Análisis del Cuento Conejo
Abelardo Castillo recorre la arista ríspida de los se ntimientos desde una narrativa que deja al descubierto los aspectos más crueles y oscuros. Cierto e s, que las líneas por donde corren las historias, responden a un gran manejo de la e structuras semánticas y de estilo. Existe en sus te xtos una precisión casi absoluta. Un rigor matemático, que a vece s sofoca y nos deja perplejos frente al producto final: sorprendente, extraño, revelador. Trabajo que tiene como eje central a la evolución de los personajes (hasta su encarnadura), la función definitoria de la digresión en la trama y el escenario donde se cumple; esta casi ceremonia. Una muestra de ello lo podemos constatar en el presente cuento: Conejo. El centro de la historia gira sobre el momento en que se deja dej a atrás la niñez, siendo todavía; un niño. Parado en los tiempos de los años de la inocencia, e l protagonista tiene que enfrentarse a la finitud de un mundo construido desde el alcance de la propia m irada, con sus reglas de orden y juego. La burbuja brillante y protectora ha roto sus membranas y el afuera llega a él con sus ruidos, olores, y pasiones. Ya no puede dejar de ver el mundo de los adultos. La pérdida de la inocencia no es otra cosa que la toma de conciencia de otros estados del
ser, los propios, y de aquellos que q ue nos acompañan, involucrándonos o no. Entonces las cosas no son como nos dijeron. La madre y el padre, tienen otros espacios en sus vidas esperando por ellos y en los que el niño queda fuera. Y ese nuevo orden - lugar - situación al que el niño deberá ingresar gradualmente y mediante el proceso de la abstracción, lo sumerge en un terreno cenagoso. Ya no hay tierra firme debajo de los pies, El mundo se ha dado vuelta del revés y hay que ajustarse a sus hilos desmadejados, a sus colores raídos, y al caos de los cambios. Entonces el niño personaje, y el personaje niño, tiene que cargar en su morral: mentiras, manipulación, frustración, protagonismo, afecto, las infidelidades propias y las de los adultos, que hasta ayer, desempeñaron su tarea como contenedores y dosificadores de este pasaje. Nuestro niño del cuento, descubre que está solo en medio de la gente, y que desde esa soledad deberá encontrar un camino donde realizar el aprendizaje. Nada se construye de golpe y sin otro, en quien apoyarse, manifestar dudas, temores, sorpresas. Siempre hay una figura, una silueta que nos brinda su colaboración, colab oración, aún desde el silencio. Un anciano, un maestro, un juguete. Un Incondicional. Un siempre presente, inclaudicable, sin renuncias. Un algo o alguien capaz de soportar la descarga de nuestro dolor, frustración y nuestro maltrato. Y sobre todo desde el silencio. El trabajo literario de la trama y el efecto se muestran desde el soliloquio. Ese monólogo ininterrumpido, dirigido a un interlocutor que sabemos que no va a responder, porque no puede o no está presente. Lo que nos deja en total libertad de ir y venir con nuestros cuestionamientos y reflexiones. Los niños instintivamente saben que el entorno no siempre está listo para escucharlos. Es muy natural que el niño
hable solo, esto forma parte de su desarrollo cognitivo. Les permite coordinar sus actos con sus pensamientos para aprender a manejar, o adaptarse a las nuevas situaciones y superar a su modo, las dificultades. Vemos que Abelardo Castillo utiliza deliberadamente este modo discursivo con varios fines. Uno de ellos por ejemplo, es la fuerza de la voz narradora desde la segunda persona, que le da espacio para la teatralización del drama. Otro es la vía directa, llana y genuina que provee la voz infantil. Desde su "inocencia", expresa lo que ve y siente, tal como es y como se van resolviendo dentro del escenario de su experiencia de vida.