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SEMI~TICA DEL DISCURSO -
Jacques Fontanille
Jacques Fontanille
Semiótica del discurso
UNIVERSIDAD DE LIMA
Fondo de Cultura Económica - Perú
Colección Bihliotec,~Cni\.ei..siil;idde I.ini;i Piiiiieia crlición 2001
O De esra edición
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Diseno y edición
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1501402001-0398
... d e todas las conipai;iciones q u e se pued e n imaginar, la niás cl~rnnsti-ativaes la q u e se puede establecer entre el juego d e la lengua y el d e una partida d e ajedrez. En u n o y otro caso, nos encontramos e n presencia d e un sistema cle valores y asistimos a sus modificaciones. Una partida d e ajedrez e s conlo una i-ealización artificial d e lo q u e la lengua nos presenta e n forma natural.
Ferdinand d e Saussure. C~trsode Lingiiística Gen-eral.
Índice
Prólogo
Capítulo 1 DEL SIGNO AL DISCURSO 1. Signo y significación 1.1 Diversidad d e aproximaciones al sentido 1.2 Las teorías del signo 2. Percepción y significación 2.1 Los elementos q u e han d e ser retenidos 2.2 Los d o s planos d e un lenguaje 2.3 Lo sensible y lo inteligible Capítulo II LAS ESTRUCniRAS ELEMENTALES l . Las estructuias binarias 1.1 La oposición privativa
1.2 La oposición entre contrarios 2. El cuadrado seiniótico 2.1 Las relaciones constitutivas 2.2 La sintaxis elemental 2.3 La polarización axiológicd 2.4 Los términos de segunda generación 3 . La estructura tei-nana 3.1 Los tres niveles d e aprehensión d e los fenómenos 3.2 Propiedades de los tres niveles 3.3 Lüs modos d e existencia 4. La estructuia tensiva 4.1 Problemas e n suspenso 4.2 Las nuevas exigencias 4.3 Las dimensiones de lo sensible 4.4 La correlación entre las dos dimensiones 4.5 Los d o s tipos de correlación 4.6 D e las valencias a los valores 4.7 Balance
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Capítulo 111 EL DISCURSO
1.2 El clisciii.~o
1.3 E1 rel;1r0 1.4 Te.iro !,
7. 1.: instancia de disciii.so 3.1 L1. toin~ide posición
2.3 El "l>ragcie" 2.3 El c:iiiipo posicioi~;il
3. Esqueinris tliscursivos 3.1 Los esqueinas tle tensión
3.2 Esqiienias canónicos 3.3 LÍi s i n ~ i s i sdel iliscui-so
Capítulo N LOS A C T W 1 . Actanres y actores 1 . 1 Actantes y predicados 1.2 Recoiridos d e 13 identidad. roles y actitudes
1.3 Actantes y actores de la frase 2. Actantes transforinacionales y actantes posicionales 2.1 Trdnsfoi-mación y orientación discursiva 2.2 Los actantes posicionales 2.3 Los actantes tiansformacionales 2.4 Cainpo posicional y escena predicativa 3. Las modalidades 3.1 La moclalidatl como predicado 3.2 La rnotlalización como imaginario pasional
Capítulo V
ACCION, P A S I ~ NCOGNICION , 1. Acción l . 1 La reconstrucción por presuposición
1.2 La programación tle la acción L. Pasión 2.1 La intensidatl y la cantidad pasionales 2.2 La dimensión pasional del discurso 3. Cognición 3.1 Saber y creer 3.2 Captaciones y iacionalidades 4. Intersecciones y engastamientos 4.1 Engastüniientos 4.2 Lo sensible y lo inteligible
índice
Capítulo VI LA ENUNCLACIÓN 1 . Recapitulación 1.1 La instancia propioceptiv;~ 1.:! El catnpo cle presencia 1.3 Las lógicas del cliscuiso 2. Confrontaciones 2.1 Enunciación y coniunicación 2.2 Enunciación y sul>jetividatl 2.3 Enunciación y rictos d e lenguaje
3.
1a. praxis enunciativa
4. Las operaciones cle la praxis 4.1 Las tensiones existenciales 4.2 El devenir existencia1 de los objetos semióticos 4.3 El devenir existencia1 d e la instancia d e discurso 5. La seniiosfeia
Prólogo
Este libro es un manual dirigido a los estudiantes del segundo y tercer ciclos, así c o m o a todos los que, ya un poco informados d e las teorías y d e los métodos propios d e las ciencias del lenguaje, se interesan por la teoría d e 13 significación. En efecto, este !ibro se propone hacer la síntesis d e las aclquisiciones d e la investigación e n semiótica. Otros inanuales d e semiótica, concebidos y publicados e n el a i r s o d e los anos setenta y oclienta, dan.ya una visióri d e conjunto d e la disciplina, e n la perspectiva del análisis estructural d e textos. Éste se esfuerza por presentar, e n suma, "lo q u e ha pasado" luego, e n los años ochenta y noventa, conservando e n segundo plano las anteriores adquisiciones. Es cierto q u e estas diferentes investigaciones han sido desarrolladas desde perspectivas con frecuencia divergentes, a veces incluso francamente polémicas. Pretender hacer la síntesis es, pues, aceptar borrar e n parte estas divergencias, para conservar las grandes líneas d e convergencia; es, también, renunciar a tomar en cuenta ciertas propuestas más difíciles de integrar. Cada una de las investigaciones q u e han contribuido a la elaboración de este libro -particularmente las d e Denis Bertrand, Jean-Francois Bordron, Jean Claude Coquet, Jean-Marie Floch, Jacques Geninasca y Claude Zilberberg- pierden e n especificidad, es cierto,Rero la disciplina e n su conjunto ganará e n "legibilidad"; así lo esperados. ¿Qué es, pues, lo q u e ha pasado? En los años sesenta, la semiótica s e constituyó c o m o una rama d e las ciencias del lenguaje, e n la confluencia de la lingüística, d e la antropología y d e la lógica formal. Como todas las otras ciencias del lenguaje, la semiótica ha atravesado el períod o llamado "estructuralista", del que ha salido dotada de una teoría fuerte, d e un método coherente ... y d e algunos problenias n o resueltos. El período estructuralista ha pasado; n o obstante, eso n o significa q u e las nociones d e "estructura" y d e "sisteina" n o sigan siendo pertinentes.
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El conrcixio 1.11 cl c~iiilc\-olucion;in hoy I:is ciencias del lengliaje es ot1.0: I;IS ~ ' s ~ I - u c ~se L Ili:in I . : ~Iieclio ~ '.cIin51nicas", los sisieinas "se auto-or-
giiniziin". l;is foi.iii:is se iiisci-ihen en "topologias", y el c;iinpo cle Iris in\-estig;ic-ioncscogiiiti\:ris h:i ton~aclo,nos guste o no, el lugar del estrucicii;ilisi~~o cn seniiclo estricro. En varios aspectos, este can~biosigue sienclo sup
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tonces, que estos procesos son pertinentes, lo mismo q u e las oposiciones discretas que resultan d e ellos. Otro ejemplo: la seniiótica estructural, lo mismo q u e otras disciplinas d e orientación estructuralista, preconizaba la foriiialización: el formalisino. q u e se presenta, entre otras, bajo la forma de una notación simbólica explícita y codificada, traduce el carácter puramente conceptual, fijo y acabado de las fornias descritas. Pero, conforme a la observación precedente, estas fornias acabadas han atravesado otras fases en las que eran aún inestables y en devenir. Además, e n el curso de esas fases anteriores, han adquirido propiedades "sensibles" e "impresivas" que, luego, la formalización les hace perder. El formalismo siinbólico n o se adapta a estas nuevas preocupaciones; la "forina", ciertamente, sigue siendo el objetivo, así coino su descripción más explícita; pero, e n este ejercicio, la representación topológica, por ejemplo, ocupará ventajosaiiiente el lugar d e la notación siinbólica; más generalmente, se preferirá una esquernatización d e la significación e n devenir a su formalización acabada. Todas las ciencias del lenguaje que lian buscado rendir cuenta a la vez de las fori~íasy de las operaciones que las suscitan, que han querid o tener en cuenta tanto las fases del proceso como su resultado, han d a d o el paso: las posiciones e n u n espacio abstracto, deformable pero controlado por parámetros conocidos, reemplazan d e aquí e n adelante las series de símbolos y sus correlatos terminológicos. Lo q u e ha pasado e n los anos ochenta-noventa es, adeniás y sobre todo, la aparición d e nuevos temas d e investigación q u e anteriormente habían sido con frecuencia descartados. Descartados porque, si bien ya dependían d e la semiótica e n cuanto disciplina, habían sido, sin embargo, excluidos e n nombre de los principios del estructuralismo. La objetividad científica prohibía, por ejemplo, q u e alguien se interesase por lo implícito y por lo sobreentendido del discurso: sin embargo, se les// ha introducido, e n el curso de los años ochenta, e n el movimiento iwpirado, de un lado, por ¡a pragmática, y, ciei oiro, poi id liuguktlca dc 12 enunciación. Ello n o impide que, ya e n los años treinta, Bajtin opusiera a la lingüística formal el estatuto implícito y sobreentendido del sentido inismo de lo que él llamaba el "enunciado", y d e la orientación axiológica e ideológica del discurso. Uno d e los pecados capitales d e la práctica científica era, para el esti-ucturalisnio, el "iiíentalismo"; estaban así excluidas del campo d e la reflexión científica la iinpresión subjetiva, la introspección, la psicología intuitiva, etc., y, en consecuencia, todo lo que, d e cerca o d e lejos, po-
día p;irecer d;ir l)i-utaO;~s tics esos vi-i-01-esclel pensamiento. Gustrive G ~ , Ilauiiie ei-ii con ti.cnc.uenci:i 1-ccl~azridoporque inscribid e n el psiquislno cle los sujetos del Ittngu;ijc el "ticil~poopcciiivo", necesario. según 61, para 1;i foi-inación cle Iíis re:iliclacles lingüísticas. Noaii~Clioinsky era vi\:amente discuticlo porque atribuía los juicios d e grainaticalidad a la intuicióii de los sujetos Iial>lantt.s -
prólogo
conduce a una semántica de las tensiones y de los grados, que e s coinpatible pero en concurrencia con la clásica semántica diferencial. Decimos que este libro es un manual. Un manual debe obedecer a algunos principios de base para facilitar el acceso a los resultaclos presentados: las adquisiciones de la investigación deben aparecer bajo una forma sistemática y coherente, explícita y operatoria. Lo inás frecuente es que se deja al tiempo el cuidado de este trabajo, y a los didácticos y pedagogos, el de recoger los resultados. La consecuencia de esa actitud es, casi siempre, que las adquisiciones de la investigación sólo son utilizables en la ensefianza 10 o 15 años n ~ á starde. Corremos el riesgo de no espei-cir a que el tiempo trabaje en lugainuestro. Es un riesgo, porque el tiempo valida o invalida, retiene o relega al olvido, hipótesis y proposiciones de la investigación; el tiempo filtra, hace la selección, y construye poco a poco las condiciones de una coherencia, de una sisteniaticidad y de una explicitación coinpleta. Nosotros debemos también filtrar, escoger, retener, rechazar y organizar: en reemplazo del tiempo, adoptaremos, pues, un punto de vista. Es la elección d e un punto de vista de conjunto, y sostenido con perseverancia, la que otorgará su coherencia, su sistematicidad y su carácter explícito a nuestra tentativa de síntesis. Este punto de vista será el del discurso en acto, el del discurso viviítnte, el de la significación en devenir. Esta elección será primero presentada y justificada en el prinier capítulo (Del signo al discurso): escoger el punto de vista del discurso en acto, es. en efecto, optar por observar la manera en que la praxis seiniórica esquematiza nuestra experiencia para hacer lenguajes a partir de ella, más que observar y recortar unidades mínimas. La semiótica que avizoramos, en la perspectiva definida por Greimas hace una treintena de años, es la de los conjuntos signifrcantes, pero de los conjuntos sig/r nificantes en construcción y en devenir. / Esta elección será luego puesta en marcha a propósito de las formas d e base de las que debe dotarse toda teoría seniiótica: Las estructuras elementales. En efecto, si la unidad pertinente de la semiótica del discurso no puede ser el signo, es porque ella investiga el sistema de valores que organiza cada "conjunto significante"; y este sistema de valores adquiere aquí la forma de la estructura tensiva. En el tercer capítulo se consideran todas las consecuencias de la opción propuesta: se titula El drkutso, y propone una representación global del discurso como campo (una forma topológica), así como el eminen de diferentes úpos y niveles de esquernatización, esquemas de tensión y canónicos
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En el cii:irto y quinto capítulos ( respe~ti\~arnente: Acfanfes y Acción, ~)cr.siótz.~ognrcio~r). a propósito
d e tenias qiie son clásicos en la teoría seiniótic;~,serán estraíclas otrris consecuencias d e esta opción inicial. A propósito d e la teoría actancial, se n~ostraráq u e la coinpetencia entre tlos lógicas, la lógica de los lugares y la lógica de lasfumas, nos conduce ii distinguir los írc~arrresposicionalesdeldiscurso y los actantes transfi)n~zacionnlesdel relato. A propósito d e las grandes dimensiones del tlisciirso. inostraremos en qué la perspectiva del discurso e n acto modifica las lógicas respectivas d e la acción, de la pasión y d e la cognición. Finalmente, el capítulo d e conclusión se esforzará por hacer un lugar al concepto d e enunciación. En efecto, este último concepto ha sufrido inuchos desengaños: después d e haber sido "olvidado" por el estnicturalismo, se ha vuelto preponderante e n las lingüísticas postestnicturales; Iiasta el guillaumismo se ha reconvertido, después de iodo, e n teoría enunciativa. Después d e haber sido poco, la enunciación sería, ahora wtodo"-todo lo que n o es reductible a un sistema cerrado y fijo-. Así, a veces, el sujeto d e la enunciación está estrictamente identificado con I:i instancia d e discurso en general. Explicar todo, como todo mundo sabe, equivale a n o explicar natJa. Es por !o que, e n la perspectiva del discurso e n acto, nos esforzaremos, para terminar, por especificar el concepto d e enunciación.
Del signo al discurso
Del signo al discurso / Resumen
La historia de las teorías de la significación se presenta en general como una historia de las teorías del signo. Desde fines del siglo XIX, con Peirce, y a inicios del siglo XX, con Saussure, una nueva disciplina se instala en este campo de investigaciones, la semiótica, que se encarga de hacer la tipologia de los signos y de los sistemas de signos. Sin embargo, actualmente, esta disciplina se orienta firmemente hacia una teoría del discurso y desplaza su interés hacia los conjuntos significantes. Este capitulo se propone reexaminar las teorías del signo bajo esta nueva luz: ¿qué se puede conservar de la teoría de la significación en ¡a perspectiva de una semiótica del discurso?, ¿qué pasa cuando se pone entre paréntesis la cuestión de las unidades mínimas de la significación y cuando se la reemplaza por la de los conjuntos significantes y la de los actos que producen los discursos? Se percata uno, entonces, de que emergen la percepción y la sensibilidad.
l. Signo y sign2fzcación En la gran diversidad de concepciones del sentido, una constante al menos se perfila: casi siempre se distinguen la significación como producto, como relación convencional ya estable, y la significación en acto, la significación viviente, que parece siempre más difícil de aprehender. No obstante, a pesar de la dificultad, es la segunda perspectiva la que escogemos, puesto que el campo de ejercicio empírico de la semiótica es el discurso y no el signo: la unidad de análisis es un texto -verbal o no verbal-.
Las teorias del signo, examinadas en esta perspectiva. hacen aparecer cuatro propiedades principales de la significación. De Saussure, mantendremos solamente, de una parte, la coexistencia de dos "mundos': el mundo interior de los significados y el mundo exterior de los significantes, y, de otra parte, la definición de la significación como sistema de valores. De Peirce, de otro lado, conservaremos sobre todo la preeminencia del interpretante, es decir, del punto de vista que orienta la mira sobre el sentido, y la importancia del fundamento, que impone los límites de un dominio de pertinencia a la captación de la significación.
2. Percepción y significación Los dos planos del lenguaje reemplazan ahora a las dos caras del signo: cualesquiera que sean los nombres que les demos, los dos planos del lenguaje son deslindados por un cuerpo percibiente que toma posición como frontera entre lo que corresponde al orden de la expresión (el mundo exterior) y lo que corresponde al orden del contenido (el mundo interior). Es este cuerpo el que reúne esos dos planos en un mismo lenguaje. Lo sensible y lo inteligible están ineluctablemente ligados en el acto que reune los dos planos del lenguaje. La semiótica del discurso, tal como las ciencias cognitivas, no puede ignorar más esta interacción de lo sensible y de lo inteligible. En efecto, la formación de categorias y la significación en acto están sometidas al régimen de lo sensible: la semántica del prototipo nos enseña, entre otras cosas, que puede haber muchos "estilos" de categorización y trataremos de mostrar que la distinción entre esos diferentes estilos reposa en el peso que le otorgan, respectivamente, a lo sensible y a lo inteligible.
Del signo al discurso
1. SIGNO Y SIGNIFICACI~N 1.1 Diversidad de aproximaciones al sentido 1 . 1.ÍSentido, signficación,
si'nzJicancia
Disponemos d e tres términos pare designar los fenómenos semióticos e n general: sentido, signiJlcación,sign flcancia.
El sentido es, ante todo, una dirección: decir que un objeto o una situación tienen u n sentido es, e n efecto, decir que tienden hacia alguna cosa. Esta "tensión hacia" y esta "dirección" han sido con frecuencia interpretadas, injustarriente, como referencia. La referencia, e n efecto, n o es más q u e una d e las direcciones del sentido; otras son posibles: por ejernplo,Lun texto puede tender hacia su propia colierencia y es e s o 6 lo q u e nos hace presentir su sentido; o también, una forma ciialquiera puede tender hacia otra forma típica ya conocida y eso es lo q u e n# permitirá reconocerle un sentidoP El sentido designa, entonces, un efecto d e dirección y d e tensión, más o menos cognoscible, producido por iin objeto, una práctica o una situación cualquiera. El sentido es, finalmente, la iilateria informe d e la que se ocupa la seniiótica, la materia que se esfuerza por orgdnizar y por hacer inteligible. Esta "materia" (purporí en Hjelmslevj puede ser d e naturaleza física. psicológica, social o cultural. Pero esta materia no es ni inerte ni solainente sometida a las leyes d e los niundos físico, psicológico o social, puesto que está atravesada por tensiones y por clirecciones. La condi-
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iiiíniiii:~ f '1 lIC' l'n.1 i ~ l ; l i c ~ ~cualquier;^ ~;i protluzc~iun cfccio dc sr-niido i d e n l , ~ ! ~ b cs. l e c'li(()ncc.;. que esii. somriida a lo que Ilaiiialrinvs e n ;iclrl;i&e U1l:l ~ l ~ l ~ l ~ ~ i o n a l i c l a d .
c.itíii
~a s ; g ~ l i / i ~ - lI ~~ t > es I cl producto organizado por el :inálisis: por ejrin-
plo. el co~iteniil< 1 sentido vinculado a una expresión, una vez que esta expresión Ii;i siclo aislada (por segmentación) y que se ha verificado (por coniiiutacion) 91le ese contenido le está específicainente asociado. La signficacirítl está. Pues, ligada a una unidad, cualquiera que s e d el i a n ~ ~ ide i o esi ~inidad unidad óptima, para nosotros,. es el discurS-, y descan9:l sobre la wlación entre un elemento d e la expresión y iin eleinento drl contenido: por eso se habla siempre d e la "significación d e ... algunii ~os¿l''. Se dirá, en ('i)fi=cuencia. que la significación, por oposición al sentido. está sieii-iprv . ~ ~ f i c l ~ En l a efecto, ~ a . puesto que no es reconocible más
tido, la d e ariici/lació* est:í, p o r definición, ligada a la d e
significación.
Hace mucho tiOmP0 que lanocldn de articulación ha sido reducida a la de diferencia. y aun a la de dlterencia entre unidades discontinuas. Ése no es, sin embargo, más que un caso entre otros posibles. Por ejemplo, una categoría semAntica como la de calores una categorI8 gradual Y SUS diferentes grados (cf. fridhelado) se distinguen sin oponerse forzosarngnte; mas aún, si el gradiente es orientado. la significación de algunos de sus grados, poreJempio1tibid,8erd diferente según que el gradiente sea orientado positivamente al calor (tibio es entonces peyorativo) o positivamente hacia el frío (tibio es entonces rnebrativo); la signlflcacl6n depende, entonces, de la polarizaciónde un gradiente. ~demds,según las cultura8 y las lenguas, a veces hasta según el discur- .' so, la posición relativa de 10s grados cambla; así, el grado ltibid aparecera mds pr6ximo del polo frío o d d caiienie: si Se recorre el gradiente en el sentido de su poiaridad. del negativo hacb el ~os~tivo, se encuentra un umbral que determina la aparición del grado Itibid. LoJ tipos de articulaciones significantes son, por tanto, muy diversos: oposiciones. jerarquias, grados. umbralea y pdarizaciones.
La signfican~iaclesigna 121 ~lobalidadd e efectos d e sentido en un conjunto esinictiir¿do. efectos que n o pueden ser reducidos a los d e las
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unidades que coiiiponen ese conjunto; la significancia no es, por consiguiente, la sunia de las .signficaciones. Este termino Iia conocido nuinerosas acepciones, particularinente psicoanalíticas, cuyo valor operatorio es difíciliiiente controlable. Pero plantea principalniente una cuestión d e iiietodo: iliay que conducir el análisis desde las unidades más pequeñas hacia las más grandes o a la inversa? El concepto d e significación, en sentido estricto, correspondería a la primera opción y el d e significancia a la segunda opción. El término significancia apenas es utilizado, pues presupone una jerarquía que ya no es pertinente Iioy en día; en efecto, s e justificaría sólo en un contexto científico donde se pudiera aún creer que el sentido de las unidades determina el d e los conjuntos más vastos que las engloban. La opción que h e n o s toinado, es decir, la de una semiótica del discurso, nos impone considerar que la significación global, la del discurso, coii-ianda la significación local, la de las unidades que la componen; inostraremos, por ejemplo, cómo la orientación discursiva se impone a la sintaxis misnia de las frases. Esto no significa, sin embargo, que el iiiicroanálisis no sea ya pertinente; debe, simplemente, quedar bajo el control del i-iiacroanálisis. Coi110 ya no se encuentran razones para creer que lo "local" determina lo "global", el tériiiino d e significación ha tomado frecuentemente una acepción genérica que engloba la d e signifícancia. Y así lo usaremos en adelante. 1.1.2 Semiótica y semántica
Benveniste proponía distinguir dos órdenes de la significación: el d e las unidades de Ia lengua, d e tipo convencional, fijado e n el uso o e n el sistema lingüístico; y el del discurso, es decir el de las realizaciones lingüística~concretas, el de conjuntos significantes producidos por un #to --1--^.-^..K.f'" cie enunciacion. ci üiucii JGlrc.rvc.c.bv , . scgt2n P!, a esa relación convencional que une el sentido de las unidades d e la lengua y su expresión niorfológica o lexical, y el orden semántico. a la significación d e enunciaciones concretas tomadas a cargo por "sujetos d e discurso". 7'
Esta distinción no ha sido adoptada por la comunidad de lingüistas, que reservan la denominación de semántica al estudio de los contenidos de sentido en si mismos, particularmente en el dominio lingüístico, y la denominación de semiotica al de los procesos significantes en general. Pero, la cuestión planteada es siempre de actualidad: más allá d e las relaciones entre lo 'local" y lo "global"(cf. supra), surge. ahora, la cuestión de los
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dos modos de aproximación a los lenguajes: de un lado, una aproximación estática, que sólo concierne a las unidades instituidas, almacenadas en una memoria colectiva bajo la forma de un sistema virtual, y del otro, una aproximación dinámica, es decir, sensible, a los actos y a las operaciones. y que concierne a la significación "vi~iente" producida por los discursos concretos.
La semiótica surgida de los trabajos de Peirce taiiibien ha propuesto distinguir la semanticn (la significación de las unidacles), la szntmis (las reglas de disposición de las unidades) y la pragmática (la inanipulación de las unidades y de su organización por sujetos y para sujetos individuales y colectivos, en situación de comunicación). La solución es diferente, mas la cuestión tratada, idéntica: ¿el discurso es simplemente una "puesta en marcha", una "apropiación individual" de unidades instituidas y organizadas en sistemas, o bien comporta sus propias reglas y sus propios efectos de sentido? Pero si adoptamos el punto d e vista del discurso en acto, la distinción entre semántica, sintaxis y pragmálica se revela poco pertinente desde la perspectiva del método. En efecto, si tomamos en cuenta las operaciones de enunciación, es necesario q u e podamos medir las consecuencias que esta actitud produce e n la sintaxis y en la semántica del discurso. Por consiguiente, e n esta perspectiva, ellas n o pueden ser tratadas aparte. 1.1.3¿Por qué optar?
La solución que consiste en separar la cuestión del sentido en dos o tres órdenes d e significación sólo puede ser una solución provisoria, una solución históricamente necesaria, pero que choca pronto con cuestiones que vale la pena resolver. Por ejemplo, todo el mundo se pone de acuerdo en distinguir el "sentido en lengua" d e una unidad y su "sentido en discurso"; la distinción n o plantea problemas insuperables en cuanto a que el "sentido e n discurson es una d e las acepciones posities del "sentido en lengua": se dirá entonces que el discurso selecciona una d e las acepciones de la palabra; pero ¿qué sucede cuando las dos significaciones n o se superponen? Es cierto que un "sentido en discurso", que no está previsto "en lenguan, exige un esfuerzo suplementario de interpretación y una gestión de la interpretación diferente de la q u e consiste solamente en sacar elementos d e un stock d e formas virtuales, pero ésa otra gestión es posible y legítima. De modo muy frecuente, aunque no necesariamente, esta nueva acepción es producida por una figura d e retórica. Sucede lo mismo cuando algunas de esas acepciones
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imprevisibles aparecen en la lengua, por ejeniplo, bajo la forma d e catacresis (un trom6ón, o un ala de edificio). Esta última acotación indica clara-drnenteel nivel d e pertinencia cltt las distinciones que liemos mencionado hasta ahora: se trata d e procedimientos d e codificación y d e decodificación de los lenguajes, codificación facilitada o trabada, automatizada o más elaborada, según q u e el sentido d e las unidades sea o no sea ya conocido. Pero esas distinciones entre las niuclias modalidades de codificación y d e decodificación d e los lenguajes no nos dicen nada del proceso de signiJicación mismo, tal conio es puesto e n marclia por los actos de discurso. Además, el razonamiento no debe, e n esta consideración, apoyarse solaniente en el lenguaje verbal, que dispone d e un stock muy extendid o d e formas codiFicadas, pues, cuando se abordan los lenguajes no verbales -gestuales, visuales, etc.-, estamos obligados a admitir q u e el lugar de la invención, por el discurso, de expresiones y d e su significación es inuclio más impaante.iPorqve. desde el punto de vista de la organización d e las unidades en sistema, Los lenguajes están lejos d e ser liomogeneos. 'Si podemos establecer las "lenguas" de un lenguaje verbal, estamos &uy lejos de ello en lo que concierne a la pintura, la ópera o la gestualidad en general, que, sin embargo, son igualmente prácticas significantes; nos preguntaremos incluso si la empresa que consistiría e n establecer el sistema de unidades provistas d e sentido tiene alguna pertinencia en el caso de los lenguajes no verbales. Y, si tuviese alguna, deberíamos, tal como en los lenguajes verbales, esperar todavía algunos siglos, si no algunos milenios, antes de que la necesidad d e una traducción entre sistemas - c o m o se ha dado entre el sistema d e lo oral y el sistema d e lo escrito- d é lugar a un recorte estable d e unidades y a la producción d e gramáticas aceptables. A--
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La aproximación a los fenómenos de significación por la vía de los signos (las ecidades) ha persistido por tiempo: pero se revela poco operatoria pues, una vez es aas las uniáaaes-siynus, habria que irirfiiita; SUS a;Ucu!acicoac y par!iciilarnsn!n !a asociación entre canales sensoriales extraños los unos a los otros; ello ha conducido al atomismo, hasta a clasificaciones vertiginosas (en una carta a Lady Welby, Peirce se felicita de poder reducir (!) las 59.049 clases de signos aritrnhticamente calculables a 66 clases realmente pertinentes). Además, esta aproximación es un factor de balcanización de la disciplina y de sus m6todos. puesto que la integración de todas las clases de signos en un solo discurso, al momento del análisis, es particularmente ardua, y los estudios semióticos en esos casos tienden a especializarse por clases de signos (semiótica literaria, semiótica pictórica, semiótica del cine, etc.).
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Ilcb oii-o laclo. 1~12cic.iizi;is clcl
Iengci:ije en SLI conjunto se orientan haoperaciones y tle los procesos y la seinióticn participa de c ~ c mo\-iinienio: . la seiniótica peirceana pone hoy c-1 acento sobre el "recoi-i-icloin~erpretativo"inás que sobre la clasificación d e los signos; la seiiiió~icadel discurso se dirige'liacia iina exploración de los a c ~ o sfund:iiiient:iles, particularinente la piedicrición y la :isunción inás que 1iaci:i una cl:isificación, ciialitariva o estadística, d e los preclicados y d e los siist;inti\-os correspondientes. Globalinente, esta nueva preocupación se in~eresapor la praxis, praxis semiótica o praxis enunciativa. Por consiguiente, presentaremos ahora brevemente las dos principales teorías del signo, la de Saussure y la d e Peirce, e n la perspectiva que Iienios escogido. la de una teoría del discurso, a fin d e llegar a una teoría d e la significación sintética que habría superado el mero recorte de los signos.
cia una iori1ializa~,iciiiclc
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1.2 Las teorías del signo 1.2.1 El signo saussuriano
El signo está compuesto, según Saussure, d e dos caras, el significante y el si&zificada, el sigtttficante es definido como una "iinagen acústica", y el significado, como una "imagen conceptual"; u n o adquiere forma, e n cuanto expresión, a partir d e una sustancia sensorial y física. y el otro, e n cuanto contenido, a partir de una sustancia psíquica. Pero. una vez q u e están reunidos e n un solo signo, no tienen otro status que no sea semiótico, y sus propiedades sensoriales, físicas y psíquicas n o son ya tomadas en consideración. La relación entre las dos caras del signo es calificada d e "necesarian y "convencional", es decir fundada por una presuposición recíproca que n o debe nada a sus propiedades sustanciales d e origen. Además, esa relación está enteramente determinada por el "valorn del signo, es decir ,; por las diferentes oposiciones que su significante y su significado mantienen con los.otros significantes y con los otros significados de la misma lengua; e n sincronía -entendamos: en un estado d e lengua dadoese valor es inmutable; en cambio, e n diacronía, es decir, e n la historia d e los diferentes estados d e lengua, ese valor evoluciona; el lazo que une las dos caras del signo puede asimismo, e n el curso d e eSd evolución, deshacerse completamente.
lor" lingüístico, puesto q u e si el valor d e un signo depende d e una red cle oposiciones y si esa red d e oposiciones debe ser, para cada signo, estable e n sincronía, entonces el conjunto d e la red d e oposiciones de todos los signos f o r n ~ aun sistema estable. No tiene más q u e una existencia virtual, salvo e n las gramáticas y e n los diccionarios. pero está disponil~lee n todo momento para los usuarios d e la lengua. La lingüística tiene entonces por rarea, según Saussure, el estudio d e ese sistema d e valores. Las nociones de sistema y de valor, de las que se puede desprender la cuestión del signo en Saussure, imponen la exclusión del 'referente": la cosa, real o imaginaria. a la cual el signo remite no es cognoscible lingüisticamente. Dicho de otra manera, el conocimiento del sistema en el cual el signo toma lugar no nos suministra ninguna información sobre la realidad designada. Esta exclusión. la mayor parte del tiempo. es presentada como una decisión metodológica y epistemológica: excluir el referente mundano es procurar a la lingijistica su propio objeto en cuanto ciencia y su autonomia en cuanto disciplina. Pero la posición de Saussure con respecto al referente es, de hecho, una consecuencia de su definición de signo, porque se da lo mismo para todas las propiedades sustanciales de las dos caras del signo que sin depender del referente son, no obstante, excluidas de la misma manera; en efecto, el sistema de valores no puede decimos nada de ellas. El lazo entre el signo y el referente es calificado de arbitrario -se hubiera podido decir también contingente-, es decir que el sistema de valores no procura ninguna explicaci6n satisfactoria de él: un lazo considerado ininteligible es declarado arbitrario. Notemos. no obstante, que ese lazo no es intrínsecamente ininteligible, arbitrario y contingente; y que es el punto de vista adoptado, el del signo y del valor, el que hace la referencia incognoscible.
Examinando luego la ampliación d e la reflexión a otros tipos d e signos diferentes d e las lenguas naturales, Saussure diseñó el proyecto d e una semiología q u e englobaría la lingüística propiamente dicha: algdse encontrarían n o solamente significantes e n los que la sustancia física sería diferente d e la del lenguaje verbal, sino cambien signos e n los q u e la relación fundadora n o sería "necesaria" o "convenclonal"; por ejemplo, los sistemas d e signos visuales. Se ve que, si se pone entre paréntesis la delimitación d e unidades, la cuestión tratada por Saussure puede ser reducida a dos puntos esenciales:
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1 ) I L ~r.clctci6rt crzrrv Icr pt-ccpciórz -y /u sign ficación
pirtir d c nuestras percepciones eiiiergen significaciones; niiesti.ris percepciones del iiiiindo ..exteriorw,d e sus fornias física.; y I>iológicasl procuran los signrficcrrzrex a paitii- dc nuestra percepción clel iiiiindo "interior". conceptos. inipresiones y sentiii-iientos, se forii-ian los s(tn$cuclo'; A
A
( 2 ) La formación de un sistema de valores
Estos dos tipos d e percepción entran e n interacción, y esta interucción define un sistenia d e posiciones diferenciales; cada posición está caracterizada según los dos regímenes d e percepción; el conjunto es entonces Ilamaclo sizierna de f la lo res. Subyacente a la teoría del signo, aparece e n Saussure una teoría d e la significación; y esta teoría, particularmente a través de la noción de "iinagenn (imágenes acústicas, visuales, imágenes mentales, psíquicas), está e n r d i d a e n la percepción. 1.2.2 El signo peirceano
Mientras q u e Saussure concebía el signo como la presuposición recíproca entre dos caras distintas, Peirce lo define de inmediato por una relación disimétrica: alguna cosa que, para alguien, toma el lugar de cualquier otra cosa bajo cualquier correspondencia o bajo cualquier aspecto. Se dice generalmente que el signo saussuriano es diádico (dos caras: un significante y un significado) y el signo peirceano, triádico. Pero si se observa atentamente la definición propuesta por el mismo Peirce, se constata que comporta, de hecho, cuatro elementos. (1) "alguna cosa" q u e toma el lugar (2) de "otra cosa" (3) para "alguien", y (4) bajo "cualquier correspondencia" o bajo -cualquier aspecton. Se dice también corrientemente que Saussure ha excluido el referente d e la definición del signo, y, e n consecuencia, d e la lingüística y d e la semiología, mientras q u e ' Peirce lo tendría e n cuenta. Esta mención tan breve n o permite juzgar sobre el asunto. Observemos más bien el conjunto de la definición:
Un signo o representamen es alguna cosaque, para alguien, toma el lugar de otra cosa bajo cualquier correspondencia o bajo cuabiet. aspecto. Al di@irse a alguien crea en su esptí-itu un signo equivalente o tal vez un signo más desarrollado. Ese signo que crea, lo llamo el inrerprefanfedel primer signo. Ese signo toma el lugar de cu~lquiercosa: de su objeto. Toma el lugar de ese
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objeto no bajo todas las conexiones sino por re/ererlcia a una s r m e de idea, que he llarnado alguna rler elftrn&mento del representumen. Contemos: ( 1 ) representamen, ( 2 ) objeto, (3) interpretanfe, t 4 ) firndamento, esto hace cuatro. A lo q u e se aiiade a veces la distinción entre objeto dinárnico (el objeto enfocado por el representamen) y objeto inmediato (lo q u e es seleccionaclo e n el objeto por el interpretante); o sea, cinco elementos. El funcionamiento del signo puede ser resumido así: un olyeto dináo situación percibiclos en toda su complejidad- es puesmico *bjeto to e n relación con un representanzen -eso que lo representa-, pero so!aiiiente bajo un punto d e vista (balo cualquier correspondenci¿i o bajo cualquier aspecto), clcsignado aquí conio el fundnniento, este punto d e vista, o fcindanlento, selecciona e n el objeto dinámico un aspecto pertinente d e él, llamado objeto inmediato, y la reunión del reprcsentaiiien y del objeto inmediato se hace "en nornbre de", o "por". o "gracias a" un quinto elemento: el interpretanfe. Umberto Eco llega incluso a seis elementos: (1) el fundamento procura, de un lado, un punto de vista sobre el objeto dinámico, pero delimita, de otra parte, el contenido de un significado: (2) el objeto inmediato es, de un lado, seleccionado en el objeto dinámico por el fundamento, e interpretado, del otro lado, por el interpretante; (3) el objeto dinámico motiva la elecci6n del representamen, que, asociado él mismo al interpretante, permite desprender de ahí el significado. Eco termina reduciendo todo a tres elementos, decretando que fundamento, significado e interpretante son ¡una sda y misma cosa! Estas observaciones deben incitar a la prudencia: (1) el signo peirceano s61o comporta tres elementos para aquellos exbgetas que han decidido que así sea; (2) la obra de Peirce es tan vasta y diversa que muchas glosas e interpretaciones pueden cohabitar; unos se satisfacen en general con algunas soluciones simples que otros con el mismo derecho.
Al inenos queda claro q u e el "referente", en el sentido en el q u e se
le entiende habitualmente, es decir, la realidad a la cual el signo remite, está aquí fuera de alcance: el objeto dinámico es ya del orden d e la percepción, y el objeto inmediato, su aspecto pertinente, sólo existe bajo una condición semiótica, el "punto d e vista" q u e impone el "fundainento". El objeto n o es más q u e un puro artehcto suscitaclo en el espíritu d e un sujeto por el reprcsentainen; y, coino lo precisa U. Eco, el objeto dináinico es sólo un conjunto deposibles sometido a tina instrucción se-
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rtzcínlicu. En cii:into riI objeto iniiiediato, no es 1115s q ~ i cuna iiiiagen iiiental clel prcceclente, y una imagen enipobrecid:~. en el senticlo dc q u c solaniente unii parte cle los posibles son retenidos y presentados al espíritu. El iiirindo encasaclo, e n la concepción peirceana clcl signo. e s Lin c-onjunto virtu;il d c posil>lt.s, o un mundo percibido, o aún una parte extraída d e un iiiuntlo critegorizado: es decir, que el referente, si es que Iiay referente, es ya un universo semiótico sonietido a concepciones iiiodales, perceptivas y categoriales. La teoría del signo no nos relata la eniergencia d e un;i nueva significación sino que sólo capta un inoniento e n una vasta seiiiiosis infinita. En consecuencia, si se pone entre paréntesis la cuestión del recorte e n unidades, se advierte inmediatamente que la concepción peirceana del signo plantea tambien la cuestión de las relaciones entre la percepción y la significrición, pero considerándolas de alguna manera "en el niovimiento" que suscita la segunda a partir de la primera y n o como instancias bien delimitadas. En efecto. dos elementos sensibles, el representamen y el objeto dinámico, están sometidos a un principio d e selección recíproca: el representamen sólo puede ser asociado al objeto bajo el control de un interpretante y el objeto sólo puede ser asociado al representamen bajo un cierto punto de vista, el fundamento. En los dos casos, esta selección de relaciones pertinentes se presenta como una g u í a delflujo de atención. En el primer caso, el interpretante -lo q u e es finalmente enfocado por el conjunto del proces* indica e n qué dirección la elección del representamen debe conducir la significación; e n el segundo, el fundamento -aquello a partir d e lo cual el objeto es captad* indica lo que debe retenerse del objeto dinámico. Esta guía del flujo d e atención puede ser comprendida (1) de una parte, como la indicación d e una dirección y de una tensión q u e ya heinos definido coiiio una in~encionalidad,y, (2) de otra parte, conio la clefinición d e un doniinio d e pertinencia. [Estas o p e r ~ c i o n e sd e guía semiótica, corresponden, la primera, la / ten2ón intencional. a la .mira, y la segunda, la delimitación del dominiq .-d e pertinencia, 2 la cnptnci6v; !a m i concierne ~ aquí al eje !representamen-objeto inmedito-interpretantel, mientras que la captaci6n concierne al eje [objeto dinámico-fundamento-objeto inmediato]. La mira y la captación, independientemente de toda perspectiva peirceana, y desde un punto de vista más generalmente fenomenológico, son las dos operaciones elementales gracias a las cuales la significación puede emerger d e la percepción
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Pero aún faltan dos condiciones esenciales para que se pueda Iiablar d e significación discursiva: de un lado el cuerpo, sede de percepciones y de eiiiociones, y centro del discurso; y de otra parte el valor, los sisteiiias de valor. sin los cuales la significación no tiene nada d e inceligihle.
2.1 Los elementos que han de ser retenidos
El examen d e las teorías del signo suiiiinistra preciosas referencias sobre la nianera en que la significación toina forina a partir d e la sensación y de la percepción. En efecto, si se descarta todo lo que, en esas teorías, apunta al recorte de unidades-signos, queda, sin embargo, un conjunto d e propiedades que parecen pertinentes en la perspectiva del discurso, pero que aliord deben ser redistribuidas. Éstas son, en consecuencia: (1) la coexistencia de dos universos sensibles, el inundo exterior y el niundo interior; (2) la elección de un punto de vista (mira); ( 3 ) la delimitación d e un dominio de pertinencia (captación); ( 4 ) la formación d e un sistema de valores gracias a la reunión de los dos mundos que forman la seiniosis. 2.2 Los dos planos de un lenguaje 2.2.1 Fxpresión y contenido
Desde que la perspectiva del signo es abandonada, es la de los lenguajes, tales como aparecen en los discursos, la que toma su lugar.pn lenguaje es la puesta en relación de, al menos, dos dimensiones Ilarpadas plano de la expresión y plano del contenido, y que correspodden respectivaniente a eso que henios designado hasta el presente por "mundo exterior" y "mundo interior9> Este cambio d e denominación amerita algunos comentarios:ta frontera entre el "interior" y el "exterior" no está dada de antemano, no es la frontera d e una "conciencia" sino simplemente la que un sujeto pone en juego cada vez que otorga una significación a un acontecimiento o a un objetaíSi, por ejemplo, o b s e n o que los cambios de color de un fruto pueden ser puestos en relación con sus grados de madurez, los priineros pertenecerán al plano de la expresión y los segundos al plano
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tlcl conteniclo. I'tbro ~->iit.rlo también poner en re1;ición los mismos ~ 1 ; ) tlos cle in;iclurez 'un iiii:i d e las diinensiones clel tiempo. la tlllración; y, est;i vez, los pr;idos dt. in;idurez pertenecen al plano d e la expresión y el tie~iipoal plrino clel conteniclo. Esta "frontera" no cs otra que la posición que el sujeto d e la percepción se atribuye en e1 inundo cuanclo se esfuerza por desprencler su
senticlo. A partir tlti esta posición perceptiva, se disenan iin doininio interior y un dominio exterior entre los cuales se va a instaurar el cliálog o seruiótico; pero ningún contenido está, fuera d e esta tonia d e posición clel sujeto, c1estin:ido a pertenecer a un dominio más que a otro, puesto q u e la posición de la frontera, por definición, depende d e la posición d e u n cwelpo que se desplaza. Ciertos lenguajes, particulatmente vebales, son regidos o regulados por lenguas en las que la distribución entre la expresión (for~emáticao grafemática) y el contenido (semántica y sintáctica) parece estable y fijada de antemano. Pero es suficiente tomar en consideración lo que pasa en los discursos concretos, particularmente literarios, para constatar que. entre la expresión y el contenidooademás de la división propiamente lingüística. otras distribuciones son igualmente posibles, y que mc'contenidosn figurativos, par ejemplo, pusden convertirse en expresiones para contenidos narrativos o simbólicos. Más aVn, en el caso de los lenguajes no verbales se llega con gran esfuerzo a fijar los límites de una 'gramática de la expresiónn:cada realización concreta desplaza, en efecto, la línea divisoria entre lo que pertenece al contenido y lo que pertenece a la expresión.
Tal concepción podría llevar a pensar q u e la semiosis, cuyo operador estaría siempre desplazándose entre dos mundos cuya frontera es sin cesar renegociada, es una función inaprehensible. Pero s610 es inaprehensible e n la perspectiva de una teoría del signo: esto puede explicar por q u é los semiólogos d e los años sesenta estaban tan frecuentemente limitados por los sistemas de comunicación rígidos y normativos, como los sistemas d e señalización d e caminos; se puede también comprender por q u é las semiologías no verbales estaban entonces puestas bajo la férula," d e la semiología lingüística, la única que parecía entonces aprehensible a través d e convenciones gramaticales y lexicales y, que, por ese hecho, se convirtió demasiado pronto en modelo de todas las otras. Pero, e n la perspectiva del discurso e n acto, si nos atenemos a una teoría del campo del discurso y a una teoría de la enunciación, entonces la "toma d e posición" que determina la división entre expresión y contenido se convierte en el primer acto de la instancia d e discurso, por el cual instala su campo de enunciación y su deixis.
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Se podría, haciendo referencia a una proposición ya antigua cle Gi-eimas (en Semántica estructurai), llamar aún de otro nioclo esos clos planos del lenguaje. El plano de la expresión será llamado exteroceptrto; el plano del contenido, interocepti~lo;y la posición abstracta del sujeto de la percepción será llamada propioceptiua, porque se tiata, de heclio, de la posición d e su cuerpo imaginario o cuerpopropio. El cuerpo propio es una envoltura sensible que determina de este tiiodo un dominio interior y un dominio exterior. Por todas partes dond e se desplaza determina, e n el inundo en que toma posición, una brecha entre universo exteroceptiuo, uniuerso inter-oceptiw, y universo propioceptiuo, entre la percepción del tiilindo estertor, la percepción del iiiundo interior y la percepción de las modificacior,es de la envolturafrontera niisnia. La significación supone, entonces, para comenzar, un mundo de percepciones, donde el cuerpo propio, al tomar posición, instala globalmente dos macrosemi~ticas,cuya frontera puede siempre desplazarse pero que tiene cada una su forma específica. De un lado, la interoceptiuidud da lugar a tina semiótica que tiene la forma de una lengua natural, y, de otro lado, la exferoceptirndad da lugar a una semiótica que tiene la forma de una semiótica del mundo narirral. La significación es, pues, el acto que reúne esas dos macrosemióticas, y eso es posible gracias al cuerpo propio del sujeto de la percepción, cuerpo propio que tiene la propiedad de pertenecer simultáneamente a las dos macrosemióticas entre las cuales toma posición. En la perspectiva de la enunciación, el cuerpo propio es tratado conio un simple punto, un centro d e referencia para la deixis. Pero en la perspectiva de las lógicas d e lo sensible, por ejemplo, será tratado como una envoltura, sensible a las solicitaciones y a los contactos proveniytes ya del exterior (sensaciones) ya del interior (emociones y afectds). ,*
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Si se puede hablar de 'macrosemi6ticasm.es en cuanto que esan ya articuladas; es vano. en efecto. preguntarse 'cómo las cosas han comenzado": nos bañamos en un mundo ya significante, somos nosotros mismos parte pregnante de 81 y las percepciones que tenemos tienen tambi8n una f o m semiótica. Pero, cada vez que "tomamos posición" en ese mundo, cada vez que lo sometemos a un punto de vista. volvemos a jugar el acto a partir del cual toda significación toma forma.
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d d signo al discurso
2.3 Lo sensible y lo inteligible 2.3.1La formación cie los sistemas de valores
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La presencia, la mira y la captación
Percibir cualquier cosa, antes cle reconocerla conlo una figura pei-teneciente a una de las dos inacroseiiiióticas, es percibir más o menos intensaiiiente una presencia. En efecto, antes d e identificar una figura del inundo natural, o taiilbién una noción o un sentimiento, percibiiiios (o "presentimos") su presencia, e s decir cualquier cosa que, d e una parte, ocupa cierta posición relativa a nuestra propia posición y cierta extensión, y que, d e otra parte, nos afecta con cierta intensided. Tal e s el míniiiio necesario para poder Iiablar d e presencia. La presencia, cualidacl sensible por excelencia, es, pues, una priniera ~irticulaciónseii~ióticad e la percepción. El afecto que nos toca. esa intensidad que caracteriza nuestra re!ación con el iiiundo, esa tensión e n clirección del mundo, e s asunto d e la mtra intencional; la posición, la extensión y la canticlacl caracterizan e n cambio los límites y el contenido del dominio d e pertinencia, es decir, la captación. La presencia entraiia entonces dos operaciones seinióticas elementales d e las que ya hemos hecho mención: la mira, más o menos intensa y la captación, inás o inenos extensa. En terminos peirceanos, recordémoslo, la mira caracterizaría al interpretante, y la captación al fundamento. Más generalmente, ésas son las dos modalidades d e la guía delflujo de atención. Pero, un sistema d e valores sólo puede tomar cuerpo cuando las diferencias aparecen y cuando esas diferencias forman una red coherente: esa es la condición d e lo inteligible. b-
Lo inteligible y los valores
/A Si partimos d e la aprehensión sensible d e una cualidad, siempre el rojo, por ejempio, ias experiencias d e Berlin & Kay, entre otros, nos muestran que n o percibimos jamás el rojo sino una cierta posición e n una gaiiia d e rojos, posición que identificamos como iiiás o menos roja q u e las otras. ¿Cómo pueden formarse los "valores" e n esas condiciones? Es necesario y suficiente q u e dos grados del color sean puestos en relación con dos grados d e otra percepción, por ejemplo con el sabor d e los frutos q u e tienen esos colores. Solamente con esa condición podenios decir q u e Iiay una dferencia entrt: los grados del color, así coino entre los grados del sabor. Y el valor d e una cualidad d e color será entonces clefinido por su /
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posicióii en rel;ición coi1 otr:is c~~aIicI;id~s d e color y en relación con o i ~ i s clifcrenicc cu:ilicl;iclcs clc s:ibor al iiiisiiio tieiiipo. Rtbiornanclo:i I:i siiiiple p~-~.
2.3.2 La forma -y IG substancia
Los desarrollos q u e preceden concurren a aclarar las relac'iones entre la substancia y la Forma. Hjelmslev ha precisado la teoría d e Saussure insistiendo sobre el Iiecho d e que los dos planos reunidos e n una función semiótica son e n primer lugar substancias: substancias afectivas o conceptuales, biológicas o físicas; eSdS substancias corresponden grosso modo a las "imágenes acústicas" y a las "imágenes conceptuales" d e Saussure. Pero su reunión gracias a la función semiótica las convierte en formas. forma de la expresión y forma del contenido. Está claro ahora que el proceso d e formación d e valores q u e hemos ' evocado líneas arriba corresponde inás exactamente al paso d e la substancia a la forma: la substancia es sensible -percibidal sentida, presentida-, la forma es inteligible -comprendida, significante-. La substan- l cia es el lugar d e las tensiones intencionales, d e los afectos y d e las va:' I riaciones d e extensión y d e cantidad; la forma es el lugar d e los sistemas 1 de valores y d e ias posiciones iri~riJ~Uiiid3. Desde el.punto d e vista d e la lingüística propiamente dicha, e n la 1 medida e n q u e se interesa exclusivamente por los sistemas d e valor q u e 1 I constituyen las lenguas, y también desde el punto d e vista d e una se- 1 iniología que s610 se interesa por los signos aislables y bien formados, i ni la substancia ni el paso de la substancia a la forma deben llamar Ia atención. Pero, para una semiótica del cliscurso, e n la q u e se juega sin cesar la "escena primitiva* de la significación, es decir, la emergencia del N
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sentido a partir d e lo sensible, esas cuestiones se convierten e n p y i ~ r ~ f diales. Además, oponer la substancia y la forma no debe conducir a iinaginar. aunque los términos misinos lo sugieran. que todo lo que se refiere a la substancia es "informe"; la substancia tiene también una forina -una forn-ia científica o una forma fenoinenológica-, pero una forn-ia q u e n o resulta d e la reunión d e los dos planos del lenguaje, una forma que la semiótica e n cuanto tal n o puede siquiera reconocer, y q u e otras clisciplinas toman a cargo; otras disciplinas, quede bien entendido, a las q u e hay q u e saber interrogar. En fin, la frontera entre la substancia y 1a forma, según Hjelinslev, tan!o como la frontera entre el objeto dinámico y el objeto inmediato, según Peirce, también se clesplaza. No puede ser dt otra manera, puesto q u e la frontera entre el plano d e la expresión y el del contenido se desplaza constantemente, tal con-io lo hemos sostenido. Cada vez q u e la frontera entre expresión y contenido se desplaza, aparecen nuevas correlaciones entre formas, q u e suspenden las formas precedentes. La mayor o menor estabilidad de la frontera entre forma y substancia depend e d e la memoria del análisis, así como de su progresión; franqueando el paso: esa frontera depende del punto d e vista adoptado por el analista, y, e n consecuencia, de la posición q u e se atribuye a s í mismo.
2.3.3 Hacia u n a significación sensible
ei,
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Hemos observado más arriba que las definiciones d e apariencia 1ógica, propuestas para describir la función semiótica, a saber la arbitrariedad o la necesidad (función también a veces definida como presuposición recípoca), n o eran ni definitivas ni muy operatorias. Cierto es q u e fundaron e n los aiios cuarenta y cincuenta la consistencia d e jeto de conocimiento -lo q u e n o es poco-, e n un universo d e .miento donde la lógica matematra era un mocieio de ~eíeiencia.aun cuando resultan e n parte verdaderas, n o proporcionan un punto d e partida sntisF~ctoriopara una semiótica del discurso. La dimensión sensible y perceptiva parece mas rica e n enseñanzas. Recapitulemos: los dos universos semióticos son deslindados por la toma de posición d e u n cuerpo propio. Las propiedades d e ese cuerpo propio, q u e se pueden designar globalmente con el termino propioccptiuidad, pertenecen a la vez al universo interoceptitPoy al universo extereceptivo. La reunión de los dos universos, con vistas a hacerlcs signi-
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Ficar en conjunto. se Iiace posil~lepor el iercero. y en particular 1301I-\ecl-\ocle que pcricnccc :I la \.cz :i los otros clos. El ciiet-po propio Iiacc clc csos tlos ~inivei-soslos clos pl:inos clc Iengu:ije. Q u e esii operrición tleseniboque en una pt-esuposición recíproca resulta de poco intei-6s frente a esta últinia proposición: el cuerp o sensible esti en el c o ~ i z ó nd e la función seiiiiótica, el cuerpo propio es el operador cle la reunión d e los dos planos d e los lenguajes. -
Esta simple fórmula: la semiosis es propioceptiva, tiene numerosas repercusiones. La más evidente, por el momento. tiende a esta nueva proposición: si la función semiótica es propioceptiva más que lógica, entonces la significación es más afectiva, emotiva. pasional, que conceptual o cognitiva. Otras consecuencias aparecerán mas adelante, particularmente en los capítulos consagrados al discurso y a lo sensible.
2.3.4 Los estilos de categorización
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Luna de las capacidades fundadoras d e la actividad d e lenguaje es la capacidad d e "categorizar" el mundo, d e clasificar sus elementos. No se puede, e n efecto, concebir u n lenguaje q u e sea incapaz d e producir tipos, puesto q u e se necesitaría una expresión para cada ocurrencia; lo q u e manipulan los ienguajes, comprendiendo en ellos los lenguajes n o verbales, son tipos de objetos (por ejemplo, una mesa d e oficina e n general), y n o ocurrencias (por ejemplo, la mesa particular que se encuentra e n mi oficina). Sólo el discurso podrá, sucesiva o paralelamente, gracias al acto d e referencia, evocar tal o cual ocurrencia del tipo para ponerla e n escena.
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En el ámbito de la imagen. por ejemplo, la necesidad de hacer referencia a tipos visuales ha sido largo tiempo confundida con la necesidad de denominar los objetos representados. La imagen de un árbol no es la imagen de un árbol porque yo puedo Ilamarla '5rboln. Asimismo. si yo reconozco una forma redondeada elíptica, no es porque yo puedo llamarla 'elipse" sino porque allí he reconocido el tipo visual de la elipse. En caso de no conocer el nombre de algo y de que estuviese por ejemplo obligado a utilizar una perlfrasis ('redondo aplanado"), no tendría por que no reconocer el tipo visual. -
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1 La formación de tipos es, en cierta forma, otro nombre d e la categorización; consiste en la formación d e las clases, d e las categorías que un lenguaje manipula. Interesa a todos los órdenes del lenguaje: la per-..
del signo al discurso
cepción, el código y su sistema Pero la categorización es puesta e n marcha particulariiiente e n el discurso, en especial porque ella preside la instalación d e "sistenias d e valores". En ese sentido, la formación de tipos y la categorización nos interesan directamente en la medida en q u e constituyen estrategias dentro de la actividad d e discurso Ahora bien, la seinántica del prototipo nos ensena q u e n o hay una sola inanera d e formar categorías de lenguajeA Intuitivamente, y porque la aproximación estructural forma hoy parte d e nianera iinplícita de nuestros hábitos d e pensamiento, se podría pensar que sólo la investigación d e las propiedades o de los rasgos comunes, Ilainados "rasgos pertinentes", es posible: así lo certifica el célebre "para sentarse" (con respaldo, con tres o cuatro patas, con barandas, etc.) de B. Pottier, modelo d e todos los análisis sémicos, y q u e designa el rasgo coinún d e la categoría de los asientos. La formación de la categoría reposa, entonces, sobre la identificación d e esos rasgos coniu-nes, sobre su número y sobre su distribución entre los miembros d e la categoría. Es posible considerar una versión más vaga d e esa aproximación Imaginemos un conjunto d e parientes: las semejanzas que permiten reconocerlos están desigualmente distribuidas; el hijo se parece al padre, que se parece a la tía, q u e se parece a la madre, q u e se parece a los hijos, etc.; cada seniejanza difiere de la siguiente, no hay nada d e común entre el primero y el último elemento d e la cadena; y, sin embargo, la pertenencia d e cada individuo al conjunto apenas puede ponerse e n duda. Esa red d e rasgos desigualmente distribuidos, sin que ninguno pueda prevalecer para definir globalmente el tipo familiar, reposa sobre lo q u e se ha convenido e n llamar una semejanza de familia (Wittgenstein). Pero se puede también organizar una categoría e n torno a una ocurrencia particularmente representativa, a un ejemplar más visible o más fácilniente localizable q u e los otros y q u e posee él solo todas ladpro/ piedades q u e sólo están parcialmente representadas e n cada uno d e los otros miembros d e la categoría. De ello da testimonio, por ejemplo. el uso frecuente .que hacemos de la antonomasia: Éste es un Maquiavelo. La formación d e la categoría reposa entonces sobre la elección del mejor ejemplar posible. En el misino sentido, la ocurrencia elegida para caracterizar el tipo puede también ser la más neutra, la que n o posee más que algunas cle las propiedades coinunes a las otras. Se observa esta tendencia en la denominación d e los instrumentos de cocina: para designar los recipientes
icscivaclos a la coc-ción. p:ir;i uiios es la cacerolr Iii que se impone, p;ii-:i otros, la marrnitcr; y los utensilios d e cocina a niotor son toclos robots. I;i forniación del tipo reposa, e n ese caso, en la elección d e un tér,~tino de base. No existe una substancia q u e se preste por naturaleza a tal o cila] categorización; es el acto d e categorización, la "estrategia" qiie lo anima. 1;i q u e tleterii-iin;irá la forii~ad e la categoría, sus fronteras, su organización interna y sus relaciones con las categorías vecinas. Esta cuestión intcresii. pues. directamente para estudiar la manera en q u e las ciilturas "recortan" y organizan sus objetos para hacer d e ellos objetos d e lenguaje; pero interesa también para estudiar el discurso en acto, e n la meclida e n q u e allí también se recortan y categorizan universos figurativos para definir sistemas d e valores. Por eso podemos hablar d e estilos de cntego&aciÓn. Estos cuatro grandes "estilos" reposan ante todo sobre elecciones perceptivas y más precisamente sobre la manera e n la q u e es percibida y establecida la relación entre el tipo y sus ocurrencias: o bien la categoría es percibida como una extensión, una distribución de rasgos, una serie (reunida por uno o varios rasgos comunes) o una familia (reunida por u n "aire d e familia"), o bien es percibida como la reunión de sus miembros e n torno a u n o solo de entre ellos (o e n torno a una de sus especies), con el cual forma un agregado (reunido e n torno a u n términ o d e base) o una fila (como se dice: alineados detrás d e un jefe defila, el mejor ejemplar). Para cada una de estas elecciones, la categoría nos puede procurar, a causa de su propia morfología, un sentimiento d e unidad fuerte o d6bil: e n el caso de la fila (parangón) y d e la serie, el sentimiento d e unidad es fuerte; e n el caso del agregado (conglomerado) y d e la familia, es más débil. En suma, los "estilos d e categorizacibn" se relacionan con las dos grandes dimensiones d e la 'presencian, pero se trata ahora del m o d o d e presencia del tipo e n la categoría: puede presentar una extensión difusa o concentrada, y una intensidad sensible fuerte o débil. La tabla siguiente resume este últinio punto:
d d signo al discurso
Concentrada 7
I
Fuerte
Difusa 1
Mejor eiemplar (PARANG~N)
Red de rasgos comunes (SERIE)
1
INTENSIDAD Ténnino de base (CONGLOMERADO)
Semejanza de familia (FAMIL/A)
En la tnedida e n q u e el discurso en acto Iiace referencia ta1iibií.n a ocurrencias niis q u e a tipos constituidos y nos conduce sin cesar d e los unos ri las otras, e n la tnedida e n que predica v/o aserta sin cesar nuevas categorías y nuevos sistemas d e valores, el conocimiento d e estos "estilosnd e categorización se hace necesario para elaborar una seiniótica del discurso. Pero los estilos de categorización sólo pueden ser establecidos si se coloca la formación d e sistemas de valor bajo el control d e las modulaciones d e la presencia perceptiva y sensible; es decir, si se toma e n cuenta, d e manera explícita, el control que ejerce la percepción sobre la significación.
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jacques fon taniUe
BIBLIOGRAF~
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Las estructuras elementales
Las estructuras elementales / Resumen
La esquematización de los procesos significantes es lo propio de !os discursos. El mundo es un signo, el hombre es un signo, dice Peirce, pero ese sentido difundido en nuestro medio y en nosotros mismos sólo da lugar a una significación si está actualizado por un discurso, es decir, por un acto de enunciación. Y, en relación con ese sentido difuso, e! discurso procede por esquematización, es decir, propone esquemas de significación, de los más simples a los mas complejos, y en los que se instalan sisiemas de valores. Tal es el propósito de las "estructuras elementales": identificar las diferentes esquematizaciones elementales, las primeras articulaciones del sentido.
l. Estructuras binarias Las estructuras binarias, en lo esencial, son de dos tipos: las oposiciones entre contradictorios (Ilamadas a veces privativas), y las oposiciones entre contrarios. La misma noci6n de oposición privativa es discutible, en la medida en que, frecuentemente, una oposición contradictoria puede adquirir un valor genérico, es decir, acarrea un cambio de nivel jerárquico. Hjelmslev definió estos dos tipos de oposiciones como dos maneras de ocupar el campo de una categoría: en el primer caso, una ocupación mas o menos concentrada, más o menos intensa y, en el otro caso, un reparto en dos zonas que satura más o menos el campo.
2. Cuadrado serniótico El cuadrado semiótico conjuga esos dos tipos de oposiciones en el seno de un mismo sistema de valores,
jacques fontaniue
gracias a otra relación, la implicación. Cada uno de 10s términos de la categoria está, entonces, en la intersección de tres tipos de relaciones: una contrariedad, una contradicción y una implicación. Cada una lo ubica en relación con otro término de la categoría. Recibe, entonces, su definición del conjunto de esas relaciones. La unión así estructurada puede ser recorrida enteramente, diseiiando de esta manera la armadura mínima de un relato.
3. Estructura ternaria La estructura ternaria de Peirce trata de otro aspecto de la estructura elemental: las tres fases de la elaboración del sentido. El análisis de los tres niveles propuestos por Peirce muestra, en efecto, que corresponden a diferentes grados de existencia de las magnitudes semióticas; se trata, en suma, de tres etapas mayores del proceso que conduce de la percepción a la significación. Esos grados de existencia, que nosotros aume~taremosefectivamente a cuatro, y que llamaremos modalidades existenciales, pueden ser explotados en el análisis del discurso.
4. Estructura tensiva La estructura tensiva es un modelo que trata de responder a las preguntas dejadas de lado por los modelos clásicos; otorga una representación de las estructuras elementales que está cerca del cuadrado semiótico, pero en la perspectiva de una semántica de lo continuo. Además, poriiendo en relación un espacio tensivo de valendas y un espacio cateoorial de valores, 11 ~ s ! T ~ c ? LfezsI~'z 'T~ CCE~:I;U~ !SS U dos grandes dimensiones de la significación, lo sensible y lo inteligible.
Las estructuras elementales
1. LAS ESTRUCLZTRAS BINARIAS El anhlisis de las diferencias míniimas conduce a descubrir oposiciones binarias. La categoría es, entonces, definida por su eje, el rasgo común, y por sus dos rasgospetlinenfes, los términos de la oposición. La forma rnás acabada y n~ejorconocida de esta concepción está representacla por la fonología d e Jakobson. l.1 La oposición privativa 1;i primera diferencia es producida por la presencia y la ausencia de
un rasgo: las consonantes pueden ser sonoras o no-sonoras, en el sentido d e que una misma articulación, por ejemplo, bilabial, puede estar combinada o no con una resonancia de las cuerdas vocales (/b/ us/p/). La categoría, en ese caso, es la de la sonoridad. Pero esta presentación es discutible porque no está claro cómo un término que no presenta el rasgo definitorio d e la categoría (el rasgo sonoro) podría pertenecer a esa misma categoría. En los aiios sesenta, la noción de oposición privativa dio lugy a la de marca: entre los dos términos d e una oposición privativa E+ 'acuerda entonces considerar que la p r ~ s ~ n cA?! i - msge "m2rc2'' us término; el otro término, que no posee el rasgo, es considerado como "no marcado". La "marcan es, tal vez, más satisfactoria para el espíritu que la "privación", pero no nos permite avanzar ni un paso: en efecto, sea "privado de un rasgo" o 'no marcado", el segundo término de la oposición difícilmente puede pertenecer a la categoría definida por ese rasgo o por esa marca.
jacques fontanille
1;) :iiiscnci:i cit. "in:irc:t" esconclen lin:i pro~xccl:idcscnci:il clc.1 ~ é i . i i i i n oc-onccrnido, :i saber, su valor genérico: :11 siispencler I:i ap11c:i~ióndc. iin r:isgo específico, se encuentran toclos los térininos posibles dc la ciite:-goría. El célebre slogan feii-iinis~a,La rlzilucl lc1.s I I ~ ~ ~ ~ ~ I -.so11 L J . Shotti111.t>~. sepos;i sobre ese inisino princ-ipio. E] liso iii;ís corriente. segiin el cii:iI la c-atcgoría d e la sexualidad está design:icl;i pos cl térn-iino I.7o1~z61.e. siipone que este último posee el rasgo qlie clefine lii ciitegorki en general, el rasgo sexual por excelencia; en cai1-it>io,el término nzl!je~es tratado como específico, y posee entonces un r;isgo supleinentario que el término genérico no posee. Eligiendo el teril-iino tnl!je~-como rérmino que designa la categoría, el slogan invierte la rel:ición y I-iace del térniino hombre el término específico, dotado d e iin rasgo sup1emenr:ii-io, y. clel término mujer, ei rasgo genérico qiie define la categoría. L:i guerrri de los sexos recurre también a las armas d e I )c'
l i ~ ' ~ . I i 1;i o. "~~I.I\-;IC.IOII' o
la categorización. Las nociones de "oposición privativa" o d e "marca" pueden, e n rigor, ser conservadas cuando una categoría está limitada a dos términos, pero su puesta en marcha se hace particularmente problemática desde el momento en que el núinero d e términos es superior a dos, puesto que entonces el término "no marcado" recubre toda la categoría, a excepción del término marcado. Hjelmslev ha propuesto otra aproximación, poniendo e n evidencia el hecho de que esta oposición concierne a la extensión d e una categoría y n o a su comprensión. Propone considerar que toda categoría equivale a un dominio en el espacio abstracto de' los recortes culturales y que ese dominio puede ser ocupado d e dos maneras diferentes: sea d e manera difusa y vaga (sub-dominio A), sea d e manera concentrada y precisa (sub-dominio a): No se trata ya d e rasgo "presenten o "ausente", sino d e la intmidadperceptiva d e una parte d e la categoría: el término "difuA so" o 'vago" sirve d e fondo sobre el cual se destaca una figura, el término "concentrado" o "preciso". La llamada oposición "privativan es redefinida d e esta manera como una oposición que depende del lugar y d e la intensidad d e los términos; pero hay que tener e n cuenta, para evitar algunos malentendidos, que el término "vago" o "difuson no es, como se podría pensar, "impreciso", sino que tiene un valor genérico: desde ese momento, la negación que lo hace aparecer e n el discurso da libre curso a todos los términos
las estructuras.elementales
posibles d e la categoría: n o s e trata ya d e una caja vacía sino d e una caja d e Pandora ... 1.2 La oposición entre contrarios Otra posible oposición e s la q u e pone e n presencia, sobre el fondo d e un mismo eje, dos términos igualmente "plenos", es decir, definidos cada u n o por u n rasgo. En fonética, por ejemplo, se opondrá el rasgo "bilabial" al rasgo "labiodental", sobre el fondo del eje común, el rasgo "labial". La categoría de las labiales será entonces organizada, e n francés, por la diferencia del punto de articulación secundaria, labial o dental. A otro nivel d e análisis q u e el evocado líneas arriba, el masculino y el .femenino obedecen a ese mismo principio d e contrariedad: sobre el fondo d e la categoría d e la sexualidad, los dos términos se oponen gracias a la presencia d e dos rasgos igualmente presentes, cada uno contrario del otro. En la perspectiva de Hje!mslev, se debería entonces suponer o bien q u e él n o otorga mucha importancia a esta figura o q u e dos subdominios concentrados ocupan el dominio d e la categoría: Esta representación tiene la ventaja d e mostrar q u e el dominio puede ser saturado o n o saturado por los dos contrarios, y que, e n consecuencia, si hay zonas n o cubiertas por A l y A2, queda u n subdominio "difuso" ocup a d o por el término genérico.
El cuadrado semiótico se presenta como la reunión de los dos tipos de oposiciones binarias e n u n solo sistema, q u e administra a la vez la presencia simultánea de rasgos contrarios y la presencia y la au%ncia d e cada u n o d e esos d o s rasgos. Como la "ausencia" tiene, corno ya s e ha mostrado, u n valor genérico, se puede decir q u e el cuadrado semiótico, e n suma, se interesa a la vez por la organización interna d e la categoría y por la delimitación d e sus fronteras. 2.1 Las relaciones constitutivas Un cuadrado semiótico descansa sobre los rasgos contrarios de una categoría, a partir de los cuales se proyectan los contradictorios:
.-
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al
c
A
+
a2
+
no A
+
no a2
4 no al
4
Pero esta representación n o ofrece gran interes mientras las relaciones entre todos los términos n o estén precisadas, particiilarinente las relaciones entre a 2 y no a l d e un lado, y a l y no a 2 del otro. Se trata, pues, d e precisar la relación q u e se establece entre los productos respectivos d e dos tipos d e diferencias. En efecto, a partir d e a l , por ejemplo, se obtiene el contt-ario a2 y el contradictorio no a l . Se constata entonces q u e esos dos nuevos términos, si la categoría es homogknea, deben ser comple?nentariosel u n o del otro. El rasgo contrario a2, e n efecto, in~plicala ausencia del rasgo al, es decir, su contradictorio no a l , q u e es del misnlo género q u e él. Asimismo, el rasgo a l implica e! rasgo no a2. En todas las obras de semi6tica de los anos setenta y odienta se encontraren excelentes presentaciones del cuadrado semi6tic0, el cual hace mucho tiempo que cumple la función de memblema"de la semi6tica greirnasiana. Para más precisiones, nos remitimos a dichas presentaciones. De hecho, en su uso, ese modelo ha presentado siempre las mismas dif~ultades:una dificuitad técnica y una dificultad metodol6gica. Desde un punto de vista tbcnico, la relación más dificil de establecer y de justificar es siempre la relación de complementariedad; es posible hilvanar mecánicamente cuadrados formales partiendo de dos contrarios A & B y proyectando sus contradictorios no A & no B; pero es mucho más delicado identificar daramente esos contradictorios en el curso del análisis y aseguiarse.deque son realmente los complementaiios de los contrarios. Desde el punto de vista metodológico, la construcción de un cuadrado a partir del análisis de un corpus es siempre problemático, pues la definición del cuadrado no comporta ninguna indicación sobre la manera en que los datos textuales deben ser levantados y tratados para entrar en el estilo de categorización que es inducido por el cuadrado semiótio. Resulta que. freaientemen!e, el cuadrado aparece como una proyecci6n que presiona a los elementos del corpus a adoptar la forma que impone. De hecho, en un caso como en otro. la dificultad reside siempre en la relación problemática entre el modelo constitucionaly la forma de los datos textuales extraidos de un Corpus concreto.
Pongamos un ejemplo. Imaginemos que, e n un texto, d o s elementos naturales se oponen como contrarios: el agua y el fuego, y q u e los otros d o s n o tienen otro rol q u e el d e manifestar la ausencia d e los dos primeros, la tima y el aire respectivamente: e n ese caso, la t i m a sería el contradictorio del agua; el aire sería el contradictorio del fuego.
fuego
agua
4
4 ((10
(no fuego) aire
agua) fierra
La simple Pi(ryeccjón d e los dos tipos d e diferencias no nos dicen
nada d e las rela
-rr
.C>
I I W QL
(aire)
"r.
-4
1IW a 1
(tierra)
Desde un pur,io d e vista práctico, si u n o se esfuerza por construir un cuadrado sen,iOtico, la dificultad reside casi siempre en el establecimiento de las rel#c,iones d e complementariedad; su interés reside, justamente, en procuri~run buen test d e consistencia: si los complementarios no funcionai~en el texto analizado, es q u e la c;itegoría esLA ii~al construida O mal rlelimitada.
jacques fof~tandle
2.2 L a sintaxis elemeiital 1'1 c-~i;icli-aclo seiiiiótico
dcsiin:iclo ;i sci- recorrido: c.1 sisteiiia clc \.:ilorcs que propont. piiedc' disenni- las frises pi.incipales de u n reI;i1o iiiiniino y I:is relaciones ~ ~ i t i - los t . tí.rminos sil-ven entonces dc soporte :I 13s t~-;insformacionesn;iri;iti\-as elenient:iles. Pero todas las rel;iciones no son explotaclas de la misma rixinera. Antc todo, 1;i contrariedad no puede dar lugar a una transformación: el c;iinino que Ile\-a de un contrario a o t r o ? d e a l a a2. pasa primero por el contradictorio no a l . En suma, es necesario negarel tériliino que está en el origen del recorrido antes d e afirmar su contrario; es necesario negar el primer género para entrar en el segundo. Luego, dos caminos son posibles, uno d e los cuales e s canónico y el otro no canónico: a partir d e a l se puede negar a l (no a l ) d e manera canónica, después afirmar a2; pero se puede también, d e manera no canónica, tomar en retroceso la complementariedad con no a2, después, tomar e n retroceso la contradicción entre no a 2 y a2. Este segund o recorrido se encuentra a veces e n los textos, pero se ve enseguida por q u é n o es canónico, pues toma e n retroceso cada una d e las relaciones que utiliza como soporte; esas transformaciones, como son n o canónicas, o sea ilógicas, aparecen como saltos cualitativos y pasionales particularmente sorprendentes. Sea: c'.i~:i
Caminos prohibidos:
al
+ a2
no a l + no a2 Caminos canónicos: al + no al + a2 Caminos no cnnónicox al + no a2 + a2
& &
a2
&
a2
-+
no a2
+
&
a2
-+
no al
+ al
+al
no a2 + no al
al
2.3 La poiarización axiológica La sintaxis elemental es una secuencia d e predicados (negar& afirmar) que aseguran las disjunciones (negar) y las conjunciones (afirmar) de un recorrido narrativo condensado. Si se admite con Greimas q u e el relato se define como una transformación d e contenido, entonces esta secuencia se convierte e n la matriz narrativa por excelencia. Se mostrará más adelante que otras matrices narrativas son igualmente po-
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las estructuras elementales
sibles. Pero por lo q u e concierne a lo q u e nos ocupa e n este momento, e] cuadraclo seiniótico, los téri-i-iinos q u e lo componen constituyen encla~iesdel recorrido narrativo: s e parte, por ejemplo, d e la posición a l y s e trata d e alcanzar la posición a2, vía la posición no a l . En consecuencia, el sistema cle valores seinánticos que esquematiza el cuaclraclo seiniótico d e b e ser considerado con-io un sisteii-ia d e \falores para los sujetos, es decir, coino un sistema axiológico. Se está entonces pasanclo (1) del valor d e un término e n relación con otros tkrrninos (2) al valor d e una posición e n relación c o n otras posiciones, y (3) al valor q u e esos contenidos y q u e esas posiciones tienen para los sujetos. Del valor definido por la diferencia (versión paradigmática), s e ha pasado al valor definido en la penpectiva de un sujeto nan-atiilo,sujeto comproinetido e n una serie d e transforinaciones narrativas (versión sir,tcigmática). Esta conversión puede ser explicada sii-i-iplen-ientea pesar d e q u e n o sea, e n sí misma, una conversión sii-i-iple. En efecto, una vez organizad o c o m o cuadrado sei-i-iiótico, el sistema d e valores saussuriano d e b e ser orientado o, i-i-iás precisai-i-iente, polarizado -un polo positivo y un polo negativpara poder ser recorrido por un sujeto e n busca del valor. El camino q u e lleva d e un contrario al otro s e con\:ierte entonces e n el camino q u e conduce de u n polo al otro, es decir, e n el cai-i-iino q u e acerca o q u e aleja del valor positivo. Si, por ejei-i-iplo, el cuadrado cle elementos naturales es polarizado así: agua (+)
fuego (-)
aire
tierra
entonces los caminos recorridos por la sintaxis serán: un camino canónico progresi~mq u e conjunta con el valorf positi/ vo: (-) fuego + aire + agua (+) un cai-i-iino canónico regresivo q u e conjunta con el valor negativo: (+) agua + tierra + fuego (-). Se.establecerá como regla q u e los d o s recorridos están siempre disponibles y siempre al menos virtualmente acti\*os.En consecuencia, cada u n o d e los dos sólo puede realizarse neutralizanclo al otro y la "energía" desplegada por este hacer estará entonces e n función d e la resistencia opuesta por el recorrido contrario. 1.a priinera consecuencia de 1íi polarización del sistema d e valores es, pues. una tensión (una dqeren-
~-
jacques fontaniue
critica el polo ncgati\lc) y el polo positivo: la ~ c g u n t l ; ~ conseciitbiicia es Iii apiisición cle una terzsión entre las dos t l i i - ~ c c i o n ~ ~ ~x>sil~les, es tlticii.. tintrc clos recorridos tle orientación opuesta. c - i ~ rc/cyorcncicrfi.
2.4 Los térrninos de s e g u n d a generación Los térniinos obtenidos en un cuadrado semiótica no son otra cosa q u e los tkrtiiinos result:intes de las relaciones constitutivas del cuaclrado, que aparecen en la intersección d e tres tipos d e relaciones. la contrariedad, la contradicción y la complementariedad. Pero en los discursos concretos son con frecuencia las figuras mixtas las q u e se presentan, figurris conipuestas q u e coinportan dominantes, y ello resulta necesario para dar cuenta d e la asociación de términos simples en lo q u e se hzi convenido en 1l:irnar términos de segunda generación. La asociación d e clos contrarios a l & a2, forma el término compk.jo. Lci asociación d e dos subcontrarios, no a l & no a2, forma el término neutro. Se pueden asociar también, dos a dos, los complementarios; si el cuadrado está polarizado para formar una axiologiia, una d e esas asociaciones ( a l & no a2, por ejemplo) formar2 el téminopositiuo y el otro (en este caso a 2 & no al) formará el término negativo. La identificación d e tales combinaciones es, en general, específica d e cada discurso concreto, pero como el número de combinaciones es limitado, se pueden prever diferentes figuras. Se puede imaginar, por ejemplo, para los elementos naturales, que tal discurso particular podría proponer las siguientes combinaciones: [agua + fuego] -fuego líquido; [aire + tierra] = poluo, [agua + aire] = bruma; [fuego + tierra1 = ceniza.
+
:
,
3.1 b s tres niveles de aprehensión & los f e n ó m e n o s
La seiniótica peirceana reposa entenmente sobre una concepción teren este c a . de ~ la esnaiia clc t esúuitüra elzmcn'a!. Pero r?cse tructura d e los tériiiinos d e una categoría sino d e niveles d e aprehensión d e esa categoría o, e n otros términos, de tres m a l o s diferentes de la aprehensión d e la significación que son, según Peirce, tres maneras diferentes y jerarquizadas por las cuales podernos conocer el mundo del sentido. Porque esta semiótica es ante todo una teoría del conocimiento. En un primer nivel, llamado simplemente Primero (o primendad fimness en inglés-), s e aprehenden solamente las cualidades sensibles
i
1
,i i
+
las estructuras elementales
o eiiiotivas del i n u n c l ~a t e nivel es primero por rango d e orden, pero taiiibién porque compoita un solo eleiiiento: la cualidad niisma. Por ejeinplo: la sensación d e "inojado" es primera. El signo típico d e este nivel es el icono. En un segundo nivel, Ilainado Segundo (o segtindzhd -secondness e n inglés-), se pone en relación la cualidad con otra cosa; este nivel es segundo por rango d e orden, pero también porque coiiiporta dos eleiiientos. Por ejeiiiplo, cuando la sensación d e "iiiojaclo" es puesta e n relación con la lluvia q u e cae, esa relación es Ilaniada segunda. El signo típico d e este nivel e s el índice. En un tercer nivel, llamado Tercero (o tercerdad -thirdness e n inglés-), se ponen los dos primeros niveles e n la perspectiva o bajo el control d e un tcrcero; este nivel es tercero porque comporta, d e Iieclio, tres elementos. Lo más corriente es que este tercer elemento se presente coiiio una ley o una convención: se podría, a partir del ejeinplo e n curso, tener por resultado "Llueuesiempre que estcí nzqjado",confrontando la relación d e segundidad con el tiempo, q u e estaría en función d e tercero, y Ilegaríainos así a desprender una regla. El signc típico d e este nivel es el símbolo.
3.2
Propiedades de los tres niveles
En los innumerables escritos de Peirce, los tres niveles d e aprehensión d e los fenómenos conciernen a casi todas las propiedades imaginables: cada exégeta se precia d e encontrar las que le convienen para tal o cual uso. Preguntarse q u é son concretamente la pritíleridad, la segundidad y la terceridad n o tiene, de hecho, mucho sentido, puesto que se trata de tres momentos fundamentales d e toda construcción del sentido, d e toda experiencia, y, e n general, d e la relación entre el hombre y su entorno. En la teoría peirciana misma, la estructura ternaria sirve panicu)dmente: para construir el signo mismo, puesto q u e el objeto es primero, el representamen segundo y el interpretante tercero; para distinguir los tipos d e signos, puesto q u e el icono, el índice y el símbolo participan respectivamente del primero (semejanza cualitativa), del segundo (relación causal o explicativa) y del tercero (convención); para distinguir muchos tipos d e objetos, d e representámenes, d e interpretantes, luego d e iconos, de índices y d e símbolos, cada vez bajo el niisino principio, por una nueva división en tres niveles.
jacgues fontanille
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En canit->io,si se aclopta la perspectiva cle la elaboración d e un lenguaje y del funcion;imiento del discurso que lo pone en marcha, uno se percata d e q u e la triplicación peirciana interesa fundan-ientalinente e n lo q u e respecta a las modalidades cle elaboración d e la significación. En efecto, entre las muchas propiedades d e esta triplicación-que son objeto d e consenso entre los diversos lectores d e Peirce (Deledalle, Eco, Savan, entre otros), las propiedades modales son las más frecuentemente invocadas. Esas propiedades modales caracterizan los niveles d e articulación d e la significación. En la perspectiva d e una semiótica del discurso, las definiremos como modos de existencia de la significación e n discurso.
3.3 Los modos de existencia Todas las teorías del lenguaje deben dotarse d e niveles epistemológicos, q u e son definidos como modos de exbtencia de IGS magnitudes senaióticas. Po: ejemplo, Saussure distingue la lengua, que es uirtual, y el habla, q u e es realizada. Guillaume distingue la lengua (uirtual), la efectuación (actual) y el discurso (realizado). Hjelmslev distingue siempre lo realizable (el sistema) y lo realizado (el proceso). Por último, Greimas dis-. tingue las virtualidadesdel sistema,'la actualidad del despliegue semionarrativo y la realización por el discurso. Estas diversas aproximaciones podrían ser superpuestas muy fácilmente, pero lo q u e debe interesarnos aquí es solamente el principio: toda teoría del lenguaje tiene necesidad de una teoría d e los modos de existencia para poder precisar el estatuto d e los objetos q u e manipula. Además, las enunciaciones concretas explotan también estos modos d e existencia, ponen e n juego de cierta forma esos diferentes "niveles de realidad". La cuestión epistemológica del estatuto d e las magnitudes lingüística~y semióticas se convierte, entonces, e n los discursos concretos, e n una cuestión metodológica, la de las modulaciones d e la presencia d e esas magnitudes e n el discurso. Así, la litote (No te odio en absoluto) juega con dos modos d e presencia: un contenido en el q u e la presencia es real -¡ enunciado negativo-, y un contenido en el q u e la presenenunciado positivo subyacente, Te am-. cia es potencial 1Globalmente, Peirce. con su estructura temaria. no procede de manera diferente a Saussure, Guillaume o Hjelrnslev: aunque la teoría que RI deduce sea diferente, presenta también las diferentes etapas de una elaboracidn moda1 de la significación, dis-
las estructuras elementales
tinguiendo: (1) el modo virtual (primero) es aquel que comprende todos los posibles de un lenguaje y particularmente todos los posibles sensibles y perceptivos; (2) el modo actualo real (segundo) es aquel que comprende los hechos realizadosy que pemite particularmente anclar la acción y la transformación de los estados de cosas en la percepción y en lo sensible; (3) el modo potencial (tercero) es aquel que comprende todas las leyes. reglas, usos que programan la existencia y sus transformaciones. Los tres niveles de la semiótica peirciana nos animan también, de hecho, a definir los modos de existencia del discurso y a definirlos gracias a los contenidos de las modalidades: Habremos reconocido de paso (1) las modalidades alétias (lo posible) en el primer nivel, (2) las modalidades factuales (querer, saber, poder hacer) en el segundo nivel, y (3) las modalidades deónticas (el deber, la ley. la regla, etc.), en el tercer nivel. Elaborar la significación de un discurso consiste, pues, en atravesar esas diferentes fases modales, desde la apertura m h i m a de los posibles que procuran la impresión y la intuición, hasta la esquematización apremiadcra que procura el análisis.
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La cuestión pendiente es la siguiente: jcómo Iiacer operatorias esas nociones tan generales q u e son los modos d e existencia? Lo más frecuente (en Saussure y e n Chomsky, por ejemplo), es que ellas suministren el trasfondo epistemológico d e la teoría; además, cada teoría sólo retiene como pertinente uno d e los modos d e existencia (los dos autores aludidos se confinan voluntariamente e n lo virtual, lengua o competencia). Peirce, con Guillaume y Greimas, es uno de los pocos teóricos que han dado a esas modalidades un rol e n el método mismo, e n el análisis d e los objetos de significación; pero hemos visto que la solución q u e ha retenido deseniboca e n una multiplicación exponencial d e tipos y d e subtipos d e signos, q u e llega pronto a ser extravagante. Para evitar tal deriva, proponemos afectar la distinción d e los modos de existencia a una y sólo una categoría: la d e la presencia. De esta forma, los modos d e existencia d e la significación (cuestión general de epistemología) se convierten e n modos de existencia e n el discurso, e n modalidades de la presencia en discurso (cuestión d e método y de análisis). Así, e n la antonomasia Este es un ~ a q u i a d oel, personiife d e Maquiavelo está actualizado pero n o realizado, porque la referehcia enfocada por la predicación concierne a otro actor; mientras que ese otro actor enfocado por la predicación, por ejemplo tal hombre político, está realizado, además, el conjunto d e actores que pueden responder a esa definición quedan virtuales, mientras q u e el esquema d e comportamiento q u e implica y que caracteriza a la categoría, será considerado como potencial. Los modos d e existencia serían, pues, cuatro: virtualizado, actualizado, realizado, potencializado. Volveremos sobre esto.
4.1 Problemas err suspenso
El cii;iclr~do.sc,iiiiÓtico reúne los diferentes tipos de oposiciones para Ii:icer un csqutrt~~,i coherente. Pero presenta la categoría como un todo iicabado, que no c'stá bajo el control d e una enunciación viviente; además, tr;insforma 1;i categoría e n un esquema formal, que no tiene ninguna relación coti la percepción y la aproximación sensible a los fenómenos. Los discursos ~ ~ o n c r e t oponen os sin cesar sus formas mixtas y figuras entreiiiezcladas: ~~~~~inas complejas y enredadas q u e se deben desenredar para llegar a los mecanismos elementales. Ahora bien, el método reposd sobre e] estaljlecimiento d e estructuras elementales y parte, a la inversa, d e las forni;is simples para I!egar a las más complejas. Debenios, entonces, p i r a completar esta aproximación, damos los medios para aprehender 1;)s cosas tal como ellas se presentan en el discurso, es decir, ante todo, como formas complejas. ~ ;estructura i ternaria d e Peirce, y más generalmente la distinción entre los modos de ~xisrencia,nos suministra una representación esquemática del camino q u e conduce d e lo sensible a lo inteligible, representación que falta en el cuadrado semiótico. Pero, e n cambio, esta otra aproximación n o nos dice nada d e la manera e n q u e se forman los sistemas d e valores, sobre 10s cuales el cuadrado semiótico es perfectamente explícito. 4.2
Las nuevs exigencias
Si se quiere, hoy por hoy, proponer un esquema d e las estructuras elementales, nos parece necesario plegarse a las siguientes exigencias: los vínculos entre lo sensible y lo inteligible, las etapas del paso del uno al otro deben ser definidas, quedando entendido q u e las propiedades xmióticas propiamente dichas estarán del lado d e lo "inteligibk"; el modelo propuesto debe, globalmente, desembocar e n la formación d e un sistema d e valores; este m'delo debe también tener e n cuenta la variedad d e "estilos d e cateporización"; la gestión ckbt: respetar las cosas "tal c o m o se presentan" e n el discurso, es decir, partir d e formas complejas para arribar a la formación de )wsiciones simples.
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las estructuras elementales
Proponemos una gestión e n cuatro etapas, q u e seguiremos e n conipaiiía d e los elenientos naturales, a titulo cle ilustración.
4.3 Las dimensiones de lo sensible Antes d e cualquier categorización, una magnitud cualquiera es, para el sujeto del discurso, una presencia sensible. Esta presencia se expresa, hemos dicho, a la vez e n términos de intensidad y en términos d e extensión y de cantidad (capítulo 1, 2.3.1. Lafonnación de los sistemas de ualores). ¿Cuál podría ser, por ejemplo, la cualidad d e presencia d e los elementos naturales? Antes de identificar tal o cual materia. tal o cual elemento, Iiabremos reconocido sus propiedades táctiles o visuales, el calor y el frio, lo liso y lo rugoso, lo visible y lo invisible, lo móvil y lo inmóvil, lo sólido y lo fluido. Estas son cualidades sensibles q u e pueden ser apreciadas según las dos grandes direcciones q u e proponemos: lo rnóuil y lo inmóuil, por ejemplo, pueden ser apreciados según la intensidad: diferentes niveles d e energía parecen adlieridos a los diferentes estados sensibles d e la inateria, o según la extensión: el movimiento e s relativo a las posiciones sucesivas d e una presencia material e implica una apreciación del espacio recorrido y del tiempo transcurrido. O también, la solidez, promesa d e permanencia, será apreciada conio la capacidad de permanecer e n una sola posición y una sola forma (extensión), al precio d e una fuerte cohesión interna (intensidad) mientras q u e la fluidez se deja aprehender como un debilitamiento de la cohesión interna (intensidad) con la promesa de una gran labilidad. de una inconstancia de las formas y d e las posiciones e n el espacio y e n el tiempo (extmión). Cada efecto de la presencia sensible asocia, pues, para ser justamente calificado de "presencia", un cieno grado de intensidad y una cierta posición o cantidad e n la extensión. La presencia conjuga, e n d m a , de una parte, fuemas, y, de otra parte, posiciones y cantidades. Notemos aquí q u e el efecto de intensidad aparece como interno, y el efecto d e extensión, conio externo. No se trata de la interioridad y de la exterioridad de un eventual sujeto psicológico, sino de un dominio interno y d e un dominio externo, diseñados en el mundo sensible c o m o tal. Com o ya lo Iienios sugerido e n el capítulo precedente, el cuerpo propio del sujeto se constituye en la fornia inisma d e la relación semiótica, y el fenó~iienoasp esqueniatizado por el acto seiiiiótico est5 dotado cle un doniinio interior ( l a energía) y d e un dominio exterior (la exrensión)
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jacques fontafle
4.4 La correlación entre las dos dimensiones Si. cn In priiiieiti frise. se csploran todas las posit~ilid~ides dc iipi-eIicnsicín sensil~lcdc los fCiióiiic~iios,en canibio, c n 1ii scg~indiikisc, hay q ~ i seleccionar t~ dos dinicnsiones, una surgida d e la intensidad y otra de 1;i cxtcnsión. para ponerliis en rclrición. Esta puesta en relación será Ilainada, e n rideliinte, correlación. La correlación será establecida ri partir d e una cierta cualidad y d e una cierta cantidad de la presencia sensible, antes incluso del reconocimiento cle una Figura. Por ejemplo, en nonibre d e la "solidez", se podrá atribuir al elemento tien.0 una importante fuerza d e cohesión y una débil propensión a la dispersión espacio-temporal. Inversamente, e n nornbre.de esta inisrna cualidad d e presencia, se podrá atribuir al a i r e una débil . fuerza d e col-iesión y una gran labilidad e n la extensibn. Cuando adoptamos e! punto d e vistri del discurso, somos conducidos, antes d e preguntar si los términos d e una. categoría tienen un Galor universal cualquiera, a investigar, ante todo, las cualidades sensibles q u e determinan y orientan la puesta e n escena d e la categoría. Si partimos d e las dos dimensiones invocadas, intensiaad y extensión, consideradas como dimensiones graduales, su correlación puede ser representada como el conjunto d e puntos d e un espacio sometido a d o s ejes de control.
GRADIENTE DE LA INTENSIDAD
ESPACIO DE PUNTOS DE CORRELACIÓN
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GRADIENTE DE LA EXTENSIÓN
En conformidad con la definición de los dos planos del lenguaje: 1a intensidad caracteriza el dominio interno, interoceptivo, q u e se convertirá en plano del contenido; la extensión caracteriza el dominio externo, exteroceptivo, que se convertirá en plano de la expresión;
las estructuras elementdes
la cowelación entre los dos dominios resulta d e la toma deposición d e un cuerpo propio, sede del efecto d e presencia sensible; es, pues, propioceptim.
4.5 Los dos tipos de correlación En la tercera fase, se deben extraer las consecuencias d e la toma d e posición d e un cuerpo propio, d e un "cuerpo sintiente"; éste no impone solamente la partición entre dos dominios, un dominio interno e intensivo y un dominio externo y extensivo; impone también una orientación, la d e la mira (a partir del dominio interno; por consiguiente, en intensidad) y la d e la captación (a partir del dominio externo; por consiguiente, e n extensión). La mira y la captaciótz, las dos operaciones que hemos considerado como necesarias para una representación d e la significación e n acto (capítulo 1, 2.3.1 La formación de los sistemus de ualores), convierten. pues, las dimensiones graduales e n ejes deprofundidad, orientados a partir d e una posición d e observación. Los grados d e intensidad y d e extensión, bajo el control d e las operaciones d e la mira y d e la capiación, se convierten entonces en grados de profir ndidad perceptiijn. Si s e consideran los puntos de¡ espacio interno, uno a uno, todas las con~binacionesentre los grados d e uno de los das ejes con los grados del otro son posibles. En consecuencia, todos los puntos del espacio interno están disponibles, indiferentemente, para definir posiciones del sistema. Pero n o buscamos definir posiciones aisladas; investigamos valores, es decir, posiciones relativas, diferencias d e posiciones. Y, desde el momento e n q u e se considera la relación entre dos puntos del espacio interno, estamos obligados a tomar en cuenta la orientación relativa d e los dos ejes d e control. Cuando se comparan dos posiciones diferentes e n el espacio interno, son posibles dos evoluciones relativas, q u e definen d o s tid e col rrelaciones entre los ejes d e control. En efecto, o bien, entre las dos posiciones, evolucionan las dos dimensiones en ei mismo sentido: si más intensa es la mira, más extensa es la captación; o bien, entre las dos posiciones, las dos dimensiones evolucionan en sentido contrario: si más intensa es la mira, menos extensa es la captación, y recíprocamente. Se distinguirán. entonces, dos tipcs d e correlaciones entre la mira y la captación: una correlación directa, coni)ersa, y una correlación contraria. inrjersa.
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Zona de correlaci6n inversa
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Eje de la extensión CAP T A C I ~ N
El esqueina d e esas dos correlaciones podría ser representado así: el conjunto de puntos de la correlación directa está situado e n torno de la bisectriz del ángulo formado por los dos ejes; el conjunto d e puntos de la correlación inversa sigue un arco tangencia1 a los d o s ejes. Las dos correlaciones pueden ser aproximadamente representadas por las dos zonas grises de la figura adjunta.
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4.6 De las valencias a los valores
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Los dos ejes del espacio externo definen las valencias de la categoría examinada. Todos los puntos del espacio interno son susceptibles d e i corresponder a uulores de la misma categoría. Pero de esa nube de puntos se desprenden algunos principios organizadores: d e un lado, la diferencia entre las dos correlaciones determina dos grandes zonas (las zonas grises); del otro, la conjugación d e los grados más Fuertes y más débiles sobre los dos ejes determina zonas extremas. Todos los puntos 1 del espacio interno son pertinentes, pero las zonas extremas de cada co- i rrelación s o n las zonas más típicas de la categoría examinada. La combi1 , nxiSr!'&zcrri esss 5 ~ y....L. r rsr ; n r i r1r i n c n r -~ . -r- -m - - i-&-spon&r t~ c i i a t r ~grandes 20nas típicas d e la categoría, q u e corresponden, además, a los "estilos d e categorización" presentados e n el capítulo precedente (capítulo 1, 2.3.4 os estilos de categorización): 1 una zona de intensidad fuerte y de extensión débil (estilo cate- i j g ~ r i a l :el parangón); una zona d e intensidad y de extensión igualmente fuertes ( e s t i l ~ ca tegorial : la serie);
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las estructuras elementaíes
una zona cle intensidacl débil y d e extensión fuerte: (estilo categorial: la .faznilia); una zona cle intensidad y d e extensión igualinente clébiles (estilo categorial: el conglomerado). Para volver a un caso más concreto, examineinos lo q u e pasa cuand o , e n tal discurso particular, los elen-ientos naturales son ii-iirados y captados según la energía q u e ponen e n marcha y el despliegue espacio-temporal d e q u e son capaces. En ese caso, las valencias son la energía y el despliegue espacio-temporal. Las cuatro zonas típicas del espacio interno son, entonces, ocupadas por u n o d e los eleinentos naturales cada una, cuya posición e n el espacio d e correlación define su valor. En resumen, los eleinentos así definidos n o son más q u e ualores comanclad o s y definidos por las valencia~perceptivas y sensibles del espacio externo. Hay q u e precisar aquí q u e el valor d e una posición clepende, a la vez, d e los grados q u e l o definen sobre los ejes d e control y del tipo de correlación (directa o inversa) al cual pertenece. La distribución obtenida e s específica d e una cultura o d e un discurso, puesto q u e depend e d e las valencias q u e han sido seleccionadas e n un discurso particular; la elección n o e s inmensa. pero d e todos inoclos es, e n principio, específica d e tal o cual discurso. El modelo propuesto está, entonces, concebido e n principio para rendir cuenta d e la categorización discursiva tal c o m o aparece bajo el control d e praxis enunciativas concretas. Frecuentemente, se ha reprochado al cuadrado seiniótico el proponer solamente estructuras universales antes q u e describir discursos concretos: toinamos nota d e esa justificada crítica, colocando la aparición de los valores bajo el control d e las ualencias. La distribución de los elementos naturales en una estructura tensiva debe ser específica del discurso o de la cultura analizadas; las valencias mismas serln específicas, pues si la intensidad y la extensión tienen un valor general, las isotopíip que las realizan en cada discurso son especificas; los valores serdn también espedficos. en la medida en que ios üpos íigurativos reienidos uepertden esidcianíenie da ;as uí&;eíicias y de sus correlaciones. La distribución que proponemos líneas arriba ha sido elaborada a partir de un análisis de la semiótica del mundo natural en los filósofos presocrlticos: el fuego ocupa allí la posición de la energía m& alta y de la extensibn m l s limitada; el agua. la de la energía más alta y de la extensión más amplia, etc.
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Eje de la intensidad (Energía)
Eje de la extensión (Labilidad espacio-temporal)
4.7 Balance La estructura tensiva se obtiene, pues, al término de cuatro etapas: Primera etapa: la identificación d e las dimensiones de la presencia sensible; Segunda etapa: la correlación entre esas dos dimensiones; Tercera etapa: la orientación d e las dos dimensiones, que las transforma e n valencias, y el desdoblamiento d e la correlación en dos direcciones; Cuarta etapa: la emergencia d e cuatro zonas típicas, definidas por los polos extremos d e los dos gradientes que caracterizan los valores tr;óicos d e la categoría. Este modelo obedece a las exigencias invocadas más arriba: las dimensiones d e lo sensible corresponden a los dos gradientes orientados; los valores inteligibles aparecen en el espacio de correlación. Además, las reglas d e la constitución d e un lenguaje son, así, respetadas, puesto que la correlación y la orientación de las dos dimensiones resultan d e la toma d e posición d e un cuerpo percibiente que esquematiza la presencia sensible, deslindando un dominio interno (la intensidad) y un dominio externo (la extensión).
las estructuras elementales
DELEDALLE, Gérard 1978 Charles S. Peirce, Ecrits sur le signe. Paris, Seuil. [En espaiiol puede consultarse: Charles S. Peirce, Obra lógico-semiótica. Madrid, Taurus, 19871. EVERAERT, Nicole 1990 Le processus interpretatrf Introduction a la Sémantique de Charles S. Peirce. Liege, Mardaga (pp. 31-101). FONTANILLE, Jacques et Claude ZILBERBERG 1998 Tension et signification. Liege, Mardaga (capítulos "Valence" et "Valeur"). GREIMAS, Algirdas 1966 Sémantique structurale, Paris, Larousse [réed. PUF, 19861 (pp. 1828). [En español: Semántica estructural. Madrid, Gredos, 19711. GREIMAS, Algirdas y Joseph COURTÉS 1982 Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje l. Semántica estructural. Madrid, Gredos. (Entrada "Cuadrado semiótico"). SAUSSURE, Ferdinand de 1990 Cours de linguisfique générale. Paris, Payot, 1916 [réed. 19901. (pp. 97-103 y 155-1671. [En español: Curso de lingüística general. Buenos Aires, Losada, 19741.
El discurso
EZdiscurso / Resumen
El discurso es la unidad de análisis de la semiótica. Permite captar no solamente los productos fijados o convencionales de la actividad semiótica (los signos, por ejemplo) sino también, y sobre todo, los actos semióticos mismos. Pues el discurso es una enunciación en acto, y este acto, en principio, es ante todo un acto de presencia: la instancia de discurso no es un autómata que ejerce una capacidad de lenguaje, sino una presencia humana, un cuerpo sensible que se expresa. Por otra parte, cuando uno escoge como punto de partida el discurso, se percata rápidamente de que las formas fijadas o convencionales que allí se encuentran están lejos de ser únicamente signos, pues una de las propiedades más interesantes del discurso es su capacidad de esquematizar globalmente nuestras representaciones y nuestras experiencias: así, el estudio de los esquemas del discurso sustituye de inmediato el estudio de los signos propiamente dichos.
1. Texto, ddtscurso y relato En este rubro, las tres nociones serán definidas y confrontadas entre sí de tal manera que se pueda desbaratar cierto número de malentendidos que se han venido desarrollando, particularmente en torno a las relari;nnnlr nntrn bIUI IGJ G 1 I L I G
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curso y texto, de otra. El discurso y el texto son dos puntos de vista diferentes sobre el mismo proceso significante; además, una lectura un poco atenta de Benveniste muestra que discurso y relato no pertenecen al mismo nivel de pertinencia.
jacques EontaniUe
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i.í~ ir,~.i!ci~icia cie
discurso
La instancia de discurso comporta un pequeño número de propiedades: una posición, un campo, actantes. y efectúa los actos elementales de la enunciación: la posición deíctica y las diversas operaciones que permiten delegar la enunciación y organizar los planos de dicha enunciación (embragues y desembragues). La representación mas simple que se puede dar es, siguiendo en esto a Benveniste, la de un "campo posicional".
3. Los esquelnas discursivos Son de dos tipos: de una parte los esquemas de tensión, que suministran una representación precisa y calculable de las modulaciones de la tensión en el discurso y, de otra parte, los esquemas discursivos canónicos, que organizan las etapas lógicas de la acción o los recorridos pasionales en el discurso. Los esquemas tensivos son módulos de base, que asocian tensión y distensión, segun combinaciones previsibles por deducción. Los esquemas canónicos son secuencias relativamente generales, producidas y fijadas por la praxis enunciativa, de manera tal que conjugan muchos esquemas tensivos con vistas a procurar, a una de las dimensiones del discurso, su "perfil tensivo". La sintaxis del discurso no se reduce, sin embargo, a estas formas esquematizadas. Otros factores, como la orientación discursiva, producida por los puntos de vista, la sintaxis de los valores de verdad, y también la sintaxis retórica de las figuras y de la argumentación, deben ser tomados en cuenta.
El discurso
1. TEXTO,DISCURSO,RELATO
Hemos optado por una semiótica de los conjuntos signijicantes, que desborda y engloba la de !as unidades mínimas, los signos. Hay, entonces, que precisar el estatuto de esos conjuntos signifzcantesque son el texto, el discurso y el relato. 1.1 El texto El texto, para comenzar. Podríamos imaginar que el texto es el objeto de los estudios literarios (se piensa espontáneamente en el texto literario cuando uno encuentra la palabra tato); sabemos, sin embargo, que el texto es el objeto de estudio de una de las especialidades de la lingüística -la gramática del texto, o la lingüiitica textuaC que no se interesa solamente por los textos literarios. Pero el texto no es el objeto específico ni de los estudios literarios ni de la gramática del texto. En sus~olegómenosa u m teoM del hw' g u a j ~ l o u i sHjelmslev declara de inmediato: I
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La teoría del lenguaje se interesa por textos, y su meta es establecer un procedimiento que permita fa descripción no-contradictoria y exhaustiva de un texto dado (Ediciones de Minuit, p. 31. Versión española: Madrid, Gredos, p. 19).
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SI . s p ~ I ~ P hablar ~ P de datos ( . . .), esos datos son. para o! Ii~rgriistn.el texto e n su totalidad no analizada (id., 1,. 24).
El texto es, pues. para el especialista e n lenguajes -el semióticolo que se da a aprehender, el conjunto d e fenómenos q u e se apresta a analizar. El linguista n o se ocupa d e "hechos d e lengua", como se dice corrientemente, sino d e textos, d e hechos textuales. Decir que esos son los datos del lingüista y del serniótico no quiere decir que n o deban estar previamente elaborados y que esa elaboración no encuentre ya algunas dificultades. El establecimiento del texto, previo a su eventual edición, es un oficio e n sí, que pertenece a la filología y q u e las técnicas actuales d e la edición electrónica han hecho evolucionar d e manera espectacular. En otro campo, el recorte d e un film e n planos y secuencias, por ejemplo, es también una manera d e establecer el texto del film. Decir que el texto se ofrece al lingüista como una totalidad n o analizada n o significa q u e la totalidad en cuestión es siempre evidente. Cuando nos ocupamos, por ejemplo, d e una pieza lírica d e la Edad Media, que existe a través d e una multitud d e versiones, ninguna d e las cuales tiene más autoridad que otra, la totalidad e n cuestión es particularmente difícil d e captar y n o se encarna e n ningún texto material aislable; estamos obligados entonces a hablar d e texto virtual. De la misma manera, lo q u e hoy se llama hipetiexto, si no hipermedia, n o está jamás dado e n su totalidad, ni es siquiera captable como un todo tangible: cada lector elabora su propio texto e n función d e los vínculos que activa y del recorrido q u e cumple a través d e diferentes lugares textuales disponibles e n la máquina; la coexistencia d e diversos conjuntos textuales y d e diversos modos d e expresión está asegurada ahí d e una manera muy particular, q u e obliga a distinguir lugares uiriüü!E~, YV¡E~~C~?!E~y ¿i~:¿i¿ikS. Aun si se considera que estas cuestiones n o conciernen directamente a la semiótica: n o e s inútil recordar que tienen hoy una nueva pertinencia, y que se supone que han hallado respuesta e n el momento e n q u e se comienza el análisis. Es, sin duda, más prudente, particularmente cuando estas cuestiones son tomadas a cargo por una disciplina ya constituida, como es el caso d e los textos electrónicos, comenzar por establecer los hechos textuales.
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Además, la segmentación, In localización d e rupturas, d e vínculos y de transiciones, sigue siendo c n todos los casos' la primera etapa del análisis semiótico. Sin embargo, como frecuentemente lo ha señalado Jacques Geninasca, las "unidacles textuales" así obtenidas n o son "unidades discursivas" porque n o son forzosamente pertinentes e n la perspectiva d e una interpretación sciiiántica. 1.2 El discurso Este término recibe un gran número d e acepciones sobre las cuales no merece la pena insistir aqui. Evoquemos por hacer memoria: el discurso considerado como conjunto d e frases; el discurso definido como conjunto de propuestas organizadas; el discurso concebido como producto d e una enunciación. Segiin el caso, el discurso se vincula con la lingüística textual, o con la lingüística enunciativa, o, e n fin, con la retórica o la pragmática. Pero, e n todos los casos, la idea subyacente podría resumirse así: el discurso c.s un conjunto e n el q u e la significación n o resulta de la sola adición o combinación d e la significación d e sus partes. Es bien sabido q u e la significSaciónd e una frase no puede ser obtenida por la simple adición o conibinación d e la significación d e las palabras que la componen. Hay q u e reconocer ante todo (1) la forma sintáctica e n la que esas palabras toiiian lugar, y (2) la orientación predicativa del acto d e enunciación q u c toma a su cargo esta forma sintáctica. Sucede lo mismo con el discurso; pero ahí, más aún que e n la frase, e n la que las formas sintácticas son más fáciles d e identificar, la orientación predicativa que impone la enuriciación es determinante. El discurso es, pues, una instancia de análisis donde La producción, es decir, la enunciación, n o podría ser disociada d e su producto, el enunciado. Esta posición es coherente con la asumicta como punto d e partida: interesarse únicamente por el producto es interesarse por sus unidades y esforzarse por generalizarlas para hacer d e ellas u n sistema. Ahora bien, y este es uno de ¡o5 presupuestos d e ¡as diíercriicb p o ~ i ~ i u nes teóricas que defendemos ; ~ q u íel , discurso n o se contenta con utilizar las unidades d e un sistem;~o d e un código preestablecido; esta visión d e las cosas sólo es aplical~leen un pequeño número de situaciones marginales y finalmente poco interesantes (el código d e la ruta, por ejemplo). En cambio, el discutso inventa sin cesar nuevas figuras, contribuye a desviar o a deformar t-l sistema que otros discursos habían antes nutrido.
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]>e allí el interés, para 1;) seniiótica actual, de n o percler ya d e vista la pi-oducción de 1;)sforini~ssignificantes. 1;) nianera en la que el discur-
so esquematiz;) nuestras experiencias y nuestras representaciones con vistas a hacerlas significantes y a hacerlas compartir por otros.
1.3 El relato En sus inic~os,diirante los años cincuenta-sesenta, el análisis estructural d e textos estaba consagrado a su dimensión narrativa, lo que conducía a ver e n todo texto una estructura narrativa más o menos explícita; es explícita en los géneros narrativos: novela, cuento, fábula o noticia; es implícita en los otros géneros. De hecho, cuando se biisca un principio d e organización global del discurso, que exceda la estructura d e las frases, la lógica narrativa se impone comc una d e las soluciones in5s cóinodas de poner en marcha. Permite, entre otras cosas, establecer vínculos a distancia, a veces encubiertos por la segmentación y la sucesión d e las unidades textuales. Pero el lugar acordado a las estructuras narrativas respondía también a una interrogación más general. Cuando se trata d e analizar la significación d e un discurso, sólo puede uno basarse e n diferencias, e n oposiciones entre términos, expresiones o figuras: tal es, e n todo caso, el postulado d e base d e todas las ciencias del lenguaje. Ahora bien, cuando se establecen las oposiciones pertinentes n o se encuentran diferencias e n sentido estricto, alternativas que, en un lugar dado d e la cadena, pudiesen ser puestas e n evidencia por conmutación. Se encuentran contrastes, es decir, oposiciones entre términos situados e n lugares diferentes d e la cadena del discurso. Esto lleva a decir que una diferencia, cuando es captada e n un texto, se presenta d e hecho como una transfortnación entre dos contenidos situados e n lugares diferentes del discurso; d e un lugar a otro, una categoría ha sido transformada, modulada, deformada o invertida. Esta observación ha conducido, de hecho, al siguiente principio: en u.: discurs~,e! sentirln no PC rqntable más Que a través de sus transformaciones. A partir d e ahí, como todo relato descansa también sobre el mismo tipo d e transformación semántica, el establecimiento d e la significación d e un texto se volvería inseparable del estudio d e su dimensión narrativa. Pero las transformaciones narrativas n o son las únicas transformaciones posibles en un discurso: las figuras, los conjuntos semánticos pueden ser transformados sin que ello se traduzca e n un cambio narrativo;
el discurso
el principio mismo d e la transformación discursiva debe, pues, ser generalizado, sin q u e ello entrañe una generalización d e las estructuras narrativas str-iclo sensu. Las transformaciones narrativas no son más que casos posibles d e transforinaciones discursivas. Desde el punto de vista de la historia de la semiótica, la difusión de las propuestas de V. Propp. y su reformulación y adaptación, bajo el impulso de C. Lévi-Strauss. por A.J. Greimas y por R. Barthes. han contribuido notablemente a la generalización de la
narratividad, concebida como el principio mismo de la inteligibilidadde los discursos. Se puede asimismo considerar que esta generalización ha permitido fundar la semiótica del discurso. Pero, como toda reducción científica, estaba destinada a ser superada. En efecto. no toda transformación es necesariamente narrativa: un texto puecie comportar transforinaciones figurativas, o transformaciones pasionales. que afectan la identidad afectiva de los sujetos, mientras que el lector tiene el sentimiento de que no pasa nada, es decir. que la situación de los actores respecto a sus circunstancias no ha cambiado. A la inversa, la literatura contemporánea nos ha acostumbrado a esas novelas que comportan una multiplicidad de sucesos y que, no obstante, producen la impresión de un estancamiento narrativo. Ese estancamiento puede ser, como en La celosía de Robbe-Grillet, efecto de uria segmentación y de una repetición aparentemente aleatoria de sucesos, o de una segmentación que impide la proyección de una lógica narrativa. Puede suceder también. como con Céline en Viaje al fondo de la noche, que tenga la forma misma del devenir narrativo: la acumulación de fracasos y de catástrofes no transforma ni la situación de Bardamu. ni tampoco su identidad; no hace más que consumir progresivamente el capital de esperanza virtual que, al principio de la novela. podía hacer esperar un cambio.
1.4 Texto y discurso El inventario d e las distinciones entre estas dos nociones sería fasti.4 dioso y estéril. Globalmente, la mayor parte d e ellas interpretan 4'texto cnnin 1.1n nhjptn m a t ~ r i a !ana!irah!e, en e! qiie se plieden locíi!irar estructuras, y el discurso, como el producto d e actos d e lenguaje. Pero esos actos d e lenguaje manipulan y producen estructuras y las estructuras no pueden ser actualizadas más que por actos d e lenguaje. Como, d e hecho, estas dos nociones recubren globalmente los mismos fenómenos, podenios considerar que designan dos puntos d e vista diferentes sobre la significación. Hablaremos, pues. clel punto d e uislu del lexto y del punto de uista del discurso.
jacques fontaniue
Si clefinimos I: significación como la reunión, al inenos, d e un plano clc la expresión (E)y cle un plano del conteniclo (C), los dos puntos de vista pueden ser entonces definidos así: el pzdnto de vista del texto es el q u e nos pei-iiiite seguir el caiiiino [E+ Cl, y el plrnfo de iji.sta del discurso e s el que nos pei-inite seguir el caniino IC + El. En una versión iiiás elaborada, se puede considerar que el camino q u e lleva del contenido a la expresión (y'viceversa) compona inuclias kises, y que, particularinente, conduce d e las estructuras más abstractas (por ejemplo, las estructuras llamadas elementales) a las organizaciones inás concretas, próximas al mundo natural y a la expresión (por ejeniplo, las organizaciones figurativas), o inversamente. En esta perspectiva, el camino q u e liga la expresión y el contenido es un recorrido, llamad o recom'dogeneratiuo, que atraviesa una serie d e estratos, en un espacio teórico organizado verticalmente, y ese recorrido es susceptible d e ser seguido e n !os dos sentidos. El camino [E+ Cl es considerado entonces como descendente, y el camino [C+ El, como ascendente. El recorrido generativo se presenta como un conjunto de niveles de significación que se compone, segun la concepción más frecuente, y en lo esencial, (1) de estructuras semánticas elementales, (2) de estructuras actanciales. (3) de estructuras narrativas y temáticas, y (4) de estructuras figurativas. Cada nivel es rearticulado de manera más compleja en el siguiente, de lo más abstracto a lo mds concreto. Así, por ejemplo. (1) la categoría [viddmuerte] jestrvctura semántica elemental), será rearticulada (2) en [conjunci6nldisjunci6nJ(estructura narrativa elemental), gracias a la puesta en relación. en el seno mismo de la primera categoría, de un actante sujeto y de un actante objeto (estructura actancial), y dar& lugar (3) a programas narrativos de preservación, de perdida o de reparación (estructuras narrativasy temdticas); en fin, estas ultimas, (4) serdn consideradas como Vigurativas" desda el momento en que reciben determinaciones perceptivas, espaciales, temporales y actoriales (estrvcturas figurativas): por ejemplo, [viddmuerte] podría, en este nivel, ser manifestada al termino de su recorrido. como [luz/oscu~idad](percepción), [didnoche] o [verandinviemo] (temparalización). Esta ilustración simplificada describe el proceso generativo 'ascendente", el de la construcción de la significación; el proceso 'descendente" puede también Ser !cn?2clc =y! CU~E!U,pueste que es el del ariolisls coricíei~,que palie de ias figuras airectamente observables para llegar a las grandes cstegorias abstractas subyacentes. Así, partiendo de [didnoche], ocurrencia figurativa en un texto concreto, se podría reconocer sucesivamente, y en el orden inverso: (luz/oscuridad], [conjunciónldisjunci6n], [viddmuerte] o, más generalmente. [existencialinexistencia].
El punto de vista del texto e s el que sigue el recorrido e n el sentido descendente, desde las organizaciones concretas hasta las estructuras
el discurso
abstractas. El puizto de vista del discurso es el q u e lo s i n 1 l p e n el sentido ascendente, de las estructuras abstractas hacia las organizaciones concretas. El punto de vista del discurso será, entonces. e n sentido estricto, generatiuo, puesto q u e parte de las estructuras de contenido más generales para encontrar progresivainente la diversidad y las particularidades de la expresión. El punto d e vista del texto, e n cambio, puecle , está dirigido por la búsqueda d e ser calificado d e h e r m e n é u t i c ~ pues una explicación y d e una intencionalidad q u e serían subyacentes a los Iieclios textuales propiamente dichos. - -'-+,/ Pero ya lieinos señalado q u e el camino q u e conduce de la seginent á h n d e las unidades textuales a las estructuras subyacentes está sembrado de trampas; esta segmentación debe justamente ser "superada", sino "olvidada", para poder acceder a las lógicas d e la acción, d e la pasión o de la cognición (cf. infra, capítulo V). Asiniismo, el recorrido inverso, q u e debería conducir desde las estructuras elementales a la organización concreta del discurso, choca con varios obstáculos, y particularmente con el hecho de q u e la enunciación interviene e n todo moi mento para seleccionar y orientar las estructuras subyacentcs.l La aparente simetría entre los dos puntos d e vista encubre e n los hechos una radical diferencia de pertinencia. Desde el punto d e vista del discurso, e n cada etapa del recorrido se plantea la cuestión de los actos que, bajo el control d e la enunciación, orientan, seleccionan y convocan las estructuras para inscribirlas e n una expresión. La semiótica del discurso está siempre, d e cara a u n conjunt o significante, a la búsqueda d e la instancia de discurso q u e le procura s u estatuto d e ocurrencia presente, actual y específica. Desde el punto de vista del texto, estos actos parecen más bien marginales; peor aún, se presentan como obstáculos q u e hay q u e suprimir progresivamente para reconocer las estructuras más generales y subyacentes. La semiótica del texto debe superar la especificidad d e los datos textuales para estabilizar la lectura: Y. Lotman sostenía, justamenté, e n ia estructura del texto arfiktico, q u e la especificidad de u n texto és solamente el resultado de la intersección d e u n gran número de estructuras q u e , tomadas aisladamente, son de carácter muy general. Además de esta diferencia d e pertinencia teórica, Iiay otra q u e influye directamente sobre el método d e análisis y el rol d e l o que s e llama el contexto. J.-M. Adam propone razonar a partir d e las dos ecuaciones siguientes: [Discurso = Texto + Contexto] y [Texto= Discurso - Contexto]
ieioqele e 'soysams soepuos iod A 'sepeiw!lep ou S ~ W ! S ~ Jap ~ Xoiunluo:, ~ un ap 111 -ied e 'vezuauo3 'osinas!p lep eisp ap oiund la eidope oqg!uias la !S 'o!qum u3 'opqp!os iejnJln3o!3osojxe~uw(a 'semolue 'se ais3 -3a 'seiniln:, seyiaadsei sns ap 'sauo!3elei sns ep euois!q el quan3 ue ieuai 'ou qnb iod 'A !u9p3eiaiu! el ap so~ayed -u03 s q eiiue sele!= A seleuopnigsu! sauopelei se1 ieioldxe u?!quei piaqap 'aiuau -eyseiibid so~~eiioq ap ie6nl ue 'elensuel ep soiae sol e peppech ns epol iep aie!nb !S 'oiad *osqsr~6u!/wed o m u m le VJeuiell enb 01 e sengqei 'ongeuoiue od!i ep A Ierq -seS-ruy! cd# s:, arnq2z~:v;ul :;pqr ::=',u=zepy!~:y p n p ~ c a z;scpe!=unvs ccsa ep seuopesj!u6p s q ap u~p&gsenu!el :smgs!qSu!l sopepunue sol ep oiunluo3 le iod op -!m!isu03 Vielse ,oyceL ns 'oldura!a iod .ug!aqueuiBes e( e iepemid e en A ieiep!suoa e sauo!saidxe se1 ep s e i ! q sol i!ppap e en iezuewo3 eied 'oycel lep eis!n ep oiund la ei -dope !S .uqai?cienuoa eun iezyeue iod euarysa as anb oagg!uas un sowau!6ew~
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el discurso
hipótesis sobre las tematicas dominantes del intercambio conversacional, sobre los juegos.de este intercambio y sobre los roles jugados por cada uno de los compañeros. Sólo entonces investigad las expresiones correspondientes, sin imponerse ningun limite de genero o de tipo de significante. S&o al termino de su análisis podrá decidir los limites de su corpus. que tendrá entonces la forma de una situación semiótica, en la que se integran expresiones Iingüísticas, mimo-gestuales, espaciales, institucionales y culturales. En ningun momento de su gestión, puesto que no habra fijado arbitrariamente los límites de un texto, habrh que apelar a un contexto, Al contrario. habrá construido el discurso (aquí, la situacidn semiótica) como un todo de significación, tomando sus expresiones de diversos tipos de significantes.
La noción d e contexto es, pues, una invención que sólo es necesaria cuando se adopta el punto de vista del texto y q u e se puede pasar por alto si se escoge el punto de vista del discurso. En cambio, desde el punto de vista del discurso, se plantean ctros problen~as,particularmente a causa d e la conjujiación, en un mismo proceso significante, d e muchos modos semióticos: verbales, visuales, auditivos, hasta olfativos, proxémicos, etc. Asimismo, en el seno del discurso, cohabitan muchas lógicas y muchos tipos d e coherencia (cf. infra: acción, pasión, cognición). Hay q u e preguntar entonces si esos modos semióticos, esas lógicas y esos tipos son o no son tomados a cargo por las mismas voces enunciativas y si contraen relaciones d e tipo simbólico, sen~isimbólico o retórico. Hay que preguntarse c ó n ~ oen , suma, se constituye la red de relaciones interseinióticas. Sin duda alguna, la cuestión tiene un alcance distinto al d e una simple "adición" del contexto al texto. Por ejemplo, nadie diría que la representación d e una obra d e teatro, o de una ópera, hasta d e una pieza musical, resulta d e la adición del contexto d e la representación al "texto" verbal yLo musical. Intuitivamente, reconocemos al conjunto d e la representación el estatuto de un conjunto significante viviente, d e una enunciación global que produce un discurso. Lo mismo vale para una conversación y para cualquier práctica social. E! pn,.nrn A,, ..:,.,,~1 . l .---- -..-.u r i c v u~ U L I LLALV L I L ~ P , U L ~ ,üíiñ difi~tiliadqü2 ZG es más que un artefacto del método empleado. El punto d e vista del discurso suscita otras dificultades, particularmente al momento de construir el sincretismo d e diferentes modos y lógicas semióticas, pero esas dificultades surgen de la cuestión relativa a la estructura plural y polifónica de la enunciación. I
A O L ~
1.5 Relato y discurso Ya hemos evoc:ido el rol de las estructuras narrativas en la comprensión del discurso. Pero la pareja "discurso/rt.lato" ha sido objeto d e un iinilisis específico en Ben\.eniste, sobre el cual debemos volver para clcspejai- algunas ninbigüetlatles. En un célebre rirtículo d e Problenzus de lingüística general 1 (París, Gallimard, 1966)7 titulado "Las relaciones d e tiempo en el verbo francks", Benveniste se esfuerza por resolver el problen~aplanteado por la aparente redundancia, en el uso, del pasado simple y del pasado compuesto en francés. Sostiene que, lejos d e concurrir, pertenecen. a dos sistemas distintos j 1 cot~zplementatios(p. 238). Luego, ampliando el análisis, demuestra que esos dos sistemas corresponden a dos planos de enunciación diferentes: el d e la historia, para el pasado simple, y e l del discurso, para el pasado compuesto. Los dos planos d e enunciación corresponden a morfologías diferentes, q u e interesan tanto a la localización espacio-temporal como a la designación d e personajes; adernás, cada plano d e enunciación explota un grupo d e formas verbales; la hist&a: el pasado simple, el imperfecto y el condicional, así como SUS forn~ascompuestas; el discurso: el presente, el pasado ccmpuesto y el futuro, y sus formas compuestas. Pero, más allá d e la sola morfología verbal, los dos planos de enunciación se distinguen también por su régimen enunciativo; la historia: por la ausencia d e locutor; el disctim por la libre manifestación del locutor y del auditor. La historia y el discurso se distinguen a la vez por un contraste entre las morfologías lingüísticas q u e les son específicas, y por la presencia o la ausencia del locutor y sus acompañantes. Aquí comienzan las ambigüedades. En efecto, en el desarrollo d e su demostración, Benveniste propone ejemplos del primer tipo, que son textos históricos y narrativos, lo que, a veces, ha permitido a algunos concluir que el relato-historia y el discurso eran géneros diferentes de textos, que acogían morfologías diferentes, y que estaban regidos por tipos de enunciación diferentes; en suma, tipos textuales oponibles uno al otro. h o r a bien, Benveniste sólo habla d e planos d e enunciación, d e los q u e el uno, la historia, n o se distingue más que por la ausencia d e manifestación del otro, el discurso. El discurso es: . .. toda enunciación que supone un locutor y un auditor. -y es el primero el que tiene la intención de injluenciar al otro de alguna manera (p. 242).
d discurso
TS1
llistoria se define, pues, como la suspensión del discurso:
Nadie habla aquí; los sucesos parecen relatarse ellos mismos (p. 241).
Para encubrir la presencia de la enunciación, no hay que suprimir solamente la expresión de los actores o de las posiciones espaciales y temporales de la enunciación; también hay que adoptar otras expresiones, particularmente adverbios, pronombres personales y formas verbales, específicas del modo 'desembragado". Este tipo de funcionamiento es, sin embargo, corriente: por ejemplo, el género lingüístico se expresa bien sea por la presencia o la ausencia de la d~sinenciadel femenino (leon/leona), o por la alternancia entre dos expresiones diferentes (nombre/mujer): tanto en un caso como en otro, es siempre ei masculino el que permanece como termino gen6ric0, y el femenino como término específico. De la misma manera, aunque el discurso y el relato adopten expresiones especificas y oponibles, resulta siempre siendo uno el modo genérico y otro el modo especifico. La distinción entre genérico y específico no se expresa necesariamente por una oposición entre términos marcados y nomarcados.
La cuestión señalada por Benveniste no es, pues, infine, la de clases morfalógicas y d e géneros textuales, sino la d e las modulaciones de la presencia de la instancia d e discurso en el texto; más o menos enmascarada, más o menos exhibida: depende, entonces, enteramente, del punto d e vista del discurso, y la historia-relato no es sino un caso particular d e encubrimiento total o parcial d e la instancia de discurso. Una vez más, el punto d e vista del texto pasa d e lado respecto al problema planteado. En términos d e método, esto significa que es inútil querer caracterizar y clasificar los textos por su modo d e enunciación; por el contrario, conviene estar particularmente atentos a los grados y a las modalidades d e la presencia y de la ausencia graduales d e la enunciación: ldsupresión completa d e la instancia d e la enunciación n o sería, a e& respecto, inás q u e una d e las formas d e la manipulación del destinatario, un simulacro d e objetividad q u e sólo engaña al que cree e n él, la ausencia fingida d e un enunciador que se anticipa encubierto. 2.
LA INSTANCLA D E DISCURSO
El término "instancia" propuesto por Benveniste es, sin duda, el más apropiado para designar el discurso en cuanto acto: la instancia designa
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entonces el coi-ijiiiiio de operaciones. cle oper¿idorcs y de. parametros que. controlan tsl ciisiiii-so. Este término genérico permite evitar introtlucir prematuramente la noción d e sujeto. El iicto es primero, sziigeneris, y los componentes d e si1 instancia son stsgiindos. Desde el punto d e vista del discurso, el acto es un acto d e enunciación q u e produce la función semiótica. La función semiótica puede, por cierto, ser examinada desde otro punto d e vista. como la reunión acabada del plano del contenido y del plano d e la expresión, pero se trata entonces del punto d e vista del texto. 2.1 La toma de posición
Recordemos que, cuando se establece la función semiótica, la instancia d e discurso debe operar un reparto entre el mundo exteroceptivo, q u e le suministra los elementos del plano d e la expresión, y el inundo interoceptivo, que le suministra los del contenido. Ese reparto adquiere la forma d e una *toma d e posición". El primer acto es, por lo tanto, el d e la toma deposición: enunciando, la instancia d e discurso enuncia su propia posición; está dotada entonces de una presencia (entre otras cosas, d e u n presente), q u e servirá de hito al conjunto d e las demás operaciones Merleau-Ponty precisa:
Percibir es hacer presente cualquier cosa con la ayuda del c u w (El primado de la percepción y sus consecuenciasfilosóficas, París, Cynara, 1989, p. 104). Si, a nuestro turno, afirmamos:
Enunciar es hacer presente cualquier cosa con la ayuda del lenguaje, n o hacemos sino prolongar el axioma fenomenológico y hacer de él un axioma semiótico. Además, desde un punto d e vista semiótico, la perrepciói i c a y a uii iciigudjc, yui y u r ca uiid uyri aci61i >igiiiÍicantt.. Puesto q u e el primer acto d e lenguaje consiste e n "hacer presente", n o se p u e d e concebir más que e n relación con un cuerpo susceptible d e sentir esa presencia. El operador d e este acto es, por consiguiente, el cuerpo propio, un cuerpo sintiente, que es la primera forma q u e toma el actante de la enunciación. En efecto, antes incluso d e que pueda ( o no) ser identifi-
el discurso
cado como un sujeta (Yo), este últiino es implantado como centro d e referencia sensible, reaccionando a la presencia q u e lo rodea. Esta primera etapa n o deja d e tener sus consecuencias: la deixis del discurso (el espacio, d tiempo; luego, el actor d e la enunciación) n o es una siniple forma; está, d e entrada, asociada a una experiencia sensible d e la presencia, a u n a experiencia perceptiva y afectiva. Puesto q u e es u m toma de posición sensible, y destinada a instalar una zona d e referencai, consiste también en una toma d e posición sobre las grandes dimensiones d e la sensibilidad perceptiva. la intensidad y la extensión. En el caso de la intensidad, se dirá que la toma d e posición e s una mira; en el caso de la extensión, se dirá q u e es una capfación. La niira opera en el á m b ~ t od e la intensidad: el cuerpo propio se torna entonces hacia lo q u e s m i t a en el una iiitensidad sensible (perceptiva, afectiva). La captación opera, en cambio, en el ánibito d e la extensión: el cuerpo propio percibe posiciones, distancias, dimensiones, cantidades.
El término "braguc" es construido a partir d e sus dos derivados más conocidos, el embrague y el desembrague. Una vez cumplida la primera toma d e posición, ya puede funcionar la referencia: otras posiciones podrán ser reconocidas y puestas en relación con la primera. Este es el segundo acto fundador de la instancia d e discurso: el desembmgue realiza el paso d e la posición original a otra posición; el embrague se esfuerza por retornar a la primera posición. El 'brague" ha sido definido. en general, como un conjunto de rupturas de isotopias (rupturas espaciales, temporales y actoriales), que oponen el Yo y el Él. el ahora y el entonces. el aquí y el alld. Esta descripci6n es justa pero no concierne más que a las consecuencias superficiales, y, para decirlo todo, a las consecuencias textuales y morfológicas del desembrague. AdemAs, explota una operación de valor general, ruptura de isotopía, sin precisar lo que hay de específico en el brague, es decir, el cambio de posición de la instancia de discurso. La 'toma de posición" es considerada como el primer acto de discurso. instituye un 'campo de presencia", y el desembrague es definido como 'cambio de posici6n". Las diversas rupturas de isotopias (actoriales, espaciales, temporales. cognitivas, alectivas, etc.), asociadas al desembrague. apareceritn entonces como manifestaciones superñciales de la operación de base.
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El desenzbrague es de orientación disjunti\!a. Gracias a él, el tnundo del discurso se distingue de la simple "vivencia" inefable d e la presen-
jacques fontaniUe
ci:i; cl tliscui.so I,ic'rdc' : i l ~ i en intensidad, pero gana e n extensión: nuevos tsp:icios. niicS\,osmomentos pueden ser explotados y otros actantes ser puestos en t.s(.csna.El desei~ibraguees, pues, por definición, pIuralizante y se present;i como un despliegue e n extensión; plui-alizii la iris[ancla d e discurso: el nuevo universo d e discurso q u e es así abierto coriiporta, al inenos virturilniente, una infinidad d e espacios, d e inomentos y d e actores. En cambio, el embrague es d e orientación conjuntiva. Bajo su acción, la instancia cle discurso se esfuerza por volver a encontrar la posición original. No puede llegar allí porque el retorno a la posición original es un retorno a lo inefable del cuerpo propio, al simple presentimiento d e la presencia. Pero puede al menos construir el simulacro. De esta forma, el discurso esta e n condiciones d e proponer una representación simulada del momento (ahora), del lugar ( q u i ) y d e las personas tie la enunciación (Yo/Tu). El embrague renuncia a la extensión, pues se acerca 1115sal centro d e referencia, y da prioridad a la intensidad; concentra de nuevo la instancia d e discurso. La unicidad aparente del sujeto d e enunciación es sólo un efecto d e esa reducción d e la extensión (reducción de la cantidad) y del brillo d e la intensidad reencontrada. En el gesto mismo de retorno a la posición original (inaccesible), el discurso produce, a la vez, el simulacro d e la deixis y el simulacro d e una instancia única. Esta observación debe ser comprendida como una precaución teórica: la unicidad del sujeto d e la enunciación n o es más que el efecto d e un embrague más forjado; la situación ordinaria de la instancia de discurso es la pluralidad: pluralidad d e roles, pluralidad d e posiciones, pluralidad de voces. Pero como este retorno es siempre imperfecto, está sometido a grados: así, si el embrague se interrumpe a mitad de camino, la persona quedará disociada, plural o dual; e n este último caso, el Tu podrá ser, por ejemplo, una de las figuras del sujeto d e la enunciación, tanto coino el Yo.
2.3.1 iuspropiedades del campo
El primer modo de la instancia, el d e la presencia pura, intensa o extensa, mira o captación, es susceptible d e ser expresado e n el discurso, tanto como los modos segundos, obtenidos por desembrague y embrague. En relación con el primero se hablará d e la función d e presenta-
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el discurso
ción del discurso -llamada también presentificación-; e n relación con los otros, se trata d e la función d e representación, representación d e otro mundo (por desembrague) o representación d e un mundo propio (por embrague). Cada operación d e la instancia d e discurso se cumple, e n efecto, sobre el fondo de la que la precede y que permanece activa. La puesta e n escena discursiva de la toma de posición puede ser parcialmente esquematizada bajo la forma de un campoposicional, expresión tomada de Benveniste. Para Benveniste, el campo posicionalestá constituido por las categorías de la persona, del número y de la diatesis (Problemas de lingüística general 1. p. 174): ahí se reconocen las categorias más generales del actante. de la cantidad y de la orientación predicativa. Todas se deducen de la toma de posición original. (1) La orientación predicativa es establecida a partir de la posición de la instancia de aiscurso, y esta posicitn permite prever la distribución de los diferentes actantes en torno al proceso (formas activa. pasiva, factitiva). Más generalmente, indica cuál es el punto de vista que se impone al discurso. (2) El actante es el operador de la toma de posición; ya hemos indicado que el actante mínimo es el cuerpo que ocupa el centro de referencia del discurso. La formación de diferentes personas es un fenómeno segundo. (3) La cantidad resulta de la puesta en relación de diversas posiciones y de la medida de distancias espacio-temporales entre esas diversas posiciones.
Las propiedades elementales del campo posicional pueden ser identificadas c o m o sigue: (1) el centro d e referencia, (2) los horizontes del campo, y (3) la profundidad del campo, que pone en relación el centro y los horizontes, ( 4 ) los grados d e intensidad y d e cantidad propios d e esa profundidad. El centro es instituido por el mismo cuerpo sensible; es el lugar d e la intensidad máxima para una extensión mínima. Como lo precisa Benveniste: I
El que ordena el canzpo se designa a si mismo como posición, como centro e hito (Problemas de lingüística general 2, p. 69). Sin desembrague, el centro n o puede más que sentirse a sí mismo, como una pura intensidad emocional y propioceptiva, sin extensión. Los horizontes son aquellos qcie delimitan el dominio d e la presencia: más allá, proyectan el dominio cle la ausencia; corresponden a la
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p~p?punfo~ trld Z' F'Z 'pep!iaile e1 ap lauo!3!sod oduie3 la 'ipap sa *oiaiu!id lap aiuaiin3uo3 'leuo!3!sod odwm oiio ap u ~ ! ~ e u i iel o jadloZl 010s un ap qeyas aiuozti -oq la ua auanj Anw pep!suaiu! cuii ap uo!3!.1t:di? i : ~oiad .saiuoz!~oilsol al> oiiua3 la eiedas anb i?!Dueis!p i:l .ic!~.~idi: ai!iiiixl pi?p!suaiu! ap cp -!p.i?d eisa 'o~quii:~ ua !alq!suas o~iua3la ~ i u a t ~ ~pi:p!suaiu! jns i?un uo:, JeiJaji: apand 1t:u0131sododiiit:3 la13 saiuoz!.ioil sol u;, opi?ni!s visa .mb 01 al> i:pi:u 'oi~ajaua tiiiu!xgiii u?!suaixa cun i:.ii:d i:ui~u!~upi?p!suaiu!
el discurso
por tanto. mensurable; el actante puede apreciar la distancia en profundidad. En cambio, la profundidad que se mueve desde los horizontes no tiene un punto de referencia conocido; si la profundidad avanza hacia el centro. sólo puede ser sentida; tal es. por ejemplo, la experiencia del vértigo, o la del presentimiento de una invasión o de una agresión. La profundidad progresiva es, pues, una profundidad mgnitiva, a propósito de la cual el actante. centro del discurso, puede predicar. medir y evaluar. La profundidad regresiva. que toma la primera en retroceso, es, en cambio, una profundidad emocional.
2.3.3 Los actantes posicionales Estas primeras definiciones, conjugadas c o n los tipos d e la toma d e posictón, la mira (intensiva) y ia captación (extensiva), permiten definir los actantes del campo posicional, o, más simplemente, los actantesposicionales. En el capítulo siguiente volveremos sobre esta noción, oponiendo los actantes posicionales a los actantes tra nsformacionales. Benveniste habla del "campo posicional del sujeto" y d e la persona. nos parece todavía prematuro hablar aquí de sujeto para un actante q u e n o hace más que sentir la intensidad o la extensión d e una presencia y la proximidad o la distancia d e los horizontes. En cambio, la persona ya tiene su lugar entre las propiedades elementales del campo posicional si se entiende por persona, al menos, un actante dotado depresencia, un actante presente a sí mismo y a otro. Sin embargo, mostraremos más adelante q u e la categoría de la persona debe ser manipulada con precaución (cf. infra, capítulo VI). Los actantes posicionales de los actos de mira y d e captación son simplemente fuentes, blancos y actantes de control, q u e pueden, bajo ciertas condiciones, convertirse e n obstáculos. Hay una fuente, u n blanco y un control d e la mira; una fuente, un blanco y un control d e la captación; e n la mira, la presencia e s una relación intensiva entre la fuente y el blanco; e n la captación, la presencia es una relación &tensiva/cuantitativa entre la fuente y el blanco. La identificación de la fuente y del blanco no siempre es fácil. En el ámbito de la intensidad, por ejemplo. que es patrimonio de la mira. el cuerpo, centro del campo. siente una intensidad que atribuye al efecto de una presencia en el campo; e1 la pone en la mira, pero s610 para reconocerla como origen de esa intensidad: paradójicamente, él es la fuente de la mira pero el blanco de la intensidad. Todo el problema consiste entonces en saber dónde se coloca la intencionalidad: mientras que la presencia así sentida no sea reconocida como intencional, el cuerpo-centro queda como fuente de la mira; pero, si esa presencia es percibida como intencional, entonces el actante centro de discurso
pierde la iniciativa de la mira; es él mismo puesto en la mira por la intensidad que siente; una alteridad intencional toma forma en su propio campo. A la inversa. en el ámbito de la extensión, donde se ejerce la captación, el cuerpo, centro del campo, es el punto de referencia de todas las apreciaciones de distancia y de cantidad: es a la vez la fuente de la captacidn y la fuente de las medidas de la extensión. Pero la misma alternativa queda abierta: si la presencia es percibida como intencional, es el lugar del actante centro de discurso el que es captado, evaluado, medido y cuantificado. Esto significa, entre otras cosas, que la presencia, en un sentido semiótico, está al menos articulada por una orientación: una presencia intensa dirigida hacia el centro suscita la mira; la presencia del cuerpo-centro en la extensión es la fuente de apreciaciones cuantitativas; en un caso, hay presencia de alguna cosa con relacibn al cuerpocentro; y en el otro caso, el cuerpo-centro está presente ante alguna cosa que se manifiesta en su campo.
Los actantes de control dirigen la relación entre las fuentes y los blancos. Pueden ser definidos a partir d e la variación d e los gradientes d e intensidad y de extensión en la profundidad: toda modulación o variación brusca de la una o de la otra será imputada a un actante d e control que debilita o refuerza la presencia. El actante d e control puede suscitar la aparición de nuevos horizontes: basta que funcione entonces como blanco y que suspenda toda presencia más allá d e sí mismo; entonces, el actante de control se ha transformado en obstáculo. Este funcionamiento es particularmente evidente e n el caso d e la iluminación, dond e la relación entre las Fuentes y los blancos d e la luz puede ser perturbada por la aparición de obstáculos: los actantes d e control son transformados e n blancos. El dispositivo general del canipo posicional es aplicable a numerosas categorías: se puede, por ejemplo, hablar de profundidad en el espacio, e n el tiempo, pero también en la afectividad o en el imaginario. La substancia que organiza es indiferente, sus propiedades (centro, horizontes, profundidad, actantes posicionales) son constantes. Una diversidad tal d e aplicaciones puede parecer que juega con desplazamientos, metafóricos pero se trata más bien d e transferencias metafóricas que ti&nen un valor metasemiótico y que revelan la permanencia de un mismo esquematismo elemental del discurso. La categoría de la persona, por ejemplo, conoce tales moúulaciones. La variedad d e pronombres personales que designan o comprenden &o 10 atestiguan. En el caso del nosotros mayestático, el nosotros amplificado, el centro se transforma en una forma masiva que se confunde pronto con el campo entero; el actante d e control y los blancos son entonces
el discurso
repelidos fuera del caiiipo: este nosotros trascendente n o acepta otra presencia que no sea la suya. Por otra parte, la distinción entre el nosorros Ilaii~adoinclusivo (que incluye la segunda persona y que excluye el resto) y el nosotros llarnado exclusivo (que excluye la segunda persona e incluye las terceras personas) puede ser interpretada coino un desplazamiento del Iiorizonte del campo: en el primer caso, el actante d e control cierra el caiiipo, e n el segundo, lo abre a los "ellos". Otro ejemplo, la experiencia de la magdalena en Proust: cuando el narrador relata el 'ascenso del recuerdogescondido en las profundidades de la memoria, gracias a la degustaci6n de la magdalena remojada en el té, instala el campo posicional de la instancia de discurso. y tendría mucha dificultad para retranscribirla con otras figuras que no fueran las de la profundidad. La fuente es aquí el recuerdo escondido; el blancdes el cuerpo del actante; el actante ha sentido el efecto de la magdalena, ha apreciado la profundidad en la que el recuerdo está escondido; reconociendo el efecto gustativo como asociado a un recuerdo. ha atribuido de golpe un valor intencional a esa presencia sensible. Este actante se esíuerza por ser la fuente de una mira, pero no llega a captar el recuerdo escondido. Ei actante de control está representado. en este caso, por las diferentes capas de la memoria que el recuerdo debe atravesar para reencontrar el cuerpo centro del campo. El texto es muy explícito sobre la forma de este actante de control: una estratificacion y un espesor que frena, bloquea, desvía el ascenso del recuerdo, que libera luego el paso para dejarlo expandirse. Pero el actante de control sólo libera el recuerdo si el actante centro del campo renuncia a ser la fuente de la mira y acepta ser el blanco. Esta experiencia puede ser captada en otro nivel de análisis como un microrrelato con personajes y peripecias; pero se trata entonces de la representaciónnarrativa y no de la experiencia sensible, de la experiencia de una presencia. Para esta última, sólo los actantes posicionales, fuente, blanco, control, son pertinentes.
3. ESQUEMAS DISCURSIVOS
/
La instancia d e discurso n o asegura la inteligibilidad del discurso; garantiza ia presencia e n el mundo y cumple con los actos necesarios para la realización d e este discurso. Pero la significación d e esos actos n o se puede reducir a su solo valor d e presencia: si fuera así, cada acto sería siempre irreductiblemente singular y no aportaría, sobre el ~ n u n d oal cual refiere o propone, ninguna información explotable, puesto que no podría ser relacionado y comparado con ningún otro. Y, sin embargo, el discurso nos procura conocimientos y emociones. Cuando actúa sobre nosotros, si quereinos comprender la manera e n
q u e opera, debeiiios poder coiiiparar, confrontar, generalizar y. por consiguiente, escapar ;i la irrecluctible singularidaíl d e la presencia ;~ct~ial. De\,emos, en suin;i, pasar del dMcurso en acto al disclrrso e?zlr?~ciado. De hecho, cuando Ii;iblaiiios d e "acto primero", d e "toriia d e posición original", no es más que e n relación con esa presencia singular. Pero nadie profiere jamás el "priiner" discurso: la activiclad discursiva es sienipre retomada en una cadena, sobre un espesor d e otros discursos a los cuales no cesa d e referirse. Cada discurso ocurrencia es la ocasión d e una multitud de actos de lenguaje encadenados y superpuestos los unos a los otros. Debenios, de algún modo, pasar del acto de enunciación a la praxis enuncicrtiua: la praxis es, justamente, ese conjunto abierto d e enunciaciones encadenadas y superpuestas, en cuyo seno se desliza cada enunciación singular. A partir d e ahí, por la repetición, la reformulación, y hasta por la innovación, todos los actos d e la praxis enunciativa son subyacentes al ejercicio de un acto singular. Por eso mismo, los discursos son capaces d e esquematizar aquello a lo q u e se refieren y d e proyectar así formas inteligibles q u e nos permiten construir la significación. Por lo tanto, un esquema discursivo es una forma inteligible. Pero n o queda cortado jamás el lazo con el universo d e lo sensible: cada acto d e enunciación reactiva, e n efecto, esta dimensión. El esquema mantiene el vínculo entre lo q u e comprendemos del discurso y nuestra aprehensión sensible de su presencia. Distinguiremos, pues, dos tipos de esquemas de discurso: (1) los esquemas tensiuos, esquemas q u e regulan la interacción d e lo sensible y de lo inteligible, las tensiones y las calmas q u e modulan esta interacción; (2) los esquemas canónicos, esquemas q u e conjugan y encadenan muchos esquemas tensivos bajo una forma fijada e inmediatamente reconocible en una cultura dada. El término de esquematismo, en la tradición proveniente de Kant, designa la mediaci6n entre el concepto y la imagen. y, más generalmente. entre las categorías del entendimiento y los fen6menos sensibles. Cassirer, en La filosofía de las fonnas simbólicas, hace de ese rol una función central del lenguaje: El lenguaje (...) posee tarnbidn un esquema, al cual debe remitir todas las r e p r e s e n t a c ~ sintelectuales para hacerias captables y representables por los sentidos (tomo 1, p. 154; vemrSIdn espaijola: p. 162).
,
3.1 Los esquemas de tensión Sobre el principio de base según el cual los esquemas aseguran la solidaridad entre lo sensible (la intensidad, el afecto, etc.) y lo inteligible (el despliegue en la extensión, lo mensurable, la coniprehensión), s e podrá definir el conjunto d e esquemas discursivos como variaciones d e equilibrio entre esas dos dimensiones, variaciones conducentes sea a un aumento d e la tensión afectiva, sea a un reposo cognitivo. El auii-iento d e la intensidad aporta la tensión; el alimento d e la extensión aporta el reposo. La sintaxis del discurso, ese encadenamiento y esa superposición in- dimensión - -- - d-e - la- -incesante d e actos, conjuga, pues, a todo momento--la tensidad (lo- sensible) ~ l ~ o d e m preos - - - y la d e la extensión --(lo- -inteligible) - - ver, a este respecto, cuatro escenarios típicos. 3.1.1 Los cuatro esquemas de base
Los esquemas discursivos son, siguiendo la definición precedente, movimientos orientados hacia una tensión más grande o Iiacia un mayor reposo. Esos diversos movimientos conjugan disminuciones y acimentos de la intensidad con reducciones y despliegues e n la extensión. Cuatro grandes tipos de movimientos pueden ser considerados.
Intensldac! de !a decadencia
1 \
\,
Extensl6n (Captación)
Intenddad (Mire)
1\
ascendencia
(1) la disminución d e la intensidad, conjugada con el despliegue d e la extensión, procura un reposo cognitivo:
este es el esquema descendente o esquema de decadencia: ../ '.
(2) el aumento de la intensidad, conjugado con la reducción d e la extensión, proporciona una tensión afectiva: este es el esquema
de la ascendencia; Extensl6n (Captacidn)
jacques fontanille
(3) el aumento d e la intensidad, conjugado con el des-
Intensidad (Mira) v
e
,
Esquema a \~ l i f i caa c ~ b n
Extenslon (Captación)
. lntensldad (Mira)
/
/ /&Yatenuación d
7
,
cura pliegue una d e la tensión extensión, afectivopi-ocognitiva: este es el esqrrenín de la amplificación:
( 4 ) la disiliinución d e la intensidad, conjugada con la reducción d e la extensión, proporciona un reposo general: este es el esquema de la atenuación.
Extenslón (Captacidn)
a-
El esquema de decadencia
Este primer escenario conduce d e un acento de intensidad, d e un shock emocional a la calma procurada por un despliegue, una explicitación, incluso una reformulación e n extensión. La teoría d e los incipits, sea la de Aragon, a propósito d e sus novelas (Les incipits), o la d e Valéry, a propósito d e La joven parca (Fragmentos de las memorias de un poema); [Lajeune parque (Fragments des mémoires d'un poeme)], es la ilustración perfecta: una y otra presentan la praxis enunciativa, desde el punto d e vista de la producción, como un breve momento d e "inspiraci6n" en el q u e se dibujan d e golpe el inicio del texto y su forma general, seguido de un largo tiempo d e despliegue y d e "rellenon d e esta forma. Aragon y Valéry sostienen, asimismo, cada uno a su manera, que los dos momentos n o tienen ni el mismo estatuto cognitivo ni el mismo estatuto moda]: e n el primero, ., e! cuerpc, ! S i m u g i n x i ~ n ,125 figüres U d ;hcuiiscicíiie picduriiiriari; eri el segundo, la cognici6n, la relectura, la producci6n consciente y reflexiva toman, a su turno, el paso. El primer momento e s el d e una toma de posición estallante; la continuación del proceso es la explotación cognitiva d e esta primera toma de posición. En otro ámbito, la relación entre lo q u e los publicistas llaman el gancho y el resto del aviso es del mismo orden: el gancho n o vale más q u e como acento por su capacidad d e captar la mirada y la atención del es-
el discurso
pectador, es decir de proponer una formulación condensada, intensa y, por ende, afectivaniente eficiente; el resto del aviso, texto e imagen, explota y difunde esa atención para conducirla, mecliante una argumentación más b menos compleja, hacia una decisión o algún otro acto cognitivo.
b- El esquema de ascendencia El segundo escenario, inverso al primero, conduce a una tensión final qlie culmina d e algún modo con estalliclo y d e manera afectiva, suma d e todo lo que la precede. Del lado d e las estructuras narrativas, es este tipo d e esquema el que dirige, por ejemplo, el aumento progresiv o del miedo en los relatos de horror, o, más simpleincnte, del su*so. Pero la misma sintaxis d e la frase, en la ~iiedidae n q u e está soinetida a la orientación y a la praxis discursiva, nos suministra muchos ejetnplos, particularmente con el tipo llamado exclamatiuo. El montaje cinematográfico, que se considera controlado por la instancia enunciativa del Filin, juega igualmente con esta posibilidad: cuand o el montaje descansa sobre el estrechamiento (progresivo o brusco) del campo, hasta un rostro encuadrado en primer plano o un objeto captado por un "inserto", pasa d e un desarrollo descriptivo o narrativo a un efecto puramente emocional; inversamente, cuando ensancha progresivamente el campo partiendo d e un primer plano o d e un plano cerrado (corto) para llegar a una serie d e planos largos o d e panorámicas descriptivas o narrativas, pasa d e un efecto emocional (el equivalente a una suerte d e pregunta o d e exclamación) a un despliegue explicativo o cognitivo. Cualesquiera que sean las razones particulares q u e puedan conducir a tales elecciones, la dialkctica d e lo sensible y d e lo inteligible está siempre determinada por la selección global d e un esquema ascendente o decadente. 1 Se puede adetnás evocar la construcción de géneros ]iterar@ q u e desembocan e n una especie d e "caída": el final inesperado del cuento, el renzate del soneto, son estallidos d e intensidad que probletnatizan globalmente la significación d e lo que los precede, n o porque la contradigan sino porque reactivan a último momento la emoción: pasión, inquietud o incertidumbre. Es verdad que esas "caídas" y esos "remates" iniponen una retrolectura del conjunto del texto. Pero n o se trata -es sabido por los lectores "profesionales" y universitarios- d e una relectura cursiva: instantáneainente, bajo el golpe cle 1:1 emoción, la caída y el reinate incitan a recorrer de un tirón el texto que permanece e n la me-
jacgues fontanille
iiioria. 1-sc 1-ecoi-i-idoc-onstituyc de ;iIgún iiioclo la "suma" cle toclo lo q u e
precede, y, gracias :i cs;i conclensnción últiiiia. reconfigura la significación clel conjunto. c.-
1 1
El csql.rcvnn ric ninpl!ficación
El tercer escenario descansa en el principio d e gradación general q u e parte d e un inínimo d e intensidad y d e una extensión débil para conducir a una tensión máxima igualmente desplegada en la extensión. En ese caso, el acrecentamiento d e la inforinación y el despliegue cognitivo n o provocan disminución d e intensidad, al contrario; lo sensible y lo inteligible crecen entonces d e común acuerdo. Pensamos e n la mayor parte d e las construcciones sinfónicas que nos condl~cend e la línea delgada y apenas audible d e los soli, a !os turti d e mayor brillo. Pero también, e n retórica, en todas las figuras llamadas d e la amplificación: e n un momento del texto o a lc largo d e un texto entero, generalizan y difunden un efecto d e aumentación total d e su intensidad. Este esquema es, además, e n los límites d e una o d e muchas frases, el del énfasis. La tragedia clásica explota tal esquema: e n el acto IV, las tensiones decaen, los arreglos se perfilan; se podna decir q u e la intensidad dramática está debilitada sin que, n o obstante, una solución verdadera sea hallada; e n el acto V, la crisis estalla con violencia, la muerte o la desgracia n o perdonan a nadie: esta intensidad destructiva y contagiosa es el único desenlace posible. En cambio, e n la comedia, toda crisis debe resolverse sobre el modelo del esquema descendente, gracias a los arreglos cognitivos, a los compromisos razonables, o, asimismo, gracias a nuevos hechos, descubiertos a último momento, y a veces presentados d e una manera laboriosamente explicativa; las relaciones entre los protagonistas se reorganizan y la situación se estabiliza.
El esquema d e atenuación El cuarto escenario es el del abatimiento general d e tensiones y de despiiegues: partiendo d e un principio d e abatimiento o d e adelgazamiento d e fuerzas e n el discurso, así como d e reducción d e la extensión, se llega a un reposo que adquiere la forma d e una devaluación general, q u e invita a una reevaluación: las valencias sensibles d e la intensidad y las valencias inteligibles d e la extensión son entonces muy bajas, hasta nulas, en espera d e una amplificación. En ciertos aspectos, la disminución d e tensiones en el acto IV d e la tragedia clásica, sin que, n o obstante, ninguna solución cognitiva se perfile, se inscribiría en este escenario.
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el discurso
Más generalmente, el reino de la insipidez emerge de tal esqueiiia. La insipidez n o está jatnás instalada; debe ejercer sin cesar su control sobre las sensaciones, sobre las figuras y sobre las situaciones evocadas. Evocar la insipidez uerlaineana, por ejemplo, es recordar el conjunto d e procedimientos semánticos y formales por los cuales "apaga" el respliindor d e las sensaciones y s e orienta a un estado netrrro (o neutralizado), un estado d e reposo conipleto: en Sagesse (Subiduna), por ejemplo, el poema de L 'échelonnement des haies... conduce d e una representación contrastada de los elementos d e un paisaje campestre (vegetales, molino, animales, sonidos d e un campanario) a la presencia más neutra posible. En efecto, a fin d e cuentas, todo se confunde e n la atmósfera vaporosa de la niebla; los aniinales y los vegetales intercainbian sus propiedades, gracias a la metáfora; las campanas suenan comoflautas, gracias a la coiiiparación; y, en el último verso, el cielo es como d e leche. Finalmente, el rasgo /maternal/ confiere a esa neutralidad de la presencia y a ese reposo una dimensión psíquica y afectiva que una interpretación psicoanalítica podría explotar. La insipidez es, también, según Francois Jullien (Eloge de la fadeur, Le livre d e Poche, 1991) el principio mismo d e toda la cultura china. Pero esa insipidez es estratégica: permite, a través de la posición más neutra posible, encontrar en todas las cosas el centro o la base de toda la experiencia del mundo. La insipidez sería, en suma, el lugar menos cieterminado, el menos específico, el d e la presencia más tenue, y, en consecuencia, e n el q u e todo es aún posible porque nada está actualizado. La zona d e las valencias más débiles d e la intensidad y d e la extensión, esa zona a la que apunta el esquema d e atenuación, sería la zona virtual por excelencia, la del oscurecimiento y desaparición de las figuras; pero d e ella pueden también emerger nuevas formas semióticas. En otra perspectiva. esta zona de valencias ddbiles seria tambidn la de la irrisión. Pensemos por ejemplo en el rol de las figuras de irrisión en A/c&. de ~Gollinaire:al / momento en que sube la tensi6n afectiva. sin esperanza de solución -se trata en general de un amor desdichado o perdido-, el rasgo de humor o la broma incongruente vienen a bajar la fuerza de la emoción. sin resolver, no obstante, nada: ni intensidád, ni extensión. Si se puede decir que el humor 'interrumpe" el ritmo de una conversaci6n o de un discurso, no es solamente porque cambia de tono o de registro - e s o no es más que sino, sobre todo, porque impone un nuevo equilibrio entre lo sensible y lo un medi-, inteligible.
jacques fontaniLIe
3.2 Esquemas canónicos
Los esquem;is d e tensión son, d e alguna manera, "sílabas" del discurso q u e se pueden orden~irpara formar "frases": se ha visto. por ejeinplo. qiie la tragedia clásica encaclena tres escenarios tensivos sucesivos: (1) el esquenla ascendente, cuando se anuda el drama; (2) el esqueina d e ateniiación, cuando, en el acto IV, los conflictos se apaciguan, y, e n fin (3) el esquema d e ;implificación por el cual adviene la catástrofe y se generaliza. Este encadenaniiento típico forma el esquema canónico d e la tragedia clásica 3 la francesa. Cada tipo d e discurso, y tal vez cada género (cj: supra, a propósito del cuento o del soneto) y cada figura d e retórica, están así compuestos d e uno o varios esquemas complejos, cuyo reconocimiento por el lector es una d e las más seguras y más generales instrucciones d e lectura. Conio son característicos d e un tipo o d e un género, guían n priori la comprehensión del discurso y adquieren entonces el estatuto d e esquemas culturales, por convención o heredados de la tradición: ésta es la razón por la cual se les denomina esquemas canónicos. Estos esquemas canónicos pueden alcanzar u n grado d e generalidad tal que hacen inteligibles grandes clases d e discursos, q u e van más allá d e los límites d e un tipo o d e un género. Este es el caso, por ejemplo, d e los esquemas narrativos canónicos y de los esquemaspasionales canónicos que, al interior d e un área cultural, determinan la sintaxis discursiva d e la acción y d e la pasión y definen así dos grandes dimensiones del discurso e n general. 3.2.1 Los esquemas nat~atiuoscanónicos
a- Esquema de la prueba El esquema de la prueba es tradicionalmente definido como el encuentro de dos programas narrativos (cf. infra capítulo V) concurrentes: dos sujetos se disputan un mismo objeto. Pero e n el esquema de la prueba, establecido empíricamente a partir de los trabajos de Propp, la modificación del enunciado de base - q u e permite identificar los programas rrarratim+ sólo interviene e n la última etapa, que es precedid a por otras dos. He aquí el esquema completo: Confrontación + Dominación + Apropiación / Desposesión
e
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el discurso
La apropiación es el progi-dma narrativo d e conjunción, que beneficia al vencedor; y la desposesión, el programa narrativo de disjunción que padece el otro sujeto. Pero el estatuto de las otras dos etapas no puede ser traducido en los términos misinos del programa narrativo, es decir, del discurso-enunciado stricto sensu. En efecto, la confronración es, simpleinente, la puesta en presencia de dos actantes y de sus programas: sin ese encuentro q u e asegura el discurso e n acto, la prueba jamás tendría lugar. Para poder disputarse el objeto, los dos sujetos deben tomarposición en un mismo campo de discurso. A veces, la puesta en juego del conflicto se puede liinitar a esa sola confrontación: se trata entonces solamente de apoderarse d e la posición, d e ocupar, solo, el centro del campo d e referencia, sin q u e se d é ninguna transferencia del objeto. Con eso, se esclarese el sentido de la dominación: antes d e ganar o de perder el objeto, los sujetos deben comparar sus fuerzas, enfrentarse para saber quién sacará ventaja sobre el otro. ¿Qué significa awntujar u1 olro sino tomar una posición dominante? Esta dominación puede, ante todo, expresarse e n términos de modalidades de la presencia: el vencedor es aquél q u e tiene presencia más fuerte; toma lugar al centro del campo de referencia; y el vencido, aquél q u e tiene presencia más débil; es repelido a la periferia e n una profundidad humillante, o arrojado fuera del campo. La dominación puede expresarse también e n términos de inodalidades d e la competencia: el poder hacer de uno saca ventaja sobre el poder hacer del otro. Pero el poder hacer del vencido n o es obligatoriamente nulo ( n o poder hacer): la victoria, e n efecto, tiene tanto inás precio mientras más fuerte es la resistencia. Asimismo, e n términos modales, la dominación es, una vez más, u n asunto d e intensidad y de cantidad. El esquema de la pnreba sólo puede ser traducido parcialmente e n términos d e programas narrativos: sólo la última fase conviene, eyefecto, a una tal descripción. En cambio, corresponde globalmente 81 encadcnainicniu d c Gus esqueirias de iensión: primero, ei esquema ascendente, que conduce d e la confrontación a la dominación, y durante el cual el combate por la posición hace más y más viva la presencia del vencedor; es seguido por el esquema descendente, que conduce de la dominación a la apropiación/desposesión y que, gracias a una transferencia del objeto, favorece (al menos provisionalmente) la distensión narrativa. El conjunto está constantemente bajo el control de la enunciación y particularmente de la orientación discursiva: es ella, en efecto, la q u e
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clcc.icle sol~i-c1:i coinciclCiici:i o la no coincidencia entre, d e una parte, la posición, q u e es lo que esiá en juego en el conflicto narrativo, y cle
oirii parte, el ceniio del caiiipo posicional del discurso. De esta decisión depende el punto de \:isrri al cual está sometido el esquema: el punto de vista del vencedor, si esas dos posiciones coinciden. o el punto cle vista del vencido, si no coinciclen. Queda sobreentendido que los efectos axiológicos y pasionriles clel uno y del otro son enteramente diferentes.
b Esquema de fa búsqueda El esquema de la búsqueda, establecido por A J. Greimas a partir d e Propp, pone en niñrcha cuatro tipos d e actantes diferentes: el Destinador y el Destinatario. el Si~jetoy el Objeto (cf. i n f a capítulo IV). Los dos últimos. ei Sujeto y el Objeto, están vinculados, como se vio precedentemente, a programas d e conjunción o d e disjunción. Los otros dos, el Destinador y el Destinatario, aparecen aquí e n razón de una nueva dimensión del esquema nairativo; la búsqueda, e n efecto, es una forma d e transferencia de objetos de valor. No se trata ya del conflicto de dos actantes para ocupar una misma posición ni tampoco para llevarse un Objeto. Se trata d e la definición d e los valores q u e van a dar todo su sentido al recorrido del Sujeto. Esta es también la razón por la q u e el valor, siendo aquí una determinación suplementaria, y particularmente decisiva, permite, por tradición, resaltar esos cuatro actantes con mayúscula. El Destinatario (aquel que recibe el Objeto de valor) es con mucha frecuencia, el mismo actor que el Sujeto (aquel que busca el Objeto), pero ese no es el caso general; de todas maneras. se trata de dos roles actanciales diferentes: en un caso, el Destinatario participa de la definición contractual de los valores; en el otro, el Sujeto participa en los programas de junción con el Objeto. A causa de esta frecuente confusión con el sujeto, a veces se ha creído poder economizar el Destinatario, pero esto es desconocer la diferencia de pertinencia entre los dos niveles del esquema canónico.
cada uno de. los dos pares d e actantes sigue su propio recorrido. El recorrido del par Destinador/Destinatario es el siguiente: Contrato (o Manipulación) + Acción + Sanción
el discurso
El del par Sujeto / Objeto es el siguiente: Competencia + Performance 4 Consecuencia
El segundo está engastado en el primero, puesto que el conjunto de sus tres etapas equivale a la segunda etapa (Acción) clel primer esquema: Acción = Competencia 4 Performance 4Consecuencia
Estos dos recorridos pueden entremezclarse en la cadena del discurso, pero la diferencia radical d e su estatuto (el primero controla y engloba al otro, uno define los valores que el otro manipula) nos obliga a considerarlos como dos capas d e determinaciones distintas, una debe ocultarse provisionalmente para que la otra aparezca. Están en relación jerárquica, y no pueden sel. "aplanadas" en una sola secuencia lineal. Por ejemplo, cuando el Sujeto pasa a ia acción, puede parecernos coino totalmente independiente del Destinador. Este último puede aún intervenir, pero solamente bajo una forma debilitada y ancilar, la del Ayudante, que completa o refuerza la competencia del Sujeto. Esto quiere decir que, en ese momento, el centro del campo posicional está ocupado por el par Sujeto/Objeto -o, al menos, por el Sujeto-; el Destinador sólo ocupa ahí una posición marginal: queda e n una posición trascendente, pues se halla más allá del liorizonte del campo. Inversamente, cuando se da la negociación del contrato o al niomento d e la sanción, la tensión entre el Sujeto y el Objeto es solamente potencial. En ciertos tipos narrativos, el Sujeto debe remitir a su Destinador el Objeto que ha conquistado para significar mejor su cambio d e status (era Sujeto, y se vuelve Destinatario). En ese momento, es la relación Destinador/Destinatario la que ocupa el centro del campo posicional en detrimento del otro par d e actantes. ,4
La aproximación entre la manipulación y la competencia es particularmedte esclarecedora, porque pone en evidenaa dos tipos diferentes de intencionalidad. Gracias a la manipulación, el Destinador negocia el paso a la acción del Destinatario, es decir, su conversidn en Sujeto; conociendo los valores, se esfuerza por realizarlos, por hacerlos pasar a un plano de realidad diferente de aquel en el que los ha conocido, se esfuerza por hacerlos pasar del plano trascendente al plano inmanente. En el horizonte de la manipulacidn, se mantiene siempre la jerarquía entre los valores y es ella la que soporta, en ese caso, la intencionalidad. En cambio. gracias a la adquisición de la competencia (las modalidades del querer hacer, del poder hacer, etc.), el Sujeto solamente se procura la rdentidad necesaria para
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la perfonnancia. Esta competencia está exclusivamente dirigida hacia el cumplimiento del programa narrativo y no hacia la realización de los valores. La intencionalidad reposa, entonces, solamente sobre la tensión entre los programas disjuntivos y los programas conjuntivos. Esta dilerencia intencional puede engendrar, en relatos más complejos, escrupulo~, dudas, que no son otra cosa que expresiones afectivas del 'ir y venir" entre los dos niveles de pertinencia del esquema narrativo canónico; no obstante, son. al mismo tiempo, el indice de una fuerte solidaridad entre los dos. El sujeto del discurso aparece frecuentemente inquieto o veleidoso: dividido entre su rol de Sujeto y su rol de Destinatario; debe, en efecto. negociar sin cesar entre los fines y los medios. entre los valores y la conquista del Objeto. Colocada entre dos posiciones, la instancia de discurso se agita o vacila.
El valor es lo único q u e no sería afectado por esas variaciones d e grado de la presencia discursiva. El Sujeto e n acción puede "oividar" q u e es también un Destinatario, pero no puede 'olvidar" el valor atribuid o a! Objeto, sin que t d o su recorrido cambie d e sentido -lo q u e n o dejará d e ser destacado al momento d e la sanción-. Por poco q u e ese valor se haya perdido d e vista, el Sujeto debe entonces tomar partido, deliberar, reactivar los sisiemas d e valores y renovar el contacto con la instancia del Destinador. Y es que, con vistas a una instancia d e discurso dada, la presencia del valor n o puede ser debilitada: el valor está presente, es la presencia misma, e n el centro del dispositivo enunciativo. Si la presencia del valor se debilita, es porque se vuelve antifrástica, irónica, imsoria: otra instancia d e discurso está entonces tomando posición. Del esquema narrativo canónico d e la búsqueda mantendremos, pues, q u e está compuesto d e dos capas distintas, de dos dominios de pertinencia diferentes y, sin embargo, solidarios, y q u e pasan alternativamente al primero y al segundo plano del discurso.
3.2.2Otros esquemas canónicos Los esquemas narrativos son, por definición, productos d e la praxis enunciativa; son, pues, dependientes de las áreas culturales, a veces individuales, lo más frecuente colectivas, e n q u e han sido fijados por el uso. En los años sesenta-setenta, la semiótica creyó poder generalizar los esquemas canónicos, particularmente el esquema de la bUsqueda, para hacer un esquema universal del sentido d e la acción. Esta ambición parece hoy en día n o solamente inalcanzable, sino, e n su base, injustificada.
el discurso
En efecto, cada cultura se da su propia representación del wntido d e la acción, o, más generalmente, siis propios esqueinas del "sentido d e la vida". Está claro, p o r ejeiiiplo, que una cultura en la que el destino d e cada individuo es considerado coino ya escrito desde siempre, n o otorgará ningún sentido a la búsqueda individual; ya en la cultura cristiana francesa d e la época clásica, el debate sobre la gracia entre jesuivas y jansenistas era, indirectamente, respecto al "sentido de la vida", un debate sobre los esquenias narrativos d e la acción: el que crea poder construir y ganar su salvación, puede convei-tirla en un objeto de búsqueda; el que crea haber recibido o no la gracia, no puede sino esforzarse para mostrarse digno de ella, y eso n o es ya una búsqueda e n sentido estricto, sino más bien iin esfuerzo permanenie por lograr su propia identidad. Asiniismo, e n los límites de1 corpus folkl6rico y literario europeo, a partir del cual fueron elaborados los pririieros esquemas canónicos, se constata que toda una clase d e relatos es ignorada, aquéllos donde clomina el miedo, aquéllos e n que la fuga es la forina dominante de la intriga: así lo revelan los cuentos y las novelas d e Maupassant y toda la tradición del cuento fantástico. Globalmente, se Iian tomado eri consideración sólo los casos e n los q u e los sujetos narrativos estaban e n presencia d e objetos d e valor deseables; pero el esquema d e la búsqueda ignora las situaciones narrativas q u e ponen a los sujetos e n presencia d e objetos de valor negativo, repugnantes u horrorosos. a-
Algunas alternativas al esquema de la búsqueda
El modelo cultural dominante descansa sobre una carencia q u e es preciso colmar: el sujeto narrativo tiene conocin~iento(o hace el descubrimiento) de la existencia de un objeto d e valor, y la carencia q u e experimenta desencadena la búsqueda. Pero la literatura 11ia explorado también otras figuras: puesto en presencia d e un número más y más grande d e objetos, q u e invaden su campo d e presencia, el sujet~marrativo siente miedo, se sofoca y trata de escapar. Este es, por ejdnplo, el esquema dominante e n Ionesco: e n su teatro, las sillas, los rinocerontes, los cadáveres, las palabras y las frases proliferan por repetición y acumulación, y saturan el campo d e presencia - e n este caso, la escena misma-. Por lo mismo, pierden todo valor - d e algún modo, por inflación- y su presencia se torna opresora. Sin llegar hasta la saturación simbólica y dramática del teatro d e lonesco, la nueva novela explota también esta \-et:i; se otorga tina atención cuasiobsesiva a los objetos q u e obstruyen el campo d e presencia:
piénsese, poi- c.jei~iplo,cm I;is en~iiner;icionesrecurrentes en La,jc¿lolr.sic~ í La cclosíu) cle Kol>br-Gi.illei.o en 121sdescripciones Fascinantes cle Proces-t~c~~-Dal ( Y>-oce.so ~rerbnild e Le .Clézio. En otra perspectiva, G. Pérec, en Les cho.se.~(Las coscis). iiiiiestra c ó ~ i i ola búsqueda d e objetos d e valor lleva a conductas estereotipadas y cómo su acumulación las vacía poco a poco de sentido. Esta convergencia tendería a probar que lioy la cuestión que se plantea es iiienos 1:i carencia q u e la d e la saciedad: Iiabría que huir, o aprender a soportar la presencia invasora d e los objetos, o inventar nuevos sistemas d e valor. para búsquedas inéditas q u e habría que imaginar. Asiinismo, en lo que concierne al esquema d e la prueba, las tesis feministas insisten sobre su carácter culturalmente marcado por el imaginario masculino. Luce Irigaray, por ejemplo, les opone esquemas de participación fusional, d e materna!idad y d e canje d e cuidados y de buenos modales, que corresponderían, según el!a, al imaginario narrativo femenino. Estas observaciones nos devuelven a la presencia; el esquema d e la búsqueda se basa e n la carencia. En términos de presencia, la carencia descansa e n la falta del objeto: la mira, que es entonces intensa (una espera, una fuerte atención suscitada por el objeto) sólo encuentra una captación débil o nula. La liquidación d e la carencia consiste justamente e n adaptar la extensión d e la captación a la intensidad d e la mira: la captación se denomina, entonces, conquista o captura. El modo d e presencidausencia del Objeto para el Sujeto parece, pues, determinar la forma del reconido narrativo q u e los asocia. Si se plantea una tipología de los esquemas narrativos, es indudable q u e se apoyará e n los modos d e presencia. He aquí sus grandes rasgos:
Mira intensa
Mira dbbil
Captación extensa
Plenitud
Inanidad
Captación restringida
Carencia
Vacuidad
Los relatos d e plenitud raramente son relatos dichosos: la felicidad n o suscita buenas historias; encontramos más bien e n ese caso las for-
el discurso
inas d e saturación opresiva y obseSiva d e las que hablábainos antes: la acción, e n tril caso, sólo tiene sentido si permite huir del cainpo d e prcsencia saturado, o si permite recomponerlo por medio d e una selección entre los objetos y entre los valores. Los esquemas narrativos d e opresión, d e fuga o d e recomposición selectiva reposan, e n consecuencia, sobre la plenitud angustiosa del Objeto para el Sujeto. Habría que abrir un espacio particular para los relatos d e selección axiológ ica; pueden tomar a veces el aspecto superficial de relatos d e búsqueda, pero la búsqueda sólo es un programa secundario, que no suministra la significación global del discurso; porque el discurso está, e n ese caso, enterainente consagrado a la discriminación entre lo "bueno" y lo "inalo", lo "deseable" y lo "execrable", etc. En último término, la selección puede ser tan exclusiva que no retiene nada: se llega entonces al cinismo o al nihilisino, que proceden. cada uno a su manera, a una misma devaluación general de los objetos. Los relatos d e i n a n i d a d están bien representados por Les choses (Las cosas), de G. Pérec: cuantos más objetos acumulan los sujetos narrativos, más se debilita su deseo, y menos cuenta a sus ojos el valor d e esos objetos; los objetos conservan su valor social, económicc o simbólico, pero para la instancia d e discurso, pierden poco a poco su cualidad d e presencia. Por lo demás, e n otra perspectiva, todo relato e n el q u e el sujeto, bien dotado al principio, pone e n juego su capital de objetos, se inscribe e n este esquema. Le joueur (Eljugador), de Dostoiewski, y La p e a u de chagrin (Lupieíde rapa),d e Balzac, son relatos e n los que, para volver a dar sentido a la acción, aquel que posee alguna cosa (los bienes, la vida), debe arriesgarse a perderla. No es, pues, e n ese caso, la búsqueda el precio de la acción sino el riesgo. Los esquemas narrativos de riesgo reposan, pues, sobre la inanidad del Objeto para el Sujeto, porq u e asumen como punto de partida el valor más débil del objeto, para reactualizarlo al correr el riesgo. Los relatos de aventura, q u e aparecen superficialmente como relatos d e búsqueda, funcionan, de hecho, desd e el punto d e vista d e la instancia d e discurso, y, particularmente, desd e el punto de vista del compromiso pasional de esa instancia, según el modelo del riesgo. Los relatos d e w c u j d a d n o están tan bien representados; sin embargo, el esquema d e la errancia (particularmente en el cine, los road movies d e Jim Jarmush) sería una buena ilustración. En materia novelesca, Celine también parece haber explotado esta veta: el Voyage a u bout de la nuit (Viaje alfondo de la noche), nos presenta un universo en el que
los v;iloi-es se desl~loi-ii;in:ni C0r:ije. ni honor, ni amoi., ni ficlc.lid:icl, ni
seguridnd; nad:i tlc eso mrtrccc la pena, sino el placer. En efecto, los personajes, y particiilarinente 13:irdaiiiu, espigan al paso, en ese univers o d e p i i i ~ ~ e n talgiinos e, biei-ies ii-iateriales. 3lgun:is venrajas y. en particulai-, algunos placeres; pzro roclo se les escapa sisteináticai~iented e las iilanos y, a algunos, 1iast:i I;i vida. Este universo narrativo es el de la vacuidad, en el sentido cle que nada vale la pena para ser piiesto en la mira y q u e nada puede ser captado, por poco que sea. Difiere del universo cínico (en el sentido del cinisino filosófico de un Diógenes), en que el cinismo proclama que nada vale la pena para ser puesto en !a inira, pero que, sin enibargo, hay q u e captar todo lo que sea necesario para la satisfacción inmediata. Los héroes d e Céline? en cambio. captan muy pocas cosas: asistiinos a un verdaderc debilitamiento intencional tanto d e la mira como d e la captación. De ahí que la única cosa con la que se puede contar es la degradación: degradación d e los cuerpos, degradación d e las cosas y d e los lugares, degradación d e las almas: en fin, la abyección. Los esquemas d e degradación reposarían, pues, sobre la vacuidad del Objeto para el Sujeto. De hecho, en Céline, el campo d e presencia n o está vacío; está saturado, pero por "presencias agresivas" y destructivas. Ya n o es el sujeto el que pone en la mira o el que capta; es el que, volviendo a nuestra esquematización, es encarado y captado por la muerte. Encontramos d e nuevo el modo d e la plenitud opresiva, y la única manera d e darle sentido a la acción es, otra vez, huir. Los cuatro tipos de la presencia dan. pues, lugar a cuatro esquemas de base: (1) la carencia: esquema de la búsqueda; (2) la plenitud: esquema de la fuga o de la recomposición selectiva (por selección); (3) la inanidad: esquema del riesgo; (4) la vacuidad esquema de la degradación. Este esbozo de tipoiogia no agota, sin duda, las posibilidades de esquematización narrativa: no obstante, diseña el principio y los horizontes.
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Algunas alternativas al esquema de la prueba
En lo que concierne al esquema d e la prueba, las cosas son, sin duda, más simples, puesto que la alternativa ya es conocida: relaciones polémicas o relaciones contractuales. Sin embargo, pueden ser aportados algunos matices, si tenemos en cuenta las posibilidades ofrecidas por el cuadrado semiótico. En efecto, el contrato y la polémica pueden ser
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el discurso
consitl(-rados como los d o s polos d e la relación entre dos sujetos q u e coinparten el mismo c a m p o posicional (recordemos: e n la prueba s e trata sobre todo d e tonlar posición). Puesto q u e n o hay programa sin contraprograina, el discurso d e b e administrar la copresencia, n o d e un sujeto y un objeto, sino d e d o s sujetos y d e sus programas respectivos: La cuestión está resuelta si los dos suletos aceptan constituirse e n uno solo, y si n o reivindica cada uno una identidad y una posición diferentes: hablamos entonces d e colusión, cuyo principio sería el intercambio d e rasgos d e identidad y d e buenos modales. La relación es particularmente violenta si cada u n o d e los sujetos reivindica una identidad y una posición específicas: hablamos entonces d e antagonismo, cuya tensión sólo puede resolverse por la dominación d e una identidad en detrii:~enro d e la otra. La suspensión d e la colusión s e produce e n el momento e n q u e al menos u n o d e los sujetos reivindica una posición, rasgos d e identidad y programas diferentes del otro: se trata d e la disensión; e n este caso la acción sólo podrá cumplirse si la cohabitación de identidades diferentes es posible. La suspensión del antagonismo supone un esfuerzo por aproximar las posiciones, y por identificar rasgos d e identidad y programas comunes a los dos sujetos: e n ese caso, la negociación da sentido a la acción, construyendo una intersubjetividad. Es claro que el esquema d e la prueba sólo corresponde a un tipo d e figura: la del antagonismo, aquella e n la q u e el otro tiene la presencia negativa más fuerte; a la inversa, el caso d e la colusión es aquel e n el q u e el otro tiene la presencia positiva más fuerte; aunque, e n teoría, este esquema sea perfectamente imaginable (cf. supra, el relato femenino según Irigaray), n o es seguro q u e sea muy productivo e n el plano narrativo. En cuanto a los otros dos esquemas, la negociación y la disensión, e n los q u e la presencia del otro e s más o menos débil, corresponden a todos los relatos d e esbozo o de degradación de una relación interwbjetiva: según el caso, amores o amistades nacientes, complicidad& frágiles G fratcri-iidadcs cuririiciivas. A cada modalidad de la copresencia de los sujetos. corresponde un esquema narrativo de la intersubjetividad: (1) a la colusidn, corresponde el esquema del intercambio intersubjetivo; ( 2 ) al antagonismo, el de la prueba intersubjetiva;(3) a la disensión, el de la cohabitación intersubjetiva; (4) a la negociación, el de la construcción intersubjetiva. La mayor parte de los relatos concretos combinan o encadenan dos o más de estos tipos. según el modelo siguiente:
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COLUSION
ANTAGONISMO
Esquema del intercambio
Esquema de la prueba
Esquema de la construcción
Esquema de la cohabitación
3.2.3El esquema pasional canónico La pasión e n discurso pertenece a! orden d e lo "vivido", del sentir: e n re1;ición con la presencia, e s una intensidad que afecta el cuerpo propio, eventualmente una cantidad que se divide o se reúne e n la emoción. Pero, d e la misma manera que las otras dimensiones del discurso, la dime& sión pasional está esquematizada por la praxis enunciativa y esa esquematización le permite escapar al puro sentir, la hace inteligible y le permite inscribirse e n formas culturales q u e le dan su sentido. Dar sentido a la pasión consiste, ante todo, e n procurarle la forma d e una secuencia canónica, e n la cual una cultura reconocerá una d e sus pasiones típicas. Pero, tal como sucede con las otras esquematizaciones, el reconocimiento cognitivo permanece asociado a la impresión sensible; e n otros términos, la secuencia canónica d e la pasión sigue sometida a los esquemas d e tensión. Comencemos por establecer la secuencia. El esquema pasional canónico se establece como sigue:
El despertar afectiuo es la etapa durante la cual el actante es "sacudido": su sensibilidad es despertada, una presencia afecta su cuerpo. Par;~poder hablar d e despertar afectivo, es necesario que se pueda observar a la vez una modificación de la intensidad y una modificación cuantitativa; la conjugación de las dos modifica entonces el ritmo d e su recorrido: con agitación o desaceleración, con suspensión o aceleración, el flujo de la presencia en el campo es afectado.
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Esta modificación es no solainente la condición previa del recorrido pasional. sino también su "rúbrica" y su índice periiianente: el ritmo lento asociado a un estado deprimido -fatiga o angustia- señala a la vez la entrada en ese estado pasional, y el estilo rensiw -aquí: intensidad débil y gran despliegue en el tiempo- del recorrido pasional entero.
b- ia disposición
La disposición es la etapa e n el curso d e la cual se precisa el género de la pasión: el estadio del simple sobresalto es superado, el actante apasionado es ahora capaz, por ejemplo, d e imaginar los escenarios respectivos del miedo, d e la envidia, del amor o del orgullo. La disposición es, pues. el moiiiento en el que se forma la ilnclgen pasional, esa escena o ese escenario q u e provocará el placer o el sufrimiento. Pero, por este misino heclio, implica en el actante cierta capacidad: el celoso debe tener la imaginación q u e le procura la sospeclia; el iniedoso debe también edificar, a partir d e la presencia amenazante que invade su cainpo, simulacros de agresiones dictados por el sentimiento d e su debilidad, d e su experiencia o d e su ignorancia; Céline resume esta capacidad, e n el Viaje al fondo de la noche. en una sola fórmula: la in2aginación de la muerte. El orgulloso elaborará escenarios d e gratificación, q u e serán sugeridos por la sobreestima de sí niismo. c-
El pivote pasional
El pivote pasional es el momento mismo d e la transformación pasional, q u e n o se puede traducir e n los términos d e la junción, a n o ser que se quiera extender indebidamente su definición: se trata d e una transformación d e la presencia y n o d e una transformación narrativa e n sentido estricto. Solamente a lo largo del pivote pasional el actante conocerá el sentido d e la turbación (despertar) y d e la imagen (disposición) q u e preceden. En ese momento, está dotado ya d e un rol'pasionr! identific~h!~; pcr cjemp!n, el qiie ~ i e n t euna presencia amenazante, que ha fomentado algunos escenarios de agresión, puede superar su aprensión: será, pues, corajudo; si, en lugar de superarla, la convierte en certeza, se volverá miedoso. d-
L a emoción
La emoción es la consecuencia observable del pivote pasional: el cuerpo del actante reacciona a la tensión que padece, se sobresalta, se
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~ ~ . ~ i i ~ c ~ iiir~iiil~l:~. iit~c~c~ c.ni.ojc3zc>. , Iloi;i,
grii;i... N o se tl.;\t;i solaniente de cl;ii. .scn!iclo :i uii c-si;iclo :it'cc'[i\'o. sino, solw todo, cle expresar el aconieciiiiicnio p:ision:il. dc Ii:icc.rlo conocer. a sí niisiilo y a los otros. Sc c o n s i d c ~ pc~rieralii.ieiite i a la enioción coino iin asunto íntinio; pe1.0. en relación coi1 el esqueiiia canónico, parecería, al contrario, que la ci-i~ociónsocializa 1:i pasióii. y periiiiie, a cacla uno, gracias a una niani(estación ol->sen~ablt.. conocer el estado interior del actante apasionado. Esio es así porque I:i eiiioción juega un rol esencial en las interacciones: perii~iteprever, calcular, pero triiiibién hacer creer un afecto, inducir a error y ii~anipular.
Llegado al término d e su recorrido, el actante ha manifestado, para sí inismo y para los demás, la pasión que ha experimentado y reconocido. TLa pasión puede, pues, ser evaluada, medida, juzgada, y el sentid o d e la pasión adquiere, entonces, para un observador exterior, un sentido axiológico. Los criterios d e esta evaluación son diversos y numerosos. Por ejemplo, si las manifestaciones d e autoestima son desproporcionadas con relación a la estima que los demás otorgan al sujeto orgulloso, éste será llamado "vanidoso". 0, aun, si las manifestaciones d e la avaricia parecen desencadenadas por objetos d e débil valor, será calificada d e "tacanería" (avaricia "sórdida", según el diccionario). Asimismo, un duelo que fuese acompañado por un sufrimiento excesivo sería sospechoso d e insinceridad. Con la moralización, la pasión revela los valores sobre los cuales se funda; estos últimos son confrontados con los d e la comunidad y, finaliiiente, sancionados (positiva o negativamente) según si refuerzan o comprometen los valores establecidos d e esa comunidad. La dimensión ética que se desarrolla así en el discurso, a partir d e los recorridos pasionales, se orienta a ejercer un control sobre una intencionalidad distinta y molesta, incluso sobre universos de valores emergentes, y a fijar ?!nsentide que el actante apasionado solo no llegaría a estabilizar. En contrapartida, el actante apasionado puede reivindicar el "derecho" a vivir sus pasiones, asumiendo plenamente el "sentido d e la vida" que entrañan. Queda claro que el esquema pasional canónico está compuesto d e muchos esquemas tensivos: partiendo d e la intensidad, con el despertar, despliega progresivamente sus escenas, sus imágenes y sus roles e n la extensión (esquema decadente); luego, a partir del pivote pasional, se
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concentra e n la emoción, que reúne y moviliza todas las energías con vistas a una expresión intensa (esquema ascenclenle); por último, la evaluación final la mide, la confronta con la comunidad; restaura, en suma, los derechos d e la cantidad y d e la extensión. Pero la moralización pued e devaluar el estallido d e la pasión y minimizar su alcance (esquenza d e atenuación), o estimularla, difundirla en la comunidad y contribuir así a su énfasis y a su generalización (esquema d e ampliJicación).
3.3 La sintaxis del discurso
La armadura general d e la sintaxis del discurso, en la perspectiva d e la presencia, es suministrada por los esquemas de tensión, puestos en secuencia y transformados eventualmente en esquernus canónicos. Del conjunto de las propieckades de! discurso en acto, rle la instancia de discurso y del campo posicional, esos diversos esquemas explotan en lo esencial las propiedades d e la presencia, d e la intensidad y d e la extensión. Pero la sintaxis del discurso obedece a otras reglas, q u e explotan otras propiedades del discurso en acto. Destacaremos, particularmente (1) la orientación discursiua, que impone en el campo la posición d e las fuentes y de los blancos, y ( 2 ) la homogeneidad simbólica, que procura el cuerpo propio, puesto que él reúne y permite que se comuniquen entre sí la interoceptividad y la exteroceptividad. Habría aún que tomar e n cuenta (3) la profundidad del campo posicional, que permite hacer coexistir y poner en perspectiva muchas "capas" d e significación. Respecto a la orientación discursiua, el principio organizador será el p u n t o d e vista. En relación con la homogeneidad d e los universos figurativos del discurso, el principio organizador será el semisimbolismo, y, más generalmente, todas las formas d e conexión entre isotopías. En fin, respecto a la estratificación en profundidad d e las "capas" y dimensiones del discurso, el principio organizador será el d e la retórica. Cada uno d e esos principios es, e n general, bien conocido, @ tratado abundantemente en otras partes; sólo direnlos algunas palabfas para situar cada uno d e ellos e n la perspectiva d e una semiótica del discurso.
3.3.1Efpunto d e uista No insistiremos sobre las tipologías del punto d e vista provenientes d e los trabajos d e la narratologia, y particularinente los d e G. Genette: se apoyan, e n lo esencial, sobre la identificación de la posición de rqferencia y sobre su lugar e n los planos de enunciación (actor, espectador
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narrador); disiinguen taiiibién ;I veces el ii10do cognitivo O percepti\:o d e la captación cliscui-siva: iiiodo intelectual. moclo \.¡sual o niodo :iuclitivo. Nuestn perspectiva, la clel discurso en acto y d e la enunciación "viviente", nos invita iiiás bien a considerar el punto d e vistíi coiiio una nioclalidad de la construcción del sentido. A este respecto, cada punto d e vista se organiza en torno a una instancia; la coexistencia d e iiiuclios puntos de vista en el discurso supone, pues, a la vez, q u e a cada punto d e vista corresponda un cainpo posicional propio, y q u e el conjunto d e esos campos posicionales sean compatibles, d e una inanera o d e otra, al interior del cainpo global del discurso. Para comprender el rol del punto d e vista e n la construcción d e la significación discursiva, Iiay que volver a los dos actos eleinentales, constitutivos del campo posicior.al, la mira y la captación, que unen las Fuentes y los blancos. El punto d e vista se basa en el desajuste entre la mira y la captación, desajuste producido por la intervención del actante de control: alguna cosa q u e se opone ü que la captación coincida con la mira. Tal es la primera propiedad d e un punto d e vista: entre la fuente y el blanco, ha aparecido un obstáculo, la captación es imperfecta. Pero el punto d e vista es también el medio por el cual se busca optimizar esa captación imperfecta, es decir, adaptar la captación a eso q u e está puesto e n la mira. Tal es la segunda propiedad del punto d e vista: la mira exige más d e lo q u e la captación puede suministrar, y la captación tiende a encontrar lo q u e la mira exige, y a ajustarse a ella. La optimización sería el acto propio del punto d e vista, esa suerte d e ajuste entre la captación y la mira: se disminuyen un poco las pretensiones d e la mira y se mejora la captación, para hacerlas congruentes. Se trataría, entonces, de regular la relación entre la fuente y el blanco, gracias a una adaptación recíproca de la intensidad d e la mira y de la extensión d e la captación. En cierto sentido, eso se reduce a hacer coincidir el horizonte del campo con el actante de control; este último ya n o es percibido como un obstáculo q u e impide culminar ¡a captación; es simplemente tomado e n cuenta como límite del campo. El punto de vista redefine, pues, los límites del campo posicional. Tal es la tercera propiedad del punto d e vista: convertir un obstáculo e n horizonte del campo, esto es, admitir el carácter limitado y particular de la percepción e n acto, reconocer como irreductible la tensión entre la mira virtual y la captación actual. y convertirlas e n fuente d e la significación. El sentido O
el discurso
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enierge de essi tensión; este e s el principio iníniiiio d e toda iniencionalidad. Se podría resumir este desarrollo diciendo que el punto de vista explota la orientación discursiva para hacer frente a la imperfección constitutiva de toda percepción. Así, en un campo cuyos limites han sido redefinidos, el punto de vista puede dar sentido a una percepción imperfecta.
En esta perspectiva, el interés principal del estudio d e los puntos d e vista residiri e n el examen d e los diferentes tipos d e tratamiento q u e imponen a esta imperfección. Y si una tipología tiene aquí algún sentido. debería basarse e n las estrategias d e regulación d e la imperfección, en las estrategias que permiten optin~izarla recuperación de la inira por la criptación. D e rihí que, globalniente, se pueden considerar cuatro grandes tipos d e estrategias, sea actuando sobre la intensidad d e la mira, sea actuand o sobre la extensión d e la cdptación o sea actuando sobre las dos.
Mira intensa
Mira ddbil
Captación extensa
Estrategia englobante
Estrategia acumulativa
Captación reducida
Estrategia electiva
Estrategia particularizante A
En el primer caso, el punto d e vista será llamado electivo (o también exclmiw). La mira renuncia a la totalidad del objeto, se concentd sobre ün üspcctc cc~sidemdncomo representativo del conjunto, y puede alcanzar así toda su intensidad. En el segundo caso, el punto d e vista será llamado acumulatiw (incluso exbaustiw): a falta d e poder hacer coincidir la mira con la captación, el sujeto renuncia a una mira intensa y única, acepta dividirla e n miras sucesivas y aditivas: el objeto sólo es, entonces, una colección d e pírtes.
jacques fontaniüe
l:n c.1 ici-cci. caso. se piicde ).:i sea c-onsci-\:as una preiens16n glol>:iliziinic, \. c.1 plinio tlt. vi si:^ sc.i-li Iliii~inclodoniir-~nrrtc o cnglohar~tc~, ya sea :iccl>t;ii'siii-iplenici-iitslos liliiiics iiiipiicsios pos cl o l ~ s t ~ c l i l). o ,el piinro clc vist:~ser5 entonces pcrrtici.rl¿tr-o c~speciyico. St. piicdc observar que en cada tipo cle punto tle vista, el sentido iitril~uidoal objeto se basa. cada vez, en una morfología diferenie: el 012jeto puecle ser representaclo pos iina d e sus partes, reconlpi~estopor :icIicion, c:iptacio cle golpe c o i ~ i oiin toclo (una gtrslall), o retliiciclo a un fragmento aislable. Esas niorfologías pueden sel. portaeloras cle sistemas d e valores, que fundan a \.eces géneros: así, el blasón del cuerpo femenino, e n el siglo XVI, desciinsa enteramente sobre un punto d e vista cercailo, fuertemente particularizante, y que sólo da a ver un fragmento aislado: ceja, pie, garganta, etc.; pero la elabcr-ción poética y metafórica de la visión de detalle hace de ese deralle el emblema d e la belleza entera: el punto d e vista particular es, pues, aquí, finalmente convertido e n un punto de vista elecrim.
3 3 . 2 El sem isimboliswzo La cuestión d e la conexión entre las diferentes isotopías amerita un exainen particular; d e un lado, se basa sobre el principio d e la homogeneidad d e todo universo semiótico, homogeneidad requerida entre el plano d e la expresión y el plano del contenido; del otro, participa d e las grandes redes de equivalencias y d e analogías que aseguran la coherencia de un conjunto discursivo. Lri conexión entre las isotopías puede ser asegurada por simples figuras q u e les son comunes: el rasgo d e "altura", por ejemplo. puede ser común, e n el mismo discurso. a la isotopía d e lo "celeste" y d e lo "sagrado". Pero ese tipo d e conexión, basada sobre una parte común, sólo puede ser, más bien, un índice de coherencia. La homogeneidad sólo estará asegurada si muchos elementos d e una isotopía entran e n equivalencia con muchos otros elementos d e otra isotopía; bajo esta condición, una d e las isotopías se presenta entonces como un plano de ¡a expresión para una o muchas otras. En efecto, la coherencia que avizoramos aquí sólo es alcanzada si la conexión es establecida entre sistemas de valores (para comenzar, entre sisteinas d e oposiciones pertinentes), y n o entre t6rminos aislados. Las conexiones establecidas térinino a término serían más bien simbólicas, e n el sentido corriente de la palabra: la rosa simboliza el amor, el cielo siiiiboliza lo divino, la balanza simboliza la justicia; esas conexiones
el discurso
simbólicas s o n d e escaso valor Iieurístico porque, Q bien son tan convencionales q u e n o aportan nada al discurso e n acto, o bien, e n caso contrario, s o n fruto d e las proyecciones personales del analista, y esca. , pan por conipleto a cualquier tipo d e racionalidarl discursiva. En cambio, las con&xionesentre sistemas d e valores particulares (entre oposiciones pertinentes) son el fruto d e la praxis enunciativa, y concurren a la col-ierencia discursiva, construyendo los sisteinas d e valores del conjunto del discurso. Por esa misma razón, deberían ser, niás q u e cualquier otra cosa, el principio d e base d e toda aproximación seiniótica a la coherencia d e un discurso. Ese tipo d e conexiones es llanmtlo sistema semisimbÓlico. Este principio ha sido establecido por C. Levi-Strauss cuando planteó la fórniula del mito: la oposición entre dos figuras fue puesta e n relación con la oposición entre dos funciones. Fue luego recogida por A.J. Greiinas, quien considera el semisinibolisino c o m o u n o de los sistciiias seniióticos, e n teoría. posibles, y por J.-M. Floch, quien Iia heclio d e él instrumento principal d e análisis d e la imagen. En efecto, puesto q u e el semisimbolis~noes una codificación semiótica estrictaiiiente imbricada en el ejercicio dc una enunciación particular,. individual o colectiva, es el único medio para acceder a la esiructura d e u n ienguaje cuando este últiino n o posee "lengua" o "graiiiática" generalizable; como ése e s el caso d e la iinagen, e s del todo natural q u e ése sea el dominio e n el q u e los códigos semisimbólicos hayan sido los más frecuentemente utilizados. -
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En La potiere jalouse (La alfarera celosa), Levi-Strauss constata que la mujer se encuentra en el origen de la alfareria, y que los mitos asocian sistemáticamente esta relación con otra: el chotacabras (un pájaro de la selva amaz6nica) se halla en el origen de los celos. Establece así dos isotopías: la de las figuras del origen (mujer/chotacabras), y la de las funciones temáticas (alfarería/celos); luego, eso le permite poner en relación, de una parte, la oposici6n entre la mujer y el chotacabras y, de otra, la o p s i I ción entre la alfareria y los celos. mujer : chotacabras :: alfarería : celos Este tipo de f6rmula puede leerse de dos maneras: (1) la mujer es al chotacabras lo que la alfareria es a los celos (en los mitos. esas relaciones son conflictuales), o (2) la mujer es a la alfarería lo que el chotacabras es a los celos (en los mitos. uno es el origen del otro).
La praxis enunciativa interviene aquí de tres maneras: Distribuye series de figuras. de motivos o de temas sobre isotopias: nada, en efecto, en la definición lingüistica de la mujer y del chotacabras, permite decidir a pnon que las dos figuras pertenecen a la misma isotopía. Esa isotopia es, entonces. puramente discursiva (y no lingüística). Establece una conexión global entre series pertenecientes. al menos. a dos ¡sotopías diferentes. Jerarquiza las isotopias conectadas, y, por ello. atribuye a cada relación una propiedad sintáctica (aquí: las figuras están en conflicto entre ellas. y cada una de ellas expresa el origen de una función temática). Gracias a esas tres intervenciones, el discurso en acto controla enteramente la red de relaciones que propone y la significación que de ellas emana.
En el primer ejeinplo d e conexión q u e hemos evocado, aquel q u e asocia lo alto, lo celeste y lo sagrado, el sistema semisin~bólicose establecería e n dos etapas. primer^, una codificación relativamente convencional, pero que supone ya una organización cosmológica cle tipo cultural, según la cual: alto : bajo :: celeste : terrestre
Luego, otra, sin duda más específica culturalmente: celeste : terrestre :: sagrado : profano
Como estos sistemas semisimbólicos son transitivos, s e obtiene, para terminar, y en resumen: aito : bajo :: sagrado : profano
Luego, se puede afirmar que lo alto es el espacio d e lo sagrado. sin que eso sea una proyección interpretativa personal: la red d e relaciones que allí se conduce está enteramente controlada por los actos d e discurso.
3.33 Profundidad del discurso y dimensión retórica La conexión semisimbólica entre isotopías puede ser establecida a clisirincia o a proximiclad; cuanto más grande sea la dist;incia. más ase-
la anbiod aluaue3!uoi! euopunl 010suo~saidxaqsa oiad -opesaidxa A 'a~uaue~!l!sod opelua!io op!uaiuo:, un A 'opesaidxa ou A 'aluauie~!le6auopelua!io op~ualuo:,un e6nl -u03 j0!ua6 un s3! e~!leior(ad uo!saidxa el 'olduia!a iod .osin3s!p lap pep!punjoid e( ua saluaiaj!p sede:, sop aiqos sopeni!s r( 'aauaue~1le6au oilo 18 'aluauie~g!sodopelua!io oun 'sop!uaiuo:, sop souaui le aia!nbai ein61jeasa iejuoi! el ap oldwale le soutauiol
.eD!qiaJ ap sv~ná'tJ A sodo~l'oq3aq ap 'uus si:!dolos! a m a e!~uais!xao3el ap sapep!lepoui saiuaJaj!p ue8anl as anb ua 'oiuaiirow un a3eq s o u r e q p o ~ aanb ,,ug!xauoD ap soiua!ur t - ! m i u o ~souanbad,, sol A -v.upra~el axaía as o~!i!sods!p asa u3 .pep!pui-ijold ua Jezuehe o l a p a 3 o ~ i aa3eil ~ S"! '(vp01n30]! u w t g s a x x 13 epeiire[I) uc>!3e13unuaap ezJanj ns eJ!iaJ sal o auodur! sal o s ~ n 2 -s!p ap 1:!2ueisu! i?1 :sr:l->e8aldsapsouaiu o syur A *sep!iiinsesouaw o syiu 'y: 'uos e~!s~n2s!l-> pep!punjo~de[ ap sede2 se1 ua seisands!p sejdoios! SalUaJaJ!p S q '(I?~Ii!lI803'le~od~ai-o!3edsa) c!3ueis!p ap SOU!UlJ?i ua 'anábydsap lap el A ' ( ~ 1 i 3 a j'a[q!suas) e pep!suaiu! ap sou!iu~?iua ' u g s -unm e[ ap e( :sauo!n~a~!p sop ua 'sand 'axa!a as o~!ie!3unua lo~iuo2 a q -eueía[ o i:w!x?~d souaiir o sgw 011103upnldus sa o 'csuaiu! souaiu o syrri m!ur cun oír:cl epi?3olo~yisa edc3 i:pe> :u~!3i:!~unua e1 ap i:!>uci -su! 1'1 ,311 I O J 1 U 0 3 [a O!CCI U?!~CUCI ys.3 E I ~ U ~ S ; >t:] J ~313 u?!~I:~I:.I~ I?IS~ 'I:!J3jlJ
-ad e\ ua 'saiuasa~daiuaiu~rq?psyiu se1 eiseil 'odiue3 lap oliua3 la ua 'saiuasa~daiuaiuailaiy syw se1 apsap ' s e ~ ! s a ~ nsede3 s aJqos 'pep!punj - o ~ dua seisands!p uyisa se!doios! se1 anb la ua oduse3 un ua a r i a ! ~ u o ~ as o s ~ n ~ s !lap p leuo!~!sododwc2 13 .osJnns!p al->cpueisu! e1 ~ o ep!iu d -nse souaui o syur A i:I->!iunssouaui o s ~ w e ~ ~ a s 'osii-i~s!p a ~ d lap sour -s!iu sol-?!uaiuo3so1 al->z ~ n u x a ~cldap e1c.r) as t a i u e i ~o-iio e.red aiui?ix un ay> cr2uasa~d1.1 cA sa ou uoqe soweIqix1 anb el ap e!nuasa~diq .os~nns!plap e p u a ~ a j aal-, ~ ug>!sod el ap saiuels!p souaiu o syur o 'scsuaiu! souaw o sviu owon si?pe.rap!suo3'~!3apsa 'sal -uaJaj!p i:!~uasa~d ap s o p e ~ 8~ o sepci2ajc d uyisa sr:[[a anb auodns os~rin -s!I~[al->euoz ~ L L I S I L L I i?un ua se!doiosi saiuaJal!l->ap e!3uais!xao2 17 .salcm1 sauo!suai ap A sauo!xauo3 ap soipaq 'so~!s.inx!psoiua!iii -13aiuo2e sovanbad 'sa,->uoiua'ueluasclo as i:uapi:> el ap oiund opoi u3 . e ~ i oel e i:Uii 111 al->.IIU&\ A J! c.red e!nuale~!nbans u03 A e13ur7isixao.~ ns u03 eSan! anb A .!S xiua sepewauo~sc!doios! scl uo~suciiua aiuaur -aiuaueiu~adaua!iuciir osJnDs!p la arib soiiiau!3i:ui1 .e!3uap!3u!o3 ua ei -si?qA 'pep!ur!xo~dua sauo!xauon se1 ap uauii:xa le ' ~ p a psa 'leml lal\!u 1" e~oilesouiasrq . O S . I I ~ ~[al-> S!~ leclol8 - > prp!auaB~uioi~ el peisa epe~n8
jac-ques fox~t;lniUe
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contenido expresado no es asumido (su presencia discursiva es debil. particularmente por la entonación), mientras que el contenido no expresado es asumido (su presencia discursiva es fuerte, eventualmente marcada luego por un comentario ulterior).
cle los trlotlo.< (-/oc~.visic~irc~icr cle los contcniclos del discurso, clcici.iiiiii:idos por los gs;icl~sdc .sil C I S I I ~ I C IyÓd~e~ su ~I(~splie,q~r~ por 1;i insi;incia d r clisc.iii..;o. Si i~.~ioi~iriiiios la tipología d e los tnodos de p w .sel.lcia esial>lecida 1115siisi-ilxi :i pi-opósito d e los esqueniris n:irrativos canónicos. podemos 1iacc.r corresponder a cacla uno d e ellos un t~zodorlP existencia d e los contenidos cliscursivos: Sc.
ti-;it:i
Mira intensa Captación extensa
Captaci6n reducida
plenitud
Carencia MODO ACTUALIZADO
Mira débil
Inanidad MODO POTENCIALIZADO Vacuidad MODO VIRTUALIZADO
En el caso d e la ironía, el contenido positivo es captable porque es expresado, pero muy dkbilinente encarado: esti, pues, polencializado; en cambio, el contenido negativo es apenas captable, puesto q u e n o está expresado, pero en c;inibio está fuertemente asumido: está, pues, acriralizado. Imaginemos que, por un juego verbal e n los q u e la publicidad se regodea, la expresión iEs tin genio! sea finalmente tomada de modo literal: entonces, el contenido positivo es a la vez captable y colocado plenamente en la iiiira, y esti, por tanto, realizado, el contenido negativo no es ni puesto en la mira ni captable; estrí irtu tu al izado. Toda figura d e retórica obedece a ese principio d e base, desde el iiioniento e n que asocia dos planos d e enunciación distintos y asuinidos d e modo ciiierenie. ¿a iiic~áíoray id ~ ~ ~ c i ~ i ~ FUI i ~ i itjtir;p!o, ;ci, icvi tan a superar el contenido directamente expresado y a asociar allí otro contenido, m i s abstracto, más general o perteneciente a otra isotopía; juegan, pues, tan~biknsobre la disposición d e los contenidos discursivos en profundidad, y sobre modos d e existencia diferentes.
I
el discurso
La metáfora: Esta mujer es un campo de trigo. más allá de la interpretacion que terminará en una analogía (Luna cabellera rubia?, Luna promesa de cosecha? ). comienza por asociar dos isotopías (la de la feminidad y la de la agricultura). ubicándolos e,n dos pianos de profundidad diferentes. Pero. al contrario de la ironía, que no asume el contenido expresado. el campo de trigo es aquí fuertemente realizado; en cambio, es el contenido a reconstituir el que se encuentra muy debilmente asumido, apenas captable, y débilmente apuntado. en suma. virtualizado. En el curso de la interpretacion. ese contenido subyacente. bajo la presion de la atención que reclama. será actualizado (débilmente captado. fuertemente apuntado).
No e s éste el lugar para examinar una a una toclas las Figuras y toclos los tropos d e la retórica. Nuestro propósito consiste solainente e n situaila din-iensión retórica e n relación con las propiedades elementales del cliscurso e n acto, y, eii particular, e n relación con los graclos d e profundidad d e la presencia. Se puede. n o obstante, remarcar q u e lo que e s puesto aquí e n valor n o es tanto la estructura semántica cle la figura -sobre la cual disponeinos ya d e estudios claros y accesibles-, sino. inás bien, la dinámica de su puesta e n escena, el proceso q u e conduce d e la puesta e n presencia de dos isotopías a la interpretación cle su conexión. Consideranios. pues, una figura retórica como una microsecuencin cliscursiva, q u e coniprcnde al nienos una fase cle "puesta e n presencia" (por ejemplo, un conflicto enti-e dos enunciados o d o s isotopías), y una fase d e interpretación (por ejeii-iplo, la resolución del conflicto por una analogía). En otros térininos, cada figura podrá ser definida a la vez por el tipo d e conexión (de puesta e n presencia) y por el tipo de resolución q u e requiere. La metáfora es una figura d e conflicto seii-iántico q u e se resuelve e n analogía; la metonimia es una figura d e conexión seii~ánticaq u e se resuelve e n traslado de roles actanciales, etc.
jacques fontaniUe
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Los actantes
Los actantes son las fuerzas y los roles necesarios para el cumplimiento de un Procean. Los personajes de una intriga, los sintagmas nominales de una frase, los actores y los roles de una pieza de teatro son algunas de sus realizaciones concretas. 1 e ambición de una teoría actanciai es la de suministrar \;na representación general de los actantes necesarios I)era la puesta en marcha de un proceso, cualquiera que sea su realización particular. Para ello, debe distinguii i (1) LOS actores y 10sactante~propiamente dichos; luago (2)10s actantes posicionzles y 19s actantes t r a f l s f ~ ! r t ~y ~ finalmente ~j~~~/~~ (3) los actantes fundamentaleti y (0s diversos roles que pueden jugar. particularmente, bajo el efecto de las modalidades que les son atrib~idq~.
l . Actores y actantes Los actores y 10s actafftes aQ distinguen de dos maneras. Antes que nada. Por el lrrincipio que guía su reconocimiento. Un actor se recQt\me gracias a la pemanencia de cierto número de PKhpledades figurativas cuya asociación resulta, al meno# parcialmente, estable, en tanto sus roles cambian. Un hutante, por el contrario, se reconoce gracias a la estakllldad del rol que le es atribuido en relación Con Un tipo de predicado, cualesquiera que sean los cambios dh el, A~,.,.~:--:A.. uuc>viir/uiul I 8:". I I ~ UaIi i va. En segundo lugaroY Por con#ecuencia,a cada actor pueden corresponder mucho# actantes y, a cada actante, muchos actores. dU
.--&:
Los actantes posicionales son definidos exclusivamente por su lugar en el campo posicional del discurso: la intencionalidad que los caracteriza no es, entonces, otra que una orientación de naturaleza topológica. Los actantes transformacionales son definidos por su participación en las fuerzas que transforman un estado de cosas; la intencionalidad que los caracteriza reposa, por consiguiente, en el juego de la transformación, es decir, en un sistema de valores. Los primeros están bajo el control de la orientación del discurso, mientras que los segundos dependen de la estructura semántica de los predicados en los cuales participan.
3. Roles y modalidades
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Las modalidades sor1 los contenidos que definen la identidad de los actantes. Los actantes posicionales sori definidos por las modalidades de la presencia (y los modos de existencia); los actantes transforrnacionales son definidos por las modalidades de los predicados de acción y de estado (modalidades del hacer y modalidades del ser). La atribución sucesiva de modalidades diferentes a un mismo actante hace de este último, desde el punto de vista de la sintaxis del discurso, una sucesión de roles modales. La cuestión de los actantes es, sin duda, una de las que conforman -no sin debates- el objeto del más amplio consenso en las ciencias del lenguaje de hoy en día; es, sin duda, también el campo de investigación donde los resultados, a partir de los años cincuenta, son los más constantes y los más probados. En la perspectiva de! d3cursc e,? 3c!q c ~ n c ? ! ? cn-. ~ ' ; ~de ~ !-.Sdnc riiectiones esenciales, la de los componentes de la instancia, siendo la otra la del acto en tanto que tal (ver el capítulo El discurso).
Los actantes
1. ACTANTES Y ACTORES 1.1 Actantes y predicados
L3 noción d e acmntc. es una noción abstracta que debe ser ante todo distinguida d e las nociones tradicionales o intuitivas de peaonaje, protagonista, héroe, actor o rol. Estas últiii~asparten todas d e la idea d e que ciertas entidades textuales representan seres l~uinanosy tienen una función en la intriga narrativa, u ocupan un lugar e n (o sobre) una escena; a partir d e este fondo común, las diferentes nociones varían según la importancia del lugar o de la función q u e designan (cf. actor/ héroe). según se ponga e l atento sobre la función d e representación d e un ser huiwano o sobre la participación e n la intriga (personaje / protagonistu). Pero, cualesquiera q u e sean los matices entre esas nociones, presuponen todas la indiscutible existencia textual de entidades representativas, y, entonces, la única cuestión que se plantea es la d e saber para qué sirven. En cambio, el actante debe ser concebido en una perspectiva e n la que nada, en el texto, está dado; todo está por construir y, p a r t p l a r niente la identidad d e las figuras antropoinoi-kis que parecen hanifesiiii,ic a%. En cunsecueiicia, anles cie pi-eguniai-cuái es ¡a función cie ~ a i o cual personaje, es necesario establecer el esquenia del c~esarroilod e la intriga, y definir las funciones que requiere. El actante es, pues, esa entidad abstracta cuya identidacl funcional es necesari:~para la predicación narrativa. En efecto, todo enunciado está compuesto por clos tipos cle inagnitudes: el predicado, que expresa el estado o el cicto: y sus ":ii-~umcntos".
jacques fontanille
~ICCII.. sus ;ICI;IIIIC->. CICIC- .so11 los tt21-11i1nos cntl-C los C C I ~ I C S CI p ~ ~ e c I i ~ ; ~ e l ~ csial>lt.cc una rCl:ic.ici~~ ociip;icl:i por un cierto número clc "funciones". 121 f6i.mul;i cle I ~ a s csei-ki pcitis:
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I'cro este es un punto cle vista cuasi fr5stico. foc;iliz;iclo sobre un preclic;ido particular y único. Si se adopta un punto d e vista discursivo, la situación se presenta d e otro iiiodo. puesto que, e n ese caso. a un mis1110 actante corresponde toda una clase d e predicados, que se reúnen Lino tras otro e n la progresión del discurso. Li fórniula d e base sería, entonces:
Pero, por otro lado, cada uno d e esos predicados, como se ha visto, pueden requerir, por su parte, inuclios actantes; además, el discurso estrí constituido globaliiiente por una red de actantes y d e predicados, q u e sólo es inteligible si se cuinplen dos condiciones: (1) los predicados deI x n constituir un pequeño número & clases; ( 2 ) los lugares actanciales requericios para cad;i uno deben ser, también, en número reducido, previsibles y calculables. 1.2 Recorridos de la identidad, roles y actitudes Las nociones d e actante y d e actor permiten distinguir dos grandes tipos d e pernianencia y d e identidad en el discurso. Precisemos, e n primer lugar, q u e aquello q u e Ilaniainos aquí permanencia o identidad n o es otra cosa q u e la isotopía, es decir, una redundancia semántica, aplicada aquí a una categoría particular d e contenidos. Un personaje q u e lleva el iiiismo nombre y que recibe las mismas calificaciones, a lo largo d e un texto, obedece al principio d e la isotopía; es suficiente imaginar, a cc.n!rnric, Qn:! n ~ v r ! aen ! A cada personaje fuera designado. e n ca&i aparición, con un nonlbre diferente, y descrito por nuevos rasgos, para comprender e n que depende de la isotopía la identidad d e la q u e Iiablainos: es lo que Iiace posible una lectura coherente del recorrido del personaje. Los d o s grandes tipos d e identidad son, respectivamente, (1) para los actantes, las aseguradas por las isotopías predicativas, y ( 2 ) para los actores, las aseguradas por todas las otras isotopías (figurativas, temáticas,
los actantes
afectivas, etc.). La identiclad d e los actantes se clefine por la recurrencia d e una misnia clase d e predicaclos; la identiclad d e los actores se clefine por la recurrencia d e una misma clase seniiintica, sea abstracta (identidad ten~iitica)o más concreta (identidad figurativa). Esas identidades están e n transfornlación permanente, a lo largo d e un recorrido. sea un recorrido actancial (para los actantes), sean recorridos temáticos y recorndos figurativos (para los actores). -
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Si, por ejemplo, se identificaen un texto una clase de predicados como trepar. hacer /a ascención, elevarse, levantar vuelo. se podrá considerar una reducción a un predicado más abstracto, como 'subir". Se podrá preguntar. entonces, cuáles son los actantes que ese predicado implica: en este caso, al menos. un actante "fuente" (abajo), un actante 'meta" (arriba), y un actante que pasa del u00 al o!ro. En Elevación de Baudelaire, esos tres actantes corresponden a las figuras siguientes: (1) la tierra. como fuente del desplazamiento (estanques, valles, montañas, etc.), ( 2 ) el cielo, como meta (aire superior, espacios límpidos. campos luminosos, etc.), y (3)mi espiniu, que se mueve del uno
al otro. Esas mismas figuras obedecen, por lo demás. al segundo tipo de identidad discursiva: la de los actores de quienes el texto, a travds de una serie de imágenes y de metáforas. mantiene la permanencia. Por ejemplo, mi espirifu es recobrado además como actor personal (Tu) y como actor figurativo (pensamientos),pero esta identidad isotopica va mas allá de la sola denominación. puesto que engloba también otras propiedades: voluptuosidad, aburrimiento, pena, etc. El examen de esas propiedades revela, además, que el actor, conservando una identidad permanente, se transforma de dos maneras complementarias. Ante todo, se transforma a lo largo de las distintas fases del predicado: así, cuando mi espiíitu es captado en la fuente del desplazamiento, está afectado por el abummienfo y por la pena; en cambio, cuando es captado en la meta, experimenta la voluptuosidad. Cuando. entre esos dos extremos, mi espintu es asimilado a un ave (la alondra). recibe, además, las fases intermedias del predicado volar (tomar su vuelo, planear). Las correspondenciasentre actantes y actores implican una distinción entre dos niveles de captación de las transformaciones discursivas, el del predicado y el del m e s o . Serían aqui necesarias algunas precisiones terminológicas: la noción dé predicado cs cs!P$ca, y 21 actafite, ásoiiclcio a un preaicaao, no reciDe ninguna transtormacion, mientras que el predicado no sea modificado. En cambio, cuando hablamos de fases sucesivas de ese predicado. hablamos. de hecho, de fases del proceso, que se llaman también aspectos del proceso. La noción de proceso es dinámica, y el actor, asociado a un proceso, sufre las transformaciones de los aspectos de ese proceso.
Este ejemplo permite también comprender mejor la noción d e rol: ésta e s indisociable d e la d e recorrido. Cada acror está programado para
los actantes
[a, la cap;iciclad cle juicio del sujeto liaría d e
el, en ausencia cle un terce-
ro destinador, un buen candidato para los roles d e control. La tipologia propuesta por Jean-Claude Coquet ha sido elaborada exclusivamente para rendir cuenta de los discursos verbales. en la tradición lingüistica heredera de Benveniste. Los actantes fuente, blanco y control, se refieren. en cambio, a una semiótica general.
Añadainos q u e la teoría actancial d e Jean-Claude Coquet explota principalmente otra dimensión d e la identidad actancial, la modalización, sobre la cual volveremos luego y q u e se revela particularmente heurística. En caiiibio, la clii:isión entre sen~ióiicaobjctal y sen-iiótica subjctal, q u e Iiri permirido abril- un nuevo dominio cle pertinencia -el del caiiip o posicional cle la presencia-, n o puede ser inantenicla, pues, e n lo sucesivo, los d o s dominios d e pertinencia deben ser asociados e n una inisnia semiótica del discurso. En efecto, n o se puede reducir la instancia d e discurso al campo posicional, ni reducir el discurso enunciado a la escena predicativa. Si se reduce la instancia de discurso al campo posicional, sólo se conserva el substrato fenomenológico del discurso, su forma intencional elemental, y se pierde a la vez la otra dimensión del discurso, la q u e lo conviene e n una estructura q u e acoge valores, e n u n lugar e n el q u e éstos se intercambian; brevemente, e n un sistema d e valores. Sobre este punto, la posición de Jacques Geninasca nos parece más adecuada q u e la cle Jean-Claude Coquet, pues, según él, la instancia d e discurso es una instancia implícita q u e organiza el conjunto del discurso, que selecciona los sistemas de valores. q u e efectúa las miras y las captaciones, y q u e lo organiza todo gracias a algunos grandes tipos d e racionalidad. Si se reduce el discurso enunciado a la sola escena predicati a, se Y conserva solamente la dimensión narrativa y formal del discui-so, su substraco axiológicn, y, i! ois!nc ticmnc, ; - r f i ~!r .'in?rr?siór. de! dis= r se n r A-' U curso e n acto: Esa concepción del discurso ha hecho posibles los más grandes avances teóricos y metodológicos e n los años setenta-ochenta, justamente porque reducía el dominio d e pertinencia y lo purificaba d e todo efecto "subjetivo"; y "objetivando" el discurso bajo la forma cle un puro enunciado, hacía posible la articulación form;il. Esa concepción debe. Iioy e n día, ser completada por la concepción q u e adopta el punto d e vista del discurso e n acto.
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Entre una opción que consiste en iluminar todo con la luz del cainpo I ~ o ~ c i o n del r i l cliscurso, y otra, que consiste en reducirlo todo a una esI I licrura actancial narrativa, heinos optado por conservar para cada uno estos puntos de vista su donlinio de pertinencia y asociarlos gracias ;I 1;1 noción d e pr* enunciativa. Volveremos a esta noción, pero puetic, desde ahora, ser definida como el lugar de articulación entre las esI riicturas semionarrativas -don.iinadas por la escena predicativay la instancia d e discurso -dominada por el campo posicional-. Además, la praxis enunciativa es otro nombre de lo que hemos llamado antes proceso semiótico o semiosis en acto, y es claro, ahora, que los dos doiilinios d e pertinencia invocados dependen cada uno d e una fase particular (de un aspecto) de esa praxis y de su proceso.
3. LAS MODALIDADES
3.1 La rnodaíidad como predicado
3.1.1El predicado modal Las modalidades son predicados que actúan sobre otros predicados; son, pues, predicados que modifican el estatuto d e otros predicados. Además, aseguran una mediación entre los actantes y su predi'cado d e base al interior de la escena predicativa. Así, la modalidad querer pone en relación un actante sujeto con otro predicado, por ejemplo bailar, según una fórmula que podría ser uanscrita así:
Al momento de la realización concreta d e esta fórmula, el actante del predicado moda1 puede ser confundido con el del predicado modalizado (Él quiere bailar), o ser disociado (Él quiere que tú bailes); también se encontrad el caso en el que sólo es mencionado el objeto del predicado n~odalizado(Quiero esta casa). Pero, cualquiera que sea la variedad d e realizaciones particulares, la estructura subyacente es siempre la misma. En una 'perspectiva lingüística, la expresión de la modalidad es muy víriable: puede ser un verbo (saber), una perífrasis verbal se^ capaz de), o una expresión nominal (la capacidad de,.., la necesidad de...), etc. Los matices semánticos son infinitos, d e acuerd? con las formas en que las expresiones modales pueden s e r combinadas entre sí; por ejemplo, en el enunciado:
q
los actantes
Él querría realme-nte aprender a hilar,
El piedicado 6ailar está modalizado por aprender, q u e es una 1110dalidacl factual clel tipo saber, esta modalidad cognitiva está, a su vez, modalizada por querer, otra inodalidad factual; esta modalidad volitiva está, asirnisino, n-iodalizacia dos veces, una primera vez por la fornia verbal -má,q u e es una inodalidad d e atenuación argumentativa, y q u e produce una distancia enunciativa y un valor probabilístico, y una segunda vez por el aclverbio realmenfe, n-iodalidad d e orientación axio-. lógica concesiva. Sin entrar e n el detalle del análisis, se puede observar aquí, a propósito de un enunciado banal, que la n-iodalización multiplica los niueles de control del predicado d e base, e introduce a la vez gradientes, tensiones y polaridades reversibles. Y eso porque, e n una perspectiva discursiva, la semiótica ha retenid(: u n número fijo d e preclicados inodales, que, por razones d e con-iodidad, son designados por los verbos modales, pero q u e n o hay q u e cons quefundir c o n las correspondientes expresiones lingüísticas. É s t ~ son: rer, deber, saber, podery creer. Volveremos sobre la tipología d e las niodalidades; pero, ahora, debemos introducir una distinción entre modalidad y modalización. La modalización es más general q u e la modalidad; e n efecto, e n lingüística se entiende por modalización todo aquello q u e señala la actividad subjetiva d e la instancia d e discurso; todo lo que, d e heclio, indica q u e se trata d e u n "discurso e n acto". En este sentido, las expresiones afectivas, las evaluaciones axiológicas, y, e n consecuencia, la constitución d e sistemas d e valores del discurso, forn-ian parte d e ella. Asimismo, si se adopta la perspectiva d e Jacques Geninasca, para quien el discurso entero manifiesta la actividad de la enunciación, la modalización n o tiene límite alguno. En cambio, la noción d e modalidad es más específica: recordén-ioslo, es un predicado q u e actúa sobre otro predicado. Más precisaii~epte, es u n predicado que. e n la perspectiva d e la instancia d e clisc'urso, ez~r,cia;:íiz condici6ii dc realizaziSri &; p i - ~ & c a d oprincipaj. En otros términos, la modalidad emana de un ncfanre de colzt1-01. Este actante, e n cuanto actante posicional, pertenece a la instancia d e discurso, y participa d e la actividad enunciativa, pero sólo representa lino de sus múltiples aspectos. Esta cláusula, q u e limita el campo d e aplicación cle la noción, nos autoriza, pues, a tratarla d e inanera específic~i,sin c-onfiindirla con la enunciación global e iinplícita del discurso.
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.< 1.2 1.~1 rnorlalrr/r~ricor,io corlcl~ciór~ pre.strpqrlcsln por. el p?-oce.so
apreci:ii. I:i iiatur:ilez:i p:irticular tle estos pretlicatlos iiiod;i les. scB les pcietlt. confi-ont:ir con los pretlicatlos que riiodific:in. Eii ti'rminos cle \dar cle \:c.rtlad, el preclicatlo moclal sigue sicnclo \.u-cl:iclei-o aunque el pi-etlicatlo inodalizaclo no sea vei-tlaclero: cl hecho d e q u e él baila sea frilso no iiiipide que él quiere 6uilur siga slentlo \:ertl:idero. En canibio, si Fl qqrriere 6uil~r. es falso, entonces Iiabrá que ariadir otras condiciones coiiiplementarias (por ejeinplo, una obligaci0n) para q u e él baila sea, sino verdaclero. al menos realizible. En consecuencia, e n el caso en que la modalidad querer sea h l s ü , o bien 61 baila es también falsa, o bien se podrá decir, bajo la forma d e una veracidad concesiva: Aunque él no quiere bailar, él baila (porque está obligado, coino el ministro ladrón en Zndi@. Esta asimetría de los valores d e verdad es típica d e la relación d e presuposición: el predicado inodal está presupuesto por el predicado motlalizado. El estatii to cle presupuesto, e n lingüística, implica una propiedad que es crucial para la semiótica del discurso: un contenido presupuesto sigue siendo verdadero aunque n o sea explícitamente expresado; es suficiente que el tgrniino presuponiente sea expresado. Si él baila es verdadero, entonces las modalidades q u e presupone lo son también, al menos en parte; ello significa que e n el curso del análisis, podremos interrogar, aun si las modalidades n o están expresadas, sobre la presencia implícita d e un querer o de un saber, por ejemplo. Este punto es esencial para comprender el estatuto enunciatiw de las modalidades. Dependen, ante todo, d e la perspectiva enunciativa, ya q u e el actante d e control es uno d e los roles de la instancia d e discurso; además, las modalidades nos llevan a considerar que un proceso cualquiera puede ser mirado desde muchos puntos d e vista diferentes, o captado bajo muclios principios d e pertinencia diferentes. Ahora bien, ése es el rol d e la instancia d e discurso: hacer variar las miras y las capraciones;lo que confrina. por lo deinás, nuestra sugerencia, que consiste t.n atrilnlir el pretli(-arlo iiir>cl:il r i i i n ac!an!r pc?siclcn..n!,el Zctar.!e de control. Pero, más generalmente, la modalidad pertenece d e modo frecuente al doniinio d e lo implícito, a título d e presupuesto. Lo implícito n o tiene ninguna existencia verificable e n el dominio d e pertinencia del discurso enunciado, salvo una existencia metalingüística. En efecto, por deducción, se puede decretar que para hacer, hay primero q u e saber, querer, deber, etc.; y, cuando en un discurso se encuentra un hacer, se pueI1:i r:i
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de, entonces, reconstniir por cleclucción los saber, los querer y los deber subyacentes. En caIiibio, e n la perspectiva del discurso en acto. lo implícito d e un discu,-so d e p n d e del "saber conipartido", d e los conociniientos (enciclopédicos o ad hoc) coiiiunes a los interiocutores cie la enunciación. illiplícito, conlo saber compartido, estari, pues, iniplicado en la pixxis enunciativa, estará escondido y ser2 extraído, convocado, interrogado; e n todo moinento, los socios del intercainbio enunciativo pueden, además, usarlo para reforzar, comprobar o desviar el lazo empatico q u e los une. Expresada o no, la modalidad e s una condición para q u e el predicad o se cumpla y sea verdadero en el discurso. Su estatuto d e condición presupuesta Iia conducido, e n semiótica, a otorgar a los predicados niodales un estatuto distinto al d e otros predicados: ¡as modalidades son las condiciones necesarias o facultativas d e la acción transformacional d e los actantes. Pero, e n cuanto conclición d e realización del acto, la modalidad actúa sobre el conjunto del proceso, o, como dijimos más arriba, sobre el conjunto de la escenapredicatii)a;e n consecuencia, rige a la vez al predicado propiamente dicl-io y a sus actantes. Actúa sobre el predicado en el sentido e n que designa un inodo d e existencia d e ese predicado, que es anterior a su realización (de ahí que esta propiedad sea designada condición de realización). Pero actúa también sobre los actantes; e n este sentido, el contenido semántica d e la modalidad puede ser considerado como una propiedad del actante mismo, propiedad necesaria para que realice el acto. En el esquema narrativo canónico, por ejemplo, las modalidades son adquiridas e n el momento de la etapa denominada adquisición de la compe€enciu(para Propp, las pruebas califrcan€es).Así, las modalidades son los verdaderos predicados narrativos e n el sentido d e que transforinan alguna cosa: la competencia se adquiere, se completa, se etc. Pero eso que transforman es solamente la fuerza intencional -irr.,n+r~s ----paiic d e su idrntiuau d e actantes transtormacio, es decir, -uiid nales y n o directamente la situación narrativa. Lis modalidades, consideradas como condiciones presupuestas, pertenecen, pues, a la lógica cie las fuerzas, la lógica tnnsformacional del discurso enunciado. '
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nzotlr~lit/rit/c.oi)loinotio de elcisferzcia tkl procc).w
Un proceso c,uy:is contliciones se expresan hijo la for111a modal, es un proceso que n o pucde ser consideraclo coino realizado. Al optar por captarlo bajo el ríngulo tle sil condición modal, se ha escogido una perspectiva e n la que su cuii~plimientosólo está e n un segundo plano. y s u condición moda1 e n priiner plano. La atención se centra, entonces. e n las concliciones, y se des\+ parcialmente d e lri transformación misma. Diremos, pues, que la ii~odalidadcambia el modo cle existencia del proceso e n el disccirso, que cambia su grado d e presencia respecto d e la instancia d e discurso. La modalidad ocupa el primer plano, absorbe la atención y se beneficia d e l a presencia discursiva más fuerte; el cumplimiento del proceso está e n un segundo plano, n o llama la atención, y su presencia e n discurso es débil. En términos d e n i d o d e existencia, el predicado modal suspende la realización del acto, pues con la modalidad se considera el proceso e n una perspectiva distinta d e la d e su pura y simple realización. Hay, pues, q u e suponer que la modalidad procura al predicado que modifica otro n i d o d e existencia diferente del modo realizado. Examinemos la serie: 1 ) Él baila
2) Él sabe bailar
3) Él quiere saber bailar
En (l), bailar está realizado; e n (21, saber está realizado, pero la realización d e bailar está suspendida; en fin, e n (31, sólo querer está realizado, y la realización d e saber y d e bailar está suspendida. Se puede, asimismo, considerar q u e la distancia entre el nuevo modo d e existencia del proceso y el modo realizado está e n función del número y del tipo d e modalización. Es claro que cuando se aumenta el número d e condiciones modales engarzadas, como e n (31, se posterga más la realización del proceso a un segundo plano. Consideramos la existencia e n discurso como una gradación e n la q u e los dos polos extremos serían el polo realizado y el polo uirtualizuda d e un lado, él baila tiene lugar, está "presente" e n el discurso, y del otro, él baila n o tiene lugar, está ausente del discurso. Entre esos dos polos extremos, los diferentes predicados modales perniiten recorrer todos los grados intermedios. Volveremos ulteriormente sobre la definición d e estos grados, e n el momento e n q u e nos propongamos hacer una tipología d e las modalidades. Pero, para poder Iiablar d e diferencias d e presencia discursiva de los procesos, para poder invocar el gradiente d e los diversos modos d e
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d e un proceso, hay que suponer que este últiino está situarlo e n el campo posicional d e la instancia d e discurso, y que el sujeto 'le la enunciación puede estatuir sobre la distancia (espacial o temporal, poco importa aquí) que lo separa de esa posición. Sin esto, la noción d e modo de existencia se reduce a una noción puramente abstracta y formal. En un cainpo posicional, mientras más se aleja la presencia del centro, más se debilita con respecto a ese centro; mientras más se acerca la presencia al centro, más se refuerza. En lo que concierne a las inodalidades, mientras inás importante es el número d e condiciones modales a las cuales el proceso está soinetido, más lejos está situado del centro d e referencia. Asimismo, mientras esas condiciones son más inciertas y comprometidas, está más lejos e n la profundidad del campo d e presencia. Distinguiremos, pues, dos dimensiones d e la presencia modal: el número y la intensidad. El número d e modalidades se aleja proporcionalmente del centro de referencia porque aumenta la distancia del modo realizado; la intensidad resulta d e la espera d e cumplimiento: mientras más incierta es la condición, mientras más con~prometidaestá, más débil es la espera, y el proceso retrocede hacia la profundidad del campo, distanciándose d e la instancia d e discurso. El modo d e existencia del proceso modalizado se mide, pues, en relación con la posición enunciativa. Es cuestión del campo posicional, del centro d e referencia y d e la distancia e n relación con el centro d e referencia. El modo d e existencia del proceso modalizado participa, pues, d e la otra lógica, es decir, d e la lógica de lasposiciones, propia d e la instancia d e discurso. Cuando la modalidad es considerada como la condición d e un proceso, depende d e la lógica de las fuerzas; cuando es considerada como un modo d e existencia del proceso, depende de la lógica d e las posiciones.
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-3.1.4 La tipología de las modalidades Coino síntesis d e las proposiciones precedentes, podemos proponer ahora una tipología d e las modalidades que se base e n su doble estatuto cle condición presupuesta y d e modo de existencia del proceso. Confornie a este doble estatuto, las modalidades serán definidas sobre la base cle dos variables: (1) los actantes que involucran, como condición del proceso, del lado d e la lógica d e las fuerzas; y, (2) los modos d e existencia que imponen al proceso, del laclo d e la lógica d e los lugares.
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Según la Iógicrr tic Ini;/r-retzr~v,se pueden presentar dos situaciones: o I>ic-n la ii~oclaliclaclinodific;~I;i rel;iciOn entre cl siijeto y el ol>jeto,o t i e n iiiodifica la rel:ición entre. cl sujetc.) y un tercer rictante. El y n c r e r y cl saber- iiiodificiin In rel;ición entre el sujeto y su objeto. Pero esta reI:ición también puecle ser inoclificacla por una forina d e creer, q u e se exprcsii e n espanol con la construcción creer etz a & u n a cosa, y q u e ]a Ilaniarenios simpleniente cree?: El debery el poder modifican la relación entre el sujeto y iin tercero, sea este tercero un destinador (en el caso del deber) o un advers;irio (en el caso del poder). Esta relación entre e] sujeto y el tercer actante puede también ser modificada por otra variedad del creer, q u e se expresa e n espahol con la construcción creer e n aigtrien, y que la Ila~naremosadherir, para distinguirla d e la primera. Según la lógica de los lugares, que define los diferentes modos d e existencia, se pueden presentar cuatro situaciones, q u e corresponden a los cuatro n ~ o d o sd e existencia reconocidos hasta ahora. Éstos son, e n el orden d e los grados d e presencia: (1) el modo virtualizado, q u e caracteriza al querer y al deber, ( 2 ) el modo potencializado, q u e caracteriza a las dos variedades d e creer, (3) el modo actualizado, q u e caracteriza al saber y al podw. Finalmente (41, el modo realizado, último de la serie; hablando con propiedad, n o pertenece a las modalidades e n sentido estricto, ya que, bajo este modo d e existencia, aparecen los enunciados del hacer y del ser, q u e n o conllevan distancia modal. La tipología d e las inodalidades, deducida d e sus dos grandes tipos d e propiedades, se establece entonces como sigue: Modo potencializado
Modo
Modo
.virtualizado
actualizado
Modo realizado
Creencias
Motivacbnes
Aptitudes
Efectuaclones
Sujetdobjeto
CREER
QUERER
SABER
SER
Sujet@ercero
ADHERIR
DE6ER
PODER
HACER
3.2 La modalización como imaginario pasional El conjunto d e predicados modales del discurso se presenta ahora como una dimensión en parte autónoma respecto a los predicados narrativo~cuyo sentido y estatuto modifican. Esta autonomía relativa está asegurada por dos observaciones que, entre todas las que preceden,
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ii-ierecen ser recordadas aquí: (1) e n primer tbrmino, e n cuan1->rqndicienes presupuestas, las modalidades son indepenclientes de la re-a 1'123ción 'le] proceso; ade~iiás,el conjunto de la dimensión n-iodal del cliscurso puede ser reconstruido a partir del proceso, estén o n o expresadas las iiiodalidades; ( 2 ) e n segundo término, e n cuanto inodos d e existencia del proceso, las niodalidades están bajo el control cle la enunciación, escapando así al control d e los predicados que modifican; al contrario, ellas les imponen la posición d e la instancia d e discurso, y les aplican la orientación discursiva. Todo esto invita a hacer d e la cliniensión moda1 clel discurso una dímensión enteramente susceptible d e asegurar una buena parte d e la significación, tanto del discurso enunciado con-io del discurso e n acto. Esta significación se considera iridependiente d e la realización del proceso, d e lo q u e pasa efectiuamenfee n la dimensión riarrativa. Se puede decir, e n suma, q u e abre e n el discurso un campo imaginario, un imaginario del q u e la instancia de cliscurso es siempre el centro, pero q u e obedece a otras reglas distintas de las de la dimensión narrativa propiamente clicha. Cuando enuncio Quiero bailar, puedo ponerme a soñar e n escenas e n las q u e bailo: haga lo q u e haga e n la realidad, la sola modalidad es suficiente para abrir estas evocaciones imaginarias. 3.2.1í a modalización como consfmcción de la identidad
de los actanies
La idmiidad semántica de un actante está definida por el lugar q u e ocupa e n relación con un predicado; pero esa identidad sólo está asegurada -y sólo será reconocida- a lo largo del discurso entera si e s q u e es objeto de una recurrencia. Como ya hemos seiialado, las modalidades están e n mejores condiciones para asegurar una tal recurrencia, y, por consiguiente, para construir la identidad del actante, e n la medida e n que, incluso cuando n o están expresadas, son deducibles; e n secuencia, son más frecuentes q u e sus manifestaciones explícita m5s, pceden ser exprt-sacias iiasta e n ausencia del proceso realizado: e n consecuencia, son globalmente más frecuentes q u e los procesos mismos. Esta propiedad nos incita, pues, a basarnos e n las modalidades para construir la identidad del actante. En términos más formales, se dice que si los preclicados modalizados describen el hacer d e los actantes -su pe-forma17cc~-, los predicados nioclales describen e n cambio su ser -su con~yete~icict-. La dii-i-iensión inodal del discurso puede ser aliora considerada como aquella e n
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qiic. por ;~CLIIIIUI;~CIÓII. coiiil,in;ición o ti-ansfoi'ii~aciónd e las inodalidnclcs. los nctantes construyen progresi\laii~entesu iclentidacl. l~magine1110s. poi- ejeinplo, iin actante q u e se esfuerza por aclqiiirir todas las cotiipetencias nec-esai'ins para ciimplir una proezri: acun~ulalas tttcnicas, :ilin;icena las infoi'iiiaciones. se entrena. se endurece, etc. A fin d e cueni ; ~c;tinl,i;l . cle identicl:id. se encuentra mejor así. y estima q u e y;i Iia ]leclio lo esencial: incluso ni se toma ya la molestia cle realizar la tarea propuesta. La const~iicciónd e la identidad modal sobrepasa la búsqueda d e objetos d e valor. En términos más técnicos: los ualores modales substituyen entonces a los i~aloresd e s c r i p t i i . ~ ~ . La identiclad modal d e los actantes puede ser caracterizacla por el nlímero de nzodalidades q u e la define, y por la naturaleza de las combinaciones q u e admite. Hay, pues, ante todo, q u e definir el número d e modalidades, y para cada número, las combinaciones q u e se pueden tomar e n cuenta. (1) El actante n o n~odalizado(actante M") es un actante inmediatamente realizado e n el aconteciiniento, un cuerpo q u e toma posición; solamente es susceptible d e reaccionar a las tensiones, sensibles y afectivas, q u e atraviesan su campo d e presencia. Cuando Proust describe la experiencia del despertar, al inicio d e Du coté de chez Swann (Por el cantino de Swann), describe primero la progresiva toma d e posición d e un actante M", y solamente después la adquisición d e las modalidades. El actante M" tendría, pues, el estatuto d e una instancia.fenomenológic:i, e n un campo discursivo e n vías d e formación. (2) El actante unimodalizado (actante M') debe estar provisto d e la única modalidad d e la que n o puede prescindir par. actuar, el p o d e r h a cer (la capacidad), o para existir, es decir, el poder ser (la posibilidad). Cuando Fabrizio está perdido e n medio d e la batalla d e Waterloo, e n La Cartuja de Parma, termina por olvidar lo q u e ha ido a hacer allí -batirse. tal vez ver a Bonaparte-, n o tiene ningún punto d e referencia y reacciona únicamente e n función d e las peripecias, a fin d e salir sin danos graves: ni qz.rerer, ni deber, ni suber, únicamente poder. F1 a c t a n t e M I i s I J riurinlata ~ o Lina nláqclin:~eficizmc-nre programada para una sola tarea, y depende, para realizarla, d e otros actantes mejor provistos de modalidades. (3) El actante bimodalizado (actante M2) debe combinar el poder con otra modalidad. Actuar "impulsivamente", por ejemplo, es, desde el punto d e vista d e la identidad modal, actuar bajo el único control del poder y del q b e r e r ( n o intenliene entonces ni deliberación. ni programacion cognitiva d e la acción, ni mandato exterior). En cambio, actuar
los actantes
.llnetódicalnente" y sin coniproiiiiso pasional, es contentarse con poder y saber. En fin, la identidad del "esclavo", o del actante bajo control (o bajo influencia), asociará un dekr al poder del autómata. Éste es el iiiínimo inodal necesario para participar e n un esquenia narrativo canónico: sea poder + querer, sea poder + saber, sea poder + deber. Para Jean-Claude Coquet, los actantes M", M' y M' corresponden al actante n o sujeto: e s claro q u e la descripción moda1 es más precisa y inás directamente operatoria que la denominación genérica, adoptada por coiilodidad. Precisemos, adeniás, q u e las combinaciones modales q u e él considera son menos numerosas q u e las q u e proponemos aquí. (4) El actante trimodalizado iM3) es el único e n el q u e se puede considerar q u e hay una identidad niodal casi completa, porque este nivel d e inodalización combina casi todos los tipos d e iiiodalidades: al poder se añadirá, por ejemplo, un saber y un gueret; para un actante autónomo; o un saber y un deber, para un actante heterónomo; e n ambos casos, e n lugar del saber, puede aparecer un creer, etc. Perrette, e n el Cuento de la lechera, correspondería al tipo M" pero con un cambio d e identidad e n el camino. Ella parte del pueblo con su cántaro de leche sobre la cabeza, con un equipamiento moda1 d e actante heterónomo: puede, sabe, debe, pero, con La ayuda d e la imaginación, cambia d e identidad, y s e coloca entonces como actante autónomo: p u e d e todavía, pero se pone a creer e n su próxima fortuna, quiere especular sobre su venta. El incidente final la lleva brutalmente a la priniera identidad, aunque sin el poder q u e antes tenía (que le otorgaba la leclie).. ( 5 ) Cuando el actante e s definido por cuatro modalidades (actante M~),el número de combinaciones aumenta, pero es claro q u e una nueva dimensión de la identidad aparece entonces. En efecto, entre las combinaciones posibles, algunas llevan obligatoriamente a confrontar u n saber y u n creer, y las otras, un querer y un deber, q u e podría@ presentarse a la vez c o m o redundantes y contradictorias: o bien se dabe, o .l..L hjcn se cree.; ; :bie;; cicicrc, !;icfi oc ucvc. En un caso como e n el otro, esto conduce a considerar una jerarquía entre las modalidades redundantes; nos percatamos entonces d e que, en los dos casos, esta jerarquía permite comprender cónio el sujeto asume su recorrido o su acto. La nueva dimensión q u e aparece es, pues, la de la asunción. No solamente se sabe, sino, adeiiiks, s e cree entonces es claro q u e se asume personalniente lo q u e se sabe. No solaiiiente s e debe Iiücer alguna cosa. sino. adeiiiás, s e qtiierc.. entonces se aa.1rne perso,"
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nriliiiente lo q u e se clelw Iiacer. Esta diniensión puede tainbien present:irse en la identidricl clel actante M ~ pero , entonces. e n ausencia d e recliindancia p:ircial eiltrt. mr>drilid;icles.sólo el contexto permite clecidir si el creer y el qirerer. tienen tise valor d e asunción. NB1: Jean-Claude Coquet tri~duceesta propiedad escribiendo la 1110dalidad d e asunción -para él, exclusivainente el tndaquerer- con inayúscula, y poni6ndola a la cabeza d e la serie ii~odal.Ésta es, para él, I:i característica del actante sujeto. Nosotros proponemos otorgar también al creerel estatuto d e modalidad d e asunción. En efecto, si se liinitase el ejercicio d e la instancia cle discurso al campo posicional. el querer bastaría, porque permite afirmar el sí-mismo como ega pero. si la instancia de discurso es también la instancia que construye y controla los sistemas d e valor del discurso, entonces el creerse conviene e n algo necesario para ella, a fin d e poder asumirlos. NB2: Las combinaciones consideradas aquí son menos numerosas q u e las teóricamente posibles. Hay dos razones para ello: primero, así como las sílabas de una lengua son menos numerosas que las combinaciones posibles entre los fonemas de la misma lengua, las combinaciones modales están, también, culturalmente determinadas y limitadas; hay que reconocer que, con respecto a esto, hemos razonado -¡como e n tantas otras cosas!- como occidentales contemporáneos. Por ejemplo, liemos colocado el poder e n la base del edificio, puesto q u e caracteriza al actante M'. De hecho, podríamos muy bien imaginar una cultura e n la que, por ejemplo, la modalidad del actante M' sería obligatoriamente el q u e r e probablemente un indicio d e esa situación se puede encontrar aún e n la expresión popular Este ádmf se quiere caer, expresión q u e también se encuentra, entre otros lugares, e n el Africa de los Grandes Lagos. El dispositivo de conjunto sería profundamente cambiado. Además, la combinatoria se abre d e nuevo cuando no nos ubicamos sólo e n la perspectiva del acto, sino, más generalmente, e n la del afecto: como veremos a continuación, un actante puede tranquilamente ser definido sólo por un querer y un deber, pero queda claro que únicamente con ese equipamiento modal, n o está listo para pasar a la acción; puede, con las justas, padecer un estado pasional. 3.2.2Los d o r e s modales
Hemos sugerido ya que la identidad modal d e los sujetos se puede convenir en el objetivo d e una búsqueda propia, la búsqueda de identidad -particularmente cuando están e n condiciones d e asumir esta
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idep*irl-d (actante y Las nidalidades pueden ser para ellos :~dquisi-nes valiosas. buscadas por ellas mismas. independientemente d e 1- objetos de valor. La forina típica d e la novela d e aprendizaje, y e n pa-lar la q u e se expresa a través del género picaresco del siglo xV(I, es un ejemplo. El término "aprendizajen se podría prestar a confusión, p o q u e aprender es adquirir el saber, pero, e n esta búsqueda, el actante no apunta solaiiiente al s a k r y al saber bacet: descubre tanibien su vocación, sus inotivaciones. lei-drquiza sus obligaciones, inide sus cap:tcidades; e n sunia, aprende a asumit; a controlar y a mocC~Jicar lo que es. Pero, para ello, las modalidades deben cambiar de estatuto y de uso: no son ya condiciones presupuestas, sino valores que definen roles y actit& ante el mundo y e n un recomdo d e vida. Y un signo de esa conversión, que no engana, es el siguiente: e n !ugar d e funcionar d e manera ca teg6rica (sepuede o no se puede Iiacer, se quiere o no se quiere hacer, etc.), las modalidades funcionan d e manera gradual. El rebelde, por ejemplo, es alguien que otorga más fuerza a su querer que a sus deberes; ello significa a contrario que el resignado, lejos de no tener ningún querer; ha adoptado simplemente la jerarquía inversa, y su querer se ha sometido a la fuerza de su deber Estos dos ejemplos ponen e n evidencia (1) que las diferencias modales son aquí del orden del mcís y del menos, lo que introduce una jerarquía entre las modalidades; y ( 2 ) q u e estas jerarquías y estos gradientes modales forman roles (por ejemplo, el mkIde o el resignado). Pero la gradación moda1 puede además concernir a la intensidad tanto como a la cantidad: hay q u e recordar, entonces, que, como todo sisteiiia d e valores, los valores modales aparecen bajo el control de las valencias d e la percepción (cf. capítulo 11, estructuras elementales, 4. La estructura tensiva), es decir, las valencias d e intensidad y de cantidad. Tomemos el caso del hombre d e ciencia: mientras que no se w n g a e n juego su propia identidad, e n la comunidad a la cual pertenece, s u s cür,ximien:os seiáii evaliidUos desde t.: puíií" de ~ i s hd e ;a vcrC;dC; (adecuación a las cosas mismas, respeto d e los procedimientos científicos en uso, etc.); pero, si se trata, por ejeniplo, d e decidir si es un "verdadero" sabio, o un "verdadero" investigador, la evaluación d e sus conocimientos, según las culturas y según las disciplinas, se referirá más bien a su extensión o a su grado de especialización. Se da por supuesto que el sabio del Renacimiento -pensemos e n el célebre Pico d e la Mirandola- lo sabe todo (eje d e la cantidad) y con la mayor profundi-
jacques EontaniUe
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dad (eje d e la irlretzsid~ic0.Pero, desde la época clásica, el Iioiiibre 110nesto, y el lioinbre culti\-ado tle nuestros días -¡el que lee Le Montlese supone que conoce un poco d e todo, es decir que tiene conociniientos extensos pero sin pl-ofirr2dizar en nada, sin tomarlos como un especialista. A la in\-ersa, el especialista y el erudito deben renunciar a la cantidacl. para profundizar al niáxinio su conocimiento d e un dominio concreto. En cada uno de estos casos, el valor del saberes el resultado de cierta relación entre la intensidad y la extensión. Y cada uno d e ellos corresponde a una identidad, reconocible, en una cultura dada, como un rol -o como una actitud-. Lo mismo sucede con las otras modalidades: el veleidoso n o sabe dónde fijar su querery lo dispersa sobre un gran número d e objetos, cada vez con una débil determinación; el fanático, en cambio, ha puesto tod~la intensidad d e su creeren un solo objeto; a la inversa, el crédulo es el que cree e n todo, pero débilmente, etc. Hasta aquí, sólo se trata d e la lógica d e las fuerzas: en esta perspectiva, los valores modales reposan sobre la evaluación d e la fuerza modal, con vistas al logro de las transformaciones. Pero, según ¡a lógica posicional, el sujeto d e enunciación, individual o colectivo, va a decidir cuáles son los equilibrios aceptables, o cuáles son los @e hay que rechatar: e n los ejemplos precedentes, podemos observar que un juicio moral se insinúa en la apreciación d e la identidad modal, y que, por ejemplo, el que condena al crédulo (gran dispersión, débil intensidad) adopta una posición diametralmente opuesta a la d e aquel que condena al fanático (gran concentración, fuerte intensidad). Hemos d e distinguir, pues, en buen método, eso que confunden las denominaciones tomadas d e la lengua, es decir: (1) d e un lado, la formación d e los valores modales, según la Iógica d e lasf u m a s , que establece los diversos equilibrios entre la intensidad y la extensión, y caracteriza la identidad d e cada actante, imprimiéndole d e alguna suerte, su nueva "marca" personal; (2) d e otro lado, la evaluación ética, que toma posición en relación , con el sistema, según la Iógica d e lasposiciones, y que aplica a los va; lorcs moda:cs un juicio qüc ciliana de :LI ~ ~ k ü ide l i referencili.
3.2.3 De las modalidades a las pasiones Desde el momento en que las modalidades se convierten e n valores modales, se basan, como se ha visto, en una regulación perceptiva y sensible: un cuerpo sintiente "resiente" la intensidad y la extensión modal; el observador reconoce ahí un rol o una actitud, es decir, la identi-
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los actante
transitoria rle un actante. Estos roles o acritudes inodales son, tambien, al menos vinualinente, roles o actittrdes pasionales, puesto que se relacionan con el afecto y la sensibilidad. Todos los ejemplos de los que nos Iielnos servido para ilustrar el punto precedente, conllevan, más o ii.ienos, una diniensión pasional: el cn2dul0, el fanático, el wkidoso, el c.rudito son actores cuyos coniportaniientos afectivos pueden predecirse parcialmente. pues estos últimos son previsibles a partir d e su definición iiiodal; a cada uno corresponden sus emociones propias y típicas: la adliesión i~etlexiva,el arrebato inquietante, la duda ansiosa, o la curiosidad jamás sacíada. y x p r c i k , entonces, que el efecto pasional n o reside tanto en una cierta relación entre la intensidad y la extensión modales, sino en el mo~iimienloque conduce a ellas; el rol del erudito, por ejeiiiplo, sólo s e r tratado como rol pasional si es captado en el nioviniiento y la tensión que lo llevan a un conociniiento sieiiipre niás profundo, y sienipre más estrictamente especializado. Lo mismo para el fanático, cuyo carácter apasionado es tanto más sensible cuanto más parece dirigido hacia una creencia siempre más fuerte y sienipre más estrecha. El rol sólo se hace pasional si es captado e n su devenir. Desde el punto d e vista d e la historia de la seiniótica del discurso, la teorí-a d e las modalidades ha sido el primer paso hacia una serniótica de las pasiones: los efectos pasionales, gracias al coniponente inodal surgido d e la narratividad, se volvieron analizables; cada efecto pasional podía ser reducido, desde un punto d e vista narrativo, a una coinbinación de inodalidades. Estos efectos pasionales eran, entonces, considerados como simples epifenómenos del recorrido narrativo d e los actantes. Pero esta aproximación al dominio afectivo quedaba en los Iíniites d e una Iógica de las transformaciones, la del discurso enunciado. No obstante, queda claro q u e la dimensión afectiva del discurso n o puede ser separada d e la presencia, d e la seniFibilidcui, y del cuerpo q u e p m a posición en la instancia de discurso, puesto que la afectividad reivindica el cuerpo, del que emana y al que modifica. ¿as propuestas que estamos en condiciones d e hacer hoy, conjugan estos dos puntos de vista: incluso en la perspectiva de las modalidades aisladas - q u e pronto nos propusimos superar- los efectos pasionales participan d e los dos doniinios. Las modalidades, coino lo lieinos deinostrado, aseguran la síntesis entre la Iógica de las fuerzas (la d e las transforinaciones, la d e las escenas predicativas y la del discurso enunciado) y la lógica de las posiciones (la d e la presencia, del discurso en
jacques fontanllle
iicto), piiesto qiie ellas son a la ilex condiciones presupuestas, e n cuanto a las primerras, y modos d e existencia, e n cuanto a las segundas. La identidacl p:isioniil d e los actantes, basada en los valores modales. es, pues, por definición, uno de los lugares claves d e la interacción entre esos dos dominios d e pertinencia: así, la identificación d e los actantes d e la enunciación con los del enunciado, e inversamente, se hará por la inediación cle estos roles y actitudes pasionales. N o s e puede exigir. por ejen-iplo, :i un lector que comparta d e inmediato las aventuras que conocen los :actores tle unía historia, ni todo lo que en el discurso depende en general tlel cloininio d e las tr;insformaciones narrativas. En can-ibio, nos podemos apoyar en el hecho d e que, al menos, hay alguna cosa e n común con estos actantes: un cuerpo, una posición, percepciones que conjugan intensidad y extensión, y, e n consecuencia, grados d e profundidad y d e presencia. Tal es el resorte d e la identi~cacióncon los aaantes d e la enunciación y del enunciado, si es que n o se trata d e la captación del lector por el discurso: parra leer, el lector debe elaborar la significación; para elaborar la significación, debe tomar posición e n relación al campo d e discurso, adoptar un punto d e vista, desplegar una actividad perceptiva, etc.: por este hecho, comparte ya, al menos e n parte, la identidad moda1 y pasional d e los aaantes del discurso.
COQUET, Jean-Cla u d e 1985 Le discours el son sujel I. Paris, Klincksieck (pp. 27-153). FILMORE, Charles 1365 "Toward a modern theory of case" in Project on linguiaic anaiysis. Ohio, Ohio State University Press, 13 (pp. 1-24). FONTANILLE. Jacques et Claude ZILBERBERG 1 9 8 Tenson ef signflcalion. Liege, Mardaga (capítulo "Mdalité"). GREIMAS, AJgirdas 1986 Sémantique sfructurafe,Paris, Seuil, 1368 [PUF,19861. (pp. 172191). (En español: Semántica estmctural. Madrid, Gredos, 197'1). GREIMAS, Algirdas y Joseph COURTÉS 1982 Semiórica. Diccionario razonado de la teoná del lenguaje I. Madrid, Gredos. (Entradas: "Actorn, 'Actanten, "Modalidad"). HJELSMLEV, Louis 1978 La categoría de los casas. Madrid, Gredos.
TESNIERE,
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Acción, pasión, cognición
Acción, pasión, cognición / Resumen
La facultad de lenguaje permite tomar posición en relación con el mundo percibido y vivido, y, por lo mismo, atribuirle una cierta presencia discursiva, y hasta representarlo. Puede aparecer a postenon, es cierto, como un uso, más o menos controlado, de sistemas de signos. Estos sistemas de signos serán propios de un discurso particular, o de uso más general, en cuyo caso serán más o menos convencionales o estereotipados. Pero la perspectiva de la semiosis en acto nos invita a desplazarnos más acá o más allá de la formación de los sistemas de signos y de sus usos, desde el momento en que el lenguaje organiza lo vivido y la experiencia para hacerlos significar. Organizar la experiencia para construir un discurso es, ante todo, descubrir (o proyectar) en ella una racionalidad -una dirección, un orden, una forma intencional, hasta una estructura-. Este capitulo está, entonces, consagrado a las grandes racionalidades que nos sirven para organizar nuestra experiencia en discurso: la racionalidad de la acción, de la pasidn y de la cognición, que constituyen las tres grandes dimensiones de nuestra actividad de lenguaje.
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l . La acción La accidn (dimensión pragmática) tiene su propia Iogica; es la lógica de lar transformaciones. Se caracteriza eserir;ia¡ci~eiiit: por su c;ar&ciarfiíialisia: e: sai;:ido de la acción no puede ser determinado más que retrospectivamente, gracias al cálculo de presuposiciones; el resultado de la acción presupone el acto que lo ha producido, que asimismo presupone los medios y competencias que lo han hecho posible. La racionalidad propia de la acción es la de la programación: en el movimiento mismo del discurso, la acción pa-
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rece obedecel. a un programa, dotado de una meta. de desafíos, de medios, de roles y de un recorrido. La noción de programación no debe crear ilusión; en efecto, si el programa precede a la acción. la racionalidad de la que procede es siempre retrospectiva, pues, si es finalista, lo es justamente porque el conjunto de sus propiedades son establecidas a partir del final y de las metas asignadas.
2. La pasión La pasicn (dimensión pasional) obedece, en cambio, a una lógica tensiva, la de la presencia y la de las tensiones que impone la presencia al cuerpo sensible del actante. Por tal razbn, la mayor parte de efectos pasionales, en el discurso, pu'eden ser captados en la perspectiva de las variaciones de intensidad y de cantidad. Pero el análisis de las pasiones toma en cuenta otros componentes, ademAs de los estrictamente perceptivos y tensivos: particularmente el aspecto, la modalidad y el ritmo. El recorrido pasional sólo sigue un programa si esth fuertemente estereotipado; pero, la experiencia sensible s610 puede ser captada por el discurso en el momento mismo en que adviene y no retrospectivamente; en consecuencia, el discurso apasionado está regido por otra racionalidad: la del advenir (sobrevenir), la de la irrupción de los afectos y la del devenirde las tensiones afectivas. La racionalidad propia del universo de la pasión es, entonces, la del acontecimiento; el acontecimiento no es finalista, adviene y afecta a aquél ante quien, para quien o en quien adviene.
3. La cognición La cognición (dimensión cognitiva) puede ser comprendida er! dos sen!idns: e9 U:! sen!idu ysnerai y enyiobanie, la cognición designa hoy con frecuencia el'conjunto de la facultad de lenguaje, es decir, las tres dimensiones de las que estamos hablando; este uso, inducido por el éxito actual de las investigaciones cognitivas, es apenas operatorio: siendo, en el discurso, todo cognitivo, hace falta entonces distinguir diferentesdominios de pertinencia, diferentes racionalidades.
acción, pasión, cogrugruuC1ón
En un sentido más prec~ao,la cognición designa la manipulación del saber en el discurso. El lenguaje es, pues, considerado en la perspectiva de los conocimientos que puede procuramos sobre nuestro mundo, sobre nosotros mismos o sobre el mundo posible que suscita; en esta perspectiva, el discurso es considerado entonces como un todo de significación in!eligible y no solamente como un lugar donde circula la información. Otra lógica se impone en este caso, la Iógica epistémica, de la que destacan particularmente los modos de captación del mundo vivido (captaciones por inferencia y captaciones por impresión, entre otras). A cada una de esas captacior~escorresponde una racionalidad particular (racionalidad inferencia1y racionalidad sensitiva, entre otras), pero, globalmente, la racionalidad cognitiva es la de la aprehensión y la del descubrimiento: aprehensión y descubrimiento de la presencia del mundo y de la presencia de s i mismo, descubrimiento de la verdad, descubrimiento de los lazos que pueden aparecer entre conocimientos existentes y otros. Esta aproximación a las lógicas del discurso está de acuerdo con la definición empírica de la significación en cuanto ésta sólo puede ser captada en su devenir, en transformación: cada una de las tres lógicas es, en efecto, una manera de aprehender el cambio. Las tres grandes Iógicas del discurso se presentan entonces como tres formas de devenir: (1) la transformación, sometida a un programa de acción, (2) el acontecimiento, que afecta pasionalmente la posición de la instancia de discurso, y (3) la aprehensión y el descubrimiento del cambio, considerados como fuente de conocimiento. Pero que esto no nos confunda: estas tres Iógicas no pueden ni aparecer ni funcionar separadamente; son tres puntos de vista sobre la misma facultad de lenguaje, pero ires puiiius de visia soiamente y no tres "ie*i;;a&sn. Si se considera, por ejemplo, la argumentación, uno puede imaginar que surge Únicamente del tercer tipo de racionalidad, la cognición, pues manipula los conocimientos; pero bien se sabe que argumentar es también jugar sobre las pasiones (segundo tipo de racionalidad), con el objeto de actuar, es decir, de obtener una cierta transformación del otro o de la situación que se comparte con él (primer tipo de racionalidad).
jacques fontaniUe
Sin embargo, los discursos concretos atribuyen más o menos peso al sentido que le dan al mundo, enfatizando la acción, la pasión o la cognición: así se perfilan los géneros o las actitudes filosóficas frente al sentido de la vida. La interacción entre estos tres grandes tipos de racionalidad, la programación, el acontecimiento y el descubr;miento. constituye un conjunto complejo pero coherente, y controlado por una misma praxis: así, el discurso puede, a la vez, poner en marcha recorridos finalistas, emociones y tensiones afectivas, así como reproducir programas estereotipado~,y puede también inventar nuevos mundos.
Acción, pasión, cognición
La lógica de la acción se basa en la transformación discontinua d e los estados d e cosas. Una acción enlaza dos situaciones, la situación inicial y la situaciánfinal, cuyos contenidos respectivos son invertidos: antes d e la accián, el ambicioso es pobre y desconocido; después d e la acción, es rico y (tal vez) estimado. De esta cláusula se desprenden todas las propiedades d e la acción. 1.1 La reconstrucción por presuposición
Para poder captar una transformación, hay que confrontar la situación final c o n la situación inicial: esta última, e n efecto, sólo tiene sentid o cuando se superpone a la primera. Si la presentación d e la situación inicial es mrnpleja e indiferenciada, es imposible identificar cuál es el contenido particular cuyo destino debe ser invertido e n la situación final; pero, incluso cuando esta presentación es explícita, y pone, por ejemplo, e n evidencia una falta o una carencia, nada nos garantiza q u e se trate del contenido pertinente. Los relatos son, a este respecto, particularmente tramposos: tal héroe, que parte e n busca de una fortuna, descubre ia sensatez; tai otro, que parte a aprender a it.nt.1 riiiedo, eiicuentra la fortuna y desposa a una princesa. La situación inicial puede fijar las motivaciones d e los actores, pero las motivaciones obedecen a otras racionalidades y no sólo a la d e la acción: el actor cree tener necesidad d e tal objeto, la pasión o el error le dictan una conducta d e la que no resultará ninguna verdadera acción. sí pues, la identificación del contenirlo pertinente para la acción sólo es posible a partir del final,
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.e~!g!sodeiadsa eun6u!u egua!le ou anb 'els!ui!sad e!waai~eun 'ipap se 'sesm se1 ap uo!sy eues eun auodnsaid zmya A epel -oiluos ezuebuerr eun 'aiueuiesiarrul -oeugiia aus!ui!gdo un aluauierrpadsoilai elaAai eialgs el 'opoui un61eap 'anb ieilsoui eied (e~sai6euo!soldxa el) Ieuy uopenl!~eun u03 (alq!sede A qs!uigdo epueei3 el) lep!u! ug!senl!s eun uopelai ue auod !sepua!qes e une ~ J O U e( ~ !:pw!sed pep!leuopei eun e espeqo ou e3auqs ap olua!uieuozeJ 13 - m ~ ! n b aas A 'opunui elsa ua oilo ap euanq eso3 eun ieiadsa e!pod anb e!ai3 anb ua1n6lesa eialo9 ua aiquioq (a :epueai3 eun auodnsaid eiadse q t(epeleq3ai yias anb) eso3 ia!nblen~ ep eiadsa el euodnseid ouisyqse anb 'ugpeilsmj eun auodnsaid eialg3 el :o~!padsoig -ai eluauieialue 'se3uolua 'sa olue!uieuolei (3 'eialg3 u8 iauoui eied ouis!ui !S e op -ef.ffef60fd ey es eialg3 ua aiquioq la enb ap oqsq lap a6ins uop~eaieisa 0iad 'oiua!ui -!3aiuose un iod opepaje op!s eq eialo3 ua auow anb la :ielduia!a '013adsai alsa ir 'sa 'el!aa ns ue 'maigs el ap a3eq e ~ a u q anb s e31413e l 'e!doid eAns el e aiuaiaj!p pep!leu -o!sei eun ua emquiasap 'ipap sa 'enj3e uqsed el :ua3npoid anb sauopeuuojsueil se1 ap err!padsiad e( ua sopeiap!suo~'saleuo!sed sopuio~aisol u03 ouis!ui 01 apa3ns
-oiela~[a ~ o epellnm d U O ! ~ ~ W ~ Jeun ~ O :leu!w!JD J ~ Iap el u?!qwei o ~ a d:uo!xlali -aJ a p A uopelnw!s!p ap e y 8 q eun :oisandns ~ o 'd~ o p e ~ ~ lap e ue[ ' u 9 3 -3e el a p e3!89l eun ~ o sepeq~nuad d 'o~!l!u803 od!) a p op!uaiuo3 ns ap ~ e s a de 'uos sauo!sa~dw! a sepuaJaju! seJlsanu Á eA!)arreu uopew~oju! el e osamí? oJisanu '~aqesoJlsanu :uopewJojsueJl a p onu!luoDs!p o!d -!3u!~d un ~ o se[J!nl!sns d e ~ e d'sa~o!~alue serD¿raJaju! se1 O sauo!sa~diu! Se1 sepol ez!leJinau 'auodw! anb e~!l3adso~la~ eJnl3al el J O 'anb ~ JeJap -!SU03 'sa3uo)ua 'apand as ' e ~ n i ~ el a lap o s ~ n 3[a ua ~ a op!pod ~ que!q -el[ as anb s!saiod!q se1 s e p ~ eyJ!Asap i le!3!lod e[aAou eun ap a ~ e l u a s -ap [a 'oidwaía ~ o d '!S .uo!me el ap pep![euo13e~E[ 'aiua~1je~aua8 s~iu 'Á 'u~!3ew~ojsui?~i el ap e3!8o[ eun sou.!a¿rodrri! e ~ n oq s ~ n ~ s ![ap anb tilEUas oli!l3adso~ia~ oiua!weuo!3uiij opoi :eJapi!pJali sa i?3oJd!3a~e? .eli!i3adso~ia~ Jas apand 019s uqi331: i?l al> pcp -![euo!3uaiu! q .31a 'J!J!nbpt! anb opiqeq eq anb s ~ . ~ ~ t r a r a d zse1 u o'sep ~ -13alqeisa aiuawei~aldJas ap ueq anb sauor3il>uo3si:[ .1e[n3[1:.7uapand as 'a3uerri~oj.iadel al> ~ i i ~ eed'o8aii2 .euisiui a~uuirr.ro4ad I:[ ~ o do]-> -uezuaiuo3 'cIIa e op1:liall "11 anb 01 ~1ni1isu03a~ apand as ~ i ~ u a i i ~ ~ s u o . > l:[ aP J I ~ J E V ~'U0!33\?1?[ 3P Df324i9113dS1403 I:I l l ~ 3 1 J I 1 U ~ l 31:1 '.113213
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acdón, pasión, cognición
En esta perspectiva, la cólera no es tratada según una lógica pasional, la del acontecimiento, puesto que la cuestidn que se plantea es la de la finalidad de la acción, esto es, la de su optimizacidn: ¿Cuáles son las mejores condiciones iniciales para que la acción tenga éxito? Además. la estrategia propuesta tiene por objetivo hacer imposible el acontecimiento mismo: nada debe suceder que no haya sido integrado en la programación de la acción.
1.2 ia programación de la acción
El hecho d e q u e el sentido d e la acción sólo sea reconocible aposteri0r-i n o significa que n o es controlable por el actante: sino, toda acción aparecería a 10 largo d e su desarrollo como aleatoria e ininteiigible. De hecho, el actante puede programar ia acción de tres maneras: (1) calculafido el recorrido e n retroceso a partir d e la situación que quiere obtener, (2) utilizando esquemas estereotipados, (3) aplicando estrategias. Pero, d e la solución (1) a la solución (31, se aleja progresivamente d e la lógica d e la acción, y se muestra cada vez más y más sensible al aconteciniiento; e n otros términos, partiendo d e una estricta programación a contrapelo, a partir del resultado esperado, termina por adoptar una programación prospectiva, a partir d e la posición impuesta por la instancia d e discurso. Los esquemas estereotipados recurren ya a la praxis ya a la memoria. En cuanto a la eficacia d e las estrategias, depende d e la capacidad d e respuesta del actante al acontecimiento bic et nunc. La reconstrucción por presuposición es accesible al actante con tal d e que pueda acceder a la dimensión cognitiva: habiendo descubierto la racionalidad retrospectiva de la acción, y habiéndola reconocido como una forma de su experiencia, la va a aplicar a su proyecto d e acción, y va a reconstituir todas las etapas por presuposición. El cine comercial, por ejemplo, nos ha acostumbrado a esas escenas d e preparación del asalto a un banco e n las que el desglose temporal de la acción está fgad o a contrapelo, a partir del plazo máximo del que disponen los ladrones para realizar la operación. No hay nada qrie descubrir, ~ a d aqlie inventar (desde ese punto d e vista particular): todo está ya virtualmente programado por el plazo y por las circunstancias. En otros tipos de discurso, o en otras situaciones narrativas, la programación no depende ni de una reconstnicción al revés, ni d e una cadena d e instrucciones. El programa tiene que ser inventado por el actante. Es e n estos casos cuando sus cálculos resultan estratégicos En la puesta en marcha del asalto a un banco, por ejeiiiplo, interfieren, d e
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uria paire, el contr;iprogrania cle seguridad y d e defensa del oiclen, y. clc otra p;irte, e s o que Il;iiii;iiiios, e n general, los irrrponclerables. En e s e caso. el actante Iia d e poder combinar (1) la progr;iiiiación al revés, q u e le pcriiiire consci-var su objerivo principal, (2) los esqueiii;is estereoripados, q u e permiten unii respuesta canónica, (3) un cálculo cstratcgico a p;inir de Iris representaciones q u e s e Iiace del adversario o clel "iiiipondeiablt.". Los discursos técnicos tales como una receta de cocina. las instrucciones para el uso de un artefacto o un manual para amar que acompaña a un kit, suministran excelentes ilustraciones de esa lógica retrospectiva. Son discursos de programación. que se presentan bajo la forma de una serie de instrucciones. Estas instrucciones, en sentido estricto, no tienen nada de cognitivo, en tanto están enteramente dominadas por el resultado que se pretende obtener: cuando se trata, por ejemplo, de un plato. establecer la receta consiste en (1) hacer la lista de los ingredientes gracias a un análisis del plato, (2) descomponer las fases de la realización partiendo del fin (el momento en el que el plato debe ser presentado sobre la mesa): decoración, disposición, cocción, preparación..., (3) arreglar las diferentes fases en el tiempo, teniendo en cuenta la duración de cada una y su orden necesario. El discurso de instrucción se presenta como una progresión hacia el final: lo que hacemos, eri efecto, es seguir el sentido del descubrimiento; pero ello no impide que obedezca a una programación retrospectiva, sin la cual la acción sería irrealizable. En cambio, cuando la acción está en proyecto, o en el momento de la producción del discurso de instrucción, la programacións61o puede basarse en suposiciones, a no ser que provea un cuadro esquemático. En consecuencia, la reconstrucción por presuposición deberá obedecer a un cierto numero de referencias típicas, es decir, deberá explotar el esquema canónico de una acci6n: el programa de base (o 'programa narrativo"), la meta (consecuencia), lo que está en juego (objeto de valor), los participantes (otros actantes), las fases intermedias obligatorias (adquisición de la competencia, predicados modales), etc. En ese caso, la programación utiliza un 'metadiscurso" de instrucción. aquel que nos proporciona la cultura a la cual pertenecemos, y que define la forma correcta de una programaci6n.
1 . 2 . 1 Elprograma narratiuo
La unidad de base del enunciado de acción es el programa narratiuo. NB: El adjetivo "narrativo" debe ser entendido e n el sentido general y tecnico de "que corresponde a una transformación". Un programa de base está compuesto d e enunciados d e estado. e s decir, de una interacción eleniental entre dos tipos d e actantes, los suje-
acción, pasión, cognldón
tos (S) y los objetos (O), reunidos por un predicado llamado de junción: conjunción (S A O ) o disjunción (S UO). Un programa narrativo consiste. entonces, e n transforinar un enunciado elemental en otro (situación inicial + situación final). Por ejernplo: (S
O)
+ (S u O) - e s un programa "disjuntivo"-,
o. inversainente: (S u O)
+ (S nO) - e s un programa "conjuntivon-.
La fórmula tradicionalmente utilizada - q u e sólo es una "escritura". y n o un análisis-, es la siguiente, e n el caso del programa conjuntivo:
Esta fórmula sólo contiene los símbolos del acto (Ht, o "hacer transformador"), del operador (SI), del beneficiario 621, de lo q u e está e n juego, u objeto de valor (O), y de la meta, el enunciado final ( S n O); los corchetes L..] simbolizan la transformación, y los paréntesis (...), el enunciado elemental. La programación d e la acción (programa d e base, operador, meta, lo q u e está e n juego, acto, beneficiario ...) se desprende s61o parcialmente de esta fórmula del programa narrativo: todavía hay q u e confrontar este último con el contraprograma y con la estrategia de los subprogramas. 1.2.2Programa y contraprograma Debemos recordar aquí que, en.la perspectiva de la transformación, nos ubicamos e n una lógica de las fuerzas, y que, particularmente, si un programa aspira a transformar un enunciado en otro enunciado,&ncontrará cierta resistencia del enunciado inicial, considerado comd'un estad o más o menos estable. Se trata, entonces, de ia resistencia u e ia mareria. d e la resistencia de la complejidad misma de la situación inicial, o, más frecuentemente, d e la resistencia imputable directamente a la acción de otro sujeto. Solidez, compfqidad u hostilidaci, estas figuras perfilan, todas, la perspectiva d e un contraprograina. El contraprograma aparece más claramente si se despliega enteramente la fórmula d e la transformación:
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SI, S2 y S3 son, por derecho, actantes distintos; d e hecho, se tl:in
posil~lesequivalencias (l1:imadas también sincreti.smos): - S1 = S2 (el operador se separa del objeto y lo atribuye a algún otro),
- S1
= S3
(el operador desposee a algún otro del objeto para
~ipsopilírselo), -S2 = S3 (el operador atribuye a algún otro un objeto q u e éste n o tenía). y, finalmente, -S1 = S2 = S3 (el operador se atribuye un objeto que n o tenía). Pero, cualquiera que sea la interpretación particular d e la situación, ésta conlleva, al menos \*irtiialmente, la huella d e un contraprograma; este contraprograma s e apoya sobre S2, el actante cuya situación se modifica para suscitar otra en provecho d e S3. Tomemos el ejemplo de las instrucciones para armar un artefacto: la inexistencia del objeto que se ha de construir es, en si. un obstáculo para el armado; es decir, que el enunciado (S2 V O) no es solamente el enunciado que hay que transformar. sino también el indicio de un contraprograma que tenemos que combatir. En efecto, la instrucción para armar está concebida para afrontar la descomposici6n del objeto, incluso estas instrucciones resultan del proceso de condicionamiento: el objeto ha sido concebido como un todo. luego segmentado para ser vendido 'en kf; el contraprograma, en este caso. es la descomposici6n del objeto en partes. Hasta el momento en el que el operador no haya al menos imaginado la f o m ultima de este objeto, el contraprograma se impondrd. Este ejemplo muestra claramente que la noci6n de "contraprograma" no debe ser limitada al caso en el que un verdadero antisujeto se opone al sujeto. De hecho, hay un antisujeto. pero que no tiene ningún margen de maniobra. Además, este antisujeto está de algún modo 'objetivado": está inscrito en la morfología misma del objeto; pero puede resurgir en cualquier momento en los comentarios del armador: la resistencia del objeto descompuesto en partes es entonces imputada, por ejemplo, a la negligencia o a la incompetencia de quien lo concibi6.
El conflicto es, pues, inherente a la lógica de la acción: si hace falta un operador para transformar un estado es porque, por definición, ese estado resiste la transformación. En cambio, los estados inestables pued e n evolucionar sin operador; pero, justamente, como veremos, su evolución n o depende de una lógica d e la acción.
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~a estrategia será definida como esa dimensión de la programación
que consiste en desbaratar el contraprograma. Las consecuencias de esta observación sobre la programación de la acción son numerosas, pero, en términos de estrategia, sólo retendreinos dos: la estrategia aspectual y la estrategia d e simulacros. 1.2.3Estrategias aspectuales: programa y subprogramas
Una receu de cocina que enunciara: Cocinar la carne en trozos enharinados en una cacerola con las cebollas laminadas, el no, el aceite y las rodajas de zanahorias, no tendría muchos adeptos. En efecto, la primera regla que se debe aplicar para desbaratar el contraprogran-ia es la segmentación de la acción: dividir para reinar. Dividir el prograina en subprogramas es, en efecto, dividir la resistencia del contraprograma. Si la resistencia se debe a la complejidad de la situación, entonces el subprograma se aplicará a una parte más simple; si la resistencia se debe a la hobtilidad, entonces el subprograma se aplicará a un aspecto secundario, o al menos alejado del objetivo principal. Un plato como la carne a la zanahoria, por ejemplo, debe procurar un cierto número de sensaciones (sabores, olores, consistencias) a las cuales sólo se puede llegar gracias a una disposición ordenada de operaciones: o, en otros términos, para que la receta sea eficaz, debe descomponer y ordenar las etapas: hacer dorar las cebollas antes que la carne, saltear la carne antes de poner las zanahorias, etc. Pero sólo se puede ordenar la secuencia después de haber hecho la segmentación pertinente. La acción solitaria de un alero que en un partido de ~ g b va y a realizar, solo, una tentativa de llegar a la meta en una carrera de 60 metros, es bella. ciertamente; pero supone la ausencia momentánea de la defensa adversa: a falta de poder contar con una ausencia tal. el partido se jugará gracias a la acumulación de acciones menos esp taculares, compuestas por subprogramas: patadas, toques, fijación, abertura, se pases, etc.. La segmentaci6n en subprogramas aprecia menos la intensidad, el brillo, la concentración de una acción esplendorosa, y más la eficacia del cálculo. la cantidad de múltiples acciones concertadas y ordenadas. En cierta manera, la descomposición de la acci6n en subprogramas hace eco a la descomposición del objeto evocada mAs arriba. La descomposición del objeto le confiere una morfología'resistente", y esa resistencia debe ser compensada por unas instrucciones de amado. La descomposición de la acci6n le procura una complejidad y una
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imprevisibilidad que debe. también. contrarrestar la acción de la parte adversa. La sola réplica posible es, entonces, un mejor conocimiento de las combinaciones disponibles.
La segmentación en subprogranias puede obedecer a muchas reglas coinplei~ientarias la d e las condiciones presupuestas, la d e la inorfología del objeto. la de la forma temporal y espacial q u e debe adoptar el progran~a,e n fin, 13 d e la organización misina del contraprograma. Conio condiciones presupuestas, los subprogramas permiten adquirir las niodalidades necesarias para la acción (cf. capítulo IV Los actantes, 3. Las modalidades). Por ejemplo, para armar un mueble, el operador debe, al nienos, saber diferenciar entre un destornillador plano y u n o crucifornie, o entre un tornillo y un perno, entre un montante y un fondo, etc. Esos programas d e adquisiciones modales forman, pues, la competericia del operador. En relación con la perspectiva d e la morfología del objeto, los subprogramas adoptan una estructura d e partes, al menos aquélla q u e presenta el objeto en la situación inicial. El caso de la receta d e cocina es ejemplar: es mejor, por ejemplo, si se prepara una mayonesa, q u e n o se reconozca e n el producto final el huevo, el aceite y el vinagre, y, sin embargo, los subprogramas consisten e n partir el huevo, e n aiiadir el aceite, luego el vinagre. Esas partes están, además, jerarquizadas, y los subprogramas reproducen esa jerarquía proyectándola e n el tiempo (anteddespués) y en el espacio (delante/detrás, etc.). En cuanto formas temporales y espaciales, los subprogramas adoptan la estructura jerárquica d e las partes del objeto. Pero la programación espacio-temporal debe también tomar e n cuenta la duración relativa d e cada uno d e los subprogramas: si las zanahorias n o están cortadas e n rodajas en el momento en q u e las cebollas laminadas y los trozos d e carne están dorados en el aceite caliente, el éxito d e la c a r n e a la zanahoria. queda seriamente comprometido. Es decir que, e n todo momento, el contraprograma, jugando con su propia programación espacio-temporal, puede conducir a modificar la estrategia: si las zanahorias n o están listas para ser cocidas e n el momento preciso,..algunos minutos más tarde, las cebollas y la carne estarán quemadas. Desde la perspectiva del contraprograma mismo, el operador debe poder anticipar. Para cambiar d e registro, evoquemos la estrategia d e Bardamu e n la novela Voyage a u bout de la nuit (Viaje alfondo de la noche), d e Céline: se tiene q u e ocupar d e un contraprograma persistente, irreductible e irremediable; aquel que, por la degradación d e todas las situaciones encontradas, conduce a la descomposición d e las mate-
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rias, al agravamiento d e las relaciones entre los personsies y a la muerte d e algunos d e ellos. La fuga es la Única iniciativa q u e se le presenta para desbaratar ese contmprograma; entonces debe partir a tiempo. Bardamu, gracias a ciertos signos que su experiencia le ha acostumbrado a reconocer, se anticipa al contraprograma. Gracias al olor (real o metafórico) d e los estados d e cosas, a la agresividad q u e emana de sus semejantes, o a la enfermedad que se propaga, es capaz d e prever el momento e n el q u e la irremediable degradación hará su efecto. El episodio del comercio en África e s ejemplar: habiendo percibido a tiempo la conjunción d e todos los signos precursores, prende fuego a su caserón, borra las huellas de su paso y se fuga. Este tipo de estrategia, q u e se basa en el recorte d e un proceso e n partes ordenadas y reguladas en el tiempo y en el espacio, es d e naturaleza ~~pectual: tal como el aspecto en lingüística, consiste e n tratar el proceso d e la acción ya n o como un todo sino como una estructura temporal y espacial jerarquizada. 1.2.4 Estrategias y simulacrs
Para adaptar su programa al contraprograma, el operador ha d e poder disponer, e n todo momento, de una representación d e este último, q u e sea adecuada a la fase e n la cual se encuentra. Lo que aquí llamamos una 'representación" tiene ya la forma d e un discurso: se refiere a una posición, conlleva sistemas d e valor, descansa e n programas narrativos, se despliega e n el espacio y en el tiempo, y el actante entrevisto está dotado d e una identidad modal. Éste sería, pues, un discurso virtual, imputable al otro actante, pero captado desde la posición del primer actante. Este discurso virtual. tal como se muestra e n la respuesta q u e le da el primer actante, está frecuentemente limitado a una representación del objetivo supuesto. Como las estrategias son interactivas, cada actante construye swpropio simulacro y el del otro, en función d e los simulacros q u e Supone q u e el otro elabora; el mecanismo diseñado es el d e un engastamiento y el d e un encadenamiento d e simulacros. habrá, entonces, simulacros d e primer grado, d e segundo, y d e "n" grados (desde un punto d e vista paradigmático), y simulacros d e primero, d e segundo, y d e "n" rangos (desde un punto d e vista sintagmático). -
Regresemos al rugby y a nuestro solitario alero (equipo A): ha explotado el hecho de que los defensores (equipo 8) se hallaban reagrupados sobre otra zona del terreno.
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Desde el punto de vista del equipo adverso (B). el programa del equipo A seria, pues, objeto de una representación que indicaría que en esa fase del juego, el esfuerzo se dirigía sobre esa otra zona Imaginemos que este reagrupamiento del equipo B sea un ardid: se adelantan suficientemente hacia la meta del adversario para que. al momento en el que el alero del equipo A capture el balón. pueda ser considerado como Yuera de juego", es decir. más allá de la posición del primer defensor del equipo B. El equipo B se haría. pues. por anticipación. una representación del contraprograma de ataque por el ala. y, así, logra desbaratarlo. puesto que el ataque del alero es sancionado por el árbitro. La representaciónque cada equipo se hace del programa del otro es un simulacro, es decir, un equivalente simplificado y adaptado a la concepcidn de una contraestrategia. Más generalmente. se dirá que el actante se hace un simulacro del contraprograma. bajo la f o m de una imagen esquemática y virtual del objetivo apuntado por ese contraprograms (o sea. su enunciado terminal). Pero el rol de ios simulacros va más alla: la instrucción de armado debe suministrar un simulacro del objeto que respete la morfología del objeto; el jugador puede elaborar, para uso del adversario. su propio simulacro que, esta vez, será mentiroso: el reagrupamiento táctico del equipo B. destinado a poner en posicidn de fuera de juego al alero del equipo A, es un ejemplo de ello.
A fin d e cuentas, la comunicación entre los respectivos actantes del programa y del contraprograma pasa enteramente por estos simulacros. Ello significa, entre otras cosas, que la programación d e cada u n o d e ellos es, en todo momento, modificada para desvirtuar y manipular la programación del otro. Aparece, entonces, una dimensión cognitiva e n la q u e la programación puesta e n marcha y manifestada (y n o la programación inmanente) se convierte e n u n medio d e comunicación estratégico. En las estrategias q u e se podrían llamar -sin intención peyorativad e bajo niwl, los siniulacros conciernen a la representación anticipada del resultado final, y, eventualmente, a las etapas intermedias: por ejemplo, e n una instrucción d e armado, fotos, diseños, esquemas, q u e conllevan códigos d e partes y códigos d e etapas, permiten desbaratar la resistencia d e la situación inicial. En las estrategias d e alto nivel, la acción se desdobla e n otra dimensión, que llamaremos persuasiva, y e n ella son propuestos e interpretad o s los simulacros recíprocos d e los programas y contraprogramas. A este respecto, es conocida la sutileza del juego d e ajedrez; pero sabemos también q u e una complejidad estratégica como ésta tiene u n precio, a saber, q u e escapa a la sola lógica d e la acción y que tiene efectos emocionales y axiológicos.
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La dimensión retórica del disrisr50 explota también este tipo de estrategias. Pensemos, por ejemplo, en el asteismo. i s t a es una figura argumentativacuyo proposito tiene una orientación negativa, y que debe, sin embargo, ser entendida en un sentido positivo. Esta figura permite. por ejemplo, agradecer a alguien reprochándole su regalo: el simulacro que el locutor propone de 61 mismo es, pues, el de alguien que no esperaba el regalo. o que estaba esperando uno de menor importancia. En consecuencia. el interlocutor se ve beneficiado por el simulacro del que da sin razón, gratuita y generosamente; la estrategia propone una nueva lectura del don. en la perspectiva de un intercambio desequilibrado, en el que el don sería superior a la espera. Globalmente, la estrategia apunta a reconstruir el sentido del don, a borrar retrospectivamente toda cláusula anterior de obligación y de reciprocidad, a fin de poner en evidencia. de un lado, la generosidad que lo ha inspirado, y, de otro lado, el placer que causa. La figura estratégica se acompaña, pues, de un desplazamiento axiológico, de una mcxlificación de la identidad moda1 de los actarites comprometidos y de un cierto numero de efectos afectivos. En este sentido. podíamos decir más arriba que un simulacro era un virtual 'discurso" mínimo.
Estas últimas observaciones deben ser recalcadas: otra dimensióri diferente d e la d e la acción s e instala aquí; los roles pasionales y los afectos hacen su aparición; la persuasión depende d e la cognición y d e la pasión, y n o sólo d e la acción. Y esto porque las estrategias fundadas e n los intercambios d e simulacros pueden modificar el sentido d e la acción: no nos movemos ya en la sola racionalidad d e la transformación finalizada.
La lógica d e la pasión se basa en las modulaciones continzrns d e la intensidad semántica, e n relación con la cantidad (sea la cantidad actancial o la extensión espacio-temporal). Ciertamente, la pasión, tal como la acción, transforma; pero la racionalidad que la dirige es la & las transformaciones tensiuas -transformaciones d e tensiones profias d e ia ir~iensiú~~u' y d e ¡a '¿.x.iersiduu"-. Xespecto d e ¡os esquelilas dei discurso, la pasión obedecería más bien a losesquemas tensivos, mientras que la acción obedece a los esquemas narrativos canónicos. /'.
2.1 La intensidad y la cantidad pasionales
La pasión es, en el discurso, el efecto d e dos deteri-i-iinaciones: de un lado, las deterininaciones modales (cf. capítulo IV, Los acta)ztc~.3. Las
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iiiodaliclades), y del otro, las determinaciones tensivas. Lri distinción entre las dos puede ser aclarada gracias a la distinción, mejor conocida e n lingüística, q u e existe entre los fonemas y la entonación: los fonemas son deteriiiinaciones discontinuas q u e forman los constifuyntes d e una cadena sonora abstracta, iiiientras q u e la entonación es su acompañaiiiiento tensivo. lieclio d e acentos y d e modulaciones; estos fenónienos d e acoiiipriñaiiiiento d e la cadena d e constituyentes pueden ser denoiiiinados exponenres. Lis deteriiiinaciones modales son los constituyenres y las deterniinaciones tensivas, los exponentes. Cuando. en fonología, pasamos del estudio del fonema al de la siiaba. asistirnos a un cambio de dominio de pertinencia: se pueden definir por conmutación los fonernas. que son unidades discontinuas que se describen por la combinación de 'rasgos" pertinentes (por ajemplo. sonodm sonoro, o labial/dentaf); pero la sílaba no puede ser d e finida sin hacer alusión a los fenómenos tensivos (oclusión. explosif5n; abertura. cierre) que sirven. entre otras cosas, para dirigir las rnodulaciones de la energla articulatoria. A fortion. cuando se pasa al estudio más general de la entonación y de la prosodia del plano de la expresión. Los lingüistas han propuesto fijar esta diferencia: se habla así de "factores segrnentales' y de "factores suprasegrnentales'. el 'segmento", como su nombre lo indica, es la unidad discontinua obtenida por recortes de la cadena del discurso; pero creemos que la aproximación más clara es la de Hjelrnslev, que distingue en toda sintaxis dos dimensiones: la de los constituyentes(por ejemplo, los fonemas, los sintagmas) y la de los exponentes (por ejemplo, el perfil y los tipos entonativos. los acentos de intensidad y de duración. etc.). La ventaja de esta presentación es que concierne tanto al plano del contenido como al de la expresión: habría, pues, tarnbidn para el plano del contenido, un conjunto de "exponentes". que sería el homólogo del que ya conocemos para el plano de la expresión.
La lógica de la pasión comparte con la d e la acción el mismo tipo d e constituyentes, las modalidades, pero tiene sus propios exponentes, la intensidad y la cantidad del afecto. 2.1.1iu intensidad
Cuando, e n fonología x habla de la intensidad, se sabe de qué se trata: explota una sustancia n o fonológica, que puede ser identificada con la energía articulatoria, y con la intensidad acústica. Pero cuando se habla de la intensidad afectiva del discurso, ide q u é se habla?
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En ]a expresión lingüística, la intensidad es una variable q u e aparece al lnomento de la evaluación, y que participa d e la modalización enunciativa: depende de la apreciación del sujeto de la enunciación; cuando este último se d e b e pronunciar a propósito d e un aconteciiniento evaluado negativamente, concluirá, por ejemplo, con algo incidental o con una catástrofe escogerá entre los dos e n función d e la intensidad - d e l estallidq u e otorga a ese acontecimiento disfórico. La intensidad interviene, pues, e n la modalización enunciativa e n u n segundo grado, puesto q u e la evaluación axiológica es primero; más precisamente, la intensidad, e n el ejemplo evocado, es la d e la disforia. La intensidad afectiva es, pues, indisociable de la axiología. Hasta podría ser definida como una propiedad d e la foria: d e u n lado, la foria e s más o menos intensa (ésta es la definicijn del afecto), y del otro, está polarizada por el juicio axiológico e n dis/'oria y e n euforia (ésta es la definición del valor). El efecto pasional resulta, entonces, de la conjugación d e esas dos propiedades, el afecto y el valor. En general, es inclus o muy difícil disociar la expresión lingüística d e la intensidad de la expresión d e la afectividad: tal comportamiento será juzgado inaceptable atendiendo a la norma, pero escandalaso atendiendo al efecto afectivo q u e produce (indignación, cólera, etc.): la ganancia e n intensidad s e acompaña, entonces, d e una manifestación pasional. Asimismo, entre el ahowo y la avaricia, el aumento de intensidad señala la transformación d e un comportamiento estereotipado e n una pasión. No obstante, esto n o significa q u e lo inaceptable y el ahorro n o tengan ningún efecto pasional; significa solamente q u e la intensidad afectiva n o ha alcanzado el umbral necesario para q u e la lengua natural pueda identificarla d e manera distintiva; queda, sin embargo, latente, y disponible para eventuales explosiones ulteriores. Si s e considera el conjunto de las modulaciones de la intensidad e n un discurso, s e podrá hablar d e un perfil de intensidad del contenido de ese discurso, q u e caracterizará globalmente su dimensión pasionalflero nos liemos &do por regla el n o limitarnos al discurso verbal: de ahí que, cv!r.s :.t !es discürsos visuales o grsiliaics, ias marcas de ia intensidad n o pueden ser detectadas con el estudio d e la rnodalización lingüística d e la enunciación, hay q u e ampliar la perspectiva volviendo a la primera definición que Iíabíamos propuesto. Si la intensidad afectiva aparece junto con la actualización del valor, entonces toda intensidad asociada a un contraste perceptivo, q u e participa d e la actualización d e un valor discursivo, podrá ser cargada a la cuenta d e la pasión.
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Esto es lo q ~ i c *IIOS Ile\.a ;I p1;inteai- pai-a esta intensiclad la i n i s ~ i ~ a ciiestión que par.1 la intensid;icl entonativa: jcuál es, e n ese c;iso, el coi-relato cstrricliszur?;i\.oS;Qué scistancii explota? La respuesta se encuentra, rintc todo. en nuestl-a definición cle I i semiosis: Iri intensiclad pasional del cliscursci tiene por coi-i-elato fenomenológico la propiocepti\?idad, la sensibilidad clel cuerpo propio que sirve d e inediador entre los dos planos d e 1:i sen~iosis(cf. capítulo 1, Del signo al discurso). Pero n o se puede ignorar tampoco su correlato psicológico: se trata, entonces, d e las pulsiones. d e 1;i libido, de todas las formas d e la energía psíquica. Cualquiera que sea la naturaleza extradiscursiva d e esta intensidad, tiene al menos un punto en común con la intensidad semiótica: involucra el cuerpo propio, es una d e las propiedades d e las tensiones a las cuales el cuerpo propio está sometido e n el momento mismo e n que toma posición para instalar la función semiótica. Prosiguiendo la analogía con el plano d e la expresión, podemos preguntarnos por el efecto que este exponente intensivo puede tener sobre los constituyentes d e la sintaxis pasional. Cuando, por ejemplo, e n la sigu iente frase:
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Es Juana la que ha derramado el vaso
el acento prosódico recae sobre Juana, la intensidad viene a completar el dispositivo d e extracción por el presentativo, para dirigir el flujo de atención sobre el sintagma extraído d e la frase, y reorganizar la información. En cambio, en la frase: Pablo vino ayer a la casa
sólo el acento d e intensidad (al recaer sobre Pablo, vino, ayer o casa) nos dirá con q u é isotopía habrá q u e relacionar esta información, incluso con cuál otro enunciado entra e n contraste afectivo: si ayer es seleccionado, habrá que buscar antes o después una indicación que haga d e ese momento por :ináfors o por contraqre, iin momento particular El acento d e intensidad n o se contenta, pues, con dirigir el flujo d e atención, permite también reorganizar los constituyentes sintácticos, extraer algunos y elaborar con ellos los constituyentes q u e dirigen la cadena e n el plano semántica. Pongamos ahora un ejemplo e n el plano del contenido, un ejemplo pasional, la impulsividad. El impulsivo reacciona inmediatamente, con fuerza, obedeciendo a un movimiento q u e lo arrebata antes d e haber
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reflexionado; esto significa que su identidad inodal es del tipo M ~com, puesta únicamente por un querer y por un poder. Pero calificar a alguien d e "iinpulsivo", es toinar también como Iiorizonte d e referencia otra identidad inodal, la d e tipo O M ~que , comprendería, al lado de las dos iiiodalidades precedentes, saberes y deberes; en efecto, la impulsividad conlleva, a la vez, un suplemento y una carencia: un suplemento de intensidad y d e vivacidad, y una carencia de reflexión. El paso d e la identidad ~ 3 a ' la ~identidad M* se explica justamente por el desplazamiento del acento d e intensidad: al concentrarse en el querer, la intensidad neutraliza todos los otros rasgos d e identidad, al punto que el iinpulsivo puede hasta encontrarse impotente ante el obstáculo que sil querer lo ha conducido a afrontar. Las modalidades son los constituyentes de la identidad pasional; y el acento de intensidad hace del querer el constituyente que dirige toda la identidad del actante. 2.1.2 La
cantidad
Nuestras representaciones cotidianas de la afectividad nos han acostumbrado a pensarla e n términos de intensidad, e incluso d e energía incontrolada; dejan con frecuencia en la sombra la cantidad y la extensión. Sin embargo, se encuentran algunos rasgos de ellas en los usos niás corrientes. Por ejemplo, se puede decir d e alguien que "concentt-a sus espíritusn después d e una emoción fuerte: ¿la emoción los habría "dispersado"? Esta expresión fija, que se basa e n el antiguo sentido de espíritu (Cuerpos ligeros y sutiles que se consideraban como principio de la uida y de los sentimientos, dice el Littre?, pertenecía en francés clásic o a un conjunto productivo y abierto en el que también encontrábamos "retenersus espíritus", "reencontrarsus espíritus", etc. Según este uso, la vida afectiva sería divisible e n constituyentes más o menos firmemente asociados entre sí. Desde otro punto d e vista, la diferencia entre la avaricia y la tacaiie2 ría no está referida a la intensidad, sino al valor d e los objetos considerados, o, nias precisamente, a¡ tamano y a ia canciciaci de esos o'ujt-tos. Asimisino, entre el orgullo y La susceptibilidad, incluso la susceptibilidad "recelosa", no e s tanto la intensidad d e la reacción pasional lo que hace la diferencia, sino la importancia, el número o la extensión d e las causas: el orgullo sólo se expresará en algunas ocasiones importantes; la susceptibilidad se aprovechará d e todas las pequeñas ocasiones. La cantidad concierne, pues, al conjunto de los procesos pasionales, y, lnás precisainente, al sujeto - c u a n d o se trata para él d e "concentrar-
!w e oJqwnjso3e eur ON -epledse el e~qose~qwoywjo e~enell!S owo3 o 'auold ep esen! S ! owo3 0d~en3!w ejmjsu! epe3 e ojuer~ ..-odren~o!do~d!w ep osed le lew 06uejsos -0pe6qej soue eDey epsep 'ope6!jej Aojsg :U80r 'oieyduim ns 8 iü6~eiee'Ope iawud lüp Op!U! 'ajuepe lep ojua!uolqopsep ep oldwe!%oi)o eDaijo sou 'so~pmu!y&jue osauol
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acción, pasión, cogniu'ón
mismo. No sé si yo soy yo. Desde el momento en que bebo un poco, la carga desaparece, y me reconozco, me vuelvo yo. (Primer
acto, folio, p. 43). Se nota inmediatamente que la cuestión de la identidad esta planteada en términos de desdoblamiento, pero de un desdoblamiento sentido como una incapacidad de asumir una posición única: el sujeto siente su cuerpo como si hiera otro cuerpo, y debe encontrar un expediente para 'reunirse" en un solo yo, es decir, en una instancia de discurso. La relación consigo mismo se convierte, pues, en una condición de la toma de posición enunciativa y. al mismo tiempo, en reconocimiento de la identidad. La solución considerada, la ebriedad, no es muy ortodoxa, pero atestigua sin discusión la naturaleza somAtica y pasional de la 'argamasa" que mantiene unidas sus partes. Los constituyentes modales de la identidad también son invocadosen la misma escena con Jean, pero en un modo enteramente negativo: Béranger no quiere (carece de voluntad, constata Jean), no debe (no cumple su deber. le reprocha Jean), no sabe. aunque. cuando aparece un rinoceronte en escena, lanza un conjunto de hipótesis: una serie de ¿Qué sB yo?... 'Ta! vez era él...?¿Tal vez se ha ...?¿Tal vez 61 ha...?lo atestiguan. La única identidad modal que aun tiene sentido para Al es de tipo epistémico, es una creencia incierta y absurda, la creencia en la presencia del rinoceronte en la vecindad. Se trata de un actante M', conforme con la definición de un actante en el que la percepción de su identidad es exclusivamente propioceptiva; hasta parece que. en el caso de Béranger, las únicas pasiones tomadas en cuenta (habla de vagos miedos, de angustias y de una gran fatiga) resultan de su creencia en su propio desdoblamiento corporal.
En esta perspectiva, la pasión podría ser considerada como el principio de la coherencia (o d e la incoherencia) interna del sujeto: disocia o moviliza, selecciona un rol y suspende los otros, reúne los roles e n torno a uno solo, etc. En suma, rige las relaciones entre sus partes constitutivas. Como la identidad global de un actante no puede ser solamente todo no es la suma de las la suma de sus identidades transitorias 1partes-, la pasión sena esa "argamasa" más o menos eficaz q u e asegura la consistencia del todo. Si esa totalidad es, a la larga, permanente, ,/ se denominará, entonces, carácter o temperamento. 2.1.3Asociación d e la intensidad y d e la extensión
Volvamos a la nomenclatura pasional: los diferentes términos de los que disponemos e n español, emoción, pasión, inclinación y sentimiento, están definidos, a la vez, por una duración específica y por cierto grado de intensidad. De la emoción al sentimiento, conforme la extensión temporal aumenta y se regulariza, la intensidad disminuye.
jacques fontanille
Aluclí;iiiios taiiit>it.n;i I;i o!>scsión; en ese caso, la i-epeiicion no enti-an:i clisiiiinución de intt.ni;id:icl. al contrario: la duración niisiiia de 1:i ot>scsión es una indictición de su gravedad, de su potencia afectivri. Esto quiere decir que la cantidad pasional sólo puede ser apreciada coiiipai-ada con un:i intensidad, y recíprocainente: por ejeinplo, ¿qué le ftilta al "iinpulsivo" pard ser "enérgico" o "voluntarioso"? Sin duda un po&t; que sería independiente del querer; pero, ante todo, una capacidad de querer en el tieinpo, una capacidad de querer que requiere de un ordenainiento de los programas de acción y del eniplazamiento de los poder hacer y de los saber-hacer. El iinpulsivo opta, pues, por la explosión intensa e inmedirita, en detrimento de la eficacia en la extensión. Henos, pues, aquí, volviendo a los esquemas tensiuos del discurso, que conjugan en todos sus escenarios un grado de intensidad y un graclo de cantidad. Y esto es lo propio de la racionalidad pasional: conjugar los gradientes y hacer que d e ellas surjan las tensiones. Y, si recordainos que estos gradientes de intensidad y de extensión expresan propiedades elementales de la percepción, entonces podemos decir que la racionaiidad pasional consiste e n conjugar los gradientes perceptivos, es decir, los gradientes d e la presencia perceptiva en discurso. En efecto, la cuestión de la presencia siempre queda subyacente. Se podría incluso considerar que la racionalidad pasional consiste en transformar simples enunciados d e transformación en efectos de presencia: sujetos, objetos, conjunciones y disjunciones son, así, interpretados en términos sensibles, gracias a un embrague con el espacio tensivo de la presencia perceptiva, para dar nacimiento a las pasiones. Por ejemplo, la disjunción sólo es experimentada como falta si es transformada en cierto sentimiento de presencia: el sujeto apunta al objeto -la intensidad es, entonces, fuerte-, pero no lo capta -la extensión es nula-. Estas observaciones pueden ser resumidas, más generalmente, d e la siguiente manera: en la perspectiva d e la pasión, un proceso no es considerado desde el punto de vista d e su resultado, sino desde el punto d e vista del peso d e su presencia; dicho proceso deia de ser una simple r r a ~ o r m a c i ó npara convertirse en un acontecimiento. 2.2 La dimensión pasional del discurso
2.2.1 El léxico pasional En las lenguas naturales, las pasiones son designadas p o r lexemas,
la mayoría de veces nominales (ejemplo: el orgullo), ciertas veces adjeti-
acción, pasión, cogrugruuón
\lales (ejemplo: mezquino), adver1,iales (ejemplo: audazmenie) o verlJales (ejemplo: inquietur). Éstos son signos, y, en cuanto tales, resdtan del uso; colno todas las palabras d e la lengua, son depositarios ( y ti-ibu[arios) d e una l~istoriay d e una cultura. Nuestro proyecto d e conjunto es el d e una semiótica del discurso, y no del signo, y, en consecuencia, debelnos superar tambikn la expresión lexical de la pasión. Tratar d e la pasión e n discurso limitándose a las palabras de la pasión sería como tratar d e la acción en un texto limitándose a los verbos d e acción. Esta "fosilización" I-iistórica y cultural d e los efectos pasionales es, en sí, un fenómeno interesante, pero un fenómeno limitado y q u e depende d e la capacidad más general del discurso d e producir efectos pasionales; esta capacidad n o puede ser abordada desde la perspectiva d e los meros signos lingüísticos, que sólo son productos particu!ares y fijados. Ya hemos señalado (supra, 2.1.1), a propósito de la distincion entre inaceptable y escandaloso, o entre ahorrador y avaro, que la lengua francesa sólo reconoce la pasión por encima d e cierto umbral d e intensidad: se trata ya d e una limitación histórica y cultural; otras lenguas, particularmente orientales, están en condiciones d e resaltar la parte bella d e las emociones d e baja intensidad, "sosas" o "neutras". Además, la dimensión afectiva del discurso, al estar sometida a una evaluación moral e n la mayor parte d e las lenguas, es particularmente sensible a los filtros culturales vigentes: particularmente, e n las lenguas indoeuropeas, todo sucede. como si sólo pudieran ser lexicalizados com o pasiones los estados afectivos susceptibles d e ser previamente clasificados e n virtudes y e n vicios. Se sabe, por ejemplo, q u e e n el griego antiguo, el verbo zelo, y su derivado zelosis cubren todo el campo d e lo que nosotros llamamos hoy día emulación, celo, envidia y celos: una sola noción reúne lo que, para nosotros, se divide e n muchas pasiones diferentes. Y la razón d e estas distinciones aparece inmediatamente; bajo la presión d e evaluaciones morales diametralmente opuestas, se diseñan dos clases d e pasione* d e u n lado, la emulación y el celo, del otro, la entidia y los celos. UA'examen inás atento d e esta configuración, muestra que la antigua cultura griega aceptaba el entrelazamiento d e la relación d e apego (S/O) y d e la relación d e rivalidad (Sl/S2); e n cambio, la cultura francesa contemporánea distingue en este conjunto (1) las pasiones fundadas en una d e las dos relaciones a la vez, que son evaluadas positivamente, y (2) las pasiones mixtas, que evalúa negativamente. De un lado, la en~ulución, que se basa e n la relación entre S1 y S2, y el celo, q u e se basa en la relación entre S y O; d e otro lado, la enuidia y los celos, que explotan el
triangiilci doloroso hi-inaclo por SI, O, y $2. Aparece clariiniente e n esty ejeiiiplo cómo c.1 recorie morni se impone al recoite afcciivo, de scierte que e n tod'is partes por donde aparecen rasgos pertinenies en el plano moral, se foriiirin distinciones pasionales, e , inversaiiiente, donde la moral no hace distinción, el recorte de las pasiones queda libre o indeterniinado. Por lo demás. gracias a un examen un poco atento de las teorias de las pasiones que nos proponen los filósofos, se encuentra con bastante facilidad el trasfondo "patnciomo "plebeyo", "aristocrático" o "burgués" de tal o cual sistema filo~óficode las pasiones: en este sentido. Diógenes. Aristóteles, Descartes, Spinoza 0 Nietszche racionalizan una ideología de las pasiones, y sistematizan el recorte propio de la cultura que asumen. Pero, para un semiótica, estos cisternas filos65cos presentan otro Inconveniente: se fundan en las palabras de la pasión; explotan, la mayoría de veces Involuntanamente, una semántica inadecuada. de tipo discontinuo; las teorías filosóficas de las pasiones buscan, casi todas. el "metasemema" de la pasión, la (o las) pasidn(es) primitiva(s), a partir de la cual seria deducido todo el sistema pasional. gracias a una especificación progresiva. por adjunción de propiedades. Segun los autores, esta pasldn primitiva seria el deseo y la cólera (Platón), reformuladas en concupisciblee irascible (Santo Tomás de Aquino), o la apatia y la cóIera (Aristóteles), o, mais recientemente, la admiración (Descartes). etc. Las teorías filos6ficas de las pasiones tienen siempre m8s o menos la forma de un 'árbol de Porfirio", declinan las especies pasionales a Partir de los géneros. El árbol de Porfirio no nos parece la forma adecuada de una te0ria de las pasiones. La dificultad no está ligada solamente a la naturaleza continua y tensiva de las pasiones, que una semantica discontinua maltrata un poco; toma en cuenta tambien, de acuerdo con nuestro conocimiento, el hecho de que ninguna cultura ha producido jamás un 'árbol de Porfirio" de las pasiones que sus discursos expresan: ¡las pasiones no son mamíferos o aves, cuya clasificación en g6ner0S y especies estaría autorizada por un arr cestro común! Si ponemos el ejemplo del furor, se constata que, según los discursos en donde aparece, es una especie de la locura o de la cólera (cf. Hdrcules brioso1de SRneca), una especie de los celos o de la posesión divina (Fedra, de Eurípides). o una especie del entusiasmo creador (El sobrino de Rameau, de Diderot). Es dllrcil que podamos decidir. a partir de un análisis de estos discursos, ¡cuál es el genero y cuál es la e+ pecie! A menos que decidamos que cada una de es!as or~lrenci3s~ C ~ U G G;r uiid ~ Ü cuitura diferente: estamos sometidos, de nuevo. al peso de l a especificidades ~ culturales.
Además, en todo caso, cada discurso impone a las pasiones típicas y lexicalizadas propiedades que las hacen casi irreconocibles: si nos interesamos en lo que es el tedio en la Capital del dolor, de Eluard, consiaramos que este lexema aparece bajo la siguiente condici6n: se trata del estado de ánimo de un actor instalado en un espacio cerrado y que
acción, pasión, cognición
ve pasar a otro actante por fuera. Ello n o a n u h 4 sentido lexical d e la palabra tedio ¡pero hay q u e reconocer que su utilización e n la interpretación del texto d e Eluard sería d e escaso provecho! pasión, tal como la acción o la cognición, es una dimensión d e la sintaxis del discurso, y, e n consecuencia, cada efecto pasional debe ser con la sintaxis d e la que depende y que le otorga su contexto. El campo d e variaciones está, pues, abierto con creces: la generosidad, según el contexto, puede ser una especie d e maquiavelismo o siniplemente candidez. Si hubiese necesidad d e establecer una tipología d e las pasiones -lo que dudamos-, tendría la forma de un "aire d e familia" (cf. capítulo 1 Del signo al discurso, 2.3.4 Los estilos d e categorización): ninguna jerarquía global resiste la variación sintáctica y contextual; cada pasión, considerada a priori como englobante, puede aparecer en contexto como englobada. Concluyendo, las pasiones son fenómenos complejos y Iábiles, y la aproximación lexical, que al comienzo puede aparecer como más simple, es fuente d e inútiles complicaciones desde el momento e n que uno se interesa por el Funcionamiento discursivo. Esto no significa que el nombre tle las pasiones deje d e tener efecto e n el discurso: pensenios, por ejemplo, e n el conde Mosca, quien, e n iu cartuja de .parma, se inquie~apor saber si la palabra amor ha sido pronunciada entre Sanseverina y Fabrice. El nombre d e la pasión contiene, e n efecto, todo un programa: por su poder d e condensación del conjunto de roles y d e etapas d e una pasión, representa un uso codificado que los actantes n o están e n condiciones de inventar y que puede, desde el momento en que es invocado, volver a desplegarse e n u n recorrido afectivo. Justamente, una d e las principales diFicultades de la interacción pasional radica e n el hecho de que, fuera d e un recorrido completo, q u e comprende, entre otras, la expresión somática o verbal, la pasión d e u n o es ilegible para el otro: el nombre d e la pasión suministra, entonces, una indicación suplementaria, que reactiva un esguema canónico olvidado. ¡No es suficiente padecer; hay que r e c o d c e r , además, lo que se padece! 2.2.2 iuspasiones en el discurso en acto
Si renunciamos parcialmente a los signos d e la pasión que son los lexemas, debemos, n o obstante, buscar las Formas y esquemas sintácticos que producen los efectos de sentido pasionales del discurso; estas fornias están (felizmente) estabilizadas e n códigos identificables, cuyo
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l coniiinrc.r <,visrituye lo que l-ieii-iosIlaniado 1;i racionalid~~d de la pasión, y que, i~ist.i;iizntt.,permiten reconocerla cuando se t-iace sentir. 1;i Iw~3pecti\;adel discurso en acto, las pasiones conjugan lo sensible (la P P I ~ P la I L intensidad) y lo inteligible (la captación, la extensión y la cantidaJ). Los códigos d e identificación de los efectos pasionales del discurw dependen, pues, de estos dos tipos a la vez, pero con dominantes: Jet lado de lo sensible, están los códigos somátjcos y figurativos, y, del lado de lo inteligible, los códigos modales, perspectivos y rítmicos. ~ o l v a i iali ~origen: la toma d e posición. Supone un cuerpo propio; instala un campo de presencia, con una profundidad que puede ser evaluada: a estos dos elementos, el cuerpo que toma posición, y la profundidad del campo de presencia, corresponden, respectivamente, los códigos ~ontáticosy los códigos peqúectivos de la pasión. Además, el campo de presenciz está atravesado por el flujo de figiiras que aparecen y desaparecen. Este flujo dispone, pues, d e órdenes d e figuras, cuyas apariciones, desapariciones y deformaciones obedeen retensión y en protensión: estas dos procen a un ritmo, un ,-t piedades corresponden, respectivamente, a los códigos figurativos y a los códigos rítmicos. En fin, el conjunto del campo, animado por la mira y la captación, atravesado por flujos intensivos y extensivos, puede ser graduado e n una serie de modos de existencia: esta última propiedad da lugar a los códigos modales d e los efectos pasionales. a-
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a
Los códfgm modales
Ya hemos presentado el funcionamiento pasional de las modalidades (capítulo IV Los actantes 3.2, La modalización como imaginario pasional). Recordemos aquí dos principios esenciales de este funcionamiento: Para producir efectos pasionales, las modalidades deben ser tratadas como valores modales, sometidos a las tensiones d e la intensidad y cit. ia exiensión niodaies. Para constituir un rol pasional, las modalidades deben ser asociadas entre sí, al menos d e dos en dos; la correlaciOn global entre las intensidades y las extensiones d e cada una d e ellas es la fuente del efecto pasional. ,
Esta última cláusula es particularmente importante en ese fenómeno que reconocemos intuitivamente como "contagio" pasional, y que los
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acción, pasión, cogrugrución
lingüistas y filósofo^ rIf.1 lenguaje llaman corrientemente empatk. Sin entrar en el detalle d e la arguinentación, q u e debe tomar en cuenta, particularmente, el contacto cle los cuerpos y la participación e n el campo de presencia, podríainos senalar aquí solamente el rol d e las tnodalidades. E] ucontagiovpasional no es la identificación: en la interacción, una expresión pasional desencadena otra, que a su turno, suscitará otra, etc. En cada etapa, cada actante elabora su propia identidad pasional, en reacción a la precedente: pero el sufriiniento d e uno puede suscitar ranto la compasión como la irritación del otro; la alegría de uno liará nacer tanto el placer como la envidia del otro, etc. N o es, pues, una identidad pasional y modal lo que circula entre los actantes, sino, podríamos decir, un principio afectivo: cina pasión suscita otra, y cada un2 depende d e la identidad ii~odaldel actante q u e la padece. El misterio q u e hay que elucidar es el del vínculo empático; las modalidades tensivas suministran un principio d e respuesta: cada modalidad d e uno d e los actantes está correlacionada con una modalidad del otro actante por medio d e una intensidad o d e una cantidad. Más quieres, menospueda esta fórmula modal, típica d e la inhibición e n la interacción, es idéntica a esta otra: Más quiero, menospuedo, q u e describe una inhibición solitaria. La diferencia reside en la distribución d e los roles modales: en el primer caso, los dos roles modales son jugados por dos actores diferentes; e n el segundo caso, son jugados por el mismo actor. Pero el efecto pasional es el mismo. Hay q u e considerar, pues, q u e el "contagio" pasional es producto d e actantes colectivos cuyas intensidades y cantidades modales están estrechamente correlacionadas: e n el primer ejemplo, si bien había dos actores, sólo hay una inhibición, cuyos roles se comparten. b-
Los códigos rítmicos
/ En el cuento titulado El miedo, Maupassant hace contar a u n/personaje dos experiencias particularmente traumatizantes. Una se desarrolla en pleno desierto; un camarada, víctima d e insolación, cae y muere; durante su agonía se escucha el tambor del desierto: un ruido n o explicado, sin timbre particular, pero cuyo ritmo inalterable pone a prueba los nervios d e los protagonistas; un temor incontrolable se instala. El ritmo podría ser definido como una d e las fornias mínimas d e la intencionalidad: sus apariciones y desapariciones se suceden según un orden y una frecuencia aparentemente regulares; señalan así que po-
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drí;in ser el efecto cle un acto intencional, de un prograiiia que los habrki organizado. El ritiiio-prog~ini;~, regulariza e impone la percepción cle contrastes (en el caso cle El miedo, el contrasre entre ruiclo y silencio), es decir, de valores elementales. Donde hay ritmo. Iiabría, al lilenos virtualniente, sentido. Pero, descle el punto de \;ist:i del efecto pasional, el ritmo es, sobre todo, el perfil de las tensiones sentidas por el cuerpo propio: ritmo ]ento, agitado, sincopado... que hace lenta, agita o precipita la percepción propioceptiva. En el cuento de Maupassant, saber que existe un ruido llamado "tambor del desierto" no tiene ningún efecto: hay que padecer ese ruido, sentirlo presente y percibir en él los efectos sobre el cuerpo propio. c-
Los códigos somBticos
La emoción, una d e las fases de los recorridos pasionales, conlleva una o varias expresiones somáticas: color de la piel, fisonomía, gesto, esíremecimiento, etc. Éstos son, en contexto, medios d e hacer conocer lo que se siente, a sí mismo y a los otros. Sin la expresión somática que la acompaña, el actante es incapaz de comprobar la pasión que lo anima: puede saber que es amoroso, que está encolerizado o que tiene miedo; pero n o padece el amor, no está encolerizado, no tiene miedo. Una de las versiones de un celebre cuento-tipo, el de Elhombre que partió a aprender el miedo. fijado por los hermanos Grimm, se muestra particularmente perspicaz a este respecto: Un hombre joven que jamás había conocido el miedo sale de su pueblo para poder, por fin, probar este sentimiento; atraviesa sin ningún espanto las situaciones más comprometedoras, afronta sin estremecerse los personajes más inquietantes o los más repugnantes, el heroe termina por liberar a la comarca de todos sus brujos, sus fantasmas y sus bandoleros. En recompensa por sus hazañas, recibe en matrimonio a la hija del rey: esta, decidida a permitirle cumplir con su búsqueda, derrama una noche en su cama un cubo de agua con algunos pecesillos: iel por fin se estremeca! NI?r a pvede diminzr !? hlpir!eclc de en decen!?ce Im'conc y hvmcr/r?lcn: pero incluso, aunque parezca gracioso. designa claramente la naturaleza de la carencia de nuestro heroe: no podía experimentar el miedo mientras que no sintiera su expresión somática; en cambio, despues de esta experiencia que le procura su joven esposa, todas las esperanzas están permitidas.
El carácter "codificado" de estas expresiones somáticas resulta del uso: puesto que su función principal es la de hacer reconocible, para sí
acción,pasión, cogniaón
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mismo y para otro, la pasión experimentada, cada expresión somática es "sancionada" por un observador; esta sanción, q u e desemboca o n o en una identificación, alin~entauna praxis intersubjetiva, que retendrá o elin~inarátal o cual expresión, en virtud d e su poder d e codificación pasional. Es así como, gracias al uso y a la praxis, los códigos soináticos d e la pasión se convierten en verdaderos códigos simbólicos, típicos d e cada cultura: n o se expresa la cólera o el amor d e la misma inanera en Europa que e n Asia. d-
ios códigos penipectiuos
La toma d e posicián d e la instancia d e discurso, uía el cuerpo propio, es una d e las condiciones sine qua non d e la sensibilización del discurso. Esta toma d e posición se traduce, e n los efectos pasionales, por una puesta e n perspectiva; en efecto, el enunciado narrativo (transformacional) está, entonces, emplazado e n la perspectiva del actante q u e ocupa la posición d e la instancia d e discurso, y esta perspectiva subjetiviza d e alguna manera dicho enunciado. Cuando se pasa d e la r i validada la emulación, incluso a los celos, se pasa de una simple situación narrativa y actancial a una pasión; pero, para eso, s e Iia debido adoptar, e n contraposición con la rivalidad, la perspectiva d e uno solo d e los rivales; d e una configuración actancial n o orientada, se ha pasad o a una configuración orientada en la perspectiva d e un solo actante, quien está, entonces, e n capacidad de padecer por su propia cuenta los efectos pasionales de la configuración. Como no hay discurso sin toma d e posición, hay q u e suponer que, cuando una situación narrativa es enunciada sin orientación, la toma d e posición es exterior a la situación misma: relatar una rivalidad en lugar de una emulación o de unos celos, es rechazar tomar posición a1 interior de la situación. No insistiremos sobre esta cuestión, y e n particular sobre las c F s e cuencias de esta puesta e n perspectiva, ampliamente presentadden el capicuio iv, Los actantes ( 2 .i 1 ransiormación y orientación ciiscursiva). Senalemos solamente q u e s e plantea a propósito d e fenómenos lingüísticos aparentemente anodinos en los que no se ve, e n general, la relación con los efectos pasionales -
Cuando en francés se opta entre el pasado simple (o pasado definido) y el imperfecto, se opta, nos dice G. Guillaume, entre una
visión no secante y una visión secante
del proceso. La visión no secante es la que consiste en captar el proceso como algo en-
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tero. sin perspectiva y a distancia, y enteramente comprendido entre sus dos limites. La visión secante. al contrario, proyecta al observador al centro del proceso e instala ahí una perspectiva, un antes y un después, de suerte que los limites iniciales y terminales del proceso quedan frecuentemente inaccesibles a este observador. Precisamente, tenemos aqui una alternativa entre el rechazo a tomar posición y una toma de posición al interior del enunciado narrativo, mientras que el cuadro enunciativo está generalmente considerado por estas dos formas verbales como desembragado y separado del acto de enunciación. Esta diferencia de toma de posición induce a una diferencia de perspectiva. que implica una diferencia pasional: el pasado simple no será apto para la expresión de las pasiones y de los estados de ánimo, a menos que no los reduzca a simples acontecimientos exteriores. mientras que el imperfecto se prestará a eso de maravilla; más precisamente, el imperfecto permite expresar la "experiencia" de las pasiones. y el pasado simple, no. Este anhlisis hace eco a las intuiciones de Roland Barthes, y de algunos otros, que consideran el pasado simple como el tiempo por excelencia del relato que 'se cuenta solo', como obedeciendo a una lógica que trascendería los acontecimientos. Es claro que esta impresión de lectura resulta del hecho de que esta forma verbal está más particularmente adaptada a lo que llamamos la 'lógica de la acción". mientras que el imperfecto convendría mejor a la 'lógica de la pasión". Asimismo, en griego antiguo, cuando se opta entre polis y astu, los dos nombres de ciudad, se opta entre una toma de posición extema y una toma de posición interna. En un estudio consagrado a los valores semánticos de estos dos t4nninos en La Iliada, M. Cazevitz, E. Cevy y M. Woronoff (Astu et Polis, essai de bilan. in Lalies. No. 7, Paris, Presses de I'Ecole Normale Supérieure, 1989, pp. 279-285) han mostrado que polis estaba reservado a la ciudad objetiva, captada por entero desde el exterior por un observador neutro que percibe sus limites; en ciertos casos, polis designa hasta directamente las murallas mismas. En cambio, astu es el nombre de la ciudad vista desde el interior por un observador que ha tomado posición en su seno y que ha adoptado o ha reconocido la ciudadanía, o que le atribuye un valor particular, y que, así ubicado mentalmente, no percibe ya los limites. Y los autores precisan: se explica así que =astd haya podido t m r un valor afectivo que ya es perceptible en Hornero. La toma de posicidn interna. que instala una perspectiva en el seno mismo de la situación o de la figura puesta en discurso, es la fuente directa,de la afectividad: se puede constatar que hasta los enemigos (los aqueos) utiliza: c! !5rmino asti cüañda se trata de¡ objeio cie sus cooicias y cie sus preocupaciones, jcuando se trata del lugar mismo del valor que buscan1
e- Los códigosfiguratiuos El código figurativo de un efecto pasional podría ser definido como la escena tíjpica de esa pasión, que, por la frecuencia del uso, puede in-
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acción, pasión, mgrilgrilaón
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cluso convertirse e n un leitmotitz la escena d e exclusión del celoso (Nerón entre bastidores, Otelo detrás d e una cortina, Swano delante d e una ventana alumbrada) es una d e las más conocidas. Más generalmente, la pasión se expresa con figuras extraídas d e esas escenas típicas y las utiliza luego coino catacresis: sucede así con los códigos metonímicos del aiiior d e Swann (la pequeña frase de Vinteuil, la orquídea), y hasta con 10s códigos sinestésicos d e Baudelaire, asociados a la nostalgia d e los paraísos perdidos. La inscripción del afecto en las figurds del discurso es una d e las claves de la Iógica pasional: el actante apasionado es un actante que está ocupado con los valores, pero que, en la Iógica que es provisionalmente la suya, no puede reconocerlos directamente (desde un punto d e vista conceptual); los valores se le presentan inmersos e n un universo figurativo, q u e le proporciona sensaciones; estas sensaciones son fuentes d e placer o d e dolor, primeras impresiones axiológicas. Así, el código figurativo se convierte, para el actante apasionado, e n un código d e presentimientos axiológicos. Causa o efecto, n o se sabe, pero hay que reconocer q u e las pasiones están inextricablemente ligadas al imaginario d e los elementos naturales: desde la época presocrática, el agua, el fuego, el mineral, el bosque, el aire y el viento son elementos esenciales d e la física cualitativa d e las pasiones; el amor, la cólera, la crueldad, la insensibilidad, la inquietud o la agitación encuentran allí -mejor q u e e n una ilustración metafórica- una inscripción e n las cosas mismas. Por eso es q u e la aproximación antropológica a las pasiones es una aproximación figurativa: en los mitos estudiados por Lévi-Strauss, los celos o el orgullo n o son entidades psicológicas o modales, sino aves, mamíferos o elementos naturales.
3. COGMCI~N ,d Las tres grandes "lógicasn que reconocemos en el discurso ~ o r i ~ t i e s maneras d e considerar y iuego de construir ia significación d e un mundo. Globalmente, se trata siempre d e una significación del -cambio, en la medida e n q u e postulamos desde el principio que la significación sólo puede ser captada e n su devenir. La lógica d e la acción enfoca el sentido a través d e una programación d e las transformaciones del mundo; la Iógica cle la pasión enfoca el sentido padeciendo carnalmente los aconteciiiiientos q u e afectan el cainpo de presencia; la Iógica de la cognición enfoca el sentido construyendo conociiiiientos bajo el principio
dc.1 ciesc-r~Ot-in~icnto. C:id:i Iósic;i tiene su concepción del canil~ioy del
clcvcnir: piii-a la 1ógic:i de la iicción, el caiiibio sólo es captable a partiidcl final y del resultatlo; p:ir;i la Iógica de la pasión. el caiiibio sólo e s c:il>tal~lci t ~prrip.cc.tltia, con-io inipacto y afecto q u e sobreviene e n presencia clel actante; p:ii;i I:i Iógica cle la cognición, el canil)io sólo es capt;il,le por comparación entre dos mundos, comparación q u e permite niedir el clesciil~rii-i~iento. el suplemento d e conociiiiiento. En Iri perspecti\-a cle una seiniótica clel discurso, la Iógica d e la cognición es, pues, la de iin cálculo sobre las representaciones: un actante siiininisti-a representaciones, de algún ~ i i o d o ,simulacros; otro actante podrá hacer operaciones sobre estos simulacros, y, particularmente, operaciones d e coiiiparación. El primer actante es llainado informador, el segundo, obsenwdor, las representaciones q u e circulan entre ellos son los objetos d e saber, u objetos cognitiuos. La totalidad d e contenirlos discursivos - e n u n c i a d o s narrativos, figuras, actantes y actores, acción y pasión, etc.- pueden ser objetos d e tal tratamiento. Pero el valor d e esos contenidos discursivos dependerá siempre d e su confrontación con otros contenidos q u e permitan apreciar el cambio cognitivo q u e procuran. En consecuencia, la puesta en relación es la operación mínima q u e tal actante cognitivo puede cumplir; constatará, entonces, las propiedades d e esa relación: analogía o contraste, simetría o asimetría, transitividad o intransitividad, conexión o disociación, etc. Luego, a partir d e las relaciones, el tratamiento cognitivo consistirá en operaciones mis complejas que permitan al observador elaborar, a su turno, nuevas representaciones -nuevos objetos de saber-. Así adquiere forma la lógica del descubrimiento. Algunas distinciones previas se imponen aquí. Ante todo, entre el "saber" y el "creer".
3.1 Saber y creer No retoinaremos aquí la discusión d e fondo sobre esta distinción, e n la iiicdida eii quc, d c uiid pdiit-, IMCC i i i i c ~ v c i i iw~ i i d ~C W ~ ~ S ~ U C I ~ C ~ O ~ C S distintas d e las lógicas significantes del discurso, y e n que, d e otra parte, supone la intervención, e n el seno d e la Iógica cognitiva, de las otras dos lógicas, la d e la acción y la de la pasión. Por ejemplo, la confianza reposa sobre una adhesión, implica una dimensión pasional e n el creer; o también, la forma mínima d e la espera fiduciaria es la misma q u e impone una programación d e la acción: espero ,del programa q u e establezco que produzca el resultado para el q u e ha sido concebido.
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pasión, mgnld6n
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Sin embargo, e n la sola perspectiva d e la lógica cognitiva, la del descubrilriiento, se puede introducir, con poco esfuerzo, la distinción entre el "saber" y el "creer", planteando la cuestión del n i d o d e la puesta e n relación y d e la valorización del objeto cognitivo. Si el objeto cognitivo es puesto e n relación con otros objetos cognitivos con el único fin d e apreciar e n 61 su aporte, la diferencia, su valor d e conocimiento es el de un simple saber. Si es puesto e n relación, a la vez, con otros objetos y con otros sujetos (entre otros, con el observador mismo), entonces, la confrontación coniproniete no solamente objetos cognitivos sino también universos de asunción, y nos encontraremos, entonces, ante una situación d e creer. La cuestión que se plantea e n este caso es la de la asunción del objeto cognitivo por el observador, asunción directa, si el objeto se integrd a su propio universo d e creencias, o indirecta, si el objeto se integra =. universos asumidos por otros actantes a los cuales otorga su confianza. Más simplemente, el valor saber reposa únicamente sobre la relación entre objetos cognitivos, sin toma d e posición d e la instancia de discurso, mientras q u e el valor creer reposa sobre una relación triangular, la instancia d e discurso toma posición entre los dos objetos cognitivos. La distinción entre los dos es con frecuencia muy frágil, pues, e n el proceso permanente d e la formación d e saberes y d e su integración, es bien difícil probar q u e la instancia de discurso jamás toma posición. Puede ser q u e resulte más prudente hablar, entonces, d e dos niveles d e pertinencia, d e dos modos complementarios d e valorización d e los objetos cognitivos. Pero, aun cuando esta distinción es delicada al ser puesta e n funcionamiento, no es menos pertinente. Recordemos cómo las modalidades se convierten e n valores modales: después d e una proyección d e los contenidos modales sobre los gradientes d e la intensidad y de la extensión, luego de una restricción aplicada a estos gradientes bajo la forma de un umbral. La distinción entre el saber y el creer es particularme útil cuando estas modalidades definen la identidad del sujeto. Pongamos el ejemplo d e un sujeto que sólo apunta a los objetos cognitivos sobre el modo d e la intensidad máxima y d e la cantidad mínima: si se trata solamente d e saberes, tendremos a un erudito, si se trata d e creencias, tendremos a un fanático. El erudito sólo se define en la relación q u e establece entre objetos cognitivos: el fuerte coeficiente d e selectividad que se impone n o tiene ninguna incidencia sobre la posición que, a su vez, adopta, menos aún sobre su posición con respecto a la d e otro; sólo excluye para conocer mejor. En canibio, el fanático implica
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en sus restricciones sil ii'la~ióncon otros universos cle asunción, y, e n consecuencia, con ~ q l i l ~ l l que o s los asumen: el fuerte coeficiente d e selectividad se aplic:~.enii~iices,tanto a los sujetos cognitivos como a los objetos cognitivos: rxc.l\iye,a\ mismo tiempo, tanto a los objetos copnitivos rechazados ~ 0 1 l l t r ,1 105 sujetos que los asumen. Como puede observarse, la v a l ~ r i z : ~ c lilel ~ i \ objeto cognitivo indiice, cidemas, una valorización o desvalorizac \fin del sujeto. A la inversa, S1 conal~leramosun sujeto cognitivo q u e apunta al mayor número posible dt4c>bjetoscognitivos, con una intensidad débil, estaremos, según el s ~ b , ante , una persona llamada cultivada; y, según el creer. ante una Perhtttla crédula. También aquí, la diferencia d e evamoda1 d e los dos actantes, señala un desluación referida a la lllr
Jacques Geninascít I>ropone,e n bparole littwaire, una serie d e distinciones q u e l e perl-\\\renrendir cuenta d e la especificidad del discurso estético, pero que, ei\ si mismas, son de una generalidad suficiente como para figurar en la (ierspectiva d e una IOgica d e la cognición. En efecto, 10s modos de sigi\(ricación que son activados e n el discurso son definidos como instruck \unes que permiten construir la coherencia: entenderá por k ~ ~ i o ~ a l i toda d a dmanera de asegurar la inteligibiiuiau' del rnutzdo o d. ~ u ~ ~ c ~~& ~ c~i mlad drnultajdicidad o ~ ~ fe- , r~~wtenal a la u n i d a 4 (op. cit., p. 59). La definici6n se dl\oya e n una reducción drástica (conducir a la unidrun,pero n o hace r \ \ & ~ qoe evocar la reducción inherente a todo conocimiento: incluso *\ el objetivo no es la unidad, el proceso es el d e la reducción de la d\versidad fenomenal, reducción q u e produce categorías, esquemas, U)\\)S, etc. Desde otro punto d e vista, dicha racionalidad es más general c\\\ela perspectiva de la cognición, puesto que con-
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acdón, pasión, m p i d ó n
cierne a la inteligibilidad del mundo y d e los enunciados, a la que tam bién pueden coadyuvar la acción y la pasión. Sin embargo, la concepción de Jacques Geninasca amerita que nos detengamos aquí de modo más preciso, pues las racionalidades que adelanta explotan, entre otras, las captaciones, y las captaciones son modos de aprehensión, es decir, modalidades cognitivas del descubrimiento d e los hechos d e significación. Como lo precisa Geninasca, la realidad sólo es el efecto d e u n n a d o d e aprehensión o de captación (op. cit., p. 201). La realidad sólo puede ser conocida bajo tal o cual captación. No se trata ya d e programar el cambio en la acción, ni de padecerlo por la pasión, sino d e aprehenderlo y d e descubrirlo como inteligible. Ha llegado la ocasijn d e reconsidcrar nuestra definición d e la captación: se opone a la mira en cuanto que la captación pertenece al o:den d e la extensión, de la cantidad, d e lo inteligible y d e la cognición; y la mira, al orden d e la intensidad, de lo sensible y del afecto. La captación es, pues, en nuestra concepción, el acto elemental de la lógica cognitiva. La distinción entre las diversas captaciones se hará sobre el fondo d e las relaciones que inducen. Jacques Geninasca distingue, e n la perspectiva del discurso estético, tres tipos d e captaciones: la captación llamada molar, que establece relaciones de dependencia unilateral entre figuras o conceptos, d e una parte, y su referente, d e otra parte; la captación llamada s d n t i c a , que establece equivalencias y solidaridades esquemáticas y categoriales dentro del discurso; la captación llamada impresiva, que pone en relación las percepciones entre ellas y establece configuraciones rítmicas, tensivas y estésicas. Si la captación molar concierne a las dependencias unilaterales, y la captación semántica a las solidaridades múltiples (al menos corre1 nes bilaterales), la captación impresiva parece interesada por las dependencias holísticas. La impresión, e n efecto, bien capte un ritmo u otra manifestación sensible, los capta como grupo, como conglomerado o como una serie, como la forma virtual de un todo analizable, pero no analizado. Aunque la llamada captación impresiva parece atípica y marginal en el pensamiento d e Geninasca, nos parece, sin embargo, que es la clave de un dispositivo dinámico de la captación cognitiva.
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E n ~ f e c t o en , 1:i peispecii\ra clel descubrirnic.n~o y cle I;i v:iloi-ización cle objetos cognitivos. lo qcie esirí en juego es la capaciclacl d e innov;ición y cle caiiibio ~-ognii~\:os de los discursos: para que haya alguna cos;i que *-api-cliendci-"o que "descubrir", es necesario que el discurso este en c:ipaciclad elt. inno\:ar. cle suscitar su propio universo se~i-iióiico.La Ilaiiiacla captacióii I I I O ~ L Ies I . esencialinente referencia] e inferenciril: establece relaciones que riparentemente aportan informaciones, pero dentro d e un sistema predeterminado que globalmente n o produce ninguna inforiiiación nueva: la referencia, como la inferencia, no hace más que verificar la conforiiiidad o la n o conformidad d e los saberes q u e deseamos validar, en relación con los saberes compartidos y establecidos. La llamada captación semcíntica, gracias al efecto d e la metáfora generalmente, y bajo el control d e la imaginación -la capacidad d e prod~icir imágenes-, da acceso directo a la innovación discursiva; y esto es tanto más cierto cuanto que los objetos cognitivos así producidos son, finalmente, incomparables, y n o presentan otra garantía que la asunción del sujeto d e la enunciación, que da fe d e su valor. La hipótesis q u e proponemos es la. siguiente: la captación impresiva es el resorte del cambio, la captación que compromete las operaciones d e referencia y d e inferencia y que da libre curso a la llamada captación
semántica. Algunos precursores en la materia nos permitirin sostener esta hipótesis. El primero e s Husserl, q u e se proponía volver, gracias a una regresión concertada, al substrato sensible de todo conocimiento, a la llamada capa hilética d e toda práctica científica. El conocimiento se. nos da bajo la forma d e categorías y d e leyes que hacen referencia a una supuesta realidad y q u e nos permiten.hacer inferencias sobre esa "realidad"; pero, para Husserl, estas categorías y estas leyes nos esconden al mismo tiempo el ser d e las "cosas mismas" y, particularmente, la manera e n que se nos aparecen. Se propone, pues, volver a un no-saber radical, renunciar al saber para acceder por fin a la "cosa misman y a su efecto sensibie. Proust es otro precursor: Cuando habla de Elstir, el pintor impresionista d e A I'ombre des jeunesfilles en /leun, insiste sobre el hecho d e que, para pintar, el artista debe renunciar a toda su inteligencia, a todo lo q u e sabe d e los objetos y del espacio, d e los colores del mundo y d e la luz, para descubrir y reconstruir las equivalencias secretas entre las figuras del paisaje. Asimismo, su espectador, para contemplar la pintura, debe también renunciar a lo que sabe d e las figuras del mundo, para
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dejarse sorprender d e nuevo por las i l u s j ~ n e sópticas, que, justaniente, ya n o aparecen coino ilusiones sino, simplemente, como la inanera e n q u e las cosas se d a n a aprehender. La obra artística, pintura o texto literario, d e b e ser tratada como u n discurso cognitivo entre otros: un discurso q u e organiza la experiencia. q u e le d a sentido, q u e extrae d e ella conocimientos, q u e aumenta d e alguna suerte, a s u manera, nuestro conocimiento de! m u n d o y del lugar q u e ocupamos e n él. Pero se trata d e saber q u e conocimientos tnerecen ser conservados, q u é conocimientos merecen ser asumidos por el sujeto de la enunciación. Y, e n Proust, la línea divisoria está clara: de iin lado, la percepción convencional de las cosas, tal como está fijada e n nuestra "enciclopedia figurativa", incluso e n el léxico d e la lengua natural; del otro, la vasta metáfora, el juego d e equivalencias y la circulación d e imágenes q u e transpomn la pintura o el texto a otro universo dt. sentido. Entre los dos, intervienen las "ilusiones ópticas" y toda una gama d e procedimientos d e composición q u e apuntan a invalidar la percepción convencional o puramente inferencia] d e las cosas, y, e n consecuencia, a reactivar esa sensibilidad "nativa" q u e está e n el origen de la experiencia estética. En el caso de Elstir, la visión convencional y "científica" d e un paisaje marino consistiría e n mantener la estabilidad d e las isotopías corrientes: los barcos están sobre el agua, las casas sobre la tierra, los pescadores e n el mar y los caminantes e n los caminos, e n la arena o e n los peñones; esta visión es referencia1 y e s resultado d e una captación molar. En cambio, la visión estética estará constituida por el conjunto del sistema de equivalencias, por la vasta metáfora cuyo despliegue atribuye Proust al genio de Elstir; esta visión resulta de una captación semántica. La captación impresiva asegura la transición entre las dos, suspend e la visión convencional, y prepara la visión estética: consiste, simplemente, e n librarse de la impresión inmediata, e s decir, e n ver (sin saber) los mástiles sobre los tejados, los pescadores e n !as grutas, los nantes sobre el agua, etc. L;: cüp:aci3ri ii;;p;tsiwa qui: p=,m;Le la i-liari,fes~.ci~iidirecta de la relación sensible con el mundo; da acceso a las formas y a los valores por medio de puras cualidades y cantidades perceptivas, percibidas globalmente, sin análisis. El ritmo es u n o de los ejemplos d e esas configuraciones perceptivas, e n el sentido d e que señala la potencialidad d e una forma, y, e n consecuencia, d e una significación por descubrir. Pero sucede lo mismo con la tipografía d e un texto. o con los diferentes estad o s de la luz o d e la materia e n una obra plrística. I i ~ ~ a g i n a m ocon s f1.e-
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c-uenciii que el priiiier gesto del anrílisis consiste en scgincntar un texto p;ii-a desprender de el I:is unicl;icles. Ciertainente, ese inicio es propio d e un t~iieniiiétodo; pero entonces descuidanios el littcho d e que nuestra segiiient:ición puede estar guiada por la percepción tle ritiiios, d e contrastes o d e foriiias pl5sticas que predeterminan el análisis seinántico. En suina, consideraiiios la captación impresivü coiiio una desactivación d e la captación inferencial, que prepara el terreno para la captación seinántica. Hubitraiiios podido contar tainbién en la lista de precursores a Benveniste, quien, gracias ri su distinción entre el modo semiótico y el modo sernántico d e la significación, oponía una significación convencional, fijada e n los signos de la lengua y en un sistema, y una significación viviente, una significación e n acto (cf. capítulo 1, Def signo al discurso). La captación inferencial (el modo semiótico de Benveniste) n o impone tina toma d e posición de la instancia d e discurso; se da hasta independientemente d e toda instancia d e discurso; en cambio, la captación semántica (el modo semántico d e Renveniste) no se puede concebir sin una instancia que tome posición y que asuma una enunciación. Pero, para Benveniste, se trataba solamente d e dos puntos de vista epistemológicos, incluso d e dos aproximaciones complementarias d e los mismos fenómenos d e significación. Se trata, ahora, d e distinguir, e n una lógica d e la cognición, dos maneras d e aprehender el mundo; y, como estos dos tipos d e captación coexisten en el discurso, debemos rendir cuenta d e la sintaxis q u e permite pasar d e la una a la otra. De ahí el rol mediador otorgado a la captación impresiva, en el esquema que sigue: CAPTACI~N MOLAR
+ CAPTACI~N IMPRESIVA + CAPTACI~N SEMANTICA
La captación 'molar" y la captación 'semántican pueden ser planteadas aquí como los contrarios d e la categoría d e la captación, los dos polos eriirc !acualrq i1 discurso va y viene, uno apoyándose e n las dependencias unilaterales que impiden la formación de un todo d e significación; y el otro, en las correlaciones múltiples, constitutivas d e una totalidad. De ahí que la captación "impresiva" sea un contradictorio q u e "suspende" la acción d e la referencia y d e la inferencia, que desactiva las percepciones convencionales; además, por la aproximación "holísticap y fluida que procura d e la totalidad, prepara la captación semántica. A partir d e la posición que aporta la captación impresiva, hay que
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afirmar las eniiivalencias y las solidaridades, y asumir esa totalidad gracias a la captación seinántica. Es así como el proceso deductivo recobra sus derechos, e n efecto, la discusión que precede perfila los grandes rasgos de una categoría de la captación, que estaría organizada por relaciones de contrariedad y de contradicción. Ahora bien, la ley de construcción de una categoría así estructurada define el lugar de otra posible posición, contradictoria de la captación semántica; esta misma ley de construcción perfila a la vez otro recorrido, que tendría la forma siguiente:
Es claro que el primer recorrido es característico del discurso estético. Pero, si dejamos esta perspectiva particular, si tomamos e n cuenta cl conjunto d e "posibles discursivos", el segundo recorrido n o debe ser descartado. Y la última cuestión que se plantea es la siguiente: ¿Cuál es la captación " X ? ¿Cuál es el contradictorio de la captación semántica? Este cuarto tipo d e captación tendría por función suspender las equivalencias innovadoras del discurso, debilitar la asunción d e las figuras por el sujeto d e la enunciación y preparar el terreno para nuevas referencias e inferencias, para una convencionalización de las formas semiótica~.A partir d e las correlaciones libres pero fuertemente asumidas, que propone el discurso viviente, esta captación producirá formas fijas, productos del uso y d e la usura. El primer gesto, que conduce a la "desemantización" del discurso, es el que consiste e n cortar las relaciones con el todo: e n efecto, una forma sólo puede ser "fijada" y desemantizada si es extraída del todo orgánico que la motiva y la hace significar. La captación " X localiza, reduce el alcance de las equivalencias y d e las solidaridades y prepara ¡a aparición d e dependencias locales y unilaterales. Esta propiedad estaría conforme con su estatuto d e "subcontrarjsin, es decir, d e contraria de la otra contradictoria, la captación impresiqa: si Csiii es holisiica y iluicla, aquciia será local y precisa. El caso de la catacresis (cf. el a h d e un palacio) y d e las producciones fraseológicas es ejemplar: una metáfora se fiia al ser extraída del discurso que la ha inventado. Se olvida d e la distinción entre el contenido y el vehículo; d e pronto, se deja d e percibir la relación de equivalencia, puesto que ya n o se advierte la competición entre dos contenidos. De ahí que la expresión concernida no exija ni ser asuinida por el sujeto d e la enunciación ni ser imaginada a partir de su posición o d e sus per-
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cepcionrs. Funcion:~solii. cit. inanera autónoma. Está ahora lista para un uso puramente con\.encivnal y referencial: el ala designa, entonces, clirectanlente, una parte del edificio; es, como clice Fontanier. una ./ibiir?-a no-tropo.
Esta criptrición "X" es, pues, intuitivamente, bien conocida: es aquella quc. fij:i, q u e fosilizi, que transforma los esquenias d e acción e n esquein:is canónicos. los prog~iniasnarrativos e n escenarios fijos y las iniágenes e n clesignaciones estereotipadas. Podríamos estar tentados d e Ilainarla captación regresirla, con el fin d e remarcar el hecho d e que iiiipone u n retorno a la captación referencia1 e inferencial, un retorno a eso contra lo cual orienta su lucha toda instancia d e discurso -estético o n o estétic* para llegar a una toma d e posición y a una asunción d e valores. Pero, prolongando las observaciones q u e hemos heclio a propósito d e Husserl y d e Proust, optaremos por otra denominacióii. En efecto, el movinliento q u e conduce d e una visión mítica y mágica del mundo a una visión referencial y positivista, es claramente designado por estos autores: e n Husserl es el d e la "técnica": una ciencia q u e olvida el "sentido del ser" d e los conocimientos q u e elabora, se transforma e n una técnica vacía d e sefitido; e n Proust, es el conocimiento "sabio" o , al menos, el que se cree tal, el q u e reduce las metáforas a ilusiones ópticas, el q u e se esfuerza por explicar lo q u e solamente debiera ser vivido y asumido. Es, también, aquél q u e reduce la metáfora a un simple proceso d e designación por suplencia o por preocupación decorativa; aquél q u e hace d e la retórica una simple técnica científica; aquél que, finalmente, sólo reconoce en las figuras y e n las imágenes constitutivas del discurso viviente, procedimiento, habilidad o virtuosismo. La técnica, e n suma, nada más q u e la técnica. En último término, confrontada c o n la captación semántica q u e "problematiza" la organización del mundo, la captación técnica se refugia e n las explicaciones a minima, si n o e n las explicaciones triviales. La captación "X" será, pues, la captación técnica, que sólo apreciará los objetos cognitivos propuestos sobre el fondo d e explicaciones locales, 3isl2ntes y clvsmitificílntes. El segundo recorrido está, ahora, completo: CAPTACI~N SEMANTICA
+ CAPTACI~N TÉCNICA + CAPTACI~N MOLAR
Disponemos, finalmente, de una tipología d e las captaciones, q u e toma la forma d e un cuadrado semiótico:
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CAPTACIÓNMOLAR
CAPTACI~NSEMANTICA
Ahora podemos imaginar cuáles serían las correspondientes racionalidades cognitivas, precisando el tipo d e valores cognitivos q u e proponen. Así, a través d e los dos primeros tipos de captación, hemos identificado dos grandes tipos d e valores cognitivos: valores referenciales e inforinativos (captación molar) y valores estéticos y simbólicos, o sea, míticos (captación semántica). Los valores subyacentes a la captación impresiva son d e tipo sensible, y aún mas precisamente, hedónico. el sentido emerge del placer o del displacer que procuran tal impresión y tal percepción. En fin, subyacentes a la captación técnica, hemos identificado valores técnicos y cientistas. En consecuencia, la lógica d e la cognición se apoyaría e n cuatro grandes tipos d e racionalidades, fundadas sobre cuatro maneras diferentes de valorizar el descubrimiento d e objetos cognitivos: las racionalidades informativa, mítica, hedónica y técnica: RACIONALIDAD INFORMATIVA
RACIONALIDAD M~TICA
RACIONALIDAD TÉCNICA
RACIONALIDAD HEDÓNICA
4. INTERSECCIONES Y ENGASTAMIENTOS .l."
Los discursos concretos n o se apoyan jamás en una sola lódca a la vez; se puede considerar una tipología d e discursos q u e se apoyarían e n lógicas dominantes, pero n o ciertamente en lógicas o e n captaciones exclusivas. Hay que prepararnos, pues, para rendir cuenta d e las intersecciones y de los engastamientos entre esos tres tipos d e lógicas discursivas. El devenir programado d e una transformación, por ejemplo, puede ser interrumpido o desviado por un acontecimiento, un "advenir" pasional q u e impone su propia lógica. Por una simple variación d e po-
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sición d e la instancia d e discurso, se puede, en efecto, pasar d e una 16gica a la otra: si esri inst;incia se separa del proceso e n curso, la Iógica d e la pssión es suspendida para dar lugar a una Iógica distanciada, la d e la cognición, o :I una Iógica retrospectiv;~,la d e la acción. También hay q u e recordar que la posición d e esa instancia está, d e hecho, ocupada por un cuerpo propio, y q u e ese cuerpo, incluso si cambia d e función d e una 16gic;i a la otra, les procura a las tres un anclaje común y permanente: en efecto, puede ser el punto d e referencia d e u n cálculo cognitivo, la sede d e las emociones y d e la invasión afectiva, o el simple instrumento d e la acción, pero, justamente, es siempre la misma instancia propioceptiva la que juega diferentes roles y la que asegura la transición entre ellos.
4.1 Engastamientos Las tres grandes lógicas del discurso se determinan unas a otras y forman secuencias fácilmente reconocibles. Las combinaciones s o n innumerables, de ahí que n o se imponen límites al número d e fases. Evocaremos aquí un solo tipo de combinaciones, los engastarnientos, q u e se presentan bajo el modelo siguiente: ITipo Al-Tipo B-Tipo A2 l. ¿Por q u é este modelo y n o otro? Porque nos parece q u e este tipo de combinaciones es más rico en enseñanzas, pues permite medir el efecto de u n tipo de Iógica, el tipo B, sobre otro, q u e se encuentra por eso mismo disociada e n dos subtipos, Al, río arriba y A2, río abajo... En el esquema narrativo canónico, por ejemplo, la Iógica de la acción está encuadrada por d o s momentos d e cognición, la manipulación (Cognición 1) y la sanción (Cognición 2). Sea:
Está claro, entonces, que la fase intermediaria d e la acción es la q u e modifica las relaciones cognitivas entre los actantes: e n la primera fase cogni~iva,es ei Destinador quien se esfuerza por persuadir al Sujeto; e n la segunda fase, es el Sujeto quien, presentando su acción del mejor modo, se esfuerza por persuadir al Destinador d e que esta acción es conforme con el contrato inicial. Pero, a la inversa, cuando el sujeto cognitivo debe elaborar simulacros al interior de una estrategia d e programación, por poco compleja q u e sea, es la cognición la que se encuentra engastada entre d o s mo-
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mentos d e acción, el segundo es modificado en relación con el primero gracias a una desviación de la estrategia. Sea:
Asimismo, la lógica d e la pasión puede estar engastada entre dos fases d e cognición, particularn~entecuando el saber es convertido en creencia, incluso cuando sólo puede ser asumido por la mediación d e la confianza e n un garante trascendente. Sea: [ Cognición 1 - Pasi6n
- Cognición 2 1.
Si la cognición viene a n~odificaruna secuencia pasional, puede ser, por ejeinplo, para modificar universos de creencia, o para tornar distancia en relación con la emoción. Sea: [ Pasi6n 1 - Cognición - Pasión 2 1.
Éste es un engascamiento que preconizan todos los moralistas. Séneca propone, por ejemplo, en el De ira, suspender el aumento potencial d e la cólera, dejar tiempo a la cognición para que haga su trabajo; y si el análisis cognitivo de los motivos de la cólera culmina, debe alimentar un deseo d e venganza o de justicia, más bien que una explosión de cólera. De otro lado, la lógica de la acción puede ser determinada por la pasión. al punto de no ser más que un 'paso al acto", que, como se sabe, produce también sus propias emociones, o, al menos, cambia la naturaleza de la pasión inicial. Sea:
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[ Pasi6n 1 Acción Pasión 2 1.
Finalmente, una fase pasional puede estar engarzada al medio d e una secuencia cie accion. Le sirve, enionces, de rcwm r;'.cn?entiineo; aun~entandola intensidad de tai o cual modalidad que compone la identidad del sujeto, relanza un proceso interrumpido y permite franquear un obstáculo: Puede, también, comprometer definitivamente el curso de la acción. En todas las hipótesis, modifica la naturaleza d e la acción. Sea: [ Acci6n 1 - Pasi6n - Acci6n 2 1.
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Estos eslwzos sólo tienen un \:alar indicativo. La explotación concretn d e tales engrist:iiiiientos debe obedecer a dos principios: ( 1 ) a cada caiiibio d e lógica. el uni\-erso d e discurso es enteramente afectado: la posición d e la instancia de discurso, el rol del cuerpo propio, el nivel de inodalización d e los actantes (M0, M', hI2, etc.), el sentido del tiempo, del espacio y del dei~enir,etc.; (2) el engastamiento mismo especifica los componentes: las dos lógicas e n presencia, tanto la q u e engarza coino la q u e e s engarzada, están especificadas por la secuencia e n la q u e toman lugar; por ejeinplo, la fase pasional depende d e la creencia y d e la confianza cuando está puesta entre dos fases cognitivas; e n cambio, participa d e la (des)regulación d e las conductas cuando está engarzada e n una secuencia d e acción.
4.2 L o sensible y lo inteligible 4.2.1 Cuatro niveles de atticulación
Pero la cuestión principal, en estos entrecruzamientos entre las tres Idgicas, es la d e la articulación entre lo sensible y lo inteligible. Esta cuestión es mucho más general q u e la d e la interpretación d e las lógicas d e la acción, d e la pasión y d e la cognición. Concierne, e n efecto, a la emergencia de la significación a partir d e la experiencia sensible, y esta conversión está e n marcha e n todo momento e n el discurso e n acto. Se la puede abordar desde cuatro puntos d e vista complementarios: (1) el de la función semiótica, ( 2 ) el d e la formación d e los valores, (3) cl d e los esquemas d e discurso, y (4) el d e los modos sensoriales. El primer punto ya ha sido tratado e n el primer capítulo (Del signo al discurso). La función semiótica n o e s una relación formal entre u n plano d e la expresión y un plano del contenido. Resulta d e la toma de psición d e un cuerpo propio, q u e determina u n dominio interoceptivo y un dominio exteroceptivo; luego, d e la proyección d e estos d o s dominios, u n o sobre otro, por efecto d e la mediación propioccptiva. L o .\cnsibie -ia propiocepción- se convierte así e n el dominio común al plano d e la expresión y al plano del contenido. El segundo punto ha sido tratado e n el segundo capítulo (Lasestructuras elementales). La estructura tensiva se presenta como un modelo rle engendramiento de los valores discursivos, e n el espacio interno d e la correlación, a partir d e las valencias perceptivas y graduales q u e constituyen el espacio externo d e control. Pone, pues, e n relación lo scnsible y lo inteligible, e n la medida en q u e las valencias d e control,
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acción, pasión, mpidón
d e tipo grdduai, tensivo y perceptivo, determinan las diversas posiciones categoriales (o ualores) del espacio interno. EI tercer punto ha sido tratado e n el tercer capítulo (Discurso),bajo la forma d e esquemas tensivos del discurso. En efecto, los esquemas tensivos son los modelos sintácticos que rinden cuenta de las variaciones d e equilibrio entre la intensidad (sensible, afectiva, sentida) y la extensión (perceptiva, cognitiva, mensurable). La cuestión que s e plantea es, entonces, la d e saber cómo, e n tal punto del discurso, se conjugan o se oponen, se alían o se combaten las valencias del afecto y las de la cognición. S610 el último punto, referido a los modos sensoriales, n o ha sido aún explícitamente abordado. De hecho, constituye, él solo, un vasto progranla de investigación del que vamos a indicar aquí sólo algunos elementos, limitándonos al campo d e los olores. Afirmar q u e la significación se apoya e n la percepción y que lo inteligible es indisociable d e lo sensible n o es más qUe una petición de principio, incluso una posición filosófica, si n o se Iia examinado cómo se produce concretamente su conversión en discurso. Sin embargo, tenemos ahora los medios para hacerlo: la estructura tensiva, la semiótica d e la presencia y la captación impresiva nos dan acceso, desde el punto d e vista del método, a ese tip o d e "advenimiento" seiniótico. Pero hace falta preguntarnos por lo que buscamos descubrir: e n atención a esto, la cuestión podría ser la d e la especificidad semiótica de los modos sensoriales. Esta cuestión puede ser declinada e n cuatro cuestiones más precisas: ¿Cuál es la manera como aparecen los valores a partir de los diferentes modos sensoriales? ¿Como valores descriptivos? ¿Modales? ¿Aspectoales? iCOmo cuáles? Si la significación sólo puede ser captada e n su devenir (en sus transformaciones, decía Greimas), jcuáles son los regímenes narrativo~y los dispositivos actanciales inducidos por cada uno d e los modos sensoriales? ¿Cuáles son las figuras asociadas a cada uno d e ellos? ¿Las f o h a s del tiempo? ¿Las formas del espacio? ¿Hasta qué punto la experiencia sensible determina la estructura discursiva? Ésta es la cuestión d e la estesia y d e sus relaciones con el conjunto d e los esquematismos discursivos. Nos esforzaremos por responder, punto por punto, a estas cuestiones, a propósito del mundo de los olores. Pero escoger un modo sensorial no es suficiente; hace falta que sea actualizado en un discurso concreto. Por ello, nos referiremos al Viaje al fondo de la noche de Céline, con el fin d e concretar nuestras propuestas. /
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4.2.2 /M semiólicri clc. los olores ;i-
Los lalores olfatitlos
La c:itegorización cle los olores procede, grosso modo, d e dos principios concurrentes: son clasificados en función d e sufitenre (flor, anim;il, 1ii;iteria...1, o e n función cle un proceso. que es captado e n una d e sus En el primer caso, la categorización tiene una base actanciul, puesto que es el ;ictanteJirenteel que sirve d e principio d e clasificación; retoiiiareiiios esto 1115s adelante. En el segundo caso, la categorización tiene una base aspctiral, puesto q u e las fases d e un proceso definen su aspectualidad; sobre esta últiin-a nos vamos a detener ahora d e modo inás preciso. L!n olor d e iiiolic;, d e podrido, un olor fresco, un olor a cerrado: todos son clasificados e n función d e una fase precisa d e un proceso q u e queda por deterniinar. Se sabe que el olor significa, sobre el plano axiológico, la pureza o la impureza, y, por derivación, la santidad y el pecado. La pureza, literalmente, resillb d e un proceso d e selección, bajo un principio de exclusión; e n consecuencia. la impureza resultaría de un proceso contrario, d e mezcla, bajo un principio de participación y de confusión. En suma, el olor repartiría y clasificaría las sensaciones e n función d e una correlación e n la que el número d e ingredientes sería inversamente proporcional al valor: el polo positivo está del lado d e la selección, de la exclusión; el polo negativo está del lado d e lo heterogéneo, d e la mezcla. Habría, pues, subyacente a la valorización del olor, un proceso q u e se referiría a la estructura cuantitativa de los estados de cosas : para Iiacerlo breve, y contundente, la unidad huele bien, lo plural huele mal. Queda por precisar cuál es la naturaleza del proceso e n el que el objeto es cuantificado. La iiiayor parte d e los enunciados d e categorización aspetctual conciernen, d e heclio. a lo ~iuiente:el proceso que conduce d e la vida a la muerte, captado en muchas fases, sería, pues, el que permitiría categorizar los olores. Bien entendido, frecuentemente nos ocu0:lmos de wc~.iencia.; p e n-l--*---. i ~ r ñ g c -r-nnr riemnl~SZC~A~; - ~ - - - r - -c! , pero éstas son, siempre, secuencias d e un proceso que involucra lo viviente. ¿En q u é puede ser afectado lo viviente por la cuantificación? La respuesta está e n la categorización d e los olores mismos: lo podrido, lo mohoso son estados heterogéneos y corresponden a fases d e desunión de la materia orgánica. En cambio, lo fresco es un estado homogéneo, unificado, correspondiente a una fase anterior del proceso.
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acción, pasión, mgqidón
Entonces, el proceso e n cuestión aparecería orientado. una tensión lo atrae hacia su fin, tensión q u e conduce a una desunión progresiva de los cuerpos orgánicos. Así, pues, el paso d e la unidad a la pluralidad, del buen al mal olor, es también, globalmente, el paso d e la vida a la muerte, de la fase incoativa d e lo viviente a su fase terminativa. Si el olor puede ser tratado como un lenguaje, entonces los valores con los q u e este lenguaje est-b constituido nos hablan del deuenir interno de la materia orgánica. En Céline, la afirmación d e esta propiedad es, a la vez, muy general y muy cruda. Ante todo, muy general, puesto que Céline va d e golpe al corazón del problema, a la fuente del olor, el proceso mismo:
Por los obres terminan los seres, los paikes y las cosas. Todas las aventuraspsanpor la nariz (Poche, p. 233). Como es frecuente, el uso metafórico d e una expresión o d e una figura es semióticamente más 'verdadero" que el uso ordinario: tomando el valor genérico q u e le confiere la metáfora, el olor se convierte e n la expresión d e todo fin. La versión d e Céline es, también, muy "cruda", pues evoca directamente la descomposición q u e amenaza:
Es dificil. Puesto que no somos más que recintos de tti-
pus tibiasypodndas, nos lleuaremos siempre mal con el sentimiento. Estar enamorado no es dificil; lo diffcil es mantener algo junto. La basura no busca ni durar ni crecer. Aqut en este punto, somos mucho más infelices que la mierda; este empedernidoperseverar en nuestro estado constitup una increíble toriura. Decididamente, no adoramos nada más diuino que nuestro olor. Toda nuestra desgracia proviene de que queremos permanecer a toda costa jtrnn, Pedrd o Gastón durante toda una suerte de años. Este cuérpo nuestro, trawstido de moléculas agitadas y banaies, i d o ei tiempo se revuelve en esta atroz f a m de durar (Poche, p. 427). Durar sin movimiento, deshacerse, s e r mierda. El olor del viviente es, ante todo, el de su "mantenerse unido", el que produce ese esfuerzo por pern-ianecer a la vez idéntico a sí mismo y .'coherente"; pero es, también, el d e la descomposición, el de la desunión cle las partes. Céli-
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nc atri[->i~ye al olor clos preclicaclos implícitos: retener (par;i el olor clel "mantenerse ~inido".y dispetsur(para el olor d e la desunión d e la identidad). Estar implicado en el devenir es, en suma, la desgracia del viviente. Y el olor, en consecuencia, es una propiedad d e la identidad e n devenir. puesto que la identiclad es concebida como una fuerza d e cohesión expuesta a la fuerza contraria. En los térininos que utilizainos más arriba, el olor que amamos e s riquél q u e da testii~~onio'de nuestra unidad; el que nos repele es aquél q u e senala nuestra desunión. La hipótesis inicial (la unidad inicial huele bien, la desunión final huele mal), es confirmada; estamos, ahora, e n capacidad de precisar el estatuto d e los valores olfatium cualquiera q u e sea la isotopía que se encargue d e ellos (moral, estética, vital), los valores e n juego son siempre (1) en el plano semántico, d e tipo cuantitatila, y (2) en el plano sintáctico, d e tipo aqectual. Pero el texto dc. Céline introduce otra variable que no había sido consideracla al comienzo: la identidad. ¿Esgeneralizable? Nuestra respuesta es positiva. En efecto, el olor es asociado a su fuente, lo q u e permite identificarlo: un olor de rosa, un olor d e esencia, el olor d e Juan, de Gastón, el olor de las curtiembres, etc. Pero, se ve bien que se trata de un principio d e clasificación (hasta d e simple denominación metonimica), y n o d e categorización: este modo de identificación n o permite más que una devolución del olor a la fuente, una referencia entre figuras del mundo natural; sin más. El olor nos permite reconocer la fuente, pero n o nos aporta conocimientos sobre el la. Esto n o es totalmente exacto, pues existe un tipo de identificación por el olor q u e tiene una virtud cognitiva: el q u e delimita clases, y particularmente, el q u e permite identificar grupos definidos por el rol temátic o o figurativo. Se ha' podido hablar del olor de los pobres; del de las mujeres adúlteras (¡detectado por el olfato eclesiástico en el siglo XIX!), etc. La clasificación sobre la base d e un rasgo figurativo (pobre, adúltera) remite a un rol y la clasificación olfativa aparece más específica: el -'---,.1- *Lv1n directa de tln 1-0social 1 O tematiUlUI La, *.-*----c .Fr.e c i A q c ~ n s i h ] ? co. Además, el proceso d e clasificación por el olor es d e los más singulares, pues integra los olores cuyas fuentes son muy diversas. Examinemos este pasaje del Viaje d e Céline: L l I L U I ILLd, .u
bu.--
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En t o m o de s u choza, llegados desde i a m a ñ a n a , sepresentan los querellantes, masa inconexa, coloreada de taparrabos y abigarrada de chillantes testigos. Acusados
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acdón, pasión, cognidón
y simple público de pie, mezclados en el mismo círculo, oliendo todos fuertemente a ajo, a sándalo, a mantequilla rancia, a sudor azafranado (Poche, p. 199). Se trata, e n este caso, de la constitución de un actante colectivo. Los actores que lo constituyen tienen roles diferentes, el conjunto es visualmente disparatado. Ahora bien, el actante colectivo se constituye, sin embargo, gracias al olor; pues, cualesquiera que sean los olores individuales, una vez reunidos en una masa, pertenecen a la totalidad de los presentes. El olor tiene un poder genérico. Y es justamente ese poder genéric o el que le permite presentarse como !a expresión de fenómenos abstractos, como la desunión o el fin d e las cosas. Cé!ine, por ejemplo, habla del olor de las miswias y d e los fracasos:
Olorf i l a todas las miserias, olor desprendidopor todos los fracasos del mundo, olor de la pólvora humeante... (Poche, p. 227). Al término del proceso d e generalización, se encuentra siempre la muerte, la desunión, el fin. En Céline, la identificación por el olor n o hace sino confirmar, a fin d e cuentas, la naturaleza cuantitativa y aspectual de los valores olfativos.
Curiosamente, la nomenclatura de los olores en la lengua natural puede ciar acceso a la estructura actancial y narrativa del olor: aroma, bouquet, fragancia, husmo, perfume, esencia, empireuma, fetidez, hediondez, tufo, moho, efluvio, exhalación Podemos ahorrar al I w o r el detalle del análisis lexico-semántico e ir inmediatamente a su rtsultado. La nomenclatura d e los olores se apoya en los tres actantes posicionales que hemos propuesto (capítulo IV Los actantes):la fuente, el blanco y el control. La fuente está implicada, según sea líquida (bouquet),vegetal o química (aroma) u orgánica (empireuma). El blanco está implicado desde un punto d e vista somático: nauseabundo (fetidez),asco (tufo),o desde un punto d e vista afectivo, en un eje que va de lo agradable (perfume) a lo infecto (fetrdez).
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Finalmente, el control es evocado en: la cocción (husmo). el fuego (et?zpiretrrna),la Iiiimedad (moho), y en todas las alteraciones (efliritio), coil-iprendidos lo enmohecido y lo encerrado (mohoso). Cuando la definición evoca el carácter i~olátilde la fuente, implica, d e hecho, como control, el aire. Se distinguirán los actores. que son elementos materiales, fuego, agua, riire, y las operaciones (cocción, consunción, alteración. volatilización, etc.). El proceso se descompone en tres etapas: ( 1 una transformación material bajo la acción del actante de control, (2) una emisión, (3) una penetración. Cienos términos d e la nomenclatura (exhalación) designan directamente la ei~~isión; en cuanto a la penetración, es una operación gradual que supone que el blanco sea un espacio d e acogida dotado de orificios y d e una profundidad: el olor llamado penetrante es el que alcanza lo más profundo de la intimidad del cuerpo-blanco. El sintagma propuesto se presenta, d e hecho, como un diálogo entre cuerpos vivientes: aun cuando la fuente sea química, es percibida bajo el modo d e una exhalación natural, que emana, por simulacro d e un metafórico cuerpo orgánico. De un lado, bajo la acción del actante d e control, una materia orgánica en devenir; del otro, un cuerpo hueco que debe acoger el olor en su seno para identificarlo; solamente después, puede aceptar o rechazar el 'mensaje" que le es propuesto. Céline explota sistemáticamente este sintagma para expresar la invasión del lugar ocupado por la instancia d e discurso: e n este sentido, el olor es sólo una d e las versiones d e la agresión generalizada que encara el sujeto. Por ejemplo, bajo el control d e la duración:
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medida que unopermanece en un sitio, las cosasy las personas se desbaratan, se pudren y se ponen a apestar todas expresamente pana uno (Poche, p. 349). A
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El olor del fin y d e la descomposición no es solamente ineluctable, es también intencional, toma por blanco el lugar mismo del sujeto. El Viaje ha escogido su actante d e control: el tiempo; es suficiente esperar para que el proceso se cumpla. Pero invoca otro actante, bajo la forma d e un elemento material: el aire. El aire, en efecto, es objeto d e las mismas operaciones que la materia: concentración o dispersión; pero el efecto es inverso: el aire concentrado (confinado) favorece los olores desagradables, mientras que el aire libre, difundido, favorece los olores agradables. Habría, pues, que suponer que, desde el punto de vista d e la percepción, el aire y el olor son
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Co"elatiuo~: el aire controla la extensión d e la percepción, mientras que el olor controla su intensidad. En último término, como en este ejeniplo: El mruno tambb3n oliü Jtrerte. Ya no h a b a aire en el patio, sohmente olores (Poclie, p. 340). Si se toma e n cuenta la naturaleza espacial de esta extensión controlada por el aire, s e perfila, incluso, un sistema semisimbólico: Cuando una puerta se cierra sobre un hombre, comienza a oler en sqqtr idu y todo lo que llaia consigo huele ta~izbié?~. Se desgusta sobre el propio terreno, cuerpo y alma. Se pudm. Si los honzbres apestan, bien por nosotros. Seria necesario boturlos, exptrlsnrlos, exponerlos (Poclie, p. 451). Lo cerrado es al aire concentrado lo que lo abierto es al aire libre: de un lado, olor d e muerte; del otro, olor d e vida. Globalmente, p e z , e n Céline, el actante de control es del orden d e la extensión. Pero si interviene el tiempo, es la extensión más grande (la espera, la duración) la que engendra el olor de la descomposición; y, si son el espacio y el aire los que controlan, entonces es el espacio más estreclio el que produce el olor más desagradable. Pero tiempo y espacio son, también, correlativos: la acción del tiempo es tanto más rápida cuanto más estrecho y cerrado es el espacio.
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El tiempo y el espacio olJativos
El tiempo y el espacio son los avatares figurativos del actante d e control, y están directamente implicados en la forma del proceso olfativo. Extraeremos, ahora, algunas d e sus propiedades figurativas. Estas propiedades son directaniente dependientes d e las de la presenciqmlfativa, puesto que las formas del espacio y del tiempo son aquí las del campo d e presencia ciei oior. ¿a principai caracierísiica de ia presencia olfativa es su capacidad de disociarse de la fuente, y; en consecuencia, d e suspender los efectos d e la distancia espacio-temporal. En lo que concierne al espacio, la forma dominante e s la d e las envolturas sucesivas y concéntricas de la fuente: el olor es una d e las envolturas del cuerpo oliente. En Céline, se trata del contorno d e las ciudades: las ciudades están cercadas por una envoltura olfativa; por ejemplo, el olor d e las afueras:
En lomo al metro, cerca de los bastiones, crepita. endérntco. cl olor de las guerras que arrastran t1~fo.qde pue610s nlcclro yrre)nndos. mal cocidos. re~alzrciorle~ qzrc aDor?~i)i. con~el-cios en quiebra ( Poclie, p 306).
Esta envoltura es, a la \*ttz, dada la preeminencia del fin d e las cosas, el lugar e n el que todo \.iene a morir, el lugar que conserva la presencia oliente d e los fracasos y de la muerte. En lo que concierne al tiempo, el olor remonta del pasado o del futuro, para invadir el campo perceptivo del discurso. Es la figura del tilfo, d e la remanencia olfativa, o incluso d e la anticipación por el olor. Para Céline, el olor se conviene en la figura genérica d e toda reminiscencia; a propósito d e Musyne, una d e sus amigas:
Yo le sentía el mal olor de todo un pasado, era euidente (Poche, p. 104). En este caso, no es el pasado mismo el q u e es disfórico, sino su presencia actual bajo la forma d e olor-recuerdo, una presencia que se impone al sujeto, q u e ocupa su campo perceptivo. En cuanto al porvenir, s610 ofrece una sola perspectiva, la d e la muerte, y es, pues, el olor d e la muerte el que anticipa, por su presencia, el último acontecimiento:
... el mundo nos abandona antes cie que nos vayamos de verdad (...) También la rnuate eská allt apestosa, a nuestro lado, en presente, todo e¿ tiempo, y menos misteriosa que una baraja (Poche, p. 574). Céline capta allí el modo d e presencia del dsr. obsesivo, invasor, persistente. insensible al tiempo y al cambio; u n a presencia q u e se ejerce con el modo d e la inten$idad, pero q u e ocupa & la extensión disponible; una presencia, en fin, que n o debe n a d a a las retensiones y a las protensiones del sujeto mismo: es l o q u e se -de cuando se dice que ei oior impüi.iesi prezzxia: !I explicación esri ya comprendida e n el dispositivo actancial: frente al olor, el cuerpo sensible, centro d e referencia del campo d e presencia, sólo es un bkz-, n o es el punto d e panida d e alguna mira, cualquiera q u e sea, es bien captado, sumergido, penetrado. El olor d e la fuente, e n la perspectiva de u n a wtersubjetividad d e lo viviente, se conviene en el olor del otro, y esa experiencia es la d e una inversión del centro d e referencia: el campo del am (la no-persona) se
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i,wne; impone su propio centro de referencia, y nos desaloja del
n u a t r o . LO que es insoportable. en este asunto, n o es tanto la cualidad ddl agradable o desagradable, sino su poder d e penetración y de in:v.asión, su capacidad d e desalojarnos d e nuestra posición d e centro de fdkrencia; así, Mme. Hérote es una . . . persona insustancial, charlarana, y perfzirmada hasta el desvanecimiento (Poche, p. 99). Vemos cómo se desenvuelven aquí las sucesivas envolturas: un cuerpo invasor, palabras invasoras, todo coronado por un perfume aún más invasor: el desvanecimiento es la respuesta del otro cuerpo, desalojado & s u posición de referencia.
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Estesia olfafiva y lógica del discurso
El mundo d e los olores, y particularmente el d e Céline, suministrará un buen ejemplo d e la inanera e n que una estesia, una experiencia sensorial excepcional, otorga al ciiscurso el principio d e su despliegue y d e SU esquematismo. Hemos observado desde el comienzo una doble dirección d e la denuininación y d e la categorización d e los olores: d e un lado, la identifiCíición por la fuente; del otro, la identificación por el aspecto, por la mediación d e una fase particular d e un proceso. La primera dirección se p i ~ l o n g acon el olor d e los "rolesn,sociales y temáticos; la segunda obedece a una orientación d e los olores hacia el fin d e un proceso, y a una pcuyección d e los valores d e vida y d e muerte, siendo lo viviente la isotapla subyacente al conjunto d e los procesos involucrados. El primer tipo otorga al olor el estatuto d e una designación referencial y convencional: el olor se refiere a su fuente; el individuo que lo lleva está unido por inferencia al grupo que pertenece, sea el olor'de w a fuente vegetal o animal, d e un grupo humano, d e u n oficio 'o de \)Ir rol, este primer tipo dependería globalmente d e lo q u e Geninasca Il,trna la captación molar, y d e una racionalidad cognitiva informativa. El segundo tipo asigna al olor un lugar en un devenir, e n un esqueniít discursivo, y lo pone e n relación con los grandes sistemas d e valor @ del ~ discurso; pern~itetomar posición a la instancia d e discurso (a 'ivsgo, como se ha visto, d e verse desalojada de esta posición por el ). los procesos. al mismo tiempo, que Iiace jugar la capaci. ~ l ~ r f orientar (I.id genérica del olor en provecho d e vastos sistemas analógicos y me-
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tafói-icos. Este segiiriclo tipo dependería d e I:i captación .senzárltica. y d e tina i-acionaliclad cognitiva mítica. En Célinc, se constatii la incesante transformación del primer t i p o e n el segundo, puesto que. finalmente. todos los olores particulares terininan por significar el olor del fin d e todas las cosas. Pero. para coniprencler mejor el rol organizador d e la percepción, d e b e i i ~ o svolver ;i I;i estesia. Definiremos la estesia como el modo de aparecer d e las cosas, I:i manera singular e n que se nos revelan, independienteniente d e tocla codificación previa. Porque la capacidad generica del olor, e n el Viaje, está puesta al servicio, a la vez, d e una indiferenciación y de una heurística: detriis de la apariencia distinta d e las cosas vivientes. se esconde su destino común e ineluctable, el curso hacia la descomposición y la muerte. El olor del segundo tipo revela, pues, lo q u e el olor del primer tipo x esfuerza por disiinular. En toda experiencia olfativa, sc observar2 u n clesfase entre la apariencia olfativa, q u e es referencia], particular e informativa, y el aparecer olfativo, la estesia, que expresa aquí el sentido del devenir d e todas las cosas. la apariencia es más o menos estereotipada (por ejemplo, el olor d e las c l a x s soci;iles), pero, en todos los casos, está codificada por un saber preexistente, d e tipo médico, dietético, higiénico, sociológico o psicológico. El aparecer, el del olor e n devenir, n o está codificado; es, al contrario, lo que nos enseña el olor e n devenir: el movimiento q u e nos conduce hacia el fin (hacia el fondo de la noche). La percepción convencional y la estesia entran, pues, e n tensión, y esta tensión será la clave de todas las esquematizaciones del discurso. El aparecer correspondería, aquí, a la vez, a la captación impresiua, que suspende el ejercicio de la captación molar, y a la captación semántica, que despliega la impresión bajo la forma de una vasta equivalencia. La tensión inicial entre los dos tipos de percepción es particularmente sugestiva: en efecto, la apariencia es actual, mientras que el aparecer es, primeramente, virtual; una es captada, el otro capta al sujeto. Esta tensión exige su resolución, y esta pareja funcional, tensiódresolución, se declina e n Céline e n diversas esquematizaciones narrativas y discursivas. Por ejeinplo, el esquema de la &gradación: todas las situaciones del Viaje conocen el misnio devenir; comportan desde el comienzo los gérmenes de s u delicuescencia, pero esta degradación virtual debe aún realizarse: las cosas se deshacen, las relaciones se envenenan, la muerte amenaza, n o queda más que huir.
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Otro ejemplo, la f i e u r d del p u l u l a r informe todas las materias. todos los conjuntos figurativc.~se presentan, para comenzar, e n su identidad estable y reconocible; p e r o contienen, e n estado virtual, el principio mismo d e su desintegración: la roca deviene, entonces, melaza fofa, y las grandes ciudades, v-astas bullabesas. ~ s t quiere o decir q~e la tensión inicial entre la apariencia actual y e] aparecer virtual es e4 modelo mismo d e todos los devenires e n el discurso, puesto q u e define la imperfección e n la cual se Funda la intencio nalidad del discurso. Llegamos, por fin, a las siguientes honiologaciones: (1) la apariencia crs suministrada por la captación inferencial, ( 2 ) el aparecer es suminishado por las captaciones impresivas y semánticas. (3) la estesia es el nlomento critico de la captación impresiva, por el cual el mundo s e n s i h se nos presenta de erro modo. Las captaciones cognitk~as,q u e orgaiiiz-~nla dimensión cognitiva, tienen, pues, por correlatos momentos de la percepción y de la sensación: apariencia, estesia, aparecer.
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La enunciación
~a enunciación
/ Resumen
Este último capitulo es propuesto a modo de conclusión. En efecto, el razonamiento nos conducirá paso a paso a los horizontes de la cultura entera, pasando por la noción de praxis enunciativa. Sin embargo, no lo lograremos gracias a una generalización de la noción de enunciación sino, por el contrario, gracias a una definición más específica que la que generalmente se propone.
1 . Recapitulación En una perspectiva conclusiva, antes de diseñar el ámbito propio de la enunciación, se impone una recapitulación de las principales opciones tomadas hasta aquí. Ei rol de la propiocepción en la semiosis, el campo de presencia y las diferentes 16gicas del discurso nos ocuparán una y otra vez.
2. Confrontaciones Especificar el Bmbito de la enunciación es, en principio, distinguirla de otros tres campos con los cuales se confunde muy frecuentemente: el de la comunicación. el de la subjetividad y el de los actos de lenguaje. Ls sn~ncIsciir!se presenta como i.in punto de vista diferente sobre la actividad del lenguaje del de la comunicación, e independiente de los efectos de persona y de subjetividad. Puede, pues, ser definida como una doble predicación metadiscursiva: predicación existencia1 y asunción, que la distinguen de los actos de lenguaje en general.
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3. La praxis enunciativa Reconsiderar la enunciación en una perspectiva dinámica y dialéctica es, entonces, tratarla como una praxis que. gracias a las dos predicaciones metadiscursivas que le son propias, puede administrar los modos de presencia de los enunciados en discurso. En la praxis enunciativa, el discurso en acto y el sistema subyacente están en interacción, más allá de la distinción entre diacronía y sincronía. Gracias a la praxis enunciativa, el discurso puede también actualizar las virtualidades del sistema, recuperar formas fijadas y potencializadas en su utilización, o inventar otras nuevas.
4 . Las operaciones de ¿apraxis La sintaxis de los modos de existencia suministra el rnode!o de las operaciones de la praxis enunciativa: por un lado, los enunciados son sometidos a los recorridos ascendentes y descendentes sobre el gradiente de los modos de existencia; por otro lado, la instancia de discurso es la base de diversos "sentimientos de existencia", que le procuran esas variaciones de la presencia. Esta sintaxis procede de dos grandes dimensiones, la de la asunción de los enunciados, más o menos intensa, y la de su reconocimientoen la comunidad de los sujetos de lenguaje, más o menos extensa. Además, cuando afecta a dos enunciados a la vez, cuyas tensiones y modos de coexistencia manipula, da lugar a la dimensión retórica del discurso.
5. La semiosfera La semiosfera, en la interpretacidn que proponemos, brinda un modelo para el campo de ejercicio de la praxis enunciativa. Este campo de ejercicio es coextensivo a la cultura, y los movimientos que allí se observan se presentan globalmente como operaciones de traducción y de difusión.
La enunciación
El conjunto d e elecciones efectuadas y d e posiciones adoptadas hasta aquí, podría conducir a una generalización apresurada d e la noción de enunciación. Una rápida recapitulación nos convencerá fácilmente de ello y nos conducirá a redefinir progresivamente el dominio propio de la enunciación. 1.1 La instancia propioceptiva
La semiosis, captada en la perspectiva del acto que la constituye, ha sido redefinida a partir d e la toma de p o s i c i ~ nd e una instancia propioceptiva que, bajo ciertas condiciones modales, se convierte en una instancia enunciante. Es grande la tentación d e plantear una equivalencia entre este acto d e reunir los dos planos del lenguaje y el amo d e enunciación propiamente dicho. Pronto mostraremos por qué y eómo hay que resistir a esa tentación. Pero, desde ahora, se puede advertir que el acto semiótico e n general depende primeramente de la sensibrlidad propioceptiva y que, en esa perspectiva, las dos operaciones elementales, la mira y la cap¿ación, son, en principio, operaciones perccptivas, antes de que se encargue de ellas una enunciación que deictiza, localiza, mide y evalúa. 1.2 El campo de presencia
Escoger la perspectiva del discurso en acto, a otro nivel de análisis, es investigar cómo se puede "hacer signo", antes de identificar y d e cla-
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sificar las mrineriis d e "ser signo". Esto es así porque 13 priiiiera uniclad cle análisis d e la seiiiióticri del discurso es el cainpo d e ejercicio d e la ~ictividadcle lenguaje. Pero heinos considerado distintos tipos de campos. A priiiierri \.ista. el crimpo de presencia perceptivo, el caiiipo tensivo del discurso el cainpo d e ejercicio d e la enunciación pueden pasar por coextensi\.os, y sus diversas definiciones resultar simpleinente de la diferencia entre doniinios de pertinencia, entre tres puntos de vista distintos. Mostrarenios, sin enibargo, q u e el campo d e ejercicio de la enunciación (el cloiiiinio d e la praxis enunciativa), aunque adopte las propiedades de un caiiipo d e presencia y de un espacio tensivo, es, n o obstante, iiiuclio inás aiiiplio que el d e los otros dos. Grosso modo, se podría decir q u e el campo del discurso reúne todos los campos de presencia suscitados por las diferentes tomas de posición d e la instancia d e discurso, y que, niás allá, el campo de ejercicio de la praxis enunciativa engloba todos los campos de discurso de las diversas enunciaciones particulares q u e convoca. Además, es cierto que la enunciación manipula los modos d e existencia de las magnitudes que convoca a discurso. Jugando así con sus respectivos grados d e presencia, las coloca sobre una profundidad discursiva q u e n o puede ser confundida ni con el eje paradigmático (porq u e e n él se da copresencia y no selección), ni con el eje sintagmático (porque e n él opera la superposición y n o la sucesión y combinación). Pero, si bien la enunciación juega con la intensidad y con la extensión o la cantidad de estas magnitudes discursivas, n o se trata de la intensidad y d e la extensión e n general: la intensidad de la que se trata aquí es la de la fuerza de asunción de la enunciación; la extensión es la de la capacidad de rlespliegue y de declinación figurativa de la enunciación. [)e un lado, el dominio d e la enunciación sería más específico q u e el de la presencia e n general, e n la medida e n que sólo manipula variedades particulares d e la intensidad y de la extensión; del otro, englobaría los campos d e presencia y los espacios tensivos, puesto q u e la pra-, xis, jusii
1.3 Las lógicas del discurso Estando el discurso emplazado bajo el control d e una instancia q u e orienta y determina su significación y su intencionalidad, las principales lógicas del discurso están tambikn sometidas a la enunciación: (1) la acción, cuando se convierte en programación estratégica y se apoya e n la
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p r d u c c i ó n d e simulacros; (2) la pasión, con la preeminencia otorgada al sobrevenir del aconteciiniento en el campo de presencia; (3) la cognición, con la gama d e diferentes captaciones que ordenan el conociiniento del inundo discursivo en torno a su instancia de referencia. No obstante, la expresión "lógicas del discurso" indica claramente q u e estas diferentes din~ensionesdel discurso obedecen a reglas sobre las q u e la enunciación no tiene ninguna injerencia; esas reglas y esos principios d e formación del discurso se iinponen a cada enunciación particular, y a la praxis enunciativa en general. La instancia d e discurso puede tomar posición en relación con las reglas de programación d e la acción, e n relación con los efectos pasionales del acontecimiento o e n relación con las captaciones cognitivas, pero no controla las consecuencias d e cada una d e sus tomas d e posición: esas consecuencias están reguladas por las "lógicas" del discurso. 2. CONFRONTACIONES
En la historia reciente d e las ciencias del lenguaje, se observa un curioso enfrentamiento entre dos grandes tendencias. De un lado, los herederos d e la tradición europea, y particularmente los d e Benveniste, defienden 1:d necesidad d e un componente enunciativo en lingüística; pero están con frecuencia acantonados en el desarrollo del aparato formal de la enunciación, bajo la forma d e una enunciación enunciada (actores, espacios y tiempos del acto de enunciación representados e n el enunciado), en una tipología más y más compleja d e las instancias d e la enunciación (narradores, observadores, actores y lectores modelos, etc.). De otro lado, los herederos d e la tradici6n anglosajona, y particularmente la corriente logicista y cognitivista, piensan poder superar esta noción, cuando n o simplemente ignorarla: la cuestión d e la enunciación está, entonces, escondida tras la d e la comunicación, reificada bajo la forma d e "situación d e comunicación", o hundida en un compcxiente pragiiiáticu dcl !enpuje, dc.nbe se confunde con los actos de lenguaje. Curiosamente, los unos y los otros a veces se entienden para hacer d e la enunciación un fenómeno marginal, el lugar de las disfunciones semántica~,sintácticas y referenciales del discurso: la enunciación se destacaría, entonces, por su intervención desfasada, atípica o enigmática. El debate entre corrientes teóricas es, en general, fructífero, pero nos parece q u e aquí choca con dificultades que bloquean una eventual superación dialéctica d e las posiciones en presencia. La primera dificultad reside e n el hecho d e q u e la cuestión d e la enunciación aparece siem-
pie coiiio 1\11 :in:idido :I i i i i ; i coi-i:i cle Iwse, una suerte de despuésde la teoría inisin:~,incluso c01110 un;l excrecencia inal integrada: lingüística cle I:I ~nunciaciónde un I:ido, componente pragmático del otro. Creemos que la iilaneia 1115s siniple de resolver esta dificultad, tal como lo heinos propuesto. consiste en :lcloptai- de entrada el punto de vista de la "seiniosis en acto" y ciel discurso en acto; es también la solución adoptacla por Jean Claude Coquet (en La quete du sens) y por Jacques Geninasca (en Laparole littéraire), cada uno a su manera. La posición de Oswald Ducrot, que consiste en reinstalar la argumentación en la lengua, en e1 sentido d e una "pragmática integradan, va también en el inismo sentido, aunque él otorga más importancia a la polifonía y a la argumentación que al acto de enunciación propiamente dicho. La segunda dificultad reside en la superposición abusiva entre, d e una parte, la enunciación, y, de otra parte, las tres nociones que le son frecuentemente.asociadas,la d e comunicación, la d e subjetividad y la de acto d e lenguaje. 2.1 Enunciación y comunicación
El punto de vista de la comunicación es el que se interesa por la circulación d e los mensajes dentro d e las colectividades, o entre los participantes d e una interacción particular. En consecuencia, se trata d e un punto d e vista que instala la actividad d e lenguaje en un contexto, e n una situación englobante que n o es tratada como significante y que n o es, pues, considerada como un lenguaje sino solamente como la determinación exterior de un lenguaje. Esta situación extralingüística (y extrasemiótica) es de naturaleza sociológica, institucionai o psicológica, y determina el sentido d e los discursos y d e los enunciados que engloba. En el capítulo Discurso, se ha podido mostrar que la redefinición d e los límites d e la actividad discursiva misma, que la consideración del "contexton como un lenguaje, hacía inútil ia noción misma d e "contexto". Cuando la "situación de comunicación" se vuelve un lenguaje, como lo propone Eric Landowski, por ejemplo, en La sociedadfigurada, tiene que ver con discursos sincréticos, que entremezclan d e manera más o menos coherente lenguajes d e naturaleza diferente. La perspectiva d e la semiótica del discurso invalida, pues, el punto d e vista d e la comunicación, al menos tal como ha sido definido más arriba. Además, en la perspectiva misma d e una pragmática d e la comunicación, las proposiciones más operatorias (el principio d e cooperación, el cálculo d e implicaciones, el dialogismo, la polifonía) concluyen con fre-
la enunciadón
cuencia en una "co-enunciación" d e los discursos, e n una colaboración cle 10s diversos participantes del intercambio en la construcción de su significación. Invalidan, pues, por sí mismas, una concepción d e la coinunicación reducida a la circulación d e mensajes e n contexto. En cambio, desde el punto d e vista d e la enunciación, no se trata ya d e la circulación d e mensajes en un contexto extrasemiótico d e t i p o sociopsicológico. Todo se ordena e n torno a la posición d e la instancia de discurso, y es, entonces, cuestión d e aceptarla, d e recusarla, d e rechazarla o d e desplazarla. Para el enunciatario, como para el enunciador, n o se trata d e hacer circular los mensajes sino de tomar lugar e n relación con los discursos para construir su significación. 2.2 Enunciación y subjetividad
Desde Benveniste, la enunciación es asociada a los efectos de subjetividad; la inferencia q u e funciona e n la mayor parte d e los espíritus podría resumirse así: si hay enunciación, entonces hay sujeto. Si esta enunciación es una representación simulada e n el enunciado, entonces tiene q u e ver con un simulacro enunciado del sujeto; si queda presupuesta por e1 enunciado, entonces tiene que ver con e1 "sujeto d e la enunciación iinplícita". Esta inferencia está e n el centro d e la uulgata e n materia d e enunciación; conduce, sin embargo, a análisis contraintuitivos: por ejemplo, el análisis d e las modalizaciones epistémicas, que introducen una distancia crítica entre la posición d e la instancia d e discurso y el enunciado, conduce a tacharlas d e "subjetivas", mientras que, e n tal caso, lo que debería, por el contrario, ser considerado como "subjetivo" es la ausencia d e tales modalidades, la adhesión inmediata d e la instancia de discurso a su enunciado. En todo caso, la noción d e subjetividad n o tiene, e n efecto, el mismo sentido según se plantee desde el punto d e vista d e la producción o desde el punto d e vista de la interpretación. Desde el punto d e vista d e la producción, el "sujeto" se expresa fijagldo las modalidades d e su posición respecto al enunciado; en cambio; desd e el punto de vista d e la interpretación, el "sujeto" está más presente y es más eficiente e n tanto y en cuanto n o exprese sus actos y las particularidades d e su posición, pues el enunciatario no tiene ningún medio pai-a negociar s u propia posición. Benveniste es, e n parte, responsable d e esa asimilación, aunque indirectamente; en efecto, cuando él habla del operador enunciativo, lo designa, en general, por la expresión "instancia d e cliscurso"; pero e n su artículo consagrado al sistema d e la persona, introduce la oposición
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la enunciación
gus, a este principio de autodesignación subjetiva, pero para descalificar en seguida esa especificidad, gracias a un argumento que parece hoy asombrosamente especioso: No se m i b e una lengua sin expresión de la persona. Puede suceder que, en ciertas circunstancias. estos pronombres' estén deliberadamente omitidos; es el caso de la mayor parte de las sociedades de Extremo Oriente en las que una convencidn de cortesía impone el empleo de perifrasis o de formas especiales entre ciertos gmpos de individuos, para reemplazar las referencias personales directas. Pem estos usos no hacen mas que señalar el valor de las formas evitadas: es la existencia implicita de estos pronombres la que da valor social y cultural a los substitutos impuestos por las relaciones de clase (p. 261).
Definir el sistema de la persona en las lenguas de Extremo Oriente como 'usos" para "evitaf y para osustituir"el uso que hacen de ella en relación con el de las lenguas indoeuropeas es un procedimiento, por lo menos, curioso. Mas aún si este sistema arruina la concepción de la alocuci6n propuesta por Benveniste: segun él, Yo es siempre traccendente en relación a Tú. porque Yo se impone primero por autorreferencia, lo que a continuación le permite instalar a su alocutario. Pero es claro que, en las lenguas extremo-orientales, la instancia de discurso instala previamente al otro y sólo se define . luego en relación con él: 'dónde estaría, entonces, su "irascendencia"? Algunas observaches sobre el japonhs, en particular, muestran que la concepci6n de Benveniste está sesgada. La primera concierne al estaMo de los pronombres como partes del discurso: éstos son. en japonés, 'palabras nominales", o partículas demostratives, utilizadas como pronombres; WatakuSi (Yo) tiene otro sentido (más antiguo): 'lo que es privado, personal, intimo, secreton, opuesto a 'lo que es público y de interhs general"; el reflexivo de la primera persona wa, designa tarnbien el 'sl-mismo" (el 'self" inglbs), y las dos expresiones tienen alguna relacián con, entre otros. el egoísmo, la parcialidad o lo arbib-ario (Hagenauer. Morphologie du japonais M e m e . Pans. 1951, p. 125). En suma,los pronombres personales del japonbs son más descriptivos que deicbCos. No hacen referencia directa al que habla sino a la estratificacion social y a la pos¡cidn respectiva de los participantes en esa estratificación. Podemos dejar la palabra gI -alista: El superior era considerado como ocupando la posición, a la vez. más alejada y más elevada, - s e considera que al interior ocupa la posición mas prdxima [a 61 mismo), cada vez que i n t e ~ e n ecomo sujeto hablante- (Hagenauer, p. 119).
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Hagenauer evoca en apoyo de su tesis las expresiones me.& fa (literalmente 'ojo dey me.ue ("ojo amba"). que designan respectivamente al inferior (el que está debajo la linea de visión del superior) y el superior (el que está amba de la línea de visi6n del
segun una profundidaddonde el enunciador elige ocupar casi siempre, por cortesia, el estrato más bajo; pero. de ninguna manera para constituir ahí un 'centro" de referencia. Como prueba. se puede advertir que la metáfora visual utilizada para oponer el inferior y el superior suspende el efecto "fuente-blanco"para retener solamente la línea de visión. que hace el oficio de linea de división jerárquica en el seno de la estratificación social. La primera persona, como hemos visto. remite a la esfera privada, y no a la subjetividad, a "si", y no a "mí". De hecho, en lugar de ser el centro en torno al cual se organiza la instancia de discurso, gracias. entre otras cosas. a la instalación del alocutario, sería, al contrario. un lugar de repliegue, en los márgenes del campo social y publico, propio de ese universo cultural. Lo privado sólo se construye oponiéndose a lo público, pero las diversas acepciones de la palabra de primera persona (intimidad, egoísmo, parcialidad, arbitrario) muestran que la especificidad de lo 'privado" consiste en determinar un área en la que las reglas exteriores ya no funcionan. En esta perspectiva, si hubiese desembrague, seria simétrico del observado en las lenguas indoeuropeas: en lugar de disociar Yo y no-Yo, disociaria, para comenzar, Él y no-Él (ie: 'sí"). Porque, si el pronombre personal de primera persona, wa.takuSi. existe en japonés, conviene utilizarlo sólo de manera concesiva o restrictiva, de suerte que se traduciría en francés por 'por mi parte", 'en lo que me concierne", ini, yo", es decir. siempre para limitar, por restricción, esa 'área de intimidad" en la que las reglas ordinarias no funcionan ya; el japon6s sólo puede expresar la persona mediante estos cuasipronombres concesivos. Se ha puesto también de manifiesto que la partícula determinativa de primera persona, wa, es utilizada para topicalizar sobre la primero persona, es decir, para reorientar el predicado hacia esa persona; así Watasi smisii wa (Yo soy solitario), debe ser comprendido como "Es mí que soy solitarion'. La predicación de base del japonés no dejaría lugar a la asunción de Ego quien dice ego, y sólo se llegaría a la persona subjetiva por regresión, por concesión, a partir de un campo social más amplio. El sistema personal japonés se apoyaría en los dos principios siguientes: (1) los cuasi-pronombres personalesdescriben la esfera de 'sP, por un gesto de restricción y de exclusión en relación al dominio publico; (2) permiten una distribución de posiciones en un campo estratificado verticalmente, relativamenteestable, y donde el enunciador debe tomar lugar sin convertirse por ello en centro de referencia. El modelo propuestopor Bem veniste, y repetido por la mayor parte de la comunidad de lingüistas, debe, pues, ser cow siderado, en la perspectiva de una semiótica de las culhiras. como un uso entre otros.
El segundo desplazamiento es todavía más pejudicial, pues introduce en la enunciación una categoría actancial que cambia su naturaleza: en efecto, la noción de "subjetividadnremite a la distinción entre los di-
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consirucción no funciona en español. La mantenemos pan hücer ver el contfiiste que le interesa al :tutor. En espühol diríamos: 'por mi pane. soy solitario". (N.del T.).
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versos actantes transformacionales (sujeto/objeto/dest~naclor/destiníitai ~ ~ i e n t r aque s la estructura actancial d e la instancia d e discurso es solamente posicional. Según la perspectiva d e análisis que uno adopte, sólo se pueden extraer d e esta últiiiia las siguientes series: e n terminos d e campo, centro, horizontes, profundidad; en tkrminos d e posiciones, fuente, blanco, control, o como e n Metz, foco, sitio (eiiiplazainiento). La introduccitn d e la noción d e subjetividad, si n o esta insidiosamente inspirada por alguna psicología o alguna filosofía, y por la creencia e n alguna interioridad, provoca, pues, una proyeccidn d e la estructura posicional d e la instancia d e discurso sobre la estructura transformacional del discurso enunciado. De ahí que, siendo el sujeto un actante d e tipo transforinacional, la enunciación sea tratada como una transformación equivalente a una transf~rmaciónnarrativa q u e pone en jueg o desafíos, objetos d e valor, inversión d e contenidos, etc. Este punto d e vista es aceptable, incluso legítimo, pero n o es el del discurso en acto; es el del discurso realizado, acabado, captado a partir del fin. Con la noción d e subjetividad, se cambia, pues, d e dominio d e pertinencia, y se considera la enunciación con los mismos criterios que la enunciacijn enunciada, inscrita e n un discurso acabado, y captada retrospectivamente. Por lo demás, hemos mostrado, siguiendo e n esto ciertas propuestas d e Jean-Claude Coquet, cómo se podría pasar d e un actante posicional del discurso (actante MO)a un actante sujeto (actante M3 o M4). En consecuencia, la cuestión d e la subjetividad y de la intersubjetividad debe ser tratada (1) independientemente de la persona, que remite a una esquematización cultural del campo d e la enunciación, y (2) e n la perspectiva de una construcción progresiva d e la identidad moda1 de los actantes y no como sucedánea de la enunciación. En particular, la cuestión de la subjetividad debe ser cuidadosamente distinguida de la toma de posición de la instancia de discurso, que tiene lugar d e todas maneras, e independientemente de los efectos de persona y de sujetó. Puesto que la enunciación, la persona y la subjetividad se distinguen entre sí, la identificación d e la instancia d e discurso (¿Quién habla?, iQuién ve? ¿Quién escucha?, etc.) queda reducida al rango d e ejercicio d e escuela, finalmente poco pertinente desde el punto de vista d e la significación del discurso, y sin mucho alcance desde el punto d e vista d e la enunciación e n acto. En la perspectiva de una didáctica del texto y d e la imagen es, e n efecto, útil comprender quién habla y quién ve, exactamente d e la misma manera e n que es útil saber que el personaje ha cumplido tal acción, o que tal otro ha visto transformada su situa-
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ción. no3 iibicaiiios, entonces. a nivel d e la continuidad y d e Iir cohesión actoiiales, pero sin ninguna ganancia para la coiiiprensión d e los irctos en ciirso. En efecto, se l>usca,entonces, identificar el o los actores qiie coi-responden a los actantes personales y a la subjetividad, y se olt:idri d e iniiiediato que la enunciación es el lugar d e organización clel discurso entero. la instancia responsable del devenir d e sus figuras, y, iiiás generaliiiente, responsable d e los actos que conforman un conjunto significante. sonietido a alguna racionalidad y a alguna axiología. 1;i ciiestión d e las operaciones d e la enunciación, d e su natui-aleza, d e los contenidos y de las axiologías a las q u e se refieren nos parece. e n efecto. pertinente d e otro modo. Concretamente, por ejeniplo. tratándose del análisis d e un punto d e vista, el hecho de saber si es el de un personaje o el del autor ideal, el de un observador abstracto o el d e un protagonista d e la acción, n o tiene otro interés que el d e permitirnos medir el grado d e conipromiso d e la enunciación e n la trama del enunciado. El grado de identificación entre los actantes de la enunciación y los actantes del enunciado, entre las posiciones enunciativas y las fuerzas narrativas, da, entonces, la medida de la manera e n que las segundas son tomadas a cargo por las primeras. En canibio, el hecho d e saber si el punto de vista es establecido por acuinulación de aspectos, por "sumación" parcial o global, por muestreo o por elección de una parte representativa del conjunto, por fijación o por rotación, etc., es una información decisiva para poder estatuir sobre la forma del contenido que aprehende. Esta forma del contenido nos informa incluso d e la concepción del mundo que preside la elección del punto de vista. Se podrá, entonces, decidir e n nombre de q u é valor cognitivo procede d e esa manera: si procede por acumulación y "sumación", buscará la exhaurtividad; e n cambio, si procede por niuestreo y selección, apuntará a la representatiuidad. Y así sucesivamente. Una nueva concepción de la totalidad y d e la coherencia se impone cada vez, y, e n consecuencia, una nueva representación d e la ma- ' nera e n la q u e el mundo hace sentido y hace signo para nosotros (y e n la q u e nosotros hacemos signo con él). La tipología de las instancias d e enunciación ha tenido su hora de gloria, y hoy día se puede considerar ese aspecto d e las cosas como una adquisición. Sería imprudente continuar e n esa vía; de un lado, porque presupone la confusión entre enunciación, persona y subjetividad; del otro, porque conlleva el riesgo d e la profusión terminológica: si, cada vez que una nueva operación es identificada, se atribuye a una nueva instancia, seremos conducidos a añadir un nuevo nombre a una lista ya
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paso el colarga. La proliferación terminológica no hace avanzar r : nocimiento; es, tal vez, un mal necesario; y no seria razonable hacer d e ella un fin e n sí. 2.3 Enunciación y actos de lenguaje
Cuando 10s filósofosdel lenguaje, como Austin, han puesto d e relieve la distinción entre los enunciados "descriptivos" -por ejemplo, el relato de un acontecimiento- y los enunciados "performativos" -la promesa o la prescripción, q u e programan el acontecimient*. han querid o hacernos creer q u e la teoría del lenguaje sólo se preocupa d e los primeros y habría olvidado los segundos. Ahora bien, todos sabemos , Platón con ocasión d e su controq u e los filósofos d e la ~ n t i g u e d a dsea vei-sia con los sofistas, o Ariaóteles en su Retórica, también consideraban ya q u e el lenguaje n o está hecho solamente para describir el mund o sino también para transformarlo, para actuar sobre las cosas y sobre los otras. Esta dimensión "performativa" de! lenguaje había sido, sin duda, o!vidada, aunque solamente, y provisionalmente, por los ingenieros d e la información y los técnicos d e la comunicación, q u e consagran todos sus esfuerzos a la "circulación" d e mensajes y d e la información, o por los lógicos, demasiado ocupados por el valor referencia1 de sus proposiciones. Hoy, incluso el concepto y los procedimientos d e "planificación d e la información" n o pueden dejar d e lado una representación explícita del destinatario, d e su con~petencia,d e sus expectativas y d e los recorridos de acción q u e se pretende hacerle cumplir por medio d e una información programada. No se puede, pues, imaginar comunicación humana sin influencia, sin acción de uno de los participantes sobre el otro; no se puede concebir la enunciación y el discurso sin tomar e n cuenta su influencia y su acción sobre los estados d e cosas que evocan.,, En pocas palabras, la manipulación y la acción están inextticablemente asociadas a la predicacion. Entonces, jcómo establecer la diferencia entre la enunciación y la acción, entre la enunciación y la manipulación? Puesto que disponemos d e una teoría d e la acción, de la pasión y d e la cognición, ¿qué vamos a hacer respecto d e una teoría d e la enunciación? ¿Que le queda propian'Knte a la enunciación? be hecho, cualquiera q u e sea la forma de los actos d e programación, d e los actos d e manipulación pasional o d e las captaciones y d e
I:is 1-epi-escntacionescogiiitivas, las lógicas del cliscurso bastan, e n general, p a n cubrir el conjiinto d e los actos 'de lenguaje. Sin einbargo, hay uno qiie se les esc:ipa, y que es la predicaciórt: el sujeto nair:~tivopuede sedcicii-, influenciar. persuadir. ordenar a otro sujeto narrativo, pero n o puecle preclicar la seducción. la influencia, la persuasión o la presiiipción. salvo si se les d:i la piiiri\1i-ci, pero se trata, entonces. d e una clelegación d e enunciación. La predicación es lo propio cle la enunciación, y esta propiedad peri-i~ite aclarar la especificidad d e los actos d e enunciación, sobre el fondo d e \os actos d e lenguaje en general. Prin-iero, la enunciación aserta el enunciado: algo tiene lugar, algo sucede, algo está presente. La aserción es el acto d e enunciación por el cual el contenido d e un enunciado ndviene a lapresencia, y e s identificado como estando e n el campo d e presencia del discurso. Luego, la enunciación asume la aserción: algo está presente al q u e enuncia, algo sucede e n relación con él, e n el campo d e presencia cuyo punto d e referencia es él; alguna cosa adviene e n relación con la posición d e !a instancia d e discurso y afecta esta posición. En tal sentido, la enunciación puede ser considerada e n dos perspectivas complementarias. La aserción, q u e conduce a uria predicación existencial, concierne, pues, a la presencia d e enunciados, y modifica el campo d e presencia del discurso. Se deduce fácilmente q u e el acto d e enunciación por excelencia es el que sitúa al enunciado e n ese campo y le atribuye un modo de existencia, es decir, u n grado d e presencia. Jugando con la intensidad y la extensión de esa presencia, la predicación existencial tratará, pues, tal enunciado como realizado, otro como virtualizado, y tal otro como potencializado... La asunción es autorreferencial: para comprometerse e n la aserción, para tomar la responsabilidad del enunciado, para apropiarse d e la presencia así decretada, la instancia de discurso debe relacionarla consigo misma, con su posición d e referencia, y con el etecto que produce sobre su cuerpo. Lste acto d e asunción es, d e hecho, el acto por el cual la instancia de discurso hace conocer su posición con relación a lo q u e adviene e n su campo. Pero, al mismo tiempo, la predicación asuntiva es otra articulación d e la presencia, complementaria d e la primera. De cierta manera, se trata d e la presencia del otro, presencia d e la instancia d e discurso ante lo q u e adviene, presencia d e lo que aparece en el campo y q u e n o es ella misma. Por eso misn~ose expresa también e n intensidad -eso que los
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pragmatistas llaman la fuerza ilocutoria, la fuerza de compromiso e n el acto d e predicación-. Y se expresa, además, en extensión - e s el alcance d e esa asunción el que dará lugar, por ejemplo, en el discurso verbal, a una dislocación sintáctica, a una "tematización" o a un "énfasis"-. Estos dos niveles d e la predicación tienen en común la inisina propiedad: son actos metadiscursims. La enunciación es. en efecto, no el acto d e lenguaje mismo, sino la propiedad del lenguaje que consiste en manifestar esta actividad. Examinemos, por ejemplo, la predicación existencial: n o se confunde con la referencia. El enunciado puede ser considerado como haciendo referencia a una realidad no lingüística: Es un árbol puede ser considerado como haciendo referencia a un árbol perteneciente al inundo natural; pero la enunciación aserta la presencia d e la misma figura, e n el campo del discurso, y en cuanto ser de lenguaje. Es un úrbof significa, entonces, e n el plano metadiscursivo, propio d e la-enunciación: El árbcl del que se trata, en cuanto ser de lenguaje, aparece en el campo del discurso. De la misma manera, la predicacidn asuntiva hace referencia a la presencia d e la instaccia de discurso, pero a su presencia e n cuanto ser d e lenguaje, d e alguna manera independientemente del ser del mundo singular con el que coincide'provisionalmente. En L'enonciation impersonelle ou le site dufilm, Christian Metz, obligado a superar las concepciones teóricas derivadas d e las morfologías lingüísticas d e la enunciación, llega a definir la enunciación como un "metalenguaje". Es, también, la posición de Greimas y Courtés, en Semiótica 2, Dicciomrio razonado de la teorín del lenguaje, quienes oponen el metalenguaje descriptivo y no científico d e la enunciación al metalenguaje científico de la teoría semiótica misma. La enunciación es un metalenguaje "descriptivo", pues, predicando el enunciado, fija s u propia actividad, la codifica y hace d e ella un acontecimiento sensible u observable. La enunciación es el lugar donde el discurso declara lo @e adviene en su propio campo: magnitudes, actos, acontecimientos. Para teroli~n:, 14 distincitn riiirt. ia enunciacíon y ¡os actos d e lenguaje no e s nada fácil, pues parece ir contra las distinciones más corrientes. El estatuto metadiscursivo que se le reconoce permite, al menos, comprender por q u é no puede ser confundida con ellos. Pero, adeinás, es necesaria para explicar cómo el discurso puede acoger, entre otras cosas, una estructzcra deíctica o un contponente modal: la primera resulta de la autorreferencia característica de la predicación asuntiva, y la segunda, de la atribución de inodos de existencia a los enunciados
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convocaclos e n cli.;ci:rso, caracrei-ística de la predicación esisrencial; la autorreferencia es cl principio mismo de la referencia deícrica pctesro que, planteando itna relación cleíctica, la instancia de discurso recuerda sci propia posición: los n-iodos de existencia están en el corazón de la inodalización. pues las diferentes modalidades se declucen directatnente de los cuatro principales modos de existencia (cf. capítulo IV Los actuntes). 3. LA PRAXIS ENUNCIATIVA Algunas d e las puntualizaciones que preceden permiten precisar ahora lo que se entiende por la expresiór! praxis enunciativa, concepto avanzado en semiótica hacia el fin d e los anos ochenta por A.J. Greimas, y desarrollado en Semiótica de laspasiones. En efecto, la praxis enunciativa n o es la praxis semiótica en general. Significar es un acto; discurrir, un conjunto d e actos, un haz y un encabalgamiento d e operaciones d e las que la enunciación sólo toma directamente a cargo las que conciernen a la presencia del enunciado o a la presencia d e la instancia d e discurso. La praxis enunciativa está, pues, particularmente relacionada con la aparición y con la desaparición de enunciados y d e formas semióticas en el campo del discurso, o con el acontecimiento que constituye el encuentro entre el enunciado y la instancia que lo toma a su cargo. Todas las otras operaciones, todos los otros actos dependen de las lógicas respectivas de la acción, d e la pasión y d e la cognición y no acceden a esta dimensión metadiscursiva, que es propia de la enunciación. Es lícito que cada uno entienda el concepto d e enunciación como lo entiende, pero a riesgo de hacer d e él una simple repetición d e la noción d e semiosis, y un parasinónimo inútil d e la noción más general d e discurso en acto. La praxis enunciativa dirige esta presencia d e magnitudes discursivas e n el campo del discurso: convoca o invoca e n discurso los enunciados que componen este último; los asume más o menos, les otorga grados d e intensidad y una cierta cantidad. Recupera formas esquematizadas por el uso, incluso estereotipos y estructuras fijadas; las reproduce tal cual o las desvía y les otorga nuevas significaciones. Presenta otras con todo el brillo de la innovación, las asume como irreductiblemente singulares, o las propone para un uso ampliamente difundido. Definir la enunciación como una doble predicación (existencia] y asuntiva), refiriendo la presencia del enunciado y d e la instancia d e discurso la una a la otra, y afirmar que es la praxis enunciativa la que dirige
nresencia e n discurso, es volver a decir que la enunciación, tal como la hemos definido, no puede ser sino una praxis cuya sustancia consiste, en lo esencial, e n las dos grandes dimensiones d e la presencia, la intensidad y la extensión. La noción d e praxis enunciativa comporta, pues, algunas implicaciones que conviene despejar desde ahora: Ella n o es el origen primero del discurso; presupone algo distinto d e la actividad discursiva (el sistema d e la lengua, pero tambien el conjunto d e géneros y d e tipos d e discurso, o d e repertorios y enciclopedias d e formas propias d e una cultura); supone, también, una I~istoriad e la praxis, cle los usos que fueron praxis anteriores, asumidas por una colectividad y alinacenadas e n memoria. La semiótica inspirada en los trabajos d e Greinas ha tomado la iniciativa d e disponer los elementos del sistema subyacente bajo la forma d e un recorrido gemratiw, constituido por muchos niveles que se deducen los unos d e los otros por presuposición: las .estructuras narrativas presuponen los enunciados de junción, que presuponen a su vez estructuras elementales. Pero el recorrido generativo d e la significación e s sólo un simulacro idealizado d e la competencia enunciativa; permite organizar las estructuras virtuales d e las q u e dispone la instancia d e discurso al momento d e enunciar; sin embargo, e n el análisis concreto de los discursos, puede a lo sumo servir d e cuadro formal d e referencia para la descripción d e los actos d e enunciación; pues no indica cómo procede la enunciación, indica solamente (y parcialmente) a partir d e q u é y sobre qué interviene. El recorrido generativo sería, de alguna suerte, el simulacro del 'modo de almacenamiento" d e los componentes del sistema y d e los productos del uso. Por lo demás, el sistema no puede ser ya considerado como el origen del discurso. La noción d e "apropiación individual de la lengua", adelantada por Benveniste para definir la enunciakión, no e s enteramente satisfactoria, pues oculta el hecho d e q u e el sistema (la lengua) es, en sentido inverso, el producto esquematizado d e los usos, y, en consecuencia, d e la acumulación d e la praxis. Para comprender el funcionamiento d e la enunciación, hay que admitir, e n suma, que ella no se contenta con explotar el sistema en stock, sino q u e contribuye a remodelarlo y a ponerlo en devenir. Tales consideraciones suponen, bien entendido, q u e superamos una concepción estrictamente individual y personal d e la 1,
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enunciación, piiesto que* los discursos sólo pueílen contribiiii al clevenir del sisteiiia si no se separa la enunciación individual y la enunciación colectiva, esto es, si se las considera C O I I I ~ forii~cind o parte de iin ii-risii-roconjunto en devenir. La perspectiva d e la praxis eniinciativa es, pues. interactiua. En términos topológicos, extrae formas e n un espacio d e esqueinatización que, a su turno, riiodifica y nutre. En términos ten~porales, supera la oposición entre sincronía y diacronía, pues inantiene el vínciilo entre un estado sincrónico dado, d e una parte, y todos los estados sincrónicos anteriores y ulteriores; si hay leyes d e la praxis enunciativa. serán pancrónicas más que acrónicas (el sisteina es, por definición, acrónico; la praxis es pancrónica). En términos d e presencia -es decir, a la vez espacia!es y temporales-, la praxis enunciativa dirige, entre otras cosas, el modo de existencia d e las magnitudes y d e los enunciados que componen el discurso: los capta en estado vinual (en cuanto entidades pertenecientes a un sistema); los actualiza (en cuanto seres d e lenguaje y d e discurso); los realiza (en cuanto expresiones); los potencializa (en cuanto productos del uso), etc. Los modos d e existencia, cuya distribución y variación son dirigidas por la praxis, concieinsri directamente a las relaciones entre el sistema y el discurso, puesto q u e el sistema es, por definición, virtual, mientras q u e el discurso apunta a la realización. La reflexión sobre la praxis enunciativa debería, pues, proseguirse e n d o s direcciones: El examen de las operaciones q u e producen tipos, los reactivan o los recusan; que producen formas innovantes y que las esquematizan. La praxis enunciativa, manipulando los modos d e existencia, se inserta, d e una parte, e n una dialéctica de la creación y d e la sedimentación, y, d e otra parte, concurre a la formación d e la dimensión retórica de los discursos (lugares, figuras, tropos y argumentación). La definición d e un campo de ejercicio de la praxis. La praxis se ejerce e n un campo, el campo del discurso, que se puede definir provisionalmente como un dominio espacio-temporal. Es posible distinguir muchas fases aspectuales e n el proceso semiótica, según q u e la significación sea "emergente", esté "en curso" o "quede terminadan; estas tres fases sirven de principio d e declinación, según el cual el campo adquirirá tres formas diferentes.
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- En el curso d e la fase d e emergencia, el campo perceptivo es por las intensidades sensibles y afectivas y por las ,
extensiones y cantidades perceptivas; estas primeras articiilaciones del campo del discurso son las valencias (intensivas y extensivas). Se trata, hablando estrictamente, d e un campo de
presencia. - En el curso d e la segunda fase, la del discurso en acto propiamente dicho, la del emplazamiento d e las formas discursivas, el campo del discurso es un esquema o un ensamblaje d e esquemas discursivos; e n efecto, e n esta segunda forma del campo del discurso pueden ser esquematizadas las fenomenologías subyacentes, y e n ella se forman, e n consecuencia, las configuraciones propiamente semióticas; además, en esta segunda forma del campo del discurso adquieren forma los valores. Se trata ahora del campo esquemático. - En el curso d e la última fase, la del discurso enunciado y acabado, el campo del discurso se convierte en una red de diferencias, e n un espacio categorizado, discretizado. Nos encontramos aquí con el campo dverencial. El campo del discurso se declina, pues, en tres fases: el campo de presencia, el car* esquemático y el campo dijerencaal. Pero, más allá del campo del discurso, hay que imaginar un dominio espacio-temporal q u e sería común al sistema y a los discursos, un dominio que, e n cada enunciación particular, se reduce a un campo de presencia específica, pero q u e n o puede ser confundido con la suma d e todos los campos de presencia posibles. Así como el discurso n o puede ser considerado la suma d e todos los enunciados q u e contiene, la praxis tampoco puede ser definida como la suma de todos los discursos q u e la activan. El dominio de la praxis es, también, e n efecto, el de la memoria cultural y e l de los esquemas semióticos tanto como el de los ,/ discursos singulares. El modelo de la semiosfera, tomado de Lotman, nos suministrará una hiien.i upivAiiiiauuii 2 *-1 1 - --: LPI ú ~ ~ l l ~ i - le1 i üb, e 12 experi~ricidscmi
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4. LAS OPERACIONES DE LA PRAXIS 4.1 Las tensiones existenciales
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Para q u e en u n mismo discurso cohabiten magnitudes d e diferente estatuto, deben depender d e diferentes n ~ o d o sd e existencia: la co-pre-
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sencia discursiva no se i-ecluce a la co-ocurrencia. Los nzochs ck C-J-vistenciu, el uirtunliz~ido.el nctuulizudo. el potenciulizudo y el 1-eulizuclo. convierten, de alguna manera, la co-presencia en un espesor discui-si\:o,y proyectiin aiticul;iciones inod;iles sobre el caiiipo del discurso. Si se representa el campo como un dominio dotaclo de horizontes, los cuatro modos de existencia se distribuyen así: (potencialización)
(virtualizacion)
(actualización)
El acto productor de significación se presenta, pues, primero, como una tensión entre lo virtual (lo que está fuera del campo del discurso) y lo realizado (el centro del campo del discurso), mediatizado por el modo a c t u u l i d o (el pasaje de la frontera). Además, aparece otra tensión, la que conduce del modo realizado al modo uirtualizado, que está mediatizada por el modo pofencializado (el pasaje de la frontera en el otro sentido). Hay que notar, de paso, que, en la perspectiva del discurso en acto, lo que hemos definido como campo esquemático, el campo del discurso propiamente dicho, n o puede volver al modo Yirtual estrictamente hablando; salir del campo esquemático es adoptar una posición que sigue siendo definida en relación con este campo; esto n o e s volver a las estructuras virtuales del sistema. Y eso porque, en un sentido, se parte del modo uirtual, y, en el otro, sólo se alcanza el modo uirtualizado. ¿A qué corresponden estos diferentes modos d e existencia? El modo uirtual, e n sentido propio, es el de las estructuras de un sistema subyacente, d e una competencia formal disponible al momento d e la producción del sentido. El modo actualizado es el d e las formas que advienen en discurso, y de las condiciones por las que ahí advienen: la actualización d e un cromatismo en una imagen, por ejemplo, conlleva
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el conjunto de tensiones y de contrastes e n los cuales entra, por el liecho de su coexistencid con los cromatismos vecinos. El modo realizado es aquel por el que la enunciación Iiace que las formas del discurso se encuentren con una realidad, realidad material clel plano d e la expresión, del mundo natural y del mundo sensible en el plano del contenido. ~1 movimiento inverso es propio de la dimensión retórica d e los actos de discurso: una forma es llamada potencializada cuando su difusión o su reconocimiento son tales que le permiten figurar como lugar del discurso (tipo, tópico o motivo, disponibles para otras convocaciones). ~l modo virtualizado (no se retorna jamás al modo virtual propiamente dicho, puesto que estamos siempre e n el discurso en acto) es el d e las magnitudes que sirven d e segun. plano al funcionamiento d e las figuras del discurso: el acto semiótico consiste, entonces, en realizar una figura, en devolver otra al estado uirtualizado, y en ponerlas e n interacción, d e manera tal que, al momento d e la interpretación, el enunciatario sea canducido al ir y venir de una a otra. Las operaciones d e la praxis pueden ser consideradas desde dos puntos de vista diferentes: desde el punto d e vista del devenir del obje- to - e l objeto es aquí una magnitud semiótica cualquiera, el producto del acto significante, un enunciado-, o desde el punto d e vista del demnir de los sujetos -los sujetos son, en ese caso, los participantes d e la interacción semiótica-.
4.2 El devenir existencia1de los objetos semióticos El devenir del objeto está regulado por los actos d e la praxis, considerados como operaciones que tienen su modo d e existencia. El primer recomdo, el que explota la tensión entre el modo virtual y el modo realizado, será llamado ascendente, e n el sentido e n que "suben hacia la manifestación, y e n que tiene por objetivo alcanzar el centro d e referepcia del discurso, la instancia realizante. El segundo recorrido, el que *expletz !y s t r d :zíisiCn, entrc: el iiiodo reuíizudo y ei modo uirruaiizaao, será llamado descendente (o decadente), e n el sentido e n que vuelve hacia el sistema, fija las formas vivientes en estereotipos,'en praxemas, y e n suma, alimenta la competencia d e los sujetos d e la enunciación gracias a los productos d e los usos más típicos. El recorrido ascendente, d e acuerdo con el cual las formas significantes son convocadas con vistas a la manifestación, es analizable e n dos actos diferentes:
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l.:\ f:~sc \'ir.t~rrrlrz~ttlo - Aclrrnlizci~lo 1V
+ A 1 rcprcsentLi la
c)rl~cn.-
~c~zcicr dt- iinii foi-iiia. Es una fast. d e inno\:ación. 1.2 fase Acrr~crlii~rt~/o - Realizado 1 A -+ R 1 tlescribe la apartci611 de una forriia. L:i forii~arecibe ahí una expresión y un ttst;rtuio tle i-c;ilitl:id que le permite hacer referencia. 131 1-ecoi-ritlotlttscendente, d e acuerclo con el cual las foriiias significantes quedan iniplícitas. s e guardan en la ii~eii~oria. son tipificadas. incluso borradas y ol\:idatlas, coiilporta también dos fases: La fase Re~lizado- Potencializado I R + P 1 es la condición del decli~wde iina forrna en cuanto forma viviente e innovante. y, e n consecuencia, clescribe su entrada en el uso, y su fijación e n cuanto prasei-iia, potencialmente disponible para otras convocaciones. LA fase Potencializado - Viríu.alirado [ P -+ V 1 describe la desaparición d e una forma, y su disolución en las estructuras virtuales, subyacentes al ejercicio d e una práctica significante. En la perspectiva cle la dimensión retórica del discurso, donde toman su lugar las principales transformaciones del uso y las interacciones del discurso con el sisteina del q u e se nutre, debemos tomar en consideración la manipulación concomitante de dos magnitudes o, al menos, d e dos enunciados. En consecuencia, la praxis, e n este caso, se referirá globalmente a dos magnitudes a la vez, dependiendo cada una d e un mod o d e existencia diferente. El acto serniótico rebaja una forma para promover otra; dos modos d e existencia e n concurrencia son solidariainente modificados. La praxis incluye, pues, al menos, un acto d e orientación ascendente y un acto de orientación descendente. La tipología del hacer serniótico se vuelve, entonces. calculable: [ A + R ] & [ P + V 1: la aparición d e una forma correlativa a la desaparición d e otra constituye una rewlución semiótica. La clásica conmutación es un ejemplo d e esto. En el dominio d e la ima-, ge=, c! c6!ehrc c;cn?p!c Ue \X7i::geiiaeiíi, el " p t u c u n e j ~ "depen, d e estrictamente d e esta operación: la aparición del corlejo entraiia la desaparición del pato, y recíprocamente. [ V + A ] & [ R 4 P 1: la emeqencia d e una forma correlativa al decliw d e otra es una distorsión semiótica. Los tropos vivientes, sean verbales o visuales, son excelentes ejemplos d e esto, pues ponen en concurrencia una forma actualizada (el contenido figurante y percibido) y una forma potencializada (el contenido reconstituido, conceptual o parafrástico).
l l
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[ v +, A ] & [ P +, V
1:
la emergencia d e una forma conjugada la desaparición d e otra es una reorganización semiótica, que afecta las relaciones entre los primitivos culturales y el sistema. Responde a esta situación toda operación que apunta, por a hacer jugar d e nuevo la combinatoria virtual d e un estereotipo; por ejemplo, poner en escena la expresión "etre sur les dents"' e n forma d e una verdadera acrobacia. [ A +, R ] & [ R +, P 1: la aparición d e una forma conjugada con el declive d e otra es una fluctuación semiótica. Es el caso, particularmente, cuando dos isotopías, ligadas por una metáfora, son manifestadas en superficie por turno; su alternancia supone, entonces, que la isotopía figurante va y viene entre la actualización y la realización, y la isotopía figurada, entre la realización y la potencialización. La figura de la 'imagen en la imagen" es un ejemplo comente: cuando se fija la atención sobre la imagen engastada, la imagen d e acogida no se pierde d e vista, y queda potencialmente disponible. Recapitulernos. La praxis enunciativa, considerada como una composición d e actos ascendentes y descendentes, y captada desde el punto d e vista del devenir del objeto, puede adoptar cuatro estrategias diferentes, definidas como cuatro transfomraciones terzsim entre estados concurrentes. Obtenemos globalmente la siguiente red:
Un ejemplo en espafid de reorganizaci6n semántica de una "frase hechaw(y gastada). por medio de una verdadera aaob;icia semiótica, nos lo ofrece la siguiente intervenci6n de un perx>nap político: ' U pmwknre Fujimn no se fue m e gaUm y medianoche; se fue el lunes en la m a i i a d . (Somar, NO 729. 25/11/2000 [La citan Sin proponérselo. la congresista Martha Chávez ac~udlzael sentido lingüístico de la figura ( q u en la frase permanecía uirtuulkuab), dejando de lado (-uirtuulizando) el sentido que el uso había congelado (-potencializado): "a escondidas", "a deshora*. Se confirma. pues, el recomdo semiótica de la reorganización:CV Al & fP VI. (N. del T3.
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4.3 El devenir existencia1 d e la instancia d e discurso Los iiiodos tlc existeiicia y las tcrisiones existenciales sólo llegan al c;irnpo de un:i iiistanci;~de discurso, sostenido por el campo d e presenci;i de una instiincia sensible y perceptiva, en relación con otras instancias. Son. sieiiipre, iiiodos de existencia para alguien, situados en algunri parte. Tratríndose de grados de presencia de la enunciación, debeiiios, pues, toi-iiar en cuenta el Iieclio de que esta presencia es una presencia para las instancias -los cuerpos- que son sensibles a ella y afectadas por ella, y que padecen, en consecuencia, emociones, y, más generalmente, diferentes variedades del sentimiento de exzktencia. Las dos dimensiones principales del campo esquemático, que justamente y por definiciSn controlan las variedades del efecto d e presencia, van a sernos de una preciosa ayuda. Esas dos dimensiones son, e n este caso, las de la intensidad de la asunción y las d e la extensión del reconocimiento. La presencia de la instancia de discurso respecto d e los enunciados se mide, en efecto, e n esas dos direcciones: la primera es del orden de la intensidad, pues obedece a la 16gica de las fuerzas; la segunda es del orden de la extensión, pues obedece a la lógica d e las posiciones. La intensidad de la asunción caracteriza la intensidad del vínculo que une al sujeto y su producción. Este "vínculo" es empático, en el sentido de que es tanto más fuerte cuanto más se reconoce el sujeto e n su producción. Respecto a esto, hay que notar que la asunción es una dimensión indispensable d e las tensiones existenciales que se producen en el discurso: es ella, por ejemplo, según sea fuerte o débil, l a q u e nos hace satxr si una figura propuesta, o simplemente mencionada, debe ser tomada a l p i e de la letra, o, por imsión, si es que no, incluso, por antfiasis o ironía. La ext-ón del reconocimiento involucra, a la vez, el número d e los actantes de la enunciación y la difusión de las formas significantes con-,. cernidas. La repetición de una forma no debe ser considerada objetivamente como una cantidad de objetos semióticos, sino como la cantidad de ocurrencias, es decir, como la recurrencia de las enunciaciones que la ponen en escena, como la cantidad y la frecuencia con que es tomada a cargo por las instancias de discurso. Se pasa, pues, de la cantidad de objetos a la estructura individual o colectiva de las instancias de la presencia. En una perspectiva más general, debemos recordar que la praxis tiene a su cargo la regulación global, en diacronía y en sincronía, d e los diferentes modos be existencia de las magnitudes d e las que los discur-
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sos hacen uso. Esta regulación conlleva, tanto t.- 1-1 tradición lingüística como e n las semánticas cognitivas inás recientes, una condición intersubjetiva, así como condiciones d e iteración y d e tipificación. La condición intersubjetiva es central en Benveniste, d e tal manera que la iteración d e las formas n o sirve d e nada si, por ejemplo, la sanción d e los alocutarios n o la sostiene. Sin la distribución intencional que permite la intersubjetividad, la frecuencia de empleo d e una forma n o es más que una pura repetición objetiva e insignificante: la formación y la desaparición d e una norma se apoyan en este principio; los sujetos que intentan hacer evolucionar la norma n o pueden esperar lograrlo si no se encuentran con un auditorio, si no suscitan el horizonte d e espera que iransformará su práctica e n un verdadero lenguaje. Generalizando un poco, estaríamos inclinados a considerar que es el intercambio social, la circulación d e los objetos semióticcs y d e los discursos e n el seno d e las culturas y de las comunidades los que mantienen o rechazan los usos innovadores o fijados, y los q u e transforman d e alguna manera !as creaciones del discurs o e n formas canónicas. La frecuencia d e einpleo está sostenida por la sanción intersubjetiva, y la "saliente" perceptiva d e un prototipo depende del acuerdo entre un número suficiente d e sujetos. En este caso, la intensidad d e la asunción y la extensión del reconocimiento evolucionan e n el mismo sentido, y se refuerzan la una a la otra. Se puede, pues, hablar aquí d e correlación conversa entre la intensidad y la extensión. Esta correlación conversa asegura el ualor de cambio de una forma. Pero se encontrarán además evoluciones en las que la recurrencia d e una forma desemantiza el contenido y agota su valor. Cuando un tropo s e "lexicaliza" (cf. beber un u m ) , es literalmente desensibilizado, olvidado e n cuanto tropo. Asimismo, en la imagen, los sistemas semisimbólicos q u e producen el efecto d e profundidad (cf. pequeño: grande :: alejado: próximo) no son ya percibidos e n cuanto tales. La "inflación" discursiva erasiona esta vez el valor de uw de una forma; inversamente, e n la fase d e innovación, cuando una forma innovadora hace su aparición, es poco difundida, pero está premunida del brillo d e una fuerte asunción, y, por consiguiente, d e un ualorde uso intacto. Como la intensidad y la extensión evolucionan en razón inversa la una d e la otra, estas dos hipótesis señalan aquí una correlación inversa entre esas dos diinensiones. Una vez planteado esto, s e hace posible proponer, desde el punto d e vista del devenir d e las instancias d e discurso, una tipología d e las
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opei-aciones d e la pnixis semiótica, una tipología que calific;~la ~ctitucl cit. la instancia d e discurso respecto a los enunciados q u e inanipula. En e1t.c.10. el creciiiiiento cle las clos diniensiones eleinentales cle Iri presenci:i. q u e son la inlens~ricidcie Ici asunción y la e-~tensrórzd e l reconoclnllcmro. engendra vari;is posiciones posibles q u e iclentificanios así: En relación conversa, d o s operaciones sobre el uulor de canzbzo: I;i ctmplficación y la alenuación; la amplificación instala una foriiia en el uso, d e suerte que la fuerza d e asunción es reforzada por la extensión del reconocimiento; la amplificación es, pues, un recorrido q u e conduce d e la adopción d e una forma a su integración. La atenuación describe el proceso inverso: la enunciación "no cree más" e n una forma, n o la asume más, sale poco a pocc del uso; el recorrido d e la atenuación conduce, pues, del uso teuiente a la obsolescencia d e una forma. En relación inversa, dos operaciones sobre el valor de usa la "sumación "* y el despliegue, la "sumación", por una asunción fuerte contra un débil reconocimiento, impone una forma; puede, pues, conducir d e la difusión a la reuitalización d e una forma. El despliegue, e n cambio, difunde u n uso haciéndole perder su fuerza d e asunción; el despliegue es, pues, un recorrido q u e va d e la fornzación d e una forma innovadora a su usura. Esto nos da los cuatro tipos siguientes:
Asunción fuerte
Asunción dbbil
Reconocimiento extenso
Amplificacidn
Despliegue
Reconocimiento restringido
"Sumación"
Atenuación
En la traducción de Sernió~icude laspasíones,-somm;iiion" es convertido en "discernimiento", término que nos parece del todo inapropiado. Por tal motivo, preferirnos el neologismo *sumación",que enciern la idea d e conuacci6n. d e comp;ict;ición. y que .se puede integrar 11 campo xmántico d e 'sumario" y d e *sumnrinr",aceptados por el Diccionario de Iu Lengua Esyariola.(N.del T.).
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5. IA SEMIOSFERA podemos exponer aquí enteramente la teoría de la semiosfea d e h t m a n , en la rnedída en que vamos a utilizarla sólo como principio d e base. La semiesfera es el dominio en el cual los sujetos de una cultura tienen ]a experiencia d e la significación. Según LotInan, la experiencia semiótica en la semiesfera precede a la producción d e discursos, pues es una de sus condiciones. La semiosfera es, ante todo, el dominio q u e permite a una cultura definirse y situarse para poder dialogar con otras culturas. h t m a n adelanta muclias propiedades estrictamente homólogas con las del campo discursivo: (i) la semiosfera, centrada sobre el nosotros (la cultura, la armonia, el interior), y excluyendo el ellos (la barbarie, lo extrano, el caos, el exterior), está limitada por frorrteras, (ii) incesantes superposiciones y transposiciones tienen lugar entre el centro y la periferia, entre el interior y el exterior. Desde este punto d e vista, la heterogeneidad d e las magnitudes que ocupan el campo es doble: d e una parte, heterogeneidad categoria!; de otra parte, heterogeneidad existencial. La primera compromete la unidad y la coherencia del campo; pero la segunda, al asignar un modo de existencia diferente a cada magnitud, restaura si n o una coherencia global, al menos cierta congruencia, y hace posible su copresencia. La heterogeneidad categorial suscita, d e alguna manera, un conflicto que la heterogeneidad existencial, y la concomitancia d e varios estadios d e desarrollo, vienen a regular. Ya hemos examinado las operaciones d e la praxis referidas a los modos de existencia. Ahora nos ocuparemos d e la superposición d e varias versiones d e las mismas magnitudes semióticas. En Lotrnan, los movimientos y las deformaciones d e la serniosfera adquieren la forma d e un conjunto d e traducciones, d e procesos d e difusión d e formas y d e mecanismos por los cuales las diferentes culturas asumen y transforman los aportes exteriores. / Lo más destacable es, en este caso, la clasificación de tipos d e "traCüccicifi~~" y de difüsi&i t+jr: prupuiie ~ i l i - l a i lIri . cfe
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1-1 ;iporte exterior es imit;iclo, reproducido y transpuesto en t6rniit i o s tlc lo "propio" y d e lo "nuestro", lo que le perniite ser rlifuntiiclo c integrado por entero en el campo interior, cle suerte q u e I~ic~.clc* todo t~rillo;pierde. entonces, tanto su carácter sorprentlc.ntc coino su c:irActer inquietante. 1:.1 ;iporre exterior n o e s reconocido coino extraiio. sli origen es incluso discutido, se le retira todo lo que tiene d e específico, se It. ocult;i para asin~ilarloinejoi- a la cultura d e acogida; el don-iinio exterior conserva aquí toda su especificidad y su singularidad, y parece tanto inás vivamente confuso, falso, no pertinente, cuanto más exito se ha tenido al asimilar por completo la forma prestada. Finalmente, el aporte exterior, vuelto irreconocible como tal, es erigido e n norma universal y es propuesto de retortlo, no solamente en los límites del dominio interior sino también e n los dominios exteriores, como parangón d e toda cultura, como signo d e la civilización por excelencia. Sea a la altura d e la cultura entera o d e un discurso considerado como vector d e un cambio ~~1t.ura1, la praxis enunciativa se apoyaría, siguiendo a Lotman, e n un vasto proceso d e paráfrasis y de traducción. Pero la explotación que proponemos se apoya, muy e n particular, e n d e campo q u e pone e n evidencia: los movimientos d e las actualización y d e potencialización d e las formas, en el paso d e la frontera d e la semiesfera, afectan principalmente la intensidad y la cantidad d e su recepción Y d e SU difusión. Encontramos, pues, a la altura del campo cultural entero, las cuestiones de la _JUenade asunción y de la del reconocimiento. Un examen más atento d e las propiedades semánticas d e los diferentes tipos de "traducción" nos remitirá ahora al esquema. Este paradigma d e las formas d e diálogo entre campos semióticos conlleva, e n efecto: tensiones entre la apetlura del campo: casos (P) y (D), ;I e! cie,D rre del campo: casos (A) y (C); tensiones entre una intensidad afectiva fuerte (intensidad d e la percepción y d e la recepción): casos (A) y (D), y una intensidad débil: casos (B) y (C); tensiones referidas a la extensión y la cantidad, importante y e n expansión en los casos (B) y (D), restringida y e n concentración en los casos (A) y (C).
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la enunciación
En consecuencia, la praxis juega en dos dimensiones esenciales: d e una parte, la intensidad; d e otra parte, la cantidad. Su campo d e ejercicio, la semiosfera, acoge, pues, los diferentes aportes y los transforma en cuatro fases, definidas d e la siguiente manera: tipos A y B: la intensidad y la extensión evolucionan e n razón inversa la una d e la otra; e n A, la irrupción brillante del aporte exterior engendra un afecto intenso, pero sin extensión; e n B, la difusión hace su obra, el aporte exterior es, a la vez, domesticado, aprovecliado, diluido, integrado: el campo entero es afectado, pero débilmente. tipos C y D: la intensidad y la extensión evolucionan conjuntamente e n el mismo sentido; en C, tanto la extensión como la intensidad son muy bajas; e n D, la amplificación, empática, conquistadora y normativa hace su obra, y alcanza a la vez la intensidad (del reconocimiento) y la extensión (de la difusión). El esquema d e la semiosfera adopta, entonces, la forma siguiente: Brillo de lo extraiio
Despliegue de lo universal
intensidad
~xcius~6d~e.~ Y'
atona lo especifico
-----------__-_+
despliegue y difusión
Difusión de lo familiar
jacques fontanille
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