual que con el reporte del recién capturado Huáscar, el reporte de la toma de Pisagua publicado en el diario El Pueblo Chileno de Antofagasta, tiene el valor de su frescura e inmediatez, ya que sus lectores pudieron enterarse de los primeros pormenores antes que los chilenos de la zona central. Los diarios de Santiago y Valparaíso lo complementan con correspondencias más tardías, pero con mayores detalles, y similar cosa sucede con la batalla de Dolores del 19 de noviembre de 1879: primero se ofrece el relato enviado al mencionado diario antofagastino y luego otros que abundan en más detalles, como los aparecidos en el periódico El Nuevo Ferrocarril de Santiago: dos cartas de soldados comunes y corrientes, con su lenguaje imperfecto, reproducidas aquí como testimonios valiosos por dar cuenta de la forma de sentir y de pensar de la tropa, exponentes de un género por lo demás bastante infrecuente de ver en esta guerra. Hechos intermedios, como la captura de la cañonera peruana Pilcomayo (17 de noviembre) y la ocupación de Iquique (23 de noviembre), se presentan en crónicas que ofrecen detalles de un interés que va más allá de la sequedad de los partes oficiales. El momento culminante, y sin duda el más dramático de esta corta campaña, fue la batalla de Tarapacá del 27 de noviembre de 1879, la cual necesariamente se perfila en su doble faz de tragedia y controversia. Una operación de planificación y ejecución deficientes, desembocó en una derrota táctica chilena, pero ante un ejército enemigo agotado, cuyos restos de todas maneras debieron abandonar la provincia. Descripciones de la batalla en sí van aparejadas a explicaciones del por qué sucedió aquello, con recriminaciones explícitas a oficiales y mandos. 201
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Las tensiones en las altas esferas, que para esta época involucraban a jefes como el coronel Emilio Sotomayor y sobre todo al general Erasmo Escala, no podían pasar desapercibidas en las filas ni en los campamentos. Máxime cuando –debe reiterarse para que no se olvide– la mayoría de los que vestían uniformes eran hasta hacía pocos meses ciudadanos civiles, y la disciplina castrense no era totalmente capaz de acallar opiniones a menudo fuertes, aun cuando fuesen firmadas por seudónimos, o meras iniciales.
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Escuadra Expedicionaria A bordo del Amazonas, octubre 31 de 1879315 Señor Editor: Empezaré mi primera correspondencia de la campaña dando cuenta a los lectores de El Pueblo Chileno de los diversos acontecimientos ocurridos a la expedición desde su partida de Antofagasta. A las cinco cuarenta y cinco minutos de la tarde del día 28 y a la señal de un cañonazo disparado por el Amazonas, que es el buque de la insignia, la escuadra levó anclas haciendo rumbo hacia fuera. El momento de la partida de ese puerto fue del mayor entusiasmo. El Amazonas esperó que todos los demás buques se pusieran en movimiento para hacerlo él a su vez, y así que cada nave desfilaba por delante de nosotros, los bélicos acordes de marciales tocatas rompían el aire saludando a la capitana entre atronadores vivas. ¡Qué hermoso espectáculo! La alegría, el entusiasmo, la esperanza, se transparentaban en todos los semblantes. El convoy se componía de los buques siguientes: Amazonas, O’Higgins, Loa, Itata, Copiapó, Limarí, Matías Cousiño, Angamos, Abtao, Paquete del Maule, Huanay, Lamar, Covadonga, Santa Lucía, Toltén, Cochrane, Elvira Álvarez y el vaporcito Toro. La O’Higgins y el Matías Cousiño habían salido poco antes para Mejillones con el objeto de tomar allí algunas tropas y reunirse después al grueso de la escuadra. Zarparon también junto con nuestros buques los de guerra ingleses Thetis y Turquoise. En consideración al escaso andar del Paquete del Maule y a que el Copiapó traía a remolque al Elvira Álvarez, se navegó lentamente. Al amanecer del siguiente día notóse que nos acompañaban tan solo el Cochrane, Covadonga, Abtao, Paquete del Maule, Huanay, Limarí, Loa, Itata y Santa Lucía, faltando el Copiapó, Matías Cousiño, Lamar, Toltén, Elvira Álvarez, Toro y Angamos316. Además de la división del convoy, el día 29 se nos hizo notar con otro suceso que, aunque de ninguna importancia por lo que respecta a la expedición, nos afectó, no obstante, tristemente.
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Publicado en el diario El Pueblo Chileno, Antofagasta, 7 de noviembre de 1879 (segunda edición). Pese a que este hecho provocó cierta inquietud a bordo de la expedición, solo se debía a que el jefe de la Escuadra había enviado al Lamar y al Angamos en comisión de servicio, y el resto de los ausentes navegaba en la misma ruta, aunque algo a retaguardia. Francisco Machuca, ob. cit., tomo I, cap. XXI, p. 252.
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A las nueve y media de la mañana, el Itata, que navegaba muy cerca del Amazonas, nos anunció por señales que su capitán Steward acababa de morir a consecuencia, según parece de un ataque de apoplejía. Mientras tanto los buques ingleses Thetis y Turquoise, pacientes, imperturbables, con la flema propia de su nación, seguían, por decirlo así, paso a paso nuestro convoy, decididos, según parecía, a ser testigos hasta de las más pequeñas peripecias de la expedición. Los señores ingleses son gente que cuando se proponen una cosa saben llevarla a cabo en debida forma, sin impaciencias, con la decisión y firmeza que caracterizan siempre su conducta. A más de la gente de tropa que conduce el Amazonas, lleva a su bordo al señor ministro de la Guerra, a los generales Escala y Baquedano, al auditor de guerra, don Isidoro Errázuriz, redactor del diario de la guerra, al delegado del intendente general del ejército y armada, todo el personal del Estado Mayor y trece ayudantes de campo del cuartel general. A las cuatro de la tarde, el Amazonas entregó el mando del convoy de que formábamos parte, al Cochrane y, separándose, hizo rumbo a Mejillones, a toda fuerza de máquina, en busca de las naves segregadas del grueso de la flota. Encontró en el camino a la Covadonga, a la cual se dio orden pasase por Cobija y Tocopilla. Nosotros seguíamos a Mejillones, donde llegamos a medianoche; pero no encontrando lo que se buscaba, salimos una hora después en dirección del convoy, al que nos unimos al amanecer, es decir, el día 30 por la mañana. Todo este día y el de hoy, hasta la hora que escribo estas líneas, 3 h. 30 m. P.M., no se ha hecho otra cosa que cruzar en todas direcciones buscando los buques extraviados, sin que haya sido posible conseguirlo. Según las órdenes dadas por el señor ministro de la Guerra al general en jefe, mañana al alba entraremos en Junín y se verificará el desembarco. Con tal motivo este día ha sido de gran labor para los ayudantes del Estado Mayor. Noviembre 1.º– Hoy a la hora en que escribo, debíamos haber estado en tierra peruana y debía también flamear allí el tricolor que cuarenta años hace, se clavara en las cumbres del Pan de Azúcar; pero el desembarco no pudo verificarse hoy, como estaba dispuesto, por no haberse podido ayer reunir toda la flota317.
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Además, en la madrugada del 31 de octubre al 1 de noviembre hubo horas de grave angustia, al pensar el ministro de Guerra, Rafael Sotomayor, que no se había embarcado agua suficiente para la expedición. Después de conferenciar con José Francisco Vergara y de hacer nuevos cálculos, resultó que la cantidad de líquido sí era suficiente. Gonzalo Bulnes, ob. cit., tomo I, cap. XIV, pp. 299-300, y Fernando Ruz T., Memorias de José Francisco Vergara..., ob. cit., pp. 35-36.
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Tuvimos también un pequeño percance. La máquina del Angamos sufrió una descompostura que, aunque ligera, nos obligó a quedar parados por algunas horas. En cambio, el amanecer de hoy fue de gran regocijo: todas las naves del convoy, con excepción del vaporcito Toro que anda en comisión, estaban reunidas a la altura de Pisagua, según entiendo, como 30 millas de la costa. Con tal motivo las bandas de música de todos los buques saludaron al 1º de noviembre, como día precursor de triunfos y de gloria, con las canciones Nacional y de Yungay. Se encontraban también firmes en su puesto los infalibles Thetis y Turquoise. Antes de olvidarlo, diré a Ud. S. E., que la noticia de la muerte del capitán del Itata, de que hablé al principio, ha sido errada, según lo supimos hoy: el muerto fue un capitán del ejército, cuyo nombre se me escapa en este momento. A las doce, junto con la orden del día en que se dan las instrucciones para el desembarco y ataque de Pisagua, se ha repartido la siguiente proclama del general en jefe al ejército: Soldados: En pocos momentos más habréis pisado el suelo enemigo y con la segura victoria principiando a aplicarle el castigo merecido por la alevosía de su agresión. Tenéis en vuestras manos la suerte de la patria que os ha dado esas armas para su seguridad y para vuestra gloria. A la entereza del brazo, y vosotros, soldados, que sois de la raza de los libertadores de esta tierra ingrata, y de los que pasearon triunfantes por sus campos y ciudades en 1838 el tricolor de la república, vais a continuar ahora esas nobles tradiciones del heroísmo chileno. Soldados: la patria lo espera todo de vuestro esfuerzo. Dios os protege y la inmortalidad os aguarda. Adelante! Vuestro general– E. Escala.
* Aunque en cierto modo de carácter privado, no puedo prescindir de dar a Ud., señor editor, la noticia de que a nuestro antiguo y querido amigo Valdés le ha tocado, según la orden del día, el hermoso puesto de desembarcar con la 1.ª división y trepar con ella a las altiplanicies de Junín en demanda del enemigo de Pisagua. Es posible que sea el primero en plantar el tricolor de Chile en las alturas de Junín. * 205
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En la bahía de Pisagua. Noviembre 2.– Corto esta correspondencia porque el vapor del norte llega y no quiero demorar las noticias a los lectores de El Pueblo Chileno. Escribo estas líneas al estampido del cañón. Se está bombardeando Pisagua. Hoy amanecimos en este puerto y a las 7 h. 20m el Cochrane, Magallanes, O’Higgins y Covadonga empezaron a bombardear el puerto. De tierra se principió a contestar el fuego de nuestros buques, pero una hora después no quedaba fuerte que pudiese lanzar un disparo318. Hasta las 8.30 el fuego fue vivo y sostenido y después se ha sostenido a intervalos más o menos largos, hasta este momento: las 10 A. M.319. Terrible parece ser el pánico producido en tierra. En las alturas se divisa tropa, la que a juicio de algunos no pasará de mil hombres. Bien pronto tendrá lugar el desembarco por este puerto y por Junín. En la población se ha declarado un incendio. Hasta luego, señor editor. A. G. P.
Ataque a*Pisagua. Revista La Ilustración Española y Americana, Madrid. 318 319
Defendían el puerto dos fuertes, cada uno equipado con un cañón Parrot de a 100 libras. Las horas que se prolongó el bombardeo coinciden, si bien no exactamente, con el parte oficial pasado por el comandante en jefe accidental de la Escuadra. Pascual Ahumada, ob. cit., tomo II, capítulo primero, pp. 76-77.
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Bahía Pisagua, noviembre 2 de 1879 ¡Gloria a Chile! Sus armas se han cubierto de nuevos laureles, de nuevos triunfos. ¡Salud a ese valiente hijo del pueblo; a ese roto, tan denigrado por nuestros enemigos, y que constituye sin embargo el elemento de vitalidad más poderoso de que nación alguna pueda vanagloriarse! Pero, concluyo mi exordio, señores editores, pues ya los supongo ansiosos de saber lo sucedido. Lo diré en dos palabras: Pisagua ha caído en nuestro poder, después de haberle demolido sus fuertes y derrotado a los bolivianos que la defendían, parapetados en zanjas y trincheras. Llegamos aquí esta mañana a las seis: a las siete salió el primer disparo del Cochrane, en medio de los hurras de todo el ejército. Una hora después, el fuerte Sur en que había un cañón Parrot de grueso calibre, era un montón de ruina. El cañón del norte parece que se desmontó al primer tiro. Se procedió al desembarco. Al batallón Atacama cúpole el honor de desembarcar primero junto con Zapadores, para emprender el ataque320. Al aproximarse a tierra los botes que conducían la gente, una lluvia de balas cayó sobre ellos de todas partes. La bahía de Pisagua forma una herradura cuyos extremos están a 2.000 metros uno de otro, en dirección norte sur, bordeada la playa por peñascos oscuros y rocas de todas dimensiones. Casi desde el borde del mar empieza a elevarse la costa de modo que a pocas varas de la orilla, los cerros se levantan a una altura de ciento y doscientos metros. Del pueblo, situado al centro de la herradura, parte un ferrocarril que, para subir a las cumbres, se ve obligado a hacer zig-zags. A la vez, distintos caminos pedestres y de mulas remontan hasta las cimas, dibujando curvas y ángulos a cada paso. Detrás de cada peñasco de la playa, había colocado un soldado con su rifle. Más allá de los peñascos, zanjas abiertas ex profeso, permitían a nuestros enemigos tirar a mansalva sobre nosotros. Más arriba todavía, desde las encrucijadas de los caminos, hacían fuego, parapetados tras fuertes murallas de piedras que los resguardaban completamente de nuestros tiros. Además, desde los terraplenes del ferrocarril, tiraban a mansalva, sin poder ser heridos por nuestras fuerzas. Por último, en la cumbre del cerro, en el centro de la herradura, se veía un campamento como de 2.000 hombres, protegido por trincheras, y sobre todo por la bandera de la Cruz Roja que allí flameaba.
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La primera oleada totalizaba unos 450 efectivos, aunque originalmente se contempló que fuese el doble.
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Apenas vieron que se aproximaban los botes, una granizada de balas comenzó a caer de todas partes. La mayor parte de los heridos provienen de ese instante de la refriega. Nuestra escuadra volvió a romper los fuegos sobre los distintos puntos de donde se veía tirar sobre nuestros soldados, y gracias a las admirables punterías de nuestros marinos, varios parapetos fueron destruidos, y también zanjas y trincheras. Mientras tanto los numerosos botes con bandera chilena y tripulados por nuestros valientes, se acercaban con toda lentitud a la playa. En ese momento la bahía de Pisagua presentaba un aspecto imponente y majestuoso. Veinte naves de vapor surcaban la superficie de un mar terso y tranquilo como un espejo, y multitud de lanchas y embarcaciones menores, recorrían la bahía en todas direcciones. Al estrépito de la fusilería se mezclaba el estruendo aterrador de la artillería, que, a menos de quinientos metros de tierra, hacía un fuego terrible sobre los enemigos. Sobre todo esto, el incendio de una parte de la población y de un depósito de salitre, vino a dar al cuadro toda la majestad horrorosa del más reñido de los asaltos. A las diez y cuarto, los botes tripulados por los del Atacama y Zapadores, pisaban en tierra, y, pocos momentos después, una bandera chilena ondeaba en la cima de una roca próxima al punto de desembarco. Apenas fuera de los botes nuestros soldados, se vio salir de su escondite a los héroes bolivianos que huían en todo sentido. No tardó en seguir la 2.ª mitad del Atacama a la primera; y una parte del Buin y de otros regimientos, fueron también desembarcados. Entonces, en medio del estrépito terrible, de esa lluvia de balas que caía sobre los nuestros, se les vio en dispersión, trepar el cerro, y seguir hacia arriba en línea recta, hacia los enemigos. ¡Valor heroico! ¡Grande y hermoso valor del pueblo, yo te saludo, lleno de orgullo, como hombre y como chileno! Así se vio, SS. EE., a un puñado de valientes, a pecho desnudo ir tomando palmo a palmo las minuciosidades de esa verdadera ciudadela defendida por verdaderos zorros, pues estaban perfectamente cubiertos. Permítanme ustedes, queridos amigos, trasladar aquí una parte de mis observaciones personales sobre este combate tan digno de recuerdo para los hijos de Chile. ...Son las 11 A. M. Nuestros soldados son fusilados miserablemente por los bolivianos atrincherados en la parte superior del cerro; sin embargo, se les ve salir rectamente hacia el enemigo, sin vacilar. 208
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Son las 11 ½ empiezan a llegar a mi buque (el Limarí) los primeros heridos del Atacama. Son las 12 ½ y el fuego continúa cada vez más nutrido. Vuelve a bordo el subteniente de artillería don José Antonio Errázuriz. Este joven con una ametralladora de montaña, a bordo de un bote, con cuatro soldados, es el primero que se aproxima a tierra. Dispara 2.400 tiros y hace estragos. Remolca una lancha con 100 hombres, había quedado a 200 metros de la playa, y los salva así de perecer casi todos bajo el fuego enemigo. Su bote viene hecho un arnero. Un soldado que tapa con el dedo un agujero por donde penetraba el agua lo pierde por un nuevo balazo que da casualmente en el mismo sitio. A la 1, se ve grande humareda que viene del otro lado de la cima. A las 2, el fuego cesa completamente por el lado del mar. Nuevas tropas nuestras desembarcan por el lado sur de la bahía. A las 2 ½, se oye fuego graneado al otro lado de la cumbre. Son sin duda nuestros soldados del Amazonas e Itata, que han desembarcado por la caleta de Junín, y atacado al enemigo por su retaguardia. A las tres, aparece bandera blanca en la cumbre, en el campamento boliviano. Cesa el fuego completamente. Son las cuatro, y se ve a los del Atacama en la cima y a una bandera chilena en el lugar ocupado por la ambulancia. Dos depósitos de salitre incendiados por nuestras bombas, todavía humean, lo mismo que los restos de edificios que ardían en el pueblo. Se dice que el capitán Fraga del Atacama, ha sido herido, y muerto el 2.º de Zapadores, señor Villarreal321. Los episodios de heroísmo y serenidad se cuentan a cada paso. Así, todos hemos podido seguir los movimientos de un soldado del Atacama que, subiendo el cerro, mató sucesivamente a ocho enemigos, y continuó persiguiendo a cuatro más, que huyeron a su aproximación. Siendo el Atacama un batallón novicio, nadie creyó encontrar en esos hombres tanta audacia y tan sereno arrojo. El comandante Martínez322 se ha hecho digno del cuerpo de su mando, pues ha estado a la altura de los denodados hijos de esa provincia, madre de los audaces mineros. Juan Matta323, desembarcó en la primera compañía, está sano y salvo, y se hace acreedor también a merecidos aplausos. Por una fatalidad increíble, las ambulancias se han quedado en Antofagasta, de modo que los heridos no tienen dónde atenderse. Sin embargo,
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En realidad se trataba del mayor Manuel Villarroel, que sólo había resultado herido. Teniente coronel Juan Martínez. Subteniente Juan Gonzalo Matta.
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los médicos de los cuerpos se han apresurado llenos de celo a prestarles sus conocimientos profesionales. Sobre el número de enemigos, nadie está todavía acorde: según unos prisioneros, había tres mil bolivianos y doscientos sesenta peruanos, y según otros, el número de los primeros no ascendía a más de dos mil; pero yo creo que han ascendido a mil quinientos324. En todo caso, Pisagua está en nuestro poder, y junto con eso, el bien provisto bagaje de nuestros enemigos. En la estación del ferrocarril se han encontrado 25 carros, listos para marchar a Iquique, y cargados con toda clase de provisiones. Hay además mucho carbón de piedra, agua en abundancia y otros elementos. La toma de Pisagua puede considerarse como un golpe dado en el corazón de nuestros enemigos. Tenemos en nuestro poder el ferrocarril que conduce a Iquique, y el ejército situado allí, que tiene que perecer o sucumbir. El cuadro de destrucción que presenta el pueblo, es horroroso. Por todas partes, muros destrozados, edificios volados o almacenes y depósitos presa del incendio. En el fuerte sur, el cañón Parrot de a 100, que era el único que tenían ahí, quedó montado y aún cargado; pero todos los artilleros fueron ahuyentados por los certeros tiros del Cochrane, que barrían con cuanto encontraban a su paso. El sargento mayor que mandaba dicho fuerte, era, cuando visitamos ese lugar, el único representante de la autoridad peruana en la fortaleza. Su cadáver, con medio cráneo de menos, se hallaba largo a largo en una habitación próxima, que seguramente servía de cuartel. Por sus cartas, que estaban allí esparcidas, junto con todo su equipaje, deduzco que ese oficial se llamaba Abel Torre Bueno325, y que era natural del Perú. Cumplió su deber valientemente, y hoy se le dará sepultura. Los regimientos bolivianos que guarnecían esta plaza, se llamaban Independencia y Victoria: ¡cruel ironía del destino! Y su jefe, lo era un señor Granier326. Los prisioneros bolivianos son pocos, pues por falta de caballería casi todos se escaparon. Muertos y heridos del enemigo, hay más que de nosotros. Sus cadáveres están cubiertos de andrajos, que no es otra cosa el traje militar que les diera Bolivia; y al verlos, más parecen pordioseros que soldados. 324
325 326
Hay discrepancia sobre el número de defensores, que oscilaría entre los 1.300 y 1.600 efectivos, según diversos autores. Véase tabla comparativa en Francisco Machuca, ob. cit., tomo I, cap. XXI, p. 262. Su apellido era Latorre Bueno, y era ayudante del comandante del fuerte. Coronel Juan Granier, comandante del batallón Victoria, Nº 1 de La Paz.
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Caricaturas de prisioneros peruanos y bolivianos después de la toma de Pisagua. Parecen haber sido dibujadas del natural, y en ellas es notoria la diversidad de prendas cubrecabeza. El Nuevo Ferrocarril, Santiago, 4 de diciembre de 1879.
Los fusiles tomados, casi todos son Chassepots antiguos327. De los nuestros, hay lo menos cien heridos entre Zapadores y Atacameños. Tres de estos últimos con el subteniente Rafael Torre-Blanca, parece que fueron los primeros en trepar la cima y acabar de dispersar al enemigo. Nuestros muertos creo que no llegan a cincuenta328. Hay entre ellos algunos que fueron heridos a bordo de los buques, desde la playa. Respecto a la división que trepó las alturas por el lado de Junín, no encontró obstáculo alguno en la ascensión, pues al verlos, huyeron los pocos que había en las alturas y que pudieron disputarles el paso. El general Buendía de Iquique, había llegado aquí antes de ayer por la mañana, y animó con su presencia el combate, aunque estérilmente. Termino aquí estos apuntes, cuya incoherencia comprenderán Uds. por la prisa con que han sido escritas. Hasta la vista y un apretón de manos de su afectísimo Augusto Orrego Õ 327
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Si no casi todos, la mayoría de los fusiles tomados era de este modelo (218), a los que se añadían 70 Remington y 17 de otros sistemas, según el parte pasado por el jefe de estado mayor, coronel Emilio Sotomayor. Pascual Ahumada, ob. cit., tomo II, capítulo segundo, p. 76. El número de muertos ascendió a 58, según el parte oficial elevado por el general Escala. Ibíd., p. 74.
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En el teatro de la guerra (Correspondencia especial para EL PUEBLO CHILENO) Pisagua, noviembre 4 de 1879 Srs. E.E. de El Pueblo Chileno Muy poco tengo que agregar a mi primera del 2 del presente. Sin embargo, para completar los datos anteriores, diré a Uds. que la división que desembarcó el 2 por Junín, llegó el tres al amanecer al campamento de la cumbre, tomado el día anterior por el lado de Pisagua. No encontró esa división enemigos con quien combatir, pues todos estaban ya dispersos; pero, no hay duda que ese ataque por retaguardia ha contribuido mucho a la victoria. El capitán José Agustín Fraga del Atacama está herido, pero con su ánimo muy entero: al visitarlo, lo encontramos alegre y contento. Parece que no hay peligro. Hay también dos subtenientes de ese mismo cuerpo con heridas leves, y diecinueve soldados muertos y unos treinta heridos: total de bajas, cincuenta a sesenta. De Zapadores parece que hay unos treinta muertos y heridos329. Respecto a los bolivianos, el número de sus muertos, no bajará de doscientos330. Hay algunos heridos, la mayor parte por la espalda y en la cabeza; es decir, que han caído, o cuando huían de los nuestros, o cuando apuntaban detrás de las zanjas y terraplenes. Casi todos han arrojado sus armas: tenemos en nuestro poder más de quinientos fusiles y algunas banderas. No hay muchos prisioneros porque casi todos han escapados por no tener nosotros caballería lista en el momento del desembarque. Todos estos datos sobre muertos y heridos son aproximados, pues aún no se han recogido todos los que han perecido en la refriega ni los que estando heridos, han podido ocultarse. Entre los prisioneros hay algunos oficiales, y entre los heridos enemigos, un coronel. También sucumbió un boliviano con este grado y varios otros oficiales. Nuestras avanzadas llegan ya hasta Dolores, que dista seis leguas de este puerto. Es punto muy importante, pues hay allí agua a seis u ocho 329
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El Atacama tuvo 19 muertos y 54 heridos, incluyendo 3 oficiales, y el Zapadores, 20 muertos y 49 heridos, incluidos 3 oficiales, según el parte del general Escala. Ibíd. Después de la jornada faltaban 304 efectivos del batallón Victoria y 385 del batallón Independencia, según el parte elevado por el jefe de estado mayor de la 2ª División boliviana. Ibíd., p. 86.
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pies de la superficie, y se halla también el depósito que surte a Pisagua por medio de una cañería de cuatro pulgadas. Excusado es decir a Uds. que el enemigo cortó el agua destruyendo parte de la cañería, pero esta será pronto reparada por los nuestros. También se tomó en Dolores, una locomotora lista para marchar, que, junto con la que hallamos en este puerto, va a prestarnos muy útiles servicios. También tenemos agua a media legua al Norte de aquí, a donde van a abrevarse las caballerías. El armamento tomado pertenece a distintos sistemas: Chassepot, Remington y Comblain. Nuestros soldados, después de tres horas de combate, habían ya agotado sus cápsulas y se servían de las del enemigo, que vienen perfectamente bien a nuestros rifles. Un detalle curioso: las bombas de nuestros buques, tiradas contra el fuerte del sur, iban a rebotar, a sesenta metros hacia arriba de dicho punto, y al chocar desenterraron multitud de cadáveres, sepultados allí quién sabe en qué época. Vi varios cráneos alargados en forma de huevo, que pertenecen a cierto período y a cierta raza indígena de muchos siglos atrás. No pude menos de reflexionar acerca del destino de las cosas, al ver vueltos a la luz del sol, y por medio de un elemento de destrucción, como son las bombas y granadas, a esos carcomidos esqueletos, que venían sin saber cómo a confundirse con los cadáveres recién destrozados de los defensores del fuerte... Se sabe positivamente que el número de tropas aliadas que existen en la Noria, Iquique, Patillos y otros puntos, apenas llega a 13.000 hombres331; de modo que escasamente podrán presentarnos diez mil en batalla: ya podrán Uds. imaginarse que eso es un aumento muy leve para nuestros indomables soldados. La cantidad de carbón de piedra salvada del incendio, no baja de tres a cuatro mil toneladas, y, respecto del salitre, no existen menos de veinte mil sacos, libres del fuego. De lo que era Pisagua, no quedan sino diez o doce edificios, todo lo demás es un montón de humeantes ruinas. Como la bahía es hermosa, supongo que los chilenos harán de este puerto, una nueva Valparaíso... A última hora he sabido que nuestro amigo Hernán Puelma332 ha sido herido levemente, a bordo del Covadonga. Voy a verlo. De Uds. Augusto Orrego 331
332
10.958 según un estado de las fuerzas del ejército aliado el 5 de noviembre de 1879. Ibíd., p. 101. Comandante de la Brigada Cívica de Antofagasta.
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Vapor LIMA Detalles del combate de Pisagua Importantes noticias (Correspondencia de LA PATRIA)333 Pisagua, noviembre 6 de 1879 Sumario.– Expedición al Perú del ejército chileno.– Viaje del convoy.– Toma de Pisagua y Junín.– El Hospicio.– Regreso del Loa.
Desde el 10 del pasado, es decir, dos días después de la captura del Huáscar, se notó un movimiento extraordinario en Antofagasta, con motivo de próxima salida del ejército, y a medida que los días transcurrían la actividad era mayor. El 26 de octubre dio principio el embarque con el Atacama, que se separó de la playa dando calorosos vivas a Chile y a sus pueblos. Todo el resto de este día y el siguiente se empleó en el embarque del resto del ejército. El 28 se dedicó a los caballos y mulas. A las seis de la tarde salimos en la Magallanes convoyando el transporte Lamar y con dirección a Mejillones de Chile. Navegamos toda la noche sin novedad y llegamos a la madrugada del 29 al puerto de nuestro destino, en donde encontramos la O’Higgins y el Matías; pocos momentos después de fondear se avistó, en demanda del puerto, el Copiapó, remolcando la fragata Elvira Álvarez, con 540 caballos, y el Toro. El Matías y el Lamar debían tomar a su bordo al batallón Chacabuco y Zapadores, lo que se efectuó en poco más de tres horas. A mediodía salieron todos los buques mencionados en convoy y con rumbo N. O. Debíamos cruzar a 70 millas de la costa y de N. a S. para cuyo efecto se le había mandado un plan al comandante Montt334, jefe de este convoy, hecho probablemente por alguno que no era marino, pues dio el resultado contrario al que se esperaba: a tal extremo que uno iba en busca de otro sin encontrarse y mientras nosotros enviábamos al Toro en demanda del resto del convoy, ellos mandaron a la Covadonga a Antofagasta tras del Copiapó y Elvira Álvarez, a preguntar por nosotros. Navegamos toda la noche del 30 con rumbo al S. y en la madrugada del día 31, a la altura de Iquique a 45 millas de la costa, encontramos la escuadra y resto del convoy, con excepción del Amazonas, Covadonga 333 334
Publicada en el suplemento del diario La Patria, Valparaíso, 11 de noviembre de 1879. Capitán de fragata Jorge Montt Álvarez.
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y Angamos que habían pasado a Tocopilla con el objeto de tomar a su bordo a la artillería de Marina. Las corbetas inglesas Turquoise y Thetis acompañaban a esta parte del convoy a una distancia de cuatro millas. En la madrugada del día 1.º se juntó al convoy el Amazonas, Covadonga, Angamos y el Loa que había sido enviado en demanda de ellos. Parte del día 1.º se mantuvieron los buques cruzando constantemente al N. y por momentos a la costa; por último, a las 12 del día, se pararon las máquinas y se llamó a bordo del Amazonas a todos los jefes a fin de comunicarles el plan definitivo y acordar las últimas medidas. A las 5 de la tarde se puso en marcha todo el convoy con rumbo al E. y con un andar de 4 a 5 millas por hora. Al amanecer del día 2 avistamos la quebrada de Camarones. Habíamos recalado un poco al N. lo que disgustó al general que tenía tal vez la idea que en el mar podía dirigirse la marcha de una escuadra como por un callejón que une dos puntos bien determinados. Se hizo rumbo al S. E. al puerto de Pisagua, adelantándose el Cochrane, O’Higgins, Magallanes y Covadonga al fondeadero, con el objeto de atacar los fuertes. Mientras los transportes se mantenían fuera de tiro de cañón, el Cochrane hizo su primer disparo al fuerte del sur a las 7 y 5 minutos en unión de la O’Higgins; entre tanto, la Magallanes y Covadonga rompían el fuego sobre el fuerte norte, que no contestó absolutamente. Viendo el comandante Condell la ineficacia del ataque a ese fuerte dirigió, en unión de la Covadonga, sus tiros al fuerte sur, el que dejaba momentos después de contestar los disparos que se le hacían. Tres tiros hizo este fuerte con un cañón Parrot de 110. Un tiro de la O’Higgins le dio sobre la sobremoñonera de la derecha, destruyéndole las miras y alza. Una vez apagados los fuegos del fuerte la Magallanes se acercó como a 150 metros de tierra por permitirlo el mucho fondo del puerto y mantuvimos un vivo fuego de rifle y cañón contra los soldados que se encontraban en tierra tras de parapetos que sólo permitían ver sus cabezas bastante bien. 55 pontoneros que se encontraban a bordo acompañaban a la marinería y guarnición a sostener con actividad el fuego y por parte del enemigo lo fue igualmente, no causando la menor novedad a bordo, con excepción de algunos agujeros en un bote, casco del buque y chimenea. El cabo de artillería de marina de la guarnición de este buque, Marcelino Romero mató, durante el ataque, a un oficial que iba montado en una mula baya, llevando, al parecer, órdenes de un parapeto a otro en donde estaban ocultos los enemigos. Mientras tanto los botes y demás embarcaciones de los buques avanzaban a tierra con parte de los héroes de la memorable jornada y Zapadores. 215
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El señor E. Simpson335 estaba encargado de efectuar el desembarco, el cual dirigía desde a bordo de una lancha a vapor y en la cual se encontró, por fatalidad, el jefe de estado mayor que, ignorante en materias de mar, no hizo sino embarazar el desembarco. En los momentos en que las embarcaciones rompieron el fuego sobre las fuerzas enemigas, nos hizo señales de seguirle a Junín en unión del Itata. Treinta minutos después se dio principio al desembarco de la división al mando del coronel Urriola336 y como jefe de estado mayor don Diego Dublé. El capitán de navío don P. Lynch, fue encargado de efectuar el desembarco que se llevó a efecto con una rapidez y orden increíble debido a la completa libertad que tuvo de dirigir la operación. La marcha al interior de esta división se hizo con todas las reglas del arte militar aconsejadas por el señor Dublé, que tuvo una verdadera pasión por este estudio. Cuarenta soldados bolivianos que guarnecían la playa de Junín tomaron la fuga a la vista de nuestros buques. En tierra se encontró todo abandonado y 10 buenos carros de 4 ruedas que pueden prestar servicios a nuestro ejército. Una magnífica cazuela y dos hermosas cabezas de plátanos fueron el botín favorito de los oficiales que llegaron primero a tierra. Son las 12 y media del día; el Angamos viene con señales de no hay novedad en Pisagua. A la 1 P.M. salimos nuevamente con el Angamos a Pisagua, después de haber dejado parte de la tropa en tierra firme y sin haber encontrado la menor resistencia. Son las 2 P.M. y llegamos nuevamente a Pisagua en donde he presenciado el espectáculo más imponente que espero ver durante mi vida. El batallón Atacama convertidos sus soldados en verdaderas arañas; pues solo estas y los zorros pueden trepar los acantilados, cerros y farellones de Pisagua. Con el auxilio de buenos anteojos podíamos distinguir a atacameños y zapadores sacarse las botas, que les servían de verdadero estorbo en la subida. Sería cuestión de nunca terminar esta relación si nos ocupáramos en referir los infinitos episodios de esta atrevida empresa que cuesta a nuestro ejército una pérdida de 250 hombres entre muertos y heridos. Debemos hacer notar un hecho curioso: este es el retardo habido en la vuelta a bordo de los botes; pues los marineros con rifles en mano se fueron a hacer compañía a los soldados del ejército en el ataque a los parapetos de los enemigos. 335 336
Capitán de navío Enrique Simpson. Coronel Martiniano Urriola, comandante del batallón Navales.
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A las 3 P.M. fuimos a tierra, recorrimos el pueblo en todas direcciones y se nos presentó un golpe de vista imponente. Enormes cantidades de carbón y salitre quemándose. El resto del pueblo que quedaba en pie, ardía y la poca gente que se encontraba en él, corría en todas direcciones. Algunas pulperías de algunos italianos y horripilantes chinos estaban aún libres de las lamas y eran el punto de reunión de nuestros valientes y fatigados soldados. El teniente de marina Barrientos337 fue el primero que clavó la bandera en tierra. Nos causó una verdadera sorpresa ver al jefe de estado mayor entretenido en conversaciones pueriles con los prisioneros. Creemos que si en la marina fue necesario hacer algunos cambios, lo es más aún en el ejército que está llamado a desempeñar el último y más importante servicio en la actual campaña. Los señores R. Sotomayor e Isidoro Errázuriz han sido los verdaderos jefes del estado mayor, que con un patriotismo y actividad increíbles, han atendido a remediar el mal hecho por otros. A estos caballeros se debe la salvación del material de ferrocarril que quedó en tierra próximo a incendiarse y las facilidades que con toda oportunidad prestaron para armar la máquina de agua, operación que se efectuó en 48 horas y que actualmente da 6.000 litros por día. El día 4 por la mañana nos ocupamos de visitar el Hospicio, así se llama el lugar situado en la parte alta de Pisagua, en donde estaba acampado el ejército enemigo, hoy ocupado por el nuestro. El temperamento en este lugar es de los más agradables, sin embargo del sol abrasador de ese día. El depósito de provisiones del enemigo fue incendiado por ellos, con excepción de algunos ranchos, 2 carros de arroz, dos de salitre y 150 fardos de alfalfa aprensada. Se han salvado 36 carros de ferrocarril y 3 máquinas; de los primeros, 6 quedaron llenos de carbón inglés de patente, 2 con arroz, 2 con salitre y 4 carros estanques para agua que sirven hoy para conducir agua del puerto al campamento situado a una altura de 2.000 pies sobre el nivel del mar y a 25 minutos de camino por ferrocarril. A nuestra salida, los cazadores habían reconocido a Dolores y cerca de Agua Santa encontraron una máquina más del ferrocarril y dos carros estanques. La línea estaba cortada en dos partes, pero con poco trabajo quedará nuevamente restablecida. Nos encontramos actualmente a bordo del Loa, en donde van 60 prisioneros y 104 heridos que, mediante a la atención cariñosa del capitán
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Teniente 2º Juan Barrientos, de dotación del transporte armado Loa.
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de corbeta J. Molina338 y el señor Banenn339 (sic), reciben todo género de atenciones y les hacen más llevadera su desgracia. Don Luis E. Castro ha sido encargado por el señor don R. Sotomayor de atender a los heridos. A bordo van algunos médicos y practicantes de la escuadra hasta dejarlos en poder de las ambulancias de Antofagasta. El general Villamil340 jefe del ejército de Pisagua, general Buendía y coronel Granier tomaron la fuga a las 7 30 A. M., dejando a sus valientes subalternos defendiendo desesperadamente la plaza. Lo mismo que los marinos peruanos a los bolivianos le habían hecho creer que serían pasados a cuchillo si caían en poder de nuestros soldados. Con esta táctica consiguen los peruanos infundir a sus tropas el fanatismo de los soldados paraguayos ya que les falta el valor que nace del patriotismo y justicia de la causa que defienden. Quedaba a la salida del Loa otra máquina de resacar que dará 8.000 litros cada 24 horas y estará lista en 4 días más.
Ceremonias fúnebres Imposible es describir el cuadro que presenta una ciudad después de un encarnizado combate en que a los estragos de la muerte se seguían los ayes dolorosos de los heridos y el incendio de la población. Vencidos los enemigos, los doctores de los buques se hicieron cargo de recoger a los heridos y en una de las poquísimas casas que permanecían en pie se dio principio a las amputaciones y curaciones urgentes. Los sacerdotes, mientras tanto, recorrían las quebradas recogiendo los cadáveres para darles una sepultación honrosa y decente. Las circunstancias no permitieron celebrar el santo sacrificio ni hacer el elogio fúnebre de los que heroicamente habían sucumbido en defensa de su patria; sin embargo, se recitaban preces al Todo Poderoso para obtener el premio de las virtudes de esos abnegados hijos de Chile. Digna de todo elogio es la conducta de los capellanes que se multiplican para auxiliar a los heridos que se encontraban en los últimos momentos. Varios jóvenes abnegados hasta el sacrificio les acompañaban en buscar alimentos, agua y demás recursos urgentes para los heridos. * En nuestras naves de guerra hubo también escenas tiernas y conmovedoras. 338 339 340
Francisco Javier Molinas, comandante de dicho transporte. Capitán de corbeta graduado Constantino Bannen, segundo comandante del Loa. General Pedro Villamil, comandante de la 3ª División boliviana.
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A bordo del Cochrane se celebraron misas de réquiem y su digno capellán, el señor Ortúzar341, acompañó al cementerio a los que habían fallecido en su buque. El capellán de la O’Higgins, después de haber recitado preces en unión de los tripulantes por las almas de los muertos, los invitó a oír una misa al día siguiente por el eterno descanso de los fallecidos. El comandante, con su interés que le honra altamente, hizo arreglar con pabellones de bandera el lugar en donde estaban depositados los cadáveres en la popa del buque sobre cubierta, y cuatro lámparas ardían alrededor de esa tumba provisional. Sobre la cureña de un pequeño cañón se colocó el cuerpo del joven oficial Miguel Izaza, y a su alrededor los demás cadáveres. A las diez se celebró el santo sacrificio con asistencia del comandante, oficial y toda la tripulación de a bordo. El capellán dirigió la palabra a la tripulación y concluyó recitando responsos por los muertos. A las tres de la tarde los 18 buques fondeados en la bahía con la bandera a media asta indicaban el duelo que se hacía por los que iban a ser sepultados. Tres botes conducían los cadáveres cubiertos con el hermoso tricolor chileno. Los acompañaban los oficiales y los capellanes de los respectivos buques. Vimos que el joven Izaza342 y algunos marineros de la O’Higgins iban en cajones construidos a bordo del mismo buque. Tenemos la satisfacción de haber visto cumplir con los deberes religiosos a casi todos los que han fallecido en el campo de batalla, en el hospital y a bordo de los buques, mediante los oportunos servicios de los sacerdotes, que se han consagrado por puro patriotismo al servicio de sus hermanos. En el viaje del transporte Loa conduciendo 120 heridos hemos visto al capellán de la O’Higgins auxiliar a los que reclamaban sus servicios en el trayecto de Pisagua a Caldera. Los consuelos de la religión han suavizado la triste condición de los que regresaban con las insignias de la gloria compradas con su sangre. R. A. C. Õ
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Camilo Ortúzar. Aspirante Miguel Isaza de la corbeta O’Higgins.
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Pisagua Correspondencia especial de EL INDEPENDIENTE 343 Pisagua, noviembre 18 de 1879 Estimado amigo: He dejado transcurrir algunos días desde mi última porque, después de narrar el estado en que nuestras fuerzas quedaron y las medidas que se tomaban para apresurar la marcha hacia La Noria, nada ha ocurrido hasta ayer que valga la pena de ser consignado en este diario. Ayer 17 se comunicó desde Dolores que se tenía noticias de andar, a no larga distancia de ese punto y por el lado noroeste, una descubierta enemiga. Muy pronto corrieron voces dando al caso proporciones de consideración, y hasta se llegó a decir que era la vanguardia de la división boliviana venida de Tacna, añadiéndose que una fuerza destacada del campamento chileno de Dolores se batía con aquella. Por la noche se desmintieron tales rumores y se sostuvo que nuestros jefes habían sido engañados por mirajes, muy frecuentes en las pampas, por remolinos de polvareda y columnas de arena que levanta y arrastra el viento en extensiones considerables. Agregase que la caballería encargada de la operación había regresado sin haber tenido que desenvainar el sable ni siquiera haber divisado figura humana en toda su marcha. Hoy, de mañana, se han tenido noticias diversas de las de ayer, pero relacionadas con ellas. Esas noticias son que, al anuncio de avanzadas enemigas, el general en jefe despachó al capitán Villagrán344 con una compañía de granaderos a reconocer el terreno y cerciorarse de lo que ocurría. Villagrán descubrió, en efecto, un piquete de caballería hacia el norte, y lo persiguió con empeño; pero aquel se retiró en dirección de Tiliviche, y después de una apresurada marcha, se agregó a un cuerpo de ejército aliado venido de Tacna por Tana y posesionado hoy de Tiliviche345. Esas noticias se dan como traídas por los Granaderos, y se agrega que estos alcanzaron a descubrir el campamento situado en las vecindades de la quebrada. 343 344 345
Publicada en el diario El Independiente, Santiago, 27 de noviembre de 1879. Rodolfo Villagrán. Se trataba de la vanguardia de caballería de la división boliviana que había partido de Arica al sur, al mando del propio general y dictador Hilarión Daza, que después dio media vuelta sin unirse al ejército aliado de Tarapacá, en circunstancias que aún son controvertidas.
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Nuestra artillería, que ha permanecido en el campamento de Hospicio, se ha puesto en marcha hoy al amanecer y se aprestan algunos otros cuerpos. La idea dominante aquí es que la división de Tacna marcha a reunirse con la de La Noria para fortificarse mutuamente y resistir al ataque que nosotros preparábamos346. Dícese que en el campo divisado hacia Tiliviche tienen grandes trenes de bagajes; pero no pocos dudan de ello por los conocidos accidentes de la ruta seguida, que oponen serios inconvenientes a semejantes equipos. Mañana tendré ocasión de averiguarlo porque me traslado a Dolores. Como entiendo que muy en breve van a desarrollarse acontecimientos de trascendencia y acaso decisivos, será muy conveniente que den ustedes una carta de estas regiones, desde Tacna hasta el Loa; así el público podrá seguir y darse completa cuenta de los detalles de esta campaña. Pasemos adelante. La idea de la conjunción de los dos ejércitos, aceptada como un hecho, modificará notablemente los planes chilenos, pero será muy favorable a la pronta solución de la contienda. La obra que se espera a nuestros soldados adquiere mayores proporciones; mas no sobrepuja en manera alguna la potencia, organización, recursos y coraje de los vencedores de Pisagua. Digo más: la mayoría de los jefes, oficiales y soldados a quienes sobre este punto he discurrido celebra que tal suceda y hasta se felicita de que se ofrezca un campo donde desplegar la entera pujanza de este ejército que no ve tropiezos, no reconoce obstáculos ni se intimida en presencia de ventajas numéricas. Debo observarle que para el supuesto movimiento simultáneo de los ejércitos de Tacna e Iquique, el cable debe haber funcionado con toda actividad, y a estas horas tiene que estar aún en su tarea, y estará hasta que ya el enemigo no lo necesite; porque... nosotros no lo hemos cortado hasta hoy, y tal vez no lo cortaremos nunca. El Cochrane y la Covadonga continúan el bloqueo de Iquique; no hemos tenido noticias de ellos desde que se marcharon con tal objeto. Los vapores ingleses no tocan en Pisagua, porque el gobierno peruano se los ha prohibido, y ellos son obedientes y sumisos. El Blanco salió anteanoche en dirección al norte, creo que en observación, y se espera que competa a dichos vapores hacer escala en este puerto. Yo aproveché para escribir a Ud. la ida del Itata a Tocopilla, hace tres días, a traer el regimiento Santiago y una partida de trescientas mulas. Hoy a las 11 A. M. estuvo de vuelta, y su buen servicio, así como la rapidez de su marcha y la expedición con que hizo el embarque de tropas, bagajes y
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Al momento de escribirse esta correspondencia, la división boliviana ya había emprendido su regreso a Arica.
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animales, recomienda a la oficialidad del buque, a los jefes del regimiento y al comandante de bagajes, señor Bascuñán Álvarez347. Por lo general, estas operaciones se prolongan aquí demasiado, en desarmonía con las circunstancias. Sin embargo, no deben tales tardanzas ser puestas a la cuenta de los encargados de esos servicios: la mayor parte de la culpa es la de la increíble carencia de elementos al efecto; carencia que es hija legítima de la tacañería gubernativa en unión con el espíritu de huaso que incita a hacerlo todo incompleto, y así, salga como saliere. Sobre este capítulo habría mucho que discurrir si el tiempo y el espacio lo permitieran; mas ya que no puedo extenderme, diré algo de lo sucedido. Desde luego, los tropiezos y desórdenes que hubo en el desembarque del día 2 han sido por muchos atribuidos a incompetencia o negligencia de los jefes encargados de la operación. Yo encuentro en esto no solo ignorancia, sino ceguedad. La tropa, en su mayor parte, sobre todo al principio, tuvo que ganar tierra, embarcándose en lanchones, muchos de ellos chatos como bateas y que apenas se mueven. No había botes a vapor para remolcar y ni siquiera se disponía del número suficiente de aquellas pesadas embarcaciones. De aquí provenía que durante un larguísimo espacio de tiempo, los enemigos, parapetados y desde las alturas, hacían un mortífero fuego sobre nuestros valientes, que no tenían defensa ni menos ofensa que oponer. Luego después, como el número de lanchas era reducido, la acción destructora del enemigo se concretaba a un punto poco extenso y se hacía por tanto mucho más eficaz. Así, pues, la mayor parte de nuestras bajas tuvieron lugar en el trayecto del buque a la playa; pero una vez que estos increíbles rotitos pisaban tierra y podían hacer uso de sus rifles, aquello era una lindura como trepaban haciendo un fuego certerísimo, y avanzaban por aquella pendiente propia de zorros o de conejos. La verdad es que salidos de aquellos maldecidos armatostes de marcha a lo tortuga parecía que las balas no acertaban a tocarlos, en tanto que ellos no desperdiciaban cartuchos. Usted sabe ya que el blanco ofrecido por los enemigos, atrincherados tras las peñas y sacos de arena, así como escondidos en zanjas y en los caracoles de la ascendente línea férrea, era demasiado reducido. Los muertos y heridos enemigos fueron en su casi totalidad tocados en la cara o en la parte superior del pecho. La bayoneta, relegada a la historia caduca por los sabios de Santiago, probó su acción e importancia, a la manera del que probó el movimiento moviéndose. Pero de esto ya hemos tratado hace días, y conviene ahora ocuparse en lo de más actualidad. Vuelvo a la tacañería gubernativa, y le agregaré que hasta ayer el ejército ha estado, desde el 2, día del asalto, reducido al charqui y a la galleta dura. 347
Teniente coronel Francisco Bascuñán Álvarez.
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Se comprende que el mismo día del ataque no hubiera más provisión que la indicada; pero no se explica que los víveres frescos se hayan negado a un ejército operante en estas cálidas regiones, en la presente estación, y cuando el agua está muy lejos de ser abundante. Nada hay que produzca más sed que el charqui; y lo peor es que la sed no se sacia aunque uno beba con exceso. Por lo demás, el prolongado uso de semejante alimento, daña el estómago y se hace empalagoso, como no hay una idea; igual cosa sucede con la galleta, y por eso es que el soldado la rechaza con fastidio. La expedición salió de Antofagasta sin tener una sola res, y solo a los doce días del desembarco llegó el Loa trayendo 60 bueyes, que únicamente ayer comenzaron a ser beneficiados para el alimento de la tropa. Más de 20 días a puro charqui, y con esta calor... ¿Qué quiere decir tal miseria? El país nada en recursos a precios sumamente bajos; la situación financiera fiscal es holgada; tenemos el ancho y despejado camino del mar a nuestra disposición, y con todo esto se obliga al soldado a privaciones duras y peligrosas... ¡Dad de comer a los que vienen a morir por la honra y la riqueza de Chile! Porque, francamente hablando, el soldado chileno, con una mínima paga, corre gustoso a las filas y lleva, con su incomparable empuje, la dominación chilena a regiones cuya riqueza asegura el bienestar nacional y coloca el nombre de Chile a una altura desde donde verá rendirse a sus pies a los detentadores de su dignidad, a los torpes envidiosos de las virtudes de su pueblo. Chile será por siempre temido de sus enemigos y respetado de sus malquerientes vecinos neutrales, y habrá sido el soldado quien tanta gloria y bienestar le haya conquistado; y a despecho de las leyes morales y las conveniencias más claras y rudimentarias, este hombre generoso, abnegado, heroico, es tratado sin miramientos y casi con menosprecio. No crea Ud. que me atengo solo a la mala alimentación para emitir ese juicio. Al salir la expedición de Antofagasta, se cayó en cuenta que no se poseía el número suficiente de naves para el transporte. Las ambulancias fueron dejadas en tierra, y gran número de los heridos pereció por falta de atenciones. Algunas horas después del combate permanecieron tendidos en el campo, sobre la arena y bajo los rayos de un sol abrasador; y aún después de recogidos, los tratamientos curativos que se les dieron no pudieron ser los necesarios, tanto por falta de personal médico como de medicinas. ¿Por qué no hubo el número suficiente de buques para el embarco de todos los elementos de una expedición militar destinada a operar sobre desiertos enemigos? 223
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Por pura tacañería. ¿Y el convoy salido de Valparaíso con el Blanco? ¿Saben en Santiago que dos soldados de los que se embarcaron en la Norfolk murieron asfixiados antes de llegar a Coquimbo? ¿Saben que allí se tentó demostrar que el conteniente puede ser menor que el contenido? ¿Saben que aquel barco era un guanero pestilente, como todo aquel que se dedica a esa clase de carguío? Después de esto no tengo para qué tratar de los doce caballos de los Carabineros de Yungay, muertos en el viaje por idénticos motivos, ni de varias otras barbaridades por el estilo. Miércoles 19, a las 6 ½ A. M.– Paso por alto muchas reflexiones amargas a que da lugar ese sistema de tacañerías e indiferencia, y ni hablo de los cadáveres que en la subida en que tuvo lugar la acción están hasta hoy insepultos. Anoche se ha tenido noticia oficial de que por el lado de Agua Santa al sur y de Tiliviche al norte, se divisan fuerzas enemigas. Los cuatro mil trescientos hombres que había en el campamento de Hospicio y aquí abajo en Pisagua, marcharon entre anoche y esta mañana al amanecer. Se teme, pues, la conjunción de los dos ejércitos enemigos y se marcha a impedirla. Yo parto dentro de una hora a la avanzada de Dolores y trataré de trasmitirle cuánta noticia pueda. Suyo, afectísimo. El Corresponsal Õ
Antofagasta (Correspondencia especial de LOS TIEMPOS) Noviembre 27 de 1879348 Señor Director: El 17 del presente venía el Blanco de vuelta de Islay y frente a Sama, por la cuadra, divisó un humo que resultó ser la Unión. Poco después otros dos provenientes de la Pilcomayo y el Chalaco. Inmediatamente, con toda fuerza de máquina principió la caza. Eran las 7 y media de la mañana. 348
Publicada en el diario Los Tiempos, Santiago, 3 de diciembre de 1879.
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La Unión, después de avisar a los del convoy que escapasen, puso proa al noroeste y después al norte. El Blanco emprendió la caza de la Pilcomayo, vista la imposibilidad de alcanzar a la Unión. El Chalaco escapó, merced a lo que se abrieron la fuga con la Pilcomayo. A la 1 disparó dos cañonazos la Pilcomayo con los cañones de a 40 y alcanzó a hacer 18 disparos con el cañón de popa, acertando uno, que dio por la amura de babor. El Blanco disparó tres tiros con los cañones de a 300349 y 80 de ametralladora, uno de 20 y 5 de a 7 con el cazador de proa. Acertóle uno en el pico de trinquete, quebrándoselo, y otro de a 20 en un costado, ocasionando el incendio que casi consumió al buque. Este punto no está claro; algunos dicen que fueron los peruanos los que incendiaron su buque, otros que uno de los cañones de a 40 apuntaron al fondo del buque y lo dispararon con el objeto de que se fuera a pique por la enorme brecha que abriría; otros que este mismo tiro ocasionó el incendio350. Vénse, sin embargo, en un costado por donde salió o penetró el proyectil, demostraciones de salida, pues están abiertos y flojos los tablones en el sentido de haber sufrido presión del interior. Si así ha sido, el tiro dirigido al fondo del buque se desvió y salió por su costado. Heridos no ha habido en el Blanco y solo dos en la Pilcomayo, en la mano por tiro de ametralladora y por el filo de espada el ingeniero 1.º, por no querer cerrar las válvulas de la máquina. La herida del ingeniero es muy leve. El que primero subió a la Pilcomayo fue el guardiamarina don Gaspar García y el que izó la bandera fue el condestable 2.º Jorge Sibbald. Antes de abandonar el buque, rompieron y despedazaron cuanto encontraron, sin escapar balas, sobre muñoneras de los cañones y un cañón de a 40. Después se embarcaron todos en los botes y dejaron el buque abandonado y ardiendo y con dos banderas izadas, una en el palo mayor y otra en el de mesana. Los tripulantes eran 260; 15 ingleses, 2 franceses, 6 griegos y el resto peruanos, manilas y africanos351. El comandante era don Carlos Ferreiros352, capitán de navío, y el 2.º don Octavio Freire. La Unión disparó dos cañonazos para avisar a los otros la presencia del enemigo, la artillería de la Pilcomayo se compone de 7 cañones: 5 de a 40 y 2 de a 64, sistema moderno. Cinco de estos cañones se clavaron, dejando bueno solo el de 349 350
351
352
En realidad este blindado estaba artillado con piezas de a 250 libras. El incendio del buque, apertura de las válvulas de inundación y el disparo de los cañones sobre sus propios fondos fueron, efectivamente, acciones con que los peruanos intentaron hundir o inutilizar su buque para negárselo al enemigo, como lo señala el propio parte oficial del comandante Ferreyros. En Pascual Ahumada, ob. cit., tomo II, capítulo primero, pp. 127-128. Según el parte oficial del contralmirante Riveros, comandante general de la Escuadra, el total de prisioneros, incluyendo comandante, oficiales, marinería y soldados de guarnición, ascendía solo a 167 individuos. Ibíd., p. 127. Ello se corrobora en la nómina, publicada en Ibíd., pp. 129-130. Su apellido se escribe Ferreyos.
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popa. La guarnición se componía de 12 soldados a cargo de un sargento 1.º. El mayor andar de la Pilcomayo llegó a 11 millas. Alcanzó a disparar 18 tiros antes que el Blanco le contestase, porque seguía avanzando para no perder camino. La salvación del buque ha sido milagrosa; las llamas subían ya a media jarcia y ardía desde el mamparo de la máquina hasta lo último de popa, que se ha quemado completamente. Se temía que el incendio hubiera hecho salir los tiros de los cañones que quedaron cargados, y como estaban clavados y habían arrojado atacadores, etc., etc., no dejando sino la cureña y el cañón, no había medio de descargarlos. La salvación del buque se debe al esfuerzo sobrehumano de algunos de la tripulación, que eran los que más se apuraban por salvarlo. Hubo momento en que se pensó abandonarlo, pero se atracó al Blanco y se pudo librar de las llamas. El teniente Goñi, los guardiamarinas Cuevas y Moreno y el aspirante Goñi fueron los que más trabajaron, pero el ingeniero 2.º señor Vial bajó al entrepuente, donde las llamas y el humo imposibilitaban y amenazaban asar al más intrépido, y con el pistón de la bomba de incendio del Blanco combatió el incendio y quedó solo con un fogonero hasta que quedó salvado. Antes se había ido al agua por tapar una claraboya por donde entraba aire, que alimentaba el incendio y a fuerza de hacha había abierto varios agujeros en la cubierta para meter el pistón de la bomba y combatir el incendio. El pañol de municiones estaba en el lugar del incendio y reventaban como cuando se hace fuego graneado, de modo que los que bajaron a combatir el incendio estaban expuestos a ser víctimas de este otro enemigo, y lo combatieron con el agua a la cintura. Un marinero Dumas también trabajó con el ardor del patriotismo bien entendido. Hay algunos reproches que hacer a algunos; pero nos abstenemos esperando que otra vez cumplan mejor con su deber. Los daños causados en la máquina, aunque no de consideración, son: tubo de descarga, roto a macho, todas las válvulas de descarga de la sentina, cañón de aspiración de una de las bombas reales, la otra también tiene averías, grifo de la Santa Bárbara, llaves enfriadoras de los descansos, tubos de alimentación de los calderas, válvula motriz para llenar el caldero. Es lo que por ahora se conoce, porque todavía tiene dos pies tres pulgadas de agua sobre el piso de la máquina. Cinco bombas han estado continuamente achicando y el Itata se atracó y ayudó a desalojar el agua con su bomba de vapor. El 23 ya se veía el cobre y lo dejó el Itata, y se han ocupado en mandar gente para tripularlo y llevarlo a Valparaíso. Desde el primer momento se hizo cargo de él el teniente don Manuel Señoret y el guardiamarina don Gaspar García. El ingeniero 2.º señor García y el 3.º señor Didier, el teniente Bianchi también han tomado parte en el trabajo de salvación del buque. La fecha de esta alcanza hasta el 23 en Pisagua. 226
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El resto de la oficialidad lo componen el teniente 2.º don Juan Carlos Drug y los aspirantes Roberto Goñi, Óscar Señoret y el piloto 2.º Hugo Weiss. El ingeniero que va a cargo de la máquina es don Pedro García y le sirve de ayudante el ingeniero 3.º don Rafael Astorga. Hoy 23 se ha visitado el buque y ha dejado admirado a cuantos lo vieron ayer lleno de escombros y medio de agua. Se encuentra perfectamente limpio, y las escotillas que no se conocían aparecen ahora esmeradamente aseadas, quedando solo lo quemado, que no se puede quitar sino después de componer el buque. Marcha hoy o mañana a Valparaíso, pues a las 5 sale a probar la máquina. Un voto de aplauso, un justo premio a Mr. Obrain353 y los ingenieros y oficiales citados, por el patriotismo de que han dado prueba en esta ocasión. Todos merecen bien de la patria porque algunos como el señor Viel han expuesto hasta la vida y Mr. Obrain, ingeniero 1.º del Blanco, que ha estado en su puesto hasta dejar la máquina expedita para emprender el viaje a Valparaíso. Los prisioneros se manifiestan muy contentos por el trato y la comida que se les da. En el Copiapó, hablando respecto de la guerra, el doctor de la Pilcomayo dijo que pronto cambiaría la forma de la guerra, pues les iban a llegar a ellos dos blindados y dos corbetas. «Magnífico, le contestó el doctor O’Rian, Chile aumentará así su marina a poco costo». Cuando tuve ocasión de hablar con los prisioneros de la tripulación, compuesta casi en su totalidad de gente africana, asiática y descendientes de estos, como ya lo he dicho, noté, no el mal olor proveniente de esta raza, sino un olor a esencia de las que habían sustraído a sus jefes. Indudablemente, los peruanos son gente que consumirán cuanto haya en nuestras panaderías. Con que aprontarse, señores perfumistas, para sacar la tripa de mal año.– El Corresponsal. Õ
353
Posiblemente el apellido es O»Brien.
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Vapor COPIAPÓ La batalla de Agua Dolores (Correspondencia especial para EL PUEBLO CHILENO)354 Campamento de Dolores, noviembre 20 de 1879 Señor Director: Sería la una de la mañana del día de ayer, cuando un edecán del jefe de Estado Mayor llegó a la carpa del comandante de nuestro cuerpo, a comunicarle la orden de pasar con sus oficiales y soldados al campamento centro: el enemigo estaba a dos leguas de distancia y creíase que hubiera combate al amanecer. Para que se comprenda lo apremiante de las circunstancias, es necesario que exponga a Ud. el cómo estaban divididas y repartidas nuestras fuerzas. A consecuencia de haber sido avistada, por una columna de granaderos, caballería enemiga, cerca del valle de Tana, a seis leguas de este punto, y creyendo que sería una avanzada del ejército de Daza355, que suponíamos obraba en combinación con el de Iquique; se había mandado al batallón Coquimbo, al regimiento 3.º de Línea y dos piezas de artillería de campaña, a la estación de Jazpampa, que dista muy poco del lugar en que creíamos se hallaba fuerza boliviana. Esto sucedía el 18. Ese mismo día, al tener noticia de la aproximación del ejército aliado, por el sur se mandaron a Santa Catalina, (estación del ferrocarril y oficina de beneficio), las tropas del batallón Atacama, del 4.º de Línea y dos piezas de artillería356. Resulta, pues, que en Dolores solo teníamos las siguientes fuerzas, al anochecer del día 19: Regimiento Buin, Navales, Cazadores, una compañía de Granaderos, batallón Valparaíso y algunos cañones.
354 355
356
Publicada en el diario El Pueblo Chileno, Antofagasta, 25 de noviembre de 1879. Efectivamente, era una avanzada de caballería, encabezada por el propio Daza, pero el resto de su división había dado media vuelta rumbo a Arica. Al mando del coronel José Domingo Amunátegui, del 4º de Línea. El propósito inicial del coronel Emilio Sotomayor, jefe de la división chilena, era que toda la fuerza bajo su mando se trasladase a Santa Catalina para combatir allí al ejército aliado.
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Se mandaron partes y telegramas urgentes a Santa Catalina y Jazpampa, y de este último punto no tardó en volver el Coquimbo y un batallón del 3.º. Por el otro lado, llegaron al amanecer el 4.º y el Atacama357. Podíamos, pues, contar ya con una fuerza de 6 a 7mil hombres con que hacer frente al enemigo358. Por otra parte se telegrafío a Pisagua llamando urgentemente al general Escala, que estaba allí con 4 o 5 mil soldados, pero estos no podían llegar antes de la noche. El batallón Coquimbo fue el primero que tomó posiciones, a las 3 o 4 de la mañana, y lo siguieron después los demás cuerpos. El lugar elegido era magnífico. Al sur de este campamento, como a dos kilómetros más o menos, existen dos cerros próximamente paralelos y unidos por una subida de fácil pendiente. El que se halla más al norte es el más bajo: se eleva a unos cien metros de la superficie, teniendo el otro ciento cuarenta a ciento cincuenta de altura. Estos cerros o lomas tienen una dirección media de N. 70º al E., y el extremo oriental del más alto llega hasta el establecimiento de San Francisco, a orillas del ferrocarril. Están aislados y separados de las demás alturas, por terrenos más o menos planos, cubiertos de calichales y establecimientos de salitres. A las cuatro de esa mañana recibimos orden de reconocer esas posiciones para la colocación adecuada de la artillería. Desde la altura, y cuando ya asomaban los rayos del sol, pudimos ver a lo lejos, y por el lado del sur, las primeras columnas enemigas. Eran las siete de la mañana, y ya las avanzadas de estas tropas se hallaban a menos de una milla de distancia. A esa misma hora, todas nuestras posiciones estaban perfectamente tomadas, en el orden siguiente: Punta más alta del cerro, por el lado de San Francisco, dos krup (sic) y una ametralladora de montaña y seis cañones de bronce, al mando del mayor Salvo359. Después el Atacama. 357
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Ello respondió a una dramática entrevista entre el coronel Emilio Sotomayor y el teniente coronel de guardias nacionales José Francisco Vergara, al cabo de la cual este último convenció a aquel del riesgo de enviar a sus tropas a Santa Catalina, y las bondades de ocupar las ventajosas posiciones de Dolores. Gonzalo Bulnes, ob. cit., tomo I, cap. XV, pp. 342-344, y Fernando Ruz T., ob. cit. (Memorias de José Francisco Vergara…), pp. 50-52. Poco más de seis mil hombres, según Gonzalo Bulnes, ob. cit., tomo I, cap. XV, p. 346, entre 6.400 y 6.500 efectivos según Wilhelm Eckdahl, ob. cit., tomo I, cap. XXXVII, p. 567. Mayor José de la Cruz Salvo.
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Enseguida el Coquimbo, y más allá el 4.º de Línea. Pasando al segundo cerro, seguían: Un batallón del 3.º, Navales, Buin y cuatro piezas de artillería, siendo las dos últimas de campaña. En la parte baja del cerro, en la punta que da a San Francisco, pero en el lado que mira a Dolores, había cuatro piezas de campaña, y otras tantas de montaña un poco más arriba, todas krup (sic), al mando del comandante Velásquez. La caballería se encontraba en el extremo opuesto, al pie del cerro más bajo: trescientos cazadores por el lado de Dolores y cien granaderos por el opuesto, o sea por el lado sur. La retaguardia o reservas de nuestros enemigos, fue llegando poco a poco: calculábamos ocho a nueve mil hombres, pues con el anteojo podíamos ver más o menos 19 cuerpos de 300 a 500 plazas. Llegaron sus avanzadas hasta la oficina del Porvenir, que apenas distaba un kilómetro del lugar ocupado por el mayor Salvo. Un boliviano se separó de su cuerpo y llegó hasta el pie mismo del cerro, frente al Atacama; disparó algunos tiros y nos dirigió algunos soeces insultos, que divirtieron bastante a nuestros soldados. Como nadie le contestara, tomó el partido de retirarse. Se oían «hurras» y vivas en el campamento enemigo, y también sonatas militares. Los vimos acamparse a unos después de otros, y después venir por compañías al Porvenir, probablemente a surtirse de agua. Mientras tanto, la mayor parte de los nuestros había trasnochado, hecho un camino de cuatro leguas y no habían comido. Un sol de más de treinta y cinco grados nos calcinaba, y un absoluto silencio reinaba en nuestra gente. A eso de las once se dio permiso, por partes, para venir a tomar agua a los estanques de Dolores. En esto, y en ir y venir para hacer todos los aprestos necesarios, se pasó la mayor parte del día. Creíamos que el enemigo no nos atacaría hasta el siguiente, pues estábamos en la íntima persuasión de que esperaban a Daza, para obrar en combinación con él. En tal caso, nuestro propósito era resistir en nuestras posiciones hasta que Escala llegara de Pisagua con el resto del ejército. Tan convencido estaba yo de la venida de Daza por el norte, y tan seguro de que trataría de destruirnos las bombas de Dolores, que propuse al comandante del cuerpo360, buscar cerca del cerro que ocupábamos, puntos aparentes para colocar pozos de agua. En esta operación me hallaba con mi amigo y compañero Javier Ze361 laya , cuando oímos el primer cañonazo y las primeras descargas: eran las dos y minutos de la tarde. 360 361
Alusión al teniente coronel Arístides Martínez, comandante del Cuerpo de Ingenieros. Capitán de Ingenieros Francisco Javier Zelaya.
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La lluvia de balas que caía a nuestro lado y lo inadecuado del momento, nos hizo suspender la operación y subir a la cumbre. Jamás he oído un repique igual al que formaba el fuego de los combatientes. Parecía que diez mil diestros tambores se hubieran reunido para dar un monstruoso y singular concierto. Los enemigos parece que solo esperaban las primeras brisas de la tarde para iniciar el ataque. Avanzó la División Exploradora, compuesta del 1.º de Ayacucho, del 3.º provisional de Lima y de la Columna Pasco. Se extendieron en guerrilla, y hacían un nutridísimo fuego. Por nuestra parte contestaba el Atacama, el Coquimbo, el 4.º, y la artillería en la cumbre, y también la artillería de Velásquez, apoyada por el Valparaíso y el batallón del 3.º. El punto importante de nuestras posiciones era el extremo ocupado por el mayor Salvo y el Atacama: a él se dirigieron con gran ímpetu y hubo un momento en que subieron casi hasta la boca de los cañones de Salvo, pero una carga a la bayoneta del Atacama los hizo retroceder en el acto. Un segundo asalto fue de nuevo rechazado por los del Atacama, que los persiguió cerro abajo a más de una cuadra de distancia. Allí murieron muchos de estos bravos e indomable soldados: ¡gloria a ellos! Contamos quince cadáveres de este cuerpo, y además los de tres oficiales del mismo, que son: el capitán Vallejo, el teniente Blanco y el subteniente Wilson362. ¡Pobres amigos míos! Tuve el sentimiento de verlos por última vez, y al mismo tiempo, el orgullo de que hubiesen perecido defendiendo tan valientemente el honor de Chile. Vallejo murió instantáneamente por una bomba que le vació completamente el estómago. También cuenta el Atacama muchos heridos. El Congreso de mi patria, si es justo, debe crear una medalla de oro para cada uno de estos bravos soldados. Quien merece una especial mención es el mayor Salvo: él, con su palabra y su acción, animó a los nuestros a rechazar ese doble y atrevido ataque: de seis oficiales, ha tenido cuatro heridos. El Coquimbo cuenta también un gran número de estos, y ha sostenido brillantemente su puesto: con todo corazón felicité a su comandante señor Gorostiaga363. El asalto intentado por nuestros enemigos es su única hazaña; lo dio el coronel Prado364, al mando del 1.º Ayacucho: allí murió el segundo comandante de este cuerpo, teniente coronel señor Rosell365, otro oficial más y varios soldados. Entre los muertos vimos también algunos bolivianos; pero ignoro el cuerpo al que pertenecen. 362 363 364 365
Capitán Ramón Vallejo, subtenientes José Blanco y Andrés Wilson. Teniente coronel Alejandro Gorostiaga Orrego. Coronel Grocio Prado. En realidad, fue hecho prisionero.
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También intentaron los aliados atacar las baterías de Velásquez, y se desplegaron en guerrilla por ese lado; pero fueron barridos por el 3.º y el Valparaíso. Respecto a la artillería, no tengo palabras suficientes para elogiar la precisión de sus tiros, sobre todo los de los cañones Krupp. Veíamos a cada paso abrirse las filas de la caballería enemiga, y hacer estragos en los demás cuerpos. Mientras se batían por el lado de San Francisco, la compañía de Granaderos avanzó hacia la pampa: no tardaron en salirles al frente algunas guerrillas, pero huyeron a los primeros disparos de los nuestros. A las cinco de la tarde, la dispersión del enemigo era visible. Por el este, vimos dirigirse dos hileras que parecían de caballería, y por el sur, multitud de soldados corrían por todas partes. El grueso del ejército trató de concentrarse en Santa Catalina; pero antes que eso sucediera, se dio orden al Buin, y al Navales por un lado, y al 3.º y Valparaíso por otro, de atacar una batería que hacía fuego apenas bajaron estos cuerpos, junto con la caballería a perseguir a los que huían. La artillería enemiga, que durante el combate apenas hizo unos cuantos disparos, empezó a tirar sobre los nuestros, tan pronto los vio abajo del cerro. Duraron las descargas hasta que ya se hizo noche. Entonces cesó el fuego, y el resto del ejército aliado se retiró hacia Santa Catalina. Algunos soldados vinieron a entregarse voluntariamente, y otros fueron tomados por los nuestros. Parece que las fuerzas del ejército enemigo ascendían a nueve o diez mil hombres, siendo entre ellos, cinco a seis mil peruanos, y el resto bolivianos: he aquí el nombre de algunos de sus cuerpos: División Exploradora: Compuesta del 1.º Ayacucho, de 850 plazas; del 3.º Provisional de Lima, con 400, y de la Columna Pasco con 300. Batallón Zepita, 650 hombres; N.º 5, 500; N.º 7, 500. Batallón Arequipa, 400; 2.º Ayacucho, 400. N.º 6, 400 plazas; N.º 8, 450. Su artillería constaba de 12 piezas de fierro, rayadas, de cargar por la boca, con 200 sirvientes. Su caballería estaba compuesta de: Húsares de Junín, 200 plazas; Guías, 150. Todas estas tropas eran peruanas. Había 200 de Húsares de Bolivia, caballería; el batallón Olañeta, y otros cuyos nombres no tengo presente366. 366
Hay ligeras discrepancias en estas cifras respecto de las que ofrece el Estado de las fuerzas del ejército aliado el 5 de noviembre de 1879, de 10.958 efectivos, en Pascual Ahumada, ob. cit., tomo II, capítulo primero, p. 101. Lo mismo cabe decir de las que se entregan
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Habiéndose reconcentrado en Santa Catalina anoche los aliados, en número de seis a siete mil hombres, emprendieron la retirada hacia Tarapacá, en la mayor confusión y desorden, de tal modo, que al amanecer solo quedaban unos cuatro mil, pues el resto se había dispersado. Se sabe que en Iquique solo quedan tres o cuatro mil, de guardias nacionales. En todas las narraciones de los prisioneros, ya sean peruanos o bolivianos, se nota el mayor encono de unos hacia otros; así un capitán peruano, nos decía que probablemente Daza estaba vendido, pues no había venido a reunirse con ellos. Entre nuestros heridos se encuentran el mayor Montoya367 y el capitán Carvallo368, de artillería, y algunos otros oficiales que no retengo en este momento. El número total de nuestras bajas, entre muertos y heridos, no pasa de 150, lo que es insignificante atendido lo reñido del combate, y sus inmensos resultados. Hemos puesto en fuga la flor y nata del ejército aliado, a su general Buendía, y los valientes Suárez369 y Villegas370. El primero es el jefe de Estado Mayor, y el segundo el general de más fama entre los bolivianos: parece que se encuentra también con algunas heridas. Concluyo, pues, no quiero que esta se quede. No hago comentarios acerca de esta nueva victoria de nuestras armas, porque estos saltan a la vista, y además, los dejo a la brillante pluma de Ud., mi buen amigo. Suyo.– Augusto A. Orrego. * Dolores, 21 de noviembre Señor Director: Los enemigos iniciaron su ataque por tres puntos, mandando adelante tres hileras de guerrillas, reforzadas respectivamente por dos cuerpos de infantería. Así, la artillería de Velásquez en la izquierda; la de Salvo, en el frente, y los del Atacama y Coquimbo por la derecha, se vieron a la vez amenazados por las tropas aliadas. Cuando estaban ya muy cerca, el mayor Salvo les disparó su primer cañonazo.
367 368 369 370
en Francisco Machuca, ob. cit., tomo I, cap. XXV, pp. 304-306, donde se afirma que el total de efectivos peruano-bolivianos presentes en Dolores era de 9.829. Mayor Benjamín Montoya. Capitán Delfín Carvallo. Coronel Belisario Suárez. General Carlos Villegas, comandante de la 1ª División boliviana.
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Instantáneamente una lluvia de proyectiles salió de las columnas enemigas. Parece que ellos no intentaban ese día sino un reconocimiento de nuestras fuerzas, pero que, una vez empeñada la acción, no pudieron detenerse a tiempo. La parte débil de nuestras posiciones estaba justamente en el punto más importante de ellas y en el que ocupaba el mayor Salvo. Se habían olvidado de resguardar la artillería con un batallón de infantería que, colocada delante de las piezas, en el faldeo del cerro, que por allí prestaba fácil acceso al enemigo, habría imposibilitado el asalto que este pudo dar sin gran riesgo. Protegidos los guerrilleros enemigos por fuerzas que, en columna cerrada, hacían sobre nosotros un nutrido fuego, pudieron fácilmente llegar hasta cerca de nuestras fuerzas. Fue allí, fue en ese momento, donde la serenidad y el valor del señor Salvo se puso de relieve. Animó con su palabra a los artilleros, que dejaron los cañones para tomar sus rifles, y él mismo, con revólver en mano, tendía por tierra a los primeros que se asomaban. Mientras tanto, el señor Dublé (don Diego), corría a la cumbre a través del más vivísimo fuego, a pedir ayuda al Atacama, que defendía con el Coquimbo la derecha, y que estaba situado a unos cien metros de la posición de Salvo. Los de este denodado cuerpo, tomaron por la derecha e izquierda del cerro, y cayeron por ambos lados, como una avalancha, sobre los audaces enemigos, que retrocedieron hasta muy lejos. Pero, no tardaron en volver al asalto. Entonces el mismo ayudante de Estado Mayor, señor Dublé, corrió al Coquimbo a pedir dos compañías que vinieran a reforzar a las dos del Atacama. Pero solo acudió una del Coquimbo que, con las del último cuerpo, cargaron a la bayoneta sobre los asaltantes, y los hicieron huir despavoridos371. Mientras tanto, la artillería Krupp de la derecha, mandada por Wood y Villarreal372, barrían las columnas que intentaran subir por ese lado, y las pusieron en completa fuga. Por el lado de Velásquez, la cosa fue mucho más rápida, pues los 8 cañones que allí había, estaban reforzados por un batallón del 3.º y el Valparaíso, que no tardaron en poner en retirada al enemigo. El fuego empezó a las tres y minutos (no a las dos, como por error involuntario puse en mi anterior), y a las cinco las tres columnas de ataque estaban en completa dispersión. 371
372
Cfr. Parte oficial del coronel José Velásquez del Regimiento Nº 2 de Artillería, en Pascual Ahumada, ob. cit., tomo II, capítulo segundo, pp. 139-142, especialmente el parte del mayor Salvo, pp. 140-141. Capitanes Roberto Wood y Eulogio Villlarreal.
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Capitán de artillería Delfín Carvallo, herido en la batalla de Dolores. El Nuevo Ferrocarril, Santiago, 12 de febrero de 1880.
El mayor Salvo ha sido, pues, el héroe de la jornada, en justicia debió haber sido ascendido sobre el mismo campo de batalla. Como a las seis subió el general Escala, que llegaba de Pisagua a las cumbres en que había tenido lugar el combate. No tardamos en hacerle presente la conducta de los que más se habían distinguido, y entonces felicitó a unos y arengó a otros. El Coquimbo y principalmente el Atacama oyeron su patriótica palabra, y felicitó especialmente al subteniente J. Matta373, de este cuerpo, delante de toda la tropa, por su serenidad y valor en pelea. Dio un abrazo a Salvo y lo cubrió de elogios: nunca los hubo más merecidos y no habrá premio alguno que compense la conducta patriótica de este distinguido oficial. Nuestros más inteligentes jefes creyeron que el enemigo atacaría en la mañana del 20, porque suponían que el combate del 19 no había sido sino con el objeto de reconocer nuestras posiciones; y así es que nuestro 373
Subteniente Juan Gonzalo Matta.
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ejército, reforzado ya con tres mil hombres venidos de la costa pasó toda la noche en su puesto. Pero yo, que conozco a los indios y que sé que el que huye no vuelve cara hasta parar en sus lejanas madrigueras, estaba íntimamente persuadido que la acción estaba terminada. En efecto, después de la retirada tumultuosa y precipitada del ejército enemigo, han encontrado nuestras avanzadas ocho cañones abandonados, y no tardaremos en tener los restantes. Se han tomado asimismo multitud de municiones, bagajes y algunos prisioneros. Entre estos se halla el general Villegas, boliviano; el coronel Ramírez, comandante del batallón Puno, el 2.º jefe de los cazadores del Cuzco, algunos oficiales del Ayacucho y Zepita y otros de varios cuerpos. El capitán Urízar374, que creíamos muerto, vive, pero está gravemente herido, lo mismo que el capitán Carvallo375. Ambos pertenecen a Salvo, que de siete oficiales tuvo cuatro fuera de combate. Ramírez376, ayudante del Atacama, tiene un brazo roto: con él son cuatro los oficiales perdidos para este bizarro cuerpo. Ayer ha avanzado para Santa Catalina, que dista dos leguas de aquí, una división compuesta de la artillería de marina, Zapadores, Chacabuco y 2.º de línea. No tardarán en seguirles otros cuerpos. Para orientar a sus lectores respecto a los lugares que tiene que recorrer nuestro ejército desde Pisagua a Iquique, pongo a continuación el siguiente itinerario. De Pisagua al Hospicio (cumbre del cerro), seis millas. A San Roberto, 19; a Dolores, 33, a Santa Catalina, 40; y a Agua Santa, 48 a 50. Hasta ahí llega el ferrocarril. En seguida vienen diez a doce leguas sin rieles de este modo: siete a Ramírez y tres a Peña-Grande. Aquí empieza el tren de Iquique, pasando primero por Pozo-Almonte, a tres leguas de Peña-Grande, y origen de la cañería que lleva el agua al puerto. Después viene las estaciones de la Noria, la Central, San Juan, Santa Rosa, Molle e Iquique. Suspendo la presente para continuarla apenas haya algo de notable que continuar a Ud. *
374 375
376
Capitán Juan Pablo Urízar. Capitán Delfín Carvallo. En realidad, pertenecía a la brigada del mayor Benjamín Montoya. Daniel Cruz Ramírez.
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Dolores, noviembre 21 Para concluir, debo decirle a Ud. que, a última hora se han ido encontrando más y más cañones de los del enemigo, hasta completar el número de 19, sin que ninguno haya sido clavado. Las bajas del Atacama son 86, y entre ellos 25 muertos. La artillería de Salvo, de 80 hombres, ha perdido 40. El Coquimbo, 28. El 3.º de línea 30. Navales 11. Buin, 6. Las bajas de los demás cuerpos son insignificantes377. A cada momento llegan más prisioneros. Parece que el resto del ejército se ha dispersado completamente. Suyo.– Augusto Orrego. Õ
Carta del campamento de Dolores378 21 de noviembre de 1879 Como hemos prometido publicar toda carta que nos dirijan nuestros queridos y gloriosos amigos del batallón Atacama, tomamos de una que solo se nos ha entregado, tarde ayer, los más importantes párrafos. Uno de nuestros corresponsales ya ha muerto, gloriosamente destrozado por una metralla en Dolores. ¡Pobre amigo! Un modesto compañero de armas, un soldado de la tercera compañía, cumplió con la última voluntad de su valiente jefe remitiéndonos en su nombre la hermosa carta que publicamos ayer. ¡Quiera Dios que los demás amigos que del cuerpo mandado de nuestra provincia, nos remiten datos periódicamente, sean respetados por las balas y la metralla del enemigo! 377
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Según el parte oficial elevado por el general en jefe, Erasmo Escala, las bajas fueron: en el regimiento Buin, dos individuos de tropa muertos y seis heridos; en el regimiento 3º de Línea, tres individuos de tropa muertos y 24 heridos; en el regimiento 4º de Línea, cuatro individuos de tropa muertos y 2 oficiales y 19 individuos de tropa heridos; en el regimiento de Artillería, 7 individuos de tropa muertos y 5 oficiales y 25 individuos de tropa heridos; en el batallón Navales, un individuo de tropa muerto y un oficial y 12 individuos de tropa heridos; en el batallón Valparaíso, un oficial muerto y cuatro individuos de tropa heridos; en el batallón Atacama, 4 oficiales, un voluntario y 32 individuos de tropa muertos y 2 oficiales y 55 individuos de tropa heridos; en el Coquimbo, 6 individuos de tropa muertos y 2 oficiales y 17 individuos de tropa heridos; en el batallón Bulnes, un individuo de tropa herido; en el Cuerpo de Pontoneros, un individuo de tropa herido. Pascual Ahumada, ob. cit., tomo II, capítulo segundo, p. 135. Publicada en el diario El Atacama, Copiapó, 29 de noviembre de 1879.
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Piero Castagneto
El jefe de la Escuadra chilena, Galvarino Riveros, a la pesca de buques peruanos, habiendo obtenido ya el Huáscar y la Pilcomayo. Caricatura del periódico satírico El Barbero, Santiago, 29 de noviembre de 1879
Otro de nuestros corresponsales en campaña lo tenemos postrado en el Hospital de Sangre de esta ciudad, habiendo caído gravemente herido en Pisagua al tomar a la bayoneta con sus soldados el segundo atrincheramiento del enemigo. Nos consuela la idea de que pronto volverá al batallón para vengar con creces la herida recibida y los sufrimientos experimentados. Él sólo anhela volver a mandar su compañía y se complace en creer que será de los primeros que ponga su planta en Lima. Cumplirá su palabra. Puesto que lo quiere, podrá hacerlo. Querer es poder para todo atacameño neto cuando empuña las armas en defensa de la Patria. Transcribamos ahora los párrafos de la carta del más felicitado de los oficiales del Atacama por su bravura: * Querido y buen amigo: Esta irá con el subteniente Abinagoitis379 que marcha herido a esa querida ciudad. Apenas si tengo tiempo y oportunidad para escribirte estos pocos renglones. La batalla ha sido muy feliz para nosotros. ¡Un nuevo triunfo! Sin embargo, hemos tenido muchas bajas y tres compañeros de la clase de oficiales muertos en el campo. A mí me tocó también pelear, puesto que todo el batallón entró en batalla desde un principio hasta el fin de la jornada; pero no en la carga a 379
Subteniente Anastasio Abinagoitis.
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Corresponsales en campaña
El presidente peruano Mariano Ignacio Prado enseña a sus tropas el «paso de vencedores» en presencia del general chileno Erasmo Escala. Caricatura del periódico satírico El Barbero, Santiago, 15 de noviembre de 1879.
la bayoneta que dieron la tercera y cuarta compañía. Los granaderos y la segunda, hacíamos fuego un tanto parapetados tras un cordón de cerro, estando así en nuestro elemento. Las balas de ametralladoras y las bulliciosas granadas pasaban no más sobre mi cabeza. Estas últimas son de temer por los estragos que hacen cuando las aprovecha el enemigo. La suerte, amigo, aún me favorece. En Pisagua, nada; nada tampoco en Dolores. ¡Quién sabe más tarde! Ayer después de la batalla tuve el placer de recibir cartas de algunos de Uds. ¡Con qué ansias las leíamos, casi en común todos! No tengo tiempo para contestar hoy, pero diles a todos lo que te indico, que tengan esta por suya y que les agradezco sus felicitaciones. Estas cartas han sido para mí palabras de aliento cuando el pesar de las pérdidas de los queridos compañeros y el desolado cuando de la muerte, me atormentaban sin cesar. A todos los recuerdo y no los olvidaré. La campaña se hace cada vez más ruda. Yo he quedado un poco resfriado, mas espero mejora en dos días más. El capitán Vallejo murió, lo mismo que Blanco y Wilson380, ¡Ya van 8 que nos faltan! Escríbeme más a menudo y dame muchas noticias. ¡Deseamos tanto saber algo de Uds. y de Copiapó, que realmente es un día de regocijo cuando alguno de nosotros recibe una carta de esa ciudad, carta que generalmente casi todos leemos más de una vez! Ayer recibimos noticia de la toma de la Pilcomayo. ¡Qué bravo había sido en el hecho el portugués Ferreyros, el de los partes oficiales pomposos y llenos de pura hojarasca! En fin, casi al mismo tiempo son dos hermosas victorias: una en el mar, otra en tierra, con la diferencia que la nuestra nos costó mucha sangre. Ya se ve, amigo: ahora nos toca derramarla a nosotros porque 380
Capitán Ramón Vallejo, subtenientes José Blanco y Andrés Wilson. Sin duda alguno de ellos era uno de los corresponsales de este diario, aludido en el encabezado.
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Piero Castagneto nuestra gloriosa marina, se puede decir, ha terminado del todo su campaña marítima, dando gloria y renombre a la República. Nosotros empezamos a hacer otro tanto y no nos detendremos hasta cantar la victoria definitiva de la plaza de la orgullosa y bullanguera Lima. Allá vamos y allá llegaremos, pésele a quien le pesare. Ellos lo quisieron y nos tendrán allí en 1879 como en 1838. Recibirán el castigo que se merecen sus pasadas y presentes felonías contra Chile y contra los que les dieron libertad e independencia, ¡ingratos! Creo que en dos o tres días saldremos, porque al enemigo se le espera del lado de Tacna o de la Noria, si es que ambas divisiones no andan en estos momentos más desbandadas que una horda de nómades en el desierto. Mucho temo que esto último haya sucedido, porque cuando el indio boliviano o el cholo peruano toman el campo, ni Dios es capaz de rehacerles para presentar una segunda batalla. En fin resignarse: nosotros en todo caso los esperamos a pie firme para darles una tercera lección más ruda, si cabe, que las dos primeras. Nuestra tropa es heroica: el ejército, todo el mundo, nos felicitan. Por otra vez el Atacama se lleva la gloria a costa de muchos heridos y bravos, que han quedado tendidos en la falda del cerro que defendíamos. Saluda a la mejor amiga de casa, que no se olvida nunca de mí, y dile, amigo, que toda mi alma está puesta en ella; que en las horas del combate su imagen es la única que se me presenta. No te doy más detalles porque no tengo tiempo para más –Abinagoitis, portador de esta, es un excelente joven que me quiere mucho. Te lo recomiendo encarecidamente. Es un bravo en toda la extensión de la palabra, y su herida parece que nada le preocupa, pues no ha perdido su viveza ni su constante buen humor, riéndose siempre como si no le hubieran metido en el hombro una bala que por fortuna le ha salido cerca de la cintura, por la espalda. Hemos tenido 86 bajas. He notado que los cuerpos de línea no se exponen, o que sus soldados más metódicos, pelean a la segura; en tanto que nosotros, más ardientes, o más entusiastas, nos vamos de frente al peligro para vencerlo a toda costa. ¡Es tan hermoso, caro amigo, verle volver la espalda al enemigo! El amor a la patria, entonces, parece que a más de ser una virtud se convierte en algo así como la locura, pues nada detiene al soldado que persigue al que cobardemente retrocede después de tanto gritar, jurando que darán su sangre hasta obtener la victoria. Los oficiales del batallón Atacama se han conducido heroicamente. Vilche, Ramírez, Torreblanca, Arce, Arancibia, Garrido, Abinagoitis, Fontanes381, en fin, todos. Vilche no te escribe porque anda ocupado en la comisión de recoger los muertos que han quedado esparcidos en el lugar de lo más reñido del combate de la 3.ª y 4.ª compañía. Me dice que lo hará próximamente, y tal vez ya de Iquique. Estamos orgullosos de nuestra gente: no hay como el soldado minero para resistir las marchas de estas secas travesías con sus privaciones. Nunca me olvido de lo que me decías respecto a lo que es capaz de hacer el minero, sufridor e incansable explorador de las serranías de Atacama. Son leones, no son hombres, amigo. Abraza a Cucho, el buen compañero, lo mismo que a los demás que ya han pagado su tributo de sangre a la Patria. Mándame diarios. Es tan querido tu papelucho: lleva tan bien puesto el nombre de nuestro querido batallón. El Atacama, diario de Copiapó, es nuestro hermano mayor, legitimado por su constancia en el trabajo y por lo sempiterno luchador que es. Jamás lo han vencido. ¡Ojalá nunca venzan al batallón que con orgullo lleva ese mismo que ahora empiezan a resonar con los ecos de la fama ganada a costa de la sangre de los mejores hijos de la provincia. Un incidente para terminar. 381
Capitán Félix Vilche, ayudante mayor Daniel Cruz Ramírez, subteniente Rafael Torreblanca, teniente Moisés Arce, subtenientes Alejandro Arancibia, Antonio 2º Garrido y Anastasio Abinagoitis, ayudante mayor Juan Fontanes.
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Corresponsales en campaña Al día siguiente del combate, nos dirigimos con el teniente Arce y otros a cavar una sepultura para nuestros hermanos Vallejo, Blanco y Wilson, buscando un lugar que más tarde pueda reconocerse para que sean llevados esos restos preciosos a Copiapó, pues se erigirá indudablemente un mausoleo a los bravos que así mueren por la patria dando gloria a la provincia. Estábamos tristes; contemplábamos en silencio los rostros pálidos de los que el día anterior, no más, reían alegremente con nosotros compartiendo las fatigas de la campaña. ¡Pobres queridos amigos! Sus venerados restos no quedarán allí olvidados, porque los presentes juramos sobre sus cadáveres, llevarlos a Copiapó, cualquiera fuera el que sobreviviera al terminar la guerra. Después ese juramento solemne se hizo extensivo a los que no estaban presentes, desempeñando en el momento otras comisiones casi por el mismo estilo. ¡Era como el día de difuntos en el campamento! Los soldados no tenían barretas. El suelo cubierto de durezas o criaderos de salitre, era duro y resistente. Echamos manos de los fusiles bolivianos aprovechando sus bayonetas triangulares para horadar las piedras. Estábamos ocupados en esa delicada y costosa operación, cuando el General en Jefe pasó; nos vio y nos dijo cayéndosele las lágrimas: «SON TAN BRAVOS COMO HUMANOS».
* Se va Abinagoitis; se va, ya no hay más tiempo. Mil abrazos recibe de tu amigo. ¡Adiós!
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La voz de los soldados382 Publicamos con verdadero placer las siguientes cartas de dos soldados del ejército. Una es enviada desde Pisagua y la otra desde Dolores. Las dos son la expresión más sincera de la verdad. Hemos conservado la ortografía de los originales, porque eso al mismo tiempo que le da el carácter que deben tener, les dejan todo lo que tienen de pintoresco. Hélas aquí:
La voz desde Pisagua Campamento de Pisagua, noviembre 5 de 1879 Señora doña Francisca Valdéz. Querida y nunca olvidada Esposa A bordo del Bapor Itata recivi su apreciable nota fecha 21 del precente, por lo cual he tenido gran plaser de que estes resignada a la Voluntad de Dios es de sir trabajar para nuestra familia; Que ya estoi entera mente resignado al sacrificarme si Dios es servido asta derramar mi sangre por nuestra cara 382
Cartas publicadas en el periódico El Nuevo Ferrocarril, Santiago, 1 de diciembre de 1879.
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Piero Castagneto i amada patria... I si quedo vibo iré a cumplir los sagrados de veres de un dueño de casa. si hijita trabaja encomienda a Dios a tu fiel Esposo, que ya estamos peleando en todo el centro del enemigo, que es fuerte i baliente no como se creia por atención y figurate un combate de 8 horas entre 5 buques de guerra con los castillos de Pisagua aquí pierdo la cabeza al acordar este ataque tan Terrible. Lor Cocrane383 cada vez que disparaba, era peor el estampido que cuando hai truenos i relamparos, porque temblaba la tierra y cembraba de cadáveres el rededor de los castillos. Se acababan los altilleros de los castillos y benian otros arreplazarlos: las bombas de prollectiles del Cocrane pegaban al pie de los castillos y asian con la Esplocion Abarcaban los proyectiles como un cuarto de cuadra, y asi no se rendian, paraban de tirar por un momento, y seguian después con mas encono la Magallanes la Covadonga i todos los otros tiraban a los serros y adonde veian jente que atrincherada de tras de los peñascos acian un nutrido fuego alos buques i alas lanchas, huvieras visto como se veía el agua hijita parecia nubada de graniso cuando cae en invierno, hacian lo mismo los gorgoritos pero mas grandes, otras pasaban silbando por encima de nuestras cabesas, pero todos querian que los desembarcaran apeliar palo, apalmo; el puerto estaba cuvierto por un espeso nubarron de polbo i umo, yo estaba como en un 19 de Septiembre pero en mi corazon. Oraba; en tonces tomaron determinación de ir ade senbarcar mi regimiento 3.º el Batallón Nabal a otro puertecito becino que se llama Caleta de Junin una Compañía de Casadores a Caballo i altilleria, esto era con el objeto de venirlos por la espalda agarralos entre 2 fuegos que no escapara niuno, yasi avia cido… pero nos engañamos ellos maliciaron la estratagema, y disen que isaban bandera de parlamento, acto continuo echaron lanchas y botes con jente del Batayon Atacama, Rejimiento Buin i Batayon Sapadores... perros infames apenas saltaban dos Soldados atierra, (cuando bajando la bandera de Parlamento.) les asen una descarga serrada de las trincheras i los que estaban de tras de las piedras un nutrido fuego de rifleria dando la muerte amuchos compañeros en tre ellos al oficial que mandaba la jente dela lancha, le dió una bala en el Corazon. Lla estoy, dijo i espiró en el acto; Viendo esto los Chilenos, que arian como furiosos leones saltando atierra se disputaban la de lantera, sin esperar que la lancha llegase se botaban almar con el agua alos pechos botando la mentencion y dejando solo los 150 tiros y el Rifle, i emprendieron la ofensiva contra los Bolivianos que los asechaban atiros, Canbió la Essena; el Batallon Atacama fue ganando terreno suviendo el serro como Gatos i dando la muerte al que veian, i callendo tanvien de ellos: el inbencible Lor Cocrane que asta entonces no avia querido ofender la población viendo la traicion de los Cholos les principió atirar bombas de incendio se de claro el fuego lla no hubo mas cuartel, el pueblo se convirtió en una Sodomia porque llovia el fuego del Cocrane sobre ella; algunos soldados querían rendirse a los Soldados chilenos pero no los dejaban vibos; perdone Tatita, i se les arrodillaban pero nosotros tas bala agarra infame, por fin tendria mucho que escrivirte pero en la carta de Don Panchito te seguire mi narracion. Figurate que abemos aquí en el Alto Pisagua 14000 soldados de todas armas. Media legua Cuadrada es lo menos que ocupamos todavía estamos en panpa pura, Cama es el suelo, i tapa el Sielo porque salimos con artas balas i el Rifle, lo demas esta en el Bapor no hai mas papel queda de bos y se despide tu fiel esposo J. L. Castro. un becito a la Soledad un tiron de naris a la selia.
* 383
Blindado Cochrane.
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Sobre un cañón Dolores, noviembre 20 de 1879.– Señor don Benjamín Vicuña M.– Muy señor mío: Tengo un gran placer en poder todavía saludar a Ud. y anunciarle que ayer 19 de noviembre el ejército chileno ha dado un golpe que, si no es el de gracia o el último, le pasa raspando. Espero, mi señor don Benjamín, que Ud. se apresure a felicitar al siempre enérgico y muy valiente pueblo de Atacama y a su digno mandatario por la conducta de sus hijos en la actual contienda. Ellos han sido los más avanzados en todo encuentro serio y los que han decidido de la victoria, según la voz muy autorizada de todas las tropas de los distintos cuerpos. Yo, por mi parte, puedo decir a Ud. que «los Atacamas» (así los llamamos todos sus compañeros de armas), en el combate de ayer, favorecieron en gran manera a una batería de artillería que, sin ellos, habría sido tomada, aunque hubiera sido por pocos momentos. A don Daniel Caldera y don Máximo R. Lira384 he tenido mucho gusto de verlos que hayan recibido un bautismo de fuego. No le hablo de don Isidoro Errázuriz385 y otros muchos, porque todos son soldados viejos fogueados. Pasando, señor, a la artillería, diré a Ud. que mi jefe, el señor Velásquez, se ha desempeñado como siempre –severo y enérgico. Hemos tenido varios señores oficiales heridos, y algunos oficiales y soldados muertos. El enemigo ha perdido todo: artillería, municiones y caballada, mulas y grandísimas pérdidas de gente muerta, herida y prisionera. Nuestra caballada se ha portado como chilena, no parece sino que supiera en los pasos que andamos; ha trasmontado con la artillería, muy pesada, de campaña Krupp, elevaciones más altas que el Tabón, y cada día está fresca y fogosa. Felicite, pues, también al Directorio de la Sociedad Nacional de Agricultura por la parte que ha tomado en surtirnos de buenos caballos y mulas. Dispense la mala letra: le escribo sobre un cañón. Seguro servidor, Benjamín Vizcarra Donoso Sargento artillero
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Iquique (Correspondencia especial del INDEPENDIENTE)386 Iquique, noviembre 27 de 1879 Sumario.– La noticia de la rendición de Iquique en el campamento.– Expediciones a Pozo Almonte.– 36 cargas de víveres en nuestro poder.– Escapada de los enemigos.– 2.400 hombres a Tarapacá.– Una suposición.– Cobardía sin nombre.– A Lima o a Arica.– Temores de una epidemia.– Lo que desea el soldado.– Todo el mundo pide el golpe a Lima.– La situación de Iqui384 385 386
Delegado de la Intendencia General del Ejército y Armada en campaña. Secretario del ministro de Guerra. Publicada en el diario El Independiente, Santiago, 7 de diciembre de 1879.
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Piero Castagneto que.– Gran parte de la población hace sus maletas.– Gobernador militar y municipalidad.– Vuelve la tranquilidad.– Peregrinación a la tumba de Prat.– La memoria del héroe-mártir.– Falta de armonía entre los jefes.– El coronel Sotomayor.– El general Escala.– Baquedano, jefe de la división de Dolores.– El cuartel general en Iquique.– Partida del ministro al interior.– Decretos importantes.– Una rectificación.– Apresurada marcha del general en jefe.– Las inquietudes que produce.
Señor director: Después de mi última en que le relataba la acción de la Encañada387, bien poco que tenía que comunicarle y por eso no le había escrito. Pasada, pues, la oportunidad de dar un golpe de gracia al enemigo en todo el día siguiente del citado hecho de armas, nuestros jefes quedaron en expectativa de algo que les viniese de fuera, y ese algo no tardó en presentarse con la rendición de Iquique388; y así como la salida de Pisagua fue notablemente adelantada por el movimiento del enemigo, así nuestra exploración sobre el camino de Iquique fue apresurada por la rendición de esta plaza. Hoy estamos aquí rogando a dios que acontezca pronto cualquiera cosa que contra los designios de los directores, nos obligue a marchar sobre Arica, o mejor, sobre Lima, que es lo que todos queremos por tener conciencia de que allí está, después del sometimiento de Tarapacá, el último trance de la solución. Contra este justísimo deseo está nuestra abrumadora pesadez característica, que todo lo va postergando a un mañana que nunca llegaría si no fuera por circunstancias ajenas a nuestra voluntad. Mas, dejando reflexiones a un lado, le relataré lo acontecía desde el día de las noticias de pertenecernos Iquique. Ella llegó a nuestro campamento de Dolores el 23 a mediodía, y el general dio la orden de aprestar 180 cazadores a caballo para tomar el camino de Iquique por Pozo Almonte, bajo el mando de la expedición del jefe de estado mayor389; A las cuatro se puso en marcha, y al cuarto día llegaba a Iquique sin novedad y habiendo quedado la tropa en Pozo Almonte. He subrayado la frase sin novedad porque desgraciadamente no hubo nada que hacer en el camino, excepto la captura de 36 cargas de víveres que de la Noria habían despachado a Tarapacá, punto en que se están reuniendo los enemigos dispersos. La captura de tales víveres algo les incomodó; 387 388
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Batalla de Dolores. El puerto de Iquique fue ocupado el 23 de noviembre por marinería de desembarco de la división naval chilena de bloqueo, compuesta del blindado Cochrane y la cañonera Covadonga. Ello después que esta plaza fuese abandonada por las autoridades y efectivos militares peruanos. Coronel Emilio Sotomayor.
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pero ¡cuánto más les hubiera incomodado la de 1.800 hombres que ese mismo día 23 salieron de la Noria hacia Tarapacá y que se cruzaron con nosotros en el anchísimo camino que ofrece la pampa del Tamarugal!390. Y captura o completa dispersión habría sido aquella, porque de ese crecido número de fugitivos, la mayor parte, casi la totalidad, iba sin armas ni provisiones. Pero nosotros vinimos por el camino que más se acerca a la costa y ellos seguían el que más se inclina al oriente. Y no es esta la única razón del no encuentro: hay otra, y es que el jefe de estado mayor ignoraba que tal movimiento se operaba simultáneamente con nuestra partida. La marcha duró desde el 23 en la tarde hasta el 26 a medio día. Debo comunicarle que la ruta que hacíamos era desconocida del jefe que mandaba la expedición, el cual era guiado por dos prácticos que hacía algún tiempo no la recorrían. Estos no trepidaron; pero no era lo suficiente, porque si se hubiese despachado algún explorador un día antes, se habría tenido conocimiento de la retirada que preparaban los desocupantes de Iquique, y el cortarlos habría sido obra sencilla y provechosa. Mientras tanto, en el campamento de Dolores se aprestaba una expedición de ciento y tantos granaderos hacia Tarapacá; mas al saberse que en dicho punto no habría menos de 4.500 de los derrotados, se equipó una división numerosa de 2.400 hombres de las tres armas. Estos salieron ayer de madrugada y es natural que hoy en la tarde estén sobre los mal armados y peor provistos enemigos. Si se opera con inteligencia, les harán una encerrona de primer orden, y no es mucho suponer que a esta hora tengamos unos dos mil o más prisioneros, porque si ellos, al aproximarse los nuestros, no han bajado a la pampa para huir al norte, no tienen escapatoria, pues la quebrada de Tarapacá es muy estrecha y no ofrece facilidades para la retirada de mucha gente al interior. Lógico es, en consecuencia, suponer que tomemos una buena porrada de esos 10.000 valerosos corredores que en la Encañada fueron derrotados por algunos hermosos disparos de nuestros cañones y una carga del Atacama. No quisiera pensar en esa jornada, porque se me revuelve la sangre y hasta el estómago al recuerdo de tanta vileza, de tanta canalla cobardía, que hace tener compasión por la raza humana, obligada a soportar en su seno a ese mixto de toreros degenerados e indios envilecidos por el látigo de la tradicional esclavitud. Ahí tienen ustedes ocho meses de enormes preparativos y crecidas fatigas más inoficiosas que lo que sería una gran jauría para dar caza a una gacela o un chingue. 390
La 5ª División peruana del coronel José Miguel Ríos, que acababa de abandonar Iquique.
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Si hoy mismo se quisiera operar sobre Lima o Arica, nada habría más fácil, porque el espíritu de nuestra gente es excelente, su estado sanitario bueno, y en cuanto a provisiones, tenemos de sobra para echarnos sobre cualquiera de esos puntos, donde hay recursos locales y además se han aglomerado en gran cantidad introduciéndolos del norte. Otra consideración debería tenerse presente para expedicionar sin pérdida de tiempo. El clima de estas regiones, desde Antofagasta a Arica, es detestable. En el día hace un calor sofocante y por la noche baja una neblina densa y arrastrada que penetra hasta los huesos, y sería raro que no hubiera hecho estragos en nuestro ejército si no fuese que nuestros rotitos son de corazón de espino y de luma. Pero el día menos pensado se declara una epidemia, y entonces Dios nos tenga de su mano. En Arica y sus valles vecinos suele haber tercianas, pero no atacan sino cuando se cometen abusos en la alimentación, y esto no es posible en el ejército. Además, no hay esas variaciones atmosféricas de más al sur; lo parejo de la temperatura se va acentuando a medida de la proximidad a la deseada capital. También es bueno tener presente que otro género de achaques atacables por la transpiración, no tienen cerca de Lima ni en Lima mismo la intensidad que en las regiones de más al sur. Más aún: el soldado está fatigado de tanto arenal y pedregal; recuerda la hermosura de su primavera en las provincias centrales y meridionales de Chile, y suspira por «ver verde». Por otra parte, se hace insoportable la prolongación de una campaña que pudo ser terminada mucho tiempo ha. Démosle remate pronto, que será lo más fácil y provechoso. Vuelva cada cual a su trabajo, y engrandecido Chile por el esfuerzo de su pueblo, dedíquese a darle una buena organización que estimule su potencia natural que es tan grande como grande ha sido la maña y esfuerzo de los que tanto tiempo lo han estado sofocando. Pero para semejante renacimiento se requieren muchas cosas, y la primera es que se tenga la voluntad de poner inmediato término a la contienda. Todos, soldados, clases, oficiales, jefes, etc., etc., hasta los cucalones, piden el golpe a Lima. Conviene que demos a la América ese pequeño ejemplo, y así irá viendo cuánto tino ha tenido para colocar sus simpatías en la llamada formidable alianza. Paguémosles a nuestros hermanos las repúblicas del continente, mal con bien; proporcionémosles ese alegre y delicado espectáculo que les será de provecho. Castigat ridendo mortes. Sin pensarlo me iba engolfando en digresiones y olvidaba mi papel de simple reportero. Vamos allá. 246
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A mi llegada a este puerto de Iquique, encontré silencio y soledad en vez de aquella animación y bullicio que en otras ocasiones me había hecho hallar cierto agrado en él, a pesar de la agua resacada, de ciertos ambientes y de las moscas que a uno le asedian y confunden. Antes de retirarse, los defensores de este puerto esparcieron las voces de que nuestros soldados arrasarían con cuanto pillasen en su camino; que incendiarían, asesinarían, etc. Naturalmente, gran parte de la población se intimidó, hizo como mejor pudo sus maletas y se marchó; otra parte se encerró en su casa, de la cual comienzan muy poco a poco a salir, y la otra, que es la más reducida, continúa su vida ordinaria. Excusado es decir que los menos han sido los más atinados. El capitán de navío don Patricio Lynch ha sido nombrado gobernador militar comandante de armas de la plaza. Por decreto de este se ha creado una municipalidad provisoria, y de noche salen patrullas para guardar el orden, que a decir verdad, no tiene quién amague contra él. Muchas tiendas permanecen cerradas y son en su casi totalidad de peruanos; pero las de extranjeros, todas o casi todas han continuado su modo de ser normal. Sin embargo, algunas de estas habían guardado sus mercancías, que tanto ayer como hoy han estado volviéndolas a sus armazones. También algunas casas de familia principian a abrir sus puestas, y esperemos que en tres o cuatro días la ciudad cobrará algo de su antigua vitalidad. Una vez que en Valparaíso se sepa que el orden está aquí asegurado, y que Chile es quien lo garantiza, nacionales y extranjeros llegarán en crecido número, y sus antiguos poseedores no serán echados de menos porque serán reemplazados por verdaderos hombres; de aquí a unos dos años, Chile no tendrá muchas provincias que puedan rivalizar en producción, en comercio, en organización y aún en ornato de su capital, con la recién incorporada de Tarapacá. Se proyecta –y acaso se realizará mañana o pasado mañana– una peregrinación a la tumba de Prat391. Esta solemnidad será encabezada por los primeros jefes militares de la armada y el ejército, y se invitará a todo el pueblo para que concurra a ella. Aquí, entre los extranjeros, la memoria del héroe mártir es guardada con sagrado y cariñoso respeto. En nuestro ánimo se renueva con las recientes narraciones, esos sentimientos que agitaron el espíritu de Chile al tener noticias de aquel luminoso acontecimiento; y si posible fuese, la figura de Prat ganaría en altura al ver con cuánta admiración recuerdan sus hazañas personas que no tuvieron otro vínculo con nuestro gran compatriota que el que liga al hombre de alma sublime con el hombre honrado y justo. 391
Enterrado provisoriamente en el cementerio iquiqueño.
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Se espera, en fin, que la fiesta tenga cuanta solemnidad sea posible darle. Hablando de otra cosa, le diré que parece que no reina grande armonía entre los principales directores de la guerra en campaña. Así, se dice que el ministro Sotomayor no se aviene gran cosa con el general Escala, ni este con el jefe de estado mayor coronel Sotomayor, ni menos aún este último con sus ayudantes; pero yo entiendo que más son habladurías que verdades las que a este respecto circulan. Lo que sé y me consta el que el coronel Sotomayor es realmente mal querido por sus ayudantes a causa de sus modales y el lenguaje impropios de un caballero. Choca con uno, injuria a otro, desaira a un tercero, desmiente groseramente a un cuarto, trata de burlarse del que sigue, y de esa manera, no hay quien lo mire con buenos ojos, pues el que hace un momento lo defendía de los ataques y recriminaciones que en su ausencia le dirigen, será pronto maltratado por su brusquedad o mejor dicho rusticidad. Se ha hecho insoportable y no hay uno que no lo deteste, resultando de esto que toda medida que toma es duramente censurada sin mirar que puede tener buenos resultados, lo cual, a su vez, es causa de que no se pueda tener seguro conocimiento de cuáles son medidas tomadas por él y cuáles no. Un ejemplo de esto ofrece el combate de la Encañada, en lo tocante a las posiciones que tomó nuestro ejército. Ellas no fueron malas; pues bien, casi todos afirman que no fue él quien las escogió. Se asegura que su idea fue escalonar el ejército de norte a sur, a lo largo de la línea férrea, cosa que habría sido como entregarlo al enemigo, batallón tras batallón. La mala voluntad que se le tiene ha llegado a tal punto, que trascendiendo y desarrollándose sus efectos, se ha llegado a decir de él que es un cobarde, como he sabido que en Santiago se murmura. Ya no se le puede soportar por sus modales groseros, pero afirmo que eso no es exacto; tal vez no será un jefe muy ilustrado ni de grandes aciertos en punto a estrategia, pero es sereno en la pelea. Cada vez que se le ha presentado la ocasión, no se ha manifestado hombre cobarde. Y a propósito de ocasión, hemos deplorado todos que el general Escala no haya tenido todavía alguna; pero su valentía está suficientemente comprobada, y nadie se atreve a ponerla ni siquiera en duda, pues es el más ilustre y prestigioso de nuestros militares392. 392
Este juicio sobre el coronel Sotomayor, al igual que el comentario previo, es representativo de la tensión imperante en el mando chileno, tanto entre civiles y militares como entre los propios uniformados. El comentario respecto de dicho jefe, coincide en su severidad con los párrafos que le dedica José Francisco Vergara en sus Memorias: «Este hombre tiene un antiguo desarreglo mental que no se le conoce superficialmente, porque lo encubre con un barniz de espíritu alegre y chistoso que impresiona agradablemente a los que lo
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Hoy por la mañana ha desembarcado en Iquique el general Escala, y Baquedano ha quedado como jefe de la división de Dolores; la que marchó a Tarapacá, compuesta del Chacabuco, el 2.º de línea, Zapadores, una batería de cañones, la Artillería de Marina y trescientos granaderos, va mandada por el coronel don Luis Arteaga. La venida del general Escala hace creer que el cuartel general será trasladado a Iquique y que ambas reservas que iban llegando a Antofagasta tomarán el camino de este puerto, mucho mejor situado para las operaciones, con más recursos, mejor clima y mejor extensión para preparar cualquiera grande operación. Hoy se encuentran aquí el regimiento Esmeralda, Lautaro y los Cazadores que aún permanecen en Pozo Almonte. El ministro partió esta mañana, acompañado del coronel su hermano y de algunos oficiales de estado mayor, a dicho punto, y creo que no regresará hasta mañana a primera hora. Ojalá tenga la buena inspiración de apresurar nuestra marcha al norte. El ejército lo pide, y pues él ha dado a Chile gloria y tesoros, es justo acceder a su generosa solicitud. Por otra parte, las diversas colonias extranjeras esperan y casi reclaman celeridad en las operaciones para que cuanto antes se normalice aquí la vida del pueblo, y más aún, para que se principie sin pérdida de tiempo al amparo de los trabajos salitreros que tanto provecho han de dejar al fisco. Termino aquí esta carta, y en cuanto haya algo de importancia que narrar se lo comunicaré. Olvidaba decirle que hoy se publicó un bando para comunicar el decreto que suprime de los derechos de aduana que pesaban sobre los artículos de Chile. Hasta muy pronto. El corresponsal. * Al cerrar esta, leo en La Patria el siguiente detalle del combate de la Encañada:
oyen poco o solo en las conversaciones ligeras de las tertulias. Pero su fondo está vacío y su carácter tan acre e inconstante, que uno lo ve pasar casi súbitamente de los extremos más increíbles de jovialidad a una irritación y dureza tiberiana. Es un hombre que no gobierna su razón». Fernando Ruz, ob. cit., p. 47. Finalmente, y en vista del desfavorable ambiente, Emilio Sotomayor presentó su renuncia a la jefatura de Estado Mayor y, según Bulnes, la expedición que se narra al comienzo de esta correspondencia por él encabezada, fue una forma de darle una salida honrosa. Gonzalo Bulnes, ob. cit., tomo I, cap. XVI, pp. 362-363.
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Piero Castagneto La caballería enemiga, en su mayor parte argentina, que en número de 1.500 dio tres cargas sucesivas contra la artillería mandada por el coronel Velásquez, fue en las tres rechazada con energía, entereza y grandes pérdidas.
Esto es inexacto. La caballería enemiga no cargó contra nadie ni menos contra baterías mandadas por Velásquez, pues estaban cerro de por medio. Lo que hubo fue mucho peor: su situación era al pie del cerro fronterizo al en que por el lado suroeste estaba una de nuestras baterías. La caballería adelantó un tanto, pero no para cargar; y que estuvo a tiro de cañones que se le hicieron tres disparos que introdujeron el pánico en ellos, lo cual los obligó a volver precipitadamente y trasmontar el cerro como si una legión de diablos los hubiera perseguido. Fue la brillante cobardía entre aquel maremágnum de bajezas. Sobre ser cuyanos los soldados de caballería, le diré que creo caprichosa tal aseveración393. * 28 por la mañana Anoche a las doce llegó el Amazonas y tomó a su bordo al general Escala para llevarlo a Pisagua, de donde se dirigió a Dolores. Su repentina marcha ha producido alguna inquietud. Se cree que la vanguardia de la división sobre Tarapacá haya encontrado inconvenientes para avanzar. Yo pienso marcharme hoy a Pisagua y allí sabré pronto lo que pueda haber. Escribiré. El corresponsal. Õ
La guerra El combate de Tarapacá La última versión (Correspondencia especial para EL NUEVO FERROCARRIL)394 Publicamos a continuación una carta de nuestro corresponsal en el ejército, que da una idea completa de lo que fue aquella terrible jornada, que el empuje de nuestros soldados convirtió en una verdadera victoria. Con tanto más placer cedemos la palabra a nuestro corresponsal, cuando que ella autorizadamente viene a desmentir insidiosas inculpa393 394
Efectivamente, no pasaba de ser una «bola» o rumor sin fundamento. Publicada en el periódico El Nuevo Ferrocarril, Santiago, 11 de diciembre de 1879.
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ciones dirigidas contra algunos de nuestros jefes, sobre todo contra el secretario general, el inteligente y abnegado caballero señor don José Francisco Vergara. Señor Editor de El Nuevo Ferrocarril. Recién llegado a Dolores, he buscado algunos pormenores del suceso de Tarapacá, que Ud. conoce ya por el telégrafo y que yo le anunciaba en mi última. Lo que debía suceder ha sucedido. Se dio tiempo al enemigo para que se rehiciese pudiendo haberlo acabado al día siguiente o subsiguiente de la acción de la Encañada395; y cuando para ello había tenido siete días, se le fue a buscar con menos precaución y preparativos que si hubiera sido al día siguiente del descalabro que él sufrió. No quiero entregarme a reflexiones, pues las circunstancias no son las más apropiadas, y además, estoy buscando pormenores del acontecimiento. Por felicidad he encontrado un testigo presencial que me ha proporcionado sus apuntes, y de ellos tomo lo que le transcribo entre comillas. El punto que trata la conclusión de esta carta es una noticia que nos han traído al tiempo de cerrarla. Quiera Dios que sea efectiva, pues entonces estamos hoy mejor que nunca en cuanto a la cuestión principal, aunque apenados con las pérdidas que hemos tenido en vidas. He aquí los apuntes a que me he referido: El 24 se puso en movimiento para Tarapacá una división a las órdenes del teniente coronel de guardias nacionales don José F. Vergara, compuesta de 300 zapadores mandados por el comandante Santa Cruz, 120 granaderos a las órdenes del capitán don Rodolfo Villagrán y 2 piezas de artillería de montaña al mando del alférez Ortúzar. Esta división pasó por Dibujo, oficina del cantón Negreiros, donde hay agua. En esta división vienen los ayudantes del Estado Mayor, sargento mayor graduado don Bolívar Valdés y capitán don Emilio Gana. El 25 la división permaneció todavía la mañana en Dibujo. Se divisaron algunos individuos por el camino; eran trabajadores que de Tarapacá y Huasquiña, que fueron traídos al campamento; eran trabajadores que habían huido a nuestro desembarco en Pisagua y volvían creyéndonos reembarcados para Iquique o Arica. Nos noticiaron de que el ejército boliviano, desbandado en la encañada, había pasado en gran parte rehecho para Tarapacá. Siendo claro que nuestra división era demasiado pequeña para batir a 2.000 hombres que se nos dijo haber en esa plaza, fue mandado a Santa Catalina el capitán 395
Aunque firme de forma distinta que en su correspondencia sobre Dolores, publicada en este periódico el 1 de diciembre de 1879 e incluida en esta obra, lo más probable es que el corresponsal sea el mismo Francisco Machuca, como puede inferirse de su reiteración a la crítica por la falta de persecución al enemigo derrotado después de la batalla del 19 de noviembre.
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Mayor de artillería chileno José de la Cruz Salvo, uno de los protagonistas de la batalla de Dolores, y general peruano Juan Buendía Noriega, jefe del Ejército aliado en Tarapacá. Periódico El Barbero, Santiago, 13 de diciembre de 1879. Gana a pedir un batallón del 2.º de línea y 2 piezas más de artillería. A las 4 P.M. se puso en marcha Zapadores y toda la división, con orden de andar hasta las 9 y detenerse a esperar más fuerzas y al jefe de la división que se quedaba en Dibujo. A las 7 y media, no habiendo llegado las fuerzas a ese paraje, el comandante en jefe se puso en marcha con el ayudante Valdés a alcanzar la división. Se la alcanzó a las 9, y tomando en consideración que habían andado la mitad del camino (5 leguas) se resolvió avanzar a Tarapacá, presentarse a la plaza al alba e intimar la rendición. Se despachó un granadero a Dibujo a comunicar nuestra resolución y seguimos la marcha. A las 2 nos alcanzó un correo con un parte del coronel Arteaga, ordenando al comandante Vergara que se detuviera y esperase una división de 2.000 hombres. Hicimos alto a tres leguas cortas de Tarapacá. El capitán Laiseca396, vuelto de una exploración a Tarapacá, refirió que la plaza estaba saqueada por el ejército aliado, fugitivo en Encañada e Iquique, y que las familias habían emigrado a Tacna. A menudo llega gente desbandada de Pozo Almonte y Noria en busca de agua. Los bolivianos no se han reorganizado y siguen para su país397. Habrá 2.000 hombres bien organizados y como 4.000 en todo; muchos están sin armas398. El 27 al amanecer llegaron al campamento el regimiento 2.º de línea, el Chacabuco y Artillería de Marina con ocho piezas de cañón y 25 cazadores. Esta división iba al mando del coronel Arteaga399. Descansó esta fuerza hasta las 5 del amanecer y emprendió su marcha a Tarapacá, distante 8 396 397
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Capitán Andrés Layseca, exindustrial minero y antiguo conocedor del desierto. Efectivamente, la totalidad de los efectivos aliados reunidos en Tarapacá era peruano, con la excepción de la Columna Loa, boliviana. Bulnes calcula los efectivos del ejército peruano entre 4.500 y 5.000 efectivos; Gonzalo Bulnes, ob. cit., tomo I, cap. XVI, p. 372. Machuca asegura que eran 5.381 combatientes; Francisco Machuca, ob. cit., tomo I, cap. XXIX, p. 346. El general peruano Buendía, por el contrario, aseguraba que sus fuerzas eran de solo 3.000 soldados; Pascual Ahumada, ob. cit., tomo I, capítulo tercero, p. 196. Coronel Luis Arteaga.
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Corresponsales en campaña leguas. La primera división, al mando del comandante Santa Cruz400, se componía de zapadores, una compañía guerrillera del 2.º de Línea, 120 granaderos y 4 piezas de artillería. La segunda división se componía de seis compañías del 2.º de Línea, al mando del coronel Ramírez401; la tercera división, o división central, al mando del coronel Arteaga, se componía del Chacabuco y Artillería de Marina. La primera división debía flanquear al pueblo a media legua de distancia, pasar al otro lado de la quebrada en que está situado, colocar la artillería, dominando el pueblo y esperar. Al mismo tiempo la segunda división debía bajar a la quebrada por nuestra derecha a un sitio llamado Huasquiña y avanzar por el fondo a atacar el pueblo. La tercera división debía atacar de frente por el lado poniente de la quebrada con artillería y fusilería. La primera división es equivocadamente conducida por el práctico, pues la lleva por un camino que pasa tangente al pueblo en vez de ir media legua más al norte. De la manera más imprevista, el enemigo cortó dos piezas de artillería del resto de la división y corta también a los rezagados, empeñándose por consiguiente el combate a 50 metros cuando la división central estaba a una legua del sitio del combate y cuando la división de la derecha no podía todavía apoyarla. La primera división es tomada entre dos fuegos; logra rechazar a los de arriba; pero atacada por fuerzas muy superiores, que surgen de abajo, y sin apoyo de nadie, esta división tiene que batirse en retirada y dejar dos piezas clavadas en poder del enemigo. En campo abierto se sostiene durante una hora y media, teniendo a raya al enemigo, pero pereciendo muchos oficiales y la mitad de su tropa. Cuando esta división se batía en retirada, el comandante Ramírez, con cuatro compañías, ataca al enemigo en el fondo de la quebrada, en el riñón de las posiciones, y se bate desesperadamente; avanza hasta tomar un cuarto de falda del lado del poniente. A medio del combate, el comandante Ramírez era apoyado por dos compañías más del 2.º, mandadas por los capitanes Cruzat y Ramírez402, hermano del comandante. Ante este fuego continuado, el enemigo retrocede y se declara en derrota. De repente, estas esforzadas compañías se encuentran frente a tropas de refrescos; pero los nuestros continúan batiéndose rabiosamente. La división central ataca por fin con artillería y creyendo enemigos a los del 2.º, que se batían ganando a poco las alturas, hacen fuego sobre ellos, de modo que la situación de esa fuerza es terriblemente crítica; solo se libran porque el enemigo, que se ha deshecho de la primera división por bajas y por agotamiento de sus municiones, flanquea a la división central, que se ve obligada a dejar a los del 2.º para defenderse, ganando el llano dispersada en guerrilla. Aquí se rechaza nuevamente al enemigo, pero luego es socorrido por tropas de refresco que acosan a los nuestros, los cuales se mantienen firmes, hasta que el cansancio, la sed y la trasnochada, el número de los contrarios, las enormes marchas a que se les había obligado y la falta de municiones los hace retroceder poco a poco, batiéndose en retirada, dejando inutilizadas cuatro piezas en su poder. Nuestras tropas se desbandan camino de Negreiros. El comandante señor Vergara y sus ayudantes entusiasman a la caballería, que carga al galope hacia la izquierda, y logran hacer volver una buena partida de infantería, con dos piezas de artillería, que marchan al enemigo; mientras tanto, el 2.º de Línea se mantiene firme, se bate valientemente en el fondo de la quebrada, y próximo a quedar sin municiones, carga a la bayoneta; el enemigo se declara en retirada; acabada de dar esta carga por nuestra izquierda, caen los granaderos sobre el enemigo, lo arrollan y amedrentan de modo que permiten a nuestra tropa bajar al agua 400 401 402
Teniente coronel Ricardo Santa Cruz, comandante del regimiento Zapadores. Teniente coronel Eleuterio Ramírez Molina, comandante del regimiento 2º de Línea. Capitanes Pantaleón Cruzat y Pablo Nemoroso Ramírez.
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Sátiras varias contra la alianza peruano-boliviana. Periódico El Nuevo Ferrocarril, Santiago, 4 de diciembre de 1879.
y aún dar alfalfa a las cabalgaduras, a media milla más abajo del pueblo. Aquí nuestras tropas se hartan de agua, se ponen a comer y se tienden en el bosque; se creían vencedores, pero este espacio de reposo se debe a la carga de caballería y a la de bayoneta. De repente aparece un batallón enemigo, de refresco, por la izquierda; nuestras dos últimas piezas le hacen fuego, pero lo demás de nuestra fuerza no los auxilia, pues toma el camino en dirección a la línea férrea sin que sea posible hacerla detenerse. La caballería baja a proteger el carguío de nuestros víveres. La última fuerza enemiga alcanzó a cortar el camino de repechada de nuestras tropas, que tomaban agua, y les hicieron fuego; pero un piquete de Artillería de Marina, que volvía de un reconocimiento quebrada arriba, en busca del comandante del 2.º que no aparecía y de quien se contaba que había muerto, protegió la subida de nuestros últimos soldados, que tomaron, como los demás, sus armas en silencio y marcharon ordenadamente a Negreiros. El combate ha durado ocho horas. El 2.º de Línea ha sido destrozado, ha tenido muchos oficiales muertos y heridos. Zapadores ha perdido cerca de una tercera parte de su gente. Al retirarnos de Tarapacá, el pueblo ardía incendiado por el enemigo, y una gruesa línea de fuerzas se divisaba en la cresta de los cerros marchando en dirección a Arica. El enemigo ha desalojado por una parte las posiciones al mismo tiempo que nosotros nos retirábamos por la otra, pues la extenuación de los nuestros era tal, que no permitía sostenerse ni un cuarto de hora más. Hoy 29 han venido exploradores mandados al campamento y aseguran que él está terriblemente sembrado de muertos. No sé hasta dónde sea perfectamente efectivo lo que aseguran, pero sus noticias son que, contados minuciosamente los cadáveres, quedaron 700 y tantos muertos y no menos de mil seiscientos enemigos403. Las preciosas vidas perdidas tan sin objeto, y solo por falta de previsión, quedan, pues, indemnizadas con las pérdidas espantosas del enemigo y las ventajas que significarían para nuestra causa y la próxima solución del conflicto internacional. Tengo una lista de oficiales que hasta hoy corren como fallecidos, pero no la incluyo porque sé que no es exacta, y la prueba de ello es que solo en 403
Las bajas chilenas fueron 3 jefes, 18 oficiales y 525 individuos de tropa muertos, 21 oficiales y 191 individuos de tropa heridos y 16 individuos de tropa desaparecidos; en total, 546 muertos, 212 heridos y 16 desaparecidos. Cifras que entrega el autor Francisco Machuca, basándose en el parte oficial del coronel Arteaga. Este historiador señala que las bajas aliadas ascendieron a 236 muertos, 261 heridos y 76 prisioneros. Francisco Machuca, ob. cit., tomo I, cap. XXIX, pp. 345-346.
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Corresponsales en campaña la mañana de hoy hemos sabido que seis de los que se tenían por muertos están únicamente heridos. Como hoy sale una expedición a Camarones, no podré esperar agregar algunas otras noticias a esta carta, pues entiendo que hay interés en el movimiento indicado y conviene conocerlo. Veré si dentro de poco puedo escribirlo, aunque temo que pasarán algunos días sin que tenga proporciones para hacerlo. Hasta la próxima. El Corresponsal
P. S.– En el momento de partir al campamento de Dolores, recibimos la confirmación de las últimas noticias, esto es, de aquellas en que se nos habla de las enormes pérdidas del enemigo. Además, se nos asegura que ha muerto el coronel Suárez, alma y brazo de la Alianza; igualmente se nos hace saber que el general Villamil ha caído, pero dicen que su muerte ha sido en la acción de la Encañada404. De los muchos muertos que contábamos nosotros, unos pocos de ellos han resultado solo heridos. Sea como sea, nuestras ventajas son grandes, y la mayor de las barbaridades nos ha sido de gran provecho. Hasta luego. Õ
Batalla de Tarapacá El regimiento 2.º de Línea y su heroico comandante405 De una carta escrita por uno de los oficiales que se encontraron en el combate de Tarapacá dirigida a don Fermín Quinteros, sobrino del bravo entre los bravos, comandante del 2.º de Línea, extractamos los siguientes párrafos. La carta está fechada en Santa Catalina, el 30 de noviembre... Espero no extrañarás que solo te hable de las proezas del regimiento 2.º de Línea y de todos sus bravos oficiales, pues solo esto debe interesarte, por cuanto en ellas han sido actores deudos queridos y amigos inolvidables que han derramado su sangre y rendido la vida con entusiasmo en aras de la patria. Comenzaré por el comandante Ramírez ¡qué hombre aquel, o qué héroe más bien dicho! El comandante Ramírez, querido amigo, será, no lo dudes, el tipo de los valientes en el ejército como Arturo Prat lo es en la marina. 404
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Coronel peruano Belisario Suárez y general boliviano Pedro Villamil. Ambas aseveraciones resultaron falsas, puesto que ambos escaparon ilesos. Publicada en el diario La Patria, Valparaíso, 8 de diciembre de 1879.
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Teniente coronel Eleuterio Ramírez Molina, comandante del regimiento 2º de Línea, muerto en la batalla de Tarapacá. Periódico El Barbero, Santiago, 20 de diciembre de 1879. Herido en el brazo derecho pocos momentos de comenzada la batalla, tu tío, el bravo jefe, siguió impertérrito, montado en su caballo, dando órdenes y dirigiendo a su heroico regimiento con la misma calma que si estuviera sólo en un simple ejercicio o simulacro de combate. Sin embargo, su herida manaba mucha sangre y él lo único que hacía era enjutarla con un pañuelo. Sus oficiales, que como tú lo sabes lo idolatraban, le pedían encarecidamente se desmontase de su caballo, se retirase del combate y se pusiese en inmediata curación; pero él nada oía y, por el contrario, me dicen que varias veces manifestaba su disgusto por las exigencias cariñosas de sus oficiales. Y siguió mandando y distribuyendo sus soldados en la parte que le parecía más conveniente para proteger a las fuerzas de sus compañeros de armas que se encontraban más amagados por el enemigo. En estas circunstancias y viendo que el comandante Ramírez no quería abandonar el campo de batalla, ni a su querido regimiento para curarse de su herida, el capitán don Diego Garfias Fierro, le dijo en el mismo instante en que las balas llovían sobre sus cabezas. «Comandante, ya que usted no quiere conservarnos su preciosa vida permítame siquiera le vende su herida». El comandante se dejó hacer, y el ayudante Fierro, rasgando un pedazo de la camisa, le vendó la herida. Inmediatamente después el bravo comandante Ramírez, engarzando las riendas de su caballo en el brazo herido y tomando su espada en la mano izquierda, se lanza como un león al centro del combate, señalando a sus capitanes las posiciones que debían tomar con su tropa y avivando con su ejemplo y su palabra el entusiasmo de sus bravos soldados. Momentos después una bala del enemigo le mata a su ayudante Garfias Fierro. El comandante llama entonces al capitán don José Ignacio Silva para que le sirviese en ese puesto; y a pocos instantes, otra bala del enemigo deja fuera de combate a este capitán. El comandante queda solo y como un león enfurecido se dirige a todos los puestos en que pelean sus
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Corresponsales en campaña soldados, imparte órdenes en todas direcciones, a cada momento ve que sus oficiales y soldados caen bajo el nutrido fuego de las balas del enemigo, que parapetados y a mansalva herían certeramente a los del 2.º que peleaban a pecho descubierto siguiendo a su bravo comandante y haciendo casi impotente el denuedo y bravura de los nuestros. En medio de tanto heroísmo y confusión otra bala del enemigo viene a herir nuevamente a nuestro heroico comandante y lo echó por tierra; pero aún así y tendido en el suelo, todavía hacía sentir su voz animando a sus soldados. Poco después y en medio de las balas, el querido comandante fue conducido por sus soldados a un rancho inmediato, quedando dos o tres de ellos. Lo que después sucedió, no nos ha sido posible averiguarlo porque cuando evacuamos la plaza, todo fue desorden y confusión; y cuando por segunda vez la recuperamos, el comandante Ramírez ya no fue encontrado en ninguna parte. ¿Qué había sido de él? ¿Nuestros infames enemigos habían cometido la barbarie de ultimarlo así herido, o lo habían llevado prisionero? Hasta ahora nada sabemos; pero es lo cierto que el comandante Ramírez no aparece y que los leales corazones que han servido bajo sus órdenes temen por su suerte. Si la patria tuviese la desgracia de perder a tan distinguido y valiente jefe, no solo el ejército tendría que lamentar esta irreparable pérdida, sino que el corazón de todo chileno tendría que cubrirse de luto como lo hizo ante la tumba del héroe de Iquique. Si ha habido grandes héroes en el mar, querido amigo, la figura del comandante Ramírez resalta como uno de los héroes más grandes en el ejército, y en la batalla de Tarapacá que por su heroicidad es una de las más grandiosas e importantes hasta la fecha en la presente guerra, y que ha costado a la patria el sacrificio de tantos bravos, descollará luminosa siempre, la figura del comandante del 2.º. Son tantos los episodios que he visto de las proezas y denuedo del regimiento 2.º de Línea en esta batalla, que casi no es posible narrar con exactitud todo lo que se hizo. La conducta de oficiales y soldados ha estado a la altura del denuedo, sangre fría y valor de su incomparable jefe, y como una prueba de tanto heroísmo y abnegación, están las 23 bajas que han tenido entre sus oficiales y ese regimiento. Han caído el primero y segundo jefe y 21 oficiales más entre muertos y heridos. ¡Increíble y conmovedora realidad! ¡Espartano heroísmo! ¡Jamás en los fastos de las guerras habráse leído un hecho semejante! ¡Un regimiento de bravos que sucumbe luchando como leones, y que deja en el campo de batalla los tercios de sus oficiales! Pero caro ha costado este sublime sacrificio a nuestros falaces enemigos. El 2.º casi ha sucumbido, pero 1.500 cadáveres de peruanos y bolivianos atestiguan su bravura!406. Pero hay más, querido amigo: la conducta del regimiento 2.º de Línea ha sido verdaderamente homérica por su abnegación en el sacrificio. Ha sostenido durante más de dos horas, impasible y sereno, el nutrido fuego enemigo con el único objeto de proteger la retirada del resto de sus compañeros de armas. En fin, amigo querido, no tengo tiempo para más. Tuyo.– N. N.
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Cifra evidentemente exagerada. Según Machuca, las bajas aliadas ascendieron a 236 muertos, 261 heridos y 76 prisioneros. Francisco Machuca, ob. cit., tomo I, cap. XXIX, pp. 345-346.
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La Guerra (Correspondencia para EL PUEBLO CHILENO)407 A fin de no privar a nuestros lectores de los datos que nos suministran nuestros corresponsales, por las correspondencias llegadas en la mañana de hoy en el vapor Limarí, damos el presente suplemento. * Dolores, diciembre 23 de 1879 Señor Editor: Es necesario decir la verdad. Disimular los errores, es lo mismo que aceptarlos; callar las faltas, es hasta cierto punto hacerse cómplices de ellas. Sobre todo, tratándose de las operaciones de una guerra extranjera, el interés de la patria debe estar sobre todos los intereses, y la justicia antes que las personas. Así, pues, amigo mío, allá van algunas verdades, cuya autenticidad garantizo a Ud., y que harán abrir los ojos a nuestros gobernantes, muy próximos ya a caer en la censura que envuelve al genera y a otros jefes. Vamos a cuentas. Don Emilio Sotomayor, a quien mucho reprochábamos los arranques inconvenientes de su carácter, es sin embargo un militar valiente y frío en el combate; inteligente y acertado en sus disposiciones. Sabido es que entre el general en jefe y aquel mediaban antipatías profundas, nacidas de varias causas, que no es necesario mencionar aquí. Pero, de esta, a que el general Escala ordene a su jefe de Estado Mayor partir para Iquique408, con el objeto de fraguar el plan de campaña de Tarapacá, sin que aquel tuviera conocimiento, y sin que pudiera así impedirlo, hay la misma distancia que entre una discordia privada y una falta pública del carácter más grave. El general Escala, conspirando contra el jefe de Estado Mayor, vencedor en Pisagua y en Dolores, es un fenómeno que el gobierno de Chile debe calificar con las leyes penales más severas. Sin embargo, el general Escala continuó en su puesto, aún después de Tarapacá, aborto monstruoso de la ignorancia, que precedió al plan de combate, y de la mala fe que lo engendró. 407 408
Publicada en el diario El Pueblo Chileno, Antofagasta, 30 de diciembre de 1879. En realidad, el coronel Sotomayor había renunciado a este puesto, tras lo cual se dirigió hacia Iquique.
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El general Escala, que no estuvo en Dolores el 19 de noviembre, sino cuando había concluido la batalla, publica el parte relativo a ella, bajo su firma, como si hubiera asistido al combate409; guarda el parte de Sotomayor410, y recomienda en el suyo a personas que no tenían otro mérito que el ser enemigos personales del vencedor de Dolores. Así mismo, calla el nombre de los que este recomendaba, y en resumen somete a su gobierno una pieza que ha indignado al ejército por su inexactitud y parcialidad. Llega Tarapacá. Allí la reflexión y el estudio de ese hecho tropiezan con tal cúmulo de destinos; con errores tan monstruosos, que no puede uno contenerse en los límites de la fría calma, y la indignación acude al alma, y uno se irrita hasta en las fibras de su organismos. Ya sabemos lo que fue aquello. Tarapacá fue un triste sepulcro de quinientos de nuestros conciudadanos, que desde la eternidad clamarán contra la ignorancia inaudita de los sepultureros; que así, y no jefes militares, debiera llamárseles. Ya no hay victoria forjada después del desastre, como al principio quiso hacerse creer. Ya no hay cañones recuperados411. Ya no hay mil seiscientas bajas del enemigo, como aseguraron que había412. El velo se ha descorrido, y allá en el fondo de la pampa, en ese profundo tajo que se llama Tarapacá, solo quedan el heroísmo del roto, como única compensación a las ochocientas bajas que hubo, entre muertos y heridos; a los siete cañones, al estandarte y banderolas, y a los cincuenta y cuatro prisioneros, llevados por el enemigo. Tarapacá es un corte brusco del terreno; es una grieta profunda, que corre sur a norte próximamente, con la que tropieza el viajero que, desde la línea de fierro, partiendo de Dibujo, se dirige al oriente. El borde de este lado, domina no solo el fondo de la quebrada, sino también el otro borde, cuyo nivel es notablemente más bajo. De modo que, diez cañones colocados arriba, debieron indefectiblemente rendir a los cuatro mil quinientos hombres que había en el pueblo; y el coronel Ríos, y otros prisioneros peruanos, así lo confiesan. Pero, el coronel Arteaga, gran sacerdote de esa
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Pascual Ahumada, ob. cit., tomo II, capítulo segundo, pp. 133-135. Ibíd., pp. 135-137. Las piezas de artillería chilenas perdidas en la batalla de Tarapacá, fueron gradualmente encontradas, desenterradas y recuperadas por una expedición allí enviada, entre los días 22 de diciembre de 1879 y 9 de enero de 1880. Parte oficial en Ibíd., capítulo quinto, pp. 322-324. Según Machuca, las bajas aliadas ascendieron a 236 muertos, 261 heridos y 76 prisioneros. Francisco Machuca, ob. cit., tomo I, cap. XXIX, pp. 345-346.
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matanza, dividió sus dos mil hombres en tres secciones, llevando Santa Cruz la vanguardia con cuatrocientos hombres próximamente413. Seguíale, una legua más atrás, la Artillería de Marina y el Chacabuco; y se mandó al sacrificio, por el fondo al bravo y malogrado Ramírez, que debió hacerse inmolar estoicamente en aras de la bestialidad. Así, se abandonó la altura, cuando gracias a ella dominaban completamente a un enemigo, a quien no quedaba más recurso que rendirse o perecer hasta el último. Santa Cruz recibe orden de colocarse en un punto determinado, y a pesar de que ve subir al enemigo, que intentaba esa operación como un acto desesperado, se opone a que la artillería haga fuego, y sigue marchando a pesar que lo rodean y lo dividen. No repliega a tiempo, ni se bate oportunamente, y los contrarios lo deshacen en cinco minutos414. Acuden a prisa las divisiones de Toro y Vidaurre, y dejan atrás a más de seiscientos rezagados; pues es de advertir que el coronel Arteaga, así como había cambiado el ataque sin conocimiento del terreno, así también no había dado de beber a su gente que moría de cansancio, y algunos, no habían tomado agua hacía cuarenta horas. Dominada también esta división, se bate sin éxito y sin orden; y hacen fuego en la confusión, sobre los heroicos soldados del 2.º. Domingo Toro, comandante del Chacabuco, abandona su batallón, que queda así sin jefe, y va a servir oficiosamente de ayudante de campo al coronel. La caballería marcha por su cuenta y caminaba al trote, camino de Negreiros, cuando Jorge Wood y otros, la organizan y la obligan a cargar. He ahí los detalles dominantes de ese desorden, en que todo brilla, menos el valor y la inteligencia de los jefes. Nuestros soldados luchan ocho horas así; ¡horas mortales, en que la sed y el cansancio pueden más que el temor a la muerte!
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Hay consenso entre los principales estudiosos de este conflicto del error que significó fraccionar la fuerza de esta división en tres secciones que, además, estaban demasiado separadas para ayudarse entre sí; más aún, ante un enemigo de cuyo número no había certeza, y que se suponía erróneamente no tendría la voluntad de resistir. Gonzalo Bulnes, ob. cit., tomo I, cap XVI, pp. 369-379; Wilhelm Eckdahl, ob. cit., tomo I, cap. XLIV, pp. 706-710; Francisco Machuca, ob. cit., tomo I, cap. XXVII, p. 328. Este reproche al comandante de Zapadores Ricardo Santa Cruz, parece estar claramente alimentado por la opinión de los jefes de la artillería, coronel José Velásquez, cuyo parte oficial fue, a su vez, informado en esta parte, por la información que le proporcionó el mayor Ezequiel Fuentes. En Pascual Ahumada, ob. cit., tomo II, capítulo tercero, pp. 193-195. El propio comandante Santa Cruz rebate estas acusaciones en carta al general Erasmo Escala, donde afirma que la artillería que le había sido confiada no estaba en posición de atacar eficazmente al enemigo el que, además ocupaba previamente ventajosas posiciones. En Sergio Fernández Larraín, Santa Cruz y Torreblanca, capítulo tercero, pp. 41-45.
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Para completar todo esto, que es triste de por sí, queda el cuadro final: el coronel Arteaga, y Domingo Toro, y Santa Cruz, llegan los primeros a Dibujo, dejando atrás a sus soldados y heridos, que se las arreglen como puedan. Después de la tragedia, viene la farsa. Como el médico a palos, que se encontró médico sin saberlo, así estos señores, se encontraron victoriosos sin haberlo apercibido. Eran ellos vencedores, y vencidos los enemigos; héroes ellos, y los enemigos débiles e impotentes. Habían vencido, dos mil contra seis mil: he aquí lo que contaban a toda voz. Se dio por Arteaga un parte en que se recomendaba a Santa Cruz, a Toro y a Vidaurre; es decir, a los tres cómplices principales de la carnicería; y el general Escala, aceptó con gusto ese expediente, que lo salvaba a él de la responsabilidad mediata de la derrota. ¡Se llegó hasta proponer a Santa Cruz, al falso héroe de Pisagua; al que en este asalto, no salió del recinto de la playa; al que imbécilmente se hace derrotar en Tarapacá; se le propuso digo, para reemplazar al ilustre mártir de su torpe obra; para sustituir al denodado Ramírez! El cinismo tomó todas las formas, aún las más increíbles. El coronel Arteaga, en lugar de ser objeto de una investigación y sumario, que la ordenanza exige, fue ascendido al puesto, interinamente, de jefe de Estado Mayor, en que se desempeña415. La acción de Tarapacá fue objeto de elogio en una orden del día especial, y aún se habló al general de un distintivo que debieran llevar todos los que allí fueron batidos... Los hombres pundonorosos y patriotas, que han reprobado todas estas indignidades, han sido alejados del círculo de los jefes, y estos solo miran con buen ojo a aquellos que se hacen eco de sus miserias y engañifas. Salvo, el denodado Mayor, el héroe de la jornada del 19, fue designado por la voz pública para un ascenso inmediato. Este valiente oficial, se imponía con su conducta, a todos: a los buenos, por justicia; a los envidiosos, por la evidencia incontestable de su heroico comportamiento. Sin embargo, estos han podido más que aquellos; y Salvo, que, concluida la guerra volverá al hogar, no para seguir la carrera del soldado, sino para practicar la de abogado, no llevará de la campaña, de que él ha sido la figura más brillante, la más leve muestra de la gratitud y aplauso de sus conciudadanos. No llevará un grado o una medalla por recuerdo, pero su nombre quedará en la página eterna de nuestra historia, que da más brillo que el que quisieran quitarle la emulación o la envidia.
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Posteriormente fue trasladado a Santiago, donde desempeñó diversas jefaturas.
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El general Escala no persiguió al enemigo después de Dolores; cuando debió haber acabado la guerra, junto con ese ejército. El general Escala no lo persiguió después de Tarapacá, cuando tuvo quince días para cortarle el paso, ya sea por tierra, ya por mar, en la quebrada de Camarones. El general Escala no ha recompensado el valor ni hecho apreciar la inteligencia en sus subordinados. Se ha puesto al lado de los ineptos, aceptando la farsa de una victoria en Tarapacá. No los ha enjuiciado como debió hacerlo. Se prestó a una estratagema indigna contra el jefe de Estado Mayor, y ocultó su parte, sustituyéndolo virtualmente en la dirección del combate de Dolores. Al llegar al campo ese día, ofreció a los soldados un espectáculo ridículo, que no me atrevo a consignar aquí, por temor a las burlas del extranjero; pero que todos conocen416. En una palabra, el general Escala se ha hecho imposible como jefe del patriota ejército de Chile, que en este instante clama por un cambio417. Todos, desde subteniente a comandante, están al cabo de estas cosas, y es inútil ocultarlas. Se censura en alta voz en los campamentos, y se dice que solo la intriga política es causa de que ese cambio no se haya verificado. 416
417
Alusión al incidente ocurrido en la tarde tras la batalla de Dolores, cuando el general Escala arribó al campamento chileno precedido del estandarte de la Virgen del Carmen, asegurándole a su secretario, José Francisco Vergara, que esa imagen habría de dar el triunfo, «aunque Ud. no crea en ella». A lo que Vergara replicó: «El triunfo será nuestro, mi general, si arremetemos luego y con vigor al enemigo», observando en seguida: «Me contestó algunas palabras benévolas que me hicieron mirar con indulgencia y con sentimiento benévolo su falta de conocimiento de lo que tenía entre manos...» Fernando Ruz T., «Memorias de José Francisco Vergara…», ob. cit., p 56. Los juicios de la posteridad sobre el general Escala presentan una dicotomía, ya que son benévolos respecto de sus cualidades personales, aunque con reservas en lo relativo a su desempeño como jefe militar. Para Gonzalo Bulnes, Escala pertenecía «a la vieja escuela disciplinaria que consideraba indispensable que el General en Jefe tuviera la reyecía absoluta en el campamento, y que no hubiera en él otro centro de iniciativa», y que «con una noción más correcta de la organización de un ejército moderno, se habría dado cuenta que la autoridad del General en Jefe no disminuye acatando la libertad de acción de otras oficinas o repartimientos auxiliares concurrentes a su fin directivo». Este autor le reconoce una naturaleza «sumamente bondadosa, inclinada siempre del lado del humilde» y el ser «un hombre respetable y digno», pero que «por las circunstancias anotadas encontró dificultades en el desempeño de su cargo». Gonzalo Bulnes, ob. cit., tomo I, cap. XIV pp. 308-309. Por su parte, José Francisco Vergara lo recuerda como «un hombre bueno, por desgracia excesivamente afable, sin paladar moral, sin noción ninguna del negocio que tenía entre manos, con una exuberancia de tontera como pocas veces se ve igual y con un cerebro incapaz de generar y ni siquiera de recibir la impresión de la más elemental idea abstracta». Fernando Ruz T., «Memorias de José Francisco Vergara...», ob. cit., p. 34. La creciente resistencia que suscitó el general Escala terminaría por ser un factor determinante en su renuncia, en marzo de 1880.
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Se habla mal de Santa María y ya se duda de su patriotismo. Se espera que haga él con Escala y otros, lo que con Williams y Thomson. Si esto se hace, se hará un hombre popular y querido: sino, ¡quién sabe lo que suceda! No solamente entre los oficiales, sino también entre los soldados mismos, circula a cada instante la voz poderosa de la crítica, que se manifiesta en todas sus formas. Hemos visto versos, décimas populares, compuestas por los soldados de Tarapacá, y repartirse manuscritas por todas partes. El saludable respeto impuesto por la ordenanza militar del subordinado al superior, si existe tratándose de la disciplina y de todas las labores de un ejército en guarnición y en campaña, no sucede lo mismo tratándose de la respetuosa confianza que el inferior guarda al jefe. Después de Dolores se criticó acremente la conducta del comandante Castro del 3.º, que no atacó al enemigo cuando se le dio orden de hacerlo; y también a Soto Aguilar, de la caballería, cuyo parte contiene inexactitudes, como la de haber, después de la batalla, perseguido al enemigo, lo que es completamente falso. Antes del 19, en Pisagua ya hubo también lugar de apercibirse de que los jefes, como Ortiz del Buin, y otros, desembarcaron después de su tropa, y Santa Cruz que lo hizo, no salió del recinto de la playa, cuando los del Atacama elevaban en la cumbre su bandera418. De modo pues, que Tarapacá ha acabado de poner en transparencia la conducta de algunos jefes, y la inepcia y complicidad con aquellos, del general Escala. Como un comprobante más, allá va este dato: un oficial del 2.º, encontró en el campo de batalla, una carta de un señor Cabrera, peruano, dirigida a su padre. Narra en ella todas las peripecias de la batalla de Dolores; asegura que iban en la más completa confusión y desorden hacia Tarapacá, y que un piquete de caballería nuestra, habría bastado para dispersarlos a todos o tomarlos prisioneros. Concluye su carta con esta epifonema: «¡La estupidez de los chilenos no tiene nombre!». Esta carta fue entregada al general Escala, quien de seguro se guardará muy bien de publicarla. Concluyo por ahora estas consideraciones. Es necesario que todo se sepa, pues de lo contrario, quedarán impunes los ineptos, y nuestro ejército se expone a ser derrotado en la primera batalla seria que se presente. Los que creen que el conocimiento de la verdad puede dañarnos, se equivocan. Que nos derroten o no, debemos en todo caso ser hombres y remediar el mal diciéndola entera y franca: si no, quedamos en el mismo 418
Diversas fuentes de la época consideraron que la conducta de Santa Cruz en Pisagua había sido acertada y valerosa. Sergio Fernández Larraín, ob. cit., capítulo segundo, pp. 28-29.
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nivel que los peruanos, para quienes todo es victoria, aún las rendiciones más vergonzosas. Hasta otra vez, lo saluda su afectísimo V. O. M. * Pisagua, 25 de diciembre de 1879. El reconocimiento mandado practicar por el General en Jefe, a algunos oficiales de ingenieros, no pasó de Tana, a cinco leguas de la línea de fierro. Siempre nos quedamos atrás en las operaciones de esta especie. En todas partes los ingenieros van a la vanguardia de los ejércitos, reconociendo el terreno, midiendo las distancias, estudiando la topografía de todos los puntos importantes, y levantando cartas en que estén marcados los caminos, las aguadas, las alturas, etc. Aquí no sucede lo mismo: los reconocimientos no han sido hechos, o han sido ejecutados por personas enteramente ajenas a la profesión; de modo que no han dado hasta ahora los resultados que esperaban. Fuera de la línea de fierro, muy poco conocemos, y si mañana el enemigo volviera a acosarnos, quién sabe las dificultades que habría de nuevo que vencer. Nuestro ejército permanece diseminado en las estaciones de Santa Catalina, donde reside el cuartel general; Dolores, San Antonio, Jazpampa, Pisegua e Iquique. Hay también avanzadas en Pozo Almonte y Dibujo; y en Tiliviche y Tana. Nada nuevo hay que comunicar. Hace tres días, dos oficiales del Santiago, llegaron a un punto de la pampa por donde había pasado el enemigo. Encontraron el camino marcado por un reguero de rifles y municiones, y también cadáveres de algunos individuos muertos de sed. Ya sabrán Uds. que los peruanos llegaron a Arica desde Tarapacá solo con tres mil seiscientos hombres: han perdido como la mitad de la gente en la retirada. ¡Si los hubiéramos perseguido! Pero, a qué hablar, cuando los hechos consumados no tienen vuelta... Hace poco hice una excursión hasta el cuartel general. Tuve ocasión de tomar nuevos y exactos datos sobre Tarapacá, y es necesario decirlo, si esto no fue una derrota, no dejó de ser, por lo menos, una retirada desastrosa, en que dejamos siete cañones, en poder del enemigo, como también seiscientos rifles, un estandarte, dos banderolas y cincuenta y cuatro prisioneros. Entre estos, va una cantinera del 2.º. 264
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Se confirma hasta la evidencia las ultimaciones de nuestros heridos hecha por nuestros enemigos, después del combate. Se encontraron más de cincuenta cuerpos carbonizados dentro de algunas habitaciones, donde otros tantos heridos se refugiaron. ¡Allí fueron infamemente quemados vivos!... Como doscientos cadáveres se encontraron también de soldados muertos a bala a orillas del arroyo, en el momento en que, llenos de ansiedad, se precipitaban a beber agua. Se cree que Ramírez fue igualmente quemado vivo; pues se le vio entrar y no salir, de uno de los tantos ranchos a que después se prendió fuego. Los comentarios circulan por todo el ejército sobre ese desastroso hecho de armas, y nuestro pueblo de suyo irónico y burlón, ha producido ya varias composiciones en verso sobre el asunto de Carapatrás, como ellos dicen. Tuve ocasión de leer dos de ellas llenas de sal y de chiste, a la vez que de ironía y amargura. Hoy a las seis de la mañana fondeaba el Huáscar en nuestra bahía. Todos se precipitaron a la playa a verle: es la muestra material que más nos enorgullece, por lo mismo que este buque era el baluarte de los enemigos, su tabla de salvación y la causa de toda su insolente vocería. Dentro de poco, dicen, marchará al Callao a establecer el bloqueo de dicho puerto. Dije en mi anterior que el sargento Necochea había llegado al campamento de Dolores. Es un joven de diecisiete años, hijo del capitán de este nombre del segundo de Línea419. La entrevista entre ambos fue tierna y conmovedora. El capitán Necochea es un hombre valeroso, que en Tarapacá fue acribillado a balazos. Además de sus heridas está lleno de quemaduras, pues los peruanos intentaron también quemarlo vivo, y sólo escapó debido a la casualidad. Cuando vio a su hijo se dejó abrazar todo conmovido y llenos los ojos de lágrimas. –¿Cómo se siente Ud. padre, de las heridas? –le preguntó aquel. – Desde este momento muy bien. Puedo asegurarte que la herida que más terriblemente me desgarraba, era la de haberte perdido; pero ahora que estás a mi lado, me olvido de todo, aún del que pretendió ultimarme. Desde ese día el capitán Necochea mejora visiblemente, y no se desespera ya de su salvación. El Covadonga acaba de fondear del norte sin ninguna noticia de importancia. El vapor Santa Rosa partió para el Callao algunos momentos después. 419
Capitán Bernardo Necochea.
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Síguense encontrando municiones dejadas por el enemigo en su precipitada huida de Dolores: puede decirse que no hay oficina ni camino donde no se vean cápsulas de rifle y piezas de equipos militares, pertenecientes a los célebres soldados de la Alianza. La provisión del ejército y el servicio de ferrocarril, mejoran de día en día. El coronel Urriola420 sustituyó en la delegación de la intendencia al señor Lira, y ha desplegado una actividad digna de elogio. Una división de quinientos hombres en la que van cien de caballería, salió ayer de Jazpampa para Camarones, a las órdenes del comandante Lagos. ¡Ojalá se hubiera hecho esto antes! Augusto Orrego Õ
Expedición al valle de Tarapacá (Correspondencia especial para LA PATRIA)421 Sumario.– Noticia de Albarracín.– División que marcha a buscarlo. Ofrecimiento del comandante Vidaurre.– Ídem del coronel Muñoz.– Eduardo Moreno V.– Manuel A. Quirós.– Sargento Hurtado.– La formación.– Todos quieren ir.– Un sargento que llora.– Digna oficialidad.– Digno jefe.– Se suspende el viaje.– La partida.– La tropa.– Dos cucalones.– Dibujo.– Don Juan.– Ilbaca.– El alojamiento.– Los cazadores.– El agua.– En marcha.– El desierto.– Camino del infierno.– Llegada a Quillaguasa.– Sepultura de Pedro Urriola.– La carbonada.– La oficialidad de los Cazadores.– Tarapacá.– Aldeas del valle.– Miseria.– Llegada de la infantería a Guaraciña.– Id. a Quillaguasa.– Propios.– El campo de batalla.– Trece cadáveres en el alto.– Horrible pira.– Encuentro del cadáver del capitán Garretón.– Rabia y desesperación.– Juramento de venganza.– El 2.º no admite estandarte.– Jura conquistarlo.– Calavera atravesada con bayoneta cuica.– Medidas del comandante Vidaurre.– Orden especial.– El amanecer del 25.– Los ataúdes.– El depósito.– Un cerro sembrado de cadáveres.– Muertos armados.– Otros juramentos.– A Pachica.– La vigilancia.– Aldeas y sus habitantes.– Tarapacá desierta.– Gente armada.– El enemigo al frente.– El cucalón.– No le dan cápsulas.– La verdad.– Una caza.– Presa hecha por un cucalón.– Al campamento.– La vuelta.– Las oficinas.– Germania.– Húsares de Junín.– Fiesta.– La Providencia.– Deseo cumplido.– Valiente y noble conducta del comandante Vidaurre.– Ídem de Santa Cruz.– Al lado de Prat.– Una verdad oscurecida.– Los sepultados.– Objetos recogidos.– El asta del estandarte de la Artillería de Marina.– Robo de una cápsula.– El comandante Vivar.– Dos oficios.
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Se refiere al coronel Gregorio Urrutia Vásquez, quien había sustituido en ese puesto a Máximo R. Lira. Publicada en el diario La Patria, Valparaíso, 11 de febrero de 1880.
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Santa Catalina, enero 31 de 1880. Señor Editor: El 20 de enero, después de tenerse noticia de que el coronel Albarracín andaba con una montonera y que llevaba caballos de tiro, como lo aseguró el coronel Zubiría422, se mandó alistar una división para que fuera a atacar a Tarapacá o sus inmediaciones, a donde se suponía se dirigía. El comandante don José R. Vidaurre423 se ofreció a hacer la expedición, siendo sus servicios aceptados en el acto, recomendándosele estuviera listo para salir el 21. El coronel don Mauricio Muñoz424 también ofreció espontáneamente sus servicios. El 21, cuando ya se tuvo conocimiento de la expedición, el subteniente don Eduardo Moreno Velásquez se presentó ante el comandante señor Vidaurre a pedirle por gracia lo llevara a la expedición; momentos después el subteniente don Manuel Antonio Quirós y el sargento 2.º don Alberto Hurtado Valdés pedían esta misma gracia. La conducta de estos valientes, que piden por gracia los lleven a la gloria o a la muerte, nos enterneció primero y nos llenó de orgullo y de entusiasmo después. No puede perecer, no perecerá jamás un país que tiene tales hijos. Asistí a la formación de la tropa y vi los setenta y cinco que en fila se apartaron para la expedición. Mandó el jefe dar un paso adelante a los que tuvieran malo el calzado, después a los que no quisiesen ir, y no hubo nadie que por este último motivo se adelantara. De los que habían salido al frente por el mal estado de su calzado, varios se volvieron a las filas asegurando que les alcanzaba para la expedición y que podrían ir perfectamente. Hubo necesidad de ordenar a algunos que salieran de las filas porque su calzado se hallaba en pésimo estado; uno de esos vacíos que se ordenó dejar, mientras se descuidaron los oficiales, el soldado Eugenio Parra, con un paso atrás lo tomó y quedó como si tal. Todo esto me llenaba de alegría, pero se cambió en admiración al ver llorar, materialmente llorar, al sargento 2.º José del C. Rojas porque no le había tocado en suerte ir con sus compañeros a batirse con el aborrecido enemigo. Hubo de acceder a sus deseos y entonces vimos a este joven contento y risueño tomar su lugar en las filas. Varias veces preguntó el comandante señor Vidaurre si alguno quería quedarse por enfermedad u otro motivo, pero ninguno avanzó al frente; por el contrario, los que se quedaban pedían por favor que los llevasen echando de empeños a los oficiales. Los oficiales, por su parte, se empeñaban para que se les nombrase, pero no era posible; no había lugar para todos. 422
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Teniente coronel Justiniano Zubiría, oficial de origen colombiano. La información por él dada sobre la guerrilla de Albarracín no resultó cierta. José Ramón Vidaurre, comandante del regimiento Artillería de Marina. Comandante del regimiento «Lautaro».
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–He sufrido horriblemente, compañero, me decía el bravo capitán Urcullú425, porque creía que no me nombrarían para la expedición; y era de ver el contento de los afortunados y lo cari-largo de los que no tuvieron igual suerte. ¡Chile, patria adorada, cómo ha de sufrir tu honor, cómo han de burlarte tus enemigos, cómo has de ser derrotado si te defienden legiones de jóvenes tan patriotas, tan valientes, tan pundonorosos y tan decididos como la oficialidad del regimiento de Artillería de Marina! Ya estaba todo listo para la marcha cuando, por motivos del buen servicio, se suspendió la expedición hasta el día siguiente. Temprano estaba de pie y esperaba momento a momento la llegada del tren, pero este se hizo esperar hasta las dos y cuarto de la tarde, hora en que principió el embarque. La infantería que formaba parte de esta expedición ascendía a 170 individuos de tropa y el cuerpo de oficiales lo componían: el capitán ayudante don César Valenzuela, capitán don Juan Félix Urcullú, teniente don Elías Yáñez, subteniente don Eduardo Moreno Velásquez, don Julio A. Medina, don Rolán Zilleruelo y don Manuel Antonio Quirós. Acompañaban a esta expedición como cucalones el doctor don David Tagle A. y vuestro corresponsal. Debía unirse a la infantería en el camino la caballería compuesta de 200 cazadores, al mando del capitán-ayudante don José Francisco Vargas, siendo jefe de toda la división el teniente coronel comandante del regimiento de Artillería de Marina, don José R. Vidaurre. A las 12 ½ marchábamos a Dibujo, a donde llegamos a las 3 ½. Después de racionar con agua a la tropa y darles un poco de café líquido para que mezclaran el agua, emprendimos la marcha al través de la pampa del Tamarugal y en dirección a Tarapacá. Un pedazo de carne asada remojada con un poco de pisco y coñac fue la comida de ese día, obsequio del amable don Juan, un caballero italiano que está al cuidado de la Oficina Dibujo y otras. La guarnición de ese punto estaba mandada por el alférez señor Ilabaca, quien también nos atendió con exquisita cortesía. Antes de la salida de la tropa se habían enviado dos estanques de agua y seis novillos, siendo estos los únicos víveres que se mandaron. A las 11 ½ se alojó la tropa, después de haber hecho un descanso de tres cuartos de hora y dormido en el blando colchón de la madre tierra. A las cuatro de la mañana llegaron los cazadores y tomaron el mismo alojamiento, habiendo hecho una buena jornada desde Porvenir, de donde salieron a las nueve de la noche. Excusado es decir que se colocaron las avanzadas necesarias y se tomaron todas aquellas medidas que no sólo el 425
Juan Félix Urcullú, capitán del regimiento Artillería de Marina.
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estado de guerra aconsejan sino que la táctica, Tarapacá y hasta la rutina nos enseñan, y que por desgracia antes se desatendió. Amaneció el 24 y con él el reluciente Febo, que en esta maldita pampa tiene tal fuerza que quema la vista y no se halla dónde dirigirla. A las 7 A. M. se dio orden a la caballería de marchar y llegar hasta Tarapacá, tomando toda clase de precauciones, y advirtiéndose al jefe que si habían enemigos mandase las mulas en que iban, llevando sus caballos de combate por el cabestro, para montar la infantería y poder llegar lo más pronto posible, con el encargo especial de no comprometer acción alguna. Nosotros no podíamos movernos esperando agua, que pedía la tropa, pero los estanques no llegaban. Se manda una mula, con su jinete se entiende, en busca de los deseados estanques y este trae la no grata noticia de que uno se quedó en el camino sin poder pasar adelante por el médano que impedía su marcha y la lastimadura de una mula; que el otro venía todavía a una legua de distancia. Se mandaron las caramayolas con treinta o más Cazadores para que las llenasen de agua y poder así salir más pronto, pero los Cazadores, en lugar de caramayolas con agua, se aparecieron con el estanque, que para moverlo había habido necesidad de colocarle todas las mulas del estanque que quedó atrás. Después de proveerse de agua suficiente y aún darla a algunas cabalgaduras, se emprendió la marcha más penosa que puede suponerse. Figúrese un desierto de diez leguas, a más piedras y arena en pequeñas partes tierra media firme, con sol que quema como el fuego y cuyos reflejos en la arena lastiman la vista, una nube de polvo que seca la garganta y da una sed horrible, un algo así como el camino del infierno pintado por el Dante, sin su viejo Carón, sin nada más que piedras y arena calentadas por el sol. Figúrese a un ser humano atravesando este desierto con el peso de su fusil, con el peso de 120 cápsulas, con el peso de su morral con víveres para dos días, comiendo el charqui que, por ser salado, es excelente para llamar la sed, con sus útiles para dormir, ya sean mantas, mochilas camas o frazadas, con una polvareda que lo ahoga y se tendrá una pálida idea de lo que es la marcha. Por fin, después de varias jornadas cortas, en las que casi nos asábamos, llegamos al alto de Tarapacá y de ahí seguimos a Quillaguasa, siempre por la altura, donde estaba la caballería que hacía cuatro horas había llegado, yéndose a ese lugar, en vez de Tarapacá, por haber pasto suficiente para la caballada. El segundo montón de tierra que encontrábamos en el alto, y que señalaba un cadáver, fue el del teniente 2.º don Pedro Urriola, cuyas iniciales de su nombre están en una piedra, a más de una cruz colocada ahí por su señor padre, don Martiniano Urriola. 269
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Como yo, el doctor y otras personas nos habíamos adelantado algunas jornadas de la tropa, llegamos a Quillaguasa a las 5 P.M., donde nos encontramos a la oficialidad de los Cazadores con una mayúscula olla de aromática carbonada, a la que hicimos tales honores que pocos minutos más tarde no existía sino el trasto perfectamente aseado. La oficialidad del escuadrón de Cazadores la componían las personas siguientes: capitán ayudante don José Francisco Vargas, que lo mandaba, capitán don Alberto Novoa, id. don Sofanor Parra, teniente don Antonio León, alféreces don José Tomás Urzúa, don Luis Almarza, don Rafael Avarias, don Juan Miguel Astorga, don Álvaro Alvarado, don Aníbal Pellé y don Federico Harrington. Es el oasis de Tarapacá una quebrada que se descubre de repente, al llegar a los primeros estribos de la cordillera de los Andes. Después de andar por un terreno plano se encuentra un cajón o cauce de río, en cuyo fondo hay pasto y verduras. El pueblo está edificado en una de las entradas de la quebrada y expuesto a inundaciones cada vez que crece el río de su nombre y le lame los pies. La quebrada es profunda y casi cortada a pico por el occidente, de modo que son pocos y sumamente parados y malos los caminos que conducen a ella. Por el oriente no existen caminos. Tiene la ciudad una iglesia destruida por un antiguo terremoto, una imprenta, que funcionaba en la capilla, un panteón y una cancha de gallos. Sus casas son de feísimo aspecto, construidas de cañas de barro unas y de adobes otras, con techos embarrados. No hay sino una plaza y una calle, los demás son callejones tortuosos y estrechos. El arco ocupado por la población no pasa de cuatro cuadras cuadradas. La quebrada, que no tiene verdura alguna en los cerros que la forman, se extiende muchas leguas de norte a sur, formando varias curvas y ahí están los pueblecitos o miserables aldeas que se denominan Guaraciña, San Lorenzo, Tarapacá, ciudad capital, Quillaguasa, Caigua, Pasaquiña, Pachica, Loanzano, Puchurca, Mocha, Guaviñá, etc., etc. En resumen, la quebrada de Tarapacá es igual a cualquiera de las de Chile, con la diferencia que los cerros que la circundan tienen como 80 metros de alto, sin vegetación alguna, siendo el ancho solo de 240 a 300 metros. Alfalfa y maizales son casi su única plantación, pero muy al interior se encuentran peras, membrillos y granadas, en poquísima cantidad. Hay también alguna hortaliza. La miseria de los habitantes de este valle es tal que pasan meses sin comer carne, y cuando se mataba algún animal en el campamento, más de cincuenta miserables indios ocurrían a pelear por las tripas, la sangre y todo lo demás que no se utiliza en Chile. El vestido de los indios consiste en una sola pollera de sayar, sin conocer ni zapatos ni otro vestido alguno. Los saqueos ejecutados por los bolivianos y los peruanos han arruinado 270
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de tal modo a esta gente que la han dejado en estado miserable. La ciudad está completamente sola. En la noche llegó la tropa a Guaraciña y allí se alojó, llegando el 24 en la mañana a Quillaguasa donde estaba la caballería. Desde la noche anterior se habían tomado las providencias del caso, y el 24 se completaron estas y se mandó en todas direcciones propios y emisarios con el encargo de averiguar el paradero de Albarracín. Después se hizo una visita al campo de batalla de Tarapacá y nos horrorizamos al contemplar la indolencia de las personas que antes habían visitado este valle. Desde el alto de Tarapacá principiamos a encontrar cadáveres medios sepultados, y había trece, la mayor parte de la Artillería de Marina, que estaban completamente descubiertos. En la plaza de Tarapacá principia la serie de cadáveres y concluye en Guaraciña, una legua al sur. En un lugarejo llamado San Lorenzo está situada la casa con tres piezas donde pereció quemado el comandante Ramírez, el capitán Garretón y muchos de sus oficiales y soldados426. El número de cadáveres que hemos contado hoy, completamente carbonizados los más, asciende a 35, es decir, 35 calaveras, con parte del tronco y algunos con un brazo. Pintar no el horror sino la rabia que se apodera del chileno al contemplar el salvaje modo de hacer la guerra empleado por nuestros enemigos, es imposible; baste decir que no hay nadie que haya visto ese hacinamiento de cadáveres que no haya jurado venganza terrible, guerra sin cuartel. La primera batalla nos dará a conocer los resultados de la brutal conducta de un enemigo salvaje. Sabemos ya que el 2.º de Línea no admitirá el estandarte que se le va a obsequiar porque el nuevo comandante y sus oficiales han jurado conquistar uno para canjearlo con el que cayó en poder del enemigo. Entre los cadáveres carbonizados hay uno que tiene todavía clavada una bayoneta cuica en un lado de la cara. (Suprimimos aquí lo relacionado con el encuentro del cadáver del comandante Ramírez por haberlo publicado ayer). De ahí nos llevó el cumplido y pundonoroso capitán Vargas al cerrito que da frente a la casa donde se encontraron los preciosos restos y que fue donde el 2.º sostuvo lo más recio del combate. En el camino, al principiar a ascender la falda había atravesado, casi intacto, un hercúleo soldado del 2.º y más arriba, en la cima, sembrado el campo de cadáveres, muy mal enterrados y algunos aún con sus fornituras y yataganes. Notamos que 426
Resulta interesante comparar esta descripción de Tarapacá después de la batalla, con la que realizó el entonces joven historiador José Toribio Medina y que publicó con el título «Una visita a Tarapacá» en el diario El Mercurio de Valparaíso, el 26 de abril y 1 de mayo de 1880. Después publicada como monografía: José Toribio Medina, Una excursión a Tarapacá. Los Juzgados de Tarapacá: 1880-1881, Iquique, Municipalidad de Iquique, 1952, especialmente pp. 16-33.
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entre los muertos había indistintamente peruanos y chilenos del 2.º, pero dos o tres de los primeros por uno de los nuestros. Bajamos ese maldito cerro y nos encaminamos al campamento, tristes hasta no dirigirnos una sola palabra. ¿En qué pensábamos? Todos en una sola cosa: ejercer una venganza cruel sobre esos caníbales y si en esos momentos hubiera aparecido el enemigo, estoy seguro que todos, corvo en mano, se le habrían ido a la carga, hasta morir o exterminarlo. Esta idea es unánime, según supe después, y no se alberga en el pecho de todos los que han presenciado las iniquidades del enemigo otro sentimiento que el odio eterno a los autores de esa barbarie. El 26 nos dirigimos a Pachica por Caigua y Pasaquiña, donde se tomaron algunas noticias.
Soldados chilenos con algo de lo que han adquirido. Se leen nombres de diversas localidades del norte, en una caricatura premonitoria de que pasarían a ser, definitivamente, parte de Chile. Periódico El Barbero, Santiago, 6 de diciembre de 1879.
El campamento militar ha estado bien vigilado y se ha atendido a todo sin maltratar las cabalgaduras. Los pueblecitos, que están todos situados en la misma quebrada, hacia el norte, han vuelto a ocuparse de sus tareas campestres; solo Tarapacá está completamente desierto. Una falsa alarma vino a sacarnos de la monotonía del campamento. El 29, a las 3 ½ o 4 A. M., el centinela dio el grito de gente armada. 272
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Inmediatamente todo el mundo se pone de pie y se forma a la tropa. Yo corrí a tomar mi Comblain y me fui a las filas con los oficiales Moreno y Medina, que estaban a la cabeza, y dirigiéndome a los soldados solicité algunas cápsulas. No hubo nadie que quisiera deshacerse de una sola y solo con la intervención de un oficial pude obtener siete de un soldado que tenía más de cien. No me disgustó esta conducta porque manifiesta que sobra en nuestros soldados el deseo de batirse sin tregua ni descanso con su abominable y aborrecido enemigo. Pero ¿qué era lo que había dado motivo para tanto apresto? Averiguóse y resultó que la voz de alarma venía de la avanzada y esta la había dado porque real y efectivamente había divisado gente armada. Los Cazadores habían cambiado de campamento porque el forraje para los caballos se les había concluido y el subteniente que se comisionó para que viniera a dar parte al comandante del movimiento, viendo que estaban todos tranquilos al principio, se volvió sin dar aviso. Todos los otros días habían ya ocupado en recoger yataganes, rifles y en enterrar a los muertos. El mismo 26 movió la tropa con el objeto de rodear un monte donde se decía había gente. Se hizo el rodeo dando por resultado el hallazgo de tres rifles, un quepí, y por mi parte, cuatro betarragas y un zapallo. Con este botín volvimos al campamento, no tomando uno más cómodo que se encontró porque no era un punto estratégico y de fácil defensa, dado el caso de ser atacados. El 28 se había ya repartido los víveres, que quedaban solo para ese día; la división se iba a poner a marchar cuando apareció en la cima del cerro, frente a la cuesta de Quillaguasa, el baquiano Urzúa que se había mandado con comunicaciones para el general y en busca de víveres; fue preciso desistir de nuestra idea y permanecer seis días más. El 31, a las 6 A. M., cabalgaba por la extensa pampa del Tamarugal, camino de Santa Catalina, y a las 5 P.M. llegaba a este campamento después de haber pasado por Laura, Germania, Agua Santa, Dibujo, Negreiros, Pampa Negra, que son dos oficinas, Pampa Blanca, dos id, Huáscar y Angelita. En Germania existen todavía varios cadáveres de los húsares de Junín427, que están a medio sepultar, pues los perros los desentierran. Solo en Agua Santa, Dibujo, Angelita y otras pocas hay gente cuidando; las demás están completamente abandonadas. El 2 o el 3 debe volver la división, si no hay antes alguna novedad, y traerán, en un carro lleno de flores y con la escolta de honor correspondiente, las cajas que encierran los preciosos restos del comandante don 427
Parte del destacamento de caballería peruano derrotado en ese lugar por un escuadrón de Cazadores al mando del teniente coronel José Francisco Vergara, el 6 de noviembre de 1879.
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Eleuterio Ramírez y del capitán Garretón428. La entusiasta oficialidad de los Cazadores y de la Artillería de Marina se preparan para hacer una fiesta digna de los héroes mártires. Más de 200 yataganes, 20 y tantos fusiles, tres cajas de guerra, son los objetos más importantes recogidos en el valle de Tarapacá. Se ha dado sepultura a más de 200 cadáveres. El subteniente don Eduardo Moreno tuvo también la fortuna de encontrar el asta de la bandera de su regimiento. Un cinturón, que se supone sea del comandante Ramírez, también se encontró cerca de sus restos y una cápsula de revólver que se ha creído prudente quede como pago al depositario y como recuerdo de un héroe. Levantóse una acta en la que se probaba la identidad del cadáver del comandante Ramírez la que le adjunto. (El acta a que se hace referencia la publicamos ayer)429. Entrando a la iglesia destruida de Tarapacá, a la izquierda, una gran cruz de madera señalaba el lugar donde yace el que fue Bartolomé Vivar430. El comandante Vidaurre quiso traer consigo los restos de ese valiente, pero el estado de descomposición en que se hallaba lo privó de tan justo deseo como justiciero homenaje. Les incluyo los partes pasados por el comandante Vidaurre al General en Jefe dándole cuenta del resultado de la expedición al valle de Tarapacá y del encuentro del cadáver del comandante Ramírez431. Monte Cristo Õ
428 429 430 431
Capitán José Antonio Garretón, del regimiento 2º de Línea. Véase Pascual Ahumada, ob. cit., tomo II, capítulo quinto, p. 348. Teniente coronel Bartolomé Vivar, segundo comandante del 2º de Línea en Tarapacá. Ibíd., pp. 347-349.
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Capítulo V
Entre Tarapacá y Tacna
Este es una suerte de capítulo bisagra, por nutrirse de reportes referidos a diversas operaciones efectuadas entre dos campañas, tras la consolidación de la ocupación chilena de Tarapacá, y la preparación y realización de una nueva campaña, cuyos objetivos son ahora Tacna y Arica. Las operaciones previas a las grandes batallas que la decidirán, son representadas fundamentalmente por correspondencias enviadas al diario La Patria de Valparaíso, y en ellas se da cuenta de hechos un tanto olvidados en relación a los momentos culminantes de esta guerra, pero de singular interés por ser operaciones rápidas y sorpresivas, al mejor estilo de los raids de la era moderna, que ya habían comenzado a verse en conflictos como la Guerra Civil de los Estados Unidos o las campañas coloniales de los imperios de la época. Las incursiones sobre el litoral peruano al norte de Arica incluyen desembarcos, utilización de ferrocarriles, ágiles despliegues y retiradas de tropas, escaramuzas con un enemigo cauteloso y esquivo, y la destrucción de sus elementos de infraestructura. Así, el carácter de estas operaciones va de un tono que puede ser incluso anecdótico, quizás festivo –como la famosa «calaverada» de Moquegua, el año nuevo de 1880–, hasta alcanzar proporciones de áspera polémica, como sucedió con el saqueo e incendio de Mollendo, el 10 de marzo. El reportero de turno va informando detalles de este estilo de guerra, altamente móvil, los que se entremezclan con noticias de corte más dramático, como la muerte del comandante Thomson, del Huáscar, en duelo con las fortalezas de Arica y el monitor Manco Capac. Asimismo, y a título excepcional, se incluye en este capítulo un texto que no es una correspondencia del frente de batalla, sino una información de crónica, aparecida también en el diario La Patria, donde se da una versión del entredicho sostenido entre su corresponsal y el de El Mercurio con el general Erasmo Escala. Sea precisa o no la narración de los hechos, este jefe militar no queda con una imagen incólume, y sin duda informa275
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ciones como esta alimentaron la controversia en torno a su persona, que terminaron con su renuncia al comando del Ejército del Norte. Se muestra así un momento de máxima tensión entre el derecho a informar y las prerrogativas de la autoridad castrense en campaña.
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La expedición a Ilo y Moquegua Importantes detalles no conocidos Incidentes Parte oficial del jefe del Lautaro
(Correspondencia especial para LA PATRIA)432 El 29 de diciembre próximo pasado, a las doce de la noche, se hizo a la mar el primer batallón del Lautaro, a mando del teniente coronel, jefe del cuerpo de ingenieros, don Arístides Martínez, llevando el mando inmediato del cuerpo el sargento mayor don Ramón Carvallo y el ingeniero señor Federico Stuven, con el encargo de inutilizar las locomotivas, telégrafos y demás útiles del enemigo. El buque que conducía esta expedición era el Copiapó, convoyado por la O’Higgins. El 30, a las tres de la mañana, se desembarcaba al sur de Pacocha una división compuesta de 150 hombres, al mando del capitán Nicomedes Gacitúa y el teniente don Nicasio Molina, los subtenientes Barros, Sepúlveda, González y Munita, y por el lado sur de Ilo la otra con 230, al mando de don Arístides Martínez, con el mayor Ramón Carvallo, ayudante, José A. Echavarría, capitán, Ignacio Díaz Gana, teniente, José G. Ramírez, subtenientes, Alejandro Delgado, Luis Briceño, Natalicio Acuña, Manuel del Fierro, Aníbal Muñoz, Ramón Luis Álvarez, Arturo Echavarría, Federico Weber, Santiago Terán y José del C. Barrio. Mandóse con diez soldados al capitán Echavarría y al subteniente del Fierro en descubierta a la altura, quienes, después de cumplir su cometido, se volvieron para tomar su puesto. Inmediatamente se dispersaron, con el mayor sigilo, en guerrilla y formaron un gran círculo alrededor de la ciudad, que lo fueron estrechando más y más hasta que la tomaron sin que se escapara un solo individuo. El señor Stuven con algunos mecánicos y pontoneros se apoderaron del ferrocarril con todas sus oficinas, incluso el telégrafo. Había en la maestranza dos locomotoras en buen estado, dos en compostura, una inservible, una oficina telegráfica, un taller completo de mecánica y un depósito de agua traída de Ilo por cañería, de donde es sacada del río por una bomba a vapor y depositada en un estanque que mide 500 toneladas. Ver las máquinas en buen estado y mandarlas alistar fue obra de segundos y los mecánicos, a las diez y media, tenían ya el tren listo para marchar a Moquegua. Al telegrafista lo encontró el señor Stuven durmiendo y tuvo
432
Publicado en el diario La Patria, Valparaíso, 22 de enero de 1880.
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Sátira sobre el estancamiento de la guerra, tras la campaña de Tarapacá. Caricatura del periódico satírico El Barbero, 27 de diciembre de 1879.
que despertarlo para que le diera los signos. Desgraciadamente la máquina había sido descompuesta por la culata del fusil de un lautarino. Estaba la tropa formada en la estación colocando sus cápsulas, cuando al soldado José Mercedes Santibáñez se le salió un tiro, yendo a herir de muerte en la cabeza al sargento José G. Domínguez, de la 2.ª Compañía. Esta es la única desgracia que ha habido que lamentar. Estaban buscando al capitán de puerto, señor Tizón433, sin poderlo encontrar, cuando aparece donde el jefe de la maestranza un peruano, a quien dijo el señor Stuven que buscara al capitán de puerto; que de otro modo, si no lo encontraba, corría peligro su vida. Salió este señor en su busca y poco después apareció con él. Este hallazgo proporcionó algunos datos de importancia al señor Martínez y después de algunas consultas se decidió ir hasta Moquegua, a pesar de que sus instrucciones eran solo apoderarse de Ilo, hacer daño en el material que pudiera servir al enemigo y reembarcarse. En la expedición a Moquegua tuvo la principal parte el señor Stuven con sus mecánicos y en la segunda, en carros de pasajeros, el señor Martínez y demás oficiales. Después de 18 millas de viaje, en un camino con una gradiente media de 3,75 por ciento, llegaron a la estación Estanques. Ahí hay un depósito de agua, traída de Ilo por el tren. A 17 millas pararon en el Hospicio, estación 433
Rómulo Tizón.
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que cuenta con un depósito de agua llevada de Moquegua, también por el tren. Después de parar 15 minutos, que se ocuparon en cortar el telégrafo que une a Moquegua con Arica, se continuó la marcha hasta Conde, que está situado en el valle de Moquegua. En las 13 millas recorridas hasta esta estación se encuentran terrenos planos, muchas curvas rápidas y gradientes de 4,25 por ciento. Situada en el valle, el agua es abundante. A 4 millas más adelante está la estación de San José, a 6 la de la Calaluma y a 1 la de el Puente del ferrocarril, que es ya la entrada del pueblo. Solo en esta última pararon. El puente es de fierro, construcción sólida y colgante, tiene 100 pies de claro. Dista del alto de la villa, que es el término del ferrocarril, 3 millas. Eran las 8 ½ P.M. En la ciudad no se sabía nada de su arribo, ni siquiera los cambiadores lo notaron, pues estaban todos en sus puestos y colocaron bandera blanca en señal de que no había novedad. Sólo en el puente un pilluelo se acercó a uno de los carros y los examinó con tanta curiosidad, que llegó a tocar la pierna de uno de los soldados que las traía colgando afuera. Inmediatamente el señor Stuven lo tomó por el pescuezo y lo echó al carro. Puede decirse que nadie resollaba. Echaron pie a tierra y se fueron rodeando la meseta hasta llegar a la estación del ferrocarril, que tomó el señor Stuven después de poner centinelas en todas las salidas, que conocía por un plano que llevaba de toda la línea. Después de los desmayos de las señoras, consiguientes a una sorpresa, tanto mayor cuando creían que los chilenos entraban degollando a ancianos y niños y violando mujeres, como se lo decía diariamente su prensa, se apaciguaron merced a la seguridad que les daban los jefes de que nada les sucedería y que los chilenos no eran salvajes, como se les pintaba, sino gente civilizada434. Esta estación es bien favorecida; tiene agua en abundancia, y se encontraron en los edificios de las locomotoras dos en buen estado. Se había mandado al pueblo una nota en que se le intimaba rendición, amenazando que en caso contrario entrarían a sangre y fuego a la población. Esa nota no sirvió sino para que el enemigo huyera. Después de tomar algún refrigerio en las casas de la estación, el señor Martínez mandó al señor Stuven colocase las fuerzas de modo de amagar la ciudad y rendirla.
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Recuerda Arturo Benavides Santos, en ese entonces un adolescente voluntario que formaba filas en el Regimiento «Lautaro»: «Fue tan inesperado el arribo a la ciudad, que varias familias peruanas que supieron la llegada de un regimiento, creyéndolo peruano, fueron a darles la bienvenida, desmayándose varias señores y niñas al notar la equivocación». Arturo Benavides Santos, Seis años de vacaciones, cap. VIII, p. 45.
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Colocó el señor Stuven la artillería de modo que barriera el camino que baja de la planicie a la ciudad y la dominase al propio tiempo con sus fuegos y en seguida distribuyó el batallón Lautaro, colocando el mayor número frente al pueblo y los demás repartidos convenientemente para evitar sorpresas y defender la subida, caso de un ataque. El 1.º de enero, a las 5 de la mañana, con la compañía del capitán Díaz Gana, dos granaderos y algunos pontoneros, haciendo por todo 40 hombres, y el sargento mayor señor Stuven, por orden del señor Martínez, se dirigió a la plaza donde llegó y tomó posesión a las 7 de la mañana. Una hora después llegaba por el lado opuesto el jefe de la división con 400 hombres. Antes habían disparado dos cañonazos sobre ella, cuyos tiros fueron a dar al cerro o meseta del frente. También había hecho llevar el señor Martínez uno de los cañones al edificio de la Maestranza o estación, con el objeto de tirar contra un grupo de 300 enemigos que se habían quedado en observación en el camino de los Ángeles, después de evacuar la plaza, con su jefe, el prefecto Chocano435, quien sacó 28 mil pesos de una contribución que impuso a la ciudad. Hízose un disparo, pero no alcanzó el proyectil sino a la tercera parte de la distancia adonde estaba el enemigo. La gente que se había reunido en la plaza ascendía a más de cuatro mil almas, de modo que si se les ocurre tomar a cada uno un palo de leña habrían concluido con el puñado de audaces chilenos que hicieron la colegiada de llegar hasta ahí. Cuando estaban rodeados de gente, con la espalda apoyada a una pared, preguntó el señor Stuven a uno de los pilluelos que estaba cerca. «¿Hay paltas maduras?». Y como le contestara que sí, dióle un peso para que le trajera y momentos después apareció con un saco casi lleno. Esto, que sirvió para demostrar a los habitantes que no se abusaba de nada, tranquilizó los espíritus y llegó hasta el extremo de venir después con quejas ridículas porque unos soldados habían tomado vino sin pagar por lo que se les debía. Los extranjeros y los individuos más caracterizados pedían a los señores Martínez y Stuven que respetaran y que no ajaran a las señoras y no los dejaban casi caminar con estas súplicas, a lo que se les contestaba que los chilenos sabían respetar al bello sexo y que nadie sería molestado, que podían estar tranquilos porque Chile hacía la guerra como lo acostumbran los países civilizados. Se provocó una junta de notables y se les pidió rancho para la tropa: «Aunque siendo dueños de la ciudad podíamos tomar lo necesario para el mantenimiento de ella, no queremos hacerlo y pedimos a ustedes que lo hagan». 435
Comandante Julio César Chocano.
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Demostraciones de agradecimiento y admiración fue la contestación de todos ellos y no hallaban cómo demostrar su contento. Procedióse a nombrar nuevas autoridades recayendo este nombramiento en el presidente del consejo departamental, señor Pomareda436. Nuestros soldados se han portado perfectamente y el orden y moralidad del Lautaro no han dejado que desear. Moquegua es una bonita ciudad de 8 a 10 mil habitantes, sus edificios son de piedra y sus calles angostas. Su comercio muy animado y toda la gente casi tiene sus propiedades. Hay bastante lujo, usan muchos los buenos y elegantes vestidos y la mayor parte de su vajilla es de plata. El alto de la villa está a 4.250 pies. La parte del valle, a la que debe su riqueza, está sembrada de viñas que dan los afamados vinos de Moquegua. Hay también variedad de árboles frutales, pero reinan las tercianas a causa de lo encajonado, que priva la ventilación. Viniendo de Ilo, que dista 62 millas, con una gradiente media de 3,75 por ciento y máxima de 4,25 por ciento de la línea férrea, se encuentran las siguientes estaciones: Estanques, que dista de Ilo 18 millas y no tiene agua. Hospicio, que dista de Ilo 17 millas y no tiene agua. Conde, que dista de Hospicio 18 millas; tiene agua en abundancia. San José, id. Conde 4 id. id. id. Calaluma, id. San José 6 id. id. id. Puente, id. Calaluma 1 id. id. id. Alto de la Villa, id. Puente 3 id. id. id. Desde Conde, que está situado en el valle, se ve sólo un campo de verdura y a los lados, a una legua unas de otras, están diseminadas las haciendas a 150 pies de altura. El clima es agradable y el bien cultivado valle y la sucesión de haciendas llega hasta el mismo Moquegua. El ancho máximum del valle es de 1.600 metros y el mínimum de 1.000. El río trae poco agua y se emplea en el riego. El ganado vacuno y caballar es abundante. Ya tarde, presentáronse algunas personas quejándose de que algunos soldados los habían amenazado y temían que cumplieran sus amenazas. –No debían haberles dado vino en tanta abundancia, –les contestó el señor Martínez, porque el soldado ebrio no sabe lo que hace; pero en bien de ustedes y para evitar cualquier incidente molesto, voy a cambiar el campamento, y dio la orden de alistarse para partir. Deshiciéronse en agradecimientos y no hallaban con qué festejar y manifestar su agradecimiento a los jefes.
436
José Benigno Pomareda.
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Al retirarse la tropa, vino una diputación de extranjeros a dar las gracias por su generoso comportamiento. A las 9 A. M. fue el señor Stuven a hacer alistar el tren y se ocupó en desarmar las dos locomotoras que había en la estación, quitándoles las válvulas de distribución y las bielas, las que condujo a Pisagua. A las 2 P.M. estaba ya listo el tren y la tropa marchaba camino del Puente, de donde salían a las 4 con dirección a Ilo. Habíase hecho colocar en el tren rieles, durmientes, clavos, gatas y demás útiles para el caso que encontrasen cortada la línea. A pesar de haberse tomado todas las medidas que aconsejaba la prudencia, no pudo evitarse que el tren se desrielara a la vuelta de una curva muy rápida. Después de cuatro horas de rudo trabajo, volvió a quedar expedita la línea y el 2.º tren que venía más atrás, pudo pasar sin novedad. Acompañaron al señor Stuven en este trabajo el sargento de granaderos Laureano Martínez, que venía en el puesto de mayor peligro, y a quien se debe una gran parte de este trabajo, el soldado del Lautaro Víctor López y los fogoneros y palanqueros, sacados de entre los soldados del mismo batallón. Felicitamos a estos bravos y beneméritos soldados, y que estas líneas le sirvan de premio, ya que siempre no obtienen más que olvido en recompensa de sus méritos. Este desrielamiento ocurrió como media milla al oeste de San José. Se despacharon algunos granaderos en descubierta y para que tuvieran preparado todo en la próxima estación, caso que hubieran hecho algún daño, pues en esa estación debían tomar agua de máquinas. Al llegar a Conde, encontraron el estanque vaciado y la bomba inutilizada por habérsele sacado el pistón y la barra. Procediese a sacar agua con baldes, pero la fortuna quiso que trajeran a un chino quien, previa amenaza, confesó que las piezas de la bomba estaban al otro lado del río, en una hacienda frente a la estación. Fue el señor Stuven a la hacienda con algunos soldados y después de allanar la casa y cuando ya desesperaba encontrarlas, descubren a un zambo debajo de unos toneles, quien confesó dónde estaban las codiciadas piezas y que cuatro millas abajo de Conde faltaba un riel. Media hora después seguía su curso el convoy sin otro incidente, llegando a Ilo a las 9 de la mañana. Desarmáronse las dos máquinas que acababan de llegar, como las de Moquegua, y después de dar descanso a la tropa, pero en sus puestos, se reembarcaron y regresaron a Pisagua, satisfechos de haber llevado a cabo con toda felicidad una expedición que parecía difícil. Olvidábame decir a usted que al tomarse la plaza de Moquegua la división que mandaba el señor Carvallo y en la que iba el jefe señor Mar282
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tínez, entró a son de música por todas las calles de la población y tocó la canción nacional y la de Yungay, se lanzaron tres vivas a Chile. Después de tener lugar la junta de notables, el señor Martínez y el señor Stuven recorrieron la población en compañía de diez granaderos. Al tomarse la población, el capitán Echeverría mandaba la Tercera y Cuarta compañía, mientras el mayor Carvallo recorría la línea. En el desrielamiento se mandó al subteniente Delgado437 con unos pocos granaderos, que tomaron caballos en el valle, a perseguir a los autores de él, que huían cerro arriba, matando a diez más o menos. El capitán Echeverría ganóse a vanguardia y en la oscuridad de la noche creyese que eran enemigos, porque los veían moverse en el valle, y principiaron a hacer fuego graneado que duró como 15 segundos. Escapó milagrosamente porque se tendió, poniendo por defensa de la cabeza una piedra que encontró a mano438. * El 9 falleció el aprendiz mecánico de la Covadonga don Roberto Osorio Zuleta. En señal de duelo pusieron todas las banderas de los buques a media asta. Se sepultó con los honores de estilo en el panteón de este puerto. * La expedición a Camiña ha dado magníficos resultados. 50 prisioneros, cerca de 300 fusiles y la adquisición de los cañones perdidos en Tarapacá, sin que falte uno solo, es el fruto de esta expedición. El comandante Echeverría439, del Bulnes, que marchó por Tarapacá con su batallón y algunos granaderos fue el que encontró los cañones cerca de Chisa. * Horrible catástrofe es la que ha ocurrido hoy 9 a las 3 de la tarde. Al salir el tren de Pisagua se le da muchísima fuerza, sin cuidarse de si está libre de accidentes y si hay, como siempre ocurre, grupos de gente al lado del galpón de provisiones y útiles de maestranza que están a la orilla de la línea. Parte de la gente llegada últimamente por el Lamar para llenar las bajas de nuestro ejército, estaba arrimada al galpón y recibía su rancho 437 438
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Alejandro Delgado. Partes oficiales chilenos y peruanos de esta expedición en Pascual Ahumada, ob. cit., tomo II, capítulo cuarto, pp. 289-294. Aunque esta expedición ha pasado a la historia con un carácter más bien pintoresco y festivo, provocó el disgusto del ministro de Guerra, Rafael Sotomayor, por haberse excedido el teniente coronel Martínez en sus instrucciones, al haberse internado hasta Moquegua. Gonzalo Bulnes, ob. cit., tomo II, cap. I, pp. 42-42. Teniente coronel José Echeverría.
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cuando unos carros que estaban en otra línea saltan el cambio y barrió con la gente que allí había. Se ha levantado el correspondiente sumario para averiguar quién es el culpable o los culpables. Cuatro muertos en el acto, dos en el camino del hospital, dos en la noche y cuatro al día siguiente, son el resultado de esta desgracia, a más de 45 heridos. * Hoy se dio a reconocer como gobernador de la plaza de Pisagua a don Federico Valenzuela, en reemplazo del señor Cortés. Estamos de plácemes por este suceso, pues a más de ganar la población con este cambio, trae a su seno a un benemérito militar y a un cumplido caballero. Después se dará a conocer el señor Valenzuela y se verá si con justicia nos felicitamos por su acertado nombramiento. De usted, señor editor. Monte-Cristo. Õ
Correo de la Guerra (Correspondencia especial para LA PATRIA)440 Sumario.– El desembarco de la expedición.– Ocupación de la población.– Campamentos.– El valle de Ilo.– La fruta y la terciana.– La fiebre amarilla.– El agua potable.– Las locomotoras del ferrocarril.– Prisioneros.– Oficiales peruanos.– Falta de elementos de movilización.– El servicio sanitario del ejército.– Las ambulancias.- El doctor Ramón Allende Padín.– Entrada de la Magallanes con la bandera a media asta.– Noticias sobre el combate de Arica.– Se ordena la salida del Itata, Angamos y Blanco .– Los corresponsales.– Incalificable conducta del general para con ellos.– A bordo del Huáscar.– El bravo Condell.– El teniente Valverde.– Las averías del Huáscar .– Los restos de Thompson y Goycolea.– Honores fúnebres en Antofagasta.
Ilo, febrero 28 de 1880. Ayer se terminó feliz y tranquilamente el desembarco de las tres primeras divisiones de que consta la expedición441. 440 441
Publicada en el diario La Patria, Valparaíso, 8 de marzo de 1880. En febrero de 1880, el Ejército que debía expedicionar sobre Tacna y Arica se había reorganizado en cuatro divisiones de las tres armas. Esta expedición fue transportada en un convoy de 19 buques.
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Hoy se ocupan en el desembarque de víveres, pertrechos y municiones. Las tropas que se han instalado, en su mayor parte en las casas de la población de Pacocha, abandonadas por sus moradores desde la calaverada del comandante Martínez442. Es de ver el efecto que hacen las calles con el sinnúmero de centinelas apostados en todas las puertas de las casas, en donde, cuando más, hay alojada una compañía, y como para cada cuartel hay su cuerpo de guardia, ya es de calcular cuántos serán los centinelas que el antes pacífico Pacocha ostenta desde su ocupación por nuestras fuerzas. Dos o tres regimientos han preferido a las casas acampar en una pampa vecina a la plaza. Allí han armado sus carpas y colocádolas simétricamente. A unas quince cuadras hacia el norte de Pacocha se halla la antigua población de Ilo y la desembocadura del río de su nombre. Siguiendo el curso del río a dos o tres cuadras del mar principia un delicioso y feraz valle, abundante en toda clase de frutas: plátanos, papayas, higos, limones, naranjas, chirimoyas, paltas; la tropa ha descubierto, sin trabajo, este rico venero y de él se provee, en abundancia, de lo que antes estuvo por tanto tiempo privada de la árida línea de Pisagua a Dibujo. No somos de los que piensan que debe privarse al soldado del uso de la fruta; pero sí creemos (y así la experiencia nos lo enseña) que debe prevenirse todo exceso que de ella hagan, pues en estos climas el uso desordenado de la fruta para los extranjeros es fatal, siendo ocasionado a tercianas y a la fiebre amarilla. Por desgracia ya ha ocurrido aquí un caso de fiebre amarilla: un soldado del 2.º de Línea murió ayer de esta horrible y violenta enfermedad, habiendo durado apenas 24 horas, desde la aparición de los primeros síntomas hasta su muerte. La población está dotada de pilones de agua dulce que se trae por cañerías de un estanque, sito a la orilla del río, y que se llena con una magnífica bomba a vapor, lugar en que se ha colocado una guardia para evitar todo accidente que pueda privar a nuestro ejército de tan precioso elemento. Los peruanos han sido muy galantes, pues no hicieron nada por privarnos de las comodidades que ellos gozaron; respetaron las cañerías del agua, como respetaron los pilones y como respetaron un donkey a vapor, que existe en el muelle y que nos ha servido a las mil maravillas para facilitar el desembarco de la artillería y el parque. En cuanto al material rodante del ferrocarril, se encontró en perfecto estado, excepto las locomotoras, a las que faltan las piezas que Stuven le sacó y otras que, se dice, las ha escondido un francés, sei disant, gerente de la empresa del ferrocarril; pero a quien se espera arrancar el secreto de su paradero por un medio muy expedito y eficaz.
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Alusión a la expedición encabezada por el teniente coronel Arístides Martínez para el año nuevo de 1880, relatada en la correspondencia anterior.
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Con todo, creen los ingenieros encargados del arreglo de las máquinas, que estarán listas para dentro de dos o tres días443. Así sea, decimos todos los que estamos interesados porque se activen las operaciones de la guerra y se saque luego al ejército de este lugar, para ocupar posiciones ventajosas y decisivas, como Moquegua, Torata y la Rinconada, objetivos del actual movimiento. Hoy en la mañana las avanzadas del Alto tomaron a tres italianos que venían del interior. Por ellos se sabe que hay tropas enemigas a algunas leguas más acá de Moquegua: su número no bajará de 2.000. También se presentaron como prisioneros a nuestras avanzadas un capitán y dos tenientes peruanos. ¡Así será el susto que tenían los podrecidos! Y cuando piensa uno que ya debía estar nuestro ejército ocupando a Moquegua, se le cae, como vulgarmente se dice, el alma a los pies, viendo la falta que hay de elementos de movilización. Los directores de la guerra se confían demasiado en la fortuna, en el buen Dios, en nuestra señora del Carmen y en el general Pililo, descuidando un ramo de tan vital importancia como la movilidad del ejército, de la que en las guerras modernas pende en gran parte el éxito de las campañas. «En verdad, en verdad os digo», los palos no enseñan a gente, en punto a escarmentar a los que estuvieron en la desastrosa jornada de Tarapacá una prueba terrible de lo que es un ejército o un cuerpo de ejército sin elementos para transportar sus víveres, sus municiones y sobre todo el agua, para apagar su sed, tormento peor que todos los tormentos y enemigo más terrible que todos los ejércitos aliados del mundo. Así como no hay palabras para lamentar lo que es malo, tampoco las hay para aplaudir lo bueno. Digno del aplauso y de la gratitud nacional es el esperado servicio sanitario del ejército. Las ambulancias servidas por un puñado de jóvenes activos e inteligentes, llenos de entusiasmo y patriotismo, atienden admirablemente el cuidado de los enfermos y están listos para prestar mayores auxilios a los heridos en los campos de batalla. La actual organización de las ambulancias y su subdivisión a la manera de las de los ejércitos europeos son debidas al cirujano jefe y delegado del comité sanitario, doctor don Ramón Allende Padín, que con una inteligencia superior, una abnegación increíble, una constancia a toda prueba, ha conseguido un resultado que nadie esperaba y que a todos satisface, siendo los soldados (esos jueces imparciales) los primeros en manifestar su satisfacción. Al señor Allende Padín le debe el país en general, y el ejército en particular, una gratitud eterna. Hombres como él, de ciencia y de corazón, 443
Detalles, telegramas y partes oficiales de la expedición y ocupación de Ilo en Pascual Ahumada, ob. cit., tomo II, capítulo sexto, pp. 371-374.
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Combate entre el «Huáscar» y el «Manco Capac», 27 de febrero de 1880. Revista La Ilustración Española y Americana, Madrid.
son raros en estos tiempos en que la farsa encubre las escorias morales y deficiencias intelectuales. En Allende Padín, está el sabio y el filántropo. Brilla por su ciencia y encanta por su corazón. En estos momentos entra a la bahía la Magallanes, procedente del sur, con la bandera a media asta. Esto ha ocasionado profunda impresión en todos los ánimos y la ansiedad es grande. ¿Qué habrá ocurrido? ¿Si el Huáscar habrá sido víctima de un torpedo?... Bien se pueden imaginar, los lectores de La Patria, que cúmulo de conjeturas tristes nos haríamos en presencia de esa bandera a media asta, símbolo de duelo y pregonera de desgracia. El capitán de puerto va a bordo de la cañonera; vuelto a tierra, todos se agolpan al muelle para saber la infausta nueva. Es que en Arica el Huáscar y la Magallanes, sostuvieron ayer un combate reñido y terrible contra los 40 cañones de las baterías y los 2 del Manco Capac; en el combate cayó como bravo el comandante Thompson444, cuyo valor era proverbial y cuya intrepidez rayó, quizá en la temeridad. La muerte de ese jefe prestigioso y valiente era, pues, la triste nueva de que era portadora la Magallanes. ¡Loor eterno a Thompson, Goycolea445 y a todos los que cayeron en el Huáscar446, sosteniendo muy alto el honor de los chilenos y poniendo más alto aún el heroísmo de sus hijos! Ellos, grandes y nobles en su sacrificio, con su ejemplo escriben la leyenda victoriosa que el porvenir prepara a
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Capitán de fragata Manuel Thomson Porto Mariño. Aspirante Eulogio Goycolea. Según el parte oficial, las bajas a bordo del Huáscar fueron 8 muertos, incluyendo al comandante Thomson; dos heridos de muerte; dos heridos leves, incluyendo al segundo comandante, teniente 1º Emilio Valverde y 8 heridos muy leves. Pascual Ahumada, ob. cit., tomo II, capítulo sexto, pp. 381-382. Partes oficiales chilenos y peruanos en Ibíd., pp. 380-386.
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la patria, porque es la patria del valor, de la justicia y de la libertad, esas tres grandes cifras del progreso moderno. El hecho de armas de Arica nos honra y nos engrandece, aunque nos trae luto al corazón; ese crespón sombrío del heroísmo no es suficiente a eclipsar las radiaciones esplendorosas de la gloria, divinidad extraña en cuyas aras se sacrifican todas las afecciones del corazón. El ministro Sotomayor, en vista de las noticias traídas por la Magallanes, ordena la salida para Arica del transporte Itata, blindado Blanco Encalada y crucero Angamos, estos últimos con el encargo de reducir a cenizas la ciudad de Arica y aquel para alcanzar a Pisagua llevando los heridos del Huáscar, que pasan de 14, según se me asegura por oficiales de la Magallanes. Me voy a embarcar en el Itata para ser testigos del bombardeo y ver también el estado en que ha quedado nuestro glorioso monitor. A bordo del Itata encuentro a los inteligentes corresponsales de El Mercurio y de La Patria, que se disponían para ir a Arica con el laudable propósito de enviar a sus respectivos diarios relaciones exactas y minuciosas del combate del 27; pero he aquí que una orden brusca y brutal del cuartel general, los hace salir del transporte y son conducidos a tierra para impedirles el viaje a Arica. Esta medida de Escala, general que vive saturado de devoción y atacado de capellanismo e ineptitud ha causado mucha indignación en todos los espíritus elevados y sanos que, aunque pocos, hay por estos mundos447. ¿Qué se pretende con la medida tomada con los corresponsales? Nada que ostensiblemente sea razonable. Solo se busca el medio ruin y canalla de vengar ciertos juicios un tanto duros, pero justos, emitidos sobre los directores de la guerra, por esos inteligentes y activos corresponsales. La Patria, diario de mis afecciones, porque ha estado siempre a la altura de su misión, misión de luz y de justicia, puede contar siempre, por más medidas inquisitoriales que a Escala se le ocurran, puede contar, digo, con una pluma que, aunque pobre, será suficiente para tenerla al corriente de todo lo que ocurra en el ejército y la escuadra, segura de que nada ni nadie será capaz de enmudecerla. El Itata se hace a la mar en este instante. * Frente a Arica, a bordo del Huáscar, febrero 29 de 1880 Son las 8 A. M., he pasado del Itata al Huáscar para examinarlo y estrechar la mano de sus valientes tripulantes. 447
Para más detalles sobre este incidente, ver la información de crónica publicada en el diario La Patria del 22 de marzo de 1880, e incluida en este capítulo.
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Aquí está Condell448, invulnerable como Aquiles y para quien creo no se ha hecho todavía el dardo que ha de herir su talón. Siempre he tenido a Condell como uno de los hombres que en la presente guerra se han hecho más dignos de la admiración y del aprecio. Condell es bravo hasta la leyenda y afortunado hasta lo increíble. Tiene todas las cualidades del guerrero indomable y toda la buena estrella del héroe victorioso; participa de Anteo y Alejandro, lo respeta la muerte tanto como lo acatan el éxito y la gloria. Así lo respetaron las balas en Arica, como los respetaron en Iquique, y así respetaron su Magallanes como habían respetado su Covadonga. Condell vale, en realidad, más que su apoteosis de julio; muchos piensan que en él es más la fuerza de su destino, que la fuerza de su voluntad, yo al contrario creo que la fuerza de su voluntad domina a la fuerza de su destino. Con Condell están Valverde, Krug, Rodríguez, Pérez, García449 y Olave (el sargento de la Covadonga)450 y esa juventud ávida de gloria y henchida de patriotismo supo el 27 en Arica renovar el heroísmo del 21 de mayo en Iquique. Arica es tan formidable como Iquique en cuanto a gloria, Iquique era más grande como tumba. La Esmeralda era una cáscara de nuez contra un coloso. El Huáscar era dos cañones contra cuarenta y dos. El atrevimiento del Huáscar es de la iniciativa de sus tripulantes; el heroísmo de la Esmeralda fue de la iniciativa del honor de la patria; el valor de Thomson y sus segundos, fue más personal y voluntario que el de Prat y los suyos. Thomson tiene su gloria, Prat la suya; para mí son tanto uno como el otro. Thomson ha probado que Arica no era lo que el sobresalto de muchos la hacían ser. Thomson luchó tres veces; parecía que buscaba la muerte para salvar su gloria; él debió conocer los hombres de Chile y la vara de su justicia. Valverde me mostraba con emoción llena de respeto y de melancolía el lugar donde había caído Thomson. Fue el tricolor chileno el que al caer le envolvió entre sus pliegues, era la patria que recibía en su seno el último aliento de su heroico hijo. Allí, en el puente de popa, está todavía la espada de Thomson, enterrada hasta la mitad en la cubierta, arqueada como la garra de un generoso león que hace el último y el más poderoso esfuerzo por asirse a la vida en medio de los estertores de la muerte. Esa espada es una reliquia y como a tal debe conservársela y respetarla. 448
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El capitán de fragata Carlos Condell, hasta entonces comandante de la Magallanes, reemplazó al caído Thomson en el mando del Huáscar. Teniente 1º Emilio Valverde, tenientes 2º Carlos Drug, Juan de Dios Rodríguez, Tomás 2º Pérez y guardiamarina Próspero García. El sargento Ramón Olave, al mando de los fusileros de la guarnición de Artillería de Marina de la Covadonga, se destacó por su eficacia, durante el combate de Punta Gruesa, al impedir que los artilleros de la colisa de proa de la fragata blindada peruana Independencia pudiesen acercarse a operar esta pieza. Con posterioridad a ello, fue ascendido a subteniente.
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Bombardeo de Arica el 27 de marzo (¿febrero?) de 1880. En primer plano, los buques de guerra Garibaldi, italiano, y Hussar, francés; en segundo plano, el blindado chileno Huáscar, y en tercer plano el monitor peruano Manco Capac. Revista L’Illustration, París.
También se me mostró el trozo de granada que se extrajo del corazón del aspirante Goycolea, cuñado del inmortal Serrano451, que cayó al pie de su cañón y alentando a la tropa con sus palabras de entusiasmo ardiente y valor indomable. Goycolea era chilote, de la patria de los marinos y de los héroes. Tenía parentesco de afinidad con uno de los inmortales de Iquique, debía, pues, ser él uno de los inmortales de Arica. Estos fueron los muertos, veamos ahora a uno de los vivos que es también un herido y que sin la herida sería tan grande como es. Valverde, segundo de Thomson, se condujo durante los tres combates con un valor y una serenidad admirables; después de muerto su jefe supo continuar bizarramente en la dirección del glorioso monitor. Todos los oficiales del Huáscar están unánimes en elogiar el valor del teniente 1.º Valverde; esta es su mayor gloria y debe ser su mayor orgullo. Las averías del Huáscar, en sí insignificantes, por no comprometer ninguna de sus partes vitales, demuestran, sin embargo, lo nutrido y peligroso que fue el fuego que le hacían los numerosos cañones de las baterías. Recibió cinco balazos; uno en el palo trinquete, otro en el de mesana, otro en la cubierta a babor y los restantes en las planchas de blindaje a estribor. Sus cañones quedaron intactos, en cambio los ventiladores, jarcias y botes están completamente destrozados452. 451 452
Teniente 2º de la Esmeralda Ignacio Serrano Montaner, caído en el combate de Iquique. Según el parte oficial, el Huáscar recibió un total de ocho impactos. Cfr. Francisco Machuca, ob. cit., tomo II, capítulo sexto, p. 381.
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Los restos de Thomson y de Goycolea, arreglados en dos barriles con espíritu de vino fueron trasladados al Itata, en el que se llevan a Pisagua para que el vaporcito Toro los conduzca a Antofagasta. * Rada de Antofagasta, a bordo del Bolivia, marzo 2 de 1880 El puerto está embanderado, pero con la bandera a media asta; en la mañana se han hecho los honores fúnebres a los restos de Ramírez, Garretón453, Thomson y Goycolea. Bajé a tierra y me dirigí a la iglesia, donde estaba la capilla ardiente en que se habían colocado tan preciosas reliquias del valor y el patriotismo. El pueblo de Antofagasta, noble pueblo, por cierto, supo recibir las cenizas de los héroes. Esas cenizas allí esperan la orden del supremo gobierno, para ser traídas al seno de la patria, que las reclama. Espero que pronto Valparaíso sabrá recibirlas como merecen; ya ha demostrado que sabe honrar a los vivos para que no se abrigue la profunda convicción que sabe tributar el debido homenaje a los muertos. El abate Faría Õ
El corresponsal de LA PATRIA y el general en jefe454 En una carta que hemos recibido del norte se nos dan los siguientes datos acerca de la conferencia que nuestro corresponsal tuvo con el General en Jefe y secretario del Ministro de la Guerra en campaña, cuando fue a solicitar pasaje en los transportes del ejército, con motivo de habérsele expulsado de a bordo del Itata, junto con el de El Mercurio455 por orden del mismo general. Seis días hacía que el corresponsal ocupaba un camarote en el Itata, como asimismo el de El Mercurio, de regreso de una excursión por Iquique a donde ambos fueron en busca de noticias, cuando el caballeroso capitán de la citada nave, señor Steward, le notificó una orden del general Escala para que no permitiese a bordo ningún pasajero extraño al ejército, sin permiso escrito. 453
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Comandante Eleuterio Ramírez y capitán José Antonio Carretón, ambos del regimiento 2º de Línea, muertos en la batalla de Tarapacá. Información de crónica publicada en el diario La Patria, Valparaíso, 22 de marzo de 1880. Eloy T. Caviedes.
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Fueron de ver los apuros del corresponsal, pues esto sucedía el 24 de febrero, víspera de la partida del ejército hacia Ilo. En el primer bote que halló a mano se dirigió a todos los transportes en busca de asilo y de pasaje, y en todos encontró la misma orden, firmada por el mismo general. Como en un buque encontrase ocupando un camarote a don Pedro Montt456, «individuo extraño al ejército», como decía el general, pidió que se le favoreciese también compartir esa flagrante infracción. Se le respondió que ese caballero estaba a bordo por orden verbal del mismo Escala, de la que fue mensajero uno de sus ayudantes. No hubo más recurso que continuar la peregrinación. En casi todos los buques encontraba los malhadados «individuos extraños al ejército» y en todas partes ocupaban un camarote por orden del mismísimo general y a veces del Ministro de la Guerra, señor R. Sotomayor. Tres horas corrió, y después de tanto ir y venir se convenció de la inutilidad de sus esfuerzos. Pisaba las primeras tablas del muelle cuando lo encontramos demudado y con cara de tan pocos amigos que hicimos esta pregunta: –Corresponsal..., ¿parece que viene enfermo? –Sí, estoy enfermo, pero de cólera y rabia... Y nos refirió sus percances y aventuras. De todo corazón le compadecimos, y procuramos sacarle del error en que estaba acerca del modo cómo entendía lo de «individuos extraños al ejército», que no comprendía a otros que a los corresponsales de La Patria y El Mercurio. –Y el del Ferrocarril? Nos replicó victoriosamente a su juicio: el del Ferrocarril está como nosotros... –No, señor, le dijimos; el del Ferrocarril acaba de obtener su pasaje del mismo general, el que le dijo, en presencia de Toro Herrera457 y otros jefes, que en su obsequio hacía esta excepción porque era el único corresponsal serio y honorable. –Pero Hempel458 se reiría de esa afirmación, nos observó el de La Patria. –Sí, sí, le dijimos; pero después y a carcajadas. El corresponsal se decidió a ver a Escala y lo acompañamos hasta la puerta del despacho de este en donde nos quedamos esperando el resultado de su gestión. Nos olvidábamos advertir que el corresponsal iba armado de una carta de introducción, que entregó al general, que le ofreció asiento mientras
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Diputado. Coronel Domingo Toro Herrera, comandante del regimiento Chacabuco. Eduardo Hempel.
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leía con estudiada lentitud la misiva que nuestro amigo consideraba su postrera salvación. –Bien, dijo Escala, después de la lectura: yo le serviré en lo que pueda, pero no me gustan los corresponsales... Y el sublime manco, como lo llaman los del Independiente, hizo un gesto tan desagradable que su interlocutor empezó a considerar como perdida la última esperanza. –¿Se puede saber el motivo del disgusto que causan los corresponsales? Preguntó el de La Patria. –Todo lo tergiversan; no dicen la verdad; se arrogan facultades de general, de comandante y de simples cabos de escuadra. –Pero señor, yo acabo de llegar al teatro de la guerra y no se me pueden hacer cargos por juicios que aún no he emitido... –¿A qué vienen ustedes aquí?... le interrumpió Escala, con una mirada que procuró hacer amenazadora. –A ver, oír y transmitir nuestras observaciones al público de nuestros diarios. –El público no necesita de otra palabra que la mía... Y tornándose aún más tosco y desabrido, continuó: –¿Quién les ha dado a ustedes facultades para premiar y castigar? –¿Y quién ha podido decir a usted que nos consideramos poseedores de esas facultades? –Ustedes designan el punto de las batallas; ustedes reparten los grados; ustedes lo son todo. ¿Qué soy yo entonces? –El General en Jefe, señor, respondió tranquilamente el de La Patria. –Sí, eso soy: soy el jefe y yo sabré a quién debo premiar y a quién castigar y no necesito que ustedes vengan a decirme el camino que debo seguir. –Pero señor, la prensa no pretende arrebatarle sus prerrogativas; nos envía a ver, y vemos, y si nos engañamos, la prensa misma nos corrige... –¡Qué! Qué! La prensa debe contentarse con mis partes oficiales, fuera de los cuales no hay nada de verdadero. Y el general alzó su única mano como para dar sobre la mesa en que estaba afirmado, un golpe que acentuase aún más su palabra en que se traslucía grande indignación. El de La Patria pareció asombrado con lo que escuchaba. Con todo, se atrevió a afrontar el torrente, y con la voz más afable que pudo hallar en su garganta, le replicó. –Le he dicho, señor, y lo repito, que hace pocos días que me encuentro en Pisagua; que he sido enviado a ver lo que hay y no lo que no existe o sucede. Llego animado del mejor espíritu y lamento encontrar tropiezos en mis primeras investigaciones. Señor, deseo que me conceda pasaje en alguno de los buques que conducirán al ejército expedicionario. 293
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El general no contestó de pronto: reflexionó diez segundos, y después de este tiempo dijo: –Le concedo pasaje con dos condiciones. –Deseo saber cuáles serán. –La primera es que le exijo que antes de enviar a la imprenta sus escritos, me los presente para examinar si contienen datos o apreciaciones que no me parezcan bien. El de La Patria pareció espantado de la primera condición, y solo después de un rato de silencio pudo decir: –Pero esa censura es inadmisible. Si usted nos impide desempeñar nuestros cargos, no faltarán militares, más apasionados que nosotros, que escriban con harto perjuicio de nuestras armas. –La segunda condición que le impongo es la de que usted me dé los nombres de los que para su diario escriban desde este campamento. Si usted no me promete esto, le aseguro que no irá con el ejército expedicionario. El corresponsal reflexionó algunos momentos y dijo: –No puedo prometer lo primero, sino de esta forma: firmaré mis correspondencias y así usted podrá saber lo que escriba. No puedo ni debo hacer más. –Corriente. –En cuanto a la segunda, comunicaré su contenido al editor y propietario de la imprenta de la que soy empleado, y si él confía a usted esos nombres o me faculta para que se los entregue a usted, nada me será más fácil que cumplir ese encargo. –Bueno, bueno... y a la primera que me haga lo echo del campamento a usted y a todos los corresponsales. –¿Es decir que me da pasaje en un vapor?... –Sí, sí, y puede irse en cualquier buque. –Entonces, déme una orden para el capitán del Itata. –No, no; vaya y dígales a mi nombre que lo admita. –Pero si el capitán tiene orden de no recibir pasajeros que no lleven permiso escrito. –Vaya no más, y dígale que yo visitaré esta tarde todas las naves del convoy. Mi amigo se levantó y salió después de recibir uno de esos apretones de mano del general, tan pródigamente repartidos y que todos olvidan en el umbral mismo de su antesala. No dejé de advertir al corresponsal, antes de marchar a bordo, que lo de la orden verbal era una de las usuales trapisondas del religioso Escala; pero él no se convenció de ello sino cuando el comandante del Itata le exigió palabra escrita, y como no la llevaba, se quedó sin camarote y fuera de la nave y tornó a peregrinar y a buscar lo que todos tenían menos los corresponsales de los diarios de Valparaíso. 294
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Allá como a las doce de la noche uno por aquí y otro por allá consiguieron nido y refugio los desgraciados escritores que tan poca gracia hallaron ante el señor general don Erasmo Escala. Cuatro horas después de esta conferencia casi todo el ejército conocía sus detalles, y lo que es más raro se susurraba que el señor Escala tenía más miedo a un corresponsal que a las balas de a 500 del Manco Capac. En Ilo fueron más afortunados los corresponsales de los diarios de Valparaíso. Apenas fondeaba la Magallanes, con su bandera a media asta, como duelo por la muerte de Thomson, cuando los mismos corrían hacia la feliz cañonera para inventariar sus averías y sus glorias, y como pocos momentos después debía zarpar un vapor-transporte, con destino a Pisagua y escala en Arica, se largaron a dar caza al respectivo pasaje, o sea a la odiosa orden escrita. El de La Patria llegó hasta la puerta de la casa del general, y allí alguien, muy interiorizado en los asuntos de la familia, lo desahució y quitó los deseos de probar nueva fortuna. En sus idas y venidas encontró al de El Mercurio y ambos fueron al Abtao en busca del Ministro de la Guerra. Como este estaba ocupado, trataron de hacer lo de nuestros paisanos, agenciarse un empeñito, y juzgaron tenerlo en el secretario Máximo R. Lira, y he aquí otro extracto de conferencia. Corresponsal de El Mercurio.– Va a salir el Itata y venimos a que nos haga el servicio de obtenernos un pasaje. Lira.– Imposible; el ministro no quiere dar ningún pasaje. Corresponsal de La Patria.– Y sin embargo nos consta que los ha dado. Lira.– ¿A quién? Corresponsal de La Patria.– A N. N. y N. N. Lira.– El ministro se los negó; fue el almirante quien se los concedió. Corresponsal de La Patria.– ¿Pero qué pierden con concedernos un pasaje? Haga un esfuerzo en nuestro favor. Corresponsal de El Mercurio.– Háblele al ministro otra tentativa y veamos qué le responde. Lira.– Si no es Sotomayor quien se opone a que se les permita a ustedes viajar en los transportes del Estado. La Patria.– ¿Quién es entonces? Lira.– Santa María, que está muy enojado por las correspondencias de ustedes. La Patria.– Y no obstante Escala me manifestó que era a él a quien más le disgustábamos. Lira.– Pídanle al general. Ambos corresponsales manifestaron que eso era imposible. 295
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Lira concluyó por entrar al despacho del ministro, de donde salió a los dos minutos diciendo que se había negado a conceder la malhadada orden verbal o escrita. Si Lira habló o no con el ministro es cosa que no quedó bien averiguada, pero de lo que ambos desafortunados colegas tuvieron completa seguridad fue del poco cariño que por sus personas o misiones de los caballeros que dicen dirigen la guerra de Chile contra el Perú. Õ
Teatro de la Guerra La expedición a Ilo459 Sumario.– Embarque de la expedición.– Reconocimientos.– Primera tropa desembarcada.– Inutilización del telégrafo.– En dirección a Islay.– Primera avanzada.– Difícil situación de un grupo de exploradores chilenos.– Dudas sobre las rutas que se debían escoger para llegar a un pueblo.– Nuevas avanzadas.– Se toma un prisionero.– Toma de posesión de los aparatos del vigía.– Servicios prestados por Villarroel.– Una avanzada chilena.– Encuéntrense armas y bagajes del enemigo.– Llegada a Islay.– Toma de la aduana.– Desembarco del resto de las fuerzas.– Se ocupan el telégrafo y los cuarteles.– En marcha a Mollendo.– Difícil y penosa travesía.– Llegada a ese pueblo y ocupación de las alturas.– Retirada de la guarnición peruana.– Entrada al pueblo.– Las canciones nacional y de Yungay.– Continúan los Zapadores la marcha a cortar el ferrocarril.– Llegada de varios batallones de Arequipa.– Se corta la línea.– Destrucción e incendio de Mollendo.– Pérdidas.– Entrega a los cónsules de la aduana.– El orden.– Regreso a Islay.– Desórdenes de tropa del 3.º.– Regreso a Ilo.
Pacocha, marzo 16 de 1880 Señor editor de La Patria: Embarcada en los diversos transportes la expedición que debía operar sobre los puertos de Islay y Mollendo460, el almirante de la escuadra ordenó el reconocimiento de las caletas por donde debía hacerse el desembarco de las fuerzas.
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Publicado en el diario La Patria, Valparaíso, 25 de marzo de 1880. El 8 de marzo de 1880. El propósito de esta expedición era destruir los elementos portuarios de Mollendo, en vista de la escasez de buques de guerra para mantener un bloqueo permanente allí, y además, introducir el pánico en las autoridades de Arequipa, conectada por vía férrea con Mollendo, de manera de disuadir que las tropas acantonadas en aquella ciudad se unan a las fuerzas peruanas de Moquegua o Tacna, Gonzalo Bulnes, ob. cit., tomo II, cap. II, p. 79.
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El señor Arturo Villarroel461 que acompañaba a las fuerzas en calidad de voluntario y que en épocas anteriores había frecuentado esas costas, indicó tres o cuatro puntos a propósito para ello. El teniente de marina Señoret462 fue el encargado de examinarlos, y después de un prolijo reconocimiento los encontró aceptables. Dióse por lo tanto la orden de desembarco por uno de ellos. Los primeros botes se desatracaron de los buques a las nueve de la noche y después de hora y media de trabajo se logró poner en tierra 180 hombres de navales y 11 oficiales. Desgraciadamente a esa hora la marea, cuyo efecto se desconocía en esa parte de la costa, dificultó inmensamente la operación e imposibilitó del todo su continuación. Tuvo, pues, que volverse a bordo el resto de la tropa que se había embarcado en los botes y se decidió buscar un nuevo punto más a propósito para continuar el desembarco. * Mientras tanto, de los desembarcados se adelantaron Villarroel y cuatro hombres y se dirigieron a marchas forzadas en busca del telégrafo con el objeto de cortarlo e inutilizarlo. El pequeño piquete de exploradores anduvo feliz en su empresa, pues dos horas después volvía, habiendo cortado los alambres, echado abajo algunos postes y puesto en incomunicación los telégrafos que ligan esa caleta con Mollendo, Islay y Arequipa. * Regresados los exploradores los 180 hombres que habían logrado desembarcar se pusieron en marcha con dirección al puerto de Islay. A la hora de marcha y después de atravesar varias quebradas, la expedición hizo alto y se dio orden al piquete de exploración que dirigía el señor Villarroel, de seguir avanzando en la misma dirección. El grueso de las fuerzas, mientras tanto, después de un corto descanso, siguió su marcha a la vista de los exploradores y a una distancia de 200 metros. De repente se sintió una descarga, seguida pocos momentos después de fuego graneado.
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Experto en explosivos y electricidad, agregado al Cuerpo de Pontoneros, se le dio el grado de capitán. Este era el famoso «General Dinamita», quien seguiría prestando inapreciables servicios, especialmente en la detección y desactivación de minas o bombas cazabobos tendidas por el enemigo. Teniente Manuel Señoret.
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«Un voluntario peruano», caricatura del periódico El Ferrocarrilito, Santiago, 1880.
Inmediatamente la fuerza que mandaba el mayor don Alejandro Baquedano, jefe de toda la columna, apresuró el paso y al poco andar también rompió sus fuegos. ¿Qué había pasado? Los exploradores de Villarroel se habían encontrado con una avanzada enemiga, la que preguntó por dos veces ¿Quién vive? Los nuestros contestaron: –¡Chile! –y a la tercera intimación: –Navales. Como era de suponerlo, una descarga cerrada contestó a tan franca como decidora respuesta. Por un momento la situación del pequeño piquete chileno fue bastante difícil, por encontrarse entre las fuerzas del enemigo y las de la división Baquedano de Navales. Felizmente esto duró bien poco y pronto fueron reconocidos los nuestros y reunidos todos continuaron el fuego, el que terminó con la retirada de la avanzada del enemigo. Mientras tanto la duda sobre la ruta que se debía seguir se apoderó del jefe y oficiales de la expedición. Ningún dato se tenía sobre las fuerzas que podía haber en las inmediaciones y se temió que la avanzada que acababa de ser rechazada 298
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perteneciera a algún cuerpo de ejército destacado en algún punto más o menos próximo. Baquedano opinó por la retirada a una quebrada vecina que por su situación se prestaba a una defensa más o menos prolongada y por lo tanto podía dar tiempo a recibir socorros de los nuestros. Esta decisión no llegó a llevarse a cabo por haber prevalecido la opinión del jefe de los exploradores que abogó por la toma de posesión de un morro cercano, de donde podía dominarse los caminos vecinos y conocer con tiempo la aproximación y número de enemigos. El mismo Villarroel fue comisionado para ocuparlo, acompañado de 20 y tantos soldados. Minutos después toda la fuerza hacía alto en la cumbre de dicha posesión, y pudieron notar entonces que del camino de Islay se aproximaban enemigos. * Los nuestros esperaron y sintieron al poco tiempo el alerteo que salía de las primeras filas peruanas En esta ocasión no contestaron al ¡quién vive! Como la primera vez, sino que, por el contrario, dieron el grito de: ¡Perú! Los enemigos avanzaron con toda seguridad y fue tal su confianza, que lograron dejar en nuestro poder un prisionero. Por este se supo que la fuerza a que pertenecía se componía de sesenta hombres. Tan pronto como el enemigo salió de su error rompió el fuego, el que duró como cinco minutos y terminó, como la primera escaramuza, con la fuga del enemigo. El número de prisioneros habría sido mayor si los nuestros hubieran bajado y perseguido al enemigo; pero la oscuridad de la noche y la falta de conocimiento de los caminos los obligó a mantenerse en la posesión ocupada. * Al amanecer se descubrió que todos los enemigos habían desaparecido y que nada indicaba la aproximación de nuevas fuerzas. La primera operación en que se pensó fue apoderarse del aparato del vigía, que estaba colocado en una eminencia y a una distancia de 500 metros del campamento en el camino de Islay. Esta operación se ejecutó por el piquete de exploradores que siguió hasta llegar a Mollendo bajo las órdenes de Villarroel, quien, sea dicho de paso, ha prestado a la expedición servicios importantísimos. 299
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Desde esa altura notaron los nuestros una guerrilla que avanzaba en dirección a ellos y por mucho tiempo no pudieron distinguirla. La gorra blanca y el pantalón colorado los sacó de dudas. Esa fuerza era chilena la que habiendo logrado desembarcar en una caleta más al norte, avanzaba explorando los caminos. Unidas ambas guerrillas esperaron la aproximación de la columna Baquedano y juntos marcharon directamente al pueblo de Islay. La única novedad que les ocurrió en el resto del camino fue el hallazgo de once fusiles y siete yataganes, una bandera peruana, varios rollos de mochila y otros arreos militares. * A poco andar la columna llegó al puerto de Islay. Su primer cuidado fue la toma de posesión de la aduana, en donde se enarboló la bandera nacional, y en seguida se hicieron las respectivas señales a nuestros buques de guerra y transportes que habían llegado a la rada en la mañana.
Vista del puerto peruano de Mollendo. Revista La Ilustración Española y Americana, Madrid.
Principió inmediatamente el desembarco; habiendo sido los primeros en saltar a tierra el resto del cuerpo de Navales, que tan brillantemente se portó durante el curso de la expedición, siguiendo los del 3.º, Zapadores y piquete de Cazadores. El pueblo de Islay se encontraba casi desierto y decimos casi, porque algunas mujeres habían permanecido en él; el resto de los pobladores había huido en la noche, en dirección a las quebradas interiores. Ocupóse el telégrafo y los cuarteles. En el primero existían las máquinas en buen estado y por ciertas señales se conocía que esta oficina había despachado hasta última hora. Sin 300
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embargo, los peruanos, más previsores que en Pisagua, se habían llevado todos los libros y legajos de contabilidad y comunicaciones. La tropa acampó en la aduana, edificio que había servido para igual objeto a los peruanos, quienes, se dice, tenían días antes ahí tres compañías que servían de guarnición en el pueblo. De las averiguaciones practicadas se supo que en los tiroteos con el enemigo habían sido muertos dos de ellos. Después de cortar el telégrafo en todas direcciones, la división completa ya se puso en marcha con dirección a Mollendo. El orden era el siguiente: 1.º Cazadores, seguían los Navales y el 3.º, y cubrían la retaguardia los Zapadores. La marcha de la distancia de cinco o seis leguas que separan a Mollendo de Islay fue dura y penosa. Cerros altísimos y quebradas profundas, sin agua que beber, llenos de polvo y cubiertos por un sol abrasador. Estas difíciles circunstancias eran más pesadas para los Navales, y sobre todo para la columna de 180 hombres que el día antes había desembarcado y cuyos soldados y oficiales tenían en su mayor parte la ropa mojada. Nada era esto, sin embargo, para nuestros soldados, que no deseaban otra cosa que encontrarse con el enemigo y batirse por su patria. La fuerza chilena, al llegar a inmediaciones de Mollendo, tomó camino de las alturas, desde donde notó que la guarnición peruana, dividida en dos mitades, se retiraba una en dirección a Tambo y la otra al este, trepando los cerros que se dirigen a las pampas, camino de Arequipa. Convencido de que no existía peligro alguno para nuestra división, el coronel Barbosa463, jefe de nuestras fuerzas, ordenó bajar y tomar posesión de la población. * La entrada de los chilenos fue tranquila y en columna cerrada. Se formaron en la plaza del puerto, donde se tocó la Canción Nacional y la de Yungay y se dieron entusiastas vivas a Chile y en seguida todos los cuerpos, menos los Zapadores, se retiraron a los cuarteles designados al efecto. La mayor parte tomó por tales la estación del ferrocarril. Mientras tanto los Zapadores, después de un corto descanso siguieron al mando del jefe de la división Barbosa, en dirección a Mejía, estación cercana del ferrocarril para Arequipa. 463
Coronel Orozimbo Barbosa Puga, comandante de la 4ª División chilena.
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Un poco más delante de ese lugar el batallón chileno hizo alto y el jefe Barbosa acompañado de los Cazadores, siguió avanzando por la línea del ferrocarril hasta llegar a un punto que dista más de dos leguas del lugar donde se habían quedado los Zapadores. Desde aquel punto se divisaron fuerzas enemigas que venían de Arequipa. A simple vista ocupaban estas, formadas en filas de dos, como unas ocho cuadras y a poca distancia se divisaban dos convoyes de muchos carros que se supone fueron los que las condujeron hasta ahí. Los nuestros, después de inutilizar la línea, principiaron a levantar grandes polvaredas, valiéndose para ello de ramas de árboles, con lo que lograron hacer detener al enemigo, pues debieron suponer estos que lo que veían era una fuerte división464. Los nuestros dispararon algunos tiros que por la distancia debieron quedarse a mitad del camino y tomaron la vuelta, uniéndose pocos momentos después a los Zapadores, con los que regresaron en toda calma y con las precauciones del caso al pueblo de Mollendo. Es indudable que la inutilización de la línea produjo favorables resultados para nuestra división, pues, según se supo después, la división salida de Arequipa llegó a Mollendo dos días después y se componía de 3.000 hombres465. * En Mollendo, mientras tanto, la fuerza que había quedado de guarnición se ocupaba en destruir los cuarteles y los edificios del ferrocarril466. Fueron estos totalmente destruidos e incendiados. El viento que soplaba ese día era desfavorable para la población, razón por la cual el fuego se comunicó a esta, habiéndose perdido por ello las dos terceras partes de la ciudad poco más o menos 40 manzanas. Los jefes de la expedición trataron desde la primera hora de evitar que esto sucediera y a sus esfuerzos decididos se debe que se salvara el resto de las casas y que a decir verdad era lo mejor que existía 467. 464 465
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Fue la aplicación de una táctica o ardid de origen mapuche. Esta cifra de combatientes peruanos que operaba en la zona parece ser precisa, y comprendía una división proveniente de Arequipa más algunas milicias locales, en total. Wilhelm Eckdahl, ob. cit., tomo II, cap. VII, p. 100. Se trataba del regimiento 3º de Línea, compuesto en gran parte de chilenos expulsados del Perú al comienzo de la guerra, y despojados de sus bienes. Por ello, era una unidad donde estaba especialmente presente el sentimiento de revanchismo. La versión del corresponsal de El Ferrocarril sigue aguas similares en cuanto a no cargar toda la culpa a los soldados chilenos: «Poco antes de las 7 P.M. se declaró en Mollendo un voraz incendio en los suburbios de la ciudad, ignorándose su origen que unos atribuyen a la casualidad, otros a gentes mal intencionadas con el propósito de echar la mancha de incendiarios a los chilenos que no han llevado más propósito que destruir ciertas propiedades del Fisco.
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Corresponsales en campaña
Los cónsules extranjeros son los primeros en atestiguarlo y serán ellos los llamados para desmentir todo aquello que se propale por nuestros enemigos en el sentido de la premeditación del incendio468. Las pérdidas originadas por este son inmensas y un cálculo no exagerado las hace subir a cinco millones de pesos. Entre los edificios quemados está la iglesia del lugar, pero se salvaron los santos y alhajas de ese templo, los que fueron entregados a los cónsules extranjeros. A estos mismos funcionarios se les entregó la aduana con sus mercaderías, no habiéndose dispuesto de ellas, sino de algunos cajones de licor que tomó la tropa y que en casos semejantes es imposible evitarlo. Se hizo igual entrega de dos carros de ferrocarril completamente cargados de mercaderías y que según se averiguó pertenecían a particulares. El muelle del puerto principió también a incendiarse; pero no cundió como se esperaba por ser de material sólido y haberse agotado las materias inflamables y explosivas. Mientras tenían lugar estas escenas de destrucción, necesarias las unas, casuales las otras, los habitantes del pueblo, especialmente las mujeres, se refugiaban en la plaza donde estaban nuestros soldados, que guardaban con ellas el mayor respeto. El orden se había mantenido hasta entonces inalterable y habría permanecido en ese estado hasta el fin sin una orden inconsulta que se dio respecto de uno de los batallones. Fue la puerta franca a los del 3.º. Como era de presumirlo, algunos soldados se embriagaron y principiaron a cometer ligeros desórdenes. Notóse al punto el error cometido y se tocó llamada y cuando la mayor parte de la fuerza estaba reunida el coronel Barbosa dio orden de marcha para Islay. Solo quedaban rezagados unos 70 u 80 soldados del 3.º. Apartóse el comandante Castro469 de este cuerpo con 50 o 60 hombres y formó el piquete de prevención para custodiar los rezagados y perdidos que entregaban los navales que cubrían la retirada. Logróse, no sin trabajo y pendencias aisladas, reunir al mayor número e incorporarlo a su cuerpo.
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El incendio ayudado por un fuerte viento, fue adquiriendo proporciones colosales, iluminando con sus siniestros y rojizos resplandores las cumbres vecinas y la inmensidad del océano». En Pascual Ahumada, ob. cit., tomo II, capítulo sexto, p. 398. No obstante, el jefe de las fuerzas navales francesas en el Pacífico, almirante Bregase du Petit-Thouars, envió una nota al contralmirante Galvarino Riveros donde le expresaba su preocupación por los perjuicios que podrían resultar para los súbditos de potencias neutrales, la repetición de incidentes como los de Mollendo. En Gonzalo Bulnes, ob. cit., tomo II, cap. II, p. 84. Teniente coronel Ricardo Castro.
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En la noche y habiendo acampado el mismo regimiento en un lugar cercano a Mollendo, el piquete de retaguardia, incluso oficiales, abandonó el campamento en dirección al pueblo, sin orden alguna y con el pretexto de ir a buscar rezagados. El jefe de estado mayor, señor Dublé, los encontró en la ciudad de Mollendo participando de la alegría de sus descarriados compañeros y mediante enérgicas medidas logró traerlos al centro de la división. De las diversas pendencias producidas por el licor solo resultaron dos heridos levemente. Hemos dado a estos lamentables incidentes, que indicará a nuestros jefes la necesidad de prohibir las licencias y puertas francas en el porvenir, toda su extensión, presentándolo tal como es para destruir los rumores que se han corrido sobre el particular. Se ha hablado de fusilamientos, sublevaciones y otros mil cuentos inventados por la fantasía de algunos470. Lo pasado en Mollendo no tiene más proporciones que la borrachera de algunos soldados; pero que de todos modos debe ser ejemplarmente castigada; sobre todo la de los oficiales que tomaron parte en ella y que en ningún caso tienen disculpa471. La marcha de regreso no tuvo nada de notable que referir y después de reembarcarse con toda felicidad en los transportes, la división llegó a Ilo sin novedad.– Sotomenor. Õ
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Se juzgó sumariamente a un cabo del 3º de Línea que había acuchillado a un oficial, y se le fusiló. Bulnes destaca la indignación y pésimo efecto que causaron estos desórdenes en Santiago, afirmando que lo más grave es que quedaron impunes. Gonzalo Bulnes, ob. cit., tomo II, cap. II, p. 83. Por su parte Machuca, sin desconocer los hechos, rebate a este autor al reproducir la orden del general en jefe Escala donde ordenó una investigación para establecer los hechos y repartir sanciones, por lo cual, afirma, «la aseveración del señor Bulnes es completamente inexacta, por no darle un calificativo más duro y más merecido». Francisco Machuca, ob. cit., tomo II, cap. IX, p. 120.
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Capítulo VI
La Campaña de Tacna y Arica
Tras la serie de largas y complejas operaciones de desembarco en Ilo e Ite, para el caso de las piezas de artillería, y durísimas marchas atravesando parajes desérticos, comienza la aproximación hacia el eje del poder militar peruano boliviano, conformado por las plazas de Tacna y Arica. Preludio a las batallas decisivas es el combate de Los Ángeles, suerte de fortaleza natural situada en las cercanías de Moquegua, primera victoria del Ejército comandado por el general Manuel Baquedano, de la que se ofrece la versión enviada al diario antofagastino El Pueblo Chileno. El eje de este capítulo está constituido por la extensa y controvertida relación de la batalla de Tacna, obra del corresponsal del diario El Mercurio de Valparaíso, Eloy T. Caviedes, que tanta polémica causó por su crítica al mando militar, en especial respecto del papel jugado por la artillería y la falta de persecución al enemigo, así como por la supuesta connivencia entre este periodista y el coronel José Francisco Vergara, partidario de un plan alternativo al que en definitiva se adoptó. Esta correspondencia no fue considerada en la vasta recopilación de Pascual Ahumada, tal vez por su implicancias, y es primera vez que se vuelve a publicar desde 1880. Las reacciones que ella generó están debidamente desarrolladas en la introducción de la presente obra, al igual que su carácter de caso paradigmático en la historia del periodismo bélico. Junto a este amplio fresco de dicha batalla, se ofrece el complemento de una pieza breve, pero no menos sustanciosa, sobre la actuación del batallón Coquimbo, aparecida en El Nuevo Ferrocarril. Finaliza este capítulo con dos textos publicados en el diario El Independiente de Santiago: El primero, escrito como una suerte de bitácora, es una sintética pero interesante narración de la toma de Arica, días previos y posteriores, con inexactitudes menores. Le sigue un conjunto 305
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de impresiones posteriores sobre Tacna y Arica, advirtiéndose en ambas correspondencias la decantación de un nuevo estado de ánimo en el bando chileno, en el sentido que se veía cada vez más necesaria una expedición sobre Lima.
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En el teatro de la guerra Asalto de los Ángeles (Correspondencia especial para EL PUEBLO CHILENO)472 Ilo, 24 de marzo de 1880. Señor Editor de El Pueblo Chileno. He aquí los pormenores obtenidos sobre la batalla de los Ángeles, que por equivocación llamábamos de Moquegua, en nuestra correspondencia de ayer. * Los detalles los hemos adquirido de fuentes fidedignas; pues acaba de llegar el general en jefe, ministros y demás acompañantes. He aquí lo ocurrido en la batalla de los Ángeles. * El enemigo parapetado en sus inexpugnables posiciones de los Ángeles, se mantenía tranquilo, seguro de no poder ser atacado ni en consecuencia batido. Por su parte los nuestros demostraban preocuparse bien poco del enemigo, y acampados en el Alto de la Villa se mantenían a la vez tranquilos el día 21. A las 10 de la noche de ese día se impartieron varias órdenes a los cuerpos que formaban nuestra división473, y desde ese momento se notó alguna actividad, actividad precursora de una próxima lucha. El Atacama, ese valiente batallón, que al mando de su bravo comandante474 se ha distinguido ya tanto en la presente guerra, recibió la orden de llevar a cabo una de las empresas más arduas y difíciles, que hasta ahora para los peruanos ha sido imposible. Se trataba nada menos que de escalar el cerro sobre el cual tenían sus inexpugnables posiciones el enemigo, precisamente por el punto más escarpado, en donde el cerro es cortado a pique.
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Publicada en el diario El Pueblo Chileno, Antofagasta, 10 de abril de 1880. La 2ª División chilena, al mando del coronel Mauricio Muñoz, reforzada por los regimientos de infantería Buin y Santiago y de caballería Granaderos. Mandaba el conjunto el general en jefe, Manuel Baquedano. Coronel Juan Martínez Gutiérrez.
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El Atacama, pues, con esa decisión que lo había distinguido, y guardando el orden que es patrimonio del soldado chileno, llevando su jefe a la cabeza, marchó a llenar su difícil y sagrado cometido. Intertanto, el regimiento 2.º de Línea, ese heroico regimiento que aún no olvida, como no olvidará nunca la quebrada de Tarapacá, contento por presentársele la ocasión de tomar revancha contra sus falaces enemigos, partió también a ocupar el puesto que le tocara en suerte. Ese era cerrar el paso al enemigo por su izquierda y por el lado del camino que conduce a Tacna. Todas estas maniobras se harían con el orden y silencio que requerían las circunstancias y la hora en que se verificaban. La artillería de montaña colocada al frente de las posiciones enemigas, era apoyada por su retaguardia por un batallón del Santiago y el Bulnes; el otro batallón del Santiago (el 1.º) apoyaba su derecha en el ala izquierda del 2.º de Línea, quedando así la división colocada en su orden natural. La caballería se hallaba colocada más a retaguardia en el centro de la línea, y la artillería de campaña, en lugar prominente y dominando todo el frente de las posiciones del enemigo. Este era el preámbulo, veamos ahora la obra y sus resultados o desenlace. * A las 12 de la noche el Atacama dio principio a su arriesgada y casi imposible ascensión. Los demás cuerpos se dirigían por senderos difíciles a ocupar su puesto... Pasan las horas. La aurora principia a iluminar débilmente ambos campamentos. No se siente el más leve ruido. Parecía que toda la naturaleza callaba o dormía para despertar de improviso a los estampidos del cañón. Y efectivamente: la luz rasga del todo las tinieblas que pululaban aún el espacio, y un disparo de nuestros Krupp de campaña es el saludo que el ejército chileno envía a su querida patria en este día memorable. La lucha ha comenzado. * El enemigo, sorprendido sin duda, por aquel brusco e intempestivo despertar, corre a sus trincheras y con ávidos ojos examina nuestra línea. El cañón continúa dejando oír su ronca y terrible voz. El centro de nuestra línea avanza sobre el pie de los Ángeles; y el enemigo seguro de diezmar nuestras filas tan pronto se pusieran a tiro de rifle, lanza un viva y rompe con la canción de su país... Ese viva fue lúgubre. Esa canción parecía la música de difuntos... 308
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* Son las seis de la mañana. Nuestros valientes del Santiago y Bulnes, que ocupaban el centro de nuestra línea, continúan avanzando con paso firme y con noble entereza haciendo fuego y recibiendo los fuegos del enemigo. De pronto el Atacama, el heroico Atacama, asoma por la derecha y en la cumbre del cerro en que los enemigos esconden su valor. Seis fueron los primeros que pusieron pie en piso firme. Se nos dice que entre ellos estaba el valiente comandante Martínez. Los atacameños siguen subiendo y van colocándose más a la izquierda de sus compañeros. El enemigo nota que los nuestros se han atrevido a llegar hasta la puerta de su escondite, y rápido se abalanza a cerrarles el paso rompiendo sobre ellos sus fuegos. Pero del Atacama se encuentra ya formada la 1.ª compañía y la 2.ª principia a tomar el alto. He aquí el momento supremo. El comandante del Atacama, sin contestar los fuegos del enemigo, manda a la primera compañía cargar a la bayoneta, siendo apoyada por la segunda que ya concluye de formar. El enemigo se ve anonadado; no puede resistir el vigoroso empuje de los nuestros y vuelve cara. Cuando baja la primera cuesta, la artillería de montaña le hace algunos disparos. En ese instante, una última granada de nuestros artilleros dirigida en el momento mismo en que los atacameños dan su carga, va a estallar en el centro de la fuerza enemiga causando la confusión y el pánico en ella, pánico y confusión que va de punto cuando sienten en su precipitada fuga llegar a sus espaldas las frías y laceradas puntas de los yataganes de los nuestros. Desde ese instante, la victoria se declara completa y espléndida para nuestras armas. El enemigo en carrera vertiginosa toma el descenso hacia el camino de Tacna, buscando su salvación. * Pero allí le esperaba otra terrible prueba. El bravo 2.º con sus valientes jefes a la cabeza espera a pie firme al enemigo, rompiendo el fuego sobre él y acabando de desorganizarlo por completo tan pronto llegó a su alcance475. 475
«El 2.º de Línea, que iba a mis órdenes, y que ya había tomado buenas posiciones para divisar el enemigo y defender la quebrada, rompió sus fuegos con el segundo batallón, quedando el primero de reserva; esto es, solamente tres compañías porque la otra estaba
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«El Perú y Bolivia ante el general Pililo», caricatura que exalta tosca aunque expresivamente al «roto» chileno. Periódico El Ferrocarrilito, Santiago, 1880.
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Nos aseguran, que en su descenso, algunos soldados del enemigo llegaron a luchar cuerpo a cuerpo con los del 2.º. Es por esto que el 2.º, como en Tarapacá, es el que ha sufrido mayor número de bajas relativas a las de los otros cuerpos nuestros. Más abajo daremos el cómputo. * Deshechas ya las filas enemigas, sus jefes huyendo y los soldados en desordenada fuga, y teniendo a los nuestros por retaguardia, retaguardia y flanco derecho, usó del único medio que le quedaba libre para poner a salvo su humanidad; hizo, pues flanco izquierdo y tomó por los desfiladeros que conducen a Torata. Su marcha fue la del lobo que huye del cazador, saltando precipicios, salvando roces y ocultándose en las breñas o en los recodos de las quebradas. El 2.º, tan pronto vio el movimiento de los contrarios, hizo a su vez flanco derecho y siguió marchando y haciendo fuego por ese costado. El primer batallón del Santiago le secundó en esta maniobra, así como le había secundado admirablemente en el ataque. En este orden, y agregándose algunas piezas de artillería de montaña, el Atacama, el otro batallón del Santiago y parte del Bulnes, nuestra división emprendió la persecución del enemigo, que más ligero en la carrera y más conocedor del terreno, de momento en momento fue perdiéndose de vista. * Nada hemos dicho de la caballería, de esos entendidos jinetes y valientes soldados. Dediquémosle, pues, las líneas que le pertenecen. Inactiva en la primera hora nuestra excelente caballería, tan luego como el bravo Atacama cargando a la bayoneta puso en desorden a la fuerza enemiga, los valientes Cazadores y Granaderos, abriéndose paso por entre los batallones Bulnes y Santiago, lanzaron al escape sus cordeles, y haciendo zig-zag por el escabroso terreno, se fueron sobre el enemigo tratando a la vez de cortarle la retirada. Pero como el terreno es quebrado, nuestros bravos tuvieron que marchar por el flanco, atacando de este modo y contribuyendo a la completa desorganización de los contrarios. *
abajo, en la quebrada. Los peruanos se detuvieron al momento, debido a los fuegos del 2.º de Línea». Estanislao del Canto, ob. cit., cap. VII, p. 96.
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Cuando nuestra división con la artillería y caballería alcanzaron a Torata, en donde se creía habría gente de refresco de los peruanos, se halló con que el pueblo estaba abandonado, no encontrándose en las decantadas fortificaciones de ese punto, ni uno solo soldado de los derrotados de los Ángeles. Así, pues, los fugitivos no han tratado de rehacerse, ni de aprovecharse de las magníficas posiciones de defensa que presenta Torata. La batalla era concluida. El ejército enemigo estaba destrozado. La expedición de nuestras tropas había llegado a su término. Así fue, que dos días después, nuestra división ya había regresado al alto de la Villa. * Las fuerzas del enemigo que pelearon en los Ángeles, se nos dice que constaban de cuatro a cinco batallones476, siendo su comandante en jefe, el coronel Gamarra477, que fue enviado expresamente de Lima, a hacerse cargo del mando de esta parte del ejército, en virtud de su valor y competencia. El batallón enemigo que más se distinguió en el combate fue el Grau, que es compuesto de gente toda moqueguana. Este batallón fue el que se batió con más denuedo, recibiendo así mismo mayor número de bajas. Chocano es el apellido del coronel jefe de este cuerpo478. * He aquí las bajas que tuvimos nosotros y que tuvo el enemigo en la batalla de los Ángeles, entre muertos y heridos: Regimiento 2.º de Línea de 19 a 25. Regimiento Santiago de 4 a 6. Batallón Atacama de 6 a 10. Artillería de 2 a 3. Cazadores de 3 a 5. De nuestros oficiales y jefes, no ha habido ni muertos ni heridos. El batallón Bulnes no tuvo baja alguna479.
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Batallones Grau, Canchis, Canas y Granaderos del Cuzco, más una columna de Guardia civil y otra de Gendarmes de Moquegua. Partes oficiales peruanos, en Pascual Ahumada, ob. cit. tomo II, capítulo sexto, pp. 439-441. Bulnes calcula su número en 1.500, al menos, Gonzalo Bulnes, ob. cit., tomo II, cap. III, p. 118. Manuel A. Gamarra. Julio César Chocano. Las bajas chilenas en la expedición a Moquegua y acción de Los Ángeles fueron de 9 muertos y 41 heridos. Pascual Ahumada, ob. cit., tomo II, capítulo sexto, p. 438.
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El enemigo ha perdido 150 hombres, entre ellos 16 heridos, contándose un sargento mayor entre los primeros480. Los prisioneros tomados al enemigo hasta el 23, ascendían a 27 hombres, entre ellos un sargento mayor, un capitán y dos tenientes481. * Se nos refiere que todas las familias peruanas y extranjeras que quedaron en Moquegua, presenciaron todo el combate; y que ese día como los siguientes el comercio ha permanecido abierto. Se ha hecho notar la singularidad de que la mayor parte de las casas de comercio de Moquegua, son asiáticas e italianas482. * Concluiremos enviando nuestro aplauso y nuestro reconocimiento al personal de la Ambulancia Valparaíso, que en esta vez como en las anteriores ha cumplido religiosamente con su sagrado y humanitario cometido. Dícese también que una ambulancia peruana establecida en el lugar del combate, ha prestado importantes servicios a los heridos. * Aquí pensábamos poner punto final a esta correspondencia; pero no lo haremos sin haber manifestado que a conocimiento de todos los que tomaron parte o presenciaron el combate, está el que la dirección de él por parte de nuestros jefes ha sido lo mejor que hasta ahora hayamos presenciado en nuestras batallas. Debido a la buena estrategia y oportuna disposición de nuestros jefes, es que esta batalla ha sido de tan valiosos resultados para nuestras armas, sin tener que lamentar pérdidas de consideración. Permítanos, pues, el valiente general Baquedano y los no menos coronel Muñoz y comandante Martínez, jefe de Estado Mayor, que les enviemos nuestros aplausos y nuestras sinceras felicitaciones por la acertada dirección y espléndido éxito de esta batalla. De Ud., señor Editor. La Campaña * 480
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Según cifras chilenas, las bajas peruanas ascendían a 4 oficiales y 50 individuos de tropa muertos y al menos 80 heridos, sin contar otros 28 que habían quedado prisioneros. Ibíd., p. 439. Según cifras chilenas dos sargentos mayores, un capitán, un subteniente, cinco sargentos y cabos y 50 individuos de tropa. Ibíd. Partes oficiales chilenos y peruanos en Ibíd., pp. 433-445.
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A última hora: Se nos dice: que el enemigo en su precipitada fuga, dejó olvidado todo su material de guerra y el polvorín que tenían establecido en sus posiciones; Que en estos últimos días se han aprehendido como ciento veinte prisioneros más: Que en el polvorín a que nos hemos referido los peruanos tenían varias mechas o guías preparadas para hacerlo estallar en caso de necesidad; pero que cuando se vieron perdidos solo pensaron en la huida; y Que así mismo fueron encontradas todas las piezas de las máquinas del ferrocarril que los peruanos habían quitado para inutilizarlas. Vale. Õ
La batalla de Tacna (De nuestro corresponsal en el ejército y armada)483 Sumario.– Salida del ejército chileno hacia Tacna.– La marcha.– En Quebrada Honda.– El enemigo a la vista.– Nuestras tropas avanzan.– Reconocimiento del primer escuadrón de carabineros.– Disparos de alarma.– El terreno.– Las guerrillas chilenas.– Colocación de nuestras tropas.– Rompe el fuego la artillería enemiga.– Contesta la nuestra.– El avance de la infantería chilena.– Las posiciones enemigas.– La línea de batalla.– Nuestra derecha.– Principia el fuego de rifle.– El Valparaíso y sus guerrillas.– Avanzan los Navales.– Flanquean al enemigo.– El Esmeralda y el Chillán.– Peripecia del combate.– Falta de municiones.– Incidentes.– La segunda división.– Su marcha sobre las trincheras.– El 2.º de Línea.– En busca de un estandarte.– El Santiago y sus jefes.– El Atacama.– Carnicería.– La cuarta división.– Avanza por nuestra izquierda.– Entran los Zapadores en combate.– Cazadores del Desierto frente al fuerte.– El Lautaro.– Combate general.– Resistencia de los aliados.– Nuestras tropas flaquean.– Artillería y ametralladoras.– La carga del Granaderos.– La tercera división.– La Artillería de Marina refuerza a la primera.– El Chacabuco a la segunda.– El Coquimbo a la tercera.– El estandarte del Coquimbo.– Sobre las posiciones enemigas.– ¡A la bayoneta! .– El enemigo principia a ceder.– Avanza la reserva.– El 2.º escuadrón de Carabineros.– Toma de las trincheras enemigas.– Mortandad.– Fuga de los aliados.– En los campamentos.– La persecución.– A la vista de Tacna.– Camino de Pachía.– La caballería.– Indecisión.– Intimación a la ciudad.– Movimiento de nuestras tropas.– En pampa rasa.– Al día siguiente.– Dispersos tomados.– El segundo escuadrón de carabineros en Calana.– Se organiza una expedición para perseguir al enemigo.– Demoras.– Su salida.– En Calana.– En Pachía.– Vía de Torata y de La Paz.– La retirada de los aliados.– En San Francisco y Lluta.– Nuestras bajas.– Las del enemigo.– El campo de batalla.– Nuestros heridos.– Las ambulancias chilenas.– Las aliadas.– Falta de agua.– Cañones, armas y pertrechos tomados al enemigo.– Muerte del comandante Santa Cruz.– Jefes peruanos y bolivianos muertos y prisione483
Publicado en el diario El Mercurio, Valparaíso, 14 de junio de 1880.
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Corresponsales en campaña ros.– Número de heridos.– Término medio de disparos.– Infantería, artillería y caballería.– El reconocimiento del 22.– Estrategia y táctica.– Jefes, oficiales y soldados.– El Comblain y el Peabody.– La bayoneta y el yatagán.– La guerrilla inglesa.– El soldado boliviano y el soldado peruano.– Los Colorados de Daza, el Aroma y el Zepita.– Entrada a Tacna.– La población.– Banderas y banderolas tomadas.– Balas explosivas.– Número de prisioneros.– La derrota del enemigo.– Después de la batalla.– Bolivianos y peruanos.– Composición del ejército aliado.– Elección de posiciones.– Campero, generalísimo.– Sus medidas.– Órdenes del día del ejército aliado.– Prevenciones de Camacho.– Montero toma el mando.– Su confianza en el triunfo.– Intentada sorpresa a nuestras tropas.– El plan de Camacho.– Sus miras políticas.– Opiniones bolivianas.– La revolución de Silva y Huachalla.– Importantes documentos.– Mentiras peruanas.– La expedición sobre Arica.
Tacna, junio 2 de 1880 Al editor de El Mercurio: Nuestro ejército nos acaba de dar un nuevo día de gloria a la república, y el país entero puede saludarlo lleno del más legítimo orgullo, porque han sido principalmente soldados improvisados, soldados ciudadanos, los que han derrotado al enemigo en la batalla más grande y encarnizada que registran los anales de la presente guerra. Concentrados en el campamento de Yaras, los distintos cuerpos del ejército expedicionario, se encontraban listos para ponerse en marcha al amanecer del 25 del recién pasado mayo. En los semblantes de todos –jefes, oficiales y soldados– se notaba la animación y el entusiasmo de quien marcha a una alegre romería, que como tal era mirada por ellos la próxima batalla. A las ocho y media de la mañana se tocaba reunión y una hora más tarde, a las 9.30, principiaban nuestras tropas a desfilar por el camino de Tacna. Tomaron la delantera los Navales, que como veteranos avezados a las caminatas por el desierto llevaban, además de su cantimplora, un tarro lleno de agua en la mano izquierda. Al ponerse en marcha en busca del enemigo, todos ellos lanzaron un estrepitoso ¡Viva Chile! al tiempo que la banda de música entonaba el himno nacional. En seguida, alegres y resueltos, continuaron su camino a la cabeza de nuestras tropas. A continuación de los Navales marchaba el batallón Valparaíso; de manera que le tocó a nuestro querido puerto el honor de ir a la cabeza del ejército expedicionario. Seguían después el Esmeralda y el Chillán, llevando cada uno de los soldados de este batallón un palo a guisa de bastón o de cayado, idea de su comandante, señor Vargas Pinochet484, a fin de que al mismo tiempo 484
Teniente coronel Juan Antonio Vargas Pinochet.
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que les servía de apoyo en el trayecto, pudieran utilizarlo para hacer fuego al acampar en la noche. A continuación de estos cuerpos, que formaban la primera división, a las órdenes del coronel Amengual485, iban el primer escuadrón de Carabineros, mandado por el comandante Bulnes486, y en seguida algunas mulas cargadas con barriles de agua, carretones estanques, carros con toneles de este indispensable elemento, y otros con cajones de municiones y pertrechos de guerra. * Las divisiones restantes permanecían mientras tanto formadas en columna y fusil al hombro, esperando que concluyese aquel largo desfile, en vez de hallarse en descanso en sus campamentos para evitar los rayos de un ardiente sol que principió a hostigar desde temprano a nuestros soldados. Al fin fueron poniéndose en movimiento, hasta que el último cuerpo de la retaguardia cerraba la marcha a las once de la mañana. Tras de cada división seguía un convoy de carros y de mulas cargadas con agua y municiones, fuera de sesenta que, sin más custodia que la de los cinco arrieros que las conducían, se habían puesto en marcha la noche anterior, a fin de dejar agua en el sitio en donde debía acampar esa noche nuestro ejército. La caballería restante –Cazadores, Granaderos y 2.º escuadrón de Carabineros– permaneció todo el día en el campamento, hasta las seis de la tarde, a cuya hora se ponía en marcha por el mismo camino que había seguido el ejército. * A las dos y media de la tarde del 25 sintieron los Navales a su frente un sostenido fuego de fusilería. Todos creyeron que aquellos disparos serían motivados por las avanzadas de caballería de ambos ejércitos, que se habrían avistado en las alturas vecinas; pero desgraciadamente nuestras tropas no llevaban descubierta de caballería, y pronto se supo por un arriero fugitivo que las sesenta mulas cargadas con agua que habían partido el día anterior, se encontraban ahora en poder del enemigo. El capataz de las mulas, creyendo que le llevaba la delantera una compañía de Carabineros, avanzó hasta Quebrada Honda; pero allí se encontró repentinamente cortado por una partida enemiga. Al tratar de huir, los aliados rompieron sobre él y los arrieros un nutrido fuego, quedando tres de estos y el capataz en su poder, y escapando dos gracias 485 486
Coronel Santiago Amengual. Teniente coronel Manuel Bulnes Pinto.
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a la ligereza de sus mulas, aunque no sin ser heridos levemente por los proyectiles enemigos487. Al oír esta noticia se puso en movimiento el primer escuadrón de Carabineros, que, como hemos dicho, marchaba a retaguardia de la primera división, y después de una penosa carrera logró dar alcance a una pequeña partida enemiga que conducía cinco de las mulas capturadas a los arrieros. Tras un corto tiroteo, en que un soldado nuestro salió herido en el rostro, los peruanos abandonaron las cinco mulas, que pudimos así recuperar. Las restantes no fueron recobradas, a pesar de que los Carabineros llegaron hasta muy cerca del campamento enemigo. * Hasta las cinco de la tarde del 25 se hizo la marcha en columna por mitades; pero a esa hora, habiendo encimado los Navales una loma desde la cual se divisaba a mucha distancia al enemigo, se formaron al frente en batalla y al son del himno de Yungay avanzaron hasta las 5.30, a cuya hora acamparon, quedando formados en línea. Los demás cuerpos del ejército, a medida que iban llegando, acampaban a la izquierda de los Navales, formando una línea casi de Oeste a Este y perpendicular a la del enemigo. Nuestros soldados, en la seguridad de que les tenían provisiones en cantidad suficiente, consumieron esa misma noche el agua y los víveres de que se habían provisto para el viaje. * El grueso de la caballería tomaba decididamente el camino a Tacna a las doce de la noche del 25, a cuya hora desfilaban los cuerpos por el campamento de Yaras, después de haber dado agua en el río Sama a sus caballos, que en el día habían disfrutado de un abundante pienso. A poco de internarse en el camino pudo ya notarse que la mayor parte de los carros con vasijas y estanques y muchos de los que llevaban municiones y pertrechos iban a quedar rezagados en el trayecto. A pesar del mal piso del camino, en partes pedregoso, en partes ondulado y arenoso y siempre pesado, los carretones eran solo tirados por cuatro mulas, cuyos esfuerzos se hacían de todo punto impotentes para arrastrar tan pesada carga. A medida que adelantábamos terreno, aumentaba de una manera alarmante el número de carretones plantados en la vía, y esta fatal circunstancia daba a todos mucho que temer respecto de la prolijidad con 487
Interrogados los arrieros cautivos por el general boliviano Narciso Campero, estos le aseguraron que el ejército chileno alcanzaba la exagerada cifra de 22.000 efectivos, que dicho jefe dio por cierta. Gonzalo Bulnes, ob. cit., tomo II, cap. IV, p. 164.
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El contralmirante peruano Lizardo Montero huyendo por telégrafo, después de la batalla de Tacna. Caricatura de El Ferrocarrilito, Santiago,1880.
que debió verificarse el reconocimiento del 22488, en que tantas esperanzas se habían fundado. Si ni siquiera se tomó en consideración la calidad del terreno que debían atravesar nuestros convoyes, era natural que se hubieran descuidado también otras importantes particularidades. A pesar del mal efecto causado por esta circunstancia, nuestros soldados de caballería avanzaban animosos y resueltos, llenos de satisfacción con los servicios que esperaban prestaría su importante arma. * A las cuatro de la mañana llegaban los jinetes al campamento de la infantería, situado en el paraje denominado Quebrada Honda, que es una ondulación del terreno más pronunciada que las demás de la extensa planicie. La artillería, cuyas piezas de campaña iban tiradas por doce caballos de refresco, había llegado en su mayor parte al campamento, y todos se felicitaban de que aquel valioso elemento de guerra, que debía desempe488
Reconocimiento efectuado por una fuerza de caballería y artillería al mando del jefe de Estado Mayor, coronel José Velásquez. Los artilleros descargaron sus piezas sobre el campo enemigo, y de la réplica proveniente de este, se dedujo, equivocadamente, que los cañones aliados tenían menor alcance. Posiblemente, estos hicieron tiros intencionalmente cortos para engañar a los chilenos. Ibíd., p. 160.
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ñar el principal papel en la batalla, se encontrase ya reunido al ejército, aunque hubiesen quedado atrás los carros con agua, víveres y municiones. El ejército durmió esa noche, o más bien dicho, las pocas horas que faltaban para que apareciese el alba, listo para emprender la marcha a la primera señal: los infantes abrazados con sus rifles, los artilleros al pie de sus cañones, y los jinetes con sus caballos de la brida. * La segunda división, formada de los regimientos Santiago y 2.º y del batallón Atacama, hizo esa noche la gran guardia al frente del enemigo, encontrándose de servicio el comandante Martínez del Atacama. Como a veinticinco cuadras hacia el flanco izquierdo de nuestro ejército, se divisaban seis u ocho grandes fogatas, lo que hacía presumir se encontrase allí el enemigo. Esta creencia fue corroborada por la circunstancia de haberse sentido de quince a veinte tiros a eso de las cinco de la mañana. Poco después, amaneció, y pudo verse que efectivamente había tropas aliadas en el lugar en donde se veían las fogatas. Ambos ejércitos estaban separados entonces por una pequeña quebrada, en cuyo borde sur había varios batallones enemigos extendidos en guerrilla. Al costado derecho de esta fuerza se hallaban unos doscientos hombres de caballería, y a retaguardia un imponente grueso de ejército en masas. El comandante Martínez dio aviso al general de la tentativa hecha por el enemigo, cuyo número a la vista podía calcularse en 4.000 hombres, y entonces se dispuso que la 2.ª división marchase a su encuentro en orden de batalla. Pero los aliados, apenas notaron el movimiento de nuestras tropas, retrocedieron apresuradamente para ocupar sus primitivas posiciones en el Alto de Tacna, de donde en esos momentos distaba nuestro ejército unas tres leguas a lo sumo489. * A las seis de la mañana del 26 se rompía la diana con la canción nacional, y todos los cuerpos formaban en el lugar donde habían pernoctado. A algunos se les repartió agua y más cápsulas fuera de las cien que ya llevaban, y en seguida, a las 7.42, se emprendió de frente la marcha en columna de ataque. El enemigo se había desplegado en guerrilla un poco a la izquierda de nuestro frente, colocado casi sobre la altura de una pequeña eminencia, 489
Esta tentativa aliada de sorprender al Ejército chileno de madrugada, fracasó por un momentáneo extravío, y solo sirvió para cansar gratuitamente a las tropas defensoras del Campo de la Alianza.
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delante de la cual se notaba una hondonada de leve declive, en la que podía ocultarse un hombre a caballo. Nuestras tropas reciben orden entonces de desplegarse y oblicuar hacia la izquierda, en cuyo movimiento emplean hasta las 8.40 de la mañana. Es opinión general en estos momentos que el ataque no se verificará ese día, y que todas aquellas fatigosas marchas no tienen más objeto que obligar a los aliados a descubrir sus posiciones a fin de cañoneárselas de frente, mientras la infantería ocupa un punto ventajoso, a la derecha de la línea enemiga. Conseguido este resultado, quedaba esta de hecho flanqueada por nuestras tropas, al mismo tiempo que cortábamos su retirada hacia Calana y Pachía490. * Esta opinión fue luego corroborada por la circunstancia de haber regresado a las 8.20 el primer escuadrón de Carabineros de Yungay después de practicar un reconocimiento hacia nuestra derecha. En toda aquella extensa pampa, cuyo descenso general hasta llegar a los bordes de la quebrada de Tacna está surcado de suaves hondonadas, no había ningún cuerpo enemigo, y mucho menos trincheras u otras obras de fortificación. El escuadrón del comandante Bulnes solo divisó a lo lejos una partida exploradora de caballería enemiga, compuesta de cuatro soldados y un oficial. Andaban repartidas a gran distancia unos de otros, reconociendo nuestra derecha, y ya parecían ir de regreso a reunirse con su ejército. Después de una larga correteada lograron los Carabineros apoderarse de dos de ellos que quedaron cortados por los nuestros. Pero como el oficial, cuyas declaraciones podían ser de la mayor importancia, no hubiera caído en nuestro poder, el comandante Bulnes hizo que dos carabineros vistieran el traje de los peruanos ya capturados, y con este disfraz los despachó adelante a fin de que se reuniesen con los otros tres. Efectivamente, apenas los avistaron estos, acudieron a reunírseles, creyendo que eran sus compañeros que habrían escapado de nuestras garras, y mediante a esta estratagema se logró tomar íntegra aquella partida exploradora del enemigo. El oficial prisionero, que tenía el grado de capitán, fue llevado a presencia del general, y sus declaraciones fueron en aquellos momentos de la mayor importancia, porque así se pudo saber a punto fijo el número y colocación del enemigo, al mismo tiempo que la exacta situación de sus trincheras y obras de fortificación. 490
Aldeas cercanas, situadas al norte de Tacna. Así era el plan propuesto por el coronel José Francisco Vergara en consejo de guerra celebrado el 23 de mayo, que finalmente fue desestimado por el alto mando a favor de un asalto frontal a la línea enemiga.
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Grabado ecuestre del general Manuel Baquedano, sucesor del general Erasmo Escala en el mando del Ejército. El Nuevo Ferrocarril, Santiago, 8 de abril de 1880.
Mientras tanto son las 8.52 minutos de la mañana, y a estas horas resuenan en el campo enemigo dos tiros de cañones como señal de alarma. Al mismo tiempo la 1.ª y 2.ª divisiones, que son las más próximas al enemigo por el ala izquierda de este, continúan su marcha oblicua en columna por mitades, llevando a su frente desplegadas las guerrillas. Esta marcha continuó hasta las 9.5 de la mañana, a cuya hora formaron en columna de ataque los cuerpos de ambas divisiones, haciendo alto cinco minutos más tarde. El batallón Valparaíso, perteneciente a la 1.ª división, se hallaba extendido en guerrilla al frente de esta, a unos 500 metros hacia la línea enemiga. En la 2.ª división ejecutaban el mismo movimiento las compañías guerrilleras de cada batallón, y en esta forma permanecían tendidas al pie de la pequeña loma coronada por las guerrillas enemigas. La cuarta división, compuesta de los regimientos Zapadores y Lautaro, y del batallón Cazadores del Desierto, es la que se encuentra más retirada de la línea enemiga, y a esta hora principia a avanzar por nuestra izquierda, mientras la artillería colocada a gran distancia por nuestra retaguardia, hace diversas evoluciones a fin de buscar colocación ventajosa. 321
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Este orden se mantiene hasta las 9.45 de la mañana, en que los cañones enemigos rompen el fuego sobre nuestras avanzadas de guerrilla del centro y de la derecha, o sea sobre las de la 1.ª y 2.ª divisiones. * El terreno en que maniobraban nuestras tropas es una extensa pampa, que por el frente se extiende hasta el borde de río Tacna, y por la derecha llega cerca de la costa en progresivo descenso. Solo al lado noroeste, o sea en dirección a la cordillera, se ven algunos cerros que van ascendiendo hasta unirse con los últimos contrafuertes de los Andes, entre cuyas cimas descuellan directamente a la izquierda de nuestra línea los nevados picos del Tacora. Pero desde el fuerte que forma la extremidad derecha del enemigo, hasta la base de los primeros cerros de ese lado hay un extenso llano completamente accesible para nuestras tropas y de no menos de tres leguas de extensión. Ocupándolo se corta la retirada al enemigo, que ha cometido el error de no apoyar en esos cerros la derecha de su línea, y lo prolongado de nuestros movimientos parece demostrar que esa es precisamente la idea del general en jefe. Nuestra infantería ha principiado también a sentir la fatiga consiguiente a la prolongada marcha y a las continuas evoluciones en aquel pesado terreno. El piso, compuesto de una arena que parecía solidificada por la acción de las neblinas y de las lloviznas, solo tiene en la superficie una delgada costra, que se rompe con la presión de las ferradas botas de nuestros infantes. Bajo ella se encuentra la arena suelta y reseca, que dificulta la marcha y cansa a los soldados tanto como el abochornante sol que principia a calentar el suelo. De este a oeste está surcado el barranco por leves ondulaciones, paralelas a la quebrada de Tacna, ondulaciones que dejan entre sí anchos montículos, por cuyas faldas es aún más arenoso el terreno, y por lo mismo más fatigosa la marcha. A la izquierda, o sea, hacia el lado de los cerros, no son tan marcadas estas zanjas, pero en la extrema derecha de nuestra línea llegan a formar extensos fosos y fortificaciones naturales que ha aprovechado hábilmente el enemigo. Aquellas sinuosidades del campo de batalla puede figurárselas cualquiera que haya visto en el mar esas oleadas uniformes y separadas llamadas «mar boba» por los marinos. Una mirada basta para ver que tenemos de nuestra parte todas las ventajas del terreno, y que podemos fácilmente obligar al enemigo a hacer un difícil cambio de frente, inutilizándole al mismo tiempo su línea de trincheras. Estas ideas de elemental estrategia son las que predominan entre jefes y oficiales y la mayor parte cree que por ese día se limitará nuestra acción a dejar ocupadas las posiciones desde donde podremos dar el 27 la batalla. 322
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A las 9.50 minutos de la mañana rompe al fin sus fuegos sobre el enemigo la artillería, colocada a retaguardia de la primera y segunda divisiones, y en estos momentos nuestra línea es paralela a la del enemigo y abarca toda la enorme extensión de sus trincheras. La colocación de los distintos cuerpos, principiando por nuestra derecha, es la siguiente: Batallón Navales, extremidad derecha de nuestra línea. Regimiento Esmeralda. Batallón Chillán. Batallón Valparaíso al frente, extendido en guerrilla. Continuaba hacia nuestra izquierda la segunda división, en este orden: Regimiento 2.º de Línea. Regimiento Santiago. Batallón Atacama. Esta división tenía también su frente cubierto por las compañías guerrilleras de cada batallón en la misma línea con la primera. Seguía un ancho claro, que era una interrupción de nuestra línea, y en seguida los cuerpos de la cuarta división, que al principio maniobraron como si hubiesen querido flanquear la derecha del enemigo A esa hora principiaban a correrse a la derecha, colocándose enfrente del reducto, pero aún a no menos de legua y media de distancia de este. La tercera división, compuesta de la Artillería de Marina, el Chacabuco y el Coquimbo se encontraba a retaguardia de la primera y segunda divisiones, formando la segunda línea de esta, y en el orden que los hemos nombrado, principiando por nuestra derecha. Tras ella, y a cosa de una legua de distancia de las líneas enemigas, se encontraban el cuartel general y el estado mayor, y a retaguardia de estos, separados todavía por una gran extensión, la reserva del ejército, compuesta de los regimientos Buin, 3.º y 4.º y batallón Bulnes. La reserva estaba mandada por el coronel Muñoz491, jefe de la segunda división, en cuyo puesto fue reemplazado por el primer jefe del Santiago, teniente coronel Barceló492. La artillería estaba repartida en diversas secciones, pero todas a gran distancia, a retaguardia de las divisiones. Ocupaba la extrema derecha la batería del capitán Flores y del mayor Salvo, y nuestra izquierda la del capitán Fontecilla493, que acompañaba a la cuarta división. La caballería estaba fraccionada como la artillería. El regimiento de Granaderos formaba a retaguardia un poco a la derecha de los Navales, y en esos momentos avanzaba a colocarse frente a la línea de infantería; 491 492 493
Coronel Mauricio Muñoz. Teniente coronel Francisco Barceló. Capitán José Joaquín Flores, mayor José de la Cruz Salvo, capitán Gumersindo Fontecilla.
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el escuadrón número 1 de Cazadores y el 2.º escuadrón de Carabineros adelantaban a la izquierda un poco a retaguardia de la 4.ª división, siendo el cuerpo más avanzado a la derecha del enemigo. * En esta posición nuestras tropas, continúa el enemigo haciendo certeros disparos con sus piezas de montaña, que por lo que puede verse por algunos proyectiles que no estallaron, son Krupp de 1879, iguales por lo tanto a los nuestros de campaña y muy superiores a todos los de montaña que tenemos. Como la 1.º división es la que en estos momentos se encuentra más próxima al enemigo, a ella se dirigen con especialidad sus disparos, que pueden hacer grandes destrozos en aquellas masas compactas. Por esto se le da orden de tomar mayor distancia, y en efecto retrocede unos quinientos metros. Como todavía en su nueva posición puede ser impunemente dañada, a las 10.10 se aleja algo más, hasta ponerse fuera de tiro de cañón del enemigo. Una batería de artillería que durante unos minutos estuvo a la vanguardia de la división, se retira también a las 10.30 a fin de tomar mayor distancia, y queda colocada a la derecha y un poco a retaguardia de esta. El cañoneo contra el enemigo se había resentido, naturalmente, de la falta de uniformidad causada por estas continuas evoluciones, y lo mismo puede decirse de la eficacia de los tiros, obligados como se veían nuestros artilleros a rectificar su puntería a cada nueva posición que ocupaban. Hasta esos momentos el fuego había sido flojo e interrumpido y parecía no haber tenido más objeto que calcular la distancia a que se encontraba el enemigo y elegir posiciones ventajosas. * Sin embargo, con una precipitación que desbarataba todas las ilusiones que se habían fundado en la artillería, dos minutos más tarde, a las 10.32, y cuando aún la batería del mayor Salvo no había alcanzado a disparar un solo tiro desde su nueva posición, recibieron la primera y segunda divisiones la orden de avanzar de frente y atacar al enemigo. Algunos ilusos creían, no obstante, que aquel ataque por nuestra derecha tendría por objeto llamar hacia ese lado la atención del enemigo, mientras la tercera y la cuarta divisiones lo atacaban y envolvían por el flanco opuesto. Pero al ver la enorme extensión de la primera línea y que la tercera división no cambiaba de lugar a retaguardia de la primera y segunda, hubieron de desaparecer las esperanzas de los que creían ver al 324
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fin una batalla dirigida con ese acierto y estrategia que tanta falta nos han hecho durante la campaña. Estos temores subían de punto al medir con la vista la enorme distancia que debían recorrer nuestras tropas antes de poder estrecharse con el enemigo. La primera división, que era la más cercana a esto, no distaba menos de una legua de las primeras posiciones aliadas, y al pensar que debía recorrer aquella enorme extensión bajo los rayos de un sol de fuego, por un terreno medanoso y ondulado, y después de las fatigosas marchas de la mañana y del día anterior, el corazón se oprimía por la suerte que podrían correr aquellos valientes al llegar extenuados junto a las trincheras enemigas. Los defensores de estas se divisaban, mientras tanto, en perfecto orden en sus posiciones. Al ver la actitud de nuestras tropas, suspendieron sus tiros de cañón y de ametralladora y los retiraron a la línea de sus fortificaciones. * El campamento atrincherado del enemigo ocupaba la ancha cumbre de uno de los cerrillos paralelos a la quebrada de Tacna. Hacia su izquierda, o sea del lado del mar, termina en una bajada de extensa falda desde cuya meseta se domina hasta perderse de vista, toda la extensión de la pampa. Sospechando acertadamente que no habríamos de procurar envolverlos por un flanco, y siendo además de por sí muy fuerte la posición, no tenían allí ninguna obra de defensa, más que unas líneas de montones de tierra para que se parapetaran sus tiradores. Pero hacia el frente, que mira casi al noroeste, principian desde el borde de la cumbre las obras de defensa, primero compuestas de simples montones de tierra que demarcan la posición de las guerrillas, y como cien metros atrás, en la parte en que comienza a deslizarse la cumbre, de angostas zanjas ocultas por parapetos de tierra494. La primera línea de zanjas tiene más de una legua de largo y va a terminar a poca distancia del fuerte, que forma la extremidad derecha del campamento aliado. 494
En su informe ante la Convención Nacional de Bolivia, después de la batalla de Tacna, el general Narciso Campero niega que se hubiesen hecho obras de fortificación en el Campo de la Alianza porque, «aunque hubiera pensado en tales fortificaciones, no hubiera sido posible construirlas, porque no disponíamos del tiempo suficiente ni de las herramientas necesarias para ello; fuera de que, el terreno mismo de nuestras posiciones no se prestaba para excavación alguna sin ofrecernos un peligro». Y desmiente explícitamente al corresponsal de El Mercurio, afirmando que simplemente tuvo una percepción errada de su visita al lugar ya que, por ejemplo, «los montones de arena, que es lo primero que llamó la atención de los vencedores, y que estos apreciaron por parapetos de nuestras primeras guerrillas, no eran otra cosa que simples señales puestas de trecho en trecho, para demarcar nuestra línea de batalla, o mejor dicho, para que las compañías de cada cuerpo, al toque de llamada, pudieran encajonarse entre ellas...». Pascual Ahumada, ob. cit., tomo III, capítulo primero, p. 124.
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Esta línea de zanjas está a veces interrumpida en los lugares más bajos y en el mismo curso de ellas hay espacios planos para colocar las piezas de artillería y las ametralladoras. Tras esta primera línea de trincheras escalonadas hacia la derecha enemiga, ya a cien metros una nueva sucesión de zanjas, que dominan toda la extensión de las de adelante, y terminan en un reducto de sacos de arena situado a la izquierda del fuerte, y en cuyo frente pueden parapetarse y disparar cómodamente unos mil hombres de infantería. Ya entre la primera y la segunda línea de fosas se alzan algunos pequeños grupos de tiendas de campaña en que al parecer alojaban los cuerpos de la vanguardia enemiga. Estas tiendas, levantadas en las hondonadas, tienen su frente y sus costados defendidos por hoyos irregulares que parecen cavados con el fin de contrarrestar nuestras cargas de caballería495. Las dos líneas de zanjas no siguen tampoco rectamente de izquierda a derecha. Aprovechando las ondulaciones en el terreno, forman una serie, irregular pero hábilmente dispuesta para apoyarse las unas a las otras y dominar las de adelante. En ocasiones, cuando se presta para ello lo sinuoso del terreno, se ven en un mismo frente hasta cinco y seis fosas escalonadas de izquierda a derecha, como para proteger la concentración de las tropas en dirección al fuerte. Este, que ya hemos dicho forma la extrema derecha del campamento aliado, es una sólida obra situada en la cumbre de una pequeña colina circular, que domina una gran extensión de pampa. Está formado de sacos de arena bien amarrados entre sí, dejando abiertas ocho troneras para otras tantas piezas de artillería. Su acceso es muy difícil por el frente y por el flanco a causa de la pendiente arenosa que lo circunda, al mismo tiempo que es más fácil por la espalda y puede allí recibir oportunos refuerzos en caso de ser atacado496.
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Sobre estos hoyos, Campero comenta que eran «un recurso buscado por la tropa para hacer más fácil sus carpas (especie de tiendas de campaña formadas a la ligera o tiras de lienzo) y dormir ahí dentro con alguna comodidad». Ibíd. Sobre este fuerte, comenta Campero: «El fuerte: he ahí toda la obra de defensa construida en el Campo de la Alianza; pero él se reducía a una medialuna, de un diámetro de 15 metros, poco más o menos, hecha con el único fin de cubrir a nuestros artilleros de los fuegos de frente u oblicuos del enemigo; pues, por lo demás, el tal fuerte (ya que así se le ha llamado) estaba completamente descubierto por detrás». Y añade: «En realidad, esa calificada de sólida obra, por el corresponsal, no era más que un parapeto formado con sacos de arena y laja deshecha, sacada de la misma zanja abierta al pie de los sacos. Se hizo esta obra sin mi conocimiento (...) Cuando vi la obra, noté que ella adolecía del defecto de ser muy elevada y presentar, por consiguiente, un gran blanco al enemigo (...) ordené que se deshiciese aquella obra, lo que, sin embargo, no se efectuó porque nos enemigos no dieron tiempo». Ibíd., p. 125.
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El campamento atrincherado del enemigo, que dista de Tacna dos leguas y media, hace honor al general Campero, que lo eligió, y es un lugar que se presta fácilmente para una larga, obstinada y ventajosísima defensa. Sin embargo, se conoce que el principal objetivo que se tuvo en cuenta al situarlo en ese lugar, fue impedir que nuestro ejército tomara impunemente la ciudad de Tacna, como habría podido hacerlo si lo hubiesen colocado más al oeste. Pero por consultar esta remota contingencia se dejó hacia el lado de la cordillera un amplio paso a nuestro ejército, paso que pudimos ocupar desde los primeros momentos. Caso de haber encontrado resistencia habría tenido que ser allí a pampa rasa y a pecho descubierto, como marchaban ahora nuestras tropas a atacar de frente las formidables trincheras enemigas. * Ya hemos dicho que a las 10.32 recibían la 1.ª y la 2.ª división la orden de ponerse en marcha en dirección a los parapetos del ejército aliado. Inmediatamente avanzaron en columna de ataque, y unos cien metros hacia adelante se desplegaban en batalla y seguían de frente guía al centro. Así continuaron hasta llegar a la línea de guerrillas, que replegándose se unieron a sus respectivos cuerpos, tomando colocación el Valparaíso entre los Navales y el Esmeralda. Enseguida continuaron sin detenerse su marcha sobre las trincheras. Reinaba entonces en el campo de batalla el solemne silencio del desierto, interrumpido solo por la imperiosa voz de los oficiales que a menudo repetían la orden de «guía al centro» a fin de que sus mitades no perdiesen la formación. Todos los ojos contemplaban arrobados aquellos siete gallardos cuerpos, que alineados en perfecto orden y avanzando a paso de carga con el arma al brazo, iban acercándose más y más a los terribles parapetos donde los esperaba el enemigo. Este no daba señales de vida, sino que parecía recogerse como el tigre pronto a saltar sobre su presa, mientras las divisiones chilenas continuaron su imponente y acelerada marcha. El espectáculo que ofrecía a la vista en aquel momento esa parte de nuestro ejército era verdaderamente arrebatador, porque aquella marcha silenciosa sobre el enemigo parecía no el efecto de una simple evolución militar, sino obra de la voluntad individual de cada uno de esos hombres de hierro, que simbolizaban entonces la gloria y la fortuna de la patria. Ya a los veinte minutos de aquella acelerada marcha se oía la respiración jadeante y fatigosa de nuestros sufridos infantes. El sol, la sed, el arenoso suelo, principiaban a acobardarlos más que balas del enemigo. Este aunque a tiro de cañón y de ametralladora, parecía reservar sus fuerzas para repeler nuestro primer empuje. 327
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En esos momentos, oficiales y jefes daban ánimo a los soldados evocando los sagrados recuerdos del hogar y de la patria, y así cuando los Navales, que llevaban la extrema derecha de nuestra línea y por lo tanto la más accidentada del terreno, sentían agotarse sus fuerzas y parecían próximos a caer exánimes, al oír la voz de su comandante497 que les gritaba: –«¡Navales: acuérdense de Valparaíso! ¡No hay que dejar mal parado el nombre de Valparaíso!», aquellos hombres tomaban nuevos bríos, recobraban su formación y avanzaban resueltamente con el pensamiento en el pueblo de sus predilecciones, que desde lejos los contemplaba y admiraba sus esfuerzos. Los veteranos del Valparaíso competían en ardor con los Navales, y avanzaban en perfecto orden con su coronel498 a la cabeza, que al fin, cansado con aquella terrible marcha, cayó al suelo exhausto y se vio obligado a continuar a caballo. * Ni por un momento se perturbó en ninguno de los cuerpos la perfecta marcha en línea de batalla y en formación unida con que avanzaban sobre el enemigo. La hermosura del espectáculo, que exaltaba todas las imaginaciones, solo daba paso a un sentimiento de tristeza al considerar que aquellos 4.300 hombres499, entre los cuales se contaba la más florida juventud de Valparaíso, Copiapó y la capital, iban a combatir cansados contra un ejército de 14.000 hombres de refresco y parapetados en fuertes posiciones.500 En esos momentos –las once de la mañana– no marchaba que la 4.ª división en apoyo de la 2.ª y la 3.ª continuaba en la posición que antes ocupaba, a retaguardia de las dos que habían avanzado sobre el enemigo. La reserva continuaba tan lejos del campo de acción, que apenas se distinguían sus filas; mientras que la artillería, siempre como a una legua del enemigo, principiaba ahora un continuado pero ya tardío cañoneo. La sección del centro rompía recién sus fuegos a las 10.52, mientras que la de la derecha respondía a la misma hora los suyos. * 497 498 499
500
Coronel Martiniano Urriola. Coronel Jacinto Niño. Según un «Cuadro demostrativo del ejército chileno que tomó parte en la batalla de Tacna del 26 de mayo de 1880 a las órdenes del general Baquedano», los efectivos de la 1ª y 2ª divisiones chilenas sumaban 4.583. En Ibíd., p. 121. Por su parte, Rafael Mellafe los cifra en un total de 4.802. Rafael Mellafe, Tacna. La batalla trascendental, p. 46. Bulnes calcula que el ejército peruano-boliviano alcanzaba los 12.000 hombres el día de Tacna. Gonzalo Bulnes, ob. cit., tomo II, cap. IV, p. 159. Cifra que Ekdahl eleva a 13.650, inmediatamente antes de la batalla. Wilhelm Ekdahl, ob. cit., tomo II, cap. XVIII, p. 280. Rafael Mellafe lo hace ascender a 11.956 efectivos, considerando solo infantería y caballería. Rafael Mellafe, ob. cit., p.50.
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Eran ya las 11.10 de la mañana y se notaba que nuestra derecha –Valparaíso y Naval– había ganado terreno a los demás cuerpos, porque se les veía mucho más próximos que otros a los parapetos enemigos. Ya ambas líneas estaban a tiro de fusil y todos esperaban ansiosos el momento en que se rompiera el fuego, mientras las dos divisiones continuaban aceleradamente y a paso de carga sobre el enemigo. Muchos soldados no podían sostener la marcha y se tiraban al suelo. Otros, medios vacilantes, eran mantenidos por las voces de aliento de jefes y oficiales, y en fin, a las 11.21 se encontraban ya los Navales y el Valparaíso a 400 metros del enemigo. En esos momentos ocupaba la 1.ª división una de las hondonadas paralelas a la loma coronada por las trincheras aliadas, y en esos mismos momentos resonaba el estrépito de una descarga y se veía el cerro preñado de rifles que vomitaban humo y plomo. * El Valparaíso fue el primero en romper sobre el enemigo un nutrido fuego, siguiéndolo casi simultáneamente los Navales y el Esmeralda. El Chillán, estrechado entre este y el Valparaíso, había quedado un poco a la retaguardia, y avanzaba a tomar colocación entre ellos. Apenas iniciado el tiroteo, aquellos hombres cansados y sedientos, que ya no podían dar un paso más hacia adelante, parecían revivir en presencia del peligro. En toda la extensa línea se notó un tremendo impulso, que arrancaba gritos de admiración a los espectadores, y con ímpetu irresistible continuaban casi al trote su marcha sobre las trincheras. Y no era en esos momentos uno de los menores motivos de satisfacción patriótica ver la actitud de los jefes de los distintos cuerpos. Todos a caballo y desafiando estoicamente las balas, recorrían de un extremo a otro sus líneas alentando a sus soldados con la voz y el ejemplo, mientras el enemigo continuaba haciendo tan nutrido fuego de cañón, ametralladora y rifle, que el silbido de las balas y las detonaciones de los disparos semejaban el inocente redoble de una gigantesca banda de bombos y tambores. * La segunda división sufría el fuego del enemigo pocos minutos después de la primera, no a 400 metros como a esta, sino a los 800 o 1.000 metros antes de llegar a las trincheras. El enemigo, conociendo sin duda la torpeza que había cometido al permitir que la primera división avanzara hasta a 400 metros, siendo que a más de 1.000 pudo haber principiado a fusilarlo, rompió aquí a mayor distancia sus fuegos, mientras que el 2.º, el Santiago y el Atacama adelan329
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taban impasibles en línea de batalla sin disparar un tiro hasta que a 600 metros les dieron sus jefes la orden de romper fuego. Jefes, oficiales y soldados rivalizaban también allí en bravura y arrojo, procurando ante todo, a pesar de la fatiga de la marcha, ganar terreno sobre el enemigo. Gracias a la configuración circular de esa línea, hacía este sobre ellos un fuego convergente que los diezmaba y confundía, especialmente desde el fuerte de la primera posición y del reducto de la segunda. El grueso del ejército aliado se encontraba acumulado en esa ala, al mando personal del generalísimo contraalmirante Montero, que temió sin duda tuviese lugar por ese lado lo más recio del ataque con el objeto de flanquearlo. * El centro del ejército enemigo estaba a las órdenes del general Campero, y su izquierda (derecha nuestra) a las órdenes del coronel Camacho501, comandante en jefe del ejército boliviano. De manera que los cuerpos con quienes le cupo en suerte batirse a la primera división eran en su totalidad bolivianos, contándose entre los de primera línea el Alianza número 1, o sea los famosos Colorados de Daza502, que efectivamente hicieron cumplido honor a su fama de disciplinados y valientes. Nuestros soldados avanzaban incesantemente a pesar de la lluvia de balas que caía sobre ellos. La marcha, la aspereza del terreno, y principalmente el ímpetu individual, los habían hecho perder la formación con que tan lucidamente entraron en pelea. Ahora, Navales y Valparaíso se encontraban solo a cien metros de distancia del enemigo, a quien podían envolver por la derecha mientras el Chillán y el Esmeralda, que ocupaban el ala izquierda de la división, recibían continuos disparos de ametralladora que a cada paso enrarecían sus filas. * Tan bravamente adelantaban los Navales por nuestra derecha que la 1.ª compañía, mandada por el sargento mayor don Alfredo Délano, rebasó esa ala del enemigo como a los 80 metros de la conclusión de la primera trinchera. Esta compañía formaba la extremidad de nuestra línea, y al ver al enemigo a su izquierda hizo un cambio de frente a vanguardia sobre la última mitad, flanqueando de este modo su izquierda.
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Coronel Eleodoro Camacho. El batallón Daza fue rebautizado Alianza después del derrocamiento de este dictador.
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Principió entonces a hacer sobre él un fuego oblicuo que causaba en los Colorados y regimiento de artillería boliviana una terrible carnicería, dejando en las trincheras montones de cadáveres, al mismo tiempo que el resto del batallón avanzaba de frente para apoderarse de los cañones. Los Navales no apuntaban al azar y apresuradamente, sino con punterías certeras y bien dirigidas. Cuando daban algún avance que calculaban hubiera alterado sensiblemente la distancia, preguntaban a sus oficiales, como gente entendida y veterana: –¿Qué alza, mi teniente? –¿Cuántos metros, mi capitán? Y al instante arreglaban el aparato y continuaban concienzudamente sus disparos. No pedían tampoco el tino, disparando al azar al que primero se les presentaba a la vista, sino que de preferencia hacían fuego sobre los jefes y oficiales. Cuando ninguno de estos se hallaba a su alcance, eran los artilleros bolivianos el blanco de sus tiros, porque su más ardiente deseo era apoderarse de las piezas enemigas. * Varios grupos de soldados se habían formado con este solo objeto, y la idea tuvo un éxito tan brillante, que desde los momentos de romper el fuego a 400 metros, hasta el en que, una hora más tarde, se encontraban sobre las mismas trincheras, los tres cañones que había a su frente apenas alcanzaron a hacerles dos disparos con granada. El tercer cañón sólo quedó con el saquete adentro. No le alcanzaron poner la bala, porque cuantos lo intentaban caían a su pie muertos o heridos. * Sin embargo, los bolivianos no cejaban en su defensa, y los Colorados sobre todo se batían denodadamente, sin abandonar sus posiciones, alentados por la voz y el ejemplo de sus jefes y oficiales, todos ellos la flor y nata del ejército boliviano. Nuestras bajas eran, por lo tanto, cada vez mayores, porque los Colorados apuntaban con serenidad y tino. Ya en el primer avance sobre la artillería caía muerto el subteniente don Juan Gillmann, de los Navales, simpático joven que hacía poco se había incorporado al batallón, trasladándose del número 1 de Valparaíso al que pertenecía. Gillmann recibió en medio de la frente un balazo que le atravesó el cráneo. Cayó rígido de bruces, agitó convulsivamente la mano derecha, y en seguida expiró. En la misma circunstancia habían muerto los caballos al coronel Urriola y a sus ayudantes, los capitanes Guillermo Carvallo y don Pedro A. Dueñas. El que montaba el teniente don Enrique Escobar Soler caía también acribillado de bala a poca distancia de los cañones enemigos. 331
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Poco después al encontrarse a solo algunos pasos de las trincheras, recibía el capitán don Reinaldo Guarda dos balazos, el uno en el muslo izquierdo y el otro en el hombro derecho, ambos por fortuna de muy poca gravedad. El teniente don Enrique Délano sufría también en la paleta izquierda un rasmillón de una bala que le atravesaba de un hombro a otro la casaca, pero seguía combatiendo valerosamente al frente de su mitad. La defensa de los bolivianos seguía obstinada y firme, y como en aquel lugar los más avanzados eran los Navales, a estos dirigían principalmente sus fuegos. De más está recordar el consiguiente cansancio de estos valientes, que llevaban ya una larga hora de encarnizado combate sin que vieran llegar ningún refuerzo en su apoyo. Por otra parte, a muchos se les iban agotando las municiones, y para colmo de apuros, las treinta que se les habían repartido en la mañana503 o no eran de rifle Comblain o estaban muy mal fabricadas, de tal manera que el disparador no botaba la vainilla, siendo menester sacarla con la baqueta después de cada tiro y eso con harto trabajo. «En tales momentos, nos dice uno de los combatientes, aquello era desesperante, y teníamos los oficiales que acudir a los morrales de los muertos y heridos para escoger cápsulas buenas». En la 4.ª compañía mandada por el capitán don Guillermo Simpson, se notó además que no estallaban muchas de las cápsulas Comblain cargadas en Santiago. * A pesar de todo, los Navales habían avanzado hasta encontrarse ya casi en la boca de los cañones. El enemigo no retrocedía un paso, y concentrando allí todos sus esfuerzos, hacía una desesperada resistencia, lanzando sobre los nuestros una granizada de certeros disparos. El Aroma504 había llegado en apoyo de los ya casi concluidos Colorados, y oponía una valerosa actitud al rabioso empuje de los Navales. En estos momentos el capitán-ayudante don Guillermo Carvallo ponía ya la mano sobre una de las piezas enemigas cuando a boca de jarro recibió un balazo que le causó una gravísima herida. La bala, penetrándole por la base del cuello, al lado izquierdo, lo atravesó de parte a parte, yendo a salirle por la espalda, junto al hombro. El capitán don Elías Beytía se apoderó entonces del cañón, al mismo tiempo que llegaba allí un grueso de soldados nuestros. Los bolivianos, al vernos sobre ellos, emprendieron al fin la fuga, y entonces el capitán Beytía 503
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Las unidades de infantería chilena recibieron para esa jornada un total de 130 tiros por hombre, por regla general, salvo el regimiento Esmeralda, como se dice más adelante en el texto principal. Batallón boliviano, desplegado junto a los Colorados.
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giró el cañón y trató de cargarlo para dispararles con él. Pero al abrir el armón cayó dentro de él una bala que inflamó los saquetes, y el fogonazo de la pólvora abrasó horrorosamente el rostro y el pecho de Beytía. El subteniente don Enrique García era herido también en esos momentos en el muslo derecho junto a la rodilla, y gran número de soldados caían a los últimos tiros del ya desalentado enemigo. Fuera de las balas que causaban bajas era tal la cantidad de las que llovían alrededor de los sobrevivientes, que ya los oídos se habían acostumbrado con su fúnebre silbido. Así el teniente don Guillermo Döll recibió un balazo en la blusa que llevaba envuelta en el brazo, el que felizmente no le causó lesión alguna, y el mayor don Alejandro Baquedano, que a caballo alentaba a la tropa, en una de las vizcacheras de la silla. Después del combate, al llevarse a la boca un pedazo de tortilla que había guardado en ellas, encontró la bala incrustada entre la miga, y aún estuvo a punto de hincarle el diente. * La derrota del enemigo en esta parte del campo de batalla era a esa hora completa, aunque de ningún modo decisiva, porque era imposible que los 4.300 hombres de la primera y segunda divisiones pudieran sostener más de una hora el fuego contra todo el grueso de las bien parapetadas tropas enemigas. Los Navales, sin embargo, después de apoderarse de los tres cañones y de las ametralladoras que defendían la extremidad del ala izquierda del enemigo, continuaron avanzando hasta llegar a las carpas del primer campamento boliviano, situado entre la primera y la segunda línea de trincheras. En este trayecto un soldado de los Navales encontró a su paso al primer jefe de los Colorados, coronel don Ildefonso Murguía, que herido en una pierna y aplastado por su caballo muerto, se hallaba en una penosa situación, y sin poderse mover. El Naval, deteniéndose a pocos pasos del herido y cuadrándose militarmente, le dijo, al mismo tiempo que llevaba respetuosamente la mano a la gorra: –¿Está herido, mi coronel? –Sí, hijo, en la pierna derecha. –¿Puede subir a caballo? –Ayudándome un poco... El Naval lo sacó entonces de bajo el cadáver del caballo; tomó en seguida uno de los muchos que andaban sueltos y ensillados por el campo, y después de subirlo a él agregó: –Mi coronel: si quiere irse a su ambulancia, déle a un soldado de los Navales su palabra de honor de que se presentará después como prisionero. 333
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Coronel boliviano Ildefonso Murguía, comandante del batallón «Alianza» o «Colorados», herido y prisionero después de la batalla de Tacna. Periódico El Nuevo Ferrocarril, Santiago, 1 de julio de 1880.
Dice el coronel Murguía que estas nobles palabras del soldado chileno le causaron tal impresión, que examinó detenidamente su rostro a fin de no olvidar sus facciones. Había pensado ofrecerle algún dinero; pero viéndole, dice, «rostro de caballero», no se atrevió a intentarlo. Después de empeñarle su palabra, siguió solo camino de Tacna hasta llegar a una casa donde le curaron la herida. El soldado, después de dejar en buena ruta al jefe de los Colorados, alistó su rifle y corrió a reunirse con sus compañeros. El coronel Murguía cumplió efectivamente su palabra. Apenas fue ocupada la ciudad por nuestras tropas, se presentó como prisionero e hizo la relación que acabamos de citar, pidiendo al mismo tiempo que formara el batallón Naval a fin de reconocer a su apresador. Hasta hoy, por diversas circunstancias, no ha podido cumplirse este deseo del coronel boliviano. Nosotros, conocedores por su boca de la anécdota, hemos indagado también en los Navales el nombre del autor de esta hermosa acción; pero efectivamente el «rostro de caballero» del 334
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soldado oculta un corazón tan noble como modesto, porque nada pudimos averiguar entre sus siempre expansivos camaradas. ¿O acaso alguna enemiga bala atravesó después el hidalgo pecho del soldado porteño?... * Mientras los Navales hacían por el flanco izquierdo del enemigo esta feliz y atrevida excursión, el Valparaíso se sostenía en las mismas trincheras contra los batallones que habían venido a proteger a los Colorados, Aroma y artillería boliviana. Desde el principio del combate demostró el Valparaíso la misma instrucción y disciplina que ya le habían conquistado envidiable fama entre los demás cuerpos del ejército. Al desplegarse en guerrilla al toque de corneta, junto a la falda del cerrillo ocupado por el enemigo, la uniformidad de sus movimientos llamaba la atención de los demás cuerpos de la división estacionada a su retaguardia, porque nuestros pacos505 evolucionaban con tanta gallardía y soltura como en una parada militar. Cuando los demás cuerpos de la división emprendieron su terrible e imponente marcha en demanda de las trincheras, fue también una hermosa variante de aquel atrevido movimiento la ligereza y orden con que plegó el Valparaíso sus alas, y la habilidad con que trepó el montículo a paso de trote hasta llegar a 400 metros del enemigo. Desde ese momento principió a afrontar un terrible fuego. Una de las primeras víctimas fue el joven capitán don Ricardo Olguín, comandante de la cuarta compañía, que al frente de ella avanzaba al encuentro del enemigo, animando con su voz y con su serenidad a los soldados. Cayó muerto instantáneamente de una herida que le atravesó la cabeza. Trepada la cima, el Valparaíso atacó de frente las trincheras, siendo por su disciplina digno émulo de los Colorados de Daza, con quienes se batió. Tanto de parte del batallón boliviano como del chileno había un verdadero lujo de orden y uniformidad en las evoluciones, y así no nos extraña que un oficial prisionero del Aroma que cayó herido allí, nos preguntara si el Valparaíso era el Colorado de los chilenos. * En cuanto al Esmeralda, desde que entró en acción comenzó a experimentar terribles pérdidas, como que las trincheras enemigas tenían a su frente una especie de reducto improvisado con zanjas y montones de 505
Alusión a que el batallón Valparaíso estaba integrado por la Policía Municipal de Valparaíso.
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tierra, y sus fuegos convergían hacia el punto que atacaba el regimiento santiaguino506. Los soldados del Esmeralda, que iban solo provistos de cien tiros por hombre y que no los ahorraban por contestar apresuradamente el terrible tiroteo que sufrían, pronto se encontraron escasos de municiones, y al fin llegaron estas a faltarles por completo. Los percances y contratiempos referidos por toda la primera división se agravaron aquí con la circunstancia de que habiendo al fin llegado las municiones que se había pedido con instancia, sucedió que venían en cajones de madera atornillados como cuando se embarcaron en Valparaíso, y trayendo además, por supuesto, intacto el forro de lata que forma su segunda cubierta. Ya podrá cualquiera figurarse cuál sería la situación desesperada de aquellos hombres en tan críticos momentos. Careciendo de herramientas adecuadas para desclavar las tapas y cortar el forro de lata de los cajones, tenían que valerse de sus yataganes y cuchillos para abrirlos, mientras el enemigo les disparaba una granizada de balas, y principiaba a hostilizarles de cerca. Para colmo de males, parece que después de abiertas las cajas, resultó que las cápsulas venían equivocadas, trayendo algunas que no correspondían al Comblain. No hubo, pues, más que ordenar la retirada a fin de evitar mayores males, porque el enemigo no se encontraba a distancia suficiente para cargar sobre él a bayoneta. Ya durante aquella larga hora de combate y de angustia habían sido muertos casi sobre las mismas trincheras enemigas el teniente don Aníbal Guerrero, que expiró instantáneamente, víctima de nueve heridas en una descarga que le hizo casi a quemarropa el enemigo. El subteniente don José Santos Montalvo era también mortalmente herido en el pecho, y moría en los hospitales de sangre pocas horas después de terminada la batalla. Al principio de la acción había sido levemente herido en una pierna el sargento mayor Enrique Coke; en medio de ella, también levemente en un pie el subteniente don Arístides Pinto; un poco grave en el estómago el subteniente don Juan de Dios Santiagos, y algo leve en una pierna el subteniente don Luis Ureta. En los momentos más críticos del apuro era herido de alguna gravedad en un costado el subteniente don Germán Balbontín; en una pierna algo
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Recuerda un joven oficial de este regimiento «Los aliados nos fusilaban a mansalva y de mampuesto, sin que nos fuera posible devolverles con igual fruto sus tiros, pues, colocados tras sus trincheras de sacos de arena amontonados los unos sobre los otros, solo podíamos divisar las bocas de sus fusiles, que a lo largo de todo el parapeto trazaban una inmensa línea semicircular de lenguas de fuego convergentes al espacio ocupado por la nuestra». Alberto del Solar, Diario de campaña, p 136.
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grave el de la misma clase don Mateo Bravo Rivera, y levemente, también en una pierna, el subteniente don Tulio Padilla. * El Chillán estaba casi como segunda línea de la primera división al tiempo de iniciarse el combate, y en seguida tomaba colocación entre el Esmeralda y el Valparaíso, aunque algo estrechado entre ambos cuerpos. Además del comandante Vargas Pinochet fueron también heridos en esos momentos, el capitán don Honorindo E. Arredondo, que tiene un brazo roto; el teniente don Ernesto Jiménez González, a quien una bala le fracturó un hueso del pie; el subteniente don Francisco Javier Rosas, gravemente en el muslo derecho, y levemente los subtenientes don Roberto Siderey Borner y don Nicolás Yávar Jiménez. El número total de bajas que tuvo el Chillán el día del combate ascendió a 112, de ellos 36 muertos y 76 heridos. De los cuerpos de la 2.ª división, que como hemos dicho rompieron sus fuegos casi simultáneamente con la 1.ª, el 2.º de Línea era el que ocupaba la extrema derecha y el que, por lo tanto, seguía a la izquierda del Esmeralda. El regimiento 2.º de Línea entró en combate con 566 individuos de tropa, es decir, menos del efectivo de un batallón. El resto del glorioso regimiento había pagado su tributo al malsano clima de Moquegua. El 2.º, después de la marcha que hizo aceleradamente sobre las trincheras, fue recibido a 900 o 1.000 metros de distancia por un nutrido fuego del enemigo. En lugar de contestarlo, continuó avanzando a paso de carga, y solo a los 600 metros principió sus disparos, casi al mismo tiempo que lo hacían los cuerpos de la 1.ª división, después de haber hecho replegarse a sus guerrillas507. La orden que el comandante Canto impartió a las distintas compañías fue la que de que continuaran haciendo fuego en avance hasta acercarse lo más que fuera posible al enemigo. Una vez acertada la distancia, debían cargar a la bayoneta sobre él y desalojarlo a viva fuerza de sus atrincheramientos508. 507
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Así describe su propia conducta el teniente coronel Del Canto, comandante del 2º: «El jefe de la II división ordenó por medio de su corneta hacer alto y romper el fuego, cuando nuestra línea estaba a trescientos metros de la línea de guerrillas. El comandante del 2.º de Línea se hizo el desentendido del toque, porque juzgó que era un error profundo romper los fuegos, teniendo su línea de guerrillas por delante. Ordenó en tal caso seguir de frente sin romper el fuego; y una vez llegado a dicha línea, repitió el toque de alto la marcha y romper el fuego. El regimiento rompió el fuego, pero no hizo alto, sino que embistió de frente al enemigo, levantándose las compañías guerrilleras e intercalándose en el regimiento Coquimbo». Estanislao del Canto, ob. cit., segunda parte, cap. VIII, p. 107. Esto no es del todo exacto por cuando, como se lee en la cita anterior, el comandante había dado la orden de alto, y así prosigue su relato: «Creyendo yo que no hubiesen entendido el toque, lo hice repetir, y como seguían marchando, junté cuatro cornetas
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Al frente del 2.º se encontraba el Zepita, o sea los pocos restos de este famoso cuerpo peruano que alcanzaron a salvar de la batalla de Tarapacá. De manera que el regimiento chileno tenía que habérselas con un antiguo conocido, con la circunstancia de haber sido un soldado de ese cuerpo el que recogió del suelo el estandarte del 2.º en aquella memorable jornada. Los oficiales y tropa del 2.º, embravecidos con esta providencial circunstancia, se comunicaron unos a otros la palabra de orden de conquistar a toda costa un estandarte peruano a fin de reemplazar al que habían perdido, y efectivamente cargaron sobre el enemigo con un empuje irresistible, animados por el comandante Canto, que a caballo recorría la línea en compañía de sus ayudantes509. Cada uno de los dos batallones estaban mandados por los sargentos mayores don Miguel Arrate y don Abel Garretón, ambos actores de la jornada de Tarapacá. En pocos momentos se encontró el 2.º a unos 80 metros de las líneas enemigas. Todos los soldados, a la voz de sus capitanes, armaban entonces la bayoneta y avanzaban con nuevo vigor sobre el Zepita, ofreciendo a su vista un aterrador espectáculo. Pero el batallón peruano no se atrevió a esperar aquella imponente acometida, y abandonaba en desorden la primera línea de trincheras, replegándose a la segunda, en donde era reforzado por cinco o seis batallones, entre los cuales se contaba el Victoria Nº 2, el 3.º de Línea peruano y el 2.º Aroma510. Con gran disgusto de los valientes soldados, el enemigo no tenía ningún estandarte enarbolado en su línea. El Zepita sólo ostentaba una banderola con su nombre, y naturalmente ella cayó en manos de los nuestros. No por eso dejó de ser fructífera la cosecha de banderolas, porque en aquella primera arremetida se arrebataban al enemigo no menos de diez y seis. Una de ellas, perteneciente a la artillería peruana, fue tomada a viva fuerza por el cabo 1.º Luis Bustamante de la primera compañía del primer batallón, después de dar muerte de un bayonetazo al soldado que la llevaba. *
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para que repitiesen el toque de alto. No habiendo obedecido por tres veces, me vino encima todo el furor y ordené a los cornetas tocar a la carga». Ibíd. Prosiguen los recuerdos de Del Canto: «Era de ver a esa tropa que enloquecida, lanzaba el más estruendoso chivateo, tiraba sus quepíes al aire y emprendía la carga al trote hasta llegar al atrincheramiento...» Ibíd. En el resto de la división se veía con asombro este avance, y surgió el grito de «¡El 2º se pasó!» Gonzalo Bulnes, ob. cit., cap. IV, p. 171. Unidades todas erróneamente identificadas.
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Innumerables fueron los prodigios de arrojo y de bravura que llevaron a cabo los soldados del 2.º durante esta tremenda carga, que parecía ser dirigida en persona por el héroe de Tarapacá. El enemigo, aterrado por aquel ímpetu irresistible, solo hizo nutrido fuego en los primeros minutos del ataque. Después, cuando vio de cerca y con la bayoneta calada a los terribles leones de Tarapacá, ni siquiera intentó disparar sobre ellos, sino que huyó cobardemente a buscar el amparo de los numerosos cuerpos que cubrían su retaguardia. Estos rompían sobre el 2.º un tremendo fuego desde sus parapetos, y obligaban a nuestros bravos a detenerse en la primera zanja, a fin de no quedar todos tirados en el campo. Durante la irresistible carga y en los momentos que siguieron, hizo el enemigo terribles bajas en las filas del 2.º, sobre todo entre los jefes y oficiales, quedando fuera de combate diez y seis, o sea la mitad de estos. * Entre los que más se distinguieron por su arrojo y por el empeño con que animaban a su tropa, se cuenta el subteniente don Carlos Arrieta, de la tercera compañía del primer batallón, que cayó herido cerca de la última trinchera enemiga. La herida del subteniente Arrieta no es, sin embargo, de mucha gravedad. El proyectil enemigo le atravesó de parte a parte el brazo derecho, pero afortunadamente sin ofender el hueso. En la misma trinchera era también herido el subteniente don Guillermo Vigil, de la misma compañía, que entusiasmaba a la tropa con su arrojo y sangre fría, siendo uno de los primeros en llegar a las filas enemigas. El sargento segundo Baltasar Díaz Real, el cabo segundo José Durán y los soldados Toribio Contreras y José Daniel Pozo, de la primera compañía, eran los primeros en llegar, combatiendo con denuedo, a estrecharse con el enemigo, infundiendo ánimo a sus compañeros con su valeroso ejemplo; mientras el cabo primero José Gatica, que los acompañaba en primera línea, llevaba desplegado y batiente el tricolor chilenos como guía general del regimiento. En esta compañía, fue una de las que más valor desplegó a las órdenes de su capitán señor Reyes Campos, merece también recordarse el nombre del cabo 2.º Bartolomé Castro, que dio muerte a dos oficiales enemigos, dejándolos tirados en el campo con solo dos certeros disparos. El capitán don Francisco Olivos, comandante de la 4.ª compañía del primer batallón, era mortalmente herido al saltar las trincheras enemigas a la cabeza de su tropa, y fallecía veinticuatro horas después en el campo de batalla. La 2.ª del 2.º, mandada por el capitán don Salustio Ortega, dio repetidas cargas a la bayoneta sobre el enemigo, y aquí merece especial 339
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mención el subteniente don Manuel Vinagre, el sargento 1.º Hilario Aliste, los sargentos segundos Juan Felipe Machuca y Pedro Corvalán, el cabo 1.º Benjamín Guajardo, y los soldados Antonio Sierra, Francisco Flores, Sixto Bustamante y Gregorio Ramírez. * Seguía a la izquierda del 2.º el regimiento Santiago, mandado por su segundo jefe, el teniente coronel don Estanislao León, a causa de que el 1.º comandante, don Francisco Barceló, tenía a su cargo el mando de toda la división511. El Santiago, como el 2.º, marchó impetuosamente sobre las trincheras enemigas en perfecta formación, habiendo recibido la orden de avanzar a paso ligero con el arma a discreción y en batalla. Las compañías de guerrilla de este regimiento, que estaban a 300 metros delante de la división, se habían mantenido como una hora en esa posición soportando los fuegos de la artillería enemiga. La compañía del capitán Castillo, al moverse el grueso del regimiento, emprendió también la marcha a paso ligero a fin de tomar la altura que se encontraba a unos 200 metros a su frente. Las demás compañías guerrilleras de la división que estaban alineadas por esta, marchaban también apresuradamente a tomar aquel punto, que el enemigo pretendía ocupar con sus avanzadas; pero la rapidez del movimiento de avance de nuestros guerrilleros impidió que el enemigo cumpliese su intento, viéndose obligado a retroceder a sus primitivas líneas. Todas las compañías guerrilleras permanecieron haciendo fuego en avance durante tres cuartos de hora mientras avanzaba el grueso de la división. Cuando estuvieron a corta distancia del enemigo lo continuaron a pie firme, soportando siempre el nutrido fuego del frente que cubrían las cinco compañías guerrilleras. Las dificultades del terreno para la marcha en batalla del grueso del regimiento dieron ocasión para que los diez y ocho batallones enemigos que había en aquella parte de la línea se cebasen cruelmente en los bravos guerrilleros de la 2.ª división. Baste saber, para formarse una idea de los estragos causados entre ellos por los proyectiles enemigos, que de los cinco capitanes que la mandaban, sólo escapó don Domingo Castillo, de la 4.ª del primer batallón del Santiago. Todos los demás cayeron muertos o gravemente heridos al hacer sobre los aliados aquel atrevido avance. *
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A partir de este párrafo, esta relación fue publicada en El Mercurio de Valparaíso del 15 de junio de 1880.
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Además del gran número de tropas acumuladas en aquella parte del campo de batalla, las posiciones de los aliados eran allí formidables. Sus primeras filas estaban colocadas en la cima de un plano inclinado, desde donde podían aumentar sus fuegos, quedando las líneas en escalones y en batalla, mientras el Santiago estaba extendido con más desventaja. «En primer lugar, nos dice uno de sus oficiales atrasados en la parte baja, temíamos, y con razón, ofender a los guerrilleros extendidos a nuestro frente. Como preciso resultado de esto era más pesado nuestro progreso. No obstante, nuestras punterías, que por lo que dejo demostrado tenían que ser altas, fueron en general muy certeras, dando la mayor parte de ellas en la cabeza, y cuando más a medio cuerpo del enemigo». Este, sin embargo, hacía sobre los nuestros un horroroso fuego, que rompió allí a los 1.000 metros de distancia. Los soldados del Santiago iban dejando en su camino una compacta línea de muertos y heridos. Entre ellos se contaba el sargento mayor don Matías Silva Arriagada, que a caballo al frente de la tropa la excitaba con el ejemplo y con la voz «a ganar terreno sobre el enemigo». A los cien metros ganados en el avance recibía una grave herida en el costado derecho; pero esto no lo arredraba para continuar adelante. Cuando distaba la tropa unos 500 metros de la primera línea enemiga, el bravo mayor recibía una nueva y grave herida en el costado izquierdo. Muchos oficiales y soldados lo instaban para que se bajase del caballo o se retirase de la acción, pero Silva continuó montado recorriendo la línea y animando con esto a sus soldados hasta que por fin recibía una tercera bala en medio del pecho que lo arrojaba a tierra mortalmente herido. Una hora después del combate perecía en el campo de batalla. Sus últimas palabras eran preguntando si se había triunfado del enemigo. A los cien metros de las trincheras enemigas fallecía también el subteniente don Carlos R. Severin, víctima de una bala enemiga que entrándole por el ojo izquierdo le atravesó el cráneo. Su muerte fue instantánea y a la cabeza de su unidad, en los momentos en que animaba a su gente para que no perdieran la formación y el ímpetu de la marcha. El subteniente Severin era un entusiasta joven, hijo de Valparaíso, que al inicio de la presente guerra se enroló en el regimiento Santiago, arrastrado por su juvenil y patriótico ardor. En idénticas circunstancias se encontraba el subteniente don Amador Pinto, que al mismo tiempo que Severin recibía dos mortales heridas, una en el cráneo y otra en el estómago, muriendo media hora después en medio de los más terribles tormentos. El subteniente Pinto se había hecho notar por su valor y denuedo. Momentos antes de recibir el balazo que le ocasionó la muerte tomaba un rifle y las municiones de uno de los soldados que habían quedado fuera 341
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de combate, y a la cabeza de su mitad iba haciendo un nutrido fuego en avance sobre el enemigo. Ya al iniciarse el tiroteo había fallecido instantáneamente el subteniente don Emilio Calderón, a consecuencia de una herida que le atravesó el brazo izquierdo, y el subteniente Henry recibía también un mortal balazo al encontrarse cerca de las trincheras, balazo que le causaba la muerte media hora después de la batalla. * La marcha en avance del regimiento Santiago continuaba tan obstinada como la resistencia que le oponía un enemigo diez veces superior. Pero nadie retrocedía, porque los oficiales y los jefes daban aliento a su tropa con su valerosa actitud. Entre esas figuras se destacaba en primera línea la del teniente coronel don Estanislao León, comandante accidental del regimiento, que recorría a caballo la línea acompañado de sus ayudantes, los subtenientes don Antonio Cervantes y don Enrique 2.º Ferry, alentando a la tropa con sus palabras y con su arrogante apostura. En el medio del combate recibió una grave herida en el brazo derecho. El proyectil enemigo le fracturó el hueso del brazo; pero a pesar de los crueles dolores que debió experimentar, el comandante León tomó con la mano izquierda su espada, se dejó vendar ligeramente la herida, y de nuevo adelantó a la cabeza de sus tropas batiendo la estrada y mostrando a los soldados con ella el punto que debían atacar. El comandante don Francisco Barceló, jefe de la segunda división, era herido poco después en la tetilla y el brazo izquierdo al encontrarse cerca de las trincheras. Por fortuna, siendo leves sus heridas, no le impidieron continuar dirigiendo su división. Al encontrarse a unos 300 metros del enemigo, recibía también el subteniente don Antonio Cervantes una grave herida en el hombro izquierdo, al parecer causada por la misma bala que hirió al comandante León. Siguiendo el ejemplo de su jefe, el subteniente Cervantes continuó en su puesto sin inmutarse512. *
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El coronel Pedro Lagos, quien había formado y comandado el regimiento Santiago al principio de la guerra, era en ese momento ayudante del general en jefe. Al acercarse a la línea de combate y ver las bajas que sufría esta unidad, «se cubrió la cara con las manos diciendo: ¡Mis pobres Santiagos! y clavando los ijares de su bridón corrió a instar al general Baquedano que permitiera avanzar a la división de Amunátegui, que permanecía formada, intacta, esperando órdenes, y luego después volviendo rápidamente la llevó al fuego, en protección de Amengual y Barceló». Gonzalo Bulnes, ob. cit., tomo II, cap. IV, p. 172.
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El fuego del enemigo continuaba de una manera horrorosa. El cañón y la ametralladora hacían a menudo oír sus roncos disparos en medio de un sostenido fuego de fusilería. Agréguese a esto que nuestra artillería, colocada a inmensa distancia a retaguardia de nuestra línea, causaba no pocas bajas en nuestras propias filas. Es natural que a 4.000 metros de distancia –o sea, casi una legua– no pudieran nuestros artilleros medir bien todas las punterías de sus disparos513, y ni siquiera distinguir con claridad los amigos y los enemigos, y por esto toda la responsabilidad recae sobre el jefe que tan desacertada colocación dio a nuestras piezas 514. Lo inexplicable era, sin embargo, que un jefe que goza de tan envidiable reputación como el coronel Velásquez, tuviese la peregrina idea de colocar las ametralladoras a tan enorme distancia a retaguardia de nuestras filas, que sus proyectiles herían más bien a los nuestros que a los contrarios. En el Santiago, al menos, no pocos son los heridos por nuestras ametralladoras, y esta cruel circunstancia puso muy a dura prueba en esos momentos la disciplina, fuerza de ánimo y firmeza de ese valeroso regimiento515. 513
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Según información entregada al historiador Gonzalo Bulnes por el general Roberto Silva Renard (que era alférez de artillería en Tacna), esta arma estuvo presente con 4 baterías de campaña y 3 de montaña en Tacna, y su utilización fue como sigue: «La participación de la artillería de montaña en la batalla, fue inmediatamente a retaguardia de las líneas de infantería en el siguiente orden: a retaguardia de la 1ª división la batería Errázuriz; a retaguardia de la 2ª la batería Sanfuentes y a la izquierda de esta la batería Fontecilla, batiendo el frente correspondiente a la 4ª división. La artillería de campaña actuó detrás, a la altura del escalón formado por la reserva general. Tanto en los planos como en los otros documentos no se fija con exactitud el rol más o menos activo que jugó una y otra artillería. Las baterías de montaña obraron independientemente bajo la iniciativa de sus capitanes desde el momento en que comenzó la ofensiva de nuestra infantería: las baterías de campaña quedaron más ligadas entre sí por su falta de movilidad. El papel de la artillería de montaña fue más activo por su movilidad, obrando siempre en más contacto con la infantería. La artillería de campaña, por lo pesado del suelo arenoso, interrumpido por sucesivas hondonadas y la falta de alturas dominantes, desempeñó un papel poco activo y eficaz, tanto en la preparación de la batalla como en el desarrollo de esta. La impresión dominante entre los oficiales de aquel tiempo, fue de que nuestra artillería no había jugado en la batalla el papel que le correspondía por la calidad de su material y número de piezas (36 cañones y 4 ametralladoras), y que el terreno y el orden frontal del combate no habían favorecido su empleo táctico». Ibíd., pp. 168-169. Rafael Mellafe explica así las dificultades que tuvo esta arma: «La artillería se retrasaba ya que las cureñas y los armones se enterraban fácilmente en la tierra suelta. Tal era el cansancio de las bestias, que la artillería tuvo que tomar posiciones a 3.500 metros del enemigo, y desde ahí comenzó su fuego en contra de los aliados, el cual no tuvo el efecto deseado dado que el terreno era demasiado blando y el proyectil se enterraba en él sin explotar, en consecuencia no produciendo el daño esperado. Rafael Mellafe, ob. cit., p. 55. Según la información entregada a Bulnes por Silva Renard, 2 baterías de artillería de campaña que contaban con solo 4 piezas en vez de 6, estaban reforzadas por 2 ametralladoras Gatling cada una. Ibíd., p. 168.
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* El batallón Atacama era el que en esos momentos formaba la extrema izquierda de nuestra línea de batalla. Adelantó junto con los cuerpos de su división, quedando un poco a la izquierda del fuerte, y sufriendo por lo tanto, además del fuego de los batallones enemigos que disparaban sobre el Santiago, el del fuerte y el del reducto situado a retaguardia de este. Apenas después de la acelerada marcha, estuvo el Atacama a unos cuatrocientos metros del enemigo, ya tenía fuera de combate una cuarta parte de su gente, y los peruanos, concentrados en aquel extremo en número como de 7.000 hombres, avanzaban por la derecha a fin de envolver al batallón atacameño. Mandaba la segunda compañía, que se había desplegado como guerrilla hacia ese punto, el bravo capitán don Rafael Torreblanca, el héroe de los Ángeles, Dolores y Pisagua. Al verse amagado de cerca por el enemigo, cargó sobre él con furia a la cabeza de sus soldados; pero perdida gran parte de su gente, se vio obligado a retroceder a su antigua posición a fin de rehacerse, al mismo tiempo que con incomparable valor exhortaba a sus soldados a que no echaran un borrón en la bandera del Atacama. Los soldados, rehechos, marchaban nuevamente con su capitán a la cabeza, al mismo tiempo que el resto del batallón, que había marchado hasta entonces en línea de batalla y en formación unida, se desplegaba en guerrilla a fin de abarcar más espacio y presentar un blanco menos seguro al enemigo. Torreblanca pudo todavía adelantar con su gente algunos pasos en dirección a las trincheras; pero las tropas aliadas, envalentonadas por el corto número de las nuestras, salían del fuerte por la derecha y flanqueaban la extremidad izquierda de nuestra línea, haciéndonos por el frente y por el costado un fuego mortífero y certero. La 1.ª compañía, que acudió en auxilio de la 2.ª, fue también envuelta por compactas masas enemigas, y viéndose en extremo peligro de caer toda en el campo o de ser hecha prisionera, tuvo que batirse en retirada, perdiendo mucha gente. Casi la misma suerte corrió la 3.ª, que fue mandada en apoyo de las anteriores, y en esos momentos el capitán Torreblanca, que hacía prodigios de audacia y heroísmo sin retroceder un paso, cayó herido de un mortal balazo en la cabeza. Las tres compañías se replegaron entonces a las restantes, y el enemigo ocupó victorioso las posiciones que antes tenían las avanzadas del Atacama. Después pudo verse con indecible dolor, que al pasar los peruanos junto al cuerpo quizá animado aún del heroico capitán Torreblanca, lo habían mutilado cruelmente con sus bayonetas. No menos de seis a ocho 344
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bayonetazos habían destrozado el cuerpo de aquel heroico joven dotado de un valor a toda prueba y de una clara inteligencia. Torreblanca ocupaba en su pueblo una distinguida posición al tiempo de declararse la guerra. Cuando se formó el Atacama fue uno de los primeros en ofrecer sus servicios, dejando a un lado las comodidades que le había proporcionado su fama de excelente ingeniero en minas. En Copiapó y en toda la provincia era en extremo querido, y cuantos lo trataban se sentían atraídos por la figura y las maneras de aquel joven tan simpático, modesto y valeroso. Su muerte es una de las mayores desgracias de la jornada, y el Atacama está de luto con su pérdida. Torreblanca se había allí conquistado todas las voluntades y era mirado como la más pura gloria de aquel heroico batallón. En la provincia de Atacama repercutirá también su fallecimiento como el lúgubre eco de una desgracia nacional, y todos los que lo conocieron conservarán de su memoria y de sus bellas prendas un indeleble recuerdo. * A la sazón que el capitán Torreblanca era arrebatado también por las balas enemigas, el capitán don Melitón Martínez, hijo del comandante del Atacama; el subteniente don Juan 2.º Valenzuela, a quien una bala le penetraba en el estómago, y el subteniente don Gualterio Martínez, hijo también del comandante del batallón, señor Martínez, que tenía la desgracia de perder en un momento y a su vista sus dos hijos mayores. Al mismo tiempo eran heridos el capitán don José Miguel Puelma, levemente en una pierna; los tenientes don Washington Cavada, también en una pierna; don Ignacio Toro, con tres heridas leves; don Juan Ramos Silva, con una pierna bandeada y don Alejandro Arancibia, levemente en un brazo. Los subtenientes don Abraham A. Becerra y don Eugenio Martínez salían también heridos, el primero levemente en una pierna, y el segundo de gravedad con el cuerpo atravesado por una bala. * Eran como las doce del día, y a esas horas se oprimía el corazón al contemplar aquel extenso campo de batalla en que se jugaba la suerte y la gloria de la patria. Nuestra línea, tan débil como extensa, no había recibido aún refuerzo alguno. Eran siempre los mismos 4.300 hombres que habían entrado desde el principio en combate los que continuaban sosteniéndolo desde hacía una hora, pero reducidos quizá a la mitad de ese número. Nuestra línea de batalla flaqueaba en casi toda su extensión, y el enemigo, insolentado con su éxito, salía fuera de sus trincheras y hasta se atrevía a tomar la ofensiva sobre los nuestros. 345
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Los refuerzos pedidos tardaban demasiado en llegar, y las fuerzas de aquellos brazos varoniles, que habían sostenido lo más recio de la lucha, estaban ya exhaustas y rendidas. Muchos eran los que de puro cansancio yacían tendidos en el suelo, y no pocos sentían ya con desesperación los terribles tormentos de la sed. * Por la derecha de nuestra línea, los victoriosos Navales se habían internado hasta los mismos campamentos enemigos, y si en esos momentos se les hubiera mandado un fuerte refuerzo, habrían podido flanquear decididamente al enemigo. Pero, por el contrario, habiendo emprendido la retirada algunos cuerpos de la 1.ª división que atacaban de frente al enemigo, este aprovechó aquel momento para reforzar aquel costado con batallones de refresco. De esta manera los Navales, que ocupaban una hondonada paralela a las trincheras enemigas y a espaldas de estas, estaban en inminente peligro de ser cortados por fuerzas infinitamente superiores. Bien es verdad que el Valparaíso se batía en retirada paso a paso y en tanto orden como al hacer un ejercicio; pero aquella disciplina del veterano batallón porteño, que mantenía a raya al enemigo, no era bastante para impedir el avance de este por el lugar que antes ocupara el Esmeralda. Se dio, pues, orden de retirada a los Navales, y en efecto pudieron cumplirla los soldados que habían quedado en el ala izquierda del batallón, es decir, en la misma línea con los demás cuerpos de ambas divisiones; pero las que se habían corrido hacia el costado izquierdo del enemigo, no comprendiendo quizá cómo se ordenaba retirarse en los momentos mismos en que se hallaban triunfantes, o influenciados tal vez por el común sentir de los soldados, que a toda retirada la llaman «redota»516 no se apresuraron a seguir el movimiento general de la división y principiaron a retirarse paso a paso por el mismo camino que antes habían llevado. Sucedió entonces que muchos Navales quedaron colocados tras de los nuevos batallones enemigos, que se interponían entre ellos y sus compañeros de la primera división, y de esta manera, al mismo tiempo que recibían por el frente y por el flanco un vivísimo fuego del enemigo, eran víctimas también de las mismas balas de los nuestros, especialmente del Chillán, que venía a quedar paralelo a ellos, y que en efecto los tomaba por cuerpos del enemigo. *
516
«Derrota».
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El enemigo continuaba, mientras tanto, sus movimientos de avance y pronto acabaría de envolver a los atrevidos Navales. En esos momentos los Granaderos, que veían avanzar rápidamente al enemigo por aquel costado, con grave peligro de envolver al Esmeralda y al Chillán, y que tenía orden de cargar, mediante las repetidas peticiones del coronel Vergara y el comandante Holley517, del Esmeralda, principiaron a avanzar por aquel lado a fin de preparar una de sus temidas cargas. En efecto, pocos minutos más tarde se colocaban los escuadrones en línea de batalla, y adelantaban resueltamente a paso de trote sobre el enemigo, que los recibía con una granizada de balazos. Poco después, acompañados por el coronel Vergara, que tomó, junto con sus ayudantes, un puesto al lado del comandante Yávar518, los Granaderos daban sobre el enemigo una furiosa arremetida y cargaban con irresistible empuje contra los aliados que amenazaban envolver el ala derecha de la primera división. El campo quedó libre de enemigos. Los que no se replegaron apresuradamente quedaron muertos bajo el sable de nuestros jinetes, que llegaron cerca de las primeras trincheras, donde se habían formado varios batallones en cuadro a fin de resistirles519. Pero el objeto principal estaba conseguido, y los Granaderos regresaron a su primera posición en un orden admirable. Es verdad que algunos Navales, en medio de la confusión y de la polvareda, cayeron también heridos por los nuestros, pero esto era de todo punto inevitable, dada la colocación que habían tomado los enemigos. En cambio, los restantes pudieron retirarse tranquilamente, y rehacerse a espaldas del regimiento de Granaderos. * Durante aquella carga sufrió nuestra caballería un respetable número de bajas, entre las cuales se cuenta la del alférez Aspillaga520, herido mortalmente en el estómago por una bala enemiga, y el alférez Urízar521, herido de poca gravedad en una pierna. El alférez Aspillaga perecía a los pocos momentos, rematado por nuevos disparos que le hizo el enemigo, y asaetado también a bayonetazos. Era un joven muy apreciable y modesto, que había llegado hacía poco del sur para tomar parte en las campañas.
517 518 519
520 521
Teniente coronel Adolfo Holley Urzúa. Teniente coronel Tomás Yávar. Los batallones bolivianos Alianza o Colorados y Aroma, que al formar en cuadriláteros al estilo napoleónico, opusieron un eficaz y disciplinado «erizo» de fuego y bayonetas a la caballería chilena. Alberto Aspillaga. Abelardo Urízar.
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Al sargento mayor señor Marzán522 le mataban el caballo a una muerte segura. Pero entonces un soldado tan abnegado como valiente echó pie a tierra con toda serenidad, sacó de debajo a su mayor, le dio su caballo, exponiéndose así a ser víctima del enemigo, y continuó combatiendo de infante con su carabina. El capitán don Rodolfo Villagrán salvó también milagrosamente de ser víctima de los proyectiles enemigos. Una bala le atravesó de un lado a otro el quepí en los momentos más difíciles de la carga, pero le pasó rozando los cabellos sin herirle. Además del coronel Vergara, acompañó también la carga el entusiasta y acaudalado joven capitán don Juan Brown, agregado pocos días antes al regimiento con el objeto de hacer también la campaña de Tacna. Una vez terminada la carga y despejado el campo, los Granaderos volvieron a ocupar su antigua posición a la derecha de nuestra línea de infantería. * Durante aquella penosa retirada eran heridos todavía algunos oficiales de los Navales, que fueron ese día uno de los cuerpos más maltratados por la fortuna. El coronel don Martiniano Urriola, que no cesaba de animar a su tropa y de evocar el recuerdo de Valparaíso para despertar en ella el sentimiento de orgullo patrio, recibía en esos momentos un balazo en el muslo derecho, que no lo imposibilitaba, sin embargo, para seguir combatiendo. El capitán don Guillermo Simpson, que se retiraba en buen orden con su compañero, recibía también un balazo en el costado derecho, balazo que por fortuna no le causó una herida grave, porque él mismo pudo sacarse el proyectil con los dedos. El subteniente don Miguel Valdivieso Huici recibió también un balazo en la pantorrilla derecha, que por fortuna no le causó una herida de mucha gravedad. Al mismo tiempo, muchos soldados iban quedando sembrados por el campo, lo que no impedía que los valientes Navales, aunque ya con sus municiones casi agotadas, volvieran de vez en cuando para hacer caras al enemigo. * Respecto del Valparaíso, la gráfica relación de un soldado de este cuerpo, a la cual sólo alteramos la ortografía para hacerla más inteligible, dará a nuestros lectores una perfecta idea de su papel durante la acción: 522
David Marzán.
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«Señor: –Principió la batalla a la hora que usted tendrá conocimiento. Mi batallón marcha a la vanguardia de toda la primera división seguido de Navales, Esmeralda y Chillán. Una vez llegados a la última hora, diviso a los famosos Colorados. El primer soldado que hizo fuego fue José M. Soto de la cuarta compañía gritando: ‘¡los cuicos a la vista, mi coronel!» y se rompe el fuego por toda la guerrilla y a nuestra derecha los Navales y a la izquierda el Esmeralda. Sufrimos varias bajas en nuestras filas particularmente. En la escolta del estandarte, que era de un sargento segundo, dos cabos primeros y cuatro segundos y toda la banda de música, cayó herido el subteniente abanderado don José J. Droguet, y lo tomó el sargento segundo Marcelino Henríquez. Como a los diez minutos cayó herido el sargento; lo toma el cabo primero José M. Zalfate, y poco después cae también; lo toma entonces el cabo segundo José Cabeza que, como sus compañeros, corre la misma suerte. Por fin, se apodera del estandarte un cabo primero de cuyo poder, no salió más hasta el valle de Tacna, donde fue tomado por el alférez don José Ponce para entrar con él a la población. En la batalla fuimos derrotados por haber venido una gran reserva a los Colorados. Ya nuestras filas estaban diezmadas y casi agotadas las municiones, y por el cansancio de dos horas de reñido combate. Valparaíso y Navales andábamos todos reunidos después de la retirada; pero guiados por el valor indomable del bravo coronel don Martiniano Urriola, pudimos reorganizarnos y atacar con todo empeño. El bravo coronel Urriola, que se puso a la cabeza de los dos cuerpos, nos gritaba: ‘¡Arriba! ¡Batallón Valparaíso y Navales acuérdense que son de un mismo pueblo! ¡No hay que aflojar! ¡Fuego a los cholos!» y así continuó animándonos hasta que pasamos las trincheras y los derrotamos completamente. Verdad es que íbamos dejando muchos de los nuestros en el campo, pero en cambio ellos iban quedando sembrados. Es digno de mencionarse el hecho siguiente: Pasadas las trincheras, vi yo y el alférez don David Ibáñez como a cien metros de nosotros, a un Naval, un Valparaíso y dos de los famosos Colorados estrecharse cuerpo a cuerpo, cada uno con el suyo; el cuico le tira una lanzada al Valparaíso, que fue bien atajada y contestado con otra que atravesó el pecho del cuico. El Naval tuvo la suerte al contrario, porque fue pasado por la bayoneta del enemigo, el cual le dejó el fusil enterrado y echó a correr; pero no habría corrido 30 metros cuando le disparamos yo y el alférez que he hecho mención más arriba, y el cholo rodó por el suelo bañado en sangre: una bala le había atravesado el pecho... Seguimos más adelante y encontramos a la mayor parte de los batallones Naval y Valparaíso haciéndoles los honores a tres enormes fondos 349
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de comida (carne con arroz y buen caldo) que los nuestros devoraban con abundante apetito... De nuestros oficiales el mejor que se portó fue el alférez don David Ibáñez que a la cabeza de la compañía fue el primero en llegar a las trincheras. Animando a la tropa, decía: ‘¡Adelante, muchachos! ¡Aquí es donde se luce el soldado chileno! ¡No hay que dejar mal parado el nombre de nuestro pueblo!. Y así por el estilo hasta el fin de la batalla, y siempre con su rifle en la mano. Todos los demás oficiales se han batido bien, pero ninguno como este; en una palabra, Naval y Valparaíso se han batido como verdaderos chilenos. Cuando yo agoté todas mis municiones y eché una buena llenada en los fondos, me encontré con un caballo flaco y con una botella de coñac en las alforjas, y me puse a recoger heridos del campo, principiando por los señores oficiales y luego por mis compañeros de armas, tanto de mi cuerpo como de Navales, operación que me duró hasta las 11 P.M., hora que recogí al flautín de mi banda y dormí en la ambulancia de él. De la botella de coñac les daba de a poquito a los heridos que se podía recoger. Al día siguiente me reuní con mi cuerpo, y hasta la fecha sin novedad». * Mientras que la 1ª división se retiraba, abrumada por aquel larguísimo esfuerzo, por el gran número de enemigos y por la falta de un refuerzo que se había pedido con instancia, la 2ª división flaqueaba también por la misma causa e iba cediendo poco a poco terreno al enemigo. La suerte de Chile estaba entonces pendiente de un hilo, porque si aquellas dos divisiones se desconcertaban, declarándose en derrota, quizá hubieran introducido el pánico y el desorden en las restantes. Pero aquí dio el soldado chileno una de las más brillantes pruebas de su incomparable bravura, sosteniéndose siempre enérgicamente contra los poderosos esfuerzos de un enemigo cinco veces superior en número, parapetado en fuertes posiciones y envalentonado con el éxito. Nadie pensaba en volver la espalda al peligro, todos preferían encontrar la muerte antes que huir de aquel formidable enemigo y casi todos deseaban que se les ordenase marchar de frente a la bayoneta sobre los atrincheramientos sin esperar nada de los ya tardíos refuerzos y confiando solo en su valor indomable y en su voluntad de hierro. A no pocos soldados de la 1ª división los hemos oído quejarse porque en lugar de ordenarles la retirada no se les mandó cargar a la bayoneta. –Los habríamos hecho humear... es la frase que sin jactancia asoma a sus labios cuando recuerdan la circunstancia de haberse encontrado tan cerca del enemigo en los momentos en que se les ordenó la retirada. 350
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* Pero injustos seríamos si al mismo tiempo no reconociéramos aquí con el más grato placer, que en la jornada de Tacna no solo se hizo notar el empuje individual del soldado, sino que jefes y oficiales sin excepción estuvieron a la misma y aún mayor altura que la tropa por lo que respecta a serenidad y valentía. Todos a la cabeza de sus cuerpos, principalmente en las dos divisiones que sostuvieron lo más recio del ataque, animaban con su ejemplo y con su voz a los soldados, y gracias a esta uniformidad en la firmeza y en el indómito coraje –y gracias solo a ello– no se nubló ese día en el cielo de Chile la estrella de sus glorias. Así, mientras la primera división se rehacía para atacar de nuevo con fiero empuje, la segunda continuaba batiéndose desesperadamente contra un enemigo sin cesar reforzado por nuevos batallones. El 2º de Línea, que durante la acción tuvo 213 bajas entre muertos y heridos, o sea cerca de la mitad de la gente con que entró en combate, sufría en aquellos momentos nuevas pérdidas. El sargento mayor don Abel Garretón era herido levemente, y de mucha gravedad el subteniente abanderado don Tomás Valverde, ayudante del mayor Arrate, lo mismo que los tambores que acompañaban a estos jefes523. Al mismo tiempo se distinguían por su arrojo y decisión el sargento 1.º de la segunda compañía del primer batallón don Carlos E. Mayorga, y el segundo don Guillermo Roa, que atacaban las trincheras procurando reconquistar el terreno perdido. Los aliados hacían en esos momentos los mayores esfuerzos a fin de pronunciar la derrota en nuestras filas; pero, a pesar de sus ventajas, nunca se atrevían a ponerse al alcance de las terribles bayonetas de los soldados chilenos. Por el contrario, cada vez que se le quería contener en su avance, los soldados, al toque de calacuerda, calaban la bayoneta y cargaban sobre él, sin que nunca dejara esta maniobra de producir el efecto deseado. * El Santiago, falto de municiones y de refuerzo, se había visto también obligado a perder algún terreno en los momentos en que una numerosa fuerza enemiga trataba de flanquearlo por el costado izquierdo. Solo el esfuerzo de oficiales y jefes pudo impedir en esos momentos que el enemigo continuara avanzando y que el regimiento emprendiera la retirada, siendo entonces cuando el comandante León demostró mayor 523
Según el parte oficial del comandante de este regimiento, el 2º tuvo 32 muertos y 185 heridos; de estos últimos, advertía, «morirán muchos a causa de la gravedad de sus heridas». En Pascual Ahumada, ob. cit., tomo II, capítulo octavo, p. 567.
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valentía y arrojo. Recorriendo a cada instante la línea, excitaba de todos modos el valor de sus soldados, que se sostenían a pie firme contra una verdadera avalancha de balas y granadas. Allí, en los momentos en que blandía su espada arengándolos, recibió una nueva herida en el brazo izquierdo, que era el que le quedaba bueno, y se veía por fin obligado a retirarse momentáneamente del campo, tomando la dirección del regimiento el capitán-ayudante señor Orrego524. Al día siguiente le cortaban al bravo comandante el brazo derecho en la ambulancia, y corría grave riesgo de perder también el izquierdo. Solo en estos últimos días han declarado los médicos que quizá pueda evitársele esta nueva y dolorosa mutilación. El capitán don Marcelino Dinator era también herido de gravedad en el pie y pierna izquierdos por una granada enemiga, en los momentos en que el ayudante don Enrique Ferry le comunicaba una orden al joven ayudante, escapando él milagrosamente ileso. El teniente don José Domingo Terán recibía también una peligrosa herida en el estómago y el subteniente don Antonio Cervantes dos nuevas heridas graves, una en el brazo derecho y otra en una pierna. Eran también heridos: el subteniente don Juan Fernando Waidele, a quien una bala le fracturaba el muslo derecho; el subteniente Víctor Bruna, que recibía dos heridas algo graves, una en el pecho y la otra en un brazo; el teniente don Juan Pablo Rojas, gravemente en la pierna derecha; el teniente don Nicanor Gómez Torres, a quien dio en el hombro una bala que le causó una herida grave, quizá mortal; el subteniente don Manuel Benítez, una herida grave en una pierna, y los subtenientes don Esteban Ramírez y don Osvaldo Ojeda, que eran heridas de poca gravedad. Lo mismo sucedía al subteniente don Luis Leclerc, que era herido levemente en una oreja, pero que no por eso dejó de continuar en primera fila animando a los soldados. * Pero quien merece aquí una especial recomendación es el capitán don Pedro Pablo Toledo, que mandaba la 1ª compañía del 2.º batallón. Cuando el inmenso número de los enemigos hacía flaquear al resto del batallón, esta compañía permanecía firme en el terreno conquistado, sin dejarse arredrar por los innumerables proyectiles que sobre ella disparaban y que de momento en momento enrarecían sus filas. La compañía del capitán Toledo fue la que más bajas tuvo entre todas las del Santiago, regimiento que por su parte sufrió más bajas que todos los otros cuerpos, alcanzando a 303 entre muertos y heridos. 524
Lisandro Orrego.
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La citada compañía perdió más de los dos tercios de su tropa, sin contar tres de sus oficiales gravemente heridos. Este dato parecería verdaderamente increíble si no estuviera confirmado por el siguiente estado demostrativo, que prueba con la muda elocuencia de los números hasta qué grado llegó ese día el aguante admirable de nuestros soldados: Regimiento de Línea Santiago Primera compañía del segundo batallón
Tenientes
Subtenientes
Sargentos 1º
Sargentos 2º
Tambores
Cabos 1º
Cabos 2ºe
Soldados
Total
Fuerza antes del combate
Capitanes
Estado de la fuerza que entró en pelea el 26 del presente, con demostración de los que no tomaron parte por estar empleados.
1
1
3
1
6
¿?
8
8
80
112
No tomaron parte En la banda de músicos
1
3
En el estado mayor de la división
1
Asistentes de cirujanos y jefes
4
1
Empleados Combatieron Murieron en el campo
4
1 1
1
Fueron heridos
1
2
1
Suma de bajas
1
2
1
Quedan en la compañía
2
1
5
7
2
1
2
4
1
2
3
1
2
3
9
83
103
1
15
19
4
41
52
4
5
5
56
71
1
2
2
27
32
Si según la ordenanza «es acción distinguida en un oficial batir al enemigo con un tercio menos en ataque o retirada», ¿no merecen siquiera la gratitud del pueblo de Chile y las alabanzas de la prensa la gloriosa acción de mantenerse firme en su puesto combatiendo contra un enemigo inmensamente superior, a pesar de haber perdido más de los dos tercios de la tropa? * El Atacama, en la extremidad izquierda de nuestra línea, continuaba sosteniendo un titánico combate contra todas las fuerzas situadas en esa ala. Durante esta prolongada lucha, que fue para el batallón atacameño una verdadera carnicería, tuvo fuera de combate la mitad de las fuerzas con que entró en pelea, que ascendían a 592. Las bajas del Atacama entre 353
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oficiales y soldados muertos y heridos llegan a 296, y esta sola cifra basta para demostrar que el batallón copiapino ha agregado en la jornada del 26 un nuevo lauro inmarcesible a la corona de sus glorias525. Fuera de los oficiales ya nombrados, eran heridos en esta parte del combate: el capitán don José Miguel Puelma, levemente en una pierna: los tenientes don Washington Cavada, igualmente en una pierna; don Ignacio Toro, tres heridas leves; don Juan Ramón Silva, gravemente en una pierna; don Alejandro Arancibia, levemente en un brazo; los subtenientes don Abraham A. Becerra, levemente en una pierna; el de la misma clase don Eugenio Martínez, de gravedad, teniendo atravesado el cuerpo, y el practicante don Senén Palacios, que también recibió una grave herida que le atravesó el cuerpo de parte a parte en los momentos en que curaba a uno de los heridos. En general, todos los oficiales de este bizarro cuerpo deberían ser nombrados aquí en medio de los mayores elogios, porque todos, aunque no hayan sido tocados por las balas, la han arrostrado serenos y valerosos durante todo el curso del combate; pero el sargento mayor don Gabriel Álamos, que ahora hacía su estreno en el valiente Atacama, demostró con su conducta que no desmerecía de sus bravos compañeros y que conservaba los mismos bríos que desplegó en Tarapacá. Tanto el mayor Álamos como el capitán don Gregorio Ramírez rivalizaban su empeño por animar a la tropa que no desmayase durante el fuego. * Son ya las doce del día, y por fin aparece la 4ª división, compuesta por los regimientos Zapadores y Lautaro y del batallón Cazadores del Desierto, a apoyar por la izquierda a la segunda. Estas tropas se colocaban a continuación del batallón Atacama, que había formado hasta ese momento la extremidad izquierda de nuestra línea. La 4ª división estaba mandada por el coronel Barbosa, que además de los cuerpos mencionados tenía a sus órdenes una división de caballería compuesta del regimiento de Cazadores y del 2º escuadrón de Carabineros, mandados por el mayor don Rafael Vargas. La vista de este anhelado refuerzo, que dividiría la atención del enemigo, vino a reanimar las ya agotadas fuerzas de los soldados de la segunda división, que haciendo un nuevo y supremo esfuerzo, coparon las primitivas posiciones que habían ganado frente al enemigo. *
525
Según el parte oficial de su comandante, esta unidad tuvo 5 oficiales muertos y 8 heridos, y 78 individuos de tropa muertos y 205 heridos. Ibíd., p. 568.
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La 4ª división, que había estado muy alejada del teatro del combate, hizo, como las otras, una terrible marcha para llegar al campo de la acción, sobre todo el batallón Cazadores del Desierto que venía haciendo el servicio de descubierta o de guerrilla al frente de los demás cuerpos. Apenas divisó el enemigo aquel nuevo contingente de tropas que venía a reforzar y ensanchar nuestra línea, rompió sobre él, a unos 1.000 metros de distancia, su terrible fuego de infantería y artillería. Por fortuna todos ellos empleaban el sistema de orden disperso o guerrilla inglesa introducida en el ejército por el comandante Santa Cruz, de modo que no presentaban a los tiros enemigos el blanco seguro de la formación unida que habían empleado los otros cuerpos. Por manera que las bajas causadas a estos cuerpos durante el avance no fueron tan dolorosas como las que había sufrido el resto de las otras divisiones, a pesar de que los aliados concentraron sobre ellas en los primeros momentos casi todo el fuego de sus ametralladoras, cañones y rifles526. * En cuanto los cuerpos de la cuarta división se encontraron a unos 900 metros de distancia del enemigo, el batallón Cazadores del Desierto replegó sus alas y tomó colocación entre los Zapadores y el Lautaro527. Este último regimiento quedó entonces formando la extrema izquierda de nuestra línea, y los Zapadores vinieron a encontrarse colocados a continuación del Atacama. La batería de artillería del capitán Fontecilla acompañaba esta división en su primer avance. Quedó colocada a unos 1.500 metros del enemigo y por lo tanto fue la única que prestó servicios eficaces, cañoneando el fuerte aliado y las numerosas tropas que había en las inmediaciones. Esta batería fue también casi la única que tuvo algunas bajas, porque estaba al alcance de los fuegos de rifle del enemigo. Se cuentan en ella unos quince a veinte heridos, la mayor parte leves y todos de tropa, aunque tuvo la fortuna de no tener un solo muerto. En estos momentos fue cuando el ala derecha de los aliados, mandada por el contraalmirante Montero, hizo los mayores esfuerzos por contrarrestar el ímpetu de los nuevos cuerpos que acudían en apoyo de nuestro costado izquierdo. Llamando en su auxilio todos los batallones de la reserva, hacía sobre los nuestros un fuego tan nutrido como incesante, que causaba terribles bajas a la cuarta división528. 526
527
528
Sigue el listado de las bajas de los batallones formados en Valparaíso, que omitimos por razones de espacio. A partir de este párrafo, esta relación fue publicada en El Mercurio de Valparaíso del 16 de junio de 1880. Ello aun cuando, según hace presente Ekdahl, Montero había consentido en enviar a los batallones Alianza y Aroma en auxilio de Camacho, por lo que le quedaban –calcula–
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* Fueron los Zapadores, colocados junto al Atacama, los que más comprometidos estuvieron, atacando el centro junto con los sacrificados cuerpos de la segunda división. En aquella parte el enemigo ocupaba, como hemos dicho, posiciones ventajosísimas, y estaba mandado por el general boliviano Campero, que hasta el día antes había sido general en jefe del ejército aliado. La mayor parte de las tropas del centro pertenecían también al ejército boliviano, y las ametralladoras, colocadas allí en la misma línea de infantería –como hubieran debido estarlo las nuestras– eran hábilmente dirigidas contra nuestras filas. En cuanto aparecieron por aquel lado los Zapadores, casi todos los fuegos del enemigo se concentraron sobre ellos, mientras los soldados, que habían casi agotado sus fuerzas en un largo e inútil rodeo de más de tres leguas, llegaban fatigadísimos, como era consiguiente después de aquella incesante marcha. A pesar de todo, conservaban su perfecta formación en orden disperso, dando muestras del excelente estado de disciplina a que habían llegado bajo la dirección de su jefe, el comandante Santa Cruz. Este, dando muestras de grande arrojo, recorría a cada instante de a caballo sus filas, alentando a los cansados y hasta deteniéndose para animarles personalmente. Tras algunos minutos de descanso, los Zapadores dieron un nuevo avance sobre el enemigo, quedando a unos cuatrocientos metros de sus líneas. Los Zapadores habían ya roto el fuego a unos 700 metros de distancia, con toda la serenidad y buena puntería de un cuerpo veterano y fogueado. * En estos momentos el regimiento entero maniobraba en el orden disperso o guerrilla inglesa, dirigida personalmente por el comandante Santa Cruz, que ocupaba gallardamente el frente de su línea. En ese orden avanzó el regimiento hasta encontrarse a unos cien metros del enemigo, y entonces, recogiendo sus alas, se fue resueltamente sobre las trincheras para tomárselas a la bayoneta. El enemigo parecía reunir en ese momento sus últimos y más desesperados esfuerzos, concentrando la mayor parte de sus tiros de cañón con granada y metralla, y los fuegos de sus tiradores de infantería lanzaba
unos 3.000 efectivos para hacer frente a un número similar de la 4ª división chilena de Barbosa. Wilhelm Ekdahl, ob. cit., tomo II, cap. XX, p. 323.
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sobre los Zapadores una lluvia de plomo que en pocos momentos hacía unas cien bajas en el esforzado regimiento. Entre los oficiales eran heridos los subtenientes Poblete y Maldonado529, el primero en el brazo derecho, de un balazo que se lo atravesó sin fracturarle el hueso, y el segundo en la pierna derecha, de muy poca gravedad. Pocos pasos más adelante caía también el capitán ayudante don Abel Luna, herido gravemente por una bala que entrándole por un hombro le salía por la paleta opuesta. El subteniente don Jacinto Muñoz era herido e la pierna derecha, y el capitán don Rafael Granifo recibía una contusión causada por una de las cuatro balas que en esos momentos le mataban el caballo. * Los Cazadores del Desierto se batían también con igual resolución a la izquierda de los Zapadores, y teniendo por principal objetivo la toma del fuerte en donde se encontraban los cañones y las ametralladoras que disparaban sobre ellos, avanzaban con ímpetu y decisión, procurando estrechar la distancia a fin de atacarlo a la bayoneta. Los Cazadores del Desierto se batían igualmente en el orden disperso que adoptaron los Zapadores; pero desgraciadamente pronto agotaron sus municiones, y durante un tiempo estuvieron inermes sufriendo el terrible fuego del enemigo. Durante el avance fue herido de alguna gravedad en una pierna, el teniente coronel Hilario Bouquet. El capitán don Jorge Porras era gravemente herido en un muslo; el teniente don Santiago Vargas en una pierna, habiéndole la bala destrozado el hueso y siendo por lo tanto necesario amputársela, y el subteniente don Eusebio Parra levemente en un costado. Como la falta de municiones a tan poca distancia del enemigo podía dar ocasión a graves contingencias, el comandante Wood dio orden de calar bayonetas y avanzó intrépidamente con su tropa en dirección a la extrema derecha del fuerte530. * 529 530
Benjamín Poblete y Juan A. Maldonado. El soldado del Cazadores del Desierto, Abraham Quiroz, relata, en carta a su padre: «La derecha de los cholos nos sobrepasó y como a la media hora entró por la izquierda de nosotros el 2º batallón Lautaro, o si no los cholos nos habrían tomado entre dos fuegos. Los cholos venían avanzando, pero cuando nosotros avanzamos, comenzaron a hacer fuego en retirada y ya nos encontrábamos bajo las baterías del fuerte que estaba armado de 6 cañones y ametralladoras. Los cañones eran Krupp de montaña, y el fuerte estaba hecho de sacos de arena. La primera fila de abajo era de sacos disminuyendo para arriba. Por eso nuestros cañones ni los movían, no había siquiera señas de hacerles». En Abraham Quiroz, Hipólito Gutiérrez, Dos soldados en la Guerra del Pacífico, Carta Nº 27, pp. 79-80.
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El regimiento Lautaro avanzó también en orden disperso hasta encontrarse a unos 600 metros de la extrema derecha del enemigo, que era el punto que se le había designado para el ataque, después de haber dejado a la 1.ª y 2.ª compañías del primer batallón protegiendo la batería de artillería del capitán Fontecilla531. El enemigo, que durante la primera hora de la batalla, o sea mientras la 1.ª y la 2.ª divisiones se batían solas contra todas las fuerzas aliadas, había destacado numerosos batallones a su derecha de fuerte a fin de envolver el flanco del Atacama, recibió al Lautaro con un vivísimo fuego de fusilería que causó muchas bajas en nuestras filas. Por fortuna, este cuerpo cívico, cuya instrucción y disciplina militar lo hacen competir ventajosamente con muchos de línea, avanzaba según las prescripciones de la táctica moderna, introducida en él gracias principalmente a los esfuerzos de su inteligente mayor don Ramón Carvallo. Así, la 3.ª y 4.ª compañías del primer batallón y la 1ª y 4.ª del segundo avanzaban al frente del grueso del regimiento arrastrándose por el suelo y aprovechando oportunamente las sinuosidades del terreno, hasta que a los 600 metros se les unían las compañías restantes y avanzaban al trote sobre el ala derecha del enemigo532. Allí rompían un certero y nutrido fuego, que causó terribles destrozos en los batallones peruanos situados fuera del fuerte, los que se vieron obligados a replegarse presurosos hacia él. Mientras tanto los del Lautaro533, animados con aquel primer éxito, adelantaban por ese mismo lugar sin dejar de hacer vivo fuego, y a poca distancia alistaban sus bayonetas a fin de despejar con ellas el campo de los enemigos. * Casi al mismo tiempo que nuestra ala izquierda recibía el oportuno auxilio que le llevaba la 4.ª división, la 3.ª, que hasta entonces había permanecido a retaguardia de la 1.ª y 2.ª, avanzaba también en apoyo de nuestra ala derecha y centro. El regimiento de Artillería de Marina tomaba el mismo camino que antes habían seguido los Navales y el Esmeralda, avanzando aceleradamente sobre los aliados.
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Así lo corrobora el conocido testimonio de Arturo Benavides Santos, ob. cit., cap. XI, p. 71. «Momentos después el regimiento se desplegó en guerrillas y avanzó hacia las trincheras en correcta formación, cargándose a la izquierda hasta ponerse en línea de tiradores». Ibíd., p. 72. «De las trincheras que atacábamos, aunque sin disparar todavía, arreciaba el fuego, pero no veíamos tropas enemigas. «Por fin se dejó oír el toque ‘fuego en avance»...» Ibíd., p. 73.
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A unos mil metros de las líneas enemigas se encontraban algunos dispersos del Esmeralda y del Chillán, que animados con la presencia de la tropa que marchaba en su auxilio, se rehacía a retaguardia de esta, y en seguida, formados nuevamente en línea, avanzaban a reunirse con el resto de sus compañeros, que continuaban oponiendo heroica resistencia. La marcha de avance de la Artillería de Marina era sostenida con el orden y disciplina que no podía menos de esperarse de este veterano batallón y de su bizarra oficialidad. Formando una línea tan derecha como una tabla, avanzaba impetuosamente a paso de carga sobre las trincheras, mientras los aliados, abandonando por un instante a los cuerpos de la 1.ª división, se concentraban en sus trincheras, alistándose para hacerles frente. Llegados a unos mil metros del enemigo, rompía este sobre la Artillería de Marina un vivo fuego de fusilería, acompañado por sostenidos disparos de ametralladoras. Pero los nuestros entonces continuaron su avance al trote y sin romper el fuego, dejando sembrada de muertos y heridos aquella faja de terreno. Pudo entonces notarse que, debido a la extrema celeridad de la marcha del regimiento chileno o a la torpeza de los tiradores enemigos, que no cambiaban el alza de sus rifles y ametralladoras, los proyectiles pasaban generalmente por alto, encontrándose los nuestros bajo la parábola descrita por estos. * A los 600 metros de las trincheras rompía el regimiento de Artillería de Marina un nutrido fuego en avance sobre los batallones enemigos, compuestos ahora en su mayor parte de las reservas bolivianas. El Naval acompañaba también de nuevo aquel empuje, mientras el Valparaíso, que nunca perdió su formación, avanzaba igualmente por la derecha en compañía de los Navales. El Chillán y el Esmeralda, rehechos y en buen orden, avanzaban también por la izquierda de la división, y de nuevo principiaba el enemigo a perder terreno y a enrarecer sus fuegos, al ver que los cuerpos chilenos, sin detenerse un momento ni interrumpir sus disparos, adelantaban con ímpetu y con la bayoneta armada a fin de cargar sobre él en sus propios atrincheramientos534. Ya podía decirse que en esa ala del enemigo teníamos asegurada la victoria, porque el espíritu de las tropas se había reanimado como por 534
Escribe el soldado del Chillán, Hipólito Gutiérrez: «...y cuando hemos visto más arriba que llevan una gritería el Chillán y el Esmeralda, y era que ya el enemigo se iba reotando, salimos con más ligereza para arriba y sentimos que tocaron reunión y los come[n]zamos a reunir todos los que habíamos librado. El campo está sembrado de cuerpos muertos y heridos de una parte y de otra, pero más de los enemigos». En Abraham Quiroz, Hipólito Gutiérrez, ob. cit., cap. 11, p. 195.
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encanto, sobre todo al ver que los jefes los acompañaban en lo más reñido de la refriega. * Al mismo tiempo que la Artillería de Marina reforzaba tan valerosamente la extremidad de nuestra ala derecha, los dos batallones restantes de la división –el Chacabuco y el Coquimbo– avanzaban aceleradamente en protección del centro y de la izquierda. El Chacabuco, que ocupaba el centro de la división, entre la Artillería de Marina y el Coquimbo, avanzó a colocarse a la derecha del 2.º La marcha de avance del Chacabuco fue muy lucida, aunque pudo prestar poco auxilio a aquel valeroso regimiento, que había cobrado nueva fuerza y nuevo empuje al ver entrar en fuego a la 4.ª división. El Chacabuco, sin embargo, alcanzó a sufrir por algún tiempo el fuego del enemigo, que le hizo 23 bajas entre muertos y heridos, y por su parte contribuyó eficazmente a la derrota. * El Coquimbo, mientras tanto, había avanzado con la mayor celeridad a reforzar a los valientes del Santiago y del Atacama, que en compañía de los Zapadores sostenían ahora lo más reñido del combate. En pocos minutos salvó la distancia que lo separaba del campo de la acción, e inmediatamente atacó con denuedo y bizarría, sin disparar un tiro hasta que no se hubo encontrado a solo 200 metros de las trincheras. Una vez a esa distancia, rompió sus fuegos en avance y atacó el centro de la línea enemiga, formada en esos momentos por el batallón Murillo, boliviano, y por el regimiento Canevaro, uno de los más lucidos y veteranos del ejército peruano, como que todo él estaba formado por antiguos soldados del disciplinado Pichincha. Sólo su oficialidad pertenecía a la flor de la juventud limeña, enrolada allí por el prestigio de su millonario jefe. El Coquimbo fue recibido, pues, por una granizada de certeros disparos, que en pocos momentos le hacían numerosas bajas. El primer oficial que caía era el subteniente abanderado don Carlos Luis Ansieta, que recibía dos balazos, uno en la pierna y el otro en el brazo derecho. Esta última herida lo obligaba a entregar el estandarte al subteniente don Juan G. Varas, mientras él continuaba batiéndose valerosamente a pesar de sus heridas. A los pocos momentos era herido también el subteniente Varas. Una bala le penetraba en la ingle y lo imposibilitaba para continuar la marcha, obligándole a entregar al sargento de la escolta su precioso depósito. * 360
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Pero el enemigo se había ensañado contra aquel glorioso símbolo, y a pocos momentos caía mortalmente herido el sargento que llevaba la bandera. En suma, durante el combate fue muerta toda la escolta del estandarte, y este mismo recibió no menos de once balazos, quedando su asta salpicada con la sangre de sus valientes defensores. El estandarte del Coquimbo recibió, pues, un glorioso y verdadero bautismo de sangre y será en lo futuro una valiosa reliquia para la provincia. En medio de lo más reñido del fuego era herido gravemente el comandante Gorostiaga535, que hasta entonces, con incomparable denuedo, había marchado en medio de sus soldados afrontando impasible lo más nutrido del tiroteo. La bala le atravesaba de parte a parte el brazo izquierdo, fracturándole horriblemente el hueso y obligándolo a retirarse del combate. * Tomó el mando del batallón el sargento mayor don Marcial Pinto Agüero, que, dado a reconocer el día antes de la partida de Yaras, había demostrado hasta ese momento, por su serenidad y bravura, ser digno jefe de los bravos del Coquimbo. Bajo su dirección se continuó impetuosamente el ya principiado ataque sobre el enemigo, que en esos momentos hacía desesperados esfuerzos por poner a raya a nuestras tropas. Ya habían sido heridos: de gravedad el capitán don Federico 2.º Cavada, que recibía un balazo que le bandeaba el costado derecho; el teniente don Manuel María Masnata, atravesado por una bala en el hombro y brazo; el subteniente don Caupolicán Iglesias, que recibió una grave herida en el pecho, un poco más arriba del corazón; el subteniente don Antonio Urquieta en la mano izquierda, y el capitán don Pedro C. Orrego de una pequeña fractura en un brazo. Caía también muerto instantáneamente por una bala el teniente don Clodomiro Varela, ayudante, y escapaba milagrosamente el mayor Pinto, a quien una bala atravesaba las botas sin herirlo. A pesar de aquellos destrozos el Coquimbo continuaba su impetuosa marcha y se encontraba ya sobre las mismas trincheras, en donde bandeaban la mano derecha al capitán don Francisco Ariztía. En estos momentos la compañía de granaderos armaba sus bayonetas para dar la carga sobre el enemigo; pero este, que hasta entonces había hecho una obstinada resistencia, emprendía la fuga al ver ante sus ojos aquella arma de guerra, irresistible en manos de los chilenos. El Coquimbo entonces, roto ya el centro de la línea enemiga, se apoderaba de las trincheras e iniciaba así la derrota del ejército aliado. 535
Coronel Alejandro Gorostiaga Orrego.
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* Para formarse una idea aproximada del empuje irresistible y del indómito valor que desplegó allí este bizarro batallón, al mismo tiempo que la obstinada y valerosa resistencia que le opuso al enemigo, basta saber que a pesar de haber sido uno de los últimos en entrar en pelear tiene de bajas casi la tercera parte de su efectivo. Contaba el Coquimbo con 450 plazas al abrir sus fuegos, y de estos quedaron en el campo no menos de 143 entre muertos y heridos, sin contar con algunos contusos o rasguñados por las balas que aumentarían la cifra hasta sobrepasar el casi536. Todos, a pesar de aquella terrible carnicería, dieron pruebas de admirable arrojo, alentados por el ejemplo de sus jefes, que marchaban intrépidamente a la cabeza, descollando entre ellos el mayor Pinto, que en los últimos y más difíciles momentos estaba al frente de los asaltantes. Así, no es raro que desde el comandante a los ayudantes tuvieran todos sus caballos muertos durante la acción, y que el hermoso ejemplo de los superiores se comunicase a los soldados. Uno de estos, que en los momentos de asaltar las trincheras caía en tierra víctima de una bala enemiga que le abría en el pecho mortal herida, reunió sus últimos alientos para gritar con voz estridente, «¡adelante, rotos del Coquimbo!» y en seguida expiró. En el lugar de las trincheras que había atacado, se apoderó el Coquimbo de dos cañones, dos ametralladoras y algunas banderas enemigas. * Al mismo tiempo que la tercera división desempeñaba tan hermosa misión en la suerte de la batalla, avanzaba al fin nuestra reserva hasta llegar a colocarse a tiro de rifle del enemigo. Era la una de la tarde, y en toda nuestra línea asomaba ya el hermoso albor de la victoria. La parte donde en esos últimos momentos había sido más sostenido el combate, que era el ala derecha del enemigo, principiaba a ser envuelta por los nuestros, y el Atacama, los Zapadores y el Santiago avanzaban ahora con nuevo ímpetu sobre las trincheras. El Atacama, que había llegado a 50 metros de las trincheras, calaba bayoneta sobre los enemigos situados a su frente y los obligaba a desalojarlas en desorden. En esos momentos caía muerto de un balazo en las sienes el teniente ayudante don Moisés Antonio Arce, que a caballo acompañaba la carga y que durante el curso de la batalla había estado a la altura de sus heroicos compañeros. 536
Según el parte oficial elevado por el comandante accidental de dicho cuerpo, el Coquimbo tuvo un oficial muerto y 9 heridos, y 148 individuos de tropa muertos o heridos, de los 480 hombres que entraron en acción. Pascual Ahumada, ob. cit., tomo II, capítulo octavo, p. 570.
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El Santiago avanzaba también mucho terreno, y entre esos bravos se distinguía la compañía del capitán Castillo, que era una de las más animosas para cargar, contándose entre los más avanzados el teniente don Santiago Inojosa, el aspirante don Manuel Jiménez, y sobre todo el joven subteniente don Luis Leclerc, que diez pasos delante de la tropa la exhortaba con su palabra y su ejemplo, a pesar de hallarse solo a 20 metros del enemigo. * Los Zapadores se batían también con renovado ímpetu, mientras el comandante Santa Cruz, que hizo ese día verdaderos prodigios de valor, recorría a caballo de un extremo a otro de la línea. El enemigo se obstinaba en hacer allí una fuerte resistencia, como que lo ventajoso de la posición que ocupaba y la circunstancia de poder desde ese punto flanquearles el fuerte y la línea de batalla, le hacían concentrar en ese lugar el resto de sus tropas. Muchos habían suplicado ya al comandante Santa Cruz que se apeara del caballo, pues encontrándose a o sumo a 50 metros del enemigo, a media falda de un plano inclinado, temían que fuera el blanco de sus tiros. Además, ya en esas circunstancias habían muerto algunos oficiales de Zapadores de los que demostraban mayor denuedo por llegar cuanto antes a la cima de la escarpada pendiente. El subteniente Salinas537 recibía de un golpe tres heridas en el pecho que le causaban una muerte instantánea, y el capitán don Rudecindo Molina moría también por efecto de una granada enemiga que le destrozaba la cabeza. El comandante Santa Cruz daba en esos momentos una última revista a su línea, animando a los cansados y entusiasmando a sus soldados con su valor y sangre fría, cuando, al ver ya coronados sus esfuerzos con la toma de las posiciones enemigas, recibió un mortal balazo en el costado derecho, junto al vientre, que lo echó por tierra exánime. Su regimiento, para vengar la sangre de su comandante, coronaba poco después la trinchera enemiga. A pesar de haber sido los Zapadores uno de los cuerpos que entraron más tarde en pelea, como todos los de la tercera y cuarta divisiones, tuvo no menos de 130 bajas, de ellos unos 40 muertos y el resto heridos. Esto bastará para dar una idea de lo encarnizado del combate que tuvo que sostener con el enemigo. * En esos mismos momentos se adueñaban los Cazadores del Desierto del fuerte que tenían a su frente538, y podía decirse que a esas horas, las 1 537 538
Victorino Salinas. Escribe el soldado de esta unidad, Abraham Quiroz: «Cuando nos acercamos los cholos arrancaron como cuando salen ratones de las cuevas». En Abraham Quiroz, Hipólito Gutiérrez, Dos soldados en la Guerra del Pacífico, Carta Nº 27, p. 80.
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37 de la tarde, había cesado el terrible combate en toda la enorme extensión de la línea de batalla. La caballería enemiga, que se divisaba protegiendo aquella ala y que podía aún amagarnos, huía vergonzosamente al divisar apenas la polvareda que levantaban los Cazadores y el 2.º Escuadrón de Carabineros de Yungay, llamados para atacarla539. Toda la larga extensión de la primera línea de trincheras se encontraba ya en nuestro poder, y el enemigo, perseguido de cerca, apenas intentaba detenerse en los fosos situados a retaguardia de la primera línea. Solo algunos pequeños grupos aislados detenían de cuando en cuando su carrera y haciendo sobre sus perseguidores inciertos disparos, pero la mayor parte de ellos caían muertos por los nuestros. Hubo en esos momentos una verdadera caza de hombres. Los campamentos enemigos y los caminos a Tacna quedaron sembrados de cadáveres. Nuestros soldados solo detenían su victoriosa marcha cuando, al pasar por los campamentos aliados, veían junto a los grupos de tiendas algunos enormes fondos con comida y una hilera de barriles con agua. Recordando que tenían hambre y sed, se aglomeraban allí a fin de refrescar sus secas y terrosas fauces. * La artillería y la reserva avanzaban entonces apresuradamente, mientras la caballería, en vez de reunirse para atacar al enemigo en su retirada y concluir de desbaratarlo, como lo había indicado y pedido el coronel Vergara, marchaba a retaguardia de la victoriosa infantería, ocupando, relativamente a esta, la misma colocación que tenía antes del combate. Mientras tanto el enemigo, bajando a la quebrada por el camino de Tacna, había atravesado la ciudad en dirección a Calana y Pachía, en cuyos puntos podía tomar el que por entre gargantas y despeñaderos conduce, primero a Tarata, y después a Candarave y a Moquegua. No todos sus batallones habían abandonado el campo en el desorden en que a última hora los vieron nuestras tropas, sino que, con una estrategia muy a la peruana, el generalísimo Montero, conociendo que era inevitable su derrota al ver el aguante de la 1.ª y 2.ª divisiones nuestras y los bríos con que entraron en combate la 3.ª y la 4.ª, principió a hacer que se retirasen algunos cuerpos en cuanto vio avanzar a nuestra reserva. Los bolivianos, por su parte, salvaban de la pérdida una batería completa de cañones Krupp
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Escribe Ekdahl, no sin sarcasmo: «Este combate comprobó –como lo había hecho anteriormente el de Dolores– que la caballería aliada valía bien poca cosa. Parece que creía tener caballos no para combatir, sino para poder salvarse de los campos de batalla». Wilhelm Ekdahl, ob. cit., tomo II, cap. XX, p. 323.
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de montaña, con la que a las tres de la tarde atravesaban tranquilamente la ciudad de Tacna camino de Pachía. * En toda la extensión de la pampa o altiplanicie en que había tenido lugar la batalla no se divisaba, mientras tanto, un solo fugitivo. Era indudable, por lo tanto, que la totalidad del ejército aliado había emprendido la fuga en dirección al valle, fuera para encerrarse en la ciudad, fuera para tomar aquí el camino real que conduce al interior pasando por los pueblos de Calana y de Pachía. No había, en efecto, más vía practicable que esta última para los fugitivos aliados, a no ser que prefiriesen encerrarse en Tacna como en una ratonera, o emprender a pie una marcha de trece leguas por árido desierto para llegar a la otra ratonera de Arica. Así, pues, apenas llegadas las tropas chilenas al borde de la pampa a cuyos pies se alza alegre y galana la hermosa ciudad de Tacna, todos los ojos y los anteojos se dedicaron a recorrer ávidamente sus calles y sus inmediaciones para ver si se descubrían allí las columnas enemigas, o a lo menos sus huellas. Pero la ciudad parecía hallarse completamente desierta, y sólo en el borde del frente, formado por una colina blanquizca y arenosa, se divisaban algunos bultos que a la distancia semejaban fugitivos. Aquellos infelices, sin embargo, al ver su desesperación, no emprendían una mortífera marcha en dirección a Camarones, tenían necesariamente o que volver a Tacna, o que dirigirse a Calana y Pachía, ya fuera para huir hacia Tarata, ya para internarse por el camino de la cordillera hacia Bolivia. Todas las miradas se dirigían entonces al camino de Pachía que se veía a nuestros pies y que parecía y era, en efecto, no solo practicable, sino excelente. Y examinándolo cuidadosamente hasta perderse de vista, se notaba allá a lo lejos una espesa polvareda que indudablemente era el fugitivo enemigo. Esto, que se veía con solo abrir los ojos y mirar, se notaba aún mucho más claramente con los anteojos, los que parecían descubrir algunas columnas de jinetes cerrando la marcha de los fugitivos. Desde ese momento, todos estaban violentos y nerviosos esperando recibir por instantes la deseada orden de perseguir a los derrotados. Si por desgracia la opinión común de los que con ojos ávidos contemplaban la polvareda resultaba errada, ¿qué se perdía con reconocer? ¿qué se ganaba con estar allí con tamaña boca contemplando los edificios de Tacna? ¿No era, en todo caso, mucho mejor tener la evidencia de que estaba el enemigo encerrado en aquella hermosa jaula, que dominábamos con nuestros cañones y hasta con nuestros rifles? ¿Y si aquella polvareda era el enemigo?... 365
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Todas estas preguntas y estas reflexiones se hacían nuestros soldados y en especial nuestros jinetes, al mismo tiempo que pasaban los minutos, los cuartos y las horas y todavía no recibían la orden de picar la retaguardia al enemigo. Alineados al borde de la quebrada, de pie junto a sus caballos y sujetándolos de la brida, todos sufrían entonces un verdadero martirio. Parece que en el cuartel general se había divisado también la polvareda que atraía en ese momento las miradas de todos. Un periodista francés, para dar más colorido a esta situación, no dejaría de hacer notar un pequeño detalle que no pasó desapercibido para muchos: el general no tenía anteojos. Pero fuera como fuera, la polvareda estaba a la vista, y en lugar de mandar reconocerla, se discutía sobre si sería o no el enemigo, y por fin, a pesar de que el coronel Vergara pedía con instancia que se diese a la caballería orden de perseguir al enemigo, se decidió no hacerlo... hasta después de intimar rendición a la ciudad. Mientras tanto, la verdad resultó ser que aquella polvareda la formaban los fugitivos, los cuales –mientras el cuartel general discurría sobre si eran galgos o podencos– huían descansadamente y sin ser molestados hasta el camino de Calana y de Pachía, o sea la vía de Tarata o de La Paz540. * Respecto de la intimación a la ciudad, he aquí la narración que nos hace uno de los actores de esa parte de la jornada del 26: «A las dos y media de la tarde el general en jefe, jefe de estado mayor y muchos otros oficiales de alta graduación se encontraban en las alturas que dominan a Tacna. Allí se acordó intimar rendición a la plaza, y con tal objeto se dirigieron a la ciudad los señores coronel don José Francisco Vergara, teniente coronel don Arístides Martínez, capitán don Juan Pardo y don Rafael Gana y Cruz. Una vez a la entrada de las calles se destacó de avanzada un soldado con una gran bandera blanca, el que fue recibido con una descarga por los defensores de la ciudad. Por este motivo regresaron los comisionados al campamento y el jefe de estado mayor dio orden de principiar el bombardeo de la ciudad.
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Opina Ekdahl: «El general en jefe chileno detuvo la persecución en la orilla de la pampa alta, obedeciendo a su humanitaria resolución de impedir los excesos que probablemente hubiesen cometido las tropas victoriosas, si les hubiera sido permitido entrar en la ciudad de Tacna, conservando todavía la furia de la lucha. Este proceder humanitario debe considerarse excepcionalmente generoso, en vista de las crueldades que solo un par de horas antes la furia del combate había hecho cometer a las tropas aliadas en el campo de batalla». Wilhelm Ekdhal, ob. cit., tomo II, cap. XXI, p. 369.
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Entre tanto el coronel Amengual, seguido de una pequeña guerrilla, ya solo distaba unas cuatro cuadras de la entrada de la ciudad, cuando se les presentó un caballero protegido por la Cruz Roja, diciéndole que la ciudad estaba evacuada, y que los cónsules extranjeros se hallaban encargados de ponerse de acuerdo con el jefe de las fuerzas chilenas para salvar al vecindario. El coronel Amengual comisionó al capitán Flores541 de artillería y al subteniente Souper542 de Cazadores para que se acercasen a los cónsules, dando al mismo tiempo su caballo al comisionado de la Cruz Roja. Efectivamente, los comisionados se pusieron al habla con los cónsules, quienes se ocupaban de extender un acta sobre la entrega de la ciudad, cuando un soldado ebrio disparó a corta distancia sobre Flores un tiro de rifle. Flores y Souper se retiraron de la ciudad, creyéndose víctimas de un lazo. El coronel Amengual, indignado, dio orden de incendiar a Tacna, y él solo, acompañado de don Rafael Gana, tomaba la dirección de la ciudad. Apenas entraba a la primera calle, cuando se presentaron los señores don Guillermo Hillmann Meyer, Larrien y Brockmann con el objeto de dar explicaciones sobre el balazo disparado al capitán Flores, dando al mismo tiempo toda clase de seguridades respecto de que el ejército chileno no sería molestado. También se presentó don Guillermo C. Mac Lean, alcalde municipal de Tacna. Los cónsules fueron tratados por dureza por el coronel Amengual; y en cuanto al alcalde, se ordenó su prisión, advirtiendo que al primer disparo que se hiciera sobre algún soldado chileno, sería fusilado». Felizmente ningún nuevo percance ocurrió en esta toma de posesión, y el coronel Amengual y su comitiva pudieron comer tranquilamente en el hotel San Carlos. * Se dio entonces orden a la caballería para que bajase al valle a dar de beber a sus caballos, operación que terminaba a las cinco de la tarde. En seguida subió de nuevo al alto, donde desde esa hora permaneció esperando órdenes; pero hasta las diez de la noche no se decidió perseguir ese día, y nuestros desesperados jinetes desensillaban entonces sus caballos y acampaban allí. Hasta ese momento habían permanecido listos para la marcha y de pie al lado de sus corceles, a fin de que estuviesen más descansados para emprender la correteada. 541 542
Capitán José Joaquín Flores. Carlos Felipe Souper.
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Los distintos cuerpos de infantería bajaban también al valle a saciar su sed en el río y a llenar de agua sus cantimploras, y en seguida regresaban nuevamente a la altura a contemplar desde lejos la ciudad. Hubo algunos cuerpos, como el 3.º, que hicieron tres veces consecutivas aquel penoso trayecto, lo que por cierto no tenía nada de divertido después de las pesadas marchas y faenas de la jornada. Mientras tanto, el estómago, después de las agitaciones del día, clamaba por un alimento que no había esperanza de conquistar, aunque Tacna se hallaba a nuestros pies. Los equipajes y abrigos habían quedado en el campamento de la noche anterior, lo que no servía de ningún consuelo a los vencedores, porque el penetrante frío de de una noche cordillerana y nebulosa los hacía a todos dar diente con diente. La persecución al enemigo, calentando los cuerpos, habría sido una buena medida higiénica, porque esa noche todo el ejército alojó a pampa rasa sin más abrigo que las botas y los quepis. * Al día siguiente, computando el total de los prisioneros tomados durante la batalla, vimos que a lo sumo llegarían a los cincuenta, y eso tomando en consideración algunos que fueron recogidos en el mismo Tacna. De manera que, fuera de los muertos y heridos, podía decirse que el ejército aliado se había retirado intacto después de su derrota. En fin, a las siete y media de la mañana del 27, es decir, dieciocho horas después de terminada la batalla, salían de Tacna, camino de Calana y de Pachía, el segundo escuadrón de Carabineros de Yungay, mandado por el mayor don Rafael Vargas; el regimiento de Cazadores, al mando de su mayor don José Francisco Vargas, y un escuadrón del regimiento de Granaderos a las órdenes del capitán don Temístocles Urrutia. El mayor don Rafael Vargas, de Carabineros, llevaba el mando de toda la fuerza. Esta tropa salió reunida de Tacna, llevando de descubierta una mitad de 25 granaderos mandada por el teniente don Waldo Guzmán. Al avistar a Calana, lugarejo situado legua y media al interior de la ciudad de Tacna y en el fondo mismo de la quebrada de este nombre, los Cazadores tomaron la derecha o sea el lado sur del valle, los Granaderos la izquierda y los Carabineros el centro. El mayor Varas ordenó entones a los Granaderos que avanzasen hasta colocarse como una legua al interior de la entrada del pueblo, que estaba completamente desierto. En una puntilla o cerro bajo, de aspecto arenoso y situado al norte de la población, estaba oculta la retaguardia del enemigo entre el bosque del río, los paredones de las fincas y algunas casas de adobe que le servían de trincheras. 368
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Dejó pasar a los Granaderos, que no sospechaban que los fugitivos pudieran hallarse tan cercanos, y en seguida rompieron por la retaguardia de estos un fuego incesante y nutrido. Marcharon entonces los Carabineros en protección de los Granaderos, que, no habiendo otro camino, practicable, tuvieron que retirarse por la misma falda del cerro ocupado por el enemigo, desfilando por el frente de esta. Fue una casualidad increíble, que confirma la mala opinión que se tenía de las punterías peruanas, la de que durante aquel largo tiroteo no tuviesen los nuestros una sola baja, circunstancia que debe también tenerse muy presente cuando se trate de computar nuestras bajas en la batalla del 26. * Viendo lo inexpugnable que para nuestra caballería era el lugar que había elegido el enemigo para su defensa, el mayor Vargas despachó a Tacna un mensajero llevando al general la noticia de lo que pasaba, y agregándole que, según las declaraciones contestes de muchos dispersos tomados –entre ellos algunos oficiales– y las de algunos vecinos que quedaban en Calana y habían visto pasar las tropas aliadas, había en Pachía 5.000 hombres a las órdenes de Campero, Albarracín y Montero, y en la avanzada o retaguardia enemiga que estaba a la vista, no menos de 1.500 a 3.000 hombres, todos peruanos543. Los mismos prisioneros agregaban que Campero estaba sostenido por los cuatro cañones de montaña Krupp que retiró del campo de batalla y que muchas tropas bolivianas se concentraban en San Francisco, a la entrada de la cordillera. Mientras regresaba el propio y se daba un pienso a los caballos en los alfalfares cercanos, los soldados de caballería recorrían los maizales, arboledas y fincas circunvecinas, apoderándose de algunos fugitivos que, temiendo tanto caer en manos de los nuestros como de los aliados, se ocultaban de día en los parajes más retirados y salían de noche a cometer depredaciones. Se mandó a Tacna una primera partida de 34 de estos prisioneros; en seguida otra de 70, y por fin algunos más hasta completar el número de 180. El mayor Vargas, jefe de la expedición, esperaba por momentos el refuerzo de artillería de montaña y de infantería que no podría menos de venirle; pero habiendo llegado las cuatro de la tarde y teniendo orden de regresar a Tacna ese mismo día, emprendió su marcha de regreso a la ciudad, donde llegaba a las siete de la noche.
543
Noticia totalmente falsa. Los restos del ejército peruano habían emprendido el camino de Arequipa, y los del boliviano, el de su país.
369
Piero Castagneto
El enemigo quedaba por entonces libre de toda incomodidad y en situación de continuar tranquilamente su retirada544. * Sóolo a las doce del día siguiente, 28, salía de Tacna una pesada división compuesta de toda la caballería, los cuerpos que habían formado la reserva, o sea el Buin, el 3.º, el 4.º y –¡peregrina idea!– cuatro baterías de campaña y una de montaña. Esta división no iba a las órdenes del coronel Muñoz545, jefe de la reserva, sino del coronel don Pedro Lagos, ayudante mayor del general546. Aunque marchábamos en compañía de la descubierta de la división, formada por el segundo escuadrón de Carabineros de Yungay, mandado por el mayor don Rafael Vargas, en la marcha desde Tacna a Calana, o sea legua y media de distancia, empleamos todo el santo día, habiendo tenido ocasión de echar tres ocuatro siestas en las quintas y arboledas de aquel pintoresco trayecto. Esa noche alojaba la división en Calana, y a las seis de la mañana del día siguiente, 29, salíamos de allí en dirección a Pachía, otro pueblecillo situado en el mismo valle, a legua y media de Calana o sea a tres de Tacna. Después de permanecer en Pachía algunas horas y de saber que el enemigo, naturalmente, ya no se encontraba allí, habiéndose llevado los cañones, fueron destacados hacia el interior el escuadrón número 3 de Carabineros, al mando del mayor don Rafael Varas, y un escuadrón del regimiento de Granaderos, a cuya cabeza se puso el comandante Yávar. *
544
545 546
Así analiza Ekdahl esta misión: «Los cuatro escuadrones de la caballería chilena que debían perseguir a los vencidos en la tarde del 26 y durante el 27 V fracasaron por completo en la ejecución de una tarea que por cierto no era muy difícil. Aún reconociendo que esta caballería tenía una instrucción muy escasa en el servicio en campaña, es difícil defender su proceder en el valle del Caplina, donde, evidentemente, no hizo esfuerzo serio alguno para aclarar la situación, dejándose detener y engañar por algunos disparos de fusil salidos de las casas de la población de Pachía y de los matorrales en el lecho del río. El valle es tan ancho en este lugar que ofrecía espacio de más para pasar fuera de la población, tomándolo por la espalda, en caso de que esos escuadrones no creyeran posible atravesarla a la carrera; algunos piquetes hubieran limpiado esa aldea y los matorrales con la misma facilidad que lo habían hecho algunas semanas antes en Buena Vista, en el valle de Sama. Todavía más censurable es la ligereza con que los jefes de estos escuadrones dieron informaciones fantásticas al comando del ejército, declarando que el ejército aliado estaba reorganizándose en Pachía». Wilhelm Ekdahl, ob. cit., tomo II, cap. XXI, p. 372. Mauricio Muñoz. Comenta Ekdahl sobre dicha expedición: «Si esto se hubiera hecho en la tarde del 26 V. o bien al alba del 27 (en caso de esta la noche para caer cuando se llegó a Pachía el 26), la persecución chilena hubiera podido aumentar los resultados tácticos de la victoria». Ibíd., p. 373.
370
Corresponsales en campaña
Un poco más al interior de Pachía, al llegar al lugarejo o tambo denominado San Francisco, se pierde el valle de Tacna en dos profundas y agrestes quebradas y principian las serranías destacadas desde la cadena misma de los Andes. La quebrada del norte o de nuestra izquierda toma el nombre de Calientes y va a rematar a un lugarejo miserable conocido con este nombre y enclavado entre elevadas y escabrosas cumbres. La de la derecha, a cuya entrada se levanta el caserío de San Francisco, es el camino real que conduce a Bolivia, y ya a la entrada se divisaban sobre nuestras cabezas los empinados picos del Tacora, cubiertos de eterna nieve. Los Carabineros, al llegar a la bifurcación de las dos sendas, tomaron la que conducía a San Francisco y camino de Bolivia, y los Granaderos la que llevaba a Calientes. El comandante Yávar no encontró en su excursión un solo enemigo, a pesar de que, tras las penalidades consiguientes a la aspereza de los caminos, llegó hasta el pueblo mismo, completamente desierto de habitantes. Solo supo por algunos cholos y cholas fugitivos que los peruanos habían tomado el camino de Tarata, vía de Moquegua y de Arequipa, para cuyo punto parecían haberse dado una palabra de orden. * Los Carabineros llegaban a la vista de San Francisco, en la boca de la quebrada, y el mayor Vargas ordenaba que avanzase como descubierta una mitad de Carabineros a las órdenes del alférez Sotomayor547. El teniente de artillería don José Manuel Ortúzar, muy conocedor de aquellos lugares, acompañaba como baqueano la avanzada. Esta se adelantaba unos mil metros al resto del escuadrón, y emprendía aceleradamente la marcha en dirección al lugarejo. Media hora más tarde, y cuando la mitad del alférez Sotomayor se encontraba a tiro de rifle de los escarpados cerros del frente, se sintió el estampido de una descarga y en seguida un nutrido fuego de fusilería. Una numerosa descubierta enemiga, parapetada en una ancha loma situada a nuestra izquierda y que forma la base de las serranías del oriente, había roto sus tiros contra los nuestros a una distancia a que no podían alcanzar nuestras carabinas. El mayor Vargas adelantó apresuradamente con el resto de su escuadrón a fin de proteger la mitad del alférez Sotomayor y en seguida destacó a la compañía del capitán Lermanda548 a fin de que, ocupando las alturas de la derecha del camino trepase por la empinada pendiente hasta donde pudieran hacerlo los caballos, y en seguida, echando pie a tierra, continuara la ascensión hasta procurar envolver al enemigo. 547 548
Enrique Sotomayor. Anacleto Lermanda.
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Piero Castagneto
El teniente Terán549 era despachado al mismo tiempo por la izquierda a fin de que practicase la misma operación, y el resto del escuadrón avanzaba de frente hacia la entrada del barranco. El enemigo huyó entonces de las posiciones que ocupaba, y en número como de cien hombres se internó por las ásperas cuchillas. Los Carabineros se apoderaron entonces de la aldehuela de San Francisco, en uno de cuyos ranchos se encontró a un herido peruano y algunos pobladores, los cuales dieron la noticia que unos 3.000 hombres del ejército boliviano se encontraban en el punto denominado La Portada, en el riñón de la cordillera, y que el día antes habían bajado a llevarse cuatro cañones que dejaran en San Francisco. La Portada, según se supo por los conocedores, era un lugar fortísimo, una especie de plazoleta situada en una eminencia de difícil acceso, y al mismo tiempo abundante de recursos como que es una especie de bodega central en donde se deposita toda la carga que viene de Bolivia y también la que se interna a esta república, a fin de repartirla desde allí por diversos caminos que parten a Oruro, Corocoro, La Paz y otros pueblos. Sin embargo, con la esperanza de capturar a los fugitivos que había a la vista, el mayor Vargas continuó la marcha en dirección a Lluta, cuatro leguas al interior de San Francisco, en donde esperaba que podría encontrar los cañones. Se continuó, en efecto, la marcha por el camino llamado de La Paz, bordeando una caprichosa quebrada en cuyo fondo serpenteaba un cristalino arroyo. El mismo, ancho y limpio, pero muy fatigoso a causa de su mucha pendiente, se ve sembrado de osamentas de bestias, y sus dos flancos están encajonándonos entre ásperos picos que lo dominan por completo. El mayor Vargas llegó, sin embargo, hasta las cercanías de Lluta. Pero como por las noticias comunicadas por un tamborcillo del 5.º de Línea tomado en su excursión por el teniente Terán, se sabía que los cañones seguían camino de La Portada, y como además se había perdido ya de vista la avanzada que hizo fuego sobre la nuestra, se consideró prudente regresar a Pachía, a donde llegábamos en la tarde del mismo día, juntándonos con el resto de la división, que no se había movido de allí. * Durante nuestra ausencia de Pachía, los soldados de infantería, registrando los maizales y arboledas, y guiados por los mismos vecinos peruanos de la localidad, habían tomado prisioneros unos cien desertores del enemigo que estaban ocultos en las inmediaciones. Era notable, sin embargo, la circunstancia de que durante toda nuestra excursión no encontrásemos un solo rifle, lo que manifestaba que todos 549
Ramón Terán.
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Corresponsales en campaña
los fugitivos habían conservado sus armas durante la fuga. Solo en San Francisco se encontraron unos tres o cuatro cajones de cápsulas que aún no habían sido abiertos, con la circunstancia agravante de que los Granaderos habían capturado cerca de Calientes a un oficial peruano que a pesar de ir con traje de paisano y de haber estado hasta el día antes oculto en Tacna sin que nadie lo molestara, se dirigía en esos momentos a Tarata para reunirse con su batallón. La división expedicionaria alojaba esa noche en Pachía, y al día siguiente, domingo 30, emprendía la marcha de regreso a Tacna con el mismo despacio que había traído, pues esa noche alojaba en Pocollai, lugarejo situado en los arrabales de esta ciudad. El resultado de la expedición se limitaba a la captura del oficial que hemos mencionado, a tres soldados tomados por el teniente Terán, y a los dispersos cazados por los infantes en Pachía. Al día siguiente, 31, entraba a Tacna la división, al mismo tiempo que los Granaderos eran despachados al antiguo campamento de Yaras a fin de que fueran a custodiar los víveres y bagajes que allí quedaban. El número de prisioneros tomados hasta ese día al enemigo, después de aquella sangrienta batalla y de aquella brillante victoria, se podía contar con los dedos: 50 el día de la batalla; 180 por el mayor Vargas en su excursión del día siguiente; 100 en la del 23 y algunos otros 50 descubiertos en el mismo Tacna hasta el día de nuestra partida a Arica. Todo eso formaba un total de 380 enemigos, sin contar los heridos encontrados en las ambulancias bolivianas y peruanas550. * El número de nuestras bajas que se ha podido averiguar hasta la fecha de una manera indudable es el que arrojó el siguiente estado:
550
Sigue una nómina de 55 jefes y oficiales aliados, además de algunos empleados civiles, tomados prisioneros, firmada por el oficial chileno Otto von Moltke, la que omitimos por razones de espacio. A continuación señala el corresponsal: «A estos nombres agregaremos los del general Acosta, boliviano, jefe de la quinta división, descubierto en Tacna esa noche por el comandante Bascuñán; el del coronel Murguía, jefe de los Colorados, que se presentó voluntariamente el 30 en cumplimiento de la palabra empeñada al soldado de los Navales».
373
Muertos
Heridos
Contusos
Total
Piero Castagneto
Navales
45
104
4
153
Valparaíso
28
74
Esmeralda
68
170
238
Chillán
25
83
108
34
199
233
1.ª división 102
2.ª división 2.º de línea Santiago
82
236
318
Atacama
83
213
296
3.ª división Artillería de Marina
10
15
25
Chacabuco
9
14
23
Coquimbo
25
118
143
Zapadores
33
113
Lautaro
26
58
Cazadores del Desierto
5
39
4.ª división 146 22
106 44
Reserva Buin
5
5
3.º
4
4
4.º
6
6
Bulnes
2
2
10
24
34
1
1
9
14
23
492
1.509
Cuerpos sueltos Regimiento de Granaderos 2.º Escuadrón de Carabineros Pontoneros Artillería TOTAL
17
17 26
2.027
El total de nuestras bajas asciende, pues, según el cómputo anterior, a 2.027 entre muertos, heridos y contusos551; pero si a esta cifra se agregan 551
Estadística coincidente con la «Razón de las bajas del Ejército chileno en la batalla del Campo de la Alianza», de donde seguramente fue tomada, en Pascual Ahumada, ob. cit., tomo II, capítulo octavo, pp. 598-599. Según el resumen enviado desde Arica por el Estado Mayor chileno a la Inspección General del Ejército, las bajas fueron de 25 oficiales muertos y 89 heridos (114 bajas en
374
Corresponsales en campaña
muchos heridos leves que continúan en los campamentos haciendo su servicio, no sería exagerado elevar esta cifra a 2.500 en números redondos. De este total, las bajas de oficiales son de 25 muertos y 86 heridos, o sea el enorme número de 111. * Las pérdidas del enemigo podían solo valorizarse visitando el campo de batalla, convertida después de esta en un verdadero campo santo552. Se horrorizaba el alma al contemplar los humanos despojos sembrados por el suelo en aquella inmensa extensión, y el espíritu atribulado se detenía a imaginar los dolores y las lágrimas que aquellas pérdidas debían causar en los desiertos hogares. En el ala izquierda del enemigo, o sea el sitio que al principio de la acción ocupaban los famosos Colorados, vimos algunos cadáveres de oficiales de este brillante cuerpo, que atrajeron nuestra curiosidad por su varonil contextura y hermosa fisonomía. Uno sobre todo, alto, blanco y peli-negro, que tenía un noble aire de gentil-hombre italiano, nos llamó particularmente la atención: Ostentaba en medio del pecho una herida de rifle, y esta, antes de atravesárselo, había perforado un hermoso escapulario del Corazón de Jesús, cosido a la levita por alguna pálida mano, pues a su pie tenía bordada en elegantes letras de mostacilla la palabra «recuerdo». Otros de los muertos, sobre todo entre los batallones peruanos, tenían una admirable expresión de bondad y de inocencia en su rostro, como que serían quizá infelices serranos o pobres cholos reclutados a la fuerza como «voluntarios». En general, los soldados bolivianos habían «muerto bien,» es decir, en actitud de guerreros valientes y esforzados. Tirados de espaldas, con heridas en el pecho y en la cabeza, tenían en el rostro una expresión serena, casi impasible, que manifestaban sus excelentes dotes para batirse a pie firme o defendiendo trincheras. Los nuestros, esparcidos principalmente en la subida de la loma, y muchos a pocos pasos de las trincheras enemigas, tenían una expresión de fiero ímpetu en el rostro, y el morir parece que hubieran querido continuar avanzando sobre el enemigo, porque caían de bruces y en actitud de marcha. Sus rostros, tostados, abiertos y varoniles, hacían un marcado contraste con la timidez retratada en la actitud de los débiles peruanos, y con la inmóvil resistencia de los soldados de Bolivia. *
552
total), y 409 individuos de tropa muertos y 1.284 heridos (1.284 bajas en total), con lo que el gran total ascendía a 1.807 bajas. Ibíd., p. 599. A partir de este párrafo, esta relación fue publicada en El Mercurio de Valparaíso del 17 de junio de 1880.
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Piero Castagneto
En diversas partes de la línea de batalla nos detuvimos a contar los cadáveres de uno y otro bando, que en ocasiones estaban casi confundidos. En algunas trincheras había verdaderos montones de enemigos, sobre todo en las inmediaciones del fuerte. Nuestra opinión concienzuda fue la de que había más de dos cadáveres aliados por cada uno de los chilenos, de modo que ascendiendo a 500 los números redondos de nuestros muertos, calculamos que no había menos de 1.100 del enemigo. Esta opinión la vimos después confirmada por diversos y fundados pareceres, y así, computamos en 3.000 las pérdidas efectivas de los aliados hasta el día de nuestra salida de Tacna, descompuesta de esta forma553: Muertos
1.100
Heridos
1.500
Prisioneros
400
Total
3.000
Todavía visitando el campo el 1.º del corriente encontramos algunos cadáveres insepultos. El aire que allí se respiraba era a veces inaguantable y contribuían a envenenarlo los cuerpos de no menos de 300 caballos que yacían muertos en toda la extensión de la línea. Los cadáveres de los combatientes estaban sepultados en pequeños montículos de tierra y en algunos habían abierto los gatos una especie de tubos para escapar. Los que encontraron la muerte en las trincheras fueron inhumados allí echándoles encima la tierra de los parapetos. Toda la pampa presentaba el desolado aspecto de un cementerio, y hasta se veían algunas aves de rapiña revoloteando sobre los cuerpos, como para dar a aquel desolado campo todo el aspecto de una fúnebre leyenda. No solo los muertos, por desgracia, quedaron allí abandonados. Nuestros heridos lo estuvieron también durante un día entero, y algunos no habían sido recogidos al día subsiguiente de la batalla. Ya el 27, recorriendo algunos el campo, encontraban en una hondonada un lastimoso grupo de dos soldados que desde la mañana del día anterior estaban allí desamparados. Aquellos infelices, que no habiendo podido el día de la batalla aplacar la sed que ya los devoraba, habían sufrido los más horribles tormentos por la falta del indispensable líquido, agravada ahora por la fiebre de sus heridas. Uno de ellos, no pudiendo resistir sus dolencias, había fallecido, y el otro tenía a su lado llenas de orines la taza de una cantimplora, y con ella engañaba sus padecimientos...
553
A la fecha de redactar su parte oficial, el 11 de junio de 1880, el general Baquedano afirma que los prisioneros aliados, incluyendo a los heridos, ascendían a 2.500. Pascual Ahumada, ob. cit., tomo II, capítulo octavo, p. 561.
376
Corresponsales en campaña
* Nuestras ambulancias brillaron por su ausencia durante el combate, y en nuestra ala derecha y centro no había absolutamente, según pudimos constatarlo al encontrar herido al capitán don Guillermo Carvallo de los Navales. Después de hacerle don Víctor Castro la primera cura, nos echamos en busca de una ambulancia para llevar en ella al simpático joven. Pero a pesar de haber recorrido una gran extensión, no divisamos más Cruz Roja que una que se alzaba entre un grupo de jinetes que parecían presenciar el combate. Tomamos lenguas, y todos los que interrogamos estaban acordes en que en el campo no había ambulancias. Condujimos, pues, a Carvallo junto a un pequeño carretón, a cuya sombra, huyendo del sofocante calor del día, se habían refugiado el mayor Coke554 y el teniente don Arístides Pinto, heridos del Esmeralda. Allí pasaba Carvallo todo el día sin auxilio alguno, y todavía, llegando la noche, quedaba tirado en la helada pampa. Es verdad que en nuestra ala izquierda prestaban valiosos servicios los doctores Allende555 y Gatica556, extrayendo balas a los heridos; es verdad que vimos también al doctor Corner curando heridos en los momentos mismos del combate; pero estas excepciones personales, lo mismo que las de algunos cirujanos de cuerpo, no alcanzan a disculpar el malísimo servicio que prestaron ese día las ambulancias chilenas. Por fortuna el estado mayor tomó después de la batalla la medida de destinar algunos piquetes de tropa a recoger los heridos del campo. A no ser por esta circunstancia, la mayor parte de ellos habría perecido sin amparo, a pesar de los crecidos presupuestos y del numeroso personal de nuestras ambulancias. Las aliadas, por el contrario, estuvieron a la altura de su humanitaria misión, y la desempeñaron con amor y valentía. Al atravesar las líneas enemigas nos sorprendió no encontrar en nuestro trayecto un solo herido, y principiamos a temer que hubiese habido algún horrible «repase». Pero luego, encontrando a un ambulante peruano, supimos por él que en los hospitales de sangre de Tacna, es decir, a dos leguas y media de sinuoso camino, había no menos de 1.200 heridos peruanos y bolivianos recogidos del campo de batalla en medio del silbido de nuestras balas. *
554 555 556
Enrique Coke, segundo comandante de esta unidad. Ramón Allende Padín, jefe del Servicio Sanitario. Marcial Gatica, ayudante del anterior.
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Piero Castagneto
El 31 se comunicaba a los distintos cuerpos en la orden general del día siguiente: Proclama del señor general en jefe El señor general en jefe del ejército con fecha de hoy dice lo que sigue: Aprovechando el momento que me dejan libre las múltiples atenciones que me han impuesto en los últimos días el servicio de nuestros heridos y los deberes que me surgen de la ocupación de un pueblo enemigo, para enviar una entusiasta felicitación a los señores comandantes en jefe de las divisiones, jefes de cuerpos, oficiales, clases y soldados del ejército que estuvieron en el glorioso combate del 26. Sabía de antemano que cuando se trata de defender el honor y los derechos de la patria los jefes y soldados del ejército no hallan ninguna empresa superior a sus esfuerzos. Lo probaron en la guerra legendaria de nuestra independencia y lo atestigua el mismo territorio que hoy ocupan nuestras armas victoriosas. Ahora me complazco en declarar que son los herederos de los héroes y muy dignos de figurar a su lado. He sido testigo del arrojo e ímpetu con que fueron así [tomadas] todas las fuertes posiciones que ocupaba en el alto de Tacna el ejército enemigo, y puedo testificar que si los soldados hicieron prodigios de valor, los jefes dieron el ejemplo. Gracias a esa uniformidad y armonía de voluntades en el esfuerzo y en el sacrificio, nuestra victoria ha sido completa y ha quedado consumada la obra de reparación que nos tenía encomendado el país. Cuenten, pues, los que murieron en el puesto del deber, con la bendición de la patria, que sabrá estar agradecida, y los que tuvieron la suerte de sobrevivir al triunfo, con los aplausos y las consideraciones que merece el deber cumplido noble y heroicamente.– El general en jefe. * El material de guerra tomado al enemigo y que ha entrado al parque hasta la fecha de nuestra correspondencia, es el siguiente: 4 cañones Krupp 1 cureña 3 varas id. 4.600 granadas 19 odres. 1 barril pólvora Krupp para granadas 3 cajones espoletas 1 id. estopines 78 cajas municiones para cañones 378
Corresponsales en campaña
6 obturadores 1 cajón atacadores 2 Cañones Blakeley de a 12 libras 4 id. id. de a 4 id. 5 cajones municiones para id. 1 ametralladora de 2 cañones 5 id. Gattling [sic] 2 cureñas de repuesto para cañón inglés 2 cañones de piezas (al parecer Withworth) 3.500 fusiles de distintos sistemas. 78 cajones municiones de rifle Peabody 320 id. id. id. Remington 38 más id. Id. Peabody 27 id. Id. Id. Chassepot 202 id. Id. Id. Comblain 1 id. Id. Id Evans 2 id. Id. Id. Snider 3 id. Id. Id. Chassepot antiguo 3 id. id. id. balas Minié 160.000 fulminantes 75 mochilas 32 lanzas de caballería 14 cajones aguarrás 68 id. correaje de pechería y espalda 70 id. corazas de bronce 170 pares de botines Además una gran cantidad de cebada, forraje, barriles, etc.557. * Al día siguiente de la batalla, a pesar de los asiduos cuidados de sus amigos y de las atenciones de los doctores, fallecía el comandante de Zapadores don Ricardo Santa Cruz no en medio de los dolores que podía suponerse le causara su cruel herida, sino sereno y tranquilo como cuando el día antes afrontaba las balas del enemigo. Sus últimas palabras y últimos recuerdos eran para el hermoso regimiento de Zapadores, a cuya disciplina y brillante pie de había consagrado una parte de su vida. Se interesaba por la suerte futura del regimiento, conociendo su próximo fin, como un padre por la suerte de sus hijos. Todas sus bellas dotes personales se ponían de relieve en esos últimos momentos 557
Compárese con la «Lista del armamento y principales pertrechos tomados al ejército aliado en la batalla del Campo de la Alianza», con la que existen ligeras discrepancias. En Pascual Ahumada, ob. cit., tomo II, capítulo octavo, p. 601.
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como para hacer aún más sensible su fallecimiento, y poco después se extinguía dulcemente su vida. Sus numerosos amigos del ejército, que habían podido apreciar sus bellas dotes, han lamentado profundamente su partida. El comandante Santa Cruz era una esperanza que principiaba ya a ser una realidad, y que se manifestaba merecedor de llegar a altos destinos. Como instructor era inapreciable, con la circunstancia de que, ilustrado y estudioso, consultaba y leía obras militares modernas a fin de introducir acertadas reformas en nuestro ejército. Los militares que lo conocían apreciaban sobre todo su bondadoso carácter y su clara inteligencia, y creen que la muerte del comandante Santa Cruz abre en las filas de nuestros jefes una brecha irreparable. Sus restos embalsamados mediante el celo de sus amigos, fueron encerrados en un ataúd y llegarán pronto a Valparaíso para ser entregados a su familia. * La muerte del comandante de Zapadores fue, sin embargo, cruelmente vengada por nuestros soldados, como puede verse por la siguiente lista de los jefes y oficiales aliados de que se tiene conocimiento hasta la fecha558. * El término medio de disparos de los cuerpos que tomaron parte en la batalla varía entre 50 y 130, siendo de advertir que la mayor parte de ellos agotaron sus municiones. El término medio general de disparos, según los distintos estados que tenemos a la vista, lo calculamos en 100 por cabeza. En la artillería, la sola batería del capitán Fontecilla hizo 260 disparos con cuatro cañones Krupp de montaña y uno de fierro. En las restantes el número de tiros varía por término medio entre 20, 30, 40 y 50, siendo las baterías de los capitanes Flores y Villarreal las que mayor número dispararon después de aquella. Según los estados que tenemos a la vista, la del primero hizo unos 20 disparos por pieza, y la del segundo 33. El número total de disparos hechos por nuestros 48 cañones durante toda la jornada no excede, pues, de 550 o 600, contando entre ellos los que la batería del capitán Villarreal hizo sobre la población y los que se dispararon contra los lejanos grupos de fugitivos que se divisaban al frente. * 558
Sigue una nómina de ocho jefes aliados fallecidos, y 74 jefes y oficiales aliados heridos, la que omitimos por razones de espacio.
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No desempeñó, pues, la artillería en la batalla del 26 el importante papel a que estaba llamada y que el buen sentido del ejército entero le había designado desde la partida de Yaras. Allí todos, con ese acertado criterio que nace del roce y discusión de las ideas entre hombres que solo piensan en dar buenos y decisivos golpes al enemigo, creían que nuestra enorme y bien servida artillería iba a ser el principal elemento que emplearíamos para batir al enemigo en sus atrincheramientos. A la salida del ejército, nadie dudaba en Yaras de que un prolongadísimo cañoneo desbarataría los atrincheramientos enemigos hasta obligar a sus defensores a emprender la fuga o atacar nuestra línea. Si sucedía lo primero, nuestra caballería, compacta y unida, debía perseguir inmediatamente al enemigo hasta dispersarlo por completo; se hacían alegres cálculos sobre la cifra de prisioneros, que no bajaría de 5 a 6.000 hombres, y hasta se les daba colocación en las faenas agrícolas o en las obras públicas de nuestro país. Solo en el caso de que los aliados, abandonando sus trincheras, cargasen sobre nuestra infantería, se daba un papel a esta; pero ese caso se consideraba remotísimo, y el sentir general era que nuestros lucidos regimientos y batallones no tendrían más tarea que proteger las piezas. Los infantes estaban humillados, y con compungido rostro se contentaban a sí propios diciendo: «En otra será la nuestra», mientras jinetes y artilleros se pavoneaban con la gloriosa faena que les esperaba. Después del combate cambiaba el aspecto de las cosas. Eran los jinetes y artilleros los que se manifestaban como avergonzados con el pequeño papel que habían desempeñado en la jornada. Y a fin de prevenir las objeciones, demostrando al mismo tiempo la escrupulosidad con que recogemos nuestras informaciones, copiamos íntegros en seguida algunos párrafos de uno de los estados impresos que en cada regimiento, batallón y compañía de nuestro ejército encomendamos a nuestros amigos antes de la batalla del 26, y que se refiere a la artillería, advirtiendo que hemos elegido la batería que rompió antes que las otras el fuego sobre el enemigo: Oficiales de la batería J. Joaquín Flores, capitán Santiago Faz, teniente Armando Díaz, alférez Eduardo Sánchez, id. Laureano L. de Guevara, id. A las 10 A. M., hora en que principió el ataque, esta batería, compuesta de cuatro cañones Krupp de campaña y dos ametralladoras Gatling, recibió 381
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orden de avanzar por el frente de las posiciones del enemigo, hasta una distancia de 3.500 metros, siendo la primera en romper sus fuegos sobre la artillería enemiga, colocada en la cima de la loma que domina el campo de batalla. (Esta posición estaba al alcance de los cañones peruanos). Después de pocos pero certeros disparos, dirigidos especialmente a la artillería, suspendió sus fuegos por orden del mayor don José de la Cruz Salvo, para tomar posiciones a la izquierda del enemigo, ocupando al efecto una pequeña eminencia situada 3.900 metros distante de las del enemigo. Desde aquí, y en unión de la batería del capitán Villarreal, apagó los fuegos de la artillería peruana, abriendo así campo a nuestra infantería, que emprendió inmediatamente el ataque. En seguida dirigió sus tiros sobre la infantería peruana que avanzó en rechazo de la nuestra, protegiendo a esta última con excelentes punterías. También hizo varios disparos sobre el reducto de artillería colocado a la derecha del enemigo. Habiendo ocupado ya nuestra infantería las primeras posiciones del enemigo, esta batería avanzó por el ala derecha, llegando a la cima de la loma cuando ya derrotado el enemigo bajaba de las alturas a replegarse al centro de su línea de batalla batida en toda su extensión por nuestras tropas, y después de trabajos y esfuerzos innumerables para arrastrar las piezas por un terreno arenoso y lleno de ondulaciones que cansó completamente la caballada y puso a prueba la energía y constancia de los oficiales y tropa. Distancia a que se combatió Al principiar la acción, 3.500 metros. En medio de la acción, 3.900 id. Al fin, 3.900 id. La menor distancia a que se estuvo del enemigo durante todo el curso del combate fue de 3.500 metros. La mayor distancia, 3.900559. Término medio de disparos, 20 por pieza. Tiempo que duró la compañía en combate activo, 1 hora 30 minutos. Se batió con el centro del ala izquierda y parte del ala derecha del enemigo. Respecto de los datos anteriores, sin hacer alto en la típica observación de que la primera posición se encontraba al alcance de los cañones perua559
Según el parte oficial del teniente coronel José Manuel 2º Novoa, comandante del Regimiento Nº 2 de Artillería, «a medida que avanzaba nuestro ejército, la artillería estrechó su distancia hasta colocarse a menos de 2.000 metros en el ala izquierda, y la de la derecha avanzó hasta el valle de Tacna con sus dos baterías de montaña y una ametralladora, dejando la de campaña en las alturas». En Pascual Ahumada, ob. cit., tomo II, capítulo octavo, p. 575.
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nos, solo observaremos que estos apagaron sus fuegos; fue porque vieron que nuestra infantería se les iba encima, y porque, habiéndose retirado sus guerrillas a la línea de trincheras, llevaron allí sus piezas, como es natural. Por lo que hace al tiempo que duró la compañía en combate activo, y que, según el estado, fue una hora y treinta minutos, solo haremos notar que habiendo roto el fuego esta batería a las 10.25 de la mañana, y habiendo durado el combate hasta la 1.37 de la tarde, es decir, teniendo tres horas y doce minutos hábiles, el resto de una hora treinta minutos lo empleó en meneos y trajines que a todos, y hasta a los mismos artilleros, indicaban que solo nos preparábamos para el verdadero ataque. La infantería, por su parte, ha dejado demostrada, tanto en Tacna como en Arica, la verdad tantas veces discutida en los campamentos, de que ella es el verdadero núcleo de un ejército, y que las dos armas restantes son solo sus auxiliares o sus complementos. Estas mismas peripecias que hemos venido retratando demuestran también que los mismos que hicieron el reconocimiento del 22 se ilusionaron ese día hasta el punto que tomaron los mirajes del desierto por las arboledas de Calana (y así lo dijimos en nuestra correspondencia «La próxima batalla», en vista de un croquis que vimos en el estado mayor general), siendo así que este lugarejo y sus árboles están situados en el fondo de la profunda quebrada o valle de Tacna. El reconocimiento del 22 sirvió, en efecto, para dar a conocer la exactitud de las tablas de tiro de los cañones Krupp de nuevo modelo y para infundir en nuestro ejército mayor confianza, como que los soldados de infantería llegaron a los campamentos contentísimos, ponderando a sus camaradas en un pintoresco lenguaje que los cañones peruanos no tiraban más que «así tantito»560. Quizá esta circunstancia del escaso conocimiento del terreno y los falsos informes indujeron al general en jefe a cometer los numerosos errores estratégicos que se pudieron notar ese día, no siendo el menor el que para atacar una fuerte línea de trincheras, defendidas por 14.000 enemigos, se extendiesen en línea de batalla en toda la enorme extensión de legua y cuarto los 7.500 a 8.000 hombres de las cuatro divisiones, que son los que única y exclusivamente ganaron la batalla. No se necesita ser militar para saber que un hombre parapetado, y con las armas modernas, equivale por lo menos a tres de los que a pecho descubierto atacan sus trincheras, y así, si a pesar de todo triunfaron, se debe al imponderable coraje de los jefes, oficiales y soldados que, cansados por la larga marcha, trasnochados y bajo el candente sol que los sofocaba, marcharon como leones al asalto hasta apoderarse de las trincheras. 560
Posiblemente los artilleros peruanos hicieron ese día tiros deliberadamente cortos para producir una impresión engañosa. Gonzalo Bulnes, ob. cit., tomo II, cap. IV, p. 160.
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Y ¿se necesita acaso estrategia para hacer avanzar de frente nuestra línea y atacarlas a pecho descubierto y de frente, sin tratar siquiera de flanquear al enemigo?561. Esta sola consideración basta para formarse idea del «plan» de batalla, sin que tratemos de hacer causal de las relaciones de algunos reconocedores que muchos días antes de la batalla llegaron a los campamentos contando que habían llegado hasta la vista de Calana y que allí divisaron desde muy cerca tropas bolivianas haciendo ejercicios, tropas que los persiguieron hasta no sé dónde. Esos, como se comprenderá, fueron simplemente mirajes. * Para valorizar, además, en toda su magnitud el glorioso triunfo de nuestro ejército, debe tenerse presente que los aliados estaban perfectamente armados y municionados. Sus rifles, aunque de distintos sistemas, eran todos modernos y de precisión, predominando entre ellos el Remington y el Peabody, este último muy superior al Comblain en su alcance y nada inferior en mecanismo y precisión. Chassepots562 solo se han encontrado unos cuantos, y parece que únicamente los guardias nacionales estaban armados con ellos. En las cargas a la bayoneta que algunos cuerpos, como el Atacama, alcanzaron a estrecharse con el enemigo, se notó también que el yatagán o sable-bayoneta no es muy aparente para su oficio, porque, siendo demasiado débil, se dobla y requiere un extraordinario esfuerzo para hacerlo penetrar en el cuerpo del enemigo. La bayoneta cuadrangular del Peabody es, por lo tanto, muy superior en esta parte. Esta circunstancia debe tenerse muy presente porque, a pesar de todas las armas de tiro rápido que se usan actualmente, la bayoneta ha sido, es y será siempre la gran arma del infante chileno. Si ahora pudo llegar a emplearse contra trincheras defendidas desde mil metros de distancia, en asalto o pampa rasa el fusil desempeñará únicamente el papel que le adjudicaba Napoleón: el de mango de la bayoneta. * Fue la táctica de nuestros cuerpos y divisiones la que influyó grandemente en la victoria del 26, y por eso merecen todo elogio los distintos jefes de división y de cuerpos. El avance rápido y siempre ordenado de la infantería, que imponía a los enemigos, como estos mismos lo confiesan, un pavor y una admiración 561
562
Críticas como esta dieron pie para pensar que la correspondencia de El Mercurio estaba inspirada por el coronel José Francisco Vergara, partidario de un plan con movimiento de flanqueo que no fue considerado. Fusil de factura francesa de una generación más anticuada que los antes mencionados.
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mitigados solo por la vista del corto número de los que atacaban; el despliegue de las guerrillas, y sobre todo el orden disperso en que entraron en pelea algunos cuerpos, ha sido lo que nos ha ahorrado mayor número de bajas –que a algunos les parecen muy pocas– en la gloriosa jornada del 26. Además, si bien los cuerpos bolivianos se batieron con denuedo y bravura, los peruanos flaquearon en lo más recio del ataque e iniciaron la derrota, salvo muy cortas excepciones, como el Zepita números 1 y 2 y el batallón Canevaro. De parte de los bolivianos, los Colorados de Daza, que fueron concluidos ese día con nuestras balas, pueden presentarse como el tipo a que puede alcanzar el ejército de Bolivia. Cuando los nuestros se encontraban solo a veinte pasos de ellos, aquellos veteranos ni trataban de huir, ni siquiera perdían su formación ni la uniformidad en los movimientos. Disparaba la primera hilera, y al momento avanzaba la segunda, al mismo tiempo que aquella daba con toda regularidad sus pasos al frente y a la derecha. Por eso si los peruanos, que, siempre viles, no quieren confesar que la verdadera causa de su derrota fue la superior bravura de nuestros soldados, trataron después del combate de culpar a los bolivianos diciendo que habían «volteado caras», estos no tienen empacho en confesar, como lo oímos al coronel Camacho, que nuestros soldados no pueden tener igual en el mundo por su intrepidez y bravura. Y al saber los bolivianos el indecoroso rumor que contra ellos circulaban sus aliados, se han sentido tan indignados, que a nuestra salida de Tacna circulaban un acta para probar que la mayor parte de los peruanos atendidos en las ambulancias estaban heridos «por la espalda»563. * Además, bueno será advertir que los bolivianos trataron bien a los heridos chilenos que en nuestra ala derecha quedaron cerca de las trincheras al emprender su lenta retirada esa parte de nuestra línea. Es verdad que en ello no habrán tenido pequeño influjo las prevenciones del coronel Camacho antes de la batalla, documento que como pieza curiosa insertamos enseguida: Prevenciones que el comandante en jefe hace a los individuos del ejército boliviano para el día del combate.
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«Los elogios que la prensa chilena prodigó al ejército de Bolivia, y sus ofensas al del Perú fueron expresión de esa tendencia que procuraba acercarnos a aquel país por medio de exagerados halagos. No es efectivo que el ejército del Perú manifestara en ese día menos resolución que el de Bolivia y de ello es testimonio la tabla de sus bajas». Gonzalo Bulnes, ob. cit., tomo II, cap. IV, p. 176.
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Piero Castagneto 1.º Téngase presente que el orden en los movimientos y la estricta obediencia a la voz del que manda, es la primera y más indispensable condición de triunfo, sin la cual es imposible vencer y es asegurar la derrota. El soldado debe, pues, atender la voz de su oficial, este la de su jefe, y el jefe la del general superior que lo comanda. Nada hay más pernicioso que romper este de la disciplina, y tan culpable es el que por contentar su valor se adelanta de su fila como el cobarde que se atrasa. El superior que note tales faltas tiene derecho a matar al desobediente. 2.º La serenidad y sangre fría con que se espera una carga de caballería es el medio más seguro de anularla y dejarla sin efecto. Recomienden, pues, los jefes a sus soldados, que cuando vean a la caballería enemiga cargar impetuosamente, no quieran correr ni ocultarse, pues como no pueden ser más ágiles que los caballos, serán víctimas seguras siempre; sino que se agrupen cuando puedan, y echando rodilla en tierra apunten con calma al jinete o al caballo, guardando siempre el último tiro para cuando se encuentre a boca de jarro, cuidando no disparar todos, sino alternándose unos con otros. 3.º Es prohibido a todo jefe u oficial al mando de tropa usar del rifle en combate. Su misión no es pelear en persona, sino cuidar que sus soldados cumplan su deber; no es la de tirar sobre sus enemigos, sino la de hacer que sus subordinados tiren con orden y con acierto. 4.º Siempre que un cuerpo de caballería tenga que comprometer combate con otro de la misma arma, no lo hará a caballo, sino pie a tierra. Al efecto, se desmontará y agrupará sus caballos por escuadrones, que quedarán a cargo de un hombre de antemano designado, se adelantará de la fila a una distancia en que la caballada no sea dañada, de donde romperá sus fuegos. Solo en caso de retirada o persecución después de la victoria, podrá hacer uso de su arma y caballo. 5.º El soldado chileno es fuerte para defender una posición, pero no lo es para resistir una embestida. En su virtud, importa muchísimo someterlo con ímpetu y no retroceder hasta llegar a sus posiciones, por grande que fuese su resistencia. 6.º Es indigno el individuo que al momento del triunfo, movido por el sórdido interés del botín, se desbanda y olvida su formación. El enemigo suele mil veces aprovechar de esa falta para volver atrás y hacer pagar bien cara la rapacidad de los codiciosos. Se castigará con severidad esta falta. 7.º Nada es más noble que la generosidad con los vencidos, ni nada más detestable que la crueldad con el enemigo ya rendido. El que se distingue en el primer caso, se hará acreedor a un premio proporcional a su comportamiento, así como para el que incurra en el segundo no faltará el condigno castigo de su deshonrosa conducta. Campamento en el Alto de Tacna, a 16 de mayo de 1880.– Eleodoro Camacho.
* Y ya que del coronel Camacho tratamos, agregaremos que, a pesar de su justa apreciación del valor de nuestras tropas, por nada en este mundo conviene en la idea de romper la alianza y hacer la paz con Chile. Hablando con él sobre este particular, hizo un calemboura para decirnos: –Para que nosotros firmemos la paz tienen ustedes que ir a La Paz564. 564
Prosigue una carta del coronel Camacho sobre política boliviana, que hemos omitido por razones de espacio.
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* La entrada a Tacna se efectuó en medio del mayor orden y también en medio de la mayor tranquilidad de parte de los habitantes. Casi todos permanecían en sus casas, porque era tal la confianza en el triunfo, que en el hotel San Carlos tenía preparada Montero una espléndida comida para celebrar, a la vez que la victoria, el aniversario de su natalicio. Esta comida sirvió, sin embargo, para el coronel Amengual y su comitiva, así como el uniforme de parada del contraalmirante565 y hasta su medalla del 2 de mayo fueron hechas presa por nuestros soldados al penetrar en los campamentos del cuartel general y del estado mayor. En Tacna no hubo, como podía esperarse, ni el más pequeño desorden a la entrada de nuestras tropas. Solo allá por las afueras, donde la vista de los jefes no podía vigilarlos, cometieron algunos dispersos de esos que nunca faltan en los mejor organizados ejércitos, ciertas depredaciones que fueron severamente castigadas. Tacna, que es una población moderna y populosa, recuperó a los dos días su vida regular, con la sola diferencia de que parecía encontrarse en constantes fiestas a causa del sinnúmero de banderolas que la engalanaban. El día de la toma de la ciudad, los neutrales enarbolaron sus banderas al frente de sus casas, y dos días después los peruanos –sin que nadie se los insinuase– colocaban en ellas sendas banderas de Chile, que no sabemos cómo se proporcionaron en tan gran cantidad566. Este rasgo de servilismo puede dar una idea del carácter de la noble nación con que combatimos. * El número de banderolas y banderas tomadas al enemigo es verdaderamente incalculable, y en cada cuerpo se ostentaba gran número de estos trofeos. El más interesante y valioso, sin embargo, fue uno tomado por la Artillería de Marina, que en el reverso tiene el escudo peruano lujosamente bordado de oro, y en el anverso un sol, también de oro, con este mote alrededor: Glorioso regimiento Húsares de Junín 1.– 6 de agosto de 1824. Al glorioso regimiento no se le vio, sin embargo, ni el polvo en la pelea. Cuando principió el avance de la Artillería de Marina torció bridas y huyó de la chamusquina. La Artillería de Marina hizo también algunas otras valiosas presas, entre ellas el teniente coronel don Felipe Ravelo, segundo jefe de los Co565 566
Lizardo Montero. Así lo deja registrado el testimonio del soldado del regimiento Chillán, Hipólito Gutiérrez: «En la ciudad se veían muchas banderas chilenas por que no les hicieran nada...». En Abraham Quiroz, Hipólito Gutiérrez, ob. cit., cap. 11, p. 196.
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lorados de Daza, que fue tomado por el capitán don Pablo Silva Prado, después de hacerle tres heridas en la pierna izquierda. De todos los demás cuerpos, fueron en 2.º, los Cazadores del Desierto y el Coquimbo los que más trofeos conquistaron en el asalto, como que cerca del fuerte estaba el núcleo de los campamentos enemigos y las oficinas de los altos dignatarios del ejército. Entre las presas se encuentran también alguna cantidad de balas explosivas, y vimos una sacada de la cartuchera de un soldado peruano muerto, aunque en realidad no hemos encontrado en nuestros heridos señales de que hayan hecho uso de ellas. Pero las tenían, las habían repartido a la tropa, y este solo hecho basta para calcular que se las dieron para que disparasen con ellas. ¿Y así hablan de armas traidoras y prohibidas por las naciones civilizadas? * El ejército aliado, cuyo número, según los mismos peruanos, ascendía a 13.000 hombres de línea y unos 1.500 a 2.000 guardias nacionales, estaba compuesto de la manera siguiente: Cuerpos peruanos Provisional de Junín número 1 Ayacucho número 3 Zepita número 1 Zepita número 2 Arequipa número 3 Arequipa número 17 Gendarmes de Tacna Provisional de Lima Pisagua número 9 Batallón Infantería Granaderos del Cuzco número 19 Cazadores de Línea Nacionales Escuadrón Guerrilleros de Vanguardia Escuadrón Tiradores de Calana y Pachía Piérola 29 de mayo 2.º de Línea Húsares de Junín Huáscar número 3 Canevaro 5.º de Línea Arica número 27 388
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Regimiento de Artillería Cazadores del Misti567 Cuerpos bolivianos Vanguardia de Cochabamba Tarija Victoria número 1 Victoria número 2 Padilla Loa Batallón 2 Escuadrón Escolta Escuadrón Húsares Alianza número 1 (Colorados) Murillo Chorolque Libres del Sur Aroma 2.º Oruro Grau Bustillos Regimiento de Artillería568 567
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Según Ekdahl, el orden de batalla peruano en la víspera de Tacna era el siguiente: I División, batallones Lima Nº 11 y Granaderos del Cuzco Nº 19; II División, batallones Zepita Nº 1 y Cazadores del Misti Nº 15; III División, batallones Pisagua Nº 9 y Arica Nº 27; IV División, batallones Victoria Nº 7 y Huáscar Nº 13; V División, batallones Ayacucho Nº 3 y Arequipa Nº 17; VI División, batallones Lima Nº 21 y Rímac Nº 5; caballería, escuadrones Húsares de Junín Nº 1, Guísas Nº 3, Flanqueadores de Tacna; Artillería, Gendarmes de Tacna, Columnas Sama y Para. Wilhelm Ekdahl, ob. cit., tomo II, cap. XVIII, pp. 277-278. Según Ekdahl, las unidades bolivianas existentes en Tacna a mediados de abril, eran: Escuadrón Escolta, batallones Alianza 1º (Colorados), Sucre 2º, Loa 3º, Aroma 4º, Viedma 5º, Padilla 6º, Tarija 7º, Chorolque 8º y Grau 9º, Regimiento de Artillería, Escuadrón Coraceros, regimientos Murillo, Vanguardia y Libres del Sud y Cuerpo Sanitario. Wilhelm Ekdahl, ob. cit., tomo II, cap. XVIII, p. 275. Según el más reciente estudio sobre la batalla de Tacna, el despliegue del ejército aliado era el siguiente: ala izquierda, coronel Eleodoro Camacho, batallones Sucre Nº 2 (bol.), Tarija Nº 7 (bol.), Viedma Nº 5 (bol.), Victoria Nº 7 (per.) y Huáscar Nº 13 (per.); centro, coronel Miguel Castro Pinto, batallones Loa Nº 3 (bol.), Padilla Nº 6 (bol.), Chorolque Nº 8 (bol.), Grau Nº 9 (bol.), Zepita Nº 1 (per.), Cazadores del Misti Nº 15 (per.), Ayacucho Nº 3 (per.), Arequipa Nº 17 (per.), Provisional de Lima Nº 21 (per.), Cazadores del Rímac Nº 5 (per.), Pisagua Nº 9 (per.) y Arica Nº 27 (per.); ala derecha, contraalmirante Lizardo Montero, batallones Lima Nº 11 (per.), Cuzco Nº 19 (per.) y Zapadores (bol.); reserva general, general Narciso Campero, batallones Colorados Nº 1 (bol.), Aroma Nº 4 (bol.) y Tacneños (per.); caballería, coronel Méndez, escuadrón Coraceros (bol.), regimientos Libres del Sur (bol.), Vanguardia (bol.), Murillo (bol.), Húsares de Junín (per.), y escuadrones Guías (per.) y Flanqueadores (per.); artillería, seis baterías. Rafael Mellafe, ob. cit., pp. 49-50.
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* Agreguemos como dato curioso, que, a juzgar por todas las demostraciones, solo después de la llegada de las tropas bolivianas en los primeros días de mayo se pensó seriamente en hacer resistencia en Tacna. Hasta entonces todo el simulacro de defensa se había limitado a abrir unos cuantos hoyos al frente de la ciudad, en el lado que mira a la bajada del camino a Sama. Pero apenas llegado Campero, tomó en mando en jefe del ejército, eligió el campamento donde se dio la batalla, que fue bautizado con el nombre de Campo de la Alianza, y principiaron a tomarse serias medidas de defensa y de prevención569. * Ya el 1.º del presente se hallaba a la vista de Arica una parte de nuestra caballería, y aquí el cuerpo de ingenieros militares, a cuya cabeza se encuentra ahora el inteligente mayor Zelaya570, trabaja con actividad en la reparación de la línea férrea. Al día siguiente de la batalla, una compañía del cuerpo de ingenieros tomó posesión de la estación del ferrocarril, en donde había 4 locomotoras en perfecto estado, 10 carros-estanques, 14 carros-bodegas y 5 de pasajeros, quedando en Arica sólo dos bodegas y dos estanques. Se exigió al jefe del tráfico una lista del personal e la empresa, que es inglesa, con los empleados de las distintas estaciones. El superintendente aseguró que le línea estaba buena, pero que esa misma noche llegó un empleado que venía desde el puente de Chacayuta, el que fue tomado por los pontoneros. Declaró que una avanzada peruana compuesta de ocho soldados había hecho volar aquel puente, de tal manera que no tenía compostura, lo mismo que el llamado del Molle, distante trece millas de Tacna, y la vía en dos o tres partes. Desde ese día principió el cuerpo de ingenieros a trabajar activamente en la compostura de la vía hasta dejarla corriente, lo que se consiguió mediante la actividad del mayor Zelaya y del capitán Munizaga, ingenieros militares. Ya ayer 1.º quedó corriente hasta el puente de Chacayuta, o sea en el río del mismo nombre o Salado, a seis millas de Arica; hoy partieron los cuerpos de la reserva, y mañana, con la artillería, el estado mayor y el cuartel general, nos trasladaremos allí a presenciar esta nueva operación de guerra, de que daremos cuenta en seguida a los lectores de El Mercurio. * 569
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Siguen documentos sobre el alistamiento del ejército aliado, que debemos omitir por razone de espacio. Francisco Javier Zelaya.
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Acompañamos a esta relación un croquis del combate que bondadosamente nos han proporcionado algunos amigos del cuerpo de ingenieros y que es copiado del plano oficial de la batalla. Ayudados por él podrán nuestros lectores formarse una idea más cabal y más completa de la batalla de ese día, que es una nueva gloria y una nueva hazaña en los anales de nuestro invencible ejército571. * Valparaíso, junio 17 Terminamos esta larga relación oyendo a nuestro alrededor oyendo el inconsciente zumbido de los ciegos adoradores del Éxito y de los que, mezquinos o ilusos, parecen no comprender que las invencibles legiones de Chile pueden obtener una victoria contra enemigos como los peruanos sin que un Napoleón dirija la batalla. Cual si el indomable espíritu de nuestros jefes y oficiales y el irresistible empuje del soldado chileno no fueran más temibles que los atrincheramientos de arena o granito, quieren a toda cosa inscribir en nuestra crónica militar nuevos nombres de héroes y semidioses que, llegado el caso de un serio encuentro con enemigos varoniles, darían tan tristes resultados como aquellas reputaciones que la imaginación popular había creado al principio de la guerra. Quien duda de nuestras narraciones creyéndolas inspiradas por el estrecho espíritu de localismo; quien las trata de inexactas mirando desde aquí los hechos; quizá las considera poco patrióticas porque no seguimos como esclavos tras el carro de los triunfadores; quien, por fin, esgrimiendo el chisme como la más manejable de sus armas, asevera que siendo el editor de El Mercurio pariente del general en jefe de la reserva, no pueda el corresponsal hallar nada bueno mientras este no lo ejecute. Que los corazones mezquinos, incapaces de comprender la independencia y el decoro, no juzguen según sus bajas inspiraciones. Nosotros escribimos para la masa sana de este viril pueblo de Chile, que produce ejércitos invencibles y marinos «sin miedo y sin reproche». A él no necesitamos recordarle antecedentes como los de la primera campaña marítima, en que «los ojos de águila» de los políticos y los estratégicos de club levantaron la tremenda grita contra nuestras relaciones, confirmadas después por la evidencia incontrastable de los hechos. ¡Y necesitaremos advertirle que al general Baquedano le debemos, como periodistas en campaña, bondadosas y corteses atenciones! ¿Para qué, si una vez empuñada la pluma todo lo olvidamos para recordar que tenemos la misión de escribir sólo la verdad para los que la aman, y hasta suavizando algunas verdades a veces «más amargas que la muerte»? 571
Dicho croquis no fue publicado.
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Si en correspondencias como la de Dolores o de Tarapacá, en que no pudimos presenciar los hechos, se nos han escapado sin intención algunas falsas aseveraciones, siempre hemos estado dispuestos a escuchar las rectificaciones bien intencionadas y justas; pero en Tacna, en donde hemos visto por nuestros mismos ojos la batalla y sufrido con nuestra propia alma sus terribles peripecias, ¿cómo hemos de admitir que nos rectifiquen aquí los que solo se la figuraron en ilusión, o los que, aduladores por sistema, tienen listo siempre el incensario para cantar el gloria al sol que sale?572. Pronto, además, vendrán las cartas del campamento y para entonces emplazamos también al diario religioso de Santiago a que publique íntegra –sin supresiones ni enmendaduras– las cartas de sus corresponsales, y podrá convencerse de que en una batalla mal dirigida bien puede el ejército victorioso tener 2.000 bajas y el derrotado 3.000 sin que intervenga, como en Dolores, la milagrosa Virgen del Carmen573. ¡Ese sí que puede proclamarlo como milagro! Mientras que aquí el milagro fue... que se nos escapara el enemigo. El corresponsal Õ
El batallón Coquimbo en Tacna (Correspondencia especial para EL NUEVO FERROCARRIL)574 Tacna, mayo 29 de 1880 En la imposibilidad de dar a usted un detalle completo de la acción del 26, día de gloria y lustre para las armas de la República, a causa del poco tiempo de que puedo disponer, narraré solamente la parte que tocó desempeñar al batallón núm. 1 de Coquimbo, que en este distinguido hecho de armas supo colocarse a la altura de su deber y de las esperanzas que en él se tenían. 572
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Esta declaración es una clara réplica a la crítica aparecida en el diario confesional capitalino, a la primera parte de la correspondencia de El Mercurio sobre la jornada de Tacna: «Los detalles de la batalla de Tacna» (editorial), diario El Estandarte Católico, Santiago, 15 de junio de 1880. Alusión al incidente ocurrido en la tarde tras la batalla de Dolores, cuando el general Escala arribó al campamento chileno precedido del estandarte de la Virgen del Carmen, asegurándole a su secretario, José Francisco Vergara, que esa imagen habría de dar el triunfo, «aunque Ud. no crea en ella». Fernando Ruz T., Memorias de José Francisco Vergara..., ob. cit., p 56. Publicado en el periódico El Nuevo Ferrocarril, Santiago, 19 de junio de 1880.
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Oficiales del regimiento Coquimbo. De izquierda a derecha, comandante Alejandro Gorostiaga, capitán Luis Larraín Alcalde y mayor Francisco Ariztía Pinto, el primero y el tercero heridos en Tacna. El Nuevo Ferrocarril, 25 de noviembre de 1880.
La línea enemiga ocupaba una ventajosa posición, cortada por multitud de pequeñas pendientes que alternaban con quebradas caprichosas, tres de cuyas faldas una fuerza resuelta habría podido, sin mucho esfuerzo, detener y aún rechazar masas superiores de enemigos. Después de un corto cañoneo a las nueve y media y otro bastante flojo que empezó a las diez, rompieron sus fuegos las guerrillas de toda nuestra línea, siendo inmediatamente contestadas con el mismo vigor por los aliados. A las diez treinta próximamente, la 1.ª división que formaba nuestra derecha, la 2.ª el centro y la 4.ª la izquierda, habían iniciado el ataque empeñando completamente la acción. La 3.ª división, compuesta de la Artillería de Marina, Chacabuco y Coquimbo, marchaba rápidamente hacia el centro, hasta alcanzar a 1.200 metros poco más o menos del enemigo. En ese momento, once A. M., nuestro centro estaba sumamente comprometido y la situación era difícil. El Atacama casi retrocedía ante fuerzas triples que lo agobiaban, el Santiago veía sus municiones agotadas, perdidos sus tres jefes y gran parte de la oficialidad; y por último, el 2º de línea, diezmado por los fuegos que recibía de frente y de flanco, batíase calmadamente en retirada. 393
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La situación, como antes he dicho, se hacía difícil para el centro de la línea chilena. En estas delicadas circunstancias, llega el coronel Lagos, y no obstante que el Coquimbo dependía del coronel Amunátegui, jefe de la 3.ª división, da directamente la orden al comandante Gorostiaga de salir con su batallón en protección del centro debilitado. La orden se cumplió en el acto. El comandante, con calma y sangre fría veterana, empezó a desplegar en guerrilla compañía tras compañía, para no perder terreno ni la línea, al cambiar rápidamente el orden de formación, marcha en avance. A 800 metros del enemigo, el Coquimbo marchaba de frente, desplegado en guerrilla, alineándose por el estandarte colocado al centro. Debemos observar que, a excepción del 4.º de Línea de la reserva, y el Valparaíso, ningún otro cuerpo se batió con estandarte. No obstante la proximidad del enemigo y las bajas de oficiales y tropa que sufría el Coquimbo, siguió avanzando sin hacer fuego, pues tenía su frente todavía cubierto con las últimas guerrillas del 2.º, a las cuales habría indudablemente dañado a consecuencia de la configuración del terreno. Por fin, a 250 metros de la línea de los aliados, tuvo el Coquimbo campo despejado, en vista de lo cual ordenó el comandante romper el fuego. La lluvia de proyectiles era espantosa, y a los fuegos de la infantería se unían los disparos de las ametralladoras, que los aliados hacían funcionar a retaguardia. Permanecer en la posición era condenar al cuerpo a una muerte cierta; y no sabiendo los chilenos retroceder, el comandante mandó fuego en avance. El enemigo, sorprendido con esta atrevida maniobra, reforzó los claros de sus hileras en reserva, presentando así doble fuego en todo su frente. Ahí estaban el Ayacucho, el 2.º provisional de Lima (peruano) y el Murillo, formado de la juventud distinguida de La Paz. No obstante los esfuerzos del enemigo, el Coquimbo siguió ganando terreno, hasta estrechar la distancia a 90 metros. En esta situación, mandóse armar bayoneta para dar una carga, jugando el todo por el todo; pero el enemigo, a la vista de los yataganes, cedió el terreno, pausadamente primero y rápido y en desorden a los pocos minutos. El Coquimbo prorrumpió en un entusiasta ¡Viva Chile! y continuó la persecución al trote, haciendo siempre un nutrido fuego graneado. Pocos momentos después, cayó herido el señor comandante Gorostiaga, cuyo caballo había recibido ya dos balazos; tomó el mando del cuerpo el mayor Pinto Agüero575, a quien acababan de dejar a pie. De los tres ayudantes que también cabalgaban, el capitán Cavada cayó herido y su caballo muerto, el teniente Varela fue muerto instantáneamente y el
575
Marcial Pinto Agüero.
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capitán Arellano perdió también el caballo que montaba, echado a tierra por cuatro o cinco proyectiles. La persecución seguía sin tregua ni descanso. El enemigo abandonó las dos ametralladoras, en seguida una batería de cinco cañones y después su propio campamento con todos los equipajes. Pero el Coquimbo no se detenía y estrechó de tal manera la distancia, que en una quebrada quitó dos banderolas, una peruana y otra boliviana. En las ambulancias que se encontró a su paso (dos peruanas y una boliviana) dio toda clase de seguridad y continuó la persecución hasta llegar al último declive de la pampa, a la vista de Tacna, ¡la codiciada presa! Eran las dos y media P.M. La carrera del Coquimbo había durado más de tres horas, haciendo fuego, y recorriendo al trote una distancia de cerca de tres leguas. No pudiendo perseguirse al enemigo por las arboledas del valle, a consecuencia de su mucho número y de que el Coquimbo estaba solo en esa parte del centro derecho, el mayor Pinto mandó alto la marcha, continuando el fuego a toda alza contra los grupos que desalados corrían buscando refugio en Tacna576. Media hora después llegó el Chacabuco, y ambos cuerpos esperaron órdenes en el mismo lugar. Las bajas del Coquimbo, son bastante sensibles. De sus 28 jefes y oficiales, murió uno, quedando heridos nueve y uno contuso. ¡Más de un 32%! El número de tropa que entró en combate ascendía a 480 individuos, de los cuales cayeron 148, ¡más del 30%!577. Estas cifras prueban elocuentemente la activa parte que tomó el cuerpo a que me refiero; pero hay todavía otro dato más importante. El estandarte sacó once balazos y casi toda su escolta pereció. El abanderado Ansieta cayó herido; tomó su puesto el subteniente Varas y cayó herido también; a este lo reemplazó el sargento Oyarce, muerto; el id. Heldberg, muerto; el cabo Díaz, muerto; el id. Segovia, herido. Los cabos Vera y Meléndez, únicos de la escolta, quedaron con la gloriosa insignia. Le doy ahora la nómina de los oficiales muertos y heridos. Muerto Teniente, don Clodomiro Varela 576
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Del parte oficial del comandante accidental de la unidad, mayor Pinto Agüero: «No creí prudente bajar al valle, pues solo tenía unos 150 hombres, habiendo sido el resto muertos, heridos y quedado rezagados, estos últimos a causa de la marcha forzadísima de más de dos leguas que hizo este batallón, siempre en persecución del enemigo». En Pascual Ahumada, ob. cit., tomo II, capítulo octavo, p. 570. Cifras correctas según este parte oficial. Su texto completo en Ibíd., pp. 569-570.
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Heridos Comandante, teniente coronel, don Alejandro Gorostiaga Capitán-ayudante, don Federico 2.º Cavada Capitán, don Francisco Aristía Teniente, don Manuel M. Masnata Subteniente, don Caupolicán Iglesias ” ” Juan G. Varas ” ” Francisco Urquieta Abanderado, ” Carlos Luis Ansieta Contuso Capitán, don Pedro Crisólogo Orrego La conducta del cuerpo a que he hecho referencia ha sido digna del nombre que lleva y de la misión que se le ha encomendado. El corresponsal578 Õ
Carta del ejército579 Arica, junio 10 de 1880 Señor director: Aunque es poco tarde, redactaré para los lectores de El Independiente algunos detalles sobre el titánico asalto de Arica, glorioso complemento de la gran batalla de Tacna y término definitivo de la campaña iniciada con el desembarco en Pacocha. Mi deseo de tomar datos exactos y el malestar y extenuación ocasionados por las fiebres intermitentes –tributo que desde la miasmática Moquegua vengo pagando a estos pestíferos climas–, me han obligado a retardar hasta hoy la confección de estos apuntes. En los días siguientes a la batalla de Tacna, la caballería sola primero y después con la reserva (1.º, 3.º, 4.º y Bulnes) y una batería de campaña se ocupó en perseguir a los fugitivos por el camino que desde Tacna parte al interior, recorriendo los pueblos de Calana, Cercado, Pachía, Calientes 578
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Con toda probabilidad la autoría de esta correspondencia es, una vez más, de Francisco Machuca, dada su condición de oficial del Coquimbo. Publicada en el diario El Independiente, Santiago, 4 de julio de 1880.
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y sus alrededores, donde tomó sobre unos 800 prisioneros. La división regresó en la tarde del 31 a Pocollai (aldea que dista a 15 cuadras, de Tacna), donde le esperaba la orden de marchar a Arica el siguiente día. Día 1.º de junio.– Por la mañana salen con dirección a Arica 200 cazadores a caballo y el 2.º escuadrón de carabineros de Yungay. Mañana seguirá sus huellas la infantería (reserva), 14 piezas de campaña y 8 id. de montaña. Parece que serán conducidas en el tren, ya corriente hasta el puente de Chacayuta, a 6 kilómetros de Tacna. 8 P.M.– Llegada de la caballería al referido puente, cortado por los peruanos, recibió los fuegos de una avanzada enemiga allí apostada, retrocedió sin contestar y pasó la noche en la pampa. Día 2.– En la mañana se manda que la tropa dé agua a los caballos en el río inmediato, y al aproximarse los primeros hombres a la orilla, estallan dos minas con terrible estruendo. Felizmente, el momento fue mal elegido por los torpes aliados: un brazo fracturado, algunas contusiones ligeras y un gran espanto de caballos, fueron los efectos de la innoble traición. Mientras la caballada se arrojaba en un magnífico alfalfal del valle, se encontraron los alambres que desde una casita inmediata corrían hasta las minas. Y por ellos se descubrieron varios cajones de dinamita que no habían estallado. En un canal inmediato a la casita mencionada se encontró a los agentes del delito y a los torpedistas con todos los útiles de su honorable y humanitaria profesión, incluso una buena cantidad de dinamita. Estos señores son don José Ureta y don Teodoro 1º Elmore, ambos peruanos, el primero ingeniero y su ayudante el segundo. De plano confesaron su oficio y el ingeniero denunció los lugares en que había colocado los demás entierritos de importancia. El valor de la captura de estos palomitos es incalculable; tal vez no valen menos de la mitad de los leones que leales y a pecho descubierto afrontarán bien pronto los ocultos peligros que les tiene preparado un enemigo falaz y cobarde, incapaz de batirse cuerpo a cuerpo aunque se les escupa a la cara. Pero su pulso temblará y su vista se nublará cuando pongan el dedo en el botón para consumar el negro crimen. Por los datos tomados del ingeniero se averiguó que toda la población y sus alrededores están sembrados de minas hábilmente distribuidas y comunicada con un punto central, por una red de conductores eléctricos. El coronel Belaúnde (alias Sisebido) comandante del batallón Piérola580, ha fugado con toda la guarnición de una batería. El mismo partido ha tomado el señor Rebollar, sargento mayor de los Granaderos de Tacna. En la bahía se ven nuestros buques bloqueadores y el monitor Manco Capac. El telégrafo para Tacna está corriente.
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Batallón Cazadores de Piérola.
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Mientras vuela la locomotora que conduce la infantería, demos una ojeada topográfica al campo del próximo combate para orientarnos de la situación. Al sur de Arica y a la orilla del mar, corre un elevado cerro, que remata por el norte en una cabeza gigantesca cortada a pique e inaccesible por el lado del mar, –enorme castillo natural, desde cuyo pie se extiende hasta el noroeste el pueblo de Arica como el tímido niño se aferra a las piernas de su padre. A partir de esta inmensa mole de 50 a 60 metros de altura sobre el nivel del mar, la costa forma un recodo violento y después de describir una fuerte curva, playa y desembarcadero del puerto, se dirige al noroeste, de modo que la boca de la bahía mira al mismo viento, poco más o menos. Del lado oriental del cerro mencionado se desprende otro, o más bien una loma accidentada, cuyas principales alturas dominan el pueblo y la extensa playa, que entre el mar y los cerros de la costa corre desde Arica y el valle de Azapa hasta el de Chacayuta. Llamaré cerro del sur al primero y del este al segundo. Tres fuertes se divisan en los puntos dominantes de esas alturas, y otros tantos casi a flor de agua al noroeste de la población581. Al norte y muy cerca del Morro se ve la isla del Alacrán, en la cual, según se dice, pensaban los aliados construir otro fuerte. 12 M. Dos convoyes han llegado al puente de Chacayuta, conduciendo una parte de la infantería. La caballería ha tomado seis paisanos armados. Dicen que la guarnición de la plaza pasa de 2.000 hombres582 y está a las órdenes del coronel Bolognesi583. En la tarde se ha pensado mandar mañana a la plaza una comisión de varios tacneños para disuadir de la resistencia a los jefes principales, pero esta medida no ha podido ser llevada a término. Día 3. Llega el resto de la infantería. El Cochrane comunica con tierra, enviando un bote. El ingeniero torpedista, como director de las minas, ha revelado los lugares en que se encuentran. En recompensa se piensa mandarlo al frente de las guerrillas de vanguardia, para que indique los puntos peligrosos. Tras de los cerros de la costa se ha descubierto un camino carretero entre los valles de Lluta y Azapa. Se han encontrado seis minas de dinamita a la orilla del río. 581
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Fuertes del Este, Ciudadela y del Morro, en las alturas; fuertes San José, Santa Rosa y 2 de Mayo, al noroeste de la población. Según el Estado general de la fuerza efectiva y disponible existente en la plaza de Arica el 1 de mayo de 1880, la guarnición era de 1.658 efectivos. En Pascual Ahumada, tomo III, capítulo segundo, p. 219. Según el parte oficial peruano, elevado por el oficial de detall Manuel C. de la Torre después de la toma de esta plaza, la fuerza disponible el 5 de junio de 1880 era de 29 jefes, 223 oficiales y 1.651 individuos de tropa. Ibíd., p. 186. Coronel Francisco Bolognesi Cervantes.
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«Un coronel peruano ante una explosión de dinamita en las fortificaciones de Arica», caricatura de El Ferrocarrilito, Santiago, 1880.
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Día 4. Cincuenta cazadores van a Azapa por el camino carretero. En la noche llega el Regimiento Lautaro a reforzar la división. Día 5. Para provocar a los fuertes enemigos y conocer el alcance de sus cañones se mandó a Azapa otros cincuenta cazadores por la playa del norte. Recibieron a unos 4.000 metros varios disparos que no causaron daño alguno. En la mañana se ha enviado un parlamentario (mayor Salvo)584 intimando rendición a la plaza y conminándola con un ataque sin cuartel si hacen estallar las minas. Reunida una junta de notables, como el coronel Bolognesi, Ugarte, Inclán585 y otros, y después de muchos cuchicheos y vacilaciones en que la mayoría se inclinaba a la rendición, Bolognesi, con un golpe de autoridad, da fin a la parodia, contestando que la plaza no se entregaría sin resistencia. El ataque queda resuelto para mañana al amanecer. Nuestra artillería toma sus posiciones y cañonea a los fuertes. Estos contestan con buenas direcciones, sobrando a la batería de montaña, colocada a 3.000 metros de seis u ocho cañones de grueso calibre. Elegidas nuevas posiciones, el fuego se detiene por ambas partes hasta las 5 P.M. sin novedad de nuestra parte, y sin que nos fuera posible percibir el efecto producido en el campo enemigo. Día 6. La escuadrilla bloqueadora bombardea la plaza por si se rinde sin ataque terrestre. Los fuertes contestaban con buenas direcciones, principalmente los del norte, que son tal vez los mejores artillados. Parece que la Covadonga ha sufrido algunas averías. En la noche sale para Azapa la infantería, pasando por detrás de los cerros.
Asalto y toma de arica Junio 7. Los regimientos Buin, 3.º y 4.º ocupan la quebrada de Azapa. Los tres se disputaban la gloria de atacar los primeros fuertes (cerro del este). La suerte subsanó tan noble discordia: el 3.º tomará el fuerte más oriental (ciudadela, batería del Chuño) y el 4.º dará cuenta del siguiente (fuerte del este núm. 1); el Buin quedará de reserva y el batallón Bulnes protegerá la artillería. Al Lautaro toca apoderarse de la batería del norte. El punto de reunión será el Morro. El valle de Azapa desemboca al oriente de Arica, pero sus pobres aguas caen al mar por una estrecha quebrada abierta entre los cerros del este y los que continúan la costa para el mar. 584 585
Mayor de artillería José de la Cruz Salvo. Coronel José Joaquín Inclán, jefe de la 7ª División peruana; coronel Alfonso Ugarte, jefe de la 8ª División peruana.
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A la derecha de esta quebrada se extienden algunas lomas que permiten pasar al sur de los fuertes, sin exponerse a sus fuegos. Por aquí desfilan antes de la aurora los regimientos 3.º y 4.º Van a tomar al enemigo por la retaguardia, si la tienen aquellas fortalezas inexpugnables, rodeadas de parapetos, y con cañones giratorios en todo sentido. La incierta claridad del naciente crepúsculo matutino se abrillanta repentinamente al resplandor de dos coronas de fuego, y el silencio de aquella hora solemne es interrumpido por millares de detonaciones que en rápida sucesión parecen confundirse en una sola, como el imponente y prolongado trueno que precede a la tempestad. Nuestros bravos regimientos han rodeado con su círculo de fuego los baluartes enemigos. Su centro está marcado por un rápido centelleo. Por algunos momentos la ardiente cintura se mantiene inmóvil: luego se estrecha más y más hasta confundirse con el centro; el fuego se extingue, y a la luz de un claro día se ve flamear orgulloso el invencible tricolor chileno allí donde el bicolor y la cobardía peruana se creían invulnerables. Dos minas estallaron con espantoso estruendo en los fuertes que atacó el 3.º, haciendo volar por los aires miembros despedazados, piedras, etc., en medio de una espesa columna de polvo; pero los torpes asesinos no acertaron a elegir el momento oportuno y volvieron contra sí misma su arma inicua, aventando a muchos de los suyos; por nuestra parte tuvimos pocas pero caras pérdidas en esa explosión. Tal felonía no hizo más que exasperar los ánimos de la tropa: el 4.º no se contentó con tomar el fuerte que se le había señalado, y sin temor a minas, parapetos, plomo ni metralla, continuó la persecución de los fugitivos desalojándoos de trinchera en trinchera hasta encerrarlos en el Morro, su último refugio. Allí se trabó de nuevo una lucha espantosa, cuerpo a cuerpo, con terrible carnicería por ambas partes. El resultado no se hizo esperar: los enemigos, arrollados y vencidos, pidieron perdón de rodillas; los jefes y oficiales se refugiaron en una casa de tablas que hay dentro del recinto; pero nuestros soldados justamente indignados, no habrían dado cuartel a los traidores, si el mayor Saldívar586 y muchos oficiales del 4.º no hubieran logrado apaciguar la tormenta. Aquí murieron Bolognesi, Moore (el excomandante de la finada Independencia), Ugarte y varios otros jefes. A las 7 de la mañana el campo era nuestro y la bandera chilena ondeaba en las alturas del formidable Morro. Mientras esto pasaba en los cerros, el Lautaro avanzaba en dirección a los fuertes del norte; pero antes de llegar a ellos, sus defensores los abandonaron, prendiendo antes la santabárbara de las baterías Santa Rosa y
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Mayor Luis Solo de Zaldívar, segundo comandante del 4º de Línea.
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San José y reventando los cañones de estas y los del Dos de Mayo587. Al mismo tiempo, el Manco Capac dejaba escapar una gran cantidad de vapor y se sumergía en el seno del mar después de haber disparado a tierra sus dos últimos cañonazos. Las bajas por nuestra parte en este homérico combate son considerables: el 4.º tuvo 72 muertos y 203 heridos de tropa; algo menos el 3.º588. No mencionaré las bajas de los oficiales porque ya son perfectamente conocidas en Santiago. Pero no pasaré en silencio el heroico arrojo del comandante San Martín589, que, después de haber cantado victoria en el fuerte del este número 1, fue herido mortalmente poco antes de llegar al Morro. Uno de los polvorazos de la Ciudadela voló la cabeza al subteniente Poblete590, del 3.º, y ¡cosa rara! al teniente Arriagada591, veterano del 38, lo dejó casi desnudo y le quebró el vidrio del reloj parándolo en el acto, de modo que ese reloj quedó señalando exactamente el momento de la explosión (5.30 A. M.). La guarnición de la plaza pasaba de 2.000 hombres, de los cuales ha habido unos 900 a 1.000 muertos, 100 heridos y cerca de 1.000 prisioneros, entre estos más de 100 oficiales592. La tripulación del Manco cayó toda en poder de nuestros buques, incluso su comandante Sánchez Lagomarsino. Dos oficiales, dos ingenieros 587
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Así recuerda este episodio el veterano Arturo Benavides, entonces sargento del Lautaro: «Se ordenó acelerar aún más la marcha y comenzamos a trotar... Un estampido horrible, como de mil cañones de grueso calibre disparados al unísono, seguido segundos después de otro tan fuerte como el primero y un movimiento de tierra, a manera de fortísimo terremoto, nos dejó como sordos y derribó por tierra a todo el regimiento. Al mismo tiempo vimos como unos altos cerros al frente de nosotros. Mi comandante Robles cayó como todos y su caballo salió disparado. Me levanté rápidamente y lo ayudé a levantarse. Los dos fuertes habían hecho explosión por una enorme carga de dinamita colocada con ese objeto... Pero los encargados de ejecutar la operación cumplieron mal la orden que tenían, de abandonar esos fuertes solo momentos antes de ser asaltados; ellos, a fin de terminar con todos los asaltantes de una sola vez... La precipitación para huir hizo que erraran el golpe por uno o dos minutos. No fue que se retrasara el Lautaro, no, fueron ellos los que se adelantaron impulsados por el miedo...» Arturo Benavides Santos, ob. cit., cap. XII, pp. 81-82. Según los respectivos partes oficiales, el 3º de Línea tuvo dos oficiales muertos, cinco heridos y dos contusos, y 51 individuos de tropa muertos, 117 heridos y seis desaparecidos; el 4º de Línea tuvo a su comandante muerto, 10 oficiales heridos, 63 individuos de tropa muertos y 190 heridos. Pascual Ahumada, tomo III, capítulo segundo, pp. 180-181. Teniente coronel Juan José San Martín, comandante del regimiento 4º de Línea. José Miguel Poblete. Ramón Toribio Arriagada. Según el parte oficial del general Baquedano, «sus muertos pasan de 1.000 y sus prisioneros llegan a 1.328; 118 en la categoría de jefes y oficiales, los restantes soldados y marineros». Pascual Ahumada, tomo III, capítulo segundo, p. 178. La sumatoria de estas cifras excede el total de efectivos militares y navales peruanos que se hallaban en Arica, según los documentos oficiales, aún si se incluyen los 118 oficiales y tripulantes del monitor Manco Capac.
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La toma del morro de Arica por las tropas chilenas. Versión en grabado de una conocida fotografía, probablemente posada. Revista The Graphic, Londres.
y cuatro marineros escaparon en una lancha-torpedo que fue perseguida por el Loa hasta Punta Coles (poco al sur de Pacocha); aquí los fugitivos vararon la lancha, la hicieron volar y se internaron al desierto. Se nos ha asegurado que han sido tomados en la estación de Estanque. Si hay algo que pueda asombrar al más estoico, es, sin duda, la toma de esta plaza, donde no se había ahorrado ningún medio de defensa: fuertes colocados y distribuidos con inteligencia en los puntos más estratégicos de un lugar fortificado por la naturaleza misma, minas numerosas esparcidas en los puntos accesibles y algunas de ellas capaces de hacer volar una población entera; innumerables trincheras sembradas como otras tantas ciudadelas, nada pudo resistir a los vencedores de diez combates. El ascenso de los cerros y la toma de los fuertes dejó asombrados a los tripulantes de los buques de guerra extranjeros que presenciaron la acción. Los alemanes de la Hansa593 dudaban que pudiésemos rendir la plaza antes de tres días; los ingleses creían suficiente el tiempo comprendido entre la entrada y la salida del sol: los dos bandos cruzaron sus apuestas de 2.000 pesos y los ingleses cortaron a bordes de chicote. La mayor gloria de la jornada corresponde al esforzado e inteligente coronel Lagos: suyo fue el plan de ataque aprobado por el general y suya la brillante ejecución. El ejército vería con gusto la efectividad de la noticia que aquí corre de que el coronel Lagos ha sido ascendido a general de brigada594. 593 594
Fragata de guerra de la Marina Imperial alemana. Sólo sería ascendido a general de brigada en mayo de 1881.
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Demos ahora una ojeada al teatro de nuestras glorias, recorriendo los fuertes y trincheras. Subiendo el cerro y siguiendo la marcha de nuestras tropas, encontramos primero el que nosotros llamamos con justicia Fuerte del tercero (batería del Cuño, Ciudadela). Domina la plaza de Arica y parte del valle de Azapa; está sobre un morrillo diestramente elegido; tiene un cañón Voruz de a 70 (1864-Nantes), y 2 Parrot de a 80; cerca del Voruz estalló la mina que hizo más estragos; sobre la plataforma había como 40 muertos, y en todo el fuerte no menos de 100. La barbeta es formada por triple fila de sacos de tierra colocados unos sobre otros. La guarnición constaba de más de 500 hombres. Tres o cuatro cuadras al poniente y a mayor altura está el Fuerte del cuarto (del este núm. 1), con tres cañones Voruz de a 100 (64-Nantes). Se ha sacado una gran cantidad de dinamita de las explanadas. El malogrado comandante San Martín rindió este fuerte a la cabeza del primer batallón del 4.º. Los cañones giran en todas direcciones como los del fuerte anterior; las cureñas son de marina (de arrastre). La barbeta es también de sacos. En el camino de este fuerte al Morro sigue la cresta del cerro que corre al sur y está fortificado de trecho en trecho por bien dispuestas trincheras de sacos; en los puntos culminantes hay verdaderas ciudadelas. Por aquí hizo el 4.º su brillante avance contra los fuegos del enemigo, que se batía en retirada. Morro. La cima presenta una superficie más o menos plana, de una media cuadra cuadrada, rodeada de trincheras por todos lados. Está artillado con un cañón Vavasseur de a 250; dos Parrot de a 100; seis Voruz de a 100, y uno de bronce, de campaña, suspendido en ruedas. De estos un Parrot y un Voruz fueron reventados en la mañana del asalto. El Vavasseur escapó milagrosamente de correr la misma suerte: no estalló una granada con dinamita que se le había puesto sobre una carga máxima con bala sólida. En este fuerte murió Moore en la puerta de su pieza, según dicen. Bolognesi sucumbió en su puesto. Los coroneles Ugarte y Varela no tuvieron mejor suerte. Al principio circuló que el coronel Inclán había corrido la misma suerte, pero no fue ni siquiera herido. Muy pocos escaparon de la muerte o de nuestro poder: se cree generalmente que no alcanzan a veinte. Los fuertes de la playa son tres: San José, con un cañón Vavasseur de a 250, inutilizado; Santa Rosa, con un cañón del mismo sistema y calibre, también despedazado; y Dos de Mayo, con dos cañones Parrot de a 200, reventados como los anteriores. Los polvorines de los primeros fuertes estallaron con espantoso estruendo, dejando dos hoyos inmensos en forma de embudo. El polvorín del Dos de Mayo quedó intacto con 40 barriles 404
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de pólvora. La provisión de proyectiles en estos fuertes habría bastado para veinte combates595. Las fortificaciones de la plaza estaban provistas de una enorme cantidad de municiones. Baste decir que en el Morro quedaron 485 saquetes, 12 barriles de pólvora de dos quintales cada uno, y 1.016 proyectiles, sin contar los tarros de metralla y las granadas esféricas de antiguo sistema. Pocos días después de la toma de Tacna tuvo lugar un fausto e inesperado acontecimiento: el capitán Munizaga596, del cuerpo de ingenieros, encontró en una iglesia de Tacna el estandarte que los cholos arrebataron al 2.º de Línea en la sangrienta jornada de Tarapacá. En el registro que en la iglesia se practicó para buscarlo, el capitán iba acompañado de un soldado veterano de aquel cuerpo, y al abrir las cajas, siempre que encontraba alguna imagen, exclamaba con aire sincero y timorato: «Perdóname, padre mío San N., pero devuélvenos el estandarte». Cuando lo encontró, el gozo le embargó la palabra, y abrazó la bandera con las lágrimas en los ojos. Y ya que hablo de esta preciosa reliquia, relataré la historia de su porta y de su escolta, que es toda una epopeya, y sin embargo, hasta hoy permanece ignorada, como tantos otros actos heroicos ocultos para siempre en las candentes arenas del desierto. El comandante Ramírez597, en reunión expansiva y entusiasta con sus oficiales en vísperas de la salida de Antofagasta, dirigió a Barahona, su secretario de mayoría, las siguientes palabras: «Alférez Barahona: confío a usted el estandarte de nuestro Regimiento, porque sé que usted lo mantendrá siempre en alto, glorioso y sin mancha»; Barahona contestó conmovido: «Agradezco, señor comandante, la distinción inmerecida de que soy objeto, y al recibir de sus manos tan sagrado depósito, le respondo de él con mi vida y la de la escolta». El vaticinio se cumplió al pie de la letra: Telésforo Barahona cayó combatiendo al pie de su estandarte, alentando a su escolta, compuesta de unos quince veteranos escogidos que 595
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Existen discrepancias sobre el número y tipo de piezas de artillería tomadas en Arica. En su parte oficial, el general Baquedano enumera 13 cañones en perfecto estado de servicio: Un Vavasseur de a 250 libras, dos Parrot de a 100, dos Parrot de a 30, siete Voruz de a 100 y uno de bronce de a 12, además de otros siete cañones rotos por medio de la dinamita, según Pascual Ahumada, ob. cit., tomo III, capítulo segundo, p. 178. Según Ekdahl, la batería del Morro estaba armada con 11 cañones gruesos: 1 Parrot de a 100 libras, un Vavasseur y 9 Voruz; el Fuerte del Este contaba con 3 cañones gruesos; el fuerte Ciudadela, con 3 cañones gruesos; la batería Dos de Mayo, con un cañón Vavasseur de a 250 libras; la Santa Rosa con uno igual al anterior, y la San José, con un Vavasseur de a 250 y un Parrot de a 100. Wilhelm Ekdahl, ob. cit., tomo II, cap. XXII, pp. 380-381. Machuca, más preciso que el anterior, enumera que el Morro había un Parrot de a 100 libras, un Vavasseur de a 250 y 9 Voruz de a 70; en el fuerte del Este, dos Voruz de a 70; el Ciudadela, otros dos Voruz de a 70; la batería Santa Rosa, un Vavasseur de a 250; la 2 de Mayo, también un Vavasseur de a 250 y la San José, un Vavasseur de a 250 y un Parrot de a 100. Francisco Machuca, ob. cit., tomo II, cap. XXV, p. 303. Enrique Munizaga. Teniente coronel Eleuterio Ramírez, comandante del 2º de Línea, muerto en Tarapacá.
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desde el sargento hasta el último soldado cumplieron la palabra a su jefe sucumbiendo a la sombra de la gloriosa insignia. Barahona murió al lado del ínclito Ramírez, calcinado como él en la nefanda hoguera. Hoy el 3.º de Línea ha reconquistado con su sangre, en la jornada de Tacna, aquel emblema legendario de su heroísmo y sacrificio. Los catorce balazos que se ven en la tela son otros tantos timbres de honor que lo harán célebre de hoy en adelante. Se asegura que el general hará la devolución del estandarte al Regimiento con toda solemnidad. Hasta la fecha no acaban de desenterrarse las innumerables minas diseminadas en los cerros y la población. En esta última se encontró una que contenía unos 35 quintales de dinamita, capaz de volar el pueblo entero. Todos los días se hacen estallar en los cerros las que rodean los fuertes: ya se cuentan más de cien en las alturas inmediatas del Morro. El inteligente y desprendido servidor de la patria, don Arturo Villarroel598, dirige estas operaciones. La Covadonga recibió en el combate del 5 una bala de grueso calibre que, sin ocasionar bajas, la puso fuera de combate y en peligro de irse a pique; pero merced a la laboriosidad entusiasta de su jefe y tripulantes, pudo llegar a Pisagua y volver ya reparada a Arica, trayendo para el general Baquedano los despachos de general de división y en jefe del ejército. El Cochrane recibió en la orilla de un portalón una granada que, al estallar, incendió dos saquetes de pólvora cuya explosión hizo 28 bajas en los sirvientes de la batería; de estos creo que han muerto 6 o 7. El buque no sufrió nada599. Con admirable celeridad ha sido compuesto el puente de Chacayuta, que los peruanos hicieron volar en parte y cuyas averías creían irreparables. Hace días que tenemos un tren y a veces dos al día para Tacna. Como la línea no tiene fuertes declives, una máquina puede arrastrar más de 25 carros. El trayecto es de dos horas y media cuando más. Los tacneños están, pues, de plácemes porque ha pasado de la necesidad a la abundancia, recibiendo cuantiosas y variadas provisiones. Con mucha insistencia ha circulado, aun antes de la batalla de Tacna, que Moquegua había sido reocupada por 4 o 5.000 hombres. Parece que el rumor no carece de fundamento600, porque se asegura que en estos días saldrá para aquel punto una división de las tres armas. Todavía no se sabe qué cuerpos la formarán. Es probable que entre ellos se cuenten los que no han hecho su debut, como el Buin y el Bulnes, además del 2.º Atacama, el 598 599
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El célebre «General Dinamita». Según el parte oficial de su comandante, este buque tuvo por la causa mencionada, 27 heridos, de los cuales 25 graves. Pascual Ahumada, ob. cit., tomo III, capítulo segundo, p. 182. Finalmente, se trató de un rumor sin fundamento.
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Caupolicán y el Valdivia, que actualmente están en Pacocha y Estanque. La caballería creo será representada por el primer escuadrón de Carabineros. Anteanoche partió el Loa para el Callao conduciendo algunos heridos peruanos. Los bolivianos han quedado en Tacna asistidos por dos ambulantes que hace poco llegaron de La Paz. Hemos sabido que el torpedo aplicado a la lancha en que huyeron de Arica algunos marinos, no ha hecho más que partir el casco por la mitad: la máquina, los aparatos eléctricos y otros útiles quedaron buenos y han sido aprovechados. El general partirá mañana o pasado para Tacna, en donde pasará algunos días. El grueso del ejército está en esa ciudad y en Arica los Zapadores, Artillería que tomó parte en el ataque del puerto y Cazadores a caballo. Hasta otra ocasión, señor Director. E. Sierralta Õ
Carta del ejército601 Sumario.– Impresiones del enemigo cuando el reconocimiento.– El espionaje enemigo.– Montero y Campero.– Ejército enemigo, comestibles antes y después de la batalla.– Las ambulancias de la Alianza.– Rumores convertidos después en incertidumbre.– Arica.– Bolognesi y Covadonga.– Los pañuelos mensajeros.– A Lima.– Los restos de los héroes.– Nómina de los oficiales heridos.
Tacna, junio 21 de 1880 Señor Editor de El Independiente: Después de la batalla de Tacna, de que di cuenta a usted del modo más extenso que me fue posible602, acompañándole un pequeño croquis que manifiesta con mucha exactitud las posiciones que ocupaban ambos ejércitos al tiempo de principiar el combate, no creo del caso entrar en otros pormenores, que ya sería redundancia, pues parece que la prensa se habrá ocupado largamente sobre el particular. Por lo tanto, me limitaré por ahora a manifestar a usted algunos incidentes anteriores a dicha batalla, que prueban la indecisión y falta de acuerdo que reinaba en el campo enemigo.
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Publicada en el diario El Independiente, Santiago, 30 de junio de 1880. «La batalla de Tacna (correspondencia de El Independiente)», El Independiente, Santiago, 22 de junio de 1880.
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Como es sabido, el reconocimiento que se hizo sobre el Campo de la Alianza pocos días antes de la batalla603, produjo en los aliados una terrible sensación, pues unos creyeron que todo el grueso del ejército chileno venía a atacarlos, y fundaban esta opinión al ver que venían de vanguardia piezas de artillería; otros pensaban que era solo un lazo que se tendía al ejército a fin de hacerlo salir de sus atrincheramientos en vista del corto número de combatientes que tenían a la vista, y pensaban que el resto de nuestras tropas permanecería oculto y escondido tras de alguna sinuosidad del terreno o quebrada; otros, por fin, pensaban (y esta era la opinión más generalizada, a la vez que era la más inverosímil), que nuestro ejército, diezmado en Yaras por las muchas tercianas malignas que dominan en este valle, habíanlo, sin duda, aniquilado al extremo de hacerlo desistir del ataque a Tacna por falta de elementos, y se mandaba esa división con el objeto de distraer la atención del enemigo, mientras el grueso del ejército tomaba el camino de Ite para reembarcarse y emprender el ataque sobre Arica desembarcando en alguna caleta vecina a aquel puerto. Sin embargo, el coronel Camacho comprendió la verdad de este movimiento nuestro, y al efecto había mandado tres batallones con el objeto de que, tomando una quebrada, fuesen a cortar la retirada a la columna de reconocimiento. Estos batallones, efectivamente, se presentaron ese día por frente a nuestra ala izquierda; pero cuando nuestra artillería iba a dirigir a ellos sus punterías, recibieron, sin duda, contraorden y se replegaron apresuradamente tras de sus trincheras: era que su coronel de apellido Pérez604 se había opuesto tenazmente a la táctica del coronel Camacho, y en consecuencia, la primitiva orden había quedado sin efecto. Después, cuando reconocieron su error, se repelaban de despecho, pues habían podido pulverizar, decían, la columna de reconocimiento. Y lo que más sentían era que en una expedición de esta naturaleza, hubiesen podido emplear impunemente los chilenos piezas de artillería, y lo que es todavía más, la artillería de campaña. Por lo visto se comprenderá que el enemigo esta vez no tenía ninguna clase de espionaje, y esto a pesar de lo mucho que se ha propalado en contrario. Según los datos que he podido obtener, solo cinco individuos, de nacionalidad italiana, ha consentido en desempeñar esta baja comisión, y esto en virtud de haber sido pagados espléndidamente y con anticipación; pero de los cinco, solo uno volvió trayendo datos tan erróneos y contradictorios, que no se juzgó prudente aceptarlos; los demás tomaron no se sabe qué comisión; el hecho es que no se les volvió a ver. * 603 604
El 22 de mayo. Seguramente el general Juan José Pérez, jefe de estado mayor aliado.
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Los generalísimos de la Alianza, Montero y Campero, conocían demasiado a su gente, así es que antes que se declarara la completa derrota en Tacna, a la una de ese día bajaron del Alto donde tenían sus trincheras y tomaron el camino de Pachía, acompañados de su correspondiente estado mayor; pero no sin haber antes en la calle del Comercio libado algunas copas, tal vez por el resultado de la acción. * Visitando el campo de batalla se comprende el lastimoso estado a que estaba reducido el ejército enemigo, en el cual el Perú cifraba todas sus halagüeñas esperanzas, llamándolo con énfasis en sus piezas oficiales el primer ejército del sur, hasta el punto de ser una convicción profunda en Tacna de que la victoria la tenían segura. Efectivamente, las posiciones eran soberbias y con los once mil hombres que la defendían605, a no haber sido peruanos y bolivianos, o con la mitad de este número siendo chilenos, se habrían convertido en inexpugnables. Pero no se podía hacer patria con soldados que tenían por casaca militar una miserable chapona de bayeta o jerga y por zapatos unas ojotas chacareras; el kepí era un pedazo de cartón forrado en género de diversos colores que ellos mismos habían fabricado. El capote no lo merecían, y solo dos días antes de la batalla habían llegado de Arica unas cuantas piezas de castilla, con las cuales apresuradamente se les había hecho unos capotes y mantas y frazadas para los enfermos. La alimentación era tal o peor que el vestuario, pues desde el bloqueo de Arica habían escaseado tanto las provisiones que la gente del pueblo casi se moría de hambre y el ejército estaba a media ración. El quintal de harina importaba cuarenta pesos plata y así por el estilo todas las demás provisiones. Algunos especuladores, desde los primeros días del bloqueo, habían escondido toda su existencia de harinas y aun dejaron de trabajar en sus panaderías, y después, cuando la escasez llegó a su colmo, sacaban disimuladamente sus sacos para vender el pan francés al precio de veinte centavos. Después de la toma de Arica y a consecuencia del buen precio de los artículos de consumo, una multitud de comerciantes ha venido a establecerse, y, al presente, la plaza está regularmente abastecida, cotizándose el quintal de harina a 12 pesos y a igual precio el saco de papas. La población se encuentra ahora relativamente en la abundancia. [Ni] el comercio ni el vecindario han tenido con la toma de esta plaza.
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Bulnes calcula que el ejército peruano-boliviano alcanzaba los 12.000 hombres el día de Tacna. Gonzalo Bulnes, ob. cit., tomo II, cap. IV, p. 159. Cifra que Ekdahl eleva a 13.650, inmediatamente antes de la batalla. Wilhelm Ekdahl, ob. cit., tomo II, cap. XVIII, p. 280.
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Algunas partidas de soldados que se desbandaron del ejército hicieron algunos perjuicios en las afueras de la población y en el centro se produjeron dos incendios de despachos; no hubo otros excesos que lamentar. Las familias no abandonaron la ciudad. Al día siguiente, cuando el ejército entró a Tacna, se encontró que aquí había cuatro ambulancias peruanas con numerosísimo personal cada una; de manera que por las calles solo se veían individuos que ostentaban por todas partes en su vestuario las insignias de la Cruz Roja. Muchos de estos, seguramente, habían cambiado el día anterior, o por la mañana, la espada del combatiente por la insignia que hacía inviolables sus personas. También llegaron posteriormente y con atraso dos ambulancias bolivianas, cuyo personal se compone de individuos que a la legua trascienden a militares. Sin embargo, ha sido necesario respetar sus insignias, aunque tengamos la seguridad de que estos más tarde blandirán el acero contra nosotros mismos. Además, por las calles de la ciudad se pasean impunemente muchos particulares, al menos por el traje que cargan, y quién sabe si estos no están en comunicación activa con el enemigo y más tarde con los datos que proporcionen no nos causará este muy serios perjuicios. * En los días pasados llegó a esta como un rumor que en Moquegua se encontraba una división compuesta de cuatro o cinco mil hombres, que venía de Arequipa a engrosar el ejército de Tacna, y que al saber el descalabro de este había sentado su campamento en el lugar dicho. Esta división ha sido aumentada después con los dispersos peruanos de Tacna, así es que al presente hacen subir el número de estas fuerzas a 8.000 soldados. Al principio aquí se creyó esto como una bola, pero por personas llegadas últimamente de Pacocha se confirma la existencia en Moquegua de fuerzas enemigas, aunque no se sabía el número a que ascendían606. * Presumo que por allá se tendrán circunstanciadas noticias sobre la toma de Arica, por eso me excuso de referir aquí esta tan colosal empresa, que solo ha podido llevarse a cabo mediante el valor indomable de nuestros soldados, no menos que por la pericia de nuestros jefes que concibieron tan magnífico plan de ataque. Posteriormente cuando he conocido yo las inexpugnables posiciones de Arica, no he podido darme cuenta de cómo es que han sido tomadas en el corto espacio de cuarenta y cinco minutos,
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Versiones que resultaron ser falsas. Todos los restos organizados del ejército peruano se concentraron en Arequipa.
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que fue el tiempo transcurrido entre el momento del ataque y el en que se clavó nuestro tricolor en la cumbre del inexpugnable Morro607. * Visitando las invencibles fortalezas del Morro de Arica, me llamó la atención dos grandes cruces de madera que marcaban otros tantos sepulcros; sobre la una había escrito este nombre: Bolognesi; sobre la otra este otro: Covadonga. No sabiendo el significado de estos nombres, sobre todo el de este último, me acerqué a un soldado veterano que se encontraba cuidando un polvorín; este me explicó que el primero era el apellido del jefe de la plaza, cuyo cadáver yacía al pie de la cruz, el otro, Covadonga, designaba al célebre Moore, jefe de las baterías del Morro608, y que después de haber sido vencidos por nuestros soldados, imploraron de rodillas ambos para que se les personase la vida, sobre todo el último que pedía compasión diciendo que era padre de muchos hijos. Los ruegos de Moore no encontraron acogida favorable en el ánimo de los soldados, exaltados con el calor del combate; así los dos jefes fueron allí mismo fusilados. Esto es lo que se me contó en ese momento, y tal como me lo contaron lo cuento. * Muchos de los soldados de los Carabineros de Yungay encontraron, después de la toma de Arica, algunos pañuelos blancos, muchos de ellos ensangrentados, y que tenían la siguiente marca: P. la Paz a Chile, cuya marca, interpretada fielmente, debe decir: Pido la paz a Chile. Esto está probando evidentemente que la guerra es demasiado pesada para los pobres soldados peruanos, los que generalmente son llevados al cuartel contra toda su voluntad y a viva fuerza, y habían inventado este medio de los pañuelos mensajeros para impetrar una paz que el orgullo de sus jefes no ha querido pedir. *
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Según el parte oficial elevado por el general en jefe, Manuel Baquedano, «el 3.º y el 4.º de Línea habíanse tomado en 55 minutos toda la línea de fuertes del Sur al Morro»; esta es la versión más difundida. En Pascual Ahumada, ob. cit., tomo III, p. 177. Por su parte el coronel Pedro Lagos, jefe de la división atacante, afirmó: «El 4.º logró apoderarse del fuerte del centro 40 minutos después del primer disparo, y apagó por completo los fuegos del Morro, 20 minutos después». Ibíd., p. 179. Capitán de navío Juan Guillermo Moore o More, comandante de la fragata blindada peruana Independencia, vencida por la cañonera Covadonga en Punta Gruesa, el 21 de mayo de 1879.
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Por los pasajeros del vapor de la carrera, que llegó a Arica, donde me encontraba accidentalmente el día 17, se supo que en Santiago se había resuelto por las Cámaras la expedición a Lima, habiendo sido formulada esta indicación por don Carlos Walker Martínez609, y que fue aprobada con muy poca oposición. También se supo el cambio de Ministerio, tocando la cartera de Guerra a don Eusebio Lillo. La primera de estas noticias, que todavía no se ha visto confirmada por los diarios, pues no me ha llegado ninguno, ha producido en el ejército un entusiasmo indescriptible, pues para todos, a pesar de las victorias obtenidas, es un hecho incuestionable que solo dando el golpe en la capital del Perú podrá concluirse felizmente la campaña, que ya para la generalidad se está haciendo muy pesada y desean vivamente que termine cuanto antes para poder regresar a sus hogares. Porque si esta expedición a Lima no se realiza, lo que nos es duro aceptar, la mucha sangre hasta ahora derramada bien poco sería el fruto que para nuestra tranquilidad habría reportado, pues el enemigo estaría siempre presentándose aquí y allá y nuestro ejército tendría que andar desalojándole de sus posiciones, sin conseguir una ventaja decisiva. Parece que el general Baquedano tiene certidumbre de la expedición a Lima, porque ya se principia a movilizar el ejército. El Regimiento de Zapadores ha partido ya para Arica y de aquí pasará a Ilo o Moquegua, donde se dice hay fuerzas enemigas que no es conveniente dejar atrás para los efectos de la expedición. Sin embargo, si la expedición a Lima se realiza, esta no podrá llevarse a efecto sino dentro de dos o tres meses; pues según el pensar de personas inteligentes, sería menester dejar aquí no menos de cuatro o cinco mil hombres para asegurar la posesión de estos lugares, y como la fuerza expedicionaria no podrá componerse de menos de 15 a 20 mil soldados, para movilizar todo este ejército demandará un tiempo no menos que el que dejo designado, esto es si las cosas marchan con la lentitud con que se han llevado hasta el presente610. Mucho se hubiese adelantado a este respecto después que se declaró la huyenda del enemigo en la batalla de Tacna, se hubiese empleado la caballería en cortar la retirada a los fugitivos por el camino de Pachía; así se habría logrado gran parte del ejército escapado, el que después irá a servir de pie a otro nuevo ejército enemigo, en lugar de quedar en nuestro poder junto con sus armas y gran parte de pertrechos de artillería. *
609 610
Diputado. La expedición a Lima solo se embarcó en noviembre.
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El día 19 del presente tuvo lugar en Tacna una solemne parada fúnebre; se trataba de conducir a Arica, para ser transportados a su suelo natal, los restos del malogrado comandante de Zapadores, don Ricardo Santa-Cruz. Al efecto, desde las primeras horas de la mañana, el Regimiento de Zapadores desplegaba en columna por la calle del Dos de Mayo y se dirigía al cementerio, lo mismo que el Regimiento Santiago y todos los cuerpos acantonados en esta plaza. En el cementerio estaban los cajones mortuorios que contenían los restos del comandante Santa-Cruz, de Zapadores, del capitán Silva Arraigada611 y subteniente Severin612, del Santiago. Todos los cuerpos formaban carrera de doble fila de soldados, y los queridos despojos, en medio del más religioso silencio, eran conducidos a brazo hasta la estación del ferrocarril. El Regimiento de Zapadores fue el encargado de custodiar estos despojos durante el viaje hasta Arica613. Õ
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Mayor Matías Silva Arraigada. Carlos Severin. Sigue una nómina de oficiales heridos en la batalla de Tacna, que omitimos por razones de espacio.
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Capítulo VII
La Campaña de Lima
Algunos de los principales periódicos chilenos enviaron corresponsales para cubrir la expedición y batallas por Lima, de los cuales el más recordado hasta nuestros días es Daniel Riquelme, acreditado por El Heraldo de Santiago. Curiosamente, en sus reportes no se refiere a las batallas de Chorrillos y Miraflores, sino a las alternativas de la expedición, y luego, a la entrada en la capital peruana. Él queda aquí representado con sus anotaciones de los días inmediatamente anteriores a la jornada de Chorrillos. En lo que respecta a lo más sustancial, es decir, a las grandes batallas en sí, estas fueron en su momento cubiertas latamente por El Ferrocarril de Santiago y El Mercurio y La Patria de Valparaíso. Para la presente obra hemos escogido las narraciones publicadas en esta última en su versión original, ya que también serían reproducidas en el Boletín de la Guerra del Pacífico, aunque con cortes y alteraciones. Además, esta elección tiene por fin mostrar el trabajo del corresponsal Ricardo González y González, quien cubrió esta fase del conflicto para el diario La Patria. A modo de complemento de lo entregado por los grandes medios de prensa, también incluimos en esta obra algunas crónicas provenientes de medios menos conocidos. El periódico El Correo de Quillota mantuvo informados a sus lectores sobre la campaña realizada por el batallón organizado en esta ciudad, fundamentalmente a través de un oficial corresponsal, el teniente Francisco Figueroa Brito. Como otro aporte al panorama de las provincias y la guerra, incluimos también una pieza singular: el reporte del corresponsal del diario La Libertad de Talca en Santiago, que entrevistó a algunos de los heridos del regimiento organizado en esta ciudad, los que también entregaron información poco conocida. Tampoco hemos querido olvidarnos de un aspecto tan olvidado como las operaciones navales en los meses previos a la caída de Lima, incluyen415
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do el tedioso y desgastador bloqueo del Callao. Para ello incluimos una correspondencia del diario antofagastino El Pueblo Chileno. Finalmente, para una descripción de la entrada del Ejército chileno a Lima y los angustiosos momentos previos, se ha seleccionado una carta traducida del inglés y publicada en El Mercurio. El tono ecuánime y sobrio de este corresponsal eventual, súbdito de una potencia neutral, es quizá la mejor forma de cerrar este capítulo y esta antología en su conjunto.
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La Guerra Correspondencia del Callao (Recibida hoy por el TOLTÉN)614 Fechas hasta el 31 de octubre Sumario.– Llegada del Huáscar al Callao.– Lanchas porta torpedos.– El Toltén.– Los náufragos de la Covadonga.– El capitán Orella.– La escuadra sutil.– Torpedistas.– Tratamiento cruel a los náufragos de la Covadonga.
Callao, octubre 31 de 1880
(Correspondencia de EL PUEBLO CHILENO) Nada notable ha tenido lugar en esta agua desde mi última. Ayer llegó el Huáscar615 en muy buenas condiciones para saludar a los bravos del Callao. Por fin los buques bloqueadores ya no están tan expuestos a las celadas del enemigo porque se cuenta con ocho lanchas a vapor, cuatro porta-torpedos perfectamente armadas616, teniendo dos de ellas tubos para lanzar cohetes a la Congreve. En las últimas noches hicieron algunos disparos sobre la población con notable acierto. El 28 al amanecer se avistaron dos lanchas enemigas cerca de los buques neutrales, las que huyeron como de costumbre, al primer disparo del Toltén, que amaneció por ese lado. No será extraño que los peruanos digan que el Toltén huyó. Por lo que se ve en todas partes no les falta heroísmo a los peruleros. Según noticias fidedignas, Lima quedará en breve casi inexpugnable; por lo que es preciso que nuestros conductores no se duerman, confiados en el valor proverbial de nuestros soldados. El 24 fueron canjeados los 46 náufragos de la Covadonga617 que permanecían en Lima, quedando dos en Chancay, el aspirante Guajardo618 y un marinero Maturana619. Parte de estos marchaban al sur en el Toltén que va a Valparaíso para recibir algunas reparaciones en su casco y maquinaria.
614 615 616 617
618 619
Publicada en el diario El Pueblo Chileno, Antofagasta, 10 de noviembre de 1880. Lo mandaba el capitán de fragata Carlos Condell. Guacolda, Fresia, Colo-Colo y Tucapel. Hundida frente al puerto de Chancay, víctima de un bote trampa cargado de explosivos, el 13 de septiembre de 1880. Melitón Guajardo. Francisco Maturana.
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Marcha asimismo en el Toltén el comandante don Manuel J. Orella, a quien se le había ofrecido el mando del Amazonas que no aceptó, y según sabemos, no acepta comandancia alguna, si no es la de su querida Covadonga. Marcha al sur a proponer al Gobierno sacar dicho buque siendo él el director del trabajo y el capitán de artillería de marina don Gregorio Díaz. El día 2 fueron avistados por el Toltén los vapores Toro y Gaviota en viaje al Callao. * Hay tres empresarios en el Callao, para construir torpedos y atacar con ellos a la escuadra; pero no han podido realizar su obra porque el gobierno no les da garantías y ellos tampoco quieren aventurar el pago. Igual cosa pasó con unos yankees en Guayaquil, los que pedían 300.000 soles plata por su trabajo. Paso a ocuparme aunque a la ligera del tratamiento que los peruanos dieron a los náufragos de la Covadonga, así como de otras reminiscencias que merecen ser conocidas para poder formar un convencimiento exacto de aquel lamentable suceso. Hacía ocho días que el capitán de corbeta señor Pablo S. de Ferrari había tomado el mando interinamente de la Covadonga, en lugar del señor Orella que asumió el de la O’Higgins despachada con la expedición al norte. Desde unos cinco días antes de esto, fue avisado el comandante Orella de la presencia de un bote y una lancha en la rada de Chancay: lo que la llamó la atención o mejor dicho, no hizo caso alguno de dichas embarcaciones, tanto más cuanto que no quiso gastar los proyectiles de su nuevo cañón de tiros al blanco, reservándolos para cuando regresara al Callao. De todo esto tuvo conocimiento el infortunado Ferrari, puesto que el señor Orella lo había conversado varias veces. No nos detendremos en descorrer el velo que cubre ciertas ridiculeces en los momentos en que maniobraba el buque, haciendo fuego sobre las dos antedichas embarcaciones, contentándonos con decir que en todo lo obrado no se dejó ver sino la menor torpeza. Respetamos la memoria de los que no existen, pero también es preciso dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, como dice una sabia máxima. Traído el bote al costado de la goleta de orden del comandante, no hubo más que izarlo, puesto que él ordenaba, a pesar de las observaciones del segundo teniente Gutiérrez620 y otros oficiales. * 620
Enrique T. Gutiérrez.
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Poco conocida ilustración de la escuadra chilena bloqueadora del Callao en 1880-1881, vista tomada desde el mismo puerto. De izquierda a derecha, torpederas Fresia y Guacolda, vapor Princesa Luisa, crucero Angamos, ariete blindado Huáscar, blindados Cochrane y Blanco, transporte Toltén, cañonera Pilcomayo, corbeta O’Higgins y transporte Santa Lucía. Periódico El Nuevo Ferrocarril, Santiago, 16 de enero de 1881.
En esos momentos el comandante se encontraba probando una ametralladora a popa del buque, sin preocuparse de lo que podría suceder, a pesar de que la condiciones del bote eran para abrir los ojos al más ciego. Se izó sucediéndose la explosión y hundimiento de la gloriosa goleta. Lo que pasó en aquellos momentos es para no descrito... cuando el buque había desaparecido se vio al capitán Ferrari asido de un pedazo de batayola, gritando que lo salvaran; lo que era difícil, pues cada cual sólo atendía a salvar la propia existencia621. Tan pronto como de tierra sintieron la explosión, llegaron tres botes armados, uno de los cuales se dirigió a todo remo en perseguimiento de la chalupa en que salvaron veinte y nueve, mientras los otros una vez a tiro de rifle de los náufragos, hicieron varias descargas sobre sus infelices cuerpos que medio desnudos flotaban en la superficie. Cuando hubieron avanzado hacia ellos, el que hacía de jefe gritó a los que permanecían ya asidos de los cabos, ya montados sobre las vergas, 621
Telegramas y partes oficiales sobre la pérdida de la Covadonga en Pascual Ahumada, ob. cit., tomo III, capítulo sexto, pp. 432-435.
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etc: –el que quiera salvarse que se tire al agua, que le vamos a prender fuego a las velas. Tan pronto como los tuvieron a bordo, los obligaron a vivar al Perú. Una vez en tierra se les hizo recorrer las calles de Chancay, ante una numerosa comitiva de curiosos en que tampoco faltaron damas que fijaron sus ojos en las carnes de los desnudos náufragos, pues el más feliz andaba con pantalones. Fueron después conducidos a la presencia del Prefecto, quien los interrogó sobre el estado en que se encontraban los aprestos bélicos de Chile para la expedición sobre Lima, a lo que mucho tiempo que no tenían correspondencia del sur. Se les repartió unos verdaderos harapos y ni aún tuvieron miramiento alguno con el ingeniero 3.º don Ángel Feite que era el único oficial que había salvado, después del aspirante que iba medio muerto. Tres horas más tarde y sin comer absolutamente nada, fueron atados con las manos por detrás y de dos en fondo, de orden del Prefecto, como verdaderos criminales y tomando el camino que conduce a Lima, custodiados además por una fuerza de 40 hombres de caballería y de infantería. Poco antes de la partida, llegó una orden de Piérola para fusilarlos inmediatamente; pero luego hubo contraorden, considerando que el gobierno de Chile podía hacer igual cosa con los que hoy se pasean con la mayor libertad en San Bernardo y hasta en Santiago. Pero esta contraorden no fue un obstáculo, para que se ordenase al jefe de la guarnición de fusilarlos si se amotinaban. Toda la noche la caminaron descansando cuando lo solicitaban, y esto por mucho favor. Llegaron, por fin, a la estación del ferrocarril en Lima y allí, como no se les diese de comer, vendieron sus camisas, quedando muchos de ellos en cueros, sufriendo la vergüenza de tanto espectador. En este traje atravesaron la lujuriosa Lima, hasta el cuartel de San Francisco de Paula. Antes de entrar a las malsanas habitaciones o más bien lóbregas mazmorras, se les hizo formar y pasar lista y conforme los iban nombrando un jefe daba un pescozón a cada nombrado, menos al señor Feite, quien protestó enérgicamente de semejante tratamiento, haciéndoles presente la distinta conducta de los chilenos hasta con los degradados como los marinos de la Pilcomayo. Durante los cuarenta y dos días que permanecieron en prisión, se les daba como diario, un sol papel que vale diez centavos. ¿Qué podrían proporcionarse con este dinero? Casi nada. Tenían por única cama el desnudo suelo. Esto mismo tenía que soportarlo el oficial como el marinero, sin distinción alguna. En la misma pieza se les puso hasta el excusado que era un barril, siendo ellos obligados a hacer la policía. 420
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El día que se oía un cañonazo de nuestros buques en el Callao, tenían que ayunar porque el pueblo se agolpaba a insultarlos y hasta arrojarles piedras por la única ventana que tenía la mazmorra. Cuando el bombardeo de Chancay, Ancón y Chorrillos, pidieron al Director la cabeza de los prisioneros chilenos y Piérola, después de muchos esfuerzos, pudo contener a su pueblo que semejante medida sería imitada por el gobierno de Chile con los prisioneros peruanos. He aquí a ligeras plumadas la conducta observada por los salvajes del Rímac, que para deshonra de la América pueblan esa parte de este hermoso suelo. Los desertores de la Pilcomayo, esos marinos sin honor, que a más de abandonar su buque arrojaron al agua la espada, prenda sagrada del militar, merecieron ser tratados como lo hace todo pueblo civilizado, mientras a los nuestros se les veja de la manera más infame. ¿Qué calificativo dar a los habitantes de un pueblo que no respeta a unos verdaderos náufragos? A la verdad que el Perú en la actual guerra se ha distinguido por su barbarie; sin embargo su desvergonzada prensa habla de buen tratamiento, de piedad, de consideraciones para con los que la desgracia ha hecho caer en sus manos. Día llegará en que hechos escandalosos como los que tuvieron lugar con los náufragos de la Covadonga, tengan el condigno castigo.– Tarapacá. Õ
Cartas del Ejército622 (De nuestro corresponsal en campaña) Campamento de Lurín, enero 11 de 1881 Hoy a las nueve de la mañana, después de la misa que se dice en los altos de la casa que ocupó el general en jefe, tuvo lugar una conmovedora ceremonia, a la que estos momentos, las vísperas de la batalla, le han dado una solemnidad especial. Se trataba de un regimiento, el 2.º de Línea, que reclamaba su estandarte, perdido con honra en Tarapacá y recuperado con gloria en Tacna, según dijo uno de los oradores, para llevarlo a los próximos combates; mudo y tremendo compromiso de mil bravos que quieren tomar una vez 622
Publicadas en el diario El Heraldo, Santiago, 26 de enero de 1881, y también en el libro La expedición a Lima de Daniel Riquelme, Santiago, Editorial del Pacífico, 1967, 196 p.
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más con los rifleros de la victoria, la sombra de un recuerdo triste, pero glorioso: el sueño sangriento de Tarapacá. Asistieron a la misa y demás ceremonia, el 2.º de Línea formando en el centro de un cuadro de destacamento de los demás cuerpos del ejército y una numerosa concurrencia de jefes, oficiales y empleados. Concluida la misa del presbítero señor Vivanco623 bendijo el estandarte, representando respectivamente a la señora Juana Ross de Edwards624 y a don Federico Varela625, los señores Eulogio Altamirano626 y doctor R. Allende Padín. El señor Vivanco, al ponerlo en manos del general, dijo «que en nombre de la religión y de la patria entregaba esta bandera al inmaculado y glorioso general, bajo cuyas plantas había temblado el Perú desde Pasco hasta Antofagasta». Enseguida, el general en jefe, acercándose al señor Canto, jefe del 2.º de Línea, le recordó los deberes que impone la bandera, y diciéndole que se lo entregaba con gusto en nombre de la república y del gobierno, terminando con estas palabras: «Me daréis cuenta de él». El señor Canto, vivamente emocionado, cogió la bandera, y mirando a sus soldados, respondió: «Mi vida, señor general, la de mis oficiales y soldados, os responderán de ella en el campo de batalla», y la pasó a don Filomeno Barahona, llamado el último de los Abencerrajes, hermano de don Telésforo que murió en Tarapacá de porta-estandarte, y que ha sido designado para el mismo cargo, como legítimo heredero. Entre tanto, la nueva escolta del estandarte se había adelantado a la cabeza del regimiento, y mientras descendían la escala los señores Canto y Barahona, el 2.º presentó armas y las cajas batieron marcha. Ese instante es indescriptible. Se habría oído el vuelo de una mosca sin el ruido de las cajas, y el alma más vulgar se habría sentido emocionada. ¡Mil hombres, jefes y soldados, viejos o niños, casados unos, con familia otros, tantos con amores y esperanzas, que olvidarán todo y darán todavía su vida por un trapo, convertido en reliquia, porque representa el honor del pueblo en que nacieron! El señor Altamirano pronunció después el siguiente discurso: Señor comandante, oficiales y soldados del 2.º de Línea. Cuando salí de Valparaíso recibí una comisión que debo cumplir en este momento. La señora Juana Ross de Edwards, esa dignísima matrona que ha hecho de su opulencia fuente de inagotables consuelos para los que 623 624 625 626
Esteban Vivanco. Magnate y benefactora de Valparaíso. Magnate, benefactor y mecenas de Valparaíso. Secretario general del Ejército en campaña.
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Corresponsales en campaña sufren, que ha dado a su vida el más hermoso destino que se puede imaginar, el de practicar la caridad, y que hoy, cuando el clarín de los combates ha sonado, se dedica especialmente a curar las heridas que vosotros los héroes del ejército chileno habéis recibido en tantos, tan gloriosos e inmortales combates, esta señora ha aceptado con sincera gratitud la invitación que le hicisteis para tomar parte en este acto de tan alta significación y que es por lo mismo tan conmovedor. Pero ella, que no ha podido llegar hasta aquí, me ha dado sus poderes. Esta circunstancia me permite ahora dirigirme al valor, al patriotismo, al honor militar tan dignamente representado por vosotros, en nombre de lo que para todos hay de más dulce en el recuerdo de la patria ausente: las madres, las hermanas, las esposas y las hijas, que si hoy guardan sus lágrimas para compartir vuestros dolores, se ocupan a la vez en tejer las coronas que esperan colocar en vuestras frentes victoriosas. En esa legión formada por los ángeles de vuestros hogares, encontraréis de seguro cuando volváis a la patria, a la señora que habéis elegido como madrina de vuestro estandarte. Y ahora, permitidme que, cumplida mi misión, os diga en dos palabras lo que significa a mi juicio lo que habéis hecho. Para todo regimiento la recepción de su estandarte es un acontecimiento de importancia. La bandera de la patria es su gloria, es su honor, y por eso no puede ni debe rendirse jamás, por eso no se puede permitir que se la ultraje, por eso existe el estricto deber de morir en su defensa; y en la agonía, cuando falta el tiempo para pensar en la esposa que va a ser viuda, en los hijos que van a quedar huérfanos, debe haber tiempo, fuerza y voluntad para incorporarse como lo hizo Arturo Prat, que sólo murió tranquilo después de saber que la bandera no había sido humillada. Este deber impone a todo regimiento la bandera que recibe en los momentos de su formación; pero para vosotros, señores jefes, oficiales y soldados del 2.º de Línea, el deber es más estricto, pues hay circunstancias que revisten a este acto de una gravedad muy especial. Su estandarte es una reliquia nacional. Fue capturado por el enemigo en un día de desgracia, pero también de gloria para nuestro ejército; pero lo fue cuando murieron todos sus defensores. Para recobrarlo más tarde fue preciso alcanzar y batir al poderoso ejército peruano-boliviano en el Campo de la Alianza. El premio de vuestra bravura en esa jornada gloriosa fue la reconquista de vuestra antigua enseña. Nobilísimo premio es ese y muy nobles corazones también los que con él se declaran satisfechos. Dados estos antecedentes, dejadme que diga que hay valor, que hay honra para el regimiento en haber pedido que la bandera le sea entregada en este día, precisamente cuando vamos a levantar el campo con el propósito de hacer el último sacrificio que la patria exige de sus hijos en esta guerra colosal. La resolución de llevar una vez más esa bandera al campo de batalla significa en vosotros la firme resolución de morir en su defensa. Así lo entenderá el gobierno, así lo ha entendido vuestro general y así lo entienden todos. Si el campo de batalla, donde espero ser testigo de vuestro valor, llegara a mí la triste nueva de que ese estandarte había sido una vez más capturado por el enemigo, creedme, yo no preguntaría dónde estaban los jefes y oficiales del 2.º de Línea. Iría recto al lugar en que estaría seguro de encontrarlos dando al mundo testimonio de que habían hecho por la patria, por el honor del ejército, todos los sacrificios, aún el de la vida. Pero ello no será. Mi fe en la victoria es robusta y se robustece aún más cuando os contemplo. Id, pues, alegres y contentos ahí donde la patria os manda, la gloria y la victoria os esperan.
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A continuación habló don M. R. Lira627 repitiendo los mismos conceptos que el señor Altamirano. El 2.º de Línea se retiró a su campamento, seguido de los demás cuerpos representados, al son del himno de Yungay. La escolta del estandarte se compone de los sargentos José Dolores González, Justo Urrutia, Cipriano Robles, y de los cabos Tiburcio Torres, Juan de la Cruz Osses, Justo Pérez, Aniceto Muñoz y Pascual Reyes. González hace treinta años que sirve en el ejército, de los cuales catorce ha pasado en el 2.º de Línea. En Tarapacá perdió un hijo que era músico de la banda, la que, como es sabido, hubo también de entrar en combate. Cipriano Robles fue el que descubrió el estandarte del 2.º en la iglesia de San Ramón, en Tacna, siendo entonces cabo del Lautaro, y pasando al regimiento y ascendido a su grado actual por su rara fortuna de descubridor. Desde hoy queda establecida una línea telegráfica entre el cuartel general y el campamento del 4.º de Línea. Dada la fecha en que se termina la obra, estando para alzar los reales y la distancia que recorre, unas 25 cuadras, la cosa tiene poquísima importancia, y ninguna si se piensa en que una hora después de ocupado Lurín se ha podido estar al habla instantánea con la caleta de Curayaco, evitando los recados a lomo de caballo, el través de 5 leguas de arena que hay que andar todavía, aún por cualquier trasto olvidado. Si la ceremonia del 2.º de Línea pudiera considerarse una fiesta, diríamos que seguían las funciones; pero si aquello era algo que llenaba de orgullo por la patria ausente, que inspira tales sentimientos y educa tales hijos, infundía demasiado respeto para que naciera la alegría delante de esa promesa que entraña un triunfo; pero ¡cuántos cadáveres! Temprano se supo que tenía gran fiesta el numeroso cuerpo de voluntarios que sigue al ejército desde Ica y Pisco, engrosado sucesivamente en Tambo de Mora, Cañete y demás puntos hasta Lurín, que no es otro que el de los chinos, que se han dicho: a río revuelto, ganancia de pescadores; sacudiendo el polvo de las ojotas en los campos que han regado con su sudor y sus lágrimas, pero que ya no volverán a ver si no es en pesadillas. Existe aquí un templo chino que recuerda con mucha razón por dentro y por fuera a aquellos teatros populares que se ven en nuestra tierra, cuya ridícula pobreza se ha querido disfrazar con una extravagante profusión de esos papeles y telas que brillan en la basura, no bastando para ello toda la industria de hormigas que poseen los chinos, ni su fe descomunal. A las 12 del día comenzaron a llegar para asistir a ese aquelarre de fantasmas, todos los hijos del celeste imperio, convocados a él por la voz omnipotente del compadre Quintín Quintana, especie de Rotschild de esa
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Máximo Ramón Lira, secretario del general en jefe.
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tribu amarilla, y media hora después el recinto del templo podía dar una idea de lo que será el valle de Josafat, cuando llegue el caso. Quintín Quintana es, sin duda alguna, un tipo estimable; pero de seguro que ha errado el oficio, tomando el papel de redentor, ya que todo redentor ha de ser crucificado. Vivía tranquilo con su familia, dueño de dos fincas y dos tiendas en el pueblo de Ica, cuando la expedición chilena, al mando del coronel Amunátegui, llegó a ese punto. Quintín Quintana, que es tal su nombre vigente y aunque se piense un año no se encontrará otro que con su forma cristiana y su sonido de címbalo de pagoda se amolde mejor con su tipo y su chilenismo actual, decidió entonces realizar antiguos y generosos sueños que dormían en su cabeza: libertar a sus hermanos de esa triste y dura esclavitud que en el Perú se ha llamado la naturalización de los coolíes, no siendo más que la más inicua explotación de la sangre humana que se conoce. Hospedó en su casa a varios jefes chilenos, sirvió de práctico en los caminos, prestando además con toda decisión y actividad otros muchos servicios que lo comprometieron naturalmente ante los vecinos de la ciudad, quienes a la despedida de Amunátegui habrían arreglado cuentas con él. Quintana fue hasta hacer bautizar uno de sus hijos que lleva el nombre de José Domingo, en memoria de «mi compale» como dice Quintín. Quintana siguió a la división chilena, su familia fue hospedada a bordo de un buque de orden del ministro de la guerra, desde Ica a Lurín su palabra arrastró a los chinos que trabajaban en los cañaverales y hoy les reúne en su iglesia para organizar estas masas desflocadas, pensando muy bien que lo más seguro para sus hermanos es ser útiles para ser tolerados y quién sabe si necesarios después. Hay en la religión de los chinos un juramento que no se presta sino en circunstancias solemnes, ante los peligros públicos, en los grandes odios, por la patria o el amor. Se inmola un gallo delante del altar, y, bebiendo su sangre, se promete ultimar al que traicione y beberle su sangre de la misma manera que al gallo, para lo cual quedan todos obligados. Y ahí por la sangre del gallo se juró unirse bajo la dirección de Quintín Quintana, ofrecer sus servicios al general en jefe y obedecerle del modo que «si ordene trabajar, trabajar; si matar, matar; si incendiar, incendiar; si morir, mueren» según la fórmula textual del compromiso. Del templo, pasaron todos en procesión a ver al general. Habló Quintana, que viste un traje militar indefinido, y entre otras frases dijo: He vivido durante veinte años en el Perú; he conseguido aquí por mi trabajo, es cierto, los medios de vivir; los caballeros se han portado bien conmigo y familia; no tengo ningún odio personal: pero me lleva a sacri-
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Piero Castagneto ficar mi fortuna y hacer lo que hago por estos infelices cuyos sufrimientos no podría nadie imaginar. Hay aquí hermanos que durante ocho años han estado cargados de cadena sin ver el sol y los demás han trabajado como burros. No quiero para ellos nada más que comida y la seguridad de que no sean abandonados en esta tierra maldita, que el general los lleve donde quiera, que yo los mando a todos.
Don Domingo Sarratea628 contestó a nombre del general que tendrían todo lo que deseaban. La procesión desfiló dividida en centurias y decurias, sistema que da a esta masa la precisión de un reloj cuya cuerda la maneja Quintana. Los chinos que formaban en la plaza pasarán de mil doscientos, así es que si hablara con alma de peruano, conforme al cambio corriente, podría decir que he visto millón y medio de pesos. Y desde hoy mismo los chinos han entrado a ejercer sus funciones, bajo la dirección de un jefe supremo, un segundo, cuatro de división, doce de centurias y 20 de decurias. Ciento cincuenta han sido puestos a las órdenes de don Arturo Villarroel629, escogidos de entre los más resueltos y valientes, y 440 para el servicio de las ambulancias. El resto desempeña todos los demás servicios menores de ejército, y los soldados, que han encontrado al fin a quien mandar, sacan de ellos todo el partido posible, desde el: ¡Páseme Ud. el agua! Son en realidad asistentes de los soldados que les pagan los servicios que reciben guardándoles la consideración que se tiene con el ganado flaco. Entre los chinos hay doctores de grandísima fama entre ellos que curan con yerbas, y para que se vea hasta dónde llega su apego a las costumbres de su tierra, no se encontraría uno que se dejara tocar ni por el doctor Allende. Apenas decidieron seguir a nuestro ejército, los dos amarillentos esculapios salieron a los bosques a recoger los simples necesarios. Quintín Quintana asegura que siendo de bala o de arma blanca no hay herida que resista a los menjunjes que preparan con recetas tradicionales. Por lo pronto, los chinos han recibido de la intendencia general del ejército un traje completo de brin, desde kepí a zapatos, y aunque en algunos casos el difunto era más grande y en otros más chico, su alegría solo es comparable con la de los niños cargados de dulces. Por lo que hace a errores de medida, ya se van corrigiendo poco a poco, pues se les ve acurrucados bajo la sombra de los sauces, en medio de una algarabía de choroyes, buscando los calces. Espero aprovechar en Lima estas amistades para ser iniciado en la vida de esta población ensamblada con la indígena. 628 629
Capitán ayudante del general Baquedano. Para la desactivación de minas y explosivos tendidos por el enemigo.
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La sorpresa de Ate A las 4 de la tarde del sábado 8, conforme a las órdenes recibidas, salió de su campamento de Pachacamac el coronel don O. Barboza [sic]630, con sus ayudantes, el doctor Diego San Cristóbal, acompañado de los cirujanos primeros, señores José M. Ojeda, Germán Valenzuela, otros empleados y dos cantinas de campaña, y las siguientes fuerzas: Seis compañías del 3.º de Línea, una montada del Buin, 500 hombres del Lautaro, 100 granaderos y 4 piezas de montaña, bajo las órdenes de los señores don Napoleón Gutiérrez, Robles y Marzán. A las 7 de la noche se detuvieron al salir del valle, acampando aquí con todas las precauciones consiguientes a una marcha de sorpresa hasta la una de la mañana, hora en que se pusieron nuevamente en marcha, cuando ya la luna había apagado la farola, como dijo un soldado. La tropa fue distribuida así; Vanguardia, Bulnes, Caballería, Artillería, 3.º de Línea y Lautaro. A las 5 A. M. la línea se detuvo a la entrada de un paso estrecho, verdadero zaguán de una boca de lobo, cortado entre dos cerros, de una cuadra de largo y cinco varas de ancho. Seguía un cajón pedregoso entre dos cordones de lomas elevadas, como de 5.000 metros de largo por mil de ancho y a cuyo fondo se divisaban las trincheras enemigas. Se mandó a los granaderos a descubierta y volvieron diciendo que no había sino minas; pues no alcanzaron a ver a los enemigos que permanecían ocultos. Avanzó entonces la compañía del Buin, con orden de ocupar una quebrada entre dos cerros. Dos piezas de artillería se colocaron a la entrada izquierda sobre las lomas de la entrada y las otras dos un poco más adelante, a 3.500 metros de distancia. Tres compañías del 3.º tomaron en seguida posesión de las cumbres que dominaban las líneas enemigas, quedando el resto como de reserva. La artillería disparó durante una hora y media sin apurarse, y al concluir, bajando de los cerros laterales, se juntaron las compañías del Buin y los del tercero, avanzando en orden disperso hasta la distancia de 600 metros de las trincheras donde comenzaron lo que los militares llaman fuego en avance. Fue esta maniobra el primer episodio interesante del drama que comenzaba. Las tres compañías, alineadas en un orden admirable, avanzaban lentamente formadas en dos filas; la primera cargaba tendida en el suelo, se hincaba para apuntar, y solo después de elegir detenidamente un blanco disparaba y se tendía de nuevo, dejando paso a la segunda que avanzaba a 630
Coronel Orozimbo Barbosa Puga, jefe de la 2ª Brigada de la 2ª División.
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su vez unos cuantos metros, se arrodillaba y apuntaban, en seguida fuego y después a tierra para que avanzara de nuevo la de atrás. Era esto una evolución en la elipse del Parque Cousiño, admirable por el orden, la calma y la increíble sangre fría de nuestra tropa, que no disparaba sino después de pillar al vuelo uno de los blancos fugaces que asomaban detrás de las trincheras, como la cabeza de don Cristóbal en el entablado de los títeres. Estos, por su parte, hacían un fuego desaforado tirando atolondradamente sobre nuestras tropas. Nuestros soldados están persuadidos de que el que se bate detrás de los parapetos está perdido, primero, porque no apunta preocupado con la idea de que están esperando que asome la cabeza para dispararle, es decir, que teniendo resguardado todo el cuerpo, todo el cuidado se concentra en la cabeza, y entonces apenas se asoman apuntando al cielo las más veces, y segundo porque ya no tienen derecho a pedir la vida al que logró vencerlos teniendo de su parte todas las desventajas. Se vio entonces salir a espaldas de las trincheras, con dirección a los cerros de la izquierda, la caballería enemiga que parecía desafiar a que avanzaran los nuestros. No sabía que por la falda opuesta subía una compañía del 3.º, la que apenas vio desde la cumbre la maniobra de los jinetes, rompió sobre ellos sus fuegos, descendiendo rápidamente al plan, sin lograr darles alcance, porque huyeron al monte a galope y tan atropelladamente que apartándose de la ruta conocida, hicieron estallar a su paso dos o tres minas. Entonces se tocó «alto el fuego y avance nuestra caballería», movimiento audaz que tuvo de su parte el éxito contra el cual nada se puede decir. Los granaderos faldearon el cerro por donde había pasado la fuerza enemiga, y tomando a la izquierda describieron una curva a espaldas de las trincheras ocupadas todavía por la infantería peruana. Hubo en esta un instante de pánico, pues abandonando sus fuertes posiciones, echó a correr al monte que tenía a veinte pasos a la retaguardia. Iba al frente de la primera mitad de granaderos el alférez don Nicanor Vivanco, y tan rápida fue su carga sobre los que huían que a pesar del corto trecho que estos tenían que recorrer para quedar a salvo, alcanzó a acorralar a veinticinco, dos oficiales y 22 soldados, los mismos que después mordían el polvo, rasgadas de alto a bajo las cabezas, como si fueran sandías. ¡Qué sablazos, Dios de la guerra! Unos se habían detenido en la mandíbula en la mandíbula inferior, otros habían hundido los kepíes en una zanja que llegaba hasta la nariz, y muchas cabezas pendían apenas de una hebra de carne! Ahí concluyó el combate. Ya el resto de las tropas nuestras ocupaba todo el cajón. Se pudo ver entonces las trincheras enemigas: un terraplén 428
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de arena de dos metros de alto, un foso, después rieles cruzados, en seguida el monte para arrancar y minas de pólvora en todos los caminos, senderos y faldas de los cerros por donde era posible el paso. Había ahí en ese reducido espacio unas 150 minas, de las cuales 30 estaban en el desfiladero de la entrada. Tres de ellas reventaron a espaldas de nuestra caballería; otra, cuando confundida la mitad del alférez Vivanco con la infantería enemiga, solo se veía a través de una nube de polvo amarillo, el centelleo de los sables; otra, que un soldado de granaderos, José Mercedes Díaz, hizo estallar al tocarla con su sable para inutilizarla; un caballo suelto que corría por el campo pisa otra, que revienta levantándolo seis varas del suelo, donde cayó con el vientre abierto; y la última, que pisó un soldado del Buin, llevándole una pierna y quemándole la cara a él y a Eugenio Figueroa la cara y la mano. A las 11 del día todo estaba concluido. La tropa se internaba hasta 7 cuadras en el bosque, donde tranquilamente varios soldados cogieron un buey, lo despostaron sin alcanzarlo a comer, pero trayéndose la carne a medio asar. Los heridos nuestros son once: José Quezada, un balazo en una mano; Pío Toro, en la ingle; Ezequiel González, golpe de bala en un pie; José María Avilés, bala en un costado; Pedro José Correa, bala en un muslo; Eugenio Figueroa, polvorazo; Raimundo Retamal, bala en el muslo; Rosendo Palma, bala en el costado izquierdo, y Segundo Loyola, el Buin que pisó la mina y que murió en la misma noche. Los heridos fueron curados en el mismo campo de batalla por los señores San Cristóbal, Ojeda y Valenzuela en momentos en que el San Bartolomé comenzaba a disparar sobre el campo ocupado por los nuestros, lo que duró cerca de una hora. A la una se emprendía la marcha de regreso, trayendo a uno que se dijo ingeniero inglés. La infantería peruana tuvo unas ochenta bajas, y su número se estima de tan diversas maneras que prefiero esperar el parte oficial que aún no se ha pasado. Habiendo el coronel Barboza [sic] consultado si se mantenía en el punto que ocupara, recibió orden de abandonarlo, por lo que a la una del día se emprendió el regreso, soltando esa buena presa que tan poco dista de Lima. El lugar de la refriega se llama Rinconada, a ocho cuadras de Ate. No se habían apartado mucho los nuestros, cuando la tropa peruana, oculta en el fondo del valle que le servía de refugio, volvió a sus trincheras, a las cuales seguía el San Bartolomé disparándole tardíos cañonazos. En el camino se encontró a dos compañías del Curicó, apostadas ahí por lo que pudiera suceder. 429
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Tal ha sido la función de hoy631. No tuvo más consecuencia que las que se quiso sacar de ella: pero ha probado que Lima pudo ser tomada si se refuerza a Barboza [sic], así como los peruanos sacaron la cuenta de que el camino de Manchay es una rendija peligrosa en sus filas. – El capitán de Carabineros, señor Lermando, una de las tallas más hermosas entre nuestros jinetes, ha sufrido un doloroso percance que lo retendrá en cama mucho tiempo. Una caída de caballo, cuyo golpe recibió en la cabeza, le ha producido un desorden mental que se espera curar, pero no tan pronto que permita al bravo capitán realizar su sueño de soldado: la entrada a Lima. – El ministro de la Guerra dirige una nota al General en Jefe en que califica de conducta digna de elogio la observada por el alférez de granaderos, don Nicanor Vivanco, en la acción de la Rinconada, y queda acordado su ascenso de teniente agregado del mismo regimiento. Con fecha 4 del presente hubo otro en Cazadores a caballo tan justo y aplaudido como el de Vivanco; el del alférez don Agustín Almarza, cuyo nombramiento dice: «Atendiendo el valor e inteligencia desplegados por el alférez don Agustín Almarza, en una comisión que se le confió, etc.». – Don Federico Stuven, comandante de ingenieros, ha sido autorizado para tomar de los diferentes cuerpos el personal que necesite para el servicio de telégrafos y ferrocarriles. – El General en Jefe y los jefes de división volvieron ayer a recorrer los puntos del reconocimiento del 6. Parece que esta vez se traza sobre el terreno un boceto del plan de combate. – Ayer a las 3 P.M. los regimientos de artillería hicieron ejercicio de tiro al blanco en la extensa punta que se extiende frente a la caleta que ha tomado su nombre. El desfile al trote duró una hora, no llevando las piezas más que cuatro parejas de tiro y una de repuesto, con lo que ocupaban 20 cuadras. Es una lástima que los peruanos no hayan presenciado las punterías y otra lástima que no quede fotografiada, como recuerdo de esta campaña, la vista que ofrecía el campo de tiro, tan hermosa como imponente. Nuestra artillería consta de 73 cañones y 14 ametralladoras. – El comandante Latorre632 y muchos oficiales del Cochrane han visitado ayer y hoy el campamento. Y lo han hecho muy a tiempo porque todo dice que se acerca ya la hora terrible del gran desenlace.
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Los más completos antecedentes de esta acción de guerra tan olvidada aunque importante, por la información que arrojó, se halla en Francisco Machuca, ob. cit., tomo III, cap. XXVII, pp.301-302. En ella se corrobora el carácter completo y exacto de la información ofrecida por este corresponsal. Capitán de navío Juan José Latorre Benavente.
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Los jefes se reúnen, los planes se terminan, los ánimos se alistan, se escriben cartas que son generalmente apresurados y burlescos testamentos, dulces despedidas y tiernos recuerdos mal disfrazados con esperanzas que no se tienen: todo me dice que debo aprontar las hojas blancas en que tendré el honor de escribir las glorias de estos bravos.– El Corresponsal.
El alza de los reales Campamento de Lurín, enero 12 de 1881 Señores directores de El Heraldo. La orden del día de ayer daba a los cuerpos de nuestro ejército la orden de estar listos. No hay grandes maletas que hacer, de modo que los clarines podían batir marcha a Chorrillos y Lima pocos momentos después. La misma orden prevenía lo siguiente: que cada soldado llevaría dos panes y una abundante ración de carne cocida. Nada de equipaje. Los asnos que noche a noche han sido la incansable y bulliciosa orquesta de este campamento, alertando a su modo cuando los centinelas por precaución de ordenanza solo palmoteaban manos para indicar que velaban, deben quedar, aunque se contaba en mucho con ellos para grandes servicios. La misma orden da a conocer a Vivanco como teniente de granaderos y a Enrique Valdés V. como agregado a cazadores. 12 de enero. Siguen los aprestos y se da la siguiente orden del día: Cada división nombrará respectivamente su jefe de día. La reserva la compondrán los regimientos 3.º de Línea, Zapadores, Valparaíso y la Artillería destinada con este objeto: Nómbrase comandante en jefe de la reserva al teniente coronel don Arístides Martínez. En este centro quedarán dos compañías del regimiento Curicó y 50 hombres de artillería con sus respectivos oficiales. Cien hombres de cazadores a caballo formarán la escolta del señor General en Jefe. Nómbrase capellán de la 1.ª de la 2.ª división al R. P. don Marco A. Herrera. Las divisiones se pondrán en marcha, según lo ordenado, a las 5 P.M. de hoy. El señor General en Jefe con esta fecha ha expedido los siguientes decretos: ‘El capitán de corbeta don Alejandro Walter M. prestará sus servicios como agregado en la comandancia general de artillería. El subteniente agregado al regimiento Aconcagua, don E. Stuven Rojas, prestará sus servicios como agregado al regimiento num. 2.º de artillería.
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Piero Castagneto Nómbrase aspirantes a subtenientes a los sargentos 2.os del mismo cuerpo don R. Tres, J. Julián y Manuel Manterola, y don Rafael Zúñiga. Nómbrase provisoriamente sargento mayor de Ejército al capitán del 3.º de Línea, don Ricardo Serrano.– De orden del jefe, Borgoño’.
El santo y seña para la noche es: Mano-fuerte-muchachos. Desde las tres de la tarde están en movimiento las tropas. A las 5 atraviesan el puente de Lurín los cuerpos de la primera división y siguen los demás. La caballería seguirá de aquí a las 2 de la mañana. Se acampará casi a la vista del enemigo, protegida por la oscuridad de la noche y pequeñas lomas, debiendo darse el asalto antes de que raye el alba. Como algunos de los cuerpos de la 3.ª división han tomado también el camino del puente, se cree que el ataque será de frente a las líneas enemigas, en vez de un plan que se atribuye al ministro de la Guerra, que insiste en flanquearlas por suroeste y otros puntos a fin de impedirles su reorganización sucesiva en Barranco y Chorrillos, tapándoles además la ratonera de Lima633. Son las 12 de la noche. Solo queda aquí la caballería. Las ambulancias y los pertrechos de guerra se llevan a toda prisa a pesar de las dificultades del camino. El Corresponsal Õ
Vapor Itata Sumario.– Correo de la guerra.– Gran batalla de Chorrillos.– Espléndido triunfo de las armas de Chile.– Detalles completos.
(Correspondencia especial para LA PATRIA)634 Chorrillos, enero 14 de 1881 Señor editor: Las armas del país han obtenido el triunfo más espléndido en la gran batalla librada ayer y ganada por nuestro bizarro y abnegado ejército. 633 634
Efectivamente, el plan contempló un ataque frontal. Publicada en el diario La Patria, Valparaíso, 24 de enero de 1881. Algunos párrafos también fueron publicados en el Boletín de la Guerra del Pacífico, Nº 44, del 20 de febrero de 1881, pp. 932-933. Se ha establecido que la autoría de la correspondencia sobre la Campaña de Lima para este medio, es del periodista Ricardo González y González. Pedro Pablo Figueroa, ob. cit., tomo II, p. 64.
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Su valor inquebrantable no ha sido nunca desmentido, es verdad, desde la primera hasta la última jornada de las que hasta hoy han tenido lugar en la guerra; pero puedo asegurar a usted con la conciencia plena de los hechos presenciados por mí en esta ocasión, que solamente un exceso de valor sobrehumano y una adoración ciega y fanática por el pabellón de la patria, ha podido conducir nuestro ejército a una victoria que bien pudo creerse imposible. ¡Chile debe estar en esta vez más orgulloso que nunca de la calidad de sus hijos, y si los manes de los héroes antepasados, que ha contado la leyenda y ha divinizado la poesía, se levantaran para contemplar a esta pléyade gloriosa que forma el ejército chileno, quedarían asombrados de tan desconocido valor y tan sublime heroísmo! No es esto un arranque de mero entusiasmo patriótico; es la calificación fría y reflexiva de los hechos consumados; de todos los hechos entregados ya a los libros de la historia, para ejemplo de abnegación y enseñanza de las virtudes cívicas al mundo contemporáneo y a las generaciones venideras. Paso a relatar la gloriosa jornada de Chorrillos con todos los detalles que la antecedieron. * Mi correspondencia anterior fue cerrada, creo que el día 11 del presente, y por consiguiente, fiel a mi tarea de relatar con la mayor prolijidad posible los sucesos de esta campaña, continuaré mi narración desde el mismo día en que ella fue interrumpida. El 11 encontrábase el ejército en Lurín: el General en Jefe practicaba personalmente otro reconocimiento sobre Chorrillos, decidido, al parecer, a emprender por ese punto el ataque. Un consejo de jefes fue reunido en ese día, y entiendo que, a pesar de que las líneas enemigas parecían más vulnerables por la vía de la rinconada, camino de Manchay635, se resolvió caer sobre Chorrillos, atacando de frente el corazón del enemigo. * Inter corrían así los sucesos en el orden militar, un hecho curioso y también digno de la historia sucedía entre los chinos. Estos veían aproximarse la hora de una batalla decisiva, que para ellos debía ser de gran trascendencia, porque del resultado pendía su propia libertad. Los chinos, raza esclava y sujeta a la ley de los antiguos parias en el Perú, veían en el triunfo de Chile su redención, la recuperación de sus perdidos derechos 635
Cabe recordar también el reconocimiento en fuerza que se hizo el 9 de enero en el sector de Ate.
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para trabajar como hombres libres, amparados por las leyes comunes. Y tenían razón: el consulado portugués, que por un tratado internacional se llama protector y representante de los asiáticos en el territorio peruano, no desempeña en realidad otro papel con relación a ellos que el de triste instrumento de la más vergonzosa esclavatura. Según los contratos escritos con que los chinos son importados al Perú, estos tienen derecho para ser protegidos por las leyes nacionales del país. Estas leyes (hablo de las peruanas), sea dicho de paso, son indisputablemente buenas en el orden civil y en el penal, prohíben y aún califican de crimen el hecho naturalmente vedado de hacerse uno justicia por sí mismo; mas en el Perú, y mediante la práctica de corrupción que en él reina sobre todas las cosas, los chinos no tienen otros jueces que sus amos; estos poseen degradantes cárceles hechas ex profeso con todo lujo de inhumanidad y de barbarie, para encerrar en ellas a su antojo a los desdichados asiáticos, cargándolos de cadenas e infligiéndoles toda clase de martirios, los que acaban al fin por ocasionarles una muerte cuya agonía suele durar años. Nunca la legación portuguesa se ha conmovido ante los gritos de dolor y de tormento de sus miserables protegidos; siempre ha contemplado con placentera sonrisa el autoritarismo de los amos de las haciendas; y solo tuvo bríos para alarmarse y para hacer valer su carácter de protector, cuando creyó que la división chilena al mando del coronel Lynch daba libertad a los chinos y les arrancaba las cadenas del tormento en el norte del Perú. Con estos antecedentes, bien podrá penetrarse el lector del interés de la colonia asiática del Perú respecto de la presente guerra. Esa colonia, en número de seiscientos cincuenta y ocho individuos, se había reunido en su pagoda de San Pedro de Lurín, en el día arriba indicado; en una especie de capilla de regular extensión, que se veía alumbrada, a pesar de no ser de noche, por cuatro faroles chinos de varios colores, y adornada por un altar solo, en que figuraban tres estatuas o retratos de madera, a manera de los que suelen verse en los altares de nuestras propias iglesias. La estatua o santo del medio representaba a Kuongkong, especie de Marte en la religión de los colonos, y figuraba a un hombre de grande estatura, luenga y espesa barba, y rostro de color rojo, con una enorme espada en la mano derecha; espada que, según la creencia de los fieles, era manejada por su Kuongkong, no obstante pesar más de mil libras. El santo de la derecha representaba a un joven imberbe y de rostro blanco, a quien creían hijo de Kuongkong, y le llamaban Yong-long; y el de la izquierda, especie de ayudante de su referido dios de la guerra, era negro y de grandes ojos blancos; tenía también espada, y se llamaba Affag. Ante esta rara trinidad, un chino ofició algo que parecía misa, y en seguida procedió a degollar a un gallo, símbolo de la guerra, cuya sangre depositó en una redoma. Por esa sangre belicosa juraron los chinos ser 434
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su deseo y su voto que las armas de Chile salieran victoriosas, y así se lo pidieron a Kuongkong, con todo respeto, bebiendo en seguida la sangre mezclada con agua. Todos, los seiscientos cincuenta y ocho colonos, alcanzaron parte del mistificado líquido. Terminada la ceremonia, el chino Quintín Quintana, jefe elegido por la colonia misma, pronunció un largo discurso, en que habló de la esclavitud reinante en el Perú y de la próxima libertad e imperio de las leyes comunes. * El día 11 transcurrió sin ninguna otra novedad. En la tarde se repartieron algunos miles de pantalones al ejército, y de pares de botas. * El 12 se anunció temprano la proximidad de la marcha sobre Chorrillos; noticia que fue recibida con gran satisfacción en todos los cuerpos. Los soldados, sin más conocimientos que el «se dice», empezaron a registrar sus armas y relimpiarlas con afán. A las once del día, los cornetas anunciaron orden general, y una hora más tarde, corría por los campamentos la siguiente proclama: A los señores oficiales, clases y soldados del ejército: Vuestras largas fatigas tocan ya a su fin. En cerca de dos años de guerra cruda, más contra el desierto que contra los hombres, habéis sabido resignaros a espera tranquilos la hora de los combates, sometidos a la rigorosa disciplina de los campamentos y a todas sus privaciones. En los ejercicios diarios y en las penosas marchas a través de arenas quemadas por el sol, donde os torturaba la sed, os habéis endurecido para la lucha y aprendido a vencer. Por eso habéis podido recorrer con el arma al brazo casi todo el inmenso territorio de esta república, que ni siguiera procuraba embargar vuestro camino. Y cuando habéis encontrado ejércitos preparados para la resistencia detrás de fosos y trincheras, albergados en alturas inaccesibles protegidos por minas traidoras, habéis marchado al asalto firmes, imperturbables y resueltos, con paso de vencedores. Ahora el Perú se encuentra reducido a su capital, donde está dando desde hace meses el triste espectáculo de la agonía de un pueblo. Y como se ha negado a aceptar en hora oportuna su condición de vencido, venimos a buscarlo en sus últimos atrincheramientos para darle en la cabeza el golpe de gracia y matar allí, humillándolo para siempre, el germen de aquella orgullosa envidia, que ha sido la única pasión de los eternos vencidos por el valor y la generosidad de Chile. Pues bien: que se haga todo lo que ha querido, si no lo han aleccionado bastante sus derrotas sucesivas en el mar y en la tierra, donde quiera que sus soldados y marinos se han encontrado con los nuestros; que se resigne a su suerte y sufra el último y supremo castigo. Vencedores de Pisagua, de San Francisco y de Tarapacá, de Ángeles, de Tacna y Arica: ¡adelante!
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Piero Castagneto El enemigo que aguarda es el mismo que los hijos de Chile aprendieron a vencer en 1839 y que vosotros, los herederos de sus grandes tradiciones, habéis vencido también en tantas gloriosas jornadas. ¡Adelante! ¡A cumplir la sagrada misión que nos ha impuesto la patria! Allí, detrás de esas trincheras, débil obstáculo para vuestros brazos armados de bayonetas, os esperan el triunfo y el descanso, y allá, en el suelo querido de Chile, os aguardan vuestros hogares, donde viviréis perpetuamente protegidos por vuestra gloria y por el amor y el respeto de vuestros conciudadanos. Mañana, al aclarar el alba, caeréis sobre el enemigo, y al plantar sobre sus trincheras el hermoso tricolor chileno, hallaréis a vuestro lado a vuestro general en jefe, que os acompañará a enviar a la patria ausente el saludo de triunfo, diciendo con vosotros: ¡Viva Chile! Manuel Baquedano
* A las 4 P.M., las tropas se veían en grandes afanes. Los tambores y cornetas sonaban por todas partes, y los soldados corrían a sus filas vestidos de parada, alegres y entusiastas. A las 4.50 P.M., las tres divisiones del ejército estaban formadas en sus campamentos: algunas rucas de las improvisadas por los soldados para guarecerse del sol, ardían para no dar más sombra. Sus moradores las despedían para siempre... En esos momentos, tenía lugar en el campo del Atacama una escena imponente y solemne. El regimiento estaba formado en dos columnas paralelas, con las ramas presentadas, y por medio de ellas, al son de marcha regular, eran paseados dos hermosos estandartes. El más sencillo se veía el más bello: no era más que una hermosa bandera nacional de riquísima seda, con estrella bordada de hilos de plata. Aquel precioso estandarte era el obsequiado por el intendente de Atacama al regimiento de este nombre, y llegaba la hora de bautizarlo con el sacrificio de la sangre. ¡Me parecía que ese acto majestuoso no significaba otra cosa que el juramento de pelear hasta vencer o morir por la patria! Grande alegría reinaba en todos los cuerpos del Ejército. Se sentían gritos y vivas por todas partes. Me imaginaba estar en medio de los trasportes de una gran victoria. En el campo del Chillán sucedía otra escena digna también de mencionarse. El campamento del Chillán era muy hermoso. La tropa tenía formada una calle corta y ancha de rucas de rama construidas en líneas paralelas; en el centro de ella habían arreglado una fuente redonda, como de tres metros de diámetro, rodeada de un pequeño brocal, defendido por una raya de palitos colocados en perfecta simetría, que imitaban una reja moderna. Esta fuente estaba rodeada de árboles grandes, que ya se veían secos, pues los soldados los habían plantado hacía muchos días, y entre los árboles 436
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y la verja tenían sofaes rústicos con asiento de totora. Allí pasaban las tardes los oficiales de la brigada del coronel Gana, quizás consagrando sus recuerdos a su familiar y a la tierra natal... El día y la hora a que me refiero, la tropa del Chillán tenía invadido el recinto. Iban a sacar la bandera chilena que cobijaba la fuente, para llevarla consigo al combate. En medio de la multitud, un soldado tomó la palabra. No pude saber cómo se llamaba. Dijo a sus compañeros de armas que ya llegaba la hora la hora de triunfar sobre los enemigos, y que los invitaba a pelear hasta morir o vencer. «No hay que desbandarse en casos apurados, les decía; si algunos nos vemos cortados y solos, matémonos más bien con nuestro propio rifle, antes que caer en manos del enemigo. Solamente no entraremos victoriosos a Lima los que quedemos tirados en el campo de batalla». Vivas y aplausos estruendosos pusieron fin a esta escena, después de la cual la tropa corrió a sus pabellones, al llamado de los tambores, para ponerse en marcha. * A las cinco P.M. empezó a desfilar la primera división, pasando por el puente de Lurín, camino de Chorrillos, y en seguida el resto del ejército. La segunda y tercera divisiones tomaron camino más a la derecha, porque, según el plan de ataque, las tres divisiones debían caer a una misma hora sobre la línea de fortificaciones enemigas, atacando una la izquierda, otra el centro y la última la derecha o apoyando esta última a la anterior. Las fuerzas de reserva la formaban los regimientos 3.º de Línea, Valparaíso y Zapadores. El total del ejército en marcha sobre las fortificaciones de Chorrillos, era compuesto como sigue:
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1.º División
477 462 924 1.078 400 773 1.054 882 923 891 377
471
2.ª División
Artillería Cazadores Buin Esmeralda Chillán Lautaro Curicó Victoria
374 401 984 966 1.032 1,111 968 569
374
3.ª División
Artillería Carabineros Batallón Naval Regimiento Aconcagua Id. Santiago Batallón Bulnes Id. Valdivia Id. Caupolicán Regimiento Concepción
519 388 877 1.064 972 479 493 416 665
519
Reserva
Id. 3.º de Línea Id. Valparaíso Id. Zapadores Batallón Quillota
1.079 8208 728 500
Total
23.120**
Caballería
Artillería
2.ª Brigada de Artillería Regimiento de Granaderos Id. 2.º de Línea Id. Atacama Batallón Melipilla Regimiento Colchagua Id. Talca Regimiento 4.º de Línea Id. Chacabuco Id. Coquimbo Id. Artillería de Marina
CUERPOS
Infantería
Disponible
Ejército chileno expedicionario El 12 de enero de 1881
462
6.420* 401
5.630 388
4.966
3.110
1.364
20.126
1.251
* Sumatoria errónea. Debiera dar 7.302 efectivos. ** Total general que presenta muy leves diferencias con la Revista de Comisario del 12 de enero de 1881, que arroja un total de 21.129 efectivos, con 1.364 de artillería, 20.508 de infantería y 1.251 de caballería. En Francisco Machuca, ob. cit., tomo III, cap. XXIX, pp. 319-321.
Antes de pasar más adelante y de empezar los detalles de la batalla, considero conveniente dar una idea general del campo donde iba a operarse y aún de la misma acción; porque conociendo el conjunto puede uno más fácilmente hacerse cargo de sus parcialidades. 438
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Desde Lima a Chorrillos se extiende un valle cerrado de un lado por el mar y del opuesto por una línea curva de cerros y lomas que, partiendo desde la misma ribera del océano, van formando una especie de cintura hasta llegar a los cerros del este de Lima. Esta cintura es en mucha parte irregular en su dirección, pero en toda su longitud se ve bordada de picos, morritos y contrafuertes, dejando algunas veces abras más o menos extensas pero siempre sobre terreno elevado. Dichos cerros son todos sumamente arenosos, y forman en sus faldas una serie de ondulaciones y pequeños llanos medanosos, que se ven entrepuestos desde el borde de Chorrillos hasta Lurín. Por el lado de este último punto, es decir de Lurín, la larga cadena de morros redondos y de caprichosas formas cierran el horizonte hacia Chorrillos, dejándolo a sus espaldas, sea que se mire desde las pequeñas obras o sea de las alturas que se encuentran esparcidas en la ancha faja eminente que la naturaleza tiene colocada desde el uno al otro valle. Para marchar de Lurín a Chorrillos, una vez que se pasa el punto del río que corre por la orilla norte de aquel, hay varias vías, siendo la más conocida y corta la llamada de Conchún, que oblicua a la izquierda y sigue por la orilla de la playa. Los otros caminos van siempre por entre grandes abras y hondonadas que forman llanuras y quebradas estrechas, las cuales se hallan rodeadas las mismas lomas y cerros que se suceden casi sin interrupción. Se comprenderá por lo dicho cuál es la naturaleza del terreno que tenía que recorrer el ejército para llegar a encontrar al enemigo, que le cerraba la entrada al valle de Chorrillos guareciéndose en trincheras y reductos formados en todas las alturas desde la orilla del mar hasta más allá de legua y media o dos leguas al interior. La línea de defensa de los peruanos tenía apoyada su derecha en el morro Solar, montaña elevadísima y extensa, apenas accesible por dos o tres puntos, llena de desfiladeros y pendientes escarpadas, sobre todo por el lado del mar, que baña su gran base cortada a pique. Arriba de este enorme cerro, en puntos estudiadamente elegidos para dominar todo su frente y su izquierda, había inexpugnables fuertes artilladas con ricas ametralladoras horizontales y de oscilación, y con cañones de campaña y algunos de grueso calibre. La serie de fortificaciones en este enorme morro empezaba en el punto que mira hacia Lurín por la orilla del mar, y terminaba en el mismo puerto de Chorrillos, con un gran fortín de costa cuyos cañones estaban también abocados para el sitio del combate636. 636
El Morro Solar estaba defendido por el I Cuerpo de Ejército peruano del coronel Miguel Iglesias, fuerte en unos 6.000 hombres y con 10 piezas de grueso calibre y 56 piezas de campaña. Francisco Machuca, ob. cit., tomo III, cap. XXVIII, pp. 304-308.
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* A la izquierda del gran cerro (derecha para nosotros) seguía una cadena de alturas sucesivas que iban semicircunvalando el valle una larga distancia, desde el mismo Monterrico chico, dejando en intervalos pequeñas abras, y otras más extensas en algunos parajes, sobre todo al término de la derecha nuestra. Dichas alturas están formadas por verdaderos morros redondos y elevados, muchos de ellos de arena pura y por consiguiente de muy difícil ascenso. En partes se veían algunos claros, mas estos estaban cubiertos perfectamente por otros morros colocados más hacia Lurín o más hacia Chorrillos, de manera que, a la distancia, siempre se veía una arista uniforme de alturas con solo las eminencias formadas naturalmente por los picos más altos637. Al oeste de Chorrillos y sobre el mismo valle hay un caserío o hacienda llamada San Juan, guardado también por el mismo cordón, y mucho más a nuestra derecha del tal lugar, se veía otro cerro tan alto como el morro Solar, sirviendo al parecer de contrafuerte izquierdo a la línea enemiga; estaba defendido por fuerzas de infantería y no sé bien si también por artillería. Alguien ha dicho que este cerro debía ser vecino del de San Bartolomé, que sirve de cabecera a la pampa y valle de Ate. Pero tengo yo datos para no creerlo así, y la geografía me hace pensar de distinta manera. No puedo darme cuenta tampoco del nombre o lugar del mencionado morro, ni he tenido el tiempo necesario para estudiarlo. Me limito a señalar su ubicación en la extrema izquierda del enemigo con quien se ha combatido al término de sus fortificaciones, mucho más al oeste de San Juan. * Réstame indicar otras especialidades más de la localidad del combate. Entre el elevado morro Solar y el arranque de la cuchilla de fortalezas naturales defendidas con el arte y las armas enemigas de que he hecho mención, hay una incisión angosta por donde pasea un acequión o estero desde el valle de Chorrillos para Villa, hacienda y caserío que es el confín del llano estrecho de la playa por el lado sur de la gran altura. Desde el punto de esa incisión arranca otra cuchilla corta y en rumbo oblicuo a la primera, hacia el valle mismo, que tenía excelentes trincheras, ametralladoras y cañones en sus alturas; cañones y ametralladoras dispuestas para ofender al agresor de los otros fuertes de vanguardia, y para hostilizarlos dentro de estos mismos con un fuego mortífero, en el caso de que consiguiese tomárselos. 637
El resto de la línea a partir del Morro Solar estaba defendida por los cuerpos de ejército peruano IV del coronel Andrés Cáceres (unos 5.500 efectivos, 33 piezas de campaña), III del coronel Justo Pastor Dávila (unos 6.000 efectivos, 16 piezas de campaña) y II del coronel Belisario Suárez (unos 4.300 efectivos y 10 piezas de campaña. Ibíd.
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Puede decirse que esta nueva cuchilla, sobre cuya cima había varios órdenes de trincheras, estaba destinada para ser el apoyo y el refugio de los de más a vanguardia, y la doble cerradura de la puerta de entrada del camino para Chorrillos. El estero o acequión expresado es el llamado río surco, que da también agua a los terrenos de Villa; bajo donde se ven unas hermosas casas de campo y algunos potreros seguidos de un totoral que avanza al sur y se prolonga hasta el mar638. * El plan de batalla, según oí decir, era atacar de sorpresa al enemigo, al amanecer del día trece, por tres puntos a la vez: por el lado de Chorrillos, la primera división, por el lado de San Juan la 2.ª y más a la derecha de esta la tercera. Otros me han asegurado, y esto es más autorizado, que la primera y segunda divisiones debían atacar por los puntos indicados, debiendo la tercera apoyar en todo caso la derecha de la segunda. Suponíase que en Chorrillos estuviese acumulada la mayor resistencia, pero era calculado que, forzando la segunda división con el apoyo de la tercera, la línea enemiga, debía correrse a nuestra izquierda, avanzando a vanguardia, para envolver de ese modo al ejército enemigo que debía concentrarse o estar muy reconcentrado a su derecha. Esto habría podido hacerse con facilidad, en mi concepto, si no hubiesen mediado circunstancias imprevistas. La primera fue que la tercera división extravió sin duda el camino a causa de no conocer bien el terreno y de la poca claridad de la noche, porque no pudo tomar parte en la grande acción de la mañana, y lo segundo, porque el ataque de la segunda división se empezó una hora y minutos más tarde que el de la primera639. A haber empezado ambas en la madrugada simultáneamente, las fuerzas de la segunda división habrían caído sobre Chorrillos una hora antes de la que efectuó su llegada, y la gran batalla habría terminado con una hora menos de sacrificio. * En estas observaciones inherentes a los mismos hechos del relato, no hay la menor sombra de un cargo, que no sería justo hacerlo. Se marcha638
639
Compárese esta descripción con la que se da del campo de batalla en Wilhelm Ekdahl, ob. cit., tomo III, cap. IX, pp. 76-78, y Francisco Machuca, ob. cit., tomo III, cap. XXVIII, pp. 304-311, quien rectifica parcialmente al anterior. Según el parte oficial del general en jefe, Manuel Baquedano, la que se extravió fue la 2ª División, lo que «no le permitió entrar en acción con toda la precisión deseable». En cuanto a la 3ª, «así como pudo tocarle lo más rudo de esta parte de la batalla, le cupo solamente desempeñar un papel relativamente secundario». En Pascual Ahumada, ob. cit., tomo IV, capítulo quinto, p. 418.
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La primera división chilena en la batalla de Chorrillos. Grabado de origen francés publicado en revista Zig-Zag, Santiago, 14 de enero de 1906.
ba por un terreno desconocido, y aún la 2.ª división tuvo que hacer una variante en la vía designada de antemano, para evitar encontrarse con una pequeña fuerza enemiga que se hallaba en una quebrada más delante de un punto llamado La Cruz. Era necesario evitar el encuentro, a fin de no desbaratar el plan de la sorpresa y del ataque. Todavía ocurrió otra circunstancia excepcional. Un sirviente de la ambulancia se quedó dormido en el camino durante la marcha. La división con que marchaba le ganó mucho trecho, y cuando despertó, se lanzó en pos de ella para alcanzarla. Pero el desdichado perdió también el camino, y fue a caer en poder del enemigo, quien por este medio pudo apercibirse de la proximidad de nuestro ejército, con el tiempo suficiente para ordenarse y distribuirse dentro de sus fortificaciones, y esperarlo con los rifles tendidos sobre el mampuesto. * La primera división, al mando del coronel Lynch empezó el combate a las 4.55 A. M., por mi reloj, y a las cinco y minutos, según otros relojes, (que siempre todos andan alocadamente desiguales)640, atacando al 640
Del parte oficial del jefe de la 1ª División: «A las 5 A. M. sentimos que el enemigo rompía sus fuegos; nuestra división continuó impasible por algunos minutos hasta descubrir sus posiciones, trabándose en seguida un vivísimo fuego de fusilería...». Ibíd., p. 429.
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enemigo por cuatro puntos distintos a la vez: por el lado del morro Solar, cuyas fortificaciones no se conocían, y por tres morros admirablemente fortificados que se veían de frente, a la derecha del gran cerro, y por donde seguía toda la línea de defensas. La segunda división, al mando del general don Emilio Sotomayor, rompió sus fuegos sobre los cerros del frente de San Juan, a las 6.30 A. M., una hora y minutos después que la primera, atacando cuatro fortalezas en la cima de cerros y una serie de trincheras, ordenadas también en las alturas. A esa hora, las 6.10 A. M., el combate era general en toda la línea desde el contrafuerte de la derecha hasta el contrafuerte de la izquierda de la inmensa serie de reductos, fosos y trincheras enemigas, defendidas por veintiocho mil soldados peruanos con ricas armas de precisión y con un gran número de cañones y ametralladoras. * El campo de acción representaba en totalidad tres secciones, interceptado por las ondulaciones, lomas y cuchillas de terreno, en todas partes pesado y arenoso. En la sección de la izquierda, delante de la división Lynch, por el lado de la playa, operaban los regimientos Coquimbo y Melipilla, según sus instrucciones, sin ser visibles para el resto del ejército hasta el momento en que ascendiesen sobre el morro Solar. Operaba también con grande eficacia por ese lado, desde el mar, nuestra escuadra641. Saltando a la derecha de la hondonada de Villa, que es muy angosta, en la pampa dispareja que precede el pie de los morros fortificados, obraba el resto de la división Lynch, ayudada por una brigada de artillería de montaña y una sección de campaña, cuyos proyectiles describían un ángulo agudo con el vértice en el corazón de los mismos fortines; ángulo que casi llegó a ser recto una vez que fueron apagados los fuegos de la izquierda de esta sección, porque la artillería de montaña se corrió entonces a una pequeña altura, para abrazar de un modo oblicuo los fuertes de la derecha. La artillería de campaña, en una liadísima situación, en que precedía a la reserva, oblicuó también sus punterías a la derecha, a medida que los cañones enemigos iban quedando mudos en la izquierda. La tercera sección, donde operaba la división segunda, la componía un extenso llano a cuyo frente se veían tres morros parados y acordonado por círculos de fuego de todas armas. A la derecha de este llano veíase un cerro enorme y elevadísimo, no sé si artillado también. Nuestra artillería de montaña y campaña estaba allí dividida en tres secciones, en línea paralela a la de batalla primero, y después en posiciones que fue tomando con admirable tino y discreción. 641
Blindados Blanco y Cochrane, corbeta O’Higgins, cañonera Pilcomayo.
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* El combate de la segunda división duró próximamente dos o tres horas, al cabo de las cuales sus cuerpos vencedores, en orden perfectamente regular, pasaron al valle de Chorrillos por San Juan, y en seguida se lanzaron sobre la izquierda del enemigo por el flanco de este, en protección de la división de Lynch que peleaba con grande encarnizamiento y valor desde la primera hora del alba, teniendo desalojados a los peruanos de todas sus posiciones y reducidos ya solo al morro Solar como su última guarida. Dada esta idea general, proseguiré con los detalles. * La primera división, que llevaba consigo una brigada de artillería de montaña al mando del mayor Gana642, tenía que hacer el camino más corto por llevar la vía más recta hacia el enemigo. El camino era sumamente pesado hasta una legua más afuera de Lima, muy difícil, casi inaccesible para la artillería de campaña; pero esta marchó, no obstante, no sé si por la misma vía, pues en la mañana del combate vi sobre una eminencia colocada a corta distancia del enemigo, a una sección de ella (creo que dirigida por el mismo coronel Velásquez643. no estoy seguro) hacer un fuego certero, copioso y eficaz, que cooperó en mucho al buen éxito de la jornada. Volviendo a la marcha de la noche, aquella se hacía con toda felicidad. Como la primera división iba en cuatro secciones, según su plan de ataque, llevaba el orden siguiente, principiando de izquierda a derecha. 1.º Batallón Melipilla y regimiento Coquimbo. 2.º Regimiento 4.º de Línea y Chacabuco. 3.º Regimientos Atacama y Talca. 4.º Regimientos 2.º de Línea y Colchagua. 5.º A retaguardia de la sección central marchaba la artillería de montaña, protegida por el batallón de Artillería de Marina. La primera sección de las expresadas, compuesta del Melipilla y del Coquimbo, debía operar sobre el término del ala derecha del enemigo, y las otras tres sobre los tres morteros respectivamente que se veían ocultando la entrada a Chorrillos en una misma línea o cordón de cerros. * Antes de pasar más adelante, es caso de hacer aquí algunas observaciones. 642 643
Emilio Gana, del Regimiento de Artillería Nº 2. Coronel José Velásquez, comandante general de la artillería.
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Los reconocimientos practicados con antelación sobre el enemigo, estaban muy lejos de dar una idea cabal acerca de sus fortificaciones. Se sabía que ellas comenzaban desde los cerritos de Chorrillos y se prolongaban hasta San Juan y Monterrico Chico, cerca de dos leguas, coronando todas las alturas del tránsito; pero si bien es verdad que por la distancia se veía al parecer un solo cordón de cerros, determinado por una sola arista, y se creía que tras de él, todo era valle y llanura expedita y sin fortalezas, es lo cierto que la cosa era muy distinta. Se consideró que los morros fortificados que cubrían a la simple vista Chorrillos, hallaban término a corta distancia, hacia la derecha, siendo por allí flanqueables. Eso decía la realidad de la perspectiva y la condición excepcional de la topografía. Obstáculos naturales ocultaban al ojo del observador la verdad de la situación, y la magnitud formidable de la empresa que iba a acometerse. Las divisiones que marchaban hacia la derecha, tenían que encontrar también alturas elevadas, medanosas y difíciles, morros empinados y apenas accesibles coronados por trincheras y fosos y defendidos por cañones y ametralladoras, y líneas triples de fuego de fusilería hecho desde los mismos fosos y atrincheramientos que ocultaban al enemigo, sirviéndole de seguro parapeto. El terreno es muy onduloso de Lurín a Chorrillos, y por eso el primer cordón de cerrillos bajos que se divisaba a su frente, ocultaban la multitud de más altos que tenían aún a retaguardia. El mismo color igual de todos los panizos producía a corta distancia una confusión que se explica perfectamente. Al costado derecho, hacia San Juan, había una abra, pero esta se hallaba también guardada en toda su extensión por un foso transversal, por un parapeto formado con la tierra extraída de él mismo. * A las 8 P.M. del día 12, hallándose la primera división en descanso, sobre la arena, llegó un soldado de granaderos a caballo, que venía del costado derecho por la vanguardia, y dio parte de que una tropa enemiga se encontraba apostada a corta distancia, en un bajo, por cuyo motivo se había retirado el mayor Pantoja644, que estaba con cuarenta hombres en observación. No acababa el granadero de dar su parte, cuando llegó un cabo con dos soldados de caballería a comunicar la misma noticia. Acto continuo el coronel Urrutia645, jefe de estado mayor de la división, salió con dos ayudantes y los mismos granaderos para observar personalmente lo que ocurría.
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Mayor Florentino Pantoja. Coronel Gregorio Urrutia.
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Una hora más tarde, Urrutia regresó sin haber visto ni encontrado enemigo alguno. Era evidente que este se había retirado. Un instante después, se continuó la marcha, desplegando a vanguardia una guerrilla del 2.º de Línea por la derecha y otra del 4.º de Línea por la izquierda. El regimiento Coquimbo y el batallón Melipilla no eran visibles en ese momento para el resto de su división; ambos iban por el camino de la playa en pos de su ya señalada misión. Y a propósito de misión, como al frente de Chorrillos se habían reconocido solo tres morros de un solo cordón de cerros todo guardado por las fuerzas enemigas, llevaban también designada su misión las demás fuerzas de la tercera división, del modo siguiente: El 4.º de Línea y el Chacabuco debían tomarse el morro por la izquierda, que veíamos mucho más acá del Solar; el Atacama y el Talca debían apoderarse del centro, y el segundo de Línea y el Colchagua, del de la derecha. El batallón de Artillería de Marina, debía proteger en todo caso la artillería de montaña. * Cerca de las 11 P.M., el General en Jefe mandó a su ayudante de campo teniente coronel don Wenceslao Bulnes en dirección al camino que traía la división Lynch, en busca de la caballería, para hacerla tomar el rumbo conveniente, pues ya tardaba. La noche era escasa de luz, porque la luna se hallaba velada por nubes, aunque poco espesas. Bulnes encontró tres soldados de caballería, así que se halló distante de sus compañeros, y creyéndolos de los nuestros se acercó a ellos y les preguntó: ¿De qué cuerpo son ustedes? Los fantasmas no le respondieron, y empuñando la brida, desaparecieron. ¿Quiénes eran ellos? No se supo. Acaso eran enemigos que, conocedores prácticos del terreno, espiaban nuestros movimientos con orden de no hacerse visibles y de no disparar. El ayudante, sin poder hallar la verdad en el asunto, prosiguió en su comisión. A la misma hora, la primera división hizo alto, casi a tiro de cañón del enemigo. Parecía indudablemente que iba extraviando el rumbo, cargándose mucho sobre la derecha, a causa de los inconvenientes de la noche y por no saber bien la colocación de las posiciones enemigas respecto del morro Solar, que se distinguía escasamente. Hubo un momento de indecisión sobre si se continuaría de frente o se oblicuaría a la izquierda; pero felizmente el manto de nubes se rasgó en un punto por un instante, y entonces pudo verse con claridad. El rumbo que 446
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se llevaba no era correcto, y por lo tanto, se enmendó hacia la izquierda convenientemente. * La segunda división había tomado un camino más a la derecha, como dije, y que algunos han llamado de Ascotongo, para llegar por él al punto de su destino, es decir, a la pampa que precede la línea de cerrillos fortificada de San Juan, donde se encontraban dos grandes divisiones o partes del ejército peruano, compuestas de un número considerable de batallones. Pero al llegar a un punto llamado La Cruz, donde hay realmente una cruz grande sobre peana de adobes, que está a la entrada de una quebrada, se supo que al interior de esta había tropa enemiga. Entonces se tomó rumbo un poco a la izquierda para salvar la quebrada, teniendo que hacer por fuerza un poco más largo el camino. * Desde la noticia, que no pudo verificarse de un modo satisfactorio, de haberse avistado alguna fuerza enemiga, en la primera división se hizo desplegar dos grandes guerrillas, una del 4.º de Línea, por la izquierda, y otra del 2.º de Línea, por la derecha, las cuales tomaron delantera como de 300 metros. Un poco más adelante, los regimientos se mandaron desplegar en batalla, siempre en su mismo orden de colocación, porque ya se aproximaba la hora de emprender el asalto sobre las fortificaciones enemigas, que se dibujaban claramente sobre el horizonte, merced a su altura y grande extensión. Eran las 4.55 A. M. del día 13, y estando a unos 800 metros de los tres morros ya mencionados, los peruanos rompieron sus fuegos de súbito, continuándolos con toda profusión, sin ser contestados por los nuestros. Estos seguían avanzando con doblada rapidez, sin detenerse ante el cordón de fuego compacto que bordeaba la extensa arista de las alturas. Estrechada la distancia a quinientos metros, a las 5.6 más o menos, un viva a Chile general atronó el espacio, y el estruendo de los fuegos de artillería e infantería apagó al punto todos los ecos humanos. La brigada de artillería de montaña que marchó con la primera división y la de campaña que había tomado posiciones, colocada aquella en una pequeña planicie, y a unos 1.500 o 2.000 metros de los cordones enemigos, y esta en una falda, a 3.000 metros lo sumo, enviaban una granizada terrible de granadas a los fuertes, con excelentes punterías. Nuestros bravos soldados tuvieron que descender y ascender por una ondulación rápida y sumamente arenosa del terreno, al pie de los cerros 447
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fortificados, para comenzar recién el ascenso a estos, en dirección a las trincheras. Una ligera camanchaca impedía ver con toda claridad los movimientos que se ejecutaban. Los cañones y las ametralladoras vomitaban torrentes de plomo cuesta abajo sobre los nuestros, haciéndonos muchas bajas; pero ni amainaba el empuje de estos ni cedía el ardimiento de aquellos. Los proyectiles Peabodys, que detrás de las trincheras salían con elevación, cruzaban el campo en todas direcciones, silbando por el espacio, y solo de vez en cuando se alcanzaba a percibir algún grito de entusiasmo o algún doloroso ¡ay! de los heridos, que bordeaban ya las faldas de los mortíferos cerros, defendidos tenazmente por el fuego, por la arena floja que hacía penosísimo y lento el ascenso, por la extraordinaria rapidez de su pendiente natural, y en fin, los innumerables polvorazos o torpedos automáticos diseminados en su frente. Ni un solo hombre se veía ceder ante el peligro de la muerte; parece que cada uno corría en disputa con su compañero sobre el premio del honor. * La artillería de montaña al mando del comandante Wood646, en número considerable de piezas, había avanzado por otro camino de la derecha para atacar al enemigo de consuno con la segunda división, y había llegado al punto de su destino, es decir el campo donde debía operar, en hora todavía temprana. Se hace necesario, para darse cuenta de los hechos, recordar bien primero el referido terreno. * A la derecha siempre de los cerrillos donde debía obrar la primera división, y dejando un abra entre esta y aquellos, hay tres morros consecutivos, quedando uno de ellos, el de más a la derecha, un poco a retaguardia de los otros dos. Los tres están precedidos por el lado de Lurín de una extensa pampa desierta y arenosa, que la dominan por completo con sus cañones. El cordón que forma dichos cerros muere al lado del N. E. en otra pampa o grande abra, al fin de la cual se levanta una serranía considerable. Además de los tres morros expresados, que debemos llamar reductos magníficos, se ve hacia el oeste un cerro elevado, que se alza enfrente del abra última de las citadas. Marchando de Lurín en dirección a las alturas de que hablo, se ocultan tras de sí el caserío y hacienda de San Juan, hay que cruzar necesariamente la pampa de que ya se ha hecho mención. 646
Teniente coronel Carlos Wood, comandante del Regimiento de Artillería Nº 1.
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El comandante Wood, para no obrar con imprudencia, habiéndose anticipado mucho a las demás fuerzas, se detuvo a la entrada de la pampa, a donde llegó antes de amanecer; y una vez que amaneció, entró por ella a colocarse en posiciones convenientes, en circunstancias que ya se aproximaba la segunda división al mismo sitio. * Los fuegos de fusilería habían principiado en la parte de la izquierda, por donde atacaban las fuerzas de Lynch, cuando los peruanos divisaron claramente, mediante la luz del alba, y desde tres morros de que he dado idea, la artillería de Wood. Verla y empezar a dispararle tiros de cañón, todo fue uno. Wood tomó en primer lugar las mejores posiciones a tres mil metros, más o menos, de las trincheras, y en seguida principió a enviar magníficas contestaciones a los disparos del enemigo con toda la profusión posible. Bajo los fuegos de nuestra rica artillería, avanzó lentamente la segunda división, oyendo el encarnizado fuego de los que se batían bravamente a la izquierda. La marcha, desde la entrada al llano, se dispuso de esta manera: 1.º El regimiento Buin 1.º de Línea, desplegado en guerrilla. 2.º El regimiento Esmeralda, desplegado de la misma manera. 3.º El regimiento Chillán todo en guerrilla. 4.º Los regimientos Lautaro, Curicó y Victoria, el primero de los cuales fue a ocupar el cerro alto y apartado de la derecha, el 2.º dos eminencias artilladas contiguas a la izquierda, y el tercero quedó a retaguardia esperando órdenes para obrar. La reserva del ejército compuesta de los regimientos 3.º de Línea, Valparaíso y Zapadores, apareció a retaguardia, entre la división Lynch y la Sotomayor, lista para proteger a cualquiera de ambas. Marchaba con aire marcial formando un ángulo recto, con un frente hacia la línea de batalla y cargándose hacia la derecha647. Delante de la reserva, en una altura, vía nuestra artillería de campaña, arrojando un torrente de granadas al enemigo y cargando primero sus fuegos sobre la izquierda, y después sobre la derecha. Sus tiros iban a cortar de un modo oblicuo las trincheras enemigas, en tanto que las de montaña las cortaban de frente. Podía observarse en vía de censor, el que hoy haya hablado hasta aquí de la tercera división del ejército. La razón es que no le ha tocado aún 647
A partir de este párrafo, la presente correspondencia fue publicada en el suplemento al diario La Patria, Nº 5.366, 24 de enero de 1881. Esta correspondencia fue reproducida, con algunas modificaciones y cortes, en el Boletín de la Guerra del Pacífico, Nº 44, 20 de febrero de 1881, pp. 933-941.
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tomar parte de la gran batalla. Enviados por un camino hacia la derecha, a fin de apoyar los movimientos de la 2.ª, no le cupo en suerte encontrar enemigo formal a su paso. Marchó y marchó, de modo que trepó el Lautaro y pasando por el lado derecho de la grande abra que comenzaba al término de nuestra línea, avanzó al valle sin ser casi vista por sus demás compañeras, adelantando durante lo rigoroso de fuego, con el ánimo de ir a cortar la retirada que el enemigo pudiera hacer para Lima; cosa que no pudo efectuarse, pues antes de tomadas las últimas fortificaciones, escaparon del bajo de Chorrillos cuatro mil hombres de la reserva de Lima, que no entraron en el combate. No puedo garantir en lo absoluto este hecho, pues su noticia la debo a individuos de los mismos prisioneros peruanos. * El primer batallón del 4.º con el primero del Chacabuco formaban una sola línea, delante de la cual, a doscientos metros más o menos, marchaba en otra línea paralela, siendo una y otra en orden disperso, el segundo batallón del Chacabuco y el segundo del 4.º, para tomar a viva fuerza el fuerte de la izquierda, que mira a Villa, según el plan de ataque del coronel Lynch y sus órdenes impartidas. El enemigo había roto sus fuegos de fusilería sobre ellos desde una larga distancia, en tanto que los nuestros, arma al brazo, avanzaban bajo su protección, reservándose contestar a los disparos enemigos desde una distancia conveniente. Cuando se encontraron a unos quinientos metros, a lo más, nuestra gran guerrilla de dos batallones hizo su primera descarga, y continuando con un fuego graneado vivísimo se echó cerro arriba con el mayor arrojo. A media falda, si bien es cierto que nuestra primera línea, sobre todo, había tenido ya muchas bajas, también lo es que la segunda línea se le había incorporado por la fuerza de su entusiasmo, sin que nadie pudiera contenerla, porque no quería, sin duda renunciar la gloria de llegar junto con la primera a las alturas. El empuje de la tropa de ambos regimientos fue tal y su tesón tan extraordinario, que cuando el bravo Atacama luchaba con la pesadez de la arena a unos ciento cincuenta metros de la cima del gran fuerte del centro, aquellos coronaban el morro que se les había confiado, dejándolo sembrado de cadáveres enemigos. En él había ocho piezas de artillería, cañones de bronce, sistema Grieve, de retrocarga648, inclusas 2 excelentes ametralladoras. Una llamarada súbita y roja, como de fuego de bengala, anunció la llegada de los nuestros a la cima y el abandono del reducto hecho por los peruanos; anuncio que fue la señal para que los fuertes que guardaban 648
Cañón de campaña de modelo y fabricación peruanos de 60 mm. Básicamente, una copia del cañón de montaña Krupp. Rafael Mellafe, Las batallas por Lima, p. 38.
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la cabecera de Villa separándola de Chorrillos, colocados también sobre otro orden de cerrillos que formaban una línea oblicua de trincheras sucesivas a la línea de fuertes atacada, según lo dije en otro lugar, para que esa segunda línea de fuertes, rompiera sus fuegos sobre los vencedores, desde puntos evidentemente dominantes. El 4.º y el Chacabuco se encontraban triunfantes dentro de un fuerte formidable cuyas trincheras formaban un ángulo casi recto, con sus lados llenos de curvas en su larga prolongación: mas la abertura de esos lados dejaba adrede todo el reducto en descubierto para los nuevos fuertes desde donde se hacía fuego sin descanso a los vencedores. Estos comprendieron en el acto la habilidad de la defensa enemiga, y sin inquietarse por ello, se echaron cerro abajo para el lado del valle de Chorrillos, a fin de trepar por el triunfo más inmediato y sobre el ala derecha del nuevo orden de fortificaciones, con el ánimo de cortar la retirada a los de la izquierda. El combate volvió a trabarse terrible. Los fuegos estaban tan vivos como en el principio, y nuevas piezas de artillería enemiga funcionaban con inexorable ardor. Eran las 5.45 A. M. * Dejemos un momento en su segunda jornada a los vencedores del primer reducto, y corrámonos un poco hacia la derecha. El Atacama tiene delante de sí una larga trinchera enemiga de más de dos cuadras y en forma de una línea serpenteada, que parece un arco de flecha indígena de Norteamérica. Para llegar hasta ella hay que subir una ceja de médano donde los soldados se entierran hasta más arriba del tobillo. Algunos de ellos, para buscar más firmeza en el andar, se habían quitado las botas, sin cuidarse de que una bala les quitase también la vida. La caminata de la noche, la falta de sueño, o pesado del médano que estaban trepando, todo se conjuraba a favor de los peruanos y contra la naturaleza inquebrantable de nuestros admirables rotos. Pero ellos seguían y seguían, animados por su admirable fuerza de voluntad y el estímulo de sus jefes. Lentamente, pero con una imperturbabilidad digna de elogio, y en medio de un infierno de balas arrojadas por ricas armas de precisión desde la enorme trinchera, los atacameños y talquinos ganaron al fin la cresta del pesadísimo y empinado arenal, quedando como a una cuadra del baluarte enemigo. Desde allí mismo, y aunque el terreno era aún ascendente, se lanzaron al paso de trote sobre el extenso reducto... La carnicería fue horrorosa... pero diez minutos más tarde una llama roja como la que brotó del fuerte ocupado por el 4.º y el Chacabuco, anunció que los peruanos eran desalojados por los nuestros. Un ¡Viva Chile! 451
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atronó el espacio, y el glorioso tricolor nacional se destacaba gallardo y orgulloso en el centro de los parapetos. Inmediatamente se rompió desde un gran fuerte que se divisaba al frente y en punto más elevado, un abundantísimo fuego de fusilería dirigido directamente a los atacameños y talquinos, que se habían echado cuán largos eran, a descansar de su fatiga. Aquellos valientes estaban materialmente rendidos. Se dieron un descanso bajo un fuego que parecía sostenido por miles de tiradores, haciéndose sordos a las instigaciones de su jefe para continuar la difícil tarea que habían tomado sobre sí. Era una imprudencia, una enorme imprudencia echarse al reposo en situación tan sumamente grave, dando al enemigo ocasión de aprovechar a mansalva e impunemente la excelencia de sus armas. Pero bien sabían nuestros rotos que, en poniéndose ellos de pie, ninguna ventaja sería comparable con la de la pujanza y el valor del soldado de Chile. El jefe del Atacama, comandante Dublé649, les dio el grito de ¡arriba!, enseñándoles la bandera de la patria, y los que tan rendidos acababan de mostrarse, poniéndose rápidamente en pie, se lanzaron con su ardor jamás desmentido en demanda de las alturas. Los atacameños y los talquinos formaron desde ese momento una sola legión, confundiéndose por decirlo así, en un solo cuerpo. En esos mismos momentos, doscientos cincuenta hombres del batallón de Artillería de Marina, al mando del sargento mayor Carvallo650, los acompañaban por el costado derecho, quedando otros doscientos al mando del comandante Vidaurre651 cubriéndoles la retaguardia en actitud de protección. Jefes, oficiales y soldados trepaban impávidamente a consumar su obra de triunfo, cuando el hermoso estandarte tricolor (obsequiado por el intendente de Copiapó al 2.º batallón del Atacama) fue rociado con la sangre generosa de uno de los soldados que lo escoltaban. Una granada enemiga dio en el pecho al valeroso atacameño, destrozándoselo completamente para bañar con su sangre roja el blanco puro de la noble insignia. El intendente de Atacama puede estar orgulloso de la honra de su obsequio: él quería que sirviera de bautismo el sahumerio de la pólvora en el campo de batalla, ¡y tuvo por agua la sangre mil veces bendecida de los mártires y de los héroes de la patria! Veinte minutos más tarde, en el gran fuerte de la altura ostentaba triunfante sobre sus cañones el tricolor de Chile. Todo el reducto era ocupado por los del Atacama, del Talca y de la Artillería de Marina: los enemigos 649 650 651
Teniente coronel Diego Dublé Almeyda. Sargento mayor Francisco Carvallo O. Teniente coronel José Ramón Vidaurre.
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habían huido, dejando amontonados los cadáveres al pie de sus trincheras, sobre un pavimento espeso de cápsulas disparadas y municiones intactas. Una bala de rifle, durante la ascensión a la cima, había rozado ligeramente la oreja izquierda del jefe del Atacama, causándole apenas un pequeño rasguño. Eran las seis de la mañana. * A esta hora, el fuego de fusilería era general en toda la línea enemiga. Los regimientos Buin, Esmeralda y Chillán, corridos los dos últimos, el primero a la izquierda y el segundo a la derecha del que les predecía, formaban una línea extensísima y recta, que cubría todo el frente de los tres morros enemigos y cuyo centro ocupaba el coronel Gana652, jefe de la brigada. Colocados en esta posición, el Buin se dirigía rectamente a tomarse el cerro fortificado del centro, el Chillán el de la derecha y el Esmeralda el de la izquierda. Era un lujo sorprendente de disciplina y de serenidad aquella marcha marcial, uniforme e imperturbable de los tres regimientos (dos mil novecientos hombres de infantería, más o menos), que ni detenían el paso ni apresuraban el compás en medio de una granizada de balas de rifle y de cañón que de todo el cordón enemigo, les disparaban con inesperado afán. Ellos avanzaban y avanzaban, arma al brazo, hasta colocarse al pie de los cerros de que debían apoderarse. Por fin, a las seis diez minutos, rompieron también sus fuegos. * En esta misma hora, el 2.º de Línea seguido del Colchagua calan bayoneta sobre el enemigo ya en la cúspide de su tercer fuerte de la izquierda. Un tiro de cañón es el último que suena, confundido casi con el estruendo de un polvorazo cuyas llamas iluminan el espacio, ¡y a su luz roja se despliega el glorioso estandarte sobre las trincheras ganadas por el sacrificio y el heroísmo de nuestros hijos! El valiente soldado José Manuel Oñate es el primero que salta al interior del fuerte. * Pero la toma de esta fortaleza no era sino el prólogo del sangriento drama. Acto continuo de su ocupación por los nuestros, inmediatamente que la llama rojiza del polvorazo anunció su abandono por los peruanos, una
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Coronel José Francisco Gana Castro.
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granizada de balas cayó sobre él desde otra trinchera no menos formidable colocada en una altura dominante inmediata que seguía a retaguardia. La lucha volvió así a empeñarse de nuevo con mayor ardor, contra tropas enemigas de refresco y las replegadas del fuerte recién tomado. Los parapetos peruanos no podían servir a los nuestros ni para tomar tras de ellos un pequeño descanso. Estaban construidos de manera que en ningún caso pudieran utilizarse con el fin de ponerse a cubierto de los fuegos del fuerte dominante. Aquello era espantoso, era terrible. ¡Cada victoria, cada acción heroica, cada jornada sangrienta y encarnizada, resultaba ser forzosamente el preámbulo de otra mucho más cruda, mucho más difícil, mucho más cruenta y horrorosa! Nuestros soldados se veían siempre acosados y al frente de alturas arenosas, donde la planta se enterraba y apenas era posible ascender; mas por eso no desmayaban. El sudor amasado con el polvo tenía desfigurados sus rostros, agitada su respiración, entrecortado su aliento, cansados sus miembros. Ellos no se detenían, y abandonando tras de sí la fortaleza tomada, continuaban con paso marcial, sin atolondrarse, sin arredrarse, sin alarmarse, sin dar la menor muestra de vacilación ni desaliento, a estrechar y desalojar, a matar al enemigo en sus nuevas y más formidables posiciones. El Buin, el Esmeralda y el Chillán, por una parte, y el Lautaro y el Curicó por otra, se batían entre tanto, avanzando animosos y a pecho descubierto y cuesta arriba, a trepar sobre las trincheras, desde las cuales salían torrentes de fuego y millares de millares de balas mortíferas. Nada les detenía ni les amedrentaba, ante la voluntad inquebrantable de derrotar a los peruanos sobreponiéndose a todo el poder que les daban sus formidables muros653. En momentos en que el Buin subía y subía con el aire marcial chileno, un ayudante del ministro de la Guerra, el mayor don Alberto Stuven, recorre las filas y dice: –A nombre del ministro: ¡el grado de capitán al primer soldado que clave la bandera en la cima del fuerte! Acto continuo el sargento Daniel Rebolledo, desenvuelve su banderola de guía, la enarbola en alto, y al paso regular, se lanza en demanda de la gloria. 653
Escribe el soldado del Chillán, Hipólito Gutiérrez: «...el Lautaro iba a la derecha de nosotros en garrilla que daba busto y seguimos andando y yo a gritos con los soldados de que avanzásemos lijero, que saliésemos de ái porque las granadas los hacían pedazos. Los soldados se iban atemorizando por las granadas que estaban ca[y]endo y yo les explicaba: –No tengan miedo, hombres, avancen no más que nadien muere mientras no se le llegue la hora. Y seguimos avan[zan]do y al fre[n]te bastante distante iban avanzando los nuestros dando fuego a unas trincheras adonde estaban las artillerías enemigas». Abraham Quiroz, Hipólito Gutiérrez, ob. cit., cap. 17, p. 212.
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La hermosa banderola debía hacerle el blanco de los fuegos enemigos; pero él no se altera por eso. Al contrario: con el estoicismo más sorprendente, marcha, marcha, marcha, precediendo el triunfo de sus indomables compañeros y sirviéndoles de guía. La palabra es insuficiente para pintar arrojo tan temerario: aquel fantasma de la guerra tenía atraídas sobre sí todas las miradas de los observadores: los anteojos no le perdían de vista, y no faltaba quien exclamase: –¡Qué imprudencia!, ¡llevar la bandera tan avanzada! Ni flaquearon las piernas ni temblaron las manos al heroico sargento, y llegó impertérrito, el primero siempre, hasta el último atrincheramiento, y gritando en medio del estruendo aterrador de la pólvora, ¡Viva Chile! plantó su bandera, produciendo el pánico y la confusión del enemigo que, medio minuto después, abandonaba el formidable reducto perseguido por las bayonetas de los vencedores. * El Esmeralda entre tanto marchaba a dar cumplimiento a su difícil misión. La misma serenidad, el mismo arrojo y abnegación. Los peruanos se defendían con denuedo, con temeridad desconocida, y no les escarmentaba la pérdida de sus demás posiciones. Arrojaban iracundos una lluvia espantosa de fuego sobre el valeroso regimiento, cuyas bajas aumentaban por instantes; pero a medida que los fuegos se hacían más recios y desesperados por la proximidad, mayor era la decisión y más grande la voluntad de los esmeraldinos (como se llaman entre sí) para dar un día de gloria a la patria. La distancia entre ambos pertinaces combatientes fue estrechándose en medio del estruendo unísono e interminable de los disparos de cañones, ametralladoras y rifles, hasta que llegó el momento de poner término a la acción... Los fuegos de parte de los nuestros parecieron apagarse, pero un instante después, ellos, a bayoneta calada, trepaban por diferentes puntos, por todas partes las trincheras del reducto, y se lanzaban en persecución del enemigo que huía cerro atrás en la confusión más grande y fusilado por la espalda654. 654
Recuerda el subteniente del Esmeralda, Alberto Del Solar: «Llegó, por último, el momento de contestar el fuego –¡y a fe que lo hicimos de buena gana! El verdadero asalto comenzó entonces, animoso, decidido, implacable. Caían los nuestros por decenas, pero los que les sobrevivíamos, nos agazapábamos tras de sus cadáveres, de los cuales se servían los soldados para apoyar el codo y fijar mejor la puntería. Disparaban, así, un tiro; volvían a incorporarse; cargaban de nuevo el arma y seguían adelante, ganando más y más terreno, precedidos por nosotros los oficiales que, espada en mano, les íbamos indicando la dirección y el ‘alza’ correspondientes.
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* Entre tanto, al Valparaíso y al 3.º les tocaba también su buen jirón de gloria común. El comandante Martínez, del Zapadores, mandaba la reserva, y en conformidad con órdenes superiores, ordenó correrse al 3.º de Línea a la izquierda y el Valparaíso a su derecha, guardando los Zapadores el centro; movimiento ejecutado creo que en actitud de protección a los demás cuerpos empeñados en la batalla. Como entre las alturas asaltadas había claros más o menos extensos, detrás de los cuales se veían siempre nuevas y multiplicadas eminencias fortificadas, cúpoles al 3.º de Línea y al Valparaíso hacer también su fatiga. El primero de los dos cuerpos nombrados encontró una larga trinchera enemiga, de la cual no tardó en apoderarse a sangre y fuego, después de un combate reñidísimo, yendo más tarde a confundirse en mucha parte con sus demás covencedores de la izquierda. El Valparaíso marchó en la dirección que se le había señalado, y encontró cerrado su paso por un reducto defendido también por cañones enemigos. Enfrentarlo, desplegarse en batalla e irse a fuego vivo sobre él, todo fue uno. La resistencia fue tenaz, pero superior el empuje y resolución de los agresores, que bien pronto se encontraron dueños del fuerte y con el paso franco hacia el valle que tenían delante, al cual se dirigieron cayendo los primeros a su campiña. En ella había también tropas enemigas en desorden, que parapetadas en tapias ocultas en el seno de los bosques, disparaban sobre los parientes del Valparaíso; mas los rotos porteños no se cuidaban mucho de las balas peruanas, porque habían encontrado un entretenimiento agradable a su paso: habían encontrado un sandial, y querían refrescarse un poco de sus fatigas y apagar su sed. Realizaron su propósito con una serenidad solo propia de nuestros soldados, y en seguida ahuyentaron a los acobardados y deshechos enemigos que habían estado molestándolos. Casi acto continuo llegaron allí también los Zapadores, los cuales marcharon los primeros, un momento después, a ayudar a la primera diEl combate se había generalizado ya por toda nuestra línea de batalla, y en esa forma duró más de una hora, al cabo de la cual, a las siete de la mañana más o menos, llegamos al pie mismo de uno de los fuertes –el que quedaba más próximo al camino de San Juan (...). Cruzado el foso, y asaltadas las trincheras donde perecieron muchísimos de nuestros soldados bajo el mortífero fuego que se les hacía, al amparo de tales defensas, empezamos a atacar el propio fuerte, escalándolo furiosamente. Allí se trabó el más terrible de los combates. Los peruanos nos presentaban el pecho desnudo por vez primera, y en su resistencia desesperada peleaban como tigres: hay que confesarlo». Alberto del Solar, ob. cit., pp. 215-216.
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visión en su ardua tarea dirigiéndose a tomar el gran fuerte de Chorrillos por la falda norte de la última cuchilla del morro Solar que lo sustenta. El Lautaro había trepado ya el elevado cerro de la derecha y desalojado de allí a sangre y fuego al enemigo, en combinación eficaz con nuestra bien dirigida artillería, en tanto que el Curicó era dueño de las posiciones fortificadas que le cupo atacar y que atacó y tomó sin trepidar. Los bravos del Buin y del Esmeralda hacían flamear el tricolor triunfante sobre los morros artillados y atrincherados, con dobles cinturas de fuego, que les fueron designados de antemano, y el Chillán había cumplido gloriosamente su ardua comisión con el mismo denuedo y empuje que sus demás compañeros, pues no parecía sino que todos eran émulos de sus virtudes entre sí; y procuraban imitarse mutuamente en sus grandes pruebas de valor y de sacrificio655. El enemigo fue arrollado y vencido en todas sus posiciones del ala derecha, a pesar de su firme resistencia, de sus constantes refuerzos, del doble sistema de orden de defensa de sus posiciones y de hallarse nuestros soldados, en la hora del combate, trasnochados, rendidos y fatigados con su larga y pesada marcha a pie desde Lurín. * En la entrada del valle de San Juan, que es uno con el de Chorrillos, donde los peruanos tenían su depósito de reservas, ocurría al mismo tiempo otra escena no menos sangrienta y digna de admiración. Nuestras caballerías, en su afán de hallar la oportunidad de cargar sobre el enemigo y de cooperar eficazmente al mejor éxito de nuestras armas, obedeciendo también a ese empeño espontáneo que ostentaban todos los individuos del ejército para glorificar a Chile en momento de tan durísima prueba, habían tomado Carabineros por el flanco derecho, y Granaderos por el izquierdo a gran distancia de los morros fortificados que defendían las avenidas de San Juan, y ganado el lado de este valle por donde el enemigo en derrota debía necesariamente retirarse a una u otra parte. Los Carabineros de Yungay, al entrar al valle, divisaron a su derecha la caballería peruana; pero esta huyó en el acto, al simple amago de dirigirse hacia ella. Volvieron entonces bridas nuestros bizarros jinetes siempre por la costa del llano en dirección a la retaguardia de los que se batían sobre los morros, y divisaron luego a su derecha una cantidad de tropas de la 655
Escribe el soldado Hipólito Gutiérrez del Chillán: «Nos daba busto del mirar el campo de batalla tan grande y tan en orden que iba toda la gente nuestra por regimientos en columnas cuando hemos visto a las trincheras del medio y los cholos van arrancando y dejando los cañones solos». Abraham Quiroz, Hipólito Gutiérrez, ob. cit., cap. 17, p. 213.
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reserva peruana, en unos potreros, tropa que rompió sobre ella sus fuegos de fusilería parapetándose tras de las murallas. El comandante Bulnes656 y su segundo el comandante Alcérreca657, ansiosos de arrollar a los enemigos bajo la planta de sus caballos, mandaron inmediatamente a la carga en dos escuadrones por dos puntos distintos. Una acequia anchísima y profunda les impedía desde luego el paso, pero la fuerza de voluntad de los jinetes y el brío de los corceles, que parecían comprender a sus nobles amos, salvó en el aire este primero y grave inconveniente... mas encontraron en seguida el de paredes que le cerraban el camino. ¡Oh! ¡querer es poder! Y nada era bastante a detener en su empeño a los dos denodados comandantes y su valeroso regimiento. ¡Adelante! se dijeron; y las paredes fueron rotas en varias partes, a caballazos aquí, a sable y a empellones más allá; y los carabineros, después de haber soportado largo rato y con no pocas pérdidas el fuego desesperado de los peruanos frescos de la reserva, penetraron en el recinto extenso que los abrigaba. Entonces empezó el combate de arma blanca. Los sables de nuestros heroicos carabineros, perfectamente alistados, cortaban sin compasión cráneos, cerebros, caras, orejas, gargantas, brazos, hombros, y en pocos minutos el potrero quedó sembrado de cadáveres sin cuento. Tras de una pared se rompió otra, y pasando de este potrero a aquel, los carabineros de Yungay destrozaron, anonadaron, concluyeron una gran parte de la reserva peruana658. Otro tanto hacían a su vez los Granaderos en sitio semejante que tomaron de su cuenta, más a la izquierda de los de Yungay, manifestando igual empuje y bravura para dar el triunfo y la gloria a las armas de la patria, sembrando la alfombra verde del valle, de cadáveres mutilados por el golpe tremendo de sus sables. Desgraciadamente, los Granaderos anduvieron menos afortunados, aunque no menos meritorios y eficaces, pues tuvieron la desgracia de ver caer a su animoso comandante don Tomás Yávar, herido mortalmente en medio de la carga. * 656 657 658
Coronel Manuel Bulnes Pinto. Teniente coronel José Miguel Alcérreca. Del parte oficial del coronel Bulnes: «...cerca del lugar llamado Monterico Chico, se reveló la presencia de una fuerza de infantería oculta en los montes y tras de las tapias, que ignoro si se retiraría del campo de batalla o estaba ahí apostado, inclinándome a creer lo último. Desventajosa era la situación, pero creí que el honor de la caballería chilena exigía afrontarla, y al efecto dispuse que el regimiento cargara por las distintas direcciones que podían hacer la posición accesible. Se ejecutó así, y ese fuerza enemiga fue destruida y dispersada a pesar de la ventaja que su posición le daba». En Pascual Ahumada, ob. cit., tomo IV, capítulo quinto, p. 454.
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Nada he dicho aún de los valientes coquimbanos ni de los decididos hijos de Melipilla, que también tomaron gran parte en el sangriento drama de esta batalla colosal. Son tan múltiples los acontecimientos, tan diversos los puntos atacados, tan vastas e innumerables las pruebas de valor y de patriotismo que se presentaban en todas partes, que es difícil poder guardar una síntesis correcta en el desarrollo de los sucesos. ¡Es justificable que incurra en omisiones, que se me escapen episodios hermosos, que me turbe, que me confunda; porque mi cabeza es un océano de recuerdos y mi corazón un mundo de emociones y de satisfacciones por la inmensa gloria que acaba de ganar Chile! El regimiento Coquimbo y el batallón Melipilla, ambos al mando del jefe del primero por ser el más antiguo659, marcharon por el camino de la playa, con el punto ya designado de su operaciones. El camino en cuestión, al llegar cerca de la desembocadura del río Surco, que pasa por Villa, se interna y sigue para Chorrillos, dejando las casas de Villa a la izquierda. Pero los dos cuerpos expresados no siguieron el camino en esta última parte, y tomaron por la orilla del mar siempre, pisando verdaderamente sobre el agua, o sobre la arena que la ola dejaban mojada, al retirarse. * Villa, según lo dije y lo repetiré, es una hacienda de potreros, que tiene unas casas de campo de primera clase: casas sumamente espaciosas, rodeadas de rejas de fierro y jardines de dos pisos y con un elevado mirador en forma de cúpula o de rotunda. El valle de Villa es una faja angosta y larga de vegetación; principia a la orilla del mar por un espesísimo totoral de veinte cuadras de anchura, más o menos, y continúa hacia Chorrillos, hasta terminar al pie de unas lomas, en una ensenada de potreros, de seis a siete cuadras de latitud. Por la orilla derecha de esa ensenada es por donde va el camino real. Los peruanos no querían otra cosa que defender ese camino y todas sus avenidas posibles, de manera que tenían encerrado a Villa entre trincheras construidas a la derecha, al frente y una parte de la izquierda. Villa está en un bajo circunvalado por cerrillos y lomas, siendo las de la izquierda formadas por el faldeo del elevado morro Solar. Hacia esta parte había una gran trinchera defendida por cuatro cañones imitación Krupp660, y una ametralladora de bronce, destinada a impedir nuestra marcha por el costado derecho y a proteger y coadyuvar la resistencia de los demás fuertes.
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Teniente coronel José María Soto. Posiblemente piezas Grieve o White, de fabricación peruana.
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No se imaginaron los peruanos que fuerza alguna nuestra viniese por la orilla del mar a estrellarse con el casi inaccesible morro Solar, ni creyeron tampoco que nuestra escuadra se cuidase gran cosa de Villa. He ahí su error, que les costó bien caro. Cuando el 4.º de Línea y el Chacabuco se batían contra el primer fuerte de la izquierda, fuerte que miraba a Villa, recibió fuegos que no debían contestar, porque habrían tenido que desbaratar todo su plan. Pero así que vino el día, mientras el Coquimbo y el Melipilla procuraban ganar la retaguardia de las trincheras que había a la falda del morro, nuestra escuadra lo bombardeaba con fuegos oblicuos sobre el centro, de ametralladora y cañón, arrojándoles granadas que iban a caer dentro del mismo parapeto, que causaban por supuesto grandes estragos al enemigo. El Coquimbo, intertanto, había desplegado una guerrilla de cien hombres por la retaguardia de la tal trinchera, y cerro abajo, mientras se tomaban posiciones más dominantes con el resto de la fuerza. Los cholos comprendieron que su situación era pésima, pues tenían enemigos de tierra por dos partes distintas fuera de las bombas y ametralladoras con que los acosaba la Escuadra. Entonces y sin esperar más, como viesen que el 4.º de Línea y el Chacabuco se dirigían al trote sobre los cerrillos fortificados de la cabecera de Villa, abandonaron a toda prisa sus posiciones, dejaron la extensa trinchera sembrada de cadáveres, y se corrieron sobre su izquierda a replegarse a las fortalezas que amagaban ya los dos cuerpos expresados. Los cuatro cañones quedaron en aquel punto abandonados, exceptuando la ametralladora que la arrastró a la cincha sin duda por ser muy liviana, un oficial peruano. * Desembarazados de este enemigo, y bajo los fuegos que desde las alturas del morro Solar dirigían los cholos a los del 4.º y Chacabuco, el Coquimbo y el Melipilla contramarcharon por la falda del empinado morro, en demanda de algún punto posible de acceso. El morro Solar es un cerro enorme, cortado en algunas partes a pique, lleno de quebradas y de cuchillas que arrancan de un mismo centro y terminan a corta distancia en desfiladeros escarpados. Solo tienen dos subidas que no pueden tampoco llamarse fáciles, en razón de su rapidísima pendiente; la primera es un camino construido ex profeso para la guerra y en tal manera, que nadie podría subir por él bajo los fuegos de la cima: este camino va formando zig-zag demasiado largos, pendientes y perfectamente simétricos; y en toda su extensión estaba dominado por dos ametralladoras bávaras661 y dos cañones de retrocarga, artillería de 661
Llama la atención esta interesante referencia respecto de semejante tipo de armamento presente en esta guerra. El historiador militar peruano Carlos Dellepiane, señala gené-
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Capitán del regimiento «Chacabuco» Otto von Moltke, muerto en la batalla de Chorrillos. Retrato publicado en El Nuevo Ferrocarril, Santiago, el 3 de febrero de 1881.
campaña que se veía en una parte saliente de la cumbre y hacia la derecha. El otro camino baja desde la cumbre por sobre el lomo de una cuchilla y va a terminar en el fuerte de costa que se llama propiamente el morro de Chorrillos, situado a la orilla sur del mismo pueblo. Por esa vía es por donde habían subido las ametralladoras y cañones de grueso calibre que tenían en diferentes partes, las más dominantes de la cima del gran cerro. Era cosa de maravillarse ver cómo habían podido llevar gruesa artillería a tanta altura y por pendientes tan rápidas. Yo no he atinado a explicármelo: he visto el camino ancho y sin curvas, en parte muy poco menos que a pique: de trecho en trecho este camino tenía en el centro fuertes machos de madera enterrados, que apenas dejaban un pie sobre la superficie, destinados sin duda a servir para la amarra de las cureñas o carros o vehículos transportadores de los cañones. *
ricamente que en las posiciones de Chorrillos «a la artillería ligera estaban afectadas, además 20 ametralladoras de variados sistemas y modelos». Carlos Dellepiane, Historia militar del Perú, tomo II, cap. XI, p. 323.
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El morro Solar tenía en todo su frente de la derecha, pues el de a izquierda da al mar, tres ametralladoras bávaras de oscilación, cuatro cañones de acero de campaña y uno de a 300; y en la parte de Chorrillos, en la que forma lo que se llama el morro de Chorrillos, tenía un cañón de a 500 y uno de 70, ambos abocados a tierra, pues habían estado haciendo fuego sin cesar a los nuestros. Hacia el lado de Villa tenía también una ametralladora bávara que dominaba el frente y los flancos en el extremo sur del gran cerro. * Fácilmente podrá hacerse cargo el lector de la calidad de fortaleza que era el morro Solar, sobre todo si se considera que estaba defendido por sus fuerzas propias y las que se le habían replegado durante el combate y derrotados de las demás fortalezas. Tenía los batallones peruanos siguientes: Guardias de Lima, núm. 1 Cajamarca, núm. 3 Ayacucho, núm. 5 Trujillo, núm. 7 Callao, núm. 9 Jauja, núm. 13 Ica, núm. 15 Libres de Trujillo, núm. 17 Paucarpata, núm. 19662. * El Melipilla y el Coquimbo, que estaban muy lejos de saber la inmensa superioridad numérica que dominaba las alturas en posiciones inexpugnables, empezó su ascenso por el lado de la playa, hacia la ribera del mar, marchando con una lentitud interminable y obligada. En parte los soldados tenían que clavar su yatagán para poder sostenerse, según la pendiente del terreno, y en ocasiones tenían que lanzarse por pasos estrechos donde los lograban a mansalva las ametralladoras del enemigo. No obstante, nuestros valientes subían y subían, en demanda de los peruanos, para luchar cuerpo a cuerpo con ellos. Dejémoslos en su penoso camino, que no es demasiado largo, que tiene descansos obligados y que parece no alcanzar nunca a la cima. Trasladémonos otra vez a las demás fortalezas. 662
Unidades pertenecientes en su mayoría al I Cuerpo de Ejército peruano, salvo las dos últimas, que pertenecían al II Cuerpo, y que con su movimiento acusan la maniobra de repliegue. Los nombres de estos batallones no siempre coinciden con los que da el historiador Machuca. Francisco Machuca, ob. cit., tomo III, cap. XXVIII, pp. 305-306.
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* Dejamos al 4.º y al Chacabuco batiéndose heroicamente contra la nueva serie de fortificaciones y trincheras que el enemigo tenía después de las que cubrían su línea del frente. El jefe del segundo de estos cuerpos, coronel Toro Herrera, había sido herido por una bala de rifle que lo atravesó de flanco. El golpe lo recibió subiendo a la loma donde el enemigo tenía sus parapetos; pero eso no obstó para que siguiera siempre mandando su tropa durante una hora más, hasta que le inutilizaron sucesivamente los dos caballos que tenía de batalla. Acontecía esto cuando la segunda línea de trincheras de la cima estaba ya en nuestro poder, momento en que Toro Herrera entregó el mando de su cuerpo al segundo jefe, teniente coronel Zañartu, quien cayó un instante después herido mortalmente en el estómago663. El 4.º de Línea no cejaba un paso en su ardimiento y empeño: el comandante Solo Zaldívar dirigía entonces el ataque con su imperturbable serenidad de siempre. Los peruanos sin embargo, se resistían de una manera tenaz, y aún tenían dos hileras más de trincheras para su defensa. La lucha era ardua, era horrorosa: nuestras bajas se habían centuplicado en un momento, a causa del nutrido fuego de ametralladora y de rifle que los cholos hacían de flanco a los nuestros, desde un fuerte del morro Solar que miraba al valle y que estaba hacia el lado de Chorrillos. La jornada se iba haciendo a cada instante más cruenta y difícil; pero un momento después empezaron a llegar los vencedores de los demás morros, aunque sin orden de formación, y a reforzar a sus compañeros: llegaban del Atacama, del 2.º de Línea, del Talca, del Colchagua, de la Artillería de Marina, y con el empuje común, en un instante cayeron en nuestro poder todas las fortificaciones enemigas con sus cañones y ametralladoras, excepto la del morro Solar, que seguían fusilándonos. *
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Del parte oficial del comandante Toro Herrera: «Al abandonar el enemigo estas posiciones (la primera línea de defensas), se replegó a su derecha sobre las trincheras y obras de defensas que tenía en adecuada combinación sobre todas las alturas de los cerrillos que se unen con Chorrillos, pero fue atacado vigorosamente en sus nuevos parapetos por ambos regimientos (Chacabuco y 4º), los cuales, de consuno, desalojaron al enemigo sucesivamente de todas sus posiciones. Al atacarlos en la tercera de ella, fui herido; mas, creyendo mi herida de poca consecuencia, continué en mi puesto como hasta las 7.30 A. M., hora en que me retiré por haber muerto mi caballo y herídome un segundo que monté. Entregué entonces el mando al señor teniente coronel B. Zañartu, quien fue también herido mortalmente tres cuartos de hora después, quedando por este motivo a cargo del regimiento el sargento mayor señor Quintavalla, hasta el término de la jornada». En Pascual Ahumada, ob. cit., tomo IV, capítulo quinto, p. 435.
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Tras de cada triunfo quedaba siempre otra batalla; y esta tenía que ser más tremenda que las precedentes, porque los combates, a pesar del triunfo, siempre debilitan la fuerza: la debilitan por las bajas, por los rezagados, por el cansancio, por la extenuación. Iba a comenzar una lucha tremenda y desigual para los nuestros, casi imposible. Las fuerzas enemigas se habían concentrado al elevado cerro dominante de todos los demás; y acordonadas en sus alturas, y atrincheradas en derredor del fuerte hacían un fuego de artillería, de ametralladoras y de cañones verdaderamente terrible sobre los bravos rotos, que no tenían por donde avanzarlos, a no ser con sacrificios que en aquellas circunstancias eran físicamente imposibles. La brigada de artillería del mayor Gana664, que tan grandes servicios había prestado durante la batalla, cambiando varias veces de posiciones y enviando a puñados la muerte y el destrozo a las fortificaciones enemigas, se había colocado en una altura al lado de las trincheras últimamente conquistadas. Estaba, puede decirse, a tiro de rifle del fuerte peruano, y empezó a batirlo con el mismo acierto y pujanza de siempre. Pasó una hora, pasó otra hora, y el tiroteo no cesaba sus fuegos, ni los nuestros cejaban un punto la viveza de los suyos. La mortandad era notable en nuestras filas, y especialmente en el número de heridos. Todo esfuerzo parecía imposible para hacer ceder a los peruanos: veían desde la altura que nuestro ejército estaba adueñada hasta de sus penúltimas posiciones y trincheras, pero eso no les persuadía de la inutilidad de la resistencia ni les aconsejaba ahorrar sacrificios estériles. Por fin llegó para los nuestros un momento de inquietud. Las municiones de la artillería se habían agotado, y esta obligada a apagar sus fuegos por falta de elementos, tuvo que quedar en silencio. Los ayudantes del valiente e impertérrito coronel Lynch, se desplegaron en todas direcciones en demanda de municiones de artillería y de rifle, puesto que aquellas se habían concluido y estas amenazaban también extinguirse. No podía suceder de otra manera, que ya eran las diez y media del día, y se había peleado sin descansar un minuto, desde las 4.55 de la mañana. Cinco horas y media de combate incesante y de disputar palmo a palmo el terreno y sus fortalezas al enemigo. Encontrase por fortuna un cajón con cuarenta tiros de artillería de montaña, los cuales fueron traídos y aprovechados inmediatamente, disparándolos sobre el enemigo. Pero a las once no había ya con qué disparar por nuestra parte... Y por la misma razón el enemigo arreciaba, centuplicaba sus fuegos con vehemencia desesperada665. 664 665
Mayor Emilio Gana, del Regimiento de Artillería Nº 2. Así describe el mayor Emilio Gana en su parte oficial, lo realizado por su brigada después de desalojadas las primeras posiciones peruanas: «En seguida mandé hacer fuego en avance y marchar, si era posible, a la par con la infantería, al capitán Errázuriz por
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Entonces nuestra artillería, que estaba siendo inútilmente fusilada, se retiró hacia un bajo, y por algunos de nuestros soldados se murmuró la desoladora palabra derrota..., que tuvo origen en los labios de una mujer. Los peruanos, que no perdían movimiento a sus adversarios, notaron alguna confusión en nuestras filas y que nuestros fuegos eran sumamente débiles: comprendieron el agotamiento de municiones, y en el acto mandaron una fuerza de Chorrillos que viniera a flanquearnos por el bajo, en tanto que de las alturas empezaban a descender también hacia los chilenos. ¡El momento era verdaderamente supremo!666. * Inmediatamente el coronel Lynch, jefe de la división, los coroneles Amunátegui, Martínez y Urrutia, pusieron en juego toda su actividad para reorganizar las filas y tentar de nuevo el ataque. Corre para acá, corre para allá, y en pocos momentos toda nuestra línea estaba otra vez cubierta y amunicionada, aunque con muy pocos tiros por hombre. Uno o dos ayudantes habían corrido en demanda de la reserva, y el combate se trabó de nuevo, dando tiempo a que el auxilio llegase. Los enemigos que se habían destacado hacia nuestro flanco derecho, retrocedieron para Chorrillos, en presencia de una compañía que se desplegó a encontrarlos, manteniéndose el fuego con los de la altura, que asimismo se replegaron rápidamente al fuerte, donde los nuestros empezaron resueltamente a encaminarse667.
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la derecha y al capitán Fontecilla por la izquierda, lo que lograron hacer mediante la actividad y entusiasmo desplegado por los señores oficiales y tropa, llegando con este paso a ocupar las últimas trincheras enemigas, desde cuyos puntos hemos sostenido el combate con tres fuertes colocados en el Morro Solar y con la infantería a menos de 1.000 metros de distancia. Aquí se pudo silenciar por tres veces estas baterías. Sostuvimos estas posiciones hasta que fueron consumidas las municiones cajas y reserva que llevaba el teniente don Roberto Aldunate». En Pascual Ahumada, ob. cit., tomo IV, capítulo quinto, p. 436. Describe el comandante del regimiento 2º de Línea aquel momento de crisis, durante el ataque: «...antes de media hora se nos concluyeron las municiones, y no era posible dar un paso más adelante por la configuración del terreno: de suerte que la tropa principió a retroceder en vista de la circunstancia de estar sin municiones. Visto esto por los peruanos, principiaron a descender del Morro en número considerable, de tal modo que nuestras tropas retrocedieron más de doce cuadras perseguidas por el enemigo; y en esta persecución fue donde cayó y fue ultimado por el enemigo el oficial del Chacabuco don Otto von Moltke, que había sido herido y se retiraba a la espalda de su asistente; pero los peruanos les dieron alcance y los ultimaron a los dos». Estanislao del Canto, ob. cit., cap. IX, pp. 140-141. Según el comandante del 2º de Línea, tras llegar los cajones de municiones, sus soldados «no demoraron en romper a culatazos, proveyéndose de cartuchos y embistiendo valerosamente al enemigo, el que luego rechazaron y aniquilaron de tal modo que ninguno de ellos volvió a subir a sus posiciones del Morro: porque otras cargas de municiones proveyeron al 4.º de Línea, Chacabuco, Talca y demás cuerpos, todos los cuales entraron en la acción para repeler a los entusiasmados peruanos que se habían descolgado del cerro». Ibíd., p. 141.
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* Recompuesta así nuestra situación, y en lo más difícil de poder continuar su sostenimiento, aparecieron a la vista los cuerpos de la reserva, los de la segunda división, y aún los de la tercera, que no habían tomado parte en el gran combate de la mañana. El General en Jefe mandó proteger con toda oportunidad la bizarra división Lynch y ayudarla a completar sus triunfos espléndidos obtenidos en larga sucesión desde las primeras horas del alba. * El regimiento Zapadores tomó por la falda norte de los cerros el camino que conduce a Chorrillos, trepando a poco andar por el faldeo, con el ánimo de flanquear la izquierda enemiga. El Valparaíso se echó en larga fila morro arriba por el pendientísimo zig-zag para ganar la altura del Solar por el centro precedido por soldados de Lynch. El Santiago se dirigió camino oblicuo hacia el morro de Chorrillos, y el comandante Holley668 del Esmeralda, con un puñado de hombres de su regimiento, corrió como en dirección a Barranco, delante de Chorrillos, a contener una segunda fuerza de reserva que por tren venía de Lima en protección de los suyos. El bizarro regimiento Aconcagua, del cual unas dos compañías habían apoyado nuestra artillería del ala derecha en la batalla de San Juan, llegó también al teatro de los sucesos por el lado del valle, y de esta manera, una acción general que es difícil seguir en todos sus detalles, volvió a empezar con brío y con ardor. Los peruanos, reforzados por fuertes contingentes llegados de Lima antes de la cortada que atrevidamente les hizo el Esmeralda, habían cobrado nuevo aliento, contando con la inaccesibilidad del escarpado y alto cerro donde tenían sus fortalezas y parapetos. En lo recio del combate, el general Baquedano pasó por la línea de la primera división, saludando a los cuerpos que habían peleado todo el día con tanto denuedo y heroísmo, y ese acto acrecentó el estímulo y avivó, si es posible, el valor de nuestros bravos. * Entre tanto, la artillería de campaña y la demás de montaña, que desocupadas en mucha parte de los triunfos en que les había cabido no poca gloria, llegaban al valle por el lado de San Juan, y se afanaban en tomar posiciones para batir los fuertes en que los enemigos tenían sus postreros atrincheramientos. 668
Teniente coronel Adolfo Holley Urzúa.
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Pronto se colocaron convenientemente, y entonces, torrentes de fuego certero y mortíferos volaban en descargas cerradas, hacia el castillo del puerto de Chorrillos, haciéndolo perderse a cada instante entre los torbellinos de polvo que levantaban las granadas al reventar en su seno o en su alrededor. El castillo, casi postrer baluarte y última esperanza de los peruanos, contestaba a su vez, pero con la monotonía de un enfermo que agoniza y va a toda prisa decayendo. * A las 11.40 A. M., un cordón espeso de gente trepaba la cima del gran morro por el costado sur de la playa. Casi al centro de la línea se veía un hombre a caballo que llevaba en alto una gran bandera cuyos colores no se apreciaban con claridad a simple vista, pero el anteojo me enseñó bien pronto que esa bandera era el glorioso tricolor chileno, conducido a las alturas y al frente del enemigo por los del Coquimbo y del Melipilla. Mas en ese numeroso y extenso grupo no iba ya el ínclito jefe coquimbano, don José María Soto: había caído un momento antes, durante el ascenso, herido por el plomo de los enemigos, por cuyo accidente la fuerza obedecía al jefe del Melipilla, señor Balmaceda669. Llegados a la cumbre, los dos cuerpos se desplegaron en dispersión y se trabó un combate con los elevados cholos, los cuales empezaron a oblicuar hacia el lado del mar. Un instante después, algunos soldados y jefes de la 1.ª división y el compacto regimiento Valparaíso, empezaron a coronar también la alta cima por el lado casi opuesto, por el camino de zig-zag que se veía en frente de Villa, encerrando a los peruanos de la altura en un ángulo cuyos lados lo formaban el Coquimbo y el Melipilla, por una parte, y el Valparaíso y demás compañeros por la otra. Este movimiento y la aparición casi simultánea de tropas chilenas en la cima, desconcertó en el acto a los desengañados cholos, quienes, abandonando sus ametralladoras inamovibles y sus cañones de la izquierda, que había corrido a tomar el Valparaíso, huyeron por las cuchillas de las cumbres en completo desorden, precipitándose algunos por los desfiladeros a la playa, y otros ganando por el lado del mar la incorporación de los que todavía defendían el reducto del morro de Chorrillos, ayudados por las tropas parapetadas dentro de la población. (Era la 1 P.M.). Pero bien pronto se vieron por completo flanqueados en todas direcciones y con la retirada cortada. El Santiago y Zapadores caían sobre los últimos baluartes, confundidos con individuos de otros cuerpos y con mucha parte del 3.º de Línea, en tanto que los fuegos de nuestra artillería apagaban del todo el de los cañones peruanos. 669
Teniente coronel Vicente Balmaceda Fernández.
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El triunfo fue así consumado en el morro Solar y sus empinadas y altas ramificaciones, que defendieron los peruanos con un valor que parecía desesperación, y palmo a palmo, hasta que vieron a nuestros rotos frente a frente en las encumbradas cimas, guaridas donde habían creído ser invulnerables contra todo exceso de arrojo y de valor humanos. Allí cayeron prisioneros once primeros jefes, ocho jefes segundos, y varios oficiales de los cuerpos que nos habían peleado con tanta tenacidad, encontrándose entre ellos el ministro de la guerra del Perú, coronel Iglesias670, y el coronel Piérola671, hermano del dictador. Allí tomó el Santiago un estandarte enemigo, cayendo más tarde otro en poder del mayor don Alberto Stuven, ayudante de nuestro ministro de la guerra, coronel Vergara: estandarte que pertenecía, según su inscripción, a los Zuavos de Lima, uno de los batallones mejores con que el dictador protegió a sus tropas en el morro Solar672. * Antes de pasar más adelante, debo explicar por qué se encontraban los cuerpos de la 2.ª y 3.ª divisiones en el valle de Chorrillos, de modo que pudieran cooperar con toda oportunidad a la completación [sic] absoluta del triunfo de la división primera. Los regimientos Buin, Esmeralda, Chillán y Lautaro, como lo dije en otro lugar, cargaron sobre una sucesión de cuatro elevados cerros perfectamente fortificados que el enemigo tenía a su derecha. El más elevado de estos cerros, el que trepó el Lautaro, no estaba artillado, según algunos, pero dirigía fuegos mortíferos sobre el Buin, Esmeralda y Chillán con cañones que a nuestro entender, eran de mucho calibre. Nuestra bizarra artillería dirigía de vez en cuando sus descargas de granadas a la altura mencionada, en tanto que el Lautaro, bajo baterías del cerro mismo, se encaminaba a la cumbre. Cuando nuestro lucido regimiento llegaba a las alturas, los fuegos eran ya débiles, debido a los destrozos causados en el fuerte por la artillería chilena. El Lautaro se apoderó del reducto a viva fuerza, con ese valor y serenidad que ha sabido desplegar siempre que le ha tocado combatir por la patria. Al Curicó le había cabido también la suerte de tener parte en la gloria general, pues unas compañías suyas desalojaron bravamente una fuerza peruana atrincherada y artillada que guardaba la falda de un cerrillo con el ánimo de impedirnos el paso hacia el valle. 670 671 672
Coronel Miguel Iglesias, jefe del I Cuerpo de Ejército peruano. Coronel Carlos Piérola, comandante general de artillería. Sigue la lista de los jefes y oficiales peruanos tomados prisioneros en el morro Solar, que omitimos por razones de espacio.
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El Esmeralda y el Buin, habían tomado respectivamente dos reductos formidables sobre morros con dobles cinturas de fuego sostenido desde parapetos formados ex profeso, y desalojado al enemigo de una larga sucesión de trincheras en las alturas, hasta derrotarlo absolutamente, haciéndole gran número de bajas. El Chillán, asimismo, había limpiado de cholos el cerro fortificado que le cupo asaltar, no siendo menos su valor y entusiasmo que el de su infatigable compañero. Todos esos cuerpos, después de consumar su espléndida victoria, se dejaron caer al ancho valle de Chorrillos y se lanzaron sobre la izquierda, con el ánimo de dar también una manito, como vulgarmente se dice, a sus denodados compañeros de la primera división, que se batían con un tesón y bravura admirables673. El batallón Victoria y los cuerpos que marchaban con la tercera división habían tenido hasta ese momento la mala fortuna de no participar del sacrificio común, de no tener ocasión para lucir su valor y dar saciedad a la voluntad decidida de derramar también su sangre por la patria. La tercera división había descendido asimismo al valle hasta juntarse con la segunda y en seguida con la primera, pudiendo de este modo el Santiago y el Aconcagua tomar parte en los últimos momentos de la agonía del poder enemigo concentrado en el morro y pueblo de Chorrillos. Desalojados los peruanos de esta última posición en el fuerte del morro de Chorrillos (a las 2 de la tarde), se reconcentraron en el pueblo con sus últimos restos, haciendo fuego desde las azoteas, casas y ventanas, sin orden y aun sin propósito ya de resistir. Más bien eran los tales fuegos de gente dispersa y embriagada. Con este motivo la población fue teatro de guerra, de incendio y de muerte. Felizmente estaba deshabitada de población pacífica y convertida solo en un vasto castillo enemigo. En algunas calles, sobre todo en las que corren al pie del morro del fuerte, se había desarrollado el incendio producido sin duda por las bombas de la artillería y fuegos de la escuadra, que forzosamente tenían que cruzarse en la orilla norte del morro y discurrir por la población.
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Escribe el soldado del regimiento Chillán, Hipólito Gutiérrez, después del asalto a San Juan: «Estuvimos como dos horas y salimos de ái para Chorrillos como entre las doce y las once del día y muchos regimientos más y de los otros regimientos iban pisando torpedos y rebentaban, y caían tres, cuatro soldados y a nosotros tuvimos la suerte del que no los tocó ninguno hasta que empezaron a conocer adonde estaban los torpedos y les ponían señas para que no pasasen otros regimientos a fatalizarse o les dejaban centinelas al polvorazo. Quedaron esas trincheras de cholos muertos sin ponderar nada quedaron hecho pila todos con las cabezas destapadas adonde asomaban las cabezas no más en las trincheras y chilenos pocos, uno que otro, y así sucesivamente. Seguimos la marcha para Chorrillos, por todo el camino cholos muertos, por las ecequias, por los montes, por todo el valle, chilenos bastantes también, pero los heridos eran más, unas casas grandes, enclaustradas, se llenaron ái en San Juan de heridos y de cautivos». Abraham Quiroz, Hipólito Gutiérrez, ob. cit., cap. 17, pp. 215-216.
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Nuestros soldados, diseminados en guerrilla, penetraron en las calles persiguiendo al enemigo, que no cesaba de hacerles bajas disparando a mansalva desde las ventanas, balcones y puertas, pero nunca de frente, sino siempre por detrás, cosa que producía grande irritación en los vencedores674. * A las 4 P.M., aún se oían los últimos disparos. Las calles de Chorrillos presentaban un aspecto horroroso; las llamas del incendio habían tomado gran incremento, merced al excelente combustible que les ofrecían a porfía los hermosos palacios que embellecían la población. No había una sola avenida, una sola cuadra, un solo pasadizo, donde no hubiese cadáveres de peruanos o de soldados chilenos, bien que de estos últimos era inmensamente menor el número. * En el mirador de una lindísima casa de dos pisos se veían apostados unos cuantos cholos que fusilaban a nuestra gente con toda impunidad, pero apenas dejaban ver los rifles con que disparaban de mampuesto. De un grupo de seis soldados nuestros hirieron a uno y mataron a otro en un momento: los cuatro restantes se lanzaron en demanda de venganza por sus compañeros. Penetraron en la casa lujosamente amueblada, y la encontraron solitaria. Buscaron las escalas para trepar al segundo piso, y las hallaron cortadas ex profeso. ¡Oh! aquellos hombres rugían de coraje, al no encontrar camino por donde llegar hasta los enemigos. ¡Los desafiaban, los provocaban, les injuriaban, y nada! Los peruanos estaban en el mirador, aislados adrede de los demás pisos. ¿Qué hacer? ¿Cómo dejar impunes a los que de esa manera habían discurrido su invencibilidad? Pero los rotos saben darse maña para salir siempre airosos de sus aprietos.
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Así describe el subteniente Alberto del Solar el asalto a Chorrillos de su regimiento Esmeralda, encabezado por su comandante Adolfo Holley: «Con trescientos esmeraldinos asaltó nuestro valiente jefe los edificios de la población, batiéndose en las calles, donde se hacía un fuego sostenido y oculto que diezmaba nuestros grupos. «Las azoteas servían a los peruanos de posiciones casi inexpugnables por el momento; las ventanas, con sus sólidos barrotes de hierro convertidas en troneras resistentes, prestábanles amparo seguro y eficaz. «Fue, pues, necesario acudir a recursos extremos para desalojarlos: incendiar esos baluartes, lo que se hizo al cabo de poco tiempo». Alberto del Solar, ob. cit., p. 218.
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Corresponsales en campaña
–¡Ah! los de arriba –gritó uno de ellos saliendo al patio–: si no bajan las escalas, incendiamos la casa. Oyese por respuesta la detonación de un rifle: eran los de arriba que en ese momento disparaban en otra dirección. Media hora más tarde, la casa toda era una hoguera, y los cuatro rotos, con el arma lista, observaban desde la calle el mirador. Los peruanos estaban arriba en gran confusión, desengañados de que la cosa no era para jugar con la pólvora. Al fin los cholos, en el último trance de la desesperación, se precipitaron balcón abajo, a la calle... Se mataron como la víbora encerrada en un corral de rescoldo... * Los enemigos no tenían derecho alguno para esperar conmiseración de los nuestros, desde que no habían perdonado medio para ocasionarles tormentos cruelísimos. Con este fin, no solo habían sembrado de polvorazos y minas los frentes de sus trincheras, sino que no habían tenido escrúpulo para colocarlas hasta en las orillas de las acequias, a fin de que se abrasasen los que fueran a ellas atraídos por la sed. Casi en todas las alturas de los cerros inmediatos al campo del combate, allí donde creían que pudiera subir el estado mayor o algún observador de nuestra parte, había también multitud de polvorazos preparados. Yo encontré sobre un pequeño descanso a la derecha del frente más alto, que tomó el Atacama, un soldado del 2.º de Línea que tenía una pierna abrasada. Él me avisó que estaba aquello sembrado de minas, de lo que me cercioré desmontándome y viendo las mechitas-cápsulas por mis propios ojos. Las había por centenares en todas direcciones. Era necesario, para no ser víctimas de las llamas, renunciar a pararse en las apachetas y en las partes dominantes más útiles para la observación. Yo no puedo hacer un cálculo del número de minas que estallarían en el campo de batalla durante el combate: fueron muchísimas: pero puedo decir con conocimiento cierto, que tenemos entre los heridos un crecido número de quemados. Uno de los que no lo está, sin embargo, de pertenecer al número de bajas por causa de los polvorazos. El caso de ese soldado es raro, porque habiendo estallado una mina a sus plantas, y elevándolo a una grande altura, no lo quemó: cayó el infeliz de pie, apoyándose especialmente sobre los talones, y de la caída le ha resultado una alteración en los órganos de la vista, que le hace ver todos los objetos duplicados. * Cuando el regimiento Santiago junto con varios cuerpos y soldados de otros regimientos permanecían en el fuerte de la costa del morro de 471
Piero Castagneto
Chorrillos, donde había un cañón de grueso calibre abocado para el campo de batalla, y el tiroteo y el incendio tenían convertida en hoguera la población, se veía los prisioneros peruanos formados, en número de setecientos sesenta y siete, que, a juzgar por las insignias de los kepis, pertenecían a distintos batallones. El ejército de Chile estaba trasnochado y sin almorzar hasta esa hora, y a pesar de que un pedazo de pan en esos momentos podía estimarse como una gran cosa, varios de nuestros oficiales y soldados que habían podido conservar algo de comer en sus bolsillos, participaban los hambrientos cholos, que manifestaban estar muy necesitados de alimento y que no tenían embarazo en pedirlo con humildes súplicas, tratando a nuestros soldados de Señorcito y tatitoy. * En esos momentos vi en manos del jefe del regimiento Santiago un estandarte peruano hermosísimo tomado al enemigo, y otro en poder de un oficial del 2.º de Línea, tomado también en uno de los fuertes conquistados. Creo que era del batallón Jauja. * Nuestras tropas carecían de almuerzo hasta esas horas, no por imprevisión del estado mayor. Muy lejos de eso: en el día anterior se había dado doble ración de carne a todos los cuerpos del ejército, con instrucción de que cocieran la ración para el día siguiente, a fin de que los soldados llevasen carne cocida en sus morrales. Así fue como se hizo en efecto; pero en las faenas de la batalla, en el pesado trabajo del consecutivo ascenso de la larga serie de morros recorridos a sangre y fuego desde el alba, nuestros soldados habían arrojado sus morrales para alivianar su cuerpo y dar mayor alivio a sus fatigados miembros. * Los prisioneros peruanos fueron conducidos a una casa de dos pisos, la más espaciosa de cuantas había, que está fuera del pueblo de Chorrillos, hacia el lado de Barrancos y que llamaban los cholos Escuela de cabos; casa con anchos corredores embaldosados superiores e inferiores, con regios escalones de mármol y magníficas y multiplicadas habitaciones. Allí se hizo también el depósito general de heridos, de modo que al día siguiente había en el interior de dicha casa no menos de cuatro mil hombres, incluso el regimiento Esmeralda, todos desahogadamente. * 472
Corresponsales en campaña
El Esmeralda tomó también un estandarte en esa jornada memorable, aumentando con él el gran número de los trofeos que atestiguarán a las generaciones venideras las glorias inmarcesibles que acaban de coronar la frente inmaculada de la patria. El sargento mayor don Alberto Stuven, al hacer prisioneros a unos soldados enemigos, recibió de manos de ellos el más rico y hermoso estandarte de los conquistados en esta gran batalla; el baluarte del primer batallón peruano, de la joya de la dictadura. Tiene un escudo espléndido bordado de oro, con dos grandes piedras purpurinas, y la siguiente inscripción: BATALLÓN NÚM. 1 DE LOS ZUAVOS DE LIMA. De manera que se tomaron al enemigo cuatro estandartes en la batalla de Chorrillos, del modo siguiente: Uno el Santiago. Uno el Esmeralda. Uno el 2.º de Línea. Otro, uno de los ayudantes del Ministro de la Guerra. * El comportamiento de los jefes y oficiales en toda la línea de batalla sobrepujó a toda la legítima aspiración: ¡fueron denodados, valientes, serenos, incansables, heroicos chilenos! El coronel Lynch, en las ocho horas menos cinco minutos de un sangriento y no interrumpido combate hasta la toma del elevadísimo e inexpugnable morro Solar, manifestó la más inalterable sangre fría, aún en los momentos en que el cansancio y agotamiento de municiones hizo amainar un tanto a su heroica hueste. Él recorría sus líneas siempre impertérrito, ayudado por el valeroso coronel don Gregorio Urrutia, jefe del estado mayor de su división, quien parece haber nacido para no arredrarse ante los peligros de la muerte. ¡Honor a ellos, porque el país les debe especial gratitud y aplauso, como se la debe a todos los jefes, uno por uno, a todos los oficiales sin distinción y a la tropa! ¡Entrar a hacer menciones especiales de guerreros sobresalientes, sería infinito, sería exponerse a la desequidad y a la injusticia; porque era tanto el denuedo, tal el entusiasmo, tan grandes los esfuerzos por el triunfo y tan universales el anhelo y el afán por la victoria en los combatientes de nuestra parte, que sobresalieron todos juntos, alcanzando de consuno la más espléndida de las victorias sobre la más inaudita línea de defensa que jamás se haya presentado en guerra alguna de las conocidas hasta el presente! Ocho horas de combate rudo y encarnizado con las más ricas armas de precisión, son una enormidad horrible de fuego y de sangre; enormidad demostrada por la práctica en sus resultados mismos, pues hemos tenido 473
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regimientos que han experimentado diecinueve bajas de oficiales, ¡de treinta y cinco que tenían por todos! * Treinta y nueve cañones de varios calibres, inclusas trece ametralladoras de todos los sistemas, algunos miles de rifles, gran cantidad de municiones, entre ellas dos granadas cargadas, fueron arrancados al enemigo al pie de sus mismas trincheras y reductos, en medio de torrentes de fuego y de una resistencia que tenía los síntomas de la desesperación. Y esta obra, tan enormemente colosal, ha sido consumada sólo por una parte del ejército de Chile, porque a la otra no le cupo la gloria anhelada de entrar en el sacrificio; gloria que le estaba deparada para dos días después, delante de los formidables atrincheramientos de Miraflores. El siguiente es el resumen de los cuerpos que tomaron parte en la batalla de Chorrillos, inclusos aquellos que acudieron en la hora última de la agonía del enemigo a solo presenciar su triunfo: CUERPOS
HOMBRES
Buin
984
Esmeralda
966
Chillán
1.032
Lautaro
1.111
Curicó
966
3.º de Línea
1.079
2.º de Línea
924
Atacama
1.078
Chacabuco
923
Talca
1.078
Colchagua
773
4.º de Línea
800
Coquimbo
891
Artillería de Marina
377
Melipilla
400
Santiago
972
Zapadores
703
Valparaíso
828
Aconcagua
1.064
Caballería
850
Artillería
1.370
Total
19.169
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Corresponsales en campaña
Pero los que arrollaron verdaderamente al enemigo en todo el fragor de la batalla, reduciéndolo a solo las alturas del morro Solar, en cuya situación empezaron recién a llegar las demás tropas de refresco, fueron los cuerpos señalados con letra cursiva, más seis compañías del Curicó y dos del Aconcagua que protegieron nuestra artillería en el ala derecha: toda esta fuerza, que fue la que deshizo las líneas enemigas y produjo la derrota general, suma en totalidad 15.602 hombres. Esto debe entenderse sin aminorar en lo más mínimo la gloria de los que llegaron en la hora postrera del enemigo, y a cooperar su derrota en la última posición de los treinta y tantos entre reductos, morros y atrincheramientos que sucesivamente habían perdido desde la madrugada, cediéndolas a virtud del fuego, de la sangre y de la muerte, ¡y sobre todo del valor indomable de nuestros soldados, sin igual en su pujanza, en su arrojo, en su abnegación y en su heroísmo! ¡El brillo de los que tuvieron ocasión más lata y circunstancias más a propósito para arrostrar el sacrificio, no puede atenuar el de los demás generosos soldados de la patria, que corrían en demanda de la victoria o de la muerte! En la nómina que precede no cité a los batallones Bulnes y Valdivia, los cuales, ardorosos en sus deseos de cooperar al más breve triunfo, el uno enviando unos cuantos hombres al campo de la ya pronunciada victoria, y el otro mandando ejecutar un movimiento parcial como para ganar delantera a enemigos que no adelantaron, procuraron alcanzar a participar del ¡viva! general del triunfo, y aun a cambiar unos cuantos tiros con los últimos restos del despedazado enemigo. Hago estas observaciones para no dar lugar a malas intenciones en cuanto a mi narración. * ¡Resulta, pues, que, en suma, 15.602 hombres nuestros, fueron los que verdaderamente deshicieron y derrotaron al enemigo en su inmensa línea de fortificaciones, reductos y trincheras favorecidas por la naturaleza del terreno y defendidas por 26.000 soldados peruanos armados de ricos rifles de precisión, con trece ametralladoras y veintiséis cañones excelentes de todos los calibres, sin incluir los de parte del ala derecha y del fuerte artillado tomado por el Lautaro, porque no me ha sido posible verificar su número! * Nuestras bajas fueron necesariamente considerables, con un fuego tan vivo y prolongado: hubo regimientos que perdieron más de trescientos hombres, y algunos más de la mitad de sus oficiales; pero por fortuna, no 475
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fueron tan numerosos los muertos. La mayor parte de las bajas fueron por heridas y no por muerte, y aun las heridas leves estaban en mucha mayoría por sobre las graves. Las bajas no llegaron a mil quinientas en la batalla de Chorrillos, lo cual es una verdadera fortuna. Los peruanos han tenido más de tres mil quinientos muertos, mucho más, entre jefes y oficiales675: siempre mueren más de los que huyeron y de los que se saben defender y triunfar. Yo he recorrido gran parte de la línea de fortificaciones tomadas, al día siguiente del combate, y he podido formar un cálculo que lo creo muy cerca de la exactitud. He visto muchísimos cholos destrozados por la metralla, cuya herida se conoce a primera vista; y esto me hace afirmar mi convicción de que nuestra artillería ha sido felicísima en sus disparos, prestando eficaz cooperación al triunfo. * Los soldados peruanos estaban generalmente vestidos de blanco, con zapatos de cuero y polainas de cordobán: otros con simples sandalias y no pocos descalzos. La ropa era casi toda de dril. Algunos tenían uniforme de ese género azul de algodón que llaman mezclilla, y no escaseaban los de paño ordinario, rocillo y también negro; aunque de estos últimos había muy pocos. Los kepíes se veían de tres clases: unos de hule, tipo inglés, altos de frente y visera gacha, y otros de cartón forrado en género negro, imitando la misma forma: unos y otros con el número de bronce correspondiente al cuerpo, sobre la visera. Kepíes había también sin número, con una palmita dorada sobre la visera; pero estos eran de oficiales. He hablado de tres clases y solo he enumerado dos: la tercera era una especie de bonete compuesto de dos hojas cuadrilongas unidas por tres de sus lados; el antiguo gorro de soldado, hecho de trapo, que se usaba in illo tempore. Estos bonetes eran siempre de dos colores, una parte mordoré y la otra verde o amarilla. No tenían número. Pertenecían a la artillería peruana676. 675
676
Según el Estado que manifiesta el número de jefes, oficiales e individuos de tropa, muertos y heridos en las batallas de Chorrillos y Miraflores, los días 13 y 15 de enero de 1881, el Ejército chileno tuvo un total de 3.310 bajas en Chorrillos, entre muertos y heridos; de ellos, la cifra de muertos ascendió a 797. En Pascual Ahumada, ob. cit., tomo IV, capítulo quinto, p. 479. Las bajas peruanas son imposibles de calcular con exactitud por la situación de derrota y destrucción de su ejército; según el estudio más reciente sobre la Campaña de Lima, que intenta concordar varias fuentes, los defensores habrían tenido 226 oficiales muertos y 136 heridos en Chorrillos y Miraflores; en cuanto a los individuos de tropa, serían 5.638 muertos y 1.620 heridos en Chorrillos, y unos 11.200 muertos, heridos y prisioneros en Miraflores. Rafael Mellafe, Las batallas por Lima, ob. cit., p. 102. Este párrafo llama la atención por ser uno de los escasos ejemplos en que testigos de la contienda describen con cierta detención, la apariencia y en especial la uniformidad del enemigo. Para este tema, v. Patricio Greve Moller y Claudio Fernández Cerda, Uniformes
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Corresponsales en campaña
* Inspeccionando una de las trincheras tomadas por el Buin, vi el cadáver de un soldado de este cuerpo en una actitud que me llamó la atención. Estaba medio de pie, echado de espaldas sobre la rada superior del parapeto, pisando en el pavimento. Sus brazos se veían abiertos, envolviendo convulsivamente dos cadáveres de cholos que sin duda alguna había ultimado él mismo con sus dos manos hercúleas; a sus pies se veía su rifle Comblain hecho pedazos, quizás en cuerpo o cráneo de sus mismas víctimas, y él tenía de manifiesto una ancha herida de bayoneta o yatagán en el pecho. Aquel cuadro era sombrío y horripilante, porque demostraba plásticamente una escena de lucha cruenta y terrible de uno contra dos, faltando el tercero que puso fin a la vida del vencedor, a la vida del chileno. Allí se demostraba con el lenguaje mudo de los muertos el exceso inconcebible, casi sobrehumano, del valor sin parangón de nuestros temerarios rotos. * Otro cuadro no menos curioso observé en el fuerte tomado por el Atacama. Tres cadáveres estaban amontonados en el portalón mismo donde se hallaba un cañón de bronce, como a un metro de distancia, debajo de su cureña. Un soldado chileno yacía echado de bruces sobre la boca del portalón con la cabeza para el interior del fuerte. Sus manos colgaban hacia delante, y debajo de ellos se veía un soldado peruano acurrucado al pie del portalón mismo lleno de sangre: tendido hacia la derecha estaba otro cholo con un yatagán grueso clavado en el costado izquierdo. Los tres estaban muertos: el atacameño tenía destrozado por una bala el cráneo677. Allí había pasado también alguna escena terrible. ¿Quién había dado vuelta la cureña del cañón? ¿Cómo se habían dado muerte esos tres soldados? ¿Habían caído por el efecto de las armas de otros combatientes? ¡Quién sabe! ¡La muerte guardaba en su mutismo la verdad de los sucesos, porque su lógica tremenda enseñaba otro rasgo sorprendente del heroísmo de los soldados de Chile! * Poco después de consumado el triunfo, descendí del morro de Chorrillos al pueblo, y en las primeras casas encontré una ambulancia peruana,
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de la Guerra del Pacífico. Las campañas terrestres: 1879-1884, especialmente pp. 146160, centradas en la Campaña de Lima. A partir de este párrafo, la presente correspondencia fue publicada en el diario La Patria, Valparaíso, 25 de enero de 1881.
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donde había algunos oficiales y soldados heridos. El jefe de ella era un doctor llamado don Julio Becerra, hombre amanerado y que manifestaba tener buena educación. Él me informó de que el dictador Piérola había estado dirigiendo la batalla hasta las 12.30 P.M., hora en que, viéndolo todo perdido, se había retirado para Lima con algunos del estado mayor. Con dicho médico tuve la siguiente conversación: Yo.– ¿Es usted peruano? Él.– Sí, señor y soy jefe de esta ambulancia, que es la de las baterías del Solar. Yo.– ¿Ha salvado usted bien? Él.– Ya lo ve usted: hasta ahora estoy perfectamente, y no me siento afligido por lo que sucede. Era una cosa prevista desde mucho tiempo. Yo.– Lo creo, sin que eso le quite el carácter de calamidad para ustedes. Él.– Vea usted, señor: yo soy peruano como el que más, y sin traicionar los sentimientos de mi corazón, declaro que merecemos todo lo que está sucediéndonos. Lo merecemos, sí, desde hace mucho tiempo, desde que nuestros hombres de Estado echaron la vergüenza a la espalda y la hacienda pública por delante, con la tolerancia criminal del pueblo. Yo.– Caro, en verdad, suelen pagar los pueblos los desaciertos de sus gobiernos. Él.– Y tanto, señor, que de este hecho, ni aún nuestros nietos verán al Perú a la altura que alcanzó hace tres o cuatro años. No lo verán... nunca. Yo.– ¿Cree usted que insistirá en dar otro combate Piérola? Él.– Sería locura. Anoche jugábamos rocambor con él y otros y lo oí decir que, al parecer de todos los extranjeros y al decir de su conciencia, los chilenos no entrarían nunca a Chorrillos si no traían tres veces treinta mil hombres, para dejar sesenta mil muertos en su camino. Y ya lo ve usted: los chilenos están aquí; y estarán donde se les antoje. Piérola es muy caprichoso y en eso funda su nombre, y creo que hará el disparate de echar otra vez el pueblo a las astas del toro. ¡Lo merecemos, sí señor, lo merecemos! Estas son las terribles lecciones que el tiempo nos da para el porvenir, Dios quiera que algún día deje Lima de ser capellanía de disolución y de peculado; gritería de locos y juguete de los bribones. Yo.– Es decir que, en su concepto, tendremos que entrar a Lima a sangre y fuego. Él.– Así lo entiendo, aunque aquí había en la generalidad la creencia de que ustedes, caso de tomar a Chorrillos, se dejarían estar otra temporada, como después de Tarapacá y de Tacna, sin amagarnos daño. Yo.– ¿Y por qué esa creencia? Él.– Está muy claro: porque ustedes han venido intencionalmente alargando la guerra para hacer su política interior sobre el presidente, para crearse partidos, para formarse hombres adictos. No creíamos que ustedes 478
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se lanzasen formalmente sobre Chorrillos, desde que no querían acabar la guerra, y solo deseaban entretener al país con aparatos y simulacros. Nosotros hemos contado con eso siempre, y esto es lo que nos ha dado ánimo después de nuestras derrotas para volver a la lucha, y aliento para trabajar obras colosales de defensa, y esperanza sobre todo de no ver a ustedes la cara por estos mundos. Yo.– Estoy maravillado de sus razonamientos, señor doctor. ¿Con que ustedes nos creían unos farsantes, que mirábamos solo a nuestra política interna? Él.– No soy yo el responsable, señor, de mis errores en este caso. Harto sé que la venda ha caído ya de mis ojos ante la expresión de los hechos. Son responsables los escritores chilenos que atacaban al ministerio y que nos han tenido completamente engañados sobre este particular y sobre las supuestas farsas de aquel. No poca culpa tienen ellos de que esta cuestión haya demandado ahora tanta sangre.… Un instante después me despedí del médico haciéndome varias reflexiones. El pueblo seguía ardiendo por diferentes partes. * Réstame solo, señor editor, consagrar dos palabras a nuestros capellanes y a nuestros médicos. Los primeros se mantuvieron firmes en el campo de batalla auxiliando a los moribundos. Puedo citar especialmente entre ellos a los presbíteros Fontecilla y Vivanco678. A este último lo felicité personalmente dentro del fuerte tomado por el Atacama, en momentos en que las balas de cañón pasaban sobre nosotros: había prestado su caballo para que se acarreasen los heridos del rededor adentro del reducto, y salvado de la muerte a un joven oficial peruano que estaba herido: hablaba con los soldados, y a los más apurados con sus dolores procuraba consolarlos. ¡Bien por esos buenos sacerdotes! * El servicio de las ambulancias se hizo con toda actividad. La Cruz Roja se divisaba en todas direcciones, unas veces en medio del fuego, otras a retaguardia y las más en ambas partes a un mismo tiempo. Al doctor Allende Padín lo encontré con una rodilla en tierra extrayendo la bala a un soldado herido en un pie: le vi con las manos llenas de sangre seca, huellas seguras del trabajo incesante de toda la mañana.
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Florencio Fontecilla y Esteban Vivanco.
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No se andaba unos diez pasos, sin encontrar con el médico o con el practicante, quienes dejando curado un herido, corrían en demanda de otro. Pero estos eran tantos y estaban tan diseminados en las alturas, faldas, hondonadas y llanos, que la labor no terminaba nunca ni tenía un minuto de reposo. Los carretones de la ambulancia habían quedado atascados en los arenales del camino, y ya las vendas empezaban a escasear. ¡Qué apuros! ¡Y tan grande la cantidad de heridos! Unos peruanos derrotados encontraron a los expresados carretones con sus arrieros. Mataron a uno de ellos, y amarraron a los otros, para saquear los vehículos. Pero, ¡oh fortuna! tres soldados nuestros, de los rezagados por la fatiga o por enfermedad, llegaron al sitio. Los cholos eran ocho y quisieron resistirse. Empeño inútil: en pocos minutos, unos cuantos de los asaltantes volaban por sobre los médanos, pues parecían no tocar la blanda y pesadísima arena, en tanto que otros se revolcaban ensangrentados sobre ella. Los carretones estaban salvados y los sueltos arrieros caballeros en sus mulas. Tras del percance llegaron algunos empleados de la ambulancia a buscar más vendas. Se proveyeron de una enorme cantidad, y volvieron al campo. Los médicos no descansaron en todo ese día: para ellos la batalla no concluyó hasta la medianoche, debiendo recomenzarla al amanecer del otro día. Los enfermos fueron transportados al depósito de heridos. Nuestros médicos y practicantes no daban abasto y se llamaron también a los de la ambulancia peruana, que se trasladaron con sus heridos al depósito general. Trabajaron bien, se portaron bien, y esto debe decirse en honor a la verdad. Todos los peruanos debieran ser médicos, y llevar bisturí en vez de espada. El servicio sanitario del ejército merece pues, un aplauso, porque ha correspondido dignamente a las esperanzas del país. Ha prestado con oportunidad sus cuidados a nuestros enfermos y heridos, y hecho todo lo humanamente posible, y dentro de su esfera, por el bien de la patria. * Nota.– En esta correspondencia no he podido dar una cifra de las armas tomadas al enemigo, porque hasta el catorce no había materialmente habido tiempo para recogerlas. Cuanto puedo asegurar es que todos los reductos, trincheras y fuertes están sembrados de rifles peruanos, porque yo los he visto en gran cantidad, y lo mismo en todas las inmediaciones de retaguardia de la línea enemiga de batalla. 480
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En el cuartel que tenía el Bulnes en el pueblo de Chorrillos vi como una pared formada de cajones intactos de cápsulas de rifles, más de dos mil granadas cargadas y trescientos rifles entre Peabodys y de otros sistemas; y esto sin haber recogido todavía uno solo fuera de la población. Como en el ejército había algunos enfermos que por su mal estado o por la naturaleza de su enfermedad, no podían marchar al campo del honor, era necesario dejarlos en curación. Al efecto, el doctor Allende Padín había resuelto de antemano establecer un hospital fijo que sirviese con ese objeto. Hízose para el efecto y bajo su dirección, un espacioso edificio de maderas y totoras, que estuvo concluido en tres días por solo los empleados de las ambulancias, y allí fueron trasladados los enfermos. Un personal conveniente de médicos, según su número, quedó al servicio del improvisado hospital fijo, y así quedaron aliviadas las dificultades que pudieron ocurrir. Por otra parte, además de las ametralladoras del ejército, habíanse desembarcado algunas otras a bordo de nuestros buques de guerra con el fin de llevarlas para el combate de Chorrillos. Pero aconteció que se resolvió después dejarlas también en Lurín, llevando solamente los cañones de campaña y de montaña. Enfermos y ametralladoras no podían quedar completamente desamparados, y por esta razón, en la orden general se dispuso que quedasen dos compañías del regimiento Curicó y cincuenta hombres del de Cazadores a caballo, que por cierto no marcharon a la batalla y no tomaron parte en ella. Por omisión involuntaria quedó sin ser consignado este hecho en el cuerpo de la correspondencia. Õ
Batalla de Miraflores Sumario.– Traición del enemigo.– Última gran victoria de nuestras armas.– La rendición de Lima.
(Correspondencia especial para LA PATRIA)679 Miraflores, enero 16 de 1881 Señor editor: Cómo poder decir bien alto que la guerra está concluida. Dos espléndidas victorias consecutivas obtenidas por el mil veces glorioso ejército de Chile a las puertas de la capital peruana, han dado en tierra con el orgullo 679
Publicada en el diario La Patria, Valparaíso, 25 de enero de 1881.
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de la dictadura, con las esperanzas del Perú, con el asta que sostenía su bandera, haciéndola caer vencida y humillada a las plantas de los soldados de nuestra patria. Se acabaron las legiones peruanas, sus ochenta y dos batallones, sus reservas de levita y guante, sus brazos invencibles, sus fortificaciones marítimas, sus minas de dinamita, torpedos, fosos, reductos; y, sobre todo, su torrente atolondrador de bravatas y de injurias contra las valerosas huestes chilenas. La tumba que aquí se nos tenía con tanto tiempo cavada, se ha cerrado envolviendo en su seno el paladium del poder peruano bajo una capa eterna pisoneada con los proyectiles de nuestras invictas armas. La orgullosa Lima, la que había jurado ser un cementerio y una hoguera antes que ceder un pedazo de suelo a la planta del chileno, se nos ha entregado humildemente, gimiendo y llorando, y demandando atribulada la benevolencia y la misericordia de aquellos a quienes ayer anatematizaba con todo el furor de su rabia impotente. Se apagaron todos los tonos de su altivez, rompiéronse por junto las cuerdas de sus retempladeras; y abandonada por completo de todos los que la engañaron y la sacrificaron, hoy espera su salvación de la generosidad de Chile. Nadie ignoraba que así debía suceder. La victoria estaba predestinada desde el principio para nuestras armas, por la virtud del derecho y de la fuerza. * Terminé mi última correspondencia con el relato de los sucesos de la batalla de Chorrillos, librada el día 13, tres días hace. Principiaré entonces mi narración desde la madrugada del 14, a fin de llevar en orden los hechos de la presente campaña, que yo juzgo terminada en cuanto a acciones de guerra, en razón del total aniquilamiento del poder enemigo. Alguien nos ha dicho que queda por hacer una jornada de armas contra Arequipa. Locura sería, y muy grande, la de ese desventurado pueblo, si después de ver desaparecer en dos días ante el empuje de las armas chilenas, un ejército de 44.000 soldados680 con todas sus obras de defensa y fortificaciones aglomeradas y perfeccionadas en más de un año, pretendiera atraer aquellas contra sí y hacerse estérilmente un teatro de fuego, de sangre y de desolación. Se comprende que hasta la caída de Lima vacilase, abrigando alguna esperanza en el numeroso ejército y en el grande acopio 680
Cifra indudablemente exagerada. Ekdahl señala para el Ejército de Línea peruano, una cifra de 20.000 hombres, y para la Reserva, 12.000. Wilhelm Ekdahl, ob. cit., tomo III, cap. III, pp. 18-19. Machuca eleva el número del primero a 22.900 plazas. Francisco Machuca, ob. cit., tomo III, cap. XXVIII, p. 306.
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de elementos de destrucción y de exterminio amontonados en la capital contra los chilenos; pero en lo presente, toda vacilación sería más que una temeridad, un crimen. Yo no creo que los arequipeños hayan acabado de perder el último resto de su sentido común. * El día siguiente al de una gran batalla es siempre el día de reorganización. En un ejército numeroso tienen que producirse necesariamente confusiones. Soldados hay que se quedan cansados, soldados que en medio del combate han pasado de un cuerpo a otro, pues los cuerpos suelen entreverarse en ocasiones inevitablemente; y en fin, hasta oficiales suele haber que, por haber terminado la acción demasiado tarde, no han podido atinar con el lugar designado para su campamento. Así, pues, puedo decir que el día catorce se empleó en arreglar todas esas pequeñeces y en dar colocación y acomodo a los diferentes regimientos, poniendo en orden los de cada división. Con este motivo, se veían cuerpos que marchaban para acá, cuerpos que marchaban para allá, según el sitio que se acordó a sus respectivas divisiones. El regimiento Esmeralda alojó en la gran casa que se hizo depósito general de heridos y en la cual estaban también los prisioneros peruanos, cuyo número iba aumentando con los que poco a poco iban cayendo681. Temprano se dio de comer a la tropa, porque había carecido de rancho en el día anterior, y todo quedó en orden y arreglado cerca del mediodía. * A fuer de verídico, no debo pasar por alto la noche del 13. A pesar de las glorias del espléndido triunfo alcanzado en una batalla sangrienta que duró casi todo el día, la noche fue para nosotros intranquila, por las consecuencias de algunos desórdenes ocurridos dentro del pueblo. Este se hallaba deshabitado de moradores pacíficos, como ya lo dije, y convertido en un verdadero cuartel enemigo, y era presa de las llamas del incendio por varios puntos a la vez. El aspecto de las calles imponía terror. La luz roja de las llamas envuelta en torbellinos de humo negro y espeso, alumbraba con colores siniestros. Aquellos bellísimos palacios, cada uno de ellos podía llamarse un Limache concentrado en el recinto del edificio mismo, daban abundante combustible a la hoguera formando castillos de fuego que debían verse perfectamente desde Lima.
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Era la sede de la Escuela de Cabos del ejército peruano.
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En medio de esa claridad sangrienta, varios soldados chilenos, escapados de sus cuerpos, recorrían las pavorosas calles, y se oían tiros y más tiros de rifle sin interrupción. No habían comido en todo el día, y sin duda habían salido, impelidos por el deseo, a buscar algo que comer. En el pueblo existían muchos depósitos de licor, y esto fue la causa que produjo el mal a que me he referido. Se embriagaron algunos soldados y, desconociéndose unos con otros, se mataron varios entre sí682. En la madrugada del trece, el número de muertos en las calles, que dejó el combate el día anterior, había aumentado en cuanto a los chilenos. Fue necesario enviar fuertes patrullas a recoger a los dispersos que quedaban aún en la población y así pudo evitarse la propagación del mal. Perdimos, y es bien sensible, en esa noche unos cuantos hombres, debido a una cosa quizá inevitable, a los excesos que suele producir la victoria en las poblaciones, cuando de estas se hace también un campo de combate683. * Se había oído decir, y aun se sabía por algunos de los peruanos presos, que Piérola estaba con la reserva en Miraflores; pero no se creyó al principio que allí debía tener lugar otro combate, sino en los alrededores de Lima, por cuanto se ignoraba la existencia de tan formidables fortificaciones en aquel punto. Algunos daban al dictador diecisiete mil hombres, sacando las cuentas de esta manera: seis mil que había en Monterico chico, que no pelearon, y 682
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Escribe el soldado del regimiento Chillán, Hipólito Gutiérrez: «El puerto (se refiere a Chorrillos) toda la noche ardiendo y los soldados para (a)llá y para acá, muchos de uno y otro cuerpo andaban todos revueltos haciendo y buscando qué comer, porque todo el día no habían comido cosa alguna. Harto se encontraba qué comer, hasta comidas hechas, pero no se había fuicio, no había tiempo esa noche. En Chorrillos se mataron muchos chilenos unos con otros que andaban haciendo lo (que) querían». En Abraham Quiroz, Hipólito Gutiérrez, ob. cit., cap. 17, p. 217. Por su parte Justo Abel Rosales, del regimiento Aconcagua, que observaba desde las afueras, anota en su diario de campaña: «El incendio parecía crecer más cada momento. Detonaciones de rifles se sentían continuamente en el incendio, y eran balazos que se tiraban unos a otros. Esa fue la noche triste de Chorrillos... Lo que pasó después de la victoria es lo que comúnmente pasa en una población tomada a viva fuerza». Justo Abel Rosales, ob. cit., p. 212. Bulnes afirma que «nada se hizo en el día para reducirlos (a los soldados dispersos), sino una generosa tentativa personal del comandante don Baldomero Dublé Almeyda, el que habiendo penetrado a la población a hablar a los soldados el lenguaje del patriotismo y de la disciplina, fue muerto por una de las balas que se cruzaban en todas las direcciones». Gonzalo Bulnes, ob. cit., tomo II, cap. XI, p. 341. Por su parte, Machuca disminuye la importancia de estos incidentes al afirmar: «Es exacto que soldados dispersos que nunca faltan en una acción de guerra, estimulados por el incentivo de licor, se quedaron dentro de la ciudad y se entregaron a la bebida; pero estos soldados fueron pocos. La disciplina durante toda la batalla se mantuvo con extremado rigor. Nadie avanza más allá de la línea. Nadie se queda atrás». Francisco Machuca, ob. cit., tomo III, cap. XXXIII, p. 364.
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once mil que tenía en la reserva, eran los diecisiete mil cabales. Otros daban dieciocho mil hombres de primera clase, fuera de todos los que hubiesen podido retirarse y replegársele, después de la batalla de Chorrillos684. Lo cierto es que no se sabía bien la verdad y que había buenas posibilidades, casi datos ciertos, de que al enemigo le quedaban aún más de dieciséis mil hombres de pelea. Sin embargo, en el ejército dominaba el espíritu de acabar de una vez con los peruanos, atacándolos y derrotándolos donde quiera que se encontrasen. * En la mañana del día indicado, 13, el secretario general del ministro de la Guerra, don Isidoro Errázuriz, fue enviado con dirección a Lima, en calidad de parlamentario, en unión con el coronel prisionero don Miguel Iglesias, ministro de la Guerra del Perú. Acompañábalo el capitán don Guillermo Carvallo y el alférez señor Cox685, de nuestro estado mayor el primero y de Granaderos el segundo, y además tres soldados del regimiento de este último. Nuestro parlamentario debía llegar a Lima, donde se suponía que se hallaría el dictador, para conferenciar con él. Al arribar a Miraflores con su bandera blanca, el coronel peruano Arias Arragues686, jefe a la sazón de ese punto, mandó detener a la comitiva, saliéndole al encuentro. El jefe supremo, como los peruanos dicen, andaba recorriendo sus líneas de batalla, que se extendían a la izquierda y a la derecha del punto mencionado. En esta situación, de acuerdo con Errázuriz, el alto prisionero Iglesias se desprendió solo a verse con el dictador, regresando a poco rato con la embajada de que Piérola escucharía a nuestro enviado sólo en el caso de que este llevase poderes suficientes para tratar con él. Errázuriz se dirigió entonces al jefe de estado mayor general del ejército del Perú, que se hallaba allí presente, encargándole decirle a S. E. que él no había ido a buscar ni a hacer tratados, sino a manifestarle la inutilidad de toda resistencia y la conveniencia de salvar la ciudad de Lima de los desastres consiguientes a la guerra. Este mensaje fue transmitido a Piérola, quien manifestó estar resuelto a escuchar proposiciones; cosa que se tradujo más tarde en hechos que demostraban su alambicada situación. 684
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Ekdahl hace un cálculo estimativo de unos 7.000 efectivos peruanos salvados de Chorrillos, los cuales, sumados a los del ejército de Reserva y otras tropas que se hallaban en la línea de Miraflores, elevarían a 12.000 hombres los que tomaron parte efectiva en la batalla de este nombre, en el bando peruano. Wilhelm Ekdahl, ob. cit., tomo III, cap. XII, p. 178. Eduardo Cox. Julián Arias Aragüés.
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Errázuriz regresó de su comisión a las once del día, siempre en unión del ministro peruano prisionero. Por lo que había podido observar y oír en su brevísima permanencia entre los enemigos, nuestro parlamentario se formó la opinión de que ellos hacían solo un último aparato de fuerza, siendo su deseo evidente conseguir la paz y asegurar de esa manera la duración de su gobierno. * En la misma mañana, el inteligente y modesto don Arturo Villarroel se ocupó en registrar el puerto y el fuerte de costa que lo defendía687, para sacar los torpedos y dinamita que pudiesen de algún modo hacer daño a los nuestros. Su trabajo no fue en vano. Caminando por el fuerte, encontró los cañones cargados con dinamita y en punto de ser volados. Sin duda los peruanos no tuvieron tiempo para llevar a efecto esta operación, puesto que su artillería había funcionado hasta la última hora, alcanzando solo a prepararla con la dinamita. Villarroel les extrajo hábilmente la peligrosa carga, dejándolos útiles. Extrajo también de la meseta donde la batería está colocada, treinta y nueve torpedos de presión que se hallaban enterrados, destinados sin duda a causar la destrucción de nuestras tropas en el momento del asalto; y cuatrocientos treinta y cinco de otros distintos lugares. No hay quien ignore que de Chorrillos a Lima hay tres leguas, más o menos, de camino llano, con escasas ondulaciones y por entre fincas y cultivos de todo género. Dos son las vías públicas principales que van del uno al otro pueblo; la del ferrocarril y la carretera, que casi pueden reputarse como una sola porque marchan siempre vecinas, la una del lado de la otra. Tomando el camino de Chorrillos a Lima, se toca primeramente en Barranco, a los tres mil metros de distancia, más o menos. Barranco es un pueblito de campo, muy pintoresco por su situación, por su forma y por sus buenos edificios. Se encuentra a menos de mil metros de la playa y edificado a ambos lados de un barranco profundo que, arrancando de la orilla norte de la población, va a terminar en el océano. No puedo describir la forma de esta villa, porque es sumamente irregular; tiene veredas de tablas muy cómodas, por las cuales se desciende de la placita al fondo del barranco, donde vierte un agua de superior calidad. El camino de fierro y la carretera pasan juntos por la orilla norte, como dije antes, y cruzan una calle de casas de dos pisos, de construcción moderna y muy pintoresca. De Barranco sigue el camino en línea recta hacia Miraflores, que está a unos dos mil metros de distancia próximamente de aquel. Miraflores dista mil quinientos metros de la orilla del mar y es una población mucho más importante y lujosa que la anterior. 687
Morro Solar.
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El terreno colocado entre estos dos pueblos y que sirvió de campo de la batalla, tiene muchos más desparejos, aunque es todo cultivado, y se extiende al interior desde la costa unos siete mil metros, más o menos, hasta la falda de los cerros que limitan el valle. Casi todo está ocupado por potreros tapiados y de poca extensión, que se suceden sin interrupción en todas direcciones, sin más claros que una faja de poco más de una cuadra de anchura, la cual se interna desde la costa unos setecientos metros hasta el camino carril, y desde allí se agranda algo hacia el interior, presentando una sucesión de pequeñas eminencias aisladas y pedregosas, ninguna de las cuales tendrá más de metro y medio de altura. Conviene tener presente estos detalles, al ocuparnos de la batalla. * A las 5 de la tarde, la tercera división del ejército, que estaba acampada hacia el oeste de Chorrillos, se puso en movimiento para colocarse más adelante, hacia el pueblo de Barranco, sirviendo como de vanguardia, pues iba a un punto muy avanzado. Era justo: no habiéndole cabido en suerte la gloria de compartir con sus hermanos el trabajo de la jornada del día anterior, deseaba, sin duda, ser la primera en ir a buscar el frente del enemigo. Tomó el camino de la vía férrea y ejecutó su movimiento sin novedad, acampándose en unos potreros a la derecha. * Ese día, 14, de que hasta ahora me he ocupado, fue un día de novedades verdaderamente. No es posible que terminase sin algún acontecimiento extraordinario. Vamos a verlo. En la noche, los señores ministros plenipotenciarios de Francia y de Inglaterra en el Perú llegaron al cuartel general chileno, procedentes de Lima. Venían de parte de Piérola con embajada de paz; venían buscando la salvación de Lima, la misericordia del ejército de Chile para los que, aún sin dar otra batalla, ya podían y debían llamarse los vencidos. ¡Cosa curiosa y rara para la historia! Al dictador peruano no le ha gustado servirse de sus conciudadanos para salir airoso en las situaciones desesperadas: ¡ha tenido por sistema y por manía el prenderse siempre a la cola del frac de los ministros extranjeros y el echárseles a la grupa! El que se dignaría escuchar proposiciones a quien fuese a buscarlo con autorización para hacérselas y ajustarlas, mandaba un rato después a suplicarlas. Los señores ministros fueron recibidos con todas las atenciones del caso. No eran ya los que querían imponer con papelazos el respeto a la 487
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casa número tantos ni a la número cuántos, ni exigir de parte del general chileno que no cañonease a Lima sin previo aviso muy anticipado... Nada de eso: eran unos buenos señores que echaban el lazo a las ondas, con el fin de ver si el desventurado y calenturiento Piérola, apeado de sus caras fantasías, se podía coger del extremo y salvarse del naufragio con Lima y todo. La respuesta que se dio a los señores diplomáticos y parlamentarios fue muy sencilla y del caso: se les dijo que se oirían proposiciones de arreglo respecto de Lima, PREVIA la entrega del Callao con sus armas. Con esto terminó la conferencia, y los embajadores quedaron de volver al día siguiente a las 7 A. M., con permiso de hacerlo en un tren especial. * Amaneció el día 15 sin novedad. Se había esparcido la noticia de que el tren debía llegar de Lima muy temprano, y la línea estaba atestada de curiosos. A las 7 A. M. la máquina, conduciendo un solo carro, atravesó el campo en dirección a la estación de Chorrillos, dejando a su retaguardia una larga columna de humo blanco, tan blanco como la bandera con que venía empavesado. Al pasar, nuestros soldados le gritaban a todo pulmón, batiendo sus kepíes: ¡Viva Chile! En seguida empezaban los cuchicheos: quien decía que venía Piérola a entregarse prisionero: quien que venía la máquina a llevar al ministro y al general en jefe para hacerles la entrega de la capital. Y no faltaban algunos que, más desconfiados y menos crédulos, dijeran: «Nadie me quita que estos gringos nos la andan jugando rucio o que Piérola nos está engañando». El hecho es que nada se resolvió con la venida de los diplomáticos sino estas dos cosas, que es como si dijéramos nada: 1.º Que darían la contestación a la una de la tarde, según lo convenido con Piérola. 2.º Que, en todo caso, no se haría uso de las armas por una u otra parte ni por ambas hasta las doce de la noche, reservándose el general chileno el derecho de hacer cambiar de posiciones a sus tropas, en caso de convenirle. Esto importaba un verdadero armisticio de unas cuantas horas, cosa que nadie tomó a mal entre los nuestros por una razón muy sencilla, o más bien dicho por dos razones: 1.º Porque, después de la gigantesca jornada del 13, el ejército necesitaba comer bien y refrescarse para una segunda batalla y descanso que no podía ser menos de cuarenta y ocho horas. 488
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2.º Porque esto era tanto más necesario, cuanto que se tenía que combatir con tropas de reserva y descansadas del enemigo, en terreno desconocido para nosotros. El tren regresó con los señores ministros extranjeros a las 10 A. M., aproximadamente. * Entre tanto, la tercera división, que en la tarde anterior había acampado de aquel lado de Barranco, es decir del lado de Chorrillos, empezó a avanzar hacia Miraflores, y con ella una sección de artillería. Eran las 11.30 A. M., más o menos. Llegada nuestra tropa a corta distancia de la del enemigo, de modo que estaba materialmente viéndose una con otra, comenzó a tenderse en línea sobre su derecha e izquierda, cubriendo, una vez que estuvo arreglada, desde cerca de la orilla del mar hasta un buen trecho más a la derecha de los caminos carretero y de fierro. La disposición en que se colocaron sus cuerpos desde la costa al interior, fue más o menos como sigue: 1.º El regimiento Concepción 2.º El batallón Valdivia 3.º El Caupolicán 4.º El regimiento Aconcagua 5.º El batallón Naval 6.º El regimiento Santiago El Esmeralda se hallaba alojado en el depósito de heridos y prisioneros, y el Bulnes en el pueblo de Chorrillos. Para poder tender la línea de los cuerpos arriba expresados fue necesario romper una serie de paredes, a fin de comunicar un potrero con otro, dejando intactas las tapias del frente, que los cubría de la línea enemiga. * Una sección de artillería de montaña había salido también a la sazón con camino a Miraflores, para tomar una colocación conveniente. Estos movimientos tenía una razón de ser clara: el enemigo había estado acarreando batallones en el tren de Lima toda la mañana, y dándoles también colocación en la línea suya. * Necesario creo dar a conocer primero, sin pasar más adelante, los atrincheramientos de los peruanos en el campo de Miraflores, según el examen que de ellos hice por mí mismo después de la batalla: atrinchera489
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mientos que, antes y durante el combate, no podían ser del todo conocibles ni eran, a la verdad, en mucha parte conocidos por los jefes de nuestro ejército. Como diez cuadras antes de llegar al citado pueblo de Miraflores el terreno aparece cortado por una incisión profunda desde la vía férrea a la costa; y desde el mismo camino en este punto para el interior, el llano es disparejo y sin cultivos, un buen trecho, según ya lo he dicho en otros capítulos. Del lado norte de la quebrada o incisión de que he hecho referencia, y desde la misma orilla del camino carretero parte una muralla de tapias, como de metro y medio de altura, hacia el poniente, la cual, haciendo zig-zag y curvas poco sensibles, llega hasta la orilla del mar después de recorrer una línea como de mil quinientos metros, más o menos. Toda esa muralla estaba llena de agujeros colocados en línea horizontal, como a un metro del suelo; agujeros hechos a cincuenta centímetros de distancia unos de otros y de un diámetro suficiente para poder apuntar y disparar el rifle por dentro de ellos, haciéndolos servir de mampuesto. En el extremo derecho de esta línea (hablo de la derecha del enemigo) había un reducto de forma semicircular, hecho con murallas de sacos de arena que solo se veían de la retaguardia, porque estaban anteriormente cubiertos por una gran rampla de tierra y cascajo, que los hacía invisibles para los soldados agresores. Este reducto, guardado en todo su frente por un foso de cuatro metros de anchura por tres de profundidad, perfectamente bien trabajado, estaba también defendido por ametralladoras Gatling y cañones Grieve de retrocarga688. Su piso exterior era bajo, pero tenía tres gradas, siendo la más alta la que debían ocupar los soldados para maniobrar con sus rifles. Todas estas gradas se hallaban enteramente cubiertas de cartuchos de cápsulas disparadas durante la batalla. Algunas cuadras más a la izquierda o sea al este del reducto en cuestión, había otro de forma y condiciones casi iguales, siempre sobre la misma línea de las tapias agujereadas. Al llegar a la orilla del camino carretero, la larga pared-trinchera doblaba oblicuamente al noroeste, hacia Miraflores, y seguía cerrando el costado derecho de dicho camino, o sea el izquierdo con respecto a nuestra línea de batalla, unas cinco cuadras o más, siempre entronerada en la misma forma. En este punto se destacaban hacia el este, en sentido paralelo a la primera línea, tres trozos de pared formados con sacos de arena, uno contiguo al camino carretero y uno a cada costado del camino de fierro. Cada trozo de estos tenía una ventanilla en la cual se veía abocado un cañón de bronce de montaña, del mismo sistema Grieve de retrocarga. 688
Fuerte Alfonso Ugarte.
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Dichos cañones dominaban perfectamente las dos vías públicas en una larga distancia, no dejando más medio de avanzar que el del orden disperso por dentro de los potreros y saltando paredes. Dominaban así mismo un llano que se extendía hacia el oriente, con toda la anchura del gran zig-zag que corría por el costado de la carretera. * Desde el frente en que se hallaban en línea las tres piezas de artillería mencionadas seguía, principiando desde el costado izquierdo de la vía férrea (derecha nuestra) la pared llena de troneras, prolongándose en dirección casi perpendicularmente al costado atrincherado del camino carretero hasta unas cuatro cuadras, después de las cuales empezaba a hacer zig-zag y curvas poco sensibles en su larga extensión hasta cerca de unos cerrillos que parecieron los de San Borja. Casi al mismo costado de los cañones colocados en las vías públicas, de que he dado ya cuenta, había un tercer reducto que servía de arranque a la nueva línea de que acabo de hablar; reducto construido en la misma forma que los de la derecha, pero mucho más extenso, capaz de contener en su interior un campamento; como que había en él una ranchería llena de trapos y otros artículos que denunciaban haberlo tenido. Este reducto dominaba con sus ametralladoras: a su derecha las vías públicas, y a su frente y a su izquierda el llano sinuoso indicado más arriba. * A siete u ocho cuadras de distancia, sobre la misma línea, se veía un cuarto reducto enorme, también con muralla de sacos de arena, guardado por un gran foso lleno de agua y defendido por cañones y buenas ametralladoras. Entre una y otra fortaleza, en un gran trecho de tapias defendido por una acequia delantera y cuyo frente se veía lleno de escombros derribadas ex profeso por los mismos peruanos para dar campo a sus armas, tenían colocados siete cañones de retrocarga y dos ametralladoras Gatling. * Continuando siempre sobre la línea encontrábanse aún dos fuertes más, arreglados sobre eminencias naturales, hallándose el último sobre una loma y artillado con cañones de grueso calibre. La penúltima de estas fortalezas parecía no estar aún terminada: tenía tres cañones de a doscientos, dos de ellos desmontados y uno como en actitud de ser colocado sobre su cureña. Se conocía que allí habían interrumpido el trabajo a última hora689. 689
En la línea de Miraflores había varias baterías de grueso calibre: una con dos cañones Rodman y dos Parrot y otros dos Dahlgren de 11 pulgadas en el sector del fuerte Alfonso
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* Creo que con lo dicho podrá el lector formarse una idea general de la calidad de los atrincheramientos de Miraflores, de la naturaleza de las obras de defensa de los peruanos, y de las razones tan bien fundadas que tenían para creer que ningún ejército del mundo podría entrar a Lima victorioso, estando ellos resueltos a defenderla. Habían estudiado la manera de pelear sin ser vistos, sin poder ser heridos ni alcanzados, a no ser que los proyectiles enemigos entrasen por la estrecha tronera que les servía de mira y de mampuesto; cosa que en todo caso les sería muy difícil, si no causal. Excusado es decir que los enemigos tenían expedita la comunicación interna de toda su línea, y que en su derecha habían formado doble y aun triple línea de atrincheramientos sucesivos, para el caso de que les quitasen los primeros. Estas obras de defensa no eran visibles desde el mar, a pesar de su proximidad. La costa desde Chorrillos inclusive el norte es un barranco cortado a pique y de bastante elevación, de modo que nada se puede ver sino desde una distancia de cuatro mil o más metros mar adentro. De no ser así, nuestros marinos, en sus reconocimientos anteriores, se habrían hecho cargo de todo, y entonces habríamos sabido de qué manera nos esperaban los enemigos, aun después de haber sido vencidos en Chorrillos690. * La noticia de que los peruanos allegaban sin cesar a su campamento tropas venidas de Lima, hizo presumir que ningún arreglo sería posible, y determinó la necesidad de que el ejército de Chile no perdiese tampoco el tiempo, Inter. El enemigo aprovechaba del armisticio para colocar su gente691. En consecuencia, habíase movido la tercera división para tomar
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Ugarte; una de dos piezas Dahlgren en el Reducto Nº 6; en el cerro del Pinto, cuatro: una con un cañón Dahlgren de 8 pulgadas; otra con 4 piezas de campaña; otra con un cañón Voruz de a 250 libras y una exterior con otro Voruz; en el molino Vásquez, una batería con dos Voruz de a 250 libras; en San Bartolomé, otra con 4 piezas Voruz y en Encalada, una batería de 4 cañones de a 70 libras. La artillería de campaña se componía de 12 baterías de 4 piezas cada una. El día de la batalla esta artillería fue aún más reforzada, incluyendo 15 piezas White y 2 Grieve de campaña, y tres cañones Vavasseur, más ametralladoras. Francisco Machuca, ob. cit., tomo III, cap. XXXV, pp. 376; 379. A partir de este párrafo, la presente correspondencia fue publicada en el suplemento al diario La Patria, Valparaíso, 25 de enero de 1881. Consigna el general Baquedano en su parte oficial: «A las 11 principié a recorrer el campo, después de dar a la 1ª División orden de colocarse a la derecha de la 3ª. Mientras practicaba aquel reconocimiento, pude ver que reinaba gran actividad en el campamento de los enemigos. Sus batallones se movían en todos sentidos; llegaban de Lima trenes con tropas, todo, en una palabra, anunciaba que allá se preparaban para un próximo combate. Los jefes de los cuerpos que habían recibido la orden de no hacer
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posiciones convenientes para el caso, semiseguro, de un combate que no podía ser antes de la terminación del armisticio acordado. Era la una de la tarde, y ninguna respuesta anunciaba la manera cómo debía resolverse la contienda, sin embargo de que el mero silencio daba derecho para considerar concluida toda negociación en el sentido redondamente negativo, a pesar de no poder hostilizarse hasta las doce de la noche. El General en Jefe y el Estado Mayor habían salido a observar la colocación dada a los cuerpos de la tercera división, y a orientarse sin duda personalmente sobre las posiciones enemigas, con cuyo objeto se habían aproximado hasta poco más de una cuadra de la línea peruana. No sé bien si una batería brigada de artillería se encontraba también en la vía pública sin alcanzar a tomar aún una colocación a propósito que le permitiera funcionar con eficacia. El Naval tenía armados pabellones y aun había mandado algunos soldados de cada compañía a traer rollos que se habían dejado en el lugar del campamento la noche anterior. En una palabra, ninguno de los cuerpos, nadie pensaba todavía en el ataque, que acaso debía tener lugar, según el parecer de muchos, al amanecer del día siguiente, desde que era prohibido romper los fuegos y hostilizarse hasta las doce de la noche. Eran las 2.35 P.M. * En esta situación las cosas, y en la hora indicada, una descarga cerrada de rifles y de cañones y ametralladoras hecha por el enemigo sobre los nuestros atronó el espacio y repercutió por todas partes espantosamente; descarga que se prolongó sobre un fuego graneado tan nutrido y empeñoso, que parecía un solo estampido interminable692. Los alevosos peruanos, violando cobardemente la fe del armisticio, y haciendo traición infame a la fe de su honor, nos habían preparado aquel golpe de sorpresa ruin, ya que en lucha leal no les había servido ni la superioridad del número ni las inexpugnables alturas de sus posiciones atrincheradas, ni sus mortíferas ametralladoras, ni sus minas y cañones. ¿Se habían prestado los ministros extranjeros a este atentado de traición? ¿Eran ellos mismos víctimas de un crimen fraguado por la insensata ambición de Piérola, en el último paroxismo de su desesperación al ver segura su caída?
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fuego, me hacían preguntar sino sería conveniente impedir ya aquellas maniobras». En Pascual Ahumada, ob. cit., tomo IV, capítulo quinto, p. 419. Según el parte oficial del jefe de Estado Mayor, general Marcos Maturana, el fuego empezó después de las 2 P.M. (Ibíd., p. 427). Según el parte oficial del jefe de la 3ª División, coronel Pedro Lagos, ello sucedió a las 2.15 P.M. (Ibíd., p. 456).
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* El general Baquedano y sus acompañantes se retiraron de prisa y prudentemente de aquel lugar, pues el simple sentido común aconsejaba no quedarse neciamente recibiendo los fuegos enemigos a mansalva y el deber, por otra parte, demandaba acudir a disponer en su puesto lo conveniente para la repulsión y derrota de los desleales adversarios. Nuestros soldados corrieron acto continuo a sus armas, y en el primer momento contestaron también con profusión a los fuegos del enemigo, trabándose un combate reñidísimo en el ala derecha peruana, pues los nuestros no habían mandado aún a cubrir la derecha suya o sea el frente del ala izquierda enemiga693. * Envió el general inmediatamente la primera división por estar más a la mano, y que se hallaba acampada próxima a Chorrillos, la cual empezó a desfilar según el orden de sus cuerpos, teniendo que recorrer más de tres mil metros para llegar al campo de batalla y que cruzar por dentro de potreros y por sobre paredes para poder tender regularmente su línea en actitud de combate694. Y mientras esta división marchaba con aire marcial y con serenidad estoica, llega parte de que la artillería avanzada no podía funcionar en la posición en que se encontraba, en tanto que las caballerías, enviadas con anterioridad al campo, se hallaban recibiendo sin fruto los fuegos de fusilería del enemigo, no pudiendo por ninguna parte cargarlo. Al mismo tiempo el coronel Lagos, jefe de la división, empeñado en el combate de la sorpresa, hace decir que el enemigo tira invisible por las troneras de sus paredes y que se necesita la función de la artillería para derribar las que obstruyen el paso. * 693
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Anota en su diario de campaña el subteniente del Aconcagua, Justo Abel Rosales: «Algunos de nuestros soldados, asustados por la sorpresa y por las balas, no se cuidaban de apuntar a las tapias donde partía el fuego contrario, sino que afirmaban el cañón del rifle en la muralla y tiraban a las nubes, figurándose tal vez que el mayor ruido y no las certeras punterías deciden un combate. Fue preciso que yo y otros oficiales les hiciéramos comprender que así perdían tiempo y cápsulas. Solo entonces asomaron la cabeza, apuntaron bien y disparaban, perdiendo poco a poco el temor». Justo Abel Rosales, ob. cit., segunda parte, p. 215. Escribe en su diario el subteniente Rosales, del Aconcagua: «De pronto siento a lo lejos, a retaguardia de nuestras tropas, el toque de ataque, de una corneta, seguido de un gran ruido de voces y gritos de Viva Chile, y otro de la 1ª División que llegaba al trote. Varios jefes que ya veían el sudor correr por las frentes de sus soldados por la fatigosa y forzada marcha, les gritaban para alentarlos ‘¡ánimo muchachos, no hay que desmayar, que navales y aconcagüinos están hechos pedazos!»». Ibíd., pp. 216-217.
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Sorpresa a la 3ª división chilena del coronel Pedro Lagos. Grabado de origen francés publicado en revista Zig-Zag, Santiago, 14 de enero de 1906.
Ordénase entonces retirarse a las caballerías y a la batería o brigada de artillería avanzada, y se manda prevenir a Lagos que, colocando su gente tras de las paredes de su campo, apague sus fuegos, que son inútiles, y deje quemar y gastar sus cartuchos al enemigo. Los peruanos enfurecidos y tímidos, no ven lo que sucede, y disparan y disparan sin mirar hacia delante y con menudencia admirable, por las troneras de sus parapetos. Entre tanto, nuestra artillería de campaña y de montaña, desplegada por distintos puntos con oportuna celeridad, empieza a vomitar torrentes de fuego sobre los traidores, a tiro de rifle en su mayor parte. Gran movimiento general se ve en todo nuestro campo, en partes ordenado, en partes confuso y atolondrado por los obstáculos naturales que impiden y enervan de por sí toda regularidad. Una brigada de artillería de campaña se coloca en nuestro extremo izquierdo y otra de montaña un poco más a retaguardia, y empiezan de consuno el bombardeo del reducto peruano del frente con acierto plausible. * Los peruanos llevan gastadas muchas municiones, y ya los cuerpos de la tercera división, el Valdivia, el Caupolicán, el Aconcagua, el Naval, el 495
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Santiago, protegidos por nuestra artillería, lánzanse a pecho descubierto, y tienen que descender y ascender una ondulación rápida del terreno para trepar las trincheras y quitárselas al adversario. * Todo se ejecutó con rapidez sorprendente, y a las 3.50 llega el ayudante del ministro mayor Cuervo695, con parte de que las posiciones del ala derecha del enemigo ya nos pertenecen, porque Lagos se había apoderado de ellas696. * Pero el grueso enemigo se había cargado horrorosamente sobre la derecha nuestra. Algunos cuerpos de la primera división, salvando paredes y todo género de dificultades y dejando sembradas sus bajas en el tránsito, ya estaban al frente de los peruanos combatiendo como leones, en tanto que los demás compañeros iban llegando a toda prisa. Los cholos, desalojados de sus primeras trincheras de la derecha, y abandonados sus reductos más avanzados, se resistían aún parapetados en las paredes sucesivas y se corrían poco a poco sobre su izquierda, para incorporarse sin duda a la gran línea que partía hacia el oriente desde el punto donde la vía férrea y la carretera estaban cerradas por sus cañones. * Súpose entonces que por el extremo derecho de nuestra línea, una fuerza enemiga considerable avanzaba con el ánimo manifiesto de flanquearla, y envióse en el acto a los batallones de Artillería de Marina y Melipilla, de la primera división, con una brigada de artillería de montaña y caballería, a detenerla y combatirla. Esta fuerza nuestra tomó camino recto al oriente para ir a cubrir el extremo de nuestra ala derecha. * El fuego seguía cada vez más recio y terrible en toda la línea, a pesar de haber retrocedido el enemigo por su derecha y de haber sido desalojado por los nuestros de sus formidables primeras posiciones. 695 696
Mayor Daniel Cuervo. Consigna el coronel Pedro Lagos en el parte oficial elevado al general en jefe: «A las 3 P.M. se notó que la derecha enemiga cedía visiblemente. En el acto ordenó V. S. que la cargaran los cuerpos Concepción, Caupolicán y Santiago; los que, salvando con irresistible ímpetu el cauce del río que los separaba del enemigo, cayeron sobre su primera línea de trincheras, arrollándolo en todas direcciones y dejando el campo sembrado de cadáveres». En Pascual Ahumada, ob. cit., tomo IV, capítulo quinto, p. 456.
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Oíanse los roncos y prolongados ecos de los cañones de nuestra escuadra hacia el lado del mar. Encontrábanse formados los buques de norte a sur de la manera siguiente: 1.º Huáscar. 2.º Blanco. 3.º Pilcomayo. 4.º Toro. 5.º O’Higgins. Los cinco hacían indistintamente fuego en unión con una sección de nuestra artillería de campaña colocada también cerca de la costa, sobre el fuerte de Magdalena, situado como a cinco mil metros hacia Lima a retaguardia del enemigo. En el punto donde fui a colocarme encontré en observación al comandante inglés Mr. Acland697, y a un oficial de la marina francesa cuyo nombre no recuerdo698. Ambos estaban muy satisfechos de las punterías de nuestra artillería de mar y tierra. Del fuerte de Magdalena se disparaba con cañones de grueso calibre y con pequeños intervalos, en dirección a nuestra artillería de campaña, que estaba ya muy a retaguardia de la infantería, por cuanto esta había avanzado. Solo un disparo quedó corto, sin duda por alguna variación hecha en el alza de la pieza. Los demás llegaban casi siempre un poco a retaguardia de nuestros bizarros artilleros, y una que otra bala cayó en su misma línea, todos con perfecta dirección. En cuanto a los tiros de nuestra parte, las descargas que hacía la artillería de campaña dejaban por un rato envuelto en polvo el fuerte y así no le iban en zaga a los liadísimos disparos de a bordo, que no lo hacían menos bien. Los fuegos enemigos seguían redoblándose sobre su izquierda; y a pesar del empuje colosal de los bravos de la primera división, ni estos se detenían un punto ni aquellos dejaban de reforzarse. El combate se prolongaba juntamente con nuestra ansiedad por el triunfo, y era tal su intensidad que parecía empezarse a cada instante de nuevo y con más ardor.
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Capitán de fragata William A. Dyke Acland, del acorazado Triumph, quien posteriormente escribió su testimonio del Ejército chileno y la Campaña de Lima, reproducido en Celia Wu Brading (introducción, recopilación e ilustraciones), Testimonios británicos de la ocupación chilena de Lima (enero de 1881), pp. 51-87. Indudablemente es el teniente M. Le León, de la corbeta Decrès, quien también publicaría su testimonio respectivo: M. Le León, Souvenirs d»une misión a l»armée chilienne / Recuerdos de una misión en el Ejército chileno.
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A las 4.30 de la tarde, nuestra derecha se sintió bastante apurada. No se temió su derrota, pero se creía que la noche pondría fin al combate sin obtener la victoria sobre el enemigo. Los nuestros habían casi agotado sus municiones, y esto introdujo un desorden en parte en nuestras filas, llegando él a traducirse en una defección alarmante699. La naturaleza del terreno hacía muy difícil el envío de cargas de municiones a todos los puntos por no haber sino un camino solo expedito de entrada. Los demás eran demasiado remotos. De Lima, mientras tanto, no cesaban de llegar refuerzos en trenes con carros artillados, que también nos hacían fuego mortífero. El momento era muy crítico, era supremo. Entonces se mandó salir en protección de nuestra línea al 3.º de Línea, Zapadores y Valparaíso, que partieron al trote al reforzar a sus compañeros, llevándoles su estímulo y su aliento. * Nuestra sección de artillería de la derecha, que había marchado con los batallones Melipilla y de Marina y parte de la Caballería más el Lautaro, el Curicó y el Victoria, incorporados en el tránsito, hacía fuego sin cesar desde la cima de una lomita que pertenece a la cuchilla de la Huaca Juliana, y el enemigo por su parte, menudeaba sus disparos con cañones de grueso calibre desde las alturas de San Cristóbal y desde la cima de San Bartolomé, según la opinión mía. En el campo de batalla, nuestros mayores jefes y el general Maturana700 entre ellos, hacían toda clase de esfuerzos para reorganizar las tropas perturbadas por el agotamiento de municiones y defeccionadas en mucha parte, a pesar de que las municiones empezaban ya a llegar, y fue sin duda entonces cuando muchos de ellos cayeron heridos o muertos, al desplegar toda la actividad que les era posible. Los oficiales secundaron con heroico entusiasmo la obra de sus superiores, y de esa manera, en pocos momentos, la lucha recobró todo su brío y entusiasmo primitivos, reforzada de nuestra parte con el auxilio de los cuerpos de reserva. * No obstante esto, y para evitar que la noche impidiera el triunfo definitivo de nuestras armas, se ordenó por el General en Jefe la marcha 699
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Al respecto el teniente coronel Del Canto, a la sazón comandante del regimiento 2º de Línea, narra que debió ordenar marchar al frente de combate a dos compañías del 4º que se hallaban unos 300 metros a retaguardia, sustrayéndose al mismo. Estanislao del Canto, ob. cit., cap. X, p. 145. General de brigada Marcos 2º Maturana, jefe de Estado Mayor.
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Ataque chileno a Barrancas (Barranco), batalla de Miraflores. Grabado de origen francés publicado en revista Zig-Zag, Santiago, 14 de enero de 1906.
inmediata al campo de batalla de los regimientos Buin y Chillán, y batallón Bulnes que hasta entonces habían permanecido a la expectativa, lo mismo que habían estado el Lautaro, el Curicó, el Victoria, el Melipilla y la artillería de Marina en nuestra extrema derecha. Aquellos cuerpos se pusieron en marcha acto continuo por sobre la misma línea del ferrocarril701. El regimiento Esmeralda continuaba aún guardando el depósito de heridos y prisioneros. * Soñando sin duda con un imposible triunfo, los peruanos habían allegado una caballería por su extrema izquierda; pero habiéndola divisado 701
Escribe el soldado Hipólito Gutiérrez del regimiento Chillán: «...íbamos encontrando con los heridos, los que podía andar, y los que no podían andar esos quedaban botados y les preguntábamos cómo andaba la batalla, entonces los dijeron del que andaba bien, que ya el enemigo se iba reculando para atrás, ya van aminorando los fuegos, los que se siente más son los de cañones de Lima del cerro de San Bartolomé y del cerro San Cristóbal que los hacían fuego, esto es ya como a las cuatro de la tarde, ya nosotros los llevaron para la derecha a proteger la artillería nuestra que estaba sola, sin socorro, en un callejón que iba para Lima y se la podía tomar el enemigo, y cuando íbamos por el valle encontramos la artillería de campaña que también iba para allá donde nosotros íbamos y los fijamos en el cielo y veímos un arco iris tan lindo que se dirigía a Lima. Dijimos entonces nosotros: –¡La paz, la paz! Miren el arco que se ve en el cielo. ¡Dios nos manda la seña de paz!». Abraham Quiroz, Hipólito Gutiérrez, ob. cit., cap. 18, pp. 219-220.
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los carabineros de Yungay, fuéronsele encima, llevando a su cabeza a su comandante Bulnes y al ministro señor Vergara, quien, espada en mano y con entusiasmo digno de su patriotismo, no quería esquivar tampoco su sacrificio ni su sangre702. Los jinetes cholos huyeron al simple amago, razón por la cual los nuestros se fueron en derechura sobre la infantería enemiga. ¡Empeño vano! Hasta esta no podía llegarse por parte alguna, a causa de acequias que, defendidas por murallas inmediatas, lo hacían absolutamente imposible. * Eran las seis y cuarto de la tarde. Los cuerpos de la primera y segunda divisiones y los de la reserva, casi todos confundidos y entreverados, eran dueños absolutos de todas las posiciones enemigas, de extremo a extremo de su línea. Los peruanos, abandonándoles treinta piezas de artillería, seis reductos formidables y dejando el campo sembrado de armas y de cadáveres, habían huido en dispersión espantosa, sin que nuestras bizarras caballerías, Cazadores, Carabineros y Granaderos, pudieran perseguirlos con éxito por el interior de los miles de potreros amurallados que se sucedían en todas direcciones hasta Lima y sus alrededores. Habíamos triunfado completamente sin que hubiesen tomado parte en el combate ni sido necesarios los seis cuerpos de la segunda división y dos de la primera que guardaron nuestra extrema derecha. ¡Gloria a las armas de Chile! ¡Gloria al valor indomable de sus hijos! Bien veo que no es del todo prolija la narración que he hecho de la gran batalla de Miraflores. No he precisado en ella separadamente la parte que en el todo le ha cabido a cada cuerpo de los que entraron en acción. Pero es que eso sería imposible, y muy particularmente expuesto a grandes inexactitudes, tratándose de un hecho precipitado, obrando por la sorpresa y la traición de nuestros descarados enemigos, en que todo ha tenido que ser confuso, rápido y de difícil determinación en sus detalles. Los mismos cuerpos se confundieron, se entreveraron unos con otros, se acomodaron como era posible conforme a la urgencia del momento, de modo que cada soldado se incorporaba a cualquier grupo de compañeros donde pudieran ofender al enemigo y cooperar al deseo y al fin general, que era el triunfo. 702
Recuerda el subteniente Arturo Benavides del regimiento Lautaro, que a su unidad se le hizo marchar y contramarchar en base a versiones sobre movimientos enemigos. Y escribe, después de una falsa versión sobre la toma de la Escuela de Cabos de Chorrillos por parte de aquellos: «Ahora se decía que los peruanos habían hecho avanzar la caballería en dirección a la Escuela de Cabos, solo a fin de llamar la atención de nuestros jefes hacia ese lado para hacerles distraer fuerzas; y que cuando creyeron haber conseguido su objeto y se presentó nuestra caballería se habían retirado». Arturo Benavides Santos, ob. cit., cap. XVIII, p. 125.
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* La fuerza enemiga de Miraflores, compuesta también de la reserva de Lima, tenía en su seno a la juventud limeña, a todos los hombres que se reputaban de educación y de honor y que sabiendo manejar el arma mejor que el rústico campesino y el gañán, han debido hacer todo el esfuerzo posible por alcanzar el triunfo. Con ese propósito, nada perdonaron, nada tuvieron por vedado y vergonzoso, esforzándose por descuidarnos y adormecernos, para clavarnos el puñal de la alevosía por la espalda. La impunidad que les aseguraba la naturaleza de sus trincheras, la excelencia de sus rifles Peabody, la hidalguía de nuestra confianza, todo fue nada ante el valor, la abnegación y el heroísmo de nuestro invencible ejército. Dieciséis mil peruanos nos dieron la sorpresa infame de Miraflores; y a pesar de las fatigas hechas por nuestros solados en el glorioso y memorable día de la antevíspera, a pesar de su cansancio y de su velada; a pesar, en fin, de sus bajas numerosísimas, que redujeron en un tercio a muchos regimientos, bastaron solo los cuerpos de la primera y de la tercera divisiones con su escasa reserva, para derribar hasta la base, la columna del poder que sostenía orgulloso el pabellón de los que nos obligaron a la guerra. ¡Es muy espléndido el triunfo alcanzado! ¡Y si nos ha costado multiplicadas bajas y largo sacrificio, débese solamente a la intriga y a la sorpresa criminal con que pretendieron conseguir lo que no pudieron por la vía del honor en el campo de la lucha honrada! ¡Oh! si nuestra línea de batalla hubiera estado siquiera tendida al frente del enemigo, antes de la traición, quince minutos de combate habrían sido más que suficientes para darnos la victoria que nos demandó tres largas horas de fuego y sangre. * Durante lo más recio del fuego ante las trincheras enemigas cayó herido de muerte el capitán Marconi703, del Atacama, ayudante del jefe del cuerpo, y comprendida la gravedad de su situación y los pocos instantes de vida que le quedaban, llamó a su comandante, a cuyo lado había caído, y arrancándose un riquísimo puñal de la caña de la bota, le dijo: –Este cuchillo me lo dio el intendente de Atacama. Le ruego se lo entregue y le diga que he muerto por la patria. Este hecho me lo refirió el señor Dublé704 bastante conmovido, al día siguiente del combate, permitiéndome ver, examinar y palpar el hermoso puñal, que era verdaderamente una prenda de valor y trabajada con mucho esmero. 703 704
Capitán Elías Marconi. Teniente coronel Diego Dublé Almeyda, comandante del regimiento Atacama.
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Teniente de artillería Roberto Aldunate, herido en la batalla de Miraflores y retratado en un marco alegórico. El Nuevo Ferrocarril, Santiago 27 de febrero de 1881.
Me causó extraña impresión el tener en mis manos aquella reliquia de un valiente. ¡Quién hubiera podido conservarla! * El Atacama arrebató al enemigo en sus trincheras un hermoso estandarte bordado en seda, que tenía la siguiente inscripción en medio de una corona de laureles: Batallón núm. 6 de la reserva de Lima. * No debo omitir una circunstancia grave, de suma importancia para la historia de la guerra. En el interior de varios de los reductos tomados al enemigo y detrás de sus largas trincheras, veíanse muertos muchos oficiales y soldados cuyo 502
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tipo demostraba a primera vista su nacionalidad extranjera. Eran italianos en considerable número, que debieron formar grandes legiones en la reserva de Lima y algunos españoles. Los italianos, sobre todo, veíanse en gran multitud, se tropezaba con ellos a cada paso, pudiendo colegirse, a juzgar por el lugar en que se les veía cadáveres, que se habían batido con más tenacidad que los mismos peruanos. En uno de los fuertes de la izquierda enemiga, al pie de unos cañones, había un grupo de más de doce italianos muertos, con pantalón colorado y levita negra. Debían ser artilleros y formar alguna legión especial, pues entre ellos había dos gorras de paño finas, que llevaban sobre la visera una planchar roja con letras doradas, las cuales decían: Garibaldi. Un prisionero refirió que la tal legión Garibaldi era de bomberos italianos; y esto es muy posible, porque en varios otros sitios de los atrincheramientos se encontraban muchísimos cascos negros de cuero impermeable con fiador escamado de bronce, como los que algunos de nuestros bomberos usan. Tengo la convicción de que nuestro ejército se ha batido pues contra peruanos, italianos y aun españoles, explotando los segundos el nombre y la doctrina de quien quiso hacerse célebre a fuerza de entrometerse en negocios de familias extrañas, con la abstracción de la labor honrada del taller que impone la ley de hospitalidad a los extranjeros honorables. Necesario es que quede constancia de este hecho evidente, que más de una vez tendrá que recordarse con amargura por los compatriotas de aquellos desventurados mercenarios, exterminados en el campo de batalla. * Me refirieron que el corneta González, de Lynch, después de sufrir una operación en una mano, pretendió volver al campo de batalla, alegando que él no estaba herido en la boca y que podía continuar desempeñando sus funciones perfectamente. He prestado crédito a este interesante episodio por la fe que me merece quien me lo refirió. El expresado González se halla ahora en Valparaíso, porque ha venido a bordo del Itata. * Muchísimos episodios más habría podido agregar a mi relato, embelleciéndolos con las más brillantes especialidades. He oído a soldados y hasta a oficiales referir que hicieron esto, que ordenaron aquellotro, que se vieron en tal peligro, que sucedió un hecho de 503
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esta manera, que el sargento corrió por aquí, que el cabo mató por allá; que el oficial derrotó por esotraparte, cargando él primero las trincheras, etc. La mayor parte de estas referencias deben ser perfectamente verídicas; pero entre tanto a uno no le constan, ni las ha podido beber de otras fuentes imparciales y ajenas de los peligros del amor propio y la pasión. Por eso he preferido omitirlas, para evitar la prostitución de la palabra histórica. Vale más ser menos prolijo que verídico. * Nuestro ejército victorioso se acampó dejando a retaguardia toda la línea de fortificaciones quitada al enemigo. Imprudencia muy grande habría sido ocupar la línea misma, en atención a las minas, polvorazos y torpedos de que su frente estaba sembrado. Yo estoy tan acostumbrado a ver estallar tales infernales depósitos, que ya no me llaman la atención ni les consagro lugar en los detalles de mis narraciones. Es entendido que cuando uno habla del fuego que hacían los peruanos, se incluye el de rifle con el de minas, puesto que de ambos han usado con larga profusión en todos los casos. Así, por ejemplo, no hemos querido mencionar que al tomarse los de la primera división un fuerte de la izquierda peruana, estalló una mina monstruo, que hizo un largo y prolongado estruendo y elevó una columna de humo inmensa, en forma de globo aerostático. Nos causó solamente dos o tres bajas. Hoy mismo, en plena quietud, he visto estallar otra a corta distancia mía, que levantó más de veinte metros un cuerpo humano. Alguien tropezó con ella y la hizo estallar. Minas había muchísimas en todos los puntos de acceso a las trincheras. Los peruanos habían colocado sobre ellas diferentes clases de cabos para conseguir que las hicieran estallar. Sobre algunas habían colocado relojes viejos y sobre otras monedas de plata o de oro, sortijas, ponchos, pañuelos, sombreros, etc., unidos a la ceba, de manera que estallaban al más leve movimiento. * En otra parte he dado razón de por qué no he querido ni he podido ser más prolijo en este relato. Cúmpleme aquí hacer una pequeña salvedad, para agregar a mis detalles que los ayudantes trabajaron mucho en la acción de Miraflores, pudiendo mencionar entre ellos al comandante Bulnes705, del general en jefe, y al mayor Cuervo, del ministro de la Guerra, sin perjuicio del excelente servicio que con entusiasmo prestaron los 705
Teniente coronel Wenceslao Bulnes Pinto.
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demás, exponiéndose del mismo modo con firmeza y serenidad en todos los puestos de peligro. Agrego así mismo que nuestros bravos artilleros no esquivaron nunca la proximidad al enemigo. Lo prueba el hecho de haber tenido muchas bajas, y casi ninguna por balas de cañón o granada, sino por proyectiles de rifle706. * La noche sobrevino luego de terminada la acción, y no pudo saberse si el enemigo deshecho había recalado a Lima, ni si habría que ir todavía en su demanda al día siguiente, contra sus postreras fortificaciones. El ejército de Chile victorioso por segunda vez acampó sobre el mismo teatro de sus nuevas glorias, formando un ángulo recto desde la costa al interior y de allí a Lima. El General en Jefe mandó llevar víveres para la tropa, que no había tenido tiempo de comer en el día y estaba por consiguiente falta de alimento, y él se recogió tranquilo a su cuartel general. * Amaneció el día de hoy. Como la batalla terminase sumamente tarde en el anterior, no había podido calcularse aún el número de nuestras bajas ni tampoco las del enemigo. Sabíase que teníamos muchos heridos, y entre ellos dos jefes de brigada, el coronel Martínez707 y el comandante Barceló708, y que los muertos no eran en muy crecido número. Pero en la mañana se vio que el triunfo había costado una buena contribución de sangre. Pasaban de mil las bajas chilenas, entre heridos y muertos, y las peruanas excedían de ese número en cuanto a los últimos. La mayor parte de las heridas de los muertos eran de poca gravedad, sin que por eso dejasen de haber muchas mortales. Toda la mañana se empleó en recoger enfermos y en acarrearlos de Miraflores al depósito de Chorrillos, sirviéndose para ello de los mismos vagones del ferrocarril. ¡El depósito estaba ya repleto, y los médicos, que habían trabajado toda la tarde y toda la noche curando y haciendo recoger, continuaban sin poder dar abasto en su humanitaria tarea! ¡Qué misión tan noble la del médico en esos casos! ¡Qué dignos de recomendación me parecieron el doctor Allende Padín y su gremio de 706
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La artillería tuvo un total de 3 efectivos muertos y 30 heridos. Estado que manifiesta el número de jefes, oficiales e individuos de tropa, muertos y heridos en las batallas de Chorrillos y Miraflores, los días 13 y 15 de enero de 1881, en Pascual Ahumada, ob. cit., tomo IV, capítulo quinto, p. 379. Coronel Juan Martínez Gutiérrez, jefe de la 1ª Brigada de la 1ª División; en realidad murió. Coronel Francisco Barceló, jefe de la 2ª Brigada de la 3ª División.
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colegas, todos ensangrentados y atendiendo con incansable afán a los heridos en honor y defensa de la patria! Es preciso decirlo: el servicio de las ambulancias ha estado magnífico y es digno de justo aplauso. * ¿Y el enemigo? ¿Pensaría en presentar nueva resistencia en su rincón postrero, en Lima? Esta era la cuestión que preocupaba a todos. Era necesario ir a Lima, ocupar a Lima cuando menos al día siguiente, sea que quisiera resistirnos o no. Se susurraba, se conjeturaba que no tardarían en volver los diplomáticos. Y a fe que no se engañaban. A las doce del día, el tren de Lima llegó a Chorrillos con bandera blanca. Traía un carro de primera clase y dos más de carga. Estos últimos venían atestados de heridos nuestros procedentes de Miraflores, y aquel conducía al alcalde municipal de Lima, señor Torrico709, apadrinado por los ministros diplomáticos de Francia, de Inglaterra, de Estados Unidos y de Alemania y por almirantes extranjeros, todos sus garantizadores. El señor alcalde venía a participar al general en jefe del ejército de Chile que Lima, la ciudad orgullosa de los Reyes, estaba indefensa; que Piérola había desaparecido con el ministro Calderón710 una hora después de la batalla de Miraflores, dejando la gran capital indefensa y abandonada, y que él, como la primera autoridad municipal, venía a hacer entrega de la ciudad al vencedor, incondicionalmente, implorando su benevolencia y su misericordia para con el desgraciado pueblo vencido. Los representantes de las naciones extranjeras, el cuerpo diplomático presente, daban testimonio de la verdad expuesta por el señor alcalde y abonaban la expresión de su palabra. ¡He aquí, pues, la guerra terminaba! He ahí abierto el gran libro de los pueblos, mostrando escrito en sus páginas imperecederas el triunfo definitivo de Chile sobre las dos naciones aliadas que en hora para ellas infausta lo provocaron y precipitaron a una lucha que ha preocupado por largo tiempo a la América. * Hablóse allí mismo del Callao, y se dijo que en él existía con tres o cuatrocientos hombres el prefecto Astete711, a quien debía intimársele su entrega desde Lima también incondicionalmente, con sus armas y sus 709 710 711
Rufino Torrico. Pedro José Calderón. Coronel Germán Astete.
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buques en término de horas, so pena de ir a tomarlo y de ser tratado con el rigor de la guerra. Se fijó la recepción de Lima para el día siguiente a las 4 de la tarde, hora en que el general haría su entrada triunfal a la gran ciudad, con el regimiento Buin y Carabineros de Yungay, y el batallón Bulnes, preparándose para los segundos el gran cuartel de Santa Catalina. El resto del ejército acamparía donde su jefe lo creyese conveniente. Los emisarios partieron a las dos y media de la tarde en el mismo tren que los había conducido. * Un momento después del convenio de la conferencia estaban designados para gobernador político y militar de Lima el general don Cornelio Saavedra y para el mismo cargo del Callao el coronel don Patricio Lynch. El primero debía recibirse del cargo al día siguiente a las cuatro de la tarde, hora de la entrada triunfal convenida con el alcalde limeño y sus respetables padrinos. * Y ya que por incidencia me he referido a estos en el párrafo precedente, no haré capítulo aparte para relatar un hecho ocurrido con el representante de Inglaterra712 al tiempo de su despedida. Con sus dos manos el diplomático inglés estrechaba al despedirse las del ministro chileno, diciéndole más o menos: –Lo felicito por la gran prueba de fuerza de voluntad dada por Chile en esta guerra. Conocí las fortificaciones peruanas y me parecieron sumamente difíciles de abordar. Nosotros, la Inglaterra y la Francia, con ser dos grandes naciones, no pudimos llegar con el esfuerzo común a desembarcar en Crimea, para el ataque de Sebastopol, un ejército tan poderoso como el que ustedes han arrojado a tierra por un miserable rincón desierto y estrechísimo.
* En otro lugar se dijo que algunos hechos darían acaso luz sobre el procedimiento infame con que los peruanos habían precipitado la acción de armas del 15, y es caso ahora que refiramos lo narrado por los mismos señores plenipotenciarios extranjeros. Hallábanse estos tomando las once y conferenciando con el dictador Piérola en Miraflores, cuando de súbito fueron sorprendidos por el inmenso estruendo de cañonazos, descargas y fuego graneado con que el
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Ministro residente Spencer St. John.
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enemigo rompió el ataque inesperadamente contra los nuestros, a pesar del armisticio acordado ese mismo día. Grande fue su sorpresa y aún su espanto ante semejante suceso. El tren echó prisa para escapar y solo alcanzó a subir a él uno de los ministros, quedándose los otros, los cuales tuvieron que largarse a pie, para escapar del diluvio de balas que discurrían por todas partes. Piérola, en otra dirección, no encontraba o se hacía el que no encontraba su caballo para acudir a los suyos; mostrando también suma extrañeza de lo que sucedía e inculpando de haber roto el fuego a los chilenos. El representante de Alemania713, que es en extremo gordo, echaba por la boca los hígados y se quedaba a pesar suyo atrás de sus ágiles compañeros y colegas, hasta que, rendido ya enteramente por el más legítimo cansancio, echóse boca abajo exclamando: –¡No camino más, aunque me maten! Y cuentan que acezaba con celeridad alarmante, en términos que el señor ministro de Francia714 o el de Inglaterra, no recuerdo cuál, cogió el hondo sombrero de pelo del fatigado agente del emperador Guillermo y empezó a arrojarle en la cara sombreradas de agua de una acequia continua, pudiendo así volverle el alma al cuerpo y hacerlo ponerse nuevamente camino hacia Lima. Su señoría brasilera715, entre tanto, les había ganado ya gran trecho, salvando casi en el aire las paredes al oír el ingrato rumor de las granadas chilenas, algunas de las cuales pasaban a vanguardia por sobre ellos. De esta manera llegaron las empolvadas diplomacias a Lima, por fortuna salvas aunque no del todo sanas. ¡Dedúcese, pues, de aquí, que Piérola cometió el doble crimen de traicionar a sus enemigos y a sus protectores, complicándolos en la más negra e inútil de las felonías e infamias! * Por la tarde, un espectáculo rarísimo en estos lugares, donde no llueve, llamó la atención de vencedores, vencidos y espectadores. Un arcoíris espléndido, perfecto, acabado, brillante, pleno, apareció en el firmamento emblanquecido por una bruma plomiza, abrazaba con un extremo a Lima y con el otro los dos campos de batalla y por consiguiente al ejército chileno.
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Ministro Gramatzki. Enviado extraordinario E. de Vorges. Encargado de negocios Melo.
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Los supersticiosos creyeron que era el símbolo de la paz con que la Providencia demostraba a los hijos de Chile el término de su obra de redención, de castigo y de gloria716. Õ
Santiago (Correspondencia a LA LIBERTAD) Enero 28 de 1881 Sumario.- Reminiscencias de las últimas batallas.- Conversación con los heridos en los hospitales717
En mi última visita a los hospitales, recogí la verdad de varios episodios y noticias que no han publicado los corresponsales. Me las han referido ya soldados del Talca, ya soldados y oficiales de otros cuerpos718. No le narraré, señor editor, aquel precioso episodio del sargento Rebolledo, que cuando el ministro de la guerra dijo: «al que clave una bandera en aquel morro lo elevo a capitán en el acto», y él la clavó y fue elevado a capitán. Testigos presenciales de este hecho heroico, tal vez el más grande de la guerra terrestre, me dicen que todo el ejército quedó asombrado de la sangre fría y de la suerte de Rebolledo, que salvó sin una sola herida en medio de una tempestad de proyectiles. Los detalles de este episodio los dio La Patria. * El viaje de Lurín a Chorrillos me cuentan que fue el más cómodo y el más agradable de toda la campaña. En el camino había abundancia de todo, menos de camas en que dormir. Llevaban los burros cargados de víveres.
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Hecho corroborado por numerosos castigos, como en Abraham Quiroz, Hipólito Gutiérrez, ob. cit., cap. 18, p. 220; Alberto del Solar, ob. cit., p. 237 y Justo Abel Rosales, ob. cit., segunda parte, p. 219. Publicada en el diario La Libertad, Talca, 30 de enero de 1881. Este mismo corresponsal había enviado detalladas nóminas e informaciones sobre los heridos del regimiento Talca que habían llegado a Santiago, al Hospital de Las Agustinas (publicado en La Libertad, el 29 de enero de 1881), y más tarde enviaría informaciones similares sobre los heridos que se hallaban en el Hospital de San Vicente de Paul (La Libertad, 1 de febrero de 1881) y en el Hospital del Palacio de la Exposición (La Libertad, 3 de febrero de 1881).
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Mataban por centenares los pollos y gallinas, y cuando caía algún pato lo botaban por ser la carne muy dura. Las mujeres huían al principio, pero luego perdían el miedo y servían perfectamente a nuestros soldados. La tropa mataba las aves desde lejos, y los chinos eran los que corrían como liebres a traerlas. * Ud. debe conocer al célebre juramento de los chinos cuando en señal de buena fe y lealtad mataron un gallo y bebieron la sangre. Lo que no han dicho los corresponsales es que el general dio el grado de teniente de nuestro ejército al jefe de ellos Quintín Quintana. Al principio de la primera batalla los ochocientos chinos de Quintín Quintana tuvieron un miedo espantoso y se echaron al suelo y metían la cabeza en la arena para no ser heridos; pero su jefe los reanimó a sablazos y luego perdieron el miedo y andaban como ratones entre nuestros soldados recogiendo heridos, a los que hacían la primera cura. En cambio, si hallaban a algún peruano vivo lo acababan de matar o lo quemaban. Nuestros heridos todos elogian mucho a los chinos y dicen que fueron una providencia, pues más de la mitad de los soldados habrían perecido sin su ayuda. * En uno de los fuertes que atacaba el 2.º de Línea y la caballería apareció una multitud de hombres que parecían gigantes. Las balas no les hacían mella por más que las punterías fuesen perfectamente dirigidas. Se resolvió dar una carga a la bayoneta y entonces se vio qué clase de gigantes eran aquellos. Los astutos peruanos se habían colocado un medio cuerpo de mono de trapo y paja sobre la cabeza y amarrado a los hombros. Nuestros soldados apuntaban a la cabeza y al pecho de los monos creyéndolos enemigos de carne y hueso, y por eso no mataban a ninguno. Pero apenas dieron la carga a la bayoneta, los cholos arrancaron cortándose ligerito las ligaduras que sujetaban a sus favorecedores de paja y quedó una tendalada de monos y más tarde de verdaderos enemigos. * En el viaje que hicieron nuestros heridos de Arica a Valparaíso presenciaron una escena conmovedora. 510
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Un soldado Briones había recibido un balazo en la garganta; el proyectil lo atravesó de parte a parte, cortándole un pedazo de lengua. Lo que quedó de esta se le hinchó horriblemente, salida de la boca y tapándosela por completo. Era imposible darle de comer y apenas podía resollar el desventurado. Cuatro días pasó así en el buque. Hacía señas que lo mataran, pero nadie se atrevía a hacerlo. Desesperado, en un descuido del centinela, se arrojó al mar y allí encontró la muerte que tanto deseaba. * En el camino de Lurín a Chorrillos, a dos oficiales del 2.º de Línea les sucedió un chasco curioso. Como todos sus demás compañeros, hacía semanas o meses que no dormían en colchón sino envueltos en sus capotes en dura tierra o en catres de tijera, en que era preciso estar dándose vuelta a cada instante para salvar de pesares a las costillas. Casi en la mitad del camino de Lurín a Chorrillos hallaron dos catres con colchones perfectamente arreglados en una casita casi abandonada. Verlos y conducirlos al campamento todo fue uno. Los dos oficiales no veían las horas de que llegara la noche para dormir en catre y en colchón. Llegó la noche y se apareció el capitán de la compañía un poco amostazado. –¿Por qué viene así, mi capitán? –Hombres, no me hablen; traigo el alma atravesada. –Y nosotros que estamos tan contentos, pues contamos con dos catres y magníficos colchones para dormir esta noche. Si quiere le cedemos uno. –¿A ver los catres? –Pero señores, exclamó el capitán luego de ver los catres, si estos no pertenecen a peruanos, sino al General en Jefe y al ministro de Guerra. –¡Bonitas las hicimos! –Devuélvanlos inmediatamente, pues los habrán mandado adelante al lugar donde debíamos acampar. Los oficiales que habían reivindicado el par de lechos se quedaron con un palmo de narices, y estirando sus capotes, se echaron a dormir sus penas. * Por más que clamen y griten los cholos, si es verdad que nuestros soldados han entrado a las iglesias lo han hecho con mucha reverencia y compunción. 511
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En Chorrillos se arrodillaban reverentemente frente al altar mayor con su quepí en la mano; después «tanteaban» los santos y los daban vuelta de un lado para otro, «nada más para ver si eran como los de Chile». En un templo hallaron un santo que estaba con el brazo estirado, como indicando con el índice el mar. Lo sacaron de la iglesia y lo colocaron en la cúspide de un morro con el brazo señalando a Lima y diciéndole: –Tenga a bien su paternidad indicarnos el lugar donde encontraremos a sus compañeros en Lima. * –Señor, me decía un soldado del Talca, los peruanos tenían fusiles mejores que los de nosotros. –¿Qué clase de fusiles eran? –Peabody719, que lleva una bayoneta gruesa y triangular muy firme. –Pero los nuestros eran también de buena clase. ¿Que no llevaban fusil Grass? –La bayoneta de este fusil no sirve para nada. Supóngase Ud. que a los cuatro o cinco bayonetazos se doblaban, y para acabar de matar a los cholos uno tenía que andar buscándoles por las costillas. * En mi penúltima correspondencia, en que hablaba del subteniente del 2.º de Línea señor Corales720, ustedes recordarán que el teniente Álamos721, que está en el hospital Matte, no alcanzó a darme todos los detalles de la muerte de nuestro amigo, porque le prohibieron hablar más. Los médicos han extendido la prohibición a ocho días. En el hospital de las Agustinas hallé ayer a varios soldados de la misma compañía de Corales, que presenciaron su muerte. Dicen que cuando él caminaba adelante, espada en mano y gritando a la tropa: –«Compañeros del cuarto: arriba, arriba! A clavar nuestra bandera gloriosa e invencible!», varios oficiales y soldados le contestaban: –«prudencia, subteniente, prudencia con las minas!». Él no atendía a otra cosa que a seguir adelante y luego recibió dos balazos. Avanzaba así, herido ya, cuando pisó un fulminante que había en el suelo y estalló una mina de dinamita que lo elevó a él solo como 719
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Así se conocía comúnmente al fusil Peabody-Martini, versión norteamericana, fabricado bajo licencia, del fusil británico Martín-Henry, a la sazón en servicio en el ejército de dicho país. Probable referencia al subteniente Ángel Custodio Corales, que en realidad pertenecía al 4º de Línea, no al 2º. Seguramente se trata de un error de transcripción. Probablemente, el teniente Juan L. Álamos, también del 4º, herido en Chorrillos.
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media cuadra hacia el cielo entre una nube de tierra y humo; cuando cayó era ya cadáver. ¡Espantosa muerte! Pero muerte que hasta su cuerpo quiso arrastrar en presencia de sus bravos a la mansión de los justos a recibir la corona del martirio y de la gloria!... Permitidme que no continúe, señor editor: de todos los mártires que me han narrado de esta guerra, este es el que más ha lacerado mi alma y vuelto a mis ojos lágrimas largos años ha perdidas... En pocos días más enviaré a La Libertad una biografía de este mártir de su amor a la patria, con algunas revelaciones íntimas hechas al amigo. Mañana, entre tanto, continuaré dando cuenta del estado de los heridos del Talca. V. Õ
El Batallón Quillota en la batalla de Miraflores722 De una carta escrita por el subteniente abanderado de este cuerpo, don Francisco Figueroa B., a don Benigno Jiménez, extractamos lo que sigue: Callao, enero 25 de 1881.– Supongo que Ud. habrá leído en El Correo una larga correspondencia en que refería la vida que pasaba el Batallón Quillota en el campamento de Pisco723, en la que detallé con toda fidelidad el hecho de armas de Humay que tuvo el Quillota el día 2 del presente, y en que referí la muerte del capitán de cazadores don Ricardo Gutiérrez y del soldado Apolinario Pino, y los resultados que salieron de esta expedición. * Nuestra salida de Pisco fue el día 12 a las 12.30 de la noche, y a la 1 del día 13 estábamos fondeados en la caleta de pescadores, indecisos y sin saber dónde desembarcaríamos, pues no se tenían instrucciones sobre el particular y el ejército chileno se estaba batiendo en Chorrillos desde las 4 A. M. del referido día. Desde el punto donde estábamos fondeados oímos perfectamente los cañonazos de la artillería nuestra y del enemigo. Nuestro comandante partió luego en el Gaviota en dirección a Chorrillos a pedir órdenes, y zarpamos para este puerto a las 4 A. M. del día 14, y desembarcamos allí a las 4 P.M. * 722
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Publicado en el periódico El Correo, Quillota, 6 de febrero de 1881, y reproducido también en Francisco Figueroa Brito, ob. cit., pp. 318-321. Dicha correspondencia aún no había sido publicada en este periódico por no haber sido recibida. Solo se publicaría los días 20, 24 y 27 de febrero y 3 y 6 de marzo de 1881.
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Piero Castagneto El campamento que se nos señaló fue el Alto del Morro de Chorrillos, y para llegar hasta él tuvimos que atravesar las calles en medio de un terrible incendio que destruía completamente las casas y en medio de ruinas y cadáveres, tocándonos también hacer algunos prisioneros que se encontraban ocultos. El número de estos llegó a 19, contándose entre ellos un capitán. Alojamos esa noche en el mencionado Morro, durmiendo en el suelo sin más abrigo que el que cada uno llevaba encima, muertos de hambre y de sed, alumbrados por la fatídica luz del incendio que consumía toda la población de Chorrillos, en medio de cadáveres de hombres y de animales y sobre minas de dinamita. * Al día siguiente 15 bajamos del cerro, atravesamos otra vez la población y nos fuimos a acampar a los potreros donde se hallaba la primera división a la que pertenecíamos. Allí se carneó un buey, y en lo mejor que estaba la tropa asando su ración de carne llegó la orden de prepararnos para marchar en busca del enemigo. * Estábamos saliendo del potrero cuando se rompió el fuego del combate por descargas cerradas. Ni la caballería ni la artillería pudieron obrar por de pronto, y tuvieron que volver atrás y andar muchas leguas para tomar una buena posición. Las bajas que el enemigo nos hacía eran muchas y hubo confusión. En la retirada de la caballería y artillería se llevaron por delante a un soldado del Quillota, pasando las ruedas de esta última por encima del cuerpo de este infeliz, el que murió a los pocos momentos. Se le dio a nuestro comandante la orden de atacar al enemigo por el frente, en el punto en que estaba mejor atrincherado y bien defendido, lo que en el acto se ejecutó. ¡Qué carrera esta, de la cual siempre me acordaré! En avistando el batallón al enemigo grita un fuerte ¡viva Chile! y se rompe un fuego terrible. Muchos de nuestros compañeros iban quedando en el camino, unos muertos y otros heridos, pero no cejaban en su marcha de avance y de ataque al enemigo. Para dar más empuje al ataque se dio orden de dispersarse en guerrilla a todo el batallón, y aquí era de ver el gusto y valor de la tropa para atacar al enemigo, y el de los oficiales dando ejemplo y animándola. Como hubiese entrado confusión al principio del combate en los demás cuerpos, se desparramaron muchos soldados por todos los potreros, y era de ver la obediencia que estos prestaban a nuestros jefes, los que animados del coraje de los quillotanos se juntaban con nosotros y seguían adelante. Un hecho bastará para patentizar lo que digo. Yo iba de ayudante del mayor don Cruz Daniel Ramírez, y mientras este disponía con soldados de distintos cuerpos, que de rendidos estaban sentados, una fuerza como de mil hombres, para marchar por el flanco derecho del enemigo a fin de cortarle la retirada a Lima, me ordenó avanzar con los que pudiera juntar. En el acto tomo una de las banderolas de nuestro batallón, les hablé recordándoles la defensa del honor de la patria e instantáneamente se levantaron más de 150 soldados y me siguieron. * Con esta fuerza nos extendimos por las murallas, y a los gritos de ¡hurra! ¡viva Chile! hicimos retroceder al enemigo de potrero en potrero hasta desalojarle completamente.
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Corresponsales en campaña El mayor Ramírez por su parte avanzó con más de dos mil hombres casi hasta los suburbios de Lima, y junto con el esfuerzo simultáneo que se hacía por el frente e izquierda del enemigo, conseguimos desalojarlos de sus formidables trincheras, y quitarles las ametralladoras y cañones y hacerlos huir como una manada de ovejas hasta Lima. Mientras tanto la artillería ya había tomado posiciones en un alto cerro, y desde allí completó la derrota del enemigo, en combinación con los fuegos de la escuadra que también lo ofendía desde el principio del combate. * El combate principió cerca de las 2.30 P.M. y terminó a las 6 de la tarde. La batalla fue muy brava y reñida. En la noche ya dormimos en el campo que ocupaba el enemigo, preparándonos para otra batalla que debía librarse el día 16 en la capital de Lima. Al día siguiente supimos que la ciudad se rendía sin condiciones. Permanecimos allí hasta el día 18 en que salimos de nuestro campamento bien apertrechados para batir el Callao, y al llegar cerca de este puerto tuvimos noticias que estaba abandonado y que el enemigo se había desbandado después de haber saqueado a su gusto. Las bajas de nuestro cuerpo en la batalla de Miraflores son, entre muertos y heridos, 8 oficiales y 118 individuos de tropa. Me figuro la impaciencia en que estará el pueblo por conocer las listas de muertos y heridos, y en la formación de ellas estoy trabajando para remitirlas con toda prontitud. He aquí, mientras tanto la de los oficiales: Muertos.– El aspirante a subteniente don Dionisio Cienfuegos. Heridos.– Capitanes don Pragmacio Vial y don Domitilo González, graves en una pierna; tenientes don Enrique Vicencio y don Natalio Menare, cada uno en el brazo derecho; capitán ayudante don José Porras, leve en una pierna; teniente don Rodolfo Díaz Villar, id. en una mano, aspirante a subteniente don Fortunato Valencia, id. en un brazo. Los heridos están mejorando y se cree que ninguno morirá si no hay entorpecimientos en su curación. Solo del capitán González no se sabe porque lo llevaron al sur. * Hablando imparcialmente el Quillota se ha portado valiente y heroicamente. Todos los jefes de los otros cuerpos han felicitado a nuestro comandante por la comportación [sic] del Quillota. El General en Jefe y el ministro de la Guerra están contentos con él. Un ¡viva! pues al departamento de Quillota. Francisco A. Figueroa B.
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Importante carta de Lima (Traducida del inglés)724
Lima, 19 de enero de 1881 Muy señor mío: Su carta del 29 de diciembre la recibí en la tarde del 12 del presente y veo que usted esperaba que el gran drama habría concluido a fines del año pasado; pero debido a las muchas precauciones de los jefes chilenos no sucedió así. Al día siguiente de recibir su carta me levanté temprano, y oyendo el lejano estampido del cañón, me subí al techo de la casa: al momento vi que el tan esperado ataque había comenzado. Esto sucedía antes de las seis de la mañana. Me vestí inmediatamente y salí a la calle. Entre las ocho y nueve vi que los chilenos habían atacado a los peruanos en sus más fuertes posiciones; por sorpresa y bajo una densa neblina habían echado a los peruanos de San Juan, y se habían apoderado de sus formidables fortalezas. Poco después oímos decir que los chilenos se habían tomado Chorrillos. El señor N. N., que conoce las posiciones ocupadas por los peruanos, entenderá al momento qué magnífica victoria habían ganado los chilenos. El ataque comenzó a las 4 A. M. y duró hasta las dos o tres de la tarde. Los peruanos tuvieron al último que retirarse sobre Miraflores y al día siguiente, 14, hubo suspensión de hostilidades, y los ministros extranjeros se aprovecharon de esta oportunidad para ir y tratar de arreglar condiciones de paz; pero no lo pudieron conseguir. Sin embargo, el día 15 consiguieron un armisticio, que duraría hasta las doce de la noche del mismo día; pero parece que mientras los ministros estaban en el campamento peruano de Miraflores, un destacamento que se hallaba emboscado hizo fuego sobre el general Baquedano y su Estado Mayor, quienes hicieron una escapada milagrosa. Esto dio por resultado un reñido combate: los chilenos, habiendo sido tomados por sorpresa, tuvieron que pelear terriblemente, haciendo gran lujo de valor y coraje. Una vez que recibieron algunos refuerzos, los hicieron retirarse, y al fin los derrotaron completamente, pero no sin que tuvieran las fuerzas chilenas que flaquear una o dos veces al principio. He oído decir que la carnicería fue algo espantosa; los oficiales chilenos y los marinos extranjeros del Estado Mayor me dicen que todos consideran el ataque de los peruanos como un acto de la más villana traición, pues el armisticio no había concluido aún. 724
Publicada en el diario El Mercurio, Valparaíso, 1 de febrero de 1881.
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Vista de Lima, grabado basado en fotografía, y publicado en la revista La Ilustración Española y Americana, Madrid.
Los chilenos no tomaron un solo prisionero, pues todos los que no escaparon fueron muertos. Más de 7.000 peruanos quedaron tendidos en el campo (supongo que en las dos batallas). Dicen que la cuarta reserva de los peruanos se portó muy bien, y debe ser así, pues dicen que los chilenos tuvieron como 3.700 bajas entre muertos y heridos725. Los ministros extranjeros hicieron una buena escapada y tuvieron que volverse a la ciudad a pie. El domingo 16 los chilenos acamparon como a una legua distante de la ciudad. Salieron nuevamente los ministros extranjeros y arreglaron la capitulación de la ciudad con fuertes y todo para que los chilenos la ocuparan tranquilamente: se arregló que la entrada sería al día siguiente y que los dispersos peruanos entregaran las armas a las autoridades municipales. Así todos habíamos comenzado a alegrarnos de que las cosas se arreglaran tranquilamente, cuando de repente aparece en la plaza el prefecto del Callao Astete726 con 1.200 a 2.000 hombres de 725
726
Según el Estado que manifiesta el número de jefes, oficiales e individuos de tropa, muertos y heridos en las batallas de Chorrillos y Miraflores, los días 13 y 15 de enero de 1881, el Ejército chileno tuvo un total de 2.124 bajas en Miraflores, entre muertos y heridos. En ambas batallas el total de muertos fue de 1.299, y el total de heridos, de 4.144; el gran total de bajas en ambas batallas fue de 5.443 muertos y heridos. En Pascual Ahumada, ob. cit., tomo IV, capítulo quinto, p. 479. Las bajas peruanas fueron de 226 jefes y oficiales muertos y 362 jefes y oficiales heridos, siendo el número de tropas imposible de calcular; en cuanto a los prisioneros, fueron 146 jefes y oficiales, más 2.000 individuos de tropa. Francisco Machuca, ob. cit., tomo III, cap. XXXVIII, p. 407. Coronel Germán Astete.
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tropa armada. Astete fue a ver a Suárez727, que estaba a cargo de la ciudad, avisándole que no se rendiría y manifestándole su intención de salir a atacar a los chilenos con los hombres que tenía. En seguida se puso en marcha con gran algazara del populacho y al sonido de las campanas revolucionarias de la Catedral, pero Suárez lo alcanzó y lo persuadió para que llevase a su gente a entregar sus armas en Guadalupe. La gente, sin embargo, comenzó a dispersarse con sus armas por toda la ciudad. Se había convocado a un meeting a los jefes de la Guardia Urbana para las cuatro de la tarde, en el palacio, pero a causa de lo que hizo Astete se postergó hasta las ocho de la noche; mas ya era muy tarde, pues a esa hora los soldados dispersos, los celadores ebrios y el populacho se habían apoderado de la ciudad y comenzaban sus obras infernales de pillaje y asesinatos. Yo no esperaba nada más de notable, por lo que me fui a comer con M. y J. al Hotel France; pero cuando tratábamos de volver a nuestra casa encontramos que nos era imposible, a pesar de haber tratado de volvernos por tres diferentes calles. Los tiros y el desorden nos obligaron a volvernos al hotel, donde decidimos pasar la noche. N. N.728, el jefe de la Guardia Urbana, salió para asistir al meeting, pero volvió más que ligero sin haber alcanzado a la plaza. Toda la noche siguieron los peruanos en su obra diabólica, siendo los chinos el principal objeto de sus ataques. El almacén de Ving on Chong, situado en Mercaderes, fue incendiado; después siguió el mercado y la parte de la ciudad ocupada por los chinos. Gradualmente el saqueo fue haciéndose general por toda la ciudad. El tiroteo era incesante y oíamos silbar las balas en todas direcciones; en fin, fue la noche más desagradable que he pasado. A cada momento esperábamos que el hotel fuese atacado o incendiado; así que nadie pensó dormir esa noche. Al amanecer del día siguiente, lunes, como era preciso hacer algo, salimos en número de diez del hotel e invitamos a todas las personas decentes que encontramos armadas a que se unieran con nosotros; así marchamos por la ciudad tratando de meterles miedo con la vista de tanta gente armada. Nos acercamos al mercado, que parecía el centro del desorden, y la escena que presenciamos allí fue horrible: todo el distrito había sido saqueado y después incendiado. Nosotros castigamos a muchos que encontramos robando, y debido a N. N. y a mí, muchos pudieron escapar con vida.
727 728
Coronel Belisario Suárez. Posiblemente M. Champeaux, excapitán de navío de la marina francesa. Francisco Machuca, ob. cit., tomo III, cap. XXXVII, p. 395.
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General Cornelio Saavedra, quien encabezó el primer contingente de tropas que entró en Lima. Grabado publicado en el periódico El Hijo de la Patria, editado por el Asilo de la Patria, Santiago, 23 de julio de 1881.
Poco después encontramos algunos hombres armados de rifle en el acto de echar abajo una puerta de almacén, y cuando les ordenamos que se sosegaran nos querían atacar. Los que tenían rifles entre nosotros hicieron fuego, y tres de los ladrones quedaron tendidos en el suelo. Como las cosas se ponían serias, yo dije que mejor era nos fuéramos a consultar con los ministros diplomáticos, y poco después yo y X... volvimos a casa, encontrando ya todo en orden. Allí supe que el señor Z., quien se había ido a Ancón con su familia, dependientes y 150 refugiados que él tenía en su casa, se había vuelto el domingo en la tarde y había pasado la noche, alojando al señor O. y su familia, habiéndoles yo también alojado en mi casa el día antes cuando la casa de Z. quedó abandonada a causa de las noticias recibidas de que estaban peleando en Miraflores y que el ejército chileno se esperaba de un momento a otro en la ciudad. Z. y O. eran por consiguiente los únicos hombres en la casa, y pasaron una terrible noche, pues en la mañana temprano los salteadores habían llegado ya a nuestro distrito y forzado el almacén del señor..., llevándose hasta el último trapo. Él y N. vieron a los ladrones desde una ventana sin poderles hacer nada, pues no tenían arma alguna. 519
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N. me dice que varias veces los pillos trataron de forzar nuestra puerta, pero sin resultado, pues las puertas estaban bien trancadas con fardos desde algunos días antes. Habíamos comunicado nuestras casas y la de P.; así fue que toda la familia de Z. y de O. se retiraron de nuestra casa, temiendo que la de ellos se incendiaría primero. O. me dice que vio como cuarenta o cincuenta hombres saqueando su almacén. Fue una lástima que nosotros no pudiéramos llegar a nuestra casa esa noche, pues si hubiéramos hecho fuego sobre ellos, hubiera sido una buena señal para que otros estuvieran alerta y probablemente el daño se habría evitado. M. y P. habían arreglado un tren especial para llevar a Ancón las mujeres y niñas que tenía alojadas en la casa. El sábado en la tarde decidieron quedarse, y en caso necesario defender la casa con sus demás compañeros y dependientes. Sin embargo, se resolvió el lunes a las cuatro de la mañana partir para Ancón y le costó muchísimo llegar a la estación, a pesar de ir acompañado por todos sus dependientes. Poco después de haber salido el lunes a dar una vuelta, los miembros de la Guardia Urbana se formaron en compañías y armándose de rifles que encontraron en el palacio se fueron a tratar de apaciguar a populacho, y continuaron su marcha hasta las dos de la tarde. Creo que muchos de los ladrones fueron muertos. Los chinos fueron los que más sufrieron y he oído decir que como 40 fueron quemados en sus casas o muertos como a perros. La enérgica actitud de la Guardia Urbana solamente evitó que la ciudad entera fuera saqueada y tal vez reducida a cenizas. Nos pusimos muy contentos cuando vimos a los chilenos marchar por la ciudad de Lima a las cinco de la tarde: primero entraron tres baterías de artillería seguidas por dos regimientos de caballería y tres de infantería; en todo como 5.000 hombres729. Entraron espléndidamente formados y sin que una palabra se oyera salir de las filas. El primero que conocí fue a Harrington730 a la cabeza de su tropa; no he podido verlo después, pero sé que se ha portado muy bien en las dos batallas. Algunas horas antes los señores Errázuriz y Castro731 de La Patria de Valparaíso, habían entrado a la ciudad escoltados por los soldados chilenos y se alojaron en el hotel Mauree, y poco después un oficial chileno recorrió solo toda la ciudad para llamar a estos caballeros que se volvieran 729
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Esta división iba al mando del inspector delegado del Ejército, general de brigada Cornelio Saavedra, y estaba compuesta por los regimientos Buin y Zapadores, el batallón Bulnes, los regimientos de caballería Cazadores y Carabineros de Yungay y tres baterías de artillería. Posiblemente el alférez Federico Harrington, del regimiento Cazadores. Isidoro Errázuriz y Luis E. Castro. El primero era además secretario del ministro de Guerra.
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Corresponsales en campaña
al campamento. Nos pareció muy extraño ver a este oficial pasar solo, sin el menor temor, por toda la ciudad. En el Callao se han repetido las mismas escenas que aquí; pero ahora está todo tranquilo. Saavedra es el jefe político aquí y Lynch en el Callao. Mi impresión de Lima no es muy favorable y mucho más me gustaría estar en Valparaíso, pues nadie que no las haya visto puede imaginar las escenas que he presenciado. Hoy quiero mandar una carta a Arica para despachar un parte a Liverpool, vía Valparaíso, diciendo que estamos todos buenos y que no hemos sufrido por el incendio; pero todo es confusión y no se sabe nada de la entrada o salida de los vapores en el Callao. Por el transporte Paita, que debe salir hoy o mañana, pienso mandar esta carta. Creo que el arancel peruano será probablemente continuado por los chilenos en la aduana. Todo está volviendo a la tranquilidad y el orden. Hemos bajado nuestras banderas y placas de las puertas. Fui a Chorrillos hoy en la tarde: todo, incluyendo nuestro rancho, está reducido a cenizas. Cadáveres y caballos muertos se encuentran a cada paso. Quedo de usted.– N. N.
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Anexo I
Las guerras del siglo XIX y los primeros corresponsales
¿Desde cuándo existen los corresponsales de guerra? En un sentido amplio, desde la época en que se escribieron los primeros reportes con el fin de ser enviados a un lugar distante. Con ese criterio, más de alguien querría remontarse hasta el mismo Heródoto, como ya se insinuaba en la Introducción de este libro; sin embargo, el criterio generalmente aceptado no peca de exagerada amplitud, y por el contrario, circunscribe los orígenes de esta particular forma de periodismo al desarrollo de la prensa de mediados del siglo XIX, con todo lo que implicaba esa coyuntura plena de cambios y adelantos ya mencionados. Precursores inmediatos de los reporteros en campaña se consideran algunos relatos de acciones bélicas publicados en la prensa norteamericana con ocasión de la Guerra con México de 1846-1848, conflicto en que también se tomaron las primeras fotografías de temática bélica. Pero el primer corresponsal de guerra que ha sido realmente considerado como tal, es una individualidad de nítido perfil: el británico de origen irlandés William Howard Russell (1820-1907), periodista de The Times de Londres. Y la misión que lo consagró en tal categoría, fue también muy precisa, al ser considerada la que dio inicio a la era de los corresponsales en campaña: la guerra de Gran Bretaña, Francia y Turquía contra el Imperio Ruso, conocida comúnmente como la Guerra de Crimea (1854-1856), por ser la península bañada por el Mar Negro su escenario principal. Allí fue enviado precisamente Russell, quien pronto se hizo conocido por sus descripciones del frente, marcando un punto de quiebre por enviar no solo relatos épicos de acciones guerreras –en este sentido es clásico su reporte de la famosa «carga de la Brigada Ligera», en la batalla de Balaklava–, sino también por revelar las condiciones de vida, a menudo atroces, de los soldados. Gracias a su trabajo el público británico se ente523
Piero Castagneto
ró, por ejemplo, que las bajas podían mucho más elevadas por las enfermedades que por el enemigo, y que los insalubres hospitales podían ser más mortíferos que los propios campos de batalla. Naturalmente, ello instaló la que llegaría a ser una tensión clásica en el periodismo de guerra: la necesidad de informar por parte de los medios, y el buen curso que debían seguir las operaciones, con los consiguientes riesgos de entorpecimiento de las mismas por revelaciones indiscretas, o los cuestionamientos que podrían eventualmente recaer sobre los mandos militares. Esto se hizo William Howard Russell, reportero de The Times realidad en los reportes de de Londres en la Guerra de Crimea de 1854-1856, Russell, quien, en consecuen- y considerado el primer auténtico corresponsal de guerra (colección privada). cia, fue visto como un peligro por Lord Reglan, comandante en jefe británico en Crimea, al tiempo que los lectores londinenses se escandalizaban por los horrores allí descritos; no obstante, a la larga, dicho general, terminó por darse cuenta que este periodista también podía ser su aliado y auxiliar, al tiempo que el tiraje del Times se disparaba732. Para el público contemporáneo y también para la posteridad, las correspondencias de Russell tendrían el complemento perfecto con las espléndidas fotografías de Roger Fenton, quien llevó su estudio portátil a Crimea, donde arribó en marzo de 1855, y quien sería un correlato del primero, en el sentido que fue el pionero de los reporteros gráficos de guerra. Menos recordado que Fenton es su colega James Robertson, quien también estuvo en Crimea, registrando imágenes más descarnadas, al igual que las que captaría pocos años más tarde, en los lugares donde ocurrieron los peores enfrentamientos del motín de los soldados de la Compañía de las Indias Orientales (conocido también como revuelta de los cipayos), de 1857. William Howard Russell permaneció en el teatro de operaciones de Crimea cerca de dos años, es decir, durante el grueso de la penosa 732
Georges Weill, El Periódico, parte tercera, capítulo II, pp. 169-170.
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Corresponsales en campaña
campaña, y si bien no fue el único reportero en cubrir la guerra (hubo al menos otros tres más), sin duda que fue el más célebre. Con su fama ya sólidamente establecida, continuaría con su carrera de corresponsal dando cuenta de otros conflictos bélicos de su tiempo, como la Guerra Civil norteamericana de 1861-1865, la guerra Austro-Prusiana de 1866 y la Guerra FrancoPrusiana de 1870-1871. Al cabo de algunos años surgiría otro reportero que, aunque perteneciente a una generación más joven, se perSir Archibald Forbes, reportero de guerra tan filaría como el más serio comprestigiado como Russell, cubrió buena parte de petidor de Russell: Archibald los principales conflictos bélicos del siglo XIX Forbes (1838-1900). De ori(colección privada). gen escocés, tras servir en las filas del Ejército británico se dedicó al periodismo, escribiendo para los periódicos londinenses Morning Advertiser y Daily News, siendo el estallido de la guerra entre la Francia de Napoleón III y los estados alemanes liderados por Prusia, en agosto de 1870, su momento estelar. Agregado a los ejércitos germanos, Forbes tuvo la suerte de estar en los principales hechos de armas de este conflicto: Mars-la-Tour, Gravelotte-St. Privat, la rendición de Metz, el sitio de París, etc., destacando por su estilo, más conciso y ágil que el de Russell, y consolidándose como una segunda gran figura del periodismo bélico de la Gran Bretaña victoriana. Posteriormente, cubriría otros conflictos, como la Tercera Guerra Carlista de España (1872-1876) y la Guerra Ruso-Turca de 1877-1878, además de las campañas coloniales británicas, donde destacaría por ser cada vez más crítico respecto de los mandos militares733. Por lejana que pareciera, la conflagración europea de 1870 tiene una interesante conexión con Chile, a través de un personaje único que, entre sus múltiples facetas, también merece ser considerado un precursor de los corresponsales de guerra nacionales: Benjamín Vicuña Mackenna (18311886). Este hiperactivo hombre público y escritor se hallaba en Europa 733
Stephen Badsey, The Franco-Prussian War, Portrait of a civilian, Mr. Archibald Forbes, pp. 77-80.
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junto a su mujer, Victoria Subercaseaux, cuando lo sorprendió el estallido de la Guerra Franco-Prusiana, ocasión que no podía sino aprovechar para enviar las correspondencias con sus relatos del conflicto (bajo su seudónimo de San-Val), las que eran prestamente publicadas por El Mercurio de Valparaíso. Así este conflicto que, dado el ímpetu de las ofensivas alemanas y la rapidez de sus triunfos, era una verdadera blitzkrieg o «guerra relámpago» del siglo XIX, fue cubierta desde este periódico chileno con una rapidez que estuvo a la altura de las circunstancias o, al menos, de lo que permitían las comunicaciones en la época. Además de explotar la contingencia con productos complementarios, como un mapa de París y sus fortificaciones para sus suscriptores, El Mercurio reunió las sucesivas Cartas del Mosela, del Rhin o del Ródano que le había enviado Vicuña Mackenna, para publicar, ya en septiembre de 1870, un libro que las reunía734. Es decir, el volumen salía a la luz cuando la guerra ya se había decidido a favor de los estados alemanes y el Segundo Imperio de Napoleón III había caído, aunque aún quedaba la resistencia que ofrecería la nueva República Francesa, el sitio y Comuna de París, el armisticio y la proclamación del Imperio Alemán. Un poco antes de todo ello, el comienzo de la Guerra Civil de los Estados Unidos, en 1861, sorprendía a la prensa de ese país en una etapa de desarrollo, en la que se imponía el concepto, cada vez más acentuado, del periódico como una empresa. En ello sería clave la figura del empresario James Gordon Bennett (1795-1872), fundador del New York Herald. La conflagración norteamericana entre los estados del norte y los del sur, vería una ampliación del uso de corresponsales en campaña por parte de la prensa. Tanto así que estos enviados especiales constituirían toda una legión, que cabalgó junta al frente ya en la primera batalla, la de Bull Run, en julio de 1861, conjunto de personalidades recias y coloridas, que se autoconfirió el apodo de «La Brigada Bohemia»735. Al ser ya no una labor de unos pocos individuos sino una práctica general de los medios de prensa, la labor de los corresponsales en campaña durante el conflicto norteamericano, dictaría una serie de pautas para el futuro. Por ejemplo, los ritmos cada vez más rápidos de envío, despacho y publicación; el exponerse al riesgo personal –algunos reporteros fueron muertos en acción, heridos o capturados– y el tener que lidiar con el «frente interno», es decir, con la censura o la hostilidad de los mandos militares, naturalmente reacios a ser criticados. Por otro lado, los sacrificados periodistas tampoco estaban ajenos al error, a la imprecisión o a sucumbir a determinados intereses –sobre todo inclinaciones políticas o 734 735
Benjamín Vicuña Mackenna («San-Val»), «Guerra entre Francia y Prusia». Louis M. Starr, Reporting the Civil War. The Bohemian Brigade in Action, 1861-65, cap. 2, p. 35.
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identificación con editores o propietarios–, que les llevaban a cargar las tintas en determinado sentido, sacrificando la verdad. Por lo tanto, también se consagraba la controversia, que desde entonces y hasta nuestros días sería consustancial al periodismo bélico. Otro campo que aumentó de manera exponencial con la conflagración estadounidense, fue la fotografía. En este caso, la asociación es inmediata con la figura de Matthew Brady (1822-1896), quien organizó un equipo de fotógrafos que captó algunas de las imágenes más conocidas e impactantes del conflicto, y cuya fama se debe también a su registro de escenas crudas, especialmente de cadáveres en campos de batalla. Pero naturalmente que hubo muchos otros fotógrafos además de los hombres del estudio Brady, tanto así que durante esta guerra se produjeron centenares de miles de fotografías, mostrando esta fase de la historia en toda su diversidad: retratos de personalidades y soldados anónimos, regimientos, ciudades, fortificaciones, buques, armamento, desfiles, manifestaciones, etc.
El grabado fue un exponente fundamental de la primera época de los reporteros gráficos. Ataque a Fort Saunders durante la Guerra Civil de los Estados Unidos, publicado en la revista Harper’sWeekly, Nueva York.
No por nada se había consolidado la ilustración periodística, de forma sincrónica al desarrollo del periodismo de guerra escrito. La pionera entre las revistas con grabados, The Illustrated London News, obra del visionario Herbert Ingram, apareció en 1842 y ya al año siguiente hubo réplicas en 527
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Francia –L»Ilustration, de París– y Alemania –Illustrierte Zeitung, de Leipzig–, en tanto que en la propia Inglaterra surgiría un importante competidor en The Graphic. El éxito fue inmediato, y ante un negocio tan seguro, no tardaron en surgir publicaciones similares en español, que tuvieron amplia circulación no solo en Europa, sino también en Hispanoamérica: La Ilustración Española y Americana de Madrid, y El Correo de Ultramar, editado en París. En Norteamérica, destacaron los periódicos neoyorquinos Harper»s Weekly, New York Illustrated News y Frank Leslie»s Illustrated Correlato gráfico de periodistas como William Newspaper, entre otros, en cuyas H. Russell y Archibald Forbes, Melton Prior páginas se documentó gráficafue uno de los ilustradores más destacados de su tiempo. Ganó su fama trabajando para la mente parte fundamental de la revista TheIllustrated London News Guerra de Secesión de 1861-1865. (colección privada). Algunos artistas que trabajaron para estos medios posteriormente prolongaron su obra a través de pinturas; otros fueron al frente con el propósito expreso de captar escenas ya no para revistas, sino derechamente para obras de arte. No es difícil de imaginar que el mundo militar y las guerras de la época, fueron uno de los temas visualmente más atractivos, y que por lo tanto, ocupaban un espacio importante en estas revistas, en un principio, por medio de grabados de gran calidad, hasta que la tecnología permitió imprimir fotografías, hacia 1890. Antes de esa fecha, era práctica muy frecuente la publicación de grabados basados en imágenes fotográficas. Para el caso de las revistas ilustradas era más notorio –y hasta cierto punto disculpable–, que los artistas grabadores se tomasen sus licencias, sobre todo, ante las dificultades de enviar corresponsales ilustradores a ciertos teatros de guerra lejanos, como Asia o Latinoamérica. Por lo tanto, las imprecisiones eran un factor con que había que contar. Lo que no impidió que, así como habían surgido corresponsales que habían labrado sus carreras cubriendo conflictos bélicos, también surgieran algunos artistas especializados. El más destacado de ellos fue sin duda Melton Prior (1845-1910) de The Illustrated London News, quien asistió 528
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a más de dos docenas de conflictos bélicos, cubriendo algunas de las más importantes campañas coloniales del Imperio Británico. Al hallarse personalmente en los escenarios de las operaciones militares, este y otros ilustradores –como Richard Caton Woodwille (1856-1927)– sí pudieron ofrecer recreaciones precisas de los hechos, hasta el punto que su contribución fue fundamental para la creación de una iconografía de las guerras de la era victoriana. Respecto de Melton Prior cabe hacer una importante digresión respecto de Chile, puesto que él fue contratado, junto con el célebre William Howard Russell, para relatar e ilustrar el viaje realizado a nuestro El general ruso MikhailSkobelev era dueño país en 1889 por John Thomas de una exuberante personalidad, que lo hizo un verdadero personaje mediático North, el llamado «rey del salitre». a través de los corresponsales que cubrieron la Guerra Ruso-Turca de 1877-1878. Es elocuente que dicho magnate, apodado así por haber amasado una inmensa fortuna al adquirir títulos de las salitreras de Tarapacá después de la Guerra del Pacífico, tuviese la posibilidad de contar con los servicios de dos de los más importantes periodistas de su época para realizar una labor propagandística. Las crónicas de Russell fueron volcadas en un libro736, y las obras de Prior fueron publicadas en The Illustrated London News737. De forma paralela a la figura de los corresponsales, iba surgiendo una suerte de contraparte, que constituía el objeto de la información que estos periodistas generaban. Hablamos de los protagonistas propiamente tales de los conflictos bélicos, ya fuesen los grandes generales y, en menor medida, los combatientes comunes y anónimos. Si estos últimos, los soldados rasos, solían ser objeto de rápidos retratos, con algunos trazos costumbristas, sus 736
737
William Howard Russell, A visit to Chile and the Nitrate Fields of Tarapacá, etc., with illustrations by Mr. Melton Prior, J. S. virtue & Co. Ltd., Londres, 1890. Merece mencionarse que la cobertura de The Illustrated London News de la visita de North, incluidas crónicas e ilustraciones de Prior, al igual que lo publicado por esta revista con ocasión de la Guerra Civil de 1891, fueron reunidas en: Museo Histórico Nacional, Reportaje a Chile. Dibujos de Melton Prior y Crónicas de The Illustrated London News 1889-1891. Esta obra, editada y disponible en nuestro medio, es una muy recomendable aproximación al contexto del periodismo ilustrado y de enviados especiales de la segunda mitad del siglo XIX.
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jefes eran, además, buscados para obtener de ellos declaraciones, en una época en que la interwiew o entrevista estaba en pleno desarrollo como género periodístico diferenciado. Un buen ejemplo, representativo de esta época, fue el joven general ruso Mijail Skobelev, quien destacó sobre todo en el conflicto entre su país y el Imperio Turco de 1877-1878, tanto por su valor, rayano en la temeridad, como en su estilo un tanto heterodoxo. Conocido por ponerse personalmente a la cabeza de sus tropas y usar un uniforme blanco, sin importarle que este le hiciera más visible a los fusileros enemigos, fue una figura solicitada y mitificada por los corresponsales de la época, entrando él mismo en su juego: en otras palabras, fue un claro ejemplo de lo que hoy llamaríamos una figura mediática. Uno de los enviados de prensa más destacados que cubrieron este conflicto fue, curiosamente, un español, el artista gráfico barcelonés José Luis Pellicer (1842-1901), quien despachó sus bosquejos para las revistas La Ilustración Española y Americana y Le Monde Illustré. Pocos meses después del final de la Guerra Ruso-Turca, estallaba un conflicto de forma casi simultánea al que envolvió a Chile, Perú y Bolivia: la Guerra Anglo-Zulú, que comenzó en enero de 1879, y cuyo escenario se situó en las llanuras de Sudáfrica. Para ese entonces, los corresponsales en campaña, incluyendo celebridades como Forbes y Prior, ya eran ubicuos, y pese a que la incomodidad que provocaban a los militares también era omnipresente, no era menos cierto que se habían transformado en arquetipos de aventureros románticos de la época victoriana. A esta aura contribuía el que fuesen un gremio consciente de su propio valor, y que lo resaltaban incluso por su apariencia física, vestidos con una in- El equipo de un corresponsal de guerra del siglo XIX. dumentaria semi-militar, Dibujos de José Luis Pellicer, artista que cubrió la Guerra Ruso-Turca de 1877-78 para la revista que solía incluir botas, ropa La Ilustración Española y Americana.
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cómoda, un revólver o carabina y un sombrero alón o un casco colonial de corcho (salacot o «cucalón», en chileno), junto a las inevitables libretas de apuntes o cuadernos para dibujar croquis. Pese a su capacidad crítica, también solían ser instrumentos para la construcción de una épica patriótica, que hacía apología de la expansión imperialista entre el público. Ello explica que representasen un costo que los propietarios o editores de los periódicos y revistas importantes de Inglaterra y otras potencias, asumían gustosos. Aun tomando en cuenta el espíritu crítico del que debían estar empapados por razones profesionales, corresponsales y artistas en campaña no podían sino integrarse a los ejércitos a los que seguían, y por lo tanto, convivir con sus integrantes. En este sentido, los reporteros tenían implícito un estatus asimilable al de los oficiales, con quienes compartían habitualmente, aunque los grados de amistad o camaradería solían estar condicionados a lo que aparecía en los medios. Lo que explica que también algunos jefes u oficiales aparecían ensalzados y sus hazañas glorificadas, y asimismo, como una suerte de eco de la moral victoriana, habían elementos de censura tácitos; ello, no tanto a la hora de alabar o criticar la conducción del conflicto, sino más bien en sus aspectos más descarnados o repulsivos, como el aspecto de los heridos o mutilados, o el horror de los campos de batalla cubiertos de cadáveres en putrefacción738. En definitiva, aquellos eran aspectos de la naturaleza humana y de la mentalidad de la época, que no estarían ausentes en nuestro propio conflicto del ’79. No obstante la consagración del periodismo de guerra y los avances en las comunicaciones, para 1879 la cobertura de un conflicto como el sudafricano seguía siendo una tarea ardua, fuera de los peligros personales. Así por ejemplo, debido a la combinación entre el despacho del frente, telégrafo y/o vapor, el reporte realizado por el corresponsal Charles NorrisNewman del Standard, de la desastrosa derrota británica de Isandlwana, el 22 de enero de 1879, llegó a Londres solo el 11 de febrero. Meses más tarde, Melton Prior terminó sus dibujos de la muerte del Príncipe Imperial de Francia en acción el 1 de junio, y solo el día 28 The Illustrated London News pudo publicar su obra739. Aunque en una escala mucho menor que la Guerra Civil estadounidense, el conflicto sudafricano de 1879 también fue motivo de abundante material fotográfico. A las ya usuales imágenes de retratos de oficiales y soldados, unidades militares y escenarios de los principales enfrentamientos, se añadía el toque exótico de las tomas de guerreros, jefes o príncipes 738
739
Elementos de los corresponsales de guerra británicos de la era victoriana y del conflicto africano de 1879 tomados principalmente de John Laband, Ian Knight, The War Correspondents. The Anglo-Zulu War, Introducción, pp. V-X. Ibíd, p. VI.
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de la vencida nación zulú. Naturalmente, muchas de estas fotografías serían «traducidas» a grabados para las revistas y, como correlato a la censura de lo que se escribía, las ilustraciones resultantes solían ser retocadas, a veces resaltando algunos detalles y omitiendo otros, o suavizando sus aspectos más ásperos o toscos; del mismo modo, los grabados enviados a casa por los «artistas especiales» a menudo eran embellecidos o enriquecidos, enfatizando su dramatismo, aunque a costa de su espontaneidad original. Y los aspectos más crudos de la realidad bélica eran sencillamente omitidos, por estimar que podrían resultar chocantes para el público; en este sentido, el artista Charles Fripp de The Graphic, destacó por su esfuerzo en ofrecer ilustraciones más realistas, como al presentar los devastadores efectos de la fusilería británica en los combatientes zulúes740. En ello el citado ilustrador catalán Pellicer fue un pionero, al atreverse a retratar la crudeza de la guerra entre rusos y turcos.
El ilustrador Charles Fripp realizando bosquejos en un campo sembrado de cadáveres, después de una batalla de la Guerra Zulú de 1879. Revista The Graphic, Londres.
La guerra Zulú merece una última mención, debido a que algunos de los corresponsales presentes en Sudáfrica no sólo la cubrieron, sino que también tuvieron algunas situaciones de protagonistas. Archibald Forbes realizó una larga cabalgata para llevar los despachos que daban cuenta de la victoria final británica de Ulundi (oNdini), por lo cual se llegó a decir que era merecedor de la Cruz Victoria, aunque los civiles no podían ser distinguidos con esta condecoración: pero por otro lado, los colonos de Natal expresaron con sarcasmo que la travesía en cuestión no había sido tan heroica, a modo de revancha por expresiones poco halagüeñas que el corresponsal había estampado respecto de ellos. El decano de los corresponsales, William Howard Russell, ahora al servicio de The Daily 740
Ibíd., pp. X-XVIII. Para el tema de la alteración o «suavizado» en el tratamiento del material por parte de las revistas ilustradas, véase también Philip J. Haythornthwaite, The Colonial Wars Source Book, cap. VIII, pp. 348-349.
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Telegraph, también se embarcó a Sudáfrica, y si bien llegó demasiado tarde como para reportar las operaciones, entró en controversia con el general Wolseley a causa de las acusaciones de pillaje que formuló contra las tropas a su mando. Y el «artista especial» Melton Prior sufrió accidentes y corrió riesgo personal en varias ocasiones, mostrando una actitud impávida y valerosa, mucho más de los que los militares británicos esperaban de un simple civil741. En el ámbito de los conflictos bélicos latinoamericanos previos a la Guerra del Pacífico de 1879, uno especialmente emblemático, en cuanto a la producción de testimonios de primera fuente, es la dramática Guerra del Paraguay o de la Triple Alianza de 1865-1870. Esta conflagración, que enfrentó a la coalición integrada por el Imperio del Brasil y las repúblicas de Argentina y Uruguay contra el Paraguay, que quedaría devastado, atrajo la atención de Europa, tanto así que uno de los más famosos (y extravagantes) exploradores británicos victorianos, Richard F. Burton (1821-1890) Personaje erudito y polifacético, también fue diplomático, y desempeñaba un puesto de esta naturaleza en Brasil en la época de la guerra del Paraguay, que reportó en una serie de cartas; si bien las escribió no para un medio de comunicación, sino a un amigo anónimo, ellas merecen mencionarse por ser de un estilo típico de los corresponsales de la época. Posteriormente, este epistolario fue editado como libro742. En Argentina, los que un autor ha dado en llamar «soldados de la memoria», es decir, aquellos que tuvieron el afán de registrar para la posteridad los hechos de que fueron testigos743, constituyeron una variada gama, tanto de escritores como de artistas ilustradores. Entre los primeros, los corresponsales se caracterizaron por provenir de las propias filas, ya que se trataba de oficiales jóvenes, por lo general provenientes no del ejército, sino reservistas de la Guardia Nacional, menos cohibidos por la disciplina militar; así, llenos de los ímpetus propios de veinteañeros de la época romántica, tenían pocos tapujos a la hora de comentar, opinar o criticar. La marcha de las operaciones, impresiones de la vida cotidiana o del territorio enemigo donde operaban las tropas, así como consideraciones de índole política, se escribían con mayor franqueza al utilizar seudónimos o entregar pistas falsas sobre sus identidades, a fin de evitar ser detectados por sus superiores y eventualmente sancionados. No obstante, se ha logrado identificar a algunos de estos combatientes y periodistas improvisados, como el mayor Lucio V. Mansilla, uno de los oficiales más populares de 741 742
743
John Laband, Ian Knight, ob. cit., pp. XIII-XV. Sir Richard Francis Burton, Letters from the battlefields of Paraguay, 1870. También existe una traducción al portugués realizada por el ejército brasileño, Cartas dos Cmpos de Batalla do Paraguai. Miguel Ángel Cuarterolo, Soldados de la memoria. Imágenes y hombres de la Guerra del Paraguay.
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su generación, y que dio el mote de «locos lindos» a sus colegas de espada y pluma; Amancio Alcorta, secretario de la Escuadra y Domingo Fidel Sarmiento, «Dominguito», de origen chileno, hijo del futuro presidente argentino Domingo Faustino Sarmiento: sus correspondencias cesarían tras caer en acción, en la batalla de Curupaytí del 22 de septiembre de 1866744. Aunque en un principio se echó de menos, la fotografía también terminó por hacerse presente en el teatro de operaciones paraguayo, destacando el equipo del estudio fotográfico de George Thomas Bate, irlandés establecido en Montevideo. El resultado de un par de viajes al frente de batalla resultó en algunas decenas de imágenes de campamentos, soldados aliados, prisioneros paraguayos y tomas efectuadas durante enfrentamientos (por ejemplo, artilleros uruguayos en posición de disparar) y después de ellos, como cadáveres de paraguayos apilados y el cadáver del coronel uruguayo León de Palleja, escoltado por sus hombres745. Algunas de estas fotografías sirvieron de base para que artistas como Francisco Fortuny y José Ignacio Garmendia, las «tradujeran» en acuarelas. En fases más tardías del conflicto, también se incorporarían fotógrafos brasileños, como Carlos César, los que dieron cuenta de las conquistas que las tropas aliadas iban haciendo, como la fortaleza de Humaitá y la capital guaraní, Asunción. Aún más impactantes son las imágenes de los extenuados y famélicos niños soldados paraguayos. En aquella época el periódico ilustrado también había llegado a Sudamérica, y varios de ellos publicaban grabados relacionados con el conflicto, como El Correo del Domingo de Buenos Aires, y varios que circulaban en Sao Paulo o Río de Janeiro, como Semana Ilustrada y A Vida Fluminense. El bando paraguayo se caracterizó en este aspecto por la aparición de varios pequeños periódicos ilustrados, que salían de precarias imprentas instaladas en lugares cercanos al frente, y cuyo propósito era elevar la moral de los soldados, apelando tanto al patriotismo como al humor. En este último aspecto la hoja de caricaturas El Cabichuí ha pasado a ser un clásico, con sus cientos de dibujos toscos pero expresivos, que hacían ácido escarnio del enemigo746. La Guerra de la Triple Alianza también fue ilustrada por diversos artistas, algunos de los cuales también eran combatientes y, por lo tanto, testigos presenciales. Entre todos ellos descuella el pintor argentino Cándido López (1840-1902), enrolado voluntariamente como teniente 2º, quien realizó croquis complementados con minuciosos apuntes, a manera de ayuda memoria, donde daba cuenta de los avances de los ejércitos de la Triple Alianza y las batallas más importantes de las primeras fases de la 744
745 746
Miguel Ángel de Marco (editor), Corresponsales en acción. Crónicas de la Guerra del Paraguay. La Tribuna: 1865-1866, pp. 26-31. Miguel Ángel Cuarterolo, ob. cit., pp. 21-26. Ibíd., pp. 135-139.
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contienda. López fue gravemente herido en la batalla de Curupaytí (1866), tan funesta para las armas argentinas, a consecuencia de lo cual su mano derecha le fue amputada, pero fue capaz de reeducar su mano izquierda para volver a pintar; como resultado, legó un conjunto de óleos de estilo un tanto ingenuo, pero extremadamente minuciosos y precisos en detalles, que constituyen un tesoro invaluable para la reconstitución iconográfica de este conflicto sudamericano747. Ante la obra de este testigo y pintor indispensable, cabe lamentar que no tocara en suerte la existencia de un artista chileno o peruano equivalente en los escenarios de la Guerra de 1879, puesto que pintores como Giovanni Mocchi y Juan Lepiani, de estilo académico, realizaron muy escasas obras sobre el tema. En tiempos recientes este vacío se ha visto cubierto por la obra del joven oficial de marina británico Rudolph de Lisle (1853-1885), quien por estar destinado en el teatro de operaciones fue testigo presencial de gran parte de la campaña. De ello dejó registro en un diario y en decenas de acuarelas de bella factura, sobre ciudades, buques, campos de batalla, soldados, etc. Ya en pleno siglo XX, su obra dada a conocer de forma parcial, principalmente en Perú, y luego reeditada en su conjunto748. Durante las décadas finales del siglo XIX, aparecieron nuevas generaciones de reporteros en campaña, como los británicos Bennet Burleigh (c. 1840-1914) del Daily Telegraph y George Warrington Stevens (18691900), del Daily Mail, quienes cubrieron conflictos bélicos de finales del siglo XIX. Siguiendo la tónica de sus mayores, mostraban tanto valor personal como los militares, y compartían sus mismos riesgos. Al mismo tiempo, estos corresponsales debían enfrentar la tendencia, cada vez más creciente, a la censura, que se ejercía por diversos medios, que iban desde la lectura previa del material que estos despachaban, hasta la limitación del máximo de palabras que se podían enviar en cada telegrama. La voluntad de censurar se hizo evidente, pero no pudo ser efectiva, por parte del gobierno de Washington durante la Guerra Hispano-CubanoNorteamericana de 1898. Este conflicto ha pasado a ser un paradigma en la historia del periodismo, por ser un cauce para que la llamada prensa sensacionalista o amarillista encontrase su máxima expresión. En el contexto de aquella época, dichos términos aludían a los periódicos baratos de tirajes masivos y destinados a sectores populares, como las cadenas encabezadas por The World y The Daily Mail, de propiedad de los empresarios Joseph Pulitzer y Willam Randolph Hearst, respectivamente. Aunque fieros competidores, ambos conglomerados tuvieron en común su papel en encender 747 748
Alfredo Pacheco, Cándido López, Introducción, pp. 19-46. Gerard de Lisle (editor), The Royal Navy and the Peruvian-Chilean War 1879-1881. Rudolph de Lisle»s Diaries & Watercolours.
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los ánimos para que los Estados Unidos entrase en guerra con España y luego, una vez que el conflicto estalló, manipulando la información con afanes patriótico-propagandístico, aun a costa de la verdad. No obstante, los corresponsales enviados a cubrir la campaña de Cuba mostraron ser profesionales inteligentes y hábiles empresarios de sí mismos, ya que sabían hacerse pagar bien por su trabajo y tenían el oficio suficiente para obtener la información que necesitaban, sorteando las dificultades. Entre ellos destacaron nombres como el famoso escritor Stephen Crane y el ilustrador Frederick Remington, aunque ellos no eran sino los más conocidos de una larga lista de enviados especiales que, además de informar para la causa de su país, competían fuertemente entre sí. De ellos también se esperaba que supieran comportarse como auténticos soldados, tomando parte en los combates, asistiendo a los heridos; algunos incluso capturando prisioneros enemigos y otros resultaron heridos. Por ejemplo, es elocuente la crónica del corresponsal Edward Marshall de The New York Journal, quien relató cuán cerca estuvo de morir tras ser gravemente herido en la espalda durante el combate de Las Guásimas. Por el contrario, eran muy mal vistos aquellos corresponsales que obtenían sus datos de los campamentos de retaguardia y no marchaban al frente, compartiendo los riesgos de las tropas749. El conflicto de 1898 también pasó a la historia de las comunicaciones por inspirar las primeras películas sobre tema bélico, con camarógrafos enviados a Cuba. Aunque aún no era posible captar escenas de combate; estas fueron recreadas más tarde en cortas películas realizadas por la compañía Edison; y aunque fallido, cabe mencionar el intento de filmar la batalla de Omdurman, decisiva en la guerra del Sudán, librada también en 1898. Esta última, una de las postreras campañas de la época victoriana, fue parte de los comienzos como escritor, en doble calidad de corresponsal y militar, de un joven y conflictivo oficial de caballería británico, quien no titubeaba en hacer críticas a las conducciones estratégicas del alto mando. Su figura sirve simbólicamente para cerrar la época que nos incumbe para estos efectos, puesto que alcanzaría su máximo protagonismo ya en pleno siglo XX: hablamos de Winston Churchill.
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Un buen resumen del papel de los corresponsales estadounidenses en el conflicto cubano de 1898 disponible en nuestro medio, se halla en Randall S. Sumter, «Empresa y no experiencia: los artículos triunfalistas escritos por los corresponsales de la Guerra Hispano-Americana para las publicaciones mensuales de los Estados Unidos», en Benigno Aguirre E. y Eduardo Espina (editores), Los últimos días del comienzo. Ensayos sobre la guerra Hispano-Cubana-Estadounidense, pp. 47-62.
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Anexo II
Relatos de corresponsales en campaña chilenos en la obra GUERRA DEL PACÍFICO, de Pascual Ahumada De la Campaña Naval a la Campaña de Lima Campaña Naval Diario de la campaña marítima. Abril, a bordo del Blanco Encalada (tomo I, capítulo V, páginas 237-240) Cartas de la escuadra. Iquique, a bordo del Blanco Encalada, abril 20, 1879 (t. I, cap.V, pp. 242-243). Cartas de la escuadra (fragmentos). Antofagasta, julio 15 de 1879 (t. I, cap. VIII, pp. 423-424). Cartas del desierto. Antofagasta, agosto 30 de 1879 (t. I, cap. IX, pp. 468-471). Cartas de la escuadra (fragmentos). Antofagasta, octubre 12 de 1879 (t. I, cap. IX, pp. 508-512).
Campaña de Tarapacá Detalles completos del ataque de Pisagua, según corresponsales chilenos. (t. II, cap. I, pp. 86-92). Combate de Agua Santa. Al editor del Mercurio, Pisagua, noviembre 11 de 1879 (t. II, cap. I, p. 105). Versión chilena del combate de San Francisco. Correspondencia a El Mercurio. De Iquique al sur, a bordo del Loa, noviembre 25 de 1879 (t. II, cap. II, pp. 145-153). La retirada perú-boliviana (correspondencia a La Patria de Valparaíso), Pisagua, diciembre 3 de 1879 (t. II, cap. II, pp. 160-162). Importante correspondencia y carta sobre el combate de Tarapacá (t. II, cap. III, pp. 202-210). Importantes cartas sobre el combate de Tarapacá. Al editor del Mercurio (t. II, cap. III, pp. 210-214).
Campaña de Tacna y Arica Correspondencia sobre la expedición a Ilo y Moquegua (versión chilena) (t. II, cap. IV, pp. 294-295). Cartas y correspondencia sobre la ocupación de Ilo (El Ferrocarri) (t. II, cap. VI, pp. 375-378). Correspondencias a El Mercurio (4 de marzo de 1880) y El Ferrocarril (28 de febrero de 1880) sobre el combate y bombardeo de Arica (t. II, cap.VI, pp. 386-391). Expedición a Mollendo. Correspondencia a El Ferrocarril. A bordo del crucero Amazonas, marzo 14 de 1880. (t. II, cap. VI, pp. 396-398). Exploración al interior de Pacocha. Correspondencia de La Patria, Pacocha, marzo 7 de 1880 (t. II, cap. VI, pp. 401-402). Combate de Los Ángeles. El Ferrocarril. Moquegua, marzo 25 de 1880 (t. II, cap. VI, pp. 445-449). Bombardeo del Callao. Correspondencia a El Mercurio (t. II, cap. VII, pp. 504-505).
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Piero Castagneto Batalla de Tacna. Correspondencia a El Ferrocarril, Tacna, junio 6 de 1880. (t. II, cap. VIII, pp. 601-616). Los últimos momentos del señor Sotomayor (correspondencia a El Mercurio) (t. III, cap. II, pp. 165-166). Toma de Arica. Correspondencia a El Mercurio, Arica, junio 7 de 1880 (t. III, cap. II, pp. 189-197). Cartas de Arica, El Ferrocarril (t. III, cap. II, pp. 197-198). Expedición y combate de Tarata. Correspondencia a El Ferrocarril (Pacía, agosto 2 de 1880). (t. III, cap. V, pp. 376-378). Pérdida de la Covadonga. Correspondencia a El Mercurio, Arica, septiembre 18 de 1880. (t. III, cap. VI, pp. 435-441). Operaciones marítimas. Correspondencia a El Mercurio, Arica, octubre 8 de 1880 (t. III, cap. VI, pp. 477-478). Expedición Lynch. Diario de un cirujano del ejército chileno, por Clotario Salamanca. El Ferrocarril. Caleta de Malabrigo, octubre 25 de 1880 (t. III, cap. VII, pp. 547-555). Tercera ocupación de Moquegua. Correspondencia de La Patria, Arica, octubre 24 de 1880. (t. IV, cap. I, pp. 166-172).
Campaña de Lima Embarque, marcha y ocupación de Pisco. Embarque de la 1ª División. Correspondencia para El Heraldo, Arica, noviembre 16 de 1880. (t. IV, cap. II, pp. 236-237). Marcha del convoy y ocupación de Pisco. Correspondencia a El Mercurio, Pisco, noviembre 22 de 1880 (t. IV, cap. II, pp. 237-241). Descripción del viaje por tierra de la División Lynch. De Tambo de Mora a Cerro Azul. Correspondencia especial de La Patria, Cerro Azul, diciembre 20 de 1880. (t. IV, cap. II, pp. 255-260). De Cerro Azul a Lurín. Correspondencia especial de La Patria, Chilca, diciembre 24 de 1880 (t. IV, cap. II, pp. 260-264). Combate de las lanchas torpedo chilenas con las fortalezas del Callao (versión chilena) (t. IV, cap. III, pp. 276-277). Cañón del Angamos. Correspondencia a La Patria, diciembre 16 de 1880 (t. IV, cap. III, pp. 280-281). Correspondencias relativas a la marcha y llegada al teatro de la guerra del ejército de operaciones. Correspondencia a La Patria. A bordo en Arica, diciembre 14 de 1880; alta mar, a 30 millas de la costa, diciembre 15; alta mar, diciembre 17; diciembre 18; rada de Pisco, diciembre 19; rada de Pisco, diciembre 20. El desembarque. Chilca, Cruz de Palo, diciembre 21; diciembre 22 (t. IV, cap. III, pp. 298-303). En el teatro de la guerra (correspondencia de El Ferrocarril). San Pedro de Lurín, diciembre 29 (t. IV, Ccap. III, pp. 303-305). Combate del Manzano. Campamento de Pachacamac (correspondencia para La Patria). Diciembre 30 de 1880 (t. IV, cap. IV, pp. 365-367). En el teatro de la guerra (correspondencia en campaña para El Ferrocarril). San Pedro de Lurín, diciembre 30 de 1880 (t. IV, cap. IV, pp. 367-370). Reconocimiento del ejército chileno y sorpresa de Ate. Cartas del campamento (correspondencia de El Ferrocarril). Lurín, enero 1º de 1881; enero 2; enero 6 (t. IV, cap. IV, pp. 374-376). Cartas del ejército (del corresponsal de El Heraldo). Campamento del puente de Lurín, enero 6 de 1881 (t. IV, cap. IV, pp. 376-378). Entrega solemne de su estandarte al Regimiento 2º de Línea, etc. (correspondencia de El Heraldo). Campamento de Lurín, enero 11 de 1881 (t. IV, cap. V, pp. 405-408). Batalla de Chorrillos. Antes de la batalla (correspondencia a El Ferrocarril) (t. IV, cap. V, pp. 493-497). La batalla (t. IV, cap. V, pp. 497-511). Después de la batalla (t. IV, cap. V, pp. 511-513). Batalla de Miraflores (El Ferrocarril). Antes de la batalla (t. IV, cap. V, pp. 513-516). La felonía (t. IV, cap. V, pp. 516-517). La batalla (t. IV, cap. V, pp. 517-526). Después de la batalla (t. IV, cap. V, pp. 526-529). Lima, Callao, Ancón (correspondencia a El Ferrocarril) (t. IV, cap. V, pp. 529-531).
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Este libro se terminó de imprimir en los talleres digitales de
RIL® editores • Donnebaum Teléfono: 22 22 38 100 / [email protected] Santiago de Chile, julio de 2015 Se utilizó tecnología de última generación que reduce el impacto medioambiental, pues ocupa estrictamente el papel necesario para su producción, y se aplicaron altos estándares para la gestión y reciclaje de desechos en toda la cadena de producción.
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urgida a mediados del siglo xix, la figura del corresponsal de guerra tuvo desde un principio un aura aventurera, apasionante y glamorosa, a la vez que controvertida, transformándose en un arquetipo de la época contemporánea, asociado a la prensa de masas. ¿Tuvo Chile corresponsales de guerra? Por cierto que sí, y su momento estelar no fue otro que la Guerra del Pacífico, cuando los principales medios acreditaron reporteros en campaña, al tiempo que recibían algunas colaboraciones espontáneas. Este libro, fruto de una larga labor de recopilación, tiene un carácter dual de ser un libro de historia militar a la vez que de historia del periodismo chileno, al estudiar quiénes eran y en qué contexto se desenvolvieron estos enviados especiales al teatro de operaciones. Además de explicar las condiciones en que desempeñaban su trabajo y las características del mismo, también se aborda la controversia que algunos de ellos generaron, producto de la eterna e inevitable tensión entre la libertad de prensa y el derecho a informar, versus la discreción y seguridad como elementos necesarios para el éxito del esfuerzo bélico. El grueso de esta obra es un rescate de fuentes originarias, correspondencias publicadas en diversos medios de Santiago y provincias, que dan cuenta de una riqueza, novedad y divers dad sorprendentes. Se configura así un libro coral, con textos olvidados que al recuperarse surgen como si se tratara de nuevas voces, relatos hasta ahora desconocidos sobre la Campaña de 1879 para el público del siglo xxi.
ISBN 978-956-01-0213-3