“EL YO EN LA RELACIÓN”, de JIM CRAWLEY & JAN GRANT.
Referencia APA. Crawley, J. y Grant, J. (2010). Terapia de pareja. El yo en la relación. Madrid: Morata. Ficha técnica. Título original: Couple Therapy. Edición original: Palgrave Macmillan (2008). Traducción: Roc Filella Escolà, en revisión de Gabriel Dávalos Picazo (psicólogo y terapeuta familiar y de pareja) y Mar del Rey Gómez-Morata (psicóloga y experta en mediación familiar). Colección: Psicología Clínica/Familia. ISBN: 9788471126276. Encuadernación: rústica. Nº páginas: 183. Género: manual académico, terapia de pareja. Nota importante: a lo largo de este resumen citaremos varias veces fragmentos literales del libro de Crawley y Grant. Para facilitar la lectura del documento, hemos prescindido de la inclusión de los apellidos de los autores en cada cita (carecería de sentido hacerlo, teniendo en cuenta que Terapia de pareja es el único libro del que citaremos literalmente aquí). Así pues, nos limitaremos a la reproducción entre comillas del fragmento con el número de página o páginas de la correspondiente publicación original.
EL YO EN LA RELACIÓN: tipología y estructura general del libro. Debemos partir de un enfoque ontológico de base psicodinámica para aproximarnos debidamente al manual Terapia de pareja. El yo en la relación , de Jim Crawley (psicoterapeuta psicoanalítico) y Jan Grant (especialista en
orientación psicológica), y debemos comprender que la tesis que conduce el libro es la necesidad de un self sólido como requisito indispensable para una relación de calidad. A partir de ahí, y yendo en contra de la general tendencia cognitivo-conductual en la que se fundamentan la mayoría de las prácticas de terapia de pareja actuales (que acatan la problemática como una circunstancia que comienza y termina en un determinado momento y contexto, facilitando una modificación de conducta terapéutica muy ágil pero también muy superficial), Crawley y Grant deciden apostar por la batida de las causas más profundas que motivan nuestros ritmos amorosos, nuestras dinámicas de pareja, en definitiva nuestro yo afectivo. Y atención: no estamos ante una apología sentimental y esotérica de la práctica psicoanalítica entronizada como la mejor de las opciones terapéuticas, descrédito fanático hacia el conductismo mediante, sino ante de una ponderación muy bien sopesada sobre los tiempos, las formas, las perspectivas y las tendencias del amor. Y eso vale para tod@s. Tampoco es Terapia de pareja un libro necesariamente fácil de leer, pero tampoco pretende serlo, ya que su plaza de público no es popular, sino académica y profesional, ni en realidad debe serlo, porque intenta abrir nuevos caminos y por lo tanto conceptualiza algunos conceptos y prácticas innovadores. Su abordaje es completo y pródigo, aunque en todo momento desdeñoso de las retóricas plomizas y de las maniobras léxicas abrumadoras y barrocas porque sí, eventualmente sagaz y firme en sus convicciones. Como los mismos autores señalan, en este libro se propone una forma de concebir la terapia de pareja que insta a la complejidad y a la búsqueda del sentido vital en los pacientes que vienen a consulta, y no solamente a la focalización de un problema específico a resolver mediante procedimientos terapéuticos mecanizados. Para ello parten de una interpretación psicoanalítica de la persona y de “la forma en la que su mundo psicológico configura su participación en una relación íntima con la pareja” (pág . 12), además de una muy brillante reformulación subjetivista de la teoría clásica de los sistemas familiares: “consideramos que la tensión entre la unión y la separación es una lucha permanente e inevitable para todo ser humano, que se traduce en un proceso circular y reflexivo tanto de búsqueda de la intimidad como de reacción contra ella, y por tanto en una vulnerabilidad en la relación de pareja” (pág. 12). El libro se divide en dos grandes partes estructuralmente no identificables pero sí temáticamente evidentes: la introducción, el epílogo y los cuatro primeros capítulos ofrecen una perspectiva general “de las formas de interpretar la naturaleza y el funcionamiento de la relación de pareja” (pág. 14), mientras que los capítulos del cinco al ocho se basan en temas más prácticos. De este modo, Crawley y Grant complementan la elucubración teórica con un aplicativo que demuestra la viabilidad sanadora de sus tesis.
GENEALOGÍA DE LOS AFECTOS: síntesis de contenidos de la Primera Parte. Capítulo 1: La p sic od inám ica d e la r elación d e par eja: L a teo ría d e las relaciones ob jetales (págs. 17-33). El enfoque de las relaciones objetales tiene como finalidad terapéutica ayudar a las parejas a que sean conscientes de sus propios imaginarios internalizados en el conflicto, evitando que uno proyecte esos
imaginarios en el otro. La relación de pareja se fundamenta en la intimidad, y esa intimidad establece un contexto que permite la aparición de un apego profundo hacia el otro que siempre se compara autobiográficamente: al conectar con el otro, compartir nuestras emociones, nuestro tiempo, nuestros recursos, nuestras frustraciones y anhelos con él, muchas personas reevalúan la calidad de sus vínculos afectivos de infancia y proyectan las posibles zonas oscuras que haya podido haber en la pareja. La primera infancia educa emocionalmente al sujeto, y lo determina relacionalmente durante su vida. Esta determinación, aunque sea negativa, puede modificarse, podemos reeducar al individuo. La teoría objetal propone una terapia desde la aceptación incondicional del otro, un espacio de sinceridad en el que la pareja debe tomar conciencia sobre las razones internas que han originado el conflicto y la vinculación de estas dificultades con las primeras experiencias afectivas de infancia. Solo desde la comprensión de la vida propia y del otro podremos establecer un patrón de vinculación más efectivo y más eficiente. De este modo, “las principales intervenciones serán la actitud empática, la contención, el procesado de las experiencias emocionales y la comprensión de las relaciones de objeto inconscientes, a menudo mediante la contratransferencia y la interpretación del terapeuta” (pág. 33). Para llegar a estas conclusiones, los autores abordan diversos temas a lo largo del primer capítulo, que se perfila como un nomenclátor básico de los aspectos más importantes a tener en cuenta desde la aproximación psicodinámica. Entre otros:
Inconsciente dinámico: una modernización del clásico inconsciente freudiano aplicado al campo de unas relaciones personales que nos alumbran sobre cómo fue nuestro pasado relacional: los vaivenes sentimentales del presente nos ayudan a revelar los del pasado, y debemos concebir las relaciones de hoy como autoafirmantes, iluminadoras de nuestra auténtica naturaleza amorosa. La transferencia: puede entenderse “como el proceso por el que el patrón de relación actual de la persona se configura inconscientemente por la experiencia que esa persona haya tenido de relaciones fundamentales en sus primeros años de vida, en especial durante la primera infancia” (pág. 19). La ansiedad y la defensa: la experimentación de impulsos que generan ansiedad debe ser contrarresta por mecanismos de defensa que nos impiden conectar con nuestro inconsciente, siempre en tensión cuando se está en pareja. Del mismo modo que las defensas pueden generar problemas, también resultan beneficiosas. Relaciones objetales internas: las expectativas que tenemos sobre la forma de relacionarse con los demás a partir de nuestra educación emocional y de las primeras experiencias determinará en gran medida la causa de ciertas conductas actuales. Ajuste marital y elección de pareja: a partir del subsistema de complementariedades inconscientes de los dos miembros de la pareja, los autores citan a H. V. Dicks y sus tres teorías sobre los factores que
aumentan las probabilidades de conflicto en la pareja. Resumámoslos casi en titulares:
Cuando se elige a la pareja como progenitor cariñoso y la realidad no se corresponde con el idealizado rol paternal. Cuando una persona se casa con otra porque parece justo lo contrario que su progenitor decepcionante, para luego descubrir que la dinámica es similar. Cuando la persona ve en la pareja la parte reprimida de sí misma, lo que puede ser una fuente de desacreditación a medio o largo plazo.
La identificación proyectiva: “un proceso inconsciente que implica una proyección individual de parte de uno mismo en la otra persona para después inducirle a comportarse en consecuencia con la proyección realizada” y “esta parte puede ser buena o mala (enojada, hostil, persecutoria o despreciable)” (pág. 26). La contención y el sostenimiento: se trata de conceptos tomados de Alfred Bion, que vendrían a destacar la capacidad de la madre de asumir las expectativas y experiencias que el bebé proyecta en ella, pensar sobre esta proyección y luego conseguir devolvérsela de la forma menos perjudicial posible. Esto, sostiene Bion y los autores, es prácticamente idéntico a lo que el terapeuta hace por su paciente.
Capítulo 2: La p sic od inám ica d e la relac ión d e par eja: Psic olo gía del self , int ersu bjeti vid ad y teo ría del apeg o (págs. 35-50). Mientras que las teorías objetales destacan las proyecciones y las identificaciones vividas por los miembros de la pareja, los planteamientos intersubjetivos y de la psicología del self se basan en lo que ocurre cuando se expresan las emociones y necesidades afectivas actuales y la pareja no responde como se desearía: “uno de los elementos que distinguen la psicología del self de otros enfoques analíticos es el grado de énfasis en la inmersión empática durante la actividad de análisis pormenorizado de la experiencia subjetiva de cada miembro de la pareja” (pág. 35). Las aproximaciones al conflicto de pareja desde la psicología del self permiten evaluar las necesidades tempranas de los miembros de la pareja que, estando bien o mal resueltas, generan y mantienen el conflicto, y además ofrecen una explicación completa acerca de las causas que hay detrás de dicha problemática. Por otro lado, el capítulo se aproxima las teorías del apego o attachment , un enfoque que redimensiona las intervenciones terapéuticas y permite explorar con mayor precisión las bases del comportamiento rel acional: “ayuda a comprender mejor los orígenes evolutivos de la conducta de apego, las estrategias que utilizan las personas en las relaciones y la importancia de utilizar la función reflectiva en la pareja” (pág. 50). Con este rededor temático, el capítulo se desglosa en los siguientes bloques de contenido relacionados con la dinámica de pareja en su clave más íntima:
La inmersión empática: como su propio nombre indica, consistirá en el ejercicio de ponerse en la piel de la otra persona, de virtualizar la subjetividad del otro y comprender su vida interior. El terapeuta deberá explorar la experiencia empática de cada uno de los miembros, hasta qué extremo el uno entiende al otro y hasta qué extremo ambos actúan en consecuencia con ese conocimiento. Es primordial que la pareja se entienda como una dinámica para la puesta en común de las realidades subjetivas sostenidas por sus partes, y que por lo tanto haya espacio para la expresión de esa verdad. Más que trabajar la realidad objetiva que los dos miembros comparten (algo relativamente sencillo para el terapeuta), se tratará de complementar las realidades subjetivas: qué pienso yo y qué piensa el otro, cómo ve el mundo el otro y cómo lo veo yo, qué podemos hacer para respetar esa visión… Las experiencias y transferencias de auto-objeto: las experiencias de auto-objeto se centran en el grado de vinculación que establecemos con una determinada persona, el afecto, la seguridad y la autoestima que nos repercuten de su actuación. Se trata de un patrón de vinculación prácticamente innato, y que no desaparece con la superación de la infancia, sino que se vuelve más sofisticado. En las relaciones en las que el elemento auto-objeto actúa en los límites sanos, la persona concibe al otro casi como una prolongación de sí misma, como un espejo y también como un objeto idealizado, todo ello regido por una fuerte sensación de pertenencia. No estamos hablando de dependencia emocional, sino del fino y necesario equilibrio entre realidad (circunstancias verdaderas de las dos partes, que nunca son conocidas del todo) y ficción (expectativas acerca de la conducta de la otra parte, fantasías incluso, y fantasías precisamente porque la vida pocas veces nos pone a juego hasta el extremo de poder ver de qué está hecho realmente el otro). Un equilibrio que debe mantenerse estable, o de lo contrario los afectos se desbordarán y el otro se convertirá o en un castrador o en un elemento excesivamente vulnerable. La intersubjetividad: es un quiebro dentro del psicoanálisis muy ligado con la psicología del self que otorga gran importancia “a la co -construcción del espacio interaccional entre el terapeuta y el cliente” (pág. 40). La experiencia personal está indudablemente ligada a un sistema de relación, y no se puede comprender esa experiencia, ni los motivos de sus matices ni de sus puntos de vista subjetivos, si el terapeuta no analiza primero los sistemas relacionales del paciente: “la realidad psíquica depende del contexto y se debe entender dentro de los entornos evolutivos, de relación y de tratamiento que la configuran” (pág. 40). Los objetivos del tratamiento: el elemento curativo clave desde la perspectiva del self y la intersubjetividad es “la investigación y legitimación de la vulnerabilidad subyacente del yo de cada uno de los miembros de la pareja” (pág. 42). El terapeuta busca entrar en contacto con la experiencia subjetiva de las partes de una pareja, reconocer sus necesidades individuales de auto-objeto, conectar empáticamente, interpretar la conexión entre pasado y presente, contener la conducta destructiva y fijar unos límites y una estructura que guíen la dinámica futura.
La competencia narrativa y la función reflectiva: basándose en la descripción del terapeuta Peter Fonagy, los autores definen la función reflectiva o mentalización como la capacidad para reflexionar sobre los estados propios y de los demás, y con ello construir una narrativa coherente sobre uno mismo que solidifique los apegos y la capacidad de interacción recíproca en una relación (competencia narrativa). La teoría del apego y las relaciones de pareja: si existe una teoría psicoanalítica que haya obtenido una aceptación incuestionable desde todos los prismas terapéuticos, esa es la teoría del apego o attachment de John Bowlby, que en sus versiones más modernas llega a establecer cuatro grandes patrones de conducta relacional sobre un modelo bidimensional que puede ayudar muchísimo al terapeuta a comprender qué patrón afectivo caracteriza a sus pacientes. Estos grandes patrones o categorías son:
§ El apego seguro: persona con alta capacidad para las relaciones íntimas y para encontrar en ellas el apoyo en los momentos requeridos, a partir de una visión positiva de sí misma y de sus compañeros o compañeras. § El apego preocupado: concluye en un modelo positivo del otro, pero negativo del yo, surgiendo por ello la dependencia y la exigencia. § El apego temeroso: como espera siempre el fracaso, evita la intimidad. Percibe a los demás como indiferentes y a sí misma como no querida. § El apego ausente: tienden al distanciamiento hacia los demás para lograr una visión más positiva de sí mismas. Estas personas se protegen del rechazo mediante la autosuficiencia compulsiva y el autocontrol.
Capítulo 3: La r eflex ión s is té m ica s ob re la p areja (págs. 51-73). Bien establecido el concepto de que la pareja es fruto en parte de la interacción del mundo interior de cada uno de los miembros, el tercer capítulo analiza la estructura y el tipo de patrón interactivo, es decir, abandonamos la intersubjetividad, dos elementos individuales en relación, y pasamos a tratar las cualidades de la relación misma, entre dos (pareja) o más personas (relaciones familiares, esencialmente), y para ello Crawley y Grant sobrevuelan las principales teorías sistémicas hermanadas bajo la denominació n “pensamiento sobre los sistemas familiares”: ·
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Atención interpersonal y causalidad circular: busca analizar el patrón de interacción que se da entre los miembros de una unidad familiar, y no tanto en los síntomas o en las patologías individuales. Esto obligará al terapeuta a observar los patrones de relaciones y los sistemas de vínculo: “desde una perspectiva sistémica, toda acción es una respuesta a la reacción, real o prevista, de la otra persona, en un círculo de continua retroalim entación” (pág. 52). El profesional deberá estar alerta no solo de lo que diga o haga un miembro de la pareja, sino también de las características de la reacción del otro: ambos comportamientos, el productivo y el receptivo, revestirán el mismo grado de interés terapéutico. Homeostasis y morfogénesis: puesto que entendemos un sistema de relaciones como justamente eso, un sistema en relación, interdependiente, es de sentido
común poder anticipar que cualquier alteración en una de las partes afectará a un conjunto que buscará nuevas medidas para reestablecer el orden. La tendencia a regresar al estado de estabilidad y constancia relacional se denomina homeostasis. Esta proclividad, con su funcionamiento y sus leyes, ayudará al terapeuta a comprender qué esperan cada una de las partes de una relación, qué entiende cada uno que está viviendo en compañía de su homólogo. Por otro lado, y en función de la evaluación que haga el terapeuta de la homeostasis, éste puede decidir romper la dinámica preestablecida y aventurarse a la promoción de cambios morfogenésicos, esto es, la forma con la que la familia modifica sus patrones clásicos. · Los subsistemas y los límites: según las teorías recogidas por el terapeuta familiar Salvador Minuchin en su clásico Family and Family Therapy , toda familia tiene un mínimo de tres subsistemas inherentes a cualquier grupo familiar en el que se contrapongan dos generaciones: § Subsistema conyugal: relación adulta de pareja. § Subsistema parental: atención de los padres hacia los hijos. § Subsistema fraterno: necesidades de socialización de los hijos.
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Como ocurría en los modelos de apego vistos en el capítulo anterior, el terapeuta deberá corroborar la estabilidad de estos sistemas antes de proceder a la acción terapéutica en el caso de que estemos hablando de una pareja con hijos o con deseos de tenerlos. Será fundamental establecer los límites de estos subsistemas para comprender quién participa en ellos y de qué manera. Las teorías de Bowen: la teoría de los sistemas familiares de Murray Bowen consideraba la familia “como una unidad emocional y hundía sus raíces no en la teoría general de sistemas y la cibernética, sino en la biología evoluti va” (pág. 58). De este modo, la familia se construye por la interacción de dos fuerzas vitales: la individualidad y la unión, lo que genera una serie de patrones relacionales propios e intransferibles dentro de cada familia. En total, Bowen llegó a considerar hasta ocho conceptos que fundamentan su teoría, y el libro de Crawley y Grant destaca tres:
§ La diferenciación del yo: la aparición del sentimiento del yo en el niño, con la consecuente diferenciación de la figura materna, no se contempla como una simple tendencia de todo o nada. Existen diferentes grados de diferenciación, y en función de la radicalidad de la misma, a la baja o al alza, el terapeuta podrá comprender mejor las posibles patologías o problemas relacionados con la identificación con la madre y, por extensión, con la pareja. § Los triángulos: aunque no es un concepto inventado por Bowen (Sigmund Freud, sin ir más lejos, ya habló del triángulo niño-madre-padre en su complejo de Edipo), sin duda fue él quien destacó la importancia de romper los modelos triangulares muy rígidos para aportar mayor flexibilidad a la unidad familiar. § El sistema familiar multigeneracional: el uso del genograma: Bowen fue el primero en demostrar con solvencia el efecto de los patrones de relación en la siguiente generación. La comprensión y la intervención en este proceso ayuda a que los patrones actuales indeseados o problemáticos se modifiquen para bien.
Será importante que el terapeuta pueda documentar la estructura familiar de tres o más generaciones a través de un genograma claro y lo más específico posible para situarse y situar a sus pacientes en el sistema de interacciones que se está intentando mejorar en terapia. ·
Los sistemas de relación a lo largo del tiempo: los autores establecen primero el ciclo promedio de vida de la unidad familiar, sus fases vitales más arquetípicas y frecuentes en el mundo occidental desarrollado, y a partir de allí concretan una guía de las principales características (y, por lo tanto, también principales fuentes de potenciales problemas) inherentes a cada período-tipo de este ciclo:
§ Joven adulto solo: establecimiento de identidad adulta, elección de pareja y diferenciación del yo de la familia de origen. § Compromiso con otra persona: crear un hogar y acordar roles, resolver diferencias y renegociar las relaciones con la familia de origen. § La familia con hijos pequeños: adaptación ante la llegada del primer hijo, acordar las funciones y las responsabilidades, tareas prácticas y emocionales con la segada del segundo hijo y siguientes, acuerdo de un paso de relación de dos a más personas y acuerdo del rol de abuelos con las familias de origen. § La familia con adolescentes: adaptación a las demandas de mayor independencia de los adolescentes, flexibilización de las normas familiares y reducción de la energía puesta en la función paterna. § La familia con hijos jóvenes adultos: mayor libertad y relajación del cuidado hacia los hijos, disponibilidad de más recursos económicos, incorporación del nuevo rol de abuelo y reevaluación de la pareja como relación primaria. § La pareja en la vida avanzada: adaptarse a la jubilación a todos los efectos (vida, salud, cuestiones económicas), acordar un nuevo uso del tiempo y adaptarse a la necesidad de ayuda. A continuación, y con los mismos propósitos que en la enumeración anterior, los autores proceden al desgrano de las fases típicas de la relación de pareja: § Fase simbiótica: intensidad del enamoramiento, deseo de fusión y establecimiento de una base de apego sólida. § Fase de diferenciación: los miembros de la pareja empiezan a verse el uno al otro con mayor realismo y a reconocer y a afrontar las diferencias y similitudes. Esta es una fase crítica que pone en jaque el futuro de la relación: hay cambios muy fluidos y otros muy truculentos, pero el proceso termina produciéndose. § Fase práctica: cada uno de los miembros de la pareja participa más en las actividades que, de entrada, los separan mutuamente. Se da un redescubrimiento como individuos en pareja, y no como pareja indisoluble y permanentemente dependiente. § Acercamiento: después de establecer un sentido identitario más sólido, los individuos de la pareja buscan una mayor intimidad con su homólogo, estableciéndose un equilibrio entre el yo y el nosotros. Hay menos intensidad, menos sensación de necesidad y más capacidad de elección en la intimidad compartida.
§ La interdependencia mutua: buena integración de la pareja en el si de una relación basada en el crecimiento, más que en la necesidad.
Capítulo 4: ¿Y q u éh ay d el a m o r? (págs. 75-88). “La relación íntima con otra persona es intensamente personal y repercute en algunos de sus deseos y temores emocionales más profundos, además de implicar inevitablemente la sexualidad de los dos miembros de la pareja. Es importante que el terapeuta de pareja sepa comprender los sentimientos que en ella intervienen, tanto cuando la relación funciona bien como cuando se encuentra en dificultades” (pág. 88). ¿Y cómo localizar estas coordenadas emocionales, cómo acotarlas específicamente en el contexto terapéutico? El capítulo trata de la gestión de los afectos, cómo se repercuten los unos con los otros y qué teorías permiten un tratamiento más eficaz para el profesional. Resumamos las más importantes: ·
La terapia de pareja centrada emocionalmente: o terapia de pareja centrada en
las emociones (TPCE), desarrollada principalmente por Les Greenberg y Susan M. Johnson, se cuenta entre las más exitosas de los últimos años. Es un formato de terapia de pareja breve y muy bien estructurado, lo que permite que los sujetos reaprendan nuevos hábitos emocionales con relativa rapidez, si bien su uso correcto en la práctica clínica no es necesariamente fácil. La TPCE hace uso de la teoría del apego y la sistémica para dar con una explicación de los ciclos repetitivos del conflicto emocional frecuentes en las relaciones de pareja problemáticas. Esta técnica centra su atención en las respuestas emocionales básicas de ira, miedo, tristeza, alegría, pena/vergüenza, disgusto, dolor y tristeza/desesperación, sentimientos que generan un modelo de respuesta primario muy elemental que viene seguido de otro secundario de tipo defensivo y/o adaptativo, destinado a lograr que el otro “vuelva a su sitio”. Estas respuestas secundarias, no obstante, pueden generar reacciones indeseadas en la otra parte de la relación, y así sucesivamente hasta embarcarse en un ciclo repetitivo que el terapeuta debe comprender y detener reorientando las dinámicas emocionales hacia otras laderas menos destructivas. · El “hogar conyugal sano” de John Gottman: sienta unas bases empíricas de las relaciones matrimoniales, incluidos los factores que determinan el éxito duradero o la separación o divorcio. Si bien no es un DSM de la terapia de pareja, el terapeuta debe tener en cuenta la siguiente nomenclatura de leyes básicas para el éxito del matrimonio o de la relación estable: § Los mapas del amor: geografía de las emociones y de los sentimientos íntimos y mutuos de cada uno (aversiones, gustos, valores, historia individual y compartida). ¿Cuánto se conoce a la pareja y cuán actualizado está ese conocimiento de la persona amada? § El cariño y la admiración: supone la manifestación de los sentimientos de preocupación y respeto, respectivamente. Convendrá determinar si estas manifestaciones se dan. § La prevalencia del sentimiento positivo: se considera como un elemento fundamental para la capacidad de resolución de problemas de la pareja.
§ Gestionar los problemas que tienen solución: los estudios de Gottman indican que solo se puede resolver una media del 31% de los problemas y el resto vendrían a ser “problemas perpetuos” relacionados con el estilo de vida y la personalidad. Aunque puedan trabajarse, no suelen desaparecer, y menos en edades avanzadas o en fases de la relación también maduras. Convendrá que el terapeuta sepa diferenciar si se enfrenta a un problema solucionable o no, por un interés de simple gestión de energías terapéuticas. § Hacer que se cumplan los sueños y las expectativas: tras los conflictos eternizados se esconden muchas veces valores e ideales que se resisten a manifestarse. Esto exige un diálogo a tres bandas (pareja y terapeuta) en el que los implicados se esfuercen por apreciar la postura del otro en problemas que parecen de difícil solución, sacar a la luz la verdadera naturaleza motivacional de los problemas para así identificarlos mejor. Los problemas irresolubles no son una cuestión capital, porque lo que genera la angustia en la pareja es la emoción asociada a este problema y no el problema en sí. No se trata de reconfigurar a las personas, ni de reinventar la relación, sino de mejorar las circunstancias y proveer de calidad de vida a los miembros en linde. · La sexualidad en la relación de pareja: la aproximación terapéutica al tema de la sexualidad defendida en el libro no es demasiado “sexológica”, sino más bien “psicologista”, por lo que tiene de interesada en la capacidad expresiva del comportamiento sexual en el ámbito de las parejas y no del tratamiento de determinadas problemáticas funcionales (que también se abordan, pero siempre desde el énfasis en la necesidad de entender las razones por las que determinadas conductas sexuales desagradables o problemáticas se dan o dejan de darse). Los orígenes del sentimiento del yo sexual que tiene la persona deben rastrearse hasta la primera infancia y en la cultura de la familia de origen. Los efectos de una infancia y adolescencia sexualmente desagradable o traumática ejercen sus secuelas durante la edad adulta, y es ahí donde el terapeuta tendrá que intervenir: en la resolución de los imagos que sus pacientes tengan acerca de su yo sexual, caso de que los mismos resulten perjudiciales para la experiencia erótica compartida.
TERAPIA DE LOS AFECTOS: síntesis de contenidos de la Segunda Parte. Capítulo 5: La evaluación (págs. 89-105). Los capítulos de la segunda mitad, aunque igualmente extensos en número páginas que los de la primera, no reparan en cataduras teóricas sobre la terapia de pareja y se centran más en los detalles de la metodología y las herramientas que el profesional necesita para desenvolverse con confianza en su ambiente. Constituyen, en síntesis, un muy buen manual de oficio psicodinámico. En La evaluación, Crawley y Grant no reparan en prodigalidades para dejarnos claro que “la necesidad de que el terapeuta evalúe y tome decisiones se debe equilibrar con el conocimiento de las preocupaciones que más angustien a la pareja” (pág. 89). De nuevo, el consejo anti-automatización sale a la palestra: debemos comprender que estamos hablando con dos individuos distintos y sensible, y que la obtención de información para el establecimiento de un setting sobre el que edificar la terapia partirá siempre de un respeto hacia las sensibilidades en juego. El factor intuitivo, pues,
devendrá fundamental: el terapeuta debe “pillar” rápidamente cómo funciona la pareja, cómo se relacionan entre sí y cómo debe comportarse para que se sienta cómoda y acogida.
Los contenidos del capítulo son concisos, y su aplicabilidad muy sencilla: ·
Contenido de la evaluación: un marco con cinco dimensiones: se concretan cinco dimensiones básicas que aportarán datos lo suficientemente ricos como para conocer bien la situación de la pareja:
§ Dimensión evolutiva: las cuestiones clave de esta dimensión se refieren a la fase de desarrollo que ha alcanzado la relación y sobre y el modo en el que ésta puede brindarnos datos acerca de la situación actual. § Dimensión intergeneracional: las preguntas versan sobre el legado de la familia de origen de cada uno de los miembros de la pareja, con especial atención a las partes de ese legado que cada uno ha llevado a su vida adulta y a su relación. § Dimensión comunicativa: el terapeuta busca cómo la pareja construye el significado de su proyecto conjunto estudiando su comunicación. En la práctica, habrá tres áreas de análisis muy útiles para la evaluación: § ¿Cómo afronta la pareja la tarea de la comunicación? § ¿Existen temas, experiencias o aspectos de su relación que al parecer se evitan o provocan angustia cuando se plantean? ¿Qué se puede esconder detrás de esas dificultades? § Cuando la pareja se comunica, ¿hay ejemplos evidentes de que “el mensaje enviado no parece que sea el mensaje recibido”? ¿Se trata de simples malentendidos o apuntan al impacto del inconsciente, del “matrimonio invisible”, como por ejemplo aspectos de la transferencia o de la proyección? § Dimensión organizativa: ¿cómo se ha organizado este sistema relacional? ¿Cuál es la estructura jerárquica del sistema? ¿Qué papel desempeña cada miembro de la pareja y qué reglas y normas parecen regir la relación? ¿Qué tipo de límites parecen existir y se trata de límites claros y reconocidos, o son difusos y se traspasan con frecuencia? § Dimensión ecológica: ¿cuál es el contexto más amplio de esta relación? ¿Cuáles son los factores culturales, étnicos o socioeconómicos que parecen ser importantes para comprender cómo conviven las dos personas que componen esta relación? ¿Cómo influyen en sus peleas sus valores culturales y sociales? ·
Evaluación de corto recorrido: la evaluación termina en la primera sesión
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conjunta con la pareja, y se decidirá necesaria en función del grado de gravedad que otorguemos a la problemática y, sobre todo, en función de si existen restricciones de disponibilidad, temporales o económicas. Evaluación de largo recorrido: consistente en una sesión inicial conjunta, una sesión individual con cada uno de los miembros de la pareja y luego una sesión conjunta de nuevo. En esta segunda sesión conjunta se concluiría el proceso de evaluación y se llevará a cabo la negociación de un acuerdo sobre las
características de la terapia. Se vuelve el formato imprescindible si el terapeuta debe lidiar con asuntos como violencia física, cuando existe un nivel de angustia muy elevado en uno de los miembros (fenómeno que trataríamos en las sesiones individuales) o se indica que parte del problema es una aventura amorosa. c n ic a (págs. 107-120). El sexto capítulo se ocupa de ciertas Capítulo 6: L a t é cuestiones prácticas a tener en cuenta si queremos asegurar un buen funcionamiento de la terapia de pareja. De entrada, plantea la necesidad de crear una alianza terapéutica de calidad entre los miembros de la pareja y el profesional, y avanza hasta el comentario de ciertas habilidades concretas necesarias para la dirección apropiada de una sesión conjunta. · Crear una “isla de seguridad”: la primera misión del terapeuta una vez superada la etapa de evaluación, y ya en marcha el tratamiento, consistirá en lograr que los miembros de pareja vean el espacio de terapia como un lugar seguro, confidencial y cómodo, un lugar en el que prime la comprensión y la capacidad de análisis. Para asegurar un espacio en el que las defensas bajen su guardia y en donde impere la “buena onda”, el terapeuta deberá: § Establecer un vínculo con el que los clientes se sientan seguros y comprendidos, de manera que puedan manejar la ansiedad y el apego y la confianza hacia el terapeuta surjan espontáneamente. § Lograr de mutuo acuerdo u na idea del “plan terapéutico”: qué va a ocurrir, hasta dónde se puede llegar en el tratamiento. § Negociar un acuerdo sobre los objetivos de la terapia. ·
La dirección de la sesión conjunta: puesto que los autores prefieren iniciar el tratamiento con una sesión conjunta, consideran relevante el destacar ciertas competencias clave para el terapeuta. Estas cuestiones refieren al control, la neutralidad empática, la adopción de una postura interactiva y una aptitud para la “capacidad negativa” y la curiosidad:
§ Control: se trata de una cuestión muy importante, aunque no ni mucho menos sea la más popular ni la que goza de mejor prensa en los círculos de terapeutas. El profesional debe controlar sus propios mecanismos expresivos y de autogestión emocional, de modo que este control repercuta en la pareja. Recordemos el fenómeno de la homeostasis: el proceso de búsqueda de equilibrio. La intervención del terapeuta debe ser sutil y progresiva, o de lo contrario puede generar una ruptura en la dinámica relacional y volver a la pareja en su contra. Factores como la experiencia, la personalidad y la confianza son picos de interés del terapeuta, como es bien sabido, y resultarán indispensables en las primeras sesiones de terapia. § Neutralidad empática: no hay que confundir neutralidad con frialdad, no se trata de eso. El terapeuta debe lidiar con una situación difícil: ser un intermediario con autoridad entre dos figuras en conflicto, y pese a esa autoridad no le conviene posicionarse ni a favor ni en contra de esas figuras. Para ello habrá que mostrarse
lo más objetivo posible y al mismo tiempo receptivo y servicial frente a las emociones de las partes. § Postura interactiva: el terapeuta debe intervenir solo lo suficiente (a veces con un par de frases, otras con diálogo bastante más extenso), “hasta que haya algo que quizá sea nuevo o diferente para que el otro responda o reacciones y luego explorar esa respuesta o reacción” (pág. 117). No puede permitir que el “río comunicativo” detenga su avance, debe intervenir para complementar la información e incluso hacerla avanzar, o de lo contrario perderá mucho tiempo. § Capacidad negativa y curiosidad: el primer concepto refiere a la capacidad del terapeuta, que debe enseñar a su paciente, de permanecer abierto a la incertidumbre y a la atención de temas no siempre positivos ni agradables. Hay que saber ahondar en la oscuridad y en la complejidad muchas veces paradójica y contradictoria que rigen buena parte de las relaciones humanas, y hay que hacerlo estando emocionalmente preparados. Muchas veces el terapeuta debe limitarse a estar en la sesión y contemplar el “espectáculo” del dolor de la pareja, debe refrenar sus ansias de intervención sanadora. Esto solo se puede lograr mediante una buena gestión de las emociones y mediante una curiosidad entendida como fuerza motriz de la terapia: tendremos que animar a nuestros pacientes a conocerse mejor. u ti co (págs. 121-137). ¿Cómo se estructura la Capítulo 7: El p ro ces o t erap é sesión de terapia de pareja? Si bien Crawley y Grant tienen una propuesta estructural que hacer, al mismo tiempo la relativizan y la defienden como un aplicativo variable en función de las circunstancias, siempre flexible. Después, se centran en describir la forma de estar del terapeuta en las sesiones conjuntas y no tanto en la simple enumeración de técnicas de intervención, en última instancia muy difíciles de seguir según un guión preestablecido. ·
Las fases de la terapia: se diferencian dos tipos de cambios en los sujetos en terapia, los de primer orden y los de segundo orden. Específicamente:
§ Cambios de primer orden: “cambio de conducta como respuesta a la situación de terapia, pero que no se asienta en ninguna modificación subyacente del patrón o la dinámica de las relaciones entre los miembros de la pareja o dentro de la familia” (pág. 121). § Cambios de segundo orden: “[el cambio de segundo orden] se produce cuando hay una alteración importante en los patrones de la relación. Este cambio en el sistema en la relación se traduce en que el problema o la conducta sintomática se vuelve innecesaria. […] El cambio de segundo or den en las relaciones […] tiene su base en cambio en la forma en que las dos partes se perciben y reaccionan mutuamente” (pág. 121). · Desescalada, reintegración y suavización: una buena forma de concretar los aspectos importantes en el desarrollo en el tiempo de una terapia es seguir el
modelo de desarrollo propuesto por los defensores de la TPCE (mencionada en el capítulo 4), a su vez dividido en tres fases: § Desescalada del ciclo de interacción negativo: poco a poco, el ciclo negativo que une a la pareja va perdiendo fuerza, en directa proporción con el grado de apego que el terapeuta logre. § Reintegración en la relación por parte de la persona apartada: la persona con menos ímpetu empieza a recobrar empatía y se reintegra en la dinámica de la relación. § Suavización: la persona que culpabiliza lima sus asperezas y modera su actitud hacia la persona culpabilizada, expresando de este modo su propia vulnerabilidad y su deseo de mayor confianza en la relación. · ¿Sesiones individuales o sesiones conjuntas?: el dilema de si hacer la terapia conjuntamente o intercalando e incluso priorizando las sesiones individuales es dirimido por los autores con el planteamiento de cuatro coordenadas psicológicas que el terapeuta siempre debe tener en mente a la hora de decidirse: § La alianza terapéutica, que siempre será el foco de la terapia, sigue estando en la relación de pareja, y las sesiones individuales se llevarán a cabo en el supuesto de que exista algún obstáculo en el que se encuentre la terapia conjunta. § Las sesiones individuales con ambos miembros de la pareja se realizarán cuando la relación sea inestable o exista la posibilidad de que la otra persona reaccione de forma negativa o llegue a creer que el terapeuta siente mayor interés o afinidad especial por el otro. Es recomendable que si uno tiene una sesión individual, el otro también la tenga. El terapeuta debe ser muy cauto a la hora de tomar estas decisiones. § Las sesiones individuales deben centrarse en la persona que esté presente, no en la persona que esté ausente. Muchas veces se acuerda no hablar del otro individuo. § El terapeuta debe buscar siempre un equilibrio de atenciones: a la más mínima inclinación favorecedora, debe corregir cuando antes. · ¿De qué hablan el terapeuta y la pareja en la sesión conjunta?: el objetivo principal de la terapia es modificar la forma en que cada miembro de la pareja percibe y experimenta al otro, tanto consciente como inconscientemente. La atención se centra en el espacio entre los dos miembros de la pareja “y en lo que ocurre dentro de ese espacio cuando el mundo objetal interno de cada miembro se encuentra tanto con el objeto real del otro miembro como con su mundo objetal interno” (pág. 127). Por ello, la respuesta a la pregunta “¿de qué hablamos?” será, según Crawley y Grant, bastante sencilla: “hablamo s de cualquier aspecto de la experiencia que la pareja tenga de su vida en común cotidiana del que decidan hablar , por banal que al principio pueda parecer” (pág. 128).
Capítulo 8: La din ámic a de la expo sición d e los pro blemas (págs. 139-158). En el último de los capítulos temáticos, los autores señalan la necesidad de identificar las dinámicas ocultas detrás de los temas específicos que se mencionan
en la terapia. Estos temas específicos determinan unos escenarios circunstanciales elementales, que vendrían a ser un indicio de la posible existencia de violencia doméstica, una relación amorosa extramatrimonial, una pareja de nuevo casada con hijos de los matrimonios anteriores y una posición de los dos miembros de la pareja polarizada sobre si quieren seguir juntos o no. · La violencia doméstica: desde hace veinte o veinticinco años que los registros de violencia doméstica no dejan de incrementarse. Mientras que anteriormente la mayoría de los terapeutas o de los médicos minimizaban la relevancia de la violencia en los hogares, considerándola como algo privado que pertenecía a la incumbencia de cada familia o pareja, en la actualidad se ha generado una importante campaña de sensibilización social con respecto al tema. La violencia en una relación jamás está justificada, y así lo determinan las leyes de los principales países occidentales: es moral y socialmente inaceptable, y constituye un asunto muy delicado de caras a labor terapéutica. Por ello, es recomendable que el profesional conozca las principales tipologías de violencia, que son: § Violencia recíproca y menor: a lo largo de la historia de una relación larga, se recuerdan un par de momentos de violencia doméstica menor, como un empujón, el arrojo de algún objeto a la pareja, etcétera. Normalmente esta circunstancia no implica ningún temor por parte de ninguno de los miembros de la pareja, y suele tratarse de un sistema interactivo violento por ambas partes: uno actuó violentamente y el otro respondió del mismo modo. § Cólera de una parte: si bien ambas partes están de acuerdo en que no existe una violencia física en la relación, sí se da la tendencia por parte de uno por entrar en cólera y condicionar al otro en el temor y la incertidumbre que rodearán el próximo estallido de ira. Es más probable que sea el hombre quien intimide, por su fuerza física, aunque no es una condición inquebrantable y hay bastantes excepciones. § Violencia física: en pleno ataque de ira, un miembro de la pareja ataca al otro y le genera heridas físicas. Ha ocurrido más de una vez y es probable que la situación se prolongue en el tiempo. Como consecuencia, uno de los miembros de la pareja vive atemorizado. · Las aventuras amorosas: es muy importarte plantearse el futuro de la relación después de desvelarse una aventura amorosa, se trata de una situación extremadamente peligrosa que implica muchísimas sutilezas de fondo (la sensación de haber sido engañado, el retorno a la dura realidad, la dureza de la confesión). El terapeuta habrá que gestionar la crisis que surge de la aventura amorosa: la verdad tiene que salir a la luz, pero siempre desde el esfuerzo de contención en aras del diálogo y de la confrontación civilizada. Por otro lado, también habrá que pasar de la incriminación a la atención a la relación de la pareja y pensar acerca de las cuestiones que surjan de esa relación, cuestiones (y los autores insisten ello) de muy difícil gestión: ¿se debe haber terminado con la aventura antes de que se pueda iniciar la terapia? (la respuesta general es sí), ¿qué debe hacer el terapeuta con los secretos de ambas partes? (el terapeuta debe dejar claro que la terapia conjunta no es posible en estos casos y que lo mejor es tratar el tema de manera individual) y, por último, ¿cómo reconstituir la
confianza? (la confianza no es una mercadería, sino un subproducto de la relación de calidad). · La familia reconstituida con hijos de relaciones anteriores: cuando una familia reconstituida busca ayuda, deberán considerarse los siguientes temas: § ¿En qué medida quedan “asuntos pendientes” de las relaciones anteriores de uno o de los dos miembros de la pareja, y que se deben resolver en la terapia? § ¿Cuál fue el proceso de formación de la nueva relación? § ¿Cómo se han acordado las funciones y las relaciones en el nuevo sistema de familia reconstituida? ·
La pareja polarizada: se trata de un tipo de pareja catalogado desde hace tiempo y muy frecuente en las terapias. Su desarrollo es extremo: uno de sus miembros busca la proximidad y la frecuencia del afecto íntimo, mientras que el otro se distancia. “En una relación polarizada, una de las personas ansía -a menudo con desesperación- que la relación continúe, y la otra no está segura de lo que quiere o habla sin tapujos de cortar la relación. Algunas veces la polarización es evidente desde el principio, y otras solo se manifiesta cuando el terapeuta intenta pasar a la terapia de pareja y emerge la ambigüedad de uno de los miembros de ésta acerca de la relación” (pág. 155). Irónicamente, se ha escrito bastante poco acerca del tratamiento apropiado para este tipo de relaciones. Para ayudar al terapeuta a modular su acción con estas terapias, los autores citan uno de los escasos modelos de intervención en parejas polarizadas que existen:
§ El acuerdo inicial: el terapeuta acuerda con la pareja un número determinado de sesiones (se recomiendan unas seis) con el objeto de comprender la razón por la que la pareja ha acudido a terapia. § Una sesión individual con cada uno: el terapeuta intentará hacer entender a la persona ansiosa la realidad de la relación y ayudará a la persona ambigua a percibir aspectos positivos de la misma. § Las sesiones conjuntas: se deberán concretar los perfiles y los deseos de cada uno, y los motivos de su no resolución. § La revisión y la decisión: una vez concluidas las sesiones acordadas se deberá tomar una decisión: seguir, y cómo hacerlo, o concluir la relación.
Epílogo: La sup ervivencia del terapeuta de pareja (págs. 159-169). La terapia de pareja tuvo sus orígenes en la terapia individual y posteriormente familiar, para luego convertirse en un campo de tratamiento con todas las de la ley que repercute en una compleja filosofía sobre la que no siempre ha habido consenso desde las distintas escuelas. Los autores llegan a destacar hasta doce modelos distintos de terapia de pareja, entre los que se cuentan las escuelas conductistas, la terapia cognitivo- conductual, la psicoanalítica, la estratégica, la postmoderna… para terminar inclinándose por la integradora, defendida con entusiasmo en el final de un libro que abre todas las puertas a la fusión metodológica y a la necesidad de que ciertos profesionales amplíen su perspectiva, prejuicios aparte. La última página remata con un almanaque perfecto: “Hemos defendido que el terapeuta de pareja eficiente debe ser capaz de comprender e intervenir en la
dinámica interpsíquica de cada persona, la dinámica del sistema que la pareja ha creado y la relación interpersonal entre los dos miembros de la pareja. Es una tarea exigente. En consecuencia, el terapeuta de pareja ha de ser consciente de las pruebas de la eficacia del trabajo que emprenda, estar alerta y atento a los dilemas que se le pueden plantear y comprometerse a dedicar tiempo y recursos a su propio desarr ollo y apoyo mediante la supervisión y su propia terapia personal” (pág. 169).