Publicado en: “Historia, género y memoria: las mujeres en los cortes de ruta en la Argentina” en: Necochea Gracia, Gerardo et al.: Historia oral y militancia política en México y en Argentina. Editorial El Colectivo y Facultad de Filosofía y Letras/UBA, Buenos Aires, 2008
Historia, género y memoria: las mujeres en los cortes de ruta en la Argentina. Andrea Andújar
1. Introducción: Durante la década de 1990, Argentina, como otros países de América Latina, fue escenario de intensos conflictos dinamizados por nuevos actores sociales cuyos propósitos y formas de organización objetaron la continuidad del modelo neoliberal. Entre ellos, los movimientos piqueteros ocuparon un lugar singular. Conformados por personas en su mayoría desocupadas, hicieron del corte de rutas su principal herramienta de confrontación y conjugaron un amplio abanico de demandas que, en ocasiones, involucraron a heterogéneos sectores sociales de una misma comunidad, tornando los conflictos en verdaderas puebladas1. Tanto en los cortes de ruta como en la gestación y desarrollo de los movimientos piqueteros, la presencia activa de las mujeres ha sido masiva. Ellas, con experiencias de participación política dispar y con disímil pertenencia de clase, no solamente habrían jaqueado su posicionamiento en la esfera de la domesticidad. También habrían retado las normativas demarcatorias de la ocupación de los espacios públicos, impugnando con su práctica tanto las fronteras de lo político como la circulación del poder. En este trabajo me propongo abordar, en primer lugar, el estudio de las experiencias de las mujeres que participaron, organizaron y lideraron los cortes de ruta en la Argentina entre los años 1996 y 2001 -quinquenio signado por la aparición de los movimientos piqueteros y el ascenso de un período de conflictividad social y política que desembocó en la crisis institucional de diciembre de 2001, manifiesta en la renuncia de Fernando de La Rúa a la presidencia de la Argentina-. Para ello me detendré en dos procesos beligerantes en particular: por una parte, los que tuvieron lugar en Cutral Co y Plaza Huincul, dos localidades colindantes, ubicadas en la provincia de Neuquén, en la región patagónica argentina; por otra, las confrontaciones ocurridas en Tartagal y General Mosconi, ciudades situadas en la provincia de Salta, en el noroeste del país.
Historiadora UBA/Argentina. Investigadora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género, Facultad de Filosofía y Letras, UBA/Argentina. 1 Las puebladas son formas particulares de protesta muy usuales hacia fines de la década de 1960 y comienzos de la de 1970 en la Argentina. Reeditadas en la década de 1990, pueden definirse como rebeliones policlasistas, de alcance generalmente citadino, con reivindicaciones que sólo impugnan de manera parcial –supuestamenteel orden social vigente, y carentes de una dirigencia y de una dirección políticas claramente identificables.
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Ambos escenarios de conflicto tuvieron un común marco contextual ya que los centros urbanos involucrados debieron su desarrollo a la explotación petrolera dominada, fundamentalmente, por la compañía estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF)2. Es entonces, en las consecuencias sociales acarreadas por la privatización de esta empresa donde puede inscribirse la saga que condujo al surgimiento de tales enfrentamientos. Para reconstruir esa trama, acudiré al análisis de las memorias que las mujeres han construido sobre las causas que las llevaron a intervenir y dinamizar este proceso, las acciones que emprendieron y el impacto que todo esto provocó en sus propias vidas. Ello me permitirá, asimismo, abocarme al segundo propósito de este artículo, que consiste en abordar el vínculo existente entre género, memoria e historia. En esa dirección, propongo considerar que tal vínculo sería estructurante en tanto toda memoria estaría atravesada por la construcción socio cultural de la diferencia sexual y las relaciones de poder organizadas en torno a ella3.
2. Rutas argentinas: de cortes y barricadas. Durante el mediodía del 20 de junio de 1996, Bety León y su marido se encontraban en la escuela a la que concurría su pequeña hija. Como todos los años, en esa fecha se realizaba el acto conmemorativo de la creación de la bandera y por eso el salón principal del colegio –reservado para los acontecimientos escolares más importantes-, desbordaba de madres, padres, abuelos, abuelas y otros familiares que compartían el festejo con estudiantes y maestras/os de todos los grados. Pero en esa oportunidad, el tradicional homenaje despertaba en Bety emociones encontradas y diferentes a las vividas en ocasiones similares en el pasado. Su niña, que tenía casi 11 años, había sido elegida abanderada de la primaria y como tal, le
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La Dirección General de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) fue creada en junio de 1922 por el presidente Hipólito Irigoyen a fin de reestructurar la Dirección Nacional de Explotación del Petróleo de Comodoro Rivadavia –principal comarca petrolera de ese entonces, también localizada en la Patagonia argentina-.Se pretendía con ello mejorar la explotación del oro negro en manos del Estado y fortalecer su gestión. En octubre de 1922 YPF fue puesta bajo la dirección del Ingeniero General Enrique Mosconi, quien ocupó ese cargo hasta el 9 de septiembre de 1930, cuando debió renunciar al negarse a colaborar con los militares que en septiembre de 1930 derrocaron a Hipólito Irigoyen de su segunda presidencia. 3 Los testimonios que conforman el acervo documental principal de este trabajo fueron tomados entre diciembre de 2003 y octubre de 2004. La investigación de la que este artículo forma parte hubiera sido imposible sin la desinteresada colaboración prestada por muchas personas. En primer lugar, Gabriela Gressores y Christian Castillo, quienes me contactaron originariamente con activistas sociales y políticas/os de Neuquén, y Heike Schaumberg que hizo lo propio en Salta. Asimismo, en Neuquén, la “Negra” Estela, Luis, Mario, Grace, Silvina, María del Carmen, Alejandro y Mariano fueron de enorme ayuda, brindándome sus reflexiones y presentándome a varias personas que muy generosamente compartieron sus recuerdos sobre los hechos aquí analizados. Entre ellas se encuentran Bety León, Laura Padilla, Miguel, Raúl, Sergio, el “Jote” Figueroa, Stella Maris, Luis, Julio, Sara, Magdalena, Arcelia, Estela, Cristina y Pedro de Cutral Co y Plaza Huincul. En Salta, Mario Reartes y su familia, Doña María, Rodolfo “Chiqui” Peralta, Yolanda, Ica, Mónica, Liliana, Rosa, Mario Saracho, Cristina, Nancy, Inés, José “Pepino” Fernández, Nené, Estela, María Victoria y Raúl González, de General Mosconi, Tartagal y Coronel Cornejo, fueron de una ayuda invaluable.
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tocaba protagonizar la jura de la bandera. La alegría y el orgullo que sentía ante ello, sin embargo, no conseguían sobreponerse a la tensión generada por otras imágenes que se arremolinaban en su mente. Intuía que en pocas horas muchas cosas podrían suceder con su comunidad y con ella misma, aunque no lograba prever los alcances de lo que se avecinaba. Desde hacía ya varios días, el clima social estaba convulsionado en Plaza Huincul, ciudad en la que Bety se había instalado desde 1984 al casarse con un joven nacido allí, trabajador de YPF. La agitación se relacionaba con un creciente malestar que podía advertirse en las casuales charlas que entablaba con sus vecinas cuando iba al mercado a hacer las compras. También se percibía en los llamados de los/as oyentes a la emisora de la radio local “FM La Victoria”, cuyos programas la acompañaban mientras se ocupaba de los quehaceres domésticos. Entre los comentarios, primaban las quejas por la falta de trabajo y las penurias económicas que no habían dejado de aumentar desde que YPF, principal fuente de empleos de la zona, fuera privatizada definitivamente en 19924. Para el año siguiente, de los 4200 trabajadores petroleros radicados en Plaza Huincul y en Cutral Co, localidad contigua, sólo 600 habían logrado conservar sus puestos laborales. El resto había sido despedido directamente u obligado a acogerse al retiro voluntario 5. De tal modo, hacia mediados de 1996, la desocupación en ambas ciudades había trepado hasta afectar al 35.7% de su
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La privatización de las empresas estatales en la Argentina adquirió una inusitada celeridad durante los primeros años de la década de 1990. Si bien la política de desguace del Estado tuvo su punto de arranque con el inicio de la última dictadura militar (24 de marzo de 1976), ni durante esta etapa ni bajo el gobierno democrático surgido en 1983 las iniciativas privatizadoras lograron imponerse debido, entre otras cuestiones, a las resistencias de los y las trabajadores de tales empresas, y de diversos partidos políticos. Empero, al asumir Carlos Saúl Menem la presidencia de la Argentina a mediados de 1989, su partido político, el Partido Peronista, elevó al Congreso de la Nación un ambicioso programa de venta de empresas estatales que fue aprobado prácticamente sin oposición alguna. Este programa estuvo enmarcado en la Ley de Reforma del Estado (23.696/89), sancionada en agosto de 1989. Con ello, se abrieron las puertas a la liquidación de YPF, estructurada en un plan con varias etapas. La primera comenzó con la firma del decreto 2778/90, que transformaba a YPF en una sociedad anónima de capital abierto. Allí se fijaron las características del nuevo estatuto de la futura sociedad, donde originalmente un 51% de las acciones quedaría en manos del Estado, un 39% del personal -con la obligación de venderle a los estados provinciales el 50% de las acciones-, y un 10% de los privados, aunque esto sufrió grandes modificaciones con los posteriores tratamientos legislativos. Dos años más tarde, en septiembre de 1992, se aprobó la ley Nro. 24.145, mediante la cual se disponía la “federalización” de los hidrocarburos, la transformación empresaria y la privatización de la petrolera estatal. Luego, el decreto 1106/93 modificó el estatuto y el directorio de la compañía pasó a estar controlado por los tenedores privados de acciones (acciones clase D), ya que de los doce directores, los tenedores de estas acciones designaban ocho. El 2 de septiembre de 1993 se dictó el decreto 1853, que ponía en vigencia un nuevo ordenamiento de la ley de inversiones extranjeras, favoreciendo las condiciones de operación de las empresas multinacionales. El proceso culminó en el año 1998 con un comprador concreto, la compañía española Repsol, que adquirió definitivamente YPF S. A. en junio de 1999, concentrando la mayor parte del paquete accionario. 5 El retiro voluntario fue el eufemismo legal con el que en la Argentina se encubrieron los despidos de los trabajadores de las empresas del Estado, entre otras. Consistía en que el/la trabajadora renunciara a la empresa a cambio de una suma de dinero pagado en concepto de indemnización. Para ello, se lo/la presionaba con la amenaza del despido posterior inevitable y sin esa suma.
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población.- que rozaba los 45 mil habitantes-, mientras que la mitad se hallaba viviendo por debajo de la línea de pobreza6. Nada de lo que sucedía era ajeno para Bety. Su vida había dado un vuelco decisivo luego de que su esposo, que trabajaba en el área de mecánica y producción de YPF, aceptara el retiro voluntario y montara, junto con otros ex-trabajadores, una pequeña empresa para proveer servicios a la ex petrolera estatal. La iniciativa no había funcionado, por lo cual él debió abrir un taller de reparación de autos en su casa para poder subsistir. Entretanto Bety, que “antes tenía una señora que ayudaba con las cosas de la casa” -según narraba- tuvo que salir a buscar empleo, consiguiendo algunas horas como trabajadora doméstica, a la par que completaba sus magros ingresos con un subsidio de $1507. Pero durante las primeras semanas de junio de 1996, el panorama se había ensombrecido aún más en Plaza Huincul y Cutral Co. Se rumoreaba que una esperada fábrica de fertilizantes derivados del petróleo no abriría sus puertas en la zona. Finalmente, hacia el 19 de junio de 1996, los medios de comunicación locales comenzaron a confirmar la sospecha al difundir que Felipe Sapag, el gobernador de la provincia de Neuquén, había puesto fin a las negociaciones iniciadas tres años atrás con la compañía que planeaba instalar la empresa, la firma canadiense “Agrium-Cominco”. En apariencias, de haber seguido adelante el proyecto, la demanda de mano de obra no hubiera superado los 1.500 puestos de trabajo durante la fase de construcción de la planta, y los 150 para la etapa de producción8. Pese a que estas cifras estaban muy lejos de incidir certeramente en el descenso de los niveles de desocupación y pobreza, era difícil sustraerse a la esperanza de tener nuevamente un trabajo estable, de estar entre esos/as 150 operarios/as que quedaran dentro. La finalización de las negociaciones no sólo frustraba por completo esta ilusión. También conducía a una contrastación ineludible: la imposibilidad de recuperar la bonanza del pasado, una bonanza ligada a un perfil productivo que, privatizada YPF, no volvería a surgir. Fue por eso que en la mañana del 20 de junio, antes de partir hacia el colegio, el teléfono de la casa de Bety empezó a sonar insistentemente. Consciente de ser una mujer conocida en Plaza Huincul porque formaba parte de la cooperadora de la escuela y porque las puertas de su casa siempre estaban abiertas para cualquier vecina/o que precisara su ayuda, 6
Encuesta Permanente de Hogares, Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), octubre de 1996. Citado de Favaro, Orietta; Arias Bucciarelli, Mario; Iuorno, Graciela.: “La conflictividad social en Neuquén. El movimiento cutralquense y los nuevos sujetos sociales”. En: Realidad Económica, Nro. 148, Buenos Aires, IADE, mayo/junio de 1997. 7 Este subsidio equivalía en esos momentos a U$S 150 y era entregado por el gobierno provincial neuquino a partir de la sanción de la ley 2128 del año 1995, que estipulaba la creación del fondo complementario de asistencia ocupacional para los y las desempleadas de Neuquén. 8 Favaro, Orietta; Arias Bucciarelli, Mario; Iuorno, Graciela: op.cit.
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ella relataba que “me llaman por teléfono unos amigos de Cutral-Co, y me dicen “basta, Flaca, tenemos que hacer algo ¿Qué te parece cortar la ruta? (…) Reuníte a la gente de Plaza (Huincul)”. Aún cuando no estaba muy convencida de asumir una medida semejante, menos lo estaba de seguir tolerando pasivamente la situación. ¿Qué debía hacer, entonces? Sus cavilaciones continuaron mientras transcurría el acto en el colegio. Pero hacia las horas del mediodía, cuando terminaron de servir el tradicional chocolate caliente con que concluían estas festividades, se animó y tomó la palabra. Reviviendo con una mezcla de entusiasmo y congoja la escena, Bety comentaba que “después que se le dio chocolate a los chicos, me paro muy fresca delante de todos los papás y las mamás y les digo: “Mujeres ¿qué les parece si tomamos el toro por las astas? ¿Qué les parece si cortamos la ruta a las tres de la tarde?”. No era casual que su interpelación estuviera dirigida a las mujeres. Ante todo, ellas eran las que, acompañando a sus hijos/as, estaban presentes en este tipo de eventos. A su vez, con muchas de ellas ya tenía un lazo de confianza gestado alrededor de las actividades de la cooperadora escolar. Con otras, ese vínculo había surgido en los contactos fortuitos que se producían en alguna esquina del barrio a la hora de ir a buscar a los chicos/as al colegio o baldear la vereda. Las charlas que tenían lugar en tales encuentros posibilitaban el intercambio de información, ideas y sentires donde se entremezclaban cuestiones de la vida cotidiana personal con otras relacionadas con lo que estaba sucediendo a nivel local o nacional. Pero además, como sugiere la historiadora Temma Kaplan, estos chismorreos femeninos “proporcionan a las mujeres una oportunidad de pensar en voz alta (…)”, y se tornan el medio por el cual ellas “(…) expresan y encuentran un respaldo a sus pensamientos que luego influye en lo que hacen (…)”9. En definitiva, estas prácticas facilitan a las mujeres, fundamentalmente a las pertenecientes a los sectores subalternos -al ser ellas las que llevan y traen a los niños y niñas de la escuela, limpian las veredas de su barrio o van al mercado-, anudar y fortalecer vínculos entre sí.
También les posibilitan confeccionar una lectura
política sobre la realidad circundante y delinear las iniciativas individuales que luego pueden conjugarse en acciones colectivas. El conocimiento de las venturas y desventuras de sus vecinas así como la posibilidad de percibir los probables efectos que una iniciativa como la de cortar la ruta podría causar, se había ido trazando de esa forma en esos espacios de sociabilidad. Por ello no fue tan dificultoso para Bety consultar a viva voz en el salón de
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Kaplan, Temma: “Conciencia femenina y acción colectiva: el caso de Barcelona, 1910-1918”. En: Amelong, Joan y Nash, Mary (eds): Historia y género: las mujeres en la Europa Moderna y Contemporánea. Valencia, Alfonso el Magnánimo, 1990. Pág. 270
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actos lo que se venía preguntando a sí misma desde hacía horas. Tampoco fue sorpresivo que el resto de las mujeres aceptara la propuesta y combinara encontrarse en su casa a las 3 de la tarde. En el horario previsto, ese 20 de junio se juntaron 22 mujeres –según recordaba Bety-, que emprendieron la marcha hacia la ruta nacional Nro. 22, localizada a pocas cuadras de allí. El objetivo era bloquearla a la altura del aeropuerto local. A su paso se fueron sumando otras, algunas adultas, otras más jóvenes; unas con sus hijos e hijas y otras, a veces, con sus esposos. Ya entrada la tarde, los habitantes de Cutral Co y Plaza Huincul habían cortado en varios puntos la ruta nacional Nro. 22, las provinciales Nro. 10 y 17 –que atraviesan a ambas localidades y las conectaban con la capital provincial y con otras ciudades de la región-, y una veintena de “picadas”10. Dispuestas/os a impedir, por medio de barricadas hechas con troncos y neumáticos, el tránsito de toda persona, vehículo o mercadería, exigían que Felipe Sapag se hiciera presente allí y rindiera cuenta ante ellas/os de las decisiones que había tomado respecto de la planta de fertilizantes. Pretendían entonces, que el gobernador explicara por qué “(…) si nosotros acá tenemos el gas y el petróleo, nos morimos de hambre (…)”, acorde las palabras de Magdalena, una mujer de origen indígena que nació en Cutral Co hace casi 70 años. Durante seis días, ambas ciudades permanecieron sitiadas. Ni la dureza del clima en la región durante esa invernal época del año, ni los intentos de manipulación del conflicto por integrantes de partidos políticos vinculados a distintas facciones del elenco gubernamental provincial, ni las amenazas del ejercicio de la represión con 300 efectivos de la gendarmería nacional enviados por el gobierno nacional el 25 de junio -cinco días después de iniciados los cortes- fueron suficientes para menguar la tenacidad de la protesta de las 20.000 personas que para ese entonces se hallaban en los “piquetes” o bloqueos de las rutas. Entre tanto, el término “piquetero” y la denominación de la protesta como “Cutralcazo” empezaban a instalarse en los medios masivos de comunicación nacionales, en los periódicos político-partidarios y en las marchas y movilizaciones que en varios puntos de la Argentina se realizaban en solidaridad con las y los protagonistas del conflicto neuquino. En la prensa nacional y local, asimismo, el nombre de Bety León cobraba centralidad, señalándosela como una de las dirigentes de la pueblada, junto a un obrero de la construcción,
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Las “picadas” son los caminos no pavimentados alternativos a las rutas.
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Ernesto “Jote” Figueroa, y a Laura Padilla, una maestra oriunda de Río Negro que vivía sola con sus tres hijos en Cutral Co. Ante la intransigencia de la comunidad que bloqueaba las rutas y la magnitud a la que estaba arribando la protesta, que comenzaba a afectar la provisión de combustible y alimentos en toda la provincia, el gobernador Sapag se vio obligado a acudir a la zona y firmar con Laura Padilla, representante de los y las pobladoras de ambas localidades, un acuerdo de 9 puntos el 26 de junio11. Esto permitió el levantamiento de los cortes de ruta12. Sin embargo, el gobierno provincial incumplió lo pactado y puso en funcionamiento mecanismos de cooptación dirigidos a quienes habían emergido como las caras más visibles de la protesta. Así, la sospecha de que estos últimos habían traicionado a las comunidades a cambio de prebendas políticas y económicas, fue ganando fuerza y condujo a la desarticulación momentánea de los lazos de solidaridad y de confianza mutua surgidos durante las jornadas de lucha. Empero, casi diez meses más tarde, el 9 de abril de 1997, un nuevo conflicto estalló en la zona, esta vez en apoyo de los reclamos salariales de las/os maestras/os y docentes neuquinas/os que habían comenzado una huelga por tiempo indeterminado 5 semanas atrás. Sus protagonistas eran varones y mujeres que tenían entre 15 y 20 años de edad, desocupados/as y que se autodenominaban “fogoneros” –nombre derivado de hacer fogones en las barricadas-, para diferenciarse de los piqueteros de junio de 1996, sindicados como traidores. Aún cuando la metodología de lucha reeditaba el corte de las rutas, la presencia de la población en los piquetes sólo se hizo masiva a partir de la represión desatada contra quienes se encontraban en las barricadas el 12 de abril y que, una vez despejados los piquetes, prosiguió en las calles de ambos pueblos, provocando el asesinato, por parte de un policía provincial neuquino, de Teresa Rodríguez, una joven mujer que no estaba participando de los cortes. Este hecho motivó que la población volviera a ganar las calles y montara nuevos bloqueos en las rutas, obligando al retiro de las fuerzas represivas de la zona. Los cortes se
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Refrendado en las asambleas de cada uno de los piquetes, entre estos puntos constaba el compromiso del gobierno de reconectar los servicios de gas y electricidad a las personas que tenían cortado su suministro; la habilitación de un hospital en Plaza Huincul y la instalación de un nuevo hospital en Cutral Co; la entrega de cajas de alimentos y subsidios de desempleo; la apertura de fuentes de trabajo a través del desarrollo de un yacimiento gasífero y la construcción de una planta de residuos sólidos; el otorgamiento de créditos para pequeños comercios e industrias. 12 Un análisis más pormenorizado de este conflicto y la participación de las mujeres en él puede hallarse en Andújar, Andrea: “Pariendo Resistencias; las piqueteras de Cutral Co y Plaza Huincul, 1996”. En: Bravo, María Celia; Gil Lozano, Fernanda y Pita, Valeria (compiladoras): Historias de luchas, resistencias y representaciones. Mujeres en la Argentina, siglos XIX y XX”. Tucumán, EDUNT, 2007.
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levantaron recién el 18 de abril, luego de un nuevo acuerdo firmado con el gobierno provincial. Cuando las llamas de las barricadas de Cutral Co y Plaza Huincul aún no habían terminado de apagarse, un nuevo frente de conflicto se abrió para el gobierno nacional, esta vez en el norte del país. En esta oportunidad fueron los y las pobladoras de las ciudades de Tartagal y General Mosconi, en la provincia de Salta, quienes activaron nuevas contiendas intentando poner coto a la embestida neoliberal. Como en el caso neuquino, las comunidades salteñas habían vertebrado su desarrollo a partir de la presencia de la petrolera estatal YPF. Su privatización provocó un impacto similar y semejantes fueron las medidas de lucha llevadas a cabo colectivamente. De tal modo, entre los años 1997 y 2001, la ruta nacional Nro. 34, que atraviesa ambas ciudades y conduce a la frontera con Bolivia, fue cortada al menos en cinco ocasiones. La primera de ellas, en mayo de 1997, estuvo primordialmente impulsada por propietarios/as de comercios y pequeñas empresas madereras de Tartagal, que habían visto mermar su actividad conforme avanzaba la crisis abierta por la privatización de YPF. A esto se sumaba el mal funcionamiento de la empresa privatizada que prestaba el servicio eléctrico, “Edesa S.A.”, cuyos reiterados cortes de suministro habían provocado importantes pérdidas en los comercios y en los hogares particulares.
Asimismo, la presencia de numerosos
inspectores de la Dirección General Impositiva (DGI)13 y las clausuras de varios locales comerciales, irritaron aún más los ánimos de este sector social. En pocas horas, el corte iniciado en la madrugada del 8 de mayo concitó la adhesión tanto de los y las desocupadas de General Mosconi, localizada 8 km al sur de Tartagal, como de otras localidades pertenecientes al Departamento de General San Martín, del que ambas ciudades forman parte. El 15 de mayo de 1997 el bloqueo fue levantado al aceptarse la propuesta del gobierno provincial, a cargo del peronista Juan Carlos Romero, que, entre otras cosas, se comprometía a la entrega de 1.000 fondos de desempleo de $200 por un año; 2.000 planes Trabajar de $200 por un año; 1.400 empleos de las petroleras privadas14. El segundo corte, ocurrido en diciembre de 1999, tuvo como antecedente inmediato el despido de empleados/as municipales en Tartagal, cuestión que provocó nuevamente la intervención de los habitantes de General Mosconi quienes, por solidaridad en principio y con reivindicaciones propias además, volvieron a ocupar la ruta.
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La Dirección General Impositiva (DGI) es un organismo oficial que controla e inspecciona la actividad comercial. 14 Diario Página 12, 14 de mayo de 1997.
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Los siguientes, en mayo y noviembre del año 2000 y junio de 2001, conllevaron tanto el desplazamiento geográfico como social en la iniciativa de los cortes. La ciudad de General Mosconi se tornó, pues, la punta de lanza de estos enfrentamientos, mientras que el rol protagónico pasó a las desocupadas y desocupados de esa localidad, organizadas/os en la Unión de Trabajadores Desocupados (UTD), creada en el año 199615. A partir de estas experiencias neuquinas y salteñas, los cortes de ruta se volvieron el método de protesta preponderante de los y las desocupadas en la Argentina. Así, según consignaba el periódico nacional La Nación en su edición del 20 de junio de 2001, durante el período comprendido entre 1997 y 2001 se produjeron 1.280 cortes en distintas rutas del territorio argentino a la par que nuevas organizaciones piqueteras iban configurándose y fortaleciéndose. Si bien estas cifras permiten dar cuenta de la difusión de esta medida de protesta entre los sectores sociales más afectados por la política neoliberal y, por tanto, presumir su eficacia, es preciso detenerse aún más en el entramado social, económico y político que incidió en los orígenes de los movimientos piqueteros. Ello facilitará comprender el porqué de la participación de las mujeres y la centralidad que esta presencia tuvo en su formación y posterior desarrollo. 3. La destrucción del “mundo ypefeano”: Sara y Yolanda nunca se conocieron y es probable que jamás lo hagan. Una, Sara, vive en Cutral Co “desde hace mucho”, escapando a precisar fechas en su hablar pausado y tímido. La otra, Yolanda, en Tartagal, a más de 2.000 km de distancia, ciudad a la que se mudó desde un pequeño poblado cercano cuando comenzaba su adolescencia. Sin embargo, las historias de Sara y Yolanda siguieron derroteros comunes. Ambas, que rozan los 55 años de edad, separadas de sus antiguas parejas y madres de hijos e hijas ya grandes, habían empezado a trabajar en YPF a comienzos de la década de 1970. Durante más de 20 años, Sara se desempeñó como empleada de contaduría en el yacimiento de Plaza Huincul, donde aprendió a insertarse en la vida sindical organizando huelgas para poder usar pantalones largos cuando eso no era costumbre sino prohibición para las trabajadoras de cuello blanco. 15
Ante ello, los sectores política y económicamente dominantes articularon respuestas en las que la criminalización de la protesta se convirtió en el común denominador. Y si bien en muchas circunstancias se vieron obligados a emprender el camino de la negociación, casi siempre lo hicieron luego de apelar al uso del aparato represivo. De tal modo, en Salta el Estado argentino ha sido responsable de los asesinatos de cinco manifestantes, ocurridos durante los cortes de los años 2000 y 2001 en General Mosconi; de la creación de decenas de causas penales contra activistas de General Mosconi y Tartagal; de persecuciones y detenciones ilegales; del ejercicio de la tortura contra detenidos/as en las contiendas, y de la virtual ocupación de General Mosconi por fuerzas represivas en varias oportunidades.
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Casi el mismo tiempo invirtió Yolanda en trabajar como empleada administrativa en el yacimiento General Vespucio-Mosconi. Allí rindió un examen tras otro para escalar posiciones y obtener un mejor salario. Las dos se vieron obligadas a renunciar acogiéndose al retiro voluntario. Buena parte de la vida de Sara y de Yolanda, entonces, como la de la mayoría de los habitantes de las comunidades neuquinas y salteñas, transcurrió ligada a los destinos de la petrolera estatal. Estas localidades habían nacido y se habían convertido en aglomerados urbanos importantes al amparo de la explotación petrolera16. Tanto en Cutral Co y Plaza Huincul como en Tartagal y General Mosconi, YPF fue responsable en buena medida, del trazado de la trama urbanística y habitacional ya que la empresa se había encargado de la construcción de viviendas, el tendido de calles, redes cloacales, luz eléctrica, escuelas, centros deportivos y hospitales. De esta manera, la existencia de YPF garantizó la socialización territorial dando lugar, paralelamente, a la expansión de la actividad del sector comercial, de la construcción y de los servicios. Por otra parte, la petrolera gestó en los y las trabajadoras un hondo sentido de pertenencia y de identificación con ella. Según recordara Arcelia, esposa de un trabajador de YPF con quien se había radicado en Plaza Huincul durante los inicios de 1960: “YPF era un gran padre (...), y acá se ganaba indudablemente bien (...). ¡Teníamos un hospital de primera! ...) Y mi marido en el lugar del corazón tenía un sello de YPF (...).” Varias fueron las razones que incidieron en esta profunda identificación con la empresa. Una de ellas era el elevado nivel de vida al que se podía acceder a causa de los altos salarios, los beneficios de una muy buena obra social, o las vacaciones pagas que la compañía proveía. Ello daba pie, a su vez, al surgimiento de un sentimiento de orgullo y superioridad de los y las trabajadoras de YPF frente a los de otras ramas productivas, expreso incluso en una forma de autodenominarse específica: ser un “ypefeano/a” y no un/a trabajador/a petrolero/a. En segundo lugar, el/la “ypefeano/a” se consideraba parte de una empresa estratégica para el desarrollo de la economía argentina, a la par que baluarte del discurso de la soberanía nacional y fundante del “estado de bienestar” local. Esto ahondaba el sentimiento de orgullo,
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Plaza Huincul y Cutral Co nacieron en 1918 y 1933, respectivamente, como consecuencia del hallazgo de petróleo en la región. Algo similar sucedió con Tartagal y General Mosconi que, aunque en sus orígenes –hacia 1924 y 1927 respectivamente- tuvieran como una de las actividades económicas fundamentales la explotación forestal-, se constituyeron en aglomerados urbanos importantes a partir de la explotación del oro negro, descubierto en la zona entre 1909 y 1911. En un principio la compañía norteamericana “Standard Oil Co.” fue la que tomó la delantera en su producción, aunque en 1927 el General Mosconi logró imponer a YPF en Campamento Vespucio-Mosconi. Luego de 1950, el retiro de la compañía estadounidense de Tartagal permitió a YPF la monopolización de la producción petrolera también en ese municipio.
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pero también amortiguaba la percepción de las contradicciones de clase presentes en el proceso productivo petrolero, diluidas asimismo por el hecho de que la empresa fuera propiedad del Estado. Así, si trabajar en YPF “era lo mejor que te podía suceder”, como comentaban algunos de los exypefeanos entrevistados, era la identidad conformada en torno a ser un obrero ypefeano –engranaje de una “comunidad” en la que supuestamente no existían divisiones entre explotadores y explotados-, la que se imponía sobre otras posibles. Y era esa identidad la transmitida de padre a hijo, puesto que en muchos casos las aspiraciones de un trabajador adulto respecto de sus hijos se orientaban a convertirlos, también, en obreros ypefeanos. Tal fue el caso de Mario Reartes, un salteño de 50 años -actualmente principal referente de la Coordinadora de Ex Trabajadores Ypefeanos del Departamento de General San Martín-, quien relataba que había entrado en YPF en 1974 “gracias a mi padre que me hizo todas las gestiones y siempre me decía que tenía que entrar porque allí se ganaba mucho mejor. Y así, el resto: mi hermano mayor y mi otro hermano también ingresó, aunque el más chico se dedicó a la educación. Prácticamente todo el resto de la familia era ypefeano (…).” Para las mujeres, y en especial para las que tenían hijas/os, la empresa petrolera estatal también dejaba un sello particular en sus vidas. El hecho de que YPF hubiera patrocinado la existencia de escuelas, centros deportivos o jardines maternales, habría facilitado ampliamente las tareas de cuidado y educación familiar, responsabilidad depositada casi exclusivamente en manos de ellas. Con la privatización de la empresa, este “mundo ypefeano” se hizo trizas. Tanto en Salta como en Neuquén, la mayoría de los/as trabajadores/as fueron despedidos/as; los intentos por realizar cooperativas o micro-emprendimientos con la inversión de las indemnizaciones, resultaron totalmente infructuosos; escuelas y hospitales cerraron sus puertas para no volver a abrirlas más. Por último, los niveles de desempleo y pauperización social se elevaron abruptamente. Sin embargo, hay un aspecto escasamente explorado hasta ahora, cuya indagación posibilitaría comprender más acabadamente el impacto social que este proceso provocó. Me refiero a la re-significación ulterior construida sobre ese “mundo ypefeano”, en la que habría primado una importante cuota de idealización del pasado y, sobre todo, del rol de YPF en él. Repasando algunas de las descripciones vertidas por los y las testimoniantes acerca de cómo era la vida cuando YPF aún era estatal, es posible observar que las mismas se corresponden con la existencia de una sociedad armoniosa, dentro de la cual sus integrantes se hallaban ampliamente provistos por un benévolo “padre” –retornando a las palabras de Arcelia- que garantizaba a sus “hijos” e “hijas” una existencia razonablemente próspera. En 11
ese sentido, pareciera que los límites y contradicciones que ese “mundo” contenía habrían quedado minimizados o directamente obturados en la memoria tanto individual como colectiva. En el relato espontáneo, las contradicciones de esas relaciones sociales, por ejemplo, encarnan casi de manera exclusiva en cuestiones tales como las diferencias entre el nivel de vida del personal jerárquico y el de los obreros que trabajaban en los campos de exploración y perforación. En verdad, cuando se recorren las calles de Vespucio, donde residía el personal jerárquico del yacimiento, tales diferencias son fácilmente perceptibles en el paisaje urbano, en la calidad de la estructura edilicia de las casas, de la clínica o de los centros de recreación deportiva sostenidos por YPF. A pesar del deterioro de muchos de estos lugares o de su total abandono, es sencillo notar que contaban con muchas más comodidades que las presentes en General Mosconi, donde vivía la mayoría de los trabajadores de los pozos y sus familias. Asimismo, acorde la percepción de algunas mujeres, estas “distancias” también entrelazaban la procedencia social y étnica de ambos “sectores” y cristalizaban en una particular manera de nombrarse que ponía de manifiesto la desconfianza y recelo de unas de unas hacia otras. María, una mujer boliviana sexagenaria que emigró desde Sucre a General Mosconi a los 22 años, aludía a las mujeres de Vespucio -a quienes atendía en una peluquería abierta con mucho esfuerzo-, como las “damas de los ypefeanos”.
Nené, residente en
Vespucio, procedente de familia ypefeana y esposa de un ex empleado jerárquico de YPF, contaba que “(…) para ellas (en referencia a las esposas de los obreros), nosotras éramos las cremitas de chantilly. Siempre decían que nunca íbamos a estar en una lucha por nada, que éramos las narices paradas porque teníamos las cosas resueltas (…)”. La denominación de “cremitas chantilly” apuntaba al color de la piel, que supuestamente tendía a ser más claro en las mujeres de Vespucio en consonancia con su aparente ascendencia inmigratoria europea, frente al color más oscuro de las mujeres de General Mosconi, ligadas a un linaje indígena. Fueran de un tenor u otro, las diferencias esbozadas no alcanzaban a colocar a YPF en la mira. En las narraciones espontáneas no aparecían antagonismos con la empresa en el pasado ni explicaciones que la involucraran, de alguna forma, con las distancias sociales habidas entre el personal jerárquico y los/as restantes trabajadores/as. Incluso, la mención a “estar en una lucha por nada”, no hacía referencia a conflicto alguno con YPF sino a los que iban a desarrollarse para resistir la privatización o en contra del sindicato petrolero –el
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Sindicato Único de Petroleros del Estado (SUPE)-, acusado de participar y favorecerse con ella17. Sólo luego de regresar al tema en distintas etapas de las entrevistas, comenzaban a aflorar algunas “grietas” en los relatos concernientes a la relación con YPF. Fue así como Sara rememoró que había encabezado una huelga reclamando el derecho a que las mujeres usaran pantalones largos. Algo similar ocurrió con Alejandro Lillo, un ex obrero y delegado sindical del yacimiento de Plaza Huincul. Aún cuando sostenía que “YPF iba formando pueblos y era un avance civilizador”, Lillo señalaba también que “(…) el hombre que perfora el pozo es el hombre que arriesga parte de su vida. Aunque no se muera, tiene un accidente. Es una cosa que discutíamos en el gremio muy fuerte y que no le podíamos hacer entender a muchos dirigentes sindicales y menos a los dirigentes de la empresa. Después de muchos años conseguimos con Isabel18 sacar una jubilación de privilegio, con 25 años de campo y 50 años de edad, porque nosotros nos dábamos cuenta que a los 40 o 45 años (…) era un deterioro físico muy alto (…)”. Estos tramos de los testimonios ponían en escena tanto la dureza del trabajo que debían llevar a cabo como la existencia de conflictos que, además, se producían en varios frentes –la dirección del sindicato y la dirección de la empresa-. Pero si se atiende a ello, a su vez, puede considerarse desde otra dimensión el rol de YPF y el de los/as propios/as trabajadores/as. Efectivamente, YPF “formaba pueblos” y proporcionaba los beneficios descriptos anteriormente. Pero tales beneficios, entre los cuales se contaban los elevados salarios y la protección social a que accedían los y las trabajadoras, no fueron el producto de una vocación caritativa y dadivosa de la dirigencia de la petrolera estatal. Más bien fueron conquistas obtenidas a través de distintas tácticas de lucha, tal como demuestran los relatos de Sara y Alejandro Lillo. En ese sentido, allí los y las trabajadoras se reubican como sujetos activos, forjando la mejora de sus condiciones de trabajo y de vida. Ahora ¿por qué esto sólo aparece tangencialmente en las entrevistas? Posiblemente no exista una única respuesta a este interrogante. Pero en parte, la clave interpretativa debiera ser 17
El 13 de septiembre de 1991 el SUPE llamó a una huelga bajo la consigna pública de apoyar a los trabajadores salteños que habían convocado a un paro contra la privatización. José Estenssoro, titular de YPF en ese momento, cesanteó a 2300 empleados de la empresa que se habían plegado a la misma. Los ypefeanos salteños consultados sospechan que el objetivo real de la dirección del SUPE con la huelga de septiembre fue allanarle el camino para estos despidos. De hecho, el secretario adjunto del gremio a nivel nacional, Juan Carlos Crespi, habría pasado a formar parte del Directorio de YPF a partir de esos momentos, para luego integrarse al de Repsol-YPF. 18 Se refiere a María Estela Martínez de Perón –apodada Isabel o Isabelita-, vicepresidenta de la Argentina desde septiembre de 1973 hasta julio de 1974, momento en que asumió la presidencia debido a la muerte de su esposo y presidente, Juan Domingo Perón. Isabel fue derrocada el 24 de marzo de 1976 por el golpe encabezado por Jorge Rafael Videla.
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rastreada justamente en las consecuencias que la privatización de YPF provocó. La desestructuración social que se abrió con este proceso fue tan brutal que cualquier contradicción o lucha del pasado se habría vuelto invisible, carente de consistencia frente a ese presente. Pero a su vez, en la recreación de una existencia pasada excedida en su armonía y articulada en torno a la presencia de la petrolera estatal, se edificaba un refugio y un resorte para la resistencia, para desafiar el destino funesto que se imponía. Todo esto no supone que los y las testimoniantes “inventaran” las ventajas que YPF proveía. De hecho, y como ya señalé, YPF había dinamizado un importante nivel de prosperidad en las comunidades afectadas por su presencia. Pero del recuerdo idealizado de esa presencia se podía nutrir, también, la búsqueda de las formas para combatir las consecuencias precipitadas por su ausencia19.
4. De la cocina a la ruta: mujeres que modelan con mano propia: Sin embargo ¿la desestructuración del “mundo ypefeano” fue vivida de igual manera por mujeres y varones? No, como tampoco fueron iguales las respuestas que unas y otros articularon frente a ella. En los relatos de las mujeres aparece que sus maridos se deprimieron, murieron, abandonaron a sus familias en medio de procesos signados por una enorme violencia, o se volvieron un estorbo dentro del hogar. Por el contrario, ellas “ ...) se tuvieron que volver más fuertes. ...) Debieron salir a ganarse el pan para ellas y para sus hijos, porque quedaron ellas como jefas de hogar, mientras los maridos estaban en la casa. ...)”. En ese sentido, el final de la “época dorada” ypefeana afectó tanto las condiciones materiales de existencia como las formas de percibirse en la sociedad, los sentimientos y las ideas sobre el lugar ocupado en las relaciones cotidianas. Para los ex obreros ypefeanos, la expulsión del aparato productivo alteró rotundamente no sólo su situación económica sino también su posición de “proveedores” de su familia. Asimismo, la imposibilidad de obtener un trabajo los obligó a quedarse dentro de sus casas, espacio socialmente devaluado para aquellos que, como decía Alejandro Lillo, “arriesgan parte de su vida” en su trabajo. Al permanecer en un territorio asociado a lo “femenino”, esto es, a la crianza de los hijos/as, la limpieza de la casa, la preparación de la comida, y opuesto absolutamente a sus experiencias como trabajadores, se sintieron “inútiles”, “avergonzados”, fuera de “su” lugar.
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A esta idealización del pasado habrían contribuido también las reconstrucciones plasmadas en buena parte de la literatura académica y política, así como en los relatos que, sobre los conflictos piqueteros, construían los medios de comunicación masiva. Ello puede detectarse en las ediciones de los diarios La Mañana del Sur y Río Negro, correspondientes a las últimas semanas de junio y las primeras de julio de 1996.
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En cambio, acorde al relato de ellas, aunque traumático, el fin del “mundo ypefeano” no conllevó las mismas opciones. En primer lugar, el condicionamiento generado por el significado que socialmente se le asigna al ejercicio de la maternidad les impidió mayoritariamente abandonar a sus hijos e hijas. En segundo lugar, ellas contaban con una fuerte “autonomía” de decisión frente a la “voluntad” masculina en el espacio de la casa. En efecto, la dinámica particular del proceso productivo petrolero hacía que el ypefeano debiera permanecer entre 15 y 20 días trabajando en los campos de perforación y extracción –alejados de los centros urbanos donde residían-, para retornar a su hogar por un escaso período de tiempo. Esto forjó un tipo de vínculo particular, marcado más bien por la ausencia, con la familia y lo doméstico. Pero dejó a las mujeres un mayor margen de maniobra para disponer del uso de sus tiempos, de las decisiones sobre la crianza de los hijos/as, de la utilización del dinero y de la forma de relacionarse con el “afuera” de las paredes de su hogar. Serían estas relaciones y esa “autonomía” las que luego incidirían en las acciones colectivas de las mujeres a la hora de decidir salir a bloquear las rutas. Pero a ello contribuyó un tercer elemento, el cual remite a la pertenencia de clase de estas mujeres. En tanto integrantes de los sectores subalternos, ellas se constituyen en garantes de la recolección y distribución de los recursos de la comunidad de la que forman parte, garantía que deviene en mecanismo fundamental para preservar la vida y supervivencia de su comunidad. Es la realización de esta tarea la que habría enmarcado, en la historia personal y colectiva de muchas de ellas, la trascendencia de su actuación desde el espacio doméstico hacia el público20. Un cuarto factor se vincula con otra especificidad del contexto en el que tuvieron lugar estos acontecimientos. El momento en el que surgieron los movimientos piqueteros estuvo signado por la crisis social provocada por la implementación del ajuste estructural en la Argentina. Dejó en evidencia, además, la incapacidad de las organizaciones tradicionalmente representativas de los intereses de los y las trabajadores para poner límites a la virulencia del modelo neoliberal. Las organizaciones sindicales poco y nada hicieron frente a la reestructuración del Estado, el desempleo y la flexibilización laboral -medidas todas puestas en práctica a partir de 1991-. Más bien, como en el caso de SUPE, fueron sus cómplices. En cambio, las mujeres salieron a cortar las rutas. Por tanto, generalmente relegadas en este tipo de ámbitos organizativos y aprovechando su descrédito, ellas pudieron crear una legitimidad 20
Kaplan, Temma: Ciudad Roja, Período Azul. Los movimientos sociales en la Barcelona de Picasso (18881939). Barcelona, Editorial Península, 2003
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propia para la acción colectiva rechazando el verticalismo y el ejercicio del poder representativo que formaba parte del acervo de muchos de los ex trabajadores que se integraron a los movimientos piqueteros. Por último, muchas contaban con experiencias de participación público/política previas. En Salta, algunas habían intervenido en cortes de puentes y rutas para protestar contra la privatización de YPF entre 1991 y 1993. Otras habían liderado movilizaciones reclamando la provisión de servicios públicos básicos en 1991 y los años subsiguientes. En Plaza Huincul y Cutral Co, asimismo, algunas mujeres habían tenido experiencias como delegadas del SUPE y de ATE (organización sindical de los trabajadores del Estado). Muchas de ellas, por otro lado, venían participando de los Encuentros Nacionales de Mujeres desde 199221, experiencia que les sirvió a la hora de hacer valer su voz en el desarrollo de los conflictos y en las asambleas que surgían como modalidad de participación durante los mismos. En consecuencia, las experiencias adquiridas por las mujeres en estos espacios fueron luego volcadas y puestas en juego en la organización de los cortes de ruta. A veces estas acciones les depararon una fuerte reacción contraria por parte de sus maridos, en caso de que aún permanecieran unidos, o de otros integrantes de sus familias. Vergüenza por la desocupación, temor a lo que pudiera sucederles, la pregunta en torno a dónde dejarían a sus hijos/as en medio de estas contiendas, eran inquietudes planteadas permanentemente. Sin embargo, nada pudo evitar que se convirtieran en las promotoras de las puebladas que caracterizaron a estas regiones desde la segunda mitad de la década de 1990. Como dijo una mujer de General Mosconi sobre la organización del corte en esa ciudad y en Tartagal a comienzos de mayo de 1997: “Fuimos a Tartagal, hicimos una asamblea grande. De ahí se decide hacer el corte definitivo. Nos veníamos de Tartagal a Mosconi caminando. La mayoría de la participación eran mujeres. Más que nada nosotras hicimos hincapié para poderlos llevar a los varones. Mi marido es muy tímido, por ejemplo. Entonces „Si van las mujeres, tenemos que estar nosotros‟. Nosotras tenemos que salir a luchar para conseguir algo ¿Qué les damos mañana (a los chicos)?”. Inés, dueña de estas reflexiones, salía a la ruta a fin de obtener el alimento de sus 7 hijos. Pero, a su vez, conciente de la creencia social respecto de la “debilidad” femenina, la tornaba en táctica para incentivar la participación de su propio marido.
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Estos encuentros se realizan anualmente en la Argentina desde 1986, en diferentes ciudades y rotando la responsabilidad en la coordinación de los mismos. En ellos se reúnen miles de mujeres –tanto feministas como no feministas- y debaten diversas problemáticas vinculadas con la división del trabajo, el aborto, la violencia, la participación público/política, etc.
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Ahora bien: en sus relatos, las mujeres se ubican como impulsoras, pilares y líderes de los inicios de los cortes de ruta y generadoras del proceso de edificación de los movimientos piqueteros. Sin embargo, tales relatos contrarían las narrativas académicas y políticas que les asignan el lugar del acompañamiento del agenciamiento masculino, cuyas raíces son ubicadas en pretéritas experiencias de lucha y de participación sindical y/o político-partidaria. Generalmente, las mujeres son presentadas como una suerte de sujeto amorfo que, englobado bajo la categoría “amas de casa” o en la “figura de la madre”,
se habría sumado
posteriormente a estos movimientos aportando la capacidad de tornar la problemática del hambre en una temática político/pública22. De tal suerte, entonces, persiste en este tipo de relatos un paradigma que, en la construcción del “piquetero”, sustenta la unicidad de este sujeto político en tanto varón, cuyas experiencias distintivas son remitidas a su pertenencia de clase social (aunque esta última sea definida desde diversos e incluso antagónicos marcos teóricos) o a su adscripción ideológica. Pero estas discrepancias entre los relatos de las propias mujeres y los del resto de las narrativas no son anodinas. Considero que forman parte de una suerte de disputa que va mucho más allá de las interpretaciones sobre el proceso que analizo en este trabajo y se ancla tanto en la construcción de la memoria como de los saberes disciplinares y los discursos políticos. Tal anclaje está atravesado por el clivaje de género. A estas alturas, existe una cuantiosa producción historiográfica feminista que, desde distintas perspectivas teóricas, se ha abocado a desentrañar el androcentrismo de la narrativa histórica, proponiendo no sólo reinterpretaciones del lugar de las mujeres en el devenir a la luz de nuevas fuentes, alternativos tratamientos de las mismas y desafiantes categorías conceptuales. También ha discutido y propendido a ajustar cuentas con el significado global de la Historia en tanto ciencia social. En el siguiente apartado quisiera abordar uno de los elementos de este debate: la construcción de la memoria en tanto fuente histórica. Para ello, propongo examinar el vínculo existente entre género y memoria, partiendo de la hipótesis de que el mismo sería estructurante y que, a su vez, condicionaría las interpretaciones sobre los procesos históricosociales y políticos en general y, particularmente, en los recientes. 22
Ejemplos de este tipo de análisis pueden hallarse en Svampa, Maristella; Pereyra, Sebastián: Entre la ruta y el barrio. Buenos Aires, Biblos, 2003.; Carrera, Nicolás Iñigo; Cotarelo, María Celia: “Los llamados corte de ruta. Argentina, 1993-97”. En: Documentos y comunicaciones. Publicación del Programa de Investigación sobre el Movimiento de la Sociedad Argentina (PIMSA). Buenos Aires, PIMSA, 1998; Gómez, Elizabeth y Kindgard, Federico: “Los cortes de ruta en la provincia de Jujuy. Mayo/junio de 1997”. En: Documentos y comunicaciones. Publicación del Programa de Investigación sobre el Movimiento de la Sociedad Argentina (PIMSA). Buenos Aires, PIMSA, 1998; Movimiento de Trabajadores Desocupados de Solano y Colectivo Situaciones: Más allá de los piquetes. Buenos Aires, Ediciones De Mano en Mano, 2000.
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5. El género de la memoria: Actualmente, existe un importante consenso entre quienes utilizan la historia oral como metodología, acerca de algunas nociones que configuran el concepto de memoria. Básicamente se puede decir que la memoria, lejos de ser una reproducción exacta y fija de los hechos pasados o de la realidad social tal y como sucedió, es un proceso activo de construcción social de identidades colectivas e individuales, que implica una mediación simbólica y una elaboración de sentido sobre las acciones y acontecimientos vividos en el pasado23. La memoria es un “agente” creador de significados, es una forma de armar la trama de la experiencia vital individual y colectiva. De tal suerte, la memoria sobre el pasado nunca es el pasado, sino la traza construida del pasado en el presente. Es preciso remarcar que esa traza involucra tanto el “marco social” en el cual todo sujeto se encuentra inserto
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, como el
presente de quien recuerda. Como podría desprenderse del caso del “mundo ypefeano”, el cómo y el qué se recuerda de una época no depende solamente de la época recordada o del impacto que la misma tuvo en la vida de una persona. Por un lado, esos recuerdos están mediados por los espacios de pertenencia política, social, etc., en los que las personas viven, espacios que se encuentran sujetos a contradicciones, disputas, cambios. Por el otro, la legitimación de la vida presente es esencial a la memoria, ya que el individuo o grupo social reconstruye al mismo tiempo su pasado como justificación y explicación de su agencia en la actualidad. De tal suerte, la memoria es la resultante de un proceso intersubjetivo anclado en relaciones sociales conflictivas determinadas por un contexto histórico y social. En síntesis, lo que se evoca o se silencia, lo que se recuerda y se olvida, se halla atravesado por un marco social presente, por las posiciones diferenciadas que los sujetos ocupan en la organización social de que se trate, y por los conceptos, nociones y juicios de valor que, no sin pugna, se imponen en cada época histórica. Esto último introduce otro aspecto que debe ser tenido en cuenta y que conforma el anverso de la memoria. Es el referido al olvido. Este consiste en la destrucción de ciertos elementos pretéritos que puede originarse tanto en la carencia de interés o significación para el grupo social de pertenencia o la persona que recuerda, como en la ausencia de la transmisión de la generación poseedora del pasado, la negativa de la historia profesional a elaborar interrogantes sobre algunos temas o problemáticas, o, de acuerdo a Luisa Passerini,
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Lumis, Trevor: “La memoria”. En: Schwarzstein, Dora (comp.): La historia oral. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1991; Joutard, Philippe: Esas voces que nos llegan del pasado. Méjico, FCE, 1986. 24 Halbwachs, Maurice: Les cadres sociaux de la mémoire. París, Albín Michel, 1994.
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la autocensura colectiva generada por las cicatrices dejadas por el pasado25. Pero, al igual que la memoria, el olvido no es fijo o inmutable: los alcances o límites de qué es lo que se olvida son difíciles de establecer puesto que, por ejemplo, la inducción al recuerdo de un/a testimoniante realizada por quien investiga un proceso histórico, puede provocar la irrupción de rememoraciones de hechos que se creían perdidos o que no habían sido evocados hasta ese momento. Asimismo, la necesidad sentida socialmente de volcar la experiencia vivida frente a una situación dada, también puede actuar como instigador de recuerdos cuya existencia se “desconocía”26. Como parte de estas definiciones deben considerarse, también, las formulaciones en torno a los diversos tipos de memoria. En cuanto a este tema, tanto sociólogas/os como historiadoras/es, entre otros/as, han tipificado la memoria según quién recordara y qué fuera inscripto como práctica del recuerdo en distintos registros. Así, se puede hablar de memorias individuales, comunes, colectivas, institucionales, históricas o de clase, por ejemplo. Sin embargo, todos los elementos que hacen a la memoria y a sus distintas clasificaciones son construidos a partir de una enunciación apriorística que no se explicita y menos aún se pone en cuestión. Ese supuesto tácito resulta en que el sujeto portador de la memoria es universalmente masculino. Por ello se configura un universo de memorias dentro del cual se halla una con especificidad propia, la de las mujeres. Si bien esto pareciera indicar un avance en la conceptualización sobre el quehacer disciplinar en tanto tomaría en cuenta la consideración de que ellas son actoras en la Historia, el alcance de tal apertura es limitado en la medida en que tal especificidad postula la memoria de las mujeres en paralelo con el resto de las memorias. Este grupo se torna en un agregado que, cual aditamento, ciertamente vendría a enriquecer la multiplicidad de las memorias, pero dejaría intactas las formulaciones sobre la construcción de las mismas. Considero, en este sentido, que la especificidad asignada a la memoria de las mujeres debiera conducir a preguntarse por la particularidad de la memoria de los varones. Ello permitiría no sólo decodificar las bases sexistas en las que se asientan las definiciones académicas de las distintas memorias, sino descubrir que en realidad, toda memoria está atravesada por el género. Es por ello que sugiero que el vínculo entre género y memoria
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Passerini, Luisa: “Ideología del Trabajo y actitudes de la clase trabajadora hacia el fascismo”. En: Schwarzstein, Dora (comp.), 1991. 26 Una noción interesante, en esa dirección, es la que presenta Paul Ricoeur al referirse al olvido de conservación en reserva, que es más bien un recuerdo latente, para distinguirlo de aquel en el que se borra todo rastro de lo vivido. Ricoeur, Paul: La memoria, la historia, el olvido. Madrid, Trotta, 2003
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resulta estructurante, razón por la cual propongo un abordaje que tenga en cuenta lo que denomino como género de la memoria. La definición de este concepto comprende las siguientes proposiciones. La primera es que toda memoria se construye a partir y en torno a la organización sociocultural de la diferencia sexual biológica. Ello se debe a que varones y mujeres experimentan su vida a partir de una matriz simbólica, normativa, institucional e identitaria que prescribe ámbitos sociales de pertenencia, actuación e incumbencia diferenciales, legitimados en las apariencias de cada sexo. Esas experiencias distintivas se imprimen tanto en la construcción de la memoria como en la organización del relato de lo registrado. Así, por ejemplo, cuando las mujeres rememoraban cómo se habían involucrado en el Cutralcazo, durante junio de 1996, la datación de ese acontecimiento se vinculaba con otros hitos estrictamente situados en su vida familiar. Sara, la ex ypefeana de Plaza Huincul, por ejemplo, recordaba la fecha en que la gendarmería había llegado a las comarcas petroleras en 1996 para obligar a la población a levantar el corte de rutas, porque ese día había nacido su nieto. Arcelia, la esposa de un ex ypefeano, comenzaba su relato sobre la represión que provocó la muerte de Teresa Rodríguez durante el corte de rutas en la misma zona en 1997, con la enfermedad de su marido. En cambio,
para Rodolfo Peralta, un exypefeano integrante de una organización piquetera
salteña, el recuerdo sobre los orígenes de su participación en el corte de rutas de mayo de 1997 se asentaba mucho más en una secuencia fáctica ligada al devenir público/político: la rememoración y valoración del Cutralcazo como una forma de enfrentamiento exitosa en el pasado inmediato, su participación personal en una asamblea en Tartagal pocos días antes de que se iniciara el corte de rutas en mayo de 1997, su experiencia como delegado de un sector de YPF, entre otros factores. La organización del relato es sumamente importante ya que el acceso a la memoria de toda persona está siempre tamizado por la comunicación de la experiencia. En esa dirección, la forma en que mujeres y varones configuran la narrativa del pasado está también genéricamente mediada27. Por ejemplo, Stella Maris, empleada doméstica cutralquense que participó en la pueblada de 1996, sostenía: “Yo fui a ver… Yo siempre digo que me daba cuenta de que la situación ya no daba para más. La gente estaba desesperada por estar implorando un remedio o estar pidiendo fiado y que nadie te fíe nada. Entonces digo, bueno voy a ir a ver que pasó, qué pasa, a ver quiénes son los que están. Y así empecé (...) Y allí no hubo ni religión, ni nada, porque estaban todos juntos, estábamos todos iguales (...)”. Su 27
Respecto de este tema, ver Elizabeth Jelin: Los trabajos de la memoria. España, Siglo XXI, 2001.
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exposición fáctica se enmarcaba, entonces, en ese nudo crítico entre la lucha de su clase y de su género, y en cómo específicamente, estos sucesos habían marcado su propia biografía, logrando enlazar su historia personal con la de la comunidad. En esa dirección, una tarea factible para quien realiza la investigación histórica sería develar cuáles son los dispositivos o anclajes del registro del recuerdo para hombres y mujeres, a qué espacios remiten las experiencias vitales trazadas en el relato de cada uno, en qué factores fundan las razones de su agenciamiento y cómo disponen la narración de tales experiencias. La segunda proposición se vincula con que el género de la memoria es relacional en tanto se construye a partir de la interacción de los sujetos cotidianamente. Así, las memorias de mujeres y varones se encuentran mutuamente influidas. Sin embargo, esa relación encierra asimetría ya que se asienta en un desigual acceso al poder, en una asignación de jerarquías valorativas sobre lo que unos y otras realizan, sobre los espacios sociales en los que desarrollan las acciones cotidianas y sobre la importancia concedida a la incidencia de sus actos en el devenir histórico. Un ejemplo de esto puede encontrarse en cómo visualizaron las mujeres su participación en los piquetes y cómo los varones las percibieron a ellas. Arcelia, en alusión al protagonismo de unas y otros en el origen de la primera pueblada en Cutral Co durante 1996, sostenía lo siguiente: “Cuando se levantó el pueblo, nosotras estuvimos ahí. Fuimos las primeras porque estábamos viendo lo que estaba pasando con nuestros hijos. Entonces nos levantamos primero y arrastramos a los hombres”. Empero según Pedro, ex ypefeano de la zona: “Las mujeres estaban en el piquete y gracias a ellas comíamos. Se encargaban de cocinar, de hacer algo calentito porque el frío que hacía era terrible”. Para Pedro, entonces, las mujeres hacían en la ruta lo que usualmente hacían en sus casas. Pero él no recordaba, por ejemplo, que fue justamente una mujer, Laura Padilla, quien firmó el acta acuerdo en representación de las comunidades neuquinas con el gobernador Sapag, poniendo fin al primer conflicto. ¿Cómo y por qué fue posible para ella ocupar ese lugar? Rememorando su transformación en piquetera, Laura relataba que quienes estaban con ella en el piquete, le habían propuesto representarlos/as en las asambleas que se realizaban en la torre de YPF, epicentro de la pueblada neuquina. Suponían que siendo maestra, sería más hábil en el ejercicio de la palabra. En una de las primeras reuniones ella debía informar que su piquete se mantendría pese a cualquier obstáculo. Pero al llegar a la asamblea, se encontró con que “había 5000 personas y vi tipos adinerados ahí (…). Estos tenían discursos así escritos (…) Cuando yo veo semejante historia me volví a mi piquete”. A su regreso, un muchacho cuestionó su actitud diciendo que “las mujeres sólo gritan en la cocina y que había sido una equivocación enviar a una mina a que los represente”. Ofuscada, Laura decidió demostrarle 21
que las mujeres no sólo gritaban en la cocina. Así recorrió todos los piquetes armando una reunión con todos/as los/as representantes para el día siguiente. Sus objetivos eran elaborar colectivamente un listado de exigencias para el gobierno provincial, ver cómo evitar que el conflicto fuera manipulado por las diversas facciones políticas del elenco gubernamental y discutir la posibilidad de solicitar la mediación del obispo neuquino en cuanto éste arribara a Cutral Co. Fue así como Laura se animó a abandonar la mudez y a poner en práctica sus previas ideas organizativas. Con ello cobró visibilidad y empezó a ganarse la confianza y el respeto de quienes estaban en la protesta. Sin embargo, Pedro no estaba del todo equivocado. Las mujeres también pusieron en escena durante los conflictos las experiencias fundadas en la asignación de roles de cuidadoras de la comunidad, cocinando para todos, acercando abrigos o dando palabras de aliento. Y justamente esas experiencias permitieron evitar conflictos internos y cohesionar al grupo. Laura, por ejemplo, en su piquete dinamizó la formación de subpiquetes entre los que se contaban el de los jóvenes y el de los borrachos. A uno y otro les acercaba comida o bebida, según las necesidades, a cambio de la garantía del cuidado y la permanencia de esa barricada. Ella comentaba que “si ustedes me dicen ¿cuál fue mi función más allá de ser la vocera?, cuando la gente se ponía violenta, era esto de ir a abrazarlos, a acariciarlos, a darles un beso, a tranquilizarlos, eso era lo que yo hacía”. De esta forma, este desplazamiento de los lazos afectivos hacia la acción política fortalecía esa acción, solidificando el corte de rutas. Otra vez, sería tarea de quien analiza la memoria desentrañar, por ejemplo, cómo mujeres y varones se perciben a sí mismos, de qué manera valoran su participación en la sociedad y en el momento socio histórico particular de que se trate, y qué tipo de acontecimientos adquieren relevancia para dar cuenta de los sucesos pasados y presentes. La tercera proposición es que el género de la memoria se encuentra histórica y socialmente determinado, lo cual conduce a tener en cuenta dos elementos. En primer lugar, la construcción de la memoria siempre está situada en relación a cómo varones y mujeres vivencian la relación genérica y las normativas que se formulan respecto a lo masculino y lo femenino. Estas normativas son históricamente cambiantes y ello depende, en buena medida, de la aceptación y/o el rechazo que los sujetos tengan de las mismas y las “formas” en que las experimentan. Un ejemplo de esto puede hallarse en el significado que para las mujeres y los varones de General Mosconi tuvo la llegada de las Madres de Plaza de Mayo a esa localidad en ocasión de la feroz represión que se desató sobre ellos/as durante el 17 de junio de 2001. En esa ocasión, luego del desalojo del corte de ruta, la gendarmería nacional y la policía local 22
ocuparon la ciudad y comenzaron una “caza de brujas” contra los y las principales referentes piqueteras/os. Para las personas entrevistadas, varones y mujeres, la presencia de las Madres de Plaza de Mayo “delante de las vías del tren, agarrándose entre ellas y con nosotros del brazo”, significó el retiro automático de la gendarmería. Víctor, un joven salteño desocupado, relataba que “cuando las vieron, no se les animaron y ahí, en cuanto supimos que ellas estaban, salimos de abajo de la cama de una vecina que nos tenía escondidos y nos fuimos otra vez a la ruta”. Así, la presencia de las Madres de Plaza de Mayo en ese acontecimiento las instituyó en la memoria de quienes lo vivieron. De hecho, fue a partir de ese presente desde donde muchas de las personas que allí estaban recuperaron un conocimiento en apariencias perdido sobre la última dictadura militar argentina y sobre el rol que las Madres de Plaza de Mayo jugaron durante esa etapa. Pero esa presencia y ese rol, además, generaron un debate respecto de las propias prácticas políticas y de las experiencias de las mujeres de General Mosconi. A partir de ese momento ellas comenzaron a pensar en organizarse como grupo de mujeres autónomo para tratar por ejemplo, los problemas de la violencia familiar a la que mayoritariamente están expuestas. En segundo lugar, se debe considerar que mujeres y varones no constituyen sujetos homogéneos. De tal manera, las diferencias de clase y étnicas, entre otras, tendrían que ser puestas en escena al momento de analizar las fuentes que atraviesan la construcción del recuerdo y su relato al interior de cada género. Laura Padilla concluía lo siguiente: “La pueblada en mi vida de mujer es como un reconocimiento (…) a una vida de mucho sufrimiento que se animó a hacer algo (…) porque si vos me decís, ¿cuáles son tus grandes orgullos?, uno es esto de ser piquetera y el otro es lo que me he animado a hacer en la pueblada”. Laura sintetizaba en “esto de ser una piquetera” su situación en cuanto desocupada, madre de tres hijos y jefa de hogar, asignando también a ello una valoración positiva en tanto pudo trocar allí la aceptación/resignación ante las desigualdades y opresiones existentes en enfrentamiento y rebeldía.
6. Reflexiones finales: La rápida expansión del corte de rutas como modalidad de protesta y su perdurabilidad posterior, pese a la represión estatal y al hostigamiento del que han hecho y hacen uso los medios de comunicación masiva sobre las y los piqueteros, obedece a varias razones. En primer lugar, por que los cortes de ruta permitieron a las y los desocupadas ganar visibilidad ante el resto de la sociedad, los poderes públicos y las empresas, a la par que ahondar lazos organizativos entre sí y con otros sectores sociales, tales como los y las trabajadoras de la 23
administración pública o los maestros y maestras. En segundo lugar, se debe tener en cuenta que en una sociedad diezmada por la desocupación, las huelgas no tenían el mismo impacto que en otros períodos y habían disminuido su efectividad para canalizar reclamos o modificar las condiciones de vida de los y las trabajadoras. Por tanto, si en la Argentina de los „90 paralizar la producción se había tornado una opción compleja (no sólo por la presión que sobre los y las trabajadoras ocupadas ejercía el peligro del desempleo, sino también por la “domesticación” a la que se subsumieron varias organizaciones sindicales), no lo era tanto paralizar la circulación de mercancías. En efecto, los cortes –que en muchas ocasiones duraban varios días-, provocaron paros de hecho al impedir que la producción de alimentos o combustibles, por ejemplo, pudiera salir de las empresas o llegar a destino. Ello coadyuvó a su efectividad, obligando a los gobiernos provinciales y al gobierno nacional a sentarse en la mesa de negociación con quienes suponían estaban inermes -los y las desocupados/as-. En tercer lugar, porque en los cortes de ruta se gestaron nuevas identidades que trocaron el ser desocupado/a a estar desocupado/a y ser piquetero/a. En esa dirección, autodenominarse piquetero/a comenzó a remitir a una noción de resistencia ante el orden vigente, cuestionando la degradación a la que eran sometidas miles de personas. De allí entonces, si el concepto de desocupado/a implica en el imaginario social, estar fuera de las relaciones de producción pero también que no se es nada fuera de ellas, el concepto de piquetero/a reenvía al reconocimiento de que por fuera de ellas se puede luchar porque se sigue siendo. Empero, la importancia concedida al reconocimiento de su propia voz y de su propia agencia por parte de mujeres como Bety León, Laura Padilla, Arcelia, Inés o Sara no debiera ser omitida cuando se pretende trazar las huellas de estos procesos y cómo los mismos han impactado en quienes los protagonizaron. Tampoco puede ser excluida si se desea tornar inteligible las múltiples cotidianeidades que se entrecruzan en un determinado momento histórico y que revelan los puntos de fuga o las fisuras en las cuales los individuos dejan de ser tales para convertirse en colectivos sociales dispuestos a resistir y a enfrentar las condiciones del orden vigente. Menos aún puede ignorarse tal trascendencia a la hora de pensar el concepto de memoria y su utilidad como fuente histórica. La memoria no es una entelequia sin género en tanto ningún recuerdo tiene existencia por fuera de las relaciones sociales en las que se construye y emerge. Por el contrario, ningún pasado o rememoración, se trate de varones o de mujeres, obreros/as, desocupados/as, etc., queda excluido de las desigualdades trazadas por las relaciones de género. Asimismo, considero que tales desigualdades se edifican y 24
corporizan en cada momento histórico de forma específica a la par que inciden en la memoria del pasado y en la valoración que los y las protagonistas de ese pasado realizan de sus propias acciones. Pero también inciden en cómo desde el relato histórico disciplinar se reconstruyen los acontecimientos pretéritos.
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