Instituto Don Bosco. Historia. 5to “C”. Prof. Eduardo A. Devoto. María Dolores Bejar, Historia del Siglo XX. 1ª ed. Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2011. (Resumen y adaptación propia, capítulos “De la Segunda Guerra Mundial a la caída del Muro” y “el Tercer Mundo”) “La Guerra Fría fue (…) multidimensional. En esencia, fue expresión de la rivalidad estratégica entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, centrada inicialmente en el territorio europeo, con alcances mundiales después y basada en la carrera por el control de armas nucleares cada vez más sofisticadas y costosas. Pero también incluyó la lucha anticolonial, signada por la rivalidad entre las dos superpotencias, y además estuvo atravesada por las demandas nacionales de los países europeos que cuestionaban la hegemonía de la potencia dominante: la de Moscú en el bloque soviético y la de Washington en el bloque capitalista.” “La antigua alianza se quebró definitivamente en 1947. Los Estados Unidos se comprometieron con la reconstrucción europea y asumieron el papel de gendarmes del orden capitalista. En Europa Occidental, la escasez de insumos básicos y el invierno de 1946, extremadamente crudo, fomentaron el descontento social. […] Los soviéticos por su parte, controlaban los resortes básicos del poder en los países europeos del este. […] A mediados de 1947, el secretario de estado George Marshall anunció el Programa de Recuperación Europeo. El Plan Marshall ofrecía ayuda económica a todos los países europeos que aceptaran los mecanismos de control e integración dispuestos por los Estados Unidos. La URSS rechazó el ofrecimiento y obligó a los gobiernos de Europa del Este a sumarse a su decisión, alegando que la ayuda servía a los intereses del imperialismo estadounidense. El programa tenía un triple objetivo: impedir la insolvencia de los paises europeos, que hubiera tenido consecuencias negativas para la economía norteamericana; mejorar las condiciones sociales para evitar la expansión del comunismo, y afianzar los regimenes democráticos dispuestos a apoyar la política estadounidense en el escenario internacional. […] El ingreso de dólares fue acompañado por una intensa campaña de propaganda, en la que documentales, noticieros, panfletos mostraban el “American Way of Life” como el destino promisorio de las democracias capitalistas europeas. En Alemania occidental las tres potencias ocupantes – Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidosempezaron a colaborar entre sí: las regiones controladas militarmente fueron unificadas y se concedió una creciente autonomía a las autoridades locales. […] En mayo de 1949 se decretó oficialmente la fundación de la República Federal Alemana, que abarcó todas las zonas ocupadas por las potencias occidentales, incluido Berlín Occidental. En octubre de ese mismo año se anunció la creación de la República Democrática Alemana, integrada por los cinco estados ocupados por las tropas soviéticas. La división perduró hasta 1990, cuando la desintegración del bloque soviético posibilitó el reconocimiento de la plena soberanía de la Alemania reunificada. El proceso de división en dos bloques se plasmó también en el plano militar. En abril de 1949 fue aprobado el Tratado del Atlántico Norte. En 1955, a manera de réplica de la integración de la República Federal Alemana en la OTAN, los gobiernos de las democracias populares, excepto Yugoslavia, firmaron el Pacto de Varsovia, que establecía la conducción del comando militar soviético sobre todas las fuerzas armadas.” De la coexistencia a la distensión (1953-1975) “La coexistencia significó cierta disposición hacia el diálogo por parte de los Estados Un idos y de la Unión Soviética, aunque en los primeros años no se avanzó en el tema del desarme. Esta etapa aparece asociada a las figuras del presidente norteamericano John Fitzgerald Kennedy y del primer ministro soviético Nikita Kruschev. […] El avance del deshielo estuvo cargado de ambigüedades y momentos de tensión. Desde mediados de los años cincuenta hasta comienzos de los sesenta hubo tres crisis cruciales: una en Europa- la construcción del muro de Berlín en 1961- y dos en el Tercer Mundo: la guerra del Suez en 1956 y la instalación de misiles soviéticos en Cuba en 1962. […]
A partir del Tratado de Moscú de 1963, la Unión Soviética y los Estados Unidos se mostraron dispuestos a dialogar sobre el control de armamentos nucleares. Este acuerdo prohibió las pruebas nucleares atmosféricas, pero ni China ni Francia lo suscribieron. En 1968, las dos superpotencias y otros noventa y cinco países – menos China, Francia y la India- firmaron el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, que prohibía la fabricación y la compra de armas atómicas por parte de países que carecieran de ellas y proponía un control internacional sobre la carrera armamentista y el uso de energía nuclear. En 1969 se iniciaron las negociaciones para la limitación de las armas estratégicas (SALT: Strategic Arms Limitation Talks), que condujeron a la firma en Moscú del acuerdo SALT I. Este prohibió la instalación de sistemas de defensa antimisiles, por considerar que la mejor garantía para mantener la paz era que ninguna de las superpotencias se sintiera segura. La “destrucción mutua asegurada” (Mutual Assured Destruction o MAD sigla que forma la palabra “loco” en inglés) era la mejor forma de impedir el conflicto armado. El acta final de Helsinki, en 1975, fue el punto culminante de la distensión. Los países firmantes reconocieron las fronteras surgidas de la Segunda Guerra Mundial, se reforzó la cooperación económica entre ambos bloques, y todos los gobiernos se comprometieron a respetar los derechos humanos y las libertades de expresión y circulación de sus habitantes.” Los No Alineados y las luchas en el Tercer Mundo “El concepto de tercer mundo, acuñado en los años cincuenta, englobó a un conjunto heterogéneo de países de Asia, África y América Latina con problemas similares: un orden económico dependiente de la exportación de alimentos y materia primas, altas tasas de analfabetismo, un fuerte crecimiento demográfico y escenarios políticos signados por el autoritarismo, el protagonismo militar y la fragilidad de las instituciones. Después de Bandung, a principios de los años sesenta, estos países formaron un tercer bloque: el Movimiento de Países No Alineados.[…]. El no alineamiento se definió por su adhesión a una serie de principios: preservar las independencias nacionales frente a las dos superpotencias, no pertenecer a ningún bloque militar y promover un desarme completo y general, y defender el derecho de los pueblos a la autodeterminación y la independencia, la no injerencia en los asuntos internos de los estados, el fortalecimiento de las Naciones Unidas, la democratización de las relaciones internacionales, el desarrollo socioeconómico y la reestructuración del sistema económico internacional. El aumento de países miembros, con diferentes trayectorias, intensificó las divergencias en el campo político e ideológico y en las posiciones adoptadas respecto a las dos superpotencias. Casi todos tenían algún grado de coincidencia, a veces absoluto, con alguno de los dos bloques. […] Mientras las relaciones entre las dos superpotencias se distendían (1953-1975), el Tercer Mundo era desgarrado por sangrientas luchas. Las mas visibles eran las guerras por la liberación nacional y social, en cuyo desarrollo gravitaba la rivalidad entre las superpotencias: Vietnam y de manera menos evidente África Austral, donde los movimientos africanos luchaban contra las minorías blancas gobernantes. La segunda guerra fría (1975/ 1979-1985) Desde mediados de los años setenta, el clima de distensión entre las superpotencias se enrareció, en gran medida debido a la oleada de revoluciones que recorrió el Tercer Mundo desde América Central hasta Irán en Indochina en Asia, pasando por el Sur y el este de África. […] Sin embargo, la segunda Guerra Fría no fue el resultado de revoluciones que conducían al Tercer Mundo hacia el socialismo. Por un lado, por que el fin de la distensión no fue solo la consecuencia de lo que ocurría en el Tercer Mundo, sino que tuvieron un peso destacado tanto las obsesiones ideológicas de los Neoconservadores – con fuerte protagonismo en el diseño de la política exterior del presidente Reagan- como las ambiciones desmesuradas de la gerontocracia soviética encabezada por Leonid Brézhnev. […] En Centroamérica, una región que los Estados Unidos siempre habían considerado bajo su influencia, una serie de procesos resquebrajaron esa convicción e incrementaron los temores de Washington: la creciente fuerza del movimiento guerrillero en El Salvador y Guatemala, la presencia de Omar Torrijos en Panamá y el triunfo de la revolución Sandinista en 1979. Con la caída de la dictadura de Somoza, en Nicaragua se formó un gobierno de corte revolucionario apoyado por Moscú y La Habana. “¿Debemos dejar que Granada,
Nicaragua, El Salvador, todos se transformen en nuevas Cubas?”, preguntaba el candidato presidencial Ronald Reagan en la campaña electoral de 1980. Los jóvenes neoconservadores que lo rodeaban militaron decididamente a favor del aumento del potencial militar y el despliegue de intervenciones indirectas. […] La ingobernabilidad del Tercer Mundo tuvo impactos desiguales sobre la relación de fuerzas entre las superpotencias. La experiencia más traumática para los Estados Unidos fue su derrota en Vietnam. El retiro de las tropas norteamericanas de Vietnam del Sur dio paso a la instalación de regímenes comunistas en todos los países de Indochina. “La crisis de confianza” -termino acuñado por el presidente Carter en 1979 para designar el declive de su país al calor del desgaste económico, la ingobernabilidad del Tercer Mundo y la presencia soviética en nuevos escenarios- ofreció un terreno fértil para el avance de los neoconservadores. […] Desde un nacionalismo extremo y un antisovietismo visceral, recurrieron a la amenaza del comunismo para presentar la agresiva política exterior norteamericana como una estrategia defensiva ante los peligros que acechaban al “mundo libre”. El gobierno estadounidense eludió embarcarse en conflictos enviando sus tropas como lo había hecho en Vietnam, y optó por la guerra enviando agentes interpuestos – por ejemplo, el financiamiento de los “contras” en Nicaragua o el de los muyahidines en Afganistán- […]. Al mismo tiempo, inició una escalada en la carrera de armamentos con la Unión Soviética que iba más allá de lo que ésta podía afrontar. El 23 de Marzo de 1983, Reagan anunció a millones de televidentes su proyecto de militarización espacial, destinado a cambiar el curso de la historia de la humanidad. La Iniciativa de Defensa Estratégica, conocida como “guerra de las galaxias”, consistía en un paraguas defensivo de armas espaciales que destruirían los misiles intercontinentales soviéticos antes de que tocaran suelo americano. Para sus diseñadores, el principio de “destrucción mutua asegurada” (MAD) sería reemplazado por el de “supervivencia mutua asegurada”. Dos años después ya despuntaba el principio del fin de la Guerra Fría cuando Ronald Reagan y Maijail Gorbachov retomaron la senda del diálogo.” La Revolución cubana y la radicalización de la política latinoamericana “El subcontinente americano fue profundamente impactado por la Revolución en Cuba, la isla donde Fulgencio Batista hacía y deshacía gobiernos desde los años treinta. […] Cuando a principios de 1957 el New York Times recogió testimonios de los combatientes, muchos se apasionaron con la imagen de los jóvenes que resistían a la dictadura. La guerrilla cubana reunía una serie de rasgos cautivantes: la lucha heroica en las montañas, el compromiso de los jóvenes de clases acomodadas con los pobres, y el espíritu de sacrificio personal en pos de la justicia y la libertad. El corrupto régimen de Batista perdió apoyos, entre ellos el de Estados Unidos que en 1958 suspendieron los suministros de armas a Cuba. El 1º de enero de 1959 los “guerrilleros barbudos” entraron en La Habana. Castro viajó a Estados Unidos para tranquilizar al presidente Eisenhower respecto a las tibias relaciones de la Revolución cubana con los comunistas […]. Pero la inmediata y radical reforma agraria provocó la reacción de Washington, que anuló la cuota de azúcar que importaba de Cuba, y ante la oleada de nacionalizaciones aprobadas en 1960, Eisenhower decretó un embargo económico total. […]. La revolución cubana se alineó así definidamente en el mundo bipolar: se acercó a la Unión Soviética y rompió relaciones con la potencia hegemónica. A mediados de 1960, Washington –en connivencia con los exiliados cubanos en Miami- resolvió derrocar el gobierno “comunista”. La invasión de la isla con tropas entrenadas en Guatemala por la CIA fue organizada durante la presidencia de Eisenhower y aprobada por Kennedy. Pero el desembarco de las tropas norteamericanas en la Bahía de los Cochinos en 1961 acabó en un rotundo fracaso. El gobierno de Kennedy siguió en parte la vía intervencionista de sus antecesores, pero también inauguró una nueva política hacia los países latinoamericanos mediante la creación de la Alianza para el Progreso, un organismo destinado a promover la transformación de las estructuras económicas y sociopolíticas de la región volviéndolas invulnerables a la tentación revolucionaria. Según Kennedy, “quienes hacen imposible las revoluciones pacíficas convierten en inevitables las revoluciones violentas”. En agosto de 1961 se firmó la Carta de Punta del Este, que aspiraba a la mejora de las condiciones de vida y a la modernización de las estructuras políticas, pasando por el crecimiento económico. La insistencia en la importancioa de las reformas agrarias otorgó al programa un carácter audaz, casi radical. Pero las realizaciones no justificaron las expectativas, y no tardó en hablarse del fracaso de la Alianza para el Progreso. Las reformas fiscal y agraria
enfrentaron la oposición tenaz de las clases propietarias latinoamericanas, y los fondos que supuestamente aportarían los Estados Unidos fueron recortados antes de llegar a la región. El fracaso más espectacular de la Alianza fue de orden político. Su objetivo era alejar el espectro de la revolución por medio de la consolidación de la democracia, pero en los cinco primeros años del programa se registraron nueve golpes de estado contra presidentes civiles legalmente elegidos. Al principio, la reacción de los Estados Unidos fue ambigua. Kennedy reconoció al gobierno militar que derrocó al presidente argentino Frondizi en 1962, pero se opuso a los militares peruanos que ese mismo año desconocieron la victoria electoral del APRA. Su sucesor, Lyndon Jonson tuvo menos dudas. Apoyó en 1964 el Golpe contra el presidente brasileño Goulart y envió a los marines a la República Dominicana en 1965 ante el posible regreso de Juan Bosch, el presidente derrocado dos años antes. La administración estadounidense relegó los cambios económico-sociales y priorizó acabar con el castro-comunismo antes que sostener la democracia. Kennedy confesó que prefería un gobierno democrático decente al régimen de Trujillo, sin embargo agregó que convenía no renunciar a esta segunda opción hasta estar seguros de evitar un régimen castrista. Desde la perspectiva de Washington, hubo dos países –Chile con la Democracia Cristiana y Perú con el APRA- que estuvieron cerca de ejemplificar la filosofía reformista de la Alianza para el Progreso, pero el naufragio de la reforma en ambos casos reforzó la opción militar. Los militares latinoamericanos fueron los verdaderos beneficiarios de la clausura del camino reformista, asociada a la fobia hacia la nueva Cuba. […] La doctrina de la seguridad nacional abrió el camino hacia “la guerra sucia”. La nueva intimidad entre las fuerzas armadas latinoamericanas y las de la potencia hegemónica fue decisiva para acelerar la transición hacia nuevas funciones y prácticas, que incluían la tortura de los militantes políticos y el uso de la violencia contra las poblaciones civiles. La experiencia del ejército francés en Argelia fue una fuente de inspiración y de justificación ideológica. De los golpes militares preventivos, destinados a frenar el avance de las fuerzas contestatarias, se fue pasando a la intervención de las fuerzas armadas como disciplinadoras de la sociedad por vía del terrorismo de estado. […] La construcción del socialismo motorizado por el heroísmo y la voluntad política de la Revolución cubana tuvo honda repercusión en América del Sur. Como contrapartida, la presencia de la Cuba socialista provocó el rechazo de cualquier intento de reforma de las clases propietarias. En el campo intelectual latinoamericano se propagó la teoría de la dependencia […]. Sostenían que el débil crecimiento económico de los países del Tercer Mundo era consecuencia inevitable de su integración subordinada en el orden capitalista mundial, y proponía la ruptura ya fuera mediante una transformación radical de las relaciones entre la metrópolis y los países dependientes o bien por la acción revolucionaria de los explotados contra las clases dominantes. La inflexión ideológica se combinó con la movilización de distintos grupos sociales y con la presencia de fuerzas sociales políticas organizadas que impugnaban el orden existente: la protesta de los estudiantes en México, el Cordobaza en la Argentina, la victoria de la Unidad Popular en Chile, el surgimiento del Frente Amplio en Uruguay, el crecimiento del Partido Comunista dentro del sindicalismo brasileño. […] En el ámbito latinoamericano se fueron entrelazando una creciente y heterogénea movilización social, la presencia de una nueva izquierda favorable a la lucha armada y la decisión de los militares de asumir la represión de las demandas sociales y políticas hasta las últimas consecuencias. El debate en torno a la lucha armada dividió a la izquierda. La diferencia entre revolucionarios y reformistas pasó a depender de que estuvieran a favor o en contra del empleo inmediato de la violencia. […] La izquierda revolucionaria estaba dispuesta a combinar la lucha armada con la lucha de masas, pero descartaba las posibilidades de la democracia. En un primer momento, la vía armada dio lugar a la creación de organizaciones guerrilleras en el ámbito rural: en la Argentina, el Ejército Guerrillero del Pueblo de Jorge Masetti […]. A fines de los años sesenta surgieron las experiencias guerrilleras urbanas: los Tupamaros, provenientes del antiguo Partido Socialista, en Uruguay; el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, autodefinido como marxista leninista, en Chile; los Montoneros, tendencia del peronismo a la que se sumaron sectores de la izquierda marxista, y el trotskista Ejercito Revolucionario del Pueblo, en la Argentina […]. Su composición social era similar a la de las guerrillas rurales: jóvenes de los sectores medios urbanos con estudios universitarios. Decididos a erradicar la subversión social y política, los militares – con la complicidad más o menos explícita de los Estados Unidos- optaron por tomar el poder: Ecuador en 1963, Brasil y Bolivia en 1964, la Argentina en 1966 y luego en 1976, y finalmente Uruguay y Chile en 1973.”