Renán Silva
A la sombra de Clío Diez ensayos sobre historia e historiografía
La Carreta Editores E.U. Medellín, 2007
Contenido
Silva, Renán, 1951A la sombra de Clío : diez ensayos sobre historia e historiogiafía / Renán Silva. -- Medellín : La Carreta Editores, 2007. 316 p. ; 14 x 21,5 cm. -- (La carreta histórica) Incluye bibliografías. 1. Colombia - Historiografía 2. Colombia - Historia _ Investigaciones 1. Tít. n. Serie. 907.2 cd 21 ed. Al 110002 CEP-Banco de la RepÚblica-Biblioteca Luis Ángel Arango
Agradecimientos
7
Presentación
9
Sobre sociología e historia
17
La servidumbre de las fuentes
/
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Los demonios de la metáfora y la analogía Lo que los testamentos
75
nos pueden enseñar
107
ISBN: 958-98167-0-7. © 2007 Renán Silva © 2007 La Carreta Editores EU La Carreta Editores E.U. Editor: César A. Hurtado Orozco E-mail:
[email protected] Teléfono: 2500684. Medellín, Colombia.
Reflexiones provisionales sobre una obra y un historiador: a propósito de la edición de las Obras Completas de Germán Colmenares El Anuario
Colombiano
un acontecimiento
de Historia Social
de la Cultura:
y
historiográfico
Historia crítica: Una aventura
intelectual
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157 en marcha
197
Primera edición: abril de 2007.
Pasado primordial y memoria constituyente
231
Carátula: diseño de Álvaro V élez. Ilustración: "CIlo" Pintura de Pierre Maignard, 1689, Museo de BellasArtes, Budapest.
Guerras,
Impreso y hecho en Colombia / Printed and made in Colombia por Editorial Lealon, Medellín.
Comunidades
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memoria e historia
de memoria y' análisis histórico
·.. ·.. ·.. 259
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LA SERVIDUMBRE DE LAS FUENTES* ¿Qué fabrica el historiador cuando 'hace historia'? ¿En qué trabQja? ¿Qué produce? InterrumPiendo su deambular erudito por las salas de los archivos, se aleja un momento del estudio monumental que lo clasificará entre sus pares y saliendo a la calle se pregunta: ¿De qué se trata en este oficio? Me hago preguntas sobre la relación enigmática que mantengo con la sociedad y con la muerte a través de actividades técniéás.
Michel de Certeau
1 Las líneas que siguen tienen un origen y un propósito bastante limitados, como limitado es el alcance de este texto, que se deriva tan sólo de mi propio trabajo como investigador -trabajo dentro del cual incluyo la lectura más o menos ,atenta de algunos de los libros que sobre la historia del país se publican-, pero líneas que tal vez se derivan más de mi propia experiencia como profesor, lo que me permitirá, por otra parte -al tratarse de una experiencia tan limitada y elemental-, hacer uso del proriombre personal en algunas ocasionesl. Con las observaciones que presentaré lo único que busco es reafirmar algunas verdades conocidas y aceptadas hace tiempo, aunque no siempre puestas en práctica, lo que convierte tales verdades en verda* La primera versión de este texto fue presentada en el coloquio en Homenaje al Maestro Jaime Jaramillo Uribe, organizado por la Universidad de los Andes y fue publicada en A. Maya y D. Bonnett (comp.), Balance y desafío de la historia de Colombia al inicio del siglo XXI. Bogotá, Universidad de los Andes, 2003. He hecho algunos cambios de forma y contenido y precisado algunas de mis formulacionesj igualmente he ampliado uno o dos as'pectos que requerían un tratamiento más detallado y que me permiten radicalizar el argumento que presenté en la versión primera del texto. 1. Las observaciones y reflexiones que presento aquí continúan otras que había iniciado en 1982 y que fueron publicadas bajo el título de "La historia, el documento y la enseñanza" en R. Silva, Saber, cultura y sociedad, Bogotá, U. P. N., 1984, sólo qU€ allí el acento estaba puesto en el papel que para la formación ciudadana tiene la cultura documental, mientras que aquí me preocupan de manera exclusiva los problemas que plantea el tratamiento de un grupo de documentos de los que s,eespera que sean el soporte de un análisis. 43
des formales llamadas a jugar un papel destacado en los prólogos de los
libros o en las introducciones de los artículos, pero nada más. Lo que quisiera recordar ante todo es que la historia -la disciplina- es una forma de conocimiento y un tipo de producto intelectual que no es compatible con cualquier clase de relato que haga referencia a algún grupo -pequeño o grande- de documentos, y que cualquier texto que se postule como inscrito en la disciplina debe hacer un esfuerzo mínimo por garantizar esa inscripción. Lo que quisiera recordar aquí es, primero, que toda investigación histórica comienza con la selección de un tema y la localización de unas fuentes pertinentes, aunque, como lo indicó hace años Germán Colmenares con bastante sentido común, la selección de un tema debe incluir necesariamente "el planteamiento de un problema y la identificación de los elementos que lo constituyen"2 , por fuera de lo cual un "tema" no representa mucho más que una "inquietud" que aun no logra concretarse; segundo, que la localización de las fuentes que hacen posible la investigación de un tema determinado plantea desde el principio un conjunto de agudas dificultades al investigador en historia, y que tal localización es apenas en verdad el comienzo de mayores de~afíos, de los cuales el primero resulta ser el de la elaboración o tratamiento de las fuentes, un aspecto a veces olviqado en la enseñanza del "arte documental", en donde los asuntos se concentran en una generalidad llamada "metodología", en donde el águila vuela muy alto, o en indicaciones técnicas puramente instrumentales, . muy cerca del trabajo de "bibliotecología", en donde la serpiente se arrastra sobre el suelo. Es esto lo que ocurre, por ejemplo, cuando la enseñanza de la "metodología" se enreda en el dudoso mundo, de las llamadas "filosofías" o "teorías" de la historia, construcciones conceptuales abstractas que no se dignan poner su mirada sobre el espacio polvoriento en que los practicantes efectivos del oficio adelantan su tarea; o cuando, en el caso contrario, se toma el camino de disolver la especificidad del trabajo del historiador en un conocimiento, que nunca llega a ser más que artificial, de las formas de catalogación y del manejo práctico de los archivos -con sus secciones, sus fondos-, o en el recuerdo de las políticas de una sociedad respecto de la conformación y mantenimiento de sus archivos, institucionalmente definidos.
XVlll
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2. G~t:mán Colmenares, Cali: Terratenientes, mineros y comerciantes, siglo [1976], Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1997, "Introducción", pp. xi y ss.
Las dos opciones mencionadas tienen el incopveniente, por una parte, de impedir articular en un conjunto documental preciso -es decir, en un trabajo concreto de investigación- las dimensiones de análisis constitutivas del problema que se quiere investigar, y,por otra parte, el inconveniente de bloquear el libré curso de las exigencias básicas que en el trabajo de los historiadores especifican su pertenencia, tantas veces declarada, al campo de las ciencias sociales, esto es: el planteamiento de un problema, la construcción de un objeto definido, la producción de un conjunto de hipótesis, la selección de unos métodos para el tratamiento de los datos, la verificación crítica' de-Tos resultados, la validación de la coherencia del conjuntO-construido, y el examen de la plausibilidad de las explicaciones finalmente propuestas, tareas todas que en general aparecen "olvidadas" en buena parte del trabajo de investigación en historia, bajo la disculpa cómoda de que se visitó mucho el archivo y se leyeron muchos documentos, lo que quiere decir que se abandona toda pretensión de hacer del trabajo en historia algo más que.lln..a crÓnica/un relat.o..curioso del PªsªºQ, por lo menos si es cierto que la ciencia consiste 'íen l~p()sibilidad de establecer un conjunto de reglas que permitan 'controlar' operaciones proporcionadas a la producción de objetos determinados", para utilizar de una vez una de las proposiciones con las que Michel de Certeau pretendía demostrar la originalidad que hace del trabajo de la historia tanto un relato -una forma narrativa-, como un saber con aspiración a ser un relato verdadero3 • El resultado práctico de este ingenuo pero extendido empirismo documental, de esta forma de escapar a la "operación historiográfica", es el de que la "materia prima" -las fuentes examinadas- salen del proceso sin "romperse ni maJ:lCharse",es decirsin.ser sOllletiqª~a nil.};gún proceso de transformac:iém, con el efecto siguiente: por ausencia de transformación delos "datos" -el material de archivo--, el análisis histórico es sustituido en muchos libros y artículos por el comentario -en el sentido de Foucault, es decir la presencia reiterada de lo "mismo" solo que expresado en otro lenguaje-; situación que parece no ser exclusiva de los trabajos que se inclinan por la historia -"el pasado"-, 3. Cf. Roger Chartier, "Estrategias y tácticas. De Certeau y las «artes de hacer»" [1987], en Escribir las prácticas. Foucault, De Certeau, Marin, Buenos Aires, Manantial, 1996. Igualmente cf. R. Chartier, "La historia entre relato y conocimiento" [1994], -traducción de R. Silva-, en Historia y Espacio, Nº 17, enerojunio, 2001, Cali, Departamento de Historia, Universidad del Valle, pp. 185-206.
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sino rasgo extendido en otras áreas de las ciencias sociales, como por ejemplo en la economía y la sociología. De esta manera, por ejemplo, el sociólogo nos mostrará un cuadro con las estadísticas que ilustran el avance claro del desplazamiento forzado en Colombia, para comenzar en seguida su "análisis" de la siguiente manera: "Como se observa en el cuadro anterior, el fenómeno del desplazamiento ha estado avanc zando ... ". (i!). Pero la situación no es diferente en buena parte de la antropología más reciente, que, con múltiples argumentaciones, unas más agudas que otras, ha resuelto "cederle la palabra a los nativos" -dejemos que los documentos hablen, decían nuestros viejos positivistas ... Cedamos la palabra a los nativos ... o a los actores, se lee con frecuencia hoy en los trabajos de ciencias sociales4 • Los dos aspectos mencionados del segundo problema serán aquellos de los cuales principalmente me ocuparé en este texto; pero de esos dos aspectos insistiré de manera particular en el segundo, es decir el que tiene que ver con la ausencia de tratamiento -de elaboración- de las fuentes, tal vez para insistir en que las "fuentes~' son un problema insuperable- ell el trabajo deinvestigación histórica,. su servidumbre mayor, pues la historia "se hace con documentos" -escrltos o no-, como dejó hace tiempo establecido el canon positivista, que bajo este aspecto no me parece superado, -aunque desde luego volveré sobre este puntos. • Agregaré que la relación con las fuentes -lo que incluye el problema. de sus formas de tratamiento y de elaboración- puede ser una de las formas de caracterizar tipos de investigación histórica y de investigadores -es decir culturas y estilos historiográficos-, y recordaré que los historiadores podrían encontrar muchísimas enseñanzas al respecto observando lo que en este terreno ocurre en la sociología -sólo que allí no decimos la relación con las fuentes sino con los datos-, discipli4.
Para el análisis del estatuto y función del comentario cf. Michel Foucault,
El orden del discurso [1971], Barcelona, Tusquets, 1984.
5. "Una vez planteada la cuestión, es preciso hallarle una respuesta, y es aquí en donde interviene la noción de documento: el historiador no es un nigromante al que podamos imaginar evocando las sombras del pasado mediante recursos mágicos. No podemos captar el pasado directamente, sino sólo a través de los vestigios, inteligible s para nosotros, que ha dejado tras de sf, en la medida en que esos vestigios han subsistido, en que los hemos encontrado y en que somos capaces de interpretarlos [...]. Surge aquí la primera y más grave de las servidumbres técnicas que pesan sobre la elaboración de la historia". Henri-lrénée Marrou, El conocimiento histórico, Barcelona, Idea Books, 1999. 46
na en donde el problema fue agudamente planteado hace casi medio siglo por Charles Wright Mills en La imaginación sociológica6 , cuando describía los dos extremos del malestar sociológico: de un lado la tendencia a la "Gran Teoría" - Talcott Parsons- y de otro lado -su complemento-la tendencia al "empirismo abstracto" -Paul Lazarsfeld. Entre los historiadores, por lo menos en términos formales, la dificultad y la tensión son las mismas, sólo que entre los miembros de la "CHo-corporación" la enfermedad dominante -y esto por la propia naturaleza de su trabajo- es mucho más la segunda que la primera, por lo cual hemos decidido hablar en este trabajo de "§~E.YJdumbrege lasJll~.!ltes", para s~il~1ªE_~na condición insuperab!~.sk} c.licio, a la manera -comoFiéud hablaba-a-e'Tas'''s'e-rvrdumbresdel yo", parareferirse a condiciones con las cuales un sujeto debía coexistir y con las cuales debería tratar de establecer una relación liberadora, para hacer de esas servidumbres una condición de impulso de una vida más plena y en parte libre de ciertas formas de angustia. Pero para ello el sujeto debe necesariamente someter a elaboración -a un "tratamiento" que descansa en su palabra- esas qu~ son sus servidumbres, las que no puede hacer desaparecer a través de ningún gesto mágico, con las que debe coexistir, reconociéndolas, con la esperanza de poder hacer de ellas otra cosa ... una condición de libertad7• Nada diferente en este terreno cuando debemos referimos al trabajo del historiador y nada tan apropiado para referirse a esa parte sustancial de su trabajo que el uso de las palabras "elaboración" y "tratamiento", siempre que estemos haciendo referencia a' aquello que caracteriza lo que hemos llamado la "relación con las fuentes", un punto que además siempre será -justa o injustamenteel talón de Aquiles ofrecido a los otros practicantes de las ciencias sociales para lanzar sus dardos contra el "empirismo de los historiadores". Dicho con otras palabras y referido a una dimensión mayor, el asunto puede ser planteado de la misma forma como en muchas ocasiones nos atrevemos a plantear lo que creemos debe ser la relación del ciudadano con el pasado de su sociedad, una relación que también pue6. C. Wright Mills, La imaginación sociológica [1959], México, FCE, 1961. 7. Cf. Sigmund Freud, "El 'yo' y el 'ello'" [1923], pp. 2701-2728, y de manera particular eLnumeral v: "Las servidumbres del yo", pp. 2.721 y ss., en Obras completas, tomo 7, Madrid, Biblioteca Nueva, 1997. Un comentario sorprendente de la relación entre Freud, los documentos y los archivos en Jacques Derrida, Mal de archivo. Una impresiónfreudiana [1995], Madrid, Trotta, 1997. 47
de ser planteada analógicamente en el lenguaje del psicoanálisis, como cuando decimos que el sujeto debe aspirar a establecer una relación artístico~irónica con su inconsciente, una relación hecha al mismo tiem~ po de simpatía y de distancia, de crítica y de comprensión. Modelada bajo esa misma pretensión debe ser conquistada y construida la relación de un ciudadano con el pasado de su sociedad, ya que se trata de un "pasado inexcusable" -una realidad frente a la cual nada puede hacer, con una sola excepción, que es su única vía de escape frente al domino del pasado: cambiar su relación con el pasado, por medio de un conocimiento relativamente honesto, medianamente objetivo, permanentemente crítico, que dialectice la memoria sin oponer como figuras excluyente s el perdón y el olvido-. Así como el sujeto no puede librarse de su "pasado primordial", las sociedades no pueden librarse de un pasado que irremediablemente ya fue. Se trata pues, de servi~ dumbres mayores frente a las cuales se impone el trabajo de elaboración, el mismo trabajo -y la misma actitud- que se impone en nuestra relación con las fuentes y los documentos, servidumbres imposibles de anular, de hacer desaparecer8 •
2 El llamado empirismo de los historiadores -además de su. historicismo, es decir, según el propio Marc Bloch, el apego al ídolo de los orígenes, su creencia ingenua en que el pasado explica el presente y la confusión habitual entre filiación, cronología y causalidad- ha sido en diferentes ocasiones objeto de crítica y de burla. En la cultura histórica europea los años finales del siglo XIX y los primeros del xx fueron ocasión de que, en particular en la literatura, se jugara con la "enfermedad documental" de los historiadores, mostrando que, además, no se trataba solamente de una deformación de oficio, sino posi~ blemente de una forma -particularmente perversa- de relación con lo real (o digamos simplemente con el presente). De hecho Hayden 8. Sobre la relación artístico-irónica con el inconsciente como modelo de relación con el pasado de una sociedad d. Estanislao Zuleta, Tlwmas Mann, La montaña mágica y la llanura prosaica. -"Prefacio. Homenaje a Thomas Mann"-, Bogotá, COLCULTURA, 1977, pp. 21-34. Sobre los usos y abusos de la memoria cf. -entre otros trabajos de ese autor- Tzvetan Todorov, Los abusos de la memoria [1995], Barcelona, Paidós, 2000. 48
White habló de los historiadores como "el ejemplo extremo de una sensibilidad reprimida".· Algunas de esas bromas son recordadas en un libro reciente. Por ejemplo Dorothea Brooke personaje de George Eliot, tiene la mala fortuna de casarse con un historiador -"una mente cargada de mate~ rial inédito", "un murciélago de erudición"-, quien dedicó todo el tiempo de su viaje de bodas en Roma a estudiar manuscritos en la Biblioteca Vaticana, "y cuya incapacidad no tarda en reconocer su joven esposa", quien desde luego será inmensamente infeliz en com~ pañía del erudito. Por ejemplo Jorge Tesman, personaje de un drama de Ibsen, igualmente recién casado, "quien también reúne con entusiasmo durante su viaje de bodas documentos paraun libro sobre La industria doméstica de Bravante en el Medioevo", unainvestiga.cióri se~ guramente de profundo interés profesional, pero tal vez difícil de com~ binar con un viaje de bodas, sino se tiene una gran imaginaciém de parte de los comprometidos con la situación9 •. En Francia quien sintetizó mejor las críticas a los historiadores por su recurso a la erudición, como una manera de ocultar una.relación perversa con el presente y de encubrir la ausencia de capacidad de análisis tanto del presente como del pasado, fue Paul Valery,en textos que hoy son bien conocidos. Paul Valery escribía: Obedeciendo a una especie de ley del mínimo esfuerzo, sintiendo repugnancia por crear, por responder con la invención a la originalidad de la situación, el pensamiento titubeante tiende a acercarse. al automatismo, éste solicita los antecedentes, y se entrega al espíritu histórico que lo induce a recordar en primer lugar, incluso cuando se trata de un caso completamente nuevo. La historia alimenta la historia 10 •
En el caso alemán son conocidas las terribles invectivas de Nietzsche contra el historicismo característico no sólo de los intelec~ 9.
Cf. Massimo Mastrogregori, El manuscrito interrumPido de Marc Bloch.
Apología para la historia o el oficio de historiador [1995J,.México, FCE, 1998, pp. 12
ss. Mastrogregori no ofrece más que ejemplos en donde el historiador es hombre, y desde luego parece difícil encontrar mujeres historiadoras hasta fechas recientes. Lo importante es desde luego imaginarse cómo actuarían las mujeres historiadoras en viaje de bodas, con la tentación cercana de un archivo por conocer. 10. IbídeT(l, p. 15. El resaltado es mío. Según cuenta Mastrogregori, un grupo de historiadores se dirigió ante Lucien Febvre al siguiente día de publicadas las observaciones de Valery, para que en nombre de la "corporación" Febvre respondiera a Valery, pero Febvre se negó, "por el simple hecho de que estaba de acuerdo". Cf. Ibídem, p. 16.
Y
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tuales alemanes sino de la propia sociedad alemana. Hacia 1874 Nietzsche escribía (en un texto que hoy resulta bastante conocido): "Por lo demás me es odioso todo aquello que únicamente me instruye pero sin acrecentar o vivificar de inmediato mi actividad". Estas son palabras de Goethe que, como un "Ceterum censeo" categóricamente expresado, puede servir de introducción a nuestra Consideración sobre el valor o la inutilidad de la historia. En ella trataremos de exponer por qué la enseñanza que no estimula, por qué la historia, en cuanto precio~ sa superfluidad del conocimiento y artículo de lujo, nos han de resultar seriamente odiosas, según la expresión de Goethe -precisamente porque nos falta lo más necesario y lo superfluo es enemigo de lo necesario-. Es cierto que necesitamos de la historia, pero de otra manera que el refinado paseante por el jardín de la ciencia, por más que este mire con altanero desdén nuestras necesidades y apremios rudos y simples. Es decir, necesitamos la historia para la vida y la acción, no para apartar~ nos cómodamente de la vida y la acción, y menos para encubrir la vida egoísta y la acción vil y cobarde. Tan sólo en cuanto la historia está al servicio de la vida queremos servir a la historia. Pero hay una forma de hacer historia y valqrarla en que la vida se atrofia y degenera, fenómeno que, según los singulares síntomas de nuestro tiempo, es preciso plan~ tear por más que ello sea dolorosoll. Sin embargo, para nosotros hoy en día ya no valen demucho las apelaciones al vitalismo y la demanda de atención hacia el presente que. se encuentran en la crítica de Nietzsche y de Valery. En realidad la erudición estéril que mata la vida era la consecuencia no tanto de una falta de interés por el presente -los historiadores" conservadores" franceses y alemanes nunca dejaron de opinar y de tratar de influir sobre el presente de sus sociedades- como de una deserción de las tareas que exigía el propio análisis histórico, considerado con inde~ pendencia de cualquier virtud cívica. El terreno abandonado era el del análisis y el de la elaboración de las fuentes, pues su relación con los cuerpos de documentos que habían exhumado, examinado, copia~
"
11. Friedrich Nietzsche, Sobre la utilidad y los perjuicios de la historia para la EDAF, 2000, pp. 31-32. En el mismo texto, en otra parte, Nietzsche dirá: "El sentido histórico, cuando domina sin ningún límite y desarrolla todas sus consecuencias, quita las raíces al futuro, pues destruye las ilusiones y priva a las cosas existentes de la única atmósfera en la que pueden vivir", p. 105. El comentario acerca de la posición de conjunto de Nietzsche con relación a los significados y usos posibles del conocimiento histórico, en Michel Foucault, Nietzsche, la genealogía y la historia [1971], Valencia [España], Pre-Textos, 1992.
vida [1874], Madrid,
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do, prologado y publicado era una relación de servidumbre, tal como el canon positivista la había definido, en las propias palabras de Fustel de Coulanges, cuando declaraba que la única habilidad del historia~ dor consistía [oo.] en extraer de los documentos todo lo que contienen y en no extraerles nada que allí no esté contenido. El mejor historiador es aquel que se mantiene lo más próximo posible a los textos1Z•
Dejar hablar a las fuentes es una prudente consigna que todos los historiadores deberíamos tomar en serio, siempre y cuando esa consig~ na se entienda como un aspecto de la recomendación kantiana de poner "el juicio en suspenso" y no como expresión de la ilusión positivis~ ta de que los documentos "hablan por sí solos" y que basta estarlos citando continuamente (o reproduciendo el lenguaje de la época, tal como aparece en los documentos) para cumplir con la tarea central del conocimiento y la disciplina histórica, pues planteado el problema de esta manera es como si los más elementales secretos (ipúblicos!) del oficio se nos escaparan, y las burlas y ditirambos que nos lancen los vecinos de jardín -sobre todo los sociólogos y ahora esa rara especie de moda llamada "politólogos"- estarán perfectamente justificados, pues las tareas del análisis histórico serán una promesa incumplida, ya que n.o hay análisis posible sin el trabajo de elaboración de fuentes -con base en teorías, hipótesis y modelos-, de una parte, y de otra sin el apoyo de técnicas y métodos singulares que hoy en día particulari~ zan el oficio y cuyo dominio es esencial para el tratamiento de mate~ riales que, por lo demás, ya no son solamente documentos escritos, punto sobre el que tendremos que volver. Esa ilusión positivista de la que hablamos, que en el trabajo de los historiadores se concreta en lo que ha llegado a ser un verdadero aforismo: "dejar que los documentos hablen", y que en el caso de los sociólogos se concreta en la aplicación simplista de la compleja regla durkheimiana que recomienda "tratar los hechos sociales como co~ sas" -el uso de la palabra "cosa" produce la ilusión de que por lo tanto se trata siempre de un proceso de observación sin supuestos-, es la expresión, de una parte, de la creencia en que los sujetos se relacionan de manera transparente con lo real, pero igualmente la expresión de la creencia
de gue lo real puede existir por fuera de la ilusión que lo
12. ef. Jacques Le Goff, El orden de la memoria. El tiempo como imaginario [1977], Barcelona, Paidós, 1991, p. 228.
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constituye. La más vigorosa crítica del positivismo, incluido el "positivismo documental", fue la que hicieron Marx, Nietzsche y Freud cuando demostraron que la realidad es siempre un jeroglífico, una interpretación que se presenta como perteneciente al orden de la naturaleza, un dato frío y objetivo, materia prima anterior a cualquier proceso de elaboración. En contra de esa percepción imaginaria de nuestra imaginaria relación con lo real podemos decir, siguiendo a Michel Foucault, que No hay nunca, si queréis, un interprewndum que no sea ya interprewns, hasta el punto de que la relación que se establece en la interpretación lo es tanto de violencia como de elucidación. En efecto, la interpretación no aclara nunca una materia que es necesario interpretar y que se ofrece a ella pasivamente; ella no puede sino apoderarse, y violentamente, de una interpretación ya hecha, que debe invertir, revolver, despedazar a golpes de martillo. Se ve esto ya en Marx, quien no interpreta la historia de las relaciones de producción, sino que interpreta una relación qúe se da ya como una interpretación, puesto que ella se presenta como naturaleza. De la misma manera Freud no interpreta signos sino interpretaciones. En efecto, bajo los síntomas, ¿qué es lo que Freud descubre? Él no descubre, como se dice, "traumatismos"; pone al descubierto fantasmas, con su carga de angustia, es decir, un núcleo que es ya en su ser mismo una' interpretaciónl3.
3 Como Marc Bloch lo señaló con precisión, la historia y las ciencias sociales comparten, entre varias otras características, la de apoyarse en testimonios indirectos -en el sentido de testimonios "mediados"-, en 13. Michel Foucault, "Marx, Nietzsche y Freud" [1967], en Nietzsche 125 años, Bogotá, Editorial Temis, 1977, pp. 217-218. El texto, acentuando la discontinuidad entre el signo y la interpretación y la anterioridad de esta última frente al primero, continua así: "Es de la misma manera como Nietzsche se apodera de las interpretaciones que se han apoderado ya las unas de las otras. No hay para Nietzsche un significado original. Las palabras mismas no son otra cosa que interpretaciones y a lo largo de su historia ellas interpretan antes de ser signos... Esto es también lo que dice Nietzsche cuando afirma que las palabras han sido inventadas siempre por las clases superiores; ellas no indican un significado, imponen una interpretación", pp. 218-219. 52
cuya formación y recolección intervienen otros ("toda recolección de cosas vistas se compone en gran medida de cosas vistas por otros", escribe M. Bloch) 14 • Desde este punto de vista se puede decir que las ciencias sociales -la sociología en particular- y la historia se apoyan siempre en las formas de conocimiento indirecto, aunque entre las dos exista una gran diferencia en torno de un punto preciso: mientras que el sociólogo se encuentra en situación de preparar las condiciones en las cuales recogerá sus "testimonios" o realizará sus observaciones y en cierta manera en la posibilidad de "producir sus documentos" -construcción de una encuesta, trabajo de campo, etc.-, el historiador debe forzosamente contentarse con un legado, con algo establecido, con la selección arbitraria que antes de él y en relación con problemas por completo diferentes de los que él ahora quiere estudiar, la "sociedad" realizó, y esto incluso en los casos en los que el historiador construye el archivo de su problema de manera radical, es decir no sólo por el recorte de un conjunto documental preexistente, sino por la constitución misma en archivo de algo que anteriormente no lo era, por haber tenido una existencia no seleccionada, clasificada ni resguardada por las instituciones visibles a las que la sociedad ha legado la función de conservación oficial de la memoria escrita (los "archivos históricos" de una sociedad, en el sentido habitual de la expresión). Se trata pues de un material previamente seleccionado por las "instituciones de la memoria escrita de una sociedad", o de un material que tenía una existencia parásita, por fuera de la investigación, y que no había caído bajo las rejillas clasificatorias que toda sociedad produce sobre los textos u objetos que quiere conservar como patrimonio y recuerdo, lo que el historiador tiene al frente es ya un producto de lo que el "pasado" perdonó del olvido y corresponde a un proceso de selección, aunque ignoremos los criterios que organizaron su clasificación o los azares que permitieron su conservación. Es claro que lo arriba he llamado la "sociedad" -y que he encodillado- no existe. La construcción de la memoria histórica escrita de las sociedades es particularmente un acto de fuerza, un producto de hegemonías, el trazo de formas de clasificación de objetos sociales y de establecimiento de zonas en donde el bullicio, el simple 14. Marc Bloch, Apología para la historia o el oficio de historiador -Edición anotada por Étienne Bloch. Prefacio de Jacques Le Goff-. [1993], México, FCE, 2001, pp. 75 y ss.
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murmullo o el silencio se imponen, según los intereses, las fuerzas y las estrategias que en un momento determinado rigen la sociedad, y según las condiciones de funcionamiento de las propias instituciones que la sociedad crea para la conservación de su memoria -sin que esto de ninguna manera descuente la presencia del azar y de lo aleatorio en esa selección-o Es por eso que resulta tan justa la expresión de Carlo Ginzburg cuando caracteriza el estado de una documentación como el índice de un estado de la relación de fuerzas entre las clasesl5. De ahí que por las condiciones básicas de existencia de los materiales con los cuales por lo general trabajamos en la investigación histórica, se impone de inmediato para nosotros una relación difícil con nuestra servidumbre mayor y la exigencia de su elaboración sobre la base de hipótesis controladas, en dirección de lo que Michel de Certeau llamó "la operación histórica", una operación constitutiva y constituyente del trabajo de los historiadoresl6• Este es un punto crucial sobre el que la historiografía del siglo pasado no ha dejado de insistir y posiblemente una de las explicaciones mayores'de lo que se puede llamar la "revolución documental" del siglo xx, de la cual no se puede pensar con santa simpleza que una historiografía moderna tan reciente como la nuestra, hasta ahora en camino de formación, haya sacado ya todas sus conclusionesl? La revolución documental del siglo xx no es el producto de la aparición de nuevos grupos de documentos, de la constitución de "corpus"· 15. Cf. Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI [1976], Barcelona, Muchnick, 1981, pp. 13 y ss. 16. Cf. Michel de Certeau, "La operación historiográfica", en La escritura de la historia [1978], México, Universidad Iberoamericana, 1993. La "operación histórica" -o historio gráfica- es el resultado de la combinación de tres elementos básicos. Un lugar social (la institución histórica), unos procedimientos de análisis (el conjunto de tradiciones sabias de la disciplina) y finalmente la construcción de .un texto (la narrativa). El análisis de la actividad historiográfica de una sociedád es el análisis integrado de esos tres elementos. 17. Una opinión contraria a la mía es la que parece sustentar Eric Lair en su reseña del libro editado por Gonzalo Sánchez, Grandes potencias, el 9 de abril y la todas las maravillas violencia, Bogotá, Planeta, 2000, en donde encuentra historiográficas que son posibles de pensar y, por las observaciones teóricas que hace y las referencias bibliográficas sistemáticas que introduce -una verdadera "revolución contextual"-, una historiografía colombiana en plena vitalidad a la altura de las mejores del mundo, o por lo menos de la francesa, que parecería estar conectada en línea directa con la nuestra. Cf. Análisis político, IEPRI, Universidad Nacional, NQ41, sept-dic., 2000, pp. 126-130.
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similares a los que supieron constituir, sobre todo en Alemania, los eruditos de los siglos XVIII y XIX, Y mucho menos de la revolución informática. Es el producto, a principios del siglo XX, de un cambio de orientación, de una inversión de perspectivas que, en el caso francés, se asocia con la expresión historia problema y con la frase "pas de probleme ... pas d'histoire". Una "revolución copernicana" en la disciplina que no hubiera sido posible sin la vinculación de la historia con las demás ciencias sociales; y una "revolución" que se encuentra en curso, que ha tenido avances y retrocesos, y que desde el momento de su formulación a principios del siglo xx hasta el presente ha tenido dificultades para dar un carácter más acabado a su consigna de acción -"pas de probleme ... pas d'histoire"-, más allá de la fórmula siempre repetida de su vinculación con las ciencias sociales, lo que por otra parte no ha impedido la ampliación del cuestionario histórico, el enriquecimiento metodológico y la aparición de obras mayores como el propio Mediterráneo de Braudell8 • Plantear e intentar resolver un problema en el campo de la investigación histórica exige seleccionar con pertinencia los documentos que hacen posible su investigación; pero exige sobre todo "trabajar" (elaborar, transformar) los documentos que han sido objeto de selección. Como lo indicaba Marc Bloch, "los documentos no hablan sino cuando se les sabe interrogar". Lecciones sencillas, pero que de manera práctica resultan a veces olvidadas en el trabajo historiográfico nacional, en donde en muchas ocasiones termina funcionando un modelo por el cual es la documentación la que guía la investigación y es la riqueza de las fuentes la supuesta garantía del análisis. Frente a esa posición, Germán Colmenares reaccionaba de manera crítica cuando escribía: -Aunque suele pretenderse que el historiador es esclavo de sus fuentes y que un acervo documental plantearía nuevos problemas a la reflexión histórica, la realidad es exactamente la inversa. Archivos enteros sólo 18. Las críticas a El Mediterráneo en la época de Felipe II han sido numerosas y en parte justificadas. Al respecto cf. Peter Burke, La revolución historiográfica francesa: La escuela de los Annales: 1929-1989 [1990], Barcelona, Gedisa Editorial, 1993, particularmente capítulos tercero y cuarto. En este último capítulo Burke recuerda que algunas de las críticas mayores de la obra fueron hechas por el filósofo Paul Ricoeur, quien descubrió uno de los talones de Aquiles de la obra en lo que supuestamente era su virtud esencial: el tratamiento del tiempo, ya que el esquema implícito de análisis seguía siendo el "tiempo del rey", invertido y prolongado ahora en el "tiempo del mar". Cf. pp. 38 y ss.
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pueden ser explotados en el momento en que surgen los problemas y las construcciones teóricas -para no hablar de las técnicas- que permiten manejar la información que contienen19• Pero la inversión de perspectivas que da lugar a una revolución documental por la introducción de la idea de problema y de hiPótesis en la selección de un tema, significa también, y de manera muy precisa, un cambio en la concepción misma del documento, cambio cuyas expresiones mayores no son ni lo serial ni lo cuantitativo, como a veces se cree, sino más bien una idea nueva acerca de qué es y lo que puede ofrecer un documento. Como escribe Michel Foucault, quien sacó hacia 1969 en la Arqueología del saber las consecuencias más agudas del proceso -algunos piensan que consecuencias extremas- de esta revolución documental, "la historia ha cambiado su posición respecto del documento", pues ahora [... ] se atribuye como tarea primordial no el interpretarlo ni tampoco detenninar si es verazy cuál sea su valor expresivo"sino trabajarlo desde el interior y elaborarlo. La historia lo organiza, lo recorta, lo redistribuye, lo ordena, lo reparte en niveles, establece series, distingue lo que es pertinente de lo que no lo es, fija elementos, define unidades, describe relaciones20,
• formulando de esta manera un programa cuya forma más cumplida fue posiblemente Vigilar y castigar21, y que tiene consecuencias gran- , des para la disciplina y para el trabajo de los historiadores. Para la "ciencia histórica" y para el análisis histórico la formulación de Foucault resulta trascendental, en cuanto invita a romper con una de las representaciones de sí en que la investigación histórica más se ha complacido, "y por medio de la cual encontraba su justificación antropológica: la de [ser] una milenaria memoria colectiva que 19. Germán Colmenares, Cali. Terratenientes, mineros y comerciantes, siglo [1976], op, cit., "Introducción", p, 20, Los resaltados son míos, 20. Michel Foucault, La arqueología del saber [1969], México, Siglo XXI Editores, 1972, pp. 9-10. Una visión recortada y superficial del cambio que significa la nueva concepción del documento en La arqueología del saber es la que propone J. Le Goff en su comentario breve del "documento/monumento". Cf. Jacques Le Goff, El orden de la memoria. El tiempo como imaginario [1977], Barcelona, Paidós, 1991, pp. 227-239. 21. Vigilar y castigar [1975], México, Siglo XXI Editores, 1976. Un comentario notable de Vigilar y castigar en Gilles Deleuze, "Un nuevo cartógrafo", en Foucault [1986], Barcelona, Paidós, 1987.
se ayudaba con documentos materiales para recobrar la lozanía de sus recuerdos"; y para el trabajo de los historiadores la formulación de Foucault resulta primordial, pues entonces "el documento ya no es esa materia inerte a través de la cual trata de reconstruir lo que los hombres han dicho o hecho ... y de lo cual sólo resta el surco", ya que la historia "trata de definir en el propio tejido documental unidades, conjuntos, series, relaciones", lo que quiere decir que la crítica histórica documental no puede seguir ya siendo prioritariamente la reiteración de las preguntas que habían sido dominantes desde el siglo XVII, luego de la constitución de lo que Marc Bloch pensaba que era la "nueva ciencia" del documento. Como lo indica Foucault, desde que se escribe historia se han utilizado documentos y se ha reflexionado sobre ellos y "se les ha pedido no sólo lo que querían decir, sino si decían bien la verdad y con qué título podrían pretenderlo; si eran sinceros o falsificadores, bien informados o ignorantes, auténticos o alterados"; pero ahora las perspectivas han cambiado y el lugar de la crítica histórica documental ya no puede ser, o por lo menos no lo debe ser de manera exclusiva, esa especie de "crítica forense" que la crítica histórica documental ha adoptado como su rostro firme y verdadero. Este aspecto del trabajo de Michel Foucault no ha sido retenido lo suficiente por quienes se han referido a sus obras. Lo más habitual en este terreno ha sido el comentario insustancial, el ataque personal y la polémica ideológica acerca de las "tesis" de una obra que en su mayor parte ha sido leída como perteneciendo al campo de la profedan. Por su parte los filósofos "profesionales" han acudido también al comentario, ,haciendo una lectura descontextualizada que deja de lado el carácter histórico de la obra, en el sentido preciso de un tipo de trabajo que se mueve en el marco acotado de las cronologías y las geografías precisas y que no se dirige a la formulación de "universales", a la construcción de una antropología imaginaria, que es propiamente el registro al que los filósofos han llevado una obra que por esta vía pierde una de sus mayores originalidades. Los historiadores de
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22. Dentro de una bibliografía que debe ser ya inmanejable me contento con citar los dos peores y prestigiosos ejemplos que conozco y que ofrecen un tratamiento de Foucault como una especie de "intelectual-profeta", sin prestar la menor atención a su trabajo dedicado y riguroso de investigador. Michel Walzer, "La solitaria poiítica de Michel Foucault", en La compañía de los criticas. Intelectuales y compromiso político en el siglo xx [1988], Buenos Aires, Nueva Visión, 1993, pp. 189-206, y Mark Lilla, "Michel Foucault", en Pensadores temerarios. Los intelectuales en la política [2001], Barcelona, Debate, 2004, pp. 125-139. 57
profesión en muy buena medida se han sentido al tiempo fascinados y atragantados con la erudición que tienen al frente y excedidos por una obra que bajo una soberbia escritura les habla, con conocimiento de causa, de un dominio -el análisis histórico- al que Foucault trata de una manera inusual que no deja de sorprender23 • En cuanto a la revolución documental que contiene la obra de Foucault y cuya mejor exposición se encuentra en la "Introducción" a la Arqueología del saber24 , en donde el maestro pasa revista de las principales transformaciones historio gráficas del siglo xx en los más diversos campos, es muy poco lo que se ha dicho y escasamente se ha hecho notar de qué manera los postulados de análisis que están recreados en La arqueología desembocan de manera directa en una nueva relación con los documentos y en la idea de que en función de los problemas seleccionados se imponen formas diferenciales de tratamiento, que 23. El libro que resume el equívoco penoso del encuentro entre los historiadores y Michel Foucault es r.impossible prison, Paris, Seuil, 1980, en donde puede verse con facilidad no solo la injusricia de los profesionales de la historia con aquel que desafía las formas de hacer de su campo "disciplinar", sino la exasperación que sentían ante una obra que no lograban comprender, ni desde el punto de vista de su objeto ni de su método (Vigilar y castigar). Una de las más serias y menos dogmáticas confrontaciones de los historiadores con la obra de Foucault es la de Roger Chartier. Cf. por ejemplo, '''La chimere de l'origine': Foucault, les Lumieres . et la Révolution fran<:;aise"y "Le pouvoir, le sujet, la vérité. Foucault lecteur de Foucault", en R. Chartier, Au bord de la falaise, r.histoire entre certitudes et inquiétude, Paris, Albin Michel, 1998; Y con mucha anterioridad Michel de Certeau, Gnvention du quotidien. 1. Arts de faire, -deuxieme partie-, Paris, Gallimard, 1980. Foucault encontró por lo menos en una ocasión la compañía de una historiadora de las más competentes einnovadoras, Arlette Farge, con quien realizó un trabajo de compilación documental sobre lettres de cachet. La propia señora Farge reflexionó sobre el documento y el archivo en A. Farge, Le gout de ¡'archive, Paris, Seuil, 1989. G. Deleuze hizo notar de manera explícita este problema del trabajo del documento en Foucault en "Un nuevo archivista", en Foucault, op. cit., pp. 27 Y ss. 24. Michel Foucault, La arqueología del saber [1969], México, Siglo XXI, 1970, pp. 3-29. No hay que olvidar que la tercera parte de La arqueología ... se titula precisamente "El enunciado y el archivo". La arqueología ... es una reflexión sobre el "método", sin lugar a dudas, pero, como afirmó Nietzsche, si bien las más altas conquistas espirituales son precisamente las del método, éstas solo llegan al final, de manera tardía, cuando la investigación se ha realizado. Es por eso que La arqueología ... , cuya propuesta de método había sido ya experimentada en obras anteriores, se continúa, no por medio de una obra similar, sino por medio de un desplazamiento, el que llevará a las formas de trabajo y enfoque que caracterizan Vigilar y castigar, y que inauguran el enfoque propiamente genealógico.
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dejan a un lado toda posibilidad de un "método histórico" pensado bajo la forma de una concepción monista definida de una vez y para siempre. Hay mucha conciencia en los textos de Foucault -fácil de descubrir cuando no se le mira como un profeta sino como un serio pensador- acerca de ese aspecto central de su trabajo y, como se sabe, la palabra archivo fue una de las más corrientes en su vocabulario de investigador. De hecho habló de reglas de lectura exhaustivas de las fuentes, de las formas de tratamiento de un conjunto de "actuaciones verbales" consignadas por escrito, enumeró en ocasiones de una manera muy amplia tipos de fuentes -que desde luego no se agotan en leyes y reglamentos como han creído algunos de sus discípulos y de hecho en algún momento, de manera juguetona, se definió como un positivista alegre. Si se mira por ejemplo la "Introducción" a La arqueología se comprueba de inmediato que el auditorio privilegiado no es el de los filósofos tradicionales, sino el de los historiadores, y que su inventario de los cambios en las formas de hacer historia en el siglo xx se limitan al campo de la historiografía francesa -en parte por una a,ctitud provinciana y etnocéntrica-, ocupándose de manera muy particular de la Escuela de los Annales, a algunas de cuyas obras mayores se refiere de manera directa, pero en ese lenguaje renovado, lleno de figuras que lo alejan de inmediato de las formas convencionales de hacer un balance de un campo de estudios, solo que al hacerla amplía el campo de los estudios de historia, pues corrige cierta ceguera de los historiadores "económicos y sociales" frente a obras mayores, que son por derecho propio obras de historia en el campo del pensamiento, como en los casos de gran parte de la obra de G. Bachelard y todos los trabajos de G; Canguilhem. Así pues, el auditorio era el de los historiadores, como queda bien establecido desde la primera frase de la "Introducción": "Desde hace décadas la atención de los historiadores se ha fijado preferentemente en los largos periodos ... ", es decir en la "longue durée"; y el párrafo continua poniendo ahora el acento en los instrumentos: "Para llevar a cabo este análisis, los historiadores disponen de instrumentos", y pasa a describir el uso de modelos y todos los otros préstamos que la historia ha hecho de la demografía, de la sociología y de la economía; para terminar señ'alando uno de los primeros efectos de este cambio de perspectiva de los historiadores de la sociedad: "Estos instrumentos les han permitido [a los historiadores] distinguir en el campo de la 59
historia, capas sedimentarias diversas ... ", para poner de presente luego la dirección contraria en la que ha avanzado en la misma época "esas disciplinas que se llaman historia de las ideas" y proceder luego a sacar, en otro nivel del trabajo de la historia, una conclusión conjunta para los dos dominios, el de la historia económica y social y el de la historia del pensamiento: "De hecho, son los mismos problemas los que se han plantado acá y allá, pero que han provocado en la superficie efectos inversos. Estos problemas se pueden resumir con una palabra: la revisión del valor del documento"25 . El movimiento de elaboración de materiales, de transformación de los documentos en otra cosa, comienza desde el momento mismo en que se ingresa en un archivo para tratar de convertir un conjunto de documentos en el "archivo de un problema", pues seleccionar unas fuentes es proceder a redistribuir un espacio, ya que en la investigación histórica todo comienza con "el gesto de poner aparte, de reunir, de convertir en 'documentos' algunos objetos repartidos de otro modo", tal como lo señalaba Michel de Certeau, quien insistía en que había necesidad de "desterrar los documentos", de alejados del sistema de relaciones habituales en que habían funcionado, de "retirados" de la práctica "para convertidos en objetos abstractos de un saber", pues "( ... ) lejos de aceptar los 'datos', el [historiador] mismo l~s forma. El material es creado por acciones concertadas que lo distinguen en el universo de su uso, que lo buscan también fuera de las fronteras de su uso y que lo destinan a un nuevo empleo coherente"26 .. De ahí que hoy tengamos que reflexionar, nueva y serenamente sobre la forma como este problema se encuentra concebido por ejemplo en la obra de Marc Bloch, quien por algunos aspectos parece aun fijado al modelo de la "crítica forense", aunque haya dado pasos definitivos hacia una "historia problema" y reflexionar sobre la forma en que de manera práctica se encuentra funcionando la crítica documental en nuestras propias investigaciones, pues es claro que entre la 25. Michel Foucault, La arqueología del saber, op. cit., p. 9 para la cita y pp. 3 a 9 para el contexto de la formulación. Jacques Revel, quien ha escrito varios textos sobre Foucault, señala en uno de ellos la relación entre la obra de ciencia de Foucault -más allá de su obra de agitador cultural, de polemista y a veces de escandalizador- y el momento historiográfico francés. Cf. "Foucault: el momento historiográfico", en J. Revel, Un momento historiográfico. Trece ensayos de historia social, Buenos Aires, Manantial, 2005. 26. Michel de Certeau, "La operación historiográfica", en La escritura de la historia, op. cit., pp. 85-86.
definición de la crítica histórica "como el arte de descubrir --en los relatos-lo verdadero, lo falso, lo verosímil"27 y la idea de "definir en el propio tejido documental unidades, conjuntos, series, relaciones", hay una diferencia de naturaleza y dos formas por completo diferentes de definir nuestra relación con los documentos. Así pues, el análisis histórico tal como se practica hoy en Colombia en los medios universitarios está urgido de una reflexión teórica sobre por lo menos dos problemas básicos -que dan lugar a una serie amplia de preguntas-: de un lado su propia relación con las ciencias sociales, una relación de la cual me parece que hay que desconfiar bajo su forma presente, pues parece regida por el mercado editorial y por la moda antes que por un interés profundo por avanzar en una perspectiva que libere a la disciplina de juicios de valor y tomas de posición que son simplemente la forma de compensación y consolación con la que se quiere ocultar la propia debilidad en la construcción de sus objetos. De otro lado preguntas directas referidas a las maneras de hacer, a las formas de operar, para poder saber de qué manera en esta o aquella obra tiene cumplimiento práctico la idea de "elaborar" y "someter a tratamiento", la idea de transformar los materiales a partir de los cuales se intenta construir un análisis -las fuentes primarias-, pues en algunas ocasiones la lectura de obras de historia convence de que la forma básica de análisis continua siendo el comentario más o menos obvio de los textos, no importa cuál sea la riqueza de los documentos localizados, que se complementa con tomas de posición acerca del "otro", las "clases subalternas", "la identidad" y el "compromiso"28. 27. Marc Bloch, "Crítica histórica y crítica del testimonio" [1914], en Historia e historiadores [1995]. Madrid, AKAL, 1999, pp. 18 y ss. Como se observa se trata de un texto del "joven Bloch". Sin embargo en Apologíe pour l'histoire, su texto "metodológico" póstumo, la idea se mantiene. 28. Podemos ofrecer un ejemplo significativo de la relación ciega que nos parece que la historia mantiene en la actualidad entre nosotros con las ciencias sociales, considerando el caso del libro de Bloch, Apologie pour l'histoire, recién citado. Como se sabe, se trata de un pequeño volumen hecho de experiencia, de sabiduría y del mejor sentido común histórico, en donde Bloch le señala a quien se inicia en el oficio algunos preceptos básicos para el trabaja documental y sobre todo le indica los principales errores que se deben evitar en el trabajo. Desde cierto punto de vista se trata de un pequeño "manual" con muchas observaciones útiles sobre el "método histórico". Sin embargo, visto de esta manera, que es la manera profesor al de comprenderlo, se deja de lado que todo el texto está basado en una asimilación profunda de la sociología de Durkheim y de algunos de sus discípulos -con todas sus virtudes y debilidades-o De esta forma cada uno de los preceptos de
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4 Los problemas que acabo de resumir en el párrafo anterior fueron planteados y abordados por Germán Colmenares en varios textos, en muchas de las introducciones y prólogos de su obra, y de manera muy particular en un texto de 1987, pocos años antes de su muerte, donde habló precisamente de "crítica forense" para designar el viejo análisis documental. Así por ejemplo, refiriéndose a formas de investigación histórica diferentes a las suyas, observó que ese tipo de trabajos se caracterizaba por establecer con los documentos una relación forense, pues allí el asunto se planteaba como un "problema forense, con una crítica interna y externa de las fuentes ... para establecer ante todo su veracidad y autenticidad", posición que le parecía insostenible, por razones que enseguida se verán. La observación crítica respecto al "método forense" -cuyo mejor sistematizador en apariencia sería el Marc Bloch de Apología de la historia ... "-, aparece en Colmenares, como ya indicamos, hacia 1987, momento en el que en un artículo complejo, ambiguo y en parte equívoco, intenta un balance de sus nuevas perspectivas de investigación método y su equivalente "operativo" -desde la propia insistenCia en"la necesidad de una formulación clara de los problemas-, lo mismo que todas las formulaCiones sobre el carácter social de la imaginación, sobre los límites de lo probable, de lo posible y de lo falso en una soCiedad, sobre las condiCiones sociales que hacen a una época, por ejemplo, especialmente mitómana o más bien "amiga de la ~erdad", y la propia interpretación social de la escasez de fuentes, de su abundancia, de su falsificación, etc., hechos todos explicable s en términos de estructura social, se dejan de lado en función del precepto técnico, que por esta vía se convierte en una simple fórmula "aconceptual". Se desemboca pues en la llamada "metodología", una de las amenazas de ruina de cualquier disciplina, pero un campo de explotación profesoral muy rentable. Mientras tanto una vaga y convencional "historia de las ideas", que se ha tomado el campo del análisis historiográfico y de la sociología del conocimiento, y que es perfectamente inútil en términos del aprendizaje del oficio, produce informadas clases sobre la "historia de los Annales", sobre Pasant and Present, o sobre "microhistoria", de una manera libresca, referida a autores individuales, sin establecer nexos entre tipos de sociedad, regímenes historiográficos, formas de empleo de la teoría y maneras de concretar en trabajos específicos de investigación unos preceptos que se presentan de manera al tiempo abstracta y personalizada, con lo cual la exposición pierde todo su sentido como aprendizaje práctico de investigación, al tiempo que el comentarista-profesor cautiva al auditorio por su "información", casi siempre desprendida de trabajos efectivos de investigación.
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y parece inclinarse por la solución de los críticos literarios y ciertos antropólogos en cuanto a que las fuentes -y el propio análisis históricodeberían tratarse como texto, pues se trata siempre de una y la misma materia: el lenguaje. Colmenares dirá, en particular, "que la insistencia de la profesión de retomar ... a las fuentes debería ir acompañada de una insistencia similar en la reflexión sobre el significado de los textos" -y es el propio Colmenares el que subraya la palabra significado, que por ahora parece un tanto enigmática29• Como en sus trabajos anteriores, la idea de Colmenares es clara: ninguna fuente histórica resulta ser la garantía de una relación transparente entre el objeto construido yesos registros parciales y fragmentarios que han quedado como su huella. Se impone pues respecto de esos registros un trabajo preciso de elaboración, la puesta en marcha de la "operación historiográfica", el tratamiento controlado de un grupo de documentos que deben salir transformados y convertidos en un soporte posible del análisis histórico. En parte esas técnicas que caracterizan la "operación historiográfica" son familiares a su trabajo de historiador de la economía, pues muchas de ellas -las pertinentes- han sido puestas en marcha en lo que parece ser su trabajo más cumplido desde el punto de vista del oficio: Popayán; una sociedad esclavista, 1680-1800, el llamado segundo tomo de su Historia económica y social de Colombia, publicado por primera vez en 1979, y en donde no se encuentra un solo rastro de un uso "forense" de los documentos, y sí en cambio su transformación a través de formas relativamente sofisticadas que se derivan de su conocimiento de los modelos que usan los economistas en sus análisis y de algunas de las técnicas de trabajo de la New Economic History30. 29. Germán Colmenares, "Sobre fuentes, temporalidad y escritura de la historia" [1987], en Ensayos sobre historiografía, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1997, pp. 73-95. La cita en p. 75. Todas las expresiones entre comillas de los dos párrafos anteriores sobre la "crítica forense" se encuentran en este artículo, un texto que yo encuentro más bien marginal frente al conjunto de su producción y que me parece que expresa bien sus dudas de esos años, los nuevos caminos que buscaba y lo lejos que se encontraba de una solución del problema que se planteaba. 30. Cf. G. Colmenares, Historia económica y social de Colombia, tomo 11. Popayán: una sociedad esclavista, 1680-1800, Medellín, La Carreta, 1979. Sobre la fortuna inicial y los infortunios posteriores de la prometedora historia económica de base cuantitativa d. Adolfo Meissel Roca, "La cliometría en Colombia: una revolución interrumpida, 1971-1999", Borradores de economía, Bogotá, Banco de la República, Nº 118, 1999. Algunas críticas simpáticas e inofensivas al
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Muchas de las observaciones que G. Colmenares ofrecía en su artículo sobre "fuentes, temporalidad y escritup" eran en verdad ele~ mentos que reafirmaban no sólo su credo personal, sino un punto de vista bien establecido a través de la realización de trabajos metódicos y rigurosos, con uso de modelos complejos y con el recurso a una masa documental considerable, lo que en su conjunto reenviaban a la ma~ triz de la "historia problema", en la que había sido formado y en la que creía, de lo que ofrece ejemplos repetidos y explícitos, como cuando afirmaba que las fuentes sólo adquirían significado en relación con una teoría y que no constituían piezas reveladoras por ellas mismas, o los eslabones que permitían por su simple ordenación cronológica la construcción narrativa, es decir, que las fuentes eran tan sólo "refe~ rencias indirectas: Las fuentes han pasado a ser así una referencia indirecta de la realidad social, incapaz de ilustrar todos sus aspectos o responder a todas las preguntas que podemos formular sobre ella. Por eso, cualquier inferen~ cia sobre esa realidad no reposa ya en las fuentes mismas sino en la asociación entre las fuentes y una teoría, un modelo o una hipótesis explicativa3!
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Pero el ensayo de Colmenares, que trata sobre fuentes, temporali~ dad y escritura, deslizándose sin el cuidado suficiente po; cada uno de esos planos, a pesar de la ordenación temática del texto, propouía . un modelo más, que no concuerda exactamente con las formulaciones anteriores, pues al examinar el problema de las fuentes Colmenares declara que el trabajo de su elaboración debe aproximarse "a los pro~ cedimientos de la crítica literaria", pues esos registros parciales y frag~ mentarios, "son elaboraciones que han debido pasar en todo caso por una conciencia humana" y, "como tales no remiten a un acontecer sino al acto personal de la escritura"32, punto en el que ya resulta cuantitativismo en historia y la defensa de un cierto "dilentantismo responsable" se encuentran en Malcolm Deas, quien aun obtiene los máximos rendimientos de una imaginación histórica muy "siglo XIX", pero combinada con una dosis de inteligencia y entusiasmo envidiables por los problemas que estudia, lo que lo libera del afán de las modas y novedades recientes. Cf. Del poder y la gramática y otros ensayos sobre historia, política y literatura colombianas, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1993, pp. 17-18. 31. G. Colmenares, "Sobre {uentes ...", en Ensayos sobre historiografía, op. cit., p.79. 32. Ibídem, pp. 75-76. 64
difícil seguir a Colmenares, menos aun cuando afirma, un tanto dogmáticamente, "El hecho ... de que las fuentes mismas deban de considerarse de acuerdo con el modelo linguístico que sustenta la moderna crítica literaria ..."33, lo cual posiblemente constituya una de las posibilidades del tratamiento de fuentes y del análisis histórico, pero de ninguna forma el análisis por excelencia, con independencia del ámbito de actividad humana en que se esté trabajando, ya que de esta forma estaríamos canonizando como forma universal una posibili~ dad particular de análisis y planteando que la selección de los méto~ dos y formas de análisis pueden ser especificadas a priori, por fuera del problema mismo que se intenta construir y dilucidar. Colmenares sostiene además la extraña opinión de que la diferen~ cia entre el texto estrictamente literario y la escritura corriente de las fuentes reside en que el texto literario debe ser considerado como la "expresión de un yo único y autónomo", mientras que los textos co~ rrientes que el investigador encuentra en el archivo se encuentran desprovistos de todo estilo particular34 • En otra parte de su texto Col~ menares dirá que las fuentes han dejado de ser las bases de la demos~ tración de un problema, convirtiéndose más bien "en instrumentos de verificación", lo que cualquier historiador estaría dispuesto a aceptar; que las fuentes son siempre "registros parciales y fragmentarios", ex~ periencia que sin duda ha tenido todo el que con un problema bien construido se enfrenta al material documental preciso que le "ofrece" un archivo; para agregar que, en tanto fuentes, contienen ya en sí un elemento de interpretación, lo que es perfectamente cierto, ya que no se trata de materiales "objetivos" que fueran autónomos frente a cual~ quier elaboración social, pero adicionando la siguiente doble proposi~ ción que nos recuerda otra vez el equívoco y la unilateralidad de su planteamiento en este ensayo: las fuentes, registros parciales y fragmen~ tarios, "( ...) cuya elaboración ha debido pasar en todo caso por una conciencia humana. Como tales [las fuentes] remiten no a un acon~ tecer sino al acto personal de su escritura, como cualquier texto"35. Como sabemos, los textos que entrega un archivo se encuentran pletóricos de formas y convenciones que constituyen de principio a fin una "escritura social", una escritura fabricada en el estilo mismo en que la sociedad, sus ámbitos institucionales y sus agentes se expresan, 33. 34. 35.
Ibídem, p. 88. Ibídem, p. 76. Ibídem, pp. 75-76.
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por lo que resulta difícil comprender la extraña proposición -extraña por lo menos en boca de un historiador con fOIDlación en sociologíade que un documento río remite al acontecer social, sino al acto personal de su escritura. Para no discutir sobre simplezas, señalemos más bien que no se ve por qué el "acto personal de su escritura" escapa a las formas sociales, algo que no ocurre ni desde el punto de vista de su materialidad como práctica (ya que además no se trata de un "acto"), ni mucho menos desde el punto de vista de su elaboración personal "por la conciencia humana", la que, por principio, para poder comunicar, debe apoyarse de manera inexorable en formas y elementos que son compartidos, pues es precisamente ese carácter de elementos compartidos la única garantía de la comunicación. De otra parte, pero en la misma dirección, es sorprendente la recaída del gran historiador en la idea de un "yo único y autónomo", con lo que se dejan de lado todas las conquistas de las obras mayores de la sociología que a Germán Colmenares le eran realmente familiares, como las de Norbert Elias, a partir de las cuales hoy sabemos con extrema claridad que todo creador -e incluso para poder serlo- se encuentra atrapado en las redes de su sociedad y cultura, no sólo por su participación en redes de patronazgo, de mecenazgo o de mercado, sino aun por determinaciones más esenciales, "por relación con las normas y presiones ignoradas que habitan cada obra y que hacen que ella sea concebible, transmisible y comprensible"36 . Es difícil ofrecer una explicación consistente de las condiciones o razones que llevaron a Colmenares hacia esa reducción del análisis histórico al análisis textual, comprobable en su texto "Sobre fuentes ... ". Su permanente inquietud intelectual, el contexto ideológico del momento, la búsqueda de otros horizontes para su propia obra -con la cual comenzaba por esos años ha mostrarse muy insatisfecho-, y quién sabe qué otras circunstancias lo acercaron momentáneamente a una posición intelectual de la cual sus peores efectos no 36. Roger Chartier, "La historia, entre relato y conocimiento", op. cit., p. 199. -La obra básica de N. Elías en este terreno es su Sociología de un genio, su texto sobre Mozart, pero igualmente la perspectiva se encuentra presente en La sociedad cortesana y El proceso de civilización, obras constantemente citadas por Colmenares-o Renglones atrás R. Chartier ha indicado el carácter social de toda construcción discursiva del mundo, construcción que antes que al lenguaje "reenvía necesariamente a las posiciones sociales y propiedades objetivas, exteriores al discurso, que caracterizan a los diversos grupos, comunidades o clases que constituyen el mundo social", p. 196.
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pudo conocer. Por lo demás, una formación muy arraigada en la historia social, que había sido el núcleo de su formación, limitaba su "coqueteo" con el "análisis textual", lo que tal vez evitó el descarrío más allá de este texto. Así por ejemplo, en sus análisis sobre la obra.de don José Manuel Restrepo, en donde practica el "análisis textual" para reconstruir la arquitectura profunda que organiza el gran relato de los orígenes de la República -"La Historia de la revolución ... de don José Manuel Restrepo"-, pero en donde el lenguaje no constituye un sistema cerrado de signos y en donde la "realidad" no deja de ser pensada como el punto de anclaje y de referencia, como cuando recuerda las determinaciones' sociales y culturales que sobre el historiador Restrepo pesaban: su clase social, su papel de prohombre en los acontecimientos que narra, su propia educación entre elracionalismo ilustrado y el romanticismo, ete., elementos todos que permiten hacer comprensibles los códigos que organizan su obra, esa división del mundo entre razones y pasiones como determinantes de la acción humana, lo que Colmenares llamó con gran exactitud, una "prisión historiográfica"37.
La idea de que las fuentes mismas deban considerarse por el historiador "de acuerdo con el modelo linguístico que sustenta la moderna crítica literaria", como lo afirmó Germán Colmenares en su artículo de 1986 "Sobre fuentes ... ", nos parece hoy perfectamente desproporcionada, no sólo porque resultaría muy difícil ponerse de acuerdo sobre cuál es "el modelo linguístico" que sustenta la moderna crítica literaria, sino aún más, ponerse de acuerdo acerca de cuál es "la moderna crítica literaria", aunque logrado ese acuerdo quedarían de todas maneras por resolver dos objeciones, que ya hemos mencionado. La primera que recuerda que en todo caso se trataría de una forma de tratamiento de los documentos históricos que no se ajustaría sino a un tipo muy limitado de problemas dentro del amplísimo abanico que comprende la agenda de los historiadores. La segunda que pone de presente que una definición de esa naturaleza ("las fuentes deben considerarse ... "), conduce a una determinación a priori de métodos y de técnicas que en verdad no pueden ser escogidos sino atendiendo a la propia especificidad del problema construido, al igual 37. Germán Colmenares, "La Historia de la revolución por José Manuel Restrepo: Una prisión historiográfica", en G. Colmenares y otros, La Independencia. Ensayos de historia social, Bogotá, Colcultura, 1986, pp. 9-23. 67
que en cualquier ciencia social que no separa teoría, problemas y métodos. Desde el punto de vista del análisis textual, ahora que ha pasado la propia inflación del concepto de "texto" y de "escritura" y las aguas han vuelto a su cauce, se puede recordar que hoy conocemos mejor el significado que en ciertos contextos culturales, particularmente en los Estados Unidos, llegó a tomar el privilegio del lenguaje como forma por excelencia de análisis de la sociedad y la cultura, en la medida en que ese tipo de análisis se volvió inseparable del llamado giro lingiiístico (linguistic turn): una reducción del universo social a un universo de discurso, bajo el supuesto de que todo es lenguaje y en últimas eL lenguaje mismo es el creador de la realidad social, reduciendo las prácticas constitutivas del mundo social a la racionalidad qué gobierna los discursos, como diría Michel Foucault o, como diría Pierre Bourdieu -recordando una vieja humorada de Marx contra Hegel-, confundiendo las cosas de la lógica con la lógica de las cosas38 , es decir un proceso de reducción de las prácticas constitutivas del mundo social a los principios que organizan el discurso, frente a lo cual se debe observar que: Reconocer que el pasado por lo general no es accesible más que a través de los textos que lo organizan, lo modulan y lo representan, no qyiqe_ decir de ninguna manera postular la identidad entre estas dos lógicas: de un lado la lógica lago céntrica y hermenéutica que gobierna la producción de los discursos, y de otro lado la lógica práctica que gobiernay¡ organiza las conductas y las acciones. De esta irreductibilidad de lá experiencia al discurso debe tomar nota todo trabajo histórico [... ]39. 38. Pero de ninguna manera se puede adscribir, de forma unilateral-;a partir de este ensayo "Sobre fuentes, temporalidad y escritura de la historia", la posición de Colmenares al "linguistic turn". Algunos meses antes Colmenares había concluido Las Convenciones contra la cultura. Ensayos sobre historiografia hispanoamericana del siglo XIX. Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1986, en donde es explícita su posición crítica, por ejemplo, respecto de Hayden White. Así, caracterizando con fina ironía la obra de White, de quien cita sus principales textos hasta ese momento, escribirá que "El modelo de White, que constituye un agregado ingenioso de observaciones y teorías de autores tan diversos como E. H. Gombrich, Erich Auerbach, Northrop Frye, Kenneth Burke, Lucien Goldmann, R. Barthes, M. Foucault, Derrida ... y Juan Bautista Vico, parte de la observación de que la historia, no es una ciencia (sino a lo sumo un arte degradado} ...". p. 86, nota 14. 39. Roger Chartier, "La historia, entre relato y conocimiento", en Historia y espacio, op. cit., pp. 195-196.
5 La relación con las fuentes -lo que incluye su tratamiento, como ya hemos señalado-, es un punto esencial -no exclusivo, desde luegopara observar las formas como se escribe la historia en una sociedad. Esa relación tiende siempre a producir posiciones polarizadas en donde es necesario un equilibrio como el que persigue como ideal el arte. Sin embargo, las culturas historiográficas tienden, por diversas razones y coyunturas, q producir figuras excluyentes que privilegian en unos casos la acumulación de fuentes sin perspectiva teórica alguna y por fuera de la intervención de instrumentos técnicos de transformación de la materia recolectada, a la manera de un empirismo ciego; y en otros casos tienden a crear, en el otro polo, lo que Roger Chartier ha llamado una "aristocracia del gremio", constituida por aquellos que piensan poder practicar la investigación histórica por fuera de todo o de casi todo contacto con las fuentes, con nuestra servidumbre mayor. Podemos ilustrar, accidentalmente y sin ninguna intención de descrédito, esas posiciones opuestas, recordando la observación que en alguna ocasión hiciera S. Kalmanovitz sobre los trabajos de H. Tovar, a los qtI~a~usaba -con razón- . de grosero empirismo, ya que su autor simplemente copiaba los documentos del Archivo Histórico Nacional, dándoles alguna forma mínima de ordenación y agregando comentarios superficiales sobre las "resistencias indígenas", o las "injusticias del régimen colonial", o cosas de ese estilo; pero recordando así mismo no sólo la precariedad documental de buena partedelos trabajos de historia de Kalmanovitz (que son más bien ejercicios de "economía y sociología retrospectivas" antes que trabajos de historia económica o social) , sino también sus afirmaciones rotundas y aventuradas acerca de la inexistencia de fuentes para estudiar, por ejemplo, el problema de los artesanos en el siglo XIX en Colombia4o • 40. Frente a una ponencia presentada por H. Tovar en una reunión de historiadores, S. Kalmanovitz exclamó, al parecer contrariado: "Me parece que ir mucho al archivo lo vuelve a uno incoherente. Y verdaderamente no entendí el sentido de la ponencia. No le encuentro ni pies ni cabeza". Cf. Historia económica de Colombia: un debate en marcha. Bogotá, Banco Popular, 1979, p. 126. Para la mención superficial, desmentida por una buena cantidad de trabajos, de que no existe una gran' documentación para el estudio de la historia social y económica de los artesanos en el siglo XIX -opinión que además parece utilizarse para decir respecto de ellos cualquier cosa-, cf. Salomón Kalmanovitz, Economía y nación. Una breve historia de Colombia, Bogotá, Siglo XXI Editores, 1985, p. 120. 69
Podemos así mismo ilustrar una posición contraria, presente desde el inicio de la moderna historiografía colombiana y que resulta un magnífico ejemplo de equilibrio en el uso de fuentes primarias que son conducidas por un esquema interpretativo bien asimilado y que son sometidas a formas de elaboración y de tratamiento adecuadas. La referencia es a los ensayos de don Jaime Jaramillo Uribe sobre historia social colombiana. Lo hago tanto por "gusto propio", como por el significado que tales textos tienen hoy, por la centralidad de los temas que son abordados: la población aborigen, la historia de los negros y las ideologías sobre la esclavitud, en fin, el mestizaje en Colombia. Por la significación que este último tema en particular tiene hoy en la política del país y en las propias ciencias sociales, me vaya referir a él, pero no para comentar sus "tesis" y negarlas o afirmarlas, sobre un fondo de discusión ideológica, sino para llamar la atención sobre la riqueza y equilibrio de la construcción del problema, un rasgo que se echa de menos en muchos de los actuales ensayos sobre el tema41 • Mi referencia es a "Mestizaje y diferenciacióp. social en el Nuevo Reino de Granada ... ", un ensayo que después de cuatro décadas de escrito conserva toda su vigencia, tanto desde el punto de vista del tratamiento de la materia, como en lo que tiene que ver con sus conclusiones. Un ensayo que desde su primera página muestra el sentido práctico que tiene el uso de la teoría -única forma de p¡oducir descripciones analíticas-, lo que se concreta en el recurso a los tipos ideales de Max Weber, que el texto de inmediato relativiza y coloca en su verdadera dimensión epistemológica, la de servir como guía para la producción de análisis y no como una manera de eludir la consulta del material empírico, de lo que resulta una manera muy precisa de articulación del material que es examinado en relación con las categorías de análisis -sociedad abierta y cerrada, diferenciación social, mestizaje, etc.-las que se ponen a funcionar, sometiendo el material de archivo a formas iniciales pero distintivas de elaboración: la comparación, la contrastación, el examen de ejemplos qlJe_ van en direcciones opuestas, etc., a la luz de las hipótesis de trabajo que el texto introduce desde su propio comienzo, y que tienen que ver con las formas de integración social básicas del país en el siglo 41. Citemos como ejemplo el libro de Alfonso Múnera, Fronteras imaginadas. La construcción de las razas y de la geografía en e! siglo XIX colombiano, Bogotá, Planeta, 2005, de descuidada construcción lógica, de manejo irregular de las fuentes y de conclusiones apresuradas, pero desde luego de gran éxito en los medios universitarios.
XVIII, con sus resultados en los siglos XIX y XX, Y con las modalidades particulares de distancia social y exclusión entre las clases sociales que esa particular evolución produjo en la historia del país4z • Hay que insistir pues en que el trabajo de investigación histórica supone un conjunto complejo de operaciones qúe van desde la perspectiva teórica hasta las formas más artesanales, todo ello anudado en tomo de un problema previamente construido, y en que sus exigencias de método no pueden ser resueltas ni por el recurso a una "teoría" o "filosofía" de la historia, ni por el recurso a la simple crítica documental de tipo forense. Hay una dimensión específica en la que se concreta la "operación historiográfica" y tiene que ver con la determinación de los métodos propios que el tratamiento del material, luego de localizado, impone al investigador, métodos que no pueden ser reducidos al llamado "análisis textual", inspirado en la linguística de Saussure --o en cualquier otra-, pues esa sería cuando mucho una sola de las perspectivas' posibles de análisis, en los casos en que coincida con el problema previamente fijado; como hay que insistir también en que cada uno de esos métodos supone una serie de técnicas precisas, cuyo manejo y aplicación exige el conocimiento de las ciencias sociales que han sido casi siempre su laboratorio de formación43•
42. Jaime Jaramillo Uribe, Ensayos sobre historia social colombiana. Bogotá, Universidad Nacional, 1968. El ensayo sobre el mestizaje en pp. 163-203. Por lo demás el ensayo incluye como anexo un amplio material documental referido a los procesos de prueba de hidalguía, anexo que establece una relación orgánica con los problemas que desarrolla el ensayo. Cf. pp. 205-233. Muy al compás con las modas en las ciencias socialeslUSA, en los últimos quince años se ha propagado en Colombia (en general en América Latina) una leyenda negra acerca del análisis del mestizaje y de su importancia en la sociedad colombiana. La (sorprendente) idea básica es la de que se trata de una ideología de justificación de! dominio racial blanco y de la correspondiente negación de la existencia de grupos indígenas y negros, a los que ahora se estudia de manera privilegiada y aislada bajo la categoría de "etnicidad" -una noción que ha llegado hasta el mismísimo Censo Nacional-. Lo curioso es que los adalides de la tesis -sobre todo antropólogos y sociólogos, pero no menos historiadores- han evitado de todas las formas posibles referirse a la formulación original de la idea del mestizaje en la obra de Jaramillo Uribe -quien se había inspirado, entre otras fuentes, en los análisis de Gilberto Freyre para el Brasil-, como evitan referirse a los desarrollos más contemporáneos de la "tesis del mestizaje", tal como esta idea aparece ahora conceptualizada en obras como las de Serge Gruzinski, La pensée métisse. Paris, Fayard, 1999. Hay edición en castellano. 43. Cf. Michel Foucault, La arqueología de! saber, op. cit., para observar lo que Foucault denomina los nuevos problemas metodológicos en el campo de lo que él llamaba la "historia nueva". Citemos a manera de ejemplo algunos de esos
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Debe mencionarse también que ese grupo de nuevos problemas de método se encuentra en ampliación desde el momento en que los historiadores tomaron en serio el hecho de que su trabajo no tenía por qué reducirse al campo exclusivo de los documentos escritos, incor~ por ando de una parte todas las posibilidades -pero también todas las dificultades- de la historia oral, como también todos los documentos iconográficos o textos literarios que pueden servir como base de un análisis histórico o ser ellos mismos materia de análisis. Para no detenemos en un problema bien conocido, los problemas difíciles de método que plantea la llamada "historia oral" en el estilo de Orlando Fals Borda o de Alfredo Molano-, mencionemos más bien los nuevos problemas que plantea el uso de los textos literarios en el análisis histórico. En Colombia los dos ejemplos más significativos, por ser repetidos, son los que tienen que ver con el uso de las novelas de Gabriel García Márquez y de María, la novela de Jorge Isaacs. Con las novelas del primero se ha tratado de ilustrar acontecimientos impor~ tantes de la vida política del país, como la llamada "masacre de las bananeras"44. Con María se ha tratado de recrear la vida de la ha~ cienda y el paternalismo de los dueños de esclavos y patronos de cam~ pesinos en la región del actual Valle del Cauca. En los dos casos se ha olvidado que la primera exigencia del análisis es una exigencia de método, que se traduce en lo siguiente: para evitar en el análisis his~ tórico un uso puramente documentalista e ingenuo de textos literarios, hay que empezar por reconocerJa característica que los individualiza, es decir, el de ser obras de ficción construidas a partir de códigos lite~ rarios que el analista no puede ignorar: e.nel primer caso el código, de origen rabelesiano, de la desmesura; en el segundo los códigos y tópi~ cos del romanticismo literario francés del siglo XIX. problemas de método: 1. La constitución de corpus coherentes y homogéneos; 2. El establecimiento de un principio de elección según el tratamiento que se vaya a dar a la masa de documentos; 3. La definición de un nivel de análisis y de los elementos que son para él pertinentes; 4. La especificación de un método de análisis; 5. La delimitación de los conjuntos y de los subconjuntos que articulan el material estudiado; 6. La determinación de las relaciones que permiten caracterizar un conjunto. Cf. pp. 17-18. Como se ve, se trata de problemas de los que no se puede salir por el recurso fácil y complaciente de "rescatar la memoria de los olvidos", "devolver a los grupos subalternos su papel en la historia", "demostrar las resistencias de los pueblos y sus ansias de libertad", fines todos seguramente muy loables, pero que no sirven para solucionar un solo problema importante de investigación histórica. 44. Cf. Álvaro Tirado Mejía, Introducción a la historia económica de Colombia [1971], Bogotá, El Áncora, 1998, p. 259. 72
La ignorancia del carácter peculiar de esas obras de ficción y del sistema de códigos y convenciones que las organiza, ha facilitado lo que llamamos una lectura puramente documentalista, lo que conduce a proponer, como en el viejo positivismo documental, una correspon~ dencia entre lo real y su reconstrucción en la obra literaria. De esta manera, por ejemplo, se ha confundido la vida práctica en las hacien~ das del Valle del Cauca en el siglo XIX con la narración que la recrea en código romántico. Igualmente, en un caso que resulta aun más aleccionador, se ha pensado que las obras del canonizado premio Nóbel son una descripción de los acontecimientos de 1928 y hasta se han tomado sus indicaciones numéricas sobre los muertos -toda la noche pasaban vagones repletos de cadáveres, dice más o menos el novelis~ ta- como si fueran un certificado de notaría y no el efecto del código que organiza su descripción. Más aun, se ha ignorado que para los colombianos de las generaciones recientes el acontecimiento "ma~ sacre de las bananeras" no existe sino a través de la imagen y leyenda que de él ha creado la escritura de García Márquez45. La observación es importante, a pesar de su aspecto ligeramente crítico, porque la novela colombiana no ha sido muy utilizada para complementar las visiones que ofrecen otro tipo de documentos, como los que habitualmente utilizan los historiadores, pero el país cuenta con una literatura que puede ser interesante como apoyo del análisis histórico. Los usos no han sido posiblemente los indicados, como lo vuelven a probar, por ejemplo, las observaciones de sociología y de historia que se han intentado extraer de la obra de Tomás Carrasquilla o más recientemente del "novelista urbano" Osorio Lizarazo, pero el proyecto vale la pena de ser intentado, aunque por otros caminos, y hay un material literario que recrea la segunda mitad del siglo xx -sus flujos más modernos, pero también sus arcaísmos- y que podría mos~ trar potencialidades grandes si se le sabe interrogar, es decir si se le 45. Para el análisis de los problemas de método y de interpretación que plantea al análisis histórico el uso de textos literarios d. Roger Chartier, "George Dandin, ou le social en représentation", en Annales. Histoire et Sciences sociales, Mars-Avril, 1994, Nº 2, pp. 277-309. Para el caso del gran fotógrafo colombiano Luis B. Ramos, Jorge Orlando Melo ha señalado de qué manera este artista "inventó" lo popular en Colombia en la primera mitad del siglo xx, bajo un modelo que ha llegado hasta nosotros: "La importancia de su obra puede advertirse al ver cómo muchos de los fotógrafos posteriores insistieron ... en los rasgos de una realidad que él había en buena parte definido". Cf. Luis B. Ramos, 1899-1955. -Catálogo de exposición-, Bogotá, Biblioteca Luis Ángel Arango, Banco de la República, 1997. 73
somete a un cuestionario que parta de la base de reconocer la característica que lo individualiza cuando se quiere utilizar como fuente para el análisis histórico. Las mismas indicaciones podríamos hacer para el caso del uso de material iconográfic046, pero lo que nos interesaba, para cerrar este texto, eré).ante todo llamar la atención acerca de las dificultades nuevas que significa para el análisis histórico la aparición de nuevos problemas y la ampliación de su campo documental, si es que se quiere hacer de tal ampliación la oportunidad de dotar a la investigación histórica en el país de nuevos bríos y no solamente la ocasión de seguir difundiendo entre las clases medias urbanas que pueden comprar -y deben leer- libros "interesantes y de fácil lectura" que refuerzan el prejuicio de que la historia es una forma' de entretenimiento divertido pero estéril y no una forma de conocimiento que nos puede ayudar en algo a comprender el presente47 • 46. Un primer intento de análisis histórico apoyado en material gráfico -caricaturas- fue e! de Germán Colmenares, Ricardo Rendón: una fuente para la historia de la oPinión pública, Bogotá, Fondo Cultural Cafetero, 1984, pero e! texto no ha encontrado tantos continuadores como merecía, Con mucha anterioridad y pésimos resultados, pero con un éxito completo de ventas y traducciones -más de veinte lenguas y cerca de medio millón de ejemplares vendidos- Arte! Dorfman y Armand Matte!ard produjeron un ensayo de análisis de las aventuras de! Pato Donald, que es una simpática prueba de sobreinterpretación y de ingenuidad militante, muy sintonizada con e! tono radical de la época. Cf. A. Dorfman y A. Matte!ard, Para leer el Pato Donald, México, Siglo XXI, 1972. Daría Acevedo Carmona empezó a hacer uso de caricaturas desde sus primeros trabajos y elaboró sobre e! tema una tesis doctoral que aun no está publicada. Beatriz González ha reunido los más valiosos materiales para una historia de la caricatura en Colombia, de la que ha ofrecido algunas pruebas, pero que reclama historiadores que continúen el trabajo. 47. Nadie se opondrá desde luego -entr~ otras cosas porque simplemente se trata de una forma de! proceso continuo de ampliación del mercado al que se dirige e! floreciente capitalismo editorial- a la circulación y difusión de! conocimiento histórico y a la existencia de un sector light de la producción histórica, que recluta sus lectores ante todo en medios de profesionales con interés de cultivarse a través de la lectura de la biografía, la vida cotidiana y la privada y todo lo que pueda recordar, sin confesado, las formas más tradicionales y conformistas de! análisis histórico. Pero no es bueno para una historiografía naciente que los acadé.,micos de mejor formación (es decir los graduados universitarios) terminen como (~ "empleados informales" de las grandes editoriales, construyendo sobre la base de una demanda muy bien definida por las casas editoriales e! producto adecuado, . de fácil salida, que hace buena pareja en la biblioteca o en la mesa de noche con los libros de superación y las pastas contra e! insomnio. '1
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