Los P ueblos de la España A ntigua Juan Santos Yanguas
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Los P ueblos de la Es fa ñ a A n tig u a Juan Santos Yanguas
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Esta obra ha merecido el patrocinio cultural de: Banco Exterior de España Endesa Fábrica Nacional de Moneda y Timbre Iberia Renfe
® Ju an Santos Yanguas ® H istoria 16. H erm anos G arcía N oblejas, 41. 28037 M adrid. ISBN: 84-7679-151-8 D epósito legal: M -35.160-1989 D iseño portada: Batlle-M artí. Im preso en E spaña. Im presión: T E M I, Paseo de los O livos, 89. 28011 M adrid. Fotocom posición: A m oretti. E ncuadernación: H uertas.
JUAN SANTOS YANGUAS Nacido en Añe (Segovia) en 1951, es licenciado en Filología Clásica por la Universidad de Salamanca y doctor en Historia por la Universidad de Ovie do, donde realizó su labor docente hasta 1980 en que ganó por oposición la Adjuntía de Historia Antigua de la Universidad del País Vasco. Desde en tonces ha realizado su labor docente e investigadora en esta Universidad, cuya Cátedra de Historia Antigua obtuvo por concurso-oposición en enero de 1986. Es copromotor del Instituto de Ciencias de la Antigüedad de la Universidad del País Vasco y miembro del Consejo Editorial de su revista Veleia. Su investigación se ha centrado principalmente en el estudio de la integración de las comunidades indígenas de los territorios conquistados por Rom a, habiendo escrito varios trabajos sobre el tema (Comunidades indígenas y administración romana en el Noroeste hispánico en época altoimperial, Bilbao, 1985; La epi grafía romana de Segovia, Segovia, 1989; «Cambios y pervivencias en las estructuras sociales indígenas: sociedad indígena y so ciedad romana en el área astur», en Indigenismo y romanización en el conventus Asturum , M adrid, Ministerio de Cultura, 1983, 87-110; «Zoelas y vadinienses. Dos casos de integración de co munidades indígenas en la praxis político-administrativa roma na», en Asimilación y resistencia a la romanización en el norte de Hispania, Vitoria, 1985, 126-148 y (en colaboración con M. C. González) «El caso de las llamadas gentilitates: revisión y pro puestas», en Veleia, 2-3, 1985-86, 373-382, entre otros).
INTRODUCCIÓN*
el año 218 a. C. los romanos, en el transcurso de la Segun da Guerra Púnica, desembarcaron por primera vez en la Penín sula Ibérica al mando de Gneo Cornelio Escipión, utilizando como cabeza de playa a Ampurias, y durante prácticamente dos siglos de conquista (las Guerras Cántabras, realizadas contra los últimos pueblos sin conquistar de la Península Ibérica, cántabros y astures, terminaron oficialmente en el año 19 a. C.), encontra ron en Hispania una gran variedad de pueblos con distintos orí genes y estructuras (sociales, económicas, políticas, religiosas, etc.), así como en distintos estadios de evolución, desde los más cercanos a sus propias formas organizativas desde el punto de vis ta político —como se ha visto reiteradamente con los habitantes de, a grandes rasgos, la actual Andalucía y el Levante hasta Ca taluña y el Valle Medio del Ebro— hasta aquellos otros cuyas formas organizativas eran más cercanas a realidades preciudadanas, es decir, no políticas. Estos eran, en general, los pueblos que tradicionalmente se han incluido dentro de la denominada área céltica (o no ibera, por oposición a las poblaciones iberas, que indistintamente se denomina ibera o ibérica y así lo hare mos nosotros tam bién), llamada en la actualidad indoeuropea con una base esencialmente lingüística. Hay que añadir que la conquista, que como hemos dicho, duró dos siglos con avances y retrocesos incluidos, influyó decisivamente en el grado de evo * A p arte del uso de los datos y el análisis de las obras citadas en la biblio grafía, este libro no hubiera sido posible sin el trab a jo realizado a lo largo de estos últim os cursos para im partir las clases de H istoria de la E spaña A ntigua en la Facultad de Filología y G eografía e H istoria de la U niversidad del País Vasco/Euskal H erriko U nib ertsitatea p o r las profesoras M . C. G onzález, P. Ciprés y E. O rtiz de U rbina. P ara ellas mi agradecim iento.
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lución de las comunidades indígenas, ya sea por la propia rela ción pacífica entre estas comunidades y los romanos, ya sea por la posible conjunción de intereses de estas mismas comunidades para oponerse a los romanos. Estas estructuras organizativas diversas y la misma época dis tinta de contacto con los romanos, junto con el desarrollo histó rico anterior de estas comunidades, dieron como resultado que en el momento de la conquista, que es el momento a que se re fieren la mayoría de las fuentes greco-latinas de época clásica, las formas organizativas de los pueblos que vivían en las distin tas áreas que podemos denominar histórico-culturales de Hispania no fueran iguales. Y es precisamente el diferente origen, las distintas formas y grado de evolución, en definitiva el proceso de formación histórica de los pueblos de la España antigua, lo que queremos poner de manifiesto a lo largo de esta obra.
FUENTES Un primer e importante problema con el que nos encontra mos a la hora de utilizar las fuentes es su naturaleza distinta, se gún sean literarias o epigráficas, la numismática o la arqueología.
Fuentes literarias Las obras de los autores greco-latinos de época clásica roma na nos transmiten una serie de informaciones que son juicios y descripciones desde su propia óptica e ideología de una realidad histórica, que en muchos casos, se aleja bastante de la suya, por lo que se produce una interpretación de la misma realidad que intentan describir. Los autores antiguos tienen su particular vi sión de la historia y sobre todo, de la de otros pueblos que sólo les interesan en la medida en que entran en relación con Roma, fijándose básicamente en lo que es extraño a ellos y aplicando indiscriminadamente una serie de clichés. U n ejemplo claro lo te nemos en Estrabón. En su Geografía, libro 3, 3, 7 hace la si guiente descripción de los montañeses, los pueblos del norte: To
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dos estos habitantes de la montaña son sobrios: no beben sino agua, duermen en el suelo y llevan cabellos largos al modo fem e nino, aunque para combatir se ciñen la frente con una banda... En las tres cuartas partes del año los montañeses no se nutren sino de bellotas, que secas y trituradas, se muelen para hacer pan, el cual puede guardarse mucho tiempo... Tal es el género de vida, como ya he dicho, de las poblaciones montañesas; entiendo por tales las que ocupan la parte norte de Iberia, a saber, los galai cos, los astures, los cántabros, hasta los vascones y los Pirineos. Todos, en efecto, viven de la misma manera. Estas y otras características que el geógrafo de Amasia asig na a los pueblos del norte de la Península Ibérica son una serie de atributos que se encuentran en la descripción de otros pue blos de la Antigüedad, como han señalado, por ejemplo, para el caso de los galos M. Clavel-Lévéque y para el de los pueblos montañeses del Oriente Medio P. Briant. En ambos casos y tam bién entre los pueblos del Norte el historiador actual, al analizar la información que sobre estas realidades históricas proporcio nan buena parte de los escritores antiguos, se encuentra con una serie de tópicos que integran el discurso ideológico, cuya finali dad es justificar y, al mismo tiempo, ensalzar la obra conquista dora de Roma, contraponiendo las características de la civiliza ción (la del pueblo conquistador) a la de los pueblos bárbaros (que son por regla general los conquistados), de los cuales los pueblos del norte de la Península Ibérica no son más que una par te que, además, se enfrenta al pueblo romano y tarda en ser conquistada. Podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que en el relato de Estrabón referido a estas poblaciones montañesas se encuen tra una descripción no objetiva de las mismas, que se inserta en la idea general que sobre el bárbaro existía en la época en que el geógrafo de Amasia realiza su obra, pues, como afirma Briant, Estrabón y gran parte del resto de los autores antiguos, al igual que demasiados antropólogos de ayer y hoy, analizan a los pue blos primitivos a través de sus prejuicios, sus postulados y sus con vicciones sobre la génesis y el funcionamiento de la sociedad en la que ellos viven. Por ello, a la hora de m anejar estas fuentes, como muy acer
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tadamente ha señalado J. C. Bermejo, es absolutamente nece sario tratar de encontrar su sentido específico teniendo en cuenta la mentalidad de los autores, pues, sólo así, considerando los m o delos sociológicos e históricos que poseen los autores griegos y la tinos para juzgar a las culturas bárbaras, es posible llegar a sepa rar en sus descripciones lo real de lo imaginario. A partir de estas premisas es posible descubrir en la obra de Estrabón una serie de elementos y criterios ideológicos que fun damentan su descripción de los montañeses del norte de Iberia y que han sido claramente puestos de manifiesto por M. C. Gon zález (Veleia, 5, 1988, págs. 181-187). En la descripción que Estrabón hace de los pueblos del norte estamos ante meros tópicos, los cuales sólo nos permiten cono cer las características fundamentales que definen la visión de la etnogeografía antigua acerca de los montañeses y los bárbaros. Hay que valorar e interpretar la obra de Estrabón en sus jus tos términos, separando los tópicos propios de un discurso ideo lógico de intencionalidad política de los datos concretos que, corroborados por otras fuentes, sí reflejan la realidad histórica que se intenta describir. Para ello, es necesario contrastar los da tos de las fuentes literarias con los de las epigráficas y la arqueología. Finalmente es importante, también, tener en cuenta, y no sólo para Estrabón, sino también para todos los autores griegos y latinos antiguos, la obra de cada autor en particular y la de to dos en general, no perdiendo de vista la época en que han vivi do, que condiciona los presupuestos ideológicos desde los cuales han realizado sus obras. Los autores a los que nos estamos refiriendo son geógrafos, naturalistas e historiadores. Entre ellos destacan, como fuente para el conocimiento de los pueblos de la España antigua, Avieno, personaje romano que hacia fines del s. IV d. C. redactó un periplo denominado Ora Marítima, que contiene la traducción de un periplo griego de Marsella del s. VI a. C., hacia el 520; Apiano, autor del s. II d. C., pero cuyas principales narracciones se refieren al s. II a. C., concretamente a las Guerras Celti béricas; Estrabón, geógrafo griego que vive hacia el cambio de era y que describe prácticamente la totalidad de las regiones de
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la España antigua; Plinio, naturalista del s. I d. C., que estuvo en Hispania como procurador del Em perador y que murió en el 79 d. C., mientras, como buen naturalista, contemplaba la erup ción del Vesubio; Tito Livio, historiador, coetáneo de Estrabón y que es fuente de primer orden para el conocimiento del de sarrollo de la G uerra de Sertorio; Dión Cassio y Floro, historia dores del s. II d. C., que son fundamentales para el conocimien to del desarrollo de las Guerras Cántabras y, finalmente, Ptolomeo, también geógrafo griego del s. II d. C., cuya obra enume ra, más que describe, los distintos pueblos de Hispania con sus respectivas ciudades.
Fuentes epigráficas Estos documentos, inscripciones realizadas en su mayoría en época romana sobre material duro, con relativa frecuencia, como tendremos ocasión de ver a lo largo del libro, incluyen restos insconscientes de la sociedad indígena que nos permiten conocer los procesos de cambio operados en las estructuras prerromanas. Lo que ha llegado hasta nosotros reflejado en estas fuentes no es la realidad indígena prerromana, sino la realidad indígeno-romana (galaico-romana, astur-romana, vasco-romana, etc.); de ahí la dificultad de analizar por separado estos dos mundos, pues conocemos el prim ero, el indígena, gracias a las formas de expresión del segundo. Hoy nadie duda, por ejemplo, que las gentes, gentilitates y demás formas organizativas de los pueblos del área indoeuropea peninsular sean de época anterior a la con quista romana, a pesar de que las conocemos por inscripciones posteriores a la conquista; el problema es interpretar su signifi cado durante el período prerromano.
La numismática Las acuñaciones de monedas sirven con bastante frecuencia para la identificación de civitates con el respaldo de las restantes fuentes escritas. Las primeras acuñaciones ibéricas son del 178
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a. C. aproximadamente, un período de paz después de las vic torias de Tiberio Sempronio Graco, hasta el 45 a. C. aproxima damente, que es el límite de las acuñaciones indígenas; se ini cian luego las series latinas, aunque las monedas anteriores si guen en circulación, no superando posiblemente el reinado de Augusto.
La arqueología Los datos que se obtienen en las distintas actividades arqueo lógicas serían de gran ayuda en la resolución de problemas plan teados para ésta y otras épocas del mundo antiguo, pero desgra ciadamente la ausencia de prospecciones y excavaciones en mu chas zonas, la falta de estratigrafías completas y claras en yaci mientos ya excavados, así como la publicación de noticias sobre excavaciones ya realizadas o en curso, etc., hacen que en mu chas ocasiones estos posibles datos tengan escaso valor. De to dos modos la arqueología, hasta ahora, ha aportado cronologías y, muchas veces, ha corroborado o ha hecho desechar las con clusiones a las que se había llegado con la utilización exclusiva de otras fuentes, sobre todo las literarias.
La lingüística A través del análisis de la onomástica (toponimia, antroponimia, teonimia, etc.) se nos ofrece información indispensable sobre el sustrato lingüístico, las áreas antroponímicas y, poste riormente, de la asimilación de la lengua latina en las distintas áreas.
B IB L IO G R A F IA Con respecto a la visión que los rom anos tienen de los pueblos exteriores al Im perio (bárbaros), véase Y. A . D a u g e , L e Barbare. Recherches sur la concep-
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tion rom aine de la barbarie et de la civilisation, París, 1981. U n análisis m ás am plio de las noticias de E strab ó n sobre los pueblos del norte de H ispania y otros pueblos bárbaros se en co n trará en P. B r i a n t , E tat et pasteurs au M oyen-O rient anclen, París, 1983, especialm ente el capítulo 1 «L’anthropologie antique du pasteu r et du nóm ade», págs. 9-56; M . C la v e l- L é v é q u e , «Les gaules et les gaulois: po u r une analyse du foncionnem ent de la Géographie de Strabon», en D ia logues d ’Histoire A n d e m e , 1, Besangon, 1974, págs. 75-93 y, referido más con cretam ente a los pueblos del n o rte , J. C. B e rm e jo , «Tres notas sobre E strabón. Sociedad, derecho y religión en la cultura castreña», en Gallaecia, 3-4, 1977-78, págs. 71-90 y M . C. G o n z á l e z , «N otas para la consideración del desarrollo his tórico desigual de los pueblos del norte de la Península Ibérica en la A ntigüe dad», en Veleia, 5 ,1 9 8 8 , págs. 181-187. U n análisis exhaustivo de la obra de Estrabón está en F. P r o n t e r a (e d .), Strabone. Contributi alio studio della personalitá e dell’opera, Perugia, 1984, sobre todo la contribución de E . C h. L. v a n d e r V l i e t , págs. 27-86.
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Capítulo 1 LAS AREAS HISTORICO-CULTURALES DE LA PENINSULA IBERICA EN EPOCA PRERROMANA
U U R A N T E la prim era mitad del primer milenio a. C., lo que se ha dado en llamar época protohistórica peninsular, y más con cretamente desde el s. XI hasta incluso el III a.C ., en la Penín sula Ibérica se está realizando un proceso de desarrollo histórico en el que intervienen distintos factores: unos de carácter exter no, como son las influencias transpirenaicas, las denominadas in vasiones indoeuropeas, aunque, como se verá más adelante, el término esté últimamente bastante en discusión; las influencias mediterráneas, más concretamente el proceso colonizador feni cio y griego, que tiene sobre todo influencia en el Sur y el Le vante peninsular, donde luego se desarrollará el llamado mundo ibérico, en el que se pueden diferenciar claramente una zona ibé rica septentrional y otra meridional; finalmente influencias at lánticas, sobre todo en la zona occidental de la Península. Todos estos movimientos e influencias sitúan a la Península Ibérica en los procesos históricos que se están realizando en es tos momentos en el mundo mediterráneo y en el continente eu ropeo en general. Pero, junto a ellos y sin una menor importancia, hay que te ner en cuenta, dentro del proceso de formación histórica del mundo que encuentran los romanos cuando conquistan la Penín sula Ibérica, la propia evolución interna de las poblaciones indí genas. De especial importancia es la influencia de la cultura tartésica, sobre todo en la zona suroccidental de la Península, y el propio desarrollo interno de las comunidades establecidas. Lo veremos más concretamente en capítulos posteriores cuando ana
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licemos el proceso de formación de cada una de las áreas histérico-culturales.
HISTORIA DE LAS INVESTIGACIONES El primer estudio de carácter general sobre los pueblos de la Península Ibérica se lo debemos a A. Schulten, quien, desde un punto de vista etnológico y basándose esencialmente en las fuen tes literarias, considera que sobre una población indígena ligur se establecen los iberos (procedentes del norte de Africa) y los indoeuropeos (celtas del centro de Europa), surgiendo de la mez cla el complejo celtibérico con un predominio de los iberos. Estudios posteriores (R. Menéndez Pidal, 1918), excavacio nes de necrópolis que se creían en zona geográfica de los iberos, pero que correspondían a una etapa anterior (para Schulten eta pa precéltica o preibérica) y las excavaciones en el supuesto asen tamiento ibérico de Numancia (realizadas por Blas Taracena y donde el elemento ibérico es minoritario) han hecho desechar las teorías contenidas en el meritorio trabajo de Schulten. P. Bosch Gimpera (1932) da un importante paso adelante, al utilizar y comparar conjuntamente la información que nos ofre cen las fuentes literarias y las obtenidas a partir de las actuacio nes arqueológicas. El uso de los datos ofrecidos por la arqueo logía supone un gran avance con respecto a la obra de A. Schul ten, Para P. Bosch Gimpera el carácter dominante en la España prerromana es el del elemento céltico, aunque actualmente las in vestigaciones recientes consideran incorrecta dicha terminología y prefieren hablar de elementos indoeuropeos ¿n general, dejan do el término céltico únicamente para el plano lingüístico. A partir de 1943 y en años siguientes aparece la importante obra de J. Caro Baroja (Los pueblos del Norte de la Península Ibérica, Los pueblos de España y España primitiva y romana), quien, a partir del analisis de las fuentes literarias y los datos de la arqueología y la etnografía, realiza un estudio étnico-geográfico, no propiamente histórico, y establece diferentes áreas en las que incluye a los distintos pueblos prerromanos. Esta obra de J. Caro Baroja aún hoy no ha sido superada en conjunto y
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sigue constituyendo un punto de partida obligado para cualquier estudioso del tema, pese a que estudios monográficos sobre pue blos prerromanos concretos han revisado y superado algunos de sus planteamientos. En la actualidad, la investigación tiende a valorar y estudiar concretamente las zonas ibera o ibérica e indoeuropea de la Pe nínsula, se realizan excavaciones con una metodología y criterios científicos, tomando como base de información las fuentes escritas. Por lo que se refiere a los estudios históricos, una vez com probado hasta dónde se puede llegar con los estudios étnico-geográficos, el objetivo principal de conocimiento se centra en des cubrir la organización política, social, económica, religiosa, etc... de cada uno de estos pueblos o de varios en conjunto. En esta línea han sido definitivos los trabajos de M. Vigil, quien realizó por primera vez y de forma correcta un plantea miento de estos temas entre nosotros en un artículo ya un poco antiguo, aunque no suficientemente ponderado, en el Boletín de la Real Academia de la Historia, n.° 152, 1963. Este interesante artículo ha constituido el arranque de toda una serie de trabajos posteriores, que han impulsado la investigación sobre áreas mar ginales y el análisis del elemento indígena, en detrimento de la anterior tendencia historiográfica que prestaba atención prefe rente a las zonas que se integraron en la estructura romana más rápidamente. Se descubre de esta forma cómo las diferencias es tructurales indígenas, existentes entre los distintos pueblos de Es paña antes de la conquista romana, sobreviven en algunas zonas de la Península.
DELIM ITACION ACTUAL D E LAS AREAS Hoy día, y a partir de la información que nos transmiten las fuentes escritas, la arqueología y la lingüística, podemos distin guir dentro de la Península diferentes áreas histórico-culturales. Esta distinción, sin embargo, no es tajante, sino que las influen cias recíprocas entre unas áreas y otras son evidentes y lógicas. Teniendo en cuenta la información a que hemos hecho refe
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rencia, podemos distinguir en la actualidad dos grandes areas (ibera e indoeuropea), susceptibles, a su vez, de divisiones menores.
Area ibera Este área ocupa la franja m editerránea y el suroeste, y en ella se pueden distinguir dos zonas: — zona ibera propiam ente dicha, que incluye Levante y Ca taluña, influiada por la colonización griega y los aportes de la cultura de los campos de urnas, de clara filiación in doeuropea y factor difusor de elementos indoeuropeos por el valle medio del Ebro y, de aquí, a la Meseta Norte (valle del Duero). Tuvo una pujante cultura propia en la época del Bronce, sobre todo en la zona del Sudeste, don de destacan las denominadas culturas de El Argar y Los Millares. — zona de influencia ibera o zona meridional, que se corres ponde con la Andalucía actual en casi toda su extensión, así como el Algarve portugués y parte de Extremadura. En su formación intervino notablemente la cultura de Tartessos, que tuvo su desarrollo en la zona más occidental de Andalucía (a pesar de los grandes esfuerzos desplega dos por arqueólogos e historiadores, aún no sabemos dón de estaba situada su capital o centro principal), y los ele mentos aportados por las colonizaciones griega y púnica. La cultura de los campos de urnas se desarrolla en Europa Central hacia el 1200 a. C. y penetra en la Península por los pa sos del Pirineo Oriental. La característica principal de esta cul tura es el ritual de la incineración, en el que las cenizas eran de positadas en urnas, lisas o decoradas. La cultura de los campos de urnas se propagó hacia Occidente, lo que significó la integra ción de grandes áreas geográficas de la Península Ibérica (Cata luña y Valle del Ebro) y del Suroeste de Francia (Languedoc y Aquitania) en el ámbito general de una cultura superior.
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Area indoeuropea En la historiografía actual se está imponiendo la utilización de este término, que tiene un contenido esencialmente lingüísti co, por ser más comprehensivo de la realidad a la que se refiere que otros términos utilizados en épocas pasadas. A partir de una serie de estudios y hallazgos recientes, hoy podemos delimitar con bastante claridad la denominada área in doeuropea de la Península Ibérica junto con algunas zonas de transición. A grandes rasgos comprende las dos Mesetas, el norte y el oeste de Hispania, extendiéndose desde el valle medio del Ebro (claramente establecido el límite en la actualidad tras el conoci miento del Bronce de Contrebia) y el Sistema Ibérico al este, has ta el río Guadiana por el sur, el Atlántico por el oeste y el Can tábrico por el norte. Este área es la señalada por los lingüistas como área de claro dominio de las lenguas indoeuropeas y den tro de ella quedan incluidas todas la lenguas de carácter céltico (como es el caso de la celtibérica, en el valle medio del Ebro so bre todo), y las que no son propiamente célticas (como es el caso de la lusitana, que ocuparía el centro de Portugal y parte de Ex trem adura), y, dentro de ella existen, por supuesto —como han demostrado los últimos trabajos de M. L. Albertos— diferentes regiones o áreas antroponímicas menores, definidas por la pre sencia de ciertos nombres personales característicos. Muchos eran los pueblos que ocupaban este territorio duran te la Antigüedad: celtíberos (citeriores y ulteriores), carpe taños, vacceos, vetones, lusitanos, tumodigos, astures, galaicos, etc., pero todos ellos presentan en el plano lingüístico una caracterís tica común que da cierta unidad a la zona, el carácter indoeuro peo de sus lenguas. Pero existe un elemento diferenciador que son sus formas or ganizativas sociales. Atendiendo precisamente a estas formas de organización social la supuesta unidad desaparece, debiendo di ferenciar del conjunto a la zona del Noroeste, los galaicos de los textos romanos, que ocupaban en la Antigüedad un territorio un poco más amplio que la actual Galicia. Según las investigaciones más recientes, esta zona del Noroeste posee en época prerrom a
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na y primeros tiempos de la dominación romana una organiza ción diferente, que se reconoce sobre todo a partir de las fuen tes epigráficas, todas ellas, como ya hemos visto, de época ro mana, pero en las que aparecen reflejadas instituciones y formas organizativas características de la sociedad indígena. A partir de la epigrafía de época romana podemos conocer parte de las es tructuras organizativas indígenas y observar los procesos de cam bio que en ellas se van produciendo, junto con las transforma ciones históricas que tienen lugar dentro de la Península Ibérica. Tradicionalmente se había pensado que existían las mismas formas organizativas indígenas entre los galaicos, los astures, los cántabros y demás pueblos del área indoeuropea, aunque refle jadas en la epigrafía con términos distintos, gentes, gentilitates y genitivos del plural en -um I -orum con sus variantes en el caso de los astures, cántabros, vetones y relendones entre otros, y en el caso de los galaicos con el signo epigráfico de D que era leí do como centuria (A. Schulten, A. Tovar, M. L. Albertos, P. Le Roux & A. Tranoy, entre otros). Como en tantos otros asuntos epigráficos de nuestra historia antigua, fue la intuición de M. L. Albertos la que puso sobre la pista de la interpretación correcta a epigrafistas e historiadores, proponiendo la equivalencia C = Costeño. J. Santos y, sobre todo, G. Pereira han continuado esta intuición reforzándola des de el punto de vista histórico, frente a los que seguían mante niendo la interpretación como centuria u otras interpretaciones, como tendremos ocasión de ver más adelante. La hipótesis se vio confirmada en su totalidad con el hallazgo de una nueva ins cripción en Astorga en la que aparecen dos individuos que, apar te de su pertenencia a la comunidad de los Lemavos, del prime ro de ellos, que es una m ujer, Fabia, se dice que vive en D Eritaeco y del segundo, Virio, posiblemente su hijo de siete años, se dice que vive en D eodem, por lo que creemos que se ha pensado, con toda razón, que el término con el que debe con cordar debe ser neutro, por razones de lengua, y castellum (que muy probablemente debamos traducir como castro), por razones históricas. Hoy sabemos sobre todo a partir de los estudios de M. L. Al bertos, J. Santos y M. C. González, que los términos que en
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contramos en la mayor parte del área indoeuropea (gens, gentilitas y genitivos de plural) son términos que aluden al nombre de una unidad suprafamiliar, que viene expresada en la mayor parte de los casos por el uso del genitivo del plural y que están relacionados con el parentesco (por ejemplo, la siguiente inscrip ción de Yecla de Yeltes, Salamanca, territorio de los vetones: Segontius Talavi f(ilius) Talabonicum = Segontio, hijo de Talavo, de los Talabonicos; o esta otra de Poza de la Sal, Burgos, terri torio de los pelendones: D(is) M(anibus). Atili(a)e Cantabrequn, Ati(lii) f(iliae) = A los dioses manes. A Atilia, hija de Atilio, de los Cantabrecos). En el área del Noroeste (Gallaecia), independientemente de la interpretación que se dé del signo epigráfico D (para unos centuria y para otros castellum), lo que sí parece claro es que la realidad que encierra este signo está referida al lugar de origen y habitación de la persona en cuestión, lo que lo diferencia cla ramente de la función de los términos gens, gentilitas y genitivos de plural. Se trataría de núcleos de población (posiblemente castros) con una independencia organizativa, imposible de determi nar de momento en el interior de los populi o civitates. Por ejemlo, la siguiente inscripción de Braga, en territorio de los galaicos bracarenses, Albura Caturonis f(ilia) D Letiobri, an(norum) L X X , h(ic) s(ita) e(st) = Aquí yace Albura, hija de Caturo, de setenta años, del castro Letiobro; o ésta, aparecida en Cerdeira do Coa, Potugal, al sur del Duero y a unos 150 Kms del territo rio de los Límicos, es decir, fuera del territorio de la civitas (co munidad ciudadana) o el populus de este grupo de población: Fuscus Severi f(ilius Limicus D Arcuce, an(norum) X X I I h(ic) s(itus) e(st) S(it) t(ibi) t(erra) l(evis. P(ater) f(aciendum) c(uravit) = Aquí yace Fusco, hijo de Severo, del pueblo (o civitas) de los Limicos, del castro Arcuce, de veintidós años. Que la tierra te sea leve. En este último caso por haber muerto el indi viduo fuera del territorio de la civitas a que pertenece el castro en el que vive, se indica, además del referido asentamiento, la civitas, que es lo significativo dentro de las relaciones de dere cho público. Este límite de los castella y las unidades suprafamiliares es el mismo que señalan, por un lado, el curso inferior del río Duero
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hasta el Océano y, por otro, la divisoria entre galaicos y astures. Desde la desembocadura del Duero sigue el curso de este río has ta encontrar la desembocadura del Sabor; continua el curso de este río en sentido ascendente por una línea imaginaria entre este curso fluvial y las Sierras de Bornes y Nogueira, sigue al oeste de la Sierra de la Culebra y sur de la Sierra Segundera, para con tinuar hacia el norte por las de San Mamed, Caurel y Aneares y ya, por último, por el curso del río Navia hasta su desembo cadura en el Mar Cantábrico, tal como he tenido ocasión de se ñalar en otra obra a partir del análisis de la zona en que han apa recido las inscripciones con mención de castella y sin indicación de la ciudad en la que estaba integrado cada conjunto de castros. De esta forma, por exclusión, queda trazado el límite noroccidental del área geográfica de las organizaciones suprafamiliares. El resto del área indoeuropea y sus límites vienen dados aproximadamente por los lugares de hallazgo de las inscripcio nes con mención de organizaciones indígenas suprafamiliares. Este límite, que puede tomarse como punto de referencia en la separación del área indoeuropea y el área ibera, ha sido estable cido con claridad por M. C. González a partir de la recogida y análisis de todas las inscripciones y documentos con mención de unidades suprafamiliares, que ha reflejado en un excelente mapa en su obra Las unidades organizativas indígenas del área indoeu ropea de Hispania, y es el siguiente: en la parte occidental y ha cia el sur tomamos en la desembocadura del Duero la línea de costa hasta la desembocadura del Tajo, abarcando el territorio lusitano, y, desde allí, por el curso del río Tajo hasta encontrar territorio vetón. Sigue en dirección este por las cercanías del río Almonte hasta llegar a las proximidades de la Sierra de Altamira y los Montes de Toledo, ya en territorio carpetano. Desde los Montes de Toledo sigue por las actuales provincias de Toledo y Ciudad Real hasta alcanzar la Sierra de Almenara y la Serranía de Cuenca. De aquí a los Montes Universales, a los que corta, dirigiéndose hacia el sur de Peñalba de Villastar en la provincia de Teruel. Este punto es el más sur-oriental. El límite por el este y en dirección norte alcanza el río Turia en la misma provincia de Teruel y continua hasta la comarca de Belchite, ya en Zara
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goza; prosigue entre los límites de esta comarca y la de Azaila, cortando el río Huerva, por el sur del Ebro hasta las proximida des de Zaragoza (que queda al norte); continua por el sur del río Ebro hasta la divisoria actual de Navarra y Zaragoza, dejan do al norte, en territorio vascón, a Cascante, y sigue por el sur del Ebro hasta el río Alhama, en La Rioja y, desde aquí, a Arnedo, Bergasa y El Redal en dirección norte para luego alcanzar de nuevo el Ebro a la altura de Mendavia (vascona) que queda al norte de esta línea y de aquí al extremo oriental de la Sierra de Cantabria. En este tram o coinciden los límites entre los cel tíberos, los berones y los vascones, como afirma M. A. Villacampa en su obra sobre los berones. El límite oriental en el valle medio del Ebro viene marcado por el triple límite entre celtíberos (contrebienses), vascones (alavonenses) e iberos (saluienses), límite que se ha podido pre cisar con bastante exactitud a partir del hallazgo de la denomi nada Tabula Contrebiensis o Bronce latino de Botorrita (véase el texto completo en la parte correspondiente). Este documento público fechado por los cónsules en el año 87 a. C. expone un litigio entre comunidades indígenas por la compra de un terreno para una canalización de agua y para cuya resolución se recurre a una tercera comunidad, Contrebia Belaisca. En la parte final del documento aparecen los individuos que han sostenido la cau sa de cada una de las comunidades, así como aquéllos de los con trebienses que han actuado como jueces. El sistema onomástico de los distintos individuos difiere según se trate de los miembros de una u otra comunidad. Los que actúan de jueces, ciudadanos de Contrebia Belaisca, celtíberos por ello, presentan el mismo sistema onomástico que el resto de los pueblos del área indoeu ropea (nombre personal + genitivo de plural + filiación: Lubbus Urdinocum Letondonis f. = Lubo de los Urdinos, hijo de Letondo). La causa de los saluienses, habitantes de Salduie, sedetanos según las fuentes y, por ello, iberos, fue defendida por un indi viduo cuyo sistema onomástico y naturaleza de los antropónimos son distintos a los de los contrebienses (nombre personal + fi liación + ciudad: (—)assius {-)eihar f. Salluiensis = (—)asio, hijo de (-)eihar, saluiense). La causa de los alavonenses, habi
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tantes de Allavona, ciudad perteneciente a los vascones según las fuentes, fue defendida por un individuo cuyo sistema ono mástico es idéntico al del saluiense que aparece anteriormente (nombre personal + filiación + ciudad: Turibas Teitabasf. Allavonensis = Turibas, hijo de Teitabas, alavonense). Gracias a la diferente forma de expresar su nombre los individuos que allí se mencionan, se ha podido establecer de modo preciso el límite en tre las áreas indoeuropea e ibera en el valle medio del Ebro, des cubriéndose claramente que la zona de Contrebia Belaisca (valle del río Huerva) queda incluida dentro del área de la Hispania in doeuropea, con lo que queda establecido el máximo de penetra ción occidental en el valle del Ebro de los celtíberos y su lengua. Pero en este punto se nos plantea una duda: los vascones, que en el documento a que hemos hecho referencia aparecen con un sistema onomástico no indoeuropeo, sino semejante al de los iberos, ¿deben ser incluidos en el área ibera o en el área indoeu ropea? Y lo mismo los várdulos, en cuya epigrafía no ha apare cido ninguna mención a unidades indígenas suprafamiliares. En el estado actual de la investigación no tenemos datos suficientes para decidirnos por una u otra alternativa, aunque, como vere mos más adelante, en el proceso de formación histórica de estos pueblos antes de la llegada de los romanos influyen los mismos elementos transpirenaicos que en el resto de lo que denomina mos zona indoeuropea y, en este caso, con mayor intensidad, si cabe, por ser los primeros puntos de contacto. Falta ya únicamente trazar en este límite oriental de unida des organizativas indígenas la línea divisoria desde el este de la Sierra de Cantabria hasta el Cantábrico. Para establecerla M. C. González toma como base la presencia o ausencia en los docu mentos epigráficos de menciones a organizaciones indígenas su prafamiliares. En la epigrafía de los várdulos (pueblo limítrofe por el sur con los berones) no hay ni un solo ejemplo de este tipo de unidades organizativas, a pesar de la abundante presen cia de nombres personales indoeuropeos, mientras que sí apare cen, aunque no abundantemente, entre los.caristos, con lo que podríamos hacer coincidir el límite con el de várdulos y caristos: desde la Sierra de Cantabria sube hacia el norte hasta encontrar el Condado de Treviño y, de aquí, por el sur de los Montes de
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Vitoria y al oeste de Alegría de Alava, por el puerto de Arlabán, la sierra de Elguea, la Sierra de Aitzgorri y el Puerto de Azcárate por el Deva hasta su desembocadura en el Cantábrico. Estos son los límites que perfilan el área peninsular ocupada por documentos epigráficos con mención de organizaciones suprafamiliares (gentes, gentilitates y genitivos de plural), que coin cide en gran medida (sur y buena parte del este) con el límite de la Hispania indoeuropea. Ninguno de los términos arriba mencionados (gens, gentilitas y genitivos de plural), ni el signo epigráfico D aparecen en las inscripciones del área ibera, donde los individuos expresan su ori gen únicamente a través de la filiación (nombre del padre en ge nitivo y filius, ya sea en toda su extensión, ya con la sigla f) y de la ciudad a la que pertenecen.
B IB L IO G R A F IA P ara la delim itación del área de las unidades organizativas indígenas es fun dam ental la obra de M . C. G o n z á l e z , Las unidades organizativas indígenas del área indoeuropea de Hispania, V itoria-G asteiz, Instituto de Ciencias de la A n ti güedad, A nejo n." 2 de V eleia, 1986. R eferido a E spaña en general véase la in teresante síntesis de A . T o v a r , «L enguas y pueblos de la A ntigua H ispania. Lo que sabem os de nuestros antepasados protohistóricos», Lección inaugural del IV Coloquio sobre Lenguas y Culturas Paleohispánicas de la Península Ibérica, V i toria, 1985 (tirada a p arte). Sobre la individualidad de Gallaecia son básicas las obras de G . P e r e i r a M e n a u t, «Los castella y las com unidades de Gallaecia», en Zephyrus, 34-35, 1982, págs. 249-267 y «Las com unidades galaico-rom anas. H ábitat y sociedad en transform ación», en E studos de Cultura Castrexa e de H is toria A ntiga de Galicia, Santiago de C om postela, 1983, págs. 199-213 y, un poco anterior, G . P e r e i r a & J. S a n to s , «Sobre la rom anización del N oroeste de la Península Ibérica: las inscripciones con m ención del origo personal», en A ctas del I Sem inario de A rqueología del Noroeste peninsular, Revista de Guimar&es, 1980, vol. 3, págs. 117-137. P ara la delim itación del territo rio de los vascones pue de verse el trab a jo y la bibliografía en él recogida p o r J. J. S a y a s, «Indoeuro peos y vascones en territo rio vascón», en Actas del I V Coloquio de Lenguas y Culturas Paleohispánicas de la Península Ibérica, Veleia, 2-3, 1985-86, págs. 399-420. C om o o b ra de carácter general, aunque con una división geográfica dis tinta es m uy interesante J. C a r o B a r o j a , L os pueblos de España, B arcelona, 1946 (reed. M adrid, Istm o, 1976).
Capítulo 2 AREA IBERA. PUEBLOS DEL SUR Y ESTE DE ESPAÑA
C o m o hemos visto anteriorm ente, aunque es difícil poder de limitar con exactitud las distintas áreas histórico-culturales de la Península Ibérica en época prerromana, se puede afirmar que, a grandes rasgos, el área ibera se corresponde geográfi camente con la zona oriental y meridional de la Península. Este área no es uniforme ni en su orografía, ni en su clima, ni en su ecología, pudiendo disinguirse dentro de ella áreas geográficas concretas: Cataluña, con diferencias entre la costa y el interior, el valle del Ebro, Valencia, Sudeste, Alta A n dalucía y Baja Andalucía. Este área se halla constituida por un mosaico de pueblos en tre los que existen manifestaciones culturales similares, que nos permiten generalizar para todos ellos la denominación de ci vilización ibérica o pueblos del área ibera, aunque dentro de un área tan amplia haya una serie de matices y diferencias en tre unas y otras regiones, debidos tanto a la diversidad del sus trato indígena, como a los contactos, directos o indirectos y más o menos intensos con los pueblos colonizadores, pues se trata precisamente de la zona de influencia directa de las co lonizaciones griega, fenicia y púnica. Podríamos decir sin mie do a equivocarnos que la civilización ibérica es la respuesta cul tural indígena a los estímulos colonizadores.
LIMITES Y UBICACION G EO G R A FIC A Con una localización más o menos precisa, debido sobre todo a que en muchos casos no sabemos hasta qué punto la
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administración romana respetó las divisiones originarias indí genas, y a partir principalmente de las fuentes greco-latinas, va mos a señalar los pueblos más importantes de este área, los de mayor amplitud geográfica.
Cataluña En los valles de los Pirineos se encuentran los arenosios (valle de Arán), los andosinos (zona de Andorra) y los cerretanos (en la Cerdaña). En las zonas llanas de Vich y Gerona estaban situados, se gún J. Maluquer, los ausetanos, aunque A. del Castillo los si túa en la Costa Brava, en contra del testimonio del propio Livio. La asignación de estas zonas a unos u otros pueblos iberos ha sido objeto de discusión, precisamente a partir de un texto de Ptolomeo (2, 2, 70), que sitúa a los ausetanos en la ciudad de Gerunda, lo que ha llevado a muchos autores modernos a considerar que la comarca de La Selva estaba ocupada por este grupo de población. Sin embargo, en la actualidad, entre los investigadores que trabajan en este área (J. M. Nolla y E. Sanmartí sobre todo) se piensa que los indiketas ocupaban todo el litoral gerundense, mientras que los ausetanos ocuparían el in terior, la comarca de Osona. Esta ubicación se compadece me jor con las noticias del resto de los autores antiguos. Así Avieno (versos 523 y ss.) y Plinio el Viejo (Naturalis Historia, 3, 21) sitúan a los indiketas en la costa y a los ausetanos (Avieno los denomina ausoceretes) en el interior. Estrabón, por su par te (3, 4, 1 y 3, 4, 8), se olvida de los ausetanos en su des cripción de la costa. En la zona de Berga se encontraban los bergistanos que, se gún Livio, son gente salvaje entre los que abundan los ban didos que atemorizan al resto de la población. En los alrededores de Barcelona, en las comarcas del Maresme y el Vallés, se ubicaban los lacetanos. Es probable que tanto los lacetanos, como los lasetanos, Metanos y layetanos de las fuentes, fueran un mismo pueblo o pueblos muy relacio-
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nados. En Plinio aparecen lacetanos, Metanos y lasetanos, que para Schulten son todos lacetanos.
Valle del Ebro Estrabón sitúa a los ilergetes en la ciudad de Osea (Huesca) e Ilerda (Lérida). Parece que estos ilergetes no tienen que ver directamente con los ilercavones, a los que sitúa Plinio en la costa al sur del Ebro hasta las proximidades de Sagunto. Los ilergetes se adentraban en territorio aragonés hasta entrar en contacto con los celtíberos. Según J. M aluquer, los ilergetes do minaban la zona del Bajo Urgel hasta el Ebro, incluyendo Huesca y Lérida. Se trata, por las noticias de las fuentes, de un grupo de gran personalidad y dureza. Otro grupo de población muy importante en la zona del va lle del Ebro son los sedetanos. Hasta la tesis doctoral de G. Fatás, en la historiografía sobre los mismos (P. Bosch Gimpera y A. García y Bellido entre otros) habían sido incluidos dentro de los edetanos, por el Bajo Aragón hasta más arriba del Ebro, ignorando la existencia de los sedetanos. Ahora sabemos que estos últimos ocupaban las tierras situadas entre los Montes de Castejón y la Muela, los Monegros hasta la Sierra de Alcubierre, con los ilergetes al norte, el río M atarraña que sería el límite con los ilercavones y por el sur la línea natural que cam bia la divisoria de aguas de la cuenca del Ebro en la provincia de Teruel. Tenemos también en esta zona a los suesetanos, localizados en los textos de Tito Livio como vecinos de los sedetanos y los lacetanos, por lo que algunos historiadores modernos (F. Ro dríguez Adrados, J. Vallejo, etc.) han pensado que debían es tar situados en la actual provincia de Tarragona. Para G. Fa tás, hacia comienzos del s. II a. C. no había suesetanos en Tarragona, sino en la Tarraconense, ocupando la mayor parte de la actual comarca de las Cinco Villas de Aragón, en el lí mite entre Aragón y Navarra.
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País Valenciano Uno de los grupos principales de población de la zona son los edetanos. Estrabón los menciona en la costa, pero sin una localización fija. También ha habido aquí confusión de pue blos. En este caso se habían confundido los edetanos y los sedetanos (Schulten fue el principal defensor de esta identidad), pero, como hemos visto antes, a partir del estudio que de los textos de los autores antiguos, más concretamente de Plinio, ha realizado G. Fatás, los sedetanos estaban más cercanos al Ebro y los edetanos en las provincias de Castellón y Valencia, en el territorio que encierran los ríos Suero = Júcar en la fron tera meridional y Udiva, identificado por Schulten con el Mi jares, siendo Liria una de sus principales ciudades. También en territorio del actual País Valenciano las fuentes mencionan a los contéstanos, que han sido objeto de estudios detallados de E. Llobregat y J. Uroz. De los autores antiguos únicamente Plinio y Ptolomeo se refieren a ellos con claridad, pues Estrabón no menciona para nada a la Contestania, cuyo territorio es atribuido a los edetanos. Sin duda en el caso de Estrabón estamos ante un texto con referencias de carácter ge neral, sin concretar el territorio exacto de cada una de las po blaciones que ocupaban las distintas zonas de la Península Ibé rica y, sólo a medida que se fue conociendo con más claridad el territorio de los distintos pueblos, aparece como tal en los autores greco-latinos. Schulten proponía el carácter celta de los contéstanos a partir de etimologías y relaciones de la raíz del nom bre, aun que en la actualidad se atribuye un origen m editerráneo an tiguo a todos los pueblos cuyo nombre term ina en -itani o -etani. Adem ás, por su cultura m aterial y por su escritura este grupo de población es ibero, por lo que, como dice Presedo, parecen ociosas estas discusiones lingüísticas. Para Pli nio la Contestania se extiende desde el río Taver, que de semboca en el golfo ilicitano, hasta el río Suero, donde li mitarían con los edetanos. Saitabi (Játiva), Ilici (Elche), Lucentum (La A lbufereta, Alicante) y Dianium (Denia) son sus principales ciudades.
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Los pueblos del Sudeste de España Siguiendo en nuestra enumeración hacia el sur nos encontra mos, de acuerdo con los datos de las fuentes antiguas, con los deitanos citados por Hecateo. Para Plinio el territorio que ocupa este grupo de población coincide con la costa oriental de la Ci terior, entre los contéstanos y los bastetanos. Según P. Bosch Gimpera y L. Pericot, los deitanos están situados a partir del s. III a. C. al nordeste de los mastienos y tartesios, mientras J. Ca bré, a partir del estudio arqueológico de la región, afirma que desde el s. V a. C. podemos hablar de la fase ibera de la zona. Por lo que hoy sabemos, su territorio estaba en la vega del río Segura, separando a los contéstanos de los mastienos. Al sur de los deitanos y, a continuación, en la costa, se en cuentran los mastienos, que reciben este nombre de la ciudad de Mastia y a quienes el Periplo de Avieno cita sin ninguna preci sión. Tampoco parece que Hecateo y Teopompo tengan más suerte en la descripción del lugar de asentamiento de este pue blo, hablando Hecateo de alguna de sus ciudades como ciudad céltica. Historiadores modernos han querido buscar un origen oriental para estas poblaciones, lo que no parece probable, a pe sar de la gran antigüedad de los contactos de esta zona con Orien te. Para Schulten una de sus principales ciudades, Molybdana (ci tada por Hecateo), estaba situada en la región de Cartagena. También en esta zona, junto a los mastienos, se cita a los li biofenices, habiendo pensado algunos autores modernos que su territorio coincidiría en gran parte con los mastienos. El hecho de que aparezcan citados por Avieno junto con los mastienos debe llevarnos a la conclusión de que se trata de pueblos distin tos, aunque, si hacemos caso a Eforo, que los da como habitan tes de Malaca, Sexi y Abdera, se trataría de los mismos mastie nos de Hecateo. Lo que sí parece claro es que se trata de pue blos extranjeros, ya que Plinio les llama siempre poeni. Serían los pueblos orientales y sus descendientes y los hallazgos de la arqueología en los yacimientos de Toscanos, Trayamar y otros similares así parecen confirmarlo. Siguiendo por la línea de costa nos encontramos con los bas tetanos, a quienes Estrabón sitúa entre Calpe y Gades y que per
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tenecen a la T urdetania. Hay una gran confusión entre los au tores antiguos en cuanto a su localización, incluso dentro de la descripción del mismo Estrabón, para quien en otros pasajes los bastetanos habitan en el interior, desde las sierras de la pro vincia de Cádiz hasta G ranada, llegando casi hasta Málaga. Ptolomeo habla de dos grupos, los bástulos al oeste y los bas tetanos al este, denom inando a los prim eros bástulos poenos, los cuales, en opinión de Schulten, corresponden a los blastofenicios de Apiano y a los poeni de Plinio. Actualm ente se pien sa que estaban situados en Alm ería y con una penetración ha cia la vega de G ranada, identificando su población principal y la que les da el nom bre, Basti, con Baza, a pesar de que la ar queología no ha sido muy explícita hasta el momento en ese sentido. O tra de sus ciudades im portantes era Tutugi, identifi cada con Galera.
Alta Andalucía La Alta Andalucía estaba habitada en época prerromana por los oretanos. Ni Avieno ni Polibio los citan expresamente. Sí lo hace Estrabón, quien a la vez cita sus ciudades más importantes, pero los hace llegar hasta la costa sur. Los datos que sobre ellos nos transmite Ptolomeo no son relevantes, pues para entonces la administración romana había desdibujado los límites primiti vos de los pueblos. Por Estrabón sabemos que su territorio es atravesado por los cursos altos del Betis (3, 4, 12) y del Júcar (3, 4, 14). Actualmente parece claro que los oretanos ocupaban la zona oriental minera de Sierra M orena, la mitad este y norte de la pro vincia de Jaén y parte de las de Ciudad Real y Albacete, esto es, la zona natural de paso entre el centro, sur y levante de Es paña. De entre sus ciudades destacan Castulo (cerca de Lina res), que tuvo una gran importancia en la época de dominio car taginés de la Península por su vinculación con Aníbal, y Oria u Orissia (probablemente Granátula).
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El valle del Guadalquivir Posiblemente de todos los pueblos citados por los autores an tiguos que pertenecen al área ibera, los que tienen una mayor extensión e importancia son los turdetanos, término que, según varios autores antiguos y modernos, es una forma de denomina ción de los tartesios y, por ello, términos intercambiables, aun que, como dice Presedo, comúnmente la palabra se emplea entre los arqueólogos para significar la época que va desde el siglo V hasta la conquista romana, y por esta razón lo tartésico es para nosotros la fase más antigua de esta misma región. En cuanto a sus elementos de cultura material son comunes en lo fundamen tal con los de los iberos. Estrabón identifica turdetanos y túrdulos, pero, según las noticias de Polibio y Plinio son distintos, es tando los túrdulos al norte de los turdetanos. Plinio da noticia de unos turduli veteres en Lusitania, noticia que ha sido confirmada recientemente por el hallazgo de un pacto de hospitalidad en el Castro da Senhora da Saúde o Monte Murado (Pedroso), Vila Nova da Gaia, fechado en el año 7 d. C. por los cónsules y en el que aparecen como participantes unos turduli veteres. Para Estrabón la Turdetania comprende todo el valle del Guadalquivir, limitando con los carpetanos y con los bastetanos. Según este autor, tiene forma de cuadrado, con 2.000 estadios de ancho y de largo. Podría ser que el nombre de Turdetania fue ra el que denominaba a toda la región en la que habitaban, se gún los datos de las fuentes poblaciones menores difíciles de lo calizar (etmaneos, olbisios, cilbicenos, igletes o gletes, etc.). Para completar el mapa del área ibera es necesario hablar de los bástulos, ya citados al referirnos a los bastetanos, que esta rían situados en la actual provincia de Granada.
FORM ACION HISTORICA DEL M UNDO IBERICO Para comprender el proceso de formación de la cultura ibé rica es preciso atender al estudio de la propia dinámica interna de la Península en las etapas anteriores a la primera mitad del primer milenio a. C. En este proceso intervienen de forma de
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cisiva una serie de elementos que han sido resaltados por M. Bendala y J. Blánquez en las Actas de las I Jomadas sobre el Mundo Ibérico, celebradas en Jaén en 1985. De allí entresaca mos unas cuantas ideas que consideramos de esencial importan cia para el conocimiento del proceso de formación histórica de estas poblaciones, hasta llegar a la etapa que podemos denomi nar ibérica u horizonte ibérico. Según la opinión de Bendala y Blánquez, que compartimos, el principal cambio que se produce en esta época es la integra ción de las tierras de la Península en las grandes culturas del Oriente M editerráneo, con lo que surge un proceso de evolución histórica que desborda y condiciona las líneas evolutivas anterio res. Pero este horizonte nuevo, fundamentalmente exterior, no debe hacernos perder de vista que en esta etapa se está produ ciendo la consolidación de las culturas del Bronce Pleno, cuyo foco más importante se sitúa en Almería (poblados de El Argar y El Oficio), y que irradian fuertes influencias a amplias zonas meridionales. Incluso se puede distinguir ya en ese momento en Levante la facies del Bronce valenciano. Tras esta etapa del Bronce Pleno los arquéologos han esta blecido a partir de una serie de datos nuevos o de interpretación de datos anteriores un denominado Bronce Tardío (1300-1100 a. C.) en el que continúan los componentes de la cultura argá rica, con desaparición de algunas de sus formas cerámicas y con penetración de elementos culturales del horizonte meseteño ca racterizado con el nombre de Cogotas I: cerámicas excisas, boquique, etc. Esto mismo puede decirse para el País Valenciano, con la penetración de influjos procedentes de la Meseta. Tam bién en la Andalucía Occidental puede hablarse de un Bronce Tardío con las características apuntadas para las demás zonas. Para Bendala y Blánquez, con este Bronce Tardío se llega a una crisis final del m undo argárico, hecho que no puede situarse al margen de la crisis general que afecta a todas las culturas me diterráneas. Pero a esta situación general de crisis, que supone para estos autores el Bronce Tardío, sigue una fase de mayor vi gor que, de acuerdo con la investigación de los últimos años, pue de ser caracterizada como Bronce Final. El factor más importante de esta revitalización es, sin duda.
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la influencia de la cultura tartésica y se trata de una época de ma yor apertura cultural que las fases precedentes... Los comienzos de esta nueva etapa pueden situarse hacia el año 1000 a. C. Esta etapa se va a caracterizar sobre todo por una fuerte influencia y penetración de los elementos culturales tartésicos, entre los que destacan, de acuerdo con los hallazgos arqueológicos más recien tes, las cerámicas con decoración bruñida, los vasos de perfil ca renado, las superficies alisadas, etc. Estos datos de la arqueolo gía no hacen más que confirmar las noticias de las fuentes escri tas (Polibio, 3, 24, 4), para quien el mundo tartésico se extendió hasta la región de Cartagena (Mastia Tarseion). Los autores antes citados destacan dos aspectos fundamenta les de esta etapa, una vez revisado el panoram a que ofrecen las secuencias de importantes yacimientos arqueológicos de la zona: la ruptura con la línea decadente del Bronce Tardío, ubicándose incluso los yacimientos en otros lugares y, sobre todo, la cons tatación de que el foco tartésico es el principal catalizador de la renovación cultural que se produce en este momento, teniendo también cierta importancia, aunque bastante menor, la penetra ción de los Campos de Urnas, con incidencia especial en Cata luña y valle medio del Ebro, estableciendo en las tierras llanas y los valles una economía de tipo agrícola. No es el momento de pararnos a analizar si la propia cultura tartésica es fruto de una evolución autóctona únicamente o re cibe también impactos exteriores. Pero sí es necesario resaltar, siguiendo de nuevo a Bendala y Blánquez, que sobre la base del Bronce Final Tartésico se superpone una fase orientalizante, pro fundamente marcada por el influjo fenicio, que comienza en el s. VIII y tiene su momento álgido en el s. VII y parte del s. VI a. de C. También se extiende a la zona ibérica clásica, en buena par te, como resultado de la irradiación tartésica hacia esa área. En el s. VI a. C. se produce la crisis de la cultura tartésica, lo que traerá consigo una mayor vitalidad e influencia de las zo nas ibéricas del Sudeste y Levante. En ese proceso de revitalización de las zonas del Este peninsular tiene una especial impor tancia la presencia griega, que tradicionalmente había sido sufi cientemente valorada para la zona del Nordeste y que, en estos momentos, debe ser tenida también en cuenta no sólo para la
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zona del Levante, sino incluso para la zona meridional de España. Debido al propio proceso de evolución interna de las pobla ciones indígenas y a los influjos exteriores, más o menos impor tantes según las zonas, el mundo ibérico se configura como un foco de gran riqueza cultural y económica a partir de la segunda mitad del s. VI a. C. D entro de esta cultura ibérica se distingue arqueológicamente una serie de facies regionales que, a grandes rasgos, corresponden aproximadamente con lo que nos transmi ten en una época un poco más tardía los autores grecolatinos de época clásica. Estas diferencias regionales se han puesto de manifieso en as pectos tan importantes como los urbanísticos; mientras que en la zona de influencia de los campos de urnas (Cataluña y valle del Ebro) los poblados se organizan en torno a una calle central dejando las casas sus paredes traseras reforzadas a modo de mu rallas, en la zona más meridional se encuentra una urbanística mucho más cercana a los modelos del M editerráneo Oriental, concretamente de la urbanística griega. En líneas generales, podemos decir que en Cataluña el pro ceso de iberización constituyó una evolución continuada en la que se constatan influencias mediterráneas, en origen fenicias, que se ponen de manifiesto sobre todo en los restos cerámicos y en los ajuares metálicos, y posteriormente griegas a partir de mediados del s. VI a. C., que tanto en esta zona como en el Le vante ibérico, son las que tienen mayor incidencia, y que actúan sobre poblaciones indígenas con una tradición cultural con fuer te influencia de los campos de urnas. Al respecto se plantea un interesante problema, aplicable no sólo a Cataluña, sino a todas las zonas del Levante no nuclear ibérico, que ha sido perfecta mente resaltado por E. Junyent y otros autores: el insuficiente conocimiento de la evolución de estas gentes a lo largo de los s. IX, VIII y VII a. C. y del sustrato preibérico inmediato; es de cir, cuáles eran los elementos definidores de aquellas comunida des que recibieron las primeras influencias mediterráneas. Por otra parte, cada vez parece más evidente en Cataluña la dicotomía entre la costa y las zonas del interior, siendo los rit mos de evolución hacia el iberismo muy distintos en una y otra
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parte, ya que las zonas costeras reciben las influencias foráneas, sobre todo mediterráneas, en una época más temprana. Para Sanmartí es evidente que, mientras no se demuestre lo contrario, nuestra visión actual del problema es la de considerar que la apa rición de unas formas y modos de vida, de unos patrones cultu rales, en definitiva, que podemos calificar ya de ibéricos... se de bió a una rápida expansión sur-norte de unos estímulos —y quiza también poblaciones— generados en la zona nuclear donde la cul tura ibérica tuvo su epicentro, es decir en el sudeste peninsular, entendiendo con ello las actuales provincias de Murcia y Alicante. En el valle del Ebro, según A. Beltrán, la iberización afectó esencialmente a la cultura material, sin que se produjeran cam bios de población o sustitución de modos de vida. Esta penetra ción de elementos iberos se inicia en el s. V a. C. y se desarrolla en los s. IV y III, perdiendo vigencia en contacto con lo romano (s. II y I). Pero esta iberización no supone el que las bases indí genas desaparezcan, antes bien, permanecen en los poblados de terminados objetos, cerámicas y otros utensilios. La mayor par te de los yacimientos conocidos pertenecen a la Edad del Hierro, a la época romana republicana y hacia el cambio de era. Las in fluencias ibéricas proceden de la zona del Levante y el Ebro ac túa como difusor a través de algunos de sus afluentes (concreta mente el valle del Jalón) hacia la Meseta. Pero los contactos cul turales con el mundo celtibérico son constantes, tanto en lo re ferente a cultura material, como a elementos de alfabeto, mo neda, etc., apareciendo ciudades de nombre indígena con for mas iberas o indoeuropeas, por ejemplo Nertobis-Nertobriga. Fi nalmente, es importante resaltar que la iberización de las tierras interiores del valle estuvo ligada estrechamente a la penetración de los romanos en estos territorios. Recientemente F. Burillo ha reivindicado el camino del río Mijares como vía de penetración de las influencias de la costa (colonizadores e indígenas) hacia el interior, pero no buscando una zona de excedentes agrícolas, que no la hay en las altas tierras turolenses a las que conduce, sino un territorio rico en mi nerales, que se sitúa en la propia cuenca del río Mijares, espe cialmente en la Sierra de Albarracín (hierro y, en menor medi da, plata y cobre). Esta necesidad de minerales de la zona norte
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de la costa levantina donde desemboca el Mijares es evidente y, por otra parte, no es menos cierto que en esa zona el proceso iberizador se desarrolla con anterioridad al del interior del valle del Ebro. A comienzos del s. VI a. C. estamos asistiendo al inicio de un proceso que dará lugar a la cultura ibérica en el que sobresalen la utilización y divulgación de la cerámica a torno, el desarrollo del urbanismo y la generalización del uso del hierro. Por lo que se refiere a Andalucía la cultura ibérica, o m e jor los rasgos ibéricos, presenta matices que la diferencian de la cultura ibérica levantina, debido en gran medida a la propia evolución interna del componente indígena (tartésico sobre todo) y en parte a la propia ubicación de unas y otras comuni dades, lo que hace que predom inen en unos casos los influjos orientalizantes, más arraigados en la zona occidental, y en el resto, las nuevas relaciones que se establecen en las zonas más orientales de España con los pueblos colonizadores del M edi terráneo, sobre todo con los griegos. Debido precisam ente al distinto proceso de formación his tórica que siguen estas poblaciones, hay que distinguir dentro de la amplia área que va desde Cataluña hasta Cádiz dos tipos de cultura ibérica, una cultura ibérica meridional y desarrolla da en Andalucía, Sureste de España y Levante meridional y una cultura ibérica septentrional desarrollada en los alrededo res del Cabo de La Nao en Alicante, hacia Levante y hasta el Ebro y el Sur de C ataluña, propagándose hacia las costas ca talanas y el Sur de Francia, Bajo A ragón, Cataluña interior y hasta la Meseta. Como conclusión podemos decir que los territorios más m e ridionales de la Península Ibérica quedaban polarizados hacia la civilización tartésica, m ientras que los territorios más sep tentrionales del área ibera lo hacían hacia la civilización de los campos de urnas, aunque dentro del proceso de iberización han de tenerse en cuenta como elem entos fundam entales los influ jos m editerráneos aportados por fenicios y griegos.
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El desarrollo urbano en el área ibera. El concepto de ciudad El proceso anteriormente reseñado va a llevar en el s. V a. C. a las poblaciones indígenas a un estadio de desarrollo superior que podemos calificar como plenamente urbano, con lo que el mundo ibérico se homologa, aunque más tardíamente, con las demás culturas del mundo mediterráneo de los milenios segun do y primero a. C., con un tipo de organización más próximo al de las sociedades mediterráneas. La existencia de la ciudad como el núcleo básico de la organización comunitaria es uno de los ras gos que caracterizan al mundo ibérico. Pero este proceso de ur banización no es uniforme, sino que podemos establecer diferen cias que alcanzan a ser extremas entre los distintos territorios. Así, por ejemplo, en las campiñas de Jaén encontramos ciuda des y una organización del poblamiento en torno a ellas ya en pleno s. V a. C., mientras que en el valle medio del Ebro el es tablecimiento de ciudades no se remonta más allá del s. III a. C. En el proceso de análisis de la organización del poblam ien to ibérico se plantea un problem a fundam ental: poder deter minar cuándo un núcleo habitado puede o debe ser considera do como una ciudad. Pero no podemos dar respuesta a este pro blema sin determ inar previam ente el concepto de ciudad, con cepto relativo y que puede variar dependiendo de la cultura a que se refiera. Por oposición, para que las ciudades existan es imprescin dible, en prim er lugar, que haya otros núcleos que no lo sean y que se puedan definir como rurales. Es decir, deberá existir un hábitat diferenciado en el que el asentam iento que se iden tifique como ciudad deberá contar con unas atribuciones de las que carezcan los núcleos rurales y realizar unas funciones de rivadas de estas mismas atribuciones exclusivas de la ciudad. Estas funciones cubren toda una serie de aspectos defensivos, político-administrativos, económicos, religiosos, etc., que ne cesariam ente deberán proyectarse a los núcleos rurales, faltos en todo o en parte de los servicios que la ciudad les pro porciona. Esta relación entre ciudad y núcleos rurales es recíproca, pues los asentamientos rurales por su parte deberán ofrecer una serie
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de prestaciones a la ciudad normalmente en sentido de de pendencia. Pero el hecho de que esta relación sea recíproca no quiere de cir que sea igualitaria. Existe una vinculación desigual en la que la ciudad juega un papel preponderante. Por otra parte, todas las funciones que se desarrollan en la ciudad tienen su reflejo material en una serie de edificios espe cíficos con una configuración constructiva y urbanística distinta de las viviendas. En cuanto al tam año es claro que el sistema de vida urbano supone la atracción de los habitantes de los asentamientos rura les y menores, lo que traerá como consecuencia que la ciudad tenga un número mayor de habitantes y de construcciones que, evidentemente, se manifiesta, cuando uno de estos asentamien tos es objeto de excavación. No obstante, es difícil determinar de manera absoluta, cuándo estamos ante un asentamiento ciu dadano y cuándo estamos ante un asentamiento rural, por lo que la identificación de un asentamiento con el núcleo que realiza las funciones específicas de la ciudad debe hacerse por comparación entre yacimientos de la misma época y dentro de un territorio con una cierta uniformidad económica y cultural. Este proceso comparativo y de observación de las diferencias de tamaño y estructura de los asentamientos que corresponden a ciudades y de aquéllos que no realizan estas funciones, única mente es posible cuando la identificación entre yacimientos ar queológicos concretos y nombres de ciudades que conocemos por las fuentes escritas o las leyendas monetales referidas al área ibe ra sea segura. Las fuentes escritas para el área ibera, como para el resto de España, son fundamentalmente los autores greco-latinos de época clásica y, más concretamente, los autores que he mos citado en la Introducción, todos ellos de una época com prendida entre el s. II a. C. y el s. II d. C. Son, asimismo, fuen tes importantes para el descubrimiento de los nombres de los nú cleos ciudadanos de época ibera las leyendas monetales y los tex tos epigráficos grabados en otro tipo de documentos. Las infor maciones que ofrece cada una de estas fuentes pueden ser coin cidentes y complementarias, aunque no siempre sucede así por la misma naturaleza de las fuentes. Por ejemplo, en las fuentes
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literarias (historiadores y geógrafos sobre todo) las referencias a ciudades indígenas están en relación con el propio objeto de la narración, la mayor parte de las veces acontecimientos bélicos. Centrándonos más concretamente en la ordenación del terri torio en el área ibérica de España, a partir de los estudios ar queológicos realizados sobre el poblamiento de las áreas iberas fundamentalmente en el valle medio del Ebro por F. Burillo, en la zona del Alto Guadalquivir por A. Ruiz y M. Molinos y en la zona de los edetanos por J. Bernau, H. Bonet y C. Mata, se pue de llegar a concluir que los asentamientos se ubican y se distri buyen en función de la explotación de los recursos económicos de la zona y teniendo en cuenta la naturaleza de cada uno de ellos, según se trate de asentamientos urbanos o rurales. Por re gla general los asentamientos de estas dos áreas analizadas hasta ahora con más profusión suelen localizarse en zonas agrícolas, aunque también se han descubierto asentamientos ubicados en determinados lugares de explotaciones mineras o de otras acti vidades económicas. En definitiva, la distribución de asentamien tos se realiza de forma irregular de acuerdo con las posibilidades económicas que presenta el territorio y no mediante una plani ficación ordenada de la utilización del mismo, con lo que la ma yor densidad demográfica y el mayor número de núcleos impor tantes se explica por la existencia también de una mayor canti dad de recursos. En la distribución de los núcleos habitados influyen elemen tos de tipo político o incluso militar, como es por ejemplo la ne cesidad de control del territorio en su totalidad, buscando para ello puntos de fácil defensa y que dominen el territorio propio, o de un paso importante de comunicaciones, con lo que en oca siones encontramos asentamientos con un carácter estrictamente militar, aunque estos asentamientos, por lo que se conoce hasta el presente, suelen ser escasos. Finalmente en lo que se refiere al poblamiento se observa también que entre los distintos asentamientos se establece una jerarquización en función de una relación de control e intercam bio de los centros ciudadanos sobre los centros rurales, e incluso dentro de los propios centros ciudadanos se produce esta rela ción de control de los mayores sobre los más pequeños.
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Este proceso de jerarquización será potenciado y favorecido posteriormente por la acción de Roma, pues su propia estructu ra política-administrativa tiene como base estos mismos princi pios. De este modo el control de los territorios por parte de Roma será mucho más rápido, fácil y menos costoso.
O RG A N IZA CIO N SOCIO-POLITICA Organización social Es algo admitido por todos en la actualidad que hablar de cla ses sociales en las sociedades antiguas acarrea una serie de ries gos, y más en casos como el de sociedades primitivas como la ibé rica, donde los datos para diferenciar los distintos grupos de po blación son muy escasos y, la mayoría de las veces, poco claros. Los trabajos de A. Arribas, J. Maluquer, J. Caro Baroja, M. Vigil y A. Balil, entre otros, que se han ocupado del estudio de los pueblos iberos, han encontrado diferencias en el seno de la estructura social, tanto en las fuentes escritas, con datos aislados sobre una clase superior de los régulos y sus clientes y amigos, como en el material arqueológico encontrado en las tumbas, so bre todo en lo referente a la forma de las propias tumbas y al ajuar funerario encontrado en ellas. Del análisis de las tumbas deduce F. Presedo la existencia de un grupo de régulos, que debían formar la nobleza y cuyas tum bas denotan un nivel alto de riqueza; junto a ellos existiría una clase media con tumbas más pequeñas y un ajuar discreto, aun que con algún elemento de importación, distinguiendo entre ellos los que aparecen enterrados con falcata y aquéllos que no la tie nen dentro de su ajuar funerario, lo que diferencia a los guerre ros del grupo de posibles comerciantes y artesanos cualificados (broncistas, herreros, escultores, etc.) y, finalmente, el grupo so cial más bajo dentro de la escala, que son los individuos enterra dos en las numerosas tumbas pequeñas consistentes en un solo hoyo en el suelo, a veces sin ningún ajuar y con la urna tapada únicamente con una piedra.
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Por otra parte, este mismo autor, a partir del estudio de los bronces ibéricos y de la pintura de los vasos cerámicos, distin gue por un lado a los jinetes a caballo con escudo redondo y falcata o lanza, junto a un grupo muy numeroso de hombres arma dos a pie. Junto a este grupo numeroso hay una serie de autores (Nicolini entre ellos) que ha identificado con sacerdotes a una se rie de individuos tonsurados y con un velo o con una diadema sobre el pelo no tonsurado. Sin embargo, en opinión de M. C. Marín Ceballos, no parece que podamos hablar de sacerdocio profesional, sino ocasional, que recaería en iniciados pertene cientes a las clases superiores. Habría también otro grupo de hombres sin cualificación alguna, vestidos con túnica larga (el traje nacional ibero) o corta, pudiendo tratarse en este caso de jóvenes o de guerreros. Entre las esculturas de m ujeres, que veremos cuando hable mos del arte ibérico, aparece una clase superior de grandes da mas mitradas, oferentes o no, que representan a grandes seño ras en un acto litúrgico. En ocasiones aparece también una sa cerdotisa (llamada así por Nicolini) y gran variedad de estatui llas que no pueden ser adscritas a ninguna profesión o estatus. Lo que sí parece claro a partir de los estudios de A. Ruiz es que lo militar está presente en todos los niveles de la estructura global: — Estrabón habla de continuas guerras entre los iberos — los ejércitos de los régulos del sur suelen ser mercenarios — este predominio de lo militar está sustentado por la ideo logía, como puede verse a partir del análisis de los ajua res de las tumbas y la presentación de los reyes como gran des caudillos militares. — la metalurgia, a menudo en función de la guerra, adquie re un alto grado de desarrollo y — la rapiña se convierte en un sector productivo más dentro de la economía ibera. En la actualidad hay dos aspectos fundamentales en el estu dio de la organización socio-política ibérica, el análisis profundo y detallado del denominado Bronce de Lascuta con el decreto de Emilio Paulo (véase el texto recogido en su correspondiente apartado), documento de extraordinaria importancia por la in
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formación que transmite y los análisis de la planificación territo rial de la Bética, a partir de los datos de la arqueología. En este análisis se destaca la existencia de numerosos recintos conocidos con el nombre de turres en época clásica, cuya función debió ser defensiva y que en la actualidad se ponen en relación con un re flejo de la organización socio-política. Entre estos estudios con viene mencionar los realizados por J. Fortea y J. Bernier, J. Man gas, A. Ruiz & M. Molinos y sus colaboradores y, recientemen te, L. García M oreno. La importancia del bronce de Lascuta, sobre todo por su an tigüedad con respecto al resto de los documentos epigráficos co nocidos para Hispania, dio origen desde el principio a numero sos estudios, tanto desde el punto de vista epigráfico, como des de el punto de vista del derecho. Entre estos estudios destacan los realizados por E. Hübner y Th. Mommsen publicados en 1869. A. d’Ors en su Epigrafía jurídica (págs. 349-352) realiza una síntesis desde el punto de vista jurídico y Ch. Saumagne tam bién lo analiza al estudiar los orígenes del municipio de derecho latino en el marco extraitálico. De época más reciente son los es tudios indicados en el párrafo anterior. A través del Bronce de Lascuta podemos aproximarnos al co nocimiento de la organización socio-política de los pueblos del Sur de la Península en la etapa inmediatamente anterior a la con quista romana. Este bronce, aparecido a mediados del s. XIX fuera de todo contexto arqueológico y próximo a la localidad de Alcalá de los Gazules en el suroeste de Cádiz, encierra un de creto de Lucio Emilio Paulo, que se fecha el 19 de enero del año 189 a. C. En este decreto se concede la libertad a los habitantes de la Torre Lascutana desligándolos de su dependencia de Hasta R e gia. Además en el documento en cuestión se hace referencia a la propiedad de las tierras cuya posesión tienen los lascutanos y al núcleo habitado fortificado (oppidum) en el que viven, con firmando la posesión que, de hecho, ya tenían. En cuanto al contenido del texto es necesario, en primer lu gar, situar geográficamente ambas comunidades o núcleos que aparecen mencionados en él, Hasta Regia y la Turris Lascutana. Hasta o Asta Regia se localiza en la Baja Andalucía, más con
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cretamente en el área de Cádiz, en el despoblado de Mesas de Asta. Es una comunidad frecuentemente citada en las fuentes geográficas de época imperial romana (Plinio y Ptolomeo entre otros) y en Plinio aparece como una colonia de ciudadanos ro manos fundada probablemente por Julio César. La localización de la Turris Lascutana presenta mayores pro blemas, pues no sabemos con exactitud si se trata de una locali dad distinta del oppidum Lascut o Lascuta, que conocemos por las series monetales libio-fenicias y en las fuentes de época im perial como civitus stipendiaria (ciudad que, aunque sus ciuda danos tenían el estatuto de libres, debía pagar un tributo o stipendium a Roma, aportado equitativamente por todos sus habi tantes). Para A. Tovar, por ejemplo, la turris sería diferente al oppidum y se trataría de un enclave fortificado que, como avan zadilla, serviría de defensa al oppidum. Se piensa que la Turris podría estar ubicada en Alcalá de los Gazules. Conocemos, por otra parte, a través de los datos de la ar queología y las fuentes literarias, la existencia en esta zona y en esa época de turres, las llamadas Turres Hannibalis, que serían como puntos de vigilancia y defensa de la campiña. Fortea y Bernier han puesto en relación estas turres de las fuentes escritas con recintos fortificados con muros ciclópeos dispersos por todo el territorio de Andalucía, que podían servir tanto de fortines mi litares para pequeños grupos expedicionarios, como de núcleos urbanos destinados a poblaciones aliadas o tributarias de la ciu dad principal. No debe descartarse tampoco la posibilidad, en opinión de J. Mangas, de que pudieran servir de defensa frente a posibles revueltas de poblaciones sometidas en el interior del territorio. La cronología que se atribuye a estos recintos fortifi cados va desde el 400 al 200 a. C. Su construcción se atribuye a los cartagineses, aunque no todas puedan atribuirse a Aníbal por su cronología, sino únicamente las del primer cuarto del s. III a. C. Además es posible que lo romanos también pudieran cons truir algunas. En contra de lo dicho hasta aquí, está la opinión de L. G ar cía M oreno, quien considera difícil identificar la Turris Lascuta na con estos recintos fortificados, debido al reducido tamaño de los conocidos y que, en el caso de la mencionada turris, exigiría
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la existencia de una aldea pegada a sus muros. Para este autor, el paralelo más idóneo podría ser el castellum que, según Vitrubio (10,13), arquitecto de tiempos de Augusto, existía a una cier ta distancia de Gadir (Cádiz) como defensa de ésta o los castelli meridionales de los que da cuenta Livio (34,19) para el 197 a. C. Interesa ahora resaltar el contenido del decreto. Según el tex to, la Turris Lascutana dependía de la ciudad de Hasta y los ha bitantes de la Turris eran servei (¿esclavos?) de los hastienses. Esta comunidad de siervos tenía en régimen de posesión un nú cleo urbano fortificado (oppidum) y unas tierras (agrum), cuya propiedad jurídica real, según puede verse en el texto, pertene cía a la ciudad de Hasta. Es decir, que en términos jurídicos los habitantes de la Turris Lascutana tenían la posesión, el usufruc to del núcleo habitado fortificado y de las tierras, mientras que la propiedad era de los ciudadanos de Hasta. Se deduce del texto que estos servei están adscritos de forma comunitaria a la ciudad de Hasta, tienen en possessio (usufruc to) un territorio (agrum) que trabajan para crear unos exceden tes económicos de los cuales gran parte pasaría a la ciudad de Hasta y residían de forma conjunta en un mismo núcleo urbano. Con la llegada de Roma la situación cambia y por la acción del general Emilio Paulo se va a liberar a los habitantes de la Turris Lascutana de la dependencia de Hasta, quedando como depen dientes de Roma (sometidos a Roma). Es decir, que el derecho de propiedad pasaba al Senado y al pueblo romano, mientras que el derecho de usufructo seguía perteneciendo a los habitan tes de la Turris Lascutana. La sumisión a Roma de los lascutanos les va a permitir disfrutar de la posesión del núcleo habitado fortificado y de las tierras. Este es el contenido del decreto, pero el problema fundamen tal se centra en el análisis del término servei. M. Vigil fue el pri mero en analizar el término, deduciendo que estos servei cons tituían una forma de esclavitud especial en la que una ciudad ejercía la hegemonía sobre otra, de forma que no puede verse en éstos el estatuto del esclavo romano. J. Mangas y L. García Moreno han analizado con planteamientos y resultados distintos este término. Para J. Mangas este término hay que entenderlo como una forma de dependencia no esclava a la que denomina
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servidumbre comunitaria. Esta forma de dependencia no sería característica únicamente del sur de la Península Ibérica, sino que se encuentran formas análogas durante la Antigüedad en otras zonas del M editerráneo, como es el caso de los ilotas de Esparta, los penestas de Tesalia, los mariandinos en Heraclea del Ponto, etc. Se trataría en todos los casos de poblaciones en su mayoría indígenas que fueron sometidas en conjunto. Mangas, además de relacionar esta forma de dependencia con las existentes en otras zonas del M editerráneo, intenta relacio nar la servidumbre mencionada en el Bronce de Lascuta con otros testimonios, tanto de fuentes escritas, como de datos ar queológicos, referentes también al sur de España, en los que también, según él, se hace referencia a la existencia de una con siderable población servil en la Bética prerromana. Hay un tex to de Justino (44, 4), autor del s. III d. C., pero cuyas noticias provienen de Trogo Pompeyo (época de Augusto), según el cual en el reino de Tartessos ...plebs in septem urbes divisa - plebs dividida en siete ciudades. Para Mangas este texto hay que in terpretarlo en el sentido de que esos siervos, recogidos bajo el término plebs, estarían divididos en siete ciudades, que habría que considerar como ciudades dependientes de la ciudad privi legiada. En la oposición populus - plebs el primer término haría referencia a los privilegiados. La referencia a Tartessos se puede deber a que en época de Augusto la idea que se tenía sobre ella estaba ya muy desdibujada. De esta forma la noticia de Justino estaría reflejando la forma de dependencia que se consideraba característica de la Bética prerromana. Hay otro dato que debe tenerse en cuenta, en opinión de Mangas, el texto de Diodoro Sículo (25,10) en el que nos trans mite la noticia de que en Cartagena se había producido una re vuelta de numidas, acudiendo Amílcar a reprimirla, reduciéndo los a esclavitud/servidumbre (edoülothésan) para que pagasen un tributo. El poder pagar un tributo requiere el tener alguna for ma de posesión sobre la tierra o sobre cualquier otra actividad productiva, lo que no sucedería si se tratara de esclavos. Por otra parte, como ya hemos visto anteriormente, la ar queología confirma los datos de las fuentes literarias sobre la existencia de recintos fortificados en la Bética, que se debían uti
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lizar para la defensa del territorio, tanto de amenazas externas, como de posibles revueltas de las poblaciones sometidas en el interior. En resumen, para J. Mangas en la Bética prerromana la ser vidumbre comunitaria era la forma de dependencia dominante y probablemente, aunque la documentación no es explícita en este caso, existieran formas de dependencia análogas en el resto del área ibera. El análisis realizado por Mangas ha sido criticado reciente mente por García M oreno, quien pone en tela de juicio la vali dez de utilizar datos procedentes de regiones y épocas demasia do diferentes desde el punto de vista del desarrollo histórico, a la vez que cree que Mangas no realiza un examen pormenoriza do de las fuentes en que se encuentran tales datos. Concreta mente García Moreno critica la equivalencia que este autor hace de los términos populus y plebs del texto de Justino, pues para García Moreno están haciendo referencia a dos aspectos distin tos de la población de Tartessos, populus resaltaría el elemento político de la sociedad haciendo, entonces, referencia al término de la ciudadanía, mientras que plebs haría referencia a todo el colectivo social, es decir, a la multitud, no olvidando, además, que el texto está reflejando una teoría antropológica helenística y, por ello, quizá esté alejado de la realidad. Por último, para García Moreno en el análisis de Mangas hay un excesivo interés por extender a toda la Bética un mismo ré gimen de relaciones de propiedad, cuando sabemos que se da ban en ella varias situaciones de desarrollo socio-económico, e incluso en otras áreas fuera de la Bética. Arribas ya había apuntado la aparición de formas esclavistas para la Bética, aunque afirmando que en número muy inferior a la época romana. Para este autor en la extensión de la esclavi tud en la Turdetania debió influir el ejemplo de las colonias se mitas y la creciente demanda de mano de obra por parte de las explotaciones mineras. García Moreno propone otra vía de interpretación del texto del Bronce de Lascuta poniendo en relación el contenido del tex to con lo que sucede en el mundo púnico (Cartago), tomando como base el texto de Livio (43, 8) que nos transmite la infor
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mación de la creación de una colonia latina libertinorum en Carteya en el año 176 a. C. Para este autor, los habitantes de la Turris Lascutana pertenecerían a un tipo de comunidades en es tado de servidumbre, cuyo estatuto y tipología se remontaría cla ramente a Cartago, que las habría creado en su área de domina ción hispánica, es decir, una vez más se pretende explicar lo que ocurre en un lugar determinado de la España antigua por facto res externos con preferencia sobre el propio desarrollo histórico y la propia dinámica de lo preexistente. Pero García M oreno, al igual que los autores anteriores, ge neraliza a partir de este documento la situación para todo un área, al afirmar que donde habrían quedado restos más claros, aunque no abundantes, de este tipo de servidumbre comunitaria es en la zona del sur de Hispania, donde más densa y profunda había sido la acción de Cartago. En el caso de Lascuta hay que señalar que se trataba de una ciudad de fuerte influencia fenicia, tal como indicaría la utilización de un alfabeto neopúnico en sus acuñaciones y la persistencia de una antroponimia púnica en la oligarquía dirigente hasta tiempos avanzados. Lo mismo ocurri ría con Carteya, antigua fundación fenicia, transformada poste riormente en enclave cartaginés. En definitiva, para García Mo reno no se trataría de un tipo de servidumbre turdetana (indíge na) en origen, sino púnica (debida a la acción de Cartago). Es decir, que los distintos autores que se han ocupado de ana lizar el contenido del decreto están de acuerdo en lo fundamen tal, la existencia de una forma de dependencia, la servidumbre comunitaria, pero la discrepancia está en saber a quién es debi da, si tiene un origen en la propia evolución histórica de las po blaciones indígenas o es la acción de una potencia exterior, en este caso Cartago, la que lleva a la situación reflejada en el bron ce de Lascuta. Queda todavía un último aspecto que resaltar en el análisis del decreto de Emilio Paulo, aunque se refiere ya a algo propia mente romano, la razón por la cual Emilio Paulo, general roma no, procede a la manumisión de estos serví. En un trabajo re ciente F. Marco ha situado en sus justos términos la respuesta. Para comprender la razón de esta manumisión hay que contem plar el decreto en el marco de la política internacional llevada a
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cabo por Roma en el s. II a. C., momento en que el Estado ro mano está desarrollando una política de expansión. En este con texto y en el transcurso de las operaciones bélicas en las provin cias, el poder de decisión del general sobre el botín y su destino debió ser definitorio, al menos en primera instancia, sin que fue ra necesario consultar al Senado. A pesar de que las razones concretas de la manumisión se nos escapan, por no ser lo conservado posiblemente más que un extracto del decreto, lo que implica éste es una relación de amicitia por parte de los beneficiados con Roma. Para algunos his toriadores este decreto supone el inicio de una política de reor ganización de las ciudades indígenas y esta manumisión aparece como un primer paso en el proceso de integración de formas no romanas de dependencia en el marco de las concepciones jurídi ca y política de Rom a, aspecto de suma importancia dentro del contexto general de la romanización. Para Marco a éstos se les concedió el usufructo de sus tierras y del núcleo urbano en que habitaban, sin otorgarles un Ius Latii que cuadra mal con la reluctancia mostrada por el Estado ro mano en el s. II hacia la concesión de ciudadanía a extraños.
Organización política Para el conocimiento de los aspectos de la organización po lítica del mundo ibérico contamos con los datos que aparecen en las fuentes literarias, en especial Polibio, Apiano y Tito Livio, sobre la existencia de reyezuelos o régulos en la zona sur de Es paña en el momento de cambio de la hegemonía cartaginesa a la romana. Para este tema de la realeza y los reyes en la España antigua está aún por superar en su conjunto el estudio de J. C e tt Baroja publicado en 1971, para quien la instítucién monár^aiea exis te en la zona sur de España hasta el mismo momento de la con quista romana, como herederos de la monarquía mítica de T ar tessos. Después de la desaparición de Tartessos, los pueblos del sur, fragmentados desde el punto de vista político, pero en su ma yoría con regímenes monárquicos, aparecen en las fuentes escri
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tas con nombres nuevos. Según las noticias de Apiano (Iber. 5) la muerte de Amílcar en el año 229 a. C. se debió a la conjura de varios reyes de pueblos iberos y de personajes influyentes. En el momento de la conquista a Cartago de la zona sur por Roma aparecen en el relato de Tito Livio dos reyezuelos, que son los más conocidos: Cuicas y Luxino. Cuicas aparece en el año 206 a. C., como aliado de los romanos contra Cartago, do minando 28 oppida de la zona más celtizada del sur, la Beturia (Liv., 28,13, 3), y en el año 197 a. C. es un rebelde a Roma con poder ya únicamente sobre 17 fortalezas (Liv., 33, 21, 6). Por contra, las noticias de Polibio son contradictorias, pues nos ha blan de que los romanos habían aumentado su reino a este Cui cas (Polyb., 21, 11, 7). Luxino, por su parte, aparece en el año 197 a. C. como rebelde a Roma y dominando núcleos tan im portantes como Carmona, Bardón, Malaca o Sexi (Liv., 33, 21, 7), localizadas en el área más fuertemente dominada e influida por los cartagineses. De estas menciones se desprende el dominio de algunos ré gulos sobre varios núcleos urbanos fortificados, aspecto que qui zá debamos poner en relación con el análisis realizado por algu nos investigadores, a partir de los datos que proporciona la ar queología, sobre ordenación del territorio y jerarquías. En el momento de la pérdida de estos territorios por Carta go a manos de Roma, aparecen junto a estos reyezuelos más im portantes otros que dominan únicamente sobre una ciudad tras la fragmentación de la monarquía tartésica. Attenes es el primer reyecillo que se pasó a las filas romanas en el año 206 a. C. Sa bemos también que Cerdubeles era régulo de Cástulo en el 196 a. C. La mención de estos monarcas no excluye la existencia de ciu dades cuya estructuración política no estaba en torno a un régu lo, como es el caso de Astapa en Sevilla, citado por Caro Baroja. Pero estas realezas nos son conocidas no sólo a través de las fuentes literarias, ya que también en la decoración de las mone das aparecen elementos que nos confirman la existencia de la ins titución real, como es la cabeza diademada del anverso de algu nas monedas, que se interpreta como un símbolo de realeza. Por otra parte es posible, en opinión de Caro Baroja, que al
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gunos santuarios hayan tenido una significación institucional en relación con ciudades soberanas y en función no de una ciudadestado, sino de un territorio más amplio con varias ciudades, de las cuales una es la capital propiamente dicha. Está claro, pues así aparece en las fuentes, que en la Turdetania, en el momento de la lucha de romanos y cartagineses, ha bía reyes que dominaban varias fortalezas (oppida), reyes que dominaban más de una ciudad a la vez, reyes o régulos que do minaban sobre una e, incluso, ciudades que no eran gobernadas por una institución real. Entre los reyes de la zona meridional, aparte de los ya cita dos, hay que mencionar a un rey de los orisos, que parece de ben ser los oretanos, entre los años 229-225 a. C. (Diodoro de Sicilia). Esteban de B izando, que tiene como fuente a Artemidoro de Efeso (ca. año 100 a. C.), cita la ciudad de Orisis, junto con el pueblo oretano, del cual indica que tenía otra gran ciu dad, Cástulo. Vemos, pues, emparentados por las fuentes el nombre de un rey, el de un pueblo con varias ciudades y el de una ciudad. La institución real se ha desarrollado en el sur de España des de la Edad del Bronce hasta tiempos históricos, que coinciden con las fases más tardías de la Edad del Hierro, habiendo teni do, sin duda, grandes influjos orientales en sus orígenes y en re lación con la explotación de importantes riquezas naturales. Pero las fuentes nos dan noticia de régulos que mandan so bre pueblos no iberos, régulos celtas o galos que luchan en la Pe nínsula contra los romanos y régulos que parecen de estirpe ibé rica en la zona oriental. Entre los primeros destacan Moeniacoepto y Vismaro, al ser vicio de los cartagineses, los cuales, al ser vencidos, dejan tras sí un botín típico de áreas célticas: torques de oro, brazaletes, etc. Podemos pensar en individuos no iberos bajados de la Meseta. Para la zona oriental de la Península hay también datos de otros régulos con carácter militar. Tito Livio (34, 11) nos da no ticia para el año 195 a. C. de un régulo de los ilergetes, Belistages, que mandó a su propio hijo como legado al campamento de los romanos. Por otra parte, también por datos de los historia
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dores Polibio (3, 76, 1; 9, 11; 10, 18, 3, etc.) y Tito Livio (22, 21), así como de algún otro autor antiguo, conocemos a un Indibilis, Indebiles o Andobales, no sabemos con precisión si de los ilergetes o de los suessetanos, y un Mandonius de los ilergetes. Por otra parte tenemos también el nombre de un Edeco, rey de los edetanos, según Polibio (10, 34), que junto al nombre de Ilerdes de los ilergetes, permiten plantear la relación de algunos nombres de régulos con los de sus pueblos y ciudades de origen: Edeco-Edetani-Edeta e Ilerdes-Ilerda-Ilergetes. Al norte del Ebro estos régulos se localizan principalmente en el interior, mientras que en las regiones costeras, más influi das por los griegos, abundan las comunidades regidas por asam bleas, senados y magistrados. Las monarquías de esta época y de estas áreas eran bastante inestables, pues la mayor o menor importancia de sus dominios dependía de la fortuna o habilidad de cada reyezuelo, ya que sus dominios estaban en relación con la integración bajo el mando personal de cada régulo de comunidades distintas, que no tenían ninguna estructura común entre sí y que, desaparecido el corres pondiente régulo, podían pasar a depender de otro o a ser autónomas. En opinión de Caro Baroja, los pueblos ibéricos son monár quicos por antonomasia y continúan con esta institución hasta ser dominados por Roma. Para ellos la idea de la realeza, basa da en planteamientos bélicos, es esencial como idea política. Finalmente hay otro hecho resaltable, ni Cartago, ni Roma posteriormente se precipitaron a romper la estructura indígena de la monarquía militar. Todos estos datos hay que ponerlos en relación con un he cho ya analizado anteriormente, el de que la formación social ibera es una formación social urbana. Tanto las fuentes litera rias como la numismática mencionan la existencia de ciudades, mientras que la arqueología confirma la presencia de núcleos ha bitados que pueden ser calificados como tales, además de forti ficaciones y de las denominadas turris. A partir de lo dicho hasta aquí sobre la organización política de las poblaciones iberas y su desarrollo histórico, podemos ha blar en el orden político de la aparición y desarrollo del Estado.
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Parece que a la llegada de Roma existen régulos, ya presentes antes de la dominación bárquida, establecidos sobre centros ur banos con diferente carácter y en los que tiene un peso primor dial el elemento militar, si tenemos en cuenta las informaciones de las fuentes y, sobre todo, de Estrabón, quien nos habla de guerras continuas entre los iberos y de la existencia de mercena rios en los ejércitos personales vinculados a los régulos del sur.
Clientela y devotio Junto a todo lo dicho hasta ahora, y posiblemente por ello, hay dos aspectos o fórmulas en la España prerromana que se aso cian siempre con el mundo ibérico y que muchos historiadores incluyen dentro del campo institucional, dándoles el nombre in cluso de instituciones. Se trata de la clientela y la llamada devo tio ibérica. De la existencia de ambas en el área ibera nos infor man con profusión los escritores antiguos (Polibio, Tito Livio, Apiano, Plutarco, Floro, etc.). Sobre ellas han sido realizados es tudios que insisten en los aspectos jurídicos más que en su aná lisis histórico. Estas relaciones entre los iberos se rigen por una fides (fide lidad) que les da un contenido de permanencia y que, a veces, toma la forma de devotio. Pero se trata de una fides interesada: Sagunto es fiel a Roma porque le interesaba, lo mismo que los ilergetes y edetanos con respecto a Escipión. En el mundo rom ano, al igual que en general en todo el mun do antiguo, las relaciones de clientela implican la existencia de una relación no igualitaria que se establece entre dos o más in dividuos de los que uno disfruta de una posición privilegiada (económica, política o religiosa). Conocemos por las fuentes la realización de clientelas en la Península Ibérica con una finali dad militar, entre las que podemos citar el pacto que realiza Indíbil, régulo de los ilergete con Escipión o las que se crean du rante la guerra sertoriana en España en torno a la figura de los oponentes Sertorio y Pompeyo. En estos vínculos de clientela, según Rodríguez A drados, existirían obligaciones recíprocas por las cuales el patronus (patrón) debía dar protección al cliente.
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mientras que el cliente estaba obligado a la obediencia en perío dos de paz y a proporcionarle ayuda militar en la guerra. Un tipo especial de clientela es la denominada devotio, que en el caso que nos ocupa es denominada como devotio ibérica, término que no es correcto utilizar por dos razones: en primer lugar, porque su existencia rio es exclusiva del área ibera, ya que aparece también entre los celtíberos, y en segundo lugar, por que existen también paralelos en otras zonas fuera de la Penín sula Ibérica, entre los galos (soldurii) y entre los germanos (comitatus). Se trata de una relación personal libremente contraida de fi delidad y servicios recíprocos creada fundamentalmente para la guerra. Es una forma peculiar de la fides que se caracteriza por el elemento religioso de la consagración de la vida de un hom bre y la de los suyos al servicio de un individuo (patronus), quien, a su vez, contrae una serie de obligaciones con el devotus. Para A. Prieto hay que entender la devotio dentro del marco de la situación social existente en las diversas áreas de la Penín sula Ibérica, caracterizada por la aparición de diversos tipos de desigualdades sociales que provocarían el surgimiento de jerar quías y en el que por diversos medios unos individuos detenta rían mayor poder e influencia que otros. Roma se aprovechará de esta situación, al igual que hará con el hospitium, que mantiene lejanos paralelos con lo existente en el mundo romano, para utilizarlos como mecanismos de integra ción de lo indígena en el mundo romano aparecen vinculados a los modelos indígenas, siendo Escipión el ejemplo más claro, pero, a medida que transcurre su presencia en España, los ro manos irán transformando esos modelos indígenas de acuerdo con sus normas e intereses.
ESTRUCTURA ECONOM ICA Quizá sea éste uno de los aspectos sobre los que peor esta mos informados en las fuentes antiguas con respecto a los pue blos prerromanos de España, pues los textos de los escritores gre co-latinos se ocupan, sobre todo, de la narración de la conquista
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y rara vez hallamos en ellos referencias a los elementos que for man la estructura económica de los pueblos que van paulatina mente siendo conquistados por los romanos. Es, por ello, muy difícil encarar con perspectivas de éxito el análisis de la estructura económica de los pueblos de España en general y, concretamente ahora, de los del área ibera, si tene mos en cuenta, además, que los intentos de evaluación de las no ticias económicas por parte de algunos investigadores resultan poco eficaces, al tener que utilizar datos y noticias de áreas geo gráficamente muy distantes e incluso de épocas bastante ale jadas. Hasta el momento actual, dos han sido las vías de análisis de la organización económica de los iberos; una, puramente des criptiva, en cuyos trabajos se realiza simplemente una enumera ción de productos a partir de los datos que nos transmiten los au tores greco-latinos, con los problemas que la propia naturaleza de estas noticias trae consigo; y otra, teórica, cuyos trabajos es tán esencialmente enfocados desde planteamientos del m ateria lismo histórico y en los que se lleva a cabo un análisis de las re laciones de producción, muy difícil en estos casos, pues los da tos son escasos y con unas pocas posibilidades de comprobación en el ámbito indígena por la falta de fuentes fidedignas. No obstante, sí hay una serie de datos que, aunque disper sos, no podemos dejar de analizar, apoyando las escasas noticias de las fuentes escritas con los hallazgos arqueológicos realizados en estas áreas que, en época prerromana, estaban ocupadas por los pueblos iberos. Optamos por un análisis de todo el área en general, ya que, como en otros aspectos de este libro, lo que buscamos es dar una visión de conjunto de cada una de las áreas histórico-culturales y en cada uno de los aspectos analizados.
Sectores de producción, medios y productos. La agricultura Dos son los sectores que hay que destacar de la actividad eco nómica que debió desarrollarse en el área ibera, la agricultura y
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la minería; la agricultura por todo el área y la minería con sus centros principales en Cástulo, Cartagena y el valle medio del Ebro. A ellas hay que añadir otras actividades en los sectores ga naderos y de la caza y la pesca, así como las actividades artesanales. A partir de la Edad del Bronce, el nivel técnico de las explo taciones agrarias había experimentado un gran avance y la agri cultura era la base de la economía en la España ibérica. El importante desarrollo histórico de estas poblaciones a lo largo de los s. IV y III a. C. tiene mucho que ver con los medios de producción aplicados a la agricultura, en especial con los ele mentos tecnológicos. Tradicionalmente se había considerado que los instrumentos más avanzados utilizados para las labores agrí colas de la zona ibera eran debidos a los romanos, pero los tra bajos realizados en este campo por Pía Ballester demuestran que los instrumentos de trabajo de hierro, utilizados en plena época ibérica, son los mismos que vamos a ver usando posteriormente a estas poblaciones en época romana. En el poblado ibérico de la Bastida de Mogente (Valencia), destruido en la segunda mi tad del s. IV a. C., Pía Ballester ha hallado instrumentos de hierro para trabajar en sectores de producción muy diversos: agricultura, construcción, cantería, trabajos de la madera, de la piel, etc., con una gran variedad de instrumentos. Es frecuente la presencia de rejas de arado en los poblados de la segunda mitad del s. IV a. C., así como layas o palas de hierro, cucharas de sembrador, escardillas (azadas), podaderas y hoces. Los productos más importantes del área ibera son los cerea les, especialmente abundantes en la zona de Sagunto, el olivo, traído a estas tierras por los fenicios y los cartagineses, y la vid, cuyo cultivo podemos situar a partir del s. IV a. C. Parece ser que los frutales se cultivaban en todo el área ibérica, igual que las hortalizas, algunas de las cuales merecen la cita de Plinio, como las que se cultivaban en Cartagena y Córdoba. También tenemos noticias del cultivo de palmeras, introducidas por los cartagineses, e higueras y han aparecido almendras en Baza en tumbas del s. IV a. C.
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Entre las plantas textiles, por los datos de las fuentes escri tas, sabemos que se cultivaban el lino, siendo muy famoso el de Tarraco (Tarragona) y Saetabi (Játiva), y el esparto, que se cul tivaba sobre todo en el Sudeste de España. Presedo piensa que el lino se trabajaría con un sistema muy parecido al que Plinio describe para el esparto, pues la descripción que hace Plinio del trabajo del esparto se parece mucho al método empleado para el trabajo del lino en Galicia: se sembraba la semilla y se recogía en el mes de Junio. Una vez quitada la linaza, se ataban peque ños manojos y se sumergía en agua durante una semana, se seca ba al sol y se metía en un horno de temperatura no muy alta. Fi nalmente se tascaba, cardaba, hilaba y tejía. Las zonas más ricas en general debían ser las vegas de los ríos Ebro, Segura y Guadalquivir. Debió tener también gran importancia la explotación de los bosques, pues las masas forestales del sur de Sierra Nevada se rían para Schüle uno de los mayores atractivos de la costa sur de España para los colonizadores mediterráneos. No tenemos noti cias de ello, pero, sin duda, los cartagineses debieron encontrar en España la madera y la pez que necesitaban para los barcos de su flota y de su comercio. Nos queda, todavía, una pregunta por resolver: ¿quiénes eran los propietarios de la tierra? Arribas y Vigil hacen referencia a la existencia de grandes terratenientes entre los iberos, mientras Maluquer propugna la existencia de una posesión individualiza da por familias entre los iberos. Para el Alto Guadalquivir, A. Ruiz y M. Molinos, aun sin decidirse claramente, parece que quieren ver un tipo de propiedad mixta, es decir, propiedad in dividual o familiar, en su caso, junto al oppidum, núcleo urbano-comunidad, como unidad de producción, a partir del texto de Tito Livio (28, 3, 4) donde se dice que algunas ciudades como Oringis contaban con sus propios campos, encontrando un caso semejante en la Torre Lascutana, cuando se permite a sus habi tantes seguir en usufructo de las tierras que ya tenían como ta les, pero cuya propiedad era del oppidum de Hasta Regia.
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Minería Compartimos plenamente la opinión de Presedo de que es muy posible que toda la historia de la España antigua, desde el Bronce hasta Augusto, esté determinada por la abundancia de metales, su búsqueda y explotación por los pueblos del Medi terráneo oriental primero y por Roma después. Ya en época de predominio de Tartessos la explotación de los minerales estaba bastante desarrollada en el sur de España. En época ibérica se acrecentó la importancia, al añadirse el em pleo masivo del hierro a los metales tradicionales. El hierro apa rece por primera vez en la Turdetania hacia el 700 a. C., despla zándose su uso hacia el norte y el este, fabricándose en este me tal, como hemos visto en el apartado dedicado a la agricultura, la mayor parte de los utensilios dedicados a la producción, así como las armas. Si hacemos caso a las fuentes antiguas greco-ro manas, los yacimientos más importantes de mineral de hierro en esta época estaban en Bilbilis (Calatayud) y Turiasso (Tarazona), es decir, en el valle medio del Ebro, aunque también se ex traía entre los bergistanos en Cataluña y en numerosos yacimien tos se han encontrado restos de escorias de mineral de hierro de época ibérica. Pero hay en el área ibérica otras zonas y otros minerales que son objeto de explotación en época ibérica antes de la llegada de los cartagineses, que se siguen explotando, incluso aumentan do la producción, con los cartagineses y que no se dejan de ex plotar por los romanos, una vez conquistada la zona. El territorio de los oretanos es una zona minera de gran im portancia con dos centros por excelencia, Sisapo (Almadén) y Castulo (cerca de Linares). En época ibera se obtenían los me tales de plomo y plata, aunque, cuando realmente se aceleró la producción, fue con la llegada primero de los cartagineses y lue go de los romanos. Los datos de Plinio y los estudios de G. Tamain y C. Domergue al respecto son concluyentes. Con la llegada de los cartagineses se intensificó la producción española de plata, utilizando nuevas técnicas aprendidas de los atenienses, y se desplazó la actividad minera de la plata hacia el
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este. Se abandonan, al parecer, las explotaciones de la región de Huelva, pero se continúan explotando los yacimientos de Lina res y, sobre todo, se realizan grandes explotaciones en la zona de Cartagena, donde sabemos que en la época cartaginesa tra bajaban 40.000 indígenas en la extracción de la galena ar gentífera. Otros metales que se siguen explotando son el cobre de la zona de Cástulo, el oro de las minas de Sierra Nevada y el que se beneficia en los ríos que arrastran arenas auríferas (Genil y Darro), el minio, cuyo centro principal es Sisapo (Almadén) y del que Teofrasto nos habla en el s. V a. C., y el plomo que se explota juntamente con la plata y que debió emplearse en abun dancia, pues con frecuencia se han hallado restos en las excava ciones a partir del s. IV. Por lo que se refiere a los medios de producción es impor tante resaltar el conocimiento para esta época y en esta área ibe ra del tornillo de Arquímedes, así como hornos de fundido con ventilación (Estrabón, 3, 2, 8-11). En cuanto a las unidades de producción, también aquí pare ce que se puede hablar de la dualidad entre oppidum y familia al menos para el área del sur peninsular. En las casas del pobla do minero de Ríotinto, A. Blanco ha encontrado escorias repar tidas por el interior de las casas y no en grandes montones, como sucede en época romana, por lo que piensa que la producción no se realizaba en grandes establecimientos, sino que estaba re partida entre los habitantes del poblado con el carácter de peque ña industria doméstica. Por otra parte, la ausencia de lucernas y trabajos de profundidad en época prerromana en las explotacio nes de cobre demuestran que estas explotaciones a flor de tierra pudieron perfectamente ser realizadas por una sola familia. Jun to a ello, encontramos la especialización que se ha descubierto en los restos de mineral para algunos de los oppida. Se trataría, según A. Ruiz y M. Molinos, de la especialización de ciudades en determinados productos. Lo que no está claro para la época ibérica es la propiedad de las minas, si pertenecían a propietarios privados o tenían el ca rácter de públicas.
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Ganadería A pesar de haber afirmado que la agricultura y la minería constituían los principales sectores de producción en el área ibe ra, no por eso debemos olvidarnos de la importancia de la gana dería, que en algunos casos, como el de los oretanos, constituye la principal fuente de riqueza, en contraste con otras zonas bá sicamente agrícolas. La gran abundancia de esculturas con el mo tivo del toro en zonas cercanas a ésta y relacionadas con ella son buena muestra de lo dicho. A pesar de lo que a veces se escribe, la agricultura y la ganadería son dos actividades complementa rias, pero, mientras puede existir ganadería sin agricultura, lo contrario es impensable, ya que ciertas especies de ganado son indispensables para la realización de labores agrícolas, sobre todo la tracción, tanto del arado como de otros instrumentos uti lizados en la agricultura. Entre las especies de animales objeto de cría, el caballo de bió ocupar una situación preeminente por la propia organización social de los iberos y la organización militar existente entre ellos. Las fuentes así lo confirman, pues a las noticias de que la caba llería ibérica actúa en todas las guerras del s. III a. C. se une la gran cantidad de bocados de caballo aparecidos en las necrópo lis y las representaciones en la cerámica de su doma y adiestra miento. En el Cigarralejo apareció gran cantidad de exvotos del s. IV a. C. o anteriores con figuras de caballos, algunas fielmen te caracterizadas. También en El Cigarralejo aparece en el s. IV un exvoto re lacionado con el asno; se trata de una hembra con su pollino, lo que nos lleva a pensar también en su cría. Por su fuerza y gran alzada eran conocidos los mulos de la Península Ibérica, espe cialmente los de Menorca. También el ganado vacuno era objeto de cría, como en la ma yor parte de las zonas con economía ganadera. Para el transpor te eran empleados bueyes y se conoce el episodio en el que es tando luchando los iberos contra Aníbal, aquéllos lanzaron con tra las tropas cartaginesas carros incendiados tirados por bueyes. En la cerámica ibérica aparecen con profusión las represen
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taciones de ovejas y cabras, apreciadas, sin duda, por su leche, su carne y, sobre todo, porque la lana de unas y el pelo de otras son usados para la fabricación de tejidos. Aunque no tenemos noticias en las fuentes de la cría del cer do, las excavaciones arqueológicas realizadas en los poblados ibéricos han sacado a la luz restos de estos animales, por lo que debió ser criado como animal productor de carne. También hay evidencias arqueológicas de la cría de las abe jas en Levante, donde tiene una tradición que se rem onta al Mesolítico.
Caza y pesca La caza ha sido en todas las sociedades antiguas, incluso des de la aparición del hombre sobre la tierra, una forma primaria de aprovisionamiento de viandas, cuando aún no se conocía la agricultura y la ganadería. Cuando ya el hombre comenzó a cul tivar la tierra y a criar ganado, esta actividad pasa a un plano se cundario, convirtiéndose incluso en ocasiones en un deporte, como sabemos ocurre en época romana por las noticias conti nuas de las inscripciones. En los vasos de Liria aparecen con profusión escenas de caza, lo que da muestras de su importancia. Se conoce un vaso que -está en el Museo de la Diputación de Valencia donde aparece representada una cacería en todos sus detalles: jinetes a caballo con dardos persiguiendo a un cierva, que lleva un dardo clava do, peces y un hombre de pie en una barca con un dardo en la mano derecha y escudo en la izquierda, figuras de peces alrede dor del supuesto barco, posible representación de una red para cazar pájaros, etc. Hay otros vasos de los que en uno dos indi viduos tratan de enlazar un toro, mientras otro trata de domar a un caballo. A pesar de que no podamos saber con exactitud si se trataba de representaciones reales o tenían un sentido religio so, el mismo hecho de su profusión debe hacernos pensar en que la caza tuvo, sin lugar a dudas, gran importancia entre los iberos.
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Otra forma de actividad económica complementaria es la pes ca. Han sido descubiertas grandes factorías en el litoral, sobre todo en los lugares de asentamiento de los fenicios, pero desco nocemos por completo la participación de los iberos en estas actividades.
Artesanía Esta actividad está muy relacionada con aspectos que vere mos más adelante, cuando analicemos el arte ibero, pero no obs tante sí conviene resaltar la cerámica indígena, realizada en al gunos casos en hornos domésticos, como el que ha descubierto M. Roca en los hornos de Guadalimar del Caudillo, fechado en el s. IV a. C., justo antes de que en el mismo lugar apareciera un vertedero de un alfar ya con características de producción en serie, por lo que podemos pensar que se pasó de una produc ción familiar a un producción a mayor escala. En artesanía del metal es importante resaltar los miles de ex votos que han aparecido en los santuarios ibéricos, así como toda una serie de bronces de influencia orientalizante, sobre todo en la zona del sudeste, que son similares a los bronces tartésicos. Finalmente, es de suma importancia resaltar la aparición en el sector económico de trabajos complementarios, por ejemplo la relación cría de oveja-industria textil-industrias colorantes; en tre cantería-carpintería-albañilería; entre minería-metalurgia-or febrería, etcétera.
El comercio Aunque faltan todavía muchos estudios concretos sobre el material arqueológico hallado en España y no producido en ella, estudios que nos indiquen la procedencia y el medio por el cual ha llegado a nuestro país ese material, sí estamos en condiciones de poder afirmar que el comercio de estos productos y de los pro ducidos por los indígenas se hacía a través de las colonias grie
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gas, fenicias y, más tarde, cartaginesas establecidas en las costas del sur y el Levante. Pero mientras que para otros aspectos la tradicional distinción en la historiografía entre zonas de influen cia griega y de influencia púnica puede considerarse relevante, los comerciantes apenas se vieron afectados y comerciaban in distintamente en una u otra zona, explicándose así el hallazgo de productos griegos en origen en zonas de influencia fenicia y viceversa. De las colonias y asentamientos fenicios, griegos y car tagineses partían rutas comerciales hacia Oriente, con escalas in termedias (Magna Grecia —sur de Italia— , Cartago, Etruria, Marsella), hasta las grandes metrópolis de Grecia y las islas y las costas más orientales del m ar Egeo (Corinto, Atenas, Chipre, Sa inos, Focea, Tiro, etc.). Desde el punto de vista comercial España es un país colonial, pues exporta materias primas e importa productos manufactura dos. En opinión de Presedo este comercio debió estar en manos de mercaderes orientales, que realizaban su actividad en los gran des centros mercantiles de Oriente (metrópolis) y que tenían agentes en las costas que comerciaban con los indígenas. El in terlocutor de estos agentes entre los iberos del Sur y del Sudeste debió ser el grupo que controlaba el excedente, especialmente de las minas, cuyo antecedente quizá debamos verlo en el legen dario Argantonio. También controlarían el excedente de la pro ducción agrícola de la rica y fértil Turdetania, aunque este co mercio es posible que tuviera un radio de acción menor, tenien do como destino las poblaciones costeras donde vivían los m er caderes. Son los que están enterrados en las grandes tumbas del sudeste con ajuares que demuestran claramente su riqueza y los destinatarios de las obras de arte, muchas de ellas importadas. Muy poco es lo que sabemos sobre las formas concretas de comercio y, aun lo poco que sabemos, no puede ser aplicado de la misma forma a unas u otras zonas, sino que hay que distin guirlas. Turdetania conocía desde épocas más antiguas (influen cia orientalizante) formas bastante avanzadas de intercambio, mientras que la que consideramos como región ibérica nuclear (sudeste de España) adquirió estas técnicas bastante más tarde No es probable que el intercambio se realizara en estas España de m anera muy distinta a como se realí'7'4
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Otra forma de actividad económica complementaria es la pes ca. Han sido descubiertas grandes factorías en el litoral, sobre todo en los lugares de asentamiento de los fenicios, pero desco nocemos por completo la participación de los iberos en estas actividades.
Artesanía Esta actividad está muy relacionada con aspectos que vere mos más adelante, cuando analicemos el arte ibero, pero no obs tante sí conviene resaltar la cerámica indígena, realizada en al gunos casos en hornos domésticos, como el que ha descubierto M. Roca en los hornos de Guadalimar del Caudillo, fechado en el s. IV a. C., justo antes de que en el mismo lugar apareciera un vertedero de un alfar ya con características de producción en serie, por lo que podemos pensar que se pasó de una produc ción familiar a un producción a mayor escala. En artesanía del metal es importante resaltar los miles de ex votos que han aparecido en los santuarios ibéricos, así como toda una serie de bronces de influencia orientalizante, sobre todo en la zona del sudeste, que son similares a los bronces tartésicos. Finalmente, es de suma importancia resaltar la aparición en el sector económico de trabajos complementarios, por ejemplo la relación cría de oveja-industria textil-industrias colorantes; en tre cantería-carpintería-albañilería; entre minería-metalurgia-or febrería, etcétera.
El comercio Aunque faltan todavía muchos estudios concretos sobre el material arqueológico hallado en España y no producido en ella, estudios que nos indiquen la procedencia y el medio por el cual ha llegado a nuestro país ese material, sí estamos en condiciones de poder afirmar que el comercio de estos productos y de los pro ducidos por los indígenas se hacía a través de las colonias grie
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gas, fenicias y, más tarde, cartaginesas establecidas en las costas del sur y el Levante. Pero mientras que para otros aspectos la tradicional distinción en la historiografía entre zonas de influen cia griega y de influencia púnica puede considerarse relevante, los comerciantes apenas se vieron afectados y comerciaban in distintamente en una u otra zona, explicándose así el hallazgo de productos griegos en origen en zonas de influencia fenicia y viceversa. De las colonias y asentamientos fenicios, griegos y car tagineses partían rutas comerciales hacia Oriente, con escalas in termedias (Magna Grecia —sur de Italia— , Cartago, Etruria, Marsella), hasta las grandes metrópolis de Grecia y ías islas y las costas más orientales del m ar Egeo (Corinto, Atenas, Chipre, Sa nios, Focea, Tiro, etc.). Desde el punto de vista comercial España es un país colonial, pues exporta materias primas e importa productos manufactura dos. En opinión de Presedo este comercio debió estar en manos de mercaderes orientales, que realizaban su actividad en los gran des centros mercantiles de Oriente (metrópolis) y que tenían agentes en las costas que comerciaban con los indígenas. El in terlocutor de estos agentes entre los iberos del Sur y del Sudeste debió ser el grupo que controlaba el excedente, especialmente de las minas, cuyo antecedente quizá debamos verlo en el legen dario Argantonio. También controlarían el excedente de la pro ducción agrícola de la rica y fértil Turdetania, aunque este co mercio es posible que tuviera un radio de acción menor, tenien do como destino las poblaciones costeras donde vivían los m er caderes. Son los que están enterrados en las grandes tumbas del sudeste con ajuares que demuestran claramente su riqueza y los destinatarios de las obras de arte, muchas de ellas importadas. Muy poco es lo que sabemos sobre las formas concretas de comercio y, aun lo poco que sabemos, no puede ser aplicado de la misma forma a unas u otras zonas, sino que hay que distin guirlas. Turdetania conocía desde épocas más antiguas (influen cia orientalizante) formas bastante avanzadas de intercambio, mientras que la que consideramos como región ibérica nuclear (sudeste de España) adquirió estas técnicas bastante más tarde. No es probable que el intercambio se realizara en estas zonas de España de manera muy distinta a como se realizó en etapas his
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tóricamente paralelas en otras zonas del M editerráneo. No es ne cesaria la existencia de moneda para que se produzca un impor tante desarrollo comercial con una organización compleja, como se ve claramente en el Próximo O riente, donde, a pesar de que hasta el primer milenio a. C. la economía es premonetal, hubo un importante desarrollo del comercio ya en etapas anteriores. Las primeras etapas de intercambio en la Península Ibérica fue ron, sin duda, premonetales, utilizando como medio de trueque algún producto especialmente apreciado o incluso cambiando unos productos por otros, como sabemos por los datos de los es critores clásicos que hacían los ártabros (pueblo de Galicia) en el s. II a. C., que entregaban a los comerciantes el estaño y el plomo a cambio de cerámica, sal y utensilios de cobre. El uso de la moneda es traido a las zonas costeras del sur y Levante por los propios mercaderes griegos, una vez que este uso se ha generalizado en la zona oriental del M editerráneo. Las primeras monedas encontradas en España fueron acuñadas en Focea y aparecen en Cataluña, ya en los siglos VII y VI a. C. Se abre más tarde el abanico de procedencia de estas monedas: s. VI y V a. C. acuñaciones de Marsella, Magna Grecia, Focea, Sicilia y Rodas, encontradas en Alicante y Cataluña. En el s. IV, como veremos en el apartado siguiente, hay ya abundantes acu ñaciones españolas y, junto a ellas, siguen apareciendo monedas exteriores, concretamente de la Magna Grecia, que en el s. III a. C. llegan hasta Portugal. Tanto las monedas como los hallazgos arqueológicos de ma teriales importados apuntan a Grecia como el primer destinata rio de la actividad comercial, tanto de importación como de exportación. El sistema de pesos utilizados en la España ibérica nos es co nocido por los estudios de Cuadrado a partir de las series encon tradas en Valencia y Murcia. El peso máximo es de 290 mgs. y este autor cree que los platillos de balanza que aparecen junto con los ponderales se utilizaban para el peso de la moneda. Por su parte, R^mos Folqué halló en Elche y realizados en piedra ba sáltica pesos de 3.525,1.600, 960 y 425 grms., empleados, según Cuadrado, cómo unidades de peso de metales preciosos. Presedo concluye, a partir de estos datos, que las transacciones co
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merciales en la Península Ibérica se hacían con el mismo m éto do que en el Oriente m editerráneo.
Exportaciones España fue en la Antigüedad un país exportador de metales, siendo su abundancia, para muchos autores, la causa de la pre sencia de colonizadores extranjeros desde el inicio de la Edad de los Metales, que se continúa en la etapa orientalizante y no desaparece en época ibérica. Entre estos metales destacan el oro, que se obtenía en gran cantidad en los ríos Segura, Darro y Genil, y la plata, muy abundante en la zona del sur y el sudeste de España, desde Huelva hasta Cartagena pasando por Cástulo. Ya se comercializaba en la época tartésica y siguió comercializándo se en la época ibérica, siendo uno de los metales con más de manda para la acuñación de monedas de plata en las ciudades griegas. Junto a la plata aparece el plomo, importante en época ro mana y que debió ser ya exportado en época ibérica. Otro im portante producto es el hierro, cuya explotación sistemática es de esta época, pero cuyo conocimiento se rem onta hacia el año 700 a. C. por influencia fenicia. Hay abundantes e importantes restos de metalurgia del hierro en los poblados y necrópolis ibé ricos, que nos dan idea de lo avanzado de las técnicas emplea das por estos pueblos. El cobre, cuya producción abarcaba Riotinto, el Algarve, Cerro M uriano y Almería, fue objeto de gran exportación a Oriente Próximo por los fenicios en la época an terior y por los griegos en la época ibérica. No propiamente ibe ro es el estaño, que, procedente de Galicia, era exportado a tra vés de Cádiz. Además de la exportación de los metales, se produce una im portante exportación de fibras textiles de la España ibérica: es parto, cuyos primeros cultivadores, según Plinio, fueron los car tagineses, siendo comprado incluso por los sicilianos (el tirano Hierón II de Siracusa). Este esparto era empleado en cordajes para la flota. En El Cigarralejo, Cuadrado halló gran cantidad de objetos fabricados con esparto: calzado, gorros, redes de pes
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ca y de caza. Del lino y la lana, que también debieron exportar se, tenemos menos noticias. Como tercer elemento objeto de exportación está la cerámi ca. Vasijas de cerámica ibérica (cerámica de barniz rojo y cerá mica ibérica pintada) han aparecido fuera de España, concreta mente en Italia (isla de Ischia) y en Cartago. Probablemente su exportación no es debida a su propio valor, sino como continen te de algún producto árido o líquido objeto de exportación, cre yendo Cuadrado que éste sería la miel, abundante en la zona ibera.
Importaciones En general podemos decir que las importaciones del mundo ibérico se centran mayoritariamente en productos manufactura dos, aunque no falten importaciones de materias primas, como es el caso del estaño que, procedente de Galicia, es introducido a través de Cádiz, que sirve también, como hemos dicho ante riormente, de centro de exportación hacia el M editerráneo Oriental. Decae la importación de marfil, tan importante en la etapa anterior, y continúan a buen ritmo las importaciones de ob jetos de adorno y el vidrio que llega al mundo ibérico por medio de las factorías púnicas y griegas. También los cartagineses de bieron ser los introductores de los numerosos escarabeos egip cios que se han encontrado en los yacimientos ibéricos. Especial atención merece la cerámica, que en la época ante rior había sido sobre todo oriental y griega, y que sirvió como elemento catalizador de la propia evolución interna de la pro ducción de cerámica para desembocar en la denominada cerámi ca ibérica. En la época ibérica no se distinguen claramente las cerámicas orientales y cartaginesas de las iberas, y solamente queda como elemento único la cerámica griega y sus derivados en la Península Ibérica. Respecto a este tema el exhaustivo y do cumentado trabajo de G. Trías de la Primera Reunión de Histo ria de la Economía Antigua de la Península Ibérica y los más re cientes de M. Picazo y otros autores nos dan una visión bastante exacta de lo que pudo suceder.
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Desde finales del s. VI a mediados del s. V a. C. decae la im portación de cerámicas áticas (las excavaciones en Rosas, por ejemplo, no han proporcionado ni un solo fragmento anterior al s. V), pero cuando España entra en el área comercial ateniense (fines del s. V), empieza a introducirse cerámica ática que, des de los puntos de la costa, sigue las rutas hacia el interior. Como han visto bien los autores antes citados, a partir del último cuar to del s. V y en la prim era mitad del s. IV aumenta extraordi nariamente la cantidad de cerámica ática encontrada en los po blados ibéricos de Levante y Alta Andalucía, coincidiendo pre cisamente con un período de gran esplendor de la cultura ibérica. Sin embargo, todavía no se han descubierto indicios de nin gún establecimiento griego en la costa levantina, por lo que, de nuevo, hemos de afirmar que la pretendida exclusividad de cier tas zonas para los pueblos colonizadores no es tal en el caso del comercio, coexistiendo diversas vías comerciales en el área de la cuenca occidental del M editerráneo. El s. IV es el momento en que prácticamente en todo el sur y Levante de la Península Ibé rica se encuentra cerámica ática. Lo vemos en los poblados de toda Andalucía, de Alicante a Cartagena con varias rutas terres tres que se dirigen al interior, y en los territorios al norte de Ali cante, al igual que en Cataluña (Ampurias continúa las impor taciones de cerámicas áticas de figuras rojas y en Ullastret se rea nudan las importaciones a finales del s. V y continúan en el s. IV, sólo por citar dos ejemplos significativos), e incluso con in cursiones hacia el norte, como se ve por los hallazgos de cerá mica ática en la desembocadura del Tajo o por el hallazgo de Medellín. El tratado romano-cartaginés del año 348 a. C. concede a los cartagineses el sur y el sudeste de Hispania, con lo que las im portaciones griegas, que continúan al norte de Cartagena, tienen mayores dificultades en la zona de dominio cartaginés. No obs tante, en el s. III se sigue importando cerámica de lujo, la campaniense, hasta la llegada de la térra sigillata. También hay que considerar como cerámica de importación la gris ampuritana o masaliota que se extiende por la costa oriental y el Sudeste. En feliz expresión de Presedo, la cerámica griega constituyó la vajilla de lujo de los iberos, que desplaza en las tumbas de los
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personajes más importantes a la cerámica ibérica pintada de me jor calidad. Su imitación por los iberos tuvo muy poco éxito, pues resultaba muy compleja para ser copiada por los artesanos locales. Los bronces y objetos de arte, que analizaremos en su apar tado, como esculturas, relieves y otros objetos, son también im portados por parte de los iberos.
La moneda ibérica Ni que decir tiene que la aparición de la moneda en el mun do ibérico, al igual que ha sucedido previamente en otras áreas del M editerráneo, es uno de los hechos históricos de mayor im portancia. Pero es necesario antes de nada hacer una primera dis tinción entre las monedas acuñadas en el área ibera de España en la época definida culturalmente como ibérica, y las monedas acuñadas desde fines del s. III a. C. hasta mediados del s. I d. C. por las comunidades (ciudades) indígenas sin un control, al me nos directo, de una potencia externa. Aunque parece evidente que todas las acuñaciones posteriores a la llegada de Roma a la Península fueron emitidas con el permiso e incluso de acuerdo con las necesidades de Roma. Hoy sabemos que la moneda pudo desempeñar muchas fun ciones en la Antigüedad: como medio de pago, sobre todo para las tropas, que pudo ser una de las causas principales de su apa rición; como medio de cambio, tanto en las grandes transaccio nes, como en las actividades de la vida diaria; como expresión de autonomía política (como han visto con claridad Austin y Vidal-Naquet para las poleis - ciudades griegas); como portadora de mensajes de propaganda o actuando como nivelador social. La moneda fue introducida en el mundo ibérico por los grie gos, quienes la extendieron por todo el M editerráneo. Presedo, que ha sintetizado los conocimientos referentes a este punto, piensa que el hecho de que hayan sido los griegos los introduc tores de la mpneda nos debe llevar a considerar que las influen* cias griegas tienen un carácter de economía urbana que es nece sario admitir en toda su importancia, frente a los que creen que
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lo ibérico como cultura es una consecuencia de lo púnico y antes de lo fenicio. Las primeras acuñaciones conocidas son las de Ampurias, aunque, según G uadán, ya se utilizaban en la colonia griega las monedas focenses. El comienzo de las acuñaciones se sitúa en torno al 400 a. C. y lo primero que se acuñan son óbolos y otros divisores con un patrón que suele denominarse ibérico, lo que revela cierta independencia económica. Estas monedas ampuritanas llegan hasta el cabo de la Nao en Alicante, lo que nos da idea de la inmersión de estos pueblos iberos dentro de la econo mía monetal. La colonia de Rhode emite en la segunda mitad del s. IV unas dracmas que son consideradas como las más be llas acuñadas por los griegos en España; estas acuñaciones van desde el 320 al 237 a. C. Ampurias acuña dracmas típicas a co mienzos del s. III hasta el desembarco romano del 218 a. C. La moneda de bronce aparece en Ampurias en el 206 y continúa posteriormente. Otro de los focos de acuñación, precisamente en la otra pun ta de la zona ibera, es Gadir (Cádiz), que a partir de comienzos del s. III a. C. acuña monedas de bronce, en principio anepígra fas, para satisfacer las necesidades diarias de intercambio de su comunidad. Pero, a partir de la dominación de los cartagineses, comienza a acuñar monedas de plata para cubrir las necesidades militares de las Guerras Púnicas en España. Parece que también Ebusus (Ibiza) acuñó moneda de bronce para sus propias necesidades a partir de hacia el año 300 a. C. El panorama m onetario de época ibérica se ve limitado fun damentalmente a los colonizadores y en muy pequeña medida afecta a las poblaciones indígenas del Sur y Levante peninsular, muy posiblemente sólo a los grupos privilegiados de ellas. Con la época de dominación cartaginesa y, sobre todo, du rante la Segunda G uerra Púnica se produce un importante cam bio en la situación en distintos aspectos de la vida de la Penín sula por influencia de la guerra, que sitúa a unas poblaciones frente a los conquistadores, ya cartagineses, ya romanos, y a otras como aliados o mercenarios de unos u otros. En este nue vo escenario se extendió, como no podía ser menos, el uso de la moneda.
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Durante la época de dominio cartaginés y primeros años del conflicto bélico con Roma en España surgen nuevas cecas: la de Carthago Nova (Cartagena), para pagar a los mercenarios del ejército cartaginés con las series hispano-cartaginesas de plata, así como para la realización de los intercambios en la vida dia ria; la de Cástulo, donde se acuñaron monedas de bronce para subvenir a las necesidades de la gran concentración humana que trajo consigo la explotación de los recursos mineros del Alto Guadalquivir, monedas que, según M. P. García y Bellido, de bieron ser las primeras monedas indígenas con rótulos en el signario ibérico del sur; Arse (Sagunto), que comienza a acuñar mo neda muy pronto con influencia de Cartagena, utilizando poco a poco el alfabeto ibérico después de la II Guerra Púnica, y que se extienden por todo el área levantina y andaluza a impulsos de la administración romana; Saiti o Saitabi (la romana Saetabis, Játiva), que también acuña como Arse dracmas y didracmas, no sa bemos exactamente para qué, pero que posiblemente tenga que ver con el pago a los ejércitos romanos, como sucedió con las acuñaciones de Ampurias tras el desembarco en ella de los ro manos en el año 218 a. C. Ebusus (Ibiza) dentro del área de in fluencia cartaginesa comienza a acuñar monedas entre el 214 a. C. y el inicio del s. II. Antes del final de la Segunda Guerra Púnica en España (206 a. C.) acuñan moneda, además de las ya citadas, Kese (Cesse-Tarragona), con rótulos ibéricos, al igual que Arse y Castulo, Obulco (en la Alta Andalucía), con rótulos bilingües, ibéricos y latinos, y Florentia (= Iliberris, Granada), con rótulos únicamente en latín. En la zona de Cataluña se emi ten dracmas a imitación de las de Ampurias con letreros en signario ibérico, Iltirtar-Ilerda (Lérida); Barkeno-Barcino (Barcelo na), En general los numísmatas hispanos están de acuerdo en identificar estas dracmas con el denominado en varias ocasiones por Livio (33, 10, 4; 33, 10, 46 y 40, 43, 4) argentum Oscense. Según Guadán, entre el año 206 a. C., fecha del final de la Segunda Guerra Púnica en la Península, y el 133 a. C., momen to en que termina la guerra celtibérica, con lo que se produce el final de las guerras en la M eseta Norte, se van formando grupos de cecas emparentadas: todas las cecas de la Alta Andalucía uti lizan el alfabeto ibérico del sur (Obulco, Porcuna, Jaén, Castu-
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lo, //ifeerrá-Grañada, etc.), mientras que las de la Baja Andalu cía, con acuñaciones desde época muy temprana, llevan leyenda en latín (í/rso-Osuna, provincia de Sevilla, Iliturgi-cerca de Andújar, Carmo-Carmona, etc.). Nuevas cecas Durante todo este tiempo nuevas cecas, que no es el momen to de enum erar pormenorizadamente, van apareciendo por todo el área turdetana e ibera, lo que da idea de que la vida urbana va adquiriendo una importancia creciente. Dentro de ellas des taca por las influencias que refleja una nueva serie monetal, la denominada libio-fenicia, con cecas desde Cádiz hasta Málaga, con influencias africanas y sin tipología uniforme, que lo único que tienen en común es el alfabeto. También es importante re saltar que en esta época comienzan a aparecer con más profu sión cecas de influencia pirenaica, cecas en el valle del Ebro y hacia el interior de la Península, series con alfabetos ibéricos del Norte. Parece fuera de toda duda, como han puesto de manifiesto R. Knapp y F. Beltrán, que la mayor parte de estas acuñaciones son moneda de frontera, es decir, directamente relacionadas con la conquista de la Península Ibérica por Roma y que las emisio nes ibéricas (o indígenas) están ligadas estrechamente a la pre sencia romana. Por otra parte, es necesario también resaltar, como hace Presedo a partir del análisis de las acuñaciones, que el mundo ibé rico está evolucionando desde el s. IV a. C. hacia una economía de ciudad, proceso que se ve acelerado por la introducción de la moneda griega a través de Ampurias y Rosas, en lo que se re fiere a las zonas de mayor influencia griega, y por las acuñacio nes de Cádiz, base de la influencia cartaginesa en la parte sur de la Península, y que va a verse favorecido y continuado por la pre sencia de Roma a finales del s. III a. C. A partir de estas bases de influencia, este mismo autor pro pone una clasificación, a mi entender un poco simplificadora, de las acuñaciones del área ibera en dos grandes zonas: desde Ca
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taluña a Levante, donde actúa la influencia de la dracma emporitana, y el Sur, sometido a las factorías fenicias y cartaginesas. EL A R TE IBERICO Es algo admitido por los historiadores sin excepciones que las expresiones artísticas son un reflejo casi exacto de la vida de la sociedad en la que se producen y que, a partir de ellas, se pue de descubrir la propia estructura social, los cambios que sufre la sociedad en que estas manifestaciones artísticas aparecen, así como sus ideas religiosas, estéticas y humanas. Sin duda, es el arte ibérico uno de los aspectos mejor cono cidos y más espectaculares de la cultura ibérica, tanto que, en ge neral, cuando se habla de la cultura ibérica, de lo que realmente se habla es de sus manifestaciones artísticas, que fundamental mente se centran en la escultura y la pintura sobre cerámica, dado que los restos de la arquitectura, sobre todo en lo referido a la urbanística, al menos por lo conocido hasta el presente, no son nada espectacular. Desde fines del s. XIX se han venido produciendo con mu cha frecuencia hallazgos de objetos reflejo de estas manifesta ciones artísticas, por lo que es éste uno de los aspectos en que se puede realizar hoy en día con más facilidad una síntesis, a pe sar de las novedades que se van produciendo en cada momento con la aparición de nuevos hallazgos. Es digno de resaltar frente a la abundancia de manifestacio nes artísticas en la escultura y la pintura sobre cerámica, la casi total ausencia de manifestaciones arquitectónicas, en contra de lo que sucede en otras áreas que se han tomado como paralelo a la hora de considerar a la cultura ibérica como una civilización urbana (la griega y la romana). Nos detendremos en ello un poco más adelante. Quizá antes de seguir debamos decir unas palabras sobre los orígenes del arte ibérico, que han sido buscados en lugares dis tintos por los historiadores de este siglo. Varias han sido las te sis mantenidas desde los inicios del siglo XX sobre las influen cias de las que ha surgido lo que en la actualidad conocemos como arte ibérico. Destaca en primer lugar en orden cronológi
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co la tesis que podríamos llamar de influencia griega, mantenida a comienzos del siglo por P. Paris y seguida por R. Mélida, a par tir de algunos rasgos de la cerámica de la cultura micénica, tesis que hoy no se puede m antener, pues, con el avance de las téc nicas arqueológicas, se ha descubierto que estas cerámicas ibé ricas aparecen junto a vasos griegos perfectamente datables en épocas bastante posteriores a la micénica. Continuador de esta teoría de valorar las influencias griegas es P. Bosch Gimpera, no sólo en la cerámica, sino en toda la cultura ibérica, opinión que va a persistir durante mucho tiempo. R. Carpenter sintetiza todo este movimiento dándole un planteamiento más global. Para él todas las manifestaciones artísticas en la escultura y en la cerá mica pueden explicarse por la influencia griega, directamente desde Grecia o a través de las colonias de la Magna Grecia, va lorando, además, por primera vez la presencia de los focenses en España. También García y Bellido es partidario del origen griego de las influencias en la escultura y pintura sobre cerámica ibéricas. De descabellada, y no sin razón, es considerada por algunos autores, entre ellos Presedo, la teoría de A. Schulten, según la cual debe buscarse un origen africano para el arte ibérico, al igual que africano es, en su opinión, el origen de los propios pueblos ibéricos. Sin lugar a dudas es Martínez de Santa Olalla con su obrita publicada en el año 1941 quien sitúa el problema en una pers pectiva más cercana a la realidad, valorando como base en su evolución interna los elementos propios y las influencias exter nas como dinamizadores de esta evolución. Entre estas influen cias externas destacaba las indoeuropeas y el papel fundamental de las griegas y púnicas, negando, por supuesto, cualquier in fluencia del continente africano y situando la cronología del arte ibérico desde el 450 a. C. hasta el inicio del imperio romano con distintas fases. En 1943 García y Bellido, después de estudiar la Dama de Elche, sitúa la cronología del arte ibérico en unas fechas más cer canas a nosotros, tras la Segunda Guerra Púnica, más de 250 años después de las fechas dadas por Santa Olalla. En cuanto a la mayor antigüedad de unos motivos decorati
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vos sobre otros, Bosch Gimpera pensaba que en la cerámica ibé rica los motivos florales y humanos eran más antiguos que los geométricos. D. Fletcher propone la tesis contraria, demostrada en la actualidad, y a ella se une M. Almagro Bosch, que resalta tanto la influencia tartésica, como la influencia griega en la apa rición del arte ibérico. La naturaleza del arte ibérico aparece bastante clara en la ac tualidad, pues, a partir del análisis de sus distintas manifestacio nes artísticas, podemos decir que se trata de un arte funerario o religioso. Las estatuas y demás objetos de arte tenían como des tinatario al grupo dirigente de la sociedad, en cuyas tumbas o mo numentos funerarios han aparecido.
La arquitectura Ya hemos dicho anteriormente que la arquitectura no respon de a lo que sucede en otras sociedades similares de la cuenca del M editerráneo, concretamente a las sociedades clásicas griega y romana. En el área ibera lo más sobresaliente en cuanto a ar quitectura son las fortificaciones y murallas de los poblados. En este sentido cabe resaltar las palabras de Tarradell: N o se ha identificado nunca en los poblados o ciudades el doble tipo ar quitectónico que constituye su aspecto más monumental desde las civilizaciones del Próximo Oriente, pasando a las altas culturas mediterráneas: el templo y el palacio. En la urbanística resalta la pobreza de los poblados, hasta tal punto que para algunos inves tigadores no existió una arquitectura ibérica, sino que debió tra tarse de un desarrollo urbanístico incipiente que fue cortado por las conquistas bárquida y romana. A partir de los estudios de García y Bellido sobre los yaci mientos arqueológicos conocidos en su época y de las síntesis y descubrimientos posteriores (es muy interesante el estudio de Presedo citado en la bibliografía), sabemos que en la construc ción los iberos utilizaron la piedra, el adobe y la madera. Los res tos de construcciones de piedra son los más abundantes de los hallados en los poblados ibéricos, pero tiene una posible expli cación natural por tratarse del material más duradero de los em
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pleados. Los tamaños de las piedras varían, desde los bloques monumentales a pequeños cantos, y lo mismo la técnica de co locación, desde la simple manipostería hasta paredes realizadas con bloques perfectamente labrados. Sabemos que el adobe fue utilizado con profusión dentro de la arquitectura del m undo ibérico, sin duda, como piensa Presedo, porque no debemos olvidar que en la mayor parte de los ca sos estamos hablando de la España seca y de zonas en donde la piedra se utilizaba para los cimientos, pero después la parte su perior de las paredes se hacía de adobe. No obstante, por su pro pia naturaleza, es bastante difícil detectar en las excavaciones esta situación. También se empleó el tapial y tenemos noticias de abundan tes restos de m adera en tumbas y poblados de época ibérica. Las soluciones arquitectónicas de los iberos fueron de lo más normal, el dintel y el arquitrabe, aunque sabemos que hay algún intento de cerrar un espacio con piezas de pequeño tamaño, como sucede en la puerta de la tumba 75 de Galera en la que se utilizan para cubrir un vano dos dovelas y una clave. En alguna ocasión hay también falsos arcos y falsas bóvedas realizados por aproximación de hiladas. Como ejemplos importantes de arquitectura ibérica debemos citar Pozo Moro, bien conocido y estudiado por M. Almagro Gorbea, yacimiento que evidencia la existencia en el Sudeste de monumentos ibéricos de gran tamaño decorados con estatuas y relieves. También en Lacipo hay resto de un monumento del mis mo tipo y quizá muchas de las piezas que se hallan en los mu seos procedan de monumentos similares que no se encontraron en tan buen estado de conservación. Otro monumento funerario ibérico de gran perfección técnica es el de Toya, que no es el úni co de los existentes en la necrópolis de la que formaba parte. Hay, asimismo, algunos ejemplos de monumentos pertene cientes a la arquitectura religiosa, aunque no haya sido éste el elemento fundamental de la arquitectura ibérica. No obstante, hay (o, m ejor, ha habido por la destrucción de que ha sido ob jeto) un ejemplo impresionante de santuario, el templo del Cerro de los Santos, descubierto en 1830 y cuyas piedras, como las de tantos otros edificios de época antigua e incluso medieval o mo
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derna, fueron utilizadas con profusión en las construcciones mo dernas de los alrededores. Hay otra serie de santuarios que, aun que desde el punto de vista religioso tienen gran importancia, desde el punto de vista arquitectónico apenas son dignos de men ción: El Cigarralejo, La Serreta de Alcoy, etcétera.
La escultura Es ésta, sin duda, junto con la cerámica pintada, la más im portante manifestación artística de los iberos, que afortunada mente va siendo objeto de estudios individualizados a través de los cuales conocemos, aparte de su calidad artística y todo el pro ceso de fabricación, su funcionalidad. A la hora de exponer en síntesis lo que sabemos sobre la es cultura ibérica nos encontramos con un dilema. Si realizar una división, como la que hace Tarradell, atendiendo a su funciona lidad, entre escultura de los santuarios, con valor de ofrenda, de exvoto, y escultura funeraria, utilizada y hallada en las tumbas, que nos daría, al menos en teoría, una visión más global de la sociedad en la que se producen esas manifestaciones artísticas, religiosas, etc. O, por el contrario, realizar esta división, quizá más fácil para la comprensión del lector, por cuanto, en mi opi nión no tenemos todavía suficientes datos para realizar la ante rior, atendiendo al material de que están hechas las distintas es culturas, y entonces hablar de bronces ibéricos (y terracotas), es cultura en piedra y relieve ibérico, como hace Presedo. Por esta facilidad de expresión y comprensión me voy a inclinar por esta segunda, aunque valorando el interesante e importante esfuerzo que Tarradell realiza.
Los bronces ibéricos Se trata de pequeñas estatuillas de bronce fabricadas a mol de y retocadas después y macizas. Los hallazgos realizados lo han sido tanto de figuras masculinas, como femeninas, de pie, con fos brazos abiertos o en posición de plegaria. A veces los hom
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bres llevan armas y se conoce también alguna figura de jinete. Hoy contamos ya con algunos trabajos monográficos, como los de Nicolini o Marín Ceballos, importantes para descubrir su sig nificado,-pues, aparte de su realización más o menos perfecta, nos ofrecen datos para conocer aspectos religiosos, sociales, de costumbres, etc. de la sociedad ibérica. No obstante es éste to davía un camino que está en sus inicios. Sus lugares de aparición son normalmente los santuarios, aun que algunos hayan aparecido en otros espacios arqueológicos y, en cuanto al área geográfica de dispersión de los hallazgos, ésta es muy grande, prácticamente todo el área ibera (Badajoz, Huelva, Sevilla, Córdoba, G ranada, Jaén, Ciudad Real, Albacete, Murcia, Alicante, Valencia, Tarragona), aunque la máxima con centración se produzca en Despeñaperros (Jaén), Castellar de Santisteban (Jaén) y Santuario de la Luz (Murcia), santuarios to dos situados en el área de Sierra M orena y el sudeste, zona que, como luego veremos, coincide con la de la gran escultura en pie dra y que tiene su correspondencia, no por casualidad, sin duda, con las grandes zonas mineras de la España ibérica. Para Nicolini la aparición de los bronces se debe a la abun dancia de metal en la zona y a la técnica importada por los co lonizadores de Oriente. Pero esto no debe desligarse, como pien sa Presedo, del propio desarrollo en el territorio ibérico de una cultura y una religión que propiciaran la aparición de una indus tria artístico-religiosa. La técnica de fundición era el proceso co nocido como de la cera perdida en moldes de arcilla, retocándo se posteriormente y realizando la decoración deseada. Por ser macizas no tenían un tamaño excesivo, oscilando según los au tores entre alrededor de 10 y alrededor de 20 cm., aunque no fal ta alguna especial que llega a tener 30 cm. La cronología atribuida a estas estatuas de bronce está rela cionada con la que los arqueólogos dan para la cultura ibérica en general, desde el s. VI a. C. a mediados del s. IV como eta pa de influencia greco-oriental, la etapa de un siglo entre media dos del s. IV y mediados del s. III denominada período clásico y la época final o período romanizante, de claro dominio roma no. En esta cronología coinciden tanto Cuadrado, como Alma gro y Nicolini.
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Pero, ¿quiénes eran los destinatarios de estos objetos y qué función realizaban? Parece que nadie ha ofrecido hasta el mo mento una idea mejor que la expuesta por García y Bellido, se gún la cual los fieles acudían a los santuarios y, de acuerdo con sus posibilidades económicas, adquirían distintos tipos de piezas, ejemplares estilizados al máximo junto a ejemplares que recuer dan de cerca modelos griegos arcaicos, que no andarían muy le jos de ser los modelos originales. Luego eran depositados por los fieles en los lugares sagrados: templos, bosques sagrados, et cétera. Con una función muy similar a la de los bronces y unas ca racterísticas también parecidas, se han hallado estatuillas reali zadas en tierra cocida en yacimientos ibéricos, que se concen tran también en lugares muy concretos, destacando en este caso la Serreta de Alcoy. Probablemente la falta de disponibilidades de metal en el País Valenciano con respecto a Sierra Morena y el sudeste, expliquen la utilización de la arcilla para la realiza ción de las mismas figuras con semejantes funciones. También en este caso se trata de producciones en serie realizadas con mol des para un amplio consumo y, aunque predominan las figuras femeninas, no faltan representaciones de varones. En cuanto a la tipología va desde pequeños muñecos que parecen trabajos de niños hasta figuras que guardan una clara relación con estatui llas helenísticas.
Las esculturas en piedra En el territorio de los iberos han aparecido también, desgra ciadamente no siempre en su contexto arqueológico, grandes es culturas de bulto redondo que se pueden comparar con la griega arcaica y la etrusca. Tradicionalmente siempre ha sido la Dama de Elche la figura más representativa de estas manifestaciones ar tísticas, pero a partir de nuevos hallazgos en las últimas déca das, algunos de ellos in situ como la Dama de Baza, el estudio de la naturaleza y función de las esculturas ibéricas en piedra ha pasado a ser centro prioritario de interés de los arqueólogos que dedican su actividad preferentem ente a las zonas del sur y Le vante de España.
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Las esculturas ibéricas en piedra se pueden clasificar en dos grupos según los temas: figuras humanas y figuras de animales. Dentro del conjunto de figuras humanas tenemos figuras fune rarias, como la Dama de Baza, descubierta por Presedo, presi diendo una sepultura que se encontró con su ajuar intacto, y otras halladas fuera de su contexto, como el busto de la Dama de Elche y otros restos más que se encuentran en nuestros mu seos, pero también figuras femeninas oferentes en piedra, la más significativa de las cuales es la Gran Dama del Cerro de los San tos. No siempre se trata de grandes estatuas, como las enume radas y otras a las que haremos referencia más adelante, sino que en el propio Santuario del Cerro de los Santos el tipo de la Gran Dama se reitera en tamaño menor en las ofrendas. La estatuaria de animales refleja animales reales (leones y toros en su mayoría) o simbólicos (esfinges, grifos), que son las famosas bichas, llamadas así por los habitantes del lugar donde han apareci do. La más famosa de las conocidas es la de Balazote en la provin cia de Albacete. Su tipología es la conocida en los territorios que bordean la zona del Mediterráneo oriental y se les atribuye carác ter sagrado como protectores del hombre, tanto de los vivos, como de los difuntos, correspondiendo su área de expansión por los datos hasta hoy conocidos al sector ibérico del sur peninsular. Los conjuntos más importantes son los siguientes: — El de Porcuna (Jaén), con estatuas de guerreros y grifos alados de tipología jónica, aunque con armas de influen cia celtibérica. Se fecha hacia mediados del s. V a. C. — La Dama de Baza, descubierta por Presedo en el año 1971 en el curso de las excavaciones de una necrópolis en Baza. Su excavador fecha esta necrópolis con toda seguridad en la primera mitad del s. IV. Según su descubridor, esta es tatua femenina sedente, tallada en piedra local, que apa rece estucada y pintada en toda su superficie y que va to cada con un manto que le cubre la cabeza y cae sobre los hombros hasta los pies (aparte de otra serie de caracteres que pueden verse en la descripción que de ella hace Pre sedo), estaba destinada a ser una urna cineraria para el difunto para quien se construyó la tumba, lo que sucede en esta misma época en otras zonas del Mediterráneo.
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— La Dama de Elche, aparecida en 1897 en la Alcudia de Elche y actualmente en el Museo Arqueológico Nacional, ha sido durante mucho tiempo el gran punto de referen cia de la escultura ibérica en piedra. Está realizada en pie dra caliza y quedan restos en ella de su policromía. Quizá lo más característico de la misma sea su gorro puntiagu do, las tres filas de bolitas que forman una diadema sobre la frente y las dos grandes ruedas a ambos lados de la cara que, en opinión de García y Bellido, encerraban las tren zas del cabello enrolladas en espiral. Tiene varios ador nos más. Tras el conocimiento de la Dama de Baza, Presedo piensa que no se trataba de un busto, sino también de una estatua sedente de tamaño natural y con la misma función de servir de cista funeraria. A partir del conoci miento de la Dama de Baza, ahora puede ser fechada tam bién en el s. V a. C. Además de la Dama, se han encon trado en Elche varias piezas más, lo que ha hecho pensar a los investigadores que en realidad en esta época hubo un taller de escultura en este entorno. Cabe citar entre es tas piezas el busto de un guerrero con pectoral labrado al que le faltan la cabeza y los brazos, un escudo de umbo asido por una mano, un brazo de dama sedente similar al tipo conocido por la Dama de Baza y un fragmento de es tatua de guerrero con una falcata. — La estatuaria del Cerro de los Santos. Es el primer yaci miento en que se encontraron estatuas en número sufi ciente para que fueran objeto de interés. Su cronología debe oscilar entre el s. IV a. C. y la romanización, aun que falten estudios detallados de las piezas. Entre éstas destacan La Gran Dama Oferente, estatua erguida que sostiene un vaso con ambas manos a la altura del vientre, cubierta con un manto amplio que le cae sobre los hom bros y los brazos en pliegues hasta los pies (relacionada estilísticamente con las Damas de Baza y Elche), Las Da mas Sentadas, estatuas de unos cuantos centím etros, que repiten el tipo de la Dam a de Baza y posiblemente de Elche (M arín Ceballos piensa que se puede tratar de ex votos), fechables entre el s. III y II a. C ., aunque algu-
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na con una tipología ya casi del todo romana. Cabezas y bustos, tanto masculinos como femeninos, que puede pensarse eran estatuas y cuya cronología parece más an tigua para las femeninas y ya romana para las mas culinas. — La Estatua del Llano de la Consolación. En este lugar apareció una gran estatua fem enina sedente que está muy destruida y le faltan la cabeza y los hombros. Tiene un m anto de excelente factura y debajo de éste se ven dos túnicas. Para Presedo se trata de una estatua con bas tantes puntos de contacto con la Dama de Baza, aunque quizá un poco más antigua, de fines del s. V o principios del s. IV. — La estatua sedente del Cabecico del Tesoro. En esta ne crópolis se encontró la estatua de una dama de un tam a ño algo m enor que el natural, muy destruida y en múl tiples fragm entos. Los pliegues rectos del manto que la cubre dem uestran gran arcaísmo y su función debió ser similar a la de la Dama de Baza. — La Kore del Museo de Barcelona. Unicamente conoce mos que es de la zona del sudeste. Se trata de una cabe za femenina con un peinado ondulado sobre la frente y una diadem a más ancha por delante que por detrás. G ar cía y Bellido la fecha en la prim era mitad del s. V a. C. y pregona un origen griego para ella. — Conjunto del Corral de Saus. En Mogente (Valencia) han aparecido en un ambiente funerario varias figuras fe meninas tendidas, que unidos a los relieves de Pozo M oro, que verem os más adelante, confirman la asocia ción de la gran escultura en piedra con las tumbas. El material empleado por los iberos en la realización de es tas esculturas en piedra fue de una calidad bastante inferior a la del resto de las culturas del entorno y la época con las que tu vieron relación. Frente al mármol abundante en las obras escul tóricas de griegos y romanos, o el uso de piedras duras, como
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sucede en el arte egipcio, los iberos emplearon sobre todo la caliza y la piedra del país, aunque no por ello dejaron en ocasiones de realizar obras con una elevada perfección artís tica. Pero quizá lo más importante sea conocer la funcionalidad de estas obras. Los hallazgos recientes de nuevos yacimientos y nue vas esculturas en piedra apuntan muy claramente a una relación funeraria de estas manifestaciones artísticas: las estatuas de da mas sedentes aparecen en las necrópolis (el hallazgo de la Dama de Baza fue decisivo en este sentido) y los leones y demás ani males forman parte de monumentos funerarios. Finalmente, es necesaria una referencia a los elementos que han intervenido en la cristalización de estas manifestaciones ar tísticas. En primer lugar es necesario resaltar que, salvo contadísimas excepciones, el hallazgo de esculturas humanas de pie dra de bulto redondo se da en la zona oriental de Andalucía y el sudeste de España, es decir, zonas de un desarrollo económi co importante. A ello hay que unir, sin duda, los impulsos lle gados del exterior a través de los pueblos colonizadores. Estos impulsos llegados del exterior se deben en gran medida al mun do jónico, como en todo el arte ibérico en general, pero en la animalística ibérica hay algún elemento nuevo, sobre todo a par tir del conocimiento del yacimiento de Pozo M oro, por el que hay que hablar de contactos con el mundo fenicio e, incluso para algunos autores, neohitita. Presedo aventura como conclusión provisional la idea de que la estatuaria animalística etá influida por lo fenicio en parte, y en parte por lo griego, mientras que la estatuaria de figura humana parece una consecuencia de unas m o tivaciones jonias que actuaron desde muy antiguo, a través de las costas del Sudeste. Pero, tanto en éste como en tantos otros aspectos de la evo lución histórica de los pueblos de España, el grado de desarrollo alcanzado no sería explicable sin el sustrato interno, en este caso la propia riqueza económica y las condiciones de espiritualidad de la zona. Como resumen de lo dicho hasta aquí y de lo que hasta hoy sabemos sí parece posible afirmar las importantes influencias orientales en la escultura en piedra del área ibérica, así como
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una funcionalidad predom inantemente funeraria de la misma.
El relieve Se trata de una manifestación artística bastante menos abun dante que las esculturas exentas, realizado también en piedra como aquéllas, aunque de gran interés, sobre todo después de los descubrimientos de Pozo Moro estudiados por M. Almagro Gorbea. Precisamente los hallazgos de Pozo Moro dan pie para intentar descubrir su naturaleza y función, así como su disposi ción dentro de los monumentos arquitectónicos que les servirían de soporte. Para M. Almagro Gorbea, en Pozo Moro existió so bre una hilera de piedras un friso en bajorrelieve ocupando los cuatro lados del recinto arquitectónico y que sólo parte de ellos han llegado hasta nosotros. Para todo lo relacionado con su des cripción pormenorizada pueden verse las distintas noticias de Al magro Gorbea, excavador del monumento, pero conviene enu merar algunos de los restos encontrados. En la esquina sudeste hay un personaje con casco redondo y cimera, túnica corta y cin turón. La escena que más completa nos ha llegado es la del lado oeste y en ella se ve a la izquierda un personaje con dos cabezas superpuestas, lenguas largas que caen hacia afuera, sentado en un trono con respaldo y garras de león. Sostiene un cuenco en una mano y un jabalí sobre una mesa de ofrendas situada delan te de él en la otra. Detrás de la mesa hay un personaje de pie con cabeza de gran boca abierta y lengua bífida, vistiendo túnica larga. Otros restos recompuestos y descritos por Almagro G or bea de los restantes lados nos hablan de otros personajes gran des y pequeños, algún animal en actitud amenazante hacia un personaje, flores de loto, escenas sexuales, un monstruo de tres cabezas y un sillar en el que aparece un jabalí con dos cabezas, una a cada lado, luchando con un ser mitad humano y mitad ser piente. Según su excavador este monumento puede fecharse ha cia el año 500 a. C. Pero lo más interesante de Pozo Moro son los problemas que plantea en cuanto a sus relaciones con mundos artísticos bastan te alejados, concretamente el norte de Siria, con sus relieves neo-
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hititas de influjo arameo y fenicio. Todavía hay mucho que in vestigar sobre el tema y, como afirma Tarradell, futuras investi gaciones pueden deparar grandes sorpresas, pero hay un hecho innegable: en el área ibérica del Sudeste, a fines del s. VI a. C., hay unos artistas que realizan unos relieves que tienen influen cias de culturas muy lejanas en el espacio. A parte de los relieves de Pozo Moro, a los que hemos hecho referencia siguiendo a M. Almagro Gorbea, tenemos en la zona ibérica otros conjuntos también importantes, acotados geográfi camente en el extremo occidental por los de Osuna, pero con la máxima concentración en la Alta Andalucía y el Sudeste. Los más importantes, sin pretender en ningún momento realizar una enumeración exhaustiva, son los de Osuna (el relieve de la flau tista y un hombre con capa y el de las dos damas oferentes, am bos en el Museo Arqueológico Nacional, así como otro sillar en ángulo en el que se representa a dos guerreros luchando, vesti dos y tocados con los trajes y elementos defensivos que ya he mos visto en los bronces y en las esculturas en piedra, y otro frag mento de un guerrero a caballo sujetando las riendas, fechables hacia el s. II a. C.); el relieve de la Albufereta (pequeña metopa en la que se representan una figura masculina y otra femenina una frente a la otra, fechable por los datos de Llobregat hacia el s. IV); esculturas de animales procedentes de toda el área de influencia tartésica y el Levante (casi en su totalidad animales monstruosos y sin contexto arqueológico, por lo que poco pode mos saber de su significado y función); el importante hallazgo de Pozo Moro, al que ya nos hemos referido con antelación; el grifo de Redován (Orihuela), que parece que hay que fechar, se gún Presedo, alrededor del año 500 a. C.; la esfinge de Agost, sentada sobre las patas traseras y con el rabo entre ellas, sin pa tas anteriores y con cara femenina, así como con plumas rectas, todo lo cual denota la influencia de los tipos griegos arcaicos por lo que hay que situarlas hacia finales del s. VI; la esfinge de Bogarra, en la misma postura que la anterior, pero con las patas de lanteras flexionadas, así como alas, de las que únicamente se con serva el arranque; la bicha de Balazote, con cuerpo de toro y ca beza humana con cuernos cortos, que, según García y Bellido, tiene prototipos claros en el mundo griego, aunque con rasgos
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orientales evidentes y que debe datarse en el s. IV a. C.; la bi cha de Toya, de un tipo similar a la anterior y datable en el s. IV; el toro de El Molar, procedente de una necrópolis también del s. IV; los toros de Rojales (seis toros que se encuentran en el museo de Alicante, que García y Bellido cree deben situarse en el s. III a. C.); las leonas del Minguillar (tres ejemplares ha llados cerca de Baena que se encuentran en el Museo Arqueo lógico Nacional); los leones de Nueva Cartaya (hallazgos casua les y sueltos de trozos de leones que se conservan en el Museo de Córdoba y que tienen rasgos similares a los de Pozo Moro, aunque con una mayor perfección); el toro de Porcuna, tendido sobre sus cuatro patas con referencia directa a los toros orienta les y, según Blanco Freijeiro, relacionado con las influencias grie gas que, penetrando por el Sudeste, llegan a la Alta Andalucía, donde se sincretiza con el influjo orientalizante de la zona de in fluencia tartésica y la leona de Los Molinillos, animal sentado so bre sus patas traseras y amamantando un cachorro, procedente de esta localidad cercana a Baena. Continuamente esta larga nómina va aumentando a medida que se realizan nuevos trabajos arqueológicos por toda Andalu cía y el Levante y cuya enumeración sería demasiado prolija. Aunque aún sea difícil establecer una evolución cronológica, Blanco Freijeiro propone tres períodos, uno primero con influen cias griegas de la época arcaica tardía y clásica y elementos fe nicios, un segundo coincidente con la época helenística con in fluencia celtas y aportaciones helenístico-romanas y un tercero que sería ya de plena época romana, concretamente de final de la República.
La cerámica pintada Se trata de una de las manifestaciones mejor conocidas y más valoradas del arte ibérico, tanto las decoraciones con figuras geo métricas, más tem pranas y abundantes por más sencillas de rea lizar, como las de figuras humanas y animales. Para Tarradell, la cerámica ibérica puede agruparse en dos períodos, uno primero a partir del s. V a. C., con una temática
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muy simple (bandas horizontales, círculos o medios círculos, en definitiva, decoración geométrica), que se mantiene a lo largo de todo el tiempo y en general en todo el área ibérica, y una se gunda época ya en pleno dominio romano, a partir del año 200 a. C., donde aparecen el estilo narrativo y simbólico de figuras humanas y animales, aunque es muy posible que ya se hayan ini ciado durante el s. III. También aquí vemos también cómo los influjos externos (gre co-orientales) complementan y dinamizan elementos de la pro pia evolución interna, por lo que se pueden distinguir varias zo nas atendiendo a la decoración y a la época en que se realiza cada uno. Dentro de la amplia área ibérica distingue Presedo va rias subáreas: — Cerámica ibérica andaluza. Valle del Guadalquivir y afluentes, así como el sur de Portugal y la región extre meña, que emplea el torno, traído por los colonizadores orientales, desde época temprana. En este área la cerá mica protoibérica recoge las dos corrientes externas, la fe nicio-chipriota y la jónica, a partir del s. VII-VI. No es, no obstante, una zona de desarrollo importante de la ce rámica ibérica. — La cerámica del Sudeste, llamada también cerámica de es tilo simbólico, que tiene como focos principales los de El che y Archena, que han dado nombre a este estilo, aun que también haya habido importantes hallazgos en El Ci garralejo, El Cabecico del Tesoro y Pozo Moro. Las for mas cerámicas son las mismas que en Andalucía, pero so bre ellas se pintan escenas de animales y de hombres y ani males. Se trata de figuras diversas, en general de tamaño grande que normalmente tienen valor por sí mismas y no forman conjuntos. Junto a las figuras de animales (lobos, pájaros, etc.) encontramos representaciones de guerreros en distintas actitudes de combate. Se trata de un arte hierático con un área de difusión relativamente concentrada, la zona sur del País Valenciano y casi toda Murcia. — La cerámica de Oliva-Liria, denominada de esta forma por ser los yacimientos que proporcionaron los primeros lotes de este denominado estilo narrativo. Los vasos es
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tán pintados con colores oscuros y en muchos casos las fi guras están rellenadas con color negro. Frente a la indi vidualidad de las figuras del arte de Elche-Archena, en los vasos de Liria encontramos ciertos argumentos en los conjuntos de figuras, junto a letreros que hoy en día son todavía inaccesibles a nuestros conocimientos. Hay con juntos que representan escenas de caza, de guerra, de danza, hombres a pie o a caballo persiguiendo jabalíes o lobos, etc., luchas de grupos enfrentados, tanto a pie, como a caballo o en barcas. Por lo general son figuras de tamaño menor que las del estilo simbólico. Su área de dis tribución, reducida en un principio por los primeros des cubrimientos a la zona central valenciana, debe hoy día extenderse hacia el valle del Ebro en la provincia de Te ruel (por ejem plo, el poblado de Alloza). — Azaila. Dejando de lado en este momento por no venir al caso el intrincado problema de la iberización del valle medio del Ebro, al que se ha hecho referencia en otro lu gar y si podemos hablar propiamente de zona ibérica, te nemos la evidencia cerámica del poblado de Azaila. En el Bajo Aragón la cerámica es más tardía porque el sus trato sobre el que aparece en el s. IV a. C. es un horizon te hallstático. En los vasos de Azaila aparecen figuras de animales enmarcadas con figuras vegetales y geométricas, sin paralelos en otras zonas. No deja de tratarse de una zona que pudiéramos llamar marginal con referencia a los dos núcleos básicos de Elche-Archena y Liria-Oliva. Lo mismo sucede con lo que Presedo denomina — La cerámica del Nordeste. En la zona ibérica de Cataluña han aparecido cerámicas pintadas importadas algunas de ellas concretamente de Archena. Pero hay también pro ducción de talleres locales en distintos lugares, pero so bre todo en Ampurias, donde la gran calidad de la escasa cerámica ibérica allí aparecida tiene la impronta de la fuerte influencia de la cerámica griega. En general en toda la cerámica que podemos considerar como ibérica se utilizan prácticamente los mismos colores, oscuros
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como decíamos antes. Destacan el rojizo oscuro, el que Tarra dell llama vinoso, el marrón y el negro, empleado sobre todo para rellenar las figuras de los vasos de Liria. Como conclusión sobre la cerámica pintada podemos decir que las influencias externas encontraron en cada región sustra tos distintos que derivaron en tendencias individualizadas en re lación también con la época en que recibieron los influjos de la otra parte del Mediterráneo.
EL TRA JE A partir del análisis de los bronces, esculturas en piedra y decoraciones de las cerámicas a que nos hemos referido en el apartado anterior, podemos decir que hoy nos es bastante bien conocido el traje utilizado por los iberos, aunque debemos pen sar que no era uniforme, debido a las variantes regionales; no obstante en muchos casos es difícil descubrirlo debido a la falta de representaciones gráficas en relación precisamente con la ausencia de hallazgos de las manifestaciones artísticas anterior mente analizadas (zona turdetana y zona catalana sobre todo). A ello debemos añadir otro problema no menor y es que a me nudo las representaciones son figuras de divinidades que pro bablemente no llevarían el traje cotidiano de los hombres y mujeres ibéricos. Los tejidos utilizados en su confección eran la lana y el lino, habiendo distinguido E. Llobregat en La Albufereta diversos ti pos de tejidos, entre los que destacan los de contextura gruesa, como de lanilla actual, y lienzos finos similares al hilo, posible mente para fabricar la ropa interior. Para los colores, si tenemos que hacer caso de la pintura de las estatuas, se utilizaba el rojo púrpura para los mantos mascu linos y el azul cobalto y la combinación de varios colores en las mujeres. Para Presedo es probable que el ajedrezado que apa rece en algunos mantos como el de la Dama de Baza se deba a que están realizados con fibras previamnte teñidas. Hasta el presente las aportaciones de Nicolini son las más completas a la hora de analizar estos extremos, por lo que es una
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obra de utilización obligatoria para quien quiera acercarse con mayor profundidad al tema.
El traje femenino Las damas ibéricas que conocemos por la arqueología llevan unos vestidos y tocados ricos y barrocos, en los que predomina la acumulación de joyas. Cuatro son los elementos a analizar dentro de la estética de las mujeres iberas: el tocado, el traje, los adornos y el calzado. El tocado de la cabeza de las damas ibe ras es muy complicado, como puede verse por la de Elche o la menos compleja de Baza. También los bronces ofrecen una gran variedad de tipos, aunque con menos complicación que las D a mas. Usaban las iberas diademas y mitras, altas o bajas, que aun pudiendo ser un producto autóctono, estaría inspirado en mode los greco-orientales. Velo, manto y túnica son los tres elementos del traje feme nino ibero. El velo a veces se confunde con el manto, aunque el triangular que cubre la parte posterior de la cabeza y llega hasta los hombros es inconfundible. Hay, además, un velo propio de las sacerdotisas que va sobre la mitra y llega hasta los muslos. El manto es la prenda que envuelve toda la figura llegando hasta los pies, que aparece sobre todo en las estatuas de piedra. Nico lini ha distinguido hasta cuatro tipos de túnica, traje de mangas cortas que cubre toda la figura hasta los tobillos, atendiendo a la forma de term inar la prenda. Aunque tiene parecido con pren das similares de la cuenca del M editerráneo, su origen parece local. Hay, además, todo una serie de adornos que servían para realzar la belleza de las mujeres iberas, destacando entre ellos los varios y variados collares de las grandes Damas (Elche, Baza y El Cerro de los Santos) y los también abundantes de los bron ces y terracotas. También son frecuentes los cinturones, pendien tes, brazaletes y pulseras. Por la Dama de Baza podemos deducir que el calzado de es tas grandes damas consistía en unos escarpines que parecen de cuero, pintados en su totalidad de color rojo. Tanto en el caso
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de las mujeres como en el de los hombres debía usarse también calzado de esparto, tan típico de la zona.
El traje masculino También en este caso tenemos suficiente información arqueo lógica para conocer el traje utilizado por los hombres. Se com pone de manto o capa, con distintas variedades, túnicas, largas y cortas, adornos y calzado. Los mantos se hacen de una pieza y se sujetan normalmente con un fíbula anular al hombro derecho, dejando casi siempre libre el izquierdo. Nicolini ha descubierto abundantes varieda des de este manto (manto sin vuelta, manto de vuelta corta, man to con una punta en la espalda, etc.). Las túnicas son la prenda que lleva normalmente el ibero de bajo del manto, aunque a veces se trate de otro tipo de prendas. También entre los hombres hay una serie de adornos, que aparecen sobre todo en los bronces: cordones cruzados sobre el pecho, cinturones que ciñen el vestido al cuerpo y sujetan las ar mas, que aparecen abundantemente en todas las excavaciones de necrópolis ibéricas. El calzado de los hombres lo tenemos en las pinturas de los vasos de Liria, donde aparecen jinetes calzados con zapatos de media caña. Otras veces aparecen como botos abiertos. Tanto unos como otros debían estar hechos en cuero, aunque los me nos ricos usarían, como en el caso de las mujeres, alpargatas de esparto.
LA ESCRITURA La aparición de la escritura constituye no sólo un fenómeno lingüístico o epigráfico, sino también un fenómeno histórico de primera magnitud, pues este hecho sólo se produce en aquellas sociedades que han alcanzado un alto grado de desarrollo socio-económico. Para el mundo ibérico la escritura está atestiguada desde fi
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nes del s. V. a. C. por una inscripción existente en la base de un kylix ático, aparecido en Ullastret, cerca de Ampurias, en una zona de clara influencia griega y que debe hacer referencia, sin duda, al propietario de la citada cerámica. No se trata, no obs tante, de la escritura más antigua de la Península Ibérica, como tendremos ocasión de ver cuando analicemos en capítulo aparte las lenguas y la epigrafía prerromanas de España. Existen dos hipótesis suficientemente contrastadas sobre el origen de la escritura ibérica. Según la primera de ellas la escri tura ibérica no es la más antigua de la Península (De Hoz, Correa y otros), puesto que la escritura hispánica más antigua de la que tenemos noticia aparece en el Suroeste, fruto —para De Hoz— de la influencia ejercida por la escritura fenicia y que podemos situar en el s. VIII o como muy tarde en el s. VII a. C. Según este mismo autor, esta escritura del suroeste se extendió hacia el este dando lugar por influencia de los griegos a una nueva for ma de escritura que es la ibérica. Ambas escrituras coinciden en sus principios básicos, pero al mismo tiempo se diferencian de manera clara en la forma de algunos signos y otros aspectos lin güísticos. Así pues, para De Hoz el origen de la escritura ibérica habría que buscarlo en la escritura del suroeste. Pero no todos los lingüistas están de acuerdo con esta hipó tesis y se ha formulado una segunda, que mantiene algunas de las afirmaciones anteriores. En esta segunda hipótesis, cuyo de fensor más visible es J. Siles, la escritura ibérica se habría de sarrollado cronológicamente en un período preciso entre los ss. V/IV y I a. C. y geográficamente en un área bastante amplia des de la Contestania hasta la Narbonense con incursiones hacia la Bética, Albacete y el interior. Sería el fruto de un intenso pro ceso de aculturación que se inicia con la helenización de la zona costera y termina cuando la latinización llega a su punto álgido, momento también en el que la escritura ibérica desaparecería. El origen estaría en el alfabeto greco-ibérico, alfabeto en el que aparecen los primeros documentos ibéricos más antiguos de Alcoy y el Cigarralejo en los siglos V-IV a. C., y que es conse cuencia del contacto entre los indígenas y las poblaciones grie gas. De ese alfabeto greco-ibérico derivaría la llamada escritura meridional, que puede ser considerada como una fase interme
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dia entre el greco-ibérico inicial y el ibérico clásico resultante. El foco de expansión de esa escritura sería el sudeste efectuán dose su sistematización progresiva en la zona de Ampurias en contacto con los focenses y expandiéndose hacia el sur y el in terior. Este sistema ibérico conocerá, además, la influencia del latino, que lo va a perfeccionar, al tiempo que determina su desaparición. Pero los iberos no sólo van a adoptar una escritura para su lengua, sino que van a adoptar y adaptar a su propia cultura un número considerable de tipos .de documentos conocidos por los griegos: grafitos cerámicos, lápidas sepulcrales, plomos inscritos, etc. Los más numerosos y significativos hasta el momento pre sente son las lápidas sepulcrales y los plomos. Los plomos son piezas sin otra misión que la de servir de soporte de escritura. Básicamente parece que contienen documentos de carácter prác tico: cartas de negocio, contratos, etc., no faltando alguno como el de El Cigarralejo con un posible contenido religioso. Finalmente, no es posible separar el uso que de la escritura hace un pueblo de su grado de evolución histórica en cuanto a su organización social y económica, ni de su propio desarrollo cultural. La escritura del mundo ibérico no se usa con fines lite rarios, ni tampoco parece que haya sido utilizada con fines pú blicos (no tenemos noticias de ninguna inscripción ibérica hecha por un magistrado o un organismo representativo de la comuni dad), lo que conduce a la conclusión de que las inscripciones en lengua ibérica proceden de la iniciativa privada.
LA RELIG IO SIDA D DE LOS IBEROS Es difícil hablar de un tema como el de la religiosidad de los iberos, cuando encontramos una gran carencia de noticias en las fuentes literarias greco-latinas de época clásica, las excavaciones arqueológicas nos ofrecen noticias escasas y fragmentarias y los datos se reducen prácticamente al análisis de las esculturas en piedra y metal, a los exvotos de los santuarios y a las represen taciones en las pinturas de la cerámica, en espera de que algún día los textos hasta hoy incomprensibles de las estelas o de la mis
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ma cerámica nos ofrezcan datos sobre este aspecto tan impor tante de la vida de los pueblos. En la región de influencia tartésica tenemos noticias por la arqueología de divinidades del ámbito fenicio, pero no tenemos la menor evidencia sobre su culto, sino sus posibles representa ciones en objetos arqueológicos. Según el estudio de M. C. Ma rín Ceballos, ya sea en objetos arqueológicos como anillos o sor tijas, placas, etc., ya incluso con templos a ellos dedicados, apa recen en este área el dios El, divinidad del mundo ugarítico y bí blico primitivo, Baal, divinidad fenicia por excelencia, Melqart, con un santuario en Cádiz que irradia por toda la Baja Andalu cía, llegando hasta Salacia en el estuario del Tajo y hasta la isla de Herakles en la región de Levante; también hubo un templo en Cádiz a M ilk Astart y toda una serie de sincretismos de divi nidades procedentes del mundo egipcio y en general del Medi terráneo oriental. Por lo que se refiere al área ibera propiamente dicha, piensa Presedo que hubo también en el aspecto religioso influencias grie gas y púnicas que actuaron sobre el fondo preorientalizante de las influencias fenicias y tal vez griegas antiguas, pero más tarde tu vieron que ser reelaboradas por los indígenas, resultado de lo cual tuvo que ser una síntesis completamente distinta, ya que en ella actuarían concepciones religiosas ancestrales de los iberos hereda das de edades pasadas. A partir de los testimonios que la arqueología y las fuentes literarias nos ofrecen podemos decir algunas cosas sobre los si guientes aspectos: dioses, lugares sagrados, culto y vida de ultratumba.
Divinidades del área ibera Dejando aparte ahora la influencia griega y oriental, aunque muy importante, pues sabemos que en Ampurias, según los ar queólogos, existió un templo de Asclepios, así como un templo dedicado a Serapis y evidencia de culto a Dem eter y a la Artemis efesia, la cual, según las noticias de las fuentes clásicas, tuvo varios santuarios en la zona costera del Levante y sin olvidar tam
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poco la influencia de los cultos y las divinidades traídas por los cartagineses —Baal A m ón aparece en los textos como Cronos y Tanit como Juno—, a la vez que muchas inscripciones latinas de dicadas a la Dea Caelestis, que debe ser una asimilación de la ci tada Tanit y otra divinidad cartaginesa, Bes, aunque su repre sentación se reduce a pequeños objetos de comercio que no prue ban de manera decisiva la existencia de su culto, en el mundo propiamente ibérico no podemos nombrar ninguna divinidad adorada por los fieles. Sospechamos que se trata de un dios de los caballos o vinculado a los mismos una figura que aparece en un relieve entre dos figuras de caballos vistas de perfil, lo mismo que puede ser una divinidad masculina un jinete que lleva en su mano una flor de loto en pinturas de los vasos de Liria. Hay un mayor número de posibles representaciones de divi nidades femeninas que masculinas, por lo que probablemente los cultos femeninos predominaban sobre los masculinos, lo cual no representaría más que un fenómeno típicamente mediterráneo. Creemos con Presedo que en su inmensa mayoría quizá pueden reducirse al culto de la G ran Madre asiática, que predominó so bre el M editerráneo a partir del Neolítico.
Lugares sagrados y cultos Hay unos lugares sagrados que dejaron huella arquitectóni ca, que son los santuarios de los que ya hemos hablado al tratar de la arquitectura. Pero, junto a ellos, hay otros lugares sagra dos entre los que destacan las cuevas del País Valenciano. Se tra ta de lugares alejados de los poblados y de difícil acceso y que por su ajuar funerario, aunque pobre, puede fecharse el inicio de su uso en el s. V a. C. A pesar de la no existencia de evidencias no debieron faltar cultos en lugares que en las religiones antiguas son sacralizados, como los bosques, los montes o las fuentes. Tampoco sabemos mucho sobre los cultos que tuvieron lugar en los santuarios ibéricos, aunque, a partir de los exvotos de los santuarios, se observan ciertas actitudes que pueden indicarnos el modo de relacionarse de los iberos con la divinidad: devotos
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que saludan a la divinidad levantando el brazo derecho, otros que cruzan los brazos sobre el vientre o sobre el pecho o levan tan ambas manos. En las estatuas de piedra y en los exvotos de bronce vemos oferentes de vasos conteniendo probablemente todo tipo de ofrendas. En el capítulo religioso hay que incluir también las danzas de que nos dan noticias los textos literarios (concretamente Estra bón dice que entre los bastetanos bailan los hombres y mujeres cogidos de la mano), que tienen su representación en las pintu ras de algunos vasos de Liria, así como otros testimonios en que los danzantes llevan ramas en las manos, danza que tiene un ori gen oriental y que pasó al mundo griego.
Vida de ultratumba El rito funerario generalizado es el de la incineración, aun que no faltan testimonios de inhumaciones. Junto con la urna se entierran los objetos de uso corriente del difunto, destacando las armas en el caso de las tumbas de los guerreros, las cuales apa recen en ocasiones dobladas, como si se hubiese querido hacer las morir con el gerrero. Se encuentra también en las tumbas ibéricas una serie de ob jetos rituales: pebeteros para quemar perfumes, braserillos y jarros de bronce, posiblemente relacionados con ceremonias de purificación. Una vez enterrada la urna junto con el ajuar, la tumba se cerraba de muy distintas maneras y se recubría a veces con un túmulo. En tumbas monumentales aparecen varias urnas, lo cual nos hace pensar en que tuvieran un carácter familiar. Sobre las ideas de los iberos acerca de la vida de ultratumba carecemos de textos. Sí parece evidente, a partir de la observa ción de las tumbas y ajuares y de la escultura funeraria (la más representativa es la Dam a de Baza), que los iberos creían en la pervivencia de la personalidad. Por otro lado, la incineración sig nificaría la purificación mediante el fuego. Finalmente, como afirma Presedo, de la existencia de anima les fantásticos en las necrópolis (grifos, leones, esfinges), que en
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el M editerráneo tienen la función de guardianes del más allá, no se pueden extraer conclusiones automáticas, pues es posible que hubieran perdido su simbolismo originario.
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mana, Salamanca, Universidad, 1970; F. B u r i l l o , El valle medio del Ebro en época ibérica, Zaragoza, 1980 o P. L i l l o C a r p i ó , El poblamiento ibérico en la provincia de Murcia, Universidad de Murcia, 1981. Es muy interesante también a este respecto el trabajo de A . R u iz &M. M o l i n o s , «Elementos para un estu dio del patrón de asentamiento en las Campiñas del A lto Guadalquivir durante el Horizonte Pleno Ibérico (U n caso de sociedad agrícola con estado)», Arqueo
logía Espacial. Coloquio sobre distribución y relaciones entre los asentamientos, 4, Teruel, 1984, págs. 187-206. Sobre el decreto de E m ilio P aulo y las relaciones sociales en la zona m eri dional del m undo ibérico, es necesario ver com o estudios más recientes J. M an g a s , «Servidum bre com unitaria en la Bética prerrom ana», en Memorias de His toria Antigua, 1, O viedo, 1978, págs. 151-162; A. R u iz R o d r íg u e z , «Las clases dom inantes en la form ación social ibérica de la Península Ibérica», en M H A, 1, O viedo, 1977, págs. 141-150; L. A . G a rcía M o r e n o , «Sobre el decreto de P au lo Em ilio y la Turris Lascutana », en Reunión sobre epigrafía hispana de época romano-republicana, Z aragoza, Institución F ernando el C atólico, 1986, págs. 195-218 y F. M a r c o , «La manumissio oficial de E m ilio Paulo en el m arco de la política internacional rom ana del s. II a. C .», en Reunión sobre epigrafía hispa na de época romano-republicana, Z aragoza, Institución F ernando el C atólico, 1986, págs. 219-225. P uede verse tam bién J. C aro B a r o ja , «Regím enes socia les y económ icos de la E spaña prerrom ana», en Revista Internacional de Socio logía 1, M adrid, 1943, págs. 149-190. Para el conocimiento del tema de la realeza y los reyes en la España antigua es de obligada lectura J. C a r o B a r o j a , «La “realeza” y los reyes en la España antigua», en Estudios sobre la España antigua, Madrid, Cuadernos de la Funda ción Pastor, 1972. Para la clientela y la devotio es conveniente ver J. M. R a m o s L o sc i r i a i.i s, «La devotio ibérica», en Anuario de Historia del Derecho Español, 1, 1924; F. R o d r í g u e z A d r a d o s , «La fides ibérica», en Emérita, 14, Madrid, 1946, págs. 128-204; A . P r i e t o A r c i n i e g a , «La devotio ibérica como forma de dependen cia en la Hispania romana», en Memorias de Historia Antigua, 2, O viedo, 1978, págs. 137-146. Sobre la economía de los iberos pueden verse los trabajos de R. LÓPEZ Dom e c h , «Aspectos económ icos de los oretanos», en Memorias de Historia A nti gua, 3, O viedo, 1979, págs. 21-29; A . R u iz & M. M o l in o s , «Algunas conside raciones para la reconstrucción de las relaciones sociales en los sectores domi nantes de la producción económica ibera (agricultura y minería)», Memorias de Historia Antigua, 3, O viedo, 1979, págs. 147-155. Sigue siendo importantes to davía hoy las aportaciones de E. C u a d r a d o , E. P l a B a l l e s t e r y G. T r í a s en la obra conjunta dirigida por M. T a r r a d e l l , Estudios de economía antigua de
la Península Ibérica (Primera reunión de Historia de la economía antigua de la Península Ibérica) Barcelona, Ed. Vicens-Vives, 1968, lo mismo que F. P r e s e d o , «Economía ibérica», en Historia de España Antigua. I. Protohistoria, Ma drid, Ed. Cátedra, 1980, capítulo VII. Sobre la minería en concreto véase C. D om e r g u e , «Note sur le district minier de Linares-La Carolina (Jaén, Espagne) dans l’Antiquité», en Mélanges de préhistoire, archéocivilisation et ethnologie of-
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ferts á V. Varagnac, París, 1971; T. T a m a in , «Contribución al estudio de la an tigua metalurgia del plomo en España», en Oretania, 12,1962 o M. S o r i a & M. L ó p e z , «Herramientas inéditas de las minas de “El Centenillo” (Jaén)», X V Con greso Nacional de Arqueología, 1979, sólo por citar algunos estudios recientes. Sobre la m oneda véase A . M. DE G u a d á n , Las monedas de Gades, B arce lona, 1963; Id ., Las monedas de plata de Emporion y Rhode, B arcelona, 1968-1970; M. P. G a rcía B e l l id o , Las monedas de Cástulo con escritura indí gena. Historia numismática de una ciudad minera, B arcelona, 1982; L. V illa RONGA, Numismática antigua de España, B arcelona, 1979; R . C. K n a p p , «The D ate and Purpose of the Iberian D enarii», The Numismatic Chronicle, 1977 y F. B e l trá n , «Sobre la función de la m oneda ibérica e hispano-rom ana», en H o menaje a A . BELTRÁN, Z aragoza, U niversidad de Z aragoza, 1986, págs. 889-914. A lgún interesante punto de vista puede verse en M . T a r r a d e l l , «Las cecas ibé ricas, ¿econom ía o política?», en Homenaje a A. B e l t r á n , Z aragoza, U niversi dad de Z aragoza, 1986, págs. 915-917. Com o obras sobre aspectos generales del arte ibérico pueden verse las de G. N ic o lin i , Les bronzes figurés des sanctuaires ibériques, París, P .U .F ., 1969 y L'art et la civilisation de l’Espagne antique. Les Ibéres, París, 1973; M. T a r r a d ell , Arte ibérico, B arcelona, 1968; A . G a rcía y B e l l id o , Arte ibérico en Es paña, M adrid, 1980; F. P r e se d o , «El arte ibérico», en Historia de España A n tigua. Tomo 1. Protohistoria, M adrid, É d . C áted ra, 1980, capítulo X ; M. T a r r a d ell , «El arte ibérico», en Historia de España dirigida por M. T uñ Ón d e L a r a . 1. Introducción, Primeras Culturas e Hispania romana, págs. 145-152; A . B lan c o , Historia del Arte Hispánico, 1. La Antigüedad, M adrid, 1981; T. C hapa B r u n et , La escultura ibérica zoomorfa, M adrid, E ditora N acional, 1984 y V. P a ge del P o z o , Imitaciones de influjo griego en la cerámica de Valencia, Alicante y Murcia, M adrid, C .S .I.C ., 1985. Sobre aspectos más concretos deben verse F. A lv a rez O s o r io , Museo Arqueológico Nacional. Catálogo de los exvotos de bronce ibéricos, M adrid, 1941; A . GARCÍA Y BELLIDO, La arquitectura entre los iberos, M adrid, 1945 y, del mismo a u to r, La Dama de Elche, M adrid, 1943; F. P r esed o , La Dama de Baza, M adrid, Trabajos de Prehistoria, 30,1973 y La ne crópolis de Baza, Excavaciones A rqueológicas en E spaña, n." 119, M adrid, 1982; J. C a b r é , «A rquitectura hispánica: el sepulcro de T oya», A E A , 1, 1925; J. M. B láZ Q U E Z, <;La cám ara sepulcral de T oya y sus paralelos etruscos», Oretania, 5, Linares, 1960, págs. 233 y s s .; M. C. M a rín C e b a l l o s , «A lgunos aspectos de la iconografía fuqneraria ibérica», en Actas del 1 Congreso Andaluz de Estu dios Clásicos (Jaén, 1981), 1982, págs. 271-275 y M. A l m a g r o G o r b e a , «P ozo M oro. El m onum ento orientalizante, su contexto sociocultural y sus paralelos en la arquitectura funeraria ibérica», en Madrider Mitteilungen, 24, 1983, págs. 177 y ss.; A . G a r c í a y B e ll i d o , «La pin tu ra m ayor en tre los iberos», en Archivo Español de Arqueología, 18,1945, págs. 250 y ss.; E . C u a d r a d o , Materiales ibé ricos: cerámica roja de procedencia incierta, Salam anca, 1953; M . P e l l i c e r , «La cerám ica ibérica del Valle del E bro», en Caesaraugusta, 19-20, 1962, págs. 37 y ss. y, del m ism o a utor, «La cerám ica ibérica del C abezo de A lcalá de A zaila», en Caesaraugusta, 33-34,1969-1970, págs. 63 y ss. y S. N o r d s tr o m , La ceramique peinte ibérique de la province d ’Alicante , 2 vols., A licante, 1969 y 1973.
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Sobre el traje de los iberos hem os seguido fundam entalm ente a F. P r e s e d o , «El traje ibérico» en Historia de España Antigua. Tomo 1. Protohistoria, M a drid, E d. C áted ra, 1980, pp. 210-214. P a r a e l c o n o c im ie n to d e la r e lig io s id a d d e lo s ib e r o s e s im p r e s c in d ib le a c t u a l m e n te la te s is d o c to r a l d e M . C . M a r í n C e b a l l o s , Lá religión de los iberos, r e a liz a d a e n la U n iv e r s id a d d e S e v illa y , c o m o t a n to s o t r o s t r a b a jo s f u n d a m e n ta le s d e n u e s t r a H is to r ia A n t i g u a , s in p u b lic a r p o r e l g r a n c o s to q u e s u p o n e . O b r a s g e n e r a l e s s o b r e la r e lig io s id a d d e lo s p u e b lo s p r e r r o m a n o s d e E s p a ñ a s o n la s d e J . M . B l á z q u e z , « L a r e lig io s id a d d e lo s p u e b lo s h is p a n o s v is ta p o r lo s a u to r e s g rie g o s y la tin o s » , e n Emérita, 26, 1958, p á g s . 79-110; d e l m is m o a u t o r Religio nes primitivas de Hispania. I. Fuentes literarias y epigráficas, M a d r id , 1962, Im a gen y mito. Estudios sobre las religiones mediterráneas e ibéricas, M a d r id , 1975 y Primitivas religiones ibéricas. II. Religiones prerromanas, M a d r id , 1983 ( c o n u n a p é n d i c e d e M . L . A l b e r t o s s o b r e te ó n im o s h is p a n o s ) ; J . M a n g a s , « R e lig io n e s in d íg e n a s e n H is p a n ia » , e n Historia de España Antigua. II: Hispania roma na, M a d r id , E d . C á t e d r a , 1978, p á g s . 579-612. D e lo s e s tu d io s e s p e c ífic o s h a y q u e r e s a l t a r lo s d e M . C . M a r í n C e b a l l o s , « D o c u m e n t o s p a r a e l e s tu d i o d e la r e lig ió n F e n ic io - P ú n ic a e n la P e n ín s u la I b é r ic a . II : d e id a d e s m a s c u lin a s » , e n Habis, 11,1979-1980, p á g s . 217-231; M . R . L u c a s , « S a n tu a r io s y d io s e s e n la B a j a E p o c a I b é r ic a » , e n La Baja Epoca de la cultura ibérica, M a d r id , 1981, p á g s . 233 y ss. y F . M a r c o , « C o n s id e r a c io n e s s o b r e la re lig io s id a d ib é ric a e n e l á m b ito tu r o le n s e » , e n Kalathos, 3-4, 1983-84, p á g s . 71-93.
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Capítulo 3 AREA INDOEUROPEA. PUEBLOS DEL CENTRO, OESTE Y NORTE DE ESPAÑA
C o m o decíamos en el capítulo referente a la delimitación de áreas histórico-culturales dentro de la Península Ibérica, se va imponiendo en la historiografía actual este término, a pesar de su contenido esencialmente lingüístico, por ser más comprehen sivo de la realidad a que queremos referirnos que los términos utilizados con anterioridad. Este área se corresponde fundamentalmente con los territo rios y poblaciones antiguas de los valles del Duero y Tajo, toda la cornisa cantábrica, utilizando palabras de Estrabón, de los ga laicos hasta los vascones y los Pirineos (aunque no se puede afir mar con él que todos tienen el mismo modo de vida y organiza ción), parte del valle medio del Ebro (La Rioja) y los valles de los afluentes del Ebro por la derecha (Jalón y Jiloca) en la parte sur de este valle medio. Es decir, la parte peninsular al norte de una línea imaginaria trazada desde la cuenca baja del Tajo a la cuenca alta del Ebro. Tampoco en este caso podemos hablar de uniformidad en cuanto a las formas organizativas de estos pueblos, pues han te nido un proceso de formación histórica distinto, en el que han influido su propia evolución interna y los estímulos exteriores, y han llegado a grados de desarrollo distinto en el momento de ser conquistados por los romanos, que es cuando, debido a la pro pia conquista, tenemos más noticias de ellos. Y es fundamental mente a partir de los datos de las fuentes literarias, confirmados en algunos casos por los trabajos de la arqueología, como pode mos distinguir a estos pueblos o conjuntos de pueblos y su ubi
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cación geográfica, no olvidando en ningún momento lo afirma do anteriormente en el sentido de que las fuentes y datos que po seemos para el conocimiento de estos pueblos son fundamental mente romanos y no indígenas.
LIMITES Y UBICACION G EO G R A FIC A D E LOS PRINCIPALES PUEBLOS A partir precisamente de los datos a que nos hemos referido vamos a ubicar grosso modo a los principales pueblos que com ponen este área. Comenzando por los celtíberos debemos afirmar que hay grandes imprecisiones con respecto a la ubicación de estos pue blos y su territorio en los escritores greco-latinos de época clási ca. Así, por ejemplo, Plutarco sitúa a Cástulo en la Celtiberia, Artemidoro hace lo propio con Hemeroscopeion y Diodoro hace de Indíbil, régulo ilergete, como hemos visto anteriormente, un celtíbero. A partir de los datos de Polibio, Tito Livio, Estrabón, Plinio y Ptolomeo, completados recientemente por el extraordi nario documento latino aparecido en Botorrita (Tabula Contrebiensis), se pueden trazar unos límites más o menos precisos. En primer lugar es necesario hacer una distinción entre cel tíberos citeriores y ulteriores (cercanía o lejanía establecida con relación a Rom a, por supuesto). Los celtíberos citeriores ocupa ban los valles del Jalón y del Jiloca y parte de las márgenes de rechas del Ebro, mientras que los celtíberos ulteriores ocupaban las altas cuencas del Duero y la llanura hasta el Tajo, es decir, la actual provincia de Soria en su totalidad, gran parte de la de G uadalajara, parte de la zona sur de la de Burgos y la parte oriental de la de Segovia. Entre los celtíberos citeriores las fuentes citan a lusones, titos y belos. Los lusones limitan en el valle medio del Ebro con la zona ibera y con los vascones, como se ha evidenciado a partir del bronce latino de Botorrita. Destacan entre sus centros Contrebia, en las proximidades de Daroca, y Bilbilis, la actual Calatayud. Los titos y los belos limitan con los arévacos y apenas te nemos noticias de ellos por su temprana conquista. Segeda, en
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las cercanías de Belmonte, era el principal centro urbano de los belos, así como Arcobriga, Arcos de Jalón. Por el sur se exten dían por toda la zona del este de Guadalajara. Todos estos pue blos recibieron las influencias ibéricas que, procedentes de Le vante, rem ontaron el valle del Ebro, pues estaban situados en los pasos estratégicos del valle del Ebro a la Meseta. Por esta pri vilegiada situación de llave hacia la Meseta los romanos intenta ron una rápida conquista de sus territorios. A los celtíberos ulteriores pertenecen los arévacos y los pelendones. Los primeros constituyen, o al menos así aparecen en las fuentes romanas de la conquista y posteriores, el principal grupo de población de los celtíberos. Entre sus ciudades destacan por su importancia C/wma-Peñalba de Castro, Burgos, TermantiaM ontejo de la Sierra, Soria, Vxama Argalea-Bmgo de Osma, So ria y Segontia-Sigütnz'd. Al parecer en época prerromana los pelendones fueron arrinconados por los arévacos hacia las zonas montañosas del nordeste de la provincia de Soria y el sudeste de la de Burgos, si tenemos en cuenta los datos que autores grecolatinos de distintas épocas nos aportan y la interpretación que de estos datos han hecho F. J. Lomas, M. C. González y J. San tos. Del análisis de las fuentes puede deducirse que los pelendones fueron un pueblo sometido por otro pueblo indígena en ex pansión, los arévacos, posiblemente en el momento inmediata mente anterior a la conquista romana. La política seguida por Roma devolvió a los antiguos habitantes, pelendones, el territo rio del que habían sido desalojados. De ahí que Numancia apa rezca en unos autores como arévaca y en otros como pelendona. Los carpetanos estaban situados al sur de los celtíberos en el valle del Tajo, ocupando un territorio bastante amplio desde la Sierra de Guadarram a hasta La Mancha y gran parte de la cuen ca del Tajo hasta pasada Talavera de la Reina. Centros impor tantes son Toletum-Toledo, Complutum-Alcalá de Henares y Consabura-ComutgT’á. Podemos decir que los vacceos ocupan las mejores tierras ce realistas del valle medio del Duero en las provincias de Burgos (Roa de D uero-Rauda), Palencia (Pallantia), León (TerradillosViminatium), Zam ora (Zamora o alredeáores-Oceloduri), Valladolid (Portillo-Foría Augusta y Simancas-Septimanca) y Segovia
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(Coca-Cauca). Por su parte, los vetones ocupaban ambas vertien tes de las Sierras de Gredos y G ata, destacando entre sus em plazamientos Salamanca (Salmantica), Ledesma (Bletisa), Ciu dad Rodrigo (Mirobriga), Baños de Montemayor (Lama), Ven tas de Cáparra (Capara), Avida (Obila?) y Trujillo (Turgallium). Parece ser que también en este caso el pueblo más fuerte, los vacceos, arrinconó al más débil en las zonas montañosas y menos productivas y, por ello, también Helmantica-Salmantica aparece en unos autores antiguos como vaccea y en otros como vetona. En el territorio que en época romana incluye la provincia de Lusitania deben distinguirse dos zonas claramente delimitadas, la zona sur, donde habitaban turdetanos (zona del Algarbe —Tavira-Balsa, proximidades de Faro-Ossonoba— y zona del Alentejo —Alcacer do Sa\-Salacia, Setúbal-Caettobriga y Beja-Pax lulia—, y la zona entre el Tajo y el Duero, donde habitaban los lusitanos propiamente dichos con centros tan importantes como Coimbra-Aeminium Coría-Caurium, Evora-Ebura y CáceresNorba Caesarina. Al este de los vacceos se encuentran los turmodigos, que li mitan por el norte con los cántabros, mientras que por el oeste los Montes de Oca les separan de los autrigones, es decir ocupan la parte centro-occidental de la provincia de Burgos, siendo su núcleo más importante Sasamón-Segisamone, y la parte colin dante de la provincia de Palencia, donde destaca H errera de Pisuerga-Pisoraca. Ocupando la mayor parte del territorio de la actual Comuni dad Autónoma de la Rio ja y algún espacio cercano (Rio ja ala vesa y zona suroccidental de Navarra) se encontraban los berones. Es discutida la ubicación del límite entre berones y várdu los, que estaban al norte de ellos, situándolo unos autores en la Sierra de Cantabria y otros en el lecho del río Ebro, con lo que la Rioja alavesa quedaría en un caso dentro y en otro fuera de su territorio. Las últimas investigaciones, sobre todo lingüísticas de M. L. Albertos, apuntan a la Sierra de Cantabria como lími te. Por el oeste el límite con los autrigones es probable que fue ra todo el curso del río Tirón, mientras que por el este el límite varía según nos refiramos a la etapa anterior o posterior a la ex pansión vascona por el valle medio del Ebro, aceptándose ac
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tualmente que antes de la conquista las ciudades del valle medio del Ebro (Cascantum-Cascante, Graccurris-A\íaio y Calagurris Calahorra) eran beronas y a partir de la expansión vascona, des de el final de las Guerras Celtibéricas, pertenecerían a los vascones. Por el sur limitan con arévacos y pelendones, pertenecien do los altos valles del Nájera y Alhama al territorio de estos pue blos. Sus principales núcleos son Varia -Varea, Tricio-Tritium Magallum y Libia, cerca de Herramelluri. Al norte de los berones y celtíberos citeriores (indoeuropeos), al oeste de los iacetanos y de los salluienses del valle del Ebro (iberos) y al este de los várdulos se encuentran los vascones his tóricos de los textos greco-latinos de la época de la conquista. Este pueblo tiene dos zonas claramente definidas en la historio grafía greco-latina clásica, el saltus (zona montañosa sobre todo) y el ager (la zona más bien llana al sur de Pamplona, que se vio ampliada con toda probabilidad en los ss. II y I a. C. a costa de los berones y celtíberos). Los grupos de población más impor tantes de este pueblo que aparecen en las fuentes romanas son los siguientes: los andelonenses de la zona de Andión; los carea ses, de la zona de Santa Cara; los iliberritani, posiblemente de la zona de Liédena o de Lumbier; los pompaelonenses, de Pom pado (Pamplona), fundación de Pompeyo sobre un antiguo po blado indígena; Ilurcis probablemente poblada por vascones an tes de las guerras de los romanos contra los celtíberos, como piensa R. López M elero, y sobre cuyas ruinas T. Sempronio Graco fundó Gracchuris (Alfaro) con población vascona, si tenemos en cuenta que en la guerra de Sertorio contra Pompeyo, mien tras Calagurris defiende a ultranza a Sertorio, Gracchuris está de parte de Pompeyo. También parece que en época clásica Segia, Egea de los Caballeros, pertenece a los vascones. Con un límite común en Treviño (Trifinium) y llegando su territorio hasta la costa nos encontramos, al norte de los berones y de este a oeste, con los várdulos, que, según las fuentes anti guas, ocuparían parte de la provincia de Guipúzcoa, entre los va lles del Oyarzun y U rum ea como punto de referencia más orien tal y el del Deva como punto más occidental, y de la de Alava (la parte oriental de La Llanada, incluyendo Alegría de Alava como centro más occidental y el Condado de Treviño como pun
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to más meridional, y parte del territorio colindante de la provin cia de Navarra). A continuación los caristos, que están situados a modo de cuña entre los várdulos y los autrigones, ocupando por la costa el territorio entre el Deva al este y el Nervión al oes te, constituyendo la vega del Bayas y los Montes de Vitoria en Treviño la parte más meridional de la divisoria. Entre sus cen tros principales destacan Suessatio, posiblemente Kutzemendi en Olarizu en época prerromana y Arcaya en época romana, y Ve leia, poblado de Arkiz en época prerromana e Iruña en época romana. El territorio de los autrigones estaría incluido entre el Mar Cantábrico, con el Asón como punto de referencia, y la Sierra de la Demanda y desde los ríos Nervión y Tirón a la re gión de Villarcayo, La Bureba y el Puerto de la Brújula; entre sus núcleos más importantes destacan Castro Urdíales (Flaviobriga), Osma de Valdegobía (Vxama Barca) con un importante núcleo de castros de la Edad del Hierro, Briviesca (Virobesca) y Cerezo del río Tirón (Segisamunclum), ya lindando casi con los berones. Y, siguiendo hacia el oeste por la cornisa cantábrica, nos en contramos con los cántabros, cuyos límites vienen dados en la costa por los ríos Ansón por el este (con los autrigones) y Sella por el oeste (con los astures). Por el sur lindan con los vacceos y turmódigos, ocupando, aparte de la Cantabria actual, la zona oriental de Asturias, la zona norte de Palencia y nordoriental de León al este del Esla (vadinienses) y la parte noroccidental de Burgos. En las fuentes aparecen divididos en varios grupos: va dinienses, cuya epigrafía ha merecido un excelente estudio de M. C. González, orgenomescos, salaenos, plentauros, coniscos, avariginos, etc., siendo sus principales núcleos Velilla de Guardo, Palencia-Tamanca, Vadinia (civitas Vadiniensis), en la zona oc cidental y aún sin localizar, quizá porque no tuviera centro ur bano, y Vellica, no lejos de M onte Cildá. Al oeste de los cántabros y separados de éstos por el Sella y el Esla, a uno y otro lado de la cordillera se asentaban los astu res, nombre que posiblemente dieron los romanos a todo un con junto de pueblos que vivían a uno y otro lado de la cordillera y que tiene que ver con el nombre del río, Astura-Esh, y con la capital en época romana, Asturica Augusta-Astorga. Entre los as-
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tures transmontanos (del otro lado de la cordillera) se encuen tran los luggones en la parte oriental de la zona central de As turias y los pésicos en la parte occidental hasta el Navia. Entre los astures augustanos, que ocupaban casi toda la provincia de León, parte de la de Zam ora al oeste del Esla y hasta el Duero y zona nordeste de Portugal hasta el Sabor, así como la parte nor doriental de la provincia de Orense, destacan los zoelas, situa dos en la parte más meridional, al sur de la Sierra de la Culebra, los brigaecinos, en la zona alrededor de Benavente, los lancienses, en la zona de Villasabariego y León, los arnacos, en la zona de Astorga y los gigurros, en la zona de Petín, Puebla de Trives y Viana del Bollo. Y ya en el noroeste los galaicos, posiblemente también nom bre genérico dado por los romanos a un grupo de pueblos, nu meroso, como abundantes son sus asentamientos, que vivían en lo que será la Gallaecia romana. En época romana se distingue entre lucenses y bracarenses. Los lucenses ocuparían el territorio al oeste y al norte de una línea que uniría el Navia con el Sil y la ría de Vigo y los bracarenses, al norte del Duero y al oeste de la continuación de la línea del Navia por la Sierra del Caurel, la Sierra de San M amed, hasta la cabecera del Sabor, cuyo curso hasta el Duero les separa de los astures. Entre los lucenses están los artabros, en la zona al oeste de Betanzos, los supertamaricos, al norte del río Tam bre, los albiones, en la zona occidental de Asturias al oeste del Navia, los cilenos, entre el río Ulla y el Lérez, y los lemavos de la zona de Monforte de Lemos. Entre los bracarenses se encuentran los coelernos de la zona de Castromao, los limicos, cuyo centro estaría en Ginzo de Limia, los quarquernos, en ia zona de Bande, los tamaganos de la cabecera del Támega, los bíbalos, al sur de éstos, y los aquiflavienses, de la zona de Chaves.
FORM ACION H ISTO RICA D E LOS PUEBLOS DEL A R EA IN D O EU R O PEA En la formación histórica de los pueblos de la denominada área indoeuropea aparecen como elemento esencial las denomi
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nadas tradicionalmente invasiones indoeuropeas y que, en la ac tualidad, parece más correcto designar como infiltraciones in doeuropeas. Pero, como hemos visto para el área ibera, no son únicamente las influencias externas (de las cuales las infiltracio nes indoeuropeas con ser las más importantes no son las únicas) el único factor que influye en el desarrollo histórico de estos terri torios antes de la llegada de los romanos. De todos modos, en algunas áreas, como la M eseta norte, el hecho de que no estu viera muy densamente poblada hizo que el impacto de las olea das indoeuropeas fuera importante con claras repercusiones en la historia posterior. En los primeros tiempos del primer milenio a. C. se produce un cambio de panorama en la cultura material de las grandes áreas peninsulares, especialmente en la mitad norte: aparecen nuevos tipos de poblados y necrópolis, así como elementos me tálicos y cerámicos nuevos, que hay que poner en relación con la llegada de distintos grupos de gentes a través del Pirineo. Pero estos movimientos de pueblos no tuvieron como único punto de inflexión la Península Ibérica, a partir de los pasos de los Pirineos, sino que se trata de un movimiento más general en gran parte de Europa e incluso en territorio extraeuropeo (del centro hacia el sur de Europa y hacia el territorio de Asia Me nor). Son los denominados genéricamente pueblos indoeuro peos, con una comunidad de lengua, aunque luego no cristaliza rá de la misma forma en todos los territorios, y con elementos comunes de cultura material. Durante la Primera Edad del Hierro (1000 a 500 a. C. aproxi madamente) se produce a través de los Pirineos la llegada de pue blos indoeuropeos a la Península Ibérica, aunque desconocemos con exactitud el mecanismo preciso de llegada. Sí conocemos, sin embargo, las consecuencias de estos aportes externos, espe cialmente desde el punto de vista lingüístico. Partiendo de las teorías difusionistas se ha hablado y se sigue hablando de inva siones/oleadas que penetran en nuestra Península desde Europa del este y central. En la actualidad la teoría difusionista no se considera tan real y absoluta como se cree, rechazándose el término de invasio nes/oleadas, ya que no se produjo un movimiento continuo de
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pueblos indoeuropeos para poder hablar de invasiones, y se ha producido un abandono de la tendencia a ensalzar exagerada mente las cuestiones transpirenaicas (penetraciones indoeuro peas) como causa única de toda una serie de innovaciones cul turales, pues, además, se había hablado de penetraciones de ele mentos indoeuropeos hasta los más recónditos lugares de la Pe nínsula Ibérica. Sí es clara, no obstante, la importancia de las in filtraciones de estos pueblos en algunas zonas de la Península, sobre todo por los cambios acelerados o producidos desde el pun to de vista de la cultura material y lingüística. Pero no se deben olvidar otras influencias externas y la propia evolución interna de las poblaciones indígenas con su tradición cultural anterior (Edad del Bronce). Hoy se tiende a valorar en sus justos términos la presencia de las infiltraciones indoeuropeas, tal y como los resultados de los trabajos de arqueología y lingüística nos permiten conocer. Hagamos un poco de historia sucinta de los principales hitos de la investigación. Bosch Gimpera fue el primero en plantear el tema de los celtas en la arqueología española. Buscó elemen tos comparables a los del Rin y Suiza y los halló en primer lugar en Cataluña con extensión por Aragón e incluso hasta el sudeste de España y atribuyó los topónimos en -dunum de la zona subpirenaica a los componentes de la primera oleada de indoeuro peos. Hoy sabemos que son testimonios de influencia gálica muy posterior. Bosch Gim pera, en definitiva, lo que hizo fue cons truir una teoría de invasiones mediante conexiones de nombres de grupos de población en Hispania y en otras zonas, teoría que debe ser comprendida dentro del momento en que vive, época de sobrevaloración del panceltismo. Desde la objetividad de la distancia y en el estado actual de conocimientos se descubre una serie de puntos débiles, apareciendo como una síntesis prem atu ra con bases arqueológicas insuficientes. Posteriormente, del lado lingüístico se habían ido buscando explicaciones a étnicos y topónimos del Occidente de Europa y, junto a las explicaciones por el céltico, se propuso una explica ción ligur. Schüle con su obra sobre la Meseta (valles del Duero y Tajo) (1969) aparece como el más claro representante de una nueva
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época en el estudio del tem a, combinando en su análisis los da tos de la arqueología, la lingüística y la tradición histórica más remota. Desecha en principio que la aparición de una serie de rasgos culturales suponga necesariamente una invasión. Cree que el cambio en ciertos territorios de los rasgos culturales de los campos de urnas y la aparición de los caracteres de la cultura de Hallstatt, puede ser simplemente la aceptación de las novedades hallstáticas por la población anterior. La invasión deja de ser el único factor de cambio y se señala en más de una ocasión la persistencia de culturas que conservan un remoto pasado al lado de zonas donde el cambio repentino ha de explicarse por la llegada de gentes nuevas. Actualmente se cree que el proceso parece haber sido más complejo y es difícil reducirlo a un esquema seguro y simple, en el que se concede demasiada importancia en el desarrollo prerro mano de esta zona a cuestiones de índole transpirenaica. Es pre ciso afirmar, una vez más, que, junto a factores que podríamos considerar externos, no deben dejarse de lado los propios ele mentos indígenas en su evolución durante las etapas anteriores. Como el aspecto lingüístico va a ser objeto de un capítulo aparte más adelante, interesa en este momento analizar el pano rama desde el punto de vista arqueológico. Desde siempre hay tres elementos de cultura material que siempre se han asociado al fenómeno de las invasiones indoeu ropeas: las cerámicas excisas, el empleo del hierro y el rito de la incineración. Vamos a analizar uno por uno.
La cerámica excisa En el estado actual de las investigaciones arqueológicas no se puede hacer depender a todos los grupos de cerámica excisa (citaremos como más importantes los de los valles del Ebro y del Duero) del fenómeno único de las oleadas indoeuropeas, pues existen en la Península varios grupos cerámicos decorados me diante la técnica excisa, con características tipológicas y estilísti cas propias y que pertenecen a entidades culturales diversas. Por ejemplo, no se puede hacer depender las cerámicas excisas que
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aparecen en el horizonte de Cogotas 1 de unos estímulos centroeuropeos llegados a partir de la segunda mitad del I milenio a. C. Las fechas que se dan actualmente para las cerámicas excisas de la M eseta (ss. IX-VIII) son más antiguas que las de la cuenca del Ebro. Hoy se piensa en la existencia de una técnica excisa peninsular que se desarrolla a partir de la cultura del vaso campaniforme, sin tener que buscar su origen en las cerámicas excisas indoeuropeas. Surgirían en la Meseta enlazando con tra diciones culturales anteriores. Hay otra cuestión que se liga a las cerámicas excisas y a los enterramientos bajo túmulos, que es la importancia que adquie ren las actividades pastoriles (ganadería, pastoreo, trashumancia), importancia que surge como consecuencia de la llegada de poblaciones de pastores procedentes de Centroeuropa, a las que se considera como portadoras de las cerámicas excisas. A este respecto conviene hacer dos matizaciones: que estas cerámicas aparecen tanto en yacimientos de altura (Las Cogotas, El Berrueco) que podrían tener como actividad económica básica la pastoril, como en los situados en las llanuras fluviales (por ejemplo los de Valladolid), lo que significa que, aunque una par te de su economía sea pastoril, no quiere decir que la cultura de la Meseta esté desligada de la actividad agrícola y que, por otra parte, las actividades ganaderas no suponen una novedad en la zona, ya que han estado presentes como factor económico rele vante en la Península Ibérica desde el Eneolítico.
El origen de la explotación del hierro y su difusión Fijar los orígenes de la explotación del hierro en la Península Ibérica y su difusión es una cuestión problemática y difícil de re solver, pues fundamentalmente ha de hacerse a partir de los ha llazgos arqueológicos. En los primeros momentos los objetos de hierro son escasos, debido a que son privilegio de unos pocos. Tenemos constancia de que hacia el año 1100 a. C. ya se co nocía el hierro en el reino de Tartessos (lo que no quiere decir que se conociera el proceso de obtención), pero también que en tre el 1000 y, más o menos, el 500 a. C. gran parte de la Penín
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sula Ibérica desconocía la metalurgia del hierro e incluso en al gunas áreas no se utilizaba. Los objetos más antiguos aparecidos son dos instrumentos de hierro del Tesoro de Villena (Alicante) fechado hacia el 1000 a. C.; cuchillos de hoja curva de la necrópolis de La Joya (Huelva) con prototipos en la Grecia micénica; restos aparecidos en una tumba de Cástulo (cerca de Linares), que pueden situarse entre los ss. VII y VI a. C. y objetos de hierro que aparecen en Almuñecar de alrededor del 750 a. C. Sin embargo, la presencia de objetos de hierro no significa la existencia de una metalurgia del hierro, pues debemos distin guir entre el uso de los objetos y el conocimiento de las técnicas metalúrgicas y su aplicación. Por ello, el planteamiento del es tudio del hierro en la Península debe girar en torno a cuestiones tales como si este uso es fruto exclusivo del desarrollo de una tec nología local, si es consecuencia de una acción comercial de im portación o si, por el contrario, es un redescubrimiento a partir de su existencia y uso. La arqueología nos presenta un doble frente de contacto con el exterior: un amplio frente marítimo con Oriente desde los Pi rineos hasta el Atlántico, en el que se produce el contacto entre pueblos que conocen el hierro y pueblos indígenas que no lo co nocen o, en todo caso, que no lo producen, y otro frente terres tre representado por el Pirineo, por medio del cual distintos pue blos pueden haber conocido el hierro sin contacto obligado con el frente marítimo mediterráneo. Con influencias de uno u otro frente o de ambos a la vez se pueden distinguir en España tres grandes zonas: frente catalán y Bajo Ebro, Valle medio del Ebro y zona sur. Por estar refiriéndonos al área indoeuropea, vamos a fijar nos sobre todo en las dos primeras zonas. En lo que podríamos denominar frente catalán m editerráneo se documentan contac tos por parte de poblaciones indígenas y prácticas de incinera ción relacionadas con los griegos focenses que recorren sus cos tas. En el caso del Bajo Ebro se constata una cultura paleoibérica con importaciones que aparece en la prim era mitad del s. VI a. C., en la que hallamos una amplia utilización del hierro. La documentación de la zona catalana sobre el hierro proviene
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fundamentalmente de las necrópolis costeras donde se atestigua el uso masivo del hierro, sobre todo para armas. Se plantea la duda de si se trata de producción propia o importación, inclinán dose M aluquer por atribuirlo al comercio, como parece demos trar la extraordinaria uniformidad de útiles y armas y la gran ex tensión de los mismos tipos y su perduración. Para el Valle Medio del Ebro sabemos que estos productos de hierro se extienden desde el Bajo Ebro hasta el norte rem on tando la cuenca del río, aunque desconocemos cuáles son los me canismos de esa expansión: si consecuencia de la acción aislada de comerciantes griegos o la extensión de grupos humanos indí genas relacionados con la cultura de los campos de urnas. Pare ce ser que el contacto con la riqueza férrica del Moncayo y la facilidad para su extracción dan lugar al nacimiento de la prime ra industria metalúrgica indígena, por imitación de los produc tos que se importan, en la Ribera de Navarra y en el ambiente celtibérico, que habrán de influir decisivamente en la introduc ción del hierro en la M eseta Norte. Como ejemplo, las excava ciones de Cortes de Navarra indican que en la segunda mitad del s. VI a. C. había una metalurgia del hierro, que coexistía con la metalurgia del bronce (junto a un horno utilizado para fundir bronce se documentó el mineral en un bloque de varios kilogra mos de peso). En la Meseta no sólo el uso, sino también la producción del hierro, alcanzó rápidamente un gran desarrollo. Parece que la metalurgia del hierro llega a la Meseta Norte a partir del valle del Ebro y se inicia poco después que en el valle del Ebro (en el s. VI a. C. hay grupos de pueblos, los paleoceltíberos, que es tán produciendo hierro en la Meseta).
La incineración Por último, el tercer elemento que tradicionalmente se ha puesto en relación con la llegada de poblaciones indoeuropeas es el rito de la incineración (véase anteriormente lo dicho para la cultura de los campos de urnas). En este caso, el fenómeno transpirenaico aparece sobrevalorado, porque el rito de la inci
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neración pudo llegar a la Península Ibérica a través de las rela ciones mediterráneas, pues existe en Tartessos. De esta forma, Tartessos y los campos de urnas aparecen como dos momentos culturales que se desarrollaron paralelamente. La influencia de los campos de urnas llegó desde Cataluña por el valle del Ebro hasta las tierras de Navarra y Alava y a la Meseta por el Sistema Ibérico desde el Bajo Aragón, siguiendo las rutas del Jalón y de Pancorbo. Pero estas influencias proce dentes del lado de allá de los Pirineos traían a las demás zonas elementos específicos por su propia evolución en los territorios al este del Sistema Ibérico. Pero las infiltraciones y movimientos de poblaciones indoeu ropeas a que nos hemos referido no fueron sincrónicas, sino que se realizaron en épocas distintas, estando atestiguados los últi mos movimientos en el s. III a. C., sobre todo por la propia di námica interna expansiva de las comunidades preexistentes. Es precisamente en esta etapa de expansión de los pueblos más po derosos cuando debieron producirse los arrinconamientos de po blaciones en las zonas montañosas y menos productivas (arévacos que arrinconan a los pelendones, vacceos que arrinconan a los vetones, etc.), como parece hay que deducir de los datos de los autores greco-latinos de época clásica y han analizado recien temente M. C. González y J. Santos. Por tratarse de una zona de tránsito de influencias múltiples debido a su situación geopolítica, vamos a detenernos sucinta mente en lo que sucede en el territorio de los vascones históri cos en la época anterior a la llegada de los romanos. Para A. Castiella, la escasa población indígena del Alto-medio valle del Ebro en la Edad del Bronce se vio incrementada en la Edad del Hierro con la llegada de nuevas gentes. Nos encontramos, de esta for ma, con un aporte indoeuropeo sobre la base indígena del Bron ce con dos vías de acceso, la una por los Pirineos Occidentales y la otra remontando el Valle del Ebro desde el Bajo Aragón y Cataluña. Pero, ¿cuál es el resultado de este proceso desde el punto de vista del poblamiento? Seguimos el trabajo de Sayas (Veleia, 1, 1984) en el que se constata que la zona al norte de Leire, Lumbier, Pamplona, etc ..., con testimonios muy abun dantes en la Edad del Bronce, apenas registra asentamientos del
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Hierro. Los recién llegados por los valles de los Pirineos occi dentales no produjeron asentamientos en los altos valles profu samente habitados en la Edad del Bronce, aunque en algunos lu gares de la montaña aparecen manifestaciones culturales que a simple vista sugieren un asentamiento de la Edad del Hierro al lado o sobre otro del Bronce, éste último con una orientación preferentemente ganadera. Pero, ¿son asentamientos de gentes indoeuropeas o una continuidad poblacional del Bronce con un pequeño aporte cultural y poblacional hallstático? Los materia les arqueológicos apuntan más bien a una integración po blacional. En la zona del valle, al sur de Pamplona, se producen mayo res asentamientos de la I Edad del Hierro (primeros aportes transpirenaicos) y, a medida que avanza el I milenio a. C., una cultura de tradición celta, emparentada con los túmulos y cam pos de urnas y con cerámica manufacturada, será sustituida en lo que llamamos convencionalmente II Edad del Hierro por una cerámica torneada correspondiente a la cultura ibérica, dando lu gar a las vasijas celtibéricas. Sobre este doble sustrato se reali zará el poblamiento romano. Otro factor externo que interviene decisivamente en la for mación histórica de algunos de los pueblos del área indoeuropea es el denominado Bronce Atlántico. En las zonas occidentales de la Península, tanto en el noroeste como en toda su extensión has ta el Estrecho, encontramos culturas que participan del desarro llo llamado por los arqueólogos Bronce Atlántico. Supone co municaciones marítimas importantes con Bretaña, Inglaterra, Cornualles e Irlanda. Estas comunicaciones se realizaron porque el estaño de las costas e islas occidentales de Europa (Galicia y Tras-os-Montes en la zona norte de Portugal, Bretaña, Devon y Cornualles) se hizo indispensable para los pueblos civilizados del M editerráneo. Las relaciones costeras se realizaban mediante navegaciones atlánticas en pequeños barcos de madera o cuero a lo largo de las playas con dunas o de costas rocosas.
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O RGA NIZACIO N SOCIO-POLITICA La casi totalidad de los datos utilizados para el análisis de la organización socio-política indígena prerromana, no son de esta época, sino que han sido extraídos de las fuentes romanas, so bre todo de las epigráficas. Hoy todos los estudiosos están de acuerdo en que lo que ha llegado hasta nosotros reflejado en es tas fuentes no es la realidad indígena prerromana, sino la reali dad indígena-romana (galaico-romana, astur-romana, vasco-romana, etc.); de ahí la dificultad de analizar por separado estos dos mundos, pues, como dice G. Pereira, conocemos el primero, el indígeno, gracias a las formas de expresión del segundo. Por otra parte, a pesar de que aparecen en testimonios de época ro mana, hoy nadie duda que las gentes, gentilitates y demás formas organizativas indígenas del área indoeuropea peninsular sean de época anterior a la romana; el problema es interpretar el signi ficado de la referencia a estos elementos en época romana.
Gallaecia Dentro del conjunto de pueblos que habitaban la amplia zona peninsular de dominio de las lenguas indoeuropeas hay un gru po de ellos, los denominados galaicos por los romanos, que pre sentan una organización soció-política diferente a la de los res tantes pueblos del área indoeuropea, tanto en época prerrom a na, como en los primeros tiempos de la época romana, como in tuyó recientemente M. L. Albertos y han demostrado última mente J. Santos y, sobre todo, G. Pereira. Apenas tenemos información en las fuentes literarias de la so ciedad que habitaba en el territorio que los romanos denomina ron Gallaecia. Unicamente algunas menciones en el Periplo de Avieno y en otros autores greco-latinos, pero todas ellas de ca rácter muy fragmentario e inseguro. La arqueología ofrece una información interesante transmitiéndonos un panorama bastante unitario que, según Pereira, hace pensar en una cierta uniformi dad de todos los pueblos, al mismo tiempo que los identifica y los separa de los demás. A este panorama arqueológico se le co
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noce como cultura castreña; se trata de un hábitat concentrado en núcleos más o menos grandes, que son los castros, habitados por grupos de población que no eran completamente indepen dientes entre sí, sino que habría una especie de comunidades más amplias, que incluían dentro de ellas a los habitantes de un gru po de castros. Estas comunidades aparecen en las fuentes litera rias y en la epigrafía con los nombres de populi y civitates: Albiones, Cabarcos, Cilenos, Interamicos, Límicos, Seurros, Cél ticos Supertamaricos, etc. Por ello, éstas que podríamos llamar subcomunidades aparecen en las fuentes con el nombre de castellum: sabemos que la subcomunidad que vive en el castro de Talabriga pertenece al populus o a la civitas de los Límicos. En toda la documentación epigráfica de Gallaecia apenas hay referencia (dos casos) a los términos del resto del área indoeu ropea, sino un número importante de inscripciones en las que aparecen nombres personales acompañados del signo epigráfico D , seguido de un térm ino que M. L. Albertos considera un to pónimo en ablativo. Este signo aparece normalmente como ex presión del lugar de origen de la persona, tanto referido a indi viduos con onomástica indígena, como latina. Pero las referencias de este signo no es en todos los casos a personas, es decir a su origen personal, sino que en ocasiones ha cen dedicaciones a divinidades, lo que marca una clara diferen cia con las unidades organizativas del resto del área indoeuro pea, que, en ningún caso, aparecen como dedicantes en inscrip ciones votivas. Cuál sea el contenido del signo epigráfico mencionado, si una comunidad de tipo parental o una comunidad con carácter terri torial, que habita un poblado, es el fundamento del debate historiográfico en los últimos años. Como ya hemos expuesto anteriormente, se pensaba que el signo epigráfico D , que se hacía equivalente a centuria (Schul ten, Tovar, M. L. Albertos en su primera época, Le Roux & Tranoy entre otros) reflejaba las mismas formas organizativas que para el resto del área indoeuropea las organizaciones suprafami liares de que habla M. L. Albertos. Y es precisamente en la in terpretación del significado de este signo donde se encuentra la diferencia entre organización socio-política del área de Gallaecia
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y del resto del área indoeuropea, aunque con ello no queramos decir que en el resto del área las formas organizativas y su grado de evolución sean uniformes. Schulten identifica este signo con centuria como forma orga nizativa característica de los pueblos indoeuropeos occidentales, la organización gentilicia decimal de que habla Rodríguez A dra dos. Esta fue la interpretación admitida por todos hasta que en el año 1975, M. L. Albertos, a partir de una revisión exhaustiva de las inscripciones del área indoeuropea, llega a la conclusión de que el término que acompaña al signo D es un topónimo en ablativo y propone la identificación con castellum con referencia a los núcleos habitados indígenas (castros). Hipótesis que ha sido reforzada con argumentos no sólo epigráficos, sino en su mayo ría históricos, por J. Santos y, sobre todo, G. Pereira. En la ac tualidad se siguen manteniendo dos posturas: — una, defendida por Pereira y Santos que parte, como he dicho, de la intuición de M. L. Albertos, según la cual este signo y el término que lo acompaña, que es un topó nimo que hace referencia al nombre de una localidad o po blado, seguramente un castro, no se refieren a una uni dad de tipo parental, sino a la comunidad que habita en cada uno de esos castros; — otra, que mantienen entre otros Le Roux & Tranoy, en un primer momento como centuria, aunque posteriormen te hayan cambiado su opinión, a pesar de seguir con su no aceptación de la identificación de este signo D con cas tellum, pues piensan que no hay argumentos sólidos que lo permitan. Pero hay un argumento histórico de primera magnitud, ya re saltado por Pereira y Santos en 1979, y completado después por varios trabajos del propio Pereira, y finalmente por la tesis doc toral de M. C. González. La mención del signo epigráfico de re ferencia se mantiene en la epigrafía romana de Gallaecia única mente hasta finales del s. I d. C. o principios del s. II, mientras que los términos que en el resto del área indoeuropea expresan unidades de tipo parental se mantienen hasta el siglo III d. C. y, en un caso excepcional, el s. IV; lo que debe hacernos pensar en que el contenido de unas y otras formas organizativas era dis
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tinto, si tenemos en cuenta que la potencia colonizadora era la misma, Roma, y que los instrumentos romanizadores de ésta (im plantación de la civitas, concesión del derecho de ciudadanía, ex plotación económica, reclutamiento de tropas, etc.) son iguales en ambas áreas. Por los datos de la epigrafía y los estudios de Pereira sabe mos que a partir de fines del s. I d. C. la expresión de la perte nencia del individuo a la comunidad, lo es únicamente a la civi tas romana, expresada de dos formas: por medio de términos aca bados en -ensis, formados en algunos casos sobre nombres de castella (Talabricensis, Valabricensis, Avobrigensis, etc.) y con los términos que aparecían ya anteriormente en las inscripciones precediendo al signo D (Limicus, Interamicus, etc.), encontrán dose a veces ambas fórmulas en una misma inscripción, como es el caso del denominado Padráo dos Povos (CIL II 2477) del Puente de Chaves, del año 79 d. C., inscripción dedicada a Vespasiano y su hijo Tito por diez comunidades que se denominan civitates. El cambio de forma de expresar la comunidad de la que es originario el individuo (el origo) es de tal importancia que po demos decir que, si ha cambiado la forma de expresar el origo, ha cambiado también la forma de organizarse las comunidades, lo cual no hubiera tenido tal resultado si se hubiera tratado de organizaciones parentales. Los datos que en este punto proporciona la arqueología son también de gran importancia. Las excavaciones llevadas a cabo por C. A. Ferreira de Almeida en el castro de Monte Mozinho (norte de Portugal) han puesto en evidencia que en época flavia hay una reorganización dentro del poblado, con construcción de casas de planta cuadrada, fruto del influjo romano, así como la posible construcción de un templo al dios supremo romano, Jú piter Optimo Máximo. La combinación de unas y otras fuentes nos llevan a pensar que en la segunda mitad del s. I d. C. las co munidades indígenas de Gallaecia empiezan a transformarse en un modo de organización socio-política nuevo, abandonando el sistema indígena y adoptando las estructuras político-administra tivas romanas. Resumiendo, a partir de los trabajos de G. Pereira, es posi ble afirmar que podemos distinguir con toda claridad dos mo
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mentos en la forma de organizarse la sociedad galaico-romana: 1. Dentro de un populus o civitas (posiblemente ya en épo ca prerromana) existe una serie de asentamientos, sin duda no muy grandes, que deben responder a los abun dantes castros conocidos por la arqueología. En cada uno de estos asentamientos vive una comunidad, autónoma frente a otras comunidades hermanas (por eso dentro del territorio del populus se expresa la pertenencia del indi viduo a uno de esos núcleos), pero que junto con ellas compone el populus (por ejemplo el pueblo de los Limicos). Desde el exterior y en las relaciones de derecho pú blico todos son límicos, grovios, etc. Para el exterior es tas pequeñas comunidades no tienen entidad suficiente para definir la ciudadanía de las personas, aunque den tro del populus sean la unidad básica. 2. Se produce un cambio sustancial en la organización de las comunidades indígenas, cuando desaparece de la epi grafía la mención a los castros y, en su lugar, aparecen dos tipos de civitates, que son las que dan el origen de las personas, con términos de formación distinta, pero to das denominadas civitates. Esto quiere decir que en la reestructuración producida (épo ca flavia según todos los indicios) las nuevas comunidades se han organizado tanto a partir de alguno de los núcleos de población existentes en el interior de un populus o civitas, como a partir de la propia civitas indígena.
Las unidades organizativas indígenas del resto del área indoeuropea En primer lugar debemos aclarar a qué nos estamos refirien do cuando hablamos de unidades organizativas indígenas. Se han utilizado varias expresiones para designar a aquellas realidades que encierran los términos gens, gentilitas y genitivos de plural que aparecen en las inscripciones formando parte del nombre de los individuos. Desde el término homónimo de gentilidades, ini cialmente utilizado por Tovar y seguido posteriormente por mu
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chos autores, hasta quizá el más cercano a la realidad de orga nizaciones suprafamiliares, propuesto por M. L. Albertos, aun que esta autora incluye también en la denominación términos como populus y otros, o el que, aun pareciendo más ambiguo por su primera parte (unidades organizativas), mejor define lo que realmente son por la segunda (indígenas), utilizado por M. C. González y otros autores. Así pues, cuando hablamos de unidades organizativas indí genas, nos estamos refiriendo a esas realidades, que, por cierto, no sabemos todavía qué son, ni su forma de organizarse, que apa recen en la epigrafía bajo los términos gens, gentilitas y genitivos del plural en -onl-om, -unl-um y -orum, y que han sido objeto de una recogida y análisis exhaustivo por M. C. González, si guiendo y ampliando los trabajos de M. L. Albertos, pionero en éste como en tantos otros temas referidos al análisis de la reali dad indígena en la Hispania romana, y de J. Santos. Lamentablemente para nosotros los datos transmitidos por las fuentes son insuficientes para poder hacer una reconstrucción completa de cómo era la sociedad indígena en el momento de la conquista de la Península Ibérica por Roma. A pesar de ello, los investigadores han intentado definir el grado de desarrollo his tórico alcanzado por estos pueblos y, para ello, se han fijado fun damentalmente en la información que transmiten las fuentes epi gráficas, en las que aparecen los términos anteriormente referi dos. Junto a estas informaciones tenemos las descripciones que Estrabón hace de estos pueblos. El problema se centra en saber qué es lo que representan esos términos y cuál es el papel que las unidades que representan jue gan dentro de la organización social indígena. A pesar de la falta de información se ha calificado a la socie dad indígena de la zona como una sociedad de carácter gentili cio o tribal, aludiendo con estos términos a una sociedad preestatal, aplicando un modelo teórico elaborado por Morgan a fi nales del s. XIX a partir de su análisis de la sociedad de los in dios iroqueses de Norteamérica, aplicación de este modelo que no es exclusiva a la Antigüedad de la Península Ibérica, sino que tiene su origen en la aplicación a otras sociedades del mundo an tiguo, concretamente a Grecia y Roma.
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En el s. XIX se crea un modelo que intentaba explicar el pro ceso mediante el cual en Grecia y Roma se había llegado a la formación de la ciudad-Estado, a partir del conocimiento del re sultado final, pero no de su desarrollo, ni de su punto de parti da. Para llenar este vacío se recurrió a un esquema teórico ela borado en buena parte sobre sociedades primitivas modernas. Se suponía, con una perspectiva evolucionista, que estas sociedades primitivas modernas se hallaban en un estadio de desarrollo si milar al del pueblo heleno y latino de comienzos del primer mi lenio y, por ello, su estructura social debía ser semejante. Según esto se asumió que la ciudad-Estado clásica se había constituido a partir de una sociedad fundamentada en grupos de parentesco con escaso o nulo enraizamiento territorial. Estos grupos de parentesco estarían vertebrando las princi pales actividades comunitarias tanto en el plano social y econó mico, como en el religioso, etc. La confirmación de esta simili tud se establecía a partir de la existencia en las sociedades clási cas de una serie de términos como génos, phratría, phylé en G re cia y gens, curia y tribu en Rom a, que se identificaban con los grupos de parentesco que se conocían entre los pueblos primiti vos modernos, en particular, entre los indios norteamericanos. Los términos gens, phratría y tribu se convierten en categorías que designaban a ciertas agrupaciones parentales fuera cual fue ra la sociedad en la que se hallaban, e incluso el adjetivo genti licio, derivado de gens, fue utilizado para designar el tipo de or ganización social que constituía la pieza básica. Las noticias que en la ciudad clásica se conservan sobre estos términos son escasas y confusas; sin embargo, a partir de ellas, se intenta reconstruir de una manera razonable y verosímil el proceso que había conducido a la cristalización de la ciudad-Es tado desde el estadio gentilicio definido a partir de determina dos modelos antropológicos. Los fundamentos de la teoría gentilicia surgieron con los pri meros balbuceos de la ciencia antropológica de los años sesenta y setenta del s. XIX. Varios investigadores (Maine y Morgan, en tre otros), partiendo del estudio de sociedades distintas (la clá sica o más concretamente el derecho antiguo el primero y las so ciedades primitivas modernas, concretamente los iroqueses, el
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segundo) coincidieron en dos puntos de interés que llevaron a la elaboración de la teoría gentilicia: por un lado la preocupación que se mostraba por la familia, su génesis y desarrollo y, por otro, la valoración del relevante papel de las relaciones de pa rentesco en las sociedades primitivas. A partir de aquí se intenta elaborar un esquema sobre la evolución social de la humanidad. El verdadero padre de la teoría gentilicia fue L. H. Morgan, para quien la organización gentilicia habría nacido del salvajis mo y habría acompañado a la humanidad como forma funda mental de la organización social e incluso habría sobrevivido, aunque desvirtuada durante las primeras fases de la civilización. Para Morgan no importaba la sociedad de la que se tratara, pues esta organización era idéntica en estrutura orgánica y principios de acción, de forma que el genos griego, la gens latina, etc. eran lo mismo que la gens del indio americano. Su valoración del papel del parentesco en las sociedades ele mentales, así como de la importancia de la actividad económica en el desarrollo social y, en particular, de la propiedad privada y su transformación hereditaria como elemento clave en el pro ceso de formación del Estado, hicieron que rápidamente su teo ría fuera aceptada por los padres del marxismo, Marx y Engels, y que sus postulados quedaran sólidamente arraigados. El término tribu es utilizado a partir de Morgan por toda la antropología en general para designar dos realidades: un tipo de sociedad, un modo de organización social específico que se com para con otros modos (Estados, bandas, etc.) y un estadio de la evolución de la sociedad humana. En ambos casos el término es muy impreciso y, por ello, hace más de dos décadas que está en crisis debido a las críticas sobre su imprecisión. En la actualidad de la definición de Morgan únicamente se ha mantenido su pri mer aspecto, es decir, el descriptivo de un tipo de sociedad, aun que no tal y como Morgan lo había hecho. El segundo aspecto, la referencia a un estadio de evolución, se ha perdido a raíz del hundimiento de las teorías evolucionistas. Antes de pasar adelante, vamos a fijarnos en los elementos esenciales que definían el modelo de sociedad descrito por M or gan. Según este autor, la sociedad gentilicia se caracteriza en to das partes por:
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— Estar basada en las relaciones de parentesco, o lo que es lo mismo, que la consanguineidad es lo que cohesiona la sociedad. Existen tres grupos básicos, que suponen tres grados distintos de parentesco, gens, fratría y tribu. El gru po fundamental es la gens: varias gentes constituyen una fratría y varias fratrías constituyen una tribu. La gens constituye un grupo que tiene un antepasado común y la pertenencia a este grupo se fija por la sangre, por vía ma terna, es decir, por filiación femenina. — En su seno existe la igualdad más estricta entre sus miembros. — Existe la propiedad comunal de la tierra. — Todos los miembros eligen o deponen en asamblea a sus jefes. — Tienen una religión y unas prácticas religiosas comunes, así como un cementerio común. Los avances de la antropología han mostrado cómo muchas de estas características eran dudosas: en muchos casos no coin ciden unidad lingüística, cultural y tribal; la descendencia común a partir de fundadores ancestrales era una ficción; se ha descu bierto que aquellas sociedades que se clasificaban como demo cracias militares eran auténticas sociedades estatales, donde la or ganización en tribus no había desaparecido, etcétera. El concepto de sociedad tribal designa en la actualidad un pe queño grupo de rasgos visibles del funcionamiento de numero sas sociedades llamadas primitivas: el carácter segmentario de las unidades socio-económicas elementales que lo constituyen; el ca rácter real o aparente de los grupos de parentesco de estas uni dades socio-económicas y el carácter multifuncional de esas re laciones de parentesco. Del concepto de tribu elaborado por Morgan ha desapareci do aquello que estaba directamente relacionado con las concep ciones especulativas, por ejemplo, la idea de un orden necesario de sucesión de sistemas matrilineales de parentesco a patrilineales, etcétera. Numerosos trabajos desde el campo de la Lingüística y de la Historia Antigua se han ocupado del estudio de la organización social de los pueblos del área indoeuropea de la Península Ibé
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rica. Los avances de una y otra disciplina, así como nuevos ha llazgos epigráficos, han contribuido a ampliar los conocimientos sobre las características de la organización social de los pueblos prerromanos y su continuidad o transformación en época ro mana. Tradicionalmente se ha definido a la España prerromana in doeuropea por el carácter tribal o gentilicio que se atribuye a su organización social, carácter que estaría ausente en la zona ibé rica. Bajo este apelativo se trataba de remarcar la inexistencia o precariedad de formas estatales y el predominio de las relacio nes de parentesco como elemento de articulación social. Pero el área indoeuropea no es homogénea y, aunque hay zonas en las que percibir la existencia de una organización estatal es muy di fícil, en otras no lo es tanto, y las relaciones de parentesco de bieron jugar un papel importante, de forma que en la epigrafía se mencionan unidades organizativas cuya denominación alude al vocabulario del parentesco. Sin embargo, cuando se habla de organización gentilicia lo que se quiere expresar claramente es algo más que esto, es de cir, aludir a una sociedad organizada según el modelo teórico ela borado por M organ, un tipo de comunidad basada en el paren tesco, sobre el que girarían todos los actos de la comunidad. Schulten ya utilizó esta definición para el área indoeuropea (para él, céltica) de España. Existía, en su opinión, la organiza ción en tribu, clan y familia. El clan equivaldría a las gentes o gentilitates y a las centurias (signo D de la epigrafía). Varias fa milias constituirían un clan y varios clanes una tribu. Caro Ba roja, al tratar de la organización social de los pueblos del Norte, realizó una gran aportación con su revisión de la utilización del término tribu por los historiadores modernos, aunque esta lla mada de atención no haya sido tenida en cuenta por la mayor parte de los historiadores. En general se han utilizado y se si guen utilizando términos y conceptos no definidos claramente y que han llevado a errores y vagas generalizaciones. No debemos olvidar que los autores antiguos utilizaron términos con una acepción institucional concreta en su ámbito político y socio-cultural; la cuestión es saber si estas denominaciones tienen un con tenido idéntico o no, cuando se aplican a pueblos considerados
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bárbaros. Es el tan traído y llevado tema de la interpretación ro mana de la realidad indígena a partir de los esquemas de los conquistadores. Desde el campo de la lingüística los trabajos de Tovar supo nen un gran avance pues, aparte de hacer una recogida exhaus tiva para su época de todos los documentos en que aparecen tér minos que se refieren a estas formas organizativas, señala que el territorio de las gentilidades (término que utiliza para englobar a gentes, gentilitates y genitivos de plural) es distinto y excluyente con respecto al ocupado por las centurias (sic). M. L. Alber tos siguió con esta labor de recogida de todos los documentos, pero sin llegar a intentar una interpretación de su significado. Desde el punto de vista de la Historia Antigua, hay que re saltar el artículo de M. Vigil antes citado, que dio una serie de pautas para analizar la pervivencia de las estructuras sociales in dígenas. D entro de esta línea debe encuadrarse el primer inten to de descubrir la realidad social indígena y su evolución con la llegada de los romanos, realizado por J. Santos a partir de la in terpretación del Pacto de los Zoelas, y el análisis tanto de las ins cripciones con términos que pueden tener una referencia parentai, como de los castella de Gallaecia. Otros autores han equiparado gentilitas y genitivos de plural con clan, como es el caso de Salinas de Frías en sus estudios so bre los pueblos prerromanos de la Meseta. Más recientemente, en un trabajo de Urruela sobre los pue blos del norte peninsular, se afirmaba que estos pueblos se en contraban en una situación de paso entre las tribus igualitarias y las sociedades jerarquizadas, con el siguiente esquema organiza tivo: pueblo-tribu-clan-linaje y grupo familiar, en el que las gen tilitates (sic) documentadas en la epigrafía correspondían a gru pos de linaje. El principal problema de este trabajo es el de no haberse ocupado del análisis de las fuentes, por lo que su esque ma teórico elaborado desde presupuestos antropológicos y etno lógicos no resiste la prueba de contrastarlo con las mismas. Pero, sin duda, el mayor avance realizado hasta el momento lo tenemos en la obra citada de M. C. González, completado en algunos aspectos por otras citadas en la bibliografía, donde, ana lizando los términos que reflejan formas organizativas indígenas
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suprafamiliares del área indoeuropea, se establecen tres grupos precisamente a partir de estas formulaciones: — Unidades organizativas indígenas representadas por el tér mino gens, atestiguado casi únicamente entre cántabros y astures. — Unidades organizativas representadas por el término gentilitas, que es el grupo menos numeroso, reduciéndose prácticamente a las menciones del Pacto de los Zoelas y a una dedicatoria religiosa hallada en Oliva, Cáceres. — Unidades organizativas representadas por el genitivo de plural, que forman parte del sistema onomástico de los in dividuos y que son, con mucho, las más numerosas. A partir de su exhaustivo análisis M. C. González llega a es tablecer una serie de conclusiones entre las que cabe resaltar la referida a la naturaleza de la realidad que encubren estos térmi nos de la epigrafía y de la que damos cuenta a continuación: Los términos gens, gentilitas y genitivos de plural hacen refe rencia a unidades organizativas indígenas de mayor o menor am plitud caracterizadas por ser unidades parentales que actúan como unidades sociales dentro de unos límites territoriales definidos. Aunque los tres aluden a unidades organizativas cuyo principio básico común es el de estar integradas por individuos unidos en tre sí por vínculos de parentesco, tienen cada uno de ellos un va lor concreto, definido y distinto en cada caso y no pueden ser equivalentes. Los genitivos de plural se mencionan preferentemente en el origo personal y, cuando no es así, figuran como propietarios de al gunos instrumenta, como sucede con los individuos particulares, y como partes que participan en la realización de pactos de hos pitalidad y en una ocasión aludiendo a una divinidad. Las gentilitates nunca aparecen en el origo personal, sólo lo hacen como parte que interviene en pactos de hospitalidad y en una ocasión aludiendo a una divinidad concreta. Las gentes aparecen en el origo personal con frecuencia des pués de la alusión a la civitas o a la entidad territorial, pero nun ca lo hacen como partes que actúan en pactos de hospitalidad, como propietarios de objetos o instrumenta, ni asociados al nom bre de una divinidad. Son además éstas las únicas que se toman
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como base de una civitas (es el caso de los Zoelas). En el Pacto de los Zoelas (que ofrecemos en el apartado de Textos y Documentos) se distinguen dos partes claramente dife renciadas, pues ambas están fechadas por el año de los cónsules, la primera del año 27 d. C. y la segunda del 152 d. C. En la pri mera el contexto y la mayoría de los elementos son indígenas (nombre de los firmantes del pacto, magistrado de los Zoelas, lugar en que se realiza el pacto-Curunda, posible centro de la gens Zoelarum), mientras que en la segunda se ve claramente la acción de Roma (los firmantes del pacto tienen nombres latinos, los magistrados son probablemente legati romanos y el pacto se sella en Asturica Augusta —Astorga—, capital del territorio de los astures, tal como lo han organizado los romanos y económi ca y administrativamente, de todo el noroeste). Probablemente la realidad que encuentran los romanos a ni vel socio-político y referida a los Zoelas sea la siguiente: varias gentilitates (grupos menores) formaban la gens de los Zoelas (pri mera parte del Pacto); posteriormente uno o varios de esos gru pos menores se desgajan del tronco común por causas diversas o por la propia evolución interna de la unidad suprafamiliar su perior, y forman grupo aparte. Al desgajarse del tronco común, la unidad menor, por la tendencia a reproducir el modelo, pasa al primer plano político-administrativo, el mismo que la unidad de la que se ha desgajado, ocupando un territorio propio, no sa bemos si distinto del de la unidad originaria (lo más probable) o dentro del de la gens originaria. Nos encontramos así con que una o varias unidades suprafamiliares menores, desgajadas del tronco común de la unidad superior, aparecen como nuevas uni dades superiores (gentes). Es el caso de los Visaligos y Cabruagenigos. Pero, por encima de las unidades suprafamiliares desgajadas del tronco común, los romanos descubren que todas ellas son ori ginariamente Zoelas y denominan al conjunto de todas estas uni dades civitas Zoelarum. De este modo, junto a la unidad primi tiva superior (Zoelas), compuesta por varias unidades menores (Desoncos, Tridiavos) quedan incluidas en la civitas Zoelarum las unidades desgajadas del tronco común, unidades equipara bles en ese momento a la gens Zoelarum, y a todo el conjunto
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se le denomina civitas Zoelarum, posiblemente por el carácter dominante de la gens Zoelarum, debido a su mayor amplitud territorial o demográfica, o por el hecho decisivo de tratarse de la unidad superior originaria. La civitas Zoelarum incluye las dis tintas unidades suprafamiliares que aparecen en el pacto y el territorio que ocupan. Quizá en las fuentes literarias y epigráfi cas no aparezca tan clara esta connotación de territorio, pero de bió haberla habido al dar forma los romanos a una realidad exis tente. Pero lo que demuestra que, desde el punto de vista del de recho público y de las relaciones intercomunitarias en época ro mana y a nivel general, lo realmente operativo es la civitas lo en contramos tanto en ésta como en otras inscripciones del área in doeuropea, como ha visto J. Santos, a quien sigue en este punto M. C. González. Cuando un individuo muere en un territorio dis tinto al de la civitas en que se encuadra la unidad familiar a la que pertenece, se expresa en la inscripción funeraria, siempre por medio de un genitivo de plural (nunca gentilitas o gens), la unidad organizativa indígena de la que forma parte y a través de la cual se integra en la civitas y la propia civitas. De la misma forma en la segunda parte del Pacto de los Zoelas, renovado en Asturica Augusta, fuera del ámbito territorial y jurisdiccional de las civitates que en él aparecen (Zoelas y Orniacos), se expresa, junto al nombre de los individuos admitidos en el pacto, la uni dad suprafamiliar a la que pertenecen (Visaligos, Cabruagenigos y Avolgigos), lo que indica que todavía está viva y es operativa la organización social indígena, y las civitates en que estas uni dades suprafamiliares están incluidas (Zoelas y Orniacos). Por contra, si el individuo muere dentro del territorio de la civitas en la que está integrado por medio de la pertenencia a una uni dad suprafamiliar, se expresa únicamente ésta. De todas las gen tes de las inscripciones, sólo la de los Zoelas aparece en las fuen tes epigráficas y literarias; las demás únicamente en la epigrafía. A partir de una serie de trabajos recientes de la propia M. C. González y de F. Beltrán hoy parece que existe acuerdo en que no se pueden reducir los distintos grupos a un esquema sim plista, donde las gentes indicarían las subdivisiones mayores de los pueblos y las gentilitates y los genitivos de plural las menores.
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En el excelente trabajo de M. C. González, después de ana lizar una serie de aspectos esenciales, como son la relación entre antropónimos indígenas y nombres de unidades organizativas in dígenas, entre teónimos y nombres de unidades organizativas in dígenas, el agrupamiento de las distintas unidades organizativas conocidas de acuerdo con la fórmula epigráfica utilizada en las inscripciones (variantes de Nombre Personal + genitivo de plu ral, normalmente del padre + filiación, con o sin indicación de civitas), la función de la civitas y de las unidades organizativas indígenas, cuando aparecen en la misma inscripción, las unida des organizativas indígenas y las relaciones de parentesco de los individuos que aparecen en las inscripciones relacionados con es tas unidades organizativas, se llega a una serie de conclusiones que es importante resaltar: 1. Las unidades expresadas por genitivos de plural debían estar constituidas por un número no muy elevado de individuos, sin llegar en ningún caso al cuarto grado de parentesco en nin guna de las líneas y alcanzando el tercer grado únicamente en la línea colateral. Esto está relacionado con el hecho de que estos genitivos de plural tienen una estrecha relación con nombres per sonales documentados en la misma época y en la misma zona geográfica, incluso en ocasiones se encuentran en la misma ins cripción un genitivo de plural y un nombre de persona de la mis ma raíz, lo cual permite suponer que estos genitivos se forma ban a partir del nombre de un antepasado no muy alejado en el tiempo ni en los grados de parentesco. El parentesco que expre san estos genitivos debe ser, por tanto, un parentesco real y no mítico. Estas unidades organizativas de tipo parental serían al mis mo tiempo unidades sociales dentro de un ámbito territorial y geográfico reducido y, dentro de este ámbito, tienen capacidad para realizar pactos de hospitalidad y ser propietarias de objetos domésticos (grafitos sobre cerámica, por ejemplo), al igual que un individuo particular; tienen capacidad de actuación en asun tos relacionados con las normas y costumbres institucionales in dígenas, pero, sin embargo, nunca aparecen en ningún tipo de inscripción, ni funeraria, ni honorífica, ni votiva, lo que les di ferencia claramente de otros grupos parentales así como de otras
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comunidades de carácter territorial: vicus, castellum, pagus. 2. El término gentilitas no se menciona nunca en el origo personal de los individuos, al contrario de lo que es característi co en los genitivos de plural. Este hecho puede tener dos explicaciones: a) Que se trate de la interpretatio romana de los genitivos de plural. Sería, pues, la misma realidad. b) Que se trate de un momento distinto dentro del proceso de desarrollo de las unidades organizativas indígenas. Es taríamos en este segundo caso ante una unidad organi zativa indígena que por tener algún elemento diferenciador con respecto a las unidades formuladas mediante los genitivos de plural es llamado por los romanos gentilitas. A partir de la escasa documentación epigráfica se descubren dos diferencias entre la unidad expresada mediante los genitivos de plural y la que expresa el término gentilitas: — el término gentilitas no se documenta nunca en el origo personal. — en un caso se asocia al nombre de una divinidad pro tectora. El culto a una divinidad concreta es una de las características de la gens romana y es ésta una de las pocas características co munes que documentamos (a pesar de que un solo ejemplo no permite generalizaciones) entre ésta y las unidades organizativas del área indoeuropea peninsular. Desde esta perspectiva se po dría entender el por qué de la utilización en este caso del térmi no latino gentilitas, ya que el elemento parental junto con el re ligioso acercarían, en cierto sentido y desde el punto de vista ro mano, esta unidad organizativa al concepto de gens presente en la mentalidad romana. 3. Las unidades organizativas indígenas expresadas con el término gens presentan algunas características que las diferen cian de las unidades de orden inferior y que permiten a los ro manos designarlas con este término. Sólo entre algunos pueblos muy concretos del área indoeuropea peninsular se encuentran unidades organizativas indígenas que hayan alcanzado el grado de desarrollo suficiente y las características mínimas que hacen posible que los romanos las denominen como gentes. Todas se
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localizan en territorio cántabro y astur y todas ellas se documen tan en inscripciones realizadas a partir del s. I d. C. y durante el II y parte del III. En estos dos siglos las gentes aparecen fun cionando dentro del esquema político-administrativo romano, como se comprueba en la segunda parte del Pacto de los Zoelas y en todas aquellas otras inscripciones en las que se menciona también a la civitas. Por esta misma época se siguen documentando entre los cán tabros inscripciones con mención de genitivos de plural, lo cual demuestra el desarrollo desigual de grupos de población perte necientes a un mismo pueblo y posiblemente haya que ponerlo en relación con el tipo de actividad económica dominante en cada grupo de población: — vadinienses: economía de tipo ganadero/pastoril. No en contramos en ningún caso mención de gentes, ni de gentilitates y, sin embargo, son muy numerosos los genitivos de plural. — entre sus vecinos los orgenomescos sí aparece el término gens. El desarrollo de las unidades indígenas más elemen tales en otras más amplias debió ir sin duda unido a un proceso de territorialización de las mismas y esto es más fácil de lograr en los grupos de población sedentarios de dicados a una actividad económica de tipo agrícola. En resumen, por las diferencias deducimos que los genitivos de plural deben aludir a grupos parentales cercanos a la idea de una familia extensa o amplia, sin poder precisar con total exac titud hasta qué grado de parentesco abarcaban; posiblemente no pasarían del tercer grado, tanto en línea ascendente como en la descendente y en la colateral. Estos grupos parentales básicos, a los que se refieren de for ma inmediata los individuos en algunas zonas y en casos muy con cretos, adquieren una amplitud mayor junto con alguna caracte rística nueva que era prácticamente ajena a las unidades expre sadas mediante genitivos de plural. Ello da lugar a que estas uni dades aparezcan expresadas bajo el término de gentilitas. Y, yen do aún más allá en el grado de evolución y desarrollo de estas unidades parentales, algunas incluso, preferentem ente en áreas que podemos considerar como marginales dentro de la propia
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área indoeuropea, en las que está ausente el fenómeno urbano y son las más tardías en ser conquistadas por los romanos, pue den en algunos casos alcanzar un grado de desarrollo y evolu ción mayor. Ello permite que estas unidades parentales sean de nominadas con el térm ino de gens, y que alguna sea utilizada por los romanos como base y centro político-administrativo de una civitas. Será precisamente en estas áreas donde la civitas tiene una incidencia más clara en el seno de la organización indígena debido al desarrollo alcanzado por las unidades parentales. Por otra parte, la presencia en la epigrafía de estos términos no nos sitúa irremediablemente ante una organización social gen tilicia idéntica a la romana y con sus mismas características. La raíz de los términos gens y gentilitas expresan una característica común en ambos, pero no debemos olvidar que uno y otro son términos latinos aplicados a una realidad que no tiene por qué ser idéntica a la realidad y acepción que tal término poseía para los romanos y que, a menudo, puede tratarse de una interpretatio. Sucede lo mismo que con la utilización del término gens en las fuentes literarias. En el caso de Plinio, por ejemplo, sirve para referirse tanto a pueblos como a un pueblo concreto, como a población o habitantes, país, región, nación, etcétera. Hay, todavía, dos aspectos que resaltan en la documentación epigráfica que es necesario señalar y que se convierten en in terrogantes a resolver: a) ¿Por qué dentro de un mismo grupo de población unos individuos hacen constar su pertenencia a una unidad or ganizativa indígena y otros no? b) ¿Por qué hay ciudadanos romanos que están incluidos dentro de una unidad organizativa indígena? 1. En mi opinión nadie ha dado hasta el momento una ex plicación convincente al hecho de que dentro de un mismo pue blo o grupo de población estas unidades organizativas se men cionen en el origo personal de unos individuos y no de otros. Una posibilidad es la ya apuntada por Tovar de que se tratara de grupos de población procedentes de las primeras infiltracio nes indoeuropeas, afincados o arrinconados en zonas m ontaño sas por pueblos procedentes de nuevas oleadas, aunque también podría tratarse de gentes procedentes de distintas infiltraciones.
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Quizá este hecho deba ponerse también en relación con el arrinconamiento que algunas de estas poblaciones, si hemos de hacer caso a los datos de los autores antiguos, sufren en época prerromana por la presión de poblaciones vecinas más podero sas o de llegada más reciente y la posterior acción de Roma. Esta vuelve las cosas a su posición original devolviendo a sus prime ros ocupantes las tierras y las ciudades que les habían sido arre batadas, lo que pudo traer consigo la mezcla de poblaciones a que antes nos referíamos. Esto explicaría en parte el hecho de que aparezcan en un mis mo pueblo, en una misma época y en una misma zona geográfi ca individuos que expresan su pertenencia a una unidad organi zativa indígena al lado de otros que no lo hacen. 2. La explicación para el segundo aspecto, la existencia de ciudadanos romanos que expresan su pertenencia a una unidad organizativa indígena, tiene que ver, sin duda, con el hecho de que Roma no llegó a romper la organización indígena, porque no estorbaba a su estructura político-administrativa, al ser ele mentos no equivalentes (al contrario de lo que sucedió, por ejem plo, con los casíe//fl-castros de Gallaecia), las unidades organiza tivas indígenas con una base parental y no necesariamente terri torial y la civitas como unidad política básica dentro de la estruc tura político-administrativa romana.
Jerarquías En las sociedades primitivas modernas, estudiadas por Mor gan y los antropólogos en general, se ha descubierto siempre al gún tipo de jerarquía, tanto de índole política, como militar o religiosa. Lo mismo sucede en la Antigüedad, como vemos en las so ciedades que nos son más conocidas: el mundo helénico y el ro mano. En la Grecia homérica la autoridad permanente era del consejo (boüle), primitivamente formado por los jefes de genos; junto a él estaba la asamblea del pueblo (agora) y tenían un jefe militar (basileus). En Roma la situación es similar, aunque en ninguna parte se menciona la elección de los jefes (principes).
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No obstante, si seguían la norma general de elegir todos los pues tos, comenzando por el rey, por aclamac*ón, se puede admitir que el mismo orden regía respecto a l°s íefes de las gentes (principes). Referido a la zona indoeuropea de Hispania también se apre cia cierta jerarquización que se pone de manifiesto en los ban quetes, como narra Estrabón en su libro 3, 3, 7, refiriéndose a las poblaciones montañesas, desde los galaicos hasta los vasco nes y el Pirineo. Comen sentados sobre bancos construidos alre dedor de las paredes, alineándose en dios según su edad y digni dad. Se trataba, según Estrabón, de jerarquías con base en la edad y la dignidad, no con base económica. La edad es algo bio lógico, lo que nosotros llamamos madurez; pero lo que no sabe mos es en qué consistía la dignidad (término griego timé = dig nidad, estimación, honor, consideración pública) y cómo se al canzaba. En opinión de Lomas, este segundo término estaría contrapuesto a la edad (término griego helikía) y sería casi pri vativo de la juventud. Estas jerarquías en la cultura castreña, que ocupa gran parte del territorio a que se re^'ere Estrabón, se han puesto en relación con las denominadas joyas cástrenos, que podían haber sido llevadas como exponente de distinción social o por ciertas personas, los oficiantes del culto, que podían ser es tos mismos individuos. Pero es que, además, en la epigrafía de la zona tenemos su ficiente constancia de estas jerarquías: — En el primer pacto de la Tabla de Hospitalidad de los Z oe las (27 d. C.) se renovó un pacto de hospitalidad antiguo entre los representantes de las unidades indígenas afecta das, dando validez al mismo Abieno, hijo de Pentilo, magistratus Zoelarum (magistrado de los Zoelas). — En el pacto de hospitalidad de El Caurel, Lugo (28 d. C.) el acuerdo se realiza entre el propio Tillego, hijo de Ambato, y los magistrados (abreviatura mag. en la inscrip ción) de los Lougos del castellum Toletense, Latino, hijo de A ro, y Aio, hijo de Temaro. — En una inscripción hallada en Vegadeo, Asturias (Diego Santos, ER A n.° 14), aparece un princeps Albionum. G ar cía y Bellido interpreta este término como un jefe o cau
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dillo, un personaje importante de la tribu (sic) de los Albiones. Es posible que también haya un princeps en la ins cripción de Paredes de Nava, Palencia (CIL II 5762), zona de unidades organizativas indígenas y no de castella. — En una inscripción de Lugo (CIL II 2585) es mencionado también un princeps, de acuerdo con la nueva lectura ofre cida por Arias, Le Roux y Tranoy (Les inscripctions romaines de la province de Lugo, n.° 34). — En la Tabula Contrebiensis (véase el texto en la parte fi nal) los contrebienses que intervienen como jueces del li tigio son denominados praetor en un caso y magistratus en cinco. — En una inscripción de Pedrosa del Rey, zona de vadinienses y, por ello, de unidades indígenas suprafamiliares, se gún la lectura que de ella hacen J. Mangas y J. Vidal, que la publican, tendríamos otro princeps. Probablemente haya que pensar que títulos como magistatus, praetor y princeps, todos ellos latinos, deben ser una interpreta ción romana de las magistraturas indígenas, que aparecen tam bién en algunas otras áreas del M editerráneo en las narraciones de la conquista romana.
El territorio de las unidades indígenas Ni en las fuentes literarias, ni en las fuentes epigráficas apa rece muy claro que cada una de las unidades organizativas indí genas a que hemos hecho referencia con anterioridad tuviera un territorio propio. No obstante, hay un texto de Estrabón (3, 3, 7. A los criminales se los despeña y a los parricidas se los lapida fuera de (lejos de, más allá de) las montañas y los cursos de agua), donde queremos ver la referencia al territorio por medio de la expresión fuera de, que tiene un marcado acento de lugar, fuera del grupo humano y el espacio que ocupa. Este espacio habitado tiene unos límites que son los cursos de agua y las montañas (que, por otro lado, son elementos sacralizados con mucha frecuencia) y fuera de estos límites son ejecutados los condenados a muerte
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por delitos que van en contra del orden establecido, al quebrar la cohesión del grupo humano. Un poco más adelante dice el mismo Estrabón, completando la información del texto antes citado: A los enfermos, como en la antigüedad entre los egipcios, se los saca a los caminos para ob tener la curación de los que han padecido la misma enfermedad. A pesar de la literalidad del texto es probable que la verdadera causa de colocar a los enfermos en los caminos tenga que ver con la pretensión de que no contaminaran el territorio de la co munidad a que pertenecían. Más difícil es descubrir a qué unidad organizativa estaba re ferido el texto. Es probable, como afirma Lomas, que el terri torio fuera el de la unidad básica de la primera parte del Pacto de los Zoelas, es decir, la gentilitas, que sería la poseedora del ámbito en el que vivían las distintas familias que la componen. En época romana el panoram a cambia sustancialmente, pues el territorio es el de la civitas, en la que están encuadradas las uni dades organizativas indígenas.
El pretendido matriarcado de los pueblos del Norte La idea de la existencia de un régimen de tipo matriarcal en tre los cántabros —y, por extensión, entre todos los pueblos del norte— en época prerrom ana se fundamenta por una parte, en el conocido texto de Estrabón (3 ,4 ,1 8 . Por ejemplo entre los cán tabros los hombres dan la dote a las mujeres, las hijas son las que heredan y buscan mujer para sus hermanos; esto parece ser una especie de ginecocracia (dominio de las mujeres), régimen que no es ciertamente civilizado) y, por otra, en la asumpción de la teoría evolucionista del s. XIX, que sostenía la anterioridad de las sociedades de tipo matriarcal con respecto a las patriarcales. En la actualidad, debido a la justa valoración de la informa ción que proporciona el geógrafo griego, a la comparación con lo que sucede en otras sociedades antiguas del M editerráneo oc cidental, al abandono de las tesis evolucionistas del s. XIX, que defendían la existencia de una fase general de las sociedades hu manas que había precedido a la sociedad patriarcal y el predo
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minio masculino (Bachofen, Morgan, Engels) y a una más ade cuada interpretación de los datos que proporcionan las inscrip ciones cántabras, la tesis matriarcal tiene cada vez menos argu mentos a la hora de intentar reconstruir las características de la organización social de los cántabros en época antigua. Veamos. Por los datos que nos ofrece Estrabón, lo único que se puede intentar reconstruir es el sistema matrimonial de este pueblo. J. C. Bermejo, tras analizar el valor concreto de los tér minos utilizados por Estrabón en el pasaje mencionado, tenien do en cuenta su preciso contexto histórico-cultural, señala, refi riéndose a todos los pueblos del norte (generalización que, en nuestra opinión es excesiva, ya que el texto de Estrabón sólo alu de a los cántabros), que se dio una tendencia estructural al ma trimonio entre primos cruzados. Este sistema matrimonial sería, además, de tipo matrilineal y posiblemente uxorilocal para el hombre y matrilocal para la m ujer, pero no necesariamente matriarcal. La descripción que Estrabón hace del tipo de matrimonio en tre los cántabros no es suficiente para demostrar la existencia de una ginecocracia o matriarcado, puesto que, si bien las mujeres tuvieron un papel importante en los intercambios matrimoniales (las hermanas dan esposa a sus hermanos), no se debe olvidar que los hombres dotan a las mujeres, lo cual indica que el hom bre posee un importante papel económico en la sociedad cánta bra. A esto hay que añadir que tanto el poder militar como el político están en manos de los hombres. Todo ello impide seguir manteniendo, a partir del texto de Estrabón, la existencia de un matriarcado, régimen en el que el papel económico, político, jurídico y religioso de la mujer sería preeminente, considerando el sentido etimológico del término. La historicidad del matriarcado, tal y como pretendía Bacho fen, es indemostrable actualmente. Como dice E. Cantarella, ni en la sociedad minoica, ni en la ligur, ni en la etrusca... hay prue bas históricas de su existencia. En la historia antigua del Medi terráneo occidental no hay ninguna posibilidad de probar la exis tencia de una sociedad matriarcal en el sentido etimológico del término. La mujer puede ocupar una posición significativa, ele vada en la sociedad (por ejemplo-, por el desempeño de funcio
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nes sacerdotales o por su papel en la economía en las épocas más primitivas), pero esta posición no se encuentra ligada al poder político. Incluso la costumbre de la covada (la mujer abandona el le cho una vez parida y lo ocupa el hombre, al que ésta cuida), in terpretada por Bachofen como un acto de imposición de la pa ternidad expropiando de la maternidad a la mujer, no tiene por qué significar la existencia de un momento de poder femenino. Puede interpretarse de forma mucho más sencilla, como una prescripción ritual y mágica de las sociedades primitivas. Sería la expresión del deseo de participar en un suceso que tiene impor tancia fundamental para la colectividad sin que ello implique una detentación del poder por parte de las mujeres. Los trabajos más recientes de la antropología han demostra do también que no se da un orden necesario de sucesión de los sistemas matrilineales de parentesco a los patrilineales y que la realidad social y la evolución de la humanidad es mucho más compleja y variada de lo que visiones apriorísticas y esquemas evolucionistas unilineales querían ver. Hoy día nadie se atreve a deducir la existencia de un régimen matriarcal en las épocas más antiguas de la historia de las sociedades mediterráneas occiden tales por el hecho de que en ellas la mujer parezca tener un pa pel relevante en la vida del grupo o porque la filiación sea de tipo matrilineal. Por su parte la epigrafía aparecida hasta el presente en terri torio cántabro tampoco ayuda demasiado a la defensa de la tesis matriarcal. A. Barbero y M. Vigil, basándose en el análisis de los sistemas de filiación documentados en inscripciones cánta bras, sostenían que, si se comparaban las noticias de Estrabón con los datos proporcionados por las inscripciones, se podía pen sar que se estaba llevando a cabo entre los cántabros el paso de una sociedad matriarcal a una patriarcal. Estos autores parten de la validez de las tesis evolucionistas y argumentan que la fi gura del tío materno o avunculus, que aparece en varias inscrip ciones pertenecientes al grupo de los cántabros vadinienses, re presentaría un tipo de filiación matrilineal indirecta. Una forma transicional que establece la sucesión de varón a varón, pero en línea femenina. Esta forma de filiación matrilineal indirecta les
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da pie para pensar que antes de la conquista romana la sociedad cántabra era una sociedad matriarcal y que, poco a poco, se fue transformando por cambios internos y por la propia acción ro mana en una sociedad patriarcal. A este planteamiento se puede objetar lo siguiente: a) Desde el campo de la antropología hay autores que han demostrado que no se da necesariamente este esquema de evolución y que la figura del avunculus o tío materno no tiene por qué ser considerada como una superviven cia de un régimen matriarcal. Esta figura tiene importan cia tanto en sociedades de tipo matrilineal, como patrilineal. Basta ver los índices del Corpus Inscriptionum Latinarum (donde se recogen las inscripciones latinas de toda la extensión del Imperio) para comprobar cómo son numerosas las inscripciones dedicadas o realizadas por el tío materno en contextos muy diversos, sin que ello quie ra decir, ni lleve a pensar, que se está ante una sociedad matrilineal. b) El estudio de las inscripciones vadinienses muestra que, en todos los casos, la filiación es de tipo patrilineal, siem pre por medio del nombre del padre (como la romana), nunca de la madre. Por otro lado, la existericiá de un tipo de filiación matrilineal directa documentada en una inscripción procedente de Monte Cildá no parece muy relevante, si consideramos globalmente el conjunto de las inscripciones cántabras. En las diversas zonas del Imperio romano se encuentran inscripciones con este tipo de fi liación, sin que ello sirva para demostrar la existencia de un ré gimen matriarcal. El hecho de que la filiación se exprese por me dio del nombre de la madre —matrilinealismo— no es suficiente por sí solo para poder afirmar rotundamente que estamos ante una sociedad de tipo matriarcal. Como ya hemos señalado con anterioridad, la realidad social es mucho más compleja de lo que a simple vista pueda parecer. Por todo lo dicho consideramos que no hay razones suficien tes para seguir manteniendo el término matriarcado a la hora de referirnos a la sociedad cántabra en época antigua. Ni los datos de los autores antiguos, ni los de la epigrafía dan pie para ello.
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Se puede hablar de la presencia de algunos rasgos matrilineales, tal como parece deducirse del tipo de sistema matrimonial y de filiación en una zona muy concreta. Pero de ello no podemos inferir la existencia de un matriarcado, de una sociedad en la que la m ujer tenga en sus manos el poder político, económico y religioso. Afirmar esto, que no existen pruebas históricas de la existencia del matriarcado entre los cántabros, significa simple mente, lo mismo que señala Cantarella refiriéndose a la socie dad griega y romana: que la sociedad cántabra desde el momen to en que es posible su reconstrucción histórica es patriarcal.
El hospitium céltico Al menos desde Ramos Loscertales (1948) se ha considerado al hospitium como una de las instituciones hispanoceltas más pe culiares y características. Conocemos por un texto de Diodoro (5, 34) la existencia entre los celtíberos de una benévola acogida a los extranjeros que acuden a sus comunidades, lo cual se ha en tendido como un tipo de relación indígena a la que los romanos denominaron bajo el término de hospitium, probablemente por reconocer en ella una serie de rasgos similares a la práctica romana. Además de este texto conocemos una serie de documentos epigráficos que dejan constancia de los pactos de hospitalidad. Se trata de las denominadas tesseras de hospitalidad, documento portátil en bronce o plata del que cada parte comprometida con serva una mitad. Estas tesseras tienen forma figurada (animal —jabalí, delfín, etc.— , manos entrelazadas o formas geométri cas). El texto está escrito en varios casos en lengua celtibérica (Osma, M onreal de Ariza, Sasamón, Cabeza del Griego, etc.) y en otros en lengua latina y su límite cronológico se sitúa entre el s. II a. C. y el s. I d. C. Trece de ellos están datados en época prerromana. En cuanto al contenido de las inscripciones descu brimos que estos pactos se realizan entre individuos particulares, un individuo y una comunidad ciudadana o dos grupos suprafamiliares. La extensión del texto varía, pero en ninguno falta el pacto de hospitalidad que hacen los dos contrayentes no sólo
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para sí y los suyos, sino para sus descendientes. Para recordar la existencia de este pacto se realizan los documentos en bronce o plata. El hospitium es una fórmula de relación jurídica por la que dos individuos pertenecientes a diferentes comunidades con un desarrollo propio acordaban voluntariamente el otorgamiento de derechos y deberes mutuos e igualitarios, de transmisión heredi taria. Este tipo de relaciones son propias de una sociedad en la que no existe un derecho internacional que proteja al extranje ro. En los orígenes de Roma el hospitium era una relación esta blecida entre dos o varios individuos del mismo rango, que no pertenecían a la misma ciudad, que promete a aquéllos que la habían contraido disfrutar de una protección recíproca: el roma no, cuando se encontraba en el extranjero, y el extranjero cuan do estaba en Roma. Este hospitium privatum, por el que el hués ped cumplía una función de protección que es ignorada por el poder público, fue seguido del desarrollo del hospitium publicum, realizado entre Roma y una ciudad, que respondía a los mismos principios de protección recíproca. Esta práctica no per manece con sus mismas características a lo largo de toda la his toria de Roma, perdiendo en los últimos tiempos de la Repúbli ca el carácter igualitario de sus orígenes para aproximarse más a la forma de clientelas. Recientemente M. D. Dopico ha sistematizado una serie de ideas que, de alguna forma, ya se habían ido formulando por otros autores y que ella ha terminado de confirmar a partir del estudio de los pactos del Caurel y de los Lougei, sobre el cual ha realizado una excelente monografía. Constata ante todo que el hospitium llamado celtibérico no es diferente en su naturaleza histórica al resto de los pueblos indouropeos. Textos similares al de Diodoro existen para otros pueblos indígenas no peninsula res, como los galos (César, De bello civile, 6, 3) y los germanos (Tácito, Germania, 21), lo que indica que el hospitium como for ma de relación prerromana estaba ampliamente extendido entre otros pueblos de la Antigüedad (lo mismo sucede en la Grecia homérica o en la Roma antigua). Para M. D. Dopico, el hecho de que los autores antiguos destaquen el hospitium como una ca racterística propia, exclusiva y diferenciadora de un pueblo con
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creto, más parece deberse a un tópico que a una realidad histórica. Por otra parte es muy probable que los pactos entre dos co munidades indígenas o dos individuos indígenas de la epigrafía hispana estuvieran en muchos casos, por la fecha y el contexto histórico en que están realizados, supervisados por Roma y sir vieran como elemento integrador de las propias comunidades. Como afirma M. D. Dopico, Roma junto a la integración de las comunidades indígenas en el mundo romano busca también la convivencia entre las propias comunidades indígenas, pues en el caso de la España prerrom ana, según las fuentes, eran escasas y en muchas ocasiones hostiles (no olvidemos las razzias que se di rigen unos contra otros). Esta desunión debió desaparecer una vez formaran parte del imperio. Roma recurrió a los pactos para asegurar la convivencia entre ellos, como queda reflejado en la primera parte del Pacto de los Zoelas, donde dos gentilitates, uni dades menores que pertenecen a una unidad superior, la gens Zoelarum, renuevan un pacto posiblemente bajo la supervisión de Roma.
ESTRUCTURA ECONOM ICA Es éste quizá uno de los aspectos de la sociedad indígena del área indoeuropea que no ha merecido por parte de los investi gadores la misma atención que otros. Por ejemplo, si lo compa ramos con la organización social donde, desde los primeros tra bajos de Schulten, se han ido produciendo avances importantes procedentes de campos diversos: historia, lingüística, antropolo gía, etcétera. La organización económica ha sido objeto de menos estudios que, en líneas generales, no han supuesto avances importantes. La mayor parte de ellos tiene un carácter eminentemente des criptivo, concediendo gran importancia a la enumeración de las actividades económicas que desarrollan esas comunidades o sus miembros y de los productos que esas actividades generan. En general se presta poca atención a la comprensión de la actividad económica dentro de todo el entramado social, es decir relacio nando la economía con los demás niveles de la misma, No obs
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tante en los últimos años se han realizado algunos trabajos en los que sí se ha intentado esto. Las razones que explican esta descompensación en el análisis son varias y, entre ellas, podemos resaltar, por un lado la propia evolución de la ciencia de la Historia en general y de la Historia Antigua en particular (sólo modernamente ha habido corrientes historiográficas que consideran que la economía, junto con la po lítica, juega un papel determinante en el desarrollo de los pro cesos históricos), y, por otro, el propio carácter cuantitativo y cualitativo de las fuentes de información de que disponemos. Otro de los rasgos que caracterizan estos estudios sobre la or ganización económica es la ausencia de un planteamiento meto dológico coherente que sirva como instrumento de análisis. Como consecuencia de ello se produce un uso erróneo de una terminología económica propia aplicable a sociedades modernas, pero inaplicable para sociedades antiguas. El uso de estos con ceptos lleva a oscurecer y confundir la realidad haciendo más di fícil su análisis y comprensión. Por ejemplo hablar de capital o capitalismo agrícola o pecuario en el contexto histórico del área indoeuropea para intentar explicar el fenómeno del bandoleris mo lusitano enfocándolo, además, como un movimiento de re beldía de clases sociales desamparadas. Así pues, en muchos de estos trabajos el resultado que se ob tiene es una serie de afirmaciones y conclusiones que resultan ob vias con la lectura de las fuentes o valoraciones arriesgadas de rivadas de asociaciones incorrectas que llevan a reconstrucciones erróneas de la realidad histórica. Pero hay también otros estudios que intentan analizar la ac tividad económica integrándola y relacionándola con el conjun to de la estructura social, estudios que se han realizado siguien do la teoría de la evolución de las sociedades humanas elabora da a partir de los trabajos de Morgan, como hemos visto ante riormente. Esta visión del mundo indígena implica la existencia de una serie de características que Morgan define para la socie dad iroquesa y que hacen referencia también a la organización económica: el clan tiene como base la igualdad y, como conse cuencia lógica, se produce una estricta igualdad de derechos so bre la tierra, es decir, existe por tanto la propiedad comunal.
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Es de esta base de la que parten historiadores como Vigil, en su análisis de la economía del área indoeuropea, y posteriormen te Salinas estudiando a los vettones y celtíberos. Aunque sus tra bajos suponen un avance respecto a otros anteriores al tratar de explicar esta faceta de la actividad humana dentro de la estruc tura social, hay una cuestión metodológicamente peligrosa, la aplicación de un modelo cerrado ya establecido en el que deben encajar los datos de las fuentes, lo que a veces produce la im presión de que los datos son tomados más con la intención de corroborar una teoría inicial establecida de antemano que con la de reconstruir a partir de ellos la forma en que estaban organi zadas la sociedad y su estructura económica y cómo era su fun cionamiento. En este sentido se produce un esfuerzo por suplir la falta de información sobre determinados aspectos de la eco nomía de un pueblo concreto mediante la utilización de los tes timonios pertenecientes a otro pueblo. Los ejemplos más claros son dos: la propiedad de la tierra entre los vettones y celtíberos, a quienes se atribuye un sistema de organización gentilicia y a los que, por ello, de acuerdo con el esquema de Morgan, les correspondería un tipo de propiedad comunal, a partir del texto de Diodoro (5, 34, 3) que hace alusión a la propiedad comunal de la tierra entre los vacceos. El dato de Diodoro se utiliza, pues, como norma general. En otras ocasiones este dato se interpreta un poco a la inver sa; es decir, a partir del texto de Diodoro se afirma tajantem en te que los vacceos conservan un régimen tribal muy puro. Es de cir, si la propiedad comunal de la tierra es una característica de la organización gentilicia, si el texto de Diodoro se interpreta como tal, puede hablarse de este tipo de sociedad. Ni las fuentes literarias, ni los datos transmitidos por la ar queología son abundantes ni claros a la hora de realizar el aná lisis de la estructura económica, e incluso en ocasiones son contradictorios. Partiendo de estas premisas vamos a analizar tres aspectos, que consideramos esenciales dentro de la estructura económica: los sectores de producción y los productos, la propiedad de los medios de producción y el destino final de los productos.
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Sectores de producción y productos A pesar de la fragmentariedad de las informaciones hay una diferencia bastante clara entre los celtíberos y los pueblos del va lle del Duero y Tajo y los pueblos del Norte. Nos encontramos en estas áreas con una agricultura de ce reales de secano, una ganadería bastante desarrollada y la ex tensión del uso del hierro. De una forma más pormenorizada por pueblos podemos decir que: a) Éntre los celtíberos citeriores, lusitanos y vetones, la base fundamental de su economía es la ganadería (son famosos los verracos del área de los vetones), destacando dentro del ganado menor las ovejas y las cabras y en el ganado mayor la ganadería y el pastoreo de caballos. En el año 140-139 a. C., Numancia (Numantia) y Termes (Termantia) entregaron a los romanos, en tre otras cosas, 3.000 pieles de buey y 800 caballos, cantidad muy importante para sólo dos ciudades. b) Los arévacos y pelendones se dedican a la ganadería/pas toreo y a la agricultura, desarrollando una agricultura no dema siado importante de cereales en tierra de secano y de huerta en los márgenes de los ríos. c) Los carpetanos tenían en la ganadería una de las rique zas fundamentales, aunque la agricultura era más importante que entre los celtíberos. Hay un indicio bastante claro de que tenían una economía más próspera que otros pueblos de la Meseta: las frecuentes incursiones que realizaban los lusitanos para aprovi sionarse de productos de los territorios de los carpetanos. d) Parece probable por los datos de las fuentes que los vacceos se hubieran expandido por el sur a costa de los vetones con trolando las mejores tierras ganaderas al sur del Duero. La agri cultura está muy desarrollada en su territorio tanto al norte como al sur del D uero, por ejemplo en Cauca-Coca, donde conoce mos por las fuentes que se produce la acumulación de exceso de producción que destinan a la industria bélica para ayudar a los arévacos y para el abastecimiento del mineral para fabricar armas. En este grupo de población tuvo también gran importancia la actividad ganadera/pastoril, como demuestra el hecho de que
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en el año 151 a. C. Lúculo, general romano, recibiera de los caucenses, además de rehenes y talentos de plata, fuerzas de a ca ballo; por su parte los de Intercatia hubieron de entregarle ga nado y 10.000 sagoi (prendas hechas de lana de oveja); final mente los de Pallantia-Palencia le ofrecieron dura resistencia gra cias a su caballería. Se trata de una región especialmente apta para los cultivos cerealísticos, donde se hallan incluso poblados de una fase anti gua de la época indoeurpoea de antes de la mitad del primer mi lenio, que presentan las características de un grupo de población predominantemente agrícola (es el caso del Soto de Medinilla en vías de excavación). e) Los autores antiguos hablan de la fecundidad de las tierras de los lusitanos, de la abundancia de frutos y de que sus ríos son navegables y con oro. Sí parece cierto en las tierras cos teras, donde se produce un temprano desarrollo de una agricul tura y ganadería próspera, aunque con fuertes diferencias socia les y económicas, con Astolpas y Viriato como ejemplo, pero no para el interior, donde grandes masas de gente depauperada no tienen otra salida que el pillaje y el bandolerismo.
Pueblos de ambos lados de la comisa cantábrica a) Los turmódigos ocupan dos zonas claramente delimita das, una llana donde se desarrolla la agricultura y una m ontaño sa donde se impone el pastoreo. b) Los autrigones, caristos y várdulos desarrollan una eco nomía mayoritariamente pastoril, aunque hay también importan tes zonas agrícolas en el territorio que ocupaban en la actual pro vincia de Burgos y en Alava (La Llanada). c) Los vascones tienen una economía diferenciada, según se trate de la zona montañosa (pastoril/ganadera) o de las fértiles tierras del valle del Ebro (agricultura y horticultura). d) Dentro de los cántabros, astures y galaicos hay dos sec tores claros y diferenciados: el agropecuario y el minero.
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Sector agropecuario Estas poblaciones del norte, según los datos de las fuentes li terarias y la arqueología, no cultivaban ningún cereal para la fa bricación del pan o su cultivo y recolección era deficitario (Pli nio, Historia Naturall, 16, 15 y Estrabón, 3, 3, 7 y 3, 4, 18, don de afirma que el ejército romano se vio obligado en las Guerras Cántabras a traer trigo de Aquitania). En contra tenemos, no obstante, el texto de Dión Casio (53, 29) en el que se nos dice que, cuando Augusto abandonó Hispania y dejó como legado a Lucio Emilio, envían a decir al legado que piensan regalarle tri go y otros aprovisionamientos para el ejército. (Estos textos es tán recogidos en el apartado correspondiente). Es frecuente en tre ellos, según Estrabón y Plinio, el empleo de las bellotas para hacer pan, bellotas que han sido halladas en distintos castros del noroeste en los niveles arqueológico de esta época (Castro de Coaña, castros tóbalos del valle del Búbal, castro de Vixil en Lugo, etc.). O tros productos de los que tenemos noticias en las fuen tes literarias y arqueológicas son: un grano para hacer el zythos, bebida ferm entada que utilizan en lugar del vino; el mijo y la escanda (la escanda aparece ya en el s. VIII a. C. en el norte de España) y el vino, pero sólo en algunos lu gares de Galicia. En cuanto a la ganadería tenem os referencias en las fuen tes al ganado equino, los famosos asturcones y tieldones de que habla Plinio y que pondera Silio Itálico, muy apreciados en Roma durante todo el Im perio (el em perador Nerón tenía un asturcón), encontrándose tam bién representados caballos en la diadema áurea de Ribadeo, y ganado caprino, base de la ali mentación de estas poblaciones según Estrabón, así como ob jeto de sacrificio, junto con los caballos y prisioneros, a un dios indígena asimilado a M arte. También tenem os en los restos de los yacimientos arqueo lógicos noticias de la caza, destinada a com plem entar la dieta y no como deporte, lo que sucede ya en época rom ana, y de la pesca, con ausencia de referencias en las fuentes literarias, pero habiéndose hallado en los niveles arqueológicos inferiores
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de los castros costeros pesos de redes y numerosos concheros.
Sector minero Encontramos gran número de referencias a minerales en los escritores greco-latinos de época altoimperial. Se trata de oro (Estrabón, Plinio, Silio Itálico y Floro), estaño (Estrabón y Pli nio), plomo (Estrabón y Plinio), cobre y hierro. La metalurgia en la Celtiberia estaba muy desarrollada, aplicándose el hierro a instrumentos diversos, pero, sobre todo, para fabricar las ar mas celtibéricas famosas por su calidad. Pero el problema prin cipal es asignar una cronología a estas explotaciones. Sabemos que ya se obtenía oro en época prerrom ana, con el que se hicie ron las joyas castreñas, cuya área de difusión tiene mucho que ver con las explotaciones de época prerromana y romana, tanto beneficiando las arenas auríferas de algunos ríos, como con ex plotaciones del subsuelo, y además los términos empleados por Plinio en la descripción de las explotaciones son indígenas. Por otra parte en las minas de cobre se han encontrado herramien tas de piedra y hueso para la obtención de mineral, así como uti llaje de cobre prerrom ano en yacimientos arqueológicos. Por ello el texto de Foro (2, 33, 60) no debe entenderse en el sentido de que los romanos comenzaron a explotar las minas del noroeste, sino que aceleraron la explotación ya existente.
Propiedad de los medios de producción A partir del texto de Diodoro (5, 34, 3) y siguiendo el esque ma de Morgan se ha pensado que entre los vacceos había pro piedad comunal de la tierra, repartiendo cada año la tierra cul tivable en suertes y asignando cada una de ellas para que fuese trabajada por las unidades suprafamiliares. El producto total per tenecía a la colectividad, quien lo repartía a cada uno según sus necesidades, y quien de los cultivadores se apropiaba fraudulen tamente de alguna parte recibía el castigo de la pena capital. En opinión de Lomas, a prim era vista la propiedad de la tierra y los
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frutos de la comunidad estaban por encima de las fracciones (gen tes) y subfracciones (gentilitates). Pero este pretendido igualitarismo económico es desmentido por otras fuentes. Sabemos que existe una diferenciación social entre estas poblaciones, pues, cuando Anibal sitió Helmantica, parlamentaron con él los hombres de condición libre, quedando en el interior de la ciudad los esclavos y todas sus riquezas. La explicación del texto de Diodoro en clave de sociedad gen tilicia sería la siguiente (Lomas): la tierra laborable era asignada a la gentilitas para que sus componentes la trabajasen colectiva mente, siendo la propiedad de la gens o del populus. La gentili tas, a su vez, la asignaba a cada familia o miembro de la misma. El papel de la gentilitas sería de supervisión y administración. Entre los celtíberos tenemos también un indicio de esta po sible propiedad comunal. En las excavaciones de Langa de D ue ro, realizadas por Taracena dentro del poblado, se encontró un edificio de proporciones mucho mayores que el resto de las ca sas y dentro de él gran número de herramientas agrícolas. También en algunos textos de los agrimensores latinos (con cretamente en Julio Frontino) se hace referencia a un tipo espe cial de campo a la hora de tener en cuenta las dimensiones con referencia a los tributos englobando todo el territorio de un pue blo, sin tener en cuenta las divisiones que pudiera haber dentro de él. Por otra parte, en el territorio de los lusitanos encontramos un agudo contraste entre el rico propietario con una explotación técnicamente avanzada (Astolpas) y el menesteroso lusitano (Viriato). Según el texto de Diodoro (33, 7) hay que pensar en la concentración de la riqueza en manos de la aristocracia indígena. Muchos de estos aspectos serán aclarados convenientemente en la tesis doctoral de P. Ciprés de la Universidad del País Vasco.
Destino de los productos Por los pocos datos que tenemos hasta el momento, y a par tir de los análisis realizados por distintos autores, se puede afir mar que la mayor parte del producto de la actividad económica
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de estos pueblos era dedicado a la autosubsistencia, producién dose, según las fuentes, situaciones distintas. Sabemos que entre los vacceos había excedentes que se dedicaban a la industria b é lica en ayuda de los arévacos y que también abastecían a este gru po de población de los celtíberos de mineral para armas. Por o tra parte, deducimos que entre estas poblaciones la producción e ra en algunos casos deficitaria, porque se dedicaban a vender su fuerza como mercenarios (de los cartagineses en Sicilia en el s. V a. C.; de estos mismos en época de Aníbal), también ap are cen como mercenarios de los pueblos del sur, teniendo noticias de que a comienzos del s. II a. C. los turdetanos opusieron a los romanos 10.000 mercenarios celtíberos, lo cual, aunque sea u n a exageración propia de un texto con una intención clara de sobrevalorar la potencia de Rom a y de ahí la cantidad, no deja d e confirmar la existencia de mercenarios. Este carácter supuestamente deficitario de la economía de es tas poblaciones da lugar también al bandolerismo, en el cual hay que distinguir el bandolerismo surgido a causa de las desigual dades económicas y sociales dentro de un pueblo, es decir, las contradicciones dentro de un mismo grupo, y la práctica de ex pediciones depredadoras llevadas a cabo por todo un pueblo como fuente de aprovisionamiento para la autosubsistencia. E ste hecho se produce o bien entre poblaciones que habían sido e x pulsadas de terrenos más fértiles o entre poblaciones que se h a llaban en un estadio de desarrollo más primitivo. Los metales son usados a veces como elemento de tru e q u e . Es lo que sucede, según Estrabón, con los trozos de plata re c o r tada que utilizan las poblaciones del norte de la Cordillera C a n tábrica para los intercambios.
LA RELIG IO SID A D D E LOS PUEBLOS D EL A R EA IN D O EU RO PEA Muchas y frecuentes son las referencias de las fuentes litera rias greco-latinas a la religión de los pueblos del área indoeuro pea y a ellas nos vamos a ceñir para la exposición, ya que la* fuentes epigráficas, prácticamente todas de época romana, inclu
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yen elementos de asimilación que no es el momento de poner de manifiesto. Para una mejor comprensión vamos a dividir el área en tres zonas: pueblos del centro (entre los que se incluyen los celtíbe ros y sus vecinos de los valles del Duero y Tajo), pueblos del oes te (básicamente los lusitanos) y pueblos del norte (básicamente los situados en torno a la Cordillera Cantábrica —al norte y al sur— , con inclusión de los galaicos), siguiendo los numerosos tra bajos de Blázquez sobre el tema.
Pueblos del Centro Por el texto de Diodoro sabemos que sus divinidades eran dio ses que imponían la hospitalidad, pues, cuando algún forastero en tiempo de paz llegaba a sus puertas, lo recibían como don de los dioses. Asimismo, entre estos pueblos se da la creencia de que los dioses enviaban objetos, animales, etc... a determinadas personas, hecho que implica una protección especial de la divinidad. En el año 152 a. C., cuando Marcelo sitió Nertobriga, en territorio de los celtíberos, le enviaron un heraldo cubierto con piel de lobo. De esta noticia se ha querido deducir la existencia de un dios nocturno que empuñaba un martillo, cuyo emblema entre los galos era la piel de lobo y cuyo epíteto era Sucellus. Sin duda que sería una deidad muy adecuada a estos pueblos que se dedicaban a la forja del hierro. También podría estar en relación con un dios etrusco de carácter infernal, que cubre su cabeza con una piel de lobo o del Dis Pater itálico vinculado es trechamente con los lobos, según las fuentes latinas. Sabemos también por las fuentes literarias que existían entre estos pueblos montes y árboles sagrados. Marcial y Plinio nos dan noticia de encinares sagrados, mientras el propio Marcial nos transmite la noticia de que los montes más elevados recibían también culto: un monte entre los berones y el Mons Caius (Moncayo). No parece que estos pueblos hayan buscado construir gran des templos llenos de imágenes, siendo las rocas, las montañas, las fuentes y los lugares elegidos para tributar culto a los dioses.
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En lo referente a los cultos hay dos aspectos especiales a re saltar, por un lado los sacrificios colectivos que se celebraban en tre estas poblaciones y por otro los ritos de adivinación. Sabemos que en fechas determinadas del año celebraban sa crificios especiales colectivos. Según noticias de Frontino (3, 2, 4) Viriato atacó a los segobrigenses en el año 145 a. C. mientras celebraban una de estas ceremonias. Probablemente los sacrifi cios colectivos iban precedidos de comidas, de lo que tenemos noticia en Floro (1, 34, 12) para los numantinos. Estas comidas rituales también se celebraban entre los celtas (Plinio, Historia Natural, 16, 250) y entre los germanos. En cuanto a la adivinación, sabemos por Apiano y Plutarco, que, a la llegada de Escipión, en el ejército romano que sitiaba Numancia había adivinos y magos indígenas, tanto hombres como mujeres, al igual que entre los galos, germanos y cimbrios, y que los soldados estaban entregados a sacrificios adivinatorios. Parece que entre los celtíberos, si hemos de hacer caso a las noticias de Silio Itálico y Eliano, existía un rito propio relacio nado con las creencias de después de la muerte: dejar a los muer tos a la intemperie para que les despedazaran los buitres. Esto tiene unas implicaciones claras por la creencia extendida entre es tos pueblos de que el cielo era la morada de los muertos y la di vinidad suprema residía en las alturas. Estas noticias de las fuentes escritas parece que están confir madas por la arqueología. En Numancia unos montones de pie dras en círculo, según Taraceña, servirían para depositar los ca dáveres de los guerreros hasta que los buitres los despedazaran y el mismo motivo aparece en dos fragmentos de cerámica pin tados aparecidos en Numancia que representan a dos guerreros caídos y dos buitres volando hacia ellos. El mismo tema aparece en una estela funeraria de época romana de Lara de los Infantes.
Pueblos del Oeste Los lusitanos creían que las divinidades se comunicaban con los hombres particularmente en sueños, así como en la existen cia de animales sagrados especialmente vinculados a determina
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das deidades. (Baste recordar el episodio de la cierva de Sertorio, regalo de un lusitano, la cual, desaparecida en la batalla, cuando le vuelve a aparecer a Sertorio, éste alcanza la victoria). Plutarco da como propia de los lusitanos la creencia de que los dioses andaban por la tierra. Plinio (Historia Natural, 8, 166) da noticias de que entre los lusitanos se criaba una raza de caballos tan veloces que se origi nó la leyenda de que las yeguas eran fecundadas el viento Zephyro, a quien se tributaba culto en un monte sagrado junto al A t lántico, que Leite de Vasconcelhos sitúa en Monsanto, cerca de Olisipo (Lisboa). Esta leyenda aparece en Varrón, Columela, Virgilio, etc..., siempre unida a un monte sagrado. Silio Itálico, por su parte, la localiza entre los vetones. Parece ser que los sacrificios humanos eran muy corrientes entre los lusitanos, pues, según noticia de Plutarco, Craso, pro cónsul de la Ulterior entre el 95 y el 94 a. C., los prohibió. Apia no nos da noticia de que en los funerales de Viriato se sacrifica ron muchas víctimas, que M aluquer cree eran humanas. La exis tencia de sacrificios humanos es confirmada por Estrabón (3, 3, 6) y sin duda hay que poner en relación estos sacrificios huma nos con ritos de adivinación, pues la manera ordinaria de los lu sitanos de hacer vaticinios requería sacrificios humanos. Por otra parte, el citado texto de Estrabón es el único en que un escritor clá- sico habla de sacerdotes refiriéndose a pueblos de la Península Ibérica. Blázquez piensa que seguramente no ha bía un sacerdocio organizado como el de los druidas, sino miem bros aislados que serían los encargados de los vaticinios.
Pueblos del Norte El texto de Estrabón (3, 4, 16) es muy explícito: Según cier tos autores los galaicos son ateos; mas no así los celtíberos y los otros pueblos que lindan con ellos por el Norte, todos los cuales tienen cierta divinidad innominada, a la que, en las noches de luna llena, las familias rinden culto danzando hasta el amanecer, ante las puertas de sus casas. Este texto debe entenderse en lo referente a los galaicos no
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en el sentido de que no hubiera dioses, sino que no tenían re presentaciones o que sus nombres eran tabú. Por lo que se re fiere al culto a la luna, se trata de la divinidad principal indígena entre estos pueblos y sus vecinos. Sabemos por Caro Baroja que para los vascos el nombre de la luna es tabú y en Galicia todavía en la actualidad hay numerosas danzas en honor de la luna, a la vez que por Ptolomeo (2, 5, 3) sabemos que en Galicia había una isla consagrada a ella. Que la veneración de la luna era algo fundamental en estos pueblos lo tenemos en el episodio del año 136 a. C. cuando Emilio Lépido sitió Palantia-Palencia, ciudad de los vacceos, y tuvo que retirarse; en la huida un eclipse de luna salvó al ejército romano, pues los palantinos creyeron ver en ello la prohibición de la divinidad de que siguieran com batiendo. Con el culto a la luna se asocia y contrapone el culto al sol, que, a juzgar por los datos suministrados por la arqueología, es taba muy extendido en Numancia y entre los pueblos del centro de la Península. Por Estrabón (3, 3, 7) sabemos de la existencia de un dios guerrero asimilado a M arte, a quien se sacrifican machos cabríos, caballos y también prisioneros. También hay entre estos pueblos una divinización de los mon tes, que en época romana son asimilados con la morada de Jú piter, apareciendo el nombre de los montes como epíteto del dios supremo romano. Es frecuente también entre los galaicos y otras poblaciones del norte el culto a las aguas, a los árboles y a las piedras, cultos típicamente celtas que estaban extendidos por toda Europa. Sin duda es del culto a las aguas del que conocemos más documen tos, tanto en la Península, como fuera de ella. Finalmente, es muy posible que la serpiente, animal repre sentado frecuentemente en el noroeste de la Península, sea una especie de tótem para estas poblaciones. En lo referente a lo cultos, Horacio y Silio Itálico confirman la existencia de sacrificios de caballos entre los cántabros, sacri ficios que ya conocíamos por Estrabón. Según Horacio estos sa crificios incluían la bebida de la sangre de los caballos, lo que pre supone que estos animales son sagrados.
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Por las noticias de las fuentes (Silio Itálico) sabemos que los galaicos eran hábiles en obtener agüeros del vuelo de las aves, al igual que los germanos, de la contemplación de los intestinos de las víctimas y de las llamas sagradas. Incluso en el s. IV d. C. san Martín Dumiense alude a los augurios y adivinaciones fre cuentes en su época y en particular a la observación de las aves. A comienzos del Bajo Imperio los vascones tenían gran fama de agoreros, fama que conservaron durante toda la Edad Media habiendo recogido Caro Baroja testimonios de esta época. Junto a los sacrificios y ceremonias de adivinación debemos mencionar las danzas religiosas de que nos da cuenta Estrabón (3, 4, 16 y 3, 3, 7). Se trata de competiciones en honor del dios guerrero asociado a Marte. Estas danzas de guerreros son tam bién conocidas entre los lusitanos, que las realizaron alrededor del cadáver de Viriato (noticias de Apiano y Diodoro). Posible mente haya que considerar también como danza ritual céltica la especie de procesión de la diadema de oro de Ribadeo, en la que los jinetes llevan cascos de cuernos, escudos y puñales.
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Los pueblos de la España antigua
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1982. En general para todo el área J. M a l u q u e r , « L os pueblos de la España céltica», en Historia de España dirigida por R. M e n é n d e z P i d a l , I, 3, Madrid 1963 (3.a ed .), págs. 5-194; B. T a r a c e n a , « L os pueblos celtíberos», en Historia de España, dirigida por M. P i d a l , Madrid, Espasa Calpe, 1963 (3." ed .), I, 3, págs. 195 y F . J. L o m a s , «Pueblos celtas de la Península Ibérica», en Historia de España Antigua. I. Protohistoria, Madrid, Ed. Cátedra, 1980, págs. 83-110. U na panorám ica general sobre la E dad del H ierro en O ccidente puede verse en la Ponencia n.° I del Coloquio Internacional sobre La Edad del Hierro en la Meseta Norte, Salam anca 30 de m ayo a 3 4e junio de 1984, realizada por J. M a lu q u e r , «Panorám ica G eneral del H ierro en O ccidente» (original xerocopiado y entregado en el C oloquio). R eferido concretam ente a la M eseta es la Ponencia IV del citado C oloquio realizada por F. J. G o n z á l ez -T abla s , «Transición a la Segunda E dad del H ierro» (original xerocopiado y entregado en el C oloquio) o la propia Ponencia de G . D elibes y M. M anzano en el citado Coloquio; com o estudios recientes, aunque siguen siendo interesantes, F. L ópez C u ev illa s , «La E dad del H ierro en el N oroeste. (La cultura de los C astros)», en IV Congreso Internacional de Ciencias Prehistóricas y Protohistóricas, M adrid, 1954 y J. M a lu q uer de M o tes , «La E d ad del H ierro en la cuenca del E bro y en la M eseta C entral», en la misma o bra de conjunto que el anterior. Para todo lo referido a las influencias a través de los Pirineos, son interesantes por los planteam ientos que reflejan las aportaciones antiguas de M. A lm agro B a sch , «La E spaña de las invasiones célticas», en Historia de España, dirigida por R. M en én d fz P id a l , M adrid, E d. E spasa C alpe, 1952, I, 2, págs. 47 y ss., pero las fundam en tales las debem os a O . A r t e a g a , «Problem as de la penetración céltica en el Pi rineo occidental. E nsayo de aproxim ación», en X IV Congreso Nacional de A r queología, Z aragoza, 1977, págs. 549-564 y «Los Pirineos y el problem a de las invasiones indoeuropeas», en II Colloqui Internacional d'Arqueología de Puigcerdá, Puigcerdá, 1978, págs. 13-30; varios artículos de P. B osch G im per a , en Etnología de la Península Ibérica, B arcelona, 1932 (reeditado en G raz, A ustria, en 1974); los artículos de B eltrá n y B l á zq u ez en el I Symposium de Prehisto ria de la Península Ibérica, Pam plona, 1960 («La indoeuropeización del valle del E bro», págs. 103-124, de B eltrá n y «El legado indoeuropeo en la H ispania ro m ana», págs. 319-362, de B l á z q u e z ). Junto a ellas debe tenerse en cuenta M. A lm agro B a sch , «Ligures en E spaña», en Rivista di Studi Liguri, 15, 1949, págs. 195 y ss. y 16, 1950, págs. 37 y ss. y P. B osch G im pe r a , «Celtas e ilirios», en Zephyrus, 2, 1951, págs. 141 y ss. El proceso en el territorio de los vascones históricos puede verse en A . C a stiella , La Edad del Hierro en Navarra y Rioja. Pam plona, U niversidad de N avarra, 1976 y J. J. Sa y a s , «El poblam iento ro m ano en el área de los vascones», en Veleia, 1, 1984, págs. 289-310, donde se recoge abundante bibliografía. Sobre las cerámicas excisas puede verse el artículo de O . A r t e a g a y F . M o l i n a , «Anotaciones al problema de las cerámicas excisas peninsulares», X IV Con greso Nacional de Arqueología, Zaragoza, 1977, págs. 565-586. Algunas de las publicaciones de excavaciones que pueden servir como refe rencia de las zonas del valle del Ebro y del Duero en la Edad del Hierro son las de J. M a l u q u e r , El yacimiento hallstático de Cortes de Navarra, I y II, Exea-
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vaciones en Navarra, Pamplona, 1954 y 1955; Excavaciones arqueológicas en el Cerro del Berrueco, Salamanca 1958 y El castro de los Castillejos en Sanchorreja (Avila), Avila, 1958, así como J. G o n z á l e z T a b l a s , L os Castillejos de San
chorreja y su incidencia en las culturas del Bronce Final y de la Edad del Hierro de la Meseta Norte, Resumen de Tesis Doctoral, Universidad de Salamanca, 1983. Es interesante también M. B e l t r á N L l o r i s , «Introducción a las bases arqueo lógicas del valle medio del río Ebro en relación con la Etapa prerromana», en Estudios en homenaje a A . Beltrán, Zaragoza, 1986, págs. 495-527. En cuanto a las influencias atlánticas puede verse E. M e W h it e , Estudios so bre las relaciones atlánticas de la Península Ibérica en la Edad del Bronce, Ma drid, 1951. Sobre estos temas, más o menos directamente, tratan algunos artícu los de los recogidos en las Actas de los cuatro coloquios celebrados y publicados hasta el m omento Sobre Lenguas y Culturas Prehispánicas (Paleohispánicas) de la Península Ibérica, editados los tres primeros en Salamanca y el IV en Vitoria, como n.“ 2-3 de Veleia, revista del Instituto de Ciencias de la Antigüedad de la Universidad del País Vasco. E s a b u n d a n t e la b ib lio g r a f ía s o b r e la o r g a n iz a c ió n s o c io - p o lític a d e lo s p u e b lo s d e l á r e a in d o e u r o p e a . D e lo s n u m e r o s o s títu lo s d e s ta c a m o s F . RODRÍGUEZ A d r a d o s , El sistema gentilicio decimal de los indoeuropeos occidentales y los orí genes de Roma, M a d r id , 1948; M . V i g i l , « R o m a n iz a c ió n y p e r m a n e n c ia d e e s tr u c tu r a s s o c ia le s in d íg e n a s e n la E s p a ñ a s e p te n tr io n a l» , e n Boletín de la Real
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BSAA , 47,1981, p á g s . 208-214; M . F a u s t , « T r a d ic ió n lin g ü ís tic a y e s tr u c t u r a s o c ia l. E l c a s o d e la s g e n tilid a d e s » , e n Actas del II Coloquio sobre Lenguas y Cul turas Prerromanas, S a la m a n c a , 1979, p á g s . 435-452; J. U r r u e l a Q u e s a d a , R o manidad e indigenismo en el norte peninsular. Un punto de vista crítico, M a d r id , 1981; G . P e r e i r a , « L o s castella y la s c o m u n id a d e s d e Gallaecia», e n Zephyrus, 34-35, 1982, p á g s . 249-267 y « L a s c o m u n id a d e s g a la ic o - r o m a n a s . H a b i t a t y s o c ie d a d e n tr a n s f o r m a c ió n » , e n Estudos de Cultura Castrexa e de Historia Antiga de Galicia, S a n tia g o d e C o m p o s t e la , 1983, p á g s . 199-213; J. S a n t o s , Comuni
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Sobre el pretendido matriarcado entre los cántabros y otros pueblos del Ñor-
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te véase J. J. B a c h o f e n , E l matriarcado, Madrid, 1987 (primera traducción en español); A . B a r b e r o & M. V i g i l , «La organización social de los cántabros y sus transformaciones en relación con los orígenes sociales de la Reconquista», en Hispania Antiqua, 1, 1971, págs. 197-232, recogido en Sobre los orígenes so ciales de la Reconquista, Barcelona, Editorial Ariel, 1974; J. C . B e r m e j o , «Tres notas sobre Estrabón. Sociedad, derecho y religión en la cultura castreña», en Gallaecia 3/4,1977-78, págs. 71-90; E. C a n t a r e l l a , L ’ambiguo malanno. Condizione e immagine della donna nell’antichitá greca e romana, Rom a, 1985 (2." edición); R . F o x , Sistemas de parentesco y matrimonio, Madrid, Alianza U ni versidad, 1972; M. C . G o n z á l e z R o d r í g u e z , L os vadinienses a través de su epi grafía latina. Tesis de Licenciatura. Vitoria, 1981 y A A V V , La fem m e dans le monde Mediterranéen, 1 Antiquité. Lyon, Maison de l’Orient, 1985. Sobre el hospitium, la bibliografía m ás interesante es la siguiente: J. M. R a m os L o s c e r t a l e s , «Hospicio y clientela en la E spaña céltica», Emérita, 10,1948, págs. 308-337; M . L e je u n e , Celtibérica, Salam anca, 1955; F. J. L om as, «Insti tuciones indoeuropeas», en Historia de España Antigua. Vol. I. Protohistoria, M adrid, E d. C áted ra, 1980, cap. IV ; M. S a lin a s d e F r ía s , «La función del hos pitium y la clientela en la conquista y rom anización de C eltiberia», en Studia His tórica, 1, 1983, págs. 21-41; A . C o e lh o F e r r e i r a d a S ilv a , «As tesserae hospitalis de C astro da S enhora de Saúde ou M onte M ourado (Pedroso. V. N. da G aia). C ontributo para o estudio das instituigóes e povoam ento de H ispania Antiga», en Gaia, 1, 1983, págs. 9-26 + m apas, fotos y lám inas, así com o un inte resantísim o cuadro sinóptico de las tesseras de hospitalidad de toda H ispania; G. P e r e i r a M e n a u l t , «C am bios estructurales versus rom anización convencio nal. La transform ación del paisaje político en el N orte de Hispania» en Estudios sobre la “T abula Siarensis” , M adrid C .S .I.C ., 1988, págs. 245-259; M. D. DopiCO, La “T abula L ougeiorum ” . Estudios sobre la implantación romana en Hispa nia, V itoria-G asteiz, A n ejo n .D5 de Veleia, 1988 y, de la misma autora el recien te e interesante artículo que recoge y sintetiza el sentir actual sobre el tem a, «El hospitium celtibérico. U n m ito que se desvanece», Latomus, 48, fase. 1, 1989, págs. 19-35. Es quizá éste uno de los capítulos donde más escasos son los estudios m ono gráficos; por ello aún son válidos títulos ya un poco antiguos como J. C o s t a , Co lectivismo agrario en España, Buenos Aires, 1944; F. L ó p e z C u e v il l a s , Las jo yas castreñas, Madrid, 1951 y «El comercio y los medios de transporte en los pue blos costeños», Cuadernos de Estudios Gallegos, 10, 1955, págs. 145-153; J. M. B l á z q u e z , «La economía ganadera de la España antigua a la luz de las fuentes literarias griegas y romanas», en Emérita, 25, 1957, págs. 159-184 y «Economía de los pueblos prerromanos del área no ibérica hasta la época de Augusto», en Estudios de Economía antigua de la Península Ibérica, Barcelona, Ed. Vicens V i ves, 1968, págs. 191-269. A esto hay que añadir los capítulos correspondientes de los manuales al uso (Historia 16, Cátedra, Labor, Espasa Calpe, Rialp, etc.). Aparte de las obras de carácter general citadas en el apartado dedicado a la religión de los iberos, conviene señalar como específicas J. L e it e d e V a s c o n c e l o s , Religioés da Lusitania, II vol., Lisboa, 1905 (reimp. facs., Lisboa, 1981); J. M. B l á z q u e z , «Las religiones indígenas del área N .O . de la Península Ibérica
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en relación con Roma», en Legio V II Gemina, León, 1970, págs. 63-77; J. C. B e r m e j o , «La religión y la mitología castreñas: problemas m etodológicos. La
guerra y los dioses de la guerra. Los ratones y los dioses: la representación de la plaga y la peste en el pensamiento antiguo y Los dioses de los caminos», en La sociedad en la Galicia castreña, Santiago de Compostela, 1978, págs. 27-117 y F. M a r c o S i m ó n , «La religión de los celtíberos» en I Symposium sobre los cel tíberos, Daroca, 1986. Institución «Fernando el Católico», Zaragoza, 1987 y G. S o p e ñ a , Dioses, ética y ritos. Aproximaciones para una comprensión de la reli giosidad entre los pueblos celtibéricos, Zaragoza, Prensas Universitarias de Za
ragoza, 1987, que recogen toda la bibliografía anterior.
Capítulo 4 CANARIAS Y BALEARES
¡31 queremos ser fieles al título del libro, no podemos dejar de lado lo que sucede en las islas en la Antigüedad, en un caso (Ba leares) antes de la conquista por los romanos en el 123 a. C. y, en el otro, durante el tiempo transcurrido hasta la conquista por el reino de Castilla en el s. XV.
Canarias La prehistoria canaria ofrece una personalidad propia con respecto a la de la Península; nos encontramos, como dice Tarra dell, ante un ejemplo de perduración de comunidades prehistóri cas del mundo europeo-norteafricano que han perdurado hasta el s. XV I. En cuanto a influencias externas, Canarias no recibió in fluencias de los grandes pueblos navegantes del Mediterráneo en la Antigüedad, griegos y fenicio-púnicos. Las fechas del carbono 14 aseguran una continuidad prehistórica de la cultura canaria autóctona hasta el s. XV. Según la síntesis de Tarradell, los ca narios se mantienen en un estadio de civilización preneolítico, al canzando a duras penas a conocer y utilizar los metales. En cuanto a la economía ésta fue básicamente pastoril (ca bra y cerdo sobre todo, pues la oveja parece de época más re ciente al no haber testimonios en yacimientos antiguos), quedan do en segundo plano la agricultura (cebada y trigo que nombran los cronistas del momento de la conquista). En palabras de Tarradell, podemos apreciar dos hechos fun damentales de la prehistoria canaria: la diversidad cultural entre
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las islas que se mantuvo hasta el s. XV, con algunas caracterís ticas comunes, y la complejidad de los elementos de la civiliza ción canaria preeuropea.
Baleares Intentamos dar unas pinceladas sobre la protohistoria de Ba leares hasta la llegada de los romanos, pues no podemos dete nernos tan ampliamente como en otras zonas, sobre todo por la falta de datos referidos al momento que pretendemos analizar. Hay que diferenciar, en primer lugar, dos grupos dentro de las islas en la Antigüedad: por una parte Mallorca y Menorca, y, por otra, Ibiza y Formentera, las denominadas Pitiusas. En Ibiza no hay rastros de actividad anterior al s. VII a. C. en que forma parte del imperio cartaginés. Hay una serie de aspectos que consideramos fundamentales de resaltar: — que las vinculaciones de estas islas en la etapa anterior al Hierro son más directas con las islas de Córcega y Cerdeña que con la Península, a pesar de que el influjo de la Península no puede ser obviado sin más; — lo que caracteriza a Mallorca y Menorca hasta la conquis ta romana, 123 a. C., es la civilización talayótica, relacio nado con atalaya. Se trata de grandes construcciones edi ficadas a base de bloques enormes, que tienen su prece dente en las navetas, utilizadas como núcleos de habita ción. Dentro de esta cultura es también interesante la taula, sobre cuya función hay dos teorías recogidas por Tarra dell: un elemento puramente constructivo, para soportar la cubierta del recinto, o como un monumento religioso o sagrado, ya que en estos recintos aparecen abundantes huesos de animales procedentes posiblemente de sacrifi cios como en un santuario; — la etapa de formación de esta cultura denominada talayó tica se sitúa 2 ó 3 siglos antes del año 1000 a. C. En el s. VIII-VII a. C. se comienza a usar el hierro, pero no pa rece que esto traiga aparejado, como hemos visto para
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otros lugares, cambios sustanciales en otros aspectos; por ejemplo, se sigue fabricando cerámica a mano hasta la lle gada de los romanos; — el uso de grandes bloques en estas construcciones puede estar motivado por los continuos enfrentamientos de po blados en una sociedad que estuviera territorialmente muy dividida, a pesar de que las fuentes clásicas no nos ofre cen ningún dato al respecto; — En cuanto a los usos funerarios, los habitantes de los po blados talayóticos eran enterrados en cuevas cavadas ar tificialmente en la roca. El rito era originariamente de in humación, aunque posteriormente se pasa al de incinera ción, total o parcial, e incluso a recubrir los cadáveres con una capa de cal. Hay también necrópolis, como la de Son Real en la bahía de Alcudia con tumbas circulares, pero sobre todo rectangulares imitando la forma de las nave tas. En estas necrópolis se han hallado objetos exóticos procedentes del comercio púnico, pero apenas existen ce rámicas griegas importadas, lo que parece debe hacer pen sar en una relación mayor con el mundo púnico que con el griego.
BIBLIO G R AFIA H em os sintetizado en la exposición a M. T a r r a d e l l , «Las islas: Baleares y Canarias», en Historia de España, dirigida por M. T u ÑÓ n d e L a r a , Barcelona, Ed. Labor, 1980, cap. XII. Otra bibliografía es la siguiente: J. M a s c a r ó , Els monuments megalítics de Ylila de Menorca, Barcelona, 1958 y Prehistoria de Ma llorca, Palma de Mallorca, 1968; C. V e n y , Las cuevas sepulcrales del Bronce an tiguo en Mallorca, Biblioteca Prehistórica Hispana, vol. IX, Madrid, 1968; L. Per i c o t , The Baleario Islands, Londres, 1972 y G. R o s e l l Ó B o r d o y , La metalur gia talaiótica mallorquína, Palma de Mallorca, 1973.
Capítulo 5 LAS LENGUAS PRERROMANAS DE LA PENINSULA IBERICA
éste quizá uno de los aspectos que en la actualidad están sien do objeto de mayor dedicación por parte de los lingüistas, como puede verse, por ejemplo, en la última década con la celebra ción de los Coloquios sobre Lenguas y Culturas Prerromanas (los dos primeros) y Paleohispánicas (los dos últimos) de la Penínsu la Ibérica; aunque no como en épocas anteriores en cuanto a la ubicación de las lenguas que se hablaban (y se escribían) en la Península Ibérica antes de la llegada de los romanos y su deli mitación, sino más bien en un triple intento de descubrir hasta donde sea posible su origen, en el caso de que éste no sea co nocido, descifrar aquellas de las lenguas que no nos son conoci das, así como su naturaleza, si alfabéticas, si semisilábicas, y re saltar las diferencias entre lenguas que son parecidas. No es el momento ni el lugar de hacer una historia de las in vestigaciones, ni de comenzar con discusiones lingüísticas, sino de dar un panorama general de las lenguas que, según el estado actual de nuestros conocimientos, se utilizaban en la Península antes de que el latín se impusiera sobre todas ellas, salvo el re ducto pirenaico del vasco. En este sentido es fundamental y pun to de arranque de la investigación posterior la obra de A. Tovar publicada en 1961, The Ancient Languages o f Spain and Portu gal, quien, a partir de los documentos escritos, establecía cuatro lenguas prerromanas en la Península, además del vasco que, para otros autores como Schmoll o Untermann más recientemente, no era una de las lenguas que existían en España antes de la lie-
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gada de los romanos, sino que fue quizá introducido en época romana o posterior. En primer lugar hay que decir que puede mantenerse, aun que con matizaciones, la ya antigua división, que reflejan los mo dernos mapas de Tovar y Unterm ann, entre Hispania indoeuro pea (con topónimos en -briga) opuesta a la no indoeuropea (con topónimos en uli, ili). Dentro de la zona indoeuropea hay dos lenguas claramente diferenciadas, el lusitano y el celtibérico, mientras que en la zona no indoeuropea encontramos la lengua del suroeste de la Península, donde se realizó la más primitiva escritura hispánica, y el ibero con testimonios por todo el Le vante, el valle medio del Ebro, Cataluña y hasta el norte de Narbona en territorio francés.
La lengua del Suroeste Los documentos más antiguos de esta lengua son grafitos so bre cerámica (s. VIII-VI a. C.) en Andalucía (Huelva) y Extre madura (Medellín) y las lápidas sepulcrales sobre todo de Algarve en Portugal. De la epigrafía del suroeste conocemos en la ac tualidad más de 70 estelas, algunas sólo fragmentos; salvo cinco, todas han sido halladas en territorio portugués, en el Algarve, al sur de Aljustrel y al oeste del Guadiana. Los arqueólogos por tugueses piensan que pertenecen a la primera Edad del Hierro (s. VII a V-IV a. C.). Son más abundantes los textos escritos de derecha a izquierda que los escritos de izquierda a derecha. Según Correa, lo que podemos leer de los textos suena dis tinto del ibero, afirmando este autor que la ausencia que más ca racteriza, de momento, a esta desconocida lengua frente al ibéri co es la de -il, que tan documentada está en textos, topónimos y antropónimos ibéricos, tanto del Sudeste como levantino. Este mismo autor se inclina por pensar, siguiendo a Tovar, que se tra ta de la escritura tartesia propiamente dicha y que debe ser de nominada como tal, referido a un sistema gráfico y también lin güístico y no prejuzgando sobre la extensión territorial del do minio tartesio. En fin, tanto los textos escritos en esta lengua, como los de
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las siguientes de las que vamos a hablar (del vasco no conoce mos textos equiparables a los de las demás para esta época), son textos a partir de los cuales se puede establecer un signario, aun que en caso del ibero a partir de Gómez Moreno podemos com prender la estructura interna de esta escritura, pero de los que, hasta el presente, no nos es posible conocer el contenido en toda su totalidad.
La lengua ibérica Al igual que hemos visto para otros aspectos de la sociedad ibérica, los iberos aprenden a escribir como consecuencia de dos influencias diversas, la griega y la meridional desde el alto G ua dalquivir, quizá sumada a influencias fenicias. La distribución geográfica de los documentos en lengua ibe ra se extiende desde Almería y Murcia (zona denominada del Su deste de España) hasta el río Herault en el sur de Francia. Su penetración hacia el interior es difícil de fijar, pues lo único que sabemos con seguridad es que en época romana alcanza la re gión de Jaén y en el valle del Ebro llega hasta Zaragoza. Los soportes de estas inscripciones son variados, destacando las cerámicas pintadas, sobre todo de la zona Liria-Azaila, los de nominados plomos ibéricos, que son piezas exclusivamente epi gráficas, sin otro objeto que el de ser soporte de escritura, entre los que se encuentran el de El Cigarralejo en Muía (Murcia) y el de la Serreta de Alcoy, escritos ambos en alfabeto griego, por lo que tenemos alguna información más al ser más rico y diverso el alfabeto griego que el ibérico (por ejemplo el ibérico no dis tingue entre sordas y sonoras o fuertes-suaves en las oclusivas, mientras esta distinción se hace regularmente en escritura griega y latina), y muchos que han aparecido y siguen apareciendo en la zona de Cataluña (Ullastret y alrededores), algunos muy lar gos y escritos todos ellos en alfabeto ibérico, las lápidas sepul crales, que carecen de un formulario como las del Algarve y re flejan una tradición diferente y, por supuesto, las leyendas m o netales, muy abundantes en la zona. Como decíamos más arriba, Gómez Moreno logró compren
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der la estructura interna de la escritura ibérica, mezcla de alfa beto y silabario, utilizando sistemáticamente la comparación de los topónimos y étnicos transmitidos a la vez en las fuentes clá sicas —literarias y monetales— y en las monedas con letreros en escritura ibérica. Actualmente podemos descubrir con relativa seguridad los nombres propios debido a la feliz coincidencia de que se nos haya conservado el denominado Bronce de Ascoli, donde se recoge la concesión en el año 89 a. C. de la ciudadanía a los componen tes de la Turma Salluitana, procedentes del valle del Ebro, por el padre de Pompeyo el Grande a causa de los servicios presta dos y en el que aparecen indígenas con nombre ibérico y otros con nombre latino pero con el nombre del padre todavía indíge na. El elevado número de nombres propios de este documento está permitiendo que sea utilizado como patrón para la identifi cación de los nombres de persona que aparecen en los demás do cumentos. A partir de este texto se descubre que la estructura canónica de los nombres propios es de compuestos bimembres y cada miembro consta normalmente de un elemento bisilábico. Por ejemplo, Illur-tibas Bilus-tibas /., aunque también los hay monosilábicos (sufijos), Enne-ges, Biur-no, etc. Por otra parte, parece que hoy se conocen varias secuencias gramaticales: -mi, -armi, -enmi para indicar posiblemente la p o sesión, pues van detrás de los nombres personales. A su vez la fórmula are tace en estelas sepulcrales quizá pueda ponerse en relación con la latina hic situs est. Dentro del área de la escritura ibérica quiere verse una dis tinción entre dos zonas, cuya diferencia más clara estaría dada por los signos utilizados, la zona del Este y Cataluña y la zona del Sudeste (Murcia y Almería). En cuanto a la tradicional relación entre el vasco y el ibérico encontramos una serie de coincidencias fonológicas en ambas lenguas: falta de p, f y m; falta de r- inicial (latín rotalmeda-erroía/molino); falta del grupo oclusiva + líquida (latín cruz, vasco gurutz); cinco vocales en un sistema idéntico al castellano, pero no al gallego o al catalán, entre otras. Estas coincidencias se ex plican por ser lenguas en contacto y no es exclusiva de estas dos lenguas concretamente, sino que es un fenómeno muy extendí-
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do. Como ejemplo más significativo de situaciones parecidas puede aducirse la liga balcánica: griego, macedonio, rumano y búlgaro, lenguas con orígenes muy diversos, pero con coinciden cia fonológicas y de otro tipo. Por otra parte hay también una relación onomástica ibéricovasca: ibérico beleslbels —vasco beltz, “negro” — aquitano -belex, -bels; ibérico Enneges (de la Turma Salluitana) — vasco Eneko (vasco m ed ie v al E nneco) — español Iñigo; ibérico -iaun/iaur-, vasco iaunliaur- “señor” , Jauregui. Pero la equiva lencia onomástica no es lo mismo que equivalencia lingüística de modo automático.
El celtibérico En el área indoeuropea de la Península es probable que, a mediados del primer milenio a. C., existiesen distintos dialectos procedentes del mismo tronco común indoeuropeo y que única mente, cuando varios de ellos hubieran alcanzado una cierta ho mogeneidad entre sus características, se convirtieran en lenguas, favorecido, además, este proceso, como piensa De Hoz, por es tímulos políticos o culturales fuertes, como debió ocurrir en el caso de los celtíberos y en el de los lusitanos. La onomástica indígena de la zona tiene elementos comunes precisamente por este origen común, pero no quiere esto decir que todos hablaran la misma lengua. Esta diferencia de lenguas dentro de lo que genéricamente podríamos denominar área indoeuropea se ve muy claramente entre el celtibérico y el lusitano. El celtibérico es una lengua cél tica de rasgos muy arcaicos, que está documentado en inscrip ciones realizadas en escritura ibérica, lo cual es una dificultad adicional por las carencias de la escritura ibérica para reproducir una lengua distinta a la ibera. Entre los documentos celtibéricos más importantes destacan el Bronce de Luzaga y el de Botorrita en escritura indígena (co nocemos otro en Botorrita, la denominada Tabula Contrebiensis, pero está escrito en latín), así como las inscripciones en es critura latina de Peñalba de Villastar. En la gran inscripción de
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Botorrita tenemos 123 palabras en las 11 líneas del anverso y 14 nombres personales con los cuatro elementos característicos nombre personal + unidad suprafamiliar + genitivo del nombre del padre que expresa la filiación + una palabra que debe indicar magistratura, aparte de 4 posibles indicaciones de localidades de origen. La tésera de hospitalidad de Luzaga (Guadalajara) en le tras celtibéricas tiene 26 palabras y la más extensa de Villastar 18. Precisamente a partir de la abundante documentación exis tente, en la que los letreros monetales constituyen un elemento de primer orden, hoy podemos fijar lingüísticamente un territo rio celtibérico, cuyos límites están en el río Ebro en La Rioja, siguiendo hasta Botorrita, la antigua Contrebia Belaisca; de aquí por el Huerva incluyendo Teruel por las inscripciones de Villas tar y un límite sur que dejaría dentro del territorio a Valeria y Segóbriga; el límite oeste dejaba entre los carpetanos a Complutum-Alcalá de Henares, y pasando el Sistema Central deja parte del territorio de Segovia dentro y la mayor parte en territorio vacceo, incluye Clunia y vuelve hasta el Ebro en el lugar de ini cio. Es muy interesante a tal efecto el artículo de M. L. Alber tos sobre la onomástica de la Celtiberia en el II Coloquio de Len guas y Culturas prerromanas de la Península Ibérica. Hoy sabemos que el celtibérico es una lengua céltica, pero las inscripciones celtibéricas son muy difíciles de traducir, pues los celtas que aparecen como celtíberos estaban en la Península desde antes del s. VII a. C., tuvieron un desarrollo independien te prolongado y no tenemos ninguna lengua del grupo que haya sobrevivido.
El lusitano En el año 1935, Hernando Balmori afirmaba que la inscrip ción aparecida en un peñasco en Lamas de Moledo, pocos kms. al nordeste de Viseo, estaba escrita en un dialecto céltico arcai co, con nombres parecidos a los ligures. Hacia 1959 se halló una inscripción semejante a la anterior en el Cabe§o das Fráguas, cer cano a la ciudad de Guarda, que tenía en común con la anterior el término porcom. Este nuevo hallazgo permitió relacionar con éstas la inscripción perdida de Arroyo del Puerco en Cáceres,
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con la forma indi común a la del Cabe?o. Las tres habían apa recido, además, en territorio lusitano. La escasez de documentos no ha sido óbice para que ante esta posible lengua se hayan perfilado dos posturas, la de quie nes piensan que hay indicios claros y suficientes de naturaleza fo nológica y morfológica para pensar en una lengua indoeuropea occidental distinta del grupo céltico y, por ende, del celtibérico, y los que basándose en la homogeneidad en el empleo de la ono mástica personal y en la existencia de topónimos en briga en todo el área indoeuropea, así como en la falta de datos, piensan que se trata de una lengua de tipo céltico. Tovar y Untermann se rían los más claros representantes de una y otra postura, respectivamente. En nuestro caso nos inclinamos por creer que el lusitano tie ne un carácter independiente no céltico, a partir del refuerzo que para la tesis de Tovar han supuesto los trabajos de Schmidt y Gorrochategui, que dan poco valor a los criterios onomásticos y se basan en argumentos de tipo fonológico (mantenimiento de la *p indoeuropea, tratam iento de las aspiradas indoeuropeas y el léxico gramatical). Estamos de acuerdo con Tovar, cuando afirma que las invasiones indoeuropeas no fueron en realidad siempre de grandes naciones organizadas, sino de grupos mayo res o menores, que generalmente no llegaban por de pronto a or ganizarse en grandes territorios lingüísticos. Las lenguas de gran extensión sólo la lograron por asimilación de grupos menores y por influencias políticas, religiosas, económicas, etc. El lusitano como lengua es el único ejemplo en la península que podemos con traponer al celtibérico como otro dialecto indoeuropeo que ha lle gado a nosotros.
El vasco Como planteamiento metodológico inicial es necesario distin guir entre esta lengua, que se ha denominado por algunos auto res pirenaico antiguo y que actualmente se nombra como euskera, lengua no sólo prerromana, sino, según todos los investiga dores, preindoeuropea, y el pueblo de los vascones históricos, si-
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tuados por los textos greco-latinos de época romana en el terri torio de Navarra y algunas zonas aledañas (noroeste de Guipúz coa alrededor de Irún, zona de la margen derecha del Ebro en la actual Comunidad Autónom a de La Rioja después de la ex pansión del s. II y s. I a. C., la zona de las Cinco Villas en A ra gón, y la zona noroccidental de Huesca hasta territorio de los iacetanos con su centro en Jaca). Porque, además, está suficiente mente demostrado en distintas etapas y lugares que no es posi ble hacer una identificación mecánica entre pueblo y lengua. Para esta pequeña exposición seguimos un reciente artículo de Gorrochategui, citado en la bibliografía. Según este autor en la actualidad parece evidente que en una zona determinada del litoral del Golfo de Vizcaya, entre Bilbao y Biarritz, siguiendo hacia el interior por la zona al norte de la Cordillera Cantábrica y a ambos lados de los Pirineos occidentales hasta la provincia vascofrancesa de Soule se atestigua directamente desde el s. XVI d. C. e indirectamente desde el s. XI-XII una lengua no indoeu ropea que ha sufrido un retroceso desde sus más avanzadas po siciones medievales. Pero, ¿cuál era la situación a la llegada de los romanos? Se piensa por parte de Báhr y Michelena que en la zona vascoaquitana el aquitano representa un estadio antiguo del vasco o de una lengua íntimamente relacionada con él. El río Garona se ría el límite a la llegada de los romanos, aunque Burdeos y al rededores por las noticias de Estrabón quedarían fuera. Desde allí río arriba hasta la altura de Agen, donde se separaría hacia el sur para ir al encuentro del Garona sin encontrarlo; la línea en dirección norte-sur dejaría a Tolosa al este para alcanzar el Garona, traspasándolo por el desfiladero de Boussens, engloban do por la derecha el valle pirenaico del Salat. El vasco histórico del norte de los Pirineos sería continuación del hablado allí en época romana. Por lo que se refiere al vasco peninsular, aunque carecemos de datos para establecer la división entre vasco e ibé rico en la zona central de los Pirineos, Gorrochategui piensa que no hay argumentos suficientes para probar la afirmación que ha cen algunos autores de la presencia del vascuence en la zona al este del valle de Arán. Para la zona de vascones, várdulos y caristos hay una serie de datos que, aunque no muy abundantes,
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permiten suponer a Gorrochategui que el vasco era lengua de uso y que razones sociolingüísticas o de la naturaleza de la pro pia lengua hicieron que sus hablantes no consignaran por escrito sus nombres o bien que hubieran aceptado la antroponimia de las personas que se expresaban en una lengua más prestigiosa que la suya. Sería el caso de algún dialecto indoeuropeo y, más tarde, del latín. Lo que sí parece claro, tanto para Gorrochategui como para los autores antes citados, es que el vasco (o una forma antigua del mismo) ya existía del lado de acá de los Pirineos en época prerromana. En contra está la opinión del prestigioso lingüista J. Untermann, que recoge una idea yg expresada por Schmoll y que re cientemente ha afirmado que posiblemente hay que aceptar que el vasco no perteneció a las lenguas antiguas hispanas: quizá fue introducido por primera vez en la Península con los desplaza mientos de población de época romana o altomedieval. Pero, como afirma el propio Gorrochategui, intentar estable cer los límites precisos del antiguo vasco en la Península es em presa hoy por hoy, a falta de materiales, imposible, y el intentar establecerlos con exclusividad en oposición a las otras lenguas de la zona, un error.
BIBLIO G R AFIA A ún hoy sigue siendo fundam ental el libro de A . T o v a r , The Ancient Languages ofSpain and Portugal, N ueva Y ork, S. F. V anni Publishers and Booksellers, 1961. Puede verse tam bién com o estudio antiguo de carácter general J. C a ro B a r o ja , «La escritura e n la E spaña prerrom ana», en Historia de España dirigida p o r R. M en en d ez P id a l , I, 3, M adrid, 1954, págs. 677-812 y, más re cientem ente, J. U n term a nn , «La varietá lingüistica sulT’Iberia prerrom ana», AIQ N, 3 ,1 9 8 1 , págs. 15-35; J. d e H o z , «Las lenguas y la epigrafía prerrom anas de la Península Ibérica», en Actas del V I Congreso Español de Estudios Clási cos. Unidad y pluralidad en el mundo antiguo, M adrid, 1983, págs. 351-396 y J. U nterm a nn , «Die althispanischen Sprachen», en Aufstieg und Niedergang der rómischen Welt, II, 29, 2, 1983, págs. 791-818. Son igualm ente im portantes para este tem a m uchos de los artículos recogidos en las A ctas de los cuatro Coloquios sobre Lenguas y Culturas Prerromanas (Pa-
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leohispánicas) de la Península Ibérica, editados los tres primeros en la Universi dad de Salamanca y el IV en Vitoria, n." 2-3 de la revista Veleia, del Instituto de Ciencias de la Antigüedad de la Universidad del País Vasco. Estos artículos tienen por objeto alguna de las zonas lingüísticas que hemos estudiado a lo largo de este capítulo. Com o trabajos específicos referidos a alguna de las lenguas prerrom anas y no recogidos en las A ctas m encionadas conviene resaltar los siguientes: los es tudios de M . G ó m ez M o ren o sobre el ibérico y recogido en Misceláneas: Historia-Arte-Arqueología, M adrid, 1949, «D e epigrafía ibérica: el plom o de Aicoy», págs. 219-231, «Sobre los iberos y su lengua», págs. 233-256 y «La escritura ibé rica», págs. 257-281. Sobre el celtibérico conviene ver M . L e je u n e , Celtibérica, Salam anca, U niversidad, 1955; J. d e H o z y L. M ic h ele n a , La inscripción cel tibérica de Botorrita, Salam anca, U niversidad de Salam anca, 1974 y A . B eltrán y A . T o v a r , Contrebia Belaisca. I : El bronce con alfabeto ibérico de Botorrita, Z aragoza, U niversidad de Z aragoza, 1982. Para el vasco son interesantes L. M i ch elen a , «R om anización y lengua vasca», en Fontes Linguae Vasconum, 1984, págs. 189-198; J. DE H o z , «El euskera y las lenguas vecinas antes de la rom ani zación», en Euskal Linguistika eta Literatura: Bidé Berriak, B ilbao, 1981, págs. 27-56; J. G o r r o c h a t e g u i , Estudio sobre la onomástica indígena de Aquitania, Bilbao, U niversidad del País V asco, 1984 y, del m ism o au to r, «H istoria de las ideas acerca de los lím ites geográficos del vasco antiguo», en Anuario «Julio de Urquijo», 19, 2, 1985, págs. 571-594.
BIBLIO G R AFIA G EN ER A L
D ebem os citar, en prim er lugar, los distintos m anuales publicados en los úl timos años, en tre los que destacan: Historia de España Alfaguara. Tomo I, E di torial A lianza, (M. V ig il ), M adrid 1973, págs. 242-269 (hay varias ediciones pos teriores); Historia de España Antigua. Tomo I. Protohistoria, E d. C átedra, (F. J. L om as y F. P r e s e d o en lo referido a pueblos), M adrid, 1980; Historia de Es paña dirigida p o r M. TuÑÓN de L a r a . I. Introducción, primeras culturas e Hís panla romana, E d. L abor, (M . T a r r a d e l l ) , B arcelona 1980, págs. 133-195; His toria de España dirigida por R . M e n e n d e z P i d a l, 1,2 y 1,3, E d. E spasa Calpe, M adrid, 1982 (en am bos volúm enes se tra ta de la reedición de lo ya dicho por los mismos autores en su prim era edición. N o así en los tem as referidos a Hispania rom ana revisados por especialistas actuales); Historia de España, H isto ria 16, (A . B l a n c o F r e i j e i r o ) , M adrid, 1986 (2.a e d .), págs. 77-111; Historia Ge neral de España y América, E d. R ialp, T om o I, 2, (M. B endala coordinador), M adrid, 1987, págs. 171-379; Historia de España. Tomo I, Instituto G allach, B ar celona, 1987, págs. 182-323. E n tre las m onografías resaltam os A . Blanco Freijeiro, Historia del Arte his
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pánico. I. La Antigüedad, 2, M adrid, 1981; J. M. B lá z q u e z , Primitivas religio nes ibéricas. II Religiones perromanas, M adrid, E d. C ristiandad, 1983; J. C a r o B a r o j a , L o s pueblos de España, B arcelona, 1946 (reed. M adrid, Ed. Istm o, 1976) y del mismo au to r, Los pueblos del norte de la Península Ibérica, San Se bastian, E d. T xertoa, 1973; T. C h a p a B r u n e t , La escultura ibérica zoomoria, M adrid, E ditora N acional, 1984; D . F l e t c h e r , Els ibers, Valencia, S .I.P ., 1983; R. F o x , Sistemas de parentesco y matrimonio, M adrid, A lianza U niversidad, 1972; M. C. G o n z á l e z Las unidades organizativas indígenas del área indoeuro pea de Hispania, V itoria-G asteiz, Instituto de Ciencias de la A ntigüedad de la U niversidad del País V asco, 1986; E . Me. W h ite , Estudios sobre las relaciones atlánticas de la península Ibérica en la Edad del Bronce, M adrid, 1951; G . NlCOlin i, L ’ art et la civilisation de L ’ Espagne antique. Les Ibéres, París, E d. Fayard, 1973; G . P e r e i r a (ed), Estudios de Cultura Castrexa e de Historia Antigua de Galicia, Santiago de C om postela, Servicio de Publicaciones de la U niversidad, 1983; A . R r u i z & M. M o lin o s (e d .), Iberos. Actas de las I Jornadas sobre el Mundo Ibérico. Jaén 1985, Jaén , A yuntam iento de Jaén y Ju n ta de A ndalucía, 1987; J. S a n to s , Comunidades indígenas y administración romana en el noroeste hispánico, B ilbao, Servicio E dito rial de la U niversidad del País V asco, 1985; M. T a r r a d e l l (e d .), Estudios de Economía antigua de la Península Ibérica, B ar celona, E d. Vicens Vives, 1968; A . T o v a r , The Ancient Languages ofSpain and Portugal, N ueva Y ork, S. F. V anni Publishers and B ooksellers, 1961, y del m is m o autor, Lenguas y pueblos de la Antigua Hispania. L o que sabemos de nues tros antepasados protohistóricos. Lección inagural del IV Coloquio sobre lenguas y Culturas Paleohispánicas de la Península Ibérica, V itoria, 1985 (tirada aparte); V a r io s A u t o r e s , Los asentamientos ibéricos antes de la romanización, M adrid, M inisterio de C ultura, 1987. La colección más completa de textos de autores clásicos e inscripciones refe ridos a la España en la época antigua es la de N . S a n t o s , Textos para la historia antigua de la Península Ibérica, O viedo, Asturlibros, 1980, con bibliografía en cada uno de los 23 apartados del libro.
TEXTOS Y DOCUMENTOS
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“ " ' “ Bronce latino de Contrebia Belaisca (B o to m ta , Zaragoza)
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Q EAN jueces quienes del senado 3 contrebiense se hallaren presentes resujta probado que el terreno qUe jos salluienses compraron a los sosinestanos para construir una canaliza ción o hacer una traída de aguas —de cuyo asunto se litiga— , lo vendieron los sosinestanos con pleno derecho a los salluienses, (aun) contra la voluntad de los allavonenses. En tal caso, si así resulta probado, sentencien estos jue ces que el terreno —de cuyo asunto se litiga— , lo vendieron los sosinestanos a los salluienses con pleno derecho; si resulta pro bado que no, sentencien que no lo vendieron con pleno derecho. (Sigue el texto con otros planteamientos jurídicos hasta que en la línea 16 se relacionan los intervinientes). Cuando este asunto fue juzgado éstos fueron los magistrados contrebienses: Lubbo, de los Urdinos, hijo de Letondo pretor (de Contrebia), Lesso, de los Sirios, hijo de Lubbo, magistrado, Babbo, de los Bolgondisos, hijo de Ablón, magistrado, Segilo, de los Annios, hijo de Lubbo, magistrado, (-)a to , de los(-)ulovios, hijo de Uxentio, magistrado, Ablón, de los Tindilios, hijo de Lubbo, magistrado. La causa de los salluienses la defendió (-)assio, hijo de (-)eihar, salluiense. La causa de los allavonenses la defendió Turibas, hijo de Teitabas, allavonense. Realizado en Contrebia Balaisca (sic) en los Idus de Mayo, siendo cónsules Lucio Cornelio (Cinna) y Gneo Octavio (El 15 de Mayo del año 87 a. de C.). (G. Fatás, Contrebia Belaisca, Botorrita, Zaragoza, II. Tabula Contrebiensis, Zaragoza, 1980, págs 13 y s.)
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" ~ ~ ~ ~ Localizacion de los pueblos del Levante, valle del Ebro y Catalana
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T OS primeros son los bástulos, en J L í ia costa; después de ellos, hacía ej interior, en el orden en que están enumerados, siguen los mentesanos, oretanos y, junto al Tajo, los carpetanos; cerca de ellos los vacceos, vetones y celtíberos aré vacos. En el litoral se encuentran los oppida de Urci y Baria, este último adscrito a la Bética, la región de Bastetania, seguida de la Contestania y Cartago Nova, colonia desde cuyo cabo llamado promontorio de Sagunto, hasta Cesarea, ciudad de Mauritania, hay 197.000 pies. En la zona costera restante se hallan el río Tader (Segura) e llici (Elche), colonia inmune de la que recibe su nombre el golfo ili citano; los icositanos están adscritos a ella. Lucentum (Tosal de Manises), que sigue después, goza del derecho latino, y Dianium (Denia) es estipendiaría; sigue el río Suero (Júcar) y anterior mente el oppidum del mismo nom bre, con lo que finaliza Con testania. Posteriormente viene la región de Edetania, ante la cual se extiende una agradable laguna, que penetra hasta territorio de los celtíberos; siguen a continuación Valencia, colonia situa da a 3.000 pies del mar, el río Turia, Sagunto, emplazada a otros tantos pies de la costa, oppidum noble por su fidelidad, con de recho romano, y después de ella el río Udiva (Mijares). Segui damente viene la región de los ilergaones, la corriente del Ebro, rico a causa de su corriente fluvial, que nace en territorio cán tabro, no muy lejos del oppidum de Iuliobriga, y discurre du rante 450.000 pies, siendo navegable en un recorrido de 260.000 desde el oppidum de Varea; debido a él los griegos denominan Iberia a toda España. Tras él sigue la región de Cossetania, el río Subi, el río Rubricato, desde el que continuán los lacetaños e indiketas. Después de ellos, y siguiendo con el mismo orden, al pie del Pirineo y penetrando en el interior de la región, se ha llan los ausetanos y iacetanos, y en el mismo Pirineo los cerretanos, y tras ellos los vascones. En el litoral la colonia Barcino con el sobrenombre de Faventia, Baetulo e lluro, ambos oppida con derecho romano; posteriormente el río Arno, Blanes, el río Alba, Ampurias, ciudad doble habitada por los indígenas y los griegos descendientes de los focenses; a continuación el río Ter
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y Venus Pyrenaea (Port Vendrés), al otro lado del promontorio, a 40.000 pies. (Plinio el Viejo, Historia Natural 3, 3, 19-22).
UCIO Emilio, hijo de Lucio, general, decretó que quienes, siendo «esclavos» de los Hastienses, habitaban en la torre Lascuta na, fuesen libres. Del mismo modo or denó que tuvieran la posesión y conservaran las tierras y el nú cleo urbano que poseyeren en aquel momento, mientras quisie ran el pueblo y el Senado Romano. Dado en el campamento doce día antes de las Kalendas de Febrero (el 19 de enero). (CIL II 5041).
A Turdetania es extraordinaria mente fértil: posee toda clase de la Turdetania frutos y muy abundantes; la exportación dobla estos bienes, porque los productos excedentes se venden con facilidad a los numerosos barcos comerciales. Esta situación está favorecida por sus corrientes fluviales y obras, similares a ríos y, como tales, remontables desde el mar hasta las ciudades de tierra adentro, ya por naves grandes, ya por otras más pequeñas. Toda la región que se extiende entre el Cabo Sagrado y las Columnas es llana; en ella se abren frecuentes escotaduras, semejantes a hondonadas de regular tamaño o a valles fluviales, por las que penetra el mar tierra adentro hasta muchos estadios de distan cia; las aguas ascendentes de pleamar las invaden de tal manera que los barcos pueden subir entonces por ellas como si lo hicie ran por un río, y hasta con mayor facilidad; en efecto, su nave gación se parece a la fluvial libre de impedimentos, puesto que el movimiento ascendente de pleamar la favorece, como lo haría el fluir de un río... Algunas de estas depresiones costeras se va
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cían con la marea baja, aunque las hay también que no desalo jan el agua por entero; otras suelen contener islas; así son las obras comprendidas entre las Columnas y el Cabo Sagrado, don de las mareas son más vivas que en otras partes; estas maneras proporcionan ciertas ventajas a los navegantes; por ellas las abras son más abundantes y mayores, lo que permite que, en algunos casos, los navios puedan ascender por sus aguas hasta 800 esta dios tierra adentro. Así pues, al ser navegable la región en todos sus sentidos, tanto la importación como la exportación de mer cancías se ven e x tra o rd in a ria m e n te facilitadas. (E s tra bón, 3, 2, 4,).
E Turdetania se exporta trigo y gran cantidad de vino y aceite; economía ibera éste es, además, insuperable, no sólo en cuanto a su cantidad, sino también por su calidad. Se exporta igualmente cera, miel, pez, mucha cochinilla y minio mejor que el del suelo sinópico. Construyen allí mismo sus navios con madera del país; poseen sal fósil y muchas corrientes de ríos salados, debido a lo cual, tanto en estas zonas, como en las de más allá de las colum nas, son abundantes las fábricas de salazón de pescado, que pro ducen salmueras tan buenas como las del Ponto. Con anteriori dad se importaba también gran cantidad de tejidos y en la ac tualidad sus lanas están más solicitadas que las de los coraxos y no hay nada que las supere en belleza. (Estrabón, 3, 2, 6).
OLIBIO, al referirse a las minas de plata de Cartago Nova, aseCartago Nova gUra qUe son mUy extensas, que distan de la ciudad alrededor de 20 estadios, que ocupan un área de 400 estadios, que en ellas trabajaban unos 40.000 obreros y que, en su época,
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reportaban al pueblo romano 25.000 dracmas diarias. Paso por alto todo lo que cuenta acerca del proceso de laboreo, ya que es largo de referir, pero no lo relacionado con la ganga argentí fera arrastrada por una corriente, de la que, asegura, se macha ca y separa del agua por medio de tamices; los sedimentos que se forman son triturados de nuevo y filtrados otra vez y, sepa radas de esta forma las aguas, machacados otra vez más. (Estrabón, 3, 2, 10)
ICHA región se llama bética, del nombre del río, y Turdetania, iberos ¿el nombre del pueblo que la habita; a estos habitantes se les denomina turdetanos o túrdulos, que algunos pien san que son los mismos, pero que, según otros, se trata de dos pueblos diferentes... Tienen fama de ser los más cultos de los ibe ros; poseen una gramática y tienen escritos de mucha antigüe dad, así como poemas y leyes en verso, que ellos dicen que tie nen 6.000 años. Los demás iberos tienen también su propia gra mática, pero ésta no es uniforme, porque tampoco hablan la mis ma lengua todos. (Estrabón, 3, 1, 6).
E las islas cercanas a Iberia las dos Pitiusas y las dos Gimnesias, Baleares y sus gentes también llamadas Baleares, se hallan situadas frente a la costa comprendida entre Tarragona y el río Suero, en la que se levanta Sagunto; las Pitiusas se hallan más alejadas hacia alta mar, mientras que las Gimmesias se encuentran más hacia el Occidente; una de éstas se llama Ebusos y posee una ciudad del mismo nom bre... Sus habitantes (de las Gimnesias) son pa cíficos, así como los que viven en Ebusos debido a la riqueza de los campos, pero la presencia entre ellos de algunos malhecho
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res que habían hecho causa común con los piratas puso a todos en un compromiso y provocó la expedición de Metelo, durante la cual adquirió el nombre de Baleárico y fundó las dos ciudades mencionadas con anterioridad. No obstante, a pesar de sus pa cíficos sentimientos, la defensa de sus riquezas hizo de ellos los más famosos honderos y aseguran que tal destreza se fecha ya en la época en que los fenicios ocuparon las islas... Desde niños se adiestran en el manejo de la honda, no recibiendo pan si no lo han acertado antes con ella; por ello Metelo, cuando al nave gar hacia las islas, se acercó a ellas, ordenó tender pieles sobre las cubiertas de los navios con el objeto de defenderse de los dis paros de las hondas. (Estrabón, 3, 5, 1). Ambas islas poseen numerosos habitantes, hasta el punto de sobrepasar los 30.000: como no producen vino son muy aficio nados a él y, por igual causa, al no producir aceite, se sirven del acebuche, que mezclan con la manteca de cerdo, utilizándolo igualmente para ungir sus cuerpos... De todos los pueblos son los baleáricos quienes, sin ningún género de dudas, más apre cian y valoran a sus mujeres; esto llega hasta tal punto que, si una de ellas es capturada por los piratas, son capaces de ofrecer como rescate tres o incluso cuatro hombres. (Diodoro de Si cilia, 5, 17, 2-3).
U equipo de combate consta de tres hondas, una de las cuales llede las Baleares van en [a cabeza, otra en la cintura y una tercera en la mano; utilizando esta arma son capaces de arrojar proyecti les mayores que los lanzados por otros honderos y con una fuer za tan grande que parece que el proyectil ha sido lanzado por una catapulta. Por ello en los ataques a las ciudades son capaces de desarmar y derribar a los defensores que se encuentran en las murallas y, si se trata de combates en campo abierto, consiguen romper un número enorme de escudos, yelmos y toda clase de corazas. (Diodoro de Sicilia, 5, 18, 3).
S
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OS más meridionales de los pue blos que viven en las regiones central y occidental antedichas son los oretanos, que se expanden hasta el litoral comprendido dentro de las Columnas; después de ellos se encuentran los carpetanos, hacia la región septentrional, y más lejos los vetones y vacceos, por entre los que discurre el Duero; en Acontia, ciudad de los vacceos, está el paso del río. Siguen, por último, los galaicos, que habitan en gran parte de las montañas; por haber resultado difíciles de someter dieron su nombre al vencedor de los lusitanos y en la actualidad una gran parte de éstos se denomina galaicos. Las ciudades principales de Oretania son Cástulo y Orisia. En la zona septentrional del Tajo se extiende la Lusitania, la más fuerte de las naciones iberas y la que durante más tiempo luchó contra los romanos; los límites de esta región son, hacia el Sur, el Tajo, por el Oeste y el Norte el Océano, y al Este, las tierras de los carpetanos, vetones, vacceos y galaicos, por no ci tar sino a los más conocidos... Hacia la parte oriental los galai cos limitan con los astures y celtíberos y los demás con los cel tíberos. (Estrabón, 3, 3, 2-3). Comprenden (la región de Lusitania) a los pueblos de los cél ticos, los túrdulos, junto al Tajo los vetones y, desde el Anas (Guadiana) hasta el Promontorio Sagrado, los lusitanos. (Plinio el Viejo, Historia Natural, 3, 116).
A primera costa que hallamos es la de Citerior o Tarraconense; pueblos del Norte partiendo del Pirineo y siguiendo el litoral del océano encontramos el saltus de los vascones, Oearso (Oyarzun-Irún), los oppida de los várdulos: Morogi, Menosca, Vesperies y el Portus Amanum donde en la actualidad se halla la colonia Flaviobriga (Castro Urdíales); a continuación la región de los cán tabros con 9 civitates..., siguen los orgenomescos, pertenecien
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tes a los cántabros...; más adelante la región de los astures y el oppidum de Noega. En la zona peninsular los pésicos y, después de ellos, el conventus lucense a partir del río Navia, con los albiones, cibarcos, egos, varros, llamados namarinos, adovos, arrones y arotrebas... A continuación los célticos, llamados ñe ros, los supertamáricos... tras ellos los coporos, el oppidum Noe ga, los célticos denominados prestamáricos y los cilenos. Des pués de los cilenos empieza el conventus de los bracaros con los helenos, grovios y el castellum Tyde (Tuy), todos del linaje de los griegos, las islas Siccae (Cíes) y el oppidum de Abobrica. Continúa el curso del Miño, que posee una desembocadura de 4.000 pies de ancho, Leuni, Seurbi y Bracara Augusta, por en cima de la cual están los galaicos. Viene luego el río Limia, el curso del D uero, uno de los mayores ríos de Hispania, que nace junto a los pelendones y pasa cerca de Numancia, después por entre los arévacos y vacceos y, tras servir de frontera entre As turias y los vetones, y entre Lusitania y los galaicos, va a separar también a los túrdulos de los bárbaros. (Plinio el Viejo, Historia Natural, 4, 20, 110-112). Los galaicos limitan por el Este con el pueblo de los astures y con los celtíberos; el resto de estos pueblos (vetones, vacceos y carpetanos) lindan con los celtíberos. (Estrabón, 3, 3, 3). Hasta el territorio de los cántabros el litoral del Norte es casi recto, a excepción de algunos pequeños cabos y de buenas esco taduras; en él encontramos, en primer lugar, a los ártabros y pos teriormente se hallan inmediatamente los astures. En la región ocupada por los ártabros un golfo de escotadura estrecha, aun que de un amplio contorno, exhibe en su perímetro la ciudad de Adrobica, recibiendo cuatro desembocaduras de ríos, dos de las cuales son muy poco conocidas hasta entre los mismos indíge nas; por las otras desaguan el Maurus (Mandeo) y el Ivia (Eume). En la zona costera de los astures se encuentra la ciudad de Noega... A partir de un río al que denominan Sella el litoral co mienza a retroceder gradualmente y, a pesar de ser todavía an cha, Hispania se estrecha cada vez más entre los dos mares, de
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tal manera que, por donde confluye con Galia, es la mitad de es trecha que en la parte occidental. Allí están asentados los cán tabros y várdulos; entre los cántabros hay algunos pueblos y cier tos ríos, cuyos nombres no pueden ser expresados en ninguna lengua: el Saunium (Saja) riega el territorio de los concanos y los salaenos; el Nammasa (Nansa) discurre por entre los avariginos y los orgenomescos; el Devales (Deva) rodea a Tritino y Bellunte; el Aturia a Decium y el Magrada (Urumea?) a Eason (Oyarzun). Los várdulos, que forman un solo pueblo, se extien den desde allí hasta el promontorio de la cadena pirenaica y aca ban las Hispanias. (Mela, Chorographia, 3, 1, 12-15). Con estos últimos (los cántabros) limitan los 22 pueblos de los astures, que se hallaban divididos en augustanos y transmon tanos, con Asturica (Astorga), que es una gran ciudad; entre es tos pueblos están los gigurros, pésicos, lancienses y zoelas; la po blación total alcanza los 240.000 individuos libres. El conventus lucense contiene, además de los célticos y le ma vos, 16 pueblos de nombres oscuros y bárbaros, aunque con una población aproximada de 166.000 hombres libres. De igual modo el conventus de los hrácaros contiene 24 civitates y 285.000 tributarios, entre quienes, además de los brácaros, pueden enum erarse los bíbalos, coelernos, galaicos, equaesos, límicos y querquernos. (Mela, Chorographia, 3, 28). A mediodía de éstos (los cántabros) se hallan los murbogos (turmogos), a quienes pertenecen las siguientes ciudades... Más orientales que éstos y los cántabros se encuentran los autrigones, a quienes pertenecen las siguientes ciudades mediterráneas: Vxamabarca (Osma de Valdegobia, Alava), Antecuia, Deobriga (Arce-M irapérez, junto a Miranda de Ebro). (Ptolomeo, 2, 6, 52-53). Entre el río Ebro y parte de los Pirineos se hallan los caristos al este de los autrigones, por medio de los cuales discurre el río. Los caristos están situados al Oriente y sus ciudades m editerrá neas son: Suestasium (Kutzemendi, prerromana, Arcaya, roma na), Tullica y Veleia (Iruña). (Ptolomeo, 2, 6, 64).
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IEND O cónsules Apio Junio Silano y Publio Silio Nerva (el año de El Caurel (Lugo) 28 d. C.), Tilego, hijo de Ambato, del pueblo (o ciudad) de los Susarros, del castro Aiobaiciaego hizo un pacto de hospitalidad con los Lougeos del castro Toletense para sí, su mu jer, sus hijos y descendientes. Y los del castro Toletense recibie ron para siempre en su fidelidad y clientela y la de los suyos a él, su m ujer y sus hijos. Lo realizó el propio Tillego, hijo de Am bato. Por medio de (lo dieron validez) los magistrados Latino, hijo de A ro, y Aio, hijo de Temaro. (F. Vázquez Saco, BCM Lugo VI, 49-52, 1958-1959, págs. 270 ss, n.° 2. Estudio en J. San tos, Comunidades indígenas y administración romana en el N o roeste hispánico, Bilbao, 1985, págs. 19 y ss.).
indicación de núcleo habitado (castro)
QUI yace Fusco, hijo de Severo, Límico del castro Arcuce, de veintidós años. Que la tierra te sea leve (descansa en paz). Su padre se preocupó de hacerlo. (O Archeologo Portugués, 28, 1927/29, p. 213, Cer-
deira do Coa, Guarda).
QUI yacen Fabia, hija de Eburo, del pueblo (o ciudad) de los leconfírmación de mavos, del castro Eritaeco, de cuarenhipótesis sobre ta años y v irio, hijo de Caeso, del castellum pueblo (o ciudad) de los Lemavos, del mismo castro, de siete años. Caesio se ocupó de hacerlo. (J. Mangas-E. Matilla, Memorias de Historia Antigua, 5, 1981, págs. 253-257. Astorga).
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L emperador César Vespasiano Augusto, pontífice máximo, en conmemorativa del su décima tribunicia potestad, Impepuente de Chaves. rator veinte veces, Padre de la Patria, Padráo dos Povos cónsul nueve veces; al emperador Tito hijo de Vespasiano César Augusto, pontífice, en su octava tribunicia po testad, Imperator catorce veces, cónsul 7 (año 79 d. C .)... A Cayo Calpetano Rancio Quirinal Valerio Festo, legado del em perador en lugar del pretor, a Décimo Cornelio Maeciano, le gado del em perador, a Lucio Arruntio Máximo, procurador del emperador de la Legión VII Gemina Feliz, las 10 ciudades (si guientes), los Aquiflavienses, los Aobrigenses, los Bibalos, los Coelernos, los Equaesos, los Interamicos, los Limicos, los Aebisocos, los Quarquernos y los Tamaganos. (CIL II 2477. Cha ves).
A
i N el consulado de Marco Licinio J Craso y de Lucio Calpurnio Pide los Zoelas són, cuatro días antes de las Kalendas de mayo (el 27 de abril del año 27 d. C.), la gentilitas de los Desoncos, de la gens de los Zoelas, y la gentilitas de los Tridiavos, de la mis ma gens de los Zoelas, renovaron un pacto de hospitalidad an tiquísimo y se recibieron mutuamente en su fidelidad y clientela y la de sus hijos y descendientes. Lo realizaron Arausa hijo de Blecaeno, Turaio hijo de Cloutio, Docio hijo de Elaeso, Magilón hijo de Clouto, Bodecio hijo de Burralo, Elaeso hijo de Clutamo, por medio de Abieno hijo de Pentilo, magistrado de los Zoelas. Hecho en (la ciudad de ?) Curunda. En el consulado de Glabrión y de Homullo, cinco días antes de las Idus de julio (el 11 de julio del año 152 d. C.), la misma gentilitas de los Desoncos y la gentilitas de los Tridiavos recibie ron en la misma clientela y en los mismos pactos, de la gens de los Avolgigos a Sempronio Perpetuo Orniaco y de la gens de los Visaligos a Antonio Arquio y de la gens de los Cabruagenigos a
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Flavio Frontón (ambos) Zoelas. Lo realizaron (dieron validez) Lucio Domicio Silón y Lucio Flavio Severo. En la ciudad de Asturica Augusta (Astorga). (CIL II 2633. Astorga. Estudio en J. Santos, Comunidades indígenas..., págs. 3 y ss.).
A rudeza y el salvajismo de estos pueblos no son debidos únicala civilización romana píente a sus costumbres guerreras, sino también a su alejamiento, puesto que los caminos marítimos y terrestres que conducen a estas tierras son largos y esta dificultad de co municación les ha llevado a perder toda sociabilidad y humani dad. No obstante, en la actualidad el mal es menor gracias a la paz reinante y a la llegada de los romanos; en los lugares en que no se dan estos dos elementos conservan un carácter feroz y bru tal, sin contar con que esta disposición natural entre una parte muy abundante de ellos ha podido verse aumentada por la as pereza del país y el rigor del clima. Pero, repito, estas guerras están hoy acabadas en su totalidad; los mismos cántabros, los más aferrados de estos pueblos a sus hábitos de bandidaje, así como las tribus vecinas, han sido reducidos por César Augusto; en la actualidad, en vez de destruir, como hacían antes, las tierras de los aliados romanos, aportan sus armas al servicio de los pro pios romanos... Además Tiberio, a indicación de su predecesor Augusto, envió a estas tierras a un cuerpo de tres legiones, cuya presencia ya ha hecho mucho, no sólo pacificando, sino también civilizando a una parte de estos pueblos. (Estrabón, 3, 3, 8).
L
ON los celtíberos correctos y be nevolentes con los extranjeros, celtíberos pUes a todos aquellos que se les presentan les requieren para que hagan un alto y disputan entre sí por la hos pitalidad que les brindan, y a quienes los extranjeros complacen,
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a éstos los encomian y los consideran gratos a los dioses. (Diodoro, 5, 34).
Riqueza minera del norte de Hispania
P T i ODA esta zona que acabamos de X citar, desde el Pirineo, está llena ¿e yacim ientos de oro, plata, hierro, plomo negro y blanco. (Flinio el Viejo, Historia Natural, 4, 20,112).
CO NTECIOLES (a los roma nos) también escasez de otras de trigo entre los cosas, principalmente de trigo, viénpueblos del Norte dose en la necesidad de tener que proveerse del que les enviaban de Aquitania, lo que se hacía con dificultad de bido a lo intrincado del terreno. (Estrabón, 3, 4, 18).
A
pueblos
^ N las tres cuartas partes del año i los montañeses no se nutren sino (je bellotas, que, secas y trituradas, se muelen para hacer pan, el cual puede guardarse durante mucho tiempo. (Es-
trabón, 3, 3, 7). Es cosa cierta que aún hoy día la bellota constituye una ri queza para muchos pueblos hasta en tiempos de paz. Habiendo escasez de cereales, se secan las bellotas, se las monda y se ama sa la harina en forma de pan. Actualmente, incluso en las Hispanias, la bellota figura entre los postres. Tostada entre cenizas es más dulce. (Plinio el Viejo, Historia Natural, 16, 15).
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i N la misma Hispania se encuenj tran los pueblos galaico y astur: ée Híspanla crían una raza de caballos (que denominan tieldones, así como los llama dos asturcones, de menor tamaño), cuyo andar durante la marcha no es corriente, sino elástico, como consecuencia de que extienden a un mismo tiempo las patas de ambos lados; de ahí que a estos caballos se les haya amaestrado para andar al trote. (Plinio el Viejo, Historia Natural, 8, 166). El ha venido también, todo bañado en lágrimas de la Auro ra, hacia el otro extremo del Universo, el Asturiano, el desgra ciado escudero de Memnón el oriental, después de haber aban donado las orillas de su patria. Monta un caballo de pequeña ta lla, ignorado en los combates, pero capaz, ya de galopar sin sa cudirse a su jinete, ya de tirar rápidamente enganchada en su dó cil cuello de una apacible carreta. (Silio Itálico, 3, 335-339).
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L ambicioso a las profundas entrañas de la tierra desgarrada y vuelve, desgraciado, del mismo color que el oro que ha extraído. (Silio Itálico, 1, 231-233). J
recursos minerales
OS celtíberos suministran para la lucha no sólo excelentes jinetes, los celtíberos s¡no también infantes que destacan por su valor y capacidad de sufrimien to. Están vestidos con ásperas capas negras, cuya lana recuerda el fieltro; en cuanto a armas, algunos de ellos llevan escudos ligeros, similares a los de los celtas, y otros grandes escudos redondos del tamaño del aspis griego. En sus piernas y espinillas trenzan bandas de pelo y cubren sus ca
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bezas con cascos broncíneos, adornados con rojas cimeras; lle van también espadas de doble filo, forjadas con excelente acero, y puñales de una cuarta de largo para el combate cuerpo a cuer po. Emplean una técnica peculiar en la fabricación de sus armas: entierran piezas de hierro y las dejan oxidar durante algún tiem po, aprovechando sólo el núcleo, de forma que obtienen, me diante una nueva forja, espadas magníficas y otras armas; un arma así fabricada corta cualquier cosa que encuentre en su ca mino, por lo que no hay escudo, casco o cuerpo que resista sus golpes... Son muy hábiles en lucha de dos modos diferentes: primero atacan a caballo y, en el caso de ser rechazados, desmontan y ata can de nuevo como soldados de infantería... Según sus normas habituales son extremadamente crueles con los criminales y los enemigos, aunque con los forasteros son compasivos y honrados, rivalizando entre ellos para prodigarles su hospitalidad... En cuanto a su alimentación, se sirven de toda clase de carnes, que abundan entre ellos, y como bebida poseen una combinación de vino y miel. (Diodoro de Sicilia, 5, 33, 2 y ss.).
ICEN que los lusitanos son dies tros en emboscadas y persecude los lusitanos ciones, ágiles, listos y disimulados; sus escudos son pequeños, de dos pies de diámetro y cóncavos por su lado ante rior; los llevan colgados por delante con correas y, al parecer, no poseen ni abrazaderas ni asas. Van armados igualmente con un puñal o cuchillo; la mayor parte de ellos llevan corazas de lino y algunos cota de malla y casco de tres cimeras, mientras que otros se cubren con cascos tejidos de nervios. Los que lu chan a pie usan espinilleras y llevan varias jabalinas, y algunos se sirven de lanzas con puntas de bronce. (Estrabón, 3, 3, 6).
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~~ 7 " Costambres entre los pueblos d el Norte
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rT ' ODOS los habitantes de las montañas son sobrios: no beben nada, a no ser agua, duermen en el suelo y llevan cabellos largos igual que las m ujeres, aunque para los comba tes ciñen su frente con una banda... Practican luchas gimnásti cas, hoplíticas e hípicas, entrenándose al mismo tiempo para el pugilato, las carreras, las escaramuzas y las batallas campales... beben zythos y el vino, que es escaso, cuando lo consiguen, se consume rápidamente en los grandes festines familiares. Usan manteca en vez de aceite; comen sentados sobre bancos cons truidos alrededor de las paredes, alineándose en ellos según sus edades y dignidades; los alimentos se hacen pasar de mano en mano. Mientras beben, los hombres danzan al son de flautas y trompetas, saltando en alto y cayendo arrodillados; también en Bastetania bailan las mujeres mezcladas con los hombres unidos por las manos. Los hombres van vestidos de negro, llevando casi todos ellos el sago, con el que duermen en sus lechos de paja; utilizan vasos hechos de madera labrada, como los celtas, y las mujeres llevan vestidos con adornos florales. En el interior practican el inter cambio de especies y dan pequeñas láminas de plata recortada en lugar de moneda. A los criminales se los despeña y a los parri cidas se los lapida, fuera de los montes y los cursos de agua... Antes de la expedición de Bruto no tenían más que barcos de cuero para navegar por los estuarios y lagunas del país, pero en la actualidad usan barcos hechos con un tronco de árbol, aun que de uso raro; su sal es purpúrea, pero al molerla se hace blan ca. De esta forma viven dichos montañeses, que habitan la parte septentrional de Iberia, es decir, los galaicos, astures y cánta bros, hasta los vascones y el Pirineo, todos los cuales cuentan con el mismo modo de vida. (Estrabón, 3 , 3 , 7 ) .
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OS ártabros poseen sus ciudades aglomeradas en la bahía, a la pueblos del Norte qUe jos marinos que navegan por allí denominan Puerto de los ártabros; en la actualidad a los ártabros se les de nomina también arotrebas. En la región situada entre el Tajo y la región de los ártabros habitan unas 30 tribus; esta región es de naturaleza rica en frutos y en ganado, así como en oro, plata y muchos otros metales; no obstante, la mayor parte de estas tri bus han renunciado a vivir de la tierra para medrar con el ban didaje, en continuas luchas mantenidas con ellos mismos o, tras atravesar el Tajo, en las provocadas contra las tribus vecinas. Los romanos, sin embargo, poniendo fin a este estado de cosas, los han obligado a descender de las montañas a los llanos en su mayoría, reduciendo sus ciudades a simples poblados y m ejorán dolos también con el establecimiento de algunas colonias entre ellos. El origen de tal anarquía se encuentra en las tribus mon tañosas, ya que, al habitar un suelo pobre y carente de lo más necesario, deseaban los bienes ajenos; pero, como éstos hubie ron de abandonar a su vez sus propios trabajos para rechazar los, tuvieron que cambiar el cuidado de los campos por la mili cia y, consiguientemente, la tierra no sólo dejó de producir los frutos que crecían de forma espontánea, sino que, además, se po bló de ladrones. (Estrabón, 3, 3, 5).
lusitanos hacen sacrificios y examinan las visceras sin sepalusitanos rarlas del cuerpo; observan asimismo las venas del pecho y adivinan palpan do. También auscultan las visceras de los prisioneros... Cuando la víctima cae por mano del hieroskopos, hacen una primera predicción por la caída del cadáver. Am putan las manos derechas de los cautivos y las consagran a los dioses. (Estrabón, 3, 3, 6).
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Ares sacrifican cabrones y tam bién cautivos y caballos, suelen pueblos del Norte hacer hecatombe de cada especie de víctimas, al uso griego, y, por decirlo al modo de Píndaro, inmolan todo un centenar.... (Estrabón, 3, 3, 7). Según ciertos autores los galaicos son ateos; más no así los celtíberos y los otros pueblos que lindan por el norte, todos los cuales tienen cierta divinidad innominada, a la que en las noches de luna llena las familias rinden culto danzando hasta el amane cer ante las puertas de sus casas. (Estrabón, 3, 4, 16).
¡i LLOS (los numantinos) aún quej rían entregarse, si se les impocolectivos njan condiciones aceptables para los guerreros. Pero, como Escipión desea ra una verdadera y total victoria, fue ron llevados a una situación tan extrema que se precipitaron al combate para encontrar la muerte que allí les esperaba, después de haberse atiborrado en festines semejantes a las comidas mor tuorias, de carne semicruda y celia; así llaman a una bebida in dígena sacada del trigo (fermentada). (Floro, 1, 34, 2 = Orosio, 5, 7, 13).
INDICE ONOMASTICO
Abad Casal, L.: 102
Abdera (Adra): 36 A bieno, zoela hijo de Pentilo: 141,196 Ablón, de los tindillos: 187 Ablón, magistrado padre de Babbo: 187 Abóbrica, ciudad : 194 Acontia, ciudad vaccea: 193 adovos: 194 Adrobica, ciudad: 194 Aeminium (Coimbra): 110 Africa: 18 Agen (Francia): 179 ager (vascones de la llanura): 111 Agost, esfinge de: 90 A io, hijo de Temaro: 141, 196 Aiobaiciaego, castro: 196 Aitzgorri, sierra de: 29
Alava: 29,111, 120, 153 al(l)avonenses: 27, 28 Alba, río: 188 Albacete: 37, 83, 85, 97 Albarracín, sierra de: 43 Albertos, M. L.: 22, 23, 24, 105, 110, 122, 123, 124, 127, 132, 164, 176 albiones: 113, 123, 141, 142, 194 «Albura Caturonis inscripción: 24 Alcácer Do Sal (Salada): 110 Alcalá de Henares (Complutum): 109, 176 Alcalá de los Gazules (Cádiz): 49 50 Alcoy: 97,1 8 1 Alcubierre, sierra de: 34 Alcudia, bahía de (Mallorca): 169 Alcudia de Elche: 86 Alegría de Alava: 29 ,1 1 1
Alemtejo: 110 Alfaro (vertbn.: Graccurris): 111 Algarve (Portugal): 21, 71, 110, 172, 173
Alhama, río: 27 Alhama de Aragón: 111 Alicante: 36, 42, 43, 70, 73, 75, 83, 91, 104, 118
Aljustrel (Algarve): 172 Allavona, ciudad: 28 allavonenses (ver: alavonenses): 187 A lloza (Teruel): 93 Almadén (Sísapo): 64, 65 Almagro Basch, Martín: 80, 84, 163 Almagro Gorbea, M.: 81, 89, 90, 104 Almenara, sierra de: 26 Almería: 37, 39, 71, 173, 174 Almonte, río: 26 A Imuñécar (Sexi): 118 Altamira, sierra de: 26 Alvarez Osorio, F.: 104 arnacos: 113
Amasia, 'geógrafo de '(ver: Estrabón):
11, 11 Am bato, padre de Tilego: 141, 196 América: 127, 181 Amílcar Barca: 52, 56 Ampurdán, El (L ’Empordá): 102 Ampurias (Emporiom): 9, 73, 75, 76, 77, 93, 97, 98, 99, 104, 188 Anas, río (Guadiana): 193 Aneares, sierra de: 26 Andalucía: 9 ,2 1 ,3 1 ,3 7 ,3 9 ,4 3 ,5 0 ,7 3 , 76, 88, 90, 91, 99, 172 andelonenses: 111 Andión: 111
INDICE
Introducción ......................................................................... Capítulo 1: Las áreas histérico-culturales de la Penínsu la Ibérica en época prerrom ana ................................... Capítulo 2: Area ibera. Pueblos del sur y este de España .......................................................... ................... Capítulo 3: A rea indoeuropea. Pueblos del centro, oes te y norte de España ...................................................... Capítulo 4: Canarias y B a le are s....................................... Capítulo 5: Las lenguas prerromanas de la Península Ibérica .............................................................................. Textos y D ocum entos........................................................ Indice onom ástico....................... .......................................
Págs. 9 17 31 107
167 171 185 205