En esta dulce tierra
Andrés Rivera En esta dulce tierra
© 1984 y 1995, Andrés Rivera Rivera © De esta edición: 1995, Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S.A. Bealey !8"# $ 14!% Buen&s Aires ' Santil Santillan lanaa S.A. (uan Brav& !8. )8##" *adrid 'Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S.A. de +.. Avda. -niversidad %"%, +&l. del alle, *éic&, /.0. +.. #!1## 'Edit&rial Santillana Santillana , S.A. +arrera 1! 2.3 "! $ !9, is& 1) Santa 0e de B&g&t $ +&l&6ia 'Aguilar +7ilena de Edici&nes tda. edr& de aldivia 94), Santiag& 'Edit&rial Santillana, S.A. R:-; (avier de iana )!5# $ 11)##; *&ntevide&
ec7& el de?@sit& ue indica la ley 11.%)! /ise&= r&yect& de Enric Satué © &n&r del Sal@n 2aci&nal de intura 198" © 0&t&= 0i&ra Be?&rad <?res& en Argentina. rinted in Argentina. Argentina. riera edici@n= Duli& de 1995 T&d&s l&s derec7&s reservad&s. Esta ?u6licaci@n n& ?uede ser re?r&ducida, ni en l&d& ni en ?arte, ni registrada en, & transitida ?&r, un sistea de recu?eraci@n de inf&raci@n, en ninguna f&ra ni ?&r ningn edi&, sea ecnic&, f&t&uFic&, electr@nic&, agnétic&, electr&@?tic&, ?&r f&t&c&?ia, & cualuier &tr&, sin el ?eris& ?revi& ?&r escrit& de la edit&rial.
-na edit&rial del CR-: SA2T<A2A ue edita en Argentina. B&livia, +&l&6ia, +&sta Rica, +7ile, EE.--., Es ?a a , Ecuad&r. Ecuad&r. Cuateala Cuateala,, *éic&, 2icaragua, 2icaragua, ana, ana, er, &rtugal, uert& Ric&, Re?6lica /&inicana, -ruguay, eneuela.
Fndice
Anunci&s uertas
11 )9 "! 9!
"No sé qué es lo que ocurre en este país, pero todo el mundo transmite todo” .
Alirante (&rge
"El misterio es perturbador".
+arl&s *ar
Anunci&s
Mataron a Maza, jadeó el hombre pequeño y delgado. En la calle se oyeron pisadas de caballo, un grito breve y frío como un cristal que se quiebra, el tañido de una campana, el chasquido de la lluvia sobre las oscuras piedras de uenos !ires. "ufr# avivó la llama de la l$mpara y arrimó un carbón a los que ardían en el brasero. %e volvió hacia el hombre pequeño y delgado& los ojos del hombre pequeño y delgado 'dos negras cabezas de alfiler en una cara de carnes y huesos fr$giles' estaban clavados en #l. Es el (ngelus, dijo "ufr#, y cabeceó hacia la calle, hacia las sombras del invierno, hacia el eco del (ngelus que se demoraba en el espesor del bronce y en las sombras del invierno. El hombre pequeño y delgado, la cara sobre el resplandor del brasero, gimió. )*e gusta la m+sica del (ngelus, preguntó "ufr#. "ufr# estudió medicina en -rancia y fue alumno del profesor ierre /irard, cuyos juicios acerca de la sanidad militar, las mortificaciones que se inferían, en los hospitales, a indigentes y desvalidos, y la unidad del cuerpo y el alma, no dejaban de provocar zozobra y desd#n en los círculos acad#micos de Europa. 01o habl# de la unidad de cuerpo y alma 'le había 23 dicho, a "ufr#, el profesor ierre /irard' e, incurrí en ese vicio tranquilizador que es el lugar com+n. %ustituya alma, palabra imprecisa como la palabra 4ios o locura y que derivan de lo que el hombre ignora de sí, por la palabra car$cter, y se apro5imar$, en sus diagnósticos, a la verdad y a la herejía.6 El profesor ierre /irard eligió el asilo de "harenton para insistir, ante alumnos y discípulos, en sus detestadas teorías. En ese asilo, los antiguos residentes evocaban, en sus ratos de ocio, para ilustración de alumnos y discípulos del profesor ierre /irard, las e5centricidades de un individuo calmo y afable, autor de algunos te5tos que la censura del Emperador privilegió tild$ndolos de perversos, y que dicho individuo, calmo y afable, leyó en voz alta, hasta su muerte, como si estuviera solo, sin otro resultado que el de enardecer la concupiscencia de retardados y disminuidos mentales. 1 bien& ahí, en el asilo, entre los recuerdos melancólicos de los antiguos residentes, en las heladas salas de disección, en las celdas h+medas y estrechas, "ufr# creyó tocar la vertiginosa y hedionda entraña de la degradación humana. !llí vio esas m$scaras que un vago horror barniza de plomo7 allí vio esas miradas ciegas que se pierden en algo tan inasible como la angustia y, sin embargo, tan cruel y atormentado y secreto como dos se5os que se penetran, como los estremecimientos del orgasmo, como la eternidad de
los astros, como el arduo envejecimiento del hombre. !llí oyó el idioma de seres que traspusieron una frontera que nadie trazó y que la fatuidad de los sanos invoca a la hora de la digestión. !llí vio al hombre pequeño y delgado y no lo reconoció. 8uvo que 29 regresar a un puerto que los corsarios omitían, tuvo que abrir la puerta de su casa y oír cómo un campanero arrancaba del bronce las notas m$s dichosas del (ngelus, tuvo que avivar la llama de una l$mpara y remover los carbones de un brasero para recordar al hombre pequeño y delgado, para saber que el asilo 'guarde lo que guarde el asilo' es un espacio delimitado por muros y rejas y puestos de guardia, pero que la imagen de la locura es innumerable y no tiene rejas ni muros ni puestos de guardia, y que su cara es una y tambi#n innumerable. El hombre pequeño y delgado susurró mataron a Maza. "ufr# le sirvió un vaso de aguardiente. El hombre pequeño y delgado se lo tomó de un trago y se dejó caer en un sillón alto y blando, instalado frente al brasero. El hombre pequeño y delgado, quieto en el sillón alto y blando, instalado frente al brasero, tosió e hizo crujir los huesos de sus manos, y volvió a e5tender el vaso hacia "ufr#. *os dos miraron el claro chorro de alcohol que llenaba el vaso, y "ufr# miró al hombre pequeño y delgado con una curiosidad intensa y desapasionada, acaso maligna. 8engo frío, gargajeó el hombre pequeño y delgado. "ufr# golpeó los carbones, en el brasero, y el reflejo de unas p$lidas lenguas de fuego cruzó, fugaz, por la cara del hombre pequeño y delgado. "uando las llamas refluyeron, el hombre pequeño y delgado era, en el sillón repentinamente ensombrecido, una corta línea quebrada que corría desd e los flacos tobillos hasta el pelo mojado por la lluvia y el sudor. 4espu#s, "ufr# alzó la botella de aguardiente y llenó su vaso y el vaso del hombre pequeño y delgado. 4es: 2; pues, esperó. 4espu#s, el hombre pequeño y delgado cerró los ojos un largo rato.
delgado 'que llegó a nuestros días reconstruida por infatigables y p+dicos caballeros que describen al pasado limpio de la avidez de los patrones de tierras, vacas, esclavos, bancos, asesinos, orfelinatos, comercios y lupanares, y habitado por limpios y pulcros guerreros 0que jam$s traficaron una derrota o una victoria6 y m$s limpio a+n de las imprecaciones y los odiosos e5cesos de la multitud', "ufr# habría e5traído lo que sigue& 2. El viejo Manuel Maza, presidente de la %ala de =epresentantes y el colaborador m$s incondicional que =osas haya tenido nunca, fue asesinado, a puñaladas, en su despacho de la *egislatura, unas horas antes de que el hombre pequeño y delgado iniciara su refutable narración. 1 !lsina 'una chirriante risita onduló en la boca del hombre pequeño y delgado', ese perro unitario, es yerno de Maza. !lgo así como u n a ff ai re po ur Mes si eurs . 0"ufr# detuvo, largamente, la mirada en el almanaque. *eyó un n+mero& >?. *eyó una palabra& junio. *eyó un n+mero& 2@AB. )=ecordaría, alguna vez, la fatal necesidad del 2? hombre de fechar el tiempo7 la insensatez de oponer una efusiva cronología al tiempo7 de medir lo que no se mide7 de fraccionar el tiempo que es anterior a todas las muertes del hombre7 de detenerlo para que, a partir de una cifra, se pueda rehacer la vida, el destino, los sueños6 >. Entre los asesinos del viejo Maza, se cuenta Cuan !len 0yo lo s# 'dijo el hombre pequeño y delgado'. 1 no me pregunte m$s6, uno de los m$s diestros cuchilleros de la Mazorca, de un humor tan alto como su valentía& empuja, en fiestas de guardar, una carretilla cargada de cabezas de salvajes que se vendieron a la e5tranjería, por las ralas y desiertas plazas de uenos !ires. A. El hijo del viejo Maza, el coronel =amón Maza, mozo joven y apuesto, jinete irreprochable, ha sido fusilado en el 4epartamento de olicía, acaso porque se dudó de su fidelidad a la -ederación, acaso porque le tembló la mano y la voz, la tarde inhóspita del >? de junio de 2@AB, cuando se paseó, por los jardines de alermo, a la vera de %u E5celencia7 acusado, acaso, de ser cism$tico. 3. El Club de los Cinco, formado por los disidentes de La Nueva Generación, dejó de e5istir. Est$n detenidos "arlos 8ejedor, %antiago !lbarracín, !velino alcarce y algunos otros, aunque se sabe que la niña Manuelita intercedió ante su padre, donju$n Manuel de =osas, El Dlustre =estaurador de las *eyes, por esos muchachos locos, sí, pero vinculados a lo mejor de lo mejor de la sociedad porteña, dijo el hombre pequeño y delgado, y se inclinó en una lenta y prolija reverencia. 0"ufr#, que frecuentaba al general az, le oyó decir, la impenetrable cara cordobesa corroída por la
furia y el desprecio, que hasta Eusebio, el enano preferido de =o: 2@ sas, que inspiraba una obscena fascinación en las esclavas negras de las familias federales m$s conspicuas, conocía, al detalle, los hilos de la conspiración de Maza. El señor Echeverría, dijo el general az, intentó disuadir a esos botarates7 los alertó, adem$s& tengan cuidado con un tal =odríguez -ontes. o se vayan de la lengua cuando tengan al nombrado entre ustedes... obre señor Echeverría& ha dejado la mitad de su vida en el empeño. 1 el general az, que por algo había nacido en "órdoba, se despidió de "ufr#& !diós, doctor. < mañana soy hombre libre o soy hombre muerto. "ufr#, al abandonar la casa del general az, tuvo una infrecuente percepción de ese teatro paradojal que, en los libros d e te5to, se designa con el nombre de historia& es, supuso, un juego de azar que ofrece revanchas que nunca superan el esplendor de la primera apuesta. ! az, a az, precisamente, el hombre que le quebró el espinazo a -acundo, unas boleadoras indias, disparadas en una mañana de otoño santafesino, se le enredaron en las patas de su caballo. 1 el animal, las patas boleadas, entregó al jinete 'al general Cos# María az, que leía en latín pero se negaba a descifrar los signos puntuales de la baquía gaucha ', a unos montoneros intr#pidos y feroces. 1 la =ep+blica, pensó, "ufr#, que no cree en alegorías, cambió de rumbo. 1 az, el general Cos# María az, soñó, en sus A.;FF noches de prisión, los cuchillos que le aserrarían la garganta. 1 para recuperarse de esa rodada, para borrar de su piel A.;FF madrugadas en las que despertó un instante antes de que los cuchillos le aserraran la garganta, se larga al agua, una noche, A.;FF madrugadas despu#s que su 2B caballo hocicó, enredadas las patas en unas boleadoras, indias, en busca de triunfos que le cortarían la respiración a las m$s brillantes espadas de =osas, y, tambi#n, de ofertas miopes que lo pondrían sobre las transitadas rutas del destierro, de la miseria, de la nada. )1 -acundo 1 el general Cuan -acundo Guiroga, ese Moro que a %haHespeare no se le insinuó, )qu# %upo nacer en los llanos beduinos de *a =ioja, y un manco enemigo de los alardes lo desangró en los campos cordobeses de 8ablada y
champ$n rubio y burbujeante como la tristeza, o que lo vistiera de frac en lo de un modisto franc#s y amariconado, quiz$. Entonces su sombra, a la que parió en una chirinada carcelaria, no toleró que el cuerpo que reflejaba se achanchara en juegos de cajetilla. 1 el cuerpo se entregó a su sombra, a una sombra de coraje tan desmesurado que el 4ios de los criollos se le animó cuando la abominable lujuria de una mujer lo sació, y la sombra del general Cuan -acundo Guiroga cerró los ojos, y la mujer, lujuriosa y abominable, lo despojó de daga y trabuco. Iasta aquí, por lo que se sabe, la imagen, tal vez amarga, que se formó "ufr# de la historia, al despedirse del general Cos# María az. Guiz$s entrevió la historia a la flaca luz de un rel$mpago. !quel invierno, que la memoria de "ufr# asoció a una ciudad de >F puertas y bocas selladas, al ronco estertor de los mutilados y a la enfermiza sensualidad de los verdugos, no propiciaba la sutileza filosófica o la conjetura irreverente. ero ni -acundo ni la sombra que enmudeció a -acundo, previeron que la escritura de un loco los arrancaría del olvido, y los convertiría en cifra del destino. 8ampoco "ufr#. 1 cuando cayeron bajo sus ojos esos signos dibujados por el delirio y la pasión, esas profecías impertinentes, desparramadas al voleo por un *utero jactancioso e inapelable y brutal, en un libro inspirado por el "ielo y el Dnfierno, que tenían la pretensión de develar el futuro, sólo apreció la ine5tinguible audacia del trazo6. 9. *os ingleses, por principio, no firman documentos en blanco a nadie. 1 menos a los franceses. or eso, ni M. 8hiers, una de esas almas a las que las mayorías campesinas y los boticarios entregan su voto y sus fortunas, ni el almirante MacHau, cumplir$n las bellas promesas que, precisos traductores, vocalizaron ante el general *avalle. ;. "uatro jóvenes 'cuyos apellidos "ufr# se cuidó de anotar, y cuyos padres remontan su genealogía al feliz reinado de Dsabel la "atólica' que procuraron ganar el río y llegar a Montevideo, hace un par de noches, yacen en la playa, no muy lejos del -uerte, despenados por la Mazorca. %us casas han sido allanadas y arrasadas, y sus familias se postraron a los pies de adía, uno de los capitanes de la Mazorca, y se los besaron, y adía, con una gravedad monacal e irrevocable, se hizo besar el miembro por las mujeres, y dicen que dijo es el sacramento de la Restauración, y dispuso que los hombres se abrieran de piernas y les introdujeran un marlo de maíz en el recto. 1 sólo >2 cuando el dolor y la vergJenza y la impudicia apagaron las s+plicas, adía dejó libres a mujeres y hombres y chicos. )Gui#nes dicen que adía
dijo lo que dijo, y dispuso lo que dispuso preguntó el hombre pequeño y delgado, la lengua hinchada por el alcohol. Kna dama, "ufr#, una dama de misa diaria y penitencia que, seg+n el comentario indignado de algunos de nuestros patricios, se acaricia, con malsana curiosidad, los labios7 y una mulata ')usted se fiaría de una mulata' que cuando cuenta lo que oyó y vio, se persigna. 1 se persigna cada cuarto de hora. ?. =osas es imbatible. or =osas dan la vida, con una alegría de iluminados, mazorqueros, criados, sirvientes, la paisanada, los curanderos, las brujas, los soldados de los vastos ej#rcitos de > preguntó, en voz alta, si parafraseaba a un santo varón bíblico o a Klises, hastiado de sus sueños, ante las puertas de Dtaca, o a un personaje de %haHespeare. Guiz$s a -alstaff, ese %ancho anza sajón, rió el hombre pequeño y delgado. "ufr# le ordenó que callara& la policía, dijo "ufr# como un actor que se burla de su propia y suntuosa impostación, no soporta que nadie ría sin su permiso. 1 apuntó a la calle y al invierno, al sordo paso de las patrullas, a los calabozos y los cepos, y las blasfemias de los estaqueados, a las tumbas que se abren en la noche, noche a noche6. El hombre pequeño y delgado roncaba, acurrucado en el sillón. "ufr# caminó hasta la puerta de calle y comprobó que la tranca y los cerrojos estaban echados. %in ruido, abrió uno de los cajones de su escritorio, y contempló el acero azulado de dos pistolas que le regaló, en 2@A?, el profesor ierre /irard. %e las acomodó en la cintura y se abotonó la chaqueta. rendió un cigarro, alimentó el fuego del brasero con dos
gruesos trozos de carbón, y se sirvió un vaso de aguardiente. *as campanadas de un reloj avisaron que la m añana tardaría en llegar. ero cierta tarde de otoño, en arís, el profesor ierre /irard lo invitó a su casa, en una calle tranquila cercana a otre:4ame. 8omaron coñac, en silencio, hasta que la oscuridad los envolvió. El profesor /irard encendió una l$mpara y se quedó quieto, de pie, atento al crecimiento de la luz. 4e espaldas a "ufr#, le preguntó 0o se preguntó a sí mismo, perplejo, como si otro le dictara las palabras6 por qu# volvía a >A uenos !ires, qu# maldita cosa le atraía a su tierra, a esa tierra que sometía a sus hijos a ritos horripilantes y a padecimientos que rechazaría el m$s envilecido de los siervos del zar. El profesor ierre /irard era un cirujano adusto, cuyo talento admitía, aun, la corte de los orbones, que marchó por Europa, arriba y abajo, con las columnas de la =ep+blica y los ej#rcitos de apoleón, a lo largo de veinticinco años7 que creyó en los hombres cuando se bañó en las aguas del Mediterr$neo, y que los detestó en las letales estepas rusas7 que hundió m$s veces su bisturí, en la carne de seres destrozados por la guerra, que los veteranos de la /uardia del Emperador sus bayonetas en las filas del enemigo7 y que, en ese anochecer de arís era, adem$s, un anciano entristecido que aludía no tanto a un punto remoto del planeta como a la fascinación que ese punto remoto del planeta ejercía en un discípulo inteligente7 era, en ese anochecer de arís y para decirlo todo, un científico franc#s en busca de la clave racional que le develase un enigma que lo seducía y lo irritaba. "ufr# miró al republicano de almy, al cirujano solvente de Marengo, de !usterlitz, de orodino7 al adusto profesor que no toleraba la retórica7 al anciano melancólico e incr#dulo, aficionado al coñac y a la verdad, y murmuró& o s#. o s#, repitió el profesor ierre /irard. o s#. Me decepciona, amigo mío. 4#jeme decirle que a apoleón lo llamaron =obespierre a caballo, y le acepto que las analogías son el ejercicio preferido de los cretinos, pero, )qu# es =osas a caballo )Gu# es ara >3 que nos entendamos& el gobierno de =osas, ¿a qui bono 4#jeme dec irle algo m$s& apoleón le preguntó al abate %ieyes 'alguien tan astuto como oltaire' qu# hizo en los días del 8error, días, quiero ser claro, en los que no se daba un c#ntimo por la piel de los especuladores. *a respuesta del abate %ieyes fue breve y e5acta& sobrevivir. )Eso har$ usted, amigo
mío, en uenos !ires "ufr# estaba en uenos !ires, el +ltimo jueves de un mes de junio de 2@AB, y miraba el casi transparente fulgor de los carbones en el brasero, y oía la tr#mula respiración del hombre pequeño y delgado que dormía en un sillón alto y blando, la boca abierta, y el chasquido de la lluvia sobre las veredas fangosas, y veía, por encima del fulgor de las brasas y de la oscuridad, una luz temblorosa de otoño, un agua m$s delgada que el agua, en una calle de arís, y veía a una sombra, en el estudio del profesor ierre /irard, que quiz$ fuese #l, /regorio "ufr#, hablar de los argentinos. <, simplemente, esa sombra, que quiz$ fuese la sombra errante de los argentinos, habló de los argentinos a alguien que, como pocos, dominaba el idioma del sufrimiento. !eportación, pat"bulo # olvido. Esto le dio la patria en pa$o de sus servicios, escribió, a "ufr#, un amigo. 1 esa sombra, que quiz$ fuese "ufr#, e5plicó, con una calma $rida y helada, al republicano de almy, que su amigo mencionaba a un imprudente que deseaba vivir en un pa"s donde el menor a$ravio hecho a la libertad de un ciudadano resintiera a todos # a cada uno.
Ie oído antes de ahora esas palabras, dijo el anciano melancólico. *as he oído en boca de %aint Cust >9 y Marat y =obespierre. 1 aun en la de 4anton. ero me pregunto qu# pretende usted decirme. %# que tengo que volver, dijo la sombra que quiz$ fuese "ufr#, /regorio "ufr#. o le entiendo, dijo el anciano melancólico. El anciano melancólico abrió los brazos& o le entiendo. *a sombra que quiz$ fuese "ufr# se disculpó& Es mi franc#s. El anciano melancólico movió la cabeza& o. %u franc#s es e5celente, pero yo no le entiendo. Ksted que no es federal ni unitario, se marcha a un país donde la vida de un hombre vale menos que el mugido de una vaca. o le entiendo, amigo mío. *a sombra que quiz$ fuese "ufr# reincidió en una definición que la soberbia y la muerte no terminaban de escarnecer& %oy argentino, señor. El anciano melancólico rió. %u risa era la de un viejo& crujiente, flemosa, entrecortada. 1 "ufr# 'no su sombra, ni la desdicha que fluía de lo que quiz$ fuese su sombra' pensó que la boca del profesor ierre /irard, esa vieja boca que reía, era un pozo de peste. )!rgentino, preguntó, sigiloso, el anciano melancólico. )! qu# se refiere usted, amigo mío, cuando dice soy argentino )! una particular categoría de suicidas 1 el anciano melancólico escupió, sobre la indescifrable obstinación de su discípulo, los m$s e5quisitos y salvajes insultos que los franceses pulieron en un cuarto de siglo de revolución y guerra.
El profesor ierre /irard, vació, de un solo trago, su copa de coñac, y los fuegos del pozo de peste se apagaron bruscamente. "ufr# 'no la desdicha que fluía de lo que quiz$ fuese su sombra' habló& )eleó contra toda esperanza, señor Eso es, hoy, ser argen: >; tino. !lgo se arrugó en la cara del anciano melancólico, del cirujano de pulso perfecto. ero el republicano de almy dijo que eso lo entendía. 1 dijo cenemos, muchacho. "enaron. El anciano comió con avidez, sin levantar los ojos del plato. "ome como un viejo, como si creyera que mañana nadie podr$ despertarlo, pensó "ufr#. 8omaron el caf#, sentados uno frente al otro, la luz amable de la l$mpara en las sombras que proliferaban en la sombra que, quiz$, se llamase /regorio "ufr#, y en la cara y las canas de un anciano melancólico que parecía dormitar. %e despidieron. El profesor ierre /irard entregó a "ufr# una caja que, dijo, contenía dos pistolas. Me las regaló uonarotti, un jacobino del que, tal vez, haya oído hablar, dijo el profesor ierre /irard. %on, mi querido "ufr#, los instrumentos m$s aptos que conozco para acabar con uno, cuando uno sabe que todo est$ acabado. "ufr# apartó la vista de las brasas& el hombre pequeño y delgado tembló en el sillón alto y blando, y abrió los ojos, y miró a "ufr# y a las paredes de la habitación y, por fin, reconoció a "ufr# y a la habitación, y preguntó si había dormido mucho. Kna hora, contestó "ufr#. El hombre pequeño y delgado dijo que se iba. 1 se puso de pie. o se vaya, dijo "ufr#. *a muerte del viejo Maza, dijo "ufr#, era el anuncio de que no habría clemencia para los que despertasen las sospechas de la Mazorca, fuesen federales o unitarios, o no fuesen ni federales ni unitarios. El hombre pequeño y delgado se restregó las manos y pretendió sonreír& su cara chirrió como un pedazo de grasa que se derrite entre los hierros de una parrilla. >? "ufr# llenó su vaso y el del hombre pequeño y delgado con aguardiente, y le dijo al hombre pequeño y delgado que no se fuera, que su casa era una casa segura. El hombre pequeño y delgado inclinó la cabeza a un costado y su boca se torció en una mueca, como si un $cido tenaz le perforase los intestinos. "ufr#, no se equivoque. ara, digamos, 8ata 4ios, todos son sospechosos, se rían con o sin permiso o muestren, en su cara, la est+pida seriedad de los que asisten a un funeral. 1 usted, que no es dueño de estancias, que no añora los tiempos de quietud que
precedieron al >9 de Mayo, tiempos tan gratos a 8atita, no puede ofrecer su casa a nadie. *as suyas son carencias graves, "ufr#. ecados, para usar el admonitorio lenguaje de los pulpitos... o se impaciente, "ufr#& )cree que deliro Ksted, eso se sabe, no es un delator ni aprecia la prosa embaucadora de don edro de !ngelis... Es un espejo que nos mide, el señor edro de !ngelis& dijo de algo hay que vivir, y puso precio a su pellejo y a su pluma, y vendió su talento a 4ios, no al 4iablo. !l ien, no al Mal. !l orden, no a la utopía. ! veces, envidio al señor edro de !ngelis... Ksted me ofrece su casa y conserva, en la biblioteca de su casa, a %aint:%imón. "onfiese que es un desplante. %aint:%imón, nada menos& un teórico de la disolución social. 4espierte, por favor, "ufr#... erdóneme el #nfasis, pero piense que me esfuerzo por ser el eco, un eco miserable y rastrero 'y tambi#n, si me oigo, p#rfido' de las palabras de 8atita... 1a termino. 1a termino& sólo me restan dos preguntas. Kna& )qui#nes son sus amigos *a otra& usted, "ufr#, que le gambetea a las e5comuniones lit+rgicas de la =estauración, )qui#n es >@ El hombre pequeño y delgado tragó aire, como si emergiera del fondo del mar, y tragó el aguardiente de su vaso para aplacar al $cido tenaz que le perforaba los intestinos, y agachó la cabeza, cansado. Gu#dese, murmuró "ufr#. Me voy, dijo el hombre pequeño y delgado. "ufr# abrió la puerta de calle y una r$faga de viento frío y h+medo les golpeó las caras. )
uertas
Kn destello opaco se demoraba sobre los techos de uenos !ires, inmóvil como la desatinada llanura que la acechaba un poco m$s all$ de los ateridos rancheríos, de las chacras despobladas que se levantaban hacia el oeste, en un partido que incurría en el devoto nombre de %an Cos# de -lores. "ufr# durmió unas horas, y mal, despu#s que vio a las sombras de la madrugada envolver al hombre pequeño y delgado, y silenciar sus pasos, y ahogar el sonido de su lengua de borracho. "ufr# despertó entumecido. %e preparó t#, se afeitó, y quemó algunas cartas. En una de ellas, 4omingo
A> clu#o, sin rubor, en esa torpe falan$e1, cuando el presente les ofrece, solamente, las espinas de la soledad # el martirio. a s&% pare-co un autor de follet"n que escribe para ni2as quincea2eras, pero recuerde, entonces, la villan"a cie$a # fero- de Lavalle que, en Navarro, asesinó a !orre$o, # la promesa de Rosas, ante la tumba abierta de !orre$o, de que la san$re ar$entina correr"a en porciones. Lavalle # Rosas, s&palo, mamaron de la misma teta. , para completar el cuadro, ah" tiene a do2a Encarnación E-curra, la fidel"sima compa2era del Restaurador, que dice en sus salones, a quien la quiera o"r, que la viuda de !orre$o es una 3prostituida 3 # 3cism)tica3. +h, hermano, ha# momentos que me entran $anas de $ritar% v)#ase todo al infierno. 4.*. Le he subra#ado imberbes para divertirme. Esto# enterado que al bri$adier donu)n Manuel de Rosas le desa$radan las barbas. 5ambi&n s& que la tinta del subra#ado es de buena calidad, pero hubiera sido m)s apropiado que usara san$re. 6)$ame el favor% olvide este penoso disparate.
"ufr# arrojó los papeles al fuego. *os papeles crujieron en el brasero. *os deshizo con un palo. %e sintió como un imb#cil, sentado, allí, las manos vacías, los ojos en las brasas que redujeron, a cenizas, la sangre, la
tinta, los subrayados, la siniestra desesperación de un hombre que agonizaba bajo el desamparo de los cielos del e5ilio. %í, se sintió como un imb#cil. El hombre pequeño y delgado le había preguntado, poco antes de poner punto final a sus fatuas e indiscretas y malditas predicciones, qu# sabía de "uitiño, de !len, de 8roncoso, de Marino, el jefe de serenos. %#, dijo "ufr#, que degJellan y luego se confiesan. %# 'y señaló hacia la calle ' que no pasar$n de esa puerta. ! la luz del día, la jactancia le pareció AA irremediablemente pueril. Kno, de noche, y con unas copas encima, supone que los fantasmas son de humo, pensó "ufr#. Kno, de noche, y con unas copas encima, a menos que sea idiota, debería mantener la boca cerrada. "ufr# se miró en un espejo. io unos hombros fuertes, una cara p$lida y la piel de la cara p$lida pegada a unos huesos duros, unos ojos pequeños y fríos en la cara p$lida y la piel de la cara p$lida pegada a unos huesos duros, una boca que no se entregaba al asombro o la perplejidad, el pelo negro y corto. "ufr#, se retiró unos pasos del espejo. El arte de llegar a viejo, a menos que uno sea idiota, es mantener la boca cerrada, dijo "ufr# a la borrosa imagen que le devolvía el espejo. Est) contra nosotros, el que no est) del todo con nosotros. o olvides eso, dijo "ufr#, a la imagen borrosa que le devolvía el espejo. El que habla, pierde. En el espejo, la imagen borrosa sonrió. *a sonrisa se parecía a una mueca, como si un $cido tenaz le quemase algo a la imagen borrosa del espejo. "ufr# se tomó el pulso. ormal, se dijo "ufr#, satisfecho. "ufr# salió a la calle. *lovía a+n. 1 la niebla, viscosa, profanaba a hombres y animales, a paredes y carruajes, como si siempre hubiera estado allí, sobre esas piedras, esa gente, ese río7 como si 4ios, en %u Dnfinito %arcasmo, hubiese inspirado el nombre de esa ciudad al mercenario que la fundó, afiebrado, maldici#ndose y maldiciendo a las putas que le pudrieron la carne con el pus de sus podridas vaginas, en los vocingleros burdeles de =oma. "ufr#, que nació en uenos !ires, se dijo que, en invierno, la ciudad no miente& es ella misma. 4esnuda, sin disfraces, A3 implacable, recupera la grisura de sus tardes, sus descarnadas noches agoreras. El verano, en cambio, es una superchería. "ufr#, que nació en uenos !ires, era casi un chico cuando regresaron, en la calidez del verano que se preanunciaba, los ej#rcitos patrios del rasil. *a ciudad se volcó a esperarlos y la calidez dorada del verano, que ya se preanunciaba,
ocultó la miseria y la sepulcral fatiga que roían a los ej#rcitos patrios que regresaron del rasil. 1 con los ej#rcitos patrios que regresaron del rasil, en la la5a y dorada calidez del verano que se preanunciaba, volvió su padre, e5tenuado y rencoroso. El padre de /oyo "ufr# había sido un hombre alegre, alto y corpulento, que gustaba del trago, el baile y las mujeres7 que podía comer, sin esa atolondrada glotonería que repugna al $ourmet, las presas m$s jugosas de un cordero asado en un lento crep+sculo7 que disputaba inacabables partidas de ajedrez con los escu$lidos sobrevivientes de las cargas a sable de Cunín y !yacucho7 y que abrió las puertas de su hogar y compartió ilusiones con los ariscos opositores al monarquismo de ueyrredón. ero, aun para un hombre como su padre, la victoria de Dtuzaingó, fue, paradojalmente, la met$fora sangrienta y miserable del fracaso de la =evolución. !hí se terminó Mayo, dijo su padre. )Gu# des$nimo profundo llevó a un hombre como su padre, se preguntó "ufr# en esa mañana de junio, cuando la ciudad era ella misma, desnuda y sin disfraces, a decir ahí se terminó Mayo %u padre vio arder, en piras c uyas lenguas de fuego rozaban el blanco destello de las nubes, los cuerpos rubios de la soldadesca alemana, A9 contratada por la corrupta e indolente corte brasilera, y a la que faenó, con estilo no superado en tierras sudamericanas, la caballería argentina en los llanos de Dtuzaingó. io a las enfermedades, la gangrena, los piojos, ensañarse con la tropa argentina. io enriquecerse a abastecedores y saladeristas. io cómo impecables funcionarios vendían, a los imperios esclavistas del rasil y de la /ran retaña, uno de los m$s espl#ndidos triunfos de las melladas armas de la =ep+blica. 1 supo que sus amigos, que hicieron la =evolución, y que antes batieron al ingl#s en ese campamento romano que era uenos !ires, habían muerto o los habían apuñalado en alg+n oscuro callejón de !m#rica. 1 tambi#n supo que uenos !ires, ese desapacible baluarte de la libertad, que había forjado cañones y granaderos y los había largado, sin asco, a la guerra contra el reino de España, quería orden. uenos !ires quiere orden, dijo su padre, tumbado en una poltrona. o hay ciudad que aguante veinte años de guerra y revolución, y todavía le queden ganas de andar jodiendo, dijo su padre, tumbado en una poltrona. Ie cortado m$s de una hemorragia& el que se salva de ella, sólo pide que lo dejen en paz. 1 uenos !ires quiere paz. Guien la invite a otro baile, se ha de ganar la fama de loco. uenos !ires no sueña. %e ha
vuelto sensata& est$ harta de hermosas palabras, de hemorragias y de sueños. uenos !ires quiere paz y orden, y se va a emputecer. 1 aquel que sea su dueño la va a moler a golpes, para que no olvide que es una puta, para que recuerde que debe consentir que se le haga lo que sea. El padre de /oyo "ufr#, tumbado en una poltro: A; na, se las ingenió para que #ste viajara a -rancia, completara sus estudios de medicina, y no lo viera morir. "ufr# dejó de interrogar al des$nimo profundo de su padre porque tuvo que protegerse de los vientos y la lluvia de esa mañana de junio, porque tuvo que vadear charcos barrosos y espantar a perros mustios y cimarrones, de pelambres negras y rojizas, que babeaban las huellas de sus botas, que abrían sus hocicos fam#licos y gruñían y le mostraban sus lenguas llagadas. En la Morgue, trabajó junto al doctor /arzón, el cirujano m$s diestro de la ciudad, un hombrecito enjuto, de pelo aplastado, bigote canoso, y una cara que, observada de perfil, parecía una ce ahuecada. o reía nunca el doctor /arzón, salvo cuando le anunciaba a alg+n paciente habr) que abrir para que sepamos qu& tiene, y su mano derecha, floja, blanda como un pedazo de cera derretida si uno la estrechaba para saludarlo, se convertía en un infalible aparato de acero, munido de inteligencia propia, que no vacilaba, que no conocía la duda, que se cerraba sobre el bisturí y las tijeras, y cortaba tejidos, nervios, arterias, hasta dar con el n+cleo, la e5crecencia morbosa del mal, y lo e5tirpaba. Iombre de pocas palabras, el doctor /arzón, que disputaba a la muerte el cuerpo de quien se tendía en la mesa de operaciones, sin preguntar si ese cuerpo pertenecía a uno de esos vagos que eludió la leva de los ej#rcitos, o al de un compadrito que encontró, en los arrabales de la ciudad, una daga m$s certera que la suya, o al de un desertor que galopó en los malones de la indiada, o era el de A? un patrón de tierras lujosas, gordas pasturas y hacienda bravía. "uriosa familiaridad la del doctor /arzón con la muerte. Ella, al otro lado de la mesa de operaciones, eterna e inasible y paciente7 #l, bajo la luz, para que la sombra de su cuerpo enjuto no cayera sobre el cuerpo yacente, sobre el tajo, sobre el metal frío de sus lancetas y agujas, sobre el algodón y las vendas y los hilos de suturar, sobre las manos veloces que no desperdiciaban una fracción de fracción de segundo, que no se equivocaban, que se encogían y estiraban, los dedos chatos, largos y
limpios 'a menos que el pus, la sangre, la enfermedad del cuerpo yacente los mancharan' hundi#ndose en el tajo, los ojos claros en la cara ahuecada, que veían m$s all$ y m$s hondo que el ojal, corto o largo, abierto por el tajo, la respiración pausada, sin una gota de sudor en la frente o en la cara o en el pecho, neg$ndole la mirada a su enemiga eterna y paciente, inmóvil del otro lado de la mesa, y la palabra apenas musitada que e5igía esto o aquello, lo necesario para reparar el daño. unca se vanaglorió de sus #5itos, pero la e5traña cicatriz morada, que le colgaba del lado derecho de la mejilla, palidecía cuando la muerte le arrebataba un cuerpo. Dmp$vido, el doctor /arzón se despojaba de su uniforme de carnicero, se encasquetaba el sombrero de copa, y salía al aire y a la luz de esa ciudad chata y e5tendida como el cuerpo de un animal disecado. Cam$s dudó del resultado de su disputa con la muerte. %u maestría y su habilidad 'así lo sugirió en el curso de una pr$ctica' tenían plazo. ero dijo estar seguro 'y lo dijo con la prosaica ligereza de quien prev# la curación de un constipado' que la muerte era un A@ accidente. 1 que la Medicina borraría, a su hora, la todavía pertinente impugnación de la muerte a la perfección del cuerpo. El doctor !lejandro /arzón ganó alg+n renombre, adem$s, cuando les hizo la autopsia a los hermanos Cos# icente y /uillermo =eynaf#, instigadores confesos de la embocada de arranca 1aco, y a %antos #rez, que en ese desolado paraje cordob#s ejecutó al general Cuan -acundo Guiroga. *os desventró, los abrió por el medio, y su informe, prolijo y circunspecto, mereció, como destino, que una gaveta cubierta de polvo lo cobijara. "ufr#, que leyó el informe, no encontró nada que le llamara la atención, ni siquiera la sistem$tica e5clusión del adjetivo que confería, a la escritura del doctor /arzón, un laconismo ominoso. *os =eynaf#, escribió el doctor /arzón, habían descargado sus intestinos y vejigas antes que los balearan y los colgaran de un madero en la laza de la ictoria7 a %antos #rez, en cambio, se le doblaron las rodillas al enfrentar el tablado de ajusticiamiento& #sa fue su +nica aflojada. El doctor /arzón suponía, en su informe, que la energía que le demandó, a %antos #rez, gritar, helado de espanto y furia, Rosas es el asesino, le bloqueó los esfínteres. "ufr# trabajó intensamente ese día, y apenas comenzó a anochecer, el doctor /arzón lo llamó a su despacho. "ufr# se lavó las manos y los brazos, cerró su maletín de m#dico y echó una mirada a la larga y angosta sala, a sus paredes de piedra, y a las s$banas grises que cubrían los cuerpos sin nombre, recogidos en portales y zanjones, a los que había
e5cavado con incisiones r$pidas y precisas, y cuyo anonimato se AB perpetuaba en un cuaderno de tapas gruesas donde quedaban registrados, en la imprecisa jerga de los dict$menes, sus males, sus escasas pilchas, los probables años que vivieron. "ufr# entró al despacho del doctor /arzón. Este lo invito a que se sentara y le sirvió una taza de t#. 4os o tres troncos de quebracho ardían alegremente en el hogar de la chimenea. El doctor /arzón murmuró& 'Estamos entre colegas, )verdad "ufr# depositó con cuidado, con lentitud, la taza de t# en el platillo. uscó un cigarro, en uno de los bolsillos de su chaqueta, y se lo llevó a la boca. rendió el cigarro7 despu#s, con calma, con cuidado, con lentitud, dijo& '%i nadie se opone, eso creo, doctor. ')"olega y ninguna otra cosa, "ufr# ')Ksted me lo pregunta doctor '1o se lo pregunto, "ufr#. '"olegas. 1 cualquier otra cosa que usted piense, doctor. 'ueno '/arzón estiró las manos de dedos chatos, largos y limpios sobre el escritorio, y las miró como si no fueran suyas'. o me pregunte qui#n me lo dijo, pero me dijeron que usted recibió una visita indeseable, hace dos noches. '=ecibo visitas, doctor. 1 nunca me pregunto si son indeseables. En nuestra profesión 'sospecho que lo sabe, doctor' ninguna visita es indeseable. 1 no fue hace dos noches& fue anoche. '!noche, )eh '/arzón abrió los dedos de las manos7 la piel de los dedos de las manos tenía un co: 3F lor amarillo, bajo la luz'. %u visitante, doctor "ufr#, se envenenó. "ufr# se dijo que no podía hacer nada mejor que estirar las piernas en dirección a las llamas que iluminaban el hogar de la chimenea. 1 terminar el t#. 1 fumar su cigarro. ')1 bien, doctor 'preguntó "ufr#, con calma, con cuidado, con lentitud, despu#s de tomar el t#, despu#s de dar unas chupadas al cigarro. 'Ksted conocía a ese hombre '/arzón entrecruzó las manos y las sustrajo de la luz. El tambi#n habló con calma, con cuidado, con lentitud '. 4icen que no es difícil cruzar a Montevideo. ')Gui#n dice eso, doctor
"ufr# advirtió que /arzón llevaba la galera puesta en la cabeza de pelo aplastado, y la cara de /arzón era, bajo la galera puesta en la cabeza de pelo aplastado, como un guante arrugado y lívido. 'Estoy cansado, "ufr# 'dijo /arzón, y algo crujió en sus huesos o en la habitación. Guiz$ fuera la crepitación de los troncos de quebracho, mordidos por el fuego. Guiz$ fuera el invierno que rasgaba el vidrio de las ventanas'. Estoy cansado, "ufr#. 1 no me gusta que me empujen. 'o le gusta... )qu# 'preguntó "ufr#, con calma, con cuidado, con lentitud. 'Es nuestra profesión, "ufr#& usted lo dijo. 1 yo la respeto. Kno es m#dico y no otra cosa. 'Kn carajo, doctor 'dijo "ufr#, con calma, con cuidado, con lentitud. 'uenas noches, "ufr# 'la muesca morada que /arzón tenía estampada en la mejilla palideció. 32 1 la ensimismada cara hueca, bajo la galera puesta en la cabeza de pelo aplastado, contempló unos dedos chatos, largos y limpios entrecruzados sobre el escritorio. En menos de diez minutos, "ufr# llegó a su casa. "uando abrió la puerta, sin mirar atr$s y a los costados, pensó no me van a bajar como un conejo asustado. rendió una vela y se tomó lo que quedaba de aguardiente en la botella. !brió muebles, movi#ndose silenciosamente, y recogió todo el dinero que pudo encontrar, las dos pistolas, un puñado de cigarros 0que guardó en el maletín6, el diploma de m#dico, y un poncho. %e puso un cigarro entre los dientes y, como era su costumbre, no se miró en el espejo que colgaba de una de las paredes. !pagó la vela y salió, otra vez, a la calle. !bandonó, sin inquietud ni remordimientos, lugar y objetos& lo que llevaba encima del cuerpo le alcanzaba para vivir. %iempre fue así, recordó. %iempre sería así, prometió a la nada que dejaba a sus espaldas.
coronel %i5to 8oledo, 3> amigo de su padre, que a los catorce años marchó con la tropa que invadió el !lto er+, al mando de =ondeau, un general inepto y pusil$nime. %ólo el físico poderoso de %i5to 8oledo pudo resistir el charqui agusanado y menesteroso que se servía a los soldados de la =evolución, los helados vientos de la puna, las bayonetas españolas en el desastre de %ipe:%ipe. ero las iniquidades de =ondeau, que se desplazaba en una galera con cojines de pluma, persuadido de que la guerra consistía en un brusco ejercicio de cuartel, en una adecuada provisión de camisetas y calzoncillos de lana, y una obvia afonía, contraída al ordenar giros y contramarchas, eran los entretenimientos de un alma inocente si se los comparaba con los desafueros de "astelli. 8oledo, un gigante de espíritu piadoso, enrojecía de rabia al recordar los desplantes iconoclastas del delegado de la =evolución en el !lto er+. 1 "ufr# temió, cierta tarde de verano, que la emprendiera a golpes con su padre, cuando #ste le dijo, como al pasar, cuente, cuente 8oledo cómo "astelli meaba en los atrios de las iglesias. El soldado que no esquivó las cargas a lanza y sable, en el rasil, escondió la mirada. "$llese, hombre... Ese maldito diablo le hizo m$s daño a la patria que una división realista. Est$ bien, est$ bien, replicó el padre de "ufr#. ero acu#rdese que relevó a los indios de servidumbres y tributos. NGuijotadas al cueteO -uente: ovejuna, 8oledo, dijo el padre de "ufr#, que no era un erudito en citas literarias. o olvide, tampoco, que "astelli proclamó que la virginidad de las monjas era un atentado a la libertad del g#nero humano. El coronel %i5to 8oledo se puso de pie y murmuró& 3A %eñor doctor, le debo la vida... 4#jese de decir pavadas, 8oledo, lo interrumpió el padre de "ufr#. o jorobe, 8oledo, haga el favor. 8oledo se llevó las manos a la espalda y, rígido, dijo con una voz de bajo& Ksted me sacó una bala del pecho en Dtuzaingó. 1 me cuidó que ni una madre. Macanas, 8oledo, dijo el padre de "ufr#. Ksted se curó solo. ¿7 no se dio cuenta, todavía, que le sobran cojones 8oledo se sentó, miró el tablero de ajedrez, y se largó a reír. !h, en eso, señor doctor, no le falta razón. )Gui#nes son sus amigos, le había preguntado el hombre pequeño y delgado, dueño del veneno que lo preservaría de humillaciones indecibles, pero que no e5culpan al delator. 1 "ufr# no nombró a sus amigos porque eran pocos y fr$giles e indefensos7 porque los e5terminaban con hierros y plomo, porque arrastraban una turbia
demencia bajo el desamparo de los cielos del e5ilio. or eso iba hacia la casa del coronel %i5to 8oledo, que no era su amigo sino un moderado. "uando el moderado sale bueno, la #tica se antepone a sus convicciones, supuso "ufr#. !ll$ voy, coronel, a probar qu# tal es su #tica. 1 "ufr# sonrió, otra vez, la cara en los pliegues del poncho. "ufr# era joven, todavía, y odiaba sentirse perseguido y solo. 4obló una esquina y cayó en el fragor y las vociferaciones procaces de un entrevero. Iubo un fogonazo y vio la cara desencajada de 8oledo, abierta de un sablazo, y olió 'como antes había olido el aire violento del río, el viento del invierno, el pesado sueño de la ciudad' el salobre y espeso aroma de la sangre y la presencia de la muerte en el sudor y la ira de los cuerpos y en el brillo fugaz de los aceros, y en las res: 33 piraciones vehementes, y en la certeza de que matar o morir, en ese uenos !ires enfermo y mudo, eran jugadas de una misma mano. Kna sombra se precipitó sobre "ufr#, y "ufr# disparó su pistola. 1 golpeó una cabeza con el maletín7 y se encontró, por un instante, como dentro de una campana de vidrio, aislado de los bramidos de la pelea, de 8oledo, erguido a+n, enceguecido por la sangre, que paraba hachazos con el brazo izquierdo envuelto en un capote, y su voz de bajo, desgarrada bajo la lluvia, que repetía, escape, escape, y "ufr#, a dos pasos de adía, miró a adía, la quieta y pequeña cara de adía ajena al estr#pito y el choque de las armas, a las interjecciones redundantes de 8oledo, al aullido lobuno de los que se aprestaban a degollar a 8oledo, a adía que lo miraba como a un objeto usado y conocido, y que, por descuido, perdió de vista, y que el azar ponía, otra vez, al alcance de su mano. adía a dos pasos de #l, la mano pequeña y fina cerrada sobre el pomo de un sable, la quieta y pequeña cara de adía, a dos pasos de #l, de "ufr#, meditativa, como si siempre hubiera estado allí, en esa esquina, en esa c alle, como si siempre hubiera esperado bajo la lluvia, en una esquina, en una calle, en el portal de una casa, que eran, tambi#n, siempre, la misma esquina, la misma calle, el mismo portal, al prófugo, para que el prófugo supiera, al encontrarlo, que descansaría, al fin, de la injuria atroz de la huida. "ufr# volvió a doblar una esquina, y despu#s corrió, y zafó la segunda pistola de entre sus ropas desordenadas, y la empuñó. o lo tomarían vivo& la canonizada impunidad de %ilverio adía no podría con 39 #l. Iay dos clases de argentinos 'le había dicho "ufr#, en una tarde de otoño, al republicano de almy'. 1o pertenezco a la clase que pelea
contra toda esperanza. 1 el republicano de almy, a quien estaban destinadas esas palabras, y el anciano melancólico que las oyó, dijeron& Eso lo entiendo. ! espaldas de "ufr#, el galope nervioso y voraz de unos caballos. "orrió y corrió por la misma calle, a la sombra de los mismos $rboles, con las mismas luces de la noche restall$ndole en los ojos, como si fueran el decorado inmóvil de un sueño, y #l, un e5travagante payaso que mima, en el decorado inmóvil del sueño, a un e5travagante payaso que finge correr, sin moverse del sitio donde finge correr. "ufr# creyó que escupiría, pedazo a pedazo, los pulmones. %e detuvo. -río y calmo, se detuvo. -río y calmo, esperó. 8ampoco eso les concedería. 8ampoco, la cobardía. 8ampoco el espanto de un conejo asustado. !lzó hasta sus ojos la pistola, el medio m$s idóneo que se conoce, dijo el profesor ierre /irard, para acabar con todo cuando todo se acabó. o. 8odavía no. ada había acabado del todo& ni la jerga trastornada de ese tiempo ni el susurro aun inteligible de la historia. 4ejó atr$s el casco de la ciudad7 el canto monótono de los serenos7 los cuarteles en los que luces azoradas iluminaban a figuras insomnes que partían, en fletes dóciles, mojados por la lluvia, hacia puertas marcadas por furtivas señales7 burgueses que dormían, en habitaciones protegidas de la niebla y el invierno, por gruesas piedras calentadas al rojo, dispuestos a negar mañana sus idolatrías de hoy7 los vicarios de 4ios, que sancionaban con el fuego del infierno y el 3; potro del tormento a quienes defendían la perversa doctrina de que los hombres nacen iguales, que la riqueza es un robo y la pobreza una paciencia intolerable7 a algunos de los que fueron sus amigos y camaradas, que arribaban, dueños de una feliz cordura, a la madurez, y aceptaban el mundo que se les daba y a su juventud como una ofuscación de los sentidos, como un remordimiento que se e5pía con buenas acciones. o, se dijo "ufr#, nada acabó del todo. Estaba en la calle *arga. "aminó sin apuro. !brió una alta verja. "ruzó un jardín. /olpeó en la puerta de la casa de Dsabel %tarHey. *os habitantes de uenos !ires 'una turba abigarrada e irrazonable, seg+n resumió el imp$vido 5imes' diezmaron, desde calles, azoteas y zaguanes, en el muy católico mes de agosto de 2@F;, al regimiento ?2 de %u Majestad rit$nica. Ienry %tarHey era uno de los oficiales del regimentó ?2 de %u
Majestad rit$nica, y soportó, con valor, con asombro, con pesar, el enconado fuego de paisanos, esclavos, cuchilleros profesionales, seminaristas sin vocación, matarifes, arduos comerciantes, contrabandistas, y mestizos y criollos. *os jefes de Ienry %tarHey, cercados por una lluvia fastidiosa y un enemigo depravado que ignoraba, deliberadamente, las normas que rigen los enfrentamientos de dos o m$s ej#rcitos de naciones civilizadas 0sólo transgredidas, antes, por el canalla de onaparte6, pensaron en los infle5ibles tribunales que la amada Dnglaterra constituiría para que juzgaran no el imperturbable 3? coraje con que arrostraron el frenesí homicida de los porteños, a paso de carga y redoble de tambor, sino el sometimiento de los estandartes de la corona a los aborrecibles pobladores de una aborrecible aldea de !m#rica del %ud. ensaron 'bajo las balas de una guerrilla cruel, escurridiza y empecinada, y el helado aguacero de un cielo e5tranjero' que la amada Dnglaterra gana todas sus guerras, no importa las batallas que pierda, y que la inevitable degradación, que mancharía sus fojas de servicios, sus apellidos y el honor de sus descendientes, abriría el sendero de la pró5ima y definitiva victoria. ensaron eso, se encomendaron a 4ios, e izaron la bandera de rendición. Ienry %tarHey que, en 2@F;, era un muchacho esbelto, alto, de cabello rojo y sonrisa f$cil, y, adem$s, irland#s, recibió alojamiento en la casa de los !rias, un maduro matrimonio español dueño de tierras y un considerable n+mero de esclavos. !ctivo, Ienry %tarHey se atenía a una m$5ima que le enseñaron los sacerdotes encargados de su educación, en un colle$e de 4ublin& +pres'rate lentamente. Entonces, no le resultó complicado, ni engorroso, ni desalentador ganarse la confianza de los !rias, administrar sus campos, corregir la pereza de su servidumbre, y atender a Merceditas, su +nica hija. Ienry %tarHey, que nació y estudió en 4ublin, hizo saber a sus futuros suegros que los verdaderos irlandeses odiaban la herejía, amaban 'como nadie en la tierra y sus alrededores' al sucesor de edro en =oma, y eran prudentes en el manejo de sus ahorros, solícitos con sus mujeres y severos con sus hijos, sobrios para la bebida, francos, leales, emprendedo: 3@ res y agradecidos. %í, agradecidos. 1 persuadido de que dilapidaba las sabrosas resonancias c#lticas de dos líneas de un verso que oyó recitar a un compañero de armas, las tradujo a un castellano pulcro y ahuecado&
Ella me amaba por los peli$ros que he pasado 8 # #o la amaba por compadecerme. *a poesía nunca es e5plícita, pero el matrimonio !rias y
Ienry %tarHey se miraron a los ojos y la verdad resplandeció, en ellos, inocente, tr#mula y piadosa.
tarareaba viejas canciones en un idioma incomprensible, hasta que las l$grimas le rodaban por las mejillas, Entonces, despu#s de tragarse los mocos, dejaba de sobarlas, les regalaba algunas monedas y ellas, sumisas e indistintas, le cebaban mate. Ienry %tarHey se volvió ansioso& la ciudad le parecía sórdida y mezquina, barrida por los vientos del río, motines sangrientos y alianzas políticas tortuosas 9F e ine5plicables. !ñoró, huraño y retraído, pero con desesperación, a las festivas muchachas de los arrabales londinenses. Encontró algo de paz en un precario burdel de *ujan. %u dueña, Mildred "ooper, nacida en *iverpool, evocaba, en los altos del prostíbulo, para %tarHey, sin pena, sin lamentaciones, perpleja o acaso resignada, la escandalosa navegación que la llevó de su ciudad natal al infierno m$s insípido que nadie haya imaginado. "ondenada en *iverpool por ultrajes al pudor, jueces parsimoniosos y flem$ticos ordenaron se la embarcara en la fragata Lord *tanle#. Ella y otras como ella 'dijo Mildred' aplacaban, con los recursos de %odoma y /omorra, la impaciencia de trescientos voluntarios seducidos por la tentación del saqueo a una población desguarnecida, en las costas australes de %udam#rica. *as enfermedades, los suplicios que el capit$n y los oficiales de la nave infligieron a sus subordinados 'criminales que, por un trago, le arrancarían los dientes a sus madres, Ienry', y un poeta, EdLard almer 'un señorito cornudo en busca de emociones, Ienry', con su balada El !emonio salve a los $aleotes, fraguaron un conato de sublevación. ! la altura de Montevideo, el buque ardió, treinta y siete tripulantes ardieron, los papeles del poeta ardieron, y almer desapareció, Ienry, como si nunca hubiera e5istido. Mildred cruzó los campos orientales en una carreta, pasó a Entre =íos, y, luego, a uenos !ires. En uenos !ires, se casó con un ab+lico sargento del cuerpo de landengues 'si debo decirte la verdad, Ienry, #se no era un hombre' al que fue infiel, de 92 noche y de día, hasta que lo mató, neciamente, una bayoneta inglesa, en 2@F?. "on las pocas monedas que heredó, Mildred compró una casa en *ujan 'lo que aquí llaman una tapera, Ienry, puedo asegur$rtelo. Esto era, y que 4ios me condene si miento, un chiquero, Ienry' y la arregló como pudo. "ompró, tambi#n, algunas muchachas 'indias, mestizas, negras& mercaderías de segunda calidad, Ienry' y les enseñó algunos
trucos para calmar las tensiones de escogidos señores porteños. Mildred se preguntó, en m$s de una oportunidad, de dónde sacaban energías, los escogidos señores porteños, despu#s que las muchachas los atendieran, para pronunciarse contra el despotismo del triunvirato7 las ínfulas imperiales del directorio7 las pretensiones de !rtigas, a quien seguía una horda de mendigos 'te repito, Ienry, lo que les oí decir', con la misma salvaje:lealtad de los judíos a Mois#s, en su travesía por el desierto7 la inercia del gobierno del general Martín =odríguez7 la presidencia del mulato =ivadavia7 los desmanes de *avalle7 la ejecución de 4orrego7 el unitarismo o el federalismo. Mildred confesó su asombro por la pasión que nutría esas diatribas7 su persistencia la aburrió, pero una pobre mujer como yo, Ienry, debe vivir, decía Mildred, un largo y delgado cigarro hume$ndole en la boca. %tarHey oía esa historia una o dos veces por semana, tirado en un camastro, y juraba que ella y #l ' Ienry %tarHey y Mildred "ooper' eran almas gemelas, y enseguida, aterrorizado por la soledad y el infinito vacío de la llanura, pedía que le llenaran el vaso, y nombraba las calles de su infancia, los olores de 4ublín, sus puentes e iglesias, y lloraba, y maldecía a los 9> porteños por no haberlo matado a las puertas del -uerte, antes de que eresford rindiese su espada a *iniers, y tambi#n, a los !rias, y a la est+pida de Mercedes que se santiguaba cuando #l se metía, desnudo, en la cama. *o leo en tus ojos, Mildred& no me crees. 1o, a veces, pienso que voy a enloquecer& vivo en el rincón m$s piojoso del mundo y mi mujer, mi propia mujer, Mildred, se santigua cuando me meto en la cama. 1 Ienry %tarHey, la cara grande y carnosa mojada en l$grimas, rogaba a Mildred, que cerrara puertas y ventanas porque quería dormir y olvidar esa llanura, el sigiloso acecho de esa llanura, los vientos, ese destierro que era un castigo del "ielo.
caballo y a ser dura con los sirvientes. Kna niña blanca, le decía, descendiente de irlandeses nobles y verdaderos, sólo baja la vista ante 4ios, el apa y %an atricio. *a obligó a aprender bordado e ingl#s, y a soportar, sin culpas, el infortunio de ha: 9A ber nacido en uenos !ires. %tarHey se emborrachaba& lloroso y viejo, no cesaba de prometerle a Dsabel que la llevaría a navegar por el 8$mesis. Mercedes reprochaba a %tarHey su conducta, sus escapadas a *ujan, el avieso tr$nsito de chinitas por la casa, que atentaba contra su buen funcionamiento. %tarHey, mudo, la arrastraba al dormitorio y descargaba, sobre los brazos y la espalda de Merceditas, la ancha lonja del rebenque de mango labrado. Merceditas no se quejaba& se protegía la cara con los brazos y esperaba que #l le preguntara si quería m$s. Era 4ios quien, desde sus carnes encendidas por el #5tasis, pedía m$s. 1 %tarHey volvía a alzar el rebenque de mango labrado. 1 la ancha lonja del rebenque de mango labrado caía sobre la blanca piel de Merceditas. %tarHey, gordo y viejo, resollaba 5oma vaca. 5oma # sabes lo que me hacen las chinitas. Merceditas, los ojos bajos, decía no s&. No quiero saberlo. %tarHey decía bueno, ah" est) !)maso. Es un ne$ro oven. sano. pa$u& por &l mis buenas libras. El podr) ense2arte al$unas cosas. si te las ense2a, como creo, vas a saber lo que las chinitas hacen conmi$o. 1 %tarHey se
sentaba en la cama, la respiración fatigosa, el rebenque de m ango labrado pendi#ndole entre las piernas, y hablaba para sí en el idioma pedregoso de los clanes que poblaron los bosques de Drlanda. Merceditas narró sus desdichas al anciano confesor de los !rias, pero se abstuvo de mencionarle un sueño pecaminoso& ella introducía a 4$maso en su dormitorio, y la negra y brillosa piel de 4$maso chispeaba sobre su cuerpo aterido, y la boca de 4$maso chupaba su boca, y en el sueño Merceditas ordenaba 93 movete, ne$ro. 9amos, ne$ro, vamos. Movete o te do# con el rebenque, y
el negro susurraba una melodía en el idioma veloz y escurridizo de las tribus que poblaron las planicies de (frica. El confesor de los !rias, el anciano confesor de los !rias, la instó a aceptar su calvario. "ada cristiano, dijo el anciano confesor de los !rias, elige su cruz. Esta es la tuya, mujer. Kn ataque de hipo mató a Ienry %tarHey. Kna noche de invierno, durante la cena, %tarHey comunicó a Merceditas e Dsabel que había prometido a Pilliam *ongLords, un acaudalado, respetable y distinguido
hacendado y comerciante ingl#s, la mano de Dsabel. rometí a mi amigo, el señor *ongLords, la mano de Dsabel. Mi amigo, el señor *ongLords, es un buen hombre, pese a su fe protestante. %epan que lo pens# mucho. ens#& mi amigo, el señor *ongLords, es un buen hombre, culto, responsable, y propietario de una fortuna que no baja de las treinta mil libras esterlinas, pese a su fe protestante. ens#& mi amigo, el señor *ongLords, har$ feliz a Dsabel. %epan que pedí consejo al general =osas, y que el general =osas me felicitó por mi elección. !migo %tarHey, me llamó amigo %tarHey el general =osas, usted es un hombre de suerte. Dsabel miró tranquilamente a su padre, y le dijo, a su padre, tranquilamente& Ksted no me consultó a mí. %tarHey dijo que era su padre7 que había velado para que nada le faltara a Dsabel, desde que Dsabel era muy niña7 y que nada en la tierra o el cielo le haría cambiar de opinión, luego de haber oído al general =osas llamarlo hombre de suerte. Dsabel dijo a su padre, tranquilamente, que le parecía natural que nada 99 en la tierra o en el cielo modificara la opinión de %tarHey, o en el infierno, si lo prefería, luego de haber oído al general =osas llamarlo hombre de suerte 'apreciación con la que coincidía& cualquiera que la conociese testimoniaría que los juicios del general =osas le parecían infalibles' pero ella, Dsabel, no se casaría con el señor *ongLords. %tarHey miró, en su plato, las sobras grasientas del puchero& las palabras de Dsabel cavaron un largo pozo de silencio en su cerebro. =epentinamente, levantó la mano derecha, y la pelambre rojiza de la mano derecha ardió como un pastizal reseco en la llanura a la luz de las velas, y la lanzó, cerrada, hacia la cara de Dsabel. Erró el golpe porque Dsabel ladeó la cabeza y el puño de %tarHey cayó sobre la mesa, y destrozó dos o tres copas. %tarHey alzó la mano de la que manaba sangre, a la altura de sus ojos, y la observó atontado. Merceditas e Dsabel nunca dijeron si %tarHey 'la mano derecha de la que goteaba sangre, alzada a la altura de sus ojos' eructó o rió. Guiz$ eructó y rió. Merceditas corrió a cerrar la puerta del comedor. *a luz bovina de los ojos de %tarHey se apartó de la mano que goteaba sangre, y siguió, fascinada, el trote ligero de Merceditas. %tarHey, que emergía trabajosamente del largo pozo de silencio, bufó& :El rebenque, Mercedes; 1 se puso de pie. Dsabel recogió un cuchillo de la mesa y lo apuntó hacia la panza de su padre. %tarHey quiz$ eructó o rió& Merceditas e Dsabel nunca dijeron si eructó o rió. Kn hipo sordo le sacudió la barriga a %tarHey. -ue como una tos, dijeron Merceditas e Dsabel con un laconismo pudoroso. *a piel de la cara grande y carnosa de %tarHey palideció, y un vago aire
9; de incredulidad le nubló los ojos& se acordó de 4ublín, de algo gracioso que le ocurrió en 4ublín, y abrió la boca para contarlo, y escupió un cuajaron de sangre negra, y sus manos arañaron la luz, la penumbra que caía vertiginosamente sobre el recuerdo, los cielos de 4ublín que se desplomaban lejos de su corazón. *o enterraron dos días despu#s. Dsabel heredó fincas en el partido de -lores, doce sirvientes 0cinco negras y siete negros6, un profundo orinal de plata, campos y hacienda en !zul, y, m$s ac$, la casona de la calle *arga, y rosarios y crucifijos de oro, sortijas, anillos, pulseras, y las jaquecas de Mercedes. Guiz$ "ufr# fue señalado, por alg+n amigo oficioso, como el clínico m$s apto 'en -rancia no estudia cualquier pavo' para calmar las manías hipocondríacas de Mercedes. < quiz$ Dsabel, harta de las lamentaciones de Mercedes, llamó, por azar, a "ufr#, para que la atendiera. < quiz$ un colega invitó a "ufr# a una fiesta y allí le presentaron a Dsabel. < acaso ambos tomaron el t# en casa del general /uido, el m$s astuto de los consejeros del general %an Martín, si se debía creer a quienes frecuentaban al general /uido. !l general 8om$s /uido, si se debía creer a quienes lo frecuentaban, no le disgustaba la pendenciera osadía del padre de "ufr# 'que el padre de "ufr# e5hibía con impiadosa desmesura en cuarteles y salones', ni mucho menos, el empuje y el sentido com+n de Ienry %t arHey, que acapararon la un$nime alabanza de quienes alcanzaron a conocerlo. !caso, para lo que importa, determinar cómo y por qu# se encontraron /regorio "ufr# e Dsabel %tarHey se preste a disquisiciones monótonas e irrisorias. 9? "ufr#, entonces, entró a la casona de la calle *arga, y sus manos y los calmantes que recetó aflojaron las aprensiones de Mercedes. "ufr#, que era paciente, asistía a las crisis de doña Mercedes& la hacía acostar, y a oscuras, le pasaba las yemas de los dedos por la frente. 4oña Mercedes, a oscuras, las yemas de los dedos de "ufr# roz$ndole las sienes, se reprochaba no haber obligado a Ienry a que se tomara un descanso. "r#ame, doctor, murmuraba doña Mercedes en la oscuridad de su dormitorio, las yemas de los dedos de "ufr# traz$ndole, en las sienes, círculos ligeros y conc#ntricos, Ienry no dejó de trabajar un solo día de su vida. )Me cree, doctor "ufr#, en la oscuridad, revestido de una repentina paciencia que lo e5asperaba pero a la que no se resistía, murmuraba con calma, con cuidado, con lentitud& %hhh. 4uerma. 4uerma, señora. Mercedes suspiraba y llevaba una de las manos de "ufr#
a su pecho, que olía a canela, y la apretaba contra las frías y prietas carnes que asomaban por el escote del camisón, y se dormía. "uando la señora Mercedes se dormía, "ufr# salía en puntas de pie del dormitorio. %e acercaba a la mesa del comedor y le escribía a la señora Mercedes, bajo la mirada tranquila de Dsabel, dos o tres líneas. ! veces, le recomendaba, cautamente, un cambio de aire. ! veces, bajo la mirada tranquila de Dsabel, anotaba, en tarjetas de color ros$ceo, que olían a lavanda, que amueblar una casa, levantar una capilla y repartir limosnas entre los pobres, la devolverían a los placeres de la e5istencia.
"ufr#, que se prodigó en epigramas y perífrasis, que aprendió a ser paciente bajo la mirada tranquila de Dsabel, llegó a la casona de la calle *arga la noche del día que la señora Mercedes viajó a la quinta de barrancas de elgrano, persuadida de que un cambio de aire, el ejercicio de la beneficencia y las morosas tertulias alrededor de unas tazas de chocolate atenuarían el peso de sus obsesivos remordimientos y la detestable ansiedad que le despertaban los sueños que omitió mencionar a su confesor. "ufr# vio, esa noche, a sus manos enroscarse en los pechos de Dsabel7 vio la mirada tranquila y absorta de Dsabel que se le clavaba en la cara7 vio a la lengua de Dsabel, entre los labios de Dsabel, como un caracol que se despereza7 y vio a Dsabel retroceder 'el cuerpo de ella pegado al de #l, y el de #l que avanzaba sobre su retroceso', desnud$ndose. 1 "ufr# se vio en los ojos tranquilos y absortos de Dsabel, y vio las manos de Dsabel que lo desnudaban. "ufr# vio, en los ojos tranquilos y absortos de Dsabel, lo que había visto cuando escribía fatuos y torpes epigramas y perífrasis en las tarjetas que olían a lavanda. El m#dico que era "ufr#, el paciente m#dico que era "ufr#, percibió que, en el cuerpo de Dsabel, ardía una cólera arrogante y brutal, como si Dsabel se entregase a los helados furores de un desquite insaciable y, al mismo tiempo, a suplicios que nadie osa nombrar. "ufr#, no sin un incierto malestar, percibió que a #l le complacían los p#rfidos juegos a los que se sometían. "ufr# percibió que los juegos p#rfidos a los que ;F se sometían desembocarían en un h$bito feroz, en una esclavitud que no aboliría ni la fatiga ni el odio. Kna noche, Dsabel le preguntó& ')"ómo son las chinitas '!lgunas, jugosas 'dijo "ufr#, tirado a lo largo de una cama de s$banas azules e invadido por una flojera de convaleciente. ')Gu# haces con ellas "ufr# la miró& miró la espalda de Dsabel, la piel blanca de la espalda de Dsabel, los muslos de Dsabel, y unos mechones de cabello rojo sobre la nuca blanca y rígida de Dsabel7 y vio, cuando Dsabel giró sobre sus pies descalzos, una pelusa de cobre en el pubis, el guiño del ombligo, y el brillo de una cólera glacial, en los ojos, en los pómulos aguzados, en la boca apretada y sinuosa. *a miró, y cuando la miró, pudo completar el parco y reticente relato que Dsabel le hizo de la muerte de Ienry %tarHey. '8engo sueño, Dsabel 'dijo "ufr#. '"ontesta 'la voz de Dsabel sonó como una madera seca que se raja por la mitad.
"ufr#, que era paciente, bostezó y se dio vuelta en la cama. Dsabel le clavó las uñas en los hombros& ')8e gustan m$s que yo "ufr# la apartó de un manotazo. Dsabel trastabilló, se enredó en las ropas dispersas por el suelo y cayó sobre la alfombra con la cara de quien no cree lo que le sucede. '"ont#stame 'Dsabel se arrodilló en el suelo, las manos apoyadas en el suelo, el pelo rojo sobre los ojos'. "uando yo te hablo, cont#stame. 1o hablo y vos contestas& )entendiste, "ufr# 1o hablo y v os contestas. ;2 "ufr# se sentó en la cama y se pasó una mano por los hombros& los hombros le ardían. "ufr# sonrió& 'Est$ bien& usted pregunta y yo le contesto. ero, antes que le conteste, china, alc$nceme un cigarro. Dsabel se le tiró encima& los dos cayeron sobre la cama, y ella rió, l loró y lo acarició dec"me que haces lo que se te da la $ana conmi$o. !ec"me% ha$o lo que se me da la $ana con usted # "ufr# entró en el v#rtigo de una cabalgata, que en la silenciosa madrugada de enero, avejentó al hombre que era y lapidó, como en un sacrificio ritual, la paciencia del m#dico que era. *os enfermos que atendía, las cartas que escribía y despachaba sigilosamente a %antiago de "hile, *ima, arís, oston, y las que recibía 0que quemaba, salvo rigurosas e5cepciones6, lo apartaron, tambi#n, de Dsabel. or lo dem$s, algunas chinitas eran jugosas como duraznos maduros, y limpias y eficientes, y no suplicaban que se las e5citase con palabras atroces, y le acercaban, con gusto, cuando #l lo pedía, fuego al cigarro. "ufr# no lamentó la separación& tenía menos de treinta años y ponía sus ojos en el porvenir, esa abstracción que, en hombres como #l, incita a la conspiración y al combate. 1 que sobrevive a la derrota, en hombres como #l, con los signos inapelables de la utopía. Esta historia 'o lo que de ella perduró' insin+a que "ufr#, que tenía menos de treinta años, empezaba a conocer la soledad, los e5travíos y los prodigios de la conspiración, pero que ignoraba las infinitas agonías de la derrota. Esta historia 'o lo que perduró de ella' asegura que, para Dsabel, el presente era un bien perpetuo y redituable.
Dsabel
%in apresurarse, "ufr# entró a la casa de Dsabel, la chaqueta con alg+n desgarrón, el poncho con alguna mancha de sangre, el cuerpo y la cara enflaquecida con algo de frío. Dsabel caminó delante de #l, una vela en la mano, por el estrecho vestíbulo, hacia un hueco de luz. En el comedor, ella se sentó cerca de la chimenea7 distraídamente, sin ruido, depositó un madero sobre los leños que ardían. *os leños que ardían despidieron chispas que ardieron, rojas y azules, que murieron y se recrearon contra las negras piedras del hogar. "ufr# abrió un armario, sacó un botellón y un vaso y se sirvió vino. En voz baja, narró los hechos de esa noche7 omitió ciertos antecedentes7 disimuló ciertos detalles7 privó, a su relato, de la mención de ciertos nombres. Dsabel apartó su cara del resplandor del fuego, pero no miró a "ufr#. Esperó que las palabras de "ufr# se apagaran7 que la refriega, en la que los hombres de adía carnearon al coronel %i5to 8oledo, y en la que "ufr# perdió su maletín de m#dico y apretó el gatillo de una pistola, y que "ufr# narró, distanciado e indiferente, se despojara 'si la tuvo' de las crispaciones y la fatalidad de una tragedia, y fuese lo que ;; debía ser a los ojos de los porteños decentes y respetables& la cacería de un animal rabioso. "uando las palabras de "ufr# se apagaron, cuando la narración de "ufr#, distanciada y como as#ptica, cesó, cuando los cazadores se dedicaron, en silencio, a cuerear a la bestia rabiosa con la aprobación anticipada de los porteños decentes y respetables, Dsabel preguntó& ')or qu# vino a mi casa "ufr# se sacudió las +ltimas gotas de lluvia que colgaban de su poncho, y dijo que uno, en determinadas circunstancias, no elige la puerta a la que golpea. ')Es su manera de ver las cosas 'preguntó Dsabel. '%í 'dijo "ufr#. '%í 'dijo Dsabel'. Esa es su manera de ver las cosas.,. )1 sus amigos )4ónde est$n sus amigos "ufr# tomó su vino. )or qu# le repetían esa pregunta, una vez y otra "ufr# oyó, cansado, a esa voz y a otras golpear en su memoria& )qu# le e5igían que respondiera )*e e5igían que respondiera )< le e5igían que escupiera sobre sus amigos, sobre la fidelidad a pactos con los cuales un hombre es amigo de otros hombres 'Muertos 'dijo "ufr#'. 1 no dijo que hubo noches en que se
despertó llamando a sus amigos muertos, un nombre tras otro, grit$ndolos, los nombres atropell$ndose en su garganta, como si el sueño lo conjurase a gritarlos para que no lo ahogaran'. 1 los que no est$n muertos, est$n escondidos. 1 los que no est$n escondido, est$n lejos. Dsabel habló, pero para sí misma& ;? 'roteger a hombres como usted es un delito. 1 si yo lo protejo... )por qu# he de protegerlo '4em$ndeme 'dijo "ufr#, los labios fríos en la cara enflaquecida. Dsabel acercó sus manos a las llamas que bailaban en el hogar de la chimenea. Guiz$ pesó y quiz$ midió7 quiz$ leyó en el fuego como las brujas peludas de las que habló Ienry %tarHey, en sus destempladas borracheras, cuando Dsabel era una niña. Dsabel se levantó, se alejó de las llamas que bailaban en el hogar de la chimenea, de las estrellas rojas y azules que morían y se recreaban contra las piedras negras del hogar de la chimenea, de las brujas peludas que descendían de las montañas de Drlanda para atrapar a muchachas casquivanas y enloquecerlas, y encendió una l$mpara, abrió una puerta, y habló a "ufr#, d$ndole la espalda& '!comp$ñeme. *o pondr# a salvo de usted mismo. "ufr# no se rió. "ufr#, que no supo que empezaba a callar, pensó& eso que ella dice es el verso pedante que cierra el segundo acto de una mala opereta italiana. 1 a mí me echaron del teatro por silbar mientras el p+blico lloraba. "ufr# no se rió7 no se había reído, tampoco, de sus fatuos y torpes epigramas y perífrasis porque miraba, en su mano que las escribía, las manos que se enroscaban en unos pechos y giraban y giraban hasta arrancar, de una lengua perezosa como un caracol, un atormentado gemido de placer. "ufr# oyó, en silencio, la lluvia y a un trueno que retumbó sobre los techos. ajaron por una escalera de piedra. "aminó lar: ;@ go rato detr$s de la parpadeante luz de la l$mpara, que Dsabel sostenía en una de sus manos. El ojo amarillento de la l$mpara alumbró un recodo, una pared de ladrillos que tapaba, acaso, una salida de emergencia, y un camastro junto a la pared de ladrillos. *a luz se alejó7 "ufr# se estiró en el camastro, se tapó con el poncho y se durmió. "uando despertó no supo cu$nto durmió, pero supo que durmió. 1 mucho. Eso diría un m#dico a su paciente, despu#s de una fiebre prolongada& usted durmió mucho. %upo que, fuese lo que fuese ese lugar,
la noche sería noche y el día sería noche. %e dijo que sus razonamientos eran los de un idiota y que había que poner las cosas en su sitio. "aminó hacia la salida& oyó a los tacos de sus botas golpear la piedra del piso. %us manos, abiertas, resbalaron por las secas y duras rugosidades de paredes de barro. %ubió la escalera de piedra y empujó la tapa de fuese lo que fuera ese lugar. *a tapa no se movió. =etrocedió dos escalones, alzó los brazos y empujó hacia arriba. %intió cómo se le endurecían los muslos y las pantorrillas y se le hinchaban las venas del cuello. %ubió dos escalones, arqueó el cuello y la espalda, y empujó, con el cuello y la espalda arqueados, hacia arriba.
Dsabel' le comunicó que se investigaban los antecedentes de "ufr# y ?F la muerte de un benem#rito agente del orden a manos de "ufr#. Dsabel dijo que adía en persona le preguntó por "ufr#, y que ella le respondió que no veía a "ufr# desde enero, desde que "ufr# recomendó a su madre, doña Mercedes !rias de %tarHey, trasladarse a una quinta de las barrancas de elgrano, en la presunción de que el traslado atenuaría las penas que le ocasionaba su viudez. Dsabel dijo que adía en persona le transmitió los saludos de %u E5celencia y el disgusto de %u E5celencia por las molestias que, a ella, le infería la indagación prescripta por la *ey. Dsabel dijo que los hombres de la Mazorca se paseaban frente a su casa, día y noche, bajo las órdenes de adía en persona. Dsabel dijo que no veía la hora de que %u E5celencia, en persona, levantara la vigilancia de su casa por los hombres de la Mazorca, a las órdenes del jefe o comandante %ilverio adía. Dsabel dijo que cuando %u E5celencia, en persona, dispusiera el levantamiento de la vigilancia de su casa, se acabarían la justificada reticencia de los sirvientes y las murmuraciones de los vecinos. Dsabel dijo que rezaba día y noche, a 4ios y a la irgen, para que %u E5celencia, en persona, dispusiera, cuanto antes, el levantamiento de la vigilancia de su casa. "ufr# pesó y midió aquello que oyó. %e negó a leer su destino en los p$lidos fuegos del sueño, ni en las líneas cavadas en las palmas de sus manos, ni en las piedras de ese lugar, fuese lo que fuera ese lugar. idió a Dsabel que le tr ajera una manta, una jarra, velas, libros, cigarros, comida, un tacho con agua, jabón, una toalla, una navaja para afeitarse, y otro tacho para los e5crementos. "ufr# pidió, adem$s, dis: ?2 culpas a Dsabel por las aborrecibles palabras con las que se designa una defecación. 1 le pidió disculpas, tambi#n, por las molestias que le ocasionaba. *e pido disculpas, en persona 'dijo "ufr#', por las molestias que le ocasiono. "onfío, como usted, que acabar$n pronto. Dsabel regresó con dos tachos, uno vacío y otro lleno de agua7 jabón, unas pocas velas, una jarra, una manta gruesa que olía a establo y a sudores de caballo, y una fuente con pedazos de carne fría. "ufr# notó la falta de los cigarros, de un cuchillo para cortar la carne, de los libros, de la toalla, de la navaja. io algo de lo que ella se propuso ver& un cuerpo tendido en el catre y la limpia hoja de la navaja que se acerca al cuello del cuerpo tendido en el catre. *e pido disculpas, en persona, por las molestias que le ocasion#. io de lo que ella lo
preservaba. is del aria final del segundo acto de una mala opereta italiana. 8uvo ganas de reír. o se rió. "aminó por la galería& cincuenta pasos hasta la escalera7 cincuenta pasos hasta el camastro. "incuenta pasos para all$ y cincuenta pasos para ac$. "incuenta y cincuenta. "incuenta y cincuenta. unta, suela y talón. 8alón, suela y punta. Q e acostó boca abajo, sobre el piso de piedra, tensos los muslos y las pantorrillas. -le5ionó los brazos y su cuerpo se elevó, sostenido por las manos y la punta de los pies. Kno, dos7 uno, dos7 uno, dos. %e acostó en el camastro. correosa con los dientes7 se lavó los sobacos y el pecho7 se bajó los pantalones y se acuclilló a la altura del borde del tacho de e5crementos. %e tendió en el camastro, los ojos en la noche de ese lugar, fuese lo que fuera ese lugar. %oñó que estaba despierto7 despierto, soñó que dormía. El goteante ojo amarillo iluminó la cintura de Dsabel7 de la cintura para arriba, una voz. '!p$rtese 'dijo la voz'. 4#jeme sentar. Estoy cansada de subir y bajar esos tachos& no s# por qu# lo hago. 1 cómo, con los hombres del señor adía pase$ndose dentro y fuera de la casa. '8r$igame a %cherezade 'dijo "ufr#, recostado en la pared de ladrillos. El goteante ojo amarillo se detuvo en el pecho de Dsabel, no en la cara, no en el pelo, no en las m anos, no en sus ojos ni en la ira glacial que los volvía de vidrio, no en su voz, que sonaba precavida y admonitoria como en una iglesia, y que tenía la oscura pesadez del oro que baña a los santos y las vírgenes martirizadas. 1 la voz, como si entonase una homilía precavida y admonitoria entre el oro y la cera y la rancia pestilencia de las llagas de los santos y vírgenes martirizadas, dijo que #l, "ufr#, que pedía que le trajeran a %cherezade, el aya que se encargó de malcriarlo en su niñez, era peor que un negro& un negro no ensuciaría el tacho de e5crementos de la manera y el modo que lo ensucia #l, "ufr#. "ufr# vio un círculo amarillento sobre unas piedras de ese lugar, fuese lo que fuera ese lugar, y movió las manos para tocar la voz. *a voz no estaba. "ufr# penetró, quiz$, con los dedos de las manos, la fría pestilencia en la que la voz yacía. Guiz$, "ufr#, soñara. ?A '*as uñas de los pies 'dijo "ufr#, recostado en la pared de ladrillos,
y oyó deslizarse a sus palabras en la fría pestilencia en la que la voz yacía '. *as uñas de los pies. "recen. *a voz, por encima del goteante ojo amarillo, dijo que unos locos y salvajes, que en su locura y disipación se hacían llamar *os *ibres del %ur, fueron aniquilados por el general rudencio =osas en persona, y que al cabecilla de los locos y salvajes, edro "astelli, se lo degolló en 4olores, para escarmiento de locos, salvajes y otros aparatosos criminales. '*as uñas de los pies& crecen 'dijo "ufr#, recostado en la pared de ladrillos, como si estuviera despierto. "ufr# soñó que l$pidas grises flotaban en aguas grises y estancadas. 1 hacia #l, hacia "ufr#, navegó una l$pida en la que se deshacían carnosas flores blancas. "ufr# se agachó, las piernas en las aguas grises y estancadas, y leyó un nombre en la l$pida que navegó hacia #l. !pellido y fechas habían sido borradas por las aguas grises y estancadas, o por remotas lluvias o remotos vientos. < jam$s hubo apellido y fechas en la l$pida que, en las aguas grises y estancadas, rozaba sus rodillas, las flores carnosas y blancas deshaci#ndose en la l$pida que rozaba sus rodillas. Ese nombre, desconocido para #l, )qu# le decía en el sueño )o le decía nada o le decía tanto y tanto que, en el sueño, pugnó por gritar y no pudo )or qu# las aguas grises y estancadas )or qu# el sueño sabía de remotas lluvias, que en el sueño no estaban )or qu# las flores blancas y carnosas como senos se deshacían en las aguas grises y estancadas )or qu# ese nombre ?3 en esa piedra, que nada le decía y tanto y tanto le decía "ufr#, en el sueño, rogó al sueño que le develase su secreto, las claves de lo que fue. El sueño se apiadó, y le habló a "ufr# en el idioma de los sueños. 1 le develó la clave de lo que fue. 1 "ufr#, que, dormido, soñó que estaba despierto, supo. 1 olvidó, porque el sueño había abolido, para "ufr#, el devenir. "ufr# creyó que estaba despierto porque olvidó el habla indescifrable del sueño, porque comió, porque se tomó el pulso, porque prendió fuego a los pelos de su barba en la llama de la vela y aspiró el olor a pelo quemado, porque apagó el fuego que chirriaba debajo de su barbilla en el tacho de agua. ero el sueño 'una l$mina con aguas grises y estancadas7 el nombre en la l$pida, que lamieron remotas lluvias o remotos vientos, y flores blancas y carnosas como senos deshaci#ndose en la piedra de la l$pida' permaneció detr$s de sus ojos, inmóvil, inmóvil la l$pida, inmóviles las flores blancas y carnosas que, en su inmovilidad, se
degradaban infinitamente a una terrosidad +ltima. "ufr# olvidó las claves del sueño, porque los sueños son m$s piadosos que quienes los sueñan. Dsabel 'era Dsabel, para lo que "ufr# a+n era' se sentó en el camastro. El goteante ojo amarillo relampagueó en la pequeña tijera, sujeta al cuello de lo que Dsabel era por un cordel de seda. *o que a+n era "ufr#, recostado en el muro de ladrillos, se sacó las botas y las medias. El olor de los pies de lo que a+n era "ufr# se superpuso a la fría pestilencia en la que la voz, de lo que era Dsabel, yacía. *o que a+n era "ufr# manejó la tijera con cuidado y aplicación. ?9 '"recen 'dijo lo que a+n era "ufr#'. *e pido disculpas, en persona, por el olor de mis pies. *a tijera volvió a colgar de lo que era Dsabel, sujeta al cuello de lo que era Dsabel por un cordel de seda7 las manos de lo que era Dsabel sostuvieron las p$ginas de un diario a la altura del goteante ojo amarillo. *a voz de lo que era Dsabel, monocorde y did$ctica, precavida y admonitoria, se elevó por encima del goteante ojo amarillo y la rancia pesadez en la que había reposado, y la voz dijo que el general /regorio !r$oz de *amadrid envió a %u E5celencia una copla que escribió en persona, desvelado y laborioso, a caballo. *a voz monocorde y did$ctica, precavida y admonitoria, recitó& erros unitarios ada han respetado ! inmundos franceses Ellos se han aliado *o que a+n era "ufr#, dijo, apoyado en el muro de ladrillos& '*írica melancolía la del general, me parece. ero inspirada. '/uarango 'musitó la voz como si repitiese, con perseverancia y calma, a un chico malcriado, la penitencia a la que debería someterse, para que el terror y la abyección lo consumieran. 'as# mucho tiempo en compañía de vendedores de cebollas 'dijo lo que a+n era "ufr#, entretenido, lo que a+n era "ufr#, en seguir la travesía de ?; una nube de nieve. *a voz retornó por encima del goteante ojo amarillo. El general don Manuel
voz recorrió, como un sordo zumbido, unas líneas digresivas y elegantes que atribuyó a don edro de !ngelis. *uego recobró su tono monocorde y admonitorio, y tambi#n did$ctico. *a cabeza clavada en una lanza o estaca, y e5puesta a la condenación p+blica de los habitantes de 8ucum$n, en la plaza del mismo nombre, es la de Marco !vellaneda, o como quiera que se haya llamado ese perro loco y salvaje. Dgual suerte corrieron las cabezas de %u$rez, ilela, %ouza, Espejo, eña y
*a voz de lo que era Dsabel leyó, desde el camastro, que *avalle, sorprendido en la cama de una hija de %atan$s, y entregado, como no podía ser de otra manera, a la lujuria y la impudicia, fue ajusticiado. %us secuaces huyen perseguidos por las fuerzas del orden y la nacionalidad. *as fuerzas del orden y la nacionalidad, que persiguen de cerca a los secuaces del lascivo *avalle, oyen sus desgarradoras letanías7 oyen, ?@ en sus desgarradoras letanías, el blasfemo nombre de "aín7 oyen cómo los secuaces del concupiscente lo injurian por condenarlos a una fuga eterna, a fugar eternamente hacia una frontera que nunca traspasar$n7 a ser una tropa que fuga eternamente y rememora, en una fuga hacia una frontera que nunca traspasar$, las fornicaciones de la m$s envilecida carne que haya palpitado sobre la tierra de los argentinos. *o que a+n era "ufr# sumó las uñas cortadas por la tijera y se e5trañó que la suma, que el resultado de la suma, no diera un n+mero m+ltiplo de cinco. !montonó las uñas en la palma de una de sus manos. %opló. *as uñas amontonadas en la palma de una de sus manos cayeron, lunas de cuarto menguante, en la noche de ese lugar, fuese lo que fuera ese lugar, incendiadas por la luz del goteante ojo amarillo. *a voz dijo que un perturbador recalcitrante, Culi$n "uevas, purgó sus maldades con la decapitación. ! su cuñado, Esteban =eyes, pintor de litografías y óleos, hubo que reanimarlo dos veces, atado como estaba al poste de ejecución, para que recibiese la hostia que lo absolvería de sus pecados. *a demora, milagro de la 4ivina rovidencia, leyó la voz monocorde y admonitoria y tambi#n did$ctica, permitió que un mensajero, que galopó desde el -uerte, entregara, en manos del juez que debía verificar el cumplimiento de la sentencia, la conmutación de la pena, firmada por %u E5celencia en persona. Esteban =eyes canta, ahora, leyó la voz monocorde y admonitoria y tambi#n did$ctica, a la infinita generosidad de su benefactor, en el coro de la Dglesia de las Iermanas de %an Cuan autista. )o quería #l, "ufr#, o lo ?B que de #l quedaba, acogerse a la infinita generosidad de %u E5celencia *o que a+n era "ufr# quiso imaginar el movimiento de los astros, atraído por el peregrinaje de las lunas en cuarto menguante incendiadas por la luz de otro cielo. *o que a+n era su cerebro se negó a imaginar el movimiento de los astros, se rehusó a incitaciones que, quiz$, llegaron a ser insidiosas. Entonces rimó cristal con manantial, cielo con pañuelo y suelo con consuelo, mente con corriente y sonriente, amor con dolor y
calor, suerte con fuerte y muerte. Muerte& )qu# se designa con muerte E5aminó la pregunta lo que a+n era "ufr#, en la noche de ese lugar, fuese lo que fuera ese lugar, y rimó absoluto con impoluto, lisa con prisa. Entretejió las rimas7 memorizó, dormido o despierto, sonetos prolijos o venerables. 4ivagó, tal vez. 1, tal vez, fue otro. 1, tal vez, viajó. ero si viajó nunca sabría cu$nto espacio de la noche absorbió ese viaje, y si el viaje fue azaroso o le deparó placer, o si descubrió algo que lo que #l a+n era ignorase. 1 si viajó, hacia dónde viajó. olvió la mirada, lo que #l a+n era en ese lugar, fuese lo que fuera ese lugar, y la dejó reposar, absorta, en los papeles que el fuego incineró7 en la sangre, la tinta, las delaciones y las deserciones, las fantasías, las predicaciones y los improperios que el fuego incineró. *o que #l a+n era reconstruyó, dormido o despierto, en una +nica lectura, palabra por palabra, la literalidad de los mensajes y las contraseñas y los avisos cifrados que se agazapaban en la literalidad de los mensajes. *upon$o que tambi&n habremos tomado $inebra, pero de eso apenas me acuerdo, o se me me-cla ese d"a c on
@F otros d"as en los que tom)bamos $inebra, para celebrar, qui-), ceremonias m)s "ntimas. ¿!e qu& te hablo ¿ # la ustificación de los silencios de mi corres pondencia adquiere, a la ve-, un ai re brum os o # c irc ul ar . Ent re tan to / pa ra c om ba ti r e sta s depresiones # otras1 leo un libro sobre (., que te pasar& en cuanto nos veamos% ciertos datos anecdóticos sirven para enfrentar los vientos alisios, las tormentas que anticipan el verano. o trabao en la l"nea que
charlamos% me pareció mu# 'til nuestra 'ltima conversación, # cuando nos volvamos a ver, podremos se$uir austando los detalles para que el rendimiento meore. +hora quiero liquidar el asunto, para invitarte con vino franc&s en uno de esos lu$ares que ?uenos +ires esconde para que se refu$ien bellas damas corrompidas por el tedio. 7 al$o enaenadas, simple0
@2 mente. *us vicios, se sabe, ale$ran al mundo. Cuida tu salud # trabaa que ' como dice el vieo 7. ' la muerte nos acecha, suave # fatal. o me divierto como loco en medio del quilombo% no ha# coma decirle a una muer que uno se quiere abrir, para que ella empiece a funcionar, esp'rea # sedosa. 6ablando de culpas ' porque de eso hablam os ', es fatal este tono catequ"stico% los ami$os /vos, quiero decir1 vienen a aliviar los remordimientos que, a veces, me asaltan como esos despiadados piratas que abordaban pac"ficos nav"os, se$'n le"amos en aquellos libros que fueron la fascinación de nuestra ni2e-. 4ienso en esa noche, lloviendo a baldes, cuando vos # *. se vinieron a cenara casa, ¿remember, # hac"amos circular el 'nico cuchillo como si fuera un mate, una baraa. Cambiemos de conversación ' dio ?.?. @o#ce ' #a que no podemos cambiar la realidad. Me paso quemando papelitos, borradores de cap"tulos que me $ustan cada ve- menos /todo me $usta cada ve- menos, si te vo# a ser franco1, pero ac) hace mucho calor, mucha humedad, viene la lluvia pero no refresca. o, de cara a esta ciudad perversa, miro a las mueres ' perdona que sea reiterativo ', todas i$ualmente obsesivas, mani)ticas, ensimismadas, andar por el mundo con del$adas t'nicas, los oos h'medos, # me pre$unto% ¿ qu& son, adem)s de lo que muestran Cambiemos la realidad ' dio el siempre necesario 5r&veris' #a que no podemos cambiar de conversación.
*a ciudad est$ de fiesta, dijo lo que era Dsabel. %u E5celencia acaba de hundir la flota anglo:francesa. *a reina de Dnglaterra, dijo lo que era Dsabel, honró el valor de %u E5celencia, y le regaló un farm en %outhampton. Iasta irrisorias monarquías africanas, leyó lo que era Dsabel, encomian la altivez de %u E5celencia. *o que era Dsabel leyó que el pueblo ganó la ca: @> lle y ovacionó a %u E5celencia. 1 que %u E5celencia, rubio y bello como un $ngel tutelar, agradeció al pueblo la ovación. *eyó eufemismos, leyó obligatorias redundancias, leyó infalibles denuestos a la e5tranjería usurpadora, leyó inciertas elipsis y e5uberantes met$foras. *eyó a la
atria en triunfo. *o que era Dsabel dijo que %u E5celencia dispuso que continuara la persecución de "ufr#, y de los que, incluso, se le asemejaran, por tierra y por mar, hasta dar con "ufr# y los que se le asemejaran para que pagasen, ante la justicia, sus horrendos crímenes. *o que era Dsabel leyó que el señor Cuan autista !lberdi, en un escrito que despierta admiración y aplausos un$nimes, enaltece la obra de %u E5celencia. *o que era Dsabel, sentada en el camastro, leyó que el señor 4omingo -austino %armiento, declara, a quien quiera oírlo, que deber$n premiarse las virtudes de los miembros de la Mazorca. *o que era Dsabel, sentada en el camastro, dijo a lo que a+n era "ufr# hable. Iable, dijo lo que era Dsabel. )Me oyó Iable. *o que a+n era "ufr# miró el goteante ojo amarillo en la falda de lo que era Dsabel, la tijera sujeta al cuello de lo que era Dsabel por un cordel de seda negra, las manos de lo que era Dsabel y las loas y las victorias del honor nacional en las manos de lo que era Dsabel. %oñó, recostado en la pared de ladrillos, que estaba despierto. *o que a+n era "ufr# eructó. Ksted est$ enfermo. Muy enfermo. 1 no hubo #nfasis ni conminación en la voz que enhebraba vocales y consonantes por encima del goteante ojo amarillo, sino el testimonio desapasionado de que algunas desgracias son inevitables. 1o salgo de viaje, dijo @A lo que era Dsabel, sentada en el camastro. Me caso con *uis "ornejo *azec, de los "ornejo *azec del orte. !rriba quedan los hombres del señor adía, en cumplimiento de la orden de %u E5celencia de perseguirlo por tierra y mar, hasta que lo capturen y rinda cuentas, ante la justicia, de sus horrendos crímenes. *os hombres del señor adía fijaron arriba, el bando de perseguirlo por tierra y mar, suscripto por %u E5celencia en persona, hasta que lo capturen y rinda cuentas, ante la justicia, de sus horrendos crímenes. Kñas, pensó lo que a+n era "ufr#. 4ormido o despierto, las mordió y las escupió. *unas en cuarto menguante se fundieron en la noche de ese lugar, fuese lo que fuera ese lugar. ensó& el equilibrio solar. %e oyó hablar, recostado en la pared de ladrillos. Iablar entretiene, pensó, recostado en la pared de ladrillos, aun si uno no est$. *es hablo a ustedes. o se vayan, por favor, hasta que termine de contar lo que deseo contar. Es breve lo que deseo contar. "r#anme& lo que voy a contar es breve. /erm$n "ornejo, de los "ornejo del orte, se casó con doña !malia *azec, descendiente de una familia de la nobleza hugonote de -rancia. *e
dio hijos, tierras y fortuna. /erm$n "ornejo murió de casualidad, dicen, ahogado por una almohada. *a madre de los hijos del difunto /erm$n "ornejo, que murió de casualidad, dicen, ahogado por una almohada, doña !malia *azec de "ornejo, a la chinita que rompe un plato o una taza le cuelga los pedazos del plato o la taza del cuello, como un rosario. 1 en sus tierras, all$ en el orte, negro que sirve frías las empanadas reci: @3 be veinte latigazos en el trasero. 4oña !malia *azec de "ornejo anda a caballo todo el santo día. Es una machona, dicen, en voz baja, los que la envidian. ero los m+sculos de las piernas y el vientre de doña !malia *azec de "ornejo son los de una muchacha de diez y ocho años. 1 dicen que sus hijos, los jóvenes "ornejo *azec, corren apareados al caballo de la madre, doña !malia *azec de "ornejo, con el mate cebado y espumoso. 4icen que *uis "ornejo *azec, el menor de los hijos de doña !malia *azec de "ornejo, fue obligado por su madre a comer un pan dulce entero, para unas fiestas navideñas, porque lo sorprendió pellizc$ndolo. 4icen que *uis "ornejo *azec, el menor de los hijos de 4oña !malia *azec de "ornejo, se cansó, una tarde, de trotar, con el mate cebado y espumoso, apareado al caballo de 4oña !malia *azec de "ornejo, viuda de /erm$n "ornejo, que murió de casualidad, dicen, ahogado por una almohada. %e cansó de trotar y de esquivar los chicotazos que le largaba su madre. 1 de oír sus reprimendas, que lo atormentaban como los granos de sal sobre los que debía arrodillarse, de chico, para que se arrepintiera de sus travesuras. Entonces, dicen, calentó la boca de la bombilla de plata en las brasas del fogón. 1 trotó con el mate espumoso y cebado y la boca de la bombilla de plata calentada al rojo, apareado al caballo de doña !malia *azec de "ornejo. 1 *uis "ornejo *azec, el hijo menor del difunto /erm$n "ornejo, de los "ornejo del orte, trotó, la cara flaca y lisa como una moneda sobada, de regreso a la cocina, con el mate sin espuma y la bombilla de plata en el mate sin espuma, y la piel de los labios de @9 doña !malia *azec de "ornejo pegada a la bombilla de plata que bailaba en el mate sin espuma. *a señora Dsabel dijo que los hombres del señor adía le agradecieron en persona, a ella y a su esposo, *uis "ornejo *azec, que les hayan permitido descansar en la casa hasta que les repusieran caballos o hasta que los caballos que montaban se repusieran de la fatiga de una persecución que %u E5celencia, en persona, ordenó. 1 los hombres del
señor adía les informaron, confidencialmente, que estaban cada vez m$s cerca de "ufr# y de otros como "ufr#7 y que, por los rastros que dejaba "ufr# y otros como "ufr#, deducían que est aban enfermos y, acaso, locos. *a señora Dsabel, sentada en el camastro, dijo que, a raíz del aplastamiento de una rebelión del populacho en arís, %u E5celencia envió una comunicación urgente a los reyes cristianos de la Europa para que se agrupen bajo el solio del apa en =oma. %u E5celencia, leyó la señora Dsabel, en una comunicación urgente, que firmó en persona, a los reyes cristianos de la Europa, les hizo saber que La Anternacional es una sociedad de guerra y de odio que tiene por base el ateísmo y el comunismo, por objeto la destrucción del capital y el aniquilamiento de los que lo poseen, por medio de la fuerza brutal del gran n+mero que aplastar$ a todo cuanto intente resistirle. %u E5celencia, leyó la señora Dsabel, escribió a los emperadores y reyes cristianos que, cuando en las clases vulgares desaparece cada día m$s el respeto al orden, a las leyes, y el temor a las penas eternas, solamente los poderes e5traordinarios son capaces de hacer cumplir los mandamientos de 4ios, de las *eyes, e @; imponer el respeto al capital y a sus poseedores. *o que a+n era "ufr#, no habló. )o juraron los perpetuos hombres de adía 'mientras esperaban caballos de refresco para reanudar su persecución, por tierra y mar' que estaba enfermo y, acaso, loco, y que huía en círculo, como si escapara de sí mismo o habló, despierto o dormido, en la noche de ese lugar, fuese lo que fuera ese lugar, la boca contra la piel agrietada del camastro. o se preguntó, despierto o dormido, por qu# no habló. o habló. 1 sofocó lo que era la respiración de su boca c ontra la piel agrietada del camastro. El mundo es una cómica paradoja, leyó Bo que a+n era "ufr#, en las cartas que incineró el fuego. Kno nace y no lo sabe. Kno es por los otros. Kno se ríe, sin permiso de la policía, y es loco. *o que a+n era "ufr# acercó el oído a los muros de la noche& sólo oyó la insípida brisa que soplaba en lo que a+n era su cerebro. 4urmió, de pie7 o de pie, despierto, soñó que dormía. Masticó un pedazo de carne salobre. El jugo de algo mojó su barba quemada. =ecordó la línea de un libro, y la repitió con esfuerzo& 5ime is the merc# of eternit#. *a línea que recordó lo que a+n era "ufr# no le dijo nada a lo que quedaba de lo que a+n era "ufr#. ero lo que a+n era "ufr# oyó a %u E5celencia, desde alg+n lugar, en el que la noche no menoscababa sus miedos de hombre, preguntarse pero dónde vo#, si #a son las cinco de la ma2ana, si #a no puedo m)s. %u E5celencia, que tambi#n es un hombre, dice, all$ arriba,
donde la noche quiz$ sea un acaecer previsto y remediable, no puedo m)s. El hombre que palpita detr$s del uniforme de @? %u E5celencia se pregunta dónde vo#. *o que a+n era "ufr# rió, despierto o dormido, como el n$ufrago que ve acercarse la proa que lo rescatar$ de los maleficios de la soledad. Kn trueno lo arrancó de lo que fuera en lo que yacía. %e acercó a la luz de la vela. *a luz de la vela osciló. %e golpeó con lo que eran sus puños, los agujeros de los ojos y de los oídos. El trueno no cesó. "aminó cincuenta pasos en la noche de ese lugar, fuese lo que fuera ese lugar7 inadvertidamente, controló el pulso del bulto que olía a defecaciones y a orina y a semen. El trueno permaneció suspendido, arriba, como el rugido de una bestia desconocida. )Gui#n soy que me tomo el pulso *a locura estaba en otro lado, no en el bulto que olía a defecaciones y a orina y a semen. %e echó boca abajo en la noche de ese lugar. El trueno atravesó su piel, sus p$rpados, los huesos de sus sienes. )! qui#n tomo el pulso )! qu# sueño en el sueño *a voz de la señora Dsabel sonó debajo del trueno. *os ej#rcitos de %u E5celencia 'dijo la voz de la señora Dsabel en los intersticios del trueno' acaban de vencer a la tropa brasilera, uruguaya y entrerriana del descastado Krquiza, y vuelven, interminables, a la ciudad. %u E5celencia 'dijo la voz de l a señora Dsabel, en los intersticios del trueno' me invitó a la fiesta de gala, que dar$ en alermo, para celebrar la m$s grande epopeya vivida por la atria desde los felices tiempos que precedieron a la =evolución de Mayo. *a voz de la señora Dsabel, que fluía por los intersticios del trueno como si revelase, a un mundo sediento de fe, el rostro del que no se nombra en vano, @@ e5plicó que la t$ctica simple y genial de %u E5celencia consistió en permitir que la caballería entrerriana, que el traidor Krquiza descarrió, la batucada brasilera y los padrejones uruguayos se apro5imaran a los campos de "aseros. !llí, en los campos de "aseros, %u E5celencia en persona los inmovilizó con un lazo de hierro& el coronel Mariano "hilavert, caído heroicamente en la acción, envió al infierno, con la ardiente metralla de sus cañones, a los descarriados entrerrianos7 y el general (ngel acheco, leal entre los leales, colgó a los monos brasileros de los $rboles de alermo y ahogó en el =ío de la lata a los padrejones uruguayos.
*a señora Dsabel dijo que escribió una esquela a %u E5celencia. *a señora Dsabel dijo que escribió, en la esquela, que compartía el j+bilo de todos los argentinos bien nacidos por la gloria que conquistaron las armas de %u E5celencia, pero, en atención al luto que debe guardar por la muerte accidental de su esposo, don *uis "ornejo *azec, se ve forzada a permanecer en su hogar. =ezar#, escribió la señora Dsabel en la esquela que olía a lavanda, por la salud de %u E5celencia. 1 espero, escribió la señora Dsabel en una esquela que olía a lavanda, que 4ios me brinde una nueva oportunidad de saludar a %u E5celencia en persona. "ufr#, no lo que a+n era "ufr#, se arrastró detr$s del goteante ojo amarillo cuya luz ondeaba, frente a sus ojos, como un espejo vacío, sin oír la trastornada vehemencia de los e5abruptos que se quebraban del otro lado de los reflejos de la luz. Kna de las manos de "ufr# rozó la seda de una media, la carne tibia de @B un tobillo dó nde v o# s i #a n o pue do m) s. Iubo un grito entre los instersticios del trueno, por encima del espejo vacío, que cortó en dos el clamor de los ej#rcitos interminables que volvían a la ciudad, despu#s de batir al descastado Krquiza. "ufr# cayó de rodillas, en el piso de ese lugar, que era de piedra 'volvió a saberlo', herido en lo que, quiz$, fuera su cara por el taco del zapato que contenía la carne tibia de un tobillo y la seda que gu ardaba esa carne. Kn líquido espeso goteó en las palmas de las manos de "ufr#, apretadas contra lo que, quiz$, fuera su cara, contra el tajo que abrió, tal vez, en la parte derecha de lo que fuera su cara, el taco agudo de un zapato que atravesó la vacía luz de un goteante ojo amarillo. Estuvo allí, "ufr#, la cabeza contra el piso de piedra de ese lugar qui&n so# que me tomo el pulso, fuese lo que fuera ese lugar, hasta que el trueno se apagó. Guiz$ soñó que dormía. Guiz$, dormido, e5trajo, de entre lo que olía a defecación y a orina y a semen, la pistola que no disparó cuando a+n había viento, cielo y miedo y coraje para regalar. %e llevó la pistola a la boca. Mordió el caño de la pistola, pasó la lengua por el caño de la pistola, saboreó el gusto del acero, y apretó el gatillo. Esperó. *a noche de ese lugar, fuese lo que fuera ese lugar, le devolvió su grito. !pretó, una vez m$s, con calma, con cuidado, con aplicación, el gatillo de la pistola. "omo si soñara, apretó el gatillo de la pistola. %e rió, despierto. !rrojó, lejos de sí, el arma, y los mecanismos del arma, vencidos por el ó5ido, la bala y la pólvora roídos por la humedad, y el acero in+til, rebotaron en la noche de ese lugar, fuese lo que
BF fuera ese lugar. 1 se rió. 1 pensó, despierto, que los hombres de adía, no fallaron en el pronóstico& estaba loco. *os locos son los que dicen no puedo m)s al destino. )Kn loco )< algo m$s que un loco ¿7 hay algo que soy, que el loco no es oy a hablar de lo que soy, y lo que d iga ser$ lo +ltimo que ustedes oir$n de mi boca. 4ir# lo indispensable para que sepan qui#n soy. 4igo que soy el de la cama A>. ! mi derecha, en la cama A2, el A27 a mi izquierda, en la cama AA, el AA. %on A2 o AA. Elijan& hombres o n+meros. ero yo, en la cama A>, soy algo que no es ni hombre ni n+mero. ! A2 lo alimentan con leche& le pinchan la lengua, investigan qu# se cerró o qu# le creció en la garganta, en el esófago, en la tr$quea. A2 no puede tragar comida sólida y hay que pegar el oído a su boca y pincharle la lengua para descubrir un tono constante, $a0$a0$a, que emite la contracción y la dilatación de un m+sculo hediondo, y, acaso, magro. 1o, que no soy ni hombre ni n+mero, lo miro dormir. "uando no duerme, mira el techo de la habitación7 y cuando no duerme y no mira el techo de la habitación, la leche que gotea de una botella, sostenida por pesos y contrapesos a una vara de hierro, y destinada a regarle la lengua que le pinchan con agujas de cobre, lo ahoga. 1o le ajusto los pesos y contrapesos para que el goteo de la leche no lo ahogue. A2 me sonríe y mueve su mano izquierda en señal de saludo7 yo le sonrío y muevo mi mano derecha 0para que la vea6 en señal de saludo. AA no se acuesta. "amina por la habitación, nos mira a A2 y a mí, camina por los pasillos del hospital B2 0uso la palabra hospital, imprecisa y brusca, para conjurar una presencia y no su indefinida misión6, se para frente a las ventanas, los ojos claros y muy abiertos. uelve tarde, con un paso silencioso, de los pasillos, de las ventanas, de las escaleras que subió y bajó, de esa intensa contemplación de las puertas del hospital que no se anima a franquear. uelve y muerde una papa o toma una cucharada de sopa. Mastica, los ojos claros y muy abiertos, la papa o la cucharada de sopa, %e tira en la cama, los ojos claros y muy abiertos, y corre la cortina que separa su cama de la mía.
que le quite la manta que e5tendí encima de su cuerpo, que no se desviste. %e revisa& toca las medias, los pantalones, la camisa. "uchichea, los ojos fijos y claros y muy abiertos, en la puerta de la habitación. Espero una visita, cuchichea. Ksted sabe que no se debe esperar desvestido a las visitas. o es la primera vez que me dice eso. *a ronda nocturna de hombres que visten t+nicas blancas pasa delante de la cama A2, de la mía, y de la cama AA. Kno de los hombres que viste t+nica blanca se vuelve al llegar a la puerta de la habitación, p$lido, y como agazapado. 1 me habla. Es el +nico componente de la ronda que me habla, la cabeza apenas ladeada. *e veo un solo ojo, que fosforece en la cara p$lida y sagaz, y me repite las mismas palabras que le B> oí desde que me alojaron aquí, desde que me adjudicaron el n+mero A>. Me dice& Ksted, )qu# escribe 1 lo que le digo a #l es lo +ltimo que le digo a #l y a ustedes. *e digo a #l y les digo a ustedes& adie sabr$ nunca qu# escribo& soy el prontuariante de 4ios.
istas
4os versiones reconoce el epílogo de esta historia. *a primera se origina en las manifestaciones de asilio %osa, conocido como El 8uerto %osa, y de otros individuos cuya filiación fue imposible determinar porque eran el eco, perplejo o enardecido, de dichos que oyeron de boca de apresurados fabulistas, o porque eran desertores o soldados de los batallones de línea que sobrevivieron, en las penurias de un borroso anonimato, al rigor del desierto y al repentino tumulto de las arremetidas indias. Esa primera versión tambi#n busca sus fuentes en las cartas de $spera caligrafía y sinta5is poco ortodo5a 'recurso deliberado, en opinión de eruditos hurgadores de manuscritos, para confundir a quienes resultaba placentero interceptarlas' que remitía, desde las alturas del "opiapó, el coronel -elipe $rela, a corresponsales de dudosa e5istencia, y que, adem$s, carecían de paradero fijo. 1 tambi#n en los recuerdos de un fotógrafo, que albergó, fragmentados, La ?r'ula, periódico de los obreros chilenos del salitre, all$ por noviembre de 2B2@. "ontaba asilio %osa, m$s conocido como El 8uerto %osa, que supo ser juez de paz en tiempos de la "onfederación, que cuando el sol a+n no había B; asomado en los campos de "aseros, antes que los lanceros de la caballería entrerriana se largaran como lobos sobre las defensas federales, cuando a+n los regimientos federales no se habían precipitado en la vergJenza y la ignominia, lo recibió, en alermo, don Cuan Manuel de =osas. !lto y macizo y rubio, lindo de ver, con esos ojos que lo adivinaban todo, hospitalario y calmo como si no se le viniese al humo, desde el litoral, don Custo Cos# de Krquiza, le preguntó por su salud, por la s eñora Cuana, por su hijo, por el tobiano que %osa le ganó en la cuadrera m$s famosa que se haya visto en el partido de Monte o en cualquier otro lugar de la tierra. "ontaba asilio %osa, m$s conocido como El 8uerto %osa, que no olvidaría, mientras viviera, esa tarde o esa noche en alermo. 1 que no perdonaría, mientras viviera, a los que abandonaron a %u E5celencia en los campos de "aseros. !lgunos de los que escaparon de los lanceros de don Custo Cos# de Krquiza, se le echaron encima. udo decirles cagones o maulas. ero no. *os miró con su ojo achinado. 1 los contó, despacio, la saliva pegada a los dientes, el sable en la mano. Eran pocos para #l. 1 los llamó. engan, ustedes. engan, ustedes, que se arrugaron ante los macacos del rasil. "ontaba. asilio %osa, m$s conocido como El 8uerto %osa, que renunció a su cargo de juez de paz, pese a los ruegos de uno de los
secretarios de don Custo Cos# de Krquiza. 1 que puso una herrería para que no le faltara el pan a la señora doña Cuana y al hijo. 1 que cuando pensaba en esa tarde o en esa noche en alermo, se aflojaba como una mujer. orque era mucho lo que había que aguantar. )Gui#n iba a ima: B? ginar que don *orenzo 8orres, hombre leído y de fortuna y de la mayor confianza de %u E5celencia, se abrazaría, en un teatro, con don alentín !lsina, enemigo, si lo hubo, de la -ederación Entonces, uno le daba a la botella como loco. ero esa mañana de verano, yo no estaba mamado. Me di vuelta, con el martillo en la mano, porque era como si me hubiesen pintado la nuca con unos dedos de hielo, esa mañana de verano. 1 lo vi al hombre, parado en la puerta de la herrería, negro contra el sol. Me apart# de la luz, y no me pregunten por qu# no largu# el martillo, y el hombre seguía ahí, la cara como frotada por un cepillo de acero, y fofa, un largo capote sobre el cuerpo y un sombrero aludo en la cabeza. *e habl# y no me contestó, recostado, ahí, contra la puerta de la herrería. ens# cu$nto tiempo estuvo ahí, sin moverse, recostado contra la puerta de la herrería, antes que yo sintiera ese frío en la nuca, esos dedos de hielo que me bajaban por el cogote, antes que yo apretara el mango del martillo con m$s fuerza que el pomo del sable cuando se me echaron encima los que abandonaban al m$s gaucho de los hombres que gobernaron uenos !ires. Entr# a sudar, vi#ndolo ahí, recostado contra la puerta, negro contra el sol, largo y quieto, el sombrero aludo sobre los ojos. Me sudaba el pecho y la barriga. 1 me sudaba entre las piernas. 1 me sudaba la mano que sostenía el mango del martillo. Me limpi# el sudor de la cara con la mano libre, y lo vi m$s clarito. El hombre seguía ahí 'porque eso era un hombre, porque ese amasijo de fría grasa de oveja era la cara de un hombre', el sombrero aludo sobre la frente, la larga y quieta figura recostada con: B@ tra la puerta de la herrería, como si el sol de la mañana y el verano no le hicieran humear el capote de un color de tierra lavada. Me volví a limpiar el sudor de la cara con la mano libre, y pens# en esos ojos que parecían de ciego. *os vi, aquí, clavados en mi cabeza. Me largu# a reír. 1 juro por la memoria de mi hijo que no estaba mamado. o a esa hora de la mañana. o esa mañana de verano, si es que no la soñ# a esa mañana de verano. 1 yo oí v#ndame un caballo. <í esas palabras, que tengo aquí, en la cabeza, despu#s de no s# cu$nto tiempo. 1 por eso s# que no soñ# esa mañana& no le vi mover los labios al hombre, largo y quieto, recostado
contra la puerta de la herrería, pero sus palabras las tengo aquí, en la cabeza. ar# de reír, cuando las palabras del hombre me entraron aquí, en la cabeza. )or qu# le iba a vender un caballo, si tenía clavados esos ojos, aquí, en la cabeza, si eran los ojos del hombre que el comandante %ilverio adía, que 4ios tenga en su gloria, se encargó de pintarme apenas despenaron a don Manuel Maza 4eposit# el martillo, que sostenía en la mano sudada, sobre el yunque, con la suavidad que uno pone para acostar, en la cuna, a un beb# reci#n nacido, y me pregunt#, yo que no olvido una cara, qu# había hecho ese hombre con la suya, y despu#s de preguntarme qu# había hecho ese hombre con su cara, le vendí un caballo al hombre recostado contra la puerta de la herrería. )Iabría que darle cr#dito a las habladurías de El 8uerto %osa, se preguntaron, a su vez, los que las oían, cuando se sabe que la cabeza le funciona al rev#s, desde que supo que su hijo murió en la batalla de "u: BB rupaytí El 8uerto %osa, comentaron los que oían sus habladurías, no es de querer a nadie, pero quería a su hijo. 1 mal que bien, confió en las profecías de %u E5celencia& En >3 horas en los cuarteles, en 29 días en campaña, en A meses en la !sunción. *a patria es la patria. El =estaurador jam$s reconoció al araguay, ni a los gobiernos del doctor -rancia y sus seguidores. 1 su E5celencia, al llevarle la guerra al araguay, cumplía, quiz$, con un viejo mandato de la "onfederación. ero la guerra contra el tirano %olano *ópez ' manejado por la pindonga Madama *ynch, a la que encontró en los muladares del vicio, seg+n formulaban papeles doctrinarios' duró cuatro años y pico& a El 8uerto %osa le sobró tiempo para enloquecer. )"ómo creer en s us habladurías de loco, se interrogaron, m$s de una vez, los que las oían7 cómo creer, pongamos por caso, que recuerde unos ojos que le pintaron en tiempos que donju$n Manuel era joven y hermoso y rubio y m$s gaucho que ninguno )"ómo creerle si, cuando habla, se le mezclan los hombres que mató 'y mató m$s que soldado alguno' en los ej#rcitos del general Manuel elgrano, con los que mandó matar siendo juez de paz en tiempos que donju$n Manuel era joven y hermoso y rubio y m$s gaucho que ninguno or su parte, dos o tres o m$s ciudadanos de uenos !ires, de esos ciudadanos que ven lo que quieren ver, susurraron al oído de un cronista que ganó merecida fama por la retórica ostentosa de sus escritos y por la desusada futilidad de los personajes y episodios que presentaba en su semanal columna periodística, que en horas de un mediodía de diciembre, cuando
2FF sólo se tienen ganas de volver a casa y buscar la sombra de la parra, y bajo la sombra de la parra, quitarse la ropa, y obtener, a fuerza de gritos, que le sirvan, a uno, una raja helada de sandía, cuando, en fin, el verano es peor que una enfermedad, se toparon, en pleno centro de la ciudad, con un hombre montado a caballo, el sombrero aludo echado sobre los ojos, y un capote, grueso como una coraza, y largo, abrochado al cuerpo, sin una gota de sudor en la c ara p$lida y como hinchada, que no miraba a nada ni a nadie& ni al sol que caía sobre la cabeza del caballo y sobre el lomo oscuro del caballo, y sobre el c apote abrochado del hombre, y que lo debía cocinar, al hombre, embutido en el capote abrochado, con los mismos fuegos del infierno, ni a la ciudad que crecía y era otra, de la noche a la mañana, por imperio del libre comercio que %u E5celencia e5altó en una de sus arengas, ni a los mutilados de las guerras que mostraban, desvergonzadamente, sus llagas, ni a los locos que abundaban, por desgracia, en las calles de la ciudad, sin e5cluir al señor %armiento, dicho sea esto con todo respeto. El caballo iba a un trote corto y despacioso, como si desde siempre hubiese llevado, bajo ese sol blanco del mediodía, al hombre del sombrero aludo echado sobre los ojos y el grueso capote abrochado al cuerpo, o como si siempre, jinete y caballo, hubiesen estado ahí, bajo el sol blanco del verano, en el centro de la ciudad, y nadie, hombres y piedras que crecían, se apercibieran del trote corto y despacioso del animal, que parecía trotar en el mismo sitio, y de la figura del jinete, inmóvil sobre la montura, que parecía no mirar a los hombres y las piedras que crecían. 2F2 El hombre 'un e5tranjero, sin duda' dijeron al cronista que los oía con una sonrisa condescendiente bajo el corto y tupido bigote negro, desmontó a alguna hora del día, y entró a ese caf# que est$ a unos metros de la "atedral, en la calle de *a Merced, y los señores que jugaban al billar o a los naipes, o que reci#n tomaban asiento luego de pasar por la olsa de "omercio, y nosotros que lo seguimos desde que desmontó, desde que dejó sueltas las riendas y no ató el caballo a $rbol o palenque alguno, ni lo maneó, que lo seguimos desde que la cara p$lida y como hinchada y lo que hubiese dentro del capote abrochado cortaron la fresca penumbra del local, y estuvieron junto al mostrador, le oímos decir mi reino por un caf&. 4ijo esas palabras e5trañas o petulantes, con el mejor acento porteño, como si no se dirigiera a ninguno de nosotros, como si los señores que jugaban al billar o los naipes, o los señores que reci#n
habían llegado de la olsa de "omercio y sacaban cuentas de lo que ganaron vendi#ndole frutos y carnes y ropas a los ej#rcitos que liberaron al araguay de la tiranía de %olano *ópez, o míster /arland, el dueño del caf#, parado del otro lado del mostrador y perfectamente orgulloso de las maderas del $ltico que cubrían las paredes del caf#, no e5isti#semos. 4ijo esas palabras e5trañas y petulantes para nuestro gusto, vació su taza, y salió del local con el paso de una sombra 'veloz, no7 atropellado, no7 titubeante, no', paso inesperado y silencioso, sin que los s eñores que ya no jugaban al billar o los naipes, o los señores que ya no encolumnaban trabajosos n+meros en cintas de papel, o nosotros, o aun míster /arland, pudi#semos seguirlo. 2F> El te5to que firmó el cronista, y que publicó uno de los matutinos de la ciudad, provocó un considerable estupor en sus informantes& el hombre que cabalgó por las calles cercanas a la "atedral era, obviamente, franc#s, se apellidaba 4upr#, y se lo confundió con un coronel que participó en la campaña del !lto er+, y que fue asesinado, en circunstancias misteriosas, durante el invierno de 2@AB. *a desatinada vestimenta del franc#s 4upr# obedecía a su desconocimiento de las condiciones clim$ticas del país, y a un repentino entusiasmo por la e5ploración, consignaba el prestigioso cronista. %u nota estaba matizada 'lo que tambi#n era obvio' con despilfarros anecdóticos y citas dispersas de los itinerarios seguidos por "harles 4arLin y otros viajeros que recorrieron las zonas australes de la =ep+blica. *a primera versión se nutre, asimismo, de un fragmento de una de las cartas que -elipe $rela redactó desde su e5ilio en "opiapó. Es #ste& Entre los qe van va Cofr& el que. vino con Lobo, me dise que all" en Guanal, est) su familia se llama la muer benselada Lisarda ' 5e la recomiendo en lo posible qe puedas ' se sirbe, tambi&n o recomiendo ad. Rub&n para qe le d& un poco de tri$o para la mantención hasta qe. valla Cofre es preciso alludarles ) esta pobre familia, es forastera de all" no conoce.
o faltan los que cuestionan el valor probatorio del p$rrafo. $rela, aseguran, acometido por la tisis, dejaba correr, enceguecido, la pluma& la fiebre se encargaba del resto. ara otros, la letra despareja, los desaires frecuentes a la ortografía, y el tratamiento, casi e5clusivo, de cuestiones dom#sticas, en la carta, indican la meticulosa complejidad de un código. El 2FA
coronel %imón *uengo, que apuñaló a don Custo Cos# de Krquiza, al hombre que amó y sirvió como no amó y sirvió a hombre alguno que respirara bajo la luz de Entre =íos, e5plicaba, a la vista de esas líneas, que la candidez y banalidad de que estaban revestidas eran astucias de criollo viejo. ueden dar por seguro 'dijo el coronel %imón *uengo, pobre de palabra, pero cuchillero de ganada fama, en rueda de amigos oficiosos' que don -elipe $rela anda detr$s de una patriada. El apellido 4upr#, "ofr# o 1ofre reaparece en la edición de la primera semana de noviembre de 2B2@ de La ?r'ula, periódico de la -ederación de los
tierra bajo los cielos del invierno. 1o era casi un niño 'y había llegado de un lugar del mundo donde, hasta mis abuelos, tenían olvidadas las crueldades de las guerras de religión' y presenci# los horrores de esa retirada, y oí de boca de los pocos que sobrevivieron a esa retirada, el relato de otras derrotas, el monótono y descarnado relato de otras derrotas, y lo que hicieron y dejaron de hacer los que vencían, azuzados por los furiosos apostrofes y el arrojo místico de hombres como %armiento, que llegaron a creer, por un instante, por un solo y terrible instante, que la alucinada fe que depositaban en el futuro ' un $ran d"a, lo llamó 2F9 el propio %armiento' e5culparía a todos, a todos y a cada uno de los vencedores, del pecado y la e5ecración. *eí a %Lift& en su letra latían atisbos de ese horror, se divisaba la huella leve y sinuosa de esa depravación, la imposible representación de esa realidad. Entre los pocos que sobrevivimos al desastre de %alinas de astos /randes, se contaba un hombre de sombrero aludo y pelo canoso, alto, la cara flaca, al que ninguno de los fugitivos oyó hablar, pero a quien -elipe $rela, que lo llamaba "ofre o 1ofre o 4upr#, trataba con un respeto y una e5quisitez y un afecto inusuales en un individuo taciturno e irascible como ese catamarqueño que se moría, y se moría nom$s. *o vi escupir sangre a $rela, en ese verano de espanto mientras los pocos que #ramos nos retir$bamos hacia el orte. 1 vi a "ofre o 1ofre o 4upr# alzar un brazo y ordenar que nos detuvi#ramos y desmont$ramos, y que di#ramos de comer y beber a los caballos, pese a que las tropas del gobierno nos pisaban los talones, y que nos aliment$ramos con lo que hubiera o con lo que no hubiera. !+n hoy, a tantos años de aquellos hechos, no puedo discernir de dónde emanaba la pasmosa seguridad de "ofre o 1ofre o 4upr#. !lg+n veterano de nuestra partida apoyaba su oído en la tierra, y decía, la voz tan seca como el cuerpo y la cara, los tenemos encima. "ofre o 1ofre o 4upr#, que encendía un fuego y arropaba a $rela, que temblaba como si el 4iablo le chupase la sangre, musitaba, acuclillado junto al enfermo, las largas piernas enfundadas en largas botas, el sombrero aludo sobre los ojos y la cara flaca y p$lida, el gran revólver agant colg$ndole de la cintura, no llegar$n. 1 las manos flacas 2F; y blancas de "ofr# o 1ofre o 4upr#, inmunes al resplandor implacable de ese verano de espanto 'su piel, quiero decir' preparaban un brebaje de hierbas sin detenerse o vacilar, como si el dueño de esas manos no
dudase de la eficacia del remedio, y acercaban la taza a los labios de $rela, llagados por la fiebre. 1 nosotros oíamos o creíamos oír a "ofre o 1ofre o 4upr# hablarle a $rela hasta que la luna se asomaba sobre ese punto del desierto en el que nos habíamos detenido, y los veteranos 'que creían oír a "ofre o 1ofre o 4upr# hablarle a $rela, y que aprendieron a confiar en las intuiciones de aquel hombre, antes que yo' decían que "ofre, 1ofre o 4upr# era brujo, y que le hablaba a $rela para conjurarle el mal que había hecho casa en sus huesos. 1 cuando "ofre, 1ofre o 4upr# alzaba el brazo, par$bamos de cabalgar, y desmont$bamos, y nadie arrimaba su oído a la tierra, y yo, que nací en una gran ciudad europea, que frecuent# a Erasmo y %pinoza con la ligereza, la pasión y los criterios absolutos de un muchacho, acept# que aquel hombre era un brujo. ! medio siglo de aquella increíble retirada, puedo decir que esa RaceptaciónR 'le ruego que entrecomille la palabra aceptación' nacía de los hechizos de la pura y salvaje tierra sudamericana, de una reinterpretación apresurada de los te5tos racionales y agnósticos en los que me eduqu#, y del fatigoso desciframiento, no siempre certero, de los actos y de los silencios de los hombres que cabalgaron a mi lado. En uno de los altos, luego de alimentarnos y de alimentar a los animales con lo que hubiera o lo que no hubiera, $rela partió rumbo a otosí acompaña: 2F? do por dos o tres veteranos. =ecuerdo que #ramos diez, si se cuenta a un chico esmirriado y de ojos azules y dulces, que dijo llamarse ancho 8ejada, que se nos incorporó a nuestro paso por un pequeño caserío jujeño. imos partir a $rela, rumbo a otosí, como si se llevase la muerte en la fiebre que lo destrozaba, en los esputos de sangre, en la putrefacción de sus carnes que los veteranos olían en el aire caliente del verano. Esperamos que $rela se perdiese de vista, que se perdiera en la luz fría y acerada del amanecer y, sin que mediase palabra entre los que lo vimos partir, enfilamos hacia %alta. or un momento, no me e5pliqu# las razones de ese giro, de esa contramarcha. 4espu#s, la maniobra se me apareció clara& era una simple astucia para distraer a la tropa del gobierno, haci#ndole creer que el jefe rebelde se proponía levantar la provincia, para que #ste y sus acompañantes, en cambio, pudiesen cruzar la frontera de olivia sin oír a sus espaldas la vocinglería homicida de sus perseguidores. o e5agero si digo que días y noches, al galope y al paso, sin darnos descanso, sin que el brazo de "ofre, 1ofre o 4upr# se alzara para ordenar que nos detuvi#ramos y descans$ramos, bajamos hacia el centro de la
tormenta, hacia la escaramuza en la que ellos no nos concederían clemencia ni nosotros la pediríamos, en la que, lo sabíamos, acabarían nuestras penas. 1o revivo, nítidamente, los estertores de aquellas jornadas, en las noches que la vejez y sus tormentos me mantienen despierto. !hora, sobre el fin de mis días, miro al muchacho que fui. 1 el muchacho que fui peleó por un mundo condenado. 1 no eran %pi: 2F@ noza y Erasmo quienes podían enseñarle a elegir. 8ampoco los valientes junto a los que se hizo hombre, a e5cepción de "ofre, 1ofre o 4upr#. ero )qui#n lo sabe Miro al muchacho que fui y no me arrepiento de #l. 4igo, sobre el fin de mis días, como tantos otros compañeros, que del error nace la verdad. Sramos, en aquella simple y astuta maniobra de diversión, un montón de andrajos, las piernas acalambradas, resecas, de madera, las cabezas aturdidas por la n$usea, las articulaciones taladradas por agudas p+as de acero. 4e noche, o de día, uno de los nuestros se arrojaba sobre la tierra y decía& est$n cerca. or fin, en un crep+sculo lluvioso, uno de los nuestros dijo& los tenemos encima. ajo el aguacero, que los cegaba a ellos y a nosotros, sonaron los primeros disparos, las primeras descargas. Ellos y nosotros gritamos. )Gu# gritaban los que iban a perder, los que habían perdido todo, y los que iban a ganar, los que iban a ganar al precio de decirse que la pesadilla no volvería a asaltarlos, no volvería a ajustarles 'a ellos, los inapelables servidores de 4ios' las m$scaras ulcerosas del 4emonio /ritaban sus diversas agonías. *as m$s obscenas palabras que el hombre creó para infundirse valor, para aventar sus miedos, para transferírselos al enemigo, y el encanto de un nombre lejano y querido, traspapelado en las arrugas del tiempo, restallaron bajo el aguacero que nos enceguecía. %# que me creí perdido& había soñado, en el fren#tico descenso hacia ese andurrial removido por la lluvia y los cascos de los caballos, que un sable partiría en dos mi cuerpo, que el plomo de una bala abri: 2FB ría un agujero negro y filamentoso en el centro de mi cara. ero, bajo el aguacero y enceguecido, sentí que las ancas de dos caballos se pegaban a los flancos del mío, y que uno de los veteranos, grises las escu$lidas mejillas y las cerdas de las barbas, me decía con una voz tan tranquila que sobrepasó el rugido de las armas y del cielo& o se achique, "ristian, que de #sta salimos. 1 salimos. "ofre, 1ofre o 4upr# llamó, en nuestro socorro, a una tropa invisible comandada por $rela. *os soldados
gubernamentales oyeron, como nosotros, el llamado de "ofre, 1ofre o 4upr#, y se desconcertaron, o la insidiosa fama de implacabilidad que $rela arrastraba tras de sí los paralizó. Escapamos siete por una brecha que abrieron el desconcierto o el p$nico del adversario y los fogonazos del revólver de "ofre, 1ofre o 4upr#. *os caballos nos alejaron de la muerte, como si supieran que su +ltima misión era salvar a los hombres perdidos y desesperados que los montaban, y que despu#s que los salvaran el freno dejaría de torturarles la boca, y la baba de una inmemorial fatiga dejaría de rodarles por el pecho, y se tenderían a la sombra de unos $rboles altos, al borde de un prado y un arroyo para descansar, para que el olvido borrase a los hombres de los reflejos de su carne y les devolviese la libertad. 0Guiero que anote una circunstancia 'llam#mosla así' inverosímil& a lo largo de la retirada, y hasta mi llegada a alparaíso, conserv# el equipo fotogr$fico que traje de mi país de origen.6 !campamos en un monte& uno de los nuestros estaba malherido. El sol era tibio7 se anunciaba el otoño. "omo con los brebajes que mitigaban las fiebres 22F de $rela, aparecieron, en las manos de "ofre, 1ofre o 4upr#, unos metales pequeños y brillantes con los que limpió las heridas de nuestro hombre y le e5trajo una bala del pulmón izquierdo. or la noche, a la luz de una fogata, lo veló. *a muerte puede llegar con el sueño, veloz y compasiva. 1, entonces, bendita sea. ero, a veces, su pereza es intolerablemente cruel. elamos a nuestro hombre, junto con "ofre, 1ofre o 4upr#, en la noche fría de otoño y a la luz de la fogata. uestro hombre emergía de un letargo brumoso para mirarnos, para pedir agua, para hablar& a ratos, pedía que lo mat$ramos porque su dolor era intolerable, cruel7 a ratos, cuando el dolor decrecía, hablaba de una vida que no era la suya y que tambi#n lo era. 1 lo que narraba eran como islas refulgentes que flotaban y se e5tinguían con la lenta rapidez, para nuestro tiempo humano, de las estrellas. *a somnolencia nubló los ojos del veterano, y los que lo velamos oímos su murmullo& t$penme. Kna convulsión lo estremeció y un rel$mpago blanquecino iluminó su mirada. uestro hombre, a quien nada nunca le sobró, salvo las agallas, dijo& ay+denme. "ofre, 1ofre o 4upr# tomó l as manos de nuestro hombre entre las suyas, y los que vel$bamos en esa noche de otoño oímos que "ofre, 1ofre o 4upr# pronunciaba las palabras que aquietaron al moribundo, hicieron menos largo el tr$nsito de ese trecho solitario y yermo durante el cual su sangre se detuvo y la memoria de lo que fue se desvaneció en el
frío y la rigidez. !l día siguiente, entramos en la hacienda de los *arios. Mis compañeros y yo, e5cepto "ofre, 1ofre o 4upr# y uno o dos veteranos, nos desmoronamos, 222 borrachos de cansancio, en establos y pajares. Coven como era, dormí un día entero o un día y medio. Me despertó el olor a carne asada. !turdido, me lav# y me acerqu# a las grandes y anchas tiras de carne que se doraban en fogones de piedra. ! pocos metros de los fogones, se levantaba una casa de madera, piedra y altos ventanales, y un jardín de p$lidas rosas inglesas. 4e la casa, vi salir al patrón de la hacienda, 4iego *arios, sentado en un palanquín que llevaban, sobre sus hombros, cuatro indios descalzos y silenciosos. 4ejaron el palanquín en tierra, cerca del fuego, y se volvieron a la casa. 4iego *arios nos saludó& fue como un silbido ronco. *o mir#& aspiraba el aire penosamente. !lgunos de nuestros hombres inclinaron la cabeza en respuesta a su saludo7 "ofre, 1ofre o 4upr#, el sombrero aludo sobre los ojos, sentado en un tocón de madera, observaba el rojo y espeso fulgor de las brasas. *os indios regresaron de la casa con una mesa, un mantel, sillas, platos en cuyo centro un escudo mostraba una 4 y una * enlazadas y un filete de oro en el borde, cubiertos de plata, copas, vino de color caoba en botellas de cuello largo y fino. *arios nos invitó a que nos sent$ramos alrededor de la mesa& eso es lo que creo que hizo. < lo creí, por sus ademanes y por el tono meloso que imprimía lo que haya sido que dijo su boca, inaudible por la tos y el gargajeo que le subían a la cara gorda ya los labios amoratados desde una panza monstruosa, que descansaba, como una inmensa esfera vestida de sedas y terciopelos, sobre los muslos inmóviles, abrigados por una manta. uestros hombres se sintieron incómodos, acostumbrados como estaban a comer en cu: 22> clillas, alrededor del fogón, o porque sospechaban, mir$ndose para adentro, que detr$s del gesto obsequioso y de las e5piraciones empalagosas que brotaban de la boca abierta y de labios amoratados, palpitaba una indiferencia que no era desprecio o repulsión, sino un estilo, heredado y acrecentado, que los rebajaba, que rebajaba a hombres como los nuestros, a una forma domesticada que se podía sustituir, apartar o borrar de la vista con un movimiento de la mano. "ofre o 1ofre o 4upr#, sentado en el tocón de madera, el sombrero aludo sobre el pelo que bajaba, cano y liso, hasta los hombros, parecía dormir, calentado p or el fuego de las brasas, las largas piernas enfundadas en largas bota, el gran revólver agant, en cartuchera de cuero, colg$ndole de la cintura, y
un cuchillo de hoja recta entre las manos flacas y blancas. 8emí, al mirar a "ofre, 1ofre o 4upr#, que el cuchillo de hoja recta que sostenía entre las manos, terminara incrustado en las sedas y el terciopelo que cubrían el fl$ccido y bamboleante abdomen de *arios. ero no pude verle los ojos a "ofre, 1ofre o 4upr#7 tal vez durmiera, sentado en el tocón de madera, el largo cuerpo abandonado a la irradiación de las brasas. or los retazos de conversaciones, que sorprendí luego de ese almuerzo, entre la servidumbre 'mujeres negras y jóvenes, escogidas por la armonía de sus líneas y no ajadas, a+n, por los partos precoces y la rudeza del trabajo', y por lo que supe, en mis años de madurez, 4iego *arios debió ser un mozo seductor en el que la afectación y los buenos modales pesaban menos que la codicia y l a satisfacción perversa 22A de sus deseos. -ue, por lo que oí y supe, y por lo que #l dijo de sí mismo, compañero de aventuras de olívar en arís7 y, descendiente de conquistadores, invitado a la corte del rey de España y a las de otras monarquías europeas, a partir de la hora en que la %anta !lianza pudo asegurar a los príncipes que la pesadilla napoleónica no volvería a turbar sus sueños. %entado a la mesa 'los indios alzaron a 4iego *arios del palanquín y lo instalaron, suave y silenciosamente en una silla, con sus sedas y terciopelos y bultos de grasa y un capelo de cardenal en la cabeza calva', el vino y la comida le aclararon la voz, y desapareció ese e5angJe y angustioso gorgoteo que le obligaba a levantar y bajar los hombros para atrapar una migaja de aire, como si alguien se obstinase en hundirlo en el fondo de un agua viscosa. Estaba sentado, solo, a la mesa, y los rayos del sol, que filtraban las hojas de los $rboles, jugaron largo rato en las hendiduras de la pastosa cara gorda y sobre la tersura morada del capelo cardenalicio. osotros, que cort$bamos lonjas de carne de los asadores en cruz, con los cuchillos de pelea, y comíamos la carne jugosa y sangrienta, de pie o en cuclillas, y "ofre o 1ofre o 4upr#, que parecía dormir, sentado en el tocón de madera, oímos, de pronto, un coro que venía de la casa, y una m+sica de piano y violines. El europeo que a+n permanecía en mí, en la envoltura del hombre que crecía a la vera de hombres aguantadores y violentos como el hierro y el incendio, adivinó que lo que oía, en ese lugar del mundo casi inaccesible a los refinamientos del arte, eran los cuartetos de Iaydn. "on la misma e5asperada intensidad 223
que había mirado, poco antes, la encogida figura de "ofre, 1ofre o 4upr#, mir# a *arios& tenía los p$rpados caídos sobre los ojos, y movía las manos y la cabeza calva, tocada por el capelo morado, en la tenue brisa del día, como si fraseara la m+sica de los instrumentos y las voces, los anuncios de que la gloria de la =esurrección y la alegría y hermosuras infinitas del araíso estaban pró5imas. uestros hombres dejaron de masticar, salvo "ofre, 1ofre o 4upr#, y yo volví a desandar las calles y las m adrugadas de mi ciudad natal. oces e instrumentos callaron. *arios, la barbilla hundida en el pecho, siguió moviendo las manos y los labios en la tenue brisa del día. !brió, al rato, los ojos, pareció descubrirnos, y suspiró. 8omó un poco de vino, se limpió los labios con una servilleta de hilo, y dijo que fue fraile en un convento del er+. =ió, como si lo que dijo le evocase algo gracioso. *a panza se alzó de los muslos en los que reposaba y volvió a caer sobre ellos, gelatinosa, varias veces. %u risa sonó como si se echara a rodar un tonel vacío escaleras abajo. !lgo le causaba mucha gracia. !llí 'dijo', en el convento, uno es el marido de muchas mujeres, y mujer de muchos maridos. 1 oj:oj:oj, la risa se repitió. Esas amables muchachas 'y cabeceó hacia la casa, hacia los ventanales de la casa que resplandecían en la tenue brisa del día, y volcó vino en una copa', que cantan para mí, son el fruto de deslices frecuentes en, digamos, las buenas familias. *a Dglesia protege a esas amables muchachas, a esos c$ndidos frutos de ardores fugaces, y yo completo su educación. %oy, caballero '*arios alzó su copa en dirección a "ofr# 1ofre o 4upr#, sentado en el tocón de madera, el 229 sombrero aludo sobre la cara flaca y p$lida, el cuchillo de hoja recta raspando una costilla asada', un aficionado entusiasta de la astronomía. )Gu# m$s puedo ser *os hombres de mi familia fueron descubridores, inquisidores, poetas, soldados. 1 yo que vi, junto a olívar, nacer a estas infelices rep+blicas, me dije que no daría hijos al desorden o, en el mejor de los casos, a mercachifles y agiotistas. Estudio la inmutabilidad del Kniverso para olvidarme de la sucia feria en la que chapaleamos. *o que acabo de decir huele a retórica, pero es la verdad. 1 la alternativa es de hierro& la cruz y la espada o la igualación hacia abajo. Escalón por escalón. 4e los enciclopedistas a %aint:Cust, de %aint:Cust a abeuf. 1 despu#s de abeuf, )qu#, caballero )*a bestia que se devora a sí misma "ofre o 1ofre o 4upr# se levantó del tocón de madera, se acercó al fuego y tiró a las brasas el hueso que raspaba con el cuchillo de hoja recta. "ortó, con la destreza y habilidad que curaba nuestras heridas, una tira de carne, la ensartó en el cuchillo, y la llevó hasta el plato de *arios.
<ímos, y oí, a "ofre o 1ofre o 4upr# hablar m$s tiempo de lo que lo oímos y oí nunca, si se e5cept+an sus llamadas en las refriegas con las tropas del gobierno y sus murmullos al oído de los moribundos. "oma, dijo "ofre o 1ofre o 4upr#, en la tarde que se enfriaba. El futuro no es su negocio. *arios rió, oj:oj:oj, levantó una copa y dijo a su salud. Ksted y yo, caballero, somos hombres de acción& traducimos imperfectamente nuestro pensamiento. %in embargo, en sus palabras y en las mías, est$ toda la verdad de la vida. *arios agachó la cabe: 22; za y se dedicó a cortar, en menudos trozos, la tira de carne que "ofre o 1ofre o 4upr# depositó en su plato, y se llevó, uno por uno, los menudos trozos de carne a la boca, y uno por uno se los comió, mientras las brasas se volvían ceniza. Kna mujer, acompañada por los cuatro indios que cargaban el palanquín vacío, llegó hasta la mesa y rompió la e5traña quietud de ese momento. *arios dijo& %eñores, mi esposa. 1 la llamó *uz. 1 la mujer, a la que *arios llamó *uz, tenía el cabello negro sujeto por peinetas de carey, y el fulgor del sol, que se retiraba m$s all$ de las copas de los $rboles, estalló en las opulencias que demoraba su escote. *os indios introdujeron a *arios en el palanquín, y el palanquín y la mujer, que se llamaba *uz, se alejaron en dirección a la casa. ! la mañana siguiente, temprano, partimos. "ofre o 1ofre o 4upr# se volvió hacia los hombres de la partida y, señalando la casa, dijo& qu#menla. inguno de los hombres de la partida se movió. udieron, en el pasado, quemar la casa y la m+sica de Iaydn, los violines, el piano, y convertir el telescopio de *arios en un montón de metal retorcido, y no importarles, o importarles tanto como los hombres que sucumbieron a sus cuchillos de guerra. Iabían incendiado y matado, habían cobrado, en el fuego y la muerte, antiguas deudas, habían sido duros y v iolentos. ero ya no lo eran& no se es duro y violento e implacable cuando la bandera que se defendió es pasto de la derrota. 8ampoco yo 'apenas un muchacho europeo, unido a esos hombres por un ingenuo anhelo de justicia humana' me moví. or un momento, pareció 22? que "ofre o 1ofre o 4upr# se largaría solo a quemar la casa. %us pies se apoyaron en los estribos del caballo y su cuerpo se dobló sobre el pescuezo del caballo, y el caballo galopó unos metros hacia la casa. ero "ofre o 1ofre o 4upr# detuvo al animal, y dobló la cabeza y nos miró, el sombrero aludo echado sobre los ojos, y su brazo se alzó, como tantas
otras veces, y enfilamos rumbo al orte. ! poco de andar, vimos a los cuatro indios encargados de llevar el palanquín sobre sus hombros, y al palanquín sobre sus hombros. imos a los cuatro indios ascender, silenciosa y velozmente, una colina donde se cultivaba una planta cuya fragancia inhalaba *arios para que se le dilataran los bronquios. imos, en el esplendor de la mañana, los talones de los indios, opacos como el pedernal, que casi no tocaban el suelo, y que subían y subían en busca de la cumbre de la colina. rillaron el oro y las maderas bruñidas del palanquín, brilló la colina recortada contra el cielo límpido, brilló la piel en el cuerpo de los indios y el sudor en la piel de los indios, en las suaves lomas que los m+sculos dibujaban en la piel de los indios. El palanquín osciló en la cumbre de la colina, y un espantap$jaros deforme, vestido de seda y terciopelo, abrió su s brazos en los espejismos de la mañana, y hubo como una risa en los espejismos de la mañana, y la risa, oj:oj:oj, se despeñó cuesta abajo del otro lado de la colina. 8ambi#n notamos que faltaba, en la partida, el chico ancho 8ejada. !lguien me dijo, años m$s tarde, que sirvió a la mujer que *arios llamó *uz7 que practicó, en ella, el vicio ingl#s, que ella practicó en 22@ *arios7 y que ancho 8ejada se marchitó hasta morir en el ejercicio de #se y otros vicios m$s refinados que #se. *os hombres de la partida se dispersaron en los poblados del orte y "ofre o 1ofre o 4upr# y yo nos despedimos al tocar nuestros caballos las primeras estribaciones de la cordillera. -otografi# a $rela, a los hombres de la partida y a "ofre o 1ofre o 4upr#. 1 esas fotografías, estoy seguro, dicen m$s de ellos que mil palabras juntas. *as fotografías de "ofre o 1ofre o 4upr# y parte de mi archivo se los apropiaron los carabineros, poco despu#s del asesinato de nuestros compañeros, por el ej#rcito chileno, en Dquique. Estas son algunas de las cosas que viví en mi juventud, yo, "ristian an 4erer, que, a veces, me inclino ante 4ios, pero que siempre me inclino ante mis hermanos, los desposeídos. ! su vez, los escritos de los cronistas de la guerra al indio, y las afirmaciones de los soldados que participaron en esa guerra y las de los desertores del ej#rcito que buscaron refugio en las tolderías de "alfucur$, tornan todavía m$s difusa y contradictoria la primera versión de esta historia. !sí, la arremetida de dos mil indios contra =ío D, a fines del verano de 2@;@, que se alzó con cautivos e innumerables cabezas de ganado, habría tenido como jefe a un blanco, al que los capitanejos de "alfucur$ llamaban =uca ahuel. En 2@?>, ese mismo blanco 'si hay que
prestar prestar alguna alguna veracidad veracidad a las descripciones descripciones de pobladores pobladores y soldados' soldados' cond condu uce al maló malón n que que estu estuvo vo a punto unto de dest destru ruir ir ahía hía lanc lanca. a. 4esertores capturados en las campañas contra el poder indio, alegaron 22B 22 B que que un blan blanco, co, ba bauti utiza zado do con con el omin ominos osoo nomb nombre re de =uca =uca ahu ahuel el,, arrebató, en una noche demasiado larga, al coronel "onrado illegas, su famosa tropilla de caballos blancos. 1 que el coronel illegas, enfermo de rabia, dispuso que se fusilara a uno de cada cinco o de cada diez de los hombres que tenían por misión guardar a la tropilla de caballos blancos. 1 dije di jero ron, n, los lo s dese de sert rtor ores es capt ca ptur urad ados os por po r el ej#r ej #rci cito to naci na cion onal al,, que qu e las la s ejec ejecuc ucio ione ness se post poster erga garo ron n ante ante la prom promes esaa de ofic oficia iale less y trop tropaa de apresar, apresar, vivo o muerto, al blanco blanco que, en una noche demasiado larga, le arrebató al coronel "onrado illegas su tropilla de caballos blancos. F 2> F se el pul pulso, so, y con contem templa plaba el del delga gado do vapo vaporr que que desp despeedían dían sus sus e5crementos. ! veces, un goteante ojo amarillo recorría lo que #l dijo que era. ! veces, unos pasos y unos sonidos impersonales se acercaron a lo que #l dijo que era. ! veces, el goteante ojo amarillo, los pasos, el hueco sonido de algo que chasqueaba en la noche de ese lugar, fuese lo que fuera ese lugar, despertaban, en aquello que #l dijo que era, una opaca curiosidad. Iasta que esa curiosidad menguó. Iasta que lo que #l dijo q u e e r a se s e p ar ó d e l a cur cur io sid sid ad , d e lo s s o n id o s h u ecos cos q u e chas chasqu quea eaba ban n en la noch noche, e, del del gote gotean ante te ojo ojo amar amaril illo lo.. Iasta Iasta que que los los sonidos huecos y el goteante ojo amarillo desaparecieron para lo que #l
dijo que era. 4espu#s, nada. 4espu#s, la impasibilidad del limo que burb bu rbuj ujea ea bajo ba jo la mira mi rada da de un sol so l desn de snud udo. o. Guiz$ no supo que caminó en esa nada, que trepó eternamente por esa nada, y que en la eternidad de esa nada empujó una puerta. *a puerta se abrió. "ufr# retrocedió, ciego, a la noche del lugar en el que dijo qui#n era. 1 esperó, esperó, ni despierto despierto ni dormido. dormido. -ue así de simple. 1 "ufr# "ufr# supo, acaso, que lo simple, que es atroz, no se narra. "ufr "ufr## subi subióó tres tres esca escalo lone nes. s. isó isó una una alfo alfomb mbra ra.. io io 'qui 'quier eree la segunda versión' una mesa baja, copas, botellas, un libro, una caja, sillas de respaldo tapizado, un div$n, cortinados, un espejo lejano, un piano, puertas, la luz que entraba, mansa, por una ventana. %e acercó a la mesa baja y levantó la tapa del libro. *eyó& Gustave (laubert. M$s abajo& Mada Ma dame me ?ova ?o var# r#.. M$s 4a r"s, s, FH F H.. 4io vuelta la hoja, blanca y M$s ab abaj ajo& o& 4ar" granulada. *eyó& sted no es Emma> #o no so# Ro0 2>22 2> dolfo. *o# Lucio, rendido a sus pies, y una un a fech fe cha. a. !bri !b rióó la tapa ta pa de la caja ca ja..
Kna doble fila de puros reposaba en la caja. "erca de la punta de cada uno de los puros robustos y parejos, aros de papel con filigranas doradas. 4a rta$ a$as as # Ca. Ca . ' 6aba 6a bana na ' 1 en cada ca da aro ar o de pape pa pel,l, en letr le tras as dimi di minu nuta tas, s, 4art FI. !lzó !l zó la caja ca ja de puro pu ross hast ha staa su nari na rizz y olió ol ió los lo s puro pu ros. s. 4ejó 4e jó la caja ca ja de puros en la mesa baja y caminó hasta el piano. %obre la tapa del piano, un diario doblado por la mitad. o lo tocó. *eyó los gruesos signos fijados 6o # asum as umee la pres pr esid iden enci cia a de la Naci Na ción ón el se2o se 2orr en lo alto de la hoja& 6o# !omi !o min$ n$o o (aus (a usti tino no *arm *a rmie ient nto. o. *eyó, entre dos líneas finas que corrían a lo largo de la hoja, por encima de los gruesos signos fijados en lo alto de 7ctubre. *eyó otro n+mero& la hoja, un n+mero& J. *eyó una palabra& 7ctubre. FKF.
Kna nota, en apretadas columnas, separadas una de otra por rayas vert ve rtic ical ales es,, segu se guía ía al títu tí tulo lo de grue gr ueso soss sign si gnos os negr ne gros os.. *a nota no ta menc me ncio iona naba ba gestas, profusos h#roes hom#ricos, hazañas, retiradas honrosas, acuerdos frat frater erno nos, s, la vibr vibrac ació ión n de clar clarin inete etess y tamb tambor ores es,, el cent centell elleo eo de las las espadas, las proezas de los arados. *a nota ensalzaba el desprendimiento voca vo caci cion onal al del de l m$s m$ s prol pr olíf ífic icoo prop pr opie ieta tari rioo de tier ti erra rass y homb ho mbre ress que qu e haya ha ya cono conoci cido do el lito litora rall arge argent ntin ino, o, la ecua ecuani nimi mida dad d mora morall del del cele celebr brad adoo !i vina na Come Co medi dia, a, y la pond tra traduct ductor or de La !ivi po nder erac ació ión n y equi eq uili libr brio io del de l presidente electo. "ufr# se sentó en el div$n. Miró la luz que entraba por la ventana. Encendió un puro. El humo del puro se adelgazó en la luz que entraba por la ventana. *a segunda versión quiere que "ufr#, el puro entre los dientes, no necesitó ir hasta el espejo lejano
2>>> 2> para que le dijese qui#n era #l. 1 qui#n iba a ser. Dnmóvil en el div$n, vio apagarse la luz que entraba por la ventana. %e puso de pie. "aminó hacia la puerta del sótano, foso, galería o lo que hubiese debajo de esa puerta. ajó tres o cuatro escalones, el puro entre los dientes, y cerró, sobre su cabeza, la puerta del sótano, foso, galería o lo que hubiese debajo de esa puerta.
Este li6r& se terin@ de i?riir en el es de Duli& de 1995, en erla? r&ducci&nes Crficas, +&andante S?urr "5!, 18%#; Avellaneda, Re?6lica Argentina.
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