La subversión del espejo o explicar el mundo a partir de la selfie María Inés Carvajal de Ekman
1. Deseo En A través del del espejo, la reina blanca explica a Alicia que el mundo del espejo tiene sus propias reglas, dejando al descubierto el costado c ostado débil del concepto de realidad. La fotografía, como el espejo de Carroll, se debate entre lo real y su reflejo, duplicar o crear. Hablo aquí del vértigo barthesiano de negar la verdad en la fotografía, de aceptar que desde el acto inicial del deseo y el enfoque, la verdad está perdida, disuelta en la representación y la interpretación. Todo fotógrafo sabe que detenta este poder, que hacer una fotografía no es un acto natural sino que está mediado por sus deseos y sus posibilidades técnicas, generando una nueva versión del mundo que inevitablemente influirá en quienes la miren. mire n. Vilém Flusser en Hacia una filosofía de la fotografía (1990) señala que la tecnología fotográfica está en constante roce con las exigencias exi gencias del mundo cotidiano, logrando que la cámara sea cada vez más automática, más fácil de manipular, más pequeña y más asequible, y afianzando una especie de círculo vicioso que nos impele a enfrentarnos más con las imágenes del mundo que con el mundo en sí: hay una verdadera angustia en no hacer la fotografía de un instante que vivimos con placer, pues su gozo decae al recordar que pronto se habrá ido para siempre. Disponemos entonces de una hiper abundancia de imágenes que atesoramos no para verlas sino para saber que están ahí. La fotografía digital y la gran capacidad de almacenamiento virtual condenan a montones de archivos de imágenes a la anonimia y al olvido. Pero no todas las imágenes nacidas de la pulsión testimonial son olvidadas: me refiero a las selfies, tipo de autorretrato contemporáneo captado desde el espejo inverso disponible en los teléfonos inteligentes y cámaras web. ¿Qué se siente estar del otro lado del espejo? ¿Qué ocurre al mirarnos en una fotografía meticulosamente programada por nosotros mismos? Siempre habrá una brecha entre lo que creemos, entendemos de nosotros mismos y la realidad fenoménica que nos proyecta en el mundo. Uno vive en su cuerpo y no llega nunca a estar seguro en cómo es visto, escuchado por otros. Porque yo soy mi Yo Y o pero también soy el cuerpo que habito, como una habitación rentada que va mutando mientras asisto al espectáculo de esos cambios de ropa, de peinado, mientras atisbo su desgaste. ¿Un diario del cuerpo? Lo recorro hacia abajo y mi perfil virtual deviene en máquina del
tiempo. Documentarse a uno mismo es un asunto de contemplación de lo que soy como si fuera un “otro”, un asunto de “mirada”. Y tras la auto-contemplación, ¿qué sigue? Hace dos semanas, el pasado 21 de septiembre, el conocido grupo activista para los derechos de los animales PETA (People for the Ethical Treatment of Animals), interpuso una demanda ante la corte de California en representación de Naruto, un macaco negro crestado de Indonesia con una gran afición por las selfies. Se demandan los derechos o copyrights sobre una serie de selfies que Naruto se hizo utilizando el equipo desatendido del fotógrafo de la vida salvaje, David John Slater. Las imágenes, al no haber sido obturadas por un ser humano, ascendieron sin problemas a la plataforma de acceso público Wikimedia, mientras PETA continúa exigiendo le concedan los derechos sobre las selfies en procura de beneficios futuros para la especie macaca nigra. Dejando de lado un puntilloso debate sobre si los animales estarían interesados o no en participar del universo monetario humano disfrazado de derechos animales, esta indagación apunta más bien a cuestionarnos sobre las motivaciones de Naruto para hacerse la fotografía, y también sobre las de tantas señoras que probablemente conocemos quienes, tras haber descubierto el término selfie recientemente, deciden auto-fotografiarse sin contar con ningún perfil virtual al cual subir la imagen para compartirla. Porque el fenómeno de la selfie desafía las definiciones más universales del autorretrato, trasciende con creces el momento de la captura, tiene sus propias resonancias culturales y nos induce a pensar en procesos de extrañamiento del Yo y juegos de simulacros con los otros. No hablamos simplemente de narcisismo 2.0 o de una existencia URL paralela, quizá fraudulenta. Sin dejar de ser un autorretrato, la selfie es un tipo especial de representación del Yo porque está concebida para gravitar en la cada vez más fina atmósfera de internet, sujeta a las pautas de auto-promoción de un mercado de aspiraciones y tendencias, y cuyo clímax es la validación de los otros mediante Likes. Todo autorretrato corresponde a una propuesta de auto-revelación, auto-gestión y autodocumentación, una invención que el sujeto hace de sí mismo, pero la selfie específicamente nos enfrenta a una especie de doppelgänger en línea, validado socialmente, ante el cual estamos midiendo nuestros seres de carne y hueso.
2. Acción El año pasado, la artista argentina Belén Romero Gunset recreó la cámara de espejos de Leonardo Da Vinci, un octágono que permite mirarnos a nosotros mismos desde todos los ángulos. En Auto-consciencia Corporal (2014), Romero se vale de 5 espejos convencionales y tres espejos traslúcidos o de doble visión, para armar una
cámara que permitiese simultáneamente mirar lo que usualmente no podemos mirar de nuestro cuerpo, y poder ser mirado por los otros. Ser mirados mirándonos, una experiencia múltiple que nos da acceso al otro lado de la realidad. Hacernos una selfie con la intención de postearla en una red social convierte a nuestros dispositivos electrónicos en algo equivalente a una cámara de espejos, pues al mirarnos se produce un acto de extrañamiento del Yo inducido por la tercera persona de la plataforma: su estructura, su estilo, sus posibilidades de edición, etc. Joan Fontcuberta nos habla de la selfie como una especie de puesta en escena para uno mismo. Millones de personas empuñan la cámara y se enfrentan a su doble en el espejo: mirarse y reinventarse, mirarse y no reconocerse. Aunque paradójicamente sea ocultándonos como nos revelamos, el mero hecho de posar implica a la vez ubicarnos en una puesta en escena y sacar a relucir una máscara: el autorretrato por tanto no puede sino cuestionar la hipotética sinceridad de la cámara. ( Por un manifiesto postfotográfico, 2011)
Ver la vida a través de un prisma es el fundamento de la selfie en las redes sociales, construir y alimentar identidades en red, conectados pero encerrados en el contexto que autoriza la plataforma. Debemos reconocer que este extrañamiento vertiginoso ocurre también cuando escuchamos por primera vez nuestra voz en una grabación, o cuando nos googleamos.
La selfie desprende un hálito de pecado culposo que no ha tenido el autorretrato tradicional, y aunque la fotografía hace mucho tiempo perdió la autoridad sobre la verdad desde que se puede acceder fácilmente a sus procesos de edición, sobre la selfie recaen estigmas sociales que verifican unas nuevas coordenadas del pudor y del ego, sobre todo en las generaciones más recientes. La imagen que proyectamos en las selfies está destinada a una participación en redes sociales concebidas para mostrar el mundo de cierta manera, y mostrarnos en él de forma idealizada. Plataformas como Instagram revelan un planeta de gente hermosa y cool, envuelta en luces otoñales, generalmente en momentos alegres, de éxtasis o relax. Las excepciones confirman la regla de un verdadero arquetipo estético de la selfie, presidido por el uso frecuente de filtros que poetizan la imagen, unas poses cliché que demarcan estereotipos y filiaciones (la pose fashionista, la pose contra el espejo del gimnasio, la pose en el asiento del carro, la mascota que se abraza, el así me veo recién levantado …), y el rostro como foco de un marco que deviene en brazo a partir del cual el resto del cuerpo se pierde en deformaciones perspectivas. Definitivamente no se trata de auto-indulgencia e individualidad; quien se hace una selfie para subirla a una red social sabe, aunque sea inconscientemente, que hay una serie de exigencias por cumplir para garantizar la visibilidad y la aprobación en el mercado visual. Hay todo un juego de anticipaciones que dejan de lado el criterio de originalidad:
las tendencias, materializadas muchas veces en hashtags , son fundamentales porque el selfie-taker tiene y anhela nuevos seguidores, pero a su vez es un voyeur de otros a cuya tribu quiere pertenecer como garantía de visibilidad. Se trata de un contrato entre voyeurs del que sólo es posible participar una vez la imagen flota o fluye en nuestros perfiles virtuales.
3. Validación En mayo de 2015, la conocida Estatua de los dos Hércules , emblema de la ciudad de Cremona, al norte de Italia, fue parcialmente destruida por dos turistas que intentaron treparla en procura de una selfie. La obsesión por las llamadas art-selfies ha encendido las alarmas en el ámbito de la preservación de las obras de arte, generando la polémica exclusión del selfie stick de los museos, o la necesidad del gobierno ruso de publicar una Guía para hacerse selfies seguras tras una oleada de graves accidentes a causa de la anhelada fotografía. Selfies funerarias, selfies de protest as… el género se extiende mientras verificamos que en nuestra sociedad mediada nada ni nadie parece estar a salvo de este deseo… ¿vale la pena el riesgo? ¿Es la selfie una nueva forma de empoderamiento, o se trata de otra trampa del mercado, un nuevo tipo de vitrina donde nos exhibimos cual mercancía? ¿Estamos ante una herramienta de experimentación existencial para evitar la disociación, para decir Soy, Soy como quiero ser, Soy más real cuando soy visto? ¿Es ese deseo un fraude o una promesa? Contra la selfie se hacen los más agrios argumentos que enumeran psicopatías e insultan con elegancia. Mientras hacerse un autorretrato culturalmente implica un intento de representar las emociones íntimas, un auto-análisis exhaustivo, el concepto teórico de la selfie se carga de un tizne narciso y obsesivo con el propio cuerpo. No tenemos ánimos de comparar los retratos de Rembrandt con las selfies de Taylor Swift o Kim Kardashian, es bastante obvio que se trata de asuntos distintos, pero creemos que las razones hay que buscarlas en las dinámicas de los medios y del mercado, y no reducir el asunto a la dicotomía platónica cuerpo – alma. Tomarse a sí mismo como el objeto de una representación no convierte a nadie en objeto, pues prevalece el acto volitivo de hacerse objeto para la fotografía . Sin embargo, cuando se trata de una selfie, el control no parece ser sino una mera ilusión, pues el deseo y las coordenadas de la representación (ángulos, poses, estilos) así como las posibilidades técnicas de la imagen (filtros, formatos y recortes) ya han sido predefinidas por el medio. La ilusión continúa una vez que las imágenes se echan a flotar en las aguas turbulentas de la web, no pudiéndose anticipar del todo cómo serán recibidas o percibidas por la tribuna
virtual de los seguidores. Egoísta pero también desinteresadamente ofrendamos nuestras calculadas y editadas versiones del Yo, ¿en busca de qué…? Fontcuberta explica que en las selfies o reflectogramas, más que el deseo de auto-explorarnos, prevalece una voluntad lúdica. Tomarse fotos y mostrarlas en las redes sociales forma parte de los juegos de seducción y los rituales de comunicación de las nuevas subculturas urbanas postfotográficas de las que, aunque capitaneadas por jóvenes y adolescentes, muy pocos quedan al margen. L as fotos ya no recogen recuerdos para guardar sino mensajes para enviar e intercambiar: se convierten en puros gestos de comunicación cuya dimensión pandémica obedece a un amplio espectro de motivaciones. (Íbid, 2011)
Entendiendo que nuestras selfies son apenas un átomo de un flujo electrónico potente y demencial, que sólo participan de un instante de visibilidad pues compiten con una miríada de imágenes similares, nos alcanza el eco de McLuhan: el medio es el mensaje . Por terrible que suene, que seamos el objeto de nuestra fotografía es algo meramente circunstancial, pues el medio en que se moverá lejos de ser neutral cargará a la imagen de un innegable peso cultural y cambiario. La instantaneidad es la marca de la comunicación actual, y esto es fácilmente verificable en los rediseños de las interfaces de redes sociales, cuyos botones de “Ver más” se acercan a la cabecera de la página; nuevas aplicaciones de popularidad creciente como Snapchat o Periscope, se fundamentan en la poética de lo fugaz… es decir, lo que importa es lo que está pasando, pues lo que pasó ya tiene valor de archivo. Interfaces en redes, la interconexión e hiperconexión pone al alcance de un vistazo la actualización permanente del ciberaplauso: los minutos entre actualizaciones se han reducido a niveles de paranoia según los principales sistemas de rastreo de actividad en redes como Iconosquare o Favstar, es decir, chequeamos los “Me gusta” que recibimos cada vez con mayor frecuencia. ¿Qué buscamos en la recompensa digital? ¿Fama, la envidia del prójimo, o nuevas razones para reinventarnos, refundarnos según le plazca al otro? Cuando Michel Foucault defendió su premisa de que nos hemos convertido en una sociedad confesional, se refería a esos ritos de purificación sociales que más que revelar verdades interiores, manifiestan la forma en que hemos internalizado el poder, disuelto en los pliegues de la sociedad y del mercado. Nacida en el Medioevo cristiano, la confesión es un ritual que cambia a quien se confiesa, pues le exonera y redime, y el poder recae en el confesor, quien escucha, confirma y ofrece absolución. El confeso admite sus culpas sin necesidad de que nadie le condene más allá de una penitencia. La confesión, sigue Foucault, se expandió a todos los actos de nuestra vida social: ante nuestros padres y maestros, confesamos las culpas, y ante el mercado confesamos nuestros gustos, nuestras motivaciones y aspiraciones. Confesarse se ha convertido en un
acto habitual, tan internalizado que la validación que buscamos la hace la sociedad. N os sentimos impelidos a decir quiénes somos ante los demás porque eso se verá traducido en una absolución o aceptación general. Para Foucault la confesión es una de las formas en las que el poder se ha fragmentado o disuelto en las retículas sociales; siempre hemos tenido la posibilidad de hablar sobre todas las cosas, sean tabúes o no, el asunto es cuándo y dónde hacerlo, y la confesión ofrece ese espacio especial, regulado, para liberar el potencial de ser quienes somos o quienes decimos ser. Las formas en que hablamos de nosotros mismos o nos mostramos tal cual somos están dictadas por el poder y refuerzan ese poder. Es el dispositivo el que determina qué tan libremente podemos pensar, hablar, actuar y mostrarnos. Cada vez que nos hacemos una selfie con la finalidad de postearla en una red social, estamos confesándonos ante la sociedad y participando/reforzando esas relaciones del poder -el dispositivo- sobre cómo debemos/queremos vernos, actuar, ser. Entonces, hacernos una selfie no se trata simplemente de un acto de libre expresión, sino de una especie de confesión pre-fabricada ante una sociedad que ha pre-aprobado esa forma de hacerlo.
4. Promoción El mercado paparazzi está en crisis, pues las celebridades se encargan ellos mismos de la promoción de su cotidianidad, y bajo sus propias premisas. Conscientes de la ilusión de cercanía que se funda en el posteo íntimo y continuo, los famosos valoran mucho a sus followers y han declarado frecuentemente ante los medios que se recompensan con pequeños detalles al alcanzar cierta cantidad. Y no es para menos: el umbral de seguidores y Likes son criterios fácilmente mesurables en la sociedad hiperconectada que hemos construido. La selfie, al replantear la frontera entre el espacio público y el privado, nos permite sentir que somos curadores de nuestra propia galería, decidiendo c ómo queremos mostrarnos ante el mundo, pero también nos revela el enorme potencial de las redes sociales como plataformas de comunicación y de branding . Las selfies definen una imagen y una marca personal en un paquete tremendamente accesible en el sentido de que sus coordenadas de interpretación son convencionales, y debido también a la innegable democratización de internet en buena parte del mundo. La individualidad no viene a ser sino una cortina de humo tras la cual se materializan decisiones económicas: un estudio de marzo de 2015 realizado por las universidades de Cambridge y Stanford, titulado Los juicios de personalidad basados en datos de computadora son más precisos que los hechos por humanos , explicó cómo el
marketing visual se sostiene en la sumatoria de los Likes que hacemos, pues al ofrecer libremente esa información sobre quiénes somos y nuestros gustos, aspiraciones y miedos -información que siempre será vital para el mercado-, fabricamos un universo electrónico a nuestra medida traducido en la publicidad que invadirá nuestras redes sociales para establecer fácilmente esos vínculos con los proveedores. Las redes no nos ofrecen imágenes al azar, sino que anticipan una selección personalizada revestida de sugerencias: “Si te gusta esto, quizá te interese esto o aquello ”. Es decir, nuestra visibilidad está garantizada en el mercado visual no por nuestra originalidad, por un estilo único e iconoclasta… al ofrecer voluntariamente nuestro rostro al espacio público de la web, devenimos en masa, en sujetos inindentificables que sólo tienen valor individual en tanto perfil de consumo, porque al final de cuentas de eso se trata el asunto de la autopromoción a la medida de hashtags y tendencias, de confirmar y reforzar el mercado para poder formar parte del mismo, no de cuestionarlo y liquidarlo. La selfie ya no parece ser tan inocua, pues nos enfrentamos a un espejo en franca rebelión: a la intimidad de la auto-contemplación se han colado los fantasmas del Yo en el vertiginoso juego del simulacro y el extrañamiento, así como los incómodos ojos ajenos de anhelos corporativos. ¿Cómo la voluntad de auto representación se diluye en esa red invisible y homogénea de egos? ¿Cuándo confiar en las percepciones y juicios ajenos para construirme socialmente, si soy consciente de que me estoy valiendo de un medio manipulador y opresivo, que sólo busca modelar mi conducta a la par que le ofrezco los datos que necesita para esculpir mis deseos? ¿Quién está del otro lado del espejo?
Referencias: Carroll, Lewis (1999). Alicia en el País de las Maravillas. A través del espejo. Barcelona, España: Edicomunicación, S.A. Flusser, Vilém (1990). Hacia una filosofía de la fotografía. México D.F.: Trillas. Foucault, Michel (1977). Historia de la sexualidad 1. La voluntad de saber . Buenos Aires: Siglo XXI, 2005. Fontcuberta Joan (2011). Por un manifiesto postfotográfico. La Vanguardia. España. Recuperado desde: http://www.lavanguardia.com/cultura/20110511/54152218372/por-un-manifiestoposfotografico.html en septiembre de 2015. Mallonee, Laura (2015). PETA sues on behalf of monkeyselfie macaque. Hyperallergic. Recuperado desde: http://hyperallergic.com/239309/peta-sues-on-behalf-of-monkeyselfie-macaque/ en septiembre de 2015.
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