Terapia familiar feminista rrr
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Thelma Jean Goodrich Cheryl Rampage Barbara Ellman Kris Halstead
Terapia Familiar
PAIDOS
Terapia familiar feminista
Grupos e instituciones / Terapia familiar 1. A. Dellarossa - Grupos de reflexión 2. J. Chazaud - Introducción a la terapéutica institucional 3. M. Grotjhan - El arte y la técnica de la terapia gr up al analítica 4. W.R. Bion - Experiencias en gru po s 5. R. de Board - El psicoa ná lisis de las organizacio nes 6. F. Moccio - El taller de tera pias e xp resiva s 7. D. Anzieu - El psicodram a analítico en el niño y en el adole scente 8 . 1.L. Luchina y col. - El g rupo Ba lint. Hac ia un modelo “clínico -situ ado nal” 9. S. Minuchin y H. Ch. Fishman - Técnicas de terapia fam iliar 10. M. Andolfi - Terapia fam iliar 11. B. Shert'er y otros - Manual pa ra el as esoram iento psico lógico 12. M. Andolfi e I. Zwerling - Dim ensiones de la tera pia fa m ilia r 13. S. Minuchin - Calidoscopio fam iliar 14. M. Selvini Palazzoli y otros - Al fr ente de la orga nización 15. A. Schlemenson - Análisis or ganizacion al y em presa unipersonal 16. J.S. Bergman - Pesca ndo ba rracud as. Pr ag mática de la terapia sistém i ca breve 17. B.P. Keeney - Estética de l cambio 18. S. de Shazer - Pa utas de terapia fa m ilia r breve. Un enfoque ecosistém i co 19.1. Butelman - Psico pe da go gía institucional. Una form ulac ión analític a 20. P. Papp - El pr oc es o de cam bio 21. M. Selvini Palazzoli y otros - Para doja y co ntrap ar ad oja. Un nuevo modelo en la terapia fa m ilia r con transacción esq uizofrénica 22. B.P. Keeney y O. Silverstein - La voz terapéutica de Olga Silverstein 23. M. Andolfi y C. Angelo - Tiempo y mito en la psico terap ia fam iliar 24. J.L. Etkin y L. Schvarstein - Id en tid ad de las orga nizacion es 25. W.H. O’Hanlon - Raíces profundas. Pr incipios básicos de la terapia y de la hipnosis de Milton E rickson 26. R. Kaes y otros: La institución y la s instituciones. Estudios psicoanalíti cos 27. H. Ch. Fishman: Tratamiento de adolescentes con problem as 28. M. Selvin i Palazzoli y otros: Los ju egos psicó ticos en la familia 29. M. Goodrich y otros: Terapia fam iliar feminista
Thelma Jean Goodrich Cheryl Rampage . Barbara Ellman Kris Halstead
Terapia familiar feminista
PAIDOS Buenos Aires - Barcelona - México
Título original: Feminist Family Therapy. A casebook W. W. Norton & Co., New York, London © Copyright 1988 by Thelma Jean Goodrich, Cheryl Rampage, Barbara Ellman, and Kris Halstead ISBN 0-393-70050-X Traducción de Beatriz López Cubierta de Gustavo Macri
la. edición , 1989
Impreso en la Argentina — Printed in Argentina Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723
I^a reproducción total o parcial de este libro, en cualquier forma que sea, idéntica o modificada, escrita a máquina, por el sistema “multigraph”, mimeógrafo, impreso, por fotocopia, fotoduplicación, etc., no autorizada por los editores, viola derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.
© Copyright de todas las ediciones en castellano by Editorial Paidós SAICF Defensa 599, Buenos Aires Ediciones Paidós Ibérica S.A. Mariano Cubí 92, Barcelona Editorial Paidós Mexicana S.A. Guanajuato 202, México DF
ISB N 95 0 - 12 - 4629 - 9
Y a menudo me he preguntado Cómo los años y yo sobrevivimos Tuve una madre que me cantaba Una canción de cuna que no mentía Joan Baez, “Honest Lullaby"
Dedicamos este libro a nuestras madres, Thclma Quillian Goodrich Lois Mae Rampage
Francés Ellman Mary Grzymkowski,
cuyo amor nos dio el valor necesario para cuestionar lo establecido.
LAS AUTORAS
Las autoras son fundadoras y docentes del Instituto de las Mujeres para Estudios sobre la Vida de Houston, Texas. Chcryl Rampage y Barbara Ellman son autoras asociadas que com parten igual responsabilidad por este trabajo. Thelma Jean Goodrich, Doctora en Filosofía, es profesora auxiliar en el Departamento de Medicina Familiar del Baylor College of Medicine, de Houston. Cheryl Rampage, Doctora en Filosofía, es profesora asociada de Ciencias del Comportamiento en la Universidad de Houston-Clear Láke. Barbara Ellman, Licenciada en Estudios Sociales, es profesora adjun ta en el Departamento de Graduados de Estudios Sociales de la Univer sidad de Houston. Kris Halstead, Licenciada en Ciencias de la Educación, es supervisora asociada en el Centro de Prácticas de Terapia Familiar, de Washing ton, D. C.
INDICE
Prólogo, de Rachel T. Hare-Muslin............................................. 9 Prefacio...................................................................................... 13 Agradecimientos......................................................................... 15 1.
El feminismo y la familia ..................................................... 19 Los estereotipos de los roles de los géneros y la familia ...23 La ideología de la familia “normal” .....................................26 El planteo feminista.............................................................27
2.
Terapia familiar feminista: haciauna reforma ....................... 31 La teoría..............................................................................34 La capacitación...................................................................48
3.
Trabajo feminista, proceso feminista .......................... .......55
4.
El matrimonio empresarial................................................... 63 Linda y R icardo................................................................... 65 La consulta .......................................................................... 68 El análisis......................................................;.................. 71 El tratamiento...................................................................... 76 Ricardo y Linda...................................................................78 Fernanda y Javier ............. ...................................................79 Los riesgos.......................................................................... 84
5.
La familia de un solo progenitor........................................... 87 Paulina y sus hijos............................................................... 89 La consulta......................................................................... 93 El análisis........................................................................... 96 El tratamiento....................................................................103 Paulina y sus hijos............................................................. 105 Los riesgos............................................................ ..........110
INDICE
La pareja corriente ................................... Gabriel y Julia ..........................................
113 ,114
La consulta............................................... El análisis................................................. El tratamiento........................................... Julia y Gabriel.......................................... Los riesgos...............................................
120 .122
El acuerdo sobre la prestación de cuidados Esteban y Sandra...................................... La consulta............................................... La segunda consulta................................. El análisis................................................. El tratamiento.......................................... Sandra y Esteban...................................... Los riesgos...............................................
141 144 145 149 151 155 156 161
La pareja lesbiana..................................... Cora y Cata / Ruth y R ita ......................... La consulta ...............................................
163 164 165 168 170 180 181 188
La relación abusiva .................................. Angélica.................................................. La consulta ..............................................
191 193 195 197
La segunda consulta................................. El análisis ............ ............ ....................... El tratamiento .......................................... Cata, Cora, Rita, Ruth .............................. Los riesgos ............. ..................................
La segunda consulta................................. El análisis................................................. El tratamiento.......................................... Angélica.................................................. Los riesgos ..............................................
129 .131 139
200
204 206 209
Su participación en la reforma .................
211
Referencias bibliográficas........................
,217
Indice analítico
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PROLOGO
Terapia Familiar Feminista es un libro de historias de casos en el que
se presenta una nueva manera de conceptualizar y practicar la terapia familiar. Constituye un paradigma en el que se reconoce el carácter de la familia basado en el género y la intersección de éste con los recursos materiales y psíquicos de la familia. Me ha causado honda impresión la manera en que las autoras, Thelma Jean Goodrich, Cheryl Rampage, Barbara Ellman y Kris Halstead, se han dedicado a desarrollar un método que prescinde de los modelos estáticos de la teoría de los roles sexuales, el funcionalismo y las etapas del desarrollo psicosexual. Al reconocer valientemente que la familia existe en el contexto de una sociedad patriarcal, van más allá de los gestos rituales que suelen hacerse en este campo ante la importancia del contexto social más amplio. ¿Por qué “valientemente”? Porque en una sociedad en la que tratamos de ocultar las desigualdades entre los hombres y las mujeres, nos resulta incómodo incluso el uso del término “patriarcado”. A veces nos olvidamos de que la terapia familiar nació en un movimiento revolucionario, el de la teoría de las comunicaciones y los planteos sistémicos frente a los modelos lineales. En lugar del método psicoanalítico centrado en el individuo, la terapia familiar ofrecía un punto de vista sistémico de las relaciones e interés por el contexto. Pero toda revolución con el tiempo está destinada a volverse conservadora a ser “algo más de lo mismo”. La genialidad que distinguía a los pioneros de este campo, como Gregory Bateson, Paul Watzlawick y Virginia Satir, se ha desvanecido y hoy es un método oficial en el que nos interesa perfeccionar y dar forma a su circularidad misma. Algunos consideran que en la actualidad la terapia familiar no hace más que dar vueltas y vueltas en un circuito recurrente. Además, nuestra muy admirada y alabada metaposición ha ignorado sistemáticamente el género, demostrándose una vez más qué difícil es
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PROLOGO
comprender un sistema del cual formamos parte. Como señaló Judy Libow, hemos tratado al género como un secreto de familia. En conse cuencia, la terapia familiar tradicional no ha podido hacer ver a las familias la conexión que tienen sus problemas con los estereotipos culturales relativos al género y con las relaciones de poder. Creo que la terapia familiar está dando un paso gigantesco al'comenzar a develar ese secreto, como lo ponen en evidencia el presente libro, el de Marianne Ault-Riche y otros que se publicarán. ¿Cómo se puede lograr un cambio paradigmático? Las terapeutas feministas presentan un desafío al campo de la terapia familiar, declaran do que la revolución no ha terminado. Pero, como sucede con todas las revoluciones, hay resistencias, opuestas incluso por los viejos revolucio narios. Algunos teóricos y profesionales no estarán dispuestos a aceptar estas nuevas maneras de pensar sobre las familias y de trabajar con ellas, y dirán que el motivo del cambio es político. Ahora bien, toda organiza ción social es política, lo mismo que todo significado es semántico; toda posición implica “adoptar un punto de vista”. No se trata de preguntar si el punto de vista es correcto o equivocado, pregunta imposible de contestar en una sociedad posmodemista, sino cuáles son las consecuen cias de un punto de vista determinado. La perspectiva de las terapeutas feministas se traduce en un modelo en el que las quejas de las mujeres no son consideradas insignificantes, no se culpa a las mujeres por los problemas de la familia y no se las alienta a soportar matrimonios malsanos y peligrosos. Como nos recuerdan las autoras, la terapia familiar es una empresa moral basada en una visión de la vida humana, y las cuestiones de índole moral no deben ser ocultadas. La terapia familiar persigue la transforma ción tanto como la adaptación a las normas sociales. Las autoras señalan cómo el problema de la subordinación de las mujeres en la sociedad ha sido marginado, malentendido e ignorado en la terapia familiar. Ponen a la vista la dicotomía masculino-femenino. Van de la evaluación y la crítica a la práctica. Admiro su buena voluntad para exponer sus propios objetivos y dudas en las historias de casos que presentan. Asimismo, tienen una exquisita sensibilidad ante sus propias actitudes, valores y respuestas frente a las normas y expectativas culturales. Al exponer con honestidad los riesgos y las ventajas de su método terapéutico, han fijado un nuevo patrón para evaluar la práctica de la terapia familiar que otros terapeutas bien podrían emular.
TERAPIA FAMILIAR FEMINISTA
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La metaposición adoptada en este libro es una posición que da cuenta de una diferencia. ¿Qué diferencia es más universal que la del género? Empero, diferencia no tiene porqué significar déficit, como en las teorías psicoanalíticas sobre la mujer, ni dominación, como en las teorías estructurales y estratégicas en las que los límites protegen las jerarquías. La terapia dcscripta en este libro se opone a otros enfoques y verdadera mente coloca ala familia y al individuo dentro del contexto social de una manera que rara vez han logrado los métodos anteriores. Las autoras han trabajado en equipo, formándose, apoyándose y criticándose mutuamente para lograr este nuevo método. Han basado su trabajo en las ideas y los artículos sobre terapia familiar feminista que comenzaron a aparecer en los últimos años de la década de 1970. Sus historias de casos ilustran cómo pueden rcencuadrarse los problemas para incorporar el género. En el caso de un matrimonio empresarial, las autoras demuestran cómo las estructuras de trabajo despersonalizadas afectan a la familia. En otro caso examinan los estereotipos relativos a las familias a cargo de un solo progenitor. El perimido lema de la comple mentariedad es analizado en otro ejemplo donde las autoras señalan que no es lo mismo adoptar una posición de inferioridad, que ser inferior. Otros casos tienen que ver con la familia de origen y las exigencias de atención y cuidado, con una pareja lesbiana y con una relación abusiva. A través de las historias clínicas las autoras revelan muy elocuentemente de qué manera los estereotipos de los roles de los géneros sofocan los deseos, la conducta y el desarrollo de todos los miembros de la familia. Toman términos agotados como fusión, límite y triángulo, que han sido vaciados de contenido, y les dan un nuevo significado. Asimismo, revalorizan la dependencia y la resistencia equiparándolas al heroísmo y el honor. Y al llamar la atención sobre la posición de las mujeres, nos recuerdan que nuestras teorías sistémicas no pueden explicar todos los fenómenos: “ya sea que el cuchillo caiga sobre el melón o el melón caiga sobre el cuchillo, es el melón el que se corta”. ¿Puede continuarla revolución en la terapia familiar? Sospecho que únicamente si asimila una concepción verdaderamente nueva, como la que brinda la terapia familiar feminista. Las autoras mencionan que son las primogénitas en sus familias de origen. ¿Quién no desearía que una hermana mayor así le señalara el camino? Este libro será de utilidad para muchos profesionales de la terapia familiar dispuestos a adoptar un
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PROLOGO
nuevo paradigma. Terapia familiar feminista nos ofrece una visión ampliada y transformada de la terapia familiar del futuro.
Rachel T. Hare-Mustin Noviembre de 1987
PREFACIO
Sólo mujeres que se escuchen mutua mente podrán crear un mundo que con trarreste el sentido predominante de la realidad. Maiy Daly, Beyond God the Father
Somos cuatro terapeutas de familias que hemos luchado, cada cual a su modo, para comprender nuestro trabajo y a nuestros pacientes, in sertas como estamos en esta sociedad patriarcal. Somos cuatro mujeres que hemos reconocido en nuestras propias vidas los efectos insidiosos del sexismo y la opresión originada por teorías que nos degradan. Nos identificamos como amigas y colegas porque nos hemos fijado el mismo objetivo: comprender qué hacemos y cómo sobrevivimos. Nos identifi camos a través de nuestra común adhesión al feminismo. Nos identifica mos al reconocer el fracaso de nuestros respectivos programas de formación en lo que se refiere a preparamos para responder a las complejidades de la familia norteamericana y de cada uno de sus miembros, en particular las mujeres. Con gran alivio nos unimos, compartiendo la oficina y las ideas, escribiendo monografías, haciendo presentaciones, analizando nuestro trabajo desde nuestro punto de vista feminista. Con el tiempo, llegamos a establecer un foro para que las mujeres investigaran los intereses y los lemas feministas que nos pertenecen a todas. Llamamos a este foro Instituto de las Mujeres para Estudios de la Vida. Mediante talleres, seminarios, retiros, grupos de consulta, tertulias y conmemoraciones, creamos un espacio para que las mujeres se hicieran conscientes, para elevar su nivel de conciencia. Sólo cuando aceptamos el desafío que nos planteó Susan Barrows, de W. W. Norton, comprendimos las ramificaciones de todo lo que confor ma el trabajo de las mujeres. Nuestra decisión de escribir un libro se pareció mucho a la decisión de tener un bebé entre todas. Este libro forma parte de todas nosotras y el hecho de haber pasado juntas por la experiencia de su alumbramiento estimuló nuestros instintos de prote
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PREFACIO
ger, dar un nombre, alimentar, poseer, perfeccionar y crear a nuestra imagen y semejanza. Cuando decidimos escribir este libro juntas, nos comprometimos a desarrollar un proceso colegiado, respetuoso y consensúala No quisimos dividir el libro de modo que cada una escribiera una parte, sino más bien esforzamos en producir una teoría originada en nuestro análisis colecti vo. Nos reuníamos semanalmente para examinar nuestras opiniones sobre los pacientes con los que estábamos trabajando en ese momento. Nuestro objetivo era respetar el aporte y la manera de comprender los dilemas terapéuticos de cada una, sin abdicar, no obstante, del propio punto de vista: esto no siempre resultó fácil. Somos mujeres, madres, hermanas, hijas, amantes y educadoras. Procedemos de la costa atlántica, el centro y el sudoeste de los Estados Unidos y del catolicismo y el protestantismo. Todas nos hemos casado, algunas se han divorciado, algunas han vivido en comunidad. Todas tenemos hijas; dos de nosotras tienen hijos varones. Las cuatro somos las primogénitas en nuestra familia de origen. Las cuatro sentimos un gran amor y devoción por las mujeres. Todo esto afecta el trabajo que hemos realizado juntas. Ninguna de nosotras es una mujer de color y esto también afecta al trabajo que realizamos juntas. Ninguna de nosotras se llama a sí misma lesbiana, lo cual influye en nuestro trabajo en común. Mientras escribíamos este libro, una de nosotras perdió a su padre, otra a su madre, una tercera dio a luz un bebé, otra adoptó un bebé, y hubo otra que se alejó. Estos sucesos afectaron a nuestra tarea en común. El entrelazamiento de nuestras vidas profesionales y nuestras realidades personales —así como el conocimiento de este hecho y su utilización— hacen que este proyecto, nuestro libro, sea inherentemente feminista. Junto con otras mujeres de todo el país, estamos apenas comenzando a aprender lo que significa para las mujeres trabajar juntas, crear juntas, cooperar y competir, confrontar y nutrir. Durante demasiado tiempo todas nosotras hemos sido privadas de esa experiencia.
AGRADECIMIENTOS
Muchas personas han alentado y apoyado nuestros esfuerzos para escribir este libro. A todas ellas queremos expresarles nuestro reconoci miento. Los trabajos de Jean Baker Millcr, Dorothy Dinnerstein y Rachel Hare-Mustin estimularon nuestras primeras ideas sobre los puntos de contacto existentes entre el feminismo y la terapia familiar. Las integran tes del Proyecto de Terapia Familiar de las Mujeres —Betty Cárter, Peggy Papp, Olga Silverstein y Marianne Walters— fueron pioneras en lo que respecta a relacionar las cuestiones del género con la terapia familiar. Y han sido generosas en sus elogios a nuestro trabajo. Agradecemos asimismo a Susan Barrows, nuestra redactora en Nor ton. Su convicción de que estábamos preparadas para escribir este libro nos brindó la inspiración inicial, y su constante entusiasmo nos animaba cuando nuestra energía empezaba a flaquear. Nuestras colegas Lisa Balick y Linda Walsh demostraron tener una paciencia y un buen humor infinitos durante meses de distracción mientras trabajamos para terminar el proyecto. La reflexiva lectura que hicieron del manuscrito redundó en muchísimas sugerencias valiosas. Carol Snydcr leyó varios de los capítulos más dificultosos; su capa cidad para dominar la palabra escrita agregó claridad cuando el texto corría el riesgo de ser oscuro. Margaret Nobles, nuestra mecanógrafa, fue capaz de transformar pilas de páginas ajadas, garabateadas con cuatro tipos de letra diferentes e ilegibles, en páginas bien presentadas de prosa comprensible. Su buen ánimo y su sorprendente eficiencia fueron una inmensa bendición mientras nos esforzábamos por cumplir los plazos de entrega. Por último, queremos manifestar nuestro reconocimiento a los pa-
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AGRADECIMIENTOS
cientes, tanto a aquellos cuyas historias aparecen en este libro como a muchos otros que durante años nos han enfrentado al desafío de tener que reformar nuestras ideas sobre el proceso de la terapia. T. J. G., C. R., B. E., K. H. El reconocimiento de los demás ha constituido mi fortaleza y sostén: el de Marianne Walters, que ratificó mi trabajo en una de las primeras ' presentaciones y siguió alentándome en presentaciones posteriores con su manera tan especial y personal; el de Betty Cárter, que tanto en publicaciones como en foros públicos me hizo saber que estaba bien encaminada; el de Lisa Balick y Loyce Baker, quienes me aseguraban diariamente que había un punto final para todo mi sufrimiento, y el de mis hijos, mis maravillosos hijos —Dolly, Davey, Kelly y Mila— que de muy buena gana se hicieron a un lado mientras duró todo el trabajo extra de los dos últimos años. T. J. G. Agradezco a mi esposo, Larry LaBoda, por considerar desde el comienzo que este trabajo era importante. Su absoluta confianza en que saldría bien y su buena voluntad para aceptar el aflojamiento del ritmo hogareño me brindaron un enorme apoyo. Mis hijos, Scott y Elizabeth, fueron pacientes durante mi ausencia y comprensivos a mi regreso. La distracción que me causaron ocasionalmente es insignificante compara da con la alegría que siempre me han brindado. C. R. Quiero darle las gracias a mi esposo, Mitchcll Aboulafia, que me apoyó con sus planteos intelectuales, su amistad, su amor y la intensifi cación de sus obligaciones paternas mientras estuve casada con el libro. A Lauren, que de la noche a la mañana se convirtió en la más estupenda criatura de cinco años y fue mi maravilloso regalo cuando salí de la cueva. A Sara, que compitió con el libro en cuanto al embarazo y el parto pero tiene la diferencia bien nítida de haber emergido como la inmensa alegría que es. A mi hermana Susan y mi padre Abe, que no se cansaban nunca de preguntar por “el libro”. A mis amigos, especialmente Hilary
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Karp y SusanThal, que supieron excusar las citas incumplidas, las fechas canceladas y las llamadas telefónicas sin respuesta. Y porúltimo, a mis vecinas, Nancy George y Sue Kellogg, que hicieron de familia ampliada ayudando a mi familia cuando yo no estaba. B.E. Dos personas aportaron sus ideas y su tiempo para criticar algunas partes del manuscrito. Caroline Whitbcck y Laurie Leitch contribuyeron de manera importante a mi comprensión de la integración de la teoría y la práctica feministas. Expreso mi gratitud a Lauro Halstead por haber compartido conmigo su sabiduría sobre el arte de vivir y de crear. K. H.
C a p i t u lo i
EL FEMINISMO Y LA FAMILIA
Esta revolución es la más universal y la más humana de todas las revolu cio nes. Nadie puede oponerse a una revolu ción que pregunta: “¿Cómo vivimos con los demás? ¿Cómo educamos a nuestros niños? ¿Cómo se comparte la vida y el trabajo de la familia? ¿Cómo podemos ser humanos todos nosotros?”
Jcssie Bemard, Women and the Public Interest
En su misión de transformar la índole del orden social, el feminismo empieza en el hogar. La familia ocupa un lugar central en el pensamiento feminista por varias razones. En primer lugar, es la fuente fundamental de la transmisión de las normas y valores de la cultura; una cultura cuestionada por las feministas en su base misma. En segundo lugar, la familia es considerada tradicionalmente como el dominio de las mujeres y, por consiguiente, merece ser analizada en detalle por parte de quienes se interesan por la condición de la mujer. Por último, es en la familia donde los individuos aprenden por primera vez lo que significa ser masculino o femenino, definiciones de sí mismo que para las feministas son muy problemáticas en nuestra sociedad. Cuando hablamos de feminismo nos referimos a la filosofía que reconoce que las mujeres y los hombres tienen diferentes experiencias de sí mismos, del otro, de la vida, y que la experiencia de los hombres ha sido ampliamente enunciada mientras que la de las mujeres ha sido omitida o mal explicada. Cuando hablamos de feminismo nos referimos a la filosofía que reconoce que esta sociedad no permite la igualdad a las mujeres; por el contrario, está estructurada de tal manera que oprime a las mujeres y glorifica a los hombres. Esta estructura se denomina patriarcado. Cuando hablamos de feminismo nos referimos a una filoso fía que reconoce que todos los aspectos de la vida pública y privada
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EL FEMINISMO Y LA FAMILIA
llevan la marca de la teoría y la práctica patriarcales y, por consiguiente, es necesario someterlos a una revisión. Los análisis feministas de la familia empiezan por situarla en el tiempo, porque las definiciones sobre la validez de los miembros de la familia y de su participación en ella han variado en las distintas épocas, de acuerdo con las necesidades políticas, económicas, sociales e indivi duales (Mintz y Kellogg, 1987; Morgan, 1966; Rabb y Rotberg, 1973). Esta perspectiva cuestiona la creencia corriente de que la familia existe fiiera de la historia, que trasciende la historia. Se supone erróneamente, por ejemplo, que la “infancia” como período de desarrollo socialmente reconocido ha existido siempre. En realidad, el origen del concepto de infancia tal como lo conocemos está relacionado con el desarrollo de la “familia moderna” durante la era de la Revolución Industrial y, por consiguiente, está ligado a los cambios producidos también en esa época en la estructura familiar, las clases sociales, la economía y la demografía (Artes, 1960/1962). Este hecho de que una condición, al parecer tan fundamental como la niñez, sea en realidad un concepto detenninado por el contexto y sujeto a cambios, no ha sido incoiporado en la conciencia del lego ni en la del profesional. El origen de otras características de la vida familiar es igualmente dejado de lado, haciendo así que parezcan características naturales y constantes. Examínese la clara división existente entre el hogar (dominio de las mujeres) y el lugar de trabajo (el mundo de los hombres). Fue la era industrial con su economía capitalista la que bifurcó a la sociedad occidental en dos esferas separadas y sustentadas por una ideología, haciendo que una de ellas fuese privada y correspondiese a las mujeres, y que la otra fuese pública y correspondiese a los hombres. En el período previo a la era industrial las mujeres y los hombres trabajabanjuntos, aun cuando existía cierta división del trabajo. Durante la era industrial se le enseñó sistemáticamente a la mujer que debía llegar a ser una excelente ama de casa y madre antes que alcanzar cualquier otra identidad posible (por ejemplo, trabajadora, amante, amiga). La propaganda sobre la familia entraba en el hogar desde todos los sectores, porque se creó un cuadro de expertos para educar, aconsejar e inducir a las mujeres para que asumieran sus nuevos roles. Médicos, pastores y economistas domésticos, recién inventados, se encargaron de prescribir a las esposas modalidades adecuadas de comportamiento. Estos expertos autonombrados crearon un montón de manuales y otras
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series de instrucciones sobre el cuidado de los niños y del hogar, para consumo de las mujeres. El amor mismo se invocaba como una manera de galvanizar las actitudes y conductas de la mujer a favor de su rol exclusivo como ama de casa y madre. De hecho, el término “ama de casa” no fue creado hasta el periodo industrial. Del mismo modo, aunque las madres siempre han existido, la Maternidad como institución no se conocía anteriormente (Rich, 1976). Se les enseñaba a las mujeres, desde la página impresa y desde el pulpito, que harían un gran daño a sus maridos (que estaban en el mundo procurando el sustento) y a sus hijos (quienes, por primera vez en la historia, eran vistos como seres que necesitaban un cuidado especial) si no seguían los consejos y las advertencias de los expertos. A causa de la división de la vida en compartimientos que trajo consigo la industrialización, el rol de la mujer como guardiana del fuego del hogar empezó a ser considerado esencial para la cultura. Las esposas tenían que hacer tolerables los nuevos empleos industriales y burocráticos que desempeñaban los hombres creando y manteniendo un clima hogareño cálido y revitalizante. Se promocionaba a la familia como un “refugio” privado para compensar el clima “inhumano” de las fábricas. El hogar de un hombre tenía que parecer su castillo y él tenía que sentir su nuevo privilegio de jugar al rey para compensar la alienación que experimen taba ahora en su lugar de trabajo. ¿Qué sucedía con las mujeres? ¿La familia se había convertido para ellas en un refugio, en un lugar seguro y acogedor? Las feministas han escrito sobre la posición vulnerable e insatisfactoria del ama de casa ya a partir de la década de 1890, cuando Charlotte Perkins Gilman escribió The Yellow Wallpaper (1973 b). La historia de Gilman cuenta la declinación emocional de una esposa a medida que ve imágenes aluci nadas sobre el papel que cubre las paredes de la habitación en la que está confinada dentro de su protegida casa. Casa de muñecas de Ibscn es otro ejemplo de la infantilización impuesta a la esposa por su marido (1985). A estas dos mujeres sus maridos paternalistas les dicen que lo que les está sucediendo es “por su propio bien”, a pesar de que ellas se sienten mal. Y lo que resulta aun más significativo, les dicen que su bondad y su identidad de mujer se verán cuestionadas si no aceptan con buen ánimo y calladamente el lugar que se les ha asignado. Algunas feministas contemporáneas también han tratado de aclarar las extrañas sensaciones de descontento, aislamiento y degradación
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EL FEMINISMO Y LA FAMILIA
experimentadas por las amas de casa, siendo la primera Betty Friedan con The Feminine Mystique, publicado en 1963, donde expuso “el pro blema que no tiene nombre” para que todos lo vieran (Ehrenreich y English, 1978; Oakley, 1974; Swerdow, 1978). Sin embargo, todavía es una creencia comente que las amas de casa gozan de una buena situación, que son bien cuidadas y que no podrían tener quejas legítimas. Cuando en las películas y en las novelas aparece “la feliz ama de casa” agobiada por la depresión, el alcohol o las drogas, la situación se muestra como si fuese algo idiosincrásico y personal, nunca político. El hogar no ha sido enriquecedor para las mujeres, y lo que es peor, ni siquiera ha sido seguro para ellas, ni para sus hijos. Una de cada cuatro mujeres es golpeada por su marido, y se estima que hay 400.000 casos de incesto anuales, el 97 por ciento de los cuales son perpetrados por hombres (Kosof, 1985; Straus, Gelles y Steinmetz, 1980). Se considera que estas aterradoras cifras se encuentran bien por debajo de la incidencia real, y otros hechos de violencia en el hogar como, por ejemplo, la violación por parte del marido y el castigo físico de los hijos son igualmente difíciles de registrar. Lo que es declarado hace imposible sostener el pensamiento consolador de que los hombres violentos y abusivos son un elemento periférico. Nuestra cultura no sólo ha permi tido que los hombres creyesen que tienen poder sobre sus esposas e hijos; ha creado y reforzado intensamente la posición dominante del hombre. Las feministas han develado la relación entre la violencia —sexual, física y emocional— y la intimidad del hogar como ámbito propicio para el ejercicio de la prerrogativa masculina (Dobash y Dobash, 1979; Hermán, 1982; Russell, 1982; Schecter, 1982). Esta ideología de la intimidad sigue silenciando a miles de víctimas de la violencia domés tica. Los partidarios de esta ideología reclaman una política de prescindencia por parte del Estado y afirman que la intromisión del gobierno en la vida familiar se opone a la esencia de lo norteamericano. Las feminis tas señalan, sin embargo, que el gobierno norteamericano ha intervenido (y debe intervenir) en la vida familiar de muchas maneras: la educación obligatoria, la inmunización contra ciertas enfermedades, las reglamen taciones relativas a la vivienda, las normas sobré salud y seguridad, la fiscalización de la información sobre el control de la natalidad y el aborto y sobre el acceso a ambos, y las leyes sobre el trabajo de menores (Norgren, 1982). Más recientemente, la posición que considera a la familia como una isla ha sido socavada por leyes que requieren la
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intervención en familias en las que existen “motivos para creer” que se descuida a los niños o se abusa de ellos. Una disposición adicional aunque retrasada permite a una mujer defenderse de su marido. El supuesto de que lo que sucede “detrás de las puertas cerradas” no es asunto de la sociedad debe ser rechazado mediante el compromiso de hacer respetar más los derechos individuales o humanos fundamentales. Ningún marido tiene derecho a golpear a su mujer. Ningún progenitor tiene derecho a golpear a sus hijos. Preguntar cómo les va a las mujeres y a los niños en el hogar sólo es posible si se produce un cambio de perspectiva, pues por lo general se ha dado por supuesto que lo que es bueno para la familia (léase: el marido) es bueno para todos (léase: la esposa y los hijos). Véase el contraste que presenta de Beauvoir (1974): “Afirmamos que el único bien público es el que asegura el bien privado de los ciudadanos; juzgaremos a las instituciones de acuerdo con su eficacia para dar oportunidades concre tas a los individuos” (pág. xxxiii). Es esta posición la que adoptamos aquí al juzgar la institución llamada familia. Evaluamos todas las actividades, actitudes, políticas y conductas en cuanto afectan a los individuos en la familia, proceso que implica reconocer no sólo al marido-padre-hombre sino también a la esposa-madre-mujer y a cada hijo. Al verlos como individuos en lugar de verlos como una familia reificada, nos vemos forzadas a reconocer que los individuos de la familia no son iguales, no lo son en status, ni en recursos, ni en poder. El marido-padre-hombre es el que más tiene de todo. Mientras las mujeres y los niños ocupen una posición inferior en una cultura y una familia donde dominan los hombres, las mujeres y los niños estarán en peligro. Acudir a la sociedad para pedir la protección de sus miembros más débiles es pedirle al zorro que cuide a los pollos porque, a pesar de las últimas reformas, la sociedad fomenta la debilidad y el peligro. LOS ESTEREOTIPOS DE LOS ROLES DE LOS GENEROS Y LA FAMILIA
El sexo es una categoría biológica referida a lo masculino o lo femenino. El género es un concepto social y entraña la asignación de ciertas tareas sociales a uno de los sexos y de otras, al otro sexo. Estas asignaciones definen lo que se rotula como masculino o femenino y constituyen las creencias sociales sobre lo que significa servarón y mujer en una sociedad dada y en un período determinado. Los estereotipos de
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los géneros son el resultado de considerar que determinadas actitudes, conductas y sentimientos son apropiados sólo para uno de los sexos. Todos n®sotros actuamos como si estas diferencias fueran reales, es decir, naturales, y no establecidas por la sociedad; nos olvidamos de que el sexo se refiere sólo a una diferencia anatómica.1 Los roles de los géneros han sido otganizados de manera que se coloca a los hombres en una posición dominante y a las mujeres en una posición subordinada (Miller, 1976). Esta organización subraya todas las diferencias superficiales entre hombres y mujeres y da origen a la asignación de casi todas las tareas. Las tareas que los que dominan eligen para ellos son las que tienen más reconocimiento y más status; a las que les confieren a sus subordinadas se las considera de menor valor y menor status. Las subordinadas tradicionalmente no pueden elegir, a menos que los que dominan se lo permitan, lo cual no constituye una elección real. Esta organización excluye la posibilidad de igualdad y reciprocidad entre los sexos, reduce la gama de conductas posibles de los dos sexos y termina por producir rigidez y polarización. Y, lo que es más significa tivo, afirma y mantiene el poder de los hombres y la impotencia de las mujeres. La familia es una unidad social que expresa los valores de la sociedad, y sus expectativas, roles y estereotipos. Enseña los roles de los géneros aprobados por la cultura, tratando y respondiendo a las niñas y los varones de una manera diferente, manteniendo distintas expectativas para ellos y ejerciendo diferentes presiones sociales para unos y otras. Produciendo así al varón-hombre y a la niña-mujer, la familia realiza una función decisiva para la sociedad. Otra manera en que la familia funciona como el lugar de formación de los roles de los géneros es representando estos roles. El padre como “jefe” de la familia refuerza la noción de padre como “jefe” del país, conductor del pueblo, y autoridad reconocida en el mundo. La madre 1En su libro Feminism Unmodified , Catharine A. MacKinnon (1987) afirma que los hombres, el genero dominante, asumieron el poder para definir tanto la diferencia como la diferencia que determina el género. Como nuestros conocimientos de las diferencias sexuales son conceptos masculinos, aunque se presentan normalmente como teorías vy descubrimientos objetivos, esta autora llega a la conclusión de que lo biológico y lo social son inseparables en este ámbito. No obstante, para nuestros objetivos, seguiremos empleando el término sexo para referimos a la categoría biológica, y género para referimos a la categoría social.
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como “guardiana” de la familia refuerza el estereotipo de la mujer como educadora, armonizadora, guardiana de la paz del mundo. Los métodos de la cultura para formar a los niños en sus roles según el género nos enseñan desde una edad temprana a no ver el género como un concepto social sino, por el contrario, a verlo como profundamente arraigado en la naturaleza humana. “Los varones no juegan con muñe cas” tiene el objetivo de avergonzar a un niño haciéndole creer que no está comportándose correctamente como varón si exhibe una conducta supuestamente adecuada sólo para las niñas. En este mandato es evidente la idea de “ir contra la naturaleza” y queda oculto el hecho de que la cultura y no la naturaleza determina la conducta adecuada para cada sexo. Crecemos sin percibir el aprendizaje social y creemos que somos lo que debemos ser según lo predestinado por nuestra estructura anató mica. En el fundamento de las tarcas basadas en el género existen tres supuestos centrales sobre los roles masculinos y femeninos: 1) los hombres creen que deben tener siempre el privilegio y el derecho de controlarla vida de las mujeres; 2) las mujeres creen que son responsa bles de todo lo que va mal en una relación humana, y 3) las mujeres creen que los hombres son esenciales para su bienestar (en lugar de simplemen te deseables o gratificantes). Estos tres supuestos se combinan para crear casi todas las interacciones y también los problemas de los hombres con las mujeres. Los dos primeros son, evidentemente, manifestaciones del individuo (varón) poderoso sobre el individuo (mujer) impotente, y los dos individuos adquieren su status únicamente en virtud de su género. Percibirse como varón en esta sociedad es percibir el privilegio, mientras que percibirse como perteneciente al género femenino es sentir una responsabilidad personal por el funcionamiento de las relaciones. El tercer supuesto explica parcialmente por qué las mujeres se mantienen conectadas a los poderosos. Los subordinados tienen que gozar del favor de los que dominan para poder existir. Si bien es cierto que el amo necesita al esclavo para poder ser amo de la misma manera que el esclavo necesita al amo para ser esclavo, la existencia material real y la experien cia de cada uno dista mucho de ser idéntica. La perspectiva feminista pone en claro no sólo las diferencias entre los géneros sino también el poder que ejerce uno sobre el otro. Los estereotipos de los roles basados en los géneros son perjudiciales para las familia. Oprimen y limitan los deseos, las expectativas, la
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conducta y el desarrollo de los individuos de la familia. En las parejas casadas, los estereotipos de los roles basados en los géneros suelen traducirse en un resentimiento mutuo entre los cónyuges precisamente porque cumplen los roles basados en los géneros. Por ejemplo, la esposa se enoja porque su esposo no le cuenta sus problemas. Lo que visto a la distancia parecía ser el hombre fuerte y silencioso, en la interacción diaria se convierte en el marido aislado, reservadó. O bien, el marido se enoja porque su mujer está siempre criticándolo. Lo que a la distancia parecía ser la mujer que dispensa tenazmente sus cuidados, en primer plano se ve como la esposa obstinada y rezongona. LA IDEOLOGIA DE LA FAMILIA “NORMAL”
Los conceptos predominantes de la familia “normal” constituyen una ideología basada en los estereotipos de los roles de los géneros: el padre como sostén económico y jefe de la familia; la madre como ama de casa de dedicación exclusiva, buena compañera de su esposo, encargada del cuidado de todos. Al igual que puede decirse de todas las ideologías, ésta crea una concepción hacia la cual se orientan los esfuerzos, un programa sociopolítico de afirmaciones, teorías y objetivos. En ese sentido ejerce una enorme influencia en las expectativas y evaluaciones de los obser vadores de la familia, ya sean legos o profesionales. El hecho de que el número de las familias “normales” se haya reducido normalmente tiene poco efecto en el campo de la ideología, campo que las feministas consideran perjudicial en varios sentidos. En primer lugar, el rol estipulado para la mujer en la familia “normal” es opresivo. Sin duda, el rol establecido para el marido también le produce peijuicios, pero no son iguales. Si bien tanto el marido como la mujer se ven privados de experimentar aspectos de ellos mismos no permitidos por el sistema, la mujer tiene otras cargas. La división común del trabajo excluye a la mujer del acceso directo a recursos valiosos como, por ejemplo, tener un ingreso, ejercer autoridad y realizar tareas refrendadas por el status. Su trabajo no remunerado (el cuidado de la casa, la crianza de los hijos, el trabajo voluntario en la comunidad) no es valorado. Aun en los casos en que la mujer trabaja fuera del hogar, sigue soportando la carga de la inmensa mayoría de las responsabilidades de la casa y el cuidado de los niños, lo cual hace que su apego a la fuerza laboral sea leve y que tenga poca movilidad ascendente. En general, la
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mujer ha abandonado más cosas al casarse que el hombre (ocupación, amigos, lugar de residencia, familia, nombre). Tiene que adaptarse a la vida del marido. Los estudios realizados al respecto señalan que mientras que el matrimonio acrecienta el bienestar físico de los hombres, dismi nuye el de las mujeres. (Véanse los estudios presentados en Bemard, 1982.) En segundo lugar, la ideología de la familia “normal” es perniciosa en cuanto a los efectos que ejerce sobre otras formas familiares. Las parejas homosexuales, las familias de un solo progenitor, las parejas sin hijos, las organizaciones de vida comunal, todas estas formas son denominadas “alternativas”, aun cuando superan en número a las organizaciones “normales” (Masnick y Bañe, 1980). Estas “alternativas” conllevan implícitamente el rótulo de subcultura divergente. La pobreza y el aislamiento que suelen caracterizar a estas familias —falsamente atri buidos a una estructura deficiente— en realidad tienen su origen en el prejuicio creado por la estricta definición de lo “normal”, y aplicado en el lugar de trabajo tanto económica como socialmente. Las feministas, por consiguiente, están consagradas a contrarrestar la ideología de la familia “normal” debido a su inexacta representación de las familias reales, a la perniciosa limitación que impone a la mujer, a su estigmatización de otras organizaciones familiares, en síntesis, porque se basa en una sola idea de clase (media), raza (blanca), religión (protes tante), preferencia afectiva (heterosexual) y privilegio basado en el género (masculino). En su planteo y explicación, el análisis feminista de la familia nos enseña a ver a las familias tal como son y no como algo sacrosanto. El análisis feminista también nos enseña a examinar todas las organizaciones en cuanto se refiere a la competencia y el perjuicio, la grandeza y la perversidad. El objetivo de las feministas no es salvar ninguna forma determinada de familia sino asegurar que las necesidades de cada individuo estén bien satisfechas. EL PLANTEO FEMINISTA
Las feministas exigen la rcclaboración del lenguaje y la creación de modelos que puedan iluminar mejorías contradicciones y consecuencias del punto de interacción entre el género, el poder, la familia y la sociedad. El lenguaje y los modelos contemporáneos se basan en conceptos dualistas como, por ejemplo, instrumental/expresivo, racional/emotivo,
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objetivo/subjetivo, mente/cuerpo. Las feministas reconocen que estas interpretaciones son esencialmente evaluativas y que funcionan real mente como una jerarquía en la cual una parte es considerada superior a la otra. Los calificativos “masculino/femenino”, fijados como categorías opuestas y ligadas a las categorías biológicas macho/hembra, constitu yen un ejemplo más de la jerarquía dualista que impregna la vida, el pensamiento y el lenguaje cotidianos. En los capítulos 4, 6 y 7 se demuestra que la polarización, la ignorancia, el resentimiento, la deni gración y los desequilibrios de poder están directamente relacionados con esta dualidad del género. Las feministas señalan el prejuicio presente en la sociedad occidental que dicta qué serie de características es superior a la otra. Las categorías instrumental, racional, objetivo y mente se tienen en mayor estima que expresivo, emotivo, subjetivo y cuerpo. No es accidental que la serie superior se relacione con lo masculino y la inferior, con lo femenino. Esta valoración aparece con mayor claridad en el lenguaje burocrático de nuestra época, dominado como está por la tecnología. Es un lenguaje en el que se reflejan los valores masculinos; los partidarios del instrumentalismo resuelven el problema del dualismo eliminando la esfera expre siva por completo. A la vez abrupto y retorcido, vaciado de emoción, con pretensiones de objetividad, abrumadoramente mecánico y sin sujeto, este lenguaje se basa en una construcción impersonal y pasiva, creando el efecto de que no hay actores, que nadie está influyendo en nada ni en nadie, que las cosas suceden absolutamente al margen de la voluntad humana (French, 1985). La eliminación de lo personal tiene lugar, por ejemplo, en la siguiente expresión de la jerga hospitalaria: “accidente terapéutico con desenlace terminal”, en lugar de muerte provocada por negligencia de los médicos (Satchell, 1987). Las feministas cuestionan la afirmación de que este lenguaje es objetivo y avalorativo y, además, cuestionan la afirmación de que es deseable no tener valores, es decir, no tener una moralidad explícita. Se produce una confusión que nos lleva a violentar nuestro propio conoci miento para poder ser coherentes con lo que hemos llegado a creer que es un pensamiento “imparcial”. La batalla por la tenencia del Bebé M es un ejemplo de esto. A la madre genética, la que lo dio a luz, se la denominó “madre sustituta” porque se estimó que el proceso —alquiler mediante un contrato— era una realidad más esencial que la realidad biológica misma (Safire, 1987). La mistificadora objetividad del lengua
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je oficial tiene por objeto ocultar las desigualdades, la violencia, las personas, las pasiones, el “Yo y Tú”, y ha llegado a invadir incluso los campos referidos alas relaciones humanas, los encuentros humanos y los sentimientos humanos. Por ejemplo, los terapeutas de la familia que emplean la expresión “abuso conyugal” participan en el ocultamiento de la realidad predominante: el marido violento es el ejecutor, la mujer es la víctima. Deseosos de mantenerse actualizados con el lenguaje de la tecnología, la ciencia y los negocios, muchos terapeutas de la familia han incluso dejado de emplear la palabra “familia” y utilizan “cibernética”, y han reemplazado a “individuos” por “consumidores”. (Véase Watzlawick, Weakland y Fisch, 1974.) En el feminismo existen varias ideas sobre la manera de resolver el dualismo y su representación en el lenguaje. Algunas feministas sugieren que se considere superior a la categoría opuesta, inviniendo así la jerarquía establecida por el modo de pensar dualista. Consideran que la expresividad es superior al instrumentalismo, y todo lo que está relacio nado con ser mujer, superior a lo que está relacionado con ser varón. En este plan, lo subjetivo es predominante y se subraya especialmente el imaginario femenino, las referencias corporales y los sentimientos. En la experimentación con la sintaxis, las palabras y la puntuación se ve este reordenamiento fundamental (por ejemplo, Mary Daly, 1978; Susan Griffin, 1978). Otras feministas desean revalorizar y alabarlas cualidades femeninas a través del lenguaje, pero sin afirmar que son superiores. Sostienen que beneficiaría a todos (a los hombres tanto como a las mujeres, a los niños, al planeta) si el término menos valorizado de la relación jerárquica fuese elevado a un nivel de estima equivalente al de su opuesto (Miller, 1976; Dinnerstein, 1977). La revalorización es nuestra finalidad en el capítulo 7 en el cual la dependencia, que ha sido considerada por la cultura como femenina y mala, es calificada como humana y buena, y en el capítulo 9, en el que la tolerancia es entendida como el equivalente femenino del heroísmo y el honor. De este modo, tomamos cualidades consideradas inferiores, que no por casualidad son relacionadas con lo femenino, y las hacemos ver como buenas. La revalorización de los rasgos típicamente femeninos nunca pasará de ser parcial mientras el potencial humano esté dividido en tarcas, unas para las mujeres, otras para los hombres. Con toda seguridad, evidente mente, será así si las mujeres siguen subordinadas a los hombres.
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Algunas feministas sugieren una solución diferente: el sintctismo, “una fusión dialéctica de la razón y la emoción” (Glennon, 1983, pág. 263). El pensamiento dualista nos enseña a elegir entre categorías opuestas, mientras que un enfoque dialéctico nos permite un camino de síntesis, de unión. En el capítulo 5 se ilustra el sintetismo, concentrándose en las madres solteras, en general, y la madre negra, en particular, como modelos de la conjunción expresivo/instrumental. Por último, las feministas reclaman la elaboración de nuevos signifi cados, con el fin de permitirle a cada persona ser más inteligible para sí misma (Elshtain, 1982). El capítulo 8 es nuestro intento al respecto. Fusión, límite, triángulo —términos que han ocupado el centro de la terapia familiar— son reclaborados por nuestro estrecho contacto con la experiencia subjetiva de nuestras pacientes. Comenzamos este capítulo observando que las feministas toman la familia como punto fundamental de análisis y cuestionamiento. En realidad, las acciones más provocadoras de las feministas han sido las que se relacionan con la vida familiar: trabajar para redistribuir las responsabilidades de la casa y la maternidad, legitimar sistemas de convivencia y relaciones sexuales no tradicionales, insistir en la impor tancia de terminar con la dependencia económica que tienen las mujeres con respecto a los hombres, luchar por los derechos de la reproducción, rechazar la autoridad y los privilegios de los hombres. El interés por el tema de la familia obliga a las feministas a enfrentarse estrecha y muy críticamente con otros proyectos organizados centrados en la familia, por ejemplo, con la terapia familiar. En el capítulo 2 abordamos este tema.
Capitulo 2
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...si no tenemos en cuenta la condición de la mujer, es probable que no valga la pena hacer nuestra terapia familiar. Y, sugiero, una terapia que no vale la pena hacer, tampoco vale la pena hacerla bien.
Rachcl Harc-Mustin, Family Therapy o f the Future: A Feminist Crit ique
La terapia familiar feminista es la aplicación de la leoría feminista y sus valores a la terapia familiar. Más concretamente, la terapia familiar feminista examina de qué manera los roles de los géneros y los estereo tipos afectan a: 1) cada miembro de la familia, 2) las relaciones entre los miembros de la familia, 3) las relaciones entre la familia y la sociedad, y 4) las relaciones entre la familia y el terapeuta. Hacer explícitos estos efectos permite a la familia considerar una gama más amplia de perspec tivas, conductas y soluciones, una gama menos limitada por definiciones rígidas de los roles y de la identidad, por modos rígidos de definir, poseer y ejercer el poder. La terapia familiar tradicional no ha hecho nada para instruir a las familias sobre la conexión existente entre sus propios problemas y los estereotipos culturales de los géneros y las relaciones de poder y, además, no tiene una teoría que vincule las interacciones de los miembros de la familia con el sistema social que la contiene. La teoría feminista presenta ese vínculo. El objetivo es el cambio, no la adaptación: cambio social, cambio familiar, cambio individual, con la intención de transformar las relacio nes sociales que definen la existencia de los hombres y las mujeres. Mientras tanto, es inevitable reformarla terapia familiar. Es preciso decir dos cosas sobre esto. Primero, que la reforma se caracteriza por el conflicto adentro y afuera, y también por la pasión, la esperanza y la devoción. Y segundo, que el resultado producido por la reforma de un
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corpus establecido
de doctrina y práctica a menudo guarda menos parecido con el original de lo que se imaginaba en el comienzo. Así sea. Nuestra tesis es que la terapia familiar ha aceptado los roles de los géneros vigentes y un modelofamiliar tradicional, haciendo caso omiso de la opresión que impone a las mujeres. Esta falta de percepción se ha traducido en una teoría, una práctica y umformación que son opresivas paralas mujeres. En el resto de este capítulo y, en realidad, de este libro, se analizan los términos fundamentales de nuestra tesis.1 Los roles de los géneros. La terapia familiar ha trabajado con el supuesto
de los roles de los géneros según han sido constituidos tradicionalmen te, sin cuestionar, sin criticar y sin evaluar su efecto. Esta desatención sistemática del contenido, proceso y resultados reales de los roles de los géneros proscriptos es curiosa en un campo que tiene por centro a la familia; curiosa además porque los roles de los géneros son determinan tes clave de la estructura y funcionamiento de la vida familiar, y curiosa también puesto que la familia es el lugar donde los roles de los géneros son enseñados y presentados compulsivamente. Además, los roles de los géneros dan forma a las relaciones de la familia, creando los dilemas que se encuentran en la base de la mayor parte de lo que se oye en la terapia. La relación padre-hija, madre-hijo, madre-hija, padre-hijo llega a ser el enredo que en realidad es, precisamente porque la madre y el padre están representando los roles tradicionales de los géneros y enseñándoles al hijo y a la hija a que hagan lo mismo. Estos roles de los géneros no han sido cuestionados por la terapia familiar. Resulta irónico que, en un campo en el que se preconiza el cambio de segundo orden, nunca se haya abordado este nivel de análisis. Aun con respecto a la familia clínica prototipo caracterizada por una madre excesivamente apegada, un padre periférico e hijos genéricos, en donde el mismo sexo sigue desempeñando la misma parte, familia tras familia, la terapia familiar no ha planteado preguntas fundamentales: 1 Parte de nuestro análisis concuerda con los análisis hechos por otras terapeutas feministas de la familia, los cuales a veces son coincidentes entre sí. Para no hacer citas reiterativas, enumeramos todas las referencias pertinentes más adelante en este mismo capítulo bajo la denominación de recursos para la capacitación.
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¿Qué significa que esta configuración sea tan omnipotente? ¿Qué supuestos incorporados siguen produciéndola? ¿Estos supuestos deben ser dejados en paz o no? La formulación de estas preguntas podría poner de manifiesto el prejuicio presente en la formulación “madre excesiva mente apegada/padre periférico”. Como señala Walters, la descripción es “implícitamente crítica con respecto a la madre y ventajosa para el padre” (Walters, 1984, pág. 25). Según las expectativas culturales, la madre será la principal dispensadora de los cuidados y el padre, el principal sostén económico; por consiguiente, será periférico en la vida familiar diaria, excepto cuando se trata de tomar decisiones o de ejercer el poder, que será central. La concreción sincera de estas expectativas suele desembocar en graves problemas. La respuesta de la terapia familiar ha sido culpar a los actores (casi siempre a la madre) y no al guión, sin abordar las prescripciones dictadas por los roles de los géneros que forman definiciones del sí-mismo que producen el problema. Las terapeutas feministas de la familia están acometiendo esta tarea. Modelofamiliar. La aceptación de los roles tradicionales de los géneros
por parte de la terapia familiar va unida a la aceptación del modelo tradicional de la familia con su división del trabajo basada en los géneros. En la actualidad, menos del quince por ciento de las familias norteame ricanas están constituidas según la fórmula sostén económico del hogar/ ama de casa (Masnicky Bañe, 1980), pero esta versión de la familia y su distribución de los roles, derechos y responsabilidades sigue predomi nando ideológicamente. Aun cuando la madre trabaje fuera de la casa, en terapia familiar se considera que le corresponde la responsabilidad fundamental por los hijos, y su carrera y necesidades personales ocupan el segundo lugar en importancia con respecto a las de su marido. (Los estudios que fundamentan esta afirmación son citados en Avis, en prensa.) El escándalo que supone mantener esta versión de la familia trasciende su marginalidad estadística. El escándalo estriba en que la terapia familiar ha sostenido esta versión a pesar de lo injusta que resulta para la mujer y a pesar de las dos décadas, por lo menos, de estudios y teorías que explican en detalle los efectos destructivos y distorsionantes del sistema que describe. (Gran parte de estos estudios y teorías son examinados enThome, 1982.) Independientemente de que las esposas trabajen fuera de la casa o no, sigue siendo una realidad corriente que el marido funcione como jefe del
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hogar y tenga la parte del león en lo que se refiere al ejercicio del poder. La distribución del poder no es un suceso casual ni un asunto interper sonal. Es un asunto de clases y está predeterminado estructuralmente: la clase de los hombres domina a la clase subordinada de las mujeres. Los terapeutas de la familia generalmente han hecho caso omiso de este diferencial de poder, incluso algunos han recomendado trabajar dando por sentado que los hombres y las mujeres tienen igual poder hasta que se compruebe lo contrario (Pittman, 1985). Sin embargo, la prueba de que la distribución del poder es desigual no parece haber apuntado nunca a una modificación de la teoría. Cada incidente es tratado como un hecho único, o tal vez un hecho natural, que no acrecienta nunca la opresión de las mujeres. Piénsese en el poder económico, donde el diferencial entre las mujeres y los hombres es tan tremendo. La mayoría de los terapeutas de la familia no han incluido esta realidad en sus formulaciones, y han guardado silencio sobre los efectos que tiene en la interacción familiar. Como observa Goldner: “Las mujeres han estado siempre enterradas en la familia...” (1985a, pág. 45). Las mujeres también han estado enterradas en la terapia familiar. Los obstáculos psicológicos, legales y sociales que se han opuesto al logro de la igualdad de las mujeres —in cluso en la familia misma— han estado ausentes en la teoría, la práctica y la capacitación correspondientes a este campo. LA TEORÍA
Si no es intencional, resulta al menos conveniente que la terapia familiar haya adoptado la teoría de los sistemas como forma fundamental de ver y pensar, una teoría demasiado abstracta y demasiado concreta al mismo tiempo para generar algún tipo de cuestionamiento a la perspec tiva patriarcal. Cuando decimos “conveniente” nos referimos a que la teoría de los sistemas permite a los profesionales trabajar sin perturbar su aparente compromiso de no enterarse de la condición de la mujer en la familia o en el mundo. La teoría de los sistemas es tan abstracta que proporciona un informe aparentemente coherente mientras que, en realidad, omite variables decisivas. Las variables decisivas que tenemos en mente son el género y el poder. Puesto que la teoría de los sistemas se centra totalmente en los movimientos y no en los jugadores, nunca hace falta darse cuenta de quién tiene poder sobre quién. La teoría de los sistemas es también demasiado concreta porque
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mantiene un estrecho enfoque sobre cada familia en particular, conside rada individualmente. Por consiguiente, a las configuraciones que sur gen del examen general de las familias y en las que se refleja la opresión en gran escala que padecen las mujeres en la sociedad se les impide que ingresen en el campo de visión y en el discurso o que los perturben. Asimismo, se excluye el trabajo académico de otras disciplinas sobre la condición de la mujer y su conexión con el modelo convencional de la familia (por ejemplo, Bcmard, 1973; Rich, 1976; Thome, 1982; Tilly y Scott, 1978). Los teóricos y terapeutas de la familia que cierran los ojos ante estos datos tienen una perspectiva distorsionada y distorsionante. Al margen de las críticas a la teoría de los sistemas, la condición de la mujer en la familia —aun cuando se considere una familia por vez— debería haber sido evidente. La razón por la cual no lo fue —o si lo fue, no se lo mencionó— es objeto de mucha reflexión por parte de las feministas. Y debería ser objeto de un honesto examen de sus propias motivaciones por parte de los terapeutas de la familia, porque lo que estamos señalando aquí no es sólo un fracaso académico sino también un fracaso moral. Y lo es porque los teóricos y los profesionales han producido y siguen defendiendo una teoría y una práctica que permiten que la opresión esté borrada de la conciencia de todos: de los terapeutas, de los opresores y, lo que es más grave, de las víctimas. Las consecuencias son amplias. Como ha señalado Hare-Mustin: “Cuando alteramos el funcionamiento interno de las familias sin preocu pamos del contexto social, económico y político, somos cómplices de la sociedad en lo que se refiere a mantener a la familia en el mismo estado” (1987, pág. 20). Además, cuando nos interesamos por el funcionamien to interno de las familias sin modificar las diferencias de poder, somos cómplices de la sociedad para que las mujeres sigan siendo oprimidas. Examinemos algunos conceptos específicos que fundamentan esta in validación de la teoría de los sistemas. La complementariedad, un con cepto sistémico aplicado a una desigualdad observada entre las partes de una interacción, es el primer ejemplo. Cuando se aplica a la interacción conyugal, encubre con facilidad el hecho de que son las esposas las que por lo regular y en última instancia se encuentran en desventaja, al vivir en un sistema que ha sido estructurado por la ley, la costumbre social, y la doctrina religiosa para asegurar esa situación. Esta realidad no encuen tra ningún punto de entrada en el concepto de complementariedad. En este concepto se da por supuesto que una desigualdad observada
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en una interacción es sólo temporaria y representada. En un nivel más profundo de la realidad (así se dice), dice), las partes son realmente iguales iguales;; comenzaron siendo iguales, volverán a ser iguales y, en realidad, probablemente probablemente cambiarán de lugar en el próxim próximoo intercambio intercambio desigu desigual. al. Una situación constante de cualquiera de las partes, si es que se llega a notar, es descartada con el argumento de que no tiene consecuencias perjudiciales perjudiciales porque hay un poder encubierto en el desamparo y una fortaleza paradójica pa radójica en la debilidad. Este es el tipo de reencuadre útil para hacer hac er que la parte menos poderosa se sienta muy bien de serlo. Según la complementariedad, la realidad de la opresión estructurada queda ex cluida de la existencia.2 La circularidad es es otro concepto sistémico s istémico que que funciona en contra de la mujer. La idea de que la gente incurre en pautas de conducta re currentes, instigadas por reacciones y reforzadas mutuamente, termina por hacer que todos todos sean igualment igualmentee responsable responsabless de todo, todo, o bien, que que nadie sea responsable de nada. Este concepto discrimina a las mujeres porque una esposa no tiene el poder ni los recursos recursos para ser igual igual a su marido en cuanto a la influencia que puede ejercer en lo que sucede en la vida familiar y, sin embargo, se la considera igualmente responsable o no hay ningún responsable. Con este razonamiento se culpa a la mujer falsamente y el hombre queda liberado del hogar. ¿Ella rezonga porque él bebe o él bebe porque ella rezonga? Esta pregunta familiar familiar pasa por ser un profun profundo do enigma enigma filosófico, filosófico, pero pero para que funcione cómo adivinanza requiere una enorme desconsideración por la situación situación difícil de la mujer. mujer. Una lectura trivializa trivializa su queja queja poniéndola en el mismo nivel de “recoge tus tus zoquetes”. zoquetes”. La otra lectura lectura sugiere que las consecuencias c onsecuencias de las protestas son tán malas como las de la bebida. De cualquiera de las dos formas, ella no es más o menos partícipe, responsable u obstaculizada obstaculizada que él. Podríamos Podríamos explicar las diferencias en la distribución desequilibrada de las opciones favorables de un esposo y una esposa en esa situación, pero se destacan más lo absurdo y perjudicial puestos de manifiesto en las explicaciones circu lares una vez examinados el género y el poder. 2 En otro otross capítulos capítulos de este este libr libro o se sigue anali analiza zand ndo o la la compl complem ement entar aried iedad. ad. En el el capítulo 6 damos un ejemplo más del potencial de prejuicio contra las mujeres que se oculta en este concepto co ncepto aparentem aparentemente ente neutral. neutral. En En el capítulo 7 demostramos cómo el empleo de la complementariedad puede encubrir un problema complejo para los dos sexos, sexos , relacionado con el estereotipo de los roles de los l os género géneros. s.
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“Esta mujer ha sido golpeada por su marido” es un buen comienzo para para dar una explicación lineal (es decir, decir, “equivocada”) “equivocada”) de un caso de castigo corporal de la mujer, más conocido en este campo, lamentable mente, como abuso conyugal o violencia en la pareja. “¿Qué “ ¿Qué había hecho ella?” es la respuesta corriente. El ultraje del acto y la violencia violenc ia del actor ac tor se pierden en discusiones teóricas que tratan trata n de puntualizar una regresión regre sión infinita de hechos. Esta táctica también descarta el sufrimiento. Como enseña el viejo proverbio: ya sea que el cuchillo caiga sobre el melón o el melón sobre el cuchillo, es el melón el que se corta. De cualquier cualq uier forma que se combinen las dos primeras cláusulas del proverbio y que se describa el hecho, el resultado sigue siendo la ingrata realidad. La neutralidad, o parcialidad multilateral, es una posición que los teóricos de los sistemas recomiendan que adopte el terapeuta para que cada miembro de la familia se sienta aliado con y ninguno se sienta aliado contra. Esta posición evidentemente concuerda con los otros conceptos sistémicos analizados aquí, que tienen por objeto sostener que todos o ninguno son responsables. Cada vez que los temas en la terapia son claramente sexistas, el terapeuta perpetúa la desigualdad con su impar cialidad. Por ejemplo, el terapeuta puede tratar de hacer que los cambios sugeridos resulten equitativos o que las consecuencias del cambio lo sean. Dos personas que se encuentran en una relación de poder desigual, cada una de las cuales cede de alguna manera el diez por ciento de su poder, poder, siguen siguen estando en la misma relación de poder poder que que antes. antes. Además, Además, las consecuencias de los cambios necesarios para lograr la igualdad no son igualmente atractivas. Cuando el objetivo es la igualdad, el marido necesariamente dejará la terapia con la sensación de que es menos privilegiad privilegiadoo que que cuando cuando la empezó, y la mujer se sentirá sentirá más más privilegia privilegia da. da. En situaciones de castigo corporal de la esposa y otros abusos, el prejuicio prejuicio contra las mujeres mujeres implícito implícito en la actitud actitud de permanecer neutral o ser imparcial ha sido explicado. Es importante observar que aun en situaciones menos terribles, el terapeuta que adopta una una posición neutral suma peso al aspecto sexista. Incluso el silencio proveniente de una persona de autorid autoridad, ad, como como es es el caso del terapeuta terapeuta,, puede puede interpretarse interpretarse fácilmente como un asentimiento ante la desigualdad presentada, presentada, admita o no la familia que se trata de una relación problemática. La inocencia implícita en los conceptos de complementariedad y
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neutralidad, que ocultan un prejuicio contra contr a las mujeres cuando se aplica a la violencia física contra la esposa, sucumbe por completo cuando la Madre puede ser objeto de crítica. El ejemplo más m ás ultrajante es culparla por el abuso sexual sexual cometido cometido por su marido en perjuic perjuicio io de sus hijos hijos.. El incesto es un testimonio patente del viejo adagio según el cual el poder corrompe. Concentrándose en la conducta condu cta de la Madre —por no satisfa cer a su marido, por no desempeñar un rol ejecutivo adecuado, por no estar en guardia, por no saber— un terapeuta oculta el reproche verda dero de que el dominio del Padre puede terminar te rminar por causar el abuso. El poder absoluto absoluto del Padre como jefe de familia puede corromper total mente. No sólo el incesto, incesto, sino muchas muchas y variadas variadas enfermedades enfermedades de la vida familiar familia r y de la conducta individual i ndividual son cargadas a la responsabilidad responsabilidad de la Madre. Se trata de un resultado predecible cuando la teoría psicológica sitúa la formación del carácter en la niñez y la terapia familiar sostiene la opinión de que la niñez es una etapa que corresponde a la madre. madre. Las encuestas de las revistas especializadas en terapia familiar muestran que que nuestro campo está invadido por culpas atribuidas a la madres (Caplan y Hall-McCorquodale, 1985) 1985).. Al buscar bu scar la culpa en la Madre se ignora al Padre, el principio del poder y la moralidad del poder. (Véase un análisis más extenso en el capítulo 6.) Además de la teoría de los sistemas, existe también un problema en la terapia terapi a familiar con respecto a las descripciones y prescripciones de lo que constituye la adultez y las relaciones maduras. Nos referimos a los conceptos de fusión, apego excesivo, individuación, diferenciación y límites, todos los cuales subrayan cuán importante es para el individuo mantener manten er una saludable distancia de las demás personas per sonas y de los aspectos emocionales propios. Estas formulaciones f ormulaciones están impregnadas de valores masculinos y describen un ethos independiente que sostiene que la autonomía es el bien supremo, que la emoción y la intimidad intimidad la ponen en peligro y que el poder sobre sobre los demás es una señal inequívoca inequívoca de haberla haberla logrado. Esta perspectiva masculina toma forma en el proceso que desarrolla el hombre hacia el logro de su identidad (Chodorow, 1978; Dinnerstein, 1976). El hombre sólo llega a ser él mismo y toma conciencia de su identidad como ser masculino al separarse de su madre. Aprende a conocerse a sí mismo a través de la renunciación: “Soy la suma de las características de lo no-femenino”. La importancia que cobra entonces
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la autonomía no sólo es aceptada ace ptada sin críticas por la terapia familiar familia r como unide un ideal al para los hombres, sino que que también se preconiza para las mujeres y, por consiguiente, consiguiente, se presenta pre senta como el ideal de todos los seres humanos. Puesto que el proceso que siguen las mujeres hacia el logro de su identidad es tan diferente del de los hombres, si se usan los valores y el desarrollo de éstos éstos como paradigmas las mujeres parecen p arecen fracasadas. A las mujeres también las edúcala Madre; empero, crecen junto a alguien que se parece a ellas, alguien cuyas cualidades son alentadas a imitar e incorporar. En consecuencia, las mujeres experimentan experimenta n la relación como dadora de vida. vida. Una mujer mu jer se conoce a sí misma a través de un otro con quien está relacionada a través través de una sensibilidad recíproca. La autono a utono mía y la diferenciación se incluyen como aspectos de la conexión, no como fuer/as opuestas. Ella llega a conocerse a sí misma mediante un estrecho compromiso (Chodorow, 1978; Dinncrstcin, 1976). Las mujeres tienen razón en este aspecto. No existe un sí-mismo sin un otro, y el desafío es integrar la autonomía y la conexión. Uno de los motivos por los cuales un hombre puede parecer tan envidiablemente fuerte e independiente es que las mujeres están desempeñando la otra parte parte por po r él. él. La madre, la hermana, la hija, la esposa, esposa, la secretaria y la amante están absorbidas en su realidad, haciendo el trabajo de apoyar, sostener y conectar mientras él se mete valientemente en el mundo, aparentemente solo. Las mujeres serán capaces de presentarse como personas personas fuerte fuertess e independien independientes tes como los hombres, hombres, tan sólo si son apoyadas apoyadas como ellos. Ahora bien, las mujeres hemos de proporcionamos proporcionam os ese sostén mutuamente o tendremos que esperar hasta que los hombres sean educados de otra manera mane ra para que sepan cómo brindamos esc apoyo a nosotras, y quieran hacerlo. Gran parte de lo escrito sobre terapia familiar se refiere a lograr la independencia y mantenerla, y muy poco a lograr la conexión y mante nerla. Esta insistencia en la primera sugiere que la gente, habiendo aprendido cómo separarse, puede realizar la tarea relativamente más simple de conectarse, habilidad menos valorizada y, evidentemente, relacionada con las mujeres. La terapia familiar no ha cuestionado la dicotomía de las categorías (autonomía frente a conexión), no ha cues tionado la jerarquía (autonomía por encima de la conexión) y no ha cuestionado el resultado: el hombre aparentemente independiente con siderado superior a la mujer a quien puede confiársele la conexión. Dado el notable potencial de perjuicio que hemos esbozado, es una
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tarea urgente la que han emprendido las terapeutas feministas de la familia de analizar, reformar y reescribir la teoría. Hasta la fecha, la crítica feminista de la terapia familiar ha sido elaborada más plenamente que la propuesta feminista, pero el trabajo ya ha comenzado. Nosotras hacemos nuestro aporte con los capítulos de este libro. Tratamos de evitar el error de no mencionar lo importante. Por lo tanto, decimos con claridad en cada caso clínico cuáles son los valores en los que se fundamenta el análisis teórico que orienta nuestra terapia. Decimos que: — Tanto los hombres como las mujeres son responsables de la calidad de la vida conyugal y familiar. —r Las buenas relaciones no se caracterizan por una definición rígida de los roles y por la diferencia sino por la mutualidad, la reciprocidad y la interdependencia. — Las pacientes que son informadas sobre el origen y la significación de sus creencias adquieren claves para su liberación. — Todas las personas responsables de fomentar el crecimiento de nuestros hijos están encargadas tanto de educarlos como de ayudarlos a ser competentes en el mundo que se extiende fuera del hogar. — La estructura familiar no tiene por qué ser jerárquica para llevar a cabo las funciones familiares; en cambio ha de ser democrática, sensible, consensual. — El respeto, el amor y la seguridad necesarios para el óptimo desarrollo y goce humanos son igualmente posibles en diferentes cons telaciones: relaciones lesbianas, familias de un solo progenitor, parejas de profesionales y otras. — Tienen que buscarse por igual la conexión y la autonomía, cada una de ellas es una condición necesaria para la otra. — El poder, como el hasta ahora ejercido por los hombres, padres y maridos, ya no va a ser igualmente compartido sino prohibido por completo y reemplazado por otra actitud: la de brindar la capacidad e influencia propias para lograr el bienestar de los demás, del mismo modo que se hace para lograr el bienestar propio. LA PRÁCTICA
Un concepto equivocado que sigue encontrándose con frecuencia
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sobre la terapia familiar feminista da por supuesto que se trata de un conjunto de técnicas usadas para rescatar a las mujeres “buenas” que son víctimas de los hombres “malos”. Este supuesto contiene dos errores esenciales. En primer lugar, la terapia familiar feminista no es un conjunto de técnicas, sino un punto de vista político y filosófico que produce una metodología terapéutica al inspirar las preguntas que formula el terapeuta y el conocimiento que éste desarrolla. En segundo lugar, este enfoque no tiene nada que ver con culpas y rescates, pues estas técnicas son simplemente indicativas de malas terapias, y no pueden ser nunca justificadas sobre la base de su supuesta corrección política. La práctica de la terapia familiar feminista comienza a desarrollarse cuando los terapeutas toman conciencia de sus propios valores con respecto al género y examinan en qué grado sus ideas sobre las diferen cias entre elhombre y lamujerestán basadas en estereotipos sexistas. Así pueden evaluarse nuevamente las ideas sobre la familia y sobre otras maneras de relacionarse. Este proceso termina por hacer que los terapeu tas reformen tanto sus teorías como su práctica de la terapia, rechazando algunos conceptos directamente, modificando otros y creando conceptos nuevos. Es responsabilidad del terapeuta abordar las cuestiones relativas al género y hacérselas explícitas a la familia precisamente porque ésta no puede ver que sus problemas están relacionados con el género. Hemos sido formados para no ver el género como algo fabricado y, por lo tanto, hemos internalizado estereotipos en un grado tal que parecen verdades. Además, en el sistema dominante/subordinado en el que interactúan los hombres y las mujeres, no se espera que ninguna de las dos partes opine sobre la organización familiar. En consecuencia, los miembros de la familia creen que sus problemas son idiosincrásicos y que su organiza ción de los géneros no tiene nada de notable. Porque confunden el sexo biológico con los roles de los géneros establecidos socialmente, suponen que la conducta relacionada con los géneros es natural, inevitable e inmutable. Este supuesto excluye una enorme gama de conductas humanas como objeto de análisis y cambio. Por ejemplo, el dicho corriente “el hombre es hombre” hace que se entienda una conducta como algo dado, no sujeta a ninguna discusión y mucho menos a ninguna modificación. El terapeuta feminista de la familia, al convertir el género en un tema, amplía y transforma el contexto de los problemas presentados por la familia. El terapeuta formula preguntas que hacen explícitas cuestiones,
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decisiones y conductas que demuestran en qué grado existen la igualdad y la reciprocidad en la familia. Por ejemplo, discutir con una pareja las razones por las cuales el marido está cómodo con sus manifestaciones de enojo directas y volubles y la manifestación indirecta de la misma emoción por parte de su mujer, puede plantear muchísimas cuestiones sobre el resto de su relación basada en el género. Puesto que el terapeuta también tiene género y éste nunca es neutral, la conducta del terapeuta siempre reforzará o cuestionará los supuestos que tiene la familia sobre esta cuestión. Es característico que la familia comience interactuando con el terapeuta sobre la base de los estereotipos tradicionales, por lo cual los terapeutas se encontrarán con problemas diferentes de los que se les presentarán a las terapeutas. Por ejemplo, una terapeuta mujer puede encontrarse con que la familia recurre a ella para que la rescate y, debido a su formación con respecto a los roles de los géneros, es posible que se sienta impulsada a responder. A un terapeuta del sexo masculino se le puede presentar la situación de que el marido se haga compinche con él y la mujer le pida consejo. Debido a su formación con respecto a los roles de los géneros, tal vez se sienta impulsado a cooperar. Para los terapeutas negar el efecto del género en sus relaciones con las familias significa perder no sólo una dinámica poderosa, sino también la oportunidad de usar los roles de los géneros de una manera terapéutica. El terapeuta feminista de la familia trabaja conscientemente con la idea de que el uso de su sí-mismo en la terapia significa el empleo de un sí-mismo que tiene un género. Un objetivo fundamental es incorporar alternativas a la limitada definición de mujer y hombre que probable mente han llevado los pacientes a la terapia. En teoría, la familia verá en el terapeuta feminista una mujer o un hombre en quien se combinan aptitudes que por lo general se consideran mutuamente excluyentes y pertenecientes sólo a uno de los sexos. Es decir, la familia tendrá un terapeuta que ejerce la autoridad, manifiesta competencia y fija límites y que, a la vez, demuestra empatia, sensibilidad, respeto, protección y escucha con mucha atención. Esta combinación de aptitudes resulta inusual c inesperada y, por consiguiente, contrastará en la mente de los pacientes con su experiencia habitual de la conducta humana que está definida por los estereotipos. El tipo de relación que el terapeuta feminista de la familia desea crear con los pacientes es una relación en la que éstos lo perciban como una persona honesta, expresiva, cuestionadora, segura, amable, digna de
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confianza, benevolente, serena, colaboradora, imperturbable y sin pre juicios. Además, los pacientes perciben al terapeuta como alguien dedi cado a cada uno de los integrantes de la familia, aunque no necesariamen te de acuerdo con cada uno de ellos. Este tipo de relación es una condición necesaria, pero no suficiente, para producir los cambios que busca el paciente. Es el medio y el contexto de la terapia. Esta relación terapéutica se pone de manifiesto en la terapia a medida que los pacientes exponen lo que piensan sobre sí mismos en el mundo, y el terapeuta cuestiona ese pensamiento sobre la base de su exactitud, integridad o utilidad. Sin la experiencia de una relación confiable y respetuosa! los pacientes no tolerarían estos cuestionamientos por más amablemente que fuesen presentados. Sin esa relación, el terapeuta no contaría con la credibilidad de los pacientes para ofrecerles alternativas, terminar con pautas familiares y sugerir soluciones novedosas. En el nivel del análisis de los problemas, el feminismo inspirará las respuestas que el terapeuta considera respecto de la familia. Las pregun tas no son necesariamente formuladas a la familia sino que orientan las observaciones del terapeuta: 1) ¿Cómo afectan los estereotipos de los géneros la distribución del trabajo, el poder y las recompensas en esta familia? 2) ¿Cómo interactúan los estereotipos y la consiguiente distribución del trabajo, el poder y las recompensas con el problema que se presenta? 3) ¿Qué piensan los miembros de la familia sobre el trabajo del hombre y de la mujer que hace que el trabajo esté distribuido de determinada manera e impida que se distribuya de cualquier otra forma? (Esta pregunta se refiere a las funciones parentales y de educación, así como también a los quehaceres domésticos, el control de las finanzas y el sostén económico.) 4) ¿Qué piensan los miembros de la familia sobre el poder propio del hombre y de la mujer que hace que el poder esté distribuido de de terminada manera e impida que se distribuya de cualquier otra forma? 5) ¿Qué piensan los miembros de la familia sobre los deseos, méritos, valores y derechos propios del hombre y de la mujer que hace que las recompensas estén distribuidas de determinada manera e impida que se distribuyan de cualquier otra forma?
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6) ¿Qué soluciones han estado vedadas a la familia debido a su aceptación acrítica de los valores sexistas? 7) Dadas las respuestas a las seis primeras preguntas, ¿qué esperará probablemente de mí la familia, dado mi género? ¿En qué punto preveo que habrá problemas entre nosotros? ¿En qué punto puedo mellar con más facilidad sus expectativas habituales? ¿En qué me sentiré más vulnerable a sus expectativas? 8) ¿Qué otras presiones, deseos y relaciones tienen que ver con la conformación de su problema y sus intentos de solución, además de los estereotipos de los roles basados en los géneros (entendien do que todos estos otros factores estarán mediatizados por sus estereotipos de los roles de los géneros)? A partir de las respuestas a estas preguntas, el terapeuta analiza el significado que tiene el género para sus pacientes. El terapeuta usa este análisis para guiar las interacciones con los miembros de la familia en una forma que cuestione sus limitadas definiciones de lo masculino y lo femenino y los libere de ellas, al poner en tela de juicio los supuestos de la familia sobre quién es el responsable del cuidado de los niños, la adopción de las decisiones, los quehaceres domésticos, la frecuencia de las relaciones sexuales, el sostén económico y el control de la natalidad. Al interactuar con los pacientes brindándoles capacidad para actuar, legitimidad y desmistificación, el terapeuta los ayuda a generar conduc tas, valores y sentimientos alternativos. Estos cambios a veces pueden producirse en gran escala —una pareja decide que la mujer saldrá a trabajar y el marido se quedará en casa con los niños— pero es más común que el cambio comprenda una serie de pequeñas modificaciones: ella trata de expresar directamente su enojo, él practica para poder reconocer sus propios sentimientos y ponerles nombre. Estas modifica ciones se producen no sólo a causa de lo que los pacientes observan sobre el terapeuta, sino también debido a la manera en que se perciben a sí mismos cuando sus típicas actitudes y conductas prescriptas por los roles son bloqueadas, reintegradas, reinterpretadas, directamente cuestiona das o reorientadas por el terapeuta. Por ejemplo, cuando un terapeuta instruye a un padre emocionalmen te retraído para que exprese sin palabras lo que siente por su hijo, el padre se ve obligado a ampliar su capacidad de demostrar afecto o a enfrentar lo que sea que le impide hacerlo. Esos pasos requieren que los miembros
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de la familia revaloricen las actitudes y las conductas rutinarias, que inventen intencionalmente nuevas conductas o descubran que de pronto y espontáneamente emitieron una conducta desacostumbrada. Por con siguiente, el cambio no se produce simplemente porque el terapeuta lo ordene, sino por la interacción con el terapeuta que hace que los pacientes se perciban a sí mismos de una manera diferente. Primero se dan cuenta de que hay una incoherencia entre la expectativa habitual y lo que ahora experimentan, luego el terapeuta los ayuda a integrar esas conductas. El terapeuta feminista de la familia utiliza una diversidad de técnicas tomadas de distintas escuelas de terapia familiar, pero tendrá la sensibi lidad necesaria para no aprender ninguna que sea sexista u opresiva. Por ejemplo, el reencuentro es una técnica terapéutica poderosa que sería usada con la misma probabilidad por el terapeuta feminista de la familia como por el no feminista. Empero, un terapeuta feminista nunca usará el recncuadrc de la manera demostrada por Bergman (1987), para sugerir que el problema real de un paciente del sexo masculino que abusa del alcohol y las drogas es la presencia de demasiadas mujeres en su familia. Aun cuando ese reencuadre pudiese modificar el sistema, un terapeuta feminista criticará su empleo ya que reivindica al abusivo y deja a las mujeres con la sensación de ser responsables y culpadas. El hecho de que esas intervenciones hayan sido empleadas señala que los terapeutas se relacionan con las mujeres con la misma ambivalencia que el resto de la sociedad, viéndolas como las guardianas y educadoras de la familia y guardándoles rencor por ese poder. La sensibilidad del terapeuta ante el género afectará la forma, la graduación temporal y otras características de las intervenciones. Por ejemplo, tanto el terapeuta feminista como el tradicional pueden consi derar deseable, en una situación dada, ayudar a la esposa a elaborar su ambivalencia con respecto ala idea de tener un trabajo remunerado fuera de la casa. Es probable que los terapeutas estimen correctamente la dificultad que este cambio representará para el marido. Ahora bien, es más probable que el terapeuta feminista y no el terapeuta tradicional estime correctamente la dificultad que este cambio representará para la esposa: su temor de violar el contrato conyugal, su arrepentimiento por la deslealtad unido al temor de una represalia por amenazar lo que ha sido la prerrogativa de su esposo y, tal vez, el temor de perder su derecho incuestionable a ser una mujer femenina. Al tener en cuenta las preocu paciones de la mujer, el terapeuta feminista de la familia adoptará
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medidas que tienen un marco y un respaldo diferentes de los que aplica el terapeuta tradicional de la familia. Por ejemplo, el terapeuta feminista hará explícito el análisis expuesto a la pareja, examinando con ellos el riesgo que el cambio de la mujer puede representar para el marido, las represalias de que ella puede ser objeto y la culpa que puede llegar a sentir. El análisis compartido le da validez a la experiencia de la mujer, la desmistifica sobre su renuencia al cambio y la autoriza a tomar una decisión con conocimiento para sí misma al ayudarla a obtener la información y los recursos. En el caso del marido, las predicciones del terapeuta de que puede llegar a sentirse amenazado tal vez le permitan, paradójicamente, estar más dispuesto y accesible a este cambio. Cuando una familia llega a la terapia es por lo general a instancias de la madre o la esposa, porque en la familia todo el mundo considera que el mantenimiento del buen funcionamiento familiar es tarea de ella. La mujer ingresa en la terapia con la sensación de que lo que ha salido mal, sea lo que fuere, es excesivamente culpa suya. En la terapia tradicional se encuentra con un terapeuta que se pasa gran parte de la sesión hablándole a ella y no a los otros miembros de la familia. Este enfoque no obedece necesariamente a que el terapeuta comparte el punto de vista de que la madre es la responsable del bienestar de la familia (si bien puede hacerlo), sino porque al terapeuta le resulta mucho más fácil hablar con la mujer, quien está formada en el lenguaje de los sentimientos y es la que percibe los matices sutiles de la conducta. Estas aptitudes y su sentido de la responsabilidad hacen que la madre esté muy motivada, y el terapeuta usa su motivación como palanca para el cambio. El márido o padre puede estar implícitamente dispensado de una participación significativa en la terapia. Su sola presencia es aceptada como suficiente. Esta actitud del terapeuta, diferente ante cada uno, refuerza los estereotipos de los roles de los géneros que tienen los pacientes, el terapeuta y la cultura en general. En cambio, el terapeuta feminista no aceptará la ineptitud como excusa para no participar en la terapia y, en consecuencia, seguirá haciendo preguntas y encomendando tareas a los dos cónyuges, lo cual indica que la responsabilidad de la vida familiar debe ser compartida equitativamente. Otra de las maneras en que los terapeutas tradicionales de la familia pueden explotar a las mujeres es aprovechando el hecho de que ellas son normalmente más adaptadas al cambio que los hombres. Los terapeutas
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suelen prestar una atención desproporcionada a cualquier esfuerzo que haga un hombre para cambiar, mientras que dejan que la mujer se arregle sola. Así, el esfuerzo del hombre para ser más expresivo es visto por el terapeuta como el equivalente psicológico de trepar el Everest, mientras que el esfuerzo de la mujer para entrar en el mercado laboral después de haber sido ama de casa durante veinte años es considerado un privilegio. En el mejor de los casos, el terapeuta tradicional puede considerar que estos ejemplos constituyen un esfuerzo equivalente, como si aprender a llorar y aprender a ser económicamente independiente fuesen tareas comparables en una sociedad cuyo valor máximo es el dinero, por encima de todo lo demás. En cambio, el terapeuta feminista de la familia legitima la dificultad del marido, señalando que él no está preparado para demostrar la expresividad emocional que su familia quiere y que además irá en contra del ethos de su lugar de trabajo al desarrollar esa expresividad. A la vez, el terapeuta le sugiere al marido las recompensas potenciales que podrían redundar en su beneficio al realizar semejante esfuerzo en su familia. La mujeres legitimada con respecto al temor de perder su rol bien definido de ama de casa junto con el limitado poder que éste conlleva, por la magra posibilidad de desarrollar una identidad positiva como trabajadora en una sociedad donde las mujeres todavía son confinadas a los empleos del sector de servicios con un bajo nivel de status y una remuneración que apenas sobrepasa la mitad de la que perciben los hombres: El terapeuta presta una atención fundamental al tratamiento de los cambios de relación personales y logísticos producidos por la nueva posición de la mujer. Una peculiaridad irónica de la falta de participación del marido o padre en la vida cotidiana de la familia es que, precisamente porque rio ha intervenido en ella, el terapeuta tradicional a menudo lo ve como la persona que ahora puede salvar la situación. El hecho de alentar al padre para que se haga cargo de un conflicto perturbador de la familia, como si fuese un ejecutivo que arreglará el lío que armó su mujer, señala un punto de vista funcional y simplista de los roles de la familia. En cambio, un terapeuta feminista interpretará que una intervención de ese tipo transmitirá a la familia lo siguiente: a) que la madre no ha sabido desempeñar su rol, b) que el padre lo puede hacer mejor de todos modos y c) que hace falta un experto para convencer al padre de que haga lo que corresponde para remediar la situación. En consecuencia, el terapeuta
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feminista preferirá concebir una intervención que subraye la importancia del trabajo de los dos progenitores para resolver el conflicto familiar. Esta intervención respetará el puesto de la madre como la experta de la familia en cuanto se refiere a la educación de los niños. Asimismo, se referirá a los beneficios que recibirá el padre al incrementar su participa ción en la vida familiar, a la vez que se observará que probablemente este cambio no será recompensado o ni siquiera visto con buenos ojos por el mundo exterior (por ejemplo, en el lugar de trabajo). Si hay un compro miso de parte de los dos progenitores —la madre, estando dispuesta a compartir su responsabilidad y a disponer de otros medios para manifes tar su idoneidad, y el padre, mostrándose dispuesto a pagar el precio en su lugar de trabajo por participar más en su familia— la intervención tendrá por objeto hacer que la crianza de los hijos sea una responsabilidad compartida. Un modelo de este tipo da mayores garantías de que los hijos estén bien educados que el que hace a la madre totalmente responsable de su crianza. En síntesis, la metodología de la práctica de la terapia familiar feminista comprende: 1) usar el sí-mismo en la terapia como modelo de conducta humana no tan limitado por los estereotipos de los géneros; 2) crear un proceso por el cual el empleo de técnicas como, por ejemplo, la legitimación, la autorización y la desmistificación acreciente en los miembros de la familia la sensación de que tienen opciones y desarrollen una mayor reciprocidad entre ellos; 3) realizar un análisis de los roles de los géneros en la familia; 4) utilizar este análisis para orientar las interacciones con la familia de una manera que cuestione las pautas de conducta restringidas y estereotipadas y a la vez, los libere de ellas, y 5) diseñar técnicas a partir de una serie de métodos de terapia familiar existentes con plena conciencia de las consecuencias que estas técnicas tienen con respecto a los géneros. LA CAPACITACIÓN
Si la terapia ha de ser feminista, la capacitación profesional también debe serlo. En la actualidad no lo es. Desde luégo, un cambio así no puede producirse si se considera el feminismo como una asignatura optativa que se pincha con alfileres a lo que ya existe. Por el contrario, deben hacerse modificaciones en el contexto, el contenido y el proceso de nuestros programas de capacitación.
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El contexto
El sistema dentro del cual se imparte la capacitación debe estar organizado de una manera que no reproduzca el mismo modelo opresivo y sexista que la terapia familiar feminista trata de corregir. Para empezar, el programa debe contar con igual número de mujeres que de hombres en los puestos de autoridad y en los cargos docentes. Debe brindar los beneficios buscados en el mundo de los negocios: un horario flexible, licencia por maternidad y por paternidad, ayudas especiales para los progenitores únicos y para las mujeres que ingresan en el mercado de trabajo a una edad mayor. Tiene que tener como primer lenguaje, y no como segundo, el análisis feminista. Su característica ha de ser la existencia de una interacción respetuosa y esclarecedora. . Para poder comprender la importancia de lo que decimos, pasemos del nivel del contexto al nivel de la conducta personal. En su artículo sobre la capacitación profesional, Caust, Libow y Raskin se refieren a las “tendencias de las mujeres, en general, y de las estudiantes de los cursos de terapia feminista, en particular, a evitarla confrontación, minimizar su autoridad y relacionarse con los supervisores de un modo estereotipa do y sumiso, así como también a emplear estrategias de poder encubier tas...” (1981, pág. 441). Si bien coincidimos con esa observación, queremos hacer ver un aspecto diferente del que señalan estos autores. Las conductas que ellos describen son estrategias de supervivencia de los subordinados. Se trata de tendencias de las mujeres en general porque ellas son subordinadas. Cuando no lo son (por ejemplo, con sus propios niños o cuando desempeñan el rol de maestras) abandonan esas conduc tas y adoptan exactamente las opuestas. En otras palabras, la capacidad de ser exigentes y cuestionadoras depende de las necesidades propias del ambiente. A diferencia de lo que ocurre con las mujeres, prácticamente todos los ambientes se caracterizan por la expectativa de que los hombres actúen mandando y confrontando. Si esas conductas son deseables para las mujeres que son terapeutas, lo que debe programarse de otra manera es el medio donde se desarrolla la capacitación y no las mujeres. La expectativa que tiene una mujer de sí misma es parte del cambio que debe producirse, pero no es el punto por donde debe empezarse. Primero el contexto debe hacerse seguro para que las mujeres manifiesten una gama más amplia de conductas y sólo entonces éstas emergerán. Existen varios factores que complican el intento de modificar el con-
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texto de los cursos de capacitación. Los docentes actuales deben recibir una formación especial antes de poder dar una formación diferente. Hace falta mucho más que buenas intenciones para alcanzar el cambio radical en la conciencia y en el método que se necesita. . Otra de las complicaciones es que, tal como están las cosas en la actualidad, la mayor jerarquía del hombre con respecto a la mujer pre valece por encima de cualquier jerarquía dada, de modo tal que si a una mujer determinada se le asigna más autoridad que a un hombre determi nado o bien, igual autoridad que a él, por lo común se la considera subordinada. Las supervisoras, por ejemplo, suelen ser consideradas inferiores a sus alumnos varones, y las mujeres que integran una junta, como inferiores a los miembros masculinos de esa misma junta. Se trata de una jerarquía cultural tan predominante que no desaparecerá de nuestros programas académicos por decreto, y tampoco en el caso de que se pongan en práctica los otros cambios que hemos mencionado. Empe ro, no puede hacerse caso omiso de esta situación. La jerarquía en el programa de capacitación y en la institución donde se desarrolla el programa, tiene que ser tomada como un tema constante y formal de estudio y discusión para especificar el efecto que ejerce en las relaciones, la terapia y la formación que tienen lugar bajo su dominio. El contenido
En el programa debe figurar la enseñanza de la teoría feminista. Se debe informar a los alumnos sobre el sistema patriarcal bajo el cual todos nosotros crecimos y en el cual están insertas todas las familias de manera explícita y formal; no basta con esperar que cada uno lo capte como una iluminación súbita. El programa de capacitación tiene que dar a los discípulos los conceptos necesarios para realizar el análisis de los roles basados en géneros que hemos explicado en el apartado anterior. Los estudios feministas brindan una gran riqueza de recursos (de Beauvoir, 1964; Chesler, 1972; Chodorow, 1978; Dinnerstein, 1976; Ehrenreich y English, 1978; French, 1985; Gilligan, 1982; Lemer, 1986; Miller, 1976; Oakley, 1974; Rich, 1976; Thome, 1982); como también lo hacen muchas obras literarias escritas por mujeres (Atwood, 1986; Bemikow, 1980; Brownmiller, 1984; Gilman, 1973 b; Gould, 1976; Griffin, 1978; Griffith, 1984; Morgan, 1968; Pogrebin, 1983; Rich, 1986; Walker, 1982; Woolf, 1929). Además, deben producirse otros cambios en el contenido. Los docen
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tes deben comprometerse con los estudiantes en un esfuerzo intenso y conjunto para poner de manifiesto el aspecto sexista de diversas teorías de la terapia familiar. Muchas cintas, artículos y libros usados durante mucho tiempo como material didáctico y que parecían contener una verdad inamovible ahora deben utilizarse en forma selectiva; junto con lo bueno que quede, tenemos que demostrar con estos materiales én qué medida las modalidades del pensamiento sexista han sido penetrantes, arraigadas y aceptadas sin cucstionamientos. Aunque esta crítica todavía no está completa, se encuentra un excelente material en Avis, en prensa; Avis, 1985; Bograd, 1984; Cárter, 1986; Goldner, 1985 a y b; James y Mclntyre, 1983; Taggart, 1985. Sobre reformas y creaciones nuevas que desarrollan la aplicación del pensamiento y la acción feminista a la teoría de la terapia familiar, su práctica y su capacitación pueden verse en Cárter, Papp, Silverstein y Walters, 1984 a y b; Hare-Mustin, 1978; Libow, Raskin y Caust, 1982; Margolin, Fernández, Talovic y Onorato, 1983; Simón, 1985; Whecler, Avis, Miller y Chaney, 1985. Asimismo, proponemos ampliar el contenido de la capacitación que tiene lugar durante la supervisión de la terapia, es decir, aumentar lo que es presentado para su observación y atención. Algunas de nuestras sugerencias coinciden con las dadas por Wheeler y sus colegas (1985). Los componentes que consideramos más importantes son: 1) examinar la relacióri entre la familia y el terapeuta para ver cómo es constituida por las expectativas relativas a los roles de los géneros que tienen tanto la familia como el terapeuta; 2) analizar la división del trabajo, el poder y las recomendaciones en la familia en cuanto es afectada por los prejuicios y estereotipos relativos a los géneros; 3) prestar una atención específica a la elaboración, tanto para los hombres como para las mujeres, de aptitudes tradicionalmente femeninas (como, por ejemplo, la empatia, la capacidad de escuchar, el apoyo) y de aptitudes tradicionalmente masculinas (como, por ejemplo, la capacidad de dar directivas claras, de tomar actitudes de mando, de manifestar idoneidad), y 4) enseñar a los alumnos a usar sus sentimientos instrumentalmente, es decir, como indicadores del tipo de intervención necesaria o como diagnóstico de elementos clave del proceso de interacción dentro de la familia o entre la familia y el terapeuta. Por último, el contenido del trabajo personal es diferente cuando se
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trata de formar terapeutas feministas de la familia. Los alumnos deben examinar la conducta estereotipada en ellos mismos y las consecuencias consiguientes para sí mismos y para sus pacientes. Este análisis se realiza mejor haciendo que los alumnos descubran y formulen con claridad estas lecciones como fueron aprendidas en sus familias de origen. Ahora bien, es de fundamental importancia ayudarlos a sostener la perspectiva de que sus familias forman parte de un sistema social más amplio, a fin de bloquear cualquier tendencia a pensar que los estereotipos han sido inventados por sus madres y padres y, por lo tanto, son idiosincrásicos de sus propias familias. El proceso
El respeto es el rasgo definitorio básico del proceso entre docentes y alumnos que exigimos para los programas de capacitación en terapia familiar feminista. Puesto que esta palabra tiene un significado general, la especificaremos con respecto a determinadas aplicaciones: — Es respetuoso enseñar la teoría y el método con claridad, en lugar de hacerlos confusos e inaccesibles como indicadores jerárquicos. — Es respetuoso determinar las competencias, afirmar las mejoras, apoyar la individualidad y prestar colaboración. — No es respetuoso emplear un estilo de interacción que resulte autoritario, seductor, paternalista, astuto, hostil o mistificador. — No es respetuoso realizar análisis entrelazados con bromas sexis tas, supuestos sexistas sobre el problema de la familia y lenguaje sexista. — No es irrespetuoso en sí que los alumnos exhiban su trabajo y los supervisores no lo hagan. No es irrespetuoso en sí considerar que los supervisores saben más que los alumnos. La falta de respeto se produce cuando los supervisores se toman la libertad, como suele suceder, de regañar, molestar ^sultar o confundir a los alumnos con respecto a su apariencia, su estile singular, su desacuerdo o su objeción a causa de que se encuentran en una posición más alta o tienen más conocimiento, en especial cuando a esa situación se agrega el hecho de que el supervisor es homUe, y la alumna, mujer. — No es irrespetuoso en sí que sea necesaria la aprobación del supervisor para progresar. Lo que puede ser irrespetuoso es lo que se necesite para conseguir esa aprobación. ¿El temario real es la devoción del esclavo, la copia o la obediencia ciega? ¿Se recompensarán los aportes originales y el pensamiento crítico? ¿Cómo verán los superviso
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res el caso de una joven creativa, que hace aportes y también cuestiona? ¿Es una buena idea que las mujeres superen lo que Caust, Libow y Raskin (1981) explican como su motivación “especialmente fuerte” para obte ner aprobación, antes de que conozcan la respuesta de la pregunta anterior? — No es irrespetuoso en sí utilizar el teléfono para hacer llegar un mensaje a la sala de terapia o interrumpir una sesión para guiar a un alumno. Algunas maneras respetuosas que puede adoptar el supervisor son las siguientes: abstenerse de intervenir durante el tiempo necesario para permitir que la familia y el terapeuta establezcan una relación; pedir permiso antes de entrar en la habitación donde se desarrolla la terapia; ya sea en su momento o después, fundamentar la elección de la sugerencia ofrecida y del momento para ofrecerla; demostrar que está dispuesto a oír algo diferente y a experimeniar con alternativas. Dado que los significados y aplicaciones del respeto son complicados, difíciles de predecir y peligrosos de abordar explícitamente desde una posición inferior, recomendamos que cada equipo de supervisor y supervisado tenga asesores de su proceso para examinar la política sexual de la diada. Los asesores pueden ser un equipo de trabajo, otro par de supervisor y supervisado o un grupo completo de capacitación. Asimismo recomendamos que los supervisados puedan trabajar con un hombre y con una mujer en el rol de supervisor en algún momento del curso. A continuación deseamos hacer algunas advertencias directamente a las mujeres que en la actualidad están siguiendo un curso de capacitación o que podrían llegar a hacerlo: Cuidado con el simbolismo. No a todas las mujeres que ocupan una alta
posición en los programas de capacitación se les dará la autoridad y aceptación necesarias para llevar a cabo lo que parece ser responsabili dad suya. En la medida en que falten esa autoridad y esa aceptación, los esfuerzos que haga usted para alinearse junto a ella o para verla como un modelo le producirán confusión. Una confusión semejante puede creár sele si no se da cuenta de que no toda docente o autora es feminista. Cuidado con la capacitación para la autoafirmación. Los esfuerzos para
enseñarle a cambiar la manera que tiene usted de comunicarse con la mirada, contenerse, demostrar enojo o manifestar poder pueden basarse
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en un modelo que tiene que ver con el modo en que los hombres lo hacen. Averigüe exactamente qué es lo objetable en su manera de poner en práctica esas cosas. Lea lo que escribe Jean Baker Miller (1976) sobre el poder y el enojo para recordarse a usted misma que ni los hombres ni las mujeres se caracterizan por manifestar el poder y el enojo de maneras eficaces y seguras para la humanidad. Cuidado con el pensamiento excluyeme. Las mujeres no necesitan dejar
de ser sociables para poder ser instrumentales o dejar de brindar cuidados para poder dar ói;denes. La oportunidad que da la capacitación consiste en agregar aptitudes, no en abandonar las que se poseen. Desafíe a todos a pensar en modos de ser que permitan mostrarse acogedora y a la vez imponer autoridad. La terapia familiar es, entre otras cosas, una realización moral. Es decir, la terapia familiar está basada en una visión de la vida humana y del ambiente más adecuada para producir y nutrir la vida humana. Las mujeres han tenido una parte muy pequeña en la creación de esa visión y escasas oportunidades para desarrollar una que pudiesen reconocer como propia. Las feministas trabajan para conseguir esa oportunidad y para dar el paso siguiente: lograr que esa visión se haga realidad.
C a p i t u l o 3
TRABAJO FEMINISTA, PROCESO FEMINISTA
Esta maestra nos dice... que no podemos confiar en una fórmula. Ha hecho una vasija tra s otra durante muchos años y dice que ella todavía incursiona en lo desconocido. Debemos dejarnos guiar po r nuestras manos.,, ceder al conocimiento de la arcilla. Dice que todas las reglas que hemos memori zado, el desbaste y la humectación de los bordes, por eje m p lo .. todas las leyes deben ceder ante la experiencia. Dice que debemos aprender de cada acto, y ningún acto es siempre el mismo.
Susan Griffin, Wornan and Nature
Este es un libro de historias clínicas; los capítulos siguientes contie nen descripciones del trabajo que hemos realizado en terapia con familias escogidas. Desde luego, abrigamos la esperanza de que lo sucedido entre nosotras y esas familias resulte instructivo para otros terapeutas cuando trabajen con familias similares. ¿Cómo podemos suponer la existencia de alguna similitud? La impresionante singulari dad de cada persona y cada familia es la primera lección digna de aprender. Las teorías que ocultan esta diferencia detrás de un lenguaje técnico y abstracto constituyen un objetivo básico de la reforma. Empe ro, es igualmente importante examinar el hecho fundamental del orden social y su imposición en los aspectos más personales de los individuos y las fámilias: sus finanzas, su conciencia de sí, sus manifestaciones de la sexualidad, su manera de ejercer la paternidad o la maternidad, etcétera. Este orden social, este patriarcado, no sólo se mete en todas partes sino que además disemina sus desventajas de manera desigual, siendo una carga más pesada para el débil y el impotente, que para el que ocupa una alta posición y está bien protegido. Escribimos sobre la
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similitud resultante del patriarcado y nos esforzamos por mantener incluso en la escritura nuestro sentido de la singularidad de cada una de las vidas que llegamos a conocer en la terapia. Los casos que hemos elegido para incluir en este libro no representan la gama de casos con que los terapeutas de la familia trabajan en su práctica profesional. Están tomados de nuestra propia gama, la cual resulta más limitada en el aspecto económico, social y racial debido a la región del país que abarcamos, la ubicación en la ciudad, la organización de nuestra práctica profesional y diversas características nuestras y de nuestra formación. De esta gama, hemos seleccionado familias en las cuales la mujer tiene una posición estereotipada. Normalmente los terapeutas ignoran la posición de la mujer por ser tan corriente (de ahí el estereotipo) y, en cambio, están intrigados por la complejidad del problema que se les presenta. Nosotras consideramos que la posición de la mujer tiene mucho que ver con el problema y fijamos la atención allí. La mayoría de los casos corresponden a parejas y no a familias con hijos. Esta selección también es intencional. La presencia de los hijos en la terapia inevitablemente concentra la atención en las cuestiones gene racionales y no en las relativas a los géneros. Puesto que el objetivo de este libro es destacar estas últimas en la terapia, hemos elegido casos que se prestan con mayor claridad a ese tipo de análisis. Estos casos tienen por finalidad ser instructivos con respecto a las posiciones estereotipadas de las mujeres, en particular, y a las cuestiones del género, en general. No los presentamos como si fuesen representa tivos de todas las parejas lesbianas, todas la familias de un solo progeni tor, todos los matrimonios empresariales, etcétera. Constituyen com puestos de las familias con las que hemos trabajado, y en ese sentido hablan en nombre de otras. Todo informe que quiera hacerse sobre un caso trabajado en terapia requiere que el autor seleccione qué hechos, pensamientos e ideas va a incluir. Nuestro criterio de inclusión en la presentación introductoria de cada caso fue el grado de dificultad que habíamos tenido en la terapia. Tratamos de compartir lo que como terapeutas teníamos en mente mientras trabajábamos con nuestros pacientes, así como también lo que ocurría en las sesiones. Nuestro propósito es mostrar la línea de razona miento que nos llevaba hasta un punto muerto y luego cómo planteába mos nuestro problema al grupo de consulta. En los casos incluidos en este libro, trabajamos juntas de acuerdo con
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nuestra rutina habitual. En cada caso, una —o dos de nosotras— trabaja como terapeuta principal, mientras que el resto integra el equipo de consulta. Nos reunimos una vez por semana para consultamos. En una sola reunión podíamos servir de terapeutas en un caso y consultoras en otros dos. Por lo general adoptamos el estilo de un coloquio de casos en el cual el terapeuta presenta el material clínico y su dilema, y el grupo hace preguntas, sugiere orientaciones y dialoga con la terapeuta acerca de cómo podría proceder. A veces utilizamos videos o una de nosotras se une a la terapeuta para realizar una consulta en vivo. La necesidad de hacer una consulta se manifiesta sola de diversos modos: como un vacío total sobre cómo proceder, irritación con el paciente o los pacientes por su ritmo o el deseo de que cancelen la entrevista siguiente. A veces nos encontramos estancadas con respecto a un tema específico: ¿Le interesa a este paciente el trabajo con la familia de origen y está preparado para hacerlo? ¿He establecido una alianza de trabajo con cada uno de los cónyuges? ¿Por qué nunca completan ninguna de las tareas que aceptan en la sesión? El proceso de consulta coincide con el proceso de la terapia. Si la consulta supone una jerarquía rígida entre el consultor y el terapeuta, está estrictamente orientada hacia lo técnico y desconectada de otros contex tos de la vida del terapeuta, cabe esperar que la terapia también será jerárquica, orientada hacia lo técnico y ciega al contexto. Como feminis tas, aspiramos a un proceso diferente para nuestra consulta. En primer lugar, tratamos de colaborar. Cuando actuamos como, consultoras, no asumimos poderes extraordinarios ni un status especial. Nuestra finali dad no es que la terapeuta trabaje de acuerdo con nuestra propia imagen, sino facilitarle el desarrollo de su mejor estilo propio de trabajo. En segundo lugar, nuestras consultas son sumamente personales. Tratamos de crear un ambiente en el cual la terapeuta pueda descubrir y examinar sus propios puntos oscuros y prejuicios. En consecuencia, las preguntas sobre su conexión con las cuestiones que le presentan sus pacientes constituyen una característica fundamental de nuestras consultas. Las respuestas son personales, pero señalan dilemas comunes para el tera peuta feminista de la familia y, por lo tanto, los riesgos son dcscriptos al final de cada capítulo. Por último, las preguntas que hacemos como consultoras, en realidad nuestra visión completa del caso, están claramente formuladas por nuestro compromiso de hacer del feminismo una parte explícita del
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contexto de la terapia. Independientemente de los detalles propios del caso, hay ciertas preguntas que consideramos decisivas en una consulta feminista y siempre las tenemos presentes: ¿Cómo comprenden el género nuestros pacientes y de qué modo su comprensión del género limita su capacidad para resolver su problema? ¿Cómo estamos nosotras entendiendo el género y cómo esa noción está afectando a nuestra concepción de los problemas de los pacientes? ¿Qué prejuicio sobre el género contiene la teoría que estamos aplicando y como está obstaculi zando el proceso terapéutico? Para facilitar la presentación, nos referimos a la consulta en uno o dos apartados de cada capítulo. En realidad, en algunos de estos casos hemos realizado más de una decena de consultas. Asimismo, reunimos en el apartado correspondiente al análisis de cada capítulo un detalle de los diversos puntos que surgieron en el proceso de las consultas, entre ellos nuestra crítica de la terapia familiar. El análisis de cada caso presentado se desarrolla a partir de los detalles del caso, pero rápidamente se hace general en el sentido de que exami namos pautas sociales pertinentes, la opinión popular y las teorías profesionales. Empero, el análisis sigue siendo personal porque las pautas sociales, la opinión popular y las teorías profesionales modelan la manera de vivir de la gente y de interpretar su vida, y también se reflejan en ella. Esas cuestiones personales de la vida y la significación constitu yen nuestro permanente interés. Existen diversos lugares donde poder situarse cuando se analizan los acontecimientos humanos: el laboratorio del biólogo, el pulpito del fundamentalista, la plataforma del demócrata, los libros del economista, detrás del diván del psicoanalista, con el equipo del terapeuta de la familia, etcétera. La elección del lugar es fundamental porque determina los conceptos y valores que se aplicarán en el análisis. El lugar en el que estuvimos mucho tiempo fue el de la terapia familiar, pero el suelo no dejaba de ceder debajo de nuestros pies. Todas estas posiciones se sustentan en una base que es feminista o sexista (y puede ser también racista, clasista, etcétera). Hemos elegido situamos en el feminismo y lo que hemos visto desde esa perspectiva nos ha demostrado que todo lo que habíamos tomado como verdadero — tanto de lá terapia familiar como de otras disciplinas— tiene que ser reexaminado, repensado y reinventado. Por consiguiente, nuestros aná lisis son largos, y están reunidos básicamente en un apartado de cada
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capítulo, pero aparecen en todas partes porque el análisis es algo continuo. El feminismo debe ser completo precisamente porque todo lo que no es examinado sigue siendo sexista. Después de nuestros análisis presentamos los objetivos que guiaron nuestro trabajo en cada caso y una breve descripción de las maneras de alcanzar cada objetivo. A veces el plan que hemos redactado contiene métodos que finalmente no usamos. Los incluimos porque deseamos subrayar que hay muchas maneras de llegar desde aquí hasta allí; si se trabaja como si existiera un solo camino correcto el terapeuta se alejaría del contacto intenso con los pacientes. Los objetivos, desde luego, surgieron a partir de nuestras compren sión de un problema dado y de nuestros valores acerca de qué cosas contribuyen al logro de la mejor calidad de vida posible. Nuestra comprensión del problema y nuestros valores son explicados en los apartados sobre la consulta y el análisis; los objetivos son rcafirmaciones breves. Evidentemente, eran nuestros objetivos para la familia que estábamos tratando. Empero, estamos comprometidas con un proceso de colaboración y presentamos los objetivos a nuestros pacientes a través de debates, lecturas recomendadas, razonamientos para elaborar en casa, metáforas, etcétera. En la medida en que nuestros objetivos para la familia coincidían suficientemente con los suyos o brindaban una alternativa atractiva, nuestro trabajo podía proseguir. A veces nuestros pacientes no aceptaban nuestros objetivos porque nos habíamos alejado demasiado de su experiencia y nuestros deseos resultaban utópicos. Nosotras exigimos un cambio general y fundamen tal. Sin duda que frente a objetivos como “menos discusiones por semana”, los nuestros son utópicos. Lo que nosotras rescatamos es no disminuir el esfuerzo sino preparamos para nuevas decepciones que se producirán si reducimos el alcance de nuestra visión. La reducción del alcance sería eminentemente sensato tan sólo si la visión no fuera tan importante y los sistemas no fuesen tan perniciosos. A continuación describimos la terapia. Esta descripción es, en el mejor de los casos, una aproximación, algo muy parecido a escribir una historia de cualquier experiencia personal, de modo que leerla como un informe literal produce el efecto contrario al buscado. Tenemos que admitir que la terapia suele ser misteriosa. Se trata de un encuentro donde suceden más cosas de las que podemos saber o contar, y más aun de lo que puede conservar fielmente una cinta grabada porque no podemos
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saber nunca exactamente qué estábamos pensando y con toda seguridad, no sabemos qué estaban pensando nuestros pacientes. Todo lo que podemos contar es lo que pensamos que ocurrió. La conversación se desarrolla sobre muchos supuestos acerca del significado entre los participantes, muchos de los cuales no se hacen explícitos ni se verifican. Nuestro informe significó hacer elecciones y elegir los temas que creimos importantes. Nuestra finalidad es destacar las cuestiones relati vas a los géneros: ¿Cómo puede la terapeuta ayudar a los miembros de esta familia a verse a sí mismos y a ver a cada uno de los demás sin que su visión esté limitada por el género? ¿Cómo puede interactuar con ellos a fin de capacitarlos para manifestar una conducta que no sea estereoti pada? Los temas que no son nítidamente feministas —por ejemplo, el manejo de la tensión, el compromiso de la familia, las ausencias "de los pacientes— no son abordados. Creemos saber qué cosas ayudaron y sobre esto hablamos. Creemos saber qué cosas no ayudaron y sobre esto también hablamos. No transmitimos aquí lo que trajo lágrimas a nuestros ojos o lo que nos hizo estallar en carcajadas. Hemos dicho en alguna otra parte de este libro que el encuentro mismo —la relación entre la terapeuta y la familia, la teraperuta y el paciente— es difícil, y nuestro trabajo escrito no ha captado este aspecto. Para hacerlo, tendríamos que cantar una canción, escribir un poema o pintar un cuadro. Concluimos cada informe clínico mencionando los riesgos que aguardan a un terapeuta feminista de la familia al aproximarse a los temas planteados en cada caso. Estos riesgos fueron detectados en el curso de las consultas realizadas entre nosotras. Algunos los hemos descubierto una vez producidos; otros pudimos preverlos antes. En general, los riesgos son de dos clases. Una clase se refiere a los estilos probables que el sexismo puede introducir en nuestra interpreta ción o intervención. Existe un remanente sin reelaborar en todos nosotros con respuestas reflejas que demuestran que hemos nacido y crecido bajo el patriarcado. Estas respuestas impiden que nuestros pacientes avancen hacia la liberación. Por muy profundo que sea nuestro compromiso con el feminismo y por muy grandes que sean nuestros esfuerzos para limpiamos de sexismo, algunos efectos del condicionamiento social persistirán. Nos necesitamos unas a las otras como consultoras a fin de mantenemos alertas para detectar esta influencia. La otra clase de riesgos se refiere a la probabilidad de ser superadas
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por un fervor misionero. Algunas cuestiones o interacciones de la terapia golpean tan directamente en el centro del daño y la desigualdad perpe trados por el patriarcado que encienden nuestras pasiones y nuestra justa indignación. La rabia, los sermones, los debates, las conferencias, los salvatajes son todas respuestas que tienen un lugar, pero no es el de la terapia. También en esto nos necesitamos mutuamente como consulto ras para permanecer alertas. Usamos diferentes voces narrativas para los cuatro apartados de los capítulos clínicos. La terapeuta relata las sesiones de terapia empleando el “yo” o el “nosotras” en las pocas ocasiones en que éramos dos. En los apartados sobre las consultas, el equipo usa “nosotras” para relatar las reuniones con la terapeuta. Como quedó dicho, la persona que actúa como terapeuta en un capítulo es parte del equipo de consulta en el siguiente. En el apartado relativo al análisis, hacemos una presentación más formal como autoras y no empleamos un referente personal a pesar de nuestra participación y compromiso personal.
Capitulo 4
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En Estados Unidos los hombres no tienen mucho tiempo para el amor. Una rígida división del trabajo mantiene separados a los sexos , y las normas que rigen en el mundo de los negocios desa lientan la intimidad .
Alexis de Tocquevillc, Democracy in America
Un matrimonio empresarial es un acuerdo socioeconómico en el cual el marido goza de un status elevado en el mundo empresario y es el único que aporta ingresos a la familia, mientras que la mujer se ocupa de la casa, los hijos y de sí misma, de una manera que le facilita al marido el logro de su éxito y lo hace de acuerdo a la moda predominante. En esos matrimonios, la cultura de la empresa ejerce una influencia tan enorme que les da una constitución característica. Incluimos uno de estos casos en el presente libro porque pensamos que el contexto empresarial impone limitaciones al matrimonio que tienen mucho que ver con el género y que la incidencia de estos matrimonios tiene la frecuencia suficiente para justificar que los terapeutas de la familia les presten una atención especial. Los maridos son ejecutivos brillantes y triunfadores que están muy identificados con la ética del trabajo. Las mujeres son amas de casa brillantes y educadas, por lo general sin una experiencia laboral signifi cativa, muy identificadas con sus roles de esposa y madre. Las normas de actuación que usan como guía les son prescriptas por el círculo empresarial (Kanter, 1977). Tanto el marido como la mujer son consu midores típicos (por ejemplo, poseen los mejores automóviles, son miembros del country adecuado y viven en una casa que constituye una vitrina de todos los adelantos de la tecnología) (Clark, Nye y Gecas, 1978). En el caso de los que acuden a la terapia, su relación conyugal (con
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frecuencia han estado casados durante veinte años o más) carece de vitalidad (Skolnick, 1983). Es como si toda la vida existente dentro de estos individuos y entre ellos hubiera sido agotada, y sólo quedasen los esqueletos de sus roles y sus funciones. Predomina una diferenciación de roles extrema, no sólo con respecto a la división sostén económico del hogar/ama de casa, sino también en los rasgos que supuestamente la acompañan. Ella tiene que ser acogedora, dependiente y pasiva; él tiene que ser fuerte, independiente y racional. Esta diferenciación es muy valorada por la pareja y contiene un juicio moral: ella no debe seguir una carrera; él no debe ser molestado con problemas domésticos. En estos matrimonios, la distribución del poder se inclina notable mente a favor del marido y es característico que las mujeres cuestionen esta estructura de dominante-subordinada. Los dominantes no permiten que se planteen cucstionamientos sobre sus derechos y acciones; las subordinadas no se atreven a plantearlos. Por ende, los conflictos rara vez se hacen explícitos. La descripción adecuada de un matrimonio empresarial requiere detener la atención en otro socio importante. Puesto que la empresa misma requiere y recibe una cantidad tan enorme de devoción, lealtad, tiempo y energía conviene considerarla como el principio organizador del matrimonio. En muchos aspectos, la empresa determina la vida de la pareja y refuerza la estructura dominante-subordinada de marido y mujer. Sueños y promesas. El matrimonio empresarial ofrece la promesa de una vida elegante, al estilo de la revista House Beautiful. Entre los
beneficios deseados y esperados figuran la seguridad económica, la posición social, una casa hermosa, los viajes y la felicidad. Se supone que todos ganan. La empresa tiene un empleado trabajador dispuesto a cumplir sus órdenes y libre para hacerlo porque tiene una mujer bien recompensada. Ella tiene que sentirse realizada siendo una buena esposa, madre y ama de casa; él, teniendo éxito en el trabajo y satisfaciendo las necesidades de su familia. Este sueño es más atractivo porque lleva el sello de la aprobación social general. Es inevitable que este sueño no cumpla todo lo que promete. El marido, bien socializado para esperar su realización por ser el sostén económico de la familia, trabaja mucho y duramente pero espera en vano la significación que sólo puede provenir del amor y el compartir. La
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mujer, bien socializada para esperar su realización por posibilitar la acción de los demás, trabaja mucho y duramente pero espera en vano la significación que sólo puede proceder del reconocimiento público y la retribución por el propio trabajo. Ni el marido ni la mujer comprenden las consecuencias del acuerdo que tienen entre sí y con la empresa: renunciar a la autonomía y autodirección como pareja, y permitir que la vida elegante reemplace la vida íntima como recompensa fundamental del matrimonio. Acuden a la terapia. Los diversos síntomas de presentación que traen
a otros tipos de familias a la terapia, también traen a las familias empre sariales (por ejemplo, la depresión de la mujer o el alcoholismo del marido, o viceversa). A veces, un adolescente es el elemento catalizador para recurrir a la terapia. En este caso, vemos un sistema de conducta que se opone exactamente a los temas principales del progenitor del mismo sexo. Por ejemplo, la hija puede adoptar una postura de independencia exagerada, lo cual queda manifestado de manera más patente con una temprana actividad sexual. El hijo puede adoptar una postura de irres ponsablilidad exagerada, aferrándose al límite entre el éxito y el fracaso al cumplir las exigencias de la escuela, la casa y la ley. Ya sea que el marido y la mujer vengan juntos para hacer tratar al paciente identificado o venga sólo uno de los cónyuges para hacer terapia individual, la pareja no percibe que el problema reside en el sistema del matrimonio empresarial y, por consiguiente, no lo presentan así. Los sueños y promesas originales no son puestos en tela de juicio, el contrato original no es acusado y la definición original de los roles no se cuestiona. En cambio, la insatisfacción, que existe normalmente sin un conflicto manifiesto, se centra en la circunstancia de que uno o los dos cónyuges no están cumpliendo su parte del contrato. LINDA Y RICARDO
Linda y Ricardo, una atractiva parej a de alrededor de cuarenta y cinco años, llevaban veinte años de casados cuando acudieron a la terapia. En la presentación inicial, Ricardo se veía molesto y tímido mientras que Linda parecía confiada y actuaba casi con demasiada familiaridad conmigo. La terapia fue iniciada por Ricardo, a quien le preocupaba el hecho de no saber qué sentía Linda por él. Se quejaba de que ya no podía
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ver en su conducta alguna señal de que él le importaba a su mujer. Linda se sorprendió de que él no se diera cuenta de su cariño pero sostuvo que estaría muy contenta de darle las señales que su marido necesitaba si él simplemente las enumeraba. El fastidio de Ricardo por tener que decirle a Linda lo que ya debería saber comenzó a surgir aquí como el primero de varios ejemplos de la paradoja “ser espontáneos” que presentaba la pareja. La primera sesión fue un retrato vivo del matrimonio empresarial. Ricardo, un veterano de quince años en una empresa multinacional, en los tres últimos años había estado realizando actividades fuera de la sede aproximadamente dos semanas por mes. El se sentía bien con su empleo y estaba agradecido de tenerlo. Linda, una ama de casa con dos hijos, uno en la escuela secundaria y otro en la universidad, estaba contenta con su bonita casa, sus hijos y sus amigos. Contó con orgullo que estaba bien adaptada al plan de trabajo de Ricardo, así como se había adaptado a exigencias anteriores del empleo de su marido, entre ellas varias mudan zas intercontinentales: “Es lo que uno tiene que hacer. Pregúnteme cualquier cosa sobre cómo mudar toda una casa en menos de dos semanas”. Parecía evidente que la manera de adaptarse de Linda era exactamen te lo que Ricardo interpretaba ahora como falta de cariño. En las mudanzas, Linda se mantenía ocupada armando una nueva casa para su familia y buscando actividades para ella en pasatiempos y trabajos voluntarios. Cuando les pregunté a Ricardo y Linda cómo trataban de volverse a conectar entre sí después de cada mudanza, ninguno de los dos pudo recordar qué habían tratado de hacer, si es que habían tratado. En las sesiones siguientes, Linda parecía ser una buena paciente, pero no se veía realmente interesada en la terapia. Daba la impresión de estar allí fundamentalmente para demostrar buena fe y probar que era una esposa leal. Como Ricardo decía poco más que en la sesión inicial, intervine por primera vez ayudándolo con las palabras que le faltaban para expresar sus sentimientos a Linda. En sus interacciones anteriores, el empleo que hacía Linda de la jerga psicológica había intimidado a Ricardo, dejándolo casi mudo. Mi primera intervención con Linda fue para ayudarla a reencontrarse con sus propios sentimientos: “Algunas mujeres en su situación podrían haberse sentido enojadas, tristes o desesperadas”. Admitir estos sentimientos era algo especialmente difícil para Linda porque la presentación que hacía de sí misma estaba muy unida a su capacidad de adaptación.
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Le di una connotación positiva a las conductas de Ricardo y Linda en el sentido de que indicaban un real interés por el otro durante los años de su matrimonio, pero demostrado desde una distancia demasiado grande. Ricardo y Linda estuvieron de acuerdo con mi interpretación y parecie ron receptivos al objetivo de elevar su nivel de intimidad y la efectividad de su comunicación. Sin embargo, ninguno de los dos hizo nada importante para lograr este objetivo. Las intervenciones en la sesión y las tareas asignadas para el hogar terminaban prácticamente antes de empe zar, por lo general debido a la falta de ganas de seguir por parte de Ricardo. La renuencia confusa de Ricardo parecía timidez, la participa ción superficial de Linda, distanciamiento. Me sentía excluida por los dos. A continuación construí un nuevo encuadre, tratando de convencer los de que la compañía era la culpable y su enemigo común, por decirlo así, y de que, en realidad, sus vidas habían sido di rígidas por los caprichos de la empresa. Esta postura, empero, no dejaba espacio para la lealtad y gratitud.de Ricardo (para no mencionar su identificación con la com pañía) y por consiguiente no le resultaba empática. Linda no estaba dis puesta a dejar la culpa en la puerta de la multinacional. En la sesión siguiente se produjo un cambio interesante cuando pregunté a la pareja cómo les había ido con la tarea que les había asignado. Ricardo comenzó a afirmar (con calma pero con fimieza) que él se gustaba tal cual era y que era evidente que a Linda le faltaba confianza en sí misma y que era infeliz. Por su parte, todo lo que Linda pudo decir fue que dudaba de su inteligencia y su capacidad para administrar los pequeños negocios que había intentado, pero que no era infeliz. Traté de evitar una situación en la que Linda apareciese como la paciente y Ricardo como el hombre que la ha traído, de modo que en las siguientes sesiones seguí tratando de encontrar intereses para que ambos continuaran siendo el “paciente” y participasen. A pesar de estos inten tos, Ricardo inició la terminación de la terapia, diciendo que no tenía interés en cambiar su conducta y que lo quedaba por hacer era que Linda cobrara confianza en sí misma para que él no tuviera que hacer de padre. Ricardo dijo que esperaba que Linda lo elaborara en una terapia propia. Desde mi perspectiva, Ricardo no estaba dispuesto a hacer más que iniciar la terapia y armar el escenario. Apenas luchó con su propia conducta. Supuse que no pediría una cita para él y que Linda iniciaría una terapia individual únicamente para que le ayudase a manejar la falta de
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respuesta de Ricardo en el matrimonio. Además de admitir que este caso no estaba terminado, también estaba consciente de mi dilema. Conside rar este problema estrictamente como una manifestación de las idiosin crasias dentro de la relación conyugal habría sido ignorar el control y la intromisión de la multinacional. No obstante, cualquier intento mío por ampliar el contexto del problema e incluir a la empresa era rechazado por la pareja. LA CONSULTA
La terapeuta realizó una consulta para analizar el caso y desarrollar un plan para el trabajo futuro, si alguno de los miembros de la pareja volvía a la terapia. Nosotras (como consultoras) abordamos primero la ubicación del problema dentro del sistema. Si bien el contenido de la terapia conyugal se había centrado en la interacción de Ricardo y Linda, la terapeuta siguió considerando a la multinacional como un tercer elemento perturbador. El inconveniente de esta definición del problema es que no ofrecía ninguna ventaja terapéutica, por mucho sentido que tuviera. La multinacional no había venido a la terapia. Si bien reconoci mos que la cultura empresarial era una parte esencial del contexto en el cual el matrimonio había funcionado mal, coincidimos con la terapeuta en que la definición del problema dentro del sistema conyugal ofrecería una mayor ventaja terapéutica. La terapeuta todavía necesitaba resolver las diferencias existentes entre las definiciones que cada parte daba al problema. Ella se había opuesto correctamente a la interpretación de Ricardo, según la cual Linda era “el problema”. Toda la cultura sostiene la idea de que el matrimonio es responsabilidad de las mujeres. Si la terapeuta hubiera aceptado esta idea, se habría encontrado en la situación de tener que respaldar un mito cultural opresivo. Esta conceptualización habría limitado sus opciones tan gravemente como la aceptación de la multina cional como problema. Evidentemente, Ricardo también había partici pado en la pérdida de vitalidad del matrimonio. Otro obstáculo para definir un problema solucionable para esta pareja fue que la terapeuta tenía supuestos sobre el contrato matrimonial que diferían de los de sus pacientes. La terapeuta creía que la relación conyugal debe construirse sobre una base de solicitud y amor, y que su objetivo debe ser mantener la intimidad. Ricardo y Linda parecían
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aprobar este valor abiertamente; sin embargo se comportaban como si la intimidad pudiera establecerse y mantenerse simplemente por el acuerdo de que ella brindaría un hogar, hijos y un servicio sexual y que él aportaría dinero. La terapeuta estaba persiguiendo un objetivo para sus pacientes que ellos no podían adoptar por sí mismos. Este enfoque explicaba la falta de éxito de los ejercicios propuestos a la pareja para mejorar la comunicación y la intimidad. La terapeuta los impulsaba a encontrar el fondo de la cuestión mientras que ellos se aferraban desesperadamente a la forma. La forma del matrimonio surgía del acuerdo económico original. Ricardo creía que Linda le debía amor porque él le daba seguridad eco nómica. Su tarea, como él la veía, era hacerlo sentir a él deseable y querible. En cuanto a Linda, era fundamental que ella creyera que amaba a Ricardo, a fin de evitar la sensación de que estaba vendiendo su afecto. En consecuencia, era muy difícil para ella reconocer cualquier falta de sentimientos hacia su marido, ya fiiese ante sí misma o ante la terapeuta. La satisfacción de sus necesidades dependía de que ella satisficiera las necesidades de su marido. En realidad, en la consulta especulamos sobre la posibilidad de que no conocer sus propias necesidades (de intimidad, reconocimiento, competencia) era necesario para que el acuerdo se mantuviera. La terapeuta sospechaba que Linda había aprendido pronto a no expresar sus necesidades o decepciones ante Ricardo y así se convenció de que no tenía ninguna, colaborando de este modo con su esposo en su propia mistificación. Los dos veían las dudas y temores de Linda como evidencia de la inseguridad de ella, nunca de la insuficiencia de él o de los defectos inherentes al acuerdo. La terapia con Linda y Ricardo puso de manifiesto varias cuestiones interpersonales que surgen corrientemente en el tratamiento de un matrimonio empresarial. La relación entre Linda y la terapeuta estaba marcada con un alto grado de ambivalencia por parte de Linda. Para ella, una esposa empresarial, la terapeuta representaba a la vez un modelo de la mujer independiente que deseaba ser y una acusación implícita del desperdicio y la insignificancia de la vida que había elegido. La estrate gia que Linda usó para controlar su ansiedad con respecto a la terapeuta coincidía con un aspecto de su relación con Ricardo. En lugar de adoptar una confrontación directa, Linda trataba sutilmente de demostrar su superioridad a la terapeuta, haciéndole comentarios sobre su apariencia
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personal (“Lindo color, pero realmente no debe usar las faldas tan largas, la hacen parecer más baja”); sobre su vida personal (“¿Va a ir a París en julio? Pero, ¡va a estar atestado de gente!”), e incluso insinuaciones de que la terapeuta no estaba muy al corriente con sus lecturas (“¿Todavía no ha leído este libro? ¡Oh, pero tiene que leerlo!”). Linda también trató de comprometer a la terapeuta en una coalición contra Ricardo, aludiendo con frecuencia a que ellas pertenecían al mismo género o compartían el interés por la psicología. Guiñadas de ojo, sonrisas conocedoras de un lenguaje técnico eran usadas para subrayar estas similitudes y la consiguiente distancia de Ricardo. Cualquier plan para un tratamiento futuro tendría que incluir formas de evitar estas maniobras. Desde la perspectiva de la terapeuta, Linda era la esposa empresarial por antonomasia. Cuando era joven, fue cortejada con la promesa de éxito que creía que podía obtener Ricardo y que sabía que no podría asegurarse sola. Ella hizo su parte para administrar la casa mientras él mataba dragones empresariales. A medida que pasaban los años y los hijos se hacían demasiado grandes e independientes para seguir propor cionándoles un terreno común a ellos dos, Linda tuvo cada vez menos cosas en común con Ricardo. En un principio ella estuvo de acuerdo en separar sus ámbitos a fin de crear una familia segura y lograda desde el punto de vista económico; ahora se encontraba con la realidad de que ella y su marido eran dos galaxias muy distantes entre sí. Ricardo coincidía con el estereotipo del hombre empresarial que tenía la terapeuta; él aceptaba los valores de la empresa acríticamente, creía que su mujer le debía devoción porque él la mantenía, y no demostraba interés alguno en compartir su vida emocionalmente, ni tenía mucha capacidad para hacerlo. Esta situación planteaba un desafío a la terapeuta y aunque sabíamos que sería difícil, subrayamos la necesidad de que ella se conectara con Ricardo encontrando algún aspecto positivo, no este reotipado, en su vida. Además sugerimos que la terapeuta evitase tratar con Ricardo de la manera en que lo hacía Linda. La terapeuta, como Linda, había intentado ayudar a Ricardo a superar su incapacidad para expresar sus puntos de vista. Y, al igual que Linda, llegó a frustrarse en ese intento. Durante la sesión de consulta, se pasó bastante tiempo discutiendo si la terapeuta podía y debía aceptarlas condiciones del contrato conyugal de sus pacientes. Ricardo y Linda seguían juntos básicamente para
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mantener su estilo de vida. La solicitud, el afecto y el respeto eran cosas secundarias. Como este contrato representaba la antítesis del concepto que tenía la terapeuta del matrimonio, tuvo que buscar algún aspecto del matrimonio que ella pudiera sostener, a fin de respetarla elección de sus pacientes de seguir juntos. Sugerimos que las sesiones individuales con Ricardo y Linda podían ser útiles para ayudar a la terapeuta a comprender su contrato conyugal y empatizar con él. Si la terapeuta podía conseguir una aceptación mayor de los aspectos positivos que Ricardo y Linda veían en su acuerdo, sería más capaz de ayudar a la pareja a disminuir la culpa que se atribuían uno al otro y a sentirse más responsables y poderosos. EL ANÁLISIS
Dos fuertes variables interactuantes crean el matrimonio empresarial: la empresa misma y la rígida división del trabajo, las expectativas y los valores que comprenden los roles masculinos y femeninos basados en los géneros. La ideología de la empresa y de los roles basados en los géneros tiene un profundo efecto en el matrimonio. Identificación con la empresa. La
mayoría de los hombres en esta sociedad obtienen su sentido de identidad básicamente a través de su trabajo. Lo que es propio del hombre empresarial es que se identifica con una institución que es una encamación del poder. En consecuencia, él también se siente poderoso y todas las gratificaciones que le brinda la empresa sirven para reforzar esa idea. En retribución, se espera que él dé deferencia, lealtad y conformidad al ethos de la empresa. De lo expuesto surgen dos consecuencias fundamentales. Primero, estos hombres pasan casi todas sus horas de vigilia representando el estilo empresarial: negando los sentimientos, manteniendo el control y siguiendo esquemas en su conducta. Cuando llegan a su casa, no pueden convertirse de pronto en las personas expresivas, vulnerables y confiadas que exigen las relaciones íntimas. En segundo lugar, los hombres empresariales, en nombre de su trabajo y de acuerdo con el sentido que tienen de su importancia, asumen la mayor parte del poder de decisión conyugal. Cuanto más se elevan su prestigio y sus ingresos, tanto mayor es su poder en el matrimonio (Conklin, 1981). Como ha señalado Jessie Bemard (1972), hay dos matrimonios en
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una pareja empresarial: el de él y el de ella, separados pero no iguales. El de él es una historia más simple, aunque de ningún modo carece de víctimas y pérdidas. El de ella es mucho más complejo, tal vez porque ella tiene recorrido un camino mucho más largo en estos temas. “El matrimonio”, observaba Charlotte Perkins Gilman al final del siglo pasado, “es la única manera de hacer fortuna que tienen las mujeres” (1973 a, pág. 582). El matrimonio puede ser muchas cosas para los hombres, pero sin duda no es la única forma de hacer fortuna. Si bien es anticuada, la observación de Gilman todavía contiene una importante cuota de verdad: en general son los hombres los que hacen fortunas, no las mujeres, y si una mujer tiene interés en conseguir fortuna, por lo general necesitará casarse con un hombre “de éxito”. Mientras Ricardo, cuando era joven, planeaba qué llevaría a cabo y qué lograría, Linda, cuando era joven, imaginaba a quién podría llegar a conseguir. El matrimonio de él. En la familia empresarial, el marido es el provee
dor cuyo ingreso y status establecen un nivel y un estilo de vida para las personas que dependen de él. Tal vez ayude con los niños o dé una mano en la cocina, pero es clarísimo que está haciendo un “trabajo extra”, más de lo que le corresponde. Dadas las exigencias de la compañía multina cional en cuanto a largas jomadas de labor, viajes fuera de la ciudad y transferencias, se puede caracterizar al marido con mayor propiedad diciendo que está casado con la empresa y no con su mujer. No obstante, muchos estudios han demostrado que el matrimonio es bueno para los hombres. Comparados con los hombres solteros, los casados gozan de una salud mucho mejor, presentan menos síntomas graves de agotamien to psicológico, viven más, son más felices, y pueden suponer, con confianza estadística, que su matrimonio será un activo tanto para su carrera como para su capacidad de ganancia. El matrimonio de ella. Son más las mujeres que cuentan frustraciones
y problemas conyugales que los maridos, y son más las mujeres que inician las consultas con un consejero por y el divorcio. Comparadas con los hombres casados y las mujeres solteras, las mujeres casadas presen tan muchas más evidencias de tener una salud emocional (por ejemplo, reacciones fóbicas, depresión, pasividad y ansiedad). Jessie Bemard ha sugerido que el matrimonio introduce discontinuidades tan absolutas en las vidas de las mujeres “que llega a representar auténticos riesgos para su salud emocional” (1972, pág. 37).
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La metamorfosis de una mujer en una esposa implica la redefinición de su identidad y una intensa reconstitución de su personalidad para conformarse a los deseos, necesidades y exigencias de su marido. Ella no tiene un poder real, hace más concesiones y adaptaciones que su marido y suele sentirse resignada pero no feliz. Si se encuentra a sí misma quejándose, tiene a toda su formación y a toda la sociedad actual (amigos, familia, revistas) recordándole que su vida es buena: algo debe andar mal con ella si se siente tan infeliz. Llega a estar tan confundida y desesperada que termina por no saber lo que quiere. Y no saber lo que quiere es algo que se percibe como una nueva prueba de que es ella la que falla. No hay nada en el sistema conyugal o legal que respete el trabajo de la esposa en el hogar como si fuese un empleo. Como observó Gilman, “El trabajo que realiza la esposa en el hogar es considerado como parte de su obligación funcional, no como un empleo” (1973 a, pág. 573). La esposa no tiene ningún derecho legal a participar en los activos de la familia que ella ha ayudado indirectamente a ganar. Puesto que se le niega la posibilidad de iniciar una acción legal directa contra su marido a menos que inicie los trámites de divorcio, el “derecho al sostén económico” que generalmente se le atribuye es una frase vacía de contenido (Krauskopf, 1977). Muchas mujeres soportan los matrimonios empresariales no satisfac torios por los mismos motivos que las mujeres soportan otros tipos de matrimonio. Comprenden que sus opciones son limitadas. Creen que deben apreciar lo que reciben (que suele ser bastante generoso en términos económicos). Han aprendido a aceptar las necesidades y las exigencias del matrimonio y a adaptarse a ellas. Por último, ellas también han sido transformadas por la empresa y todo lo que ésta brinda: status, prestigio y comodidades físicas. Los costos del marido. Los hombres pagan un precio elevado por el
poder, el status y el dinero que obtienen de su puesto en la estructura em presarial. Hay luchas, incertidumbres, decepciones y competitividad a diario que no sólo resultan difíciles de enfrentar sino que también son precursoras o incluso productoras de diversas “enfermedades de ejecu tivos”, sobre todo dolencias cardiovasculares (Friedman y Roscnman, 1981). Otros riesgos para la salud relacionados con los altos puestos directivos son la adicción al tabaco y al alcohol, y un índice más elevado de suicidios con respecto al de las mujeres de la misma edad.
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La ausencia del hogar, la poca participación en la vida de los miembros de la familia y el desarrollo de intereses muy diferentes de los de su esposa, son circunstancias corrientes de los hombres empresariales que, por lo general, trastornan el matrimonio y la vida familiar (Seiden berg, 1973). Lo que es más importante, el rol del ejecutivo fomenta el desarrollo de rasgos de personalidad que son incompatibles con una vida familiar feliz. Para armonizar con el equipo empresarial, el ejecutivo aprende a reducir su sensibilidad y a suprimir la espontaneidad personal y la creatividad (Bartolomé, 1972; Maccoby, 1976). Esta atrofia emocio nal vuelve prácticamente imposible el mantenimiento de una relación conyugal íntima. Los costos de la mujer. Si bien los costos del hombre son pesados, la
mujer por lo general paga todavía más. “Las empresas no han sido amables con las mujeres. Su crueldad ha provenido tanto del machismo como de la malicia” (Seidenberg, 1973, pág. vii). Las esposas son tratadas como si fuesen juguetes y sirvientas tanto por la compañía como por el hombre que trabaja en ella. En un estudio en el que se ofreció a los ejecutivos la oportunidad de describir el rol de la esposa empresarial, los investigadores descubrieron que los términos usados eran los que ordi nariamente se emplean al referirse a las recepcionistas u otras empleadas subordinadas. Ninguno de los ejecutivos participantes mencionó rasgos como, por ejemplo, la inteligencia, la independencia o la riqueza de recursos. En realidad, todos coincidieron en que la esposa empresarial ideal específicamente no debería tener nada que ver con ningún aspecto del mundo empresarial que requiriese el empleo de su mente (presentado en Seidenberg, 1973, págs. 72-74). Como el marido está ausente gran parte del tiempo, la esposa em presarial tiene la responsabilidad prácticamente exclusiva del cuidado de los hijos. El aislamiento que puede resultar de esta situación se ve disminuido a menudo por su participación en actividades comunitarias; empero, las frecuentes mudanzas requeridas por la empresa se traducen en la pérdida de credenciales, contactos y status, es decir, los beneficios precisamente ganados en las actividades comunitarias y que constituyen su recompensa. Muchas esposas empresariales se refugian en el trabajo de la casa para llenar el vacío que les produce su aislamiento de los recursos de la cultura, la comunidad y la oportunidad de crecimiento. Puesto que el trabajo de la casa no puede cumplir esa función, las esposas
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empresariales conocen como características básicas de su vida la sole dad, la identidad prestada y el logro indirecto. Gran parte del costo de las esposas deriva de la desigualdad propia de la organización del matrimonio. Es imposible tener una relación iguali taria en la casa cuando los dos cónyuges son tan desiguales en el mundo externo. Ninguno de los dos olvida los valores que rigen en el ámbito público cuando se relacionan entre sí en el ámbito personal. Los costos de la sociedad. Si
bien son muchos los costos que debe pagar la sociedad, nos limitaremos a mencionar sólo dos. El primero se refiere a la cultura empresarial. La definición empresarial del éxito: trepar alto en la escala jerárquica, hacer muchísimo dinero, ejercer poder económico y poder de decisión sobre los demás, y gozar de una vida de despilfarro consumista. Mientras esta definición tenga vigencia y las empresas que la encaiíian sigan ejerciendo la misma influencia actual, seguiremos viviendo en un medio caracterizado por la manipulación política en lugar de la colaboración consensual, por la insistencia en la instrumentalidad no corregida por los valores expresivos y espirituales, y por la asociación del éxito con el dinero. El segundo costo relacionado con el primero se refiere a la rígida diferenciación de roles que está expresada, demostrada y bendecida tan claramente en el matrimonio empresarial. Este rasgo contribuye al hecho de que ni los hombres ni sus mujeres desarrollan una personalidad rica y floreciente. Para subrayar este punto, citamos a Margarct Mead: A través de la historia, las actividades más complejas han sido definidas y redefinidas, ya como masculinas, ya como femeninas, ya como ni lo uno ni lo otro, a veces tomando equitativamente dones de los dos sexos, a veces tomán dolos desigualmente de los sexos. Cuando una actividad a la cual podrían haber contribuido ambos —y probablemente todas las actividades complejas pertene cen a esta clase— se limita a uno solo de los sexos, la actividad misma pierde una rica y diferenciada cualidad... Una vez que se define una actividad compleja como perteneciente a un solo sexo, la entrada del otro en ella se vuelve difícil y riesgosa (1949, pág. 372). El costo de la sociedad, por ende, no se calcula solamente sumando las vidas individuales de los maridos y las esposas empresariales, sino también imaginando los aportes que no se hacen en el hogar, la oficina o la comunidad porque son desaprobados.
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EL TRATAMIENTO
Los objetivos
En el momento de nuestra reunión, la terapeuta no espera volver a ver a Ricardo y Linda en la terapia. No obstante, elaboramos objetivos para el tratamiento y un plan para lograrlos en el caso de que Ricardo y Linda regresaran, y una guía para nuestro trabajo futuro con parejas empresa riales. Nuestros objetivos básicos eran los siguientes: 1) hacer explícita la fuerza modeladora de la cultura empresarial sobre Ricardo, sobre Linda y sobre su matrimonio; 2) facilitar la búsqueda de ópciones para ellos como pareja y para Ricardo y Linda como individuos; 3) examinar las consecuencias de cada opción; 4) asegurar que tanto Ricardo como Linda se sintieran con el poder de decidir cuál era la mejor, y 5) fomentar la mutualidad. El plan El contexto. En
la bibliografía relativa a la terapia familiar se ha ignorado en gran medida el efecto que ejerce el contexto empresarial en la vida familiar de los ejecutivos. Hay tan sólo un artículo en el que se abordan directamente las circunstancias especiales de la familia empre sarial (Gulotta, 1981). A diferencia del enfoque que recomendamos aquí, Gulotta desalienta específicamente en los terapeutas de la familia la discusión de las limitaciones que la empresa impone a la vida de la familia y también advierte a los terapeutas que no traten de modificar el nivel de participación del marido en la familia. En cambio, la responsa bilidad del cambio recae en la mujer, que ni siquiera tiene el privilegio de comprender las limitaciones de su poder. Desde una perspectiva feminista, esta postura es inevitablemente mistificadora e injustamente pesada para las esposas de estas familias. Al planear cómo ayudar a Ricardo y Linda a comprender el contexto de su matrimonio, sabíamos que teníamos que evitar que la empresa apareciera como culpable, con lo cual se impulsaría una defensa de la empresa. Para seguir un camino diferente, la terapeuta podría persona lizar el análisis enseñando y conectando de a poco, a medida que los distintos puntos resultasen personalmente importantes para Ricardo y
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Linda. Por ejemplo, la terapeuta podría preguntarse si las quejas indivi duales y conjuntas no serían consecuencia de las exigencias de la em presa o el precio pagado por los beneficios obtenidos. Las opciones. Las expectativas sobre la vida propia están basadas en
los estereotipos de los géneros a los que los roles dan mayor especifici dad. Por consiguiente, las opciones que Ricardo podría llegar a enumerar para sí mismo están limitadas por lo que cree que debe hacer un hombre, así como también por lo que un ejecutivo empresarial puede hacer. Linda está limitada de manera semejante en su visión y además tiene incorpo rada la lección enseñada a muchas mujeres, es decir, que prestar atención a lo que ella desea, mucho menos decirlo en voz alta, no es una tarea legítima de las mujeres. Para ayudar a Ricardo y a Linda a considerar más opciones en su búsqueda de soluciones, la terapeuta tiene que cuestionar el modo de pensar acostumbrado de los miembros de la pareja sobre sí mismos. Aquí podrían ser útiles los métodos de la terapia estratégica, en especial técnicas de exageración y de contención. Las consecuencias. Las
consecuencias de cada opción son muy diferentes para el marido y la mujer empresariales. El divorcio, por ejemplo, elevaría el nivel del estilo de vida económico de Ricardo y no alteraría su status social de manera significativa. En cambio, el estilo de vida de Linda se deterioraría y desaparecería su status social. Las consecuencias de seguir casados también son diferentes. La terapeuta tiene que ayudar a Ricardo y a Linda a evaluar las consecuencias separadamente, pero en presencia del otro. La capacidad para actuar. Linda, como muchas mujeres, está acos
tumbrada a dejar que el destino lo decida su marido en lugar de decidir sola. Ricardo, como muchos hombres, está acostumbrado a verse como una persona responsable y se tiene confianza en ese rol. Empero, su modelo para la adopción de decisiones se limita a la competitividad y la ausencia de negociación. Tanto para Ricardo como para Linda, un método básico de asistencia sería la conducta de la terapeuta, quien puede brindarles empatia, escucharlos respetuosamente, legitimar sus preocupaciones y explorar nuevos caminos abiertos con paciencia y preguntas. El otro método básico sería un compromiso con la mutuali dad.
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La mutualidad. Si Ricardo y Linda deciden seguir juntos, nos gustaría
verlos comprometidos con la mutualidad. Los dos deben escucharse respetuosamente y estar atentos a las deslealtades. Los dos deben emplear técnicas para negociar las diferencias y sentir que su relación es suficientemente fuerte para soportar el conflicto necesario para crecer y lograr una situación conyugal mejor. Los dos deben cuestionarla idea de que la persona que hace más dinero en el mundo empresarial merece tener la voz más potente en el mundo personal de las decisiones conyugales. Dadas las características del matrimonio empresarial, es posible que este ideal no sea adoptado por Ricardo y Linda y, menos aun, logrado. Ahora bien, pensamos que sería un perjuicio para ellos si no se lo presentamos. RICARDO Y LINDA
Algunos meses después de finalizada la terapia conyugal, Linda pidió una entrevista para seguir el tratamiento diciendo que estaba triste, desesperada y aletargada. Ricardo siguió oponiéndose a todo nuevo tratamiento para él. Después de un período de varios meses, alenté a Linda para que considerara sus opciones y ella vaciló entre soluciones extremas (convertirse en la “mujer total” o pedirle a Ricardo que se fuera). Le sugerí que se tomara su tiempo y pensara en soluciones más moderadas como, por ejemplo, que evaluase si Ricardo podía o quería satisfacer sus expectativas y que buscase otras vías para satisfacer sus necesidades emocionales de apoyo e intimidad. A medida que su rela ción conmigo fue desarrollándose más, empezó a verse como alguien que tenía derecho a algo más que una existencia resignada. Admitió que lo que deseaba de Ricardo era tener intimidad y comunicación, y decidió arriesgarse a ser la iniciadora. Yo le advertí que una vez que le pidiera a Ricardo lo que deseaba podría ser que él, de hecho, se fuera. Linda decidió intentarlo de todos modos. Con algunas instrucciones mías, Linda le hizo la siguiente pregunta a Ricardo: ¿Hay algo que pueda hacer yo para que te muestres más solícito conmigo? Para su sorpresa, le contestó que no. Cuando ella le preguntó por qué podía seguir casado con ella, él no tuvo respuesta. Después de varias semanas más, Linda le informó que ella no veía razón alguna para seguir viviendo con alguien que no le demostraba estima alguna. Ricardo se llevó sus pertenencias ese mismo día. Algunos meses
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más tarde, Linda supo que él había tenido una relación con su secretaria durante algún tiempo y, probablemente, había estado saliendo con ella, mientras se desarrollaba la terapia conyugal. Al año siguiente trabajé con Linda mientras daba los primeros pasos tentativos para crearse un futuro. En la actualidad está divorciada, trabaja para un grupo de diseñadores de interiores y se ha unido a un grupo de apoyo para personas separadas y divorciadas que funciona en su iglesia. Su definición de sí misma se ha extendido mucho más allá de lo que ella sabía como esposa empresarial y cuenta que le gusta mucho cómo es ahora. Ricardo se ha casado con su secretaria, con quien había estado sa liendo mientras estaba casado con Linda. En el mundo empresarial, donde los hombres pasan más tiempo con sus secretarias que con sus esposas, donde los viajes requeridos por la empresa brindan un ambiente propicio, donde a menudo se utilizan “animadoras femeninas” para ayudar a conquistar clientes y recompensar los esfuerzos extra, y donde la empresa piensa muy poco en las esposas, salvo cuando se trata de promover las carreras de sus maridos, no debe sorprendemos que Ricar do fuese infiel. Es así pero no debe ser. Si bien la solución de Ricardo y Linda fue poner término a su relación, otras parejas podrían optar por preservarla atenuando el malestar. Esta opción está ejemplificada por otra parej a empresarial, Javier y Fernanda. FERNANDA Y JAVIER
Al igual que Ricardo y Linda, Javier y Fernanda llevaban casi dos décadas de matrimonio cuando acudieron a la terapia por primera vez. Javier era un ingeniero que tenía un puesto gerencial en una importante compañía petroquímica. Fernanda era ama de casa y una activa volunta ria en la comunidad. La pareja vino a la terapia trayendo a su hijo de dieciséis años que estaba rindiendo poco en la escuela y había sido suspendido por tenencia de drogas. La conducta del hijo mejoró rápida mente cuando sus padres empezaron a analizar los muchos pequeños conflictos irresueltos de su relación. Al finalizar la sexta sesión, el hijo anunció que no necesitaba seguir viniendo a las sesiones y sus padres y yo estuvimos de acuerdo. La terapia conyugal se centró en los temas básicos del matrimonio: su
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frialdad, la falta de vitalidad y la incapacidad para satisfacer las necesi dades de la pareja. Cada uno de los cónyuges tenía un punto de vista claramente diferente del problema. Javier pensaba que él estaba tan comprometido como siempre en su matrimonio y que las quejas de Fernanda habían comenzado recién cuando el hijo menor había empeza do la escuela secundaria. La solución que él proponía era que Fernanda participara en más actividades fuera del hogar como, por ejemplo, su trabajo de voluntaria. Además sugirió que su casa necesitaba una importante remodelación y que era un proyecto en el que Fernanda se luciría. Fernanda admitió que parte de su problema era el aburrimiento, pero afirmó que siempre había sido uno de los sueños de ellos desacelerar el ritmo de sus vidas una vez que los niños hubieran crecido. Javier no estaba cumpliendo con este acuerdo y, en realidad, había emprendido nuevos desafíos y mayores responsabilidades en su trabajo en los dos últimos años. Empero, los dos eran claros con respecto al grado de compromiso que tenían con su matrimonio. Cada uno de ellos reconocía un convencimiento muy profundo de que todo estaría bien en el matri monio si tan sólo el otro cambiase. Basándome en las recomendaciones de mis consultoras, quise colo car al matrimonio en su contexto empresarial. Para destacar la empatia entre los esposos, traté de subrayar las diferencias de sus situaciones: la diferencia entre trabajar en una empresa importante y estar casada con alguien que trabaja allí, la diferencia entre tener una “mujer mantenida” y ser una mujer mantenida. De un modo general, hice que la pareja se pusiera a discutir sobre cómo el matrimonio de ella era diferente del de él, y qué fácil había sido ver estas diferencias como señales de fracaso, rechazo y acusación. Su reacción inicial ante este análisis fue una mezcla del alivio que les producía sentirse comprendidos y la sospecha de que el conocimiento de estas diferencias de algún modo iba a crear una mayor separación y animosidad entre ellos. Sin embargo, como yo seguí legitimizando las posiciones de ambos, empezaron a tratarse de una manera menos acusadora y menos patológica. Cada uno fue capaz de escuchar la aflicción del otro sin sentirse en falta. Este cambio fue probablemente mas difícil para Javier, quien se sintió terriblemente desleal al reconocer que su compañía había contribuido de alguna manera negativa a la calidad de su vida. Al analizar este tema con él, tuve cuidado de subrayar mi posición de que mientras que la empresa no era un chivo expiatorio útil en este matrimonio, era y seguiría siendo
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un factor limitante en las soluciones que Javier y Fernanda podrían aplicar a sus problemas conyugales. Para que esta terapia tuviera éxito, me di cuenta de que tendría que encontrar la manera de respetar el sistema de valores de la pareja, aun cuando fuera muy diferente del mío. Necesitaba ir más allá de las imágenes públicas perfectas que Fernanda y Javier presentaban ante el mundo, para desarrollar un sentido de sus identidades diferente de sus roles familiares. Para lograr estos dos objetivos fijé para cada cónyuge varias sesiones individuales cuyo contenido iba desde las historias de familia de cada uno hasta la vida cotidiana corriente. Establecer una relación con cada cónyuge como individuo resultó ser invalorable para dar consistencia real a los siguientes objetivos terapéuticos. Una vez que la terapia hubo neutralizado las diferencias que Javier y Fernanda veían en el otro, me concentré en ayudar a la pareja a evaluar los costos y beneficios que implicaban las opciones de mantener el matrimonio o disolverlo. Después de veinte años de casada la identidad de Fernanda estaba tan incorporada a sus roles de esposa y madre que le resultaba difícil imaginar una vida satisfactoria fuera del matrimonio. Fernanda, que había visto a amigas suyas pasar por el trance del divorcio, tenía pleno conocimiento de la importante pérdida de seguridad econó mica y status social que significaría un divorcio, y reaccionó ante esta idea con una ansiedad paralizante. Por su parte, Javier podía imaginar una vida tolerable consagrado a su carrera empresarial, pero no podía imaginarse una vida personal separado de Fernanda. Pensaba que nunca volvería a invertir el mismo tipo de energía emocional en una relación, como la que él sentía que había invertido en su matrimonio. La inercia, según sus palabras, estaba trabajando en su contra. Con el paso de los años de matrimonio, cada cónyuge se había tomado invisible para el otro, y ya no era considerado único, interesante o atractivo. Apliqué la técnica de hablarle a un cónyuge de las cualidades positivas del otro con el fin de sacudir estas ideas fijadas, permanentes. Por ejemplo, le pregunté como por casualidad a Javier qué se sentía al tener una esposa tan atractiva y encantadora, y le comenté a Fernanda que su marido se vestía muy bien y que se lo veía muy bien físicamente. Además se instruyó a los dos para que preguntaran a los amigos y a los miembros de la familia cómo veían al otro cónyuge y que imaginaran cosas para hacer o decir al otro cónyuge que resultaran sorprendentes o inusitadas. El efecto acumulativo de esas intervenciones fue hacer que
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Fernanda y Javier estuvieran un poco menos seguros de que el otro era un “libro abierto”. Una vez que Fernanda y Javier tomaron la decisión de seguir juntos y tratar de hacer que el matrimonio funcionase, les presenté las opciones que tenían: 1) dejar todo exactamente como estaba; 2) hacer un cambio radical como, por ejemplo, dejar la empresa, vender la casa y mudarse a una ciudad más pequeña, con un ritmo más tranquilo donde Javier podría obtener un empleo menos exigente, aunque no tan bien remunerado, o 3) tratar de negociar un cambio del diez por ciento. Yo desarrollé esta estrategia de acuerdo a mi grupo de consulta. El equipo predijo que Javier y Fernanda primero rechazarían las tres opciones y eligirían una solución utópica para su problema, y que tan sólo después de explorar las posibilidades de esa solución admitirían su incapacidad para llevarla a cabo. Fiel a la predicción del equipo, la primera reacción de Fernanda y Javier fue que sólo un cambio rtalmcnlefundamental en la relación sería satisfactorio, pero este cambio fundamental no tendría que significar una amenaza para la carrera de Javier, el status social de ellos o su estilo de vida. Después de dos sesiones tratando de imaginar cambios fundamen tales de acuerdo con sus directrices, los frustrados Javier y Fernanda se vieron forzados a admitir que se habían impuesto una tarea imposible. Con el tiempo aceptaron que el cambio del diez por ciento parecía lo más viable, aunque no les resultaba bastante. Pasaron muchas sesiones para definir cuál sería el cambio del diez por ciento en diversos aspectos específicos del matrimonio. Cada uno de los cónyuges quería sugerir lo que el otro debía hacer. Hice entonces que el objetivo y la teoría fuesen mutuos, señalando cómo, por ejemplo, la eficiencia de Fernanda para hacer planes sociales para la pareja contri buía a que Javier siguiera siendo incompetente en ese rol. Se asignaba entonces a cada cónyuge una tarea que significara hacer algo diferente con respecto al tema en el que estaban trabajando. Con frecuencia, después de aceptar hacer algo distinto, Javier y Fernanda informaban que habían fracasado. Estos “experimentos fracasados” constituyeron el capital de muchas sesiones de terapia, pues los dos aprendieron a enfrentarse con el hecho de que ellos mismos participaban en mantener el sistema como estaba. El efecto final de esas conversaciones fue reducir la animosidad y la atribución de culpas en la relación de la pareja. El tema con mayor potencial para producir un vendaval era la
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distribución del poder en el matrimonio, pero puesto que el clima emocional entre ellos había mejorado, decidí que el momento era bueno. Sugerí que la falta de vitalidad de la relación que ellos habían mencio nado al principio de la terapia en parte había sido causada por el papel de espectadora que le había tocado a Fernanda en todas las decisiones de capital importancia. Aunque yo estaba presentando un tema que ellos no habían planteado, supe que estaba en el camino correcto cuando Fernan da comenzó a actuar más animadamente y a hablar con más expresión. Javier palideció. Cuando Javier y Fernanda hicieron el recuento de su manera habitual de pensar sobre la adopción de decisiones, les di mi impresión de que su versión era igual a la de un accionista: al que tiene la mayor cantidad de acciones le corresponde el mayor número de votos, y el número de votos en este caso (como en casi todos) se estaba midiendo por el salario. Tanto Javier como Fernanda habían estado pensando de esta manera. Los desafié a presentar un argumento convincente de que Javier tenía más acciones en el matrimonio que Fernanda; es decir, más recompensa, y más bienestar a causa de su éxito. Ellos se alegraron de no poder decir que uno tenía más recompensa que el otro y comenzó a tener sentido para ellos que la recompensa equitativa debía significar que la adopción de decisiones fuese por mutuo acuerdo. No obstante, estaban confundidos con respecto a qué podía significar ese modelo para ellos. Coincidí con ellos sobre la dificultad que se les planteaba y no les ofrecí esperanza alguna de encontrar una solución fácil. En cambio, sugerí que este dilema les podría servir como barómetro: cuanto más en primer plano estuviera este dilema, tanto más podrían saber que su compromiso para mejorar la relación estaba siendo cumplido por los dos. Después de varios meses más, Javier y Fernanda terminaron la terapia. Pasaron las últimas sesiones resumiendo lo que había sucedido en mi consultorio. No se había producido ningún cambio radical en sus vidas, pero los dos coincidían en que sentían mucho más respeto por su propia contribución y la contribución del otro al matrimonio. Tenían menos necesidad de culpar al otro por haber “causado” la infelicidad y la insatisfacción experimentadas en la vida matrimonial. Liberados de la carga de esa culpa, el matrimonio había llegado a ser un acuerdo más tolerable y cómodo para Fernanda y Javier.
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EL MATRIMONIO EMPRESARIAL
LOS RIESGOS
El trabajo con parejas que tienen un matrimonio empresarial entraña varios riesgos determinados para la terapeuta feminista de la familia. Estos riesgos se explican brevemente a continuación. 1) Zarandear la pandereta. Si la terapeuta manifiesta demasiado fervor y enojo ante las desigualdades del orden social, puede adueñarse de las propias expresiones del paciente con respecto a ese sentimiento, o impulsarlos a culparse a sí mismos por haber sido tan tontos de aceptar el orden de la vida empresarial todos esos años. La elección del momento oportuno, la orientación, la capacidad de modular la intensidad y la buena voluntad para fomentar la nueva manera de ver las cosas que va apareciendo en los pacientes, constituyen aptitudes fundamentales que la terapeu ta tiene que emplear para controlar su fervor. 2) Pensar que el cuento de la Cenicienta es sólo para otra gente. La condición de profesional de la terapeuta puede no protegerla com pletamente de los mitos culturales. Una terapeuta incauta puede verse inducida a cometer un error por la envidia inesperada de la situación económica de su paciente mujer. Esta envidia puede hacer que la terapeuta rechace los problemas de la mujer o sobrevalore las ventajas de su situación. 3) Buscar el villano de la película. Si la terapeuta elige a la empresa como villano de la película, ¿qué puede hacer para modificarlo? Si elige a la sociedad, ¿cómo puede motivar a sus pacientes para que hagan algo por ellos mismos? Si elige al marido, ¿cómo hará para que no abandone la terapia? Si elige a la esposa, llega demasiado tarde. La mujer ya lo hizo. 4)
Suponer que somos todos amigos. Las
mujeres mantenidas no acostumbradas a expresar la hostilidad directamente o a admitir su presencia, pueden manifestársela a la terapeuta de una manera encubierta como, por ejemplo, comprometiéndose sólo superfi cialmente en la terapia o disfrazando la crítica de la terapeuta bajo
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la apariencia de un consejo amistoso o comentarios inocentes. El origen de esta hostilidad es que la terapeuta representa una amenaza para la paciente, un camino que ella no tomó, la prueba de que había una elección para hacer sobre cómo vivir su propia vida. La terapeuta puede no prever esta hostilidad porque está acostumbrada a ser aceptada con gratitud por mujeres comprensi vas, que dan validez a su trabajo. Si la toma de sorpresa, la terapeuta puede interpretar la hostilidad de la paciente literalmen te en lugar de verla como una proyección, o bien puede ignorarla por completo, con lo cual permite que continúe.
Ca p i t
ul o
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En el principio fue la Madre; la Palabra apareció en una era posterior, a la que denominamos patriarcado... El único principio universal que compren de... a todos los mamíferos y a mucha otra vida animal también, es que el núcleo de la sociedad, el centro de cu al quier tipo de grupo soc ial existente, son la madre y el niño. Marilyn French, Beyond Power
Paulina me detuvo un día en el vestíbulo y me preguntó si podíamos hablar un momento. Esta mujer es una programadora de computadoras de la universidad, pero como su departamento se encuentra a varios pisos del mío, no la veo a menudo. La expresión de su cara me dio la pauta de que no estaba pensando en hacerme una visita social, así que la invité a bajar a mi oficina. Paulina me contó que tenía problemas con su hijo de trece años, Beto, quien estaba cursando el quinto grado por tercera vez. María, de diez años, repetía cuarto grado, pero sus notas eran buenas. Tomás, de ocho años, y Susana, de seis, estaban rindiendo bastante bien en la escuela. Paulina me dijo que Beto era mejor alumno que María, y que era un niño generoso y solícito. “Dependo de Beto para que me ayude con los otros tres y también para que me haga compañía”, me dijo. Aunque en los tests de inteligencia Beto había obtenido un resultado superior al promedio, estaba en camino de volver a fracasar. “Esta vez tiene un maestro maravilloso, un hombre negro que cree que hay que brindar más apoyo a los niños de color, pero igual Beto no va a pasar de grado. Tal vez se deba a que su padre ha interrumpido todo contacto con él, pero ya hace dos años de eso”. No pude obtener ningún indicio de Paulina para saber por qué la perturbaba tanto el desempeño escolar de Beto en este momento si se trataba, evidentemente, de un problema crónico, o por qué no la preocupaba también María. Lo que se veía con
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mucha claridad era que Paulina estaba muy ansiosa por hablar con alguien. Dijo que pensaba que era el momento de recurrir a la ayuda de un profesional. La descripción que Paulina me había hecho del maestro de Beto me hizo pensar que para ella la raza era un aspecto importante cuando se trataba de establecer una relación que brindara ayuda. En consecuencia, le dije que conocía una terapeuta negra que tenía bastante experiencia con adolescentes y sus familias, y me ofrecí para recomendarla. Sin vacilar no aceptó, diciendo que prefería trabajar conmigo y que Beto aceptaría esa decisión. Concertamos una cita para un día de esa semana y la invité a traer a toda la familia. Tenemos aquí el típico hogar quebrado: madre asediada, niños sin control y ningún hombre para mantener las cosas en orden. No, tenemos aquí la típica familia matriarcal negra: madre que ejerce un control excesivo, niños sometidos a una gran tensión y ningún hombre capaz de ser tan bueno como es ella. No, tenemos aquí a la típica mujer moderna: Supermamá, niños de quienes se espera que demuestren la excelencia de mamá y no hace falta ningún hombre, gracias. Estos estereotipos negativos están presentes en el terapeuta y en la familia e influyen en las impresiones que tienen de sí mismos y de los demás. Peggy Papp ha descripto el “ciclo generador de problemas” contenido potencialmente en ese tipo de interacciones (1984, pág. xvi). Las madres solas, convencidas por la opinión general de que son inadecuadas, empiezan a ver en sus niños casos problemáticos y buscan expertos para que las ayuden. Los terapeutas aceptan a esas familias como pacientes acríticamente, confirmando así los temores originales de las madres. Nosotras pensamos que las opiniones y los supuestos negativos sobre la familia de un solo progenitor, en realidad se aplican a la familia a cargo de la madre. Más del noventa por ciento de los hijos de familias de un solo progenitor viven con su madre (Masnick y Bañe, 1980). Los que viven con el padre se encuentran en una situación muy diferente. En primer lugar, está el tema del dinero: es casi seguro que el padre tiene más. En segundo lugar está la cuestión de la opinión social: su hogar no parece tan carente para el espectador externo y él puede contratar a alguien para que realice las tareas que se consideran propias de la madre, o su propia madre o hermana pueden intervenir. Es improbable que la madre sola obtenga
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de la misma manera un padre sustituto. La opinión social elabora su argumento negativo sobre esta carencia. Por último, el padre que está a cargo de sus hijos es considerado un héroe, una figura simpática que es admirada y felicitada por su buena voluntad y su capacidad para hacerlo todo. La madre sola es considerada una fracasada, una figura sospechosa que a veces inspira compasión pero que con mayor frecuencia es critica da por haberse metido en esa situación. Los estereotipos y las imágenes negativas, que el terapeuta y la familia deben abordar juntos, se relacionan con las mujeres. La familia con madre sola es el tema central de este capítulo. PAULINA Y SUS HUOS
Pasé una buena parte de la primera sesión tratando de conocer a cada uno de los niños. Eran muy corteses y razonablemente atentos pero, como era de prever, no sabían por qué habían sido traídos a la terapia. Tuve la sensación de que era una familia unida, y noté que Paulina y sus hijos se dirigían unos a los otros con respeto y con evidente afecto. Hice algunas preguntas sobre la vida familiar cotidiana, pero en cada oportu nidad Paulina volvía a centrar la conversación en Beto. Pasamos el resto del tiempo de la primera sesión hablando específi camente sobre el problema escolar de Beto. La preocupación de Paulina era que pudiera quedar otra vez retenido en quinto grado. Lo peor de todo, dijo, consistía en que Beto era un niño brillante y sin duda podía hacer su trabajo si se concentrara en él. Ella no podía entender por qué no trataba de hacerlo. Beto tampoco tenía una explicación. A veces él simplemente “se olvidaba” la tarca, o no “terminaba” los ejercicios en clase. Como yo deseaba mostrarme receptiva ante el síntoma que ellos manifestaban, me ofrecí para llamar a la escuela y hablar con el maestro de Beto. Paulina se mostró evidentemente encantada con esta sugeren cia. Le pedí su opinión a Beto, quien dijo: “Está bien; mi maestro no mentirá”. El maestro de Beto dijo que él estaba tan confundido con lo que le pasaba a Beto como todos los demás. “Es un chico brillante”, dijo el maestro, “pienso que tiene cierta capacidad de liderazgo. El trabajo no es muy difícil para él. No tiene problemas sociales. No tengo idea, realmente”. El maestro contó que Beto dio todas las respuestas correctas a los consejeros, el director y el psicólogo de la escuela cuando le
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preguntaron qué es necesario para tener éxito. Pero, en realidad, hacía exactamente lo opuesto. El maestro había realizado un esfuerzo conside rablemente mayor con Beto, consultando con Paulina sobre la tarea que le asignaba para el hogar y ofreciéndose a llamarla cada vez que Beto no entregaba sus deberes. Como resultado de esto, la tarea para el hogar ya no era un problema tan grave como antes (aunque ocasionalmente Beto no entregara un ejercicio que su madre había visto que lo había hecho), pero Beto con frecuencia entregaba las hojas en blanco cuando se trataba de una tarea realizáda en clase. Cuando pregunté cuándo había comenzado el problema, Paulina habló sobre el padre de Beto. Francisco fue la primera relación adulta de Paulina. Tuvieron una relación muy íntima durante un par de años pero nunca se casaron. Francisco nunca mantuvo económicamente a Beto, aunque a veces le enviaba regalos. En el verano de 1984 Beto fue a visitar a su padre durante una semana y llegó justo en medio de una pelea entre Francisco y su esposa. La mujer abandonó la ciudad hecha una furia y Francisco la siguió después de dejar a Beto con su abuela, diciéndole al niño que estaría de regreso en uno o dos días. Una semana después Paulina fue a buscar a Beto; Francisco nunca llegó. Más adelante supieron que Francisco se había mudado y que tenía un número de teléfono no registrado en guía. Beto no había tenido noticias de su padre desdé entonces. Según Paulina, fue más o menos en esa época cuando comenzaron los problemas escolares del niño. En ese mismo verano Paulina dejó a su marido Héctor, padre de los tres niños menores. Paulina se había casado con él en 1975. Su relación había sido muy turbulenta, interrumpida por un par de largas separacio nes. Tres meses después de su última reconciliación, Paulina descubrió que Héctor había tenido un niño con una mujer, con la que se había estado viendo durante varios años. Esto, sumado al hecho de que no ofrecía a la familia un sostén económico y que “bebía un montón” impulsó a Paulina a abandonarlo. Los tres niños menores estaban tristes por la separación, pero Paulina contó que a Beto nunca le había gustado Héctor y se sentía aliviado de que su madre lo hubiera dejado. Sin embargo, Paulina no había presentado la demanda de divorcio. “Mi madre, mi iglesia y yo misma estamos en contra del divorcio”, dijo. <, En la sesión siguiente hice preguntas sobre la vida en común de la familia. Paulina asistía a una escuela nocturna tres veces por semana, además de trabajar en un empleo de horario completo. Cuando ella estaba
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afuera, Beto quedaba a cargo de los otros tres niños, pero todos ellos estuvieron de acuerdo en que básicamente cada uno cuidaba de sí mismo. Sobre todo, Paulina no tenía quejas sobre el comportamiento de los niños en casa. Dijo que también estaba orgullosa de su conducta en la iglesia donde ellos, junto con Paulina, asumían el rol de líder. Mi impresión era que ella adoraba a sus hijos y que ellos le pagaban con la misma moneda. El rol especial de Beto en la familia parecía el de ser el compañero de su madre. Las tres noches por semana que ella asistía a la escuela, él la esperaba levantado y cuando llegaba a casa se quedaban conversando, y a veces jugaban a las damas. Cuando se retrasaba, Beto se preocupaba pensando que podrían haberla asaltado, y los días de lluvia temía que tuviese problemas al conducir por las calles resbaladizas. Toda la información que estaba obteniendo en la terapia me llegaba como hilos que me costaba trabajo entretejer. Parecía haber muchas posibilidades para determinar la causa del síntoma de Beto, pero me resultaba difícil verificar cualquiera de ellas. Decidí intentar una inter vención conductista que pensé que podría dar resultado independiente mente del objetivo o la etiología del síntoma de Beto. Quería abordar el problema presentado por Beto directamente, mientras que a la vez, des viaba el centro de atención de él. Me reuní con los niños en grupo y establecí un plan de recompensas para quien hiciese bien su tarea escolar. Cada uno de los niños acumulaba puntos para obtener una recompensa (una moneda o una gaseosa) por hacer su tarea de manera satisfactoria. El plan funcionó durante un tiempo, pero enseguida empezó a complicarse debido a tareas que no sé ajustaban a los parámetros dados, o a m aestros que se olvidaban de firmar los trabajos. Entonces renegociábamos, proceso que los chicos disfruta ban, pero cada versión sólo nos servía durante una o dos semanas y volvía a complicarse otra vez. El otro problema de esta determinación era que no parecía producir mucha diferencia con respecto al trabajo de Beto en el aula ni en el ánimo de nadie sobre el problema. Pedí entonces ver a Paulina y a Beto individualmente. Durante las sesiones familiares, me había parecido que a Paulina le gustaba hablar me, y había dicho varias cosas que me hicieron pensar que se identificaba mucho conmigo en su carácter de madre sola y mujer profesional. Empero, cada vez que parecía qué íbamos a trabajar sobre cualquier otro tipo de problema que no fuese Beto como, por ejemplo, su matrimonio o los planes para su propia vida, la conversación se apagaba y terminaba
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muriendo. Las sesiones individuales no fueron diferentes. Yo no estaba acostumbrada a tener tanta dificultad para enderezar un problema que era solucionable en la terapia. Me pregunté si Paulina pertenecería a la categoría de los “preocupados pero sanos”, personas que van a ver al médico con un poquito dé algo, enteradas de que pasan cosas horribles y deseando mantenerse sanos. Sin embargo, Beto estaba malogrando su quinto grado por tercera vez. En la sesión que tuve con Beto, le pedí que él hiciese de consejero y me asesorara sobre cómo tratar a un niño que tenía problemas con su tarea escolar. Quería verificarla posibilidad de que el bajo rendimiento escolar de Beto tuviese relación con el deseo de que su padre volviese al hogar. Beto: Probablemente es un problema familiar, un problema de disci plina o un problema mental. T.: ¿Qué tipo de problema familiar podría ser? B.: El dinero, un divorcio, miedo por la mamá, la muerte. T.: ¿Qué aconsejarías si fuese un problema familiar? B.: Que el niño y la familia fuesen a ver a un consejero. T.: Muy bien. Tú eres el consejero. Mi problema familiar es que mi papá abandonó a mi mamá y a mí me está yendo mal en la escuela. Si me va bastante mal, tal vez vuelva mi papá. B.: Eso no sucederá. T.: Bueno, ¿qué puedo hacer para que vuelva? B.: Sería mejor que no te ocupes de ese asunto. Es algo entre tu padre y tu madre. Es asunto de ellos. T.: Pero también me ha abandonado a mí. Nunca me llama ni viene a verme. ¿Podría haber hecho algo yo? B.: No. Parecería que tu padre tiene un problema. Habla con él. T.: El no quiere hablarme. B.: Entonces lo único que puedes hacer es ponerte triste. T.: ¿Voy a seguir fallando en la escuela porque estoy tan triste? B.: No (riendo como si se tratase de una idea ridicula), tienes que trabajar bien aunque te sientas triste. Al terminar la dramatización Beto me dijo: “Mira, ellos no hacen repetir a los niños el quinto grado más de dos veces. Me pasarán a sexto grado el año próximo de todas maneras”. “Así que”, dije yo, “no vas a tratar de pasar, ¿verdad?” “No”, dijo, y volvió a reír.
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Eso bastó. Cada vía que había seguido hasta ahora me había condu cido a un callejón sin salida. La razón de Beto para volver a repetir el quinto grado ahora era clara y razonable. Me dejó sin un objetivo claro para la terapia. No se me ocurría qué hacer. Llevé mi dilema al grupo de consulta. LA CONSULTA
La terapeuta dijo que tratar de encontrar un problema solucionable con Paulina era como tratar de pescar un renacuajo en una laguna atestada de peces. El grupo de consulta reconoció su frustración al tratar de realizar una terapia centrada en un problema que parecía escapársele no bien ella se acercara. Todas nosotras nos preguntábamos con ella qué era lo que estaba haciendo tan escurridizo el curso de la terapia. Empezamos a examinar el contexto de la vida familiar, analizando las dificultades que tienen las madres solas. Su tiempo y su energía están más exigidos que los de cualquier otro progenitor que trabaja. Ellas son más proclives a culparse con respecto a sus hijos que otras madres que trabajan, porque la responsabilidad parental no compartida descansa tan evidente y públicamente sobre sus hombros. Si se las compara con las personas casadas, por lo general necesitan y esperan más de sus hijos, y cuentan con menos apoyo para sus propias necesidades personales. En este caso particular, nos dimos cuenta de que por ser cuatro terapeutas blancas que examinábamos la vida de una madre negra sola y que trabaja, había un cúmulo de experiencias en la vida de Paulina diferentes de las nuestras. Decidimos estar alertas ante la posibilidad de que esta situación influyese en la terapia, en el problema o en la relación con la terapeuta, pero decidimos también no prejuzgar ese efecto. Seguidamente centramos nuestra atención en el problema presenta do: el rendimiento escolar de Beto. ¿Qué creíamos que andaba mal con él que le hacía repetir dos veces el quinto grado con una buena posibilidad de que volviera a hacerlo? Formulamos varias hipótesis que podría sugerir el terapeuta tradicional de la familia: Primero, cabría considerar que Beto es un niño “parentificado”. ¿Estaba sobrecargado de tareas domésticas para la edad que tenía? ¿Lo estaban usando inadecuadamente como confidente, dándole informa ción que sólo podía confundirlo? La terapeuta nos informó sobre los quehaceres domésticos y el contenido de las conversaciones entre
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Paulina y Beto, nada de lo cual nos pareció problemático. Decidimos que en este caso esas condiciones no eran peijudiciales y que el bajo rendimiento escolar de Beto no era el pedido de ayuda de un niño que se veía sobrecargado de obligaciones. Asimismo, observamos que si usá bamos como patrón la imagen idealizada de las familias con dos proge nitores, entonces sí Beto parecía trabajar más y tener más responsabili dades. En segundo lugar, podría sugerirse que Beto se sentía abandonado por su padre biológico y más recientemente por su padrastro, y se sentía demasiado triste, demasiado enojado o demasiado desesperado para preocuparse por la escuela. Esta hipótesis es frecuente en circunstancias como la de Beto, y se basa en la supuesta importancia de la presencia del padre en la vida del niño. Al sostener que este supuesto es cierto en general, la terapia familiar confunde una idealización de la familia con la realidad de la familia. Los padres participan menos de lo que muchas descripciones teóricas sugieren. Si bien puede ser una excelente meta de la terapia familiar hacer que los padres participen más, la ausencia del padre debida a una separación o un divorcio no tiene en sí necesariamen, te consecuencias negativas para los hijos. De cualquier modo, Beto no mostraba evidencia alguna de tristeza, enojo o desesperación. Una tercera hipótesis corriente sería que Beto se preocupaba por su madre y creía que tenía que estar más tiempo con ella, y no pasar al grado siguiente, para poder cuidarla. En esta hipótesis no se toma en cuenta el hecho de que la mayoría de los niños negros —con la excepción de las familias negras de altos ingresos que imitan la conducta basada en los roles de los géneros de las familias blancas— tienen una imagen diferente de la mujer, de la que elabora la sociedad blanca. En general, la experiencia que tiene el niño negro de la mujer es que ella es fuerte: suave, acogedora y fuerte. Aunque Beto tuviera miedo de que su madre se accidentase una noche de lluvia, ese temor difiere de preocuparse porque ella no fuese suficientemente competente para resolver lo que él es demasiado joven para poder solucionar. En cambio, los niños blancos, en especial los varones, tenderían más a creer, a la edad de Beto, que las mujeres son débiles y necesitan la protección de un hombre, cualquiera que sea su edad. Esta no ha sido la experiencia de Beto. En cuarto lugar, podría sugerirse que Beto asumió la tarea de sacar a su madre de la depresión causada por su separación matrimonial atrayen do su atención hacia él. Este supuesto se basa en la idea, muy difundida
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entre los terapeutas sistémicos/estratégicos, de que los niños perciben la tristeza de sus padres e imaginan maneras de distraerlos, una especie de “travesura conspirativa” (Hoffmann, 1981, pág. 84). Si bien este concep to puede aplicarse en muchos casos en que los padres se han separado, no había muestras de que Paulina estuviese deprimida. Además, Paulina había estado administrando muy bien la casa durante dos años sin ninguna asistencia económica ni emocional de los padres de los niños. Después de rechazar estas cuatro hipótesis, llegamos a nuestra pers pectiva de trabajo final: los problemas de Beto en la escuela empezaron más o menos en el momento en que el padre y el padrastro se alejaron. Tal vez Beto estaba triste y desanimado y como su trabajo en la escuda empezó a desmejorar, su madre intervino para ayudarlo. Como los orígenes estaban perdidos para nosotras, no podíamos saberlo con certeza. Lo que sabíamos con seguridad era que en el momento de la terapia, Beto no estaba angustiado y era realmente capaz de rendir en la escuela. Al margen de la circunstancia que estableció inicialmcnte la participación de Paulina en el trabajo de Beto, esa participación ahora se mantenía por el deseo de Beto de recibir una atención especial de su madre y el deseo de Paulina de que Beto pasase de grado. No estamos sugiriendo que Beto estaba fallando para mantener a su madre cerca. En cambio, observamos que tanto Beto como Paulina disfrutaban de esas interacciones y deseábamos que los dos reconocieran que podría ser útil y agradable que Paulina sintiese que Beto era inteligente y que Beto le demostrara a ella su inteligencia. Ahora bien, lo que se destacaba para nosotras era que, como dijo Beto, lo harían pasar de grado de todos modos. Coincidimos en que Beto tenía un buen argumento. No tenía necesi dad de mejorar su trabajo puesto que su aprobación a esta altura estaba asegurada. Su orgullo lo disuadía de intentarlo. El hecho de no tratar de hacerlo ponía distancia entre él y esa agradable circunstancia. Paulina y Beto podían trabajar juntos porque era una actividad agradable, no porque temieran su fracaso. Supusimos que Paulina había acudido a una terapeuta de la familia con la esperanza de descubrir qué estaba pasando con Beto, y al hacerlo subestimó el efecto que tenía para Beto la decisión de la escuela de promoverlo, subestimó a Beto (en el sentido de que él comprendía la situación y había decidido no esforzarse) y se subestimó a sí misma (en el sentido de que ella estaba haciendo un buen trabajo). Según algunos informes, las familias negras normalmente recurren a
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la psicoterapia preocupadas por el efecto que podría llegar a tener una mala adaptación escolar de sus hijos en las posibilidades de empleo futuro y son más receptivas a la terapia familiar centrada en el niño (Hiñes y Boyd-Franklin, 1982). Paulina parecía responder a esta descrip ción hasta ahora. Acordamos con la terapeuta que ella debía seguir tratando a Paulina sobre su preocupación por Beto, estimando que sacar a Beto del centro de atención acarrearía la pérdida de Paulina como paciente. Además, pensamos que era importante detectar si el contenido relativo a Beto ocultaba una perspectiva sobre lo que Paulina necesitaba. A Paulina se le había ofrecido la oportunidad de ser recomendada a una terapeuta negra, pero no había aceptado, manifestando preferir a nuestra colega. A nuestro juicio, esta decisión ponía en evidencia el deseo de Paulina de obtener la aprobación de una mujer que no sólo era conocida por ella sino que además era una madre sola que trabaja, y podía afirmar que sus hijos eran buenos y cariñosos, y que ella era una mujer y una madre competente. Sugerimos que la terapeuta fuese una colega aprobadora para Paulina, quien estaba investigando qué pensaba de sus roles como mujer, trabajadora y esposa. EL ANALISIS
Según las estadísticas correspondientes a 1985, hay casi cuatro millones de familias con madre sola blanca y casi dos millones de familias con madre sola negra (Libro Nacional de Datos y Guía de Fuentes del Departamento de Comercio de Estados Unidos, 1987). Para que esta comparación resulte más clara hay que decir que el porcentaje de familias negras con madre sola es cuatro veces más alto que en el caso de las familias de raza blanca (Libro Nacional de Datos y Guía de Fuentes del Departamento de Comercio de Estados Unidos, 1987). En 1990 el cincuenta por ciento de todos los norteamericanos menores de dieciocho años pasarán entre tres y cinco años de su vida en una familia con madre sola (Glick, 1979). A pesar de que este modelo familiar está muy difundido, sigue siendo un estigma pertenecer a él; estigma que funciona como un factor etiológico en muchos de sus problemas. Este estigma implica el supuesto de efectos perjudiciales para los miembros de la familia, las “víctimas” del divorcio: los niños no estarán bien educados, tendrán problemas de identidad sexual y estarán confun didos con respecto a los roles de los géneros; tendrán dificultades y se
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meterán en dificultades. La madre será solitaria e inepta y se sentirá ávida de relaciones sexuales; se aprovechará de los maridos de sus amigas y vecinas. Por negligencia y distracción, hará que caigan desgracias sobre sus hijos. ¿Cuál es la explicación de una perspectiva tan cargada de prejuicios que no toma en cuenta la posibilidad de encontrar capacidades y supone sólo deficiencias? En gran parte esto obedece a que la cultura tiene un enfoque miope con respecto a la ausencia de un hombre significativo que brinde un status legítimo y refugio seguro. El término usado frecuente mente para referirse a las familias de madres solas, “deshechas”, pone en evidencia ese enfoque y señala una organización inferior y equivocada. Obsérvese que el término es rara vez usado para referirse a la familia a cargo de una viuda, situación más aceptable y simpática socialmente, pues el marido está ausente sin que medie culpa de la mujer. El estigma de la madre sola no se origina únicamente en la ausencia del hombre. Como señala un estudio: “La falencia es doble: no sólo hay un adulto en lugar de dos en la constelación familiar, sino que el jefe de la constelación familiar es del género femenino y no masculino. No se trata sólo de que esa familia sea atípica sino de que la madre misma está asumiendo un rol atípico que se aparta del que le corresponde por su género” (Brandwein, Brown y Fox, 1974, pág. 498). La sociedad es reacia a reconocer y aceptar a una mujer en el puesto responsable e independiente, “normalmente” reservado para un hombre. Si nuestra cultura fuese matriarcal en lugar de patriarcal, el modelo “madre como jefe de familia/padre ausente” seríamenos atrofiado, menos peijudicado y menos perturbador. Este prejuicio crea dificultades. En gran escala se observa en la falta de servicios de asistencia social subsidiados como, por ejemplo, guarde rías y atención de los quehaceres domésticos. En una escala personal, la madre sola asume la expectativa general de tener un rendimiento inferior a pesar de que, de todos modos, la mayor responsabilidad por el cuidado de la casa y de los niños suele recaer sobre ella. Paulina manifestaba una sensación de inferioridad y vergüenza a causa de esto. El prejuicio influye también en la interacción personal. Una mujer sola a menudo se ve frente a actitudes y acciones explotadoras por parte de diversos hom bres, desde los vecinos que invaden su propiedad hasta los banqueros que la tratan sin respeto, y todo eso porque ella “no pertenece a nadie”. Está también la cuestión del dinero. La discriminación económica de
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la cual son objeto las mujeres en el mercado de trabajo se combina con el abandono financiero de los padres para hacer padecer a las madres solas y a sus hijos graves dificultades. Sólo una tercera parte de las madres solas recibe una cuota alimentaria por sus hijos y dos tercios de los pagos son inferiores a la cantidad fijada por los tribunales (Hacker, 1982). Como consecuencia de esta situación, el 42,7 por ciento de los niños blancos y el 65,5 por ciento de los niños negros que pertenecen a familias con madres solas viven en la pobreza (Censo de EE.UU., 1978). Habida cuenta del estigma y las dificultades, no sería sorprendente descubrir resultados lamentables en esas madres y niños, individuos y familias. Empero, hay muchas pruebas que señalan lo contrario. Los estudios realizados indican que la mayoría de las familias con madre sola son tan eficientes en diversa medida como las familias de dos progeni tores, cuando se comparan niveles similares de ingreso. Con respecto a las mediciones de adaptación emocional, coeficiente de inteligencia, rendimiento escolar y la conducta “masculina” fijada por las pautas culturales en los varones, los niños están igualmente bien en los dos tipos de familia. Salvo la mayor probabilidad de vivir en la pobreza en el caso de los niños con madres solas, se observan sólo dos diferencias entre los grupos. Una de ellas es que las niñas que pertenecen a familias con madres solas son más independientes y más competentes que las niñas de los hogares donde está presente el padre. La otra es que algunos niños de familias con madres solas manifiestan menos autoestima, pero los investigadores dicen que esto obedece a la opinión social prejuiciada y no a la estructura familiar. (Estas conclusiones están sintetizadas y documentadas en la reseña que hace Cashion de los principales estudios [1982].) En esos trabajos se describen otros aspectos de la vida de este modelo familiar. La calidez y la intimidad son rasgos característicos, promovi dos por la participación de todos los miembros de la familia en las tareas de la casa, la adopción de decisiones y las recompensas, y puestos de manifiesto en esa misma participación (Weiss, 1979). A diferencia de lo que sucede en la familia de dos progenitores, en la que el padre y la madre establecen una jerarquía en la cual ellos figuran en la cúspide (el padre un poquito más arriba que la madre) y los hijos en la base, la familia con madre sola normalmente funciona como una organización consensual. Por lo general hay menos conflictos, y la madre sola se siente más capaz para administrar los recursos y las actividades de rutina, aun cuando sean
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escasos. Esto es así porque el proceso de consultas con sus hijos le da una mayor sensación de poder y competencia de la que tendría si fuese la esposa de alguien que no sólo dominase a sus hijos sino también a ella (Brandwein y otros, 1979; Cashion, 1982). En cuanto a los niños, la mayor responsabilidad que tienen en estos hogares es recompensada por un mayor poder: por ejemplo, intervienen más para decidir dónde va la familia a divertirse, cómo pueden dividirse las tareas y qué horarios se adaptan a sus necesidades. Estas conclusiones sugieren algunos supuestos alternativos que deben hacerse elementos importantes de la estructura y la función de la familia: La madre y los niños pueden realizarlas funciones económicas, domésticas, sociales y psicológicas que definen a la familia. A este respecto, disentimos con Morawetz y Walker (1984), quienes sugieren que “hogar” de un solo progenitor es una expresión más exacta que familia de un solo progenitor. En nuestra opinión, ese uso sigue negando status familiar al grupo constituido por la madre y los hijos. En la medida en que el padre que no tiene la tenencia de sus hijos asume una parte activa en la vida de ellos cuando están con él, preferimos decir que la unidad madre/hijos constituye una familia de un solo progenitor y que los niños son miembros de otra familia de un solo progenitor cuando están con su padre. Una familia no necesita dos progenitores para ser una familia.
Unafamilia no necesita una estructura jerárquica que la haga fu n cionar. Nuestra crítica a la teoría de la terapia familiar se refiere a que no
se aplica lo que ha sido constatado en el caso de la familia de un solo progenitor a la familia en general. En cambio se ha seguido fomentando la jerarquía como principio organizador básico de la familia. Sostener que la jerarquía es la mejor manera de cumplir las funciones de la familia legitima la idea de que el poder es el bien supremo; la jerarquía, la mejor manera de encamarlo y la dominación, el mejor modo de ejercerlo. Si la madre y los hijos pueden funcionar bien democráticamente ¿por qué no puede suceder lo mismo cuando se trata de la madre, los hijos y el padre? ¿Por qué el precepto constante e incuestionable de que hay que “proteger” la diada parental con un límite firme para marcar una jerarquía bien clara, como si esa organización fuese la mejor para todos sus
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miembros? No obstante, cuando el Padre deja de formar parte del hogar, así dice el precepto, ya no hace falta la jerarquía (Fulmer, 1983; Minuchin, 1974). ¿Cómo es que la correlación entre el Padre y la jerarquía no se menciona? Puesto que no se examina el compromiso de la terapia familiar con el patriarcado, esta teoría sigue comprometida con la jerarquía. La ideolo gía del “rey de su castillo” y no la salud de la familia, da a la jerarquía su poder sobre la teoría. Lo que fortalece este poder es un punto clave de la psicología de los hombres que describe Jean Baker Miller: “... en el ambiente familiar, los hombres adquieren desde pequeños la sensación de ser miembros de un grupo superior. Se supone que las cosas las tiene que hacer para ellos la gente inferior que trabaja para tratar de hacerlo. A partir de ahí, puede parecerles que adoptar una actitud de colaboración de algún modo los disminuye” (1976, pág. 42). En cambio, las mujeres no experimentan la colaboración como una pérdida sino más bien como una ganancia, como un crecimiento. ¿Qué significaría una democracia participativa en la vida familiar? Significaría que el objetivo fuese satisfacerlas necesidades de cada uno de los miembros de la familia, pero que las ganancias de uno de ellos no se obtuviesen a expensas de otro. Significaría que los padres diesen a sus hijos pautas de salud, seguridad y moralidad, y los artículos de primera necesidad que ellos no pudiesen conseguir por su cuenta. Pero que en las innumerables oportunidades diarias en las que estuviese en juego la preferencia y no el bienestar, se abriese un espacio para la diferencia, la acción individual y las soluciones experimentales. Significaría que los que tienen más recursos y conocimientos usaran ese poder para fortalecer a los demás miembros de la familia, no para controlarlos y acumular más poder para sí. Significaría que los padres demostrasen a los hijos cómo transigir y negociar, y cómo evitar las luchas por el poder en lugar de instaurarlas (Pogrebin, 1983). La madre sola negra
Ahora que una cantidad considerable de mujeres blancas están trabajando fuera del hogar y cuidando solas a sus hijos, el país está empezando a prestar atención a la experiencia de la madre que trabaja. Sin embargo, todavía es insuficiente el compromiso social para estable cer una diferencia significativa con respecto a las horas de trabajo, el cuidado de los niños y las escalas salariales. Cuando esta circunstancia
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era fundamentalmente la experiencia de la mujer negra, se prestaba poca atención a la carga que representa para ella o a su capacidad para salir adelante; cualquier tipo de interés se centraba casi exclusivamente en sus hijos. La sociedad se interesaba en los niños, porque eran los hijos de las madres negras solas que trabajan los que muchos sociólogos creían destinados a la pobreza y la delincuencia. Las madres merecían la aten ción nacional tan sólo con respecto a sus hijos: ¿Por qué hay tantas madres negras solas? ¿Cómo puede la sociedad disuadir a más mujeres negras para que no lleguen a ser madres solas? ¿Qué sucede con estos hombres y estas mujeres que no son capaces de mantener un sistema familiar sano con dos progenitores? ¿La madre negra sola es responsable de la disfunción de sus hijos? ¿El fracaso de la familia negra es la causa de la debilidad económica y social de los norteamericanos negros? Esta última pregunta fue contestada afirmativamente en el controver tido Informe Moynihan, que comenzaba manifestando que “en el núcleo del deterioro de la tela de la sociedad negra se encuentra el deterioro de la familia negra” (Moynihan, 1965/1971, pág. 126). Moynihan culpa al “fracaso” de la familia negra por la pobreza, la ilegitimidad, el bajo rendimiento escolar, la delincuencia y la criminalidad de los negros. Sostiene que la raíz del problema fue la esclavitud que corrompió la vida familiar, creando una estructura familiar sin padre y centrada en la madre. El consiguiente poder de la madre y la impotencia (léase: ausen cia) del padre creó los problemas contemporáneos de los negros, según Moynihan. Su mensaje es bien claro: cuidado con los hogares dirigidos por mujeres, pueden arruinar toda una raza. Desde un punto de vista feminista, este argumento es absurdo y equi vocado. Incluso es incorrecto desde el punto de vista histórico. Especial mente digna de mencionar aquí es la descripción que da Genovese de la familia negra bajo el régimen de esclavitud: “Lo que habitualmente ha sido considerado una debilitante supremacía femenina era, en realidad, una mayor aproximación a una saludable igualdad sexual que la posible para los blancos y, tal vez, incluso para los negros de la posguerra” (1974, pág. 500). El Informe Moynihan ha sido desacreditado por muchísimos estudio sos. No obstante, lo abordamos aquí porque su tesis ha llegado a ser parte de la cultura corriente. Los terapeutas que trabajan con madres negras tienen que estar conscientes de la influencia que ejerce sobre ellos y sus pacientes.
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Además del divorcio, la ilegitimidad y el abandono, Moynihan ve en el hecho de que la mujer sea la jefa de la familia otro indicador de una patología familiar. Además, piensa que en las familias negras de dos progenitores en las que la madre trabaja, la dependencia de la familia del ingreso de la madre “socava la posición del padre y priva a los hijos del tipo de atención, en particular en lo que se refiere a la escuela, que actualmente constituye un rasgo comente en la educación de la clase media” (1965/1971, pág. 138). Paulina, que participa de estos valores de la clase media insertos en la cultura, sin duda debe haber absorbido esta condena de sus esfuerzos. Casi todas las afirmaciones de Moynihan se basan en su supuesto de que la estructura familiar de la clase media blanca (el padre como jefe de familia, una madre que se queda en casa) es la responsable del éxito de los niños blancos, y que la estructura inversa es responsable del fracaso de los niños negros. Moynihan escribe: La nuestra es una sociedad que presupone el liderazgo masculino en los asuntos públicos y privados. Las organizaciones de la sociedad facilitan ese liderazgo y lo recompensan. Una subcultura, como la de los negros norteameri canos, en la cual no es éste el modelo, queda situada en una desventaja evidente (1965/1971, pág. 140). Aunque Moynihan admite que los problemas que tienen los negros en Estados Unidos son complejos, afirma empero que “la debilidad de la estructura familiar” se encuentra en el “centro de la maraña de la patología” (1965/1971, pág. 142). Moynihan ilustra esta debilidad seña lando la frecuente inversión de los roles entre la mujer y el marido, la educación superior de las mujeres negras comparada con la de los hombres negros, la ausencia del padre como jefe de la familia y la configuración matriarcal que predomina en las familias negras. La solución que él propone para los problemas de los negros norteamerica nos es fortalecerla familia: establecer una estructura familiar que siga las pautas de la familia norteamericana blanca de clase media de la década de., 1950, en la cual predominaba una jerarquía regida por el padre. Ya hace más de veinte años que se ha publicado el Informe Moynihan. Muchas de sus conclusiones han sido refutadas y se han cuestionado sus supuestos básicos. La familia norteamericana blanca de clase media que usaba como punto de referencia ha sufrido cambios. En la actualidad, es la cambiante familia blanca la que tiene mucho que aprender de la familia
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negra por su variabilidad, diversidad y riqueza de recursos, y del ejemplo que da la madre negra sola que trabaja por su fuerza y su coraje. Esto nos recuerda lo que Angela Davis escribió sobre las mujeres negras de la época de la esclavitud: Fueron esas mujeres las que transmitieron a sus descendientes femeninas nominalmente libres un legado de trabajo arduo, perseverancia y confianza en sí mismas, un legado de tenacidad, resistencia e insistencia en la igualdad sexual; en síntesis, un legado que fija las normas para lograr una nueva condición de la mujer (1981, pág. 29). EL TRATAMIENTO
Los objetivos
Nuestros objetivos para Paulina y su familia eran los siguientes: 1) Subrayar la competencia de Paulina como madre. 2) Desviar la atención de Paulina del rendimiento escolar de Beto y ayudarla a tener una opinión más positiva del niño como estudian te, manteniendo a la vez la opinión positiva que tenía sobre sus otros hijos como estudiantes. 3) Ayudar a Paulina y a sus niños a ratificar el buen funcionamiento de su familia en particular, y a liberarse de las connotaciones negativas con el hecho de ser una familia con madre sola. 4) Escuchar atentamente a Paulina para detectar señales de que ella no estaba oyendo su propia voz: que estaba actuando, pensando o sintiendo como los demás deseaban o esperaban que lo hiciese, y no por su propia cuenta. El plan Competencia. Paulina hacía muchas cosas bien que no eran recono
cidas por ella misma: sus hijos eran felices y estaban educados; tenía independencia económica; era uno de los pilares de su iglesia, y se preocupaba activamente por mejorar su vida perfeccionando su educa ción. No obstante, le resultaba fácil dudar de sí misma y ver sus carencias en lugar de ver sus aptitudes. La terapeuta podría demostrar su confianza en la competencia de Paulina no apresurándose a darle consejos, alentán dola a buscar sus propias soluciones y asegurándose de que Paulina
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reconociera sus logros. Se podría ayudar a Paulina a creer en la compe tencia de Beto, una vez que hubiera abandonado su interpretación nega tiva del rendimiento escolar del niño. Desvío de la atención. Paulina estaba preocupada porque sus esfuer
zos para ayudar a Beto con sus deberes escolares no tenían un efecto detectable en la conducta del niño en la escuela. La terapeuta podría trabajar en dos frentes para modificarla perspectiva de Paulina. Primero, puede señalar que el rendimiento escolar de Beto no tiene importancia ya que no incide en su promoción, a la vez que le recuerda que Beto lo sabe perfectamente. En segundo lugar, podría aprovechar todas las oportuni dades que se presenten para subrayar que Beto estaba comportándose muy bien en otros aspectos de su vida, como hermano, hijo y amigo. Afirmación. Paulina tenía expectativas con respecto a las consecuen
cias de ser una madre sola que la hacían cuestionar su propia capacidad y el bienestar de los niños. Significativamente, eligió una terapeuta que también era una madre sola y a quien Paulina le atribuía competencia en esa tarea. La terapeuta podía usar esto para respaldar a Paulina compa rando sus experiencias. Podía recurrir a la autorrcvelación para señalar dilemas similares que se le presentan a ella como progenitora sola y confirmarle a Paulina, que es normal que surjan problemas ocasional mente en la vida de todos los progenitores cuando se trata de educar a los niños. La terapeuta también podría ayudar a Paulina a identificar los prejuicios de los amigos, la iglesia, los miembros de la familia extensa y la sociedad en general, que definen a la familia con madre sola como anómala e inferior. Saber escuchar. Paulina había escuchado atentamente las enseñanzas
de su familia, su iglesia y su cultura. Ella deseaba hacer lo que estaba bien, quería que la gente pensara bien de ella. Pero tenía menos éxito cuando se trataba de escuchar su propia voz, para tomar decisiones sobre la base de lo que ella deseaba y lo que sería mejor para ella. Este tema surgió con toda claridad cuando Paulina mencionó el divorcio. Sus razones para seguir casada con Héctor tenían que ver con la satisfacción de las expectativas de los demás, en lugar de obedecer a sus propias ne cesidades o deseos. La terapeuta debe escuchar para descubrir qué desea Paulina que sería lo mejor para ella. Como Paulina no está acostumbrada
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a escuchar su propia voz, la terapeuta debe actuar como un amplificador, recogiendo y ampliando cada expresión que contenga información sobre el punto de vista de Paulina. PAULINA Y SUS HDOS
Cuando el ciclo escolar llegó a su fin, no se había registrado una mejora sostenida del rendimiento de Beto aunque seguía trabajando bien en las tareas escolares con su madre. Una vez que Paulina se dio cuenta de que Beto realmente pasaría de grado, la ayudé a abandonar la esperanza de que obtuviera mejores notas y, en cambio, a que se enorgulleciera del conocimiento y la capacidad que demostraba el niño con ella. De acuerdo con la predicción de Beto, fue inscripto en sexto grado para el año siguiente. Después de finalizado el curso escolar, cedió el nivel de tensión de la familia. Los cuatro niños empezaron a participar en actividades organizadas por la vecindad y la iglesia, y aproveché muchas oportunidades para hacerle comentarios a Paulina sobre la capacidad que tenían sus niños para desenvolverse solos, comprometer se con otros, actuar como líderes y asumir responsabilidades. Paulina trajo pocas quejas de los niños. Una vez contó que Beto había roto la bicicleta de un niño vecino, después de que ella le había dicho que no la usara porque era demasiado pequeña para él. ‘Tuve que reprender lo”, me dijo con los ojos llenos de lágrimas: “No puedo entender por qué hace cosas malas como ésa”. Si bien la tranquilicé, pensé que estaba más alterada de lo que justificaba la situación. No podía descubrir qué otra cosa estaba sucediendo que pudiera explicar su reacción. Pensé que debía estar muy insegura sobre su competencia, para tener una reacción tan fuerte ante un comportamiento infantil tan normal. Dado que la cultura es muy crítica con respecto a las madres solas —especialmente si son madres negras— esta idea tenía sentido para mí. No hice nada con respecto a este incidente excepto apoyarla, coincidiendo en lo que ella consideraba una disciplina correcta y las dificultades que entraña com prender a los hijos. El tema no volvió a aparecer nunca, pero ocasional mente Paulina me comentaba otros ejemplos de las travesuras de sus hijos y sus reacciones. En cada caso parecía que ella necesitaba simple mente contarme para que yo oyera cómo manejaba la disciplina. Una vez que yo afirmaba que parecía que lo había hecho bien, ella se veía visiblemente aliviada.
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LA FAMILIA DE UN SOLO PROGENITOR
A medida que las preocupaciones por los chicos disminuyeron y Paulina pareció encontrarse más a gusto conmigo, hice algunos intentos para incentivar su interés en hablar de sí misma. Si bien es cierto que me dio más información que antes, tenía una alarma interna que sonaba siempre que sentía que había usado mucho tiempo de la sesión hablando de ella. Después de sólo unos minutos de búsqueda personal, automáti camente pasaba a hablar de Beto. A veces yo decía: “Espera, no terminé contigo todavía”, y ella sonreía, contenta de que se la considerase importante por derecho propio, y comenzaba nuevamente a hablar de sus cosas. Empero, yo recordaba el análisis realizado con el equipo de consulta y no quería empujarla demasiado para que se concentrara en sí misma. Poco a poco me contó su propia historia. Paulina era la mayor de tres hijas criadas por una madre que tuvo que trabajar en dos empleos para mantener a su familia después que su esposo la abandonara para irse a vivir con otra mujer, cuando Paulina tenía ocho años. Después que ella y sus hermanas crecieron, su madre volvió a casarse con un hombre que le llevaba veinte años. “Lo que más la atrajo fue que ese hombre le dijo que no necesitaría volver a trabajar nunca más.” Según Paulina, es un matrimonio horrible y su madre “vive como una prisionera.” “Ella bebe muchísimo ahora.” Paulina está decidida a no terminar como su madre, pero ve similitudes que la atemorizan. “Las dos somos trabajadoras muy afanosas y a las dos nuestros maridos han estado persiguiéndonos. Ninguna de las dos cree en el divorcio.” El hecho de hablar de su madre pareció facilitarle el camino a Paulina para empezar a abordar su relación con Héctor. Puesto que se había mostrado tan reacia a hablaren absoluto de este tema, me di cuenta de que era esencial que no me viera en el papel de recomendarle una actitud. Mi tarea era mantener la conversación, dejar que ella expresara su intensa ambivalencia con respecto al divorcio. Cualquier afirmación sobre la conducta autodestructiva de Héctor iba seguida de un juicio de valor como, por ejemplo, “el divorcio es igual al fracaso para mí.” “Significa que he fracasado en lo que quería hacer, en mi compromiso de mantener el matrimonio en cualquier circunstancia. Está mal divorciarse. Mi iglesia no cree en el divorcio y yo tampoco.” Me pareció que Paulina se estaba aproximando al divorcio buscando razones legítimas, diciéndolas en voz alta y viendo cómo le sonaban a ella y a mí. Yo facilité este proceso pidiéndole evaluaciones de diversos
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aspectos de la situación: ¿Qué piensan los niños últimamente sobre esta situación? ¿Qué clase de persona parece ser Héctor en la actualidad? ¿En qué sería diferente tu vidasi volviera Héctor? Nada de lo que dijo Paulina sugería que Héctor había cambiado lo suficiente para que el matrimonio llegara a ser tolerable para ella. Paulina estaba llena de contradicciones. Su evaluación de las madres solas que conocía era que “parecen más felices, con más control que las madres casadas.” “Ellas no tienen que pedir permiso. Llegan a casa y les dicen a los niños: ‘Vamos’, y ellos van sin tener que pedir permiso a Papá.” Sin embargo, también sentía que les estaba negando a sus niños algún beneficio irreemplazable al divorciarse de este hombre, aunque él no había contribuido a su bienestar económico ni emocional durante más de dos años. Además, Paulina temía las acti tudes racistas que harían que sus niños fuesen juzgados ásperamente como los hijos de una madre negra sola. Habiendo tenido la oportunidad de hablar con mi equipo de consulta sobre mi propia opinión, me resultó mucho más fácil mantenerme en una relación neutral con respecto a la decisión de Paulina sobre el divorcio. Las discusiones sobre la conveniencia del divorcio siguieron durante cuatro o cinco sesiones realizadas en el verano. Observé que cada vez que Paulina cambiaba de opinión dentro de su ambivalencia, los niños también cambiaban. Cuando ella estaba dispuesta a recibir a Héctor nuevamente, ellos también, y cuando ella se inclinaba por la presentación de una demanda de divorcio, ellos decían que probablemente era la mejor solución. Entendí esta actitud de los niños como la demostración de lo que Héctor significaba realmente en sus vidas: “Si Mamá lo quiere, bien; si no, podemos prescindir de él.” Un día Paulina me llamó muy ansiosa por teléfono para decirme que Héctor quería venir a una sesión. Parecía pensar que esto era un gran adelanto. Cuando le pregunté qué había motivado su pedido, dijo que Beto le había contando a Héctor lo que había dicho en una sesión con respecto a que él no era un buen padre; ahora Héctor quería hablar algunas cosas directamente conmigo. Le dije a Paulina que me alegraría reunirme con Héctor, pero que necesitaba tener alguna idea de cuál sería el temario. ¿Héctor quería analizar su relación con Beto? ¿Tenía interés en examinar el futuro de su relación con Paulina? Le pedí a Paulina que lo averiguara. En la sesión siguiente Paulina contó que Héctor había dicho que no estaba interesado en trabajar sobre ninguna relación, pero que quería decirme que no creyera todo lo que decía Beto. Paulina estaba
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triste e indignada a la vez por esta oportunidad perdida. La actitud que había parecido indicar el interés de Héctor por la familia, le había hecho abrigarla esperanza de llegar a una reconciliación. El hecho de descubrir que estaba equivocada fue el estímulo para empezar a abandonar la espe ranza de que ese matrimonio tuviese algún futuro. Comenzó a decir que había “terminado” con Héctor, posición que sus hijos aprobaron inme diatamente. Beto, que había sido el más expresivo de los niños para desaprobar a Héctor, estaba evidentemente aliviado. Paulina me confió que Beto le había advertido que Héctor la “tiraría abajo” si ella volvía con él. Después de la sesión en la que anunció que había “terminado” con Héctor, Paulina comenzó a pensarse por primera vez como una madre sola. Dijo lo siguiente: Te respeto tanto. Has logrado salir adelante en un mundo que pertenece a los hombres y tienes hijos que estás educando sola, y siempre eres tan cordial y, realmente, te admiro. Yo también deseo lograr lo que busco, pero cuando era una niña siempre me decían que todo lo que podía llegar a ser era una sirvienta. Estoy esforzándome mucho para ser algo más, y me estoy esforzando mucho también con mi familia. No sé lo que está pasando con nuestras familias negras. Es como una plaga que las ha atacado: los hombres se van y no tienen nada que ver con sus hijos y no nos mantienen económicamente. Me imagino que no tengo nece sidad de sentir miedo; he logrado salir adelante sola durante dos años. Le dije a Paulina que si bien yo no podía, evidentemente, hablar por experiencia propia, mis estudios me permitían saber qué difícil había sido siempre para la familia negra permanecer unida. Pero sí podía hablar por experiencia propia como madre sola, y lo hice. Le dije que yo también tenía miedo: ¿Habré suficiente dinero? ¿Estoy descuidando a alguno de los chicos? ¿Cuándo hay tiempo para mí? Hablamos de no dejar que el miedo nos paralizase y observamos que, hasta ahora, las experiencias de las dos desmentían los prejuicios que socavaban nuestra confianza. Justo antes de que comenzara el nuevo ciclo escolar, tuvimos otra sesión familiar. La familia discutió la organización de los horarios correspondientes a ese año escolar. Paulina había decidido reorganizar su propio horario de estudio cambiando la asistencia nocturna durante la semana a los sábados. Dos tardes por semana iba a vender una línea de alimentos naturales. Dijo que se sentía animada y esperanzada con respecto al año que comenzaba. Les pedí a los niños que me dijeran qué
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opinaban de lo que estaba haciendo su madre. Beto tomó la palabra y dijo con una sonrisa orgullosa que se estaba poniendo fírme con Héctor. Cuando miré a Paulina para que me aclarase las palabras de Beto, me dijo que había demandado a Héctor por no pasarle la cuota de alimentos para los niños y le había hecho embargar el sueldo. Yo sabía que se trataba de un paso fundamental para Paulina y se lo comenté, señalando que estaba haciendo un trabajo eficiente en resguardo del interés de sus hijos. Para Paulina tomar la decisión de divorciarse de Héctor significaba considerar que sus opiniones eran diferentes de las de su madre (quien todavía estaba viviendo en una relación abusiva), ir en contra de su iglesia (que le aconsejaba el celibato) y abandonar su ambición de seguir casada para no ir a parar a otra estadística sobre el fracaso de las familias negras. Señalé repetidamente qué difícil debe ser resistir toda esa repre sión para satisfacer las expectativas de otra gente e insistí en que su independencia constituía su fortaleza. Su decisión de divorciarse de Héctor pareció descubrir muchos aspectos de Paulina que habían permanecido inaccesibles o invisibles para ella mientras estuvo ocupada desentrañando el dilema que él le ocasionaba. En el otoño nos reunimos en sesiones individuales, analizan do sus relaciones familiares, sus inclinaciones profesionales y su historia personal, todo esto desde el punto de vista de dónde había estado y adónde quería ir, qué había tenido y qué deseaba tener. En otras palabras, no hablaba como si hubiera problemas que resolver sino más bien reflexionaba sobre las posibilidades que tenía dentro de sí. De vez en cuando durante estas sesiones Paulina me daba noticias de los niños. Beto estaba rindiendo muy bien en sexto grado. Ella dijo que también estaba contenta porque se había abierto más en la vecindad. Los otros tres niños estaban bien en la escuela y participaban, igual que Beto, en actividades musicales y deportes. Paulina comenzó a salir con varios hombres diferentes, terminando la relación con uno de ellos porque “cree que las mujeres son inferiores a los hombres.” “ ‘¿Te gusta cocinar’, dice. A mí me gusta mucho cocinar, pero no quiero estar parada todo el tiempojunto a la cocina sólo para que él engorde.” En nuestra última sesión Paulina me dijo: “Estoy orgullosa de mí misma. Soy más inteligente ahora. Veo que yo ignoraba cosas de Héctor que indicaban que era una persona dominante y desconsiderada. Prefiero estar sola antes que recibir órdenes todo el día.” Paulina dejó la terapia
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creyendo en su propia competencia como persona y como madre, sintiéndose capacitada para proseguir con su vida, procurando lograr sus propios objetivos y los de su familia. LOS RIESGOS
Los siguientes son los riesgos que aguardan a la terapeuta feminista de la familia que trabaje con familias de un solo progenitor: 1) Escuchar tiñéndolo todo de color de rosa. La terapeuta feminista de la familia desea tanto que la madre sola emeija triunfante que, en realidad, puede minimizar los problemas de su paciente. Este peligro está aun más presente en el caso de las pacientes negras, porque el cuadro del fuerte matriarcado negro es muy compulsivo y está muy arraigado. 2) Perseguir todas las pelotas. El mismo impulso que llevaría a una terapeuta feminista a minimizar los problemas de su paciente también puede llevarla a agrandarlos al máximo. Ansiosa por ser útil a una madre en una situación abrumante, puede tratar cada uno de los problemas mencionados como si tuviese la misma necesi dad de ser resuelto. Una respuesta semejante implica no sólo que la madre es incompetente (y necesita la ayuda del profesional para resolver todos los problemas), sino también que todo tiene priori dad para adoptar una acción inmediata. Con esto se reproducen las propias reacciones de la madre. La sensación de verse abrumada se acrecentará en la madre y la terapeuta pronto se sentirá igual. 3) Pasar la antorcha. Debido a que la familia con madre sola está estigmatizada y puesto que el estigma tiene sus raíces en la perspectiva patriarcal, la terapeuta feminista de la familia proba blemente querrá que sus pacientes se vean a sí mismas como una cause célébre, capaces de dejar huellas notables en las actitudes prejuiciadas. La terapeuta tendrá que resistir el impulso de dar cátedra a sus pacientes sobre los errores implícitos en el prejuicio buscando, en cambio, oportunidades para demostrar a los miem bros de la familia cómo su propia experiencia refuta el estereotipo.
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4) Adelantarse a la paciente. paciente. El feminismo de la terapeuta la sensi biliza ante el problema problema de las las mujeres que soportan soportan matrimonios matrimonios que han dejado de existir para ellas de toda manera significativa. En su ansiedad por ayudar a la paciente a seguir con su vida, la terapeuta terapeuta puede hacer hac er caso omiso omiso de la necesidad necesidad de la paciente de descubrir por sí misma que su matrimonio es insalvable, y de elaborar elabor ar el duelo por su pérdida. pérdida. La terapeuta te rapeuta que no permite que se desarrolle este proceso, está repitiendo la experiencia que padece la paciente paciente en su familia, familia, donde donde su posición no es respeta respeta da. da.
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LA PAREJA CORRIENTE
Jack Sprat Spr at no podía pod ía comer come r carne con co n grasa, $u mujer no pod ía comer carne car ne magra, Y as í entre lo s dos, mire usted. Se lo comían todo hasta dejar la fuente limpia. Mamá Gansa G ansa
El es imperturbable, imperturbable, metódico, y se encuentra encuentr a completamente a gusto con los hechos prácticos y evidentemente incómodo con los emotivos. Ella es excitable, excitable, impredecible, y se encuentra encu entra totalmente a gusto con los sentimientos y evidentemente incómoda con las reglas rígidas. Muchas parejas que están haciendo terapia terapia y también muchas muchas que no están en tratamiento responden a esta descripción. El concepto de complementariedad suele ser empleado por los tera peutas peutas de la familia familia para describir describir a este tipo tipo de parejas y explicar cómo su interacción llega a producir una polarización. No se trata sólo de que ella sea emocional y él racional; parecen empujarse mutuamente a esos extremos. La emotividad se convierte en histeria; la racionalidad en obsesión. La capacidad de intimidad de ella pasa a ser una dependencia hostil; la fría reserva de él, una distancia agresiva. Ahora bien, la complementariedad centra la atención en las interac ciones, no en las personas y, por consiguiente, nos desvía de un hecho patente: patente: son siempre siempre los hombres hombres los que manifiestan una serie serie de características, y las mujeres las que presentan las otras. Estas caracte rísticas no están distribuidas al azar; azar; están e stán determinadas por p or el género. En realidad, estos hombres y mujeres componen unos estereotipos de los géneros delineados con tanta claridad que parecen caricaturas de la pareja masculino/fe masculino/femenin menino. o. Las descripciones simplemente cibernéticas, que predominan predom inan en casi toda la literatura existente sobre terapia familiar, familiar, abordan las interaccio interacc io nes conyugales sin la riqueza de contenido necesaria n ecesaria para comprender comp render a la pareja que estamos analizando. La expresión descriptiva que viene a la memoria es “relación histérico-obsesiva”, tomada de la teoría psico-
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LA PAREJA CORRIENTE
analítica. En realidad, la teoría psicoanalítica puede servir para profun dizar la descripción, pero al igual que las teorías de la terapia familiar, omite un punto clave. Para eso, nosotras recurrimos al feminismo. La lente feminista nos permite ver que en lo que se refiere a este este tipo de parejas no estamos esta mos ante las dos caras de una misma moneda. Mientras que la sociedad aplaude al obsesivo por su integridad, su atención a los detalles, su obediencia a la letra de la ley y su calma objetividad, considera patológica a la histérica histéri ca por su ligereza, sus generalizaciones, su emotividad y su subjetividad subjetividad.. El, el buen trabajador, compone c ompone nuestra fuerza laboral. Ella, la buena paciente, compone nuestro cúmulo de historias clínicas. GABRIEL Y JULIA
Gabriel Gabrie l y Julia, una atractiva pareja de alrededor de cuarenta y cinco años de edad, edad, llevaban lleva ban dos años de casados cuando vinieron a verme verme para iniciar una terapia conyugal. conyugal. Gabriel Ga briel era supervisor sup ervisor en una compañía de seguros; Julia, profesora en una escuela secundaria privada. Julia se presentó presentó ante mí enojada enojada e implacable implacable en e n su determinación de que su esposo, Gabriel, rebajara de peso o se sintiera culpable por no hacerlo. Ella dejó bien sentado s entado que lo que la preocupaba preoc upaba no era la salud de Gabriel, Gabriel, sino que él le había hecho una promesa que no estaba esta ba cumpliendo, lo cual le indicaba que ya no no podía confiar confia r en él: Julia se s e preguntaba pregunta ba en voz alta qué otras promesas rompería Gabriel. Gabriel. Este tema de la confianza co nfianza la había llevado a iniciarla terapia. Gabriel sostenía que estaba haciendo todo lo posible para adelga adelgazar, zar, aunqu aunquee admitía que no era constante (pract (practicaba icaba jogging irregularmente y comía en exceso de vez en cuando). Gabriel opinaba que él había hab ía aceptado tratar trata r de rebaj ar de peso como com o un favor que le hacía hac ía a Julia y estaba absolutamente confundido por la importancia que Julia le daba a su fracaso. Cuando le sugerí a Gabriel que en la esperanza esperan za de aplacar aplac ar a Julia, Julia, tal vez, había aceptado hacer algo que no podía cumplir, o que no tenía interés en hacer, Gabriel permaneció inexpresivo, casi vacío. Lo que yo dije parecía no tener sentido alguno para él. Tomé nota no ta mentalmente de la gran carga interpretativa que tenía Julia y de la carencia total de interpretación que había en Gabriel. Para Julia se trataba de algo intencional, de un engaño, engaño, una traición y un fracaso. Para Par a Gabriel, de una pérdida de peso peso infructuosa. infructuosa. Me pregunté pregunté si su diferencia de criterios criterios sobre este problema en particular indicaba una configuración.
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Con la esperanza de tener un contexto más amplio del problema presentado, alenté ala pareja a hablar sobre la confianza, las expectativas que tenían para sí mismos y con respecto al otro, y sus relaciones pasadas. En las sesiones siguientes supe que se trataba del segundo matrimonio de Julia y que había tenido varias relaciones importantes entre los dos matrimonios. El primero había terminado después del nacimiento de su segundo hijo. Los dos muchachos, de quince y trece años, viven con Julia y Gabriel. Julia no tenía contacto con el padre de los chicos, ni financiero ni de ningún otro tipo, y ya no trataba de relacionarse con él, puesto que los intentos anteriores habían sido unilaterales. Julia dijo que todas sus relaciones importantes con un hombre habían terminado por resultar decepcionantes, pues en todos los casos habían carecido de alguna cualidad esencial que fue haciéndose cada vez más angustiosa a medida que continuaba la convivencia. Ella temía que sucediera lo mismo con Gabriel, que su promesa incumplida constituyese una primera señal de lo que seguiría inevitablemente: que ella llegase a disgustarse con el tiempo y terminara por rechazarlo. Parecía estar sugiriendo que preferi ría terminar el matrimonio ahora, por esta infracción, antes de que se produjera una decepción mayor. Para Gabriel éste era su segundo matrimonio también. Julia es la única mujer con la que ha tenido una relación desde que se divorció de su primera esposa. Tiene un hijo de trece años y una hija de diez, que viven con su madre. Gabriel mantiene una relación cordial con ella, periódicamente le suministra aportes económicos y visita a sus hijos con frecuencia. Cuando le pedí que me hablase de su matrimonio anterior se mostró turbado y no dio información sobre el comienzo y el final de esa relación. Después de un tiempo, supe que la mujer de Gabriel lo había dejado por otro hombre, pero Gabriel fue incapaz de decir qué fue lo que terminó por crear esa situación. Dijo que él había creído que el matrimo nio era bueno. Agregó que le gustaba estar casado y que estaba contento de haber conocido a Julia y de haberse casado con ella. Cuando le pregunté si temía perder a Julia de una manera tan misteriosa como en el caso de su mujer anterior, Gabriel volvió a turbarse, pero dijo solamente: “Espero que no”. Durante estas conversaciones sobre sus relaciones pasadas, Julia volvía a introducir intermitentemente el fracaso de Gabriel con respecto a la pérdida de peso y amenazaba con divorciarse si no veía alguna señal tangible de que Gabriel estaba cumpliendo su promesa. En esos momen
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tos Gabriel se veía perdido y confundido, y se defendía declarando solamente que había hecho todo lo posible. En una de esas sesiones, Julia anunció que ya no podía seguir fastidiando con la cuestión del peso de Gabriel, que su frustración había llegado al punto máximo y que tenía que dejar ese tema por el momento. “Pienso que es más importante que discutamos algo que es aun peor para mí: la ausencia total de cualquier otro tipo de afecto por parte de Gabriel.” Este pareció alegrarse de que se lo sacara del apuro y no reconocer la importancia de lo que Julia acababa de decir. Julia se fue enojando a medida que describía el contraste entre la chata relación actual con Gabriel y sus anteriores relaciones con hombres. Pasó de las lágrimas a las acusaciones y nuevamente a las lágrimas, mientras describía su decepción con el aspecto afectivo y sexual de su conviven cia. Estaba furiosa porque se sentía “estafada” con respecto a la pasión, la espontaneidad y la intimidad que había experimentado con los demás. Estaba triste porque se encontraba con que “una vez más” no había logrado lo que realmente necesitaba. Seguidamente se afligió aun más diciéndose en voz alta que tal vez su relación con Gabriel era todo lo que ella merecía. Yo traté de interrumpir este proceso preguntándole a Julia ante qué o ante quién estaba reaccionando, porque daba la impresión de que, fuera lo que fuese, no estaba en la habitación. Ella respondió, pero sin mucha convicción, que su madre la había criticado continuamente; que, según su madre, ella era demasiado melodramática, demasiado dependiente, demasiado sensible y sumamente idealista con respecto a lo que esperaba de la vida. Como era típico en Gabriel durante los estallidos emocionales de Julia, la observó en silencio. Cuando le pregunté qué pensaba o sentía en ese momento, Gabriel dijo que le resultaba difícil referirse a lo que Julia estaba diciendo puesto que no tenía experiencia alguna con lo que ella estaba explicando. En ese punto, más enojada que antes, Julia se excitó con Gabriel ante su calma y su aparente falta de conexión con ella. “¡Cómo puedo quedarme con un hombre ■como éste!”, exclamó. Traté de ayudar a Gabriel a explorar cuáles podrían ser sus sentimien tos en ese momento, proceso que se asemej aba más a enseñarle un idioma extranjero que a crear un espacio seguro para que él dijese en voz alta lo que experimentaba internamente. Ante mis insinuaciones, respondía: “sí, bueno, es posible, puedo verlo. Pude haber sentido eso. No, no creo que tenga ningún sentimiento en este momento”. Estos momentos le
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resultaban initativamente largos a Julia, viendo a Gabriel dar tantas vueltas para expresar lo que a ella le resultaba tan fácil. Desde luego, también eran momentos difíciles para Gabriel, ya que ninguna de sus reglas eran aplicables en este caso y no lo podían ayudar a encontrar la respuesta “correcta.” Investigué con Julia las razones por las cuales ella seguía casada con Gabriel. Su respuesta fue “por la seguridad”; dijo que la aterrorizaba encontrarse sola otra vez. Además del buen sueldo de Gabriel, apreciaba las cosas que él hacía por ella para hacerle la vida más fácil. Empero, este mismo beneficio también era una frustración para Julia. En realidad, uno de los mayores conflictos entre Julia y Gabriel se refería a “hacer” para el otro. Julia tenía sistemáticamente una lista de cosas para que hiciera Gabriel enla casa. Gabriel la complacía, con lo cual Julia se deprimía más porque eso no parecía hacerla sentir mejor o más cerca de Gabriel, y a menudo la hacía sentirse como una “bruja exigente” por pedir tanto. Gabriel dijo que hacer cosas para Julia lo hacía sentir bien y que él deseaba que Julia pudiera aceptar lo que le daba. Traté de crear cierta reciprocidad entre ellos preguntándole a Gabriel qué le gustaría que Julia hiciese por él, así ella también podría sentirse útil. Lamentáblemente no se le ocurrió nada que necesitara, respuesta que enfureció más a Julia ante lo que parecía la superioridad de Gabriel: el que da pero no necesita. Yo también me preguntaba cómo Gabriel podía hacer cosas por Julia continuamente y no necesitar nada en retribución excepto su agradeci miento, que rara vez recibía. A estas alturas, Gabriel estaba completamente confundido. Traté de explicarle que ayudaría mucho que él le pidiera a Julia algo que necesitara, pero mis explicaciones no daban resultado. El repitió muy lenta y cuidadosamente que deseaba hacer cosas por Julia, que esta actividad era lo que lo hacía feliz y que él no necesitaba nada de ella. Julia, ahora tremendamente frustrada, anunció que prefería un marido demos trativo antes que un sirviente y que se sentía terriblemente desgraciada. Le pregunté a Gabriel dónde había aprendido que hacer cosas para los demás era la manera de demostrar amor. El describió a su familia como poco demostrativa pero bondadosa, que manifestaba el cariño “hacien do.” Los años que vivió Gabriel en su casa paterna hasta que se casó, los pasó cuidando a su madre parapléjica: llevándola a pasear en auto por la ciudad, haciendo mandados, limpiando la casa y estando a disposición de ella al instante cuando su padre estaba trabajando. Estaba completa
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mente claro que Gabriel había estado a disposición de su madre todo el tiempo, dedicándose a sus propias cosas sólo cuando ella no tenía una necesidad inmediata de él. Me di cuenta de que me sentía enojada con la madre de Julia y también con la madre de Gabriel: con la de Julia, por las críticas constantes que hacía a su hija, y con la de Gabriel, por permitir que su desventaja física dominara la vida de su hijo. En mi intimidad, observé que me sentía incómoda en mi carácter de terapeuta feminista con el hecho de tener que dejar la culpa en la puerta de la Madre. Julia no tuvo dificultad en ver cómo ella estaba repitiendo el matrimo nio de sus padres en cuanto que su padre era una decepción constante para su madre, al igual que Gabriel para ella. Pero se mostró reacia a ahondar en esa comparación por temor de que Gabriel saliera “ileso”. Por su parte, Gabriel siguió siendo muy literal, repitiendo todo lo que Julia le pidiese, y seguidamente confundiéndose mucho sobre el significado de todas sus quejas. Descubrí que hablar con esta pareja era especialmente arduo. Cada vez que aclaraba algo con uno de ellos, parecía que perdía al otro. Daba la impresión de tener que hablar dos idiomas a la vez, uno para cada uno de ellos. Un ejemplo de mi autodesignación como la intérprete entre los dos tuvo que ver con un intento de ellos aparentemente inocente de cultivar un huerto. En su enfurecido relato, Julia acusó a Gabriel de no dejarla hacer nada, haciéndola sentir insignificante e incompetente. Sin demos trar estar dolido o enojado, Gabriel le dijo a Julia que él no la consideraba ni lo uno ni lo otro; simplemente sabía que podía terminar la tarea solo mientras ella descansaba. Le dije a Julia que Gabriel observó que ella estaba cansada y quiso complacerla terminando el huerto, como un regalo que le hacía. Le dije a Gabriel que Julia quería hacer un proyecto conjunto, algo en lo que participaran o compartieran los dos, que desde la perspectiva de Julia, la alegría consistía en el proceso de trabajar juntos. Si bien ninguno de los dos objetó mi explicación, Julia manifestó su aflicción ante el hecho de que siempre funcionaban en direcciones totalmente opuestas y agregó que se sentía muy sola. Gabriel no mani festó tristeza ni desaliento, sino que reiteró su “buena intención” y dijo que no podía entender por qué Julia se sentía así. Todas las quejas sobre el matrimonio las traía Julia: insuficiente intimidad, falta de comunicación, vida aburrida. Todas las amenazas y todo ultimátum surgían de Julia: hablar sobre los hombres de su pasado, exigir que Gabriel cambiase ya, idealizar un hombre para el futuro.
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Gabriel le pedía a Julia que explicase cada queja y luego le recordaba que él era tímido o que era diferente de ella o que estaba tratando. Nunca se enojaba, disgustaba o desesperaba. Cuando sugerí que podría estar sintiendo cualquiera de esas emociones, me contestó: “No, no lo creo”. Estas conversaciones caracterizaron la interacción en todo el curso de la terapia. Julia se comportaba como la mujer “histérica” estereotípica, mientras que Gabriel se comportaba como el estereotipo del hombre “obsesivo”. Ella gritaba, lloraba, amenazaba y reaccionaba espontánea mente, mientras que Gabriel permanecía contenido y controlado, reac cionando sólo ante interpretaciones literales después de largos silencios o, con mucha frecuencia, semanas más tarde. Cualquiera que fuese el contenido de las sesiones, el proceso se centraba en tratar de “ayudar a Gabriel a sentir”, o bien en aplacar los arranques emocionales de Julia durante el tiempo suficiente para investigar qué pensaba. Le sugerí a Gabriel que él había elegido a Julia por su energía, emocionalidad e impredecibilidad, para experimentar una vida más plena de la que su propio estilo le permitía. Y le sugerí a Julia que ella había elegido a Gabriel por su estilo reservado, su calma y su predicibilidad, para equilibrar su propia emotividad y sentirse más segura. Los dos se brindaban mutuamente una vida más rica. Aunque usé esta interpre tación como una síntesis de su relación y como un reencuadre para cada situación que traían a la terapia, nunca englobó suficientemente lo que yo había observado ni sirvió para mitigar la gran aflicción manifestada por Julia. A pesar de algunos períodos en los que la tensión y la hostilidad disminuían, lo cual parecía ser una consecuencia positiva de nuestras sesiones, Julia siguió sintiéndose sola mientras que Gabriel manifestó satisfacción por la calma que reinaba en su casa. Cada uno de ellos parecía ser el extremo opuesto de todas las características del otro. ¿Se habían casado para completar alguna defi ciencia que encontraban en sí mismos y habían llegado a despreciar las mismas cosas que los habían llevado a casarse? Si todas las quejas procedían de parte de ella, ¿quería decir que él era feliz? ¿condescendien te? ¿ajeno? Esta pareja estaba demostrando complementariedad y, de ser así, ¿qué presagiaba eso para cada uno de ellos? Yo había tratado de emplear el concepto de complementariedad para explicar sus interaccio nes, pero parecía insuficiente. ¿Qué se me había escapado? Julia y Gabriel, como casi todos nosotros, habían aprendido algo sobre las relaciones a través de la relación que habían tenido con sus madres.
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¿Cómo podía aprovechar más este hecho en la terapia? Me encontraba confundida sin saber qué hacer con la información inicial que tenía sobre sus madres. Acudí al grupo de consulta con mis preocupaciones. LA CONSULTA
Para comprender la dinámica que estaba funcionando en la relación de Julia y Gabriel, nosotras como consultoras comenzamos a conceptualizar cómo experimentaba cada cónyuge al otro. Julia percibía la calma, la racionalidad y la reserva de Gabriel como un rechazo intencional y doloroso, y su incapacidad para comprender los pensamientos y senti mientos de ella la recibía como había recibido las críticas de su madre. Gabriel se veía a sí mismo incapaz de enfrentarse con la emocionalidad de Julia, y se encontraba replegándose de lo que parecía ser una serie infinita de exigencias. Se sentía sumamente incapaz de satisfacer las exigencias de Julia, de la misma manera que era totalmente incapaz de compensar la discapacidad de su madre o el aislamiento de su padre. Observamos que esta modalidad de análisis, corriente entre los terapeutas formados en el método psicodinámico de la terapia familiar, sostiene que cada uno de los integrantes del matrimonio trata de obtener del otro el tipo de experiencia que no recibió en su familia de origen y que, por lo tanto, no ha internalizado como parte del sí-mismo. Así Julia, que se sentía rechazada por su madre, en un principio interpretó la pasividad de Gabriel erróneamente, tomándola por la aceptación que anhelaba. A la inversa, Gabriel, paralizado emocionalmente por una niñez pasada con una madre incapacitada y dependiente, vio inicialmente la expresividad de Julia como protección e independencia. Cada uno esperaba encontrar en el otro lo que sentía que más le faltaba a sí mismo. Supusimos con la terapeuta que su observación de esta dinámica la llevó a pensar en la complementariedad. Cada una de nosotras compartió con la terapeuta historias de parejas con las que habíamos trabajado que tenían interacciones semejantes a las de Julia y Gabriel. Nosotras habíamos seguido el camino que había recorrido ella y llegamos a una impasse igualmente frustrante. Habíamos tratado de ayudarlo a él a animarse un poco y a ella a calmarse a fin de acercarlos más uno al otro. Habíamos tratado de interpretar la intención de cada cónyuge con respecto al otro para que los dos pudieran ser comprendidos. A todas nos parecía que el error había estado en el enfoque, no en el
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objetivo. Seguíamos deseando que Gabriel pudiera experimentar e identificar sus sentimientos y que Julia fuese capaz de reflexionar sobre sus sentimientos antes de expresarlos, pero todas también coincidimos en que la terapia bajo la égida de la complementariedad no había dado resultado. El concepto de complementariedad no debe aplicarse en este caso, ni en casos similares en los cuales la parte que cada cónyuge desempeña es a la vez limitada en cuanto a la expresión y burdamente estereotipada en cuanto al género. Hay demasiadas cosas que la comple mentariedad deja de lado. Pensamos que era necesario hacer un cambio radical. Teníamos que dejar de dirigir nuestra atención al sistema interaccional como si fuese una entidad que se mantuviera sola y dirigirla, en cambio, hacia cada uno de los participantes. Sabíamos que sería algo difícil, pues ni Gabriel ni Julia daban indicio alguno de que colaborarían fácilmente en la explora ción individual. Prácticamente todas las sesiones habían sido un escena rio para la expresión de sus quejas mutuas y sus deseos de que el otro cambiase. Incluso Gabriel, aunque no tan virulento como Julia, sólo deseaba que Julia dejara de enojarse con él; él no veía ninguna vía de exploración para sí mismo. Si bien el deseo de que sea el otro cónyuge el que realice todo el cambio no se limita a estas parejas, lo que caracterizaba a este matrimo nio era el limitado conocimiento que cada uno tenía de sí mismo y, relacionado con esto, su elevado nivel de proyección. Mientras Julia y Gabriel seguían concentrando su atención en el otro, no se daban cuenta de la sensación de carencia que los dos habían llevado al matrimonio originada en su niñez, ni tampoco de lo que cada uno de ellos podía hacer en beneficio de sí mismos. Nuestra idea fue dejar de ver la interacción de Gabriel y Julia como si fuese un producto de la complementariedad y, en cambio, verla como el producto de una proyección mutua originada en las necesidades individuales y la historia de cada uno. Alentamos a la terapeuta para que viera a Gabriel y Julia conjunta mente para trabajar sobre sus historias individuales, prestando especial atención a las imágenes limitadas que ellos tenían de sí mismos. Sugerimos que la terapeuta ayudase a Julia y Gabriel a cuestionar lo que los limitaba y a centrar su atención en sus propias vidas. Aunque la armonía conyugal les daría una vida más fácil, deseábamos que ellos hiciesen el trabajo por ellos mismos y no sólo por el matrimonio. Además, mientras siguieran concentrándose uno en el otro, no cambiaría nada.
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Como sucede en la mayoría de los casos, este trabajo removerá sentimientos y recuerdos de sus madres respectivas. La madre hipercrí tica de Julia y la madre discapacitada de Gabriel constituían, pensába mos, fuerzas muy dominantes en la constitución de los supuestos y ex pectativas que Julia y Gabriel proyectaban ahora en el otro. Pensamos que la concepción de Alice Miller, según la cual los adultos lastimados, enojados o silenciosos serían niños heridos, constituiría el método más útil (1981). Aunque Miller no es feminista y por lo tanto no le interesa como a nosotras evitar echarle la culpa a la madre, su método permite que la voz del niño aflore libremente sin temor de que la terapeuta castigue al paciente que está recordando. Cuando Gabriel y Julia experimentasen la constancia de la atención respetuosa y sin recriminaciones de la terapeuta, con el tiempo se abrirían para compren derlas historias de sus madres así como también las propias. Primero, sin embargo, tenían que contar sus propias historias para que sus heridas pudiesen ser curadas. EL ANÁLISIS
Una clave para comprender la relación entre Gabriel y Julia es darse cuenta del sistema de proyecciones mutuas que desempeña un papel central en la dinámica de su relación. Como sucede normalmente en los matrimonios basados en expectativas proyectadas, cada cónyuge no satisfizo las necesidades del otro (Bamett, 1971; Kramer, 1985; Napier con Whitaker, 1974; Skynner, 1976). A continuación se provocó un conflicto al tratar con mayor ahínco que el otro satisficiera estas necesi dades muy básicas. Julia exigía de Gabriel expresividad y apoyo emocio nal (que debía ser demostrado, por ejemplo, rebajando de peso) como prueba de su cariño por ella. Gabriel quería que a Julia le bastara cualquier cosa que él le ofreciese para poder sentirse capaz. Los dos necesitaban la protección propia del hogar paterno que pensaban les había faltado en sus familias de origen. A ella la enfurecía que él se negara a satisfacer esa necesidad. El estaba profundamente decepcionado y sorprendido de que ella no estuviese satisfecha con lo que él le ofrecía. Esta manera de comprender cómo la conducta, las actitudes y las expectativas de los dos cónyuges se corresponden y les causan pena, le brinda más ayuda a la terapeuta de la familia que la idea de que se trata de una relación complementaria. El concepto de complementariedad da
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por supuesto que los cónyuges en una interacción están desempeñando roles que se complementan como si se tratase del par yin-yang. “Sé tú fuerte, yo seré débil.” La complementariedad es útilísima para compren der e intervenir cuando los roles son mutuamente beneficiosos, intercam biablés y temporarios. Cuando se dan estas condiciones, la persona débil se encuentra protegida, es feliz ayudando a la persona fuerte a sentirse fuerte y se ve liberada de una serie de tareas necesarias de la vida; la persona fuerte se siente benefactora, disfruta de la movilidad e iniciativa y adquiere un creciente sentido de competencia realizando las tareas necesarias de la vida. En teoría, si el fuerte se enferma o incluso finge ser incompetente, el débil hallará recursos ocultos y se hará fuerte. Con parejas como la de Gabriel y Julia, la aplicación del concepto de complementariedad sirve para describir el estilo interaccional de la pareja pero oculta el origen de la desigualdad. La desigualdad que define las interacciones complementarias tiene que ver con el ejercicio de la dominación en la interacción. Uno sugiere, el otro acepta. Uno actúa como fuerte, el otro como débil. Cuando se entiende que es una situación temporaria y cuando es beneficiosa para las dos partes, ese tipo de desigualdad es inofensiva. Empero, en el caso de Julia y Gabriel, las conductas histéricas y obsesivas son valoradas de modo desigual en nuestra sociedad, y recompensadas también de modo desigual. El sufrimiento no era igual ni inofensivo. El terror de Julia a quedarse sola y el enojo que le provocaba su sensación de carencia emocional no eran iguales a la incapacidad que tenía Gabriel para experimentar algún sentimiento. En el caso de Gabriel y Julia, la desigualdad tampoco era algo transitorio. Ellos no sólo desempeñan roles que se corresponden: repre sentan definiciones básicas de la identidad del hombre y la mujer, t i tipo fuerte y silencioso de Gabriel y la actitud de doncella acongojada de Ju1ia son características específicas de los géneros provistas y ratificadas por la cultura. Estas definiciones no van a cambiar porque se endurezca el sistema. Gabriel nunca va a llegar a ser el histérico; Julia nunca va a llegar a ser la obsesiva. Hay un tercer factor que dificulta la aplicación déla complementarie dad para describir a Gabriel y Julia. Adoptar una posición de inferioridad como estrategia para imponerse y dominar constituye una poderosa maniobra. Pero adoptar una posición de inferioridad no es lo mismo que ser inferior. Julia es inferior en varios aspectos: como mujer, como
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peticionante permanente en una relación que califica de esencial en su vida y como portadora de rasgos de conducta poco estimables. Cuando la posición de inferioridad no es voluntaria ni estratégica ni elegida, no es poderosa y no puede constituir un medio de ganar una posición ventajosa. Una configuración repetida matrimonio tras matrimonio, en la cual la persona menos valorada presenta los rasgos menos valorados que comprenden el rol menos valorado en un acuerdo no temporario, necesita un concepto más sólido que le dé la complementariedad para su descripción y un método más enérgico que la inversión de roles para su tratamiento. La teoría psicodinámica ayuda al terapeuta a comprender que la emocionalidad manifiesta de un cónyuge y la racionalidad manifiesta del otro constituyen diferentes soluciones del mismo problema: una sensa ción omnipresente de incapacidad personal, de no ser querible. Bamett (1971) brinda un amplio análisis de los motivos básicos de las parejas como la de Gabriel y Julia. En consonancia con la teoría psicoanalítica, afirma que los traumas de la primera infancia conforman el concepto que tiene el adulto de sí mismo y de su lugar en el mundo. Así Julia, a quien Bamett calificaría de histérica, sobrevivió a una infancia en la cual se sintió invadida por las necesidades afectivas de su madre, dejando así sus propias necesidades de amor incondicional y protección insatisfechas. Creció buscando un compañero que pareciera no tener esas necesidades emocionales tan enormes y, por consiguiente, pudiese aceptar su nece sidad y satisfacerla. Su propia apariencia externa de vivacidad y calidez disfrazaba una profunda necesidad de ser cuidada y amada. Gabriel, a quien Bamett le habría puesto el rótulo de obsesivo, creció en un hogar donde también era incapaz de recibir la aceptación amorosa que necesitaba como niño. La discapacidad de su madre y la prescindencia de su padre lo presionaron desde muy niño para que se comportase como un adulto y para hacer por su madre lo que ella no podía hacer sola. Este temprano impulso hacia la madurez le dio a Gabriel la apariencia de un adulto consumado que en la actualidad constituye una máscara tras la cual se oculta un niño que no conoce sus propios sentimientos porque se le enseñó a negarlos. Es precisamente la apariencia externa de cada cónyuge lo que atrae al otro y es precisamente la estructura subyacente de la personalidad de cada uno lo que impide satisfacerlas necesidades del otro. El muchachito que hay en Gabriel no puede tolerar la necesidad de Julia. La niña
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pequeña que hay en Julia no puede soportar la falta fundamental de conexión que tiene Gabriel con respecto a ella. Como señala Bamett: “casi sin errar, cada uno hiere al otro en la zona de mayor vulnerabilidad” (1971, pág. 77). Si bien la terapeuta de la familia y la feminista que hay en nosotras puede rechazar los rótulos psicodinámicos de obsesivo e histérica, no deja de ser intrigante y enriquecedor seguir la línea de investigación señalada por Bamett. ¿Cómo puede ser que las mismas cosas que atrajeron a Gabriel y Julia sean ahora las cualidades del otro que más desprecian? ¿Cómo se relacionan estas cualidades con cuestiones no resueltas de las familias de origen? Si se emprende este tipo de análisis, se hace patente que la tarea del terapeuta que trabaja con una pareja como ésta es muy delicada e implica la traducción de los mensajes de un cónyuge al otro en una gran medida. Asimismo, el terapeuta tendrá que proporcionar a cada uno de los cónyuges la aceptación y empatia que el otro todavía no puede darle. Lo que los terapeutas psicodinámicos no explican es por qué un hombre y una mujer, privados los dos de la empatia materna necesaria, reaccionan de un modo diferente: el hombre invierte poco en las relaciones y rehúye la intimidad, la mujer invierte demasiado en las relaciones y exige intimidad. Philipson (1985) propone una respuesta pa ra esta pregunta en su análisis feminista del género y el narcisismo. Dice que, para este tipo de hombre, el recurso de rehuir la intimidad resuelve el problema de la separación de la madre. La separación es esencial para llegar a ser un hombre. Si la madre tiene dificultades para aceptar esta separación porque su hijo se ha convertido en el vehículo de su poder, su reconocimiento y sus logros, ella será incapaz de respaldar el esfuerzo del hijo y de ser el reflejo de su autoafirmación. La madre no puede entonces confirmarla autoestima emergente del hijo. El doble vínculo de un hombre semejante consiste en que la valoración que tiene de sí mismo procede totalmente de la aprobación de los demás y, sin embargo, evita todo apego real con los demás por temor a perder su identidad. Las hijas mujeres en familias en las cuales falta la empatia materna o en las que la Madre no puede tolerar la separación de su niña adquirirán características diferentes de las de los hijos varones. Esta diferencia obedece al hecho de que la hija sigue identificada con su madre y sigue definiendo su sí-mismo como una extensión de la Madre, en lugar de definirlo en oposición a ella. Por consiguiente, la hija, como Julia, se
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convertirá en una mujer que se define a sí misma en gran medida en relación con los demás y necesita la aprobación de los otros para rease gurarse a sí misma que es aceptable. El hijo, como Gabriel, se convertirá en un hombre que se define a sí mismo como separado de los demás, y para quien la intimidad conlleva el peligro de la pérdida de la identidad. En la medida en que Julia y Gabriel se ven uno al otro representando aspectos de sus propias madres, Julia deseará desesperadamente tener intimidad pero prevé crítica y rechazo de parte de Gabriel; Gabriel se esforzará en mantener la distancia pero espera sentirse acogido y aprobado. El deseo manifiesto de cada uno —de intimidad, por parte de Julia, y de distancia, por parte de Gabriel— es tan coincidente con la conducta esperada culturalmente en las relaciones de los hombres y las mujeres que rara vez se sospecha la existencia de expectativas encubier tas. La acusación a la madre
Durante años, la teoría psicológica ha puesto el origen de una enorme serie de malestares neuróticos y psicóticos directamente sobre los hombros de la madre. Un análisis reciente de artículos aparecidos en revistas informa que se han atribuido veintidós perturbaciones psicoló gicas diferentes a fallas de la Madre (Caplan y Hall-McCorquodale, 1985). La acusación a la Madre repercute también en la práctica clínica. Es corriente entre los terapeutas que recurran al Padre para mitigar los problemas; al hacerlo, dan por sentado que la Madre tiene la mayor parte de culpa. Esta agresiva crítica contra la Madre, que la presenta como alguien sumamente destructivo, se origina en el hecho de que las madres son mujeres. En todas las esferas importantes de la actividad humana a la mujer en cuanto mujer, se la ha hecho impotente, inconsecuente y su bordinada; empero, en el rol de Madre, es un dios. Y tiene el consiguiente poder de vida y muerte sobre el espíritu y la vitalidad de su hijo. No es de sorprender que en esta cultura las madres proyecten tantas de sus necesidades en el hijo: ¿en qué otro lugar experimentan su poder sin obstrucciones? Los hijos brindan a las madres “alguien a su disposición que puede ser usado como un eco, que puede ser controlado, que está completamente centrado en ellas, que nynca las abandonará y les ofrece una atención y una admiración plenas” (Miller, 1981, pág. 35). Este poder en medio de una impotencia generalizada crea una
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posición extraña y aterradora para la mujer, y una situación conflictiva: para los hijos que están en constante interacción con una mujer con innumerables frustraciones para trasladar, y para la mujer, a quien se le ha enseñado que debe encontrar su realización en la maternidad y sin embargo se la culpa cuando trata de hacerlo. Resulta irónico que la teoría del doble vínculo no se haya desarrollado para describir la posición de la mujer como Madre en esta cultura. La contradicción implícita en su posición produce una gran ambivalencia. Por una parte, se la dota de virtudes y se dice que es abnegada y omnisciente. Por la otra, se la ve como peligrosamente dependiente, voraz y mezquina. La Madre buena es la primera; la Madre mala es la segunda. Resultaría sorprendente que una sociedad que estima tan poco a las mujeres les delegue la educación de los niños si no fuese por el hecho de que esta sociedad también es ambivalente con respecto a ellos. La acusación a la Madre no es contrarrestada por una posición a favor del niño. A nivel social, se invierte sólo un pequeño porcentaje del presu puesto nacional en educación, los niños aprenden muy pronto que los adultos no están realmente interesados en lo que ellos sienten o piensan sino en ver un reflejo de los que ellos quieren ver. Puesto que todos nacemos de una mujer, los sentimientos que tenemos sobre nosotros mismos están irremediablemente conectados a nuestra relación con una mujer, nuestra madre (Rich, 1976). Los senti mientos que tenemos con respecto a ella y con respecto a nosotros mismos en relación a ella constituyen la base de nuestras relaciones futuras. Por ejemplo, la madre de Julia era hipercrítica con respecto a ella y así Julia es hipercrítica con respecto a sí misma y a los demás. Julia no podía complacer suficientemente a su madre, Julia no puede complacer se a sí misma y Julia no puede ser complacida. La madre de Gabriel era discapacitada y dependiente. Las mujeres son dependientes. Julia en su dependencia debe ser discapacitada también. Tanto Julia como Gabriel tienen la carga de la intensidad de la relación que mantuvieron con sus respectivas madres y padecen la falta de una relación con sus padres. Ellos disculpan la ausencia de sus padres al igual que lo hace la cultura. Mientras que sus madres son individuos reales que ellos han amado y odiado durante la cotidianeidad de sus vidas, sus padres siguen siendo figuras de una remota fantasía que se prestan para ser idealizadas. La posición central de la mujer, esta madre, tiene más consecuencias.
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Si el niño está viendo la cara de una mujer desdichada que niega furiosamente su propia infelicidad, indicándole todo el tiempo al niño “tú eres mi vida”, este niño aprenderá que su vida no le pertenece a él sino a la Madre, como sucedió con la vida de ella en relación con la de su propia madre. Las expectativas y deseos de la madre son los que importan y el niño aprende a ser inconsecuente con su propia identidad. Otra consecuencia de la posición central de la Madre obedece al hecho de que ésta actúa como agente de la sociedad y en este carácter prepara a sus niños y niñas para ocupar lugares muy diferentes. Preparará a sus hijos varones para que asuman el liderazgo y gocen de alta estima; domesticará a sus hijas mujeres. Si la cultura requiere que se les ate los pies, la Madre realizará esta tarea. Si la cultura tiene modalidades menos originales la Madre las llevará a cabo. En cualquiera de los dos casos, traslada a su hija el rencor que ella padece (Miller, 1981). Estos fenómenos que se repiten generacionalmente no se producen porque las madres sean intencionalmente malvadas, sino porque las mujeres están colocadas en el centro mismo de la estructura familiar sin gozar de ningún poder real, recursos ni libertad en el mundo. La familia es el único lugar donde la mayoría de las mujeres pueden ejercer sus prerrogativas e influencia, y lo hacen directamente sobre sus hijos. En realidad, el punto clave por el cual se evalúa a una mujer es por su producto: sus hijos. Por consiguiente, obtendrá las mejores notas si ella entrega a sus hijos de acuerdo con las especificaciones de la sociedad. Es evidente que la posición central de la Madre y la posición periférica del Padre asegura que la culpada sea la madre. Al mismo tiempo, la ubicación de la Madre la hace vulnerable a ser juzgada duramente por magnificar su idiosincrasia y conductas personales. Por ende, sonla madre de Julia y la madre de Gabriel y no sus padres, quienes constituyen los sujetos ocultos tras sus proyecciones y los objetos de su exploración terapéutica. Inevitablemente, si el terapeuta crea un ambiente seguro para que sus pacientes exploren su niñez, como hizo la terapeuta en el caso de Julia y Gabriel, la Madre cobrará mucha importancia. En el caso de Julia, era alguien importante y rechazante: la madre incansablemente crítica. En el caso de Gabriel, era importante y carenciada: la madre frágil, dependien te. En los dos casos, los chicos estaban cautivos. Es esencial recordar que el niño es cautivo de una mujer que en realidad es impotente en un mundo dominado por el poder. Es igualmente importante recordar que los
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padres son hombres, y el poder que tienen los hombres en el mundo es mucho mayor que el de las mujeres; sin embargo, renuncian a este poder cuando se trata de educar a sus hijos. En el caso de Julia esta renuncia reforzaba su creencia de que los problemas que tenía eran causados por su madre, puesto que era la Madre la que parecía tener poder en la familia. En el caso de Gabriel, la ausencia de su padre le daba una idea pobre de la conducta que manifiestan los hombres en una relación. Para ayudar a nuestros pacientes a realizar el trabajo que tienen que hacer, en nuestra relación con ellos debemos prestar una atención constante al niño que hay en su interior. Debemos resistimos a categorizar la conducta de sus madres porque, si lo hacemos, traicionaremos al niño. Debemos brindar a nuestros pacientes una relación que les permita hacer el duelo de lo que sucedió, así como también de lo que nunca sucederá con sus madres. Por último, debemos sostener que el trabajo no está completo hasta que nuestros pacientes terminen de hacer el duelo y entonces vean a sus madres como seres autónomos, y reconozcan que ellas actuaron como madres frente a una serie de circunstancias acumu ladas en su contra. En esta parte de la terapia debe darse información sobre las reformulaciones feministas de las relaciones de las madres con sus hijos (Bemikow, 1980; Brown, 1976; Cárter, Papp, Silverstein y Walters, 1984; Chemin, 1983; Chodorow, 1978; Dinnerstcin, 1977; McCrindle y Rowbotham, 1983; Walker, 1983). Esta situación no se encuentra evidentemente a punto de modificarse. Seguiremos oyendo hablar sólo de las madres cuando invitemos a nuestros pacientes a hablar de su niñez hasta que los padres participen intensamente en el cuidado de los hijos y hasta que las madres sean tan poderosas en el mundo como los padres. EL TRATAMIENTO
Los objetivos
Nuestros objetivos para Julia y Gabriel eran los siguientes: 1) Reducirla tendencia de Gabriel y de Julia a relacionarse con el otro a través de un velo de proyecciones mutuas, tanto positivas como negativas, para que ninguno de los dos fuese visto por el otro como el origen de toda su infelicidad y padecimientos. 2) Ayudar a Gabriel y a Julia a estimar al niño que llevan en su interior,
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y a hacer el duelo por la pérdida de la madre que creen haber necesitado pero no tuvieron cuando eran niños. 3) Que Gabriel y Julia fuesen capaces de aceptar a sus madres tal como son y de comprender por qué siguieron ese camino. 4) Que Gabriel y Julia ampliaran su repertorio de conductas más allá de los estereotipos habituales en los roles de los géneros. El plan
Gabriel tenía que dejar de ver a Julia como si fuera su madre, es decir, dejar de responderle sólo en un sentido práctico, prodigándole cuidados. La terapeuta podría hacerle buscar evidencias de la competencia de su mujer y de su madre y luego ayudarlo a referirse a este aspecto de ellas. Julia necesitaba diferenciar los silencios y las acciones de Gabriel de las miradas desaprobadoras y los comentarios críticos de su madre. La terapeuta podría conducir a la pareja hacia la consecución de estos cambios invocando los nombres de las madres en la terapia, introduciendo el análisis sobre el origen de determinada reacción y entretejiendo en la sesión fragmentos de sus historias indivi duales examinados anteriormente. Proyecciones mutuas.
El duelo por lapérdida. La terapeuta debe legitimar inequívocamente
las experiencias individuales de Julia y de Gabriel con respecto a su niñez difícil o penosa. Las sesiones individuales los ayudarían a despertar los recuerdos y a reconectarse emocionalmente con ellos. Tanto Julia como Gabriel tendían a negar su experiencia, ya sea minimizando la infelicidad que padecieron o considerándola culpa de ellos. A la terapeuta tal vez le resultaría útil pedirles que llevasen a las sesiones algunas fotografías de su niñez para que sirviesen de estímulo a fin de examinar cómo aparecía el niño y cuál podría haber sido su percepción del mundo en ese momento. La terapeuta debe estar preparada para aceptar y respetar el enojo y la tristeza de sus pacientes por no haber logrado lo que desearían haber tenido. Comprender a la Madre. Fortalecidos
por la experiencia del duelo por la pérdida de la madre idealizada que nunca tuvieron, Gabriel y Julia podrán comenzar a conectarse con las madres imperfectas que en realidad tuvieron. Este proceso puede comprender llamadas telefónicas,
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cartas y visitas a la madre con el objetivo de descubrir quién es ella como persona. Podría asignárseles como tarea hacer que sus madres les contasen la historia de su niñez o que hablasen de su propia experiencia como madres, de lo que resultaba más satisfactorio y lo que les resultaba más decepcionante. Con el tiempo podría ser conveniente ampliar el contexto de Gabriel y de Julia de modo que comprendieran cuál es la posición que ocupa la Madre en la sociedad. Los estereotipos de los roles de los géneros. Gabriel y Julia no sólo
están limitados por las ideas rígidas que tienen sobre la conducta adecuada para sí mismos, sino que además tienen estereotipada en gran medida la conducta del otro. La terapeuta puede pedir a sus pacientes que expresen los supuestos en que se basa su conducta y cuestionarlos recurriendo al humor, la educación y sus propias acciones. JULIA Y GABRIEL
Julia y Gabriel comunicaron que les había sucedido lo que conside raban un distanciamiento normal. Julia dijo que Gabriel había decidido reaccionar ante su tristeza del fin de semana limpiando el garaje en lugar de consolarla. Cuando le pedí que me contase qué le había dicho ella a Gabriel, me contestó que no le había dicho nada pero que había estado visiblemente desdichada todo el fin de semana. Como ella me había comentado a menudo su deseo de que Gabriel la masajeara, acariciara, cortejara y que le hablara, le pregunté qué era lo que le impedía pedirle esas cosas a Gabriel. Julia constestó que si le pedía lo que necesitaba, Gabriel simplemente respondería de una manera mecánica, por obliga ción, lo cual a ella le resultaría insatisfactorio. Pensé que no había posibilidad alguna de que ella prestara atención a lo que le dijera hasta no haber sido legitimada, de modo que admití su frustración y soledad y decidí retomar en una sesión futura esos supuestos que, a mi juicio, la tenían bloqueada y contribuían a su desdicha. Tras observar que Julia parecía satisfecha, y después de explicarle mi plan, dirigí mi atención a Gabriel. Gabriel me dijo que él había observado la tristeza de Julia durante el fin de semana pero no sabía si ella deseaba estar con él, así que se puso a limpiar el garaje. Cuando le pregunté qué le había impedido preguntar le a Julia qué le estaba pasando, dijo que nunca se le hubiera ocurrido ha-
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cerle esa pregunta. Esperaba que Julia se lo pidiera si necesitaba algo. Julia se enojó bastante con Gabriel por lo que ella describió como su total falta de interés por todo lo emocional. Ella dijo que estaba resentida porque él hacía tareas en lugar de responder a las emociones. “Pero”, replicó Gabriel, “uno hace cosas por la gente que ama”. Le pregunté a Gabriel sobre su primer amor, ése en el que él había aprendido la relación entre amar y hacer. Gabriel reiteró las diversas tareas que había hecho para ayudar a su madre y seguidamente comenzó a llorar, demostrando emoción por primera vez mientras explicaba cuán importante, especial y cerca de su madre se sentía cuando hacía cosas para ella. Describió con más amplitud el silencio y el distanciamiento que había en su familia: su padre se abstraía detrás de un diario cuando estaba en casa y su hermano se quedaba sólo el tiempo necesario para comer y dormir antes de salir corriendo con sus salvajes amigos, metiéndose en dificultades que preocupaban seriamente a su madre. A medida que daba más detalles de su historia, se fue haciendo evidente para Gabriel que la satisfacción de las necesidades de su madre le había brindado un medio para experimentar amor en una familia cuyos miembros vivían aislados unos de otros en cuanto a todo lo demás. Julia pareció conmoverse pero estaba ansiosa por subrayar que ella no era incapaz de hacer cosas para sí misma. Le pregunté si pensaba que Gabriel la consideraba incapaz. Ella dijo que ésa era su impresión. En las sesiones siguientes ayudé a Gabriel a diferenciar: 1) su deseo de hacer cosas para Julia de su idea de que ella era incapaz; 2) algunas incapacidades de Julia y de su madre de una incompetencia total; 3) los pedidos manifestados por Julia y su madre de su propio deseo de responder. Me resultaba claro que Gabriel era incapaz de decir que no a cualquier pedido hecho por su madre o su esposa. Yo quería que él se diese cuenta de que el hecho de no decir nunca que no hacía que sus acciones resultasen sospechosas para Julia y, además, le impedía cono cer sus propias necesidades. En lugar de encarar la posibilidad de un conflicto, una desaprobación o un rechazo, Gabriel accedía a todos los pedidos de su esposa o su madre, siempre que pudiera satisfacerlos realizando una tarea. Al actuar así razonaba que su madre y su esposa eran incapacitadas y, por consiguiente, él no podía negarse de ningún modo. En el caso de su madre, la incapacidad era evidente. Me daba la impresión de que Gabriel había rotulado como “incapacidad” a la emotividad de Julia, interpretando su conducta como una falta de control
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emocional análoga a la falta de control físico de su madre. Tenía sentido entonces que Gabriel hubiese llegado a la conclusión de que no podía decir que no a ninguno de los requerimientos de su mujer. Para ayudarlo a hacer la necesaria diferenciación y para que le resultase evidente la conexión que él establecía entre Julia y su madre, le pedí a Gabriel que describiera las tareas que una y otra eran capaces de hacer. Luego le pedí que diese más detalles sobre la clase de pedidos hechos por su madre y la manera en que él había respondido. Gabriel pudo reconocer que la dependencia que tenía su madre de él era considerablemente mayor de lo que tenía que ser. Cuando le pregunté a Gabriel por qué creía que nunca había negado a su madre ninguno de sus pedidos —en especial porque él había observado su competencia direc tamente y había sabido que su solicitud tenía por finalidad hacerla sentir más a gusto y no respondía a una necesidad absoluta— se quedó confun dido. Y respondió con emoción que siempre había creído que su presencia era esencial, de otro modo su madre no la habría requerido puesto que exigía un sacrificio de parte de él. Le pregunté qué habría decidido hacer si su presencia hubiese sido sólo deseable y no esencial. Gabriel admitió que entonces se habría enfrentado con el dilema de tratar de imaginar alguna forma de satisfacción para sí mismo. Le sugerí que había evitado este dilema manteniendo el supuesto de que su presencia era esencial. Esto dejó todas las demás consideraciones, incluso la relativa a qué podría haber querido hacer con su tiempo, fuera de la cuestión. Le pedí a Gabriel que pensase sobre las veces que su madre le había pedido hacer cosas que ella podría haber hecho por su cuenta. Des pués de varias sesiones, Gabriel contó incidentes que probaban que su presencia era deseable pero no esencial. Mi finalidad era ayudar a Gabriel a darse cuenta de que cuando se le pide algo puede significar que su ayuda es simplemente deseable y, por lo tanto, podría negarse. Este trabajo con Gabriel continuó durante todo el curso de la terapia, yendo y viniendo de los recuerdos de su madre a los incidentes con Julia. Al comienzo, Julia estaba incomprensiblemente nerviosa con este método, pues temía perderlo único de la relación con Gabriel en lo que podía confiar, y también que las negativas de Gabriel le parecieran a ella un enjuiciamiento de lo pertinente de su pedido. Tan sólo después de haber recorrido un buen trecho de su propio trabajo sobre la relación con su madre, pudo Julia comprender que este método tendía al logro de la honestidad en su relación conyugal.
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Al oír la historia de Gabriel y ser testigo de su sufrimiento, Julia comenzó a creer que el deseo de Gabriel de hacer cosas para ella no estaba motivado poruña actitud de superioridad sino por amor, la clase de amor que él había aprendido a expresar a su madre. Al dar Gabriel información sobre su familia y comunicar los sentimientos que ésta había suscitado en él, Julia pudo darse cuenta de que Gabriel no era el tipo de individuo crítico que ella había proyectado. Julia comprendió que Gabriel no sólo no había criticado sus necesidades sino que en realidad había dependido de que ella las tuviera, para poder expresarle su amor tratando de satisfacerlas. Le sugerí a Gabriel que sus acciones serían mejor compren didas si él periódicamente le dijera explícitamente a Julia que él hacia cosas por ella porque la amaba. Por la expresión de la cara de Julia se vio que ella apreciaba esta sugerencia. Gabriel admitió que podría resultarle difícil porque hacer sin hablar era una tradición familiar. Si bien Julia comenzó a confiar en las intenciones de Gabriel, después de varias semanas “descubrió” que estaba distanciándose de él, y explicó que simplemente se sentía “apagada”: sin emoción, sin sentimientos, sin nada. Sugerí que ella y Gabriel estaban iniciando un cambio fundamental en la manera de comprenderse y relacionarse mutuamente y que tal vez ella se sentía atemorizada, confundida o desorientada. Julia exclamó que su paralización era la prueba de que ella era una descontenta que nunca se sentiría satisfecha. Le dije que lo que yo había observado en ella no corroboraba lo que me estaba diciendo. Agregué además que yo creía que hacía mucho tiempo que ella había aprendido a ejercerla autocrítica. Y entonces le pregunté dónde había aprendido a ser tan crítica de sí misma. Julia describió a su madre como una mujer muy desdichada que era muy crítica con respecto a todos y a todo, en particular con respecto a Julia y sus necesidades. Su madre había afirmado que Julia era demasiado sensible, demasiado dependiente y exigente. Las únicas oportunidades que Julia pudo recordar en que su madre le prodigaba algo parecido a la protección y el cariño era cuando estaba enferma, como si la enfermedad física fuese la única necesidad legítima. Julia admitió que se enfermaba a menudo. Sospechaba que tal vez se enfermaba a propósito para legitimar su derecho a tener una madre solícita. Coincidí con ella en que era muy difícil diferenciar la tristeza auténtica del sufrimiento exagerado que ella tenía que expresar para ser atendida. Sugerí que tratara de hacer esta diferenciación y que tomara nota de ella. Le dije a Julia que, tal vez, cuando respondía a su enfermedad, su tristeza o su agotamiento haciendo quehaceres domésticos, ella se sentía
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tremendamente avergonzada, pues tenía internalizados los mensajes negativos de su madre por el hecho de tener necesidades. En lugar de mostrarse agradecida a Gabriel por haberle aliviado su cúmulo de tareas, se enojaba con él por “causarle” sentimientos de vergüenza que en realidad tenían origen en su pasado. Le dije que hablara de estos sentimientos y que tratase de verlos como los sentimientos que tenía su madre sobre sus propias necesidades. Le sugerí que su madre no podía tolerar ser dependiente ella misma y así trataba de censurar a Julia por su dependencia con una actitud hipercrítica y no prestándole atención a nada excepto cuando se trataba de una enfermedad física evidente. Le indiqué a Julia que dijera en voz alta, meditara o escribiera en casa afirmaciones que pusieran de manifiesto esos supuestos que eran perju diciales para ella y que no tenían cabida en su relación con Gabriel. Le sugerí también que dirigiera mentalmente a su madre afirmaciones directas como las siguientes: “A ti no te gusta sentir; a mí, sí”. “Tú no permites la dulzura; yo, sí”. Sugerí que empleara afiimaciones como las siguientes “Yo merezco receptividad”, “Yo deseo sólo lo necesario”. Julia tuvo un período muy arduo con esta tarea e interpretó su falla de habilidad para cumplirla como falta de voluntad para hacerse responsa ble de ella misma. Le recordé que la voz de su madre era muy poderosa y que había vuelto a entrar en la habitación en ese mismo momento. El hecho de juzgarse a sí misma le producía un padecimiento conocido a Julia. Lo que le resultaba desconocido era el dolor de reconocer que sus necesidades, que habían sido criticadas y desautoriza das por su madre, fueran, en realidad, dignas de ser satisfechas. En determinado momento, Julia sacudió la cabeza y gritó: “Si mis senti mientos fuesen malos y si yo deseara sólo lo necesario, ¿entonces por qué mi madre me hacía sentir tan mal por eso?” Con los ojos llenos de lágrimas, Julia recordó escenas en las cuales su madre la humillaba, haciendo ver que sus deseos eran inadecuados o excesivos. Explicó qi'C esas escenas nunca tenían lugar con sus hermanas mayores porque ellas sabían guardar sus sentimientos para sí, como lo requería la familia. Julia siguió luchando entre la actitud de aceptar que su madre tenía razón al considerarla una niña imposible y la de vislumbrarse como una niña normal, con necesidades y sentimientos. En las sesiones en las que era capaz de percibirse como una niña inocente, expresaba una penosa tristeza por sí misma por haber sido una niña cuya madre era incapaz de reaccionar bondadosa, amorosa e incondicionalmente. Durante una gran
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parte de la terapia, Julia siguió oscilando entre la afirmación de que ella había deseado lo imposible y el reconocimiento de que lo que ella había deseado era lo necesario. A veces analizábamos los supuestos y conse cuencias de cada posición a medida que en Julia comenzaban a aflorar más recuerdos de su niñez. Cada vez que Julia empezaba a sentirse culpable con respecto a la conducta que tenía con sus hijos, yo la interrumpía para recordarle que ella estaba haciendo todo lo que podía de acuerdo con lo que sabía, y que ya habría tiempo para abordar el tema de su propio rol de madre cuando este trabajo estuviese más adelantado. En verdad, al sentirse legitimada en el trabajo que realizábamos juntas, Julia era más capaz de ser receptiva con sus hijos de la manera que siempre había deseado ser. Alentada por mí, Julia comenzó a escribir y llamar por teléfono a su madre para llenar algunos vacíos de su memoria así como también para empezar el trabajo de oír la historia de su madre. Al principio ella pedía aclaraciones sobre fechas y sucesos, luego se preparó para pedir informa ción sobre la niñez y la adolescencia de su madre. En una conversación telefónica, su madre le contó que siempre había pensado que Julia era exactamente igual a ella y, por eso, temiendo que “el mundo la devorara” como ella misma había “sido devorada”, asumió la responsabilidad de endurecer a Julia frente a las expectativas y los padecimientos. Le reconoció a Julia que este método no había dado resultado, pero que era lo mejor que ella había imaginado que podía hacer. Esta parte del trabajo de Julia, aunque productiva, tuvo que ser esporádica porque le resultaba demasiado fácil pasar a compadecerse tanto de su madre que terminaba perdiéndose a sí misma al juzgarse: “¿Cómo pude haber sido tan egoísta?” Trabajamos con una lentitud deliberada, tanto por mí como por Julia. Yo necesitaba avanzar lentamente para poder estar cerca de su experien cia y sentimientos exactos. Cualquier indicio de que yo tenía alguna expectativa con respecto a Julia (hacer una tarea, por ejemplo) nos conducía aun oscuro y peligroso callejón de malentendidos. Un comen tario mío sobre una diferencia que observaba en ella, aunque fuese positivo, hacía desconfiar a Julia. Cuando le pregunté por qué, me dijo que un comentario positivo, aunque resultaba agradable, seguía siendo un juicio de valor que significaba que ella podía llegar a fallar. Un comentario positivo de mi parte también le hacía temer que yo esperara que ella procediera de una manera positiva sistemáticamente. Julia contó
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cómo su madre la había hecho sentir mal cuando ella tenía algún logro o mejoraba después de una enfermedad, diciéndole a Julia: “Mira, era completamente posible. No fue tan difícil”. Nos iba mejor cuando la ayudaba a recordar su pasado a fin de que comprendiera sus interpreta ciones y reacciones en el presente. Gabriel afirmó que nunca se había sentido culpable ni avergonzado y estas ideas le resultaban muy ajenas. Le dije a Gabriel que la batalla que le tocaba librar a él era contra el hecho de sentirse inadecuado, sentimien to que hacía casi cualquier cosa por evitar. Le dije a Gabriel que su “paralización”, su mutismo o la inexpresividad de su rostro se producían cada vez que él determinaba que no podía responder suficientemente ante una tarea. Gabriel estuvo de acuerdo con esta apreciación, citando numerosos ejemplos de su casa o el trabajo en los que toda su motivación tenía que ver con sentirse inadecuado. Julia comenzó a hablar sobre su temor de que Gabriel la abandonara como manifestación de su “no” definitivo. Sospechaba que ningún ser humano podía seguir obteniendo tan poco de una relación y soportarla. Cuando ella amplió su explicación sobre este temor, yo percibí huellas de la relación de Julia con su madre. Le sugerí que hablara sobre la experiencia que había tenido del abandono de su madre. Al principio, Julia tuvo cierta dificultad con mi sugerencia puesto que su madre nunca la había abandonado físicamente. Después que hube legitimado sus “sentimientos de abandono durante la niñez”, Julia fue capaz de expresar su tristeza y dolor con respecto a la relación existente con su madre. Su mayor batalla, sin embargo, era rechazar la voz de su madre que seguía diciéndole que ella se autocompadecía, que no tenía derecho a quejarse y que su niñez había sido maravillosa y su vida, estupenda. En estas sesiones, Gabriel la ayudaba con alegría a detectar y acallar esa voz. Al mismo tiempo que estaban haciendo este trabajo, Julia descubrió el libro Women who love too much (Norwood, 1985). Como les sucedió a muchas mujeres en 1987, este libro le hizo sentir que había sido escrito para ella. El libro pareció hacerle muy evidente que ella había errado el camino al tratar de hacer que Gabriel llenara su vacío; que tratar de cambiar a Gabriel para sentirse ella más plena no daba resultado. Alentada por mí, Julia se unió a un grupo de apoyo basado en este modelo, que centraba su atención en la sobreinversión que las mujeres hacen en sus relaciones con los hombres. Esto sirvió como un excelente aditamento al trabajo que desarrollábamos juntas.
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En el curso de nuestro trabajo, las proyecciones de Gabriel y Julia cedieron considerablemente. Gabriel empezó a estar menos presionado por su temor de parecer inadecuado y Julia llegó a tener menos miedo a ser criticada. Gabriel comenzó a ser más demostrativo afectivamente con Julia; ella, a disminuir su excesiva emocionalidad. Cuando se daba cuenta de. que se distanciaba de Gabriel, analizábamos la falta de costumbre de Julia con respecto a la nueva posición que ocupaba. Ella estaba habituada a sus roles de cónyuge perseguidora, aislada y rechaza da,. pero obtener respuesta sin acusaciones, exigencias o enfermedades de su parte era algo muy nuevo. Gabriel periódicamente tenía recaídas en su sordera emocional, con respecto a sí mismo y con respecto a Julia, y entonces analizábamos la dificultad relativa a su falta de costumbre de ser aceptado. Gabriel dejó de repetir el estribillo de que Julia tenía que aceptarlo como era y fue capaz de darle a ella el espacio necesario para explicar sus necesidades y sentimientos sin tener que defenderse a sí mismo o actuar diligentemente. Esto ayudó a Julia, quien había oído la imploración de Gabriel de ser aceptado como había oído la imposición de su madre de aceptar las cosas como eran. El trabajo con Gabriel para hacerle descubrir sus sentimientos, necesidades y deseos fue lento y en gran medida infructuoso. Se lograba más en las sesiones individuales, fuera del alcance del oído de Julia, ya que el hecho de observarlo generalmente la frustraba y acentuaba su temor de que Gabriel y ella nunca llegarían a tener una relación sana. Gabriel comenzó a llevar un di ario de deseos, sentimientos y necesidades que primero fueron suposiciones y luego, con el método de ensayo y error, llegaron a ser descripciones más auténticas de sí mismo. Al tomar conciencia de sus historias y de lo que habían perdido cuando niños, Gabriel y Julia pudieron empezar a realizar el duelo por la pérdida de las madres que les hubiera gustado tener. Después de un tiempo dejaron de disculpar la ausencia de sus padres y reconocieron cuán vulnerables los había hecho esa ausencia a la influencia de sus madres y cuán dependientes de ellos había vuelto a sus madres. A medida que nuestro trabajo prosiga, abrigo la esperanza de que Gabriel y Julia adquirirán una comprensión más plena de la experiencia de sus respectivas madres a fin de lograr una mayor integración. Creo que Gabriel se dará cuenta de que su madre era una mujer muy orgullosa y competente que no hablaba de los sentimientos pero deseaba experimen tar la menor humillación posible en el mundo y así lograba la ayuda de
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su hijo. Espero que Gabriel aprenda que el amor de su madre por él no dependía de que él “hiciera” cosas para ella. Confío en que Julia llegue a saber que su madre también fue criticada y humillada por la madre de ella y que había continuado con el legado de rencor de la cultura. Espero que Julia con el tiempo llegue a darse cuenta de que su madre es una mujer tan dependiente como ella misma. Tengo confianza en que después de ahondar más en la vida de sus respectivas madres, Gabriel y Julia llegarán a comprenderlas y aceptarlas todavía más. Abrigo la esperanza de que llegarán suficientemente lejos para darse cuenta de la imposibilidad fundamental de las posiciones de sus respectivas madres —y de las posiciones de todas las madres— sin perderla simpatía que puedan sentir por el niño que llevan en su interior. LOS RIESGOS
Los siguientes son algunos de los riesgos que aguardan a la terapeuta feminista de la familia al abordar casos como el que se acaba de exponer: 1) Decir demasiadas cosas demasiado pronto. Como feminista, la terapeuta no querrá que la terapia termine con la Madre vista todavía como el villano de la película. Empero, los pacientes tienen que tener su momento para expresar su airada acusación contra la Madre, porque es una parte necesaria del proceso para llegar a comprender a la Madre como Sujeto. Si la terapeuta eludiese esa parte de su propio trabajo, defendería a la Madre, explicaría a la Madre, solicitaría simpatía para la Madre y termi naría por salir en defensa de la Madre (y unirse a la Madre). Los sentimientos de los pacientes quedarían descartados y tal vez aprenderían a decir el guión correcto pero sin sentirlo. 2) Medir la equidadpor el reloj. En general, resulta útil ser equitati vamente receptiva a las dos partes en la terapia conyugal. Esta actitud no requiere que se brinde la misma cantidad de tiempo a cada cónyuge, y esto debe ser recordado. En el caso de la pareja histérica/obsesivo, tratar de brindar el mismo tiempo a los dos puede hacer que el sufrimiento desigual siga siendo desigual al finalizar la terapia. 3) Tratar de hacerle sentir sus emociones a él. Frente a un paciente que no sabe expresar sus sentimientos, la terapeuta puede ser
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arrastrada irresistiblemente a la tarea de ayudarlo a descubrir sus emociones. Este trabajo se verá frustrado inevitablemente si el hombre no es un paciente dispuesto a hacerlo. Es probable que su misma incapacidad de sentir lo proteja de sufrir por su carencia emocional. Hasta que él perciba su falta de emocionalidad como problema, la terapeuta tiene que abstenerse de tratar de intervenir en ese aspecto.
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De cada una de acuerdo con su capacidad, de cada uno de acuerdo con su necesidad. Margarct Atvvood,
The Ilandmaid’s Tale
Esteban llamó para pedir una entrevista con el fin de iniciar un tratamiento de psicoterapia individual y estaba completamente seguro de que su problema no tenía nada que ver con su esposa ni con su hijito de un año. “Simplemente sucedía” que ellos eran los objetivos de las fantasías cada vez más hostiles y homicidas que lo habían estado obsesionando durante los dos últimos meses. Esas fantasías y los períodos de abrumadora ansiedad que a veces se relacionaban con ellas eran las quejas que planteaba. Esteban creía que sus síntomas tenían que ver con su trabajo. Esteban, un arquitecto de treinta y dos años, había dejado el buen puesto que ocupaba en una firma importante para abrir su propia oficina dieciocho meses antes de acudir a la terapia. Si bien el. éxito de su actividad había superado sus expectativas, se encontraba en un estado de permanente ansiedad y pensaba que toda la empresa podría derrumbarse en cualquier momento. Cuando le pregunté si le preocupaba que las fantasías que tenía con respecto a su esposa y su hijo pudiesen llevarlo a manifestar algún tipo de conducta violenta, al principio Esteban respondió que no. Dijo que no temía a la violencia física sino, en cambio, a una pérdida del control sobre sus propios pensamientos. Después de otros sondeos, admitió que durante las últimas semanas le había pedido insistentemente a su mujer que no lo dejase solo con el bebé, para que él no lo fuese a lastimar involuntariamente. A estas alturas yo estaba interesada en evaluar con exactitud el potencial que tenían los impulsos de Esteban para llegar a producir una conducta violenta. Le pregunté si había tenido momentos de violencia antes; respondió que nunca había lastimado a su esposa ni a su hijo, nunca
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había sido peleador y deploraba el uso de la violencia física. No obstante, se había preocupado lo suficiente para tomar medidas de precaución como, por ejemplo, regalar su rifle de caza y negarse a ver ningún programa de televisión que incluyera violencia. Registré mentalmente que indagaría directamente a Sandra sobre este tema, pero por el momento estaba satisfecha porque Esteban no corría el riesgo de volver se psicótico o violento. Sus fantasías evidentemente no eran compatibles con la imagen que tenía de sí mismo y no trataba de explicarlas racionalmente justificándolas por algún tipo de conducta de su mujer o de su hijo. Esteban estaba seguro inclusive de que su familia no tenía nada que ver con el problema. Sandra, con quien se había casado hacía doce años, se mostraba muy comprensiva y le brindaba su apoyo, colaborando con el pedido de Esteban de que nunca lo dejase solo con el bebé para que su ansiedad no alcanzase un nivel insoportable. Además, ella dejó un puesto administrativo conveniente que le ocupaba algunas horas de la tarde y de los fines de semana para poder estar en casa todas las noches con Esteban y el bebé. Esteban contó también que Sandra dormía toda la noche rodeándolo con sus brazos para poder despertarse y detenerlo en el caso de que tratase de levantarse de noche para “hacer algo” durante el sueño. Esteban presentó todo esto como prueba de que Sandra no era parte del problema y por consiguiente no era necesario incluirla en la terapia. Como al llegar a este punto yo veía claramente que Sandra tenía mucho que ver con el problema de Esteban (incluso mientras dormían), le expliqué a Esteban que la terapia no podía proseguir sin ella. Acorda mos una entrevista para el día siguiente. Cuando entraron en mi consul torio esa tarde, inmediatamente llamó mi atención el contraste que presentaba el aspecto de ambos. Si bien los dos eran atractivos y estaban bien vestidos, Esteban tenía una apariencia sombría, casi taciturna, mientras que Sandra se veía en cierto modo alegre, como para dar la impresión de que no sucedía nada tan grave que no pudiera ser solucio nado. Sandra afirmó directamente que ella creía que los síntomas de Esteban eran causados por el estrés, y que la mayor fuente de estrés de la vida de su marido era el trabajo. Esteban asentía con la cabeza mientras ella hablaba. Cuando les pregunté qué soluciones habían aplicado al problema, Esteban dijo que él había pensado mucho sobre lo que le sucedía tratando de comprender, y evitaba las situaciones en que podía quedar solo con su
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hijo. Sandra dijo que había tratado de aliviar la presión de Esteban no pidiéndole que hiciera nada en la casa ni que cuidara al bebé y haciendo otras cosas para demostrarle que lo quería. Los dos coincidieron en que ninguno de estos intentos de solución había tenido el mínimo efecto sobre el problema. En realidad, cuanto más fuera de control se sentía y actuaba Esteban, tanto más solícita, calma y servicial se volvía Sandra. A mi juicio esto demostraba que para Sandra (y ella más adelante lo confirmó) la conducta de Esteban era patológica y no maligna. Esteban reconoció que él contaba con la servicialidad de Sandra e incluso dijo que era su terapeuta doméstica. Admitió además que se sentía resentido por esa servicialidad. Por su parte, Sandra admitió tener una tendencia a subes timar su propio estrés hasta que de pronto llegó al límite. A esto siguió una pelea vociferante y amarga en la cual cada uno acusó al otro de ser egoísta e indiferente, y de hacerle la vida desdichada a toda la familia. Algunos terapeutas podrían pensar en el concepto de complcmcntariedad e imaginar que, en una etapa anterior de la relación, el acuerdo entre Sandra y Esteban sobre la prestación de cuidados constituía una buena combinación: le permitiría a ella verse como una mujer pródiga y amante, y a él como un hombre amado y cuidado. Las dificultades recientes habían forzado sus recursos y exagerado sus estilos. La terapia podría aportar algunos ajustes que él tendría que hacer en su manera de solicitar cosas y en la manera de ella de satisfacerlas. El acuerdo de quién pedía y quién daba quedaría en gran medida intacto. Nosotras creemos que si se aplica este concepto se oculta un problema clave, que necesita un análisis feminista. El acuerdo y la exageración eran producidos por la lucha que tanto Esteban como Sandra tenían con el mismo dilema: la necesidad de ser cuidados y a la vez la necesidad de no reconocer esta dependencia. Este dilema es conocido como el conflic to sobre la necesidad de depender. Los hombres niegan su necesidad de ser cuidados para no parecer débiles, es decir, poco viriles; las mujeres niegan esta necesidad para no parecer egoístas, es decir, poco femeninas (Stiver, 1984). Se espera que una mujer se supedite a los demás y los ponga en primer lugar, asumiendo las necesidades de ellos como propias. Si ella ha sido socializada normalmente, desarrollará una gran habilidad para descifrar y prever lo que los demás necesitan (Miller, 1976). Puesto que el matrimonio es la
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relación básica para la mayoría de las mujeres, los maridos son los principales beneficiarios de esta habilidad. La mujer como dispensadora de los cuidados y perpetua anfitriona de las necesidades del marido es el acuerdo que examinaremos aquí. ESTEBAN Y SANDRA
Al finalizar la primera sesión, sugerí que las fantasías de Esteban, aunque fuesen molestas, parecían cumplir la finalidad muy útil de alertarlo sobre el estrés que estaba padeciendo y obligarlo a reducir su ritmo, aunque fuese tan sólo incapacitándolo con la ansiedad y, por lo tanto, no debían ser abandonadas sin prestarles cierta atención. Además, sugerí que Esteban preparase un registro de sus fantasías para la sesión siguiente y Sandra, un registro de sus evaluaciones del estrés de su marido. Cuando volvimos a reunimos dos semanas más tarde, Esteban dijo que su ansiedad se había reducido un poco, pero que se estaba haciendo más consciente de los sentimientos negativos que tenía hacia Sandra. Consideré que esto era una evidencia de que las fantasías de Esteban habían sido una manera indirecta de criticar a Sandra. Aunque Esteban todavía la veía mayormente como la inocente y muy sufriente víctima de sus ansiedades, de vez en cuando la veía también reticente y crítica. Sus episodios de ansiedad y apego eran seguidos por afirmaciones de que deseaba que ella y el bebé se fueran de la casa, y se mudaran inmediata mente. Sandra reaccionaba ante estos episodios enfureciéndose con Esteban por sus exigencias imposibles y aparentemente interminables. Al llegar a este punto, se producía una intensa discusión. A pesar de su aparente falta de preocupación, vi que existía la posibilidad de que estallara una situación de violencia física peligrosa durante esas peleas y se los dije. Analizamos cómo podría preverse la intensificación de una pelea, qué podrían hacer ellos cuando se diesen cuenta de que habían llegado al límite y qué tipo de planes de evasión serían factibles. En el curso de las siguientes sesiones traté de ampliarla definición del problema e incluir cuestiones referidas a la relación. Por ejemplo, la rigidez de los roles de la pareja con respecto uno del otro, sus diferencias en cuanto a la participación en la educación de su hijo y las expectativas que había llevado el matrimonio desde sus respectivas familias de origen. Por ejemplo, la expectativa de Esteban de que los matrimonios
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no duran, o la de Sandra de que la esposa es la responsable de que todos salgan adelante. La prosecución de estos temas se veía frustrada por la evidente renuencia no expresada de Esteban a discutir nada que no estuviera directamente relacionado con sus síntomas y a no dejar que se dedicara tiempo alguno de la terapia a las necesidades o problemas de su esposa. Cuanto más trataba yo de ampliar la definición del problema, tanto más insistía Esteban en que no tenía nada que ver con otra persona que no fuera él. Me di cuenta de que cada vez me sentía más irritada con él y menos capaz de simpatizar verdaderamente con su situación. En cambio, sentía gran simpatía por el problema de Sandra. Una y otra vez dediqué parte de las sesiones a centrar la atención en el estrés que ella estaba padeciendo, instándola a darse cuenta de sus propias necesidades, aunque le resultaba difícil reconocer ninguna necesidad como no fuese la de ser una buena esposa para Esteban. Después de dos meses de terapia, los síntomas de Esteban empeora ron repentinamente. Estaba siempre invadido con fantasías violentas y homicidas hasta el punto de llegar a sentirse muy deprimido y práctica mente incapaz de funcionar bien en el trabajo. Empecé a cuestionarme la evaluación que yo había hecho de la situación y a pensar que Esteban estaba realmente enfermo. Consideré la idea de hacerlo examinar, enviarlo a un especialista para que lo medicase e incluso sugerir que se hospitalizara. Confundida, pero consciente de que yo misma había llegado a ser parte del sistema manteniendo el problema, fui a hacer una consulta. LA CONSULTA
La terapeuta ya había detectado varias cuestiones que estaban obsta culizando la terapia cuando fue a hablar con el grupo de consulta. En primer lugar, ella sabía que sentía más simpatía por Sandra que por Esteban y que él se daba cuenta de esta parcialidad. En segundo lugar, ella percibía que cada vez que intentaba abordar un problema que era llevado a la sesión de terapia, Esteban pasaba a un problema diferente. Por último, podía ver que la inquebrantable determinación de Sandra de ser útil a su esposo formaba parte de alguna forma de la conducta que mantenía vigente el problema y que tenía que ser corregida. A nosotras nos parecía que las reacciones de la terapeuta con respecto a Esteban coincidían con las de su esposa. Al igual que Sandra, la
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terapeuta hacía todo lo que podía para ayudar a Esteban, pero cuando él persistía en rechazar esa ayuda, o cuestionaba su utilidad, ella se irritaba con él. Sin atacar la relación positiva que la terapeuta había entablado con Sandra, decidimos defender la posición de Esteban, abrigando la espe ranza de sacar a la terapeuta de su alienación desequilibrada. Nos imaginamos con la terapeuta la tremenda frustración que debía sentir Esteban por no ser comprendido por su esposa (o su terapeuta). Reencuadramos esta resistencia, definiéndola no como una lucha con su terapeu ta, sino como la manifestación de su inútil esfuerzo para comprender su aterradora situación. Esto logró que la terapeuta pudiese sentir más empatia con la situación de Esteban. Con respecto a la actitud “escurridiza” de Esteban cuando se trataba de definir el problema, supusimos que Esteban sentía una gran ansiedad cada vez que la terapeuta proseguía con el análisis de temas más allá del punto en que podían ser desviados con sus respuestas defensivas. En esos momentos, Esteban mitigaba su ansiedad cambiando abruptamente de tema. Para terminar con este modelo de intercambio, alentamos a la terapeuta a mantener su propio centro de atención en la terapia conyugal y buscar la forma de llevar a Esteban hacia ese centro siempre que pudiera. Al analizar el objetivo que podrían cumplir los síntomas de Esteban en ese matrimonio, tuvimos en cuenta dos posibilidades principales. Primero, nos preguntamos si Esteban estaba tratando de liberarse del matrimonio pero, por alguna razón, necesitaba que Sandra fuese la que “tomase la decisión”. Segundo, nos preguntamos si los problemas básicos de-este matrimonio tenían que ver con la dependencia. Cuando examinamos los detalles del caso, decidimos que Esteban estaba muy interesado en su matrimonio y, a pesar de su hostilidad, no tenía la intención seria de dejarlo. A nuestro juicio, su hostilidad tenía que ver con la dependencia. Esteban se veía a sí mismo como alguien que contaba con Sandra para tener estabilidad emocional e, incluso, seguri dad física. Al mismo tiempo, sus fantasías indicaban que esa dependen cia lo enojaba. Sandra era la dispensadora de cuidados en la relación. A pesar de todas sus frustraciones, hasta ahora no se le había ocurrido la idea de ser menos servicial con Esteban, ni siquiera para aliviarse de la tensión que estaba sumando problemas a la relación. Decidimos con la terapeuta que el primer objetivo debía ser modificar el acuerdo que Esteban y Sandra tenían en su matrimonio. Recomenda
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mos que Sandra fuese “promovida” de su rol de terapeuta al de esposa. Al trastrocar este acuerdo entre Esteban y Sandra, pensamos que podría facilitarse alguna acción positiva, pero predijimos que la primera conse cuencia de ese cambio probablemente implicaría la intensificación de los síntomas de Esteban para hacer que Sandra “volviese a cambiar”. Sandra y Esteban
De acuerdo con el consejo de mi grupo de consulta, pasé las dos sesiones siguientes rcencuadrando la relación de Esteban y Sandra. Sugerí que lo que Esteban había aprendido de su madre y abuela, muy protectoras, era cómo relacionarse con las mujeres en su carácter de dispensadoras de cuidados. Los años en que había sido atendido por diversas enfermedades infantiles le habían enseñado que era débil y necesitaba ser cuidado por una mujer fuerte. Sandra, por su parte, había sido educada por una mujer que era el modelo perfecto de la guardiana del hogar. La madre de Sandra nunca había tenido una necesidad que no pudiera satisfacerla ella misma, y su sensibilidad ante las necesidades de su esposo y sus hijos era legendaria en la familia. Cocinera maravillosa y ama de casa excelente, podía cuidar a sus tres niños enfermos de paperas mientras envasaba cerezas y planificaba una venta a beneficio de la iglesia. Le dije a la pareja que a consecuencia de estas particulares familias de origen que tenían, habían crecido con una especie de incapacidad de aprendizaje: Esteban se imaginaba incapaz de funcionar cuando padecía estrés sin el apoyo incondicional de una mujer fuerte, mientras que Sandra era incapaz de reclamar para sí otro rol en el matrimonio que no fuese el de prodigar cuidados a su marido y, por consiguiente, era increíblemente insensible a sus propias necesidades. Con esta interpre tación de sus familias de origen como antecedente dije que Esteban había llegado a creer que era la obligación de Sandra como esposa estar siempre dispuesta a escuchar y aconsejar, mientras que se guardaba sus propios problemas para sí misma. Sandra, en cambio, era incapaz de darse cuenta de sus propias necesidades, tan atenta estaba a lo que necesitase su marido. Le dije a la pareja que deseaba que los dos promovieran a Sandra de terapeuta a esposa. Como era déesperar, Esteban y Sandra manifestaron ciertas aprensio nes con respecto a esta intervención. Esteban argumentó que sus proble
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mas eran tan graves que tenían que seguir siendo el centro de atención de la terapia así como también del matrimonio. Afirmó que Sandra no estaba haciendo una tarea tan sobresaliente para satisfacer sus necesida des y con demasiada frecuencia veía cosas sólo desde la perspectiva de cómo la afectaban a ella. La obligación que presentó Sandra a la inter vención fue más dramática, porque a ella le preocupaba el hecho de que sin su constante vigilancia y ayuda Esteban terminaría suicidándose: en realidad, dijo que ésta era la única razón por la cual no lo había dejado en los momentos en que actuaba como un loco y un abusivo con ella. Esteban se sorprendió mucho ante esta declaración de Sandra y ensegui da afirmó que no era suicida y que nadie tenía que preocuparse por él en ese aspecto. En el transcurso de las siguientes semanas, comenzaron a producir se algunos cambios interesantes en el matrimonio. Sandra vino a las sesiones diciendo que estaba siguiendo fielmente mis instrucciones y que había dejado de tratar de resolver los problemas de Esteban. Además, cuando Esteban le planteaba un problema que ella no tenía energía suficiente para escuchar, le aconsejaba que lo dejara para la sesión de terapia. También comenzó a percibir que Esteban no estaba dispuesto en absoluto a escuchar sus problcm as y que por lo general los desechaba por considerarlos triviales, situación que luego llegó a molestarle. Esteban estaba notablemente consciente de que Sandra estaba cambiando, y para él se trataba de un cambio perjudicial. Dijo que ella reiteradamente lo evitaba cuando trataba de contarle sus problemas y percibía esta actitud como egoísta y punitiva de parte de ella. Empezaron a producirse peleas peores que de costumbre con una frecuencia alarmante. Al dejar Sandra de actuar como la parte que absorbía las conmociones emocionales de la pareja, los cónyuges se encontraron en igualdad de condiciones uno frente al otro con todas las frustraciones y resentimientos acumulados durante años de matrimonio. Las acusaciones de egoísmo y falta de cariño se cruzaban en ambas direcciones. Como las fantasías violentas de Esteban también cesaron en este momento, consideré las peleas como una señal de que el conflicto, que había estado encubierto y sin posibilidad de solucionarse mientras los dos se encontraban bloqueados en sus roles de paciente/terapeuta, ahora había salido a la luz, y abrigué la esperanza de que saliese algo bueno de todo esto. El resultado fue que Esteban parecía y se sentía menos enloquecido y liberó a Sandra de tener la atención fija en los
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problemas de él. En las sesiones yo trataba que cada uno de ellos hiciese afirmaciones en primera persona sobre sus frustraciones. Era inevitable que estos intentos terminaran en algo parecido a “pienso que eres egoísta”. Los dos daban la impresión de estar estancados en la visión del otro como si fuese el centro malévolo de sus propias vidas. Por último se desató una crisis. Estalló una pelea de extraordinaria violencia en la cual se arrojaron objetos y acusaciones mutuamente. Con su hijito muy asustado como testigo, Esteban y Sandra se empujaron uno al otro y rompieron las posesiones más preciadas de cada uno. La pelea se detuvo cuando se dieron cuenta del terror que estaban provocando en su hijito. Esteban se fue de la casa y pasó esa noche en lo de un amigo. Cuando regresó a la mañana siguiente, él y Sandra fueron capaces de mantener una larga y dolorosa discusión, pero que resultó finalmente útil, sobre los problemas de su matrimonio y su compromiso de solucio narlos. En la sesión siguiente, Esteban y Sandra me comunicaron que se sentían reconciliados después de su pelea más reciente y que hacía muchas semanas que no se habían sentido tan bien uno respecto del otro. Se sorprendieron de que yo insistiera en que hablásemos más del asunto. Les pedí una descripción detallada de la pelea. Los dos se mostraron incómodos cuando dije que había sido una pelea violenta y peligrosa. Les dije que estaba molesta por la falta de voluntad que tenían para reconocer la violencia o el peligro implícito en ella. Parecía que la enorme violencia de las fantasías de Esteban los había vuelto a los dos menos capaces para reconocer la violenci a real en su vida. Les recordé que la violencia tendía a intensificarse con el tiempo y les advertí que si no cesaba no estaría dispuesta a seguir trabajando con ellos, ya que yo no deseaba participar en ella. Esta conversación tuvo efecto calmante en Esteban y Sandra. A ellos no les gustaba pensar que su relación era violenta y estaban tan impre sionados por mi evaluación de la gravedad de la situación que convinie ron en no tener ningún tipo de contacto físico durante discusiones. No obstante, me preocupaba la intensidad de las peleas y decidí hacer otra consulta. LA SEGUNDA CONSULTA
Coincidimos con la terapeuta en que el hecho de haberse vuelto más explícitos los conflictos y las frustraciones del matrimonio era un
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acontecimiento positivo de la terapia. Con respecto a la intervención de la “promoción” llegamos a la conclusión de que nosotras y la terapeuta habíamos cometido el error al no considerar qué significaba para Sandra ser una esposa una vez que se le había sacado su rol de terapeuta. Sandra se quedó sin idea alguna de una función alternativa. Su retraimiento enfureció a Esteban, pero él no sabía qué pedirle que hiciera como esposa que no fuera el cuidado terapéutico del que los dos habían dependido y por el cual se sentían resentidos. Nuestra primera sugerencia a la terapeuta fue que trabajase con Esteban y Sandra para desarrollar algunas ideas nuevas sobre lo que un marido y una esposa podrían ser el uno para el otro, centrando la atención en la mutualidad, la reciprocidad, el cuidado de sí y el cuidado del otro. Estuvimos todas de acuerdo en que el progreso en este campo probable mente iba a ser lento porque los dos cónyuges tenían ideas muy limitadas sobre el contenido de los roles de marido y mujer, y modelos no muy buenos para seguir. Además, Esteban y Sandra habían llegado a atribuir al otro un enorme control sobre su propia vida. Mientras que Esteban so breestimaba la capacidad de Sandra para hacerlo sentir seguro y a gusto, subestimaba su propia capacidad para sentirse así. Sandra subestimaba sus necesidades propias y no percibía las inevitables consecuencias ne gativas que esto acarrea. Nuestra idea era que la terapeuta trabajase con la pareja para que lograsen distinguir las situaciones en las que podían confiar en sí mismos de aquellas en las que sería beneficioso apoyarse mutuamente. Al terminar, examinamos con la terapeuta su plan para tratar con la pareja el problema de la violencia recíproca. La cuestión de admitir y tratar la violencia dentro del matrimonio, en especial en su forma más común de esposas golpeadas, ha sido un importante aporte de las terapeutas feministas (Walker, 1979; Bograd, 1984). Estas escrituras y otras han elaborado elocuentemente la configuración, las causas y el tratamiento de este tipo de casos, por lo cual no es necesario repetirlo aquí. Hay otro tema planteado por este caso sobre el que no se ha escrito mucho, y es el aspecto de la dispensación de los cuidados dentro del matrimonio. El conflicto sobre lo que le correspondía hacer a cada uno por el otro en la relación constituía un problema central en el matrimonio de Esteban y Sandra, y fue en él donde centramos la atención en nuestro análisis.
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EL ANÁLISIS
Como ya quedó dicho, Sandra y Esteban estaban luchando con el dilema de ser dependientes pero a la vez de no querer serlo. Este conflicto interior de cada uno de ellos, y también manifestado entre ellos, sobre la dependencia había configurado su matrimonio. Lo que les creaba este problema es que los dos consideraban que la dependencia era una sefial de debilidad o que era negativa. Su reacción no es rara, ya que dependen cia es una palabra denigrante. ¿Cómo puede ser que una necesidad tan humana haya adquirido una connotación tan peyorativa? En primer lugar, la dependencia ha sido situada en el extremo opuesto de la autonomía, característica que en la cul tura occidental ha recibido la prioridad máxima. No sólo se piensa que estas dos características se excluyen mutuamente sino que, además, se considera que pertenecen más natural o adecuadamente a sexos opues tos. Todo el mundo sabe cuál le corresponde a cada sexo. Esta división produce la segunda razón por la cual la dependencia tiene mala fama: hacer de la dependencia un rasgo femenino arruinó su reputación. Las mujeres no son muy valoradas en esta sociedad y tampoco lo es parecerse a una mujer. En realidad, decir “estás actuando igual que una mujer” es considerado un insulto, incluso cuando la destinataria de la frase es una mujer, sin mencionar siquiera lo que sucede cuando se trata de un hombre. En realidad, las mujeres no son más dependientes que los hombres, aunque la precaria situación económica que tienen en el patriarcado oscurece esta realidad. Ellas mismas suelen presentarse como depen dientes, un poco a la manera de un niño que se finge enfermo. Mostrarse débiles, desvalidas, temerosas y confundidas ante la presencia de las computadoras puede ser una buena manera de recibir ayuda y consuelo, pero esta conducta no tiene nada que ver con la necesidad real de otra persona de ser útil. Se trata sencillamente de la manera corriente de relacionarse con los hombres, la manera corriente de manifestar la feminidad y la manera corriente de obtener algo de atención. Un tercer motivo de la mala reputación de la dependencia es que la descripción de sus manifestaciones se limita a una conducta posesiva e insaciable, exigente, pegajosa y asfixiante. Para evitar este estereotipo, Esteban manifestaba sus auténticas necesidades de dependencia bajo la máscara de la enfermedad, pero cuando los servicios de Sandra fueron
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insuficientes, entonces sí retrocedió a una conducta asfixiante, pegajosa, etcétera. Este tipo de comportamiento, entonces, tiene su origen en la ira y el temor y no en la dependencia: enojo porque no se satisfacen las necesidades propias y temor de que esta situación se prolongue (Stiver, 1984). El enojo y el temor terminaron por producir una presentación exagerada y desagradable de las necesidades propias que además obsta culiza su satisfacción. Tanto los hombres como las mujeres están sometidos a este tipo de reacciones porque les resulta difícil aceptar el hecho de qué necesitan, determinar con claridad lo que necesitan y luego pedir directamente ayuda para obtenerlo. Satisfacerlas necesidades de sus maridos es una experiencia gratifi cante y enriquecedora para muchas mujeres. Obtienen una sensación de poder al intuir y proporcionar lo que es bueno para sus maridos. El problema es que el dar no es equilibrado, las expectativas no son similares y el intercambio no es recíproco. En esta cultura se da por supuesto que una mujer deje de lado sus propias necesidades. Gracias a su educación, ella aprende a considerarlas feas y vergonzosas, y que es importante reprimirlas para que no la ahoguen a ella y a todos los que la rodean. Debido a la práctica que desarrolla en no prestarse atención, con el tiempo llega incluso a desconocer sus necesidades. Lo que sí conoce es la envidia y el resentimiento causados por esta entrega unilateral. Estos sentimientos tampoco deben expresarse directamente; en conse cuencia, se siente impotente. Qué final irónico para lo que comenzó siendo una fuente de poder. Sandra conocía bien esta ironía. Para complicar más las cosas, hay una singular contradicción en el centro del pensamiento de las mujeres. Por una parte, comprenden su rol fundamental como prodigadoras de cuidados para los maridos. Por la otra, no ven a los hombres como seres dependientes sino como personas fuertes y autosuficientes en un grado que ellas parecen no poder alcanzar. Cuando las mujeres ven muestras de lo contrario, como sucede en las raras ocasiones en que los hombres manifiestan sus necesidades directa mente, se sienten decepcionadas y a veces hasta sienten repulsión. Muchas mujeres resuelven esta contradicción y eluden los sentimientos de repulsión diciendo que sus maridos están enfermos (como hacía Sandra) y, por consiguiente, con una legítima necesidad de ser cuidados. Otras mujeres explican la contradicción sugiriendo que los maridos fueron malcriados por sus madres o que están demasiado ocupados atendiendo los asuntos del mundo y no tienen tiempo para ocuparse de
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sí mismos. Los hombres, desde luego, también prefieren estas explica ciones antes que tener que reconocer su necesidad básica. A pesar de la aceptación por parte de la esposa de la unilateralidad en la prodigación de los cuidados y del esfuerzo que hace para desconocer sus propias necesidades, hay momentos en los que la mujer sí expresa su necesidad emocional. Normalmente, su marido trata de ayudarla haciendo algo, porque el simple hecho de escuchar con simpatía no le da a un hombre la sensación de que está brindando algo de valor y, además, no se trata de una capacidad muy desarrollada en la mayoría de los hombres. La iniciativa del hombre hacia la acción suele ser frustrante tanto para la mujer como para el marido. Cuando Sandra, por ejemplo, se quejó a Esteban porque tenía que trabajar todo el día y luego cuidarlos a él y al bebé toda la noche, Esteban le respondió sugiriéndole que dejase de trabajar. Puesto que ella sabía que necesitaban un sueldo, oyó esta sugerencia como indicación de que él no la estaba escuchando realmente. Una vez más Sandra llegó a la conclusión de que sus necesidades no eran legítimas. Una vez más, Esteban llegó a la conclusión de que ella no deseaba realmente su ayuda. En cuanto a su propia necesidad, un marido no suele encararla consigo mismo porque su esposa lo observa muy de cerca y le está dando constantemente. Ella está preparada para saber lo que él necesita y se lo proporciona como una cosa natural. El da los cuidados de ella por descontados como parte de su naturaleza, obligaciones y felicidad. Como a él se lo exime de pedir, no sabe qué necesita. Si este acuerdo cambiase, como sucede cuando la esposa sale a trabajar o tiene un bebé, el marido se vuelve celoso, malhumorado y exigente. Este estallido no significa lo mismo que identificar una necesidad y pedir ayuda. En cambio, de acuerdo con la forma en que el hombre lo interpreta, se trai.a simplemente de que él no está obteniendo lo que se le debe, y lo atribuye a la negligencia de su esposa y no a su propia dependencia. Lamentablemente para todos los involucrados, las mujeres necesaria mente decepcionan en lo que se refiere a la prodigación de los cuidados. Además de tener bebés y empleos, también tienen dolores de cabeza. Se cansan. Se distraen. No siempre leen con precisión las necesidades inexpiesadas de sus maridos. Esas ocasiones les parecen una gran estafa a los maridos; sus expectativas son muy elevadas y no contemplan vacaciones o lapsos o ni siquiera límites. La imagen de las mujeres como prodigadoras incesantes de cuidados
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se aplica no sólo a las esposas sino también a las mujeres que cumplen roles profesionales de servicio. Esteban manifestaba esta expectativa con la terapeuta cancelando citas, llegando tarde a las sesiones y tratando luego de prolongar el tiempo que le correspondía llamándola de noche, suponiendo en cada ocasión que sus circunstancias y deseos eran los importantes y legítimos, y que la terapeuta perdonaba, limaba asperezas y complacía. Cuando ella se mantenía en sus límites, él siempre se sentía conmocionado y traicionado. Después de las sesiones de la terapia solía quejarse de que la terapeuta le había prestado mucha más atención a Sandra que a él. Esto también lo sentía como una traición. Si él no conseguía todo, no conseguía nada. Es común entre los hombres dividir a las mujeres entre la Madre Tierra absolutamente pródiga y la arpía mezquina y reticente. Esta imagen de la mujer como la que todo lo da o la que todo lo quita también la tienen las mujeres. Y complica la relación entre ellas, incluso la relación entre la terapeuta y la paciente. Lo que Esteban y Sandra trajeron a la terapia eran los síntomas de Esteban que describieron como aterradores y fuera de control, circuns tancias que indicaban falta de culpa y enfermedad. A juicio de los dos, estas razones resultaban aceptables para exigir más cuidados. Ni la condición del hombre y de la mujer, ni el acuerdo sobre la prodigación délos cuidados tenían que ser cuestionados. Vimos que Sandra y Esteban eran incapaces de considerar legítimas las necesidades de dependencia de sí mismos y del otro. Por consiguiente, estas necesidades no podían expresarse abierta y directamente. En consecuencia, se producía la frustración y la hostilidad. En nuestro trabajo con Esteban y Sandra seguíamos pasando el marco de referencia de la enfermedad a la dependencia. Si su conducta anterior resulta un buen indicio, podríamos prever que a medida que se expresen más abiertamente, sus síntomas disminuirán. Empero, el conflicto entre los dos se intensificará, porque tendrán que encararlas condiciones del acuerdo sobre la prodigación de los cuidados. Nuestra perspectiva como feministas es que tanto los hombres como las mujeres valoren la prodigación de los cuidados en la pareja como una actividad digna y que consideren las necesidades propias y las de los otros como fundamentos válidos para buscar una respuesta adecuada. Queremos rescatarla dependencia como un aspecto previsible, deseable y recíproco de las relaciones. Con ese fin, nos inspiramos en la definición
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de dependencia que da Stiver como “un proceso por el cual contamos con la ayuda de otras personas para poder hacer frente física y emocional mente a las experiencias y tareas con que nos encontramos en el mundo, cuando no tenemos la suficiente capacidad, confianza, energía o tiempo” (1984, pág. 10). Una característica importante de su definición es la palabra “proceso”, la cual señala que la dependencia “no es estática sino que cambia de acuerdo con las oportunidades, circunstancias y luchas interiores” (1984, pág. 10). Cuando la dependencia es recíproca y cam biante, entonces puede fortalecer, enriquecer y crear un clima sano en el cual pueden prosperar la alegría, la práctica de compartir, el compañe rismo y la intimidad. EL TRATAMIENTO
Los objetivos
Nuestros objetivos para la terapia de Sandra y Esteban eran los siguientes: 1) Legitimar la dependencia mutua de Esteban y Sandra, alentándo los simultáneamente a cada uno a desarrollar aptitudes de autoprotección. 2) Acrecentar la flexibilidad de cada cónyuge con respecto a dar y recibir cuidados en la relación. 3) Crear alternativas confiables para la manifestación del enojo con el fin de que la violencia física deje de ser una opción. El plan La dependencia. Gracias
a la terapia Esteban y Sandra tomaron conciencia de su dependencia recíproca, lo cual les resultó difícil de aceptar. La terapeuta debía ayudarlos a redefinir la dependencia de una manera m ás positiva, asegurándoles que era recíproca y que cada uno de ellos había consentido explícitamente que el otro dependiera de él. Una de las razones de que la dependencia asumiera proporciones tan vastas y desagradables en esta pareja era que Esteban y Sandra tendían a subestimar lo que ellos podían hacer para sí mismos; en consecuencia, cada uno de los cónyuges veía al otro como el que tenía el control absoluto sobre el que era cuidado en la relación. La terapeuta podría
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señalar oportunidades para que Esteban y Sandra confiasen en ellos mismos así como también en el otro para obtener protección y cuidados. La flexibilidad. La
rigidez de sus roles con respecto a la prodigación de los cuidados hacía que Esteban se sintiera enfermo y necesitado, mientras que Sandra se sentía resentida y agotada. Los dos necesitaban ampliar su capacidad de dar y recibir cuidados. La dificultad estribaba en que Sandra y Esteban consideraban que sus posiciones estaban fuerte mente arraigadas en la naturaleza humana. La terapeuta podría ayudarlos a liberarse de esta creencia investigando cómo se desarrollaron esos roles en sus respectivas familias de origen, centrando la atención especialmen te en los resultados que han tenido para los miembros importantes de la familia. Podrían asignarse tareas que los obligaran a ensayar el rol predominante del otro o, a la inversa, que exagerasen estos roles hasta llegar al extremo de lo absurdo. El enojo. Aunque Esteban y Sandra no pensaban que la de ellos era
una pareja que se trataba a los golpes, sus peleas ocasionalmente los llevaban a una situación de violencia física. La terapeuta, sensible a esta negación y también al esquema de intensificación gradual que es típico en la violencia conyugal, podría mantener este tema sobre el tapete insistiendo en que la tuviesen informada sobre sus planes de evasión y las señales de intensificación de la violencia y en que le relatasen detallada mente el tipo y el alcance exactos de la violencia física de sus peleas. En este matrimonio uno de los antecedentes de la violencia había sido la acumulación de enojos no analizados ni resueltos. La terapeuta podría prescribir peleas más frecuentes y menos intensas, enseñarles técnicas de pelea limpia, ayudar a la pareja a identificar el mal humor cuando se suscitaba en las sesiones y abordarlo allí. SANDRA Y ESTEBAN
La calma siguió a la crisis de esta pareja. Durante varias semanas Sandra y Esteban se trataron cautelosamente y no se exigieron ni esperaron mucho del otro. Usé este tiempo para hablar de ampliar la visión que ellos tenían de lo que podía ser un marido y una esposa. Los insté a mantener el aspecto de la relación relativo a los cuidados estrictamente en el nivel de la conversación. Por el momento, debido a
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su reciente pelea y a la cautela con que se trataban ahora. Pensé que se trataba de un buen momento para que trabajasen sobre el tema del autocuidado y sugerí que cada uno comenzase a dar pequeños pasos para cuidar de sí mismo. Una noche Sandra le preguntó a Esteban si le gustaría ir a ver una película juntos. Ella eligió el filme, verificó el horario de la proyección y fue al banco a cobrar un cheque para que no se quedasen sin dinero en efectivo. Esteban dijo que había sido una noche divertida, además de ser diferente de sus salidas habituales por el hecho de que Sandra normalmente manifestaba su interés en ver determinada película, pero dejaba a Esteban la iniciativa de organizar la salida. No mucho tiempo después Esteban decidió tomar una tarde libre de su sobrecargado horario de trabajo para ir a jugar al golf con un amigo. Cuando le comenté que era muy raro que él interrumpiera su horario de trabajo por ningún motivo de índole personal, su única explicación fue que su actividad lo estaba agotando y que “él se debía a sí mismo” relajarse de vez en cuando. Ninguno de esos sucesos era de proporciones monumentales, pero contrastaban claramente con los antecedentes habituales de Sandra y Esteban en que cada uno veía al otro como el que tenía el control del bienestar común. Les pedí que me comunicasen cualquier otro hecho de este tipo y les advertí que podía tratarse sólo de algo casual y que pronto volverían a su sistema habitual de prodigar cuidados unilateralmente. En esta etapa de la terapia me resultaba difícil mantener vivo el impulso. Los dos cónyuges se habían asustado mucho por la revelación de la intensa ira que sentía uno por el otro y habían retrocedido para evitar otra clase de crisis. Era difícil hacerlos discutir cualquier tema que resultase mínimamente conflictivo. Esteban era más explícito con res pecto a esto, afirmando directamente que no estaba dispuesto a correr el riesgo de tener otra crisis y deseando terminar con las sesiones conyuga les y seguir en la terapia individual hasta que las cosas “se enfriaran.” Le dije que yo creía que me estaba haciendo responsable de la crisis y sugerí que su deseo de no correr más riesgos en la terapia ahora indicaba una falta de confianza en mí; él podría ver mi relación con Sandra como una traición. Además, razoné que éste era un error que Esteban tenía tendencia a cometer con respecto a las mujeres, que por la experiencia vivida en su familia de origen él había llegado a esperar que las mujeres lo traicionaran o le fallasen. Sin perder un minuto, Esteban preguntó: “¿Cree que debo llamar a mi madre?”
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La pregunta de Esteban marcó el comienzo de un cambio en la terapia, en la cual comenzamos a hablar más extensamente y con mayor profun didad sobre las familias en las que él y Sandra habían crecido, y cómo sus primeras experiencias los habían expuesto a modelos de la edad adulta y de la vida conyugal cuya influencia se seguía sintiendo. Estas conver saciones al principio eran afectadas, pues tanto Esteban como Sandra siguieron hablando de sus familias de una manera idealizada y defensiva. Hicimos genogramas de cada una de las familias, que resultaron muy útiles. Cuando empezamos a observaren retrospectiva los roles que las mujeres y los hombres habían adoptado en sus familias, empezaron a surgir configuraciones claras. Sandra descendía de tres generaciones de mujeres que habían sido, en cada caso, las guardianas del hogar en sus matrimonios. El mito prevaleciente en la familia de origen de Sandra había sido que las mujeres constituían la columna vertebral de la familia. En las dos generaciones anteriores, la madre y la abuela de Sandra se habían casado con hombres que tenían importantes limitaciones físicas. Estos hombres eran alimentados y cuidados por sus esposas, quienes nunca se quejaban de su carga y tenían la mayor parte de la responsabi lidad de la familia. Sandra había resuelto elegir un tipo de hombre diferente para ella. Cuando conoció a Esteban, le pareció ideal. Dotado de una fuerte voluntad y ambicioso, creativo y algo extravagante, Esteban parecía pertenecer a la clase de hombres que no decaería nunca, que jamás requeriría de ella un sacrificio que había visto hacer a su madre y a su abuela por los hombres de sus vidas. Lo que no había visto entonces, y recién empezó a comprender durante la terapia, eran las similitudes entre Esteban y su padre, y entre su madre y ella. Esteban se mostraba aun más renuente que Sandra al análisis de su familia. Dijo preocuparle el hecho de que concentrarse en el pasado sería una vía muerta y una pérdida de tiempo, y podría hacer que las cosas entre él y Sandra resultasen más difíciles. Con el tiempo, tuve que recurrir a mi autoridad de “experta” para persuadir a Esteban de que emprendiese el análisis de su familia. Casi todos los hechos que Esteban relataba al analizar su genograma habían sido mencionados antes en la terapia. Esta vez concentramos la atención en los sentimientos que él había tenido entonces y que tenía ahora como miembro de una familia violenta. Esta tarea era muy difícil pa ra Esteban, porque se había separado emocionalmente de su familia años
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atrás. Las historias de violencia que él había presenciado de niño —el abandono de la familia por parte de su padre cuando él tenía tres años, la consiguiente depresión de su madre, el alcoholismo de sus padres y el mal humor de su abuela por tener que cuidar a tres niños pequeños— eran relatadas en una voz sin matices, monótona. Tuve que impedirme a mí misma rescatar a Esteban anticipándome a sus sentimientos y también evitar que lo hiciera Sandra. Quería presentar a Sandra una manera de escucharlos problemas de su marido sin sentirse obligada a resolverlos. A veces acercaba mi silla a la de ella y le confesaba que yo estaba luchando contra la tentación de rescatar a Esteban, y le pedía ayuda para no hacerlo. Esta consulta se hacía en presencia de Esteban y él observaba, completamente fascinado, como su esposa y yo conversábamos sobre lo difícil que era para nosotras manifestar nuestro apoyo y nuestro interés por él sin asumir su problema y solucionarlo. En un periodo de varios meses, Esteban y Sandra empezaron a comprender cómo “encajaban” sus familias de origen. Les pedí que cada uno hablase con los miembros de su familia de origen. Sandra supo que a pesar de la reputación de su madre de ser la persona fuerte de la famil ia, tenía miedo de envejecer y quedar lisiada por la artritis. Supo también que su madre había padecido durante mucho tiempo ataques de depre sión que había ocultado a su familia. Que su madre pudiera sentirse vulnerable era una revelación para Sandra y la inteipretó como un permiso para sentir por primera vez que sus propias necesidades eran legítimas. Sandra empezó a ampliar su definición de esposa y mujer incluyendo la atención a sus propias necesidades. Esteban se mostró más vacilante que Sandra para volver a conectar se con su familia. Siguió manteniendo una actitud muy defensiva con respecto a sus padres; no deseaba “removerles el pasado” ni quería pensar que todavía eran importantes en su vida. Por último, decidió hablarle a su hermano mayor. En el transcurso de varias conversaciones, Esteban se enteró de que la violencia de su familia había sido mucho más generalizada y prolongada de lo que él recordaba. Su hermano le contó que su padre no sólo golpeaba a su madre cuando estaba ebrio, sino que también “castigaba” a los dos niños mayores con fuertes palizas. Esteban se había salvado de este abuso porque era pequeño y también porque casi siempre estaba enfermo. Cuando él tenía tres años, su padre abandonó el hogar. Esteban supo además que su padre había realizado un tratamiento para superar su alcoholismo varios años antes y había restablecido el
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contacto con los dos hijos mayores desde entonces. No había intentado comunicarse con Esteban porque él siempre había parecido “pertenecer” a su madre. Esteban se enteró también de que ninguno de los hijos mantenía una comunicación regular con su madre. Su hermano le dijo que él siempre se había sentido malhumorado y triste cuando se encon traba cerca de su madre y que, por eso, era más fácil mantenerse alejado. Esteban manifestó una extraña sensación de alivio al darse cuenta de que sus sentimientos con respecto a su madre eran similares a los de su hermano. Para mí, hacer el trabajo sobre la familia de origen con la pareja fue con mucho la parte más gratificante de la terapia. Cada contacto con sus familias parecía producir nueva información que hacía que su singular acuerdo conyugal fuese más comprensible para ellos y para mí. Cada una de sus familias había exagerado la típica división masculino-femenino con respecto a los cuidados y la dependencia. La competente madre de Sandra había cuidado a su esposo y sus hijos durante años sin emitir una queja, sin siquiera darse cuenta de sus propias necesidades y deseos. En la familia de Esteban, un padre abusivo, y luego completamente ausente, contrastaba con la intensa participación de su madre y abuela. Poco a poco las cosas comenzaron a mejorar para Esteban y Sandra. Los ataques de ansiedad de Esteban se hicieron menos frecuentes y menos aterradores para él. Mejoró la relación con su hijo y se sintió más confiado en el trabajo. Entre Esteban y Sandra se produjeron pequeños cambios. Ella empezó a dedicar un tiempo para sí de manera regular, sin Esteban y sin el bebé, para “gratificarse”. Esto primero fue una tarea asignada en la terapia pero luego llegó a ser parte de la semana de Sandra. Los dos hicieron grandes progresos en cuanto a escuchar al otro con simpatía, sin sentirse urgidos a resolver todos los problemas del otro. Les asigné la tarea de tener peleas más pequeñas y frecuentes, y les enseñé técnicas de pelea limpia. Sus peleas se volvieron menos explosivas y dejaron de contener violencia física. Traté de redefinir la dependencia a Esteban y Sandra de todas las maneras que pude. Analizamos la capacidad de ser a veces vulnerables y dependientes del cónyuge como una capacidad de supervivencia y una virtud. Les di tareas que requerían que los dos dependiesen del otro en pequeños grados. A veces les pedía que invirtieran temporariamente sus roles predominantes: para Sandra, que tratara de mostrarse dependiente y para Esteban, que practicase el rol de protector. En otras ocasiones, los
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hacía exagerar sus roles predominantes hasta el extremo de lo absurdo. Estos intentos tuvieron el efecto acumulativo de aflojarla rigidez de los roles de la pareja frente a la cuestión de los cuidados. Todo este cambio se produjo gradualmente y con frecuentes retroce sos. Los dos cónyuges coincidieron en que a veces era más fácil hacer lo más conocido por ellos y así Esteban ocasionalmente se deprimía (o estaba ansioso, disgustado o simplemente malhumorado) y Sandra trataba de “estabilizarlo”. Seguía siendo difícil para Esteban aceptar la dependencia de Sandra sin sentirse ansioso ante la suposición de que ella no estuviera disponible si él la necesitaba. Esteban seguía en gran medida desconectado de su familia de origen y Sandra no había resuelto el enojo que sentía ante ella misma, Esteban, su familia y el universo por los años que pasó cuidando de todos menos de ella. La terapia continúa, aunque las sesiones son más espaciadas y menos superficiales. Todavía hay más cosas que Sandra y Esteban quieren obtener de su matrimonio, pero ahora de vez en cuando sienten deseos de alabar lo que ya tienen. LOS RIESGOS
Los siguientes son los riesgos que aguardan a la terapeuta feminista de la familia cuando trabaja con parejas como la descripta en este capítulo: 1) Terminar con un sentimiento de gratitud. Una terapeuta feminis ta de la familia, al igual que una terapeuta no feminista, puede recorrer un largo trecho entre un paciente hombre y el siguiente que habla de sus sentimientos. Al ver esta clase de hombre, puede sentirse tan aliviada y agradecida como para llegar a la conclusión de que se ha logrado lo buscado, y que no hace falta exigir nada más de él. Así la terapeuta traiciona a la esposa (y probablemente la emula), al pensar que el marido ha hecho más de lo que realmente debía haberse esperado por el simple hecho de extraer cierta vulnerabilidad emocional. Si esta reacción no es controlada, la terapeuta le enseñará a la esposa a pedir menos a medida que el marido se ve alentado a hablar más. 2) Estar dispuesta a exponer y destruir. La terapeuta feminista de la familia está preparada para enfurecerse ante un hombre cuya
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conducta es pasiva, manipulada y dependiente. Su ira es alimen tada en nombre de su esposa quien, a consecuencia de su interac ción con él, por lo general parece confundida y perpleja, pero sigue tratando de cuidarlo. El deseo de exponerlos trucos del marido tal como son, predispone mal a la terapeuta con respecto a él y no la deja ver el componente sistémico. 3)
Caer en la Gran División. La
división “toda prodigalidad/toda privación” que peijudica las expectativas de la gente con respecto a las mujeres influye en la imagen que la terapeuta tiene de sí misma, aunque como feminista pueda ser elocuente para refutarla. Al trabajar con familias en las cuales el rol de la mujer como guardiana del hogar es un tema muy sobresaliente, la terapeuta puede ser llevada de un extremo al otro con una velocidad delirante. Cuando consigue detener ese vaivén, es posible que pase algún tiempo desorientada sin tener dónde afirmarse hasta que logre recuperar su lugar.
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Omitir la parte mala. Enseñar
a la gente a expresar su propia necesidad de recibir cuidado es una actividad arriesgada. Por lo general, los pacientes tienen que trabajar tan arduamente para ser capaces de expresar lo que desean que, una vez que lo hacen, piensan que han ganado la batalla. Son entonces conmocionados por no obtenerlo que pedían y se enfurecen por ser ignorados o re chazados. Des|de un principio la terapeuta feminista debe decirte a sus pacientes — especialmente a las mujeres— que tendrán que librar dos batallas, no una sola.
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Las reglas se rompen como los termómetros, el mercurio se derrama sobre los sistemas pautados, nos hallamos en un pa ís que no tiene lenguaje ni leyes, estamos cazando al cuervo y a l reyezuelo en desfiladeros inexplorados desde el amanecer todo lo que hagamos juntos es pura invención los mapas que nos dieron no habían sido actualiza dos durante años.
Adricnne Rich, The Dream of a Common Languagc
Podríamos reconocerlas como mujeres valientes, llenas de energía y amantes, pero en cambio se dice que son pervertidas, delincuentes, enfermas, dementes, pecadoras, desviadas, depravadas y desgraciadas. Se las llama solteronas, brujas, marimachos. La homofobia y el odio que se reflejan en estas palabras impregnan no sólo las creencias personales y los valores culturales sino también la teoría profesional. La literatura sobre terapia familiar, por ejemplo, vuelve invisibles a las lesbianas1 mediante lo que debemos considerar una negligencia malévola. Hay dos artículos recientes que constituyen excepciones bienvenidas a la norma general de ignorarla existencia de las lesbianas (Krestan y Bepko, 1980; Roth, 1985). Igualmente molesto es el hecho de que algunos de los conceptos teóricos más ampliamente empleados en la terapia familiar, de aplicárselos a una pareja lesbiana, la declararían patológica por decreto. Frente a este punto de vista que considera que el lcsbianismo es una patología, algunas escritoras feministas lesbianas presentan una versión muy idealizada de la relación amorosa entre dos mujeres (Lewis, 1979). Describen a la pareja lesbiana diciendo que es un intento, si bien admiten que no siempre se logra, de respetar las necesidades individuales de las partes aun cuando parezcan potencialmente riesgosas para la relación. El objetivo de cada una de las integrantes de la pareja es ponerse por encima 1Usamos el termino lesbiana en este capítulo para referimos a mujeres que lo han adoptado para sí mismas.
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de los celos, el ansia de posesión y la dependencia, sentimientos que las escritoras mencionadas creen que predominan en las parejas heterose xuales como consecuencia del supuesto de la propiedad masculina sobre las mujeres. Así, liberado de los dictados del amor romántico que engendra pasivas heroínas que se desmayan y activos héroes que las rescatan, el amor lesbiano afirma que nace en la amistad y la mutualidad. Las versiones idealizadas de la dinámica que vincula a las partes no resultan más útiles para nuestro trabajo que las versiones teñidas de patología pero, siendo su polo opuesto, nos sirven para señalar la larga distancia que tenemos que recorrer para llegar a tener una perspectiva equilibrada. Las terapeutas de la familia —feministas o no, lesbianas o no— debemos saber que nosotras mismas y nuestra terapia estamos profundamente influidas por actitudes de aversión ante el hecho de que haya mujeres que aman a otras mujeres. Nuestra propia lucha contra estas actitudes es el requisito indispensable para realizar un trabajo útil con las parejas lesbianas. CORA Y CATA / RUTH Y RITA
Cora y Cata habían convivido como amantes durante quince años. Las dos estaban empleadas como administradoras de distintos departa mentos de una importante compañía de seguros. Durante los últimos cinco años de su relación habían estado entrando y saliendo de la terapia, trabajando sobre cuestiones económicas, dilemas profesionales y, más a menudo, sobre la falta de frecuencia en sus relaciones sexuales o falta de interés. Su pedido más reciente de ayuda tenía que ver con su deseo mutuo de “revaluar toda la relación”. Vinieron tembl ando y temerosas de que “esta vez la relación esté realmente en peligro”. Sus preguntas y dudas estaban relacionadas conla atracción romántica que ambas sentían hacia otra pareja, Ruth y Rita, que habían sido amigas de ellas durante mucho tiempo. Ruth y Rita habían convivido durante ocho años. Ruth acababa de recibir el título de Contadora pública y estaba trabajando para una firma de contadores públicos de mediana importancia. Rita había sostenido económicamente a Ruth mientras ésta realizaba su posgrado desem peñándose como secretaria, y en la actualidad estudiaba para conseguir el título en tecnología médica. Las dos parejas tenían una red común de amigos en su comunidad y durante años se habían brindado apoyo y
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protección recíprocamente en diversos dilemas personales y profesiona les. Además de pasar una buena cantidad de tiempo en la casa de las otras, compartían fiestas, empresas comerciales y causas políticas. Cuando Cata y Cora vinieron para evaluar su relación, Cata había iniciado una relación sexual con Rita. Cora y Ruth se sentían atraídas mutuamente, pero casi toda su energía emocional parecía dirigirse a lamentarlas pérdidas de sus relaciones primarias. Entre estas mujeres no había secretos y, por lo tanto, las cuatro tenían información sobre las atracciones y la conducta de las demás. Poco después de que Cata y Cora vinieran a hablar, Rita y Ruth llamaron para empezar una terapia, deseando también evaluar su relación. En mi sesión con Cata y Cora y en mi sesión con Rita y Ruth, oí cómo estas mujeres se entregaban emocionalmente entre sí así como también con otras mujeres fuera del cuarteto que formaban, buscando consuelo con respecto a la desdicha que les producían los problemas de sus relaciones primarias. Algunas de esas relaciones amistosas llegaban a ser sexuales y, por consiguiente, molestas para la otra parte de la pareja. Oí cómo la comunidad de las mujeres daba a todas apoyo y consejos. Mi reacción fue ambivalente, como me había sucedido a menudo con otras parejas lesbianas en la terapia. Por una parte, me resultaba evidente que estas relaciones sexualmente abiertas eran problemáticas y causaban sufrimiento a mis cuatro pacientes. Mi atención fue dirigida a lo que parecía una grave falta de consideración por los límites: límites en tomo de uno mismo, las relaciones, los hogares y la información. Empecé a pensar en los conceptos de “triángulo” y “fusión”. Por otra parte, admiraba el intenso y amoroso interés que estas mujeres demostraban tenerse mutuamente y apreciaba el coraje que las capacitaba para “recorrer ese difícil camino juntas...” (Rich, 1979, pág. 188). Tironeada entre una perspectiva en la que predominaba la patología y otra signada por el respeto, presenté mi perplejidad ante el equipo de consulta. LA CONSULTA
Por ser terapeutas feministas, sabemos que las mujeres suelen recibir el rótulo de patológicas simplemente porque su conducta, valores o sentimientos no se adaptan a las expectativas de los teóricos y clínicos del sexo masculino. Puesto que nosotras hemos asumido el compromiso de comprender a nuestras pacientes libres del prejuicio sexista, nos preocu
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paba damos cuenta de que la evaluación hecha por la terapeuta de estas mujeres que las calificaba de trianguladas, fusionadas y desentendidas de los límites tuviera sentido para nosotras. Comenzamos así el proceso de consulta planteándonos una pregunta a nosotras mismas y también a la terapeuta: ¿Qué supuestos sobre las relaciones y el sexo estaban produ ciendo nuestras opiniones sobre la situación de estas pacientes? Una breve discusión hizo aflorar varios supuestos específicos sobre los cuales estábamos razonando: las relaciones estables son diádicas y tienen límites claramente definidos quemarcan su contorno, la amistad debe ser asexual y diferente de una relación primaria, y la monogamia es prefe rible a cualquiera de sus alternativas. Pensamos que era posible que esos supuestos emanaran del heterosexismo, perspectiva en la que la helerosexualidad aparece como la única forma legítima de identificación sexual. Un punto de vista diferente podría crear una serie de supuestos diferentes sobre las relaciones primarias. Quisimos dejar esta posibi I¡dad abierta para analizarla en lugar de cerrarla arbitrariamente por prejuicios. El heterosexismo ha impregnado el desarrollo de los sistemas de valores individuales y culturales así como también la teoría de la terapia familiar; nos propusimos mantenemos alertas para detectar los signos de ese prejuicio en nuestro pensamiento. Después de analizar juntas el tema un poco más extensamente, decidimos que trabajar con estas relaciones como si constituyesen ún sistema brindaría más opciones para ejercer una influencia terapéutica y así planificamos los siguientes pasos: 1) invitar a las cuatro mujeres a participar en sesiones conjuntas; 2) emplear un miembro del equipo de consulta como coterapeuta; 3) reunir información sobre el carácter de los límites y las reglas de este sistema; 4) informar a las pacientes sobre este interés y compartir las observaciones con ellas; 5) tener en cuenta interpretaciones no patológicas de la manera en que funcionaba este sistema. Cata, Cora, Rita, Rúth
Las cuatro mujeres aceptaron asistir a una sesión conjunta. Cata y Cora seguían viviendo juntas al igual que Ruth y Rita, aunque en ninguno de los dos casos las parejas tenían relaciones íntimas o sexuales. Rila estaba pensando en buscarse un departamento propio; Cata estaba haciendo lo mismo. Cata y Rita dijeron que se habían acercado en busca de apoyo mutuo y luego llegaron a ser amantes. Ruth y Cora dijeron que se sentían abandonadas.
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Escuchamos el contenido que estas mujeres traían a la sesión: des interés sexual, lealtades ambiguas, desacuerdos financieros, sentimien tos de no ser queridas ni comprendidas. El flujo de detalles y la descripción de todas las alianzas —presentes, pasadas y en potencia— nos hizo emular el mismo proceso de confusión y perplejidad que observábamos en nuestras pacientes. Tuvimos que recordamos que debíamos permanecer abiertas para observar este sistema tal como se presentaba y evitar los juicios sobre las conexiones cambiantes. Lo que volvía la apertura especialmente difícil era la manera en que estas mujeres nos presentaban sus preocupaciones. Parecían haber absorbido la lección de la sociedad de que sus vidas eran “patológicas” y venían a contamos las patologías. Les dijimos a nuestras pacientes que admirábamos el compromiso y el valor que demostraban al aceptar el trabajo conjunto en la terapia. Agregamos que parecían estar experimen tando diferentes maneras de organizar las relaciones y les pedimos que nos contaran cómo se veían a sí mismas. El hecho de que valoráramos lo que estaban haciendo pareció hacerlas cambiar de idea. Empezaron a hablar de su conducta con más respeto y se describieron a sí mismas diciendo que se esforzaban por hacer elecciones que fueran para bien de todas y de cada una. Elogiamos a las mujeres por el constante interés que demostraban por las demás y por el continuo apoyo que se brindaban mutuamente, y señalamos que algo así no podía suceder cuando las parejas estaban más aisladas de los demás. A nuestro pedido, las cuatro mujeres aceptaron regresar a las dos semanas para ver hacia adónde apuntaban las cosas y analizar lo que les estaba pasando a cada una de ellas. Las dos parejas originales afirmaron que las relaciones que habían tenido eran sumamen te importantes para ellas y querían comprender qué les había sucedido. En la sesión siguiente y en varias sesiones posteriores, observamos una conducta en la que se ponían de manifiesto dificultades que el grupo estaba teniendo con la resolución de los conflictos, la relación sexual, la adopción dé decisiones y la prodigación de cuidados. Rita y Cata decidieron irse de sus respectivas casas y mudarse juntas a otro lugar. En el relato sobre este cambio fue poco pequeño el efecto emocional que pudo observarse en las cuatro mujeres. Ruth manifestó algo de tristeza por la pérdida de Rita, pero las otras hablaron del cambio como si se tratara de un reajuste temporario de alineamientos y no una separación permanente.
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Les preguntamos si se habían sentido de algún modo abandonadas, y sugerimos que se había producido cierto tipo de abandono durante un tiempo en el sentido de que una persona decepcionó a otra, la rechazó, ignoró sus preocupaciones, etcétera. Ante esta sugerencia a Rita y Cata se les llenaron los ojos de lágrimas. Cora pareció inconmovible. Alenta mos a las cuatro mujeres a hablar de sus reacciones sugiriendo que la sesión podía usarse como un lugar estructurado y cordial donde encon trarían apoyo para hablar de los pensamientos y los sentimientos que probablemente era más difícil discutir fuera de la sesión. Hubo poca respuesta y dijimos que tal vez hacía falta más tiempo, para que cada una examinara su propia respuesta antes de compartirla con las demás. En la sesión siguiente, Cora, Cata y Rita contaron que habían donnido juntas. Cora dijo que le había gustado dormir en la misma cama con Rita y Cata, pero se había sentido muy molesta por sus insinuaciones sexuales, que ella había rechazado. Era incapaz de expresar qué era lo que más le había molestado. No pensaba que la idea en sí fuese el problema, porque ella había sido parte de una triada sexual de vez en cuando y todavía tenía interés en el sexo grupal. Ruth admitió haberse sentido mal porque no fue incluida. Todas las integrantes del grupo contaron que habían tenido experiencias con parejas sexuales múltiples, explicando estos casos como intentos de evitar la pérdida de alguien o que alguien quedase fuera de sus vidas. Después de hacer un comentario sobre la constante fluidez de las relaciones de las mujeres, les pedimos que pensaran para la sesión siguiente a qué valores, además de los que ya habían mencionado, tenían acceso en los grupos de tres que no habían tenido en sus anteriores relaciones diádicas. De este modo, éramos fieles a nuestro plan de evitar los juicios de valor. Una vez que las pacientes reu niesen más información, podríamos sugerir una discusión sobre las pérdidas y las ganancias que implicaba el hecho de relacionarse en diversas configuraciones. ^
LA SEGUNDA CONSULTA
Con la información obtenida en las sesiones grupales, las terapeutas volvieron a reunirse con las consultoras para analizar su evaluación actual y planificar el tratamiento posterior. Las terapeutas informaron que en respuesta a la pregunta sobre los grupos de tres, cada una de las mujeres se había descripto a sí misma como aterrorizada por la exclusión.
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Cada una de ellas dijo que deseaba hacer lo que era mejor para sí pero sin lastimar a otra; si otra manifestara sufrimiento o desaprobación, entonces el objetivo sería rehacerla decisión original hasta que pudiera encontrar se una situación mutuamente aceptable. Una vez más, tanto las consultoras como las terapeutas luchábamos con el fundamental desafío que esto representaba para nuestros modos de pensar habituales, tanto en lo personal como en lo clínico. Cuando tratamos de buscar ayuda en la terapia familiar, nos dimos cuenta de que nuestra formación haría que viésemos límites inadecuados en este sistema y aplicásemos el término fusión a la relación de estas mujeres. Empero, sabemos que la teoría determina lo que puede verse y si adoptábamos una teoría diferente, veríamos algo completamente dife rente. Por ejemplo, los límites podrían perder importancia y lo rclacional emerger con más fuerza. Nos encontramos con un problema similar sobre la teoría cuando tratamos de aplicar el concepto de los triángulos a estas relaciones. Según el uso corriente en terapia familiar, los triángulos constituyen los esfuerzos de una diada para evitar el conflicto directo, haciendo interve nir a un tercero como aliado o como chivo expiatorio. Era cierto, sin duda, que los miembros de este sistema no resolvían bien su conflicto, pero ¿obedecía esto a que participaban más de dos personas en sus intentos? A las terapeutas se les presentó una situación que les daba la oportunidad de proseguir indagando en estas cuestiones. Inmediatamen te antes de la consulta, Cata y Ruth llamaron a las terapeutas, cada una por su cuenta, para pedir sesiones individuales. Analizamos si este pedido significaba un progreso hacia el reconocimiento de las necesida des individuales o un intento de atraer a un tercero (la terapeuta) para aliviar un conflicto con otro miembro del grupo. Puesto que no teníamos pruebas de que las pacientes estuviesen teniendo logros en el abordaje directo de los conflictos, nos decidimos por la segunda interpretación. Por el momento aconsejamos a las terapeutas que insistiesen en que los temas referidos a las relaciones del grupo siguiesen tratándose en el grupo. Cuando comenzamos a hacer el plan de tratamiento para las sesiones siguientes, las terapeutas evaluaron que lo mejor que habían hecho era mantener una posición de no interferencia en el sistema durante bastante tiempo para permitir que surgieran algunas pautas. Había sido una actitud difícil de mantener porque las terapeutas en realidad observaron
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un gran caudal de conductas y datos en las historias, que comúnmente se denominarían patológicos. Las terapeutas se resistieron a la tentación de sacar a las pacientes del grupo prematuramente para realizar el análisis de sus familias de origen, o de fijar límites arbitrariamente alrededor de las diadas y hacerlas trabajar con un consejero de parejas. Coincidieron en que habría sido completamente imposible adoptar esta posición de no haber trabajado como coterapeutas impidiéndose mutuamente verse demasiado afectadas por alguna de las integrantes del grupo. Examinamos dos temas como prioridades en esta etapa de la terapia: encontrar maneras eficaces para resolver el conflicto y abordar las necesidades individuales identificándolas, hablando de ellas y resolvien do las consecuencias resultantes. El equipo consideró que estos temas eran especialmente gravosos para las mujeres. Conocemos el enorme costo que representa para las mujeres su adaptación normal en estos ámbitos. Asimismo, queremos recordar que existen aspectos específicos de la vida de las lesbianas que determinan la manera en que los temas de las mujeres y los temas humanos son experimentados e incorporados. EL ANÁLISIS
Hay que tener en cuenta muchas dimensiones al trabajar con parejas lesbianas. Recomendamos al respecto referencias instructivas (Abbott y Love, 1977; Baetz, 1980; Gartrell, 1984; Goodman, 1980; Hidalgo, Petersony Woodman, 1985;KrestanyBepko, 1980;Loulan, 1984; Rich, 1980; Roth, 1985; Vida, 1978). Asimismo, instamos a que se tenga especial cuidado al seleccionarlos supervisores y consultores. Aquí sólo tendremos espacio para examinar los cuatro aspectos especialmente importantes para nuestro trabajo con el caso presentado. Heterosexismo/homofobia
La cultura norteamericana es heterosexista. Las discusiones sobre la bisexualidad universal, el determinismo hormonal o la naturaleza versus la cultura oscurece este punto fundamental: la heterosexualidad sirve de eje a la estructura y el funcionamiento patriarcales de nuestra sociedad. Es decir, la heterosexualidad ha sido “impuesta, administrada, organiza da, propagandizada y mantenida por la fuerza...” para asegurarse que las mujeres dependan física, emocional y económicamente de los hombres (Rich, 1980, pág. 649). Las mujeres que se apartan de las filas de lo
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disponible se enfrentan con todo el poder social, religioso, legal, médico y diagnóstico del que disponen aquellos que sufren su pérdida, y les guardan rencor por su coraje. La homofobia generalizada es un tributo fe roz al éxito de la causa y al riesgo de represalia que la acompaña. El prejuicio heterosexista es un problema fundamental para el tera peuta que trabaja con pacientes lesbianas. Este prejuicio es tan omnipre sente, guía al pensamiento tan automáticamente y con tanta familiaridad, que el terapeuta corre el riesgo continuamente de proyectarlo en la terapia o de quedar paralizado y no actuar por miedo de proyectarlo. Para complicar aun más las cosas, nuestra homofobia puede coincidir con la de nuestros pacientes. Entonces nos equivocamos totalmente. Podemos pensar que les estamos brindando empatia y comprensión a nuestras pacientes cuando, en realidad, y sin saberlo, estamos sustentando el odio que sienten por ellas mismas. Por ejemplo, es la homofobia lo que hace que una terapeuta y sus pacientes lesbianas atribuyan los trastornos de una relación al lesbianismo, en lugar de atribuirlos al efecto habitual mente limitante del prejuicio. Así sucedió cuando Cora y Cata expusie ron por primera vez sus problemas sexuales en la terapia. Cora se preguntó si las mujeres podrían realmente seguir interesándole desde el punto de vista sexual con el paso del tiempo, puesto que no existe un contraste anatómico completo. La terapeuta también se hizo esta pregun ta. La repulsión ante el sexo entre mujeres que Cata y Cora y la terapeuta habían adquirido en su educación debería haber sido considerada como el posible origen del problema. Los problemas de la vida cotidiana
Las parejas lesbianas tienen conflictos sobre las mismas cuestiones que las parejas heterosexuales: el dinero, la intimidad, el sexo y los quehaceres. Ruth y Rita, por ejemplo, discutían con frecuencia sobre sus finanzas y ellas, al igual que Cora y Cata, tenían dificultades con su intimidad. El sexo era el tema principal entre Cata y Cora. Cata deseaba relaciones sexuales más frecuentes y apasionadas, mientras que Cora demostraba poco interés excepto para complacer a Cata. La distribución de los quehaceres domésticos era algo menos problemática para estas parejas que para otras parejas lesbianas que hemos visto, fundamental mente porque habían convivido el tiempo suficiente para haber alcanza do un acuerdo factible. En cada uno de estos aspectos tradicionalmente conflictivos, la pareja
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lesbiana debe establecer su propia solución creativa. Roth realiza un análisis en que distingue las características de ese intento y, recomenda mos su trabajo por las descripciones dé las pautas y presiones de cada aspecto conflictivo (Roth, 1985). Aquí queremos destacar dos factores que complican el proceso de encontrar soluciones en general para las parejas lesbianas. Uno de los factores que complican la situación tiene que ver con los modelos. Mientras que la pareja heterosexual puede recurrir a la familia de origen ya sea mediante el mecanismo de la memoria o directamente de hecho, este recurso rara vez es de utilidad para la pareja lesbiana porque las parejas heterosexuales normalmente basan sus acuerdos en los estereotipos de los roles de los géneros. (Una pequeña proporción de parejas lesbianas sí adoptan roles muy diferenciados que se basan en los estereotipos de los roles de los géneros heterosexuales. Empero, la mayoría de las lesbianas no adoptan una conducta rígida con respecto a los roles.) Otras fuentes de modelos muy accesibles para las parejas heterose xuales —revistas, diarios, libros de autoayuda, cursos convencionales y programas de televisión que dan lecciones explícitas o encubiertas sobre la manera de llevar adelante una sociedad para convivir— se basan en supuestos sobre acuerdos, perspectivas y sustentos que en general no se aplican a las parejas lesbianas. Si bien puede constituir una ventaja tener la libertad de idear las soluciones propias, esa libertad entraña la pérdida de la sensación de certidumbre y dirección que da el hecho de seguir la tradición, y recibir la consiguiente legitimación social. El segundo factor que complica los esfuerzos de la pareja lesbiana para resolver los problemas cotidianos tiene su origen irónicamente en la característica de la relación que precisamente puede hacerla tan placentera. Es decir, la relación comprende dos mujeres. Al igual que las demás mujeres de esta cultura, la lesbiana ha sido socializada para interesarse más en los sentimentos del otro que en los propios, para ser más sensible a las necesidades del otro que a las propias. Puesto que en una relación lesbiana el otro es también una mujer, cada una de las partes se encuentra recibiendo un grado de atención desconocido en sus relaciones con hombres o miembros de la familia donde se espera que las mujeres sean prodigadoras unilaterales. La sensibilidad recíproca entre las integrantes de una pareja lesbiana puede brindar un enorme placer y bienestar. A veces, sin embargo, tiene efectos secundarios perturbado res. En su novela Other Wornen, Alther presenta una situación de ese tipo
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cuando describe la relación prolongada entre Carolina y Diana: Llegaron finalmente a la conclusión de que su relación no estaba funcionan do, porque las dos tenían una necesidad equivalente de ser necesitada s... La vida con la otra era una lucha constante por sobreprotegerse mutuamente... Las dos aumentaron cinco k ilos por las golosinas y masitas que la otra traía a casa, que eran obligatoriamente devoradas para complacerla. Durante la relación sexual cada una esperaba que la otra alcanzara el clímax primero, hasta que las dos perdieron el interés por completo. Se peleaban por comerse la tostada más quemada o por ducharse en segundo término con el agua menos c alie nte ... Con el tiempo se vieron obligadas a abordar el tema de qué hacer con dos personas en quienes la preocupación por la otra había llegado a ser una enfermedad (1984, p4g. 16).
¿Por qué esa preocupación por el otro dificulta la solución de los problemas? Porque impide que se desarrolle la capacidad de estar cons ciente de las propias necesidades e, incluso, en el caso de estar conscien te, de expresarlas en términos claros que puedan crear un conflicto, pero que además permitan la explicación y la negociación necesarias para resolverlo. La comunidad lesbiana
Las integrantes de la comunidad lesbiana bien pueden constituir el contexto interaccional primario de la pareja lesbiana. En la terapia (y en las visitas hospitalarias, las pólizas de seguro, los tribunales, los funera les, los bancos, etcétera), no suele prestarse atención a la importancia de estas amigas. Nosotras señalamos su significación porque sirven no sólo de relaciones primarias sino además de refugio e identificación. Cualquier lugar en el que se reúnen las lesbianas puede llegar a ser un refugio: un concierto de música de una mujer, una reunión política, una librería para la mujer. La cantidad crea momentáneamente la sensación de estar en un lugar donde la mayoría heterosexual no está invadiéndolas, observándolas y pronta a condenarlas, y posiblemente a perseguirlas. Como todas las personas oprimidas usan su adhesión al grupo para poder existir en un mundo hostil, las lesbianas también adoptan la identidad de su grupo para sobrevivir al odio. Se crean una identidad orgullosa recurriendo a las características que las hacen singulares y fuertes, y buscan imágenes positivas en las canciones y la literatura de las mujeres. Las mujeres lesbianas recurren a la comunidad lesbiana para buscar compañerismo, fraternidad, familia y espíritus afines. Las mujeres más
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conectadas con la comunidad lesbiana conocen las normas y esperan que sus integrantes las cumplan. Por ejemplo, en algunas comunidades les bianas se espera que las parejas sean monógamas, mientras que en otras puede considerarse que la monogamia es opresiva. La comunidad más influyente para las cuatro mujeres analizadas en este capítulo pasó de ser un grupo cerrado de diez parejas a ser un grupo abierto en el que participaban parejas, mujeres solas y ex amantes. Este cambio se produ jo varios meses antes de que estas mujeres recurrieran a la terapia, y es este contexto también el que necesitaba ser tenido en cuenta como parte del cuadro total. Los conceptos tradicionales de la terapiafamiliar
Varios conceptos centrales de la terapia familiar como, por ejemplo, triángulo, fusión y límite, bien podrían acudir a la mente para describir y explicar las pautas específicas y los problemas característicos de las relaciones lesbianas. Estos tres conceptos están imbuidos del prejuicio heterosexista y su aplicación a cualquier sistema de relaciones puede producir una perspectiva distorsionada. En especial, su aplicación a las relaciones lesbianas inevitablemente producirá una descripción pobre y patologizada. Los triángulos. En el sistema lesbiano descripto en este capítulo, la
cantidad de tríadas superpuestas era sin duda notable y llevó a las terapeutas a analizar las interacciones desde el punto de vista tradicional en la terapia familiar según el cual los triángulos son siempre perversos (Haley, 1971). La inclusión de un tercero a veces puede crear un trián gulo perverso, pero ¿qué fundamentos hay para decir que a veces podría no producirlo? En primer lugar, dada la telaraña de relaciones que las lesbianas tienden a mantener, la unidad primaria correspondiente a un conflicto específico que parece ser un problema diádico bien puede estar constituida por tres, cuatro o más personas. Además, podemos estar en presencia de una manifestación de la psicología de las mujeres. Gilligan (1982) sugería que, a diferencia de la manera que tienen los hombres de aplicar un principio imparcial para resolver un dilema moral, las mujeres proyectan una amplia red de preocupaciones relaciónales, prestando atención a cada una de las partes afectadas. Tal vez se pueda aplicar lo mismo a la manera de resolver los conflictos que tienen las mujeres. En segundo lugar, sabemos que manejar un conflicto de manera
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productiva es difícil para todos, pero es particularmente difícil para las mujeres. Dado que no tienen una base de poder en el mundo real, las mujeres, tanto las lesbianas como las heterosexuales, están acostumbra das a abordarlos conflictos sólo indirectamente (Miller, 1976). Incluir a una tercera persona o a varias personas más hace que la confrontación sea menos directa pero, precisamente por esto, también puede ser lo que permite que se produzca la confrontación. El efecto deseado y facilitado por este modo de proceder es diluir la intensidad para poder manejar el enojo sin perder a la otra persona. La fusión. En terapia familiar, la fusión figura notablemente como un
principio explicativo en los dos principales artículos publicados sobre la terapia con parejas lesbianas (Krcstan y Bcpko, 1980; Roth, 1985). Por consiguiente, al conceptualizar nuestro trabajo con las pacientes presen tadas en este caso, quisimos examinar el significado y la utilidad del concepto de fusión. Las dificultades que encontramos con este concepto hicieron que lo cuestionáramos por completo. En terapia familiar el concepto de fusión se asocia más estrechamen te con el trabajo de Bowen (1966), quien emplea el término para situar el extremo inferior de una serie continua que mide la capacidad de un individuo para actuar y sentir como un ser independiente. Las personas que padecen “fusión del yo” tienen los límites del yo poco definidos, dependen excesivamente de la opinión y aprobación de los demás y tienen grandes dificultades para hablar en nombre propio. En el extremo superior de la serie continua se encuentran las personas diferenciadas que tienen una identidad claramente definida, piensan y sienten independien temente de las necesidades y deseos de los que los rodean y toman decisiones basadas en principios racionales y no emocionales. El término fusión también se aplica a las relaciones. Según la teoría, una persona cuyos sistemas emocional e intelectual están fusionados “se fusionará” en las relaciones, es decir, “perderá identidad” (Kerr, 1981). Llegamos a la conclusión de que, si aplicábamos el concepto de fusión a Ruth, Ri la, Cata y Cora, veíamos realmente que tenía algo de verdad. Estas cuatro mujeres parecen sin duda excesivamente sensibles entre sí, desarrollan una intensa intimidad y tienen dificultades para adoptar posiciones que podrían ser desaprobadas. No obstante, un poco más de reflexión sobre el tema nos llevó a cuestionar la fusión como medio para explicar la conducta de las
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pacientes. El término describe a la persona que otorga una mayor prioridad al mantenimiento de la relación, que a la manifestación, el des arrollo e incluso la salud de sí misma. Para la persona fusionada, la distinción entre lo que es mejor para sí misma y lo que es mejor para la relación se hace borrosa o desaparece por completo. El problema de aplicar este concepto a las mujeres es que a ellas se les enseña que ignorar la distinción entre ellas mismas y la relación es el camino hacia el logro de la autorrealización. En realidad, la capacidad de una mujer para ignorar esa distinción es considerada como un signo de madurez. Hay una segunda forma en que la fusión es unconcepto implícitamen te basado en los géneros. Bowen dice que las personas fusionadas viven “en un mundo ‘de sentimientos”’ y que gastan la mayor parle de su “energía vital... manteniendo el sistema de relaciones que las rodea... Son incapaces de usar el ‘yo’ diferenciado... en sus relaciones con los demás” (1966, pág. 357). En esta cultura las afirmaciones que anteceden comprenden una descripción adecuada de la llamada mujer sana (Broverman, Vogel, Broverman, Clarkson y Roscnkrantz, 1972). Las muje res son educadas para saber relacionarse, para encargarse de los aspectos relaciónales de todas nuestras vidas, para ser sensibles a los sentimientos de los demás y, específicamente, para evitar decirlo quiero, yo necesito. A diferencia de las personas fusionadas, las diferenciadas “están orien tadas por principios, dirigidas a objetivos”, “no son afectadas por el halago ni la crítica de los demás”, son capaces de “asumir la responsa bilidad total de sí mismas” y de “desembarazarse de ‘experiencias emocionales intensas’ y proseguir un curso autodirigido a voluntad” (Bowen, 1966, pág. 359). Los hombres correctamente aculturados son formados precisamente en esas aptitudes. La dicotomía fusionado/diferenciado constituye un error porque po lariza las capacidades humanas. Este error se agrava al poner de mani fiesto el mayor valor que la cultura atribuye a las aptitudes autónomas con respecto a las aptitudes relaciónales, es decir, la elevada valoración de las aptitudes masculinas con respecto a las femeninas. El efecto es la polarización de los sexos. Los hombres, por su formación cultural, pa recerán muy diferenciados y, por consiguiente, se les pondrá el rótulo de normales y sanos. Las mujeres, por su foimación cultural, parecerán me nos diferenciadas y recibirán entonces el rótulo de patológicas. Nosotras cuestionamos la valoración que produce este resultado. Este mundo sería un lugar más seguro y habitable si se enseñase no sólo a lamitad femenina
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de la raza a alimentar las relaciones, responder a los sentimientos y opiniones de los otros y fomentar el bienestar de los demás. Los prejuicios superpuestos contra las mujeres y la afinidad afectiva implícita en el sistema de Bowen se hacen más evidentes cuando el concepto de fusión se amplía para decribir lo que sucede en las experien cias emocionales intensas. Bowen afirma que incluso la persona bien diferenciada “afloja los límites del yo para lograr el placer de compar tirse con el otro”, y luego tendrá la necesidad de desembarazarse de este tipo de “fusión emocional” para seguir con lo suyo (1966, pág. 359). Esta liberación contrarresta la sensación de “demasiada intimidad, con la consiguiente sensación de pérdida de la identidad propia... ” (Kerr, 1981, pág. 236). Esta conceptualización de la intimidad también constituye el punto de vista de la cultura (que es el punto de vista de los hombres) de que la intimidad representa un peligro, que amenaza a la vida en lugar de dar vida, que vacía en lugar de llenar y, por consiguiente, que es mejor tomarla en pequeñas dosis. En cambio las mujeres sienten que la intimidad enriquece, amplía y define la identidad, no la anula. La anulación de los signos de su identidad puede sucederle a las mujeres, pero no debido a la experiencia de la intimidad por sí sola. Puesto que el prejuicio del género en este concepto se duplica cuando se examinan mujeres en una relación con otras mujeres, sugerimos que los terapeutas consideren en primer término otras explicaciones para la conducta observada en las parejas lesbianas que podrían llegar a descri bir con el término “fusión”. Por ejemplo: 1) Una relación entre un hombre y una mujer en la cual ella está siempre pidiendo más y dando más, mientras que él se acerca y se aleja, tolerando la intimidad sólo durante períodos breves, por lo general es considerada normal. Si, en cambio, la relación es entre dos mujeres, quienes por su formación están preparadas para comprometerse a man tener un prolongado periodo de intensa relación y además están dispues tas a hacerlo, entonces puede parecer patológica en comparación con la primera. Los terapeutas deben considerar la idea de que tal vez lo que están viendo es riqueza y no fusión. 2) Las lesbianas cuentan con una pequeña comunidad de almas afines, rodeada de una sociedad que se muestra antipática o francamen te hostil ante su existencia. Por ende, el contexto social en el que existen las lesbianas hace que las sanciones por perder a la compañera sean mayores que en el caso de las pacientes heterosexuales. En lugar de una sensación de carencia de identidad, puede ser aquel temor la causa del
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pánico y el aferramiento desesperado a la pareja lo que los terapeutas suelen identificar como una manifestación de fusión. 3) La similitud, la reflexión especular o la gemelización, fenómenos todos que los terapeutas han observado en parejas lesbianas, no tienen necesariamente que obedecer al concepto de fusión sino, en cambio, a una identificación recíproca inofensiva, una respuesta de protección mutua ante un entorno hostil. 4) El terapeuta puede llegar al diagnóstico de fusión debido a un sentimiento de envidia no analizado de la intimidad observada o a una ambivalencia en su valoración de la intimidad. 5) El vocabulario y las emociones que las mujeres han aprendido a asociar con la vinculación erótica están cargados de sacrificio y catástro fe. “No me interesa nada que no seas tú”. “No puedo vivir sin ti”. Cuando una mujer le habla así a un hombre, las palabras suenan normales y familiares. Cuando una mujer se dirige en esos términos a otra mu jer, las palabras indican fusión. Reconózcase esta reacción como homol'obia. 6) Una mujer puede estar padeciendo las consecuencias de un error cognitivo que la ha hecho creer que ella sola no se basta para satisfacer las exigencias de su vida. Este error cognitivo es común en las mujeres pues se lo enseñan desde pequeñas. Y se traduce en una dependencia excesiva de un compañero que erróneamente parece tener todas las cualidades que le faltan a la mujer. El componente emocional de este error cognitivo es el pánico que siente la mujer ante cualquier riesgo de perder una relación tan profundamente importante, reacción que suele exacerbarse en las parejas lesbianas debido a las condiciones menciona das antes: por ejemplo, opciones limitadas, mayor intimidad y elevada identificación. No obstante, esta reacción no es aclarada ni descripta adecuadamente con el término fusión. El límite. El límite es la “línea” que rodea a un grupo de personas y
está formada por las reglas que rigen la asociación de los miembros y la participación dentro de ese grupo. Este término facilita en terapia fami liar el análisis de las responsabilidades y privilegios de un grupo con respecto a otro, una parte de la familia con respecto a otra c, incluso, un individuo con respecto a otro. Cualquiera que sea la intención original del término, ha llegado a ser usado corrientemente de un modo tal que se emplea para hacer distinciones neutrales —lo de usted frente a lo de ellos— o como una filosofía de vida: “Mantenga sus límites claros”. Ya
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sea que lo empleen elocuentemente los teóricos o se diga instructivamen te a los pacientes, lo que este término subraya es la propiedad, la posesión, la protección, la separación, la cautela y la vigilancia. Se escribe mucho más sobre lo que debe mantenerse fuera del límite que sobre lo que debe permitirse dentro de él; más sobre la claridad y la firmeza que sobre la fluidez y la adaptabilidad; más sobre lo que debería ser que sobre lo que podría convenir. Se menciona poco en la literatura existente sobre terapia familiar la posibilidad de aflojar alguna vez el control del límite, de que haya ocasiones en las cuales sería conveniente bajarla guardia como, por ejemplo, en el juego, las crisis, las transiciones y ciertas agrupaciones. Cuando comenzamos nuestro trabajo con las mujeres presentadas en este capítulo, nos dimos cuenta de que la teoría de la terapia familiar no proporcionaba orientación alguna que nos dijera que debíamos examinar las necesidades y beneficios que harían que algunas parejas, en este caso parejas lesbianas, evitasen el rígido límite normalmente recomendado. En consecuencia, al comienzo de la terapia las mujeres parecían estar en un error o en un problema, aun cuando otros límites en sus vidas (con respecto al trabajo y a sus familias de origen) parecían funcionar bien. Nosotras deseamos cuestionar el uso del concepto de límite como un término prescriptivo en lugar de descriptivo. Excepto en el caso del tabú del incesto, el objetivo principal de prescribir límites parece ser el de proteger las jerarquías de la familia, que también son proscriptas. Esa imagen de la familia está al servicio del patriarcado y de su modalidad preferida, la dominación. Otras maneras de administrar la vida familiar son rara vez exploradas en la terapia familiar. La insistencia en el concepto de límite indica que la terapia familiar ve a las relaciones de la familia, y a las relaciones en general, como batallas para ganar territorio, como luchas por el poder desde el principio hasta el final. Sin duda, hay personas que viven las relaciones precisa mente de esa manera, pero hay otros modos de vivir las relaciones. Resulta innecesariamente restrictivo en este campo no crear otras metá foras ni prestar atención a otros modelos. Las parejas lesbianas en realidad proponen una imagen diferente: relaciones que no se basan en la política del poder sino en la intimidad, la mutualidad, la interdepen dencia y la igualdad.
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EL TRATAMIENTO
Los objetivos
Nuestros objetivos para el grupo en tratamiento eran los siguientes: 1) Ayudar a cada una de las mujeres a identificar sus necesidades individuales. ¡. 2) Investigar con cada una de ellas qué significaría encargarse de sus necesidades individuales y las consecuencias que podría acarrear les esa actitud. 3) Normalizar el conflicto, acrecentar su tolerancia y ampliar los recursos para resolverlo. 4) Alentar a las mujeres para que negocien reglas explícitas relativas a las pautas de interacción que les convinieran, en especial con respecto a definir el carácter de las relaciones primarias y las ex pectativas sobre los quehaceres, el dinero, el sexo y la intimidad. 5) Apoyar a las mujeres en lo relativo a la confianza que depositan en los recursos disponibles en la comunidad lesbiana. El plan Las necesidades individuales. Una importante manera de ayudar a las
mujeres a reconocer sus necesidades es identificar algo en lo que ellas ya están diciendo y haciendo como la manifestación de una necesidad individual. Esta manifestación puede ser descripta como exagerada, subestimada o encubierta, pero contribuirá a legitimar la manifestación directa el hecho de que las terapeutas señalen que ya existe alguna manifestación y les demuestren que es inevitable que exista cierta manifestación de las necesidades. Las terapeutas pueden pedir una declaración directa de la necesidad identificada y trabajar con las propias reacciones de la paciente para hacer esta afirmación más directa aun. Las consecuencias de las necesidades. Una
vez que se ha logrado cierto progreso en el reconocimiento y manifestación de las necesidades individuales, cada una de las mujeres requerirá ayuda para afrontar las consecuencias de esas necesidades que tienen de las demás. Las terapeu tas ayudarán a cada una de ellas a expresar las consecuencias para sí misma y le enseñarán a la que lo necesita a escuchar la discusión sin invalidar su necesidad, aun cuando tenga consecuencias no deseadas para las demás.
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El conflicto. Se
pueden ampliar las opciones de la mujeres para abordar los conflictos interrumpiendo sus esfuerzos para mitigarlos e instándolas a relacionarse como mujeres adultas y competentes. Las terapeutas pueden explicarles que cuando actúan de manera indirecta y evitando la confrontación, se infantilizan mutuamente y se privan unas a las otras de la oportunidad de demostrar madurez y fortaleza. Al hacer explícito cualquier conflicto implícito del grupo, las terapeutas pueden invitar a las mujeres a hablar del tema durante la sesión de terapia y actuar como instructoras de cada una de las participantes mientras las demás in tegrantes del grupo observan. Otra posibilidad es dar instrucciones sobre técnicas de pelea limpia como, por ejemplo, emplear afirmaciones en primera persona, discutir un tema por vez y poner un límite de tiempo a la discusión. Las expectativas explícitas. Este
objetivo requiere que las mujeres sepan cuáles son sus expectativas en las relaciones primarias y qué es lo que cada una supone sobre las expectativas de la otra. Por consiguiente, está relacionado con el primer objetivo de reconocer las necesidades individuales. A continuación pueden analizarse y negociarse las expec tativas diferentes de las partes con la ayuda de las terapeutas, y el apoyo de las amigas. Los recursos. Para legitimar la importancia que la comunidad lesbia
na tiene como recurso en la vida de estas mujeres, las terapeutas pueden reconocer la red de amistad, el club de cenas, los acontecimientos musicales centrados en mujeres, y las actividades políticas comprendi dos en la comunidad que apoya y acoge a las mujeres lesbianas. CATA, CORA, RITA, RUTH
Durante los meses siguientes, alentamos a Ruth para que expresara su pena y su enojo por la pérdida de Rita como amante, tanto ante Rita como ante el grupo. Poco a poco Ruth se fue ajustando al cambio producido en su relación con Rita y comenzó a desarrollar una nueva relación. Como suele suceder en la comunidad lesbiana, las otras mujeres del grupo incluyeron cálidamente a la nueva amante de Ruth en sus cenas y salidas. Esta actitud pareció tener en cuenta el deseo de Ruth de seguir conectada no sólo con Rita sino también con Cora y Cata. Pronto Ruth decidió que
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ya no necesitaba las sesiones porque había terminado lo que necesitaba terminar con Rita y confiaba en que la amistad con ella y con las otras integrantes del grupo continuaría. Nosotras coincidimos con la evalua ción de Ruth. La manifestación de empatia de Cata en todas las sesiones era notable. Siempre se sentaba cerca de la que estaba sufriendo más. Lloraba cuando ellas contaban sus historias, se acercaba para consolarlas con algún gesto físico y mantenía su propia historia sin revelar como para no distraer la atención de quien ella creía que la necesitaba más. Le planteamos a Cata que estaba interfiriendo con el desarrollo de una empatia mutua y recíproca entre las integrantes del grupo al no darles la oportunidad a las demás de protegerla a ella. Les sugerimos a las demás que cada vez que Cata manifestase preocupación por ellas, podrían preguntarle si no estaría conteniendo la necesidad de recibir algo de atención. Después de esta sugerencia, las integrantes del grupo empezaron a observar las conductas de cualquiera de ellas que pudieran ocultar una necesidad individual y a comentar las ventajas de los pedidos directos con respecto a los indirectos. Cata estaba confundida con respecto a si prefería tener una relación primaria con Rita o con Cora, y lloraba ante la posible pérdida de cualquiera de las dos. Le pedimos que definiera sus necesidades y que nos contara cómo parecía satisfacerlas cada una de las mujeres. La respuesta de Cata nos hizo pensar que nunca se le había ocurrido plantearse la cuestión de sus propias necesidades en una relación; ella había creído que la única cuestión legítima era quién la necesitaba. Después de unos momentos de reflexión reconoció que la energía y el entusiasmo de Rita la satisfacía sexual y emocionalmente. Cuando empezó a hablar de Cora, nos dio la impresión de que su toma de conciencia y sus palabras nacían al mismo tiempo. Dijo que Cora satisfacía su necesidad de tener una historia común, seguridad y familia ridad, todo esto representado en el hogar que habían formado juntas y en el hecho de haber sido incluida en la cariñosa familia de Cora; una familia completamente diferente de la de Cata, cuyos padres abusivos y alcohó licos ahora estaban muertos. Nuestra interpretación de esta respuesta fue que Cora le había brindado a Cata su primer hogar verdadero, cuyo valor sin duda había sido acrecentado por el refugio que le proporcionaba frente al mundo hostil. La idea de perderlo aterrorizaba a Cata. Esta interpretación pareció ser correcta cuando ella siguió describiendo con
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lágrimas la vida que ambas habían compartido durante quince años. Rita representaba un exagerado altruismo en la solicitud incondicio nal que manifestaba por Cata. Afirmó reiteradamente que apoyaría a Cata cualquiera que fuese la decisión que llegase a tomar, aunque la satisfacía plenamente su intimidad sexual y emocional, y esperaba que continuase. Le sugerimos a Rita que tal vez estaba negándose a sí misma lo importante que había llegado a ser Cata para ella. Cuando le pregun tamos a Rita cómo se estaba ocupando de sus necesidades propias, dijo que pasaba con Cata todo el tiempo que las circunstancias le permitían, mientras que estaba dispuesta a que Cata se volviese a mudar con Cora en cualquier momento. Dado el alcance de su apego, le advertimos que podría estar sobreestimando su capacidad para aceptar lo que sucediese y la alentamos a hablar claramente a medida que sus reacciones salieran a la superficie en el transcurso de la terapia. Prometió hacerlo. Durante todos estos meses, Cora se mantuvo firme en su deseo de que Cata volviese a mudarse a su casa y de tratar de tener nuevamente una relación primaria y exclusiva en el aspecto sexual. Manifestó tristeza porque Cata no compartía su resolución, pero abrigaba la esperanza de que cuando regresase del viaje a Europa que tenía planeado desde hacía mucho para el verano, Cata estaría dispuesta a volver con ella. Le preguntamos a Cora cuál sería el motivo que haría volver a Cata. Respondió que el deseo de volver a ser una pareja motivaría a Cata a intentarlo. Cuando la presionamos más, Cora admitió que todos los intentos que ellas habían hecho durante el último año de acercamiento íntimo sexual habían sido insatisfactorios para las dos, pero ella creía que el tiempo y la eliminación de las distracciones podrían llegar a producir mejores resultados. Le preguntamos si la relación entre Cata y Rita constituía una complicación. Cora dijo que sus pedidos de que Cata dejase de ver a Rita le producían tanto dolor a Cata que ella siempre terminaba por renunciar a hacerlos. Nosotras queríamos ayudar a Cora a ir más allá de su punto de retroceso normal, pero nos dijo que no tenía la energía necesaria para hacerlo. A causa de su estilo de comunicación indirecta y ambigua, Cata y Cora no habían tenido una confrontación verdadera. Nos parecía que volvían a actuar guiadas por la creencia de que la otra no era suficiente mente fuerte para escuchar la verdad, que no tenían derecho a la satisfacción sexual, que su deseo de redefinir su relación era, en cierta forma, desleal.
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En este punto se nos presentaba una buena oportunidad para ayudar a estas mujeres a encontrar mejores métodos para resolverlos conflictos. Le pedimos a cada una que describiese su deseo óptimo y ayudamos al grupo a negociar la lista resultante. Después de cierta discusión, todas estuvieron de acuerdo en que Cata volviese a su casa pero que siguiera viéndose con Rita mientras Cora estaba de vacaciones, solución que era complicada pero que satisfacía a todas. Nosotras sintetizamos las conse cuencias posibles de ese arreglo y lo que podía perder cualquiera de ellas: Cora podría encontrarse sin Cata al regresar de sus vacaciones; Rita podría llegar a estar más apegada a su nueva relación y, por consiguiente, resultarle más difícil desprenderse de ella; Cata podría sentir más apego por la casa, la vecindad y también por Rita y, en consecuencia, su elección podría resultarle aun más difícil. Mientras Cora estuvo afuera, Cata y Rita nos contaron que sus días eran muy felices y que sería muy difícil terminar su relación sexual cuando Cora regresara. Rita dijo que Cata parecía más contenta ahora que había vuelto a su casa. A contragusto, Rita dijo que estaba empezan do a darse cuenta de que no podía competir con los quince años de historia, familia y hogar que habían compartido Cata y Cora. Cata volvió a subrayar que su casa y su vecindad eran esenciales para ella, y que no quería perderla a Cora como amiga y compañera del alma. No obstante, también dijo que era difícil pensar en ella como amante. En la sesión que tuvimos varias semanas después, cuando Cora regresó, Cata anunció que había decidido vivir sola en su viejo barrio y, salir con Rita y con otras mujeres. Impulsada fuertemente por nosotras, Cora le dijo a Cata que ella estaba triste y desilusionada, pero habló con muy poco afecto. Rita también trató de ocultar sus sentimientos, em pleando otra vez una actitud de total aceptación. Le sugerimos a Rita que ella parecía querer darle a Cata una imagen idealizada de la amante abnegada y que esta imagen la perjudicaba a ella misma. La alentamos a que respetara los sentimientos que pudiera llegar a sentir, cualesquiera que ellos fuesen, y que no pensase que hacerlo significaría darle la es palda a su amiga. Rita aceptó intentarlo. Cata explicó que la decisión de formar su propio hogar surgió porque se dio cuenta de la importancia que tenía un hogar para ella, el hogar y no Cora, quien se había desvanecido como compañera sexual hacía mucho tiempo. En la sesión siguiente, nos enteramos de que a pesar de las intencio nes expresadas en la sesión anterior, Cata no se había mudado de la casa
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de Cora y seguía viviendo con ella. Cuando le preguntamos cómo pensaba satisfacer sus necesidades afectivo-sexuales, Cata dijo que no iba a abordar esa dimensión por temor de que Cora no le permitiera vivir con ella mientras saliera con otras mujeres. De esta manera, esperaba evitar conflictos, por lo menos hasta que una situación real lo hiciera necesario. Cuando le pedimos a Cora que aclarase su posición, afirmó que no era aceptable para Cata vivir con ella y tener relaciones sexuales con otras. Ella abrigaba la esperanza de que, con la experiencia de la convivencia, Cata volviera a desearla. Le pedimos a Cora que explicase cómo veía exactamente que podría realizarse este cambio. Al ser presio nada, admitió que en realidad no podía imaginarlo. Nosotras le hicimos notar que la solución a la que habían llegado Cata y Cora no parecía tener muchas probabilidades de durar, y nos pregun tamos si tal vez se trataba del método que ellas habían elegido para posponer una pérdida inevitable. Como ellas asintieron, las instamos a pasar un tiempo explorando modos de convivencia para ver si podían incorporar lo que cada una deseaba. Al hacer esta sugerencia sabíamos que no era una tarea fácil. Nuestras ideas de lo que deseamos en una relación son fácilmente obnubiladas por los supuestos heterosexistas que bloquean otras posibilidades para estructurar las relaciones. A pesar de las dificultades, las urgimos a que realizaran la tarca, explicándoles que cuando no se es explícito se acrecienta el riesgo de que la propia vida sea dirigida por supuestos que no corresponden a la realidad. Dos semanas después, Cata contó que ella estaba viviendo en la casa, Cora estaba viviendo en el cuarto de huéspedes de la casa de una amiga y Rita se había mudado a un departamento más chico. Cata y Cora estuvieron de acuerdo en que la casa era más significativa para Cata que para Cora, de modo que Cata seguiría viviendo allí mientras discutían la posibilidad de venderla. Las acciones físicas constituyeron un cambio significativo para Cata y Cora con respecto a la idea que tenían de la relación. Nos contaron que pasaron largas noches analizando si esa relación satisfacía sus necesidades individuales. Su conclusión fue que ya no podía hacerlo. Una vez que dejaron de realizar esfuerzos para que la relación “funcionase”, Cata y Cora pudieron conversar sobre las dificultades sexuales que se les habían planteado desde hacía tiempo. Cora admitió que ella siempre se había sentido atemorizada por la intensidad sexual de Cata. Sugerimos que el origen de este temor podía ser el espectro de
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perderla intimidad producida por la intensidad, perder a ese otro que se ha acercado aun más. Cora admitió esa posibilidad, pero dijo con cierta timidez que todo lo que sabía con seguridad era que el sexo tenía poca importancia para ella. Si bien afirmamos que no era necesario tratar este tema a fondo en presencia de Cata y Rita, le sugerimos a Cora que tal vez su propio interés sexual no era deficiente en ningún sentido, sino simplemente diferente del de Cata. Esta perspectiva constituyó un evidente alivio para Cora. Cata admitió que con el tiempo ella había dejado de tratar de que Cora se interesara en el sexo. Nos preguntamos en voz alta si esto era sencillamente una extensión de la regla que ellas tenían para abordar los conflictos: “Si no puedes obtener lo que deseas de tu pareja, es preferible retroceder que pelear para conseguirlo”. Las dos mujeres estuvieron de acuerdo con nuestra interpretación. Señalamos a las tres mujeres que Rita no había dicho nada durante la sesión, que en ningún momento nos había parecido necesario pedir sus comentarios y que ni Cata ni Cora le habían pedido nada. Después de analizar sus respuestas a nuestra observación, llegaron a la conclusión de que Cata y Cora tenían que discutir algún asunto privado en la terapia que no era de la incumbencia de Rita, de Ruth ni de ninguna otra persona. A continuación acordamos una sesión para Cata y Cora a solas a fin de que ritualizaran el final de su relación sexual. En la sesión lijada, Cata y Cora comenzaron por declarar que no estaban dispuestas a despedirse. Les recordamos que la influencia del heterosexismo hacía que la despedida pareciese necesaria simplemente porque terminaba su relación sexual. Observamos que ellas no tenían por qué compartir esa idea. Dijeron que se sentían de muchas maneras tan íntimas como lo habían sido cuando eran amantes, aun cuando no deseaban tener relaciones sexuales. Con una orientación específica dada por nosotras, comenzaron a lamentar la pérdida de su relación sexual, comunicando abiertamente el sufrimiento y la tristeza de sus últimos años de convivencia. Con el tiempo, empezaron a hablar más sobre la importancia de la relación, tanto la pasada como la presente, e insistieron en mantenerla en el futuro. Les sugerimos que aunque no habían nacido de la misma madre, cada una había encontrado en la otra una buena hermana y estaban experimentando lo valioso y maravilloso que puede llegar a ser contar con una hermana. Cata respondió que en realidad ninguna de las mujeres del grupo tenía una hermana y se preguntó si ése sería en parte el motivo por el cual abandonar a la otras les resultaba tan
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penoso. Una de las terapeutas dijo que ella sí tenía una hermana y también se desesperaría si no pudiera contar con ella en momentos especiales o mantener con ella largas conversaciones hasta bien entrada la noche durante el resto de su vida. Cora y Cata parecían conmovidas por la idea de verse como hermanas y les encantaba la perspectiva que daba a su futuro. Se preocuparon luego porque, dado que no eran hermanas biológicas, los demás podrían no comprender o apoyar el deseo constante de que la otra ocupase un lugar tan central en la vida de cada una. Cora dijo que ella ya había tenido problemas, y explicó que las mujeres con las que había salido reciente mente se sentían amenazadas por su relación con Cata y desconfiaban, a pesar de que ella les decía que no se trataba de una relación sexual. Nosotras comprendimos este problema y dijimos que aun cuando existe el vínculo biológico, como en el caso de nuestras hermanas, suele haber problemas, pues nuestros maridos y amantes se habían sentido celosos de este vínculo. En la comunidad lesbiana, observamos, el problema evidentemente es más complicado. Puesto que la comunidad es tan pequeña y el riesgo de exponerse a un extraño, tan elevado, las mujeres por lo general salen con sus amigas y la línea que separa a la amiga de la amante suele trasponerse a menudo. Las instamos a pensar para la semana siguiente en otras dificultades que pudieran imaginar. Ellas sugirieron incluir a Rita en la tarea e invitarla a venir a la sesión siguiente. Nosotras aceptamos. Las tres mujeres vinieron a la sesión siguiente. Cada una de ellas describió diversas dificultades que imaginaban en las relaciones futuras, y nosotras observamos que estas dificultades tenían una causa común: la ambigüedad de las expectativas en las relaciones. Aquí había otra versión del problema que habíamos trabajado durante toda la terapia. Esta vez lo expresamos como ambigüedad con respecto al compromiso. En respuesta ellas comenzaron a hablar de la “opresión del matrimonio”. Les pedimos que especificaran más lo que decían y las tres se pusieron a hablar a la vez, completando una las frases de la otra como si hubiesen discutido este tema muchas veces. Hablaron del poder desigual entre marido y mujer, la falta de mutualidad en las tareas y la prodigación de los cuidados y el requerimiento de encontrarla satisfacción de todas las necesidades dentro del matrimonio. Nosotras señalamos que todo eso tenía que ver con el heterosexismo y no con el compromiso en sí. Les preguntamos: “¿Si fueran libres para distribuir su compromiso entre
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tantas personas como quisieran, con quiénes querrían comprometerse y para qué?” Con repentina facilidad y alegría describieron compromisos relativos a diversas atenciones y servicios que podían prestar a diferentes amigas y luego se refirieron a las tres presentes en el consultorio. Cora y Cata se comprometieron a proteger su relación fraternal y a seguir aprendiendo sobre esto; Cata y Rita se comprometieron a tener un período de relaciones sexuales exclusivas mientras examinaban el po tencial que tenían; Cora y Rita se comprometieron a mantener una amistad en la que compartirían lapsos breves dedicados a conversar y escuchar música. Siguiendo nuestra sugerencia, las tres admitieron que todo lo que no se había declarado quedaba fuera del compromiso y expuesto a la experimentación y la negociación. Seis semanas más tarde Rita, Cora y Cata vinieron a la sesión. Las tres informaron que habían resuelto los problemas que las habían traído a la terapia. Rita estaba contenta con el estudio y su relación con Cata. Cata estaba disfrutando de su casa, del tiempo que pasaba con Rita y de la nueva relación con Cora. A Cora le encantaban sus salidas con mujeres y su nueva relación con Cata. Las tres periódicamente cenaban con Ruth. LOS RIESGOS
Los siguientes son los riesgos que aguardan a la terapeuta feminista de la familia que trabaja con parejas lesbianas: 1) Insistir con lafrase: “Algunas de mis mejores amigas son lesbia nas". El riesgo fundamental de la terapeuta de la familia que trabaja con pacientes lesbianas es no reconocer la homofobia común a ella y a las pacientes. El hecho de que la terapeuta y la paciente parezcan defender los mismos valores puede obedecer simplemente a que las dos fueron educadas en una cultura que tiene una larga historia de repulsión y temor a las mujeres que aman a mujeres. A pesar de todos los esfuerzos que hace la terapeuta para liberarse del prejuicio, tiene que permanecer bien consciente de la tendencia homofóbica y heterosexista residual o ésta sin duda se insinuará en la terapia. 2) Mantener una política de prescindencia. Debido al deseo de respetar la singularidad de la experiencia de sus pacientes lesbia-
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ñas, la terapeuta puede mostrarse reacia a abordar temas que no vacilaría en comentar si estuviese trabajando con una pareja heterosexual. Si bien a veces resulta prudente que las terapeutas asuman una postura antropológica con pacientes que presentan problemas problemas y situaciones situaciones poco habituales, esta postura puede prolongarse prolongarse durante durante demasiado demasiado tiempo. tiempo. La terapeuta queda así incapacitada para actuar y las pacientes reciben un mal servicio. 3) Detectar sólo leyenda leyendass y visionarios. visionarios. Si bien casi todas las teorías de la familia ignoran o implícitamente patologizan la experiencia lesbiana, lesbiana, las terapeutas feministas feministas de la familia pueden equivocar se en el sentido opuesto, idealizando la existencia lesbiana. La lesbiana lesbiana puede ser considerada heroica por haber escapado a los lazos de la pareja heterosexual y rechazado la opresión que implican el deseo de posesión y la desigualdad que suelen carac terizar las relaciones heterosexuales. En la medida en que las terapeutas idealicen a cualquier tipo de paciente, limitan su capacidad de ser útiles. 4) Sobreestimar la identificación, subestimar la diferencia. La tera tera peuta puede creer cre er que el hecho de compartir la condición condición de la mujer con sus pacientes lesbianas es una similitud tan fundamen tal como para volver volve r insignificant insignificantee cualquier diferencia originada en la experiencia lesbiana. Aunque este error casi siempre se comete con el fin de establecer una situación de empatia con las pacientes pacientes constituye constituye inevitablemente inevitablemente un mal servicio servicio porque impide apreciar la singularidad de la propia vida de las pacientes. Otro riesgo que se relaciona con éste es que las terapeutas confundan el conocimiento que tienen del pensamiento feminista con el conocimiento de la experiencia lesbiana. En realidad, en gran parte de lo escrito sobre el feminismo no se aborda en absoluto la experiencia lesbiana. 5) Suponer que si se ha visto uno se han visto todos. A pesar de su compromiso de no ver el lesbianismo como una patología, la te rapeuta feminista de la familia puede caer en la trampa de clasificar a estas pacientes por su orientación sexual y no por el modo en que se presentan a sí mismas en la terapia. Este error llevará a la conclusión absurda de que todas las lesbianas son iguales y tienen los mismos problemas.
Ca pit u l o 9
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Búrlate Búrla te de d e mí m í Y hiéreme Engáñame Abandóname Abandónam e Soy tuya hasta la muerte Tan enamorada Tan enamorada Tan enamorada estoy de ti, Mi amor. Kate, en “KissMeKate” Colé Porter
Era su primera sesión. Angélica me contó sus problemas con manos y voz temblorosas. Padecía una incapacidad crónica para dormir, con centrarse, cuidar a sus hijas hijas o trabajar. Se le había diagnosticado diagnostica do que tenía un colon espástico. Todas sus energías eran absorbidas por sus peleas con c on Horacio, de quien se había divorciado hacía dos años. Empero, el divorcio no había logrado separarlos y estaban esta ban viviendo juntos junto s otra vez. Angélica contó las traiciones de Horacio: prometer que abandonaría a la otra mujer muje r de su vida y luego seguir viéndola. Contó sus contradic ciones: decirle en un momento dado cómo debía comportarse ella para no arruina a rruinarlas rlas posibilidad posibilidades es que tenían de seguir juntos y seguidamen te negar que alguna vez le hubiese hecho abrigar esperanzas. Contó los ataques de violencia de Horacio: Horacio: acercarse ace rcarse inesperadamente para tirarles tirarle s de los cabellos a los niños o empujarla a ella contra la pared. Contó los hostigamientos a que la sometía so metía Horacio: Horacio: llamarla llamar la a la oficina diez o doce veces al día, gritarle insultos a intervalos regulares, despertarla en medio de la noche “para hacerlo hacerlo una vez más”, más” , amenazarla con una batalla por la tenencia tenenc ia de los niños. niños. Y, sin embargo, dijo, era sólo s ólo con él que ella “se sentía segura”. segu ra”. Con la certidumbre que le daba la esperanza, creía que en el fondo realmente la amaba y que el amor que ella sentía por él haría surgir lo bueno que había en él. Estos lazos la ataban a la relación y hacían ha cían que quisiera mantenerla. Dada la descripción expuesta, muchos terapeutas tienden irresistible-
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mente a diagnosticar que Angélica Angél ica es masoquista, término que tiene una larga y estimada historia en la psicología (Deutsch, 1944; Freud, 1924/ 1959; Roazen, 1985; Stolorow, 1975; véase también Caplan, 1985). Como diagnóstico, el masoquismo está casi exclusivamente reservado a las mujeres y tiene por objeto describir a una persona mentalmente perturbada que que no no sólo consiente persistentemente persistentemente que que se abuse abuse de ella y se la haga sufrir sufri r en una relación, re lación, sino que además parece obtener obte ner cierto placer place r con ese sufrimien sufrimiento. to. La idea de que en realida realidadd está está motivada motivada por la “dulzura “dulzu ra del sufrimiento” distingue a la mujer masoquista de las demás mujeres que también ta mbién sufren como, c omo, por ejemplo, la mujer pobre que lucha diariamente por la supervivencia super vivencia (Shainess, 1984) 1984).. La masoquista desea ser dominada por un hombre y obtiene o btiene toda su autoestima de la aproba ap roba ción de él. Desde el punto de vista de la teoría de los sistemas, la mujer “ma soquista” se comprende mejor en el contexto de su relación con un com pañero “sádico”. “sádico”. En este este contexto contexto las las palabras “masoquis “masoquismo” mo” y “sadis “sadis mo” son s on usadas en su sentido más general para describir desc ribir una actitud muy difundida con respecto a la relación primaria, y no para denotar preferen cias de placer place r sexual. sexual. La gratificación del hombre sádico se complemen ta con la supuesta gratificación de la mujer masoquista. El se siente justificado al causarle padecimientos padecimientos psicológicos psicológicos (y a veces veces físicos) físicos),, argumentando que le está dando lo que ella necesita y desea verdadera mente: ser dominada por un hombre real. Este razonamiento es tan poderoso que el hombre sádico rara vez recurre a la terapia. terapia. No siente ningún ningú n conflicto con respecto a su rol porque porque la devoción de voción que le dispensa la mujer, a pesar de sus padecimientos, es prueba prueb a de que está cumpliendo cumpliendo su tarea. En el caso expuesto en este capítulo el hombre abusivo se negó a participar en la terapia y declaró no sentir culpa ni tener dudas dudas con respecto al rol que cumplía cum plía en la relación. Por Po r consiguiente, en el sentido sentido más literal, se trataba de un caso de terapia individual. No obstante, nosotras creíamos que para comprende com prenderr a Angélica era necesario prestar una cuidadosa atención al contexto en el que tenía lugar su problema. Horacio cobraba mucha importancia en ese contexto. Como feministas cuestionamos la conceptualización de Angélica como masoquista porque su conducta c onducta era simplemente la satisfacción s atisfacción de las expectativas culturales con respecto a las mujeres, no un ejemplo de
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desviación.1No necesitamos depender de las ideas psicológicas de una mujer en particular para explicar una conducta que parece autodestructiva; podemos referimos a una cultura que contiene muchas exigencias destructivas para la mujer. Por ejemplo, estar al borde de la desnutrición para alcanzar lo que la cultura define como belleza femenina, recibir por su trabajo una compensación mucho menor que la ofrecida a un hombre, tener una posición dependiente y sumisa en su relación con los hombres. En realidad, la exigencia de esta actitud ante los hombres es la causa de que existan las demás exigencias y de que tengan la fuerza que tienen. El cumplimiento de estas exigencias por parte de la mujer necesariamente la lleva a tener una conducta que parece autodestructiva, sean cuales fueren sus motivaciones e ideas propias. ANGÉLICA
Angélica tenía treinta y un años, estaba divorciada y era madre de dos niños pequeños. Se desempeñaba como una administradora de bajo nivel en uña importante compañía de servicios. Conoció a Horacio en la escuela secundaria, salieron durante varios años y se casaron al egresar de la universidad. Angélica dijo que Horacio era muy buen mozo, decidido e inconstante. Atraída en un principio hacia él porque siempre parecía ¡saber lo que quería, finalmente se dio cuenta de que su seguridad era más bien obstinación. El matrimonio se volvió cada vez más conflictivo, llegando algunas veces a la violencia física. Aunque Angé lica nunca dejó de sentir un gran amor y una intensa atracción por su marido, llegó a tener una relación extraconyugal. Después de varios meses se divorció de su marido, pensando en casarse con su amante, qué tenía un carácter más amable y estable. Empero, el divorcio no bastó para aflojarla conexión de Angélica con Horacio. Angélica siguió ligada a él sexual y emocionalmente. Después de romper con su amante, salió con varios hombres más, pero dijo que nunca amó realmente a ninguno que no fuese Horacio y quiso volver a casarse con él. Por su parte Horacio tenía otra mujer, pero proseguía vigorosamen 1 Del mismo modo, la conducta sádica de Horacio era una ampliación del rol proscripto y aplicado por la cultura a los hombres, más conocido como machismo. Nuestro objetivo en es te capítulo será explicar el contexto psicológico y social de la mujer. Véase una explicación del contexto de los hombres en Ehrenreich (1983) y Miller (1976).
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te su relación con Angélica, y le dijo que él también quería volver a casarse con ella. Después de ocho meses de haberse divorciado, él y Angélica comenzaron a vivir otra vez juntos, aunque Angélica sabía que él pensaba seguir viendo a la otra mujer. Cuando Angélica se quejó, Horacio la acusó de presionarlo demasiado para tomar una decisión sobre la relación de ellos. Cuando llegaron a esta situación Angélica vino a verme. Ella deseaba vivir con Horacio, pero estaba teniendo dificultades para dormir, traba jar, cuidar a sus hijos y satisfacer las expectativas que tenía Horacio con respecto a ella. Me pidió que la ayudara a dejar de ser tan egoísta e impaciente. Quería dejar de reaccionar ante las rabietas de Horacio y dejar de llorar porque “él duerme conmigo una noche y me abandona a la siguiente”. Horacio le dijo que si él y Angélica habrían de tener alguna vez una oportunidad, esta situación era una parte inevitable e inofensiva de sus vidas en ese momento y tenía que ser soportada hasta que ellos “llegaran al final”. El objetivo de Angélica era aprender a soportar. Su recompensa, estar casada con el hombre que amaba. Ella creía fervien temente que él llegaría a sacar “lo mejor que tenía oculto en su ser” gracias al amor de ella. La profunda aflicción de Angélica estaba interfiriendo en su funcio namiento diario; primero abordé este problema. Su ansiedad ya empezó a disminuir al decidirse a iniciar la terapia. La experiencia de ser escuchada, atendida y apoyada era algo singular para Angélica. El hecho de contar con un tiempo y una persona dedicados a ella sola atenuaba la sensación de aislamiento que aumentaba el pánico. Cuando yo hice la devolución de lo que me había contado y le pedí aclaraciones, Angélica pareció aliviada al saber que había dado el primero de una serie de pasos que la sacarían del laberinto de padecimientos que me presentaba. Para acrecentar esta sensación de alivio fuera de la sesión de terapia le pedí que comenzara a aplicar algunas técnicas específicas para hacer frente al estrés. Ella aceptó. Si bien lo que pedía Angélica a la terapia era ayuda para tolerar la conducta de Horacio, me encontré reemplazando ese objetivo por el mío: enseñarle a Angélica a interactuar con Horacio de una manera que demostrase más respeto por sí misma. Pensé el problema en estos términos: ¿porqué una mujer que tiene otras opciones económicas sigue conectada emocionalmente con un hombre del que se ha divorciado lcgalmente cuando incluso ella dice que su relación, tanto antes como
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ahora, es insatisfactoria en aspectos fundamentales? ¿Por qué esa mujer soporta una relación psicológicamente abusiva? Si ella se valorara más, no toleraría el abuso de Horacio. Si no pudiera detener el abuso, abandonaría la relación definitivamente. Llegué a la conclusión de que sólo una mujer que atribuyera poco valor a su propio bienestar podría soportar esa situación. Esta manera de pensar puso a la terapia en una impasse.
Mis esfuerzos para alentar a Angélica a desarrollar un mayor respeto por ella misma no se concentraron sólo en su relación con Horacio sino también en otros ámbitos. Ayudé a Angélica a procurarse amistades y actividades con sus hijos así como también a identificar otros intereses. En cuanto a su relación con Horacio, empecé por ensayar con ella distintas maneras de enfrentar directamente a Horacio por su abusividad. Después de varios intentos infructuosos para convencer a Angélica de que trasladase lo que habíamos ensayado a la vida real, pasé a presentarle métodos menos directos. Le sugerí que cuando Horacio le gritara insultos, encendiera el grabador, diciéndole que tenía que traerme una descripción exacta de lo que él opinaba de ella. Cuando la llamara a la oficina, debía mantener la conversación durante un minuto, después dejarlo esperando en la línea mientras atendía algunos asuntos de la oficina, volver a la conversación durante otro minuto, hacerlo esperar otra vez, etcétera. Angélica no siguió estas sugerencias. Confundida y frustrada por el fracaso de mi método, examiné el nudo de preguntas que me ataba: si Angélica no va a hacer nada para detener el abuso ni para abandonar a Horacio, ¿qué se supone que voy a hacer por ella? ¿Por qué tiene tanto miedo de actuar? ¿Por qué está desperdiciando su tiempo, su vida, con este hombre? ¿Cómo puedo sacarla de esta situación? Estas preguntas, en lugar de haber surgido de un análisis calmo, estaban cargadas de dolor y de ira. Sorprendida por las fuertes reacciones que tenía hacia Angélica, llevé mi caso al grupo de consulta. LA CONSULTA
En las primeras sesiones de terapia, la terapeuta le sugirió a Angéli ca cómo comportarse con Horacio de modo que demostrase tener más respeto por sí misma y menos tolerancia ante los abusos de él. La relación entre Angélica y la terapeuta parecía cálida y agradable. A Angélica le agradaban sus sugerencias y se sentía mejor con ella misma cuando
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pensaba que podría tener opciones en su trato con Horacio, pero no había seguido una sola de ellas. Cada vez que parecía que Angélica veía la luz que encendía la terapeuta, yplvía con algo que anulaba lo que había dicho antes, al parecer llegando a la conclusión de que el amor encendía una luz más brillante y cálida: Descubrimos también en la consulta que la terapeuta estaba sintiendo una gran identificación con Angélica, porque Angélica le evocaba recuerdos de antiguas relaciones suyas con hombres en las que ella misma había permanecido durante demasiado tiempo, trabajando demasiado duro y tolerando demasiadas cosas. Pudimos legitimar fácilmente la identificación de la terapeuta con la paciente así como también la frustración de sus esperanzas con respecto a Angélica. Como integrantes de un grupo de terapeutas feministas de la familia que comparten la idea de las relaciones igualitarias, reconocimos pronto la causa de la fuerte reacción ante Angélica: Angélica es un penoso recordatorio para todas nosotras del rol —no igualitario— muy difundido y esperado de las mujeres en sus relaciones con los hombres. Además, a Angélica se le ha enseñado —al igual que a nosotras y a casi todas las mujeres— a poner su energía, valor y poder al servicio del buen funcionamiento de una relación. En esta etapa inicial de la consulta decidimos que una de las integran tes del equipo se uniera a la terapeuta para entrevistar a Angélica. La intención de la terapia seguía siendo la misma: liberar a Angélica del dominio de la relación con Horacio. Pero sugerimos un cambio de enfoque, proponiendo que la consultora emplease la estrategia paradó jica de llevar los supuestos de Angélica al extremo describiendo con exageración, pero apoyándola, su conducta actual. Abrigábamos la esperanza de que Angélica se opondría a esa versión de su vida y por lo tanto saldría sola de su posición. ConsultoralTerapeuta/Paciente
Durante la entrevista, la consultora comenzó este nuevo enfoque reprendiendo suavemente a la terapeuta por mantener el supuesto de que la felicidad es un objetivo universal. Después de haber conversado con Angélica sobre sus antecedentes, la consultora pudo comprobar lo que había imaginado con respecto a que las mujeres de la familia de Angélica, de su grupo étnico y su religión valoraban mucho más la lealtad, la paciencia y el compromiso ante el sufrimiento que la felicidad. La
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consultora citó muchas de las interacciones de Angélica con Horacio para fundamentar la idea de que este punto de vista era la influencia que guiaba a Angélica. A ésta le resultó difícil contradecir esta afirmación frente a su propia conducta, empero se aferró tenazmente a su afirmación de que el objetivo primordial de su vida era ser feliz y que la mejor oportunidad que tenía de serlo era con Horacio. La consultora manifestó simpatía por el deseo de felicidad de Angélica, pero reiteró la opinión de que si Angélica se viera ante la necesidad de elegir optaría por la lealtad y la solicitud en lugar de la felicidad. Le indicó a Angélica que le enseñase a la terapeuta más sobre estos valores, en especial sobre la importancia de practicarlos con Horacio. Cuando la entrevista terminó, Angélica se opuso al encuadre que habíamos creado, suplicándole a la terapeuta que continuara su buen trabajo de sugerirle modos diferentes de tratar a Horacio. Insistió en que no estaba tolerando la relación para gratificar el hipotético deseo de llevar una vida de lucha y abnegación virtuosas. En cambio, afirmó que amaba profundamente a Horacio y que creía que gracias al triunfo de su amor él podría llegar a ser la magnífica persona que ella sabía que existía debajo de su apariencia malhumorada e inconstante. Asimismo, le pidió a la terapeuta que siguiera guiándola sobre cómo participar más eficaz mente en otros aspectos de su vida, los aspectos ajenos a la relación con Horacio. LA SEGUNDA CONSULTA
A pesar de lo que pareció ser un logro inicial con este nueVo enfoque, todas nosotras —tanto las consultoras como la terapeuta— nos dimos cuenta de que no podíamos mantener esta estrategia. No podíamos crear una posición paradójica suficientemente exagerada para vencer lo absur do de la posición real de la sociedad.2Este intento hace que la terapeuta se convierta en la portavoz de la sociedad, instando a seguir los mismos principios y acciones que deplora. Las prescripciones paradójicas, para evitar que resulten antitéticas y punitivas, deben ser digeribles para la terapeuta ya sea que se las acepte o se las rechace. Evidentemente, no era 2 La popular inscripción en las remeras de las mujeres “Azótame. Golpéame. Estáfame” ejemplifica una actitud muy difundida que supone que la sumisión tiene que ser sentida como una experiencia erótica para las mujeres.
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éste nuestro caso. La estrategia paradójica, si bien tuvo éxito, era una traición no sólo de los principios de la terapeuta sino también de lo que Angélica había llegado a creer de sí misma. Asimismo, comenzamos a cuestionar el sentido que habíamos impri mido al trabajo con Angélica. Todo nuestro pensamiento se había concentrado en cómo liberarla de su relación con Horacio y de todos los supuestos que la mantenían allí. En nuestro empeño de ayudar a Angélica a ver que el problema comienza con las expectativas de la sociedad, nos preguntamos si no la habíamos perdido de vista a ella, su pedido inicial y además nuestro compromiso de respaldar las diversas maneras de ser mujer en la actualidad. Llegamos a la conclusión de que nuestro ardor misionero había superado a nuestra sabiduría. En la búsqueda de un nuevo comienzo, examinamos primero de qué manera estábamos viendo a Angélica. La estábamos viendo como una víctima atrapada y, por lo tanto, lo único que podíamos ser para ella era sus salvadoras. Como alternativa, recordamos el modelo de la adicción. Coneste modelo, ella seguiría pareciendo la víctima, pero no una víctima pasiva. Este modelo podría brindamos nuevos tipos de puntos de apoyo a ella y a nosotras. La aplicación del modelo de la adicción nos hacía ver a Angélica como una mujer que dependía compulsivamente de algo que era destruc tivo para ella. Nos hacía ver que tal vez a ella le disgustaba la adicción, pero le resultaba tan difícil abandonarla como a un alcohólico, cuyo padre también es alcohólico, dejar el alcohol. Después de analizarlo rechazamos este encuadre porque significaba una espera larga y necesa ria para que Angélica “tocase fondo” antes de que pudiera surgir alguna ayuda. A veces las mujeres llegan a estar tan atrapadas en la clase de lucha descripta por Angélica que se encuentran demasiado deprimidas para levantarse por las mañanas e incluso llegan a cometer suicidio. Además, el modelo de la adicción se refiere sólo al aspecto obsesivo del problema de Angélica pero no dirige la atención hacia sus puntos fuertes. Había algo que queríamos decir sobre la persistencia de Angélica, pero calificarla de adicción no era el camino que deseábamos seguir. No queríamos seguir una dirección que bloqueara la oportunidad de encontrar algunos aspectos positivos en la conducta de Angélica, a fin de poder ver que ella ponía enjuego cierta fuerza. Volvimos a concentrar nos en la firme persistencia de Angélica. Comenzamos a desarrollar el esquema de que Angélica es la clase de persona que necesita vivir “al
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borde del abismo”. Como un paracaidista acrobático que es energizado por la capacidad de sobrevivir contra todas las probabilidades, Angélica siente su fuerza cuando es puesta más plenamente a prueba... y sobrevive a la prueba. La prueba más conocida, creativa y legítima para ella es sobrevivir en una relación difícil. Aliviadas al haber encontrado ufia manera más respetuosa de ver a Angélica, empezamos entonces a cuestionarla: ¿una relación difícil constituye un lugar digno para que una mujer invierta en ella su energía? Se sabe que en esta sociedad la tarea fundamental de las mujeres es ser sociables, mantener las relaciones, exactamente: soportar y perseverar.3 Mientras que a los hombres se les enseña que tienen que seguir una carrera, a las mujeres se les enseña que sean cada vez más eficicnics en el cuidado de los demás, previendo y satisfaciendo sus necesidades. Para un hombre, cuanto más arduo y complicado es el trabajo, tanto mayores el desafío. ¿Creemos que perseverar en una relación difícil es un os luer/o tan valioso como perseveraren un laboratorio para encontrar la curación de alguna enfermedad terrible? Puede suceder que en ninguno de los dos casos se logre lo buscado, pero ¿los dos reciben el mismo honor por el esfuerzo y lealtad puestos de manifiesto y la energía invertida? Sin duda la respuesta es negativa si observamos la reacción de la sociedad: el hombre será encomiado mientras que la mujer será condenada, a pesar de que ella ha hecho exactamente lo que la sociedad le dijo que hiciera. La amarga ironía de la socialización basada en los roles de los géneros es que los varones y las niñas son incitados por sus respectivas misiones, pero mientras que el hombre será recompensado magnánimamente por la sociedad, la mujer será diagnosticada de masoquista. Incluso es normal que los terapeutas dejen que los hombres eludan el castigo por seguir las enseñanzas propias del género, pero una vez que una mujer entra en el consultorio con quejas de índole somática y emocional, la acusan de ser lo suficientemente tonta para tomarse las preocupaciones tan a pecho. Nosotras examinamos cómo se había dado la acusación en el centro mismo de los primeros métodos que habíamos aplicado al caso de Angélica. La acusación se había utilizado en la esperanza de poder apartamos de la delgada línea que realmente nos separaba de Angélica. 3 Esta idea de la mujer que soporta una relación difícil con su hombre ha sido parte de la cultura popular durante bastante tiempo en las letras de las canciones. Un ejemplo reciente lo constituye la omnipresente voz de Tammy Wynette urgiendo: “Quédatejunto a tu hombre”.
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Nos veíamos reflejadas nosotras mismas en ella; fuimos educadas en las mismas escuelas. Asimismo nos recordamos las diferencias existentes entre nosotras y Angélica. Lo que nos sorprendió más fue que cada una de nosotras con taba con una diversidad de influencias que nos ayudaban a establecer una identificación positiva como mujeres, lo cual nos daba una mayor capacidad para actuar que la que tenía Angélica. Tal vez más importante fuese que nosotras contábamos con el apoyo y el asesoramiento de las demás tanto en lo profesional como en lo personal, recurso invalorable que no tenía una contrapartida en la vida de Angélica. Sabíamos que era de suma importancia encontrar en la terapia maneras de hacer que ese tipo de influencias y experiencias fuesen accesibles para ella. Antes de proceder a planificar el curso del tratami ento, sin embargo, teníamos que explorar con mayor profundidad los detalles y las implicaciones del análisis que habíamos comenzado a hacer. EL ANALISIS
Consideremos cómo percibe una mujer una relación psicológicamen te abusiva. Normalmente, ella piensa que la relación con un hombre es necesaria para su supervivencia. Al tener tanto en juego, es una presa fácil para la intimidación. Le da a sus necesidades una prioridad muy baj a y lo mismo hace su compañero. La única necesidad que ella reconoce es la de satisfacerlo a él. Lamentablemente, incluso esta necesidad se ve constantemente frustrada. Ella nunca es suficientemente buena o sufi cientemente rápida: frente al temperamento rezongón de su pareja se juzga a sí misma como el objetivo justo de su rabia y su desprecio. ¿Qué estaba haciendo Angélica en esa relación? ¿Estaba simplemen te exoactuando un problema personal de baja autoestima? Por el contra rio, Angélica había absorbido completamente el supuesto social sobre las mujeres de que la vida misma, para no mencionar la cuestión de la autoestima, requiere que se tenga una relación con un hombre. Por consiguiente, ella sería capaz de hacer prácticamente cualquier cosa para mantenerla. La adopción insospechada y absoluta de este supuesto por parte de Angélica tenía un resultado lamentablemente irónico: ella participaba en su propia victimización. La tolerancia, paciencia, lealtad y compromiso que manifestaba a costa de un arduo trabajo a fin de mantener esa relación crucial eran los mismos elementos que permitían
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que continuasen los abusos de Horacio. Y lo que es aun peor, ella seguía ignorando el origen de su sufrimiento. Pensaba que el problema obedecía a sus propias deficiencias: ella no era bastante buena. Angélica no cuestionaba el supuesto básico que la mantenía en su lugar. No tenía miedo en dónde situarse para obtener la perspectiva de verlo como un supuesto. Tomarlo poruña verdad fue lo que le produjo el desprecio de sí misma y el padecimiento que la trajo a la terapia. Lo que agravaba el problema era que Angélica no sólo definía su valor tomando como pronóstico su capacidad para mantener una relación con este hombre, sino que además se sentía absolutamente responsable del éxito o el fracaso de la relación. Al estarla relación estructurada de una manera tan unilateral, Angélica se encontraba sola, salvándola por su tolerancia, perseverancia y fundamental responsabilidad. Cualquier cambio leve que se produjera en la relación era mérito de ella únicamen te. Si no había cambios perceptibles, podía esforzarse más sabiendo que estaba comprometida en lo único digno de realizar: tener una relación con su hombre y hacer lo que fuese necesario para mantenerla. Esos sentimientos y conductas por parte de Angélica eran apenas exagerados con respecto a lo que se les enseña habitualmente a las mujeres sobre la importancia de las relaciones con los hombres. Esta sociedad ha formado a las mujeres sistemáticamente para que se consi deren incapaces de llevar una vida de autonomía e independencia. Para una mujer sola estar sin un hombre es, según todas la definiciones sociales corrientes, estar incompleta. En una sociedad así, no resulta anormal que una mujer como Angélica sintiese la necesidad desesperada de contar con la ayuda y la aprobación de un hombre, y de emplear un gran cúmulo de tolerancia, perseverancia y capacidad de soportar para mantener a ese hombre a su lado. Empero, cuando las mujeres cumplen con las prescripciones culturales de depender de los hombres, a menudo se les endilga el rótulo de masoquistas. Una tendencia reciente acusa a las mujeres como Angélica de confabulación. Un terapeuta de la familia, por ejemplo, podría decir que hay una evidente circularidad en la situación de Angélica. La conducta agresiva de Horacio la intimidaba y le hacía manifestar una conducta pasiva; a la vez, la conducta pasiva de Angélica permitía que la conducta agresiva de Horacio persistiese. Cuanto más soportaba ella, tanto más creaba él para que ella soportara; cuanto más creaba él, tanto más soportaba ella. Como lo expresarían muchos escritores, Horacio y Angélica estaban produciendo esta danza juntos.
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En este razonamiento se deja de lado un punto fundamental: Angélica y Horacio no estaban ejecutando un pas-de-deux íntimo sino, en cambio, una coreografía intrincada que es de índole cultural. En esta cultura, las mujeres tienen asignada su serie de pasos y los hombres, la de ellos. Aunque los pasos de ambos se combinan, las danzantes femeninas son las que sistemáticamente se ven a sí mismas como las responsables fundamentales del éxito o el fracaso de la danza y la ejecutan como si su vida dependiese de ella. Esperar que una mujer modifique su parte significativamente por cuenta propia es desconocer el poder de una realidad socialmente construida y legitimada. Antes observamos que la aceptación por parte de Angélica de los supuestos sociales la hacía participar en su propia victimización. No obstante, decir que confabulaba con Horacio connota un nivel de per versidad y ganancia personales que está fuera de la realidad cuando se aplica a un acuerdo de la magnitud del que estamos analizando. La evalución del contexto social que sustenta relaciones como la de Angé lica y Horacio disipa la noción de confabulación y nos obliga a considerar las realidades que restringen el margen de acción de una mujer en una situación como la descripta. En primer lugar, el cuestionamiento del abuso psicológico con fuerza y decisión no es una opción que se presentaría sola ante muchas mujeres. En nuestra cultura se le enseña a la mujer a no demostrar su poder directamente, a no emplear su energía y su influencia en beneficio pro pio. En realidad, las mujeres normalmente tienen miedo de que piensen que son poderosas. Jcan Baker Miller dice de las mujeres: “Actuar impulsada por el propio interés y motivación es percibido como el equivalente psíquico de ser una persona destructivamente agresiva. Esta es una imagen de sí que pocas mujeres pueden soportar” (1982, pág. 4). En realidad, las mujeres pueden llegar a pagar un alto precio si demues tran que son poderosas; su postura no estereotipada probablemente las aislará de los hombres y de las demás mujeres. Algunas autoras han in vestigado los orígenes y consecuencias de este temor al poder experi mentado por las mujeres (Chemin, 1981; Dinnerstein, 1977; Miller, 1982; Orbach, 1978), pero el punto aquí es que actuar con poder en be neficio propio no es una aptitud bien practicada ni buscada por muchas mujeres. Este es uno de los hechos culturales que limita el repertorio de respuestas de las mujeres ante el abuso de un hombre importante. En segundo lugar, la manera habitual y cómoda que tienen las mujeres
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de usar su poder es en el servicio de los demás: fomentar su crecimiento, crecimie nto, satisfacer sus necesidade necesidades, s, colaborar en sus proyectos, proyectos, apoyar el poder de ellos. Las mujeres conocen el valor valo r de su su rol y, en realidad, adquieren adquie ren una sensación de poder y realización al desempeñarlo. Para una mujer, la manera más corriente, legítima y accesible de realizarlo ha sido en la relación primaria con un hombre. De hecho, posibilitarle a un hombre que haga lo que hace en el mundo es la principal vía de participación en el mundo que han tenido las mujeres. En lugar de describir a Angélica como una masoquista que busca sufrir, sugerimos que ella está tratando de tener ten er poder, poder pode r en el sentido básico que que la sociedad sociedad considera legítimo legítimo para las las mujeres: mujeres: permanecer al lado de su hombre. La creencia creen cia de Angélica Angél ica de que su amor y pacienci a pueden hacer emerger lo mejor que hay en Horacio Horacio es una prueba de que ella piensa que su conducta es un acto poderoso y no un acto sin valor. Cuanto más tiempo pueda soportar una relación difícil, mayor es la oportunidad que se brinda a sí misma de experimentar el poder. En esta sociedad es difícil para las mujeres encontrar nada comparable a la ratificación incondicional que se les otorga por tener éxito con un hombre. Por último, las alternativas para una mujer que se encuentra en una situación como la de Angélica entrañan considerables desventajas. Las mujeres tienen menos oportunidades oportunidades económicas económi cas y profesionales que los hombres. Las discrepancias en los sueldos, los beneficios y el reconoci miento son reales reales y limitantes. limitantes. Además, el mundo no es un lugar luga r seguro para las las mujere mujeres. s. Uno Uno de los beneficios beneficios fundamenta fundamentales les de tener un hombre es la protección que brinda con respecto a los demás hombres. Las mujeres no son tontas por tener en cuenta todos estos hechos. Hay evidentes contradicciones en nuestro análisis. Decimos que Angélica no es normal ni ni patológica, pero también casi llegamos a decir deci r que en esta cultura una mujer normal normal es una persona demente. Decimos que Angélica sufría por la situación abusiva, pero también decimos que permanecer en ella le daba poder y satisfacción. satisfacción. Decimos Decimos que esperamos que la terapia fomentará el respeto y la loma de conciencia concienci a de ella misma, pero pero también decimos decimos que la cultura cultura la ha convencido convencido de que su identida identidadd sólo tiene sentido si mantiene su conducta autodcstructiva al servicio de su relación. Estas contradicciones son inevitables porque derivan de las contra dicciones inherentes a la condición actual de la mujer. Aun así, queda
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cierto espacio para la acción terapéutica. Aunque Angélica podría no no ser capaz de encontrar encont rar una relación con un hombre en la cual haya protección y respeto recíprocos, o de esperar que aparezca, se la podría ayudar a hacer algunos ajustes en su relación que resultasen menos perjudiciales para ella ella y fomentar el bienestar bienestar de los aspectos aspectos descuidados descuidados de su su vida vida.. EL TRATAMIENTO
Los objetivos
En consecuencia, la cuestión no estriba en determinar si hay maso quismo o desviación, sino, en cambio, en definir la normalidad. Si Angélica seguía viéndose a ella y a su vida vida con los lentes que le habían enseñado a usar, no podía hacer otra elección elecc ión que la que ya había había hecho. hecho. Empero, si se le daba una nueva manera de verse, podría tener mejores opciones. Nuestros Nuestros objetivos para la terapia de Angélica Angélica eran los sigu siguient ientes: es: 1) Que Angélica decidiese seguir o dejar su relación con Horacio, basándose en el pleno pleno conocimiento conocimiento de sus opciones opciones dentro dentro y fuera fuera de la relación. 2) Que continuara continuar a acrecentándose la competencia de Angélica como como empleada, madre, amiga, amante e hija. El plan Autodeterminación. Autodeterminación. Para que Angélica hiciese una opción con cono
cimiento de causa sobre su relación era necesario que: 1) llegase a conocer su capacidad de elegir, de alguien que tiene el derecho y la capacidad de hacer opciones para sí misma; 2) examinase las opciones que tenía dentro de la relación; 3) imaginase opciones fuera de la relación como potencialmcnte significativas. Como paso preliminar para llegar a considerarse alguien con la capacidad de elegir, Angélica tenía que contar su historia: cómo había llegado a creer lo que ella creía sobre sí s í misma, los hombres, las mujeres, las relaciones y la vida. El rol de la terapeuta sería ayudarla haciéndole
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pregunt preguntas, as, indicándole con ello que sus creencias creencias no son verdades evidentes evidentes y que existe la posibilidad de pensar de otro modo. Una vez que pudiera pudiera impactarse a Angélica Angélica para para que que tomase tomase conciencia de esto, ella y la terapeuta podrían examinar más de cerca las creencias específicas sobre las cuales todavía no había reflexionado Angélica. De especial importancia sería el análisis de lo que se le había enseñado sobre las mujeres y los hombres, y cómo se espera que hagan su vida en esta cultura. Concentrando la atención alternadamente en lo personal y en lo social, se podría ayudar a Angélica a comprender de qué manera su historia singular y particular partic ular servía de de contexto para que ella adoptase las normas normas culturales. Los recuerdos y supuestos supuestos de Angélica podrían servir serv ir como fuentes importantes de información para ella y ser enriquecida pidiéndo pidiéndole le que consultase consultase a los miembro miembross de su familia familia.. ¿Qué piensan los diversos miembros de su familia sobre el curso de sus vidas? ¿Sienten que sus vidas son el producto de sus propias elecciones? A medida que Angélica es llevada a relacionar las decisiones de su familia con las propias, irá aprendiendo a discriminar entre las decisio nes que ha tomado para satisfacer sus propias necesidades y las que constituyeron respuestas automáticas a lo que era esperado. La realiza ción de una discriminación discriminaci ón similar sobre las decisiones de los miembros de la familia aumentará aumentar á más la capacidad capacidad de evaluar de Angélica. Puede empezar a concebir la idea de elegir ele gir y explorar explora r sus sus propias necesidades, nece sidades, deseos, aspiraciones y sueños personales. Al ayudarla a examinar exam inarlas las opciones existentes existentes para ella en la relación con Horacio, la terapeuta podría ayudarla a expresar en términos de conducta los problemas corrientes de la relación. Al abordar estos problemas problemas,, las tareas tareas relativas relativas al encuadre y la conducta tendrían tendrían por p or objeto ayudar a Angélica a percibirse como una persona activa y no pasiva pasiva.. Después de observar cuidadosam cuidadosamente ente los resultados resultados de sus nuevas nuevas conductas, Angélica podría reunir información sobre la probabi lidad de realizar cualquier cambio deseado en su relación con Horacio. En el momento de hacer esta evaluación, Angélica tendrá que aclarar y tal vez ampliar cuáles son las expectativas que considera legítimas en una relación relación.. El análisis del de l matrimonio de sus padres, comparaciones de su propia propia existencia existencia en otras otras relacion relaciones es con hombres hombres y mujeres, mujeres, y conver saciones con amigas sobre sus relaciones facilitarán este proceso.
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fue ra de Competencia. Con el fin de que Angélica considere opciones fuera la relación con Horacio como importantes fuentes de significado para ella, tendrá que examinar su nivel de satisfacción con otras relaciones ya presentes presentes en su vida. vida. Ella es madre, madre, hija, hija, amiga amiga y empleada. ¿Conoce ¿Conoce sus potencias potencias en estos roles? roles? ¿Está consciente de cómo se siente con respecto respecto a sí misma en esas relaciones? ¿Alguna de esas relaciones puede ser mejorada de un modo que le brinde más satisfacción? La terapeuta será un importante recurso para Angélica al analizar analiza r los supuestos sobre la maternidad y sugerir experimentos con diferentes maneras de ejercer la paternidad. Asimismo, la terapeuta puede ayudar a Angélica en su relación con su empleador y supervisor, enseñándole a ser más eficaz para aclarar acl arar sus sus opiniones y necesidades a sus compañeros de trabajo. Sobre la base de su experiencia en los ámbitos en los que se mueve, se le pedirá que reflexione sobre las diferencias en su manera de pensar sobre sobre sí misma ante ante la presencia presencia de diversas diversas person personas. as. Ampliar Ampliar la profundida profundidadd o el alcance alcance de sus relaciones relaciones puede proporcion proporcionarle arle a Angélica un campo más completo para explorarse a sí misma. El hecho de aclarar las esperanzas que abriga con respecto a esas relaciones se sumará a su sensación de ser alguien con c on más facetas de las que pueden ser estimuladas por el único centro de atención que ha tenido. ANGELICA
Después de la sesión de consulta, el e l progreso con Angélica resultaba lento e inconstante, aun cuando mi objetivo con ella era más claro y manejable. Su centro de atención siguió siendo fundamentalmente Horacio, de modo que nuestro trabajo para ayudarla a descubrir los orígenes culturales y familiares de su aprendizaje sobre la condición de la mujer muje r tenía que estar vinculado directamente a ese centro de atención en lugar de seguir una dirección coherente propia. propia. Tal vez la exploración más significativa para ella fue motivada por nuestro trabajo sobre las opciones. Le pedí que hablase con c on su madre madre y los resultados la sorpren dieron. Su madre le dijo que ella había elegido el sometimiento como método para manejar a a su marido, plan p lan que había funcionado bien, bien, según ella, a pesar de los costos. “Pero Horacio es muy diferente de tu padre en la forma en que está actuando. No tienes que quedarte ahí y aceptar esos engaños de él, ¡sobre todo porque tienes un empleo!” A Angélica no se le había ocurrido que un análisis análisis de costos-beneficios, pa para ra no mencionar
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la autosuficiencia económica, era un factor importante para determinar la acción. En realidad, la idea de que su madre había actuado con semejante intencionalidad era conmocionante. “Yo pensaba que lo que yo veía era la manera de ser de mamá”. Estas conversaciones con su madre fueron parte de los esfuerzos que hizo Angélica para poner en términos concretos sus problem as corrientes con Horacio. Llegó a darse cuenta de que ella no los podía resolver mientras viviera en la casa de él, y él siguiera saliendo con otras mujeres. Después de varias sesiones en las que se discutió este tema, ella y los niños se mudaron de la casa de Horacio. Poco tiempo después, otra mujer se fue a vivir con él, pero ninguno de estos cambios atenuaron los hostigamientos de Horacio ni la intensidad de su contacto con Angélica. Como antes, pasamos semanas con Angélica tratando de formular diversas estrategias para hacer frente a esos hostigamientos, con el único resultado de que ella descartara todas las sugerencias por imposibles de llevar a la práctica. No obstante, parecía encantada de oír las sugerencias, de modo que seguí haciéndolas como guión para un futuro que todavía no podía concretarse. En consecuencia, los informes de Angélica sobre sus fracasos para ponerlas en práctica no suscitaban respuestas negativas de mi parte. Angélica parecía sorprendida cuando no era reprendida o considerada incompetente. Poco a poco, comenzó a comunicarme expe rimentos para poner ciertos límites a Horacio. Por ejemplo, después de cuatro meses Angélica era capaz de colgar el teléfono cuando Horacio la llamaba en medio de la noche, y varias semanas más tarde era capaz de rechazar sus llamadas a la oficina. Durante algunos momentos de respiro ocasionales que dejaban los hostigamientos de Horacio, Angélica analizó la relación que tenía con sus hijos quienes, ella creía, la veían como la persona más fácil de convencer del mundo. Le hice sugerencias sobre cómo fijar y hacer respetar límites razonables con los niños, y los entrevisté brevemente con Angélica en la terapia para discutir algunos enfoques nuevos con respecto a las dificultades que había a la hora de las comidas y de irse a la cama. Estas sesiones resultaron útiles en cuanto a lo que se refiere a la conducta de los niños, pero Angélica tenía dificultades para reconocerse algún mérito por ese cambio. Empezó a verme como una experta en sus hijos, trayendo más y más temas relacionados con la conducta de ellos a la terapia y, pidiéndome más y más consejos. Para romper este ciclo, reemplacé los consejos por la determinación de los supuestos que tenía
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Angélica sobre su capacidad y derechos para cuidar de sus hijos. Además, me aseguré de encontrar algún aspecto de los criterios y esfuerzos de Angélica que podía apoyar. Con el tiempo, las quejas sobre los niños cesaron y Angélica comenzó a verse como una madre más competente. Cada pequeño éxito parecía alentar a Angélica para hacer otros cambios también. De vez en cuando traía a la terapia preocupaciones con respecto a su supervisor, quien entremezclaba frecuentes proposiciones sexuales con la exigencia de que Angélica cumpliera diez horas de trabajo en una jomada laborable de ocho horas. La ayudé a distinguirlos pedidos legítimos de los ilegítimos y a aclararse a sí misma cuáles eran las condiciones del contrato en el que se basaba la relación con su supervisor. Además, usé los diversos incidentes que Angélica contó sobre su oficina para puntualizar las señales pasadas por alto de esos incidentes que indicaban que ella era una empleada valorada y de confianza. Después de ensayar conmigo, Angélica pudo establecer límites en tomo a su horario de trabajo y a sus derechos en la oficina. Al mismo tiempo que hacía progresos en diversas áreas de su vida seguía su lucha con Horacio. Me daba la impresión de que Angélica y Horacio estaban encerrados en un círculo particularmente vicioso. En medio de las reiteraciones, Angélica se empeñaba en comportarse de maneras que hicieran honor a los cambios que estaba logrando en sus otras relaciones, pero los pequeños éxitos eran pronto oscurecidos por su triste y atemorizado reconocimiento de que la relación con Horacio era la que tenía más importancia. Con el tiempo, tal vez motivado por las pequeñas diferencias que percibía en la conducta de Angélica hacia él, Horacio dio término a la relación con su última amiga y declaró estar dispuesto a volver a comprometerse en su relación con Angélica. Esta, ante su propia sorpre sa, se sintió reacia a abandonar la vida que estaba llevando, que incluía la relación con un hombre con el que había estado saliendo durante varios meses. Además sospechaba que Horacio podría volver a tener relaciones con sus amigas. Le dijo a Horacio que ellos tenían que tomar una sesión de terapia juntos para resolver qué era lo mejor. Horacio aceptó. Sin embargo, no concurrió a la sesión y pronto desistió por completo de la reunión. Angélica decidió que antes de que su relación con Horacio pudiese proseguir, tenían que establecer algunas reglas básicas. Durante los dos
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meses siguientes de terapia preparó una lista de tres requisitos indispen sables para reconciliarse con Horacio. El hecho mismo de que Angélica pudiera verse como una participante activa en la definición de la relación constituía un testimonio de la importancia de los cambios que había hecho en la terapia. Angélica le comunicó a Horacio que antes de que ella volviese a convivir con él, tendría que aceptar lo siguiente: 1) iniciar una terapia conyugal con ella; 2) asegurarle que no habría más abusos físicos ni verbales, y 3) prometerle que no saldría con otras mujeres. Angélica quería que Horacio se comprometiese a cumplir estos requisitos durante seis meses. Horacio estaba enfurecido por la nueva actitud de Angélica. La amenazó, la engatusó y de otras maneras trató de convencerla de que sus pedidos eran injustos y poco realistas. Angélica se mantuvo firme. Después de varias semanas se hizo patente que ninguno de los dos iba a capitular. Por primera vez en la historia de su relación, comenzaron a separarse. En el momento de escribir esto, Angélica sale con un hombre a quien describe como protector, bondadoso y cariñoso. Su competencia y su reconocimiento de ser competente —en el trabajo y en casa con los niños— sigue aumentando. Disfruta de sus amigos y ha emprendido algunas cosas por su cuenta, una clase de jazz y un curso de historia del arte. Se dice que Horacio va a casarse, hecho que le produce cierta tristeza, pero también cierto alivio. Un factor clave en la terapia de Angélica fue el cambio producido en mí. Gracias a las discusiones con el grupo de consulta, encontré la forma de respetar la persistencia, los ideales y la franqueza de Angélica. Ese respeto llegó lo suficientemente lejos para hacerme retirar de la batalla con Angélica y permitirle que concentrara su atención sobre Horacio todo el tiempo que necesitara. Angélica tomó en préstamo ese reparto hasta que llegó a ser suyo. Al hacerlo, pudo mejorar muchos aspectos y relaciones de su vida. El valor que ella encontró en éstas se constituyó al final en un contrapeso que la alejó de Horacio. LOS RIESGOS
Los siguientes son los riesgos que aguardan a la terapeuta feminista de la familia cuando aborda situaciones de relaciones abusivas:
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1) Salvar a la paciente en contra de su voluntad. El mayor error que puede cometer una terapeuta con una paciente como Angélica es tratar de sacarla de una mala relación “por su propio bien”. Una estrategia de este tipo le indica a la paciente que no es escuchada ni aceptada por la terapeuta. Pone a la terapeuta en la posición in sostenible de legitimar un prejuicio social que le dice a Angélica que ella no es competente para tomar sus propias decisiones o formarse criterios propios. 2) Subestimar la fuerza del otro. El pensamiento sistémico a veces parece querer decir que todas las personas que forman el sistema tienen igual poder, o que las diferencias de poder no importan, puesto que el circuito es lo que interesa. Sin embargo, en el mundo real, la paciente puede sentirse inferior y pensar que las rabietas en voz alta, las amenazas físicas, las estratagemas financieras y las infidelidades sostenidas de su cónyuge son atemorizantes, enlo quecedoras y dignas de una conducta circunscripta por su parte. Si esta diferencia de poder experimentada no es tomada en serio por la terapeuta, sus objetivos y tareas serán percibidos como absur dos. 3) Ver a la paciente como un símbolo. Una paciente como Angélica —tímida, paciente y pisoteada— es el producto perfecto de la cultura que las feministas están tratando de cambiar con gran empeño. Como Angélica representa un tipo de mujer que las feministas preferirían considerar que ya es obsoleto, puede resul tarle especialmente difícil a la terapeuta abstenerse de hacer observaciones desdeñosas o protectoras. Cuanto más estrecha, incompleta o reciente sea su propia liberación del estereotipo cultural de la mujer, tanto mayor es el peligro de sentir el derecho de autocongratularse al tratar a la paciente. 4) Tratar de alcanzar la luna. Su empeño en que la paciente sea menos dependiente, se valorice más y exija más para sí puede hacer que la terapeuta empuje demasiado y trate de ir demasiado rápido. Cuando estos esfuerzos inevitablemente fracasan, la frustración y el mal humor se apoderan de la terapeuta; la paciente quedará con fundida y desesperada.
C a p itu l o
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Todas las mujeres pueden hacer algo por la causa. La que es leal a ella en su propio hogar, la que dice la pala bra justa a sus huéspedes, a sus hijos y a los hijos de sus vecinos, hace un trabajo de docencia tan valioso como el de la mujer que habla desde la tarima.
Susan B. Anthony, Uistory ofWonum Suffrage
La terapia familiar no tiene la intención explícita de ser un movimien to social. Sin embargo, se trata de un giro irónico de los acontecimientos, porque la terapia familiar comenzó como reacción ante los problemas sociales y fue alimentada por un fuerte espíritu misionero (Walters, 1985). Intencional o no, su repercusión en las familias, los terapeutas de la familia, los médicos de la familia y el campo de la salud mental produce un efecto en nuestra vida social colectiva que muchos movi mientos que se declaran sociales deben envidiar. Esta influencia sirve para respaldar o modificar las estructuras prevalecientes del pensamien to y la acción con respecto a la vida familiar. Aquellas de nosotras que queremos que esta influencia actúe en el sentido de cambiar las estruc turas vigentes debemos trabajar para reformar los aspectos fundamenta les de nuestro campo profesional. Al reformar un corpus establecido de teoría y práctica, las personas difieren en su deseo y capacidad de ser visibles, porque las consecuencias reales o percibidas de ser visible varían. Todo tipo de actividad es bien recibida. Además de extremistas fanáticos, necesitamos espías en las casas, agentes encubiertos y lobos con piel de cordero que con su sola existencia den una connotación más positiva a un planteo que de otro modo permanecería despreciado y atemorizante. A continuación presentamos una lista (parcial) de acciones para propiciar la reforma de la terapia familiar. Algunas tienen por objeto
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agudizar su propia toma de conciencia. Otras, difundir la palabra. Cualquiera que sea la manera en que usted decida colaborar, asegúrese de que si alguna vez fuera acusada de ser una terapeuta feminista de la familia, haya suficientes pruebas para condenarla. 1) Puesto que el lenguaje da forma a la realidad, escúchese a usted misma y a sus colegas con especial atención. Las formas habitua les del habla sustentan una perspectiva sexista, por ejemplo: “Voy a ver a un hombre y su mujer a las tres treinta”. Sugiera otra manera de construirla frase. Cuando la respuesta sea: “Oh, no hay ninguna diferencia”, observe que la respuesta impaciente se contradice sola. 2) ¿Con qué tipos de mujeres y hombrcs se siente más cómoda cuando los trata como pacientes? ¿Con qué tipos de mujeres y hombres se siente menos cómoda cuando los trata como pacientes? Pídale a alguien que la ayude a evaluar lo que indican sus respuestas sobre su propio camino hacia la liberación. 3) En talleres y coloquios de casos plantee preguntas que obligúen a concentrar la atención en los temas feministas pertinentes. 4) Cree nuevas metáforas para el poder, el apoyo y la amistad. 5) Alquile la vieja película Gaslight. Mírela una y otra vez hasta que esté segura del significado del verbo “to gaslight”. Observe cómo se lo aplica en la vida real, en especial en el lengua je de profesores, supervisores y teóricos que tienen una posición de autoridad con respecto a usted. 6) Reúnase una vez por semana con un grupo de terapeutas específi camente para abordar los casos presentados con una perspectiva feminista. 7) Vuelva a escuchar algunas de sus viejas cintas de capacitación favoritas y considérelas desde una perspectiva feminista. ¿Cuál es la diferencia?
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8) Gramsci escribe: “Se puede construir, sobre una práctica determi nada, una teoría que, al coincidir e identificarse con los elementos decisivos de la práctica misma, puede acelerar el desarrollo del proceso histórico, haciendo que la práctica resulte más homogé nea, más coherente, más eficaz en todos sus elementos y, por consiguiente, en otras palabras, desarrollando su potencial máxi mo” (1971, pág. 365). Si la gente observara la práctica que realiza usted, ¿sabrían que su teoría es feminista? 9) Lea Toward a New Psychology ofWomen de Jean Baker Miller (1976). Piense qué es lo que hace falta escribir después. 10) Busque en las revistas especializadas en terapia familiar muestras de lenguaje sexista, supuestos sexistas, omisión de la perspectiva feminista, silencios sobre las cuestiones relativas al género perti nentes al tema tratado. Escriba a la revista y a los autores comu nicándoles sus observaciones. 11) Cuando evalúe su trabajo, pregúntese: ¿Cuál sería la manera sexista de comprender a esta familia? ¿Cuál sería la manera feminista? ¿Cuál sería una intervención sexista? ¿Cuál sería una intervención feminista? 12) Suscríbase a la revista Ms. Observe las partes que más le de sagradan. Pregúntese por qué. Suscríbase a Cosmopolitan. Ob serve las partes que le gusten más. Pregúntese por qué. 13) Cuando piense en una familia o analice una familia, cambie el sexo del paciente identificado o del que lo trajo a la terapia o de cualquier otra de las partes importantes. ¿Qué diferencia produce ese cambio en su evaluación o en el plan de tratamiento? ¿Puede defender esa diferencia con argumentos feministas? 14) Rachel Hare-Mustin dijo: “...si no tenemos en cuenta la condi ción de la mujer, es probable que no valga la pena hacer nuestra terapia familiar. Y, sugiero, una terapia que no vale la pena hacer, tampoco vale la pena hacerla bien” (1985). Si usted leyera estas palabras a su supervisor, ¿él estaría de acuerdo con ellas? De no
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estarlo, ¿cuál sería su respuesta más persuasiva? ¿Puede ponerse en contacto con su supervisor mañana? ¿Esta tarde? 15) Lea Portnoy’s Complaint como si usted fuese una terapeuta feminista de la familia. ¿Qué es lo que cambia? 16) La próxima vez que un colega, estudiante o paciente use la palabra “chica” para describir a una persona del sexo femenino aparente mente de más de dieciséis años, responda preguntando la edad exacta de la chica en cuestión. 17) Escriba a AAMFT manifestando su decepción porque el estudio de las cuestiones relativas al género todavía no forma parte de los requisitos educacionales para ser miembro como clínico. 18) Lea mucho. La terapia familiar todavía lleva muchos años de atraso con respecto a otras disciplinas de las ciencias sociales en lo que hace a aplicar el feminismo en los problemas clínicos. 19) Si usted se ocupa de capacitar a futuras terapeutas, revise sus materiales didácticos para evaluar si está abordando correctamen te la cuestión de los géneros, teniendo presente el criterio de que debería estar cubierta por lo menos con la misma profundidad que el tema de la generación. 20) Revise sus casos estancados o fracasados de los últimos años. Piense de qué modo el no haber prestado atención a la cuestión de los géneros podría haber sido la causa del problema. 21) En su poema “Ser de utilidad” (“To Be of Use”), Marge Picrcy advierte: “Si lo que cambiamos no nos cambia a nosotras/estamos jugando con bloquecitos” (1973, pág. 17) ¿Qué ha cambiado en su casa desde que usted se hizo feminista? 22) Examine sus procedimientos de evaluación inicial. ¿Hace pre guntas sobre los roles, las tareas y los temas relacionados con los géneros? Si no lo hace, ¿cuándo va a empezar?
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23) Ponga atención a las metáforas que usted, sus colegas y sus pacientes usan. ¿Qué se dice en realidad sobre los hombres y las mujeres? 24) Preocúpese como si fuese asunto suyo de averiguar si las personas que se presentan para llenar los cargos de la AAMFT y otras asociaciones profesionales de terapeutas de la familia son femi nistas. Publique las respuestas que ellos le den. Si todo sigue igual, vote por las candidatas de sexo femenino. 25) Vaya a almorzar con alguien sexista. Pídale que le relate algún caso interesante que tenga en ese momento en tratamiento. Plantee preguntas que confundan y aclaren. 26) Cuando lea un artículo o libro que sea especialmente bueno para quebrantarlas ideas consolidadas, hágalo circular entre sus cole gas y profesores; anónimamente, si fuese necesario. 27) Virginia Goldner escribe: “...cuando luchamos con los detalles clínicos de cada caso familiar, deberíamos tener conciencia por lo menos de cómo participamos en las estructuras de pensamiento y la estructuración del poder que mantienen a las mujeres (y por consiguiente a sus familias) atrapadas en ciclos de devoción tóxica y recriminación, y qué significaría cuestionarlas” (1985, pág. 44). Experimente en profundidad la expresión “devoción tóxica”. Aplíqucsela a usted misma y a sus pacientes mujeres. ¿Qué la hace desear hacer? 28) ¿En su archivo de recursos para uso de las pacientes figuran los refugios para las mujeres golpeadas, una ginecóloga feminista, una abogada feminista, la coordinadora de estudios sobre la mujer de la universidad más cercana, la línea telefónica local de apoyo para las crisis provocadas por violaciones, el grupo de apoyo a las mujeres más próximo? 29) Lea “Compulsory Heterosexuality and Lesbian Existcncc” de Adrienne Rich (1980). Piense qué harían los funcionarios con ese artículo si lo conociesen.
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30) William K. Goode escribe: “Nunca debemos subestimar la astucia o la capacidad de resistir de los que mandan” (1982, pág. 133). ¿Qué está haciendo usted para mantener su energía y poder superarlos en inteligencia y resistencia?
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INDICE ANALITICO
Abuso conyugal 28, 36 Abuso de menores 22 Acuerdos sobre la prestación de ciudados 141-62 — análisis de los 151-5 — consultas sobre los 145-7, 149-50 — dependencia en los 143-4, 146, 151, 155,156-7,159-60 — historia clínica de los 141-3, 144-5, 119-21,128-32 — riesgos en el tratamiento de los 161-
2 — tratamiento de los 155 Afirmaciones en primera persona 148 Ama de casa, origen del término 21 Apego excesivo, concepto de 32-33, 39 Atwood, Margaret 50, 141 Autonomía, personal 3 8- 9,4 0, 48 ,176 — dependencia frente a 151 — matrimonios empresariales y 63 Avis, J. M. 33,51 Bañe, M. J. 27, 33, 88 Bamett, J. 122,124 Beauvoir, Simone de 23, 50 BebéM. 28-9 Bepko, C. 163,170,175 Capacidad para actuar 48, 77 ,1 10,199 Capacitación 48-53 — advertencias para los alumnos y 53 — contenido de la 50-1 — contexto de la 48-50 — proceso de la 51 -3 — respeto en la 51-2 Capacitación para la autoafirmación 53-4
Castigo corporal de la esposa 22, 36, 37, 151 — refugios para las víctimas del 215 Cibernética 28-9, 114 Circularidad 36,37,201 Coloquios de casos 57 Competencia, sensación de 103, 105, 123, 205-6 Complementaridad ii, 35-6, 37, 38 — acuerdos sobre”los cuidados del hogar y 143 — pareja corriente y 113, 119, 120-21, 122-24 véase también familias de un solo progenitor “Compulsory Heterosexuality and Lesbian Existence” (Rich), 215 Conducta distanciadora 113 Conexión interpersonal 3 9- 40 ,41,46 , 175 Confabulación, concepto de 201-2 Cuidado de la familia y el hogar 11 — madres y el 24-6,33 — parejas lesbianas y el 173-4 Democracia participativa en la vida familiar 98-100 Departamento de Comercio de EE. UU., Libro Nacional de Datos y Guía de Fuentes de 96 Dependencia 11, 28-30, 113, 151-5 — acuerdos sobre el cuidado de la familia y el hogar y 143-44, 147, 151-5,157,158-60 — aspectos positivos de la 155 — autonomía versus 152 — conducta estereotipada de la 152 — connotación peyorativa de la 151
224
INDICE ANALITICO
— como característica femenina 151 — definición de la 155 — enojo y temor versus 152 — poder y 152, 202 relaciones abusivas y 202-3 — tratamiento y 155 Desmistificación, técnica de 48 Diferenciación, concepto de 39, 175-6 Distribución del poder 1 0, 99 ,126 ,2 02 — capacidad para actuar 48 ,7 7,1 10 —7 democracia participativa y 99-100 — dominante/subordinado 64 — familias y la 24, 25, 27 — necesidades de dependencia y 1534, 202 — matrimonios empresariales y 64, 71,82 — terapia familiar feminista y la 31, 33-4,36, 37-9,41 Divorcio 90,115,193 — ambivalencia sobre el 106, 107 — familias de un solo progenitor y 96, 97 — matrimonios empresariales y 77, 78-9, 81 Doble vínculo, teoría del 127 Enfermedades de ejecutivos 73 Estereotipos, roles de los géneros, véase roles de los géneros Estructura familiar 98-101 — clase media de raza blanca 101-4 Estudios sobre la mujer 215 Exito, definición del 75 Expresividad 27, 30 Familias 19-30 — antiguas concepciones de las 20 — como ámbito de las mujeres 19, 203 — conceptos dualistas y 27-30 — cuestionamiento feminista de las 10, 27-30 — democracia participativa y 99-100 — dicotomía superior/inferior en las 27 — en historias clínicas 56 — estereotipos de los roles de los géneros en las 19, 23-5 — filosofía feminista y 19-20, 21-3
— formas alternativas de 27 — función socializadora de las 19, 24 — hogar versus lugar de trabajo y 20 — ideología de la familia “normal” y las 26-7 — ideología de la intimidad en las 22 — individualidad de las 55 — jerarquías y 99 — lenguaje de la tecnología y las 28-9 — miembros individuales y 23, 25, 27 — opresión de las mujeres en las 21-2, 26, 30 — participación del gobierno en las 22, 127 — poder y 24, 25, 27 — Revolución Industrial y las 2-3, 201 — rol de las madres como guardianas del hogar en las 24, 25-6, 33 — rol de los padres como jefes del hogar en las 24-26, 33 — sexo versus género y 23 — status y 24, 25 — violencia doméstica en las 22 Familias de origen 11, 51, 120, 158-60, 161 Familias de un solo progenitor 11, 26, 30 ,41 ,56, 87-111 — madres viudas a cargo de 97 — actitudes sociales negativas ante las 88-9»95-6 — acuerdo consensual de las 98 — análisis de 96-103 — consulta sobre 68-71, 93-96 — contexto de las 93 — cuota alimentaria para los hijos y 98 — designación “deshechas” de las 967 — dificultades de las 97 — discriminación económica de las 97 — dos progenitores versus 97-8 — estadísticas sobre 96, 97 — estigma de las 96-7 — estructura familiar y 98-100 — falta de respeto masculina hacia las 97 — historia clínica de 87-8, 89 -93,105-
10 — hogar versus definición familiar de las 98-9
INDICE ANALITICO
— jerarquías y 99-100 — logros de las 97-8 — madres negras solas en 100-4 — madres que trabajan en 100 — madres solas en 88-110 — padres ausentes y 94, 97 — padres solos en 88-9, 99 — poder y 98 — riesgos en el tratamiento de las 11011
— roles atípicos de los géneros en las 97 — tratamiento de las 103-5 — tratamiento individual versus tratamiento familiar en las 91-2 Feminismo: — concepciones erróneas sobre el 41 — familias y 10, 27-30 — filosofía y valores del 19-20, 21-2, 40-1 — terapia familiar y 55-72 Feminista, terapia familiar, véase terapia familiar feminista Fusión, concepto de 11, 30, 39,165, 166, 175-200 — experiencias emocionales intensas y 176-78 — riqueza versus 178 Fusión del yo 175 Gemelación en parejas lesbianas 177 Grupos de apoyo de mujeres 215 Heterosexismo 166, 170-2,174,185, 186, 188 Historias clínicas: — análisis de 58-9 — objetivos en el trabajo sobre 58-60 — selección de 56 Hombres: — acción versus empatia en los 153 — adaptabilidad al cambio de los 46-7 — autonomía y 39, 176 — colaboración y 99 — conducta esperada en los 48 — desarrollo de la masculinidad en los 39 — diferenciación y 176 — efectos positivos del matrimonio en los 72
225
— intimidad y 176-8 — necesidades de dependencia y 1515 — rol machista y 193n — sádicos 192, 193 — separación de la madre como necesidad de los 125 Homofobia 16 3,17 0-71 ,177,1 88 Ideal cultural de belleza 193 Identificación sexual 166 Ilegitimidad 101 Incesto 22,37, 179 Individuación, concepto de 39 Informe Moynihan 100-2 Instituto de las Mujeres para Estudios sobre la Vida 10 Instrumcntalismo 2 8,3 0 Intimidad 176-7 Jerarquías 11, 40 — límites y 178-9 — el hombre por encima de la mujer 48-9 — como principio organizador de las familias 99 — familias de un solo progenitor y 99-
100
— familias de dos progenitores y 98 Legitimación, técnica de la 48 Lenguaje sexista 21 2,21 3,2 14 Leyes sobre el trabajo de los menores
22 Límites, concepto de los 11, 30,39-40, 99,165,166,169-70,178-79 Líneas telefónicas de apoyo para las crisis provocadas por violaciones 215 Madres 21,126,129, 206 — acuerdos sobre el cuidado de la familia y el hogar de las 147 — acusación a las 37-9,118,119-20, 121,122,126-29,130 — ambivalencia hacia las 126 — centralidad de las 127-8 — comprensión de las, por parte de los hijos ya adultos 130 — excesivamente apegadas 32-3
226
INDICE ANALITICO
— idealizadas, duelo por la perdida de las 130 — incesto y 37 — iniciativa para acudir a la terapia de las 46 — poder y 126 — rol de guardiana del hogar de las 24, 25,3 3 — roles de los géneros y 125 — socialización de los hijos por parte de las 127-8 Madres negras 30,100 — Informe Moynihan y las 101-3 — véase también familias de un solo progenitor Madres sustitutas 28 Masoquismo 191-2, 199, 201 Matriarcado 97 — modelo familiar negro del 103 Matrimonios empresariales 11, 56, 6383 — adopción de decisiones en los 82-3 — análisis de los 71-6,77 — asistencia a la terapia de 65 — consulta sobre 68-71 — contexto empresarial de los 76, 80 — costos de la mujer en los 74 — costos de la sociedad en los 75 — costos del marido en los 73-4 — definición del éxito y 75 — definición de los 63 — diferenciación de roles extrema en los 64,71,75 — distribución del poder en los 64, 71, 82 — divorcio y 77, 78-9, 81 — empresas como socias de los 64, 71, 76 — esposos en los 63-4,71 -2 — forma versus fondo en los 68-9 — historias clínicas de 65-8,78-84 — identificación con la empresa en los 72 — infidelidad en los 78-9 — matrimonio de él y de ella en los 71-2, 80 — relación conyugal sin vitalidad en los 64 — riesgos en el tratamiento de los 84-5 — supuestos del contrato matrimonial y 68-9,70-1
— tratamiento de los 76-8 Mistificación 69, 76 Modelo de la adicción 198 Modelos familiares 32, 33-4, 96 Monogamia 166 Mujeres: — abuso psicológico de las 202 — adaptables al cambio 46-7 — autodestrucción de las 193 — carreras y 33, 45-6, 47 — colaboración y 151-5 — concepto de fusión y 175-6 — conducta subordinada de las 48-50, 193 — conexión y 39, 46, 176 — diferenciación y 175-6 — discriminación económica de las 97, 152, 193 — efectos negativos del matrimonio en las 72-3 — falta de respeto por el trabajo domestico de las 73 — familia como dominio de las 19, 20 — familias como elemento opresivo para las 19-21 — identificación con la madre de las 125 — imagen abnegada versus imagen egoísta de las 126, 154, 162 — intimidad y 176-7 — masoquismo y 191-2 — necesidades de dependencia y 1515 — rotulación patológica de las 165-6 — triángulos en la psicología de las 174 Mutualidad en las relaciones 77-8, 151 Narcisismo 125 Neutralidad, técnica de la 37-8 Niños: — ambivalencia de la sociedad hacia los 127 — concepto de la niñez y los 20, 38 — familias de un solo progenitor y los 96-103 — genéricos 32 — madres negras solas que trabajan y los 100-1 — padres ausentes y los 94 — parentificados 93-4
INDICE ANALITICO
— socialización de los, por parte de la madre 127-8 — terapia familiar y los 56, 32 Organizaciones de vida comunal 26-7 Padres: — ausentes 101-2, 127 — incesto cometido por los 22 ,38 — periféricos 32-3,128 — rol de jefe del hogar de los 24, 25, 33 — solos 88-9, 99 Padres periféricos 32-3, 128 Parcialidad multilateral 36 Pareja corriente 113-40 — acusación a la madre y 118, 119-20, 121-2,126-9, 130 — análisis de la 122-26 — complementariedad y 113,119, 120-1, 122-4 — consulta sobre la 120-2 — historia clínica de la 114-20,131-9 — polarización determinada por el género en la 113-4 — proyecciones mutuas en la 121, 122, 129-30 — relaciones histérico-obsesivas en la 113, 114, 119 — riesgos en el tratamiento de la 13940 — roles de los géneros en la 113-4, 121,130 — tratamiento de la 129-30 Parejas de profesionales 41 Parejas, en historias clínicas 56 Parejas homosexuales, véase parejas lesbianas Parejas lesbianas 11, 2 6, 41 ,5 6,1 6382, 215 — análisis de 170-80 — comunidad lesbiana y 173-74,177 — concepción idealizada de las 163-4, 189 — concepción patologizante de las 163,164,167,174 — consultas sobre 165-6, 168-70 — cuidados mutuos excesivos en las 172-3 — fusión y 1 65,1 66,17 5-9 — heterosexismo y 166, 170-1,174,
227
185,186,188 — historias clínicas de 164-5,166-8, 181-8 — homofobiay 163,170-71, 177, 188 -— límites y 165,16 6,169 -70,17 9-80 — modelos de roles para las 172 — problemas en la vida cotidiana de las 171-2 — riesgos en el tratamiento de las 18889 — terapia familiar tradicional y 163, 174-80 — tratamiento de las 180-88 — triángulos y 165,166,168-69,174 Parejas sin hijos 27 Patriarcado 9, 19-20, 34, 50,55-6, 99, 152,180 — heterosexualidad y 170-1 — matriarcado versus 97 — terapia familiar y 55-6 — proceso de consulta 57-9 — proyecciones mutuas 121, 122, 1301 Psicoanálisis 10, 114, 124 — concepto de la relación histéricoobsesiva del 113, 114,119, 123-4 — teorías de las mujeres en el 11 Reencuadre, técnica terapéutica del 45, 67 Reflexión especular en las parejas lesbianas 177 Relaciones abusivas 11, 191-209 — alternativas escasas como factor de las 204 — análisis de las 200^4 — confabulación y las 200-3 — consultas sobre las 195-200 — consultora/tcrapeuta/paciente y 196-7 — contradicciones inevitables en el enfoque de las 203 — dependencia como poder en las 200 — historia clínica de las 191-2, 193-5, 206-9 — masoquismo y 192-93,198, 201-2 — modelo de la adicción y las 198 — poder y satisfacción obtenidos por la perseverancia en las 197-8, 200-4
INDICE ANALITICO
228
— precepto: “las mujeres necesitan a los hombres” en las 200 — riesgos en el tratamiento de las 20910
— sadismo y 192,193 — temor de las mujeres a la impoten cia en las 202-3 — tratamiento de las 204-6 Relaciones histérico-obsesivas 113, 114,119, 123-4 Revalorización 28-30 Riesgos, tratamiento: — acuerdos sobre el cuidado de la familia y el hogar y 161-2 — familias de un solo progenitor y
110-11
— matrimonios empresariales y 83-4 — pareja corriente y 139-40 — parejas lesbianas y 188-9 — relaciones abusivas y 209-10 — tipos de 60 Roles de los géneros 10, 11, 57-9, 172 — familias y los 19, 23-6 — género del terapeuta y los 42 -3,44 — madres y los 125 — matrimonios empresariales y los 64, 71,75 — narcisismo y 125 — negros 94,103 — pareja corriente y los 113-14, 121, 130 — sexo versus 42 — socialización de los 199 — supuestos centrales sobre los 24-6 — terapia familiar y los 31, 32-3,34, 36,41-8, 50 — tratamiento y los 121,130 Rol machista 193n Sadismo 192, 193n Sintetismo 30 Teoría de sistemas 9, 11, 34-9, 94, 192 Terapia, carácter de la 60-1 Terapia conductista 91 Terapia de los matrimonios empresa riales y los adolescentes 63 Terapia estratégica 77, 94 Terapia familiar feminista 10, 31-52 — análisis de los problemas en la 43-4,
45-6,48 — archivo de recursos en la 215 — autonomía versus conexión y la 3940, 41, 46 — capacitación en, véase capacitación «— carreras profesionales de las mujeres y 33, 45-6, 47 — concepciones erróneas sobre el feminismo y 41 — cualidades del terapeuta necesarias en la 43 — declinación de la familia tradicional y la 33 — distribución del poder y 30, 32-3, 36, 37-9,41 — e$frcrzos equivalentes de los cónyuges en la 47 — género del terapeuta en la 42-3, 44 — iniciativa de las mujeres en la 46 — jerarquía del hombre por encima de la mujer 48-50 — modelo familiar y 32, 33-4, 96 — paradigma de valores masculinos y 38-9 — práctica en 41-8 — prejuicio respecto del género y la 57-58 — procedimientos de evaluación inicial en la 214 — roles de los géneros y 31, 32-3, 34, 36,41-8, 50 — técnicas de la 45-8 — teoría de la 34-41 — trabajo/proceso feminista y 55-60 — valores feministas en la 40-1 Terapia familiar tradicional 99, 174-9,
211 — confabulación en la 94, 201-3 — enfoque psicodinámico de la 120, 124, 125 — familias negras y 95 — fusión en la 11, 30,39, 175-9 — jerarquías y, véase jerarquías — límites en la 11, 30, 39, 99, 179-80 — parejas lesbianas y 163, 174-80 — reforma feminista de la 31-2, 50-2, 55,210-11 — teoría de sistemas en la 34-9 — triángulos en la 11,30, 169, 174 Tolerancia 11, 29, 200-2
INDICE ANALITICO
Tratamiento 76-8, 103-5, 129-30,155, 156, 180-81, 204-6 — afirmación en el 104-5,134 — atención de la terapeuta en el 105 — autodeterminación en el 204-5, 206 — capacidad para actuar en el 77 — comprensión de la madre y 130 — consecuencias de las necesidades y 181 — consecuencias de las opciones y 77, 81 — dependencia y 156 — desvío del centro de atención en el 104 — duelo por la pérdida de la madre idealizada en el 130 — enojo y 156 — estrategia paradójica en el 196-97 — expectativas explícitas y 181 — flexibilidad y 156 — legitimación de la competencia en
el 104, 106, 205-6 — mutualidad y 77-8 — necesidades individuales y 180-1 — opciones y 76-7, 81-2 — proyecciones mutuas y 129-30 — recursos y 181-2 — riesgos en el, véase riesgos, tratamiento — roles de los géneros y 121, 130 — técnicas para abordar los conflictos en el 181 Triángulos, concepto de los 11, 30, 165, 166, 168-9, 174 Violación marital 22 Violencia, doméstica 149, 151,156, 158,159, 193 Violencia en la pareja 36-7 Walker, A. 51, 129 Walters, M. 15,51, 129, 211
Esta edición se terminó de imprimir en Talleres Gráficos RIPARI s.a. General J.G. Lemos 248, Buenos Aires en el mes de setiembre de 1989