JULIO RAMON RIBEYRO
Cuentos
La molicie La solución Mar afuera Sólo para fumadores Iinterior L! La insi"nia El #an$uete Los "allina%os sin plumas El profesor suplente
Espumante en el sótano Los meren"ues
La molicie
Mi compañero y yo luchábamos l uchábamos sistemáticamente contra la molicie. Sabíamos muy bien que ella era poderosa y que se adueñaba fácilmente de los espíritus de la casa. Habíamos observado cómo, agaapada, en las comidas fuertes, en los muelles sillones y hasta en las melodías lánguidas de los boleros aprovechaba cualquier instante de flaquea para tender sobre nosotros sus braos tentadores y sutiles y envolvernos suavemente, como la emanación de un pebetero. Había, pues, que estar en guardia contra sus asechanas! había que estar a la e"pectativa de nuestras debilidades. #uestra habitación estaba prevenida, diríase e"orciada contra ella. Habíamos atiborrado los estantes de libros, libros raros y preciosos que constantemente despertaban nuestra curiosidad y nos disponían al estu estudi dio. o. Habí Habíam amos os colo colore read adoo las las pare parede dess con con e"tr e"traño añoss dibu dibu$o $oss que que día día a día día renovábamos para tener siempre alguna novedad o, por la menos, la ilusión de una perpetua mudana. %o pintaba espectros y animales prehistóricos, y mi compañero traaba con el pincel transparentes y arbitrarias alegorías que constituían para mí un enig enigma ma inde indesc scif ifra rabl ble. e. &ení &eníam amos os,, por por 'lti 'ltimo mo,, una una pequ pequeñ eñaa radi radiol olaa en la cual cual en momentos de sumo peligro poníamos cantigas gregorianas, sonatas clásicas o alguna fustigante piea de $a que comunicara a todo lo inerte una vibración de ballet. ( pesar de todas esas medidas no nos considerábamos enteramente seguros. )ra a la hora de despertarnos, cuando las golondrinas *+eran las golondrinas o las alondrasnos marcaban el tiempo desde los te$ados, el momento en que se iniciaba nuestra lucha. #os provocaba correr la persiana, amortiguar la lu y quedarnos tendidos sobre las duras camas! dulcemente mecidos por el vaivn de las horas. /ero estimulándonos recíprocamente con gritos y conse$os, saltábamos semidormidos de nuestros lechos y corríamos a travs del corredor caldeado hasta la ducha, ba$o cuya agua helada recibíamos la primera cura de emergencia. )lla nos permitía pasar la mañana con ciertas reservas, metidos entre nuestros libros y nuestras pinturas. ( veces, cuando el calor no era muy intenso salíamos a dar un paseo entre las arboledas! viendo a la gente arrastrarse penosamente por las caladas, huyendo tambin de la molicie, como nosotros. 0espus del almuero, sin embargo, sobrevenían las horas más difíciles y en las cuales la mayoría de nuestros compañeros sucumbían. 0el comedor pasábamos al
Espumante en el sótano Los meren"ues
La molicie
Mi compañero y yo luchábamos l uchábamos sistemáticamente contra la molicie. Sabíamos muy bien que ella era poderosa y que se adueñaba fácilmente de los espíritus de la casa. Habíamos observado cómo, agaapada, en las comidas fuertes, en los muelles sillones y hasta en las melodías lánguidas de los boleros aprovechaba cualquier instante de flaquea para tender sobre nosotros sus braos tentadores y sutiles y envolvernos suavemente, como la emanación de un pebetero. Había, pues, que estar en guardia contra sus asechanas! había que estar a la e"pectativa de nuestras debilidades. #uestra habitación estaba prevenida, diríase e"orciada contra ella. Habíamos atiborrado los estantes de libros, libros raros y preciosos que constantemente despertaban nuestra curiosidad y nos disponían al estu estudi dio. o. Habí Habíam amos os colo colore read adoo las las pare parede dess con con e"tr e"traño añoss dibu dibu$o $oss que que día día a día día renovábamos para tener siempre alguna novedad o, por la menos, la ilusión de una perpetua mudana. %o pintaba espectros y animales prehistóricos, y mi compañero traaba con el pincel transparentes y arbitrarias alegorías que constituían para mí un enig enigma ma inde indesc scif ifra rabl ble. e. &ení &eníam amos os,, por por 'lti 'ltimo mo,, una una pequ pequeñ eñaa radi radiol olaa en la cual cual en momentos de sumo peligro poníamos cantigas gregorianas, sonatas clásicas o alguna fustigante piea de $a que comunicara a todo lo inerte una vibración de ballet. ( pesar de todas esas medidas no nos considerábamos enteramente seguros. )ra a la hora de despertarnos, cuando las golondrinas *+eran las golondrinas o las alondrasnos marcaban el tiempo desde los te$ados, el momento en que se iniciaba nuestra lucha. #os provocaba correr la persiana, amortiguar la lu y quedarnos tendidos sobre las duras camas! dulcemente mecidos por el vaivn de las horas. /ero estimulándonos recíprocamente con gritos y conse$os, saltábamos semidormidos de nuestros lechos y corríamos a travs del corredor caldeado hasta la ducha, ba$o cuya agua helada recibíamos la primera cura de emergencia. )lla nos permitía pasar la mañana con ciertas reservas, metidos entre nuestros libros y nuestras pinturas. ( veces, cuando el calor no era muy intenso salíamos a dar un paseo entre las arboledas! viendo a la gente arrastrarse penosamente por las caladas, huyendo tambin de la molicie, como nosotros. 0espus del almuero, sin embargo, sobrevenían las horas más difíciles y en las cuales la mayoría de nuestros compañeros sucumbían. 0el comedor pasábamos al
salón y embotados por la cuantiosa comida caíamos en los sillones. (llí pedíamos caf, antes que los o$os se nos cerraran, y gracias a su gusto amargo y tostado, febrilmente sorbido, podíamos pensar lo elemental para mantenernos vivos. 1epetíamos el caf, fumábamos, ho$eábamos por centsima ve los diarios, hasta que la molicie hacía su ingreso por las tres grandes ventanas asoleadas. /oco a poco disminuía el ritmo de los coloquios! las partidas de a$edre se suspendían, el humo iba desvanecindose, el radio sonaba pereosamente y muchos quedaban inmóviles en los sillones, un alfil en la mano, los o$os entrecerrados, la respiración sofocada, la sangre viciada por un terrible vene veneno no.. )nto )ntonc nces es,, mi comp compañe añero ro y yo hu huía íamo moss torp torpem emen ente te por por las las esca escale lera rass y llegábamos e"haustos a nuestro cuarto, donde la cama nos recibía con los braos abiertos y nos hacía brevemente suyos. ( esta hora, tal ve, fuimos en alguna oportunidad presas de la molicie. 1ecuerdo especialmente un día en que estuve tumbado hasta la hora de la merienda sin poder moverme, y más a'n, hasta la hora de la cena, hora en que pude levantarme y arrastrarme hasta el comedor como un sonámbulo. /ero esto no volvió a repetirse por el momento. ('n ramos fuertes. ('n ramos capaces de rechaar todos los asaltos y llenar la tarde de lecturas comunes! de glosas y de disputas, muchas veces biantinas, pero que tenían la virtud de mantener nuestra inteligencia alerta. ( veces, hartos de raonar, nos apro"imábamos a la ventana que se abría sobre un gran patio, al cual los edificios volvían la intimidad de sus espaldas. 2eíamos, entonces, que la molicie retoaba en el patio, ba$o el resplandor del sol y, reptando por las paredes, hacía suyos los departamentos y las cosas. /or las ventanas abiertas veíamos hombres y mu$eres desnudos, indolentemente estirados sobre los lechos blancos, abanicándose con periódico. ( veces alguno de ellos se apro"imaba a su ventana y miraba el patio y nos veía a nosotros. 3uego de hacernos un gesto vago, que podía interpretarse como un signo de complicidad en el sufrimiento, regresaba a su lecho, bebía lentos $arros de agua y, envuelto en sus sábanas como en su sudario, proseguía su descomposición. )ste cuadro al principio nos fortalecía porque revelaba en nosotros cierta superioridad. Mas, pronto aprendimos a ver en cada ventana como el refle$o anticipado de nuestro propio destino y huíamos de ese espectáculo como de un mal presagio. Habíamos visto sucumbir, uno por uno, a todos los desconocidos habitantes de aquellos pisos, sucumbir insensiblemente, casi con dulura, o más bien, con voluptuosidad. (un aquellos que ofrecieron resistencia 4aquel, por e$emplo, que $ugaba $ugaba solitarios solitarios o aquel otro que tocaba tocaba la flauta4 flauta4 habían habían perecido perecido estrepitosamente. 3a poca gente que disponía de recursos 4nosotros no estábamos en esa situación4 se libraban de la molicie abandonando la ciudad. 5uando se produ$eron los primeros casos improvisaron equipa$es y huyeron hacia las sierras nevadas o hacia las playas frescas,
latitudes en las cuales no podía sobrevivir el mal. #osotros en cambio, teníamos que afrontar el peligro, esperando la llegada del otoño para que se e"tendiera su alfombra de ho$as secas sobre los maleficios del estío. ( veces, sin embargo, el otoño se retrasaba mucho, y cuando llegaban los primeros cieros, la mayoría de nosotros estábamos incurablemente enfermos, completamente corrompidos para toda la vida. 3as siete de la noche era la hora más benigna. 0iríase que la molicie hacia una tregua y abandonando provisoriamente la ciudad, reunía fueras en la pradera, preparándose para el asalto final. )ste se producía despus de la cena, a las once de la noche, cuando la brisa crepuscular había cesado y en el cielo brlllaban estrellas implacablemente l'cidas. ( esta hora eran tambin, sin embargo, m'ltiples las posibilidades de evasión. 3os adinerados emigraban hacia los salones de fiesta en busca de las mu$eruelas para hallar, en el delirio, un remedio a su cansancio. 6tros se hartaban de vino y regresaban ebrios en la madrugada, completamente insensibles a las sutileas de la molicie. 3a mayoría, en cambio se refugiaba en los cinematógrafos del barrio, despus de into"icarse de caf. 3os preparativos para la incursión al cine eran siempre precedidos de una gran tensión, como si se tratara de una medida sanitaria. Se repasaban los listines, se discutían las películas y pronto salía la gran caravana cortando el aire espeso de la noche. Muchos, sin embargo, no tenían dinero ni para eso y mendigaban plañideramente una invitación, o la e"igían con amenaas a las que eran conducidos fácilmente por el peligro en que se hallaban. )n las incómodas butacas veíamos tres o cuatro cintas consecutivas, con un inters e"cesivo, y que en otras circunstancias no tendría e"plicación. #os reíamos de los malos chistes, estábamos a punto de llorar en las escenas melodramáticas, nos apasionábamos con hroes imaginarios y había en el fondo de todo ello como una cruel necesidad y una com'n hipocresía. ( la salida frecuentábamos paseos solitarios, aromados por perfumes fuertes, y esperábamos en peripatticas charlas que el alba plantara su estandarte de lu en el oriente, signo indudable de que la molicie se declaraba vencida en aquella $ornada. (l promediar la estación la lucha se hio insostenible. Sobrevinieron unos días opacos, con un cielo gris cerrado sobre nosotros como una campana neumática. #o corría un aliento de aire y el tiempo detenido husmeaba sórdidamente entre las cosas. )n estos días, mi compañero y yo, comprendimos la vanidad de todos nuestros esfueros. 0e nada nos valían ya los libros, ni las pinturas, ni los silogismos, porque ellos a su ve estaban contaminados. 5omprendimos que la molicie era como una enfermedad cósmica que atacaba hasta a los seres inorgánicos, que se infiltraba hasta en las entidades abstractas, dándoles una blanda apariencia de cosas vivas e in'tiles. 3a residencia, piso por piso, había ido cediendo sus posiciones. 3a planta inferior, ocupada por la despensa y la carbonería, fu la primera en suspender la lucha. 3as materias
corruptibles que guardaba 4pilas de carbón vegetal, víveres malolientes4 fueron presas fáciles del mal. 3uego el mal fue subiendo, infle"iblemente, como una densa marea que sepultara ciudades y suspendiera cadáveres. #osotros, que ocupábamos el 'ltimo piso, organiamos una encarniada resistencia. #uestro reducto fue un pequeño y anónimo cantar de gesta. (briendo los grifos de$amos correr el agua por los pasillos e infiltrarse en las habitaciones. )n una heroica salida regresamos cargados de frutas tropicales y de palmas, para morder la pulpa $ugosa o abanicarnos con las ho$as verdes. /ero pronto el agua se recalentó, las palmas se secaron y de las frutas sólo quedaron los coraones o"idados. )ntonces, desplomándonos en nuestras camas, oyendo cómo nuestro sudor rebotaba sobre las baldosas, decidimos nuestra capitulación. (l principio llevamos la cuenta de las horas *un campanario repicaba cansadamente muy cerca nuestro, +quin lo tañeria-, la cuenta de los días, pero pronto perdimos toda noción del tiempo. 2ivíamos en un estado de somnolencia torpe, de embrutecimiento progresivo. #o podíamos proferir una sola palabra. #os era imposible hilvanar un pensamiento. )ramos fardos de materia viva, desposeidos de toda humanidad. +5uanto tiempo duraría aquel estado #o lo s, no podria decirlo. Sólo recuerdo aquella mañana en que fuimos removidos de nuestros lechos por un gigantesco estampido que conmovió a toda la ciudad. #uestra sensibilidad, agudiada por aquel impacto, quedó un instante alerta. )ntonces sobrevino un gran silencio, luego una ráfaga de aire fresco abrió de par en par las ventanas y unas gotas de agua motearon los cristales. 3a atmósfera de toda la habitación se renovó en un momento y un saludable olor de tierra humedecida nos arrastró hacia la ventana. )ntonces vimos que llovía copiosa, consoladoramente. &ambin vimos que los árboles habían amarilleado y que la primera ho$a dorada se desprendía y despus de un breve vals tocaba la tierra. ( este contacto 4un dedo en llaga gigantesca4 la tierra despertó con un estertor de inmenso y contagioso $'bilo, como un animal despus de un largo sueño, y nosotros mismos nos sentimos partícipes de aquel renacimiento y nos abraamos alegremente sobre el dintel de la ventana, recibiendo en el rostro las h'medas gotas del otoño. Madrid, 1953
La solución
47ueno, (rmando, vamos a ver, +qu estás escribiendo ahora
3a temida pregunta terminó por llegar. %a habían acabado de cenar y estaban ahora en el salón de la residencia barranquina, tomando el caf. /or la ventana entreabierta se veían los faroles del malecón y la niebla invernal que subía de los acantilados. 4#o te hagas el desentendido 4insistió 6scar4 %a s que a los escritores no les gusta a veces hablar de lo que están haciendo. /ero nosotros somos de confiana. 0anos esa primicia. (rmando carraspeó, miró a 7erta como dicindole qu pesados son nuestros amigos, pero finalmente encendió un cigarrillo y se decidió a responder. 4)stoy escribiendo un relato sobre la infidelidad. 5omo verán ustedes, el tema no es muy original. 8Se ha escrito tanto sobre la infidelidad9 (curdense de Rojo y Negro, Madame Bovary, Ana Karenina , para citar sólo obras maestras... /ero, precisamente, yo me siento atraído por lo que no es original, por lo ordinario, por lo trillado... (l respecto he interpretado a mi manera una frase de 5laude Monet: el tema es para mí indiferente! lo importante son las relaciones entre el tema y yo.. 7erta, por favor, +por qu no cierras la ventana 8Se nos está metiendo la neblina9 45omo preámbuló no está mal 4di$o 5arlos4 2amos ahora al grano. 4( eso voy. Se trata de un hombre que sospecha de pronto que su mu$er lo engaña. 0igo de pronto pues en veinte o más años de casados nunca le había pasado esta idea por la cabea. )l hombre, que para el caso llamaremos /edro o ;uan, como ustedes quieran, había tenido siempre una confiana ciega en su mu$er y como adamás era un hombre liberal, moderno, le permitía tener lo que se llama su
rma4 +Me escuchas 6scar 4)n cierto sentido sí 4prosiguió (rmando4 )l marido ideal... 7ueno, como decía, /edro, lo llamaremos así, comiena a dudar de la fidelidad de su mu$er. #o voy a entrar en detalles sobre las causas de esta duda. 3o cierto es que cuando esto ocurre siente que el mundo se le viene aba$o. #o solo porque l le había sido siempre fiel, salvo aventurillas sin consecuencia, sino porque quería profundamente a su mu$er. Sin la pasión de la $uventud, claro, pero quiás en forma más perdurable, como pueden ser la comprensión, el respeto, la tolerancia! todas esas pequeñas atanciones y concesiones que nacen de la rutina y en las que se funda la convivencia conyugal. 4)so de la rutina no me gusta 4di$o 5arlos4 3a rutina es la negación del amor. 4)s posible 4di$o (rmando4 (unque esa me parece una frase como cualquier otra. /ero d$ame continuar. 5omo decía, /edro sospecha que su mu$er lo engaña. /ero como se trata sólo de una sopecha, tanto más angustiosa cuanto incierta, decide buscar pruebas. % mientras busca las pruebas de esta infidelidad descubre una segunda infidelidad, más grave todavía, pues databa de más tiempo y era más apasionada.
4+?u pruebas eran 4preguntó 6scar4 Sobre este asunto de la infidelidad las pruebas son difíciles de producir. 40igamos cartas o fotos o testimonios de personas de absoluta buena fe. /ero esto es secundario por ahora. 3o cierto es que /edro se hunde un grado más en la desesperación, pues ya no se trata de uno sino de dos amantes: el más reciente, del cual tiene saspechas y el más antiguo, del cual cree tener pruebas. /ero el asunto no termina allí. (l seguir investigando sobre la frecuencia, la gravedad, las circunstancias de este segundo engaño, descubre la presencia de un tercer amante y al tratar de averiguar algo más sobre este tercero aparece un cuarto... 4@na Mesalina, quieres decir 4intervino 5arlos4 +5uántos tenía al fin 4/ara los efectos del relato me bastan cuatro. )s la cifra apropiada. (umentarla habría sido posible, pero me hubiera traído problemas de composición. 7ueno, la mu$er de /edro tenía pues cuatro amantes. % simultáneamente además, lo que no debe e"trañar pues los cuatro eran muy diferentes entre sí *uno bastante menor que ella, otro mayor, uno muy culto y fino, otro más bien ignorante, etc.- de modo que satisfacían diversas apetencias de su carne y de su espíritu. 4+% qu hace /edro 4preguntó (malia. 4( eso voy. >maginarán ustedes el horrible estado de angustia, de rabia, de celos en que esta situación lo pone. Muchas páginas del relato estarán dedicadas al análisis y descripción de su estado de ánimo. /ero esto se los ahorro. Solo dir que, gracias a un enorme esfuero de voluntad y sobre todo a su sentido e"acerbado del decoro, no de$a traslucir sus sentimientos y se limita a buscar solo, sin confiarse a nadie, la solución de su problema. 4)so es lo que queremos saber 4di$o 6scar4 +?u demonios hace 4/ara ser $usto, yo tampoco lo s. )l relato no está terminado. /ienso que /edro se plantea una serie de alternativas, pero no s a'n cuál es la que va a elegir... /or favor, 7erta, +me sirves otro caf... /ero se dice, en todo caso, que cuando surge un obstáculo en nuestra vida hay que eliminarlo! para restablecer la situación original. 8/ero, claro, no se trata de un obstáculo sino de cuatro9 Si solo e"istiera un amante no vacilaría en matarlo... 4+@n crimen 4preguntó >rma4 +/edro sería capa de eso 4@n crimen, sí. /ero un crimen pasional. @stedes saben que la legislación penal de todo el mundo contiene disposiciones que aten'an la pena en caso de crimen pasional. Sobre todo si un buen abogado demuestra que el agente del crimen lo cometió en estado de pasión violenta. 0igamos que /edro está dispuesto a correr los riesgos del asesinato, sabiendo que dadas las circunstancias la pena no sería muy grave. /ero, como comprenderán, matar a uno de los amantes no resolvería nada, pues quedarían los otros tres. % matar a los cuatro sería ya un delito muy grave, una verdadera
masacre, que le costaría la pena capital. )n consecuencia, /edro descarta la idea del crimen. 40e los crímenes 4di$o >rma. 4;usto, de los crímenes. /ero, entonces, se le ocurre una idea genial: enfrentar a los amantes, de modo que sean ellos quienes se eliminen. 3a idea la concibe así: puesto que son cuatro 4y comprenderán ahora por qu ese n'mero me convenía4 har una especie de eliminatorias, como en un torneo deportivo. )nfrentar a dos contra dos y luego a los dos ganadores, de modo que por lo menos tres queden eliminados... 4)so me parece ya novelesco 4di$o 5arlos 4+5ómo diablos hace )n la práctica no creo que funcione. 4/ero estamos $ustamente en el mundo de la literatura, es decir, de la probabilidad. &odo reside en que el lector crea lo que le cuento. % este es asunto mío. 7ueno, /edro divide a los amantes en el @no y el 0os y en el &res y el 5uatro. Mediante cartas anónimas o llamadas telefónicas u otros medios revela al @no la e"istencia del 0os y al &res la e"istencia del 5uatro. &odo ello mediante una estrategia gradual y una tcnica de la perfidia que le permiten despertar en el agente escogido no solo los celos más atroces sino un violento deseo de aniquilar al rival. Me olvidaba decirles que los amantes de 1osa, así llamaremos a la mu$er, estaban feromente enamorados de ella, se creían los 'nicos depositarios de su amor y por lo tanto la revelación de la e"istencia de competidores los ofusca tanto como a /edro mismo. 4)so sí es posible 4di$o 5arlos4 @n amante debe tener más celos de otro amante que el mismo marido. 4/ara resumir 4prosiguió (rmando4 /edro lleva tan bien el asunto que el amante @no mata al 0os y el &res al 5uatro. ?uedan en consecuencia solo dos. % con estos procede de la misma manera, de modo que el amante @no mata al &res. % al sobreviviente de esta matana lo mata el propio /edro, es decir, que comete directamente un solo crimen y como se trata de uno solo y de origen pasional goa de un veredicto benvolo. % al mismo tiempo logra lo que se había propuesto o sea eliminar los obstáculos que contrariaban su amor. 4Me parece ingenioso 4di$o 6scar4 /ero insisto en que en la práctica no funcionaría. Suponte que el amante @no no logre matar al 0os, que simplemente lo hiera. 6 que el amante &res, por más que est enamorado de 1osa, sea incapa de cometer un crimen. 4&ienes raón 4di$o (rmando4 % por eso es que /edro renuncia a esta solución. )so de enfrentar a los amantes con el fin de que se e"terminen no es viable, ni en la realidad ni en la literatura. 4+?u hace entonces 4preguntó 7erta. 47ueno, yo mismo no lo s... %a les he dicho que el relato no está terminado. /or eso mismo se los cuento. +#o se les ocurre nada a ustedes
4Sí 4di$o 7erta4 0ivorciarse. 8#ada más simple9 4Había pensado en eso. /ero, +qu resolvería el divorcio Sería un escándalo in'til, pues mal que bien un divorcio es siempre escandaloso, más a'n en una ciudad como esta que, en muchos aspectos, sigue siendo provinciana. #o, el divorcio de$aría intacto el problema de la e"istencia de los amantes y del sufrimiento de /edro. % ni siquiera aplacaría su deseo de vengana. )l divorcio no sería la buena solución. /ienso más bien en otra: /edro e"pulsa a 1osa de la casa, luego de demostrarle e increparle su traición. 3a pone en la calle brutalmente, con todos sus bártulos o sin ellos. Sería una solución varonil y moralmente $ustificada. 43o mismo pienso yo 4di$o 6scar4 @na solución de macho. 8/uesto que me has engañado, toma9 (hora te las arreglas como puedas. 4)l asunto no es tan simple 4continuó (rmando4 % creo que /edro tampoco elegiría esta solución. 3a raón principal es que e"pulsar a su mu$er le sería prácticamente insoportable, puesto que lo que l desea es retenerla. )"pulsarla sería hacerla a'n más dependiente de sus amantes, arro$arla a sus braos y ale$arla más de sí. #o, la e"pulsión del hogar, si bien posible, no resuelve nada. /edro piensa que lo más sensato sería más bien lo contrario. 4+?u entiendes t' por contrario 4preguntó >rma. 4>rse de la casa. 0esaparecer. #o de$ar rastros. 0e$ar sólo una carta o no de$ar nada. Su mu$er comprendería las raones de esa desaparición. >rse y emprender en un país le$ano una nueva vida, una vida diferente, otro traba$o, otros amigos, otra mu$er, sin dar $amás cuenta de su persona. % ello a'n suponiendo que /edro y 1osa tengan hi$os, aunque me$or sería que no los tuvieran, pues complicaría demasiado la historia. /ero /edro se iría, abandonando incluso a sus supuestos hi$os, pues la pasión amorosa está por encima de la pasión paternal. 47ueno, /edro se va, +y qu 4preguntó 7erta. 4/edro no se va, 7erta, no se va. /orque irse tampoco es la buena solución. +?u ganaría con irse #ada. /erdería más bien todo. Sería un buen recurso si 1osa dependiera económicamente de /edro, pues tendría al menos ese motivo para sufrir su ausencia, pero había olvidado decirles que ella tenía fortuna personal *padres ricos, bienes de familia, lo que sea-, de modo que podría muy bien prescindir de l. (parte de ello, /edro ya no es un moo y le sería difícil emprender una nueva vida en un país nuevo. 6bviamente, la fuga beneficiaría solo a su mu$er, la que se vería desembaraada de /edro, estrecharía sus relaciones con sus amantes y podría tener todos los otros que le viniera en gana. /ero la raón principal es que /edro, así lograra instalarse y prosperar en una ciudad le$ana y como se dice
4)s verdad 4di$o (malia4 )so de desaparecer, me parece un disparate. 4/ero este recurso de la fuga tiene una variante 4empalmó (rmando4 @na variante que me seduce. 0igamos que /edro no desaparece sin de$ar rastros, sino que simplemente se muda a otra casa luego de una serena e"plicación con su mu$er y una separación amigable. +?u puede pasar entonces (lgo que me parece posible, al menos teóricamente. /ero esto requiere cierto desarrollo. +Me permiten %o pienso que los amantes son raramente superiores a los maridos, no sólo intelectual o moral o humanamente sino hasta se"ualmente hablando. 3o que sucede es que las relaciones del marido con la mu$er están contaminadas, viciadas y desvaloriadas por lo cotidiano. )n ellas interfieren cientos de problemas que nacen de la vida conyugal y que son motivo de constantes discrepancias, desde la forma de educar a los hi$os, cuando los hay, hasta las cuentas por pagar, los muebles que es necesario renovar, lo que se debe cenar en la noche... 43as visitas que es necesario hacer o recibir 4añadió 6scar. 4)"acto. )stos problemas no e"isten en las relaciones entre la mu$er y el amante, pues sus relaciones se dan e"clusivamente en el plano del erotismo. 3a mu$er y el amante se encuentran sólo para hacer el amor, con e"clusión de toda otra preocupación. )l marido y la mu$er, en cambio, llevan a casa y confrontan a cada momento la carga de su vida en com'n, lo que impide o dificulta el contacto amoroso. /or ello digo que si el marido se va de la casa, desaparecerían las barreras que se interponen entre l y su mu$er, lo que de$aría el campo libre para una relación placentera. )n fin, lo que quiero decir es que la separación amigable tendría para /edro la venta$a de endosar a los amantes los problemas cotidianos, con todo lo que esto trae de perturbador y de destructor de la pasión amorosa. /edro, al ale$arse de su mu$er, se acercaría en realidad a ella, pues los amantes terminarían por asumir el papel del marido y l el de amante. (l convivir más estrechamente con los amantes, gracias a la partida de /edro, y al ver a este solo ocasionalmente, la situación se invertiría y en adelante irían a los amantes las espinas y al marido las rosas. )s decir, 1osa donde /edro. 4&odo eso me parece muy elocuente y bien dicho 4intervino 6scar4 >nvertir los papeles, gracias a una retirada estratgica. 8#o esta mal9 +?u les parece a ustedes ( mi $uicio es el me$or recurso. 4/ero no lo es 4di$o (rmando4 % cranme que me molesta que no lo sea. @n autor, por más frío y ob$etivo que quiera ser, tiene siempre sus preferencias. 8(h, sería maravilloso que las cosas pudieran ocurrir así9 /reservar la condición de marido y ser al mismo tiempo el amante. /ero en esta solución hay una o varias fallas. 3a principal, en todo caso, es que 1osa ya está probablemente cansada de /edro y no puede soportarlo ni de cerca ni de le$os, ni como marido ni como amante. &odo lo que se
relaciona con l está impregnado de las escorias de su vida en com'n de modo que, por más que no vivieran $untos, le bastaría verlo para que resurgieran en su espíritu todos los fantasmas de su e"periencia domstica. )l esposo arrastra consigo la carga de su pasado marital. 3o que le impedirá siempre acercarse a su mu$er como un desconocido. 4)n definitiva 4di$o 5arlos4 veo que las posibilidades de /edro se agotan... 4#o, hay todavía otra posibilidad. Simplemente no hacer nada, aceptar la situación y continuar su vida con 1osa como si nada hubiera ocurrido. )sta solución me parece inteligente y además elegante. 1evelaría comprensión, realismo, sentido de las conveniencias, incluso cierta noblea, cierta sabiduría. )s decir, /edro aceptaría tener en la cabea un par, o me$or dicho, cuatro pares de magníficos cachos y pasar a formar parte resignadamente de la corporación de los cornudos que, como es sabido, es una corporación infinita. 48Hum9 4di$o 5arlos4 #o estoy de acuerdo con eso. 5laro, revela amplitud de espíritu, ausencia de pre$uicios, como dices, pero creo que sería poco digno, humillante. %o al menos no lo aguantaría. 4%o tampoco 4di$o 6scar4 % atención, (malia. 3legado el caso, que sirva de advertencia. 486h, qu maridos tenemos9 4di$o (malia4 @nos verdaderos falócratas. 4/ero esta alternativa tiene sus venta$as 4insistió (rmando4 3a principal es que, al aceptar la situación, /edro mantendría a su mu$er a su lado. @na mu$er que lo engaña, es cierto, y que carnal y espiritualmente pertenece a otros, pero que al fin está allí, a su alcance y de la cual puede recibir esporádicamente un gesto errante de cariño. 5onservaría no su cuerpo ni su alma, pero sí su presencia. % esto me parece una maravillosa prueba de amor, de parte de l, una prueba digna de quitarse el sombrero. 4Sombrero que no podría calarse /edro en su adornadísima cabea 4di$o 6scar4 #o, evidentemente, no me parece bien eso de aceptar la situación. 5onsentir, en este caso, es disminuirse como hombre, como marido. 4)s posible 4di$o (rmando4 /ero sigo pensando que sería una solución ponderada y que requiere cierta grandea de alma. )s preferible quiás ser infeli al lado de la mu$er querida que dichoso le$os de ella... /ero en fin, digamos que tampoco es el buen recurso. 4#o puede matar a los amantes... 4di$o 5arlos4 #o puede echar a la mu$er de la casa, no puede tampoco desaparecer, ni divorciarse, ni acomodarse a la situación. +?u le queda entonces Hay que reconocer que tu persona$e se encuentra metido en menudo lío. 4Hay todavía otro recurso 4di$o (rmando4 @n recurso directo, limpio: suicidarse. >rma, (malia y 7erta protestaron al unísono.
48(h, no9 4di$o >rma4 8#ada de suicidios9 8/obre /edro9 3a verdad es que me cae simpático. +% a ti, 7erta &' que tienes influencia sobre (rmando, convncelo para que no lo mate. 4#o creo que lo mate 4di$o 7erta 4)l relato se convertiría en un vulgar melodrama. % además /edro es demasiado inteligente para suicidarse. 4#o s si será inteligente o no 4di$o 6scar4 0espus de todo es una suposición tuya. /ero la situación es tan enredada que lo me$or sería pegarse un tiro. +#o crees, (rmando 4+@n tiro 4repitió (rmando4 Sí, un tiro... /ero, +qu resolvería esto #ada. #o, no creo que el suicidio sea lo indicado. % no porque se trate de un desenlace melodramático, como dice 7erta. ( mí me encanta el melodrama y pienso que nuestra vida está hecha de sucesivos melodramas. 3o que ocurre es que esta solución sería tan mala como la de desaparecer sin de$ar rastros. 5on el agravante de que se trataría de una desaparición sin posibilidad de regreso. Si /edro se va de la casa le queda la esperana del retorno y hasta de la reconciliación. 8/ero si se suicida9 4)s verdad 4di$o 5arlos4 %o prefiero tener siempre en el bolsillo mi ticAet de regreso. /ero tampoco es una solución absurda. Si /edro se suicida se borra del mundo, borra tambin a 1osa, a sus amantes, es decir, borra su problema. 3o que es una manera de resolverlo. 4#o te falta raón 4di$o (rmando4 % voy a reconsiderar esta hipótesis. (unque entre resolver un problema y eludirlo hay una gran diferencia. % además 8quin sabe9 8( lo me$or el dolor de /edro es tan grande que lo perseguiría más allá de la muerte9 4)n buena cuenta tu persona$e está fregado 4bosteó 6scar4 2eo que no has encontrado una solución a tu historia. /ero nuestra historia es que ya pasó la medianoche y que mañana traba$amos. % nosotros sí tenemos una solución: irnos al tiro. 4)spera 4di$o (rmando4 Me había olvidado de otra posibilidad... 4+&odavía hay otra 4preguntó 7erta. 4% una de las más importantes. )n realidad debería haberla mencionado al comieno. &ambin es posible que /edro llegue a la conclusión de que 1osa no le es infiel, que todas las pruebas que ha reunido son falsas. @stedes saben bien, tratándose de un asunto como este la 'nica prueba plena es el flagrante delito. &odo lo demás, cartas, fotos, testimonios, son recusables. /uede haber error de interpretación, puede tratarse de documentos apócrifos o falsificados, de testimonios malvolos, en fin, de circunstancias que se prestan a una acusación sin fundamento. % la verdad es que /edro no tiene la prueba plena. 48(cabáramos9 4di$o 6scar4 0ebías haber empeado por allí. #os has tenido dándole vueltas a un problema que en realidad no e"istía. +#os vamos, >rma
4+#o quieren un coñac, una menta 4preguntó 7erta. 4Bracias 4di$o 5arlos4 3a historia de (rmando nos ha divertido, pero 6scar tiene raón, ya es tarde. 0e todos modos, (rmando, espero que cuando nos reunamos la pró"ima ve hayas terminado tu relato y nos lo puedas leer. 486h9 4di$o (rmando4 3os relatos que más nos interesan son por lo general aquellos que nunca podemos concluir... /ero esta ve har un esfuero para terminarlo. % con la buena solución. 4+#os traes nuestras cosas, 7erta 4di$o (malia. 4%o se las traigo 4di$o (rmando4 /ónganse de acuerdo con 7erta para la pró"ima reunión. (rmando se retiró hacia el interior, mientras 7erta y las dos pare$as se despedían. +0ónde sería la pró"ima cena +0onde 6scar +0onde 5arlos +0entro de quince días +0entro de un mes @n ruido seco, perentorio, llegó del fondo de la casa. ?uedaron paraliados. 4Se diría un tiro4 di$o 6scar. 7erta fue la primera en precipitarse por el corredor, $usto cuando (rmando reaparecía llevando un bolso, una bufanda, un abrigo. )staba pálido. 485urioso9 4di$o4 )stas son las coincidencias que a uno lo desconciertan. (l buscar una pastilla en mi mesa de noche desplac mi revólver y no s cómo salió un tiro. (travesó el ca$ón de la mesa y rebotó contra la pared. 487uen susto nos has dado9 4di$o 6scar4 )s así como ocurren los accidentes. )s por eso que yo $amás tengo armas a la mano. /on un poco más de atención otra ve. 482a9 4di$o (rmando4 &oco hay que e"agerar. 0espus de todo no ha pasado nada. 3os acompaño hasta la puerta. )l malecón seguía brumoso. (rmando esperó que los autos arrancaran y entrando a la casa corrió el picaporte y regresó a la sala. 7erta llevaba a la cocina los ceniceros sucios. 4%a mañana la muchacha pondrá orden aquí. )stoy muy cansada ahora. 4%o en cambio no tengo sueño. 3a conversación me ha dado nuevas ideas. 2oy a traba$ar un momento en mi relato. #o me has dicho qu te pareció... 4/or favor, (rmando, te digo que estoy cansada. Mañana hablaremos de eso. 7erta se retiró y (rmando se dirigió a su escritorio. 3argo rato estuvo revisando su manuscrito, tar$ando, añadiendo, corrigiendo. (l fin apagó la lu y pasó al dormitorio. 7erta dormida de lado, su lámpara del velador encendida. (rmando observó sus rubios cabellos e"tendidos sobre la almohada, su perfil, su delicioso cuello, sus formas que respiraban ba$o el edredón. (briendo el ca$ón de su mesa de noche sacó su revólver y estirando el brao le disparó un tiro en la nuca.
Mar afuera
0esde que arpara la barca, ;anampa había pronunciado sólo dos o tres palabras, siempre oscuras, cargadas de reserva, como si se hubiera obstinado en crear un clima de misterio. Sentado frente a 0ionisio, hacía una hora que remaba infatigablemente. %a las fogatas de la orilla habían desaparecido y las barcas de los otros pescadores apenas se divisaban en lontanana, pálidamente iluminadas por sus faroles de aceite. 0ionisio trataba en vano de estudiar las facciones de su compañero. 6cupado en desaguar el bote con la pequeña lata, observaba a hurtadillas su rostro que, recibiendo en plena nuca la lu cruda del farol, sólo mostraba una silueta negra e impenetrable. ( veces, al ladear ligeramente el semblante, la lu se le escurría por los pómulos sudorosos o por el cuello desnudo y se podía adivinar una fa hosca, decidida, cruelmente poseída de una e"traña resolución. 4+Caltará mucho para amanecer ;anampa lanó sólo un gruñido, como si dicho acontecimiento le importara poco y siguió clavando con frenesí los remos en la mar negra. 0ionisio cruó los braos y se puso a tiritar. %a una ve le habia pedido los remos pero el otro rehusó con una blasfemia. ('n no acertaba a e"plicarse, además, por qu lo había escogido a l, precisamente a l, para que lo acompañara esa madrugada. )s cierto que el Mocho estaba borracho pero había otros pescadores disponibles con
quienes ;anampa tenía más amistad. Su tono, por otra parte, había sido imperioso. 5ogindolo del brao le había dicho: 4#os hacemos a la mar $untos esta madrugada. 4% fue imposible negarse. (penas pudo apretar la cintura de la /rieta y darle un beso entre los dos pechos. 48#o tardes mucho9 4había gritado ella, en la puerta de la barraca, agitando la sartn del pescado. Cueron los 'ltimos en arpar. Sin embargo, la venta$a fue pronto recuperada y al cuarto de hora habían sobrepasado a sus compañeros. 4)res buen remador 4di$o 0ionisio. 45uando me lo propongo 4replicó ;anampa, disparando una risa sorda. Más tarde habló otra ve: 4/or acá tengo un banco de arenques. 4&iró al mar un salivao4. /ero ahora no me interesa. 4% siguió remando mar afuera. Cue entonces cuando 0ionisio empeó a recelar. )l mar, además, estaba un poco picado. 3as olas venían encrespadas y cada ve que embestían el bote, la proa se elevaba al cielo y 0ionisio veía a ;anampa y el farol suspendidos contra la 5ru del Sur. 4%o creo que está bien acá 4se había atrevido a sugerir. 48&' no sabes9 4replicó ;anampa, casi colrico. 0esde entonces, ya tampoco l abrió la boca. Se limitó a desaguar cada ve que era necesario pero observando siempre con recelo al pescador. ( veces escrutaba el cielo, con el vivo deseo de verlo desteñirse o lanaba furtivas miradas hacia atrás, esperando ver el refle$o de alguna barca vecina. 47a$o esa tabla hay una botella de pisco 4di$o de pronto ;anampa4. Dchate un trago y pásamela. 0ionisio buscó la botella. )staba a medio consumir y casi con alivio vació gruesos borbotones en su garganta salada. ;anampa soltó por primera ve los remos, con un sonoro suspiro, y se apoderó de la botella. 3uego de consumirla la tiró al mar. 0ionisio esperó que al fin fuera a desarrollarse una conversación pero ;anampa se limitó a cruar los braos y quedó silencioso. 3a barca con sus remos abandonados, quedó a merced de las olas. 2iró ligeramente hacia la costa, luego con la resaca se incrustó mar afuera. Hubo un momento en que recibió de flanco una ola espumosa que la inclinó casi hasta el naufragio, pero ;anampa no hio un ademán ni di$o una palabra. #erviosamente buscó 0ionisio en su pantalón un cigarrillo y en el momento de encenderlo aprovechó para mirar a ;anampa. @n segundo de lu sobre su cara le mostró unas facciones cerradas, amarradas sobre la boca y dos cavernas oblicuas incendiadas de fiebre en su interior.
5ogió nuevamente la lata y siguió desaguando, pero ahora el pulso le temblaba. Mientras tenía la cabea hundida entre los braos, le pareció que ;anampa reía con sorna. 3uego escuchó el paleteo de los remos y la barca siguió virando hacia alta mar. 0ionisio tuvo entonces la certea de que las intenciones de ;anampa no eran precisamente pescar. &rató de reconstruir la historia de su amistad con l. Se conocieron hacía dos años en una construcción de la cual fueron albañiles. ;anampa era un tipo alegre, que traba$aba con gusto pues su fortalea física hacía divertido lo que para sus compañeros era penoso. /asaba el día cantando, haciendo bromas o aventándose de los andamios para enamorar a las sirvientas, para quienes era una especie de tarán o de bestia o de demonio o de semental. 3os sábados despus de cobrar sus $ornales, se subían al techo de la construcción y se $ugaban a los dados todo lo que habían ganado. 4(hora recuerdo 4pensó 0ionisio. @na tarde le gan al póquer todo su salario. )l cigarrillo se le cayó de las manos, de puro estremecimiento. +Se acordaría Sin embargo, eso no tenía mucha importancia. Dl tambin perdió algunas veces. )l tiempo, además, había corrido. /ara cerciorarse, aventuró una pregunta. 4+Sigues $ugando a los dados ;anampa escupió al mar, como cada ve que tenía que dar una respuesta. 4#o 4di$o y volvió a hundirse en su mutismo. /ero despus añadió4: Siempre me ganaban. 0ionisio aspiró fuertemente el aire marino. 3a respuesta de su compañero lo tranquilió en parte a pesar de que abría una nueva veta de temores. (demás, sobre la línea de la costa, se veía un refle$o rosado. (manecía, indudablemente. 487ueno9 4e"clamó ;anampa, de repente4. 8(quí estamos bien9 4% clavó los remos en la barca. 3uego apagó el farol y se movió en su asiento como si buscara algo. /or 'ltimo se recostó en la proa y comenó a silbar. 4)char la red 4sugirió 0ionisio, tratando de incorporarse. 4#o 4replicó ;anampa4. #o voy a pescar. (hora quiero descansar. ?uiero silbar tambin... 4% sus silbidos via$aban hacia la costa, detrás de los patillos que comenaban a desfilar granando4. +&e acuerdas de esto 4preguntó, interrumpindose. 0ionisio tarareó mentalmente la melodía que su compañero insinuaba. &rató de asociarla con algo. ;anampa, como si quisiera ayudarlo, prosiguió sus silbos, comunicándole vibraciones inauditas, sacudido todo l de m'sica, como la cuerda de una guitarra. 2io, entonces, un corralón inundado de botellas y de valses. )ra un cambio de aros. #o podía olvidarlo pues en aquella ocasión conoció a la /rieta. 3a fiesta duró hasta la madrugada. 0espus de tomar el caldo se retiró hacia el
acantilado, abraando a la /rieta por la cintura. Hacía más de un año. )sa melodía, como el sabor de la sidra, le recordaba siempre aquella noche. 4+&' fuiste 4preguntó, como si hubiera estado pensando en viva vo. 4)stuve toda la noche 4replicó ;anampa. 0ionisio trató de ubicarlo. 8Había tanta gente9 (demás, +qu importancia tendría recordarlo 43uego camin hasta el acantilado 4añadió ;anampa y rió, rió para adentro, como si se hubiera tragado algunas palabras picantes y se goara en su secreto. 0ionisio miró hacia ambos lados. #o, no se avecinaba ninguna barca. @n repentino desasosiego lo invadió. 1ecin lo asaltaba la sospecha. (quella noche de la fiesta ;anampa tambin conoció a la /rieta. 2io claramente al pescador cuando le oprimía la mano ba$o el cordón de sábanas flotantes. 4Me llamo ;anampa 4di$o *estaba un poco mareado-4. /ero en todo el barrio me conocen por
0ionisio sintió una opresión en la garganta. &al ve era el frío o el hambre. 3a mañana se había abierto como un abanico. 3a /rieta le había preguntado una noche, despus que se cobi$aron en la orilla: 4+5onoces t' a ;anampa 2igílalo bien. ( veces me da miedo. Me mira de una manera rara. 4+)stás nervioso 4repitió ;anampa4. +/or qu %o sólo he querido dar un paseo. He querido hacer un poco de e$ercicio. 0e ve en cuando cae bien. Se toma el fresco... 3a costa estaba a'n muy le$os y era imposible llegar a nado. 0ionisio pensó que no valía la pena echarse al agua. (demás, +para qu ;anampa 4ya caían gotas de mañana en su cara4 estaba quieto, con las manos aferradas a los remos inmóviles. 4+3o has visto 4volvió a preguntar la /rieta una noche4. Siempre ronda por acá cuando nos acostamos. 48Son ideas tuyas9 4)ntonces estaba ciego4. 3o conoco hace tiempo. )s charlatán pero tranquilo. 4@stedes se acostaban temprano... 4empeó ;anampa4 y no apagaban el farol hasta la medianoche. 45uando se duerme con una mu$er como la /rieta... 4replicó 0ionisio y se dio cuenta que estaban hollando el terreno temido y que ya sería in'til andar con subterfugios. 4( veces las apariencias engañan 4continuó ;anampa4 y las monedas son falsas. 4/ues te $uro que la mía es de buena ley. 480e buena ley9 4e"clamó ;anampa y lanó una risotada. 3uego cogió la red por un e"tremo y de reo$o observó a 0ionisio, que miraba hacia atrás. 4#o busques a los otros botes 4di$o4. Han quedado muy le$os. 8;anampa los ha de$ado botados9 4% sacando un cuchillo, comenó a cortar unas cuerdas que colgaban de la red. 4+% sigue rondando 4preguntó tiempo despus a la /rieta. 4#o 4di$o ella4. (hora anda tras la sobrina de /ascual. ( l, sin embargo, no le pareció esto más que una treta para disimular. 0e noche sentía rodar piedras cerca de la barraca y al aguaitar a travs de la cortina, vio a ;anampa varias veces caminando por la orilla. 4+(caso buscabas erios por la noche 4preguntó 0ionisio. ;anampa cortó el 'ltimo nudo y miró hacia la costa. 48(manece9 4di$o señalando el cielo. 3uego de una pausa, añadió4: #o! no buscaba nada. &enía malos pensamientos, eso es todo. /as muchas noches sin dormir, pensando... %a, sin embargo, todo se ha arreglado... 0ionisio lo miró a los o$os. (l fin podía verlos, cavados simtricamente sobre los pómulos duros. /arecían o$os de pescado o de lobo. <;anampa tiene o$os de máscara=,
había dicho una ve la /rieta. )sa mañana, antes de embarcarse, tambin los había visto. 5uando force$eaba con la /rieta a la orilla de la barraca, algo lo había molestado. Mirando a su alrededor, sin soltar las adorables trenas, divisó a ;anampa apoyado en su barca, con los braos cruados sobre el pecho y la peluca rebelde salpicada de espuma. 3a fogata vecina le esparcía brochaos de lu amarilla y los o$os oblicuos lo miraban desde le$os con una mirada fastidiosa que era casi como una mano tercamente apoyada en l. 4;anampa nos mira 4di$o entonces a la /rieta. 48?u importa9 4replicó ella, golpeándole los lomos4. 8?ue mire todo lo que quiera9 4 % prendindose de su cuello, lo hio rodar sobre las piedras. )n medio de la amorosa lucha, vio a'n los o$os de ;anampa y los vio apro"imarse decididamente. 5uando lo tomó del brao y le di$o: <#os hacemos a la mar esta madrugada=, l no pudo rehusar. (penas tuvo tiempo de besar a la /rieta entre los dos pechos. 48#o tardes mucho9 4había gritado ella, agitando la sartn del pescado. +Había temblado su vo 1ecin ahora parecía notarlo. Su grito fue como una advertencia. +/or qu no se acogió a ella Sin embargo, tal ve se podía hacer algo. /odría ponerse de rodillas, por e$emplo. /odría pactar una tregua. /odría, en todo caso, luchar... )levando la cara, donde el miedo y la fatiga habían clavado ya sus arpas, se encontró con el rostro curtido, inmutable, luminoso de ;anampa. )l sol naciente le ponía en la melena como una aureola de lu. 0ionisio vio en ese detalle una coronación anticipada, una señal de triunfo. 7a$ando la cabea, pensó que el aar lo había traicionado, que ya todo estaba perdido. 5uando sobre la construcción, a la hora del $uego, le tocaba una mala mano, se retiraba sin protestar, diciendo:
0ionisio hundió los braos en el mar hasta los codos y sin apartar la mirada de la costa brumosa, dominado por una tristea anónima que diríase no le pertenecía, quedó esperando resignadamente la hora de la puñalada. */arís, EFG-
Sólo para fumadores
Sin haber sido un fumador preco, a partir de cierto momento mi historia se confunde con la historia de mis cigarrillos. 0e mi período de aprendia$e no guardo un recuerdo muy claro, salvo del primer cigarrillo que fum, a los catorce o quince años. )ra un pitillo rubio, marca 0erby, que me invitó un condiscípulo a la salida del colegio. 3o encendí muy asustado, a la sombra de una morera y despus de echar unas cuantas pitadas me sentí tan mal que estuve vomitando toda la tarde y me $ur no repetir la e"periencia.
;uramento in'til, como otros tantos que lo siguieron, pues años más tarde, cuando ingres a la universidad, me era indispensable entrar al /atio de 3etras con un cigarrillo encendido. Metros antes de cruar el vie$o aguán ya había chasqueado la cerilla y alumbrado el pitillo. )ran entonces los 5hesterfield, cuyo aroma dulón guardo hasta ahora en mi memoria. @n paquete me duraba dos o tres días y para poder comprarlo tenía que privarme de otros caprichos, pues en esa poca vivía de propinas. 5uando no tenía cigarrillos ni plata para comprarlos se los robaba a mi hermano. (l menor descuido ya había desliado la mano en su chaqueta colgada de una silla y sustraído un pitillo. 3o digo sin ninguna vergIena, pues l hacía lo mismo conmigo. Se trataba de un acuerdo tácito y además de una demostración de que las acciones reprensibles, cuando son recíprocas y equivalentes, crean un statu quo y permiten una convivencia armoniosa. (l subir de precio, los 5hesterfield se volatiliaron de mis manos y fueron remplaados por los >nca, negros y nacionales. 2eo a'n su paquete amarillo y aul con el perfil de un inca en su envoltura. #o debía ser muy bueno este tabaco, pero era el más barato que se encontraba en el mercado. )n algunas pulperías los vendían por medios paquetes o por cuartos de paquete, en cucuruchos de papel de seda. )ra vergonoso sacar del bolsillo uno de estos cucuruchos. %o siempre tenía una ca$etilla vacía en la que metía los cigarrillos comprados al menudeo. (un así los >nca eran un lu$o comparados con otros cigarrillos que fum en esos tiempos, cuando mis necesidades de tabaco aumentaron sin que ocurriera lo mismo con mis recursos: un tío militar me traía del cuartel cigarrillos de tropa, amarrados en sartas como si fuesen cohetes, producto repugnante, donde se encontraban pedaos de corcho, astillas, pa$as y unas cuantas hebras de tabaco. /ero no me costaban nada, y se fumaban. #o s si el tabaco es un vicio hereditario. /apá era un fumador moderado, que de$ó el cigarrillo a tiempo cuando se dio cuenta de que le hacía daño. #o guardo ning'n recuerdo de l fumando, salvo una noche en que no s por qu capricho, pues hacía años que había renunciado al tabaco, cogió un pitillo de la cigarrera de la sala, lo cortó en dos con unas ti$eritas y encendió una de las partes. ( la primera pitada lo apagó diciendo que era horrible. Mis tíos en cambio fueron grandes fumadores y es conocida la importancia que tienen los tíos en la transmisión de hábitos familiares y modelos de conducta. Mi tío paterno Beorge llevaba siempre un cigarrillo en los labios y encendía el siguiente con la colilla del anterior. 5uando no tenía un cigarrillo en la boca tenía una pipa. Murió de cáncer al pulmón. Mis cuatro tíos maternos vivieron esclaviados por el tabaco. )l mayor murió de cáncer a la lengua, el segundo de cáncer a la boca y el tercero de un infarto. )l cuarto estuvo a punto de reventar a causa de una 'lcera estomacal perforada, pero se recuperó y sigue de pie y fumando.
0e uno de estos tíos maternos, el mayor, guardo el primer y más impresionante recuerdo de la pasión por el tabaco. )stábamos de vacaciones en la hacienda &ulpo, a ocho horas a caballo de Santiago de 5huco, en los (ndes septentrionales. ( causa del mal tiempo no vino el arriero que traía semanalmente provisiones a la hacienda y los fumadores quedaron sin cigarrillos. &ío /aco pasó dos o tres días paseándose desesperado por las arcadas de la casa, subiendo a cada momento al mirador para otear el camino de Santiago. (l fin no pudo más y a pesar de la oposición de todos *para que no ensillara un caballo escondimos las llaves del cuarto de monturas-, se lanó a pie rumbo a Santiago, en plena noche y ba$o un aguacero atro. (pareció al día siguiente, cuando terminábamos de almorar. /or fortuna se había encontrado a medio camino con el arriero. )ntró al comedor empapado, embarrado, calado de frío hasta los huesos, pero sonriente, con un cigarrillo humeando entre los dedos. 5uando ingres a la facultad de 0erecho conseguí un traba$o por horas donde un abogado y pude disponer así de los medios necesarios para asegurar mi consumo de tabaco. )l pobre >nca se fue al diablo, lo conden a muerte como un vil conquistador y me puse al servicio de una potencia e"tran$era. )ra entonces la boga del 3ucAy. Su linda ca$etilla blanca con un círculo ro$o fue mi símbolo de estatus y una promesa de placer. Miles de estos paquetes pasaron por mis manos y en las volutas de sus cigarrillos están envueltos mis 'ltimos años de derecho y mis primeros e$ercicios literarios. /or ese círculo ro$o entro forosamente cuando evoco esas altas noches de estudio en las que me amanecía con amigos la víspera de un e"amen. /or suerte no faltaba nunca una botella, aparecida no se sabía cómo, y que le daba al fumar su complemento y al estudio su contrapeso. % esos parntesis en los que, olvidándonos de códigos y lega$os, dábamos libre curso a nuestros sueños de escritores. &odo ello naturalmente en un perfume de 3ucAy. )l fumar se había ido ya enhebrando con casi todas las ocupaciones de mi vida. Cumaba no solo cuando preparaba un e"amen sino cuando veía una película, cuando $ugaba a$edre, cuando abordaba a una guapa, cuando me paseaba solo por el malecón, cuando tenía un problema, cuando lo resolvía. Mis días estaban así recorridos por un tren de cigarrillos, que iba sucesivamente encendiendo y apagando y que tenían cada cual su propia significación y su propio valor. &odos me eran preciosos, pero algunos de ellos se distinguían de los otros por su carácter sacramental, pues su presencia era indispensable para el perfeccionamiento de un acto: el primero del día despus del desayuno, el que encendía al terminar de almorar y el que sellaba la pa y el descanso luego del combate amoroso. 8(y mísero de mí, ay infeli9 %o pensaba que mi relación con el tabaco estaba definitivamente concertada y que en adelante mi vida transcurriría en la amable, fácil, fidelísima y hasta entonces inocua compañía del 3ucAy. #o sabía que me iba a ir del
/er' y que me esperaba una e"istencia errante en la cual el cigarrillo, su privación o su abundancia, $alonarían mis días de gratificaciones y desastres. Mi via$e en barco a )uropa fue un verdadero sueño para un tabaquista como yo, no solo porque podía comprar en puertos libres o a marineros contrabandistas cigarrillos a precios regalados, sino porque nuevos escenarios dotaron al hecho de fumar de un marco privilegiado. 2erdaderos cromos, por decirlo así: fumar apoyado en la borda del trasatlántico mirando los peces voladores del 5aribe o hacerlo de noche en el bar de segunda $ugando una encarniada partida de dados con una banda de pasa$eros mafiosos. )ra lindo, lo reconoco. /ero al llegar a )spaña las cosas cambiaron. 3a beca que tenía era pobrísima y despus de pagar el cuarto, la comida y el troleb's no me quedaba casi una peseta. 8(diós 3ucAy9 &uve que adaptarme al rubio español, algo rudo y demoledor, que por algo llevaba el nombre de 7isonte. /or fortuna estábamos en tierra ibrica y la pobre )spaña franquista se las había arreglado para hacerle la vida menos dura a los fumadores menesterosos. )n cada esquina había un vie$o o una vie$a que vendían en canastillas cigarrillos al detalle. ( la vuelta de mi pensión montaba guardia un mutilado de la guerra civil al que le compraba cada día uno o varios cigarrillos, seg'n mis disponibilidades. 3a primera ve que estas se agotaron me arm de valor y me acerqu a l para pedirle un cigarrillo fiado. J#o faltaba más, vamos, los que quiera. Me los pagará cuando puedaJ. )stuve a punto de besar al pobre vie$o. Cue el 'nico lugar del mundo donde fum al fiado. 3os escritores, por lo general, han sido y son grandes fumadores. /ero es curioso que no hayan escrito libros sobre el vicio del cigarrillo, como sí han escrito sobre el $uego, la droga o el alcohol. +0ónde están el 0ostoieKsAy, el 0e ?uincey o el Malcolm 3oKry del cigarrillo 3a primera referencia literaria al tabaco que conoco data del siglo L2>> y figura en el 0on ;uan de Moliere. 3a obra arranca con esta frase: J0iga lo que diga (ristóteles y toda la filosofía, no hay nada comparable al tabaco... ?uien vive sin tabaco, no merece vivirJ. >gnoro si Moliere era fumador 4si bien en esa poca el tabaco se aspiraba por la nari o se mascaba4, pero esa frase me ha parecido siempre precursora y profunda, digna de ser tomada como divisa por los fumadores. 3os grandes novelistas del siglo L>L 47alac, 0icAens, &olstoi4 ignoraron por completo el problema del tabaquismo y ninguno de sus cientos de persona$es, por lo que recuerdo, tuvieron algo que ver con el cigarrillo. /ara encontrar referencias literarias a este vicio hay que llegar al siglo LL. )n 3a montaña mágica, &homas Mann pone en labios de su hroe, Hans 5astorp, estas palabras: J#o comprendo cómo se puede vivir sin fumar... 5uando me despierto me alegra saber que podr fumar durante el día y cuando como tengo el mismo presentimiento. Sí, puedo decir que como para fumar... @n día sin tabaco sería el colmo del aburrimiento, sería para mí un día absolutamente vacío e insípido y si por la mañana tuviese que decirme hoy no puedo
fumar creo que no tendría el valor para levantarmeJ. 3a observación me parece muy penetrante y revela que &homas Mann debió ser un fumador encarniado, lo que no le impidió vivir hasta los ochenta años. /ero el 'nico escritor que ha tratado el tema del cigarrillo e"tensamente, con una agudea y un humor insuperables, es >talo Svevo, quien le dedica treinta páginas magistrales en su novela 3a conciencia de eno. 0espus de l no veo nada digno de citarse, salvo una frase en el diario de (ndr Bide, que tambin murió octogenario y fumando: J)scribir es para mí un acto complementario al placer de fumarJ. )l mutilado español que me fiaba cigarrillos fue un santo varón y una figura celestial que no encontrar más en mi vida. )staba ya entonces en /arís y allí las cosas se pusieron color de hormiga. #o al comieno, pues cuando llegu disponía de medios para mantener adecuadamente mi vicio y hasta para adornarlo. 3as surtidas tabaquerías francesas me permitieron e"plorar los dominios ingls, alemán, holands, en su gama rubia más refinada, con la intención de encontrar, gracias a comparaciones y correlaciones, el cigarrillo perfecto. /ero a medida que avanaba en estas pesquisas mis recursos fueron disminuyendo a tal punto que no me quedó más remedio que contentarme con el ordinario tabaco francs. Mi vida se volvió aul, pues aules eran los paquetes de Bauloises y de Bitanes. )ra tabaco negro además, de modo que mi caída fue doblemente infamante. %a para entonces el fumar se había infiltrado en todos los actos de mi vida, al punto que ninguno 4salvo el dormir4 podía cumplirse sin la intervención del cigarrillo. )n este aspecto llegu a e"tremos maniacos o demoniacos, como el no poder abrir una carta importantísima y de$arla horas de horas sobre mi mesa hasta conseguir los cigarrillos que me permitieran desgarrar el sobre y leerla. )sa carta podía incluso contener el cheque que necesitaba para resolver el problema de mi falta de tabaco. /ero el orden no podía ser invertido: primero el cigarrillo y despus la apertura del sobre y la lectura de la carta. )staba pues instalado en plena insania y maduro ya para peores concesiones y ba$eas. 6currió que un día no pude ya comprar ni cigarrillos franceses 4y en consecuencia leer mis cartas4, y tuve que cometer un acto vil: vender mis libros. )ran apenas doscientos o algo así, pero eran los que más quería, aquellos que arrastraba durante años por países, trenes y pensiones y que habían sobrevivido a todos los avatares de mi vida vagabunda. %o había ido de$ando por todo sitio abrigos, paraguas, apatos y relo$es, pero de estos libros nunca había querido desprenderme. Sus páginas anotadas, subrayadas o manchadas conservaban las huellas de mi aprendia$e literario y, en cierta forma, de mi itinerario espiritual. &odo consistió en comenar. @n día me di$e: J)ste 2alry vale quiás un cartón de rubios americanosJ, en lo que me equivoqu, pues el bouquiniste que lo aceptó me pagó apenas con qu comprar un par de ca$etillas. 3uego me deshice de mis 7alac, que se convertían automáticamente en sendos
paquetes de 3ucAy. Mis poetas surrealistas me decepcionaron, pues no daban más que para un /layers británico. @n 5iro (legría dedicado, en el que puse muchas esperanas, fue solo recibido porque le añadí de paso el teatro de 5he$ov. ( Claubert lo fui soltando a poquitos, lo que me permitió fumar durante una semana los primitivos Bauloises. /ero mi peor humillación fue cuando me anim a vender lo 'ltimo que me quedaba: die e$emplares de mi libro Los gallinazos sin plumas , que un buen amigo había tenido el cora$e de editar en 3ima. 5uando el librero vio la tosca edición en español, y de autor desconocido, estuvo a punto de tirármela por la cabea. J(quí no recibimos esto. 2aya a Bilbert, donde compran libros al pesoJ. Cue lo que hice. 2olví al hotel con un paquete de Bitanes. Sentado en mi cama encendí un pitillo y qued mirando mi estante vacío. Mis libros se habían hecho literalmente humo. 0ías más tarde erraba desesperadamente por los cafs del barrio latino en busca de un cigarrillo. Había comenado el verano, cruel verano. &odos mis amigos o conocidos, por pobres que fuesen, habían abandonado la ciudad en auto4stop, en bicicleta o como sea rumbo a la campiña o a las playas del sur. /arís me parecía poblado de marcianos. (l llegar la noche, con apenas un caf en el estómago y sin fumar, estaba al borde de la paranoia. @na ve más recorrí el boulevard Saint4Bermain, empeando por el Museo 5luny, en dirección a la /laa de la 5oncordia. /ero en lugar de inspeccionar las terraas atestadas de turistas, mis o$os tendían a barrer el suelo. 8?uin sabe9 ( lo me$or podía encontrar un billete caído, una moneda. 6 una colilla. 2i algunas, pero estaban aplastadas o mo$adas, o pasaba en ese momento gente y un resto de dignidad me impedía recogerlas. 5erca de media noche estaba en la /laa de la 5oncordia, al pie del obelisco, cuya espigada figura no tenía para mí otro simbolismo que el de un gigantesco cigarro. 0udaba entre seguir mi ronda hacia los grandes boulevares o si regresar derrotado a mi hotelito de la rue 0e la Harpe. Me aventur por la rue 1oyal y del Ma"imNs vi salir a un caballero elegante que encendía un cigarrillo en la calada y despachaba al portero en busca de un ta"i. Sin vacilar me acerqu a l y en mi francs más correcto le di$e: J+Sería usted tan amable de invitarme un cigarrilloJ. )l caballero dio un paso atrás horroriado, como si alg'n e"ecrable monstruo nocturno irrumpiera en el orden de su e"istencia y pidiendo au"ilio al portero me esquivó y desapareció en el ta"i que llegaba. @n flu$o de sangre me remontó a la cabea, al punto que temí caerme desplomado. 5omo un sonámbulo volví sobre mis pasos, cruc la plaa, el puente, llegu a los malecones del Sena. (poyado en la baranda mir las aguas oscuras del río y llor copiosa, silenciosamente, de rabia, de vergIena, como una mu$er cualquiera. )ste incidente me marcó tan profundamente, que a raí de l tom una determinación irrevocable: no ponerme nunca más, pero nunca más, en esa situación de indigencia que me forara a pedirle cigarrillos a un desconocido. #unca más. )n adelante debía ganar
mi tabaco con el sudor de mi frente. Sabía que estaba viviendo un período de prueba y que vendrían me$ores tiempos, pero por el momento me lanc como un lobo sobre la menor ocasión de traba$o que se me presentó, por duro o desdeñado que fuese y al día siguiente estaba haciendo cola ante la oficina de ramassage de vieu" $orneau" y me convertí en un recolector de papel de periódico. Cue el primer traba$o físico que realic y uno de los más fatigosos, pero tambin uno de los más e"altantes, pues me permitió conocer no solo los pliegues más recónditos de /arís, sino aquellos más secretos de la naturalea humana. ( cada cual nos daban un triciclo y una calle y uno debía partir pedaleando hasta su calle e ir de edificio en edificio, de piso en piso y de puerta en puerta pidiendo periódicos vie$os para los Jpobres estudiantesJ, hasta llenar el triciclo y regresar a la oficina, con sol o con lluvia, por calles planas o calles empinadas. 5onocí barrios lu$osos y barrios populares, entr a palacetes y buhardillas, me tropec con porteras hórridas que me e"pulsaron como a un mendigo, vie$itas que a falta de periódicos me regalaron un franco, burgueses que me tiraron las puertas en las narices, solitarios que me retuvieron para que compartiera su triste pitana, solteronas en celo que esboaron gestos equívocos e iluminados que me propusieron fórmulas de salvación espiritual. Sea como fuese, en die o más horas de traba$o lograba reunir el papel suficiente para pagar cotidianamente hotel, comida y cigarrillos. Cueron los más ticos que fum, pues los conquist echando el bofe, y tambin los más patticos, ya que no había nada más peligroso que encender y fumar un pitillo cuando descendía una cuesta embalado con trescientos Ailos de periódicos en el triciclo. /or desgracia, este traba$o duró solo unos meses. ?ued nuevamente al garete, pero fiel a mi propósito de no mendigar más un cigarrillo me los gan traba$ando como conser$e de un hotelucho, cargador de estación ferroviaria, repartidor de volantes, pegador de afiches y finalmente cocinero ocasional en casa de amigos y conocidos. Cue en esa poca que conocí a /anchito y pude disfrutar durante un tiempo de los cigarrillos más largos que había visto en mi vida, gracias al amigo más pequeño que he tenido. /anchito era un enano y fumaba /all Mall. ?ue fuera un enano me parece quiás e"agerado, pues siempre tuve la impresión de que crecía conforme lo frecuentaba. 3o cierto es que lo conocí desnudo como un gusano y en circunstancias melodramáticas. @n amigo me invitó a cocinar a su estudio y cuando llegu encontr la puerta entreabierta y en la cama un bulto cubierto con las sábanas. /ens que era mi amigo que se había quedado dormido y para hacerle una broma $al las sábanas de un tirón gritando J8/ólice9J. /ara mi sorpresa, quien quedó al descubierto fue un cholo calato, lampiño y min'sculo que, dando un salto agilísimo, se puso de pie y quedó mirándome aterrado con su carota de caballo. 5uando lo vi desviar la vista hacia el cortapapel toledano que había en la mesa de noche fui yo el que me asust, pues un hombre
calato, por indefenso que pareca, se vuelve peligroso si se arma de un punón. J8Soy amigo de 5arlos9J, e"clam. ( buena hora. )l hombrecito sonrió, se cubrió con una bata y me estiró la mano, $usto cuando llegaba 5arlos con la bolsa de provisiones. 5arlos me lo presentó como a un vie$o pata que había alo$ado por esa noche mientras encontraba un hotel. /anchito entretanto había sacado de ba$o la cama dos voluminosas maletas. @na desbordaba de ropa muy fina y la otra de botellas de KhisAy y de cartones de una marca de cigarrillos desconocida entonces en Crancia: /all Mall. 5uando me estiró el primer paquete de los primeros Aing sie que veía me di cuenta de que /anchito era menos pequeño de lo que suponía. ( partir de ese día /anchito, yo y los /all Mall formamos un trío inseparable. /anchito me adoptó como su acompañante, lo que equivalía a haberme e"tendido un contrato de traba$o que asumí con una responsabilidad profesional. Mi función consistía en estar con l. 5aminábamos por el barrio 3atino, tomábamos copetines en las terraas de los cafs, comíamos $untos, $ugábamos una que otra partida de billar, rara ve entrábamos a un cine, pero sobre todo conversábamos a lo largo del día y parte de la noche. Dl corría con todos los gastos y al despedirse me de$aba algunos billetes en la mano e, invariablemente, una ca$etilla de /all Mall. ( pesar de tan estrecho contacto, yo no sabía realmente quin era /anchito y a qu se dedicaba. 0e mis largas conversaciones con l saqu en limpio muchas cosas pero no las suficientes como para adquirir una certea. Sabía que su infancia en 3ima fue pobrísima! que de $oven de$ó el /er' para recorrer casi toda (mrica 3atina! que le encantaba vestirse bien, con chaleco, sombrero, apatos Oeston de tacos muy altos *por lo cual la primera ve que salimos $untos me pareció que había dado un pequeño estirón-! que el oro lo fascinaba, pues eran de oro su relo$, su lapicero, sus gemelos, su encendedor, su anillo con rubí y sus prendedores de corbata! que odiaba a las fueras del orden y hacía lo indecible para volverse transparente cada ve que pasaba un policía! que el fa$o de billetes que llevaba en el bolsillo de su pantalón era aparentemente inagotable! que a medianoche desaparecía en las sombras con rumbo desconocido, sin que nadie supiese dónde se albergaba. 5on el tiempo algunos de mis amigos lo conocieron y formaron en torno de l un corte$o de artistas mendicantes que habían encontrado amparo en un enigmático cholo peruano. ( /anchito le encantaba estar rodeado por estos cinco o seis blanquitos miraflorinos, hi$os de esa burguesía peruana que lo había menospreciado, y a los que daba de comer, de beber y de vivir, como si encontrara un placer aberrante en devolver con dádivas lo que había recibido en humillaciones. ( Santiago le pagó sus cursos de violín, a 3uis le consiguió un taller para que pintara, y a /edro le financió la edición de una plaqueta de poemas invendible. /anchito era así, entre otras cosas un mecenas, pero que no aceptaba nada de vuelta, ni las gracias.
@no de los 'ltimos recuerdos que guardo de l, antes de su desaparición definitiva, ocurrió una noche invernal, elctrica y viciosa. /asada la medianoche quedábamos /anchito, Santiago y yo tomando el vino del estribo en el mostrador del 1elais de lP6deon. 5erraban el bar, ramos los 'ltimos clientes, los moos ponían las sillas sobre las mesas y barrían las baldosas. )n el espe$o del bar vimos tres siluetas inmóviles en la calada: tres árabes cubiertos con espesos abrigos negros. Santiago nos contó entonces que días atrás, en ese mismo bar, un árabe había intentado manosear a una francesa y que l, movido por un sentimiento incauto de $usticiero latino, salió en su defensa y se lió a puñetaos con el musulmán, ponindolo en fuga luego de romperle una silla en la cabea, dentro de la me$or tradición de los Kesterns. /uesto que de films se trata, estábamos viviendo ahora un film policial, ya que, seg'n Santiago, uno de los tres árabes que estaban en la calada era aquel al que derrotó y que se ale$ó $urando vengana. /ues ahora estaba allí, en esa noche solitaria e inclemente, acompañado por dos secuaces, esperando que saliramos del bar para cumplir su vendetta. +?u hacer Santiago era alto, ágil y buen peleador, pero yo un intelectual esmirriado y /anchito un peruano ba$ito con sombrero y chaleco. +5ómo enfrentarse a esos tres hi$os de (lá, armados posiblemente de corvas nava$as JSalgamos tranquilamenteJ, di$o /anchito. Cue lo que hicimos y nos encaminamos por el centro de la pista desierta y lóbrega hacia la rue 0e 7uci. ( los cincuenta metros volvimos la cabea y vimos que los tres árabes, con las manos en los bolsillos de sus abrigos peludos, aceleraban el paso y se acercaban. JSigan no más ustedesJ, di$o /anchito, Jyo les doy el alcance despusJ. Santiago y yo continuamos nuestro camino y un trecho más allá nos detuvimos para ver qu pasaba. 2imos entonces que /anchito, de espaldas a nosotros, parlamentaba con los tres musulmanes que, a su lado, parecían tres sombrías montañas. )n la mano de uno de ellos refulgió un cuchillo pero, le$os de amedrentarse, /anchito avanó y sus contrincantes dieron un paso atrás y luego otro y otro, a medida que se iban empequeñeciendo y /anchito agrandando, hasta que al fin se esfumaron en la oscuridad y desaparecieron. /anchito volvió calmadamente hacia nosotros, encendiendo en el trayecto uno de sus larguísimos /all Mall. J(sunto arregladoJ, di$o echándose a reír. J/ero, +qu has hechoJ, le preguntó Santiago. J#adaJ, di$o /anchito y al poco rato añadió: J&ocaJ, y se señaló el abrigo, a la altura del tóra". Santiago y yo tocamos su abrigo y sentimos ba$o la tela la presencia de un ob$eto duro, alargado e inquietante. 0ías más tarde /anchito desapareció, sin preaviso. 3o esper durante horas en el caf Mabillón, donde diariamente nos dábamos cita antes del almuero para tomar el primer aperitivo y emprender una de nuestras largas y erráticas $ornadas. Cui a ver a mi amigo 5arlos, quien me di$o ignorar dónde estaba. J%a lo sabrás por los periódicosJ,
agregó sibilinamente. % lo supe, pero años despus, cuando traba$aba en una agencia de prensa, encargado de seleccionar y traducir las noticias de Crancia destinadas a (mrica 3atina. 0e #ia llegó un tle" con la mención J)special /er'. /ara transmitir a los periódicos de 3imaJ. )l tle" decía que un delincuente peruano, /anchito, fichado desde hacía años por la >nterpol, había sido capturado en los pasillos de un gran hotel de la 5osta (ul cuando se aprestaba a penetrar en una suite. 1ecord que para su mamá y hermanos, a quienes enviaba regularmente dinero a 3ima, /anchito era un destacado ingeniero con un importante puesto en )uropa. Haciendo una bola con el tle" lo arro$ a la papelera. 3os vaivenes de la vida continuaron llevándome de un país a otro, pero sobre todo de una marca a otra de cigarrillos. (msterdam y los Muratti ovalados con fina boquilla dorada! (mberes y los 7elga de paquete ro$o con un círculo amarillo! 3ondres, donde intent fumar pipa, a lo que renunci porque me pareció muy complicado y porque me di cuenta de que no era ni SherlocA Holmes, ni lobo de mar, ni ingls... Munich, finalmente, donde a falta de sacar mi doctorado en filología románica, me gradu como e"perto en cigarrillos teutones que, para decirlo crudamente, me parecieron mediocres y sin estilo. /ero si menciono Munich no es por la bondad de su tabaco sino porque cometí un error de discernimiento que me colocó en una situación de carencia desesperada, comparable a los peores momentos de mi poca parisina. Boaba entonces de una módica beca, pero que me permitía comprar todos los días mi paquete de 1othaendhel en un AiosAo calle$ero, antes de tomar el tranvía que me llevaba a la universidad. Se trataba de un acto que, a fuera de repetirse, creó entre la vie$a Crau del AiosAo yo una relación simpática, que yo $ugaba por encima de todo protocolo comercial. /ero a los dos o tres meses de una vida rutinaria y ecónoma me gast la totalidad de mi beca en un tocadiscos portátil, pues había empeado una novela y $ugu que me era necesario, para llevarla a buen trmino, contar con m'sica de fondo o de cortina sonora que me protegiera de todo ruido e"terior. 3a m'sica la obtuve y la cortina tambin y pude avanar mi novela, pero a los pocos días me qued sin cigarrillos y sin plata para comprarlos y como Jescribir es un acto complementario al placer de fumarJ, me encontr en la situación de no poder escribir, por más m'sica de fondo que tuviese. 3o más natural me pareció entonces pasar por el AiosAo cotidiano e invocar mi condición de casero para que me dieran al crdito un paquete de cigarrillos. Cue lo que hice, alegando que había olvidado mi monedero y que pagaría al día siguiente. &an confiado estaba en la legitimidad de mi pedido que estir cándidamente la mano esperando la llegada del paquete. /ero al instante tuve que retirarla, pues la Crau cerró de un tirón la ventanilla del AiosAo y quedó mirándome tras el vidrio no solo escandaliada sino aterrada. Solo en ese momento me di cuenta del error que había cometido: creer que estaba en )spaña cuando estaba en (lemania.
)se país próspero era en realidad un país atrasado y sin imaginación, incapa de haber creado esas instituciones de socorro, basadas en la confiana y la convivialidad, como es la institución del fiado. /ara la Crau del AiosAo, un tipo que le pedía algo pagadero mañana, no podía ser más que un estafador, un delincuente o un desequilibrado dispuesto a asesinarla llegado el caso. Me encontr pues en una situación terrible 4sin poder fumar y en consecuencia escribir4 y sin solución a la vista, pues en Munich no conocía prácticamente a nadie y para colmo se desató un invierno atro, con un metro de nieve en las calles, que me condenó a un encierro foroso. #o hacía más que mirar por la ventana el paisa$e polar, tirarme en la cama como un estropa$o o leer los libros más pesados del mundo, como los siete vol'menes del diario íntimo de 5harles 0u 7os o las novelas pedagógicas de Boethe. Cue entonces cuando vino en mi au"ilio herr &rausnecAer. %o estaba alo$ado en casa de este obrero metal'rgico, que me alquilaba una piea con desayuno y una comida en el departamento que ocupaba en un suburbio proletario. @na o dos veces por semana entraba a mi cuarto en las noches para informarse sobre mis necesidades y hacerme un poco de conversación. Hombre rudo, pero perspica, se dio cuenta de inmediato de que algo me atormentaba. 5uando le e"pliqu mi problema lo comprendió en el acto, y e"cusándose por no poder prestarme dinero me regaló un Ailo de tabaco picado, papel de arro y una maquinita para liar cigarrillos. Bracias a esta maquinita pude subsistir durante las dos interminables semanas que me faltaban para cobrar mi siguiente mesada. &odas las mañanas, al levantarme, liaba una treintena de cigarrillos que apilaba en mi escritorio en pequeños montoncitos. Cueron los peores y me$ores cigarrillos de mi vida, los más nocivos seguramente pero los más oportunos. )l tabaco estaba reseco, el papel era áspero y el acabado artesanal, tosco y e"ecrable a la vista, pero qu importaba, ellos me permitieron capear el temporal y reanudar con brío mi novela interrumpida. Si la concluí se debe en gran parte a la maquinita del señor &rausnecAer, quien lavó así la afrenta que recibí de la vie$a Crau y me reconcilió con el pueblo germánico. )ste servicio se lo pagu con creces, lo que me obliga a hacer una digresión, pues el asunto no tiene nada que ver con el cigarrillo, aunque sí con el fuego. Crau &rausnecAer entró una tarde desolada a mi habitación: hacía más de una hora que había puesto en el horno un pastel de manana, pero la puerta de la cocina se había bloqueado y no podía entrar para sacar el pastel que se estaba quemando. >ntent abrir la puerta primero con una gan'a improvisada, luego a golpes, pero era imposible y el olor a quemado aumentaba. Me acord entonces de que el baño estaba al lado de la cocina y de que sus respectivas ventanas eran contiguas. #o había más que pasar de una piea a otra por la ventana. 3e e"pliqu a Crau &rausnecAer mi plan y me dirigí al baño, pero ella se lanó tras de mí chillando, trató de contenerme, di$o que era muy
arriesgado, hubo un force$eo, hasta que logr encerrarme en el baño con llave. 5omo ella seguía protestando tras la puerta, abrí el caño de la tina y le di$e que no se preocupara, que lo que en realidad iba a hacer era bañarme. 3o que hice fue abrir la ventana y qued espantado: no solo porque el cuarto piso de ese edificio obrero daba a un hondísimo patio de cemento, sino porque la ventana de la cocina estaba más le$os de lo que había supuesto. /ero ya no podía dar marcha atrás, a riesgo de cubrirme de ridículo y quedar como un fanfarrón. Me encaram en la ventana del baño, me colgu de su borde con ambas manos y luego de un balanceo calculado salt hasta la ventana contigua y entr a la cocina. ( tiempo, pues la atmósfera estaba caldeada y el horno echaba humo y fuego por sus ranuras. (brí la puerta de la piea y Crau &rausnecAer entró, apagó la llave del horno, cortó la corriente elctrica, sacó el pastel, que era un montículo de carbón ardiente y lo tiró sobre el lavadero ba$o un chorro de agua fría. 3a casa se llenó de vapor y de un insoportable olor a chamuscado, al punto que tuvimos que abrir todas las ventanas para que se aireara. (l poco rato estábamos sentados en la sala aliviados, satisfechos y felices por haber evitado un incendio. /ero un ruidito nos distra$o: del baño llegaba el rumor del grifo abierto de la tina y al instante vimos aparecer una lengua de agua en el pasillo. 83a tina se estaba desbordando9 /ero +cómo hacer para entrar al baño %o le había echado llave desde el interior. #o me quedó más que rehacer el camino en el sentido inverso, a pesar de las nuevas protestas de Crau &rausnecAer. 0e la ventana de la cocina pas a la ventana del baño en suicida salto sobre el abismo. Mi temeridad salvó a los &rausnecAer sucesivamente de un incendio y de una inundación. )n muchas ocasiones 4es tiempo de decirlo4 trat de luchar contra mi dependencia del tabaco, pues su abuso me hacía cada ve más daño: tosía, sufría de acide, náuseas, fatiga, prdida del apetito, palpitaciones, mareos y una 'lcera estomacal que me retorcía de dolor y me foraba a someterme regularmente a un rgimen de leche y de abominables gelatinas. )mple todo tipo de recetas y de argucias para disminuir su consumo y eventualmente suprimirlo. )scondía las ca$etillas en los lugares más inverosímiles! llenaba mi escritorio de caramelos, para tener siempre a la mano algo que llevarme a la boca y succionar en ve del cigarrillo! adquirí boquillas sofisticadas con filtros que eliminaban la nicotina! tragu todo tipo de pastillas supuestamente destinadas a volvernos alrgicos al tabaco! me clav agu$as en las ore$as ba$o la sabia administración de un acupunturista chino. #ada dio resultado. 3legu así a la conclusión de que la 'nica manera de librarme de este yugo no era el empleo de trucos más o menos falaces sino un acto de voluntad irrevocable, que pusiera a prueba el temple de mi carácter. 5onocía gente 4poca es cierto y que siempre me inspiró desconfiana4 que había resuelto de un día para otro no fumar y lo había conseguido.
Solo una ve tom una determinación seme$ante. Me encontraba en Huamanga, como profesor de su universidad, que acababa de reabrirse luego de tres siglos de clausura. )sa vie$a, pequeña y olvidada ciudad andina era una delicia. )l camarada Bonalo no había hecho a'n su aparición ni su filosofía señalado ning'n sendero luminoso. 3os estudiantes, casi todos lugareños o de provincias vecinas, eran $óvenes ignorantes, serios y estudiosos, convencidos de que les bastaría obtener un diploma para acceder al mundo de la prosperidad. /ero no se trata de evocar mi e"periencia ayacuchana. 2olvamos al cigarrillo. Soltero, sin obligaciones y ganando un buen sueldo, podía surtirme de la cantidad de 5amel que me diera la gana, pues había adoptado esa marca, quiás por la afinidad que e"istía entre el camello y las llamas y vicuñas que circulaban por el pueblo. /ero una noche, conversando y fumando con mis colegas en un caf de la plaa de (rmas, me sentí repentinamente mal. 3a cabea me daba vueltas, tenía dificultades para respirar, sentía punadas en el coraón. Me retir a mi hotel y me tir en la cama, confiado en que reposando me iba a recuperar. /ero mi estado se agravó: el techo se me venía encima, vomit bilis, me sentí realmente morir. Me di cuenta entonces de que eso se debía al cigarrillo, de que al fin estaba pagando al contado la deuda acumulada en quince años de fumador desenfrenado. )ra necesario tomar una decisión radical. /ero no solo tomarla 4no fumar más4 sino consagrarla con un acto simbólico que sellara su carácter sacramental. Me levant de la cama tambaleante, cogí mi paquete de 5amel y lo arro$ al terreno baldío que quedaba al pie de mi ventana. #unca más, me di$e, nunca más. % desahogado por ese rasgo de heroísmo, caí nuevamente en mi cama y me qued al instante dormido. /asada la medianoche me despert, record mi determinación de la víspera y me sentí no solo moralmente reconfortado sino físicamente bien. &anto, que me levant para consignar mi renuncia al tabaco en líneas que imagin, si no inmortales, dignas al menos de una merecida longevidad. )scribí en realidad varias páginas glorificando mi gesto y prometindome una nueva vida, basada en la austeridad y la disciplina. /ero a medida que escribía me iba sintiendo incómodo, mis ideas se ofuscaban, penaba para encontrar las palabras, una angustia creciente me impedía toda concentración y me di cuenta de que lo 'nico que realmente quería en ese momento era encender un cigarrillo. 0urante una hora al menos luch contra este llamado, apagando la lu para tirarme en la cama e intentar dormir, levantándome para poner m'sica en mi tocadiscos portátil, bebiendo vasos y vasos de agua fresca, hasta que no pude más: cogí mi abrigo y decidí salir del hotel en busca de cigarrillos. /ero ni siquiera salí de mi cuarto. ( esa hora no había nada abierto en Huamanga. )mpec entonces a revisar los bolsillos de todos mis sacos y pantalones, los ca$ones de todos los muebles, el contenido de maletas y maletines, en busca del hipottico cigarrillo olvidado, tirando todo por los aires y a
medida que más infructuosa era mi b'squeda más tena era mi deseo. 0e pronto mi mente se iluminó: la solución estaba en el paquete que había arro$ado por la ventana. 5uando me asom a ella vi ocho o die metros más aba$o el terreno baldío vagamente iluminado por la lu de mi habitación. #i siquiera vacil. Salt al vacío como un suicida y caí sobre un montículo de tierra, doblándome un tobillo. ( gatas e"plor el desmonte alumbrado por mi encendedor. 8(llí estaba el paquete9 Sentado entre las inmundicias encendí un pitillo, levant la cabea y lanc la primera bocanada de humo hacia el cielo esplndido de Huamanga. )ste percance fue un anuncio que no supe escuchar ni aprovechar. /roseguí mi vida errante por diferentes ciudades, albergues y ocupaciones, de$ando por todo sitio volutas de humo y colillas aplastadas, hasta que recal nuevamente en /arís, en un departamento de tres pieas, donde pude reunir una colección de sesenta ceniceros. #o por manía de coleccionista, sino para tener siempre a la mano algo en qu tirar puchos o cenias. Había adoptado entonces el Marlboro, pues esta marca, que no era me$or ni peor que las tantas que había ya probado, me sugirió un $uego gramatical que practicaba asiduamente. +5uántas palabras podían formarse con las ocho letras de Marlboro Mar, lobo, malo, árbol, bar, loma, olmo, amor, orar, bolo, etc. Me volví invencible en este $uego, que impuse entre mis colegas de la (gencia Crance4/resse, donde entonces traba$aba. 0icha agencia, dir de paso, era no solo una fábrica de noticias sino el emporio del tabaquismo. /or estadísticas sabía que la profesión más adicta al tabaco era la de periodista. % lo verifiqu, pues las salas de redacción, a cualquier hora del día o de la noche, eran espaciosos antros donde decenas de hombres tecleaban desesperadamente en sus máquinas de escribir, chupando sin descanso puros, pipas y pitillos de todas las marcas, en medio de una espesa bruma nicotínica, al punto que me pregunt si estaban reunidos allí para redactar las noticias o más bien para fumar. Cue precisamente durante la era del Marlboro y de mi traba$o en la agencia que revent. #o es mi propósito establecer una relación de causa a efecto entre esta marca de cigarrillos y lo que me ocurrió. 3o cierto es que una tarde caí en mi cama y comenc a morir, con gran alarma de mi mu$er *pues entretanto, aparte de fumar, me había casado y tenido un hi$o-. Mi vie$a 'lcera estomacal estalló y una hemorragia incontenible me iba evacuando del mundo por la vía inferior. @na ambulancia de estridente sirena me llevó al hospital en estado comatoso y gracias a transfusiones de sangre masivas pude volver a mí. )sto es horrible y no abundo en detalles para no caer en el patetismo. )l doctor 0upont me cicatrió la 'lcera en dos semanas de tratamiento y me dio de alta con la recomendación e"presa 4aparte de medicinas y rgimen alimenticio4 de no fumar más.
8#o fumar más9 >nocente doctor 0upont. >gnoraba con qu tipo de paciente se había encontrado. 0os meses más tarde, incorporado nuevamente a mi traba$o en la agencia de prensa, entre cientos de rabiosos fumadores, tiraba al canasto diariamente un par de ca$etillas de Marlboro vacías. M4a4r4l4b4o4r4o. Mi $uego gramatical se enriqueció: broma, robar, rabo, ola, romo, borla, etc. )sto puede tener gracia, pero así como nuevas palabras encontr, nuevas hemorragias tuve y nuevas ambulancias fueron llevándome al hospital, entre pitos y sirenas, para de$arme e"ánime ante los o$os horripilados del doctor 0upont. 3a ambulancia se convirtió en cierta forma en mi medio normal de locomoción. )l doctor 0upont me devolvía siempre a casa reencauchado, despus de $urarle que de$aría el cigarrillo y amenaándome que a la pró"ima renunciaría a paliativos y me metería cuchillo sin contemplaciones. (menaa que me de$aba impávido, y la me$or prueba de ello es que a la cuarta o quinta entrada al hospital, me di cuenta de que para fumar no era necesario que me dieran de alta: bastaba sobornar a una enfermera menor para que me comprara un paquete. 0e Marlboro, naturalmente: lora, orla, ramo, ropa, paro, proa, etc. 3o tenía escondido en el guardarropa, dentro de un apato. 0os o tres veces al día sacaba un cigarrillo, me encerraba en el baño, le daba varias pitadas frenticas y pasaba sus restos por el Kater4closet. 0ir para mi descargo que lo que contribuyó a echar por tierra mis buenos propósitos y en consecuencia fortaleció mi vicio fue una visión fuga pero definitiva que tuve en el hospital. )l doctor 0upont, por buen especialista que fuese, ocupaba sólo un rango intermedio entre los gastroenterólogos del local. )n la c'spide se encontraba el patrón doctor 7ismuto, que había llegado a esa situación posiblemente gracias a su apellido proftico. )l doctor 7ismuto solo se ocupaba de casos e"tremadamente importantes. /ero como el mío estaba a punto de convertirse en uno de ellos, el buen 0upont obtuvo el privilegio de que me hiciera una visita. Me la anunció con gran solemnidad y minutos antes de la hora prevista vino una enfermera mayor para verificar que todo estuviera en orden. /oco despus la puerta se entreabrió y en fracciones de segundo distinguí a un señor alto, escuálido y canoso que en un acto furtivo digno de un prestidigitador se quitaba un cigarrillo de los labios, lo apagaba en la suela de su apato y guardaba la colilla en el bolsillo de su mandil. 5reí que estaba soñando. /ero cuando el mandarín se acercó a mi cama, rodeado de su squito de internos y enfermeras, not en sus bigotes amarillentos y en sus larguísimos dedos marrones la marca infamante del fumador. +?u tipo de recompensa obtenía del cigarrillo para haber sucumbido a su imperio y haberme convertido en un siervo rampante de sus caprichos Se trataba sin duda de un vicio, si entendemos por vicio un acto repetitivo, progresivo y pernicioso que nos produce placer. /ero e"aminando el asunto de más cerca me daba cuenta de que el
placer estaba e"cluido del fumar. Me refiero a un placer sensorial, ligado a un sentido particular, como el placer de la gula o la lu$uria. ?uiás en mis primeros años de fumador sentí un agradable sabor o aroma en el tabaco, pero con el tiempo esta sensación se había mellado y podría decir incluso que fumar me era desagradable, pues me de$aba amarga la boca, ardiente la garganta y ácido el estómago. Si placer había, me di$e, debía ser mental, como el que se obtiene del alcohol o de drogas como el opio, la cocaína o la morfina. /ero tampoco era el caso, pues el fumar no me producía euforia, ni lucide, ni estados de "tasis, ni visiones sobrenaturales, ni me suprimía el dolor o la fatiga. +?u me daba el tabaco entonces, a falta de placeres, sensoriales o espirituales ?uiás placeres más difusos y sutiles, difíciles de localiar, definir y mensurar, ligados a los efectos de la nicotina en nuestro organismo: serenidad, concentración, sociabilidad, adaptación a nuestro medio. /odía decir en consecuencia que fumaba porque necesitaba de la nicotina para sentirme anímicamente bien. /ero si lo que necesitaba era la nicotina contenida en el cigarrillo, +por qu diablos no recurría a los puros o al tabaco de pipa que tenía a mano cuando carecía de cigarrillos % eso nunca lo hice, ni en mis peores momentos, pues lo que necesitaba era ese fino, largo y cilíndrico ob$eto cuyo envoltorio de papel contenía hebras de tabaco. )ra el ob$eto en sí el que me subyugaba, el cigarrillo, su forma tanto como su contenido, su manipulación, su inserción en la red de mis gestos, ocupaciones y costumbres cotidianas. )sta refle"ión me llevó a considerar que el cigarrillo, aparte de una droga, era para mí un hábito y un rito. 5omo todo hábito se había agregado a mi naturalea hasta formar parte de ella, de modo que quitármelo equivalía a una mutilación! y como todo rito estaba sometido a la observación de un protocolo riguroso, sancionado por la e$ecución de actos precisos y el empleo de ob$etos de culto irremplaables. /odía así llegar a la conclusión de que fumar era un vicio que me procuraba, a falta de placer sensorial, un sentimiento de calma y de bienestar difuso, fruto de la nicotina que contenía el tabaco y que se manifestaba en mi comportamiento social mediante actos rituales. &odo esto está muy bien, me di$e, era coherente y hasta bonito, pero no me satisfacía, pues no e"plicaba por qu fumaba cuando estaba solo y no tenía nada que pensar, ni nada que decir, ni nada que escribir, ni nada que ocultar, ni nada que aparentar, ni nada que representar. 3a tiranía del cigarrillo debía tener en consecuencia causas más profundas, probablemente subconscientes. 3e$os de mí, sin embargo, el ampararme en Creud, no tanto por l sino por sus e"getas fanáticos y mediocres que veían falos, anos y )dipos por todo sitio. Seg'n algunos de sus divulgadores, la adicción al cigarrillo se e"plicaba por una regresión infantil en busca del peón materno o por una sublimación cultural del deseo de succionar un pene.
3eyendo estas idioteces comprendí por qu #aboAov 4e"agerando, sin duda4 se refería a Creud como al Jcharlatán de 2ienaJ. #o me quedó más remedio que inventar mi propia teoría. &eoría filosófica y absurda, que menciono aquí por simple curiosidad. Me di$e que, seg'n )mpdocles, los cuatro elementos primordiales de la naturalea eran el aire, el agua, la tierra y el fuego. &odos ellos están vinculados al origen de la vida y a la supervivencia de nuestra especie. 5on el aire estamos permanentemente en contacto, pues lo respiramos, lo e"pelemos, lo acondicionamos. 5on el agua tambin, pues la bebemos, nos lavamos con ella, la goamos en e$ercicios natatorios o submarinos. 5on la tierra igualmente, pues caminamos sobre ella, la cultivamos, la modelamos con nuestras manos. /ero con el fuego no podemos tener relación directa. )l fuego es el 'nico de los cuatro elementos empedoclianos que nos arredra, pues su cercanía o su contacto nos hace daño. 3a sola manera de vincularnos con l es gracias a un mediador. % este mediador es el cigarrillo. )l cigarrillo nos permite comunicarnos con el fuego sin ser consumidos por l. )l fuego está en un e"tremo del cigarrillo y nosotros en el opuesto. % la prueba de que este contacto es estrecho reside en que el cigarrillo arde, pero es nuestra boca la que e"pele el humo. Bracias a este invento completamos nuestra necesidad ancestral de religarnos con los cuatro elementos originales de la vida. )sta relación, los pueblos primitivos la sacraliaron mediante cultos religiosos diversos, terráqueos o acuáticos y, en lo que respecta al fuego, mediante cultos solares. Se adoró al sol porque encarnaba al fuego y a sus atributos, la lu y el calor. Seculariados y descreídos, ya no podemos rendir homena$e al fuego, sino gracias al cigarrillo. )l cigarrillo sería así un sucedáneo de la antigua divinidad solar y fumar una forma de perpetuar su culto. @na religión, en suma, por banal que pareca. 0e ahí que renunciar al cigarrillo sea un acto grave y desgarrador, como una ab$uración. )l cuchillo del doctor 0upont fue mi espada de 0amocles, con la diferencia de que a mí sí me cayó. )so ocurrió años más tarde, cuando el Marlboro y su est'pido $uego de palabras 4bar, lar, loma, ralo, rabo, etc.4 había sido remplaado por el 0unhill en su lindo estuche burdeos con guardilla dorada. Me encontraba entonces en 5annes siguiendo un nuevo tratamiento para librarme del tabaco, luego de una 'ltima estada en el hospital. 0upont había decretado distracción, deportes y reposo, receta que mi mu$er, convertida en la más celosa guardiana de mi salud y e"tirpadora de mi vicio, se encargó de aplicar y controlar escrupulosamente. 6cupaba mis $ornadas en $ogging matinal, baños de sol y de mar, larga siesta, remo en bote de goma y bicicleta crepuscular. )llo alternado con comidas sanas y actividades espirituales pero de ba$o perfil, como hacer solitarios, leer novelas de espiona$e y ver folletones de televisión. )ste calendario no de$aba ninguna fisura por donde pudiese colar un cigarrillo, tanto más cuanto que mi mu$er no me abandonaba ni a sol ni a sombra. (l mes estaba
tostado, fornido, saludable y diría hasta hermoso. /ero en el fondo, pero en el fondo, me sentía insatisfecho, desasosegado, por momentos increíblemente triste. 0e nada me servía percibir me$or la purea del aire marino, el aroma de las flores y el sabor de las comidas, si era la e"istencia misma la que se había vuelto para mí insípida. @n día no pude más. 5onvencí a mi mu$er de que en adelante iría a la playa una hora antes que ella y mi hi$o, para aprovechar más los beneficios de esa vida salutífera y recreativa. )n el trayecto compr un paquete de 0unhill y como era arriesgado conservarlo conmigo o esconderlo en casa encontr en la playa un rincón apartado, donde hice un hueco, lo guard, lo cubrí con arena y de$ encima como seña una piedra ovalada. )s así que muy de mañana partía de casa a paso gimnástico, ante la mirada asombrada de mi mu$er que me observaba desde el balcón orgullosa de mis disposiciones atlticas, sin sospechar que el ob$etivo de esa carrera no era me$orar mi forma ni batir ning'n rcord sino llegar cuanto antes al hueco en la arena. 0esenterraba mi paquete y fumaba un par de pitillos, lenta, concentrada y hasta angustiosamente, pues sabía que serían los 'nicos del día. )sta estratagema, lo reconoco, pudo servir mis gustos y halagar mi ingenio, pero me reba$ó ante mi propia consideración, ya que tenía conciencia de estar violando mis promesas y traicionando la confiana de mi mu$er. (parte de que mi plan no estuvo e"ento de imprevistos, como esa mañana que llegu a mi reducto y no encontr la piedra ovalada. )l empleado que se encargaba de rastrillar y limpiar la playa había sido remplaado por otro más diligente, que no de$ó un solo pedruco en la arena. /or más que escarb por un lado y otro no di con mi ca$etilla. 0ecidí entonces comprar cinco paquetes y hacer cinco huecos y poner cinco señas y de$ar cinco probabilidades abiertas a mi pasión. Si uno quisiera contar proli$amente las cosas no terminaría nunca de hacerlo. &odo debe tener un fin. )s por ello que me propongo concluir esta confesión. (quí entramos a la parte más dramática del asunto, con la reaparición del doctor 0upont, sus sondas y sermones y sobre todo su premonitorio cuchillo. Mal que bien, a pesar de mis dolencias y problemas ligados al abuso del tabaco, llegu a convivir con ellos y a tirar para adelante, como se dice, tirando de paso pitada sobre pitada. Hasta que fui víctima de una molestia que nunca había conocido: la comida se me quedaba atracada en la garganta y no podía pasar un bocado. )sto se volvió tan frecuente que fui a ver al doctor 0upont no en ambulancia esta ve, para variar. 0upont se alarmó muchísimo, me guardó en el hospital para someterme a nuevos y complicados e"ámenes y a los pocos días, sin e"plicaciones claras, rodaba en una camilla rumbo a la sala de operaciones. Me despert siete horas más tarde cortado como una res y cosido como una muñeca de trapo. &ubos, sondas y agu$as me salían por todos los orificios del cuerpo. Me habían sacado parte del duodeno, casi todo el estómago y buen pedao del esófago.
/refiero no recordar las semanas que pas en el hospital alimentado por la vena y luego por la boca con papillas que me daban en cucharitas. #i tampoco mi segunda operación, pues 0upont se había olvidado al parecer de cortar algo y me abrió nuevamente por la misma vía, aprovechando que el dibu$o en mi piel estaba ya traado. /ero algo sí debo decir del establecimiento donde me enviaron a convalecer, convertido en un guiñapo humano, luego de tan rudas intervenciones. Se llamaba J5línica diettica y de recuperación pos4operatoriaJ y quedaba en las afueras de /arís, en medio de un e"tenso y hermosísimo parque. Sus habitaciones eran muy amplias y disponían de baño propio, terraa, televisión y telfono. ( ella iban a parar los que habían sufrido graves operaciones de las vías digestivas para que reaprendieran a comer, digerir y asimilar, hasta recobrar la musculatura y el peso perdidos. 3as dos primeras semanas las pas sin poder levantarme de la cama. Me seguía alimentando con líquidos y maamorras y diariamente venía un fornido terapeuta que me masa$eaba las piernas, me hacía levantar con los braos pequeñas barras y con la respiración co$ines de arena cada ve más pesados que me colocaban en el tóra". Bracias a ello pude al fin ponerme de pie y dar algunos pasos por el cuarto, hasta que un día la enfermera $efa me anunció que ya estaba en condiciones de someterme al control cotidiano. 0e qu control se trataba lo supe al día siguiente, cuando vinieron a buscarme antes del desayuno. Cue la primera salida de mi habitación y mi primer contacto con los demás pensionistas de la clínica. 8)spantosa visión9 Me encontr con una legión de seres e"tenuados, tristes y macilentos, en pi$ama y apatillas como yo, que hacían cola ante una balana romana. @na enfermera los pesaba y otra anotaba el resultado en un grueso registro. 3uego se arrastraban penosamente por los pasillos y desaparecían en sus habitaciones por el resto del día. (l horror siguió la refle"ión: +a dónde diablos había ido a parar +?u disimulaba ese remedo de albergue campestre poblado de espectros )n las pró"imas sesiones creí vislumbrar la realidad. )llo no podía ser una clínica, sino la antesala de lo irreparable. ( ese lugar enviaban a los desechados de la ciencia para que, entre árboles y flores, vivieran sus postrimerías en un decorado de vacaciones. 3a pesada era solamente el 'ltimo test que permitía verificar si cabía a'n la posibilidad de un milagro. )nfermo que aumentaba de peso era aquel que, entre cien, mil o más tenía la esperana de salir viviente de allí. )sta sospecha la comprob cuando dos vecinos de corredor de$aron de asistir a la pesada y luego me enter, por una conversación entre enfermeras, de que se habían Jdulcemente e"tinguidoJ. )llo redobló mi oobra, lo que me impidió comer y en consecuencia aumentar de peso. 3os platos que me traían, insípidos y cremosos, los pasaba por el O.5. o los envolvía en Aleene" que echaba a la papelera. Mi mu$er y algunos fieles amigos me visitaban en las tardes y hacían lo indecible, con un temple
admirable, para no mostrarse alarmados. /ero algunos gestos los traicionaron. Mi mu$er me tra$o un finísimo pi$ama de seda, lo que interpret por un raonamiento tortuoso como JSi te tienes que morir que sea al menos en un pi$ama /ierre 5ardinJ. (lgunos amigos insistieron en tomarme fotos, dándome cuenta entonces de que se trataba de fotos póstumas, las que no alcanaría a ver pegadas en ning'n álbum de familia. Me estaba pues muriendo o más bien Jdulcemente e"tinguiendoJ, como dirían las enfermeras. 5ada día perdía unos gramos más de peso y me fatigaba más someterme a la prueba de la balana. )l $efe de la clínica vino a verme y ordenó, como 'ltima medida, que me alimentaran a la fuera. Me metieron una sonda de caucho por la nari y a travs de la sonda, con un enorme mbolo, me disparaban alimentos molidos al estómago. 3a sonda tenía que conservarla en forma permanente, su e"tremo visible pegado en la frente con un esparadrapo. )ra algo tan horrible que a los dos días la arranqu y la tir por los suelos. )l $efe de la clínica regresó para sermonearme y como me resistí a que me la volvieran a poner se retiró despechado, dicindome antes de salir: JMe importa un bledo. /ero de aquí no sale hasta que no aumente de peso. @sted asume toda la responsabilidadJ. ( ese imbcil no lo volví a ver más, pero a quienes vi fue a unos seres hirsutos, sucios y descamisados que fueron surgiendo detrás de los arbustos que divisaba desde mi cama, a travs de los amplios ventanales. &ras esos arbustos estaban edificando un nuevo pabellón y como ya habían levantado el primer piso, los obreros y sus traba$os eran visibles desde mi cuarto. /or su piel cetrina dedu$e que venían de lugares cálidos y pobres, (ndalucía, sur del /ortugal, Qfrica del #orte. 3o que primero me sorprendió fue la celeridad y la variedad de sus movimientos. (parecían y desaparecían subiendo ladrillos, bolsas de cemento, cubos con agua, instrumentos de albañilería, en un ir y venir continuo, que no conocía tropieos ni improvisaciones. >magin el esfuero que hacían y por una especie de sustitución mental me sentí terriblemente fatigado, al punto que corrí las persianas de la ventana. /ero a mediodía volví a abrirlas y comprob que esos hombres, que yo suponía doblegados por el cansancio, estaban sentados en círculo sobre el techo, reían, se interpelaban, se comunicaban con amplios gestos. )ra la pausa del almuero y de portaviandas y bolsas de plástico habían sacado alimentos que engullían con avide y botellas de vino que bebían al pico. )sos hombres eran aparentemente felices. % lo eran al menos por una raón: porque ellos encarnaban el mundo de los sanos, mientras que nosotros el mundo de los enfermos. Sentí entonces algo que rara ve había sentido, envidia, y me di$e que de nada me valían quince o veinte años de lecturas y escrituras, recluido como estaba entre los moribundos, mientras que esos hombres simples e iletrados estaban sólidamente implantados en la vida, de la que recibían sus placeres más elementales. % mi envidia
redobló cuando, al trmino de su yantar, los vi sacar ca$etillas, petaqueras, papel de liar y encender sus cigarrillos de sobremesa. )sa visión me salvó. Cue a partir de ese momento que estalló en mí la chispa que movilió toda mi inteligencia y mi voluntad para salir de mi postración y en consecuencia de mi encierro. #o deseaba otra cosa que reintegrarme a la vida, por ordinaria que fuese, sin otro ruego ni ambición que poder, como los albañiles, comer, beber, fumar y disfrutar de las recompensas de un hombre corriente pero sano. /ara ello me era imperioso vencer la prueba de la balana, pero como me era imposible comer en ese lugar y esa comida, recurrí a una estratagema. 5ada mañana, antes de la pesada, metía en los bolsillos de mi pi$ama algunas monedas de un franco. /rogresivamente fui añadiendo monedas de cinco francos, las más grandes y pesadas, que cambiaba al repartidor de periódicos. 3ogr así aumentar algunos cientos de gramos, lo que no era a'n suficiente ni probatorio. 3e pedí entonces a mi mu$er que me tra$era de casa un $uego completo de cubiertos, alegando que con ellos podría tal ve alimentarme me$or que con los toscos cubiertos de la clínica. )ran los sólidos y caros cubiertos de plata que mi mu$er adquirió en un momento de delirio, a pesar de mi oposición y que ahora, desviándose de su destino, se volvían realmente preciosos. 5omo no podía disimularlos en mis bolsillos, los fui colocando en mis calcetines, empeando por la cucharita de caf hasta llegar a la cuchara de sopa. ( la semana había aumentado dos Ailos y más todavía cuando cosí a mis caloncillos los cubiertos de pescado. 3as enfermeras estaban asombradas por esa recuperación que no iba con mi apariencia. @n galeno me visitó, revisó mis boletines de peso, me e"aminó e interrogó y días más tarde la dirección me e"tendió la autoriación de partida. Horas antes de que mi mu$er viniera a buscarme en un ta"i, estaba ya de pie, vestido, mirando una ve más por la ventana a los albañiles que ágiles, ingrávidos, areos y diría angelicales terminaban de levantar el segundo piso de ese nuevo pabellón de los desahuciados. 0emás está decir que a la semana de salir de la clínica podía alimentarme moderadamente pero con apetito! al mes bebía una copa de tinto en las comidas! y poco más tarde, al celebrar mi cuadragsimo aniversario, encendí mi primer cigarrillo, con la aquiescencia de mi mu$er y el indulgente aplauso de mis amigos. ( ese cigarrillo siguieron otros y otros y otros, hasta el que ahora fumo, quince años despus, mientras me esfuero por concluir esta historia, instalado en la terraa de una casita de vía &ragara, contemplando a mis pies la ensenada de Marina /icola, protegida por el escarpado monte Solaro. Hace veinte siglos el emperador (ugusto estableció aquí su residencia de verano y &iberio vivió die años y construyó die palacios. )s cierto que ambos no fumaban, de modo que no tienen nada que ver con el tema, pero quien sí fumó fue el 2esubio y con tanta pasión que su humo y cenias cubrieron las viñas y viviendas de la isla y 5apri entró en un largo período de decadencia.
)nciendo otro cigarrillo y me digo que ya es hora de poner punto final a este relato, cuya escritura me ha costado tantas horas de traba$o y tantos cigarrillos. #o es mi intención sacar de l conclusión ni morale$a. ?ue se le tome como un elogio o una diatriba contra el tabaco, me da igual. #o soy moralista ni tampoco un desmoraliador, como a Claubert le gustaba llamarse. % ahora que recuerdo, Claubert fue un fumador tena, al punto que tenía los dientes cariados y el bigote amarillo. 5omo lo fue BorAi, quien vivió además en esta isla. % como lo fue HemingKay, que si bien no estuvo aquí residió en una isla del 5aribe. )ntre escritores y fumadores hay un estrecho vínculo, como lo di$e al comieno, pero +no habrá otro entre fumadores e islas 1enuncio a esta nueva digresión, por virgen que sea la isla a la que me lleve. 2eo además con aprensión que no me queda sino un cigarrillo, de modo que le digo adiós a mis lectores y me voy al pueblo en busca de un paquete de tabaco.
Interior &L'
)l colchonero con su larga prtiga de membrillo sobre el hombro y el rostro recubierto de polvo y de pelusas atravesó el corredor de la casa de vecindad, limpiándose el sudor con el dorso de la mano. 48/aulina, el t9 4e"clamó al entrar a su habitación dirigindose a una muchacha que, inclinada sobre un ca$ón, escribía en un cuaderno. 3uego se desplomó en su catre. Se hallaba e"tenuado. &oda la mañana estuvo sacudiendo con la vara un cerro de lana sucia para rehacer los colchones de la familia )nríque. ( mediodía, en la chingana de la esquina, comió su cebiche y su plato de fre$oles y prosiguió por la tarde su tarea. #unca, como ese día, se había agotado tanto. (ntes del atardecer suspendió su traba$o y emprendió el regreso a su casa, vagamenre preocupado y descontento, pensando casi con necesidad en su catre destartalado y en su taa de t. 4(cá lo tienes 4di$o su hi$a, alcanándole un pequeño $arro de metal4. )stá bien caliente 4y regresó al ca$ón donde prosiguió su escritura. )l colchonero bebió un sorbo mientras observaba las trenas negras de /aulina y su espalda tenamente curvada. @n sentimiento de ternura y de tristea lo conmovió. /aulina era lo 'nico que le quedaba de su breve familia. Su mu$er hacía más de un año que muriera víctima de la tuberculosis. )sta enfermedad parecía ser una tara familiar, pues su hi$o que traba$aba de albañil, falleció de lo mismo alg'n tiempo despus. 483e ha caído un ladrillo en la espalda9 8Ha sido sólo un ladrillo9 4recordó que argumentaba ante el dueño del calle$ón, quien había acudido muy alarmado a su propiedad al enterarse que en ella había un tísico. 4+% esa tos, +y ese color 483e $uro que ha sido sólo un ladrillo9 %a todo pasará. #o hubo de esperar mucho tiempo. ( la semana el pequeño albañil se ahogaba en su propia sangre. 40ebió ser un ladrillo muy grande 4comentó el propietario cuando se enteró del fallecimiento. 4/aulina, +me sirves otro poco /aulina se volvió. )ra una cholita de quince años ba$a para su edad, redonda, prieta, con los o$os rasgados y vivos y la nari aplastada. #o se parecía en nada a su madre, la cual era más bien delgada como un palo de te$er. 4/aulina, estoy cansado. Hoy he cosido dos colchones 4suspiró el colchonero, de$ando el $arro en el suelo para e"tenderse a lo largo de todo el catre. % como /aulina no contestara y de$ara tan sólo escuchar el rasgueo de la pluma sobre el papel, no insistió. Su mirada fue desliándose por el techo de madera hasta descubrir un tragalu donde faltaba un vidrio.
se acordó de 0omingo. Se e"trañó que este recuerdo no le produ$era tanta indignación. 8&ambin había tenido que sucederle eso a l9 4/aulina, +cómo apellidaba 0omingo )sta ve su hi$a se volvió con prestea y quedó mirándolo fi$amente. 4(llende 4replicó y volvió a curvarse sobre su tarea. 4+(llende 4se preguntó el colchonero. &odo empeó cuando una tarde se encontró con el profesor de /aulina en la avenida. (penas lo divisó corrió hacia l para preguntarle por los estudios de su hi$a. )l profesor quedó mirándolo sorprendido, balanceó su enorme cabea calva y apuntándole con el índice le hio una revelación enorme: 4Hace dos meses que no va al colegio. +)s que está enferma acaso Sin dar crdito a lo que escuchaba regresó en el acto a su casa. )ran las tres de la tarde, hora eminentemente escolar. 3o primero que divisó fue el mandil de /aulina colgado en el mango de la puerta y luego, al ingresar, a /aulina que dormía a pierna suelta sobre el catre. 4+?u haces aquí )lla despertó sobresaltada. 4+#o has ido al colegio /aulina prorrumpió a llorar mientras trataba de cubrir sus piernas y su vientre imp'dicamente al aire. Dl, entonces, al verla tuvo una sospecha fero. 4)stás muy barrigona 4di$o acercándose4. 80$ame mirarte9 4y a pesar de la resistencia que le ofreció logró descubrirla. 48Maldición9 4e"clamó4. 8)stás embaraada9 8#o lo voy a saber yo que he preñado por dos veces a mi mu$er9 4(llende, +no 4preguntó el colchonero incorporándose ligeramente4. %o creía que era (yala. 4#o, (llende 4replicó /aulina sin volverse. )l colchonero volvió a recostar su cabea en la almohada. 3a fatiga le inflaba rítmicamente el pecho. 4Sí, (llende4repitió4. 0omingo (llende. 0espus de los reproches y de los golpes ella lo había confesado. 0omingo (llende era el maestro de obras de una construcción vecina, un ambo fornido y bembón, hábil para decir un piropo, para patear una pelota y para darle un mal corte a quien se cruara en su camino. 4/ero +de quin ha sido la culpa 4habíale preguntado tirándola de las trenas. 480e l9 4replicó ella4. @na tarde que yo dormía se metió al cuarto, me tapó la boca con una toalla y... 48Sí, claro, de l9 + % por qu no me lo di$iste
48&enía vergIena9 % luego qu rabia, qu indignación, qu angustia la suya. Había pregonado a vo en cuello su desgracia por todo el calle$ón, confiando en que la solidaridad de los vecinos le tra$era alg'n consuelo. 42aya usted donde el comisario 4le di$o el gasfitero del cuarto pró"imo. 4)stas cosas se entienden con el $ue 4le sugirió un repartidor de pan. % su compadre, que traba$aba en carpintería, le insinuó cogiendo su serrucho. 4%o que t'... 8as9 4y describió una e"presiva parábola con su herramienta. )sta 'ltima actitud te pareció la más digna, a pesar de no ser la más prudente, y armado solamente de cora$e se dirigió a la construcción donde traba$aba 0omingo. &odavía recordaba la macia figura de 0omingo asomando desde un alto andamio. 4+?uin me busca 4(quí un señor pregunta por ti. Se escuchó un ruido de tablones cimbrándose y pronto tuvo delante suyo a un gigante con las manos manchadas de cal, el rostro salpicado de yeso y la enorme pasa amba emergiendo ba$o un gorro de papel. #o sólo decayeron sus intenciones belicosas, sino que fue convencido por una lógica 4que provenía más de los m'sculos que de las palabras4 que /aulina era la culpable de todo. 4+?u tengo que ver yo 8)lla me buscaba9 /regunte no más en el calle$ón. Me citó para su cuarto.
escribanos, sus humillaciones ante los porteros. 8?u asco9 /or eso la posibilidad de embarcarse en un $uicio contra 0omingo lo aterró. 42oy a pensarlo 4di$o al abogado. % lo hubiera seguido pensando indefinidamente si no fuera por aquel encuentro que tuvo con el ambo (llende, un sábado por la tarde, mientras bebía cervea. )nvalentonado por el licor se atrevió a amenaarlo. 48&e vas a fregar9 %a fui donde mi abogado. 8&e vamos a meter a la cárcel por abusar de menores9 8%a verás9 )sta ve el ambo no hio bravatas. 0e$ó su botella sobre el mostrador y quedó mirándolo perple$o. (l percatarse de esta reacción, l arremetió. 48Sí, no vamos a parar hasta verte metido entre cuatro paredes9 3a ley me protege. 0omingo pagó su cervea y sin decir palabra abandonó la taberna. &an asustado estaba que se olvidó de recoger su vuelto. 4/aulina, esa noche te mand a comprar cervea. /aulina se volvió. 4+5uál 43a noche de 0omingo y del ingeniero. 4(h, sí. 4(nda ahora, toma esto y cómprame una botella. 8?ue est bien helada9 Hace mucho calor. /aulina se levantó, metió las puntas de su blusa entre su falda y salió de la habitación. )l mismo sábado del encuentro en la taberna, hacia el atardecer, 0omingo apareció con el ingeniero. )ntraron al cuarto silenciosos y quedaron mirándolo. Dl se asombró mucho de la e"presión de sus visitantes. /arecían haber tramado algo desconocido. 4/aulina, anda a comprar cervea 4di$o l, y la muchacha salió disparada. 5uando quedaron los tres hombres solos hicieron el acuerdo. )l ingeniero era un hombre muy elegante. 1ecordó que mientras estuvo hablando, l no cesó de mirarte est'pidamente los dos puños blancos de su camisa donde relucían gemelos de oro. 4)l $uicio no conduce a nada 4decía, paseando su mirada por la habitación con cierto involuntario fruncimiento de nari4. )stará usted peleando durante dos o tres años en el curso de los cuales no recibirá un cobre y mientras canto la chica puede necesitar algo. 0e modo que lo me$or es que usted acepte esto... 4y se llevó la mano a la cartera. Su dignidad de padre ofendido hio e"plosión entonces. (lgunas frases sueltas repicaron en sus oídos. <+5ómo cree que voy a hacer eso=, <83árguese con su dinero9=, <...el $ue se entenderá con ustedes9= +/ara qu tanto ruido si al final de todo iba a aceptar
4%a sabe usted 4advirtió el ingeniero antes de retirarse4. (quí queda el dinero, pero no meta al $ue en el asunto. /aulina entró con la cervea. 40estápala 4ordenó l. (quella ve /aulina tambin llegó con la cervea pero, cosa e"traña, hubo de servirle al ingeniero y a su violador. )lla tambin bebió un dedito y los cuatro brindaron por
)ntonces no pensaba en el futuro. 5uando el gasfitero le di$o: <8Maestro /adrón9 +0amos una vuelta por la 2ictoria=, l aceptó sin considerar que /aulina tenía ocho meses de embarao y que podía dar a lu de un momento a otro. (l regresar a las tres de la mañana, abraado del gasfitero, encontró su habitación llena de gente: /aulina había abortado. )n un rincón, envuelto en una sábana, había un bulto sanguinolento. /aulina yacía e"tendida sobre una $erga con el rostro verde como un limón. 480ios mío, murió /aulicha9 4fue lo 'nico que atinó a e"clamar antes de ser amonestado por la comadrona y de recibir en su rostro congestionado por el licor un $arro de agua helada. /or el tragalu se colaba el viento haciendo oscilar la llama del lamparín. 3a estrella se caía de sueño. 48Habrá que poner un vidrio9 4suspiró el colchonero y corno /aulina no contestara insistió4: 8?u bien nos sirvió el de la ve pasada9 #o costó mucho, +verdad /aulina se levantó, cerrando su cuaderno. 4#o me acuerdo 4di$o y se acercó a la cocina. 1ecogiendo su falda para no ensuciarla puso las rodillas en tierra y comenó a ordenar los carbones. 4+5uánto costaría 4pensó l4. &al ve un día de traba$o 4y observó las anchas caderas de su hi$a. Muchos días hubieron de pasar para que recuperara su color y su peso. 3os restos de su pequeño capital se fueron en remedios. 5uando por las noches el farmacutico le envolvía los grandes paquetes de medicinas l no de$aba de inquietarse por el tamaño de la cuenta. 4/ero no ponga esa cara 4reía el boticario4. Se diría que le estoy dando veneno. )l día que /aulina pudo levantarse l ya no tenía un cntimo. Hubo, entonces, de coger su vara de membrillo, sus temibles agu$as, su rollo de pica y reiniciar su traba$o con aquellas manos que el descanso había entorpecido. 4)stá usted muy pesado 4le decía la señora )nríque al verlo resoplar mientras sacudía la lana, 4Sí, he engordado un poco. Hacía de esto ya algunos meses. 0esde entonces iba haciendo su vida así, penosamente, en un mundo de polvo y de pelusas. )se día había sido igual a muchos otros, pero singularmente distinto. (l regresar a su casa, mientras raspaba el pavimento con la varilla, le había parecido que las cosas perdían sentido y que algo de e"cesivo, de deplorable y de in$usto había en su condición, en el tamaño de las casas, en el color del poniente. Si pudiera por lo menos pasar un tiempo así, bebiendo sin apremios su t cotidiano, escogiendo del pasado sólo lo agradable y observando por el vidrio roto el paso de las estrellas y de las horas. % si
ese tiempo pudiera repetirse... +era imposible acaso /aulina inclinada sobre la cocina soplaba en los carbones hasta ponerlos ro$os. @n calor y un chisporroteo agradables invadieron la piea. )l colchonero observó la trena partida de su hi$a, su espalda amorosamente curvada, sus caderas anchas. 3a maternidad le había asentado. Se la veía más redonda, más apetecible. 0e pronto una especie de resplandor cruó por su mente. Se incorporó hasta sentarse en el borde del catre: 4/aulina, estoy cansado, estoy muy cansado... necesito reposar... +por qu no buscas otra ve a 0omingo Mañana no estar por la tarde. /aulina se volvió a l bruscamente, con las me$illas abrasadas por el calor de los carbones y lo miró un instante con fi$ea. 3uego regresó la vista hacia la cocina, sopló hasta avivar la llama y replicó pausadamente: 43o pensar. *Madrid, 1953 -
La insi"nia
Hasta ahora recuerdo aquella tarde en que al pasar por el malecón divis en un pequeño basural un ob$eto brillante. 5on una curiosidad muy e"plicable en mi temperamente de coleccionista, me agach y despus de recogerlo lo frot contra la manga de mi saco. (sí pude observar que se trataba de una menuda insignia de plata, atravesada por unos signos que en ese momento me parecieron incomprensibles. Me la ech al bolsillo y, sin darle mayor importancia al asunto, regres a mi casa. #o puedo precisar cuánto tiempo estuvo guardada en aquel tra$e que usaba poco. Sólo recuerdo que en una oportunidad lo mand a lavar y, con gran sorpresa mía, cuando el dependiente me lo devolvió limpio, me entregó una ca$ita, dicindome: J)sto debe ser suyo, pues lo he encontrado en su bolsilloJ. )ra, naturalmente, la insignia y este rescate inesperado me conmovió a tal e"tremo que decidí usarla. (quí empiea realmente el encadenamiento de sucesos e"traños que me acontecieron. 3o primero fue un incidenbte que tuve en una librería de vie$o. Me hallaba repasando añe$as encuadernaciones cuando el patrón, que desde hacía rato e observaba desde el ángulo más oscuro de su librería, se me acercó y, con un tono de complicidad, entre guiños y muecas convencionales, me di$o: J(quí tenemos libros de CeiferJ. %o lo qued mirando intrigado porque no había preguntado por dicho autor, el cual, por lo demás, aunque mis conocimientos de literatura no son muy amplios, me era enteramente desconocido. % acto seguido añadió: JCeifer estuvo en /ilsenJ. 5omo yo no saliera de mi estupor, el librero terminó con un tono de revelación, de confidencia definitiva: J0ebe usted saber que lo mataron. Sí, lo mataron de un bastonao en la estación de /ragaJ. % dicho esto se retiró hacia el ángulo de donde había surgido y permaneció en el más profundo silencio. %o seguí revisando algunos vol'menes maquinalmente pero mi
pensamiento se hallaba preocupado en las palabras enigmáticas del librero. 0espus de comprar un libro de mecánica salí, desconcertado, del negocio. 0urante alg'n tiempo estuve raonando sobre el significado de dicho incidente, pero como no pude solucionarlo acab por olvidarme de l. Mas, pronto, un nuevo acontecimiento me alarmó sobremanera. 5aminaba por una plaa de los suburbios cuando un hobre menudo, de fa hepática y angulosa, me abordó intempestivamente y antes de que yo pudiera reaccionar, me de$ó una tar$eta entre las manos, desapareciendo sin pronunciar palabra. 3a tar$eta, en cartulina blanca, sólo tenía una dirección y una cita que reaba: S)B@#0( S)S>6#: M(1&)S . 5omo es de suponer, el martes me dirigí a la numeración indicada. %a por los alrededores me encontr con varios su$etos e"traños que merodeaban y que, por una coincidencia que me sorprendió, tenían una insignia igual a la mía. Me introdu$e en el círculo y not que todos me estrechaban la mano con gran familiaridad. )n seguida ingresamos a la casa señalada y en una habitación grande tomamos asiento. @n señor de aspecto grave emergió tras un cortina$e y, desde un estrado, despus de saludarnos, empeó a hablar interminablemente. #o s precisamente sobre qu versó la conferencia ni si aquello era efectivamente una conferencia. 3os recuerdos de niñe anduvieron hilvanados con las más agudas especulaciones filosóficas, y a unas disgresiones sobre el cultivo de la remolacha fue aplicado el mismo mtodo e"positivo que a la organiación del )stado. 1ecuerdo que finalió pintando unas rayas ro$as en una piarra, con una tia que e"tra$o de su bolsillo. 5uando hubo terminado, todos se levantaron y comenaron a retirarse, comentando entusiasmados el buen "ito de la charla. %o, por condescendencia, sum mis elogios a los suyos, mas, en el momento en que me disponía a cruar el umbral, el disertante me pasó la vo con una inter$ección, y al volverme me hio una seña para que me acercara. 4 )s usted nuevo, +verdad 4me interrogó, un poco desconfiado. 4 Sí 4respondí, despus de vacilar un rato, pues me sorprendió que hubiera podido identificarme entre tanta concurrencia4. &engo poco tiempo. 4 +% quin lo introdu$o Me acord de la librería, con gran suerte de mi parte. 4)staba en la librería de la calle (margura, cuando el... 4 +?uin +Martín 4 Sí, Martín. 48(h, es un colaborador nuestro9 4 %o soy un vie$o cliente suyo. 4 +% de qu hablaron
47ueno... de Ceifer. 4+?u le di$o 4?ue había estado en /ilsen. )n verdad... yo no lo sabía 4+#o lo sabía 4 #o 4repliqu con la mayor tranquilidad. 4 +% no sabía tampoco que lo mataron de un bastonao en la estación de /raga 4 )so tambin me lo di$o. 48(h, fue una cosa espantosa para nosotros9 4)n efecto 4confirm4 Cue una prdida irreparable. Mantuvimos una charla ambigua y ocasional, llena de confidencias imprevistas y de alusiones superficiales, como la que sostienen dos personas e"trañas que via$an accidentalmente en el mismo asiento de un ómnibus. 1ecuerdo que mientras yo me afanaba en describirle mi operación de las amígdalas, l, con grandes gestos, proclamaba la bellea de los paisa$es nórdicos. /or fin, antes de retirarme, me dio un encargo que no de$ó de llamarme la atención . 4&ráigame en la pró"ima semana 4di$o4 una lista de todos los telfonos que empiecen con R. /rometí cumplir lo ordenado y, antes del plao concedido, concurrí con la lista. 48(dmirable9 4e"clamó4 &raba$a usted con rapide e$emplar. 0esde aquel día cumplí una serie de encargos seme$antes, de lo más e"traños. (sí, por e$emplo, tuve que conseguir una docena de papagayos a los que ni más volví a ver. Mas tarde fui enviado a una ciudad de provincia a levantar un croquis del edificio municipal. 1ecuerdo que tambin me ocup de arro$ar cáscaras de plátano en la puerta de algunas residencias escrupulosamente señaladas, de escribir un artículo sobre los cuerpos celestes, que nunca vi publicado, de adiestrar a un meno en gestos parlamentarios, y aun de cumplir ciertas misiones confidenciales, como llevar cartas que $amás leí o espiar a mu$eres e"óticas que generalmente desaparecían sin de$ar rastro. 0e este modo, poco a poco, fui ganando cierta consideración. (l cabo de un año, en una ceremonia emocionante, fui elevado de rango. JHa ascendido usted un gradoJ, me di$o el superior de nuestro círculo, abraándome efusivamente. &uve, entonces, que pronunciar una breve alocución, en la que me referí en trmios vagos a nuestra tarea com'n, no obstante lo cual, fui aclamado con estrpito. )n mi casa, sin embargo, la situación era confusa. #o comprendían mis desapariciones imprevistas, mis actos rodeados de misterio, y las veces que me interrogaron evadí las respuestas poque, en realidad, no encontraba una satisfactoria. (lgunos parientes me recomendaron, incluso, que me hiciera revisar por un alienista, pues mi conducta no era precisamente la de un hombre sensato. Sobre todo, recuerdo haberlos intrigado
mucho un día que me sorprendieron fabricando una gruesa de bigotes postios pues había recibido dicho encargo de mi $efe. )sta beligerancia domstica no impidió que yo siguiera dedicándome, con una energía que ni yo mismo podría e"plicarme, a las labores de nuestra sociedad. /ronto fui relator, tesorero, ad$unto de conferencias, asesor administrativo, y conforme me iba sumiendo en el seno de la organiación aumentaba mi desconcierto, no sabiendo si me hallaba en una secta religiosa o en una agrupación de fabricantes de paños. ( los tres años me enviaron al e"tran$ero. Cue un via$e de lo más intrigante. #o tenía yo un cntimo! sin embargo, los barcos me brindaban sus camarotes, en los puertos había siempre alguien que me recibía y me prodigaba atenciones, y en los hoteles me obsequiaban sus comodidades sin e"igirme nada. (sí me vincul con otros cofrades, aprendí lenguas foráneas, pronunci conferencias, inaugur filiales a nuestra agrupación y vi cómo e"tendía la insignia de plata por todos los confines del continente. 5uando regres, despus de un año de intensa e"periencia humana, estaba tan desconcertado como cuando ingres a la librería de Martín. Han pasado die años. /or mis propios mritos he sido designado presidente. @so una toga orlada de p'rpura con la que apareco en los grandes ceremoniales. 3os afiliados me tratan de vuecencia. &engo una renta de cinco mil dólares, casas en los balnearios, sirvientes con librea que me respetan y me temen, y hasta una mu$er encantadora que viene a mí por las noches sin que yo le llame. % a pesar de todo esto, ahora, como el primer día y como siempre, vivo en la más absoluta ignorancia, y si alguien me preguntara cuál es el sentido de nuestra organiación, yo no sabría qu responderle. ( lo más, me limitaría a pintar rayas ro$as en una piarra negra, esperando confiado los resultados que produce en la mente humana toda e"plicación que se funda ine"orablemente en la cábala. *Lima, 1952 -
El #an$uete
5on dos meses de anticipación, don Cernando /asamano había preparado los pormenores de este magno suceso. )n primer trmino, su residencia hubo de sufrir una transformación general. 5omo se trataba de un caserón antiguo, fue necesario echar aba$o algunos muros, agranda las ventanas, cambiar la madera de los pisos y pintar de nuevo todas las paredes. )sta reforma tra$o consigo otras y *como esas personas que cuando se compran un par de apatos $ugan que es necesario estrenarlos con calcetines nuevos y luego con una camisa nueva y luego con un terno nuevo y así sucesivamente hasta llegar al caloncillo nuevo- don Cernando se vio obligado a renovar todo el mobiliario, desde las consolas del salón hasta el 'ltimo banco de la repostería. 3uego vinieron las alfombras, las lámparas, las cortinas y los cuadros para cubrir esas paredes que desde que estaban limpias parecían más grandes. Cinalmente, como dentro del programa estaba previsto un concierto en el $ardín, fue necesario construir un $ardín. )n quince días, una cuadrilla de $ardineros $aponeses edificaron, en lo que antes era una especie de huerta salva$e, un maravilloso $ardín rococó donde había cipreses tallados, caminitos sin salida, laguna de peces ro$os, una gruta para las divinidades y un puente r'stico de madera, que cruaba sobre un torrente imaginario. 3o más grande, sin embargo, fue la confección del men'. 0on Cernando y su mu$er, como la mayoría de la gente proveniente del interior, sólo habían asistido en su vida a comilonas provinciales en las cuales se mecla la chicha con el KhisAy y se termina devorando los cuyes con la mano. /or esta raón sus ideas acerca de lo que debía servirse en un banquete al presidente, eran confusas. 3a parentela, convocada a un conse$o especial, no hio sino aumentar el desconcierto. (l fin, don Cernando decidió hacer un a encuesta en los principales hoteles y restaurantes de la ciudad y así puedo enterarse que e"istían man$ares presidenciales y vinos preciosos que fue necesario encargar por avión a las viñas del mediodía. 5uando todos estos detalles quedaron ultimados, don Cernando constató con cierta angustia que en ese banquete, el cual asistirían ciento cincuenta personas, cuarenta moos de servicio, dos orquestas, un cuerpo de ballet y un operador de cine, había invertido toda su fortuna. /ero, al fin de cuentas, todo dispendio le parecía pequeño para los enormes beneficios que obtendría de esta recepción. 4 5on una emba$ada en )uropa y un ferrocarril a mis tierras de la montaña rehacemos nuestra fortuna en menos de lo que canta un gallo *decía a su mu$er-. %o no pido más. Soy un hombre modesto. 4 Calta saber si el presidente vendrá *replicaba su mu$er-. )n efecto, había omitido hasta el momento hacer efectiva su invitación.
3e bastaba saber que era pariente del presidente *con uno de esos parentescos serranos tan vagos como indemostrables y que, por lo general, nunca se esclarecen por el temor de encontrar adulterino- para estar plenamente seguro que aceptaría. Sin embargo, para mayor seguridad, aprovechó su primera visita a palacio para conducir al presidente a un rincón y comunicarle humildemente su proyecto. 4 )ncantado *le contestó el presidente-. Me parece una magnifica idea. /ero por el momento me encuentro muy ocupado. 3e confirmar por escrito mi aceptación. 0on Cernando se puso a esperar la confirmación. /ara combatir su impaciencia, ordenó algunas reformas complementarias que le dieron a su mansión un aspecto de un palacio afectado para alguna solemne mascarada. Su 'ltima idea fue ordenar la e$ecución de un retrato del presidente *que un pintor copió de una fotografía- y que l hio colocar en la parte más visible de su salón. (l cabo de cuatro semanas, la confirmación llegó. 0on Cernando, quien empeaba a inquietarse por la tardana, tuvo la más grande alegría de su vida. (quel fue un día de fiesta, salió con su mu$er al balcón par contemplar su $ardín iluminado y cerrar con un sueño bucólico esa memorable $ornada. )l paisa$e, si embargo, parecía haber perdido sus propiedades sensible pues donde quería que pusiera los o$os, don Cernando se veía así mismo, se veía en chaqu, en tarro, fumando puros, con una decoración de fondo donde *como en ciertos afiches turísticos- se confundían lo monumentos de las cuatro ciudades más importantes de )uropa. Más le$os, en un ángulo de su quimera, veía un ferrocarril regresando de la floresta con su vagones cargados de oro. % por todo sitio, movedia y transparente como una alegoría de la sensualidad, veía una figura femenina que tenía las piernas de un cocote, el sombrero de una marquesa, los o$os de un tahitiana y absolutamente nada de su mu$er. )l día del banquete, los primeros en llegar fueron los soplones. 0esde las cinco de la tarde estaban apostados en la esquina, esforándose por guardar un incógnito que traicionaban sus sombreros, sus modales e"ageradamente distraídos y sobre todo ese terrible aire de delincuencia que adquieren a menudo los investigadores, los agentes secretos y en general todos los que desempeñan oficios clandestinos. 3uego fueron llegando los automóviles. 0e su interior descendían ministros, parlamentarios, diplomáticos, hombre de negocios, hombre inteligentes. @n portero les abría la ver$a, un u$ier los anunciaba, un valet recibía sus prendas y don Cernando, en medio del vestíbulo, les estrechaba la mano, murmurando frases corteses y conmovidas. 5uando todos los burgueses del vecindario se habían arremolinado delante de la mansión y la gente de los conventillos se hacía una fiesta de fasto tan inesperado, llegó el presidente. )scoltado por sus edecanes, penetró en la casa y don Cernando,
olvidándose de las reglas de la etiqueta, movido por un impulso de compadre, se le echó en los braos con tanta simpatía que le dañó una de sus charreteras. 1epartidos por los salones, los pasillos, la terraa y el $ardín, los invitados se bebieron discretamente, entre chistes y epigramas, los cuarenta ca$ones de KhisAy. 3uego se acomodaron en las mesas que les estaban reservadas *lo más grande, decorada con orquídeas, fue ocupada por el presidente y los hombre e$emplares- y se comenó a comer y a charlar ruidosamente mientras la orquesta, en un ángulo del salón, trataba de imponer in'tilmente un aire viens. ( mitad del banquete, cuando los vinos blancos del 1hin habían sido honrados y los tintos del Mediterráneo comenaban a llenar las copas, se inició la ronda de discursos. 3a llegada del faisán los interrumpió y solo al final, servido el champán, regresó la elocuencia y los panegíricos se prolongaron hasta el caf, para ahogarse definitivamente en las copas del coñac. 0on Cernando, mientras tanto, veía con inquietud que el banquete, pleno de salud ya, seguía sus propias leyes, sin que l hubiera tenido ocasión de hacerle al presidente sus confidencias. ( pesar de haberse sentado, contra las reglas del protocolo, a la iquierda del agasa$ado, no encontraba el instante propicio para hacer una aparte. /ara colmo, terminado el servicio, los comensales se levantaron para formar grupos amodorrados y digestónicos y l, en su papel de anfitrión, se vio obligado a correr de grupos en grupo para reanimarlos con copas de mentas, palmaditas, puros y parado$as. (l fin, cerca de medianoche, cuando ya el ministro de gobierno, ebrio, se había visto forado a una aparatosa retirada, don Cernando logró conducir al presidente a la salida de m'sica y allí, sentados en uno de esos canaps, que en la corte de 2ersalles servían para declararse a una princesa o para desbaratar una coalición, le deslió al oído su modesta. 4 /ero no faltaba más *replicó el presidente-. ;ustamente queda vacante en estos días la emba$ada de 1oma. Mañana, en conse$o de ministros, propondr su nombramiento, es decir, lo impondr. % en lo que se refiere al ferrocarril s que hay en diputados una comisión que hace meses discute ese proyecto. /asado mañana citar a mi despacho a todos sus miembros y a usted tambin, para que resuelvan el asunto en la forma que más convenga. @na hora despus el presidente se retiraba, luego de haber reiterado sus promesas. 3o siguieron sus ministros, el congreso, etc, en el orden preestablecido por los usos y costumbres. ( las dos de la mañana quedaban todavía merodeando por el bar algunos cortesanos que no ostentaban ning'n título y que esperaban a'n el descorchamiento de alguna botella o la ocasión de llevarse a hurtadillas un cenicero de plata. Solamente a las tres de la mañana quedaron solos don Cernando y su mu$er. 5ambiando impresiones, haciendo auspiciosos proyectos, permanecieron hasta el alba entre los
despo$os de su inmenso festín. /or 'ltimo se fueron a dormir con el convencimiento de que nunca caballero limeño había tirado con más gloria su casa por la ventana ni arriesgado su fortuna con tanta sagacidad. ( las doce del día, don Cernando fue despertado por los gritos de su mu$er. (l abrir los o$os le vio penetrar en el dormitorio con un periódico abierto entre las manos. (rrebatándoselo, leyó los titulares y, sin proferir una e"clamación, se desvaneció sobre la cama. )n la madrugada, aprovechándose de la recepción, un ministro había dado un golpe de estado y el presidente había sido obligado a dimitir.
Los "allina%os sin plumas
( las seis de la mañana la ciudad se levanta de puntillas y comiena a dar sus primeros pasos. @na fina niebla disuelve el perfil de los ob$etos y crea como una atmósfera encantada. 3as personas que recorren la ciudad a esta hora parece que están hechas de otra sustancia, que pertenecen a un orden de vida fantasmal. 3as beatas se arrastran penosamente hasta desaparecer en los pórticos de las iglesias. 3os noctámbulos, macerados por la noche, regresan a sus casas envueltos en sus bufandas y en su melancolía. 3os basureros inician por la avenida /ardo su paseo siniestro, armados de escobas y de carretas. ( esta hora se ve tambin obreros caminando hacia el tranvía, policías bosteando contra los árboles, canillitas morados de frío, sirvientas sacando los cubos de basura. ( esta hora, por 'ltimo, como a una especie de misteriosa consigna, aparecen los gallinaos sin plumas.
( esta hora el vie$o don Santos se pone la pierna de palo y sentándose en el colchón comiena a berrear: T 8( levantarse9 8)fraín, )nrique9 8%a es hora9 3os dos muchachos corren a la acequia del corralón frotándose los o$os legañosos. 5on la tranquilidad de la noche el agua se ha remansado y en su fondo transparente se ven crecer yerbas y desliarse ágiles infusorios. 3uego de en$uagarse la cara, coge cada cual su lata y se lanan a la calle. 0on Santos, mientras tanto, se apro"ima al chiquero y con su larga vara golpea el lomo de su cerdo que se revuelca entre los desperdicios. 8&odavía te falta un poco, marrano9 /ero aguarda no más, que ya llegará tu turno. )fraín y )nrique se demoran en el camino, trepándose a los árboles para arrancar moras o recogiendo piedras, de aquellas filudas que cortan el aire y hieren por la espalda. Siendo a'n la hora celeste llegan a su dominio, una larga calle ornada de casas elegantes que desemboca en el malecón. )llos no son los 'nicos. )n otros corralones, en otros suburbios alguien ha dado la vo de alarma y muchos se han levantado. @nos portan latas, otros ca$as de cartón, a veces sólo basta un periódico vie$o. Sin conocerse forman una especie de organiación clandestina que tiene repartida toda la ciudad. 3os hay que merodean por los edificios p'blicos, otros han elegido los parques o los muladares. Hasta los perros han adquirido sus hábitos, sus itinerarios, sabiamente aleccionados por la miseria. )fraín y )nrique, despus de un breve descanso, empiean su traba$o. 5ada uno escoge una acera de la calle. 3os cubos de basura están alineados delante de las puertas. Hay que vaciarlos íntegramente y luego comenar la e"ploración. @n cubo de basura es siempre una ca$a de sorpresas. Se encuentran latas de sardinas, apatos vie$os, pedaos de pan, pericotes muertos, algodones inmundos. ( ellos sólo les interesa los restos de comida. )n el fondo del chiquero, /ascual recibe cualquier cosa y tiene predilección por las verduras ligeramente descompuestas. 3a pequeña lata de cada uno se va llenando de tomates podridos, pedaos de sebo, e"trañas salsas que no figuran en ning'n manual de cocina. #o es raro, sin embargo, hacer un hallago valioso. @n día )fraín encontró unos tirantes con los que fabricó una honda. 6tra ve una pera casi buena que devoró en el acto. )nrique, en cambio, tiene suerte para las ca$itas de remedios, los pomos brillantes, las escobillas de dientes usadas y otras cosas seme$antes que colecciona con avide. 0espus de una rigurosa selección regresan la basura al cubo y se lanan sobre el pró"imo. #o conviene demorarse mucho porque el enemigo siempre está al acecho. ( veces son sorprendidos por las sirvientas y tienen que huir de$ando regado su botín. /ero, con más frecuencia, es el carro de la 7a$a /olicía el que aparece y entonces la $ornada está perdida.
5uando el sol asoma sobre las lomas, la hora celeste llega a su fin. 3a niebla se ha disuelto, las beatas están sumidas en "tasis, los noctámbulos duermen, los canillitas han repartido los diarios, los obreros trepan a los andamios. 3a lu desvanece el mundo mágico del alba. 3os gallinaos sin plumas han regresado a su nido. 0on Santos los esperaba con el caf preparado. T( ver, +qu cosa me han traído Husmeaba entre las latas y si la provisión estaba buena hacía siempre el mismo comentario: T /ascual tendrá banquete hoy día. /ero la mayoría de las veces estallaba: T 8>diotas9 +?u han hecho hoy día 8Se han puesto a $ugar seguramente9 8/ascual se morirá de hambre9 )llos huían hacia el emparrado, con las ore$as ardientes de los pescoones, mientras el vie$o se arrastraba hasta el chiquero. 0esde el fondo de su reducto el cerdo empeaba a gruñir. 0on Santos le aventaba la comida. T 8Mi pobre /ascual9 Hoy día te quedarás con hambre por culpa de estos amarros. )llos no te engríen como yo. 8Habrá que urrarlos para que aprendan9 (l comenar el invierno el cerdo estaba convertido en una especie de monstruo insaciable. &odo le parecía poco y don Santos se vengaba en sus nietos del hambre del animal. 3os obligaba a levantarse más temprano, a invadir los terrenos a$enos en busca de más desperdicios. /or 'ltimo los foró a que se dirigieran hasta el muladar que estaba al borde del mar. T (llí encontrarán más cosas. Será más fácil además porque todo está $unto. @n domingo, )fraín y )nrique llegaron al barranco. 3os carros de la 7a$a /olicía, siguiendo una huella de tierra, descargaban la basura sobre una pendiente de piedras. 2isto desde el malecón, el muladar formaba una especie de acantilado oscuro y humeante, donde los gallinaos y los perros se desplaaban como hormigas. 0esde le$os los muchachos arro$aron piedras para espantar a sus enemigos. )l perro se retiró aullando. 5uando estuvieron cerca sintieron un olor nauseabundo que penetró hasta sus pulmones. 3os pies se les hundían en un alto de plumas, de e"crementos, de materias descompuestas o quemadas. )nterrando las manos comenaron la e"ploración. ( veces, ba$o un periódico amarillento, descubrían una carroña devorada a medios. )n los acantilados pró"imos los gallinaos espiaban impacientes y algunos se acercaban saltando de piedra en piedra, como si quisieran acorralarlos. )fraín gritaba para intimidarlos y sus gritos resonaban en el desfiladero y hacían desprenderse gui$arros qne rodaban hacía el mar. 0espus de una hora de traba$o regresaron al corralón con los cubos llenos. T 87ravo9 T e"clamó don Santos T. Habrá que repetir esto dos o tres veces por semana.
0esde entonces, los mircoles y los domingos, )fraín y )nrique hacían el trote hasta el muladar. /ronto formaron parte de la e"traña fauna de esos lugares y los gallinaos, acostumbrados a su presencia, laboraban a su lado, granando, aleteando, escarbando con sus picos amarillos, como ayudándoles a descubrir la pista de la preciosa suciedad. Cue al regresar de una de esas e"cursiones que )fraín sintió un dolor en la planta del pie. @n vidrio e había causado una pequeña herida. (l día siguiente tenía el pie hinchado, no obstante lo cual prosiguió su traba$o. 5uando regresaron no podía casi caminar, pero 0on Santos no se percató de ello, pues tenía visita. (compañado de un hombre gordo que tenía las manos manchadas de sangre, observaba el chiquero. T 0entro de veinte o treinta días vendr por acá T decía el hombre T. /ara esa fecha creo que podrá estar a punto. 5uando partió, don Santos echaba fuego por los o$os. T 8( traba$ar9 8( traba$ar9 80e ahora en adelante habrá que aumentar la ración de /ascual9 )l negocio anda sobre rieles. ( la mañana siguiente, sin embargo, cuando don Santos despertó a sus nietos, )fraín no se pudo levantar. T &iene una herida en el pie T e"plicó )nrique T. (yer se cortó con un vidrio. 0on Santos e"aminó el pie de su nieto. 3a infección había comenado. T 8)sas son patrañas9 ?ue se lave el pie en la acequia y que se envuelva con un trapo. T 8/ero si le duele9 T intervino )nrique T. #o puede caminar bien. 0on Santos meditó un momento. 0esde el chiquero llegaban los gruñidos de /ascual. T y +a mí T preguntó dándose un palmao en la pierna de palo T. +(caso no me duele la pierna % yo tengo setenta años y yo traba$o... 8Hay que de$arse de mañas9 )fraín salió a la calle con su lata, apoyado en el hombro de su hermano. Media hora despus regresaron con los cubos casi vacíos. T 8#o podía más9 T di$o )nrique al abuelo T. )fraín está medio co$o. 0on Santos observó a sus dos nietos como si meditara una sentencia. T 7ien, bien T di$o rascándose la barba rala y cogiendo a )fraín del pescueo lo arreó hacia el cuarto T. 83os enfermos a la cama9 8( podrirse sobre el colchón9 % t' harás la tarea de tu hermano. 82ete ahora mismo al muladar9 5erca de mediodía )nrique regresó con los cubos repletos. 3o seguía un e"traño visitante: un perro escuálido y medio sarnoso. T 3o encontr en el muladar T e"plicó )nrique T y me ha venido siguiendo. 0on Santos cogió la vara. T 8@na boca más en el corralón9 )nrique levantó al perro contra su pecho y huyó hacia la puerta. T 8#o le hagas nada, abuelito9 3e dar yo de mi comida. 0on Santos se acercó, hundiendo su pierna de palo en el lodo.
T 8#ada de perros aquí9 8%a tengo bastante con ustedes9 )nrique abrió la puerta de la calle. T Si se va l, me voy yo tambin. )l abuelo se detuvo. )nrique aprovechó para insistir: T #o come casi nada..., mira lo flaco que está. (demás, desde que )fraín está enfermo, me ayudará. 5onoce bien el muladar y tiene buena nari para la basura. 0on Santos refle"ionó, mirando el cielo donde se condensaba la gar'a. Sin decir nada, soltó la .vara, cogió los cubos y se fue rengueando hasta el chiquero. )nrique sonrió de alegría y con su amigo aferrado al coraón corrió donde su hermano. T 8/ascual, /ascual... /ascualito9 T cantaba el abuelo. T &' te llamarás /edro T di$o )nrique acariciando la cabea de su perro e ingresó donde )fraín. Su alegría se esfumó: )fraín inundado de sudor se revolcaba de dolor sobre el colchón. &enía el pie hinchado, como si fuera de $ebe y estuviera lleno de aire. 3os dedos habían perdido casi su forma. T &e he traído este regalo, mira T di$o mostrando al perro T. Se llama /edro, es para ti, para que te acompañe... 5uando yo me vaya al muladar te lo de$ar y los dos $ugarán todo el día. 3e enseñarás a que te traiga piedras en la boca. +% el abuelo T preguntó )fraín e"tendiendo su mano hacia el animal. T )l abuelo no dice nada T suspiró )nrique. (mbos miraron hacia la puerta. 3a gar'a había empeado a caer. 3a vo del abuelo llegaba: T 8/ascual, /ascual... /ascualito9 )sa misma noche salió luna llena. (mbos nietos se inquietaron, porque en esta poca el abuelo se ponía intratable. 0esde el atardecer lo vieron rondando por el corralón, hablando solo, dando de varillaos al emparrado. /or momentos se apro"imaba al cuarto, echaba una mirada a su interior y al ver a sus nietos silenciosos, lanaba un salivao cargado de rencor. /edro le tenía miedo y cada ve que lo veía se acurrucaba y quedaba inmóvil como una piedra. T 8Mugre, nada más que mugre9 T repitió toda la noche el abuelo, mirando la luna. ( la mañana siguiente )nrique amaneció resfriado. )l vie$o, que lo sintió estornudar en la madrugada, no di$o nada. )n el fondo, sin embargo, presentía una catástrofe. Si )nrique enfermaba, +quin se ocuparía de /ascual 3a voracidad del cerdo crecía con su gordura. Bruñía por las tardes con el hocico enterrado en el fango. 0el corralón de #emesio, que vivía a una cuadra, se habían venido a que$ar. (l segundo día sucedió lo inevitable: )nrique no se pudo levantar. Había tosido toda la noche y la mañana lo sorprendió temblando, quemado por la fiebre.
T y &' tambin T preguntó el abuelo. )nrique señaló su pecho, que roncaba. )l abuelo salió furioso del cuarto. 5inco minutos despus regresó. T 8)stá muy mal engañarme de esta manera9 T plañía T. (busan de mí porque no puedo caminar. Saben bien que soy vie$o, que soy co$o. 80e otra manera los mandaría al diablo y me ocuparía yo solo de /ascual9 )fraín se despertó que$ándose y )nrique comenó a toser. T 8/ero no importa9 %o me encargar de l. 8@stedes son basura, nada más que basura9 8@nos pobres gallinaos sin plumas9 %a verán cómo les saco venta$a. )l abuelo está fuerte todavía. 8/ero eso sí, hoy día no habrá, comida para ustedes9 8#o habrá comida hasta que no puedan levantarse y traba$ar9 ( travs del umbral lo vieron levantar las latas en vilo y volcarse en la calle. Media hora despus regresó aplastado. Sin la ligerea de sus nietos el carro de la 7a$a /olicía lo había ganado. 3os perros, además, habían querido morderlo. 8/edaos de mugre9 8%a saben, se quedarán sin comida hasta que no traba$en9 (l día siguiente trató de repetir la operación pero tuvo que renunciar. Su pierna de palo había perdido la costumbre de las pistas de asfalto, de las duras aceras y cada paso que daba era como un lanao en la ingle. ( la hora celeste del tercer día quedó desplomado en su colchón, sin otro ánimo que para el insulto. T8Si se muere de hambre T gritaba T será por culpa de ustedes9 0esde entonces empearon unos días angustiosos, interminables. 3os tres pasaban el día encerrados en el cuarto, sin hablar, sufriendo una especie de reclusión forosa. )fraín se revolcaba sin tregua, )nrique tosía. /edro se levantaba y despus de hacer un recorrido por el corralón, regresaba con una piedra en la boca, que depositaba en las manos de sus amos. 0on Santos, a medio acostar, $ugaba con su pierna de palo y les lanaba miradas feroces. ( mediodía se arrastraba hasta la esquina del terreno donde crecían verduras y preparaba su almuero, que devoraba en secreto. ( veces aventaba a la cama de sus nietos alguna lechuga o una anahoria cruda, con el propósito de e"citar su apetito creyendo así hacer más refinado su castigo. )fraín ya no tenía fueras para que$arse. Solamente )nrique sentía crecer en su coraón un miedo e"traño y al mirar a los o$os del abuelo creía desconocerlo, como si ellos hubieran perdido su e"presión humana. /or las noches, cuando la luna se levantaba, cogía a /edro entre sus braos y lo aplastaba tiernamente hasta hacerlo gemir. ( esa hora el cerdo comenaba a gruñir y el abuelo se que$aba como si lo estuvieran ahorcando. ( veces se ceñía la pierna de palo y salía al corralón. ( la lu de la luna )nrique lo veía ir die veces del chiquero a la huerta, levantando los puños, atropellando lo que encontraba en su camino. /or 'ltimo reingresaba en su cuarto y
quedaba mirándolos fi$amente, como si quisiera hacerlos responsables del hambre de /ascual. 3a 'ltima noche de luna llena nadie pudo dormir. /ascual lanaba verdaderos rugidos. )nrique había oído decir que los cerdos, cuando tenían hambre, se volvían locos como los hombres. )l abuelo permaneció en vela, sin apagar siquiera el farol. )sta ve no salió al corralón ni maldi$o entre dientes. Hundido en su colchón miraba fi$amente la puerta. /arecía amasar dentro de sí una cólera muy vie$a, $ugar con ella, aprestarse a dispararla. 5uando el cielo comenó a desteñirse sobre las lomas, abrió la boca, mantuvo su oscura oquedad vuelta hacia sus nietos y lanó un rugido: 8(rriba, arriba, arriba9 T los golpes comenaron a llover T. 8( levantarse haraganes9 +Hasta cuándo vamos a estar así 8)sto se acabó9 80e pie9... )fraín se echó a llorar, )nrique se levantó, aplastándose contra la pared. 3os o$os del abuelo parecían fascinarlo hasta volverlo insensible a los golpes. 2eía la vara alarse y abatirse sobre su cabea como si fuera una vara de cartón. (l fin pudo reaccionar. T 8( )fraín no9 8)l no tiene la culpa9 80$ame a mí solo, yo saldr, yo ir al muladar9 )l abuelo se contuvo $adeante. &ardó mucho en recuperar el aliento. T (hora mismo... al muladar... lleva los dos cubos, cuatro cubos... )nrique se apartó, cogió los cubos y se ale$ó a la carrera. 3a fatiga del hambre y de la convalecencia lo hacían trastabillar. 5uando abrió la puerta del corralón, /edro quiso seguirlo. T &' no. ?udate aquí cuidando a )fraín. % se lanó a la calle respirando a pleno pulmón el aire de la mañana. )n el camino comió yerbas, estuvo a punto de mascar la tierra. &odo lo veía a travs de una niebla mágica. 3a debilidad lo hacía ligero, etreo: volaba casi como un pá$aro. )n el muladar se sintió un gallinao más entre los gallinaos. 5uando los cubos estuvieron rebosantes emprendió el regreso. 3as beatas, los noctámbulos, los canillitas descalos, todas las secreciones del alba comenaban a dispersarse por la ciudad. )nrique, devuelto a su mundo, caminaba feli entre ellos, en su mundo de perros y fantasmas, tocado por la hora celeste. (l entrar al corralón sintió un aire opresor, resistente, que lo obligó a detenerse. )ra como si allí, en el dintel, terminara un mundo y comenara otro fabricado de barro, de rugidos, de absurdas penitencias. 3o sorprendente era, sin embargo, que esta ve reinaba en el corralón una calma cargada de malos presagios, como si toda la violencia estuviera en equilibrio, a punto de desplomarse. )l abuelo, parado al borde del chiquero, miraba hacia el fondo. /arecía un árbol creciendo desde su pierna de palo. )nrique hio ruido pero el abuelo no se movió. T 8(quí están los cubos9
0on Santos le volvió la espalda y quedó inmóvil. )nrique soltó los cubos y corrió intrigado hasta el cuarto. )fraín apenas lo vio, comenó a gemir: T /edro... /edro... T +?u pasa T /edro ha mordido al abuelo... el abuelo cogió la vara... despus lo sentí aullar. )nrique salió del cuarto. T 8/edro, ven aquí9 +0ónde estás, /edro #adie le respondió. )l abuelo seguía inmóvil, con la mirada en la pared. )nrique tuvo un mal presentimiento. 0e un salto se acercó al vie$o. T +0ónde está /edro Su mirada descendió al chiquero. /ascual devoraba algo en medio del lodo. ('n quedaban las piernas y el rabo del perro. T 8#o9 T gritó )nrique tapándose los o$os T. 8#o, no9 T y a travs de las lágrimas buscó la mirada del abuelo. )ste la rehuyó, girando torpemente sobre su pierna de palo. )nrique comenó a danar en torno suyo, prendindose de su camisa, gritando, pataleando, tratando de mirar sus o$os, de encontrar una respuesta. T +/or qu has hecho eso +/or qu )l abuelo no respondía. /or 'ltimo, impaciente, dio un manotón a su nieto que lo hio rodar por tierra. 0esde allí )nrique observó al vie$o que, erguido como un gigante, miraba obstinadamente el festín de /ascual. )stirando la mano encontró la vara que tenía el e"tremo manchado de sangre. 5on ella se levantó de puntillas y se acercó al vie$o. T 82oltea9 T gritó T 82oltea9 5uando don Santos se volvió, divisó la vara que cortaba el aire y se estrellaba contra su pómulo. T 8&oma9 T chilló )nrique y levantó nuevamente la mano. /ero s'bitamente se detuvo, temeroso de lo que estaba haciendo y, lanando la vara a su alrededor, miró al abuelo casi arrepentido. )l vie$o, cogindose el rostro, retrocedió un paso, su pierna de palo tocó tierra h'meda, resbaló, y dando un alarido se precipitó de espaldas al chiquero. )nrique retrocedió unos pasos. /rimero aguó el oído pero no se escuchaba ning'n ruido. /oco a poco se fue apro"imando. )l abuelo, con la pata de palo quebrada, estaba de espaldas en el fango. &enía la boca abierta y sus o$os buscaban a /ascual, que se había refugiado en un ángulo y husmeaba sospechosamente el lodo. )nrique se fue retirando, con el mismo sigilo con que se había apro"imado. /robablemente el abuelo alcanó a divisarlo pues mientras corría hacia el cuarto le pareció que lo llamaba por su nombre, con un tono de ternura que l nunca había escuchado. 8 ( mí, )nrique, a mí9...
T 8/ronto9 T e"clamó )nrique, precipitándose sobre su hermano T8/ronto, )fraín9 8)l vie$o se ha caído al chiquero9 +0ebemos irnos de acá9 T +(dónde T preguntó )fraín. T +(donde sea, al muladar, donde podamos comer algo, donde los gallinaos9 T 8#o me puedo parar9 )nrique cogió a su hermano con ambas manos y lo estrechó contra su pecho. (braados hasta formar una sola persona cruaron lentamente el corralón. 5uando abrieron el portón de la calle se dieron cuenta que la hora celeste había terminado y que la ciudad, despierta y viva, abría ante ellos su gigantesca mandíbula. 0esde el chiquero llegaba el rumor de una batalla.
El profesor suplente
Hacia el atardecer, cuando Matías y su mu$er sorbían un triste t y se que$aban de la miseria de la clase media, de la necesidad de tener que andar siempre con la camisa limpia, del precio de los transportes, de los aumentos de la ley, en fin, de lo que hablan a la hora del crep'sculo los matrimonios pobres, se escucharon en la puerta unos golpes estrepitosos y cuando la abrieron irrumpió el doctor 2alencia, bastón en mano, sofocado por el cuello duro. 4 8Mi querido Matías9 82engo a darte una gran noticia9 0e ahora en adelante serás profesor. #o me digas que no... 8espera9 5omo tengo que ausentarme unos meses del país, he decidido de$arte mis clases de historia en el colegio. #o se trata de un gran puesto y los emolumentos no son grandiosos pero es una magnífica ocasión para iniciarte en la enseñana. 5on el tiempo podrás conseguir otras horas de clase, se te abrirán las puertas de otros colegios, quin sabe si podrás llegar a la @niversidad... eso depende de ti. %o siempre te he tenido una gran confiana. )s in$usto que un hombre de tu calidad, un hombre ilustrado, que ha cursado estudios superiores, tenga que ganarse la vida como cobrador... #o señor, eso no está bien, soy el primero en reconocerlo. &u puesto está en el magisterio... #o lo pienses dos veces. )n el acto llamo al director para decirle que ya he encontrado un reemplao. #o hay tiempo que perder, un ta"i me espera en la puerta... 8% abráame, Matías, dime que soy tu amigo9 (ntes de que Matías tuviera tiempo de emitir su opinión, el doctor 2alencia, había llamado al colegio, había hablado con el director, había abraado por cuarta ve a su amigo y había partido como un cela$e, sin quitarse siquiera el sombrero. 0urante unos minutos, Matías quedó pensativo, acariciando esa bella calva que hacía las delicias de los niños y el terror de las amas de casa. 5on un gesto enrgico, impidió que su mu$er intercala un comentario y, silenciosamente, se acercó al aparador, se sirvió del oporto reservado a las visitas y lo paladeó sin prisa, luego de haberlo observado contra lu de la farola.
4 &odo esto no me sorprende T di$o al fin 4. @n hombre de mi calidad no podía quedar sepultado en el olvido. 0espus de la cena se encerró en el comedor, se hio llevar una cafetera, desempolvó sus vie$os te"tos de estudio y ordenó a su mu$er que nadie lo interrumpiera, ni siquiera 7altaar y 3uciano, sus colegas del traba$o, con quienes acostumbraba reunirse por las noches para $ugar a las cartas y hacer chistes procaces contra sus patrones de la oficina. ( las die de la mañana, Matías abandonaba su departamento, la lección inaugural bien aprendida, rechaando con un poco de impaciencia la solicitud de su mu$er, quien lo seguía por el corredor de la quinta, quitándole las 'ltimas pelusillas de su terno de ceremonia. 4 #o te olvides de poner la tar$eta en la puerta T recomendó Matías antes de partir 4. ?ue se lea bien: Matías /alomino, profesor de historia. )n el camino se entretuvo repasando mentalmente los párrafos de su lección. 0urante la noche anterior no había podido evitar un temblorcito de goo cuando, para designar a 3uis L2>, había descubierto el epíteto de Hidra. )l epíteto pertenecía al siglo L>L y había caído un poco en desuso pero Matías, por su porte y sus lecturas, seguía perteneciendo al siglo L>L y su inteligencia, por donde se la mirara, era una inteligencia en desuso. 0esde hacía doce años, cuando por dos veces consecutivas fue aplaado en el e"amen de bachillerato, no había vuelto a ho$ear un solo libro de estudios ni a someterse una sola cogitación al apetito un poco lánguido de su espíritu. Dl siempre achacó sus fracasos acadmicos a la malevolencia del $urado y a esa especie de amnesia repentina que lo asaltaba sin remisión cada ve que tenía que poner en evidencia sus conocimientos. /ero si no había podido optar al título de abogado, había elegido la prosa y el corbatín del notario: si no por ciencia, al menos por apariencia, quedaba siempre dentro de los límites de la profesión. 5uando llegó ante la fachada del colegio, se sobreparó en seco y quedó un poco perple$o. )l gran relo$ del frontis le indicó que llevaba un adelanto de die minutos. Ser demasiado puntual le pareció poco elegante y resolvió que bien valía la pena caminar hasta la esquina. (l cruar delante de la ver$a escolar, divisó un portero de semblante hosco, que vigilaba la calada, las manos cruadas a la espalda. )n la esquina del parque se detuvo, sacó un pañuelo y se en$ugó la frente. Hacía un poco de calor. @n pino y una palmera, confundiendo sus sombras, le recordaron un verso, cuyo autor trató en vano de identificar. Se disponía a regresar T el relo$ del Municipio acababa de dar las once T cuando detrás de la vidriera de una tienda de discos distinguió a un hombre pálido que lo espiaba. 5on sorpresa constató que ese hombre no era otra cosa que su propio refle$o. 6bsevándose con disimulo, hio un
guiño, como para disipar esa e"presión un poco lóbrega que la mala noche de estudio y de caf había grabado en sus facciones. /ero la e"presión, le$os de desaparecer, desplegó nuevos signos y Matías comprobó que su calva convalecía tristemente entre los mechones de las sienes y que su bigote caía sobre sus labios con un gesto de absoluto vencimiento. @n poco mortificado por la observación, se retiró con ímpetu de la vidriera. @na sofocación de mañana estival hio que aflo$ara su corbatín de raso. /ero cuando llegó ante la fachada del colegio, sin que en apariencia nada lo provocara, una duda tremenda le asaltó: en ese momento no podía precisar si la Hidra era un animal marino, un monstruo mitológico o una invención de ese doctor 2alencia, quien empleaba figuras seme$antes, para demoler sus enemigos del /arlamento. 5onfundido, abrió su maletín para revisar sus apuntes, cuando se percató que el portero no le quitaba el o$o de encima. )sta mirada, viniendo de un hombre uniformado, despertó en su conciencia de pequeño contribuyente tenebrosas asociaciones y, sin poder evitarlo, prosiguió su marcha hasta la esquina opuesta. (llí se detuvo resollando. %a el problema de Hidra no le interesaba: esta duda había arrastrado otras muchísimo más urgentes. (hora en su cabea todo se confundía. Hacía de 5olbert un ministro ingls, la $oroba de Marat la colocaba sobre los hombros de 1obespierre y por un artificio de su imaginación, los finos ale$andrinos de 5henier iban a parar a los labios del verdugo Sansón. (terrado por tal desliamiento de ideas, giró los o$os locamente en busca de una pulpería. @na sed impostergable lo abrasaba. 0urante un cuarto de hora recorrió in'tilmente las calles adyacentes. )n ese barrio residencia residenciall sólo se encontrab encontraban an salones salones de peinado. peinado. 3uego de infinitas infinitas vueltas se dio de bruces con la tienda de discos y su imagen volvió a surgir del fondo de la vidriera. )sta ve Matías lo e"aminó: alrededor de los o$os habían aparecido dos anillos negros que describían sutilmente un círculo que no podía p odía ser otro que el círculo del terror. 0esconcertado, se volvió y quedó contemplando el panorama del parque. )l coraón le cabeceaba como un pá$aro en$aulado. ( pesar de que las agu$as del relo$ continuaban girando, Matías se mantuvo rígido, testarudamente ocupado en cosas insignificantes, como en contar las ramas de un árbol, y luego en descifrar las letras de un aviso comercial perdido en el folla$e. @n campanao parroquial parroquial lo hio volver en sí. Matías se dio cuenta cuenta de que a'n estaba estaba en la hora. )chando mano a todas sus virtudes, incluso a aquellas virtudes equívocas como la terquedad, logró componer algo que podría ser una convicción y, ofuscado por tanto tiempo perdido, se lanó al colegio. 5on el movimiento aumentó el cora$e. (l divisar la ver$a asumió el aire profundo y atareado de un hombre de negocios. Se disponía a cruarla cuando, al levantar la vista, distinguió al lado del portero a un cónc cóncla lave ve de homb hombre ress cano canoso soss y enso ensota tana nado doss que que lo espi espiab aban an,, inqui inquiet etos os.. )sta )sta
inesperada composición T que le recordó a los $urados de su infancia T fue suficiente para desatar una profusión de refle$os de defensa y, virando con rapide, se escapó hacia la avenida. ( los veinte pasos se dio cuenta de que alguien lo seguía. @na vo sonaba a sus espaldas. )ra el portero. 4 /or favor T decía 4 +#o es usted el señor /alomino, el nuevo profesor de historia 3os hermanos lo están esperando. Matías se volvió, ro$o de ira. 4 8%o soy cobrador9 T 5ontestó brutalmente, como si hubiera sido víctima de alguna vergonosa confusión. )l portero le pidió e"cusas y se retiró. Matías prosiguió su camino, llegó a la avenida, torció al parque, anduvo sin rumbo entre la gente que iba de compras, se resbaló en un sardinel, estuvo a punto de derribar a un ciego y cayó finalmente en una banca, abochornado, entorpecido, como si tuviera un queso por cerebro. 5uando los niños que salían del colegio comenaron a retoar a su alrededor, despertó de su letargo. 5onfundido a'n, ba$o la impresión de haber sido ob$eto de una humillante estafa, se incorporó y tomó el camino de su casa. >nconscientemente eligió una ruta llena de meandros. Se distraía. 3a realidad se le escapaba por todas las fisuras de su imaginación. /ensaba que alg'n día sería millonario por un golpe de aar. Solamente cuando llegó a la quinta y vio a que su mu$er lo esperaba en la puerta del departamento, con el delantal amarrado a su cintura, tomó conciencia de su enorme frustración. #o obstante se repuso, tentó una sonrisa y se aprestó a recibir a su mu$er, que ya corría por el pasillo con los braos abiertos. 4 +?u tal te ha ido +0ictaste tu clase +?u han dicho los alumnos 4 8Magnífico9... 8&odo ha sido magnífico9 T 7albuceó Matías 4. 8Me aplaudieron9 T pero al sentir los braos de su mu$er que lo enlaaban del cuello y al ver en sus o$os, por primera ve, una llama de invencible orgullo, inclinó con violencia la cabea y se echó desconsoladamente a llorar. *Amberes, 1975 -
Espumante en el sótano
(níbal se detuvo un momento ante la fachada del Ministerio de )ducación y contempló, conmovido, los veintidós pisos de ese edificio de concreto y vidrio. 3os ómnibus que pasaban rugiendo por la avenida (bancay le impidieron hacer la menos invocación nostálgica y, limitándose a emitir un suspiro, penetró rápidamente por la puerta principal. ( pesar de ser las nueve y media de la mañana, el gran hall de la entrada estaba atestado de gente que hacía cola delante de los ascensores. (níbal cruó el tumulto, tomó un pasadio lateral, y en lugar de coger alguna de las escaleras que daban a las luminosas oficinas de los altos, desapareció por una especie de escotilla que comunicaba al sótano. 4 8%a llegó el hombre9 T e"clamó, entrando en una habitación cuadrangular, donde tres empleados se dedicaban a clasificar documentos. /ero ni 1o$as ni /inilla ni 5almet levantaron la cara. 4 +Sabes lo que es el occipucio T /reguntaba 1o$as. 4 +6ccipucio &u madre, por si acaso T 1espondió 5almet. 4 Bentua T di$o (níbal 4. #o saben ni saludar. Solo en ese momento sus tres colegas se percataron que (níbal Hernánde llevaba un termo aul cruado, un paquete en la mano derecha y dos botellas envueltas en papel celofán, apretadas contra el coraón. 4 Mira, se nos vuelve a casar el vie$o T di$o /inilla. 4 %o diría que es su santo T agregó 1o$as. 4 #ada de eso T protestó (níbal 4. Uiganlo bien: hoy, primero de abril, cumplo veinticinco años en el Ministerio. 4 +2einticinco años %a debes ir pensando en $ubilarte T di$o 5almet 4. /ero la $ubilación completa. 3a del ca$ón con cuatro cintas. 4 Más respeto T di$o (níbal 4.Mi padre me enseñó a entrar en palacio y en choa. &engo boca para todo gentua. 3a puerta se abrió en ese momento y por las escaleras descendió un hombre canoso, con anteo$os. 4 +)stán listas las copias )l secretario del Ministerio las necesita para las die. 4 7uenos días, señor Bóme T di$eron los empleados 4. (llí se las hemos de$ado al señor Hernánde para que las empare$e. (níbal se acercó al recin llegado, hacindole una reverencia. 4 Señor Bóme, sería para mí un honor que usted se dignase hacerse presente... 4 +% las copias 4 ;ustamente, las copias, pero sucede que hoy hace e"actamente veinticinco años que... 4 2ea, Hernánde, hágame antes esas copias y despus hablaremos.
Sin decir más, se retiró. (níbal quedó mirando la puerta mientras sus tres compañeros se echaban a reír. 4 +)s verdad entonces T preguntó 5almet. 4 )s un traba$o urgente, vie$o T intervino /inilla. 4 +% cuándo le he corrido yo al traba$o T se que$ó (níbal 4. Si hoy me he retrasado es por ir a comprar las empanadas y el champán. &odo para invitar a los amigos. % no sigas hablando que te pongo la pata de chalina. )mpu$ando una puerta con el pie, penetró en la habitación contigua, min'sculo reducto donde apenas cabia una mesa en la cual de$ó sus paquetes, $unto a la guillotina para cortar papel. 3a lu penetraba por una alta ventana que daba a la avenida (bancay. /or ella se veían durante el día, apatos, bastas de pantalón, de ve en cuando alg'n perro que se detenía ante el tragalu como para espiar el interior y terminaba por levantar una pata para mear con dignidad. 4 Siempre lo he dicho T reongó 4. )n palacio y en choa. /ero eso sí, el que me busca me encuentra. ?uitándose el saco, lo colgó cuidadosamente en un gancho y se puso un mandil negro. )n la mesa había ya un alto de copias fotostáticas. (cecándose a la guillotina, empeó su traba$o de verdugo. (l poco rato /inilla asomó. 4 0ame las cincuenta primeras para llevárselas al $efe. 4 %o se las voy a llevar T di$o (níbal 4. % oye bien lo que te voy a decir: cuando t' y los otros eran niños de teta, yo traba$aba ya en el Ministerio. /ero no en este edificio, era una casa vie$a del centro. )n esa poca... 4 %a s, ya s, las copias. 4 #o sabes. % si lo sabes. )s bueno que te lo repita. )n esa poca yo era $efe del servicio de (lmacenamiento. 4 +Han oído T preguntó /inilla volvindose hacia sus dos colegas. 4 Si T contestó 5almet 4. )ra $efe del Servicio de (lmacenamiento. /ero cambió el gobierno y tuvo que cambiar de piso. 0e arriba a aba$o. Mira, aquí hay cien papeles más para cortar, en el orden en el que están. 4 6ye t', 5almet, hi$o de la gran... bretaña. &' tienes sólo dos años aquí. )studiaste para abogado, +verdad /ara aboasto no seria. /ues te voy a decir algo más: Bóme, nuestro $efe, entró $unto conmigo. 5laro, ahora ha trepado. (hora es un señor, +no. 4 3as copias y menos labia. (níbal cogió las copias empare$adas y se dirigió hacia la escalera. 4 % todavía hay una cosa: el 0irector de )ducación Secundaria, don /a'l )scobedo, +lo conocen Seguramente ni le han visto el peinado. 0on /a'l )scobedo vendrá a tomar una copa conmigo. (hora lo voy a invitar, lo mismo que a Bóme.
4 +% porqu no al ministro4 preguntó 1o$as pero ya (níbal se lanaba por las escaleras para llevar las copias a su $efe. Bóme lo recibió serio: 4 )sas copias me urgen, (níbal. #o quise decírtelo delante de tus compañeros pero tengo la impresión que hoy llegaste con bastante retraso. 4 Señor Bóme, he traído unas botellitas para feste$ar mis veinticinco años de servicio. )spero que no me va a desairar. (llá las he de$ado en el sótano. 8%a tenemos veinticinco años aquí9 4 )s verdad T di$o Bóme. 4 >rán todos los muchachos del servicio de fotografías, los miembros de la (sociación de )mpleados y don /a'l )scobedo. 4 +)scobedo T preguntó Bóme 4. +)l director 4 Hace die años traba$amos $untos en la Mesa de /artes. 0espus l ascendió. &' estabas en provincia en esa poca. 4 )stá bien, ir. +( qu hora 4 ( golpe de doce, para no interrumpir el servicio. )n lugar de ba$ar a su oficina, (níbal aprovechó que un ascensor se detenía para colarse. 4 (l veintavo, Barcía T di$o al ascensorista y acercándose a su oído agregó 4: 2ente a la oficina de copias fotostáticas a mediodía. 5umplo veinticinco años de servicio. Habrá champán. )n la puerta del despacho del director )scobedo, un u$ier lo detuvo. 4 +&iene cita 4 +#o me ve con mandil )s por un asunto de servicio. /ero salvado este primer escollo, tropeó con una secretaria que se limitó a señalarle la sala de espera atestada. 4 Hay once personas antes que usted. (níbal vacilaba entre irse o esperar, cuando la puerta del director se abrió y don /a'l )scobedo asomó conversando con un señor, al que acompañó hasta el pasillo. 4 /or supuesto, señor diputado T di$o, retornando a su despacho. (níbal lo interceptó. 4 /a'l un asintió. 4 /ero bueno, Hernánde, +qu se te ofrece 4 Cí$ate, /a'l, una cosita de nada. 4 )spera, ven por acá. )l director lo condu$o hasta el pasillo. 4 &' sabes. Mis obligaciones... (níbal le repitió el discurso que había repetido ante el señor Bóme.
4 8)n los líos que me metes, caramba9 4 #o me de$es plantado, /a'l, acurdate de las vie$as pocas. 4 >r, pero eso sí, sólo un minuto. &enemos una reunión de directores, luego un almuero. (níbal agradeció y salió disparado hacia su oficina. (llí sus tres colegas lo esperaban colricos. 4 +(sí que en la esquina, tomándose un cordial +Sabes que han mandado tres veces por las copias 4 &oquen esta mano T di$o (níbal 4. Hulanla, denle una lamidita, ambos. Me la ha apretado en director. 8(h, pobres diablos9 #o saben ustedes con quin traba$an. /oco antes del medio día, despus de haber empare$ado quinientas copias, (níbal se dio cuenta que no tenía copas. 5ambiando su mandil por su saco cruado, corrió a la calle. )n la chingana de la esquina se tomó una leche con coñac y le e"plicó su problema al patrón. 4 &ranquilo, don (níbal. @n amigo es un amigo. +5uántas necesita 5on veinticuatro copas en una ca$a de cartón, volvió a la oficina. (llí encontró al ascensorista y a tres empleados de la (sociación. Sus colegas, despus de poner un poco de orden, habían retirado de una mesa todos los implementos de traba$o para que sirviera de buffet. (níbal dispuso encima de ella las empanadas, las copas y las botellas de champán, mientras por las escaleras seguían llegando invitados. /ronto la habitación estuvo repleta de gente. 5omo no había suficientes ceniceros echaban la cenia al suelo. (níbal notó que los presentes miraban con insistencia las botellas. 4 Hace calor T decía alguien. 5omo las alusiones se hacían cada ve más clamorosas, no le quedó más remedio que descorchar su primera botella, sin esperar la llegada de sus superiores. 4 (níbal se ha ra$ado con su champán T decía /inilla. 4 6$alá que todos los días cumpla bordas de plata. (níbal pasó las empanadas en un portapapeles, pero a mitad de su recorrido las empanadas se acabaron. 4 )"cusas T di$o 4. @no siempre se queda corto. /or atrás alguien murmuró: 4 0eben ser de la semana pasada. %a me revent el hígado. &emiendo que su segunda botella de champán se terminara, (níbal sirvió apenas un dedo en cada copa. Dstas no alanaban. 4 &omaremos por turnos T di$o (níbal 4. 0emocráticamente. +#adie tiene miedo al contagio 4 +/ara eso me han hecho venir T volvió a escucharse al fondo.
(níbal trató de identificar al bromista, pero sólo vio un centenar de rostros amables que sonreían. 4 +?u esperamos para hacer el primer bindris T preguntó 5almet 4. )sto se me va a evaporar. /ero en ese momento el grupo se hendió para de$ar paso al señor Bóme. (níbal se precipitó hacia l para recibirlo y ofrecerle una copa más generosa. 4 +#o ha venido el director )scobedo T le preguntó en vo ba$a. 4 %a no tarda T di$o (níbal 4. 0e todos modos haremos el primer brindis. 0espus de carraspear varias veces logró imponer un poco de silencio a su alrededor. 4 Señores T di$o 4. 3es agradeco que hayan venido, que se hayan dignado realar su presencia en este modesto agap. 3evanto esta copa y les digo a todos los presentes: prosperidad y salud. 3os salud que respondieron en coro ahogaron el comentario del bromista: 4 +% con qu brindo +?uieren que me chupe el dedo (níbal se apresuró a llenar las copas vacías que se acumulaban en la mesa y las repartió entre sus invitados. (l hacerlo, notó que estos se hallaban un poco cohibidos por la presencia del señor Bóme! no se atrevían a entablar una conversación general y preferían hacerlo por pare$as, de modo que su reunión corría el riesgo de convertirse en una yu"taposición de diálogos privados, sin armonía ni comunicación entre sí. /ara rela$ar la atmósfera, empeó a relatar una historia graciosa que le había ocurrido hacía quince años, cuando el señor Bóme y l traba$aban $untos en el servicio de mensa$eros. /ero para asombro suyo Bóme le interrumpió: 4 0ebe de ser un error, señor Hernánde, en esa poca yo era secretario de la biblioteca. (lgunos de los presentes rieron y otros, defraudados por la pobrea del trago, se aprestaron a retirarse con disimulo, cuando por las escaleras apareció el director /a'l )scobedo. 4 8/ero esto parece una asamblea de conspiradores9 T e"clamó, al encontrarse en el estrecho reducto 4. Se diría que están tramando echar aba$o el ministerio. +?u tal, (níbal 2amos durando vie$o. )s increíble que haya pasado, +cuánto di$iste, casi un cuarto de siglo desde que entramos a traba$ar. +@stedes saben que el señor Hernánde y yo fuimos colegas en la Mesa de /artes. (níbal destapó de inmediato su segunda botella, mientras el señor Bóme, rectificando un desfallecimiento de su memoria decía: 4 (hora que me acuerdo, es cierto lo que decía antes, (níbal, cuando estuvimos en el servicio de mensa$eros... (níbal llenó las copas de sus dos superiores, se sirvió para sí una hasta el borde y abandonó la botella al resto de los presentes.
4 8Ha servirse muchachos9 5omo en su casa. 3os empleados se acercaron rápidamente a la mesa, formando un tumulto, y se repartieron el champán que quedaba entre bromas y disputas. Mientras (níbal avanaba hacia sus dos $efes con su copa en la mano se dio cuenta que al fin la reunión cua$aba. )l director )scobedo se dirigía familiarmente a sus subalternos, tuteándolos, dándoles palmaditas en la espalda, mientras Bóme pugnaba por entablar con su $efe una conversación elevada. 4 Sin duda esto es un poco estrecho T decía 4. %o he elevado un memorándum al señor ministro en el que hablo del espacio vital. 4 3o que sucede es que faltó previsión T respondió )scobedo 4. @na participación como la nuestra necesita duplicar su presupuesto. 2eremos si este año podemos hacer algo. 4 82iva el señor director9 T )"clamó (níbal, sin poderse contener. 0espus de un momento de vacilación, los empleados respondieron en coro: 4 82iva9 4 82iva nuestro ministro9 3os vivas se repitieron. 4 82iva la (sociación de )mpleados y su $usta lucha por sus me$oras materiales9 T gritó alguien a quien, por suerte, le había tocado tres ruedas de champán. /ero su arenga no encontró eco y las pocas respuestas que se articularon quedaron coaguladas en una mueca en la boca de sus gestores. 4 +Me permiten unas breves palabras T di$o (níbal, sorbiendo el corcho de su champán 4 . #o se trata de un discurso. %o he sido siempre un mal orador. Sólo unas palabras emocionadas de un hombre humilde. )n el silencio que se hio, alguien decía en el fondo de la piea: 4 +5hampán 8)sto es un infame espumante9 (níbal no oyó esto, pero sí al director )scobedo, que se apresuró a intervenir. 4 #os agradaría mucho, (níbal. /ero esto no es una ceremonia oficial. )stamos reunidos entre amigos sólo para beber una copa de champán en tu honor. 4 Solo dos palabras Tinsistió (níbal 4. 5on el permiso de ustedes, quiero decirles algo que llevo aquí en el coraón! quiero decirles que tengo el orgullo, la honra, me$or dicho, el honor imperecedero, de haber traba$ado veinticinco años aquí... Mi querida esposa, en pa descanse, quiero decir la primera, pues mis colegas saben que enviud y contra$e segundas nupcias, mi querida esposa siempre me di$o: (níbal, lo más seguro es el ministerio. 0e allí no te muevas. /ase lo que pase. 5on terremoto, con revolución. #o ganarás mucho, pero al fin de mes tendrás tu paga fi$a, con que, con que... 4 5on que hacer un sancochado.4 di$o alguien.
4 )so T convino (níbal 4. @n sancochado. %o le hice caso y me qued, para felicidad mía. Mi traba$o lo he hecho siempre con toda voluntad, con todo cariño. %o he servido a mi patria desde aquí. %o no he tenido luces para ser un ingeniero, un ministro, un señorón de negocios, pero en mi oficina he tratado de de$ar bien el nombre del país. 4 87ravo9 T gritó 5almet. 4 )s cierto que en una poca estuve me$or. Cue durante el gobierno de nuestro ilustre presidente ;os 3uis 7ustamante, cuando era $efe del servicio del almacenamiento. /ero no e puedo que$ar. /erdí mi rango, pero no perdí mi puesto. (demás, +qu mayor recompensa para mí que contar ahora con la presencia del director don /a'l )scobedo y de nuestro $efe, señor Bóme (lgunos empleados aplaudieron. 4 #o es para tanto T intervino (níbal 4. ('n no he terminado. %o decía, +qu mayor orgullo para mí que contar con la presencia de tan notorios caballeros. /ero no quiero tampoco de$ar pasar la ocasión de recordar en estos momentos de emoción a tan buenos compañeros aquí presentes, como (quilino 5almet, ;uan 1o$as, y )usebio /inilla, y a tantos otros que cambiaron de traba$o o pasaron por a me$or vida. ( todos ellos va mi humilde, mi amistosa palabra. 4 Cí$ate, (níbal T intervino nuevamente )scobedo mirando su relo$ 4. Me vas a disculpar... 4 (hora termino4 prosiguió (níbal 4. ( todos va mi humilde, mi amistosa palabra. /or eso es que, emocionado, levanto mi copa y digo: se ha sido uno de los más bello días de mi vida. (níbal Hernánde, un hombre honrado, padre de seis hi$os, se lo dice con toda sinceridad. Si tuviera que traba$ar veinte años más acá, lo haría con gusto. Si volviera a nacer, tambin. Si 5risto recibiera en el /araíso a un pobre pecador como yo y le preguntara, +qu quieres hacer, yo le diría: traba$ar en el servicio de copias del Ministerio de )ducación. 8Salud, compañeros9 (níbal levantó su copa entre los aplausos de los concurrentes. Catalmente, a nadie le quedaba champán y todos se limitaron a hacer un brindis simbólico. 4 Muy bien, (níbal! mis felicitaciones otra ve. /ero ahora me disculpas. 5omo te di$e, tengo una serie de cosas por hacer. Saludando en bloque al resto de los empleados, se retiró deprisa, seguido de cerca por el señor Bóme. )l resto fue desfilando ante (níbal para estrecharle la mano y despedirse. )n pocos segundos el sótano quedó vacío. (níbal miró su relo$, comprobó que eran las doce y media y se precipitó a su reducto para pasarse por los apatos una franela que guardaba en su armario. Su mu$er le había dicho que no se demorara, pues le iba a preparar un buen almuero. Sería conveniente pasar por una bodega para llevar una botella de vino.
5uando se lanaba por las escaleras, se detuvo en seco. )n lo alto de ellas estaba el señor Bóme, inmóvil, con las manos en los bolsillos. 4 &odo está muy bien, (níbal, pero esto no puede quedar así. )starás de acuerdo en que la oficina parece un chiquero. +Me haces el favor. Sacando una mano del bolsillo, hio un gesto circular, como quien pasa un estropa$o, y dando media vuelta desapareció. (níbal, nuevamente solo, observó con atención su contorno: el suelo estaba lleno de colillas, de pedaos de empanada, de manchas de champán, de palitos de fósforos quemados, de fragmentos de una copa rota. #ada estaba en su sitio. #o era solamente un sótano miserable y oscuro, sino T ahora lo notaba4 una especie de celda, un lugar de e"piación. 4 8/ero mi mu$er me espera con el almuero9 Tse que$ó en alta vo, mirando a lo alto de las escaleras. )l señor Bóme había desaparecido. ?uitándose el saco, se levantó las mangas de la camisa, se puso en cuatro pies y con una ho$a de periódico comenó a recoger la basura, gateando por deba$o las mesas, sudando, dicindose que si no fuera una caballero les pondría a todos la pata de chalina. */arís, EFVW-
Los meren"ues
(penas su mamá cerró la puerta, /erico saltó del colchón y escuchó, con el oído pegado a la madera, los pasos que se iban ale$ando por el largo corredor. 5uando se hubieron definitivamente perdido, se abalanó hacia la cocina de Aerosene y hurgó en una de las hornillas malogradas. 8(llí estaba9 )"trayendo la bolsita de cuero, contó una por una las monedas 4había aprendido a contar $ugando a las bolitas4 y constató, asombrado que había cuarenta soles. Se echó veinte al bolsillo y guardó el resto en su lugar. #o en vano, por la noche, había simulado dormir para espiar a su mamá. (hora tenía lo suficiente para realiar su hermoso proyecto. 0espus no faltaría una e"cusa. )n esos calle$ones de Santa 5ru, las puertas siempre están entreabiertas y los vecinos tienen caras de sospechosos. ($ustándose los apatos, salió desalado hacia la calle. )n el camino fue pensando si invertiría todo su capital o sólo parte de l. % el recuerdo de los merengues Tblancos, puros, vaporosos4 lo decidieron por el gasto total. +5uánto tiempo hacía que los observaba por la vidriera hasta sentir una salvación amarga en la garganta Hacía ya varios meses que concurría a la pastelería de la esquina y sólo se contentaba con mirar. )l dependiente ya lo conocía y siempre que lo veía entrar, lo consentía un momento para darle luego un coscorrón y decirle: 4 8?uita de acá, muchacho, que molestas a los clientes9 % los clientes, que eran hombres gordos con tirantes o mu$eres vie$as con bolsas, lo aplastaban, lo pisaban y desmantelaban bulliciosamente la tienda. Dl recordaba, sin embargo, lagunas escenas amables. @n señor, al percatarse un día de la ansiedad de su mirada, le preguntó su nombre, su edad, si estaba en el colegio, si tenía papá y por 'ltimo le obsequió una rosquita. Dl hubiera preferido un merengue pero intuía que en los favores estaba prohibido elegir. &ambin, un día, la hi$a del pastelero le regaló un pan de yema que estaba un poco duro.
4 8)mpara94 di$o, aventándolo por encima del mostrador. Dl tuvo que hacer un gran esfuero a pesar de lo cual cayó el pan al suelo y, al recogerlo, se acordó s'bitamente de su perrito, a quien l tiraba carnes masticadas divirtindose cuando de un salto las emparaba en sus colmillos. /ero no era el pan de yema ni los alfa$ores ni los piononos lo que le atraía: l sólo amaba los merengues. ( pesar de no haberlos probado nunca, conservaba viva la imagen de varios chicos que se los llevaban a la boca, como si fueran copos de nieve, ensuciándose los corbatines. 0esde aquel día, los merengues constituían su obsesión. 5uando llegó a la pastelería, había muchos clientes, ocupando todo el mostrador. )speró que se despe$ara un poco el escenario pero no pudiendo resistir más, comenó a empu$ar. (hora no sentía vergIena alguna y el dinero que empuñaba lo revestía de cierta autoridad y le daba derecho a codearse con los hombres de tirantes. 0espus de mucho esfuero, su cabea apareció en primer plano, ante el asombro del dependiente. +%a estás aquí 82amos saliendo de la tienda9 /erico, le$os de obedecer, se irguió y con una e"presión de triunfo reclamó: 8veinte soles de merengues9 Su vo estridente dominó en el bullicio de la pastelería y se hio un silencio curioso. (lgunos lo miraban, intrigados, pues era hasta cierto punto sorprendente ver a un rapa de esa cabaña comprar tan empalagosa golosina en tamaña proporción. )l dependiente no le hio caso y pronto el barullo se reinició. /erico quedó algo desconcertado, pero estimulado por un sentimiento de poder repitió, en tono imperativo: 4 82einte soles de merengues9 )l dependiente lo observó esta ve con cierta perple$idad pero continuó despachando a los otro parroquianos. 4 +#o ha oído T insistió /erico e"citándose4 8?uiero veinte soles de merengues9 )l empleado se acercó esta ve y lo tiró de la ore$a. 4 +)stás bromeando, palomilla /erico se agaapó. 4 8( ver, ensñame la plata9 Sin poder disimular su orgullo, echó sobre el mostrador el puñado de monedas. )l dependiente contó el dinero. 4 +% quieres que te d todo esto en merengues 4 Sí Treplicó /erico con una convicción que despertó la risa de algunos circunstantes. 4 7uen empacho te vas a dar Tcomentó alguien. /erico se volvió. (l notar que era observado con cierta benevolencia un poco lastimosa, se sintió abochornado. 5omo el pastelero lo olvidaba, repitió: