Expansión y modernización de la ciudad de México durante el Pofiriato.
“La ciudad no es saldo de fuerzas fuerzas impersonales impersonales -infiero-, sino la suma de actores actores que deciden.” 1 Introducción.
Fue a lo largo del siglo XIX que se fueron gestaron las condiciones necesarias para la expansión y modernización de la Ciudad de México, además de su definitiva consolidación como centro político de la República Mexicana. Sin embargo, será específicamente con el régimen de Profirio Díaz que esto se objetiviza en la ejecución de grandes obras de infraestructura y en la constitución de un esquema jurídicoadministrativo apropiado. En esta breve monografía se busca hacer un recorrido a través del procesos de reestructuración política, urbanística y social de la ciudad de México durante el Porfiriato. El trabajo se ha dividido en cuatro apartados para fines analíticos. En el primero se expondrán las condiciones previas que posibilitaron la política centralizadora y la realizaación del proyecto urbanísitico de Díaz En el segundo apartado, se trata la estructuración política del Distrito Federal, particularmente por la expedición de la Ley de Organización del D.F.. En el Tercer punto, revisaré brevemente el caso de la construcción
del Gran Desagüe de la Ciudad de México, una de las obras de infraestructura más importantes del régimen. Por último se analiza el proceso de expansión y fraccionamiento de la ciudad, y la segregación social que manifetaron sus patrones de asentamiento. Antecedentes: desamortización, desamortización, despojo y crecimiento crecimiento demográfico.
Al menos desde el siglo III de nuestra era, la Cuenca Central de México se consolidó como una entidad política fundamental y centrípeda para el ámbito mesoamericano. Tras la Conquista, y a pesar de las reticencias de algunos, se decidió construir la capital de la Nueva España en las ruinas de lo que habría sido México-Tenochtitlán. México-Tenochtitlán. Las características
RODRÍGUEZ, La experiencia olvidada, México El Colegio de México/Universidad Autónoma Metropolitana, 1996, p. 106. 1
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lacustres de la ciudad obligaron a implementar métodos ingenieriles de origen prehispánico para hacer viable la edificación de dicha ciudad. A lo largo de toda su historia colonial, y más allá, la Ciudad de México tendrá una relación más bien conflictiva con las aguas del lago de Texcoco. Poco a poco, la explotación y los fallidos e incompletos proyectos hidráulicos, que fueron ejecutados durante estos tres siglos, irán ganándole terreno al lago. Asimismo, debe mencionarse que durante la época borbónica existieron proyectos de reordenamiento urbano que buscaban expandir la traza, y que no alcazaron a completarse2. En el siglo XIX, aunados a este proceso de lenta y artificial desecación del entorno lacustre, los cambios jurídicos (especialmente en lo relativo al estatuto de posesión y propiedad de la tierra) impulsados con las Leyes de Reforma darán pie a una nueva proyección urbana que se materializará bajo el régimen de Díaz. La desamortización de bienes eclesiasticos y disolución de la propiedad comunal indígena, propiciaron la transformación de la ciudad de México, que había conservado su traza por al menos tres siglos. Especialmente a partir de la década de los ochenta del siglo XIX, comenzó un proceso de ampliación de la ciudad a través de fraccionamientos y colonias.3
No habrá que perder de vista este momento crucial, pues las posibilidades de expansión y modernización de la urbe porfirista se articulan décadas antes: las derrotas de los conservadores durante el siglo XIX fueron la conditio sine qua non de la reformulación urbanística de la Ciudad México, de acuerdo a Rodríguez Kuri. Las particularidades de la posesión de la tierra en el centro de México habían detenido el desbordamiento de la ciudad más allá de los límites de la traza colonial, pues buena parte de los terrenos de la cuenca de México pertenecían a la Iglesia o a las comunidades indígenas (o eran parte del lago). Por esto, dichas leyes desencadenaron un auge de la especulación y el consecuente reordenamiento urbano.
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Vid ., M OYA, Arquitectura, historia y poder bajo el régimen de Porfirio Díaz, México,
Consejo Nacional para
la Cultura y las Artes, 2012, p. 67. 3 GORTARI, “Introducción”, en GORTARI (coord.), Morfología de la Ciudad de México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2012, pp. 9-10.
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También, comenzó el periplo de muchas comunidades indígenas asentadas en el centro de México por la conservación de sus antaños territorios, teniendo que recurrir a documentos coloniales para demostrar su secular posesión (como el caso de los pobladores de Mixuca, a quien además se les acusó de falsificar documentos, dibujos específicamente, del siglo XVI). Así, fue sobre la expropiación de la propiedadad comunal indígena por una lado, y la fraccionalización de los bienes conventuales, que la ciudad pudo expandirse, abriendo el campo a la rapaz especulación inmobiliaria. […] la desamortización y la nacionalización de los bienes de la Iglesia (1856-1861) desató un nudo social y jurídico institucional. Sus consecuencias fueron, diríanse, estratégicas. […] La desamortización de 1856, según cálculos de Bazánt, supuso una transferencia de propiedad por un monto de poco más de 13 milones de pesos, correspondientes a más de 2600 fincas del Distrito Federal. La nacionalización y venta de los bienes eclesíasticos de 1861, significó, en el caso de la ciudad de México, la enajenación de 1436 fincas, con un valor aproximado de 10 m illones de pesos”.4
Si bien, durante estos beligerantes años se proyectan ambiciosos planes para la transformación de la ciudad de México, no existieron ni los recursos constantes ni las condiciones de estabilidad política para la ejecución de los mismos. Un ejemplo de ello es el proyecto del Gran Desagüe de la Ciudad de México, que el ingeniero De Garay concibió tiempos del Segundo Imperio (como parte de un plan integral de reforma urbanística impulsado por Maximiliano, influído a su vez por el urbanismo de Haussmann5). Además de las obras impulsadas por el mismo gobierno, las transformaciones se dieron asimismo por el influjo de los pobladores de la ciudad, que en este incipiente proceso de industrialización que se desarrolló durante las últimas décadas del siglo XIX, eran cada vez más numerosos. La ciudad se transformó en un receptáculo de migrantes, especialmente provenientes de las zonas adyancentes, y que ante la falta de recursos comenzaron a asentarse en las periferias ingobernables y pantanosas de la ciudad 6. En
4 RODRÍGUEZ,
Op. cit., México, 1996, pp. 98-99. Op. cit., México, 2012, pp.88-89. 6 Vid . SPECKMAN, “De barrios y arrabales: entorno, cultura material y quehacer cotidiano” en Historia de la vida cotidiana en México , México, Fondo de Cultura Económica/El Colegio de México, 2012, t. V, v 1, p. 29. 5 MOYA,
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suma, y de acuerdo con Dolores Morales, el proceso de modernización urbana se desenvolvió en dos períodos; en el primero, especialmente durante la llamada República Restaurada,
cuando comenzaron a conformarse barrios obreros y colonias de clase
media y alta; Tepito, Santa María, Guerrero, Tlaxpana, Santa julia, San Álvaro, son algunos ejemplos. La ley de 1903.
Habrá que empezar este apartado, por delimitar lo que era la Ciudad de México para cuando Porfirio Díaz toma posesión de la presidencia de México. La municipalidad de México estaba conformada por ocho cuarteles y adyancentes a ésta, estaban las municipalidades como la Villa Tacuba, la Villa de Guadalupe, etc. A lo largo del régimen de Díaz, (a partir de 1876), se da una transformación en el modo en que se administra a la Ciudad de México y las municipalidades periféricas. Las obras públicas estuvieron en principio bajo la jurisdicción de la Secretaria de Fomento (1877-1891), posteriormente se crea la Secretaria de Comunicaciones y Obras Públicas (1891-1902), para recaer a partir de 1903 en la Secretaria de Gobernación. Asimismo, el congreso otorgó en 1882 (durante la presidencia de Manuel González) facultades al ejecutivo para expropiar terrenos, edificios, materiales y aguas, necesarios para el desarrollo urbanístico de la ciudad, dando de este modo garantías a los inversionistas sobre la integridad y beneficios de las proyectos urbanísticos emprendidos en ella: […] fueron parte de la política que a Díaz le interesaba desarrollar: otorgar todas la facilidades para atraer a los grupos de inversionistas y acrecentar la participación directa del ejecutivo en la administración del proceso de urbanización. Los beneficios que el gobierno concedió a los inversionistas y las expropiaciones hechias de acuerdo con la ley de 1882 incrementaron la expansión urbana, la cual se extendió por los pueblos de los alrededores de la capital. Se pusieron en circulación comercial terrenos comunales, potreros, ríos y arroyos que pasaron a manos de los contratistas. Comenzó la inversión en obras y en servicios públicos y se incrementaron los ingresos de las prefecturas de Tlalpan, San Ángel y Tacubaya.7
Aunado a esto, en 1896, Limantour impulsa la creación de un catastro público con fines eminentemente fiscales y jurisdiccionales, que paulatinamente fue afectando a las HERNÁNDEZ Franyuti, El Distrito Federal: historia y vicisitudes de una invención , México, Instituo Mora, 2008, p. 137. 7
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municipalidades adyancentes. Este fue un paso de gran trascendencia en la centralización política de la ciudad y el control de la propiedad, pues: […] la creación del catastro jurídico sancionado por el Congreso expropió al ayuntamiento la facultad que lo mantuvo en el centro de la vida urbana del siglo XIX: la facultad de legitimar y ordenar la propiedad del inmueble. 8
De esta forma, se va a articulando la nueva administración de la Ciudad de México y su inminente ampliación. Para fines del siglo XIX se fijan nuevos límites para la misma (ya no sólo como la municipalidad de México). Los decretos del Congreso expedidos el 15 y 17 de diciembre de 1899 divide al incipiente DIstrito Federal en ocho municipalidades para su administración, regidos por prefectos políticos que eran designados por el ejecutivo: México (aproximadamente los terrenos de la actual delegación Cuahutémoc), Guadalupe Hidalgo, Azcapotzalco, Tacubaya, Coyoacán, Tlalpan, Xochimilco e Ixtapalapa El paso definitivo se daría 1903, el 26 de marzo, con la promulgación de la Ley de Organización Política y Municipal del D.F., antecendente directo del Departamento del
Distrito Federal9. Con este drecreto, quedaba fincada una administración centralista que le permitiría al ejecutivo controlar y llevar la batuta en el proceso de reorganización urbana de la Ciudad. La Ciudad de México, consolidada como centro político del País, debía ser expresión del orden y progreso pregonado por el régimen porfirista 10, a costa de la autonomía política de los ayuntamientos. Además, se dividían algunas municipalidades llegando al total de trece. El Distrito Federal quedarça regido el Consejo Superior de Gobierno del Distrito Federal (cuyos miembros son elegidos por el ejecutivo): el Gobernador, el titular de Obras Públicas y Salubridad. Por su parte, los ayuntamientos quedan formados por consejales electos popularmente, supeditados sin embargo, a un prefecto designado por el Ejecutivo. La Organización político-administrativa del Distrito Federal no sólo se fundamentaba en la limitación de las actividades de los ayuntamientos y en el control de sus ramos y
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RODRÍGUEZ, Op. cit., México, 1996, p. 104.
9 CONTRERAS , 10 GORTARI ,
La ciudad de México como Distrito Federal y entidad federativa , México, Porrúa, 2001, p. 158. “¿Un modelo de urbanización?…”, en Secuencia , n. 8, México, mayo-agosto de 1997, p. 45.
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recursos, sino también en el establecimiento de una organización y una definición territorial efectivas, lo cual permitió definir sus áreas jurisdiccionales con precisión. 11
Asimismo, al limitar los puestos de elección popular a los consejales, el régimen se aseguraba el control de la administración de las municipalidades, y especialmente el de las obras realizadas. El Ayuntamiento de la Ciudad de México es manejado por los grandes empresarios de la élite porfirista (y que son asimismo dueños de las grandes compañías deslindadoras e inmobiliarias). Para 1903, son Fernando Pimentel y Fagoaga presidente del Ayuntamiento de la Ciudad de México y Guillermo de Landa y Escandón, Gobernador del Distrito Federal. La política centralizadora y el control del gobierno porfirista ejercidos en el Distrito Federal permitió incrementar la alianza entre los grupos políticos y los grupos capitalistas así como su participación en la industrialización, urbanización y modernización de los servicios. 12
Uno de los argumentos para este reordenamiento administrativo fue el aumento demográfico en la zona centro (que pasó de 330 0000 habitantes en 1895, a 470 00 para 191013), que asimismo hacía menester la creación de infraestructura para atender las necesidades de esta población. Además, la instalación, de vías de ferrocarrill que necesariamente pasaban por ella, contribuyó al desarrollo de la Ciudad de México como punto neurálgico del país14. En suma, estas medidas permitieron consolidar a la Ciudad de México como centro político del régimen porfirista situándola “como pieza estratégica”15. Asimismo le posibilitó al ejecutivo tener el control de la totalidad de actividades (como el consumo, al ser el encargado de reglamentar abastos y mercados, por ejemplo) de los habitantes de la capital: todos los reglamentos emitidos por el Consejo Superior del Distrito Federal
11 HERNÁNDEZ Franyuti,
Op. cit ., México, 2008, p. 142. cit ., México, 2008, p. 154.
12 HERNÁNDEZ Franyuti, Op. 13 “[…]
mientras que en el periodo de 1858 a 1910 registró grandes cambios. En este último período, el crecimiento demográfico aumentó 2.3 veces: de 200 000 psa a 471 000 habitantes, el área que en 1858 era de 8.5 km2 se amplía 4.7 veces y ocupa en 1910 una superficie de 40.5 km2.”. Vid. Topete, “El caso de Santa María la Ribera…”, en GORTARI (coord.), Op. cit., México, 2012, p. 170. 14 Barbosa,”La política en la Ciudad de México en tiempos de cambio (1903-1929)” en RODRÍGUEZ Kuri (coord.), Historia Política de la Ciudad de México, México, El Colegio de México, 2012, p. 366. 15 GORTARI , Op. cit., ;México, 1997, p. 43.
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buscaban ordenar y controlar el conjunto de las actividades de los habitantes de la Ciudad y las municipalidades16. El Distrito Federal se convirtió en la expresión del control centralizador requerido por el Estado. Era su medio, el punto donde converfían todos sus intereses, la expresión modernizadora de un régimen que escondía el atraso, es descontento y las grandes desigualdades de las otras regiones. 17
Este proceso de reordenamiento, impactó fuertemente en las posibilidades de restitución de tierras para las comunidades indígenas, pues se enfrentaban a ayuntamientos que les eran hostiles jurídicamente. El reordenamiento expandió (a la par que se expandía el espacio urbano) las posibilidades de enajenación de la tierra por parte del gobierno federal, y por lo tanto, por los grandes empresarios inmobiliarios, por argucias legales y por las facultades extraordinarias que poco a poco el Congreso le cedió al Ejecutivo18. El Desagüe de la Ciudad de México.
Aunado a la reforma centralizadora sobre la administración del naciente Distrito Federal, la política urbana de Díaz se sostuvo en otro eje fundamental, y que articularían definitivamente la estructura centralista que nos rige hasta la fecha: la construcción del Gran Canal del Desagüe. Ambos hechos [la Ley de 1903 y la conclusión de las obras del desagüe] se constituyeron en el soporte fundamental de la infraestructura político-administrativa y técnico-material a partir de la cual el régimen porfirista buscaría modernizar el gobierno y los servicios públicos de las localidades del Distrito Federal. 19
En 1878 Porfirio Díaz comienza la construcción del gran Canal del Desagüe y del Túnel de Tequixquiac, obras que ante las recurrentes inundaciones, parecían cada vez más necesarias. Las mismas, estaban basadas en el proyecto de Francisco de Garay (quedando sin embargo bajo la dirección del ing. Luis Espinoza, quie modificó en su trayectoria el proyecto original). Sin embargo, durante la presidencia de Manuel González MIRANDA, “Problemática urbana y reforma en el Distrito Federal”, en Collado, Miradas recurrentes I , México, Instituto Mora/Universidad Autónoma Metropolitana, 2004, p. 239. 17 HERNÁNDEZ Franyuti, Op. cit ., México, 2008, p. 154. 18LIRA, Comunidades idígenas frente a la Ciudad de México, 2da. ed., México, El Colegio de México, 1995, p. 175. 19MIRANDA, Op. cit., México, 2004, p. 233. 16
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se suspendieron los fondos para la contrucción del desagüe, cediendo una concesión a Mier y Cielis. En realidad, en el primer período de Díaz, dada la inestabilidad y falta de presupuesto, dichas obras avanzaron muy poco. Posteriormente, Manuel González dio un gran impulso a la construcción de la red ferroviaria y al fraccionamiento y creación de nuevas colonias (sin embargo, en 1881 se construye el llamado “Monumento Hipsográfico” que evidenciaba a la población la envergadura e importancia de las obras del Desagüe emprendidas por el régimen), abandonando el empeño por la desecar el entorno lacustre. No fue sino a partir del segundo mandato de Díaz que el desagüe se volverá una de las prioridades de la administración20, e importantes miembros del gabinete, como Romero Rubio, participarán en el proyecto. El proyecto se convirtió en una de las prioridades del régimen pues “[…] el desagüe fue un monumento que sirvió para legitimar el desenvolvimiento del Estado”21. La administración consideraba que además de la evidente utilidad contra las inundaciónes, la desecasión definitida vendría aparejada de la liberación de grandes extensiones de tierras enajenables para fines agrícolas (o inmobiliarios): ¡Qué paraíso no sería este inmenso Valle de México una vez desecado! ¡Qué ricas haciendas, qué feraces mieses, qué hermosas praderas, qué soberbios plantíos no podrían quedarse en los dilatados terrenos que no son sino grandes lagunas y tristes pantanos, donde algunos centenares de reses tísicas, con el agua hasta los corvejones, arrancan algunas matas de plantas acuáticas. 22
La obra se completó entre 1886 y 1900 y “junto con la construcción de una nueva penitenciara, la realización de las obras del desagüe de la ciudad figuraró entre sus proyectos prioritarios”23. Los recursos para el mismo corrieron a cargo del Ayuntamiento de la Ciudad, haciendo necesario un aumento del "derecho de portazgo" (especie de
Vid . PERLÓ, El paradigma porfiriano , México, Universidad Nacional Autónoma de México/Miguel Ángel Porrúa, 1999, pp. 70-74. 21 ARÉCHIGA, “El Desagüe del Valle de México, siglos XVI-XXI. Una historia paradójica”, en Arqueología mexicana , vol. XII, n. 68, México, julio-agosto de 2004, p. 64. 22 Extracto de una editorial de la Semana Mercantil, apur C ONNOLLY, El contratista de Don Porfirio , México, El Colegio de Michoacán/Fondo de Cultura Económica/Universidad Autónoma Metropolita, 1997, p. 219. 23 CONNOLLY, Op. cit., México, 1997, p. 219. 20
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alcabala por la entrada de algunos productos por las garitas, y que representaba el mayor ingreso de dicho ayuntamiento),para el financiamiento del mismo. Este aumento fue aprobado en 1885 por el Congreso y consistió en aumentar el porcentaje de los derechos de portazgo del 25% al 50%. Entre 1886 y 1900 se formó una Junta del Desagüe (presidida por Rincón Gallardo), encargada de la gestión de las obras. Asimismo se hizo uso de empréstitos24. A pesar de la gestión de dicha junta, fue una empresa inglesa quien obtiene la concesión para la contrucción del drenaje (además de una línea del ferrocarril a lo largo del mismo), dada su supuesta “capacidad técnica y organizativa para realizar la excavación mecánica” 25. Sin embargo, a pesar de que el canal se estrenó en 1900, las modificaciones en el
poyecto durante el proceso de contrucción (especialmente lo relativo al espesor de los canales para el abaratamiento de costos), hizo que en poco tiempo se viera superado y resultara insuficiente; por ejemplo, para 1906, hubo en la Ciudad de México una epidemia de cólera que evidenciaba las deficiencias del proyecto supuestamente higienista bajo el cual se concibió la nueva ciudad. Fraccionalización y urbanización diferenciada: las varias ciudades de México.
Como se mencionó línes arriba, la Ciudad de México vivió un primer período de expansión previo a la emergencia del régimen de Díaz; sin embargo, este proceso se consolidó particularmente en la primera década del siglo XX. Para la ciudad de México existían proyectos urbanísiticos que buscaban hacer de ésta expresión de la modernidad y el progreso26, haciendo especial énfasis en la higienización de la urbe, paradigma 24 “El
desagüe fue financiado por: una partida de 400 000 pesos anuales proveniente del Ayuntamiento de la Ciudad de México; un empréstito municipal de 2 400 000 libras; 4220000 de pesos provenientes del presupuesto federal; vales o pagarés de la Tesorería a 20 meses co nvalos de 380 000 pesos; y por último, 1 153 418 pesos de bonos de la deuda interna, con los que fundamentalmente se pagó a Pearson”. Vid . CONNOLLY, Op. cit., México, 1997,pp. 249-250 25 CONNOLLY, Op. cit., México, 1997,p. 288. 26 “La ciudad porfiriana ajusta su trama a las concepciones urbanísticas del último tercio del siglo XIX, aunque su alma se nutre en los movimientos urbanísiticos que emergieron con la modernidad. Éste es un proceso que en Latoninoamérica habremos de fechar entre 1880 y 1910 y que corresponde a la inserció de la economía agroexportadoras al modelo capitalista metropolitano que suponía, según algunos estudiosos, la asunción del neocolonialismo”. Vid. MOYA, Op. cit., México, 2012, p. 78.
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urbanísitico de la época27, pero sólo papalpable, en las colonias destinadas a las clases altas. En la ciudad se dio un proceso de urbanización diferenciada determinado por la pertenencia a determinado estrato socieconómico. Como bien señala Morales, si bien durante la época de la colonia la traza buscó segregar a los habitantes de la ciudad de acuerdo a su calidad, la marginación y la sectorialización de los grupos no se hizo efectiva hasta este momento de expansión y modernización urbana28. Se dá, a pesar del intento de planearlo, un crecimiento anárquico de la Ciudad y sectorializado por estratos, dibujando un mapa social de la Ciudad de México, en donde las clases medias y alta se asentaban en el poniente y sur, mientras al norte y oriente se expandían incipientes colonias obreras, muchas de ellas asentamientos irregulares de recién llegados a la ciudad. Para el caso de la municipalidad del México, por ejemplo, de acuerdo a Davis, esta expansión hacia el poniente del centro, respondió a una necesidad de aburguesar la apariencia de la Ciudad de México: así, comenzaron a convivir un centro tradicional con una fuerte presencia indígena, y en el que habitaban muchos pequeños comerciantes, con otro centro moderno y afrancesado que buscaba ser expresión del gran comercio y la presencia de la alta cultura europea29. La modernidad que irrumpió en la ciudad de México vino acompañada de agiotistas y especuladores, de “prestidigitadores de la inversión inmobiliaria”, que cuales reyes Midas modernos abogaban porque una clientela más “civilizada” y acaudalada poblara las calles centrales de la ciudad” y las nuevas colonias que habían florecido para satisfacer la demanda de este segmento social. 30
AGOSTONI, “Las delicias de la limpieza: La higiene en la ciudad de México”, en Historia de la vida Cotidiana, México, Fondo de Cultura Económica/El Colegio de México, 2005, v. IV, p. 565. 28 MORALES, “La expansión de la ciudad de México en el siglo XIX: el caso de los fraccionamientos”, en MORENO (coord.), Ciudad de México: ensayo de construcción de una historia. México, Secretaría de 27
Educación Pública/Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1978, p. 190. 29 Vid . DAVIS, “El rumbo de la esfera pública: influencias locales, nacionales e internacionales en la urbanización del centro de la Ciudad de México, 1919-1950”, en SACRISTÁN y PICCATO, Actores, espacios y debates en la historia de la esfera pública en la ciudad de México, México, Instituto Mora/Universidad Nacional Autónoma de México, 2005, pp. 244 y 245. 30 MOYA, Op. cit., México, 2012, p.84.
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La primera distinción entre los asentamientos destinados a las clases media y alta, y las colonias obreras se da en el tipo de construcciones. Las primeras destancan, por su magnitud31 y por poseer un cuidado estilo arquitectónico de herencia francesa e inglesa, además de sólidos materiales y la innegables mejoras en las técnicas de construcción; mientras que en los barrios obreros, antiguas casas señoreales eran convertidas en multifmiliares (vecindades), o se construían casas que en las fuentes son descritas simple y llanamente como “chozas”32. Por otra parte, y aún más grave, pues esto fue avalado por el Consejo, muchos fraccionadores ofrecían lotes en incipientes colonias obreras que aún no poseían los servicios mínimos (pavimentación, desagüe, área de mercado, plaza e Iglesia, etc.). En algunos casos, los vecinos se hicieron cargo de dichas cuestiones, pero en la mayoría, esto propició el desarrollo de asentamientos medio urbanizados y cuyos habitantes vivían en condiciones ignominiosas: […] el Consejo reconocío que no era posible exigir a los fraccionadores que en las obras de urbanización de las zonas depauperadas del norte y oriente de la ciudad de México cubrieran los mismos requisitos que se les exigían en las zonas donde se establecían clases sociales de cuantiosos recursos.33
No se pude dejar de hacer mención una vez más al proceso mediente el cual se consiguieron buena parte de los terrenos en los que se expandió la nueva ciudad. Además de las fincas y haciendas que poseían las órdenes religiosas, y de los terrenos que poco a poco fueron consolidándose tras la progresiva desecasión (estimulada en gran medida por la construcción del Gran Canal del Desagüe), buena parte de los territorios
Casas higiénicas, de acuerdo a Claudia Agostoni debían medir al menos 30 m3 por cada individuo un altura de almenos 3.75 metros y contar con buenas iluminación natural y ventilación. La búsquedad de ambientes libres de humedad llevó a la imprementación de técnicas químicas para conseguir un efecto impermeabel en los mateiales de contrucción. un ejemplo de esto último es la empresa de Alberto Pérez Gil fundada en 1892. Vid . AGOSTONI, Op. cit., México, 2004, p. 567. 32 “De acuerdo con el censo de 1919, más del 50% de las casas se registraban como “chozas”: cuartos o habitaciones con pisos de tierra y carentes de subdivisiones internas, lo que hacía que la parte destinada a dormir fuera la misma que aquella donde se comía y se prearaben los alimentos. Es decir lo que predominaba era la aglomeración de personas en habitaciones reducisas y mal ventiladas en las que la insalubridad y la acumulación de individuos e inmundicias daban orígenes a gérmenes patógenos”. Vid. AGOSTONI, Op. cit., México, 2004, p. 567. 33 MIRANDA, Op. cit., México, 2004. 243. 31
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fueron expropiados a las comunidades indígenas, para quienes los vericuetos legaloides hicieron imposible la restitución de sus propiedaes. Como bien apunta Andrés Lira, “”barrio” y “colonia” fueron así conceptos antitéticos”34, pues fue sobre la expropiación de los primeros que pudieron acentarse las segundas. Alegando vacuidad, muchas compañías deslindadoras fraccionaron buena parte de las propiedades de las comunidades indígenas, especialmente hacia el oriente, norte y sur de la ciudad (al poniente se fraccionaron las colonias para gente de altos recursos,en territorios que habían sido parte de haciendas como la de La Teja35. y la de la Condesa de Miravalle, sin emabrgo no se debe dejar de lado el caso de La Romita). Así fue que muchos antiguos barrios indígenas, cuyos orígenes se remontan a la época prehispánica, desaparecieron ante el embate implacable del despojo y la urbanización y de los que hoy sólo queda rastro a través de topónimos. Por ejemplo, la Hacienda de San Juan de Aragón que era beneficio de la parcialidad de Tlatelco, o el propio pueblo de Mixiuca, que casi desaparece durante este período. Esas compañías habían medido, comprado, fraccionado y vendido terrenos de los potreros de Mixiuca, Santa Anita, Ixtacalco, San Andrés Tetepilco , al oriente y sur de la ciudad, y al norte habían afectado otros pueblos de las extinguidas parcialidades. 36
Las principales compañías deslindadoras y fraccionadoras (además de los contratistas extranjeros como Pearson & Son), fueron las sociedades: “Condesa S.A”, “Terrenos de la Calzada de Chapultepec, S.A.”, “Banco Mutualista y de Ahorros”, quienes entre sus socios contaban con miembros del gabinete y de los ministerios del Estado, como José Yves Limantour, Porfirio Díaz hijo, Enrique C. Creel, Pablo Escandón, Fernando Pimentel y Fagoaga, Guillermo de Landa y Escandón, etc. Sin embargo, junto a estos grandes empresarios, coexisten también proyectos emprendidos por pequeños
LIRA, Op. cit.,, México, 1995, p. 267. Vid . G ORTARI y HERNÁNDEZ, La ciudad de México y el Distrito Federal , México, DDF/Instituto Mora, 1988, vol. III, p. 109. 36 LIRA, Op. cit., México, 1995, p. 175. 34 35
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capitalistas, como el de Juan Violante, quien fraccionó el antiguo rancho de Granaditas, en Tepito. Dicho fraccionamiento será conocido como la colonia Violante. Conclusiones.
Durante el profiriiato, se consolidan transformaciones en la Ciudad de México que empezaban a gestarse desde décadas antes. La creación del Distrito Federal y su consolidación como centro político, administrativo y económico del país sólo fue posible en el régimen de estabilidad política y económica que se alcanzó durante las primeras décadas del gobierno de Díaz. Durante este período, se desplegó una política de mejoramiento urbano que buscaba hacer de la ciudad la urbe más desarrollada de América, expresión del proyecto de orden y progreso porfiriano (por ejemplo, el ideal de saneamiento e higienismo cientifista). Asimismo, se buscaba hacerla símbolo de la fuerza política del régimen, a través de la arquitectura monumental y las grandes obras, como la del Gran Canal del Desagüe del Valle de México. La fisonomía de lo que hoy en día es la ciudad (desbordada más allá de sus límites jurisdiccionales), se perfila en este período, incluso en su etructura político-administrativa. La urbanización diferenciada fue expresión de las grandes contradicciones de la sociedad porfiriana, y por lo mismo manifiesta un proceso fundamental en la historia socioeconómica de este país: la formación de una sociedad de clases y de nuevas identidades, en la que se evidenciaban las contradicciones del país: una plutocracia microscópica que buscaba imitar los modelos urbanísticos europeos, y una abrumadora masa campesina, artesana y proletaria, infinitamente pauperizada. En esta realidad se gestan nuevos modos de vivir la cotidianidad (la relación con los transportes, las nuevas actividades productivas y demás cuestiones del día a día), de socializar, y también de nuevos signos de identidad y prejuicios (la legendaria fama de barrios como Tepito). La formación de colonias de clase media y alta por una parte, y de barrios y por colonias obreras por la otra, llevó a la concentración de los habitantes de la ciudad (que
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cada vez eran más, dado el centrípedo proceso de industrialización) en grupos que compartían características estructurales, lo que estimuló la formación de nuevas identidades fundadas en este nuevo tipo de vecindad: la consciencia de clase, cuestión, que por otro lado era manifiesta, en las nóveles sociedades obreras y en las aspiraciones de una burguesía cada vez más consciente de su función económica y política, y que la hacían casi antagónica a la aristocracia latifundista característica del Antiguo Régimen (de no ser porque en muchos casos eran su descendencia). La formación de la ciudad de México, como hecho histórico, no se circunscribe a las aspiraciones centralistas del gobierno de Porfirio Díaz, también está determinado por el desarrollo de las fuerzas productivas (hasta cierto punto incontrolable políticamente), que llevarán al colapso del mismo régimen. Bibliografía
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