PARA UN PROGRAMA DE HISTORIA INTELECTUAL y otros ensayos
por
Carlos Altamirano
)3KI Siglo veintiuno editores Argentina
Índice Siglo veintiuno editores Argentina s. a. TUCUMÁN 1621 r N (C1050AAG), BUENOS AIRES, REPÚBLICA ARGENTINA
Siglo veintiuno editores, s.a. de c.v. CERRO DEL AGUA 248, DELEGACIÓN COYOACÁN, 04310, Iv EXICO, D F.
Presentación
Altamirano, Carlos Para un programa de historia intelectual y otros ensayos ed. - Buenos Aires : Siglo XXI Editores Argentina, 2005. 136 p. ; 19x14 cm. (Mínima) ISBN 987-1220-27-8 1. Ensayo Argentino I. Título CDD A864.
1. Ideas para un programa de historia intelectual
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2. Introducción al Facundo
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3. Intelectuales y pueblo
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4. José Luis:Romero y la idea de la Argentina aluvial
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5. América Latina en espejos argentinos
Portada: Peter Tjebbes © 2005, Siglo XXI Editores Argentina S. A. ISBN 987-1220-27-8 Impreso en Artes Gráficas Delsur Alte. Solier 2450, Avellaneda en el mes de octubre de 2005 Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Impreso en la Argentina — Made in Argentina
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He reunido aquí cinco ensayos de historia intelectual argentina. Corno lo advertía Roger Chartier en un trabajo que tiene ya sus años, proponerse cuestiones de definición en el terreno de la historia intelectual es entrar en dificultades. "A las certezas lexicales de las otras historias (económica, social, política) la historié intelectual opone una doble incertidumbre del vocabulari-Jque la designa: cada historiografía nacional posee su proniaconceptualización, y en cada una de ellas diferentesnoCiori-es, apenas diferenciables unas de otras, entran eff -competencia". No era seguro tampoco, continuaba Chartier, que detrás de esas diferencias de lenguaje teórico hubiera un mismo objeto de conocimiento, si bien era posible reconocer corno elemento común un vasto e impreciso dominio, que abarcaba el conjunto de las formas de pensamiento.] Me parece que fue Hilda Sabato quien empleó por primera vez entre nosotros —con el sentido aludido — este termino, en un artículo publicado en el número 28 de la revista Punto de vista: "La historia intelectual y sus límites". Examinaba allí el
Roger Chartier, "Intellectual History or Sociocultural History", en Dominick LaCapra y Steven Kaplan (eds.), Modem European Intellectual History, I thaca, Cornell University Press, 1982, pp. 13 y 15.
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debate que por entonces removía este campo, donde se regis-
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curso, producidos de acuerdo con cierto lenguaje y fijados en
traba desde la segunda mitad de la década de 1970 una gran
diferentes tipos de soportes materiales. Dentro de los varios
Metahistoria,
La
horizontes teóricos que conoce hoy la historia intelectual, Io
de Robert Darnton, en el centro de ese
que tienen en común sus distintas versiones es la conciencia
renovación. Además de
gran matanza de gatos,
de Hayden White, y
debate se hallaba el volumen de ensayos que en 1982 habían
de la importancia del lenguaje para el examen y la compren-
compilado Dominick LaCapra y Steven Kaplan con el objeto
sión histórica de las significaciones. De ahí que se asocie la ac-
de mostrar las nuevas perspectivas teóricas y los desarrollos de .
tivación de este campo de estudios con el llamado "giro lin-
la investigación en la historia intelectual. El volumen, que lle-
güístico" de las disciplinas del mundo social.
vaba por título
Modern European Intellectual Histmy, se
abría con
el trabajo de Roger Chartier que citamos antes y tenía para sus
No creo que el objeto de la historia intelectual sea resta-1 blecer la marcha de ideas imperturbables a través del tiempo.
compiladores el carácter de un manifiesto, no porque "ofre-
Por el contrario, debe seg-uirlasanizarlas en los conflictos
ciera un mensaje o un programa compartido, sino porque des-
-turbaciones y los cambios de sentidoi ylósciebateszilansL
cubría un conjunto de cuestiones y preocupaciones comu-
Aue les hace sufrir su aso por la historia. Las ideas, envueltas1
nes".2 La compilación de LaCapra y Kaplan dejaba ver no sólo
Como están
en las contingéncilsd¿las pasiones y los inTereél, t
la diversidad de planteos, estudios y orientaciones que podían
se alteran, y, como,ha escrito Jean Starobinski: "se hacen más
reagruparse bajo el signo de la historia intelectual, sino el eco
sutiles o se exaltan; se „hacen obedientes o se vuelven locas, y
y la reelaboración del pensamiento francés postestructuralista
sobre todo, ya contaminadas por ideas extranjeras, ya retoma-
en los departamentos de humanidades del universo académi-
das por nujev6Éóí-izaciores, ya adaptadas a las circunstancias
co norteamericano. Michel Foucault y Jacques Den-ida eran
por lolhombres de acción, conforman la historia y son ense-
los más citados y sólo Freud iba a la par.
guida deformadas por ella".3 Una perspectiva pragmática no es
Enti=122weitér-ming "historia intelectual " indica un c_ázpólezsio1 4 m2assi
pues menos necesaria que la buena filología en este terreno.
z 10 lina o unasubdiscipli-
Por último, dos palabras sobre los ensayos incluidos en es-
AunqUe inscribe sú labor dentro_ de la histoi-iCliála, su
te volumen. Salvo el último, que es inédito, los demás han co-
rF ce los
nocido una versión anteriorya publicada.4 Estos fueron revi-
et.CICIórié:S:táen
1 materiales quetrabaja, por el modo rique los interroga o por las facetas que explora en ellos) cruza el límite y se mezcla con otras disciplinas. Su asunto es el pensamiento, mejor dicho el Ivijneggyieu,154~,-,EGL.1939, P.P-
trabajo del pensamiento en el seno de experiencias históricas. Ese pensamiento, sin embargo, únicamente nos es accesible en las superficies que llamamos discursos, como hechos de dis-
2
Dominick LaCapra y Steven Eaplan, Prefacio a Modern European..., cit., p. 7.
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Referencias: los artículos "Ideas para un programa de historia intelectual" y "José Luis Romero y la idea de la Argentina aluvial" fueron publicados por primera vez en Prismas. Revista de historia intelectual, n2 3 (1999) y n2 5 (2001), respectivamente. La "Introducción al Facundo" pertenece a la edición que la editorial Espasa Calpe hizo de la obra de Sarmiento en 1993; "Intelectuales y pueblo" formó parte del volumen colectivo La Argentina en el siglo xx, Buenos Aires, Ariel, 1999.
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sados y corregidos. Respecto de la concepción que los orienta, no voy a repetir lo que digo en el primero de ellos. Como se verá, trato en cada caso de ubicar las significaciones analizadas en contextos más amplios, pues ellas no se producen ni circulan en el vacío social. La introducción al Facundo retoma el texto que escribí en 1994 para una edición popular de esta obra. En su primera versión, como en la actual corregida y algo ampliada, he buscado mostrar que la inserción del texto de Sarmiento en la historia no implica la renuncia a su lectura interna. El tercer ensayoy el quinto exploran algunos tópicos de la cultura intelectual argentina: argumentos y relatos (microargumentos y microrrelatos, frecuentemente) donde se entretejen elementos del entendimiento y la sensibilidad, de la percepción y lo imaginario. El dedicado a José Luis Romero ofrece una interpretación de los trabajos que el historiador consagró a la Argentina; situándolos en relación con la ensayística sobre el ,carácter nacional.
1 Ideas para un programa de historia intelectual
Es sabido que la historia intelectual se practica de muchos modos y que no hay, dentro de su ámbito, un lenguaje teórico o maneras de proceder que funcionen como modelos obligados ni para analizar sus objetos, ni para interpretarlos —ni aun para definir, sin„teferencia a una problemática, a qué objetos conceder priinaclaDesde este punto de vista, el cuadro no es muy difereutedel que se observa hoy en el conjunto de la prácticakistoriográfica y, más en general, en el conjunto de disciplinas que hasta ayer designábamos como ciencias del hombre, donde reina también la dispersión teórica y la pluralización de los criterios para recortar los objetos. Más aun: puede decirse que la diseminación y el apogeo que conoce en la actualidad la historia intelectual no están desconectados de la erosión que ha experimentado la idea de un saber privilegiado, es decir, de un sector del cono-cimiento que obre como fundamento para un discurso científico unitario del mundo humano. Se puede juzgar que este estado de cosas es provisional y confiar en que el futuro traerá un nuevo ordenamiento; o se lo puede celebrar, resaltando las posibilidades que crea la emancipación de todo criterio de jerarquía entre los saberes. Decir, por ejemplo, como dice el historiador Bronislaw Baczko, que el tiempo de las ortodoxias está caduco y que eso abre, "por suerte", una nueva época, "la época de las herejías ecléc-
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ticas".1 Pero, se lo celebre o se lo imagine sólo como un estado interino que está en busca de un paradigma o de una nueva síntesis, el hecho que no puede ignorarse es esa pluralidad de enfoques teóricos, recortes temáticos y estrategias de investigación que animan hoy la vida de las disciplinas relativas al mundo histórico y social, entre ellas la historia intelectual. El reconocimiento de este paisaje más proliferante que estructurado es el punto de partida de nuestra presentación. Destinada a alegar, es decir, a citar y traer a favor de un propósito, como prueba o defensa, algunos hechos, argumentos y ejemplos, no tiene otra pretensión que la de esbozar un programa posible de trabajo que comunique la historia política, la historia de las elites culturales y el análisis histórico de la "literatura de ideas", ese espacio discursivo en que coexisten los diversos miembros de la familia que Marc Angenot denomina géneros "doxológicos y persuasivos".2 Como postulado general, no hallo mejor base para un programa así que esta afirmación de Paul Ricoeur: "Si la vida social no tiene una estructura simbólica, no es posible comprender cómo vivimos, cómo hacemos cosas y proyectamos esas actividades en ideas, no hay manera de comprender cómo la realidad pueda llegar a ser una idea ni cómo la vida real pueda producir ilusiones...". El propio Ricoeur refuerza después su afirmación con otra, a la que da forma de pregunta: "¿Cómo pueden los hombres vivir estos conflictos —sobre el trabajo, sobre la propiedad, sobre el dinero, etc.— si no poseen ya sistemas simbólicos que los ayuden a interpretar los conflictos?".3
Baczko, Los imaginarios sociales, Buenos Aires, Nueva Visión, 1991, p. 25. 2 Marc Angenot, La parole parnphletaire, París, Payot, 1982. Ricoeur, Ideología y utopía, Buenos Aires, Gedisa, 1991, p. 51.
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La historia política experimenta desde hace ya unos años un verdadero renacimiento, dentro del cual hay un interés renovado no sólo por las elitesolíticas, simtambieri_por las eli tes intelectuales. Refiriéndose a ese renacimiento de la historia política,Jean-Francois Sirinelli ha escrito que su riqueza descansa en la "vocación por analzar comportamientos colectivos diversos, desde el voto a los movimientos de opinión, y. todo el zócalo: icleasCulpor exhumar, con fines Es en el marco de esa vocación globali4 turas mentalidades". zante donde, de acuerdo con el mismo Sirinelli, hallaría su lugar una historia de los intelectuales. Pero el estudio histórico de éstos, de sus figuras modernas y de sus "ancestros", se ha desarrollado también por otra vía, la de la, sociolo_la 4e la cultura, sobre todo con el impulso de la obra de Pierre Bourdieu y sus discípulos..,,, to del nt-f4impulso de la historia política como de los instrumentos de fOoliología de las elites culturales debería beneficiarpe -MIT-historia intelectual que no quiera ser historia puKmente intrínseca de las obras y los procesos ideológicos, ni se contente con referencias sinópticas e impresionistas a la sociedad y la vida política. Ahora bien, como ha escrito Dominick LaCapra, "la historia intelectual no debería verse como mera función de la historia social". Ella privilegia cierta clase de hechos —en primertérmino los hechos de discurso,. porque éstos dan acceso a un desciframiento de la historia que no se obtiene por otros medios y proporcionan sobre el pasado puntos de observación irremplazables. En el caso del programa que trato de acotar, los textos son ya ellos mismos objetos de frontera, es decir, textos que están
1 Bronislaw
Jean-Francois Sirinelli, Intellectuels et passions francaises, París, Fayard, 1990, p. 13.
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en el linde de varios intereses y de varias disciplinas: la historia política, la historia de las ideas, la historia de las elites y la historia de la literatura. El contorno general de ese dominio en el ámbito del discurso intelectual hispanoamericano.ha sido trazado muchas veces, y basta citar algunos de sus títulos clásicos para identificarlo rápidamente: el Facundo, de Sart miento; "Nuestra América", de Martí; el Ariel, de Rodó; la Evolución política del pueblo mexicano, de Justo Sierra; los Siete ensayos de interpretación de, la realidad peruana, de Mariátegui; Radiografía de la pampa, de Martínez Estrada; El laberinto de la soledad, de Octavio Paz. - En su Indice crítico de la literatura hispanoamericana, Alberto Zum Felde colocó esa zona bajo la enseña de un género —el ensayo—jel volumen que le consagró lleva por subtítulo "Los - ensayistas". No creo, sin embargo, que todos los escritos que se sitúan en ese sector fronterizo puedan, a la vez, agruparse como exponentes o variantes del ensayo, por elástica que sea la noción de este género literario. Nadie dudaría, por ejemplo, en situar los discursos de Simón Bolívar en esa zona de linde. Pero ¿qué ventaja crítica extraeríamos llamando "ensayos" a textos que identificamos mejor como proclamas y manifiestos políticos? Sería preferible hablar de "literatura de ideas". ---"Se acostumbra también a registrar ese conjunto de tipos textuales bajo el término "pensamiento", lo que se corresponde, sin duda, con el hecho de que tenemos que vérnosla con textos en que se discurre, se argumenta, se polemiza. En efecto, ¿cómo considerar sino como objetivaciones o documentos del pensamiento latinoamericano —al menos del pensamiento de nuestras elites— textos como los mencionados? Sin embargo, cuando se define de este modo el ámbito de pertenencia de esos escritos, lo regular es que se los aborde pasando por sobre su forma (su retórica, sus metáforas, sus ficciones),
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es decir, por sobre todo aquello que ofrece resistencia a las operaciones clásicas de la exégesis y el comentario. Si aun el menos literario de los textos ha sido objeto del trabajo de su puesta en forma, si no hay obra de pensamiento, por consagrada que esté a un discurso demostrativo, que .escape a la mezcla y, así, a las significaciones imaginarias, ¿cómo olvidar todo esto. al tratar con los escritos que suelen ordenarse bajo el título de.ensamiento latinoamericano? Esteban Echeverría, el pensador y poeta con cuyo nombre se asocia el comienzo Cietázericanismo intelectual y literario en,...g1Ríodela Plata, nos proporciona la posibilidad de ilustrar rápidamente este punto. Es frecuente que Echeverría se refiera a la realidad americana mediante imágenes que evocan lo corporal. En 1838, en el texto que rebautizará.después como Dogma Socialta, enuncia una de las fórmulas más citadas de su ameriCákánan: "Pediremos luces a la inteligencia europea, pero con ciéfiiIcondiciones. [...] tendremos siempre un ojo clayadó éri el progreso de las naciones, y otro.en las entrariág.te nuestra sociedad".5 Algunos arios más tarde, en la Ojeada retrospectiva sobre el movimiento intelectual en el Plata, la imagen orgánica se,repite: "Nttestrorn~ocle„-obsentación está aquí---escribe,_,Jo_palpamos...». sentimos~alpitar, pode. mos observarlo estudiar su organismo y sus condiciones de vida (p, 195). Esta imaginería, entendida sólo como un modo de hablar, dio lugar a una primera y básica interpretación/paráfrasis del americanismo echeverriano: por un lado las "luces": el saber, 1a ciencia europeos; por el otro, la realidad local: nuestras cos-
5 Esteban Echeverría, Dogma Socialista, Obras escogidas, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1991, pp. 253-254. Todas las citas de Echeverría remiten a esta edición.
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tumbres, nuestras necesidades. El encuentro, o la síntesis, de esos dos factores resume el programa de una elite modernia7asazante que cree descubrir en el historicismo anterio 11-"TerajoiiréTrélriáMáérierácW g generacion de la revolución y la independencia. Puede añadirse aun que la equiparación de la sociedad con un cuerpo, y con un cuerpo visto como campo de estudio, se inspiraba en un modelo de conocimiento cuyo nacimiento era todavía reciente: el de la clínica científica moderna. Pero si la palabra "entraña" evoca el cuerpo, no lo evoca como paradigma de unidad y proporción, según una vieja representación de la armonía social, sino como materia viva y como cavidad. Se trata de un cuerpo que envuelve un interior: el mundo oscuro, aunque palpitante, de las vísceras. Lo que hay que aprehender nos lleva hacia ese interior (a "las entrañas de nuestra sociedad"), es aquello que hay que "desentrañar". Desentrañar es sacar las entrañas, pero también llegar a conocer el significado recóndito de algo. Ese organismo que era la sociedad americana, al que se podía palpar y al que se sentía palpitar, encerraba, pues, un secreto que debía ser descifrado. Ahora bien, si volvemos al enunciado en que Echeverría resumió su programa americanista, ¿cómo pasar por alto ese lenguaje en que lo próximo, lo que está aquí —las costumbres y las tradiciones propias—, aparece figurado en términos de un núcleo vivo, pero oculto? Lo más inmediato es mediato, podríamos decir, o sea, está mediado por una envoltura externa, mientras lo lejano, lo mediato —las "luces de la inteligencia europea"— parece darse sin mediaciones. Más aún: ¿cómo sustraerse al encadenamiento de sentido que va de las "entrañas" de la sociedad a El matadero? En este relato Echeverría nos ofrece, con el espectáculo de un mundo brutal y primitivo de matarifes, carniceros y achuradoras que se disputan las vísce-
Ideal Para un programa de historia intelectual
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ras, lo que a sus ojos es la verdad social y política del orden rosista. El "foco de la federación estaba en el Matadero" (p_ 139), escribe al concluir el relato. El foco, es decir, el centro, el núcleo, las entrañas, en otras palabras, de la federación rosista. Podríamos agregar, entonces, que aquello que el autor del - Dogma Socialista define como las "entrañas", y que se compron-lete a escrutar, no se asocia únicamente con lo desconocido, aun ue próximo, sino am es hostil. Habría que probar sin duda, la consistencia de esta interpretación relacionándola con el resto de la obra ideológica y literaria de Echeverría. Si el propósito que guía la interpreta_ción es un propósito de conocimiento hay que precaverse, como enseña Jean Starobinski, de la seducción del discurso más o menos inventivo y libre, que se alimenta ocasionalmente de la lectura. Ese discurS0 "sin lazos tiende a convenirse a sí mismo en literatura, y:19,:bjeto del que habla sólo interesa como pretexto, COMO; CIWiriOdente".6 Perg ráli creo que haya que ceder a la crítica literaria_ esa zona & frontera que es la "literatura de ideas" para admitir / que ésta no anuda sólo conce tos raciocinios, sino también ementos de la im nacion la sensibilidad. Por cierto, prestar atención a los rasgos ficcionales de un texto, así como a la retórica de sus imágenes, solicita los conocimientos y, sobre todo, el tipo de disposición se cultiva en la crítica literaria. Los textos de la "literaiura de ideas", sin embargo, no podrían tampoco ser reducidos a esos elementos, como si el pensamiento que los anima fuera un asunto sin interés, demasiado trivial o demasiado monótono, es decir, demasiado vulgar para hacerlo objeto de una consideración distinguida. Dicho bre-
Jean Starobinski, "El texto y el intérprete", J. Le Goff y P. Nora, Hacerla historia. H. Nuevos enfoques, Barcelona, Lata, 1979, p. 179.
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vemente: una interpretación que privilegiara sólo las propiedades más reconocidamente literarias no sería menos unilateral que aquella que as ignorara. Pero, veamos, ¿qué es lo que podemos consignar, dentro de nuestra historia intelectual, en ese linde que llamamos "literatura de ideas"? Desde los textos de intervención directa en el conflicto político o social de su tiempo a as expresiones de esa forma más libre y resistente a la clasificación que es el ensayo, pasando por as obras de propensión sistemática o doctrinaria. Lo común a todas as formas del discurso "doxológico" es que apalabra se enuncia desde una posición de verdad, no importa cuánta ficción alojen las líneas de los textos. Puede tratarse de una verdad política o moral, de una verdad que reclame la autoridad en una doctrina, de la ciencia o los títulos de la intuición más o menos profética. Los primeros de entre esos escritos —proclamas, como as de Simón Bolívar, o panfletos, como a "Carta a los españoles", del jesuita. Juan Pablo Viscardo— parecen indisociables de a acción política. Son llamados a obrar y se diría que ellos mismos son actos políticos. Sin embargo, para esclarecer el sentido intelectual de los escritos (o los sentidos, si se quiere) no basta con remitirlos al campó cte_lkaccióno, como suele decirse, a su contexto. o-; nerlos en, con.exión con su "exterioxr, con sus condiciones pwgkticascóntribuye..sinclulas eró no ahorra el trabajó de la Lectura internáy de la interpretación corresporicriente,,auncuandoÚniC~1954~ino documentóssle„Wiistoria--política-o~ Lobcp.wos del histongló . r Pra_ncóis Xavier, Guerra re_unidos,.en_Modern~ independencias son muy ilustrativos respecto de loque_puede ensenar una historia política sensible a.114.1ménsión,sirabólir ca cré la ;itlaTsóólaij7cljaacción histórica. ("relación entre ac_ e-S-Critei-Guerra—, no sólo está regida por una rela.15--rés-=-háI ción mecánica de fuerzas, sino también, y sobre todo, por
-Ideas para un programa de historia intelectual
códi os culturales de un grupo o un con-unto de es, e_n un moiñentó ado"). Se trate de escritos de combate o de escritos de doctrina, durante el siglo XIX todos ellos se ordenan en torno de la política y la vida pública, que fueron durante los primeros cien años de existencia independiente los activadores de la literatura de ideas en nuestros países. Un ensayista argentino, R. A. Murena, escribió que hay en América Latina una gran tradición literaria que, pradójicamente, es no literaria. "Es la tradición de subordipar_elarte_de escribiláLast.c...de_l_kpólítjca:"8 Durante esa centuria, nuestra literatura estuvo, agrega Murena, "fascinada por la Gorgona de la política". Se podría observar que hay en estas definiciones de Murena la nostalgia de otra tradición, la nostalgia de aquello que nuestros países no fueron o no tuv»ron, falta que ha sido un tópico del ensayo latinoamericano De. todos modos, el hecho es que nuestras elites, no sólglalélitél políticas y militares, sino también las ehtes istpléttuales (nuestros letrados", nuestros "pensadores"), nryféron que afrontar efproblemafunclanentaLycIsieolle istruir un orden pólíticógusederciera:t.22.cl2minzión caefectiva y duradera. Esquematizando al máximo podría decirse que esa preocupación por la construcción de un orden político, preocupación dominante en la reflexión intelectual latinoamericana hasta la segunda mitad del siglo xix, estuvo regida por dos cuestiones, o dos preguntas, sucesivas. La primera podríamos formularla así: ¿qué es una autoridad legítima y cómo instau-
7 Francois-Xavier Guerra, Modernidad e independencias, Madrid, Mapfre, 1992, p.14. 8 H. A. Murena, "Ser o no ser de la cultura latinoamericana", Ensayos de subversión, Buenos Aires, Sur, 1962, pp. 56-57.
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rarla, ahora sin la presencia del rey? La segunda, que surge cuando se han experimentado las dificultades prácticas para resolver la primera, sería: ¿cuáles el_orclenlegítimo quesea, a la vez, urkorden„,posible? - Paralelamente, a veces confundiéndose en los mismos textos con esta preocupación política irán cristalizando otros núcleos de reflexión dentro de la literatura de ideas en nuestros países. En algunos escritos, sobre todo cuando toman la forma del ensayo, esos núcleos se expanden y, a veces, dominan sobre cualquier otro tópico. ¿De qué núcleos hablo? De aquellos que parecen ordenarse en torno de la pregunta por nuestra identidad. Hablo, en otras palabras, del ensayo de tern retyatitolef~ Del ensayo dé interpretación mgódríamos decir que está impulsado a responder una dean da de identidad: ¿quienes somos los hispanoamencanos? ¿Quiénes somos los argentinos? ¿Quiénes sotros los mexicanos? .Quiénes somos los_pesuaríos En algunos discursos de Bolívar se pueden encontrar pasajes que anuncian esta ensayística de autoconocimiento y autointerpretación. Leamos, por ejemplo, este pasaje clásico del discurso de Bolívar ante el Congreso de Angostura: .. no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles. Americanos por nacimiento y europeos por derecho, nos hallamos en conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y de mantenernos en el país que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores; así nuestro caso es el más extraordinario y complejo.9
Simón Bolívar, "Discurso pronunciado por el Libertador ante el Congreso de Angostura", Discursos, proclamas y epistola?io político, Madrid, Editora Nacional, 1981, p. 219.
Ideas para un programa de historia intelectual
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A través de esta problemática, la que se activa alrededor de la pregunta, explícita o implícitamente formulada, por nuestra identidad colectiva, pueden hacerse una serie de calas en nuestra literatura de ideas. La tarea de definir quiénes somos ha sido a menudo la ocasión para el diagnóstico de nuestros males, es decir, para denunciar las causas de deficiencias colectivas: "Entrad lectores", escribía, por ejemplo, Carlos Octavio Bunge, en un ensayo de psicología social que se quería científico, Nuestra América. "Entremos, seguía, sin miedo ya, al grotesco y sangriento laberinto que se llama la política criolla."10 En este caso, ya no se trata de responder sólo a la pregunta de ¿quiénes somos?, sino también por qué no somos de determinado modo: ¿por qué nuestras repúblicas nominales no son repúblicas verdaderas? ¿Por qué no logramos alcanzar a Europa, ni sornosiOmo los americanos del Norte? En esta literatura de atitgaiii-en y diagnóstico, que comienza muy ternpran:Ifiente en el discurso intelectual latinoamericano, la búsqueda llevará a la indagación de nuestro pasado. Si pensamos en AlfonsoY.e.,yes„,eAjogge.141is,,Bor,ges,..en Lezama Lima o en j211Bianco, podemos decir que en el siglo xx la tradición-de subordinar el arte de escribir al arte de la política rigió ya sólo parcialmente aun en el campo del ensayo. De todos modos, la vetadel ensayo social Lpplítico no se ha agotado y ha logrado sobrevivir affieCIO que hace cuarenta años parecía condenarlo a la desaparición: la implantación de las ciencias sociales, con su aspiración a reemplazar la doxa del ensayismo por el rigor de la episteme científica. Digamos más: leídos con la perspectiva del tiempo transcurrido, mu-
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10 Carlos Octavio Bunge, Nuestra América, Buenos Aires, Librería Jurídica, 1905, p. 241.
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chos de los textos que nacieron de ese nuevo espíritu científico pueden ser colocados en el anaquel de los ensayos de interpretación de la realidad de nuestros países que inauguró en gran estilo el Facundo de Sarmiento. En otras palabras, pueden ser leídos como sus grandes ancestros, es decir, también como textos de la imaginación social y política de las elites intelectuales.
2 Introducción al Facundo
La identificación de historia y biografia fue un fecundo hallazgo de Sarmiento, observó Ezequiel Martínez Estrada, quien lamentaba„que esa forma de indagación de la realidad nacional hubieido tan poco imitada. Sarmiento escribió numerosas biogr~ la del fraile Aldao, la del "Chacho" Peo n'anklin, la de San Martín, la de su hijo Dominrialozá, guittr entre otras. Uno de sus grandes libros, Recuerdos de provincia, entreteje la evocación histórica con el relato de varias vidas, entre ellas la suya propia. "Gusto, a más de esto, de la biograffa", escribió en la introducción a sus recuerdos. Y agregaba enseguida: "Hay en ella algo de las bellas artes, que de un trozo de mármol bruto puede legar a la posteridad una estatua. La historia no marcharía sin tomar de ella sus personajes, y la nuestra hubiera de ser riquísima en caracteres, si los que pueden, recogieran con tiempo las noticias que la tradición conserva de los contemporáneos". De todas las que compuso hay una, sin embargo, que resultó impar. "La vidá de Quiroga": así tituló Sarmiento el aviso en que anunciabá, el 1 de mayo de 1845, la aparición del Facundo, que al día siguiente comenzó a publicarse en forma de folletín en el diario chileno El Progreso. Tras esta aparición
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por entregas, el texto vio la luz en un volumen editado también por El Progreso el mismo año. Iba precedido de la Introducción que hoy lo acompaña, y llevaba el largo título de Civilización y barbarie, vida de Facundo Quiroga, y aspecto físico, costumbres y hábitos de la República Argentina. Cuando Sarmiento dio a conocer la obra, ya se había hecho de una reputación en la prensa y en la vida intelectual de Chile, así como en los círculos de emigrados políticos argentinos en ese país. Lo sacó de la oscuridad, según lo contaría después, un artículo afortunado sobre el aniversario de la batalla de Chacabuco, publicado en El Mercurio en 1841.1 Hasta ese comienzo en el camino de la notoriedad literaria y política, Sarmiento había experimentado las alternativas y las contrariedades de un joven decente, pero sin fortuna,2 que aspiraba a hacerse un lugar sobresaliente en la azarosa vida pública de la sociedad que emergió, a fines de los años veinte, del fracaso de Rivadavia y del ascenso federal. Había nacido en San Juan, en 1811. Hijo de un matrimonio que unió a dos vástagos de familias empobrecidas, si bien
D. E Sarmiento, Recuerdos de provincia, Buenos Aires, W. M. Jackson Editores, 1944, pp. 293-295. El artículo mencionado —12 de febrero de 1817", El Mercurio, 11/2/1841— encabeza las Obras de D. E Sarmiento, t. I, pp. 1-7. Advertencia: en todas las citas extraídas de estas Obras... que aparecerán en adelante, la ortografía del original ha sido normalizada. 2 La condición de decente remite a las divisiones y jerarquías sociales propias de la estructura social vigente en la colonia, en que no era sólo la fortuna la que trazaba las fronteras entre las diferentes categorías, sino también la raza y el color. La gente decente se identificaba como blanca frente a la población de origen indio, africano o mestizo. Si bien quienes ocupaban la cumbre de la estructura social eran decentes, no todos los decentes pertenecían a esa cumbre. La distinción siguió obrando después de la independencia, y Sarmiento era uno de esos descendientes de las ramas pobres de la gente decente. Véase Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005 (1972), pp. 52-75. 1
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ligadas por las redes del linaje con parientes de rango en la sociedad sanjuanina, Sarmiento conoció desde la infancia las tribulaciones de una vida mantenida en la penuria. Los nueve años en que concurrió a la Escuela de la Patria le proporcio- naron la única enseñanza regular que habría de recibir. Más - tarde recordaría, no sin amargura, cómo la falta de fortuna, en el doble sentido de esta expresión, puso fuera de su alcance la posibilidad de proseguir estudios ordenados: No obstante, otras lecciones, transmitidas de manera informal, complementaron y prolongaron más allá de la niñez la educación escolar: las que le impartieron sus tíos sacerdotes, en particular José de Oro, mezclando los textos y la enseñanza devotos con ejercicios de gramática, nociones de geografia y de civismo patriótico. Y del medio familiar, que se ampliaba en la protección de los parientes, extrajo la afición a la lectura, el "poderoso instrumehempleemos sus palabras— que le abrió la ruta de los libr41, y:' libros trajeron consigo no sólo el saber imprpso; sitió tambiénla imagen y el sueño de los héroes con-luienes Sarmiento se habría de identificar cuando ingresara en la juventud: los héroes civilizadores. Para hacerse de un nombre en la sociedad y en la vida pública elegirá el cultivo y la difusión del saber letrado, la carrera del talento, que emprendió con la pasión de un autodidacta voluntarista e insaciable. Pero es su pasaje por la experiencia de la política provinciana lo que habrá de imprimirle su curso a esa elección, introduciendo a Sarmiento en las vicisitudes de las luchas civiles de la Argentina y proporcionándole los contrincantes, los objetos y los temas, de la empresa civilizadora que ásuruiren Su iniciacion práctica en la división entre unitarios y federales tuvo lugar de manieracasuarggriffIrevocacion que hará más tarde, y se encontró del lan–iinitario casi sin premeditarlo, como si se hubiera limitado a poner el pie en una hue-
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Ha que ya estaba trazada. ¿Algo lo predisponía a seguir esa dirección, opuesta no sólo a la causa que tenía a su cabeza a los caudillos rústicos de la campaña, sino también a las inclinaciones políticas familiares? Muchos años después Sarmiento offeció una respuesta muy a menudo citada: el efecto revelador que tuvo para él, cuando era todavía un adolescente, el ingreso de la montonera en la ciudad "con el alarde que da el polvo y la embriaguez". Estrépito de caballos, gritos y blasfemias. Fue una iluminación: "Todo el mal de mi país se reveló de pl... -ovi~to..n_ces: ¡la Barbarie!".3 Este recuerdo de los quince años aparece demasiado construido, el producto elaborado de una memoria ideológica (en Recuerdos. de provincia la escena no se registra y es otra la que desempeña una función de revelación equivalente: la prédica fanática del sacerdote federal. Castro Barros, que le hace entrever la figura de la intolerancia, hasta entonces ignorada, y que despierta en el adolescente las primeras dudas acerca de las ideas religiosas en que fue criado) .4 En verdad, estamos reducidos a conjeturar respecto del esclarecimiento que ofrecen estos episodios rescatados y utilizados como premoniciones, a las que Sarmiento era muy afecto. Menos conjeturalmente, sólo se puede decir que hubo afinidad entre el papel al que lo inclinaban los medios de que disponía —el papel del héroe civilizador— y el partido de la ciudad, el de los unitarios. El hecho es que su primera experiencia política, tras embarcarlo en escaramuzas militares y en el "laberinto de muertes" que eran parte de la guerra civil que atormentaba a la Argentina, lo llevó a su primer exilio en Chile, en 1831. Allí desempeñó los oficios más dispares, desde maestro de escuela
3 D. E Sarmiento, "En los Andes (Chile)", Obras..., t xxn, p. 238. 4 D. E Sarmiento, Recuerdos. .., pp. 243-248.
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a capataz de minas, siempre escaso de recursos y sin renunciar ala voluntad de saber: yendo en pos de esa cultura que se MI: páliala en idiomas extranjeros había hecho el aprendizaje del francés no mucho antes de las peripecias que lo condujeron al y ahora, mientras trabajaba como dependiente en una tienda de Valparaíso, toma lecciones para leer en inglés. Una enfermedad y el orden político más benigno que percibe en su provincia bajo la gobernación federal de Benavidez, 16 traen de regreso a San Juan en 1836. En los cuatro años que permaneció allí antes de emprender el camino de un nuevo Sarmiento desplegó iniciativas que muestran ya la coneCipeión de la cultura que había hecho suya y que sería la de Imeho_públieo, activamente intOda su vida: la_cultura culcada por medios públicos, generadora de costumbres que ordenan los impulsos y las pasiones del hombre natural traduciéndolos en los tlfinipos de un valor civil. En este terreno SarMiento no innovaWyjas actividades que emprendió —funmujeres, una sociedad dramática, un dar un perióchro, El Zonda— pueden ser vistas como las propias de un heredero de la Ilustración rivadaviana (y más atrás, de los posriiiados ilustrados de la Independencia), cuyo elan de pedagotiáPública retorna con los medios a su alcance. Sin embargo, el descubrimiento de un nuevo horizonte de doctrinas, que se ahi;e a sus ojos en los dos úlfimos arios de su permanencia en San Juan, transfirió ese núcleo iluminista al contexto de una nueva representación de la historia y la política. Para Sarmientó; de 1838 a 1840 se opera el pasaje a su adultez intelectual: Hice entonces, y con buenos maestros a mi fe, mis dos años de filosofia e historia, y concluido aquel curso, empecé a sentir que mi pensamiento propio, espejo reflector hasta entonces de las ideas ajenas, empezaba a moverse y a querer marchar. Todas mis ideas se fijaron clara y distintamente, disipándose las sombras y
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vacilaciones frecuentes en la juventud que comienza, llenos ya los vacíos que las lecturas desordenadas de veinte años habían podido dejar, buscando aplicación de aquellos resultados adquiridos a la vida actual, traduciendo el espíritu europeo al espíritu americano, con los cambios que el diverso teatro requería.5
Así resume en Recuerdos de provincia su ingreso en la madurez ideológica, adquirida en las lecturas y las discusiones con otros jóvenes ilustrados de las novedades intelectuales que llevó a San Juan uno de ellos, Manuel Quiroga Rosas. Este había formado parte del Salón Literario en Buenos Aires y, de regreso a su provincia, no sólo llevó el mensaje de la Joven Generación, sino una biblioteca con los autores, las revistas y los libros de la hora. En ese "curso", como lo llama Sarmiento, acaso para subrayar que su saber no era improvisado aunque no lo obtuvo en las aulas (éste sería siempre un punto sensible para él), toma conocimiento de esa literatura de ideas que acompañaba al movimiento romántico en Francia y en la que se mezclaban los estudios históricos con la filosofia de la historia, el eclecticismo y la crítica del eclecticismo, el humanitarismo socializante y el liberalismo, las teorías de la literatura) las del, derecho. Los autores y los títulos que cita al recordar esa etapa de descubrimientos son los que ingresaron en el Ríc de la Plata como eco de la revolución de julio de 1830, es de dr, los autores y los títulos a los que se colocaba bajo el nom• bre aglutinador de filosofía de Julio: Francois Guizot y Victo' Cousin, la Revue Encyclopédique y La democracia en América de Tocqueville, Pierre Leroux y Eugen e Lerminier... En pocos años mostrará en sus escritos lo que extrajo pare su propio bagaje de esas lecturas. La historia ocupó el centrc
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de ese bagaje. Mejor dicho, una concepción nueva de la histo--ria que discernía en ella un vasto drama, una contienda incesante entre tendencias colectivas a través de la cual marchaba o género humano. Francia era el centro en que se forjó, en7 tre los años veinte y treinta del siglo xIx, ese discurso sobre el pasado que cautivaría a Sarmiento. En un artículo de 1844 él resumirá lo que constituía a sus ojos el valor de esta nueva ciencía:cle la historia, cuya edificación remitía a los nombres de AuFrancois Guizot, Jules Michelet: "la historia, tal güstin : como la concibe nuestra época, no es ya la artística relación de • los hechos, no es la verificación y confrontación de autores an:tiguos, como lo que tomaba el nombre de historia hasta el si.11.6 pasado... El historiador de nuestra época va a explicar con l auxilio de una teoría, los hechos que la historia ha transmitido sin que los mismos que la describían alcanzasen a com.--. 'Prenderlos".° Wel-4411-w de esa concepción, el conflicto poStico se hacía inteltible en términos sociales o, más bien, <:Pi-ero esta historia social debía darrazón del .- o~rél: ..sdc.i 1....desarffillo del espíritu humano, del movimiento de la civiliza: •.: dón, y quien la encarnaba como su héroe se inscribiría en ese •. .- f'elato dramático, que si tenía dimensiones colectivas, tenía también individualidades representativas. Sería dificil atribuir a una sola "fuente" la amalgama de elementos que acabo -de comprimir al máximo y que Sarmiento .espigó de aquí y de allá —de las obras de historia, de literamT'a; de las especulaciones histórico-filosóficas—, asimilándolas según un filtro personal, con el ánimo de quien quiere no só•• lo pensar con las ideas de su época, sino actuar, "traduciendo el- espíritu europeo en el-espíritu americano, con los cambios
6 5 D.
F. Sarmiento, Recuerdos-.-, p. 258.
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D. E Sarmiento, "Los estudios históricos en Francia", en
199.
Obras..., t. II, p.
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que el diverso teatro requería".7 (Parafraseando sus propias palabras podría decirse que a la hora de interpretar ese "diverso teatro" Sarmiento se esforzaría por traducir el "espíritu americano" al "espíritu europeo", esto es, al lenguaje del conocimiento por excelencia). En este punto de inflexión de sus ideas habría que situar la toma de distancia respecto de los unitarios, si entendemos ese distanciamiento según los términos en que él representará a la elite unitaria en Facunde_una. elite de miras elevadas pel'o de mentalidad abstracta y formalista, eX1Faíradaeii1;;Tnedios de acción x avíos de úria-filasofraliratern i nirs i r&porhacerla impotente frente al avance de los caudillos rústicos. El corolario resultaba obvio: la ciudad necesitaba intérpretes más competentes. En esa representación puede identificarse el eco de la crítica que los iniciadores de la Joven Generación, la del 37, hicieron a los de la generación precedente. Pero Sarmiento, que llegó tarde a la querella y sólo conoció la estela del movimiento que había tenido su foco en Buenos Aires y sus guías intelectuales en Esteban Echeverría y en Juan Bautista Alberdi, fue ajeno al fervor que los iniciadores pusieron en la polémica antiunitaria. También en Facundo se puede leer el saludo de reconocimiento a esa empresa juvenil, tanto como el juicio de quien la considera como un capítulo superado. Sarmiento veía en el gobernador federal de San Juan, el general Benavídez, un caudillo moderado —a quien incluso trataría de persuadir de que rompiera con Rosas y se sumara a la coalición militar contra el poderoso gobernador de Bue-
7 Se puede leer una excelente reconstrucción del conjunto de doctrinas políticas y sociales que formaron el horizonte de ideas de Sarmiento en Natalio Botana, La tradición republicana. Alberdi, Sarmiento y las ideas políticas de su tiempo, Buenos Aires, Sudamericana, 1984, pp. 21-259.
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nos Aíres. Pero el margen de tolerancia, que sus actividades antírrosistas encontraron bajo ese orden menos riguroso que en otras provincias acabó, finalmente, por mostrar sus límites. En 1840 fue a la cárcel y, tras salvar apenas la vida, a su segundo destierro en Chile. En la "Advertencia" que precede al texto de Facundo hará referencia al maltrato ultrajante al que lo sometió en la ocasión un séquito de partidarios de Benavídez. En Chile, tras aquel artículo afortunado sobre el aniversario de la batalla de Chacabuco, fue introducido en el círculo de Luis Mont, la primera figura política del partido de gobierno, el partido conservador, que se convirtió en su protector, y a: quien Sarmiento prestaría apoyo y colaboración. Una vez con acceso a la prensa, un medio que ya no abandonaría a lo largo de su vida, demostró en poco tiempo que escribiendo era una potencia y_qme en la polémica se sentía a sus anchas. Las tuvo de todo-1:416,, , ,Mayores y menores. "¡Viva la polémical", escribe en meclitii,dela primera que libraría en Chile y que comenzó cwAirdrés Bello y siguió con sus discípulos. Es un "campo= e baWa:de la civilizáZion" a7tiav&del cual la opinión pública se esclarece y se forma un juicio sobre las ideas y los contendores en presencia.8 YSarmiento hace lo suyo para que las lides en que toma parte no se pierdan en la intrascendencia. Así, la controversia con Bello, que se había iniciado por una disidencia en torno a su opinión sobre la lengua y los derechos del pueblo frente ala autoridad legislativa de los gramáticos, se ensanchó bajo su pluma y se volvió un debate sobre la literatura en las sociedades en formación como las americanas, sobre el retraso de la cultura española y su lengua, desprovista de los recursos para expresar el espíritu del tiempo, en fin, sobre "qué estudios ha de desenvolver nuestro jo-
8 D.
E Sarmiento, "El comunicado del otro quidam", Obras..., t 1, p. 231.
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ven pensamiento, qué fuente debe alimentarlo y qué giro ha de tomar nuestro lenguaje".9 Ya en esa primera polémica, al inscribir lo que llamó la "cuestión literaria" en un combate de grandes proporciones! puso de manifiesto un modo de aprehender los hechos del mundo social y un modo de argumentar que le serían característicos. Si la cuestión literaria se enlazaba con otras cuestiones hasta involucrar,• a través de una cadena de identificacio nes, el sentido histórico del período y la pugna por la orientación que debía presidirlo, era porque a sus ojos en cada segmento de la vida social se reflejaban —y se dirimían-las tendencias de una sociedad y una época: cada parte en! parte' de una totalidad, pars totalis, de acuerdo con la lección,' historicista que había hecho suya. Sin embargo, no todo en su estrategia de polemista que no daba cuartel obedecía a la per-: cepción globalizante del historicismo. Al moverse en ese "cam=. po de batalla de la civilización", Sarmiento haría uso de todos los argumentos que pudiera movilizar, lo que dotaría a sus escritos de una gran riqueza y variedad de registros, aunque no siempre de coherencia. Pero en Chile no sólo probó, apenas tuvo ocasión, sus dotes de polemista. En poco tiempo mostró también que no te nía rival en la composición de crónicas y cuadros de costur• bres. Ahora bien, estas formas, como en general las que si. prosa logró dominar y de las que haría un empleo libre y mezclado, Sarmiento las ensayó en el oficio de redactor periodís:' tico. En la prensa encontró el medio para esa vocación con la que tenía "afinidad química" y que prolongaría en sus libros; la del escritor público (la expresión es suya): el que escribe de cara a la opinión para dar forma a las ideas, e ilustrar, comba,
9 Ideen,
p. 232.
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tir; apoyar, predican También para obtener de esa opinión el reconocimiento y la gloria. No haremos aquí el inventario de su labor en el ámbito de la educación en Chile, que fue múltiple y definió el otro campó que encararía como una misión y que tampoco abandonaría ya por el resto de sus días. Un alegato autobiográfico, Mi defensa (1843), y su primer ensayo de biografía consagrada a evocar la vida de un caudillo, el cura Félix Aldao, Apuntes biográficos (1845), precedieron la publicación de Facundo. Tras la aparición de esta última obra, en cuya repercusión tanto literaria como política nadie confiaba tanto como Sarmiento, el gobierno chileno lo comisionó para que estudiara in situ la organización de la enseñanza primaria en Europa y los Estados Uñidos. De regreso de ese viaje que, después de algunas escalas latinoamericana Montevideo, Río de Janeiro), lo llevó a Francia, Alemania ZSpaña, Italia y, finalmente, a los Estados Unidos, donde enc.clittalla un nuevo y más promisorio modelo de refe.0;1;Iia social y político, publicó, en 1849, dos de sus libros irías Educación popular, que fue el informe que presentó al gobierno de Chile como resultado de la misión, y Viajes, una recopilación de cartas escritas a sus amigos durante el periplo. Yen ese género epistolar, en que es posible pensar a la par que se siente y "pasar de un objeto a otro, siguiendo el andar abandonado de la carta, que tan bien cual'a con la natural variedad del viaje", Sarmiento vuelve a mostrarse como un maestro." En 1850, cuando la proximidad de la caída de Rosas se instala en el horizonte, da a conocer otros dos libros. El primero es Argirópolis, escrito político destinado a ofrecer un programa a la coalición antirrosista en gestación. El otro es Recuerdos de
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D. F. Sarmiento, Viajes, Buenos Aires, Universidad de Belgrano, 1981, p. 15.
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provincia, que para algunos críticos es el mejor compuesto de sus libros y que para muchos de sus contemporáneos era la presentación indisimulada de un candidato para el orden posrosista. Aunque la sospecha no era infundada, el escrito autobiográfico de Sarmiento poseía una complejidad irreductible a esa motivación. Sin embargo, el fin del gobierno de Rosas, al que cree haber contribuido por medio de la prensa y sus li bros, no le abre inmediatamente el campo para la acción política en su país. Tras 1a tentativa frustrada de ser reconocido por Urquiza como el Olía intelectual de la hora, regresa a Chile y en Campaña en el Ejército Grande Aliado de Sud América d2 cuenta de su participación en la operación militar que culminó en la batalla de Caseros y del juicio que le merece el resultado: se había puesto fin al dominio de Rosas, pero no al dominio de los caudillos bárbaros, que ahora tenían en Urquiza a su nuevo jefe. Entonces estalla su célebre polémica con Al: berdi, cuyas Bases habían sido adoptadas por los vencedore-como texto inspirador de la organización constitucional del país. Finalmente, en 1855 retorna y se instala en Buenos Aires,por entonces un estado separado del ordenamiento político' nacional, el de la Confederación presidida por Urquiza. Una vez allí se inicia para él la carrera de los cargos públicos: conrejero municipal, varias veces senador, ministro de gobierno miembro de la Convención que reforma la Constitución Nacional (1860), gobernador de San Juan. Permanece dos años en este último cargo (1862-1864) y cuando su administración, más voluntarista que eficiente, parece a punto de hundirse rodeada de una oposición que tenía varios focos, el gobierno na= cional, presidido por el general Mitre, le proporciona una sa; lida ofreciéndole el cargo de ministro argentino en los Estados Unidos. Se desempeñaba aún en esta misión cuando el gene-, ral Lucio V. Mansilla, en nombre de numerosos jefes y oficia-
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les del ejército, le ofrece la candidatura a la presidencia en la elección a la que daría lugar el fin del mandato de Mitre en 1868. Sin otro patrocinio que ése y el del diario La Tribuna, es decir, sin partido propio, el nombre de Sarmiento es visto co"rao adecuado para una fórmula política de transacción, destinada a impedir tanto el triunfo del candidato mitrista como el de Urquiza. Sarmiento resulta electo. Desde su regreso hasta el fin de su presidencia en 1874 pasaron casi veinte años que no fueron apacibles: la vida públi_ da del país siguió siendo turbulenta, el "laberinto de muertes" de la guerra civil conoció nuevos episodios y cuando a Sarmiento le tocó reprimir las sublevaciones provinciales al orden -que surgía asociado a la hegemonía de Buenos. Aires —ya corno director de guerra en la campaña contra el Chacho Peñaloza, ya como ~dente ante el levantamiento de López Jordán— actuó a sangre fuego. Bajo su presidencia transcurrió asimismo la última-p '-arte de la guerra contra el Paraguay, el -cOnfliclinternacional en que participaba el país desde 1865. Péro en esos años agitados la Argentina fue introduciéndose también en el curso que le dará su fisonomía moderna cuando, en 1880, culmine su unidad estatal. La acción públira de Sarmiento en el terreno de la educación y las comunicaciones se inscribe y da impulso a ese curso. Durante y después de ese período no abandonó su medio favorito, la prensa periódica, donde siguió escribiendo incansablemente. La polémica sobre la ley de educación, en la década- del 80, le ofrece, cuando ya es un marginal en la vida política, una de las últimas ocasiones para seguir en ese "campo de batalla de la civilización". No obstante, la época de los grandes libros quedó atrás, en los arios del exilio. Su proyecto literario más ambicioso, Conflicto y armonías de las razas en América (1883), revela el tributo que paga al clima positivista, pero no está a la altura de aquéllos. Murió en 1888.
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II Facundo es una obra singular. Se ha señalado muchas veces que era imposible colocarla bajo el signo de un solo propósito o de un solo género de discurso. ¿Cómo encuadrar, en efecto, según el designio de un solo propósito, una obra que. de modo manifiesto, aparece animada por varios: exponer el gobierno de Rosas a la condena universal; explicar, a un lec-. tor que es el de su país, el de Chile y también el de Europa, lag guerras civiles de la Argentina y la naturaleza del caudillismo sudamericano; contar una biografía novelesca, llena de sucesos "raros" y dentro de una naturaleza algo exótica; difundir un esbozo de programa político y social? A la vez, ¿cómo definir dentro de los límites de un género un escrito que, corno dijera Alberto Palcos, contiene un poco de todo? El propio Sarmiento —que no dejó de volver sobre Facundo, entregándolo a la imprenta con variantes de importancia en la segunda edición y en la tercera— comentaría, al dar indicacione:para una cuarta, que el libro era "una especie de poema, panfleto e historia".11 Dada esta heterogeneidad que la constituye, se pensó que la unidad de la obra radicaba en el estilo. ¿Pero qué estilo, si éste varía según la marcha del discurso, e5 decir, según se entregue a la narración o al comentario ideológico, a la evocación de una escena o al apóstrofe, a la propa ganda o a la imagen del paisaje sugestivo? Más que un estilo lo que Facundo deja ver es una variada gama de recursos de es tilo o de formas que le dan su particular andadura. En fin,
"Carta de Sarmiento a su nieto", publicada en el anexo documental de I. edición crítica del Facunda, al cuidado de Alberto Palcos. Cito de la reed ción ampliada, Facundo, prólogo y notas de Alberto Palcos, Buenos Aire:, Ediciones Culturales Argentinas, 1961, p. 447.
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- medida que la unidad dejó de ser una norma, tanto como un principio por discernir en las obras, la cuestión del acuerdo - interno del texto perdió interés como problema por resolver. Tras la muerte de Sarmiento, desprendido de quien había 'Sido hasta ese momento no sólo un escritor sino un actor poli- 'tico, inició el Facundo su vida independiente como libro. La multiplicidad de lecturas de que ha sido objeto desde entonces en la historia intelectual argentina —sobre todo a partir del Siglo XX, cuando comenzaron a ordenarse los estudios sobre el legado ideológico y literario del siglo anterior— no fue ajena a esa multiplicidad que habita el escrito. Algunas han privilegiado la obra del pensamiento y han buscado en ella la doctrina, la interpretación histórica, los elementos de una sociología - nacional o aun de una filosofía. Otras han puesto el foco en las ropiedades literar4s del texto en el trabajo de la imagina. ción, en los au-ibuto;;•de la prosa, en los procedimientos retoricos que articuldn el dikurso . Esta agrupación en dos fren-
P
tes- no es irás que una simplificación extrema de las diversas perspeún.vas a las que se prestó la lectura de la obra de Sarrniento.tero, aunque sea simplificador, el esquema sintetiza muy rápidamente la condición de clásico que ostenta el Facundo en dos ..(. ampos de la cultura argentina: un clásico del pensamiento, - mi clásico de la literatura. Acaso fue Leopoldo Lugones el primero en asignarle ese lugar de eminencia, como lo haría poco después con Martín Fierro —se atribuía y se le reconocía auto. ridad para esos gestos grandilocuentes—: "Facundo y Recuerdos de prouin eta son nuestra Riada y nuestra Odisea".12
No vamos a acordar al esquema expuesto arriba más de lo - que vale como un primer ordenador. La cómoda simetría que establece se complica apenas se tiene presente que, mientras
11
1 ?-• Leopoldo Lugones, Historia de Sarmiento, Buenos Aires, Comisión Argentina de Fomento Interamericano, 1945, p. 166.
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que la maestría literaria le fue reconocida desde el comienzo, la interpretación histórica y la doctrina que la obra contiene fueron objeto de polémica e impugnación. Si no se deja de lado la crítica que le hizo Alberdi, el astro rival de la misma generación, en las Cartas quillotanas (1853), podría decirse que las objeciones teóricas comenzaron también desde temprano. Pero el cuestionamiento más severo a las ideas del Facundo sobrevendría cuando, ya en el siglo xx, el conjunto de la empresa política y doctrinaria de la que tanto Sarmiento como Alberdi habían sido miembros fue puesta bajo proceso por obra del nacionalismo y del revisionismo histórico. Facundo se insertó entonces en el debate sobre las dos Argentina, donde funcionaría —para admiradores y para detractores— como un manifiesto del país progresista, símbolo del antagonismo entre doctores y caudillos, el conflicto que para algunos resumía la historia argentina del siglo xix. Así, este libro que nació asociado a las pasiones públicas de su tiempo se inscribió, desde la década de 1930, en el conflicto de interpretaciones del pasado nacional, es decir, en las pasiones intelectuales y políticas de otro tiempo. ¿No suele ser ésa la suerte de los clásicos del pensamiento político? Como sea, el hecho es que la posteridad no le reservó al Facundo sólo la vida apaciguada de los estudios eruditos y la lectura escolar: cuestionado o reivindicado como su autor, siguió viviendo también la vida inquieta de la polémica en el país inestable que fue la Argentina durante buena parte del siglo xx. Agreguemos, para subrayar la asimetría dentro de la doble pertenencia que posee en la cultura argentina, que aun quienes objetarían la obra del pensamiento saludarían en el texto de Sarmiento la obra literariaY
13 Véase,
como ejemplo, el juicio del escritor nacionalista Ramón Doll: "Sar miento suplió las omisiones y las miopías históricas, con formidables intui
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Este libro singular no engendró, pues, una imagen singular, sino varias. Leerlo es entrar en contacto también, así sea in- directamente, con esa estela de representaciones y juicios que le fueron dando su reputación, la reputación con que llega hasta nosotros, ya como miembro sobresaliente de una tradición intelectual —la del liberalismo o, como la ha rebautizado recientemente Natalio Botana, la de la tradición republicana—,14 ya como exponente logrado del historicismo decimonónico, ya como primera obra trascendente de la literatura argentina.
Ahora, dejemos que la palabra de Sarmiento nos guíe por un momento en la descripción de su libro. Nos dice en la In- troducción, en éréStil9 de oratoria elevada que domina esta -.parte del texto (culCnianclo por el vocativo grave del comienzo: "iSórrilj-a-feWIle de Facundo!, voy a evocarte..."),15 que vá a ruar la vida del caudillo para que ella entregue el "se. creto" que atormenta y desgarra la vida política argentina. - Procediendo ya a ese vaivén entre pasado y presente que le confiere a la obra uno de sus movimientos característicos, .menciona enseguida a aquel en quien Quiroga se sobrevive
¿iones estéticas, y estas intuiciones, mentiras científicas, pero verdades artís, fiCas, dieron al libro estilo y grandeza que se sobreponen a los errores y prejnicios o anacronismos de que hemos hablado" ("El Facundo" [1934], Ra' nión Doll, Lugones el apolítico y otros ensayos, Buenos Aires, A. Peña Lillo ÉditOr, 1966, p. 216). 14 Natalio Botana, La tradición republicana. _., op. cit. Domingo Faustino Sarmiento, Facundo, Prólogo y notas de Alberto Palc9s, Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1961, p. 9. Todas las citas siguientes del Facundo corresponden a esta edición, aunque la ortograEa ha sido actualizada.
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—porque sigue vivo en una tradición arraigada—, Rosas, que prolonga y perfecciona en la actualidad lo que en el caudillo riojano era sólo esbozo, instinto. Con Rosas, la barbarie rural se ha instalado en la culta Buenos Aires. Pocas líneas después la imagen del enigma reaparece, pero ahora el interrogante que plantea no recae sobre las raíces del caudillismo y las guerras civiles, sino sobre la empresa de la organización nacional, y es Rosas, como la Esfinge, quien lo propone. ¿Cómo buscar la solución para el enigma, que cobra rápidamente otra figu-, ra clásica, la figura del "nudo gordiano"? Aunque se trata de un nudo que la espada no pudo cortar, es decir, aunque no pudieron aun con él las armas de la guerra. Pues bien, la solución sólo puede llegar desenredando los hilos de la madeja que entretejieron los antecedentes nacionales, la fisonomía del suelo, las costumbres y tradiciones populares. La solución política y militar de la empresa de la organización nacional requiere, entonces, de una previa iluminación intelectual del enigma. El secreto que nos revelará la evocación de la vida de Facundo Quiroga, siguiendo esta cadena de transiciones es, por lo tanto, de trascendencia. Pero la trascendencia no es puramente local. Imprimiéndole al discurso un giro que amplifica la resonancia del drama, Sarmiento nos dice que la propia Europa se vio atraída y arrastrada por las convulsiones de esta "sección hispanoamericana", aunque terminó por desviar la mirada, y los mejores políticos de Francia demostraron no comprender el poder americano, el de Rosas, que había hecho frente a ese país. Incluso el gran Guizot, observará más adelante, "el historiador de la civilización", dio pruebas de no entender, en su juicio sobre la intervención francesa en la política rioplatense, lo que estaba en juego. Hagamos aquí un paralelo: Sarmiento procederá a desafiar en el terreno intelectual, como lo había hecho Rosas en
-:Iírtroducción al Facundo
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terreno militar, a los sabios y políticos europeos. Una infle'kión de humildad, sin embargo, disimulará la exposición del desafio. Hace falta, comenta, alguien con la competencia docta. de un Tocqueville para que haga en la América del Sur lo que este último llevó a cabo en la América del Norte. ¿Y qué hubiera logrado el hipotético Tocqueville en el estudio de está sección hispanoamericana? Poner al alcance de la curiosi:aad intelectual europea un "nuevo modo de ser", mal conoci;dO y sin antecedentes. Más aún: Hubiérase explicado el misterio de la lucha obstinada que despedaza aquella República: hubiéranse clasificado distintamente los elementos contrarios, invencibles, que se chocan; hubiérase asignado su parte a la configuración del terreno, y los hábitos que ella engendra; su parte a las tradiciones españolas, y a la conciencia naciorapintima, plebeya, que han dejado la inquisición española; sti'prté a la influencia de las ideas opuestas que han trastornado_ el,nipridúpolítico; su parte a la civilización europea; su parten • fin, a la democracia consagrada por la revolución de 11, a la igualdad, cuyo dogma ha penetrado hasta las capas inferiores de la sociedad. (p. 11) Ahora bien, resultados parecidos a los de ese presunto Tocqueville es lo que Sarmiento nos promete, algo más adelante, al exponer lo que busca a través de la biografía de Facundo. Aun admitiendo, pues, que carece de la versación del modelo lejano, va a enseñarles algo a esos europeos orgullosos de su saber, que han apartado la vista de estas tierras tras juzgar, sin estudio, que sólo se advertían allí las erupciones de un volcán sin nombre.16 Nos hallamos así frente a lo que
16 El
deseo de dar una lección a los sabios europeos —en realidad, de humillarlos-- lo formula abiertamente Sarmiento en la carta a Valentín Alsi-
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podríamos llamar una inversión de la desventaja. Ante la cultura legítima y sus representantes (políticos y escritores europeos), Sarmiento altera lo que es a sus propios ojos una desventaja —ser sólo escritor sudamericano sin los recursos de la ciencia—, reivindicando, aunque sin decirlo, el derecho a un doble reconocimiento: el que se debe al mérito (por los orígenes humildes) y el que se debe a lo raro, es decir, a lo que es escaso y excepcional. Lo que va a descubrir, por otra parte, la revelación de ese modo de ser nuevo, no interesa sólo por la luz que arroje sobre las convulsiones de la vida argentina. Ayudará también a comprender las agitaciones de la vida política española (por la España americana se comprenderá la España europea), y más allá, es decir, desde un punto de vista más universal, ¿no es importante para la historia y la filosofía "esta eterna lucha de los pueblos hispanoamericanos"? Sobre el significado trascendente de esa lucha necesitan ser ilustrados los hispanoamericanos no menos que los europeos: aquéllos se hacen eco de la propaganda rosista contra el partido de la civilización en la contienda argentina.
na que publicó a manera de prólogo en la segunda edición de Facundo (1851). Haciendo referencia a una obra futura, cuyos materiales está reuniendo y que versaría sobre Rosas, escribe: "Pero hay otros pueblos y otros hombres que no deben quedar sin humillación y sin ser aleccionados. 10h! La Francia, tan justamente erguida por su suficiencia en las ciencias históricas, políticas y sociales: la Inglaterra, tan contemplativa de sus intereses comerciales: aquellos políticos de todos los países que se precian de entendidos, si un pobre narrador americano sé presentase ante ellos con un libro, para mostrarles, como Dios muestra las cosas que llamamos evidentes, que se han prosternado ante un fantasma ...". Aquí aparece también la fórmula de modestia —,"un pobre narrador americano"—, que no hace más que agigantar el alcance de la empresa intelectual, y los rasgos de la obra en que sueña son equivalentes a los del Facundo.
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Casi sin transición, como si reparara y se adelantara a una que podría alimentarse de sus propias tesis, Sarmien:In pregunta si la lucha contra Rosas no es vana, dado que es. 'te último no representa un "hecho aislado, una aberración", sino "una manifestación social, una fórmula de una manera de ser de un pueblo". La pregunta (que es una forma de retomar el juicio que previamente había atribuido a Guizot: en el _Vio de la Plata es el partido "americano" el que goza de apoyo local) desencadena una serie de réplicas en que la afirma- eion del voluntarismo ético-político se entrelaza con la afirma-. eión de la ley que no puede dejar de abrirse paso: la ley del progreso. La verdad de ésta no está menos inscripta en los he¿hos que la verdad de Rosas. Por otra parte —la palabra de . Sarmiento hace surgir otro escenario en el horizonte: el de la lucha que se libra con las armas dentro del país—, ¿no es obligatorio para los qttelozan de la libertad de prensa, como en Chile, asistir por ese medioa quienes combaten directamente contra. 1*,dicta-dura? Y la palabra prensa obra como un mecanismo e embrague para pasar a la interpelación de otro destinatario, el propio Rosas: "jLa prensa! ¡La prensa! He -aquí, tirano, el enemigo que sofocaste entre nosotros; he aquí el vellocino de oro que tratamos de conquistar; he aquí cómo la prensa de Francia, Inglaterra, Brasil, Montevideo, Chile, Corrientes, va a turbar tu sueño en medio del silencio sepulcral de tus víctimas" (p. 15). Podernos abandonar ya la paráfrasis de la célebre Introducción. Esta nos ha dejado ver la multiplicidad de destinos y destinatarios que Sarmiento imagina para su escrito y una de las formas que imprimirá a su prosa, la de la prosa oratoria. La "Introducción" nos ha anunciado también uno de los propósitos de Facundo: el libro va a ofrecer un trabajo de dilucidación, va a hacer inteligible lo que hasta entonces era un enigma. Si la dilucidación tendrá el carácter de una historia - .Objeción
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—va a contar una vida—, esa historia será iluminada con el auxilio de una teoría.17 Sin seguir la marcha del texto, veamos a través de la dilucidación algunos elementos de esa teoría.
IV Si en América Tocqueville había visto más que a América, en la vida de Quiroga vería Sarmiento más que a Quiroga. "He creído explicar la revolución argentina con la biografía de Juan Facundo Quiroga, porque creo que él explica suficientemente una de las tendencias, una de las dos fases diversas que luchan en el seno de aquella sociedad singular", dice en la "Introdución" (p. 17). Pero si este caudillo no era un caudillo simplemente, "sino una manifestación de la vida argentina tal como la han hecho la colonización y las peculiaridades del terreno", el personaje y su proyección debían ser, a su vez, explicados por los hechos del medio físico e histórico. De ahí las dos partes en que divide la historia de Facundo: en la primera, que ocupa los primeros cuatro capítulos, evoca "el terreno, el paisaje, el teatro sobre el que va a representarse la escena"; en la segunda, que abarca los nueve capítulos siguientes, aparece el "personaje con su traje, sus ideas, su sistema de obrar" (p. 19). Para Sarmiento, que en esto adoptaba uno de los preceptos de la concepción romántica de la historia, entre el personaje y su medio existía una unidad orgánica: se reflejaban mutuamente.
Recuérdese que el estar asistido por tina teoría era, a los ojos de Sarmiento, lo que distinguía el avance del saber histórico: "El historiador de nuestra época va a explicar con el auxilio de una teoría, los hechos que la historia ha transmitido sin que los mismos que la describían alcanzasen a comprenderlos" (D. F. Sarmiento, "Los estudios históricos en Francia", Obras..., t. II, p. 109).
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El escenario en que hará su aparición la figura del caudillo, como su emanación más auténtica, es la campaña. En esa llanura extensa y poco habitada, nos dice Sarmiento, en que durante largo tiempo se cruzaron indios y españoles, se había forjado ya en los años de la colonia un modo de vida distinto ál de los núcleos urbanos. Primitivo, áspero, expuesto a la pre, sión inmediata de la naturaleza y a las arbitrariedades de la fuerza, alejado de la ley y las doctrinas de la ciudad, el modo de vida de la campaña pastora había engendrado sus costumbres y sus tipos sociales, todos los cuales no eran sino variantes de uno: el gaucho. El saber, las destrezas —la del caballo o la del cuchillo, las del baqueano o las del rastreador—, así co,. mo los valores de los habitantes de este mundo elemental, son los requeridos por las faenas rudimentarias de la estancia ganadera y una vida sometida permanentemente al peligro. Nada estimula allí M'asociación, y la notoriedad de los hombres no proviene de la-Wda::pública, que no existe. Lo que produce reputnorrsoli las habilidades estimadas por los gauchos y las peas del coraje fisico. Éste era el ambiente de la barba.... ríe, un término que en el lenguaje ideológico de la época, es decir, no sólo en Sarmiento, representaba tanto un concepto como una invectiva. La antítesis del espacio bárbaro es la ciudad: "allí están los talleres de las artes, las tiendas del comercio, las escuelas y colegios, los juzgados, todo lo que caracteriza, en fin, a los pueblos cultos".18 La ciudad es el ámbito de las leyes y de las ideas, • el núcleo de la civilización europea rodeado por la naturaleza americana—la pampa, el desierto—. "Saliendo del recinto de la ciudad, escribe Sarmiento, todo cambia de aspecto: el hombre lleva otro traje, que llamaré americano por ser común a to-
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F. Sarmiento, Facundo, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1993, p. 77.
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dos los pueblos; sus hábitos de vida son diversos, sus necesidades peculiares y limitadas; parecen dos sociedades distintas, dos pueblos extraños uno de otro." No hay, pues, transición de un espacio al otro. Hasta 1810 coexistieron en el territorio de la futura Argentina, una junto a otra, estas dos formas de establecimiento humano, dos sociedades, dos "civilizaciones" (aunque una era casi una no sociedad y la antítesis de la civilización). Ambas eran producto de la acción conjugada del medio fisico americano y la colonización española y cada una se desenvolvía en un escenario propio: la campaña pastora y la ciudad. Cada una de estas dos sociedades alojaba su propio espíritu y su propio principio. La ciudad, el principio de la civilización europea o civilización a secas; la campaña, el principio de la barbarie, el antagonista de la civilización. Ambas permanecieron indiferentes una de otra hasta que la revolución de 1810 las puso en activo contacto. La revolución de la ciudad, impulsada por el espíritu del tiempo, es decir, por las ideas europeas (libertad, progreso...), movió, a su vez, a la campaña y ésta introdujo un elemento extraño, un "tercer elemento", que trastornó el cuadro clásico de toda revolución. Cuando un pueblo entra en revolución, dos intereses opuestos luchan al principio; el revolucionario y el conservador: entre nosotros se han denominado los partidos que los sostenían, patriotas y realistas [...] Pero cuando en una revolución una de las fuerzas llamadas en su auxilio se desprende inmediatamente, forma una tercera entidad, se muestra indiferentemente hostil a unos y otros combatientes (a realistas o patriotas), esa fuerza que se separa es heterogénea; la sociedad que la encierra no ha conocido hasta entonces su existencia, y la revolución sólo ha servido para que se muestre y se desenvuelva.
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A esta tercera entidad no le conviene, dice Sarmiento, ningimo de los nombres consagrados de la política. Sobre el fondo de este esquema de las dos sociedades en presencia, que desde la revolución ya no se ignoran mutuamente, Sarmiento formula la interpretación que revela el secreto de las convulsiones argentinas. El movimiento revolucionario activó una doble lucha: una, la guerra de las ciudades, la que libraron contra el orden español los que buscaban abrir paso al progreso' de la cultura europea; otra, la que libraron los caudillos, representantes del espíritu de la campaña, contra las ciudades. El objeto de esta otra guerra no era poner fin a la autoridad española, sino a toda autoridad y a todo ordenamiento civil. Para la campaña, la revolución sólo fue la oportunidad para desplegar, en un teatro más vasto que el de la pulpería, los hábitos, las tendencias, todo lo que en su ámbito era hostil al•.41-riut civilizado de la ciudad. En fin, "las ciudades triunfancleM-españoles, y las campañas de las ciudades. He alui-éi¿Plicado el enigma de la Revolución Argentina, düyoptImer tiro se disparó en 1810 y el último aún no ha sonado todavía". El enigma de las guerras civiles y del poder de los caudillos hallaba, pues, su respuesta en la revolución de la independencia y en el dislocarniento que ella había producido en los cuadros sociales del Antiguo Régimen. Bajo la luz de esta fórmula interpretativa, que esclarece el secreto que desgarra la vida política argentina, comienza el relato de la vida de Facundo Quiroga. Si el esquema explica las condiciones y las tendencias generales que crearon el escenario para la trayectoria del caudillo riojano, la biografia se propone enlazar en un destino, a la vez singular y representativo, los elementos discontinuos y dispersos de una historia colectiva. En la teoría o doctrina que rige tanto la explicación general como la biografia de Quiroga aparecen los elementos que Sarmiento conectó para traducir al lenguaje del saber
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—o, si se prefiere, a la imagen que él se había forjado de ese nuevo saber, que era el de la ciencia histórica— ese "modo de ser nuevo", o espíritu americano, que aún no había recibido una representación intelectual adecuada. Tomemos sólo algunos de esos elementos. En primer lugar, la antítesis célebre entre civilización y barbarie. Los dos términos no sólo introducen una tipificación conceptual de los antagonistas de la lucha, sino que amplifican el sentido de esa lucha, que se hace parte de una contienda de alcances más vastos. No menos importante es que la representación de las dos sociedades se inscribe así en un espacio simbólico donde ambas se ordenan jerárquicamente, y la Superioridad de una, aunque aparezca momentáneamente vencida, no puede sino conferirle títulos de dominación sobre la otra. Desde el siglo xvin, cuando entra a formar parte del vocabulario intelectual occidental, la idea de civilización, indisociable de la idea de progreso y de perfeccionamiento secular, suponía la marcha ascendente del género humano, que se desprendía de la barbarie, hacia formas siempre superiores de convivencia.19 En el Facundo, la sociedad rústica aparece nombrada a veces como una civilización, como si Sarmiento admitiera un uso plural del término (no había una, sino dos civilizaciones) para describir la unidad de todos los rasgos de cada forma de establecimiento humano. Como lo admitía Gui-
Los términos civilización y barbarie formaban parte del lenguaje de las elites letradas rioplatenses desde comienzos del siglo XiX: "Aparecen en el Telégrafo Mercantil, en el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, y en el Correo de Comercio, los tres primeros periódico; que vieron la luz en Buenos Aires, en pleno virreinato (...]. En el Mensajero Argentino, de 1827, periódico de tendencia rivadaviana, hallamos por primera vez la dicotomía civilización-barbarie" (Félix Weinberg, "La dicotomía civilización-barbarie en nuestros prime ros románticos", Río de la Plata, Revista del Centro de Estudios de Literatura: y Civilizaciones del Río de la Plata (CELCIRP), n° 8, París, 1989, p. 8.
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. zot, a quien saluda como el historiador de la civilización y a quien probablemente Sarmiento sigue en este tema Sin embargo, el uso en singular, que es el generalizado, fija el orden jerárquico entre los dos mundos. Sarmiento no es insensible al "costado poético" de la vida -bárbara y a veces su palabra aparece entregada a la descrip. ción admirada de la naturaleza y los personajes de ese mundo de frontera, rudo y elemental. Incluso, en un pasaje del capítulo II indica, casi programáticamente, esa lucha irreconciliable y su escenario natural como la materia que puede confefide originalidad a la literatura argentina Si un destello de literatura nacional puede brillar momentáneamente en las nuevas sociedades americanas, es el que resultará de la descripción de las grandiosas escenas naturales, y sobre todo, de la lucha'entre la civilización europea y la barbarie indígena, entre la inteligencia y la materia: lucha imponente en América, y..e--clátlingar a escenas tan peculiares, tan características y tartera del círculo de ideas en que se ha educado el espíritu europeo, porque los resortes dramáticos se vuelven desconocidos fuera del país donde se toman, los usos sorprendentes, y originales los caracteres (p. 41). ¿Acaso, como observa en el mismo pasaje, un "romancista" americano, Fenimoore Cooper, no se ganó un nombre ante el público europeo al situar sus novelas en otra de las fronteras de la lucha entre civilización y barbarie? La cautiva, el poema del argentino Esteban Echeverría, ofrecía otro ejemplo de esa belleza de la barbarie y del encanto que ella tenía entre los lectores cultos ("ha logrado llamar la atención del mundo literario español", dice Sarmiento). Se ha hecho uso y abuso de este fragmento. Se prueba con él no sólo la adhesión del escritor al romanticismo literario, si-
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no también que en el Facundo no hay únicamente denigración; sino también admiración por los héroes y las costumbres de la sociedad pastoril. Hay que notar, sin embargo, que Sarmiento (como en general los románticos argentinos) acompaña a sus maestros, los románticos europeos, sólo hasta cierto punto: no busca ni descubre en el mundo rural, como ellos, la cultura del pueblo original, una cultura que se había perdido en las ciudades por obra de una civilización cosmopolita. La valoración estética de la sagacidad del rastreador, de la sabiduría empírica del baqueano o del gaucho cantor, no implica una crítica al progreso ni un correctivo a la civilización. Aunque de a ratos nos dice que ese espacio sin civilizar irradia una sugestión a la que él tampoco se sustrae, no deja margen para la ambigüedad en lo que concierne a la perspectiva desde la cual ha de ser aprehendida y evocada la materia de la que puede brotar "un destello de literatura nacional": es la perspectiva de quien observa esa realidad como extraña y exótica, no como la fuente de una cultura propia. En este sentido, la fórmula que halló Coriolano Alberini para resumir el espíritu general del romanticismo rioplatense —fines iluministas, medios historicistas— se aplica enteramente al Facundo. Lo que Sarmiento valora a través de la idea de civilización no son sólo los hábitos y las instituciones que él mismo destaca varias veces —los modales, el refinamiento de las costumbres, la escuela, los juzgados, el comercio, las artes de la industria, el cultivo de las letras, etc.—, sino algo aún más básico que puede ser captado en aquello que la campaña pastora nc provee. ¿Qué es lo que esa campaña no ofrece ni puede ofre cer, en virtud de su configuración social? Sitios regulares de interacción entre los hombres, que son los que moderan los impulsos del hombre natural y generan el sentido y el interés de lo público. La ciudad, por el contrario, multiplica esos sitios. Mientras la campaña pastoril dispersa a sus habitantes y
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sus energías, la ciudad los reúne e inserta esas energías, incluso las que provienen del egoísmo, en algunos de los cuadros de la sociedad civil. Finalmente, en tanto la asociación urbana engendra el espacio público —espacio de deliberación anima- do por ciudadanos ilustrados que se manifiestan a través de la prensa—, la campaña, que no puede suscitarlo dentro de su ámbito, lo destruye cuando sus representantes se apoderan de la ciudad. A partir de ese momento la opinión no puede po- rier limites al poder. "Como no hay letras", escribe resumiendo la situación en que ha caído La Rioja bajo el control de Quiroga, no hay opiniones, "y como no hay opiniones diversas, La Rioja es una máquina de guerra que irá adonde la lleven". Ahora bien, en Facundo no aparece sólo esta representación arquetípica de la ciudad; aparecen también ciudades par'. ticulares —San Juan, Córdoba, Buenos Aires—, cuya imagen y cuyo papel varía-según la evolución del relato y, también, según las exigencia-S-1de la argumentación. Así, Córdoba representa en tuyaii-dilénito eI espíritu español, el símbolo de la tura e~cada, y Buenos Aires, el punto de donde irradia la :revolución, el espíritu europeo moderno, el del progreso y las luces; pero, más adelante, la imagen de Córdoba se altera y la ciudad mediterránea se inviste de los atributos del progreso europeo para dar asiento y sentido a la espada civilizadora del - general Paz, que combate contra Rosas, gobernador de Buenos Aires. Más importante aún: a través de un estudio detalla: do del texto, Noé Jitrik ha mostrado que las diferentes representaciones mediante las cuales aparecen Buenos Aires y las provincias dejan entrever otro conflicto, entre Buenos Aires, que cuenta con el control privilegiado del puerto, y el interior. Un tema del Facundo, la decadencia de las ciudades del interior, atribuida a la invasión de la barbarie rural, hubiera encontrado en ese conflicto una clave diferente, alternativa o complementaria de aquella a la que se aferra. Pero la palabra
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de Sarmiento se muestra a la vez alusiva y elusiva respecto de ese antagonismo, al que no le presta ni la nitidez ni la gravitación que le asigna a la oposición ciudad/ campaña." No quisiera terminar estas indicaciones sumarias sobre algunos de los elementos que componen la teoría que rige la historia de Quiroga sin poner de relieve una pieza central de la doctrina del caudillismo bárbaro: la idea del despotismo; una constelación de ideas, en realidad, como las otras mencionadas hasta ahora. Sin ella no cobra todo su sentido la imaginería orientalista que prolifera a lo largo de la obra y que ha sido atribuida al gusto por el exotismo literario. Sarmiento enuncia el término ya en la "Introducción" ("Rosas organiza lentamente el despotismo...") y en el primer capítulo comienzan las analogías orientalistas. Es verdad que en el Facundo el término aparece frecuentemente en contextos donde resulta intercambiable por tiranía o gobierno absoluto, no sujeto a leyes. Es también la acepción que puede ser encontrada en El espíritu de las leyes, de Montesquieu, quien le dio su formulación clásica a la idea al introducir una nueva clasificación de las formas de gobierno: república, monarquía, despotismo. En éste, como en la monarquía, el poder está en uno solo, "pero sin ley ni regla, pues gobierna el soberano según su voluntad y su capricho".21 Con ese significado genérico, el término formó parte del lenguaje ideológico del movimiento de la independencia hispanoamericana (al menos toda vez que adoptó el lenguaje del republicanismo). Pero no es con esa acepción que la idea del despotismo tiene una función teórica de relieve en el Facundo.
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En la misma obra de Montesquieu, sin embargo, la idea tenía una encarnación positiva, una radicación ejemplar en los hechos: la ofrecían las sociedades de esa parte del mundo "en que el despotismo se ha naturalizado, por decirlo así, que es Asia".22 No nos interesa aquí la función teórica y política que pudo tener la idea del despotismo en el discurso de Montesquieu. Digamos simplemente que al construir la figura del despotismo oriental o asiático —elaborada a partir de obras históricas e informes de viajeros—, se hacía eco de una larga tradición del pensamiento occidental, tradición que no concluiría con El espíritu de las leyes ni en el siglo xvm.23 Es en asociación con su figura oriental que la idea del despotismo desempeña un papel importante en la doctrina del caudillismo bárbaro. Aunque basta leer algunos de los epígrafes del Facundo papa concluir que Sarmiento no extrajo sus imágenes de Orienté 'sólo de la lectura de Montesquieu, tampoco es clifícikreeonocer en sus cuadros y relatos el eco de los tópicowriVntalistas de El espíritu de las leyes. Entresaquemos sólo unos pocos ejemplos. En primer término el más obvio, el de la configuración fisica, del paisaje: la pampa es como la llanura asiática, espacio abierto donde la vista no encuentra obs, táculos, así como nada pondrá obstáculos naturales al poder. En Montesquieu es el tipo de marco natural que propicia el despotismo; en Sarmiento, el ámbito donde se engendran la
Montesquieu, El espíritu..., Libro Quinto, cap. XIV; p. 44. Para una visión sintética de la trayectoria intelectual de la idea del despotismo oriental, que de Aristóteles llega hasta Marx y encuentra en El espíritu de las leyes el locus de su formulación clásica, véase Perry Anderson, El estado absolutista, México, Siglo XXI, 1980, pp. 477499. Edward W. Said ofrece un notable análisis de las funciones del orientalismo en la cultura y política occidentales de los siglos xix y xx en Orientalisnz, Nueva York, Vintage Books, 1979. 22
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20 Noé Jitrik, Muerte y resurrección de Facundo, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1968. 21 Montesquieu, El espíritu de las leyes, México, Editorial Porrúa, 1977, Libro Segundo, cap. I, p. 8.
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barbarie y el dominio de los caudillos. Después, el principio de gobierno. Según El espíritu de las leyes, a cada tipo de gobierno corresponde un principio, que es la pasión o el resorte específico que cada uno de ellos requiere para poder obrar. El principio de la república es la virtud, el de la monarquía el honor, el del despotismo el miedo." Ybien, el miedo aparecerá en el Facundo como resorte del orden impuesto por Quiroga, así como el miedo, el terror, impulsan a los habitantes del Buenos Aires rosista a espectáculos de humillación y servilismo. Por último, para no extender demasiado esta enumeración, la "psicología" de Facundo, cuya mirada trae a la mente el "AlíBajá de Moinvisin" y cuyos dichos y actos "tienen un sello de originalidad que le daban ciertos visos orientales". ¿Qué guía los actos del caudillo riojano, al menos hasta el momento en que, sin que nada en el relato lo haga prever, se apodera de él la idea de la organización constitucional del país? Una y otra vez lo vemos obrar según el impulso de la pasión o los caprichos del humor del momento. Aun los actos que Sarmiento no puede censurar se colocan bajo el signo de la arbitrariedad despótica: "Por otra parte, ¿por qué no ha de hacer el bien el que no tiene freno que contenga sus pasiones? Ésta es una prerrogativa del poder ["del despotismo", escribe en la primera edición], como cualquier otra". En El espíritu de las leyes, el déspota oriental no obedece tampoco a otros impulsos. La imaginería asiática que puebla las páginas del Facundo no es, pues, simplemente un tributo al exotismo literario.25
Montesquieu, El espíritu..., Libro Tercero. La referencia al amo despótico no estaba ausente, tampoco, en uno de los maestros del exotismo orientalista romántico, Chateaubriand: "Uno se ve en medio de una muchedumbre muda, que parece querer pasar sin ser vista, y siempre tiene el aspecto de querer sustraerse a la mirada del amo" 24
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Refuerza y, si se quiere, le presta su apariencia exótica a la función intelectual que desempeña la idea del despotismo_ No pretendo decir que la doctrina del caudillismo se alimente sólo de la noción del despotismo oriental (Sarmiento nos habla también de la Inquisición de la herencia española y, aquí y allá, de la Edad Media y del feudalismo). Menos aun que el personaje de Facundo esté figurado únicamente según los rasgos mencionados. El caudillo riojano es también el "hombre de naturaleza" (otro tópico y otro mito) y, sobre todo, es un ejem. :plo del "grande hombre", el individuo de genio que tiene, de acuerdo con el historicismo romántico, la virtud de expresar y representar el espíritu, las tendencias, las aspiraciones de una época y un pueblo.26 De ese modo, el personaje de Quiroga se hace portador de una grandeza, así sea de la grande. za de la barbarieilue no pertenece al repertorio de los déspotas de Montesquied., La individüáliaáci del Facundo se recorta entonces no al margen; sino sobre ese bólido de libros, lecturas e ideas recibidas que la obra de Sarmiento activa para descifrar el sentido de la experiencia argentina surgida de la revolución de 1810. Pero para hablar de esa experiencia, de las formas diferenciadas de sociabilidad criolla que habían brotado de la coIonización española, del dislocamiento social que introdujeron la revolución y la guerra de la independencia, así como
(Chateaubriand, Itinéraire de Paris á férusalem, 1811, p. 206, cit. por Alain Grosrichard, Estructura del harén, Barcelona, Ediciones Petrel, s/f, p. 94). 26 En 1842, al presentar una serie de biografías, Sarmiento formuló ya su concepción acerca del papel representativo de los "grandes hombres": "De las biografías", El Mercurio, 20/3/42, Obras..., t. I, p. 178. Sobre la deuda de esa concepción con el filósofo ecléctico y hegelianizante Víctor Cousin, véase Raúl A. Orgaz, Sarmiento y el naturalismo histórico, Córdoba, Imprenta Argentina 1940, pp. 45-61.
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de las fuerzas que liberó ese dislocamiento —fuerzas que durante décadas serían el espectro de las elites cultivadas—, Sarmiento no activó sólo esas nociones en que creyó encontrar los esquemas de inteligibilidad de su objeto. Esto nos lleva al último punto de esta introducción. El Facundo busca hacer ver y aleccionar, pues la verdad ha de ser sensible además de inteligible. Leamos: "Para hacer sensible la ruina y la decadencia de la civilización, y los rápidos progresos que la barbarie hace en el interior, necesito dos ciudades...". Aquí serán La Rioja y San Juan las que se prestarán para hacer ver la idea de la barbarización de las ciudades del interior; más adelante, Buenos Aíres y Córdoba serán necesarias para hacer sensible otro esquema de inteligibilidad: "la carta geográfica de las ideas y los intereses que se agitaban en las ciudades". El procedimiento (llamémoslo dar apariencia sensible al pensamiento: la fórmula interpretativa o el concepto) no es ocasional, ni se realiza sólo en el ejemplo de las ciudades. Por el contrario, anima la marcha general del discurso, como si Sarmiento respondiera, permanentemente, a la pregunta: ¿qué escena, qué relato, qué individuo, qué hecho, puede dar figura sensible a la idea? El procedimiento no siempre obedece al orden de los ejemplos citados, en que se enuncia la noción o el esquema intelectual para investirlos a continuación de una nueva y mayor elocuencia a través de la representación de unos hechos. Aveces, el orden se invierte (y la movilidad del texto no es ajena a estos cambios): es el relato el que lleva a la idea, como es un relato el que nos lleva a la primera idea de Facundo, o es el retrato de este último el que nos introduce en el concepto cle su carácter. O bien es el corolario doctrinario el que cierra y le asigna su sentido general a una narración que lo antecede. Como en el caso de la batalla de la Tablada, narrada rápidamente, y tras la cual se abre el comentario ideológico: "En la Tablada de Córdoba se mi-
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dieron las fuerzas de la campaña y la ciudad bajo sus más altas inspiraciones, Facundo y Paz, dignas personificaciones de las dos tendencias que van a disputarse la República...". Dentro de este dispositivo, Sarmiento activa todas las formas que había aprendido en la lectura de la literatura de coslumbres y la literatura de viajes, en las novelas y en las obras históricas, formas que alternará con los recursos de esa otra que vimos más arriba, los de la elocuencia oratoria. Por estos medios haría sensible lo que los elementos de la teoría se proponían hacer inteligible. Ahora bien, en el discurso del Facundo hacer sensible es, sobre todo, hacer visible, poner ante los ojos, por decirlo así. Sólo excepcionalmente el sentido mentado es el de la audición (aunque veremos que la palabra de Sarmiento se deja oír), como en esta síntesis de las consecuencias que acarreó el fusilamiento de Dorrego: "Desde este momento nada quedabT4iie, hacer para los tímidos, sino taparse los oídos y cerrar los Os. Los demás vuelan a las armas por todas partes yflyoopel de los caballos hace retemblar la Pampa, y el cañón Inseña su boca negra a la entrada de las ciudades". Lo dominante, sin embargo, es la visión, desde el comienzo. No sólo porque el texto nos hace asistir a innumerables escenas, a las escenas de la naturaleza, de la barbarie o de la guerra, sino porque todo parece prestarse a ser puesto bajo el signo de la visualización, desde los trajes que revelan la índole de cada sociedad hasta los colores. ¿Cómo se hace sensible la mentalidad unitaria, sino a través de esa figura a la que vemos caminar erguida, sin inmutarse aunque sienta "desplomarse un edificio"? ¿Qué consecuencias trajo para La Rioja la destrucción del "orden civil" provocada por Quiroga? "Sobre esto no se razona, no se discurre. Se va a ver el teatro en que estos sucesos se desenvolvieron, y se tiende la vista sobre él: ahí está la respuesta." Pero la visión —el poner ante los ojos— no es únicamente la instancia por medio de la cual se enseña al
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lector el alcance y la significación de una idea o un argumento. Ella opera también como instancia para los personajes del texto. Así, si el retrato de Facundo nos lleva a nosotros, sus lectores, a la primera idea de su carácter, el propio Facundo ha aparecido poco antes, cuando aún no sabíamos su nombre, fascinado y aterrado a la vista del tigre, "del que no podía apartar lds ojos". ¿No es, a la vez, la vista de Facundo un elemento de su leyenda y de su poder sobre los hombres? O tomemos la imagen de Rosas, quien aparece no únicamente ante nuestros ojos de lectores, sino también ante los ojos de quienes lo rodean, como en la ocasión en que asume, con talante desembarazado, el gobierno de la provincia de Buenos Aires, en 1835: "su aplomo en la ceremonia no dejó de sorprender a los ilusos que habían creído tener un rato de diversión al ver el desmaño y gaucherie del gaucho". Hacer ver a través de escenas, personajes y acciones se asocia con la idea de representación, drama y espectáculo. Sarmiento utiliza más de una vez la metáfora clásica del teatro. Citemos una: "Por la puerta que deja abierta el asesinato de Barranca-Yaco, el lector entrará conmigo en un teatro donde todavía no se ha terminado el drama sangriento". Ahora bien, si el lector es llevado una y otra vez a presenciar las escenas de un espectáculo dramático, ¿el texto no lo hace asistir también al espectáculo del propio Sarmiento (o del narrador, si se prefiere)? ¿No lo vemos ya alzando la vista al cielo, horrorizado frente a los hechos que él mismo relata (como en la historia de Severa, la muchacha requerida por Facundo: "¡Dios mío! ¿No hay quien favorezca a esta niña?"); ya dando ánimo y aliento a uno de los contendientes del drama,•como en el pasaje en que se dirige al general Paz; ya perdiendo la paciencia frente a esa Buenos Aires que no termina con los festejos en honor a Rosas: "Pero, ¿hasta cuándo fiestas? ¿Que no se cansa este pueblo de espectáculos?". En efecto, no dejamos de verlo, o, dicho de
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otro modo, quien tiene la palabra no cesa de introducirse en el campo de visión que él mismo produce. ¿Qué figura, qué personaje se corresponde con esa voz que no dejamos de escu:har, que una y otra vez se eleva por sobre los enunciados narativos, descriptivos o doctrinarios, para entregarse a la indigiación o al sarcasmo, a la amonestación o al entusiasmo? Volvamos al tema de la visión. Hacer ver remite también a enseñar, en la doble acepción de mostrar e instruir. En un artículo de 1842, destinado a destacar los méritos de la biografia, Sarmiento sostenía que ese género posee una doble cualidad: permite explicar al gran público las tendencias y el espíritu de una época a través del desarrollo de una vida, por un lado, y es apto para estampar las buenas ideas, por otro.27 Estampar las buenas ideas es también el papel que tienen los exempla en el sermón. Y bien, esa voz que no deja de hacerse oír en el Facundo; Intercalada entre los relatos, los argumentos o los cuadros decostumbre, nos recuerda la presencia del predicadofrcilyk plataforma no es, en este caso, la del púlpito, sinol'a plataforma profana de la civilización. Nos recuerda la presencia del predicador laico en el escritor público, el que hace sensibles las ideas, las de la interpretación histórica y las del programa de la-ciudad liberal, y las estampa. Aunque invoca constantemente a su lector, el texto parece reclamar no sólo la recepción de la lectura, sino la recepción y el eco de una audiencia, ante la cual discurre una palabra cuyo ritmo y cuyo timbre varían según una amplia gama de tonos y que parece disfrutar, a la vez, de la evocación histórica y del adoctrinamiento, de la digresión y de la polémica. A través del movimiento que anima ese verbo, se abren paso la representación y la norma, la figuración de los hechos y la prescripción.
27
Véase artículo cit en nota 26.
3 Intelectuales y pueblo
El divorcio entre las elites culturales y el pueblo fue, durante buena parte de este siglo, uno de los temas del debate intelectual argentino. Al hombre de letras y al hombre de ideas se les haría ese cargo —estar separado de su pueblo-L-- y en esa desconexi6h se identificará uno de los males del país.1 En su paso por ci.siglo el tema no permaneció intacto: fue adaptado,41:éoliiátos cambiantes, se mezcló con otras ideas, adquil4dinflexiones que no pertenecían a la constelación originaria y se desplazó de un punto a otro del campo ideológico. Quisiera ampliar este planteo siguiendo, a grandes saltos y con algunas pocas ilustraciones, etapas de ese recorrido. Las disputas acerca de las relaciones entre, los intelectuales y el pueblo (con toda la polisemia que esta noción moviliza) son en todas partes disputas entre intelectuales.2 En la Argentina las cosas no fueron diferentes y si hay que buscar para
1 Diana
Quatrochi-Woisson, para quien la tensión entre una elite cosmopolita y el pueblo marcó "trágicamente los grandes momentos y fracturas de la historia argentina", ofrece una versión de esta tesis en "Argentine: periples et tourments d'une intellectualité excentrée", Histoire comparée des inlellectuels, suplemento del Bulletin de l'Instilut d'Histoire du Temps Present, CERI, 1997. 2 Pierre Bourdieu, "Los usos del `pueblo'", Cosas dichas, Barcelona, Gedisa,
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la querella una apertura evidente, ningún comienzo Más claro que el de las declaraciones del ensayista Ramón Doll en un reportaje sobre la crítica literaria: Para mí la historia de la inteligencia argentina es una historia de deserciones, de evasiones. Jamás, en país alguno, las clases cultas viven y han vivido en un divorcio igual con la sensibilidad popular, es decir, con su propia sensibilidad. Habría que hacer un día no la historia de las ideas argentinas, como Ingenieros lo intentó, ni de la literatura argentina, como lo ha hecho Rojas, ni menos aún de las ideas estéticas; habría que iniciar la historia de la traición y de la deserción de la inteligencia argentina respecto a la vida, a la tierra, a las masas nacionalistas, gauchas o gringas. Nuestra cultura ha vivido siempre desasida, desprendida del país; se desliza, se desentiende, no se arraiga, ni se nutre de las savias nacionales.3 En la acusación contra las "clases cultas", el juicio de Dóll unía pasado y presente —la defección de hoy se enlazaba con una defección histórica—. El reportaje es de 1930 y adquirió con el tiempo la reputación de manifiesto fundador. No por el eco que despertara por sí solo, sino porque el nacionalismo haría de él, por intermedio de julio Irazusta, principalmente, uno de los textos proféticos de toda una generación.4 Es un hecho que había en esas declaraciones el reto más abierto, formulado en los términos de crítico insolente que era el suyo, a lo que había sido, hasta la década de 1920, el consenso intelectual respecto del papel de las elites letradas en la historia nacional. La idea de que "todo el país fuera un designio de la inteligencia,
3 Ramón Doll, "Reportaje publicado en la Literatura argentina" (1930), Lugo-
nes, el apolítico y otros ensayos, Buenos Aires, Peña Lillo, 1966, p. 154.
Intelectuales y pueblo
lin plan concebido en la mente de los Mitre, de los Sarmiento, los Alberdi", era para Doll sólo una gran falsificación.5 Ese consenso lo ilustraban, a juicio de Doll, las dos obras que mencionaba como ejemplo de aquello que no había que hacer, la Evolución de las ideas argentinas, de José Ingenieros, publicada en 1920, y la Historia de la literatura argentina, de Ricardo Rojas, aparecida en 1922. Pese a todo lo que separaba a : esas obras en cuanto al esquema histórico y a la orientación ideológica, ambas preservaban un núcleo básico: la creencia de que la nación se había constituido en torno al proyecto y la acción de los miembros de la generación de 1837. Podría observarse, por cierto, que en El diario de Gabriel '• Quiroga, de Manuel Gálvez, publicado en 1910, aparecía ya el esbozo de una versión de la historia nacional alternativa a la que se había instituido como representación canónica del pasado. Por ejempló7én.4. reivindicación de los caudillos y del "espíritu americalió" (espontáneo, democrático, popular) contra él "-cIspli-du europeo" (afrancesado, retórico, artificial, aristociltiCo). Verdadera inversión axiológica de la antítesis sarmientina, la reivindicación se complementaba con la alaban7a. de Sarmiento como escritor bárbaro. Pero en 1910 no había llegado aún la hora de los grandes sobresaltos para la república liberal, y el diario ficticio de Gálvez no encontró después de su aparición el grupo doctrinario que acogiera sus afirmaciones heterodoxas, haciéndolo miembro de la familia. Cuando Ramón Doll lanzó su imprecación contra los intelectuales la situación era otra. El paisaje político había cambiado por.obra del sufragio universal, que acarreó la supremacía electoral del radicalismo, invencible desde 1916. También . era otro el clima ideológico. A la conmoción que había traído la guerra que desgarró a Europa durante cuatro afibs siguió
4 julio Irazusta, "Prólogo. El aporte de Ramón Don", Ramón Doll, Acerca de
una política nacional, Buenos Aires, Difusión, 1939.
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Idem, p. 158.
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la de sus derivaciones, la Revolución maximalista en Rusia y, sólo unos años después, el experimento fascista en Italia. De todo parecía desprenderse un mismo mensaje —la quiebra de la civilización liberal en el mundo— y desde mediados de los años de 1920 estaban en circulación los presagios sombríos y los llamados a la salvación nacional. El disgusto respecto de la democracia política se alimentaba del disgusto frente a los gobiernos radicales, y a la inversa. Sobre este fondo había proyectado su diagnóstico una nueva generación de jóvenes nacionalistas que no quería únicamente ya, como Rojas y el primer Gálvez, una reforma intelectual y moral para hacer frente a los efectos de la inmigración, sino también una reforma del orden político y social. Este era el proyecto de quienes en diciembre de 1927 comenzaron a hacer sus primeras armas políticas en las páginas de La Nueva República: "La sociedad argentina pasa por una profunda crisis", habían escrito Julio y Rodolfo Irazusta al presentar el programa del periódico. La crisis se hacía evidente en el desorden espiritual reinante ("caos de doctrinas e ideologías") y descubría la ausencia de una elite dirigente. "No solo la juventud argentina de hoy, hasta el país mismo han carecido de guía y de dirección".6 El cuestionamiento de Doll a la intelligentsia argentina, que "da espaldas a la realidad y al pueblo, a la tierra y a la Nación", marchaba en dirección convergente a la crítica nacionalista de la vida pública. Pero esa afinidad sólo se hará manifiesta cuando los nacionalistas pasen de los planes de acción política y la prédica contra Yrigoyen a la crítica histórica. Es decir, después de la desilusión que experimentaron con el general Uriburu y lo que llamaban la "revolución de septiembre". El derrocamiento de Yrigoyen no había traído la eliminación del
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"Nuestro programa", La Nueva República, 1/12/27.
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sufragio universal ni la reorganización del Estado y la sociedad sobre principios corporativos, que era la revolución en nombre de la cual habían conspirado, sino una versión conservadora y fraudulenta del orden liberal. Julio Irazusta recordará después que fue el revés político y el fin de la Nueva República lo que había de llevarlo al estudio sistemático del pasado nacional. El primer fruto importante de esa revisión -aparecerá en-un texto destinado a convertirse en clásico del pensamiento nacionalista, La Argentina y el imperialismo británico, escrito en colaboración con su hermano Rodolfo y publicado en 1934. El libro tenía un objetivo político: criticar el tratado firmado por el gobierno argentino con Gran Bretaña en 1933 y, a través de la crítica a lo que se conocía también como Pacto Roca-Runciman, censurar al régimen que presidía el general Justo. Los finos caballeros que representaron a lá.Argentina en la-iilgóciación del tratado, decían los Irazusta, habían actuado co mentalidad colonial. Ahora bien, al anali--s-zar este-acw-Clos'que reforzaba con nuevos lazos la dependencia ecórigmica de la Argentina respecto del imperio británico, los autores encontraban que el suceso no podía aclararse sino con la historia. "Lo que estudiábamos y lo que veíamos, el pa. sado y el presente, se iluminaban recíprocamente", escribirá más tarde Julio Irazusta al evocar la gestación del libro.7 Sin una historia de la oligarquía, en suma, el trabajo quedaría inconcluso y la tercera parte estará consagrada a dar cuenta de ella. En el análisis de los Irazusta, la oligarquía no es, como ha observado Tulio Halperin Donghi, una clase social ni una elite política: es, al menos en su génesis, una elite de pensamiento, una clase cultural. A lo largo de la interpretación del proceso histórico nacional desde 1826 hasta la organización del
7
Julio Irazusta, Ensayos históricos, Buenos Aires, Eudeba, 1968, p. 12.
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Estado nacional según la constitución de 1853, el grupo rivadaviano y los emigrados de la generación del 37 (Sarmiento aparece como su quintaesencia) son los portadores del espíritu oligárquico. Su programa, de acuerdo con los Irazusta, se resume en dos palabras: comercialismo y progresismo. El "carácter primordialmente ideológico de la oligarquía" no significaba que los autores le atribuyeran una ideología, sino que ella era la encarnación de la ideología como tal, es decir, de la pretensión de regir la vida política de acuerdo con una doctrina extraída de la razón. "Los obstáculos que la realidad le oponía lo hacían caer; pero él no se desviaba de su camino", escriben al hablar de Rivadavia, para subrayar que esta elite intelectual antitradicionalista era, además, impermeable a la experiencia.8 En el retrato no es dificil reconocer el modelo, el de la crítica conservadora de la Revolución Francesa, de Edmund Burke en adelante, que acusaba a los intelectuales (los philosophes) de haber guiado la opinión en la obra de desorden y destrucción con que identificaban la revolución. ¿Y el pueblo? En el escrito de los Irazusta el pueblo no es objeto de una representación tan concreta como la oligarquía, pero las pocas referencias que hay a él nos hacen saber que ha resistido el dominio de ese círculo cultivado y que es criollo, católico y-tradicionalista. A ese "demos criollo", como lo llaman, se debe el fracaso del proyecto concebido en 1912 para proseguir, mediante el sufragio universal, el experimento iniciado con Rivadavía y reanudado en 1852. En consonancia con la mentalidad liberal de la oligarquía, la democracia "debía ser laica y perfeccionista, progresista y anticlerical".9 Los planes fallaron, sin embargo, porque el pueblo plebiscitó a Yri-
y Julio Irazusta, La Argentina y el imperialismo británico, Buenos Aires, Editorial Independencia, 1982, p. 141. 9 Idem, p. 201. 8 Rodolfo
' `1ritelectuales y pueblo •" -
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: oyen, "caudillo autoritario y absorbente que no manifestó ningún fastidio por los curas".1° Aunque el caudillo mayoritario no tenía las virtudes de un estadista, sus intuiciones lo ha_ lían apartado de la opinión liberal. Desde lás páginas de la revista Claridad, Ramón Doll celebró la aparición del ensayo de los hermanos Irazusta como un acontecimiento intelectual. Y nada le parecía más digno de elogio que esa tercera sección del libro, dedicada a la historia de la oligarquía (por sí sola, dice, "puede constituir todo un nuevo prozrama de historia y una norma de acción política hacia el futuo").11 La Argentina y el imperialismo británico había puesto al descubierto, yendo más allá de las máscaras ideológicas que en.- torpecían la visión de la sociedad nacional, cuál había sido des: de la Independencia la sustancia del antagonismo que regía la historia argentina. La lucha, dice Doll, no fue, ni es, entre la "ci:, vilización" y la "battUe", sino entre dos tendencias: una, urbana, unitaria, progre0Sta;:la línea oligárquica, que sujetaba todo a la riquez1„y'all''paz vacuna" obtenida por "una2` elite' que conduel los destinos del país"; otra, la línea federal, en la que "prevalecieron las masas populares, con su mayor sensibilidad territorial y con ese acto primo de repulsa instintiva que tiene siempre el pueblo ante él intelectual y el extranjero".12 Los dos nombres que asocia a esta tendencia son los de Rosas e Yrigoyen, el Yrigoyen, especifica Doll, "anterior a 1912".13 lo Idem. 11 Ramón
DO, "Grandeza y miseria de la oligarquía", incluido en Liberalismo en la literatura y la política, Buenos Aires, Claridad, 1934, p. 46. 12 Idem, p. 47. 13 Idem, p. 43. La reivindicación conjunta de Rosas e Yrigoyen no era un hecho singular en 1934, pues desde mediados de los años de 1920 los dos caudillos figuraban relacionados, como lo muestra Diana Quatrocchi-Woisson en su agudo trabajo sobre el revisionismo histórico (Los males de la memoria. Historia y política en la Argentina, Buenos Aires, Emecé, 1995). y la orientación populista aparecerá, observa Quatrocchi-Woisson, desde esos años como uno de los po-
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Cuando en la escena política hizo su aparición, a mediados de la década de 1940, el general Perón, la tesis histórica relata va al desencuentro y aun a la oposición de elites cultivadas y pueblo estaba, pues, disponible. Pero el surgimiento del nuevo caudillo popular no dejó intacta la cuestión y ayudó a que la tesis alcanzara su forma general, que podría resumirse así: no sólo en el siglo pasado, sino también en el siglo xx, cada gran irrupción del pueblo argentino se hizo con la oposición de los ilustrados y bajo la guía de caudillos. Toda la historia nacional, desde 1810 hasta el presente, debía leerse con arreglo a ese esquema. Montoneras y caudillos en la historia argentina, el ensayo del forjista Afilio García Mellid, aparecido en junio de 1946, no hará más que glosar esa clave y representar el advenimiento de Perón de acuerdo con ella. "Era evidente, escribe García Melid, que el mito y la mística, vacantes desde la muerte de Trigoyen, habían encontrado su nueva encarnación y su caudillo".14 La nueva montonera era la "montonera social", expresión destinada a subrayar la continuidad histórica del pueblo esencial, figurado por las montoneras. Los adversarios a los que el autor busca batir son los que llama "representantes del privilegio intelectual":son los que temen por "la reaparición de la monto-
los del rosismo: "El análisis de contenido de los peródicos de la época y el modo en que tratan los temas de carácter histórico nos permiten distinguir, en la corriente de simpatía hacia Rosas, dos fuentes de inspiración: una de tipo popular e incluso populista, la otra de carácter elitista" (p. 56). Una versión literaria de la conjunción de populismo, nacionalismo y reivindicación mitológica de Rosas e Yrigoyen puede leerse, también por la misma época, en algunos de los ensayos criollistas de Jorge Luis Borges.Veánse Beatriz Sarlo, "Vanguardia y criollismo: la aventura de Martín Fierro"; C. Altamirano y B. Sarlo, Ensayos argentinos. De Sarmiento a la vanguardia, Buenos Aires, Ariel, 1997, y Rafael Olea Franco, El otro Borges. El primer Borges, Buenos Aires, FCE, 1993, pp. 77-116. 14 Atilió García Mellid, Montoneras y caudillos en la historia argentina, Buenos Aires, Recuperación Nacional, 1946, p. 173.
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vera y por la obra de estricta justicia en que está empeñado su caudillo". Pero ellos deberían advertir que se trata "del juego natural de las fuerzas históricas argentinas, que han vaciado en tales formas.pasionales su concepto de la democracia".15 El peronismo activó todas los significados ligados con la palabra pueblo, evocando alternativamente al pueblo-nación, al pueblo-obrero, a los humildes y, tanto para adictos como para opositores, a las masas. La crítica contra los "privilegiados del intelecto" continuó, pero los querellados no respondieron sino indirectamente. El "ario echeverriano", es decir, la campaña de celebración del centenario de la muerte de Esteban Echeverría en 1951, fue una forma de oposición intelectual al peronismo y una reivindicación del papel rector de los intelectuales en la historia nacional. De todos modos, lo distintivo fue que no hubo duelo.entre los contrincantes, que permanecieron en esferas inca;unicadas Cuando en 1954 Jorge Abelardo Ramos publicó y resurrección de la literatura argentina, el panfiétct9n que tomó a su cargo el proceso contra la intelli, gentsia;'Waduciendo a un esquema leninista la vieja condena nacionalista al cosmpolitismo cultural, sus tesis sólo conocieron la réplica de Ramón Alcalde en la revista Contorno. La década peronista tuvo, ciertamente, efectos sobre el sector intelectual adversario, pero la alteración no se haría perceptible sino luego del derrocamiento de Perón. También allí, originando en las filas de la constelación intelectual antiperonista una grieta que el tiempo no haría sino ensanchar, se instaló después de 1955 el tema de la dicotomía elites/masas y la idea de que el pueblo era portador de una verdad que los doctos habían ignorado y de la que debían aprender. Hacerse portavoz de ese pueblo y de esa verdad ignorada se volverá entonces una posición políticamente ventajosa en los debates
»isi;
15 Ideen,
p. 174.
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ideológicos, dotando a quienes supieran ocuparla de una autoridad que otros recursos intelectuales no podrían igualar.16 Quien arrojó el tema en el campo del antiperonismo fue un nacionalista, Mario Amadeo. Perón, escribirá, "exacerbó un problema que nos es común con toda Hispanoamérica y que forma como el nudo de este drama: el divorcio del pueblo con las clases dirigentes".17 En su réplica, Ernesto Sabato retomará el punto: "Es que aquí nacimos a la libertad cuando en Europa triunfaban las doctrinas racionalistas". Yla misma unilateralidad que en el siglo xix había impedido que los "doctores" comprendieran a los caudillos, bloquearía la comprensión del peronismo un siglo más tarde. En el discurso de Sabato el pueblo no es sólo la masa desposeída, sino también el portador del sentimiento y las pasiones: el pueblo-instinto, ese lado nocturno del ser colectivo desconocido o despreciado por el racionalismo de los ideólogos. "Así se explican tantos desgraciados desencuentros en esta patria."18 La brecha que se abrió dentro de quienes se habían unido en la oposición al peronismo fue mayor entre los jóvenes que entre los adultos y alejó a los primeros de los segundos, sobre todo en el mundo universitario. Pero lo que llevó a los jóvenes arorriper con el progresismo liberal de los mayores no fue el eco de la cultura peronista, sino el afán de cancelar esa distancia con el pueblo que el peronismo convirtió en un dato sensible. Nadie ha recordado con más elocuencia que David Viñas la mezcla de deseo y expectativa que inspiraba ese pueblo al que se iba a "espiar" en la Plaza de Mayo: En las décadas que siguieron a la caída de Perón, nadie ocupará tan completamente esa posición como Arturo Jaurteche, quien inició con Los profetas del odio (1957) su larga campaña contra el "duro corazón de los cultos". 17 Mario Amadeo, Aya; hoy, mañana, Buenos Aires, Gure, 1956, p. 97. 18 Ernesto Sabato, El otro rostro del peronismo. Carta abierta a Mario Amadeo, Buenos Aires, s/e, 1956, pp. 44 y 45.
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... el populismo siempre nos fue grato y las grandes manifestaciones peronistas nos fascinaban. La fuerza que descubríamos allí nos tomó de sorpresa cuando íbamos a espiar y verificar el número de hombres que realmente se reunían a escuchar. El ímpetu y la insolencia que cargaban y el malestar que infundían en el Barrio Norte nos satisfacía aunque tardásemos en confesarlo. Las marcas de pintura roja a lo largo de la calle Santa Fe nos divertían hasta por su tono melodramático. El miedo de la vieja burguesía nos alentaba, hasta nos daba la dimensión de lo que sería nuestra futura fuerza: si a los obreros —pensábamos-- que avanzan a la bartola les sumamos dos o tres ideas bien precisas aportadas por nosotros, esto se podía convertir en algo formidable.19 Había, sin duda, cierto sarcasmo en esa evocación de la embriaguez populista qué provocaba la esperanza de cruzarse con las masas. El misniTjleritor, sin embargo, habría de mostrar que tomaba en seripM deseo de ese encuentro. Así, no halla mos ya nri~á'''ir 1nía en la foto que pocos años después apareció en` de contratapa de su libro Las malas costumbres. Se podía ver allí el rostro de Viñas y detrás, como •fondo, un afiche donde se divisaba una multitud, la sigla CGT en grandes caracteres que parecían elevarse desde el gentío, y debajo las letras E, R y la mitad de la O, que dejaban adivinar el nombre de Perón, que era parte del anuncio pero quedaba fuera del cuadro. Era la figuración de la idea, podría decirse: el escritor de izquierda con su pueblo, que no era el pueblo imaginado de la alianza progresista, sino el pueblo histórico con sus símbolos. La cuestión del divorcio entre elites y masas recorrió, pues, todo el espacio ideológico, de una orilla a la otra Moldeado 19 David Viñas, "Una generación traicionada. Carta a mis camaradas de Can. torno", Marcha, Montevideo, 31/12/59.
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en los años de 1930 con recursos de la cultura de derecha,20 el tema se alojaría en la cultura de izquierda unas décadas después, proporcionándole, al menos a una parte de ella, la clave para describir e interpretar la marginalidad política de todas las variantes, reformistas o radicales, del socialismo. Como sus ancestros liberales, la izquierda argentina había sido también cosmopolita y libresca. Ésta era, a juicio de Juan Carlos Portantiero, la verdad desoladora de la izquierda. "Ideológicamente hemos sido coetáneos de todas las experiencias y de todas las discusiones del socialismo europeo", escribirá, _para observar a continuación que de la historia argentina había que sacar la triste conclusión de que "cada gran irrupción de las masas argentinas se hizo con símbolos no sólo distintos, sino también opuestos a los que proponía la `izquierda' 21 Los intelectuales y los políticos que proclamaban esta identidad e hicieron suya la tradición liberal del siglo xix, proseguirá, resultaron "epígonos de todas aquellas frustraciones que marcaran un hiato insalvable entre elites modernistas y masa, durante la primera etapa de configuración de la comunidad nacional".22 Al insertarse en la izquierda, el tema se entrelazó con otros razonamientos doctrinarios y adquirió sentidos que no tenía en la constelación originaria. En su nuevo ámbito, la representación del pueblo tenía su núcleo en la idea del proletariado, depositario de la nación y, a la vez, clase redentora; la figura del intelectual no remitía ya, al menos inmediatamente, a la oligarquía, sino a la clase media, de donde provenía y a don-
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de tendía a volver (en el fondo del intelectual, aun de izquierda, dormitaba siempre el pequeño burgués y viceversa);23 el divorcio de elites y pueblo alimentaba el deseo de otra alianza: una alianza que no se fundara en el proyecto de conversión del pueblo que había animado a las elites progresistas, sino que se anudara con la cultura política del pueblo y la historia de la nación. La izquierda de este nuevo pacto sería una izquierda nacional-popular. Sólo así, se creyó entonces, la comunicación seria posible, la revolución dejaría de ser un fenómeno extranjero y el intelectual podría ser algo más que un consumidor de los debates y las modas de la cultura europea. La idea de una alianza populista radical no fue el único efecto que puede asociarse con, la problemati7ación del aislamiento de la intelligentsia en el ámbito de la cultura de izquierda. Inspiró también un reexamen de la historia de las elites cultivadas. La revisión más pe-riar ante la produjeron los escritores y críticos surgidos de ContaiVo. Én ese sentido, el libro de David Viñas .Literaturct anicntiná y realidad política, publicado en 1964, es, antes que t rió historia de la literatura, una historia de las elites letradas que tiene en el "europeísmo" una de sus claves. Lo mismo puede decirse del estudio de Adolfo Prieto, La literatura autobiográfica argentina (1964), y de varios ensayos de Noé Jitrik.
Aunque Doll perteneciera a las filas del socialismo, su alegato contra los intelectuales se alimentó de tópicos procedentes de la cultura antisocialista
Este cauce histórico-crítico fue el más produtivo, el que dejó un legado que aún es activo, como un fermento. En cambio, el proyecto de la izquierda nacional-popular sólo se añadió a la lista de las frustraciones. Más aún: entremezclado con el mesianismo político de variada procedencia, la esperanza heroica y la violencia, tuvo derivaciones catastróficas en la década de 1970. En 1982 José Pablo Feinman publicó lo que podríamos llamar un vástago tardío de la querella intelectual contra los inte-
y antiliberal. Nueva Política, año 1, n° 21 Juan Carlos Portantiero, "Socialismo y nación", 1, pp. 6-7. 22 /dem p. 7.
23 Carlos Altamirano, "La pequeña burguesía, una clase en el purgatorio", Prismas, n° 1, 1997.
2°
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76 Los capítulos que consagraba a las lectuales, Filosofía y nación. elites ilustradas del siglo xix proseguían la tarea iniciada medio intelligentsiglo atrás por Ramón Doll y los Irazusta: la crítica a la argentina sobre el modelo de la crítica a los ideólogos y su sia alienación en el universalismo de la razón abstracta. El libro contenía una clara alusión a la experiencia reciente (la reprobación del voluntarismo jacobino era una referencia á voluntarismo armado de pocos arios atrás) y la prescripción que transmitía era conocida: los intelectuales debían romper con la dependencia mental y prestar su voz a la lucha por la redención nacional. Filosofa,y naPero muy pronto el curso de las cosas haría de un libro de otro tiempo. La derrota de las Malvinas —que ción erosionó el suelo del irredentismo nacional— y el rechazo al autoritarismo de una dictadura fracasada reverdecieron los laureles del liberalismo político y, con ello, k abrieron paso al triunfo del Partido Radical. Con el gobierno de Alfonsín llegó un primer viento de internacionalización, el de la Europa socialdemócrata, y por un momento el antiguo proyecto de la alianza progresista pareció rehabilitarse. Aunque el alfonsinisse frustró, su naufragio no trajo, sin embargo, el rescate de mo quería proseguir. La señal más la empresa que Filosofía y nación clara de que el ciclo iniciado en los años treinta estaba agotado provino del peronismo en el gobierno, que de la mano del más populista de sus dirigentes quitó del medio todo lo que obstruía la internacionalización de la economía y el pasaje del país al nuevo orden mundial. En el marco de la Argentina que surgió bajo la presidencia de Carlos Menem, el relato de la novela nacional y sus caudillos reparadores no tendrá ya ni aun funciones manipulatorias. Para entonces'la palabra "pueblo" había prácticamente desaparecido del lenguaje intelectual (no se hablaba más al pueblo sino a la sociedad), y pronto desaparecería también del lenguaje de los políticos. En fin, es el paisaje político y cultural de estos días de fin de siglo.
4 José Luis Romero y la idea de la Argentina aluvial La preparación de este libro me deparó cierto orden en mi pensamiento acerca del desarrollo de nuestro pasado y acrecentó mis esperanzas de comprender nuestro presente vivo, entonces tan dramático. Los temas fueron surgiendo al azar de diversas- incitaciones, pero el hilo que condujo el desarrollo de todos ellos fue siempre el mismo, casi a pesar mío.1
José Luis Romero escribía estas palabras en marzo de 1956, es decir, unos meses después del derrocamiento de Perón (el peronismo era el presente dramático, sobriamente aludido), al prologar una selección de sus ensayos sobre la realidad histórica nacional. El libro al que hacía referencia y cuya preparación le había suministrado un orden para pensar la historia nacional era Las ideas políticas en Argentina, publicado diez años antes. "Quizá conozca mejor los textos medievales que los documentos de nuestros archivos", afirmaba más adelante, para indicar cuál era su campo de especialización y que
1 José Luis Romero, Argentina: imágenes y perspectivas, Buenos Aires, Rai 1956, p. 7.
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éste no era la historia argentina. "Pero aun así —agregaba—, he aplicado a la indagación de los hechos y las ideas que analizo en estos estudios el celo necesario para que merezcan alguna consideración•"2 Al contemplar hoy la obra que Romero produjo desde ese prólogo de 1956 hasta su muerte en 1977, puede apreciarse que la preocupación por explicar la Argentina no lo abandonó nunca, y se la puede seguir como una línea paralela a su labor académica de medievalista. No sólo continuó escribiendo ensayos y artículos sobre hechos e ideas de la vida argentina,3 sino que en 1965 publicó dos libros dedicados a la historia de su país: Breve historia de la Argentina (un texto "apretado desesperadamente'', escribió en la presentación) y El desarrollo de las ideas en la sociedad argentina del siglo 20C. Varios de los estudios
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palabras, "fue siempre el mismo".4 Pues bien, ¿cuál era ese hilo? Es lo que quisiera caracterizar en este trabajo. La hipótesis general es que Romero cultivó, sea a través del ensayo histórico, sea por medio del ensayo-diagnóstico, esa tendencia al rastreo y la interpretación de la personalidad colectiva de los argentinos tan extendida en el país a lo largo de la primera mitad del siglo xx. Su idea del saber histórico, para, el que reclamaba el punto de vista de la complejidad, lo preservó de las simplificaciones de los críticos moralistas del carácter nacional. "Los historiadores ignoran muchas cosas, pero saben que todo lo que existe, existe", escribió en una oportunidad. Los juicios de esos críticos, sin embargo, alimentaron muchas de sus observaciones sobre la Argentina.
que consagró a América Latina, por otra parte, entre ellos uno de sus grandes libros, Latinoamérica: las ciudades y las ideas (1976), dejan ver una y otra vez, aquí y allá, escorzos de la Argentina. ¿Había adquirido mayor familiaridad para entonces con los archivos nacionales? Independientemente de cuánto hubiera aumentado su erudición documental en los años transcurridos desde 1956, no podría decirse que la ilustración de los archivos alterara básicamente ese "orden" respecto del proceso histórico argentino que había cristalizado en él al preparar su libro sobre las ideas políticas en la Argentina. Si bien corrigió, amplió o les dio nueva formulación a algunas de sus interpretaciones, el núcleo o el hilo, para retomar sus propias
2 Ideen. 3 La
mayoría de esos trabajos los reunió después su hijo, Luis Alberto Romero, en un vasto volumen: José Luis Romero, La experiencia argentina y otros ensayos, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1980.
En'19»- en ocasión de la quinta edición de Las ideas ticas en Argentina, Romero se referirá complacido a la fortuna que había acompañado a ese libro: se había vendido mucho y suponía que no se lo había leído menos.5 Después de recordar que el texto respondió a una iniciativa del Fondo de Cultura Económica, el historiador buscaría definir cuáles eran a sus ojos los méritos de un trabajo que seguía considerando ajeno a su área de competencia académica. La historia del país
4 Basta ver que en ediciones sucesivas de Las ideas políticas en Argentina añadió nuevos capítulos al texto de la primera edición, pero mantuvo ese texto, con algunas correcciones, hasta donde llegaba en 1946. El esquema periodizador de este libro reaparece en la Breve historia de la Argentina, aunque lo había extendido añadiéndole, como etapa preliminar, la "Era indígena". 5 José Luis Romero, "A propósito de la quinta edición de Las ideas políticas en Argentina", La experiencia argentina y otros ensayos, p. 6.
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la había inventado Mitre, declaró, y durante mucho tiempo la Argentina no tuvo otra representación de su pasado que la que había elaborado el autor de la Historia de Belgrano. Contribuciones como las de Saldías o Quesada corregirán después aspectos parciales de esa visión, pero más en lo relativo a juicios políticos particulares que respecto del esquema general. Ahora bien, la síntesis de Mitre podía dar inteligibilidad al proceso argentino hasta el momento de la organización nacional, tras la caída de Rosas. Pero todo lo que había acaecido después, sobre todo desde 1880 en adelante, quedaba fuera de la comprensión que ofrecía ese marco ordenador. Yen el discurso historiográfico, observaba Romero, después de 1880 no parecía haber otra materia que la sucesión de las presidencias, como si el proceso simplemente continuara, pese a las grandes alteraciones experimentadas por la sociedad argentina. En esa brecha historiográfica se había insertado su trabajo sobre las ideas políticas en la Argentina, que en la tercera parte proporcionaba un cuadro del ciclo hasta entonces sin representación ni nombre distintivo. Yo decidí sistematizar el período que comienza en 1880 y ponerle una designación ("La Argentina aluvial"), que aludía al fenómeno que a mí me parecía decisivo y fundamental de ahí en adelante, tal la metamorfosis que en la sociedad argentina opera la inmigración. Con el agregado de que para más de un colega la inmigración era no sólo un fenómeno inexplicable sino también... un fenómeno marginal, y para muchos otros colegas un fenómeno lamentable .°
Para Romero ni la política, ni la cultura de la Argentina moderna podían pensarse sin referencia al gran clivaje que
6 id,e7n, p. 8.
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significó la inmigración. La mutación que ella había traído aparejada fue un principio,de discontinuidad en la historia colectiva de los argentinos. Una y otra vez volvería sobre esa alteración del tejido de la Argentina criolla. La palabra que eligió para denominar el ciclo que se había iniciado bajo el signo de la inmigración, aluvial, no era anodina, como no era anodino aquello que quería evocar al elegirla como imagen. Aunque no se encontraba entre quienes veían en la inmigración "un fenómeno lamentable", tampoco juzgaba que se tratara de un acontecimiento sin trastornos ni otros efectos que los demográficos. Al editar en 1956 sus ensayos sobre la Argentina, Romero les dio el titulo de uno de ellos, "Argentina: imágenes y perspectivas", y lo puso a la cabeza de la recopilación. En él hizo suyo uno de los temas de .la reflexión ensayística sobre el ser colectivo de los argentin6s:-Esinnegable, decía, "que uno de los secretos de nuestra re..1'11-111U es esta falta de correspondencia entre los contenidos unimos y las formas externas, cuya expresión más clara aparece en cierta relación falseada entre la sociedad y el Estado". En la disonancia entre la sociedad y el Estado se hallaba el signo más visible "de cierta incoherencia que se adivina en nuestra realidad, la más precisa fórmula posible de nuestra fisonomía informulable". Romero conjeturaba que el sentimiento de esa incoherencia podía tal vez explicar la inquietud extendida por la identidad colectiva: "Apelamos a los testimonios de los viajeros ingleses, a nuestros ensayistas más agudos, a nuestro propio caudal de observaciones, y nos esforzamos por recoger el conjunto de los rasgos típicos que nos permitan decir: esto somos".7 Pero si se tuviera la certeza de quiénes somos, concluía Romero, no existiría la compulsión a definirnos.
7 José
Luis Romero, Argentina: imágenes y perspectivas, op. cit., p. 11.
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El tema de la incongruencia entre estructuras y códigos formales, por un lado, y disposiciones profundas de los argentinos, por el otro, era uno de los motivos recurrentes del discurso de Ezequiel Martínez Estrada desde Radiografía de la pampa (1933). Romero no lo cita en esta ocasión, pero estimaba hasta el elogio la obra ensayística de Martínez Estrada, como lo prueban numerosos escritos. De todos modos, no era la "falta de correspondencia entre los contenidos íntimos y las formas externas" la cuestión que quería recalcar, sino cuál debía ser el modo de dar cuenta de esa realidad que consideraba palmaria. ¿Qué observaba a su alrededor? Que se prefería, escribe, "realizar una minuciosa labor exegética sobre los datos de nuestra tradición, en lugar de sumergirnos en los datos inmediatos que se nos ofrecen por todas partes".8 Los supuestos de esa exégesis eran la continuidad de la experiencia histórica argentina y la coherencia de su configuración cultural. Pero era con la certidumbre de esos supuestos con lo que era necesario romper, ruptura que obligaba también a un empleo circunspecto de los pensadores del siglo xix. "Nadie discute el valor de Echeverría, Aiberdi, Sarmiento o Mitre como testimonios o como intérpretes de su tiempo."9 No obstante, su tiempo no es el del presente: "Porque la realidad es diferente, y no sólo desde el punto de vista meramente cuantitativo —esto es respecto del grado de desarrollo— sino también desde el punto de vista cualitativo, esto es, respecto de su naturaleza interior".10 ¿Cómo no leer en estas afirmaciones una crítica a la tendencia a descubrir en el peronismo (el ensayo es de 1949) la
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repetición del pasado? En efecto, una de las formas que adoptó desde el comienzo la oposición intelectual al régimen de Perón fue la del combate por la verdadera tradición nacional, amenazada por el nuevo movimiento. Haciendo un uso analógico del pasado, el peronismo era identificado con el rosismo y éste con la interpretación que habían hecho de él los miembros de la generación del 37: Echeverría, Sarmiento, Alberdi, Mitre. No era el antiperonismo lo que preocupaba a Romero, quien pertenecía orgánicamente a ese campo, sino sus presupuestos y la ceguera que encerraban para escrutar la realidad argentina del siglo veinte. Había, sin embargo, más que un sentido polémico inmediato en las palabras de Romero. A sus ojos el proceso que estaba en curso iba más allá del peronismo, al que juzgaba un hecho circunstancial, pasajero, como el resto del campo antiperonista. Pero ncrS'e podría dar cuenta de ese proceso sin hacer el esfuerzo popintesp " retar y hablar del "verdadero país", el que-hát/I sulido de la ofensiva de las élites modernizadoras quO. dieron su organización nacional. Pues la historia le había reservado muchas sorpresas a la "pequeña colectividad" rioplatense del siglo pasado: "Un vasto movimiento de expansión económica la incluyó poderosamente en su ámbito de influencia y desarticuló totalmente las líneas de su desarrollo cal. La Argentina prometía demasiado para que pudiera gozar de sus condiciones potenciales sin sacrificar en el altar del gran capitalismo en ascenso, y así irrumpieron en ella los capitales y la inmigración".11 Este movimiento había traído sus recompensas, pero también acarreó un mal: "la desarticulación interior del complejo social, una suerte de enloquecimiento de sus potencias íntimas, cada una de las cuales busca
8 Idem, p. 12. 9 Idem. lo Idem.
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Idem, p. 14,
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su propio destino sin descubrir—ni buscar—un entendimiento recíproco".12 Aunque Romero consideraba que la rumia obstinada en torno de los textos clásicos de la tradición liberal no daría las claves del presente, tampoco se propuso romper con esa tradición. Su labor en el campo de la historia argentina, como ha señalado Tulio Halperin Donghi en un espléndido ensayo sobre el pensamiento histórico de Romero, "lo ubica en una línea interpretativa previa, cuya dirección general lo satisface plenarnente".13 Lo que buscaba, pues, era una ampliación antes que una alternativa a la imaginación histórica del liberalismo argentino. Mitre había pensado la historia nacional desde el punto de vista del porvenir, es decir, de acuerdo con la concepción de lo que el país debía ser. ¿Qué visión debían tener los argentinos de su pasado? La que los ayudara a encarar y aun a preparar ese destino que, a pesar de las pausas y los retrocesos, su historia anticipaba. Romero admiraba esa idea y la ejecución que le había dado el autor de la Historia de Belgrano, pero consideraba, como lo declara en 1943, que ella debía ser acto. liada. Ha llegado la hora, escribió entonces, "de que realicemos un nuevo ajuste entre el pasado y el futuro, como Mitre lo hizo, para descubrir cuáles son los deberes que nos impone la continuidad del destino común".14 Dos arios después, la inquietud por el destino común se había tornado más imperiosa. En un artículo titulado "El drama de la democracia argentina", el requerimiento de una nue-
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va síntesis histórica se asociaba expresamente con las disyuntivas políticas del país, y la exigencia de que el historiador contribuyera al debate cívico será enunciada en términos apremiantes. Es "innegable, escribirá, que no podemos esperar más y tenemos que realizar el esfuerzo de reconstruir, con los pocos materiales que contemos, el curso de nuestra existencia institucional y ciudadana, ese extraño curso [las cursivas son mías] que nos ha conducido a la situación que hoy debemos afrontar tomando una u otra actitud".15 El artículo contenía ya la caracterización condensada de las dos etapas en que a su juicio se dividía la historia argentina —la era criolla y la era aluvial— y desembocaba en el presente, 1945. El carácter insospechado del presente aclaraba la frase "ese extraño curso", pues es imposible no ligarla al desconcierto que procktcía en el campo de la cultura progresista lo que por entonces có-Inenzaba a llamarse peronismo. "El he-– cho que ha cauzachWarpresa ha sido la aparición de una ma sa sensible-W.1os halagos de la demagogia y dispuesta a seguir a un caudillo", observará, aludiéndolo de acuerdo con una de las representaciones habituales en las filas del antiperonismo. A su juicio, el hecho no era, sin embargo, incomprensible: "Este fenómeno —amargo y peligroso— no es de ninguna manera inexplicable".16 La explicación tanto como la solución del fenómeno se hallaban en los cauces y las fuerzas del proceso histórico nacional cuyas líneas previamente había trazado. Ahora bien, aunque la presencia inmediata del peronismo pudo haber vuelto más`angustiada su inquisición del futuro nacional, la necesidad de una nueva síntesis que retomara la
12 Ideen. 13 Tulio
Halperin Donghi, "José Luis Romero y su lugar en la historiografía argentina", José Luis Romero, Las ideologías de la cultura nacional y otros ensayos, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1982, p. 217. 14 José Luis Romero, "Mitre: un historiador frente al destino nacional", Argentina: imágenes..., p. 158.
15 José Luis Romero, "El drama de la democracia argentina", Argentina: imágenes..., p. 39. 16 Idem, p. 53.
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narrativa progresista la había proclamado ya, según vimos, en 1943. En Las ideas políticas en Argentina, publicado tres años después, el primero y más importante de los interrogantes seguía remitiendo al mismo nudo histórico indicado entonces: los trastornos desencadenados por las transformaciones demográficas, sociales y económicas que se operaron a partir de la segunda mitad del siglo xix. Dicho más claramente: Romero había madurado sus claves de interpretación de la realidad argentina antes del surgimiento del peronismo y su aparición no alteró el cuadro que había definido con arreglo a esas claves. El capítulo que añadió en la segunda edición de Las ideas políticas... para dar cuenta de los años que iban de 1930 a 1955 llevaba por título "La linea del fascismo", la categoría con arreglo a la cual interpretaba por entonces el peronismo. En su Breve historia de la Argentina esta definición era abandonada y los años de Perón apareCían bajo otra denominación: "La república de masas". En los dos casos, el hecho peronista se incluía como capítulo de un proceso histórico que hundía sus raíces en el siglo xix y que hasta el final de su vida no consideraría concluido. La evolución de la Argentina "aluvial", ese presente vivo que se afanaba por comprender, no sólo lo llevará a reformular algunas de sus esperanzas, sino que lo obligará a volver más de una vez sobre su propio ajuste entre el pasado y el futuro. No he empleado, sin intención el término "comprensión", pues está en el centro de la idea que Romero tenía de la intelección histórica. En los escritos que dedicó a la naturaleza de su disciplina es declarada su deuda con los pensadores que entre las últimas décadas del siglo xix y las primeras del xx, sobre todo en el ámbito de la cultura alemana, se propusieron dar fundamento a las ciencias del mundo histórico, las llamadas ciencias del espíritu por oposición a las ciencias de la naturaleza. En efecto: para Romero, quienes habían echado las bases
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epistemológicas del saber histórico eran Windelband, Rickert, Croce y, sobre todo, Dilthey.17 Había extraído de ellos las premisas de su enfoque historiográfico, que hace de las culturas el objeto propio del conocimiento histórico: "Concebidas como totalidades, las culturas y los grupos sociales que se definen por ellas, constituyen el tema propio de la ciencia histórica, en la medida en que las objetivaciones en las cuales trascienden significan etapas de un desenvolvimiento".18 En la estela de Dilthey, lo que llamaba comprensión era el esfuerzo por captar en la multiplicidad de expresiones de una cultura (sea la de una sociedad, sea la de un grupo particular), la unidad que la engendraba. "Por la vía del comprender, se llega a reducir los fenómenos de superficie, los signos de las vivencias que les dan origen, y se descubre, entonces, en la realidad espiritual, una estructura que constituye el núcleo de una cultura histórica: esa estructura como una concepción del mundo."19 Los nombres," qué periodizó la historia argentina transmiten'és4'álfoque, es decir, fueron concebidos para designar conjuntos socioculturales. De ahí el relieve que tienen en sus análisis las relaciones entre modos de vida y concepciones del mundo, configuraciones sociales y valores, aunque lo que en tiende como historia cultural no sea una historia regional, definida en torno a una esfera particular de fenómenos y opuesta a la historia económica y a la historia estatal. El punto de vista histórico-cultural era para él un enfoque que aspiraba a la totalidad, aunque ésta fuera siempre obligadamente provisional.
17 Los escritos de reflexión teórica y metodológica han sido reunidos en José Luis Romero, La vida histórica, Buenos Aires, Sudamericana, 1988. 18 José Luis Romero, Bases para una morfología de los contactos culturales, Buenos Aires, Institución Cultural Española, 1944, p. 11. 19 Idem, p. 15.
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Pero Romero también hizo suyo otro principio del historicismo alemán contemporáneo, mejor dicho, de la corriente conocida como "filosofia de la vida", que remite a los nombres de Dilthey, George Simmel y de José Ortega y Gasset, quien le dio traducción y vigencia en lengua española: la tesis del conflicto entre vida y cultura. El tema aparece muy temprano en el pensamiento de Romero. Como señaló Tulio Halperin Donghi, se halla enunciado ya en un trabajo de 1936, "La formación histórica". En ese ensayo juvenil, de espíritu orteguiano, Romero elogia la tesis de Simmel acerca de la vida como generadora incesante de formas culturales y la pugna asociada a esa dinámica. "Una vez creada una de esas formas, toma enseguida vida independiente y adquiere una autonomía y vitalidad propias." Pero "sucede que la vida —creadora una vez más y siempre— encuentra que su nuevo impulso creador se siente frenado por esas formas que creó antes y que ahora subsisten como formas, solamente, aunque quizá desprovistas de espíritu".2° Este postulado simmeliano del conflicto entre las dos instancias—la de las formas en que se plasma la vida, pero que se independizan y reifican. (cultura), y la de la vida como potencia creadora permanente—, reelaborado por Ortega y Gasset en El tema de nuestro tiempo, se reflejará en la interpretación de la sociedad argentina propuesta por Romero.
La "Argentina aluvial" se recorta sobre el fondo de la "Argentina criolla", a la que ha reemplazado tras haberla alterado y revuelto. ¿Qué era esto de Argentina criolla? El concep-
20
José Luis Romero, "La formación histórica", La vida histórica, p. 48.
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to había sido acuñado, nos dice Romero, para evocar "sobre todo a los contenidos culturales de la sociedad toda, alimentada por la tradición española tal como se conservaba en las antiguas colonias americanas. Sociedad tradicional, su coherencia étnica, social y cultural era profunda y su movilidad social escasísima".21 Esta sociedad había adquirido sus características básicas en los siglos de la era colonial. Más aún: "no sólo se conforma entonces la realidad social futura de la Argentina, sino que se estructura también su actitud espiritual frente a los más graves problemas de la existencia colectiva".22 Los núcleos étnicos primordiales (los criollos blancos y los criollos mestizos); las formas de actividad económica que gozaban de prestigio (la ganadería y el comercio); los dos ámbitos de la vida criolla (la ciudad y la campaña); todos estos rasgos de la sociedad que surgió tras la independencia se habían forjado en Taltracolonial. También los dos cauces del pensamiento poli: la matriz autoritaria, que era una huella de~ariálelos Austria, y la matriz liberal, legado de la Ilustradón borbónica. Pero había otra particularidad en la era colonial, asociada con los modos de vida espontánea que se habían engendrado en ella, y que perdurará en etapas posteriores de la cultura argentina: la disparidad entre el apego exterior a las normas y la transgresión efectiva de sus prescripciones. "Ni la voluntad real ni las leyes y ordenanzas en que se concretaba recibían otro testimonio que el de la más rendida sumisión; pero ni la autoridad real ni las leyes podían contra la miseria y el hambre, contra el apetito de riquezas, contra la irritación que cau-
21 José Luís Romero, "La crisis argentina: realidad social y actitudes políticas", Las ideologías de la cultura nacional y otros ensayos, p. 46. 22 José Luis, Romero, Las ideas políticas en Argentina, México, FCE, 1956, p. 13.
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saba la medianía en quien había acudido a América para salir de pobre". El español violaría las "leyes que coaccionaban sus apetitos", pero simulando reverencia y acatamiento.23 Ejemplo de quebrantamiento de las concepciones oficiales y las formas institucionalizadas era la práctica extendida del cohecho y el contrabando, a la que no fueron ajenos los funcionarios reales que, "al ejercitarlas, reconocían la relativa...licitud de ciertas formas de vida al margen de las solemnes prescripciones de la ley".24 Romero volverá sobre este contraste entre principios formales y realidad en un escrito de 1973, pero dándole una nueva formulación: "Antes y por debajo de toda ideología sistemática, la primitiva sociedad argentina —como todas las de Latinoamérica— se constituyó al calor de una ideología espontánea, que esconde su verdadera fisonomía detrás del idealizado espíritu aventurero". En un rincón marginal del mundo colonial como era el rioplatense, donde "no había muchos honores que alcanzar, como en México o en Lima", esa ideología que moldearía la sociedad argentina fue la del ascenso económico: "Era una ideología espontánea, ajena a toda conceptualización" y "porque fue espontánea dejó una huella imborrable".25 Volvamos a la imagen de la Argentina criolla. Para Romero, el historiador de esta Argentina fue Mitre, y Sarmiento su sociólogo; de ellos extrajo las líneas principales de su interpretación de los años que van de la Independencia a la Organización Nacional. El drama central de la etapa, que siguió al movimiento de la independencia, fue la guerra sin cuartel en-
23
mem,
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/den p.
34. 36. 25 José Luis Romero, "Las ideologías de la cultura nacional", Las ideologías de la cultura nacional..., p. 77.
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tre minorías urbano-criollas y masas conducidas por caudillos rurales. Las primeras, que proseguían el espíritu reformador y centralista del iluminismo borbónico, tenían su sede principal en Buenos Aires y concebían la Argentina independiente como una nación organizada de acuerdo con los principios del constitucionalismo liberal; las masas rurales, por su parte, aparecieron en escena con el llamado de la revolución, que había sido un movimiento de la burguesía urbana. Si desde la era colonial Buenos Aires y, en general, las ciudades eran un bastión europeo, donde había ido desarrollándose un estilo civilizado de vida, las áreas rurales eran el ámbito de una sociedad rudimentaria, ajena a la vida civil y política. Activadas por la revolución, las masas de las campañas se identificaron con la independencia, pero no con los postulados del liberalismo ni con el papel rector de los letrados urbanos. "Buenos Aires quiso dominar y educar; Perio el pueblo se cerró a sus clamores y respondió con una .cOtepción peculiar del movimiento revolucionárion9,::ÁiVdemocracia "doctrinaria", encuadrada dentro clélclós principios liberales y propiciada por las elites ilustradas, se enfrentará la democracia "inorgánica" de las masas criollas. Tradicionalismo antiliberal y espíritu de emancipación, caudillismo y democracia elemental, se reunieron sin articulación sistemática en una concepción que era "pura en sus fuentes, mas llena de peligros e imperfecciones".27 Yal proyecto de construcción de un Estado nacional centralizado los caudillos opondrán la bandera del federalismo. Romero percibía a los actores del antagonismo con criterios predominantemente culturales (mentalidades, valores, concepciones del mundo). En el drama que evocaba y que cu-
p.
26
José Luis Romero, Las ideas políticas..., p. 7L p. 103.
27 Idea',
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bría la historia argentina desde 1820 a la caída de Rosas (1852), los grupos urbanos ilustrados eran los portadores de la ment2lidad burguesa y del proyecto de la nación progresista. Ellos terminarían por prevalecer: la generación intelectual del 37 elaboró el programa que, madurado en el exilio, posibilitaría la liquidación de la federación rosista y la organización nacional sobre bases constitucionales. Desde 1862 las erupciones de la guerra civil fueron reduciéndose, a medida que los grupos progresistas se imponían a quienes en las provincias opusieron resistencia a su dominio. Hasta 1880 se sucedieron las presidencias de Mitre, Sarmiento y Avellaneda, quienes asumen en el discurso de Romero el papel de una elite republicana, un patriciado. Ellos afianzaron el orden institucional y cuando en 1880 tuvo lugar el último episodio de discordia armada, el aparato del Estado nacional contaba con los medios para imponer su autoridad en todo el territorio. Sin embargo, el programa de esa elite no era sólo político-institucional. Según el diagnóstico que habían elaborado en la lucha contra Rosas, la barbarie, el primitivismo político de las masas y el régimen de caudillos no quedarían definitivamente atrás sin una mutación radical, social y económica, que insertara a la Argentina en la órbita de lo que Sarmiento llamaba la civilización. La era de la Argentina aluvial comienza con esas transformaciones.
IIl La palabra "aluvial" sugiere afluencia brusca de cosas que proceden de diferentes sitios y no se acomodan entre sí. Esta era seguramente la imagen primera y básica que Romero quería transmitir al condensar en ella la representación del cambio y su velocidad. Es decir, la alteración demográfica y étni-
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ca, acelerada y concentrada (en el litoral y, sobre todo, en algunos centros ubanos), y la alteración económica, no menos acelerada y desigualmente distribuida. "Si la población cambiaba de fisonomía por la rápida recepción de elementos extraños que no podían incorporarse fácilmente al conjunto social, la renovación de las formas económicas debía producir una conmoción no menos profunda."28 El ámbito de la Argentina criolla iría restringiéndose y muy pronto comenzaría a ser recordada con nostalgia por grupos que iban perdiendo gravitación en la vida colectiva: "A partir de 1880, aproximadamente, la Argentina aluvial, que se constituía como consecuencia de aquella conmoción, crece, se desarrolla y pugna por hallar un sistema de equilibrio que, obvio es decirlo, no podría alcanzar sino con la ayuda del tiempo".29 Entre tanto, lo, que se formaba tenía los caracteres de un conglomerado gni' coherencia. Tras un primer momento en que se mantuy•esd diferenciadas la masa criolla y la masa inmigrat~o-lenzó a producirse un rápido "cruzamiento" entre l'Ibas, proceso de hibridación que había de verificarse tanto en las clases subalternas como en la clase'media. De la mezcla surgiría poco a poco la típica, clase media argentina de la era aluvial, cuyos rasgos, tal como aparecían en los relatos costumbristas de Fray Mocho, revelaban la coexistencia de los ideales criollos y los ideales de la masa inmigratoria, en lucha unas veces, en proceso de fusión otras, y acaso en ocasiones yuxtapuestos sin terminar de operar su adaptación definitiva".30 Del conglomerado criollo-inmigratorio no suigiría sólo una nueva clase media, sino también el proletariado del na-
28 'dm p. 175. 29 id„
30
'dem, p- 177.
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ciente capitalismo argentino, pero una aspiración común predominará por sobre los clivajes de clase: la aspiración al ascenso social, designio que no era inalcanzable en una sociedad incipiente, sin el obstáculo de las jerarquías rígidas y llena de posibilidades para la carrera del mejoramiento económico. El "dinero fue la llave maestra que permitió al hombre que se hacía a sí mismo o hacía a sus descendientes con denodado esfuerzo, salvar las etapas y alcanzar el triunfo" 31 Una evolución paralela se verificó en el campo de la minoria dominante. Una nueva generación hizo su ingreso en la vida pública en 1880 y sucedió en la dirección del Estado al patriciado liberal que había presidido el curso de la organización nacional. Esta nueva elite, que hace fortuna con las actividades generadas por la modernización económica y que asimila el progreso del país a la sola prosperidad material, asumirá los rasgos de una oligarquía que se cree con derecho a gobernar por superioridad natural. Ávida y entregada al consumo conspicuo, la nueva generación, liberal desde el punto de vista ideológico, como su antecesora, era más escéptica que ésta respecto del papel cívico de las masas populares. "De ese modo, el mismo proceso que conformaba una dase media y un proletariado con el conglomerado criollo-inmigatorio, transformaba a la antigua y austera élite republicana en oligarquía capitalista".32 Para expresarlo con los términos que el libro de Natalio Botana sobre- la tradición republicana argentina ha vuelto corrientes: en el campo de las elites, la "república del interés" sucedió a la "república de la virtud". Podría decirse que Romero observaba la época con los ojos de sus críticos, comenzando por el Sarmiento de la ve-
31 Ideen, 32
p 183. Benz, p. 18L
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jez, y no disimulaba la poca simpatía que le inspiraba una vida colectiva cuya aspiración dominante fuera la obtención de riqueza. No ponía en cuestión el propósito que había animado a quienes desencadenaron los cambios que dislocaron la sociedad criolla (los grupos progresistas) pero dejaba entrever que no asentía a la confianza sin reservas de esos grupos en las promesas de lo que llamaban civilización. Su idea de lo que la Argentina debía sér —el país del porvenir— apenas parecía encontrar signos precursores claros en la Argentina aluvial. Sin embargo, Romero tampoco cedía fácilmente a la simplificación de las tesis condenatorias que desde 1890 al Centenario animaron una abundante literatura sobre los estragos que producía el espíritu de factoría, sobre todo en Buenos Aires. Tomaba en cuenta esa literatura, algunos de cuyos autores citaba, perotomaba en cuenta también otros datos, por lo cual los signos: de la nueva época eran más imprecisos que unívocos_ Uri:-tetkrió donde evidenciaba esta ambigüedad de los hechos era él de las corrientes político-ideológicas. Para Romero, el desarrollo del pensamiento político siguió la evolución de los dos universos que caracterizarán a la sociedad aluvial: el de la minoría dominante, la oligarquía, que se hizo portadora de un liberalismo cada vez más conservador, y el de la masa criollo-inmigratoria, que será la base de lo que designa como "linea de la democracia popular". En este conglomerado popular, la reacción contra la elite tomó no sólo carácter antioligárquico, sino también antiliberal, remisa a la civilización europea. "[P] oco después afirmó su enérgico impulso democrático y acentuó su tono popular hasta sobrestimar lo que la élite menospreciaba."33 Aunque en su interior comenzarán a
" Idem, p. 183.
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perfilarse los clivajes sociales (clase media y proletariado, según vimos antes), la mayoría no se agrupará en torno a partidos de clase, sino en torno a uno cuya laxa ideología era homóloga a la configuración del conglomerado aluvial, la Unión Cívica Radical: "Partido de ideales imprecisos, movido más por sentimientos que por ideas, polarizó prontamente el mayor caudal de la masa criollo-inmigratoria, cuyos intereses y aspiraciones representaba en forma eminentes
IV Con algunas pocas variantes Romero hará una y otra vez, desde mediados de la década de 1940, este relato de la formación de la Argentina aluvial y sus tendencias. En todas las versiones de ese proceso, la decantación de lo que definía como "impreciso" se remitía al futuro y la era aluvial aparecerá siempre como un ciclo inconcluso. A manera de complemento sincrónico del relato funcionarían los ensayos en que describe los rasgos típicos de la cultura aluvial. Veamos cómo los reseña en uno de ellos, publicado en 1947: Actualmente, la mentalidad predominante en la compleja realidad argentina es la que corresponde a la masa aluvial. Mentalidad de masa, ha roto todos los diques que pudieran limitarla y no reconoce los valores sostenidos por las minorías con que se enfrenta sin someterse; y como mentalidad aluvial, corresponde a un conjunto indiscriminado y resulta de la mera yuxtaposición de elementos que provienen de distintos orígenes, sin excluir los tradicionales criollos. Esta mentalidad aluvial se ha impuesto por
34 Idem,
p. 216.
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su volumen sobre el país; ha sepultado las antiguas minorías e ignora las nuevas, aun las que provienen de su seno.35 Como puede notarse, pese al cambio radical experimentado por la realidad nacional la oposición entre masas y minorías —característica de la Argentina criolla— no ha desaparecido, sino que se ha recreado, y la mentalidad predominante es irreductible a una posición definida en la estructura social: aglutina a un conglomerado que no se deja clasificar con criterios de clase o de categoría. Mentalidad urbana, tiene sus poetas en Evaristo Carriego y Almafuerte, y su folklore, en el tango y el sainete; todos transmiten una concepción de la vida, cuyas notas distintivas son el sentimentalismo y el patetismo. También cierta laxitud moral: "no parece haber en ella un definido y claro, contenido moral; por el contrario, se insinúa cierta amoralidad radical, que se refleja en una filosoffa del éxito; y este é:X1.tt, inmediato a que se aspira no se proyecta sino;eirleteffriinados planos: en el de la lucha por el ascenso sociáro en el de la lucha por la riqueza".36 Romero completaba la reseña con la referencia a otras características: el carácter híbrido de la mentalidad aluvial, que provenía de la mezcla sin definición de elementos criollos y extranjeros; el cosmopolitismo, asociado con su condición de fenómeno urbano, lo que la inclina a la búsqueda del confort, pero también la predispone a intereses y valores universales; el formalismo ritual que refrena la expresión de los sentimientos espontáneos: "retórica y sentimental es como la mentalidad aluvial se nos aparece fundamentalmente".37
35 José Luis Romero, "Los elementos de la realidad espiritual argentina", Argentina: imágenes..., p. 21. Idem, p. 22. 37 Idem, p. 24.
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Frente a la mentalidad predominante, se recortan otras dos, ambas minoritarias. Por un lado, la "mentalidad criolla", de papel preponderante en el pasado, pero de ascendiente reducido en el presente. Aunque tenía el carácter de una formación residual, estaba dotada de coherencia y estilo, era activa y no carecía de brío: "Acaso su fuerza resida, sobre todo, en que ha logrado hacer arraigar la idea —hasta en el seno de sectores típicamente aluviales— de que se consustancia con la nación misma...". Romero llamará más tarde "señorial" a esta mentalidad que hallaba su base en algunos grupos margina les de la oligarquía y daba sostén a la sensibilidad y el pensamiento de una derecha antiliberal y autoritaria, nacionalista ("Está apegada a la tradición vernácula de origen español, y en defensa de esa tradición se ha tornado xenófoba, hostil a la masa aluvial, autoritaria, intolerante y, aveces, agresiva") 38 Completaba el cuadro de las mentalidades la que Romero denominaba "universalista", adversa tanto a la mentalidad criolla, como a la aluvial. "También es, en principio, una mentalidad de minoría, pero, a diferencia de la criolla, tiene en la masa aluvial muchas posibilidades de arraigo."39 Aunque Romero no identificaba más que vagamente a los grupos portadores de esta mentalidad (los dispersa, podría de cirse, en la "Argentina invisible", el país profundo figurado por Eduardo Mallea), no es dificil reconocer cuál era el núcleo de la minoría universalista de la que hablaba: la elite político-intelectual progresista, constelación a la que pertenecía el propio Romero. Esa elite, que integraba también su partido, el Partido Socialista, aspiraba a la alianza con las masas, pero éstas no la tomaban en cuenta. "Las minorías que hoy podrían
38 Idem, 39 Idem.
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orientar a la masa padecen la congoja de no sentirse respaldadas por ella", escribe Romero. Como lo había ya consignado, la mentalidad predominante no sólo había sepultado a las antiguas minorías, sino que ignoraba a las nuevas, aun las que provenían de su seno. Él confiaba, sin embargo, en la fuerza de la diferenciación de clases —que discriminaría socialmente lo que aún era un "conjunto indiscriminado"— y en la potencia de los valores universalistas alojados en la mentalidad aluvial: "esta situación no puede durar, y el proceso de acomodación entre masa y minoría ha de producirse en un plazo más o menos breve, a medida que el conglomerado aluvial se decante".40 Durante años seguirá aguardando esa decantación que pondría fin al divorcio entre masas y elites que registraba la Argentina aluvial. Al menos hasta 1973, cuando su análisis del presente ya no irá acompañado de esa expectativa.
V Para la representación de la Argentina aluvial, Romero no tenía a su disposición una labor de síntesis equivalente a la que produjo la historiografía liberal, de cuya lectura había extraído las líneas principales de su cuadro de la Argentina criolla. En la advertencia que escribió a Las ideas políticas en Argentina remitía a la bibliografia asentada al final del libro para dar cuenta de "los autores cuyos datos y opiniones ha consultado". Basta echar una ojeada a esa bibliografía para comprobar que, en lo relativo a la Argentina posterior a 1880, no contaba con mucho: unos pocos estudios, por lo general de actores políticos, y algunas biograffas. Los ensayos sobre la vida argentina
p. 25. 40 Idem.
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de Agustín Alvarez, Joaquín V. González, Alejandro Korn, José Ingenieros, autores todos de los años del Centenario, de los que sacaría provecho, le parecían de utilidad limitada, pues ellos estaban demasiado próximos a una realidad todavía en formación y de contornos aún confusos. De citas y referencias diseminadas a lo largo de sus escritos sobre la Argentina se puede inferir que una cantera parasus observaciones sobre los rasgos de la sociedad y la cultura aluviales habían sido la literatura de costumbres, la ficción narrativa, la poesía y el teatro. Aunque Romero era un espíritu sobrio, nada propenso a las profecías aciagas, y no se identificaba con el pesimismo telúrico de Ezequiel Martínez Estrada, les atribuía singular penetración a sus análisis y a su intelección intuitiva de la realidad nacional.41 A su juicio, el examen fructífero de los rasgos de la Argentina contemporánea había comenzado con Radiografía de la pampa. Pero una fuente mayor de sugerencias fue, según creo, José Ortega y Gasset, cada uno de cuyos viajes a la Argentina constituyeron, para emplear palabras de Romero, una fecha en la historia de la cultura intelectual del país. La segunda visita "acentuó su influencia y el prestigio del pensamiento renovador" en un milieu que desde cinco arios atrás estaba cautivado por la lectura de la Revista de Occidente (1923). Cuando "Ortega y Gasset comenzó sus conferencias en el salón de Amigos del Arte, se tuvo la sensación de asistir a un acontecimiento que haría fecha en la vida cultural argentina".42
41 "Poeta y estilista, [Martínez Estrada] poseía el secreto de las fórmulas profundas y expresivas para destacar la significación de los rasgos típicos de la vida argentina, descubiertos en parte por la vía del análisis sociológico y en parte por el camino de una intuición desusadamente sagaz." José Luis Romero, El desarrollo de las ideas en la sociedad argentina del siglo Ax, Buenos Aíres, Solar, 1983, p. 218. 42 mem, p. 135.
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El Ortega y Gasset que vino en 1928 era el pensador de El tema de nuestro tiempo y el ideólogo preocupado por el advenimiento de las multitudes (en las conferencias que dictó ese año en Buenos Aires expuso algunos de los tópicos que ampliaría después en. La rebelión de las masas). Ya señalamos al pasar que en El tema de nuestro tiempo el filósofo español daba acogida y desarrollo a la tesis de George Simmel acerca del conflicto entre cultura y vida, considerada la tragedia de la civilización moderna, y que también Romero había hecho suyo este principio de la filosofía cultural simmeliana, como lo dejaba ver un artículo muy temprano, en que también podía reconocerse el eco de la teoría orteguiana de las generaciones. Pero las sugestiones intelectuales que hizo germinar Ortega y Gasset no nos remiten sólo a sus ensayos de reflexión filosófica general, sino también y sobre todo a los que dedicó a examinar 'el carácter de los argentinos. En uno de esos ensayos, "E] lif,inbre a la defensiva", de 1929, Ortega y Gassetplantearia varios de los temas que reecontraremos en los análisis de Romero: la discordancia entre un orden estatal rígido y la espontaneidad social, más caótica, a la que el primero tendía a coartar; la falta de autenticidad ("La palabra, el gesto no se producen como naciendo directamente de un fondo vital, íntimo, sino como fabricados expresamente para el uso externo");43 en fin, el objetivo dominante de hacer dinero y el espíritu de factoría: "El inmoderado apetito de fortuna, la audacia, la incompetencia, la falta de adherencia y amor al oficio o puesto son caracteres conocidos que se dan endémicamente en todas las factorías. Eso, precisamente eso, distingue una sociedad nativa y orgánica de
Ortega y Gasset, "El hombre a la defensiva", Meditación del pueblo joven y otros ensayos sobre América, Madrid, Alianza Editorial, 1981, p. 125.
43 José
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la sociedad abstracta y aluvial [cursivas mías] que se llama factoría".44 Tras este recorrido, creo que podemos reunir los hilos y extraer algunas conclusiones. "[C] asi todo lo que leyó cada argentino, casi todo lo que meditó cada argentino, ha venido a terminar finalmente en un interrogante acerca de la realidad nacional", afirmaba Romero en 1976.45 El no escapó a esa tradición. Tomando en cuenta los diagnósticos que juzgaba perspicaces y la índole de sus preocupaciones respecto del destino de la Argentina, puede concluirse que su idea de la sociedad aluvial se formó en la década de 1930, en el clima de malestar e introspección intelectual que alimentaron los ensayos de Eduardo Mallea y Martínez Estrada, y que de ahí provenía la inquietud que dejaba ver respecto de la consistencia del tejido moral de la Argentina contemporánea. En su exégesis del presente se reconoce el eco de los críticos de costumbres de comienzo de siglo —el afán de enriquecimiento del inmigrante y el espíritu de factoría que se había apoderado del país eran tópicos de esa crítica— y de las reflexiones de Ortega y Gasset, que devolvía a los argentinos muchas de las imágenes que éstos ya habían forjado sobre sí mismos. En concordancia con su orientación liberal-socialista, Romero confió durante muchos arios en que el tiempo no sólo estabilizaría lo que en el presente aparecía inestable y proteico, sino que encauzaría las posiciones políticas y las ideas de acuerdo con las divisiones del mundo social. En otras palabras: las masas se unirían a sus verdaderas elites, las del progreso. Sin embargo,
Ibid., p. 13L José Luis Romero, "La cultura argentina", La experiencia argentina y otros ensayos, p. 136.
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fiel al precepto del conflicto entre cultura y vida, no dejará de destacar, tanto en sus-cuadros de la Argentina criolla, como en los de la Argentina aluvial, que la espontaneidad social —"pura en sus fuentes, mas llena de peligros e imperfecciones", como había dicho de la "democracia inorgánica" — era más potente que las formas institucionales que pretendían regir la existencia colectiva. Permítaseme ilustrar esta afirmación con la tesis de un artículo de 1973, ya citado. En él evoca una vez más la sociedad aluvial, aunque a la imagen del país revuelto por la inmigración Romero añade ahora la del país dividido cultural y políticamente: por un lado, el sector popular criollo-inmigratorio y, por el otro, la elite tradicional, parapetada en defensa de lo que había creado. No eran los socialistas, sino un caudillo, Hipólito Yrigoyen, el.símbolo de la lucha de las clases populares contra los privile0dos., Sin embargo, Romero no remite al futuro, como otras veces, el encauzamiento apropiado de las energas-wpaáres. "Lo popular espontáneo triunfaba mientras larriuidecían las ideologías revolucionarias —el anarquismo, el socialismo— que habían pretendido orientar las actitudes políticas de las masas. Fracasó Juan B. Justo lo mismo que Felipe 11."46 Esta afirmación parecía una despedida de antiguas certidumbres e implicaba una conclusión complementaria: el fracaso de las elites. Con lo popular espontáneo había triunfado la ideología del ascenso socioeconómico, la ideología que todavía seguía vigente, "la que encuentra expresión en los nuevos movimientos multitudinarios posteriores a 1943, pese a contradictorias apariencias".47 La alusión al peronismo
José Luis Romero, "Las ideologías de la cultura nacional", Las ideologías de la cultura nacional ..., p. 84. 47 Mein. 46
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es aquí tan obvia que casi no es necesario señalarlo (para entonces Romero había cambiado su juicio no sobre quién sino sobre qué era Perón y el movimiento que había nacido bajo su liderazgo)." No celebraba el contenido de la ideología victoriosa, sino el triunfo de la espontaneidad social y la posibilidad de que ese triunfo dejara atrás la incoherencia entre el ritualismo formalista y la realidad —o sea el fin de la inautenticidad que, a sus ojos, paralizaba la cultura argentina—. "Quizá dentro de poco nadie se sienta tentado de indagar la peculiaridad del 'ser nacional' y acaso nos decidamos definitivamente a escribir como hablamos, como sentimos y como pensamos".49 ¿Había abandonado para entonces Romero todo criterio normativo para aceptar, con alguna ironía, los corsi e ricorsi de la vida histórica? No estoy seguro. Tal vez ocurriera, simplemente, que su expectativa se había hecho más abierta.
48 "Perón simboliza una rebelión primaria y sentimental contra el privilegio", escribió en un articulo contemporáneo al que comentamos ("El carisma de Perón", La experiencia argentina y otros ensayos, p. 491). 49 Idem, p. 85.
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La noción y el nombre de América Latina están articulados sobre una doble oposición, como observó el filósofo uruguayo Arturo Ardao en un estudio sobre el origen y la trayectoria de este término. Por un lado, la antítesis ligada con la imagen de AméritI _como Nuevo Mundo, opuesto al Viejo Mundo, denominarión que evocaba a Europa, en primer lugar, pero ;nni ren:al Asia y sus antiguas civilizaciones. Por otro, la antíte:áisubrayada por el adjetivo "latina", que opone esta América, la del sur, a la otra América, la del norte, la América Sajona. "El advenimiento histórico y el desarrollo de la expresión América Latina —escribe Ardao—, no se explica sin su relación dialéctica con la expresión América Sajona. Son conceptos correlacionados, aunque por oposición; no pudieron aparecer y desenvolverse sino juntos, aunque a través de su contraste".1 Esta doble diferenciación, en suma, es constitutiva de la idea de América Latina. Recuerdo estas antítesis aquí porque ellas no van a ser ajenas a las visiones que se forjaron en la Argentina a lo largo
I Arturo Ardao, "Génesis de la idea y el nombre de América Latina", América Latina y la latinidad, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1993, p. 26.
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del siglo xx sobre nuestro subcontinente. Es necesario hablar de visiones, en plural, dado que América Latina no ha inspirado una sino varias ideas-imágenes en nuestro país, y ellas llevan las marcas de una historia de proyectos, decepciones y ansiedades que señalaron la experiencia argentina en el curso del siglo. Más aun: la elaboración de esas diferentes visiones es indisociable de los modos en que los argentinos —o, mejor, sus elites dirigentes— pensaron la identidad nacional y el destino del país correspondiente a esa identidad. Como se sabe, no hay "nosotros" sin "ellos", identidad sin alteridad, es decir, sin relación con un Otro de referencia con el cual se establece la diferenciación. ¿Cuál ha sido el Otro o los Otros significativos respecto de los cuales los argentinos creyeron necesario afirmar y poner de relieve la singularidad de una identidad colectiva? Por una parte, Europa y los Estados Unidos, acerca de los cuales la actitud fue (y sigue siendo) fluctuante, ambivalente. Señalados por lo general como sitios de una excelencia digna de ser no sólo admirada sino imitada —sea política, económica o cultural—, es decir, ámbitos revestidos de atracción y prestigio, tanto Europa como los Estados Unidos han sido considerados por momentos también obstáculos cuando no una amenaza para la autonomía nacional y los caracteres de una personalidad colectiva propia. La otra referencia significativa ha sido América Latina, vista a veces como la "familia" histórica de la que se forma parte y otras como sinónimo de las adversidades de las que se busca escapar para ingresar en la ruta de la civilización. En este sentido, la observación general de Claudio'Lomnitz se aplica enteramente a la Argentina: "En América Latina la problemática identitaria surge como parte de la obsesión nacional por explicar y remediar el atraso, ante el fracaso de las independencias y de la soberanía nacional como mecanismo civiliza-
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torio".2 ¿Cómo remediar el mal del atraso? La vía que eligió para ello la minoría que en la segunda mitad del siglo xix tomó en sus manos la dirección de la Argentina—transformar el país mediante el capital extranjero y la inmigración masiva—, no sólo produjo una nueva fisonomía nacional, sino que redefinió las relaciones con el resto de América del Sur. A partir de entonces, estar geográficamente en América Latina no significaría siempre para los argentinos identificarse como, latinoamericanos. Ymuchas veces, cuando la condición latinoamericana (o sudamericana) aparezca como un rasgo insuprimible de la idiosincracia nacional, ese atributo estará asociado con alguna deficiencia colectiva. Como en el "Poema conjetural", de Jorge Luis Borges, donde el escritor juega a evocar los últimos pensamientos de Narciso Laprida, un político ilustrado argentino del sigI9 xix, antes de ser muerto por una partida de gauchos (los "bArbaros") en una de las refriegas de la guerra civil: Yo que anhelé ser otro, ser un hombre de sentencias, de libros, de dictámenes, a cielo abierto yaceré entre ciénagas; pero me endiosa el pecho inexplicable un júbilo secreto. Al fin me encuentro con mi destino sudamericano. Como el Laprida imaginado por Borges, el país también anheló ser "otro". En los versos que acabamos de citar, encontrarse con la verdad del destino sudamericano es dar, finalmente, con la barbarie y morir a manos de sus representantes. La falla
2 Claudio Lomnitz, "Identidad", Carlos Altamirano (dir.), Términos críticos de sociología de la cultura, Buenos Aires, Paidós, 2002, p. 133.
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o el defecto asociados con la condición latinoamericana no serán, sin embargo, siempre los mismos. O bien, cuando sean retomados, no serán enunciados en los mismos términos. En su paso por la historia del siglo el tema del subcontinente se mezcló con otros —el de la raza, el caudillismo o el subdesarrollo—, o sea, con la reflexión sobre lo que se juzgaban los "males" de estos países. Sin embargo, América Latina estuvo también en el horizonte de los proyectos de redención colectiva que elaboró el pensamiento argentino. Por ejemplo, en la prédica de Manuel ligarte, en el discurso de la Reforma Universitaria de 1918 o en las campañas de la Unión Antiimperialista, impulsada en la década de 1920 por José Ingenieros y Alfredo L. Palacios. Sobre la base de estas indicaciones previas, lo que voy a presentar es una exploración por algunas etapas del recorrido que siguió la idea de América Latina (no importa aquí el nombre con el que se la evocara) en la imaginación social de las elites culturales de la Argentina en el siglo xx. No me propongo hacer un inventario, sino una selección de ese recorrido. Sólo quiero agregar a estas referencias preliminares una observación más sobre el nombre de América Latina. Éste, que es el más corriente en nuestros días, ha terminado- por eclipsar otros que durante décadas coexistieron con él, como Sudamérica, Hispanoamérica, Iberoamérica. Aunque estas denominaciones no son simplemente intercambiables y las diferencias entre ellas no carecen de significado, puede decirse que todas evocan aproximadamente el mismo conjunto cultural y geográfico: lo que está al sur del Río Bravo.
Las posiciones que podríamos designar como polos o puntos extremos de la gama de registros que conocerá el tema la-
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tinoamericano se manifestaron ya a comienzos de siglo. Una de ellas prolongaba, aunque con mayor disciplina positivista, la perspectiva de Sarmiento en su obra de la vejez, Conflicto y armonías de las razas en América (1883). "En el Conflicto de las razas quiero volver a reproducir, corregida y mejorada, la teoría de Civilización y barbarie", había escrito Sarmiento en el segundo volumen, póstumo, de su nueva obra. Ahora, cuando trata de "explicar el mal éxito parcial de las instituciones republicanas en tan grande extensión y en tan distintos ensayos", sus claves no serán ya, como en el Facundo, el desierto, la campaña pastora o el dislocarniento social que produjo la revolución de la independencia, sino la constitución racial de los pueblos hispanoamericanos. Aunque Conflictos y armonía de las razas en América no tuvo el eco que Sarmiento esperaba (incluso entre quienes no eran sus,adversarios la crítica fue más benevolente que elogiosa), él punto de vista que la obra transmitía, asociando los viciosAaa" vida política sudamericana con los rasgos etnicós5le- su pueblo, seria el predominante en las elites ilustradái'de la Argentina. En esa estela racialista se inscribe el libro de Carlos O. Bunge, Nuestra América, publicado en 1903, y que lleva por subtítulo Ensayo de psicología social. Nuestra América es la única obra de tema continental que produjo la cultura positivista argentina y refleja la mezcla de naturalismo y psicologismo que fue característico de lo que se entendía entonces por ciencia social. "Amo más que a mí mismo a mi Patria, a 'nuestra América', a nuestra madre España; si aquí las fustigo o satirizo, no es con el insensato propósito de ofenderlas, antes bien con el modesto anhelo de servirlas", escribió el autor en el prólogo, anticipándose a las críticas que podría recibir por la severidad de su diagnóstico.3 Abogado y 3 Carlos
O. Bunge, Nuestra América, Buenos Aires, Arnoldo Moen y Hermano Editores, 1903, p. 21.
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profesor universitario reputado por su versación en ciencias jurídicas y sociales, Carlos O. Bunge, que carecía de vocación política pero no de preocupaciones cívicas, estaba convencido de que la sinceridad de su amor patriótico lo obligaba a ejercer y divulgar la verdad de la ciencia, por dura que ella fuera. Admitía que podía haber alguna exageración en las descripciones que contenía su libro, pero juzgaba que aun ese exceso se disculpaba por la intención que lo animaba: despertar la conciencia de sus compatriotashispanoamericanos. "Mis bocinas tocan a alarma, desde Texas hasta la Patagonia, para que nuestra América se levante del caos inorgánico en que la dejó el coloniaje".4 ¿Cuál era el objeto de su libro? Describir, "con todos sus vicios y modalidades, la política de los pueblos hispanoamericanos".5 Ahora bien —razonaba Bunge—, como la vida política de un pueblo es fruto de su psicología y esta psicología colectiva es, a su vez, efecto de la raza y de los factores del ambiente flsico y económico, el estudio debía comenzar por estos elementos fundantes. Consecuente con la premisa, los primeros capítulos del libro serán consagrados al examen del carácter de españoles, indios y negros, es decir, de los componentes cuya mesriznción había producido el tipo hispanoamericano. A lo largo de muchas páginas de Nuestra América se despliegan, entonces, uno tras otro, los tópicos de esa caracterología racista que fue un rasgo sobresaliente del pensamiento social latinoamericano del último cuarto del siglo xix y las primeras década del xx: la arrogancia y la indolencia de los españoles, la pasividad y la tristeza del alma indígena, el servilismo y la maleabilidad de los negros. De la combinación
4 5
Idem, p. 28. Ideen, p. 3.
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de estos elementos surgió el tipo hispanoamericano, "neorraza formada o en formación",6 cuyos rasgos básicos son la pereza, la tristeza y la arrogancia. Estos atributos habían engendrado un carácter racial inverso al carácter europeo ("al menos al genio ideal de los pueblos más ricos y fuertes de Europa") ,' y ese carácter de los hispanoamericanos constituía la explicación, de la "política criolla". El paralelo, que entonces y después sería de rigor, entre los trayectos tan diferentes que habían recorrido las naciones del norte del continente americano y las del sur, remitía también al factor de la raza En efecto, Bunge compara la colonización española con la anglosajona en lo relativo al control de la mezcla entre europeos y poblaciones indígenas, como había hecho ya Sarmiento en Conflictos y armonía de las razas en América. Y llega a la, misma conclusión: el criterio opuesto a la mezcla racial, qué-había sido la norma de los anglosajones, resultó más atinadozí:-4néflco para la futura república nortea' mericada» lo que fue, para las repúblicas del sur, la actitud más laxó establecimiento colonial ibérico. Una vez en posesión de la clave —la psicología de la raza—, Bunge se ocupará de explicar mediante ella las desventuras de la vida cívica de estos países."Entrad, lectores. Entremos, sin miedo ya, al grotesco y sangriento laberinto que se llama la política criolla". ¿Qué era la política criolla? El caudillismo (o caciquismo), la inestabilidad institucional crónica, el ejercicio arbitrario del poder y el empleo generalizado de una retórica inflada "por frases huecas y sonoras como campanas", retórica que sólo estaba destinada a encubrir la venalidad y las componendas políticas. En resumen, se trataba de
6 Idean,
p. 102. Ideen, p. 212.
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ese conjunto de costumbres políticas que obstruían en los países hispanaoamericanos la institución del régimen que estaba fijado en sus Constituciones pero que no se practicaba, el de la república. Lo notable es que tras este severo dictamen sobre problemas cuyas raíces se hundían en la naturaleza misma de los pueblos de Nuestra América, el remedio que Bunge prescribía para corregirlos estuviera tan a mano. En efecto, un país sudamericano había comenzado a recorrer el camino que recomendabá para poner fin gradualmente a los males endémicos de la política criolla. "[Tan] factible es mi terapéutica —declara Bunge— que al fin y al cabo yo no la he inventado: de la realidad la tomo... Porque hay un pueblo en Hispano-América que, aplicándola más o menos imperfectamente, ha superevolucionado la política criolla a punto de que pudiera presentarse de ejemplo a sus hermanos. [...] Ese pueblo es mi Patria".8 Ahora bien, ¿cuál era ese tratamiento cuyos resultados podían observarse en la Argentina? Lo primero era que la "clase culta" se impusiera a los caudillos, un paso al que debía seguir la instauración de un sistema de gobierno liberal que promoviera la educación y practicara una administración austera de los recursos públicos. "Un mínimum de impuestos, un mínimum de política, un poco de justicia.' 9 Una república, en suma, pero no una república democrática —las invocaciones al sufragio popular, a la libertad, a la igualdad eran para Bunge sólo la prueba de que la política hispanoamericana seguía aún aquejada de la fiebre del jacobinismo--. En otras palabras, la fórmula que Bunge prescribía no era otra que la república liberal oligárquica que regía la Argentina desde 1880. A
8 Ideen, p. 309. 9 !dein, p. 308.
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sus ojos, únicamente este orden podría asegurar a los países sudamericanos no sólo el ingreso en el cauce del progreso material, sino también la segura, aunque lenta, incoporación en la civilización política. Esta visión del subcontinente era compartida por buena parte de las clases dirigentes de la Argentina, y subsisitiría aun después de que el positivismo y su sociología naturalista habían perdido ya todo prestigio intelectual. Un factor de esa permanencia fue la escuela, que extendió a las clases medias la certidumbre de la superioridad del país respecto de los otros del subcontMente. El sentimiento de la primacía argentina se alimentaba de la creencia de que la transformación demográfica y étnica que había provocado la inmigración europea, concentrada en el litoral del país, sobre todo en algunos de sus centros urbanos, había purificado la raza, es decir, la había hecho más bláltcá y, por ello, más apta para el progreso y la civilización. Latrénela contribuyó a infundir esta percepción deflug especial de la Argentina dentro de América Latina, coltO observa un estudio reciente sobre los textos de Geografia. "Durante varias décadas, la idea de 'composición de la población' funcionó como clave para establecer distinciones y afinidades entre países, y para elaborar una suerte de Geografía racial de América Latina".19 El criterio raciológico se combinaría con otro principio clasificatorio para explicar la excelencia argentina, el del clima, en virtud del cual el territorio nacional era agrupado entre aquéllos de clima "templado", lo que significaba que era un medio apropiado para el predominio de la raza blanca. Asociando estos dos criterios,
lo Silvina Quintero, "Los textos de Geografía: un territorio para la Nación", Luis Alberto Romero (coord.), La Argentina en la escuela, Buenos Aires, Siglo XXI, 2004, p. 96.
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el país aparecía localizado en América Latina desde el punto de vista de la geografía física, pero étnicamente se hallaba separado de ella, "debido a su singular combinación de raza y clima".11
11 El tema latinoamericano en la Argentina conoció, sin embargo, otro registro ideológico, que surgió tan tempranamente como el que acabamos de sintetizar y también en las filas de los círculos ilustrados. El nombre de rigor es aquí el del poeta, cuentista, periodista; político y crítico literario Manuel Ugarte. Pertenecía a la misma generación que Carlos O. Bunge (había nacido en 1875) y como éste procedía de una familia socialmente encumbrada. La familia intelectual de 'ligarte, sín embargo, no sería la del positivismo, sino la del modernismo literario. Como es sabido, en la cultura hispanoamericana recibe el nombre de modernismo el vasto movimiento de reforma de la expresión poética que incorporó, en la literatura escrita en español, los impulsos innovadores de las escuelas posrománticas europeas: la del arte por el arte, el parnasianismo, el simbolismo. Pues bien, Manuel Ugarte ingresó en la vida literaria bajo el signo inquieto del modernismo, que a los veintidós arios lo atrajo hacia París, la ciudad que era el centro de esa búsqueda incesante de lo nuevo que distinguía al espíritu modernista. En la capital francesa alternará el cultivo de la literatura con el periodismo y la vida bohemia, se relacionará con el socialismo y hará el descubrimiento de muchos otros intelectuales hispanoamericanos viajeros o exilados en París:
Idem, p. 98.
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su identidad latinoamericana. Desde entonces América Latina será el tema mayor de su compromiso cívico. Lo que precipitó ese descubrimiento fue un hecho que conmovió a la intelligentsia del subcontinente en 1898: la intervención de los Estados Unidos en la guerra de independencia cubana y el establecimiento de un protectorado norteamericano en la recién nacida república, tras la rápida derrota de España. La ola de sentimiento antinorteamericano que recorrió las capitales hispanoamericanas tras este suceso halló su manifiesto intelectual ensArtht, el ensayo que le daría consagración continental a su autor, el escritor uruguayo José Enrique Rodó. En este escrito filosófico-moral, publicado en 1900, Rodó pone en cuestión la civilización norteamericana y el afán de imitarla (la "nordomanía"), proporcionándole al sentimiento antinorteamericano un fundamento cultural: la defensa del humanismo latini4 sus valores intelectuales y estéticos frente al modelo utilitario-fepresentado por los Estados Unidos. Uth g e fue sensible tanto a la agitación que produjo exfel subcontinente la guerra hispano-norteamericana como al "arielismo", según el nombre que se daría al mensaje idealista del ensayo de Rodó, que obtuvo amplia adhesión entre las elites culturales latinoamericanas. Pero Ugarte, en correspondencia con su identificación con el pensamiento socialista, radicalizó el mensaje arielista, imprimiéndole un sentido político y económico que le conferirá un nuevo carácter a la crítica de la acción de los Estados Unidos en América Latina. El objetivo de la unidad de los países latinoamericanos y la denuncia del peligro que para ellos representaban las aspiraciones hegemónicas de la república norteamericana se convertirán de este modo, desde los primeros años del siglo xx, en los ejes de una prédica difundida a través de artículos, libros y conferencias. A partir de 1912 esa campaña lo llevará de un país a otro y le dará más renombre fuera que dentro de
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la Argentina, donde no hallaría respaldo ni aun en su partido, el Partido Socialista. En los escritos de Ugarte la situación de América Latina muchas veces aparece descripta y dramatizada como si se la representara en la superficie de un mapa. Leamos, por ejemplo, este pasaje de uno de sus escritos tempranos sobre el tema y que lleva por título "La defensa latina": La América española es susceptible de ser subdividida en tres zonas que podríamos delimitar aproximadamente: la del extremo sur (Uruguay, Argentina, Chile y Brasil) en pleno progreso e independiente de toda influencia extranjera; la del centro (Perú, Bolivia, Ecuador, Venezuela y Colombia), relativamente atrasada y roída por el clericalismo o la guerra civil y la del extremo norte (México, Guatemala, Honduras, Nicaragua, San Salvador y Costa Rica), sometida indirectamente a la influencia moral y material de los Estados Unidos.I2 Como se ve, lo que en esta imagen diferencia una región de otra del subcontinente es el grado de "progreso" (lo que en el lenguaje de nuestro tiempo llamaríamos su grado de desarrollo económico y político), su independencia de los Estados Unidos y su ordenamiento institucional. El hecho de que la zona que integran Uruguay, Argentina, Brasil y Chile sea considerada libre de toda influencia extranjera indica que para Ugarte (pero no sólo para él, en realidad) la enorme gravitación de los intereses económicos británicos en esos cuatro países no implicaba un obstáculo a su independencia. En realidad, la presencia en América Latina de intereses no sólo británicos, sino europeos en general, es juzgada como valiosa, en
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tanto contrapesan el poder norteamericano: "En caso de que los Estados Unidos pretendieran hacer sentir materialmente su hegemonía —escribe Ugarte— y comenzar en el sur la obra de infiltración que han consumado en el centro, se encontrarían naturalmente detenidos por las naciones europeas que tratarán de defender las posiciones adquiridas".13 La pugna de las naciones europeas con los Estados Unidos y la de los europeos entre sí neutralizaría las ambiciones rivales, lo que obraría en favor de los latinoamericanos. Pero el gran instrumento de la defensa de la América del sur radicaba en la unión de sus pueblos, que, después de la independencia y pese a su tronco común, habían marchado separados e ignorantes unos de otros. "Hoy mismo nos unen con Europa maravillosas líneas de comunicación, pero entre nosotros estamos aislados. Sabemos lo que pasa en China, pero ignoramos lo que": 15curre en nuestro propio continente", observará Ugarte.14-Ett la edificación de ese bloque de resistencia Ukartmsilnaba un papel rector a las naciones que habían sido ayddadas por el clima, la geografía y la labor de sus gobiernos, es decir, las naciones del extremo sur, las que ocupaban la zona del progreso. Yla primera medida de defensa sería establecer una red de comunicaciones entre los diferentes países de la América Latina_ En un escrito posterior, vuelve a poner ante nuestros ojos un mapa imaginario, aunque esta vez es el mapa de toda América, y lo usa para evocar el contraste entre la América del norte y la América del sur: "Al norte bullen cien millones de anglosajones febriles e imperialistas, reunidos dentro de la armonía más perfecta en una nación única; al sur se agitan
12 Manuel Ugarte, La nación latinoamericana, Caracas, Biblioteca Ayacucho,
13
1978, p. 3.
14 Idem,
Idem, p- 7. p. 4.
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ochenta millones de, hispanoamericanos de cultura y actividad desigual, divididos en veinte repúblicas que en muchos casos se ignoran o se combaten". Desde el siglo xix cotejar las dos Américas y su desarrollo histórico desigual era un ejercicio intelectual frecuente y, como ya tuvimos ocasión de señalarlo, el positivismo le prestó sus argumentos racialistas a esa práctica comparativa. Ahora bien, lo que en 1910 singularizaba el diagnóstico de Ugarte en el contexto del pensamiento argentino era que buscara para el atraso latinoamericano razones de índole política y no explicaciones fundadas en el carácter del medio fisico, el clima o la constitución étnica de sus habitantes. Por el contrario, va a rechazar explícitamente los argumentos raciológicos: El hecho de que los norteamericanos, cuya emancipación de Inglaterra coincide casi con la de las antiguas colonias españolas, hayan alcanzado en el mismo tiempo, en parecido territorio, y bajo idéntico régimen, el desarrollo inverosímil que contrasta con el desgano de buena parte de América no se explica, a mi juicio, ni por la mezcla indígena, ni por los atavismos de raza que se complacen en invocar algunos, arrojando sobre los muertos la responsabilidad de los propios fracasos.15 Dos factores explicaban a su juicio el desarrollo desigual de ambas Américas: por un lado las divisiones de los pueblos que se desprendieron del colonialismo español, en contraste con la unidad estatal y territorial que mantuvieron los americanos del norte. Mientras éstos se unieron en un grupo estrecho y formaron una sola nación, "los virreinatos o capitanías generales que se alejaron de España, no sólo se organizaron
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separadamente, no sólo convirtieron en fronteras nacionales lo que eran simples divisiones administrativas, sino que las multiplicaron después, al influjo de los hombres pequeños que necesitaban patrias chicas para poder dominar".16 La otra causa radicaba en las costumbres políticas y las ideas que habían terminado por prevalecer en la parte sajona y en la parte latina. "Mientras los Estados Unidos adoptaban los principios filosóficos y las formas de civilización más recientes, las Repúblicas hispanoamericanas, desvanecido el empuje de los que determinaron la Independencia, volvieron a caer en lo que tanto habían reprochado a la Metrópoli".17 Es decir, autoritarismo, teocracia, el poder en manos de oligarquías. ¿Qué consecuencias extraía Ugarte tras definir de este modo la raíz de los males que azotaban a los pueblos latinoamericanos? Que la posibilidad de cambiar y salir de esos problemas estaba al alerace de la voluntad -colectiva. "La vida depende de nosotros. Son nuestros músculos intelectuales y moraler&ks, Traforman la historia."18 Ese "nosotros" era un nosotros Oneracional, pues para este escritor la tarea de unir América del Sur para salvar no sólo su independencia, sino también la civilización que le era propia, la civilización de los latinos en América (la defensa de la cultura latina será el lazo que conservará del mensaje arielista originario), era una labor de toda su generación. En esta empresa de gestación de una nación de alcance continental —la "patria grande del porvenir", para emplear sus propias palabras— tenían una responsabilidad primaria los países más fuertes y de mayor prosperidad del subcontinente: "A la Argentina, al Brasil, a Chile
16
Idem. Idem. 18 Idem, p. 13.
17 15
Idem, p. 12.
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y a México incumbe el deber de encabezar la cruzada —se lee en su ensayo El parvenir de la América Española—. Su prestigio, su alta cultura y sus progresos capacitan a estos países para salvar la situación".19 Aunque la prédica latinoamericanista de Manuel Ugarte no halló mucho eco en su país, ese filón intelectual del latinoamericanismo antlimperialista ya no desaparecería del pensamiento argentino. Su desarrollo fue más bien intermitente y desigual. Cobró cierta amplitud después del fin de la primera guerra, primero a través del discurso del movimiento de la Reforma Universitaria —cuyo manifiesto inicial está dirigido a "los hombres libres de Sudamérica"—, después a través de la Unión Latinoamericana. Creada en 1925 bajo la inspiración de José Ingenieros, quien había redactado su acta fundacional, la Unión tenía como objeto la coordinación de fuerzas intelectuales latinoamericanas y animó durante unos años un vasto movimiento de ideas. Pero, aunque sin cortarse nunca enterarnante, el hilo de esta corriente se debilitó en las décadas siguientes. Volvería a reanimarse después de 1959, con la Revolución cubana.
Las dos posiciones respecto de América Latina que hemos resumido hasta aquí, sobre todo a través de las obras de Bunge y Ugarte, no obstante el antagonisrao evidente de sus visiones, reposaban sobre una certeza común, la de que la Argentina se había librado o se estaba librando de los males que afectaban a la mayoría, si no a todos los países de la región. De
19 Idean,
p. 21.
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ahí el papel ejemplar que ambos le asignaran a la Argentina, aunque la función de esa ejemplaridad no fuera la misma. Esta certeza comenzó a corroerse alrededor de 1930. Década de desórdenes económicos y políticos, la del treinta se inició con el derrocamiento del presidente Yrigoyen, lo que puso fin al período de regularidad institucional que había comenzado en 1880. Pero no fue sólo el golpe de Estado, ni la tentativa de una reforma fascista de la sociedad emprendida a continuación por el general Uriburu, ni tampoco el orden conservador asentado en el fraude que siguió al experimento de Uriburu, lo que trastornó aquella confiada certeza en el porvenir de la Argentina. Era la propia figura del presidente derrocado, el anciano Hipólito Yrigoyen, la que perturbaba a las elites ilustradas, fueran políticas o intelectuales, pues el líder del Partido Radical representaba para ellas la encarnación del caudillo tradidon ,1a. imagen misma de la "política criolla" largamente execrada. LadelazenAüe provocaba el cuadro nacional se mezcló con el Malestar que procedía del pensamiento europeo de la crisis —crisis del espíritu, del orden liberal, del capitalismo— y esa amalgama alimentó un estado de descontento intelectual que cobró forma en la reflexión ensayística. A través del ensayo se produjo, en efecto, para emplear las palabras de Carlos Real de Azúa, "una revisión implacable de la Argentina liberal y novecentista, de la Argentina heredera de Caseros", una Argentina identificada con el "optimismo, el conformismo y la facilida.d".20 Y en la formulación del veredicto de que algo estaba constitutivamente mal en el país y de que había algo falso en la raíz de su vida pública, ninguno resultó más sombrío
29 Carlos Real de Azúa, "Una carrera literaria", Escritos, Montevideo, Arca, 1987, p. 106.
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que el ensayo de Ezequiel Martínez, Radiografía de la pampa. Leamos simplemente el párrafo final de ese libro, publicado en 1933: Lo que Sarmiento no vio es que civilización y barbarie eran una misma cosa, como fuerzas centrífugas y centrípetas de un sistema en equilibrio. No vio que la ciudad era como el campo y que dentro de los cuerpos nuevos reencarnaban las almas de los muertos [...] Los baluartes de la civilización habían sido invadidos por espectros que se creían aniquilados, y todo un mundo, sometido a los hábitos y las normas de la civilización, eran los nuevos aspectos de lo cierto y de lo irremisible. Conforme esa obra y esa vida inmensas [la de Sarmiento] van cayendo en el olvido, vuelve a nosotros la realidad profunda.21 Aunque la mayoría de los ensayos-diagnóstico de esos años no estaban incitados por el pesimismo que animaba Radiografía de la pampa, todos transmitían insatisfacción y angustia por el presente e incitaban a la búsqueda de una argentinidad y una americanidad auténticas. El descubrimiento y la expresión de ese ser propio, que no era europeo, sino americano, y que debía ser escrutada más allá de la superficie de la civilización importada de sus ciudades; ésta era la misión que se atribuía a la intelligentsia y se esperaba de ella. El tópico de la distancia entre Europa y América, en particular América Latina, reaparecía en ese discurso ensayístico que llamaba a la toma de conciencia. Pero lo que hasta entonces había sido vista como una distancia histórica y, por lo tanto, superable en el tiempo mediante el progreso (¿qué era el progreso sino, justamente, alcanzar a Europa y a los Estados Unidos?), cobraba ahora,
Mrtínez Estrada, Radiografía de la pampa, Buenos Aires, Losada, 1991, p. 341.
21 E,zequiel
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al menos en algunas visiones, el carácter de una brecha de índole más radical, ontológica: Europa era el espíritu y América todavía, sólo naturaleza. Sería imppsible no mencionar aquí la gravitación que en esta definición del "ser" americano en términos de una esencia u ontología tuvieron algunos visitantes famosos, como el conde de Keyserling y el filósofo español José Ortega y Gasset, cuyas conferencias fueron un acontecimiento en el Buenos Aires de la década de 1920. "El suramericano es total y completamente el hombre telúrico. Encarna el polo opuesto al hombre condicionado y traspasado por el espíritu", había escrito el conde de Keyserling en sus muy leídas Meditaciones sudamericanas.22 ¿Cuál era el puesto que Hegel le asignaba a América en el cuerpo de la historia universal? Ésta era la intencionada interrogación que Ortega y Gasset se hacía ante la Filosofía de la Historia Uni-zfé;sql, cuya traducción al español acababa de ser publicada. AutOca, observa Ortega y Gasset, no ocupa ningun Inga%fn 'ace cuadro histórico porque a los ojos de Hegel ella estadavía sólo un porvenir. "Cuando el espacio sobra, explica el filósofo español, se adueña del hombre la naturaleza. El espacio es una categoría geográfica, no histórica".23 Pocos textos muestran mejor los vaivenes y ambigüedades del americanismo argentino de los treinta que la carta que Victoria Ocampo dirigió justamente a Ortega a comienzos de esa década. ()campo estaba aún en los comienzos de lo que iba a ser una larga carrera de gran dama de la república de las letras en la Argentina, como escritora y, sobre todo, como edi-
22 Conde de Keyserling, Meditaciones suramericanas, Madrid, Espasa-Calpe, 1933, p. 41. 23 José Ortega y Gasset, "Hegel y América", Meditación del pueblo joven y otros ensayos sobre América, Madrid, Alianza Editorial, 1981, p. 91.
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tora. El motivo de esta carta era la idea, largamente conversada con el escritor norteamericano Waldo Frank y con el propio Ortega, de una revista consagrada a la cuestión americana. Se trataba del proyecto de la futura revista Sur, que aparecería un año después. "Aquí me tienes, querido Meditador, instalada de nuevo en la gran Aldea", se lee en el comienzo del escrito. Acaba de volver a Buenos Aires, la gran Aldea, después de un encuentro con Waldo Frank en Nueva York y ha regresado siguiendo la costa del océano Pacífico. "Estos quince días en New York y este decenso a lo largo de las costas pacíficas me han instruido singularmente —continúa Ocampo pocas líneas más abajo—. Los días pasados frente a los paisajes lunares de Talara, Antofagasta, Chañaral, Moliendo, etc. han sido para mí de saludable meditación". No quiere hablarle de esto, dice, sino de la revista: "Se trata de lanzarse en esta empresa y he aquí lo que encuentro: el paisaje literario que tengo ante mis ojos se parece bastante a Talara, Antofagasta, Chañaral, Moliendo...". El paisaje literario es, pues, desamparado como el paisaje fisico que contempla. ¿Cómo escapar al efecto desolador de ese panorama americano? "Después de una hora de paseo por las calles de Antofagasta regresé al Santa Clara y me encerré en mi camarote. Allí hice girar los discos de Debussy y metí la cabeza en el fonógrafo durante una hora sin parar". Una fórmula cierra este microrrelato: "Debussy = oxígeno = Europa". No ignora, le dice Victoria Ocampo a su conspicuo amigo, que una cultura no se improvisa. En realidad lo sabe mejor que él porque lo sufre: "En una palabra, sufro por América porque soy americana". Y la revista que tiene en mente, "se ocuparía principalmente del problema americano bajo todos sus aspectos y en la que colaborarían todos los americanos que tengan algo adentro y los europeos que se interesen en América". Vuelve al final de la carta al símil entre el paisaje fisico y el paisaje
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literario, y aclara: "Exagero un poco para explicarte mejor mi pensamiento. De aquí se deduce que siempre necesitaré hundir mi cabeza en los libros y en el piano, como tenía necesidad de Debussy en Antofagasta. Asunto de higiene respiratoria". La conforta un hecho: "Nuestra ciudad—concluye refiriéndose a Buenos Aires—, mira hacia el Atlántico: símbolo".24 Se ha subrayado a menudo el esnobismo de Victoria Ocampo y no es dificil admitir ese juicio. Pero no se podría negar sinceridad al americanismo algo patético que se muestra en las contorsiones intelectuales de su carta, un americanismo que se aceptaba como deber de una elite que se quería, a la vez, refinada y responsable ¿Qué implicaba ese deber? Vivir en un territorio nada hospitalario para el espíritu y bajo el signo de la improvisación cultural, hacer de ello una elección y reconocer la situación, expresándola mientras se busca incitar a ese entortiWru'stico. Por los mismos años, el dominicano Pedro HenrígyOfflreña y el mexicano Alfonso Reyes, que participari~I^rigién del proyecto americanista de Sur, le dieron una feirmulación más esperanzada, redentorista, a la idea de América.25
IV Hacia fines de la década de 1930, el tema latinoamericano comenzó a entrelazarse en la atención intelectual con otras cuestiones: la guerra civil española, primero, la segunda gue-
24 "Carta a Ortega y Gasset" [19/7/1930], Sur, ng 347, julio-diciembre de 1980. 25 Véase Nora Catelli, "La cuestión americana en 'El escritor argentino y la tradición'", Punto de vista, año xxvi, nº 77, diciembre de 2003.
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rra mundial, después. Nora Catelli ha recordado hace poco la crisis que significó para las elites culturales latinoamericanas esa imagen de una Europa que se destrozaba, que volvía a destrozarse, en realidad, en una conflagración aún más brutal que la de 1914. Por un tiempo, aunque el lapso fue muy breve, se imaginó que América podía ser el relevo de Europa en la continuidad de la civilización, que podía ser el centro, no ya una sección marginal de la cultura occidental. En la célebre conferencia de Borges, "El escritor argentino y la tradición", Catelli identifica un eco, un vestigio de esa utopía, "la de sustituir a Europa en la tarea de ser Occidente".26 De todos modos, después de 1946 el foco de las preocupaciones respecto de la suerte y la condición de la Argentina como sociedad nacional estará puesto en las alternativas del régimen peronista. Fue sólo después del derrocamiento de Perón cuando cobró nuevamente brío la cuestión latinoamericana y la relación del país con el subcontinente. Pero ahora ese vínculo reaparecía a la luz de otra clave: la del desarrollo. Internacionalmente, el tema del desarrollo era un tópico del debate económico desde el fin de la segunda guerra y ya en 1949 el economista argentino Raúl Prebisch había expuesto, en una reunión celebrada en La Habana, el documento que con los arios recibiría el título de manifiesto fundador del pensamiento de la CEPAL: El desarrollo económico de la América Latina y algunos de sus principales problemas. El documento de Prebisch era la primera visión regional de la economía latinoamericana elaborada por un latinoamericano, y sus esquemas —principalmente el relativo al funcionamiento asimétrico de la economía mundial, resumido en la oposición "centro-periferia"—
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Mem.
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tendrían gran influencia en el pensamiento social del subcontinente. Sin embargo, en la Argentina, la literatura económica y sociológica que inspiró el tema del desarrollo casi no halló eco hasta 1955, y únicamente tras el fin de la década peronista encontrará divulgación amplia en el país. Esa literatura y su problemática introdujeron un nuevo vocabulario y categorías que reclasificaban al país en el mapa mundial. ¿Era la Argentina un país "subdesarrollado", un país "insuficientemente desarrollado" o, más bien, un país "en desarrollo"? ¿Cuál era su grado de subdesarrollo y cuáles eran las causas de éste? Los puntos de vista, así como los esquemas y los criterios para hacer esas distinciones, variaban según una gama de posiciones teóricas, pero las divergencias y aun las disputas tenían su contraparte en la unidad de los interrogantes. El hecho es que los argentinos conocerían de ese modo , una nueva tipificición de su sociedad, asentada en índices como el del ingreso-ipe . r capita, la tasa de productividad, el grado cl¿,±imiustilálización, etc., que la insertaban en un área de países'l los que estaban habituados a considerar pobres o lejanos cuando no exóticos, algunos de ellos recientemente constituidos como estados nacionales. En el nuevo mapa socioeconómico, que se ordenaba en torno al eje desarrollo-subdesarrollo, la Argentina ya no acompañaba, aunque fuera a los tropiezos, la marcha del lote que iba adelante (las naciones industriales o desarrolladas), ni siquiera se aproximaba a aquellos países con los que en el pasado había sido cotejada y que ahora iban incorporándose al grupo delantero, como el Canadá o Australia. Ahora, en virtud de las falencias de su desarrollo económico, integraba la heterogénea clase de las sociedades periféricas o del Tercer Mundo. Fue por esta vía que los argentinos se reencontraron con y en América Latina: el subcontinente pertenecía al área de los países deficientemente desarrollados y la Argentina no es-
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capaba a esa situación. Esta imagen del país tuvo una implantación extendida porque se instaló como parte del discurso político y del discurso académico, generalizándose con la expansión de las carreras de ciencias sociales y su lenguaje, que se divulgó entre las clases medias universitarias desde la década de 1960. Como en casi todas partes, la sociología fue en esa década la disciplina "reina" de las nuevas ciencias sociales, y su eje intelectual, el de la modernización, era convergente con la problemática desarrollista. En el nuevo contexto, el populismo latinoamericano sería para la sociología lo que el caudillismo había sido para la historiografía y la ciencia social positivista: un tema unificador, que se prestaba a los enfoques y estudios comparativos. "Getulismo", "peronismo", "aprismo", "cardenismo", serían encarados como miembros de una familia política e ideológica idiosincráticamente latinoamericana. Si desde 1949 el "manifiesto" de la CEPAL había incorporado a los países de América Latina en el cuadro de las regiones periféricas, la Revolución cubana, diez años después, introdujo el subdesarrollo latinoamericano en el cuadro de la revolución social. Un nuevo tiempo, pleno de inminencias, acechanzas y posibilidades pareció abrirse entonces para los problemas de los países del subcontinente. El tema del desarrollo, así como el latinoamericanismo, se asociaron, tanto en el discurso intelectual como en el discurso político, con el debate entre cambio gradual o revolución, una disyuntiva que la experiencia castrista y las Declaraciones de La. Habana (1960, 1962) pusieron sobre el tapete. El desarrollismo se identificó, fundamentalmente, con la alternativa gradualista, reformista, asociada con la democracia representativa. (Al menos hasta que llegó, a mediados de los años de 1960, una nueva fórmula: la de la modernización por vía autoritaria.) En nombre de esta vía gradual y erigiéndose virtualmente en portavoz de toda América Latina, hablaría el presidente argentino Arturo Frondizi
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ante el Congreso norteamericano, a veinte días del triunfo de Fidel Castro en Cuba: Postulamos la fuerza del espíritu como motor histórico y proclamamos la unidad esencial de las Américas, pero estas afirmaciones no pueden hacernos ignorar el hecho, doloroso y real, del desigual desarrollo continental. No podemos ocultar la cruda realidad de millones de seres que en América Latina padecen atraso y miseria. Tampoco podemos negar que bajo esas condiciones sociales y económicas, que contradicen nuestros ideales de justicia y libertad, la vida del espíritu se hace insostenible. Un pueblo pobre y sin esperanzas no es un pueblo libre. Un país estancado y empobrecido no puede asegurar las instituciones democráticas. En cierto modo, la idea del desarrollo fue un sustituto y una variante deloAdea del progreso. Como ésta, promovía el cambio y contenía_una interpretación del proceso histórico en términ~le mapas sucesivas de mejoramiento creciente de la vida individual y colectiva. Ambas, igualmente, estaban volcadas hacia el futuro y celebraban el avance de la ciencia y de la técnica. Ellas, sin embargo, no eran inmediatamente permutables. Para el pensamiento desarrollista, el cambio por excelencia, la industrialización, no sobrevendría por evolución económica espontánea. No sería, en otras palabras, resultante del liberalismo económico, la doctrina y la práctica que históricamente había sido indisociable de la idea del progreso. La idea del desarrollo, por el contrario, reposaba en la convicción de que los países de la periferia no saldrían del atraso si confiaban en repetir, con retardo, la secuencia histórica de las naciones adelantadas. Y el agente por excelencia de ese impulso debía ser el Estado. En este contexto intelectual, en el que la problemática del desarrollo se entrelazaba con los temas y los conceptos de la
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sociología de la modernización, y el pensamiento historiográfico renovaba sus instrumentos y preocupaciones en colaboración con las nuevas ciencias sociales, se escribirán las que probablemente sean las primeras contribuciones perdurables de la Argentina al conocimiento de América Latina. Dentro de esta producción de alcance continental pueden mencionarse "Democracia representativa y clases populares", de Gino Germani, y "Populismo y reformismo", de Torcuato di Te11a, estudios importantes sobre el populismo latinoamericano publicados, ambos, en 1965; la Historia contemporánea de América Latina, de Tulio Halperin Donghi, que se editó en castellano por primera vez en 1969 y que se convertiría en uno de los manuales de referencia sobre la historia de Latinoamérica independiente; la serie de ensayos que José Luis Romero consagró a la historia ideológica y cultural del subcontinente y que rematarían en uno de los grandes libros de este scholar especializado en historia medieval europea: Latinoamérica: las ciudades y las ideas, que apareció en 1976. "Quizá ha sido Latinoamerica más original de lo que suele pensarse, y quizá sean más originales de lo que parecen a primera vista ciertos procesos que, con demasiada frecuencia, consideramos como simples reflejos europeos", escribía en 1964 José Luis Romero, en un ensayo de título emblemático: "La situación básica: Latinoamérica frente a Europa".27 Pero esa originalidad y su interpretación no remitían ahora a una esencia, racial u ontológica, sino a la particularidad de una experiencia histórica. El tipo de estudios necesarios para comprender la formación y el desarrollo de América Latina no po-
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día ser ya el que había dado forma a las historiografias nacionales en el siglo xix. "Saber historia era, en los países latinoamericanos de la segunda mitad del siglo mx, tener opinión acerca del proceso de constitución del país o, mejor aún, participar en alguna medida en el arduo proceso de definición de la nacionalidad."28 Frente a las insuficiencias de esta historiografia tradicional, predominantemente política y articulada, en general, como relato de la nación y su identidad (¿qué es ser argentino, mexicano, venezolano...?), se hacía imprescindible dar impulso a una nueva historia, una historia social. Romero pensó los trabajos que consagraría a la ciudad latinoamericana como contribución a la visión histórica de América Latina que reclamaba. "Usando una fórmula tradicional, podría decirse que la ciudad es el mejor indicador de los fenómenos de mestizaje y aculturación que se desarrollan en Latinoamérica enielación con la creación de nuevas formas de vida y de meutalfflad", escribirá en 1969.29 Para él, esa fórmu la era-:vllidá-Para el examen del proceso histórico-social latinoatfericano desde el siglo xvi hasta el presente. Y con esta clave concibió Latinoamérica: las ciudades y las ideas, que sigue el hilo que va de la ciudad formal de las fundaciones, esos núcleos urbanos instalados como proyecciones europeas a comienzos de la ocupación del territorio americano, a las ciudades de masas del siglo xx. La historia latinoamericana, observaba Romero, es rural y urbana. Pero, a sus ojos, la originalidad que resultaba de esa historia podía ser comprendida partiendo de ese instrumento de colonización, que se implan-
28 José
José Luis Romero, "La situación básica: Latinoamérica frente a Europa", Situaciones e ideologías en Latinoamérica. Buenos Aires, Sudamericana, 1986, p. 2L
27
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Luis Romero, "Los puntos de vista: historia política e historia social" [1965], Situaciones e ideologías..., p. 15. 29 José Luis Romero, "La ciudad latinoamericana: continuidad europea y desarrollo autónomo", Situaciones e ideologías..., p. 213.
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ta como reducto europeo, cristiano, homogéneo, y que irá diferenciándose a lo largo de un desarrollo secular. Primero, diferenciación de su propio patrón inicial de "ciudad ideológica" que llevará a la "ciudad real", fruto de los ajustes a la experiencia americana; después, la diferenciación por la cual surgiría (reconocidamente, desde finales del siglo xviiI), a la par de la sociedad urbana, una sociedad diferente en el hinterland rural de las ciudades; y, por fin, la diferenciación de las ciudades mismas, que a partir de un modelo originariamente común seguirían distintos trayectos —algunas rumbo al ocaso o la desaparición—. El movimiento de las ideas, sean las sistematizadas de las elites políticas y culturales, sean las más laxas de los movimientos populares, debía entenderse en relación con este proceso. Dentro de este cuadro, como, en general, dentro de las perspectivas que comenzaron a ofrecer los estudios emprendidos con el estímulo de la nueva historia y de las ciencias sociales, las vicisitudes de la sociedad argentina aparecían como un fragmento de la experiencia latinoamericana. Los rasgos que la diferenciaban de otras naciones del subcontinente —por ejemplo, la gran mutación demográfica que produjo la inmigración europea a partir de la segunda mitad del siglo xix—, se inscribían en el repertorio de cambios que habían introducido discontinuidades y clivajes regionales en el espacio latinoamericano. Las discusiones y las tesis sobre la dependencia, características del debate intelectual de comienzos de la década de 1970, hicieron también su contribución a la percepción de que la Argentina no sólo estaba geográficamente en América Latina. En el mismo sentido.obró, en fin, el establecimiento de regímenes autoritarios, sobre todo la dictadura militar que imperó en el país entre 1976 y 1983. Ni la experiencia ni las interpretaciones acerca de América Latina y la Argentina que se elaboraron en las últimas cua-
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tro décadas han disipado enteramente la fantasía de mutarnos, como ha observado críticamente Roberto Russell, "en europeos periféricos [...] o, quizá mejor, en norteamericanos del Sur".30 Es una especie de engreimiento arraigado en las clases dominantes y en un segmento de las clases medias. Vanidad nacional, ella se ejercita también hacia dentro, contra la parte del país a la que se acusa de haber frustrado la grandeza argentina. Para dejar efectivamente atrás la nostalgia por el pasado y la añoranza de los barcos no bastará que los argentinos reconozcan su "destino sudamericano". A ese reconocimiento debe imprimírsele un sentido que no puede ser ni el de la admisión resignada de un destino fatídico, ni el de la exaltación identitaria. El descontento por lo que somos y por lo que son nuestros países (sociedades brutalmente injustas y desiguales, con pueblos que se marchitan en la pobreza y pos dirigentes codiciosos o irresponsables) debemos ligarlo con el deseo de gira Argentina y otra América Latina y el esfuerzo 13of liaeer probable lo que sólo es posible. Erfotras palabras, cierta conjetura abierta sobre lo que todavía no es, pero puede ser —cierta utopía, si se quiere—, que no nos desconecte del mundo, sino que oriente nuestra inserción en él, tendría que acompañar la afirmación del destino común. Afortunadamente, la mayoría de nosotros ya no acepta pensar que sea necesaria una etapa de capitalismo salvaje para poner a nuestro alcance la lucha por la equidad. Tampoco acepta que la existencia de desigualdades sociales, que son enormes, obligue a renunciar por un tiempo, mientras se logi a abolir la pobreza, a la democracia y a las libertades públicas. Pensar un futuro que conjugue estas exigencias es la tarea.
30
La Nación, 15/5/04.