JOB 4:8 – 5:17
(vv. 8 – 11). Solamente pecadores arrogantes que hacen de la vida de ellos un semillero de pecado siegan una cosecha de muerte y calamidades. Perecen como la hierba seca por el viento solano (v. 9), o como una guardia de leones arrebatadores dispersados por un golpe repentino (vv. 10, 11). Su observación ha demostrado también lo inverso: ¿Qué inocente se ha perdido? (v. 7a). Aunque los justos experiencien una medida de sufrimiento, estos nunca son destruidos bajo la aflicción. De estas observaciones, Elifaz deduce su ley de pecado y sufrimiento, y asume que tiene que gobernar de una forma uniforme y universal la historia humana. Desafortunadamente, el método de Elifaz de erigir la doctrina de la providencia no es confiable. Porque la verdadera teología descansa sobre la autoridad de la revelación divina, no sobre una observación humana limitada y especulaciones falibles. Desafortunadamente, también, y como Job señala después, incluso las estadísticas y observaciones son inexactas (cp. 21:17ss). La doctrina vana puede ofrecer solamente vanos consuelos. ¿No es tu temor a Dios tu confianza? ¿No es tu esperanza la integridad de tus caminos? (4:6). Elifaz no pone en tela de juicio la justicia esencial de Job. Por ello, queriendo sacarle de la desesperación le asegura que, por cuanto es un hombre piadoso, no perecerá. Pero esta evaluación favorable de uno que se halla sumido en la desolación por toda una serie de calamidades es incoherente con la propia teoría de Elifaz. Para ser coherente, debiera considerar a Job como el más bajo de los hijos de Belial. Porque la agonía del patriarca es tan grande que codicia apasionadamente aquella muerte de la que Elifaz, declarando que era la peor calamidad que podía caer sobre los impíos, le declara inmune. Más tarde, cuando Elifaz elabora su posición de una forma más coherente, acusa a Job de hipocresía y de hechos malvados. En su primer discurso, no obstante, no apreciando de una forma apropiada la severidad excepcional de los sufrimientos de Job, clasifica a Job con la generalidad de hombres rectos, moderadamente pecadores y moderadamente sufrientes, y solamente se encuentra atónito de que se queje de una forma tan inmoderada. 4:12 5:7. Job había puesto en tela de juicio la sabiduría de la providencia de Dios. Elifaz argumenta que los hombres caídos, sean buenos o malos, son deficientes en sabiduría y en justicia y, por ende, incompetentes para hacer una crítica de la Providencia (4:12 – 21). Además, ellos están justamente sujetos a todos los males que acompañan a la condición mortal (5:1 – 7). –
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4:12 21. Ahora bien, me fue dicha una palabra en secreto, y mi oído ha percibido algo de ello (v. 12, RV 1977). Como fuente suplementaria de su conocimiento, Elifaz se refiere de una forma impresionante a una revelación especial que le fuera concedida en una visión nocturna espantosa (v. 15). Su relato de la misteriosa aparición y voz (vv. 15, 16) sirve para arrojar un manto profético encima de ella. (Para características similares en teofanías en las que fueran testigos Abraham, Moisés, y Elías, ver Gn 15:12; Nm 12:8; 1 R 19:12). El contenido de la pretendida revelación se presenta en Job 4:17 – 21. ¿Será justo un hombre delante de Dios? ¿Será puro un varón frente a su Hacedor? (v. 17). Esto constituye una cierta reprensión al reto al gobierno de Dios implícito en la queja de Job. Si en comparación con la sabiduría de de Dios, incluso la sabiduría de los ángeles es imperfecta (v. 18), evidentemente que el hombre que vive y muere sin haber adquirido sabiduría (v. 21b) no está calificado para pasar juicio sobre los caminos de Dios. Al analizar la inferioridad del hombre ante los ángeles en términos de su mortalidad. Elifaz refleja el veredicto divino en contra del cuerpo de polvo del hombre (v. 19; cp. Gn 3:19). En comparación con la vida angélica, la vida humana, como la de la polilla, es pasajera (Job 4:19, 20). La muerte del hombre es como el derrumbamiento de una tienda cuando su cuerda se queda suelta (v. 21). 5:1 7. Si Elifaz se hubiera aplicado a sí mismo el mensaje de la sabiduría trascendental de Dios y de la falta humana de ella, no hubiera presentado una explicación tan dogmática de los tratos de Dios con Job. La aflicción no sale del polvo el hombre engendra su propia aflicción (vv. 6ª, 8ª; cp. 4:8). Aunque siervo de Dios, insiste, Job es un mortal caído. Sus aflicciones, por ello, no salieron del polvo como una cosecha mágica, sino que constituyen el espinoso fruto de sus pecados. Por ello, ni los hombres ni los ángeles pueden oír su clamor con simpatía (v. 1). Al necio lo mata el enojo (v. 2a). La exhibición de resentimiento en contra de la providencia de Dios es peor que inútil; invita a la aflicción hasta la muerte. He visto al necio (v. 3a). De nuevo es la experiencia la autoridad de Elifaz. Su bosquejo irreflexivo de la maldición sobre la morada, los hijos, y los campos del necio escarnecedor (vv. 3 – 5), con el paralelo que representaba con las recientes pérdidas que Job había sufrido, le haría preguntarse si es que Elifaz juzgaba que era él este necio. 8 27. Elifaz apremia a la murmurante víctima a que se someta confiadamente a Dios. El concepto esencial de su exhortación lo consti –
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espada de la justicia para librar al inocente de los predadores (v. 17a; cp. Is 11:2 – 5; Sal 72:12 – 14). Una de las bendiciones del paraíso perdido de Job la había sido su esperanza feliz de prolongados días en el seno de su familia (Job 29:18), de honor (20a), y de fortaleza (20b) constantemente renovada (v. 19). Job relata ahora la triste confusión de estas esperanzas (cap. 30). 30:1 – 31. La repetición de pero ahora… Y ahora… Y ahora (vv. 1, 9, 16) acentúa el tema de una forma eficaz al ir Job contrastando el oscuro y turbulento presente con el pasado pacífico. El rey de los consejeros ha venido a ser el refrán de necios (vv. 1 – 15). El favor amistoso de Dios se ha tomado en crueldad (vv. 16 – 23). 1 – 15. Lo extremoso del deshonor de Job aparece en el hecho de que incluso los más bajos de la humanidad le tienen en poco. Al describir la miseria de ellos (vv. 1 – 8; cp. 24:25ss.; 31:15), no hubiera confiado ni al mayor de ellos las responsabilidades comúnmente confiadas a los perros pastores (v. 1b). No tienen fuerza alguna (v. 2b). Carecen incluso de la resistencia física para servir como asalariados. Pero ahora incluso los más jóvenes de esta canalla consideran a Job como el blanco adecuado de su escarnio (v. 9). Ninguna muestra de desprecio es pequeña para ellos (v. 10; cp. 17:6), con un desdén irrefrenado (11b) inventan tormentos (v. 12ss.) en contra de este caído burgués, ahora un impotente proscrito en sus dominios del muladar. 16 – 23. Mucho más angustiador para el patriarca que la crueldad de los hombres es la de Dios 8v. 21a) que parece mirar como de piedra (v. 20b) a su suplicante víctima. Dios persigue a Job (v. 21b) de continuo con aflicciones físicas (vv. 16b, 17), humillándole (vv. 18, 19), en forma inmisericorde (vv. 20, 21), violentamente (v. 22), y hasta la tumba (v. 23). Aunque Job pierde aquí de vista la oportunidad de proseguir las implicaciones lógicas y de apropiarse del consuelo de los pensamientos recientemente expresados acerca de la sabiduría, humana y divina (cap. 28), debe tenerse presente que él no era de piedra, sino un hombre de carne y hueso, y todavía aplastado por los anillos de la serpiente. 24 - 31. Un gran clamor de dolor constituye la conclusión de las reflexiones de Job acerca de su humillación y desamparo. Es natural que se clame por ayuda en la angustia (v. 24, según la BLA, que dice así: ¿No extiende la mano el que está en un montón de ruinas, cuando clama en su calamidad?)
JOB 29:25 – 31:13
especialmente cuando la calamidad es contraria a todas las expectaciones (vv. 25, 26; cp. 29:15 – 20). En un torbellino emocional (v.27), Job derrama su clamoroso llanto delante del mundo (v.28) como un chacal aullante o un avestruz dolorido (v. 29). Con una fiebre mortal consumiéndole (v. 30), tañe de antemano una endecha para el día del luto por él y de su enterramiento (v.31). 31:1 – 40. Las protestas de inocencia han sido siempre la principal carga de Job. Aquí, de una manera muy elaborada, llega a ser el punto culminante de su discurso. En forma, se trata de un juramento retroactivo de alianza de pacto (cp. v. 1a). En tales juramentos, el orador invoca maldiciones sobre su propia cabeza por violaciones que se le puedan demostrar del código moral (cp. p. ej., el juramento de los soldados heteos, ANET, 353, 354). Incluso la imaginería de las muestras existentes de tales antiguos juramentos se corresponde con el de Job (p.ej., pérdida de cosechas, molienda, rotura de miembros, espinos. Ver vv. 8, 10, 22, 50). Por ello, esta representación es la de un vasallo del pacto afirmando su fidelidad a las varias estipulaciones que le han sido impuestas, y atónito de que su soberano le haya visitado con las maldiciones en lugar de con las bendiciones del pacto (cp. Dt 28:18, 31, 35). A Job le parece como si Dios hubiera dejado a un lado el papel de soberano como protector, y que se haya vuelto extrañamente como un enemigo en contra de un vasallo obediente. 1:8. Job empieza negando pecados secretos del corazón: concupiscencia (v. 1), vano engaño (v. 5), codicia (v. 7). En esto expresa una profunda penetración en la espiritualidad de la ley de Dios (cp. el Sermón del Monte, Mt 5 – 7). Su profunda preocupación con el inminente juicio de su Soberano emerge frecuentemente (vv. 2 – 4; cp. 11, 12, 14, 23, 28), más notablemente en las maldiciones que invoca sobre sí mismo (v.8; cp. Dt 28:30c, 33). Mediante estas referencias a las sanciones penales del pacto Job solemniza sus juramentos de inocencia. Mezclado con el temor reverente de su Juez se halla su confiado anhelo de estar delante de Él, elocuentemente proclamado en los vv. 35 – 37 y más sencillamente aquí. (v.6). 9 – 23. El patriarca rechaza también de una manera contundente, cualquier clase o tipo de pecado público cometido en perjuicio de sus prójimos: adulterio (v.9), el maltrato a los inferiores