ULPIDIO VEGA Del libro: “El Mundo ha Vivido Equivocado”, Roberto Fontanarrosa
Ulpidio Vega, te nombro. Y de la apagada som-
decían al otro que también traba-jó en el
bra de tu nombre rescato tu paso tardo por el
frigorífico. Y por si fuera escaso el desmesurado
empedrado desprolijo de Saladillo y la cierta
coraje de Ulpidio en la pelea, el "Vega Chico"
fama de guapo sin doblez que te persiguió su-
era también de púa veloz, y sin entrañas. De
misa, como la silenciosa y tenaz fidelidad de un
negro los dos, siempre, aun de mañana. Pero,
perro. Quien te vio alguna vez por el Bajo, Baj o, no te
como suele suceder en estas cosas, Ulpidio se
olvida. De callada mesura, sombrío el porte,
metió con una mina que se levantó una noche de
mezquinabas palabras como si fueran monedas
Carnaval en el Club Atlético Olegario Víctor
caras. Negros los ojos, en la negrura misma que
Andrade. La mina era una reventada que hacía
sobre la frente escasa te tiraba en-cima el ala copas en el Pana-merican Dancing, frente a apenas curva de tu sombrero gris, tan conocido.
Sunchales, y que ya le había borrado el
Ulpidio Vega, te nombro. Y de tu nombre exhala
estampadito floreado a las sábanas del
un aliento a kerosén barato, a bizcochito, a
Amenábar, de tanto frote. Pero una hembra que
queso de rallar y vino tinto. Aro-ma de almacén, pasaba y dejaba el aire como embalsamado de de cambalache, que tuvo tu pobre viejo perfume dulzón, y enarde-cido. Rosa se llamaba, laburante por calle San Martín, casi en Tablada. y era justicia. Ulpidio Vega, te nombro. Y no me Aroma a jabón pinche, a mate amargo, el mismo
equivoco. Como se equivocó esa noche fatal la
aquél que te alcanzaba la mano cordial de doña
mina aquella cuando por llamarte "Ulpidio",
Cata, tu pobre vieja, que se cansó de mirar por la
"Juan" te dijo. ¡Qué oscura mano de destino
ventana. Ulpidio Vega, te nombro. Y se
cabrón los puso frente a frente, Ulpidio Vega!
santiguan las cuatro esquinas bravas de Ayolas y
¡Vos y tu her-mano, inseparables siempre,
Convención, las que salieron tantas veces
enfrentados por el cariño falaz de una perdida!
escrachadas en le-tra de molde cuando algún
Tiempo estu-vieron mordiéndose las ganas de
fiambre aparecía tirado en esa encrucijada. agarrarse. De mirarse profundo, y sin palabras. Rezan de apuro las jovatas de memoria larga al De me-dirse con odio. Y de no hablarse. Todo el recordar tu es-tampa de figura fina, el caminar ba-rrio sabía del bolonqui que rechinaba en los pesado, un gesto de disgusto en la cara c ara aindiada dientes de los l os Vega. Vega. Pero cuando más de una vez y el cuerpo erguido por la faca que atrás, en la
saltó la bronca, y la faca apareció bri-llando en
cintura, te entablillaba. Por trabajar en el Swift ambas diestras, algo los amuraba al suelo y les te habían llamado "El Matarife de Sala-dillo". clavaba la bronca a la vereda. Algo, que allá en ¡Qué te iba a impresionar a vos la san-gre,
la casa, desde chicos les acariciara la frente, les
Ulpidio Vega! Si día a día degollabas ani-males planchara los lompa y les dejara los botines bien y la cuchilla te era tan natural como un anillo, brillosos cuando se iban de milonga a Central como un zarzo sencillo en el meñique. Pero eran
Córdoba. Algo. La vieja. "Si no te mato" se lo
dos los Vega, Juan y Ulpidio. "El Ve-ga chico" le
dijo bien clarito Ulpidio a Juan "sólo es por
ella". "Si no te enfrío" le con-testaba Juan, que
esa mágica intuición de ma-dre la que la llevó
no era lerdo "es por la vie-ja". Y así andaban los
hasta allí en ese momento. No se oyó de su
dos, encajetados, sin poder ni dormir, más que boca, una palabra. Y tampoco en sus ojos hechos bolsa. Y en-cima la reventada de la Rosa
lágrimas se vieron. Pero eso sí, sus manos
les metía la ciza-ña de su labia, de sus promesas agrietadas de lavar ropa ajena en el invierno, vanas, de sus mañas. Y no se pudo más. Aquella
dibujaron en el aire asustado de la noche, un
noche Ul-pidio y Juan llegaron puntualmente
gesto: se agachó, se sacó una za-patilla y lo
hasta el campito. Era un potrero de pura tierra y
demás, frate mío, ni te cuento. A Juancito lo fajó
ma-torrales que los mocosos usaban para jugar
hasta en el cogote, le deformó la sabiola a
al fulbo. Pero esa noche había luna. Y no era
chancletazos, y le sacudió tantos palos por el
juego. Ulpidio peló una faca que tenía este lar- lomo que lo dejó mormoso al pobrecito. go. ¡Uy Dio, cómo brillaba la plata de la luna
Contaban los vecinos que lo oye-ron, que tirado
sobre el filo helado del acero! Y Juan, Juan pe-ló en el suelo, Juan rogaba y a la vieja pedía también tremenda púa que de verla nomás, te perdón a gritos. A Ulpidio, de las crenchas lo entraba miedo. "¡Venite!" "¡Vení vos!" se supo
cazó la vieja aquella, y le arruinó la jeta a
después que se dijeron. Y fue cuando llegó doña
chancletazos porque le pegó media hora, de
Cata hasta el campito, de pálido rostro, ojos
corrido.
sufridos, de manos apretadas y pañuelo negro. Nunca se supo quién le pasó el dato. Tal vez, fue Consigna: establecer una comparación entre este cuento y La intrusa. Tener en cuenta la descripción de los personajes, las características del espacio, la visión del barrio sobre los hermanos y la situación amorosa, el lenguaje y el desenlace.