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CoLECCióN PsiCOLOGíA CoNTEMPORÁNEA
Anny Cordié
UN NIÑO PSICOTICO
Ediciones Nueva Visión Buenos Aires
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Título del original en francés: Un enfant psychotique ~ Éditions du Seuil, 1993
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LA IDSTORIA DE SYLVIE
La primera edición de esta obra fue publicada por Navarin en 1987 con el título de Un enfant devient psychotique
Traducción de Horacio Pons La traducción fue revisada por la autora
I.S.B.N. 950-602-315-8 © 1994 por Ediciones Nueva Visión SAIC
Tucumán 3748, (1189) Buenos Aires, República Argentina Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723 Impreso en la Argentina 1 Printed in Argentina
Sylvie tiene tres años cuando sus padres me la traen por primera vez. El comportamiento de esta linda niñita denota de entrada trastornos profundos. La angustia y el terror parecen habitarla: eso es lo que llama la atención en los primeros contactos y en las palabras de los padres. No tolera ningún contacto que provenga del otro; lavarla o peinarla es casi imposible, tanto es lo que grita. No soporta estar desnuda. No obstante, se calma cuando la toman en brazos, si está cubierta con ropa muy ceñida, de preferencia los delantales de su madre. Cuando la veo, aún no camina ni habla. La queja de sus padres se refiere sobre todo al problema de la alimentación. Sylvie "se rehúsa" (según su expresión) a comer sola y "exige", para alimentarse, una serie de conductas invariables: el adulto debe sostenerla apretada entre sus rodillas, hacerle abrir la boca a la fuerza y, con una cucharita, "zamparle" la comida -exclusivamente líquida, ya que cualquier partícula sólida le provoca reflejos de ahogo- manifestando ira. Sylvie "se rehúsa" también a defecar en la escupidera. Su madre la pone varias veces al día, produciendo escenas de enfrentamiento en las que la niña recibe chirlos pero no hace nada: "exige" hacer en los pañales y guardar con ella sus excrementos; verlos desaparecer la hunde en una angustia insostenible. 7
Pero lo más penoso para todos son los gritos, que profiere hasta el agotamiento. A pesar de haberla aislado en un ala de la gran casa, sus aullidos aún perturban el sueño de toda la familia. Son éstos los que desencadenan las mayores reacciones: "Ya no puedo escucharlos, dice la madre, me vuelven loca, me dan ganas de matarla". Pero la angustia de Sylvie es provocada también por los objetos, de los que muchos la aterrorizan: la voz que sale del tocadiscos, la masa de tarta que manipula su madre, ciertos animales de peluche, también el agua. N o obstante, conserva junto a sí una gaviota de celuloide. Desde la primera sesión descubro el terror que le provocan los objetos esféricos: la vista de una pelota en el cajón de juguetes desencadenó una crisis de angustia con conducta autodestructiva. Sylvie gritaba y se debatía golpéandose la cabeza contra el embaldosado, yo no lograba calmarla. Fue preciso, por lo tanto, que sacara de mi consultorio todos los objetos redondos. Parece siempre a la defensiva, como si todo acercamiento del otro constituyera una violencia penetrante, destructora. Permanece inmóvil, no utilizando sus manos más que en un movimiento estereotipado que consiste en golpetear con la punta del dedo mayor de la derecha un pedazo de material plástico que sostiene entre el pulgar y el índice de esa misma mano. A continuación extenderá ese golpeteo a las personas y a diferentes objetos que le interesan, como un signo de exploración, tal vez de reconocimiento. Por otra parte, rechina los dientes. Ella, que nunca se lleva nada a la boca, que no tiene ninguna pulsión oral activa de succión o de mordedura, no deja de morder la nada. Llegará con ello a desgastar completamente su primera dentición, a punto tal que las encías estarán casi desnudas cuando aparezcan los dientes definitivos. Cuando sus padres me la traen, ya han consultado a numerosos especialistas. La niña sufrió múltiples exámenes neurológicos y psicológicos. Si los primeros no permitieron detectar ninguna anomalía, los tests psicológicos, en cambio, se revelaron "catastróficos". El cuerpo médico es unánime: se
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trata de un grave retraso del desarrollo, que necesita una atención "de por vida" en un hospital psiquiátrico. Los padres, sin embargo, no renuncian a toda esperanza. Han oído hablar de una psicoanalista parisina que trata con éxito a niños gravemente enfermos, van a consultarla y ésta me los deriva, con un nuevo informe bastante pesimista. Durante la primera consulta, los padres me participan su inquietud, cada uno a su manera. El padre es un hombre de apariencia sólida, de espíritu pragmático. Plantea la cuestión en estos términos: "Usted es nuestro último recurso, debe decirnos si ella es idiota o no tiene nada, si es blanco o negro". La pregunta de la madre es un poco diferente: "Debe decirnos si tiene una lesión cerebral o un carácter malo". De entrada observo que la niña tiene reacciones de retraimiento cuando su madre se le acerca, y que parece preferir el contacto del padre, junto al cual se apacigua. Bajo una aparente desenvoltura, percibo en la señora H* un gran malestar. Confunde todas las fechas relacionadas con la primera infancia de Sylvie y se muestra al mismo tiempo muy animada y ausente. Después de este primer contacto con los padres, me quedo sola con la niña. En mis brazos, grita y me golpea. Si me siento y la pongo sobre mis rodillas, se inclina y me araña las piernas. A pesar de todo, consigo hablarle de su miedo, que tal vez algún día podrá mencionar. Le digo mi nombre y que soy un médico que cura con palabras, no con pinchazos o enemas. No creo que sea idiota, como dijeron algunos, sino, al contrario, muy inteligente. Sé que hay en ella algo que hace daño, pero será cosa suya tratar de curarse. Por mi parte, estaré allí para escuchar lo que pueda decir de las cosas que pasan por su cabeza y en su cuerpo. A continuación me reúno con los padres para decirles, siempre en presencia de Sylvie, que no puedo responder a sus preguntas diagnósticas pero que, dado que están "dispuestos a jugarse la última carta", estoy lista para volver a verlos, así como a su hija, durante algunas sesiones, antes de decidir emprender o no un psicoanálisis. El padre es muy reticente 9
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·' con esta modalidad de tratamiento, no cree en él pero,· después de todo, "como no puede hacerle mal, ¿por qué no probar?" Cuando el señor H* compruebe los progresos de Sylvie, y sobre todo la aparición del lenguaje, será menos negativo con respecto al psicoanálisis, y su confianza en mí no disminuirá con el paso de los años, pese a algunos difíciles cuestionamientos. A la segunda consulta, la señora H* viene sin su marido. El tono que adopta esta vez es completamente diferente; expresa sin rodeos su deseo de no ver más a Sylvie: ya no puede escuchar sus aullidos, ya no puede llevar esa vida. Profiere esta exclamación dolorosa: "¡Esto no puede durar más, es ella o yo!", una de las dos debe desaparecer. Se preocupa por saber si, durante el tratamiento, no podría tener a la niña junto a mí. Pasado el momento de sorpresa, me sentí perpleja y molesta ante la expresión de una violencia semejante en esa pareja de madre e hija. Tuve dudas acerca de si tomar a mi cargo, al margen de toda institución, un caso tan pesado. Pero, por otra parte, no podía creer en el diagnóstico de "gran atraso mental", y la perspectiva de una "internación de por vida" para esta niña trastornada me hacía mal. Me digo que es preciso comenzar de inmediato un trabajo, y dejar para más adelante la tarea de encontrar una institución. Algunos elementos me parecían de buen augurio: la madre tenía un lenguaje directo frente a su hija, sus pulsiones no estaban disfrazadas y, si bien su enfrentamiento era a veces intolerable, era preferible a lo no dicho. Esta relación me parecía más cercana a lo que Lacan llama el "odienamoramiento" que a una en la que predominaran las pulsiones de muerte. Hasta el momento en que la niña ingresó a un hospital de día en París, a los siete años, y vivió con su abuela paterna, la señora H*la acompañó regularmente todas las semanas, desde su lejana provincia, a la sesión. En primer lugar yo la recibía en presencia de la niña y la escuchaba desgranar sus quejas sin hacer ningún comentario: Sylvie era mala, una comediante, un carácter malo, no hacía más 10
que provocarla... un tirano... un déspota. Pero ya no se trataba de separación ni de colocación. Cuando, durante la semana, las cosas iban demasiado lejos en la angustia o la agresión, decían: "¡Dentro de cuatro días (o de dos) veremos a Cordiél" ¡Fue así como Sylvie, poco a poco, adquirió la noción de tiempo! En los primeros tiempos del análisis, cuando me quedaba sola con ella, sostenía en mis brazos una pequeña bola aullante. Pero muy pronto encontré una manera de calmarla: la apretaba muy fuerte contra mí y, paseándome con ella por las habitaciones del departamento donde está mi consultorio, le nombraba al pasar los objetos con que nos topábamos. Observé que se desviaba cuando pasábamos ante el espejo. Le hablaba de ella, de mí. Como tenía entonces niños muy pequeños, se me ocurrió la idea de cantarle lo que quería decirle. Me di cuenta de que la melodía la apaciguaba: ponía entonces su cabeza junto a la mía y parecía muy atenta. Le cantaba lo que se me pasaba por la cabeza variando los ritmos. Solía retomar las palabras de la madre. Por ejemplo, canturreaba: "Una mamá dijo: «mi niñita es mala», pero yo he visto a la niñita que miraba a su mamá, pensaba cosas con su cabeza; ¿qué pensaba esta niñita? Yo veía que sus ojos querían decir algo, querían responder a su mamá", etcétera. Luego le cantaba también canciones infantiles en las que se designan las partes del cuerpo tocándolas: frente amplia, bonitos ojos, boca florida, etc., u otras como El bello bebé: -Veo señora Que tiene usted un bello bebé. - Pero sí, señora, Estoy arrullándolo. Tire lan boulé, tire lan boulaine, ¡Oh!, qué trabajo cuesta Tire lan boulaine, tire lan boulé, Criar a un bebé. [con sus variantes: "Estoy lavándolo", "Estoy dándole de comer", etcétera.]
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Durante varias sesiones proseguimos esta marcha explo- · ratoria. Cuando amagaba detenerme, Sylvie volvía a aullar y a arañarme. Por fin, aceptó que me sentara a la mesa de juegos teniéndola en las rodillas, rechazó todo lo que había en ella, lápices, plastilina, cuya visión no soportaba y, una vez calmada, se puso a golpetear en el borde de la mesa. Yo intentaba identificar un ritmo en sus golpes y respondía a él, ya fuera con el mismo, ya con uno alternado, introduciendo palabras: "Uno dos, uno dos tres, iremos a ver un pez", etcétera. Cuando accedió a sentarse a mi lado en ángulo recto, el trabajo se facilitó. Esta disposición me parecía preferible: nuestras miradas no se cruzaban forzosamente, como estando frente a frente, y ella no estaba obligada a dar vuelta la cara para verme, como cuando uno se sienta al lado del otro. Los juegos de reconocimiento del cuerpo se repitieron entonces con otra modalidad. Sylvie pudo tomarme la mano y, sosteniéndola firmemente, explorar las cosas a través de ella. Me la llevaba a mis cabellos, luego a los suyos, a su boca y la mía, a diferentes partes del cuerpo o a los objetps. A través de estos juegos en espejo, Sylvie tomaba poco a poco posesión de su cuerpo, por intermedio de mi mano en primer lugar, después, y progresivamente, con la punta de sus dedos. Luego de la cabellera, que siempre ejerció una gran fascinación sobre ella, exploró mi boca y después mis di en tes. Yo le mencionaba su felicidad al mamar, cuando era una beba muy pequeña, luego su rechazo cuando su mamá se iba; su boca bien abierta para gritar, y que volvía a cerrarse para morder "nada en absoluto" y desgastar sus dientes; la boca para hablar, la boca para cantar, etc. Ponía entonces su mano sobre mi garganta para sentir las vibraciones. Pero todo nuevo avance la angustiaba: retomaba de inmediato sus frenéticos estereotipos, o se tapaba los oídos, cerraba los ojos y rechinaba los dientes. Un día, vi que la mano de Sylvie avanzaba hacia mi pecho, se encontraba en un estado que no le conocía, como fascinada y aterrorizada a la vez; con la boca abierta, muda, señalaba mi pecho con el índice extendido. Al principio no dije nada, 12
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luego le recordé que ella había sido una beba que mamaba del pecho de su madre. Reanudó sus acercamientos en las sesiones siguientes y, un día, logró desprenderme un botón de la blusa -lo que para ella era una hazaña- y me tocó el pecho con la punta de los dedos. Su terror a los objetos redondos se atenuó pero, en ese momento, yo no había hecho la comparación con las secuencias que acababan de desarrollarse. Me dejaba llevar por lo que Sylvie traía de nuevo en cada encuentro, improvisando, día a día, nuevas maneras de abordar el material de las sesiones, dejando para más adelante el momento de la reflexión. Para ello, escribía lo que sucedía durante la sesión y anotaba igualmente lo que me decía la señora H*. Le explicaba a Sylvie que así registraba su historia y el trabajo que ella hacía conmigo, que todo eso quedaba en el legajo que guardaba en un armario cerrado. Cuando me dejo, a los once años, me dijo que un día volvería a verme para buscarlo, y se lo mostraría a sus hijos. Alrededor de siete meses después del comienzo del análisis se produjo un acontecimiento importante. Desde hacía algún tiempo los padres me señalaban un principio de lenguaje. Sylvie pronunciaba algunas palabras: "papá salió", "mamá", "garganta", "pies Cordié". Yo había olvidado esta última locución, que no recordé sino recientemente, al releer el legajo. Ahora bien, algún tiempo después de la aparición de estos primeros vocablos, con Sylvie sentada en mis rodillas, le dibujé el mar, una casa, barcos -vivía en una ciudad costera. Golpetée con el lápiz, como lo hacía ella misma, para representar los granos de arena de la playa. Se volvió entonces hacia mí y pronunció la palabra "arena", que repitió incansablemente con granjúbilo. Esa palabra era la primera que pronunciaba en mi presencia. Me sorprendió que fuera justamente ésa:"¿Qué pasó en la playa? ¿Te gusta la arena? Si quieres, vamos a hablar de eso con tu madre". Después de la sesión, le pregunté a la señora H* si a su hija le gustaba la playa. Me enteré de ese modo de que le tenía mucho miedo al mar y se negaba obstinadamente a salir del auto cuando la familia iba a la playa; se quedaba gritando, arrinconada
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"'r'' , entre los asientos. Sin embargo, me düo la madre, hubo un · tiempo en que a Sylvie le gustaba mucho jugar en la arena. La señora H* recordó entonces que un día en que chapoteaba completamente vestida a orillas de las olas y se había ensuciado, ella, furioea por tener que cambiarla, la había agarrado con brutalidad y le había dado una buena paliza. La nifta, que en esa época daba. sus primeros pasos, se había "rehusado" luego a sostenerse sobre sus piernas. Al principio arrastró una durante un tiempo y luego no caminó en absoluto. En la sesión siguiente vuelvo a hablar con Sylvie de lo que me había contado su madre y le digo, un poco al azar: "Tal vez, al hundirte en la arena, creíste que habías perdido los pies, por el hecho de que tu madre se enojó tanto y te pegó". Sylvie me hace entender que quiere descalzarse, y la ayudo a hacerlo. Cuando se ve con los pies desnudos, quiere que yo, a mi vez, me saque los zapatos; obedezco. Luego la pongo de pie, sosteni~ndola, con sus pies tocando los míos, y comento la situación: sus pequeños pies junto a los grandes de Qordié. Da entonces sus primeros pasos. A continuación, la marcha llegó con baitflnte rapidez. Mucho más adelante volvió a hablar de este incidente de la playa, diciendo: "Las olas querían comerme" . .Aií, a partir de esa primera palabra, "arena", el lenguaje se desarrolló rápidamente. Cuando Sylvie progresaba por un lado, retrocedía por el otrl). Cada adquisición se "pagaba" con un recrudecimiento de la angustia y, por lo tanto, de los síntomas. En este período de adquisición de la marcha y el lenguaje, se rehusó aun más obstinadamente a entrar en contacto con el agua, llegando incluso a no querer entrar más al baño. Ya no aceptaba bañarse sino con la condición de hacerlo vestida. Es probable que este comportamiento, así como la renquera, que reapareció durante algún tiempo, tuvieran relación con el episodio traumático antes mencionado. La evolución de Sylvie se produjo de manera desconcertante. Su lenguaje se hacía cada vez más elaborado. Daba testimonio de una agudeza de observación y, a veces, de una 14
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capacidad de razonamiento cuya lógica era sorprendente. Iba a una escuela cercana a su casa, una hora y media a la mañana y otra hora y media a la tarde. En ella permanecía "tranquila". Pero, paralelamente a esta mejoría, estaba siempre angustiada por todo lo tocante a su cuerpo y sus orificios corporales, y expresaba cada vez más ruidosamente sus angustias. Se ahogaba al comer. No sólo rechazaba la escupidera sino que "tenía miedo a sus excrementos", gritaba durante la noche, en ocasiones lloraba todo el día, tanto más angustiada por el hecho de que "ahora miraba e interpretaba todo, mientras que antes no miraba nada"~ decía la madre. Esta ausencia de estructuración de la imagen del cuerpo era patente en el análisis (Sylvie recién se reconoció en el espejo a los cinco años). Durante esta evolución, la madre estaba cada vez más convencida de que la niña hacía teatro, y de que sus exigencias eran de orden caracterial. El enfrentamiento madre-hija tomó un cariz de relación sadomasoquista que analizaremos más adelante. Desdichadamente, la opinión de la madre era compartida por las instituciones: "No entendemos por qué Sylvie tiene tantas dificultades~ cuando habla tan bien", decían. En el análisis, su trabajo y su evolución eran progresivos y regulares, no asumían el aspecto caótico de progresos fulminantes y retrocesos espectaculares que se observaban en el exterior. De una sesión a la otra, Sylvie retomaba el hilo interrumpido. Llegó el tiempo de las sesiones frente al espejo, de los juegos de las escondidas. Hubo acercamientos agresivos de nuestros cuerpos, cuyo lado lúdicro ella percibía: ¡podíamos entonces atropellarnos o darnos palmadas "para reírnos"! Para mi gran sorpresa, un día me persiguió por el departamento diciéndome: "Soy el lobo, te como". Esta pequeña frase representaba un paso considerable hacia la superación de sus angustias de devoración. Luego hubo la exploración de su respiración. En lo que llamaban sus bronquitis asmatiformes, aparecidas a continuación del traumatismo de la alimentación, Sylvie bloqueaba la respiración, se ahogaba. En análisis, tomó conciencia de su respiración y 15
,...r, de su aliento al respirar junto a mi cara y luego soplando sobre mí, lo que a mi vez yo hacía sobre su mejilla o su mano. Después, soplando junto con ella la llama de una vela, yo intentabamaterializaresealiento,siendoesosjuegosconmigo la oportunidad de intercambios, de diálogos sobre los descubrimientos que implicaban: el calor, el frío, el viento, el agua que apaga el fuego, otros tantos elementos anteriormente experimentados como peligrosos. Duran te mucho tiempo se negó a tocar la plastilina, si bien aceptaba atribuir roles a los personajes que yo modelaba bastamente. Esta repugnancia obedecía, me parece, al contacto y a los cambios de forma, así como no soportaba ver a su madre manipulando la masa de tarta. Poco a poco, llegó a poner su mano sobre la mía cuando yo modelaba y, por fin, comenzó a hacerlo ella misma, al mismo tiempo que emprendía el dibujo. Yo advertía que, paralelamente, las angustias concernientes a la pérdida de sus excrementos se atenuaban. A continuación se introdujeron los juegos con la muñequita, en los que pudo expresar sus angustias más arcaicas y luego toda la problemática de la relación con su madre, en argumentos en los que no dejaba de hacerme desempeñar un papel. A los siete años, después de un episodio agudo de despersonalización con alucinaciones, Sylvie debió concurrir tres veces por semana (martes, miércoles y jueves) a un hospital de día en París. Esos días era recogida por su abuela paterna, y regresaba a la casa de sus padres el fin de semana. A los nueve años ingresó a otra institución, a la que concurría toda la semana, siendo retirada también de allí por su abuela todas las tardes. Cuando llegó a los once años y entró en la fase prepuberal, el concurso de diversas circunstancias cristalizó la inquietud de sus padres con respecto a su futuro. Yo asistía a una repetición de lo que había pasado ocho años antes pero, esta vez, el padre parecía el más preocupado y también el más decepcionado, en la medida en que, sin duda, había esperado una total normalización. He aquí lo que me dijo en el transcurso de uno de nuestros últimos encuentros: 16
-Nos hace la vida imposible, esto no puede seguir más ... Nadie ha comprendido a esta chiquilla salvo usted. La necesita más a usted pero, en el plano afectivo, usted y su abuela no bastan. En el plano educativo, en la institución hicieron de ella una niña bien formada, dentro de su psicosis. Sólo una psicoterapia intensiva la sacará. A las palabras del padre, la madre agregó: -Estamos preparándole un paraíso terrenal. En efecto, Sylvie partió al extranjero, a una institución apreciada por su trabajo con los psicóticos, y demasiado distante para que yo tuviera la oportunidad de volver a verla. Recién volvió a Francia a los veinte años. Es con su acuerdo que presento este trabajo, del que "espera que sea útil a quienes tienen a su cargo niños como ella". Que aquí sea calurosamente agradecida por ello.
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* * ¿Bajo qué constelación hace Sylvie su entrada en este mundo? Constelación familiar, se entiende, aquella donde el sujeto se inscribe mucho antes de su nacimiento. ¿Qué lugar ocupó en la red compleja de lazos de parentesco, en el linaje? ¿Qué marcas va a recibir de las pulsiones, de los deseos de sus progenitores? Cuando se habla de los "antecedentes", es grande la tentación de quedarse en lo descriptivo y lo anecdótico. Por motivos de discreción, en primer lugar, y porque no todo debe ponerse en el mismo plano cuando se trata de identificación y estructura, no retendré sino lo que me pareció significativo en el desarrollo de su historia. La madre de Sylvie es la tercera de cinco hijos. Ocupa por lo tanto el mismo lugar que aquélla en la fratria.
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rr,, Su hermano mayor murió a causa de una meningitis a los catorce años, cuando ella tenía nueve. Se le había hecho una trepanación cuatro años antes, luego de un accidente. Es posible que ése sea el origen de las preocupaciones de la señora H" en cuanto a una eventual "lesión cerebral" de su hija. Su familia sufrió varias muertes violentas o accidentales. El padrtl Je la señora H" es un personaje importante. Ella lo describe como "muy autoritario ... no permite la independencia de sus hijos. Todo debe pasar por él. Con mi padre, uno nunca es un adulto"; agrega: "Adoraba a mi padre, era un tirano". El intervendrá de manera muy precisa en el destino de Sylvie. La señora H" habla de ello en estos términos: "No soporta que los niños lo fastidien. Un niño debe obedecer. Respetar la voluntad de un niño es impensable". Si uno de ellos tiene mal carácter, es preciso meterlo en vereda. Habla mucho con frases hechas, por ejemplo: "Hay que alejar el problema que nos fastidia", "Suiza es el lugar donde se educa bien a los niños". Considera a su hija como una madre ejemplar, una santa, que se sacrifica por sus hijos. Incluso le explica a Sylvie todo el reconocimiento que debe sentir hacia una madre semejante, pero desaprueba la actitud maternal y piensa que la niña debería ir a una institución especializada en el extranjero, por ejemplo en Suiza. Esta presión se ejerce a través de cuestiones de dinero. La madre de la señora H" es una figura desdibujada. Su hija la describe como "eterna víctima y eterna niña. Necesitaba a sus hijos para vivir, y los tomaba como testigos en los conflictos que perturbaban a su pareja". Está totalmente ausente del discurso de la señora H", y me enteraré de su muerte de manera incidental, a causa de la falta a una sesión, en el transcurso del segundo año del tratamiento de Sylvie. A la señora H" no le gusta hablar de sí misma ni de su pasado, no conversa conmigo más que de sus relaciones con Sylvie, y entonces la anima la pasión. N o la veré sola más que 18
una vez, al comienzo del análisis de la niña, y me enteraré de que en la adolescencia, entre los doce y los dieciocho años, fue bulímica (¿se declaró esta bulimia luego de la muerte de su hermano?). A los dieciocho años decidió adelgazar, se encerró en su cuarto, "no alimentándose más que con café y cigarrillos", y perdió, dice, 35 kilos en dos meses. Nunca recuperó el peso, pero siguió siendo una gran fumadora. Hay en ello una fijación oral que no puede dejar de ponerse en relación con las dificultades alimentarias de Sylvie. Después del bachillerato y de vagos estudios para los que se sentía poco motivada, se casa y, luego de algunos años sin hijos, trae al mundo "tres niñas en treinta y tres meses", siendo Sylvie la tercera. ¿Qué dice la señora H" de esos embarazos tan seguidos? El primer hijo es, para ella, una cosa maravillosa a la que no deja de "contemplar, de fotografiar", habla de "arrobamiento", "admiración" y dirá también: "era mi posesión". Cinco meses después del parto vuelve a quedar encinta, y trae al mundo otra niña. La señora H" está "decepcionada". Ni bien repuesta, se inicia \In tercer embarazo, que al principio rechaza: no quiere ese tercer hijo, pero, ¿qué hacer? Los médicos de su región "se ponen rojos de furia cuando se les habla de control de la natalidad, y en esa época ni se mencionaba la IVG [interrupción voluntaria del embarazo]". Habla de ese período con una aceptación sorprendentemente pasiva de la situación, una asombrosa actitud de resignación. Vivió ese tercer embarazo en medio de una "hermosa indiferencia". Parecía ignorarlo, y cuando se presentó en la clínica, un poco antes de la fecha prevista para el parto, "se rehusó a participar en el nacimiento": "No quería hacer el esfuerzo", dice. Sacarán a la niña con forceps. Esta actitud evoca un estado depresivo subyacente. Después del nacimiento de Sylvie, rechazará con vigor todo nuevo embarazo, y tomará ella misma las decisiones que se imponen para no tener más hijos. El niño nace. Una vez más una niña. Para ella, es grande la decepción por no haberle dado un hijo a su marido. Hay que encontrarle un nombre a la niña. Un día en que le hice una 19
j"'1'"''" pregunta sobre la elección de ese nombre, me dio esta respuesta sorprendente: había escogido los nombres de sus hijas tomando para cada uno dos letras del suyo, la e y la i. Si ella se hubiera llamado Jasmine, por ejemplo, la mayor habría sido Valérie, la segunda Amélie y la menor Marguerite. Esta madre sentía que tenía que hacer de sus hijas algo idéntico, "parecido". Si hubiera tenido varones, "habría sido diferente, se llamarían Stéphane o Bertrand". Sylvie nació un 1o de mayo. Remarco que, cuando la señora H• evoca su nacimiento, agrega infaltablemente: "No hubo sustitución de niños". A menudo expresa su inquietud sobre la vida y el porvenir de sus tres hijas. Teme el rapto. Tiene miedo de que se hagan violar, que se queden embarazadas a los catorce años, que ella misma muera de cáncer y las deje solas. Estos temas vuelven de manera repetitiva, sin que los elabore más en profundidad, y su sentido seguirá siendo misterioso. Menciono aquí esos temores fantasmáticos porque se refieren sobre todo al período preadolescencia-adolescencia de las niñas, período durante el cual la misma séñora H* conoció dificultades. Los temas de la separación y la muerte son predominantes en él. Cuando Sylvie llegue a esta edad, las manifestaciones un poco desordenadas del inicio de la pubertad reavivarán las angustias de la señora H* y plan tearán en la realidad la cuestión de la separación. De regreso en su casa después del parto, la señora H* se vale de un personal que la ayuda en las tareas domésticas y los cuidados que deben brindarse a los niños. Repite con frecuencia que, no habiéndole enseñado nadie a criar a sus hijas, se sentía perdida a causa de los consejos contradictorios que recibía. Nunca menciona a su madre al respecto. Sylvie es puesta a mamar y lo hace bien. La señora H* descansa y piensa iniciar un tratamiento para curarse de los trastornos circulatorios que le provocaron sus embarazos. Si hubiera habido observadores que filmaran a esta madre amamantando a su hija, sin duda no habrían podido ver nada que atrajera su atención. Durante seis semanas, en efecto, 20
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todo transcurrió normalmente, la beba se desarrolló sin problemas. La señora H* debía pensar que hacía lo que había que hacer, alimentar a la niña y verificar que los cuidados se efectuaran con "higiene y competencia". Pero, ¿qué ocurría con el placer? Sin duda experimentaba el placer llamado "animal" de toda mujer que amamanta, placer del cuerpo que prolonga el vínculo de vida, de dependencia del niño con respecto a su madre. Pero estaba cansada, superada ya por los gritos de esos tres bebés y agobiada por la responsabilidad que creía debía asumir sin conocer sus reglas. Habría querido recuperar una vida de pareja sin hijos (reiterará este anhelo cuando Sylvie tenga once años). Pero Sylvie tenía seis semanas. Decidió por lo tanto destetarla e ir a hacer un tratamiento. El amamantamiento se interrumpió, se pasó a la mamadera y la beba fue confiada a su abuela paterna quien, viviendo en París, la llevó a su casa durante todo el mes dejulio. Sylvie pierde a la madre y el pecho, es un período de malestar: llantos, insomnio, rechazo de la mamadera, a pesar de la voluntad de la abuela. Pierde también las señales visuales de su ambiente, su cuarto, su cama y los rostros habituales. Manifiesta el sufrimiento de la ruptura en el lugar más investido de su cuerpo, la boca, y se niega a alimentarse. No puede conciliar el sueño. No obstante, nada demasiado grave: no ha perdido peso. Su madre regresa. Estamos en agosto. La señora H* vuelve descansada, dispuesta a retomar su rol de madre durante un mes. Sylvie se revela una beba difícil, pone mala cara frente a la mamadera; la madre prueba sin éxito con la cucharita, vuelve a la mamadera. ¡Esta niña comienza a irritarla, al rechazar así lo que se le ofrece! En el análisis, Sylvie introducirá recuerdos de ese período, especie de recuerdos-pantalla en los que, como en un montaje surrealista, encontramos un bebé, unas nalgas, una galería, un tocadiscos, un delantal. .. Este ensamblaje asumirá la forma de una escena petrificada como la que precedió al adormecimiento de la Bella Durmiente del Bosque, dado que 21
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todo va a quedar en suspenso. Apenas de regreso, la madre va a volver a partir. La señora H* se va de vacaciones con su marido, dejando la casa al servicio doméstico y las niñas a las niñeras. Sylvie va a ser confiada a una muchacha de dieciocho años, que llega apenas unas horas antes de la partida de los padres. Esta muchacha agrada en seguida a la señora H*, puesto que pretende saber ocuparse de los niños, sobre todo de los dificiles. Parece enérgica y segura de sí; su competencia y su autoridad tranquilizan a la señora H*, que parte sin inquietud. Georgette va a decidir interrumpir las mamaderas y hacer comer a Sylvie con la cucharita. Pero la pequeña se rehúsa. Georgette insiste, y va a obligar a la niña. La abuela paterna, que había ido a visitar a sus nietas, observó la escena y la cuenta así: Escuché unos aullidos espantosos, Sylvie estaba atrapada sobre las rodillas de esa muchacha, que le apretaba la nariz para hacerle abrir la boca y hundirle en ella la cuchara de papilla. La pequeña se sofocaba, trataba de debatirse. Fue claramente a partir de ese momento cuando la beba cambió, se puso triste ... va a apagarse, va a quedarse horas en el suelo golpeteando los flecos de la alfombra ... ya no sonríe y no l!le lleva nada a la boca... tiene una mirada gris, habríase dicho que ya no tenía ganas de vivir... Es cierto que las fotos tomadas antes y después de este período muestran un cambio radical; de una beba sonriente y tónica, Sylvie pasó a ser una cosita blanda e inexpresiva. Este episodio traumático me parece determinante en la eclosión de la psicosis. Mientras Sylvie se encuentra en ese estado de estupefacción, su madre regresa. Lo que ocurre entonces va a acarrear cierto modo de relación entre ellas dos y a comprometer todo el futuro de la niña, dado que el comportamiento de ésta asumirá de inmediato, para su madre, un sentido muy preciso, que le dicta su propia estructura inconsciente, y sobre el cual casi no volverá. Veamos los hechos. 22
Estamos en noviembre, Sylvie tiene por lo tanto seis meses. La señora H* trata de volver a darle la mamadera, la niña la rechaza. Frente a esa beba que grita y se niega a alimentarse, la señora H* se siente en seguida interpelada. Esta es la forma en que expresa las cosas en las primeras entrevistas conmigo: Desde muy pequeña tiene mal carácter, querría manejarme a su antojo, yo no puedo ceder, hace falta autoridad. Desde los nueve meses (es un error, se trata de los seis) siempre rechazó la mamadera, hacía huelga de hambre ... Es como si yo hubiera hecho todo para quebrarla, pero no se puede ceder, es malo tener en cuenta las manías de los niños. Es como ahora con la escupidera, le doy hasta quince chirlos por día, pero no me rindo. Si transcribo estas palabras, es porque no quedaron aisladas. Reflejan la manera en que la señora H* se situó siempre en relación con su hija. Desde este encuentro, Sylvie va a tener su lugar en el corazón de la vida pulsional y fantasmática y de las figuras edípicas del deseo de su madre. Este lugar designado va a revelarse inmutable, sin escapatoria, marcado por una verdad absoluta, que la señora H* hereda de su padre y tal vez de la generación que lo precede. Con Sylvie va a retomar una partida jugada con su propio padre, en una relación que excluía toda intervención de terceros. Si bien las relaciones madre-hija evolucionaron con el análisis, las convicciones de la señora H* sobre el lugar del poder en el sistema de educación casi no se modificaron. Sin embargo, había cierto humor, cuyos rasgos podemos poner de relieve en las palabras de Sylvie. En la relación con su marido, la señora H* no experimenta estos tormentos. Aprecia la solidez, el buen sentido de este hombre que le ofrece una vida social agradable y una relación de pareja que la satisface. Por ello, quiere preservar a cualquier costo esta armonía. ¿Por qué, entonces, molestarlo
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con las niñas? Ella guarda para sí esta preocupación. Incluso suele tomar sola decisiones importantes para sus hijas, como poner pupilas a las grandes. Las niñas son asunto suyo: en todo el resto, descansa en su marido, en quien tiene toda la confianza. El padre de Sylvie es veterinario en las provincias, recorre el campo para tratar a los animales de granja y está "muy atrapado por su trabajo". Este hombre realista no se carga con consideraciones psicológicas, las que por lo demás no necesita en su profesión. Para él, los niños, la casa, son "asunto de su mujer". Hijo único, su padre murió cuando él tenía ocho años, y la madre volvió a casarse dos años después, con un hombre al que siempre consideró, dice, como su padre. Parece que en esa pareja existe una especie de consenso acerca de la repartición de los roles paterno y materno. El señor H* se siente poco implicado en su papel de padre, poco interesado en las "historias de las chiquillas": en el límite, no quiere saber nada. ¿Se debe esto a su propia situación edípica de hijo único de una madre viuda, luego vuelta a casar, una madre muy cercana y muy cariñosa, que sin duda asumió sola la educación de su hijo? Aunque la señora H* haya sufrido estando sola, por ·ejemplo durante sus embarazos o frente a las dificultades de su tarea, su discurso demuestra que no hace ningún caso de la palabra paterna en lo que se refiere a los hijos, para los cuales no se remite más que a las reglas de educación que le inculcó su propio padre. Si, por motivos diffciles de delimitar, esta situ ación parece no tener consecuencias importantes en las hijas mayores, no ocurre lo mismo con Sylvie, que va a cristalizar sobre su persona los complejos de su padre y su madre, y a encarnar por sí sola el retorno de lo reprimido de varias generaciones. Cuando el señor H* -que me había formulado la pregunta: ¿es idiota o no tiene nada?- comprobó que Sylvie estaba lejos de ser idiota, se tranquilizó. Siendo la niña sana, su comportamiento y sus síntomas fueron reducidos a una lógica irremediable. Decía, por ejemplo, con respecto a los proble-
mas alimentarios: "Es preciso que se la obligue para que sea libre. Si no se la obliga, es como si se le impidiera alimentarse"(!). Llamaba tics a sus movimientos estereotipados, y los imitaba para hacer que cesaran, reforzando con ello la angustia de la niña. Para él, Sylvie tenía algunas pequeñas dificultades que se le pasarían al crecer, pero sobre todo "una vocación de jorobar a su madre". Salvo ese pequeño detalle, era una linda niñita, a veces extraña, que decía palabras curiosas, un poco a la manera de Alicia en el País de las Maravillas, pero todo eso se arreglaría. Este hermoso optimismo y la trivialización de los trastornos me parecieron durante mucho tiempo tranquilizadores en comparación con las palabras dramáticas de la madre, por el hecho de que Sylvie amaba a su padre y junto a él parecía feliz y apaciguada. N o vi lo que esta actitud podía implicar de anulación del ser mismo de la niña, de desconocimiento de su singularidad. Uno podía ser optimista y confiar en el futuro de Sylvie, sin negar no obstante sus trastornos, sus angustias, su sufrímíen to. N o reconocer su fragilidad podía, en efecto, provocar comportamientos traumatizantes. Cuando Sylvie escuchaba a su padre decir que "los problemas de los niños eran asunto de su mujer", en su interrogación sobre el deseo paterno encontraba a los animales. Hojeaba con pasión las revistas veterinarias, y yo la escuché canturrear: "Sylvie es un pato, el martes es un redondel, el miércoles una dama y el jueves una gruesa lengua de ternera, una gruesa lengua que hace pedos (ruidos con la boca), me pone nerviosa, tengo ganas de matarla". Cuando apareció la cuestión de su apellido, se llamó a sí misma "Sylvie Veterinaria". Cuando fue al hospital de día en París, vivía en lo de su abuela paterna. Me di cuenta muy pronto de que esta abuela repetía las palabras de su hijo: "Sylvie tiene dificultades, decía, pero con amor y paciencia se saldrá". Es cierto que, por instinto, supo encontrar actitudes de cuidado materno que permitieron que la niña progresara. Su amor y su dedicación fueron una ayuda considerable en el tratamiento.
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r Pero la abuela cayó enferma: Sylvie era agotadora. La institución habló de una familia de acogida, lo que ulceró a los padres. Sylvie abandonaba la infancia y parece que, por motivos particulares de cada uno, la angustia por el porvenir se había apoderado de todos. Fue en ese momento cuando se decidió la separación y la partida de la niña al extranjero. Para su abuela eso fue un desgarramiento, pero sufrió también por haber fracasado allí donde pensaba tener éxito: curar a la niña que le había confiado su hijo, ser esa buena madre-grande,* que, protegiendo y amando a Sylvie, borraría todas sus "pequeñas dificultades", como decía. Pero la tarea superaba sus fuerzas y puso en peligro no sólo su salud sino también la tranquilidad de su pareja ¡tan invasora era Sylviel Parece que en el linaje paterno la niña ocupaba un lugar un poco simétrico al que tenía en el linaje materno: por un lado, hija imaginaria de la pareja madre-abuelo materno, por el otro hija imaginaria de la pareja padre-abuela paterna. Sin embargo, los fantasmas y los deseos a ella referidos eran radicalmente diferentes en los dos linajes. Muchos analistas, con el pretexto de que un niño es un analizan te de pleno derecho -y lo es-, no quieren considerar más que el material de la sesión, sin tener en cuenta ni la existencia ni el discurso de los padres. Si hay una regla que me parece que no tolera excepciones, es que para comenzar un trabajo analítico con un njño pequeño, que a~n vive bajo la dependencia de su familia, es indispensable la 1uz verde de los dos padres, aunque éstos estén exentos de toda obligación financiera, como se ve en las instituciones. Este acuerdo de los padres significa para el niño que su síntoma le pertenece en propiedad, y que tiene derecho a abandonarlo sin sentirse culpable por el hecho de poner en peligro el equilibrio de la familia o el de uno de sus integrantes. Lacan nos lo recuerda en su carta a J. Aubry: 1 *En el original, mere-grand, inversión de grand-mere, abuela (N. del T.).
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El síntoma del niño está en condiciones de responder a lo que hay de sintomático en la estructura familiar. El síntoma [... ] se define en ese contexto como representante de la verdad. Puede representar la verdad de la pareja familiar. Este es el caso más complejo, pero también el más abierto a nuestras intervenciones. Esta apelación a un tercero que es la demanda de análisis de los padres para su hijo, cualesquiera sean las motivaciones para ello, subtiende el renunciamiento a su omnipotencia y cobra, para el niño, valor de castración. No considerar más al hijo como objeto de goce implica la aceptación de que se aparte de uno y que busque por sí mismo la verdad de su deseo, rumbo cargado de sentido porque es una marca de amor: "El amor [... ] puede postularse sólo en este más allá donde, en primer lugar, renuncia a su objeto", nos dice Lacan. 2 Si este consenso no se logra al comienzo, la marcha analítica se pervierte y se multiplican los pasajes al acto. Estos son frecuentes en las instituciones, donde los padres son mantenidos a distancia. Por ejemplo, el niño "no entra" en análisis, hace "como si", y pueden verse encuentros psicoterapéuticos que duran años, con una modalidad lúdicra estéril, sin que suceda nada esencial porque en la transferencia falta la dimensión sujeto del supuesto saber. ¿No son los padres mismos quienes atribuyen este lugar al niño, cuando lo "confian" a alguien que tiene un saber que ellos no poseen? ¿Cómo estar autorizado a "hablar de los padres, a criticarlos a sus espaldas"? ¿No es una traición? Es así como lo expresan algunos niños. Entonces se habla "a un lado", de cosas sin importancia, sejuegajunto con ellos, el psicoterapeuta se convierte en un buen compinche al que se tiene la dicha de reencontrar cada semana. Por el lado de los padres se observan fantasmas de rapto, "se les ha tomado a su hijo, ¿con qué derecho?" Se sienten despojados, culpables: ¿por qué no quieren escucharlos? En
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ocasiones reaccionan con violencia, pero las más de las veces ponen fin brutalmente al análisis o cambian al niño de institución. Si el contacto con los padres o con quienes crían al niño (nodriza, padrastros) es necesario antes de comenzar el análisis, escucharlos en el transcurso de éste no es, en cambio, una regla habitual sino un paso que sigue ligado a múltiples consideraciones: en primerísimo lugar la edad del niño, dado que el trabajo analítico con un bebé o un niño muy pequeño no es seguramen te el mismo que el que se realiza con un preadolescente o un adolescente; el deseo del niño que, muy pronto, sabe si tiene o no ganas de que sus padres hablen delante de él. Se trata de su análisis y, desde el principio, se entiende que es él quien decide. Es frecuente ver, en el transcurso del análisis de algunos niños más grandes, una demanda hecha al analista para que éste se encuentre con los padres cuando, por ejemplo, las tensiones se vuelven demasiado fuertes en el seno de la familia; la estructura del niño, por último, y el niño psicótico encarna, más que cualquier otro, el objeto a en lo real. ¿Qué lugar tiene en la estructura familiar? ¿De qué no dicho es portador? ¿De qué es el revelador? En ese nivel, el discurso de los padres permite un primer señalamiento. ¿N o confirma el mismo La can la observación pertinente que hizo el doctor Cooper, en el sentido de que para obtener un niño psicótico se precisa, al menos, el trabajo de dos generaciones, siendo él mismo el fruto de la tercera?3
Escuchar a los padres es un acto que suscita muchas reservas en los analistas, disfrazándose a menudo su resistencia tras consideraciones teóricas tales como la pureza del análisis, la imposibilidad de controlar la transferencia, etcétera. Algunos analistas jóvenes temen el encuentro con imágenes paternas aún dominantes o reactualizadas por su propio análisis en curso. Las dificultades, me parece, obedecen al hecho de que es 28
preciso mantener con firmeza ciertas reglas, que los padres in ten tan por todos los medios transgredir o hacer transgredir al analista. Puede suceder, por ejemplo, que acepten a regañadientes hablar delante de su hijo, sabiendo que lo que digan podrá ser retomado y comentado en la sesión que sigue, mientras que lo que el niño diga en ella cae en la esfera del secreto profesional y nunca les será revelado, salvo voluntad expresa de aquél. Desde luego, esto puede prestarse a malos entendidos, no dejando el niño de mezclar las cartas, por ejemplo informando a los padres de palabras que ha dicho atribuyéndolas al analista, o manifestando ante ellos una reticencia a asistir que en realidad no sien te, lo que puede ser su manera de recordarles su apego y su fidelidad. ¡No hay más que ver la evidente satisfacción con que la madre informa al analista el poco entusiasmo que pone el niño para concurrir a la sesión! Todo esto forma parte del juego y puede ser retomado en la sesión que sigue. La regla de la neutralidad del analista es igualmente dificil de mantener con los padres. Es fuerte la tentación pedagógica ante la demanda apremiante de consejos, de opiniones sobre la conducta a sostener. Pero, al margen de algunas respuestas de sentido común, dejarse 11evar puede hacer que se salga peligrosamente del marco del análisis y de su ética. Emitir un juicio de valor y, en el peor de los casos, desvalorizar la conducta de los padres puede entrañar consecuencias desastrosas para el niño. Por eso, ¿no debería decírsele a éste, al comienzo, que son sus padres, que seguirán siendo lo que son y que debe "contar con ello"? Este problema del abordaje de las relaciones padres-niño plantea cuestiones esenciales, que merecerían que uno se demorase en ellas. N o haré aquí más que recordar que la idea preconcebida de la psicogénesis y la organogénesis provoca una toma de posición ética. En efecto, si la psicosis del niño está inscripta en los genes, de ello resulta que los padres no tienen nada que ver, que ellos mismos son víctimas de esa fatalidad. Y sil a psicosis tiene causas relacionales, los padres son responsables, por lo tanto "culpables". Ahora bien, un 29
,-.r anatema semejante -la mala madre tiene las espaldas anchas- puede tener efectos extremadamente nocivos sobre el tratamiento de estos niños. Es cierto que este cuestionamiento de la responsabilidad de los padres implica una ambigüedad fundamental, dado que esta cuestión apela a otras dos, estructurales, la de la causalidad del sujeto y la de la libertad. Ser responsable, ser capaz de inducir la locura en el otro, supone que las conductas humanas son el reflejo de una elección deliberada, con la intención de perjudicar y destruir. Ser irresponsable, no saber lo que se hace, implica que esas mismas conductas excluyen toda libertad, son fundamentalmente "alienadas". Antiguo dilema: ¿libertad?, ¿destino inalterable? El hombre no ha cesado de examinar esta problemática. Recordemos lo que decía Lacan en 1946, en un Congreso sobre "La psicogénesis" organizado por Henry Ey: "El ser del hombre no sólo no puede ser comprendido sin la locura, sino que no sería el ser del hombre si no llevara en él a la locura como límite a su libertad":' Para nosotros, analistas, el concepto de inconsciente sigue siendo el corazón de la cuestión, el sujeto no puede ser más que sujeto barrado, ~.y su causación se hace en los procesos de alienación y separación que Lacan articuló.5 ¡Pero el inconsciente perturba siempre otro tanto, y a los analistas les gustaría también olvidar el escándalo que pone de relieve en la concepción del sujeto! ¿Recuerda Lacan su costado subversivo? Se le reprocha su pesimismo, incluso se lo llega a calificar de "ahumano".6 Sin embargo, cuando abordamos a los padres, es preciso que, a la manera del dedo que indica una dirección, les hagamos perceptible esta dimensión: el niño es revelador de una verdad que ellos ignoran. Esta verdad no es abordable de entrada, pero el analista puede hacerla surgir, y cada uno puede sorprenderla y sorprenderse. En los efectos de transmisión y repetición que se observan en ella, el sentido puede entonces bascular. Cuando los padres evocan, por ejemplo, su propia infancia y los problemas con que se toparon a la edad de ese niño que 30
l!stá allí, que escucha, nos sorprendemos de la catarata de reacciones que desencadenan sus palabras. Me acuerdo de un varón de once años, Eric, que concurría por un grave fracaso escolar surgido bastante bruscamente. Le pregunté a su padre, que ese día lo acompañaba: "¿Y usted, cómo la pasó a esa edad?" En la respuesta que dio ustaba la respuesta a la cuestión del hijo: ambos procuraban por ese medio escapar a una madre profesora, cuyas exigencias escolares y su obsesividad los agobiaban. El padre había encontrado una escapatoria a la influencia materna gracias a una enfermedad grave e invalidante de su propio padre, que había desviado la atención de la madre. ¡Era pagar cara su liberación! En la descripción que hacía de su madre, uno creía ver y escuchar a su mujer, la madre de Eric, a tal punto que ni uno ni otro pudieron dejar de tomar conciencia de ello. Se lanzaron entonces una mirada cómplice y no pudieron abstenerse de reír... El padre dijo: "¡Sin embargo, tú no vas n hacer las mismas bol udeces que yo! ¡Todo el trabajo que me costó salir, luego!" Eric, empero, no se convirtió en el acto en el primero de la clase, pero el trabajo del análisis, sobre las identificaciones adípicas en especial, podía comenzar. Dos años después, renunció por fin a su síntoma... mientras su madre empezaba un psicoanálisis. Si a menudo me ocurre que no vuelvo a ver a los padres cuando el análisis del niño ya se inició, o si los veo episódicamente en ciertos momentos cruciales del desarrollo de la cura, es raro que con un niño psicótico, como paciente privado, la cosa sea posible. El estatuto del niño o del adolescente psicótico es, en efecto, completamente singular, y requiere que se tome en consideración la dinámica familiar y el lugar del niño en la economía libidinal de los padres. El niño psicótico está, más que cualquier otro, prisionero de una palabra que da fe y es ley, palabra única, discurso a una sola voz, la de una madre o un padre. Atrapado en el sitio de las conminaciones repetitivas que retoma en eco, está "preso en su totalidad en una cadena significante primitiva que prohíbe la apertura dialéctica". 7 31
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Así, veamos a Sylvie, en posición de objeto aniquilado por la angustia, sufrir, desde los primeros meses de su vida y de manera repetida, los imperativos maternos, e inscribirse de entrada en una problemática determinada. ¿No da la señora H* un sentido definitivo a toda manifestación de la niña retomando un enunciado en el cual quedó fijado su ser mismo? Esos enunciados superyoicos en forma de aforismos, que le legó su padre, no son retomados por ninguna tercera palabra, tienen fuerza de ley, de una ley pervertida dado que se inscriben en una relación dual, incestuosa, que perdura y se repite sin que se inscriban en ella ni la escena primaria la sucesión de las generaciones. ¿Dónde está el Nombre-delPadre? Recordemos esta afirmación de Lacan con respecto a la forclusión: No es únicamente la manera en que la madre se adapta a la persona del padre de la que convendría ocuparse, sino del caso que hace a su palabra, digámoslo, a su autoridad; de otra manera al lugar que reserva al Nombre-del-Padre en · la promoción de la ley. 8 Cuando la señora H* dice: "Soy yo quien debe hacer las reacciones de mis hijos", el sujeto de la enunciación está claramente en ese "hacer" que nos designa la identidad de la madre y la hija: ella soy yo, yo soy ella, la trampa se cierra. Sentimos asomarse un enfrentamiento imaginario mortal: "Es ella o yo". Ahora bien, cuando la señora H* me habla, cuando viene a contarme su angustia, su fracaso en lo que se juega con su hija, se introduce ya un corte entre ellas dos, aunque sea al ~ivel de la mirada y la voz. Sylvie no se encuentra ya en el cara a cara en el que no conoce más que una mirada imperativa y una voz colérica. Puesto que cuando la señora H* habla a los demás, a sus hijas mayores, a su marido, su voz es diferente, pero en esos momentos Sylvie no está allí, eso no le incumbe, el lazo entre las dos está interrumpido. Y cuando la señora H* me habla de Sylvie, ésta está muy 32
presente, se trata de ella, pero el tono de la voz ya no es el mismo, y la madre me mira. Entonces, es la niña quien la mwruta y se asombra de que esa voz terrible exprese ahora uflicción y pida ayuda. Sylvie, como todo niño psicótico, en el 1wmetimiento en que se encuentra no puede imaginar una madre desamparada que pregunte: "¿Qué pasa? ¿Qué hay? Usted que sabe, dígamelo". Escuchar esas palabras puede eonducir a un primer cuestionamiento sobre la castración materna: "¿Entonces no lo sabe todo? ¿Entonces no lo puede todo? ¿N o es completa?" Este puede ser también un principio de interrogación sobre el deseo del Otro. "Ella ha dicho esto, pero, ¿qué quiere?" Este rumbo puede constituir asimismo el primer paso para salir del estatuto de puro objeto entregado al goce del Otro, y comenzar un recorrido de sujeto. El analista introduce en efecto esta tercera posición, que es vicaria del Nombre-del-Padre, sobre todo cuando la madre hace caso a su palabra en lo que corresponde a su hijo. "Es en los intervalos del discurso del Otro donde surge esto para el niño: me dice eso pero, ¿qué es lo que quie:t:e?". 9 Aquí, es a través del discurso de los padres dirigido al analista en presencia del niño que puede hacerse un señalamiento del Che vuoi? Lo que corresponde al lugar de Sylvie en el deseo inconsciente de la madre y el padre aparece en los intervalos del discurso de éstos. Esta palabra puede ser repetida luego por el niño en la sesión y le permite reencontrar un vínculo, dar un sentido a sus recuerdos inmovilizados, al mismo tiempo que deslindarse de la historia del Otro y tomar la distancia necesaria para hablar en su propio nombre. Ese trabajo de desconexión y conexión es infinitamente más rápido en estas condiciones que cuando se deja que la repetición se instale en la transferencia. Dado que en el niño psicótico la repetición está hecha de rituales que adormecen la vigilancia del terapeuta, cuando no provocan su cansancio y su desaliento. Introducir el corte al mismo tiempo que restablecer una cadena significante resume el trabajo de análisis con estos niños. En su Seminario del21 de mayo de 1969, Lacan afirmaba: 33
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Damos por sentado que las relaciones infantiles tensionales que se establecen en tomo a cierto número de términos, padre, madre, nacimiento de las hermanas, etc., no cobran ese peso de sentido más que a causa del lugar que ocupan con respecto al saber, al goce y a cierto objeto, que es en relación con ellos que van a ordenarse las relaciones primordiales con el deseo. Explorar la modalidad de presencia con la cual cada uno de los tres términos ha sido ofrecido al sujeto, es efectivamente ahí donde reside la elección de la neurosis. 10
Esta exploración es igualmente valedera para la psicosis pero, no habiendo salido el sujeto de su sometimiento al Otro, a veces pasa por la palabra de este Otro. ¿No es el saber inconsciente que hemos señalado al pasar del síntoma del niño a la palabra del gran Otro y a la inversa? Era claro que el goce estaba también en el corazón de la relación en su inserción en el fantasma y la pulsión. En cuanto al objeto, dejamos su estudio para más adelante. Vamos a dejar a Sylvie por un tiempo. Estuvo ausente durante varios años y no trabajé sobre su caso, sino que éste me trabajaba; pensaba en ella, en el desarrollo de su historia, y poco a poco los momentos cruciales de su análisis cobraban sentido para mí, al mismo tiempo que lo daban a lo que escuchaba de mis pacientes psicóticos adultos. Lo que me había enseñado aportaba una nueva luz a ciertas nociones tales como la represión, la estructura del fantasma, la naturaleza del objeto a. En ella creí sorprender esas formaciones en estado naciente, a menudo con distorsiones perceptibles de entrada. Pasó todo un tiempo de maduración antes de que retomara el legajo; "tiempo de meditación" 11 , decía Lacan. Pero ese largo desvío me permitió confrontar mi observación de los niños que no son psicóticos con la de los autistas o los esquizofrénicos. Captar la diferencia fundamental que los separa, y los puntos de ruptura entre unos y otros me parece el único rumbo posible para abordar la psicosis. ¿Se puede, en efecto, ingresar sin dificultad en el mundo de 34
la locura, donde reinan el desorden y la paradoja? El riesgo es quedarse pegado en él, abandonando todo rumbo lógico (hacerse el loco con los locos), o privilegiar tal o cual aspecto de un caso y, mediante un recorte neto y decisivo, aplicarle tal o cual construcción teórica tan seductora como convincente para que la jugarreta funcione. N u estro paso será más lento y menos espectacular. Consistirá en acercarse a la psicosis mediante pequeños avances, teniendo en mente a la vez la complejidad, la multiplicidad de los abordajes posibles y lo que se dice es una "evolución normal" en nuestra cultura, para retomar los puntos de balanceo de una estructura a la otra. Así, evocaremos en primer lugar al niño al que se gusta observar, con el que es un placer vivir, luego a aquel que se nos "confia" para que viva mejor. Ese me parece un rodeo obligado antes de reexaminar la psicosis de Sylvie.
Notas l. J. LACAN, textos Jirigidos a J. AUBRY, op. cit. 2. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 247 [El Seminario de Jacques Lacan. Libro XI. Las psicosis, Buenos Aires, Paidós, 1993]. 3. Discurso de clausura de las Jornadas sobre el psicoanálisis en el niño, 1967. 4. J. LACAN, Ecrits, pág. 176. 5. J. LACAN, Ecrits, "Position de l'inconscient", pág. 830 y sig. ["Posición del inconsciente", en Escritos, Il, México, Siglo XXI, 1978]. 6. J. LACAN, Ecrits, pág. 827. 7. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 215 8. J. LACAN, Ecrits, pág. 579. 9. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 194. 10. J. LACAN, Séminaire XVI, "D'un autre a l'Autre" (inédito). 11.J.LACAN,Ecrits,pág.205.
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NACIMIENTO DEL SUJETO
El deseo del hombre es el deseo del Otro, es cuanto Otro que desea (lo que demuestra el alcance de la pasión humana). 1
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Si el gran Otro designa el lugar del tesoro de los significantes, es también el lugar a partir del cual se origina el deseo del sujeto, "sitio ocupado en general por la Madre'? dice Lacan. Tres puntos siguen siendo predominantes en la dimensión de este Otro, "su demanda, su goce y, bajo una forma que se mantiene en concepto de signo de interrogación, su deseo". 3 En este advenimiento del sujeto deseante al corazón del Otro, el goce sigue siendo la apuesta permanente, y el objeto a está en el centro de la partida. La problemática del objeto a será abordada más precisamente después de que hayamos enfocado en un primer momento, según una modalidad pluridimensional, las relaciones precoces madre-lactante. Lo que el niño debe construir de su imagen inconsciente del cuerpo -en el sentido de ser, de primera representación del cuerpo, muy anterior a la imagen especular-, lo hace en referencia al cuerpo del Otro, a sus pulsiones, a sus fantasmas, a su deseo. Lacan no deja de escandir esta evidencia, y nosotros de olvidarla, a tal punto estamos captados por el ser de la palabra: 37
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Ese lugar del Otro no debe tomarse en otra parte que en el cuerpo, no es intersubjetividad sino cicatrices sobre el cuerpo tegumentario, pedúnculos a conectar en sus orificios para que hagan en ellos las veces de asideros, artífices ancestrales y técnicos que lo carcomen. 4 Los autores que estudiaron la psicosis del niño son unánimes en el reconocimiento de una distorsión de la relación madre-hijo, pero sus constataciones a menudo siguen siendo vagas, y los acontecimientos informados aproximativos; se trata en general de depresión grave de la madre en el momento del nacimiento (depresión del post partum), de separación brutal con ruptura del lazo afectivo madrelactante o de cualquier otro traumatismo de los primeros meses o años de vida. El relato de los mismos es pobre, puramente descriptivo y anecdótico. Para ceñir de más cerca lo que es determinante en esta fase postnatal del niño que va a volverse psicótico, es preciso además tener alguna noción de lo que ocurre con una evolución llamada normal. Lo que sucede en los primeros meses de vida de un niño sigue siendo impreciso. Hasta una época reciente, los únicos testimonios que teníamos de ello nos los proporcionaban los padres o los pediatras. Ahora bien, el relato que hacen los padres del parto y de las primeras relaciones con el recién nacido parece a la vez confuso y estereotipado; es dificil obtener precisiones en cuanto a las fechas de las separaciones, hospitalizaciones, enfermedades, que el olvido ha recubierto, y a nuestras preguntas las madres responden mostrándonos la libreta sanitaria del niño, como para excusarse por no haber conservado recuerdos. Está, por otra parte, la historia de la llegada del niño, reconstituida a la manera de la elaboración de un mito; se suceden los "flashes", a menudo inconexos y sin vínculo aparente, pero es esta historia la que se repite incansablemente: circunstancias que rodearon al parto, comodidad de la clínica, recepción del personal, "brutalidad" o "gentileza" del médico o de la partera, dolor o facilidad del dar a luz, atribuidos por otra parte la mayoría
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de las veces al niño. "Noqueríasalir'', "Me desgarró", "Estuvo a punto de matarme". Las palabras. escuchadas en esos instantes pueden cobrar valor de oráculo: "Salió bien para hacer sufrir a su madre", "Es pequeño pero quiere vivir", "Es el vivo retrato de su abuelo", etcétera. El discurso que se construye alrededor del niño, y que variará poco, viene a ocultar un no dicho extremadamente complejo, en el cual se bañan las primeras relaciones. Lo que no puede decirse en el trastocamiento emocional que rodea al nacimiento va a elaborarse y a estructurar la relación con el niño, no reapareciendo el contenido de este período postnatal más que bajo la forma de una elaboración secundaria, como retorno de lo reprimido. Es sorprendente que un autor como Kanner, que ha inventado el concepto de "autismo precoz", haga principiar los síntomas en el sexto mes de vida, y ubique la diferencia entre el autismo y la esquizofrenia infantil en el hecho de que el primero se manifiesta desde el inicio del segundo semestre, en tanto la segunda principiaría después de dos años de desarrollo normal. De este modo, sobreentiende que no podría descubrirse nada antes de los seis meses o que durante este período no pasa nada esencial. 5 Ahora bien, veremos que en Sylvie todo parece haberse jugado entre los cuatro y los seis meses. Los estudios recientes sobre el recién nacido nos aportan, por lo demás, la certeza de que, lejos de ser una no man's land, los primeros meses de vida son determinantes para el futuro del sujeto. De resultas de ello, ¿por qué ese ocultamiento de todo lo que corresponde a este período, de lo que se anuda de fundamental para el sujeto en esos primeros momentos? ¿Por qué esa represión masiva de lo que se denomina lo arcaico? ¿Y por qué todo discurso que intente levantar una punta del velo que cubre los orígenes encuentra tanta resistencia? En una primera aproximación, diría que el niño está en el corazón de la problemática inconsciente de su padre y su madre. En cuanto objeto a, viene a revelar, sin develar su sentido, la estructura inconsciente del sujeto puesto que 39
,toma ubicación en las pulsiones, los fantasmas, los deseos y despierta las identificaciones más primitivas de quienes lo reciben. Ahora bien, el inconsciente es siempre perturbador, y en la relación con el niño las formaciones del inconsciente no siempre son de un orden tan sutil como pueden serlo los lapsus y los chistes, y aparecen en las palabras, las conductas, las obras masivamente repetitivas y ciegas. Tal vez esta característica sea la que exija una represión tanto más intensa y sostenida en el tiempo. Si se exceptúa el discurso analítico pronunciado sobre el niño -discurso subversivo desde el principio, dado que Freud barrió con la pretendida inocencia infantil desde los Tres ensayos sobre una teoría sexual-, si se omite el enfoque que de la infancia hacen poetas y novelistas, a menudo con un acento de verdad que no se encuentra en otras partes, lo que resta son diversos discursos sobre la maternidad, el nacimiento, el recién nacido: ¿cuáles? Cambian con las épocas, y no hay más que leer la literatura reciente (Ph. Aries y E. Badinter, por ejemplq)6 para darse cuenta de su variación a lo largo del tiempo. Me consagraré a demostrar el giro discordante que han asumido en las últimas décadas, ocultando el discurso médico un saber ancestral transmitido de generación en generación. N o será sino después de esta evocación que podremos plantear la cuestión de los orígenes del sujeto y de los tropiezos de su devenir en la psicosis, apoyándonos por una parte en la enseñanza de Lacan y por la otra en investigaciones referidas al desarrollo sensorial del recién nacido y a las interacciones precoces madre-lactante. Esos trabajos, emprendidos desde hace unos veinte años en varios países, sobre todo anglosajones, aportan nuevos elementos que se integran perfectamente a la enseñanza de J. Lacan de quien, una vez más, puede ponderarse cuán adelantado estaba a su tiempo.
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Discurso común y discurso médico
En primer lugar, un saber popular intuitivo sobre el embarazo y la maternidad, con todas las costumbres asociadas a ellos, es transmitido oralmente por las mujeres que, guardianas de la vida y la muerte, desde siempre han "asistido" a las parturientas y los agonizantes; ese saber se refiere tanto a los fantasmas de la mujer encinta como al comportamiento del recién nacido. Los hombres escuchan esos relatos con oído indulgente, incluso divertido, pero los parteros se mantienen las más de las veces incrédulos, cuando no los condenan abiertamente calificando de oscurantistas las palabras de las madres sobre sus recién nacidos. Fueron necesarios los descubrimientos recientes para confirmar la veracidad de las intuiciones maternas cuando atribuyen a sus lactantes grandes capacidades perceptivas y un misterioso saber sobre el mundo que los rodea. Por otra parte, todas las sociedades establecieron reglas para recibir al niño, quien desde su llegada al mundo ocupa un 1ugar definido en el cuerpo social. Los ritos dan testimonio de esta pertenencia y subrayan la ruptura con el cuerpo materno, introduciéndolo desde el principio en el orden simbólico (fiestas, padrinazgo, "presentación" del niño en todas las formas rituales, etcétera). El padre puede participar en el nacimiento a través de ciertas costumbres como la cavada, o muy simplemente asistiendo al parto y asegurando los primeros cuidados del bebé, como se hace hoy en día. Los mitos dan cuenta igualmente de la gran riqueza del imaginario desplegado en torno a la llegada de un niño. Ritos y mitos están en general de acuerdo con el discurso de las madres, y lo retoman en un contexto que tiene fuerza de ley. En sus obras, Bernard This supo restituirnos la verdad inconsciente contenida en esas costumbres y esos mitos. Se inspira en ellos para trabajar en pro de la humanización de las condiciones del parto y de un mayor respeto al recién nacido y al niño. 7 41
,En oposición a este discurso tradicional se constituyó el discurso científico, cuyo impacto se ha convertido en preponderante por lo mucho que trastocó los datos admitidos desde hace siglos: los principios de higiene y los progresos de la medicina hicieron retroceder a la muerte que hacía estragos entre las jóvenes madres y los niños muy pequeños; tres o cuatro generaciones antes de la nuestra, una mujer de cada diez moría al parir, y sólo un niño de cada dos superaba los primeros años de vida. ¿Cómo no venerar, a causa de ello, ese saber todopoderoso que hace retroceder a la muerte en semejante proporción? En lo sucesivo, el destino de una mujer ya no es pasarse la vida dando a luz: ¿no hacía falta, en efecto, tener al menos diez hijos para que tres o cuatro llegaran a la edad adulta, asegurando con ello el linaje? Con frecuencia, al cabo de esos embarazos incesantes estaba la muerte, ya fuera por agotamiento, ya a causa de una complicación en el parto. El niño mismo ya no es ese ser de destino incierto, acechado por un Dios cruel que se rodeaba de cohortes de ángeles; en lo sucesivo es precioso, ya no más consagrado al azul y al blanco* si escapa a la muerte, sino entregado al saber pediátrico. 8 Su cuerpo se vuelve un mecanismo complejo que necesita exámenes profundos y cuidados suministrados en un medio aséptico y altamente especializado. Ese cuerpo esencialmente biológico puede, a partir de ello, ser sometido a una estricta programación: horario del amamantamiento, alimento calculado, vacunaciones, etc. ¿Se atreven las madres a dar su opinión o a transgredir una prescripción? Son condenadas en el acto, calificadas de malas, peligrosas, atrasadas. La discordancia de estos discursos se acentuó hasta hacer desaparecer casi completamente al primero. Fue entonces cuando los médicos y los parteros reaccionaron; se levanta-
*Promesa hecha a la Virgen de vestir al niño con esos colores si le concedía la supervivencia (N. del T.).
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ron contra lo que había de inhumano, por no decir de sádico, en la manera de tratar a las mujeres, mujeres a las que se castigaba por abortar negándoles, por ejemplo, la anestesia en el momento de una revisación uterina, o a quienes se les imponía una manera determinada de dar a luz a sus hijos. Se produjeron los primeros intentos de reconsiderar la cuestión, y el "parto sin dolor" de la década de 1950 representó una inmensa esperanza para ellas. Poco a poco, las mentalidades evolucionaron, pero hechos recientes demostraron hasta qué punto era dificil hacer vacilar al poder médico: el "parto sin violencia" desencadenó las pasiones, y hemos visto a los partidarios del "a favor" y del "en contra" enfrentarse con una agresividad inaudita, como si la mujer estuviera en el centro de una apuesta ideológica en torno a la vida y la muerte. En esta disputa, parece que se la quiere colocar ante una elección: o arriesgarse a morir si escoge dar a luz con alegría, o sufrir la indiferencia y la soledad en un lugar de elevada tecnificación médica. Esta dramatización, estas elecciones insensatas, evocan un tiempo no tan lejano en el que, en caso de parto dificil, se plan te aba la cuestión de saber si había que salvar a la mujer o al niño. ¡Espantoso dilema para quien debía responder! Aquí, era el padre quien debía elegir entre la vida de su mujer o la de su hijo.
Otro discurso, psicológico
En la década de 1950 un americano, Spitz, reaccionó contra los excesos del discurso médico enunciando algunas verdades que pasaron por novedades, cuando el buen sentido popular habría podido enunciarlas desde mucho tiempo atrás si no hubiera estado subyugado y reducido al silencio por el poder médico. Spitz describía el "hospitalismo", 9 síndrome ligado a la carencia afectiva: los niños privados de sus madres en el primer mes se volvían "lloriqueantes"; en el 43
r segundo mes, esos llantos se transformaban en gritos; en el tercero, se observaba un rechazo del contacto que podía llegar hasta el "marasmo" y la "letargia" si la situación se mantenía. Spitz comunica la observación de 91 lactantes criados por sus madres durante los tres primeros meses y luego confiados al orfelinato, donde "recibían cuidados perfectos, alimentación, alojamiento, higiene, etc."; estando cada enfermera encargada de diez niños, éstos "no recibían por lo tanto más que la décima parte de las provisiones afectivas maternales" (!). Después de haber pasado "por los estadios antes descriptos", manifestaban un atraso motor evidente y yacían inertes en sus camas, con la expresión idiotizada y una deficiente coordinación ocular. A fines del segundo año, estos niños alcanzaban un 45% en las pruebas, nivel de la idiotez. A los cuatro años, muchos de ellos no sabían caminar, ponerse de pie ni hablar. Un 37% murió en dos años. Al compararlos con un grupo de 220 niños criados por sus madres, de los cuales "no murió ni uno", Spitz concluyó que "la depresión anaclítica y el hospitalismo nos demuestran que la ausencia de toda relación objeta! provocada por la carencia afectiva interrumpe todo desarrollo en todos los sectores de la personalidad". ¿Cómo pudieron estas observaciones considerarse como una revelación, cuando no hacían sino confirmar el saber ancestral que decía que, para vivir, un recién nacido tiene tanta necesidad de calor y amor como de alimento, si no es porque ese saber había sido anestesiado por la evolución fulminante de la medicina? Sin embargo, y en contra de la evidencia, la organización médica se adapta mal a estas consideraciones psicológicas. Algunos servicios pediátricos sienten aún repugnancia a considerar en el mismo nivel la salud mental y la salud fisica de sus pequeños enfermos, siendo que, en el niño, una no puede ir sin la otra. Si bien la noción de hospitalismo sacudió los espíritus y provocó reacciones saludables, las concepciones de Spitz sobre el desarrollo del niño parecen en la attualidad absolutamente erróneas. N o obstante, siguen considerándose como 44
una verdad y sirven aún de referencia en los medios médicos, pediátricos e incluso pedopsiquiátricos. Las recuerdo aquí a causa del poder de impacto que conservan, a fin de situar mejor la posición psicoanalítica actual sobre esta cuestión. Ferviente admirador de Freud, el doctor Spitz pretende sin embargo superar a su maestro por medio de la "observación directa". He aquí lo que dice Anna Freud, que prologa el libro de su amigo, El primer año de vida del niño, en 1958: El doctor Spitz se vale de la observación directa y de los métodos de la psicología experimental, a diferencia de los otros autores psicoanalíticos que prefieren confiar únicamente en la reconstrucción de los procesos de desarrollo a partir del análisis en períodos ulteriores [... ). Spitz se opone a los autores analistas que pretenden encontrar en el lactante, muy poco después del nacimiento, una vida mental complicada. ¡Vemos a qué rival hace alusión aquí A. Freud! Spitz sostiene, en consecuencia, como la mayoría de los analistas, que el estado inicial es perfectamente indiferenciado. Nada de proceso intrapsíquico desde el nacimiento, todo es cosa de "maduración". Esto es lo que escribe: En razón de su umbral de percepción extremadamente elevado, el recién nacido no percibe el mundo exterior. Este umbral elevado sigue protegiendo al niño durante las primeras semanas, incluso durante los primeros meses, contra las percepciones que provienen del entorno. Durante este período, hay fundamentos para decir que el mundo exterior es inexistente para el recién nacido; lo que percibe, lo percibe en función del sistema interoceptor. Y más adelante: En ese estadio primitivo, el niño no está en condiciones de distinguir el objeto; y por objeto entiendo no sólo el objeto libidinal sino todas las cosas que lo rodean. En la hipótesis más favorable, las respuestas del recién nacido son de la naturaleza del reflejo condicionado. 10 45
r A Spitz no parece incomodarle la contradicción implícita entre sus observaciones y su teoría. ¿Cómo puede un niño sufrir y morir por la ausencia de su madre si no la distingue del mundo que lo rodea? Es cierto, debía mantener, como tantos otros más adelante, la creencia en el narcisismo primario de Freud, el recién nacido indiferenciado del mundo exterior. Esta noción, siempre vigente, es una ventaja para muchos autores, que llegan incluso a hablar de "autismo normal", como lo hace Margaret Mahler. Lacan siempre se alzó contra esta concepción, no temiendo aportar un desmentido a Freud. A propósito de la pulsión y el autoerotismo, nos dice:
Los analistas concluyeron de ello que -como eso debía situarse en alguna parte en lo que se llama desarrollo, y dado que la palabra de Freud es la palabra del evangelio- el lactante debe tener a todas las cosas que lo rodean por indiferentes. Uno se pregunta cómo pueden sostenerse las cosas, en un campo de observadores para quienes los artículos de fe tienen, en relación con la observación, un valor tan abrumador. Dado que, en fin, si hay algo de lo que el lactante no da la idea, es de desinteresarse de lo que entra en su ·campo de percepción. 11 Si el discurso psicologizante de Spitz aparecía como reacción a un discurso médico que hace del ser humano un objeto robotizado, surgía también en oposición a cierto discurso analítico que provocaba sospechas y resistencias: la buena lógica cartesiana no podía sino desconfiar de los enfoques un poco locos del universo infantil que realizaban Melanie Klein y otros. ¡Con esta "tripera genial", como la calificaba Lacan, lo arcaico tomaba un aspecto demasiado repelente! En cuanto a la ''vivencia infantil" revisada y corregida por la neurosis de transferencia en el análisis del adulto, suscita aún muchas reservas. No obstante, fue a través de las modificaciones, de las reorganizaciones secundarias como Freud se abrió un camino que le permitió remontar hasta la sexualidad infantil, puesto que nunca tomó directamente en análisis a un niño, no hablándole J u anito sino por intermedio de su padre. 46
La dificultad de abordar los orígenes, el desconocimiento de los procesos en discusión y la represión asociada a los mismos hacen que quienes se preocupan por ellos se impliquen sin saberlo, y marquen con su deseo inconsciente sus elaboraciones teóricas. Los psicoanalistas de niños tienen un aire de descubridores que fascina a las multitudes; ¿van a revelar el misterio de la vida, de sus primeros momentos? Su pasión se ve reforzada por lo desconocido que seguirá rodeando a los orígenes y sus convicciones no son por ello sino más afirmadas y se acompañan con frecuencia de anatemas contra los que no las comparten. Lacan subraya con humor que en cada enfoque teórico es posible señalar lo que corresponde al deseo del analista y, agregaría yo, a su fantasma fundamental. Dice: La contribución que cada uno aporta a la transferencia, ¿no es, aparte de Freud, algo donde su deseo es perfectamente legible? Les haré el análisis deAbraham a partir, simplemente, de su teoría de los objetos parciales [... ] podría también entretenerme puntuando los márgenes de la teoría de Ferenczi con una célebre canción de Georgius, Soy hijo-padre. 12 La cosa es aún más evidente para los analistas de niños. Sabemos sobre qué experiencia personal fundó Bettelheim su práctica, y hasta qué punto la noción de "buena madre" sostuvo el edificio teórico de Winnicott.
Del niño objeto a al objeto a del niño Después de este primer señalamiento de los discursos sostenidos con respecto a la maternidad, el nacimiento y el niño recién nacido, prosigamos la exploración de la díada madrehijo a partir del axioma lacaniano: el niño está en posición de objeto a. 47
r~ El niño realiza la presencia del objeto a en el fantasma [... ] . El niño, en la relación dual con la madre, le da, inmediatamente accesible, lo que falta en el sujeto masculino: apare13 ciendo en lo real el objeto mismo de su existencia.
Partiendo de esta posición de objeto a debe constituirse ser de deseo, es decir construir sus propios objetos. En esta posición de a está en primer lugar obligado a vivir, a desear, a gozar exclusivamente en los límites de deseo y de goce del Otro. ¿Cómo pasa del ser anterior a la palabra al ser de deseo? ¿Cómo se produce esta operación de "recubrimiento"? Es difícil sorprender su desarrollo pues se elabora al margen del discurso, en el intervalo de los significantes. Es en cuanto su deseo está más allá o más acá de lo que ella dice, de lo que intima, de lo que hace surgir como sentido, es en cuanto su deseo es desconocido, es en ese punto de falta donde se constituye el deseo del sujeto. 14
El niño está al acecho de todos los indicios que, al rep~tirse, le hacen señas: en la presencia del Otro, es su voz tierna o dura, su mímica, su sonrisa, los gestos más o menos adaptados a su comodidad, es también la palabra que acompaña todo eso, y los significantes repetitivos alrededor de su persona. Registra todo, deja de lado ciertos signos misteriosos, ciertas asociaciones incongruentes que algún día podrán reaparecer. No puede orientarse en el discurso (S) más que a medida de lo que construye de su cuerpo a través de la demanda y el deseo del Otro. ¿Qué partida se juega entre el Otro (.~)y el niño en posición de objeto para que éste logre elaborar sus propios objetos? Retomaré para este estudio las estructuras en las que se encuentra este objeto: objeto de la pulsión '13 OD; preso en el fantasma g Oa; causa del deseo. Será necesario apreciar en estas tres dimensiones lo que se anuda entre el Otro y el niño en posición de a. El denominador común de los tres -pulsión, fantasma, deseo-, y que obedece a la presencia del objeto, es el goce. Este 48
concepto lacaniano, retomado de "Más allá del principio del placer", de Freud, es el que debemos tener presente en las páginas que siguen. Utilizaré el orden cronológico para señalar en cada etapa de la vida. del niño el impacto que tienen sobre él las pulsiones, los fantasmas y el deseo de quienes están encargados de criarlo, no designando forzosamente a los progenitores los términos padre y madre empleados en este texto. Si decidí tomar en cuenta la temporalidad, es porque los vínculos se modifican con el tiempo: a su manera, el niño se vuelve creador de los roles paren tales, a la vez que ve que su estatuto de objeto se transforma y tiende a borrarse. El interés libidinal que se pone en un bebé recién nacido o en un niño pequeño que no tiene todavía el habla no tiene nada que ver con el que se pone en un niño más grande o en un adolescente que se debate en sus identificaciones edípicas. ¡Al escuchar a los padres, uno a veces se pregunta si hablan del mismo niño!
El deseo del niño Tal vez el embarazo y la maternidad sean, con el mismo título que la femineidad, ese continente negro del que hablaba Freud. ¿Qué quiere una mujer cuando dice querer un hijo? Un deseo de embarazo no es el deseo de traer un niño al mundo, y esto parece desconcertar a los médicos, a los legisladores, a los hombres en general, aunque sean futuros padres. Una mujer puede "caer" encinta después de algún "acto fallido", por ejemplo el olvido de la píldora, y seguir ignorando el sentido de ese pasaje al acto, que a menudo se salda con un aborto. ¿Qué desea? ¿Asegurarse en su cuerpo de que es verdaderamente una mujer? Las razones que da de sus actos son las más de las veces ajenas al sentido que puede encontrar en ellos si se analiza. Una mujer puede desear un 49
r· hijo con pasión, sometiéndose por ejemplo a todas las molestias de un tratamiento contra la esterilidad, y algún tiempo después rechazar con el mismo encarnizamiento otro embarazo y correr riesgos mortales para suprimir al niño. Que el deseo de dar vida esté tan entremezclado con el de suprimirla arriesgando la propia me perturbaba profundamente cuando era una joven médica y la interrupción voluntaria del embarazo no existía. Está la violencia ejercida contra el cuerpo en una especie de confusión entre el cuerpo propio y el del niño, que depende de identificaciones profundamente reprimidas. En esta antinomia entre el deseo de embarazo y el de dar a luz un niño hay toda la distancia que separa de un lado una experiencia de vivir en el cuerpo durante nueve meses experiencia ligada a una problemática fantasmática actual, un vínculo amoroso, por ejemplo, o edípico, cómo hacerle un hijo al padre o a la madre, y del otro la realidad de un niño al que habrá que conducir a la edad adulta con todas las cargas personales que eso implica; "sacrificios, abneg¡lción", decían nuestras madres, para quienes la maternidad estaba menos idealizada y asumía muy a menudo la máscara del "deber". Hacer niños, transmitir la vida que les había sido dada, correspondía a una deuda a pagar, deuda que introducía desde el principio en el orden simbólico. Con frecuencia es esta toma de conciencia, ese sentimiento de que criar a un niño es "superior a sus fuerzas", es decir a su capacidad de don actual, lo que precipita a las mujeres en la interrupción voluntaria del embarazo. A menudo vi a jóvenes psicóticas desear con fuerza un embarazo y manifestar esta reacción de retroceso ante la inminencia de un hijo en lo real, borrándose el goce prometido de tener un niño para sí frente a la evidencia de que un niño existe en sí y no es propiedad de nadie.
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El embarazo El niño por llegar está presente en el imaginario de la mujer, es objeto de ensoñaciones, de proyectos, fuente de angustia. Alrededor de él se hace todo un trabajo de elaboración, como lo observamos en el análisis de las mujeres embarazadas. Pero, presente en el imaginario, tiene sobre todo esa presencia real en el cuerpo, quizá tanto más real por el hecho de que actualmente es posible verlo en la ecogra:fla desde el inicio del embarazo, e identificar su sexo antes del nacimiento. Lo que ocurre en los intercambios de esos dos cuerpos vivientes aún sigue siendo misterioso. La mujer experimenta como incon~ trolable el crecimiento del cuerpo del niño que se produce en lo más recóndito de su propio cuerpo. Esto puede darle un sentimiento de plenitud fálica: estar por fin entera, colmada; en oposición, puede sentirse parasitada, vampirizada por un huésped que lleva ya su propia vida. Estas posiciones extremas van a condicionar la acogida dada al niño, pero en los dos casos se plantea el problema de asegurar el anudamiento de lo real, lo simbólico y lo imaginario a través de lo real del cuerpo del niño. En Roma, en 1974, decía Lacan: ¿Por qué escribí en el plano del círculo de lo real la palabra "vida"? Es que indiscutiblemente de la vida, después de ese término vago que consiste en enunciar el "gozar de la vida", de la vida no sabemos ninguna otra cosa y todo a lo que nos induce la ciencia es a ver que no hay nada más real, lo que quiere decir nada más imposible. 15
El niño in utero es ese real imposible de la vida que prolifera, pero está también misteriosamente ligado a la trama imaginaria y simbólica del inconsciente materno. De la madre del esquizofrénico decía Lacan en el Seminario sobre la angustia: "El niño en su vientre no es ninguna otra cosa que un cuerpo cambiantemente cómodo o molesto, es decir la subjetivación de a como puro real". 16 Si ese lazo no
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imaginarizado, no simbolizado con el niño in utero existe, no será patógeno, me parece, más que si se mantiene después del nacimiento. Cuando el niño sigue siendo para la madre un fragmento de su propio cuerpo separado de ella, fragmento viviente cuyas necesidades fisiológicas es preciso satisfacer ante todo para asegurar su buen funcionamiento, cuando el imaginario materno es estéril y lo simbólico está ausente, debe temerse lo peor en cuanto al futuro de un sujeto tal. Ciertas técnicas (la haptonomía) 17 que incitan a los padres a anudar un lazo afectivo con el niño in utero, en especial mediante el tacto y la voz, tienen por efecto facilitar desde antes del nacimiento la inscripción de lo real del cuerpo del niño en el orden imaginario y simbólico. De este modo, la madre puede poner en marcha, durante el embarazo, un proceso de reconocimiento del niño por llegar como distinto de su propio cuerpo y referirlo a un tercero, en particular al padre. Esta preparación para la llegada de un hijo, con el trabajo de elaboración significante que se opera en ella, es realizada por la pareja en presencia de una persona con la cual se establece un vínculo transferencia!. Esta práctica muestra hasta qué punto el útero es un órgano "histerizable", afirmación evidentemente tautológica si se hace referencia a la etimología. Mediante las contracciones parciales o totales del músculo, así como por su relajamiento, que condicionan el movimiento del feto, el útero y su contenido van a responder, en consecuencia, a la demanda y al deseo del Otro por intermedio de la voz y el tacto. ¿El deseo no está allí en su connotación de amor manifestado al niño? La persona del monitor interviene como mediador del deseo, su palabra induce un efecto inmediato sobre el estado emocional de la pareja, y por ello sobre el funcionamiento del cuerpo materno y su contenido.
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El caso de la señora B* Pude verificar en una mujer joven en análisis que una fractura en el vínculo simbólico con el niño podía ocasionar su muerte real. La señora B*, embarazada de cinco o seis meses, hablaba del niño que esperaba diciendo que debía ser "forzosamente un varón". Esta creencia se inscribía en un contexto que no relataré aquí (era, en particular, la última de una serie de mujeres). En ese momento de su embarazo, después de una ecograffa, el obstetra le anuncia una niña. Su marido está decepcionado, su suegra le dice: "Mi pobre muchacha, no tiene más que volver a empezar", su propia madre la compadece. ¿Pero no estaba ésta secretamente satisfecha de esta decepción que conoció tantas veces? En la sesión, la señora B* se queja de contracciones, el obstetra al que acaba de ver quiere internarla pues teme un parto prematuro. Le pregunto si la niña es viable, me dice que no. La invito entonces a sentarse frente a mí para que hablemos de esa niñita. Pensó en un nombre, por lo que voy a poder nombrarla en la conversación. ¿Cómo imagina a Virginie? ¿Qué piensa Virginie de sus abuelas? ¿Y de su madre que la echa? Yo "utilizaba" la transferencia; al contradecir a las abuelas, le mostraba mi deseo, que reveló ser también el suyo, de que esa niñita viniera al mundo. Más aún, al actuar así yo daba una existencia real, concreta a la niña y a su deseo supuesto de vivir, mientras que para la madre la inscripción de ese futuro hijo en el linaje no parecía poder hacerse. Después de esta intervención, las contracciones cesaron, la señora B* dio a luz a término y Virginie fue muy bien recibida. Verificamos allí el impacto directo de lo imaginario sobre el desarrollo del embarazo. El útero, por la misma razón que cualquier otro órgano, puede ser el asiento de fenómenos histéricos, embarazo "nervioso" (del que Breuer bien se habría abstenido), esterilidad "psíquica", desconocimiento del estado de embarazo hasta el momento del parto, etc. Pero cuando eso toca directamente al desarrollo del niño, por 53
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ejemplo cuando se interrumpe su crecimiento, o cuando muere, la cuestión se plantea de manera diferente: entramos en contacto con fenómenos vinculados más directamente con la psicosomática, con su cortejo de lesiones orgánicas.
detención del crecimiento o la muerte del niño merece que uno se interrogue sobre las vías de transmisión de lo psíquico a lo somático, interesando aquí el efecto mortífero no a un órgano del cuerpo sino a un ser viviente que habita ese cuerpo.
Niños hipotróficos
Nacimiento y conocimiento
Anne Raoul-Duval ha realizado, en el servicio del Profesor Papiernik en el Hospital Béclere de Clamart, un estudio sobre "la relación entre el deseo de un hijo y la aparición de niños hipotróficos". Estudió 42 casos de madres que dieron a luz niños hipotróficos. Se trata de niños nacidos en término pero cuyo crecimiento se lentificó o interrumpió in utero, sin ninguna razón somática. En todas estas madres se encuentran algunas constantes: una indiferencia total frente al embarazo y una "no representación imaginaria del nifio por llegar". La futura madre no reconoce las modificaciones de su cuerpo, continúa con su modo de vida anterior sin hacer proyectos para el parto y la acogida del niño. En general no tiene leche y nunca se observa la depresión post partum, lo que es comprensible dado que no tiene que hacer el duelo por lo que no existió: el niño imaginario. La pulsión de muerte parece en acción ell estos embarazos que, por otra parte, pueden saldarse con la muerte del niño in utero. Los antecedentes de las madres son a menudo "pesados" y diftcilmente delimitables en un estudio de este tipo. La autora piensa que siempre tuvo lugar un "fracaso inicial en la relación con la madre" y algo así como una profunda depresión, "compensada mediante una sobrecarga intelectual o social". La ausencia total de deseo, la ausencia de representación en torno al embarazo están más allá de lo que puede parecer como un rechazo del niño. ¿No se percibe en ello algo del orden de la forclusión? El hecho de que esta situación provoque una 54
El niño está allí en lo real, es un tiempo de suspensión antes de que los ritmos de la vida se reanuden. El cuerpo de la madre se distiende después de la tempestad del parto y el niño, si no ha sufrido, está asombrosamente presente y como atento a lo que sucede. Estos primeros instantes después del nacimiento son un período sensible para la creación del lazo madre-hijo. En los animales, en esta fase postnatal tiene lugar un proceso de apego; si el animal, el cabrito por ejemplo, es separado de su madre al nacer, durante al menos una hora, aquélla ya no lo quiere cuando se lo devuelven. Si al nacer se lo deja cinco minutos para luego sacárselo durante una hora, acepta retomarlo y alimentarlo. ¿Existe un factor biológico que determine también un período sensible en los seres humanos? Lo ignoramos. Pensamos, en cambio, que una mujer que ha vivido durante nueve meses con una presencia familiar en el interior de su cuerpo necesita que esa presencia interna se concrete en un contacto externo de piel a piel, que ese peso en el interior de su vientre se convierta en es te peso, esta masa inquieta sobre su vientre. Hay de este modo continuidad de la presencia y aceptación de la realidad del niño. Un niño que desaparece al nacer, al que la madre no ve ni toca, puede permanecer sin existencia real para ella, como si no hubiera nacido, como ya muerto. En general, no se le muestra el recién nacido a una madre que desea hacerlo adoptar. Los servicios de prematuros sufren enormes dificul55
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tades en el momento de restituir los niños a unas madres que no establecieron ningún lazo con su lactante al nacer. Cuando el parto se realiza en un servicio lindante con el de neonatología donde toman a su cargo al prematuro, cuando la madre puede verlo, cuando puede controlar directamente lo que sucede y hablar con el equipo, se crea y se perpetúa un lazo en el tiempo de la internación, y el regreso al hogar se hace menos problemático. La ausencia de ese primer vínculo en los prematuros tal vez explique el hecho de que es en esta categoría donde se encuentra el mayor porcentaje de niños maltratados. Cuando las madres se atreven a hablar, dicen, por ejemplo: "Necesité algunos días para darme cuenta de que era su madre, no es evidente", "No lo veía así", "No me enganché en seguida con él", etcétera. Es extremadamente difícil poner en evidencia lo que ocurre en los intercambios precoces madre-lactante. Si aparecen desórdenes, se culpa a la madre o al niño. Un autor como Soulé, 18 siguiendo a Kanner, piensa que un niño autista puede volver loca a su madre. Cuando la psicosis a parece más tardíamente, es corriente pensar que es la madre quien provocó el trastorno. Esto es simplificar demasiado el problema. Recordemos lo que nos dice Lacan. Habla del "sujeto definido como el efecto del significante" y prosigue: Aquí, por cierto, los procesos deben articularse como circulares entre el sujeto y el Otro: del sujeto llamado al Otro, al sujeto de lo que él mismo ha visto aparecer en el campo del Otro, volviendo allí desde el Otro. Ese proceso es circular pero, a causa de su naturaleza, sin reciprocidad. Para ser circular, es disimétrico. 19
Es la "relación circular pero no obstante no recíproca" 20 que Lacan menciona no sólo con respecto a la cadena significante (proceso de alienación) sino también cuando se trata de la separación, que es la pérdida original del objeto. Aquí intentaremos poner en evidencia ese proceso complejo de circularidad entre la madre y el niño en el cual aquélla no es sólo el 56
Otro del significante sino también el Otro deseante. Estos intercambios circulares aparecen en lo que yo digo es un conocimiento, puesto que el niño y la madre crean entre ellos una relación que seguirá siendo siempre única, singular. Un recién nacido no es un ser viviente indiferenciado, llega con un capital genético y un pasado. Su singularidad va a condicionar en parte las respuestas maternas, las que a su vez inducirán otras respuestas en el niño, que a su turno, etcétera. Estas idas y vueltas son difíciles de captar, dado que escapan a la conciencia y no se aprehenden más que en sus efectos: los síntomas del niño las más de las veces. Pero, en esa relación circular, el Otro sigue siendo el que contiene "el fantasma de la omnipotencia", es "lo dicho primero que decreta, legisla, aforiza, es oráculo" ,21 y el niño debe pasar por este sometimiento para llegar a ser él mismo sujeto. Pero, ¿qué ocurre con el ser del niño al nacer?
El capital del niño Está constituido por las características físicas y por todo lo que, en el devenir, está ligado a la herencia, a los genes. En un primer momento, es la apariencia física la que cobra importancia: ¿el niño parece sano?, ¿entero? "¿No le falta nada?", preguntan las madres. ¿Es lindo?, ¿"bien proporcionado"? ¿El sexo responde o no a lo que esperaban los padres? Si es un lindo niño, con un buen peso, ya satisface a su gente y se le está agradecido. Si está mal formado, si es pequeño, surge de inmediato la pregunta: "¿De quién es laculpa?""Nofui capaz de hacer un niño normal, hay algo malo en mí", piensa la madre. "¿Por qué pasó esto, piensa el padre, yo no tengo nada que ver?" "¿Hay casos semejantes en una de las dos familias? ¿No sería mejor que muriera?", etcétera. Las reacciones van a precipitarse y a poner en marcha unos comportamientos en cadena: rechazo, sobreprotección, angustia, 57
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que provocan muy pronto manifestaciones somáticas en el niño, manifestaciones que, a su vez, refuerzan las conductas de los padres (circularidad). Señalemos aquí la importancia de la intervención médica que puede, en estos casos, ser rápidamente benéfica o totalmente desestructurante, tomando la palabra del médico, en esos momentos de desconcierto, un valor de verdad absoluta, a menudo con una connotación profética. El niño llega {> ~ mundo con una experiencia vivida, no es una arcilla informe, sorda, ciega, animada únicamente por una vida vegetativa. Desde el sexto mes de gestación22 escucha los sonidos, sobre todo las frecuencias graves (¿la voz del padre?), distingue los sonidos del lenguaje de los no lingüísticos, percibe la voz de la madre paralelamente a los ruidos internos: respiración, gorgoteos intestinales. Puede ya chuparse el pulgar y tragar el líquido amniótico. Hay un ritmo de vigilia y de sueño y sensaciones cenestésicas en sus movimientos y desplazamientos. Es acunado por el ritmo de los latidos cardíacos de la madre y se agita si éstos se aceleran. Si su madre está estresada, también él sufre las descargas de adrenalina, un gran ruido lo hace sobresaltar y acelera su ritmo cardíaco. Hay observaciones que muestran que las experiencias que pudo sufrir en su vida intrauterina son susceptibles de dejar marcas al nacer. He aquí dos ejemplos, de los que puedo dar testimonio personalmente.
De los sufrimientos antes del nacimiento El padre de una joven embarazada estaba internado en un estado muy grave, que dejaba pocas esperanzas de supervivencia. Al final de su embarazo, ella se sentía especialmente angustiada, esperando a la vez la llegada del niño y el anun58
cio de un agravamiento del estado de su padre, tal VIl IU muerte. El parto transcurre bien, pero la niñita parecía pooo dispuesta a vivir; se encontraba aparentemente en un estado letárgico, durmiendo día y noche, no aceptando el alimento más que dos o tres veces cada 24 horas; a causa de ello, la leche de la madre se agotaba, por lo que empezaron a darle mamaderas. Sin embargo, todos los exámenes eran normales. La madre pensaba que la niña había sufrido a causa de su propio sufrimiento, que había en ella vida pero también no vida. La pediatra, que conocía las cualidades de esta madre, tuvo una actitud de confianza y sostén, y no intervino médicamente sino que se contentó con vigilar a la recién nacida sin manifestar demasiada inquietud. Aconsejó a la madre que respetara esa actitud de "regresión", pero que aprovechara los raros momentos de vigilia para alimentar a la niña y para hablarle mucho. Después de dos o tres meses la beba salió de ese estado de estancamiento y se desarrolló de una manera completamente normal. Contrariamente a todo lo que cabía esperar, el abuelo se curó. ¡Siente por esta nieta una ternura particular y pretende, provocando la risa de la niña, que fue ella quien le salvó la vida! Si al nacer la niñita no hubiera encontrado una acogida particularmente cálida y el deseo de que viviera, deseo de la madre pero también del padre y de las dos familias, ¿no se habría dejado deslizar hacia la muerte? ¿Qué consecuencias habría tenido una internación, con lo que implica de aislamiento, de multiplicación de los exámenes, de alimentarla probablemente a la fuerza? ¿Habría salido entonces de su torpor? ¿No habría ingresado en el autismo? Un perjuicio físico con sufrimiento in utero puede marcar a un sujeto con tanta más fuerza por el hecho de que nada de ello aparecerá en la cadena significante. Es el caso de Pierre, quien, en su infancia, sufría de terrores nocturnos, en el transcurso de los cuales gritaba comprimiéndose la garganta con las dos manos. Su angustia era tal que era preciso despertarlo con la mayor prontitud para hacer que cesara esa pesadilla, de la cual sin embargo 59
nada podía decir al despertar. La madre, que se analizaba, relacionó esta angustia de estrangulamiento y el hecho de que Pierre hubiera nacido con un doble círculo del cordón y un nudo en éste, nudo que había hecho al evolucionar en un exceso de líquido amniótico (hidramnios). Al final del embarazo el niño ya no se movía, y la madre lo había creído muerto. De hecho, con cada movimiento el cordón umbilical no sólo le apretaba el cuello sino que el estrechamiento del nudo provocaba una anoxia por paro circulatorio, de donde la angustia de una muerte real. La madre participó a Pierre de este descubrimiento; esto disminuyó en mucho el aspecto aterrorizador de sus pesadillas, la angustia se atenuó, pero aun en la edad adulta subsiste una fragilidad en el nivel de la garganta, con algunas preocupaciones hipocondríacas referidas a esta zona corporal. No hay por lo tanto una ruptura tan fundamental como se creía entre las percepciones in utero y las que siguen al nacimiento; al margen de la visión, se comprueba en ellas cierta continuidad.
Los primeros días
El recién nacido está aquí; nena o varón, con pelo o sin él, rubio o morocho, silencioso o ya gritón, con los ojos abiertos o cerrados; ¡la madre descubre por fin a ese huésped que la habitaba desde hacía meses! En general, después de un primer contacto "pegajoso" sobre su vientre, no siempre apreciado, mientras el cordón aún no está cortado, cuando la madre puede estrechar contra sí al niño desnudo lo acaricia con la punta de los dedos, le da el pecho que lame o del que a veces mama desde el primer momento; al abrazarlo, percibe su olor. Al octavo día, el80% de las madres reconocen por el olor la batita de su bebé. También el recién nacido ha emprendido un trabajo de 60
reconocimiento: a los seis días se vuelve hacia el hisopo impregnado con el olor de la madre, desechando los otros. La comodidad de la forma de transportarlo y una temperatura ambiente adaptada son importantes, dado que el niño ha perdido el contacto envolvente del líquido amniótico. Un recién nacido al que se pone desnudo en una habitación fría manifiesta signos de desazón evidentes, grita y se debate echando los brazos hacia atrás. Entre los primeros signos de reconocimiento, citemos la voz: la madre habla a su recién nacido. ¿Reconoce éste la voz que percibió in utero? Después de algunos días de vida, reacciona ante la voz de su madre de una manera particular, y esto en ausencia de toda otra fuente de información aparte de la puramente auditiva ... A los cinco días, se chupa más el pulgar si escucha la voz de su madre que si se trata de una voz extraña. 23 Pero el signo más importante de reconocimiento entre la madre y el recién nacido es la mirada. Antaño se creía que los recién nacidos eran ciegos; cuando las madres afirmaban que los niños las miraban fJjamente desde el nacimiento, estas observaciones eran puestas en la cuenta del "enceguecimiento" del amor materno. Las investigaciones recientes demuestran que en el recién nacido existe la visión: Hay una fijación rudimentaria desde el primer día de vida, que se hace estable al quinto [... ]. Un recién nacido puede seguir con los ojos un estímulo a lo largo de un arco de 90°, acompañar esta búsqueda ocular con una rotación conjunta de la cabeza [... ]y suspender sus movimientos corporales. 24 En consecuencia, la visión es posible, pero la mirada es una actividad de relación que sobreviene en grados diversos según las madres y los niños. Algunas dicen haber experimentado el primer impulso de amor hacia su hijo cuando éste las miró con una atención sostenida. Una madre siempre está orgullosa de sorprender la mirada de su recién nacido fija en ella; en efecto, su rostro es lo más 61
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atractivo que hay para el lactante: está cerca de él (el recién nacido no se adapta a la lejanía), se mueve (un objeto en movimiento atrae muy especialmente su atención), emite estimulaciones sonoras. Cuando la madre cree sorprender esa mirada sobre ella, la interpreta como un signo de reconocimiento, sobre todo si está acompañada por una sonrisa. Multiplica entonces los comentarios. Se siente reconocida como madre y esto refuerza su vínculo con el niño. A causa de ello, enriquece sus intercambios con él en los juegos y las verbalizaciones, otras tantas conductas que estimulan las reacciones interesadas del niño, las que, a su vez, son retomadas por la madre. Del mismo modo, puede haber evitación de la mirada. tJn investigador americano, Daniel Stern, 25 filmó a una madre atendiendo a sus dos gemelos, de los cuales uno tenía perturbaciones en el desarrollo. Observó que entre ella y este último la mirada era sistemáticamente evitada, sin poder descubrir cuál de los dos inducía esta evitación, así como los movimientos de retirada que la seguían. Pero el análisis del film imagen por imagen mostró que, las más de las veces, era la madre quien iniciaba el movimiento de retirada, sólo un cuarto de segundo antes que el bebé. Otro autor americano26 hizo poco más o menos la misma observación en unos mellizos, de los cuales uno se volvió autista. Este no intercambiaba ninguna mirada con su madre a los t:res meses de edad, momento de la observación. El interés, al que podría llamarse innato, del lactante por el rostro humano es sorprendente cuando se lo puede poner en evidencia, como lo hizo Brazelton. En ciertas condiciones, el recién nacido puede reproducir las mímicas del rostro que tiene frente a él. En sus films, Brazelton entra en contacto con un bebé, le habla, le saca la lengua, lo que el niño repite en el acto. Estamos lejos de las observaciones de Spitz, para quien el rostro humano era percibido hacia los tres meses (sonrisa del tercer mes) y el materno reconocido a los ocho, proviniendo la angustia del octavo mes de esta discriminación entre un rostro extraño y el de la madre. 27 62
En el momento de este primer encuentro del nifto con tl mundo y con su madre, todas las aberturas de su cuerpo están listas para recibir las informaciones, la nariz para husmear los olores, la boca para tomar el pezón, los oídos abiertos a los ruidos y a la voz, la mirada atraída por el rostro que se inclina sobre él. En cuanto a la madre, manifiesta paralelamente una primera apropiación del cuerpo de su hijo en el tacto, el olfateo, los besos, el acunamiento, la contemplación. Este encuentro puede producirse en el placer o el displacer y también puede no ocurrir en absoluto, por recha· zo masivo de la madre o a causa de una imposibilidad médica, prematuridad, malformación, enfermedad de la madre o del bebé, por ejemplo. Luego ese tiempo de descanso termina, las exigencias de la vida se reanudan, el niño debe ser alimentado.
Alimentarse Los descubrimientos de los últimos años sobre la extrema precocidad de las capacidades de percepción y de alerta del lactante han cambiado la aprehensión que se tenía del mundo de la infancia; el bebé ya no es únicamente un tubo digestivo, sino "una persona". A causa de ello, la oralidad, si bien conserva toda su importancia, debe ser reconsiderada en sus relaciones con otras funciones. La pulsión oral se inscribe de entrada en el nivel de la necesidad, ser alimentado. Si el hambre no se sacia, llegan el sufrimiento y la muerte. Allí, el niño se encuentra en una impotencia absoluta, en un estado de total dependencia del Otro que asegura su supervivencia. Esta dependencia existe también en el plano motor; el pequeño humano tiene necesidad del adulto para sus desplazamientos, aunque sean mínimos. Si bien puede girar la cabeza, sin la asistencia del otro no puede mover el cuerpo para encontrar una posición 63
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confortable. Esta incapacidad motriz se debe a lo inacabado de su sistema nervioso motor. La desproporción entre la inmadurez del sistema nervioso de relación y el desarrollo extremadamente agudo de las capacidades perceptivas es sorprendente, y merece una reflexión. Aunque al principio de la vida los períodos de vigilia sean cortos, el recién nacido registra en esos momentos una increíble cantidad de informaciones. Volveremos a ello. Si está claro que el bebé humano es, por lo tanto, un ser débil, desprovisto, que va a permanecer largo tiempo como tributario del Otro para satisfacer sus necesidades vitales, también es un ser al acecho de todo lo que pasa a su alrededor, que no se pierde nada de las idas y venidas de su entorno, que escucha todo, los gritos, las disputas, las palabras intercambiadas, las que le dirigen los adultos. Sufre su manipulación y observa las expresiones de sus rostros. Si no tuviera esas solicitaciones a su alrededor, sería idiota. El Otro se convierte de por sí en el lugar primordial donde se incorpora la vida, la demanda se impone sobre la necesidad y el deseo va a anudarse en él en la palabra. Los lugares, los agujeros de su cuerpo en donde se originan la necesidad y la demanda, boca, ano, ojos, oídos, en lo sucesivo no funcionan más que en relación con los significantes del Otro. El cuerpo es atrapado de entrada en la red relacional con el Otro, hecha de signos y significantes a descifrar. No hay que olvidar que la pulsión, si bien conserva su rostro silencioso, se expresa mediante la demanda, por lo tanto mediante significantes: SOD. ¿De qué manera se hace esta recuperación significante del cuerpo?
De la necesidad al deseo Desde el nacimiento hay una ruptura en el cuerpo del recién nacido, cuya central vital relacional, hasta entonces situada en medio del abdomen, en la zona umbilical, se desplaza 64
hacia la región torácica y la encrucijada aerodigestiva. La primera percepción es el hambre y la primera expresión el grito. En el instante en que el hambre lo atenaza, ¿el niño no es más que un vacío doloroso, un grito? Pero llega el alimento, y es el placer: placer de la succión y placer interno del hartazgo. En ese momento, el niño es esto: boca-pecho y plenitud interna. Recordemos rápidamente el esquema neurológico del recién nacido (esquema corporal). Su sistema nervioso motor central y periférico es aún muy inmaduro, los movimientos voluntarios extremadamente limitados. Las sensibilidades están muy disociadas, es decir que, en las exteroceptivas, el contacto es anterior al calor y al dolor (para la sensibilidad cutánea existen tres haces diferentes: contacto, dolor y calor). En cuanto al sistema sensitivo interno, es predominante la sensibilidad interoceptiva, ligada al funcionamiento interno, digestivo, cardíaco, respiratorio, mientras que la sensibilidad profunda, músculos, huesos, postura, equilibrio, no se desarrollará sino mucho más adelante. Es importante subrayar esta predominancia de la sensibilidad interna, que ulteriormente va a borrarse. Después de la tensión del hambre viene el apaciguamiento, tiempo de calma y de bienestar, en el que el niño debe percibir su repleción gástrica, los movimientos intestinales de la digestión, asociados a sus latidos cardíacos y a la respiración. Ese cuerpo ahíto, seguro en los brazos de la madre o próximo al sueño, ¿permanece en la memoria como recuerdo de plenitud, de bienestar... , de felicidad? ¿No es este estado cercano al nirvana el que procura recuperar el toxicómano en la droga? Pero el "principio del nirvana expresa la tendencia de la pulsión de muerte", nos dice Freud en "El problema económico del masoquismo" (1924), y el narcisismo primario, que sería "anobjetal", corresponde tal vez a ese estado mítico de completud perdido para siempre. N o hay goce puro del funcionamiento de la vida. Si el recién nacido parece pasar la mayor parte de su tiempo en un sueño reparador al que uno imagina muy dichoso, es porque 65
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afronta simultáneamente dos actividades agotadoras: engordar (aumenta 1/100 de su peso por día) y vincular, integrar las informaciones que se atropellan, se superponen, las provenientes del interior del cuerpo y las venidas del exterior. Como la experiencia de satisfacción de la alimentación es concomitante de la presencia del Otro, lo que el recién nacido advierte desde el primer día, todo sentimiento interno de displacer, hambre, dolor, es pasmos intestinales, etc., será en un primer momento igualmente atribuido a este Otro; el Otro nutricio, bienhechor, tutelar, es al mismo tiempo el Otro malo, peligroso. El recién nacido tendrá que descifrar esta madeja de datos múltiples y contradictorios para construir sus objetos y su imagen del cuerpo propio. Continuemos también nosotros nuestra exploración de la díada madre-hijo, con las idas y vueltas obligadas de uno a otro. Sería tentador captarla como un todo, pero eso significaría olvidar que, por más circulares que sean, esas relaciones siguen siendo perfectamente disimétricas. En los estudios anglosajones referidos a las interacciones precoces, las madres que amamantan o juegan con sus hijos son largamente observadas, filmadas, registradas. Estas películas son interesantes, pero dejan la curiosa impresión de ser "anteriores al sonoro", no sólo por ser mudas sino porque les falta algo del orden de la palabra. La relación del niño con el lenguaje, en efecto, no está hecha únicamente de intercambios de onomatopeyas con la madre. El niño está sumergido en un universo de discursos. "Ello habla de él", como dice Lacan, ello habla mucho de él alrededor de él, y no sólo el personaje nutricio; padre, hermanos, hermanas, abuelos están interesados en el recién llegado, y los comentarios van a buen paso. También se puede olvidar su presencia y decirlo todo delante de él: "Es tan pequeño, no puede entender". Entonces se habla de todo, incluso de cosas que más tarde se le ocultarán. Es así como, en el análisis de los niños, se encuentran con claridad en los dibujos, en los síntomas, esos secretos de familia que, "es seguro, nunca le fueron develados". Observé a dos niños a quienes se les había 66
ocultado la adopción. Se presentaban como débiles mentales que no podían aprender nada (no saber nada). Ahora bien, el primer dibujo, en la primera sesión, demostró que su inconsciente sí sabía. Por otra parte, ¿puede subestimarse, como lo hacen los autores, el rol del observador, aun cuando trate de hacerse olvidar lo más posible? En esta simulación, aparece un poco como un voyeur que intenta penetrar algún secreto, a la manera del periodista de la película Blow up 28 que no deja de escrutar unas fotos tomadas por casualidad, para encontrar en ellas un indicio que se sustrae sin cesar. ¡También aquí subsisten misterios! ¿Por qué, se preguntan esos investigadores con un asombro un poco ingenuo, el mismo comportamiento observado en varias madres puede engendrar resultados tan desemejantes en los niños? Algunos de ellos, más sagaces, evocan entonces la dimensión del inconsciente materno: inconsciente, "capacidad de ensoñación" de la madre, otros tantos elementos que escapan al ojo de la cámara.
Presencia del Otro Si hablo de presencia, es claro que se trata de presencia real. Si el niñ.o está inscripto de entrada en un sistema significante, si ello habla de él antes de que nazca, no es puro significante, y tampoco puro cuerpo biológico. Procuramos aquí delimitar la articulación de los dos. ¿Cómo se postula el Otro como presencia real y lugar del significante? Volvamos a partir arbitrariamente del punto de vista de nuestro lactante. Tiene hambre. Grita. Ese grito hace aparecer a la madre y el alimento. Pronto cobra para el niño, por lo tanto, valor de llamado, se vuelve significante. Pero ese significante está en manos del Otro, que da sentido al llamado: "¿Tienes frío? ¿Tienes hambre? ¿Quieres venir a mis brazos? ... Eres mala", le dice la señora H* a Sylvie. En 67
esta interpretación se trasluce el deseo inconsciente de la madre. "Es del imaginario de la madre que va a depender la estructurasubjetivadelniño", 29 dijoLacanen 1966. Yen otra parte: "El sujeto, in initio, comienza en el lugar del Otro, en cuanto allí surge el primer significante". 30 El niño tiene una gran capacidad de adaptación a la voluntad del Otro; se aviene a todo, a los horarios aberrantes, a los ritmos impuestos, al demasiado o demasiado poco alimento. Sin embargo, si la interpretación de sus necesidades está demasiado distorsionada, si su satisfacción no es suficientemente relevada por la función simbólica, manifestará su intolerancia con el arma que tiene a su disposición: su cuerpo. Trastornos intestinales, regurgitaciones, trastornos cutáneos, etc., serán su respuesta. Si es desbordado por la incoherencia y la perversión del Otro o es víctima de su indiferencia, su respuesta podrá ser el autismo o la psicosis. Si las necesidades del cuerpo y la actividad fisiológica están atrapadas desde el principio en los significantes del Otro, ¿cómo percibe el recién nacido los signos de la preseJ;lcia de ese Otro? ¿Cómo integra signos y significantes en la construcción de su propia imagen del cuerpo? El niño, en los brazos de su madre en el momento de mamar, no quita los ojos del rostro materno, sobre todo si aquélla lo mira. Al mes, este contacto visual alcanza un 100%; disminuye después de los tres meses, dirigiendo entonces el niño su mirada a quien pasa a su alrededor. En los brazos maternos, en el momento del placer intenso de la succión y la deglución, el recién nacido percibe, con el gusto de la leche, el olor de la madre. Gusto y olor son concomitantes, y se sitúan en la zona bucal y en la encrucijada aerodigestiva. Este reconocimiento del olor de la madre se logra muy pronto: adquirido desde el sexto día de vida, desde entonces está ligado a la presencia materna y al placer de mamar. Pero no olvidemos que a él se asocia la percepción de la saciedad gástrica. En efecto, la sensibilidad visceral es muy viva en el recién nacido, y esto tal vez constituya un toque de atención para toda la patología de esta edad: 68
vómitos, anorexia, cólicos, diarreas, etcétera. El mericismo del niño es un síntoma que explica claramente esta carga de la mucosa digestiva. El niño regurgita los alimentos absorbidos pero sin vomitarlos, los guarda en la boca, los mastica y vuelve a tragarlos. Puede suceder que vomite una parte, lo que plantea problemas de desnutrición. Esta especie de rumia se produce cuando está solo, y el componente "autoerótico" que se menciona a este respecto muestra con claridad que el objeto puede ser tanto el pulgar que se chupa, que interesa únicamente a la zona bucal, como el bolo alimenticio, que pasa y vuelve a pasar de la boca al estómago. El placer oral está acompañado también por la voz de la madre, que el recién nacido reconoce al cabo del quinto día. La mímica y la mirada que acompañan a las palabras también están presentes para sostenerlo en esta posición de interlocutor privilegiado. El lactante identifica muy pronto otros signos de la presencia del personaje nutricio y de su permanencia, por ejemplo la manera en que la madre lo sostiene. Conocí a un bebé que no aceptaba tomar la mamadera más que si deslizaba un brazo por la espalda del adulto que lo tenía. Su madre lo había colocado así cuando le daba el pecho, y esta postura se le había hecho necesaria para alimentarse. Lo que el recién nacido percibe como presencia del Otro ligado a sus actividades fisiológicas puede asumir un carácter insólito. Puede ser, por ejemplo, la máquina o el tubo por donde pasa su alimento, puede ser el equipo de asistencia respiratoria del que el niño ya no puede prescindir. Algunas observaciones de prematuros ponen en evidencia este fenómeno. Cuando el prematuro permanece mucho tiempo con asistencia respiratoria, se hace muy dificil suprimir el tubo cuando la respiración podría ser normal. Ante las tentativas de extubación, el niño reacciona mediante un comportamiento de angustia: agitación, braquicardia (lentificación cardíaca), hipoxemia (se pone cianótico); le resulta imposible gritar debido al aplastamiento de las cuerdas vocales por el tubo. Si entonces se repone la intubación sin conectar la ventilación 69
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asistida, todo puede volver a estar en orden. La sola presencia del tubo basta para tranquilizar al niño y permitirle una respiración normal. La máquina, en ese caso, ¿no se coloca en el lugar de una parte de su cuerpo, con un mínimo de inscripción en el Otro, pedazo de cuerpo a la vez separado y "conectado" con el Otro?
Corentin, el prematuro La observación de un niño muy prematuro31 nos lo demuestra. Corentin nació a los seis meses de embarazo, con un peso de 900 gramos. Por ello, su supervivencia dependía del buen funcionamiento de un equipo complicado y de los cuidados intensivos de un personal altamente calificado. Sus padres atravesaban fases de esperanza y de desaliento, temiendo, en especial, eventuales secuelas neurológicas de esta prematuridad. Cuando Corentin adquirió un desarrollo suficiente y la autonomía de sus funciones vitales, el equipo que lo asistía advirtió que era imposible suprimir el aparato. Cada tentativa de extubación, que provocaba los trastornos vitales que mencioné antes, terminaba en un fracaso, lo que tuvo por efecto "desmotivar" a las personas que se ocupaban de él. Estas interpretaban la actitud de Corentin como una negativa a vivir, y respondían a ello mediante un "abandono". Los mismos padres iban cada vez menos a verlo. Corentin parecía mantenerse vivo exclusivamente a través de las máquinas, a la manera de un ser robotizado. Fue entonces cuando el médico jefe del servicio pensó que la situación no podía seguir así. Convocó a los padres para exponerles el problema; contemplaba la posibilidad de practicar una traqueotomía para introducir una asistencia respiratoria permanente, operación que permitiría al niño llevar una vida más normal y que la crianza fuera posible. Corentin podría salir de la cama, ser alimentado, acunado, manipulado como
un lactante normal. La perspectiva de esta operación trastornó a los padres, la misma significaba sin duda que el niño debía vivir, y sin una maquinaria demasiado pesada, pero les costaba aceptar esa intervención mutiladora. Tal vez advirtieron el rol decisivo que tenían que desempeñar en lo sucesivo. La madre empezó a ir todos los días a atenderlo y pidió que la operación de traqueotomía se difiriera. Se planteó todo un trabajo de reconocimiento mutuo, e incluso descubrió una manera de sostener al niño contra sí misma, con la espalda bien calzada en su pecho, lo que aliviaba a Corentin en el momento en que se le sacaba el tubo respiratorio. Al principio, el malestar del niño era intenso, pero poco a poco su sufrimiento se atenuó y se transformó en cólera, lo que subyugó a su madre. Seis semanas después, pudo vivir sin máquina ... y sin traqueotomía: el Otro estaba allí y su cuerpo podía por fin inscribirse en ese Otro. Las partes de su cuerpo que no tenían ex-sistencia más que en lo real de la máquina pudieron ser recuperadas en la relación significante con la madre y en su deseo. Lo real pudo borrarse ante un mundo simbólico que se abría ante él. La cuestión del borrado de lo real ligado al nacimiento del objeto y el sujeto será retomada cuando abordemos la psicosis. La historia deCoren tin y su tubo puede evocar otros casos en los que el cuerpo no simbolizable encuentra su existencia en una máquina. Ya en 1919TauskescribíaDelagénesisdel "aparato de influir" en el curso de la esquizofrenia32 y, más recientemente, B. Bettelheim, con el caso de Joe, nos da un ejemplo típico de lo que es el cuerpo máquina en la psicosis. 33 Antes de examinar más precisamente el impacto del significante sobre el cuerpo del niño, demorémonos un poco más en la problemática de los objetos, en el sentido de objetos a de Lacan: pecho, heces, voz, mirada, etc. (Lacan menciona otros con respecto a la pulsión). 34 Se imponen observaciones, y sigue habiendo preguntas en cuanto al vínculo que se establece muy pronto entre varios de esos objetos. Desde hace mucho tiempo Fran~oise Dolto hizo hincapié sobre las imágenes del cuerpo a las que llama olfativa, táctil, oral, 71
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anal, etc. Ella fue la primera en comunicar observaciones de recién nacidos que sorprendieron mucho en su momento: por ejemplo, la de un lactante que se dejaba morir de hambre después de la partida de su madre. F. Dolto aconsejó entonces envolver las mamaderas con ropa interior de la madre, y el niño volvió a alimentarse. Concluyó de ello que el narcisismo fundamental del sujeto está enraizado en las primeras relaciones repetitivas que acompañan al mismo tiempo a la respiración, la satisfacción de las necesidades nutritivas y la satisfacción de deseos parciales olfativos, auditivos, visuales, táctiles, que ilustran la comunicación de psiquismo a psiquismo del sujeto-bebé con el sujeto-sumadre.35 A los cinco días, sin embargo, es dificil pensar que el Otro tenga una existencia muy establecida: los vínculos "de psiquismo a psiquismo" no están sino débilmente constituidos. El comportamiento del recién nacido hace aparecer como mucho más notable la necesidad primera de una asociación, de un doble punto de referencia, y la importancia para el niño de encontrar los mismos signos: proceso, por lo tanto, de conexión y repetición. El vínculo que se constituye entre por lo menos dos percepciones y la necesidad de verificar su permanencia, ¿conforman el mínimo indispensable para fundar la existencia del Otro y, por eso mismo, la del sujeto? El hecho de que la necesidad oral no pueda satisfacerse sino retomada, ya desplazada, asociada a otros indicios de la presencia del Otro, muestra que el ciclo de las sustituciones y los desplazamientos se instaura desde el nacimiento. ¿Esta conexión inicial alrededor de la oralidad vendría a taponar desde el principio el acto de devoración, como si el primer objeto, el objeto oral, estuviera ya perdido antes de existir? Pero no hay objeto primero, hay, desde el origen, unos objetos, que se organizan en red o en serie a partir del cuerpo de la madre, indicios de su presencia, exponentes de su deseo. La heterogeneidad de esos objetos y el azar de su conexión tal vez den
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cuenta del "montaje de la pulsión [... ] en el sentido en que se habla de montaje en un collage surrealista''. 36 La experiencia primordial de satisfacción, por lo tanto, no queda aislada, está ligada a otras percepciones, y se introduce una red que se fija de manera definitiva. Mamar es un acto que se repite de cinco a siete veces por día durante los primeros meses, pero no representa la experiencia relacional exclusiva del lactante. Los períodos de vigilia se hacen cada vez más largos y se multiplican las oportunidades de intercambios con el entorno, aseos, cambiadas,juegos, en el curso de los cuales circula la palabra. Es con respecto a estas actividades de cuidado materno que vamos a ver cómo la madre imprime en el cuerpo de su hijo la marca de su deseo y cómo, a partir de esas marcas, el niño va a desprenderse de su estatuto de objeto librado al goce del Otro y, mediante cortes sucesivos, a construir sus propios objetos. En consecuencia, volvamos una vez más a la madre.
El niño en la economía pulsional del Otro No hay ninguna necesidad de ir muy lejos en un análisis de adultos, basta con ser médico de niños para conocer ese elemento que da peso clínico a cada uno de los casos que tenemos que manejar y que se llama pulsión. 37 En el Seminario XI, Lacan retoma el concepto freudiano de pulsión (nos mantenemos en el marco de las pulsiones parciales) con sus cuatro términos: Drang, el empuje, Quelle, la fuente, Objekt, el objeto, y Ziel, la meta. Los articula poniendo al frente su disyunción y el lugar del objeto, para él el objeto a: "La pulsión da la vuelta, lo que debe tomarse aquí con la ambigüedad que le da la lengua francesa, a la vez turn,
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... límite alrededor del cual se gira, y trick, juego de escamoteo".38 Lacan insiste mucho sobre el carácter circular del recorrido de la pulsión y sobre "la ida y vuelta donde se estructura". 39 La fuente es la zona erógena sobre la cual se riza el circuito. En resumen, esta estructura fundamental [.. .] es algo que sale de un borde, que duplica su estructura cerrada, siguiendo un trayecto que da la vuelta y cuya consistencia no asegura ninguna otra cosa sino el objeto, en calidad de algo que debe ser rodeado. 40 Es este objeto el que nos interesa más particularmente aquí, este objeto que de hecho no es más que la presencia de un hueco, de un vacío cuya instancia no conocemos sino bajo la forma del objeto a. El objeto a no es el origen de la pulsión oral. No es introducido en calidad del primitivo alimento, lo es por el hecho de que ningún alimento satisfará nunca la pulsión oral, si no es rodeando el objeto eternamente faltante. 41 El objeto a, objeto perdido, faltante, es aquello alrededor de lo cual gira la pulsión. ¿De qué manera llega el niño a este lugar? En la pulsión, Trieb, estamos lo más cerca del cuerpo; los términos mismos de zona erógena, empuje, satisfacción dan cuenta de ello. Ahora bien, "Que haya algo que funda el ser, y será seguramente el cuerpo". 42 Las dos tópicas freudianas, con la distinción del inconsciente y el ello, son retomadas por Lacan, que acentúa su disparidad postulando en un primer momento: "El inconsciente está estructurado como un lenguaje" y haciendo del sujeto el f/J de la cadena significante, mientras que, en la continuación de su enseñanza, pone más el acento sobre la dialéctica del deseo y hace del objeto a una referencia esencial. Este objeto condensa lo que hay del goce, concepto que debe entenderse en oposición al placer, éste siempre ligado a lo prohibido y a la ley. Con la pulsión estamos lo más cerca del cuerpo, puesto que las zonas erógenas son el borde
de donde parte el circuito que envuelve al objeto a para volver a formar su rizo sobre ese mismo borde, y esto en un goce que no puede mencionarse. En efecto, si bien la pulsión se articula sobre la demanda~ OD, por lo tanto sobre la palabra, conserva su cara silenciosa. ¿No habla Freud del silencio de las pulsiones? En los primeros contactos madre-lactante, hemos visto la importancia de la relación de los cuerpos. ¿No sería esta prevalencia pulsional responsable del silencio que rodea los primeros instantes, y de la incapacidad de dar cuenta de él con palabras? Freud fue el primero en atreverse a evocar en términos claros el placer que la madre experimenta en los cuidados que da a su hijo: Las relaciones del niño con las personas que lo cuidan son para él una fuente continua de excitaciones y satisfacciones sexuales que parten de las zonas erógenas. Y ello tanto más por el hecho de que la persona encargada de los cuidados (en general la madre) testimonia al niño sentimientos que derivan de su propia vida sexual, lo abraza, lo acuna, lo considera sin duda alguna como el sustituto de un objeto sexual completo [... ]. La pulsión sexual, lo sabemos, no es despertada solamente por la excitación de la zona genital. 43 El cuerpo del niño in utero puede ser sentido como fragmento del cuerpo propio de la madre con el mismo derecho que uno de sus órganos. Las manifestaciones histéricas y psicosomáticas del embarazo lo atestiguan. Separado del cuerpo de la madre, "resto" de un encuentro sexual, su impotencia, su indigencia hacen de él el modelo del objeto más próximo narcisisticamente, al menos por un tiempo. En la imagen del niño prendido al pecho, Freud lo subraya, la voluptuosidad está, en general, del lado del niño: Cuando se ha visto al niño saciado abandonar el pecho, volver a caer en brazos de su madre y, con las mejillas rojas y una sonrisa dichosa, dormirse, no se puede dejar de decir que esta imagen sigue siendo el modelo y la expresión de la satisfacción sexual que conocerá más adelante. 44 75
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La voluptuosidad de la madre rara vez se menciona. Es cierto que para una madre es dificil hablar de ese algo perturbador que experimenta en la comunicación de cuerpo a cuerpo con el niño. Una de ellas me decía que siempre la sorprendía sentir una subida de la leche cuando escuchaba los gritos de su lactante. El pezón es una zona fuertemente erógena y la succión del bebé puede procurar un placer intenso, que a veces llega hasta el orgasmo. ¿Es "confesable"? En primer lugar, la madre puede sentirse sorprendida, luego inquieta o culpable; en todos los casos, se guarda bien de hablar de ello. En ocasiones interrumpe el amamantamiento para poner fin a esta incongruencia. Entre un hombre que quiere retomar la vida sexual y gozar de su cuerpo y un bebé que se alimenta de la misma fuente, puede sentirse presionada a hacer una elección. ¿Cómo está atrapado el niño en este bucle de las pulsiones maternas? Recordemos que en todo ser hablante existe, por estructura, una pulsión preponderante -de la que la psicología dedujo los tipos de carácter oral, anal, narcisista, fálico, etc.- y que esta pulsión dominante entra en la composición del fantasma fundamental.
La pulsión oral y la pulsión anal del Otro Vayamos a la pulsión oral. ¿Qué es? Se habla de los fantasmas de devoración, hacerse manducar. En efecto, cada uno lo sabe, está verdaderamente allí, confinando con todas las resonancias del masoquismo, el término otrificado de la pulsión oral. ¿Pero por qué no poner las cosas entre la espada y la pared? Puesto que nos referimos al lactante ante el pecho, y como la crianza es la succión, digamos que la pulsión oral es el hacerse chupar, es el vampiro''. 45
A la madre, con su recién nacido, no puede no incumbirle 76
directamente la pulsión oral: esta boca ávida que, de cinco a siete veces por día, la conmina a dar el alimento puede darle el sentimiento de ser acaparada, absorbida, de "hacerse manducar'' por ese pequeño vampiro. Pero al vampiro mismo le concierne de otra manera la devoración: se defiende todo lo que puede de creer que se come a su madre -el objeto a separador es el garante de ello-, pero no por eso la angustia de devoración está siempre menos pronta a surgir con los fantasmas que la acompañan. Esas bocas que se tienden hacia él para "devorarlo" a besos no son forzosamente tranquilizadoras. Los pintores que han representado a la Virgen con el niño a menudo mostraron la actitud de retirada de éste, la distancia que intenta poner con respecto al cuerpo materno, como si se defendiera de una proximidad demasiado grande. La pulsión oral es también ese placer, esa excitación que el niño percibe cuando se presta a los juegos de acercamiento y retirada en los que el Otro simula devorarlo. La expresión de su rostro, su mohín, muestran que está entonces a medio camino entre las lágrimas y la risa; si se ríe, es porque pudo superar su angustia. Los niños más grandes sienten gran placer ante el juego del "¿Lobo estás?", con la espera excitante de la aparición del lobo que va a arrojarse sobre ellos para comerlos. Por otra parte, muchos cuentos infantiles retoman estos temas de la devoración. Las secuencias de juego erotizado con el adulto velan lo real de la devoración, y lo reintroducen en lo pulsional para hacer de ello goce. Los relatos para niños vuelven a colocar las pulsiones en un imaginario colectivo y, también allí, hacen surgir un goce que a menudo se mantiene muy próximo a la angustia. El lenguaje aporta a ello una dimensión complementaria: permite el develamiento pulsional al mismo tiempo que lo contiene gracias a la ritualización del relato mediante el empleo de locuciones tales como "Erase una vez", la utilización del pretérito indefinido, poco usado en la vida corriente, etcétera. A partir de la pura necesidad vital de alimentarse, el niño 77
va a construir, por lo tanto, un mundo imaginarlo, donde se reencuentran las huellas de la carga pulsional de la madre. Para la señora If, las dificultades alimentarias de Sylvje adquirieron de entrada una connotación peyorativa en relación con su propia problemática oral, dado que su bulimia de adolescente seguida de una descarga brutal y masiva del alimento no son sino graves manifestaciones de angustia de expresión oral. Y revivió esta fijación oral con Sylvie. Cada madre, por lo tanto, va a dar a sus cuidados maternos un estilo en relación con su propia dominante pulsiomd y los fantasmas que la acompañan. Una madre que pone en primer plano la relación de alimentación, por ejemplo, estará particularmente ansiosa si tiene un bebé que come poco. Fr~nte a las mamaderas tomadas por la mitad se sentirá una mala madre nutricia; inquieta, multiplicará las comidas, lo que aumenta las regurgitaciones, las que, a su vez, van a reforzar su angustia y a provocar actitudes de atiborrarniento. frente a un niño menudo, sin apetito, que "verdaderamente no le hace honor", tendrá conductas de rechazo, no entenderá: "¿Por qué hace eso?" Y a partir del "Come, entonces ... para darme el gusto, un bocado para papá, mamá, etc.", el niño se volverá anoréxico y soñará con alimentarse de la nada. A la inversa, algunos niños glotones, bulímicos, insaciables, pueden angustiar a una madre "poco dada a la comida", más atraída por los intercambios lúdicros o de lenguaje con su lactante, que a causa de ello experimentará una decepción: "No piensa más que en comer. ¿Qué es lo que le falta para que reclame todo el tiempo? ¿Hay que ponerlo a racionamiento?" Estas madres, a menudo ex anoréxicas, reprimen a veces sádicamente la succión del pulgar. Con frecuencia, las madres perciben un peligro en dejarse llevar por sus apreciaciones personales para alimentar al niño, por lo que se remiten al saber médico y dejan que el pediatra decida por ellas. Cuando los médicos daban regímenes uniformes para las diferentes edades del niño, los riesgos de trastornos alimentarios eran tanto más grandes cuando 78
las madres tomaban esas prescripciones al pie de la letra. En la actualidad, la alimentación se hace más bien a la carta, según el peso, el gusto y el apetito del niño. Cuando se trata de los más pequeños, es raro que la madre exija un control de la función de excreción, si bien aún se las ve poner a sus lactantes en la escupidera a horas regulares. La zona anal es una parte del cuerpo del bebé muy investida por la madre; ésta se preocupa del número y la cantidad de las deposiciones, del estado de las nalgas, y las cambiadas que siguen al amamantamiento son la ocasión de manipulaciones del cuerpo: se lo lava, entalca, perfuma, viste. No faltan los comentarios. (Este interés se reencuentra en la abundancia de avisos publicitarios sobre marcas de pañales.) La preponderancia de la pulsión anal en la madre provoca una erogenización de la función de excreción del niño. Ahora bien, el recorrido del bolo alimenticio es más percibido en el lactante que en el adulto. Por ello, toda carga privilegiada del Otro sobre esta zona inducirá una respuesta anatómica y fisiológica directa. Pude comprobar la inmediatez de esta respuesta en un intercambio entre una madre y su hija de tres años. Esta no dejaba de reclamar chocolate, lo que le ocasionó esta observación: ''Ya basta, si comes demasiado te dolerá la panza y no podrás hacer más caca". Tras lo cual la niña se precipitó a la escupidera y volvió con la misma rapidez a llevársela a su madre, mostrando en su interior un lindo excremento. Tuve en análisis a una niña de diez años que presentaba graves trastornos del tránsito intestinal. Había sufrido varias resecciones del colon, luego de episodios oclusivos que se atribuían a una longitud excesiva del mismo. Me la había enviado el cirujano, que se negaba a intervenir en lo sucesivo. En efecto, periódicamente la niña era llevada con urgencia a su servicio a causa de "episodios oclusivos" extremadamente dramatizados. La puesta en observación demostró que no se trataba más que de un estreñimiento pertinaz. Estas crisis de bloqueo del tránsito intestinal daban lugar a grandes escenas familiares: niña que aullaba de dolor, padre y madre 79
,.. en vela toda la noche practicando baños calientes y otras manipulaciones para que "¡la caca salga de una vez!" En análisis, el síntoma de la niña reveló ser una puesta al día de la estructura de la madre, gran obsesiva preocupada, desde el nacimiento de su hija, por esa caca "que ya no quería entregar. Supositorios, termómetro en el trasero, ¡todo era inútil!" En sus dibujos, la niña representaba sus intestinos como un cordón umbilical que la unía a la madre. Con el análisis, los síntomas orgánicos desaparecieron con bastante rapidez, pero el trabajo de readecuación estructural fue largo, tanto por el lado de la madre como por el de la niña. Cuando la madre presta un interés particular a una parte del cuerpo del niño con el goce asociado a él, marca para siempre con su sello esa zona corporal. Así, Lacan nos recuerda que la noción de cuerpo fragmentado designa antes que nada una fragmentación libidinal: El psicoanálisis implica, desde luego, lo real del cuerpo y de lo imaginario de su esquema mental. Pero, para reconocer en él su alcance en la perspectiva que se funda en el desarrollo, en primer lugar es preciso reparar en que las integraciones más o menos parcelarias que parecen constituir su ordenamiento funcionan allí, antes que nada, como los elementos de una heráldica, de un blasón del cuerpo. Como queda confirmado en el uso que se hace de ello para leer los dibujos infantiles. 46 En los primeros dibujos se encuentra a menudo, en una forma identificable, la zona corporal particularmente investida y erotizada en la relación con el Otro. En el caso antes mencionado, los intestinos estaban inscriptos de entrada como el vínculo que unía a la niña con su madre. También he visto a la cabellera representar ese mismo papel de enlace con el Otro, en los dibujos de una niña que exhibía una alopecía que producía calvicie. Esta niña, que tenía una cabeza perfectamente calva, se representaba con una bella cabellera retorcida que constituía un puente entre ella y su madre. 80
La historia de Lucie He aquí otra observación. Lucie había nacido con una luxación congénita de la cadera. Esta malformación requirió una internación de 18 días a la edad de cinco meses, en las condiciones de incomodidad que le son inherentes: cuerpo inmovilizado sobre la espalda, piernas separadas, mantenidas en tracción. La madre estuvo muy atenta a que la niña no sufriera a causa de la internación: se quedaba junto a ella prácticamente durante todo el día, garantizando los cuidados y la alimentación y jugando con ella para distraerla de esa inmovilidad obligada. El tratamiento se prolongó durante cuatro meses mediante un yeso que iba desde la cintura a los pies y luego con un entablillado noche y día, por otros dos. Cuando éste se suprimió durante el día para volver a ponérselo a la noche, la actitud de Lucie sorprendió mucho a sus allegados. Si bien parecía feliz de mover las piernas y de patalear libremente de día, cuando, en el momento de acostarse, su madre llegaba con el entablillado en la mano, manifestaba una alegría extrema y se ponía de inmediato en posición de ser atada e inmovilizada. Cuando Lucie veía aparecer a su madre con el objeto que, durante meses, había simbolizado las marcas del amor que ésta le había prodigado, no podía sino manifestar alegría y una excitación feliz ante ese reencuentro. Ese objeto bárbaro, pero objeto mediador entre las dos, investido de toda una experiencia vivida en conjunto, perdió poco a poco su interés frente a las múltiples solicitaciones del mundo exterior. Por lo demás, algunos pequeños hechos anexos vienen a apuntalar esta observación. La hermana de Lucie, dos años mayor que ella, tuvo durante el período de cuidados dados a su hermanita "problemas" muy dolorosos en sus pies: ¿eczema, micosis? El diagnóstico fue vago. Esas lesiones desaparecieron cuando Lucie no tuvo que recibir más cuidados. Sucedía que esta hermana dibujaba niños con grandes cabezas, cuerpos minúsculos y 81
sin piernas. Ante el asombro que suscitaban estas representaciones, respondía: "Para las mamás es mucho mejor tener hijos sin piernas". En cuanto a Lucie, a los tres años conserva un interés completamente específico por los zapatos de los adultos. Pasea en su cochecito de muñecas las botas de su padre o las chinelas de su madre, usando en sus pies los zapatqs -d,e sus hermanas mayores. Estas observaciones, que pueden parecer triviales, muestran en qué medida el interés privilegiado que la madre prestó a una parte del cuerpo del niño, aquí las piernas, lo marca de manera indeleble. De esta carga corporal el niño puede hacer que nazca un objeto que va a ingresar en un ciclo de desplazamientos y sustituciones. La imagen inconsciente del cuerpo libidinal se mantiene relativamente estable, mientras que el objeto prosigue su camino, vistiéndose de fantasma, deslizándose en el deseo. Los zapatos, aquí, podrían ser el preludio a un objeto fetiche. Para Lucie, sus piernas, sus pies son lo que tiene de más precioso, los rodea con pulseras, collares, se complace en hacerlos desapa:r;ecer en las botas de su padre. Corre y se mueve con mucha agilidad, habida cuenta de sus antecedentes. Si, más adelante, se convirtiera en bailarina, bien podría ser que ignorara el porqué de su vocación.
La voz y la mirada del Otro A los gritos del niño responde la voz de la madre, voz que habla, voz que canta, portadora de significantes. Pero los significantes no van a cobrar sentido más que con posterioridad. Esta retroacción caracteriza precisamente a la cadena significante. Sería abusivo pensar que el recién nacido "comprende" lo que se le dice. Si bien es cierto que las palabras se inscriben en su memoria desde el primer instante de la vida, no obstante no escucha más que un tono de voz: colérico y 82
rugiente lo hace llorar, dulce y "ac.ariciador" lo tranquiliza y adormece. Agreguemos que los lactantes captan perfectamente la diferencia entre la voz femenina y la masculina. Voz y mirada, nos dice Lacan, son los dos objetos que atañen más específicamente al deseo, estando el pecho y las heces implicados más bien en la demanda. ¿Es este orden más elevado el que hace que la voz de por sí pueda ser puro goce? Los aficionados al canto y a la ópera carecen de palabras para hablar de su pasión. Tomé nota, en una revista de música, de una entrevista a la actriz Marie-Christine Barrault, que expresa así este goce: Mis grandes emociones en la ópera son las voces de las JD.ujeres. Creo que en la voz hay algo femenino, algo profundamente carnal, sensual, algo de un abandono que corresponde al goce femenino. Es lo que a menudo me procura la sensación de experimentar una ópera más que de escucharla, es decir no sólo entenderla con la cabeza sino también con los oídos, con la piel, con los pies, como si fuera porosa, como si me abriera por todas partes, en un estado de goce completamente ffsico que inunda el cuerpo entero. Es allí donde la escucha se reúne con el acto de cantar, en esta apertura a un flujo, a un transmitir, a un experimentar [... ]. 47
Esta voz, que penetra por el oído sin que uno pueda protegerse de ella, puede convertirse en persecutoria. De hecho, las alucinaciones auditivas son más frecuentes que las visuales o cenestésicas. Los psicóticos, que en su mayor parte hoy en día reciben quimioterapia, hablan poco de sus alucinaciones. Sin embargo, es posible deducirlas de ciertas actitudes de escucha, la mano sobre el oído, labios que se mueven. Ante la pregunta: "¿Qué escucha allí?", sucede que el paciente responde con el relato de fenómenos alucinatorios, que oculta habitualmente a sus allegados y a menudo al psiquiatra. Sylvie era perseguida por las voces que salían de los aparatos de radio, de televisión, etc. Después de haber estado aterrorizada, anonadada por la voz colérica del adulto que le 83
ordenaba que comiera, exigía volver a experimentar la sensación de penetración: "Ponte furiosa, le decía a su madre, con una verdadera furia, más fuerte". En otros mamen tos, intentaba protegerse de la intrusión del mundo exterior tapándose los oídos, cerrando los ojos y apretando las mandíbulas. Si de por sí la voz puede ser objeto de goce, la mirada, en cuanto objeto de la pulsión escópica, entra en general en las estructuras más complejas, tales como el fantasma, el reconocimiento en el espejo, con el narcisismo y las identificaciones yoicas que se derivan de ello. La mirada nos conduce también al camino del goce estético. Estas cuestiones serán abordadas en un capítulo ulterior, pero informaremos aquí de una observación en la que la pulsión escópica de la madre va a marcar directamente el cuerpo del niño, bajo la forma de una enfermedad de la piel.
Paul-Marie y su eczema Este chico de ocho años me había sido derivado por un dermatólogo a causa de un eczema importante, tratado sin grandes resultados desde hacía años. Hijo único, Paul-Marie sabía que seguiría siéndolo: embarazo tardío, deseado apasionadamente por la madre que estuvo paralizada por una ciática desde el primer mes, embarazo rechazado por el padre, poco dispuesto por razones personales a cargar con un rol paterno. Para no molestar a su marido con este bebé que manifestaba su presencia un poco demasiado ruidosamente, la mujer "lo escamoteó" (es su expresión) lo mejor que pudo, disimulándolo lo más posible ante un padre que tenía interés en conservar su tranquilidad. Si Paul-Marie estaba disimulado a la mirada paterna, la madre, en cambio, no se cansaba de contemplarlo, de admirarlo. La mayoría de las veces lo tenía junto a ella, para "aprovecharlo al máximo". El eczema justificó un interés renovado en ese cuerpo "precioso" al que 84
la madre, varias veces por día, untaba con pomadas de diversos colores. Desde las primeras sesiones del análisis Paul-Marie se puso a dibujar, en un estado de gran excitación, volcanes cuyos chorros de lava multicolor se difundían en torno. Lo apasionaban las "erupciones" volcánicas, de las que no ignoraba nada. Estaba también fascinado por las piedras preciosas y contaba la historia de personas que, a la noche, ocultaban sus joyas en la casa y las exponían sobre el techo durante el día, ¡para mostrar cuán ricas eran! La mayoría de las veces se trataba de rubíes y esmeraldas. Yo pensaba entonces en las placas eruptivas coloradas de su rostro y su cuello, que exhibía con un placer evidente. El eczema se borró desde la tercera sesión, cuando decidió (no daré aquí los detalles de esa decisión) que de ahí en más él mismo se untaría con la pomada, cosa pensable porque se la aplicaba a su hamster, curiosamente también atacado de eczema. La madre sufrió mucho por ser inútil en lo sucesivo:" ¿Entonces ahora me toca a mí escamotearme?", me dijo, e hizo una ciática que la inmovilizó durante algunas semanas, exactamente igual que en los comienzos de su embarazo. PaulMarie y su padre se ocuparon de las tareas de la casa con una alegría y una complicidad que asombraron a la madre. Pero la calidad de ésta fue el factor que permitió al niño revisar su posición libidinal y perder su síntoma. Desde las primeras sesiones se había iniciado en ella un trabajo de duelo, y fue en su cuerpo mismo donde vivió esta castración. Al mostrarle a su hijo que renunciaba a guardarlo como su objeto, su "piedra preciosa", supo designarle la vía de su deseo. La pulsión escópica, el goce del ver en la madre, habían inducido en el niño, en lugar de a, un hacer ver y un hacer tocar, el eczema. Mirada y tacto estaban asociados, por lo demás, en una pesadilla repetitiva: Un pulpo gigante, enorme, sobre el techo de la casa de en frente ... con ojos grandes como un placard (!). Tiene ocho brazos, ocho tentáculos, dos hileras de ventosas para atrapar 85
a las presas, en sus "dedos" hay veneno y hasta puede pellizcar... ese veneno se libera en el mar para hacer minúsculas mareas negras ...
Esos brazos venenosos que atrapan a su presa y la pellizcan dejan huellas. En cuanto a los ojos, Paul-Marie se vaciará uno: un accidente, dijo la madre. Tranquilamente sentado junto a ella en un sillón, puso con la misma calma el cañón de un revólver de juguete sobre su ojo y disparó. Conserva de ello una cicatriz blanca y una pérdida casi completa de la agudeza visual de ese lado. Cuando el síntoma se borró, advertí en su análisis una gran eflorescencia fantasmática. El objeto mirada estaba siempre allí, pero velado en argumentos en los que venía a colocarse el significante fálico, como aquel en el que un fantasma negro con ojos fosforescentes se lleva a su bien amada después de múltiples peripecias. Paul-Marie fabricó un fantasma de yeso que saca de su bolsillo: en las fosas orbiculares aparece y desaparece la luz de una bombita eléctrica que puso en el interior. El cuchillo con el ·cual cortaba las rocas que tenían piedras preciosas se va a convertir en "mágico" y servirá para múltiples usos, como cortar en dos una mariposa que se revelará macho de un lado y hembra del otro (su doble nombre de pila). Una bola de plastilina y el cuchillo van a ser los protagonistas de aventuras increíbles, por ejemplo: "La bola se manduca a los fantasmas glotones para no dejar más que sus ojos. Se hace «corta~ por el cuchillo, lo que sin embargo no la descorazona", etcétera. El femenino y el masculino bailan su ronda. A través de los relatos que Paul-Marie introduce en el análisis, se produce toda una revisión fantasmática de los elementos primitivos, en. un montaje que Lacan califica de surrealista. Pero, paralelamente, puede apreciarse el impacto de lo pulsional sobre las funciones yoicas. Paul-Marie se interesa apasionadamente por los grandes descubrimientos sobre los orígenes de las rocas, de la materia. Su yo ideal se dibuja, será vulcanólogo, químico o micólogo, para estudiar 86
los hongos venenosos, pero, me dice, "no me sentiré apasionado por ser «ginecologista»". A mi pregunta sobre ese "ginecologista", contesta: "son los que buscan saber si uno tiene eczema, saber si uno es ansioso y sentimental". ¿Es una alusión al ideal del yo del analista? En ese "ginecologista" escuché la con tracción de ginecólogo y psicoanalista, pero no dijo nada más sobre ello. En cambio, ¿no coincide su definición del analista con la del sujeto supuesto saber, el que "busca saber si uno tiene eczema, saber si uno es sentimental"? ¿Y no hace falta sentir pasión por este oficio para desempeñarlo? ¿Qué deseo sostiene una pasión semejante?
La pulsión sadomasoquista del Otro El sadomasoquismo es un término comodín que recubre varias realidades y del que se apoderó el lenguaje corriente, contribuyendo a la confusión. Habría motivos para distinguir lo que corresponde a la pulsión, al fantasma y a la perversión sadomasoquistas. En su Seminario sobre "La angustia", Lacan subraya el carácter absolutamente "heterogéneo" del masoquismo y, a este respecto, habla de "masoquismo femenino, masoquismo erógeno y masoquismo moral". 48 En la relación del adulto con el niño, ciñámonos por el momento a la pulsión y al fantasma, reservando para más adelante una reflexión sobre la perversión a propósito de Sylvie. La pulsión propiamente dicha, con su carácter "acéfalo", está, en el caso del sadomasoquismo, más cerca del actuar perverso que el fantasma, en el cual se encuentran implicados no sólo el objeto sino el sujeto en cuanto S. Esta pulsión interesa en el más alto grado a la configuración que enuncié al principio, la del niño en posición de objeto a para el Otro, 87
dado que en toda posición sadomasoquista el objeto está siempre en primer plano. Dice Lacan en el Seminario XI. 49 El sujeto asumiendo el rol del objeto, es exactamente esto lo que sostiene la realidad de la situación de lo que se denomina pulsión sadomasoquista, y que no está más que en un solo punto en la situación masoquista misma. Es por el hecho de que el sujeto se hace objeto de una voluntad otra que no sólo se clausura sino que se constituye la pulsión sadomasoquista.
En esta posición masoquista, el sujeto se hace objeto, "siendo esta encarnación de sí mismo como objeto la meta declarada". 50 Lo que parece menos evidente, y que Lacan pone de relieve, es que en el deseo sádico el sujeto ocupa también este lugar del objeto, "sin saberlo, en beneficio de otro". 51 "Procura realizarse, hacerse aparecer como puro objeto, fetiche negro".52 El niño, en su estatuto natural de objeto, es altamente susceptible de inducir en el Otro una posición sádica. ¿Existe, en efecto, relación humana tan disimétrica y complementaria como aquella en que un sujeto posee la omnipotencia, el poder implícito de vida y muerte sobre otro cuya existencia y devenir están completamente a su merced? Estos sentimientos de omnipotencia, de poder absoluto pueden ser experimentados hasta el vértigo en ciertos seres, ellos mismos en posición de debilidad en su vida relacional, quienes se viven en este lugar de objeto a la vez con delicia y humillación. Los pasajes al acto sádicos sobre el niño son una recuperación en espejo de la posición masoquista que conoce el sujeto. Se trata allí de un fracaso de la inscripción del niño en lo simbólico, y esta violencia corresponde al orden del enfrentamiento imaginario. Todo adulto que se interesa en el niño está atrapado en la tentación de modelarlo a su imagen, de imponerle su visión de las cosas, de someterlo a su voluntad. ¿Son los proyectos educativos y pedagógicos algo distinto a eso? En esta pasión
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que los hombres ponen en educar y enseñar (¡y cuántas disputas ideológicas que despierta!), el poder bascula con mucha facilidad hacia su abuso y se vuelven vagos los límites entre el punto en que se detiene el goce de uno y comienza la libertad del otro. Las conductas sádicas en la educación de los niños se perpetúan gracias a las buenas intenciones de las que alardean. Con la ley de la repetición y la inversión pulsional, se transmiten de una generación a la otra (cf. R. Queneau, Zazie dans le métro). Como cada uno guarda en la memoria de su cuerpo el recuerdo de una situación sadomasoquista infantil ("Pegan a un niño" es un fantasma trivial), la perversión sádica con el niño no tiene el aspecto espectacular y escandaloso de la perversión sádica sexual. Es cierto que, en las conductas sádicas con el niño, no se encuentran tan netamente el ritual, el ceremonial, la puesta en escena, y el dolor no es buscado abiertamente como meta. N o obstante, si dolor, marcas en el cuerpo, sufrimiento, angustia no aparecen como objetivo directo, no por ello se encuentran menos en el corazón de la relación cuando se repite y se instaura como tal. Esta perversión que no dice su nombre tal vez sea, para la mujer con el niño, el equivalente de la perversión sexual en el hombre. Habremos de volver a esta cuestión a propósito de la evolución de Sylvie y de las relaciones del niño psicótico con su entorno. Antes de examinar las consecuencias sobre el niño de las pulsiones y las conductas sádicas del adulto, en especial de la madre, distinguiremos otras dos problemáticas. Aunque a menudo se la asocie, esta perversión sádica es en efecto distinta de lo que corresponde a los deseos de muerte más o menos conscientes de los padres hacia el niño. A esos anhelos de muerte éste responde en lo real mediante pasajes al acto múltiples: accidentes, fractura de miembros, intoxicaciones con los productos domésticos, etc. Estos niños, bien conocidos en los servicios pediátricos, no siempre son reconocidos como en peligro de muerte, tan masivas son las resistencias cuando se trata de poner en duda un amor parental 89
universal. El asesinato del niño debe ser silenciado. Sin embargo, uno sabe señalarlo en otras sociedades y en otros tiempos, pero nunca en la propia casa. 53 También es preciso diferenciar las agresiones al cuerpo del niño de lo que corresponde a la ambivalencia del amor maternal. Lacan subraya la demarcación que debe hacerse entre la reversibilidad de la pulsión y las variantes del amor: La reversión de la pulsión es ahí algo totalmente distinto a la variación de ambivalencia que hace pasar al objeto del campo del odio al del amor y a la inversa, según que sea provechosa o no para el bienestar del sujeto". 54 En otra parte habla de "odienamoramiento". El amor no siempre está en el lugar de la cita a la llegada del niño; tampoco el odio, por lo demás. El no deseo de su presencia, "el anhelo de que no exista", como dice Bettelheim con respecto a los padres del niño autista, seguramente es peor que cierta violencia. La depresión materna en el momento del nacimiento, con la indiferencia que la acompaña, el vacío relacional, el desinterés por el niño son tal vez lo más determinante en la producción de la psicosis, puesto que aquí se trata de la puesta en juego masiva de la pulsión de muerte: sí, pulsi6n de muerte y no deseo de muerte, que son dos conceptos que no hay que confundir. En Sylvie, la carga materna estaba constituida por una gran violencia, pero esta misma violencia era fuerza de vida e iba a mantenerse como un elemento dinámico en el transcurso del análisis. Las variaciones del amor que uno manifiesta a su hijo son además una de esas evidencias que más vale callar, tanto se idealiza en nuestras sociedades ese amor. Winnicott, que sin embargo valoró los cuidados maternales y exaltó el amor que una madre debe manifestar a su hijo, tuvo palabras muy duras para describir el odio que se mezcla con este amor. Su artículo de 1947, "El odio en la contratransferencia", comienza así: "La madre odia a su niño desde el principio [. .. ]". Sigue la enumeración de todos los buenos motivos de este odio: el
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niño es demasiado invasor; acabada la tranquilidad, nos acapara, nos "quita el aire"; demanda todo sin dar nada a cambio; cuanto más se le da, más exige, con rabietas por añadidura; etcétera. El odio puede ser primario y definitivo, cuando el niño es el fruto de un encuentro deshonroso. En una película de los hermanos Taviani, Kaos (1984), sobre novelas cortas de Pirandello, una madre no puede soportar la vista de su hijo mientras que, en la mirada de éste, se adivina todo el amor que siente por ella y como una súplica punzante. Ella desvía la cabeza y se aleja. El espectador sabe cuál es el horror que la visión de su hijo le despierta cada vez: el rostro del hombre que la violó después de haber decapitado a su marido. · En las familias con varios hijos, la mayoría de las veces uno solo parece representar todo el "mal" que cada uno lleva consigo, chivo expiatorio detestado pero indispensable. Puede suceder que sea discapacitado o psicótico. Pero dejemos por el momento el "odienamoramiento" para volver a la pulsión. La pulsión sadomasoquista es la que marca con más fuerza el cuerpo libidinal del sujeto infans, e induce con la mayor determinación sus fantasmas y su deseo. La violencia ejercida sobre el cuerpo, el dolor impuesto son signos fácilmente identificables del goce y el deseo del Otro. El niño maltratado es el que se siente cómodo en lo más profundo de la intimidad del padre que maltrata, en perfecta identificación con él vía el objeto. La moral, la actitud de reprobación escandalizada de la opinión pública, el horror que engendran tales situaciones hacen olvidar que el vínculo entre la víctima y su verdugo es a menudo más fuerte que todos los lazos de amor y ternura. La película Portero de noche, 55 que abordaba con mucha verdad esta cuestión, no tuvo sino un éxito escandaloso. Recientemente, en el transcurso de un proceso, un adolescente pidió volver a vivir con su madre, que sin embargo le había hecho sufrir sevicias durante varios años, en particular encerrándolo en un placard. Esta actitud fue interpretada como: "La ha perdonado". Ahora bien, lo 91
poco que se conoce de la vida de la madre hace pensar que este hijo era lo que tenía de más cercano, aquel cuyo destino era reproducir su propia suerte: el de una niña sin padre, golpeada y rechazada por una madre a la que adoraba. El niño maltratado cuyo cuerpo está marcado de cicatrices rara vez va a "presentar una denuncia", aun cuando esté en edad de hacerlo. Esas marcas son una señal de pertenencia, y el goce que se asocia a las marcas y al dolor refuerza el vínculo que lo une al otro que lo maltrata. Si se separa brutalmente a estos niños de su medio y de su verdugo, aparecen bruscamente graves trastornos, tales como despersonalización o ingreso en la psicosis. 56 Con frecuencia caen en la delincuencia, llevando una vida escandida por la violencia. Si quieren tener hijos es, dicen, para "reparar" todo el mal que recibieron, para dar el amor que no tuvieron. Pero el hijo que vendría a garantizar la imagen de buenos padres que quieren ser se revela, en la realidad, decepcionante y muy pronto se convierte en perseguidor, volviendo a dar inicio al ciclo de la represión sádica.
Lugar del niño en los fantasmas parentales Desde antes de nacer el niño tiene su lugar en los fantasmas de los padres, en sus ensoñaciones, en los proyectos que hacen en torno a su llegada. El niño real provoca la emergencia de una nueva organización y modifica ciertas determinaciones preexistentes. A través de lo que evocamos de la pulsión en los casos que expusimos brevemente, es posible señalar las estructuras más elaboradas del fantasma. Por ejemplo, para la madre de Paul-Marie, desde la concepción parece haberse construido un fantasma del tipo "Escamotean a un niño", fantasma que ya puede señalarse en su historia edípica. 92
Tanto en las pulsiones como en los fantasmas prevalece el orden imaginario, a causa del predominio del objeto y la imagen del cuerpo. Pero el niño experimenta la captación en el fantasma del Otro a través del lenguaje, aquí el lenguaje mínimo de la demanda: "Es imposible [... ] pasar por alto el hecho de que no hay demanda que no pase por alguna razón por los desfiladeros del significante", 57 escribe Lacan. Desde el principio mismo de su vida, el niño está inscripto en el significante. El anudamiento de lo simbólico y lo imaginario se hace mucho antes de que el sujeto hable, y el corte con el objeto es concomitante de la recuperación en el lenguaje. En el Fort-Da, el objeto carretel y su manipulación, presenciaausencia, son connotados por los significantes fort y da. En la psicosis, veremos que esas operaciones de anudamiento no están tan bien coordinadas. A medida que el niño adquiere un mejor dominio de su cuerpo y del lenguaje, por asunción de su imagen especular y su ingreso en la palabra, las identificaciones cambian de registro; la identificación con el objeto "a" tiende a borrarse, ingresa en la problemática edípica y el trazo un ario se vuelve entonces una referencia identificatoria esencial. Es en los tropiezos del discurso del Otro, en los no dichos, en todo lo que hace del Otro el sujeto de la enunciación inconsciente, donde el niño señala la falta de ser y el significante de una falta en el Otro, S (Á.). 58 Es de esta falta que va a hacer el cauce de su propio deseo, "dos faltas que se recubren", dice Lacan. De este recubrimiento (la operación de separación, la intersección), escribe: "Esta función se modifica aquí por una parte tomada de la falta a la falta, por lo cual el sujeto llega a encontrar en el deseo del Otro su equivalencia con lo que él es como sujeto del inconsciente". 59 Esta operación de inconsciente a inconsciente, ¿no podría dar cuenta del diálogo de sordos que se instaura entre padres e hijos, diálogo de sordos entre buenos entendedores, donde cada uno es llevado, sin saberlo, a revelar la verdad del otro? He aquí algunas preguntas que revelan esta búsqueda del saber sobre el deseo del Otro, el Che vuoi?, que ilustran la 93
mezcla de los géneros y el deslizamiento que puede efectuarse de un plano al otro, de la pulsión al deseo, de lo imaginario a lo simbólico: ¿Qué soy para el Otro? ¿Quién soy para el Otro? ¿Qué quiere ese Otro de mí? ¿Que lo haga feliz? ¿Que lo
colme? ¿Cómo? ¿Sólo yo? ¿Que borre las heridas de su vida? ¿Qué ve mi madre en mí? ¿La mirada de su madre? ¿El rostro de su padre? ¿La maldad de su hermano? ¿A quién ama ella a través de mí? ¿A su padre? ¿A su hermana menor? ¿A ella, bebé en los brazos de su madre? ¿Con quién sueña ella cuando me mira? ¿Con el niño maravilloso de sus sueños? ¿Con la niña que ha sido? ¿Con el hombre que ama? ¿Porqué me hicieron? ¿Por azar? ¿Voluntariamente? ¿Quisieron una niña o un varón? ¿Para quién me hizo ella? ¿Para el hombre que ea mi padre? ¿Pensando en ese otro hombre al que tanto admjra, su ídolo? ¿Para su propio padre? ¿Para darme a su madre? ¿Como regalo? Y mi padre, ¿por qué le hizo un hijo a esta mujer? ¿Por qué a ella y no a otra? ¿Por qué dejármela en los brazos? ¿Por qué está tan celoso de mí? ¿Por qué no se interesa en mí? ¿Por qué me dio el nombre de pila de su padre? ¿Por qué dice que no tengo nada de él? El niño entiende lo que se dice más allá de las palabras, lee entre líneas en la saga familiar. En lo que es, en lo que se convierte, revela la verdad oculta del Otro, y su propio destino, que él cree único y singular, está ya inscripto en la historia de quienes lo precedieron, lo que no le impide creer en su libertad. El psicoanálisis es sensible por naturaleza a los signos de este sometimiento y a las respuestas que el sujeto le aporta. He aquí algunas. "Seré esa Michele nacida y muerta antes de mí, cuyo recuerdo está más vivo para mis padres que mi presencia",
parece decir ese transexual que de Michel se convirtió en Michele. "Si es preciso ser débil para ser amado, lo seré", parece pensar el hermano mayor de un niño mogólico. Y deja de comprender y pensar. Fracaso escolar y regresión. "¿Hay que estar muerto para ser amado? ¿Ya lo estoy? ¿Quién soy?", se pregunta Lucien, que se convierte en algo así como un muerto vivo cuando lee su nombre en una tumba, la del hermano bienamado de la madre, cuyo nombre lleva (nombre de pila y apellido).
Sylvie en el corazón de la red libidinal de toda una familia Mientras que la identificación con el objeto tiende a borrarse y en el pas~e del ser al tener ese objeto se construye progresivamente, el niño psicótico está en posición de no dejar de "revelar la verdad de este objeto". Le falta la "mediación paterna", que le permitiría renunciar a esta función y entrar en la significancia fálica. Notemos el carácter de fljeza de esta posición. ¿Acaso no escribe Lacan que "La distancia entre la identificación con el ideal del yo y la parte tomada del deseo de la madre, si no tiene mediación (la que normalmente asegura la función del padre), deja al niño abierto a todas las tomas fantasmáticas. Se convierte en el «objeto» de la madre y ya no tiene otra función que revelar la verdad de este objeto"?60 Más adelante intentaremos una reconstrucción imaginaria de la vivencia de la beba Sylvie frente al traumatismo y a los reencuentros fallidos con su madre. Pero procuremos en este momento señalar el lugar que ella ocupa en la economía libidinal de esta madre, de la pareja de los padres y de la familia ampliada. 95
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En un primer momento domina la indiferencia, el desinterés de la madre ante una lactante con la cual no puede establecer más que un contacto de cuerpo a cuerpo en el placer compartido del amamantamiento. Sin embargo, rompe ese vínculo después de seis semanas y deja a la niña, a la que no reencontrará sino a la edad de seis meses, excepción hecha del intermedio a los tres meses. A su regreso, la actitud negativa de Sylvieva a hacer el papel de un revelador y a fijar a la niña en su posición de objeto de identificación y de goce a la vez, en una relación sadomasoquista. A la luz de lo que sabemos de la alerta precoz del recién nacido y de la importancia de los intercambios relacionales en este período, formularemos algunas observaciones e hipótesis sobre las particularidades del período de cuidados maternos para Sylvie. Durante seis semanas va a conocer una satisfacción total de la necesidad; su hambre es calmada de inmediato en un clima de dulce calor, de contacto estrecho de piel a piel en los brazos de la madre y con su olor. En la misma etapa, tiene la percepción de la saciedad y la repleción gástrica, así como· de los movimientos de su peristaltismo intestinal, muy vivo en el niño prendido al pecho, que en general hace sus deposiciones en el momento de mamar. Esta primera red de percepciones podría constituir un principio de construcción del cuerpo: pezón en la boca, gusto de la leche, olor de la madre con su contacto envolvente, sensaciones internas y percepción de la zona anal al evacuar las deposiciones, en un momento de placer intenso. La necesidad que tendrá más adelante de ser envuelta en los delantales de la madre para paliar su ausencia de límites corporales, ¿no tiene su origen en este período de la crianza, cuando podía esconderse en unos brazos acogedores? Estas percepciones son concomitantes, y su representación forma un conjunto soldado, inmóvil tal vez, pero que se mantiene aislado. En efecto, cuando termina de mamar, Sylvie es retomada por brazos extraños. Niñeras o empleadas domésticas se suceden y se encargan de los cuidados debidos a los 96
niños, cambiadas, baños, etc., en un clima que puede suponerse de indiferencia afectiva. Sylvie no conoce las miradas intercambiadas durante el amamantamiento, el placer de los juegos que siguen a la alimentación, los diálogos con la madre, toda esa red significante que se constituye alrededor del objeto y a la que J.-A. Miller ha llamado tan bellamente la "charlita del deseo". En su Seminario de 1956-1957, "La relación de objeto", Lacan es muy claro acerca de la preponderancia que conserva el objeto cuando nada viene a sustituirlo. Es por el hecho de que la madre falta al niño que la llama que éste se engancha a su pecho y que hace de ello algo más significativo mientras la tiene en la boca, mientras se satisface con ella y no puede ser separado. 61
Es lo que parece pasarle a Sylvie. La carga de las conductas orales, que nada llega a relevar, es masiva; el goce de esos instantes es "compensación a la frustración del amor". Un poco más adelante en su Seminario, Lacan agrega: "El niño aplasta la insaciabilidad fundamental de la relación en la captación oral con la cual adormece eljuego"62 (juego en torno a la presencia-ausencia). La boca y la encrucijada aerodigestiva -no olvidemos el olor de la madre ligado al placer de la succión y al gusto de la leche- son para Sylvie una zona del cuerpo sobreinvestida, lugar de satisfacción casi exclusivo. Cuando llega Georgette, se inicia su cuarto mes de vida. No tuvo tiempo para constituir una red de vínculos sustitutivos de esa madre perdida, reencontrada, de nuevo perdida. Por otra parte, el vacío libidinal y afectivo y la poca solicitación en la relación la dejaron sin sostén, desamparada, sin las primeras representaciones del cuerpo que se constituyen en torno a los intercambios de los cuidados maternales. Parece no tener más que la succión del pulgar como lugar de reencuentro de la presencia materna. Ahora bien, lo que sucede con la llegada de Georgette cobra para este ser ya frágil el aspecto de un 97
cataclismo: el placer de la succión es brutalmente interrumpido, el único lugar de goce que la unía a la madre es violado, destruido, y se convierte en lugar de sufrimiento; dolor, asfixia, alaridos: Sylvie ya no es más que esto. Sumergida, anonadada, no percibe más que la voz colérica y el contacto corporal de ese otro que la aprieta entre sus piernas. ¿Cómo sobrevivir a este desborde de la excitación, a este maremoto, si no haciéndose la muerta, cerrándose al mundo? ¿No constituye entonces la retirada autística la única parada posible? Los gritos y el rechazo del alimento son interpretados inmediatamente por la señora H* como: esta niña quiere hacer que me vaya, me hace frente, me provoca, hace una "huelga de hambre". Es una guerra declarada. Ante mi pregunta acerca de si no había pensado que en una beba de seis meses esos síntomas podían ser causados por un sufrimiento real, me responde que nadie se lo dijo. ¡Que Sylvie manifiesta mediante los gritos su descontento por el abandono de su madre no deja lugar a dudas! Todo niño que se reencuentra con sus padres después de una ausencia más o menos prolongada les hace pagar, mediante su comportamiento agresivo o reivindicativo, el pesar que le provocó estar separado de ellos. De entrada, la señora H* va a recordar el vocabulario paterno para calificar la situación: "Es malo dejarse manejar por los niños; hay que meterlos en vereda", etcétera. Más adelante, cuando la situación evolucione, los significantes que sirvieron para calificar a su padre -déspota, tiranoserán retomados para Sylvie. ¿Pueden las categorías lacanianas aportar alguna iluminación a esta situación? En su carta a Jenny Aubry,63 Lacan escribe: "El niño realiza la presencia del objeto a en el fantasma. Sustituyendo a este objeto satura la modalidad de falta en la que se especifica el deseo (de la madre), cualquiera sea su estructura especial: neurótica, perversa o psicótica". ¿Qué objeto realiza Sylvie en el fantasma de esta madre?Yo respondería: 98
el que la madre misma ha sido y que continúa siendo en el fantasma de su padre, el objeto en la posición masoquista (cf. supra). Puesto que, en la relación con su padre, la señora H• había tomado claramente el partido de "hacerse objeto de una voluntad otra" en la alternativa de someterse o desaparecer: "Convertirse en adulto era imposible", dice, ese pasaje podía ser fatal para quien se arriesgara en él. Aunque reconozca tener con su padre relaciones tormentosas, el vínculo entre ellos sigue siendo muy fuerte: "Era un tirano, yo lo adoraba". ¿Cómo pudo la señora H• inscribir a Sylvie en este mismo lugar de objeto que ella ocupaba para su propio padre? En la relación con él, probablemente se había constituido un fantasma inconsciente que se formularía de este modo: "Fuerzan a un niño". Este fantasma pudo ser totalmente reprimido con las dos primeras hijas, que se presentaron como bebas tranquilas, adaptadas al ritmo impuesto. En el tercer embarazo, la señora H• parece asombrosamente pasiva y sometida: al cuerpo médico que condena la regulación de los nacimientos, a su marido, a los principios, a la naturaleza, etc. Lo que se desencadena cuando reencuentra a Sylvie a los seis meses contrasta con la indiferencia que le manifestaba hasta entonces. A .m regreso de las vacaciones, ve lo que sucede entre Georgette y la niña. Hay colusión entre un fantasma inconsciente y la realidad de un acto. Y de entrada tiene la convicción -por otra parte, otra lo descubrió antes que ella- de que "Sylvie tiene mal carácter". Va entonces a retomar las conductas de atiborramiento sádico con una total buena conciencia, por el bien de la niña. El discurso que se instaura en torno a ese fantasma y a su pasaje al acto va a volverse muy rico, las astucias de los perseguidos-perseguidores son innumerables. Analizaremos más adelante el devenir de esta relación. En este modo de actuar, Sylvie es verdaderamente el objeto de una pulsión que yo calificaría de sadomasoquista. Si la primera hija era el objeto de la contemplación, donde prevalecía, por lo tanto, la pulsión escópica, pero también 99
estaba en posición de falo para la madre, Sylvie se encuentra en una posición de bisagra, en la que es a la vez la perseguida y el objeto perseguidor. La señora H* se convierte en la perseguidora cuando se identifica con su padre todopoderoso y destructor, y en la perseguida cuando Sylvie invierte la situación y la tiraniza. ¿No son su propia imagen y su propio destino los que asigna a su hija? Se comprende por ello de qué manera esta lucha a muerte entre madre e hija se engancha con el goce -goce que, recordémoslo, implica un inmenso sufrimiento de una y otra parte. ¿No afirma Lacan que el niño psicótico pasa a ser, en su posición de objeto, un "condensador para el goce"?64 Algunos años después del comienzo del análisis de su hija, la señora H* me dirá: Sylvie era una niña demasiado precoz, es así que tuve esa actitud con ella, no respetaba su personalidad. Era yo quien debía hacer (sic) todas las reacciones de mis hijas, si se oponían era preciso que las hiciera cambiar de opinión. La mayor era mi posesión, con la segunda la cosa se agravó y con la tercera estalló. Si no hubiera tenido a Sylvie, también las habría quebrantado.
Ciertamente, la señora H* hace estas reflexiones con posterioridad, en una especie de retorno al pasado, con la parte de reconstitución que eso implica. Pero resuena en ellas esta "precocidad", en eco a la tiranía de su padre -con él, era "imposible", sin correr riesgos "fatales", convertirse en adulto-y el "hacer todas las reacciones de mis hijas", donde sella su deseo de hacer de ellas réplicas de sí misma, pero donde se perfila también el obrar intrincado en la pulsión. Así, en posición de objeto de la pulsión, objeto en torno al cual se construye el fantasma, Sylvie se sitúa, en el deseo de sus padres, en la encrucijada de los dos linajes -como lo hemos visto en el capítulo I-, en un lugar que no interesa al deseo de la pareja parental sino al de cada uno de los dos padres en su propia posición edípica. Ella refuerza el vínculo
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madre-abuelo materno, ese abuelo que va a decidir su partida y a subvenir a los gastos de su estada en el extranjero. Es por otra parte el hijo que el padre da a su propia madre, a quien parece decirle: ámala, mejórala, tú que eres una buena madre. Esta problemática edípica, pervertida en los dos linajes en grados diversos, deja entrever uno de los niveles en los que puede señalarse la forclusión de la metáfora paterna.
Notas l. Jacques LACAN, Écrits, pág. 814. 2. !bid., pág. 813. 3. J. LACAN, Seminario sobre "La angustia" (inédito), clase del12 de diciembre de 1962. 4. Ornicar?, no 29, pág. 17. 5. Gérard BERQUEZ, L'autisme infantile- lntroduction a une clinique relationnelle selon Kanner, PUF, 1983. 6. Philippe ARIES, Essai sur l'histoire de la mort en Occident, du Moyen-Age a nos jours, Seuil, "Histoire", 1975 [La muerte en Occidente, Barcelona, Argos Vergara, 1982]; Mourir autrefois, Archives Gallimard Julliard; Elisabeth BADINTER, L'amour en plus, Flammarion. 7. Bernard THIS, Nattre, Aubier; Nattre et sourire, Aubier; Le Pere, acte de naissance, Seuil [El padre, acto de nacimiento, Buenos Aires, Paidós]; La requete des enfants a nattre. 8. Philippe ARIES, L'enfant et la vie familiale sous l'Ancien Régime, Seuil, "Histoire", 1973 [El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen, Madrid, Tauros]. 9. René A. SPITZ, La premiere année de la vie de l'enfant, prefacio de Anna Freud, PUF, 1958 y 1963 [El primer año de vida del niño, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica]. 10. Subrayado nuestro. 11. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 174.
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12. lbid., pág. 145. 13. J. LACAN, "Notes a Jenny Aubry'', publicadas en anexo a Enfance abandonée, Scarabée, 1983, y en Ornicar?, n° 37, pág. 13. 14. J. LACAN, Ornicar?, no 37,pág.13,Le Séminaire,libroXI, pág. 199. 15. J. LACAN, Lettre de l'École freudienne, no 16, pág. 201. 16. J. LACAN, Seminario sobre "La angustia", clase del 23 de enero de 1963. 17. Documento de trabajo editado por Le Coq Héron, n° 9, "L'Haptonomie", 112 boulevard Saint-Germain, 75006 París. 18. SOULE, Essai de compréhension de la mere d'un enfant autistique, comunicación al Congreso de psicoanalistas de lenguas romances, París, mayo de 1977. 19. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 188 (subrayado nuestro). 20. J. LACAN, Écrits, pág. 840. 21. lbid., pp. 808 y 814. 22. Todas las informaciones sobre las percepciones del recién nacido son extraídas de los Cahiers du nouveau-né, n° 5, "L'aube des sens", obra colectiva sobre las percepciones sensoriales fetales y neonatales, bajo la dirección de Etienne Herbinet· y Marie-Claire Busnel, Stock, 1983. 23. J. MEHLER y colab., lnfant Recognition of Mother's Voice Perception, 1978. 24. Cahiers du nouveau-né, n° 5, op. cit. 25. Daniel STERN, Mere-enfant, les premieres relations, Pierre Mardaga éditeur, 1977. 26. L. F. KUBICEK, High-Risk lnfans and Children, Adult and Peer Interactions, Academic Press, 1980. 27. R. A. SPITZ, La Premiere année de la vie de l'enfant, op. cit. 28. En la película de Antonioni, de 1967. 29. J. LACAN, Seminario sobre "La lógica del fantasma" (inédito), clase del 16 de noviembre de 1966. 30. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 180. 31. Observaciones comunicadas por Christine BARDEY. Tesis de maestría de psicología clínica y patológica (no publicada), defendida en la Universidad París VIII Saint-Denis, junio de 1985. Residencia efectuada en el servicio de neonatología del Hospital de Pontoise, servicio del doctor Leraillez. 32. V. TAVSK,LaPsychanalyse, n°4, "Lespsychoses",PUF, 1958. 102
33. B. BETTELHEIM, La Forteresse vide, Gallimard, 1967 [La fortaleza vacta, Barcelona, Laia]. 34. J. LACAN, Écrits, pág. 817. 35. F. DOLTO, L'lmage inconsciente du corps, Seuil, 1984, pág. 67 [La imagen inconsciente del cuerpo, Buenos Aires, Paidós]. 36. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 154. 31.lbid. 38.lbid., pág. 153. 39.lbid. 40.lbid., pág. 165. 41.lbid., pág. 164. 42. J. LACAN, Le Séminaire, libro XX, pág. 100 [El seminario de Jacques Lacan. Libro XX. Aún, Buenos Aires, Paidós]. 43. S. FREUD, Trois essais sur la théorie de la sexualité, Gallimard, "Idées", 1962 [''Tres ensayos sobre una teoría sexual", en Obras Completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1968). 44. Ibid. 45. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 178. 46. J. LACAN, Ecrits, pág. 804. 4 7. Entrevista a Marie-Christine BARRAULT, "La voix du corps", Cahiers du Festival, no 1, junio de 1985, Festival de Aix-enProvence. 48. J. LACAN, Seminario sobre "La angustia". 49. J. LACAN, Le Séminaire; libro XI, pág. 168. 50. J. LACAN, Seminario sobre "La angustia", clase del 16 de enero de 1963. 51. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 169. 52. J. LACAN, Écrits, pág. 773, y Seminario sobre "La angustia", clase del16 de enero de 1963. 53. Documento, "Les enfants perdus de Khomeiny'', L'Evénement du jeudi del 30 de mayo al 5 de junio de 1985. 54. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 187. 55. De Liliana Cavani, 1980. 56. Trabajo realizado en la institución "Le Relais", en Ivry. 57. J. LACAN, Écrits, pág. 811. 58.J.LACAN,Écrits,pág.818. 59.lbid.' pp. 842-843. 60. J. LACAN, Notes a Jenny Aubry, op. cit. 61. J. LACAN, Seminario sobre "La relación de objeto" (inédito), clase del 6 de enero de 1957. Subrayado nuestro.
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r 62. !bid., clase del22 de febrero de 1957. Subrayado nuestro. 63. J. LACAN, Notes a Jenny Aubry, op. cit. 64. Discurso de clausura de las Jamadas sobre el psicoanálisis de niños, 1967, Recherches especial, "Enfance alienée", JI.
111 CLINICA DEL OBJETO
¿Cómo, de la posición de ser ese objeto, el niño llega a la situación de tenerlo? Objeto a abandonado en las manos del Otro pero con todos los sentidos alerta, está atrapado en el centro de una vasta red de signos y significantes que se corresponden y a los que debe descifrar. Por caminos que aún siguen siendo misteriosos, identifica los indicios del goce del Otro, sus objetos privilegiados, sus significantes amos, otros tantos materiales que utiliza para construir su cuerpo libidinal. Este primer cuerpo, fragmentado por las diferentes funciones fisiológicas, especie de cuerpo rompecabezas, no sostiene su comienzo de unificación más que en la permanencia del Otro, en el retorno asegurado de su presencia, en la repetición de las mismas satisfacciones, en los ritmos que se suceden: vigiliasueño, amamantamiento-cambiadas-juegos con la madre, excitación-reposo, desaparición y reaparición de las mismas personas en momentos identificables en función de los ritmos biológicos, por ejemplo el padre presente al despertarse y en el momento del sueño, etcétera. La continuidad de los cuidados, el retorno de lo idéntico, la repetición de los mismos indicios son indispensables para asegurar la cohesión de este primer sujeto, y permitir la introducción de lo que serán sus cimientos, es decir sus objetos a, objetos sobre los cuales se apoya el primer encadenamiento significante, la primera inscripción simbólica. Si esa red asociativa precoz de percep-
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ciones y de construcción de los objetos en torno de la presencia del gran Otro no pu,ede constituirse, ninguna "reunión" es posible, el cuerpo sigue siendo un real estallado y, sobre sus fragmentos no totalizables, va a incorporarse un lenguaje a la medida de esta dispersión. En el niño psicótico, esto va de la ecolalia a la incoherencia verbal total. Para Sylvie, cuyo cuerpo se mantiene sin límites, piel con orificios cuyas funciones nunca son identificables, el lenguaje será a la imagen de ese cuerpo, caótico, desarticulado. La constitución de los objetos a asegura al sujeto que puede habitar su cuerpo, dar lugar a la inscripción significante y, por ello, sostener su identidad. Con su concepto de objeto a, Lacan enriqueció su enfoque del sujeto, e hizo salir al psicoanálisis de los callejones sin salida donde lo mantenía una interpretación demasiado rítgida y reductora del pensamiento freudiano, puesto que esta noción de objeto puede dar lugar a múltiples deslizamientos de sentido. Ahora bien, aunque para Freud el objeto siguió siendo en esencia el de la pulsión, extendió progresivamente el concepto de ésta (pulsiones de vida, pulsiones de muerte) y la noción de objeto se volvió más flexible. Cuando Freud habla de pulsiones del yo o de autoconservación, el objeto de la satisfacción corresponde al objeto llamado "parcial", el pecho para la pulsión oral, el excremento para la anal, por ejemplo. Pero sobre esas pulsiones parciales "se apoya" la pulsión sexual y el objeto pasa a ser una persona: "Llamamos objeto sexual a la persona que ejerce la atracción sexual y meta sexual a la acción a la cual empuja la pulsión",t escribe. Cuando habla de elección de objeto, entiende también objeto de amor, y en su artículo "Introducción al narcisismo" aísla dos de ellas: la elección narcisista y la elección anaclítica. Pero sin embargo deja abierta la cuestión: la distinción entre pulsiones del yo y pulsiones sexuales "es una mera contradicción auxiliar, que sólo conservaremos mientras se revele útil". 2 El objeto que designa al mismo tiempo el objeto de la pulsión y el de amor se convierte por lo tanto en un concepto 106
híbrido entregado a todas las readecuaciones. Esta ambigüedad está en el origen de la corriente analítica que hizo de la "relación de objeto" una concepción psicologizante, convirtiéndose el objeto en el componente de una personalidad más o menos acabada y siendo el objetivo confeso de un psicoanálisis transformar un objeto "pregenital" en objeto "genital". Lacan se rebeló contra semejante interpretación del pensamiento freudiano, que hacía que la ética analítica se deslizara hacia unas perspectivas de terapia adaptativa. En su Seminario sobre "La relación de objeto" (19561957), intenta dar coherencia y rigor a este concepto. Retomando la teoría kleiniana del objeto, subraya sus ambigüedades: Insisto sobre la bipolaridad o la oposición que hay entre el objeto real, en la medida en que el niño puede estar frustrado en él, y, por otra parte, la madre en cuanto está en posición de acordar o no este objeto real. Ello supone una distinción entre el pecho y la madre. Es de lo que habla la señora Melanie Klein cuando habla de objetos parciales y, para la madre, de objeto total. Lo que se estudia, en esta posición, es que esos dos objetos no son de la misma naturaleza. Ya se los distinga o no, se mantiene que la madre en cuanto agente es instituida por la función de la llamada. Es tomada como objeto marcado y connotado por una posibilidad de más o de menos en cuanto presencia-ausencia, en cuanto la frustración realizada por cualquier cosa que se relacione con la madre como tal es frustración del amor, en cuanto lo que proviene de la madre como respuesta a esa llamada es algo que es un don, es decir distinto al objeto.
En su brillante simplicidad, esta larga cita nos recuerda un punto fundamental del psicoanálisis de niños, a saber la in traducción de lo simbólico a partir del objeto y la preponderancia de este orden en el nacimiento del sujeto. A causa de ello, Lacan denuncia la reducción abusiva a lo imaginario de todo enfoque del sujeto, tal como lo imaginan los kleinianos. Esta preponderancia imaginaria es aun perceptible en la práctica kleiniana, donde la madre, incluso objeto total, es el
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receptáculo de producciones fantasmáticas que se refieren a este objeto parcial, bueno, malo, perseguidor, etc., sin que se sepa nunca "qué lugar reserva esta madre al Nombre-delPadre en la promoción de la ley". 3 La necesidad de retomar la cuestión del objeto, por lo tanto, se impuso muy pronto a Lacan. Ocurrirá lo mismo con el afecto, cuya utilización era también vaga y abusiva. Pero objeto y afecto están ligados, y Lacan se pasará el año del Seminario sobre "La angustia" (1962-1963) tratando de establecer las relaciones del objeto con la angustia y algunos otros afectos como la conmoción, la emoción, etc., y con el goce. Quienes le reprocharon haber hecho poco caso del afecto, ¿habían entendido todo lo que, año tras año, elaboraba en torno a este objeto? En su Seminario sobre "La Etica" nos había hablado de las relaciones del goce con la cosa, das Ding. El objeto a permitía un enfoque más operatorio de este goce, una disyunción fundamental entre goce y placer, ilustrando, con ello, la naturaleza del síntoma, la reacción terapéutica negativa, ciertos aspectos de la perversión, etcétera. Al asociar goce y angustia en el momento de emergencia del objeto a (en especial en su Seminario sobre "La angustia") nos procuraba una herramienta que nos permite un mejor abordaje de la psicosis. En mi práctica de psicoanalista de niños, el Seminario sobre "La relación de objeto" y el de "La angustia" han estado entre los que me resultaron más útiles (¿no decía Lacan: "¡Lo que les digo, es preciso que les sirva!"?), y tuve la oportunidad de lamentarme de que no hubiera vuelto a hacer un seminario sobre las psicosis después de su descubrimiento del objeto a. La insistencia que puso en subrayar la importancia de este objeto en la causación del sujeto no siempre fue entendida. Entre los miembros de su Escuela, sobre todo los más antiguos, muchos se quedaron en el aporte inicial de su enseñanza, a saber la primacía del lenguaje en la estructura del sujeto. Es verdad que el alboroto provocado por este enfoque lingüístico de los fenómenos inconscientes tardó 108
mucho tiempo en apaciguarse; quienes escuchaban a Lacan sin entenderlo siempre continuaban actuando en pro del triunfo de esta verdad, mientras que él proseguía su camino y diversificaba su búsqueda, no vacilando en volver a poner en cuestión algunos puntos de su enseñanza. Al releer los seminarios a los cuales asistimos, se pondera el efecto de fascinación que ejercían ciertas formulaciones lacanianas que en el acto se convertían en emblemas con los cuales algunos procuraban adornarse y que otros manejaban con desenvoltura y a veces arrogancia, lo que, de todas maneras, tenía como resultado enmascarar lo esencial de su pensamiento. Rindamos aquí homemaje a Jacques-Alain Miller, que supo captar, en la enseñanza de Lacan, los momentos claves, las nuevas propuestas, y restituirlas en su continuidad, poniendo de relieve la evolución de un pensamiento vivo, con sus vacilaciones, sus cuestionamientos, sus tropiezos, sus escorias. Volvió a ubicar ciertas formulaciones en la actualidad de la época, y recordó que Lacan debía defenderse sin cesar contra los salvajes ataques del medio analítico, lo que da un tono polémico a muchos de sus textos. Pero el aporte esencial de esta nueva lectura es la valoración de la complementariedad lógica de los dos enfoques del sujeto hechos por Lacan: por una parte, el sujeto de la cadena significante, el ~de la alienación y, por la otra, el ser del sujeto, cuya causa se refiere al deseo del Otro, al objeto a, resto de la operación de separación. "No es cuestión de que el sujeto se lance hacia la alienación si ésta no se complementa con la ganancia de ser que entraña la separación. Se trata aquí de una articulación al mínimo entre el significante y el objeto", afirmaba en su curso titulado "Del síntoma al fantasma, y vuelta" (19821983, inédito). Si Freud tuvo la inquietud de elaborar una segunda tópica, parece que Lacan sintió la necesidad de insistir, en la segunda parte de su enseñanza, sobre la cuestión del objeto, como lo subraya Miller en su artículo "D'un autre Lacan" (Ornicar?, no 28): "El discurso analítico [... ] es lo producido 109
por la articulación de estos dos pares: S1-S2 , $-a". Más atrás, escribe: El sujeto del significante está siempre deslocalizado, y carece de ser. No está ahí más que en el objeto que viste al fantasma. El pseudo-Dasein del sujeto es el objeto, llamado a. En el segundo momento de su enseñanza, Lacan examinó por lo tanto la cuestión del objeto y lo real. Hasta el final de su vida se preocupó por ello, procurando, mediante el rodeo de la topología, representar ese "irrepresentable", delimitar ese resto "insoslayable" (ef. los seminarios "RSI" y "El síntoma", publicados en Ornicar?). En mi enfoque de la psicosis del niño, seguiré un camino inverso al de Lacan, partiendo del objeto para abordar, en un segundo momento, los fenómenos del lenguaje. En efecto, la separación del objeto parece ser necesaria para que el niño pueda sacar adelante el proceso de alienación significante con la represión vinculada a él. Aunque estas dos operaciones de causación del sujeto -alienación, separación- vayan a la par, las alteraciones de la lengua en el psicótico no pueden comprenderse más que si se las vuelve a situar en lo imposible de la separación del objeto. Este imposible es también el estatuto de lo real en el cual se mantiene el objeto. Precisemos aquí que nuestro enfoque no se supone en modo alguno exhaustivo, y no pretende dar cuenta de la teoría lacaniana. Simplemente queremos dar testimonio de la· importancia que tuvo en nuestra práctica, en la que siempre fue indisociable de la experiencia clínica. Puesto que lo que comprendí y retuve de la enseñanza de Lacan y de los controles que hice con él estuvo siempre ligado a lo que escuchaba todos los días de la boca de mis pacientes. A la inversa, mi práctica de la psiquiatría y del psicoanálisis fue marcada profundamente por su pensamiento y su aporte teórico.
¿De qué naturaleza es el objeto a? El objeto a es un hilo conductor, una pieza maestra en la elaboración lacaniana del ser del sujeto. Atrapado en la operación de hendidura del sujeto (lchspaltung), encuentra su lugar en el fantasma, la transferencia, el síntoma, e inspirará a Lacan las fórmulas de la sexuación en el Seminario Aún. Pero, ¿cuáles son sus orígenes? Con toda lógica, la cuestión de la emergencia del objeto se le planteó desde los primeros tiempos de su elaboración. El Seminario sobre "La angustia" es indiscutiblemente el más rico en enseñanzas sobre lo que nos ocupa aquí: el nacimiento del sujeto y el surgimiento del objeto. Puesto que, si bien su concepto del objeto a se modificó con el correr de los años, Lacan nunca volvió sobre algunas de sus características propuestas en aquel momento; si abandonó algunas de sus formulaciones, mantuvo otras a lo largo de toda su enseñanza. Es sobre estas últimas que me apoyaré. El mismo dice que su concepción del objeto a tuvo como punto de partida una reflexión de Winnicott sobre el objeto transicional. En 1951, éste produjo una comunicación titulada "Objetos transicionales y fenómenos transicionales";' Partía de una observación trivial que todas las madres conocen, la existencia en muchos niños de un objeto privilegiado del que no pueden prescindir. Cada uno pudo ser testigo del drama, de la angustia y los llantos que puede provocar la pérdida de este objeto, por ejemplo en el momento de dormirse. Lo que parece haber atraído el interés de Lacan en este texto de Winnicott es la noción de "zona intermedia" entre la madre y el niño, donde se sitúan a la vez el objeto y la "ilusión". Esto es lo que dice Winnicott: La zona intermedia separa lo subjetivo de lo que es percibido objetivamente. El objeto es a la vez realidad interior y
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r exterior[... ] primera posesión no-yo [... ].Esta zona intermedia es una zona de ilusión donde el niño crea y recrea el pecho a partir de su capacidad de amar. 5 Lacan entrevé la significación que puede asumir un objeto semejante en la teoría del sujeto, y completará su alcance con su concepción del gran Otro, a pesar de que Winnicott seguirá otro camino: según sea la madre "suficientemente buena" o "no suficientemente buena", inducirá en el niño, a través del objeto, un "verdadero self' o un "falso self'. Al mismo tiempo que efectúa estos escapes teóricos a las antípodas de las posiciones lacanianas, destaquemos que Winnicott continuará a pesar de todo defendiendo su concepción del "espacio potencial" que habitan el fantasma, la creación y la imaginación.6 Es interesante notar que en ese artículo Winnicott diferencia claramente su objeto transicional del objeto interno de Melanie Klein: El objeto transicional-dice- no es un objeto interno sino una posesión, y no es tampoco un objeto externo. El ni:fio p:uede utilizar un objeto transicional cuando el objeto interno es viviente, real y suficientemente bueno. Puede por lo tanto representar el pecho externo pero indirectamente, teniendo en cuenta el pecho "interno". Advirtamos aquí la confusión que reina en torno a este pecho. ¿Qué representa? ¿El objeto de satisfacción de la necesidad? ¿A la madre? ¿El amor de la madre? ¿Sus "buenos cuidados"? ¿Un objeto alucinado? Lacan intenta aportarle un poco de coherencia y rigor a esta cacofonía. En su Seminario sobre "La relación de objeto", hace una especie de llamada al orden referida al orden simbólico (véase la cita más atrás) y retoma los conceptos de privación, frustración y castración que articula en el agente y el objeto: la privación es una falta real, un agujero, el objeto es simbólico en ella; la frustración, un daño imaginario para un objeto real; la castración, una deuda simbólica en relación con un objeto imaginario.
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El lugar del corte Lacan postula que la separación no se realiza, como existe la costumbre de decir, entre la madre y el niño, porque una y otro están desde siempre a la vez separados y unidos por un objeto intermediario, que no pertenece en propiedad ni a una ni al otro, la placenta, "objeto pegado que da al niño, en el interior del cuerpo de la madre, su carácter de nidación parasitaria". 7 El pecho también es un órgano "pegado": "Es entre el pecho y la madre por donde pasa el plano de separación que hace del pecho el objeto perdido que está en causa en el deseo". 8 En su Seminario sobre "La angustia", no deja de subrayar el carácter "amboceptor" del objeto. El pecho no es la madre, tampoco se confunde con el niño, pertenece a los dos y va a convertirse en el objeto en torno al cual se anuda el encuentro. Lacan lo expresa así en aquel momento (1962): Falta al objeto primero, el pecho, para funcionar auténticamente como ruptura del vínculo con el Otro, le falta su pleno vínculo con el Otro. Es por eso que hice hincapié en que no es el vínculo que hay que romper con el Otro, es a lo sumo el primer signo de ese vínculo. Durante ese año también insiste sobre el carácter de cesibilidad del objeto: "Los puntos de fijación de la libido se hallan siempre alrededor de algunos de esos momentos de cesión subjetiva". Hacía alusión aquí a la "conmoción anal" (emisión de una deposición) del Hombre de los Lobos, que sobrevenía a la vista de la escena traumática. Es así como todos los objetos: heces, voz, mirada, etc., pueden "entrar en el campo de la realización del sujeto". El carácter de exterioridad del objeto es fundamental para comprender su devenir, la manera en que "entra en el campo de realización del sujeto'? fantasmas, síntomas, deseo, sin olvidar la angustia vinculada a este mismo corte.
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" En aquel momento, Lacan ponía el acento sobre la realidad corporal del objeto, pedazo de cuerpo separado que iba a desempeñar su papel en la constitución del sujeto, en cuanto causa oculta, dado que, para convertirse en operante, este objeto deberá ocultarse, velarse cada vez más. Más adelante insistirá más sobre los fenómenos de borde, sobre el "trazo del corte". El8 de mayo de 1963 decía esto: Es el pedazo camal, como tal arrancado a nosotros mismos, el que circula en el formalismo lógico tal como fue ya elaborado por nuestro trabajo para uso del significante. Es este objeto como perdido en los diferentes niveles de la experiencia corporal donde se produce el corte el que es el apoyo, el sustrato auténtico de toda función como tal de la causa. Prosigue: "La causa está ya alojada en la tripa", y habla de "tripa causal". N o olvidemos que este objeto está también prendido al cuerpo del Otro, más particularmente cuando se trata del pecho, de la mirada, de la voz. Este objeto a es el acceso al Otro: el goce no conocerá al Otro si no es mediante este resto, a. Se trata del resto de una operación de corte, y no obligatoriamente desecho, como se dice con demasiada frecuencia. Ese resto es el de un encuentro y una separación. "La función del resto [... ] es irreductible, sobrevive a toda la experiencia del encuentro con el significante", dice Lacan en 1963. En consecuencia, a es lo que cae de la relación con el Otro, y un "resto" en el encuentro con el significante. Este resto, heterogéneo a la cadena significante, no simbolizable, está por lo tanto claramente del lado de lo real.
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El objeto como perdido ¿Por qué se lo llama perdido? Perder consiste en "estar privado provisoria o definitivamente de la posesión o de la disposición de algo"; 10 ¿este objeto ya no está entonces en posesión del sujeto, o a su disposición? Se le dice perdido y sin embargo corre por todas partes; se lo entrevé en las esquinas de todas las calles, en las encrucijadas de las "rutas nacionales" o de los "pequeños caminos" .11 Si uno cree haberlo perdido, es porque piensa haberlo poseído. Ahora bien, nada es menos seguro. Siendo el destino del hombre pensarse U no a partir de una existencia fundada sobre las rupturas y las separaciones, no puede sino soñar con una unidad primitiva. Los mitos acerca de la completitud, de "la esfericidad del Hombre primordial", 12 de la unidad quebrada y la búsqueda eterna de su mitad o de su complemento pertenecen a todos los tiempos y todas las culturas. A esos mitos responden otros mitos o relatos sobre fragmentos de cuerpos perdidos, desaparecidos, irrecuperables, tal como el del cuerpo de Osiris descuartizado en catorce partes, de las cuales nunca se encontrará el pene. Lacan evoca también al Shylock de El mercader de Venecia y su libra de carne y a Santa Agata llevando sus pechos en un plato de estaño. 13 En el se:rninario del 30 de enero de 1963 dice: Me gustaría enunciar esta fórmula: desde que ello se sabe, que algo real viene al saber, hay algo perdido, y la manera más segura de enfocar ese algo perdido es concebirlo como un fragmento de cuerpo. Lo que está perdido está claramente del lado de lo real, del lado de lo no simbolizable, de lo no dialectizable, del lado de este irreductible, en el corazón de la construcción del sujeto, es lo "no sabido original" de que habla Lacan en el seminario sobre "La angustia". A la imagen de un hombre esférico, entero, va a sustituirla
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la de un ser agujereado; pero, sobre esta misma hiancia, el sujeto construye un órgano irreal. "Este órgano, con ser llamado irreal, está en contacto directo con lo real". 14 Lacan hace del corte anatómico que marca la huella de la pérdida del objeto el borde erógeno donde va a fijarse el órgano que figura la libido, órgano que denomina "laminilla". En el Seminario XI la define así: La laminilla tiene un borde y va a insertarse en la zona erógena, es decir en uno de los orificios del cuerpo en cuanto estos orificios -toda nuestra experiencia lo demuestra- están ligados a la apertura-cierre de la hiancia del inconsciente. 15 El hecho de que el sujeto funde su existencia sobre una pérdida y que establezca su continuidad de ser a partir de rupturas y de separaciones, ¿no constituye una paradoja? Lacan lo expresa así: El interés que el sujeto presta a su propia esquizia está ligado a lo que lo determina, a saber un objeto privilegiado, surgido de alguna separación primitiva, de alguna automutilación provocada por la aproximación misma de lo real, cuyo nombre en nuestra álgebra es objeto a. 16 ¿Cómo va a servir el objeto, perdido en el origen, en un segundo momento para restablecer la continuidad amenazada de ruptura, bajo la forma de otros objetos, cuyo tipo mismo es el objeto transicional? El objeto a está perdido, pero alrededor de ese lugar que quedó vacío hormiguean los elementos más heteróclitos, que no demoran en reagruparse para dar cuerpo al sujeto. En este lugar se forma toda la cadena de los objetos de sustitución, objetos marcados por el rótulo del Otro, objetos que pueblan el imaginario pero en los que también se anuda la relación con lo simbólico, porque todos ellos pasan por los desfiladeros de la demanda y el deseo. En el Seminario "Aún", Jacques Lacan dice: 116
Lo simbólico, al dirigirse hacia lo real, nos demuestra la verdadera naturaleza del objeto a [ ...] a fin de cuentas no se resuelve más que por su fracaso, por no poder sostenerse en el abordaje de lo realY Por lo tanto, es verdaderamente en posición de objeto perdido en cuanto a lo real como el objeto a se convierte en el lugar mismo del nacimiento del ser y el sujeto, es el "separare, aquí se parere, engendrarse a sí mismo". 18 Este objeto es por lo tanto el sostén de la libido; es "semblante de ser" 19 ••. soporte del ser; es lo que permite el acceso al Otro: "Es en cuanto sustitutos del Otro que esos objetos son reclamados y se hace de ellos causas del deseo". 20 Y de este lugar viene la demanda, que introduce lo simbólico: El objeto a es lo que supone un vacío de demanda, de la que no es sino al situarla por la metonimia [. .. ] que podemos imaginar lo que puede suceder con un deseo que ningún ser soporta. 21 La historia de Paul-Marie (cf. capítulo II de la presente obra) ilustra con claridad este conjunto de funciones. Atrapado como objeto en la pulsión escópica y el fantasma materno, responde a ello elaborando su propio goce en un hacer ver con su eczema, e identificándose con ese objeto, cuando es piedra preciosa, pasa del interior al exterior de la casa (cuerpo materno). Esta construcción es trastornada por el análisis: la modifica; la piedra preciosa está ahora oculta en el cuerpo de la mujer, al que corta en dos con el cuchillo mágico que se alza en el cuerpo del hombre. Ingresa así en la problemática fálica. En el mismo momento, los contenidos fantasmáticos se diversifican, haciendo intervenir otros objetos, oral y anal en particular. El objeto oral asume una connotación persecutoria vinculada con la madre (anorexia, vómitos precoces). El objeto escópico, del que podría captarse el acercamiento a lo real mediante la mutilación que se inflige al vaciarse el ojo con su revólver de juguete, está ahora en el corazón de una 117
" elaboración simbólica en torno al deseo de saber. Ya muy dotado, es ahora el primero en el conocimiento de los volcanes, y lo apasiona la geología. Será un gran sabio. Se ve aquí asomar el ideal del yo y el trazo unario de identificación con un padre que es también un gran maestro en un saber. En la pequeña Lucie (cf. nuestro capítulo Il), el objeto se articula de manera diferente. Es un pedazo de cuerpo atrapado en lo real de una malformación, objeto de cuidados, de preocupaciones, elemento significante mayor en el discurso del Otro que se relaciona con ella. Para ella sus piernas se convierten en la causa del amor maternal (causa, sin embargo, no exclusiva, porque en ese caso sería psicótica). Esta interpretación es retomada por la hermana mayor que, teniendo problemas en sus pies y deseando niños sin piernas, designa de qué lado está el goce materno y tal vez la marca de su amor. Es en torno a este lugar, a este sitio donde lo real está en cuestión, que Lucie va por lo tanto a jugar y fantasmizar. En la cadena de los objetos que se articulan en esta zona corporal, los zapatos son los primeros. El calzado no es aquí un objeto transicional: Lucie posee un osito que cumple esta función. Los zapatos parecer ser más bien el componente de una producción fantasmática, los utiliza en sus juegos; se la ve contarse historias cuando se pasea con los de su padre o su madre. Puede también servirse de ellos en unos comportamientos cuyo sentido sigue siendo enigmático: en la guardería, por ejemplo, tuvo la oportunidad de mezclar y esconder los zapatos de todos los niños, y esto en un tiempo récord, sin que nadie se diera cuenta, lo que tuvo por efecto crear un desorden indescriptible a la llegada de las mamás y un asombro combinado con inquietud en la maestra. En este caso preciso, el objeto no entra en las categorías clásicas de Lacan -pecho, heces, mirada, voz-, no es verdaderamente cesible, siéndolo al mismo tiempo, sin embargo, con respecto a la vivencia corporal de esta niña. Sus piernas inmovilizadas, sustraídas a la dinámica corporal durante varios meses, percibidas y vistas como objetos inanimados 118
(recubiertas de yeso o de entablilladas) tienen claramente el valor de objeto caído, a la vez exterior al sujeto y representándolo. Antes de examinar cómo se constituye el objeto a en el momento princeps de la separación, hemos intentado aquí definir su función. Objeto perdido, siempre "eludido, velado" en las estructuras en que se manifiesta, tales como el fantasma y el deseo, hiancia que constituye punto de llamada al goce, escapa a la significantización, como la vida y la muerte. Si es un punto ciego en el corazón del ser, es también piedra angular sobre la cual se erige el sujeto. Sobre él se apoya la función fálica, función siempre faltan te en el psicótico. J.-A. Miller lo recordaba en Montpellier, en 1983: En las neurosis, es el fantasma el que ocupa ese punto de falta (significación fálica). El objeto a no tiene allí más valor que el de contener la función de la castración. En las psicosis, el objeto a de que se trata es puro real -en cuanto no está incluido en él el {-
El destino del objeto a es por lo tanto introducirse en las formaciones del inconsciente y desaparecer en las construcciones cada vez más complejas que sostiene: en el fantasma, el deseo, el síntoma, la imagen narcisista i(a), la histeria (a oral), la obsesión (a anal). "Busquen el objeto en cuanto sincopado", dice Lacan. Es preciso releer, en el Libro XI de su Seminario, la fábula del menú redactado en chino para comprender hasta qué punto el objeto puede ocultarse detrás de los significantes, sin perder por ello su peso de presencia en la causación del sujeto y su deseo. A causa de su naturaleza cesible, este objeto a deducido del cuerpo, mediador en una dialéctica que se inicia con el Otro, va a servir de modelo a otros objetos que forman parte del mundo exterior. ¿El primero de ellos no es la mamadera? Viene a continuación el objeto transicional. Lacan lo presenta así:
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Este carácter de cesión del objeto se traduce por la aparición en la cadena de objetos cesibles que pueden ser sus equivalentes [.. .] tengo la intención de incorporarle la función del objeto transicional.
A continuación hace referencia a los objetos que constituyen una serie a partir del objeto a: El sujeto se realiza en los objetos que son de la misma serie, que son del mismo lugar, digamos en esa misma matriz que la función de la a minúscula [... ] es lo que, desde hace tiempo, se denomina las obras.
Habría mucho para decir sobre la necesidad que tiene el hombre de producir objetos, sobre su pasión de crear. Pero están también todos los objetos que se multiplican en el mundo. actual y que debe poseer. En su momento, Lacan había tomado uno de ellos, el automóvil, para una pequeña demostración sobre el yo ideal y el ideal del yo. Algunos objetos asumen un lugar considerable en la dinámica del sujeto -no hay más que pensar en los objetos del coleccionista o en los dejados en herencia en las familias. Abordemos ahora el proceso de separación. Su fracaso en la psicosis debería compararse con lo que es la forclusión en el nivel significante. Me parece que es en el Seminario sobre "La angustia" donde La can ciñe de más cerca el mecanismo de la separación y nos da los elementos que permiten que, a nuestro turno, nos interroguemos sobre ese momento determinante.
Goce y angustia En este Seminario, Lacan se interroga sobre el comienzo del objeto, lo que a nosotros, interesados como estamos en los niños neuróticos o psicóticos, nos preocupa particularmente.
Partirá de lo que entonces llama la división significante del sujeto. A
S
a
Angustia
S
Deseo
Goce
Según el esquema que conserva, apenas con algunas variantes, a lo largo de todo el año, coloca arriba, de un lado, al Otro no barrado y del otro al S no barrado, connotando en ese nivel al goce. Uno puede sorprenderse de encontrar una Ayuna S no barradas. Lacan lo explica en dos ocasiones: "Ese sujeto que escribo S podría ser, en este nivel, mítico, previo a todo el juego de la operación [...] lo llamaremos míticamente el sujeto del goce". 22 Más adelante hace alusión a la Cosa. En su Seminario sobre La ética, la Cosa designa claramente ese "antes de que se formen las categorías", que podría figurar allí. La angustia aparece, nos dice, en el segundo tiempo, en el momento de la separación del objeto a. Lacan comenta así esta operación: "El sujeto debe constituirse en el Otro y a aparece como resto de la operación. El nivel de la angustia es constitutivo de la aparición de la función a, y es en tercer término que aparece el g como sujeto del deseo". 23 Ese pasaje del segundo al tercer término es indiscutiblemente problemático en el psicótico. La historia de Sylvie nos enseña que es la angustia la que subsiste allí donde debería aparecer el objeto, pareciendo excluido todo proceso de separación. El objeto a que, por definición, es un objeto perdido y, por ese hecho mismo, causa del deseo indestructible, ese objeto, aquí, no puede perderse, no ofreciendo el Otro al sujeto las condiciones favorables para asumir y compensar esa pérdida. En Sylvie puede verse el fracaso del proceso de
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corte en su cuerpo y en el cuerpo del Otro, fracaso que no permite advenir al objeto a; por ser así no cesible, el objeto se mantiene como puro real. Pero esta reflexión sobre la angustia en la que Lacan persistió durante un año entero debe ser retomada aquí en una perspectiva más precisa, la de la clínica del objeto en la psicosis. ¿Qué ocurre en ese tiempo de separación, en ese tiempo de la angustia en que el ser queda en suspenso? En ese punto reside uno de los enigmas de la psicosis. Si durante ese año Lacan no se interesa específicamente en la angustia del psicótico, la aborda sin embargo a través de los fenómenos del doble, de la despersonalización, del Unheimliche, y el estudio que realiza sobre la angustia, lo real y el objeto nos proporciona una masa de informaciones acerca de las cuales reflexionar y trabajar. Ya hemos subrayado que el objeto revelaba su presencia allí donde había goce. En la psicosis, el goce tiene un matiz específico, se le dice "desbocado", no obstruido por la ley, no sometido al principio de realidad; podría situarse en lo. alto del esquema, al lado de la Cosa. Esto nos remite a ciertas observaciones de Lacan sobre lo imposible del amor para el psicótico, lo que tiene como corolario que puede ser el único en conocer a La mujer. En él, angustia y goce están estrechamente mezclados, y nada es más sorprendente que verlo metamorfosear sus terrores en goce. Sylvie hará de sus angustias de devoración un imperativo de goce, forzando al Otro a forzarla, demandando así la repetición de un ritual sádico. Tanto en la angustia como en el goce existe un imposible de decir que se expresa mediante el obrar: pasajes al acto agresivos o suicidas, retraimiento autístico, fenómenos somáticos, agitación, postración, etcétera. Sin embargo, el sujeto puede hacer el relato de ello con posterioridad. ¿No se habla de las "formas de la angustia"? Lacan les pasa revista en este Seminario e identifica también sus modalidades en las diferentes estructuras -por ejemplo, en la neurosis obsesiva y en la relación sadomasoquista-, y se demora en los
fenómenos del doble y la despersonalización que me parecen más situados sobre la vertiente psicótica. Empero, la angustia psicótica, la del esquizofrénico en particular, tiene un carácter completamente específico que la diferencia de las otras, la del neurótico por ejemplo, o la que conoce cualquier hijo de vecino (angustia existencial). Lo cual no quiere decir que los puntos de referencia fundamentales que nos dejó Lacan, a saber el a y lo real, no sean operatorios en todas las estructuras donde se manifiesta la angustia: neurosis, psicosis o perversión.
La angustia psicótica Si bien hay este indecible de la angustia, el psicótico la grita por todo su ser e intenta vencerla con todos los medios que quedan a su disposición: retraimiento autístico, creación artística o delirante, pasajes al acto, proyecciones paranoicas, etcétera. Fenomenológicamente, no puede negarse la especificidad de esta angustia, que es casi palpable. Prontamente identificable en la relación con estos pacientes, arrastra al otro al desamparo y puede suscitar actitudes reactivas en el terapeuta: multiplicación de las interpretaciones, ejercicio de un poder represivo ... Esta angustia es sufrimiento indecible. Schreber nos dice cómo la domestica. Otros autores, como Antonin Artaud, la hablan sin cesar, en una profusión verbal que a veces repele al lector por sus repeticiones, sus contradicciones, su incoherencia. Es sufrimiento del alma, pero también sufrimiento en el cuerpo que se dispersa, sufrimiento de persecución porque todo se convierte en agresión hacia un ser eternamente "supliciado, crucificado". 24 A. Artaud se rebela contra los que la imitan, los que hacen de la locura un esteticismo. Adhiere al grupo surrealista, del 123
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que será excluido en 1926. En El ombligo de los limbos escribe esto: [.. .] Tristan Tzara, André Breton, Pierre Reverdy... su alma no está fisiológicamente atacada, no lo está en su sustancia, lo está en todos los puntos donde se une con otra cosa, no lo está fuera del pensamiento [... ] Ellos no sufren y yo sí, no sólo en el espíritu sino en la carne y en mi alma día tras día. También acusa al poeta de jugar con el lenguaje, de sacar placer de él, mientras que las palabras llevan su peso de real y el sinsentido o el deslizamiento de sentido son para él sufrimiento del ser. Cuando tiene que traducir J abberwocky de Lewis Carroll, he aquí lo que dice: No hice la traducción de Jabberwocky. Traté de traducir un fragmento pero me aburrió. Nunca me gustó este poema que me parece de un infantilismo afectado[ ... ] No me gustan los poemas o las lenguas de superficie que respiran ocios felices y logros del intelecto, en los que éste se apoya sobre el ano pero sin poner en él el alma y el corazón. El ano es siempre error, y no admito que se pierda un excremento sin desgarrarse por perder con él también el alma, y no hay alma en Jabberwocky [...]. 26
La angustia del esquizofrénico es sufrimiento del cuerpo, un cuerpo del que algunas partes se mantienen en un real imposible: "El ano es siempre terror". Esta angustia puede hacer huir a los que están sanos. A. Artaud tuvo la experiencia de ello durante una velada memorable en el Vieux-Colombier, el 13 de enero de 1947. Debía hacer allí su "reaparición parisina" luego de una estadía en el asilo. Su comportamiento grotesco sobre el escenario despertó al principio protestas, luego la angustia creció y sumergió a los espectadores, aunque "Gide y Adamov hayan subido al escenario para abrazar al autor", intentando así poner fin a una "tensión insostenible" ... "Velada espantosa, inútil, vergonzosa'',2 7 dijo J.-L. Barrault. La antipsiquiatría de la década de 1960 quería hacer de la 124
locura una "experiencia trascendental" de la misma calidad que la "experiencia mística". Así escribía R. D. Laing en 1969: La locura no es necesariamente un hundimiento (breakdown), puede ser una brecha (break-through). Puede ser liberación y renovación del mismo modo que esclavitud y muerte existencial. 28 Semejante concepción de la locura, al excluir la dimensión del sufrimiento y la angustia, se topó con el callejón sin salida creado por esta misma denegación. Las grandes experiencias liberadoras al parecer no liberaron más que a los histéricos, mientras que muchos psicóticos se reintegraban al medio psiquiátrico tradicional, medio que, sin embargo, iba a evolucionar bajo la influencia de esas nuevas ideas. Todos los autores que se dedicaron a la psicosis buscaron calificativos para esta angustia. Freud la llamó "angustia de fin del mundo, angustia de catástrofe", Winnicott "angustia psíquica", Schreber, que sabe de qué habla, ''asesinato del alma"; se le dice también angustia de anonadamiento, de fragmentación, de desintegración, de desencarnación, hundimiento. Meltzer utiliza, para el autismo infantil, el término inglés dismantling (traducido por desmantelamiento). 30 Tanto en la angustia como en el goce el cuerpo está en primera línea; en la angustia psicótica se encuentra en el punto más alto. A. Artaud no deja de gritar esta angustia -sufrimiento que desde el cuerpo contamina el espíritu-, "dolor plantado en mí como una cuña eri el centro de mi realidad más pura". Habla también "de arrancamiento, de desmoronamiento corporal". Para su cuerpo ya muerto la muerte no existe. Dice: "Estoy estigmatizado por una muerte acucian te en la que la muerte verdadera no es un terror para mí", y en otra parte: "Estoy muerto desde hace tiempo, estoy ya suicidado. Me suicidaron". Describe también la angustia que envenena su vida y que sólo la morfina calma: Hay un mal contra el que el opio es soberano; ese mal se llama 125
Angustia, en su forma mental, médica, fisiológica, lógica o farmacéutica, como ustedes quieran. La Angustia que hace a los locos, la Angustia que hace a los suicidas, la Angustia que hace a los condenados, la Angustia que hiere a la vida ...31
Un modo irreductible según el cual ese real se presenta en la experiencia, tal es por lo tanto eso de lo que la angustia es la señal, tal es ese punto donde nos encontramos, la guía, el hilo conductor al cual les pido que se sujeten.
Y algunos pintores, en especial Francis Bacon, nos dan una visión de lo que podría ser el cuerpo sufriente del esquizofrénico. Retomemos el Seminario sobre "La angustia" para detenernos en la operación de separación, a la vez punto de angustia y lugar donde se trama el goce. Ese año (1962-1963), Lacan no dejaba de escandir dos proposiciones enigmáticas; en efecto, a menudo comenzaba sus seminarios recordando que la angustia "no es sin objeto y es lo que no engaña". Dice el9 de enero de 1963:
Retoma aquí la señal que Freud atribuía a la angustia para designar un dispositivo que el yo pone en acción ante un peligro, pero relacionando esa señal con la inminencia de lo real. Agrega:
Tal es exactamente la fórmula donde debe suspendérse esa relación de la angustia con un objeto [... ] En ese "no sin" [pas sans] ustedes reconocen la fórmula que ya tomé con referencia a la relación del sujeto con el falo, "no es sin tenerlo"·[ ... ] Ese "no sin" es cierto tipo de conexión condicional que une el ser y el tener en una especie de alternancia.
Ahora bien, lo real es verdaderamente la cuestión clave en el enfoque de la psicosis. Desde 1953-1954, Lacan lanzó esta formulación:
Por lo tanto, el objeto está allí cuando hay angustia, sin que pueda determinarse con precisión la naturaleza del mismo y su modo de presencia: "La angustia sostiene esa relación de no ser sin objeto, aunque no se sepa de qué objeto se trata". ¿En qué momento, en qué condiciones el objeto que debe asegurar los cimientos del sujeto y su goce puede engendrar la angustia? La respuesta a esta pregunta no se manifiesta sino después de haber tomado en consideración el segundo aforismo. Si el significante engendra intrínsecamente el engaño, lo real no engaña, y la angustia es el signo de la inminencia de ese real. Desde el comienzo de este Seminario, Lacan postula lo real como "hilo conductor" de su reflexión: 126
Sólo la noción de real, cuya función es aquella de la que parto para oponerle la del significante, nos permite decir que este Etwas frente al cual la angustia opera como señal es del orden de lo irreductible de ese real. Es en ese sentido que me atreví a presentarles la fórmula de que la angustia es, entre todas las señales, la que no engaña.
Lo que no llegó a la luz de lo simbólico aparece en lo real [. .. ]
lo real en cuanto es el dominio de lo que subsiste al margen de la simbolización. 32 No dirá otra cosa veinte años más tarde, en su Seminario "R.S.I.": "Lo real es lo expulsado del sentido. Es lo imposible como tal, es la aversión del sentido" .33 En seguida, mencionará la angustia en estos términos: "Lo simbólicamente real, o sea lo que de lo real se connota en el interior de lo simbólico, es la angustia". 34 Por último, Lacan retomará esta cuestión de lo real en "El atolondradicho", pareciéndole entonces que la topología es "el único acceso concebible a ese real". 35 La angustia es, por lo tanto, el acercamiento a aquello que de lo real escapa a toda recuperación simbólica, siendo el sujeto lo que de lo real llega a la significación. Por otra parte, en su curso de 1983-1984, "De las respuestas de lo real", J.-A. Miller había retomado esta frase de "El atolon-
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r dradicho": "El sujeto como efecto de significación es respuesta de lo real". Este efecto de significación no puede surgir más que proveniente del Otro a partir de lo real del cuerpo del sujeto gracias a lo que se separa de éste, ese pedazo tomado sobre el cuerpo que va a volverse dialectizable a través de la demanda, luego el deseo. Es en ese punto del proceso donde las cosas se "agarrotan" en el psicótico.
Volvamos a hablar de Sylvie ¿Pero cómo se presenta, en la clínica, ese imposible de la separación en el cuerpo? ¿Cómo, en el lugar donde debería producirse el anudamiento con lo simbólico, se mantienen lo real y la angustia? Hemos visto en los capítulos I y II la manera en que se presentaban las cosas en Sylvie, para quien toda separación es vivida en una angustia loca, un terror que pasa a sus aullidos y sus conductas autodestructivas. Ciertos comportamientos, tales como gestos estereotipados, balanceos, golpeteos, rechinar de los dientes, etc., parecen destinados a obstruir en parte esta angustia. El adulto psicótico puede tener a su disposición maniobras más eficaces para prevenirse de ella, siendo la brecha abierta en su ser menos cataclísmica que en el niño, puesto que pudieron introducirse ciertas estructuras como el reconocimiento de la imagen especular. En Sylvie, por lo tanto, el corte es imposible en todos los niveles. Al margen de la presencia del adulto, Sylvie no sostiene su existencia más que con el grito. La madre expresa las cosas en estos términos: "Cuando no hay alguien no hay nadie". Aquí, ninguna vocalización, ninguna oposición significante comparable al Fort-Da del nieto de Freud, sino un grito continuo, especie de llamado desesperado. Ningún carretel, tampoco, nada que se parezca a un objeto sustitutivo. En 128
ausencia de constitución del objeto a, el psicótico no puede sostener solo su existencia de sujeto. Sólo la presencia del Otro tiene peso. "Cuando no hay alguien, no hay nadie". Sylvie no es entonces más que una boca abierta de donde se escapa el grito. Si este grito es a pesar de todo existencia, si es tal vez llamada, la respuesta no es significante en nada y no puede volverse estructurante pues a esta llamada le falta la falta, a saber ese mínimo de construcción imaginaria y simbólica que se apoya sobre la ausencia. En su Seminario sobre "La angustia", Lacan afirma que La angustia no es la señal de una falta sino de algo que ustedes deben concebir como la carencia de este apoyo de la falta. ¿Qué es lo que provoca la angustia? No es, contrariamente a lo que se dice, la alternancia de la presenciaausencia de la madre, cosa que prueba el hecho de que el niño se complazca en renovar el juego presencia-ausencia: esta posibilidad de la ausencia, eso es la seguridad de la presencia. Lo más angustiante para el niño es que, justamente, la relación sobre la cual se instituye la falta que lo hace deseo es perturbada cuando no hay posibilidad de falta, cuando la madre le está todo el tiempo encima y en especial limpiándole el culo, modelo de la demanda que no podría desfallecer. 36
Esta madre hiperpresente, que satisface todas las demandas incluso antes de que se expresen, que no deja ningún lugar a la emergencia de un deseo propio en el niño, que corta de raíz toda elaboración fantasmática mediante una satisfacción demasiado grande en lo real, esta madre es bien conocida por sus efectos patógenos, cuyo ejemplo tipo es la anorexia mental. Pero, en la psicosis, la falta de la falta es una carencia más estructural: no pudiendo el objeto a liberarse, desprenderse, no hay ninguna posibilidad de fantasmización y de recuperación simbólica en torno de la presencia del Otro; es el anonadamiento, la desaparición absoluta, el agujero en lo real. ¿Y cómo podría el niño estar seguro en su soledad, si no construyó nada con el Otro y si no posee ningún objeto puesto en circulación a partir de él? Su sentimiento de 129
,. identidad corporal obedece, en efecto, a un primer cuerpo fantasmizado, tejido por una red mínima de vínculos entre los objetos a y las primeras parejas significantes provenientes del Otro. Ya itlgresó en el mundo simbólico y, a causa de ello, conoce la falta, esa falta a partir de la cual prosigue la conquista de su ser de deseo. Si este primer anudamiento imaginario-simbólico no se ancla en lo real "organísmico", el sujeto permanece en un vacío insostenible, un fading, una ausencia radical, con la angustia vinculada a ella. Y ese vacío, ese agujero no tiene nada que ver con el "sentimiento de vacío" del que se queja el neurótico. El psicótico adulto se dice más bien un muerto vivo. Ya he subrayado la precocidad de estas primeras conexiones que hacen de lo real biológico una entidad nunca pura, estando lo viviente, desde el origen, preso en el sistema significante del Otro. Puede barruntarse en el bebé más pequeño una actividad fantasmática precoz, mucho antes de que vuelva a representar con un carretel la experiencia de la separación, que se manifiesta por una actitud corporal inducida por la madre, chupeteo del pulgar, gorjeos y otros signos o significantes que mantienen su vínculo con el Otro y su continuidad de sujeto en ausencia de este Otro. Para Sylvie, no existe nada de todo ello; no pudo elaborar ningún imaginario sólido alrededor de la presencia materna, los primeros vínculos parecen haber sido barridos por el trauma, siendo la primera red asociativa tanto más frágil por estar esencialmente vuelta hacia la satisfacción de la necesidad oral. A Sylvie le hace falta la presencia de alguien junto a ella para asegurar que existe, como únicamente la percepción de la punta del pecho en la boca le aseguraba que el Otro estaba allí. Poco importa, por lo demás, quién es este otro. Contrariamente a los niños de esta edad que reclaman al personaje alimentador, para Sylvie no importa de quién se trate: deja de gritar cuando está en brazos de un adulto, bien envuelta por ropa que da un límite a su cuerpo. No puede quedarse sola en una habitación y sus gritos, a la noche, conmocionan a todos los habitantes de la casa. 130
Hay una aparente contradicción entré la intolerancia a la ausencia y esta especie de ausencia donde se éo:tifina el niño autista. Sylvie parece sumergida en este aparente dilema, requiriendo la presencia del otro y al mismo tietnpo rechazándola. Experimenta la necesidad de asegurarse de que el otro está verdaderamente allí mediante la mirada y pequeños golpeteos que da con la punta de los dedos sobre las personas. Sin embargo, no tolera ningún movimiento de acercamiento del otro, para ella todo es agresión: cortarle el pelo o las uñas, lavarle los dientes o las orejas, desnudarla se transforman en una prueba de fuerza a la cual sus allegados a veces renuncian. En cuanto a las inyecciones, desencadenan un terror indescriptible. El ser del niño psicótico sin ex-sistencia imaginaria y simbólica parece enganchado a lo real de la percepción: ésta puede ser la vista del otro o su contacto (presen~a real); a veces, el objeto frío o cortante apretado en su mano, el remolino indefinido sobre sí mismo a la manera de un trompo, el gesto repetido tienen peso de existencia. Pero estos puntos de referencia son frágiles, y todo lo que amenaza romper este conjunto perceptivo y los rituales que lo acompañan desencadena la angustia y el enloquecimiento. Kanner puso el acento sobre esta intolerancia del psicótico a los cambios, de la que hace el síntoma primero del autismo al que denominó "inmutabilidad". Es cierto que los cambios de lugar, de personas, las modificaciones de horarios, los progresos realizados, los imprevistos de la vida, todo lo que es nuevo precipita al niño psicótico en la angustia y la regresión. Para cualquier niño, la repetición es estructurante e incluye lo simbólico: en el juego del Fort-Da "el orden de la significancia va a ponerse en perspectiva'',37 dice Lacan. No ocurre lo mismo con el ritual psicótico, que exige un retorno de lo mismo, una repetición que recuerda los ritmos fisiológicos: agitación-calma, violencia-pasividad, etc., tendiendo el todo a una mecanización tranquilizante. Sylvie está dividida entre la preocupación por mantener 131
un aislamiento autístico para protegerse de la intrusión del mundo exterior, y el deseo de quedarse pegada a ese otro, de verificar constantemente su presencia. A los nueve años, me dirá en sesión: No quiero ir a la escuela, los chicos me golpean, quiero quedarme pegada contra mí. En las sesiones de análisis, cuando una interpretación de mi parte, un progreso en ella o cualquier otro acontecimiento llegaban a sorprenderla, intentaba abstraerse: se tapaba los oídos para no escucharme más, cerraba muy fuertemente los ojos y rechinaba los dientes. En ciertos períodos de su vida, cuando surgía una dificultad, por ejemplo una internación de su madre, retomaba los comportamientos autísticos de sus primeros meses: postrada en el suelo entre dos sillones, podía pasarse días enteros gimiendo y hamacándose. Pero la mayoría de las veces reclamaba la presencia del otro; en primer lugar, cuando era una beba, mediante sus gritos, y luego esta exigencia se convirtió en el rasgo dominante de su comportamiento, hasta asumir la forma de una organización paranoica. Su reivindicación con respecto al otro era permanente, acusaba a sus allegados de querer su muerte cuando no se satisfacían sus demandas: "Ocúpate de mí, protégeme ... ", "Cuando algo me molesta, son ustedes quienes tienen que ocuparse y librarme de eso", les decía a sus padres. Esta dificultad para sentirse "ser" en ausencia del otro se traslucía en su lenguaje. A los diez u once años, en sesiones donde imaginaba juegos con la muñequita, me decía: "Tú eres la mamá y yo no existo"; "tú eres la maestra y yo no existo" o "Eres tú la maestra y yo existo, son alumnos transparentes, yo no existiré, estoy en lugar de los alumnos". "¿Se necesita a alguien a los once añ.os? ¿Tu marido te protege? ¿Proteges a tus hijos?" Pero, en el análisis, no fue sino después de un largo trabajo de reconocimiento de su cuerpo y del mío que se presentó en las sesiones la cuestión de la alternancia presencia-ausencia. 132
De muy pequeño, mucho antes de hablar, el mno se ejercita en dominar la ausencia del Otro de una manera lúdicra, por ejemplo a través de los juegos de las escondidas con el adulto o con los niños de su entorno. Ese "cucú-me fui, cucú-aquí estoy", aparición-desaparición, lo pone alegre, a menudo con una punta de angustia que se trasluce en las risas cuando la desaparición se prolonga. Nada de ello es posible con Sylvie. Si me voy a otra habitación empujando la puerta, se pone a aullar. Por lo demás, las puertas seguirán siendo su "pesadilla" y hasta una edad avanzada le resultará imposible tocarlas y menos aun abrirlas y cerrarlas. A los nueve años me dirá: Hay cosas que no me gustan, comer y abrir las puertas. Nací así, una niña a la que no le gustan las puertas, esta puerta no me agrada, estoy en mi derecho, la cosa existe, los bebitos, no es libre ... Tardíamente, por lo tanto, hacia los cinco años, la cuestión de la presencia-ausencia se presentó en el análisis. En el transcurso de una entrevista con su madre, estando las tres en mi consultorio, se puso a jugar con el cortinado de una puerta ventana que da a un balcón. Reanudó el juego sola conmigo en las sesiones siguientes. Iba a esconderse detrás de la cortina, desde donde, sin embargo, podía verme. Jugando al juego de su ausencia, yo la llamaba: "¿Dónde estás?", manteniendo así mi presencia mediante la voz. En seguida se atrevió a pasar un breve instante y luego cada vez más tiempo detrás del doble cortinado, desde donde ya no me veía. Al principio, yo seguía hablándole e incluso llegué a tocarla a través de la colgadura, después toleró el silencio y el aislamiento. Repitió ese juego durante varios meses, pero no pudo jugar verdaderamente a las escondidas sino muy tarde: remitiéndola la reaparición del compañero a su temor de ser agredida o devorada, el pánico la clavaba en su sitio. Pero esos juegos en el análisis le permitieron sostener una primera identificación de su cuerpo. Podía des a parecer de mi
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vista y yo de la suya sin que por eso ella dejara de existir. Se hizo posible un principio de reconocimiento en el espejo. Tal vez su historia de los niños "transparentes" tuviera que ver con la cortina transparente de la ventana detrás de la cual había comenzado a ocultarse.
El cuerpo y su representación El cuerpo de Sylvie aparece sin límite de piel Sus dibujos permiten seguir la evolución de su representación. En uno de los primeros que hizo, hacia los seis años de edad, se ven dos personajes de aspecto casi fetal, enterrados a medias; sólo el más grande tiene un esbozo de piernas. Con referencia a ellos, Sylvie evoca el episodio de la playa en el que, habiéndose encolerizado su madre mientras ella jugaba en la arena mojada, había perdido el uso de las piernas. En otro dibujo un poco más adelante la misma representación del cuerpo se depura, pero sin modificarse verdaderamente; la misma forma se cubre de ropa pero sin que el cuerpo asuma un modelado más preciso. El rostro, en cambio, se diferencia y conserva un aspecto un poco inmóvil, a semejanza de su muñeca Barbie, que en esa época no la abandona. La cabellera, que siempre tuvo mucha importancia para Sylvie, pasa a ser el elemento esencial. Aun más adelante, la ropa cobrará a veces una amplitud tal que llegará a ahogar a la persona. En muchos dibujos figura una imagen de doble, con intrincación de dos personas. Esto se acerca a lo que postulábamos antes con respecto a la ausencia: Sylvie es el otro, existe por el otro. En los momentos de gran regresión, su madre dice: "La cosa va muy mal, ya no sabe si es ella o yo". Para Sylvie, la representación tipo de su imagen del cuerpo es uno sin exterior ni interior, prolongado por piernas 134
Tres representaciones del cuerpo de Sylvie De arriba hacia abajo: a los seis, a los ocho y a los nueve años
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que no lo son; la cabeza es ese guisante entre dos enormes orejas y los brazos sin manos se parecen más bien a alas. Siempre hay algo "malvado, malo" en esta imagen. La "malvada bestia" es tanto ella como su madre, o medio mundo. Hablando de los niños de su escuela, dirá, por ejemplo: Rémi es mi ángel, Marc mi enemigo ... yo me voy a volver un asesino con los malos, seré un asesino que mate a los malos, defenderé a los buenos, seré una "asesiana"... A esos cuerpos informes donde se confunden interior y exterior intenta construirles un límite gracias a la envoltura facticia que representa la ropa. Quiere ser envuelta, estar muy apretada entre los delantales de su madre; en la guardería pide que la aten con lazos a su silla. Esta contención, que para cualquier niño sería insoportable, parece brindarle cierta calma y seguridad. De la misma forma, para alimentarse, es decir para que su boca pueda abrirse y dejarse penetrar por la cuchara y el alimento líquido, le resulta preciso sentir el cuerpo apretado, protegido por las piernas del adulto. La piel que delimita el adentro del afuera, el continente del contenido, es a la vez órgano de contacto con el Otro y zona de separación. En la formación de la imagen del cuerpo, es probablemente el elemento perceptivo más primitivo. El niño in u tero tal vez sienta sobre la piel el contacto del líquido amniótico y el tacto es lo que, desde el nacimiento, lo acerca más a la madre, pero también marca el límite de la separación. En "El yo y el ello" Freud escribe: El cuerpo propio, y sobre todo su superficie, es un lugar del que pueden provenir simultáneamente percepciones externas e internas. Es visto como un objeto extraño, pero al mismo tiempo libra al tacto sensaciones de dos especies, de las que una puede asimilarse a una percepción interna.
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En una nota de 1927, agrega: El yo se deriva en definitiva de las sensaciones corporales, principalmente de las que tienen su fuente en la superficie del cuerpo. De este modo, puede ser considerado como una proyección mental de la superficie del cuerpo. 38 Con el estadio del espejo y la imagen especular Lacan completará esta concepción freudiana de la imagen del cuerpo que ponía el acento sobre la prevalencia de las percepciones, en particular del tacto. La envoltura corporal es la que va a constituir una barrera protectora contra la intrusión del Otro y el mundo exterior, es la garante de cierta integridad corporal, de una intimidad preservada. El recién nacido y el niño están abiertos al Otro y al mundo por todas las ventanas que son los orificios sensoriales, ojos, oídos, boca, ano. Ahora conocemos qué trabajo de integración subjetiva se hace a partir de los objetos salidos de esos orificios, y cuán problemático puede revelarse ese trabajo en la psicosis. En este caso, el límite que constituye la envoltura piel se hace esencial para el mantenimiento de un semblaDte [semblant] de cohesión del sujeto. El psicótico adulto a menudo hace alusión a ello. No puede habitar esa caparazón abierta a todos los vientos y, frente al espejo, mira perplejo a ese otro que tal vez sería él mismo, sin reconocerlo completamente: "Estoy perdiéndome de vista", me decía una joven esquizofrénica que escrutaba su rostro en el espejo. Otro joven psicótico, que ya había hecho varios intentos de suicidio, me decía en sesión: Sé que podría matarme, eso debería sucederme, sería fácil, después la cosa iría mejor ... habría una gran calma, una calma plena y no una calma vacía ... como un cubo. Yo sería una forma y no una extensión, una masa y no un líquido, una capa de gas o no sé qué ... es más satisfactorio, sería yo quien fuera eso, quien existiera, quien se convirtiera en algo definitivo. En lugar tic ser adulto, estaría muerto, es la 137
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misma cosa. Soy cualquier cosa según los momentos, no existo, mientras que los muertos ganan, no tienen que hacer esfuerzos para ser ellos mismos ... quiero ser respetado en cuanto yo, en mi identidad ... que no se me imponga nada, que ya no tenga que luchar ...
El cuerpo muerto, en cuanto forma definitiva, viene aquí a garantizar por fin la existencia del sujeto. Este demanda que ya no se lo obligue a vivir, que se lo deje poner fin a una existencia de vacío o de "cualquier cosa". Hablando de su identidad reencontrada en la muerte, hará más adelante alusión a su nombre inscripto en la tumba. Si la representación del cuerpo puede ser "proyección mental de superficie", como dice Freud, también es volumen, forma en el espacio. Esta noción de espesor del cuerpo a menudo es problemática en el psicótico que se vive en dos dimensiones. Parece que es a partir de los desplazamientos del cuerpo del recién nacido en el espacio, asociados al contacto de la madre mientras lo transporta, que se elabora esta noción de espacio y volumen del cuerpo. El lactante debe percibir los cambios del ambiente durante las idas y vueltas de la madre cuando está en sus brazos, al mismo tiempo que se desarrolla la percepción cinestésica cuyo centro se encuentra en el oído interno. Las posturas y los desplazamientos de su cuerpo están estrechamente ligados al modo de presencia del Otro. El gusto de los niños por las músicas ritmadas, que retoman espontáneamente golpeando las manos, o el placer de la danza, ¿no tienen sus raíces en este primer cuerpo en movimiento? Esta primera representación inconsciente del cuerpo será retomada e integrada más adelante en la imagen especular. En un próximo capítulo estudiaremos el trabajo de reconocimiento en el espejo que se realizó en el transcurso del análisis de Sylvie. El cuerpo cobra por lo tanto forma y sentido no sólo a través de los objetos a que se originan en los orificios naturales, sino también en lo que se marca y recorta en la superficie de ese
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cuerpo al capricho del deseo del Otro. Las caricias de la madre, los besos, los masajes del cuerpo del bebé que se practican en algunas poblaciones, la India por ejemplo, las expresiones de placer, los intercambios de palabras, las risas que acompafian los contactos y las manipulaciones, son otras tantas piedras aportadas a la edificación del cuerpo erógeno. Las zonas erógenas de la superficie corporal forman una heráldica secreta para cada uno, y las caricias dadas y recibidas son un placer del amor que merece algo mejor que el calificativo de "preliminar". Del mismo modo, la calidad de una piel, su textura, su brillo, un lunar, ¿no son el pequeño detalle que va a "inflamar" el deseo? Para el nifio psicótico, la piel que dibuja los contornos del cuerpo no adquirió esa función de objeto a, garante de la subjetivación del ser, no adquirió su función de continente, de límite en lo imaginario; como los otros objetos a, sigue siendo un puro real. La madre de Sylvie había comprendido lo que había de imposible en la demanda de su hija de ser envuelta apretadamente en sus delantales, y decía: "Habría que envolverla con palabras". ¡La palabra, desdichadamente~ no había pasado al principio entre ellas dos! En muchos niños psicóticos, la piel es un lugar privilegiado de mutilación: raspones profundos, mordeduras de los antebrazo•, arrancamiento de los pelos, etcétera. ¿No serían el dolor y la1 huellas dejadas en el cuerpo los únicos puntos de referencia identificatorios del sujeto, de la misma manera que el nifio psicótico es el objeto oral en su temor de ser devorado, o el objeto anal cuando se ve desaparecer con sus heces por el agujero del inodoro? El adulto psicótico busca también hallar los límites de su cuerpo por medios a menudo inesperados. Una joven psicótica a la que yo analizaba en una clínica psiquiátrica había debido ser ubicada en un servicio cerrado a causa de pasajes al aeto agresivos contra los médicos, los internos y el personal asistente. Su violencia era extrema y cada acercamiento resultaba en un cuerpo a cuerpo espectacular con el interlocutor. A pesar de las advertencias del personal, para su 139
r sesión la recibí sola en un consultorio, habiendo llevado conmigo únicamente papel y pintura porque la creía en un estado de confusión paranoide y pensaba que no podría hablar pero que aceptaría pintar o dibujar. No fue ése el caso, la encontré muy calma y le hablé de mi asombro. Le pregunté si tenía la intención de agredirme y si podía decir algo de su comportamiento. Me respondió que no tenía ganas de echarse encima de mí pues conmigo "no era igual"; cuando se peleaba con alguien, decía que encontraba la presencia de su cuerpo y sus límites, "¡existía por fin!" Riendo, había agregado: "Además, usted, usted no me tiene miedo", lo que revelaba el doble aspecto de su goce, el del cuerpo a cuerpo con el otro y el que tenía al provocar para sorprender la angustia en su interlocutor. Si Sylvie pide al otro que garantice su identidad corporal ("Protégeme"), teme, al mismo tiempo, todo acercamiento porque debe ser forzosamente agresivo. Conoció, sin embargo, el contacto y el calor del cuerpo materno durante las seis primeras semanas de su vida, pero parece que esos primeros objetos, contacto, olor, desaparecieron bajo el efecto del traumatismo y que todo su ser fue contaminado por el miedo a ser destruida, aniquilada por el otro. Este terror a la agresión perduró hasta su adolescencia, lo que complicó las tareas de las instituciones y la familia, ya que se quejaba sin cesar de los "ataques" de los niños y hacía que sus allegados compartieran su "delirio" de persecución. En el análisis, su relación conmigo se estableció muy pronto mediante el contacto, la voz y el movimiento. Yo la llevaba en los brazos y me paseaba así, hablándole. Evitaba todo lo que sabía que era angustian te para ella y le dejaba la iniciativa del contacto; ella exploraba mi rostro con la punta de los dedos, llegando hasta meter la mano en mi boca, tocaba los objetos por intermedio de mi mano, sobre la cual ponía la suya cuando yo, por ejemplo, manipulaba la plastilina. Cuando yo la tocaba, lo hacía con la punta de los dedos, con una caricia ligera como la que ella hacía con sus golpeteos. Poco a poco, se sirvió de los objetos. Uno de sus primeros 140
juegos fue hacer rodar hacia mí autitos que yo le devolvía, luego pudo empujarme, atropellarme, cosa que yo volví a hacer con ella y que le pareció un juego por primera vez. Todo eso ocurría en el marco del análisis, pero Sylvie conservaba en el exterior su miedo a la agresión y se construyó con el paso de los años un sistema paranoico en el que de un lado estaban los "buenos" y del otro los "malos".
El objeto oral Detengámonos ahora en el objeto oral, que parece haber estado en el origen de la psicosis de Sylvie, siguiendo siempre la orientación lacaniana, que hace de esta operación de corte a la vez el punto de angustia y el lugar en el que se origina el deseo. En el Seminario sobre "La angustia", Lacan señala: El punto de angustia está más allá del lugar donde se detiene el fantasma en su relación con el objeto [... ]. Es la zona que separa goce y deseo la falla donde se produce la angustia [... ] . La angu.stia es este mismo corte sin el cual la presencia del significante, su funcionamiento, su entrada en lo real son impensables.
Es dificil hablar de esta primera angustia oral de separación del objeto, no siendo el corte mismo, tal vez, más que un momento mítico. Tratemos, a pesar de todo, de hacer una reconstitución imaginaria, permaneciendo lo más cerca posible de la clínica. Lo que comprobamos, tanto en Sylvie como en cualquier niño psicótico, es claramente esto: que la angustia subsiste en lugar del objeto que habría debido producirse. Recordemos que el primer corte, entre la madre y el hijo, al que se creía radical, no es sino relativo ya que siempre hay un objeto entre los dos, la placenta o el pecho, que no
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pertenecen completamente ni a una ni a otro. En Cuentos orientales, 39 Marguerite Yourcenar relata la leyenda de una madre muerta por emparedamiento, cuyos pechos, que son lo único que emerge de la piedra, continúan produciendo leche, fuente a la cual va~ alimentarse cada día su niño. Esta figuración del objeto como tal es bastante alucinante. Ya antes de mamar por priJilera vez, hemos visto al recién naciQ.o tomar conocimiento del mundo que lo rodea, y suponemos que "sabe" muy pronto que no es a la madre a quien come. ¿Qué es lo que nos permite pensar que hay separación precoz entre el objeto y el Otro? A partir de nuestros conocimientos actuales sobre la precoeidad del desarrollo del aparato sensorial, podemos S\lbsumir el papel de las percepciones en el conjunto del desarrollo del sujeto. La. boca del recién nacido es la zona primera. En un reflejo arcaico, se dirige hacia el lado en el que puede recibir el sustento; b~sta con ro2;ar uno de los costados del rostro para que el lactante gire la cabeza hacia ese lado, con la boca· abjerta y~ lista a prenderse del pezón. Pero esta boca llena con la punta del pecho o con la tetina, animada por movimientos de succión, lugar de una satisfacción intensa que invade el interior del cuerpo, no se mantiene como lugar exclusivo del placer; a ella van a asociarse otras percepciones, tales como el olor de la madre, el contacto corporal, la voz, a veces el dolor, cuando el recién nacido tiene espasmos gástricos debidos, por ejemplo, a una estenosis del píloro. Además, van a asociarse al placer de la boca el componente del ambiente, los objetos que rodean al niño, los ruidos, los colores, las palabras que circulan entre las personas que habitan en el lugar. Sylvie desgranará así los objetos que estaban allí en el momento en que su madre volvió a atenderla durante un mes, cuando ella tenía tres: sillón, galería, bebé, delantal, tocadiscos. Se advierte aquí la presencia del significante, que reaparece con posterioridad en un semblante de discurso. Los indicios aparecen en cierta contigüidad de espacio y de 142
tiempo. Su proximidad es real: los atributos del cuerpo de la madre tales como olor, contacto, dolor, etc... son percibidos de manera seguida y reaparecen regularmente en el tiempo. Otros elementos más exteriores también pueden asociarse por vínculos de vecindad: lugares, personas, objetos del medio ambiente. Entre todos estos elementos parece crearse una red asociativa, hasta formar una especie de trama. Pero, para ello, es necesario que haya a la vez continuidad de la experiencia y discontinuidad. La continuidad está hecha del retorno regular del mismo conjunto perceptivo y significante, de los mismos puntos de referencia exteriores asociados al placer de la boca. La discontinuidad es la cesación, la detención, la desaparición de esos elementos en un momento dado. Pero allí no todo está perdido, la ausencia no es el vacío, es el momento en que el recién nacido va a "evocar"-¿"alucinar", "fantasmizar", qué término utilizar?- su placer oral gracias a uno o varios indicios que se vinculan con él (el pulgar para chupar, por ejemplo) y, a causa de ello, a encontrar en sí mismo la presencia del Otro. Algunos niños muy pequeños dejan de angustiarse e interrumpen sus llantos cuando se les proporcionan uno o varios elementos de esta primera organización: una prenda interior de su madre que conservó su olor, un pequeño objeto que vio sobre ella, una música que conoce, algunas palabras que ella suele decirle, etcétera. Así, la presencia de uno o varios de estos signos deducidos en el cuerpo del sujeto o en el del Otro (cuando no es el objeto transicional mismo) desempeña el papel de agrupadora para una elaboración fantasmática a la que podría calificarse de identificación originaria. ¿Cómo se crean las relaciones entre los diversos objetos a? ¿Cómo se anudan los lazos que los reagrupan para constituir lo que sería la primera introducción del "ello"? El goce es el factor común a la formación del objeto y a su devenir, "el goce, matriz de nuestra presencia en el mundo", decía J.-A. Miller en su curso del21 de noviembre de 1984. 143
Goce del Otro que deja su huella sobre el cuerpo-objeto del niño y contamina los objetos a que éste va a producir. Tal objeto va a convertirse en preponderante para el niño si éste lo señala como objeto pulsional fundamental del Otro, incluso en su fantasma originario. Este objeto se vuelve entonces precioso, marcado por un "plus" agálmico o por un "plus" invertido que puede hacer de él un objeto fóbico. Pero un objeto a no desempeña solo su papel, siempre exige otro. Su asociación se hace al capricho de misteriosas correspondencias, como si hubiera transferencia de goce de uno a otro. Lacan nos da una imagen de estos reagrupamientos incongruentes, donde el significante representa su papel, cuando habla del montaje de la pulsión. (De igual modo, ciertas puestas en escena perversas recurren a objetos triviales asociados de manera curiosa a la cadena significante que enuncia el fantasma.)
que se abren unas hendiduras que dan origen a cosas diversas, morcillas, piedras preciosas, amanitasfaloides, así como unos "objetos no identificados". Paul-Marie despliega una actividad fantasmática desbordante, donde se encuentran sus objetos privilegiados, la mirada, el objeto oral, el objeto anal, retomados en una problemática sexual, las amanitas faloides, las hendiduras de la montaña que da a luz, etcétera. Todo eso está en plena efervescencia, antes de que la represión venga a borrar y redistribuir las cartas. Lacan precisó con claridad que sería falaz creer que esos objetos hacen su aparición en perfecto orden. Recusa la sucesión de los estadios. Dice:
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El montaje de la pulsión es un montaje que, en primer lugar, se presenta como si no tuviera ni pies ni cabeza, en el sentido· en que se habla de montaje en un collage surrealista. La imagen que se nos ocurre mostraría el funcionamiento de una dínamo conectada a la toma de gas, saliendo de ella una pluma de pavo real que va a hacer cosquillas en el vientre de una linda mujer, que permanece allí para hacer más bella la cosa. Un mecanismo parecido puede invertirse. Se desenrollan los hilos, son éstos los que se convierten en la pluma de pavo real, la toma de gas pasa a la boca de la dama y una rabadilla sale en medio. 40 En los análisis de niños, puede captarse en vivo este género de metamorfosis. Paul-Marie, después de la desaparición de su síntoma, jugaba a redistribuir sus objetos a a capricho de su fantasía. Los ojos fosforescentes (mirada) del fantasma negro paralizan a la dama blanca, aquélla rapta y la lleva al bosque, donde amanitas faloides gigantes (los hongos están asociados a su eczema) empiezan a agrandarse y a transformarse en volcanes. El volcán se resquebraja y se ve 144
La descripción de los estadios formadores de la libido no debe referirse a una pseudomaduración natural, que se mantiene siempre opaca. [... ] No hay ninguna relación de engendramiento de una de las pulsiones parciales con respecto a la siguiente.41 Es cierto que la espera oral es primitiva, pronto se convierte en demanda al Otro; luego viene la demanda del Otro, que se fija en el objeto anal que debe producirse, estando la mirada y la voz más directamente ligadas al deseo, al don, al amor. Pero ningún objeto se borra cuando aparece el otro, se cruzan, se unen, interfieren hasta "organizarse en torno a la angustia de castración". 42 El objeto a está entonces incluido en el (-<¡>) de la castración imaginaria, siendo esta última operación problemática en la psicosis.
La estructura del ello
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Al principio de su enseñanza, Lacan postulaba que "el ello habla". En 1967 vuelve a esta fórmula: "Era un error". Eric Laurent lo recordaba en las Jornadas de la ECF (École de la Cause Freudienne) de octubre de 1984: 145
borradura, presentifica el objeto perfume. Si Baudelaire habla de la prevalencia de este objeto, de su poder de evocación o, como diríamos nosotros, de su lugar de a en el ($ Oa) del fantasma, subraya también los lazos que lo unen a los otros objetos:
En el Seminario sobre "La lógica del fantasma", Lacan separa el sujeto del inconsciente y el ello, y hace aparecer a estos dos valores como desunidos [... ]. En el ello reina el silencio de las pulsiones [. .. ] ese silencio es perfectamente compatible con una estructura gramatical.43
[... ] Los perfumes, los colores y los sonidos se responden. Hay perfumes frescos como la piel de los niños, Dulces como el oboe, verdes como las praderas, Y otros, corruptos, ricos y triunfantes, Que tienen la expansión de las cosas infinitas, Como el ámbar, el almizcle, el benjuí y el incienso, Que cantan los transportes del espíritu y los sentidos.
Es difícil hablar del ello sin desnaturalizarlo; como el goce, escapz- -" "lrden del discurso. Lacan escribe: El goce está prohibido como tal a quien habla, o al menos [no puede] ser dicho más que entre líneas para quienquiera sea sujeto de la Ley, puesto que la Ley se funda en esta misma prohibición". 44 Ciertos autores, sin embargo, nos hacen acercar a través de las metáforas poéticas a lo que puede ser este goce vinculado a los objetos a y las figuras de placer que éstos organizan. Todos recuerdan el gusto de la magdalena de Proust y toda la nostalgia del paraíso de la infancia que despierta en él. En Las flores del mal, Baudelaire intenta también decir este goce de "la infancia recuperada [... ]ese niño que ve todo como novedad, que está siempre ebrio". ¿Qué ebriedad encontró en el cuerpo materno, cuyo recuerdo parece buscar en los perfumes? Habla de la preponderancia de ese objeto a para él, objeto pivote del fantasma originario:
(Correspondencias) ,J..I
Cuando con los ojos cerrados, en una tarde cálida de otoño, Respiro el olor de tu pecho caluroso Veo extenderse orillas felices Que deslumbran los fuegos de un sol monótono. (Perfume exótico)
La mirada se excluye aquí para dar todo su lugar al perfume que viene a despertar la voluptuosidad. Como otros espíritus bogan en la música El mío, ¡oh mi amor! nada en tu perfume. (La cabellera)
Allí es lo escuchado, la música, la que, en un semblante de
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Ciertos artistas tienen el geQ.io de captar las secretas correspondencias entre los diferentes objetos a. La danza es un ejemplo de ello. Al decir de Maurice Béjart, es "movimientos, formas, ritmos, es el espacio, la música, el cuerpo humano". En un espectáculo coreográfico, en efecto, están reunidos varios acercamientos al goce: en primer lugar la voz que, con el canto, puede constituir su único sostén, luego la música, en la que predomina ya la melodía, ya el ritmo. El cuerpo está presente en lo que hace ver (pulsión escópica) de perfecto en sus formas, en su belleza plástica, pero también en sus actitudes y su movimiento. Algunos coreógrafos privilegian la postura, como Nicola'i, cuya danza remite a imágenes muy arcaicas del cuerpo, o Carolina Carlson que nos muestra un cuerpo disimétrico y disociado, cada uno de cuyos segmentos parece bailar su propia danza. Otros prefieren el cuerpo en movimiento en coincidencia con el ritmo musical, cuerpo que se eleva, rebota, escapa a la materialidad. El espectador olvida entonces su propio cuerp' se convierte en el ser leve y aéreo que lo cautiva. Vi a una niña de ocho años que no podía quedarse quieta en un espectáculo de ballet, se agitaba, esbozaba gestos; atrapada sin saberlo en una identificación especular que no podía controlar. El
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argumento del ballet, con el sentido que el coreógrafo procura transmitir, sentido sobre el cual cada uno borda a su antojo, viene a perfeccionar la dicha de un encuentro consumado. El sujeto puede entonces franquear los límites de lo real y dejarse llevar a la escena. ¡Una escena que bien podría ser"la Otra escena"! También Shakespeare supo hablar, en una lengua llena de imágenes, de esta secreta correspondencia entre los sentidos. Habiendo recién asesinado a Polonia, oculto detrás de las colgaduras de la cámara de la reina, Hamlet acusa a su madre en estos términos: ¿Tenéis ojos? No llaméis a esto amor, porque a vuestra edad el tiempo del ardor ha pasado, la sangre se calma y puede escuchar a la razón ... Sentidos tenéis, sin duda ... pero esos sentidos, dadlo por seguro, se han perdido ... ¿Qué demonio, entonces, puede engañaros así? Ojos sin tacto, un tacto sin miradas, un o(do sin visión ni tacto, un olfato sin nada más que un enfermizo residuo de sentido no podr(an errar más [... ]'5
¿Sería eso lo que se denomina "desorden de los sentidos"? Lo que aquí aparece como desorganización, disyunción de las percepciones, no está lejos de pasar por un signo de desorden mental. Es dificil aventurarse en el dominio del "ello" donde reina "el silencio de las pulsiones", un silencio de muerte; dificil hablar del goce y la angustia, dado que se mantienen al margen de la simbolización. No obstante, la estructura psicótica nos remite sin cesar a una organización cercana a la del ello. Mientras que la metáfora fálica y la forclusión del Nombre-del-Padre son más fáciles de aprehender a causa de nuestro mejor conocimiento de las leyes del lenguaje, la naturaleza del ello y su articulación con la cadena significante siguen siendo problemáticas. El troquel que·, en la escritura del fantasma, reúne y desune a la vez el$ y el a, no reveló aún todas sus posibilidades de lectura. Volveremos más adelante a la estructura 148
del ello en relación con lo real, cuando hayamos avanzado en el conocimiento del objeto a del psicótico. Pero desde ahora podemos admitir que a partir de un real fisiológico como el hambre, tensión primordial si las hay, se produce una satisfacción cuyo agente es el Otro. En la partida que se libra, el Otro se mantiene en un primer momento como el conductor deljuego. De esta partida va a salir un sujeto, con la condición de que se respeten ciertas reglas.
Condiciones mínimas para que se produzca un sujeto Para que se anuden lo real, lo simbólico y lo imaginario, para que los objetos a ocupen el lugar que les corresponde en la geografia del cuerpo, una boca para comer, oídos para escuchar, ojos para ver, etc., tomado todo en la dimensión tanto imaginaria como metafórica, para que una conexión significante se apoye sobre estos objetos, es preciso que se cumplan ciertas condiciones. Debe mantenerse una coyuntura tal que el desarrollo del sujeto infans se produzca sin demasiados riesgos. He aquí sus elementos esenciales: • l. Los cuidados dados al niño deben llevarse a cabo con un mínimo de permanencia y regularidad, para respetar los ritmos vitales. Con respecto a la pulsión, dice Lacan en el Libro XI del Seminario: "La constancia del empuje prohíbe toda asimilación de la pulsión a una función biológica, la que siempre tiene un ritmo". 46 Sin embargo, es a partir de los ritmos biológicos como se construye la pulsión; se trata verdaderamente de construcción, pues el objeto de la pulsión no es en nada el objeto de la necesidad. El objeto pulsional es el objeto a. Si lo real es "lo que siempre vuelve al mismo lugar",47 es en
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primer lugar lo real orgánico, con sus ritmos funcionales, lo que recorta el tiempo: digestión-apetito, vigilia·suefio, ciclo que se articula pronto en la noche y el día. Ese real es alternancía. Desde luego, no se trata aquí de la oposición significante SeS~ pero, ¿no puede pensarse que las primeras oposiciones sigmticantes se apoyan sobre ese real donde reina ya un orden de sucesión? Si el Otro no respeta este orden natural, si las cadencias fisiológicas del niño son trastornadas más allá de un cierto umbral de tolerancia, pueden aparecer perturbaciones graves. Una ciencia nueva, la cronobiología, pone de relieve la importancia de ciertos ciclos biológicos desconocidos hasta hoy. • 2. El recién nacido también tiene necesidad de repetici6n, de una repetición que le viene en lo real. Digamos que tiene sus costumbres, y que las aprecia. A veces se piensa que debe haber un solo personaje alimentador durante los primeros meses, lo que no es verdad más que en parte. Si el ;recién nacido reconoce muy pronto a su madre, acepta también que otras personas se ocupen de él, con la condición de tener tiempo para identificarlas y que los momentos en que permanece con ellas tengan una duración limitada. Parece aprehender perfectamente el tiempo que pasa, sin duda en relaciQn con su "reloj" biológico, y puede así prever el retomo de las cosas. En las guarderías, los lactantes se agitan y dirigen sus miradas hacia la puerta cuando se acerca la hora en que las madres van a buscarlos. Si los personajes alimentadores cambian sin cesar, si las costumbres de vida son constantemente perturbadas, el niño no puede elaborar ninguna perspectiva significante, lo que puede constituir una puerta abierta a la regresión o a la psicosis. El desorden y la incoherencia en que se sumerge se convierten en el caos mismo de su ser. Todo esto se observa corrientemente en los niños confiados a la D.D.A.S.S. [Direc.. ción de Asuntos Sociales y Sanitarios] que pasan de nodriza en nodriza. Sabemos en qué estado llegan a los centros de cuidado, cuando no es la cárcel la que los recibe más adelante. • 3. Para que el recién nacido pueda establecer una primera 150
red de comunicación entre los diversos objetos a y vincularlos a los primeros significantes, es preciso proporcionarle los materiales necesarios, lo que en el discurso pedopsiquiátrico se llama la estimulación. Un niño abandonado a su soledad, incluso bien alimentado y limpio, estará forzosamente marcado por la debilidad. Estemos reconocidos a Spitz por haber proclamado en voz muy alta los estragos del hospitalismo. Habría motivos para distinguir los modos en que se presenta esta insuficiencia del Otro y para no generalizar apresuradamente, so pena de hacer psicología de bazar. Estos modos van de la pobreza intelectual del medio nutricio, con rarefacción de los intercambios de lenguaje, a la inconsistencia de una madre depresiva habitada por pulsiones de muerte. En todos estos casos, resulta de ello una insuficiencia de las primeras elaboraciones subjetivas. Los recién nacidos que sobreviven a ese desierto afectivo son seres a merced del menor avatar existencial. Con frecuencia uno se asombra de la brutalidad con la que un niño puede entrar en la psicosis, y se pregunta sobre lo bien fundado de observaciones tales como la del que se vuelve psicótico después de una estadía hospitalaria de corta duración, o la del otro a quien su madre, a su vuelta de la clínica obstétrica, encuentra mudo. Sin embargo, este tipo de casos jalona la literatura analítica. Pero las observaciones de un desencadenamiento aparentemente brutal de la psicosis no tienen en cuenta el estado del niño en el momento del "minidrama". Los niños más profundamente perturbados no son los que presentan la sintomatología más ruidosa. Quienes se volverán psicóticos son la mayoría de las veces niños "sin problemas ... tan buenos y obedientes", perfectos en su papel de objeto a que colma a la madre. Hace falta mucho tiempo para consolidar estructuras frágiles al principio, y en niños de alto riesgo un trauma, aun de apariencia mínima, puede desencadenar un estado psicótico. No obstante, seamos prudentes en cuanto al término de psicosis. Si en ocasiones se habla de "pre-psicosis" con respecto a los niños, es tal vez para reservar un diagnóstico siempre 151
dificil de formular y un pronóstico que a menudo aporta sorpresas, manifestándose reversibles, contra todo lo que cabía esperar, ciertas sintomatologías pesadas. • 4. La ruptura de las primeras relaciones puede producirse por un desborde pulsional. El niño no puede resistirse a la violencia de ciertos traumas, y tiene lugar el hundimiento. Se constituye un vacío definitivo sobre el cual no puede construirse nada sólido. El término de forclusión da cuenta con claridad de esta pérdida irreparable en el corazón del sujeto. Podemos referirnos aquí a la historia de Sylvie. ¿Qué pasó con ella? • Hemos puesto en evidencia la violencia del trauma sobre una organización fragilizada por una satisfacción demasiado grande de la necesidad, aparejada a una ausencia de intercambios significantes con la madre. En el texto de los Escritos, "La significación del falo", Lacan insiste sobre este más acá de las necesidades y de la demanda que es el don, don de lo que no se tiene y que se llama amor. Puede suceder que la satisfacción de la necesidad sea rebajada a "no ser ya sino el aplastamiento de la demanda de amor". 48 El término de "aplastamiento", que emplea a menudo en su Seminario sobre "La relación de objeto", da cuenta de lo que ocurre cuando un exceso de satisfacción pone fin a toda apertura sobre la demanda y por ello sobre el deseo. El término evoca al niño ahíto dormido sobre el pecho de su madre, sin otra perspectiva para los dos que esa dicha inmediata. Pero se mantiene la cuestión de esa "demasiada satisfacción de la necesidad" y de la "frustración de amor". La demasiada satisfacción se vuelve más patógena por el hecho de interrumpirse en un momento dado. El trauma puede ser provocado por la cesación brusca del goce de un niño colmado, sobre todo cuando ese goce es antes que nada satisfacción de la necesidad, pues el sujeto se queda sin posibilidades de metabolizar la pérdida. La primera partida de la madre de Sylvie, cuando no tenía más de seis semanas, ya constituiría por lo tanto un trauma. Muchos niños frustrados y maltratados desde el nacimiento no hacen una psicosis, mientras que aquellos a 152
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los que "no les falta nada" en el plano de las necesidades corren el riesgo de descompensarse más fácilmente. En Sylvie, la primera construcción va a ser barrida por el impacto de un real insoslayable, el atiborramiento sádico que, por su violencia, pone término a toda "respuesta". Es posible imaginar que, en circunstancias un poco diferentes, la niña habría producido un síntoma: vómitos, enfermedad, etcétera. Pero Sylvie no responde, se borra en una especie de inexistencia en la que no sobrevive más que una actividad estereotipada de golpeteos, ni siquiera se chupa ya el pulgar, es el autismo. En lugar de la emergencia del objeto subsiste lo puro real, la angustia. Un episodio sobrevenido en análisis nos permite comprender mejor qué ocurre con lo real de este objeto.
¡Come, SylvieJ Cuando tenía alrededor de cinco años, en el transcurso de una sesión Sylvie me dice que tiene hambre. Le pregunto qué quiere comer. Un yogur, me responde. Los padres se quejan sin cesar de lo que para ellos tenía de obligatorio la puesta en escena de cada comida, pero yo misma nunca había sido testigo de esas sesiones de forcing. Sabía que en la institución que frecuentaba se pasaba el día sin comer, sin orinar ni ir al retrete, pues el equipo se negaba a obligarla. Ese día, entonces, le llevo un yogur que pongo en un plato con azúcar, y le doy una cuchara. Yo misma lo pruebo y le digo: "Aquí tienes, puedes comer, está rico". Me retruca: "Oblígame". Le contesto que ella sabe muy bien que no la obligaría nunca, que pienso que puede comer sola o, al menos, tratar. En el momento en que va a llevarse a la boca la primera cucharada, rechaza el plato con violencia, se levanta de la silla, visiblemente muy angustiada, y se pone a gritar: "¡No comer Sylvie, no comer Sylvie!" 153
No comprendí en el acto el sentido de este ataque de pánico, pero más tarde creí captarlo. La conminación "¡Come, Sylvie!" fue pronunciada en primer lugar por la madre, pero sobre todo por Georgette. Esta frase le atravesaba los oídos, al mismo tiempo que todo su cuerpo estaba sometido a la agresión del Otro. Pero los oídos son los únicos orificios del cuerpo que no pueden clausurarse, por lo que Sylvie cerraba la boca, apretaba los dientes al punto de desgastarlos, se cubría los ojos, no evacuaba sus deposiciones ... pero no podía taponarse las orejas. Por lo demás, en sus dibujos éstas son desmesuradamente grandes, mientras que el resto del cuerpo es casi inexistente. El "¡Come, Sylvie!" gritado en sus oídos estaba asociado a una angustia de muerte que, me parece, se vinculaba sobre todo con la asfixia (durante toda su infancia hará bronquitis asmatiformes). Sobrevivía desapareciendo en cuanto sujeto en el acto mismo de la devoración. En el "¡Come, Sylvie!", Sylvie comía a Sylvie, pero si comer era comerse a sí misma también era comer al otro, ser comida por el otro. Habiendo sucedido que la criada (conservo el significante utilizado por la familia) quedara encinta, Sylvie preguntó "por qué se había comido a su bebé". Para cualquier niño, para cualquier adulto, en un segundo plano tras el fantasma subsiste la angustia de devoración, que puede manifestarse mediante producciones imaginarias (como las historias de vampiros) o en procesos más elaborados como la incorporación, ligada a la oralidad, pero donde el objeto se mantiene siempre velado. Aquí el objeto es puro real y la angustia está indefectiblemente asociada a él. Este terror de Sylvie frente al alimento que ni siquiera se atrevía a tocar, como si el pedazo de pan fuera a morderla, me hacía pensar en el cuadro de Goya, Saturno devorando a sus hijos. Este cuadro, evocado con frecuencia en el discurso de los analizantes, remite a las angustias arcaicas ligadas al canibalismo. En su seminario del15 de mayo de 1963, Lacan evocaba este más acá del objeto del fantasma anclado en lo real y la angustia. 154
El punto de angustia está más allá del lugar en el que se detiene el fantasma en su relación esencial con el objeto parcial, es lo que aparece en la prolongación del fantasma, que permanece subyacente a cierto modo de la relación oral y que se expresa bajo la imagen de la función llamada del vampirismo[ ... ]. Es preciso distinguirla realidad del funcionamiento organísmico de lo que de éste se esboza más allá, eso es lo que nos permite distinguir el punto de angustia y el punto del deseo. Sylvie apenas comerá sola a los siete años. Me dirá entonces: "Ahora como sola. Hago como Georgette, me meto a la fuerza la cuchara en la boca". Es la voz del superyóla que se hace escuchar y que ella repite, identificándose sin duda con el perseguidor que manipula un cuerpo máquina. Pude ver una película filmada un día de fiesta en la institución que ella frecuentaba en esa época. Había una mesa cubierta de repostena, a la que Sylvie se acercaba y de la que luego se alejaba, perdida en la masa de los otros niños. Repitió varias veces esta maniobra, luego fue a tocar las masas, tomó una, luego otra y, viendo que nadie le prestaba atención, se las llevó a la boca. Este fue el comienzo de la constitución del objeto oral, que prosiguió a través de la relación con su abuela. Esta, al mismo tiempo que le daba de comer, aceptaba que ella la alimentara en una especie de comportamiento en espejo. En el análisis, los juegos maternales continuaron hasta una edad muy avanzada. Durante mucho tiempo, la alimentación se mantuvo ligada a actos mortíferos: el bebé era aplastado, pinchado, reventado, muerto, cortado, explotaban bombas, cosas todas que me pedía que yo ejecutara dado que ella estaba demasiado aterrorizada para tocar por sí misma a la muñequita. Yo retomaba con frecuencia su palabra interpelándola sobre el lugar del bebé: "¿Qué es lo que tiene, que grita? ¡No quiero que me pinchen! ¡Por qué no me tomas en tus brazos?, etcétera." Trataba de permutar los papeles. No fue sino muy tarde, cuando tenía alrededor de diez años, cuando la vi por 155
primera vez tomar la muñequita, acunarlay decirle palabras tiernas. Esta angustia ligada al exceso de real del objeto puede, en el discurso de los psicóticos, extenderse a sus cuerpos. El objeto oral está en el centro de los fenómenos de anorexia y bulimia, que la mayoría de las veces están asociados en el mismo sujeto con una sucesión en el tiempo, sucediendo los períodos de bulimia a las fases de anorexia. Es interesante señalar que la angustia sólo se manifiesta cuando el sujeto es bulímico. U na gran experiencia con estos casos, en pacientes jóvenes de instituciones psiquiátricas, me llevó a distinguir dos discursos muy diferentes según la estructura en la cual se inscriben. Una joven anoréxica de estructura histérica no habla de su cuerpo y de la comida en los mismos términos que una psicótica. Unajoven psicótica que presentaba crisis de bulimia en el transcurso de las cuales podía comer cantidades inverosímiles de masas, me decía: Para mí, mi cuerpo es un enemigo, es él el que come, que engorda, que es feo[ ... ]. Le tenía horror a la leche. Mi madre me alimentó hasta los seis meses. Yo hacía teatro para tragar todo lo que tenía leche. De pequeña, no tenía este sentimiento de disociación entre mi cuerpo y yo [.. .].Les muestro algo que es feo, ¿cómo podría la gente saber que amo lo bello en este cuerpo feo, cómo podría saber que tengo mal gusto?
Esta misma joven, que alternaba períodos de anorexia y de bulimia puntuados por intentos de suicidio, también decía: "Desde la muerte de mi madre ya no puedo comer carne, tengo miedo de comer a mi madre". Otra joven anoréxica, pero histérica, decía: "No puedo tragar a mamá con todos los cuentos que prueba para hacerme engullir". En la primera se manifiesta la angustia de un cuerpo consumible que tiene mal gusto, con la recuperación significante y aberrante del cuerpo feo,* así como el riesgo de
* En francés las voces laid (feo) y lait (leche) son homófonas, circunstancia que la autora señala escribiendo laid(t). (N. del T.) 156
absorción, en lo real, del cuerpo de una madre muerta. En la segunda, se identifica la dimensión metafórica, "tragarse los cuentos". Para ella, toda la historia de la anorexia podía articularse con su problemática edípica. Si un analizan te de larga data puede expresar, con tono resignado, los límites del análisis: "Cuando uno está en el cuerpo, no puede decir nada más. ¿Qué puede atraparse en esta masa de carne?", el psicótico vive esta imposibilidad misma. En una clínica psiquiátrica para estudiantes psicóticos, las materias más diffciles de enseñar no son ni las matemáticas ni la ffsica sino la biología. Ocurren en ese curso fenómenos diffciles de dominar por el profesor. El encuentro, por parte del psicótico, de lo real de un cuerpo muerto, por ejemplo en las disecciones, va a redoblar la angustia de su propio cuerpo, al que a menudo califica de muerto vivo. La presencia de pedazos de cuerpos etiquetados, catalogados, lo remite a su propio cuerpo fragmentado. El profesor se enfrenta con comportamientos curiosos, cuando no asiste a un desencadenamiento delirante. Citaré algunos. 49 Vania ingiere, durante una clase de trabajos prácticos, el encéfalo en formol de un carnero y dice: "No me hará nada, no sentiré nada porque está en formol". Las nociones de división celular y de reproducción plantean problemas a menudo insuperables. Dominique quería saber por qué, en los diferentes estadios de la gametogénesis, las células "cambiaban de sexo como si no supieran en qué querían convertirse"; en efecto, la misma célula masculina se denomina sucesivamente un espermatocito, una espermátide, mientras que la célula femenina es un óvulo. "Lo real es asimismo la anatomía", 50 dice Lacan. Para Dominique, la diferenciación sexual sigue siendo confusa porque está directamente pegada al género, masculino o femenino, de la célula sexual misma. La ausencia de la castración simbólica no permitió la represión de lo real anatómico. La no superación de ese real despierta la angustia, que el sujeto intenta reducir mediante una interpretación de apariencia lógica. 157
¿Y el objeto anal en Sylvie? Como el objeto oral, el objeto anal no puede ser escindido. Sylvie se niega a que le saquen los pañales y quiere conservar los excrementos directamente sobre la piel. La pérdida de sus materias fecales parece equivaler a su propia desaparición. Esta angustia se amplificó aun más a causa de las exigencias excesivas de la madre, que pone a la niña "hasta quince veces por día en la escupidera" y sanciona cada "negativa" con una paliza. En cierta medida, todo niño se identifica con el objeto. "Lo que está allí en esa primera relación con la demanda del Otro es a la vez él y eso no debe ser él",51 dice Lacan en referencia al objeto anal. Esta identificación es siempre subyacente e inherente a la estructura misma del sujeto. Hemos hablado largamente del camino que conducía de la posición de ser ese objeto a la que consistía en tenerlo, en construirlo, proceso de separación que se lleva a cabo conjuntamente con el de la alienación en el lenguaje. Para el psicótico, el objeto conserva su estatuto de real y no puede, en muchos casos; ser recuperado en la actividad fantasmática ni borrarse en las estruc~ turas simbólicas del deseo. En lugar de poner en marcha el proceso de castración, de permitir la entrada en el orden significante, su pérdida equivale a una pérdida real, una mutilación. En la medida en que el objeto no está incluido en la dialéctica con el Otro, el niño sigue siendo ese mismo objeto y se ve sufrir la misma suerte, la desaparición, el anonada· miento. Hemos visto las angustias de devoración que suscita el objeto oral. De igual modo, el objeto anal conserva un poder de destrucción en el niño psicótico. Muchos autores ponen de relieve esta problemática. M.Klein hizo hincapié sobre la violencia destructora que se asocia a las heces; recordemos también el caso de Joe, estudiado por B. Bettelheim, y todos sus rituales de defecación: "Tocar la pared con una mano apretando las lámparas, con la otra sujetar el pene",52 etcétera. Marcia que, como Sylvie, había sufrido la prueba de los 158
enemas, "no sabía con certeza cuál de los dos orificios (boca, ano) ingería y cuál eliminaba, y no controlaba ni uno ni otro, de donde sus comportamientos de defecación ritualizados". 53 En cualquier niño hay inquietud y perplejidad al dar al Otro lo que éste pide, sobre todo cuando ese algo proviene del interior de su cuerpo. La paradoja de esta situación fue subrayada por Freud. Lacan comenta en estos términos el texto freudiano: Esta demanda de la madre: "guárdalo - dalo", si lo doy, ¿adónde va eso? [...] Ese mantoncito de mierda es obtenido a la demanda, se lo admira: "¡Qué linda caca!", pero por lo mismo esta demanda implica también que sea desaprobado, porque a pesar de todo se le enseña que no hay que guardar demasiadas relaciones con esa linda caca, como no sean satisfacciones sublimatorias; si se lo embadurna, evidentemente, todos saben que es con eso que se hace54 • A veces el niño tiene dificultades para hacer frente a esta situación. La demanda cada vez más acuciante del Otro puede llevarlo a negarse a dar ese objeto tan codiciado, para experimentar su primer sentimiento de autonomía, de dominio de su cuerpo. Puede también cuestionarse sobre lo que oculta esa demanda (Che vuoi?). La negativa del niño es a menudo proporcional al encarnizamiento con que su madre trata de obtener el objeto. ¿No revela esta demanda el deseo subyacente de conservar el dominio del cuerpo de su vástago, al que ella misma no quiere "soltar"? Este objeto anal entra en los cuidados y las preocupaciones maternas desde el nacimiento y luego, llegado el momento, se vuelve algo de lo que puede sacar partido. El Otro pide al niño que lo presente como regalo, pero para desembarazarse de él en el acto. Aunque haya equivalentes sublimatorios, este objeto conserva un peso de real que no tienen los otros objetos: por ejemplo, cuando el niño comienza a ir solo al baño, se vuelve loco si no ve sus excrementos antes de dejar correr el agua. Las preocupaciones acerca de la defecación forman parte de las inquietudes cotidianas de los adultos, 159
que cristalizan en esta función múltiples fantasmas relacionados con el funcionamiento de sus cuerpos: buena salud si hay regularidad en las excreciones, "deposiciones de buen aspecto", o fantasmas de podredumbre interna, angustias de muerte ligadas al bloqueo de la función. El objeto anal es por lo tanto fuente de un interés que jamás se agota, siempre en la encrucijada de la angustia y el goce. Las bromas escatológicas son las primeras en aparecer en los niños; los "sorete-caca" y otras palabrotas los llenan de alegría y, en general, son retomadas por los niños mayores de la familia, que hacen de ellas sus delicias hasta una edad avanzada. Si bien la acogida de los padres es a menudo ambigua, algunos grupos sociales como los campesinos conservaron el gusto por este lenguaje un poco crudo, que emplean con naturalidad, "sin ofender". 55 Sylvie se angustiaba especialmente con todo lo que tocaba a esa parte del cuerpo. En las sesiones con la muñequita, simulaba penetrarle el ano con un lápiz y decía: "No puede hacer caca, tiene una pielcita, no puede, no puede". Como la boca que había que abrirle a la fuerza, el orificio anal debía quedar cerrado, tanto horror encubría la perspectiva de penetración. Cualquier intervención en ese nivel, termómetro, supositorios, enemas, era vivida de manera dramática y podía hundirla en un estado de total desamparo. Relataré aquí un acontecimiento que se produjo cuando tenía alrededor de seis años. La evacuación de las deposiciones provocaba una angustia tal que Sylvie las retenía lo más posible. Un día, después de una semana de retención, el médico consultado, temiendo una oclusión intestinal, le administró un enema. Fue una experiencia de la que la niña no se repuso durante mucho tiempo, por el hecho de que ese médico murió, lo mismo que la abuela materna que a veces lo consultaba. Se desarrolló entonces en ella una serie de asociaciones en torno del trasero, la muerte, el médico y el padre que era doctor de las vacas. He aquí lo que me dijo en una sesión: "Cuando se está muerto, arreglan el trasero, ponen pomada en el trasero. 160
Después de la muerte una se vuelve la abuela, las señoras en lo del doctor que pone pomada, ella también está muerta; papá pone pomada en el trasero de las vacas. ¿Sylvie está muerta?" Después de esta nueva agresión al cuerpo y de las circunstancias que la rodean, a las cuales Sylvie da un sentido casi delirante, se inicia un período crítico del análisis. Ya no tengo ningún contacto con ella; parece no verme más, su rostro ya no tiene expresión, se presenta como una niña autista. Tiene también fenómenos alucinatorios, habla de manera incomprensible a alguien que sería su doble, y esto con las entonaciones de voz de su madre, quien me dice: La cosa va muy mal en casa, se acabó, ya no sabe si es ella o yo, llama mamá a sus hermanas y a su padre ... quiere que su voluntad venga de otra parte, son siempre las mismas preguntas: "¿Tengo frío? ¿Cómo me llamo?", etcétera.
Es en esta época cuando se pensará en una separación con respecto al medio familiar. Irá a vivir a lo de su abuela paterna y pasará el día en una institución especializada. La intervención en lo real sobre el orificio anal destruyó la primera elaboración de la imagen del cuerpo que se iniciaba en la transferencia. Como después del trauma oral, Sylvie se vuelve autista. De hecho, el trabajo analítico va a ser retomado progresivamente y me daré cuenta de que lo adquirido conmigo no se ha perdido sino únicamente congelado durante un tiempo. Veremos, con referencia al lenguaje, el sentido que Sylvie dio a esta intervención del médico.
Sobre la voz La voz es portadora de palabras, "en cuanto imperativo, en cuanto reclama obediencia o convicción, no se sitúa en 161
relación con la música sino en relación con la palabra", 56 dice Lacan. Para Sylvie, estaba la voz imperativa del Otro: "¡Come!", "¡Haz caca!", pero también los sonidos que salían del tocadiscos cuando su madre la atendía. ¿Qué sucedió para que el objeto voz se pusiera a existir de por sí, de manera aislada, y tomara esa connotación no sólo superyoica sino persecutoria? Sylvie, en efecto, se sentía aterrorizada por la voz que salía del tocadiscos. En una inversión de la situación que caracteriza la evolución de su psicosis, exigirá que su madre ponga una voz gruesa, una voz colérica para poder llevar a cabo ciertos actos, como comer, orinar, defecar, etc. En su Seminario sobre "La angustia", Lacan intenta determinar lo que constituye el carácter angustiante del objeto y su lado persecutorio. N o son los pechos o los ojos sobre una bandeja los que provocan el malestar, pero cuando esos ojos lo miran a uno, cuando la muñeca se anima, comienza a asomar la inquietud. En referencia a Edipo vaciándose los ojos, Lacan se pregunta:
una situación de privilegio entre los dos: el "objeto transicional".58
El pseudo-objeto transicional del psicótico Se trata de un objeto tomado del ambiente familiar del niño, pedacito de tejido, viejo objeto de peluche que ha estado en contacto prolongado con su cuerpo y conserva su olor. Este objeto está ligado a las esferas oral y respiratoria. El niño, en las manipulaciones más o menos complejas, lo chupa y lo respira: puede, por ejemplo, enroscar un mechón de su pelo al mismo tiempo que chupa el objeto o uno de sus dedos, chuparse el pulgar haciéndose cosquillas en la nariz con un extremo de la manta, etcétera. Cada niño encuentra rápidamente un modo específico de utilización de este objeto y no lo cambia nunca. Algunos lactantes se chupan el pulgar desde el nacimiento, costumbre que pudieron contraer in utero, como lo demuestran las ecograffas. El niño reclama este objeto en los momentos de so1 3dad, cuando se aburre o procura dormirse. Su utilización frecuente y prolongada puede ser un signo de sufrimiento, de tristeza, a veces de regresión. Este objeto no es el objeto a, el que está atrapado en el cuerpo mismo, del que es un derivado y que se presenta como prolongación del objeto oral y del respiratorio. En su Seminario sobre "La angustia", Lacan habla de él de esta forma:
¿Es eso la angustia, la posibilidad que tiene el hombre de mutilarse? No, es propiamente lo que por medio de esta imagen me esfuerzo por designarles, es que una imposible vista los amenaza con sus propios ojos por el suelo. 57
Cuando el objeto parcial se pone a tener vida propia, el universo bascula: se dejan escuchar voces que la mayor parte de las veces dicen injurias y "porquerías", los muertos vuelven, las miradas de la gente en la calle son acusadoras, las puertas se abren solas, etcétera. Estos fenómenos que en las películas fantásticas nos dan miedo "de mentira", son vividos por el psicótico en una gran proximidad: no puede despertarse y reencontrar, cuando lo desee, la realidad tranquilizante de su cuerpo unificado y un mundo en que los objetos son verdaderamente inanimados, tienen su lugar y no amenazan a los hombres. Esto nos lleva a hablar de un objeto que no es el objeto a, que no es un trivial objeto del mundo exterior, sino que ocupa
Este objeto al que (Winnicott) llama transicional es verdaderamente el que yo llamo un objeto cesible, trocito arrancado a algo, la mayoría de las veces unas mantillas. Se ve con claridad el soporte que el sujeto encuentra en él. No se disuelve en él, se conforta en su función de sujeto en relación con la confrontación significante. No hay carga de a, hay, por decirlo así, investidura, existe en la relación de a algo que reaparece después de su desaparición. 59
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niño psicótico pierde su manojo de llaves o su pequeño auto, se le puede dar otra cosa más o menos semejante y se quedará contento, dado que no está apegado "sentimentalmente" a él. A propósito de Marcia, quien en algunos aspectos se parece mucho a Sylvie, Bruno Bettelheim nos habla del "manoseo", traducción del verbo to twiddle y de twiddling. Estas actividades estereotipadas son para él "no sólo autohipnosis sino comportamiento de descarga". Dice también:
Por lo tanto, Lacan es muy claro, el objeto transicional no es el a, aparece cuando a está perdido, "después de su desaparición". Conforta al sujeto que debe afrontar el mundo del lenguaje, entrar en el ''juego simbólico", según dice también. Se presenta en continuidad con el objeto oral, pero está ya encargado de todas las reminiscencias de la relación con el cuerpo de la madre y con lo percibido del cuerpo propio del niño. Es el objeto intermediario "marcado por la primitiva sustitución". Sin ninguna duda, este objeto viene a sostener un fantasma en torno a la relación de cuidado maternales. Es evocador del vínculo con el Otro, y el niño conforta en él su identidad. El nombre dado a este objeto va a confirmar su doble pertenencia, se trata a menudo de un significante que el niño escucha en los intercambios que tiene con su madre. Un chico lo llamaba "totin". De hecho, ese significante derivaba de la palabra "coquin" ["pillo"]: la persona que lo atendía, mientras lo cuidaba, cambiaba y jugaba con él, solía tratarlo de "pequeño pillo". Captamos allí en vivo la intrincación de las dos operaciones: la aparición del objeto con la serie que se introduce y la inscripción significante que se hace en el mismo momento. Ese significante, "totin", secundariamente reprimido, podrá reaparecer en una cadena significante donde será totalmente irreconocible. Veremos ejemplos de este tipo de represión cuando abordemos los problemas de lenguaje en la psicosis. El objeto que utiliza el niño psicótico no tiene esta función de objeto transicional. Sus características son completamente distintas. Rara vez se trata de un objeto suave al tacto. La mayoría de las veces es duro y frío, en ocasiones cortante: autito, botella vacía, etc. El niño psicótico busca, con este objeto, una sensación a veces en el límite del sufrimiento cuando, por ejemplo, lo aprieta en su mano o se acuesta sobre él en la cama. Advirtamos este rasgo particular: si en el momento de acostarse no se encuentra el objeto transicional, para cualquier niño es un drama, nada puede reemplazarlo; pero si un 164
Los estímulos exteriores están oscurecidos y "ahogados" en las sensaciones que el niño provoca en sí mismo. Su propio comportamiento transforma su estado de ''vigilia" en una atención todopoderosa frente a sí mismo y anula realmente la percepción de la realidad.
Considera que es preciso respetar estas actividades que "protegen de un mundo intrusivo y espantoso, al mismo tiempo que aportan una satisfacción alucinatoria a los deseos". 60 El ritual de Marcia, que necesitaba taparse los oídos y las narinas para poder comer con los dedos, hace pensar en el de Sylvie, que no podía alimentarse más que con el cuerpo fuertemente ceñido por las piernas del adulto. En Marcia el ritual fue perfeccionado por las educadoras, "que le taparon los oídos por ella, lo que liberó algunos de sus dedos para comer". Su "manoseo" se producía cerca de la boca, pero en el niño psicótico es raro que esté ligado a actividades de succión. Sylvie manoseaba indefinidamente entre los dedos un pedazo de material plástico, pero no se llevaba nada a la boca. Sin embargo, no dejaba de rechinar los dientes. He relatado el caso de Marcia porque a menudo me pregunté sobre el sentido de esas prácticas y la manera de abordarlas en la clínica. No me parece que la naturaleza de las soluciones de B. Bettelheim pueda hacer desaparecer esos interrogantes. Es cierto que, en su institución, la toma en guarda permanente del niño se produce a lo largo de muchos años. No deja de mencionar la importancia del ti :¡
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tiempo y el confort del medio ambiente para tratar las psicosis. El enfoque analítico me parece de otro orden. Sin temor a equivocarnos, podemos afirmar aquí que a la inversa del objeto transicional, que permite al niño sostener un fantasma alrededor de la relación con el Otro y de la falta creada por su ausencia, el niño psicótico utiliza el objeto en una maniobra que renueva para perderse en ella, para "disolverse". Los rituales vienen a llenar un vacío, un agujero en lo real, el objeto es proveedor de sensaciones y no nuevo impulso para lo imaginario. El gesto estereotipado, la repetición de lenguaje, ecolalia o estribillo, son otras tantas actividades que tranquilizan por su retorno asegurado. Así como el lactante "aplasta eljuego simbólico" en la actividad de succión, el niño más grande se pierde en un acto que reproduce indefinidamente. Sylvie, retomando sin duda una expresión familiar, llamaba a sus trozos de plástico sus "pequeñas drogas". Estos rituales psicóticos son aquello sobre lo que se apoya el análisis. Con ellos, el niño refuerza su autismo y su aislamiento del mundo, y los intentos por sacarlo resultan eri cóleras elásticas y redoblamiento de la angustia. Sylvie renunció progresivamente a estos estereotipos cuando, después de un largo trabajo analítico, pudo servirse de sus manos para modelar, recortar, dibujar. Esto demandó años, y aquéllos nunca desaparecieron totalmente. En el análisis me apoyé desde el principio en esas actividades, que eran las únicas que realizaba. Al utilizar ritmos y asociarlos a la palabra y al canto, pude atraer su atención y establecer muy pronto un contacto con ella. A pesar de que rechazaba todo acercamiento, pude comenzar a tocarla, haciéndolo con la levedad que ella misma ponía al rozar con sus golpeteos el cuerpo de los otros o los objetos.
Notas l. FREUD, Trois essais sur la sexualité, Idées, Gallimard. 2. FREUD, "Pulsions et destin des pulsions", Métapsychologie, Idées, Gallimard. 3. J. LACAN, Ecrits, pág. 579. 4. D. WINNICOTT, Psychiatrie de l'enfant. 5. D. WINNICOTT, De la pédiatrie a la psychanalyse, "Objets transitionnels et phénomEmes transitionnels", pág. 109, Payot, 1969 [Escritos de pediatría y psicoanálisis, Barcelona, Laia]. 6. D. WINNICOTT, Jeu et réalité. L'espace potentiel, Gallimard, 1971 [Realidad y juego, Buenos Aires, Gedisa]. 7. J, LACAN, Seminario sobre "La angustia" (inédito). 8. J. LACAN, Écrits, pág. 848. 9. J. LACAN, Seminario sobre "La angustia". 10. Petit Robert. 11. J. LACAN, Séminaire III, Les Psychoses, pág. 520 [El Seminario de Jacques Lacan. Libro 3. Las psicosis, Buenos Aires, Paidós, 1993]. 12. J. LACAN, Écrits, pág. 845. 13. J. LACAN, Seminario sobre "La angustia". 14. J. LACAN, Ecrits, pág. 847. 15. J. LACAN, Séminaire XI, pág. 181. 16. J. LACAN, Seminario sobre "La angustia". 17. !bid. 18. J. LACAN, Ecrits, pág. 843. 19. J. LACAN, Séminaire XX. Encare, pág. 87. 20. !bid., pág. 114. 21. !bid., pág. 144. 22. J. LACAN, Seminario sobre "La angustia". 23. !bid. 24. Europe, revista literaria mensual, noviembre-diciembre de 1984. 25. A. ARTAUD, L'Ombilic des limbes, Poésie, Gallimard, pág. 39. 26. A. ARTAUD, Lettres de Rodez, GLM, 1946 [Cartas desde Rodez, Madrid, Fundamentos]. 27. Palabras transmitidas en la revista Obliques n° 10-11, "Artaud", Editions Borderie. 28. R. D. LAING, La Politique de l'expérience, Essai, Stock, 1969 [La polttica de la experiencia, Barcelona, Crítica].
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29. Léanse, a este respecto, M. BARNES y J. BERKE, Mary Barnes, un voyage a travers la folie, Seuil, 1971. 30. D. MELTZER, Explorations dans le monde de l'autisme, Payot, 1980 [Explorando el autismo, Buenos Aires, Paidós]. 31. A. ARTAUD, L'Ombilic des limbes. 32. J. LACAN, Ecrits, pág. 388. 33. Ornicar?, no 5, pág. 20. 34. ''Vers un signifiant nouveau", Ornicar?, n° 17-18, pág. 9. 35. Scilicet, no 4, pág. 42. 36. J. LACAN, Seminario sobre "La angustia", clase del 5 de diciembre de 1962. 37. J. LACAN, Séminaire XI, pág. 60. 38. FREUD, Essais de psychanalyse, Petite Bibliotheque Payot, pág. 230. 39. Marguerite YOURCENAR, Nouvelles orientales, Gallimard [Cuentos orientales, Madrid, Alfaguara]. 40. J. LACAN, Séminaire XI, pág. 154. 41. !bid., pág. 62, pág. 164. 42. !bid.' pág. 62. 43. Actes de l'ECF, no 7. 44. J. LACAN, Ecrits, pág. 821. 45. W. SHAKESPEARE, Hamlet, acto III, escena IV, Gallimard, La Pléiade, pág. 667 [Hamlet, en Teatro completo, 3 volúmenes, Buenos Aires, El Ateneo, 1948]. 46. J. LACAN, Séminaire XI, pág. 150. 47. !bid., pág. 49. 48. J. LACAN, Écrits, pág. 691. 49. Michelle CLAQUIN, Mémoire D.E.S.S., 1974, Psychoclinique, no publicada. 50. Scilicet, n° 7-8. 51. J. LACAN, Seminario sobre "La angustia". 52. B. BETTELHEIM, La Forteresse vide, pág. 337. 53. !bid., pág. 270. 54. J. LACAN, Seminario sobre "La angustia". 55. Y. VERBIER, Fa~ons de dire, fa~ons de {aire, Gallimard, "Sciences humaines", 1980. 56. J. LACAN, Seminario sobre "La angustia". 57. !bid. 58. Cf. WINNICOTT, De la pédiatrie a la psychanalyse. 59. J. LACAN, Seminario sobre "La angustia". 60. B. BETTELHEIM, La Forteresse vide, pág. 212 y sig. 168
IV EL ESPEJO CIEGO
El espejo, "encrucijada estructural", decía Lacan. 1 ¿Puede ayudarnos el comportamiento de Sylvie frente al espejo a entrar más profundamente en el mundo de la psicosis? Antes de abordar esta cuestión, precisemos algunos puntos que nos permitirán salir de los límites bastante estrechos donde aún se encierra con demasiada frecuencia al "estadio del espejo". Si su "invención'? que data de 1936, comienza a agitar al mundo psicoanalítico, conviene releer los textos que Lacan le consagra en sus Escritos reubicándolos en su época, teniendo en la memoria el aporte ulterior del pensamiento lacaniano, en especial su trabajo sobre la lengua y el objeto a. El propio Lacan lo subraya en el momento de la redacción de los Escritos, en 1966, en el texto titulado "De nuestros antecedentes": Nos encontramos con que volvemos a colocar estos textos en un futuro anterior: se habrán adelantado a nuestra inserción del inconsciente en el lenguaje.
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No olvidemos que en aquel tiempo el combate que libraba contra un bastardeo del psicoanálisis daba a sus artículos un tono altamente polémico. En 1959, diez años después de "El estadio del espejo", en el mismo espíritu de un retorno a Freud, responde a la comunicación de D. Lagache, "Psicoanálisis y estructura de la personalidad", en su artículo "Observación sobre el infor169
me de Daniel Lagache", donde encontramos la continuación del "estadio del espejo". Lo que Lacan describía en 1949 como "primera captación por la imagen donde se dibuja el primer momento de la dialéctica de las identificaciones", 3 va a desarrollarlo diez años después sirviéndose aún del espejo pero, esta vez, en el modo "analógico", para precisarnos la naturaleza de las identificaciones. Mediante juegos de espejos (esféricos, planos), figura las instancias del yo, del yo ideal y del ideal del yo. De este modelo óptico dirá lo siguiente: Los nexos que van a aparecer en modo analógico se refieren claramente a unas estructuras (intra)subjetivas como tales, representando en ellas la relación con el otro y permitiendo distinguir la doble incidencia de lo imaginario y lo simbólico. 4 Entrevemos allí lo que anunciaba en 1949 al hablar de la asunción de la imagen especular como de una "matriz simbólica en la que el yo [je] se precipita en una forma primordial". 5 En ese texto de 1959 aparece la complejidad de las identificaciones, a las que ya no se puede reducir a· formaciones puramente imaginarias (imagos). En efecto, se precisa la naturaleza simbólica del ideal del yo: "El ideal del yo es una formación que viene a este lugar simbólico. Y es en lo que corresponde a las coordenadas inconscientes del yo". 6 El lugar y la importancia del gran Otro son destacados: Nos equivocaríamos si creyéramos que el gran Otro del discurso puede estar ausente de ninguna distancia tomada por el sujeto en su relación con el otro, que se opone a aquél como el pequeño, por ser el de la díada imaginaria. Prueba de ello es "el gesto por el cual el niño ante el espejo [... ] se vuelve hacia quien lo lleva". 7 El objeto a ya está allí en la representación de las flores, o sea "los objetos mismos donde se apoya la acomodación que permite al sujeto percibir la imagen i(a)". 8 En la continuación de su enseñanza, Lacan va a precisar la importancia de este objeto a, ya aprehendido aquí bajo la forma de i(a). Este es la clave de bóveda 170
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indispensable para todo reconocimiento especular. La actitud de Sylvie frente al espejo nos aclarará este punto. Así pues, la etapa del espejo es verdaderamente la "encrucijada estructural" donde se cruzan y se intrincan los registros de lo real, lo simbólico y lo imaginario, manteniéndose, sin embargo, este último como prevalente. Este anudamiento incluye también al objeto a, y veremos cómo la carencia de uno de estos parámetros compromete en el niño psicótico el reconocimiento de su imagen. Antes de considerar la angustia del psicótico frente al espejo, veamos qué ocurre con el descubrimiento dichoso que hace un niño "normal" de su imagen. Lacan sitúa esta etapa entre los seis y los dieciocho meses. En el momento en que escribe "El estadio del espejo", en la década de 1950, insiste sobre la "prematuridad natal fisiológica", sobre "el desamparo original del recién nacido". No obstante, subraya igualmente la precocidad del reconocimiento del Otro, "la percepción muy precoz en el niño de la forma humana, [... ] desde los primeros meses e incluso, en cuanto al rostro humano, desde el décimo día". 9 Lacan nunca creyó en el aislamiento del recién nacido y siempre criticó violentamente la interpretación que dan los a11alistas del concepto freudiano de autoerotismo. 10 Su insistencia sobre la inmadurez del pequeño humano, sobre su estado de indiferenciación, podría hacer pensar que el descubrimiento qe su imagen en el espejo tendría valor de revelación, de momento mítico de identificación por nueva reunión de los fragmentos del cuerpo. Pero esto sería simplificar demasiado las cosas y deformar el pensamiento de Lacan. ¿Qué ve el niño de seis meses en el espejo? Un bebé, y en primer lugar piensa que allí hay otro niño, lo señala con el dedo, lo interpela en su jerigonza, trata de tocarlo ... , se enfrenta al frío del espejo. Como a esta edad aún está en brazos de su madre, en su contacto, en su olor, y la ve, perplejo, frente a él, se vuelve hacia ella. La madre, en general, comenta la situación: lo nombra, le habla, ríe, acerca la cabeza a la suya, etcétera. Al crecer, el niño va a multipli-
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car los juegos frente al espejo, con el júbilo del que habla Lacan: agita las manos, hace muecas, acerca la boca al cristal, se divierte apareciendo y desapareciendo en él, etc. Esta serie de comportamientos va a permitirle identificar esta imagen como suya: el niño que ve es verdaderamente él. ¿Puede decirse, sin embargo, que el niño se "reconoce" en el espejo? No, dado que no sabe de entrada que lo que ve es una ilusión, un reflejo, que no es otro él mismo, su doble, el que está frente a él. Testimonio de ello es el comportamiento observado hasta los treinta meses: el niño, a pesar de estar habituado a verse, a reconocerse en el espejo, e incluso a designar con su propio nombre su imagen, de vez en cuando va a mirar atrás en busca del personaje reflejado. Si su madre se coloca a su espalda y el niño la ve en el espejo dándole bombones, en vez de volverse hacia ella para tomarlos tiende la mano hacia su reflejo. La madre de un gemelo al que yo analizaba me contaba que el niño había comprendido muy tarde qué era su imagen en el espejo dado que veía lo mismo que lo que tenía frente a él habitualmente, a saber su hermano mellizo. · El reconocimiento de la imagen en cuanto tal, es decir como reflejo, ilusión, está ligado a la construcción del cuerpo imaginario. Veremos las consecuencias de su fracaso en la psicosis. Así, pues, este momento del espejo es verdaderamente una etapa pivote en la estructuración del sujeto, puesto que es a la vez punto de llegada y punto de partida. Ya hemos mencionado el trabajo de estructuración del cuerpo que se lleva a cabo durante los primeros meses de vida, en relación con la demanda y el deseo del Otro. La importancia de esta primera vivencia corporal es tan grande que el niño de seis meses posee ya una conciencia de su cuerpo, el sentimiento de su autonomía, a pesar de la insuficiencia de su desarrollo motor y la inmadurez de su sistema nervioso (esquema corporal). Esta construcción del cuerpo se hace gracias a la introducción del objeto a ligado a las funciones orgánicas, objeto que viene a ocupar su lugar en
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los fantasmas referidos al cuerpo propio (es la a de /3 Oa), estando representada la recuperación del cuerpo biológico en la red significante por la$ del fantasma. Los fantasmas de los que nuestro cuerpo es el componente principal forman parte de nuestra existencia más íntima, y fundan nuestro ser de goce, "goce del cuerpo en cuanto es goce de la vida", dice Lacan. 12 De este modo, nuestro cuerpo, construido con todas las marcas que le imprime el Otro, se nos escapa, habla sin que lo sepamos (psicosomática), nos traiciona y lo "habitamos" con mayor o menor comodidad. Lacan nos lo recuerda en la clase delll de mayo de 1976 de su Seminario: 13 Tener relación con el propio cuerpo como extraño es una posibilidad. Es verdaderamente lo que expresa el uso del verbo tener: uno tiene su cuerpo, no lo es en ninguna medida, y es eso lo que hace creer en el alma, luego de lo cual se llega a pensar que se tiene una, lo que es el colmo.
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Así, pues, en un momento esta primera organización del cuerpo se va a enfrentar a una imagen, la del espejo. El pasaje de una a la otra, que no se produce sin perplejidad, implica una conmoción fundamental. En cierta forma, la imagen especular viene a recubrir la primera construcción cuyo proceso de borrado se acelera a partir de entonces. En 1948, Lacan hablaba de "ruptura de plano, de discordancia"12 entre lo que en esa época llamaba Umwelt elnnenwelt. Se esboza entonces un trabajo de fusión, de reunión de lo que el sujeto percibía de su ser y de lo que en lo sucesivo sabe "dar a ver" de éste. En 1966, retomando a posteriori "El estadio del espejo", subraya el punto capital de este cambio de registro, el intercambio de las miradas: Lo que se manipula en el triunfo de la asunción de la imagen del cuerpo en el espejo es el objeto más evanescente que sólo debe aparecer al margen: el intercambio de las miradas, manifiesto en el hecho de que el niño se vuelve hacia quien de algún modo lo asiste, aunque sólo sea por asistir a su juego. 13
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El intercambio de las miradas En un primer momento, el niño, en este intercambio de miradas que va de la madre real, cuyo contacto percibe, a la que ve en el espejo, quiere asegurarse de que lo que ve junto al rostro familiar es verdaderamente el suyo propio. Hasta entonces, si bien pudo contemplar y jugar con sus manos, sus pies y su cuerpo, no vio nunca su cara. Para él, tiene la de su madre. Winnicott lo subraya: "El primer espejo es el rostro de la madre". El niño va a hacer el descubrimiento de un rostro, el suyo, que coexiste con una masa corporal a la que identificará como suya, y eso en un acercamiento cinético: adelantar la mano, retirarla, acercarse y alejarse, volverse regularmente hacia su madre. De este modo va a apropiarse poco a poco de esta imagen en movimiento, constituyendo el vínculo entre su experiencia corporal (sensaciones cinestésicas, en particular) y la imagen que de ella capta en el espejo. Lo que describo da cuenta, antes que nada, de la visión. La.s miradas intercambiadas con la madre son de otro orden, corresponden a lo que está "más allá de las apariencias", 1" y se refieren sobre todo al deseo del Otro, pues en este intercambio se transmite todo el conocimiento, todo el amor que sienten uno por el otro, todo lo tejido entre ellos desde el primer día. Retomaremos esta cuestión de la mirada y la visión a propósito de Sylvie. El punto de llegada en el que el niño puede.reconocerse en su forma es también un punto de partida. En efecto, lo que está descubriendo es que la mirada que en lo sucesivo fija sobre sí mismo es la mirada del otro. Se ve desde el lugar del otro, en lo que "d'a a ver'' en su "ser en el mundo", punto de partida de todas las identificaciones yoicas. De ahí en más lo habita la "pasión imaginaria", cuya naturaleza ya era entrevista por el linaje de los moralistas en lo que se llamaba el amor propio, pero cuya dinámica 174
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sólo la investigación psicoanalítica supo analizar en su relación con la imagen del cuerpo propio. Esta pasión aporta a toda relación con esta imagen, constantemente representada por mi semejante, una significación que me interesa tanto, es decir que me hace estar en una dependencia tan grande de esta imagen, que viene a conectar con el deseo del otro todos los objetos de mis deseos, más estrechamente que con el deseo que ellos suscitan en mf.1 5 El espejo está, por lo tanto, en la encrucijada estructural de las instancias de lo real, lo simbólico, lo imaginario y el objeto. Es una plataforma giratoria en el trabajo de estructuración del sujeto, punto bisagra donde se reúnen el cuerpo fantasmizado ligado a la relación con el gran Otro y la imagen especular que determina la relación con los pequeños otros. El comportamiento de Sylvie delante de él viene a confirmarlo a contrario.
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Sylvie y el espejo
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A la entrad~ de mi consultorio hay un gran espejo. Hasta los cuatro años, Sylvie se desviaba al acercarse y, si yo me detenía con ella delante de él, parecía presa del miedo e intentaba huir. Un día, ante mi sorpresa, se planta adelante y hace con los brazos gestos corno de nadadora. Durante las sesiones siguientes vuelve a acercarse, se mira y luego se aleja sin que esto parezca angustiarla. Después de este período de expectativa, me pide que me siente en el suelo a dos o tres metros del espejo (de este modo estoy poco más o menos a su altura) y emprende idas y vueltas entre él y la analista, yo inmóvil y ella apresurándose mucho. Pone su cabeza junto a la mía, con nuestros cabellos tocándose (la cabellera tiene una gran importancia para ella), "nos" mira en el espejo y luego, 175
dejándome en mi inmovilidad, se acerca lentamente a su imagen. Vuelve en seguida, me toca el pecho, después mi boca y la suya y repentinamente se arroja sobre mí, me golpea, simula comerme gritando "¡Mala, mala!" Durante todo este tiempo comento lo que sucede, mientras me nombro y la nombro. Este primer acercamiento al espejo será seguido por un período de regresión y de agravamiento de los síntomas: hace una otitis; pierde sus adquisiciones y ya no hace nada sola; no duerme y grita durante la noche; no va más al retrete y se niega a que llamen al médico. "Rechazo aun más feroz de la escupidera", dice la madre. En las sesiones está muy angustiada. Se golpea el pecho gritando "¡Vientre de leche!" y se pega en el vientre diciendo "caca ahí". La madre se queja de que Sylvie pide que la mimen, lo que ella se niega a hacer pretextando "que es preciso que comprenda que es grande y que ser mimada es una locura". En sesión, quiere quedarse en mis brazos, sobre mis rodillas, así puede mirarme y no deja de decir, con un tono calmo y una sonrisa: "Buenos días, Cordié", a lo que respondo: "Buenos días, Sylvie". En la casa "la cosa va siempre muy mal, se puso agresiva, arranca las flores deljardín, destruye todo, ya no quiere salir del auto, se queja de que le duele la ropa, los zapatos. En la guardería hace que la aten a la silla". En sesión, renueva su demanda de quedarse en mis brazos, pero su discurso gira repetitivamente alrededor de los significantes "solapa", "pliegue", "blusa", "delantal". Evita el espejo. No es sino tres meses después de este primer intento cuando vuelve a acercarse a él. Me hace sentar en el suelo, pero esta vez hace que doble las piernas y ponga la frente sobre las rodillas, de modo tal que no pueda ver lo que pasa (lo que no me impide echar una mirada a la pantomima que se desarrolla, al mismo tiempo que respeto la consigna que me parece consiste en no cruzar mi mirada con la suya en el espejo). A partir de entonces, y durante numerosas sesiones, va a intentar aprehender su imagen en referencia a mi cuerpo. Acerca su cabeza a la mía y toca mis cabellos y luego los 176
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suyos, mirando esta escena en el espejo donde de mi cabeza sólo ve la cabellera. Se oculta detrás de mí y se levanta vigilando la reaparición progresiva de su imagen. Me levanta un brazo y se acerca al espejo con un brazo en alto, etcétera. Le digo: "se diría que es preciso que yo esté como muerta para que te veas y te sientas, Sylvie, completa y bien viva". Dice entonces, pegando su vientre contra mí e hinchándolo: "Tengo un bebé ahí adentro". Más adelante exigió que las dos estuviéramos de pie frente al espejo y que yo la hiciese saltar sosteniéndola por las manos. Se acercaba a su reflejo y se miraba hacer muecas, al mismo tiempo que dialogaba conmigo; muy a menudo se levantaba la pollera y trataba de ver en el espejo la imagen de sus nalgas. Todos esos juegos cesaron poco a poco, si bien hubo oportunidad de retomarlos algunos instantes al final de la sesión. Fueron seguidos por una serie de comportamientos que en ese momento me intrigaron y, es preciso decirlo, impacientaron: exigía de los otros que asumieran la misma actitud que ella en espejo, lo que llamaba "lecciones de gimnasia": levanta los brazos, baja la cabeza, abre la boca, cierra los ojos ... lo hacía con sus hermanas y su maestra e intentó repetirlo conmigo. Me negué con bastante prontitud, lo que desencadenó su cólera: "La quiero más a Mireille porque hace igual que yo". En el tiempo que siguió a este reconocimiento en el espejo, yo había anotado: Comienzo de un período en que establece conmigo juegos agresivos, como atropellarme, cosa que a mi vez hago con ella. Así puede por fin vivir el contacto de un modo lúdicro, y se ríe a carcaj a das por primera vez. Retoma los juegos de las escondidas. Puede comenzar a tocar la plastilina. Los padres me dicen que en su casa se puso a recortar imágenes diciendo: "Es Cordié", y que "así cree que me hace mal".
Fue a los cinco años, alrededor de un año después del primer acercamiento al espejo, cuando empezó a utilizar el "yo" [']e"]. ~· ),_
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Esta lenta aproximación al espejo no debe considerarse como un avance terapéutico. Si el comportamiento de Sylvie es semejante a todas las otras manifestaciones de la psicosis, puede sin embargo ilustrarnos sobre la manera en que el niño psicótico aprehende su cuerpo. Pues la capacidad de Sylvie para expresarse con palabras, mientras vive en un gran desamparo, nos permite, en particular, situar el objeto mirada en la psicosis. Retomemos los hechos tal como los advertí en esa época. ¿Por qué esa evitación, esa angustia hasta los cuatro años, cuando entrevé furtivamente su imagen? ¿Qué es lo que la espanta de tal forma? Lo ignoro, y no puedo más que señalar que lo que capta su mirada por primera vez y que permite un principio de reconocimiento de su imagen es su cuerpo en movimiento, tanto mejor identificado por ser tan ampulosos sus gestos "de nadadora". Pero se queda perpleja ante lo que percibe como doble reduplicación: Cordié aquí, Cordié allá, y esa otra que sería ella, a la vez aquí y allá. Vuelve entonces a hacer frente al espejo los gestos que hizo conmigo desde el comienzo del análisis, los que la llevaron al reconocimiento de su existencia propia en relación con el cuerpo del analista, secuencias de acercamiento y alejamiento, trabajo de aproximación y separación en la relación de transferencia. Pero lo que ve allí no responde a lo que yo llamaría, a falta de algo mejor, el "sentimiento de existencia" que adquirió poco a poco en sus intercambios conmigo; allí, delante del espejo, se enfrenta con laimagenquetanto le costó aprehender, a saber la separación de su cuerpo y el mío, y a la vez lo que constituye su reunión, la pareja madre-hija. Lo que ve en ese tiempo primero no es su rostro, así como tampoco intercambia conmigo miradas de reconocimiento: se queda fascinada por la imagen de una boca y un pecho, visión insostenible que reaviva el trauma. De nuevo reina la confusión entre ella y el Otro -comer, ser comida- pues se desencadena la cólera que es tal vez el esbozo de una toma de distancia: me da golpes y me trata de mala. La violencia, en efecto, desempeña un papel de primer nivel en la psicosis, los pasajes al acto
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agresivos indiscutiblemente alivian a ese sujeto inmovilizado, maniatado, bloqueado en su impotencia y sus contradicciones.16 Este primer acercamiento al espejo va a ocasionar una regresión y un redoblamiento de la angustia. Siempre sucede así en los niños psicóticos (en el adulto puede asumir otras formas): una nueva adquisición, un progreso en la relación con el otro, una etapa franqueada desencadenan el pánico y un reforzamiento de los sistemas de protección. Por lo tanto, después de este primer descubrimiento del espejo Sylvie se repliega. Sus oídos se taponan con una otitis dolorosa, sus manos ya no tocan nada, ya no "quiere" (no puede) evacuar sus deposiciones. En las sesiones me habla de su cuerpo, en un interito de señalización de su continente, de una localización de su superficie y su contenido, donde reina la confusión: vientre de leche, caca, bebé. ¿Es ella madre, leche, bebé, caca? Esos objetos que no se han desprendido de lo real permanecen como no identificables, no utilizables, no pueden tener la función de agujero alrededor del cual se construye el fantasma y se fundan la demanda y el deseo. En su Seminario sobre "El objeto del psicoanálisis" (19651966), Lacan retoma las figuras del cross-cap y el toro, que había introducido en 1962 en el Seminario sobre "La identificación", a fin de dar cuenta con más precisión de la manera en que, a partir de la demanda, el sujeto llega a desear, y cómo esta dialéctica se articula con la problemática del objeto y de la cadena significante. El agujero, en estas figuras, representa un lugar vacío, punto de falta y punto de apoyo del sujeto. El 30 de marzo de 1966 Lacan subrayaba, por lo demás, que ese agujero representa el lugar del objeto a, "mantenimiento-montura sostén de la hendidura del sujeto"P En Sylvie, la naturaleza de este objeto no permite sostener el ser del sujeto; a causa de ello, todo "recubrimiento" 18 por la imagen especular sólo puede ser nulo y no producido, o irrisorio. En el transcurso de este período de angustia y regresión,
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Sylvie intenta recomenzar su vida desde el inicio, reencontrar conmigo la envoltura corporal que constituían los brazos de su madre, imagen lejana, apaciguadora: "Mímame". Pero entonces, esto también significa decir "Amame", a lo que su madre da la misma respuesta: "No". ¿Por qué, se preguntarán, no recurrió esta analista al utensilio indispensable que es la mamadera? Esta pregunta está lejos de ser desdeñable, implica el progreso psicoanalítico mismo y la ética del psicoanálisis. En efecto, ¿hay que responder en ese punto en lo real? Si bien no hay, por cierto, razón para instituir una reglas inmutables del psicoanálisis con los psicóticos, no por ello alimento y heces entran menos en el ciclo de la demanda, demanda que ya no se apoya sobre la necesidad en un niño de cuatro años, cualquiera sea su estructura. No ocurre lo mismo con la mirada y la voz, portadora de significantes, que pertenecen al registro del deseo y lo simbólico, que incumbe en el más alto grado al psicoanálisis que se pretende "lacaniano". Si un niño psicótico en análisis con una kleiniana la recibe diciéndole: "Buenos días, señora pene", 19 palabra retomada de inmediato e interpretada abundantemente por la analista, Sylvie asumía con respecto a mí un tono completamente distinto: "Contigo, siempre hay que hacerse preguntas, estoy harta. La abuela no hace preguntas, hace lo que yo quiero", donde se ve cómo un niño identifica... ¡a qué escuela pertenece su analista! La escuela de Lacan es la del rigor. El nos enseñó que el lugar del analista no está del lado de lo imaginario, que no debe representar un papel ni proponerse como modelo de identificación. Está en el lugar del muerto y, en la transferencia, es el sujeto supuesto saber. ¿En razón de qué debería ocupar otro lugar el psicoanalista de niños? ¿Por qué debería ser la buena madre que ofrece la mamadera o el padre que refunfuña? Por cierto, un niño psicótico reclama una presencia de cuerpo y de palabra mucho más importante que cualquier otro analizante, pero las reglas fundamentales se mantienen, aun cuando a veces sea necesario readecuar la 180
técnica. Así, al "Mímame" de Sylvie respondí ofreciéndole el consuelo de brazos envolventes que volvían a dar forma y límites a su cuerpo, suscitando al mismo tiempo un intercambio de miradas y palabras que expresaban el reconocimiento: "Buenos días, Cordié", "Buenos días, Sylvie". En el tiempo que sigue a este primer acercamiento al espejo, Sylvie se queja de que le duele la ropa, le duelen los zapatos. Se hace atar a la silla. Su discurso está de nuevo parasitado por los significantes referidos a la vestimenta. ¿Qué pensar de una actitud semejante? Vemos en ella la prueba de que la asunción de la imagen especular sólo es posible si el niño ya habita su cuerpo. N o puede reconocerse en el espejo más que si ya ha construido una representación de sí mismo a través de la red asociativa centrada en las aberturas de su cuerpo en relación con el cuerpo, las demandas y el deseo del gran Otro. Esta primera identificación, profundamente reprimida, es el cimiento de nuestro ser más íntimo, lo que Lacan, llegado el caso, expresaba así: "El hombre está, a pesar de todo, más próximo a sí mismo en su ser que en su imagen en el espejo". 20 Si ese primer paso no se da, si el cuerpo queda en suspenso, la imagen del espejo se mantendrá inhabitada, envoltura vacía, marioneta, bolsa de piel o peor, como para Sylvie, bolsa de ropa. Puede suceder incluso que no haya ningún reconocimiento en el espejo. Vi a una niña psicótica acercarse sola a éste y señalar su imagen con el dedo diciendo: "Mamá". Esta niña no se reconocía una existencia propia, era el cuerpo de su madre, y el rostro entrevisto en el espejo no podía ser sino el de ésta. En el caso de Sylvie, la vuelta a las sesiones frente al espejo, tres meses después de la primera experiencia, nos permitió captar este imposible del cuerpo en la psicosis, donde lo real, lo simbólico y lo imaginario no logran hacer nudo. Durante mucho tiempo me pregunté por qué exigía que yo ocultara mi mirada para poder emprender su trabajo de exploración de su imagen especular. Puesto que poco tiempo 181
antes había solicitado el intercambio de miradas cuando estaba en mis brazos, procurando asegurarse de que era reconocida, aceptada, tal vez amada. ¿Por qué, entonces, debía excluirse esa mirada frente al espejo? Esa pregunta me taladró en la cabeza durante varios años, hasta que un pasaje del Seminario sobre "La angustia" atrajo mi atención: La despersonalización comienza con el no reconocimiento de la imagen especular [... ]. De hecho, es porque lo que se ve en el espejo es angustiante que no puede proponerse al reconocimiento del Otro. [... ] Si se establece entonces una relación especular tal que el niño pueda dar vuelta la cabeza, relación de la que está demasiado cautivo 21 para que ese movimiento sea posible, entonces la relación dual desposee 21 al sujeto de su relación con el gran Otro. Este sentimiento de desposesión se verifica en la psicosis. 22 El hecho de que el sujeto se convierta en "cautivo" de una relación especular angustian te que lo "desposee" de la relación con el gran Otro es más flagrante en la psicosis del adulto, en la que ese fenómeno de fascinación tiene como corolario, en los momentos agudos, unas experiencias Q.e doble, de despersonalización y de "inquietante extrañeza" delante del espejo. Los puntos de referencia del conocimiento especular son para nosotros llamados de una semiología que va de la más sutil despersonalización a la alucinación del doble. 23 Pero para estar "desposeído" aun es preciso haber estado en posesión de la cosa. Ahora bien, el niño psicótico no conoció nunca una relación satisfactoria con el gran Otro que fundara su ser primero, por lo que no encuentra entonces más que un espejo ciego, reflejo vacío de significación que no lo mira en absoluto. Cuando el nexo entre cuerpo fantasmizado e imagen especular no está roto sino parcialmente, el sujeto puede experimentar un sentimiento de extrañeza frente a su ima182
gen -"Estoy perdiéndome de vista", decía una joven esquizofrénica delante del espejo-o creer en la aparición de un doble. Puede suceder también que, por su efecto de falsa estructuración, la imagen especular se vuelva prevalente y arrastre al sujeto a una fascinación mórbida. Si mi mirada pudo ser apaciguadora para Sylvie cuando estaba en mis brazos, el cruce de nuestras miradas en el espejo se vuelve angustiante. ¿Qué implica una mirada? "¿Cómo situar el campo escópico? [...] es deseo en el Otro, apertura, aspiración por el Otro [... ]¿el objeto de la mirada? Engancharlo [... ]". 24 Ahora bien, la mirada que siempre conoció Sylvie es la de la madre, mirada que se desvía, que elude la interrogación de la niña, mirada cargada de cólera, asociada a una voz que grita imperativos, mirada que fascina y aterroriza a la vez. La imagen de la pareja que formamos ella y yo en el espejo, ¿no es por ello la réplica de la otra, la que forma con su madre? La agresión a mi cuerpo sería la prueba. En ese momento, mi mirada se vuelve embarazosa, y tal vez Sylvie se pierda en ella. Por lo tanto, sin mi mirada pero en presencia de mi cuerpo inerte Sylvie va a hacer la experiencia de su autonomía, en cuanto cuerpo en movimiento. Ya no es la niñita de seis meses impotente y limitada en su motricidad, su esquema corporal está consumado. Toma conocimiento de todas las partes visibles de su cuerpo en relación con el mío, y verifica que ella misma comanda sus movimientos. Experimenta la permanencia de su ser desapareciendo y reapareciendo detrás de mí (estos juegos de presencia-ausencia van a perdurar en el análisis y a hacer avanzar considerablemente el trabajo). El gesto que hace para intentar ver qué pasa por el lado de la zona anal, parte del cuerpo tan problemática en ella, evoca la anécdota contada por Lacan "de una niña que se enfrenta desnuda al espejo: su mano como un relámpago, cruzando con un torpe través la falta fálica". 25 Pero con Sylvie, ¿llegaremos alguna vez a la falta fálica? 183
Lo que va a seguir del descubrimiento de su forma corporal en movimiento corresponde claramente a esta "captación" de la que habla Lacan. La forma superficie-vestimenta y la función de dominio dinámico, que experimenta y vuelve a representar con júbilo, van a volverse primordiales en su vida. Esta función, que hasta entonces delegaba en su madre, haciendo eco en esto al deseo materno -"Soy yo quien debe hacer las reacciones de mis hijas"-, va a ejercerla en lo sucesivo sobre su propio cuerpo. Pero, en lugar de ser el punto de partida de las identificaiones yoicas, va a cobrar un aspecto superyoico. Su cuerpo se mantendrá como una especie de mecánica articulada a la cual da órdenes, a la que maneja como un doble. Asimismo, cuando coma sola dirá: "Ahora, hago como Georgette, me meto a la fuerza la cuchara en la boca", donde se ve cómo [... ] en el eslabón roto de la cadena simbólica [... ] sube de lo imaginario esta figura obscena y feroz donde es preciso ver la significación verdadera del superyó. 26 Sylvie va a intentar ejercer este dominio sobre el otro en espejo, dando órdenes a las que califica de "lecciones de gimnasia". Rechazaré muy pronto ese juego repetitivo y estéril.
La visión y la mirada en la psicosis Que Sylvie se quejara de que le dolían la ropa o los zapatos me había dejado perpleja. Que me identificara con las imágenes que recortaba de las revistas me había asombrado igualmente. Pero en la psicosis se encuentra con frecuencia esta visión bidimensional. Sylvie se ve y se sien te plana como una imagen. También la representación de los otros y del
mundo carece de espesor. Más adelante, cuando se exprese bien, tendrá la oportunidad de decir: "Cuando mamá es mala, el mundo es plano, ya no tiene relieve". Meltzer señala el mismo fenómeno en un pequeño paciente: Durante varios meses un niño había dibujado puertas y portales, generalmente con cancelas complicadas [... ]. Un día, dibujó con esfuerzo sobre un costado de la página una casa decorada vista de frente, mientras que en el otro dibujó un pub de atrás. De este modo el niño demostraba su experiencia de un objeto en dos dimensiones: cuando uno entra por la puerta de adelante, sale simultáneamente por la puerta de atrás de un objeto diferente, es efectivamente un objeto sin interior. 27 Todos los esquizofrénicos, cuando hablan con posterioridad de los episodios agudos de sus psicosis, dan testimonio de la extrañeza del mundo, de lo que rezuma entonces de angustia y pesadilla. El relato de Renée, la paciente de M. A. Sechehaye, describe un mundo que de un solo golpe pierde su aspecto familiar, en el que las cosas pierden todo sentido, toda conexión entre ellas. Es lo que llama "realidad": Los ruidos se recortan en la inmovilidad, separados de su objeto y sin ninguna significación [. .. ]. Había perdido el sentido de la perspectiva [... ]. Todo me parecía artificial, una mecánica eléctrica [... ] encontraba una casa de cartón, hermanos y hermanas robots [... ]. 28 Esta "irrealidad" engendra una angustia tal que un sujeto no puede sobrevivir a ella, y a menudo el delirio permite la nueva puesta en orden o el repoblamiento de ese mundo: Es sólo mediante las articulaciones simbólicas que la entrelazan a todo un mundo como la percepción cobra su carácter de realidad. 29 Christian, uno de mis pacientes esquizofrénicos, describía así su percepción del mundo, antes de repoblarlo, también él, con su delirio:
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-Tengo una angustia en el plano de los objetos, estoy como encerrado en los objetos, estoy aprisionado adentro, no veo más que las cosas insignificantes. En esos momentos estoy desconcertado, tengo la impresión de ya no ser más que una mirada. Veo mi mirada en el cristal, no puedo desviarla de los objetos. Me gustaría uer cosas que no ueo, creería en ellas más
fácilmente.
-¿Hizo ya pinturas, dibujos? -Si los hiciera, dibujaría un universo hiperrealista, un cenicero, colillas. No me gusta este universo, es la naturaleza oculta ... Tengo un sentimiento curioso en el plano de la mirada, una fascinación mórbida por la superficie de las cosas. Tengo la impresión de que mi mirada se vuelve viscosa, que se pega a los objetos, en los objetos veo esencialmente las manchas, en lugar de uer al otro no veo más que la
superficie de sus ojos.
Christian nos describe aquí un mundo pleno de objetos que se pegan al ojo, que lo envuelven como una trampa. Lo que llama mirada es, de hecho, visión sin mirada, reflejo plano de un mundo reducido a su superficie y, en el otro, sólo encuentra un ojo ciego, sin vida. ¿Cómo entender lo que nos dicen estos pacientes? ¿De qué se trata en lo que Freud pone en primer plano en la psicosis, a saber la "pérdida de la realidad"? Lacan nos permite ver un poco más claro. En "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis", con referencia a las alucinaciones verbales, retoma la distinciónpercipiens-perceptum, "la diferencia de las subjetividades interesadas en la mira delperceptum". 30 En el Seminario sobre "El objeto del psicoanálisis" nos recuerda "la impureza delperceptum escópico", a causa del hecho de que el percipiens está "marcado por el significan te" al mismo tiempo que por "efectos de la pulsión". 31 Así, con el paso de los años, La can retomará su interrogación alrededor de la mirada en cuanto objeto a, abordándola por diferentes rodeos, multiplicando los enfoques, pues este objeto, que
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tiene un estatuto particula_r, no es tan fácil de delimitar como los objetos oral o anal. Cuando dicta su seminario de Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, la muerte de Merleau-Ponty y la publicación de la última obra de éste, Lo visible y lo invisible, son para él el punto de partida de una reflexión sobre el "más allá de las apariencias" que implica la mirada. Este seminario es de una gran riqueza de reflexión sobre la esquizia de la mirada y la visión con las visiones del sueño, el despertar del soñador, la estructuración del espacio, el cuadro, el montaje de la pulsión, etcétera. A partir de esos textos y de nuestra experiencia clínica, veamos cómo se presenta la esquizia de la visión y la mirada. El ojo no es, evidentemente, una simple placa fotográfica. La visión no puede ser sino mirada dirigida al mundo. ¿No se habla del "mundo del esquizofrénico", del "mundo visto con ojos de niño"? En nuestra relación con las cosas, tal como está constituida por el camino de la visión y ordenada en las figuras de la representación, algo se desliza, pasa, se transmite de nivel en nivel, para estar siempre allí en alguna medida elidido,32 es eso lo que se llama la mirada.33 Lacan vuelve a esta elisión en varias ocasiones. Nos dice: El origen, la base, la estructura de la función del deseo como tal es [... ] este objeto central, a, en cuanto está no sólo separado sino elidido, siempre en un lugar distinto a aquel en que el deseo lo sostiene y sin embargo en relación profunda con él Este carácter de elisión no es en ninguna parte más manifiesto que en el plano de la función del ojo, y es en ello que el sostén más satisfactorio de la función del deseo, el fantasma, está siempre marcado por un parentesco con los modos visuales [.. .].a• La mirada tiene por lo tanto la particularidad de ser un
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elemento predominante en los fantasmas y, en contacto directo con el deseo, no es tributaria de la necesidad y la demanda, como el objeto oral o el anal, siendo su relación con el goce completamente privilegiada. Así, pues, esta elisión de la mirada preside la estructuración del fantasma y las manifestaciones del ello. Lacan dirá también: La mirada en cuanto objeto a, [...] y por ser un objeto a reducido, a causa de su naturaleza, a una función puntiforme, evanescente, deja al sujeto en la ignorancia de lo que hay
más allá de la apariencia [... ].35
Las visiones del sueño ofrecen una idea general de este más allá de la apariencia. En las imágenes oníricas que el sujeto crea, en el argumento, en las palabras pronunciadas, se entrevé ese otro lugar donde se desliza el sujeto del inconsciente. Las asociaciones no levantarán más que un pequeño borde del velo sobre esta "otra escena" que el sujeto, al despertar, a m en u do se niega a reconocer como suya: "Este sueño no tiene ningún sentido, es idiota, no soy yo ... ". Si la esquizia de la mirada es patente en el sueño, es menos evidente en el estado de vigilia, donde hay elisión de la mirada, elisión de lo que no sólo ello mira, sino que ello muestra. En el campo del sueño, al contrario, lo que caracteriza a las imágenes es que ello muestra. 36 Si, en el sueño, "ello muestra", si las imágenes del sueño no pueden ser más parlantes, el espectáculo del mundo en el estado de vigilia, ello nos mira: "El espectáculo del mundo se nos aparece como omnivoyeur", dice Lacan, y además: "No veo más que desde un punto, pero en mi existencia soy mirado de todas partes". 37 Si, en el estado de vigilia, yo no creo las imágenes, el espectáculo del mundo me incumbe por el hecho de que lo interpreto sin saberlo. Si el mundo me es familiar, es porque lo he hecho mío sin saberlo, y es en el desconocimiento de este más allá de las apariencias donde se funda mi ser. 188
El goce estético frente al cuadro, esa "trampa para la mirada", según la expresión de Lacan, nos hace entrever ese más allá, ese mensaje venido del inconsciente. En la con templación, la emoción estética designa ese lugar, a la vez lugar de ausencia y de plenitud, a propósito del cual podríamos evocar la proximidad de la Cosa. En la psicosis, la mirada no llega a hac~r "agujero" y a sostener la visión. No pudo advenir algo de la pérdida, que habría permitido la constitución del objeto a mirada en la erogenización de la relación con el Otro. La percepción permanece entonces como visión sin mirada. El mundo, en Christian, está pegado a su ojo sin distanciamiento y, en el otro, nove más que un ojo ciego que perdió su mirada. Si trata de fijar un punto para escapar a esta influencia de los objetos, ese punto se mantiene como mancha fascinante de la que no puede extraerse, donde se pierde, donde desaparece sin que pueda hablarse aquí de algo del orden de la contemplación y el goce. La realidad no puede despegarse de un real invasor, ese real que J.-C. Milner define como "un agregado donde no se establece ningún vínculo, ninguna propiedad, ninguna similitud". 38 Del encuentro con ese real surge la angustia; así puede comprenderse el sentido de estas palabras de Christian, que durante mucho tiempo me parecieron enigmáticas: "Me gustaría ver cosas que no veo, creería en ellas más fácilmente". Cuando no hay nada más allá de las apariencias, cuando el universo está irremediablemente vacío, con un vacío más allá de la muerte, Christian intenta suicidarse para reunirse con "su mundo propio" (su delirio) donde "los niños de luz" lo esperan desde toda la eternidad. Tiene también la oportunidad de volver a dar sentido a los fenómenos, cuando la palabra se sustrae y las matemáticas son impotentes para dar cuenta del orden del mundo (Christian es investigador en matemáticas). He aquí lo que dice: "Cuando ya no hago matemáticas, pienso en la comunicación no verbal. Me basta con tomar el metro y comienzo a sentir la presencia de los otros en el plano de la mirada, es 189
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-demasiado fuerte, es peligroso, las ondas relacionales que circulan entre los individuos". Un día, me acusa de hipnotizarlo durante la sesión, y otra vez me dice: Estaba muy angustiado al salir de su casa, esa angustia no provenía de mí, estaba atrapado en un juego con sus otros pacientes, por su intermedio, me hice comunicar la angustia de alguien que viene a su casa. Interpretaciones delirantes alrededor de la mirada, que pueden inscribirse en la transferencia. Cuando la comunicación verbal se le escapa, la mirada se pone a funcionar en sí, para sí, y a dar sentido. Se convierte en "ondas relacionales", "peligrosas" (es el mal de ojo),{ascinum, mirada del analista que lo hipnotiza, lo hace desaparecer y puede también transmitirle la angustia de los otros. El mundo se pone a hablar en torno a la mirada. En un libro muy bello, El hombre jazmín, 39 Unica Zürn nos habla de un universo que le hace signos por todas partes. Sus alucinaciones visuales se parecen a imágenes de sueños, y sentimos hasta qué punto, en la psicosis, sueño, delirio, percepción de la realidad se mezclan íntimamente, sin que se encuentre en ellos la ruptura que instaura el fenómeno del despertar. El objeto escópico, la mirada, ya no asegura la esquizia de la visión, de donde el retorno con fuerza de lo real y el repoblamiento imaginario resultante. Ocurre lo mismo con la esquizia que separa al sujeto que duerme y sueña del que acaba de despertarse y recupera la conciencia. Esta barrera misma puede ser borrada. En Christian, los procesos del sueño se mezclan con la realidad y, como en el sueño, las imágenes se ponen a hablar, a "mostrar". ¿Qué lugar, qué importancia puede atribuirse a la mirada en el trabajo de construcción del sujeto? Al nacer, el recién nacido abre los ojos y parece sorprendido, asombrado, ya interrogador ante lo que se le presenta. Encuentra en primer lugar la luz, luego formas y colores aún 190
indiferenciados; pero hay una forma que va a volver, ele manera ritmada y repetitiva, con el placer de la succión y 11 apaciguamiento del hambre, el rostro y la mirada de la madre, asociados a su voz modulada, donde identifica muy rápidamente algunos fonemas. Estos primeros intercambios están cargados de significaciones por venir. La mirada, nos dice Lacan, en cuanto objeto a retomado en el circuito pulsional, tiene la particularidad de estar de entrada ligada al deseo, no se apoya en ninguna necesidad, en ninguna demanda vital, y son tal vez esta "inconsistencia", esta "evanescencia" las que aseguran de manera privilegiada su inserción en el fantasma y su enganche con el goce. Las perversiones exhibicionista y voyeurista atestiguan lo que puede ser este goce centrado en la pulsión escópica.
¿Qué puede leerse en una mirada? Lacan, en el transcurso de su Seminario, da una serie de connotaciones de apariencia contradictoria. (Pero, ¿por qué debería el deseo ser unívoco?) En el Libro XI del Seminario hace referencia al mal de ojo: "Hay en quien mira un apetito del ojo, el ojo pleno de voracidad es el mal de ojo", y de esa mirada mala puede provenir la desdicha. "Apetito", "voracidad", estamos muy cerca de la pulsión oral. Y en los Escritos, al citar a San Agustín que describe "al niño mirando con una mirada envenenada a su hermano de leche", nos recuerda la violencia de la invidia en esta contemplación a la que califica de "absorción espectacular". 40 Pero la mirada no es sólo eso, también puede ser apaciguadora: Es [... ) en el nivel del deseo escópico donde, si la estructura 191
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dol deseo está lo más plenamente desarrollada en su alienación fundamental, también el objeto a está más enmascarado y donde con él el sujeto está, en cuanto a la angustia, más seguro.U
En las angustias muy arcaicas en torno a la pulsión oral caníbal, la mirada, viniendo a desmentir lo real de la devoración, puede en efecto tener ese resultado apaciguador. En el Seminario sobre "La angustia", Lacan subraya otro carácter del objeto a escópico: En el nivel escópico que es propiamente el del fantasma, aquello con lo que nos relacionamos [... ] es la potencia en el Otro [... ] que es el espejismo del deseo humano [... ]la forma dominante, fundamental de toda posesión, la posesión contemplativa [... ]. 42 Para el niño, el vozarrón [grosse voix], el "gesto adusto" ["gros yeux"] son en efecto las insignias de la potencia del Otro, y es sobre ellas que se apoya el superyó. . El fascinum tiene por efecto matar literalmente a la vida: "el fascinum es precisamente una de las dimensiones en las que se ejerce directamente la potencia de la mirada". 43 Por su definición, el fascinum es "encanto, maleficio". Fascinar es "dominar, inmovilizar por la sola potencia de la mirada" .44 Si para cualquier hijo de vecino fascinar tiene el sentido, un poco bastardeado, de seducir, cautivar, encantar, veremos que en la psicosis conservó el sentido fuerte de reducir al otro a la nada por la potencia de la mirada, hay borradura del sujeto bajo la mirada del Otro. Volvamos ahora al caso de Sylvie. ¿Qué hipótesis puede formularse sobre el lugar a dar a la mirada en la aparición de su psicosis? Y, en primer lugar, ¿qué mirada dirigía la señora H* a sus hijas? Lo que dice de ello es significativo. La mayor había sido para ella un "objeto de adoración, de contemplación". Se pasaba el tiempo mirándola, fotografiándola. Cuando llega Sylvie, ya no está en la misma disposición, sale de un estado 192
de embarazo que duró treinta y tres meses. "¡Tres embarazos en treinta y tres meses!", repite, agobiada. ¿Qué mujer joven que comenzara su vida en pareja no estaría marcada por semejante acontecimiento? La señora H* lo está hasta el asco. Se siente molesta frente a la mirada pedigüeña de esa beba: "Esta niña era demasiado precoz, me miraba con un aire extraño, no podía soportarla". En un primer momento, sintiendo impotencia para responder a lo que percibe confusamente como demanda de amor, probablemente desvía los ojos, se ausenta ante la mirada-llamada de su hija. La sobrecarga de la zona oral y la .ausencia de comunicación por la mirada y la palabra seguramente fueron aquí condiciones favorables para la eclosión de la psicosis. En un segundo momento, Sylvie va a encontrar una mirada hostil, plena de cólera y furor. Más tarde, exigirá ser obligada para intentar recuperar en el goce masoquista la mirada y la voz de cólera de la madre. ¿Cómo va a determinar esa mirada dirigida a ella la naturaleza de la que ella misma dirigirá a las cosas? Si "el mundo es simétrico del sujeto", si es "el equivalente, la imagen espejo del pensamiento" (Lacan), el mundo de Sylvie será a la imagen de la mirada materna, hostil, inquietante. Además de los objetos esféricos, recordatorio del "mal" pecho, todo es peligro: las olas del mar van a comerle los pies, los animales la aterrorizan, el mundo se volvió perseguidor, por igual razón que ella misma era para su madre un objeto perseguido-perseguidor.
Notas l. J. LACAN, Écrits, pág. 113. 2. [bid., pág. 67. 3. lb id.' pág. 112.
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4. lbid., pág. 674. 5. lbid., pág. 94. 6. !bid., pág. 677. 7. !bid., pág. 678. 8. Ibid., pág. 676. 9. !bid., pág. 112. 10. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 174. 11. J. LACAN, "Le Sinthome", Ornicar?, no 11, pág. 7. 12. J. LACAN, Ecrits, pág. 111. 13. lbid., pág. 70. 14. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 74 y ss. 15. J. LACAN, Ecrits, pág. 427. 16. Cf. por ejemplo A. ARTAUD, "Le théatre de la cruauté", Le Théátre et son double, Gallimard [El teatro y su doble, Buenos Aires, Sudamericana]. 17. Seminario inédito, notas personales. 18. Informe del Seminario sobre "El objeto del psicoanálisis", Ornicar?, no 29, pág. 13. 19. D. MELTZER, Le Monde de l'autisme, Payot. 20. J. LACAN, "La troisieme", intervenciones en el VII Congreso de la Ecole Freudienne de Paris, Roma, 1974, Lettres de ''Ecole Freudienne, no 16 ["La tercera", en Intervenciones y textos, 1, Buenos Aires, Manantial]. 21. Subrayado nuestro. 22. J. LACAN, Seminario sobre "La angustia", clase del 23 de enero de 1963. 23. J. LACAN, Écrits, pág. 71. 24. J. LACAN, Seminario sobre "El objeto del psicoanálisis", clase del 1o de junio de 1966. 25. J. LACAN, Écrits, pág. 70. 26. !bid., pág. 434. 27. D. MELTZER, Le Monde de l'autisme. 28. M. A. SECHEHAYE, Journal d'une schizophrene, PUF, 1950 [La realización simbólica. Diario de una esquizofrénica, México, Fondo de Cultura Económica]. 29. J. LACAN, Ecrits, 392. 30. !bid., pág. 533. 31. Ornicar?, no 29, pág. 13. 32. Subrayado nuestro. 33. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 70.
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:14. J. LA CAN, Seminario sobre "La angustia", clase del22 de mayo
de 1963. :IG. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 73. :16. lb id.' pág. 72. :11. lbid., pp. 71 y 69 respectivamente. :18. J. C. MILNER, Les Noms indistincts, Seuil, 1983. :39. Unica ZÜRN, L'Homme jasmin, Gallimard, 1970 [El hombre jazmín, Barceiona, Seix Barral]. 40. J. LACAN, Ecrits, pág. 114. 41. J. LACAN, Seminario sobre "La angustia", clase del3 de julio de 1963 (subrayado nuestro). 42. lbid., 12 de junio de 1963 (subrayado nuestro). 43. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 107. 44. Petit Robert.
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V ~~L
LENGUAJE LOCO
El lenguaje apareció bastante tarde en Sylvie, pero muy pronto si se considera la gravedad de su psicosis. Las primeras palabras pronunciadas en sesión (cf. capítulo I) fueron "arena" y "pies Cordié". "Papá" y "mamá" ya formaban parte de su vocabulario. Pero comenzó a hablar sólo después de siete meses de análisis, cuando tenía tres años y siete meses, e hizo rápidos progresos. El lenguaje aparecido en una niña cuyo cuerpo estaba tan a -estructurado, tan fragmentado, tiene algo de sorprendente y nos enseña lo que ocurre con los procesos de separación y alienación, así como con su articulación. Veremos cómo sectores completos del discurso permanecen en una desorganización total, forclusión ligada más específicamente en Sylvie a todo lo que se refiere al cuerpo. Recordemos que hablaba desde hacía tiempo cuando empezó a reconocerse en el espejo (cinco años). Hay en ella -como en todos los psicóticos, lo que se olvida demasiado a m en u do- coexistencia y superposición de varios discursos. Uno queda sorprendido por la inteligencia de algunos de ellos, por su capacidad de reflexión, y en ese momento surge siempre una pregunta: "¿Está usted bien seguro de que es psicótico (o psicótica)?" Me la formularon con frecuencia cuando hablaba de Sylvie. Esto equivale a preguntarse si era psicótica cuando deliraba y ya no cuando
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,.........hablaba "normalmente". ¿Ya no será psicótica ahora, que puede vivir sola y tener una profesión? ¿Lo será todavía? Si ya no hay síntoma en lo social, ¿hay aún "enfermedad"? Esta cuestión implica de por sí una concepción reductora de la enfermedad mental, de la que la clasificación americana (el D.S.M.) es uno de sus representantes. Por cierto, no hay "pruebas" de la psicosis -como tampoco virus ni madre esquizofrenógena-, hay una estructura psicótica, más o menos identificable, que puede revelarse o no. Es sobre esta estructura que Lacan nos enseñó a interrogarnos. Sylvie era por lo tanto una niña que podía pasar por "normal" en ciertos momentos y a los ojos de algunos, lo que no dejaba de desencadenar fenómenos de intolerancia y rechazo cuando aparecía alguna rareza en su conducta, especialmente en los medios institucionales que frecuentaba. Podía, en efecto, sostener un discurso elaborado, coherente, crítico, y a menudo juzgaba a las personas y las situaciones con mucha agudeza. Era "protestona", "gruñona", sin que el interlocutor comprendiera siempre qué angus~ias se escondían detrás de sus exigencias y reivindicaciones. Así, pues, pasaba por histérica y se hablaba de su mal carácter. El aspecto de "hermosa niña, inteligente, un poco rara, que presenta algunas dificultades y tics que se arreglarán con el tiempo y mucho amor" era puesto en primer plano, sobre todo por su abuela paterna y su padre. Los psicóticos adultos pueden sentirse aun más molestos que los niños en el discurso común, y para un observador es a menudo dificil descubrir la falla que signa la psicosis. Lacan lo recuerda en el libro III del Seminario, Las psicosis: Quienes asisten a mi presentación de enfermos saben que la última vez presenté una psicótica muy evidente, y recordarán el tiempo que tardé en extraer el signo, el estigma que probaran que se trataba claramente de una delirante y no meramente de una persona de carácter dificil que se pelea con los que la rodean. El interrogatorio superó largamente la hora y media antes de
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que se manifestase con claridad que en el límite de ese lenguaje del cual no había forma de hacerla salir había otro. 1
Y prosigue con el significante "galopinar", que en esta paciente llegó a revelar en un momento el desorden psicótico. En Sylvie, habida cuenta de su edad, el lenguaje "loco" asume formas múltiples, no forzosamente delirantes. Por ejemplo, pronuncia frases en eco, las que escucha y repite a propósito. Esta ecolalia se identifica con prontitud. Yo no dejaba de preguntarle cada vez: "¿Quién dice eso? ¿Dónde escuchaste pronunciar esas palabras?" ¿Quién no se ha sentido impresionado por esos niños que "charlan como personas mayores" y disertan sobre los problemas de la hora con una soltura aparente? Los padres a menudo se enorgullecen de escuchar de boca de su vástago el eco de su propia voz, sin darse cuenta de qué vacío cubre ese discurso. Algunos jóvenes esquizofrénicos tienen de este modo la apariencia de superdotados, tan grandes son su memoria y su agilidad para manipular cifras y palabras. Hemos mencionado los momentos de gran regresión en Sylvie, en los que vuelve a hundirse en el autismo, como el que siguió al traumatismo anal. Parece entonces alucinada. Dirigiéndose a alguien que sería su doble, pronuncia frases sin orden. En los pocos momentos de lucidez que le quedan, formula la pregunta"¿Estoy muerta?".
La invasión del significante "delantal" En el lenguaje psicótico, aparecen ciertos significantes que se repiten e invaden todo el campo psíquico. En el libro III del Seminario, Lacan plantea la cuestión de esta repetición insensata:
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¿Cuál es la significación de esta invasión del significante que llega hasta a vaciarse de significado a medida que ocupa más lugar en la relación libidinal, e inviste todos los momentos, todos los deseos del sujeto? 2 Veamos algunos ejemplos de este fenómeno en el caso de Sylvie. Ciertas palabras volvían con insistencia durante un largo período. Alrededor de los diez años, sólo habla de "delantal": quería ser envuelta en los delantales de su madre; cuando llega a mi casa, se precipita sobre la empleada doméstica para levantarle el delantal; me pregunta por qué no tengo uno, ¿mis hijos sí? Golpetea su pedazo de material plástico llamándolo "delantal" ... Este tipo de síntoma es desesperante para el analista porque da la impresión de que todo se detiene, que todo está fija do en esta misma repetición. El trabajo ya no avanza, el niño está absorbido en su ritual y en el significante que hace las veces de él, significante que no representa al sujeto para otro significante, pues la cadena parece rota, pero en el cual el sujeto se identifica y se pierde: La significación de esas palabras tiene por propiedad remitir esencialmente a la significación como tal. Es una significación que en lo fundamental no remite a otra cosa que sí misma, que se mantiene irreductible. El propio enfermo subraya que la palabra tiene peso en sí misma (J. Lacan, El Seminario. Libro Ill).
En este período, durante la sesión, yo fabricaba con la plastilina unos monigotes bastante sumarios y le pedía que imaginara una historia. Todavía no tocaba el material, pero aceptaba verme manipularlo. Ese día hice dos personajes, uno grande y otro pequeño, y le pregunté qué podía pasar verdaderamente entre ellos. Me contó entonces una historia de la que no entendí nada, pero en la que advertía la aparición de ciertos significantes inhabituales en ella. Se trataba de una galería, un sillón, una mamá, un bebé, de música, de un delantal para su nalgas. Prosiguió en seguida con sus relatos habituales: el bebé es malo, lo cortan, lo pinchan, le ponen un enema, etcétera. 200
La palabra galería, que nunca había escuchado de su boca, m;ociada con "un delantal para su nalgas", me intrigaba. Intenté hacerla asociar: "¿Qué galería?", "¿Las nalgas del bebé estaba contra el delantal?" Pero no pudo decirme nada más. Le propuse que preguntáramos a su madre, después de la sesión, qué pensaba de esta galería. Al principio, la señora H* se muestra muy asombrada: ;,una galería? En efecto, la casa que ocupaban cuando Sylvie era una beba tenía una. Luego empieza a recordar: vivían en esa casa cuando ella volvió de su tratamiento, y había recuperado a Sylvie que estaba en lo de su suegra (la pequeña Lenía por lo tanto tres meses). ¡Pero es imposible que se acuerde de eso! Durante un mes, antes de su segunda partida, la señora H* se había ocupado de sus hijas. Era verano y, en efecto, se había instalado en la galería, donde había puesto sillones y un tocadiscos. En cuanto al delantal, me explica que, "por higiene", usaba uno grande, especial para cuidar a las niñas. Cuando cambiaba a Sylvie, la acostaba sobre él. Le gustaba escuchar música mientras se ocupaba de las hijas. Había olvidado todo eso, y repite que es imposible que su hija se acuerde de cosas tan antiguas. Yo también me lo pregunto. Pero otro hecho vendrá a confirmar la precocidad de la fijación de ciertos significantes que escapan a la represión, que por lo tanto no son ni sustituibles ni movilizables y reaparecen, como lo veremos, en lo real. En los comienzos del tratamiento, yo intentaba hallar algunos puntos de referencia cronológicos en la historia de Sylvie, empresa dificil porque la señora H* se equivocaba con las fechas y mezclaba los períodos. Le pregunté el nombre de la niñera que se había ocupado de Sylvie cuando ella se ausentó, la que había obligado a la niña a comer. Ya no se acordaba, ¡había tenido tantas! La semana siguiente, en el momento de despedirse, mientras Sylvie estaba sobre sus rodillas, me dijo: "Recordé el nombre de esa muchacha, se llamaba Georgette". En ese preciso instante, Sylvie, presa de terror, se lanzó hacia atrás y cayó de las rodillas de su madre. Quedamos estupefactas tanto una como la otra. Sin ninguna 201
duda el nombre de Georgette había desencadenado este ataque de pánico, cuando probablemente no había sido pronunciado desde la época del trauma. Era evidente que ese significante había conservado todo su impacto angustiante a través del tiempo. N un ca olvidé esos dos episodios. N o obstante, me parecieron tan extraordinarios que llegué a preguntarme si no los había soñado, si no me había equivocado. ¿No había interpretado con demasiada rapidez las reacciones de Sylvie? Esos significantes, delantal, nalgas, galería, señalados en un discurso incoherente, ¿verdaderamente eran tan importantes? La prosecución del tratamiento demostró que no se trataba de significantes ordinarios. El primer par ScS 2, delantal-nalgas, permite salir del callejón sin salida en que se mantenía Sylvie. Y el nombre de Georgette le permite asociar a partir de su angustia de devoración. Cualquier niño "normal" habría reconocido el delantal como uno de los atributos de la madre, un objeto deducido de su cuerpo que habría entrado en una primera cadena asociativa en torno a la relación maternal. Habría podido servir para la fabricación de un objeto transicional, pedazo de trapo que recordara el contacto o el color de ese delantal envolvente, cercano a la vez al cuerpo de la madre y al del niño. Ese objeto transicional se habría llamado "delantal" o un significante de consonancia cercana como saben inventarlos los niños, e a t a l o a t a l ... Sylvie había registrado ese significante primordial pues su madre debía pronunciarlo a m en u do delante de ella: "Espera, me voy a poner mi delantal" o "De nuevo me ensuciaste el delantal". Pero debería haber sido reprimido y permanecido en estado de huellas inconscientes. Es posible imaginar que hubiera dejado, en el sujeto ya adulto, un gusto por cierto color, por el contacto de cierta tela, sin que éste pudiera descubrir el origen de esa atracción. ¿Qué ocurre en Sylvie con el objeto y el significante? El pedazo de material plástico que golpetea incansablemente llamándolo "delantal" no es para ella en absoluto un objeto transicional. Como lo expresa Lacan, se "disuelve" en 202
él, se pierde en el ritual manipulatorio en lugar de hallar consuelo. El mismo objeto-delantal vuelve en un real fijado, invasor: búsqueda de un delantal en las personas, necesidad de ser envuelta en los delantales de su madre como vicarios de la envoltura corporal. Significante y objeto tienen la misma función. Freud había examinado esta cuestión de la representación del objeto y la cosa en el esquizofrénico, en su Metapsicología. a El significante tiene aquí el mismo estatuto que el objeto, no remite a otro en una cadena sino que constituye un significante de confección que tiene un papel de enganche, de detención para el sujeto. En Sylvie, las palabras que se repiten, las "fórmulas que se reiteran" se refieren siempre al cuerpo o, al menos, a lo que hace las veces de éste para ella: la envoltura vestimenta. En el SeminarioXILacan menciona este fenómeno: "Cuando no hay intervalo entre S1 y S , cuando la primera pareja de significantes se solidifica, se tolofrasea [... ] esta solidez, esta toma en conjunto de la cadena significante primitiva es lo que prohíbe la apertura dialéctica". 4 Estos fenómenos de detención, esta muerte de las palabras evocan la muerte p!íquica y se encuentran siempre en los psicóticos. Aún hace falta precisar lo que de específico tiene en la psicosis este tipo de interrupción, de suspensión, de mortificación del pensamiento. En efecto, en el neurótico ciertas formaciones psíquicas tiene en parte ese carácter de fijeza, así el recuerdowpantalla o el fantasma. ¿No podría decirse, por ejemplo, que esta escena: "un niño en los brazos de su madre, corttra su delantal floreado, en una galería colmada de música" sería un recuerdo-pantalla? ¿O que evocaría un fantasma del tipo "Un niño hace sus necesidades en el delantal de su madre, que se enfurece"? Consideremos estas dos hipótesis.
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,..--' ¿Se trata de un recuerdo-pantalla? El recuerdo-pantalla es una formación que toma en cuenta toda la trayectoria de un sujeto; como el síntoma, está del lado de la metáfora, y resulta del trabajo de olvido, represión y revisiones que puntúa el devenir del sujeto. Hace pantalla a lo reprimido, pero es también retorno de lo reprimido. Freud se interesa en él desde 1899. En su artículo "Über des Erinnerungen"5 analiza uno de sus propios recuerdos de infancia, cuando, con su primo, a los dos o tres años, había arrancado de las manos de su prima un ramo de cardillos. Gracias a todas las asociaciones que cunden alrededor de este recuerdo, Freud subraya su carácter complejo: "Detrás del carácter anodino (de estos recuerdos) se oculta por lo corriente una profusión insospechada de significaciones". Llega a asimilar la naturaleza de los recuerdos-pantalla a la formación del síntoma: El proceso que encontramos aquí: conflicto, represión, sustitución con formación de compromiso, vuelve en todos los síntomas psiconeuróticos y brinda la clave para comprender la formación del síntoma. Destaca igualmente el parentesco del recuerdo-pantalla con el fantasma. En 1914, pasa al contenido del sueño, con todos los efectos de desplazamiento y condensación que descubre: Estos últimos [los recuerdos-pantalla] contienen no sólo algunos elementos esenciales de la vida infantil, sino incluso todo lo esencial. Representan los años olvidados de la infancia exactamente del mismo modo que el contenido de los sueños representa sus pensamientos [... ]. 6 En un artículo de 1914 aparecido en Psicopatología de la vida cotidiana, "Recuerdos de infancia y recuerdos de cobertura" (traducción de la época), Freud se interesa por la 204
naturaleza de la temporalidad que interviene en los recuerdos-pantalla: Deben su conservación no a su propio contenido, sino a una relación de asociación entre ese contenido y otro reprimido. Puede tratarse de un desplazamiento retrógrado. El recuerdo de infancia surge, en efecto, en una época posterior de la vida. Freud cita el caso de un hombre joven que se acordaba de su dificultad para diferenciar la m y la n cuando, a los cinco años, aprendía a leer, dificultad que vinculaba con su deseo de conocer "la diferencia entre los varones y las niñas". Más adelante habría querido que la tía que le había enseñado a leer lo informara sobre estas cuestiones: "Fue en la época en que adquirió este conocimiento cuando se despertó en él el recuerdo de la lección del abecedario", escribe. En este caso, un recuerdo de infancia surge en ocasión de un acontecimiento contemporáneo significativo. Puede suceder también que una impresión indiferente de una época posterior se instale en la memoria en concepto de recuerdo-pantalla, porque se conecta con un acontecimiento anterior cuya reproducción directa es obstaculizada por ciertas resistencias. El análisis permite a menudo el desciframiento de este tipo de recuerdos. El recuerdo-pantalla puede también ocultar otro que le es contiguo en el tiempo, "contemporáneo o simultáneo", dice Freud. De un acontecimiento traumático, el sujeto no conservará más que el recuerdo de un detalle anodino inadvertido por todos. La noción de "a posteriori" ("apres-coup"] (Nachtriiglich) de Freud es esencial para captar qué ocurre con el trauma. El Hombre de los Lobos sólo comprende a posteriori, mediante el análisis de su sueño, la escena traumática que había observado cuando tenía dieciocho meses. La imagen estaba
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allí, lo real estaba allí, pero el sentido sólo pudo surgir con la aparición de la cadena significante. Lacan va a ampliar la cuestión de la temporalidad y los avatares de la memoria desde 1945, en "El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada" 7 y luego, algunos años más tarde, en "Función y campo de la palabra y el lenguaje": Lo que se realiza en mi historia no es el pasado definido de lo que fue puesto que ya no es, ni siquiera el perfecto de lo que ha sido en lo que soy, sino el futuro anterior de lo que habré sido para lo que estoy en trance de devenir. 8 En "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo", en referencia al vector retrógrado del grafo, precisa: Efecto de retroversión por el cual el sujeto se convierte en cada etapa en lo que era como antes y no se anuncia -él habrá sido- sino en futuro anterior. 9 Ahora bien, el diccionario nos enseña que "el futuro anterior expresa la anterioridad en relación con otro momento del porvenir" y que retroactivo significa "que ejerce una acción sobre lo que es anterior, sobre el pasado". La subjetividad implica por lo tanto lo seguido del sujeto en el tiempo en que el presente está preñado de un pasado modificado a medida que se elabora el futuro. Ese surgimiento de un sujeto, contemporáneo de su borrado en la cadena significante, es puesto de relieve en el parágrafo de "Posición del inconsciente" en el que Lacan precisa el sentido del concepto de alienación: "El registro del significante se instituye por el hecho de que un significante representa a un sujeto para otro significante. [... ] Produciéndose el significante en lugar del Otro aún no identificado, hace surgir allí al sujeto del ser que no tiene todavía la palabra, pero al precio de fijarla. Lo que había allí pronto a hablar -esto en los dos sentidos que el imperfecto del francés da a había, ponerlo en el instante anterior: estaba allí
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y ya no lo está, pero también en el instante posterior: un poco más, y estaba por haber podido estar-, lo que habla allí, desaparece por no ser más que un significante. 10 ¿Cómo "sabe" un sujeto que es verdaderamente el que ha sido y el que será? ¿Qué relación entre él y el niño cuyos hechos y gestos se le cuentan, entre él y el adolescente cuyo retrato y cuyos actos le parecen los de un extraño? Ese saber que no entraña ningún conocimiento es el del inconsciente y el ello: comanda nuestros actos, nuestros sueños, nuestros fantasmas, y asegura la permanencia de nuestro ser y la perennidad de nuestro deseo. Paradójicamente, para que haya sentimiento de continuidad en la vida del sujeto debe haber necesariamente ruptura. Para que el sujeto "sepa" que es quien ha sido y quien deviene, debe ser cortado irremediablemente de esa parte de sí mismo que lo hace vivir, pensar y actuar, de ese "punto de extimidad" del que habla Lacan. Dicho de otra manera, "las dos operaciones fundamentales en que conviene formular la causación del sujeto, separación y alienación", deben llevarse a cabo: cierre del inconsciente con la represión, separación del objeto con la constitución del objeto a, lo que Lacan, retomando el lchspaltung de Freud, llama "hendidura del sujeto".U El hecho de que los recuerdos-pantalla y los fantasmas del psicótico no tengan la textura que se les conoce en el neurótico o en el sujeto llamado normal obedece al mal desarrollo de estos procesos: la separación, ya lo hemos visto, es siempre problemática, la pérdida del objeto nunca cumplida; el objeto a, manteniéndose puro real, no puede desempeñar su función. La alienación misma está perturbada, como lo comprobamos en lo que es la lengua en Sylvie. La elección del vel de la alienación con la represión que se une a ella es imposible. En Sylvie, lo que podría ser un recuerdo-pantalla, la escena que puede resumirse así: "Una madre sentada en un sillón en una galería sostiene a su hija contra sí, sobre su
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delantal, mientras escucha música", no implica aparentemente elaboración secundaria, está allí fijada como un relámpago, sin que sea posible señalar en ella un trabajo cualquiera de desplazamiento, de condensación, de represión. De los elementos que se yuxtaponen a ella, Sylvie retiene el delantal (próximo al objeto anal) y la voz. Los pedazos verbales (significantes) y los pedazos de cosas (objetos) cohabitan en su multiplicidad y conservan su proximidad, se mantienen como fragmentos imposibles de integrar en una continuidad histórica, no se borran en los avatares de la relación con el Otro y los encuentros de la vida, se resisten a toda transformación y no entran en cadenas asociativas que los harían desaparecer bajo la barra de lo reprimido y eternizarse así en el inconsciente. Si reaparecen, es en estado bruto, sin ninguna modificación, no pueden conducir al ello y al inconsciente porque jamás entraron en ellos. Así el sentimiento de permanencia del ser, que asegura la sólida presencia de la Otra escena, falta en el psicótico. Los elementos de la escena relatada por Sylvie (extremadamente precoz, tenía tres meses) están allí tal como debieron ser percibidos en el origen, en una contigüidad fijada para siempre, inmutables, inutilizables. No reconocidos, no reunidos, no integrados con posterioridad (nachtraglich) en una cadena asociativa, no pudieron entrar en la constitución de un recuerdo-pantalla o un fantasma. N o pueden dar lugar a un trabajo de desciframiento como el de un sueño dado que carecen de misterio. Representan, sin embargo, el último recuerdo, el único vestigio que Sylvie conservará de su madre antes de su desaparición, poco antes de que, a su turno, el trauma llegue a anonadarla. Para ilustrar esta noción de continuidad, este sentimiento que hace que nos reconozcamos en nuestros pensamientos, nuestros actos, nuestros sueños pasados, presentes y futuros, aun cuando nos sorprendan en el más alto grado, evocaremos la película de Orson Welles, El ciudadano [Citizen Kane]. La historia del héroe ilustra la complejidad de los elemen208
tos que, haciendo nudo y cadena, aseguran la osamenta de un sujeto y mantienen su identidad en el tiempo. Se identifica en ella lo que podría ser un recuerdo-pantalla y la manera en que éste se inscribe en el destino del personaje. En las primeras imágenes de la película asistimos a la muerte de Kan e. Con su último suspiro, pronuncia la palabra Rosebud, al mismo tiempo que deja escapar de su mano una bola de vidrio que contiene copos de nieve artificial. El misterio de ese significante, Rosebud, se mantendrá hasta la última imagen. El mismo intriga a los periodistas, que se preguntan sobre su significación: ¿Es el nombre de una mujer? ¿El de un gran amor? El film constituye el intento de penetrar el misterio de es te hombre. Desfilas u vida con todas sus ambigüedades y sus compromisos. Sólo descubriremos el sentido de Rosebud al final: es el nombre inscripto en un trineo con el cual Kanejugaba cuando era niño. Habíamos visto ese trineo en una escena capital del comienzo de la película. Esta escena clave de la historia de su vida podría ser un recuerdo-pantalla, tiene la estructura de éste. Se ve en ella a un niño de unos diez años que vuelve de una excursión en trineo por el campo nevado. Al llegar junto a la casa, ve a su madre con un desconocido. Aquélla le anuncia que debe ir a la ciudad con el hombre, quien se encargará de su instrucción y educación. El niño recibe un tanto mal al intruso, que viene a arrancarlo de sus juegos, de su familia, de su infancia y, con rabia, le arroja el trineo sobre las piernas. Esta escena, a la manera de un recuerdo-pantalla, contiene todo el destino del sujeto, y sin duda Kane lo habría descubierto si hubiera hecho un análisis. Pero el genio de Welles nos lo da a entender sin subrayarlo nunca. De un solo vistazo se identifica en ella el lugar del dinero y el poder en el deseo materno, la insignificancia del padre real, la rebelión del niño que llega a agredir físicamente, con su trineo, al hombre que viene a separarlo de su madre y que representa una figura paterna temible. El trineo está asociado a los juegos de la infancia, a una 209
cierta felicidad, así corno al instante fatal en que deberá perderlos. Este objeto será olvidado y terminará en el fondo de un granero, pero el significante asociado a él, Rosebud, está siempre vivo en el sujeto y se adherirá a otro objeto, la bolita de vidrio que, cuando se la sacude, hace que aparezca la nieve. Esta es la que constituye el nexo entre el trineo y este irrisorio pequeño objeto. E1 anciano, al morir, no pide volver a ver el trineo de su infancia, estrecha en su mano la bola de vidrio pronunciando la palabra Rosebud. A través de este significante y este objeto, reencuentra lo que siempre ha sido, su ser más íntimo que nadie sospechó detrás de las múltiples imágenes que dio a ver a sus contemporáneos. En el momento de entrar en la muerte, se reúne con lo que era allí, en el comienzo de su vida adulta, en el instante que marcaba ya el pasaje de la infancia perdida a la edad madura. Borrado desde mucho tiempo atrás de la memoria, el objeto original desapareció entre las llamas, con todos los residuos de una vida que uno deja tras de sí, en los sótanos y los graneros, mientras que el significante referido a ese objeto subsiste cambiando de cadena: represión, sustitución, desplazamiento están en acción, pero el afecto y la emoción despertados por este significante perduran, y un objeto, que reemplazó al primero, signa el reencuentro del sujeto consigo mismo. Desde la primera lección de su Seminario sobre "La angustia" Lacan sitúa lo que ocurre con el afecto en su relación con el significante: "Lo que dije del afecto es que no está reprimido, y ello, Freud lo dice, está fuera de lugar, va a la deriva. Se lo reencuentra, desplazado, loco, invertido, rnetabolizado, pero no está reprimido. Los que sí lo están son los significantes que lo amarran". Por lo tanto, los cortes y las modificaciones no afectan en nada al sujeto sino que, muy por el contrario, lo confortan en su identidad, con la condición de que el inconsciente haga su trabajo, lo que no es el caso en la psicosis. ¿Pero por qué en Sylvie la escena de la galería no tiene la estructura de un fantasma? 210
¿Se trata de un fantasma? También aquí es preciso matizar nuestras palabras. Del mismo modo que el psicótico puede emitir un discurso perfectamente adaptado y llevar una vida corriente, tiene fantasmas corno cualquier hijo de vecino. Si en el neurótico en análisis los fantasmas son dificilrnente accesibles y "confesables", las cosas son un poco diferentes en el psicótico. Este puede evocar con una crudeza inaudita algunas de su~ elucubraciones imaginarias y callar lo que constituye el punto crucial de su psicosis; no le resulta posible decir "el fondo de su pensamiento". Lo que oculta al psiquiatra, al analista, a los allegados, constituye su verdad más íntima; la mayoría de las veces se trata de una formación que oscila entre el delirio y el fantasma, un fantasma al que podría llamarse fundamental. La frecuentación de los adolescentes y los adultos psicóticos nos enseña más sobre la naturaleza de los fantasmas en la psicosis que la clínica del niño psicótico, en especial la práctica del psicodrama analítico individual en instituciones, donde el trabajo se hace a partir de la puesta en escena de los fantasmas, seguida de la interpretación del juego dramático y del discurso producido. En las psicosis del adolescente o del adulto joven puede manifestarse un tipo de actividad fantasmática que me parece específica de la estructura psicótica. He aquí un ejemplo. La señorita C* ingresa a la clínica en ocasión de un episodio agudo prontamente resuelto. Sale y retoma sus estudios corno externa en esta misma clínica universitaria. Había interrumpido toda actividad desde hacía alrededor de dos años, tiempo durante el cual había permanecido enclaustrada en su casa, sin que sus allegados se inquietaran especialmente por ello. En el transcurso de su estada en la clínica siempre rechazó los medicamentos y todo acercamiento psicoterapéutico, deseo que fue respetado. La veré a su 211
pedido en unas entrevistas preliminares, aproximadamente un año después de que retomara sus estudios. Comienza entonces un análisis conmigo, análisis dos veces interrumpido y retomado. Se queja de sus dificultades de contacto, de sus dificultades escolares, el menor fracaso la hace dudar de sí misma y de todo (de hecho, es una brillante alumna, la mejor de su clase). Conmigo se queda las más de las veces silenciosa, concluyendo secamente la sesión con un "No sirve para nada que venga a verla". Poco a poco se pone a evocar, con muchas reticencias, unas ensoñaciones que giran alrededor del tenis, y que podrían formularse así: "U na joven campesina se convierte en campeona internacional de tenis". En la realidad, juega verdaderamente un poco, pero sin más; en cambio, su espíritu está acaparado por todo lo que se refiere a ese deporte, sigue todos los torneos en los courts o en televisión, se ve llegar a la cumbre de una carrera brillante. Gracias a este logro puede por fin conocer gente, tener "intercambios" con los otros. Cuando está sola, conversa en voz alta con su supuesto entrenador, lo que a pesar de todo inquieta un poco a su madre. Era dificil apreciar qué grado de creencia acordaba a estas producciones imaginarias. Sabía claramente que "tener éxito sería duro, tal vez imposible, pero eso la ayudaba a vivir". Durante mucho tiempo pensé que se trataba de uno de los fenómenos propios de la estructura histérica que se encuentra en la adolescencia, donde las identificaciones con un yo ideal son preponderantes y absorben a un sujeto preso en la angustia de castración y las transformaciones que ésta engendra. Habiendo aprobado brillantemente sus exámenes, no pudo sin embargo adaptarse a la vida universitaria. Sufre a causa de la separación con respecto a su familia y no tiene ningún contacto con los jóvenes de su edad, no sintiendo "ningún punto en común con ellos". Vuelve por lo tanto a vivir en su casa y se encierra de nuevo en su habitación. No obstante, toma el tren todas las semanas para venir a París, 212
donde prosigue su análisis conmigo. Si ahora se presenta con su vertiente depresiva, es porque su "delirio" ha evolucionado: ahora sabe que nunca será una estrella del tenis. A partir de entonces, el resto es "irrisorio, la vida no tiene interés, la nada está en ella", más vale la muerte. Sin embargo, continúa "soñando despierta" todo el día con el tenis. A mi pregunta: "¿Le causa placer pensar en todo eso?", me responde: Me causa placer porque no es la realidad, pero es desgarrador, eso vuelve sin cesar, como si el argumento estuviera ya muerto. Cuando una piensa algo, después, está pensado, lo olvida, pero allí pienso en eso todo el tiempo, es el hecho de pensar todo el tiempo y cuando estoy adentro, cuando lo pienso, es como si ya estuviera muerta, estoy adentro un día y luego otro, después del día, no hay temor del después [transcribí textualmente sus palabras]. Esta formulación nos aclara el carácter del fantasma psicótico. Empleamos aquí el término de fantasma con algunas reservas, pues el delirio no está lejos, aunque toda convicción en cuanto a la realidad de los hechos haya ahora desaparecido. La señorita e· dice: "No es la realidad", la realidad le da miedo; hablar, conocer gente la aterrorizan, siente que el mundo a su alrededor le es hostil. El fantasma ya no es aquí una actividad marcada con el sello del inconsciente, ya no tiene ese doble carácter de movimiento y fijeza debido al hecho de que el sujeto se encuentra en todos los lugares del argumento. Por otra parte, es a pesar y gracias a esta fluidez, a esta vacilación, que el sujeto puede confortar en él a su ser. En el caso de la señorita C* se vuelve invasor: "Pienso en eso todo el tiempo, estoy adentro". Ya no hay entonces una función de "sostén del deseo", sino más bien de detención, de protección contra la angustia del anonadamiento, con la misma calidad que todos los rituales que utiliza el psicótico: estereotipos, estribillos, etc. El goce está en el wachacar.
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Podrían señalarse múltiples sentidos. No obstante, no se trata aquí de retorno de lo reprimido a la manera del síntoma, sino más bien de una construcción hecha de cualquier modo, que hace las veces de prótesis imaginaria a un sujeto que no pudo recorrer su itinerario simbólico. En lugar de ser reactivación del deseo, el fantasma se mantiene como un fin en sí mismo. Su preponderancia puede entonces volverse tan fuerte que rompe las barreras de lo imaginario y procura realizarse en pasajes al acto. En la fascinación por el tenis entran numerosos elementos, que se dibujan con el paso de las sesiones. El césped de Wimbledon, donde vio por primera vez evolucionar a una joven de blanco, es tan verde como las praderas de su comarca nativa, y la jugadora que intercambia sin falta pelotas como se intercambian palabras habría podido ser ella. Estas imágenes vistas en televisión tuvieron un efecto revelador y fueron el punto de partida de su pasión por el tenis. Este tipo de producción no exige ninguna interpretación, permanece allí mientras el sujeto la, necesita y el analista es únicamente testigo de su existencia. Recordemos aquí el materna lacaniano $ O a, a fin de comprender mejor lo que constituye la especificidad del fantasma psicótico. En el fantasma, a está siempre elidida, velada; ahora bien, hemos visto que en la psicosis el objeto a no se desprende sino en parte de su estatuto de real, siendo esta proximidad de lo real perceptible en todas las producciones psicóticas. Por ejemplo, la frase: "Me miran por la calle" no tendrá el mismo contenido en una histérica o en un esquizofrénico, para quien las miradas tendrán una connotación persecutoria. Para Christian, las miradas eran portadoras de "ondas relacionales" y representaban un peligro real. Se salvaba, se escondía en los cafés donde hacía matemáticas para recobrar el ánimo, pero también podía estar listo para contraatacar si tenía con él algún instrumento para defenderse. Una histérica gozará con esas miradas que la desvisten sin que tenga que hacerlo realmente, o desarrollará una fobia (agorafobia) que signa su 214
deseo, con la represión que le está asociada. La a contiene aquí, con toda evidencia, el(-<¡>) de la castración, la significación fálica está presente. La $ del fantasma recuerda que el sujeto está sometido, desde el primer instante de su vida, al proceso de alienación y de represión originaria. Este proceso también está falseado en la psicosis. Pervertidas las leyes del lenguaje, lo que debería articularse de la cadena significante en el fantasma en relación con a se hace en el desorden. Su pongamos un fantasma alrededor del objeto oral, que se enunciaría "Comen a un niño", fantasma siempre más o menos presente en el niño así como en numerosos mitos, cuentos y relatos. En Sylvie, para quien el objeto oral conserva su impacto de real con lo que entraña de temores de devoración, el lenguaje mismo está subvertido, y el imperativo "¡Come, Sylvie!" se convierte en "Come a Sylvie", cómete tú misma. En el Seminario XI Lacan dice: El fantasma es el sostén del deseo, no es el objeto el sostén del deseo. El sujeto se sostiene como deseante en relación con un conjunto significante siempre mucho más complejo. Esto se ve bastante en la forma de argumento que asume, donde el sujeto, más o menos reconocible, está en alguna parte, esquizado, dividido, habitualmente doble, en su relación con ese objeto que la mayoría de las veces no muestra su verdadera figura. 12
En la psicosis el fantasma ya no tiene la función de "sostén del deseo". El sujeto psicótico se detiene en el fantasma y no puede ir más lejos, a causa del fracaso de la castración simbólica. "El deseo es la Ley", nos repite Lacan, pero esta Ley es inaccesible al psicótico. Se mantiene entonces en el goce del desarrollo imaginario, que es su semblante de ser de él, el argumento gira en el vacío (ya está muerto, dice la señorita C*). A veces puede procurar realizarlo, como lo hace Chris-
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tian, para experimentar su consistencia, o hacerlo bascular completamente del lado del delirio. Esta escena de un niño sobre las rodillas de su madre no tiene por lo tanto la estructura de un fantasma, a lo sumo es la última imagen de la presencia materna. El objeto delantal asociado al orificio anal y el significante que le corresponde retornan en lo real. Entre los siete y los ocho años señalé en el análisis el que sería el fantasma fundamental de Sylvie, y que podría enunciarse "Maltratan a un niño". Este fantasma se constituyó en relación con una realidad traumática y no pudo consolidarse más que en referencia a los fantasmas maternos. En su evolución, Sylvie tenderá a realizarlo con su madre, hasta establecer con ella una relación sadomasoquista. He aquí algunos extractos de las sesiones de su octavo año: Tendrías hijos dañinos, Rose sería la más gentil, Alain el más irritante. Vamos a hacer los malos padres que abandonan a su hijo, tú les dirías insultos. Doudonne el conejo. Georgette dice: "Estás castigada". "El" le tenía miedo a los conejos, yo cuando era chica. Simulan lo que será la guerra. Las bombas van a caer sobre el bebé, llora, Georgette tenía bombas que caían en la cabeza, el señor le va a pegar a Georgette, la bomba cae, el señor atacó al bebito. Una señora con un niño todo desnudo, le pone los pañales, pisa a su bebito, es una malvada señora que quiere aplastar a su bebé para castigarlo. Para concluir mi exposición sobre la naturaleza del fantasma en la psicosis, citaré esta anécdota: una joven psicótica me decía, al final de su análisis: "sé que no estoy curada pero ahora ya no tengo miedo a mis fantasmas". Sus fantasmas asesinos, siempre en el límite de alguna realización, ya no la espantaban porque los había reconocido como tales. Retomemos la evolución del lenguaje en Sylvie. Otros significantes tuvieron la misma suerte que la pala216
bra "delantal", entre ellos la palabra "solapas". En cierto período, toda su actividad de pensamiento giraba alrededor de este término: se pasaba días hojeando revistas para buscar solapas en los vestidos de los figurines de modas y los pintarrajeaba con los lápices de colores. Preguntaba: "¿Por qué no tienes un vestido con solapas?" o "Quiero un vestido con solapas", etcétera. Los padres estaban superados. Yo también, dado que en esos períodos Sylvie estaba totalmente ausente de lo que ocurría a su alrededor, completamente absorbida por su "obsesión", según el término empleado por la familia. Yo misma había agotado todas mis asociaciones sobre esa "solapa" [revers], había vuelto a las primeras imágenes del cuerpo, sitio, reverso, la envoltura vestido, así como a la imagen en el espejo, sin olvidar todos los juegos de palabras posibles alrededor del significante mismo: de vuelta hacia [reuenu vers], el verde [le vert], etcétera. Ahora bien, un día que su padre la había llevado a la sesión y me hablaba de ella, Sylvie se puso a girar alrededor de él, se alejaba, volvía, lo golpeteaba como solía hacer con los adultos a los que quería. Después se le acercó, puso la cabeza sobre las solapas de su saco, me miró y dijo con un aire extático: "Papá - solapas". De ese modo designaba las solapas como un atributo del padre -por la misma razón que la blusa, los pliegues, el delantal eran los de la madre- y planteaba la cuestión de la diferencia sexual en función de una particularidad de la vestimenta. Pero esto está muy lejos de cualquier acercamiento edípico, de cualquier significación fálica: Sylvie permanece en la confusión más total. He aquí lo que dirá a los siete años: Yo defenderé a mi marido, no quiero un marido herido, quiero un hombre que se deje pegar encima, que tenga hermosas solapas, así, así será mi muñeca. Me casaré de blanco.
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¿Qué hacer con los significantes del sujeto en el análisis? En el caso del delantal intenté, mediante eljuego, introducir ese significante en el análisis. Le pedía a Sylvie que inventara una historia donde hubiera una mamá que atendiera a su bebé en una galería, por ejemplo. Muy a menudo ella me exigía que fuera la madre de la muñequita, debía pincharla, "forzarla", etc. Yo no aceptaba repetir durante mucho tiempo la misma cosa, introducía variantes, cambios de papeles. Al principio Sylvie tenía miedo, luego se dejaba atrapar por el juego. Yo le decía: "Si tú fueras la mamá y yo el bebé, ¿qué dirías? ¿Y si yo fuera otra mamá?", etcétera. El juego se ampliaba, se diversificaba. Llegó un momento en que ya no habló del delantal. Ese significante había sido resituado por la madre en su propia historia y, por ello, en la de Sylvie. ¿Era eso lo que había permitido un principio de movilización? Parecía que después de haberse detenido en una imagen, la película hubiera vuelto a correr, aun cuando el guión no era el previsto al comienzo, pues las cosas se jugaban ahora en la transferencia. Con el paso de los años, trocó sus viejos recuerdos por los del análisis. Me decía: "¿Te acuerdas de cuando yo era chica y me llevabas en brazos? No quisiste forzarme a comer el yogur" (este episodio nos había marcado mucho a las dos). Para mi gran sorpresa, un día pudo tomar al bebé en sus brazos y acunarlo con palabras tiernas. El trabajo analítico permitió sin duda la ruptura de bloques asociativos fijados en una repetición estéril. El objeto retomaba su lugar de objeto corriente y el significante se borraba, se hundía por completo y liberaba a la cadena significante, como si por fin se produjera la represión. Esto no significa decir que los pocos significantes referidos a la imagen del cuerpo no conservaran siempre un estatuto especial en la medida en que servían de vicarios de la diferenciación sexual. 218
El lenguaje "delirante" en Sylvie A los siete años, Sylvie llega un día a la sesión extremadamente angustiada. Su madre me dice que está muy mal, que retoma sus comportamientos regresivos (aislamiento, estereotipos, etc.), mientras en los últimos tiempos estaba mucho mejor, alegre, dinámica. He aquí el texto integral de esa sesión, que reproduje en ese mismo momento. -¿Los hombres son ricos para comer? ¿Al papá le sale sangre cuando mete la semilla en el trasero? ¿Pone un delantal o un saco para meter la semilla? ¿Las mamás sangran en la clínica de maternidad [clinique d'accouchement}? ¿Y cuando no hay bebé? Clínica de maternidad, clínica de maternidad (lo repite varias veces) ... me gusta esa palabra. -¿Por qué te gusta esa palabra? -Termina en "ment" como lavement [enema), adoro la palabra "clínica de maternidad".
Yo sospechaba que un acontecimiento traumático la había trastornado. El contexto evocaba un aborto [avortement] ("no hay bebé... clínica de maternidad"), pero, ¿qué habría en torno a los hombres y la sangre? Después de la sesión de Sylvie, que ese día no dijo casi nada más de tan postrada que estaba, le pregunté a su madre qué había pasado en esos últimos días. Me enteré de que el señor H*llevaba a su hija con él cuando hacía sus visitas veterinarias y que Sylvie había estado presente en el parto manual de una vaca, practicado por su padre. ¿Qué puede entenderse en ese discurso, incoherente a primera vista? Retomémoslo frase por frase. "¿Los hombres son ricos para comer?" Creo que cuando habla de los hombres Sylvie lo entiende en oposición a las mujeres y no en el sentido de seres humanos, de especie humana. Para ella comer tiene la connotación de devoración, como lo subrayé en el "no comer Sylvie". Comer es de igual modo ser comido, comer al otro y autodevorarse. Pero esta 219
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operación está vinculada exclusivamente con las mujeres, son la niñera y luego la madre las que agreden, las que fuerzan el orificio oral. Aquí, hace la pregunta: ¿y los hombres? ¿Por qué la hace? Sin duda, después de ver desaparecer el brazo de su padre en el agujero de la vaca. ¿Pero qué agujero? Hay en ella una confusión tal en el plano de los orificios que tal vez pensó que el padre iba a desaparecer en su totalidad, como lo hace el alimento en el agujero de la boca. Estas escenas de absorción por la boca o el ano tienen múltiples representaciones en el arte, del Saturno devorando a sus hijos (¡visión monstruosa que Gaya había expuesto en su comedor!) a las de cuerpos perforados, mutilados, grotescos en la obra de Jerónimo Bosch. En la catedral de Bolonia, un cuadro titulado El Juicio Final muestra al diablo absorbiendo a los pecadores por el ano. Ciertas creencias religiosas pueden despertar estas angustias arcaicas. Vi a un joven psicótico ponerse a delirar después de las lecciones de catecismo, donde había escuchado decir que en la comunión los fieles absorbían el cu'erpo y la sangre de Cristo. Si una absorción semejante es "de verdad verdadera", como dicen los niños y a veces los esquizofrénicos, hay motivos para experimentar alguna inquietud, cierta perplejidad y hasta terror, suscitados por una suerte tal. Sylvie plantea las preguntas que atestiguan esta inquietud: ¿la criada se comió a su bebé? "¿Al papá le sale sangre cuando mete la semilla en el trasero?" Ha visto claramente sangre, vio la mano ensangrentada del padre. En cuanto a la semilla, se trata verosímilmente de la "semilla del papá". En la escuela y en otras partes Sylvie escucha hablar de la fecundación y el nacimiento -la educación sexual obliga. Ese machacar se les propina tanto más a los niños psicóticos por creer que así se los puede devolver a la "realidad", pues "¡Dios sabe lo que van a buscar!" Aquí, el padre muy bien puede meter la famosa semilla, por el hecho de que es posible que en Sylvie se produzca una asociación entre la fecundación, la sangre y los 220
bebés, o la ausencia de bebé, no ocultando la señora H* su negativa a tener más hijos y la necesidad en que entonces se encuentra de ingresar a una clínica para una interrupción voluntaria del embarazo. Por lo demás, dice: "Es suficiente con Sylvie". La niña asiste por lo tanto a una especie de escena primaria pesadillesca, en la que su padre mete una semilla en el trasero de una vaca, con el peligro de hacerse absorber en él, y todo con mucha sangre. "¿Pone un delantal o un saco para meter la semilla?" Hemos visto qué insignias marcaban la diferencia sexual. Las mujeres tenían delantales, blusas, pliegues; los hombres, sacos, solapas. Ahora bien, aquí el padre debió ponerse un gran delantal para operar, un gran delantal blanco manchado de sangre. Se advierte la confusión de Sylvie: ¿el padre -un hombre, con su saco y sus solapas- se convierte en mujer cuando se cubre con un delantal para meter la semilla? El débil enganche de Sylvie a los signos de la diferenciación sexual ya no resiste. "¿Las mamás sangran en la clínica maternidad? ¿Y cuando no hay bebé?" Sylvievuelve con su madre después de haber visto que su padre no sacaba un bebé ternero, como debería haber hecho, sino una cosa sanguinolenta (la placenta). ¿Le pasa lo mismo a su madre cuando va a la maternidad y no hay bebé? Ya mencioné en qué estado de regresión se hundía cuando la madre se ausentaba por este motivo. El morfema "ment", en accouchement [parto] y lavement [enema], viene a constituir un vínculo entre dos orificios corporales que parece confundir. De este modo, podemos imaginarnos qué angustia llegó a reavivar la manipulación del padre con la vaca, cuando se recuerda lo que Sylvie había dicho a propósito del enema infligido por el médico y la penetración forzada que había sufrido. Recuerdo esta secuencia anterior: Cuando se está muerto, arreglan el trasero, ponen pomada en el trasero. Después de la muerte una se vuelve la abuela,
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las señoras en lo del doctor que pone pomada, ella también está muerta; papá pone pomada en el trasero de las vacas. ¿Sylvie está muerta? En esa época yo ignoraba que Sylvie acompañaba a su padre en las visitas. El acto del médico seguramente ya estaba vinculado a la imagen del padre metiendo pomada en el trasero de las vacas. La muerte aparecía en esta cadena asociativa a causa de la muerte del médico y la abuela. De donde la pregunta: ¿las señoras que van al doctor están muertas?, y yo, Sylvie, ¿estoy muerta? Así, pues, para ella el cuerpo está constituido por múltiples agujeros expuestos a la penetración del Otro. Todos los orificios son equivalentes, no habiéndose podido establecer ninguna estructuración, ningún ordenamiento. La introducción de los objetos a en la relación con el Otro, de la que habría debido resultar la geografía de su cuerpo, no se ha producido. Los intercambios verbales con la madre completan el conocimiento del cuerpo pues los primeros significantes se refieren a los orificios y a su función. El niño identifica muy pronto esos significantes, "sabe" que se come con la boca, que los sonidos salen de ella, que la evacuación de las deposiciones se hace por el otro extremo del cuerpo, y reconoce su olor. Así como más adelante jugará con los significantes,juega con la permutación de los orificios. Si la cuchara de la comida aterriza en su ojo o en su nariz, lo considera muy gracioso y se ríe a carcajadas. Muchas rimas y canciones retoman la enumeración de las partes del cuerpo y el rostro, y los niños no se cansan de escucharlas y repetirlas, al principio mediante el gesto y luego por la palabra: "Frente amplia, hermosos ojos", etcétera. Al principio el niño las muestra, luego retoma la canción desde el momento en que puede hacerlo. En el análisis, al explorar mi rostro y mi cuerpo, Sylvie rehizo conmigo ese camino (cf. capítulo 1), pero ese trabajo de construcción de su cuerpo en referencia al mío no pudo borrar completamente el desorden primordial. En la secuencia antes mencionada, vemos de qué manera el trauma viene a
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reavivar la angustia de la desorganización primitiva con la irrupción, una vez más, de un real imposible. Es sorprendente constatar aquí que la incoherencia del discurso responde ala a-estructuración del cuerpo. Hablando con propiedad, este discurso no es delirante, pues Sylvie no reconstruye nada alrededor de su cuerpo disociado. (El síndrome de Cottard es un ejemplo típico de lu recuperación delirante de un cuerpo esquizofrénico.) En ella la confusión sigue siendo total, aunque el discurso sea correcto en el plano sintagmático. En cierta época, se volvió muy "opositora". Como su madre no dejaba de quejarse ante mí, decidí abordar la cuestión en Hesión. -¿En este momento siempre dices no? -Es mi nombre, tengo derecho a decirlo. -Desde luego, pero tu nombre, ¿cuál es? -Es Cordié. -Cordié soy yo, ¿y tú? -Sylvie veterinaria. Este pequeño diálogo confirma la ausencia de inscripción en lo simbólico. En efecto, debemos guardarnos de confundir el "no" de la denegación con el "no" del rechazo; ahora bien, aquí se trata de un "no" de impugnación. Sylvie se rehúsa a obedecer ante la intimación del Otro, procura mantener un estatuto de personita independiente y, por qué no, autoritaria y de "mal carácter", pues ésta es una etiqueta que le pegaron desde su más tierna infancia. Pero el trabajo de elaboración que conduce al niño del "no" del rechazo a la conciencia de su identidad, cuyo significante insoslayable es el nombre, está aquí parasitado por la homofonía. Sylvie no recorre el trayecto lógico de uno a otro. Para ella, su patronímico no está vinculado en nada a la filiación y la sucesión de las generaciones, no es Sylvie H., hija del señor y la señora H., sino Sylvie Cordié en la transferencia, o Sylvie veterinaria. El padre imaginario es, para ella, un padre "animal"; me 223
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atrevo a usar esta expresión para destacar qué significante amo se une a la persona del padre, significante que la niña señala como referido al deseo y cuyo impacto se encuentra en numerosos síntomas.
Las palabras de niño Contrariamente a lo que podía esperarse, los progresos del lenguaje no contribuyeron a apaciguar a Sylvie. Si bien todo el trabajo de análisis había sido facilitado por una palabra precoz que le permitía emitir un discurso común relativamente adaptado, la lengua seguía estando para ella repleta de trampas. Olvidamos hasta qué punto la lengua se aleja a cada momento de la literalidad para servirse de tropos por sustitución, de los que los más corrientes son la metáfora y la metonimia. Al niño pequeño no parecen molestarlo más de la cuenta las figuras de estilo en las que un gato ya no es un gato: deja la cuestión en suspenso hasta un esclarecimiento. ulterior. No ocurría lo mismo con Sylvie, toda metáfora o metonimia referente al cuerpo la hundía en la angustia y la perplejidad. Sólo citaré algunos ejemplos. Escuchando decir a su madre, en relación con una compra: "Me costó un ojo de la cara", se preocupa por los ojos de aquélla y por los suyos, sumergida de nuevo en angustias de mutilación. Hubo un tiempo en que jugaba en sesión con un pincel que se metía en los ojos con el riesgo de lastimarse. N o comprendí inmediatamente el sentido de esta actitud. Más adelante descubrí que estaba en relación con la expresión "Me entró por los ojos". "No tiene pelos en la lengua" era entendida, de igual modo, en primer grado. Todo lo que correspondía al cuerpo permanecía en ella en un real insuperable. En esa época hice la comparación con un niño mucho más pequeño que Sylvie quien, viendo en televi224
sión a una niña con los ojos desorbitados de sorpresa frente a un acontecimiento que acababa de producirse, me dijo: "¡Bueno, se puede decir que no cree en sus propios ojos!" Yo pensaba que la expresión "no creer en los propios ojos" exigía, para ser empleada oportunamente, un dominio del lenguaje que iba a la par con una buena imagen del cuerpo. La posibilidad de escape metafórico, aquí más bien metonímico, sólo puede realizarse si el cuerpo erógeno está construido y, a causa de ello, puesto entre paréntesis. Recordemos que el trabajo de corte con el objeto a se cumple paralelamente a la introducción sintáctica: "Es con las imágenes que cautivan a su eros de individuo viviente como el sujeto viene a atender a su implicación en la secuencia significante". 13 Basta con prestar oídos atentos al decir del niño para ubicar el momento de toma en el lenguaje. Lo que los adultos califican ya de "tonterías" cuando no captan su sentido, ya de "palabras de niño" cuando los divierte, puede enseñarnos mucho sobre la función del inconsciente. Al interrogar a las palabras infantiles, los orígenes del lenguaje nos parecen menos misteriosos. He aquí algunos ejemplos, cuya misma trivialidad es el mejor garante del fabuloso trabajo que debe hacer el niño para descifrar el lenguaje y apropiárselo. Es la manera en que el sujeto va a llevar a cabo esta operación lo que constituirá la diferencia entre el neurótico y el psicótico: "Si el neurótico habita el lenguaje, el psicótico está habitado, poseído por el lenguaje", 14 decía Lacan. Una madre se esfuerza por calzar a su hija de dieciséis meses, que le tiende un pie: "Ese no es el pie bueno", dice la madre, a lo que la niña responde: "Pin-pon, pin-pon". En "pie bueno" ["bon pied"] había entendido "bombero" [''pompier"], significante asociado a un ruido que conocía bien. U na niña de alrededor de un año me mira batir huevos. Le digo: "Ves, hago una omelette". Agita entonces las manos como le habían enseñado a hacer para remedar la canción Ainsi font les petites marionettes [Así hacen las pequeñas marionetas]. Hay que suponer aquí una doble conexión, la consonancia del sufijo ette en omelette y marionette (también 225
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se encuentra el sonido o) y el gesto de agitar las manos que acompaña a las dos. Estos dos significantes, que se vincularon por el azar (o podría decirse por lo arbitrario) de la homofonía y lo gestual, van a separarse y a adquirir su significación cuando la niña los encuentre en otro contexto, por ejemplo "Come tu omelette". Van a establecerse entonces nuevas conexiones, que permitirán su separación y su utilización posible en otras cadenas de discurso, pero las primeras asociaciones reprimidas dejan sus huellas en el inconsciente: es lo que Lacan llama "lalengua". Un niño muy pequeño habla de la torre "escalera" refiriéndose a la torre Eiffel. Hizo una asociación perfectamente lógica entre el monumento y una gran escalera plantada en París. Este mismo chico, que habló muy precozmente, dice también "lecciones de elástica" ["élastique"] por lecciones de gimnasia ["gymnastique"]. Otra niña, de tres o cuatro años, pasó algunos días de vacaciones con una familia católica, mientras que sus padres son agnósticos. A su vuelta, comenta así la oración de la noche: "Hacían en el nombre del padre, del hijo y del dentífrico". El "dentífrico" es aquí un significante que constituye un vínculo entre los ritos de ir a la cama en su casa y nuevos ritos que le parecen muy extraños. El niño está sumergido en un baño de lenguaje en el que identifica la aparición de algunos significantes que se repiten, en asociación con otros. La significación, es decir la posibilidad de utilizar esos significantes "correctamente" en la lengua común, es precedida por una larga fase de expectativa, donde debe hacer un trabajo de conexión y desconexión. El mecanismo lingüístico se mueve en su totalidad sobre identidades y diferencias, no siendo éstas más que la contrapartida de aquéllas 15 dice F. de Saussure. Este trabajo de señalamiento, que comienza desde los primeros días de vida, permite al niño el 226
acceso a un lenguaje cada vez más apto para responder a los imperativos de la comunicación, en tanto que los errores del trayecto y las falsas asociaciones serán reprimidos. En la comunicación, el niño se aplica, cuando no se hace el tonto o el bebé, a respetar la sintaxis y el uso corriente del vocabulario. Un error de su parte (una palabra de niño) lo entristece, está avergonzado, molesto, y la risa del adulto lo humilla. En cambio, si trata de jugar libremente con los significantes, manifestando así su dominio de la lengua, se muestra ingenioso a su manera, inventa palabras nuevas, deforma las que conoce o transgrede su sentido. Se ejercita solo, habla "al foro" o con sus compañeros de juego, y si dirige sus bromas al adulto se muestra decepcionado si éste no se regocija con ellas. He aquí lo que dice Lacan a este respecto: ¿Cómo no lamentar aquí que el interés por el niño demostrado por el análisis del desarrollo no se detenga en ese momento, en la linde misma del uso de la palabra, donde el niño, que designa mediante un babau lo que en ciertos casos uno se aplicó a no mencionarle sino con el nombre de perro, refiere ese babau aproximadamente a cualquier cosa, y luego en el momento ulterior en que declara que el gato hace guau y el perro miau, mostrando con sus sollozos, si se pretende corregir su juego. que en todo caso ese juego no es gratuito?16 Algunos significantes son más aptos que otros para mantener cierto grado de confusión y de asociaciones descabelladas. Daré un ejemplo. Todos los niños conocen el TGV, el tren de gran velocidad que ejerce una especie de fascinación sobre ellos. Pero este significante TGV está próximo a muchas otras siglas, por lo que pude notar su perplejidad cuando, en la conversación, creen escuchar TGV siendo que los adultos hablan de BCG, PDG o IVG. Pienso en una niña que, cantando un estribillo de moda, "El es play-hoy o PDG", traducía "El es play-hoy o TGV'': su padre tomaba regularmente el TGV cuando volvía a casa. Podemos imaginarnos la confusión de un niño cuya madre va a la clínica para una IVG (interrupción voluntaria del 227
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embarazo) o cuando llevan a la hermanita al médico a ponerle la BCG. La emoción o la angustia provocadas por estas situaciones, ausencia de la madre, gritos de la hermanita, pueden sumarse al trastorno debido a la confusión de los significantes e inducir un síntoma, por ejemplo una fobia, por qué no la fobia a los trenes o a las estaciones, o una angustia de partida. Algunos reprocharon a Lacan que jugara con la homofonía y que alimentara el barroquismo de su escritura, pero, ¿no quería destacar con ello la intrusión constante del inconsciente en el discurso, lo que con justa razón denomina "el lado irremediablemente descabellado que el inconsciente alimenta por sus raíces lingüísticas"? 17 En general, al niño no parecen molestarle las zonas de sombra que subsisten en el discurso, se mueve con soltura en los "aproximadamente" y hasta puede jugar con ellos, asumiendo a veces los blancos de la cadena incluso el papel de relevos para lo imaginario. ¿No se debe el éxito de los Pi tufos en gran parte a la libertad de asociación que hace del significante pitufo y de sus derivados -pitufar, pitufitapalabras comodines en un discurso perfectamente estructurado en el plano sintáctico y en el ordenamiento del relato? Estos significantes, en forma de onomatopeya, desencadenan la risa, como si el lenguaje de los gnomitos azules, atiborrado de estos significantes sin significado, tuviera alguna relación con lo que el niño escucha en torno a sí, un discurso fragmentado, entrecortado de palabras que no conoce y cuya significación necesita adivinar. Pero, cuando escucha hablar a los Pitufos, puede burlarse de la significación pues en ellos el sentido no subsiste menos, sostenido por la imagen y completado en su fantasía. Lacan evoca un equivalente de este proceder en "La instancia de la letra", a propósito de la obra teatral de J. Tardieu, Un mot pour un autre [Una palabra por otra]. Si bien el orden sintagmático se respeta, la sustitución repetida de los significantes provoca un efecto de "embriaguez", dice, y de risa. He aquí un breve extracto: 228
MADAME (saliendo al encuentro de su amiga). -¡Querida, queridísima Peluche! ¡Desde hace cuántos agujeros, cuántos guijarros no tenía el aprendiz de azucarada! MADAME DE PERLEMINOUZE (con mucha afectación). -¡Ay! ¡Querida! ¡Yo misma estaba muy, muy vidriosa! Mis tres hogazas más jóvenes tuvieron limonada, una tras otra. Durante todo el principio del corsario, no hice más que anidar los molinos, correr a lo del ludión o a lo del taburete, pasé pozos vigilando su carburo, dándoles garras y monzones. En síntesis, no tuve una migaja para mí. MADAME. -¡Pobre querida! ¡Y yo que no me rascaba nada!
Notamos que la sustitución puede hacerse en el nivel de un Hintagma; por ejemplo, "el aprendiz de azucararla" ["le mitran de vous sucrer"] evoca, en el contexto, lo que subtiende de oralidad al beso, de lo que la expresión popular "chuparse la jeta" ["se sucer la poire"] da cuenta con claridad. Cuando se hace la sustitución de un significante por otro, '·1 de sustitución tiene siempre una relación con el significante original, pero esa relación es de naturaleza muy diversa: puede ser un vínculo homofónico del significante en su Lotalidad o en una de sus partes, por ejemplo peluche por ¡wrruche [cotorra], la m de "no tengo una migaja para mí" (por minuto), el aba de "yo que no me rascaba (por figuraba) nada", etcétera. La puesta en evidencia de estos deslizamientos y su efecto llevado hasta el absurdo constituyen el resorte mismo de lo cómico en algunos artistas, como Raymond Devos. Esta corrupción del lenguaje, si bien provoca risa cuando es intencional y controlada, es fuente de angustia en el psicótico que la vive en lo más profundo de su ser (cf. A. Artaud). El Seminario de Lacan sobre Las psicosis no es más que un largo análisis de la relación del psicótico con el lenguaje. Como el adulto psicótico (habría que examinar el discurso del maníaco, menos extraño de lo que parece), el niño psicótico no tiene una relación lúdicra con la lengua. Decirle que el perro hace miau haría vacilar su mundo ya frágil. Toda metonimia, toda metáfora que se refieran al cuerpo le son 229
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inaccesibles o desencadenan una angustia de despedazamiento. Para llevar más lejos nuestra investigación sobre el nacimiento del sujeto parlante, es decir del sujeto barrado por la represión originaria, represión siempre problemática en la psicosis, tomaremos dos ejemplos, el de Sylvie con sus hombres-solapas y el de la pequeña So phi e, de tres años, que , dibujaba en una mesa con su hermana mayor, de cinco. Yo misma me dedicaba a mis ocupaciones y las niñas no tomaban en cuenta mi presencia. La mayor dice a su hermana: "Yo hago el azul y el rojo". Sophie responde: ''Yo no hago más que el verde [vert], mi papá hace el gusano [ver], a mí me gusta el verde". Esta conversación atrajo mi atención sobre el significante gusano, que se refería al padre y que se empleaba aquí en una significación subvertida: el padre era ingeniero y hacía investigaciones con el cristal [verre]. Algún tiempo después les compré cartucheras y Sophie me pidió una verde, porque, me dijo, "es el color que prefiero". Dejemos por un momento a Sylvie, Sophie y las otras para ¡ hacer un desvío por la lingüística, y ver cómo puedé ayudar- 1 nos esta ciencia a llevar más lejos nuestra investigación sobre el lenguaje psicótico. Para desenmarañar los orígenes del lenguaje, las circunstancias de aparición de la palabra y el hecho de que el , psicótico contravenga las leyes del discurso, es preciso interrogarse sobre la naturaleza misma de la lengua: "Un día, me di cuenta de que era dificil no ingresar en la lingüística a , partir del momento en que se descubrió el inconsciente", 18 dice Lacan. La lingüística que toma en cuenta el inconsciente será denominada por él "lingüistería". Prosigue: "Lo que digo, que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, no pertenece al campo de la lingüística[ ... ]" y, anunciando su texto "El atolondradicho", añade: "Que digan queda olvidado detrás de lo que es dicho en lo que se entiende". En "El ' atolondradicho" acentuará el doble registro del decir y lo , dicho:
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El "significado" del decir no es nada más que ex-sistencia en lo dicho (aquí en el dicho de que no todo puede decirse). O sea: que no es el sujeto, el cual es efecto de dicho. 19
La lingüística es cosa del decir, la lingüistería se interroga Mobre lo dicho. Lacan repensó los conceptos freudianos a la luz de las leorías lingüísticas de las que hizo una herramienta de lrabajo increíblemente fecunda, al mismo tiempo que subrayaba constantemente sus límites. Conocía todo el aporte de lu lingüística, desde San Agustín a los lingüistas modernos, Su ussure, Benveniste, Karl Bühler, Chomsky, J akobson. Su trabajo sobre la lengua lo colocó en la encrucijada de dos ciencias, la lingüística y el psicoanálisis, y es esta situación bisagra la que reivindica en su artículo "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo". He aquí lo que dice de su posición: El inconsciente, a partir de Freud, es una cadena de significantes que en alguna parte (en otra escena, escribe) se repite e insiste para interferir en los cortes que le ofrece el discurso efectivo y la cogitación a la que informa. En esta fórmula, que no es nuestra sino por estar de acuerdo tanto con el texto freudiano como con la experiencia que éste ha abierto, el término crucial es el significante, reanimado de la retórica antigua por la lingüística moderna, en una doctrina cuyas etapas no podemos señalar aquí, pero de la que los nombres de Ferdinand de Saussure y Roman Jakobson indicarán la aurora y la culminación actual [... ).2°
Lingüística y lingüistería ¿Dónde se detiene la lingüística, dónde comienza la lingüistería? Vamos a intentar precisarlo dado que es en el deslizamiento de la una a la otra donde buscamos la clave del lenguaje psicótico. 231
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La lingüística se pretende ciencia cada vez más exacta, define las reglas de una lengua que es un instrumento al servicio del pensamiento, "toma por objeto la realidad intrínseca de la lengua y apunta a constituirse como ciencia formal, rigurosa, sistemática", dice Benveniste. 21 Todas las teorías lingüísticas están subtendidas por la idea de dominio, ya se trate del sujeto siempre amo de su palabra y en su totalidad en su discurso, o de la lengua misma, a la que el lingüista intenta dominar codificándola al extremo. El título mismo de la obra de Noam Chomsky, La lingüística cartesiana, y su subtítulo, Un capítulo de la historia del pensamiento racionalista, dicen mucho sobre esta idea general. Un mundo separa al sujeto tal como lo concibe el lingüista, sujeto al que dirigen un pensamiento lógico y la razón, y al sujeto en el sentido freudiano, sujeto del inconsciente, sujeto barrado, f$, sometido al lenguaje y portador de un saber que ignora. Si las teorías lingüísticas in ten tan repertoriar, clasificar y definir lo más exactamente posible las leyes que rigen la lengua, todas distinguen dos dominios en esta búsqueda, dos · enfoques que van a manifestarse cada vez más divergentes. Saussure fue uno de los primeros en marcar la dualidad entre la lengua y el habla. Dice: Una parte de la lengua es social en su conjunto e independiente del individuo, la otra, secundaria, tiene por objeto la parte individual del lenguaje, es decir el habla [... ]. Agrega, sin embargo, que hay "interdependencia de la lengua y el habla". 22 Esta distinción se traduce de manera diferente según los autores: lengua y habla, dice Saussure; otros hablan de la forma y el sentido, del esquema y el uso, de código y mensaje. En cuanto a Benveniste, separa semiótica y semántica. Define en primer lugar a la lengua en cuanto estructura y luego considera el sentido:
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La lengua forma un sistema [... ] De la base a la cumbre, desde los sonidos a las formas de expresión más complejas, la lengua es una disposición sistemática de partes. Se compone de elementos formales articulados en combinaciones variables, de acuerdo con ciertos principios de estructura. 23
En cuanto al sentido, esto es lo que plantea: Postulo que hay dos dominios o dos modalidades de sentido, que distingo respectivamente como semiótica y semántica. El signo saussuriano es en realidad la unidad semiótica, es decir la unidad provista de sentido [... ] Mientras que la semántica es el «sentido» resultante del encadenamiento, del ajuste a la circunstancia y de la adaptación de los diferentes signos entre sí. Eso es absolutamente imprevisible. 24 Benveniste confiesa cuán embarazoso es este imprevisible para el lingüista: He aquí que surge el problema que atormenta a toda la lingüística moderna, la relación forma-sentido que varios lingüistas querrían reducir a la sola noción de la forma, pero sin lograr librarse de su correlato, el sentido. ¿Qué no se ha intentado para evitar, ignorar o expulsar al sentido? Por más que se haga, esta cabeza de Medusa está siempre allí, en el centro de la lengua, fascinando a quienes la contemplan. 25 Más cerca de nosotros, el lingüista Claude Hagege, en una obra cuyo éxito público fue bastante inesperado, L'Homme de paroles (1985), enumera lo que constituye el estudio de la forma, por lo tanto el objeto mismo de la lingüística: la fonología estudia los sistemas de sonidos; el léxico es el repertorio de las palabras de una lengua; la sintaxis, nuestra gramática; la morfología permite identificar las palabras unas en relación con las otras. "Los signos, dice, son lo que circula, lo que es común a todos los usuarios, su disposición es un asunto personal". Aquí, Claude Hagege plantea a su turno la cuestión del sentido, empresa temeraria también para él. 233
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Y, para analizar lo más cercanamente posible este fenómeno, vuelve a multiplicar las categorías. Reagrupa en tres zo:oas a los componentes del sentido: la zona A, el sentido como representación, comprende el significado de los signos, la semántica de la sintaxis, etc.; la zona B, el sentido como efecto, con la aptitud cultural, el grado de conocimiento de los enunciantes, etc.; y la zona e, llamadasignificancias inconscientes, sin más precisión. Es significativo que esta zona C esté plantada allí, sin correspondencia aparente con las otras categorías, apéndice inclasificable, siempre igualmente embarazosa. En la teoría saussuriana del signo en cuanto producto de la relación significante sobre significado, a primera vista pm~de pensarse que la significación va de suyo. Ahora bien, Lacan, retomando el algoritmo saussuriano para destacar a la vez su alcance y sus límites, escribe lo siguiente en "La instancia de la letra": En efecto, la temática de esta ciencia está desde ese momento suspendida en la posición primordial del significante y el significado, como órdenes distintos y separados inicialmente por una barrera resistente a la significación [... ].
En ese texto, Lacan insiste sobre la prioridad a dar al significante. "Sólo las correlaciones del significante con el significante dan el patrón de toda búsqueda de significación", escribe. Y más adelante: Puede decirse que es en la cadena del significante donde el sentido insiste, pero que ninguno de los elementos de la cadena consiste en la significación de que es capaz en el momento mismo. La noción de un deslizamiento incesante del significado bajo el significante se impone, por lo tanto [... ].26
Si el sentido no puede ser delimitado y escapa a toda formalización, los lingüistas acosan a la significación, a la que~ esperan cada vez más despojada, como si, al empujar el 23·4
estudio de la lengua hasta su extremo, fueran por fin a penetrar sus secretos y a alcanzar una claridad en el decir que excluyera todo malentendido, toda ambigüedad, "un fantasma de lo perfecto de la lengua", como dice C. Hagege. Gérard Millar evoca ese fantasma en un artículo sobre "El lapsus y el psicótico"; 27 Si el lenguaje fuera un instrumento, si ese instrumento sirviera a la comunicación, si la comunicación fuera la refracción de los pensamientos, podría entonces deplorarse la inadecuación del lenguaje y soñar con un intercambio sin pérdida entre los sujetos que hablan, un intercambio transparente, incluso no de lenguaje[ ...] Pero los seres parlantes están justamente atravesados por una experiencia estrictamente contraria, de lo que da testimonio la psicosis. Son atravesados por significantes que no quieren decir nada, significantes desconectados. Más hablan, más difunden el malentendido, sin ninguna esperanza de armonía, sin ninguna posibilidad de que termine por coincidir: las palabras siempre hilan al lado. La significación es imaginaria, y es por eso que la comprensión siempre es loca. Decir con Lacan que el hombre está enfermo del significante tiene esta consecuencia: es insoportable que el significante quede siempre fuera de nuestro alcance, inaccesible, imposible de reabsorber.
La lingüística se convierte por lo tanto en una ciencia de conceptos cada vez más eruditos, de expresión cada vez más esotérica. Con el mismo título que la fllosofia, interroga al hombre en su especificidad, la palabra. La literatura contemporánea refleja esta preocupación: Derrida, Barthes, Kristeva y muchos otros examinan el fenómeno del lenguaje y la escritura. De América nos vienen teorías sobre la comunicación inspiradas en la cibernética, que dieron origen a la corriente terapéutica llamada sistémica. Nuestra ambición como psicoanalistas es a la vez modesta y más arriesgada: procuramos penetrar el misterio que subsiste cuando las teorías sobre la lengua han dicho su última palabra.
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....,., Así, pues, interrogamos a este indecible, este resto inepto para la codificación, lo que "de la verdad se hace escuchar entre líneas" 28 y que demanda un enfoque original que La can califica de "lingüistería". El abordaje de la psicosis le planteó, de manera aguda, el problema de los límites de la lingüística. Así, su Seminario sobre Las psicosis es una larga reflexión sobre lo que la psicosis revela de un no ordenamiento del sujeto en la cadena significante. N o obstante, es preciso subrayar que el paso de Lacan se apoyó siempre sobre un conocimiento profundo de las leyes de la lingüística, a la que por otra parte él mismo define como "el estudio de las lenguas existentes en su estructura y en las leyes que se revelan en ella". 29 ¿Cómo se dice el inconsciente en un sistema regido por un código estricto? ¿Cuál es la estructura del inconsciente en relación con la estructura de concatenación de la cadena significante? ¿Qué relación sostiene el psicótico con la lengua, él que parece hacer poco caso de las leyes del discurso que enuncia la lingüística? Preguntas cruciales si las hay, y que Lacan no deja de retomar desde que pronunció su aforismo "el inconsciente está estructurado como un lengua-· je", variando sus formulaciones. Retomando en primer lugar los conceptos freudianos de condensación y desplazamiento, planteó las figuras de la metáfora y la metonimia donde el inconsciente se dice. En el grafo del deseo, muestra la in tricación del objeto y el discurso del Otro en la constitución del sujeto. De J akobson tomará prestados los términos de enunciado y enunciación para destacar, en la enunciación, el lugar del sujeto del inconsciente (el ne expletivo). Su texto "El atolondradicho" marca una vez más el corte entre el decir y lo dicho. En cuanto al concepto de "!alengua" y el de "alienación", constituyen otras tantas avanzadas en el trabajo de elucidación que prosigue sin descanso. Advirtamos sin embargo que su búsqueda no produce un saber cerrado y consumado: lo modifica sin cesar y nos lo trasmite para que prosigamos la tarea. 236
Es lo que ha hecho recientemente Nathalie Charraud en un ensayo de esclarecimiento y de síntesis sobre la cuestión del "saber inconsciente". En un artículo notable, 30 pone en evidencia la convergencia de las tesis de Freud, Saussure y lJacan sobre la lengua, permitiéndole su formación de matemática aportar una piedra más a este edificio. Su manera de abordar la cuestión del lenguaje extrayendo sus parámetros fundamentales y volviéndolos a colocar en la punta de la búsqueda lacaniana, da un nuevo impulso a la discusión, plantea nuevos interrogantes y le aporta una respuesta perfectamente operacional, en particular en la psicosis. Pero, ¿qué es lo que permite a N athalie Charraud sostener que las tesis de Freud, Saussure y Lacan se reúnen y se completan y de qué manera ese punto de convergencia da inicio a una nueva reflexión? He aquí lo que se desprende de su texto.
Freud,Saussure,Lacan Desde La interpretación de los sueños, Freud descubre el lenguaje del inconsciente, poniendo en evidencia la naturaleza de las asociaciones de significantes y sus combinaciones posibles, en particular la condensación y el desplazamiento. Descubre así que el inconsciente tiene un lenguaje propio, con su estructura, su sintaxis y su lógica: "En el análisis del sueño, Freud no pretende darnos otra cosa que las leyes del inconsciente en su extensión más general", escribe Lacan, 31 y hace esta observación: Desde el origen se ha desconocido el papel constituyente del significante en el estatuto que Freud asignaba de entrada al inconsciente y en los modos formales más precisos. [... ] formalización [... ] muy por delante de las de la lingüística a las que podría demostrarse sin duda que aquélla, por su peso de verdad, ha abierto el camino. 32
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""' Demasiado por delante, sin duda, pues algunos sólo retuvieron del deseubrimiento freudiano el carácter simbólico del sueño. Esta interpretación exclusiva dio lugar a utilizaciones dudosas, como las que hicieron los surrealistas (A. Breton), las que Freud, por lo demás, apenas apreció. En el Entwur(, Freud intenta topologizar esas asociaciones tomando como modelo la red neurológica, lo que no está tan lejos como se cree de las investigaciones actuales sobre el funcionamiento del sistema nervioso central. Si bien no conocía las sinapsis, era como si presintiera su descubrimiento. N athalie Charraud hace notar que en ese texto Freud distingue los "complejos fljos y las cargas cambiantes", siendo los primeros el asiento de los procesos primarios y correspondiendo las segundas a los procesos secundarios: "Esta lucha entre los tractos fijos y las cargas cambiantes caracteriza al proceso secundario del pensamiento", escribe. Esta distinción entre el lenguaje del sueño -donde reina el proceso primario con sus deslizamientos de sentido, sus mecanismos de desplazamiento y condensación en estado casi puro- y el proceso secundario -sede de un pensamiento vigil, ordenado, controlado-vuelve a encontrarse en Saussure, quien señala muy claramente la antinomia de los dos registros. Si se conoce bien la teoría saussuriana del signo, no se conoce tan bien el capítulo V de su Curso de lingü{stica general, titulado "Relaciones sintagmáticas y relaciones asociativas". Curiosamente, esta comunicación de una importancia capital fue olvidada y sólo rara vez retomada por los lingüistas. ¿Estaba también él demasiado adelai).tado a su tiempo? ¿Se escapaba del marco demasiado bien definido de la lingüística? Reproducimos casi íntegramente el pasaje que atestigua el punto de convergencia con el pensamiento freudiano: Las relaciones y las diferencias entre términos lingüísticos se despliegan en dos esferas distintas, de las que cada una es 238
generadora de un cierto orden de valores; la oposición entre estos dos órdenes nos hace comprender mejor la naturaleza de cada uno de ellos. Los mismos corresponden a dos formas de nuestra actividad mental. Por una parte, en el discurso y en virtud de su encadenamiento, las palabras contraen entre sí relaciones fundadas sobre el carácter lineal de la lengua, que excluye la posibilidad de pronunciar dos elementos a la vez. Estos se alinean uno tras otro en la cadena del habla. Estas combinaciones que tienen por soporte la extensión pueden denominarse sintagmas. De modo que el sintagma se compone siempre de dos o más unidades consecutivas [. .. ] Colocado en un sintagma, un término sólo adquiere su valor porque se opone al que lo precede o al que lo sigue, o a ambos. Por otra parte, al margen del discurso, las palabras que ofrecen algo de común se asocian en la memoria, y se forman así grupos en el seno de los cuales reinan relaciones muy diversas. De este modo, la palabra «enseñanza, hará surgir inconscientemente en el espíritu una multitud de otras palabras (enseñar, reseñar, etc., o bien esperanza, holganza, etc., o bien educación, aprendizaje); por uno u otro lado, todas tienen algo de común entre sí. Ya se ve que estas coordinaciones son de muy distinta especie que las primeras. No tienen por soporte la extensión; su asiento está en el cerebro; forman parte del tesoro interior que constituye la lengua en cada individuo. Las llamaremos relaciones asociativas. La relación sintagmática es in praesentia: descansa sobre dos o más términos igualmente presentes en una serie efectiva. Al contrario, la relación asociativa une los términos in absentia en una serie mnemónica virtual [... ] Mientras que un sintagma evoca en seguida la idea de un orden de sucesión y un número determinado de elementos, los términos de una familia asociativa no se presentan ni en número definido ni en un orden determinado. Aquí, Saussure marca con claridad "la oposición de los dos órdenes", la diferencia fundamental de los dos registros de la lengua, la cadena del discurso con su carácter lineal, su orden de sucesión y el otro, in absentia, donde dominan las relacio-
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nes asociativas, donde la palabra hace surgir "inconscientemente una multitud de otras palabras". Saussure era lingüista y, por ello, no podía sacar todas las consecuencias de su descubrimiento de las "familias asociativas". Como los demás lingüistas, se detiene allí donde comienza el dominio del inconsciente (sin embargo, la palabra proviene de su pluma). Nathalie Charraud retoma este concepto de familias asociativas para volver a darle su lugar en lo que va a redefinir como la estructura topológica del inconsciente. Puesto que Lacan dirige su crítica esencialmente al algoritmo saussuriano, mostrando la supremacía del significante, pero no menciona el concepto de "familia asociativa", si bien completa ese algoritmo con un comentario que se parece mucho a la relación in absentia de Saussure. Para hacerlo, retoma la palabra "árbol" utilizada por aquél en su demostración del signo y despliega asociaciones alrededor de este significante. Subraya sus implicaciones subyacentes, desarrollando lo que Saussure ejemplificaba con el término de "enseñanza": "Basta con escuchar poesía [... ] para que en ella se haga oír una polifonía y para que todo discurso demuestre alinearse en los diversos pentagramas de una partitura. Ninguna cadena significante, en efecto, que sostenga como colgado de la puntuación de cada una de sus unidades todo lo que se articula de contextos atestiguados, en la vertical, si puede decirse así, de ese punto. 33
de nuestra ciencia, diacrónico todo lo que se refiere a las evoluciones. [... ] De igual modo, sincronía y diacronía designarán respectivamente un estado de la lengua y una fase de evolución. [... ] mi en tras que para Lacan, la diacronía interesa a la sucesión m el tiempo de la cadena significante, de la que la frase constituye el modelo, y ya no a la evolución de la lengua en su ('()njunto. La sincronía no tiene una estructura lineal, reina en ella un gran desorden, al que sólo el orden diacrónico vendrá a corregir. Lacan opone los dos órdenes en estos términos: No hay nada en el mundo salvo el significante que pueda soportar una coexistencia -que el desorden constituye (en la sincronía)- de elementos en los que subsiste el orden más indestructible al desplegarse (en la diacronía): fundándose este rigor del que es capaz, asociativo, en la segunda dimensión, incluso en la conmutatividad que muestra al ser intercambiable en la primera. 34
Diacronía y sincronía Con el paso de los años, Lacan va a acentuar la dicotomía entre esos dos registros. Como lo recuerda Nathalie Charraud,
Lacan hablará de diacronía en cuanto a lo que se refiere a la cadena significante, y de sincronía en cuanto a lo que se articula en la vertical. Es preciso señalar, para evitar toda confusión, que Saussure utiliza estos términos con una acepción diferente. Para él-lo cito-,
por razones de estructura, el inconsciente ex-siste en el lenguaje en el sentido de la lingüística. Ex-sistiría también en el habla si ésta no manifestara, mediante tropiezos y juegos de palabras, que algo distinto se dice en el enunciado que profiere. 35
es sincrónico todo lo que se relaciona con el aspecto estático
Si el inconsciente es lo "dicho" en el "decir", veamos cómo se presenta este decir.
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La cadena significante tiene una estructura de concatenación, anillos cuyo collar se sella en el anillo de otro collar hecho de anillos. Tales son las condiciones de estructura que determinan -como gramática- el orden de las progresiones constituyentes del significante hasta la unidad inmediatamente superior a la frase [... ].36 Reconocemos allí las leyes de la lingüística. La cadena obedece a la temporalidad, hay desenvolvimiento en el tiempo, orden de sucesión (Pierre pega a Paul), número determinado de elementos. En su curso del19 de diciembre de 1984, J.-A. Miller ponía el acento sobre la orientación del grafo de Lacan, representando la flecha la sucesión lineal de la cadena significante y correspondiendo el otro vector al querer decir, a la intención de significación. Esta dimensión temporal, que subtiende al concepto de ordenamiento subjetivo, se opone a lo que está en montón, en el desorden de la estructura sincrónica. Lacan emplea la imagen de la lotería para ilustrar la inorganización de lo "cardinal" que se opone a la sucesión de lo "ordinal". 37 Pero el equilibrio entre los dos registros no se alcanzará precisamente en la psicosis. Para calificar la estructura sincrónica que coexiste con la estructura diacrónica del habla (estructura sincrónica que parece invasora y no contenida en el psicótico ), Lacan emplea en un momento de su enseñanza el término de "saber inconsciente": "El inconsciente es el testimonio de un saber en cuanto que en gran parte escapa al ser parlante". 38 ¿De qué naturaleza es este saber inconsciente? Lacan habla entonces de "estructura topológica en el sentido matemático del término". Se trata de encontrar, en las leyes que rigen esta otra escena [.. .] a la que Freud, en referencia a los sueños, designa como la del inconsciente, los efectos que se descubren en el nivel de la cadena de elementos materialmente inestables que 242
constituyen el lenguaje: efectos determinados por el doble juego de la combinación y la sustitución en el significante, según las dos vertientes generadoras del significado que constituyen la metonimia y la metáfora; efectos determinantes para la institución del sujeto. En esta prueba aparece una topología, en el sentido matemático del t~rmino, sin la cual se advierte al instante que es imposible notar solamente la estructura de un síntoma en el sentido analítico del término.39 Nathalie Charraud va a demorarse sobre esta estructura topológica y a precisarnos sus particularidades: la misma no induce ni un orden ni una métrica¡ los significantes, en el inconsciente, no están ordenados (cf.la lotería); "no tienen un orden determinado, no se los puede alinear en una cadena, ni siquiera en el espacio [... ] no están en número definido, es decir que su conjunto es un conjunto abierto cuyos elementos no pueden enumerarse exhaustivamente [... ]",lo que implica que, "en el nivel propiamente asociativo y topológico, los significantes no tienen lugares definidos" (contrariamente a la cadena en la que no puede invertirse: Pi erre pega a Pa ul). 40 La noción de agrupamientos asociativos [o familia asociativa] [...] abre el camino a la estructura topológica de vecindad. Un agrupamiento asociativo es una vecindad en el sentido de que introduce una «Unidad» de orden superior: ya no nos ocupamos de un elemento en su relación eventual con otro sino de una familia de elementos que será significativa en cuanto tal.·41 El modelo que más se acerca nos es dado en el sueño. Al dormir, el sujeto experimenta su libertad de asociación, ya no está sometido al imperativo de querer decir, de la intencionalidad, de la comunicación. Los significantes se agrupan al capricho de su deseo, no obstante con cierta censura. Se asocian según una lógica propia que Freud calificó de proceso primario.
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Condensación, desplazamiento, asociación
Un significante o un sintagma del sueño se encuentran en el centro de una red asociativa, que puede ser muy extensa. Freud destaca cuán pobre es el contenido manifiesto comparado con el latente: Cuando se compara el contenido del sueño y los pensamientos del mismo, se advierte en primer lugar que hay allí un enorme trabajo de condensación. El sueño es breve, pobre, lacónico comparado con la amplitud y la riqueza de los pensamientos del mismo. 42
A propósito de su sueño de la monografia botánica sobre la cual nos trasmite numerosas asociaciones, escribe: Los elementos "botánica" y "monografía" son encrucijadas donde los pensamientos del sueño pudieron encontrarse en gran número porque ofrecían a la interpretación numerosos sentidos. Puede decirse [... ] que cada uno de esos elementos está sobredeterminado, representa varios pensamientos del sueño.
Llama "condensación" a este reagrupamiento. Si el signo ~ representa la noción de vecindad, la condensación podría representarse así:
~ Pero no puede considerarse la condensación sin asociarle otro mecanismo, el desplazamiento. Este reviste múltiples formas, un significante puede ocupar el lugar de otro porque está próximo a él por homofonía o por cualquier otra forma de vecindad, similitud, asonancia, etcétera. Saussure, en la familia asociativa alrededor de la 244
palabra enseignement [enseñanza], ponía, al lado do lo1 sinónimos, el significante "armement" ['1armamento"] ln qut' debía parecer por lo menos incongruente a sus contemporáneos. "El significante es tonto", decía Lacan, y agregaba: Es con estas tonterías que vamos a hacer el análisis y que entramos en el nuevo sujeto que es el del inconsciente. 43
Las conexiones entre los significantes que hemos sorprendido en el niño son del mismo orden que las del sueño antes de que el proceso secundario haya establecido un principio de significación. En el sueño, puede haber deslizamiento de un orden a otro, haciendo la imagen las veces del significante oculto (el sueño es un jeroglífico). Tal paciente sueña que está acostada con su marido y ve pasar un alce (élan] por debajo del lecho conyugal. Este animal se asociará, entre otras cosas, al marido impotente, que no siente ningún "impulso" ["élan"] hacia ella. La imagen del animal viene a figurar aquí el significante con sus múltiples implicaciones. Las relaciones de vecindad en el sueño deberán explorarse mediante la asociación libre. Si el saber inconsciente se desencadena en el sueño, procura decirse en unas formaciones que conocemos bien, síntoma, chiste, lapsus, figuras de estilo, poesía, etc. Pero es en el sueño donde la estructura del inconsciente se muestra en el estado más puro, con las asociaciones inesperadas, las puestas en escena que encuentran su eco en el fantasma. Cuidémonos, sin embargo, de poner en el mismo plano el lenguaje del sueño y el del niño, el poeta y el loco. La diferencia reside en la zona de pasaje, en el modo de superación de lo diacrónico a lo sincrónico y a la inversa. En el punto de ruptura de una estructura con la otra se sitúa el proceso de represión y, cuando se trata del sueño, el fenómeno del despertar. Hemos sorprendido en el niño el nacimiento de esas familias asociativas. Vimos que en torno al significante TGV puede agrupar múltiples asociaciones de vecindad, y que 245
para Sylvie la IVG de mamá estaba asociada a los términos "sin bebé", "clínica maternidad", "aborto". No todas las conexiones de esas familias son equivalentes. Veremos que ciertos significantes amos, que tienen una relación estrecha con el deseo del Otro y están en conexión íntima con el objeto a, conocen una suerte particular: van a volver en organizaciones en el corazón de las cuales el goce dirige el juego, tales como el síntoma, el fantasma, la conducta sexual, el deseo. Estos significantes privilegiados van a suscitar nuevas conexiones, ya que la particularidad de esos conjuntos es la de permanecer abiertos (contrariamente a algunos otros que, en el psic6tico, se cierran). Freud señaló en el Hombre de los Lobos 44 la atracción que ejercen significantes primordiales referidos al goce sexual. La V que indic& la quinta hora es también la V de las piernas abiertas de la mujer, la V de la mariposa listada de amarillo como la pera llamada Grouscha (el nombre de la joven criada), las alas qe la Wespe, la avispa con rayas amarillas a quien le arranca las alas en el sueño al mismo tiempo que suprime la primera letra de su patronímico, una W. En el sueño de la monografia botánica, existen varios estratos en las asociaciones, de los cuales uno, más antiguo, podría referirse a un recuerdo de infancia, recuerdo-pantalla relatado en otra parte, del "libro de imágenes desgarrado". A propósito del Hombre de los Lobos, dice Lacan: En cada etapa de la vida del sujeto, algo ha llegado, en cada instante, a modificar el valor del indicio determinante que constituye ese significante original [... ] el sujeto como X no se constituye más que por la Urverdrangung, por la caída necesaria de ese significante primero [... ] pero no puede subsistir allí como tal. [... ] En ese X que está ahí debemos considerar dos caras, el momento constituyente en el que cae la significancia, que articulamos en un lugar en su función en el nivel del inconsciente, pero también el efecto de retorno, que se opera por esta relación que puede concebirse a partir de la fracción. 45
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"En cada etapa de la vida del sujeto", la familia se agranda tanto más porque se trata de significantes amos. Se agranda también, pero de otra manera, a causa de significantes a los que llamaría neutros, cuando el sujeto perfecciona su aprendizaje de una lengua, por ejemplo. Vemos psicóticos que manejan perfectamente la lengua y que sólo deliran en torno a ciertos complejos muy precisos. Para que el niño acceda al lenguaje, y luego al habla, debe hacer en cada mamen to un trabajo de conexión y desconexión de los significantes, trabajo siempre influido por la naturaleza del deseo del Otro. Tomemos significantes relativamente neutros, como "omelette" y "marioneta". El sinsentido de su conexión va a manifestársele muy pronto al niño que va a separarlos, a captar su significación común y a utilizarlos ulteriormente en el habla. Saussure nos dice que un término dado es "como el centro de una constelación, el punto donde convergen otros términos coordinados cuya suma es indefinida". 46 Alrededor de la palabra enseñanza, nos transmite sus asociaciones personales: enseñanza [enseignement]
/
/
/
enseñar enseñamos etc.
/
/
'' aprendizaje educación etc.
cambio [changement] armamento [armement] etc.
''
'
clemente [clément] justamente [justement] etc.
En estas asociaciones pueden discernirse dos tipos de conexión. 247
r l. "Aprendizaje-educación" tienen significaciones vecinas que el sujeto va a diferenciar poco a poco. N. Charraud comenta así la cosa: "La significación de una palabra deseansa sobre la cuadrícula de las vecindades alrededor de la misma [.. .] pero también en el hecho de que cada una de esas palabras pertenece a vecindades que no se recubren." Aquí es preciso recordar que "un significante toma su significación de las vecindades en que entra, y de la diferencia que existe entre ese significante y los otros significantes vecinos". El "hablar bien" implica una diferenciación cada vez más fina entre significantes vecinos.
2. Pero Saussure hace, en torno al significante "enseignement", otro tipo de conexión, que me parece interesante destacar, con las palabras ''justement", "clément", "armement". Estas asociaciones están sin duda en relación con la singularidad del sujeto y su inscripción en su historia. Esta serie, en la que la aproximación por consonancia está en primer plano, se ubica además del lado de lo que Lacan llama "!alengua". Estos significantes forman parte de un stock más o menos reprimido que va a alimentar la reserva inconsciente. Podrían volver a la superficie en un sueño, por ejemplo, o en un delirio si el sujeto se vuelve psicótico. En Aún, dice lo siguiente: Lalengua sirve a muy otras cosas que la comunicación. Es lo que la experiencia del inconsciente nos ha mostrado, en cuanto éste está hecho de !alengua, esta !alengua de la que ustedes saben que la escribo en una sola palabra, para designar lo que es cosa de cada cual, !alengua llamada materna, y no por nada llamada así. 47 La lengua materna no se elabora en la indiferencia, se impregna de los afectos que subrayan el mensaje del gran Otro. La exacerbación de la relación psicótica con la madre en el esquizofrénico Wolfson está ahí para recordárnoslo. 48 "Desde el origen, dice La can, hay una relación con «lalengua» que merece llamarse con justa razón materna porque es 248
por la madre que el niño la recibe. No la aprende". 49 Encontramos aquí el anudamiento de la lengua y el objeto en el surgimiento de un sujeto. En el primer capítulo comentamos largamente la impotencia y la dependencia absoluta del pequeño humano con respecto a las buenas intenciones del Otro, así como su alerta precoz a la relación con el Otro y el mundo (!'le lo rodea. Todos los significantes de este Otro del que dependen la conservación de su vida y su bienestar van a tomar, por lo tanto, la connotación de goce o de displacer que este Otro le dé. Lacan, que insistió tanto sobre la estructura del lenguaje y del inconsciente, no la disoció nunca de la cuestión del deseo y el objeto. De este modo, ciertos significantes presos en el deseo del Otro van a tener un gran peso en la constitución del ser del sujeto. Desempeñan un papel preponderante en el corazón de las familias asociativas, en particular en la estructuración del fantasma ($ Oa) que da sus cimientos al ser.
Ejemplos clínicos
Hemos visto en un chico al significante "coquin" ["pillo"] transformarse en "totin" para designar su objeto transicional, y al Rosebud del héroe de Orson Welles hacer su reaparición en otra cadena, cargada de afectos. Retomemos el significante VER [gusano] de Sophie. Una niña de tres años que ha hablado pronto conoce múltiples acepciones de esta palabra. Sabe qué es un ver [lombriz] de tierra, utiliza la preposición vers [hacia], el verse de "Sírveme [verse-moi] el chocolate"; tal vez escuchó hablar de los vers [versos] de la poesía que aprende su hermana mayor. Conoce el uerre [vaso] en que bebe, ¿pero sabe que es de uerre [vidrio]? Sabe cuál es el color vert [verde], porque empezó a colorear muy pronto. ¿Por qué, entonces, al escuchar a su padre 249
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hablar, muy animado, de sus experiencias con el "verre" ["cristal"], entendió "vert"? N o lo sabremos nunca pero, en lo sucesivo, el verde se asociará a un misterioso objeto del deseo del padre. Comprenderá muy pronto (si no lo hizo antes) que no es "verde" lo que su padre fabrica; poco importa, el "padre verde" reprimido continuará obrando en el inconsciente, y tal vez dirija algunas de sus elecciones ulteriores. Analizaremos más adelante la diferencia entre este "padre verde" y el "padre solapa" de Sylvie, que fija al sujeto en una identificación sin salida, pues estos significantes bloquean la apertura de la familia asociativa y representan al sujeto no por otros significantes, sino en su fijeza mortal. Podríamos multiplicar los ejemplos del tipo "padre verde", en los cuales el sinsentido de lo reprimido originario hace irrupción en el análisis bajo la forma de enunciación de un síntoma o un fantasma. Se trata allí claramente del significante primordial de la alienación significante (S2), "significante unario surgido en el campo del Otro". 50 He aquí algunos ejemplos. Un paciente homosexual "pagaba" con un grave ataque corporal toda realización efectiva de su homosexualidad: perforaba una úlcera gástrica, tenía un grave accidente de auto, desencadenaba una enfermedad somática, etcétera. En su análisis re a parecía a m en u do el significan te "natural"; decía, por ejemplo, que la homosexualidad no era un comportamiento "natural", se aplicaba a respetar una alimentación "natural" que habría debido protegerlo de la úlcera, etcétera. Un día, lo interrogué sobre ese significante repetitivo. Recibí entonces una respuesta inmediata, que me sorprendió mucho:"¿Olvidó pues que soy un hijo natural?" Este paciente no había conocido nunca a su padre, y había sido criado en una gran intimidad en cuerpo y pensamiento por una madre sola. Esta no había tenido (según lo que decía) más que una sola relación sexual en su existencia, con un hombre al que apenas conocía, mientras estaba de campamento (¡en la naturaleza!) y dormía "sola en una carpa". 250
"Hijo natural" era verdaderamente el significante primordial que, desde su concepción, había designado al sujeto por llegar. Ese significante reprimido en su acepción primera, y luego reaparecido en el análisis, se había transformado en una bola de nieve y marcado de múltiples maneras el destino del sujeto. La colusión del significante y el objeto del deseo del Otro (alienación-separación) funda no sólo el ser del sujeto sino que decide su orientación sexual. Un caso informado por Paul Lemoine con el título de "El hombre de la Bic"51 es significativo en este sentido. Se trata de un hombre que no puede tener una relación sexual sino con la condición de marcar el cuerpo de su parte naire con un bolígrafo Bic, con trazos que denomina "tatuajes". Este rito tiene por origen unas palabras de su madre: "Si yo perdiera a uno de mis hijos en la muchedumbre, lo reconocería por un lunar en el brazo". Ahora bien, aunque todos sus hermanos tienen un lunar, él no. Ese día estaban en la feria y él se encontró perdido entre los autitos chocadores [autos-tamponneuses]. En la adolescencia, marcará su propio cuerpo con tatuajes practicados con las almohadillas [tampons] de oficina de la fábrica paterna. Gracias a esta inscripción sobre su cuerpo, podrá masturbarse y tenderá también a exhibirse. En la adultez será el cuerpo del otro el que marcará, esta vez con el bolígrafo Bic. Aquí, la intricación del significante y el objeto viene a articular un fantasma voyeurista-exhibicionista que se estructura en la adolescencia en el modo de la perversión fetichista. La palabra materna asocia el reconocimiento de sus hijos a una marca en el cuerpo que a él le falta. Esta ausencia de etiqueta lo condena a "estar perdido". Ahora bien, el día en que escucha esta palabra, se siente perdido en la muchedumbre en medio de los autitos chocadores. Es probable que, con posterioridad [apres-coup], en el transcurso del estirón de la pubertad, la vista de la almohadilla sobre el escritorio paterno haya despertado una co251
nexión reprimida alrededor del trauma inicial, en una especie de momento de revelación. En el trauma en forma de recuerdo-pantalla, la marca que falta sobre el cuerpo y cobra valor de objeto causa del deseo materno está asociada a la angustia, angustia de no tenerla, por lo tanto de no ser reconocido por la madre. Esta angustia esencial ligada a la pérdida de la madre se asocia a una angustia creada por una situación real, la muchedumbre y los autitos chocadores. En ese complejo emocional de pérdida del objeto se encontró atrapado el significante tampon, tamponneuses, tamponner. Este significante, sin duda reprimido durante varios años (el análisis podría confirmarlo), vuelve a la superficie (retorno de lo reprimido) a la vista de las almohadillas (tampons) paternas, en el momento en que el muchacho debe afirmar su virilidad. Va entonces a marcarse el cuerpo con el sello paterno, la almohadilla que identifica las producciones del padre, mientras que el sello materno le faltó. ¿No restablece de este modo una pertenencia al lado paterno, inscribiendo literalmente sobre su cuerpo el nombre de su padre, que exhibe y que lo hace gozar? El doble origen materno y paterno de este acto fetichista debía subrayarse. Sin embargo, este enfoque no es exhaustivo y no da cuenta enteramente de la complejidad de la posición edípica de este muchacho, ni de las conexiones inconscientes a partir del significante "tampon" ¿Qué hacer en el análisis con este significante tapón? Lacan nos dice que la interpretación no apunta tanto al sentido como a reducir a los significantes en su sinsentido para que podamos encontrar los determinantes de toda la conducta del sujeto. 5 2
Aquí, la prevalencia concedida al objeto a (la marca sobre la piel) es tal que la movilización de ese significante en el análisis no modificaría, sin duda, la economía libidinal del sujeto. El goce tomado en esta organización pulsional en torno a un objeto muy preciso parece poco susceptible de ser desplazado por la liberación en el análisis del significante en 252
cuestión. Queda, en la transferencia, el trabajo alrededor del objeto a. Una paciente se quejaba de síntomas referidos a la pérdida, por ejemplo el miedo a perderse, no reencontrar el camino, temor que durante mucho tiempo había atribuido a una ausencia del sentido de la orientación. En sus sueños, perdía su auto, perdía a sus hijos en la multitud, perdía sus documentos de identidad. Toda su angustia de castración se centraba en ese significante "perdido", que el análisis reveló ligado a la muerte. En su infancia provinciana, las palabras "muerte" o "deceso" estaban excluidas del vocabulario corriente cuando se trataba de personas. Si el gato o el perro podían estar muertos, por otra parte escuchaba decir: "Han perdido a su abuelo", "Han perdido un hijo", lo que la angustiaba tanto más por el hecho de que las personas así perdidas no eran ni buscadas ni encontradas. En torno a este significante se había tejido una familia asociativa muy rica: por ejemplo, cuando se había "perdido a alguien", éste se convertía en "pobre". ¿No se dice, hablando de los muertos, "el pobre Fulano"? El significante tabú "muerto" fue sustituido por el significan te "perdido", metáfora que la niña no pudo entender como tal, tan cargada de angustia estaba. Al reprimir ese sentido y conservar el literal de "perdido", la angustia subsiste y contamina toda la familia asociativa en torno a ese significante S 2 • Puede concebirse aquí la dificultad de la niña para separar ciertos significantes cargados de afectos o cuyo empleo estaba prohibido. La conexión primordial se mantiene en el inconsciente, atrayendo a ella otros elementos para formar "tractos fijos sin ser inmutables". Esta niña aprendió muy rápidamente a servirse de los significantes "perdido" y "pobre", que no estaban en absoluto bloqueados como en la psicosis, pero los mismos continuaron obrando en el inconsciente y siguieron siendo para siempre portadores de la angustia de castración. Los reagrupamientos de significantes en familias se pro253
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ducen por analogía, consonancia, simultaneidad de registro. Cuando un niño empieza a hablar muy precozmente en un medio familiar que sabe escuchar, es posible sorprender a cada instante ese trabajo de conexión y desconexión de los falsos nexos, que se producen al capricho de la historia de cada cual y constituyen la trama de lo que Lacan llama !alengua. Algunas asociaciones significantes son comunes a los usuarios de una lengua dada (lo que, por otra parte, hace tan dificil la traducción poética): en francés, por ejemplo, "mer'' ["mar"] y "mere" ["madre"]. No hay más que evocar los recuerdos de las canciones de la infancia o de las plegarias aprendidas de memoria para recuperar esos encuentros incongruentes. Una niña preguntaba a su madre:"¿ Qué es, mamá, la bella «que»?" Perplejidad de la madre: "Sí, ya sabes, «la bella que hela ahí>> [«la belle que voila»] ". En efecto, en la canción "Los laureles están cortados" la nota se demora en el "que". En una plegaria, un niño escuchaba" ... sibenito es el fruto de tu vientre, Jesús" Ese "sibenito" permaneció durante mucho tiempo como una palabra cargada de misterio (esta plegaria, es cierto, evoca el misterio del alumbramiento). Las conexiones inesperadas jalonan el discurso de los niños, que nos revelan su contenido mediante las preguntas que hacen a lo largo del día cuando saben que tendrán una respuesta del adulto. ¿Por qué? ¿Qué es? ¿Qué quiere decir?, pregunta el niño para facilitar su trabajo de señalamiento, que es sobre todo un trabajo de separación de los significantes, ligados la mayoría de las veces según el modo homofónico. "El cielo está nublado". El niño: "¿Porquétiene un tapado?" "Tomen ese carro". El niño: "¿Por qué es Carlos?" "Este niño es un malcriado". El niño: "¿Qué le van a hacer si está mariado?" Es este tipo de asociación el que vuelve a salir a la superficie en el discurso psicótico. A propósito de Schreber, y del vocablo que designa a los "pájaros milagrosos, pájaros que hablan" que Freud traduce "gansas blancas", Lacan añade: estas manifestaciones 254
son para nosotros mucho más representativas que el efecto de sorpresa que provocan en ellas la semejanza de los vocablos y las equivalencias puramente homofónicas en que conffan para su empleo (Santiago = Carthago, Chinesenthum =Jesum Christum, etc., S. 210-XV).53
El eco de esos primeros malentendidos subsiste, sin plantear problemas, en el habla del adulto analfabeto en el que la escritura, la ortograffa y el estudio de la gramática no han llegado a corregir los primeros errores. Cuando Albert Cohen hace hablar a Mariette, la doméstica de Bella del Señor, 54 utiliza ese lenguaje popular, en el que las faltas de sintaxis son vecinas a las deformaciones de palabras. He tomado nota de algunas de estas expresiones en una persona que sólo conocía el lenguaje oral. Decía "tunda" de almohada en vez de funda; la pintura está "descuajada" en vez de descascarada; "extracán" en vez de astracán; "decapado" por discapacitado; "porlita" por borlita; "inadaptado" por inadaptado, donde se ve lo que la lengua tiene de arbitrario con respecto a la utilización lógica que de ella pueden hacer los analfabetos y los niños, asociaciones a las cuales deben renunciar cuando la escritura impone sus leyes. Las contraposiciones de letras constituyen, para quien domina la lengua, una manera de subvertirla invirtiendo o deformando letras, significantes o sintagmas. En esta manipulación, el jugador, buscando la revelación de un sentido oculto, en general picaresco, detrás de otro, reencuentra algo del placer del niño que escruta el habla del adulto para apropiársela y demolerla en seguida en una carcajada. Pero el placer que procura la corrupción de la lengua sólo puede sobrevenir en un sujeto que está ya inscripto en ella y que conoce las leyes del discurso, dado que no puede haber transgresión más que si hay ley y prohibición. En una palabra, es preciso que se haya producido la represión y que los dos órdenes del discurso estén en su lugar. Vamos ahora a intentar definir qué es esta barrera de la
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represión que el sujeto franquea alegremente en múltiples formas, chiste, poesía, figuras de estilo, etc., y que el psicótico no podría superar porque en él es casi inexistente. Para él, la subversión de la lengua no es un juego, es fractura de su ser mismo, como lo expresaba A. Artaud cuando se veía en la imposibilidad de traducir a Lewis Carroll.
Notas
l. J. LACAN, Le Séminaire, libro III, Les Psychoses, pág. 42. 2. !bid., pág. 247. 3. S. FREUD, "L'inconscient",Métapsychologie, Idées, Gallimard. 4. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 215. 5. S. FREUD, Névrose, Psychose et Perversion, PUF, 1973, 113 y SS. 6. S. FREUD, "Remémoration, répetition, élaboration", la que psychanalytique, PUF. 7. J. LACAN, Écrits, pág. 197. 8. !bid.' pág. 300. 9. !bid., pág. 808. 10. !bid.' pág. 840. 11. !bid., pág. 842. 12. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 168. 13. J. LACAN, Écrits, pág. 710. 14. J. LACAN, Le Séminaire, libro III, pág. 284. 15. Ferdinand de SAUSSURE, Cours de linguistique générale pág. 151, Payot, Bibliotheque Scientifique, 1964 [Curso lingüística general, Buenos Aires, Losada, 1978]. 16. J. LACAN, Ecrits, pág. 708. 17. !bid., pág. 811. 18. J. LACAN, Le Séminaire, libro XX, pág. 19. 19. J. LACAN, "L'étourdit", Scilicet, no 4, pág. 29. 20. J. LACAN, Écrits, pág. 799.
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21. Emile BENVENISTE, Problemes de linguistique générale, Gallimard, 1966, t. 1, pág. 20 [Problemas de lingüística general, México, Siglo XXI, 2 volúmenes]. 22. F. de SAUSSURE, op. cit., pág. 112. 23. E. BENVENISTE, op. cit., t. I, pág. 21. 24. !bid., t. II, pág. 21. 25. !bid., t. l. 26. J. LACAN, Écrits, pág. 502. 27. Gérard MILLER, Ornicar?, no 32, pág. 160. 28. J. LACAN, Écrits, pág. 505. 29. !bid., pág. 496. 30. N. CHARRAUD, "La topologie freudienne", Ornicar?, no 36, pág. 21. 31. J. LACAN, Écrits, pág. 514. 32. !bid., pág. 512. 33. !bid., pág. 503. 34. !bid.' pág. 658. 35. N. CHARRAUD, op. cit. :36. J. LACAN, Ecrits, pág. 502. :37. !bid., pág. 658. :38. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pp. 126-127. 39. J. LACAN, Ecrits, pág. 689 (subrayado nuestro). 40. N. CHARRAUD, op. cit., pág. 26 (subrayado nuestro). 41. !bid., pp. 23-24. 42. S. FREUD, La Science des reves, cap. VI [La interpretación de los sueños, en Obras completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1968]. 43. J. LACAN, Le Séminaire, libro XX, pág. 22. 44. S. FREUD, Cinq psychanalyses, PUF, 1954, pág. 397; J. LACAN, Ecrits, pág. 664. 45. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 227 (subrayado nuestro). 46. F. de SAUSSURE, op. cit. 47. J. LACAN, Le Séminaire, libro XX, pág. 126. 48. Louis WOLFSON, Le Schizo et les langues, Gallimard, Connaissance de l'inconscient, 1970. 49. Scilicet, n° 6-7, pág. 42. fíO. J. LACAN, Le Séminaire, libro II, pp. 92 y 213 [El Seminario de Jacques Lacan. Libro 2. El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, Buenos Aires, Paidós].
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51. Ornicar?, no 28, pág. 207. 52. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 192. 53. J. LACAN, Écrits, pág. 562. 54. AlbertCOHEN, Belle du Seigneur, Gallimard, pág. 681 [}Jella del Señor, Barcelona: Anagrama).
VI REPRESION O FORCLUSION
Desde que hay un inicio de cadena significante, hay represión: juicio (Bejahung) y represión van a la par: "¿Qué falta hace que Freud agregue a su indicación que un juicio debe ocupar el lugar de la represión, si no es porque la represión está ya en el lugar del juicio?" ,1 dice Lacan. "Es el significante el que es reprimido, puesto que no se puede dar otro sentido en estos textos [freudianos] a la palabra: Vorstellungsrepriisentanz". 2 En cuanto a los afectos, Lacan, después de Freud, plantea expresamente que no son reprimidos sino únicamente desplazados. Represión del significante, por lo tanto, y desplazamiento del afecto. Así como hay represión del significante y formación del inconsciente, hay desplazamiento del afecto e insta uración del ello.
Naturaleza de la represión Al poner el acento sobre la heterogeneidad fundamental de los órdenes sincrónico y diacrónico, mencionamos a la represión. El mecanismo de la represión no obedece a ninguna otra cosa que a la disparidad fundamental de esas dos estructuras
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r y su imposibilidad de coexistir en una sola expresión. El habla es de concatenación, obedece a un orden lógico, temporal. Así pues, las relaciones topológicas inconscientes, las de lalengua, no podrían decirse más que en los cortes de la cadena. Dice Nathalie Charraud:
donde la verdad del sujeto se oculta y a la vez se revela en unas alternancias de develamiento fulgurante y cierre. Lacan lo subraya: Es en las dimensiones de una sincronía donde se debe situar el inconsciente [. .. ] en el nivel del sujeto de la enunciación en cuanto que, según las frases, según los modos, se pierde tanto como se reencuentra y que, en una inteijección, en un imperativo, en una invocación, incluso en un desfallecimiento, es siempre él quien les plantea su enigma [... ]. 5
La represión no es por lo tanto de orden cuantitativo ni cualitativo sino de estructura: los significantes tienen un nivel de organización propia, el cual constituye el inconsciente que no puede transcribirse tal cual en ellenguaje. 3 Todos los ejemplos que cité ponen en evidencia el trabajo de represión permanente que el sujeto debe llevar a cabo para mantener su presencia en el discurso y hacer escuchar su palabra. Puesto que para ello debe respetar las leyes que rigen el código, la lógica, un sentido supuesto comunicable, y dejar correr el "discurso latente" ,4 evitando que se manifieste demasiado. En la época del Seminario sobre Las psicosis, La can llama discurso "latente" al que no es un discurso en sentido estricto, sino más bien las asociaciones inconscientes que acompañan al discurso manifiesto, y que el sujeto psicótico puede captar como provenientes del exterior. Una joven psicótica, Florence, que sufre de automatismo mental, me dice: Escucho a los otros que repiten y se burlan de lo que pienso, ya no me atrevo a pensar, he perdido mi libertad. Escucho voces que me aconsejan bien o mal, estoy segura de que esas voces no provienen de mí ... la gente dice en su conversación frases que corresponden justamente a lo que pienso en ese momento, me contradicen, tienen opiniones diferentes. La diferencia fundamental de las estructuras del consciente y el inconsciente implica por lo tanto el fenómeno de la represión, la barra de la$ correspondiente a la separación de esos dos órdenes; lo que existe en montón en lo cardinal sólo puede decirse en lo ordinal. El corte entre los dos es el lugar 260
Si bien hay lugar para distinguir una represión primaria y una represión secundaria, el proceso en sí sigue siendo el mismo. En su curso dell o de diciembre de 1982, J.-A. Miller decía que
e
la represión originaria no es otra cosa que esta sustitución significante primera a la que el sujeto no vuelve sino para vehiculizarla bajo los significantes. [... ] Si la represión originaria como tal es, por definición, inaccesible, el fantasma fundamental es accesible. [... ] El fantasma fundamental es el que responde a la represión originaria. La represión secundaria es más fácil de aprehender. Hemos dado numerosos ejemplos de ella. Cuando analiza el olvido del nombre Signorelli, Freud se remonta en sus asociaciones hasta el nudo significante reprimido: el signar, el Herr, la muerte desaparecida. Freud, al introducir la función de la denegación, nos indica su naturaleza. El términoAufhebung "que significa a la vez negar, suprimir y conservar", 6 es evocador de este mecanismo. Mediante la denegación, el sujeto reconoce el contenido de un saber inconsciente que niega; "presentar lo que se es en el modo del no serlo" consiste claramente en revelar un saber inconsciente que no podría confesarse so pena de trastornar la coherencia del yo. El analista siempre se sorprende al ver hasta qué punto el sujeto puede permanecer ignorante de las groseras astucias 261
,..... del inconsciente. Incluso los "viejos analizantes" que "ya no se la creen" conservan una ingenuidad conmovedora en su denegación. La señora X, que se queja sin cesar de las atenciones que su marido dirige a su hija adolescente, puede decir sin pestañear: "No es que esté celosa de Virginie, pero..." El psicótico está atrapado en la contradicción misma. Es a la vez esto y no esto. Para salir de ella, acusa al otro de enviarle malos pensamientos. Al hablar de sus voces, Florence dice: "Tienen opiniones diferentes".
La metáfora y el sujeto La represión no puede ser distinguida del retorno de lo reprimido por el que aquello de lo que el sujeto no puede hablar lo grita por todos los poros de su ser. 7
Desde el principio de su enseñanza, Lacan va a hacer de la metáfora y la metonimia los equivalentes de la condensación y el desplazamiento, mecanismos que Freud descubrió en el sueño. Pero lo que Lacan dice en ese momento no agota la cuestión que retomamos hoy a la luz de los datos topológicos. La metáfora permite captar lo que puede ser la barrera de la represión, y de qué naturaleza es el borde que participa de las dos estructuras. La manera en que se realiza el pasaje de una a otra, esta especie de juego de escamoteo es casi imposible para el psicótico, en quien algunos dominios se mantienen prohibidos a la metáfora. En Sylvie, es todo lo que se refiere al cuerpo; en los psicóticos adultos, es el imposible falo. La representación topológica de la metáfora permite captar cuál es la dificultad particular con que tropieza el psicótico cuando se enfrenta con esas figuras retóricas. Russell Grigg, en un artículo reciente a propósito de "Jakobson y Lacan - Sobre la metáfora y la metonimia", 8 demuestra qué difícil es dar una definición exhaustiva de 262
estos tropos, a los que cada autor considera ..rón tllilttmA lingüístico al que se refiere. Para noaotroa, la dl1tlnalón fundada que hacemos entre las familias asociativa• y 1• cadena del discurso aclara el mecanismo de 11a1 ftru raa donde algo de la sincronía inconsciente se dice en la diacronfa del habla. Lacan escribe:
~
La chispa creadora de la metáfora no brota de la puesta en presencia de dos imágenes, es decir de dos significantes igualmente actualizados. Brota entre dos significantes de los cuales uno sustituyó al otro ocupando su lugar en la cadena significante, manteniéndose el oculto presente en su conexión (metonímica) con el resto de la cadena.9
En la producción de la metáfora, es importante subrayar la conexión metonímica, que implica que la sustitución se hace en primer lugar en el interior de una vecindad y que en seguida otro significante ocupa el lugar del que tiene una relación con el resto de la frase. Nathalie Charraud lo comenta así: Mientras que la metonimia adhiere a la estructura de vecindad, la metáfora la complica. La metáfora brota de la confrontación de dos metonimias: la que existe entre la palabra excluida y el resto de la frase (metonimia reprimida) y la que es creada por la frase misma [...].
La autora representa de esta forma esas figuras:
9J metonimia
metáfora
e=:> vecindad
sustitución
~ frase
263
11;
r Tomando el ejemplo de "No lloréis más, tristes fontanas", Russell Grigg escribe (op. cit.): Es remitiendo o aplicándose al significante latente más bien que al manifiesto que ha ocupado su lugar (metonimia) como los significantes vinculados por contigüidad engendran la metáfora [... ] Aquí los elementos no metafóricos remiten al ténnino latente "ojos" y no al manifiesto <
264
adquirido una gran libertad de manipulación de los significantes, que pasan así de uno a otro lado de la barrera de la represión, lugar de separación de los dos órdenes del lenguaje. A partir de ello, el sinsentido que caracteriza a las asociaciones inconscientes va a venir a revelar al sujeto su verdad en el corte mismo que lo funda. Lo que descubre esta estructura de la cadena significante es la posibilidad que, justamente en la medida en que la lengua me es común con otros sujetos, tengo [... ] de servirme de ella para significar una cosa completamente distinta a lo que dice (Lacan). Los múltiples sentidos que, gracias a las figuras de estilo, se dicen sin decirse al decirse, confortan al sujeto en su división misma y son para él un recurso permanente. Aquéllas implican que la represión ha funcionado, que la castración simbólica está cumplida, a saber que no todo puede decirse, que "la Palabra puede mentir, es decir postularse como Verdad" .10 Ahora bien, en el psicótico la división estructural que mantiene separados los dos órdenes no pudo llevarse a cabo, el proceso primario es invasor y se verá que el sinsentido es la locura misma, dado que este sinsentido no puede mantenerse fuera del discurso, en la "reserva inconsciente", tiende a manifestarse de manera permanente, a parasitar el habla, lo que justifica que haya podido decirse del psicótico que presenta "un inconsciente a cielo abierto".
¿De qué manera la metáfora incumbe al sujeto? Por su forma misma, el habla remite por lo tanto sin cesar a un material reprimido, que el propio sujeto percibe confusa-
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mente o ignora, que el interlocutor escucha o no escucha y que el psicoanalista toma en cuenta en la transferencia. Esta dimensión sincrónica del habla, que corre por detrás del discurso manifiesto, incumbe al sujeto por diversos motivos. Este está implicado en ella de manera diferente según el lugar que ocupe en la producción de esas figuras. El sujeto se devela en ella sin saberlo: es el caso de los lapsus, olvidos, tropiezos del habla, neologismos, etcétera. Estos pueden ser fuentes de molestia para el sujeto cuando son demasiado reveladores de un pensamiento o un deseo que quiere callar. En nuestros días, el lapsus rara vez es inocente y no pasa inadvertido: hay quienes no vacilan en fundarse en la cultura psicoanalítica ambiente para permitirse una interpretación "salvaje". El sujeto puede procurar traducir ese doble lenguaje: hay entonces intencionalidad manifiesta. Mediante su progreso a través de una lengua voluntariamente subvertida, intenta comunicar al otro lo que lo horada desde su mundo interior, a la vez "extraño y familiar".
De la poesía a las palabras-valijas La poesía es violencia hecha al lenguaje. Para Jakobson, constituye "la organización misma de esta violencia". En la óptica que nos interesa, diríamos que el sinsentido o la ambigüedad organizada del lenguaje poético es intento de transcripción de la estructura topológica del inconsciente en la cadena del discurso. La metáfora poética es a la vez transgresión y puesta en evidencia de las leyes del habla, participa de los dos sistemas. Haciendo alusión a Saussure, que hacia el final de su vida se había interesado en los anagramas poéticos, J akobson escribe: El anagrama poético franquea las dos leyes fundamentales del habla humana proclamadas por Saussure, la del vínculo 266
codificado entre el significante y el significado y la de la linealidad de los significantes. 11 La "puesta en sordina" de todo sentido dado lo lleva al infinito del sentido, la emancipación del sentido conduce a la extensión máxima de la significación. La expresión poética, "ese sacrificio del que las palabras son víctimas", según Georges Bataille, es una corrupción voluntaria del lenguaje. Para producirse y ser entendida, implica que se conocen las leyes que rigen el discurso y el sentido de las palabras en su trivialidad, condición absoluta de la transgresión y la emergencia de un sentido nuevo. Lacan, en el libro 3 del Seminario, multiplica las variaciones alrededor de la expresión "la paz del atardecer". Destaca los diferentes impactos que puede tener sobre un sujeto y las asociaciones que sugiere, y añade: Pasa algo diferente si somos nosotros quienes hemos llamado a esa paz del atardecer, si hemos preparado esta formulación antes de exponerla o si sorprende, si nos interrumpe, apaciguando el movimiento de las agitaciones que nos habitan.1 2 Estas metáforas jalonan nuestra vida íntima, no siempre sabemos de dónde vienen, las retomamos como en eco, cuando el poeta las crea. El psicótico desconfla de ellas cuando tocan a su ser: para él, sinsentido y sentido están demasiado entremezclados para que un encuentro tal pueda ser portador de un sentido nuevo. La poesía, como toda manifestación del arte, puede permanecer como letra muerta. Para ser sensible a ella, el sujeto debe tener capacidades de remisión a un material inconsciente rico y relativamente abierto; la barrera de la censura debe ser flexible, y las familias asociativas estar bien provistas. Pero la transgresión es fuente de placer cuando el sujeto ha adquirido un buen dominio de la lengua y cuando para él las palabras siguen estando cargadas de todos los afectos de los que nacieron (inclusión del objeto a). Puede entonces jugar con 267
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~ ellas, gozarlas sin riesgo, lo que le está prohibido al psicótico. El mismo tipo de salto de la barrera de la represión se encuentra en la producción del chiste, voluntad de acercamiento al otro en un placer compartido, "ser entendido más allá de lo que digo puesto que lo que digo verdaderamente no puede hacerse en tender". 13 Aún es preciso, para ser entendído, "formar parte de la parroquia". "Los aristocuadros", ¡es "depormidable"! La práctica del neologismo, del juego de palabras y de la palabra-valija se convirtió en un fenómeno de sociedad. Recurriendo a la duplicidad del significante, el slogan publicitario acentúa su impacto. "Dubo... Dubon... Dubonnet" había despertado sorpresa, a partir de entonces estamos acostumhrados a los juegos de palabras y enigmas que plantean los anuncios publicitarios, los títulos de Libération o los del Canard enchatné. Concisos, rápidos, dicen mucho en pocas palabras y poco tiempo, hacen sonreír, causan placer: ¿no está dispuesto el lector a creer que podría haberlos inventado, dado que los entiende?
¿Hay represión en la psicosis? Sí y no. Sí, el proceso de re:presión está en acción en el psicótico que es, él también, una$. ¿Cómo podría ser de otra forma para alguien que vive, habita y se comunica mal que bien con sus semejantes? También él ha hecho un trabajo de aprendizaje de la lengua, para adquirir a veces un dominio indiscutible de la misma: tanto las Memorias del Presidente Schreber como los escritos de muchos autores a los cuales hemos hecho referencia (A. Artaud, U. Zürn, etc.) lo atestiguan. No, pues ese trabajo sufre fracasos, rupturas fundamentales que precisamente ponen en dificultades toda la construcción del sujeto. Hay agrupamientos enteros de signifi268
cantes que no pueden plegarse al orden del discurso, no pudieron ser ni liberados (separación de los significantes) ni metabolizados. Estos significan tes no entraron en el ciclo que Lacan llama la simbolización. Van a permanecer como una herida abierta en el corazón del ser del sujeto y a poner en juego su existencia misma. Se mantienen agrupados según procedimientos aberrantes (que inten taremos precisar), que prohíben su normal puesta en circulación y forman el "núcleo de inercia dialéctica" 14 del que habla Lacan en el libro 3 del Seminario. Estos significantes forcluidos gravitan en torno a lo que constituye el fundamento del ser, a saber su cuerpo, sus orígenes, la vida, la muerte, el sexo. Si esa falta de inscripción es estructural, debemos encontrarla tanto en el autismo infantil como en la psicosis adulta, con esta diferencia: que, en el adulto, el delirio viene en ocasiones a camuflar ese vacío existencial. El mismo enfoque debería en consecuencia a portar luz tanto a la psicosis de Sylvie como a la de Christian, matemático de renombre cuyo caso ya he mencionado. ¿Cómo es que el proceso de corte, por lo tanto de represión, puede ser inexistente en la psicosis, haciendo de esos pacientes unos "mártires del inconsciente"? 15 Para "comprender" esa ausencia, nos referiremos al concepto de alienación, que completaremos mediante un enfoque lingüístico. El recién nacido llega a un mundo lleno de ruidos pero, entre ellos, está el de las palabras: hablan a su alrededor, hablan de todo, hablan de él, le hablan. Y entre esos vocablos que le llegan en desorden, poco a poco va a identificar asociaciones de palabras, repeticiones, y lo que las acompaña habitualmente: sonrisas, acunamiento, contacto, dolor, etcétera. Todo se registra y deberá ser descifrado mediante un trabajo de reagrupamiento y recorte de los significantes, de conexiones y desconexiones sucesivas, de nuevas asociaciones, hasta que eme:rja un sentido. Ese trabajo implica una elección, el veZ de la alienación que Lacan representa así (Le Séminaire, libro XI, pág. 192): 269
11111''
De donde división del sujeto: cuando éste aparece en alguna parte como sentido, en otra se manifiesta como fading, como desaparición [...] El Vorstellungsreprasentanz es el significante binario. 18
Esto es lo que dice de ello en "Posición del inconsciente": 16 la alienación es cosa del sujeto. En un campo de objetos, no es concebible ninguna relación que engendre alienación salvo la del significante. [. .. ] Un sujeto no se impone en éste sino porque hay en el mundo significantes que no quieren decir nada y que deben descifrarse. [... ] La alienación reside en la división del sujeto al que acabamos de designar· en su causa. [. .. ] Esta estructura es la de un vel [... ] es preciso [... ] derivarlo de lo que se denomina, en la lógica llamada matemática, una reunión [... ]. En el Libro XI del Seminario precisa lo que implica esa elección: "El sentido sólo subsiste amputado de esa parte de sinsentido que es, hablando propiamente, lo que constituye, en la realización del sujeto, el inconsciente"P Refiere esa elección del significante al concepto freudiano de Vorstellungsreprasentanz: Podemos localizar este Vorstellungsreprasentanz en nuestro esquema de los mecanismos originales de la alienación, en el primer acoplamiento significante que nos permite concebir que el sujeto aparece en primer lugar en el Otro, en tanto que el primer significante, el significante unario, surge en el campo del Otro y representa al sujeto para otro significante, otro significante que tiene por efecto la aphanisis del sujeto.
270
Para que haya represión, es preciso por lo tanto que haya conexión entre 8 1 y 8 2• Comprobamos en Sylvie la represión del significante en el nexo "Padre-verde". Esta conexión va a mantenerse fija pero no inmutable, puesto que si la represión sobrevino en el significante verde asociado al padre, ese significante queda libre y va a poder ser utilizado en el lenguaje del niño. N o obstante, ese 8 2 de la conexión reprimida va a atraer a él (punto de atracción) otras asociaciones y a mantenerse activo en el ello y el inconsciente. A propósito del Vorstellungsrepréisentanz, Lacan agrega: Ese significante viene a constituir el punto central de la Urverdrtingung, de lo que, al pasar al inconsciente, será, como Freud lo indica en su teoría, el plinto de Anziehung, el punto de atracción, por el que serán posibles todas las otras represiones, todos los otros pasaje~ similares al lugar de la Unterdrackt, de lo que ha pasado por debajo como significante.19 En el caso de Sophie, el corte significante, en su aspecto de sinsentido, no implica en absoluto alguna petrificación del sujeto, no es más que una piedrita en el camino identificatorio que el niño recorre en la configuración edípica. El verde puede quedar en el inconsciente como un atributo del padre, no por ello éste tiene menos su lugar en el orden del deseo y la ley. Pero no ocurre lo mismo para Sylvie con su "padresolapas". En la psicosis, esta alienación, en cuanto elección a hacer para que el significante se estabilice en el orden del discurso y por otra parte se borre (sentido y sinsentido ), no se produce. O bien hay detención sobre una conexión alrededor de un sinsentido primitivo que normalmente "pasa por debajo"; se ven así significantes que se quedan agrupados, pegados
271
r
podría decirse, en el desorden de una primera registración constituida por ejemplo en torno a un trauma, una gran emoción o un objeto sobreinvestido. O bien, a la inversa de esta pseudoelección exclusiva, la ausencia de elección (ausencia de vel alienante) provoca un deslizamiento indefinido de los significantes. Así pues, puede haber en la psicosis demasiado o demasiado poco tracto entre los significantes. En el fenómeno de la holofrase, "la primera pareja de significantes [S 1-S..2] se solidifica[ ... ] Esta solidez, esta torna en su totalidad de la cadena significante primitiva, es lo que prohíbe la apertura dialéctica",20 el efecto de aphanisis -de "eclipse del sujeto", dice también Lacan- no puede producirse dado que el significante no está libre en su conexión con el otro (no hay represión).
El bloqueo significante Está la forma que asume la significación cuando ya no remite a nada. Es la fórmula que se repite, que se reitera, que se machaca con una insistencia estereotipada. Es lo que podemos llamar, en oposición a la palabra, el estribillo. 21
Hemos visto el ejemplo típico de ello con los significantes "delantal" y "solapas" de Sylvie. La "madre-delantal" y el "padre-solapas" no se amplían más que a "mujer-delantal", "hombre-solapas". El significante, repetido incansablemente en cualquier circunstancia, parece desempeñar el mismo papel que el objeto cortante que el niño aprieta en sus manos, o que los gestos estereotipados que Sylvie ejecuta con los dedos; colma un vacío insoportable, la ausencia de sí mismo que el psicótico no puede tolerar cuando se enfrenta al mundo o a la demanda del Otro. Antes que afrontar la angustia de vivir, el niño autista se abandona completamente a ese vacío existencial.
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Hemos señalado en una secuencia del análisis de Sylvie el momento de fijación del significante "delantal"; éste se agrupó, en el origen, con otros significantes que lo fechan: "nalgas bebé", "galería", "música", "sillón". Ese agrupamiento se hace alrededor del personaje materno no evocado por la niña. Esta familia asociativa se constituye, advirtámoslo, por contigüidad de percepción. Si el niño asoció bien las palabras con las cosas, en ese momento o con posterioridad, las palabras quedaron inseparables de un recuerdo que las fija para siempre para representar al sujeto. Sylvie está enteramente absorbida por la repetición del significante "delantal" que, apartado de su contexto, se convierte en el signo de su existencia corporal, y luego de la existencia de las mujeres en general. Pero no hay ningún escape simbólico que dé a ese delantal el poder evocador de una escena de reencuentros con la madre, por ejemplo. Es lo opuesto delfort-da. Cuando Sylvie ve a su padre extraer los restos de la placenta de la vaca, la angustia de su cuerpo abierto sin límites se reaviva. Todo su "saber" sobre el cuerpo, los orificios, la sexualidad, vuelve a aflorar de una manera interrogativa. Encontramos allí el desorden de las conexiones inconscientes en las familias asociativas: man, manger [comer], maman [mamá], lavement [enema], accouchement [parto]. Las mujeres-delantal y los hombres-solapas ya no son garantes de ningún orden, cualquiera sea. La violación del orificio que ella cree anal la remite a los otros traumatismos: violación de la boca (comer Sylvie) y del ano (el enema infligido por el médico). El objeto, que no pudo borrarse de lo real, se mantiene indefectiblemente adherido a un significante, significante imposible de movilizar y por lo tanto de reprimir. Esos complejos inmóviles son el equivalente de la muerte del sujeto. En la cura, todo intento de interpretación, es decir de introducción de un nuevo sentido que abra el complejo inmóvil, es absolutamente inútil. La niña se aferra al "delantal" o a las "solapas" corno a un salvavidas. Sólo muy pro273
r, gresivamente, gracias al trabajo en la transferencia, veré a esos significantes desaparecer, reaparecer en la circulación y por lo tanto volver a serdialectizables. El objeto volvió a ser un objeto corriente y el significante, trivial. ¿Puede hablarse en ese momento de represión? Tal vez, dado que no reaparecerán en esta coyuntura y cuando Sylvie empre11:d::t una formación profesional en el oficio de la moda quizá podamos descubrir allí un retorno de lo reprimido. Esos significantes-estribillos no son en absoluto una condensación, a la manera de los significantes clave que se encuentran en los sueños, en la encrucijada de varias familias asociativas (cf. el sueño freudiano de la monografia botánica). El delantal o las solapas no remiten a nada más que sí mismos. Tampoco son metafóricos. Así como se habla de mujerniña, de mujer-flor, la mujer-delantal podría muy bien representar el papel de metáfora. Pero eso supondría que los significantes delantal y mujer están separados, y por lo tanto son integrables en una infinidad de cadenas. Dado q~e si un vínculo metafórico puede deshacerse tal como se hace, aquí ello no es posible. Los significantes mujer y hombre quedan ligados a la diferenciación de la envoltura vestimenta. ¡Estamos a años luz del complejo de castración! Por lo demás, es asombroso leer, de la pluma de numerosos autores, que el lenguaje del esquizofrénico es esencialmente metafórico. Se trata de un contrasentido. Asimismo, me parece que el término simbólico utilizadq para calificar las producciones esquizofrénicas debe ser matizado: se trata de una simbólica, pero en ningún caso del orden simbólico en el sentido de Lacan. El vínculo metonímico tampoco es evidente. El delantal no representa a la madre ni a la mujer, en el sentido de una sustitución significante. Una niña puede jugar a que es la mamá o una señora poniéndose los zapatos o el delantal de su madre; son ésos juegos identificatorios en los que un objeto tomado en el cuerpo del Otro viene a dar sentido. Por lo demás, la niña emplea, en la frase que propone el juego, el 274
potencial de suposición: "Yo sería la mamá". En ese caso, el vínculo entre el objeto delantal y los dos significantes "delantal" y"mujer'' no sería ni exclusivo ni inmóvil, podría sostener un fantasma y cobrar más o menos importancia en la vida del sujeto, sin poner enjuego, de todas maneras, su identidad. La psicosis del adulto no está exenta del mecanismo de contracción significante. Así Christian (el matemático), en los momentos de despersonalización intensa, se procura puntos de referencia. Puede entonces sumergirse en la investigación matemática, pero en el hospital, donde se sentía "zozobrar", ya no tenía ese recurso; se convertía en el que leía Le Monde y fumaba cigarros "Habanos", lo que traducía de esta forma: "Erá ese personaje, el señor Mondabanas". Su nombre estaba "grillado", decía, su sentimiento de existencia no descansaba entonces más que sobre esta nueva alianza significante que repetía incansablemente, hasta encontrar una energía nueva para construir un delirio.
Eco y memoria El niño puede restablecer el discurso del Otro en su integridad sin cambiarle nada, del simple sintagma a monólogos enteros. Es dificil saber qué "comprendió" de él. A menudo son los imperativos del otro y los comentarios sobre él mismo los que repite, haciendo así revelaciones a veces asombrosas sobre su medio familiar. Sylvie, en sus momentos regresivos, "era" su madre dirigiéndose a ella: la misma voz, las mismas palabras. Cuando regurgita así las conversaciones del adulto, el niño puede, en un primer momento, parecer notablemente inteligente. Estas observaciones nos sugieren dos advertencias. La palabra es intención de comunicación, implica un trabajo sobre la lengua, es decir una profunda implicación del sujeto, en la elección permanente que tiene que efectuar entre 275
.,... los significantes para hacerlos entrar en el orden lineal del discurso. Pero este orden es también el del pensamiento, que es un querer decir y de be, para hacerse entender, abandonar las asociaciones inconscientes que lo doblan (represión permanente). En el discurso psicótico, al no realizarse ese trabajo de elección, el sujeto puede retomar por su cuenta, sin participación personal, el mensaje del otro: no hay mensaje invertido. Mi otra advertencia va en el mismo sentido. Se refiere a la naturaleza específica de la memoria en el psicótico. Al releer el texto de Freud (carta no 52 a Fliess) y el comentario que del mismo hace Lacan en el Libro III del Seminario, 22 puede ponderarse hasta qué punto la memoria está ligada a la organización inconsciente de los significantes y al principio del placer. El recién nacido y luego el niño hacen esta selección en todas las circunstancias de la vida, a fin de no ser sumergidos en la masa de las percepciones que emanan del exterior o del interior de sí mismos, o en el flujo de los discursos que los atraviesan. Este fenómeno se parece al proceso de "acostumbramiento" puesto en evidencia por los neurólogos. El "acostumbramiento" es la adaptación gradual a una estimulación. En las células nerviosas se indica por un cese o una reducción de la producción de influjos nerviosos. Este proceso implica que el sistema nervioso tiene un papel activo, inhibidor, sobre la difusión de las excitaciones. Al cabo de cierto tiempo, el bebé ya no reaccionará ante la repetición del mismo estímulo visual, auditivo o de otra clase. Parece que, desde el momento en que lo reconoce, su sistema nervioso lo neutraliza. Esto es muy semejante al concepto de paraexcitación de Freud. Es mediante esta selección permanente como se construye la historia del sujeto. Siempre resulta sorprendente escuchar a los propios hijos relatar sus recuerdos de infancia. Detalles percibidos como sin importancia por el adulto pueden cobrar un relieve considerable en la memoria de aquéllos y, a la inversa, verdaderos dramas vividos por sus allegados no 276
dejan en apariencia ninguna huella. En los relatos de recuerdos de infancia, el lugar central es ocupado por el afecto, alrededor del objeto vienen a fijarse los significantes y conjuntamente construyen la memoria del sujeto. Si bien parece que todo está registrado, pocos elementos van a ser susceptibles de formar la trama de los recuerdos, y menos aún de resurgir por un levantamiento de la represión en el análisis. El olvido de los recuerdos de infancia es cosa trivial. Es por eso que el retorno de ciertos recuerdos extremadamente precoces en los niños psicóticos (a los dos meses en Sylvie) parece tan poco creíble. Sin embargo, el hecho es ése. Esta resurgencia es, en mi opinión, la prueba de la existencia de una memoria integral que duerme en el fondo de nuestro ser. En el sujeto normal, lo poco que emerge de esta memoria enterrada sufrió las transformaciones y las represiones que impone la vida; en el niño psicótico, al contrario, las escenas aparecen con una crudeza hiperrealista, como sobre un clisé fotográfico fijado para siempre. Esta "prodigiosa memoria de los psicóticos" (M. Mahler) sigue siendo un fenómeno perturbador. Transformación y represión, sin duda, no desempeñaron su papel de borrado de las huellas. Ciertas experiencias patológicas ponen en evidencia el hecho extraordinario que es nuestra memoria inconsciente. Ignoramos que llevamos en nosotros, inscriptas sin que lo sepamos en nuestro espíritu y nuestras células, todas nuestras experiencias vividas, todas las palabras escuchadas. Bajo la hipnosis, por ejemplo, un sujeto puede ponerse a hablar una lengua "desconocida". La investigación podrá reconocer en ella la lengua en que le hablaba su nodriza en la primera infancia. Muchas experiencias llamadas "parapsicológicas" no son más que retornos velados de esta "memoria perdida". Fui testigo de un hecho similar. En el transcurso de un psicodrama, un joven psicótico cuyos orígenes maternos eran chinos deseó, en una escena, representar el papel de su madre. Se puso entonces a hablar, con mucha exci l;ación, una 277
r-" lengua que se parecía mucho al chino, con sus rupturas de tono y sus acentos tan característicos. Sin embargo, decía no tener más que un vago recuerdo de haber escuchado a su madre expresarse en esta lengua, tal vez cuando, siendo pequeño, lo llevaba a visitar a sus compatriotas a escondidas del padre. Pensamos que esta madre se dirigía a sus niños de pecho en su lengua materna. La reaparición inopinada de ese lenguaje que nuestro paciente decía ignorar tenía algo de alucinante para nosotros, y él mismo se sintió muy perturbado. El niño psicótico parece incapaz de hacer una selección de las informaciones que lo asaltan. El trauma, en todas sus formas, parece la mayoría. de las veces responsable de este impedimento, pero son concebibles otras causas; el niño es entonces como una materia pasiva que registra todo sin discernimiento. De esta ausencia de elección resulta el caos, el objeto se pone a representar solo su parte y se vuelve fero~, y las palabras, por su lado, no aferrándose a nada, declaman en el vacío.
El discurso desencadenado A la inversa de las conexiones significantes inmóviles, puede haber desencadenamiento de los significantes, funciona" miento desbocado de las familias asociativas, remitiendo de, inmediato un significante a una multitud de otros. El siste .. ma topológico funciona con prioridad, y nada llega a detener · esta deriva. Ya no hay "puntos de almohadillado" para "detener el deslizamiento indefinido de la significación". 23 Ese lenguaje descarnado puede volver a aflorar en la. psicosis bajo formas singulares. En los momentos psicóticos agudos -accesos delirantes o estados confusionales, por ejemplo-, el sujeto puede restituir este tipo de registro an de que un delirio organizado llegue a aportarle alguna
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coherencia. Estas manifestaciones nos dan una idea de lo que puede ser el flujo de lenguaje en el cual el sujeto infans está inmerso antes de que se introduzca el orden del discurso y del "buen sentido". Antaño, en los asilos donde permanecían la vida entera, los enfermos mentales, en su ociosidad, emborronaban toneladas de papel. Dirigían esta correspondencia a personajes de los cuales esperaban un auxilio -no encontrando, por lo demás, ningún o casi ningún oído complaciente que los escuchara-, al Procurador de la República, al médico jefe del establecimiento, a veces a los amigos, raramente a la familia (cf. las Cartas de Rodez de A. Artaud o las Cartas de Camille Claudel). Algunos de esos escritos fueron recogidos y publicados con el título de Ecrits Bruts. 24 Se encuentra en ellos lo que constituye la esencia misma del pensamiento y el lenguaje psicóticos. Las asociaciones topológicas, que caracterizan al orden inconsciente, forman aquí la trama desordenada del discurso y le hacen perder toda continuidad lógica: despropósitos, desorganización de la frase, distorsión de las palabras, repeticiones provocan en el interlocutor o el lector un sentimiento de malestar, de incomprensión, de cansancio y, a veces, de rechazo. He aquí algunos extractos. Carta dirigida al señor Presidente de la República, Vincent Auriol, en 1948, por Henri Bes, interno." "Et cet ancien PROFESSEUR DE MATHEMATIQUES, Point, Vincent, (points vains, sans; poins, vain sans,: poings vains, sang; poins, VINCENT AURIOL; POINT vint, sans parti pris, en 1932, m'annoncer la nouvelle de la mort de notre ancien PRESIDENT PAUL DOUMER, l'ayant apprise par radiophonie; Usessaud;) Et cet ancien PROFESSEUR DE MATHEMATIQUES, POINT VINCENT, ancien MAIRE de la 'Reproducimos en primer lugar el texto francés, repleto de juegos de palabras, en especial por homofonía; a continuación, una traducción completamente provisional que intenta dar una lejana idea de cómo suena el original (N. del T.).
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commune de Chapaize, (et par CORPS m'atteint; hep art, corps mat, hein!; et parque «Or» mat, hein! et parque «Or», matin; aie pare, orme atteins; et par COR, m'atteint; haie par corps, mats, he in; et part, corps mat, hein; épars, corps mats, he in; et pare corps mats, hein; et par CORPS, MATE, HEIN!; aie part, corps mat, hein; ET PARQUE, HORS M'ATI'EINT; et pare, Cormatin". [''Y este ex PROFESOR DE MATEMATICAS, Punto, Vincent, (puntos ven, san; punos, van san,; puños van santo; punos, VINCENT AURIOL; PUNTO viene, sin tomar partido, en 1932, a anunciarme la noticia de la muerte de nuestro ex PRESIDENTE PAUL DOUMER, habiéndose enterado por radiofonía; Usessaud;) Y este ex PROFESOR DE MATEMATICAS, PUNTO VINCENT, ex ALCALDE de la comuna de Chapaize, (y parte del CUERPO me ataca; epa arte, cuerpo mat, ¡acá! y par "te" cuero, me ata; y parque, huero ataca; y par CUERNO, me ataca; imparte cuerpo, mat, aca; y parte, cuerpo mat, aca; inarte, cuerpo mata, aca; y paracuerpo mata, aca; y par CUERPO, MEATA, ¡CA!; hay aparte, cuerpo mat, aca; Y PARQUE, FUERO ME ATACA; y pare, Cueromata".]
Carta dirigida al director de un establecimiento por Samuel D.: Descriptest-Descripción de mi mutismo.: Bola de papel apretada en las esquinas, manos. arrojada entravés de la habitación: Representa la Absolvanamuere .... Me hace falta un alojamiento oficial, ofitial pararas pirar, rasprirar; raspirlar, rasprirlar como Realizador, Realizador, veracítico, simple, Weracítico doble ... Quiero estar solo, muy solo ... Demando Mando salir de este Piedraje, abandonarlo; ... no quiero que se lo perpetúe .... me opongo a que se me conduzca, que se me encerradure de nuevo, en, dentro de un Hospicio; no quiero. uno no está en sea casa. Y el tiempo fue espantamiento ... No quiero que me borren de la circulatoda, circulación que todos, todas, todo tienen derecho. Registro de las palabras pronunciadas por Jacqueline ante el médico que la recibe (habla de su compañero):
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El señor Beril me persigue en mis gustos porque tengo moj1>r gusto que él que quiere siempre interceptar etcátera quo ahora es de improviso que no puedo decir las cosas como son que quince años con el señor Beril o catorce eso no se aabo remunerar en una hora y en una hora yo no soy Nostradamua dice pero su entonación me cae en el corazón que yo soy como tú que no sé responderte en seguida dice que hablas muy bajo ahora y que ya no quieres hablar bien alto por qué kelanelestikosti postiramaisi policía secreta de los locos policía secreta también constatar que los makalam de prokalamam prokalastarrokalarlemsbrokelelaisstormmakalaisto. .. ayer fue verdaderamente la persecución pero aquí con todo estamos en lo de los locos que dice J acqueline por qué hablas todo el tiempo de otra cosa cuando te respondo y bien señor helo aquí porque mi pregunta era la buena Cyrano de Bergerac. En estas producciones encontramos la incoherencia, la huida de las ideas descripta por los psiquiatras, las conexiones homofónicas, la desarticulación de los significantes en favor de juegos de palabras que no lo son, las confusiones de personas y palabras: ¿quién habla?, ¿a quién?, ¿para decir qué? El proceso psicótico se muestra aquí en una expresión exacerbada, que tiende a desaparecer con el empleo de la quimioterapia. Este mismo tipo de intrusión del proceso primario puede observarse en estado naciente, podría decirse, en el niño. Los observadores pudieron registrarlo en jóvenes psicóticos en las instituciones: 25 LA EDUCADORA -Yves, tienes las manos llenas de cola. YVEs -La cola, el alcohol... el amigo que te desea el mal (divisa antialcohólica escuchada en la TV). C. (escuchando pronunciar el nombre "Emilio") -San Emilio, San Emilión, ¿veinte millones es mucho? VÉRONIQUE -Un huevo "a la coque" [pasado por agua], a la toca [toque] ... ¡tocado! LA EDUCADORA (dirigiéndose a Yves) -¡Sopla, Yves! YVEs -Sopla, soplaflor, coliflor. ¡No me gustan las coliflores! YvoN (que tiene una rabieta) -Tengo una crisis de cólera,
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,.,.-· una crisis petrolera y muy pronto todo el mundo va a ir en carroza o a pie (alusión a la crisis petrolera). No se trata, desde luego, de juegos de palabras que el niño haría a sabiendas, sino de un habla parasitada por asociaciones en rueda libre que la hacen inepta para la comunicación.
"Un aprendizaje externo" En contrapunto con ese lenguaje desbocado, retomaremos el caso de Christian, quien puede delirar pero de igual modo hablar de su delirio, que puede mantenerse en un difícil equilibrio entre dos mundos, el de la locura y el otro, siempre listo a pasar de uno al otro, pero comentando los dos. Transita así del sueño al fantasma, del fantasma al delirio y del delirio ~PM~e~~~ . Soportó varias internaciones en un hospital psiquiátrico en el transcurso de episodios extremadamente agudos, y sabe hablar mejor que nadie del drama de la psicosis. El retorno a sí mismo que hace entre las crisis, la distancia que toma con respecto a sus síntomas, se ven muy facilitados por el tratamiento neuroléptico que tomó el compromiso formal de seguir regularmente: le impuse esta condición para emprender con él el trabajo analítico. En las sesiones habla de su delirio, de los momentos de extremo goce que este estado le procuraba y de los dolorosos despertares que lo seguían: retomo a un mundo inquietante (contaminación por la mirada, portadora de ondas maléficas), pero sobre todo incapacidad de comunicarse. Su problema es, en efecto, de comunicación. ¿No es la queja principal que nos plantean todos los psicóticos? ¿Cómo comunicarse? ¿Qué quiere decir hablar? Christian expresa este imposible mediante la frase siguiente: "Aprendí a hablar, pero fue un aprendizaje externo", lo que coincide con lo dicho por Lacan: 282
"Si el neurótico habita el lenguaje, el psicótico está habitado, poseído por el lenguaje [...] la relación de exterioridad del sujeto con el significante es sobrecogedora". 26 Christian ataca ese problema con todos los recursos de su saber matemático y su excepcional inteligencia. Dice: Para comunicarme, debo comprender el sistema de pensamiento de la gente, debo mirarme con ese sistema, pero éste es sistemáticamente minado por la mentalidad campesina, su manera de hablar alusiva ... yo consideraba como idiotas los discursos usuales, no me daba cuenta de que es a través de ese discurso como la gente se comunica, las personas son animales extraños. Evoca allí su dificultad para tomar en cuenta el más allá de la palabra, lo que se dice entre líneas. Oscila entre dos imposibles: ora el significante no remite más que a sí mismo, ora remite a todos los demás (topología discreta, topología grosera)27 • Lo expresa así: En un momento, cuando me hablaban de un gato [chat] entendía CHA-CHA, ahora tengo la deformación inversa, procuro saber quién es el gato, qué gato, por qué el gato. Puede así detener su pensamiento sobre dos significantes, tal como Mondabanos, o interpretar hasta el infinito ciertos discursos. Las interpretaciones múltiples lo hunden en angustias de despersonalización. En efecto, ¿dónde está la verdad cuando todas las verdades son posibles? Por ejemplo, luego de una velada en la que es invitado por un científico que debe juzgar su trabajo de investigación, va a recordar y analizar todo lo que dijo esa persona. Si le habló de los rascacielos de Nueva York de los que se rompían los cristales de los últimos pisos, quiso significarle que su trabajo era demasiado ambicioso y que por querer subir demasiado alto uno se arriesgaba a romperse la cara. Al hablarle de un instrumento de música que no sostenía la nota, también lo ponía en guarda. Toda la conversación era así analizada como puramente alusiva e 283
...interpretada en un sentido que podía parecer plausible. A medida que Christian multiplicaba las interpretaciones, yo misma me preguntaba sobre lo bien fundado de sus observaciones: ¿no había advertido en ese hombre alguna perplejidad que hacía eco a sus propias dudas sobre la validez de su trabajo? Resultándole el sistema de pensamiento de la gente impenetrable o demasiado rico de significaciones, Christian va a intentar descubrir sus leyes gracias a la lógica matemática. Lo dice con mucha claridad: "Mi idea es la comprensión de la circulación de información" y, hablando del lenguaje: "Hay dos maneras de ver las cosas, o son fenómenos alea torios o es preciso atribuirles un sentido. Con las matemáticas, está el cálculo de las probabilidades para hacer el nexo entre las dos cosas, se trata de descifrar el azar". Va a consagrarse solo a sus investigaciones para hallar el "objeto matemático" que dé cuenta del funcionamiento del pensamiento, gracias al cálculo de las probabilidades y al estudio de los fenómenos cuánticos. Este objeto matemático debería responder tanto del discurso psicótico como del usual, ¡perturbadora coincidencia con lo que intentamos hacer! Me enfrenté a un mundo que los objetos matemáticos que conocía no describían (alude aquí a su delirio místico extremadamente rico). Procuro fabricar un objeto que corresponda a ese mundo. La experiencia de ese mundo me da la certeza de que ese objeto existe; entre ellogos y el cosmos hay una relación dialéctica[ ... ] Concebí un monstruo matemático que permitiría mostrar que la razón es un proceso como cualquier otro para dirigirse, el sistema de las Pitias no es más aberrante que un proceso racional. Era preciso un marco en el que entraran esas cosas, las posibilidades semánticas están en la realidad objetiva [... ]. De un lado las Pitias, del otro la razón: la coexistencia dolorosa de los dos órdenes es patente en él. Preso en esa contradicción, prefiere la "verdadera" vida, la que tiene en su 284
delirio, pero ésta implica el encierro. Llega el momento en que ya no lo soporta. Hace entonces una demanda de análisis para encontrar el remedio a su locura, con la esperanza de que la "grilla" analítica sea más eficaz que la "grilla" matemática para la comprensión.
El imposible anudamiento No hemos "desmenuzado" el lenguaje de la psicosis sino después de una larga marcha que pormenorizó el nacimiento del objeto. Ahora nos es preciso volver a él para intentar captar lo que, en el psicótico, es un imposible anudamiento de los dos. Puesto que el no ordenamiento del significante que acabamos de mencionar no puede considerarse en sí, es función de la presencia más o menos efectiva de esos objetos que modelan el cuerpo erógeno. De por sí, el lenguaje no puede participar en el ordenamiento del mundo, le hace falta el Otro, el Otro del discurso, desde luego, pero también el Otro del deseo. Henos aquí en el punto más dificil de nuestra búsqueda, en el corazón de la problemática del sujeto, que se ubica en la articulación de su doble causación. En "Posición del inconsciente", Lacan define "las dos operaciones fundamentales [alienación, separación] en que conviene formular la causación del sujeto". Entre el sujeto y el Otro, "el inconsciente es corte en acto", dice, y este corte "comanda las dos operaciones". 28 Esta operación de alienación significante con el veZ al que el psicótico no vuelve, sólo puede concebirse asociada a otra operación, la de la separación del objeto donde se forma la causación del sujeto. Lacan la define así: [... ] estructura del borde en su función de límite, pero también en la torsión que motiva la intrusión del inconscien285
"'"' te [... ) Reconoceremos allí lo que Freud llama Ichspaltung o hendidura del sujeto, y captaremos por qué [... ] la funda en una hendidura no del sujeto sino del objeto (fálico especialmente).29
Esta operación de separación concierne por lo tanto al objeto, la alienación es cosa del significante, la separación es la pérdida del objeto que Lacan, en este texto, presentifica bajo la forma de la laminilla. Ese término de separación no debe prestarse a confusión, no se trata aquí de la separación de los significantes entre sí sobre la cual hemos insistido para analizar la operación de alienación significante, sino de la separación del objeto que comentamos en la primera parte de este trabajo. La complementariedad de esas operaciones se revela en el punto de torsión que nos interroga: "No es cuestión de que el sujeto se lance a la alienación si ésta no se complementa con la ganancia de ser que entraña la separación", dice J.-A. Miller el 9 de marzo de 1983. ¿Qué ocurre con esta "torsión para la cual la separación representa el retorno de la alienación"?30 "¿Cómo puede el sujeto reconocerse en otra parte que en el significan te cuando el Otro del significante no hace más que ocultar la presencia del deseo?", se preguntaba J.-A. Miller en 1983. Hemos visto al psicótico bamboleándose en la lengua, oscilando de la perplejidad a la creencia absoluta, nunca seguro de lo que enuncia, sin poder elegir entre un sí y un no; un "ser" o un "no ser", lo que lo hace dudar de su palabra y de la del Otro, pero también declararla pura verdad. ¿No puede atribuirse esta ausencia de toma de lenguaje; en el sentido de toma de palabra, a un defecto dé constitución del objeto? ¿El punto de almohadillado no sería el peso mismo que el objeto asegura al ser, especie de identificación primera que se constituye al mismo tiempo que se fijan los primeros significantes? Hemos mencionado, en los capítulos precedentes, la fuerza de impregnación del deseo del Otro sobre el sujeto en formación. Si ese deseo es exageradamente perver286
tido, por ausencia o por exceso de goce, por ejemplo, el proceso de separación del objeto es interrumpido y el trabajo de metabolización de los significantes se detiene. Cuando Sylvie es violada en su cavidad bucal y respiratoria, no hay separación posible del objeto oral y el "¡Come, Sylvie!" que atraviesa sus oídos no será entendido en el sentido que le da el discurso común, sino comprendido como un imperativo de autodevoración. El tono de cólera que acompaña a esas palabras no puede sino redoblar el horror del acto sádico. El significante "come" queda entonces ligado exclusivamente al acto de devoración. No hay aquí construcción posible de un fantasma. Para ello, habría sido preciso que el objeto oral fuera apartado y asociado a múltiples combinaciones significantes surgidas de la relación con el Otro (tomar la rica leche caliente, comer la papilla preparada por mamá) como con otros tantos significantes susceptibles de constituir familias asociativas a partir de las cuales el sujeto elaboraría su fantasma. En Sylvie, el objeto no está liberado, la angustia subsiste, no puede formarse ninguna asociación significante. Sólo será exigida la repetición del trauma, en cuanto la misma reproduce indefinidamente el horror del encuentro con el Otro, cuerpo a cuerpo que se convierte en goce obligado. Para que se produzca el sujeto, es preciso por lo tanto que haya habido elisión del objeto (real) según las modalidades que le impone el deseo del Otro (cf. capítulos 111 y IV). Esta pérdida va a efectuarse al mismo tiempo que la registración de los significantes que deben descifrarse. Se introducen familias asociativas alrededor del objeto a, y es sobre estos agrupamientos de significantes que el niño va a hacer el trabajo de señalamiento (conexión~desconexión) que conduce a la introducción de las dos estructuras de lenguaje: estructura topológica del inconsciente y estructura de concatenación de la cadena del discurso, con la represión que esto implica. En el fantasma, esas operaciones han sido llevadas a cabo, el objeto está separado, fundido en la estructura sincrónica y en la cadena del discurso. 287
""". El fantasma se enuncia, en efecto, bajo la forma de una frase (cadena), por ejemplo "Comen a un niño". En ella el objeto no es real, el niño no es un bife; si lo comen, es porque comer tiene múltiples connotaciones significantes (familias asociativas) ligadas al deseo del Otro. El fantasma realiza el anudamiento del objeto y el significante, implica que el sujeto sea pasado por las dos operaciones de alienación y separación, que rematan su división y confortan su posición de extimidad. El fantasma realiza el saber inconsciente, claveteado al cuerpo, que el sujeto desconoce pero que asegura su identidad primera: el sujeto puede estar en él en todos los lugares, sólo por ello ex-siste mejor. Pero no hay nada de eso en la psicosis: conservando el objeto una parte demasiado grande de real, no puede dar sus cimientos al sujeto. Nada llega a poner límite al cuerpo y nada detiene el devanar indefinido de los significantes. Si el niño, desde que habla, transgrede sin vergüenza las leyes del lenguaje porque construyó muy tempranamente su "otra escena", garante de su estabilidad y su seguridad, ~1 niño psicótico, abierto a todos los vientos, teme el poder mortífero de las palabras y las cosas. No posee la "levedad del ser" que confiere el derecho aburlarse de las reglas del bien decir y del buen sentido.
Figuras de la forclusión
Lo que acabamos de enunciar como imposible en el psicótico -imposible separación de significantes entre sí, de donde el acceso dificil a la metáfora, imposible borrado del objeto- nos lleva naturalmente a la cuestión de la forclusión . .Cuando Lacan se interroga, siguiendo a Freud, sobre la castración y la represión en el "Hombre de los Lobos", va a traducir Verwerfung, ese "no quiere saber nada en el sentido 288
de represión", por "cercenamiento";31 el término de forcl usión es más tardío. Y cuando dicta su Seminario sobre las psicosis no posee aún el concepto del objeto a. Lo que rastrea, entonces, es "la no integración del sujeto psicótico al registro del significante", ese "algo que falta en la relación con el significante en la primera introducción en los significantes fundamentales". 32 Habla de "desposesión primitiva del significante"33 y se interroga sobre "la falta de un significante que lleve al sujeto a volver a poner en causa el conjunto de los significantes". Es en el texto de los Escritos, "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis", donde parecerá más evidente la cuestión del deseo. A partir de ese momento, si la forclusión concierne al significante, interesa al deseo. He aquí una de las fórmulas que Lacan propone en ese texto: La Verwerfung será pues tenida por forclusi6n del significante. En el punto donde, ya veremos cómo, es llamado el Nombre-del-Padre, puede por lo tanto responder en el Otro un puro y simple agujero, el cual por la carencia del efecto metafórico provocará un agujero correspondiente en el lugar de la significación fálica. 34
En la escritura de la metáfora, el Nombre-del-Padre viene a sustituir al deseo de la madre. Así, pues, el Nombre-del-Padre in teresa a la vez a la ley del significante y a la ley del deseo: Para ir ahora al principio de la forclusión (Verwerfung) del Nombre-del-Padre, es preciso admitir que el Nombre-delPadre redobla en el lugar del Otro el significante mismo del ternario simbólico, en cuanto constituye la ley del significante.35
Otro del discurso, Otro del deseo. Ley del significante, ley del deseo: estos dos aspectos de la ley signan la castración simbólica. 289
r El significante se nos resbala entre los dedos y nunca lo dice todo, la madre está prohibida, el sujeto debe renunciar a poseerla. En los dos casos, el corte libera al significante y el objeto. La ley es respetada, ley que es por lo tanto a la vez la del discurso y la del deseo. ¿No es el Nombre-del-Padre el doble corte en acto y ~el falo el significante privilegiado de esta marca donde la parte del lagos se conjuga con el advenimiento del deseo"? 36 Esta conjunción de la que habla Lacan es la esencia misma de la metáfora paterna, que anuda ellogos, es decir el significante, al deseo del que el objeto a es la causa. La forclusión del Nombre-del-Padre es el defecto primordial que hace que un sujeto no pueda acceder ni a la ley del significante ni a la ley del deseo. La forclusión corresponde a la vez al mantenimiento del sujeto en una posición de objeto librado al goce del Otro sin que la prohibición del incesto pueda tener fuerza de ley, y a la detención del trabajo significante (doble inscripción, represión) que es para él detención de muerte. En esta configuración no hay una referencia tercera ni surgimiento fálico. · Al querer buscar demasiado la forclusión de la metáfora paterna por el lado de una realidad cualquiera del padre, se corre el riesgo de extraviarse. Esta imposible integración de la ley no puede, en efecto, buscarse en el solo desfallecimiento del elemento tercero que barra el deseo materno. No obstante, quienes se interrogan sobre la forclusión de la metáfora paterna en la perspectiva lacaniana tienen a veces la tendencia a comprometer esta interpretación simplista, olvidando que Lacan habló más adelante de los nombres del padre. Esta imposible castración simbólica que signa la psicosis tiene repercusiones diferentes según la edad en la que se manifiesta. En el sujeto infans, interesará más específicamente al cuerpo. El psicótico adulto puede haber salvado, sin demasiados estragos, la primera estructuración del cuerpo, y asumir mal que bien su imagen especular. La problemática psicótica gravitará entonces en torno a las cuestiones de la vida, la muerte, la identidad sexual, con la angustia que 290
puede despertar la inscripción en el linaje, por ejemplo el acceso a la maternidad o la paternidad. He aquí algunos casos que ahora nos son familiares. Schreber era el objeto a de un padre paranoico, hasta identificarse con una mujer para satisfacer a ese Padre-Dios y encontrar así su propio goce. Esta posición inconsciente, que se mantuvo forcluida durante mucho tiempo, va a aparecer cuando construya su delirio con elementos extraídos de los significantes amos de ese padre. Lacan, en una nota agregada en 1966 a su "Cuestión preliminar [... ]", recuerda la importancia de la identificación de Schreber con el objeto a: Lo que el análisis descubre [...] es el ser mismo del hombre que viene a tomar su lugar entre los desechos donde sus primeros retozos encontraron su cortejo, por cuanto la ley de la simbolización en la que debe comprometerse su deseo lo atrapa en su red por la posición de objeto parcial donde se ofrece al venir al mundo, a un mundo en el que el deseo del Otro hace la ley.a7 Sylvie, a causa de un trauma del que no se repondrá, no podrá tener nunca un cuerpo viviente, con esa vida que va de suyo, en la cual no se piensa. Su cuerpo seguirá siendo a imagen de sus muñecas Barbie, que cambian de identidad al cambiar de ropa. Para Christian, es la muerte la que está en cuestión, no la verdadera muerte, que para él no existe, sino una muerte que es angustia de la nada y que lo habita desde la infancia: El primer sentimiento extraño que tuve de niño fue el miedo a la muerte, no concebía la muerte, era el miedo a la nada, una angustia, la impresión de percibir mi propia nada. Soñaba con que iba a encontrar la vacuna de la inmortalidad, una vacuna contra esa muerte, era un enfoque científico del problema. No concebía lo que era la búsqueda de la dicha, pero debía comprender por qué muero. Fue por eso que elegí dedicarme a las matemáticas. Era preciso que luchara contra la muerte como Pasteur contra la rabia.
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,.. Christian se convertirá en un gran matemático para vencer esta angustia psicótica. La misma falla, el mismo drama se reencuentran en todos estos pacientes. La fractura está donde se funda el ser, más o menos velada por estructuras que la recubren y que permiten al sujeto vivir, a pesar de todo, entre sus semejantes.
¿Por qué, cómo, la psicosis? ¿Por qué esta detención súbita de las operaciones de vida, esta interrupción brutal del proceso de simbolización en ciertas zonas de menor resistencia? Si hubiera una respuesta a este porqué, no podría ser unívoca, tendría que tomar en cuenta los fenómenos psíquicos y el funcionamiento del sistema nervioso central. Pero atengámonos, por el momento, a lo que nos muestra con toda evidencia la clínica: la importancia del trauma. El trauma es lo que hiere, provoca una ruptura, lo que rompe. Puede ser la ruptura brutal del lazo vital con el Otro. Hemos explorado algunas figuras de este tipo, del hospitalismo de Spitz -con las experiencias de separación de los lactantes, que mueren o quedan idiotas- a las rupturas más sutiles, de efectos menos espectaculares pero igualmente destructores. El trauma puede resultar también de la perversión del Otro, que bloquea el proceso de integración del niño manteniéndolo a la fuerza en una posición de objeto. El niño sufre entonces, sin ningún distanciamiento posible, los asaltos de ese Otro y se encuentra entrampado para siempre; la respuesta a esta violencia es en ocasiones el "anonadamiento", como dice Christian. El trauma puede ser igualmente una respuesta al desbordamiento de las excitaciones provenientes del exterior al 292
interior, a la agresión insoportable de las percepciones: demasiado ruido, demasiados gritos, privación de sueño, de alimento, exceso de dolor fisico, asfixia y angustia respiratoria. Esta marejada incontrolable desencadena un efecto de estupefacción del organismo, de detención de los procesos evolutivos. El trauma puede ser considerado también según un modo negativo. Provendría entonces de la ausencia de estimulación, de la ausencia de interés afectivo hacia un niño preso de un medio ambiente deshumanizado. Pero todas estas justificaciones de la aparición de una psicosis no deben hacernos olvidar que nuestras experiencias vividas se inscriben en las células nerviosas de nuestro cerebro. Freud, en su "Proyecto", intentaba construir su modelo psíquico sobre la estructura neuronal del cerebro. J akobson trató de descifrar las modalidades del habla y el lenguaje estudiando las diversas afasias y en la clínica encontramos casos de psicosis en los que no podemos descubrir ningún trauma. El niño pertenece a una fratria en apariencia indemne, ha sido deseado, acogido como los otros; la estructura de los padres no parece particularmente patógena, al menos por lo que se puede descubrir en las entrevistas con ellos en oportunidad de tomar a cargo al niño para un tratamiento psicoterapéutico. Amélie entra en esta categoría. Su madre cuenta que a la inversa de los otros hijos no se movía mucho en su vientre. Al nacer, la niña se presenta como una gran hipotónica, una "muñeca con sonido", un "trapo blando". El retardo psicomotor fue tomado en consideración desde el principio, por lo que es seguida en el plano psicológico y motor. No se descubrió ninguna anomalía cromosómica o de otro tipo. Amélie es inteligente, pero se presenta como una psicótica tratada desde siempre, afectivamente muy dependiente de su familia, de carácter dificil. Los momentos de angustia psicótica se traducen por comportamientos repetitivos: las mismas demandas, las mismas preguntas, las mismas enunciaciones 293
r·· repetidas incansablemente. La problemática del cuerpo fragmentado se agravó a causa de múltiples intervenciones quirúrgicas (trasplantes en la columna vertebral para corregir las deformaciones debidas a la hipotonía), con los largos períodos de inmovilización que implican. Este tipo de psicosis evoca el papel que podría desempeñar un defecto de la organización biológica. El debate acerca del origen "orgánico" de las psicosis sigue abierto y no podemos eludirlo, de la misma manera que no podemos desconocer la importancia de los tratamientos neurolépticos que, cuando son bien llevados, aportan un bienestar evidente a algunos pacientes. Christian no habría podido salir del hospital y emprender su análisis si no hubiera aceptado paralelamente ser tratado así. No será sino algunos años más tarde cuando pueda dejar de tomar medicamentos. Para abordar esta cuestión, me referiré a un artículo de André Bourguignon titulado "Fundamentos neurobiológicos para una teoría de la psicopatología. Un nuevo modelo".38
La estabilización selectiva de las sinapsis Cuando se habla de psicosis no pueden silenciarse los descubrimientos de las tres últimas décadas sobre el funcionamiento del sistema nervioso central (SNC). La teoría de la ESS (Estabilización Selectiva de las Sinapsis) nos interesa en el más alto grado, si bien subsiste mucha oscuridad en sus enunciados. Intentemos poner de relieve sus grandes líneas. La sinapsis de que se trata es la unión entre las neuronas. En su nivel, la transmisión es eléctrica o química, y se realiza entonces mediante los neurotransmisores. Esta teoría pone en evidencia la interacción recíproca de lo innato y lo adquirido, de lo biológico y lo psíquico. La ESS es el proceso mediante el cual la actividad de 294
algunas sinapsis se fija, y ello bajo el efecto de esti m ulaciones internas pero también externas. Dicho de otra manera, la ESS sería la memorización, la fijación de los efectos entremezclados de la doble programación genética (lo innato) y epigenética (lo adquirido), así como de la autoorganizaci6n. La evolución neuronal, el desarrollo del SNC del que forma parte la estabilización sináptica, está ligada a la epigénesis, es decir a las experiencias que vive el recién nacido en el medio intrauterino y luego el niño en su medio familiar y social. A. Bourguignon recuerda que el "Proyecto de una psicología para neurólogos" (Entwurf) de Freud prefiguraba la teoría de la ESS. Freud no habla de sinapsis sino de "barrera de contacto" y supone que, en el sistema de neuronas afectadas a la memoria, las barreras de contacto se modifican de manera perdurable por la repetición de las excitaciones que crea en su nivel un estado de "tracto". "Ahora es en el nivel de las sinapsis donde se busca la explicación del proceso de aprendizaje y memoria". Las sinapsis existirían en estado lábil o estable. La sinapsis conserva su competencia si tiene un mínimo de actividad; si la red no funciona, el programa genético no puede realizarse y las sinapsis degeneran.
Sin entrar en los detalles de esta teoría, vemos ya que todas las experiencias vividas por el niño, todas las estimulaciones venidas del ambiente, de cualquier naturaleza, ya sean perceptivas, emocionales, cognitivas, crean conexiones sinápticas definitivas o lábiles y estructuran así el SNC. De modo que habría una memoria inscripta en la red neuronal. "Esta doble programación genética y epigenética estaría en el origen de la profunda tendencia a la repetición que es lo propio de casi todos nuestros comportamientos", dice el autor. Los circuitos neuronales son sucesivamente inscriptos (esta-
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bilizados) y luego borrados (retomo al estado lábil) para ser reinscriptos en conjuntos cada vez más complejos. Todo ocurre como si toda nueva adquisición entrañara una reorganización general del conjunto. Se trata por lo tanto de autoorganización.
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El acostumbramiento (mencionado más atrás) que permite al organismo aprender y no responder a un estímulo repetitivo que ha perdido su significación, es un ejemplo de autoorganización. Esta se apoya, por lo tanto, sobre el zócalo neurobiológico determinado por el genoma (capital genético) y la epigénesis, para aumentar la complejidad del sistema. Sin extrapolar desmesuradamente, se imponen algunas reflexiones: Es evidente que una gran deficiencia del genoma no permitirá el desenvolvimiento normal de la programación epigenética, a fortiori el trabajo de autoorganización (psicosis y debilidad por insuficiencia del capital genético, por ejemplo lesiones neonatales del SNC). · Está claro que un trauma puede bloquear las conexiones sinápticas por desbordamiento e incapacidad del sistema para tratar un gran número de datos a la vez. La plasticidad del SNC tiene límites, y la programación genética es relativamente estable y limitada. ¿Qué ocurre entonces en el nivel de las sinapsis libres y móviles? ¿Existe una relación entre esta cuestión y la de las imposibles conexiones significantes de la psicosis? Los avatares de la epigénesis, mala calidad o insuficiencia del aporte relacional con la madre y el medio ambiente ponen en peligro el desarrollo mismo del SNC, su estructura fisicoquímica y la actividad de las células, lo que podría explicar la irreversibilidad de ciertos trastornos precoces. En efecto, ¿alguna vez se curó una psicosis? El proceso de autoorganización de la estructura neuronal con el fenómeno de acostumbramiento, ¿no recuerdan extrañamente el mecanismo de la represión? ...
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¿Se pensó que si la quimioterapia interviene de manera ciega y masiva sobre la regulación química de las conexiones sinápticas, el psicoanálisis tiene también un efecto físicoquímico sobre las redes neuronales? Se sabe lo que el psicoanálisis aporta al tratamiento de las enfermedades psicosomáticas graves, de la rectolitis hemorrágica a la epilepsia. Como lo dice Henri Atlan: Al ritmo de los descubrimientos, cuanto más respuestas hay más preguntas se manifiestan ... 39
¿Hay psicosis antes de la psicosis?
El defecto psicótico inherente al ser puede no manifestarse durante mucho tiempo. En el caso de los niños, la psicosis puede revelarse en oportunidad de un acontecimiento en apariencia anodino, pequeña intervención quirúrgica, nacimiento de un hermano, etc., habiendo podido la estructura psicótica pasar inadvertida hasta entonces (niños colmados, a los que les falta la falta). La aparición de la psicosis en un niño puede ser reveladora de la psicosis latente de uno o de los dos padres. Es un caso de manifestación extremadamente frecuente. Cuando el niño es tratado, se asiste entonces a la eclosión de una psicosis en uno de los padres. En el adulto, la psicosis puede declararse en un momento en que el sistema protector que el sujeto ha introducido se derrumba. Esos momentos intensos son aquellos en los que evoluciona la cuestión de su estatuto de sujeto: adolescencia, paternidad, maternidad, etc., pero también aquellos en los que debe "tomar la palabra" cuando, por ejemplo, tiene que manifestarse abiertamente y revelar su verdad oculta detrás 297
~ de las identificaciones yoicas. "Tomarla palabra, dice Lacan, entiendo la suya, todo lo contrario de decir sí, sí, sí a la del vecino", 40 ya que decir sí, sí, sí al vecino, vivir "en un capullo como una polilla" es algo en lo que muchos psicóticos no declarados se destacan. ¿De qué está hecho el sistema protector? De la permanencia, de la estabilidad y la tolerancia del ambiente, de la poca exigencia de los allegados frente a un sujeto al que se siente retraído y frágil, pero sobre todo de lo que este mismo sujeto ha. construido, digamos la palabra poco apreciada por los analistas, de su personalidad. ("Recordemos que la persona es una máscara", dice Lacan.)41
El yo en la psicosis
Hemos hablado poco del papel de la estructura yoica en el psicótico, que constituye sin embargo uno de los debates esenciales de la literatura analítica: ¿qué ocurre con el yo, el superyó, el ideal del yo, la fuerza del yo, las defensas del yo, el derrumbamiento del yo en la psicosis? Hemos seguido la orientación lacaniana, que privilegia el estudio del sujeto. Las estructuras yoicas, sin embargo, van a desempeñar un papel en el momento de eclosión de la psicosis, la forma que ésta asumirá y su cicatrización. La identificación con el ideal del yo es importante en el psicótico. Eventualmente, éste encontrará un modelo identificatorio en el ideal del yo del analista, a saber la teoría. Pues el trabajo analítico permite también "reparar" los estragos causados por el estallido del sujeto, por ejemplo en el transcurso de un episodio agudo. Así, algunos psicóticos, luego de muchos años de tratamiento psicoterapéutico, se vuelven imbatibles en cuanto a la teoría analítica, hasta llegar a dar la impresión de que el conocimiento que tienen puede hacer en ellos economía de una organización delirante. Se les ve 298
interpretar su conducta, ser ellos mismos sus propios terapeutas, al punto de no recurrir al verdadero -a aquel que sigue siendo su principal "testigo", su "punto fijo", como decía Christian- más que cuando lo juzgan indispensable. Una "vieja" psicótica, después de más de diez años de tratamiento, me decía, en referencia al saber que había adquirido sobre su psicosis y que se negaba a revelar a cada nuevo médico del dispensario: "Compréndame, es inútil contarles todo a esos jóvenes que no entienden nada, ahora sé a qué sostenerme, a qué atenerme". El lapsus decía la verdad. Para ilustrar la importancia de las estructuras yoicas en la psicosis, retomaré el caso de Christian. Durante veinticinca años vivió como cualquier hijo de vecino, ocultando sin embargo a sus allegados sus angustias y sus preocupaciones metaftsicas (la muerte, el anonadamiento), así como unos esbozos de delirio de persecución. Describe muy bien el "personaje" que se había fabricado: siempre se aplicó a representar el papel de "bromista genial" que había endosado desde la infancia, y se dice perdido "si sale de ese personaje", Así es como habla de ello: En el internado, necesitaba a los compañeros para escapar a la qepresión, tenía el papel de bromista genial, eso me gustaba, es un papel que siempre procuré volver a desempeñar. Estoy muy apegado a la imagen de mí vista desde el exterior, estaba cortado y atento a esta imagen de mt. [... ] Me siento diferente a los demás y debo trat::J.l' de ser como ellos, lo que me obliga a hacer un ejercicio de estilo.
¿Se puede expresar mejor la importancia y la fuerza de las identificaciones imaginarias al mismo tiempo que su fragilidad? Christian dice a menudo cuán atento estaba amantener esa imagen de sí mientras que estaba cortado de ella, como a distancia, callando sus angustias y sus temores casi delirantes, en especial en el plano de la mirada. La función estructurante del ideal del yo, que había reservado a las matemáticas, lo sostuvo duran te muchos años, pero ese ideal 299
,.,. estaba minado desde el principio, pues llevaba en su seno el germen de su fracaso: no se hace matemáticas para vencer a la muerte. Cuando apareció el proyecto de "hacer una empresa de conocimiento total", hizo "explotar" el sistema (es el término empleado por él). El acontecimiento se produjo cuando debió "tomar la palabra", es decir defender su trabajo de investigación frente a un personaje que iba ajuzgarlo (¿encuentro de Un-padre?). Perdía al mismo tiempo a su amigo de siempre, "su doble", como decía, quien se negó a seguirlo en el camino en que se internaba, a saber hacer de las matemáticas esa "empresa de conocimiento total". Tuvo el "vértigo del éxito" del que habla Lacan en Las psicosis. Christian, en efecto, lo había logrado todo hasta ese momento, "era y seguiría siendo el primero, decía, el mundo le pertenecía". Entra entonces en una psicosis aguda que durará tres años, durante los cuales vivió una experiencia delirante con temas místicos y matemáticos. En ese delirio tenía por fin su lugar en un mundo que cobraba sentido: "Como Pitágoras, dice, yo había reunido los elementos irracionales místicos y la razón". En el Seminario de las psicosis, 42 Lacan insiste sobre la relación imaginaria dual que se mantiene en el psicótico, a falta de mediación simbólica. Esa relación dual implica la violencia del enfrentamiento especular o la fascinación de la captura imaginaria. Estas posiciones son siempre prevalecientes en la psicosis y van a marcar con su sello la naturaleza de la transferencia. La cuestión del superyó será evocada en referencia a Sylvie.
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Notas l. J. LACAN, Écrits, pág. 670. 2. !bid.' pág. 714. 3. N. CHARRAUD, Ornicar?, n° 36. 4. J. LACAN, Le Séminaire, libro III, pág. 236. 5. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 28. 6. J. LACAN, Écrits, pág. 881. 7. !bid., pág. 386. 8. Russell GRIGG, Ornicar?, no 35. 9. J. LACAN, Écrits, pág. 507. 10. !bid., pág. 807. 11. R. JAKOBSON, Questions de poétique, Editions du Seuil, "Poétique", 1973, pág. 137. 12. J. LACAN, Le Séminaire, libro III, pág. 156. 13. J. LACAN, Séminaire sur "Les formations de l'inconscient" (1958), Bulletin de Psychologie, no 154, 155, 156. 14. J. LACAN, Le Séminaire, libro III, pág. 32. 15. !bid., pág. 149. 16. J. LACAN, Écrits, pp. 840-841. 17. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 192. 18. !bid., pág. 199. 19. !bid. 20. !bid., pág. 215. 21. J. LACAN, Le Séminaire, libro III, pp. 43-44. 22. lb id.' pág. 172. 23. J. LACAN, Écrits, pág. 805. 24. Écrits Bruts, textos presentados por Michel Thévox, PUF, Perspectives Critiques, 1979. 25. Alfred y Fran~oise BRAUNER, L'Expression poétique chez l'enfant, PUF, 1978. 26. J. LACAN, Le Séminaire, libro III, pág. 284. 27. N. CHARRAUD, op. cit., pp. 36-37. 28. J. LACAN, Ecrits, respectivamente pp. 828-829 y 828. 29. !bid., pág. 842 ("torsión" subrayado por nosotros). 30. !bid., pág. 844. 31. !bid., pág. 386. 32. J. LACAN, Le Séminaire, libro III, pp. 285-286. 33. !bid., pág. 229.
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r-· 34. J. LACAN, Ecrits, pág. 558. 35.1bid., pág. 578. 36.1bid., pág. 692 ("conjuga" subrayado por nosotros). 37.1bid., pág. 582. 38. André BOURGUIGNON, en La Psychiatrie de l'enfant, vol. XXIV, 2/1981, pág. 445 y ss., PUF. Todas las citas están extraídas de este artículo. 39. Henri ATLAN, A tort et a raison. lntercritique de la science et du mythe, Seuil, 1986. 40. J. LACAN, Le Séminaire, libro 111, pág. 285. 41. J. LACAN, Ecrits, pág. 671. 42. J. LACAN, Le Séminaire, libro 111, pp. 101 y 230.
VII ¿CURAR LA PSICOSIS?
La pregunta no deja de planteárseles a quienes tienen un supuesto saber sobre ella: ¿Curar qué? ¿Curar a quién? Los síntomas ya no son lo que eran, y la concepción del sujeto cambió mucho. La evolución de las costumbres hizo desaparecer de nuestros consultorios a las bellas histéricas que conocieron Freud y Charcot; la quimioterapia ha modificado las manifestaciones de la locura; el tratamiento precoz, psicoterapéutico e institucional de las psicosis infantiles transformó su devenir. Algunos de los niños a los que antaño se decía retrasados mentales se convirtieron en adultos que presentan una sintomatología desconcertante, aún mal conocida. A causa de esta evolución, la nosología, el pronóstico y las perspectivas de la psicosis se han modificado profundamente, el término curar se vuelve obsoleto y emergen otros significantes: cicatrización, estabilización, neurotización, reinserción, etcétera. ¿Qué ocurrió con Sylvie? La dejamos al salir de la infancia. Tiene once años, frecuenta un externado durante la semana, en la que vive en lo de su abuela, y vuelve con su familia los fines de semana. Los padres hacen entonces gestiones para que ingrese en una institución reputada por ser la única del mundo capaz de comprender a los niños psicóticos y de saber 302
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tratarlos: "Le preparan un paraíso terrenal", dicen. ¿Cómo llegaron a esa decisión? La evolución de Sylvie en el análisis nos ayudará a comprender mejor ese desenlace.
De la psicosis a la perversión En nuestro primer capítulo hemos analizado el lugar que ocupaba Sylvie para su madre. Frente a un padre todopoderoso al que adoraba, la señora H* se había callado, sometiéndose al orden paterno, e iba a exigir que Sylvie lo hiciera a su vez. A su vuelta, cuando la niña tiene seis meses, la señora H* está fascinada por la escena salvaje de atiborramiento, y la evidencia estalla: la beba tiene mal carácter, es preciso "ponerla en vereda". Lo que fue decisivo en la aparición de la psicosis es que un comportamiento traumatizan te haya sido retomado por el gran Otro, que iba a darle un sentido y a vincularlo a su problemática inconsciente. N o todos los niños maltratados en el plano corporal se vuelven psicóticos; es evidente que hace falta otra cosa. Se libra entonces una lucha a muerte entre perseguido y perseguidor. Las dos viven en un círculo en el que nadie penetra, lo mismo el padre que los demás, con la excepción del analista que va a quebrarlo. El padre de Sylvie es cómplice de esta situación: ¿quién le habría mandado meterse en este lío?; por otra parte, los hijos son asunto de las mujeres y Sylvie es asunto de su madre ... de las madres, la suya y la de Sylvie. En la cura, esta relación de enfrentamiento especular va a evolucionar. Sylvie no está completamente "rota", reanuda su vida y va a manifestarlo. Multiplica las "escenas" con su madre, al mismo tiempo que está más calma fuera de su presencia e incluso puede frecuentar el jardín de infantes. En el análisis, escucha a su madre y descubre a la vez la 304
pregunta -¿qué espera de mí?- y la respuesta -que siga siendo su objeto de goce-. La prosecución del análisis le va a permitir descentrarse de su posición de objeto librado al goce del Otro, retomando por su cuenta esta identificación para hacer de ella un imperativo de goce. En el análisis, construye poco a poco, con dificultades, sus objetos a. Su cuerpo toma forma, se ve por fin en el espejo y ya no se siente anonadada por la angustia. Va entonces a jugar una partida cautelosa con su madre. Va a exigir la realización de lo que aparecía como un fantasma materno. De "Ponen en vereda a un niño" se pasa a "¡Quiero que me pongas en vereda, fuérzame, grita aun más fuerte, oblígame a comer!" Escuchó que su madre decía: "Soy yo quien debe hacer todas las reacciones de mis hijas". Escuchó también estas terribles palabras: "No puedo más, no sé de qué soy capaz, es ella o yo". Sylvie las toma al pie de la letra y lanza una especie de desafío al orden materno en el que los niños deben someterse o desaparecer. Le dice: goza, sé mi amo, me pongo (literalmente) en tus manos, hazme vivir o mátame si te atreves, me hago el objeto de tu goce. Este objeto está separado del fantasma, dice Lacan, quien habla así de la perversión: Acentúa apenas la función del deseo en el hombre, en cuanto éste instituye la dominación, en el lugar privilegiado del goce, del objeto a del fantasma por el que sustituye el Jt [... ] Sólo nuestra fórmula del fantasma permite poner de manifiesto que el sujeto aquí se hace el instrumento del goce del Otro (Ecrits, pág. 823).
Al hacer de su cuerpo un objeto fetiche para el goce del Otro, impone así su ley a cambio. Ya no desaparece en la identificación con el objeto a sino que, al contrario, la reivindica de manera provocadora. Del trauma inicial que permaneció inscripto en su cuerpo de niña psicótica hace una exigencia de violencia, reclama 305
r una repetición, bajo la forma del desafío. Esta violencia se parece cada vez más a esos rituales masoquistas en los que los participantes saben hasta dónde llegar para que no ir demasiado lejos. El sufrimiento, el dolor, sí, pero no la muerte. Sylvie instituye una especie de contrato tácito. Quiere ser obligada, pero sólo con ciertas cosas, en ciertas condiciones y con ciertas personas: en primer lugar su madre, luego sus educadores; en cuanto a los demás, no deben tocarla, al menor contacto grita que la violan o la persiguen. Esta manera de ser que se vuelve cada vez más insoportable para sus allegados es, de hecho, su manera de buscar la "comunicación" (cf. Christian). A mi pregunta:"¿Por qué eres tan <~odida con tu madre»?" (leitmotiv del padre), responde: "¿Tendré alguna vez a mi mamá si no la busco?" Esta exigencia pone al otro, sobre todo a la madre, en una posición insostenible. Si acepta la violencia sobre el cuerpo de Sylvie, incluso si intenta hacerlo con humor, es el engranaje sádico y el acaparamiento total. (¡Sylvie se convierte en un tirano mucho más tiránico que el verdadero, el padre.de la señora H*!) Si se rehúsa a prestarse a ese juego, es la muerte, pues Sylvie detiene todas sus funciones fisiológicas: alimentarse, beber, ir al baño, etcétera. Ahora es ella quien escruta la angustia en el rostro del Otro. Si bien esta problemática puede tener una forma perversa, no se trata aquí de perversión en sentido estricto. Antes bien, estamos en un proceso de redisposición de la estructura psicótica, en una tentativa de salir del túnel. Es en la relación con la Ley donde la diferencia es manifiesta. Si el perverso plantea un desafío a la Ley -Lacan insiste en ello- es porque no ignora nada de esta Ley. Está perfectamente inscripto en la problemática edípica, mientras que, en Sylvie, todo acercamiento a la castración simbólica es impensable. En ella no hay Ley que constituya una barra al gran Otro. La Ley es para ella el superyó materno, con sus imperativos feroces, heredados de un abuelo mandón, siempre allí para imponer sus opiniones. De hecho, Sylvie y su madre son las hijas pervertidas de un maestro de aforismos, 306
cuyo poder es también el del dinero, y realizan bajo su mirada un juego minado de antemano, Después de varios años de ese juego, el anhelo expresado al principio por el abuelo, "A estas niñas hay que mandarlas a Suiza", va a realizarse. La estructura subyacente a esta posición pseudoperversa se revela en la angustia que subsiste a través de la relación de Sylvie con el mundo y los demás. Fundamentalmente tiene miedo y pide ser protegida: miedo a la violencia de los nifíos en el colegio, miedo a los objetos que se ponen a vivir, miedo a los animales, miedo a la noche, al día, miedo a las palabras. Esta aparente contradicción le vale molestias, dado que, en buena lógica, ¡no se puede tener miedo cuando se manifiesta tanta exigencia, reivindicaciones y agresividad! Esta posición va aparejada con el reordenamiento del mundo que va a operar: de un lado los buenos, del otro los malos, especie de esbozo de delirio paranoico que logra hacer compartir a su familia. La institución, con sus educadores y sus niños, se convierte en una guarida de malvados que la atacan y persiguen. Los educadores son incapaces, cómplices de esta violencia. ¿Acaso no hablan de buscarle una familia de acogida, ante el desfallecimiento de la abuela, agotada por las exigencias de su nieta? La analista misma se vuelve sospechosa: si la abuela desfallece, ya no soy "suficiente", haría falta que me ocupara de ella todo el tiempo y, cuando pido un poco más de reflexión o de preparación para esa partjda que me parece muy precipitada, se interpreta esto como una hostilidad de mi parte a ese proyecto.
La partida de Sylvie De modo que la obsesión de Sylvie es ser "protegida". N o deja de hacerme preguntas a ese respecto: "¿Proteges a tus 307
r hijos?", "¿Tu marido te protege?", "¿Por qué mis padres no me protegen?" La protección que reclama va a encontrarla en la Escuela de X, que es un verdadero asilo contra la agresión del mundo, un sitio al abrigo de la violencia, un lugar donde el precepto fundamental es el respeto a los niños, principio que los padres ponen en primer plano en oposición a lo que sucede en las instituciones francesas. Sylvie hará con sus padres uno o dos viajes a X, para tomar contacto con la Escuela. Se perturba, se inquieta, me pregunta si es un país de forzados (creo que se trata de ser "forzada" o no) y me declara que allí se va a morir de hambre. Luego todo el mundo se pone de acuerdo en la admisión, incluida ella. Esta decisión fue facilitada por el hecho de que una joven educadora, que habla francés, va a iniciar a Sylvie en la lengua del país. Lise es bilingüe y aprendió francés cuando era muy chica con una madre de este origen. De entrada, se siente atraída por Sylvie y muy dispuesta a ocuparse de ella. Sylvie asombra, intriga, no se parece a los otros niños de la Escuela de X. Las cartas me dicen que allí prosiguen "el notable trabajo" que hizo conmigo, que sigo presente en su "discurso interior" y en el pensamiento de los educadores. De esta forma, Sylvie va a tener lo que siempre había soñado, una presencia constante junto a ella. Lise, su educadora, está ahí casi todo el día y a menudo a la noche, es de una dedicación ejemplar y la ama "como a la niña de sus ojos". Le enseña la lengua del país, que Sylvie hablará luego de sólo ocho meses de estadía. En cuanto a la comida, Lise va a jugar con ella a forzarse una a otra, pues en la institución no fuerzan a los niños, se "influye" sobre ellos. Se ocupa también del cuerpo de la niña, que vuelve a aprender a caminar bien con unas plantillas especiales; su cintura cobra flexibilidad y ya no se desplaza como una sonámbula. Lise se quedará varios años junto a Sylvie y prolongará un año su trabajo en la Escuela de X para no abandonarla demasiado pronto. Durante el primer año la niña no verá a ningún miembro de su familia, las visitas están prohibidas. Los siguientes, 308
sus padres pasan algunos días de vacaciones en la ciudad de X, cerca de la Escuela; luego ella pasará una cortas estadías en Francia. Permanecerá diez años en la institución X. Regresa, y su madre sigue tan inquieta como siempre por lo que puede pasar. Los psiquiatras consultados en Francia hablaron de una familia de acogida (como hace diez años) para que la muchacha pueda llevar una vida más autónoma, reaprender el francés y tal vez iniciar una formación profesional. Pero la vida es dificil cuando ya nada te protege. "Habría que encontrar otra Lise que se quedara junto a ella", dicen. La historia de Sylvie es singular. Esta niñita de tres años, que presenta una psicosis grave, es tratada en primer lugar por el psicoanálisis, luego ingresa en unos externados médico-pedagógicos al mismo tiempo que prosigue el trabajo analítico. A los once años es apartada de la mañana a la noche de su medio, de su familia, y se va a vivir diez años en un internado muy lejos de su país de origen. A su vuelta, se presenta un poco como esos adultos jóvenes que han declarado una psicosis en el momento de la adolescencia. Conservan una especie de fragilidad, con identificaciones yoicas que pueden dar ilusiones, pero corren el peligro de hundirse ante los incidentes de la existencia. No por ello el resultado es menos alentador para una psicosis infantil muy precoz con manifestaciones de autismo.
La experiencia de otra institución La experiencia de Sylvie me lleva a valerme de una experiencia realizada desde hace treinta años junto a jóvenes psicóticos en una institución que tiene la misma estructura que la escuela donde ella estuvo. La sobrevaloración del trabajo hecho en el extranjero me incita a hablar de esta realización para destacar su originalidad e interés. Esto nos llevará a 309
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comparar dos enfoques diferentes de la psicosis con sus consecuencias prácticas en cuanto al tratamiento del joven psicótico. La Escuela de X está asociada a la Universidad. El director y los educadores son profesores o alumnos de ésta en procura de la obtención de un diploma. Los niños que no están demasiado aquejados tienen la posibilidad de seguir cursos en los locales mismos de la Escuela. Si bien la teoría psicoanalítica está presente en el enfoque que tienen allí ele la enfermedad mental, no hay tratamiento psicoanalítico ele los niños, siendo el trabajo antes que nada pedagógico. Lª idea del fundador era que el comportamiento psicótico era una respuesta a un mundo de frustración y violencia; si el mundo cambia, el comportamiento desaparece, de donde el proyecto de no ocuparse más que del niño, de separarlo de su medio familiar y brindarle un ambiente acogedor, permisivo y tranquilizante. El niño puede repetir indefinidamente sus síntomas, éstos son tolerados e incluso alentados, pues se supone que lo protegen de un terror demasiado grande. Nadie lo urge a renunciar a ellos, el tiempo no cuenta. Esta nueva experiencia de vida debe llevar a un nuevo · nacimiento. El fantasma de "renacimiento" implica que el primero se borre, que el pasado desaparezca. Es preciso por lo tanto que el niño sea radicalmente apartado de sus padres. Durante el primer año, la separación es total; no obstante, los padres recibirán informes sobre el comportamiento de su hijo (no olvidemos que ellos envían el dinero de la pensión, que es mucho). Cuando el niño desea asumir esta separación (se supone que Sylvie lo hizo a su llegada), esto se interpreta como una demanda de curación, y se dice de él que es valeroso y está listo al sacrificio. Escuché un comentario muy despréciativo del Director sobre un niño que lloraba y reclamaba a sus padres. La educadora que relataba la cosa escuchó que le respondía: "Es porque usted no lo ama lo suficiente". En esta actitud subyace una condena implícita de los padres. Sylvie 310
conoció en la Escuela X una época en la que todo lo que había sido su vida anterior era lo "malo" que tenía que olvidar. ¿Es posible dejar desarrollar impunemente y estimular ese proyecto? ¿Verdaderamente es posible pensar que unos buenos padres-educadores van a reparar los estragos cometidos por los "malos padres" y a permitir que el niño vuelva a empezar de cero? Esta posición me parece puramente imaginaria y no tiene en cuenta en absoluto lo que nos enseñó el psicoanálisis sobre el complejo de castración y el trabajo de identificación que se opera en él. Las clínicas de la "Fondation Santé des Etudiants de France" están asociadas, como la Escuela X, a la Universidad. Existen varias, en París y en las provincias. Aquella donde trabajo desde hace veinte años toma a su cargo, en internado o en hospital de día, a estudiantes afeCtados por trastornos psicológicos, neurosis graves o psicosis. Incluye un departamento de estudios, con profesores que trabajan para adaptar su enseñanza a este tipo de alumnos. Muchos tienen una formación psicoanalítica e intentan, en colaboración con los asistentes, llevar a buen puerto ese dificil trabajo de aprendizaje escolar o universitario para sujetos profundamente perturbados. En colaboración con los trabajadores sociales, se esfuerzan a continuación por facilitar la formación profesional y la inserción social de los pacientes. Los pensionados son repartidos en varios servicios, compuestos por el médico institucional de tiempo completo (la gran mayoría son psiquiatras de formación analítica), internos y el equipo asistente, enfermeros, enfermeras, psicólogos, asistentes sociales, especialistas en psicomotricidad, etcétera. Un poco aparte, el grupo de los médicos psicoterapeutas -todos psicoanalistas- toma en tratamiento a los pacientes que les derivan los médicos institucionales. Los pacientes pueden comenzar el tratamiento durante su hospitalización, continuarlo después de su salida o durante su estadía en el hospital de día. Los analistas los atienden cara a cara cuando 311
r se trata de psicoterapia analítica o echados si hacen un análisis. Algunos de ellos practican el "psicodrama analítico individual", en el que el paciente aporta una idea, un fantasma, un tema que pone en escena y representa con un equipo de terapeutas psicoanalistas. El enfoque terapéutico es por lo tanto muy diversificado y la perspectiva totalmente diferente a la de la Escuela X. Puesto que si la regresión psicótica es aceptada y comprendida, sin embargo no es favorecida. Existe un pequeño servicio cerrado para "poner al abrigo" en caso de crisis, pero no se hace nada para perpetuar los síntomas, sino todo lo contrario. El tiempo es precioso en un período de gran actividad psíquica como la adolescencia, de donde un a poyo muy activo en los estudios y la existencia de ayuda psicológica bajo formas diversificadas.
La familia Si bien hay separación de la familia para eljoven que ingresa a la clínica, no hay corte, todo lo contrario. Puede volver a su casa durante el fin de semana, y va a hacerse un importante trabajo para liberar las identificaciones mortíferas en las que permanece entrampado. Ese trabajo se realiza con el médico institucional, asistido por otros miembros del equipo que reciben al paciente con su familia. Este enfoque de la familia es conducido según modalidades propias de cada uno pero que, con poco más de una excepción, no tienen el carácter de terapias sistémicas. El paciente elabora en general una primera toma de conciencia (así como lo hizo Sylvie al escuchar a su madre hablándome) de su posición de objeto atrapado en la constelación familiar. Estas entrevistas van a redistribuir las cartas, desplazar las cargas y descentrar al paciente del lugar que 312
ocupaba en el seno de un grupo cuya cohesión reforzaba, al mismo tiempo que su propio encierro. Podrá entonces hacer una demanda personal de psicoterapia, demanda tan problemática en el psicótico. Puede suceder que esos pacientes vuelvan a representar en el psicodrama las conversaciones familiares, ocupando sucesivamente el lugar de todos los protagonistas, lo que les permite evaluar las identificaciones irn!:>.ginarias que los sostienen. Elj u ego tiene un efecto revelador, con sus quid pro quo, sus falsos reconocimientos, sus lapsus, sus silencios, sus actos fallidos, sus expresiones emocionales. Lo importante es que todo eso se hable y luego se retome en el cara a cara con el analista director del juego. Se trata claramente de un trabajo analítico, el pasaje alternado del juego escénico al discurso asociativo con el analista permite al sujeto un señalamiento simbólico, que se apoya sobre un imaginario que se rehace al mismo tiempo que se deshace. Simultáneamente, se trata de un trabajo psicoanalítico en esos jóvenes pacientes que van a retomar con posterioridad, en la cura analítica, los elementos de un episodio delirante, a la manera del análisis de un sueño. Pues con mucha frecuencia es después de un acceso delirante, y a veces después del paso por un hospital psiquiátrico, cuando ingresan a la clínica. N o hay nada de eso en la concepción de la Escuela X. Si bien tenemos en cuenta la importancia de las identificaciones yoicas en cuanto "muletas" para el psicótico, las consideramos necesarias pero no suficientes, y nuestra meta no es reforzarlas a cualquier costo sino intentar un anudamiento con el orden simbólico. La diferencia estructural que mantenemos entre el gran Otro y el pequeño otro nos permite discernir, en el análisis del psicótico, lo que se refiere a su relación con el gran Otro y lo que corresponde al orden imaginario, identificación especular con el pequeño otro en particular (cf. Christian y su doble). Contar únicamente con la segunda, "enseñar al psicótico a reprimir", a reforzar sus identificaciones imaginarias, como 313
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Sylvie con Lise ("hacer parecido", decía Sylvie), equivale a consolidar una construcción artificial para ocultar una alienación tanto más grave por el hecho de que nunca saldra a la luz. Esta apuesta de tomar a los psicóticos en análisis, en la institución y luego de su partida, se realiza desde hace treinta años. No haré estadísticas para apreciar los resultados. Pero no hablemos de "curación", como se jactan algunos. Más bien de estar mejor, de vivir mejor, de una vida no exenta de sufrimiento pero a la que pueden manejar por sí mismos, que permite que ocupen su lugar en la sociedad y ya no en el asilo.
Las paradojas de la psicosis Una "paradoja" (de para, contra, y doxa, opinión), opinión "contraria a la opinión común", según dice el diccionario, es una formación que une lo inconciliable, lo contradictorio. Hay siempre paradojas en lo que se denomina ambivalencia, ambigüedad, antinomia, discordancia. Numerosos autores 1 hacen de este funcionamiento mental y de este modo de comunicación una característica esencial de la psicosis. Algunos llegan hasta prescribirla para sacar al esquizofrénico de su propio funcionamiento paradójico. 2 Después del viaje alrededor de la psicosis que acabamos de realizar, intentemos enunciar algunas de estas paradojas. El esquizofrénico no está esquizado más que porque no ha llevado a cabo su esquizia, el psicótico se siente dividido sólo porque no lo está y el sujeto sano no cree haber escapado a la alienación sino porque ha logrado la suya. Lacan no dejaba de recordar la paradoja, a la cual nos enfrenta el psicótico, que es el funcionamiento mismo del inconsciente. En 1976 decía lo siguiente:
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¿Cómo no sentir todos que las palabras de las que dependemos nos son de algún modo impuestas? Es claramente en eso en lo cual aquel al que se llama enfermo va a veces más lejos que quien se denomina hombre normal. La palabra es un parásito. La palabra es un enchapado. La palabra es la forma de cáncer de la que está aquejado el ser humano. ¿Por qué un hombre llamado normal no se da cuenta de eso?3
La locura puede concebirse entonces como verdad del hombre, verdad de un saber que cada uno lleva en sí sin saberlo y que lo conduce ciegamente hacia su destino, ese saber que Lacan evocaba con estas palabras terribles: Un saber que no entraña el menor conocimiento, en el hecho de que está inscripto en un discurso del que, como el esclavomensajero de la costumbre antigua, el sujeto que lleva bajo su cabellera el codicilo que lo condena a muerte no sabe ni su sentido ni su texto, ni en qué lengua está escrito y ni siquiera que se lo tatuaron en su cuero cabelludo afeitado mientras dormía. 4
El sujeto tiende a ignorar la división que lo funda, mientras que el psicótico no puede desconocerla, pues vive su alienación a cada instante en lo que tiene de imposible para él. El es ese saber mismo del inconsciente que lo mantiene en la contradicción, y a veces en la disociación. Al no poder desconocer su alienación, ¿sería el loco, por lo tanto, el único hombre libre? "Los hombres libres, los verdaderos, son los locos [... ] es por eso que en su presencia ustedes se sienten con justa razón angustiados". Al sostener esa paradoja frente a una asamblea de psiquiatras poco preparados a escuchar un discurso semejante, Lacan no podía, a su turno, aportar sino molestia y angustia. Si el psicótico desvaría, es verdaderamente porque nos remite a nuestra propia locura, que es la verdad que llevamos en nosotros y que no dejamos de mantener a distancia mediante la represión. La mentira que alimentamos signa nuestra normalidad y nos permite la comunicación con 315
r nuestros semejantes: "El hombre que en el acto de palabra corta con su semejante el pan de la verdad comparte la mentira", 5 decía Lacan. Sólo el bufón* del rey puede decir la verdad, pero esta verdad no la revela sino bajo el aspecto de chistes, farsas y payasadas, que son otras tantas formas caricaturescas de la locura. Al hombre sano no le gustan las paradojas más que en la medida en que se burla de ellas o las domina mediante la inteligencia: sofismas, contraverdades, mistificaciones, humor son otras tantas maneras de escapar a la significación profunda que encubren. La frecuentación de los psicóticos es una confrontación permanente con un pensamiento amasado con paradojas. Al abolir las leyes de la lógica, al salir del sistema de codificación que permite la comunicación, el psicótico se postula como representante viviente del inconsciente. Si bien no interpreta como el analista, entrevé qué contradicciones habitan a ese otro que le habla, y cuando las revela salvajemente se atrae las peores dificultades. De donde esos intercambios insensatos en las familias de los psicóticos, en los que ya no se sabe quién está loco y quién vuelve loco al otro. Esta lucidez del psicótico, este don de "doble visión", podría decirse, puede pasar por una provocación. Si el entorno del paciente es el primero al que le incumbe, el analista no escapa a ello. Tradicionalmente, el análisis se hace con los neuróticos, puesto que el trabajo que se opera en ellos concierne a la represión. Ahora bien, el psicótico, en quien el problema es precisamente la ausencia de la barrera de la represión, subvierte la regla y corrompe a quien quiere seguir aplicándola en todo su rigor. El analista corre entonces el riesgo de convertirse en el analizante de su propio analizante, y ser reducido a la impotencia.
* Fou 316
[loco], una de cuyas acepciones es bufón. (N. del T.)
Si Freud pensaba que los psicóticos no eran analizables, Lacan escribió "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis" a fin de postular sus fundamentos estructurales, al mismo tiempo que se reservaba la respuesta. Pero, como tomamos a los psicóticos en análisis, sería conveniente interrogarnos sobre ciertos puntos cruciales: ¿Qué trabajo se opera con los pacientes, que no es el levantamiento de la represión? ¿Qué adecuaciones aportar a la cura de los psicóticos? ¿No nos encontramos en la necesidad de repensar ciertos conceptos, como la transferencia? La paradoja del psicótico no está sólo en la expresión del lenguaje, se refiere también al estatuto del objeto y puede tener consecuencias por lo menos sorprendentes. De la identificación con el objeto en el inconsciente, Lacan decía: Estos objetos parciales o no [... ] el sujeto sin duda los gana o los pierde, es destruido por ellos o los preserva, pero sobre todo es esos objetos, según el lugar en que funcionan en su fantasma fundamental [... ]. 6
En cuanto al psicótico, se queda en la identificación con un objeto que no se fundió en el fantasma fundamental, con un objeto próximo a lo real. Es carne, excremento, pero de igual modo objeto del mundo real, mesa, máquina, robot, etcétera. Cuando el objeto ya no es parte recipiente del fantasma y causa oculta del deseo, vuelve del exterior a la manera de esos ojos dirigidos al suelo que fijan al sujeto por su mirada inquietante. No retomado en una organización imaginaria y significante, el cuerpo del niño psicótico sigue siendo yuxtaposición, ensamblaje, ajuste de fragmentos (cf. el caso de Florence, en el Epílogo). Para encontrar alguna coherencia y un poco de realidad, lo identificará con una máquina sobre la cual pueda ejercer cierto dominio (cf.la máquina de influir de Tausk, el niño Joe de Bettelheim), máquina cuyo funcionamiento
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r podrá confiar a un Otro todopoderoso, como lo hacía Sylvie con su "Fuérzame, hazme vivir o morir". Una tarde de 1967, en el hospital Sainte-Anne, dirigiéndose a una asamblea de psiquiatras con un tono particularmente provocador, según parece destinado a sorprender y perturbar su confort, por no decir su conformismo, Lacan enunció una serie de paradojas de las que la más llamativa fue para mí una reflexión sobre el objeto a en la psicosis. Para marcar la ausencia de esquizia de este objeto, dijo: El loco no tiene demanda de a, él tiene su pequeña a, es por ejemplo lo que llama sus voces. [... ] No se sostiene en el lugar del gran Otro por el objeto a, lo tiene a su disposición. [...) El loco es verdaderamente el hombre libre, digamos que tiene su causa en el bolsillo, es causa de sí, es por eso que está loco. [... ]
La confusión entre lo viviente y lo inanimado
Ese defecto estructural que es la no separación del objeto entraña una paradoja subyacente en toda organización psicótica: la confusión entre lo viviente y lo inanimado. En general, un sujeto se sabe vivo sin que haya que demostrárselo, mientras que para el psicótico la vida no va de suyo. Sylvie preguntaba por qué sus muñecas no crecían, y por otra parte hacía la pregunta: ¿Estoy muerta? Muchos psicóticos adultos llegan a ese punto, se dicen muertos vivos, y los enfermos catatónicos que se veían antaño doblados en posición fetal, en un extremo de su cama de hospital, durante años enteros (lo que Schreber conoció), no estaban lejos de figurar esta muerte. Las personas vivas del entorno del psicótico pueden existir a la manera de los objetos inanimados. Sylvie, que había visto a su madre limpiar una mesa 318
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"oxidada" y quejarse ulteriormente de estar "oxidada" a causa de su reumatismo, hizo una amalgama grotesca entre los dos significantes y la identidad de los cuerpos y los objetos -su madre bien podía ser una mesa oxidada o un "secaplatos", objeto y significante a los que estaba tan aficionada como a "delantal"- porque ella misma era un enredo de tuberías ocultas bajo hermosos ropajes. El sujeto puede de igual modo pensar que ya está muerto, pero que los objetos están vivos y van a atacarlo. Sylvie no se atrevía a tocar el alimen tp con los dedos, como si el pedazo de pan fuera a morderla o devorarla. En cuanto a la muerte, para estos pacientes no es obligatoriamente el final de la vida, puede presentarse en numerosas figuras paradójicas. El sujeto puede darse muerte creyendo matar a algún otro. Por lo demás, frente a todo suicidio de psicótico se plantea una pregunta: ¿quién mata a quién? También puede matarse para existir por fin, ser al no ser más: ser un cadáver, ser un nombre sobre una tumba. Christian intentaba suicidarse para unirse a la "congregación de los Niños Anónimos" que lo esperaba desde toda la eternidad. El suicidio mismo tiene a menudo algo de irreal en su realización, o más exactamente de surreal, tan descalificada está en él la realidad: tal esquizofrénico se abre el vientre y esconde sus intestinos abajo de la cama; tal otro, privado de todo instrumento contundente, se frota el pecho con cortezas de pan hasta llegar al corazón y morir a causa de ello. El psicótico mitiga esta incertidumbre fundamental en cuanto a la vida y la muerte mediante construcciones más o menos astutas que le aportan alguna estabilización. Lo que no pudo realizar de la Spaltung primordial, intenta restablecerlo de otra manera: es del exterior que le viene lo que no se inscribió en "la otra escena": el diablo actúa en él, el animador de televisión le habla personalmente y le envía ondas, etcétera. Inventa sistemas complejos que hacen sostenerse al mundo, programa su vida y la de los demás, evacua la duplicidad que lo habita en el delirio. 319
r He aquí lo que me decía Thibaut, un joven psicótico que, a pesar de un alto nivel de estudios en matemáticas, no lograba integrarse en una profesión por la cantidad de problemas que le planteaban las relaciones humanas: En las reuniones estoy inmóvil, ya no tengo armas. Soy capaz de analizar los problemas intelectualmente pero incapaz de integrarlos en el plano afectivo -no estoy informado afectivamente-. Me imagino a los seres vivos funcionando como los mecánicos, el cerebro y el corazón funcionan como máquinas. Debo preparar mi vida de antemano como con las piezas de ajedrez, un ajedrez y no una ruleta, debo reducir el lugar del azar. Tengo miedo a las reacciones de los demás, no comprendo su comportamiento, sus gestos, sus actitudes, estoy sin armas con el mismo título que un muchacho que no comprendiera el lenguaje de la gente y rompiera la TV y quemara los libros. Lo que le pido a las personas es que sean objetos benévolos que tengan siempre el mismo papel, la misma función. Necesito que se ordenen en una pirámide, en escalera más bien, debo saber en qué lugar están. Lo que se destaca en la escucha de los psicóticos es la permanencia del discurso paradójico, "coexistencia de Pitias y la razón", decía Christian, coexistencia del sí y el no, de lo verdadero y lo falso, de lo bueno y lo malo, de lo alegre y lo triste, del amor y el odio, confusión que traduce bien esa ausencia de contradicción que reina en el inconsciente y el ello: Los procesos que se desarrollan en el ello no obedecen a las leyes lógicas del pensamiento; para ellos, el principio de contradicción es nulo. En él subsisten emociones contradictorias sin contrariarse, sin sustraerse las unas a las otras. [... ] En el ello, nada que pueda compararse a la negación [... ] nada que corresponda al concepto de tiempo. [... ] Los deseos que no surgieron nunca fuera del ello, así como las impresiones que permanecieron enterradas en él como consecuencia de la represión, son virtualmente imperecederos. 7
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El psicótico desvaría, suscíta en su interlocutor pero también en su analista reacciones a menudo paradójicas. Puede arrastrar al otro a la confusión, la angustia y el desamparo, que dan como corolario reacciones secundarias de defensa, agrésividad, rechazo, acompañadas a menudo por el sentimiento de tener que "salvar el pellejo". El interlocutor puede también anular una parte del mensaje, como si tuviera que restablecer la coherencia del discurso mediante un trabajo de represión permanente, no entiende entonces más que lo que quiere entender, lo que tiene un efecto despreciativo sobre quien quiere expresarse. (Sylvie no era sino agradablemente extraiía a los ojos de su padre.) Sintiéndose incomprendido, el paciente reitera su demanda, que provoca la misma respuesta, diálogo de sordos infinito entre el psicótico y el otro. El psic6tico puede así minar al analista poniéndolo en vilo en su teoría o su práctica. Sujeto supuesto saber, el analista no siempre puede serlo para el psicótico, que piensa que el Otro sabe y no sabe, pero también que sabe todo o no sabe nada. Si el analista se atiene a la regla de la atención "flotante", corre el riesgo de flotar cada vez más, de dejarse arrastrar al abandono, la locura o el adormecimiento (¡para Searles, el paciente se convertía en el "terapeuta simbiótico"!). 8 Si su atención es demasiado sostenida, tendrá tendencia a restablecer la coherencia del discurso borrando sus contradicciones internas, y en devolución escuchará que le repro· chan "ser como los demás": "Usted quiere que yo sea normal pero no me da los medios. No me indica un método". En cuanto a la "neutralidad benévola", el psicótico puede tener a la neutralidad por indiferencia absoluta, ausencia real, vacío, y a la benevolencia por amor total capaz de invertirse en malevolencia persecutoria. Por lo demás, este sentimiento persecutorio no siempre carece de fundamentos, ¡tan exasperantes pueden volverse estos pacientes!
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Double bind Bateson, en 1956, establece la teoría del double bind, traducido como "doble vínculo" o "doble coacción" (llamado también traba, callejón sin salida, control). Esta teoría tuvo, y conserva aún, numerosas implicaciones teóricas y terapéuticas del otro lado del Atlántico. La familia sería la responsable de la locura de uno de sus miembros debido a un modo de comunicación de tipo paradójico. El enfermo presunto ilustraría asílas paradojas familiares de la comunicación. La madre, en particular, sería "esquizofrenógena" a causa de los mensajes contradictorios que transmite a su hijo. Watzlawick describe así este double bind: Se emite un mensaje que, a) afirma algo, b) afirma algo sobre su propia afirmación, e) estas dos afirmaciones se excluyen. [... ] Si el mensaje es una conminación, es preciso desobedecerla para obedecerla [... ] el sentido del mensaje es por lo tanto indecidible. El receptor del mismo es puesto en la imposibilidad de salir del marco fijado por el mensaje. 9
Todos los ejemplos citados ponen el acento sobre la ambigüedad del mensaje emitido. La observación princeps de Bateson sigue siendo valedera. Se trata de la madre de un joven esquizofrénico que va a ver a su hijo al hospital. El enfermo parece feliz de volver a verla, la recibe con espontaneidad y le pasa el brazo alrededor de los hombros. La madre da de inmediato la impresión de retroceder. El enfermo retira el brazo. La madre le dice: "¿Así que no me quieres más?" El enfermo se ruboriza y ella agrega: "Querido, tus sentimientos no deberían avergonzarte y asustarte con tanta facilidad". El enfermo la deja en el acto y, poco después, se excita y agrede a un enfermero. En este ejemplo, es evidente que la madre manifiesta un poco ruidosamente su molestia ante el contacto físico de su hijo mediante su actitud de retroceso cuando éste la abraza, 322
actitud que, como buen conocedor del inconsciente, el hijo percibe en seguida y a la cual responde en espejo retirando el brazo. El movimiento de retirada es percibido por la madre como proveniente de su hijo, su propio retroceso se mantuvo sin duda inconsciente. Va entonces a hacer recaer en él la responsabilidad por la ambivalencia que preside su relación, por su "yo te amo, yo tampoco", odienamoramiento que excluye tanto el acercamiento (peligroso para la madre) como la distancia, pues el "Querido, tus sentimientos no deberían avergonzarte y asustarte" se aplica sin duda de igual modo a ella misma. La agresión al enfermero no es más que un desplazamiento, es a su madre a quien el paciente tendría que matar para no perderse. ¿No reencontramos aquí, caricaturizado, lo que dijimos acerca de las manifestaciones del inconsciente y el ello, lamanera en que el sujeto se traiciona en su palabra y sus actos con los que deja adivinar, sin saberlo, la ambivalencia de sus pulsiones y su deseo? Nos encontramos ante una aparente contradicción entre el decir y el hacer, aparente pues las palabras no desmienten del todo a los actos. De hecho, parece haber un error sobre la persona. La madre acusa a su hijo por la ambivalencia de su vínculo, desconociendo que es suya. Esta acusación: "N o me quieres más. Me quieres demasiado, tienes vergüenza de tus sentimientos" es a la vez verdadera y falsa. Es verdadera en cuanto expresa la verdad del paciente, errónea cuando esos sentimientos son atribuidos únicamente a él. La madre descalifica a su hijo negando lo que éste recibió perfectamente del doble mensaje que le dirige, pero él no puede poner en cuestión este mensaje ni sospecharlo ni reprimirlo dado que es esquizofrénico, por lo tanto preso en su totalidad de sus contradicciones y subyugado por una madre todopoderosa cuyo objeto sometido sigue siendo. Todos los niños están sometidos a las conminaciones paradójicas de los adultos, de las que el prototipo mencionado por Watzlawick es "Sean espontáneos": "Posición insostenible, dice el autor, pues, para obedecer, tendría que ser 323
r espontáneo por obediencia, por lo tanto sin espontaneidad". Pero este tipo de conminación es muy trivial, y dudo que por sí sola pueda volver esquizofrénico a un niño. ¡Hemos comprobado con cuántas dificultades nos topamos al querer encontrarle causas a la psicosis! Frente al absurdo de una orden, el buen sentido popular aconseja "tener en cuenta las cosas", "dejarlo correr" o decir, como Zazie: "Charlas, charlas". Charla siempre. Es lo que hace el niño cuando percibe la ambigüedad del mensaje. Pues, ¿qué madre no deja adivinar permanentemente su ambivalencia frente a un ser que nunca responderá perfectamente a su expectativa? Si la ambigüedad es inherente a todo mensaje y la ambivalencia a todo sentimiento, son indiscutiblemente preponderantes en los padres del psicótico: los deseos de muerte están apenas velados y las pulsiones son tan violentas que exigen comportamientos de compensación que acentúan a su turno la discordancia de la relación: hiperprotección, palabras almibaradas desmentidas por el tono de la voz y el gesto, etcétera. El niño, en ese caso, no va a la zaga y responde a la vez a los votos conscientes e inconscientes de los padres por el desorden de su discurso y de su conducta. En este tipo de intercambios, uno puede preguntarse quién vuelve loco a quién. H. Searles, en L'Effort pour rendre l'autre fou, 10 se pierde en los comienzos. Después de haber dicho: De acuerdo con mi experiencia clínica, el individuo se convierte en esquizofrénico en parte a causa de un esfuerzo continuo -amplia y totalmente inconsciente- de la o las personas importantes de su entorno para volverlo loco,
curiosamente relata una experiencia en que es su paciente quien lo enloquece, en este caso una joven esquizofrénica particularmente seductora; es cierto que es dificil conservar la sangre fría delante de una muchacha "muy atractiva fisicamente" que habla de política y filosofia mientras "deam324
bula frente a uno vestida con un traje de baile con una pollera ultracorta, en una actitud provocativa" y lo acusa de tener "deseos lúbricos"... ¡"Las interacciones de esos dos niveles sin relación uno con el otro estuvieron a punto de hacerme perder la razón", escribe Searles! De manera general, el niño no reacciona como un robot a las conminaciones del adulto, no las toma al pie de la letra. Ocurre con las conminaciones paradójicas como con todas las demandas del Otro, comenzando por la demanda anal. El niño escucha la demanda, responde o no a ella, pero se plantea más o menos abiertamente la cuestión del deseo. "Me dice eso pero, ¿cuál es su deseo? ¿Qué sentido tiene eso?" Todo sentido debe tener en cuenta el contexto. La conminación paradójica: "¡Parte! Eres libre" puede suscitar las asociaciones "Al separarte de mí, me matas", "Te quiero tanto como para pedirte que me deje! a pesar de mi pena", "Note preocupes si lloro, pero si a ti también te da pena sabré que me quieres", etcétera. Me parece entonces que la pregunta esencial es: ¿qué hace cada uno con sus propias paradojas y con las paradojas del otro? Nos encontramos allí en el punto de partida de la constitución del sujeto. Si los dos sistemas, consciente e inconsciente, están en su lugar, si el objeto está separado y cumple su función, la paradoja no molesta en absoluto al sujeto porque constituye la esencia misma de su estructura, a saber la división que lo funda. La paradoja sólo se vuelve insoportable si pierde ese estatuto e invade la escena, la de lo consciente.
De la contraparadoja Los psiquiatras no son del parecer de Zazie. Han declarado la guerra a la paradoja e intentan circunscribirla y reducirla. Lo que el psicótico no puede realizar con sus pobres medios, por ejemplo al identificarse con una máquina, van a hacerlo 325
r· los científicos identificando su trabajo con lo que ocurre en la cibernética: es la teoría sistémica. U na vez más, al inconsciente le van a hacer marcar el paso. Es preciso poner fin a esta cabeza de Medusa, a esta hidra irritante que renace sin cesar. La elección que el sujeto no puede hacer, van a ayudarlo a llevarla a cabo. Los procedimientos utilizados no carecen ni de imaginación ni de eficacia, pero, cualesquiera sean sus formas, hace falta un Amo. El terapeuta ya no debe ser pasivo y silencioso, tiene que participar activamente en la lucha que el paciente libra contra sus tendencias opuestas. En la terapia sistémica, el inconsciente, aunque se reconozca su existencia, será dejado a un lado, el terapeuta ayudará al paciente en su lucha atacando el mal mediante el mal, lo que es la prescripción paradójica. He aquí lo que dice Watzlawick: 11 Prescribir el síntoma no es más que una forma posible de las múltiples y diferentes intervenciones paradójicas que pueden subsumirse en la expresión "dobles coacciones terapéuticas"; dobles coacciones que no son sino una imagen en espejo de una doble coacción patógena [... ] se formula una conminación cuya estructura es tal que refuerza el comportamiento que el paciente espera ver cambiar, aquélla crea con eso una paradoja puesto que se le pide que cambie manteniéndose sin cambiar. [... ] Este reforzamiento es el vehículo del cambio.
Con ello, al obligar al paciente a hacer lo que no quiere (síntoma), se lo obliga a renunciar a él... ¡La elección se hace entonces de la mano del amo! Otras técnicas vuelven a conceder el honor a la hipnosis. Milton H. Erickson la emplea en sus terapias. Bajo el efecto de la misma, el paciente se vuelve más receptivo, colabora mejor y está más dispuesto a salir de sus conflictos y a aceptar el cambio. Tales intervenciones han demostrado su eficacia, por lo menos inmediata, sobre los síntomas. ¡Quién de nosotros no 326
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se sentiría feliz, en su miseria neurótica, de agradecer por su curación a un personaje que posee el Saber, que le demuestra un interés evidente y que está animado por un deseo tan grande de verlo cambiar! Freud, que había curado más rápidamente a las histéricas imponiéndoles las manos o practicando la hipnosis que dejándolas asociar libremente, lo sabía. Pero, ¿a largo plazo?
Notas l. P. C. RACAMIER, "Les paradoxes du schizophrEme", 38• Con-
gres des psychanalystes de langues romanes, Revue franr;aise de psychanalyse, 5-6 de diciembre de 1978. 2. P. WATZLAWICK, J. WEAKLANDyR. FISCH, Changements, Paradoxes et Psychothérapie, Seuil, 1975 [Cambio, Barcelona, Herder]. 3. J. LACAN, Seminario "El síntoma", clase del17 de febrero de 1976, Ornicar?, no 8, pág. 15. 4. J. LACAN, Écrits, pág. 803. 5. lbid., pág. 379. 6. lbid., pág. 614. 7. S. FREUD, Nouvelles conférences sur la psychanalyse, Gallimard,pp. 103-104. 8. Harold SEARLES, Le Contre-transfert, Gallimard, Connaissance de l'inconscient, 1981. 9. P. WATZLAWICK, J. HELMICK-BEAVIN y D. JACKSON, Une logique de la communication, Seuil, 1972. 10. Harold SEARLES, L'Effort pour rendre l'autre fou, Gallimard, Connaissance de l'inconscient, 1977. 11. G. BATESON, BIRDWHISTELL, GOFFMAN, HALL, JACKSON, SCHEFLEN, SIGMAN y WATZLAWICK, La Nouvelle Communication, Seuil, 1981 [La nueva comunicación, Barcelona, Kayrós]; M. SELVINI PALAZZOLI, L. BOSCOLO, G. CECCHIN y G. PRATA, Paradoxe et Contre-paradoxe. Un nouveau mode thérapeutique face aux familles a transaction schizophrénique, ESF, 1978 [Paradoja y contraparadoja, Buenos Aires, Paidós]. ::l27
r·· 1
EPILOGO
Dejemos aquí a esas nuevas terapias que quieren hacernos olvidar a ese viejo recalcitrante del inconsciente, y cedamos las palabras finales a Florence, que dirá, con sus propias palabras, lo que hemos intentado traducir en lenguaje erudito. Esta joven presenta trastornos importantes que oculta cuidadosamente a sus allegados, lo que le permite cierta vida social. He aquí cómo se expresa en sesión: Estoy completamente dispersa, ya no siento los límites ni de mi cara ni de mi cuerpo, siento los hombros y las nalgas ... Soy una idea, no un cuerpo, no me gusta que me toquen, no me gusta que me entren en los otros [sic]. Ayer, tenía la impresión de ser muy pequeña, un óvalo, un cuerpo sin brazos, la cabeza, sin límite, sólo un óvalo. No tengo fronteras en mis pensamientos, no puedo enmarcarme, no logro delimitar las formas de mi cara, cuando se interesan en mí, mis brazos se agitan, los pies se elevan, un profe me miró, bailé, cuando desapareció la cosa se detuvo ... Me siento como un hombre en la parte baja de la espalda, no siento más que los huesos, no tengo voluptuosidad, soy como un robot ... trato de mirarme en el espejo, trato de sentir, pero el espejo me devuelve una imagen tonta ... Veo que soy al revés de los demás. En los demás, hay comunicaciones secretas, intercambios que no capto en absoluto, ca~ezco totalmente de espíritu, soy esquizofrénica. 329
r· LA ANALISTA -¿Qué quiere decir "esquizofrénica"? FLORENCE -Quiere decir que no recibo afecto de los demás. Cuando digo algo, no veo todo el sentido que eso puede tener, para mí es de tierra a tierra, cómo tomar conciencia con mi pensamiento, veo cosas, las siento por mi cuerpo, no puedo expresarlas, querría ser un baldío pero estoy cortada, la vida, no es así de fácil. Pongo mis sentidos en el exterior de mí misma para ir hacia la gente, trato de exteriorizarme, me digo: ¿cómo hacen para pensar eso? No tengo nada en el corazón, no puedo hacerme una opinión personal, no recibo las cosas como un don sino como un aguante (sic). Pienso todo el tiempo en mi ano, pongo los labios como culo de pollo, no entendí qué era la sexualidad, mis padres me dieron una mala educación. Hay cosas que no entiendo: "veintidós los canas", "eso me hace una hermosa pierna". Me llevo bien, no sé llevarme, no sé cómo hacer. Tengo en mí una fuerza atractiva polarizante que me desorienta, una fuerza como dos imanes que se rechazan, de eso saqué la conclusión de que me hago el amor a mí misma, debo ser feliz pero no me doy cuenta. La gente no para de transformarse, C. (su profesor de guitarra) perdió veinte kilos en unos días, cuando llegan a transformarse así, ¡eso es tranquilizador! Renaud dijo en la radio: hay gente que me detesta, otros que me adoran, yo no formo parte ni de un campo ni del otro, lo detesto y lo adoro. Estoy obligada a tener reacciones, no vienen espontáneamente, para no tener un aspecto muerto es preciso que invente, eso me reduce al esqueleto, hay vacíos en mí, no formo un todo enganchado, para hablar me hace falta cerrar diferentes partes de mí. El tiempo avanza retrocediendo como si el tiempo empujara mis pensamientos y yo avanzara hacia ellos. No tengo para nada nariz, si tuviera una nariz sabría conducirme. Escucho voces en el metro, corría más lentamente que de costumbre, en treinta segundos, yo había llegado a París, estoy en otra parte, alguien me manipula en mis actos y mis pensamientos, es alguien que provoca mi curación, soy
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dependiente de alguien, no vale la pena que haga esfuerzos si me manipulan. Voy a suicidarme, ¿qué vale una vida? De todas maneras, no conozco la vida. LA ANALISTA -Suicidarse, ¿qué es? FLORENCE -Actuar sobre mí misma para tener un resultado por fin, que lo sienta, tengo ganas de partir, de dejar mi lugar como recuerdo porque no es más que eso, yo, recuerdos de mí.
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r INDICE
l. LA HISTORIA DE SYLVIE ...................................................... 7 11. NACIMIENTO DEL SUJETO ................................................. 37 Discurso común y discurso médico .................................. 41 Otro discurso, psicológico ................................................ 43 Del niño objeto a al objeto a del niño .............................. 4 7 El deseo del niño .............................................................. 49 El embarazo ..................................................................... 51 El caso de la señora B* .................................................... 53 Niños hipotróficos ............................................................ 54 Nacimiento y conocimiento ............................................. 55 El capital del niño ........................................................... 57 De los sufrimientos antes del nacimiento ....................... 58 Los primeros días ............................................................ 60 Alimentarse ..................................................................... 63 De la necesidad al deseo .................................................. 64 Presencia del Otro ........................................................... 67 Corentin, el prematuro .................................................... 70 El niño en la economía pulsional del Otro ...................... 73 La pulsión oral y la pulsión anal del Otro ...................... 76 La historia de Lucie ........................................................ 81 La voz y la mirada del Otro ............................................ 82 Paul-Marie y su eczema .................................................. 84 La pulsión sadomasoquista del Otro .............................. 87 333
r
Lugar del niño en los fantasmas parentales .................. 92 Sylvie en el corazón de la red libidinal de toda una familia ..................................................... 95
Diacronía y sincronía .................................................... 241 Condensación, desplazamiento, asociación ................... 244 Ejemplos clínicos ........................................................... 249
III. CLíNICA DEL OBJETO ................................................... 105 De qué naturaleza es el objeto a ................................... 111 El lugar del corte ........................................................... 113 El objeto como perdido .................................................. 115 Goce y angustia ............................................................. 120 La angustia psicótica .................................................... 123 Volvamos a hablar de Sylvie ......................................... 128 El cuerpo y su representación ....................................... 134 El objeto oral ................................................................. 141 La estructura del ello .................................................... 145 Condiciones mínimas para que se produzca un sujeto ................................ 149 jCome, Sylvie! ................................................................ 153 ¿Y el objeto anal en Sylvie? ........................................... 158 Sobre la voz ................................................................... 161 El pseudo-objeto transicional del psicótico ................... 163
VI. REPRESIÓN O FORCLUSIÓN ............................................ 259 Naturaleza de la represión ............................................ 259 La metáfora y el sujeto ................................................. 262 ¿De qué manera la metáfora incumbe al sujeto? ......... 265 De la poesía a las palabras-valijas ............................... 266 ¿Hay represión en la psicosis? ....................................... 268 El bloqueo significante .................................................. 272 Eco y memoria ............................................................... 275 El discurso desencadenado ............................................ 278 "Un aprendizaje externo" .............................................. 282 El imposible anudamiento ............................................ 285 Figuras de la forclusión ................................................. 288 ¿Por qué, cómo la psicosis? ............................................ 292 La estabilización selectiva de las sinapsis .................... 294 ¿Hay psicosis antes de la psicosis? ................................ 297 El yo en la psicosis ......................................................... 298
IV. EL ESPEJO CIEG0 ......................................................... 169 El intercambio de las miradas ...................................... 174 Sylvie y el espejo ........................................................... 175 La visión y la mirada en la psicosis .............................. 184 ¿Qué puede leerse en una mirada? ............................... 191
VII. ¿CURAR LA PSICOSIS? ................................................. 303 De la psicosis a la perversión ........................................ 304 La partida de Sylvie ...................................................... 307 La experiencia de otra institución ................................ 309 La familia ...................................................................... 312 Las paradojas de la psicosis .......................................... 314 La confusión entre lo viviente y lo inanimado .............. 318 Double bind ................................................................... 322 De la contra paradoja ..................................................... 324
V. EL LENGUAJE LOCO ....................................................... 197 La invasión del significante "delantal" ......................... 199 ¿Se trata de un recuerdo-pantalla? ............................... 204 ¿Se trata de un fantasma? ............................................ 211 ¿Qué hacer con los significantes del sujeto en el análisis? ............................................................ 218 El lenguaje "delirante" en Sylvie .................................. 219 Las palabras de niño ..................................................... 224 Lingüística y lingüistería .............................................. 231 Freud, Saussure, Lacan ................................................ 237 334
EPíLOGO ................ .
........................................... 329
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.,
Cuando sus padres la llevan por primera vez al analista, Sylvie tiene tres años. La habitan la angustia y el terror: no tolera ningún contacto; es casi imposible lavarla o peinarla, sus gritos lo impiden. Sus padres ya han consultado muchos especialistas y la niña ha sido sometida a múltiples exámenes neurológicos que no han permitido detectar ninguna anomalía; los tests psicológicos, por el contrario resultan "catastróficos". El cuerpo médico es unánime: se trata de un grave retraso del desarrollo, que requiere de una atención "de por vida" en un hospital psiquiátrico. Desesperados;, los padres deciden consultar a una célebre especialista parisina que trata con éxito niños gravemente enfermos. Más bien pesimista, ésta los deriva a Anny Cordié para que la niña comience un psicoanálisis. Un niño psicótico es el relato de esa cura, que durará ocho años. Es también la tentativa de definir, a partir de las enseñanzas de Jacques Lacan, el origen, la estructura y el posible tratamiento de la psicosis. Anny Cordié, neuropsiquiatra y psicoanalista, es miembro de la Escuela de la Causa Freudiana.
Ilustración de tapa: Gustavo Roldán
I.S.B.N. 950-602-315-8 Código N2 547
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Psicología Contemporánea