Elizabeth Barret Browning Inglaterra: 1806-1861
Poemas
Aléjate de mí... [Poema: Texto completo]
Elizabeth Barret Browning Aléjate de mí. Mas sé que, para siempre, he de estar en tu sombra. Ya nunca, solitaria, irguiéndome en los mismos umbrales de mi vida recóndita, podré gobernar los impulsos de mi alma, ni alzar la mano como antaño, al sol, serenamente, sin que perciba en ella lo que intenté hasta ahora apartar: el contacto de tu mano en la mía. Esta anchurosa tierra con que quiso alejarnos el destino, en el mío deja tu corazón, con latir doble. En todo lo que hiciere o soñare estás presente, como en el vino el sabor de las uvas. Y cuando por mí rezo al Señor, Señor, en mis ruegos tu nombre escucha y ve en mis ojos mezclarse nuestras lágrimas.
Almas de flores [Poema: Texto completo]
Elizabeth Barret Browning Nos quedamos contigo, rezagadas, las últimas de aquella muchedumbre, como voz de quien canta y sus propias canciones le enamoran. Somos perfume y alma de la flor y el capullo. Tus pensamientos nos llevamos, cuando nuestro aliento respiras, hacia los amarantos de esplendores, que en las colinas arden, hacia tiernas campanas de los lirios y grises heliotropos; hacia llanos cubiertos de amapolas, que guardan tal aliento de sueño y tal sonrojo, que, al cruzarlas, los ángeles habrán de parecerte más blancos todavía; hacia el sesgo del río, de ajo silvestre orlado, donde te solazaste un día entero, hasta que tu sonrisa trocábase en devota y el rezo florecía; hacia la rosa oculta en el boscaje, que vertía sus gotas de rocío en tu sueño; y hacia aquellos asfódelos floridos donde tu paso hundiste. Tiramos de tu ropa y tu pelo alisamos; desfallecemos entre nuestras quejas y sufrimos, perdidas por los aires.
Catalina a Camoens [Poema: Texto completo]
Elizabeth Barret Browning Al morir mientras él se encuentra en el extranjero y aludiendo a los versos en los que el poeta se refería a su dulce mirar.
No entrarás por esta puerta que contemplo sin cesar. ¡Adiós! Se va la esperanza, viene la muerte, no tú. Ven, amor mío, ven a cerrar estos ojos que llamaste los de más dulce mirar. Cuando oía tu canción en antiguas primaveras, olvidando otros elogios sólo escuchaba los tuyos, y repetía el corazón: Benditos sean mis ojos si le parecen tan dulces. Todo cambia y esta tarde baña un sol frío la puerta. ¿Susurrarías ahora igual que antes: Te amo mucho... cuando la muerte nubla triunfal los ojos que ayer llamaste los de más dulce mirar? Si estuvieras a mi lado junto a la cama en que muero, aunque antaño desdeñaste su hermosura, sé que ahora los llamarías siendo veraz, por el amor que hay en ellos, los de más dulce mirar. Y si entonces los mirases y ellos te viesen a ti,
todo su brillo perdido volverían a tener. Por el amor y de verdad fueran belleza radiante los de más dulce mirar. Pero, ay, que sólo me ves con ojos de enamorado como una leve sonrisa soñando tras abanicos; y así repites sin saber más en tus serenos ensueños: los de más dulce mirar. Mientras el alma se sale de mi cuerpo lento y pálido, siempre ansioso por oír estas palabras de amor, ¡oh, mi poeta, ven a mí ya! Tardío amor, ven, son tuyos los de más dulce mirar. Poeta mío, profeta, al alabar su dulzura, ¿es que no viste que está apagándose su luz? ¿Es que no viste que ya jamás devolvería la tumba los de más dulce mirar? Silencio. Sólo se escucha el surtidor en el patio, cae el agua sobre el mármol como cae el corazón desde el suspiro hasta la muerte, muerte que anuncia su triunfo sobre los ojos más dulces. ¿Vendrás? Me siento muy sola, todo es amargo a mi lado, y tu voz, amado mío, no me despierta los párpados. Ha muerto amor, llorad, llorad,
junto al ciprés si es que fuisteis los de más dulce mirar. Sonaba el ángelus, cerca de aquel convento paseábamos y los coros atraían los ángeles al coloquio. Veía el cielo el alma audaz. Sonreíste. ¿Es eso impuro, los de más dulce mirar? Al pasar en tu caballo y ver tras la celosía de aquel palacio otro rostro que no es el rostro de siempre, ¿en un murmullo repetirás: Desde aquí me contemplasteis, los de más dulce mirar? Cuando las damas en torno de tu guitarra te digan: Canta, poeta, los versos de la dama que murió, ¿entre las lágrimas, no fingirás entonando la canción de la del dulce mirar? ¡Oh, melodiosas palabras muchas veces repetidas! Entre todas tus canciones la mejor ésta será, la escucha el alma una vez más entre el ruido de este mundo... Los de más dulce mirar. El clérigo va a rezar, el coro está de rodillas, otras músicas solemnes el alma pronto oirá. ¡Oh, miserere, oh, ten piedad! Ya no será Catalina la de más dulce mirar. Guarda esta cinta que es mía
(me la quité del cabello), y cuando llores sobre ella no te sentirás tan solo, pues desde el cielo yo sin cesar en ti posaré estos ojos, los de más dulce mirar. Pero ahora, cuando aún estoy aquí, brillan más; tú, amor mío, echa en olvido todo lo que es mi pasado: estas palabras dedicarás a otra más bella que yo: la de más dulce mirar. Pero, ¿qué hacéis, ojos míos? Sois desleales si el llanto dejáis caer por el bien de su esperanza y su vida. Sería indigno para el mortal que un llanto ruin enturbiara los de más dulce mirar. Velaré por su futuro, bendeciré su esplendor; quiero que cante a otros ojos de mirar mucho más dulce. Que los proteja su ángel guardián, y que sean para él los de más dulce mirar.
Cuando nuestras dos Almas [Poema: Texto completo]
Elizabeth Barret Browning Cuando nuestras dos almas se alzan firmes, cara a cara, silenciosas, dibujando intimidades, hasta que la extensión de nuestras alas se quiebra, lacerando cada recodo, quemando cada curva. Entonces ¿qué amargura de la tierra puede opacarnos sin que en el otro encontremos eterno consuelo? Piensa que, escalando alto, los ángeles nos contemplan; deseando derramar una dorada, una perfecta melodía sobre nuestro abismal y querido silencio. Demoremos nuestros pasos por el mundo, amado mío; huyendo del humor inestable de la humanidad que aisla cruelmente a los puros espíritus. Hagamos juntos un sitio donde permanecer de pie, donde la felicidad de las horas sea amarnos por un día, rodeados por la Oscuridad como única compañía.
De mi cabello nunca di un rizo a un hombre... [Poema: Texto completo]
Elizabeth Barret Browning De mi cabello nunca di un rizo a ningún hombre, amado mío, salvo el que te ofrezco ahora y, pensativamente, en toda su largura sombría, voy ciñendo en torno de mis dedos. Tómalo. Ya mis días de juventud pasaron; ya al paso alborozado no tiembla mi cabello, ni prendo en él la rosa o los brotes del mirto, como las chicas suelen: ya sólo puede, en pálidas mejillas, sombrear las huellas de mi llanto, y se avezó a soltarse cuando a la frente inclina con su arte el dolor. Temí que las tijeras fúnebres lo cortaran primero, y ha vencido tu amor. Tómalo. Puro como antaño, hallarás el beso que, al morir, en él dejó mi madre.
¿De qué modo te quiero? [Poema: Texto completo]
Elizabeth Barret Browning ¿De qué modo te quiero? Pues te quiero hasta el abismo y la región más alta a que puedo llegar cuando persigo los límites del Ser y el Ideal. Te quiero en el vivir más cotidiano, con el sol y a la luz de una candela. Con libertad, como se aspira al Bien; con la inocencia del que ansía gloria. Te quiero con la fiebre que antes puse en mi dolor y con mi fe de niña, con el amor que yo creí perder al perder a mis santos... Con las lágrimas y el sonreír de mi vida... Y si Dios quiere, te querré mucho más tras de la muerte.
Dilo, dilo otra vez... [Poema: Texto completo]
Elizabeth Barret Browning Dilo, dilo otra vez, y repite de nuevo que me quieres, aunque esta palabra repetida, en tus labios, el canto del cuclillo recuerde. Y no olvides que nunca la fresca primavera llegó al monte o al llano, al valle o a los bosques, en su entero verdor, sin la voz del cuclillo. Me saluda en las sombras, amado mío, incierta, esa voz de un espíritu, y en mi duda angustiosa, clamo: «¡Vuelve a decir que me quieres!» ¿Quién teme un exceso de estrellas, aunque los cielos colmen, o un exceso de flores ciñendo todo el año? Di que me quieres, di que me quieres: renueva el tañido de plata; mas piensa, amado mío, en quererme también con el alma, en silencio.
Doy Gracias a Todos [Poema: Texto completo]
Elizabeth Barret Browning Doy las gracias a todos los que me han amado en sus corazones, Con las gracias y el amor que hay en el mío. Profundas gracias a todos Los que se han demorado en los muros de esta prisión Para escuchar mi música en sus más intenso dolor, Flotando siempre hacia adelante, llenando el espacio Del pagano templo, más allá de las palabras. Tu, quien te hundes y caes en mi voz Cuando la pena te arrebata, el divino instrumento Del arte se despliega ante tus pies Para escuchar lo que he dicho entre lágrimas, Enséñame cómo agradecerte. Enséñame como Ver el sentido de mi vida en los años futuros, Y a sentir que el amor perdura en la vida que se desvanece.
El rostro del mundo ha cambiado [Poema: Texto completo]
Elizabeth Barret Browning El rostro del mundo ha cambiado desde que oí los pasos de tu alma, leves ¡oh, muy leves!, junto a mí, deslizándose entre mí y la terrible grieta de la muerte donde pensaba hundirme, mas fuí elevada hacia el amor y conocí una nueva canción para mecer las mareas de la vida. Apuré sedienta la copa de las amarguras que Dios, al nacer, nos regala, A tu lado, mi amor, he loado su dulzura. El nombre de las tierras y del cielo se mudan, cambian según donde estés o hayas de estar algún un día. Antes adoraba este laúd y éste canto mío, (los ángeles bien lo saben), aún los quiero, sólo porque tu nombre se mezcla con su ritmo.
El Sí de la Dama [Poema: Texto completo]
Elizabeth Barret Browning ¡Si! Os respondí anoche, ¡No! Esta mañana, Señor, he dicho. Los colores, vistos a la luz de las velas, No brillan igual durante el día. Cuando los tambores sonaron perfectos, Las lámparas arriba y las risas abajo, Ámame sonaba como algo sínico, Tanto para el Sí como para el No. Llámame falsa, o llámame libre; Y no importa qué luces brillen, Ningún hombre verá en tu rostro La incierta pena de mi inconstancia. Pues el pecado oscila sobre ambos; (Es tiempo de danzas y no de compromisos, Y la luz de la promesa destruye la fidelidad) Abate sobre mí la cobardía que yace en tí. Aprende a ganar la fe de una Dama; Noblemente, como las nubes altas, Valientemente, en la vida y la muerte Con una noble gravedad. Guíala por el escenario del baile; Muéstrale con tu mano los cielos estrellados, Cuídala con palabras delicadas, Limpias de cortejo, puras en halagos. Por tu Amor ella será fiel; Siempre fiel, como las damas de antaño; Y su Sí, cuando sea pronunciado, Será un Sí para siempre.
¿Es verdad que de estar muerta sintieras... [Poema: Texto completo]
Elizabeth Barret Browning ¿Es verdad que de estar muerta sintieras menos vida en ti mismo sin la mía? ¿Que no brillara el sol lo mismo que antes sabiéndome en la noche del sepulcro? ¡Qué estupor, amor mío, cuando vi en tu carta todo eso! Yo soy tuya... Pero... ¿tanto te importo? ¿Cómo puedo servirte vino con mi mano trémula? Renunciaré a los sueños de la muerte volviendo a las miserias del vivir. ¡Ámame, amor, tu soplo resucita! Otras cambiaron por amor su rango, y yo por ti el sepulcro, la dulzura celestial por la tierra aquí contigo.
La mejor cosa del mundo [Poema: Texto completo]
Elizabeth Barret Browning ¿Cuál es la mejor cosa del mundo? Las rosas de junio perladas por el rocío de mayo; El dulce viento del sur diciendo que no lloverá; La Verdad, con los amigos despojada de crueldad; La Belleza, no envanecida hasta agotar su orgullo; El Amor, cuando somos amados de nuevo. ¿Cuál es la mejor cosa del mundo? Algo fuera de él, pienso.
La Primera vez que él me Besó [Poema: Texto completo]
Elizabeth Barret Browning La primera vez que él me besó, Fue sobre estos dedos que ahora escriben; Y desde entonces han crecido en pura palidez, Lentos para estrechar otras manos, Y lascivos para acariciar sus labios Mientras los ángeles suspiran. Aquel anillo de amatista Permanece lejos de mi vista, Desde que ese primer beso Bendijo su antiguo hogar. El segundo pasó más alto que su ancestro, Y buscó la frente, fallando a medias, Derramándose sobre mis cabellos, Superando toda recompensa. Esa fue la cima del dolor, La corona misma del amor. Con santificadas dulzuras Procedió el tercero, Sobre mis labios, presionándolos En un púrpura suave, perfecto. Desde entonces, ciertamente, He dicho plena y orgullosa: Mi Amor, sólo mío.
¡Mis cartas! [Poema: Texto completo]
Elizabeth Barret Browning ¡Mis cartas! Papel muerto... mudo y blanco... Y no obstante palpitan esta noche en mis trémulas manos cuando aflojo la cinta y caen sobre mis rodillas. Ésta decía: Dame tu amistad... Ésta fijaba un día en primavera para tocar mi mano... casi nada, ¡pero cuánto lloré! Ésta... un papel... decía: Te amo, y yo me estremecí como si Dios rasgase mi pasado. Ésta, Soy tuyo... pálida la tinta por estar junto a un pecho tumultuoso. Y esta última... ¡oh, amor!, no fuese digna de lo que dices si lo repitiera.
No me acuses, te ruego... [Poema: Texto completo]
Elizabeth Barret Browning No me acuses, te ruego, por la excesiva calma o tristeza del rostro, cuando estoy a tu vera, que hacia opuestos lugares miramos, y dorarnos no puede un mismo sol la frente y el cabello. Sin angustia ni duda me miras siempre, como a una abeja encerrada en urna de cristales, pues en templo de amor me tiene el sufrimiento y tender yo mis alas y volar por el aire sería un imposible fracaso, si probarlo quisiera. Pero cuando yo te miro, ya veo el fin de todo amor junto al amor de ahora, más allá del recuerdo escucho ya el olvido; como quien, en lo alto reposando, contempla más allá de los ríos, tenderse el mar amargo.
Oh, amor mío, amor mío... [Poema: Texto completo]
Elizabeth Barret Browning Oh, amor mío, amor mío, cuando pienso que existías ya entonces, hace un año, cuando yo estaba sola aquí en la nieve y no vi tus pisadas ni escuché tu voz en el silencio... Mi cadena, eslabón a eslabón, iba midiendo como si no pudiese verme libre por tu posible mano... ¡Hasta beber la prodigiosa copa de la vida! ¡Qué extraño no sentirte en el temblor del día o de la noche, voz, presencia, ni adivinarte en esas flores blancas! Yo era ciega lo mismo que el ateo que no descubre a Dios al que no ve.
Pena [Poema: Texto completo]
Elizabeth Barret Browning Os digo que la pena sin esperanza es pena sin pasión, Y que sólo los hombres incrédulos sienten dolor, Arrebatados por la angustia, en el aire nocturno Ascienden hacia el trono de Dios vociferando conjuros. Desierto pleno de almas, yace el silencio desnudo Bajo el níveo y vertical ojo del Cielo absoluto. El hombre de corazón profundo expresa la pena Por sus muertos en el silencio más quedo, mudo, Como una estatua descomunal erguida en eterna piedra, Sin moverse hasta que él mismo yace en la tierra. Tocadlos, el mármol de sus ojos nunca se humedece, Pues si llorar pudiese, podría surgir y desaparecer.
Si has de Amarme... [Poema: Texto completo]
Elizabeth Barret Browning Si has de amarme que sea sólo por amor de mi amor. No digas nunca que es por mi aspecto, mi sonrisa, la melodía de mi voz o por mi dulce carácter que concuerda contigo o que aquel día hizo que nos sintiéramos felices... Porque, amor mío, todas estas cosas pueden cambiar, y hasta el amor se muere. No me quieras tampoco por las lágrimas que piadosamente limpias de mi rostro... ¡Porque puedo olvidarme de llorar gracias a ti, y así perder tu amor! Por amor de mi amor quiero que me ames, para que habite en los cielos, eternamente.
Un Pensamiento por un solitario lecho de muerte [Poema: Texto completo]
Elizabeth Barret Browning Si Dios te obliga a este destino; Morir solo, sin nadie junto a tu lecho Para escuchar con dolor tu última palabra, Y marcar con lágrimas el vacilante pulso; Entonces ruega en soledad: ¡Oh, Señor ven con ternura! Por tu hijo olvidado en la viña de roja desdicha, Por la vida salvaje que se agita en el mundo, Por el abandonado jardín donde la agonía Cayó como una sangrienta marea de tu frente, Por toda esta desolación, consoladme. No hay amigos ni lamentos junto a mi, Ningún ángel se alza entre mi rostro y el tuyo, Pero os pido: deteneos y arrancad la rosa de mi vida, Sonríe, al cambiar esta mortal pena en divina eternidad.
Y no obstante el amor por ser amor... [Poema: Texto completo]
Elizabeth Barret Browning Y no obstante el amor por ser amor es bello. Igual llamea reluciente un gran templo y la hierba. El mismo fuego arde quemando el cedro y la cizaña. Y el amor es un fuego; y cuando digo te quiero, oh Dios, te quiero, ante tus ojos me transfiguro en esplendor y siento mi cara centelleante que deslumbra. En el amor no puede haber ruindad aunque amen los más ruines de los seres, que cuando aman a Dios Él los acepta. Y en la apariencia ruin de lo que soy refulge el sentimiento y purifica por ser fruto de amor lo que es de carne.