COMENTARIO DE TEXTO
PÁGINA 17 He pensado mucho en ello pero no quiero darles la última satisfacción de la victoria. Que muera yo puede ser justo, porque sólo he sido un mal poeta que ha cantado la vida en las trincheras donde anidaba la muerte. Pero que muera el niño es sólo necesario. ¿Quién va a hablarle del color del pelo de su madre, de su sonrisa, de la gracilidad con la que sorteaba el aire a cada paso para evitar rozarlo? ¿Quién le va a pedir perdón por haberle concebido? Y si sobrevivo, ¿qué le voy a contar de mí? Que Caviedes es un pueblo colgado de una montaña que olía a mar y a leña, que tuve un maestro que me recitaba de memoria a Góngora y a Machado, que tuve unos padres que no fueron capaces de retenerme junto a su establo, que no sé qué buscaba yo en Madrid en plena guerra..., ¿un rapsoda entre las balas? ¡Eso es, hijo mío! ¡Yo quería ser un rapsoda entre las balas! ¡Y ahora tu sepulturero! (Un trazo firme, profundo, subraya esta última frase, desgarrando incluso el papel cuadriculado del cuaderno de hule negro.) negro.) ALBERTO MÉNDEZ, Los girasoles ciegos 1. Señale y explique la organización de las ideas contenidas en el texto. EJEMPLO 1
Desde un punto de vista externo, nos encontramos ante un fragmento breve que refleja la transcripción de un manuscrito, según se observa al principio, al indicarse la página, y al final, en la letra en cursiva, donde se realizan algunas precisiones sobre el estado original en que se encontró el texto. La cohesión entre ambos se logra con el uso de pronombres y determinantes anafóricos (“en ello”, “esta última frase”). Además, se observan recurrencias léxicas (muera-muerte, quién) y semánticas (poeta, maestro, recitar, rapsoda; victoria, trincheras, guerra, balas). Desde un punto de vista interno, se pueden distinguir dos partes: - Primera (¡“PÁGINA 17… sepulturero!”). sepulturero!”). Se reproduce un fragmento del diario de un hombre en el que dibuja su triste situación actual -su mujer ha muerto y su hijo y él parecen estar abocados a ese mismo final-, plasma la profunda tristeza que lo envuelve y un sentimiento de haber fracasado en todo. - Segunda (“Un trazo… negro”). El editor del texto subraya la importancia que la última frase debió tener para el hombre, incrementando incrementando así el patetismo de la situación. Por tanto, atendiendo a la organización de las ideas, se puede afirmar que la idea principal queda claramente expuesta al final (el mismo texto insiste en ello: ¡Yo quería ser un rapsoda entre las balas! ¡Y ahora tu sepulturero!”), precedida de una serie de reflexiones (ideas secundarias) que evidencian el dolor ante la pérdida de todo lo amado, la impotencia ante la inminente muerte de un hijo y la añoranza de una vida feliz que fue truncada y que ya queda muy lejos. Podemos, en consecuencia, hablar de una estructura inductiva. “
EJEMPLO 2
Desde un punto de vista externo, se trata de un fragmento formado por dos párrafos: el primero, mucho más extenso que el segundo, que solo es una pequeña aclaración a la última parte del texto. Se trata de la transcripción de una carta o diario, puesto que comienza con “PÁGINA 17” y, además, la letra cursiva final deja claro que el texto ha sido hallado y alguien lo está copiando. La cohesión viene dada por semánticas (madre, niño, hijo, padres) y léxicas (vida-sobrevivo; muera-muerte). muera-muerte).
Desde un punto de vista interno, el texto se puede dividir en dos partes que son las siguientes: - Primera (¡“PÁGINA 17… tu sepulturero!”). Constituye el primer párrafo, donde el escritor de la carta o diario realiza una reflexión sobre la muerte, se pregunta acerca de qué podría contarle a su hijo sobre él si sobreviviese y se juzga a sí mismo por haberse marchado a Madrid en plena guerra. - Segunda (“Un trazo… negro”). Expone que, en el mismo texto encontrado, se da un subrayado de la última oración. Por tanto, es una descripción ajena a la historia contada en el diario. Con respecto a la organización de las ideas, se puede considerar que la estructura es inductiva puesto que se vale de una última conclusión final (“¡Eso es, hijo mío! ¡Yo quería ser un rapsoda entre las balas! ¡Y ahora tu sepulturero!”), que es la idea principal, precedida de su mala elección de encontrarse en la capital cuando la Guerra Civil se encontraba en pleno desarrollo y de todas las preguntas retóricas que le surgen ante la situación a la que ha llegado y la desesperación de la muerte suya y la de su hijo (ideas secundarias). Minerva Martínez, 2º Bachillerato B 2.
2 a) Indique el tema del texto.
EJEMPLO 1
El dolor de un padre ante su hijo recién nacido abocados ambos a la muerte a causa de la guerra. EJEMPLO 2
La angustia de un padre producida por la idea de una muerte próxima de su hijo. Juan de la Granja, 2º Bachillerato B EJEMPLO 3
El dolor ante la muerte inevitable de su hijo. Jorge Delgado, 2º Bachillerato B 2 b) Resuma el texto. EJEMPLO 1
Alguien publica un diario en el que se recogen los testimonios de un hombre que parece estar destinado a morir pronto junto con su hijo recién nacido. Esta situación le empuja a reflexionar sobre su mujer, sobre su pasado y sobre cómo la guerra ha acabado con todas sus expectativas. EJEMPLO 2
Un hombre expone en un diario su reflexión acerca de darle a sus enemigos la satisfacción de verle derrotado o permanecer donde está. Así mismo, piensa en el destino que correrá su hijo si el muere y se lamenta de haber ido a la guerra, porque ahora tendrá que enterrar a su propio hijo y, en esto, insiste el propio editor del diario. Lucía Fernández, 2º Bachillerato B EJEMPLO 3
El autor de un cuaderno hallado por alguien que lo está transcribiendo se lamenta ante su inevitable muerte y la de su hijo, hace un repaso de su vida y maldice haber ido a la guerra
y haberse tenido que exiliar. El narrador editor hace una aclaración sobre cómo está escrito el fragmento. Víctor Fernández, 2º Bachillerato B 3. Comentario crítico. Elaborado con las aportaciones de los alumnos de 2º A de Bachillerato
El fragmento pertenece a la única obra publicada por el autor español Alberto Méndez, Los girasoles ciegos (2004). En esta novela, presenta cuatro historias (las llama ‘derrotas’) que datan de la inmediata posguerra. El texto, que comentamos, está extraído de la segunda derrota: 1940 o Manuscrito encontrado en el olvido . Una pareja huye de Madrid y, tras la muerte de la mujer durante el parto, el joven deja constancia de su vida por escrito, manuscrito al que se hace referencia en estas líneas. Desde mi punto de vista, es magistral la forma de elocución. Predomina, sobre todo, la narración (“He pensado mucho en ello pero no quiero darles la última satisfacción de la victoria”) que adopta la forma de un diario y, en el texto, cierto aspecto epistolar, al dirigirse a un narratario, el hijo (“¡ Eso es, hijo mío !”). Considero que también es elogiable la habilidad del escritor para introducir referencias literarias (Machado, Góngora) que van a justificar las expresiones poéticas de Eulalio, el autor del manuscrito (“… en las trincheras donde anidaba la muerte”). Reseñables son las pinceladas descriptivas, sobrias y certeras, que evocan tanto el espacio vital (“ pueblo colgado de una montaña que olía a mar y a leña ”) como a Elena (“… del color del pelo de su madre, de su sonrisa, de la gracilidad …”) a quienes rememora con nostalgia el joven poeta; de la misma forma, dejan constancia de su amargura las palabras que escoge para el editor (“… desgarrando incluso el papel cuadriculado del cuaderno de hule negro.”). Por consiguiente, la adecuación al género narrativo es excelsa. Destacan, por su trascendencia, dos narradores: uno interno, protagonista, anega al lector en el sufrimiento experimentado, y otro editor finge haber encontrado el escrito (“ Un trazo firme, profundo, subraya esta última frase…”) y confiere autenticidad a una historia inventada que adquiere, por un lado, tintes de verosimilitud y, por otro, acentúa la magnitud del dolor. Asimismo, la mención al bebé y las palabras que le dirige dibujan un panorama de soledad ( “ ¿Quién va a hablarle…? ”), desamparo (“Pero que muera el niño es sólo necesario .”), desgaste (“¿ un rapsoda entre las balas ?”) e intenso martirio (“ ¡Y ahora tu sepulturero! ”) del que es casi imposible sustraerse. La actualidad de los temas es innegable. En un sentido amplio, las secuelas de la Guerra Civil siguen presentes en nuestra historia, pues su herida no ha terminado de cerrarse. Y, lamentablemente, las percibimos en países que están inmersos en un conflicto bélico. Para justificar la vigencia, comentaré algunos aspectos: en primer lugar, la relación filio-parental, está recogida en la letra de “Tenía tanto que darte” de Nena Daconte, en la que una madre habla a su hijo fallecido acerca de todo cuanto podría haberle ofrecido (“Tenía tanto que darte, tantas cosas que contarte”); en segundo lugar, “ Que muera yo puede ser justo, porque sólo he sido un mal poeta que ha cantado la vida en las trincheras donde anidaba la mue rte”, me ha evocado la canción popular “Madre anoche yo en las trincheras” en la que un soldado escribe una carta a su madre manifestando su deseo de morir, tras haber sido testigo de tanto horror; en tercer lugar, el dolor por una muerte considerada injusta y dolorosa lo veo plasmado en la novela Todo esto te daré de Dolores Redondo, cuyo protagonista, al tratar de esclarecer la muerte de un ser querido, va reflexionando sobre lo injusto de su muerte; en cuarto lugar, el contraste entre su muerte que considera justa y la de su hijo, necesaria me ha traído a la mente la imagen, de un lado, de tantos niños que están falleciendo por la determinación de sus padres de abandonar su país, por razones ideológicas, sociales, económicas…, a pesar de los riegos que conlleva, y de otro, las mujeres embarazadas que arriesgan su vida embarcadas en una patera (“… no sé qué buscaba yo en Madrid en plena guerra”) en busca de una vida mejor y ponen en peligro, además de sus vidas, las de sus hijos antes de nacer.
Creo que la intención del escritor es mostrar la herida no solo física sino también moral (“ no quiero darles la última satisfacción de la victoria ”) que soportaron muchas personas durante la Guerra Civil. La finalidad se consigue en tanto que nos permite, como lectores, recapacitar tanto acerca de los daños colaterales que se derivaron de ella (“… que muera el niño ….”), como de la importancia de luchar por unos ideales y salvaguardar nuestros sueños. Así mismo, me parece incuestionable la originalidad de este texto. Méndez nos sumerge en una historia única e impactante que permite adentrarse en la vida de personas que se vieron abocadas a huir durante el conflicto de la Guerra Civil. Además, presenta una escritura reflexiva, ya que el poeta piensa en su destinatario, escribe para dejar un testimonio, y, precisamente, la escritura lo salva del silencio y de la soledad, temas constantes en la novela. En otro sentido, valerse del recurso del “manuscrito encontrado”, pone en relación este fragmento con otras obras y autores: Cervantes en su famosa novela El Quijote, E. A. Poe en Manuscrito en una botella, C. J. Cela en La familia de Pascual Duarte o U. Eco en El nombre de la rosa. Del mismo modo, la técnica me ha recordado a Donde el corazón te lleve de Susanna Tamaro, una novela intimista y epistolar que da voz a quien se deja llevar por los dictados del corazón. No obstante, la visión que nos ofrece a través de personas anónimas, individuales me ha hecho pensar en Unamuno, en concreto en su teoría de la “intrahistoria”, la historia callada de miles de personas. Igualmente, las referencias del protagonista a su pueblo natal me han evocado a otros escritores que tuvieron que exiliarse por no compartir la ideología de los vencedores y plasmaron en sus obras lo que les supuso este hecho, por ejemplo, Alberti dialoga imaginariamente con Cádiz y le pide disculpas por no estar ahora a su lado (“Por encima del mar, desde la orilla americana del Atlántico”). De la misma manera, las palabras “¡Yo quería ser un rapsoda entre las balas !” me han recordado al poema que dedicó Antonio Machado a la muerte de Lorca “El crimen fue en Granada” («Porque ayer en mi verso, compañera, /sonaba el eco de tus secas palmas, /y diste el hielo a mi cantar, y el filo/a mi tragedia de tu hoz de plata”). Para finalizar este apartado, mencionaré dos películas en las que también se pone de manifiesto la importancia y la necesidad de luchar para sobrevivir, aunque de forma diferente: Viven (supervivencia tras un accidente) y Sonrisas y lágrimas (exilio por cuestiones ideológicas). A continuación, comentaré las ideas secundarias que han llamado mi atención: la primera es la referencia a la figura materna (“¿ Quién va a hablarle del color del pelo de su madre, de su sonrisa, de la gracilidad con la que sorteaba el aire a cada paso para evitar rozarlo ?”) que confiere al momento una gran ternura por el amor que subyace en las palabras que escoge para rememorarla, más aún porque sabemos de su muerte trágica al nacer el niño; la segunda, el arrepentimiento (“ ¿Quién le va a pedir perdón por haberle concebido? ”) que demuestra por las decisiones tomadas, sin haber previsto las consecuencias tan terribles que podían derivarse de ellas; la tercera, descargar, en cierta manera, la responsabilidad personal en otras personas (“ tuve unos padres que no fueron capaces de retenerme junto a su establo”) para liberar la conciencia; la cuarta, el miedo a no saber asumir en solitario la crianza de su hijo y a no saber darle respuestas (“ Y si sobrevivo, ¿qué le voy a contar de mí? ”). Es, por ello, por lo que se puede afirmar que prima la subjetividad. En definitiva, con estas líneas, en particular, y con la derrota segunda, en general, el autor introduce al lector en una impactante realidad valiéndose no solo de las historias que entrecruza, sino también del lucimiento que se desprende de su técnica narrativa. En mi caso, me ha llevado a empatizar con el dolor y desgarro del protagonista, con su madurez y valentía, con su lucha interior y dilemas, y a reflexionar sobre la condición humana. Pues, ¿dónde están los límites de la valentía? Es más, ¿dónde están dichos límites en una situación de supervivencia? Gracias a Eulalio, podemos responder las preguntas; al fin y al cabo, su historia es nuestra historia, pues, a veces, la vida nos impone experiencias terribles que nos sentencian a un sufrimiento injusto. Por ello, aprender a afrontarlas y superarlas, a conservar
la esperanza y a buscar un motor para nuestra vida debe ayudarnos a transformar los sinsabores en nuevas ilusiones. Elaborado con las aportaciones de los alumnos de 2º B de Bachillerato
El fragmento escogido forma parte de Los girasoles ciegos , la única novela publicada de Alberto Méndez en la que, mediante cuatro fragmentos denominados “derrotas”, nos cuenta la realidad de la inmediata posguerra civil española desde los ojos de los vencidos. Concretamente, este texto pertenece a la segunda derrota en la que una pareja de enamorados huye de su pueblo natal en busca de una vida juntos y ella muere al dar a luz a su hijo en una montaña; este hecho sobrepasa al chico, que se limita a escribir lo ocurrido en un cuaderno que se encuentra y se nos está transcribiendo mucho tiempo después. La adecuación al género narrativo de este fragmento resulta magistral. El personaje denota una gran profundidad psicológica y sus reflexiones, desolación y rabia surgen a borbotones y se mezclan de una forma muy dramática (“¿Quién va a hablarle del color…”, “Que Caviedes es un pueblo…”, “¡Y ahora tu sepulturero!”). La presencia de dos narradores, uno interno, autor del escrito, y otro editor, esencial en esta segunda derrota en la que un guardia civil simula haber encontrado una libreta negra y procede a transcribir lo que en ella hay escrita, permite dar al texto una apariencia de objetividad que incrementa los sentimientos de compasión y empatía con ese hombre que se ve envuelto en una situación terrible y abocado al peor destino de todos, la muerte. Por lo que respecta a las alusiones espaciales y temporales, apenas se encuentran en el texto (“un mal poeta que ha cantado la vida en las trincheras…”, “no sé qué buscaba yo en Madrid en plena guerra...”), más bien enfocado a rememorar un pasado feliz que ahora se añora. Además, creo que la forma de elocución empleada intensifica este tono nostálgico y sirve al autor para convertir un hecho común en una guerra en algo cercano, muy humano, a través de la descripción de su mujer (“¿Quién va a hablarle del color del pelo de su madre, de su sonrisa, de la gracilidad con la que sorteaba el aire a cada paso para evitar rozarlo?”), de su pueblo (“Que Caviedes es un pueblo colgado de una montaña que olía a mar y a leña), de su pasado (“que tuve un maestro que me recitaba de memoria a Góngora y a Machado”) o de la rabia que todo le provoca en su interior (“(Un trazo firme, profundo, subraya esta última frase, desgarrando incluso el papel cuadriculado del cuaderno de hule negro.) ”). No obstante, considero necesario aclarar que, bajo esa aparente objetividad de la que he hablado, se esconde una absoluta subjetividad y que el autor tanto en la forma (es obvio que no puede haber texto más subjetivo que un diario) como en el contenido (las anotaciones del copista van siempre cargadas de sentimentalidad) juega con ambos planos para, en fin, mostrarnos su propia visión de la guerra y su profundo dolor por el terrible daño causado a los vencidos. Se observa con todo esto cómo Alberto Méndez tiene la intención de conmover a los lectores al dibujarnos la crueldad de una guerra que no entiende de culpables e inocentes (“que muera yo puede ser justo…”) y obligarnos a intentar ponernos en el lugar de un padre que presiente que va a tener que enterrar a su hijo recién nacido y que siente que su vida ha sido un fracaso. Es muy triste ver cómo en una guerra todos se ven despojados de su antigua vida (“que tuve unos padres que no fueron capaces de retenerme junto a su establo, que no sé qué buscaba yo en Madrid en plena guerra..., ¿un rapsoda entre las balas?”) y, al hacerlo sin mostrar odio hacia los vencedores, nos hace sentir casi peor. Por eso, la finalidad se cumple en mí plenamente, ya que veo que una situación de guerra es despreciable en cualquier circunstancia, me estremece el hecho de que un niño recién nacido esté abocado a morir de hambre y todo este dolor me hace tomar conciencia de mi suerte y de lo mucho que debo valorar y apreciar la vida que tengo y el entorno que me rodea. Las ideas secundarias que han llamado mi atención vienen, de un modo u otro, a reforzar todo lo ya comentado. De este modo, el amor que siente el poeta por su mujer y por su hijo me ha recordado una canción de Dani Martín, “¡Qué bonita la vida!”, donde se refleja justo la situación del texto: cómo la vida, en ocasiones, te lo da todo (el amor de Elena) y, de
repente, te lo quita. También la imagen del niño recién nacido, un inocente más, me produce una gran tristeza, porque cualquier hijo debería tener una madre, un hogar, una alimentación adecuada… y a este nada de esto le es dado. O el reproche que parece que se dirige a los padres (“no fueron capaces de retenerme…”), que refleja en verdad su propia culpabilidad ahora ante la impotencia para cambiar él la suerte de su hijo (“¿Quién le va a pedir perdón por haberle concebido?”) y viene a corroborar el sinsentido y el horror en que se puede llegar a convertir la vida. Me ha recordado a la escena final de Juegos de guerra, en la que una máquina comprende que la única forma de ganar una guerra es no participar. La actualidad del tema, tristemente, es total. En el mundo, siguen existiendo personas escondidas, huyendo desamparadas de una muerte inminente. Tanto es así, que el Anuario CIDOB de la inmigración ha calificado 2016 como “el año de los refugiados”. Además, ya sea por las dictaduras, como Venezuela o Corea del Norte, o por las guerras como la de Siria o por el hecho de que, aún hoy, siguen surgiendo noticias relacionadas con la Guerra Civil (hace unos días se encontró una granada de mano escondida desde la batalla del Ebro; de igual forma, se acaba de informar de que parece que el cadáver de Federico García Lorca fue exhumado al poco de su enterramiento…), la vigencia de este texto es indiscutible. También la originalidad del contenido, debido justo a la importancia que la Guerra Civil – y la guerra, en general- ha tenido en nuestra historia reciente y, por ende, en nuestra literatura, brilla por su ausencia. Hay un ensayo de David Becerra, de 2015, que ya deja claro esto: La Guerra Civil como moda literaria , pues, a partir de una lectura crítica de las obras más representativas, desarrolla esta tesis. Yo citaré solo algunos ejemplos recientes de novelas que, desde distintas perspectivas, afrontan este tema: El capitán Arrizule (2015) de Luis Lezama, La hija del Ministro (2009) de Miguel Arangure o Una historia de la guerra civil que no va a gustar a nadie (2005) de Juan Eslava Galán. También hay muchos ejemplos en el cine: Balada triste de trompeta , ambientada en un circo; o Silencio roto, situada en las montañas del norte, como nuestro texto, adonde huyeron los maquis para tratar de seguir con la lucha; o Secretos del corazón, intimista y lírica como esta novela. Y, en otras artes, también se ha tratado este asunto: las fotografías de Robert Capa, la pintura (Picasso y su “Guernica”, “Premonición de la Guerra Civil” de Dalí…) o la música (“El cobarde” de Víctor Manuel o la canción popular “Madre, en las trincheras”). Sin embargo, me parece que, pese a que exista mucha literatura sobre las conclusiones de la guerra y cómo vencedores y vencidos se ven determinados en su vida por ellas, el texto es sumamente original en la forma de abordar el tema tan cruda, tan real y tan veraz que la distingue y destaca por encima de otras que tratan lo mismo. Me sobrecogen la sensibilidad, propia del poeta que escribe el diario, su capacidad de centrarse en los detalles más insignificantes (el pelo de su mujer muerta, Góngora y Machado recitados de memoria, la alusión a la pobreza familiar…), el desorden mental, lógico en una situación extrema: es imposible la indiferencia ante tal modo de escribir. En conclusión, me gustaría expresar que me ha encantado la forma en que este autor expresa que la guerra es siempre una pérdida para todos. Tal como se dice en la última derrota, puede llegar a convertirte en un girasol ciego. Y, porque creo que no se t rata de curar las heridas olvidando o negando lo que ha sucedido, textos como este nos ayudan a ponernos en el lugar del otro, a ser más empáticos y a darnos cuenta de que nunca nuestra superioridad debería hacer insoportable la vida de los demás. Siempre, en cualquier ser humano, que quiera vivir honestamente, habrá una lucha entre sus ideales y su realidad; la cuestión sería dejarse guiar por modelos como Gandhi, Nelson Mandela, Martin Luther King, Rosa Parks o tantos otros anónimos que pensaron que era mejor morir de pie que vivir de rodillas.