Tema 5.2.2: La Organización y la Responsabilidad Social a nivel local, regional, nacional e internacional y en los aspectos ecológico, económico, político, cultural, tecnológico y gobierno.
La responsabilidad social de la empresa (RSE), también denominada responsabilidad social corporativa (RSC) es un término que hace referencia al conjunto de obligaciones y compromisos, legales y éticos, tanto nacionales como internacionales, que se derivan de los impactos que la actividad de las organizaciones producen en el ámbito social, laboral, medioambiental y de los derechos humanos. De igual forma que hace medio siglo las empresas desarrollaban su actividad sin tener en cuenta el marketing o que hace tres décadas la calidad no formaba parte de las orientaciones principales de la actuación empresarial, hoy en día las empresas son cada vez más conscientes de la necesidad de incorporar las preocupaciones sociales, laborales, medioambientales y de derechos humanos, como parte de su estrategia de negocio. Así, una empresa socialmente responsable es la que se preocupa preocupa de, por ejemplo, crear un buen clima laboral interno, mantener transparencia con sus inversionistas, cumplir con todas las leyes laborales, cuidar la relación con sus proveedores, conservar limpio el medioambiente y (especialmente en el caso de las empresas públicas) mantener una buena relación con la ciudadanía. La idea es que una empresa privada no tenga como única meta el posicionarse en el mercado y generar ganancias, sino también el tener una ética que responda al bienestar de quienes trabajan en ella y de la comunidad en que está inserta. Más que filantropía, es un compromiso voluntario a la solución de retos sociales que van más allá del horizonte de la empresa u organización. La fuente inspiradora de la RSE es el Pacto Mundial impulsado por la ONU, cuyo fin es promover la creación de una ciudadanía corporativa global que concilie intereses comerciales y sociales. Fue presentado en 1999 durante el Foro Mundial de Davós y reúne a más de 2.000 empresas y organizaciones que adhieren a diez principios de responsabilidad social agrupados en cuatro áreas: derechos humanos, condiciones laborales, medioambiente y anticorrupción. Por su definición y naturaleza, no hay normativas que rijan la RSE (la idea es que sea todo iniciativa propia del empresariado, aunque en Inglaterra y Dinamarca existen ministerios dedicados a la RSE), pero sí hay guías, lineamientos y estándares que sirven de referencia. El primero es el ya mencionado Pacto Mundial. Existe una organización internacional llamada Global Reporting Initiative que fija algunas líneas a las que varias entidades adhieren voluntariamente.
La gran responsabilidad social de las empresas es mantenerse activas, rentables, compitiendo y produciendo en el mercado. Cuando una empresa es rentable no sólo produce un retorno para sus dueños o accionistas, sino que también genera consecuencias sociales muy deseables, tales como:
Nuevas oportunidades de empleo a través de su expansión e inversión; Provisión de bienes y servicios valiosos para la sociedad; Adecuadas utilidades económicas que el Estado puede gravar y con el producto de esos impuestos mantener a los empleados públicos trabajando, desarrollar la infraestructura, el capital humano, proveer servicios de salud, seguridad social y otros necesarios para mejorar el desarrollo nacional.
La empresa no debería ser recargada con responsabilidades y con obligaciones que realmente no tiene. A la empresa hay que exigirle eficiencia, producción, rentabilidad, competitividad, calidad e innovación para que pueda satisfacer a sus clientes, sus empleados, sus proveedores y a sus dueños o accionistas, en un nuevo entorno local o global. El cierre de una empresa no es simplemente el problema de un empresario, genera una pérdida social importantísima en empleos, estabilidad, credibilidad, confianza. Entonces, podría decirse que la responsabilidad social de la empresa es mantenerse como empresa. Esta responsabilidad es cada vez más compleja en la medida en que el mundo se globaliza. Quiere decir esto que que la empresa no tiene que tomar acciones de solidaridad social o de proyección hacia la comunidad? No. Solo quiere decir que que no está obligada a hacerlo. Si lo hace, y es muy plausible que lo haga, es mediante iniciativas sociales voluntarias, que es un campo muy amplio donde está todo el concepto de filantropía. Ante la realidad de pobreza de la América Latina nadie puede estar en contra de que se requieren acciones tendentes a producir bienestar social. Pero la pregunta es: ¿le incumbe a las empresas esa responsabilidad y las obligaciones que tiene aparejadas? Y ¿cuál sería el grado de participación de la empresa en esa responsabilidad? Parece evidente que no se puede pedir a cierto nivel de pequeñas y microempresas que cumplan con una función que no es típicamente empresarial, también parece generalmente aceptado que no debe esperarse que la empresa sustituya al Estado, en actividades como educación, seguridad y otras políticas públicas, aunque con la reducción del tamaño del Estado surge la expectativa que las empresas asuman algunas o muchas de esas actividades.
Ante la realidad realidad de que más del 85% de las empresas en América Latina son pequeñas o medianas, es obvio que el concepto de responsabilidad social para esas empresas se reduce claramente a mantenerse operando, produciendo y compitiendo, pues así generan empleo y bienestar. También, es obvio, que esas empresas, al igual que las grandes o las multinacionales, tienen y tendrán la responsabilidad ineludible de cumplir, satisfactoriamente, las normas laborales y de esa manera estarán cumpliendo con su responsabilidad social. ¿Hay elementos adicionales que deban tomarse en consideración dentro de la responsabilidad social para las grandes empresas? La respuesta debe tomar en consideración varios aspectos:
Antes de la globalización tal y como la conocemos hoy, el triángulo Estado, capital y mano de obra (trabajo) operaba dentro de un área geográfica dada y sujeto a una cierta limitación en la movilidad del capital resultante de las barreras para la inversión y el comercio. Era fácil para el Estado prescribir lo que consideraba socialmente apropiado u otras disposiciones que debían ser cumplidas por los empleadores. Ese entorno también era propicio para que las organizaciones de trabajadores ejercieran presión sobre los empleadores para incrementar su participación o los beneficios que recibían o para presionar al Gobierno con el fin de incrementar los beneficios laborales. En muchos países, con la idea de atraer inversiones, los Gobiernos están bajando los niveles de los impuestos y de las obligaciones para con los trabajadores. Esto ha generado que, dejando aparte las acciones voluntarias de las empresas, la sociedad, a través de grupos sociales o de consumidores, y en algunos casos, incluso a través de inversionistas, se concentran en ejercer presión sobre las empresas para que respeten y apliquen ciertas normas. Cuando las empresas actúan, bajo esas presiones, generalmente lo hacen para ser competitivas o para no perder su competitividad. La necesidad de respetar ciertas normas es cada vez más reconocida y aceptada por las empresas. Sin embargo, al hacerlo, reconocen también que en un mundo globalizado y cada vez con mayor comunicación, se plantean dilemas y dificultades para identificar las normas éticas que deben adoptarse, pues éstas dependen de las expectativas, a veces contradictorias, entre los distintos sistemas de valores, la cultura o las creencias de la gente en las diferentes partes del mundo.
La liberalización política, económica y social, combinada con la explosión en la tecnología de la información (fuerza que también impulsa a la globalización) han minado la autoridad y la fe en las instituciones y estructuras tradicionales, tales como los gobiernos, los partidos políticos y las instituciones religiosas, internacionales o educativas, generando una verdadera crisis de valores. Esta situación es difícil de manejar para las empresas, especialmente para aquellas que operan en distintos países y en distintas partes del mundo, pues hay que tener cierta sensibilidad a los grupos sociales porque el éxito de la empresa depende de su adaptación al medio en el cual opera. Los grupos sociales de consumidores o para la conservación del medio ambiente, han comenzado a ser cada vez más importantes, pues han tomado el poder perdido por las otras instituciones. Es importante que la empresa de hoy aprenda a escuchar atentamente dichos grupos, pues están orientando e influyendo sobre el pensamiento y las posiciones de la sociedad. Los problemas físicos pueden tener una respuesta correcta, pero los problemas referidos a derechos o reclamaciones humanas, tienen una amplia gama de soluciones y, en general, se puede encontrar que una mezcla de varias respuestas resulta más satisfactoria. Otro dilema para las empresas es el comportamiento comportamiento del capital. El crecimiento de los mercados de capital en un entorno con facilidad para el movimiento de los capitales ha producido una fuerte presión en las empresas que se ven obligadas a mejorar financieramente, usando puntos de comparación o benchmarking. El resultado es que las empresas necesitan maximizar sus utilidades y el rendimiento para los accionistas, sin lo cual el capital vuela. Todo esto ha llevado, por ejemplo, al achicamiento (downsizing) masivo de las empresas, con su negativo impacto social. Es curioso observar que entre los inversionistas ha comenzado a manifestarse la preferencia por hacer sus inversiones en empresas que cumplen o satisfacen un cierto número de normas de conducta consideradas “socialmente responsables”. Por otra parte, es cada vez más evidente que una buena conducta corporativa no necesariamente debe afectar los resultados financieros y que, por el contrario, en muchos casos puede mejorarlos. Finalmente, cabe preguntarse cómo influye la cultura de la empresa en la forma en que ésta reacciona ante las presiones y los dilemas, especialmente cuando la empresa o corporación opera en distintas culturas y los valores éticos apuntan en diferentes direcciones? Algunas culturas corporativas están orientadas desde adentro y tienen un patrón de conducta unificado que tiende a adherirse a sus propias normas, cuando está confrontado con diferentes normas en diferentes localidades nacionales. Estas se denominan empresas imperialistas (pero no en sentido negativo).
Otras se adaptan a los los valores del país receptor y por eso las llaman empresas camaleón. Otras más adoptan los valores de su casa matriz o de su país sede, por eso se conocen como corporaciones nacionalistas. Una categoría adicional son las corporaciones que tienen múltiples fuentes de valores y a estas se las llama corporaciones pragmáticas.
Algunas de las corrientes corrientes actuales señalan, señalan, en relación con la responsabilidad social de las empresas, que “en sí el término responsabilidad social en el sentido más amplio se refiere a las relaciones que tiene la empresa con sus (interesados), desde sus accionistas, proveedores, clientes, empleados, las familias de los empleados y hasta los miembros de la comunidad de la que es parte.” Dentro de ese enfoque consideran q ue la empresa debe ser muy transparente y abierta al intercambio, a la participación y casi a la co-gestión con sus empleados y la comunidad. En realidad, la posición anterior parece demasiado ambiciosa y contiene aspectos que serían inaceptables o imposibles de cumplir como obligaciones para la gran mayoría de las empresas en América Latina. Enfoques como el anterior obligan a pensar que solo los aspectos derivados de disposiciones legislativas o reglamentarias deberían ser obligatorios y entrar dentro de la responsabilidad social de las empresas. Todo lo demás debe quedar en el ámbito de la voluntad de las empresas. Para aclarar el alcance de la responsabilidad social para las grandes empresas, cabe examinar cuál ha sido la evolución del tema en el mundo y cómo se han movido las presiones y los grupos interesados en influir sobre la conducta de aquellas.