DIOS ESTÁ PRESENTE EN EL MOMENTO DE LA ANGUSTIA BENEDICTO XVI
Benedicto XVI: Dios está presente en el momento de la angustia Hoy en la Audiencia General CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 14 de septiembre de 2011 (ZENIT.org). ZENIT.org).-- A cont contin inua uaci ción ón les les ofre ofrece cemo moss a cont contin inua uaci ción ón la catequ equesis que el Papa Bene enedicto cto XVI hizo hoy durante la Audiencia General celebrada en la Plaza de San Pedro, siguiendo el ciclo sobre la oración cristiana. ***** Queridos hermanos y hermanas: En la catequesis de hoy quisiera afrontar un Salmo de fuertes implicaciones cristológicas, que continuamente aflora en los relatos de la pasión de Jesús, con su doble dimensión de humillación y de gloria, de muerte y de vida. Es el Salmo 22 según la tradición judía, 21 según la tradición greco-latina, una oración sincera y conmovedora, de una densidad humana y una riqueza teológica que lo convierten en uno de los Salmos más rezados y estudiados de todo el Salterio. Se trata de una larga composición poética (nosotros nos detendremos en particular en la primera parte), concentrada en el lamento, para profundizar algunas dimensiones significativas de la oración de súplica a Dios. Este Salmo presenta la figura de un inocente perseguido y rodeado de adversarios que quieren su muerte; él recurre a Dios en un lamento doloroso que, en la certeza de la fe, se abre misteriosamente a la alabanza. En su oración la realidad angustiosa del presente y el recuerdo consolador del pasado se alternan, en una sufrida toma de conciencia de la propia situación desesperada que no quiere renunciar a la esperanza. Su grito inicial es una llamada
dirigida a Dios que parece lejano, que no responde y que parece haberlo abandonado: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué estás lejos de mi clamor y mis gemidos? Te invoco de día, y no respondes, de noche, y no encuentro descanso” (v. 2 y 3). Dios calla y este silencio hiere el ánimo del orante, que llama incesantemente, pero sin encontrar respuesta. Los días y las noches se suceden en una búsqueda incansable de una palabra, de una ayuda que no llega; Dios parece muy distante, muy olvidadizo, muy muy ausen ausente te.. La oraci oración ón pide pide escu escuch chaa y resp respues uesta ta,, soli solici cita ta un contacto, contacto, busca una relación que pueda darle consuelo y salvación. salvación. Pero si Dios no responde, el grito de ayuda se pierde en el vacío y la soledad se convierte en algo insoportable. Además el orante de nuestro Salmo llama al Señor tres veces “mi Dios”, en un extremo acto de confianza y de fe. No obstante las apariencias, el Salmista no puede creer que el vínculo con el Señor se haya roto totalmente y, mientras pide un por qué del presunto abandono incomprensible, afirma que “su” Dios no puede abandonarlo. aba ndonarlo. Como se sabe, el grito inicial del Salmo, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” se cita en los Evangelios de Mateo y de Marcos como el grito lanzado por Jesús cuando muere en la cruz (cfr. Mt 27,46; Mc15,34). Expresa toda la desolación del Mesías, Hijo de Dios, que está afrontando el drama de la muerte, una real ealidad totalm alment ente con contrapu apuest esta al Seño eñor de la vida. Abandonado por casi todos los suyos, traicionado y renegado por los discípulos, rodeado por los que le insultan, Jesús está bajo el peso aplastante de una misión que debe pasar por la humillación y el aniquilamiento. Por esto grita al Padre y su sufrimiento asume las palabras dolientes del Salmo. Sin embargo el suyo no es un grito
desesperado, como no lo era el del Salmista, que en su súplica recorre un camino ato atorment entado que llega ega finalm almente a una perspectiva de alabanza, en la confianza de la victoria divina. Y ya que en la costumbre judía citar el inicio de un Salmo implicaba una refe refere renc ncia ia al poem poemaa comp complet leto, o, la oraci oración ón de Jesú Jesúss agon agoniz izant ante, e, aunque mantiene su carga de sufrimiento indecible, se abre a la certeza de la gloria. “¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?”, dirá el Resucitado a los discípulos de Emaús (Lc 24,26). En su Pasión, en obediencia al Padr Padre, e, el Seño Señorr Jesú Jesúss atra atravi vies esaa el aban abando dono no y la muer muerte te para para alcanzar la vida y darla a todos los creyentes. A este este grit grito o inic iniciial de súpl súplic ica, a, en nues nuestr tro o Salm Salmo o 22-2 22-21, 1, seguidamente, en una dolorosa comparación, recuerda el pasado: “En ti confiaron nuestros padres: confiaron, y tú los libraste; clamaron a ti y fueron salvados, confiaron en ti y no quedaron defraudados” (v. 5 y 6). Ese Dios que hoy al Salmista le parece lejano, es el Señor misericord misericordioso ioso que Israel ha experimentado experimentado siempre siempre en su historia. El pueblo, al que pertenece el orante, ha sido objeto del amor de Dios y puede testificar su fidelidad. Comenzando por los Patriarcas, desp despué uéss en Egip Egipto to y en la larg largaa pere peregr grin inac ació ión n en el desie esiert rto, o, dura durant ntee la perm permane anenc ncia ia en la tier tierra ra prom prometi etida da,, en cont contact acto o con con pueblos agresivos y enemigos hasta la oscuridad del exilio, toda la historia historia bíblica ha sido una historia historia de petición petición de auxilio auxilio por parte del pueb pueblo lo y de respu espues esta tass salv alvífic íficas as por por parte arte de Dios Dios.. Y el Salmista hace referencia a la inquebrantable fe de sus padres, que “con “confi fiar aron on”” -se -se repi repite te este este verb verbo o tres tres vece vecess- sin sin qued quedar ar nunc nuncaa defr defrau auda dado dos. s. Ahor Ahora, a, sin sin emba embarg rgo o, pare parece ce que que esta esta cade cadena na de invocaciones confiadas y respuestas divinas se haya interrumpido.
La situ situaci ación ón del del Salm Salmist istaa pare parece ce desme desment ntir ir toda toda la hist histor oria ia de salvación, haciendo más dolorosa la realidad presente. Pero Pero Dios Dios no pued puedee desm desmen enti tirs rse, e, y ento entonc nces es la orac oració ión n vuelve a describir la penosa situación del orante, para hacer que el Señor tenga piedad e intervenga, como había hecho siempre en el pas pasad ado. o. El Salm Salmis ista ta se defin efinee “per “pero o yo soy soy un gusa gusano no,, no un hombre; la gente me escarnece y el pueblo me desprecia” (v.7), se burlan de él, lo desprecian (cfr v. 8), y herido en su propia fe: “Confió en el Señor, que él lo libre; que lo salve, si lo quiere tanto” (v.9). Bajo los golpes burlones de la ironía y del desprecio, parece que que el pers perseg egui uido do pier pierda da sus sus conn connot otaci acion ones es huma humana nas, s, como como el Siervo sufriente del Libro de Isaías (cfr Is 52,14; 53,2b-3). Y como el justo oprimido del Libro de la Sabiduría (cfr 2,12-20), como Jesús en el Calvario (cfr Mt 27,39-43), el Salmista ve cómo se pone en tel tela de juic juicio io su relac elació ión n con con el Señor eñor,, el énfas nfasis is crue cruell y sarcástico de los que lo están haciendo sufrir: el silencio de Dios, su aparente ausencia. Sin embargo, Dios está presente en la existencia del del oran orante te con con una una cerc cercan anía ía y una una tern ternur uraa incu incues esti tion onab able le.. El Salmista lo recuerda al Señor: “Tú, Señor, me sacaste del seno materno, me confiaste al regazo de mi madre; a ti fui entregado desde mi nacimiento (v. 10-11a). El Señor es el Dios de la vida, que hace nacer y acoge al neonato y lo cuida con afecto de un padre. Y si antes se había recordado la fidelidad de Dios en la historia del pueblo, ahora el orante evoca su propia historia personal de relación con el Señor, remontándose al momento particularmente importante del inicio de su vida. Y allí, no obstante la desolación del presente, el Salmista reconoce una cercanía y un amor divino tan radical, que ahora puede exclamar, en una confesión llena de fe y generadora de esperanza: “desde el seno de mi madre, tú eres mi Dios” (v.11b). El lamento se convierte ahora en una súplica conmovedora: “No te quedes lejos, porque acecha el peligro y no hay nadie para
socorrerme” (v.12). La única cercanía que el Salmista percibe y que lo aterroriza es la de los enemigos. Y por tanto es necesario que Dios se haga cercano y que lo socorra, porque los enemigos rodean al orante, lo cercan y son como toros poderosos, como leones que abren sus fauces para rugir (cfr v. 13-14). La angustia altera la percep percepció ción n del peligr peligro, o, aument aumentándo ándolo. lo. Los advers adversari arios os parecen parecen invencibles, se han convertido en animales feroces y pel pelig igro rosís sísim imos os,, mien mientr tras as que que el Salm Salmist istaa es como como un pequ pequeñ eño o gusano, impotente, sin defensa alguna. Pero estas imágenes, usadas en el Salmo, sirven para decir que cuando el hombre es un ser brutal que agrede a sus hermanos, algo animal lo posee, parece perder su apariencia humana; la violencia tiene algo de bestial y sólo la intervención salvadora de Dios puede restituir la humanidad al hombre. Ahora, para el Salmista, objeto de tanta feroz agresión, parece que no hay salida y que la muerte comienza a poseerlo: “Soy como agua que se derrama y todos mis huesos están dislocados [...]; mi garganta está seca como una teja y la lengua se me pega al pal palad adar ar.. Se repa repart rten en entr entree sí mi ropa ropa y sort sortea ean n mi túni túnica ca”( ”(v. v. 15.1 15.16. 6.19 19). ). Con Con imág imágen enes es dram dramát átic icas as,, que que enco encont ntra ramo moss en los los relatos de la Pasión de Cristo, se describe la descomposición del cuer cuerpo po del del cond conden enad ado, o, el calo calorr inso insopo port rtab able le que que ator atorme ment ntaa al moribundo y que encuentra eco en la petición de Jesús: “Tengo sed” (cfr Jn 19,28), hasta alcanzar el gesto definitivo con el que los tort tortur urad ador ores es,, como como los los sold soldad ados os bajo bajo la cruz cruz,, se repa repart rten en las las vestiduras de la víctima a la que consideran muerta (cfr Mt 27,35; Mc 15,24; Lc 23,34; Jn 19,23-24). 19, 23-24). Y de nuevo, la petición de socorro urgente: “Pero tú, Señor, no te quedes lejos; tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. Sálvame” (vv. 20.22a).Este es un grito que abre los cielos, porque proclama una fe, una seguridad que va más allá de toda duda, de toda oscuridad y de toda desolación. Y el lamento se transforma, deja lugar a la alabanza anza en la aco acogida de la salvaci ación: “Yo
anunciaré tu Nombre a mis hermanos, te alabaré en medio de la asamblea” (v.23). Así el Salmo se abre a la acción de gracias, al gran himno final en el que participa todo el pueblo, los fieles del Señor, la Asamblea litúrgica, las generaciones futuras(cfr v. 24-32). El Señor ha venido en su ayuda, ha salvado al pobre y le ha mostrado el rostro de su misericordia. Muerte y vida se han cruzado en un misterio inseparable del que ha salido victoriosa la vida, el Dios de la salvación se ha mostrado Señor indiscutible ante el cual todos los confines de la tierra celebrarán y todas las familias de los pueblos se postrarán. Es la victoria de la fe, que puede transformar la muert erte en don de vida, el abi abismo del dolor en fuente de esperanza. Quer Querid idís ísim imos os herm herman anos os y herm herman anas as,, este este Salm Salmo o nos nos ha llevado al Gólgota, a los pies de la cruz, para revivir su pasión y compartir compartir la alegría alegría fecunda fecunda de la resurrecció resurrección. n. Dejémonos Dejémonos invadir de la luz del misterio pascual y, como los discípulos de Emaús, apre aprend ndam amos os a disc discer erni nirr la verd verdad ader eraa real realid idad ad más más allá allá de las las apar aparie ienc ncia ias, s, recon conocie ociend ndo o el camin amino o de la exal exalta taci ción ón en la humillación y la plena manifestación de la vida en la muerte, en la cruz. Así poniendo de nuevo toda nuestra confianza y esperanza en Dios Padre, en el momento de la angustia, le podremos rezar con fe tambi también én noso nosotr tros os y nues nuestr tro o grit grito o de auxi auxili lio o se trans transfo form rmar aráá en cantos de alabanza. Gracias.
[Traducción del original italiano por Carmen Álvarez ©Libreria Editrice Vaticana]