Semiótica del amor
Según la semiótica los los signos pueden pueden clasifica5rse clasifica5rse en dos grandes clases, clases, según Erick buyssens:
SIGNOS PRIMARIOS O SIGNOS VOLUNTARIOS (SEÑALES): son por ejemplo, el alto en las carreteras (signo que hay que reducir la velocidad por completo o tener precaución) o el sonido del teléfono (signo de que alguien quiere hablarte).
SIGNOS SECUNDARIOS
O SIGNOS INVOLUNTARIO (ÍNDICES): un
ejemplo, el estado en las calle (signo de antigüedad o de que es una calle nueva, esto es algo involuntario, más bien es circunstancial). Hay que señalar que la semiótica de la comunicación estudia los signos voluntarios y la semiótica semiótic a de la significación significació n los signos involuntarios. involuntario s. Las señales en el tema del corazón son acciones, mensajes voluntarios que envía una persona a otra. otra. Una rosa roja es un SIGNO de amor, (voluntario), (voluntario), aunque estas ya sean un símbolo. Las señales son aquellos que hacen voluntariamente voluntariam ente la otra persona, pero también buscan los índices, aquellos que no son voluntarios. En ciertas ocasiones podemos llegar a confundir el amor Philos con el amor Eros, (amor de amigos. de hermanos, padres) con el amor romántico. Cuando alguien da indicios de amor estos signos no son voluntarios, sino involuntarios, el emisor del mensaje no es consciente de la información que está trasladando al receptor. El riesgo de un discurso de amor, proviene sin duda de la incertidumbre de su objeto. La prueba amorosa es una puesta a prueba del lenguaje: de su carácter unívoco, de su poder referencial y comunicativo. Se trata de saber si, al hablar de amor , hablábamos de la misma cosa. Confesarnos enamoradas, ¿revelábamos a nuestros enamorados la verdadera intensidad de nuestra pasión? No es seguro; pues, cuando ellos a su vez se declaraban enamorados de nosotras, no teníamos nunca la certeza de lo que eso significaba exactamente para ellos.
La ingenuidad de este debate encierra probablemente una profundidad metafísica o, al menos, lingüística. Más allá de la revelación una más del abismo que separa los sexos, esta interrogación insinúa que el amor sería, de todos modos, solitario, ya que es incomunicable. Como si en el preciso instante en el que el individuo se descubriera intensamente verdadero, extremadamente subjetivo, pero violentamente ético por cuanto está generosamente dispuesto a hacerlo todo por el otro, descubriera también el cierre de su condición y la impotencia de su lenguaje. ¿No son dos amores esencialmente esencialmente individuales, y por tanto inconmensurables, inconmensurables, condenando así a la pareja a no encontrarse más que en el infinito? En fin, hablar de amor sería, quizá, una simple condensación del lenguaje, que, después de todo, no provoca en el destinatario más que sus capacidades metafóricas: todo un diluvio imaginario incontrolable, inexpresable, inexpresable, cuya llave sólo posee el amado,
aunque no lo sepa ¿Qué comprende él de mí? ¿Qué comprendo yo de él? .Consecutivo al exorbitante crecimiento del Yo enamorado, tan extravagante en su orgullo como en su humildad, este desfallecimiento exquisito está en el corazón de la experiencia. Este punto sensible me indica -por la amenaza y el placer con que me acecha, y antes de que yo me encierre, provisionalmente sin duda, en la espera de otro amor que de momento imagino imposible que en el amor “yo” ha sido otro. Esta fórmula que nos conduce a la poesía o a la alucinación delirante sugiere un estado de inestabilidad en el que el individuo deja de ser indivisible y acepta perderse en el otro, para el otro. Con el amor, este riesgo, por lo demás trágico, es admitido, normalizado, asegurado al máximo. El dolor que permanece es testigo de esta aventura, de hecho milagrosa, de haber podido existir por, a través de, con vistas a otro. Cuando soñamos con una sociedad feliz, armoniosa, utópica, la imaginamos construida sobre el amor, puesto que me exalta a la vez que me supera o me excede. Sin embargo, lejos de ser entendimiento, el amor-pasión equivale menos al plácido sueño de las civilizaciones reconciliadas con ellas mismas que a su delirio, su desunión, su ruptura. Frágil cresta donde muerte y regeneración se disputan el poder.