Por: Nancy Orozco Parejas
Tristán e Iseo
Resumen Tristán es el hijo de Rivalén, rey de Leonís, y de Blancaflor. Al morir sus padres es recogido por su tío paterno el rey Marco de Cornualles. En su corte de Tintagel, Governal le adiestra en las armas. Un guerrero gigantesco, el Morholt, hermano de la reina de Irlanda, reclama a los
Tristán e Iseo
Resumen Tristán es el hijo de Rivalén, rey de Leonís, y de Blancaflor. Al morir sus padres es recogido por su tío paterno el rey Marco de Cornualles. En su corte de Tintagel, Governal le adiestra en las armas. Un guerrero gigantesco, el Morholt, hermano de la reina de Irlanda, reclama a los
cornuallenses un tributo humano. Tristán le mata, pero el Marholt, antes de morir, le hiere con su espada envenenada. Tristán, moribundo, llega a Irlanda en una barca a la deriva y es recogido y curado por Iseo, hija del del rey rey y sobr sobrin ina a de Marh Marhol olt. t. Tris Tristá tán n regre regresa sa a Corn Cornua uall lles es y Marc Marco o decide entregarle el reino, pero como los barones presionan al rey para que contraiga matrimonio, éste decide que sólo se casará la doncella a quien pertenezca el cabello rubio que una golondrina lleva en el pico. Tristán va en busca de la dueña de cabello rubio, pero una tempestad lo lleva a las costas de Irlanda. Allí Tristán combate contra un dragón que aterroriza al país, lo mata, pero la lengua del dragón lo envenena. Iseo vuelve a curar a Tristán y, un día, descubre en su espada la muesca que se hizo cuando alcanzó a Morholt. Iseo quiere matarlo, pero los ruegos de Tristán le hacen desistir. Tristán pide al rey de Irlanda la mano de Iseo para Marco, pues ella es la dueña del cabello rubio, y ambos, acompañados de la doncella Brangén, embarcan rumbo a Carnualles. La madre de Iseo ha preparado un filtro para que al beberlo el rey Marco y su hija hija se amen amen para para siem siempr pre. e. Dura Durant nte e la trav traves esía ía ambo ambos s jóve jóvene nes s sienten mucho calor y beben los dos del vino de hierbas.
Berol, Tristán I. La cita espiada
[…] sin que nada aparente (4). Cuando ella se acerca a su amigo, oíd cómo se le adelanta: -Señor Tristán, por Dios Rey, me hacéis cometer una gran falta al obligarme a venir a estas horas.
Entonces ella fingió que lloraba […] -¡Por Dios que hizo el aire y el mar, no me hagáis venir nunca más! Tristán, os digo que no vendré nunca más. El rey cree que os he amado alocadamente, señor Tristán: pero Dios garantiza mi lealtad y que me castigue si alguien gozó alguna vez de mi amistad, excepto aquel que me poseyó doncella. Aunque creo que los traidores de este reino por los que hace tiempo luchasteis y matasteis al Morholt le hacen creer que nos une el amor, vos, señor, no tenéis este deseo. Ni yo, por Dios omnipotente, no tengo ganas de amoríos que se conviertan en vileza. Preferiría ser quemada viva y que mis cenizas fueran esparcidas al viento que amar, mientras viva, a un hombre que no sea mi marido. Pero, ¡Dios mío, si no me cree! Bien puedo decir: un día estoy arriba y el otro abajo. Señor, qué verdad es la que dijo Salomón: quien libra a un ladrón de la horca no recibirá agradecimiento alguno. Si los felones de este reino […] debieran esconder el amor. Mucho os ha hecho sufrir la herida que os hicisteis luchando con mi tío. Yo os la curé y si a causa de ello fuisteis amigo mío no es nada extraño y ellos le han dicho al rey que me amáis con amor poco honesto. ¡Si fueran a ver a Dios y a su reino no le vería ni siquiera la cara! >>Tristán, tened en cuenta que no debéis hacerme ir a ningún sitio por ningún motivo, pues no seré tan osada que me atreva acudir. Confieso que estoy aquí desde hace mucho rato; si el rey los supiera me haría descuartizar y sería una gran injusticia; y estoy segura de que me mataría. >>Tristán, estoy convencida de que el rey no sabe que es por su causa por lo que os amo; yo os tengo cariño porque sois pariente suyo. En otro tiempo creía que mi madre tenía un gran aprecio a los parientes de mi padre y decía que una esposa no amaba a su marido si no amaba también a sus parientes. Sé que esto es verdad; señor, por mi marido os he amado y he perdido por ello su aprecio. -Ciertamente –dice Tristán-, sus hombres le han hecho creer falsedades acerca de nosotros. -Señor Tristán, ¿qué decís? El rey, mi señor, es muy cortés, nunca pensar que nosotros tuviéramos esas intensiones. Pero los hombres pueden cambiar y hacer el mal y dejar el bien: así ha sucedido con mi señor. Me voy, Tristán, he permanecido aquí demasiado tiempo. -Señora, ¡por Dios piedad! Os he hecho venir y estáis aquí, escuchad un rato más mis ruegos pues os tengo en tanta estima. Al oír las palabras de su amiga, Tristán se dio cuenta de que ella se había apercibido [de la presencia del rey]. Dio gracias a Dios, pues supo que saldría con éxito de allí. -¡Ah, Iseo, hija del rey, noble, cortés y leal!, tantas veces os he hecho venir desde que me fue prohibida nuestra cámara y no he podido hablar con vos. Señora, ahora os suplico que os acordéis de este desdichado que vive entre penas y suplicios. Tengo tal disgusto de que el rey haya pensado mal de vos y de mí que sólo me queda morirme […] Señora […] que él no crea a los mentirosos y que alejarán de su presencia.
Ahora, los malditos traidores de Cornualles están contentos y hacen bromas y yo me doy cuenta que no quieren que esté junto al rey un hombre de su mismo linaje. >>Su boda me ha producido muchos contratiempos. ¡Dios mío! ¿Por qué el rey es tan insensato? Antes me dejaría colgar de un árbol que tomaros como amante. Y ni siquiera me deja justificarlo. A causa de estos traidores se ha enfadado conmigo y hace muy mal en creerles. Le han engañado y él no se da cuenta. Cuando el Morholt vino aquí estaban callados y mudos, no hubo ni uno de ellos que se atreviera a empuñar las armas. Entonces vi a mi tío pensativo, prefería estar muerto que vivo en aquellos momentos. Para acrecentar su honor tomé las armas, luché y lo expulsé de allí. Mi querido tío no debiera haber hecho caso a los calumniadores, esto me tiene siempre afligido. ¿Acaso él piensa que esto no le causará algún contratiempo? Ciertamente no le faltarán, por Dios, hijo de Santa María. Señora, decidle enseguida que haga preparar una hoguera muy grande y yo entraré en las brasas. Si se quema un pelo de los harapos de vista, que permita que el fuego me consuma completamente. Por que sé bien que el su corte no hay nadie que quiera combatir conmigo. Señora, por vuestra generosidad, ¿acaso no tenéis piedad? Señora os lo suplico, tenedme a bien con mi amigo; por mar vine hasta él como mi señor y quiero sí volver. -A fe mía, señor, cometéis un gran error hablándome de estas cosas y que sea yo quien le haga entrar en razón para que os perdone su cólera. No quiero morir aún ni ser la causa de mi pérdida. Él desconfía de vos por mi causa, ¿iré, pues, a hablarle de esto? Sería demasiado atrevida; no, Tristán, no lo haré ni vos debéis pedírmelo; estoy completamente sola en este país. >>Por mi causa os ha prohibido la entrada en mi cámara; si ahora me oyera hablaros me tendría por insensata: a fe mía que no voy a decir una palabra más. Sí, os voy a decir sólo una cosa y quiero que la sepáis: por Dios, si él os perdona su enfado y su cólera, buen señor, estaré alegre y contenta. Pero si él supiera esta escapada, Tristán, yo sé bien que no habrá defensa alguna ante la muerte. Me voy […] no podré dormir pues temo que alguien nos haya visto venir aquí. Si el rey se entera de que nos hemos encontrado me hará quemar viva y no será nada extraño. Estoy temblando, tengo mucho miedo; me voy pues estoy llena de temor por haber estado aquí tanto tiempo. Iseo da media vuelta, él la vuelve a llamar: -Señora, por Dios que me hizo hombre de una virgen para salvar a la humanidad, aconsejadme por piedad. Sé bien que no queréis permanecer aquí más tiempo pero, excepto vos, no sé con quién desahogarme pues sé que el rey me odia. Todo mi arnés ha sido confiscado; conseguid que me lo devuelvan y me iré de aquí sin tardar. Sé que tengo gran renombre en todas partes […] y no hay corte en todo el mundo que, si acudo allí, el señor no me quiera retener. Y si no me ofrece suficientes ganancias, Iseo, ¡por mis cabellos rubios!, antes de que haya transcurrido un año mi tío no querrá haber tenido estos
pensamientos ni por un montón de oro tan alto como él. No quiero deciros ni una mentira, Iseo, por Dios, pensad en mí, librarme de mi deuda ante mi huésped. -Por Dios, Tristán, mucho me asombra que me deis tal consejo. Vais persiguiendo mi desgracia y este consejo no es leal. Bien conocéis las sospechas del rey, sean verdad o niñerías. Por Dios, el señor de la gloria que creo el cielo, la tierra y a nosotros, si él oye una sola palabra de que hago levantar vuestro embargo se convertirá en una asunto demasiado público. Cierto, no soy tan atrevida y no os lo digo por maldad, estad seguro de ello. Entonces Iseo se alejó de allí y Tristán la despidió llorando, se apoyó en la grada de oscuro mármol, según creo y se lamentó consigo mismo: -¡Ah, Dios Mío, señor san Ebrulfo!, nunca pensé perder tanto ni tener que huir tan pobremente. No llevaré armas ni caballo ni compañero, excepto Governal (5). ¡Ah, Dios mío!, poco caso harán de un hombre sin equipo. Cuando esté en otro país, os oigo hablar de guerra a los caballeros, no me atreveré a decir ni una palabra: el hombre despojado de todo no tiene derecho a hablar. Ahora no tendré más remedio que soportar la fortuna de tantos males y odios que me han acarreado ya. Buen tío, qué poco me conocía quien sospechaba de mí y de tu mujer, nunca deseé tal locura. Muy poco estaría de acuerdo con mis intenciones […] El rey estaba encima de un árbol, vio el encuentro y oyó todas las palabras. Su corazón se llenó de piedad y no pudo contener el llanto de ningún modo, pues su dolor era muy grande. Odio a todas las fuerzas de enano Tintagel. -¡Ay! –dijo el rey-, bien he visto que el enano me ha engañado. Me hizo subir a este árbol y me llenó de vergüenza. Me hizo oír mentiras acerca de mi sobrino, le colgaré por ello; me hizo montar en cólera y odiar a mi mujer, le creí y obré neciamente. Pronto tendrá su recompensa: cuando lo tenga entre mis manos lo haré morir en la hoguera. Le daré un final peor que el que le dio Constantino a Segosón, pues lo castro cuando se lo encontró con su mujer. Constantino la había coronado en Roma y los mejores caballeros estaban a su servicio, la quería y la llenaba de honores; y sin embargo la maltrató, aunque luego lloró por ello. Hacía tiempo que Tristán se había alejado y el rey bajó del árbol. Dijo para sus adentros que desde aquel instante creería a su mujer y no a los barones del reino que le hacían creer tales cosas que él sabía con toda certeza que no eran verdad, sino que había comprobado que eran mentira. No dejará de dar al enano con su espada lo que se merece; ya no hablará más de traiciones, que nunca más sospechará de Tristán y de Iseo, sino que les dejará la cámara para lo que quieran. -Ahora ya sé que si lo que me han dicho fuera verdad, este encuentro no habría acabado así; si se amaran con loco amor, pues allí estaban a sus anchas, les habría visto besarse y sólo les he oído lamentarse. Sí estoy seguro de que no tienen intención de ello, ¿por qué creí en tan
gran ultraje? Lo siento mucho y me arrepiento. Qué necio es el que cree a todo el mundo. Tendría que haber comprobado antes la verdad acerca de ellos dos antes de imaginar locuras. Bien se dieron cuenta de que llegaba la noche. Por su conversación me he enterado de tantas cosas que nunca más este asunto me preocupará. A primera hora de la mañana Tristán será recompensado y tendrá permiso de estar en mi cámara siempre que quiera. Que abandone la idea de huir por la mañana. Hablemos ahora del enano Frocín. Estaba afuera contemplando el cielo; vio a Orión y a Lucero, conocía el curso de las estrellas y observaba los siete planetas. Conocía lo que sucedería y cuando sabía del nacimiento de un niño explicaba cómo sería su vida. El enano Frocín, lleno de maldad, se esforzaba en engañar a aquel que le arrebataría el alma. En los astros vio la reconciliación, enrojeció y resoplo malhumorado; sabe de la amenazas del rey y que no dejará de cumplirlas. Ahora el enano arruga el ceño y queda lívido y se va con rapidez hacia Gales. El rey va en busca del enano sin detenerse y como no lo encuentra, mucho se duele. Iseo ha entrado en su cámara. Brangén la ve pálida y se da cuenta de que ha escuchado tales cosas que entristecen su corazón y le hacen cambiar de color y palidecer […] Contesta Iseo: -Querida ama, estoy triste y pensativa, Brangén, no quiero ocultároslo: hoy alguien nos quiso traicionar. Cuando el rey Marco estaba en el árbol que está junto a la grada de mármol, vi su sombra en la fuente; Dios hizo que yo hablara la primera y no dije ni una sola palabra de lo que había ido a buscar, os lo ruego, que no lancé grandes lamentos y gemidos angustiosos. Reconvine a Tristán por haberme hecho venir y él, a su vez, me rogó que le reconciliase con mi señor pues equivocadamente estaba enfadado con él por mi causa. Yo le dije que lo que pedía era insensato, que nunca más acudiría a sus llamadas ni hablaría de él con el rey; no sé qué más le dije ni cuántos lamentos hubo. El rey no se dio cuenta en ningún momento ni descubrió mis sentimientos. Bien salí del paso. Mucho se alegró Brangén de oír estas palabras: -Iseo, mi señora, qué gran favor nos ha hecho Dios haciéndonos terminar nuestra conversación sin más, y que el rey no haya visto nada que pueda no ser tenido a bien. Un milagro ha realizado Dios, que es verdadero padre y no quiere ningún mal para aquellos que son buenos y leales. Tristán ya había contado todo lo que había sucedido a Governal; y cuando éste lo oyó dio gracias a Dios por no haber hecho más cosas con su amiga. El rey no pudo encontrar al enano. ¡Qué penoso será esto para Tristán, Dios mío! El rey volvió a su cámara, Iseo le mira llena de temor: -Señor, por Dios, ¿de dónde venís? ¿Qué necesitáis para venir solo?
-Reina, vengo a hablar con vos y a pediros una cosa; no me escondáis la verdad, pues es lo que quiero saber. -Señor, nunca os mentí; y aunque deba morir aquí mismo os diré toda la verdad y no habré dicho ni una sola mentira. -Señora, ¿habéis vuelto a ver a mi sobrino? -Señor, os voy a revelar toda la verdad y no os parecerá que lo sea, pero no pretendo engañaros. Lo he visto y he hablado con él; estuve con tu sobrino bajo aquel pino; mátame ahora mismo, rey, silo deseas. Ciertamente, lo he visto y es lamentable que pienses que amo a Tristán con lascivia y engaño. Siento tal dolor que no me importa nada que me obligues a dar un paso funesto. Señor, ¡perdón por esta vez! Os he dicho la verdad y vos no me creéis sino que escucháis palabras necias y vanas; pero mi buena fe me salvará. Tristán, tu sobrino, vino bajo el pino que está dentro del jardín y me invitó a encontrarme con él. Nada me dijo, pero yo pensé que debía mostrarle respeto y no hostilidad porque por él soy yo vuestra reina. Cierto es que si no fuera por los malvados que os dicen lo que no es verdad, yo le habría hecho un buen acogimiento. Señor, vos sois mi esposo y él vuestro sobrino, como así me ha dicho; por vos le he amado, señor. Pero los traidores aduladores que le quieren ver lejos de la corte te obligan a creer sus mentiras. Tristán se va. ¡Que Dios le llene de oprobio! He hablado con vuestro sobrino esta noche, se lamentaba lleno de angustia, señor, y me suplicaba que le reconciliara con vos. Yo le dije que se fuera y que nunca más me hiciera venir para reunirme con él. También le dije que no intercedería con vos por su causa. Señor, no me vais a creer, pero no hubo nada más; matadme, si queréis, pero será una gran injusticia. A causa de esta causa, Tristán se va, se irá a ultramar. Me ha pedido que le pague el hospedaje, pero no quiero tener ninguna deuda con él ni hablarle durante más tiempo. >>Señor, te he dicho toda la verdad, si te he mentido córtame la cabeza. Sabed, señor, que habría pagado con gusto sus deudas si me hubiera atrevido; pero ni siquiera he querido meter en el bolsillo cuatro besantes enteros a causa de las murmuraciones de tu mesmada. Pobre se va; ¡que Dios le proteja! Es una gran equivocación que le obliguéis a huir y no llegará a ningún país si Dios no le demuestra su verdadera amistad. El rey sabía que ella decía la verdad pues había escuchado todas las palabras. La tomó en sus brazos y la besó cien veces. Ella lloraba y él de dijo que callara, que nunca más desconfiaría de ella por las palabras de los aduladores; que vayan y vengan a su antojo. Los bienes de Tristán serán los suyos y sus bienes serán los de Tristán y no creerán cuenca más a los Cornualles. Luego, el rey le dijo a la reina que el malvado enano Frocín le había avisado de la cita y le había hecho subir a lo más alto del pino para verlos encontrarse por la noche. -Señor, ¿estabais, pues, en el jardín?
-Sí, señora, por San Martín, y no hubo ni una sola palabra en voz alta o baja que yo no oyera. Cuando oí que Tristán contaba el combate que le ordené librar, me compadecí de él y poco faltó para que me cayera del árbol. Y cuando os oí evocar los sufrimientos que pasó en el mar a causa de las heridas de la serpiente que vos le curasteis y lo bondadosa que os mostrasteis con él y cuando él os pidió que pagarais sus deudas, oí con pesar que os negabais a ello y que no os acercabais el uno al otro. Me compadecí de vosotros encima del árbol, sonreí por lo bajo y no hice nada más. -Señor, esto me gusta mucho. Vos sabíais perfectamente que actuábamos con libertad; si él me amara con amor loco os habrías dado cuenta. Pero, a fe mía, en ningún momento le visteis acercarse a mí, ni hacer un gesto sospechosa ni besarme. Parece que es cierto que no me ama con vileza. Señor, si no nos hubierais visto, no nos habríais creído. -No, ¡por Dios! –dijo el rey- , Brangén, que Dios te bendiga, ve al albergue a buscar a mi sobrino y si te dice esto o lo otro o si no quiere venir contigo dile que le ordeno venir ante mí. Brangén le dijo: -Señor, me odia y Dios sabe que sin motivo alguno; dice que yo soy la causa de que haya discutido con vos y pretende mi muerte a toda costa. Pero iré porque por vos no se atreverá a tocarme. Señor, por Dios, reconciliadme con él cuando llegue aquí. ¡Oíd las palabras de la muy falsa!, se comportó como una gran mentirosa, bromeando a conciencia mientras se lamentaba del enfado [de Tristán]. -Rey, voy en su busca –dijo Brangén-, reconciliadme con él y haréis una buena acción. Contestó el rey: -Pondré todo el interés en ello. Ve por él rápidamente y tráemelo. Iseo sonrió y el rey más aún. Brangén llegó a la puerta con rapidez. Tristán estaba cerca de la pared y había oído las palabras del rey. Agarró a Brangén de un brazo y la abrazo dado gracias a Dios […] de estar con Iseo todo el tiempo que quiera. Brangén explicó a Tristán: -Señor, el rey, dentro de su casa, ha hablado largo rato de vos y de tu querida amiga. Os perdona el enojo que le habéis causado y ahora odia a los que os han causado problemas. Me ha rogado y ahora odia a los que os han causado problemas. Me ha rogado que te lleve ante su presencia y le he dicho y le he dicho que estabas encolerizado conmigo. Aparentad que os hacéis de rogar y que no venís a gusto. Si el rey os ruega que me perdonéis poned mala cara. Tristán la abraza y le besa de tan contento que está de volver a la situación anterior. Se dirigen a la cámara adornada con pinturas en donde están el rey e Iseo. Tristán entra. -Sobrino –dice el rey-, acercaos; cesa de enfadarte con Brangén y yo te perdonaré.
-Tío, señor bien amado, escuchadme: os excusáis muy fácilmente después de haberme rebajado; mi corazón está lleno de dolor por tan gran ultraje u felonía. Yo seré castigado y ella [Iseo] deshonrada. Dios sabe que nunca pensamos en ello. Pero sabed que quien ha hecho creer esas extravagancias os odia. A partir de ahora tened mejores consejeros, no os encolericéis con la reina ni conmigo, pues soy de vuestro linaje. -A fe mía que no lo haré, buen sobrino. Y el rey y Tristán se reconciliaron. El rey le dio permiso para estar en sus aposentos, ¡qué alegría tuvo! Tristán va u viene de la cámara y al rey no le importa. Pero, ¡ay, Dios mío!, ¿quién puede estar enamorado un año o dos sin que se sepa? El amor no se puede ocultar; y a menudo uno de los dos hace un signo al otro, y se encuentran con frecuencia, a veces a escondidas y otras delante de la gente. En ningún lugar pueden estar tranquilos y esto los hace citarse a menudo. II. Las huellas ensangrentadas
En la corte había tres barones tan traidores como jamás visteis otros iguales. Se habían comprometido por juramento a que, si el rey no expulsaba de su país a su sobrino, no lo soportarían y se irían a sus castillos para declarar la guerra al rey Marco. Un día, en un jardín debajo de un árbol, había visto a la gentil Iseo con Tristán en una situación que ningún hombre puede tolerar y también les había visto muchas veces desnudos en el lecho del rey Marco. Porque cuando el rey se iba al bosque y Tristán decía: <>, se quedaba allí, entraba en la cámara y permanecían juntos durante mucho tiempo. -Se lo diremos nosotros mismos, iremos al rey y se lo diremos; tanto si nos ama como si nos odia queremos que expulse a su sobrino. Todos decidieron esto y se dirigieron al rey Marco para hablar con él, le llevaron a un rincón y le dijeron: -Señor, esto va mal. Tu sobrino e Iseo se aman, puede verlo quienquiera y nosotros no estamos dispuestos a soportarlo. Al oír el rey, lanzó un suspiro, bajó la cabeza hacia el suelo sin saber qué decir y andaba de un lado a otro. -Rey –le dicen los tres traidores-, por nuestra fe que no los toleraremos; estamos seguros de que consientes esta cruel situación y que conocer este gran escándalo. ¿Qué vas a hacer? Piénsalo bien. Si no alejas a tu sobrino de la corte para que no regrese jamás, nunca más os demostraremos nuestra fidelidad y no estaréis en paz con nosotros. Pediremos a vuestros vecinos que abandonen nuestra corte pues no podemos soportar esta situación. Ahora es el momento de tomar una decisión, dinos cuál es tu deseo. -Señores, sois mis fieles vasallos. Y, por Dios, que mucho me asombra que mi sobrino haya buscado mi vergüenza. Aconsejadme, os lo suplico,
y debéis darme sensatos consejos pues no quiero perder vuestros servicios. Bien sabéis que nos soy orgulloso. -Señor, haced venir al enano que adivina el porvenir y tiene gran sabiduría, a él debéis consultar. Llamad al enano y luego tomad una decisión. Enseguida llegó el jorobado, ¡maldito sea! Uno de los barones le abrazó y el rey le explicó lo que pasaba. ¡Ay!, oíd ahora la traición y la perfidia que el enano Frocín sugirió al rey. ¡Malditos sean estos adivinos! ¿Quién pudo imaginar tal felonía como la de este enano, a quien Dios maldiga? -Di a tu sobrino que se dirija mañana por la mañana al rey Artús un mensaje escrito en pergamino, bien sellado y cerrado con cera. Rey, Tristán duerme delante de tu lecho; dentro de poco, esta misma noche, sé que querrá hablar con ella porque tendrá que partir (6). Rey, sal de allí al primer sueño, y te juro por Dios y por las creencias de Roma que si Tristán la ama apasionadamente irá a encontrarse con ella, y si llega hasta ella sin que yo lo sepa y sin que no los veas tú, mátame tú y todos los vasallos, de los contrario se comprobará [su culpa] sin ninguna clase se juramento. Rey, déjame hacer las cosas a mi modo y ocultadle su misión hasta la hora de acostarse. El rey le dijo: -Así se hará, amigo. Se separan y cada uno de va por su lado. El enano era muy astuto y preparó una vil traición. Fue a casa de un panadero y compró cuatro céntimos de flor de harina y se la ató alrededor de la cintura. ¿Quién pudo imaginar tal traición? Por la noche, cuando el rey hubo acabado de cenar se acostaron en la sala. Tristán acompaño al rey hasta el lecho. -Querido sobrino –le dijo-, os pido que hagáis lo que voy a ordenar: cabalgaréis hasta Caudel, donde está el rey Artús, desplegad este mensaje y saludadle de mi parte y no os quedéis con él más que un día, sobrino. Tristán entendió que debía llevar un mensaje y le dijo al rey que lo llevaría. -Rey, partiré de buena mañana. -Sí, antes de que acabe la noche. Tristán estaba asustado, entre su lecho y el del rey había el largo de una lanza y se le ocurrió una idea muy insensata. Se dijo a sí mismo que, si podía, hablaría con la reina mientras su tío estuviera dormido. ¡Dios mío!, ¡qué locura!, ¡qué gran temeridad! Aquella noche el enano estaba en la cámara; escuchad lo que hizo esa noche. Esparció la flor de harina entre los dos lechos para que las pisadas se marcaran y si el uno iba hacia el otro por la noche, en la flor de harina quedaría la huella de los pasos. Tristán vio al enano afanándose en esparcir la harina; reflexionó acerca del significado que podría tener, pues el enano no solía actuar de este modo. Luego se dijo:
-¿Esparcirá por aquí cerca la harina para ver nuestras huellas si el uno va al encuentro del otro? El que ahora lo hiciera bien loco sería; ya verá si voy. El día anterior, estando Tristán en el bosque, un gran jabalí le había herido en la pierna y le dolía. La herida había sangrado mucho y para desgracia suya la venda se había desatado. Tristán aquella noche no dormía, me parece. El rey se levantó a media noche y salió de la cámara; le acompañaba el enano jorobado. En el aposento no había luz, ni cirio ni lámpara encendidos. Tristán se puso en pie. ¡Dios mío!, ¿por qué lo hizo? Escuchad: junta los pies, calcula la distancia y salta; cayó encima del lecho del rey. La herida se abrió y sangró abundantemente; la sangre manchó las sábanas. La herida sigue sangrando, pero él no nota nada porque sólo atiende a su deleite y en muchos lugares se acumula la sangre. El enano está fuera; mirando la luna ve que los dos amantes están juntos; se estremece de alegría y le dice al rey: -Si ahora nos puedes sorprenderlos juntos, hazme colgar. También estaban allí los tres traidores que habían urdido secretamente esta traición. El rey llega; Tristán le oye y se levanta lleno de temor, y vuelve a dar un salto rápido. Por el esfuerzo que ha hecho la sangre fluye de la herida y cae sobre la harina, ¡qué desgracia!, ¡Dios mío!, qué pena que la reina no haya quitado las sábanas del lecho. Ninguno de los dos hubiera sido reconocido culpable aquella noche. Si la reina hubiera reparado en ello, habría protegido su honor. Pero Dios que se complace en protegerlos hizo luego un gran milagro. El rey regresó a su cámara, el enano le acompañaba, sosteniendo una candela. Tristán fingía estar dormido pues roncaba con fuerza por la nariz, no había allí nadie más, salvo Perinís, que dormía a sus pies y no se movía. La reina yacía en si lecho. Sobre la harina se veía la sangre, aún caliente; el rey se dio cuenta de que las sábanas estaban enrojecidas y en la harina se percibían las huellas del salto. El rey amenaza a Tristán. Los tres barones ya están en la cámara y agarran con fuerza a Tristán en el lecho; por su valentía le tenían gran odio y también a la reina. La insultan, la amenazan; no cederán hasta que se haga justicia con ellos. Ven la pierna que sangra. -Éste sí que es un auténtico signo; ésta es la prueba –dijo el rey-, vuestra justificación no tiene ningún peso. Estad seguro, Tristán, mañana seréis ajusticiado, así lo pienso. Tristán grita: -¡Señor, piedad; por Dios que sufrió en la Pasión, señor, tened piedad de nosotros! Dicen los traidores: -Señor, véngate ahora mismo. -Querido tío, yo no me importo nada. Sé que ha llegado para mí la hora del gran salto. Si no fuera por no enojarnos, este pleito habría costado caro; jamás, ni por tus ojos, habrían pensado ponerme las manos encima, pero contra vos no tengo nada. Sea para bien o para
mal, haced conmigo lo que queráis, y estoy dispuesto a soportarlo. Pero, señor, por Dios, tened piedad de la reina –Tristán se arrodilla ante élporque no hay ningún hombre en tu casa que si profiriera la calumnia de que he hecho la locura de ser el amante de la reina no me encontrara al instante con las armas en la liza. Señor, ¡tened piedad de ella, pos Dios! Los tres que están en la cámara se abalanzan sobre Tristán y le atan y hacen lo mismo con la reina. Están llenos de odio. Si Tristán supiera que no le dejarán justificarse, habría preferido ser descuartizado en vivo y no soportar ser atados, ella y él. Pero tenía tanta confianza en Dios, que tenía la seguridad de que, si pudiera tener un duelo judicial, nadie se atrevería a empuñar las armas contra él; por esto quería defenderse en una liza. Por esto no quería delante del rey estropearlo todo con un acto impulsivo; pero, si él hubiera sabido lo que había pasado y lo que le sucedería, habría matado a aquellos tres sin que el rey hubiera podido protegerlos. ¡Ay, Dios mío!, ¿por qué no los mató? A mejor situación habría llegado. III. La huida al bosque
Los rumores se filtran por la ciudad: han sorprendido juntos a Tristán con la reina Iseo y el rey quiere acabar con ellos. Pequeños y grandes lloran y se dicen los unos a los otros: ¡Qué desgracia! Tenemos tantos motivos para llorar; ¡qué valiente sois, Tristán! ¡Qué desgracia que estos malvados os hayan sorprendido a traición! ¡Ah, reina, noble y honorable! ¿En qué tierra nació hija de rey que valga como vos? Enano, ¿qué han hecho tus adivinanzas? Que no vea a Dios cara a cara el que se encuentre al enano y no le atraviese con la espada. ¡Ay, Tristán, qué grande será nuestro dolor, amigo querido y de gran valor, cuando seáis llevado al suplicio! ¡Qué duelo será vuestra muerte! Cuando el Morholt desembarcó aquí para llevarse a nuestros hijos, callaron nuestros barones, pues nunca hubo uno tan valiente que tomara las armas contra él. Vos aceptasteis combatir por nosotros, los de Cornualles, y matasteis al Morholt. Señor, él os hirió con su venablo y casi moristeis. No deberíamos consentir que seáis llevados al suplicio. Los rumores y el ruido iban en aumento y todos se dirigieron corriendo al palacio. El rey estaba enfadado e irritado; no hubo varón tan grande y valiente que se atreviera a implorar que le perdonara a Tristán su falta. Llega el día y se va la noche. El rey ordena buscar espinos y hacer un foso en el suelo. El mismo rey con una podadera manda buscar sarmiento por todas partes y amontonarlos con los espinos blancos y negros y con las raíces. Ya era la hora prima. Los pregoneros anunciaron por todo el reino que todo el mundo acudiera a la corte. Todos van los más deprisa que pueden. Los cornuallenses ya están todos reunidos, muy ruidosos y excitados; todos están tristes excepto el enano de Tintagel.
El rey les dice y muestra que quiere hacer quemar en la hoguera a su sobrino y a su esposa. Todos los del reino se ponen a gritar: -Rey, cometeréis un gran pecado si antes no son juzgados. Luego podéis ejecutarlos, piedad, señor. El rey contestó lleno de ira: -Por el Señor que creó el mundo y todo lo que hay en él, aunque fuera desheredado no renunciaría a quemarlos en la hoguera; ni quiero que me volváis a pedir esto, dejadme en paz. Ordena que enciendan el fuego y que lleven allí a su sobrino; quiero verlo arder el primero. Van a buscarle, el rey le espera. Lo traen agarrándole por las manos; ¡Dios mío, qué villanamente se comportan! Tristán llora pero no sirve para nada. Lo sacan afuera para su vergüenza, Iseo llora casi loca de desesperación. -Tristán –le dice-, qué desgracia veros atados de manera tan vil. Si me mataran y a vos os salvaran sería un gran gozo, querido amigo; y algún día se vengaría esto. Oíd, señores, qué grande es la misericordia de Dios; no desea la muerte del pecador. Escucha los gritos y los llantos de la pobre gente por aquellos que son conducidos al suplicio. En el camino por el que pasan hay una capilla encima de un monte al borde de un peñasco. Construida sobre el mar la azota el viento del norte. La parte que es llamada coro está sobre un montículo y más allá sólo hay un acantilado. El montículo es plano y pizarroso; si una ardilla saltara de allí, habría muerto, no podría salvarse. En la pared había una ventana de cristales de púrpura que había sido hecha por un santo. Tristán llama a sus guardianes. -Señores, aquí hay una capilla, dejadme entrar por Dios. Mi vida está a punto de acabar; rogaré a Dios que se apiade de mí puesto que mucho he pecado. Señores sólo hay una entrada y cada uno de vosotros tiene una espada. Ya veis que no puedo salir de otro modo que volviendo a pasar delante de vosotros. Cuando acabe de rezar a Dios regresaré a vuestro lado. -Podemos dejarle entrar. Le quitan las ataduras y entra dentro. No pierde el tiempo Tristán, por detrás del altar llega hasta la ventana, la abre con la mano derecha y por el hueco salta afuera; prefiere saltar que arder en la hoguera ante la muchedumbre. Señores, una piedra grande y ancha sobresalía en mitad del acantilado. Tristán saltó con agilidad. El viento hincha sus ropas y le impide caer pesadamente. Todavía en Cornualles llaman a esta piedra el <>. La capilla se llenó de gente. Tristán salta; la arena estaba blanda. En la iglesia todos están de rodillas. Y los guardianes que lo esperan fuera lo hacen en vano. Tristán ha huido, Dios se ha compadecido de él. Huye dando saltos por la orilla. Oye con toda claridad el crepitar del fuego. No desea de ningún modo dar la vuelta y no puede correr más de lo que corre.
Pero oíd ahora acerca del Governal. A caballo, con la espada al cinto sale de la ciudad; sabe que, si le descubren, el rey le quemará en lugar de su señor; lleno de miedo, huye. Mucho amaba a Tristán su maestro por lo que no quiso abandonar su espada sino que la cogió de donde la guardaba y la lleva junto a la suya. Tristán vio a su maestro, le gritó al reconocerlo y él se le acercó rápidamente. Al verle se llenó de júbilo: -Maestro, gracias a Dios he podido escapar y ahora estoy aquí. ¡Ay, desgraciado de mí! ¿Qué me importa? Si no tengo a Iseo, nada me interesa. ¡Desdichado!, el salto que acabo de dar, ¿por qué no me ha matado? Podría haber sido demasiado tarde para mí. Yo he escapado y a ti, Iseo, te queman. Es verdad que para nada me he librado; si ella es quemada por mi causa, por ella moriré. Dijo Governal: -Por Dios, buen señor, calmaos, no os desesperéis. Mirad este matorral tan espeso que rodea el foso; metámonos dentro, señor. Por aquí pasa mucha gente y podréis oír noticias de Iseo. Si la queman viva no volveréis a montar si en breve no os vengáis de ello; tendréis muy buena ayuda. Por Jesús, el hijo de María, no dormiré en ninguna casa hasta que los tres malditos traidores por los que ha sido condenada Iseo, tu amiga, hayan muerto. Si ahora hubierais muerto, señor, antes de haberos vengado jamás en mi vida volvería a ser feliz. Tristán le contestó: -Os voy a contrariar, querido maestro, porque no llevo mi espada. -Sí que la tienes, pues yo te la he traído. Dice Tristán: -Bien está, maestro. Ahora, excepto a Dios, no temo nada. -Bajo mi túnica llevo algo que os gustará mucho: una cota de mallas resistente y ligera que os hará un gran servicio. -Entregádmela –dije Tristán-. Por Dios en quien creo, si logro llegar antes de que metan a mi amiga a la hoguera, preferiría ser descuartizado que dejar vivir a los que la tienen prisionera. Govenal dijo: -No os apresuréis. Dios os puede conceder otra manera de vengaros mejor sin tener las dificultades en que ahora os podrías encontrar. No veo qué podéis hacer ahora si el rey está tan enfadado. Tiene de su parte a todos los burgueses y a los que viven en la ciudad: ante sus propios ojos les ha ordenado que al que os pueda coger prisionero y no lo haga le hará colgar. Todos se quieren más a sí mismos que a vos. Si lanzara un grito de captura sobre vos, aunque alguien os quisiera liberar, no se atrevería ni siquiera a pensarlo. Tristán llora, tiene una gran pena. A pesar de los vecinos de Tintagel y aunque fuera a descuartizarte y no le quedara un miembro junto a otro, nunca renunciaría a ir si su maestro no se lo impidiera. Un mensajero corre hacia la cámara y le dice a Iseo que no llore pues su amigo ha escapado. -¡Dios mío –exclama ella-, gracias! No me importa nada que me maten, o si me atan o me desatan.
Aconsejado por tres barones, el rey había ordenado que le ataran las muñecas tan fuertemente que tenía los dedos ensangrentados. -Por Dios- decía Iseo-, si algún día […] Ya que a los malditos traidores que debía custodiar a mi amigo se les ha escapado, gracias a Dios, por mí no debería sentirse aprecio alguno. Estoy segura de que el mentiroso enano y los traidores llenos de envidia que dicen que he de morir tendrán algún día su merecido. Puede convertirse en su perdición. ¡Señores!, al rey ha llegado la noticia de que su sobrino, que debía ser quemado vivo, ha escapado cuando estaba en la capilla. Se puso negro de cólera y no supo cómo contener su disgusto. Indignado, ordena que se lleven a Iseo. Iseo sale de la sala. El clamor aumenta en las calles. Cuando ven a su señora atada -¡qué vergüenza!- se estremecen. ¡Si oyerais cómo se duele por ella y cómo le piden merced a Dios! -¡Ay, noble y honorable reina, en qué dolor han sumido al país quienes divulgaron esta mentira! En verdad que no les hará falta una bolsa muy grande para meter sus ganancias, ¡ojalá tengan una fea enfermedad! La reina fue conducida hasta la hoguera en que ardían los espinos. Dinas, el señor de Dinan, que tenía gran aprecio por Tristán, se arrodilló a los pies del rey. -Señor –le dijo-, prestadme atención. Te he servido durante mucho tiempo sin villanía alguna, lentamente. No encontrarás en todo tu reino hombre alguno, ni pobre huérfano y anciano, que por nuestra senescalía, en la que he empleado toda mi vida, no diera ni una moneda bovecina. Señor, apiadaos de la reina: queréis arrojarla al fuego sin juicio alguno: esto no es justo, pues ella no reconoce su culpa y será una desgracia si es quemada viva. Señor, Tristán ha escapado; conoce palmo a palmo las llanuras, los bosques, los caminos y los vados y es muy valiente. Vos sois su tío y él es vuestro sobrino, no os hará ningún mal a vos, pero si vuestros barones llegan a caer en sus manos y los ultrajara, tu tierra sería devastada. Señor, verdaderamente no quiero negarlo, quien matara a uno solo de mis escuderos o le enviara al fugo por causa mía, aunque fuera el rey de siete reinos tendría que ponérmelos todos en la balanza antes de renunciar a la venganza. ¿Pensáis que no le importa que una mujer tan noble que trajo de un reino lejano sea ejecutada? Antes habrá una dura batalla. Rey, entrégamela, me lo he merecido por haberte servido durante toda mi vida. Los tres barones que habían urdido este asunto permanecen sordos y mudos porque saben que Tristán ha escapado y temen en gran manera que les tienda una trampa. El rey tomó a Dinas por la mano y lo llenó de cólera juró por santo Tomás no renunciar a hacer justicia y a arrojar al fuego a Iseo. Dinas al oírlo siente una gran pena, está lleno de pesar; su deseo es que la reina no sea ejecutada. Se pone en pie con la cabeza baja:
-Rey, me voy a Dinan. Por el señor que creó a Adán no la quiero ver arder ni por todo el oro ni por todas las riquezas que tuvieran los hombres más ricos que hubo desde el esplendor de Roma. Luego montó en su caballo y dio media vuelta con la cabeza gacha, triste y sombrío. Iseo fue llevada a la hoguera. Iba rodeada de gente que gritaba y chillaba, maldiciendo a los traidores del rey. Las lágrimas se deslizaban por su rostro; vestía una túnica estrecha de seda oscura cosida con delgados hilos de oro. Los cabellos le caían hasta los pies y estaban trenzados con cintas de oro. Quien contemplaba su cuerpo y su rostro sin compadecerse de ella tendría demasiada maldad en su corazón, sus manos estaban atadas con fuerza. Había en Lancién un leproso llamado Iván, estaba horriblemente desfigurado. Había acudido allí para asistir al juicio; con el iban cien de sus compañeros con sus muletas y sus bastones; nunca visteis hombres tan horribles ni tan deformados ni mutilados. Todos llevan una carraca y gritan al rey con voz ronca: -Señor, tú quieres hacer justicia quemando a tu esposa de esta guisa; bien está, pero por lo que yo sé el castigo durará poco: pronto se elevará una gran hoguera y las cenizas las esparcirá el viento, el fuego se apagará y el castigo desaparecerá entre las brasas. Éste será su castigo; pero si queréis hacerme caso […] y que ella prefiera morir antes que vivir en la deshonra y que si alguien lo supiera os considerara con gran respeto. Rey, ¿querrás que sea así? El rey le escuchó y contestó: -Si tú me enseñas, sin equivocarte, el modo de que ella viva sin honra, te lo agradeceré, tenlo por seguro; y si quieres toma de lo que es mío. Nunca se ha explicado la manera más dolorosa y cruel de hacerlo; si alguien supiera indicármelo ahora mismo, por Dios rey, tendría mi amor para siempre. Iván le contestó: -Te diré al momento lo que pienso de todo esto. Ya veis que he venido con cien de mis compañeros; entréganos a Iseo y será para todos; ninguna dama tuvo jamás un final peor. Señor, dentro de nosotros hay un ardor tan fuerte que no hay bajo el cielo mujer alguna que pudiera soportar ni un solo día nuestro contacto. Las ropas se nos pegan al cuerpo. Contigo, Iseo solía vivir con honor con pieles de veros y de martas y con alegría; conocía los mejores vinos de las grandes bodegas de mármol oscuro. Si nos la entregáis a nosotros, leprosos, cuando vea nuestras miserables chozas y mire las escudillas y que tendrá que acostarse con nosotros, señor, y que en vez de tus exquisitos manjares tendrá las sobras y los restos que nos dejan ante la puerta, ¡por el señor que vive allí arriba, cuando vea nuestra corte verá tanta miseria que preferirá morir que vivir! Entonces sabrá Iseo, la víbora, qué mal se ha portado; preferiría abrazarse a la hoguera.
El rey oyó todo esto de pie, no se movió ni un momento y comprendió perfectamente las palabras de Iván. Fue hacia Iseo y la tomó de la mano, ella gritó: -¡Piedad, señor, quémame aquí mismo pero no me entregues a ellos! El rey se la entrega e Iván la coge. Los leprosos, que eran unos cien, se amontonan a su alrededor; si oyerais sus gritos y rugidos; todo el mundo está apenado. Unos están muy tristes pero Iván está contento. Iseo se va conducida por Iván hacía el camino de arena. El pelotón de los demás leprosos, cada uno con sus muletas, se dirige hacía el lugar en donde está Tristán esperándoles. Governal da un fuerte grito: -¡Hijo!, ¿qué vas a hacer? Mira a tu amiga. -Dios mío –dice Tristán-, qué aventura. ¡Ah, Iseo, bella mujer!, estuvisteis a punto de morir por vos. Estos que os tienen en sus manos pueden estar seguros de que si al momento no os sueltan algunos lo lamentará. Pica espuelas al caballo, salta el arbusto y grita lo más fuerte que puede: — ¡Iván, ya la has tenido bastante!; déjala ahora mismo porque con esta espada te haré volar la cabeza. Iván se dispone a quitarse el manto y grita: — ¡A las muletas, enseguida! Ahora se verá quién es de los nuestros. Si vierais a los leprosos jadeando quitarse las capas. Cada uno levanta su muleta; unos le amenazan, otros le insultan. Tristán no quiere tocar a nadie ni golpearle ni hacerle daño. Governal se ha acercado al oír los gritos, lleva en la mano una rama verde de encina con la que golpea a Iván que tiene a Iseo agarrada. Lleno de sangre cae a sus pies. Buena ayuda ha prestado a Tristán su maestro, luego toma a Iseo con la mano derecha. Los narradores dicen que ahogaron a Iván, pero esto es porque son villanos y no saben bien la historia; Berol la ha conservado en su memoria tal como es: Tristán era demasiado noble y cortés para matar a gente de tal clase. Tristán se va con la reina, dejan las llanuras y Tristán y Governal entran en el bosque. Iseo es feliz, no siente ya ningún mal.
IV. En el bosque de Morrois
Están en el bosque de Morrois y pasan la noche en un monte y Tristán se siente allí tan a salvo como si estuviera en un castillo amurallado. Tristán era un excelente arquero, sabía muy bien tirar al arco y Governal le había robado uno a un guardabosque que lo llevaba y también dos flechas emplumadas con las puntas de acero.
Tristán toma el arco y entra en el bosque, ve un corzo, empulga y dispara; lo ha herido en el flanco derecho, brama, da un brinco hacia arriba y cae al suelo; Tristán lo coge y se lo lleva. Tristán construye una choza; con la espada corta ramas y cubre el techo; Iseo la alfombra de hojas mullidamente. Tristán se sienta junto a la reina. Governal sabía cocinar y con leña seca ha hecho un buen fuego. ¡Muchas cosas había para hacer! No tenían en su morada ni leche ni sal en aquellos momentos. La reina estaba muy cansada por el pánico que había pasado; le entra sueño, quiere dormir; quiere dormirse apoyada en su amigo. ¡Señores!, mucho tiempo vivieron así, en lo más profundo del bosque; mucho tiempo estuvieron en este desierto. Oíd ahora lo que hizo el enano al rey: el enano era el único que conocía un secreto del rey. Imprudentemente lo divulgó; fue una tontería, pero por ello el rey le cortó luego la cabeza. Un día, el enano estaba borracho y los barones le acosaron preguntándole de qué hablaba con el rey con tanta frecuencia. —Siempre le he guardado fielmente el secreto que me ha confiado. Veo ahora que queréis saberlo, pero yo no quiero traicionar mi juramento. Os llevaré a los tres al Vado de la Aventura; allí hay un espino blanco con un hoyo bajo sus raíces. Meteré la cabeza allí dentro y desde fuera me oiréis hablar. Lo que diré será el secreto por el que estoy comprometido con el rey. Los barones llegaron al espino, delante iba el enano Frocín. El enano era pequeño y con la cabeza grande, con prontitud ensancha el agujero y mete la cabeza hasta los hombros y dijo: —Escuchad, señores marqueses; espino, os hablo a vos, no a los vasallos: Marco tiene las orejas de caballo (7). Claramente oyeron las palabras del enano. Un día después de comer el rey Marco hablaba con sus barones, en la mano empuñaba un arco de cítiso; se acercaron los tres barones a quienes el enano había confesado el secreto y dijeron al rey en privado: —Rey, sabemos lo que ocultáis. El rey dijo riéndose: —Este defecto de tener orejas de caballo es por culpa de este adivino; en verdad que pronto le llegará su fin. Saca la espada y le corta la cabeza. Esto gustó a mucha gente que odiaba al enano Frocín por lo que había hecho a Tristán y a la reina. Señores, ya habéis oído el salto que dio Tristán desde la roca al vacío y cómo Governal huyó a caballo porque temía que si Marco le cogía también le llevaría a la hoguera. Ahora viven juntos en el bosque; Tristán les abastece de caza; vivieron durante mucho tiempo en aquel bosque. Y cada mañana abandonan el lugar en donde han pasado la noche. Un día llegaron, por casualidad, a la ermita del hermano Ogrín. La vida que llevan es amarga y dura pero se aman con tan buen amor que el uno por el otro no siente dolor. El ermitaño re- conoció a Tristán; apoyado en un bastón le habló, escuchad lo que le dijo:
—Señor Tristán, todo Cornualles se ha comprometido bajo juramento a que el que os entregue al rey tendrá cien marcos de recompensa. Todos los barones de este país han jurado al rey, con su mano, que os entregarán a él vivo o muerto. Bondadosamente continuó Ogrín: —A fe mía, Tristán, Dios perdona los pecados a quien se arrepienta, si tiene fe y se confiesa. Tristán le dice: —Señor, a fe mía, ella me ama de buena fe, pero vos no podéis entender el motivo: si me ama es a causa de lo que bebió. No puedo separarme de ella, ni ella de mí, no os lo puedo ocultar. Ogrín le dijo: — ¿Cómo se puede ayudar a un hombre muerto? Bien muerto está el que permanece en pecado mucho tiempo y no se arrepiente; no se puede dar la absolución al pecador que no tiene arrepentimiento. El ermitaño Ogrín siguió sermoneándoles y aconsejándoles que se arrepintieran. Les cita varias veces las profecías de las Escrituras y con frecuencia les recomienda que se separen el uno del otro. Y le dice a Tristán con indignación: — ¿Qué vas a hacer? Dímelo. —Señor, quiero a Iseo de un modo extraordinario; ni duermo ni descanso. He decidido que prefiero ser un mendigo junto a ella y vivir de hierbas y de bellotas que poseer el reino del rey Otrán. No me pidáis que la abandone porque no puedo hacerlo. Iseo llora a los pies del ermitaño. En poco tiempo su rostro se ha trasmudado y no cesa de pedirle perdón. —Señor, por Dios omnipotente, él no me ama y yo no le amo sino por causa de un brebaje que yo bebí y él también bebió: ésta es nuestra falta; por esto nos ha expulsado el rey. Con rapidez le contestó el ermitaño: — ¡Ea, que Dios que creó el mundo os dé sincero arrepentimiento! Y, sabedlo bien, no tengáis duda de ello, aquella noche durmieron en casa del ermitaño; por ellos alteró su forma de vida. Al amanecer salió Tristán; no abandona el bosque y evita el campo abierto. Les falta pan, esto es algo muy duro. En el bosque mata muchos ciervos, ciervas y corzos; en el lugar en que acampan allí mismo los asan en un buen fuego: y en cada lugar sólo pasan una noche. Señores, sabed que el rey hizo promulgar un bando contra Tristán, y ni una sola parroquia de Cornualles deja de estar alerta, pues quien se encuentre a Tristán deberá dar la voz de alarma. El que quiera oír una aventura sobre lo importante que es saber adiestrar, que me escuche sólo un instante. Me oiréis hablar de un perro braco, ni condes ni reyes tuvieron un cazador igual. Era veloz y dispuesto al instante, era alegre, rápido, nada lento, se llamaba Husdent. El perro estaba atado a una traílla y oteaba desde la torre, pues se inquietaba mucho porque no veía a su amo. No quería comer ni su comida, ni pan ni nada que le dieran. Gruñía, se arañaba con las
patas y los ojos se le ponían llorosos. ¡Dios mío, qué pena daba a la gente aquel perro! Todos decían: —Si fuera mío no lo tendría atado, pues sería muy triste que se pusiera rabioso. ¡Ay, Husdent!, nunca tendremos un perro tan listo y que manifieste tanto dolor por su señor. Ningún animal sintió tan gran afecto. Salomón tenía toda la razón cuando dijo que su amigo era su lebrel. Tu ejemplo nos lo demuestra, pues no quieres comer desde que tu amo ha sido hecho preso. Rey, haz que le desaten las correas. El rey dijo para sus adentros, pues creía que el perro estaba rabioso a causa de su amo: —En verdad que es un perro con sentido común, y no creo que nuestros días haya en Cornualles un caballero que valga como Tristán. Los tres barones de Cornualles se dirigen al rey: —Señor, desatad a Husdent y veremos si su dolor es por pena o por su amo, porque tan pronto se le desate, si tiene la rabia, morderá a una persona, a una bestia o a cualquier cosa y le colgará la lengua. El rey llamó a un escudero para que desatara a Husdent. Todos se suben a los bancos y a las sillas, pues temen el primer salto del perro, y dicen: —Husdent está rabioso. Pero no se trataba de esto. Así que se vio desatado se puso a correr por entre las filas de la gente, tan despierto que no se detuvo ni un momento. Salió por la puerta de la sala y llegó hasta el albergue en donde solía encontrar a Tristán; el rey lo ve y también los demás y todos le siguen. El perro aúlla, a veces ladra, mostrando un gran dolor. Ha encontrado el rastro de su amo: ni una sola de las huellas de Tristán desde que fue prendido y a punto de ser quemado vivo dejó de seguir el perro, y todos los demás van tras él. Husdent llega a la cámara en donde Tristán fue traicionado y apresado, sale de allí, da un salto, ladra con fuerza y se va aullando hacia la capilla. La gente persigue al perro. Desde que lo han desatado no se detuvo hasta llegar a la capilla enclavada en lo alto de la roca, Husdent con su rapidez característica entró por la puerta de la capilla, dio un salto sobre el altar y no vio a su amo; entonces saltó a través de la ventana y cayó encima de la roca haciéndose una herida en una pata, olfatea el suelo y aúlla. En el lindero del bosque lleno de flores en donde se había escondido Tristán, Husdent se detuvo un momento; dejó aquel lugar y entró en el bosque. Todo el que lo veía se compadecía de él, y los caballeros dicen al rey: —Dejemos de seguir a este perro pues nos puede llevar hasta tal lugar que luego nos costará volver. No siguen más al perro y vuelven atrás. Husdent encuentra un camino; se pone muy contento por esta pista; los ladridos de Husdent resuenan por todo el bosque. Tristán estaba en el bosque con la reina y Governal; oyen los ladridos y Tristán los reconoce: —Oigo a Husdent, estoy seguro.
Están atemorizados y se echan a temblar. Tristán se pone en pie de un salto y tiende el arco; se refugian en la espesura del bosque, tanto temen al rey, pues creen que viene con el perro. El perro, que seguía sus huellas, no se detuvo, y cuando vio a su amo y le reconoció levantó la cabeza y movió la cola. Quien vea al perro llorar de alegría, bien puede saber lo que es el gozo. Corre hacia Iseo la rubia y luego hacia Governal; a todos hace fiestas, incluso al caballo. Tristán sintió mucha pena por el perro. — ¡Ah, ¡Ah, Dios Dios mío! mío! —dij —dijo— o—,, qué qué desg desgra raci cia a que que el perr perro o nos nos haya haya seguido. El perro que no puede estar callado en el bosque no sirve para nada a un hombre desterrado. Estamos en el bosque porque el rey nos odia; el rey Marco nos hace buscar por las llanuras, por los bosques y por todas partes, si nos encuentra encuentra nos hará prisioneros prisioneros y nos quemará vivos o nos colgará. No nos hace falta el perro, y sabed una cosa: si Husdent se queda con nosotros pasaremos miedo y angustias. Por lo tanto es mejor que muera a que nosotros seamos sorprendidos a causa de sus ladridos. Siento mucho que debido a su lealtad haya buscado aquí su muerte. Su noble instinto le ha hecho actuar así, pero ¿acaso puedo reprochárselo? Siento un inmenso dolor de ser yo mismo quien le dé la muerte. Ayudadme a tomar una decisión porque necesitamos protegernos. Iseo le dice: —Señ —Señor or,, pied piedad ad,, los los perr perros os ca caza zan n ladr ladran ando do porq porque ue es as asíí su naturaleza y su costumbre. He oído decir de un perro que tenía un guardabosque galés, en el tiempo en que Artús fue coronado rey, que estaba adiestrado de esta manera: cuando había herido a un ciervo con la flecha de un arco, el perro seguía el rastro dando brincos, pero no volvía atrás ladrando, ni cuando alcanzaba al animal ladraba ni hacía alboroto. Tristán, amigo mío, sería una gran alegría que alguien tuviera la paciencia de enseñar a Husdent a que no ladrara al perseguir y cazar animales. Tristá Tristán n estaba estaba inmóvi inmóvil, l, esc escuch uchánd ándola ola;; sentía sentía pena pena por el perro perro,, reflexionó un rato y dijo: —Si pudiera con paciencia enseñar a Husdent a que cambiara los ladridos por el silencio le tendría en gran estima. Voy a poner todo mi empeño en ello antes de que acabe esta semana. Tendría un gran disgusto si hubiera de matarlo, pero me espantan los ladridos del perro pues, si yo estuviera en algún lugar con vos y con Governal, mi maestro, y él ladrara, nos apresarían enseguida. Ahora voy a esforzarme y a poner todo mi empeño en que cace sin ladrar. Tristán entra en el bosque para cazar con el arco; es muy hábil, tira sobre un gamo y cuando brota la sangre el perro ladra. El gamo herido huye dando brincos y Husdent, alegre, ladra muy fuerte: por todo el bosq bosque ue resu resuen enan an los los ladr ladrid idos os del del perr perro. o. Ento Entonc nces es Tris Tristá tán n le zurr zurra a dándole un golpe fuerte y el perro se detiene al lado de su amo, cesa de ladrar y deja de perseguir al animal. Levanta la cabeza para mirar a Tristán sin saber qué qué hacer; ya no se atreve atreve a ladrar y pierde el rastro. rastro.
Tristán empuja al perro a sus pies y con el bastón bate el sendero; Husden Husdentt quiere quiere volver volver a ladrar ladrar.. Trist Tristán án contin continúa úa el adiest adiestram ramien iento. to. Antes de que transcurriera un mes el perro estaba tan bien adiestrado que seguía el rastro sin ladrar en el campo y no abandonaba al animal sobre la nieve o sobre hierba o sobre hielo, tan rápido y ágil era. Ahora el perro le hace un gran servicio: extraordinaria ayuda le rinde. Si captura en el bosque un corzo o un gamo lo esconde cuidadosamente cubriéndolo de ramas, y silo atrapa en medio del campo, como ocurre muchas veces, lo cubre de hierba y regresa a donde está su amo y le lleva a donde ha apresado al animal. ¡Qué útiles son los perros! Señores, mucho tiempo estuvo Tristán en el bosque y allí padeció grandes penas y angustias. No quiere estar mucho tiempo en un mismo lugar: en donde se levanta por la mañana no se acuesta por la noche. Sabe que el rey le hace buscar y que ha proclamado un bando en su país para que quien lo encuentre e ncuentre le haga preso. No tienen pan en el bosque, viven de la caza, otra cosa no comen. ¿Cómo pueden evitar empalidecer? Sus vestidos están rotos, las ramas los han desgarrado; durante mucho tiempo huyeron a través de Morrois. Los dos sufren las mismas penalidades, pero el uno por el otro no se queja. La gentil Iseo tiene gran miedo de que Tristán esté arrepentido a causa de ella; y Tristán, a su vez, tiene gran pesar de que por él Iseo esté enemistada [con el rey] y que se arrepienta de su locura. Oíd lo que hizo un día uno de estos tres barones a quien Dios maldiga y por cuya culpa fueron sorprendidos. Éste era muy rico, tenía gran reno renomb mbre re y era era muy muy afic aficio iona nado do a los los perr perros os.. Lo Loss habi habita tant ntes es de Corn Co rnua ualle lless se abst absten enía ían n de entr entrar ar en Morr Morroi ois, s, por por lo que que nadi nadie e se atrevía a ir allí. Hacían bien en sentir temor porque si Tristán los hubiera podido capturar los habría hecho colgar de un árbol. Hacían bien en alejarse. Un día estaba Governal con su caballo, solo, cerca de un riachuelo que manaba de una fuente; había quitado la silla al caballo, que pacía la hierba fresca. Tristán estaba echado en su choza y tenía entre sus brazos a la reina por quien se había expuesto a tantas penalidades; los dos estaban dormidos. Governal estaba en un escondrijo y oyó, por casualidad, a unos perros que cazaban con gran ímpetu. Eran los perros de uno de los tres barones por cuyas palabras el rey se había enfadado con la reina. Los perros persiguen, el ciervo huye. Governal llegó por un sendero a una landa. Detrás, a lo lejos vio claramente que venía aquel a quien su seño se ñorr odia odiaba ba má máss que que a nadi nadie, e, co comp mple leta tame ment nte e so solo lo,, sin sin ning ningún ún escudero. Pica espuelas al caballo tan repetidamente que éste cojea, y también con frecuencia le golpea en el cuello con su fusta. El caballo tropieza con una piedra. Governal se acerca a un árbol, se esconde y espera a aquel que se acerca con tanta rapidez y que luego se irá más despacio. Nadi Na die e pued puede e ca camb mbia iarr su fort fortun una: a: y él no se preo preocu cupa paba ba de la desgracia que había ocasionado a Tristán. Governal, que estaba bajo el
árbol, le vio venir y le esperó valientemente; se dijo a sí mismo que prefería ser colgado al viento antes que dejar de vengarse de él, porque por él y por lo que habían hecho, todos habían estado a punto de morir. Los perros perseguían al ciervo que huía y el hombre iba tras los perros. Governal dio un salto y salió de su escondrijo; se acordaba del mal que aquél les había hecho y con su espada lo hizo pedazos, le cortó la cabeza y se fue. Los cazadores que perseguían a su vez al ciervo vieron el cuerpo de su señor sin cabeza, bajo el árbol. Quien corrió más deprisa huyó más lejos. Piensan que ha sido obra de Tristán porque el rey ha hecho el bando contra él. Por Cornualles se sabe que a uno de los tres barones que habían indispuesto a Tristán con el rey le han cortado la cabeza. Todos se atemorizan y estremecen y a partir de entonces dejan el bosque en paz. Después no fueron al bosque a cazar con mucha frecuencia; desde el momento en que alguno entraba en el bosque tenía miedo de ser perseguido y que el valiente Tristán le encontrara en el llano o, peor aún, en el desierto. Tris Tristá tán n es esta taba ba ac acos osta tado do en la choz choza, a, hací hacía a ca calo lorr y la habí habían an alfombrado de hojas; estaba dormido y no sabía que aquel que debía darle muerte estaba sin vida: qué contento se pondrá cuando lo sepa. Governal llegó a la cabaña, llevaba en la mano la cabeza del muerto; la cuelga por los cabellos en la horquilla de la cabaña. Tristán se despierta y ve la cabeza, despavorido da un salto y se queda inmóvil. Su maestro le dice a gritos: —No os mováis, podéis estar tranquilo: lo he matado con esta espada; sabed que éste era vuestro enemigo. Muy contento se puso Tristán al oír esto: estaba muerto aquel a quien más temía. Todo To doss los los de la co coma marc rca a es está tán n llen llenos os de mied miedo; o; el bosq bosque ue les les atem atemor oriz iza a tant tanto o que que nadi nadie e se atre atreve ve a entr entrar ar:: ahor ahora a ello elloss es está tán n completamente tranquilos en el bosque. Es, pues, en el bosque en que vivían donde Tristán inventa el Arcoque-no-falla. Lo coloca de tal manera que todo lo que encuentra lo mata. Si corre por el bosque un ciervo o un gamo y roza las ramas en donde está el arco tendido, si las toca por arriba lo hiere por arriba y si golpea en la parte de abajo del arco enseguida queda herido por abajo. Tristán, con toda justicia y con acierto, cuando hubo construido el arco le dio este nombre; muy acertado es el nombre del arco porque no falla en nada que lo toque tanto arriba como abajo; les hizo grandes servicios pues les permitió comer grandes ciervos. Era necesario que la caza los ayudara a sobrevivir en el bosque porque carecían de pan y no se atrevían a salir a la llanura. Mucho tiempo cazaron de tal modo y lo que consiguieron apresar fue tan extraordinario que tuvieron gran cantidad de caza. Señores, era un día de verano, en la época un poco después de Pentecostés. Una mañana, al amanecer, los pájaros cantaban al nuevo día, Tristán salió de la cabaña con la espada ceñida, para ir a ver el
Arco-que-no-falla y cazar por el bosque. Antes de vivir allí, ¿sintió penas? ¿Ha habido otras personas que hayan sufrido tanto? Pero el uno no cree que sufre a causa del otro: tenían todo para ser felices. Durante el tiempo que estuvieron en el bosque nunca dos personas bebieron [tantas amarguras] y jamás, como dice la historia, allá donde Berol la vio escrita, hubo alguien que se amara tanto y que lo pagara tan caro. La reina se levanta y se dirige hacia Tristán; hace mucho calor y les molesta. Tristán la abraza y le dice: […] —Amigo, ¿dónde habéis estado? [dice ella] —Tras un ciervo que me ha cansado mucho; lo he perseguido durante tanto rato que todo me duele. Tengo sueño, quiero dormir. La cabaña estaba hecha con ramas verdes, de un lado a otro la habían cubierto de hojas y el suelo lo habían alfombrado también de hojas. Iseo se acostó primero y después Tristán, que se quitó la espada y la colocó entre ellos dos (8). Iseo llevaba puesta la camisa —si aquel día hubiera estado desnuda, les habría ocurrido algo funesto— y Tristán se dejó puestas las bragas. La reina conservaba en su dedo el anillo de oro de sus bodas con el rey cuajado de esmeraldas. Mucho se le había adelgazado el dedo y el anillo estaba a punto de caérsele. Escuchad cómo estaban acostados: Iseo había puesto su brazo debajo del cuello de Tristán y el otro, me parece, se lo había echado por encima; estaban muy fuertemente abrazados y él la rodeaba con sus brazos: no era fingido el amor que se tenían. Las bocas estaban muy cerca y sin embargo estaban separadas de modo que no se juntaban. No soplaba el viento, no se movía ni una hoja; un rayo de sol más brillante que el hielo caía sobre la cara de Iseo: así duermen los enamorados sin pensar en ningún mal. En aquel lugar sólo estaban ellos dos, porque Governal, me parece, se había ido a caballo a casa del guardabosque al otro lado del bosque. ¡Oíd, señores, qué aventura! Fue horrible y dura para ellos. Un guardabosque que iba por el bosque había encontrado la choza de ramas en donde se acostaban. Había seguido un sendero hasta llegar a la choza que Tristán había hecho para estar con Iseo. Los vio dormidos y enseguida los reconoció; se quedó sin sangre, se estremeció y se fue corriendo porque temía, estaba seguro, que si Tristán se despertaba no tendría ninguna garantía de no dejarle la cabeza en prenda. No es nada sorprendente, pues, que huyera y saliera del bosque corriendo con toda rapidez. Tristán duerme con su amiga; estuvieron a punto de que los mataran. Desde aquel lugar en que dormían, que estaba a dos buenas leguas de la corte del rey, el guardabosque se fue corriendo porque había oído el bando sobre Tristán: el que informara al rey tendría gran cantidad de sus riquezas; por eso corre con tanta prisa. El rey Marco estaba en su palacio y había reunido la corte de sus barones; la sala estaba llena de todos ellos. El guardabosque baja por la colina y entra allí con rapidez. ¿Acaso pensáis que se detuvo cuando
llegó a la escalinata de la sala? La subió de un salto. El rey le vio venir corriendo y le preguntó rápidamente: — ¿Tienes noticias pues vienes tan precipitadamente? Tienes el aspecto de ir corriendo con los perros que persiguen un animal. ¿Vienes a la corte para reclamar algo? Parece que necesitas algo y que hayas venido de lejos. Si quieres algo, dímelo; ¿alguien te ha rehusado pagar o has sido expulsado de mi bosque? —Escúchame, rey, por favor, atiéndeme sólo un momento. Se ha difundido en un bando por todo el país que a quien encontrara a tu sobrino se le reventarían los ojos si no lo capturaba o venía a decíroslo. Yo lo he encontrado, pero temo vuestra cólera; si te lo enseño, ¿me matarás? Te acompañaré hasta donde duerme, la reina está a su lado; hace poco que los he visto, estaban durmiendo profundamente. Tuve mucho miedo cuando los vi. El rey, al oírle, resopla, suspira, se remueve y enfada mucho. Le dice al guardabosque en voz baja, al oído: — ¿Dónde están? Dímelo. —En Morrois, en una choza, están durmiendo abrazados. Ve allí rápido y nos vengaremos. Rey, si ahora mismo no te vengas duramente no tienes derecho a reinar, estoy seguro de ello. El rey le dice: —Sal de aquí; si aprecias en algo tu vida no digas a nadie lo que sabes, tanto sea a un extraño como a un amigo. En la Cruz Roja, en el camino de las afueras, donde a menudo se entierra a los muertos, quédate allí y espérame. Te daré todo el oro y la plata que quieras, te lo prometo. El guardabosque se aleja del rey, va a la Cruz y se sienta. ¡Ojalá se quedara ciego el que tanto desea la perdición de Tristán! Mejor le hubiera sido irse, porque luego murió con tal deshonra como oiréis más adelante en el cuento. El rey entró en su aposento y convocó a todos sus privados para prohibirles que se atrevieran a seguir sus pasos. Todos le dicen: — ¿Bromeáis, rey? ¿Queréis ir solo a aquel lugar? Nunca el rey salió sin vigilancia. ¿Acaso tenéis alguna noticia? No os molestéis por las palabras de algún espía. El rey les contestó: —No tengo ninguna noticia, pero una doncella me ha dicho que vaya a hablar con ella enseguida, pero que no debo llevar a ningún compañero. Iré yo solo a caballo sin compañero ni escudero; esta vez iré sin vosotros. Ellos le contestan: —Esto nos disgusta. Catón aconsejaba a su hijo huir de los lugares apartados. Él contestó: —Ya sé todo esto. Dejadme hacer lo que quiero. El rey ordenó ensillar su caballo y se ciñó la espada; no dejó de lamentar consigo mismo la traición de Tristán que le arrebató a Iseo la
del bello rostro y huyó con ella. Silos encuentra, terribles serán sus amenazas y no dejará de castigarlos. El rey está decididamente resuelto a exterminarlos. ¡Qué gran error! Sale de la ciudad mientras se dice que preferiría ser colgado que dejar de vengarse de los que tanto le han deshonrado. Llegó a la Cruz donde aquel hombre le esperaba; le dice que se apresure y le conduzca por el camino directo. Entran en el bosque que era muy espeso; delante del rey camina el espía, el rey detrás confiando en la espada que ciñe con la que ha dado tantas estocadas. Actúa con temeridad porque si Tristán se despertara y se enfrentaran tío y sobrino, uno moriría antes que el otro. El rey Marco le dice al guardabosque que le dará veinte marcos de plata si le lleva enseguida al lugar de la mala acción [de Tristán]. El guardabosque —vergüenza para él— dice que están cerca de lo que van buscando. El espía corre al otro lado para sostenerle el estribo y ayuda al rey a bajar del buen caballo gascón y ata las riendas del caballo a una rama de un manzano verde. Un poco más adelante ven la choza que los había llevado hasta allí. El rey se desabrocha el manto que tiene las hebillas de oro puro; sin el manto se veía su cuerpo bien formado. Saca la espada de la vaina y se dirige allá diciendo lleno de cólera que morirá si no logra matarlos. Con la espada desnuda entra en la choza; el guardabosque también entra detrás del rey, pero el rey le hace un signo para que se vaya. El rey levantó la espada con gran enfado, sudaba [de angustia]. Si hubiera dejado caer el brazo los habría muerto — ¡qué gran desgracia!—, pero vio que ella tenía puesta la camisa y que entre los dos había una separación, que las bocas de ambos no estaban juntas y que una espada desnuda separaba sus cuerpos y que Tristán tenía las bragas puestas. — ¡Dios mío! —dijo el rey—. ¿Qué significa esto? Estoy viendo cómo se comportan, y no sé qué debo hacer, si matarlos o retirarme. Hace mucho tiempo que están en el bosque; por lo que me parece, si estoy en mi sano juicio, que si se amaran apasionadamente estarían sin ropas y entre ellos no habría una espada y estarían juntos de otro modo. Siento deseo de matarlos pero no los tocaré, calmaré mi cólera; no parece que sientan un amor loco; no tocaré a ninguno de los dos. Están dormidos y si los atacara cometería un grave error; si despertara a Tristán y él me matara o yo a él habría luego feas habladurías. Antes de que se despierten haré tal gesto que sabrán con toda certeza que los he encontrado dormidos y que me he compadecido de ellos y no he querido matarlos, ni yo mismo ni nadie de mi reinó. En el dedo de la reina veo el anillo con la esmeralda que le di, y que es de gran valor; yo llevo uno que en su día fue suyo: me lo quitaré. Llevo los guantes de piel gris que ella trajo de Irlanda; quiero tapar el rayo de sol que le da en la cara, porque hace mucho calor, y antes de irme tomaré la espada que está entre los dos y que cortó la cabeza del Morholt.
El rey se quitó los guantes y miró cómo dormían uno al lado del otro; con los guantes tapó con mucho cuidado el rayo de sol que alcanzaba a Iseo. Le quitó el anillo del dedo tan suavemente que no lo movió. Antes le entraba con dificultad, ahora se le habían adelgazado tanto los dedos que lo pudo quitar sin forzarlo: muy bien lo supo hacer el rey. Despacio retiró la espada que estaba entre los dos y puso la suya en su lugar. Salió de la choza, llegó a donde tenía el caballo y montó de un salto; le dijo al guardabosque que huyera, que diera media vuelta y se ale- jara de allí. El rey se va dejándolos dormidos; esta vez no les ha hecho nada. Regresa a la ciudad. De diversos lugares se preguntan en dónde ha estado y qué ha hecho. El rey les mintió y nadie supo adónde fue y qué encontró ni nada de lo que hizo. Pero escuchad ahora qué hicieron los durmientes cuando el rey salió del bosque: le parecía a la reina que estaba en un gran bosque dentro de una rica tienda y se acercaban a ella dos leones con ánimo de devorarla; ella quería implorarles piedad, pero los leones, acuciados por el hambre, la agarraban cada uno de una mano. Iseo lanzó un grito a causa del miedo que tenía y se despertó. El guante adornado de armiño blanco cayó sobre su pecho. Tristán se despertó por el grito; su rostro estaba rojo. Asustado, se levantó de un salto y lleno de cólera cogió la espada, miró la hoja y no vio la muesca; se fijó en que la empuñadura era de oro y reconoció la espada del rey. La reina vio en su dedo el anillo que le había dado y vio que el suyo no estaba en su dedo y gritó: — ¡Señor, piedad, el rey nos ha encontrado! Tristán le dijo: —Es verdad, señora. No tenemos más remedio que salir de Morrois, pues le parecemos culpables. Tiene mi espada y me ha dejado la suya; nos hubiera podido matar. —Eso me parece, señor. —Hermosa, hemos de huir. Nos ha dejado para engañarnos; estaba solo y ahora ha ido a buscar a su gente, pues nos quiere coger, estoy seguro. Señora, vámonos hacia Gales. Me estoy quedando sin sangre. Y estaba completamente pálido. He aquí que llegó su escudero que venía a caballo; cuando vio a su señor tan pálido le preguntó qué le pasaba. —Por mi fe, maestro, el noble Marco nos ha sorprendido dormidos; ha dejado su espada y lleva la mía. Temo que nos prepare una trampa. Quitó del dedo de Iseo el valioso anillo y le dejó el suyo. Por este cambio nos damos cuenta de que nos quiere hacer un mal, maestro. Como estaba solo cuando nos encontró tuvo miedo y se fue. Ha regresado para ir en busca de más gente; tiene mucha que es atrevida y cruel y la traerá consigo pues quiere aniquilarnos a mí y a la reina Iseo. Delante de todo el pueblo quiere tenernos presos, quemarnos y esparcir al viento nuestras cenizas. Huyamos, no nos quedemos más aquí. No tienen tiempo que perder. Tienen miedo y no pueden hacer otra cosa: saben que el rey es traidor y cruel. Se van muy deprisa, temen al
rey por lo que les ha sucedido. Atraviesan el bosque de Morrois y se alejan. El miedo que tienen los impulsa a caminar largas jornadas en dirección a Gales. Mucho les está haciendo sufrir su amor: durante tres años enteros soportaron fatigas, sus cuerpos se adelgazaron y sus rostros estaban pálidos. V. Iseo regresa a la corte
Señores, ya habéis oído que el vino que bebieron fue la causa de que sufrieran tanto durante largo tiempo. Pero me parece que no sabéis durante cuánto tiempo producía efecto el filtro de amor, el vino hecho con hierbas. La madre de Iseo lo hirvió para que el amor durara durante tres años (9). Lo hizo para Marco y para su hija; otro fue el que lo bebió y sufre por ello. Mientras duraron los tres años el vino se apoderó de tal modo de Tristán y de la reina que cada uno decía: « ¡Qué desgraciado sería si me fuera de aquí!». El día después de San Juan se cumplieron los tres años en que fue fijada la duración de aquel vino. Tristán se levantó del lecho, Iseo se quedó en la choza. Tristán, habéis de saberlo, lanzó una flecha a un ciervo que había avistado y le atravesó los flancos. El ciervo huyó y Tristán lo persiguió, fue tras él hasta que se hizo de noche. Y mientras corría tras la bestia retorna al momento en que bebiera el filtro de amor y entonces se detuvo y enseguida empezó a arrepentirse. — ¡Ay, Dios mío, cuánto he sufrido! Hoy se cumplen tres años, sin que falte ni uno, en que no me han faltado las penas ni en los días de fiesta ni en los de trabajo. He tenido olvidada la vida de caballero y los usos de la corte y de los barones; he sido expulsado del país y me faltan las pieles ricas y de bellos colores y no estoy en la corte con los caballeros. ¡Dios mío! Mi querido tío me habría amado mucho si no le hubiera hecho tanto mal. ¡Dios mío, me siento tan desgraciado! Ahora estaría en la corte del rey rodeado de cien pajes que recibirían las armas y estarían a mi servicio. Habría ido a otros países como soldado [de Otro señor], en busca de salario. ¡Qué lástima me da la reina a la que he dado una choza en vez de tapices! Vive en el bosque cuando podría estar con su séquito en lujosas cámaras alfombradas de sedas: por mi culpa tomó un mal camino. A Dios, que es el señor del mundo, pido ayuda para que me dé fuerzas para que mi tío y su mujer hagan las paces. Prometo a Dios que haré muy a gusto, si puedo, que Iseo se reconcilie con el rey Marco, con quien se desposó, ¡ay!, delante de muchos nobles y según lo establecido por Roma. Tristán se apoyó en su arco lamentándose de haber obrado tan mal con el rey Marco, su tío, y poniéndole en desacuerdo con su mujer. Por la noche Tristán seguía lamentándose. Pero escuchad ahora cuál era el ánimo de Iseo. Ella se repetía: —Desgraciada, triste, ¿qué fue de tu juventud? Vives en el bosque como una sierva sin que nadie te sirva. Soy reina, pero he perdido el nombre a causa del brebaje que bebimos en el mar. La culpa la tuvo
Brangén, que debía tenerlo a buen recaudo. ¡Qué mal lo guardó la desdichada! No pudo hacer nada más, ya estaba todo hecho. Debería tener junto a mí a las jóvenes de los señoríos vecinos, a las hijas de los nobles valvasores para que me sirvieran en mis aposentos y yo las casaría con grandes señores con un buen dote. Tristán, amigo mío, ¡a qué gran confusión nos llevó quien nos dio a beber juntos el filtro de amor! No nos hubiera podido engañar de mejor manera. Tristán le dijo: —Gentil reina, ¡cómo hemos desperdiciado nuestra juventud! Bella amiga, si ayudado por alguien pudiera hacer las paces con el rey Marco y que olvidara su enfado y aceptara nuestras excusas de que nunca, ni con palabras ni con actos, tuve con vos relaciones amorosas que le deshonraran, no habría un caballero en todo su reino, desde Lidan hasta Dureaume, que si dijera que os he amado de manera deshonrosa no me encontrara al instante en liza y con las armas a punto; y si tuviera deseos [Marco], una vez que vos os hayáis defendido, de consentir que yo formara parte de su mesnada, sería gran honor para mí servirle, como mi tío y señor; ninguno de sus soldados de su país le librará mejor que yo de sus guerras. Y si le complaciera aceptaros consigo a vos, y a mí exiliarme sin necesidad de mis servicios, me iría con el rey de Frisia o pasaría a Bretaña con Governal y sin más compañía. Noble reina, esté donde esté, siempre me consideraré vuestro. No quisiera separarme de vos, si fuera posible, sin soportar, bella amiga, el horrible sufrimiento que habéis padecido ahora y siempre por mi causa en este lugar desierto. Por mí habéis perdido el título de reina. Estarías con honor en tus aposentos con tu esposo si no hubiera sido, señora, por el vino de hierbas que nos dieron cuando estábamos en el mar. Noble Iseo de bello rostro, aconsejadme sobre lo que debamos hacer. —Señor, gracias sean dadas a Jesús porque queréis renunciar al pecado. Amigo, acordaos del ermitaño Ogrín, que nos habló tanto de las Escrituras y nos predicó cuando fuisteis a su morada que está en el extremo del bosque. Querido y dulce amigo, si habéis tenido deseos de arrepentiros es lo mejor que puede ocurrir. Señor, vayamos corriendo a donde está, porque estoy segura de una cosa: nos dará un excelente consejo por el que aún podremos alcanzar la gloria perdurable. Tristán, al oír esto, lanzó un suspiro y dijo: —Noble reina, volvamos con el ermitaño esta misma noche o por la mañana; con el consejo del sabio Ogrín enviaremos al rey una carta con nuestra decisión, sin otro mensaje. —Amigo Tristán, está muy bien lo que decís. Iremos a implorar piedad al poderoso rey celestial para que nos ayude, Tristán amigo. Regresaron al bosque y tanto caminaron que los dos amantes llegaron a la ermita. El ermitaño Ogrín se encontraba leyendo y cuando los vio les llamó con amabilidad y se sentaron en la capilla. —Desgraciados, con cuánto pesar Amor os ha traído a la fuerza hasta aquí. ¿Cuánto tiempo dura ya esta locura? Esta clase de vida la habéis llevado demasiado tiempo, ¡arrepentíos!
Tristán le dijo: —Escuchad: mucho tiempo hemos llevado esta vida porque así fue nuestro destino. Desde hace tres años, si no me equivoco, los sufrimientos no nos han faltado. Si ahora nos pudierais aconsejar para que la reina se reconcilie, ya no querré nunca más tener al rey Marco como señor y antes de un mes me iré a Bretaña o a Leonís. Y si mi tío quiere tenerme en la corte para servirle, le ser- viré como es mi deber. Señor, mi tío es un rey poderoso [...] En nombre de Dios, señor, dadnos vuestro mejor consejo acerca de lo que habéis oído, y haremos lo que queráis. Señores, escuchad ahora a la reina. Cayó a los pies del ermitaño con la cabeza inclinada rogándole sin fingimiento alguno que los reconcilie con el rey y se lamenta: —Jamás en toda mi vida tendré deseos de cometer locuras. No digo, entendedlo bien, que me arrepiento de [lo que ha pasado con] Tristán, pues yo le amo con buen amor y como amigo, sin deshonor; ya hemos renunciado a la unión de nuestros cuerpos. Al oírla hablar así, el ermitaño se puso a llorar; lo que había dicho le impulsó a alabar a Dios. — ¡Dios mío, buen rey omnipotente!, os doy gracias de buen corazón por haberme permitido vivir hasta que estas dos personas vinieran a mí para pedir consejo por sus pecados; muchas gracias os doy por ello. Os juro por mi fe y mi religión que os daré buen consejo. Tristán, escuchadme un momento; habéis venido a mi morada y vos, reina, oíd mis palabras y no cometáis más locuras. Cuando un hombre y una mujer pecan, si primero se han entregado el uno al otro y luego se separan y hacen penitencia y se arrepienten, Dios les perdona su pecado por muy horrible y desagradable que sea. Tristán, reina, escuchadme ahora un momento; para evitar el deshonor y esconder una mala acción se puede decir alguna mentira. Ya que me habéis pedido un consejo, os lo daré sin esperar más. En un pergamino escribiré una carta que empezará con un saludo. Luego la enviaréis a Lancién y saludando al rey le haréis saber que estáis en el bosque con la reina y que, si él quiere admitirla y perdonarle su conducta desleal, vos haréis lo mismo con él y os pondréis en camino hacia la corte. Y en caso de que haya alguien tan fuerte —listo o tonto— que diga que villanamente fuisteis el amante de Iseo, logrará que el rey Marco os haga colgar si no os podéis defender de esta acusación. Por ello, Tristán, me atrevo a aconsejaros esto, porque no encontraréis a nadie que ose apostar contra vos. Os doy este consejo con toda mi buena fe. Marco no puede retractarse en esto: cuando os quiso dar muerte y quemar en la hoguera a causa del enano (hombres corteses y villanos lo vieron), no quiso oír nada acerca de celebrar un juicio. Por la gracia de Dios pudisteis escapar de allí, como tantas veces se ha repetido, y si no fuese por el poder de Dios hubierais muerto con deshonor. Disteis un salto que si alguien de Constentin a Roma lo hubiese visto se habría estremecido. Luego, muerto de miedo, huisteis, rescatasteis a la reina y
vivisteis en el bosque. La trajisteis desde su país para entregársela en desposorio; así ha ocurrido y él lo sabe. Las bodas tuvieron lugar en Lancién. No podíais abandonar a la reina y tuvisteis que huir con ella. Si él acepta vuestras disculpas delante de todos, grandes y pequeños, proponedle hacerlo ante su corte. Y si le parece conveniente y ve vuestra lealtad, con el consejo de sus vasallos admitirá a su noble esposa. Y si sabéis que él está de acuerdo seréis su soldado sirviéndole muy a gusto. Pero si rehúsa vuestro servicio, atravesaréis el mar de Frisia e iréis a servir a otro rey. Esto será lo que diré en la carta. —Estoy de acuerdo, buen hermano Ogrín; con vuestra licencia añadiría algo en el pergamino porque no me atrevo a fiarme de él. Ha hecho un bando contra mí. Yo le ruego, como al señor que amo con lealtad, que escriba otra carta en la que exponga sus deseos; y le ruego que en la Cruz Roja que está en la llanura deje allí la carta. No me atrevo a indicarle dónde estoy porque temo que me perjudique, cuando tenga la carta creeré lo que me dice y haré lo que él me diga. Maestro, mi carta ya está sellada y como conclusión escribiré: «Vale»; no tengo nada que añadir por esta vez. El ermitaño Ogrín se puso en pie, tomó pluma, tinta y pergamino y escribió todas estas palabras; al acabar cogió un anillo y apretó la piedra en el sello. Ya está sellada y se la entrega a Tristán; éste la recibió con agrado. — ¿Quién la llevará? —dijo el ermitaño. —Yo la llevaré. —Tristán, no digáis esto. —Sí señor, lo haré pues conozco bien Lancién. Buen señor Ogrín, por favor, la reina se quedará aquí. Enseguida, cuando oscurezca y el rey duerma tranquilamente, montaré a caballo y llevaré conmigo a mi escudero. Desmontaré a las afueras de la ciudad en una colina y seguiré adelante; mi maestro [Governal] guardará mi caballo; jamás vio otro igual clérigo o laico. Por la noche, después de la puesta del sol, cuando el tiempo empezó a oscurecerse, Tristán emprendió el camino con su maestro, ya que tan bien conocía todo aquel país y sus alrededores. Caminaron mucho hasta llegar a la ciudad de Lancién; descabalga Tristán y entra en la ciudad. Los vigías suenan el cuerno ruidosamente. Baja por el foso y llega caminando hasta la sala; Tristán está en una situación angustiosa. Llega hasta la ventana en donde duerme el rey, en voz baja le llama, pues no quiere gritar. El rey se despierta y dice enseguida: — ¿Quién eres? ¿Por qué vienes a estas horas? ¿Qué quieres? Dime cómo te llamas. —Señor, me llamo Tristán; traigo una carta y la voy a poner en la ventana de este aposento. No me atrevo a hablar mucho rato con vos: os dejo la carta, no me atrevo a quedarme. Tristán da media vuelta y el rey da un salto y le llama tres veces en voz alta: — ¡Por Dios, buen sobrino, tu tío te espera!
El rey tiene en su mano la carta. Tristán se va, no se queda ni un momento más, no titubea en ponerse en camino. Llega donde está su maestro que le espera y salta ágilmente en el caballo. Governal le dice: — ¡Loco, date prisa!, vayamos por los caminos apartados. Cabalgaron tanto tiempo por el bosque que al amanecer llegaron a la ermita y entraron. Ogrín estaba rezando con insistencia al rey celestial para que protegiera a Tristán de todo peligro y a su escudero Governal. Cuando los vio, qué contento se puso; dio gracias al Creador. No hace falta que preguntéis si Iseo tuvo miedo de verlos: desde la tarde en que se fueron hasta que el ermitaño y ella los vieron regresar, no había cesado de enjugarse las lágrimas, tan larga le parecía la espera. Cuando le vio llegar, le ruega [...] no le preguntó qué había hecho. —Amigo mío, dime, si Dios te ama, ¿estuviste en la corte del rey? Tristán se lo contó todo; cómo llegó a la ciudad y cómo habló con el rey y cómo éste le llamó y la carta que allí dejó y que el rey encontró. —Dios mío, gracias -dijo Ogrín—. Sabed, Tristán, que dentro de poco tendréis noticias del rey Marco. Tristán desmontó y dejó el arco. Y se quedaron en la ermita. El rey despertó a su séquito. Primero hizo venir a su capellán y le entregó la carta que conservaba en la mano; éste rompió el sello y leyó la carta. Vio en el encabezamiento que Tristán enviaba sus saludos al rey. Entendió lo que decían todas las palabras e informó al rey del mensaje. El rey le escuchó con agrado y se alegró en gran manera porque quería mucho a su mujer. El rey despertó a sus barones; a los de más mérito llamó por su nombre, y cuando estuvieron todos reunidos el rey habló mientras todos callaban: —Señores, he recibido una carta. Soy vuestro rey y vosotros mis marqueses. Sea leída la carta y escuchadla y cuando esté leída aconsejadme, os lo pido; debéis darme buenos consejos. Dinas se levantó el primero y dijo a sus pares: — ¡Oíd, señores!, y si os parece que no hablo sensatamente no me creáis. Si alguien sabe hablar mejor que yo, que hable y que hable correctamente y deje las tonterías. No sabemos de qué país procede la carta que nos ha llegado; que primero se lea la carta y luego, según lo que diga, si alguien puede darnos un buen consejo que lo haga. No os lo quiero ocultar: quien aconseja mal a su señor no puede hacer mayor traición. Los cornuallenses le dicen al rey: —Dinas ha hablado con gran cortesía; señor capellán, leed la carta delante de todos nosotros de cabo a rabo. El capellán se levantó, desató las cintas de la carta y se quedó en pie delante del rey: —Escuchad ahora, oídme bien: Tristán, el sobrino de nuestro señor, envía ante todo saludos y amor al rey y a todo su séquito; y sigue: «Rey, bien conocéis la boda de la hija del rey de Irlanda. Fui en mar hasta Irlanda y conquisté a Iseo gracias a mi valor, pues maté al gran dragón crestado y por ello me fue confiada. La llevé hasta tu país, rey, y la
tomasteis por esposa ante tus caballeros. No hacía mucho tiempo que vivías con ella cuando los aduladores de tu corte te hicieron creer sus mentiras. Estoy preparado para defenderla ante quien eleve una injuria contra ella y a justificarla ante mi adversario, buen señor, a pie o a caballo, los dos con armas y caballo, que nunca sintió hacia mí ni yo hacia ella amor que no fuera conveniente. Si no la puedo disculpar ni yo defenderme en tu corte, llévame entonces delante de tus hombres; ni a un solo barón excluyo. No hay un solo barón que para hacerme daño no quiera hacerme quemar o juzgar. Bien sabéis, buen tío y señor, que en vuestra cólera quisisteis hacernos quemar vivos; pero Dios tuvo compasión porque se lo rogamos. La reina tuvo suerte y escapó: esto fue justo y que Dios me guarde, pues vos con gran injusticia queríais darle muerte. Yo escapé bien porque di un salto desde una roca muy alta. Luego se quiso castigar a la reina entregándola a los leprosos; yo me la llevé, pues la arrebaté y estuve huyendo con ella durante mucho tiempo. No debía abandonarla, ya que estuvo a punto de morir injustamente por mi causa. Luego he estado con ella en el bosque, pues no era tan atrevido para mostrarme en pleno campo [...] hacernos prisioneros o entregarnos a vos. Nos hubierais hecho quemar vivos o colgar: por eso no tuvimos más remedio que huir. Pero si ahora os complace tomar a Iseo la del rostro claro, no habrá otro barón en este país que os sirviera más de lo que yo lo haría. Si os indican otro camino y no queréis mis servicios, me iré con el rey de Frisia y no oirás hablar de mí nunca más ya que me iré al otro lado del mar. Rey, de lo que habéis oído, pedid consejo. No puedo seguir sufriendo este tormento: o me reconcilio contigo o me llevaré a la hija del rey a Irlanda de donde la traje; y será reina de su país». El capellán le dijo al rey: —Señor, la carta no dice nada más. Los barones oyeron la petición de Tristán que se ofrecía a luchar por la causa de la hija del rey de Irlanda. No hay un solo barón de Cornualles que no diga: —Rey, acepta a tu esposa. No estuvieron en su sano juicio quienes dijeron estas cosas de la reina después de lo que habéis oído ahora. No se os puede aconsejar que Tristán se quede en este lado del mar. Que vaya al rico rey de Galvoie, que hace la guerra al rey escocés. Allí se podrá quedar, y cuando oigáis cosas de él, le llamaréis para que venga con vos; así sabremos dónde está. Enviad una carta a la reina para que acuda aquí en breve. El rey llamó a su capellán: —Escríbeme pronto una carta; ya has oído lo que dirás en ella. Apresúrate a escribirla, estoy muy ansioso porque hace mucho tiempo que no veo a la bella Iseo; mucho ha sufrido en su juventud. Cuando la carta esté sellada, la colgaréis de la Cruz Roja esta misma noche y añadid en ella mis saludos. Cuando el capellán terminó de escribirla la colgó de la Cruz Roja.
Aquella noche Tristán no durmió; antes de que llegara la medianoche ya había atravesado la Blanca Landa llevando la carta sellada. Bien conocía la región de Cornualles. Llegó a Ogrín y se la entregó. El ermitaño cogió la carta, leyó lo que decía y vio la nobleza del rey, que perdonaba a Iseo su mala conducta y que deseaba con agrado volverla a aceptar. Vio que la reconciliación estaba próxima. Ahora hablará como debe hacerlo y como hombre que cree en Dios. —Tristán, ¡qué gran alegría! Tus palabras se han conocido enseguida pues el rey acepta a la reina. Toda su corte se lo ha aconsejado pero, en cambio, no le recomiendan que te retenga como soldado suyo. Durante un año o dos vete a servir en otro país a un rey que está en guerra. Si el rey lo desea vuelve luego con él y con Iseo. De hoy en tres días, sin engaño alguno, el rey está presto a recibirla. Delante del Vado de la Aventura se llevará a cabo el acuerdo entre vos y ellos; allí entregaréis a la reina y al momento será aceptada. La carta no dice nada más. — ¡Dios mío! —dijo Tristán—, ¡qué separación! ¡Qué triste queda quien pierde a su amiga! Pero es necesario hacerlo por los sufrimientos tan grandes que habéis padecido por mi causa; ya no debéis sufrir más. Cuando llegue el momento de separarnos os entregaré una prueba de amor y vos, bella amiga, me daréis la vuestra. Mientras esté en otro país, sea en paz o en guerra, os enviaré mis mensajes. Bella amiga, hacedme conocer todos vuestros deseos. Iseo habló entre hondos suspiros: —Tristán, escuchadme un momento. Dejadme a Husdent, tu perrito. Nunca un perro de caza será recogido con tantos cuidados como lo será éste, querido y dulce amigo. Cada vez que lo vea me acordaré de vos, estoy segura de ello. Por muy triste que esté mi corazón, cuando lo vea me pondré contenta. Nunca, desde la promulgación de la ley divina, habrá un animal que viva tan bien y que duerma en lecho más suntuoso. Tristán, amigo mío, tengo un anillo en el que hay montado un jaspe verde; buen señor, por mi amor llevad el anillo en vuestro dedo y si tenéis deseos, señor, de enviarme algún mensaje, escuchad lo que os digo: no creeré nada si no veo este anillo. Pero, aunque lo prohíba el rey, cuando vea el anillo nada me impedirá, sea sensato o alocado, que haga lo que me diga el que me traiga este anillo, mientras sea algo para nuestro honor: os lo prometo con leal amor. Amigo, ¿me regalaréis al veloz Husdent atado a su traílla? Él le contestó: —Amiga mía, os doy a Husdent como prueba de mi amor. -Gracias, señor, y como me habéis entregado al perro, tened como recompensa el anillo. Se lo quita del dedo y lo pone en el suyo. Tristán besa a la reina y ella a él como muestra de posesión mutua. El ermitaño se dirige al Mont [Saint-Michel] por las cosas de tanto precio que hay allí. Compra pieles de veros y de petigrís, tejidos de seda y de oscura púrpura, escarlatas y algodón más blanco que los lirios y palafrenes que trotan despacio enjaezados de reluciente oro.
El ermitaño Ogrín compra tantas cosas, a crédito y al contado, sedas, pieles de veros y de armiño para vestir a la reina suntuosamente. El rey hace anunciar por todo Cornualles que se reconcilia con la reina. —En el Vado de la Aventura tendrá lugar nuestra reconciliación. Ni un solo caballero ni dama dejó de acudir a esta asamblea. Mucho habían deseado el regreso de la reina porque todos la amaban, excepto aquellos traidores a quien Dios aniquile. Los cuatro tuvieron esta paga: los dos primeros fueron muertos a filo de espada y el tercero de una flecha; con grandes dolores murieron en su país. El guardabosque que los acusó no dejó de tener también una muerte cruel, pues el noble y rubio Perinís lo mató con su honda en el bosque. Dios, que humilla al orgulloso, los vengó de los cuatro. Señores, el día de la asamblea acudió allí el rey Marco con mucha gente. Hizo plantar muchos pabellones y tiendas para los barones, el gran espacio de la pradera estaba lleno. Tristán cabalga con su amiga; Tristán cabalga hasta llegar al límite. Debajo de la túnica lleva la cota de mallas porque tenía mucho miedo por su persona a causa del mal que le había causado al rey. Divisó las tiendas plantadas en la pradera y reconoció al rey y a su asamblea. Le dijo a Iseo con dulzura: —Señora, quedaos a Husdent, os ruego por Dios que lo guardéis; si alguna vez le tuvisteis cariño seguid ahora teniéndoselo. He aquí al rey, nuestro señor, acompañado de los hombres de su reino. Ya no podremos tener aquellas largas entrevistas; veo a estos caballeros y al rey con sus soldados que vienen hacia nosotros, señora. Por Dios, el rey de la gloria, si os ruego que hagáis algo enseguida o de aquí a un tiempo, haced, señora, lo que deseo. —Amigo Tristán, oídme. Por la confianza que tengo en vos, si no me enviáis el anillo que está en vuestro dedo para que lo vea, nada que diga [el mensajero] me creeré. Pero desde el momento en que vea el anillo ni torre ni muralla ni fortaleza me detendrán para que acuda corriendo a la llamada de mi amante, con tal que sea algo de acuerdo con mi honor y lealtad y que sepa que es vuestro deseo. —Señora —le dijo—, Dios te lo pague. La atrae hacia sí y la rodea con sus brazos. Iseo le habla, y sus palabras no son alocadas: —Amigo, escucha mis palabras. —Quiero oírlas ahora mismo. —Tú me vas a entregar al rey aconsejado por el ermitaño Ogrín, al que deseo un buen fin. Os ruego por Dios, bueno y dulce amigo, que no os alejéis de este país hasta que sepáis qué actitud tendrá el rey conmigo, enojada o complaciente. Te ruego, pues soy tu bien amada, que cuando el rey me vuelva a tener vayas a pasar la noche a casa del guardabosque Orri; no te disguste hacerlo por mí. Dormimos allí tantas noches en el lecho que nos fabricó [...] Los tres hombres que tanto nos han hecho sufrir tendrán un mal final. Sus cuerpos quedarán boca arriba en el bosque. Querido y buen amigo, todo esto me asusta: ¡que el
infierno se abra y los engulla!; me dan miedo porque son muy traidores. Os meteréis en la gran bodega que hay debajo de la cabaña, amigo mío. Os enviaré a Perinís con las noticias de la corte. Amigo mío, que Dios te guarde. No te duela estar viviendo allí porque verás con frecuencia a mi mensajero; mi criado y tu maestro os traerán noticias de cómo estoy [...] —Querida amiga, no hará nada. Quien os reproche alguna insensatez que se guarde de mí como del demonio. —Señor —dijo Iseo—, muchas gracias. Ahora ya estoy contenta pues finalmente me habéis tranquilizado. Ya estaban cerca los unos de los otros y se intercambian los saludos. El rey, con aire altivo, caminaba a un tiro de arco delante de su gente; junto a él Dinas de Dinan. Tristán llevaba las riendas del caballo de la reina y lo conducía. Entonces saludó al rey de manera educada. —Rey, te devuelvo a la noble Iseo; nunca se hizo devolución más espléndida. Aquí están los vasallos de tu reino y ante ellos te quiero pedir que consientas que me justifique y me defienda ante tu corte de que nunca tuve relación amorosa con ella ni ella conmigo. Te han hecho creer mentiras; pero, ¡que Dios me con- ceda toda clase de bienes!, ya que nunca ha habido juicio ni se combatió a pie o de otra manera en tu corte, concédemelo ahora; y si se me condena hazme arder en azufre. Si salgo sano y salvo [...] tenme a tu lado o me iré a Leonís. El rey habló con su sobrino Andret, nacido en Lincoln, que le ha dicho: —Señor, quédate con él y serás a causa de ello más temido y respetado. Muy poco falta para que consienta; su corazón se inclina a ello. El rey lo llama aparte; Tristán deja a la reina con Dinas, que era muy leal y fiel y habituado a toda clase de honores. Bromea y se ríe con la reina, le aparta de los hombros la capa de lujosa escarlata. Vestía una túnica debajo del amplio brial de seda. ¿Qué os podría decir de su manto? Cuando lo compró el ermitaño no se lamentó del alto precio. Rico era el vestido y bello el cuerpo que lo lleva: los ojos verdigrises y los cabellos rubios. El senescal bromea con ella y esto desagrada mucho a los tres barones. ¡Malditos sean, tan malvados son! Entonces se acercan al rey: —Señor —le dicen—, escúchanos; te vamos a dar un buen consejo. La reina fue acusada y huyó del reino. Si vuelven a estar juntos en tu corte se dirá, estamos seguros de ello, que se consiente su traición; pocos serán los que no lo comenten. Deja que Tristán se vaya de tu corte y cuando regrese de aquí a un año tú ya estarás seguro de la lealtad de Iseo. Luego invita a Tristán a que regrese contigo. Te lo aconsejamos con toda nuestra buena fe. El rey contesta: —Digan lo que digan, no seguiré otro consejo. Los barones se retiran y comunican las palabras del rey. Cuando Tristán oye que no hay aplazamiento, sino que el rey quiere que se vaya, se despide de la reina; ambos se miran con mucha ternura. La reina se había ruborizado, estaba avergonzada ante la asamblea.
Tristán se va, así me parece. ¡Dios mío!, a cuántos corazones entristeció aquel día. El rey le pregunta adónde piensa ir; le dará todo lo que quiera y pone a su disposición oro, plata, veros y martas. Tristán le dice: —Rey de Cornualles, no tomaré ni una moneda. Con todo lo que tengo me voy con gran alegría con el poderoso rey que está en guerra. Los barones y el rey Marco fueron el suntuoso séquito de Tristán. Se dirigió hacia el mar e Iseo le despide con sus ojos; mientras todavía puede verlo no se mueve de donde está. Tristán ya se ha ido y aquellos que durante un rato le han escoltado regresan. Todavía le acompaña un rato Dinas, que no cesa de besarle y de rogarle que regrese con él sano y salvo. Ambos se juran fidelidad. —Dinas, escúchame un momento. Me voy de aquí, bien sé el motivo. Si te encargo por medio de Governal algo que necesite, hazlo tal como debes. Más de siete veces se han besado. Dinas le ruega que no tenga miedo, que hará todo lo que pueda de buen grado. Estas palabras son una hermosa despedida. Y por la fidelidad que le ha jurado, tendrá a Iseo a su lado; esto sí que no lo haría por el rey. Entonces Tristán se aleja de él y al separarse ambos están tristes. Dinas regresa junto al rey que le esperaba en un descampado. Los barones cabalgan a galope tendido en dirección a la ciudad. Toda la gente sale de la ciudad, eran más de cuatro mil entre hombres, mujeres y niños que tanto por Iseo como por Tristán manifiestan una extraordinaria alegría. Las campanas tocan por toda la ciudad. Cuando se enteran de que Tristán se va ni uno solo deja de manifestar su tristeza. A causa de Iseo están contentos y se esfuerzan en servirla; y, sabedlo bien, no hay ni una sola calle que no se adorne de sedas, y quien no tenía seda puso tapices; por donde pasaba la reina la calle estaba bellamente alfombrada. Subieron por la calzada en dirección a la iglesia de San Sansón; iban juntos la reina y los barones. Obispos, clérigos, monjes y abades salieron a su encuentro revestidos con las capas y las albas. La reina bajó del caballo; iba vestida de púrpura índigo. El obispo la tomó de la mano y la introdujo en la iglesia y fueron directamente hacia el altar. El noble Dinas, que era un barón excelente, le trajo un vestido que bien valía cien marcos de plata, de rica seda de orifrés: ni rey ni conde tuvo nunca otro igual. La reina Iseo lo tomó y por la bondad de su corazón lo depositó sobre el altar; hicieron con él una casulla que no sale nunca del tesoro, excepto en las grandes festividades del año; esto dicen los que la han visto. Después salió de la iglesia. El rey, los príncipes y los condes la llevaron al gran palacio y todo el día hubo gran fiesta. En ningún momento se cerró la puerta; quien quiso entrar tuvo comida, a nadie se la vedó. Todo el día le hicieron a la reina grandes honores. Ni siquiera el día que se casó se le hicieron tantos honores como le hicieron aquel día. El mismo día el rey liberó a cien siervos y dio armas y lorigas a veinte jóvenes a los que armó caballeros.
Oíd ahora lo que hizo Tristán. Tristán se fue después de haber devuelto a Iseo. Deja el camino y toma un sendero; tanto ha caminado por vías y sendas que ha llegado en secreto a la casa del guardabosque. A escondidas, Orri le ha hecho entrar en la amplia bodega; allí hay todo lo que necesita. Orri era una persona extraordinariamente generosa: capturaba con sus redes jabalíes, en sus cotos grandes ciervos, gacelas, corzos y gamos y como no era mezquino los regalaba a sus servidores. Se quedó con Tristán viviendo escondidos en el subterráneo. Por mediación de Perinís, el fiel criado, tenía Tristán noticias de su amiga. VI. El juicio de Dios
Oíd acerca de aquellos tres a quien Dios maldiga. Por culpa de ellos el rey lo pasó mal y se enfadó con Tristán. No pasó un mes sin que el rey fuera a cazar; con él iban los traidores. Escuchad ahora lo que hicieron aquel día. En un lugar cualquiera de la llanura que los campesinos habían desbrozado el rey se detuvo ante la chamicera escuchando los ladridos de sus magníficos perros. Hasta allí llegaron los tres barones y le expusieron lo siguiente: —Rey, oíd nuestras palabras. La reina se ha comportado alocadamente y nunca se justificó de ello. Se os reprocha esto como algo vil y los barones de tu reino te han pedido muchas veces que quieren que pruebe que no fue la amante de Tristán; y debe probar que mienten. Haz que se celebre un juicio y pídeselo cuando estéis solos, en el momento de ir al lecho. Si ella no quiere justificarse, deja que se vaya de tu reino. Al oír esto el rey enrojeció. — ¡Por Dios, señores de Cornualles! Hace tiempo que no dejáis de acusarla. Estoy oyendo unas acusaciones que pudieran pasar- se por alto. Decidme silo que buscáis es que la reina vuelva a Irlanda. ¿Ahora lo pedís todos vosotros? ¿No se ofreció Tristán para defenderla? Y vosotros no os atrevisteis a tomar las armas. Por vuestra culpa está fuera del país. Me habéis dejado sorprendido. A él ya lo he expulsado, ¿debo expulsar ahora a mi mujer? Maldita sea cien veces la boca que me pidió que me separara de él. ¡Por san Esteban mártir, me pedís demasiado y esto me duele! ¡Ojalá si alguien se callara! Si obró mal, ahora está angustiado. No os preocupáis de mi sosiego, y con vosotros no puedo estar tranquilo. Por san Tremor de Caharés os propondré una elección: hoy es lunes; antes de que pase el martes, la sabréis. El rey los ha atemorizado tanto que están a punto de emprender la huida. El rey Marco dice: —Dios os aniquile pues vais buscando mi vergüenza, lo que a vosotros no os importa nada. Haré regresar al caballero que habéis hecho huir. Cuando ven al rey tan enfadado los tres echan pie a tierra en el terreno yermo y lo dejan en el campo muy irritado. Dicen entre ellos: — ¿Qué podremos hacer? El rey Marco tiene malos sentimientos; pronto hará venir a su sobrino, y no mantendrá ni su palabra ni sus
promesas. Si él regresa será nuestro fin; sea en el bosque o en el camino si encuentra a alguno de nosotros tres le dejará sin sangre en el cuerpo. Digámosle al rey que desde ahora tendrá paz y que no hablaremos jamás con él de ello. El rey se había detenido en medio de la chamicera; y allí se acercaron, pero él los despidió enseguida: no le importan nada sus palabras. Por la ley que recibió de Dios jura en voz baja entre dientes que en mala hora comenzó esta conversación. Si hubiera tenido bríos los tres habrían sido hechos presos, se dijo. —Señor —le dicen ellos—, escuchadnos; estáis triste y enfadado por lo que dijimos acerca de tu honor. Tenemos el derecho de aconsejar al señor y tú no nos lo agradeces. Mal haya todo cuanto tiene bajo el tahalí, contigo nunca se enfadará aquel que te odia. Él tendría que irse; pero nosotros, que somos tus fieles, te damos leal consejo. Aunque no nos creas, haz lo que te plazca; ya no nos oirás hablar más. Perdónanos este enfado. El rey escucha sin decir nada; tiene el codo apoyado en el arzón y ni siquiera se ha vuelto hacia ellos. —Señores, hace muy poco tiempo que escuchasteis la justificación que hizo mi sobrino de mi mujer y no quisisteis embrazar el escudo. Vais buscando estar siempre pisando tierra. Os prohíbo desde ahora que combatáis; abandonad mi país. Por san Andrés, a quien se va a rezar de ultramar hasta Escocia, me habéis producido una herida en el corazón que no se curará en un año; por vuestra causa he exiliado a Tristán. Ante él llegan los traidores Godoine, Guenelón y Denoalén, que era muy pérfido. Los tres han interpelado al rey, pero no han podido entablar conversación y el rey se va sin esperar más. Enojados se alejan del rey. Tienen fuertes castillos rodeados de empalizadas, levantados sobre una roca encima de altas montañas; se pondrán en conflicto con su señor si el asunto no se soluciona. El rey no se ha detenido mucho tiempo; no esperó ni a los perros ni a los cazadores y descabalgó delante de su torre, en Tintagel y entró: nadie sabe ni ve que está allí. Entra en los aposentos, lleva ceñida la espada. Iseo se levanta y va hacia él, le toma la espada y luego se sienta a los pies del rey; él la toma de la mano y la levanta. La reina le hizo una inclinación y miró hacia arriba, a su rostro, y al verlo cruel y terrible se dio cuenta de lo enfadado que estaba y que había llegado sin su séquito. —Desgraciada —se dice—, ha encontrado a mi amigo y lo ha hecho preso. Lo dice entre dientes, muy bajo; la sangre no fue lenta en subírsele al rostro. El corazón se le heló en sus entrañas. Cayó de espaldas delante del rey, desmayada, su color se vuelve amoratado, [el rey] la levanta entre sus brazos, la besa, la abraza mientras piensa qué mal puede haberla alcanzado. Cuando volvió en sí de su desmayo [le dice:] —Mi querida amiga, ¿qué tenéis? —Señor, miedo.
—No temáis nada. Cuando ella oye que él la tranquiliza, le vuelve el color, se recupera. Ya está restablecida. El rey le ha dirigido tranquilizadoras palabras. —Señor, veo por tu aspecto que te han hecho enfadar tus cazadores. No debes preocuparte por la caza. Al oírla, el rey sonrió, la besó y le dijo: —Amiga, desde hace tiempo hay tres traidores que odian mis deseos de conciliación; si ahora no los desmiento y no los expulso de mis tierras, estos felones no temerán la guerra que emprenda contra ellos. Ya me han puesto bastante a prueba y ya les he consentido demasiado; no voy a cambiar mis deseos. Por sus palabras y por sus mentiras he arrojado a mi sobrino de mi lado; no quiero tener tratos con ellos. Tristán volverá pronto y me vengará de estos tres traidores y los hará colgar. La reina, que lo ha escuchado todo, le hablaría a gritos, pero no se atreve. Fue prudente, se calmó y dijo: —Dios ha obrado un milagro; mi marido se ha encolerizado con aquellos que han lanzado sus injurias. Ruego a Dios que se cubran de vergüenza. Lo dijo en voz baja y nadie la oyó. La bella Iseo, que tan bien hablaba, dijo al rey con sencillez: —Señor, ¿en qué me han criticado? Todo el mundo puede decir lo que piensa. Excepto vos, no tengo a nadie que me defienda, y por eso van buscando mi desgracia. ¡Dios, nuestro padre espiritual, les maldiga por las muchas veces que me han hecho temblar de miedo! —Señora —dijo el rey—, escuchadme. Tres de mis barones de más mérito se han ido muy enojados. — ¿Por qué, señor? ¿Por qué motivo? —Porque os han injuriado. —Señor, ¿por qué? —Ahora lo sabréis —dijo el rey—, porque no os habéis justificado de vuestra relación con Tristán. — ¿Y silo hiciera? —Me han dicho [...] me han dicho esto —Estoy presta a hacerlo. — ¿Cuándo lo haréis? ¿Hoy mismo? —Poco plazo hay. —Y sin embargo es demasiado largo. —Señor, por los nombres de Dios, escuchadme y aconsejad- me. » ¿Qué quiere decir esto? Me asombra que no me dejen en paz ni un momento. Si Dios me ayuda, no me justificaré jamás ante ellos, excepto silo propongo yo misma. Señor, si hiciera mi juramento ante ellos, en tu corte, delante de tus súbditos, al cabo de tres días me volverían a decir que querrían otra clase de exculpación. Señor, en este país no tengo ningún pariente que para defenderme emprenda una guerra o una rebelión; y esto me convendría mucho. No me preocupan sus habladurías; si ellos quieren que haga un juramento o si quieren una
prueba judicial, no habrá otra manera más cruel que yo la haga; y que digan ellos cuándo será. El día señalado tendré frente a frente al rey Artús y a su mesnada; si delante de él soy exculpada y luego siguen calumniándome, los que hayan presenciado mi disculpa querrán justificarme tanto ante un cornuallés como ante un sajón. Por esto me conviene que el rey Artús y su séquito estén presentes y vean con sus propios ojos mi defensa. Si allí está el rey Artús y su sobrino Galván, el más cortés de todos, y Girflet y el senescal Keu y los cien vasallos que tiene el rey, no mentirán sobre nada de lo que oigan, sino que combatirán aunque profieran calumnias contra mí. Por este motivo, rey, debemos defender mi derecho ante ellos. Los cornuallenses son mentirosos y en muchas ocasiones traidores. Fija una fecha y convócales a todos, pobres y ricos, para que estén en la Blanca Landa; a quien no acuda le confiscarás sus posesiones. Mi corazón está ya sosegado, pues cuando el rey Artús vea mi mensaje vendrá aquí; conozco sus sentimientos desde hace tiempo. El rey le contestó: —Bien habéis hablado. Entonces se publicó un bando por todo el país en el que el plazo quedaba fijado en quince días. El rey avisó a los tres barones de su reino que se habían ido de la corte tan enojados; se pusieron muy contentos, pasara lo que pasara. En todo el país ya están enterados de la fecha en que se celebrará la asamblea y que asistirá el rey Artús y le acompañarán los más importantes caballeros de su mesnada. Iseo no se ha quedado quieta; y por medio de Perinís hace saber a Tristán toda la pena y la angustia que ha padecido por él durante este año. ¡Ojalá recupere la tranquilidad! Si él quiere puede consolarla. — [...] dile que él conoce bien un pantano próximo al puente de madera, en el Mal Paso; un día se ensuciaron allí mis vestidos. Que esté allí en una mota en la cabeza del puente, hacia este lado de la Blanca Landa, vestido con ropas de leproso. Que lleve un cuenco de madera y un jarro atados con una correa y en la otra mano una muleta, y que se entrene con estos artilugios. El día concertado estará sentado en la mota con la cara completamente cubierta de pústulas, y que alargue el cuenco a los que pasen por allí pidiéndoles limosna, y nada más. Le darán oro y plata, y que me guarde el dinero hasta que le vea a solas en una cámara. Dijo Perinís: —Señora, os prometo que le transmitiré bien este secreto. Perinís se separó de la reina; entró en e1 bosque atravesando unos arbustos y caminó solo por el bosque. Al anochecer llegó al escondrijo donde estaba Tristán, la espaciosa bodega, cuando habían acabado de comer. Muy contento se puso Tristán al verle venir pues sabía que el leal criado le traía noticias de su amada. Cogidos de las manos se sentaron en un escaño y Perinís le transmitió el mensaje de la reina. Tristán se quedó mirando el suelo y luego juró conseguir todo lo que
pudiera. En mala hora tuvieron estos pensamientos, porque los traidores no dejarán de perder las cabezas, que penderán en la punta de las horcas. —Repite palabra por palabra esto a la reina: iré el día señalado, que no lo dude ni un momento; que se consuele y se ponga contenta y alegre. No me bañaré en agua caliente hasta que mi espada se haya vengado de aquellos que la han hecho sufrir; son unos verdaderos traidores y desleales. Dile que he encontrado la manera de salvarla del juramento y que pronto la veré. Vete y dile que no desmaye, que no tema que yo no acuda al proceso disfrazado de mendigo. El rey Artús me verá sentado en el Mal Paso, pero no me reconocerá; me guardaré su limosna, si es que puedo sacarle algo. Puedes contarle a la reina que te lo he dicho en el subterráneo de piedra que ella hizo construir tan bellamente. Envíale de mi parte más saludos que botones menudos llevo encima. —Se lo diré —dijo Perinís. Y le dijo mientras subía por la escalera: —Me voy a ver al rey Artús, buen señor, para darle el siguiente mensaje: que acuda a oír el juramento acompañado de cien caballeros, que podrán ser fiadores en el caso de que los traidores gruñan contra la lealtad de la reina. ¿Está bien así? —Dios te acompañe. Sube todos los peldaños de un salto, monta en su caballo y se va sin dejar tranquilas las espuelas hasta llegar a Carlión. Mucho se esfuerza por servir, y por ello deberá conseguir algo mejor. Preguntó tantas veces por el rey hasta que le dieron una buena noticia: que el rey estaba en Isneldone. El criado de la bella Iseo preguntó a un pastor que tocaba el caramillo: — ¿Dónde está el rey? —Señor —le dijo—, sentado a su mesa; y veréis la Tabla Redonda que da vueltas como el mundo y a su mesnada sentada alrededor de ella (10). Dijo Perinís: —Pues vayamos. El criado desmontó en la grada y enseguida entró dentro. Allí estaban muchos hijos de condes y también hijos de ricos valvasores que hacían todos su servicio con las armas. Uno de ellos salió de allí como si huyera; se acercó al rey que le interpeló. — ¿De dónde vienes? Dímelo. —Te traigo una noticia. Afuera hay un caballero que te busca con insistencia. He aquí que entra Perinís; y muchos marqueses se quedaron mirándole. Se acercó donde se sentaba el rey con todo su séquito. El criado dijo con firmeza: —Dios salve al rey Artús y a toda su compañía de parte de su amiga, la bella Iseo. El rey se levantó y dijo desde la mesa:
—Y que el Dios de los cielos la salve y guarde y a ti también, amigo. Dios mío —prosiguió el rey—, he deseado tanto tener aunque sólo fuera un mensaje de ella. Joven, ante todos los barones aquí presentes, le concedo a ella todo lo que tú me pidas. Tú serás el tercero a quien haré caballero por haberme traído un mensaje de la más bella que hay de aquí hasta Tudela. —Señor —le contestó—, os lo agradezco. Escuchad ahora el motivo de mi visita y que también lo oigan los barones y mi señor Galván especialmente. La reina se ha reconciliado con su esposo, no es un secreto. Señor, en el momento de la reconciliación estaban presentes todos los barones del reino. Tristán se ofreció a defender y a exculpar a la reina ante el rey de su fidelidad; sin embargo, nadie quiso tomar las armas en contra de esta afirmación de lealtad. Señor, ahora aconsejan al rey Marco que debe exigirle a ella una justificación y no hay ningún hombre noble, francés o sajón, de su linaje en la corte del rey. He oído decir que bien nada aquel a quien sostienen por el mentón. Rey, si miento acerca de esto consideradme un mentiroso. El rey no tiene criterio fijo, unas veces está de un lado y otras de otro. La bella Iseo le ha respondido que se justificará ante vos. Os reclama delante del Vado de la Aventura y os pide gracia como amiga vuestra muy querida para que acudáis el día señalado acompañado de cien de vuestros amigos. Sabe que vuestra corte es muy leal y vuestra mesnada noble; ante vos será exculpada, ¡Dios la guarde de caer en desgracia! Y como seréis sus garantes no le fallaréis de ninguna manera. De hoy en ocho días está fijado el plazo. Todos lloraban a raudales, ni uno solo no tenía el rostro mojado de lágrimas. —Dios mío —decía cada uno—, ¿qué pretenden de ella? El rey hace todo lo que le ordenan y Tristán ha abandonado el país. El rey lo quiere, ¡nunca entre en el Paraíso quien no acuda allí, y quien no la ayude según el decreto! Galván se puso en pie y habló como hombre bien educado: —Tío, con tu consentimiento, la prueba que se ha establecido se volverá en desgracia para los tres traidores: el más pérfido es Guenelón, le conozco bien y él a mí. Le arrojé hace tiempo en un lodazal durante un torneo muy importante y concurrido. Si lo atrapo, ¡por san Riquier!, a Tristán no le hará falta venir; si puedo tenerlo entre mis manos lo pasará tan mal que lo ahorcaré en lo más alto de una montaña. Después de Galván se levantó Girflet y ambos se acercaron dándose la mano. —Rey, hace mucho tiempo que Guenelón, Denoalén y Godoine odian a la reina. Dios me quite el juicio si al enfrentarme a Godoine el hierro de mi lanza de fresno no le atraviesa, y de lo contrario que nunca acaricie bajo el manto a una bella dama bajo el dosel. Perinís le escuchó con la cabeza inclinada. Dijo Iván, el hijo de Urién:
—Bien conozco a Denoalén; toda su inteligencia la emplea en calumniar y sabe cómo engañar al rey, pero yo haré que me tome en serio: si me lo encuentro en mi camino, tal como me ocurrió otra vez, no me impedirán ni ley ni fe que, si no puede defender- se de mí, le cuelgue con mis propias manos. A los traidores se les debe castigar con severidad, pues los aduladores se burlan del rey. Entonces dijo Perinís al rey Artús: —Señor, estoy completamente seguro de que los traidores recibirán mucho daño por haber buscado querella a la reina. Nunca en tu corte se han hecho amenazas contra algún hombre de lejanas tierras que no se hayan cumplido; todos los que lo merezcan al final lo pasarán mal. Al rey le alegraron estas palabras y su rostro se enrojeció un poco. —Señor escudero, id a comer; éstos se encargarán de vengarla. Una gran alegría inundaba el corazón del rey y habló con intención de que Perinís le oyera: —Noble y famosa mesnada, cuidad que para la asamblea vuestros caballos estén bien lustrosos, vuestros escudos nuevos, ricos vuestros vestidos; justaremos ante los ojos de la bella de la que ya conocéis las noticias. Poco apego tendrá a su vida quien se niegue a tomar las armas. El rey les advirtió a todos; y les desagrada que el plazo fuera tan largo, les gustaría que fuera al día siguiente. Escuchad ahora acerca del noble de buen linaje: Perinís pide permiso para retirarse y el rey monta sobre Pasalanda, pues quiere escoltar al joven. Durante el camino van hablando, y todo lo que dicen es acerca de la bella por quien él, Artús, hará astillas de las lanzas. Antes de que acabe la conversación el rey le ofrece a Perinís el arnés para ser armado caballero, pero él todavía no quiere aceptarlo. El rey le acompañó todavía un rato más en atención a la noble y bella de los cabellos rubios en donde no reside ni una pizca de maldad: mucho hablaban mientras se iban de allí. El criado tuvo una suntuosa escolta de caballeros y el noble rey y se despidieron con tristeza. El rey le dice: —Querido amigo, marchaos ya, no os retraséis; saludad a vuestra señora de parte de su leal servidor que irá a llevarle paz; haré todo lo que desee pues estoy lleno de ímpetu y ella me dará prestigio. Recuérdale lo de la lanza que se clavó en el poste, ella sabe perfectamente lo que pasó; os ruego que se lo comuniquéis así. —Rey, os juro que se lo diré. Y picó espuelas al caballo. El rey emprendió el regreso. Perinís se fue después de haber llevado el mensaje y de haberse preocupado tanto en servir a la reina. Cabalga lo más deprisa que puede, y no descansó ni un solo día hasta llegar al lugar del que partió. Explicó el viaje a Iseo que se puso muy contenta y 1e habló del rey Artús y de Tristán. Aquella noche llegaron a Lidan y la luna estaba en su décimo día. ¿Qué os puedo decir? Se acerca el plazo en que la reina ha de exculparse. Tristán, su amigo, no se demora; se disfrazó de la siguiente
guisa: vestido de lana, sin camisa, la túnica de tosco buriel y sus botas remendadas. Se hizo confeccionar una ancha capa de buriel ennegrecida con cenizas. Se cubrió completamente con ella; parecía más leproso que nadie y, sin embargo, llevaba la espada fuertemente ceñida a la cintura. Tristán se fue; y al salir a escondidas de su alojamiento, Governal le instruyó con estas palabras: —Señor Tristán, no actuéis con precipitación; fijaos en la reina cuando os haga algún ademán o alguna señal. —Maestro —le contestó—, así lo haré. Procurad ayudarme en todo, pues temo ser reconocido. Tomad mi escudo y mi lanza y llevádmelos; poned las riendas a mi caballo, señor Governal; si os necesito estad junto al camino, escondido y alerta. Bien sabéis cuál es el buen vado, hace tiempo que lo conocéis. El caballo es blanco como una flor; tapadlo completamente para que no sea visto ni reconocido por nadie. Allí estarán el rey Artús con toda su gente y el rey Marco también. Caballeros de tierras extranjeras participarán en el torneo para conseguir fama. Y yo, por amor a mi amiga Iseo, me arriesgaré; en mi lanza ataré el pendón que me regaló mi bella amiga. Maestro, partid ahora, os lo ruego firmemente, y actuad con prudencia. Tristán agarró su cuenco y sus muletas, se despidió y se fue. Governal regresó a su albergue, tomó su arnés y nada más; luego se puso en camino muy deprisa. Procuraba que nadie le viera y viajó tanto hasta que se emboscó cerca de Tristán que ya estaba en el Paso. Encima de la mota, muy cerca de la charca, estaba sentado Tristán sin hacer nada. Delante de él clava el bordón que estaba atado a un cordón que llevaba al cuello. A su alrededor se extendían los blandos cenagales; él está dominándolo todo. No parece un hombre contrahecho, era grande y corpulento; no era un enano deformado y jorobado. Oye que se acerca el cortejo desde donde está sentado. Se había llenado la cara de úlceras. Cuando alguien pasaba por delante le decía con voz quejumbrosa: — ¡Pobre de mí! Nunca creí que llegaría un día a pedir limosna ni a tener este oficio, pero no puedo hacer otra cosa. Y Tristán les obliga a abrir las bolsas y todos le dan algo; y él lo coge sin decir ni una palabra. Quien haya sido un pícaro durante siete años no sabe sacarles el dinero tan bien como él. Incluso a los mensajeros que van a pie y a los criados de peor calaña que van buscando la comida por los caminos, Tristán, con la cabeza gacha, les va pidiendo limosna por amor de Dios; y unos se la dan y otros le golpean. Los infames jóvenes, los pícaros miserables le llaman bribón. Tristán los oye sin decir ni una palabra; y los perdona por amor de Dios, se dice a sí mismo. Estos cuervos furiosos le maltratan, pero él es prudente; le llaman truhán y holgazán. Entonces él los persigue con su muleta llenando de sangre a más de catorce sin que se la puedan restañar. En cambio los jóvenes nobles de buena familia le dan un ferlín o una malla esterlina y él los recibe y les dice que beberá a la salud de todos, pues tiene tan gran
ardor dentro de su cuerpo que apenas puede echarlo fuera. Y todos los que le oyen se ponen a llorar de pena; ni uno de los que le están viendo deja de creer que es un leproso. Los criados y los escuderos piensan entonces que deben darse prisa para alojar y plantar las tiendas y los coloridos pabellones de sus señores; ni un solo poderoso señor deja de tener su tienda. A todo galope por caminos y senderos los caballeros vienen detrás de ellos. Una gran muchedumbre se ha reunido en aquel fangal; y se van hundiendo porque el barro está mojado. Los caballos entran y se hunden hasta los flancos, muchos caen, alguno puede salir de allí. Tristán se ríe, nada le preocupa; al contrario, pues les dice a todos: —Agarrad las riendas por el nudo y picad fuerte con las espuelas; por Dios, espolead, que más adelante no hay fango. A los caballos de los que intentan avanzar se les hunden las patas en la ciénaga. Todos los que se han metido allí están cubiertos de lodo y quien no lleva botas mucho las necesita. El leproso alarga la mano y cuando ve que alguno se revuelca en el fango toca la carraca violentamente, y cuando más hundido en el fango lo ve, el leproso dice: — ¡Pensad en mí para que Dios os saque del Mal Paso!; ayudadme a renovar mis harapos. Con la jarra golpea el cuenco; en qué extraño lugar les pide limosna; pero él lo hace con malicia, para que cuando vea pasar a su amiga Iseo, la de los rubios cabellos, se le llene el corazón de alegría. Un gran tumulto hay en el Mal Paso; los que pasan por allí manchan sus vestidos y desde lejos se oyen los gritos de los que se ensucian en la charca; el que por allí pasa no está a salvo. He aquí al rey Artús, que viene a inspeccionar el paso acompañado de muchos de sus barones, pues temen hundirse en la ciénaga. Todos los de la Tabla Redonda habían acudido al Mal Paso con escudos nuevos y caballos relucientes y con las armas de blasones diferentes. Todos van cubiertos de los pies a la cabeza; las sedas ondean profusamente y van justando con sus armas al lado del vado. Tristán, que reconoció al rey Artús, le pidió que se acercara. —Rey Artús, señor, estoy leproso, lleno de úlceras y lepra, paralítico y débil; mi padre es pobre, nunca poseyó tierras. He venido aquí a pedir limosna; he oído hablar muy bien de ti, por lo que no me debes rechazar. Vas vestido con bellas telas grises de Ratisbona, creo; bajo el hilo de Reims tu carne es blanca y lisa; tus piernas van cubiertas de rica seda con mallas verdes y con polainas de escarlata. Rey Artús, ¿ves cómo me rasco? Siempre tengo mucho frío aunque otros tengan calor. Por Dios, dame estas polainas. El noble rey se apiadó de él, dos servidores le descalzaron. El leproso agarró las polainas y se las llevó rápidamente y volvió a sentarse en la mota. El leproso no les ahorra nada a los que pasan delante de él; consigue gran cantidad de finas telas y las polainas del rey Artús. Tristán se sienta otra vez al borde de la ciénaga; así que estuvo sentado
el rey Marco, altivo y poderoso, cabalgó deprisa hacia el fangal. Tristán se acerca para intentar obtener alguna cosa; toca con fuerza su carraca y con voz ronca grita esforzándose y resollándole el aliento por la nariz: — ¡Por Dios, rey Marco, una limosnita! Marco se quita la muceta y le dice: —Ten, hermano, póntela en la cabeza; con frecuencia hace mal tiempo aquí. —Señor —le contesta—, gracias, ahora ya no me preocupa el frío. Bajo la capa ha puesto la muceta, doblándola varias veces y escondiéndola. — ¿De dónde eres, leproso? —dice el rey. —De Carlión, soy hijo de un galés. — ¿Cuántos años hace que no estás con tu gente? —Señor, hace tres años, os digo la verdad. Mientras estuve sano tuve una amiga cortés; por su causa tengo estas úlceras tan grandes; es ella la que me hace sonar noche y día estas delgadas tablillas y con el ruido atronar a todos a quienes pido limosna por amor de Dios, el creador. El rey le dice: —No me lo ocultéis, ¿cómo te pudo hacer esto tu amiga? —Señor rey, su marido estaba leproso y yo cumplía con ella mis deseos; y la enfermedad me vino de nuestra unión; pero ella era más bella que ninguna otra mujer. — ¿Quién es? —La bella Iseo; se viste igual que ella. Al oírle el rey se fue riéndose. El rey Artús, que estaba al otro lado bohordando, se acercó; se lo estaba pasando muy bien. Artús preguntó por la reina. —Ahora viene por el bosque, señor rey —dijo Marco—, la acompaña Andret, que es quien se ocupa de escoltarla. Se dicen los unos a los otros —No sé cómo saldrá de este Mal Paso, quedémonos aquí para observar. Los tres traidores, que deberían ser quemados vivos, llegaron al vado y preguntaron al leproso por dónde podían pasar para ensuciarse lo menos posible. Tristán, apoyado en su muleta, les mostró una gran charca. — ¿Veis esta turbera detrás del fangal? Ahí está el buen camino, he visto pasar a muchos por allí. Los traidores entran en el fango por el lugar que les ha indicado el leproso; había tanto fango que les llegaba hasta el arzón de la silla de montar; los tres cayeron a la vez. El leproso desde la mota les gritó puesto en pie: —Picad espuelas con fuerza, si estáis manchados de barro. ¡Adelante, señores, por el santo apóstol, dadme algo cada uno de vosotros! Los caballos se hunden en el fango y ellos empiezan a asustarse porque no pueden llegar a la orilla ni tocar el fondo. Los que bohordan en una colina han acudido corriendo. Oíd cómo miente el leproso:
—Señores —les dice a los barones—, manteneos firmes en vuestros arzones. Maldito sea este fango tan blando. Quitaos los mantos y dad brazadas por el fango. Ya os he dicho que hoy mismo he visto a otra gente pasar por aquí. ¡Si le vierais qué ruido hacía con el cuenco! Mientras el leproso agita su cuenco, se azota con la correa en la joroba y con la otra mano sacude las tablillas. Ahora llega Iseo, la bella; en el fango vio a sus enemigos y en la mota a su amigo; se pone muy contenta, ríe y está alegre; pone pie a tierra en el acantilado. Al otro lado estaban los reyes y los barones que los acompañan mirando a los que dentro de la ciénaga van dando vueltas hundidos hasta el vientre. El leproso les exhorta: —Señores, ha llegado la reina para presentar su defensa; id a escuchar su juramento. Pocos hay que no se rían. Escuchad ahora cómo el leproso, el desfigurado, se dirige a Denoalén: —Agarra mi bastón y tira con fuerza con las dos manos. El otro las alarga enseguida y el leproso suelta el bastón; cae hacia atrás y se hunde por completo, sólo emergen los cabellos. Cuando le sacaron de la ciénaga el leproso dijo: —No podía más; tengo dormidas las articulaciones y los nervios y las manos paralizadas por la enfermedad (11) y los pies hinchados por la gota; la enfermedad ha debilitado mis fuerzas y mis brazos están secos como cortezas. Dinas estaba junto a la reina, se dio cuenta y le guiñó un ojo, pues comprendió al instante que era Tristán el que estaba bajo aquella capa. Vio a los tres felones atrapados y le gustó mucho que estuvieran en tan mala situación. Con grandes esfuerzos y daños los calumniadores salieron del fangal; un buen baño les hará falta para quedar limpios. Delante del pueblo se desnudan, tiran las ropas al suelo, otros las recogen. Pero escuchad ahora del noble Dinas que estaba al otro lado del Paso y aconsejaba a la reina. —Señora —le dijo—, este bello manto se estropeará; el terreno está lleno de barro. Esto me disgusta y me apena mucho que se manchen vuestros vestidos. Iseo sonrió pues no era asustadiza, le mira y le guiña un ojo y él se dio cuenta de lo que pensaba la reina. Un poco más abajo, cerca de un espino, él y Andret encuentran un vado y lo atravesaron sin ensuciarse demasiado. En el otro lado quedó Iseo sola y delante del vado toda la multitud y los dos reyes con su séquito. ¡Oíd ahora qué hábil fue Iseo! Se daba perfecta cuenta de que los que estaban al otro lado del Paso la estaban mirando. Ella llegó montada en el palafrén, recogió los flecos de la gualdrapa y los anudó por encima del arzón. Ningún escudero ni criado hubiera sabido levantarlos mejor y disponerlos de modo que no se enfangaran. Esconde las riendas bajo la silla, y la bella Iseo le quita el petral y el freno al palafrén; con una mano
se recoge el vestido y con la otra sujeta la fusta; conduce al palafrén hasta el vado, le golpea con la fusta y le hace atravesar la ciénaga. La reina atraía las miradas de todos los que estaban al otro lado. Los nobles reyes estaban atónitos y también todos los demás que contemplaban la escena. La reina llevaba vestidos de seda; se los había traído de Bagdad y estaban forrados de armiño blanco; el manto y la túnica arrastraban la cola. Sus cabellos le caían sobre los hombros trenzados con cintas de hilos de oro; una diadema de oro le rodeaba la cabeza; el color sonrosado, fresco y claro. Se acercó a la pasarela [y dijo al leproso]: —Quiero tener un asunto contigo. —Noble reina generosa, iré hacia ti sin impedimento alguno, pero no entiendo qué quieres decir. —No quiero manchar mis vestidos; me harás de asno y me llevarás despacito por la pasarela. — ¡Cómo! —dijo él—, no me pidáis tal servicio; soy un leproso jorobado y desfigurado. —Deprisa —dice ella—, prepárate. ¿Temes que me contagie de tu enfermedad? No tengas miedo, que no ocurrirá. —Dios mío —dice él—, ¿qué pretende? No me importa hablar con ella. Se apoya en su muleta. — ¡Vamos, leproso, eres muy corpulento! Vuelve la cara hacia allí y el cuerpo por aquí; montaré encima de ti como un muchacho. El leproso sonrió, se puso de espaldas y ella montó: todos los miran, reyes y condes. Él aguanta sus piernas con la muleta, levanta un pie, pisa con el otro; con frecuencia hace ver que se cae y pone cara de sufrimiento. La bella Iseo cabalga una pierna por aquí, otra pierna por allá. Se dicen los unos a los otros: —Mirad [...] ved cómo cabalga la reina a un leproso que cojea; está a punto de caerse por la pasarela, apoya su muleta en la cadera. Vayamos al encuentro del leproso al otro lado del lodazal. Hacia allí corrieron los jóvenes [...] El rey Artús se dirige hacia aquel lugar acompañado de todos los demás. El leproso iba con la cabeza baja y llegó al otro lado, a tierra firme. Iseo se dejó deslizar hacia abajo. El leproso emprendió el regreso y al momento de separarse le pide a la bella Iseo comida para aquella noche. Artús dice: —Bien se lo merece; dádsela, reina. Iseo la bella le dice al rey: —Por la fidelidad que os debo, me parece que es un gran embaucador y que ya tiene bastante, pues en todo el día no comerá todo lo que tiene. Bajo su capa he notado su cinturón. Rey, su zurrón no disminuye, he palpado a través del saco panes partidos por la mitad y enteros, pedazos y cuartos; tiene comida y va bien vestido. Y si quiere vender vuestras polainas, puede obtener cinco sueldos esterlinos, y también con la muceta de mi señor puede comprarse un lecho y hacerse pastor;
o un asno que atraviese la ciénaga. Es un bribón, lo sé bien. Hoy ya ha recibido buen pasto y ha encontrado gente a su medida. De mí no se llevará nada que valga ni un solo ferlín ni una malla. Los dos reyes están muy contentos. Los palafrenes ya están enjaezados y los montan; se van de allí. Los que llevan armas participan en las justas. Tristán se aleja de la multitud; va donde está su maestro, que le espera. Ha traído dos excelentes caballos de Castilla con frenos y sillas, dos lanzas y dos escudos; los había ocultado muy bien. ¿Qué os diré de los caballeros? Governal se cubrió la cabeza con un velo de seda blanca: de esta guisa sólo se le ven los ojos. Se dirige al paso hacia el vado, su caballo era excelente y fuerte. Tristán montaba a Buen Jugador, no se puede encontrar mejor caballo. Cota, silla, corcel y tarja estaban cubiertos de sarga negra y su rostro cubierto con un velo negro y con la cabeza y los cabellos completamente tapados; en su lanza llevaba la enseña que su bella amiga le había enviado. Cada uno monta en su caballo, cada uno lleva ceñida la espada de acero; así armados, montando en sus caballos por un verde prado que hay entre dos valles, aparecen de pronto en la Blanca Landa. Galván el sobrino de Artús le pregunta a Girflet: —Veo venir por allí a dos con gran ímpetu; no los conozco. ¿Sabes quiénes son? —Bien los conozco —contesta Girflet—, el que lleva el caballo negro y la enseña negra es el Negro de la Montaña. Conozco al otro con sus armas multicolores, porque en este país no hay muchas. Están encantados, no lo dudo. Los dos se separan de la multitud, embrazados los escudos y con las lanzas levantadas y las enseñas prendidas a los hierros; llevan el arnés con tal gallardía que parece que habían nacido con él puesto. El rey Marco y el rey Artús hablaban de ellos más a gusto que de los hombres que los acompañan, que están allá abajo en las anchas llanuras. A menudo aparecen entre las filas y son observados por mucha gente; juntos cabalgan entre los de la vanguardia sin encontrar con quién justar. La reina los reconoció y se quedó de pie a un lado de las filas, ella y Brangén. Andret se acercó, a caballo y con las armas en la mano; con la lanza levantada y el escudo embrazado, ataca a Tristán en pleno rostro. No le conocía de nada, pero Tristán sí que sabía quién era, le golpea en el escudo y le derriba al suelo y le parte un brazo; ha caído a los pies de la reina y allí quedó sin poder mover el espinazo. Governal vio que el guardabosque venía desde las tiendas en su caballo; era aquel que quiso matar a Tristán en el bosque cuando estaba profundamente dormido. A galope se dirige hacia él: ya está en peligro de muerte. El cortante hierro le atraviesa el cuerpo y con el acero le arranca la piel. Cayó muerto, ningún clérigo llegó ni pudo llegar a tiempo. Iseo que es noble y sencilla sonrió dulcemente bajo su velo. Girflet, Cinglor e Iván, Tolas, Coris y Galván vieron cómo se humillaba a sus compañeros.
—Señores —dijo Galván—, ¿qué vamos a hacer? El guardabosque está en el suelo con la boca abierta. Estoy seguro de que estos dos están hechizados; no los conocemos en absoluto; creen que somos unos cobardes. Lancémonos contra ellos y ataquémoslos. —Quien nos libre de ellos nos habrá hecho un gran servicio—dijo el rey. Tristán bajó por el vado con Governal y pasaron al otro lado. Los otros no se atrevieron a seguirles, se quedaron quietos, apretados los unos con los otros, pues creían que eran fantasmas; querían volver a sus albergues pues ya habían acabado de justar. Artús cabalga a la derecha de la reina, y muy corto se le hizo el camino [...) que se aleja por el camino de la derecha. Al llegar a sus albergues pusieron pie a tierra. Muchas tiendas se habían plantado en la llanura y las cuerdas que las tensaban eran muy costosas; en vez de juncos y de cañas habían alfombrado con flores todas las tiendas. Siguen acudiendo por caminos y senderos, la Blanca Landa estaba engalanada y muchos de los caballeros llevaban a sus amigas. Los que se encontraban en la pradera oyeron el griterío de muchos ciervos. Pasaron la noche en la llanura. Los dos reyes prestan oídos a las peticiones; quien tenía riquezas no fue lento en entregarlas a unos y a otros. Después de comer, el rey Artús fue a conversar a la tienda del rey Marco llevando a sus privados. Pocas telas de lana había allí, pues la mayoría eran de seda, ¿qué os puedo decir de los vestidos? Eran de lana, pero de color grana, y las telas de lana eran de escarlata; había mucha gente suntuosamente ataviada. Nadie había visto nunca dos cortes tan ricas, todo lo necesario se encontraba allí. En los pabellones reina la alegría y por las noches hablan del asunto que les ha traído aquí; de cómo la noble y buena reina debe justificarse del ultraje en presencia de los reyes y de todo el séquito. El rey Artús se va a acostar con sus barones y sus íntimos. Quien pasó la noche en la llanura pudo oír muchos caramillos y trompas que sonaban en los pabellones. Antes de amanecer empezó a tronar con fuerza debido al calor. Las vigías sonaron el cuerno a la llegada del día; por todas partes empezó la gente a levantarse; todos se levantaron sin pereza. Desde la hora prima el sol calentaba, habían desaparecido la neblina y la helada. Los cornualleses se congregaron delante de las tiendas de los dos reyes; ni un solo caballero de todo el reino dejó de llevar a la corte a su mujer. Delante de la tienda del rey pusieron una alfombra de seda oscura, en la que habían bordado, delicadamente, algunos animales y la extendieron sobre la verde hierba. La tela había sido comprada en Nicea. Todas las reliquias que hay en Cornualles, en los tesoros, en filacterias, en armarios o en cofres, en arcas y en estuches de todo tipo, dentro de cruces de oro y de plata o en otra clase de relicarios, las depositaron sobre la alfombra de seda en hileras, una al lado de otra.
Los reyes se retiraron a un lugar apartado; quieren llegar a una decisión justa. El primero en hablar fue el rey Amis, pues estaba impaciente por hacerlo: —Rey Marco —dijo—, quien te aconsejó tal ultraje hizo algo inaudito; y ciertamente —añadió—, actuó como desleal. Tú eres fácil de influir y no debes creer mentiras. Te preparaba una salsa muy amarga quien te obligó a reunir esta asamblea; tendría que pagarlo con su propio cuerpo quien lo hizo. La noble y buena Iseo no quiere demora o retraso. Ya pueden, pues, enterarse quienes acudan a tomar su juramento que yo mandaré ahorcar a los que por envidia la acusen de necedades después de su exculpación; serán dignos de la pena de muerte. Escuchad ahora, rey, sea quien sea el culpable, la reina dará un paso hacia delante y todos, pequeños y grandes, la verán jurar, con la mano derecha sobre las reliquias, ante el rey celestial, que nunca tuvo relaciones amorosas con tu sobrino, ni una vez ni dos, que se consideraran viles y no aceptó amor lascivo. Señor Marco, esto ha durado demasiado; cuando ella haya realizado su juramento, di a tus barones que la dejen en paz. — ¡Ah, señor Artús!, ¿qué puedo hacer yo? Me criticas por ello y tienes toda la razón, pues es un necio el que hace caso de los envidiosos; y yo les he creído, a pesar mío. Si el juicio es en aquel prado, no habrá nadie tan atrevido que después de su justificación diga nada que no sea en su honor, pues de lo contrario tendrá mala recompensa. Ya sabéis, noble rey Artús, que lo que ha ocurrido ha sido a pesar mío. ¡A partir de ahora vayan con cuidado! El diálogo ha llegado a su fin. Todos se sentaron formando filas, excepto los dos reyes, y tenían un buen motivo: Iseo estaba entre los dos y cada uno le cogía de una mano. Cerca de las reliquias estaba Galván, y la prestigiosa mesnada de Artús rodeaba la alfombra de seda. Artús tomó la palabra, era el que estaba más próximo a Iseo: —Escuchadme, bella Iseo, oíd lo que se os exige: que Tristán no sintió hacia vos amor lascivo ni desordenado sino sólo el que debía tener hacia su tío y su mujer. —Señores —dijo ella—, por la gracia de Dios, aquí veo las sagradas reliquias. Oíd ahora mi juramento del cual el rey tendrá garantías. Con la ayuda de Dios y de san Hilario, por estas reliquias y este relicario, por todas las que aquí están y por las que hay en todo el mundo, que entre mis muslos no entró ningún hombre, excepto el leproso que me llevó a cuestas a través del vado y el rey Marco, mi marido. A ellos dos excluyo de mi juramento y no excluyo a nadie más; hay dos hombres de los que no me puedo exculpar: el leproso y el rey Marco, mi marido. El leproso estuvo entre mis piernas {...] si alguien quiere que haga algo más, estoy presta aquí mismo (12). Todos los que han oído el juramento no pueden soportarlo por más tiempo. —Dios mío —dicen—, con qué arrogancia ha jurado; ha actuado según el derecho. Ha dicho más que lo que le pedían y le exigían los traidores.
No le hace falta justificarse más que lo que habéis oído, nobles y plebeyos, respecto al rey y su sobrino. Ella ha jurado y prometido que nadie estuvo dentro de sus muslos excepto el leproso que la llevó a cuestas ayer, a la hora tercia para atravesar el vado, y el rey Marco, su marido. ¡Maldito sea quien no la crea! El rey Artús se puso en pie e interpeló al rey Marco de modo que le oyeran todos los barones: —Rey, hemos presenciado la exculpación, la hemos oído y comprendido perfectamente; guárdense ahora los tres traidores, Denoalén, Guenelón y el malvado Godoine, de querer hablar nunca más. Mientras estén en este país ni paz ni guerra me impedirán cuando oyera nuevas de la bella reina Iseo acudir a galope para defenderla como es justo. —Muchas gracias, señor —le contestó. Aquellos tres son odiados por toda la corte. Las cortes se separan y se van. La bella Iseo de los cabellos rubios da muchas veces las gracias al rey Artús. —Señora —le dice—, os aseguro que mientras tenga salud y vida no encontraréis a nadie que os diga ni una palabra que no sea de amistad; en mala hora tuvieron estos pensamientos los traidores. He rogado al rey, vuestro marido, con lealtad y gran estima, que no crea nunca más lo que los traidores digan de vos. Dijo el rey Marco: —Si lo hiciera, a partir de aquel momento, injuriadme. Se separó el uno del otro y cada uno partió hacia su reino; el rey Artús regresa a Durelme y el rey Marco se quedó en Cornualles. Tristán se queda, no se inquieta por nada. A pesar del peligro al que se exponen se suceden los encuentros entre los amantes que están siempre vigilados por los Tres Barones Felones y el enano.
Anónimo, Tristán ruiseñor
[...] Sí, bella amiga, poco os acordáis ni tenéis presente lo que Iseo hizo por Tristán cuando ella estuvo un año sin verle y él regresó a Bretaña sin compañeros ni compañía. Al anochecer, en un jardín, cerca de una fuente que está bajo un pino, se sentó Tristán esperando alguna aventura. Disfrazó la voz como había aprendido hacía tiempo e imitó al ruiseñor, al papagayo, a la oropéndola y a todos los pájaros del bosque (13). La reina Iseo lo oyó cuando estaba acostada junto al rey Marco, pero no pudo saber de dónde venía aquella voz, si del parque o del jardín. Pero por aquel canto comprendió que su amigo estaba cerca. Tristán era muy ingenioso, había aprendido muchos trucos desde que era niño. Sabía imitar a todos los pájaros que pasaban por el bosque o vivían allí. Tristán cantaba aquellas melodías con gran dulzura y se oían muy lejos. Quien tuviera odio en su corazón, al oír este canto se llenaría de ternura. Iseo sintió gran angustia, pues no sabía qué hacer, ya que allí dentro había diez caballeros que no tenían otro oficio que el de vigilar a la bella Iseo; no podía salir tal como deseaba. Afuera oía a su amigo querido y dentro a los que la vigilaban, y al enano traidor, a quien aún temía más que a toda la corte entera. El rey la tiene entre sus brazos, y Tristán, fuera, canta y gime como el ruiseñor que se despide del verano con un canto muy triste. Iseo está triste, pesarosa, sus ojos lloran y su corazón se estremece y se dice a sí misma, entre suspiros, sin mover la boca: —Sólo tengo una vida, y está partida en dos. Yo tengo una parte y Tristán la otra. Nuestra vida debe estar unida, pero a la parte que está allí fuera la quiero más que a mí misma. Poco me tengo en aprecio si aquella parte muere. Mi cuerpo está aquí pero Tristán tiene el corazón y no le dejaré morir por ningún fuero. Iré allí, pase lo que pase, me da igual que me tengan por loca como por sensata, exponerme a una herida o incluso a la muerte. ¡Todo quede en manos de Dios! Suavemente se deslizó de los brazos del rey sin que él se diera cuenta. Iba desnuda bajo la camisa cuando abandonó el lecho del rey, por lo que se puso un manto forrado de piel. Y se fue tapándose el rostro, pasando por en medio de los caballeros que en gran número estaban allí dentro. Todos dormían, unos en el suelo, otros en los lechos. Eso fue algo venturoso, ya que acostumbraban velar de otro modo: mientras cinco de ellos dormían, los otros cinco velaban, unos en las puertas y otros en las ventanas para vigilar todos los aposentos de
modo muy minucioso. Los celosos llevan una vida muy dura; durante el día, enfados y riñas, y por la noche, sospechas y temores. Bien sabemos que los enfermos soportan graves tormentos; pero si los soportaran por amor de Dios, los celosos que tienen el corazón débil serían verdaderos mártires. Quien me pregunte acerca de su nombre y quiera oír el motivo de por qué es llamado «celoso» el que desea a su mujer y la vigila estrechamente de hombres extranjeros y de parientes, oirá el verdadero motivo de por qué es llamado «celoso». Celoso es llamado a causa del hielo, que está formado por el agua. Quien repara en ello se dará cuenta de que está convertida en hielo. Y quien le dedique su atención enseguida podrá ver cuál es su naturaleza: el hielo es frío, duro y extraordinariamente compacto y vuelve espesa el agua que corre, de tal modo que ya no puede moverse más, ni fluir ni salirse de él como no puede salir de la cámara la dama que el celoso tiene en su poder y la hace vigilar a causa de sus celos. El hielo endurece la tierra blanda y la convierte en una piedra dura y áspera, y tanto la comprime para que se hiele que ni un buey podría tragarla; es áspera, dura y sólida. Del mismo modo es el celoso: se enfría a causa de su mujer; es duro con los mayores y con los pequeños y principalmente con su mujer, pues la vigila estrechamente. Sobre todo cuando ella le mira, el celoso desvaría y arde en cólera; no puede acusar de nada a su mujer pero no soporta que otro tenga alegría, algún bien o algún solaz. La vigila día y noche y espía todo lo que ella hace; es con ella duro y malhumorado. Y porque es duro y frío y tiene a su mujer atormentada, la guarda y la tiene presa en una fortaleza, como el hielo se apodera del agua, es por este motivo que el celoso es llamado así a causa del hielo (14). Del mismo modo fue vigilada estrechamente Iseo, mi señora. Pero aquella noche se levantó y pasó por en medio de sus vigilantes. Sin obstáculo alguno llegó a la puerta, y cuando quitaba la barra, la anilla tintineó un poco. El abyecto enano se despertó; miró a su alrededor aquel miserable traidor lleno de malas artes, y cuando vio que Iseo abría la puerta gritó: — ¡Eh, aquí, aquí! La reina salió tranquilamente y el enano dio un salto hacia ella como si fuera una golondrina, se colocó un manto, corrió tras Iseo y la agarró por el brazo derecho. — ¡A ver, señora, deteneos! ¿Por qué salís de la cámara? En mala hora sacasteis de allí los pies, ¡por mi cabeza!, no veo en ello ningún viso de lealtad, ni poca ni mucha. La cólera inundó el corazón de Iseo, levantó la mano y le dio una bofetada con tanta fuerza que le hizo saltar cuatro dientes; también le dijo con cara de enfado: — ¡Toma la paga de una camarera! El enano se cayó encima de un banco con la boca llena de sangre; el asqueroso sapo gime y grita, se cae y se levanta y luego da un salto. Hizo tanto ruido y dio tales alaridos que el rey Marco se despertó y preguntó qué era aquel griterío.
—Señor —le dijo el enano—, esto va mal. La reina casi me mata de una bofetada que me ha dejado sin dientes porque ella salía a escondidas, sin acompañamiento alguno. Y así que la he visto salir, al intentar retenerla me ha dado una bofetada tan fuerte que me faltan cuatro dientes. El rey le dijo: — ¡Cállate, malvado, y que Dios te ayude! Si mi señora Iseo se muestra tan furiosa sé que no hace nada insensato. Eres tú el que te comportas mal con ella. Tristán no está en este país y ella se ha enfadado mucho porque tú la has calumniado injustamente. Déjala, lo que quiere es ir al jardín a distraerse, y mucho lamento que tantas veces la hayamos retenido demasiado. E Iseo, sonriendo, siguió adelante con la cara tapada y anhelando llegar enseguida hasta su amigo. Tristán corre hacia ella y sus brazos se enlazan con fuerza como cosidos con fuertes lazos, se besan y acarician; hacen muchas cosas y hablan poco, se entregan al gozo y al deleite durante una gran parte de la noche. Dan rienda suelta a su alegría y a su amor, a pesar del enano y de los vigilantes. De estos hechos de Iseo se puede sacar un ejemplo excelente: una amiga no es leal ni perfecta hasta que no se expone a las aventuras y al peligro si su amor es sincero. —Ciertamente, amigo, habéis dicho la verdad y ahora escuchadme un momento. Iseo, que tanto amaba a Tristán, obró bien, pues nunca le engañó. Y Tristán a causa de ella tuvo grandes penas, más de las que tuvo nadie por su amiga: se hizo afeitar la barba, el bigote, la cabeza y el cuello de modo que pareciera un loco, y para parecer aún más un loco se hizo derramar por encima una olla de caldo (15). Bien le demostró que su amor no era una chanza. En vuestro rostro puedo leer pero no puedo conocer vuestro corazón, y, muchas veces, el corazón y el rostro van cada cual por un camino distinto; porque algunas personas suspiran, se lamentan y se duelen como si se murieran y van arriba y abajo, pero el corazón no siente dolor alguno porque su amor no es más que una chanza. Berol VII. La venganza
El rey mantiene Cornualles en paz: todos le temen, de lejos y de cerca. Iseo le acompaña en sus diversiones y se esfuerza en demostrarle su amor. Pero aunque hay paz, los tres felones maquinan una traición. Se les acercó un espía que quería mejorar su vida y les dice: —Señores, escuchadme, y si os miento, ahorcadme. El rey os lo agradeció muy mal el otro día y dirigió a vosotros su odio por haber acusado a su mujer. Os permito que me colguéis o me exiliéis si no os enseño con toda claridad el lugar donde Tristán espera poder hablar con toda libertad con su amante; está escondido pero sé su escondrijo.
Tristán conoce muy bien el peligroso agujero (16); cuando el rey se ausenta para distraerse, entra en la cámara para despedirse. Si vais a la ventana de la cámara, la de detrás a la derecha, y no veis que acude Tristán con la espada ceñida y un arco en una mano y dos flechas en la otra, convertidme en cenizas. Esta noche le veréis acudir de madrugada. — ¿Cómo lo sabéis? —Le he visto. — ¿A Tristán? —Sí, de verdad, le he reconocido. — ¿Cuándo fue esto? —Hoy por la mañana. — ¿Quién le acompañaba? —Su amigo. — ¿Cuál? ¿Quién? —El señor Governal. — ¿Dónde se alojan? —Están descansando en su hostería. — ¿En casa de Dinas? —No lo sé. —No estarán allí sin que él lo sepa. —Podría ser. — ¿Cómo los podremos ver? —Por la ventana de la cámara; es la pura verdad. Si os lo enseño, me debéis pagar mucho, pues tanto es lo que espero obtener. — ¿Cuánto? —Un marco de plata. —Y más aún de lo prometido, si tenéis la ayuda de la Iglesia y de la misa; si nos lo enseñas puedes estar seguro de que te haremos rico. —Escuchadme —dijo el traidor— [...] hay un pequeño agujero en un lugar de la cámara de la reina; delante está la cortina. Detrás de la cámara el arroyuelo es ancho y los gladiolos espesos. Que uno de vosotros tres vaya de buena mañana; por la brecha que hay en el jardín nuevo pase tranquilamente hasta el agujero, pero sin hacerlo por delante de la ventana. Tallad con el cuchillo un palo muy afilado y pinchad la cortina con la vara de espino puntiaguda; con cuidado separad la cortina del agujerito ya que no está clavada, para que podáis ver claramente lo que ocurre dentro cuando él vaya a hablar con ella. Si tomáis la precaución de hacerlo durante tres días, os permito que me queméis vivo si no veis lo que os estoy diciendo. Dice cada uno de ellos: —Os aseguro que mantendremos nuestra promesa. Y envían por delante al espía. Ellos se ponen a escoger quién de los tres irá el primero a presenciar los juegos que Tristán practica en la cámara con aquella que le pertenece. Acuerdan que el que irá primero será Godoine; se separan y cada uno se va por su lado: mañana sabrán cómo se comporta Tristán. ¡Dios mío!, la noble Iseo no recelaba de los
traidores ni de sus maquinaciones. Por Perinís, uno de sus privados, había pedido a Tristán que fuera al día siguiente por la mañana, pues el rey iría a San Lubín. ¡Oíd, señores, qué aventura! Al día siguiente cuando fue noche oscura Tristán se puso en camino a través de unos espesos matorrales. Al salir de un bosquecillo, miró y vio venir a Godoine que salía de su escondrijo. Tristán le preparó una trampa y se escondió en los arbustos de espinos. — ¡Dios mío, mírame con piedad para que aquel que viene no me vea hasta que no esté delante de mí! Le espera de pie con la espada en la mano. Godoine sigue otro camino. Tristán se queda allí muy disgustado; sale del matorral y se dirige hacia el otro lado, pero no le sirve de nada porque ya está lejos aquel que tanto se esfuerza en ser traidor. Tristán miró a lo lejos y vio al cabo de un instante a Denoalén que venía, trotando con dos lebreles de un tamaño sorprendente, y se apostó detrás de un manzano. Denoalén vino por el sendero sobre un pequeño palafrén negro; había enviado a sus perros a la espesura para levantar a un feroz jabalí. Antes de que logren sacarlo de allí, su dueño recibirá tal golpe que ningún médico se lo podrá curar. El noble Tristán se quitó el manto. Denoalén avanzaba con rapidez; y antes de darse cuenta Tristán ya había dado un salto. Quiso huir pero no pudo; Tristán estaba demasiado cerca de él y le mató. ¿Qué otra cosa podía hacer? Buscaba su muerte y por eso se ocupó de separarle la cabeza del cuerpo. No le dio tiempo a decir: «Me has herido». Con su espada le cortó las trenzas y se las metió en las calzas para enseñárselas a Iseo y para que ella crea que lo ha matado. Tristán se aleja de allí con toda rapidez. — ¡Ay de mí!, ¿qué habrá sido de Godoine que he visto llegar tan deprisa hace un momento y ha desaparecido? ¿Ha pasado por aquí? ¿Se habrá ido? Si me hubiera esperado, habría podido obtener mejor recompensa que la que se ha llevado Denoalén, el traidor al que he dejado descabezado. Tristán abandona en mitad de la llanura el cadáver ensangrentado y boca abajo. Limpia su espada y la devuelve a la vaina, toma su capa y se cubre la cabeza con la capucha y tapa con muchas ramas el cuerpo. Luego va a la cámara de su amante. Pero oíd ahora lo que había sucedido: Godoine había corrido mucho y aventajado a Tristán. Agujereó la cortina y vio la cámara alfombrada de ramas: vio todo lo que había dentro. Al único hombre que vio fue Perinís. Entró Brangén, la doncella, que había peinado a la bella Iseo; todavía llevaba el peine consigo. El traidor que estaba contra la pared miró y vio entrar a Tristán que llevaba un arco; en una mano sostenía dos flechas y en la otra dos largas trenzas; se quitó la capa y vio su hermoso cuerpo. La bella Iseo de cabellos rubios se levantó a su encuentro y le saludó. Por la ventana vio la sombra de la cabeza de Godoine. Con gran
perspicacia actuó la reina, aunque toda ella suda de indignación. Tristán le dice a Iseo: —Que Dios me guarde entre los suyos; he aquí las trenzas de Denoalén: he tomado venganza de él, ya no podrá ni comprar ni vender un escudo o una lanza nunca más. —Señor —dice ella—, ¿y a mí qué me importa? Pero os ruego que tendáis el arco para ver cómo está templado. Tristán lo tiende y reflexiona. Escuchad: en su interior se libra una batalla; toma una decisión y tiende el arco. Pregunta por el rey Marco e Iseo le cuenta lo que sabe [...] si aquel pudiera escapar vivo, entre el rey Marco y su esposa Iseo resurgiría una guerra mortal. Tristán, a quien Dios conceda grandes honores, le impedirá huir. Iseo no tenía ganas de bromear. —Amigo, empulga una flecha y vigila que no se retuerza el hilo; veo algo que mucho me disgusta: Tristán, tensa tu arco. Tristán se detiene un momento, reflexiona un instante, pues se da cuenta de que ella ha visto algo que le disgusta; mira hacia arriba, siente miedo, tiembla y se estremece porque a contraluz, a través de la cortina, ha visto la cabeza de Godoine. — ¡Ah, Dios mío, verdadero rey! Cuántos certeros tiros de arco y flechas he realizado; permitid que no me falle éste. Allí veo a uno de los tres felones de Cornualles, es un grave ultraje. Dios mío, que quisisteis que tu santísimo cuerpo muriera por los hombres, permite que le vengue de la injusticia que me causan estos traidores. Se volvió hacia la pared, varias veces tensó la cuerda y disparó. La flecha salió con tanta rapidez que nadie hubiera podido evitarla. Le penetró por un ojo y le partió la cabeza y los sesos. Ni el esmerejón ni la golondrina vuelan la mitad de rápidos; y ni en una manzana blanda se hubiera clavado tan pronto la flecha. Godoine cae, se golpea con un pilar, ya no movió más los pies ni las manos; ni tuvo tiempo para decir: « ¡Estoy herido, Dios mío, confesión!».
Notas Berol Tristán
(4) En este encuentro Tristán e Iseo evocan episodios anteriores; el
doble sentido que ambos utilizan en toda la conversación se debe a que se han dado cuenta de que el rey Marco los está espiando subido a un árbol.
(5) Governal había adiestrado a Tristán en el manejo de las armas, por
esto le llama «maestro» y lo toma como escudero.
(6) Tristán como sobrino de Marco tiene derecho a dormir en la cámara
matrimonial, donde también duerme el paje Perinís. Esta promiscuidad es uno de los rasgos arcaicos de la versión beroliana, pues la separación de la cámara matrimonial no se dio hasta finales del siglo XXI. (7) El episodio podría estar influido por la historia del rey Midas, que
tenía orejas de burro; un criado lo descubre y para liberarse del secreto cava un hoyo en la tierra, dice el secreto y lo entierra. Lo narra Ovidio en las Metamorfosis, XI.
(8) Del motivo de la espada de la castidad se ha hablado en la
Introducción, págs. 21-22. La recreación en el Tristán es genuinamente francesa y feudal, pues Marco al descubrir a los amantes realiza un triple gesto de investidura per gladium, per anulum, per guantem : por espada, por anillo, por guante. Por otra parte, el gesto de Marco también puede interpretarse, y de hecho lo es, como una muestra de afecto y de perdón con la intención de que los amantes así lo vean. (9) Véase la Introducción, pág. 26-ss. (10) La Tabla Redonda aparece aquí representada no como institución
sino como objeto real en donde se sienta la mesnada del rey Arturo de Bretaña. En contra de una opinión generalizada, apoyada en parte por la iconografía, el rey no se sentaba a ella para comer, sino que lo hacía en otra mesa, como aquí leemos. La originalidad de Berol reside también en dar una imagen simbólica de la Tabla Redonda que «da vueltas como el mundo». «Mundo» entendido como «universo o cosmos», dotado de movimiento, según las teorías astronómicas del siglo XII, mientras que el orbis terrae es inmóvil.