Descripción: Tercer Censo realizado en la República Argentina. Son 10 Tomos.
Descripción: Tercer Censo realizado en la República Argentina. Son 10 Tomos.
Descripción: Tercer Censo realizado en la República Argentina. Son 10 tomos.
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Descripción: Tercer Censo realizado en la República Argentina. Son 10 tomos.
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Descripción: Tercer Censo realizado en la República Argentina. Son 10 Tomos.
Descripción: Tercer Censo realizado en la República Argentina. Son 10 Tomos.
Descripción: Segundo Censo Argentino. Año 1895. Tomo 1. 720 páginas.
Descripción: Segundo Censo realizado en la República Argentina en el año 1895. Completo.
Descripción: Segundo Censo realizado en la República Argentina en el año 1895. Completo.
Descripción: Primer Censo Argentino. Año 1869. Tomo único. 756 páginas
para instalaciones en generalDescripción completa
Descripción completa
Descripción completa
Descripción completa
CLAP
Descripción: Este documento presenta los “Resultados Oficiales de los Censos Nacionales VI de Población Salvadoña y V de Vivienda 2007”, realizados de 12 al 27 de Mayo de 2007. Este es el componente más import...
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TERCER CENSO NACIONAL Levantado el l· de Junio de 1914
ORDENADO POR LA LEY NO .,08 BA.JO LA
Presidencia del Dr. ROQUE SAENZ PEÑA
E.J.CUTADO DURANTE LA PRIt.IDENCIA DEL
Dr. VICTORINO
DE LA
PLAZA
COMISiÓN NACIONAL PUSIDJI"TJI VOc.AUS
ALBERTO 'B, MARTfNEZ
FRANCISCO LATZINA -
EMILIO
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. TOMO IV
POBLACiÓN
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TERCER CENSO NACIONAL VOLUMEN IV
POBLACiÓN INDICE DE LAS MATERIAS QUE CONTIENE
1 Los propietarios de bienes raíces
3 11
La fecundidad de las mujeres casadas
71
III Mujeres casadas según edad y número de hijos
17.1
IV La población enferma, ciega y sordo-muda
191
v La población clasificada por profesiones, oficios y medios de vida, distinguiendo sexos y argentinos y extranjeros (14 años de edad para arriba).
201
VI Embarcaciones surtas en los puertos de la República el 1.0 de junio de 1914 distinguiendo el tonelaje, calado y fuerza propulsora. Embarcaciones surtas, distinguiendo construcción, valor y seguros Embarcaciones surtas, distinguiendo tripulación de los buques y pasajeros.
401 423
445
VII Buques fondeados en los puertos de la República, elLo de junio de 1914.
452
VIII Poblaciones urbanas con más de
2.000
habitantes.
Ciudadanos inscriptos en el padrón electoral, clasificados teniendo en cuenta si saben o no leer y escribir . . . Demografía Dinámica. - Movimiento de la población en 1914. por el doc." .. F. Latzina. .
469 479 497
Fotograbados He aquí la colocación de los que contiene este volumen: Págs.
Buenos Aires ornamental.-r. Escuela Industrial de la Nación.-2. Avenida de Mayo. Buenos Aires ornamental. - Detalles del monumento regalado por los españoles a la República Argentina con motivo del Primer Centenario de su Independencia . Mar del Plata. - r. Rambla de Mar del Plata .._- 2. Playa. -- 3. Vista parcial de la Rambla. - 4. Calle San Martín. - Marquesina de la Rambla. Universidad de La Plata. - r. Edificio central de la Universidad. - 2. Sala de sesiones del Consejo Superior. - 3. Aula magna de la Universidad. Vniversidad de La Plata. - r. Uno de los internados del Colegio Nacional.2. Colegio Nacional anexo a la Universidad. - 3. Vista general de las dependencias del Colegio Nacional . Universidad de La Plata. - r. Dependencias del Observatorio Astronómico.2. - Taller mecánico del mismo. - 3 Y 4. Vistas interiores. Universidad de La Plata. - 1. Biblioteca de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales. - 2. Una clase de anatomía en la Facultad de Agronomía y Veterinaria. - 3. Biblioteca de la Facultad de Agronomía y Veterinaria. - 4. Salón de actos públicos del Colegio Nacional . Universidad de La Plata. - 1. Edificio del Museo, donde funciona la Facultad de Ciencias Natur~les, la Escuela de Química y Farmacia y la Escuela de Dibujo. - 2. Una galería del Museo. - 3. Anfiteatro. - 4. Dos galerías más. - 5· Una clase en la Escuela de Dibujo .
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LOS PROPIETARIOS DE BIENES RAleES
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LA POllLACION CLASIFICADA POR PROFESIONES. OFICIOS Y .\lEDroS DE ViDA. DL<;TINGUlENDO SEXOS y ARGENTINOS Y EXTRAN]lmOS (14 años de edad para arriba) (Continu••ción)
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En las cifras que preceden no están englobados los nacimientos inanimados. Los bruscos aumentos que se notan en las primeras cifras del Ir siglo provienen del bautismo de negros esclavos. Se puede suponer que en los siglos pasados se deben haber traído de la campaña circunvecina no pocos párvulos a la ciudad para hacerlos bautizar, aumentando así indebidamente el número de los que figuran como nacidos en ésta. El número de nacimientos matrimoniales con que contribuyeron en los 3 años 191Z[ 19T4 a las respectivas cifras totales, las madres clasificadas por nacionalidades, los revela el cuadro que sigue: 100 I!I
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Siguen ahora los datos de los nacimientos, por provincias, inclusive la capital, por parroquias.
La provincia que elltre t0t1:::1S ~c destaca con so gran núrncro de hijo~ extl'amatrimoniales, el 5') í~' ,h~ la natalida,l tOlal, ~s la de C,jl'!'ientes, y d n1enor nLul1ero de estos nacitnicntof; acusa la capitaL cua ::;1;10 12 8 ~~;. ¿ Serán estas cifras una tnedida de la cultura que difercTKia a ::unbas cornarca~f? ']'nda la act1~:a un 2 r. 1 ~X? en 10& naeinlientos de hijos extrama·· trüno;,'laks con resp,:'cto a la natalidad total. 1
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Es digno de ser notado que el mayor número de nacimientos vivos matrimoniales procede de padres extranjeros, y de uniones mixtas, quc sc componen en Stl mayoría ,le padres extranjeros y madres argentinas.
E-- Nupcias
La cuestiún de sab<.:r cuantos matrimonios de los que se cclebLlll annalnlcnte en una ciudad o CUBlrtfca dadas, son consagrados por la 191esia, liO tiene sólu un ¡Ilte,,:·s cst~H1ístico a secas, sino (jne lo tiene en mayor grado desde el punto de vista de la psicolog'ía de las masas, aun cuando esta úlLima (~sté. en rnt:chos ('a~,us desnaturalizada pur !110tivos Las relaciones nunh~ricas entre los tl1atrinl0nios civiles y religiusus St;o mantienen sensiblemente firmes en el tr" nocurso del tiempo.
He aquí las cifras del úhimo
que se refieren a ",te
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Lo,; índices l1upci;des dd último quinquenio no .han Y;Hia,h 5cnsibl,,·, mente dc un afIo para otro, cumo podrá verse en el cuac1rito quc sip;l1e:
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Vease lo que digo respectn del método de cakl1hr los índices nupciales, en el tomo 2.° del Auuario ele la nirecciún General de Estadística correspondiente a 19O<}, página 50(;. '*
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De los 149.120 matrimonios que se celebraron en los últimos 15 años, 190011914. 34.473 (23. 2 %) cayeron en verano, 38.496 (25.8 lO) en otoflo, 39.89r (26·7 5'0) en invierno y 36.26! (23.2 í"(,) en la primaycra. En los matrimonios que se celebraron en los 15 años, 1900II914, se distribuyeron las edades de los contrayentes en la forma sigl1iente; EnAD DE L\S MUJERES
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El 66 5:1 de las mujeres se casan con menos de 25 arIOS, y el (9 de los hombres cuenta entre 20 y 30 años al casarse. Los casamientos tardíos no son tan raros como podría parecer a primera vista, puesto que en los 21 años 189211912, se casaron 8412 hombres con más de 50 añ
Si cómo limites de e-stas edaciee
ee consideran en los hombres los 20 y So. 3flo:}, y en las mujeres tos 15 y 45. resulta que en l$log haLia 35;,L536 hombres y 32"'1.531 mujeres en edad de: c3sar5e; los 11.4°5 homhres fJ.ue se casaron en este año,
arrojan un índice nupcial de 32,3 por- :mil y las J 1.4-05 mujeres Que ban he"ho iJé-ntica
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se observa, y las cifras que indican la edad media, son también muy verosímiles. He aquí la crúnica numérica de los matrimonios contraídos en la ciudad de Buenos Aires desde comienzos del 17" siglo:
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Veamos qué resultados arroja la comparación de los matrimonios y nacimientos en dos períodos sucesivos de once años cada uno. En 189011900, se contrajeron 60.894 matrimonios, y hubo 304.580 nacimientos; en 1901119II, las cifras respectivas eran de 102.558 y 415.828; resulta entonces que la nupcialidad ha aumentado de un período al otro en 68 % y la natalidad en sólo 36 %. Siguen los cuadros que detallan por provincias las nupcias, según los estados civiles de los contrayentes y segÍln el carácter de argentinos y extranjeros.
572 Con las cuestiones nupciales se relaciona en cierto modo, la fecundidad de las mujeres casadas. En el 4° tomo del censo se encuentran cuadros que consignan el número de hijos que han tenido las mujeres casadas. En estos cuadros se consideran duraciones de matrimonio de 50 años y más, pero la aptitud física para concebir se extiende a lo sumo a 30 años, y el número de hijos que en este lapso puede dar a luz una mujer fecunda, salvo el caso de mellizos, es de 15 o ¡(í a lo SUIll(). Estas últimas cifras las he tenido en vista al idear el cuadrito que sigue, que por las nacionalidades de las madres, consigna las mujeres casadas en el año del censo, el número de hijos que todas ellas han tenido, el número de hijos que en los 50 aiíos corresponde, en términos medios, a una mujer, y el número de hijos que corresponden, en términos medios, a ICOO mujeres en el aflO. El cuadrito toma entonces la forma siguiente:
Nac10naUJades
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573
Defunciones
Las defunciones ocurridas en la capital, durante los últimos 28 años, 188711914. son las que siguen: !
D..:4nndones de Al'lOS
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Indice
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La mortalidad por nacionalidades, en los últimos 20 años (189511914), excluyendo los muertos al nacer y reuniendo ambos sexos en una sola cifra. fué en números absolutos y en "por mil" (°'00) de la mortalidad general de todos los grupos, la siguiente:
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Las demás nacionalidades y las que no especificaba la estadística municipal, están englobadas en el grupo "Totales".
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Las defunciones del quinquenio 191O-I9I4 reunidas, de argentinos y extranjeros, clasificadas por edades, suministran el cuadro que sigue: 1000
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578 Muy interesante sería una estadístk,l minuciosa acerca de la mortalidad por tuberculosis pulmonar y cáncer, estas dos tcrrilJlcs enfermedades para las cuales no se ha conseguido hasta ahora un método curativo a pesar de cuantos esfuerzos a este respecto han- hecho los más sobresalientes bacteriólogos. La estadística mt1nicipal que recibe los datos demográficos de primera mano, debería tomar a pecho este empeño y compilar dkha estadística para los tlos sexos, distinguiendo argentinos y extral1jerus, y haciendo conocer las cifras para cada uno de los años de la vida. De suyo se entiende que esta estadística debería publicarse todos los años para posibilitar las comparac.ioncs. La mortalidad clasilicatla por estaciones del año, arroja para los años 1909-1914. los resultados sig·uientes: Aüos
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Del cuadrito que precede resulta que la mortalidad del año es el 25,4por ciento en el verano, el 22,2 por ciento en otorlO, el 26,2 por ciento en invierno y otro tanto en la primavera. La distribución ele las defunciones por grupos llccrogTáficos conduce en los años 1910-J914 a las cifras siguientes: HJIO
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Este cuadro revela que la mortalídad de los párvulos abandonados es generalmente triple y más de la infantil en el primer año de la vida. Esta es una de las llagas sociales de difícil o mejor dicho imposible extirpación, porque tiene su raíz en la pohreza, que, a su turno existirá siempre mientras haya una humanidad condenada a ganarse la vida por medio del trahajo. Imposible es el establecer una comparación entre la mortalidad de los niños abandollad", que se observaba antes de la supresión del torno y la que revela la estadística después de esta supresión, porque los datos anteriores solo existen en las cifras correspondientes a los años 1885 a 1891, de manera que SOll insuficientes. El torno de las casas de expósitos es una príma que la sociedad instituye para estimular la liviandad sexual de sus miembros, dice eon razón Ma1thus. "Pour intéresser, en en parlal1t, il n'est besoin d'allcun effort de talent, d'aucull artífice de style: il ne faut qu'ctre simple et vrai", dice Benoiston de Chateauneuf al referirse a los expósitos. Y a fe que tiene razón, porque el tema interesa de suyo a los moralistas, a los filósofos, a los economistas, a
.... 580 los hombres de estado, y, en general, a toda persona susceptible de sentir humanamente. Echando desde luego un vistazo sobre la suerte que cupo a los expósitos en épocas pasadas, se ve que entre los pueblos de la antigüedad pagana, no solo no se castigaba la expulsión de los fetos, el abandono de los párvulos y los infanticidios, sino que se regulaba a menudo por m,~dio de disposiciones legales la perpetración de tales actos. Que bajo el imperio de semejantes circunstancias, 110 cabían las instituciones destinadas a recoger expósitos, se comprende fácilmen te. Cuando entre los griegos y romanos el padre podía disponer a su antojo de la vida del recién nacido, cuando a éste no se le miraLa como a persona, sino como a cosa, como un "pretium affectiouis"; cuando Plutarco podía preguntar si los fetos humanos debían considerarse como nimales; y el divino (!) Platón declaraba que en el claustro materno eran animales; cuando Séneca, Tácito, Quintiliano y otros, lejos de condenar tales costumbres. las encontraban muy arregladas a razón y derecho; cuando el referido Platón dedaró el asesinato de párvulos raquíticos o deformes como una necesidad, y Solón permitió el asesinato de todos aquellos recién nacidos cuyos padres 110 quisiesen reconocerlos como hijos; cuando Aristóteles aconscj6 a las personas casadas que no podían smilener sus hijos, que expulsasen los fetos antes de su nacimiento, o que después de él los matasen; cuando Sócrates, AristManes, erisi!,,,. Euripides, H limero y otros, estaban t"dos de ::!cuerdo en que se practicasen los infanticidios, los abortos artificiales y los abandonos de los recién nacidos; cuando tales eran las opiniones y las costumbres reinantes, y los más genuinos representantes de la cívilizadón greco-romana manifestaban tan brutal desprecio por la vida de los recién nacidos, se ,:nmprende que los púrvulos arrojados por sus madres, sólo podían esperar la muerte, o, lo que era peor, ser recogidos, si, pero para ser luego vendidos como esclavos. Todas las opiniones y costumbres que en la antigüedad pagana reinaban respecto a la suerte <¡ue esperaba a los recién nacidos, se sintetizaba, por (l<~cir1() así, t'll el hábito del "Iiberos tol1ere", o sea en el acto en que, baJo la invocación de la diosa Levana, el padre admitía o reehazaha al recién nacido que la partera ponía a sus pies. Con la exaltación del cristianismo al trono de Roma, bajo Constantino el Grande (312 después de Jesucristo), principian las disposiciones legales contra los infanticidios, los ahortos provocarlos, el abandono de los recién nacidos y la venta de los niños para la exclavitud. Desgraciadamente, durante siglos, éstas y las posteriores disposiciones concernientes a expósitos, 110 fueron, en resumen, más que una declaración de principios. Las leyes eran letra muerta, porque no se observahan, Los expósitos se ;mnoJ:¡b;]n C0l110 antes, o perecían 'en los parajes públicos, donde se les había abandonado. Hasta la segunda mitad dd siglo VIII 110 apart~ce nada práctico a favor (k los expósitos. En íBí fundó el arzobispo Datheus una casa de expósitos en Milán. En ésta se admitieron y se eriaron niños ilegítimos abandonados por sus madres.
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681 -
La institución mencionada no era más que un caso aislado, sin que esto implicase en manera alguna el principio de la generalización de taJes establecimientos de beneficencia, puesto que, un siglo más tarde, hubo necesidad de incluir en las resoluciones del concilio de Rouen una disposición tendiente a ordenar a los curas párrocos que trataran de inducir a las mnjeres solteras para que en vez de matar a sus hijos, los depositasen en una especie de tazas o fuentes de mármol colocadas a las entradas de las iglesias. No faltaban entonces parroquianos piadosos que en sus idas a las iglesias recogían a los así expuestos, y los criaban en sus propias casas, como quien cría a un hijo propio. Estos receptáculos de mármol colocados en las puertas de las iglesias, donde podía abandonarse a los párvulos sin que se corriera el riesgo de que una fiscalización indiscreta tratase de averiguar la maternidad, fueron el origen, la idea inicial que dió margen a la invención de los tornos. El primero se instaló en 1198 en el hospital del Santo Espíritu de Roma, donde hahía varias saJas para la admisión de Jos cxpilsitos. Ese hospital del Santo Espíritu tomó del torno que se le agregó, su posterior nomhre de "Cnnservatorio dc11a ruota". Desde entonces hasta nuestros días, se multiplicaron rápidamente, en los países católico", las casas de expósitos con o sin torno. Actualmente rigen dos sistemas en el amparo de los exptlsitos, que son, el sistema católico, con sus casas de partos y asilos de expú,itos, y que excluye la averig-u
Con el torno se quería emhoza¡' el acto del abandono de los recién nacidos, y al mismo tiempo se quería prevenir el crimen del infanticidio, quitándole hasta las sombras de una disculpa. Lo primero se In conseguido, lo segundo no, como va a v{~rf'e. El estudio de la estadística comparada en materia de expósitos, ha conducido a rf'sn!tados totalmente adn,rsos al uso del torno, El número de expósitos en Francia ascendía, antes de la ado;cciólI del torno, en 1784. según Necker, sólo a 40.000 anuales, pero de~pllés dd decreto de Napoleón 1 (19 de Enero de 18Il), en el arlO de 1833. subió a T30.945. Con"ultados los eonsejos generales, por el gohicrno
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Resulta, pues, de estas cifras con toda evidencia, que en los departamentos que poseían asilos con torno, había más expósitos y mayor número de recién nacidos abandonados, flue en los' departamentos <'t!yos asilos carecían de torno. En Dublill había una casa ele expósitos en la que la frecuencia anual ~o1ía ascender hasta a :2.:246. Quitado el torno en IR2Ó, por resolución del Parlamento, la frecuencia anual alcand, sólo a 480. Los tornos no constituyen ningún preservativo contra los infanticidios. En los países cuyos asilos poseen tornos, hay mayor número de infanticidios que en aquellos donde !lO existen. Así, hay en Francia, con sus tornos, un infanticidio por cada habitantes, mientras qtle en Inglaterra, que no posee tornos, se cuenta sólo 1m infanticidio por cada 855.903 hahitantes. En un mismo país arrojan los distritos con torno más infanticidios que los que de él carecen. En Bélgica lulbía en los años 1826-1829, en las provincias con torno, lIn infantici,lio por cada I09.94:2 habitantes, mientras que, en las que no tenían torno, sólo había un infantid(lio por cada 136.66:2 habi-
tantes. A nw¡Ji'¡a quc el número de tornos aumenta, aumcntan también los infanticidios. Francia tenía cn el períO<.lo de 1026-1835, con una !l(}h1acióll de 32 milloIles de habitantes, 171 tornos y 98 infanticidios, o ~ca un torno por cada J87. '3+ habitantes y un infanticidio por cada :F()·5:-¡O ha1>italltcs; mientras que en Bi'lgica se contaban en el mismo pcrío(l,), con una poh1a,ión de 4. 1 42.000 almas. I4 tornos'y 7 infanticidios, o sea un torno por cada 23 0 ,III habitantes y un iniantiddio por cada 613.333 habitantes. Fr::mcia mostró, pues, C011 mayor número de tornos, un número dos y media ",..('t:S mayor de infanticidios que Bélgica, que no poseía sino pocos tornos. Pero no es sólo contra los tornos, con SU aumento
El asilo de Buenos Aires fué fundado por decreto del virrey don Juan José de Vertiz en 1774. El 7 de Agosto de 1779 se abrió un torno, Desde entonces hasta 1800 se recogieron 1.806 párvulos, de los cuales iI98 eran "amm,,, y 90S mujeres. De 1801 a r838, era la cosecha de 4.S07 púrvulos, o sean 2.522 varones y 2,2::15 mujeres. Rosas suprimió el asilo por decreto de 17 de Abril de J83::1. En IR de Mayo de 1852 fué restablecido y colocado bajo la dirección de la Sociedad de Beneficencia, Desde ¡SS2 hasta J884 inclusive se abandonaron en el torno, según los datos que ha publicado el doctor Coni, en su obra favorecida con el premio Rawson: "Causes de la morbidité et de la ll10rtalité de la premiere enfance a Buenos Ayres", 9,z66 párvulos, de los cuales eran varones 4.642 y lllujeres 4.624. En todo el tiempo que transcurrió de 1779 a 1838 y de r852 a 1884. es .lecir, en un espacio de 93 aÍlos qlle el asilo estuvo estimulatHio los deslices de las mujeres poco escrupulosas, se recogieron eu el torno 15.879 párvulos abandonados. Cuando en 1840 se ordenú a las administraciones de bs rasas de expósitos de Francia, que empezaron a suministrar Socorros a aquellas madres que por su pobreza se viesen en el caso de abandonar a sus hijos, y que, una vez socorridas consintiesen en criarlos, se observó que de los 86 departamentos, 52 adoptaron el sistema de los socorros, mientra5 que los 34 restantes los rechazaron. En los primeros fueron socorridas 44.916 madres, en una población de r8.866,030 habitantes, y se contaron I1n expósito por mela 420 habitantes y un abandono por cada 49 nacimientos; en los segundos, con 11na pohlación de 15.328.845 habitantes, no fué socorrida ning'una madre soltera, y se contaron un expósito por cada 296 habitantes y un abandono por carla 32 nacimientos. Las grandes ventajas que caracterizan al sistema de los socorros, al lado del asilo con torno, quedan así evidenciados, Los socorros se suministraban hasta terminados (105 años, y consistían
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en la mitad de lo que las administraciones de las casas de expósitos pagaban en amas de leche. Resumiendo todo lo dicho, puede afirmarse que los tornos son instituciones inmorales, porque se parecen a avisos oficiales dirigidos al público, l)ara decirle que cualquiera pu{,de impunemente arrojar allí a su hijo, y que puede olvidar sus deberes naturales para echarlos sobre la sociedad. Los tornos son una contradicción jurídica, puesto que, con su existencia, se establece la concesión legal que considera el abandono de los recién nacidos como un acto permiticJo, y puesto que se da a los padres el derecho de disponer de la vicla y de la calídad civil de sus hijos. ¿ Quién no sabe cuánto influye en la gran mortalidad de los expósitos la falta de cuidados durante el tiempo que media entre el nacimiento y la recepción de aquéllos en el asilo, sobre todo cuando el ahandono se< verifica en invierno? Estadísticas europeas prueban que esta cirCll11standa es la causa inmediata d~ la muerte del 3 por ciento de los expósitos. ¿ Quién no sabe también que al torno no súl0 se arrojan hijos ilegítimos, sino también legítimos, ejemplo los dd ilustre Juan Jacobo ROl1sseau que fueron todos al torno, y que los legítimos así abandonados, quedan confundidos en la masa de aquellos desgraciados a quienes la caritativa sociedad distimrue con el degradante mote de bastardos? La ventaja que se esperaba de los tornos, respecto a la disminució!l de los infanticidios, ha resultado ser completamente negativa, como 10 prueba la estadística de todos los países. Queda así mismo estadísticamente demostrado que las casas de expósitos no son en mancr.a alguna instituciones capaces de prevenir el abandono de los recién nacidos. En cambio, los tornos favorecen un ha<:Ínamiento de población en los asilos de huérfanos, aumentando los gastos del Estado en el ramo de la beneficencia pública; los tornos destruyen los vínculos que la naturaleza ha establecido entre madre e hijo; se abusa de los tornos para hacer desaparecer en ellos a niños robados. La casa de expósitos de Buenos Aires está sostenida por el gobierno nacional y administrada por la Sociedad de Beneficencia. El torno se cerró el 6 de Abril de 1891 y en su reemplazo se ha creado una oficina de recepción, bajo la garantía del más absoluto secreto (salvo los casos en que procede la acción judicial). la que está a cargo de dos hermanas de caridad, acompaliadas de un funcionario especial. I~a of.cina permanece abierta de 7 a. m. a 10 p. m. Cuando se lleva un niño para ser en tregar,o, se procede de la siguiente manera: si el conductor es el padre o la madre, se le exige que compruebe la necesidad de orden moral o material en virtud de la cual hace la entrega; si,la persona que Ileya al niíio no es ni el padre, ni la madre, la oficina exige previamente la autorización de los padres y la comprobación de la necesidad material o moral de éstos para hacer esa entrega. La oficina procede directamente a practicar las investigaciones necesarias a erecto de cerciorarse si el niño se halla en condiciones de admisión, si la autorización de los padres no pudiera o no debiera exigirse.
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Si el conductor presenta el niño como huérfano, la oficina exige la comprobación del fallecimiento de los padres. Si 110 hubiese sido reconocido por el padre, basta justificar el fallecimiento de la madre. El niño es recibido cuando de la investigación practicada no resulte que se abusa de la caridad. En el caso de tratarse de niños abandonados fuera del estahlecimiento, éstos son recibidos por conducto o intervención de las autoridades respectivas. En caso de urgencia se recibe provisoriamente el niño, previa garantía de una persona abonada, la que se responsabiliza de hacerse cargo del expósito si éste no resultare comprendido en las condiciones reglamentarias. La admisión de los niños se hace hasta la edad de tres meses, salvo casos excepcionales en que se admiten hasta la edad de seis mc,;es. Al recibirse un niño se requieren los siguientes antecedentes: Día del nacimiento--Sexo·-Color-Bolcto del Registro Civil (denuncia del nacimiento)-Nombre del padre···-·Sección a que pertenece-Si es legítimo o ilegítimo--Si ha sido reconocido por los padres o sólo por alguno de elJosAutorización en virtud de la cual se recibe el niño-Nombre, firma y domicilio del dcpositante. Hay que renovar semestralmente esta autorización y justificar que existcn las causales que 111ot1\"aI"On la admisión, so pena ele que la entrega s,::a considerada como aballt!01l0 del niiío. EBtas n'l1ovacioncs no podr!,n exceder en ningún caso de dos, lo cual cnvuelve como máxima estadía en la casa de expósitos la de dieciocho meses. Con respecto a los padres se exigen los datos siguientes: Edad·-·Color -Nacionalidad-Profesión--Medios de subsistencia-Estado civil-Domicilio permanente o transitorio··-Si hubieren fallecido, el lugar, día y enfermedad que causó la muerte. Con respecto a las personas que presentan el niño: Edad-Sexo--Color -Profesión--Domicilio--Nacionaliela
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Considerando a la mortalidad del cuadro que precede en sus cifras generales de argentinos y extranjeros englobados, resulta que por cada 100 ml1jeres han muerto en lus tres siglos pasados, 134 varones; y si se separan lo, a.rgentinos de lo" extranj,'ros, considerando sólo a los argentinos de 18B7 en adelante, se tiene para cada IOO mujere" lIlla mortalidad de 109 varones. A la crecida cifra de varol1t:s, en el primer ('aso, contribuyen los hombres extranjeros que exceden en mucho a las mujeres del mismo origen_ Los índices mortuorios correspondientes a los últimos seis censos, a saber: tres nacionales, 18('9, 1895 Y J914 Y tres municipales, 1887, I904 Y 1909, acusan una notable mejoría en las condiciones de la ciudad, como se echará fácilmente de ver en las c.ifras que siguen:
Esto mismo puede comprobarse también por otro método de cálculo, que consiste en comparar directamente el aumento absoluto de la mortali·
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dad con el o:k la población. 14as cifras que siguen abarcan un lapso de 40 años, es decir, el periodo transcurrido entre 1874 y I9l4·:
Esto quiere decir, que, mientras la poblnci,ji1 ha aumentado en los últimos 40 años en un 537 %, la mortalidad sólo aumentó en un ~27 Rsta,~ eifrag cantan 1./11 hinwo en homenaje) a l,as obras de salu/lridad. Parece que la primera epidemia qUI: se observó en Duenos Aires, fué la que menciona 'l'relles y que se refiere nada meno~ que a 1535, época de la primera fundación de la ciudad por don Pedro de l\l enrloza. A esta primera ¡leste se siguió la que se desarrolló entre ISilo y 16oR. la que atacó lo~ ganados e indios en 160<), la de 1621 en la qne murió mucha gente de servicio, la de 105 años J641 a 1643, la de 1652, la qne tuvo lugar entre 1652 y 1672, la de 1717, las de 1734 y 1739, la de 1778, 1" de 1796 que se desarrolló en la cárcel. y luego todas las de 19" siglo, entre las cuales descuella la de la fiebre amarilla en lB7I. De la peste del tiempo de la primera fundación, da cuenta Barco de Centenera. En el tiempo en que se aprestaba la expedición de Mendoza, reinaba en España una peste, lo que hace suponer que los expedicio:larios trajeron el germen de la enfermedad que se desarrolló luego aquí a favor de las privaciones que impuso a los conquist;:¡dores su primera instalación eu país de sal vajes. La peste sobrevenida entre 1580 y 1608 es conocida por el acuerdo del cabildo del 8 de Enero de 1608, inserto en el tomo l° de las Actas del Cahildo de Buenos Aires. En ese acuerdo el cahildo se dirige al gobernador pidiéndole que recahe permiso del rey para poder introducir negros del Africa, en reemplazo de la mucha gente que se l1lurió en las enfermedades de los años pasados. En el acuerdo siguiente, del 15 de Enero de 1608, se insiste en el pedido de negros esclavizados para el servicio doméstico. La peste de 1éo<) que atacó a los ganados y a los indios, es conocida por el acuerdo de cabildo de 24 de Marzo de 1609. 'En dicho acuerclo se ordenó la celebración de un novenario y que se saque en procesión al hienaventurado San i'lJartín ... La peste de 1621, parece haber sido un tifus sobrcvenidoa cnnsecuencia de una gran escasez de alimentos. Otro tanto debe haher sucedido en los años 1641 a 1643. Dice el historiador Luis L. Domíngucz que por dichos años ocurrió en Buenos Aires una de las grandes sequías periódicas en este país, seguida de una extraordinaria escasez de al1mcntos y de una terrible epidemia. Esta habrá sido el tifus que suele engendrar el hambre. Un contemporáneo refiriéndose a las enfermedades reinante!l de aquellos añns, dice: suelen cundir algunas epidemias de tabardillo (tifus); dolores de costado, calenturas malignas, sarampión. viruela y otras semt~jantes. La peste de 1652, se conoce por una carta del virrey conde de SaJy¡¡tie-
--- 588 dirigida al cabildo de Buenos Aires, con fecha 30 de Junío de r653, y en la cual aquél se alegra que la ciudad esté ya libre de la enfermedad que había padecido. Un acta del cabildo del 27 de Abri1 de 1672, hace saber que entre r652 y 1672, se desarrolló en la ciudad y su jurisdicción una epidemia, de la que murió la mayor parte de la gente de servicio, por cuya razón se tocó el inconveniente de no poder atender los ganados como correspondía, alzándose éstos. En los primeros afíos del siglo ISo, en I7I7, se desarrolló en la ciudad, una enfermedad que originó muchas defunciones. El gobernador de entonces, don Bruno Mauricio de Zabala. hizo una junta de todos los médicos que hab:a en Buenos Aires, para pedirles pareceres. Declararon éstos, hajo juramento, que la enfermedal que motivaba su reunión les parecí:1. ser nIla "calentura pCttrida maligna" (!). Muchos aflOS despu(:s, en 17.fl, en ocasión de otra peste, se volvió a tratar de la de I7[7, y entonces quedó establecido que ésta había sido causada por la importación de enfermos llegados en los buques. Eu 1727 huLo tambien una gran peste en Buenos Aires. De ella dice DOll1Ínguez que era tan intensa como atras;cda estaba la ciudad en materias higiénicas _ I,os cadúveres se Ilevahan a enterrar a las iglesias, <:olocados en cueros que se arra~tra ban atados a la cola de tm caballo. Este espectáculo, agrega DomÍnguez, conmovió d corazón del andaluz don JHan Alonso González, quien promovió la fundacian de la :Hermandad de Caridad, cuyo instituto era enterrar los cadáveres de los pobres y los ajUf,ticiados. En un acta de! cabildo de 1739, se ha!)\a de las muchas enfermedades y muertes, sin duda debidas a la falta de agua, y que se ocurra al glorioso patrón San J\¡lartln en demanda de remedio ... La epidemia de los años J742 y 1743 se atribuyó a una cnfemedad de los negros importados, probablemente sin razón. También en I747 hubo algo asi como epidemia, atribuyéndose parte de la crecida mortalidad habida en aqud afío, al desacierto de los m?dkos. A la frecuente aparición de enfermedades mortíferas, debe haber contribuido en !lO pequefía escala, la absoluta ausencia de higiene púbEca y privada _ Los huccos de las calles se llenaban con hasuras y substancias orgánicas de fácil descomposición; las evacuaciones humanas se vaciaban en pozos ciegos y el agua se tomaha de pozos que a menudo se halhban al lado mismo de las letrinas y al alcance de las filtraciones que de éstas emanaban. Así se comprende que en 1778 el intendente Paula Sanz pudo proponer al virrey Vertiz, limpiar esta ,iuelad de las inmundicias e incomodidades en que la había tenido hasta entonces cOllstitllída el abandono y ninguna policía en sus ,alles, para que se respire un aire más puro y se remuevan de un todo las causas que casi anualmente hacen padecer "arias epidemias que destruyen y aniquilan parte de su vecinda río. Varias fueron las epidemias que asolaron la ciudad en el siglo 19°. En r858, apareció la J1cbre amarilla por primera vez y arrebató de 300 a 400 vidas. En 1867 el cólera se llevó &)29 vidas; en 1868 la misma enfermedad arrebató un número menor de existencias, y llegamos a la mayor de todas fra,
.- 589 las epidemias que ha sufrido la ciudad, es decir, a la fiebre amarilla que se declaró en 1871. Por los extragos que ha causado, merece ser narrada con la mayor suma posible de detalles, lo cual haré a renglón seguido. Un vistazo retrospectivo sobre los extragos que causó en 1871 el tifus icteroide (fiebre amarilla) en la población de la ciudad de Buenos Aires, carece indudablemente de interés de actualidad, pero para más de uno será un recuerdo histórico, si no bien venido, digno al menos de ser conocido. La casualidad puso en mis manos una especie de diagrama estadístico titulado: "La epidemia del aflO 1871", firmado por un señor Mardoqueo Navarro. He leído ese trabajo que supongo poco conocido, y creo que vale la pena de ser perpetuado en el libro. Dicho señor Navarro ha sido un testigo ocular de los sucesos que se desarrollaron en la capital argentina a principios del año 1871, con motivo de la fiebre amarilla, y juzgándolo por su lenguaje sobrio y a veces incisivamente crítico, le creo un testigo verídico, cuyas observaciones son dignas de ser reproducidas, auuque dando a éstas una forma más moderna y propia de lihro. Respecto de la fuente en qtle este autor ha bebido, creo 10 mejor darle a él mismo la palabra. Dice el señor Navarro: No podría llenar mi propósito en lo relativo a la mortalidad diaria, sin datos diariamente producidos, yadopté las listas de origen municipal que el diario "La Rep6hlica" recibía y registraba puntualmente. Estas listas que apenas determinan el nombre, la edad, el origen de eada inhumado, y la enfermedad de que murió, no son c:iertamcntc muy completas desde el punto de vista (~stadístico, pero es asimismo cierto que en esa época de muerte, de pavor, y de descomunales ex agerac:onrs, época en que la imaginación exaltada por el miedo, no se satisfada si no se le dahan '700 a 1000 cadáveres por día, tales listas son la Ílnica fuente que ofrece visos ele \'crdad y títulos de aut~)ridad. Municipal es la administración de los cementerios: ella expj,le y expende los boletos, llena por mano de sus empleados los blancos de sus cuadros t~stadísticos con las particularidades distintivas de cada mudo aspirante a una fosa, siendo, por consiguiente, su palabra de tilla autoridad incontestable en la materia. Ante tales títulos habría sido poco serio el posponer estas anotaciones oficiales a los chismes de las comadres, a los díceres inconscientes de los sepultureros, a los runrunes populares. Reconociendo como reconozco esta competencia de la municipalidad, no estoy por esto dispuesto a tomar sus listas por verdad evangélica. En presencia de la extraordinaria acumulación de cadáveres en los cementerios, nadie duela de que se habrán producido omisiones, sobre todo en el primer terdo del mes de Abril, en esos días de tremenda memoria. Más estas diferencias habrán sido ya calculadas prudencialmente, sin que fuera preciso lanzarse en lo ancho de las hiperbólicas exageraciones, en cuyo extremo se han visto aficionados que doblaron con las supuestas omisiones, la cifras de 103 realmente fallecidos, según los datos oficiales. Así es corno la epidemia, aun avanzando hasta el 22 de Junio (53 días después del 30 de Ahril), sólo cuenta con 13.(,14 víctimas en todo; mientras que el periódico "Tb". Standard", le imputó en esta temprana fecha, no sin prel'Ío e~lidad()so estudio unas 26.200.
590 Ha,;ta aquí el sellOf Kavarro Los apuntes de las defunciones por fiebre amarilla empiezan el 27 de Enero y terminan el 2I de Junio. Hasta principios de Marzo, las muertes por la epidemia 110 sobrepa;,;aron scns.iblemt:ntc a las cifras de la mortalidad en general, pero ya el 1) de Marzo se presentó con 91 defunciones por fiebre amarilla contra 30 muertes por otras enfermedades. La mortalidad causada por la peste, siguió luego en rápido aumento hasta que se presentó el tremendo ro de Abril, con 568 defunciones por fiebre amarilla, contra 17 muertes por otras enfermedades. Después de este luctuoso día, declinó la epidemia hasta apagarse del todo d 22 de Junio. La crónica diaria de esa época, dará al lector una idea neta de las angustias por que pasó la ciudad en la primera mitad del año 1871. 27 de Enero: Según las listas primitivas de la municipalidad, había en t~se día 4 muertos de diversas fiebres, pero ninguno de la amarilla. 28 de Enero: Uta República", denuncia la existencia de la fiebre y n~clama medidas. 29 de Enero; Se hace la auptosía de un cadáver y resulta ser caso de fiebre. 30 de Enero: 1.a fiebre 110 es asunto aún; en la municipalidad no se decía 1lna sola palabra a su res¡Jccto en la sesión de clausura. L° de Febrero: Según las listas municipales mueren 2 de tifus icteroidc. 3 de Febrero: Primeras dn:ulares acerca de medidas precauciollales. 4 de Febrero: En la municipalidad hay quien aconseja la expulsión de los apestados. Muere el doctor Luis J. de la Peña. 5 de Febrero: Cuarentena en Montevideo. 6 de Febrero: Muere d doctor Bosch. 7 de F eb tero: Entierro a las (i horas de fallecido. "La República" clama contra d riego de las calles. El pánico principia. 8 de Febrero: Propaganda (k la prensa contra los co¡n
Torres. 22 de l\Iarzo: Por toda la ciudad pululan los ladnme~. 2.l de Marzo: Aumentan grandemente los rubos. Casas enteras se desvalijan. 25 de Marzo: Siel1flo muy solicitada la mostaza para r('medio, se vende ésta a pesos 60 moneda corriente la libra, o sea a 2 pesos oro Y 40 centavos. zó de )'farzo: Muere Roque Pérez. 1<:1 pavor crece, todo el que puede huye de la ciudad. 29 de ::\1arzo: ~r uere el doctor Gazcón. Se entierran vivos. Un 70 % de los enfermos mucre sin asistencia médica. 31 de Marzo: Prohíbellse las flm·;'ioncs de iglesia. Surge la idea de suspender términos comerciales. 2 de Abril: la comisión popular desea pegar fuego a los conventillos; en uno de éstos habían muerto 72 personas. 3 de Abril: Mucre el doctor Lucena. 4 de Abril; Muere Pietranera. 5 de Abril; Ciérranse las oficinas nacionales. 10 de Abril: Reina el espanto. Muere el doctor Riva. 12 de Abril: Se !11ultipli,:an los asesinatos, salteos y rohos. 13 de Abril: Los empleados dd telégrafo huyen a Flores. 14 de Abril; A partir de este día se entierra en la Chacarita. 15 de Abril: !vI uere el doc.ter Scñorans. 17 de Abril: l'vhlere el doctor Argerich. 23 de Abril: Muere el doctor Amoedo. 24 de Abril: Muere el doctor Cau¡>olicán Molina. 25 de Abril: La habilitación del cementerio de la Chacarita cuesta tres millones de pesos moneda corriente (120 mil pesos oro). 27 de Abril: Hasta esta fecha han muerto 49 sacerdotes. 29 de Abril: El Banco de la Provincia acuerda prórrogas. 2 de Mayo: M uere el doctor ZapioIa. Regresan al gunas familias. 4 de Mayo: Muere el doctor Rlliz Moreno. 5 de Mayo: Hasta la fecha han muerto 27 empleados de aduana. 7 de Mayo. 8300 personas son gratuitamente alojadas por el gobierno. 13 de Mayo: Muere el doctor vVeiss. 20 de Mayo: Cesa la comisión popular en sus funciones. 24 de Mayo: Muere el doctor '!l{. Argerich. 31 de l'"layo: Suspéndense los boletos de pasaje gratis. 7 de Junio: Muere el doctor P. Rojas. TO de Junio: Tedéum cantado por el obispo. 18 de Junio; )''luere el doctor Noveira. 20 de Junio: Buenos Aires ha vuelto a su quicio y a sus hábitos. La epidemia está olvidada. A la faena de los sepultureros sigue ahora la de l0" ahogados, proC:llraflores, escribanos, tasadores, contadores, agrimensores, n~matadorcs. av{~s negras, etcétera. A mediados de lB7I tenía la ciudad unos 200.000 habitantes cabales. La mortalidad ordinaria de este año fué de 7134 defunciones, o sea el 36 % de la población, y la causada por la epidemia de 13.6I4 defunciones, o sea el (i8 70 del número total de habitantes. En. 1890, una epidemia de viruela causó cerca de dos mil ctoscientas dctimas. 1,a pcste bubónica hizo su aparición en Buenos Aires en el mes de Enero de 11)00, siendo importada por uno de los buques del Paraguay, que fu!! donde se produjeron los primeros casos. Esta peste causÍ> muy pocas víctimas. gracias a los inmediatos aislamientos de los enfermos. En Febrero del mismo afio, un calor intenso y prolongado, acompañ.ado de humedad, aumentó el número ordinario de las defunciones en proporción crecida. El llamado coup de chalear produjo un gran número de síncopes cardíacos. I<:¡ aspecto de la ciudad era en esos días tétrico. Las calles carecían ,le la vida que se observa en tiempos normales; sólo se oían las campanas de las ambulancias de la asistencia pública, y de la cruz roja, que no bastahan p,lra recog'cr a las personas que caían fulminadas en la vía pública. Se
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reglamentaron las horas de trabajo. Las oficinas nacionales funcionaban de 8 a 11 de la mañana y el comercio cerraba a las :2 de la tarde.
El suicidio es un fenómeno social que, por su orig~n, o, si se quiere, por su causa determinante, penetra en el dominio de la psicologia experimental. A los suicidios puede, por consiguiente, aplicarse el método positivo de investigación que consiste en el desarrollo de series comparativas y en el cálculo de proporciones y términos medios estadísticos de los hechos observados. En casi todos los países europeos se ha apoderado la estadística moral de este orden de fenómenos sociales, desde algún tiempo atrás; entre nosotros todo queda aún por hacer, porque la estadística data de ayer y sus series numéricas son cortas. Sin embargo, alguna vez hay que principiar con algo, y ya que en la tercera edición de mi Diccionario Geográfico Argentino he comenzado a estudiar ese fenómeno social, pienso ahora desarrollar mayormente las series numéricas que le conciernen, para que otros que vengan detrás de mí, y que dispongan de un material mejor del que yo dispongo, hagan algo mejor de 10 que yo he hecho. 1\'0 participo de la opinión darwinista de Morselli (Il s¡¡ic'jdio - Sagaio di statistica momlc compara/u), que define el suicidio como el resultado dc la lucha por la viela y de la selección que en la humanidad se realiza en virtud de las leyes que rigen la cultura progresiva de ésta. El suicida que pierde a la ruleta una fortuna y se mata luego; el que hace otro tanto por amor no correspondido; el que resuelve terminar SlrS sufrimienl:os físicos provenientes de UrJa enfermedad crónica; el que mediante un suicidio desea substraerse a la vida carcelaria que por algÍln delito cometido le espera; todos estos dese~perad()s, 110 luchan por la vi.la, sino fjUe son víctimas de 5U constitución física o psíquica, o de la organización social, cuyo cúmulo de necesidades fictidas siente el hombre moderno más que las reales. Cuando el ilustre estadista italiano escribió su Baggio, estaba el darwinismo en el apogeo de la moda, y las teorías del zoólogo inglés, mejor dicho en cuanto al $tr1tggle ¡or lite se refieren, las de Malthus, se aplicahan a todo, a la sociologí a 10 mismo que a la biología . Yo creo como Quéte let creyó respecto del criminal, que el suicida, lo mi:omo que el asesino y el ladrón, son un producto de la sociedad, que ésta elimina a la matH~ra que el cuerpo animal elimina las imp1l1'ezas de su sangre por derrames purulentos. El organismo social que cuenta con el mayor número de suicidas y criminales, está indudablemente más enfermo que otro que cuenta a esos mismos desgraciados en número menor. Comúnment.e se consideran los suicidios corno síntomas de estados económicos y morales malsanos, como seña! de que algo está podrido en el estado de Dinamarca (~omclhing is nAle/?' in the stute of Denmnl'k), y acaso con razón, aun cuando el fluíddio puede ser encarado como un fenómeno demogrático a la par de cua!(luier otro caso de muerte. Así como dentr".' de una población dada, mucre muy aproximadamente todos los aÍlos el mismo número de individnos ap:2stados por las ruedas de las locomotoras, así también mueren anualmente, t'lf proporciones mús () m(:nos los que
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se resuelven a terminar su existencia por no poderla sobrellevar durante más tiempo. La existencia del hombre que vivc cn nncstras sociedades l1amadas cultas, transcurre a manera de corriente, ora mansa, otra torrentosa, entre un sinnúmero de escollos, todos ellos concreciones de la llamada civilización. Pocas son las existencias humanas que no chocan contra algunos de esos escol1os, que ora se llaman exigencias de la moral, de la educación, del orden público, ora imposiciones del amor propio, de la vanidad, de las preocupaciones sociales, etc., y que no sufran una o más abolladuras leves o graves; las existencias que se estrellan contra esos escollos, son los suicidios. Parece que las estadísticas quieren dar a entender que los suicidios han aumentado en todos los tlaíses civilizados desde principios del siglo anterior. Quién s .. be si e5to es cierto. En los siglos pasados no hahía estadísticas, o, si las había, eran deficientes. Esto no obstante, puede ser que los suicidios aumenten, porque el progreso de la llamada civilización aumenta las necesidades ficticias de los homhres en una proporción mucho mayor que los medios para satisfacerlas. Deseos y aspiraciones no satisfechos forman en muchos casos la raíz "culta de los móviles que determinan el suicidio. Por otra parte se ha observado también que los suicidios, los crimines y la enajenación mental exhiben de año en año, cifras siempre mayores y que este crecimiento numérico está en proporción directa de la propaga" ,:j,"l1 que experimentan el alcoholismo, el nicotinismo, el cocainismo y el mor11nismo. La prensa periódica al cumplir con su misión primordial de informar al público de todo lo que sucedió durante las 24 horas que acaban de transcurrir, ayuda también un poco al aumento de los suicidios con la divulgación amplia de los que se van perpetrando, porque sugestiona a los que desean morir por su mil!1o Y.que están aún indecisos, a imitar a los héroes de las noticias periodísticas del caso. El poder de sugestión de la prensa es tan conocido, como lo es la índole de imitación que caracteriza a la enorme mayoría de los humanos. Lo que desde luego sorprende al que estudia con detención los cuadros que presenta la estadística de los suicidios, es la aterradora regularidad que se observa en la producción de éstos, una regularidad tan grande, como lo es la de los nacimientos, de los matrimonios y de las defunciones. Este hecho ha contribuí do mucho ól modificar el concepto que hasta aquí se había tenido de la libertad moral del hombre, o sea del llamado libre albedrío, que, en resumen, es la libertad de que goza un presidiario en su celda. Los muros de esta celda están construí dos con materiales que se llaman: el temperamento, la educación, el estado de salud, la buena o mala fortuna, las preocupaciones, las supersticiones, la vanidad, las inclinaciones, los vicios y todos los hechos previstos e imprevistos que impresionan sin cesar Jos sentidos del sujeto. El hombre es un débil juguete de todas estas fuerzas, recibe de todas ellas impulsos más o menos vigorosos, y su mísera libre voluntad IlO es más qtle la resultante mecánica de éstos. Cuando los romanos decían: M o·ri liCilt cui Vi1Jere non placet, creían erróneamente que el hombre es libre de suicidarse o de conservar su vida. Tomo lV-.:N.o ,}8
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Entre nosotros no resulta bien la regularidad en la producción anual de los suicidios, tanto porqm: la población crece con excesiva rapidez, a causa de la conjunción de do~ aumentos, el vegetativo y el adventicio, lo cual impide que las cifras relativas de Jos fenómenos demográficos puedan conservarse constantes, cuanto porque la suma total de la población no llena todavía las exigencias de la ley de lo.~ grandes números. Esta ley fundamental de la estadística rige tanto los hechos de orden moral como de orden físico. Descubierta por Quéte1et, ensei'Ja que la seguridad de que se producirá en lo futuro cierto hecho, crece como la raíz cuadrada riel número de veces que C&C h,.:óo ha sido ya observado. Si observo 25 suicidios anuales en una población dI! 100.000 habitantes, podré sostener con cierta segur:dad que el año venidero se prodl1cirá en e,a misma población un suicidio p'or carla 4000 lwbit:wtes; pero si en cambio, observo 2500 suicidios en una pubbción de 10.000.000 de habitantes, podré afirmar, con una seguridad diez veces mayor que en el caso anterior (porque la raíz cu~drada de 25 es 5 y la de 2=00 es 50), que en el año subsiguiente hahrá un suicidio por cada 4000 habitantes. Para tener una idea :le la magnitud de la llaga social que representan los suicidios, es menester compararlos con la población. A este efe<:to hay que sumar los suicidios y tentativas de los mismos que corresponden separadamente a los hombres y a las mujeres, y hay que hallar la relación por <:ociente entre el total de suicidios y la pohlación. Todo esto se encuentra en el cuadro que sigue y que abarca los últimos 34 años:
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Como aquí no estudio el hecho demográfico de la defunción por SUICIdio, s:no el mural del acto que tiene por fin la muerte voluntaria, no he titubeado en reunir las cifras de los suicidios y de las tentativas de los mismos en un solo guarismo. Desde luego se observa que son inexactos los datos de 1881 y 1883, pcrgue resultan ser demasiado pequeños. si se les compara con los de 1882 y 1884. Luego puede admitirse que todas las cifras. en general. son alga infniores a lo que en realidad debieran ser, porque no !lOCOS f,uicidios por razones que fácilmente se comprenden, se ocultan por los deudos. qu¡én~s ks hacen pasar por defunciones naturales con la ayuda de un médico amig:> dé la casa. Cuando no se ven más que las cifra~ ahsolutas puede creerse que sólo los ailOS IX81 y 188:; acusan datos deficientes: pero en cuanto se comparan los guarismos rclati\'os. ,'e Ilota en seguida que también los años 1884 y 1885, figuran con números demasiado' bajos.
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Los suicidios se suelen relacionar con 1.000.000 de habitantes, aun cuandQ la ciudad o comarca a la cual uno se refiere no los tenga. Los suicidios de Buenos Aires fueron en 1914, de 458; los de Viena en 189:2, de 224; los de París en 1893, de 38!; los de Copenhague, la tierra clásica de los suici· dios, en 1863, de 489 y en 1876, de 3°7; Y los de Londre~ en 1865, de 78 y en 1876, de 91 en cada milbn de habitantes. Nuestra cifra me parece un poco elevada para una tierra de promisión. Cada país tiene su tendencia propia para el suicidio, como la tiene para la natalidad, la nupcialidad, la mortalidad, la criminalidad, etc. Hasta ahora no ha. sido posihle probar de un modo indiscutible que el clima tenga alguna influencia especial en la frecuencia de los suicidios. Parece que en los países cálidos y frígidos es el número de los suicidios menor que en los templados, sin que esto quiera decir que sea el clima por si sólo el causante de esta diferencia. Nada de positivo se puede decir tampoco en lo concerniente a las influencias telúricas sobre la frecuencia de los suicidios. Se ha ohservado, sin embargo, que ésta está en relación inversa con la elevación del terreno, es decir, que en las llanuras es el número de los suicidios mayor que en las comarcas montaflosas. Se ha observado asimismo que éstos se agrupan más densamente a lo largo de las grandes arterias hidrográficas, que en los parajes escasos de corrientes de agua. Si se relacionan los suicidios con las condiciones geológicas que los qiversos países ofrecen a la observación, se encontrará que el número de aquéllos es mayor en las comarcas que pertenecen a las formaciones aluviales, o sea a la época más reciente, es decir, en las regiones que hasta la época terciaria han quedado cubiertas de los mares, que en los países que pertenecen a las formaciones más antiguas. La mayor frecuencia de los suicidios en los paises de clima templado, en las llanuras, a 10 largo de lo~. grandes ríos, y en comarcas de formación aluvial, reconoce como causa indiscutible la mayor densidad de población en esos parajes. Es allí donde ésta se concentra en grahdes núcleos industriales y comerciales, en populosas ciudades, en otros tantos hervideros de pasiones y vicios, donde cada uno lucha por desalojar al competidor de su situación, y donde para los que sucumben sobran los motivos capaces de hacer madurar la idea del suicidio. Oettingen compara la tendencia al suicidio, que es una cifra abstracta, incorrectamente con la reducción de las tallas de los reclutas a la estatura media de los mismos, por el procedimiento que la mitología atribuye a Procusto quien en su lecho estiraba o cortaba las estaturas de sus víctimas para darles el largo de éste. La estatura media de los reclutas es también una cifra abstracta, mientras que el pérverso procedimiento de Procusto, no es nada abstracto, sino un acto concreto. Se ha observado en Europa, que por cada roo suicidios de mujeres, se producen de 300 a 400 suicidios de hombres, mientras que en la comisión de crímenes esa proporción es de roo por 500 respectivamente, de manera que la mujer participa en una mayor proporción de los suicidios que de los crímenes. En Igr4 acusa la ciudad de Buenos Aires, por cada 100 suicidios de mujeres, 143 de hombres. Si se relaciona la frecuencia de los suicidios con el cambio de las estaciones, se observará que ésta aumenta y disminuye con el calor solar, que,
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a su turno, crece o decrece con la altura del sol, o, si se quiere, que acusa mayor intensidad en la transición de la primavera al verano, que en la del otoño al invierno, Que exi:;te una conexión causal entre los suicidios y la influencia que el estado atmosférico ejerce sobre el humor del hombre, es innegable, como lo es también que una dependencia mutua parecida a la mencionada, liga en relación de causa a efecto 105 crímenes y las enajenaciones mentales con el tiempo, las estaciones y las condiciones meteorológicas en general. Claro está que no debe entenderse lo dicho demasiado al pie de la letra. Un día lluvioso no determinará a nadie a quitarse la vida, si no tiene otros motivos más poderosos para ello que el hecho de la lluvia; pero así como una gota más, hace rebosar un vaso lleno de cualquier líquido, un día triste predispone más que uno alegre a una acción en sí enormemente triste, Hasta ahora no ha sido posible, a causa de la escasez del material, probar cuil de los elementos climatéricos causa mayormente la depresión de {mimo que hace desesperar de la vida y que conduce fatalmente al suicidio, sí aquél es la temperatura, la presión harométrica, ciertos vientos especialmente molestos, el estado eléctrico de la atmósfera, o las condiciones higroscópicas del ambiente. Una larga serie de observaciones. hechas en distintas latitudes, permitirá sin duda algÍln día relacionar los suicidios con los factores del clima, para deducir de estas comparaciones la intensidad de la conexión causal que liga a ambas series de fenómenos. Los datos de que aq,lÍ rli~pongo no están detallados por meses; si 10 estuviesen, los habría utilizado del modo siguiente para descuhrir la relación que posiblemente existe entre las estaciOlles y la frecuencia de los suicidios. Habría s~mado las 34 cifras (de los 34 años) de cada mes, y luego habría sumado los totales de Diciembre, Enero y Febrero, para obtener el guarismo del verano; los C" Marzo, Abril y Mayo me habrian dado la ci· fra de otoño; los de Junio, Julio y Agosto la del invierno, y los de Septiembre, Octubre y Noviembre ]" de la primavera. La comparación de estas últimas cuatro cifras me habría hecho ver entonces si existe o no una relación entre las estaciones y la frecúencia de los suicidios. Claro está que, si en vez de los 34 años de observación fueran roo, mayor acierto tendna el juicio que se había de derivar de la comparación de las cifras finales correspondientes a las cuatro estacIOnes del año. He dado aquí esta regla, que es tan aplicable a los suicidios, como a los nacimientos, los matrimonios, las defunciones. la criminalidad y. en general, a todo fenómeno demográfico, para que la aproveche quien después de mí se halle en estado de aprovecharla. Así como cada país tiene su carácter demográfico especial, debido a las peculiaridades de la raza d~ sus habitantes, 10 tiene también respecto de los suicidios, crímenes, la enajenación mental, etc. Los países germánicos, y sobre todo los alemanes y escandinavos, contribuyen a la eRtadí5tica de los suicidios con las cifras más abultadas. Entre los a lema nes ocupan el pr;mer rango los sajones, y ertre los escandinavos los dinamarqueses. Los eslavos acusan las cifras .nás bajas del suicidio. Entre los griegos y romanos era el suicidio muy frecuente cuando victoriosos en los campos de batalla, difundían su lengua y cultura por todo el mundo antiguo. Hoy. en cambio, es entre los sucesores de estos pueblos el suicidio relativamente
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escaso. Morselli cree que el suicidio es un fenómeno social, cuya intensidad es directamente prop()rcional al grado de civilización que distingue a 1.:n publeo. ¿ No será más bien al del hastío de la vida (el twedi'llm vit'll de los antiguos)? Se ha relacionado también la frecuencia de los suicidios con ciertos rasgos ¡mtropol(:gicos. Así, por ejemplo, se ha observado, en general, que en la población europea disminuye la cifra de los suicidios con la estatura, sin que esto quiera decir que una estatura elevada incline a su poseedor mayormente al suicidio que una baja al suyo. La comparación de los suici dios con la configuración de los cráneos, no ha dado hasta ahora resultad<> decisivo alguno. Entre los dolicocéfalos hay pueblos con grandes y otr:.;s con pequeñas cifras de suicidios! y otro tanto se ha observado entre 103 mesocéfalos y los braquicéfalos. Tampoco se ha observado conexión alguna entre la frecuencia le los suicidios y la de los nacimientos, defunciones y matrimonios. No sólo Morselli cree la frecuencia de los suicidios directamente proporcional al grado de civilización que ha alcanzado un pueblo, sino casi todos los autores que se ocupan de estadística moral. Siendo esto así, vale la pena de averiguar qué es lo que se eutiende generalmente por civilización. No faltan escritores ql1e sostienen que es la más elevada suma de biene,tar físico y moral de la humanidad. Pero, si es eso civilización ¿cómo puede entonces l:t frecuepcia de los suicidios ser directamente proporcional a tanta felicidad? Más verosímil parece que aquélla no sea más que una de "las tristes consecuenClas del alcoholismo, de la injusta organización secial y, sobre todo, de 105 locos sistemas que se estilan para difundir luces entre las masas. Esta~ luces las deslumbran, las enseñan a conocer muchas necesidades ficticias y desarrollan en el alma del pueblo ambiciones y codicias que no podrán ser nunca satisfechas. Nadie somete sus nervios a un desgaste tan iuerte y prolongado como el sabio que interroga la naturaleza o elahora los resultados de sus ohservaciones, experimentos, estudios y experiencias, y, sin embargo, los sabios que, por razones de lógica debieran ser las personas m{l~ nerviosas. no 10 son. porque gCMralmellte ni beben, ni fmTt<.n, ni juegan al azar, ni se privan del sueflo, ni cometen excesos físicos ni morales de ninguna especie. y huyen de las emociones fuertes. Guizot define la civilización en consonancia con la teoría darwiniana de evolución, y dice que el hombre empezó con la lucha contra sus necesidades físicas dominándo!as con sus fuerzas perl
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No hay aquí lógica. Los más civilizados son, segÍln esta teoría, seguramente los que más pi
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las aspiraciones que no se cifran en el bienestar material y en la satisfacción del amor propio. Así como no es fácil determinar el grado de conexión que existe entre la frecuencia de los suicidios y la intensidad de la fe religiosa, dentro de cierto grupo de individuos, no lo es tampoco hallar una expresión numérica que represente la relación entre los suicidios y la cultura intelectual que distingue a los suicidas. Es indudable que el sólo saber leer y escribir no hace que el que tal cosa sepa, sea una persona culta. El que sabe leer y escribir posee apenas los instrumentos para adquirir la culfura intelectual, de modo que cuando la estadística compara los alfabetos y los analfabetos con los suicidios, no nos revela gran cosa, en realidad nada, porque el 90 % de tos que saben leer y (~scribir son ignorantes, casi tan ignorantes como sí fuesen analfabetos, siendo muy escaso el número de los que poseen una instrucción superior, y mínimo e! de los hombres de talento que de su instrucción y experiencia han podido abstraer las reglas y máximas filosóficas que sean menester para restringir las necesidades físicas a un "mínimum". Un individuo con pocas necesidades es rico y feliz, y lo es tanto más cuanto menores son éstas. Se entiende que me refiero aquí al individuo que conserva la lucidez de su espíritu y la dignidad de su persona, y no al atorrante embrutecido por la calla, e! desaseo y la haraganería. No es la elevada cultura intelectual la propicia al aumento de los suicidios, sino la rultura a medias, e! barniz de civilización. Los incultos y semicultos, interiormente vacíos y sólo por fuera untados de cultura, son los que suministran los mayores contingentes al suicidio. Todos esos vagabundos correctamente vestidos, que esperan de! azar una mejora de su situación y cuya cúltllra se reduce a los modales y frases usuales en sociedad, forman la legión de los semicultos que liquidan con facilidad su existencia, cuando algún grave percance les cierra las salidas de una situación insostenible. I.,a estadística policial dE' Buenos Aires distingue las clases elevada, media y humilde de los suicidas, y dentro de cada una de estas clases separa los que saben leer y esnibir de los que 110 lo saben. Ignoro de qué criterio se ha1::rá valido el autor de esta estadístka para distinguir la clase elevada, de la medía y humilde; probablemente de la fortuna. Así, por ejemplo, nos dice esa estadística que en 1893, había en la clase elevada un analfabeto, en 1896 uno, en 11'99 uno, en 1900 tres, en 1901 cuatro, etc. Ya he dicho más arriba quc nada nos enseña un cuadro cn que .los suicidas son clasificados como al alfabetos y alfabetos, porque el hecho de que una persona sepa leer y escribir, o el de que no sepa, ninguna influencia puede tener sobre sus actos, máxime cuando son tan extremos como el suicidio. Del cuadro de los suicidios clasificados por el conocimiento y la ignorancia de la lectura y escritu ra de los causantes no podría por cierto inferirse que la difusión de l¡,s luces es benéfica al género humano, puesto que más de un 80 % de los suicidas resultan ser alfabetos. Generalmente se consideran los índices de la criminalidad y de los nacimientos ilegítimos como las medidas de la moralidad pública, y como se cree Que entre ésta y la freruencia de los Guicidios existe nna conexión casual, se suelen hacer entre estos tres órdenes de fenómenos sociales las comparaciones que se estiman propias para demostrar la verdad de aquel aserto. Des-
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de luego 5e ha hallado que entre Jos nacimientos ilegítimos y los suicidios no existe paralelismo alguno, y en cuanto a la relación que puede haber entre la criminalidad y los sv.icidios, nada se ha hallado en las comparaciones más prolijas que al efe(;to se han establecido entre las cifras respectivas de varios países y períodos. Se puede casi afirmar que en las comarcas donde la criminalidad cs muy subida, la frecuencia de los suicidios es me· nor (Italia, España y Portugal) que donde se cometen relativamente menos crímenes (Alemania, Escandit;avia, etc.). También se ha hallado que la frecuencia de los suicidios es menor donde los nacimientos extramatrimCJniales están en aumento, qUe donde sucede lo contrario. Nuestra estadística municipal agrupa los datos que se relacionan con los hechos en que interviene la policía, bajo el inadecuado título genérico de "Movimiento criminal" y así sucede que también los suicidios, accidentes e incendios, englobachs en dicho grupo, aparecen como otros tantos hechos criminosos. El suicidio, desde luego, no es ningún crimen, sino sólo un percance desgraciado, porque el suicida carece de la libertad de albedrío que se necesita tener para cometer un crimen; el suicida es una víctima fatal de todos los impulsos adversos que le empujan a la liquidación de su existencia. En Inglaterra existían leyes especiales que privaban a los legítimos herederos de los suicidas de sus derechos sucesorios, y en todas partes d~nde el clero administraba los cementerios, se impedía la inhumación de los suicidas en los llamados "campos santos". Felizmente esos tiempos han pasado, y hoy ya nadie se atreve a sostener como apotegma, Vohmtarü!' -mOl"S, vitiorunt asylu1n. El estado de 1a agricultura, del comercio y de la industria, así como el de la cultura intelectual, señalan de un modo muy aproximado el grado de civilización que ha alcanzado un pueblo, y se ha observado al mismo tiempo, que entre ésta y la frecuencia de los suicidios existe un marcado paralelismo, es decir, que en las comarcas económicamente más avanzadas son los suicidios más frecuentes que en las pobres y atrasadas. La cosa la explica esa caza incesante ele! dinero en la que los competidores se hacen una guerra sin piedad; todos los sentimientos nobles, si acaso han existido, se debilitan a expensas de uno solo que paulatinamente absorbe y reemplaza a todos los demás: el egoísmo. Llega este innoble sentimiento a hacerse tan feroz que, cuando su poseedor experimenta la menor pérdida pecuniaria, se cree ya al borde del abismo, y, entonces, o vacilan sus facultades mentales y se vuelve loco, o recurre al suicidio para no verse en la miseria, generalmente más imaginaria que real. Son frecuentes los casos en que individuos se han suicidado después de haber sufrido quebrantos en su fortuna, por temor de morirse de hambre, habiéndoles quedado, sin embargo, todavía un muy holgado pasar. Así se explica también que las crisis económicas y financieras, y todo lo que altera el estado económico de un país, contribuyen al aumento de la cifra de los suicidios. Este, sin embargo, no se manifiesta en sl'guida, sino algún tiempo después, a medida
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que se producen las quiebras, las suspensiones del trabajo, las reducciones del salario, la cesación de empleos, etc. La frecuencia de los suicidios se ha relacionado también con la extensión de Jos ferrocarriles. porque ésta se considera como uno de los signos de la civilización que ha alcanzado un país. Aquí, naturalmente, no se trata de un influjo directo que los ferrocarriles ejercen sobre los suicidios, sino solamente de un p",ralelismo de las cifras a que dan margen ambos órdenes de fenómenos en sus manifestaciones estadísticas. I.os países de gran extensión que no ~ienen más que una pequeña parte poblada, como Suecia, Noruega, Canadá, Au~tralia, Argentina, etc., no pueden revelar en ,,~t(! relacionamiento de las cifras conexión causal alguna, porque los desiertos de estos países rebajan demasiado el índice de la extensión ferrocarrilera. Se ha estudiado también el régimen alimenticio de los pueblos, para comparar sus cifras con las d~ los suicidios y se ha hallado que la frecuencia de éstos es, en gene;·al. menor en los pueblos en qtte predomina la alimentación vegetal sobre la animal y el consumo de vino sobre el de la cerveza y el aguardiente. Empr:ro, cada país, en particular, tiene una fisonomía propia a este respecto. Así, por ejemplo, la Italia, que acusa mayores cifras de suicidios en las proyincias en que el maíz es la base de la alimentación, que en las otras llonde predomina el trigo. Morselli explica este fenómeno diciendo que la alimentación exclusiva con maíz engendra la pelagra o mal de rosa, y ésta conduce al suicidio por la desesperación que sufre el paciente al ver su lamentable estado. Que el excesivo consumo de aguardiante favorece mucho las tendellcias al suicidio es spbido, aun cuando no se pueda atribuir a aquél solo toda la razón determinante de éste, puesto que los eslavos y los irlandcfes son también muy aficiona(!os al alcohol, siendo, sin embargo, entre chos la frecuencia de los suicidios menor que entre los alemanes y escandinavos, por una parte, y los ingleses y escoceses por otra. Un papel parecido al alcohol juega el opio en la Ind¡a. Es muy posible que un gran consumo de tabaco ayude al de aguardiente en robustecer la tendencia al suicidio que dormita en el alcoholista. Donde la población es má~' densa y la competencia entre los modos de ganarse la vida es más cruda, es también mayor la frecuencia de los suicidios que donde una y otra cosa lo son menos, lo cual explica asimismo porqué éstos SOI1 más frecuentes en las ciudades que en la campafla. Esto no quiere decir que debe de haber un paralelismo entre las cifras de la población especifica y los suicidios, porque éstos no son más que valores mediü5 que no muestran de ningún modo la verdadera distribución topográl1ca de la población, sino que hacen ver a ésta uniformemente desparramada snbre toda la extensión de un país. Siento mucho que no me sea posible hacer aquí una comparación entre los suicidios de la ciudad y campañ
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143 hombres; esta relación . . ¡·usa en las mujeres de Buenos Aires una gran tendencia al suicidio, que s¿k es igualada por España, donde se observa una relación parecida entre lo~ suicidas de ambos sexos. Las grandes diferencias entre uno y otro sexo, en cuanto a los suicidios respecta, se explican por las dificultades d~ la vida, que para el hombre son mayores que para la mujer. Esta opone a los contrastes .de la vida la resignación, la mayur de todas las virtudes femeninas; el hombre no tiene más que su~ ímpetus, y si éstos se quiebr::'ll, si quedan burladas sus ambiciones y codicias, no se resigna, sino que desespera de su suerte. La frecuencia de los suicidios femeninos aumentará a medida que las mujeres se emancipen de las tradiciones domésticas de antaño, y aumente la competencia económica entre ambos sexos. L.a tendencia al suicidio aumenta con la edad. Esta importante ley e"tadística se ha hallado por la comparación del número de suicidas de cada edad o grupo de edades con el de los vivientes en éstas, y no por la relación de las cifras de los suicidios de cada edad con el número total de éstos. Dos períodos de la vida se singularizan por las crecidas cifras de suicidios que acusan, y son los años de transición de la adolescencia a la madurez y los de é~ta a la decrepitud. En el primero de estos períodos contribuye mayormente al fúnebre resultado mencionado el romanticismo, la despreocupación y la falta de experiencia propios de la juventud. pero sobre todo, aquel fruto de una educación desea he liada, de la lectura de novelas estrafalarias, y de la vista de espectáculos teatrales, tontos e inmorales; en el segundo desempeña el mismo papel el descreimiento más o menos absoluto, la gradual desaparición de esperanzas, ilusiones, deseos y ambiciones, la inacahable serie de desengaños, la dura experiencia de la vida y, last no! leasf los sufrimientos físicos de un organismo que declina hacia su disolución final. He aquí, por de pronto, un cuadro de )OS suicidas clasificados por grupos de edades, en los 33 años que transcurrieron entre 1882 y 1914:
Para poder apreciar el vl'lor filosófico de estas cifras, sería menester comparar las de cada año y grupo, con los vivientes en cada año y grupo, con los vivientes en cada grupo de edades. Esto no es factible por la falta de censos. Que los suicidios aumentan en sentido absoluto )0 muestra la columna de los totales en la tabla que precede, .pero no es esta especie de aumento que satisface los fine~ de la estadística, sino la del aumento relativo. Puedo ;,1 efecto echar mano de los censos de 1887 y T9t4 que distan 27 años el uno del otro. En este lapso de tiempo la población de Buenos Aires ha aumentado grandemente y una comparación como la arriba indicada nos dirá: en qué forma han aumentado los suicidios grupo por grupo. Los menores de 15 años los he comparado con los vivientes entre 10 y 15 afias. El límite inferior de edades para la comisión de los suicidios es dificil de determinar, pero se puede admitir, en tesis general, que los suicidios de menores de 10 años son excesivamente raros. El cuadrito que sigue, .comprende los vivientes en cada grupo de edades, en los afias 1887 y 1914,
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luego los suicidios observado; en estos grupos y finalmente la relación de éstos con 1.000.000 de vivientes en cada grupo:
Comparando las cifras de las columnas c, de 1887 y 1914, se observa que en e! primer grupo de edades se ha producido un aumento del 189 5~, en el segundo del 47 70, en el tercero del 60 ~'o, Y en los mayores de 60 años del II3 %. Relativamente hablando, suministran en 1914 el mayor contingente a los suicidios, los individuos de 15 a 30 años de edad. Por el cuadrito de arriba ¡,e ve inmediatamente que el número de los suicidas que pasan de los 60 años de edad, es considerablemente mayor que el de los menores de 15, y que, en el relativamente corto lapso de tiempo que comprende la adolescencia y los primeros años del desarrolb completo de! individuo es superior el número de los suicidios, que durante el largo intervalo de la madurez. Esto' mismo se ha hallado también ('n todas las estadísticas de la materia. Todo esto prueba que a medida que el tiempo pasa, se hace entre nosotros la vida más complicada y difícil, aumentando de continuo las existencias que naufragan. No faltará quien diga que éstos son signos de un progresivo apagamiento de las creencias religiosas y no los de una civilización creciente que encona de más en más los egoísmos individuales. El detalle de los suicid.l.s por nacionalidades sólo comprende los últimos 24 años, o sea el períodiJ de 1891 a 1914; quedan omitidos en el cuadro que sigue los pocos casos que anualmente figuran en esa bolsa común que la estadística municipal denomina: "Otras nacionalidades".
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En el total de suicidios de los últimos 24 años, corresponde a los argentinos el 40 % y el resto a los extranjeros. Los suicidios de 1909 comparados con los vivientes argentinos y extranjeros de este año, dan para los primeros 347 por cada 1.000.000, y para los segundos 415 por igual número de vivientes. Se entiende que en los vivientes están excluidos los menores de 10 años. El estado civil de las personas no es de ningún modo indiferente respecto de su conducta y modo de pensar. Así, por ejemplo, no cabe la menor duda de que el matrimonio modifica notablemente las pasiones, el rácter y las inclinaciones dI! los que lo contraen, y, por consiguiente, es lógico creer que la influen:i.a que ese estarlo civil ejerce sobre la moral de las personas, se refleje en su mayor o menor tendencia al suicidio. Como asociación duradera entre d()~ personas de distinto sexo, tiene el matrimonio la fuerza de servir de sostén en la lucha por la vida, de moderar las pasiones, de regularizar el género de vida, de aumentar la aptitud del hombre para el tr¡¡ba.'o, y, como base de la familia, es el matrimonio un medio eficaz para el perfeccionamiento de los hombres y la elevación del nivel general de cultura. Es, pues, natural 'suponer, a priori, que Jos casados suministren menores contingentes a la criminalidad y al suicidio, que los solteros. Y. efectivamente, es esto lo que se ha observado. Para poder hallar .!I influjo que el egtado civil ejerce en la frecuenda de los suicidios, es menester comparar éstos con el número de personas o
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Este cuadrito corrobora la ley arriba enunciada, a saber: que los solteros suministran el mayor contingc¡¡te al suicidio, y los casados el menor. En Europa llama la atención de los moralistas la crecida cifra relativa de las suicidas ca:oadas. Esto parece querer decir que la mujer no realiza muy frecuentemente - ¿ quién lo dudará? - sus esperanzas en el matrimonio. Es in,ludable que ciertos oficios están íntimamente relacionados con determinadas formas patológicas, y que aquellos ejercen, en general, una influencia no despreciable en el modo de ser moral e intelectual de las personas yen la duración de su vida. Nada de extraño sería. pues, que los suicidios tuviesen tamUén algo que ver con ellos, en casos dados, así como se ha podido observar que determinados oficios predisponen de cierto modo a tal forma de la criminalidad más bien que a otra, o tal enfermedad mental con preferencia. Nunca, empero, será cosa fácil establecer la influencia que los oficios puedan tener sobre la frecuencia de los suicidios, porque éstos tienen que ser relacionados con el número de personas adultas que eiercen las distintas profesiones, y este número sólo puede ser dado por un renso. El empadronamiento de la pohlación no se hace todos los años, ni es siempre tampoco
-608-. la nomenclatura de las profesiones la última expresión de lo perfecto en la materia, sobre todo, desde que se acostumbra a englobar en un oficio dado a todos los que viven a expensas del que lo ejerce, como, por ejemplo, la familia, la servidumbre, los agregados, etc., de manera que será siempre difícil establecer la ciíra de los que ejercen un oficio para compararla con la de los suicidas del mismo. Tal vez no existe acto humano alguno que se parezca menos a hecho fatal y más a resultado de una deliberación sostenida bajo los auspicios de una voluntad libre, que el suicidio, y, sin embargo, este fenómeno demográfico es, si se le considera relacionado con una colectividad humana suflcientemente numerosa, tan fatal en la aparición anual de la cifra total relativa de los suicidios, como es la de los nacimientos, de las defunciones, de los crímenes contra la persona, etc. Un individuo que se encuentra en una desesperada situación financiera, por ejemplo, y que espera su salvación de un premio de lotería, dejará indudablemente de suicidarse si gana, hará a la fatalidad un gesto expn'sivo; pero como no es probable que gane, se suicidará porque su determinación de suicidarse no obedece a un antojo que, con otro antojo contrario, pueda ser anulado, sino a un conjunto de causas y condidones que esclavizan al individuo, y cuya resultante es la sentencia de muerte que el esclavo pronuncia contra sí mismo. Es que la existencia humana depende por completo de las cualidades biológicas de cada individuo, de la educación que ha recibido, del estado de la moral pública, y, en general, de todo el ambiente material y moral que caracteriza a la sociedad que cuenta a aquella como uno de sus elementos. En la mayor parte de los suicidios se achaca el motivo, por ignorar el verdadero, a uua momentánea alteración de las facultades mentales de la víctima. Pero con eso no se dice nada. En efecto, ¿ quién podría decir dónde empieza la locura y acaba la cordura? ¿ quién podría trazar un límite entre las funciones sanas y las enfermizas del cerebro? Es tan difícil esto, como determinar con cuántos pelos menos empieza la calvicie. Los que conocen al hombre de más cerca, saben que el número de los psíquicamente anormales es mucho mayor de 10 que a primera vista parece, y que no son sólo locos los que están en los manicomios, sinó también muchos de los que andan sueltos. Cierto es, sin embargo, que muchas veces se observan en los locos tendo:ncias al suicidio. pero estos locos suelen serlo de tiempo atrás y no del momento en que se quitan la vida. En el cerebro sano se origina acaso con la misma o mayor frecuencia que en el enfermo, la resolución para el suicidio. Los motivos morales, como el amor propio no satisfecho, la va· nidad herida, las pasiones sensuales no correspondidas, los celos o la YcrgiienZ
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rs.'gl;-··'j-ro;'En pasiones he englobado amor contrariado y celos; en hastío de la vida, disgustos de familia y malos tratamientos. Lo que en la estadística policial figura como demencia, 10 he hecho figurar aquí bajo el título genérico de enajenación mental, que comprende la locura, la demencia y el idiotismo. lo cual me parece más correcto, porque, ¿ quién sabe si todos los suicidas clasificados corno dementes, eran tales, o si eran locos o idiotas? La denominación penuria pecuniaria comprende malos negocios y escasez de recursos. Se comprende desde luego que las causas ignoradas han de figurar en toda estadística de suicidios con las cifras más grandes; pero lo que en la nuestra llama la atención es cl crecido guarismo que figura en el hastío de la vida. El alcoholismo podía haberlo englobado en enajenación melftal, porque la dipsomanía no es más que una locura alcohólica; no lo nI:' hecho para hacer ver la escasa cifra de los que se han suicidado por esta causa. Bottcher, por ejemplo, sostiene que de los suicidas alemanes el S6 % se compone de alcoholistas. Creo la cifra exagerada. En Dinamarca está también el alcoholismo muy desarrollado y conocida es la crecida cifra de los suicidios de este país. La Suecia fué durante mucho tiempo el país clásico del alcohol y también de su séquito los suicidios. Creo no andar muy lejos de la verdad si supongo que las tres cuartas partes de los suicidios que figuran como tales por causas ignoradas, lo son, en realidad, por penuria pecuniaria, o, si se quiere, miseria. Parece que se ha Cjuerido evidenciar que la tendencia al suicidio es hereditaria, aunque, tlO abunden los casos, que digamos, que hagan fácil la demostración de tal aserto. Los medios empleados para el suicidio son siempre los mismos: ahogarse, pegarse un tiro, dcgollarse, envenenarse, echarse al suelo de una altura, hacerse aplastar por un vehículo, asfixiarse con óxido de carbono. Dejarse morir de hambre, estrellarse la cabeza contra un obstáculo duro, Cjuemarse viyo, producirse una enfermedad mortal por contagio o de otro modo, ingerir cuerpos duros inasimilables, o alcoholes en cantidades necesariamente mortales, o líquidos hirvientes, son medios raras veces usados para poner término a la vida. La regularidad que se observa en la elección del sitio para cometer un suicidio, no es, bien mirado, mús que una de las fases de la adopción del medio de que se valen los suicidas para conseguir su fin. Desde luego para ahogarse se necesita un sitio donde haya bastante agua para que un individuo que desea terminar Sll vida, pueda sumergirse, y para asfixiarse con el Trono lV-N.s 39
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óxido de car1!Jono que se desprende de un brasero encendido, se ha menester • una pieza de habitación que pueda ser cerrada; todos los demás géneros de suicidio pueden consumarse indistintamente al aire libre o dentro de recintos domiciliarios, excepto el aplastamiento que exige como medio concurrente para la consumación del hecho, los rieles de un ferrocarril; y la caída que ha menester de un techo, de un balcón, de una ventana alta, de una torre, etcétera. Existe también en la elección de los sitios como en la de los medios que los suicidas emplean para suicidarse, una regularidad sorprendente. Desde luego se observa con generalidad, tanto en Europa como elltre nosotros, que las mujeres están' más inclinadas que los homhres a suicidarse en sus domicilios, aun cuando en Europa profesan una predilección marcada por el suicidio en el agua. Entre nosotros se dedican más al veneno, y, sobre todo, a los fósforos. Una muy crecida proporción resulta de los datos de los últimos tres decenios, para el suicidio por arma de fuego, C0l110 se puede ver en el cuadrito que sigue, que da las cifras absolutas y relativas del caso: Clfra~
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El ('!ladro que precede adolece indudablemente de grandes deficiencias en 10 tocante a la determinaci6n de las causas de muerte, debido principalmente a la falta de médicos en la campaña, llamados a establecer el diagnóstico en cada deceso. En la capital federal, que cuenta con el número suficiente de mÉdicos, suman los muertos por las ocho causas aquí mencionadas, el 44 % del número tetal de defunciones, quedando para las otras causas un 56 %; mientras que en Santiago, por ejemplo, son esas mismas cifras el Ir Y el 89 %" respe"tivamente. Es evidente que de ese 89 '1<" más de la mitad de las causas de muerte no ha sido diagnosticada, por la falta de médicos para la asistencia () el reconocimiento de los moribundos. Y lo que se observa en Santiago, se observa igualmente en todas las demás provincias mediterráneas y con igual razón en los territorios. Un interés especial ofrecen los muertos por cáncer y tuberculosis pulmonar, esos dos terribles enemigos de la humanidad doliente; los primeros suman el 3,2 % de la mortalidad total, y los segundos el 9,3 %. cifras ambas muy elevadas y acaso en realidad aun mayores de 10 que revela la estaJística nosográfica.
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Cuando se tiene un cuadro de las defunciones clasificadas por edades para el mismo año a que se refiere este cuadro, se dispone de las cifras de un censo de poblaci6n, es fácil relacionar los muertos t'On los vivos por medio de los guarismos que acusan unos y otros, Esta coincidencia se verificó en 1914, año en que se empadronó la población de la república, En mi tabla de mortalidad, cuya cdnstrucción explicaré a renglón seguido, he separado la población argentina de la extranjera por dos razones prindp.Jes: la tina porque convenía examinar si el cambio de clima es perjudicial o propicio al inmigrante, y la otra porque la población extranjera tiene. en cuanto a sexos y (~dades, una mezcla, mejor dicho, composición muy distinta de la argentina, Es superfluo que diga que la construcción He ambas tablas está basada' en los mismísimos principios que rigen a una cualquiera de ellas, y que, en resumen, son los siguientes: se calcula la supervivencia para cada y
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628 ... -
uno de los años, desde el nácimiento hasta el límite extremo de la vida, con auxilio del censo y del cuadro de defunciones, y se compensan luego los errores de declaración de la edad que han cometido los vivos en el empadronamiento y los deudos de los muertos en las oficinas del registro civil, por medio de un artificio matemático. Una tabla de mortalidad, es un cuadro de cifras especulativas, no conjeturales. Las primeras se obtienen por la vía deductiva, mientras que las segundas son el resultado de procedimientos inductivos, de manera que las cifras especulativas revisten todos los caracte· res de una operación científica, mientras que las conjeturales participan de la naturaleza de un pronóstico. En la tabla que sigue más adelante, se encuentra en las decenas de la edad, más las unidades de la misma, todas las edades, desde el nacimiento (edad o) hasta los 99 años. En la sección a, de dicho cuadro, figura la población empadronada de las edades que indican las intersecciones de los renglones correspondientes a decenas y unidades. Así, por ejemplo, los 202.091 empadronados que en la tabla de los argentinos se encuentran en la intersección de los renglones correspondientes a o, decenas y 1 unidad, son otros tantos párvulos de ambos sexos que han alcanzado a vivir un año y meses, y los 34.149 que se hallan en la sección b, son los que en 1914 ~e han muerto con menos de un año de edad. Estos últimos forman el 140,í "/00 (sección c) de los vivos, de manera que, si hipotéticamente se admite que a principios de 1914 haya habido 100.000 nacimientos simultáneos, los sobrevivientes de los menores de 1 año, serán dichos 100.000 menos el 140,7 Oí". de estos mismos, o sea 85.930. Así se prosigue formando con las cifras homólogas de las secciones a y b, los índices mortuorios, de la sección c, y con auxilio de estos últimos, se calculan los sobrevivientes de la sección d. Las secciones c y d, forman las series originarias de la tabla de mortalidad. En estas series se observan ciertas irregularidades en la sucesión numérica de los índices mortuorios, que la naturaleza no comete seguramente, porque ella, sabido es, no procede por saltos. l,a razón de estas irregularidades está en los errores que se cometen al declarar la edad, sea de un vivo, sea de un muerto. Se verá, en general, que entre los 20 y 21 "í'¡05, 30 y 3I años, 40 y 4I años y así en adelante, los índices mortuorios respectivos difieren mucho de los que inmediatamente les preceden o les siguen. Estas desproporciones crecen a medida que aumenta la edad y como no hay ninguna razón física para que las gentes se mueran más en las edades que SOI1 múltiplos de diez, que en las qtle están comprendidas entre cada dos de estos múltiplos consecutivos, se sigue lógicamente que debe de haber habido error en las declaraciones de edades. Es que el vulgo no recuerda las edades con uno o más años de exactitud, y como es amante de los números redondos que no ocasionan tanto trabajo mental como los otros que no 10 son, declara vgr. 50 años cuando se trata de 4í o 5,3, haciendo cosa análoga en todas las demás edades de la vida. Los índices mortuorios de los primeros 20 años de la tabla de los argentinos, los juzgo buenos, porque forman una serie natural con diferencias razonables. En estas edades es fácil recordar la cifra de los años con exactitud, pero a medida que avanza el desarrollo de la vida, los errores en la
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629 -
declaración de la edad no son solamente probables, sino seguros, y seguro es también que estos errores crecen con la edad. Para establecer la compensación de estos errores, he admitido que en las declaraciones de edades comprendidas entre los 20 y 30 años, haya una incertidumbre de 1 año, que ésta es de 2 años entre los 30 y 40, de 3 entre 40 y 50, de 4 entre 50 y 60 Y así en adelante. Donde supongo una incertidumbre, digamos de 4 años, he admitido que los más declaran la edad justa, que un número menor que éstos se equivocan en 1 año, que un número aun menor que estos últimos yerra en 2 años, que otro número menor que el precedente se equivoca en 3 año:;, y. finalmente, que Ji)S menos se equivocan en 4 años, de manera que a esto5 cuatro grupos he dado en la compensación una importancia relativa equivalente a la sene de relaciones 4:3 :2:1. Para sensibilizar el método de compensación que acabo de indicar, supondré que el índice mortuorio cn' está afectado de una incertidumbre de 4 años, entonces se tendrá para el índice mortuorio, e" compensado la fórmula: en
Como se ve, la expresión que precede no es sino un meclif) aritmético, cuyos $umandos figuran con el peso proporcional a la probable ex.actitud del número de sus unidades. El divisor es siempre igual a la suma de "os pesos. La palabra peso es un término técnico de las matemáticas que señala la importancia numérica relativa que, a priori o a posteriori, ¡;e asigna a una magnitud dada que debe entrar como elemento de cálculo en tina operación matemática. Es por este penoso procedimiento que he formado las cifras de la sección e, y con su auxilio, luego, las de la sección f, que forma la verdadera tabla de mortalidad. Los errores probables de la sección g, son las expresiones numéricas de las fórmulas: 6,
= 0,11745 Vv, (v-v,)
•
e, = 0,6745 V v. (v-v,) e, = 0,6745
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V Va (v-v.!2
en que v, v, v, v •.... significan los sobrevivientes a los 0,1,2,3 años. El error probable tiene siempre el doble siguo + a causa del radical que entra en su composición. El error probable quiere decir, que ~s tan posible que el número de sobrevivientes a los 20 años, vgr, sea 74.591 91 74.682, como que sea solamente 74.59 I -91 = 74500. En la sección h, figura la duración probable de la vida, expresada en años para cada una de las edades de la tabla. Por vida probable se enticn,ie la duración al cabo de la cual es tan probable que, un individuo de edad detenninada se halle todavía entre sus coetáneos vivos, como que se halle entre los que ya se han muerto.
+
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630 --
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de edad. En la tabla de mortalidad de los argentinos alcanza la duracióu probable de la vida su maximum a los 3 años de edad, y en la de los extranjeros a los mismos 3 años. La duración probable de la vida de un recién na;cido es de 51,7 años. En la misma sección h, figura la duración media de la vida, expresada en años para cada una de las edades de la tabla. Por vida media se entien" de la duración de la vida que corresponde a Ull individuo de edad determinada si se divide la suma del tiempo que alcanzan a vivir todos sus coetáneos, por el nÍlmero de éstos. La duración media de la vida, para una persona de n años de edad, se calcula pormedio de la fórmula: 1
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+ Vn+;: + Vn+3 + . - ·v-~·-
Vu.+,
en que Vtl> Vn •. " Yu -+- .. Vn + 3 •.• son los sobrevivientes a los 11, n + r, n + 2, n + 3. . .. afios. En la tabla de los argentinos tienen los recién nacidos una duración media de la "ida de 45,5 años, tiempo que es inferior al de la duración probable en 6 afios. La tabla de mortalidad de los extranjeros, no principia con o afios, por" que este grupo de la población no cuenta con recién nacidos en el país, puestos que éstos son, ¡pso facto, argentinos todos. La tabla principia, pues, con 1 afio, y como el término inicial de la sección de los sobrevivientes, tanto en la serie originaria como en la compensada, es elegido por el autor de la ta' bla a su voluntad, he tomado como sobrevivientes al primer año de la vida los mismos 81.831 que acusa la tabla de los argentinos, a fin de facilitar la comparación de una y otra mortalidades. Ahora que he explicado suficientemente la construcci6n de estas tablas, l.aré seguir sus resultados numéricos:
-
631 -
LEY DE MORTALIDAD DE LAS POBLACIONES ARGENTINA Y EXTRANJERA ~9¡.
dc:nvada del celtlO de pOiblaci6n y de la mortalidad general de la República. c:orrnpondientes a
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f-8erie c:ompennda d-o lOoS 50breviviente8 de 100.000 nacidos simultáneamente
Hasta pasado lo~ 50 aÍlos la duración media de lal-ida de los extranjeros constantemente superior a la de los argentinos. Más adelante, los argentinos acusan mnyorvitalidad que los extranjeros, debido probablemente a Ulla vida más sobria y menos penosa. Es este resultado, sin embargo, el :mejor testimonio de la salubridad elel clima (jlle pueda tenersc
La Dirección del Censo debe al Departamentu \'adonal de Higienc. el importante servicio de haberle proporcionado el material Ilumérico bruto que ha servido de base a este trabajo. y que aq l1élla agradece dcbic]¡,menL" haciéndome de ello como vocal de la n:::;ma el intérprete en este lugar. Asimismo me es agradable reconocer con gratitud. que las señoritas Ga1Jriela Muzzi y AngcJa Greco han efectuado con inteligente dedicación la mayor parte de los cálculos aritmético, que ahundan en este capitulo del censo.