CUADERNOS DE
TEORIA DEL OBJETO Al A le x iu s Meinong
13 U N I V E R S I D A D N A C I O N A L A U T Ó N O M A D E M ÉX ÉX I C O I N S TI TI T UT UT O D E I N V E S T I G A C I O N E S F I L O S Ó F I C A S
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOSÓEICAS
Colección: c u a d e r n o s d e c r í t i c a Director: En r i q u e v i l l a n u e v a Secretaria: m a r g a r i t a p o n c e
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CUADERNOS DE CRÍTICA 13
ALEXIUS MEINONG
Teoría del objeto Versió ersión castell stella ana de E d u a r d o Ga r c í a Má y n e z
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO 1981
El ensayo de de A. A. Meinong einong “Über “Über Gegenst Gegenstandstheori andstheorie” e” apareció original originalm mente en el libro libro U n t e r s u c h u n g e n z u r G e g e n s t a n d s t h e o r i e u n d P s y c h o l o g i e , Verlag von Johann Ambrosius Barth, Leipzig, 1904.
DR © 1981 1981,, Univer Universi sidad dad Naci Nacional onal Autónom Autónomaa de México éxico Ciudad Universitaria, México 20, D. F. DIRECCIÓN GENERAL DE PUBLICACIONES Impreso y hecho en México
TEO RÍA DEL OBJETO OBJET O
1. EL PROBLEM BLEMA
Que no se puede conocer sin conocer algo o, más generalmente dicho: que no se puede juzgar ni tener representaciones, sin juzgar sobre algo o representarse algo, es la mayor certidumbre que puede brindarnos la consideración más elemental de estas vivencias. Que tratándose de las suposiciones no ocurre algo diverso, he podido mostrarlo casi sin necesidad de desarrollos especiales, pese a que la investigación ps p s ico ic o ló g ica ic a a p e n a s h a e m p e z a d o a t o m a r l a s en c u e n ta . 1 L a cuestión es más complicada en lo que atañe a los sentimientos, pues aquí, el lenguaje al menos, con su referencia a lo que uno siente, alegría, dolor o, también, compasión, envidia, etcétera, etcétera, en cierta cierta m edida indud ablemen te induce a error. El problema se complica asimismo en el caso de las apetencias, en cuanto, a pesar del inequívoco testimonio del lenguaje, a veces se opina que hay que volver sobre la eventualidad de algunas en que nada es apetecido. Pero incluso quien no comparta mi opinión de que tanto los sentimientos como las apetencias son hechos psíquicos noindependientes, en cuanto tienen como imprescindible “presupuesto psicológico ” 2 ciertas representaciones, admitirá sin reparos que uno se alegra por algo o se interesa en algo y, en la inmensa mayoría de los casos, no quiere o desea sin querer o desear algo; en una palabra: que este peculiar “hallarse dirigido a Leipzing, pzing, pp. 256 s. 1 Über A nna hm en. Lei 2 Ver mi obra P s y c h o l o g is c h - e th is c h e V n t e r s u c h u n g e n z u r W e r tt h e o r ie . Graz, raz, 1894. 1894. pp pp.. 34 y también, también, Hofler, ofler, P s y c h o l o g ie , p. 389.
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algo” conviene con tan extraordinaria frecuencia a lo que acontece en la psique, que es plausible suponer aquí un momento característico de lo psíquico frente a lo no psíquico. En todo caso, la finalidad de los subsiguientes desarrollos no es exponer por qué estimo que esta suposición es la más fundada, pese a algunas de las dificultades esgrimidas en su contra. Son tantos los casos en que la referencia, mejor aún, el expreso hallarse dirigido a “algo” (o, como también espontáneamente se dice, “ a un objeto” ), se impone en forma tan absolutamente indudable, que incluso en lo que a ellos exclusivamente concierne, la cuestión sobre a quién incumbe el tratamiento científico de tales objetos no puede perm anecer la rgo tiempo sin respuesta . La división de lo digno o menesteroso de elaboración teórica en diferentes territorios científicos y la pulcra delimitación de éstos es indudablemente, en lo que atañe al fomento de la investigación que por medio de tal deslinde pretende alcanzarse, algo que a menudo tiene poca importancia; lo que a la postre cuenta es el trabajo por realizar y no la bandera bajo la cual se cumpla. Las obscuridades sobre los límites de los diferentes territorios científicos pueden manifestarse de dos maneras opuestas: bien en cuanto los sectores en que de hecho se trabaja interfieren unos con otros, bien en cuanto no llegan a encontrarse, lo que da orig en a que entre ellos quede una zona no elaborada. La significación de estas obscuridades en la esfera del interés teórico y en la de la práctica es en cada caso la inversa. En la segunda, la “zona neutral” es siempre garantía deseada, pero rara vez realizable, de amigables relaciones de vecindad, mientras que la interferencia de los pretendidos límites re presenta el caso típico de conflicto de inte re ses. P o r el contrario, en el ámbito de la faena teórica, donde al menos no hay fundamento jurídico para tales conflictos, la confusión de distritos limítrofes, que a consecuencia de ello eventualmente son objeto de elaboración desde distintos flancos, es, objetivamente considerada, una ganancia, y la separación 6
siempre un inconveniente, cuya magnitud varía con el tamaño y significación de la zona intermedia. Apuntar a este territorio del saber, inadvertido unas veces, otras, al menos, no suficientemente apreciado en su p eculiarid ad , es el pro pósito de la cuestión que estr iba en inquirir cuál es propiamente, valga el giro, el lugar que por derecho corresponde al tratamiento científico del objeto como tal y en su generalidad, o del problema de si hay, entre las disciplinas acreditadas por la tradición de la ciencia, alguna en la que pudiera buscarse ese tratamiento científico del objeto, o de la que al menos tal estudio pudiera exigirse.
2. EL PREJUICIO EN FAVOR DE LO REAL
No fu e m ero azar que los desenvolv im iento s ante rio res buscaran en el conocer su punto de partida, a fin de llegar hasta el objeto. Cierto que no sólo el conocer “tiene” el suyo; pero en todo caso lo tiene en forma peculiarísima, lo que ante todo hace pensar, cuando del objeto se habla, en el del conocer. El acontecimiento psíquico llamado conocer no constituye por sí solo, bien vistas las cosas, el hecho del conocimiento: éste es, digámoslo así, un fenómeno doble, en que lo conocido aparece frente al conocer como algo relativamente independiente, a lo cual aquél no solamente está dirigido, por ejemplo en la forma de juicios falsos, sino más bie n como alg o que a través del acto psíq uic o es al propio tiempo captado o concebido, o como, en forma inevitablemente figurada, se pretenda describir lo de suyo indescriptible. Si se atiende en forma exclusiva a este objeto de conocimiento, la cuestión que acabamos de plantear sobre la ciencia del objeto primeramente aparece bajo una luz poco favorable. Una ciencia del objeto del conocer: ¿quiere esto decir más que la exigencia de que lo que ya ha sido conocido como objeto del conocer, sea convertido otra vez en objeto de una ciencia y con ello, nuevamente, del conocer? Expresado de otro modo: ¿no se pregunta acaso por una cien 7
cia que, o bien está constituida por la totalidad de las disci-
cia que, o bien está constituida por la totalidad de las disci pli nas cie ntíficas, o ten d ría que ofrecer de nuevo lo que las ya reconocidas ofrecen sin más? Habrá que precaverse, en vista de estas reflexiones, contra el pensamiento de que una ciencia general, al lado de las especiales, sea realmente disparatada. Lo que lo mejor de todos los tiempos ha presentado como la postrera y más digna meta de su apetito de saber, la captación de la totalidad cósmica en su esencia y fundamentos últimos, sólo puede ser asunto de una ciencia comprensiva, al lado de las es pecia le s. R ealm ente , bajo el título de m eta fís ica no se ba pensado en otra cosa: y p o r m uy num ero sas que se an las fallidas esperanzas que se han ligado y seguirán ligándose a ese nombre, la culpa no es de la idea de semejante ciencia, sino de nuestra incapacidad intelectual. ¿Habrá por ello que llegar hasta el punto de sostener, de plano, que la metafísica es la ciencia cuya natural misión consiste en el tratamiento del objeto como tal, o de los objetos en su con junto ? . . . Si se recuerda cómo esa disciplina procuró siempre incluir en el marco de sus análisis lo distante y lo próximo, lo pequeño y lo grande, parecerá extraño que no pueda hacerse responsable de esa misión porque, pese a la universalida d de sus intenciones — a m enudo tan funestas pa ra sus resultados— en cuanto ciencia de los objetos está mu y lejos de que esas intenciones sean suficientemente universales. Indudablemente, la metafísica tiene que referirse a todo lo que existe. Pero la totalidad de lo que existe, incluyendo lo que ha existido y lo que habrá de existir, es infinitamente pequeña comparada con la totalidad de los objetos del conocimiento. Que esto suela pasar inadvertido tiene su fundamento en que el interés, especialmente vivo, que nuestra naturaleza pone en todo lo real, favorece la exageración que consiste en tratar lo no real como simple nada o, para decirlo con mayor precisión, como algo en que el conocer no encontraría ningún punto de acceso o, al menos, ninguno digno de ser tomado en cuenta. 8
Lo que de manera más fácil permite advertir cuán poco
Lo que de manera más fácil permite advertir cuán poco se justifica esa opinión, es el examen de los objetos ideales , 3 que sin duda se dan, pero en ningún caso existen y, por ende, no pueden ser reales en ningún sentido. Igualdad o diferencia son, verbigracia, objetos de este linaje: tal vez se den, en tales o cuales circunstancias, entre realidades; pero no son, por sí mismas, partes de lo real. Está naturalmente fuera de discusión que, pese a lo expuesto, tanto el representar como el suponer y el juzgar pueden referirse a esos objetos y que, a menudo, hay fundamento para ocuparse de ellos muy a fondo. Tampoco el número existe una vez más al lado de lo numerado, en caso de que lo numerado realmente exista; esto se reconoce claramente en el hecho de que se puede contar lo que no existe. Del mismo modo, la conexión no existe al lado de lo conexo, en caso de que lo conexo exista realmente: pero que esto, por su parte, no es indispensable, lo prueba, por ejemplo, la conexión entre la igualdad de los lados y los ángulos de un triángulo. Además, la relación de que hablamos enlaza también, cuando sus términos existen (como en el caso de la condición de la atmósfera y la altura del barómetro, por ejemplo), no tanto estas realidades cuanto su ser o no ser. En el conocimiento de semejantes conexiones tiene uno ya que vérselas con ese a manera de objeto del que espero haber mostrado 4 que está frente a los ju icio s y su posiciones como el objeto propiam ente dicho frente a las representaciones. He propuesto para el primero la designación de “objetivo”, y demostrado que puede asumir las funciones de un verdadero objeto y, especialmente, llegar a ser materia de un nuevo acto de juicio dirigido a él como a un objeto genuino, o de cualesquiera otras operaciones intelectuales. Cuando digo: “es verdad que hay antípodas”, la verdad no es atribuida a los antípodas, sino al ob jetivo de que “ existen” . Esta existencia de los antípodas es
3 Sobre el sentido en que opino debe emplearse la en el uso lingüístico infortunadamente equívoca expresión “ideal”, véanse mis desarrollos en “Über Gegenstande hoherer Ordnung etc.” en Z e its c h r ift fiir P sy cholo gie . vol. xxi, p. 198. * Über Anniihmen, cap. vil.
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un hecho del que cualquiera inmediatamente advierte que puede m uy bie n darse, pero no, dig ám oslo así, existir. P ero esto vale también para los demás objetivos, de manera que todo conocimiento referido a cualquiera de ellos representa, al propio tiempo, un caso de conocimiento de algo no existente. Lo que aquí se ha primeramente demostrado en relación con ejemplos sueltos, es algo de que da testimonio una muy alta, y altamente desarrollada, ciencia: la matemática. Seguramente no se querrá motejarla de extraña a la realidad, como si no tuviera nada qué hacer con lo existente; ni puede desconocerse cuán amplia esfera de aplicación le está asegurada, no menos en la vida práctica que en el tratamiento teórico de lo real. Sin embargo, el conocimiento puramente matemático en ningún caso trata de algo a lo que el ser real resulte esencial. El ser con que la matemática, como tal, tiene que ocuparse, no es nunca existencia; en este res pecto jam ás va m ás allá de lo dad o: una línea recta es tan inexistente como un ángulo recto; un polígono regular tan inexistente como un círculo. Que el uso del lenguaje matemático a veces se refiera expresamente a la existencia,® es sólo una peculiaridad de dicho uso lingüístico, y ningún matemático debiera tener reparos en admitir que lo que exige de los objetos de su elaboración teorética, bajo el nombre de “existencia”, no es en el fondo sino lo que se suele llamar “posibilidad”, si bien, quizás, en un muy digno de atención sentido positivo de este concepto por lo común caracterizado en forma puramente negativa. Esta fundamental independencia de la matemática permite entender, unida al mencionado prejuicio en favor del conocimiento de lo real, un hecho que sin la consideración de estos momentos podría parecer bastante extraño. Los ensayos tendientes a la sistematización de la totalidad de las ciencias encuéntranse casi siempre, frente a la matemática, en 15 Cfr. K. Zindler, “Beitráge zur Theorie der mathematischen Erkenntnis” en A k a d e m ie d er fF is sen s ó h a ft e n in W ie n , p il il os, h is t, K l, vol. cxvin. 1889, pp. 39 y 53 s.
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una situación de perplejidad, de la que vienen a sacarlos, con mayor o menor fortuna, ciertos recursos más o menos artificiales. Lo cual, en el fondo, contrasta de modo sorprendente con el aprecio o, como también podría decirse, popularidad, que la matemática ha conquistado por sus logros, incluso entre los legos. Pero la división de todo saber en ciencias de la naturaleza y del espíritu sólo toma en cuenta, so capa de una disyunción exhaustiva, el sector que tiene que habérselas con la realidad, por lo que, bien vistas las cosas, no debe asombrarnos que la matemática no aparezca en el sitio que por derecho le corresponde.
3. SER-ASÍ Y NO-SER No hay, pues, ninguna d u d a: lo que h a de ser objeto del conocer no tiene por eso en modo alguno que existir. Los desenvolvimientos anteriores podrían empero dar lugar a la suposición de que la existencia no sólo puede, sino que tiene que ser substituida por el simple darse, allí donde no hay realmente existencia. Pero incluso esta limitación es ilegítima. Nos lo enseña la consideración de los rendimientos característicos del juzgar y del suponer, que he tratado de definir mediante la contraposición de las “funciones téti ca y sintética” del pensar.® En el primer caso el pensar capta un ser, en el segundo un serasí y, naturalmente, siempre un objetivo que, como es comprensible de suyo, puede ser llamado, aquél, objetivo del ser y éste, del serasí. Claro que correspondería muy bien al mencionado prejuicio en favor de la existencia el aserto de que sólo debiera hablarse del serasí bajo el presupuesto del ser. De hecho no tendría mucho sentido llamar a una casa grande o pequeña, o a una comarca feraz o árida, antes de saber que la casa o la comarca existen, han existido o habrán de existir. La misma ciencia de la que sacamos tantos ejemplos contra ese prejui
e
Vber Annahmen
, pp. 142 ss.
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ció, permite reconocer claramente lo insostenible de tal principio: las figuras de que trata la geometría no existen, como es sabido; pero sus propiedades y, por ende, su serasí, pueden muy bien ser determinados. No hay duda de que en el sector de lo cognoscible puramente a posteriori una aserción sobre el serasí no se deja legitimar si no está fundada sobre el conocimiento de un ser; y es igualmente seguro que puede faltar todo interés natural en un serasí tras del cual no exista un ser. Nada de esto altera el hecho de que el serasí de un objeto no es modificado por su noser. La situación a que aludimos tiene importancia suficiente para que la formulemos de modo expreso como principio de la independencia del serasí frente al ser,' y la esfera de validez de este principio resulta cla rísim a si se refle xio na en que bajo él no sólo caen objetos que fácticamente no existen, sino tam bié n otros que no pueden exis tir, porque son im posib le s. No sólo la tan traída y llevada montaña de oro es de oro; tam bién el cuad rad o redondo es segura m ente ta n redondo como cuadrado. Intelecciones de importancia efectiva, es lo que a tales objetos concierne, sólo excepcionalmente podremos señalarlas; pero de aquí cabría proyectar alguna luz sobre sectores especialmente dignos de llegar a ser conocidos. Mucho más instructivo que la referencia a cosas bastante ajenas al pensamiento natural es el hecho trivial, que no rebasa todavía el ámbito del objetivo del ser, de que cualquier noser tiene al menos que estar en condiciones de que se le haga objeto de los juicios que lo capten. En conexión con esto resulta inesencial del todo que este noser sea necesario o sólo de jacto, o que — en el prim er caso— la necesidad dimane de la esencia del objeto o de momentos que le son exteriores. Para reconocer que no existe el cuadrado redondo , tengo necesariam ente que juzg ar acerca de él. Cuando la física, la fisiología y la psicología coincidente 7
7 Primeramente formulado por E. Mallv en el estudio, laureado en 1903 con el premio Wartinger, que totalmente refundido aparece en el n. m de estas investigaciones. Cfr. cap. i. § 3 [Se refiere a la colección encabezada por el presente trabajo de Meinong (N. del T.).]
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mente afirman la llamada idealidad de las cualidades sensibles, con ello se enuncia implícitamente algo, lo mismo sobre los colores que sobre el sonido, a saber: que, hablando en forma estricta, aquéllos son tan inexistentes como éste. Quien guste de las expresiones paradójicas podría muy bien decir que hay objetos para los cuales vale el principio de que no existen; y el hecho, tan corriente para todo el mundo, a que con esa expresión se alude, arroja una luz tan clara sobre la relación de los objetos con la realidad o con el ser en general, que la profundización de asunto tan fundamentalmente importante, incluso en sí mismo, resulta im prescin dible en la presente conexión.
4. F.L OBJETO PURO Y SU EXTERIORIDAD AI, SER Para eliminar la paradoja que realmente parece existir aquí, suele recurrirse, en forma bastante natural, a ciertas vivencias, de las que he procurado exponer lo más importante . 8 De acuerdo con esto, del objeto de la representación de lo azul, por ejemplo, sólo pod rá hab larse — si se tiene presente la ya mencionada subjetividad de las cualidades sensi ble s— en el sentido de una capacid ad a la que lo re a l escamotea de antemano la oportunidad de ejercitarse. Considerado desde el ángulo de la representación, me parece que con ello se ha descubierto algo verd ad eram ente esencial: mas por ahora no puedo ocultarme que, para no existir, el objeto necesita aún menos, si es posible, de ser representado, que para existir, y que incluso en la medida en que estuviera destinado a ello, del hecho de que llegara a ser representado sólo podría resultar, cuando más, la “existencia en la re presenta ció n” y p o r ta nto , p a r a decir lo m ás drásticam ente , la “ pseudoexistencia ” . 9 Expresado con mayor rigor: cuando digo “lo azul no existe”, al hacerlo de ningún modo pien
8 ü b e r A n n a h m e n . pp. 98 ss. 9 Cfr. “Über Gegenstande hoherer Ordnung etc.”, pp. 186 s. de la revista citada en la nota 3.
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so en una representación y sus eventuales capacidades, sino precis am ente en lo azul. Es como si lo azul tu viera ante todo que existir para hacer posible la pregunta sobre su ser o noser. Para no incurrir de nuevo en paradojas ni caer en verdaderos disparates, acaso se nos permita hacer uso del siguiente giro: lo azul, como cualquier otro objeto, en cierto modo se da antes de nuestra decisión sobre su ser o no ser, lo que en modo alguno prejuzga acerca de su noser. Desde el punto de vista psicológico la situación de que ha bla m os p od ría ig ualm ente describ ir se de esta guisa: si res pecto de un objeto debo juzgar que no existe, parece que en cierto modo tengo ante todo que captarlo, a fin de predicar de él, o, dicho más precisamente, de atribuirle o de negarle, el noser. Podría esperarse hacer justicia, con mayor rigor teorético, a esta, como se ve, pese a su cotidianidad, tan peculiar situación de hecho, con ayuda de la siguiente reflexión: que cierto A no es o, en forma más breve, el noser de A, es, como lo he expuesto en otra parte ,10 un objetivo en la misma medida y grado que el ser de A, y tan cierto como que estoy autorizado para sostener que A no es, resulta que al objeto “noser de A” corresponde igualmente un ser (o, dicho en forma más rigurosa: un darse). Ahora bien: el objetivo, ya lo sea del ser o del noser, está ante su obejto, si bien cum grano satis, en forma análoga a la del todo frente a la parte. Si el todo es, la parte tendrá que ser también, lo que, referido al caso del objetivo, parece significar que si el objetivo es, el correspondiente objeto tendrá también que ser en algún sentido, incluso cuando se trate de un objetivo del noser. Pero como, por otro lado, el objetivo prohíbe precisamente tomar nuestro A como existente, y, en determinadas circunstancias, el ser puede, según vimos, tomarse no sólo en el sentido de existencia, sino en el de un simple darse, parece que la exig encia ante rio rm ente inferida del ser del objetivo del noser, de que exista un ser del objeto, sólo ten10
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Ü b e r A n n a h m e n ,
cap. vil.
drá sentido en la medida en que se trate de un ser que no es ni existencia ni algo puramente dado y, por ende, en tanto cuanto podamos coordinar a los dos grados del ser, valga el giro, el de la existencia y el darse, todavía un tercer grado. Este ser tendría entonces que corresponder a todo objeto como tal; pero frente a él no existiría un noser de la misma clase, pues un noser, en este nuevo sentido, ve ríase inmediatamente acompañado por un séquito de dificultades análogas a las que conlleva el noser en sentido ordinario, y para eliminarlas habría que hacer uso, ante todo, pre cis am ente de la nueva concepción. P o r ello es que d u rante algún tiempo el término “cuasiser” me pareció muy utilizable para designar este ser de constitución seguramente un tanto insólita. Por lo que primeramente concierne a este término, pienso que estaría expuesto, junto con otros más largamente conservados, como “pseudoexistencia” y “cuasitrascendencia ” , 11 al peligro de provocar confusiones. Más importantes son, sin embargo, ciertas consideraciones objetivas. ¿Puede llamarse ser a aquel frente al cual no existe en principio un noser? Para un ser que no es ser, ni existencia, ni algo sim ple m ente dado, no se encuentr a en nin guna p arte, hasta donde aquí puede juzgarse, oportunidad para semejante postulado: ¿no sería mejor evitarlo en la medida de lo posible, incluso en nuestro asunto? Lo que parecía orillar a esto fue seguramente una vivencia bien observada: según vimos, A ha de serme dado de algún modo, si he de captar su noser. Esto tiene como resultado, según he podido mostrarlo en otro sitio ,12 una suposición de cualidad afirmativa: para negar a A tengo que suponer prim eram ente el ser de A. Con ello hago indudablemente referencia a un ser de A dado en cierto modo de antemano: pero en la esencia de la suposición está que se dirige a un ser que no necesita existir. De este modo se ofrecería al final la sin duda muy tranqui 11 O b e r A n n a h m e n , p. 95. 12 Obra citada en la nota anterior, pp. 105 ss.
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lizadora conclusión de poder tener ese asombroso ser del noser por algo tan absurdo como suena, si el objetivo del ser no pareciera exigir en todo caso un objeto existente. Empero, esta exigencia sólo descansa en una analogía con el comportamiento de la parte frente al todo: en el caso, el objetivo es tratado como una especie de complejo, y su ob je to como una es pe cie de co m ponente . Esto puede estar muy de acuerdo, en muchos respectos, con nuestras intelecciones, a veces tan deficientes, sobre la esencia del objetivo: pero nadie desconocerá que esa analogía no es sino un expediente p a ra sa lir del apuro, y que no h a b ría dere cho p a ra tom arla en forma muy estricta. Así que en vez de derivar del ser del objetivo, sobre la base de una analogía discutible, el ser de su objeto, incluso cuando el objetivo lo es del noser, sería mejor desprender, de los hechos que nos ocupan, la enseñanza de que dicha analogía no vale precisamente para los objetivos del noser y, por tanto, que el ser del objetivo de ningún modo está referido en general al ser de su objeto. Es esta una posición que, sin más, habla en favor de sí misma: si toda la oposición del ser y el noser es cosa del objetivo y no del objeto, entonces en el fondo resulta evidente que en los objetos, como tales, no tienen que hallarse esencialmente implicados ni el ser ni el noser. Esto, naturalmente, no quiere decir que un objeto cualquiera pueda alguna vez ni ser ni no ser. Menos aún se afirma con ello que frente a la naturaleza de un objeto resultará contingente del todo que el objeto sea o no sea: un objeto absurdo, como el círculo cuadrado, conlleva en cualquier sentido la garantía de su noser, y un objeto ideal, como la diferencia, conlleva también la de su no existencia. Pero bien podría, quien quisiera referirse a un modelo famoso, formular así aquel resultado: el objeto como tal, el objeto puro, como acaso ca b ría decir pre scin diendo de peculiaridades eventu ale s o del correspondiente objetivo, “está más allá del ser y el noser”. En forma que dice menos, o incluso menos pretensiosa y, p o r ta nto , en mi sentir, m ás adecuada en to do caso, lo mismo p o d ría expresarse así: el objeto es, po r naturaleza, exte rior 16
al ser, si bien de sus dos objetivos, el del ser y el de noser,
al ser, si bien de sus dos objetivos, el del ser y el de noser, uno se da siempre. Lo que en lo que sigue cabría pasablemente llamar “principio de la exterioridad al ser del objeto puro”, elimina en definitiva la apariencia de paradoja que dio pie para la formulación de tal principio. Que, para expresarlo así, no sea más importante captar el noser que el ser de un objeto, se entiende sin más tan pronto como se ha reconocido que, prescin die ndo de sus peculi arid ades, ta nto el ser como el noser son igualmente exteriores al objeto. Un bien recibido complemento de lo anterior lo encontramos en el principio, ya mencionado, de la independencia del serasí frente al ser: ese principio nos dice que lo que de ningún modo es exterior al objeto, y constituye más bien su propia esencia, consiste en su serasí, que es siempre inherente al objeto, exista éste o no exista. Nos encontramos por fin en una situación que permite ver, con claridad suficiente, lo que antes nos salió al pas o como preju icio en favor de la exis tencia o del ser de todos los posibles objetos de conocimiento. El ser no es precisamente el supuesto bajo el cual el conocer encontraría por vez primera, digámoslo así, un punto de acceso, sino que constituye ya, por sí mismo, ese punto de acceso. Pero esto puede ta m bié n prete nderlo , con no m enore s títu lo s, el noser. Además, el conocer encuentra ya en el serasí de cada objeto un campo de aplicación que no tiene necesidad de hacerse accesible cuando la cuestión sobre el ser o el noser es resuelta, o resuelta afirmativamente.
5. TEORÍA DEL OBJETO COMO PSICOLOGÍA Sabemos ya cuán poco la totalidad de los objetos del conocer se reduce a la de lo que existe o, incluso, a la de lo que es, y cuán poco, en consecuencia, un a ciencia — todo lo general que se qu iera— de lo rea l o, también, de lo que es, puede ser vis ta , sin m ás, como cie ncia de los objetos del conocer. Aun cuando en los últimos parágrafos se habló
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siempre en forma exclusiva de objetos del conocer, la cues-
siempre en forma exclusiva de objetos del conocer, la cuestión planteada ya al comienzo de estas consideraciones hubo empero de tomar en cuenta que no sólo el conocer, sino todo juzgar y representar, tiene su objeto, para no hablar ahora del que corresponde a las vivencias extraintelectuales. Esta omnicomprensiva, es más — como de pas ada lo indicamos ya u na vez— , acaso caracterizante significación de la objetividad para la vida psíquica, puede sugerir el pensamiento de que por la exclusiva consideración del conocer quizás nos dejamos conducir a un camino desviado, fácilmente evitable, en cuanto la ciencia que tiene que ocuparse de los objetos como tales, es, del modo más natural, aquélla cuya obligación consiste precisamente en tratar de la objetividad, tarea que, de acuerdo con los temas a que de paso nos hemos referido, parece corresponder sólo a la psicología. En todo caso habría que conceder que esta concepción no ha pasado del todo inadvertida a los cultivadores actuales de la ciencia psicológica. Hay, verbigracia, una psicología del sonido y una psicología del color, que de ningún modo consideran como su tarea menos importante la de ordenar la multiplicidad de los objetos de su respectivo territorio sensorial, e investigarlos en lo que de peculiar tienen .13 Es tam bié n com ple ta m ente n a tu ra l que la ciencia de los hechos psíquicos incluya en el sector de sus pesquisas los rendimientos característicos de lo psíquico y, especialmente, de lo intelectual. Extraña psicología del juicio sería aquella que no se diese cuenta de su facultad de proyectarse hacia afuera, en circunstancias suficientemente favorables, para apoderarse, en cierto modo, de la realidad. Y si fuera de lo real hay todavía otras cosas de las que se pueda adquirir conocimiento, y a las que, con ayuda de ciertas operaciones intelectuales, podam os co nocer, la psic olo gía segura m ente no d e ja rá de incluir en el ámbito de sus consideraciones, junto con esa 13 Cfr. lo que en forma más precisa expongo en mis “Bemerkungen über den Farbenkorper und das Mischungsgesetz” en Z e its c h r ift fü r P sych o lo g ie u n d P h ysio lo g ie d e r S in n eso rg a n e, vol. XXXIII, pp. 3 ss.
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facultad, lo exterior a la realidad a que los rendimientos que caracterizan a aquella facultad se hallan dirigidos. En esta medida los objetos del juzgar, suponer y representar, así como los del sentir y el apetecer, son acogidos por la psicología: pero cualquiera adviexte inmediatamente que esa ciencia, al acogerlos, no los considera por mor de ellos mismos. Para la práctica, tanto dentro como fuera del cultivo científico, puede a menudo resultar secundario qué resultado es buscado y más importante y cuál sólo se acepta per accidens: a la arqueología, por ejemplo, le ha sido seguramente muy útil que las exigencias de la interpretación de los textos lleven con tanta frecuencia a los filólogos a la consideración de “lo real”. No obstante, nadie piensa tenerla por filología clásica, pues, de otio modo, podría fácilmente extender sus pretensiones a las disciplinas más diversas y, de hecho, el estudio de las lenguas antiguas ha constituido el punto de partida para el cultivo de las más diferentes ciencias. Parecidamente, la investigación psicológica p odría ta m bié n benefic ia r a te rrito rios vecino s, en cu an to éstos pertenecen a ciencias que, o bien están menos desarrolladas que la psicología, o aún no han conseguido un reconocimiento oficial como disciplinas particulares. Que esto realmente ha ocurrido en lo que respecta a la elaboración teórica de los objetos, nada lo prueba más claramente, quizás, que el ya mencionado ejemplo de los colores, en cuyo caso la investigación del hecho psicológico ha conducido derechamente a la de los objetos, llevando del cuerpo coloreado al espacio coloreado . 34 Cuán poco lícito es, empero, tener a la psic olo gía p o r la auté ntica cie ncia de los objetos, es algo que la anterior referencia a la lingüística revela en otro aspecto. También ésta tiene obligatoriamente que vérselas con objetos cuando investiga las significaciones de las palabras y las oraciones,1® y la gram ática ha pre pa rad o, en form a realmente fundamental, la captación de aquéllos. Así que en verdad no 14 Cfr. artículo citado en la nota anterior, pp. 11 ss. 15 Cfr. Ü b e r A n n a h m e n , pp. 271 ss.
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puede percibirse desd e qué ángulo h ab ría que a trib u ir en esto un privilegio a la psicología: más bien parece claro que ninguna de las dos disciplinas puede ser la buscada ciencia de los objetos. Sería realmente muy extraño si, después de que el conjunto de las ciencias del ser, incluyendo todas las de lo real, se ha revelado insuficiente al respecto, una de esas ciencias mostrase de improviso, valga la expresión, la aptitud de abarcar la totalidad de los objetos. Cabe, por lo demás, señalar de modo riguroso qué fracción de esa totalidad puede exclusivamente corresponder, y ello en el mejor de los casos, a la psicología. Esta ciencia sólo puede interesarse en los objetos a los que algún acontecer psíquico está realmente dirigido. En forma más breve podría quizá decirse: sólo puede interesarse en aquéllos que de hecho son representados, y cuyas representaciones, consecuentemente, existen y, por tanto, “existen”, al menos, “en nuestra representación” o, dicho de manera más correcta, “pseudoexis te n ” . 16 Por eso designamos antes el cuerpo coloreado, como conjunto de todos los colores que efectivamente aparecen en el sensorio y la imaginación de los hombres, como asunto de la psicología, y ello no con la precisión más rigurosa, pues esta totalidad puede tan poco como un conjunto de puntos constituir realmente un continaum, al menos mientras no ayuden a ello, por ejemplo, ciertos fenómenos de transform ación.1, La concepción del espacio colorea do, en cambio, se funda sólo en la naturaleza de los correspondientes objetos, en forma, por tanto, enteramente apsicológica, pero sin duda teóricoobjetiva; y en el ejemplo se percibe de manera acaso totalmente inmediata, sin la ayuda de consideraciones especiales, la fundamental diferencia entre los puntos de vista adoptados en uno y otro caso. Sólo un pensamiento podría quizá parecer capaz de em p a ñ a r la im pre sió n de to ta l dif erencia o, al menos, de hacer 16 “Uber Gegenstande holierer Ordnung etc.”, en la revista citada en la nota 3. p. 186 s. 17 Cfr. E. Mally, tercera de las presentes investigaciones, cap. I. § 15; cap. nr, § 20 y cap. lv, § 25. [Véase lo indicado al final de la nota 7.]
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creer, contrariamente a la concepción, precisamente defen-
creer, contrariamente a la concepción, precisamente defendida en lo que atañe a los colores, de que no puede existir, bie n vista s las cosas, nin gún objeto que a fortiori no aparezca como representable ante el foro de la psicología. Sea cual fuere, podría pensarse, el camino por el que se haya podid o lleg ar a entregar el obje to correspondiente a la e la boració n teóric a, a fin de cuenta s hubim os prim eram ente de captarlo y de representarlo, con lo cual entró en la serie de esos objetos pseudoexistentes que también interesan a la psicología. Luego, si pienso en un blanco que es más claro que cualquiera de los que el ojo humano ha visto o podrá ver, ese blanco es, sin embargo, un blanco representado, y ninguna teoría, constituida en la forma que fuere, podría referirse a un objeto no representado. Este pensamiento recuerda el extrañamente no del todo olvidado argumen to de los “ idea listas” , de que el “esse”, si no exactamente “ percipi” , tiene en todo caso que ser “cogitari”, precisamente porque nadie puede pensar un “esse” sin pensarlo. Y de todos modos el efecto de tales consideraciones tendría que estar más en contra que en favor del pro pósito de la s m is m as. Si, po r eje m plo , el su sodic ho ultr a bla nco entra en el ám bito de la refle xió n te órica a través de una concepción dirigida hacia él, entonces podría muy bien surgir para la psicología, de este acontecer psíquico que nace otra vez a la vida, una nueva tarea. Pero ello no es en modo alguno ineludible: precisamente en el caso del mencionado ejemplo apenas es de esperarse, ya que hay multitud de concepciones afines. Pero la posibilidad seguramente debe ser tenida en cuenta; y cuando de hecho se ha realizado, entonces resulta especialmente claro cuán poco la concepción del ultrablanco es ya psicología. La teoría del objeto ha cumplido ya en cierto modo su trabajo por medio de esta concepción, pero la psicología eventualmente tiene que iniciar el suyo; y sería muy extraño que se tomara el ya hecho como psicológico, sólo en vista de que está por hacerse.
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TEORÍA DEL OBJETO COMO TEORÍA DE LOS OBJETOS
6. TEORÍA DEL OBJETO COMO TEORÍA DE LOS OBJETOS DEL CONOCIMIENTO
Lo que, de acuerdo con lo expuesto, la psicología no puede de ningún modo ofrecernos, podría con mejores expectativas ser buscado allí donde se investigan hechos en cuya caracterización corresponde al objeto un papel constitutivo. De acuerdo con lo anterior, no puede ser dudoso que en el conocer existen hechos de esta especie. Conocer es un juzgar que no es, verbigracia, puramente casual, sino que, de acuerdo con su naturaleza, es, por decirlo así, verdadero desde adentro: pero un juicio es verdadero no en cuanto tiene un objeto existente o simplemente un objeto, sino en cuanto capta un objetivo existente. Que hay cisnes negros, pero no un perpetuum mobile, es cierto en ambos casos, si bien en el primero se trata de un objeto existente y, en el segundo, de un objeto inexistente: en aquél se da el ser; en éste el noser del objeto en cuestión. Pero la verdad está ligada al ser de estos objetivos y en parte depende de ellos. El juicio no sería verdadero si el correspondiente objetivo no existiese. El juicio tampoco sería verdadero si estuviese constituido de otro modo y no como está y, por ende, no coincidiese con las situaciones de hecho. La coincidiencia de estas exigencias subjetiva y objetiva puede ser a veces completamente fortuita: por ejemplo, cuando se obtiene de premisas falsas una conclusión verdadera. Este carácter fortuito, o exterioridad, es ajeno a la relación entre el conocer y lo conocido: aquí corresponde a la naturaleza del juicio que éste nó dé, valga la expresión, a un lado del blanco de lo que se debe conocer, y tal peculiaridad del conocer adquiere validez ante el foro de la psicología en la forma de lo que llamamos evidencia. Pero el juicio evidente no constituye, por sí, el hecho del conocer: lo esencial es la captación del objeto o del objetivo, para lo cual el ser del último es indispensable. En este respecto el conocer es indiferente por completo frente al juicio, que es, por decirlo así, verdadero per accidens, y precisamente por
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ello pudo el conocer ser designado, al principio de estos desarrollos, como un hecho doble. Quien desee aproximarse más
ello pudo el conocer ser designado, al principio de estos desarrollos, como un hecho doble. Quien desee aproximarse más científicamente a éste, no debe limitarse a su aspecto psicológico, sino que tiene más bien que tomar muy expresamente en cuenta también el segundo aspecto, esto es, los objetivos existentes y los objetos en ellos implícitos, como parte de la tarea que le incumbe. De este modo volvemos, en lo que concierne a nuestro pro blem a fundam enta l, a u n punto de vista que abandonam os en los parágrafos anteriores, basándonos en que los objetos no sólo pertenecen al conocer, sino también a los juicios falsos, a las representaciones y a actividades completamente extraintelectuales. Como hemos llegado precisamente a la conclusión de que la doctrina de los objetos puede, del modo más natural, ser correctamente elaborado en conexión con el tratamiento científico del conocer, surge ahora la cuestión de si, con la limitación al conocer o la exclusión de los restantes hechos psíquicos, no se hace a un lado una parte de los objetos y se sacrifica ese punto de vista general al que el tratamiento de los mismos no puede renunciar. Pero este reparo es infundado. Para comprender lo dicho hay que recordar, ante todo, la diferencia característica entre psicología y ciencia del conocer. Es de suyo comprensi ble que la psic olo gía sólo tiene que ocuparse de lo s acontecimientos psíquicos reales y no de los simplemente posi bles. U na cie ncia del conocer no puede lícitam ente im ponerse estos límites, entre otras razones, porque el saber es, como tal, valioso, de manera que lo que no es, pero podría ser, atrae la atención sobre sí o la convierte en desiderátum. De acuerdo con esto vienen en cuestión, como objetos de nuestro saber, no sólo todos los pseudoexistentes, sino la totalidad de los que sólo en el orden de lo posible son materia de ese saber. Pero no hay ningún objeto que, al menos en el orden de la posibilidad, no sea objeto de conocimiento, si uno se coloca en el punto de vista de la por otra parte enteramente instructiva ficción de que la capacidad cognoscitiva no podría resultar perjudicada por ninguna de las limita
ciones anejas a la constitución del sujeto y, por ende, de
ciones anejas a la constitución del sujeto y, por ende, de hecho nunca ausentes del todo, como las relativas a los um brales de la excit abilidad, la diferenciabilid ad y otra s de la misma especie. Bajo el supuesto de una inteligencia de ilimitada capacidad de rendimiento no hay, pues, nada que no pueda ser conocido, y lo que es cognoscible existe tam bié n o, porque “ exis te ” , si bie n, sobre todo , en el orden del ser y, como suele decirse de modo especial, en el de lo existente, quizás resulte más claro sostener que todo lo cognoscible es dado, y dado, precisamente, al conocer. Y en la medida en que todos los objetos son cognoscibles, podemos atribuirles, sin excepción, una como especie de propiedad generalísima, la de darse, independientemente de que sean o no. La consecuencia que esto tiene para la relación de los ob jetos del conocer con lo s de otr as acti vidades psíq uicas apenas hace falta derivarla en forma expresa. Los objetos, sean cuales fueren las vivencias a que puedan pertenecer, son, indefectiblemente, objetos de conocimiento. Así que quien se proponga elaborarlos científicamente, desde el punto de vista, valga el giro, del conocer, no debe preocuparse de que, al enfocar de este modo su tarea, pase por alto alguna pa rte de la to talid ad de aquéllos.
7. TEORÍA DEL OHJETO COMO “LOGICA PURA” Corresponde a una vieja tradición que allí donde se habla de tratamiento científico del conocer, ante todo se piense en la lógica; y, de hecho, en los tiempos más recientes se han propuesto, relati vam ente a una de sus partes principales, la llam ada lógica pu ra o form al,1S tareas que de m anera inequívoca coinciden con lo que en justicia ha de exigirse del 8 1
18 Cfr. E. Husserl, L o g is c h e U n t e r s u c h u n g e n , 2 vols. Leipzig y Halle, 1900 y 1901. Los términos “lógica pura” y “lógica formal” son expresamente identificados, por ejemplo, en el vol. i, p. 252.
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tratamiento teórico de los objetos como tales . 19 En otra par-
tratamiento teórico de los objetos como tales . 19 En otra parte 20 he expresado mi fundamental adhesión al pronunciamiento de E. Husserl contra el psicologismo en la lógica, y lo hice en una época en que, por razones externas, sólo ha bía podid o a d q u irir un co nocim iento p relim in ar y m uy incompleto de la extensa obra del susodicho autor. Hoy, des pués de e stu d iar a fo ndo la publicació n de que hablo y esta r, según espero, en condiciones de hacer justicia a sus merecimientos, no sólo puedo mantener completamente mi adhesión, sino extenderla a esas “tareas”, amén de a muchos otros puntos. Y si no me inclino a considerarlas propiamente como asunto de la llamada “lógica pura”, tal disenso tiene quizás importancia relativamente secundaria. Me parece por ello decisiva ante todo la circunstancia de que, hasta donde puedo verlo, el pensamiento referido a la lógica no es separable sin violencia del de una doctrina artística al servicio de la capacidad de rendimiento de nuestro intelecto, y de que, por tanto, la lógica sigue siendo, en todas las circunstancias, una “disciplina práctica ” , 21 en cuya elaboración puede cumplirse, cuando mucho, el tránsito a lo qu e ocasionalmente he caracterizado como “ disciplina teóricopráctica ” . 222*3 A una lógica “purificada” de cualesquiera intenciones prácticas y que, por ello, hubiera de recibir la designación de “lógica pura ” 28 no quisiera yo, por consiguiente, darle ya el nombre de lógica, sino más bien referir sus tareas únicamente a la disciplina teorética o a una de las disciplinas teoréticas a las qu e la lógica, como cualqu ier 19 Husserl, op. cit., especialmente vol. i, pp. 243 ss y, también, vol. n, pp. 92 ss. -n Ü b e r A n n a h m e n , p. 196. 251 He tratado de referirme a esto más extensamente en mi escrito Über p h ilo so p h isch e W is sen sch a ft u n d ¡h re P ro p a d e u tik , Viena, 1885, especialmen te p. 96 s. 22 Obra citada en la nota anterior, p. 98. 23 En el caso del término equivalente “lógica formal” me asalta también el recuerdo de todo lo que con razón se ba luchado para superar lo que de modo casi exclusivo ha sido durante largo tiempo objeto de enseñanza. ¿Ha brá sólo, en el fondo de todo esto, una singularidad individual? ¿Acaso no se muestra aquí la escasa adecuación del término “forma” para ofrecer una imagen siquiera relativamente clara de lo que debe expresar?
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otra disciplina práctica, tiene necesariamente que volver.
otra disciplina práctica, tiene necesariamente que volver. Que en este sentido no hay que recurrir, por ejemplo, exclusivamente a la psicología, es algo en que, como de paso lo indiqué arriba, estoy enteramente de acuerdo con el autor de las Investigaciones lógicas. Es más, cuando considero los conceptos rectores a los que, precisamente en su polémica contra el “psicologismo”, vuelve una y otra vez, con el fin de caracterizar ese sector extrapsicológico del saber, me resulta difícil deshacerme de la impresión de que nuestro autor no ha podido liberarse por completo de aquello que con tanto empeño y justicia combate. La “lógica pura” tiene que vérselas con “ conceptos” , “ proposiciones” , “ inferencias”, etcétera. ¿Pero no son los conceptos, a fin de cuentas, presentacio nes, ela boradas quizás p ara fin es teoréticos, pero representaciones al fin? Y cuando en el caso de la “proposición” se prescinde de la tan pegajosa y difícil de alejar significación gramatical de esta palabra, como ha sido ex presam ente exigido, verbig racia p or Bolzano, ¿p o drá uno también prescindir del acontecer psíquico expresado por la proposició n lingüís tica (suposició n o ju ic io ) o, dicho con más rigor, qué quedará, si así se hace, que pueda en cierto modo asp irar al nombre de “proposición” ? De todas m aneras hay aquí todavía, sin embargo, un sentido extrapsicológico en el que, casi sin conciencia del uso verbal bastante metafórico, se habla del “principio de contradicción”, del “principio de Camot”, etcétera .354 Pero ese sentido falta por completo en la expresión “ infere ncia ” ; pues cuando se hab la en forma enteramente natural “de la” inferencia en el modus darapti, o “de la” inferencia hipotética, etcétera, con ello no se mienta menos un acontecimiento intelectual o su posib le resultado que con “ la ” circula ció n senguín ea un p ro ceso fisiológico. Por eso con la referencia a inferencias “objetivas” en contraste con las “subjetivas ” ,815 la situación me parecería 04 En ni caso se trata naturalmente de objetivos. Cfr. Ü b e r A r m a h m e n , p. 197, nota. 25 L o g isch e U n te rsu ch u ng en , vol. II, p. 26 y, también, pp. 94 y 101.
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más obscurecida que aclarada, si de todo el contenido de
más obscurecida que aclarada, si de todo el contenido de las Investigaciones lógicas y de muchos de sus desarrollos particu la res no p ud iera d eriv ar la co nvicción de que, pese a numerosas divergencias de detalle, actualmente inevita bles, los mism os pro pósitos h an dirig ido a nuestro au to r en investigaciones ma temá ticofilosóficas * y a m í al h ac er la distinción entre contenido y objeto ,* 7 y, más todavía, al distinguir entre objeto y objetivo . 28 En tales circunstancias, lo exigido en relación con este problema común quizás sea que yo, en vez de detenerme en las anteriores y quizás decisivas dudas terminológicas, más bien trate de exponer brevemente, y de inmediato, de qué modo, en mi opinión, el pelig ro del “ psicolo gis m o” , aún no to ta lm ente elim in ado pese a la atención de que ha sido objeto, puede ser vencido.
8. TEORÍA DEL OBJETO COMO TEORÍA DEL CONOCIMIENTO
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Pero antes saquemos del reparo expuesto contra la expresión “lógica pura” una consecuencia extraordinariamente práctica y obvia. El nombre para una doctrina del saber que no señala fines prácticos y es, por ende, puramente teórica, no necesita ya ser inventado. Para ella no podría desearse nada más natural que la designación “teoría del conocer” o, más brevemente, “del conocimiento”. En vez de hablar de “lógica pura” quiero hablar de “teoría del conocimiento”, y espero mostrar que el tema del “psicologismo” en la teoría del conocer nos llevará nuevamente a la doctrina de los objetos, de la cual las precedentes observaciones parecie ron habernos en cie rto modo ale ja do. “Psicologismo”, como designación para la inclinación o disposición natural o, también, fundada en ciertas consideraciones, a intentar la solución de los problemas con medios pre dom in ante m ente psicológicos, no es p o r sí m ere cedora
26 Véase el proemio al vol. i. p. V de la obra rilada en la nota precedente. 27 “Über Gegenstande hijherer Ordnung etc.”, pp. 185 ss. 28 Ü b e r A n n a h m e n . pp. 150 ss.
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de reproche . 29 Pero dentro de un cierto ámbito problemático,
de reproche . 29 Pero dentro de un cierto ámbito problemático, a saber, precisamente el que aquí nos interesa, de ningún modo está desprovisto ese término de una coloración repudiante: pues con él se alude, sin más, a una forma psicológica de consideración fuera de lugar. Como el conocer es una vivencia, la forma psicológica de consideración no podrá, en principio, ser desterrada de la teoría del conocimiento; ésta tendrá también que tratar de los conceptos, de las proposiciones (juicios o suposiciones), de las inferencias, etcétera, y en verdad lo hará en forma psicológica. Pero frente al conocer está lo conocido; el conocer es, como de paso ya lo hemos subrayado, un hecho doble. Quien descuida el segundo aspecto de tal hecho, esto es, quien cultiva la teoría del conocimiento como si en el conocer sólo existiese el aspecto psicológico, o reduce tal aspecto al punto de vista del acontecer psíquico, jamás podrá evitar que se le haga el reproche de psicologismo. ¿Podemos en alguna medida poner en claro en qué se funda realmente el peligro de caer en tal psicologismo, al cual peligro, de quienes se ocupan con cuestiones epistemológicas, apenas alguno habrá dejado de pagar tributo? El doble aspecto del conocer es suficientemente notorio como para que alguien pudiera pasarlo por alto, si lo único por conocer fue ra lo existente . P ero toda la m atem áti ca, y de manera especialmente clara la geometría, trata, según vimos, de objetos que no son reales; de este modo, el una y otra vez mencionado prejuicio en favor de la realidad conduce aquí a un dilema en apariencia convincente del todo y sin embargo, en el fondo, muy extraño, del cual no puede uno, en forma explícita, hacerse consciente con facilidad, y que podría formularse de esta guisa: o bien aquello a que el conocer se dirige existe en realidad, o bien existe al menos “en mi representación”, o, más brevemente dicho: “pseu
29 Por ello mi mejor fiador es la acrisolada .objetividad expositiva de los hechos en la obra de Überweg-Heinze, que incluye mi tarea científica bajo el título general “Psicologismo” (Grundriss der Geschichte der Philosophie, 9a. ed., 4a. parte, pp. 312 ss). En Ü b e r A n n a h m e n , p. 196. explico en qué sentido creo poder admitir esta caracterización.
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doexiste”. En favor de la naturalidad de esta disyunción nada ofrece un testimonio más elocuente que el uso de la
doexiste”. En favor de la naturalidad de esta disyunción nada ofrece un testimonio más elocuente que el uso de la p ala b ra “ id e a l” , que p a ra el sentido m oderno del le nguaje significa, sin consideración a la historia, tanto como “pensado” o “simplemente representado”, sentido a través del cual parece tener que corresponder por sí misma a todos esos objetos que no existen o no pueden existir. 1,0 que no existe fuera de nosotros, tiene, así se piensa involuntariamente, que existir al menos dentro de nosotros: de este modo va a dar al foro de la psicología, con lo cual acaba uno por dejar que, a fin de cuentas, surja la pregunta de si el conocer de lo existente y, con él, la realidad misma, no se dejarán también tratar “psicológicamente”. Quizás ese prejuicio en favor de lo real pueda rastrearse más en direcrión a sus orígenes, señalando la verdad de la que pudo h a b e r nacid o. S ería seguram ente err óneo pen sar que todo conocer ha de referirse a la existencia o a algo existente: ¿pero acaso no es cierto que en última instancia todo conocer, como tal, tiene que vérselas con un ente? Lo que es, el “hecho” sin el cual ningún conocer podría pasar por tal, es el objetivo captado a través del correspondiente acto de conocimiento, y al que corresponde un ser o, más precisamente, un darse, positivo o negativo, ora un ser, ora un ser así. ¿Sería demasiado aventurado conjeturar que el darse de su objetivo, que ineludiblemente acompaña a todo conocer, ha experimentado una especie de transferencia al ob jeto — que la te o ría consid era sin m ás en fo rm a casi exclu siva— pa ra d ar después lug ar todavía a la exageración que .supone la exigencia tácita de la realidad de todo lo que está frente al mismo conocer? La cuestión puede aquí quedar sin solución: nuestra tarea no es hacer la psicología del psicologismo. Pero lo que sí está fuera de duda es que el psicologismo, en la teoría del conocimiento, tiene en todas partes su origen en el descuido o el desconocimiento del lado del objeto en el hecho del conocer, tomada la palabra “objeto” en ese sentido latí 29
simo que incluye también al objetivo. Quien no ha captado
simo que incluye también al objetivo. Quien no ha captado la significación y peculiaridad de este último y, a consecuencia de ello, busca en el objeto el ser perteneciente a cada conocer, con lo que no se da suficientemente cuenta de la eventualidad de noser y del serasí, pensando que tiene que encontrar algo real en todo lo que es, necesariamente cae en el psicologismo. Quien quiera mantenerse libre de él no necesita en verdad proponerse, por ejemplo, alejar cuidadosamente toda psicología de la teoría del conocimiento: pues la psic olo gía del conocer ten d rá sie m pre que co nstituir más bien, en todo caso, una parte integrante de aquella teoría; y sólo deberá precaverse contra el peligro de tomar por psic olo gía , dentro de la m is m a, lo que es y tiene que seguir siendo teoría del objeto. Si la de los objetos del conocimiento o, más brevemente dicho, la teoría del objeto, se nos presenta así como parte integrante de la del conocimiento ,* 0 con ello podría también fácilmente encontrarse la respuesta a la pregunta inicial de las presentes consideraciones. El lugar propio para la investigación de los objetos como tales, cabría entonces decir, es la epistemología. Y de hecho es este un resultado que, sin daños considerables para la teoría del objeto, cabría mantener. La teoría del conocimiento tendrá y conservará, en parte fundamental, tanto más seguramente cuanto de modo más claro se haga consciente de sus tareas, el carácter de una doctrina de lo que se trata de conocer, de lo “dado” en el sentido ya expuesto de la palabra y, por tanto, de los objetos en su totalidad; y los intereses epistemológicos seguramente prepararán muy a menudo, del modo más natural, el camino de los de orden teórico que se refieren al ob jeto. E m pero, si no me equivoco, hab rá que i r un paso m ás allá si realmente se quiere hacer justicia a las pretensiones
En el mismo sentido se lia expresado recientemente A. Hoffler, “Zur ííegenwártigen Naturphilosophie”, en A b h a n d li in g e n zu r D id a k tik u n d P hiloso p h ie d er Ñ atu rw is se n sch a ft, editados por F. Poske, A. Hofler y E. Grimsehl, licrlin, 1904. p. 151 (91 en el sobretiro). m
que, por su misma índole, la teoría de los objetos está en
que, por su misma índole, la teoría de los objetos está en condiciones de hacer valer.
9. LA TEORÍA DEL OHJETO COMO CIENCIA INDEPENDIENTE
A esto señala propiamente la posición de otra ciencia a la que tuvimos que atribuir, al lado de la teoría del objeto, una participación fundamental en la del conocimiento: la psicolo gía. No puede haber, como es evid ente, se gún lo hemos reconocido, ninguna teoría del conocimiento que no se ocupe de los actos cognoscitivos y no sea también, en tal medida, psicología del conocer. Pero nadie querrá, en vista de lo anterior, tener por suficientemente caracterizada, de bid o a su im po rtan cia p a ra la teo ría del co nocim iento , la posic ió n de la psicolo gía en el sis te m a de las cie ncias, ni limitarse a ver solamente en ella una parte de dicha teoría. ¿Podrá uno, en el caso de la teoría del objeto, darse por satisfecho con un a caracterización enteram ente aná log a? ¿Es acaso esencial, para el interés en los objetos, ir más allá, a través del que se refiere al conocer? De que no es así, todo aquel que se ha acercado a problemas de teoría del objeto tiene experiencias directas y sin duda suficientes. Una información menos directa, pero no menos clara, ofrece la consideración de en qué medida, por ejemplo, todo detalle de la teoría del objeto, a que la correspondiente investigación haya conducido ya y en medida mucho mayor haya de conducir en lo futuro, puede resultar útil a los problemas de la teoría del conocimiento. Es posib le , como ya se hizo a rrib a , a p re ciar plenam ente la sig nificación fundamental de ciertos resultados de la teoría del objeto en lo que atañe, por ejemplo, al psicologismo de la teoría del conocimiento y, al propio tiempo, admitir que aquélla plantea tareas cuya solución se busca primeramente sólo a causa del interés que por ellas mismas les corres ponde. Esto resulta especialmente claro bajo una presuposición
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en la que puede haber mucho no esclarecido, pero con la que en lo fundamental no temo errar. Antes me había referido ya al hecho de que nunca se ha podido asignar a la matemática un lugar realmente natural en el sistema de las ciencias. Si no me equivoco, la razón de esto residía, fundamentalmente, en que no se había formado aún el concepto de la teoría del objeto, de la cual, la matemática es, en lo esencial, una parte . Digo “ en lo esenc ial” , y con ello qu isiera — esto era a lo que me refe ría al h ab lar de aspectos no esclarecidos— dejar abierta expresamente la ev entualidad de una diferenciación, en cierta forma todavía enteramente peculiar, de los intereses matemáticos / 1 Prescindiendo de estas cosas, me parece palmario que ciertos momentos, tanto internos como externos, aseguran a la matemática, en su propio ámbito, la ventaja de rendir lo que para todo el territorio de los objetos la teoría de éstos se propone realizar o ha de tener siempre ante los ojos como ideal sin duda inasequible. Si esto es correcto, entonces resulta innegable del todo cuán poco los intereses de tal teoría, en la medida en que se les toma en cuenta desde un punto de vista especial, siguen siendo intereses de la teoría del conocimiento. De lo expuesto infiero la conclusión de que la teoría del objeto puede justamente elevar la pretensión de que se le conceda el rango de disciplina independiente, incluso frente a la del conocimiento, y, por tanto, de que se la considere cimo ciencia autónoma. Ya que esta pretensión no puede ser formulada como algo definitivo, sino, por el contrario, como algo realizado sólo en sus comienzos, en el alto desarrollo de una parte de esta totalidad, más exigida que mostra ble , surge así un no desprecia ble obstá culo externo, que dificulta el reconocimiento de la indicada pretensión. Fácilmente podría un matemático considerar como una no del todo insignificante exigencia, que se le hiciese admitir que “en realidad” es un cultivador de la teoría del objeto. Tam 81 Cfr., como un principio de las correspondientes comprobaciones, E. Mally, n. III de estas investigaciones, Introducción, § 2, cap. vil, § 40 s. [Ver lo dicho al final de la nota 7.J
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po co exig irá nadie de un físico o de un quím ico que deba con sidera rse como niel afísico, p rim ero , p orq ue una ciencia
po co exig irá nadie de un físico o de un quím ico que deba con sidera rse como niel afísico, p rim ero , p orq ue una ciencia ya existente no puede ser caracterizada o simplemente llamada de acuerdo con otra a la que sólo se aspira y, des pués, porque la cie ncia rela tivam ente m ás general puede, o incluso tiene que proponerse, como tal, metas que resultan ajenas a las disciplinas relativamente más especializadas. Este segundo punto es, en cierta medida, obscurecido, en lo que respecta a la relación de la matemática con la teoría del objeto, por el hecho de que, en el ámbito de la última, la matemática no representa una de tantas sino, actualmente al menos, la única ciencia especial conocida y reconocida en su peculiaridad. Debido a ello se atribuye ante todo a la teoría del objeto una doble tarea, de partes quizás muy desiguales: por un lado, la que corresponde a una ciencia de la máxima generalidad o extensión; por otro, la de tomar en cierto modo el lugar de todas las ciencias especiales corres pondie nte s, que hasta hoy no han sido objeto de un tra ta miento especial. Por la constricción aquí implicada, de descender, en caso de necesidad, a territorios relativamente más especializados, el carácter de la ciencia general inevitablemente se obscurece de nuevo, y la subsunción de la matemática en el ámbito de la teoría del objeto fácilmente parece amenazar la peculiaridad y la justificación que por sí mismos corresponde a los primeros. Pero semejantes exterioridades y accidentes no deben interponerse en el camino que lleva al conocimiento de la tra bazón y correspondencia in te rnas, en la m edid a, al menos, en que éstas existen. La mejor manera de hacer justicia a la de todos modos nada sencilla situación consistiría quizás en decir: la matemática no es, de fijo, teoría del objeto, sino, en todo tiempo, ciencia independiente; pero sus objetos caen dentro del ámbito que la por su parte también independiente teoría del objeto debe elaborar en su totalidad.
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10. LO QUE DE TEORÍA DEL OBJETO HAY EN OTRAS CIENCIAS. RÍA G ÍA ESPECI
10. LO QUE DE TEORÍA DEL OBJETO HAY EN OTRAS CIENCIAS. TEORÍA GENERAL Y TEORÍA ESPECIAL DEL OBJETO La doctrina de la ciencia puede adoptar, según las circunstancias, frente a la materia con que tiene que operar, esto es, frente a las diferentes ciencias, un doble punto de vista. Las cosas ocurren del modo más natural cuando puede ajustarse al principio de todas las ciencias de hechos: primero éstos, luego la teoría. Ante todo deben darse las diversas ciencias; después puede hacerse sentir la necesidad de profundizar en su esencia y en sus relaciones recíprocas. Pero la ciencia es también, en parte al menos, resultado de un hacer premeditado: al servicio de semejante premeditar, la doctrina de la ciencia puede también referirse a ciencias que no existen, pero deberían existir y verse llevada a precisar de antemano, tan bien como le sea posible, el concepto y las tareas de dichas disciplinas. También nosotros nos vimos antes llevados, a través del interés por los objetos, a consideraciones que pertenecen al campo de la doctrina de la ciencia. A la última le incumbe operar en la segunda de las mencionadas formas: la teoría del objeto, que hubimos de considerar como ciencia inde pendie nte , es, en lo fundam enta l, una cie ncia que, so bre todo como disciplina especial cuya justificación es expresamente reconocida, por ahora prácticamente, no existe en absoluto. Pero esto no debe de ninguna manera entenderse como si hasta hoy esa teoría hubiera sido tan poco practicada de hecho como lo ha sido al amparo de su nombre. Y aun cuando parece haber llegado realmente el momento de recorrer palmo a palmo las, como es de presumir, exterior mente numerosas y estrechas conexiones con los caminos anteriormente seguidos, ahora que la nuevamente reclamada ciencia se legitima, en cierto modo, a sí misma, por lo que está en condiciones de ofrecer, tal vez no sea desfavorable a la defensa que de ella intento aquí, no omitir ninguna de las indicaciones de que solamente a través de la misma podrían tenerse en cuenta ciertas necesidades largamente sen
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tidas que en las más diversas formas han alcanzado ya ex presión al ser co nscientemente ela borados los más exte ndi-
tidas que en las más diversas formas han alcanzado ya ex presión, al ser co nscientemente ela borados los más exte ndidos intereses, que, acaso en lo que respecta a sus verdaderas metas, habían permanecido ignorados. Creo que realmente no hacen falta investigaciones históricas especiales para reconocer que hasta hoy la teoría del objeto no ha sido, probablemente, cultivada todavía en forma “explícita”, pero sí, tanto más frecuentemente, en forma “ im plícita” ; a lo que ha de añad irse que, al menos pa ra la praxis, en lo implícito hay grados que hacen aparecer el tránsito a lo explícito como fluctuante. Quien desee rastrear tales transiciones y lo que les ha servido de embocadura, tendrá que tener en cuenta que hemos encontrado los intereses teoréticos que se refieren a los objetos, en dos, por decirlo así, diferentes lugares: a propósito de cuestiones que atañen a ciertos territorios objetivos muy especializados y, relativamente, a cuestiones que atañen a todo el ámbito de los objetos. En este sentido podemos, aun cuando no sea sino para lograr un entendimiento momentáneo, distinguir entre teoría especial y teoría general del objeto. Anteriormente indicamos ya que la teoría especial y, en cierto sentido, especialísima del objeto, ha encontrado en la matemática la más brillante representación que pudiera desearse. Este brillo ha originado desde hace mucho la tendencia a hacer accesible la forma de tratamiento “more mathematico” a otros territorios del saber o, si se me permite decirlo llanamente, a otros territorios objetivos, lo que me hace pensar que difícilmente se incurrirá en error grave si se añade que, allí donde tales tentativas han sido hechas, al mismo tiempo se ha tratado de extender la teoría especial del objeto a territorios extramatemáticos. Es claro que lo dicho no vale para cualquier aplicación de procedimientos de tipo matemático: cuando el comerciante o el ingeniero calculan, lo que hacen tiene tan poco (pie ver con la teoría del objeto como no importa con qué otra teoría. Pero, naturalmente, ciertas presuposiciones objetivas sirven también de base a toda aplicación práctica, y no ocurre algo diverso 35
cuando la aplicación obedece a intereses de orden especula-
cuando la aplicación obedece a intereses de orden especulativo. En este punto, la naturaleza de tales presuposiciones puede q u ed ar p o r com pleto en un pla no p osterior frente a la técnica de cálculo que reclama la totalidad de nuestra atención, como en la forma más clara lo hacen ver el cálculo de probabilidades o, también, la teoría del error, cuya natural pertenencia a la lógica o a la psicología de ningún modo es todavía conocida o reconocida por todo el mundo. La naturaleza de estas presupociones puede eventualmente colocar la correspondiente operación de cálculo directamente al servicio de la teoría del objeto, como puede fácilmente advertirse en el ejemplo del análisis combinatorio. Aún más que la aritmética, la geometría parece dar pie a reflexiones de teoría del objeto que rebasan sus límites más estrictos. Si se consideran en el caso de ésta las magnitudes especiales y, en el de aquélla, las numéricas, como el ámbito que les es propio, entonces resulta todo lo que representa un traslado — tan corriente para todo el mundo— de las formas geométricas de consideración del espacio al plano del tiem po, alg o extram ate m ático y, a la vez, en cuanto de nin gún modo está ligado a la llamada realidad o, más precisamente, a la existencia real del tiempo, algo que cae dentro del ámbito de la teoría del objeto. Que algo análogo, pero en medida aún mayor, puede decirse de la foronomía, es com prensible de suyo; y dif íc ilm ente podrá rechazarse la a firmación de que A. Hofler está en lo justo cuando sostiene 82 que la tensión debe ser considerada, al lado del espacio y el tiempo, como “el tercer fenómeno fundamental de la mecánica”, con lo que se señala otra dirección en que esta ciencia, sin perjuicio de su natural carácter empírico, podría favorecer, a través de la más amplia elaboración apriorística de los fenómenos que estudia, los intereses de la teoría del objeto.
33 A. Hofler, “Zur gegenwártigen Naturphilosophie”, p. 84 (24 en el sobretiro). nota 23 y, también, p. 164 (104 en el sobretiro). Merece también ser citada en este respecto la “doctrina de la dimensión” a que se hace referencia en la p. 147 (87) del mismo trabajo.
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Este proyectarse hacia fuera de la forma geométrica de
Este proyectarse hacia fuera de la forma geométrica de consideración resulta aún más claro cuando, debido a la peculiaridad del territorio a que se aplica, sólo en parte tiene éxito. En tal respecto son especialmente instructivos los esfuerzo de la moderna psicología tendientes a ordenar los “objetos de las sensaciones ” *3 que corresponden a los diferentes sentidos, y a captar en la medida de lo posible, a través de representaciones especiales, sus diferencias; e incluso allí donde estos esfuerzos han producido los resultados más palpables,M como en re la ció n con el se ntido de la lu z, y la designación “geometría de los colores” supone un mérito que está muy lejos de tener, el carácter más teórico objetivo que psicológico de las correspondientes investigaciones aparece en forma especialmente inequívoca. Espero que no resulte demasiado personal la comunicación, en este punto, de que durante el esfuerzo, en apariencia exclusivamente psicológico, tendiente a poner en claro estas cosas, la esencia del planteamiento teórico objetivo de los problemas se me hizo en buena parte patente en su generalidad. Lo que acabo de designar como el proyectarse de la forma matemática de consideración más allá de su ámbito estricto, tiene el carácter de lo instintivo e inconsciente, si lo comparamos con los esfuerzos expresamente dirigidos hacia la ampliación de ese ámbito y hacia la mayor generalización posible de los planteamientos problemáticos, esfuerzos que ya bajo el nombre de teoría general de las funciones, y de modo inequívoco bajo otros como “doctrina de la extensión” , “ doctrina de la m ultiplicidad” o el tan mal interp retado “metamatemática”, se han impuesto a la atención de todo el mundo. Consideradas desde el punto de vista que en esta conexión es decisivo para nosotros, esas investigaciones, altamente importantes, representan el tránsito de la teoría especial a la teoría general del objeto. Una posición
33 Este término de Witasek (cfr. G r u n d i a g e n d e r a l l g e m e i n e n Á s t h e t i k , Leipzig, 1904, pp. 36 ss.) me parece muy útil. 34 Cfr. mis “Bemerkungen iiber den psychologischcn Farbenkorper etc.” pp. 5 ss. de la revista citada en la nota 13.
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p arecid a puede en no po co s respecto s corresponder a los esfuerzos y resultados — de intención, por otra parte, e nteramente distinta— que estamos habituado s a englob ar bajo la designación general de “lógica matemática”. Por el contrario, pese al saber históricofilosófico de nuestro tiempo, lo que la lógica (no matemática), la teoría del conocimiento y la metafísica (desde Aristóteles hasta el presente) han contribuido a la investigación del círculo de intereses que aquí nos ocupa, apenas empieza a estimarse en sus valiosos planteamientos e incitaciones, que en primerísima línea beneficiarán a la teoría general del objeto. Lo propio puede tam bié n decirse de la cie ncia del le nguaje , especia lm ente de la gramática, cuya importancia realmente no ha pasado inadvertida ni a la vieja ni a la nueva lógica, pero difícilmente podía ser corre cta m ente a precia d a an tes de que en la esencia de la significación verbal o proposicional fuesen captados el objeto y el objetivo .* 5 Por completamente diversas que las cosas sean en conjunto, siempre se experimenta la tentación de afirmar que la teoría general del objeto tiene (pie aprender de la gramática tanto como la correspondiente teoría especial puede y debe aprender de la matemática. Como pese a su celeridad esta rápida ojeada lo revela, la teoría general del objeto de ningún modo está destinada en todos los campos a una tarea por realizar. Más bien ca b ría in q u irir si la aquí in te ntada defe nsa de u na “ te oría del objeto” ha de significar algo más que un nombre nuevo para una cosa vieja. Y entonces fácilmente se descubriría que p ara u na in vestigació n p or re a liz ar puede ser basta nte in d iferente que la emprenda un matemático, un físico, un lógico o un teórico del objeto. Empero, de este último giro puede su rg ir un m al ente ndim ie nto , al que al prin cip io de estos desarrollos nos adelantamos ya de modo expreso. Sin duda carece de importancia saber quién resuelve problemas de orden teórico, y bajo qué nombre lo hace. Si pudiera lograrse imponer el reconocimiento de la teoría del objeto 35 Cfr.
Ü b e r A n n a h m e n , especialmente
las pp. 19 ss. y 175 ss.
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como disciplina especial, habría sin embargo que seguir agradeciendo a los matemáticos y a los físicos, a los investi-
como disciplina especial, habría sin embargo que seguir agradeciendo a los matemáticos y a los físicos, a los investigadores lingüísticos y a los representantes de no importa qué otras ciencias, el fomento de los intereses teóricos referidos al objeto, incluso cuando, al hacerlo, no crean haber abandonado la jurisdicción de su propia disciplina. Tendría en cambio que ser de máxima importancia para muchos, cuando no para la mayoría de los correspondientes trabajos, como por otra parte es tan frecuente, una representación, clara en lo posible, de la naturaleza de las tareas por cum p lir, lo que tra e ría , como n a tu ra l conse cuencia, m ayor hondura en los viejos planteamientos y el despliegue de otros nuevos y fructíferos. La misma circunstancia de que los pro ble m as y esfuerzos ante rio rm ente agrupados, cuya n a tu ra leza parecía tan diferente en un principio, se hayan dejado exponer como cuestiones homogéneas o conexas desde el ángulo visual de la teoría del objeto, garantiza el valor de ese punto de vista.
l l . FILOSOFÍA Y TEORÍA DEL OBJETO Si me es lícito esperar que, merced a lo expuesto, he logrado establecer en forma suficiente la justificación de la teoría del objeto frente a las restantes ciencias, puede haber llegado el momento de prestar atención a sus relaciones con éstas o, expresado en otro giro: de determinar en alguna forma el sitio que le corresponde dentro del sistema de las disciplinas de orden científico. Las dificultades con que tiene uno que enfrentarse, cuando se propone partir de definiciones relativamen te satisfactorias de dichas ciencias, de ningún modo deben exclusivamente cargarse en la cuenta de la teoría del objeto, o de la “idea” de la misma defendida por no so tros. Pues en todo momento puede re conocerse, en las diferentes disciplinas, cuán poco se dejan perturbar, en lo que atañe a su crecimiento y progreso, por la circunstancia de que no se haya todavía podido encontrar para ellas 39
una definición libre de reparos en todos los respectos. De aquí no infiero en modo alguno la consecuencia de que los esfuerzos tendientes a la obtención de tales definiciones de ban interrum pirse, pero sí la de que no debem os abste nernos de utilizar lo ya logrado, aunque sea imperfecto; amén de que con ello bien puede inquirirse alguna vez hasta qué punto podem os sa lir de apuros, sobre la base de conocim ie ntos objetivos de carácter concreto, aun cuando carezcamos de una definición en forma. Con estos fundamentos no resultará difícil, a quien de algún modo esté en contacto con cualquiera de las disciplinas cuyo conjunto es abarcado por el vocablo “filosofía ” , 86 reconocer en la teoría del objeto a una de esas disciplinas. T al teoría es tam bién filosofía, y el único pro blema que puede todavía plantearse atañe a su posición frente a las restantes “disciplinas filosóficas”. A la resolución de tal problema he consagrado la mayor parte de los pre sente s desarrollos. H a quedado al descubie rto que la te oría del objeto no es ni psicología ni lógica, y se ha puesto en claro el porqué. Sostuve, además, que podía probar su independencia frente a la teoría del conocimiento; pero, como ya lo expuse, deseo conceder poca importancia a este resultado. Me parece fuera de duda, en todo caso, que no es posib le cultiv ar la teoría del co nocim iento sin culti var al propio tiem po la del obje to o, al menos, sin sacar provecho de sus principales comprobaciones , 87 por lo cual, a fin de cuentas, sería un disenso sin importancia el de quien se inclinase a sostener que, en rigor, esas comprobaciones sólo pueden in te nta rse o esta ble cers e, dig ám oslo así, en nom bre de la teoría del conocimiento. Mucho más importante para la posición de la teoría del objeto me parecen, en cambio, las “ordenadas relaciones” con otra ciencia vecina, de la que en lo que antecede repe
M Más detalles en mi obra Vb er philosophische W issensctiaft und ihre P ro p á d e u ti k , cap. i. Cfr., recientemente, Hofler, “Zur gegenwártigen Naturphilosophie”, pp. 123 (63) ss. en el volumen citado en la nota 30. 37 Cfr., también Hofler, p. 151 (91) del volumen citado en la nota 30.
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tidamente hablamos: aludo a la metafísica, bajo cuyo nom bre la histo ria de la filosofía ha regis tr ado de hech o m uchas de sus más significativas conclusiones. Incluso quien quisiese considerar a la teoría del objeto como una parte de la del conocimiento, en el sentido del que hemos llamado admisible, pero no admitido punto de vista, no evitaría, al hacerlo, una cuestión de deslinde: pues la teoría del objeto se incluyó entre los territorios, o constituyó a fin de cuentas el territorio, relativamente a los cuales (o al cual) ni la teoría del conocimiento ni la metafísica han podido hasta ahora, como es sabido, ponerse de acuerdo. Por desgracia, precisamente en el caso de la metafísica, ningún entendimiento puede obtenerse si no se acude a ciertas determinaciones definitorias. En este sentido, espero que al menos se me permita no dejar de mencionar aquí una propuesta de A. H o fler que llegó a m i conocim iento cuando redactaba las presentes investigaciones, y que, sobre el fundam ento de un a inge niosísim a concepción de J. Breuer,'"’ defiende la idea de que la metafísica debe ser caracterizada como la ciencia de lo “metafenoménico ” . 39 La razón por la cual no estoy en condiciones de admitir tal propuesta, esencialmente es la misma por la que, desde hace años, no puedo decidirme a considerar los “fenómenos” de la luz, del sonido, etcétera, como aquello con que el físico tiene qué hacer; o los fenómenos “psíquicos” como aquello con que tiene qué hacer el psicólogo. Los fenómenos, como tales, son una especie, en todo caso muy importante, de objetos pseudoexistentes. Lo que en el caso de una pseudoexiste ncia efectivamente existe, son sólo ciertas representaciones determinadas en cuanto a su contenido; pero las representaciones, p a ra h ab lar únicam ente , en obsequio a la sencillez, de la física, nunca son, como el mismo Hofler lo ha demostrado con argumentos evidentes , 40 objetos de investigación de aque
38 Dada a conocer en el suplemento i al varias veces citado trabajo de Hofler, “Zur gegenwartigen Naturphilosophie”. 39 Trabajo citado en la nota precedente, pp. 154 Í94) ss. 40 Cfr. “Zur gegenwartigen Naturphilosophie”, especialmente pp. 131 (71) ss.
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lia disciplina. El fenómeno no es, indudablemente, lo feno-
lia disciplina. El fenómeno no es, indudablemente, lo fenoménico, ni la aparición lo que aparece, en la medida en que con el último término se mienta algo que puede ser conocido por la aparición y cuya existencia puede inferirse de tal hecho. Que lo que así aparece es aquello a que, por ejem plo , se dirige el in terés del físic o, en m odo alg uno quie ro ponerlo en tela de duda. P ero no lo gro entender cómo ha de ser posible excluir lo “fenoménico” del ámbito de los proble m as m eta físic os, como el re lati vo al principio y al fin de lo que aparece. Como no puedo permitirme una digresión que me aleje demasiado del tema principal de este estudio, como la que exigiría una apreciación más o menos adecuada a la im porta ncia de la que sugie re n el pensam ie nto de B reuer y el de Hófler, ojalá que por ahora basten estas breves indicaciones para justificar por qué en todo tiempo 41 me ha parecido que lo más conveniente es poner el acento principal, al hacer la caracterización de la metafísica, en el momento de la generalidad máxima, entendiendo por tal el más am plio ám bito posib le de validez p a ra sus puntos de vis ta . La metafísica no es física, ni biología física o psíquica, sino que más bien abarca, dentro del campo de sus pesquisas, tanto lo inorgánico como lo orgánico y lo psíquico, a fin de exponer lo que tiene validez para la totalidad de lo que pertenece a ta n div ersos territorios. N aturalm ente que fre n te a esta determinación tendrá que sentirse en forma especialmente fuerte, a causa del acento que pone en el momento de la generalidad, la necesidad de aclarar el vínculo entre metafísica y teoría del objeto, sobre todo después que, en el caso de la última, la peculiar amplitud del territorio que le corresponde ha atraído nuestra atención. Pero quizás precisamente la concomitante consideración de la teoría del objeto lleve a un punto de vista que nos permita redondear la antes mencionada característica de la metafísica y, con ello, acallar cualquier reparo que pudiera hacerse a lo anteriormente expuesto. 41 Über philosophische Wissenschaft etc.”, p. 7.
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Por lo demás, puedo, en relación con este argumento, re-
Por lo demás, puedo, en relación con este argumento, retomar lo ya discutido y expresarme en pocas palabras. Si en el mundo, según parece lícito creerlo, nada existe que no sea o físico o psíquico, entonces la metafísica, en la medida en que se dirige lo mismo a lo psíquico que a lo físico, seguramente es la ciencia de la totalidad de lo real. En tal sentido, por ejemplo, la tesis fundamental del monismo, que afirma la igualdad esencial y, no menos, la del dualismo, que sostiene la esencial diversidad de lo físico y lo psíquico, tienen también carácter metafísico. Pero quien reconoce dos cosas como iguales o diferentes, sin duda reconoce algo en conexión con tales cosas: su conocimiento refiérese a la igualdad o a la desigualdad, y ni la igualdad ni la diferencia son cosas; ambas, diferencia e igualdad, quedan al margen de la disyunción entre lo físico y lo psíquico, en cuanto están al margen de lo real. Claro que hay también un saber de lo no real: y por muy general que resulte la forma en que las tareas de la metafísica sean concebidas en su peculiaridad, hay todavía planteamientos problemáticos más generales que los de la metafísica, a saber, aquéllos a los que esa esencial dirección de la metafísica a lo real no pone límites. A esta clase pertenecen precisamente los planteamientos problemáticos de la teoría del objeto. ¿Pero, podría ante todo preguntarse, no es violento o, al menos, arbitrario, excluir fundamentalmente del ámbito de investigación de la m eta física todos los objetos id ea le s? 4" A lo que respondo, primeramente, que de ningún modo deben ser totalmente excluidos: mal parados quedarían nuestros intereses metafísicos si — el ejemplo del monismo y el d ua lismo acaba de m ostrarlo— no pudiera, en metafísica, ha bla rse de ig ualdad o de desigualdad, o ta mpoco de causa , fin, unidad, continuidad y muchos otros objetos que, en su totalidad o parcialmente, son de índole ideal. Y de muchos de ellos se tra ta , p or e jemplo, tam bién en la físic a, sin que nadie haya pretendido incluirlos entre los objetos de inves
“Über Gegenstande hoherer Ordnung etc.”, p. 198 s. de la revista citada en la nota 3. 42
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tigación de dicha ciencia. Cuando se alude a una limita-
tigación de dicha ciencia. Cuando se alude a una limitación del territorio de la metafísica a la realidad, esto debe tomarse con reservas muy especiales. Presupuestas tales reservas, creo que tal limitación se ajusta al espíritu con que, tanto antiguamente como en nuestra época, se cultiva la metafísica, de acuerdo siempre, por otra parte, con el tantas veces mencionado preponderante interés por lo real. Que “ontología”, “doctrina de las categorías” y todo lo que con mayor o menor coincidencia de opiniones es imputado a la metafísica, hayan dado lugar a intereses que rebasan los límites de lo real, es algo que abona el buen derecho y la irrechazabilidad de estos mismos intereses, pero no deja, según pienso, resquicio a ninguna duda acerca de que la intención fundamental de toda metafísica se orientó en todo tiempo hacia la captación del mundo en sentido propio o natural, esto es, al mundo de lo real, incluso cuando el resultado de tal captación parecía ser que lo captado carecía de títulos para pretender que se le considerara como real. Si el punto de vista aquí expresado acerca del carácter pro pio de la m eta fís ic a an terio r no convenciese a to dos, o in cluso quedara exhibido como históricamente erróneo, el error afectaría solamente a la determinación conceptual, por decirlo así, “de lege lata”, y Ja “de lege j¡erenda’ todavía quedaría abierta a discusión .’13 Bajo este supuesto, lo que se ha aportado antes para la caracterización de la metafísica sería un proyecto o propuesta de definición: restringir el nombre “metafísica” a la ciencia general de lo real sería deseable tanto en interés de una más clara formulación de las tareas de esta ciencia como en el de una delimitación más precisa de la misma frente a la teoría del objeto. Pero en relación con lo último todavía hay que poner en claro un punto. Si la metafísica es la ciencia general de lo real, ¿vamos a contraponer a ella la teoría del objeto como ciencia general de lo noreal? Esto sería, de modo patente, un criterio muy estrecho: ¿por qué habrían los objetos reales de quedar excluidos de la doctrina del objeto? ¿O sería
43 Breuer, en el trabajo de Hofler antes citado, p. 189 (129),
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más adecuado caracterizar a ésta como doctrina de lo dado, tomada en cierto modo la palabra ‘darse’ en contraposición a ‘existir al hacer lo cual cabría suponer que, si bien todo
más adecuado caracterizar a ésta como doctrina de lo dado, tomada en cierto modo la palabra ‘darse’ en contraposición a ‘existir ’ , 4 4 al hacer lo cual cabría suponer que, si bien todo lo existente también se da, no todo lo que se da (por ejem plo, la d iferen cia) ex iste por ello? Pero aquí tampoco estaría comprendido todo un territorio que, según vimos, cae bajo la ju risdicción de la te oría del obje to : qu ed aría fuera lo que no se da, lo absurdo, a lo cual el interés natural seguramente se dirige en medida mucho menor, y es sector que ofrece a la captación intelectual menores puntos de acceso ,"45 pero asimismo pertenece, a fin de cuentas, a lo “dado”, de manera que la teoría del objeto no puede de ningún modo ignorarlo. Estas fallas podrían superarse sentando sencillamente el prin cip io de que la susodicha teo ría se ocupa de lo dado sin consideración a su ser, en la medida en que sólo le preocupa el conocimiento de su serasí. Y, en todo caso, lo que el quedarse con esta determinación excluiría es, en su naturaleza más íntima, por decirlo así, algo que sin duda interesa a la teoría del objeto. Pues si ésta quisiese imponerse la indiferencia frente al ser como postulado fundamental, entonces tendría, al propio tiempo, que renunciar a ser ciencia, con lo que el conocimiento de serasí también quedaría excluido. Como ya sabemos, no es necesario, para el conocer, que su objeto sea: pero todo conocer debe tener un ob jetivo existente, y si la teo ría del objeto se ocupase de un serasí al que no correspondiese ya un ser, no podría ya, prescin die ndo aquí de pasaje ras situacio nes de excepción, aspirar al rango de teoría. Claro que en todo caso el postulado fundamental podría formularse así: la teoría del ob je to descuid a el ser sólo en el caso de sus objetos, no en el de (ciertos) objetivos. ¿A qué se debe tal desproporción? Y luego, o quizás ante todo: que este o aquel objeto sea absurdo por naturaleza, que se dé o pueda también existir,
44 “Über Gegenstánde hoherer Ordnung etc."’, p. 186. 45 Cfr. E. Mally, en el n. m de estas investigaciones, cap. i, §§ 5 s. [Recuérdese lo dicho al final de la nota 7.1
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son cuestiones que efectivamente interesan a la teoría del
son cuestiones que efectivamente interesan a la teoría del objeto y, a fin de cuentas, versan sobre el ser. Para decirlo bre vem ente : inclu so la lim it ación al se rasí no concuerda bie n con la ese ncia de dicha te oría. Pero bien podría haber aquí un medio bastante sencillo p a ra rem ediar la situación: un punto de vista m etodoló gic o, es decir, como cualquiera de los que, para caracterizar a ciertas ciencias, se ha tratado, con demasiado, más que con demasiado poco ahinco, de encontrar. Como es bien sabido, hay conocimientos que tienen su legitimación en la peculiaridad, en el serasí de sus objetos u objetivos — y otros, en cambio, con los que no ocurre lo propio .46 Aquellos se llaman desde antaño a priori; éstos, empíricos, y aun cuando algunas veces tal diferencia sea negada, ello no tiene por qué significar más para ella que lo que importa para la diferencia de los colores que el ciego no la descubra, si bien la ceguera para el color es, desde el punto de vista psicológico, mucho más interesante. Si se busca ayuda en esta diferencia, entonces puede lograrse sin la menor dificultad, según creo, una satisfactoria diferenciación de nuestras dos disciplinas. Lo que por la naturaleza de un objeto, esto es, a priori, puede conocerse en relación con él, corresponde a la teoría del objeto. Primeramente se tratará, en tal caso, del serasí de lo “ da do ” ; pero también de su ser, en la medida en que puede captarse partiendo del serasí. En cambio, lo que sólo puede establecerse a posteriori pertenece, supuesta una generalidad suficiente, a la metafísica: que de esta manera no se traspasa el círculo de lo real, en la medida en que los correspondientes conocimientos son de naturaleza afirmativa, es algo de lo que responde el carácter a posteriori de tales conocimientos. Hay, pues, Sencillamente, dos ciencias, las más generales: una a priori, que se refiere a todo lo dado, y otra a posteriori, que de lo dado sólo investiga lo que pu ede presentarse en cuestión como conocer em pírico, a saber, el conjunto de la realidad. Esta última es la metafísica; aquélla, la teoría del objeto. 40 t l b e r
A n n a h m e n ,
p. 193 s.
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Lo que en esta determinación llamará ante todo la aten-
Lo que en esta determinación llamará ante todo la atención es que en ella la metafísica aparece como ciencia em pír ic a, m ie ntr as que lo que en p rim e r té rm in o se h a rep ro chado por los representantes de las ciencias especiales a la vieja y la nueva metafísica es la falta de una base empírica suficiente. No quisiera salir en defensa de nadie que merezca tal reproche, y espero no haberlo hecho a través de lo anterior, pues precisamente en la definición de la metafísica me esforcé ya por tomar en cuenta las justas pretensiones de lo empírico. A disposición de la ciencia de lo real, poco im p orta que sea más especia l o m ás general, no hay fundamentalmente más fuente de conocimiento que la experiencia. ‘Fundamentalmente’, decimos; esto es, no todo tiene que ser directamente experimentado, ya que puede inferirse de lo experimentado lo no experimentado y, también, lo no experimentable. Pero lo que tiene un indispensable fundamento en lo empírico permanece también como algo em pír ico en sí m ismo, y como toto coclo diverso del carácter teóricoepistemológico general de lo a priori. En este sentido, no hay más saber de lo existente que el saber empírico: si la metafísica no tiene a su disposición las experiencias indispensables para los desarrollos de la generalidad que le es característica, no hay tal metafísica, al menos de orden científico, que es la única de que aquí tratamos. A esto se hizo ya expresamente referencia, de manera que en lo que atañe a los presentes desarrollos no hace falta considerar en qué medida se ha realizado, de hecho, el impulso hacia una metafísica científica. Sólo habrá, pues, una paradoja aparente, eliminable tras breve reflexión, en el aserto que tengo que hacer ahora: por grande o pequeño que sea el saber metafísico que nos resulte accesible, éste sólo podrá ser, a fin de cuentas, empírico. Si en contra de ello se invocara el hecho de que con la voz “metafísica” a menudo se alude también a esfuerzos científicos, e incluso, quizás, a resultados positivos, en ocasión de los cuales acaso se hizo uso de medios de conocimiento fundamentalmente extraempíricos y, por tanto, aprio 47
ríslicos, se olvidaría que por el momento nos hallamos en el,
ríslicos, se olvidaría que por el momento nos hallamos en el, sil venia verbo, punto de vista de “definitio ferenda”. Que los dos ámbitos de conocimiento de cuya límpida se paración me oc upo ahora no han sido, ni con mucho, dis tinguidos siempre con pulcritud, es algo de lo que tengo ple na concie ncia . P ero de que la separació n, en ca so de que tuviera éxito al establecerla, no sería cosa por completo carente de valor, sólo puede dar testimonio en este lugar el argumento ontológico, con el que, o con cuyas analogías, no todo el mundo está todavía suficientemente familiarizado. Aludimos al ensayo de resolver en forma puramente aprio rística una cuestión metafísica y, en tal medida, de tratarla como un simple problema de la teoría del objeto, con lo que se fija el sentido del argumento y de los que le son afines. Es improbable que, por medio de dicha separación, todas las dificultades de señalamiento de límites entre metafísica y teoría del objeto quedaran eliminadas. Pero también sería injusto exigir, precisamente en este caso, lo que quizás no ha sido aún logrado en ninguno de colindancia entre disci plinas. M ás im porta nte es la objeción que se hace desde el punto de vis ta de la te oría del objeto. Esta fue al fin b revemente tratada como ciencia general, cuando tuvimos ocasión de separar expresamente la teoría general y la especial del objeto. Pero aquí hay una imperfección que, por primera vez al menos, esto es, a la altura actual de nuestro saber, no puede, po r razones prácticas, ser soslayada en asuntos teóricoobjetivos. Que al lado de la matemática, en cuanto teoría especial del objeto, pudieran aparecer otras disciplinas teóricoobjetivas especiales, cuyo núm ero apenas cabe determinar por ahora, es claro. Pero estos territorios resultan, actualmente al menos, tan imp erfectamen te conocidos, que no se experimenta, al punto, la necesidad de especializarse en su elaboración. Las teorías especiales del objeto divídense prácticamente hoy en matemática y no matemática; y lo que sobre el segundo miembro de esta enteramente primitiva dicotomía puede decirse es por ahora tan 48
poco, que sin gran esfu erz o parece encontrar prim eram ente
poco, que sin gran esfu erz o parece encontrar prim eram ente sitio dentro del marco de la teoría general del objeto. Desde este punto de vista no hay de hecho, en la época presente, ninguna teoría especial del objeto que pudiera quedar fuera de la matemática; y, naturalmente, no es en modo alguno fácil predecir por cuánto tiempo tal situación se mantendrá. Un desarrollo en este sentido no es de ningún modo antici pado por la definic ión a rrib a propuesta . Así como frente a la ciencia general empírica hay ciencias empíricas particulares, del mismo modo, al lado de la ciencia general aprio rística, pue den apa recer ciencias pa rticulares igualmente apriorísticas. Esta posibilidad sólo se realiza hoy en la matemática, que por su subsunción bajo puntos de vista teórico objetivos queda colocada, no, en verdad, al lado de ciencias reales, pero sí, al menos, junto a disciplinas posibles, por lo que de ningún modo se encuentra actualmente en ese curioso aislamiento que llamó ya nuestra atención como signo de una falla en la hasta hoy corriente concepción teórico objetiva de tal ciencia . 47 Finalmente tengo que volver una vez más a la, sin recurrir al procedimiento definitorio. cumplida inclusión de la teoría del objeto entre las disciplinas filosóficas. En el debido momento traté de concebir como filosóficas, en con junto , a las disciplinas que se ocupan, ya únic am ente de lo psíquico, ya también lo psíquico. Recientemente se ha formulado la conjetura 48 de que mis trabajos teóricos so bre relacio nes y comple xiones pudieron haberm e llevado a atribuir como esencial a la filosofía un objeto doble: lo “psíquico” y las “relaciones” (junto con las complexiones). Que semejante modificación privaría a la determinación originaria de su unidad, es comprensible de suyo; y sólo si se creyese estar en la necesidad de dar en cada caso, como base a la caracterización de la filosofía, el pensamiento de que el objeto de indagac ión simplem ente puede estar constitui 4r Cfr. s u p r a , pp. 7, 27. 48 De Hofler, en el estudio citado en la nota 30, p. 124 (64), en nota.
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do por lo que la ciencia natural le abandona o deja ,* 9 sería lícito no encontrar óbice en ello, suponiendo que tal resto p u d ie ra todavía presentarse como una a b ig a rra d a diversidad. Pero con ello no se habría asignado a la filosofía una posic ió n especia lm ente d ig n a : y aun cuando pudiese no carecer por completo de toda justificación práctica el iniciar una empresa científica que estuviese dirigida en lo esencial a recoger residuos, ello difícilmente haría cambiar en algo el hecho de que dichos residuos no podrían, en su conjunto, constituir el material de una ciencia. Por otra parte, indudablemente también es correcto decir que las complexiones y relaciones, en la med ida en que son ideales o — como pre fe riría ahora decir— en la m edida en que son complejos ideales y relatos ideales , 00 no pueden ser, precisamente en cuanto no reales, ni físicos ni psíquicos. Pero para incluirlos en el ámbito de las que hay que llamar investigaciones filosóficas, con otras palabras: para poder considerar a la teoría del objeto como disciplina filosófica, se necesita tan poco de un añadido para la caracterización de lo “filosófico” en el caso de una de esas ciencias universales como en el de la otra. Si es lícito incluir a la metafísica entre las ciencias filosóficas, en cuanto concibe sus tareas en forma suficientemente amplia para abarcar lo psíquico al lado de lo físico, entonces nada puede oponerse a que, por la misma razón, la teoría del objeto sea tratada como disciplina filosófica. A lo dado, de cuya totalidad tiene que ocuparse, precisamente pertenece también lo psíquico, pese al hecho de que al cumplir su tarea tiene que elaborar también objetos físicos e ideales, para no hablar de que, en el caso de lo ideal, que siempre es superius por naturaleza, pueden asimismo venir alguna vez en cuestión, como indispensables inferiora, ob je to s de ín dole psíq uic a. N aturalm ente que no vacilo en presentar en otr o asp ec to,
Cfr. J. Breuer, en Hofler, p. 190 (130) del estudio mencionado en la nota anterior. 50 Sobre los fundamentos de este cambio en la terminología usada basta hoy por mí, cfr. n. ni de estas investigaciones, cap. I. §§ 9, 11. [Véase el final de la nota 7.1 *9
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en el fondo más práctico que teórico, el nuevamente pre-
en el fondo más práctico que teórico, el nuevamente preservado paralelismo entre teoría del objeto y metafísica. De la circunstancia de que la metafísica tiene en verdad que ver con lo psíquico, pero no sólo con lo psíquico, sino también con lo físico, derivé en el debido momento la consecuencia de que para elaborar los problemas metafísicos no sólo tienen capacidad y están vocados los representantes de las ciencias de lo psíquico, sino también, y no menos, los cultivadores de las ciencias físicas. Y me parece que, de hecho, no podemos dispensarnos de admitir exactamente lo mismo en lo que respecta a la teoría del objeto. Cierto que en lo que concierne a la técnica de investigación podría, tanto en la metafísica como en la teoría del objeto, darse la preferencia a la que suele emplearse para la elaboración científica de las vivencias psíquicas. Y en lo que especialmente atañe a la teoría del objeto, el hecho de que en su caso se caiga, con una eventualmente fatídica facilidad, en lo psicológico, habla un lenguaje que no se presta a malentendidos o a confusiones. Pero éstas son sólo consideraciones de orden técnico; y en forma anticipada no puede advertirse cuán fácilmente, bajo ciertas circunstancias, mediante el empleo de una técnica traída de otra ciencia, por ejemplo, puede lograrse más de lo esperado. En la medida en que la matemática puede ser vista como teoría especial del objeto, resultaría una ingratitud olvidar a qué brillantes resultados ha conducido en su campo la investigación teóricoobjetiva, sin que a menudo se haya tenido ninguna sensibilidad para los restantes intereses filosóficos.
12. CONCLUSIÓN
Si los anteriores desarrollos han trazado, al menos a grandes rasgos, la esencia y justificación de una ciencia particular, la “teoría del objeto”, así como el sitio que le corres ponde dentro del conju nto de la s dis cip linas cie ntífic as, p a rece haber llegado el momento de decir algo más preciso
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acerca de las tareas y los métodos de la nueva ciencia. Pero,
acerca de las tareas y los métodos de la nueva ciencia. Pero, por una parte, lo m ás im portante en este re specto se ha mostrado, en lo que antecede, por sí mismo: pues cuando ya se sabe con qué tiene qué hacer una ciencia, sus tareas quedan predeterminadas en lo general, mayormente cuando el carácter apriorístico de la disciplina en cuestión se conoce de antemano. Pero, por otra parte, y ante todo, sabido es que hacer planes es “muchas veces una exuberancia y ja cta ncio sa ocupació n e sp iritu a l” , y m ás ja cta ncio so es aún, de ser posible, señalar a otros ciertos caminos que uno mismo se abstiene de seguir. Por ello habría preferido abstenerme de la anterior exposición sobre una ciencia que apenas debe empezar a formarse, si no pudiera esperar que mi precedente relación con ella eliminará la sospecha de que me lie contentado con proyectos, en vez de tomar contacto con una realidad. Cuesta mucho más trabajo ser Prometeo que Epimeteo, por lo que seguramente no parecerá un autoelo gio que señale aquí el hecho de que desde hace años, me jo r dicho, décadas, bajo la in fluencia de in te re ses teórico objetivos, he trabajado científicamente sin haber presentido en lo más mínimo la verdadera naturaleza de tales intereses. Pero que esta naturaleza se me fue imponiendo completamente por sí misma, primero en forma práctica y luego — apenas sabría decir cuándo — 51 también en forma teórica, es algo en lo cual veo un nuevo argumento, que en verdad no es formalmente conclusivo, pero que de acuerdo con su peso ta m poco debe estim ars e en poco vale r, en favor de la legalidad de las pretensiones anteriormente hechas en nom bre de la teo ría del objeto. E sta s pre te nsio nes sig nific an empero, para mí, más una visión retrospectiva que prospectiva; y si además tuviera la oportunidad de convencerme de cuán fructífera resulta, en mí como en otros, la consciente consideración teóricoobjetiva, lo mismo frente a viejos que frente a nuevos e incontables planteamientos y soluciones, 51 En todo caso mucho antes de 1903, cuando tuve la oportunidad de referirme por vez primera a la teoría del objeto, expresamente bajo este nombre. Cfr. “Bemerkungen über den Farbenkijrper etc.”, p. 3 s. de la revista citada en la nota 13.
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entonces podría no tener por prematuro el ensayo de fo-
entonces podría no tener por prematuro el ensayo de fomentar esta forma de consideración exponiendo su peculiar carácter. No obsta nte , la aparic ió n de los ante rio res desarrollos dentro del marco de la actual colección de investigaciones tiene un motivo más especial. No era posible que, en el círculo dentro del cual el conocimiento de la importancia de la teoría del objeto ha llegado por primera vez a ser realmente vivo, la investigación teóricoobjetiva no rec ibiera una atención especialmente amorosa. De este modo lia llegado a ser posible comenzar la presente colección con dos estudios consagrados a la teoría del objeto; y en los restantes traba jos la co lección d ará quizás ta m bié n testim onio de que el saber y el poder teóricoobjetivos favorecen igualmente a la investigación psicológica. Por ello pareció indicado mencionar expresamente, en el título de toda la colección, a la teoría del objeto, y adelantar en los dos mencionados estudios una especie de esclarecimiento básico de lo que con tal expresión se designa. Así que lo que arriba ha sido dicho sobre una nueva ciencia, incluso dentro de esta publicación, no es algo que se presente como un cómodo sueño sobre el futuro o como una utopía, sino como una meta que de la manera más clara posible se tiene a la vista, y para acercarnos a la cual hemos empezado ya a desplegar lo mejor de nuestras capacidades. Y como la actual exposición puede fungir como una es pecie de proem io es pecial a la p arte dedic ada a la te oría del objeto, éste parece ser el lugar adecuado para hacer algunas observaciones sobre los dos trabajos siguientes. No es solamente el editor quien toma ahora la palabra, sino más bien el pro fesor univ ersit ario que, en época s que en su m a yoría no están aún muy lejanas, tuvo el placer de introducir a los autores en las ciencias filosóficas, y que por ello se siente en el derecho o, en las actuales y especiales circunstancias, más bien en el deber, de adelantarse a la posi b ilid ad de que se entiendan m al la s intenciones de esos tra bajos. 53
De acuerdo con lo anterior, apenas podré quedar expues-
De acuerdo con lo anterior, apenas podré quedar expuesto a la sospecha de no estimar con suficiente gratitud los estudios preparatorios que desde los más diversos ángulos han sido consagrados a la teoría del objeto, si afirmo que tal teoría es una ciencia joven, muy joven, mejor dicho. Quien se interna en su comarca encuentra una inabarcable multitud de problemas por elaborar y de posibilidades de solución que le salen al paso: pero no puede esperar, ni siquiera después de la reflexión más madura, acertar siempre, sino que más bien tiene que contar con que, de aquello que cree haber primeramente establecido, buena parte habrá de ser sacrificada en lo futuro por el progreso del saber o por técnicas de investigación más perfectas. Y es evidente que, en un principio, cierta participación en los resultados tendrá que ser atribuida, más que en épocas de firme tradición y procedimientos metódicos, a la individualidad del investigador. Por ello los siguientes desenvolvimientos no deben de ninguna manera ser entendidos como si con ellos su autor quisiera exponer, sin más ni más, conclusiones definitivas. Se trata sólo de resultados provisionales, no concebidos de prisa — como puede atestigua rlo el editor— pero sí a sabiendas de que en ellos hay m ucho que p odrá ser m ejorado y, tam bié n, con la espera nza de que lo aquí ofrecido no esté destinado a que el lector lo reciba pasivamente, sino a que lo convierta en objeto de crítica y de ulterior desarrollo. Tomando en cuenta estas presuposiciones, no se podrá considerar fundadamente como un reparo el hecho de que las ex posiciones conte nid as en los dos trabajos no coin cid an siem p re una con otr a en lo que respecta a los conceptos y a la terminología, ni a veces tampoco con las concepciones ensayadas por mí, pese a que los autores de ambos estudios (lo que es nuevamente un signo del todavía primitivo estado de la teoría del objeto) más de una vez se ven constreñidos a encararse a cuestiones de principio y, eventualmente, a las mismas cuestiones básicas. Fácilmente podría sentirse el deseo de derivar de aquí un reproche para nosotros, por no 54
haber zanjado en forma oral las divergencias, y salir des-
haber zanjado en forma oral las divergencias, y salir des pués a la pu blicid ad con un sólido siste m a de conc eptos y términos congruentes. La exigencia de que las controversias se desenvuelvan preferentemente en forma privada, y no por escrito, es p o r cie rto ju sta ; y me perm ito hacer saber que en los institutos filosóficos de Graz las discusiones no escasean. Pero, naturalmente, el principio de la más amplia li b ertad de co nvicción nunca p ie rd e con ello su vig encia ; y si nuestro propósito se hubiera orientado a no expresar nuestras concepciones individuales más allá de ciertos límites, habríamos abierto la puerta a influjos de carácter sugestivo, que pueden llegar a ser más dafiinos precisamente cuando la labor de investigación está en sus albores. Y si en lo que sigue hubiéramos ofrecido al lector algo más redondo y unitario, sólo habríamos podido hacerlo sacrificando ciertas incitaciones que posiblemente se revelen más tarde como las más fructíferas para el ulterior progreso de la teoría del objeto. Al menos parcialmente, otra deficiencia de los siguientes trabajos, que los autores, por lo demás, conocen bien, obedece a consideraciones de análogo carácter. La literatura acerca de un objeto puede producir incitaciones en aquel que se dedica a investigarlo; pero también, por otra parte, matar en él, por sugestión, la semilla que podía haber fructificado. Espero que en ello esté, al menos parcialmente, la ju stif icació n de que desde hace m ucho siga y ense ñe, como prim er principio fundam ental, el de que p rim ero hay que observar y reflexionar, para leer después. Pero este principio básico encierra en cierto modo el peligro, que no puedo desconocer, de que la literatura utilizada resulte insuficiente cuando la conclusión de un trabajo está ligada a determinado momento o, por circunstancias especiales, es difícil reunir la que debiera utilizarse. Ambas cosas ocurrieron en relación con las siguientes investigaciones sobre teoría del objeto. Como la ocasión exterior de la presente pu blicació n exig ía que el libro apareciese ante s de que fin ali 55
/ara el año de 1904, tuve que señalar a los autores, para la
/ara el año de 1904, tuve que señalar a los autores, para la conclusión de sus trabajos, un plazo que no les permitía encañarse sobre el interno acabado de los mismos. Por otra parte, la litera tu ra sobre el asunto , según puede in ferirse de la indicac ión q ue ocasion almen te hicim os,52 era en a qu el en tonces muy difícilmente accesible, no sólo por hallarse des perdig ada en todas la s direccio nes im agin able s, sin o además, y sobre todo, porque para descubrirla, no digamos para agotarla, en parte resultaba indispensable emprender un estudio a fondo de ciertas disciplinas colindantes. Por ello es que en vano se buscará en los dos ensayos que siguen una utilización suficientemente amplia de la literatura matemática pertinente, pese a su previsible decisiva importancia para la fundamentación de la teoría del objeto. Ninguno de nosotros opina que había que contentarse con ello; y yo por mi p arte espero que, pese a la s circunsta ncia s, de todos modos podrá encontrarse en mi trabajo la confirmación del prin cipio de que hay que reflex io nar an tes de le er. Si no me engaño, el lector no encontrará chocante la gran cantidad de nuevos conceptos y términos, muchos de los cuales p ud ieran pare cerle supe rfluos e incómodos y que — en caso de serlo re alm ente — no lo g rarán im ponerse; ni encontrará chocante tampoco que hayamos tomado el acuerdo de dar a tal o cual concepto una designación distinta de la propuesta p o r m í en ante rio res estudios. Un buen té rm in o vale tanto como medio descubrimiento; y más vale no em p lear uno solo cuando se ha encontrado otro m ejo r que p uede. reemplazarlo, que seguir sufriendo, por simple conser vatismo, las consecuencias del primero. Resumiendo: en lo que antecede se lia intentado mostrar la justificación, como ciencia, de la teoría del objeto. Los dos ensayos que siguen — y al lado de ellos, implícitamente, también otras investigaciones reunidas en este volumen— prete nden ofrecer contrib ucio nes a dic ha ciencia. E xig ir , en tal respecto, algo acabado e indisputable, difícilmente sería 52 Cfr. i 10.
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ju sto , en la s actu ale s circunsta ncia s. Bastante se h ab rá lo -
ju sto , en la s actu ale s circunsta ncia s. Bastante se h ab rá lo grado si resultare posible proponer a la consideración y crítica de quien desee ir más allá, concepciones por las cuales puede dem ostr arse que el ca m in o seg uid o mere ce confian za y que quien se interne por él obtend rá ventajas. ¡O jalá que nuestro esfuerzo resulte adecuado para asegurar reconocimiento y amigos a la nueva ciencia que llamamos teoría del objeto!
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se acabó de imprimir el día lo. de octubre de 1981 en los talleres de la Imprenta Madero, S. A., Avena 102, México 13, D. F. La edición estuvo al cuidado del Instituto de Investigaciones Filosóficas. Se tiraron 2 000 ejemplares. Teoría
cuadernos
9.
del
Objeto
W e r n er D ie d e r i c h y H a n s