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Diccionario de la Revolución francesa Con b "..1.1.""0:;'''' ,J,,:
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ANTIGUO REGIMEN La noción de «Antiguo Régimen » es con ubstancial con la Revolución francesa. nifica su envés, su lado malo, su negan. Y no solamente lo que preced e a la Revolución, sino todo aquello frente a lo ualla Revolución se constituyó como rezo, ruptura y advenimi ento . Es, asimis0, inseparable de la pareja qu e forma con la idea francesa de revolución, diferencián d la de la acepción anglosajona del mismo [ nnino. La Revolución inglesa de mediados del siglo XVII trastrueca la monarquía en nombre únicamente de una Constitución adicional. Sus más decididos partidarios, usmilitantes más igualitaristas jamás tuvieron la ambición de fundar una sociedad radicalmente nueva basada en una humanidad enerada; conservaron, al cont rario, la Idea de restaurar un orden social traicionado, una promesa olvidada. Poco tiempo d spués, exactamente antes del acontec imiento francés, los rebeldes americanos se levantan COntra la tiranía inglesa en nombre d .Ia Constitución inglesa. Los que habían hUld~ de Europa un siglo antes para no tener ru monarquía, ni aristocracia, ni Iglesia restaurada, ¿cómo iban a tener, además, un c:lIltiguo régimen»? Tocqueville opondrá la democracia en América establecida en el Continente a raíz del poblamiento europeo, lademocracia revolucionaria francesa, que tu~o que derribar el orden aristocrático antenOr. Ambas experiencias son comparables for su. naturaleza y sus principios; sus di.erenclas provienen de la presencia o de la In . eXistencia de un «Antiguo Régimen », 511
condición sine qua non, .seg ún Tocqueville, de la «Revolución». De hecho los franceses del siglo XIX siguen obsesionados por ese brutal paso del Antiguo Régimen a la Revolución, que les define como colectiv idad política. Constituyen un pueblo tan espectacularmente dividido que no puede amar conjuntamente toda su historia, aunque está obsesionado por ella. Un pueblo que si ama la Revolución, detesta el Antiguo Régimen y si año ra el Antig uo Régimen, odia la Revolución. Incluso aquellos que quie ren recomponer lo que la historia ha roto, se defienden malamente frente al sentimiento de un desgarrón irremediable. Chateaubriand pretende reconciliar la antigua realeza y la nueva democracia, pero sus libros se nutren del sentimiento incontenible del fin de un mundo y el comienzo de una edad nueva. Este sentimiento es tan fuerte en la cultura francesa que ha hecho de la idea de «Antiguo Régimen » una especie de eviden cia nacional, expuesta y recibida como ob via. Pero solamente cuando se organizan nuestros estudios históricos en la Universidad adquie re su expresión a partir de esta ruptura canónica: el Renacimiento inaugura la historia «moderna» para term inar en 1789, y la historia contemporánea comien za en 1815. Entre ambos macizos tan bien señalizados se extiende un no man 's land cronológico que constituye la historia de la Revolución: el momento de la ruptura o del paso de una época a otra. Es ahí donde los profesores extienden y certifican el acta de
Antiguo Régimen
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defunción del Antiguo Régimen, es decir, en 1789. Por todo ello la idea se presta mejor a ma~c~r. ~a ruptura revolucionaria que a una ~eflnlcl~n. de cuanto la precedió. Si el AntIguo Régimen muere en 1789 ' de cuánd data?: dado con estas palabras la vol~clon maldijo y execró todo a la vez, feudahdad. y. mo~arquía, Edad Media y Esta~o ad~lnlstratIvo de los siglos XVII y XVIII, (habra que entender qué quiso rechazar toda la .h ist~ria que le precedió? ¿O, incluso, la hl~~ona universa l, pensada como una co~rupcIOn del hombre? A las dificultades eplstemo.l?gicas que, en todo caso, presenta la nOCIOn de una ruptura histórica según la cual el después es radicalmente diferente del ante:, el con:epto de «Antiguo R égi~~n~ anade las Incertidu mbres de definiCIO~ .lnseparables de su extraordinario éxito pol ítico. Para dominarlas, lo más sencillo es arrancar de las condiciones en que se formaro n. La expresión Antiguo Régimen aparece ya en numerosos cuadernos de quejas pero su uso ~tá limitado a casos muy con~ cretos, por ejemplo : «el antiguo régimen de votar por órdenes.. (clero, senescalía de Ca.rcasona). Cuando alguno de estos textos qUiere expresar la idea de un cambio global~ que está en el ambiente, contrapone al antIguo «el ~uevo orden de cosas.. (Tercer Est~do, Amiens: nob leza, intramuros de Pans). Así, pu~s, el al~ance de la palabra «régimen » se circunscribe, en primer lugar a u secto r de la administración . El 17 de marz: de 1789 el prospecto de una obra titulada L '/mpót abonné, aparecido en un suplemento del [oumal de Paris, habla de «los abusos del antiguo régimen » para contrapo nerlos al nu evo sistema fiscal propu esto . El 11 ~e. a.gosto, después de los célebres debat~ iniciados la noche del 4, la Asamblea •a~IODal vota que «destru ye enteramente el regimen feudal ... Y por ello entiende, según lo demuestra el cuerpo del decreto, no solamente lo que pervive de la propiedad feu-
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nas palabras antiguas», encontramos en .ere, como los monárquicos, compartir «Régimen»: «en política equivale a adminisoberanía al modo inglés entre el Rey y tración, a gobierno. El antiguo régimen es ; s Cámaras, defiende el veto real como la antigua administración, la que existía an°nstitutivo de la monarquía, y no cabe tes de la revolución, y el nuevo régimen , el ti da que hace suya la segunda de sus hipó- que ha sido adoptado a partir de esta épouis. Ha dejado , sin embargo, el camino ca, aquel del que los verdaderos patriotas ~bierto a la primera, que triunfará fácilmen- aguardan su felicidad y que desespera a los te, puesto que las tesis de los monárquicos zánganos que sólo se alimentaban de los rán aplastadas. Junto con ellas desapareabusos que autorizaba el antiguo régimen ... rá lo que aquel primero de septiembre el Ya desde estas fechas aparecen bien consoorador había llamado «gobierno monárquilidados los dos polos antagónicos de la reco- , o «antiguo régimen », para dar lugar a volución y el antiguo régimen. La desapauna Asamblea única dotada de una soberarición de éste condiciona la felicidad de los nía indivisible, Y a un rey transformado en nuevos ciudadanos. El substantivo «régiprimer funcionario del reino . men » ha sufrido un deslizamiento para ser Así, pues, la Revolución no esperó a desempleado en lugar de la vieja palabra «gotronar al monarca -lo que no hará hasta el bierno», tan frecuen te en la filosofía polít i10 de agosto de 1792- para definir con tra ca del siglo con un sentido mucho más amél e! «Antiguo Régimen ». Le bastó a partir plio que ho y. Este hecho permite a los «padeseptiembre de 1789 con desnaturalizar lo triotas » unir en la misma maldición la que para Liancourt era la «esencia» de la «constitución monárquica» y el «régimen monarqu ía, confinando en adelante a feudal .., porque en adelante va a servir para Luis XVI a las funciones subordinadas de designar indistintamente la sociedad antigua jefe de! poder ejecutivo. El 5 Y 6 de octuy el «gobierno .. antiguo. bre, además, el pueblo convertirá incluso La Asamblea Constituyente tuvo, pues, estas funciones en algo puramente ilusodesde muy prontO el sentimiento de «haber rio. Es verdad que las cosas no presentan destruido todo» y de «haber reconstruido unos perfiles tan definidos. Por ejemplo, todo». Estos son los mismos términos del muchos diputados, y Mirabeau el primero, solemne mensa je a los franceses, leído por iguen oponiendo la joven República ameTalleyrand el 11 de febrero de 1790, en que ricana, donde ha sido posibile fundar instila Asamblea resume Y exalta su obra. En el tuciones totalmente nuevas, al viejo reino capítulo de las destrucciones figuran conde Francia, donde ha sido preciso repescar juntamente la monarquía absoluta, los Esla monarquía hereditaria del baúl de los retados Generales, los órdenes, los privilecuerdos del pasado. Pero tal constatación gios, la feudalidad. En el de las reconstrucno implica automáticamente la necesidad de ciones, la soberanía de la nación, encarnada un compromiso. El aplastamiento de los por la Asamblea, la ciuda danía, la nueva di~o.nárquicos , que rubrica el fin de la travisión del reino fundamento de una repre~Iclón monárquica, es el inventor del «Ansentación justa, la igualdad de todos ante la nguo Régimen ». ley. En cabeza de lista el obispo de Autun Hay un texto de comienzos de 1790 que cita el principio que condiciona el nuevo n?s permite medir el camino hecho por la «edificio », contrapuesto término a término formula y por la idea. En un Diccionario al antiguo, se trata de los Derechos del pu~licado en esa fecha por Chantreau, al Hombre: «Los derechos del hombre eran objeto de «servir a la comprensión de las desconocidos, insultados desde hace siglos, palabras con las que se ha enriquecido nueshan sido restablecios para la humanidad entra lengua a partir de la revolución, y del nuevo significado que han adquirido algu- tera ...»
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Ideas SI Por ello la abol~ció~. del Antiguo Régien colectivo E ' e~cuentra su Justificació n última en la de -un recomenzar .1 . Sta Idea ex, tr ana, SI a ponemos en rel ' . id I oso fía del D erecho natural El . bl ' aClOn can 1 ' 1 bid . senn o vira e continuidad de 1 ' . a Ine. g o a e las reformas de la A sam blea se a eXIStencI h' d e los pueblos, extrae ca su c a . IStóri. centra en su, vOluntad de asenta r el nuevo ilusión y de acción a la d apacldad d COntrato socia l sobre los derech ' va ela , ibl os Impres- di e pu~~lo COntra la desigualdad re\'Ueha cnpn es. de los individuos, y ante todo, so~re el pn~ero de ellos, la libertad. En úl- de las elites en !a filosofía del sigl~. de la fe Pe~an~ce aun domesticada en la timo termino es este formidable bascul 1 aren Constlt~clón por la presencia de LUIS nueva reÍaci acion con os principios de 1 . . d a antigua soc~e ad lo que da a I~ idea de Antiguo Ré- como SI . ~I rey de ayer, recuperado XVI, 1 por la Revol uclOn para un papel gimen a la vez una cimentación f'l 'f' . ' . tOta mente d · l' lOSO rca y tinto, siguiera siendo a d IS· d su ra I~a rsrno , Pone frente a frente un oro 1 ' pesar e todo vincu o de unión entre los f ' Un ? en social que extrae su legitimid ad de hi , ranceses " d UM ist o n s , Pero esta fra'gl'l f' . o Je rarquia quen a por Dios y un COntrato ICClon, ya b Y su ~tanfundado en el consentimiento de individuos te maltratada en las jornadas de res que depositan en común sus «dere1789, muere Con la huida a Vare::;~ (: e ~e e os». La Revolución es el punto en que se 17~1). Antes de abandonar las Tult ?IO LUIS XVI dejó sobre su mesa de tr e~I~. opera ese paso de lo antiguo a lo nuevo, retractación pública de todas I al ala consecuente mente es la negación de los si- una luci . as eyes glos pasados en los que los derechos del re~o UClonanas que se había visto obligado hombre ~ran «desconocidos, insultados». a firmar, además de que su partida lo di El mensaje del 11 de feb rero del 90 no lle- tod? sobre su~ sentimientos. Aunque la ~~~ g~, o no llega todavía, a hacer una referen- >:ona de los diputados le devuelva su trono sl;;lUland~ ~~eer en su rapto, el resultado es cia al «estado de naturaleza» como 1 f'l f di ' 1 . , a I oe I~ opunon revolucionaria en estos días so la e slg o, limitán dose a hablar del bl ' . «resle cns~s COrta el último lazo que aún unía ta ecrrmenro; de un princl'pI'O ' d d d' pisotea o es e muy antiguo. ¿D esde Cuándo ? Ta- e Antl?uo Régimen con la Revolución. lIeyrand no lo dice . Pero su silencio, refor- ~~mo Siempre, Robespierre lo ha comprenI o y lo. expresa animando el combate parzado por la referencia a «la humanidad _ tera», es ~~ indicador suficiente de q ue e:~a ~a~~ntano del verano contra la operación e_ anq ueo a que se entregan con más erncondenaclOn de~ pasado remite, como en Rouss eau? a una Interminable corrupción de pen? que nunca, pero no a toda costa, los FeuJllants para logra r mantener a Luis XVI la hu mafildad po r la historia. en ~~ Co?stitución revisada . Una vez más Así, pues, la idea de «Antiguo Re'g' E: 1d ' rmens, sera frm~,a a por pnmera vez en relación Con d el quien un año después el 29 de julio .' .e 1792 ' 1es diiga a 1os Jacobinos que e! go~i~~ terno m0n,árqu ico, enc uentra la pl e- biern o de la Revo 1UClon . o «es una mezcla ,de su senot~do en el entrecruzarse de monstruosa del antiguo y del nuevo régilo SOCial, lo polmco y lo filosófico En . b d . . sep- men". ne rn re eSlgna, para rechaza rla la '. , .o , Vieja El 10 de agosto llega la hora de la justicia «constlt uclOn,. del reino pero t bi h servid o ' ' am len a para este, ,monstru o y el mes siguient e la o muy rapldamente para expresar la condena del.régimen feuda l abo lido el 11 de ConvenclOn, en su pri mera sesión pro cla, ma ,la R.epu' bl'ica. A partir de ese momen to :gosto y qU.I~ce días después la votación de R o ' el terminO «Antl ' g uo egrrnen» se ve lib I re a DeclaraclOn de los derechos, toda una de toda cascada de acontecimientos y d eCISlones ' . . hipote , ca y pasa a ser empleado revoluclOnanamente. Tiende a designar todo qu~ .arrancan al viejo reino de su pasado y unifican la nueva nación en torno a la idea lo que es antagonista de la Revolución y como su . , .. antlprlnClplO. y de repente su en-
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rnación y hasta su definición cronológica cabran una extensión indefinida. El mejor ~~mbolo de todo ello es Luis XVI preso. pero aún queda un paso por dar. Hay que hacer entrar en ese pasado maldito no solamente cuanto ha precedido a 1789, sino también esos tres años de 1789 a 1792 en que la Revolución ha pacta~o con ~l R.ey para elaborar una monarqula consntucronal. En diciembre de 1792 y enero de 1793, además, Luis XVI es juzgado y ejecutado. El pape! que e! «Ant iguo R égimen - ha asumido, sin embargo, no desaparece, sino que, al contrario, sigue encontrando múltiples empleos. El antiguo régimen es un teatro en e! que enseguida hacen su aparición conjuntamente la contrarrevolución y la Revolución de ayer, los emigrados y los Girondine s, María Antonieta y su primo regicida Orl éans, y Desmoulins, y Danton y H ébert a la espera de Robespierre más tarde acusado por los Termidorianos de haber querido restaurar la corona en provecho propio. A partir de ese momento la fórmula «Antiguo R égimen - adquiere en el vocabulario revolucio nario su acepción más amplia, y también la más vaga. Remite a todo aquello que significa resistencia, o simplemente inercia de las fuerzas de! pasado, opuestas al esfuerzo colectivo por la instauración del orden nuevo, condición de la felicidad colectiva. Antiguo Régimen ya no es solamente la sociedad feudal en comparación con la de los individuos libres, o un caos de instituciones extrañísimas que ahogan e! imperio de la ley, o e! despotismo de los reyes en contraste con la República de los ciudadanos. Es también un cúmulo de rasgos de mentalidad, de hábitos y costumbres que se oponen a la realización de ese imperativo republicano consistente en la formación de un hombre nuevo. La idea de Antiguo Régimen se piensa también bajo la forma de un residuo, una supervivencia de! pasado en el presente que le impide entregar a manos llenas todos sus beneficios. A la amenaza política constante que constituyen para la
República los hombres de! «Antiguo Régimen » hay que sumarle el peligro menos visible, pero más formidable todavía, de los prejuicios de! «Antiguo R égimen». En efecto ¿qué sentido tiene elaborar buenas leyes si e! atraso de los espíritus y de las costumbres les impide producir buenos frutos? El problema se había planteado mucho antes , ya desde la época de la primera Constitución. Por ejemplo en e! Dictionnaire de la Constitution et du gouvernement [rancais, publicado a fines de 1791 por P. N. Gau tier: «Si una Revo lució n en nuestras leyes nos ha dev uelto nuestros derechos, es pre ciso otra revolución en nuestras costumbres para conservarlos. Cuando rompimos los hierros de la esclavitud, no rompimos todos sus hábitos. Ha cambiado nuestra condición, pero nuestro carácter sigue siendo e! mismo, apresurémonos a despojar nuest ro carácter de todo aquello que aún nos ata a nuestra antigua servidumbre." Pero a partir de 1792 y de la aceleración del curso de la Revolución, la idea sirve pa ra justificar e! carác ter caótico de ese curso atravesado continuamente po r crisis debidas precisamente a la interminable supervivencia en e! presente de ese pasado al que tanto tiempo cuesta vencer. En e! drama de dos personajes que representa la Revol ució n francesa, el antiguo régimen asume e! segundo de esos dos personajes, e! que se opone a la Revo lució n, doblemente oculto en la sombra de los complots y bajo la apariencia de! olvido y, sin embargo, omnipresente pues es quien arma los brazos, las mentes y hasta la ignorancia. La Revolución, en efecto, no conoce obstáculos, únicamente tiene adve rsarios. Al inventar la política modern a ha poblado el universo de intenciones y de voluntades. El Antiguo Régimen no es únicamente una maldición, es e! enemigo. En él cristalizan todas las fuerzas que luchan contra la aurora de un mundo que está a punto de nacer. La idea de «Antiguo Régimen» ha hecho en la historia política de la Francia moderna la misma brillante carrera que la idea de
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Revolución porque son inseparables. Se La idea posee asimismo Una histo . mantiene profundamente anclada en las na culta, d ad o que nunca ha dejado de apas. mentalidades constituyendo mu y frecuenI hi . d lonar temente el sím bolo de un rechazo, el del a os istona ores. Desde 1790 ConstO I blanco por exceleneí, . de Burke. El r HUYe e h mundo ya pasado de los nobles y de la modi al deI pasado de la monarquíaec a. narquía absoluta, asociado generalmente al zo ra IC . I . . f qu dominio conjunto de la Iglesia católica. Se caractenza a expenencla rancesa , dejO a estupefacto al parlamentario whig. Ve clara_ trata de un sentimiento ampliamente extenmente q ue el Antiguo Régimen no ha lega_ dido ent re la sociedad burguesa y campesido a los Esta dos Generales una Constit _ na del siglo XIX con raíces en intereses ción cabal y en debida forma; una cons~_ como la adq uisición de propiedades del cletuc~ón a I.a inglesa, .por supuesto, es lo qule ro o nobiliarias durante la Revolución, y tanto más fuerte cuanto más amenazador se esta quenendo decir, Pero el Antiguo Ré. pr esenta el retorno del Antiguo Régimen gimen al menos había puesto sus cimientos bajo la restauración , por ejemplo con la a pesar del absolutismo ; habría bastad~
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. humana contra el orden querido por ganCla Dios. " de Burke tan fecunda para el La cnnca ' .. I iento contrarrevolucionario, p antea arn ens f P bi a los liberales ranceses una cuesrarn len , . ·f· I ., fundamental, a saber, ¿que slgm ica a ;;~;rtad adquirida al precio de una r~;olu., e s decir deI clOn, , a través de la suspenslOn . ) . Cómo pensar su OrIgen entre e I las eyes . ( I " ) L . o régimen y la Revo ucrom a cuesantlgu . I R ., es tanto más temible cuanto que a euon d I voIUCI'0' n ante su fracaso en fun ame ritar bi a 1ey, derivó hacia la dictadura de , la ar itra. d ad Y el Terror, lo que aporto . .una condI ne firmació n retrospectiva del peSimIsmo ~ escrito r liberal inglés . Desde esta perspectiva se comprende por qué Burke es un? de I 'Interlocuto res privilegiados de los inte ~ . 1 lectuales termidorianos, quienes c~~tra e pretendieron acabar con la Revo ~uclOn por medio de la ley, separando en prImer lugar la Repúb lica del Terror, y po r otra parte devolviendo a 1789 su dignidad fundado ra de la libertad. En los folletos de Constant, po r ejemplo, en 1796-97 (D e la force du g~u uemement et de la necessité de s'y rallier, Des r éactions politiques), se disc ute y se refuta continuamente a Burke, aunq~e muy raras veces se le cite. En efecto, el Joven y brillante portavoz del Directorio c~n~rap.o ne punto por punto la edad del privilegio, a la que también llama la época de la here dad aludiendo a que en ella los individuos se e~cuentran su rango social ya en la cu~a, a la edad de la igualdad ante la ley co~un que realiza en plenitud la idea de la uruver salidad del hombre. Lo que Burke h~bía descrito en términos de condición in~vlta ble de toda sociedad, como la aleatoria sedimentación de las propiedades, esta tus y prejuicios a lo largo de los s!glos, ~a~a Constant no es más que «Antiguo Régimen ». El año 1789 pone de manif!esto el trabajo de termita operado ~or la Idea ~e igualdad en el seno de este um~ers? de OpIniones recibidas y de subordinaciones mdiscutidas. Es la victoria de la ley, que a su
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vez es la victoria de la razón. Q uince o veint e años desp ués la Restauración cambia los datos del problema. Cuando Luis XVIII data la Cart.a de 1814 en el año decimonon o de su. rema.do,. está pretendiendo abolir .u ~a. dlscontm,U1da~ incompatible con la legitimidad mona rqUlca. Pero tal exorcismo no es capaz d.e borrar entre sus seguidores la nostalgia .del Antiguo Régimen y, entre sus adversarios, la de la Revolución. Pero el problema de los partidarios de la Ca rta es el de recoser lo que la Revolución ha desgarrado y rehacer una historia única para todos los franceses aguas arriba y aguas a~ajo de 1789, en torno a una tradición de libertad. Por parte de los ultrarrealistas Chateaubria nd se aferra a los dos mundos que han tejido las mallas de su existencia: aristócrata fiel al rey: pero asimismo persuadido de que el eS?JrItu de 1789 es irreversible. Le enco~trara an~epa sados en la tr adició n m o n árquica anteno~ al absolutismo, en una etapa un tanto elusiva que denomina la « mo n arq u ~a de los Estados » situada en algún espacIo entre el feudalis:no y los últ imos Valois, ~n que el poder real se enco nt raba defendido d ~ la tentación despótica por una .aristocracla.celosa de sus derech os y guard iana de las 1Jbert~ des. Transportada a comienzos del .Slglo XIX, después de la tormenta revolucionaria, esa monarquía deberá resta urar ~a Iglesia, la religión y la moral, ~ero adem~ dar paso a su época, aceptar la Igualdad CIvil y la sociedad moderna, tom_ar nota de la promoción burguesa, acompanar la evolución de las mentes y las costumbres y no .encerrarse en el pasado. Así, pues, el « g~b ler no representativo », q uerido y orgamzad? por la Carta es la figura que borra el. antiguo régimen y la Revolución de.v~lvlendo al hermano de Luis XVI el dominio so bre una herencia unificada. . En la misma época trata el rmsmo problema Madame de Staél, aunque procede de otro mundo. Es hija de Necker, el proho~ bre de la primavera del 89, protestante, vm-
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culada a la Revolución hasta 1792 bli . '. y repu- 1830 reinicia 1789 y pone fin por " segund rcana baJ? el DirectorIo, nada tiene que la vez SI no al Antiguo Régimen sí al a una al.Antlguo Régimen. Pero, como Cha' , menos fa~t~ma. Pero esta reduplicación de' a su teaubnand, es hostil al despotismo imperial aCOntecimIento matriz graba más f J y como él, también, pr etende reconciliar la d ' p r o un, ~mente que nunc a sus elementos en 1 ' realeza y la libertad en torn o a la Carta de , lf ' a 1Ina· 1814. En 1818, un año después de su muer- ~lOena.po mea n~~ional. Tampoco LuiS-Fe. [ipe, hijo de regicida convertido en re d te, a~arecen sus Considérations sur la R é- la burguesia ' enriquecida, '. y e logrará -i uaf uoiution fram;aise que se pueden leer como de Luis XVI- reug' f' una nu~va res.puesta a Burke y como un in- que I los hermanos '. nllcar a memoria nacIOnal en torno a su b ten~o srstemáticn de enraiza r 1789 en la his. d astar do rema o por más que lo ha torr a ~e F~ancia y difumi nar la ruptura red' , ya procuAntiguo Régimen s voluclo?ana. En efecto, si es cierto que en- ra. o. La IIdea de '. e manpol ítica tan viva como ante no . ~ tiene en a , tre el slgl? xrv y el XVI, con anterioridad mente, y mas aún en la historiografía cel _ al abs~lutl.smo ha existido una monarquía por. los legitimistas, denunciada p~r brada «c~nStltuclOnaJ,., entonces la libertad es lo antiguo y el despotismo lo nuevo, por tan- los republtcanos, aunque ahora se alimenta t~ «la revolu.ción de 1789 no ha tenido nin- ~enos d~ la amenaza del retorno de una so~~ otro objetivo que el de regularizar los ciedad anst~crática y más de la denuncia de IímIte~ que desde siempre han existido en la monarqurs . I . Ien nombre de la Repu' bl'11:.1, Francia» y que los reyes absolutos tenían co~~ SI e s~g ~ XIX reprodujera la deriva tendenci~ ,a olvida r. 1789 ya había sido una po1JtIco-se~antlca ocurrida en el transcurso de la misma ' . Revolucio'n. Aun que eXls, r~stau raclOn , como la revolución inglesa del slg!o XVIJ y como 18J4. Lo verdaderamen- ten .much? s .eJemplos de esta evolución, el te mteresanre es que ni Chateaubriand en- t~stlgo mas Importante es Michelet, orleatre los ultras, ni Staél entre los liberales 10- OIs~a en 18~0 y republicano diez años des. gr~~ llenar el foso que separa el Antiguo pues. Nadie como él ha interiorizado la Reglmen de la Revol ución. El asesinato del ruptura revolucionaria, nadie como él ha duq~e ,de Berry en 1820 reactiva todos Jos contr~~uesto el Antiguo Régimen a la Revoluci ón, la gracia divina a los Derechos del sentImlent~s que enfrentan los dos mundos h~mbre, la ar~itrariedad a la ley, la desgray trae c,onslgo largos años de gobiernos ulera a la fraternidad. Pues bien de toda esta t~arreaJ¡stas en (os que el espectro del Antiguo Régimen se hace cada vez más inse- h~rencia detestable que 1789 ;rrojó a las [j . pa.rable del tro no rest aurado. Cha teau- nieblas, es la monarquía la que desempeña brIand qu~da. al margen de todo en medio un papel central y asume todos los majes de su gloria lIteraria, los herederos de Ma- del pasado, hasta el punto de que Michelet, dame de Staél dan al pensamiento liberal un para el que no hay nada más excelso que la fiesta de la Federación, y no muy entusiasnu~vo sesgo revolucionario, si los ultras mado con los Jacobinos hace del juicio de quieren r,egresar al Antiguo Régimen, no Luis XVI la hora de la verdad de la Revotienen m:s qu e volver a recrear 1789. Ese lución francesa. ~amoso ano marca para el Guizot de esta . A esta visión tan radical del Antiguo R éepoca la fecha de la victoria decisiva del gimen que ve la soberanía encamada en el Tercer Estado sobre la nobleza, si los ultras r~y de Francia, se le puede oponer otro Anpretenden volver sobre este juicio de la histiguo Régimen, no menos célebre, pero sí tona, ~stán expuestos a una nueva derrota completamente diferente, el de Tocqueville. El antiguo régimen y la revolución enfren~ Los dos hombres han conocido el mismo tan una vez más a dos pueblos. exilio interior bajo el segundo Imperio, En este sentido la revolución de julio de pero a diferencia del historiador republica-
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na, el filósofo de la ..d érnocratie» apenas se interesa por el problema monarquía o República que tanto apasionaba a sus contemporáneos. Lo que le apasiona en realidad es algo muy distinto. A sus ojos la idea de una ruptura radical entre un antes y un después por la que se definió la Revolución francesa es producto de una historia que engloba dos acontecimientos, la desposesión de la sociedad civil en beneficio de un Estado administrativo. Realmente el Antiguo Régimen de Tocqueville retraza la historia de esa centralización estatal y de su efecto sobre el conjunto del cuerp o social. De esta forma traza una cronología en la que el Antiguo Régimen sucede al período en que la aristocracia domina la vida local, sustituyendo el diálogo entre los señores y las comunidades por la red administrativa del Estado que liquida el papel político de unos y otros. El Antiguo Régimen nacido entre finales del xv y la primera mitad del siglo XVI alcanza su grado máximo de desarrollo clásico bajo Luis XIV, aunque no ha dejado de crecer. Tocq ueville analiza sus rasgos en el siglo XVIII y descubre que está caracterizado por un dob le fenómeno que va a causar su perdición. Por una parte ha ahogado toda participación reglamentada de la sociedad en la gestión colectiva de sus intereses y ha igualado a todos los franceses bajo la uniformidad de su tutela. Por Otra parte, la venta de oficios públicos contra privilegios, a lo que le ha conducido sus necesidades financieras, ha creado una estructura social rígida, e, incluso, de castas. El Antig uo Régimen es un mund o en que la monarquía administrativa ha sembrado simultáneamente la aristocracia y la democracia. Al no existir instituciones políticas regulares donde discutir y arreglar el conflicto, éste habrá de ser tratado en el mundo filosófico y literario por los intelectuales, que forman el sustituto de una clase política. A través de ellos se irá construyendo poco a poco el carácter radical de lo que será la Re-
Antiguo Régimen
volución francesa. Los filósofos, carentes de experiencia real en el mundo de los negocios, e inclinados a generalizaciones abstractas, recrean el mun do según la razón contra el mundo según la tradición. A través de sus denuncias de los «abusos" de la feudalidad y del despotismo el Antiguo Régimen adquiere esos rasgos malditos tan fáciles de manipular un poco más tarde por la Revolución. La idea de la tabula rasa ha salido, pues, de la historia del Ant iguo Régimen. Es un elemento esencial de la conciencia revolucionaria y constituye un po deroso fermento para la acción, y, sin embargo, es una ilusión, porqu e la Revolución nacida del trabajo del Estado administra tivo sob re la antigua sociedad, se va a saldar con el reinado indiviso de este Estado sobre la sociedad moderna. Bonaparte dio cum plimiento a un sueño de Luis XIV. El Antiguo Régimen y la Revolución acumulan sus efectos para qu itar a la Francia moderna el gusto y hasta el sentido de la libero tad , No resulta difícil comprender por qué esta reconciliación analítica de las dos figuras antagóni cas de la historia nacional, jamás ha tenido éxito en el terren o de la política. La reconciliación ofrecía claramente la ventaja de recomponer la herencia y reinstaurar una continuidad indispensable, pero lo hacía de una manera tan pesimista que después del Segundo Imperio era ya incapaz de servir a las ambiciones pedagógicas de los republicanos . Tocqueville proponía un Antig uo Régimen malo, seguido de una mala Revolución, pero ellos necesitaban una buena Revolución, precedida de un Antiguo Régimen al que endosar al menos, con tra la aristocracia y la desigualdad , el Estado formador de la Nación. Por todo ello se inspiraron en los orleanistas, en Mignet, Thiers y Guizot con preferencia a TocquevilIe. Todavía es mucho más misteriosa la indiferencia de los histor iadores durante un siglo para con una obra que hoy domina toda la cuestión del Antiguo Régimen. Se debe probablemente a la extrañeza que produce
Ideas
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Aristocracia
S20 el descubrir en un análisis aguas arriba de historia contrarrevolucionaria enam d ' Ora a la famosa ru ptura, los mismos elementos d e1 tono d esencantado de Tocq uev]'ll qu e aguas abajo. Si el indivi dua lismo de mo. lee en su i e, no ~n su IDculpació n de la hepue d.e segUl~ crático y la centralización administrativa rencia monarqurca; pero la historia d l son una creación de la monarquía absoluta . d~ da l Revo 1UClOn, . ' l'b e Os al.mlgos I erales y socia_ al mismo tiempo que resultado de la Revoistas, esta e acuerdo al menos para encon_ lución, se borra la línea que separa, a una y trar sus tít ulos de nobleza en la rupt otra parte de 1789, las dos historias de Fra ndonde co mienza la dem? cracia. Conce~;~ cia. El Antiguo Régimen no es más que el vago y ~oderoso, el «Ant iguo Régimen.., ha nombre que se dio tardíamente a la primemantenido a lo largo de doscientos años en ra subversión de la sociedad aristocrática la cultura francesa todo el frescor de su _ . . na p~r el absol utismo. A la segunda, que ve el cirruento . Francois FURET. tr iunfo co mp leto de la democracia, no se le Véase también : BURKE, CENTRALIZA_ puede dar otra herencia que un larvado esCIÓN, CONSTANT. DERECHOS DEL HOMtado revolucionario de espíritus y CostumBRE, FEUDALISMO, «FEUILLANTS.., GUIZOT, bres de donde nace rá finalmente la idea de tabula rasa, como co ndenación radical del IGUALDAD, LIBERTAD, LUIS XVI, MICHEpresent e. LET, MONÁRQUICOS, NOCHE DEL 4 DE El «Antiguo Régimen .. de Tocqueville es, AGOSTO, REVOLUCiÓN, REVOLUCIÓ AMERICANA, ROBESPIERRE, STAEL (MME. pue.s, un objeto histórico que debe ser esDE), TERMIDORIANOS, TOCQUEVILLE. tudiado a dos niveles. Primero corno produc to de la tr ansformación de la soc iedad aristoc rá tica por una monarquía adminis- Orientación bibliográfica trativa centralizada, y luego como esa ex- GOUBERT, PI ERRE, L 'Ancien Régime, traña idea que los hombres de finales del si2 vols ., París, Armand Colin, 1969, trad. glo XVIII se hicieron de su pasado para recast. Madrid, Siglo XXI de España, Ed., chazarlo. La in ter p retació n de 1789 se in1984. s~rta en el cruce de estos planos del aná li- VENTURINO, DIEGO, «La tormation de ('iSIS. El c~cte~ radicalmente nuevo que la dée d'Ancien Régime.., en Colin Lucas R~voluclOn quiso dar a su empresa es en sí (bajo la dir. de), The French Revolution mismo un efecto de cuanto le precedió. and tbe Creation of Modem Political Siglo y medio des p ués de su fo rmulació n Culture, to rno 2; The Political Culture 01 esta idea sigue siendo casi nueva como hithe French Revolution, Oxford, Perg apótesis de una investigación histórica. La mon Press.
ARISTOCRACIA ¿Qué se entiende por «aristocracia»? La si~nificación de la palabra varía, y de un t érmino ya bastante usado, la Revolución ha h~cho un uso todavía más amplio. Más esrnctarnenre, la tradición del pensamiento po lítico desde Aristóteles define aristocracia, según el Robert , como una "fo rma de gobernar donde el poder soberano pertene-
ce a un pequeño grupo de pe rsonas, pa rticularme nt e a una clase hereditaria». Una definición tan estrecha, aplicada a Francia, que ha conocido reyes soberanos y un pueblo soberano, pero jamás una aristocracia soberana, nos de jaría sin contenido. Otras co mo «la aristocracia del talen to », por ejemplo, son muy amplias. Este es el caso
también de la expresión «colgar los aristócrataS de los faroles » , que terminó por designar a todo opositor, o a todo sedicente oposito r a la Revol ución . Aquí la eficacia misma de la palabra, su capacidad de movilización política la vuelve inoperante por una descripción social objetiva. De una manera un poco arbitraria, quizás, yo centraría el problema sobre la nobleza, reconociendo que la nobleza francesa no correspondía más que en parte a la definición clásica, que es de hecho una «clase hereditarta ».
El carácter hereditario de un estatuto privilegiado era de hecho patrimonio de la nobleza, que la diferenciaba del resto de la sociedad y daba unidad a un cuerpo por otra parte diverso a causa de la riq ueza, la fu nción o la cultura. La posesión de privilegios se extendía mucho más allá de la nobleza, es el caso de muchos plebeyos -administrador es, magistrados e incluso zapaterosque tambié n los poseían. Pero estos p rivilegios no eran más que temporales y personales, unidos a los oficios ejercidos, a los derechos o monopolios comprados o simplemen te a un lugar de residencia. A d iferencia de los d e los no bles, los pr ivilegios de los plebeyos eran siempre revocables po r el rey (si devolvía el dinero pagado) y hasta cierto punto, ind ependient es de la persona, pro pied ad disp onible qu e pod ía ser dev uelta a otros o perd ida al cambio de lu gar. Para los nobles, en cambio, la esencia de la nobleza y sus privilegios distintivos eran propios de la persona. Una vez adquirida, la nobleza era int ern a y permanente, transm isible a los hijo s solamente y sin la menor dificultad, sin pasar delante de notario. Desde hace dos siglos, la carac terización de la nobleza del Antiguo Régimen, ha inspirado un a masa de generalidades en que se mezclan verdades y medias verdades . La más vieja, la más corriente probablemente en el siglo XIX, descansa sobre una condena mo ral. La nobleza del siglo XVIII tiene una repu tació n de licen ciosa, satisfecha de sí misma, frívola, arrogante, pe rezosa, ocio-
sa, en una palabra totalmente diferente de una burguesía honrada y ascendente que construía un nuevo o rden a fuerza de trabajo e integridad. Visión reconfortante para las almas sensibles. Porque la nobleza francesa del siglo XVIII, ahora lo sabemos, caminaba inexorablemente hacia su destrucción co lectiva como orden. Algunos nobles estaban destinados a la guillotina, otros, más numerosos todavía a la pérdida de sus bienes y millares de ellos al exilio . Pensar que ellos habían estado trabajando en su propia ruina es una idea reconfortante. Los moralistas ya habían escrito buenos libros sobre el tema. ¿No había provocado la caída del imperio romano el lujo y la licencia de los patricios ? ¿Y la Reforma? ¿No la habían provocado la hipocresía y la vanidad del clero de Roma? Nada de sorprendente, por tanto, el que Otros hayan imputado la Revolución francesa al fallo moral de una élite. Para ellos, la L iaisons dangereuses .era una obra d e etn ografía, la descripción clínica de un mundo corrompido y agonizante. La corrupción en todo caso no nos permi te caracterizar a una nobleza cuya moralidad perso nal no era diferente a la de otros gr upos sociales. En los años 1830, el conde de Allonville, que podía acordarse todavía de la vida antes de la Revolució n, decía haber co noc ido una mo ral por lo menos de cente, de críme nes menos frecuentes qu e en otros tiempos, de cumplimiento de las tareas maternales y de adultos asociados a la gente joven. Los hábitos sexuales de los'nobles no parecen haber sido mu y diferentes de los de los bu rgueses. Es cier to qu e no les faltaba arrogancia. Los pajes del rey en Versalles se divertían escupiendo desde el balcón de la Opera a la llegada de los burgueses, o caminando por la ciudad en filas apretad as, para arrollar a la gente sucia que llenaba las calle~. Se podría p ro bablement e multiplicar estos ejemplos, pero es necesa-
• Liaison> dangereuses: novela de Lacios. (N. del T.)
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teatro de una lucha mortal entre el principio del bien y el del mal, donde la neutralidad no es de recibo. En definitiva, esta to ma de postura a priori de la vo luntad, esa llamada co nt inua a un a elección meta física inevita ble, revela plename nte la d istancia que separa el pensamiento teocrático del elogio tradicionalista de la creatividad espontánea de la historia. Quiere un poder que tome posiciones, que también sepa ir contracorriente, instrumento inconsciente del orden divino. El sentimiento de las libertades, aún tan vivo en Burke, se mezcla con la obsesión de la autoridad. Más que adversarios de la democracia -lo fue sobre todo el inglés- , los teócratas so n los ant ípod as del equilib rio liberal, y los últimos defensores de una idea absol uta de la so beranía, que a partir de ese momento, y en una Europa que cambia, ya sólo la encarna el poder infalible del Papa, Es, por tanto, esta voluntad de restauración la que estaba condenada a aparecer a los ojos de los contemporáneos, tan " humana» y ..abstracta» como lo habían sido el activis rno de Constitucionales y Jacobinos. Los hombres de la contrarrevolució n teo crática jamás llegar án a liberarse de tal paradoja. En efecto, ¿cómo co nciliar la apo logía de la obra del tiempo, apacible e impersonal, con la llamada a una lucha sin cuartel para desviar el curso de los acontecimientos? Durante la Restauración con el partido de los «ultras» en la oposición, esta paradoja se volverá más chirriante que nunca. De todos modos, hacía ya largo tiempo que la inviabilidad de la posición contrarrevolucionaria era evidente por aquellos que hab ían sufrido el tr au matismo de la Revo lución y no que rían renovar la experie ncia con un tra uma tismo inve rso. "La autoridad que hoy quisiera restablecer la feudalidad, la servidumbre, la intolerancia religiosa, la inquisición, la tortura -escribía Benjam ín Constant en 1814-- diría en vano que se li-
Democracia
549 mita a recordar instituciones antiguas. Estas antiguas instituciones no serían más que absurdas y funestas novedades.» La verda d es que los contrarrevo lucionarios no aspiran a detener la revolu ció n ; a pesar del mito que proclama, es una revolució n COntraria lo que sus deseos están llaman do. Massi mo BOFFA .
Véase también: ANTIGUO R ÉGIME BURKE, CONSTANT, CHUANERÍA, EMI~ GRADOS, MAISTRE, MONÁRQUICOS, Rzvo. LUCIÓN, SIEYES, STAEL (MME. DE), Toe. QUEVILLE, VENDÉE (LA). O rientación bibliográf ica B ALDENSPERGER, FERNAND, L e mouve-
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DEMOCRACIA De sde el siglo XIX se considera la Revolución francesa co mo una de las prin cip ales etapas en la fo rmació n de la dem ocracia moderna, que no es solamente un régimen político (basado en la combinación del sistema representativo y del sufragio universal), sino también un régimen social, caracterizado por la ausencia de desigualdades estatutarias de tipo aristocrático y por la posición central que en la democracia ocupan las aspiraciones igualitarias. Considerada en su desarrollo, la Revo lución se muestra también como la primera gran manifestación' de las tensio nes qu e desde entonces atraviesan continuamente la política "democrática » contemporánea y que contraponen representación y "democracia directa», la defensa de la igualdad de derechos y la reivindicación de la igualdad «real», o los derechos del individuo y la soberanía de la voluntad general. El análisis de las relaciones entre la Revolución y la democracia hace entrar en juego problemas políticos considerables, a riesgo siempre de caer en la polémica o en el anacro nismo. Si se qu iere evitar tales escollos, lo más sencillo tal vez sea partir de lo que podía significar la ..democracia» para los hombres de 1789 y, a continuación, reconstruir las transformaciones que conoció la idea democrática con la Revolución.
Representación y dem ocracia: los deb at es constitucionales Para un francés ilustr ado de finales del siglo XVIII, el término "democracia •• designa ante todo un régimen político muy preciso: la democracia es " una de las formas simples de gobierno, en el cual el pueblo, como tal, tiene la soberanía» (art ículo ..democracia» de la Encyclopédie, redactado por el Caballero de Jaucourt), o también una de las dos especies de lo que Montesquieu lIa-
ma República (la ot ra es la aristocracia). Para la mayoría de los "filósofos», la dem ocrac ia pert enece a un pasado def initivame nte ido (las pequeñas ciudades ant iguas), o en todo caso, parece impracticable en un gran Estado, como Francia, donde la complejidad de las relaciones sociales, la extensión del territorio y el número de sus habitantes, todo parece hacer imposible una deliberación colectiva del pueblo entero sobre los asuntos públicos . Hay que tener en cuenta, además, ciertos aspectos "elitistas» de las Luces francesas : el objetivo final de los filósofos es el de inst aur ar la soberanía de la R az ón, lo qu e lleva consigo una cierta desconfianza de la opinión popular, que puede cegarse fácilmente por los "prejuicios ». Desde otro punto de vista, la democracia se presenta también como un régimen eminentemente racional, dotado no solamente de una superioridad moral (salvaguarda la igualdad natural), sino también de ventajas prácticas, pues en la medida en que los ciud adanos so n legisladores, se ven inclinados a respetar unas leyes qu e ellos mismos han elabo rado y qu e se presume n ser conformes a sus intereses. En cuanto a la desigualdad de las Luces, ésta no puede fundamentar ninguna jerarquía estable, puesto que la crítica de los prejuicios o de la tradición presupone un principio virrualmente igualitario, como lo es la universalidad de la Razón humana. Entre los autores que podían conocer los hombres de la Revolución, hay que conceder evide ntemente una especial impo rt ancia a Ro usseau. Los autores de la Decl aración de Derechos o de la C~nstitución le son paradójicamente muy próximos en algunos puntos esenciales incluso cuando aceptan el mismísimo principio de la Representación, cuya legitimidad niega el Contrato social. La originalidad de Rousseau reside ante todo en disociar la soberanía popular, que, en rigor, no concierne más que a la activi-
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dad del legislador, de la democracia, que es una forma de gobierno, es decir, de organización del poder ejecutivo. Contrariamente a un contrasentido frecuente, las reservas que el Contrato social expresa sobre el régimen democrático (<
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to la paz, cuanto la libertad» (ibid., libro III, c. X) -. Estas citas son suficientes para dejar en claro todo lo que separa a los miembros de la Asamblea Constituyente de la doctrina de Rousseau. La mayoría de ellos, ya se inspiren en Adam Smith o en los fisiócratas pretenden en primer lugar garantizar la se~ guridad de los bienes y de las personas. Admiten la representación, pero lo hacen ante todo porque para ellos la libertad se define por la autonomía individual antes que por la participación (la importancia de los representantes es todavía más considerable por el hecho de que los miembros de la Constituyente pretendieron de entrada garantizar la autonomía de sus decisiones mediante la prohibición del mandato imperativo). Además, tal como demuestra el jurista Carré de Malberg, su concepción de las relaciones entre soberano y gobierno no es la de Rousseau. Para este último la soberanía de la ley se ejerce dentro de límites muy precisos (el soberano hace un reducido número de leyes que conciernen a cuestiones generales), en la constitución de 1791, en cambio, el poder del legislador no tiene más límites que los que él mismo se fije: «Todo cuanto ha sido decidido por el Cuerpo legislativo en forma legislativa, es ley y merece el nombre de ley [...] cualquiera que sea la naturaleza de su contenido » (R. Carré de Malberg, 1931, p. 24). Guardémonos, no obstante, de establecer una oposición muy pronunciada entre la «so beranía de la Nación», tal como la concibieron los miembros de la Constituyente, y la «soberanía popular». Para el mismo Sieyes la democracia y el régimen representativo son las dos formas posibles de gobierno legítimo, aunque solamente el segundo es apropiado a la sociedad moderna (fundada sobre la expansión del comercio y la generalización del trabajo), pero en arn-
• No me ha sido posible localizar la cita en el capítulO indicado. Tal vez est é equivocado. (N. del T.).
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bos regímenes se supone que los ciudadanos concurren a la formación de la ley, inmediatamente en el caso de la democracia, a través de un «concurso-mediato» en el régimen representativo, se supone, en consecuencia, que también éste permite una «libertad-participación». Esta doctrina, que conserva elementos esenciales de la concepción roussoniana de la libertad (considerada como «obediencia a la ley que uno mismo se ha dado») es la misma que encontramos en la Declaración de los derechos del hombre, y que explica la especial importancia que en ellos ocupa la ley: «la leyes la expresión de la voluntad general. Todos los ciudadanos tiene el derecho de concurrir personalmente, o por medio de sus representantes, a su formación». Paradójicamente la doctrina de Sieyes se descubre igualmente fiel a una idea esencial de Rousseau en el punto mismo en que más parece alejarse de él, en las razones que invoca para prohibir el mandato imperativo, ahí es donde Rousseau encuentra el único remedio posible contra los males de la representación. Desde la reunión de los Estados Generales se había descartado la idea de que se hubiese dado un mandato imperativo a los diputados por sus «comitentes» (y esto por parte del mismo Rey y no solamente por parte de los elementos más radicalizados del Tercer Estado) para que la Asamblea pudiese comprometer a la Nación (P. Avril, Les origines de la réprésentation parlementaire, p. 624). A este argumento técnico añadía Sieyes razones doctrinales más profundas que llevan de hecho a trasponer al nivel de la representación nacional los caracteres de la voluntad general, que Rousseau atribuía únicamente al pueblo como tal: el «representante» (como el ciudadano de Rousseau) no debe tomar en consideración los intereses de una sociedad particular (aquí, el grupo de sus electores), no puede tener otro VOto que el «voto nacional», y su función no consiste en representar la voluntad de una parte de la Nación, sino en concurrir a
Democracia la expresión de la voluntad general. (Sobre esta cuestión, véase R. Carré de Malb erg, Contribution ti la tb éorie générale de l' tat, tomo 11, pp. 212-256.) Esta fidelidad parcial, pero incuestionable, a la teoría de Rousseau, es lo que explica, además, por qué la Revolución francesa, de entrada, excluyó la idea de una política de representación y de conciliación de intereses, para privilegiar, en cambio, la forma abstracta de la igualdad. Tal orientación, cuya manifestación más deslumbrante viene dada por la abolición de los privilegios (que en pocos días destruyó la estructura jerárquica y corporativa del «Antiguo R égirnen») tiene también su contrapartida, como es la dificultad continua en reconocer algún tipo de legitimidad al disentimiento. Las minorías organizadas aparecen muy pronto como «asociaciones parciales», interpuestas entre las voluntades particulares y la voluntad general. Así pues, la doctrina revolucionaria parece autorizar de entrada, si no es que lo trae consigo, la proscripción de las minorías, percibidas como «facciones», rasgo de los más trágicos de la Revolución francesa. Hay que añadir, además, que a los ojos de los contemporáneos, la Revolución francesa aparece de entrada como potencialmente mucho más «democrática» de lo que podían haber sido la revolución inglesa o americana. La francesa extendía el derecho al voto en proporciones mucho más considerables que lo que entonces existía en el régimen inglés, y, sobre todo, convertía en sospechosos a todos los regímenes en general existentes en Europa en aquel momento al no reconocer corno legítimos más que a aquellos que respetasen los derechos del hombre (que excluyen toda desigualdad estatutaria de tipo aristocrático y suponen el reino de la «voluntad general»). Es, pues, perfectamente comprensible que los conflictos políticos del período revolucionario llevaran con toda rapidez a situar en primera posición reivindicaciones explícitamente democráticas, que iban mucho más allá de la simple aspiración liberal a una garantía
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Ideas de la libertad individual o de la igualdad jurídica . En los debates constitucionales de la épo ca revolucionaria, esta dinámica democrática está dominada por la dialéctica de la soberanía popular y de la representación, que a su vez está marcada por la lógica ..unanimista. de la voluntad general. Tal dinámica desemboca en la formación de dos tradiciones políticas distintas, la primera de ellas va desde los Convencionales hasta la III República y la segunda de Sieyes a los liberales del último siglo. La primera tradición se caracteriza ante todo por el culto de la ..Ley, expresión de la voluntad general», aun cuando abandona las condiciones que Rousseau seguía proponiendo a la so bera nía del legislador (la estricta delimitación de las atrib uciones del poder legislativo y la ause ncia d e la representación). En nom bre de ésta la mayo ría de los ..republicanos» franceses ha rechazado durante mu cho tiempo todos los disp ositivos que pod rían limita r la omnipotencia pa rlamentaria (el co nt ro l de constitucionalidad, y de for ma aún más llamativa, el referéndum); ella es la qu e explica también la co ntinua ho stilidad que en Francia se experime nta cont ra cualquier clase de práct ica que recu erd e po co o mucho el «lobby ing» america no. Hay qu e hacer nota r por otra parte que la doctrina de la so beranía de la Nación se puede int erpretar tam bién en un sentido liberal hos til a la om nip resencia de los representantes. En una interpretación de este tipo está pensando sin duda Sieyes cuando después de Termidor defendía un proyecto de ..jurado constitucional», encargado de velar por la constitucionalidad de las leyes. Sin embargo los elementos liberales del pensamiento revolucionario nunca pudieron tener un alcance real si no fue al precio del abandono del legicentrismo revolucionario, que no se logró plenamente hasta el advenimiento de la V República. La evolución que conduce de la Constituyente a la Convención se pr esent a ante todo como un desarrollo de los elementos
Democracia
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democráticos de la doctrina revo lucio naria. Desde 1791 (sesión del 10 de agosto de 1791) Robespierre había denunciado las ambigüedades de la doctrina entonces dominante al rehusar hacer de la delegación del poder un principio constitucional intangible. Poco después el conflicto entre la Asamblea y el Rey y la intervención del pueblo de París, conducía, bajo la Convención a la discusión de dos proyectos de cons titución, que, por muy diferentes que fuese n, se alejaban los dos de la doctrina de 1791, poniendo en cuestión la distinción ent re ciudadanos activos y ciudadanos pasivos y extendiendo considerablemente el cont rol de los electores sobre los rep resentantes. El esfuerzo básico de Condorcet, principal redactor del proyecto llama do ..girondino., consiste en conciliar la lógica de la representación (q ue supone la liberta d de acción de los representant es) con las exigen cias de la democracia, para lo que distin gue cuidadosamente en los po deres de la Naci ón los que ésta retiene y los que delega; el proyecto de la Montaña, adop tado en las co ndic iones qu e sabe mos, afirm a idénticas pr eo cup acion es, añadiendo a todo ello la preo cup ación por el reforzamiento y la expa nsió n de la vol untad nacional en detrimento de las asambleas primarias, hasta el pu nto de qu e Saint-just había pr opuesto hace r elegir el total de los diputado s en una circunscr ipción nacional ú nica, propuesta que no prosperó y no precisamente por razones técnicas. Por am bas panes la creac ión y la supervivencia de la democracia apare cen cada vez más claramente dependientes de la regeneración del pueblo, empresa qu e progresivamente se va conviniendo en más importante que la constitución misma, sin que podamos afirmar que en el proyecto de ..formación de hombre nuevo» (Mo na Ozouf) los Girondinos fueran siempre más moderados que la Montaña. Más allá, sin embargo, de cuestiones de táctica política, ambos proyectos se inspiraban asimismo en filosofías muy diferentes, que se revelan con toda claridad en
otras discusiones de la Convención , como en los debates sobre la Educación. Condorcet panía de la problemática de las Luces: para él el problema co?~istía e.n crear las condiciones de una pol ítica racional, en el marco de la cual el cuerpo político fuera conducido naturalmente a decisiones racionales. Por ello en su proyecto de constitución es prioritaria la organización del debate público, lo que, por otra pane, sobrecarga extraordinariamente los ~r?cedimi.entos de decisión, hasta hacer casi Impracticable adoptar alguna, pues el fin de la educación consiste ante todo en crear, por medio de la difusión de las ..Luces " ciudadanos capaces de pensar por sí mismos. Para el diputado de la Montaña Lepeletier de Saint-Fargeau (cuyo proyecto fue presentado después de su muerte por Robespierre), el fin primero de la Educación nacional es ~l .de sobrepasar la desigualdad de las condiciones, arrancando a los niños de su medio familiar e incu lcánd oles (a través de la vida en común, las fiestas, etc.), sentimientos ..patrióti cos» e igual itarios. Igualm ent e en la o rganiz ación de los podere s públicos p revista por los Montañeses, se otorgaba prioridad a la organizaci ón de la voluntad nacional, ante s qu e a la or gani zación de la deliberación col ectiva. De hech o, más allá del problem a constitucio nal, las discusio nes de la Conve nción hacen aparece r un a pr oblem ática nu eva, la de la Virtud, qu e será decisiva en el período de do minación jacob ina. Tal proyecto no carece de an tecedentes intelectu ales ni políticos. El culto de la Virtu d cívica retoma un tema de Montesquieu que, además, se remonta a Maquiavelo, y que tuvo una gran importancia en la Revolución americana, sobre todo en Jefferson. Pero en Robespierre, adquiere un contenido nuevo a causa de su inflexión sentimental y rnoralizante, que le lleva, por así decirlo, a devorar la misma idea de mocrática. En la perspectiva de los suc esores de Maquiavelo, el ideal del civismo republicano , aunque pueda llevar a una política ..radical», tiene un al-
canee antropológico limitado en la medida misma en que antes que nada traduce una visión bastante pesimista de la naturaleza humana. En consecuencia el problema con siste ante todo en crear un orden en el que los ciudadanos reconozcan inmediatamente que su propio interés depende del de la ciudad, antes que en reprimir las pasiones y los intereses. Por ello, aunque el cuerpo político esté continuamente amenazado por la debilitación de sus principios, la participación política seguirá siendo siempre la última garantía de su supervivencia y la ..virtud » será una disposición política mucho más que moral. En la visión jacobina, la legitimidad misma de la voluntad popular está subordinada a la virtud de quienes la inspiran, pero desde el punto y hora en que es virtuosa, no existe do minio alguno sobre el que no p ueda ejerce rse. Más allá de la Ley y de la voluntad general, Robespierre no cesa de apelar a los p rincipios que deben guia r la Rep ública, principios qu e no son ni jurídicos n i políticos , expresan pura y simplenamente la coincidencia del pueblo y de la moral en la persona del Inco rru ptible.
Las ambigüedades de la experiencia jacobina En la his to ria de la dem oc racia fra ncesa ningún otro períod o suscita discusion es más apas ionadas que el del predominio jaco bino que se dio conjuntamente co n el auge de la agitación de los ..sans-culottes-. Para la historiografía robespierrista (M athiez, y en menor medida Lefebvre) el período que se inicia eU de junio (la expulsión de los Girondinos) marca, a pesar del Terror, un progreso definitivo de la democracia. Ese período sella la alianza del movimiento popular con la fracción más radi cal de la burguesía, crea los primeros elementos de una democracia social (gracias al ..máxim um. y a la experiencia de la ..economía dirigida»), mientras que el fracaso final de Robespierre ..mata la República de-
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mocranca para un siglo.. (A. Mathiez, La R éoolutíon [ra ncaise, to mo 3, p. 233). Para los liberales es por el contrario el período sin duda alguna más trágico de la Revol ú-
ció" por partida doble, porque desacredit ó la libertad política y porque representa el prototipo del despotism o moderno. A este ya viejo debate se le une otro. el que divide a los intérpretes marxistas de la revolución. ¿Qué es la «democracia directa» tal como la practicaban los sans-culottes? ¿Una anticipación de una revolución proletaria den tro de un proceso de «revolución permanente»? (D. Guérin ). O, más sencillamente, ¿un apoyo popular a la «burguesía. de la Montaña, políti camente fecundo, pero sin verdadera perspectiva social? (A. Sobo ul). Ante l. imposibilidad de zanjar aqu í todas estas cues tio nes, no s contentaremos con algunas notas que permitirán. tal vez, precisar mejor su alcance. Ame todo debemos recordar, con F. furet y D. Richet , lo siguiente. En el plano del programa político y social, la dictadura de la Montaña innova muy poco, puesto que la asistencia social, la instrucci ón pública y el sufragio universal son ideas comunes a todos los miembros de la C onvención, inc1uidos los «Brissorinos» (F. Furet y D. Richet, 1973, pp . 205-206). Por lo que se refiere a la alian za entre movimiento p opular y burguesía, fue siempre frágil, tal como lo demue stra la hostilidad de gran parte de los saos-culon es al «máximum », q ue bloqu eaba los salarios lo mismo que los precios. Es preciso. además, resaltar cómo el máximo defensor de Rob espierre, A. Mathiez en persona, ha demostrado ampliamente que el régimen del Terror y la «economía dirigida» estaban «en profundo antagonismo con las ideas. las tendencias, las aspiraciones de una sociedad apasionad amente enamorada de la libertad que acababa de conqu istar» (A. Mathiez, La oíe chere..., tomo III. p. 245). En su obra la dictadura jacobina aparece de hecho frecuentemente como una tentativa prematura de democratización , ..ejemplo memor able de
SS4 los límites de la voluntad humana en luch con la resistencia de las cosas» (La Révolu~ tion [rancaíse, tomo 111, p. 223. Tambié escnibió 10 que: • 1as Ieyes más riguro sas so n incapaces de cambiar de un solo golpe la na~ turaleza human a y el orden soci al»]. La admiración de Mathiez hacia su héroe no le impide . pues. de hecho. reconocer Lmplícitamente la validez de una de las críticas constantes de los liberales so bre el ..volun. tarismo- jacobino. Su carácter «abstracto» que le situaba en una posición falsa frent; a la sociedad real. es una de las principales causas de que primero derivara hacia el terror, y después. fracasara. Cuando se relee hoy La v ie cb ére el le mou vement social sou s la Terreur, se capta perfectamente lo que sin duda constituye el enigma central de la experiencia del año 11. De un lado existe evidentemente una relación muy es. trecha entre la descalificación de los «intereses. que envuelve la concepción revolucionaria de la Igualdad y de la voluntad general, y la elección de una política económica antiliberal, además de medio improvisada y caótica. Por otro lado esta política de ..reglamentación y de tasa» se inscribe paradójicamente en una larga tradición del ..Antiguo Régimen » francés, aunque con la Revolución adquiere un «carácter totalmente diferente » (..N o era ya una obra de caridad, al contrario, se presentaba como una represalia de un part ido, como un acto de venganza y exp oli o », o.c., 11, p. 245). H asta en su políti ca social (que no se puede separar del Terror) la experiencia jacobina encama con la mayor claridad tod o lo que, según Tocqueville, constituye sin d uda alguna a los ojos de los liberales la mayor originalidad de la Revolución francesa, una estrecha imb ricación ent re el radicalismo revolucionario y la tradición política absolutista. Los aspectos pro piamente polít icos del régimen del año 11 plantean un problema de la misma naturaleza, como es el de la relación entre ..democracia directa» y representación nacion al. En la histori ografía jacobi-
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na se minimiza con frecuencia la importan cia de esta cuestión en comp aración con la importancia qu e se da a la compleja relación entre los sans-cuio ttes y los Comités de Salvación Pública y de Seguridad general. Pero ya lo han recordado F. Furet y D. Richet, «la realidad de 1793 [...] es el parlamentarismo ", (o.c., p. 208)., Y a pesar de la presión de la calle. la Co nvención es el verdadero centro del poder. El «despotismo de la libertad» reposa sobre un complejo juego que pone en escena. además de los comités y los sans-culones. la Co nvención y los Jacobinos y nunca pud o sobrepasar el conflicto de principio entre régimen representati vo y aspiración a la «democracia directa- oTod o eso explica. según F. Fureto el papel privilegiado de Robespierre: «elevado al poder por el golpe de fuerza antiparlamentario del 31 de mayo al 2 de junio, sigue siendo el homb re de la Co nvención. Las secciones le ador an. pero les impondrá silencio. Y es que él es el único que ha reconciliado m íticamenre la democracia directa y el principio representativo, instalado como está en lo alto de una pirámide de equivalencias, cuyo mantenimiento día a día está garantizado por su palabra. El es el pueblo en las secciones, el pueblo en los Jacobinos. el pueblo en la representación nacional» (F. Furet, 1978, p. 86). Es éste el contexto en el que hay que encajar la democracia directa de las secciones parisinas. Hay que resaltar ante todo. con Michelet, que en 1793 la Revolución popular propiamente dicha está muerta , y que el activisroo de las secciones y de los Jacobinos es la contrapartida del desinterés de la masa de la población por los asuntos públicos (incluso la Convención sale de un escrutinio precedido de una votación de muy débil participac ión) . Por tanto es imposible ver en la actividad de 105 sans-culottes parisinos una pura y simple profundización del movimiento democ rático por oposición a la representación. En realidad los sans-culottes comparten con los Jacobi nos robespierristas la obsesión por la unanimidad. la vir-
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tud y la denuncia de los traidores, y, aunque frecuenteme nte se encuentran en conflicto más o menos larvado con Jos elemen tos más moderad os de la Convención. no tienen un proyecto alternati vo global que proponer. ni desde el punto de vista institucion al, ni desde el punto de vista social. Pero esto de ninguna manera quiere decir que la «democracia revolucionaria » sea un simple rebrote de arcaísmo, o que su lógica intern a sea idéntica a la de las emocione s populares de antaño. Profundamente marcado por las reivindicaciones propi as de la Revolución francesa (la soberanía de la voluntad general contra la política de intereses) a su vez marca. de alguna manera. una reafirmación de las preocupaciones de los hombres concretos contra la «abstracción». Pero ante todo (y esto es lo que explica su prestigio posterior ) se presenta como una radicalización de las exigencias revolucionarias. El movimi ento seccionario descubrió la cuestión social detrás de ..los derechos del H ombre», por ello apareció posteriormente como la promesa de ot ra Revolución .
Demacrada y revolución en el pensamiento del siglo XIX La idea de un vínculo privilegiado ent re la Revolución francesa y el ascenso irr esistible de la democracia. constituye. sin duda, uno de los temas clave del pensamiento francés del siglo XIX . Un pensa miento en que los deb ates políticos contempo ráneos son inseparables de las discusiones sobre la interpretación de la Revolución. La cor riente «republicana- se caracteriza ante todo po r su voluntad de retoma r el conjunto de la herencia revolucionaria, reafirma ndo sin cesar la actualidad de los principios de 1789. Entre los histori ador es es sin dud a alguna Michelet quien mejor ha realizado este proy ecto al hacer del pue blo el héroe de su Hístoíre de la R évo/ution [rancaise. En ella el pueblo aparece como la encamación de una Idea que se cons tituye
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por la negación de la herencia del Antiguo Régimen a través de la lucha contra el privilegio y la afirmación de la libertad humana frente a la heterono mía inducida po r la religión cristiana . La Revolución , obra del pueblo, opone el derecho a lo arbitrario y al privilegio (la gracia no es otra cosa que su expresión), y la democracia encarna el triunfo del derecho y la igualdad. No se debe olvidar, sin embargo, que aunque muchos republicanos admiren indiferentemente a Danton, Robespierre o Bonaparte, hay algunos aspectos del proceso revolucionario (sobre todo el Terror) so bre los que no hay un animidad. Algunos lo justifi caro n como un efecto de las «circunstancias» (aunque en general se co nsidera como fo rma de gobierno innecesaria); para otros el Terror jacobino aparece como una supervivencia del absolutismo (sobre todo Edgar Quinet), o como el precio que la Revolución paga por la desafección del pueblo (Michelet). Por lo que hace a la historiografía de la Revolución, la ..ortodoxia republicana- (..la Revolució n es un blo que-) no cristaliza verdaderame nte hasta la III Repúbl ica. Los rep u blicanos so n más «avanza dos» que los liberales, pero sin co nfundi rse con los «socialistas», que aun cuando son ..demócratas», ponen en primer plano la cuestión social, más importante para ellos que la conquista de la democracia política y del sufragio universal (el mismo Michelet se dice hostil al «socialismo -), En realidad el movimiento socialista de entrada tiene una actitud ambivalente respecto a la Revol ución . En la ob ra de su pri ncipal iniciador, Saint -Simon , enco nt ramos ant e tod o un a crítica de la filosofía de las Luces y de la Revolución, que paradójicamente debe mucho al pensamiento contrarrevolucionario. Saint-Simon recusa el estado de espíritu ..abstracto» de los intelectuales y ..legistas » que dominaron la Revolución, por ello su proyecto intelectual es el de sacar a la luz del día los resortes subterráneos que explican en profundidad las sacudidas de finales
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del si~lo XVI.II (el de~arrollo del trabajo y de la industria), sus fines prácticos son sociales más q ue políticos, e incluyen la exigencia de un nue vo poder espiritual, más allá de los «fallos» críticos de las Luces. Pero desde otra perspectiva, la Revolución francesa también ha visto el nacimiento de la «cuestió n social» y sus corrientes radicales pueden también aparecer como una anticipación del movimiento socialista, lo que explica la continuidad entre algunos secto res «avanzados- de la democracia y el socialismo naciente. Pero a su vez estos mismos movimientos están divididos en la medida en qu e reproducen las tension es de la Revolución. Si Louis Blanc defiend e la heren cia ro bespierri st a (u na de mocracia social apoyada en la representación nacional y no en el Terror hecho inútil), otros, co mo Blanqui, sacan sus conclusiones de la experiencia del Comité de Salvación Pública, modelo de la dictadura revolucionaria, mientras que P roudhon y los anarquistas ven en la experiencia jacobina el colmo de la mis tificación y de la alienación políticas, a lo que co ntraponen la crea tividad multiforme de la «asociación». Est as div isiones no cesaron hasta la Comuna de París, e inversamente, Marx debe una gran parte de su prestigio al hecho de que parecía aportar una síntesis de todos estos elementos heterogéneos, aunque él mismo dudaba entre varias interpretaciones de la Revolución. Para los liberales el primer problema ha sido el de disociar los resultados de la Revolución del proceso revolucionario, despótico y anárq uico a la vez. De ahí arranca inicialme nte la crí tica de la doctrina de Ro usseau, que se supo ne ser el origen de las desviaciones de la democracia revolucionaria, y que sigue siendo hoy en día el aspecto más conocido del pensamiento de Guizot o de Constant. Pero no es ésa la aportación más importante del pensamiento liberal. Tocqueville (que aquí retoma una distinción presente ya en Royer-Collard) distingue dos aspectos en la ..democracia». El proceso de la igualdad de las condiciones
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557 no viene acompañado necesariamente por la generalización de la libertad política, pero, en contra de los liberales conservadores, ve en el régimen político democrático la mejor garantía de la libertad. Su pensamiento no obstante no se red uce a una oposición entre la turbulencia de la democracia francesa (sometida al "espíritu revolucionario») y la prudencia del "espíritu democr ático», porque Tocqueville reconoció siempre la grandeza de 1789 y creía que la moderación americana podía coincidir perfectamente con un declive del civismo. Tal vez lo mejor para cerrar esta encuesta sea recordar las reflexion es que le inspi raron los desencantado s tiempos de la Mo narqu ía de Juli o : «¿Me atreveré a decirlo en med io de las ruinas que me rodean? Lo que más temo para las generaciones futuras, no son las revoluciones. -Si los ciudadanos continúan encerrándose más y más estrechamente en el círculo de sus pequeños intereses domésticos y afañándose en ellos sin reposo, se puede intuir que van a terminar haciéndose inaccesibles a las grandes y poderosas emociones que tu rb an a los pueblos, pero q ue los desarrollan y los renueva n. »[...] Se cree que las socie dades nuevas van a cambiar de aspecto cada día, pero mi temor es el que se queden totalmente fijas en las mismas instituciones, los mismos prejuicios, las mismas costumbres de forma que el género humano se detenga y se limite, que el espíritu se pliegue y se repliegue eternamente sobre sí mismo sin producir ideas nuevas, que el hombre se agote en mínimos movimient os solitarios y estériles y que la hum anidad ya no avance aunque se agite sin cesar .» (De la démocra tie en Amétique, Ed. Gallimard, II, p. 260). Philippe RAYNAUD.
Véase también: CONSTITUCIÓN, DERECHOS DEL HOMBRE, IGUALDAD, JACOBINISMO, LIBERTAD, REPÚBLICA, ROBESPI ERRE, ROUSSEAU, SIEYES, SOBERANÍA, SUFRAGIO, TOCQUEVILLE.
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Derechos del Hombre Ideas
ssg
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1958, reed. 1962, con el subtítulo Mou-
ueme nt populaire et gouverne ment révolutionnaire).
DERECHOS DEL HOMBRE «La primera revolución fundada sobre la teoría de los derechos de la humanidad .., según la palabra testamentaria de Robespierre el 8 Termidor, ha tenido dificultades para ponerse de acuerdo sobre su definición. La Declaración adoptada el 26 de agosto del 89 es reemplazada por una nueva en la Constitución del 93. Esta, por su parte, es reemplazada por un a D eclaración de derechos y de deberes del ciudadano en la Constitución del año III. Y, sin embargo, históricamente la primera ha quedado como la buena, a pesar de las críticas de las que fue objeto a las inmediatas y que parecieron bastante decisivas como para refundirla en dos ocasiones. El ser la inaugural tiene, sin duda, que ver co n ello . Pero, en resumen, también es justo si queremos tener en cuenta que el debate del verano del 89 plantea ya toda la problemática, tanto la del 93 como la del 95. La mirada retrospectiva ha endurecido en exceso la oposición de los lenguajes y de las intenciones entre la prudencia burguesa, la audacia jacobina y el espanto termidoriano . Las opc ion es divergen, pero el .espacio int electual es el mismo, y los elementos con los cuales se juega están todos presentes de entrada, desde el comienzo de la discusión. ¿Los famosos «derechos sociales .. que supuestamente separarían las preocupaciones populares del 93 del liberalismo de los Constituyentes, vinculado excesivamente a la propiedad? Pues bien, prác ticamente la mitad de los proyectos del 89 incluyen en su contenido las ayudas, incluso el trabajo entre las garantías primordiales que una colectividad debe a sus miembros; el más no-
to rio e influyente de todos ellos es el de Sieyeso ¿Los no menos expresivos «deberes.. qué marcarían, según se cree, el retroceso coercitivo y moralizador de Termidor? Lo que hay en ello es una disposición sobre la cual los Constituyentes tuvieron un áspero debate, que fue formalmente rechaz ado, y que a pesar de ello influyó fuert emente en la reda cción adoptada. Además, hay que empezar por no perder el punto de vista, Este texto princeps, está lejos de ser la obra maduramente sopesada para lograr el equilibrio de conjunto en sus cláusulas y en la definición de sus contornos, como tan a menudo se ha celebrado; en realidad e un texto inacabado, interrumpido al comienzo de la sesió n del 27 de agosto del 89, por el acuerdo unánime so bre la necesidad de consagrarse en prioridad a una tarea más urgente, la de la Constitución. El examen de los artículos adicionales a los diecisiete artículos ya adoptados, la relectura y la clasificación del conjunto se dejan para «después de la Constitución ». En 1791 la Asamblea alegará el carácter sagrado adquirido duran-te el tiempo po r este «catecismo nacional» para no tocarle. Pero toda medida en profundidad de las intenciones del legislador que desconozca la contingencia de los límites de sus objetivos se halla condenada al desprecio. Lo que importa reconstruir en ese te~1O fijado el 26 de agosto de 1789 es el desphegue de una ma nera de plantear el pr obl ema de los derechos del hombre. Una manera matricial. En este dominio, como en una gran parte de la cultura política de la Re~o lución, la radicalización ulterior más que m-
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nOvar exp lotará de otr a forma las. virtualidades inicialmen~e p~esentes, lo mls.mo ~ue acció n ter mldon ana ma ntendrá la ins1are io del . ción inicial en medio e esf uerzo por pira id d desactivarla Y con tenerla. Hay .una ~m a . telectual del proceso revolucionario que In '11 • vierte en particularmente eructa e anacon d . l' " L d lisis del momento e cnst~ izacron. os. eechos del ho mbre co nstituyen una pieza :minente del dispositivo. Unicamente a la escala de esta manera de abordar el problema aparece la especificidad verdade ra del resultado porque aparentemente es la que ofrece el único camino para no perderse en la maraña tenebrosa de los orígenes y las influencias. Una cosa es establecer las filiaciones o los préstamos, otra es comprender el uso qu e se hace de ellos, y con qu é destino a la vista. No hay duda ninguna de que el ejemp lo americano asume un papel capital en la elabo ración de la De claración francesa . Es altamente simbólico que el primero en presentar un proyecto de Declaración ante la Asamblea, como en virtud de una cualificación natural, sea La Fayette, el héroe de la independencia americana. El es qui en elabora el texto bajo la mirada y con los consejos del autor de la D eclaración de independencia, Jefferson, que se encuentra en este momento como embajador de los Estados Unidos en París . Pero también otros recurren a sus luces. El Comité de constitución le plantea incluso una consulta plenamente oficial que sus funciones le obligarán a rechazar. Patriotas y Mo ná rquicos se encuent ran en sus casa, el último día del debate sobre la declaración, el 26 de agosto, para someter a su autoridad sus diferencias sobre el lugar de la autoridad real en la futura organización de los poderes. Otros soldados de la guerra de la Independencia como el conde Mathieu de Montrnorency, Cuent an al lado de Lafayette entre los más fervient es y los más eloc uentes oradores de la discusió n. El traductor de las Constitutions des treize Etats de I'Amérique, el Duque de la Rochefoucauld d'Enville, es
miembro de la Asamblea, en la cual no intervie ne más que para recordar la lección americana a propósito de la libert ad de prensa. Su relato está en las manos de todos los que hacen proyectos, como algunos lo anuncian sin ambages. La Asamblea cuenta por lo demás con algunos otros buenos conocedores de temas americanos, como Demeunier, muy activo en el debate, o D upont de Nemours . To do esto para ceñirnos a los protagoni stas directos y no decir nada de la influencia tan notable ejercida por un publicista como Condorcet, redactor de un proyecto destinado a alimentar desde fuera la deliberación, además del cuaderno de la nobleza de Mantes, y analista riguroso de los grandes precedentes de la otra orilla del Atlántico, desd e L 'influence de la rév olution de l'Amérique sur l'opinion et la législation de l' Europe hasta sus Idées sur le déspotisme. No sólo el modelo americano está en to das las cabezas, sino que los C onstituyent es franceses se sitúan y piensan implícita o explícitamente en relación con él. Para empezar les ofrece el medio de satisfacer una de las ambiciones primordiales de los más avanzados entre ellos, bordear el ejemplo de la cons titució n inglesa y de su sediment ación «gótica» . Pero esto no significa que estén esclavizados a la letra de esos documentos que tienen en su espíritu y ante sus ojos. Tienen sentimiento muy agudo de la diferencia de las situaciones, que les hace juzgarlo todo por la estricta medida de las necesidades de su tarea . Tienen qu e dar a Fr ancia una constitución. ¿Es necesario apoyarla sob re un a expos ición preliminar de sus bases y fines legítimos? Para unos, la diferencia de condiciones sociales hace peligroso el separar el enunciado abstracto de los derechos de su formulación concreta. Es lo que defiende Lally- Tollendal cuando Lafayette termina la lectu ra de su proyecto, el 11 de julio : «[pensad en la enorme diferencia que hay entre un pueblo naciente que se anuncia al universo, un pueblo colonial que rompe los lazos de un gobierno alejado, y un pueblo
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Ideas antiguo, inmenso, uno de los primeros del mundo que se ha dado una forma de gobierno hace mil cuatrocientos años!». (A rcb. Par/., tomo VIII, p. 222). Malouet será aún más claro el primero de agosto. Si los americanos, dice él en sustancia, han podido permitirse «tomar al hombre en el seno de la naturaleza, y presentarle al universo en su soberanía primitiva», es porque la relativa igualdad reinante en el seno de una sociedad nuevamente formada y «compuesta en su totalidad de propietarios», hacía inofensiva la proclamación de igualdad teórica. «En un gran imperio», en cambio, «es necesario que los hombres colocados por la suerte en una condición dependiente vean más bien los justos límites que la extensión de la libertad natural» (Archives Parlementaires, to mo VIII, pp. 322-323). Pero para otros, la adhesión al principio a pesar de este foso, que no se niega, no quiere decir alineamiento con las redaccion es america nas. Al contrario. La familiaridad con la fuente no lleva consigo la imitación, sino la emulación. Ent re los que están más al corriente, se expresa con toda claridad la ambición de hacerlo mejor. El primero de agosto Montmorency propone el programa de «perfeccionar el gran ejemplo de América», reivindicando para «este hem isferio la venta ja sobre el otro de invo car más altamente la razón y dejarla hablar con un lenguaje más puro » (Le Courrier de Prouence, número 22, p. 15). Es Rabaut Saint-Etienne, que comparte sin embargo con Lafayette los consejos de ] efferson , qui en recuerda a la Asamblea el l S de agosto : «Habéis adoptado el partido de la Declaración de Derechos, porque vuestros cuadernos os imponen el deber de hacerlo, y vuestros cuadernos os han hablado de ello porque Francia ha tenido como ejemplo a América. Pero que no se diga por esto que nuestra declaración debe ser semejante. » Y señala, imitando a los prudentes : ..Las circu nstancias no son las mismas; América rompía con una metrópoli alejada, era un pueblo nuevo que destruía todo para renovar todo. » Pero
lo que se extrae como conclusión, es que los franceses deben poner a prueba su audacia sobrepasando los límites en que los americanos se habían detenido (Archives Parlementaires, tomo VIII, p. 452). La ins~ piración viene de Sieyes. Es de él de donde proceden las críticas a las Declaraciones de tipo americano y el modelo de una mejo r. El 20 Y 21 de julio presenta al Comité de constitución su propio proyecto que provoca el asombro y la perplejidad de la mayor parte, el entusiasmo de una minoría resuelta y el rechazo de algunos pocos. Lo que él reprocha a las Declaraciones americanas, lo sabemos por sus papeles, es el haber mantenido una imagen anticuada del poder y de sus limitaciones, imagen inaceptable para un «pueblo que se adentra en su soberanía completa». «En esta supos ición -escribe--, una Declaración de Derechos debe camb iar to talmente de espíri tu y de nat uraleza ; deja de ser una concesión, una transació n; una condición de tratad o, un cont rato de auto ridad o autoridad. N o hay más qu e un pod er, nada más que una autoridad » (A rchives nationales, 284 AP 5). N o se tr ata de enumerar pr erroga tivas, sino de dilu cidar analíticamente los prin cipios de la mejor constitución política po sible. Propon e, pues, sustitu ir la división en artículos por una forma razon ada, aunque concediendo al vulgo un resum en en «máximas» al gusto de los textos ya conocidos. Es su argumentación lo qu e se encu entra detrás de las propuestas de Montrnorency o de Rabaut Saint-Etienne. La innovac ión descon cierta más que co nvence, y la ..metafísica» de este ..reconocimiento de los fines y de los medios del Estado social sacados en la naturaleza del hombre» da miedo . El resultado es que lo esencial del debate va a gravitar y a jugarse en torno a este ..enigmáti co» texto. A las incertidumbres en cuanto a la oportunidad de una Declaración distinta a la constitución, vienen a añadirse también las interrogaciones de forma y de fondo suscitadas por el oráculo de la ciencia política.
La Asamblea oscila y duda tanto más que a favor del desconcierto y de las oposiciones sordas que se instalan, se multiplican los proyectos. Solamente de la diputación nacional se contarán 30 en total. Pero también se mezclan personalidades exteriores y no de las de menor categoría: Condorcet, ya citado, Cerurti, Servan. El debate decisivo tuVO lugar del 1 al 4 de agosto. Se impone la opinión favorable de los relatores del Comité de constitución el 27 de julio (Champion de Cicé, Clermont-Tonnerre y Mounier). La constitución será precedida por una Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que accesoriamente, no será simultáneamente una declaración de deberes. Del 4 al 11 de agosto la Asamblea está ocupada por ..la abolición del régimen feudal». El 12 se nombra un nuevo comité de cinco personas para operar la decantación de los diferentes proyectos puestos en circulación . El resultado, defendido por Mirabeau el 17, decepciona. Una maniobra de la «derecha» (estamos en el momento en el que se delin ea la división to po gráfica entre izq uierda-derecha) hace adoptar como base de la discu sión el proyecto elabor ado por una de las comi sione s de la Asambl ea. Desaparecerá en gran parte en la fase de la redacción final, ent re el 20 Y el 26 de agosto, pero habr á cumplido pasablemente su función de soporte en esta laboriosa gestación. Aunque Sieyes y sus part idarios fueron der rota dos, a pesar de todo su espíritu se impuso. Aun que pudieron hacer preva lecer la forma con la que soña ban, se impuso al menos la función que pretendían se asignase a una tal explicitació n de los fundamentos. Tiene esto un a razón primordial: la necesidad de legitim idad de esta Asamblea Nacional autoproclamada, que se encuentra en posición de «ejercer el poder constituyente», cuando «la representación actual» como Sieyes la admite muy significativamente a la cabeza de su proyecto ..no es rigurosamente conforme a lo que exige una tal naturaleza de poder». La declaración va
Derechos del Hombre a llenar un papel de sustituto de este déficit, puesto que se supone que la constitución sale directamente de la autoridad de los principios ..inalienables y sagrados» de toda sociedad, que la Asamblea se limita a exponer y servir. De ahí el curioso rodeo del preámbulo finalmente retenido que, vía proyecto Mirabeau, procede de Sieyes. El oscurecimiento del enunciado que ahí se advierte es el precio del papel de fuerte que se pretende hacer desempeñar a los ..prin cipios simples e incontestables» frente a los cuales la Asamblea no es más que un modesto intermediario. De ahí también el apremio de la universalidad que pesa sobre la redacción. Porque sólo una «declaración de derechos para todos los hombres, para todos los tiempos, para todos los países », según las palabras de Duport del 18 de agosto, es susceptible de esta autoridad irrecusable e irresistible que los Constituyentes necesita n para apoyar su empresa. El anclaje en lo universal no es ni fruto de un genio part icular ni marca de una irrealidad específica; result a de las necesidades de una situación. El Congreso amer icano, exactamente en el mismo mom ent o, está elaborando las diez enmiendas a la Constitu ción de 1787 que, ratificadas en 1791, acabar án de fijar el sentido de los Bills of Rights en la organiza ción de la sociedad y de los poderes. Co m pará ndol a co n «el gob ierno fuerte» instau rado por la iniciativa de los federalistas, corresponde a la Declaración de Derechos marcar los límites del poder público y situar las prerrogativas de las personas al amparo de sus int romisiones. El problema de los franceses es otro. Pretenden, es cierto, consag rar las libertades individuales; pero tienen tam bién que establecer, en una posición difícil, un poder conforme al orden de los individuos. Es este equilibrio incómodo entre una preocupación fundadora y una preocupación protectora el que va a singularizar su obra. A esta primera razón, nacida de los términos mismos de la situación, se une una segunda. La Declaración, además del sopor-
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te simbólico que representa, figura como solución a la complicada ecuación que se dibuja delante de los Cons tituyentes. El camino es angosto. Se trata de establecer un pod er nuevo en el interior del antiguo poder. Es necesario conciliar, dicho de otro modo, la instauración de la legitimidad nacional con el mantenimiento y el respeto de la legitimidad real. El rodeo por el nuevo fundament o tiene la extraordinaria virtud de permitir asentar sólidamente la autoridad de la representación colectiva, evitando la confr ont ación directa con la autoridad dinistica. Añadamos, en términos esta vez de pasión política, que permite ser radical en el fondo y moderado en la práctica. Satisface a las exigencias de regeneración, pero sin chocar de frente con los poderes establecidos. Es en función de esta lógica como se opera el encuentro con Rousseau. El pensamiento más naturalmente atractivo en este cuadro es el que define con más rigor la plenitud y la preeminencia del poder legislativo dejando abierta la posibilidad de un ejecutivo mon árquico. La «voluntad general. triun fa porque respeta el puesto del Rey mientras ofrece la versión más radical del nacimiento de una legitimidad colectiva a partir de los individuos. Se ajusta además a la «soberanía nacional. lentamente elaborada por el Estado absolutista en fase de escapar a su titular originario, desde el 17 de junio y su captación por la Asamblea. La revolución está hecha de estas conjunciones impuras y de estos ajustes eficaces. La herencia histórica se proyecta en el esquema filosófico. La voluntad general se impone como la traducción en acto de la soberanía de la nación, pues su generalidad respond e justamente a la impersonalidad requerida por el gobierno en nomb re de la individualidad colectiva. Al mismo tiempo, en fin, que cubre con un nomb re adecuado las diferentes caras del poder social, responde a la ausencia mis intensamente vivida, la de la disolución del universo de las dependencias y de los privilegios. La vinculación or-
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gánica de los seres y el mando sobre las personas es sustituido por el reino de la ley, es decir ese modo de relación de los individuo s en que la obligación respeta su desvinculación primordial. Los americanos no tienen que deshacer una sociedad jerárquica, y simultáneamente asumir la . herencia de varios siglos de acumulación de poder público, ni fundar un poder preeminente sin desmontar simultáneamente un formidable poder que existe en ese momento. Ahora bien, todos esos datos confluyen para cargar la categoría roussonian a con un papel central de resolución. Pero tal roussonianismo no es tanto un roussonianismo influyente. que se explicaría por el peso total de los ejemplares del Contrato social en circulación en relación con el volumen global de cerebros franceses, cuanto un oportunismo funcio nal impuesto por las necesidades específicas de un contexto y de una empresa. Tampoco la fidelidad filológica es su fuerte. Es el desconocimiento de esta libertad en la forma de servirse de referencias y fuentes lo que levanta esas absurd as querellas cuyo ejemplo más acabado lo constituye la patriótica disputa entre jellinek y Boutmy a principios de siglo. Los Co nstituyent es son a la vez gobernados por el ejemplo americano y dominad os por el lenguaje del Contra to social (y de algunos otros) . Pero asimismo están lejos de Estados Unidos y son malos discípulos de Rousseau todo junto . Es la regla de estas infidelidades, tal y como está inscrita en las razones de inspirarse en esas fuentes, lo que interesa definir, mis que el pretender establecer improbables y contradictorios certificados de conformidad. El debate sobre el contenido procede de la especificidad de la situación. La necesidad de dejar bien asentada su legitimidad como representantes de la Nación conduce, así pues, a nuestros diputad os a rementarse a los primeros principios de toda sociedad y a apoyarse en su autoridad. No son conscientes de los riesgos de su proc~er, más bien al contrario. Tienen una concren-
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cia muy clara de que no se trata para ellos de proclamar en abstracto algunas verdades de la naturaleza, sino de realizar literalmente la recomposición de una sociedad -sociedad de la que es difícil ignorar qué lejos está en su realidad presente de la norma que se decreta--. • Las declaraciones de derechos no serían difíciles. observará sarcásticamente Le Courrier de Prouence, si al declarar lo que debe ser no se hiciera un manifiesto contra lo que es.- Esta dificultad es el corazón de toda discusión preliminar, así como una de las principales claves de la redacción final. Se redacta cuando se siente especialmente su necesidad a comienzos de agosto del 89, en plena insurrección del campo. en medio del efuego de las pro vincias.. y alimenta la angustia de muchos y la repugnancia a publicar la Declaración separadamente de la Cons titució n. Una vez superado esto, la inq uietud se traslada al terreno del temor de una Declaración adoptada en tales condiciones. Puesto que aquí la cuestión no es la del hombre en el estado de naturaleza, sino la del individuo en los vínculos de la sociedad, repetirán hasta la saciedad una serie de oradores, no es suficiente hablar de sus prerrogativas, hay que hacer mención igualmente de las obligaciones inherentes a la coexistencia con sus semejantes. El temor conservador ante el desorden social va a recibir el concurso de la sensibilidad religiosa, que desempeñará un papel importante, en filigrana, a lo largo del debate. No es más que un asunto de posición reaccionaria del clero. El más progresista de sus miembros en la Asamblea, Grégoire, será el más vehemente abogado de los deberes del hombre. Es una auténtica discusión de fondo. ¿ La existencia en sociedad implica limitaciones a la libertad natural del hombre? De nuevo, el proyecto de Sieyes se encuentra en el origen de la discusión. Afirma, en efecto, que .eI hombre al entrar en sociedad no hace el sacrificio de una parte de su liberta d [...lla libertad es más plena y mis entera en el orden social que lo que pueda serlo en el estado que se llama
Derech os del Hombre
de naturaleza . (A rchiv es Parlementaíres, tomo VIII , p. 257). Contra esta tesis se levantan los mantenedores de los deberes destinados a equilibrar los derechos de los individuos. Nada de vínculo social sin obligaciones, que embriden la independencia primitiva. No es que Sieyés ignore la existencia de hecho de estas obligaciones. Pero a sus ojos la reciprocidad de cada uno hacia sus semejantes es suficiente para explicarlas: yo tengo deberes hacia otro en la medida en que le reconozco los mismos derechos que a mí. Así pues, en realidad no hay más que derechos y los deberes no representan más que un caso particular en el espacio interpersonal. Es posible, en otros términos, recomponer integralmente una sociedad a partir únicamente de los elementos que forman las prerrogativas «naturales.. de los individuos que la componen . Es posible una sociedad que responda de parte a parte a las normas individualistas. Es a esta percepción a la que se oponen, en último término, los partidarios de los deberes. No es cierto que los deberes se deduzcan de los derechos, objeta en sustancia Grégo ire. Dicho de ot ra forma, para hacer una sociedad se requier e algo más que los derechos de sus miembros. Su funcionamiento exige el ejercicio de un apremio limitativo cuya legitimidad proviene de otras fuentes. Una vez más, es el espíritu de Sicyes el que se impone, aunqu e falta la letra de sus form ulaciones. El individualismo radical es preferido a la doctrina de los deberes. Pero la objeción expulsada por la puerta retoma por la ventana. Teóricamente conjurada, sin embargo, la preocupación por asignar límites a Jos derechos marcará de hecho profundamente el texto final. Se podría incluso decir que el fantasma de los deberes no abandonará a los derechos. Antes incluso del retomo oficial del año III, la sombra planea sobre el debate del 93. La plenitud de los derechos natur ales en el interior del estado de sociedad es lo que, en el espíritu de Sieyes, se trata de aseguraro Aquello implica claramente a sus ojos
Ideas
los derechos que se llamarán más tarde -sociales... Es esencial en este punto sacar la reflexión y las int enciones de los constituyentes de las fronteras dent ro de las que se les ha pretendido abu siv amente mantener. - Las ventajas que se pueden conseguir del estado social -escribe Sieyes de la manera más explícita- no se limitan a la protección eficaz y completa de la libertad individual : los ciudadanos tienen además derecho a todos los beneficios de la asociación [...]. Nadie ignora qu e los miembros de la sociedad obtienen las mayore s ventajas de las propiedades públi cas, de las obras públicas. Se sabe que aquell os de los ciudadanos a los que una suerte desgraciada condena a la impotencia para proveer a sus necesidades tienen justos derechos a percibir los auxilios de sus co nciudadanos, etc. Tod o el mun do sabe qu e no hay nada más adecuado para pe rfeccionar la especie humana, en lo moral y en lo físico. q ue un buen sistema de ed ucación y de instru cción públ ica [...]. Los ciudadanos en común tienen derecho a tod o lo que el Estado pu ede hacer en su favor .. (A rchive s Parlem entaires, tom o VIII, p. 259). Vale la pena citar ampliamente sobre este punto el más imponante y el más con secuente de los pro yectos del 89, porque está lejos de constituir una excepción. Una docena de ellos hablan en el mismo sentido. «La propiedad no debe impedir a nadie subsistir e-dispon e por ejemplo Rison de Galland, dipurado del T ercer Estado por G renoble-. Así todo hombre debe vivir de su trabajo, y todo hombre qu e no pueda trabajar deb e ser socorrido... Es cierto que semejante disposición no se encuentra en el texto adoptado, pero mucho s indicio s permiten pensar en tod o caso que su ausencia es más circun stancial que intencion ada. Si la Declaraci ón hubi ese sido acabada hay indicios lógicos de que hu biera con tenido un artículo relativo a auxilios. Su presencia oculta basta en tod o caso para revelar la inanidad de las críticas al pr etendid o egoísmo man adológico de los burgueses de 1789. Su pr esencia plena y ar-
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gumen tada en Sieyes, en el mismo Sieyes que opera con una perfecta seguridad oligárqui ca la división entre ciudadanos activos y ciudadanos pasivos. obliga por lo demás a preguntarse acerca del verdadero origen de estos derechos llamados «sociales», demasiado cómo damente atribuidos sin du dar a la irru pción del movimient o po pular. El que a tod o el universo de los individ uos sea inhe rente la reivindicación por - Ios ciudad anos en común...de todo lo qu e el Estado pu ede hacer en su favor .. exige un examen a fondo. El debate de redacción, entre el 20 y el 26 de agosto, está dominado por el trasfondo del problema constitucional que se ha decidid o diferir. Su urgencia se hace sent ir de forma creciente al paso del tiemp o, precipitando la discusión a partir del 24 Y pro· vocand o su aplazamiento el 27. Se está delineand o la confi guración de los part idos en tomo a la gran cuestión, aún en suspe nso. del veto real. alred edo r del cual giran todas las maniobras entre bastid ores . El debate sobre los derechos del hombre apar ece por mucha s razones como un debate preparatorio donde los moderados, dirigidos por los Monárquicos, y los patriotas se reagru pan y miden sus fuerzas, qu e por lo demás están muy equilibradas aunque la habilidad de los tenore s mon árqui cos, Lally-Tollen dal en particular, les permite incluso obtener algunas ventajas. Es así como consiguieron hacer adop tar como base de la discusión un pro yecto bastante anod ino. el de la sexta comisión, Sieyes reescribe, en un ton o muy por debajo de el del obispo de Nancy, cuya cualidad principal a los ojo s de sus promotores bien podría residir en sus pru dentes omisiones. Pero la paradoja de esta redacción es que las preocup acione s o puestas de los dos camp os van finalmente a converger. El empeño de los mode rados en marcar los límites dentro de los cuales se debe situar el ejercicio de los derechos individual es y la voluntad de los patriotas de «socializar» po r co mpleto el derecho natu ral, de alguna manera . aseguran do conjun-
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Derechos del Hombre
seres aportan del estad o de naturaleza al de sociedad... Sieyes habla más enér gicamente aún del «derecho de repeler la violencia co n la violencia... Pero una cláusula del artículo 7, retomando significativamente la misma palabra. aunque sea en un uso diferente, dice: «todo ciudadano llamado o designado en virtud de la ley debe obedecer en el acto : su resisten cia le hace culpable•. Esta cláusula tiene una historia interesante. Proced e, una vez más, del pro yecto de Sieyes, pero se incluyó por sugerencias de uno de sus más señalado s adversarios del campo monárqu ico. Malouet. Ilustración limpia del acuerdo contra natura que se realiza sobre la base de intenciones antagonistas. Naturalmente, Malouet ve en ella la garantía de la autoridad contra el desorden posible. Sieyes con sidera la irresistibil idad del poder que resulta de la parti cipación general, por que la libertad de cada uno se expande y se experimen ta a través de la autoridad de todos. La inmediata conv ersión de la independenci a de los individuos en pode r colectivo hace converger la ambición de desplegar los derechos del hombre en su plenitud con la preocupación co nservadora de regularlos o de encuadrar su expresión. C iertament e hay enfrentamiento s acerca de las modalidades. que llegan incluso al paroxi smo cuando se toca el punto para tod os sensible de la libertad religiosa el 23 de agosto. Ahí la movilización del clero le perm ite arrancar una formulació n restrictiva: «N adie debe ser molestado po r sus op inion es, incluso religiosas. con tal de qu e su manifestación no altere el orden públic o establecido por la Ley.» Será el choque principal de la discusió n. Pero no son más que disputas sobre incidencias particulares de un dispo sitivo general qu e no está en discusión y qu e no puede estarlo. Porque solamente podrían discutirlo aqu ellos qu e reclaman la libertad en toda su extensión. Ahora bien, para éstos la expr esión de la libertad es indi sociable de la afirmación de la auto ridad en la • Se ha tomado pan. tod o s los artículos la formula cual se pro longa, siendo la ley su instrución recogida en M. Anola; Textos f" ndamm laifi J'dra ment o. En consecuencia, no sólo no hay la H íuoru , 2.' ed., Madri d , 1971, pág. S02. (N. ¿ti T.)
tament e la prerrogativa de las person as y el poder de la nación, coad yu varan, a pesar de las dificultades, para producir el mismo resultado. El operador por excelencia de esta singular convergencia va a ser la noción de Ley. La clave del dispo sitivo está en el artículo 4. propuesto el 21 por Lameth pero directamente inspirado por Sieyes: Ol la libertad con siste en pod er hacer todo lo que no dañ e a un tercero; po r tant o el ejercicio de los derechos naturales de cada hombre no tiene otros límites que los que aseguren a los dem ás miembros de la sociedad el disfrute de esto s mismos derecho s. Estos lím ites no pueden ser dete rminados má s que por la Ley.. ". En la intención de Sieyes hay el designio de taponar cualquier resquicio, por mínimo que sea, por donde pueda entrar la arbitrariedad de un mandato personal. Es necesario que el imperi o de la ley comprenda la totalidad de las relacion es posibles entre actor es libres e iguales, o de lo contrario no será nada. Pero de pronto, evidentemente , la libertad que acaba de procl amar.. se es puesta bajo la tutela de una ley susceptible de ampliar o estrechar aquello s límites. Es cierto que tambi én se decreta simétricamente en el art ículo siguiente: - Ia ley no tiene derecho de prohibir más que las acciones nocivas a la sociedad.. (equivalente colectivo de lo qu e pued e perjudicar a otro en un plano ind ividual). ¿Pero q uién será juez de la ley? A partir de este instante se present an las dos dificultades mayores contra las que iba a estrellarse la práctica efectiva de los derechos así proclamados. En prim er lugar, una insuperable tensión entre independencia y pertenencia. El artículo 2, debido no obstante a un moderado, Mounier, cuenta la resistencia a la opresión entre los derech os imp rescriptibles. dispo sición cargada de con secuencias y que dice con qué vigor es entendida la autonom ía pr imordi al qu e los
Espiritu público
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motivo para atacar el principio de esta tutela. sino que incluso su victoria, inversamente, no puede menos que conducir a su reforzamiento , la aspiración a una mayor independencia desemboca sobre una mayor ob ligación de pertenencia. La necesidad de traducir la autonomía de los individ uos en poder social entra en juego contra la preservación d e sus derecho s por la limitación del poder. De la insp iración liberal se pasa así fácilmente a la tentació n autoritari a. Se discierne en ello por qu é la revolución fun-
dada sobre la teoría de los derechos del hombre. fracasará en cuanto a concebir y establecer el régimen que los garantice. El preámbulo de la Declaración llama a una comparación de los actos del poder legislativo y del poder ejecutivo en todos los instantes con «el objeto de toda institución política e , Asigna. po r otra parte. límites a la ley (art ículo 8. adem ás del art ículo 5 ya citado): da ley no debe establecer más qu e penas estri cta y evidentemente necesarias•. Al mismo tiempo esbo za implícitamente las grandes líneas de una economía de los po deres en la que no hay ningún lugar para un arbitraje ent re los actos del legislador y su fundamen to. Contradicción abierta que con stit uye el segundo ob stáculo dirimente co ntra el cual iba a cho car la empresa revolucion aria . Artículo 6: - Ia leyes la expresión de la voluntad general. Todos los ciudadanos tien en derecho a contri buir personalmente. o por medio de sus representantes. a su formaci ón (fo rm u lació n reiterada a propósito de la acepta ción de los impuesto s: 4( los ciud ad anos tienen el derech o de comprobar por sí mismos o por sus representantes la necesidad de la contribución públicas). Artículo 16: «Toda sociedad en la que la garant ía de lo s derechos no esté asegurada, ni la separación de los pod eres det erm inada, no tiene co nstitución> Estas exp resiones han adquirido la inocencia de la abstracción intempo ral, pero en su contexto y en el espíritu de los que las promueven revisten un alcance preciso que la Constitución se encargará pronto de explicitar :
«N o hay en Francia autoridad superior a la de la ley. El rey no reina nada más que por ella y solamente en nombre de la ley puede exigir la obediencia.s Preeminencia del legislado r que prohíbe a cualquiera erigirse en censor de sus opciones, subordinación estrecha del ejecutivo que transmuta las voluntades generales del soberano en actos particulares. según la defini ción rou ssoniana de! go biern o (ContTato social, libro ¡I1). En esa separación de poderes estrictamente determinada po r el esquema de la voluntad general están pen sando los Constituyentes el último día de su deliberación, cuando adoptan ese art ículo . «Separaci ón » significa sustracción definitiva del poder legislativo al monarca . Es también la lógica del mismo diseño lo que exp lica la ano malía principal del texto. a saber, la apertura democrática de la fórmula que evoca el co ncurso personal de los ciudadanos a la fonnación de la voluntad general. por lo menos extraño viniend o de quienes se preparan para establecer un sistema censitario de sufragio. Hay que resaltar, po r otra parte, que sobre este pu nto la Asamblea va más allá que Sieyes, que mientras invocaba la voluntad gene ral. preveía expresamente la restricción de la elección de los representantes a los «ciudadanos que tienen inte rés y capacidad en la cosa púb lica». Entretanto, la sexta co misión disponía por su parte, más radical que la redacción final: «todo ciuda dano debe habe r cooperado inmediatamente a la formación de la ley •. Sieyes simplemen te está en po sesión de un sistema de pensamiento que le da la seguridad de haber sobrepasado la prohib ición lanzada por Rousseau contra la representación integrando al mismo tiempo su aportación. Sus colegas más dubitativos prefieren recurrir a esa especie de equivalencia qu e hace indiferente la opción entre democracia directa y régimen represent ativo para po nerse al abrigo de la objección, en un mom ent o en el que tienen necesidad del apoyo de la totalid ad d e los ciud adanos. Pero inclu so así, se co mp ro meten en una traducción política del dere cho de los indi-
viduos que no les permite su justa administración, entre la usurpación de los rep resen tantes sin control y la insurrección como correctivo ú nico. Desde el texto fun dado r está presen te la ecuación inhibitoria que hab ía de hipo tecar toda la empresa de fundació n : condensa una forma de pensar la libert ad que impide realizarla. Maree! GAUCHET.
Véase también: CONDORCET, LA FAYETTE, LIBERTAD, MONÁRQUICOS, REGENE-
RACIÓ N, REVOLUC IÓN AMERICANA, ROUSSEAU, SIEYES.
Orientación bib liográfica Sobre la recepc ión del ejemplo americano : ECHEVERRfA, DURAND, Mirage in tb e West: A Hístory of the Frencb l mage of American Socíety to 1815. Princeeon, Princeton University Press, 1957. Sobre la elaboración de las declaraciones americanas: RUTLAND, ROBERT ALLEN, The Birth of the Bill of Rights (1776-1791), Chape! Hill, U niversity of North Carolina Pre ss, 1955 .
La po lémica «clásica»: BOUTMY. EM ILE, «La D écla ra tio n des droits de l'h omme et d u citoyen et M. Je-
Uinek... Annales des Scíences Polítiques, 1902, pp. 415-443. J ELUNEK , GEOR G, La D éclaratíon des
droíu de I'bomme et du citoyen . Contribution ti l ' étude du droit constitutionnel moderne, trad. del alemán por G eorges Pardis , París. 1902 ; ed . original : Die Erkliirung der Menschen - und Burgerrechte. Ein Beitrag zur modemen Verfa ssungsgeschichte , Leipzig, 1895. - , «La Déclaration des droits de l'homme et du ciroyen -, Revxe du dro ít public et de la scien ce politique , 19 0 2 ,
páginas 385-400. BOUCHARY, M., La Déclaration des droits de l'homme et du citoyen et la constitution de 1791, París, Ti ranry, 1947. - , «Les d ro it s de I'hornme », Dro its, número 2, 1985. MARCAGGI, VINCENT, Les Origines de la Déclaration des droíu de l'homme de 1789, París, 1904 . SANDWEG, j ÚRGEN, Rationales Naturrecht
ah R eoolutiorüre Praxis, Berlín, Duncker & H u mblot, 1973 . WALCH, EM ILE, La D éclaration des droits de l'hom m e et du citoyen et I'Assemblée ccnstituante, Travaux preparatoires, París , 1903.
ESPIRITU PUBLICO «To mar el pulso al esp íritu público ---escribe Sébastien Mercier en el Nou veau Paris- exige un tacto muy fino .» Esta irónica anotación se refiere a una de las más origi nales empresas revolucionarias, que consis tió en definir y medir el espíritu público. Mercier sugie re que tod o el esfuerzo preestadístico de la Revolu ción aportó escasos conocimientos sob re el ob jeto observado y muy abu nda ntes sobre lo s obs ervado res mo vilizados para aquella empresa : «D igamos qu e para co nsu ltar el termómetro , le
cogían entre sus manos y luego tomaban como temperatura del aire el calor más o menos intenso de sus mano s." De esta for ma el espíritu público qued a reduci do sarcásticamente a la opinión más particular. El mismo ton o encontramos en un texto anónim o p ubl icado por L 'A bréuiatev r Universal: «Hablarno s de espíritu públ ico es lo mismo que dar una deno minació n común a las o piniones más het erogéneas. Los qu e considera n qu e está formado por el espíritu de su pandilla, fingen ignorar qu e están ro-
Acontecimientos
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SURATrEAU, JEAN-RENÉ, «Les élections de l'an IV.., en: Annales bistoriques de la Réoolution [ranfaise, 1951, págs. 374-393; 1952, págs. 32-63. - , ..Les ope rations de l' Assemblée élecrorale de France .., en Annales historiques de la R éoolut íon [raneaíse, 1955, págs. 228-250 .
- , ..Les électio ns de Pan V aux Conseils du Directoire.., en Annales historiques de la Réoolution[rancaise, 1958, págs. 21-63 . - , Les élections de /'an VI el le comp d'Etat du 22-Floréal (J 1 mai 1798), Par ís, Les Belles Lettres, 1971.
ESTADOS GENERALES Bajo el Antiguo Régimen, los Estados Generales eran un expedie nte de excepción, sin autonomía, sin futu ro y que no dejaban ningún rastro de sus actividades. Sólo debían su reunión a la iniciativa del gobierno, que los mantenía y los disolvía a su antojo. Estaban desprovistos de tod a autoridad en materia de gobierno y hasta de legislación. y aunque tomaban parte en la elabo ración de algunas o rdenanzas , en térm inos de derecho, el rey era el único legislador del reino, como autor de las leyes y com o dispensador y garante de los pri vilegios. Hasta 1789, este atributo esencial siguió siendo un prin cipio intan gible de la autoridad mon árqui ca: frente a una coy untu ra excepcion al, el mo narca apela a la «represent ación.. del reino, a fin de ob tener un consenso para su polí tica o, más simplem ente, subsidios extraordinarios. A la muerte de Luis XI, en 1483, los Estados Gene rales son invitados a dar su opinió n sob re la organización de la regencia: Despu és de un largo interva lo, Francisco lila s convoca , en 1560, para poner remedio a la crisis finan ciera y apaciguar Jos ánimos despu és de los tumultos provocados por las innovaciones religiosas. Los Estados Ge nerales se reúnen nuevamente en Blois en 1576-1577 para resolver la situación religiosa después de la formación de la Liga; en 1588-1589. po r las mismas razones, complicadas por la cuestión dinástica que planteaba la existencia de un heredero protestante. Después del asesina-
to de Enriq ue IV, la regente Maríade Médicis, enfrentada con la rebelión de Co nd ée, se ve ob ligada a apelar a los Estados en 1614. Sed. necesario esperar más de un siglo y medio antes de que se los convoque de nuevo. Desde el fin de la Edad Media hasta la Revo lución, el acto de representar conse rvad siempre el sentido muy restrictivo qu e le asignan tanto goberna ntes como gobernados: el puebl o, por delegación , pero sin intermed iarios, presenta al monarca la imagen de su reino , exponi éndo le sus deseos, sus qu ejas y sus reconvenciones. Es un acto qu e refleja la naturaleza misma de la sociedad del Ant iguo Régimen, donde el individuo no tiene existencia polí tica más q ue a través de las entidades orgá nicas a las que pertenece: el o rden, la corporación, la comunidad , el privi legio. «Representar.., pues, antes de 1789, no implica forzosamente repr esenratividad, ni siquiera elección. Es, ante tod o, estar en com unión, transmitir, operación a la cual la designación de los diputados qu eda estrechamente subordinada. pues sólo es el reconocim ien to de los atributos que cualifican a un individuo para llevar a los Estados Generales las quejas de su comunidad. En efecto, la forma antigua del mandato imperativo hace del mandatario, no el autor de una voluntad política, sino un simple mensajero, el portavoz escrupuloso de un cuaderno de contenido bien preciso, que proscribe toda
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iniciativa y toda autonomía personales. H asta el punto de q ue, antes de 1789, la elección de los diputados a los Estados Generales es necesariamente un asunto secundario, así como el sufragio es una forma de procedimiento caren te de la significación política que le dará, mucho más tarde, la democracia moderna. En 1788, como en el pasado, fue una crisis política la que decidió a Luis XVI a consultar a sus «Estados... Los azares de la coyuntura. la crisis del absolutismo y las enseñanzas de la época suman sus efectos para ob ligarle a ello : hambr e y tumultos populares, déficit financiero de un Estado con sus recursos y expedientes fiscales agorados. presión imperiosa de la opin ión pública, resistencia sob re todo de los notables y los parlamentos, op uestos a toda reforma de las finanzas reales que no sea sancionada por los Estados Generales. Pero basta que el gobierno lo consien ta para que aparezcan bruscamente otros planteamientos de un actor inédito : el T ercer Estado, al qu e la cólera popular, la apelación a los derechos naturale s y la reivindicaci ón igualitaria unen momentán eamente en la denunci a contr a los seño res, los privilegios, el despotismo, yen una aspiración común : ob tener un a representación igual a la de los dos pr imeros ó rdenes sumados, y dar efectividad a su prepo nderancia votando por persona y no por o rden . A finales del invierno de 1789, al térm ino de una campaña electoral agitada, Francia se dedica a redactar sus quejas y a designar a sus repr esentantes, aquellos que, unos meses más tarde, se adueñará n de la soberanía nacional. Sin embargo, las elecciones a los Estados Gene rales, como las Otras votacio nes revolucionarias, son casi igno radas po r la historiografía revolucionaria, de derechas tanto como de izquierdas, del siglo XIX tanto Como del xx. A menudo este episodio es despachado en unas pocas líneas perezosas y red ucido a una especie de enlace mecánico entre las reivindicacio nes de los patrio-
Estados Genera les
ras --deliberación en común, y votación por personas, particularmente- y el hundimiento del Antiguo Régimen. Como si no tuviese significación e interés más que en sus consecuencias lejanas: pos tulado tanto más compartido cuanto que los resultados de las elecciones pueden acomodarse a las interpretaciones menos conciliables del acontecimiento revolucionario. Celebradas o vituperadas, las victorias sucesivas del Tercer Estado (Asamblea Nacional, noche del 4 de agosto y Declaración de Derechos) quitarían, así, todo carácter proble~ático a esa consulta. Le darían todo su sentido, explicarían el problema y dispensarían de tener qu e detene rse en ella. H ay una unanimidad del silencio, por ende, y de la indiferencia, que oculta de hecho razones más profundas. Refleja la dificultad de tomar en cuenta al mismo tiempo los votos y las quejas, la puja electo ral y las pujas políticas. Y sobre todo la dificultad de conciliar con la rup tura creadora de 1789 un episodio q ue la pon e, inevitab lemente, en tela de juicio. En efecto, las eleccione s de 1789 señalan tanto un fin como un advenimiento. Son las últimas del Ant iguo Régimen y las prim eras de la Revolución. T ienen lo suficiente de ambos como para ser inclasificables: so n un proc edimiento tradicion al de las instituciones monárquicas, pero también un a puja po r el poder. Cu ando los cuadernos piden la reforma del régimen, abre n el camino hacia su diso lución, comis ionando en VersaHes a los autores de una nueva legitimidad política, instituida po r la soberanía nacional y los der echos del hombre. En esta tran smisión , la antigu a mon arq uía desempeña un papel involunta rio, pero indiscu tible. En el momento de rean udar, después de un siglo y med io. una tradición perdida, instala un disposi tivo jurídico y político que despeja el camino para el triunfo del Tercer Estado. Fija sus términos, por decirlo así, y prescribe sus modalidades, antes de ofrecerle su primera víctima. Es decir que la Revolución debe tanto a sus au-
Acontecimientos
tores como al reglamento electoral del 24 de enero. La gran novedad de este documento reside, ante todo, en su existencia misma. Por primera vez, en 1789, las cartas de convocatoria -simple requerimiento formal, más protocolario que jurídico-e- son acompañadas de un verdadero código electoral cuya minuciosidad, complejidad y preocupación sin precedente por la unidad y la equidad implican, evidentemente, un cambio en el derecho público. Sin embargo, es un texto ambiguo, contradictorio, a mitad de camino entre la tradición y la innovación, una yuxtaposición empírica de los usos antiguos y del espíritu nuevo . Por una parte, retoma el marco y la forma de las convocatorias anteriores, prescribe la reunión de los habitantes de las grandes ciudades por corporaciones y oficios, mantiene el antiguo tipo de representación como mandato imperativo y el procedimiento tradicional de las quejas (doléanees). Multiplica las excepciones y las derogaciones en nombre de privilegios adquiridos. Sobre todo, conserva la separación de los órdenes y guarda silencio sobre la reivindicación principal del Tercer Estado: deliberación y votación en común. Pero, por otra parte, concede al Tercer Estado, al menos, una representación doble y consagra los principios que fundan la representación política moderna. Las frases iniciales del reglamento del 24 de enero son, a este respecto, elocuentes. «El Rey, al dirigir a las diversas provincias sometidas a su obediencia cartas de convocatoria para los Estados Generales, ha querido que sus súbditos sean todos llamados a concurrir a las elecciones de los diputados que deben formar esta grande y solemne asamblea . Su Majestad desea que, desde todos los rincones de su reino y desde los lugares menos '4'>nocidos, cada uno tenga la seguridad de hacer llegar hasta ella sus deseos y sus reclamaciones." La estructura de la queja , pues, se mantiene: el Rey consulta a la nación a través de la petición escrita de las cor-
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poraciones. Pero al mismo tiempo reconoce el derecho de voto a todo miembro del tercer orden que tenga al menos veinticinco años y esté inscrito en la nómina de contribuyentes. No se establece ninguna distinción entre el derecho de elección y el derecho de elegibilidad: todo individuo que tiene acceso a las asambleas electorales adquiere, por ese mismo hecho, la facultad de presentarse como aspirante al voto de sus conciudadanos. La igualdad política, antaño contingente, tributaria de la voluntad de los individuos, de ciertos grupos de presión o del arbitrio real, halla aquí su sanción jurídica: por primera vez, el pueblo hace por derecho una entrada masiva en la vida pública. Inseparable de la igualdad política es la ciudadanía, que transforma a los súbditos del reino en miembros del cuerpo político, en nombre de la idea de progreso. No se puede excluir de la vida pública, dirá Necker a los Notables, a toda una clase de hombres tan estrechamente unida a la prosperidad del Estado por el comercio, la industria , las ciencias y las artes ... : «Estamos rodeados de valiosos ciudadanos, cuyos trabajos enriquecen al Estado, y a quienes el Estado, en una justa retribución, les debe estima y confianza" (6 de noviembre de 1788). El desarrollo de la economía, el incremento de la Ilustración, la generalización de la ciudadanía, todo contribuye a borrar el carácter imprescriptible de los usos antiguos y a debilitar la referencia a las convocatorias anteriores. Reconocerlo ante los Notables fue para el gobierno inclinarse ante el veredicto de la razón histórica, encarnado en lo sucesivo, ya no por la monarquía, sino por una nueva figura, soberana e ingobernable: la opinión pública. La idea de una justa proporcionalidad entre la importancia de la representación y la de las cricunscripciones fue también hija de la época. La igualdad de derechos, en efecto, prescribe un tipo de representación moderna que instaura una relación estable entre repre sentantes y representados en la for-
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mación del poder político. Así, para prevenir las declaraciones que podían fundarse -a justo título--- en los «antiguos usos ", se decidió también aumentar considerablemente el número de diputados a los Estados: el texto prevé un millar, casi el doble de los escaños de 1614. Pero el principio de la proporcionalidad es incompatible con la idea de mandato imperativo, donde la palabra de los mandantes importa infinitamente más que el número de sus mandatarios. Que tantos contemporáneos, empezando por los aristócratas menos flexibles, hayan defendido con igual vigor el mandato imperativo y la proporcionalidad no es la menor de las paradojas. Como un siglo y medio antes, es el bailiaje (o la senescalía), jurisdicción judicial que había completamente caído en desuso al final del Antiguo Régimen, el marco en el que se realizan las elecciones. La nobleza elige directamente a sus delegados en la cabeza de distrito de la jurisdicción, en asamblea plenaria. El derecho a elegir y ser elegidos les corresponde a todos los miembros del segundo orden, propietarios o no . Los primeros son convocados individualmente y pueden votar en todas las partes donde posean feudos, directamente o por procuración (es el caso, particularmente, de las mujeres y los menores). Los segundos, convocados mediante anuncios, sólo participan en las asambleas electorales allí donde están domiciliados. Para el clero coexisten dos registros distintos . Los cardenales, los arzobispos, los obispos y todos los titulares de beneficios y de un cargo parroquial efectúan una elección directa. Los canónigos y los religiosos eli~en en dos grados . Cada comunidad designa generalmente a un representante que va al bailiaje, lo que asegura al bajo clero una preponderancia sensible en las asambleas electorales y, más tarde, en los Estados Generales (al menos 204 curas por una cincuentena de obispos y coadjutores, y 18 vicarios generales). La elección de los diputados del Tercer
Estados Generales
Estado se hace en varios grados, dos al menos, a menudo tres y a veces cuatro. En los campos, las asambleas primarias, reunidas en el marco de las parroquias, eligen dos diputados a razón de 200 familias o menos, 3 por 300, 4 por 400, etc. Los burgos y las pequeñas ciudades eligen uniformemente 4 representantes. Las ciudades importantes siguen un procedimiento en dos grados : cada corporación de oficio nombra a un diputado por cada 100 miembros; las corporaciones de artes liberales y los habitantes independientes, o no comprendidos en una corporación, obtienen 2 diputados por cada 100. Todas estas personas elegidas forman la Asamblea del Tercer Estado de la ciudad, que a su vez designa a los diputados de la Asamblea del bailiaje. Allí el procedimiento se complica con la distinción entre dos tipos de categorías. Los bailiajes llamados «principales" envían directamente delegados a los Estados Generales: los elegidos de las diversas localidades de la jurisdicción se reúnen en la cabeza de distrito, redactan el cuaderno del Tercer Estado y eligen sus diputados. Pero hay otras circunscripciones que comprenden varios bailiajes, uno de ellos principal y uno o varios secundarios. Entonces, cada una de las asambleas de bailiaje procede primero de una manera autónoma: después de la fusión de las quejas (doléanees) en un solo cuaderno, designa a un cuarto de sus miembros, que van luego a la cabeza de distrito del bailiaje principal, última etapa de la consulta, para nombrar a los diputados que irán a los Estados Generales . La reducción a la cuarta parte (grado suplementario de elección) está destinada, no solamente a «evitar asambleas demasiado numerosas " y «disminuir las dificultades y los gastos del viaje" (art. 34), sino también a quitar a los iletrados que han logrado pasar por las asambleas primarias toda posibilidad de tener acceso a la diputación. París, donde sólo se votará a fines de abril, tiene un régimen particular: 60 distritos , 60 asambleas primarias de barrio, en-
Acontecimientos
cargadas de delegar a la reunión de la ciudad que elige, en última instancia, a los 20 diputados a los Estados. Aquí el criterio electoral, que mezcla estatus y dinero, es sensiblemente más selectivo que en las provincias. Se establecen seis libras de capitación al menos para todos los qu e no son convocados de oficio: los graduados de facultades, los titulares de cargos y comisiones y los poseedores de títulos de maestro artesano. Finalmente, el escrutinio adoptado por el gobie rno es plu rino minal, a varias vueltas y por mayorí a absoluta; los electores votan po r un homb re, no por una lista. Por consiguiente, deben designar a sus representantes uno tras otro y, para cada uno de los candidatos, establecer una mayoría absoluta. En los niveles inferiores de la jerarquía electo ral, el voto es público; en su etapa final es secre to. Acceso de oficio a la asamblea electoral para los privilegiados, sufragio casi universal para el Tercer Estado: estos dos rasgos resumen por sí solos las contradicciones de un procedimiento que mezcla hasta lo paradój ico lo «orgánico» y lo «democrá tico». Sin embargo, hace aparece r una profunda unidad de conjunto que recuerda en algo la votación de distrito moderna. En efecto, se harán verdaderos esfuerzos para llegar rápidamente a una justa repartición de las circunscripciones electorales. Sin embargo, no resuelven las incertidumbres que las investigacion es empre ndidas apresuradamente sobre las convocatorias anteriores dejan subsistir: número, población, contribuciones y sobre todo jurisdicciones de las instancias . Los bailíos y funcionarios locales, instados a precisar los contornos exactos de su sede, a menudo confiesan su desconc ierto. Existen en esa época una multitud de jurisdicciones cuyos límites no correspo~den forzosamente a los (supuestos) de los bailiajes. Sobre más de 400, hay pocos que no compartan con jurisdicciones vecinas, ya sea parroquit s compartidas a medias, ya sea parroquias disputadas, las
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cuales se ven emplazadas a comparecer -a menudo el mismo día- en dos, si no en varias, asambleas. Las hay que, "para conservar la influencia.., no vacilan en multiplicar sus comparecencias. Como esa comunidad del Loudunais que llega a enviar delegados a C hinon, a Saumur y, sobre todo, a Lou dun, cuya jurisdicción, sin embargo, no incluye más que a una sola de sus casas. Estas confusiones e incertidumbres muestran bastante bien la incapacidad del gobierno para adaptar sus viejas circunscripcio nes a las nuevas disposiciones reglament arias. Lo que le obliga a modifi car co nstantemente su texto, al capr icho de las reclamaciones que le llegan un poco de todas partes. A este respecto, al menos, puede decirse que la existencia de un reglamento electo ral no cambia mucho las viejas pr ácticas de negociaciones y com pro misos de las convocato rias pasadas. Tanto más cuanto que muchos privilegiados ~iudades, grupos, individuos- consideran las modalidades de la consulta como simples instrucciones desprovistas de todo carácter obligatorio. Empezando por el Duque de Orléans, en sus célebres Instructions, y hasta ciertos ministros, preocupados por salvaguardar a la nobleza y sobre todo al alto clero, que se entera con aprensión de la preponderancia de los curas en las asambleas electorales. En otras partes, los defectos de la división en circun scripciones electorales hacen el text o de N ecker inope rante, absur do y sobre tod o poco equi tativo . Como cada registro separado tiene derecho a dos representantes, ocurre que dos o tres aldehuelas aisladas tengan tantos delegados como una cabeza de distrito de bailiaje. También puede oc urrir qu e se declare inexistent e una parroquia, una tierra no habitada o una comunidad compuesta por un solo hogar, único elector que, se supone, debe deliberar, si se puede decir así, redactar un cuaderno y... elegir dos diputados. Exceso de representación, por un lado, comunidades «quiméricas» , po r el otro: el
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desequilibrio es tanto más paradójico cuan to que se ajusta al reglamento y, al mismo tiempo, es incompatible con uno de sus fundamentos esenciales, el principio de la proporcionalidad. En la Francia rural, de una parroquia a otra, la reunión de los electo res presenta a menudo el mismo decorado. Si la escena está siempre ocupada por los campesinos, otros son los animadores: los presidentes de las asambleas, que transforman una competencia jurídica en instrumento de una ambición política. Este enfoque esencialmente leguleyo del proce dimiento, que se vuelve a encontrar, además, en cada nivel de la jerarquía electoral, es a la vez legal e imprevisto. Al exigir que toda asamblea primaria sea presidida por el juez del lugar o, en su defecto, por un funcionario público, el reglamento autoriza una acumulación desenfrenada de presidencias, lo que permit e al magistrado local aumentar su influencia, no sólo sobre la deliberación de la asamblea y la elaboración de las quejas, sino también sobre las elecciones propiamente dichas. Este ascendiente, sin embargo, tiene sus límites. Si el cuaderno se inspira a menudo en un modelo preestablecido, nunca lo reproduce textualmente. Detrás del escrito jurídico y notarial se trasluce siempre un fondo de reivindicaciones cuyo tenor y espíritu no engaña. El pueblo humilde de los campos no dedica a los asuntos públicos más que una atenc ión distraída, y limita sus audacias a la expresión de deseos de orden social y administrativos. Es menos «revolucionario .. de lo que imagina Tocqueville, pe~o mucho menos timorato de lo que cree Taine o de lo que sugiere su desaparición en el momento de la votación, pese a su aplastante pr epond erancia numérica. En efecto, van al bailiaje sobre todo los más acomodados y los más instruidos: los labradores independientes de la sociedad rural que constituyen la cepa "política.. de la sociedad rural y los legistas y hombres de administración que son sus portavoces. Desaparecen, o poco menos, los braceros,
Esta dos Generales
viñadores y jornaleros, lo que es previsible para quien conoce el dominio de los notables rurales sobre los procedimientos. Pero esta comprobación prosaica no lo dice todo, pues en esta etapa elemental de la consulta, el filtrado de los hombres es más un arreglo convenido que una competición imprevisible, menos una manupulación de lo alto que un consentimiento emanado de abajo. Así puede establecerse un apacible reparto de las tareas entre representantes y representados: a unos, las prerrogativas de las amonestaciones, a los otros, los honores del mandato ; de un lado, la voz de un a comunidad, del otro, la ambición de un individuo : dos lógicas de las representaciones, unidas sin principios en virtud de las canas reales. Disponemos ya del inventario de las comparecencias en las asambleas de bailiaje (principales y secun darios), aunque sea un poco escueto: el núm ero de los electo res directos a los Estados Generales, sumados todos los órdenes, se sitúa entre los \05.000 y los 1\0.000 hombres. De este conjunto, el Tercer Estado representa por sí solo un 40 %, el clero y la nobleza, respectivamente la terce ra y la cuarta parte, aproximadamente. Para limitarn os al número, los órdenes privilegiados logran alrededor del 60 % de la "masa electoral .., preponderancia que explica la reducción a la cuarta parte impuesta al Tercer Estado en los bailiajes prin cipales y secundarios reunidos. En cambio, en los bailiajes principales sin los secundarios, el T ercer Estado mantiene bastante clarame nte su preem inencia numérica. Es evidente que el porcentaje globalmente mayoritario de los privilegiados no puede incidir en las operaciones electorales propiamente dichas, pues en princi pio los órdenes delibe ran y vota n separadamente. Pero esta venta ja no da menos resonancia part icular a la reivindicación de votar y elegir en común . En esta hipótesis, y suponiendo que el gobierno hubiese mantenido para el Tercer Estado la elección por grados, éste se habría hallado en minoría en buen número de asambleas .
Acontecimientos
Federación
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Fue en el espacio del bailiaje donde la votación de 1789 rompió definitivamente con las convocatorias pasadas. Aquí, no hay elecciones arregladas de antemano, ni votaciones sin debates, sin polémicas, sin sorpresas. Folletos, consignas, maniobras discretas, coa licio nes inéditas, candidatos «invisibles» y elegidos imprevistos : la movi lización electoral en su última etapa ilustra con mil ejemplos el análisis que ha hecho de ella Augustin Cochino Lo que ha puesto de relieve es la paradoja fundamental de un procedimiento que yuxtapone un voto «democrático» a un a consulta «tra d icional» la división de los votos y la un animidad de los deseos. Es una confusión de principios de consecuencias inevitables: la votación separada de los órdenes, que aísla a la nobleza de su esfera de influencia natural, y la sucesión de eliminatorias impuesta al Tercer Estado neut ralizan, por así deci rlo , la influencia de los notables tradicionales, dejando del campo libre a gentes nuevas y especializadas, anónimas y poderosas. Acostumbradas a los mecanismos de depuración y de exclusión, hallan la tarea tanto más fácil cuanto que las elecciones se llevan a cabo, como es habitual, sin candidatos, sin programas y sin la confrontación necesaria de las ideas y los programas. Y en este vacío se instalan justamente las nuevas redes de poder, promotoras de la "sociabilidad democrática» formada en las "sociedades de pensamiento» al margen de la sociedad orgánica: círc ulos, clu bs, museos, soc iedades patrióticas, gabinetes de lectura y logias masónicas. En el escenario de enfrentamientos que inauguran la convocatoria, sólo estos órganos pueden ofrecer «d irigent es, fórmu las, hombres preparados»; sólo estos prác ticos de la «democracia directa» saben movilizar votos, «neutra lizar» adversarios encumbrados y "tamizar » a una multitud inorgánica de votante, Este análisis revela el carácter vago , incierto, ambiguo, de las relaciones entre la movilización electoral y la campaña de 0liinión, entre el peso de los escritos y el !e
los grupos organizados. O bservaciones, Instrucciones, Memorias, folletos: toda esta inmensa literatura (cuya recepción por el público se conoce muy mal, además) no basta para proporcionar las claves de la votación; por el contrario, a menudo oculta lo que se d irime realmente, mucho más pro saico, pero menos fácil de localizar. Esto significa que la retórica igualitaria está lejos de asegurar siempre y en todas panes el acceso a la diputación. ¿Cuántos adversarios ruidosos del absolutismo, promotores de reformas y de la polémica po lítica so n descartados en beneficio de candidatos desconocidos, a veces ausentes, en la hora fatídica del VOto? ¿Cuántos diputados oscuros, que no tomarán ninguna parte activa en los trabajos de la Asamblea Constituyente -representan alrededor del 70 % de los elegidos del Tercer Estado-, debían su elección a so lida ridades forja das mu cho antes de 1789, al margen del debate político? Si la tesis de Cochin se confirmase, entonces se podría sostener que el Antiguo Régimen, antes de desaparecer, efectuó la primera depuración de la Revolución fran cesa. Ra n HALÉVI.
Véase también: ANTIGUO R ÉGIMEN, CLUBS y SOCI EDADES POPULARES, ELECCIO ES, IGUA LDAD, LUIS XVI , N ECKER, SUFRAGIO, T AINE, TO CQUEVILLE. Orientación bibliográfica BRETIE, ARMAND, Recueil des documents relatifs ti la convocation des Etais Gén éraux de 1789,4 vols., París, 1895-1915. CADART,JACQUES, Le Régime électoral des Etats Gén éraux de 1789 et ses origines (1320-1614 ), París, Sirey, 1952. CHARTIER, ROGER, Y DENIS RICHET (bajo la dir. de), Représentation et pouvoir politique. Autour des Etats G énéraux de 1614, París, Editions de l'Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales , 1982. C OCHI , AUGUSTIN, " La campagne électorale de 1789 en Bourgogne- y «C ornment furent élus les d éput és aux Etats généraux, L 'Esprit du jacobinisme (reed.
casi íntegra de Les sociétés de pens ée et la démoeratie. Etudes d'bistoire r éuolutionnaire, París, Plon, 1921, con un texto complementario), preso por Jean Baechler, París, Presses Universitaires de France, 1979, págs . 49-93. FURET, FRANC;OIS, «Les électio ns de 1789 aParis, le Tiers Etat et la naissance d' une classe dirigeante», en Albert Cremer (bajo la dir. de), De l'Ancien Régime ti la
Révolution [rancaise, G óttingen, Van denhoeck & Ruprecht, 1978, páginas 188-206.
HALÉVI, RAN, «Modalités, participation et luttes électorales en France sous l' Ancien R égime», en Daniel Gaxie (baj~ la dir. de), Explication du vo te. Un bzlan des études électorales en France, París, Pres ses de la Fondation Nationale des Scieneces politiques, 1985, págs . 85-10 b ~ I .ES ~
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FEDERAClüN El prestigio de la Federación y de todo lo que se entiende por ella -pues l~ palabra sirve, a menudo un poco negligentemente, para desig nar, ya los esfuerzos de unión de las G uardias Nacionales en el verano y el otoño de 1789, ya los rnovirnientos federativos de la primavera de 1790, ya la Federación nacional de julio de 1790reside en ser el episodio menos controvertido de la Revolución francesa. Esto obedece a varios motivos: al hecho de haber se extendido a todo el territorio nacio nal, testimonio de una voluntad espontánea, simultánea y unánime: «un mismo instinto -escribe Jaures- advirtió en el mismo momento a todos los grupos de ciudadanos, a todas las ciudades, que la libertad sería precaria y débil mient as só lo reposase en la Asamb lea Nacional, y que era menester darle tantos hogares como comunas había»; al hecho de haber puesto en práctica la fraternidad, retorno, para Michelet, a "ese fondo de la naturaleza humana» que es la sociabilidad, y por ende verdadera invención de esa «Iglesia un iversal que no conoce más temp lo q ue la bóveda del cielo, desde los Vosgos hasta las Cevenas y desde los Pirineos hasta los Alpes "; finalmente, y sobre todo, al hecho de aparecer como acta de nacimiento del patriotismo francés: las Federaciones, bodas de Francia consigo misma, según Mic hele t, pa recen haber abo lido las
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diferencias locales y regionales (ellas son, dice aún Michelet, "la geografía rnuerta-}; haber dado a los hombres, por primera vez en su historia, la fuerza pa ra superar el horizon te aldea no, «el espíritu de cam pana rio (ellos abandonan, dice Louis Blanc, la ca~ pana que anuncia el nacimiento de sus hIjos, la cruz de madera que protege las :enizas de sus abuelos); y haber estableCido el prestigio central de París. El mo~imiento federativo pone en imágenes la pas ión fra ncesa por la un idad y, a la vez, el sentim iento de la convergencia hacia el centro, pues afirma explícitamente la renuncia a los particularismos e ilustra concretamente la mar cha de las provincias sobre París. Hasta T aine, a quien se debe el relato más forzado ~~b re la Federación, admite que los parti CIpantes del 14 de julio de 1790 fueron «transportados, embelesados por encima de sí rrusmos - . Es verdad que sólo fue el lapso de una mañana, el tiempo de un abrazo y un juramento : al día siguiente «vuelven a ser lo que han sido siempre" . Desde Taine, el reexamen crítico de la Federación ha consistido siempre en poner en duda los relatos eufóricos que le ha dedicado la historiografía. Se ha puesto en duda su unanimidad, haciendo observar que su pr incipal actor, la Guardia Nacional, estaba muy lejos de representar a la nació n; se ha disc utido la esponta-
Ideas
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FEUDALIDAD En la historiografía mod erna francesa la palabra designa el sistema de relaciones de hombre a hombr e que se introduj o poco a poco en Europa O ccidental después de las invasiones germánicas, a partir del contrato vasallático del feudo . No s remite a la red de jerarquía y dependencia ent re personas privadas libres que se constru yó sob re la decadencia de la auto ridad pública ; a través del feudo el señor y su vasallo se comprometen en una relación mutua de pro tección y de servicio. En este sentido feudalidad se opone a feudalismo , palabra que sirve para definir el conjunto del sistema económico domi nante durante el mismo período y que se funda en la propiedad territorial y en el señorío rural. Ahora bien, feudalismo es un neologismo, mientras que feudalidad es una palabra antigua que existe ya desde el siglo XVI, pero cuyo uso corriente apenas está atestiguado antes del siglo XVIII. El Dietionnaire de l'A cadémie Francaise registra el adverbio «feudalmente » a partir de 1694, en su primera edición , pero el sustantivo «feudalidad- no se mencion a hasta la cuarta edición de 1762, diez años después de que aparezca en el Dictionnaire de Tr éuoux. En la Enciclopedia de Dideror la palabra es objeto de una definición estrictamente jurídica (~I ~ontrato de feudo a cargo de un especialista, Boucher d' Argis. Y sin embargo su significado se ha ampliado ya, reinventad a por los historiadores para dar un contenido a esa Europa, y sobre todo, a esa Francia anterior a la época moderna y a los progresos ya sea del absolutismo o de la «civilización". Por todo lo cual durante la Revolución francesa se con vertirá en uno de los término s más empleados de todo el vocabulario político, por ser uno de los más negativos, tal vez el más, que reúne y concentra en sí todos los males del Antiguo Régimen. El año t 789 es la grandiosa puesta en escena de toda esta deriva semántica.
Cuando aparece esta palabra a comienzos de siglo en Boulainvilliers, no se toma en mal sentido, al cont rario, designa un período de la historia nacional en que la monarquía se halla controlada por la nobleza nacida de los conquistador es francos. Su base la constituye el der echo feudal -analizado a partir del Renacimiento-, la propi edad condicional y el feudo recibido por el vasallo de su señor comporta al mismo tiempo que derechos políticos la obligación del ho menaje y el servicio. Pero Boulainvilliers utiliza el concepto únicamente en el plano po lítico, para exaltar lo que él denomina frecuentemente «gobierno feudal", compartido entre el rey y la nobleza, y para oponerlo a los posteriores ataques y usurpa ciones del absolutismo contra los derechos po líticos de la nobleza. En los dos últimos libros de L 'Esprit des Lois (libros XXX y XXXI), Montesquieu no emplea la palabra - feudalidad, porque lo que le inter esa comp render es la relación entre las leyes feudales y el tipo de gobierno monárquico que se instaló en Francia al corre r de los siglos. A sus ojos el derecho feudal, hijo lejano de las invasiones francas, elaborado lentamente a partir del momento en que la heredabilidad del feudo sustituye a las do naciones de tierras en precario, es la cuna de las mo narquías nacionales, regímenes descono cidos en la Antigüedad. En ese derecho ve Montesquieu después y conjuntament e con el derecho romano y el derecho canónic o, la tercera gran elaboración jurídica de la civilización europea , y la más importante para el origen de la monarquía francesa. Es verdad que en sus orígenes la ley feudal destru ye el «gobierno político » porque fracciona los derechos de la autoridad pública a lo largo de la pirámide vasalIática y sustituye la «monarquía política.. por la «monarquía feudal... Pero al ir extendiendo poco a poco su autoridad a través del renacimiento del derecho roma no, la
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evolución de las costumbres y la emancipación de los siervos, el gobierno político retoma sus derechos, sin que podamos decir con exactitud cuándo. Si, además, para Montesquieu la monarquía francesa es uno de los mejores gobiernos que han existido jamás sobre la tierra, una parte de todo ello se debe a su antepasado, la monarquía feudal. Esta cotinuidad, en efecto, es el fundamento del carácter inseparable de la monarquía y de la nobleza en L' Esprit des lois. Por ello el «gobierno mon árquico» a la francesa designa un cuerpo político equilibrado, en que la autoridad soberana del príncipe se encuentra limitada por la tradición, las costumbres, las pasiones dominantes, «el prejuicio de cada persona y cada rango ... Es lo mismo que decir que tanto en la monarquía como en el gobierno feudal el destino del rey y el de la nobleza van unidos: «El poder intermediario más natural, es el de la nobleza". El rey no comparte la soberanía, pero si su autoridad se ejerce junto con otros poderes es por una benéfica herencia de la feudalidad. Coexisten también en Montesquieu, distintos pero mezclados, un análisis histórico de la feudalidad y, a través de ella, una justificación de la monarquía francesa moderna. La parte analítica, extraordinariamente sutil, renueva el tratamiento del tema. Montesquieu es el primer autor que caracteriza la sociedad feudal por una confusión entre soberanía política y propiedad civil, y ve en todo ello un sistema sociopolítico inédito, construido progresivamente por el azar y las desgracias de los tiempos a partir del siglo x. Mezcla también la erudición propiamente jurídica sobre el derecho feudal, elaborada a partir del Renacimiento, con la concepción exclusivamente política del «gobierno feudal » , que Boulainvilliers imagina como una creación deliberada de los reyes francos para mantenerse fieles al espíritu de una monarquía electiva. En este capítulo Montesquieu abre camino a la historia, más que a la polémica o a la política. Curiosa-
Feudalidad
mente los dos últimos libros de L'Esprit des lois tienen sus principales comentadores al otro lado del canal de la Mancha, donde, efectivamente, alimentaron la reflexión de la filosofía escocesa sobre el «sistema feudal.., concepto que se hace extensivo a lo económico y a lo social para oponerlo a la moderna «com m ercial society ». Y a través de los intermediarios escoceses (Robertson, Hume, Ferguson, Smith, Millar) la idea retornará a Francia donde se encuentra por ejemplo en el manuscrito póstumo de Barnave, antes de invadir todo el siglo XIX. Pero en el siglo XVIII la opinión pública, incluso la culta, de todo el tratamiento que Montesquieu hace de la feudalidad, retendrá sobre todo sus conclusiones políticas y la indisolubilidad del vínculo entre monarquía y noblez a. En este punto el libro de referencia que tuvo más repercusión, como siempre, por ser el más simple, incluso simplista, es el de Boulainvilliers, que apareci ó en 1727. A esta concepción liberal-aristocrática de la monarquía, los adversarios del derecho de nacimiento inscrito en el dere cho de conquista respondieron definiendo la feudalidad como una usurpación de los derechos de la Corona. El abate Dubos veía en éstos una herencia imprescriptible del Imperium romano, trasmitida a los reyes francos por medio de una alianza en buena y debida forma. La parte más significativa de este debate que hace furor desde la primera mitad del siglo es que tanto los defensores de la «tesis nobiliaria », como los de la «tesis real», sacan conclusiones diferentes de presupuestos comunes . Los dos campos hacen del «gobierno feudal.. una categoría central de la historia nacional, ambos ven en él un tipo de régimen contradictorio con la soberanía real, ambos hablan en términos de usurpación porque los dos comparten la misma obsesión por la legitimidad . Si la feudalidad es una continuación de la conquista, es fiel a los orígenes de la nación, en cuyo caso es la monarquía absoluta la usurpadora. Si, al contrario, ponemos a la autoridad real en el punto de partida, en-
Ideas
tonces la feudalidad es la que ha usurpado en la Edad Media sus títulos y sus funciones, y la monarquía moderna es un mero retomo a la constitución. La feudalidad de Boulainvilliers y la de Dubos, mucho más que la de Montesquieu, al fin y al cabo simple producto de la historia, hacen cristalizar las pasiones nacionales porque plantean en lo referente a la nobleza y al poder soberano la doble cuestión de los orígenes y la legitimidad. Podemos verificarlo en el caso de Mably, cuyas Observations sur l'histoire de France son el eco a finales del siglo de la Histoire de l'ancien Gouuernement de la Frunce, respuesta a Boulainvilliers en su mismo tono. Mably abandona la tesis romanist a, excesivamente favorable al despotismo real, y comparte con su predecesor aristócrata la idea de que la historia nacional tiene un origen germánico. Pero mientras Boulainvil1iers injerta en este origen un discurso de la desigualdad, Mably extrae de él una demostración de la igualdad: los conquistadores francos aportaron a las Galias una preocupación celosísima por la independencia individual de cada uno, una cuasi ciudadanía original, el mundo político de los «campos de Mayo » en que el pueblo reunido votaba cada año las leyes. A partir de Carlomagno, héroe común para ambos historia dores y momento culminante de la democracia primitiva en Mably, la historia de Francia entra en una larga decadencia, marcada por dos interminables usurpaciones, la feudalidad primero y el despotismo después. El objetivo de las Observations es también retrotraer la feudalidad a sus orígenes, es decir a su legitimidad, restauran do en tomo al rey los derechos y la armonía del pueblo reunido en asamblea. Boulainvilliers había contrapuesto las dos imágenes de feudalidad y absolutismo, Mably las reúne en un solo tema y continúa pensando como él en términos políticos únicamente, pero da un giro a su demostración y presenta las dos realidades históricas como igualmente ilegítimas y detestables, lo
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que a finales del siglo XVIII constituye un tema argumental de gran peso cuya incidencia se puede medir al azar en los múltiples folletos de 1787, 1788 Y 1789. En todos ellos feudalidad y monarquía absoluta se han transfigurado en imágenes sucesivas de la usurpación de los derechos de la nación. Pero cuando no se las asocia en una condena común, es la feudalidad la que asume el papel del villano en la historia de Francia. Tal interpretación se encuentra entre los partidarios de una autoridad monárquica fuerte e ilustrada, a la que se atribuye el gobierno racional del reino. El fisiócrata Letrosne , autor en 1779 de una Dissertation sur la féodalité, establece el punto de inflexión en la evolución del sistema en el momento en que los feudos se hacen hereditarios, a partir de ahí los señores se hacen independientes y la soberanía del rey queda desmembrada. Pero enseguida los reyes, ayudados por el pueblo, van a reconquistar su poder, aunque la feudalidad ha dejado «restos- detestables en la sociedad. Más violencia contra la "anarquía feudal" se encuentra en Linguet, apóstol de la monarquía absoluta, para quien la anarquía no es más que el derecho de la fuerza, la arbitrariedad de los señores y los barones, hasta la llegada de la victoria del rey apoyado por el pueblo. En esta versión de la historia de Francia, favorable a la autoridad real, la feudalidad no representa ningún principio social, ni siquiera ilegítimo, es una no-sociedad . ¡Qué lejos queda Montesquieu! A partir de su contenido originario y en paralelo con su invasión del campo de la historia y de la política, la palabra feudalidad adquiere progresivamente a lo largo del siglo XVIII un desarrollo jurídico, por el que se define la red de obligaciones del contrato vasallático a través del feudo. Pero este contenido se modificó con el paso del tiempo. La cadena del vasallaje según la cual el último vasallo estaba unido al primero de los soberanos, el rey, desapareció con el absolutismo. En 1694 Luis XIV convoca por
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Feudalidad
última vez el ban y el arriére-ban. Lo que triangulares, en los que los señores no tiene fue codificándose poco a poco a lo largo del por qué ser los vencedores. Los derechos feudales pueden, asimismo, siglo XVI en los tratados generales y en los consuetudinarios bajo el nombre de dere- en pleno siglo XVIII arrastrar los rasgos de cho feudal, fue el derecho del señorío, que la antigua servidumbre, como los campesitiene que ver ante todo con la definición de nos "de manos muertas " del Franche-Comlas prestaciones de cualquier naturaleza que té, que permanecen toda su vida vinculados los tenentes deben a cada señor dentro de a la tierra de su señor, y que pierden sus bieesa zona de jurisdicción que constituye su nes y derechos si la abandonan, e incluso "propiedad eminente " (por oposición a la en este caso permanecen sujetos al "dere"propiedad útil»), El señorío puede ser po- cho de seguimiento " por parte de su señor, seído por un noble, por un plebeyo, y en es decir, siguen bajo su jurisdicción. Pero este caso debe al rey el impuesto del feudo en el último siglo del Antiguo Régimen rofranco, o por una comunidad eclesiástica. dos estos derechos se convirtieron esencialTodo esto importa poco, lo que cuenta es mente en prestaciones económicas, en dineel conjunto de «derechos- que el señorío ro o en especie, como censos, rentas, charncomporta en función de la superposición de parts (= arrendamientos en especie), tercias una propiedad «feudal" a la propiedad sin y laudemios y ventas (=derechos sobre la más. Tales derechos que constituyen el re- transferencia de la propiedad), etc. Se conconocimiento del señorío, se denominan traponen las tierras señoriales a los "alofrecuentemente «feudales», apelación que se dios», libres de toda sujección en este orirá extendiendo a lo largo del siglo a ingre- den de cosas. De una región a otra varían sos e instituciones completamente ajenas al las denominaciones así como la deducción derecho feudal. Encontramos tal extensión en beneficios del señor. En Languedoc los indebida en el uso de la palabra vasallo, que, derechos señoriales prácticament e han destricto sensu, se refiere a un noble que po- saparecido desde el siglo XVI, pero en Bresee un feudo, pero que los hombres del si- taña o en Borgoña en el siglo XVIII consti glo XVIII emplear frecuentemente para de- tuyen todavía una pesada carga. Es un problema debatido entre los histosignar a campesinos que pagan renta a un riadores desde hace más de un siglo el saseñor. Porque lo que permanece de la feuber si estas cargas se hicieron más pesadas dalidad es el señorío, que viene a significar el conjunto del sistema, imbricado ahora ya en los decenios que preceden a la Revolución. Esta es la idea que planteó Sagnac en con el absolutismo. Los «derechos feudales» pueden ser de 1898 en su tesis redactada todavía en latín muy diferente naturaleza, pero en el si- (Quomodo jura dominii aucta fuerint regglo XVIII designan los poderes judiciales nante Ludooico sexto decimo. Cómo auejercidos por el señor. No en materia cri- mentaron los derechos señoriales durante el minal en la mayoría de los casos, sino en reinado de Luis XVI), inmediatamente crimateria civil. Los tribunales señoriales muy ticada y que nunca ha dejado de ser discunumerosos, juzgan de acuerdo con las cos- tida, al no haberse logrado demostrar el autumbres y usos locales las mil querellas que mento de las cargas feudales a lo largo del constituyen lo contencioso de la vida rural. siglo XVIII a escala nacional. Es verdad que En ocasiones puede suceder que las comu- resulta casi imposible tal cálculo si tenemos nidades campesinas apoyadas por la justicia en cuenta la extraordinaria diversidad de esreal, salgan victoriosas en un conflicto con tos derechos y las diferentes situaciones lolos tribunales señoriales. A fines del anti- cales, todo lo cual desafía cualquier intento guo régimen las campiñas francesas son con de una enumeración y un cómputo global. frecuencia el escenario de estos conflictos La realidad varía no sólo de provincia a pro -
Ideas vincia, sino de se ñorio a señorio según se puede deducir de los estudios monográficos disponibles . Si la idea de una reacción -feudal- (más exactamente «señorial») pudo en algún momento aparecer como obvia, es porque se dedujo a posteriori de todo lo que supuestamente explicaba, a saber, la violencia de los sentimientos antiseñoriales de los campesinos en 1789. Pero se alimenta. tambi én con el espectáculo que ofrecen los juristas del siglo XVIII, esos cartesianos del Derecho, que consagraron tantos y tantos esfuerzos a simplificar y racionalizar los diferentes usos consuetudinarios, sobre todo en lo referente a los derechos señoriales. Pero no se trata de que contesten su fundamen to, al contrario, el principal trabajo de los que llamamos -feudalis tas», que subrayan la antigüedad y validez de los derechos, es un intento de referir la infinita variedad de las costumbres a algunos prin cipios generales extraídos del derecho roma no y de definir con precisión tales principios eliminando las contradicciones, y, finalmente, hacer de todos estos elementos feudales un sistema coherente e inteligible. Cuando en 1773 se reedita el famoso Tro ít é des fi ef s, de Dumoulin, una obra que data de finales del siglo XVI, los juristas de la época de las Luces, y al frente de tod os Guyot, el más sabio feudalista de la época, saludan alborozados a su gran predecesor. Esta voluntad plurisecular de racionalizar el derecho consuetudinario desemboca finalmente en la segunda mitad del siglo XVIIJ en una producción literaria consagrada a la manera de renovar y modernizar los - terriers» (es decir, los registros que contenían el inventario de los derechos señoriales). Tod o esto explica que la idea de feudalidad, renovada y modernizada, pareciera aún más temible. Su elaboración , o más bien, su reelaboraci ón a través del pensamiento jurídico, hace aparecer con toda claridad el desplazamiento que se da en el sentido de la palabra, que no designa tanto lo que es propiamente - Ieudal- cuant o lo que
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es con más precisión «señorial• . Los vo lu, minosos tratados de derecho del siglo XVII apenas muestran interés po r todo aquello que, dentro de la feudalidad, era para Monresquieu o Boulainvilliers el «gobierno feudal-. Esos tratados más que una institución política estudian una institución civil, un sistema unilateral de rentas y de obligaciones periódicas en provecho del señor, inscritos en antiguos contratos y que cargan especialmente sobre el campesino y accesoriamente sobre el burgués. En lo esencial ha desaparecido la contrapartida política puesto que el poder real sustituye poco a poco al de la aristocracia feudal. En los casos en que subsiste, como en las justicias señoriales, es inútil y el tiempo le ha dejado únicamente su carácter opresor. En todos los casos el principal logro del esfuerzo realizado por el pensamiento jurídico y administrativo consiste en haber puesto en evidencia esta pane de la herencia feudal que gravita sobre la masa de la sociedad civil, es decir, el sistema del señorío rural ejercido en beneficio de una clase que en contrapartida no ofrecía ninguna contraprestación política. Desde este punto de vista el pro blema de la impopularidad de los derechos feudales a fin del siglo XVIII es totalmente diferente del de su peso real y, hasta es posible, como lo vio admirablemente Tocqueville, que tales derechos hayan sido tanto más detestados cuanto que eran residuales: «Cuando ya había dejado de ser una institución política, la feudalidad seguía siendo la mayor de todas nuestras instituciones civiles. Aun reducida a esto excitaba todavía mayores odios, por lo que se ha podido decir con toda verdad que la destrucción de una pane de las instituciones de la Edad Media había hecho cien veces más odioso lo que aún quedaba de Medieval. (L 'Anden R~gim~ et la Révolution, tomos 1-11). En realidad el tema de los restos odiosos de la feudalidad era un lugar común de la filosofía de las Luces antes de llegar a ser una bandera de la insurrección campesina. La parte más famosa de esta amplia litera-
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tura es la lucha de Voltaire con el cabildo de Saint Claude, en los años 1770, para lograr la emancipación de.los últjmo~ campesinos siervos de la Iglesia de Francia. El extraordinario eco obtenido por sus panfletos da una idea a la vez de la sorpresa y de la indignación de la opinión pública. El tema de los «siervos del Ju ra. se halla constantemente presente en la denuncia de la tiranía leudal a finales del siglo. Otro episodio capital es la publicación en 1776 del libro del fisiócrata Boncerf sobre Les inconoéniants des droits féodaux. En esta ocasión se hace
una crítica en nomb re no de la humanidad ultra jada, sino de la eficacia económica. Una buena productividad agrícola presupone el ejercicio de la mod erna propiedad privada, desembarazada de las absurdas restricciones -fe udales • . La obra está escrita en un tono moderado y erudito, lo que no le evitó la cólera del parlamento de París, que la hizo quemar con toda solemnidad. Pero el espíritu de la época, encarnado en T urgot , protege al autor, y hará que un poco más tarde (1779) el Rey en persona declare la abolición de lo que aún quedaba de servidumbre en los dominios de la Corona. En las dos últimas décadas de lo que luego se llamará el Antigu o Régimen la palabra - feudalidad.. termina por encarnar todo cuanto para los contemporáneos es negativo. La aristocracia frente a la igualdad, la opresión frente a la libertad, el privilegio frente a la unidad , la tradición «gó ticafrente a la razón, la barbarie frente a la civilización, la anarquía frente al orden. El que esté cargada con tal peso de maldiciones se debe a que está situada en el punto de encuentro de las dos evoluciones esbozadas antes, y a que en ella cristaliza una doble serie de desgracias acumuladas. Del conjunto de los debates y escritos consagrados al «gobierno feudal. brota una condena radical, común a los defensores del absolutismo y a los historiadores de la democracia, a Linguet y a Mably. Por otra parte la tentación de renovar el derecho feudal en el nivel civil aI~menta en la opinión ilustra-
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da el sentimiento de lo inaceptable. De la lectura de muchos textos muy anterio res a 1789 se concluye que hubo una revolución en los espíritus antes de la Revolución debido a la incapacidad de inscribir, e incluso de pensar, el pasado nacional en un derecho público y civil reformado. Nada mejor que el rechazo absoluto de la -feudalidadilustra esta incapacidad, una feudalidad entendida como un sistema social fundado sobre la violencia pun., sin autoridad pública y sin leyes. En un curioso Eloge de Monusquieu, escrito el año 1785, Marat, que para entonces ya es una extraordinaria caja de resonancia, describe las leyes feudales como -esas leyes sanguinarias que, llevadas de los bosques de Alemania a toda Europa, hicieron gemir al género humano tan largo tiempo bajo la op resión de una multit ud de tiranuelos•. Para convencerse de que en los años que preceden inmediatamente a la Revolución , la «[euda lid ad» condensa en sí todas las maldiciones del Antiguo Régimen, basta con la consulta de los dos famosos panfletos de Sieyes que aparecieron respectivamente en noviembre de 1788 y en enero de 1789, el Essai sur les príoiléges, y Qu'est-ce que le Tíers-Etat i Su repercusión es el mejor testimonio de aquello en lo que se habían convertido la palabra y la realidad en la opinión pública al final de una larga deriva política y semántica. En ambos textos la idea de feudalidad es inseparable de la idea de privilegio ; como tal es incompa tible con el concepto de ley que presupone la universalidad y, por tanto, la igualdad de los individuos ante un derecho común. Tiene su origen en una bárbara Edad Media, que ignora los principios verdaderos sobre Jos que debe cimentarse la sociedad y, consiguientemente, la existencia de una nobleza opresora que ha usurpado los derechos de la nación, que se trata de restaurar: -En la noche de la barbarie y de la Ieudalidad se han podido destruir las ver-
daderas relaciones entre los hombres, se han podido trastornar todas las naciones y co-
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rrompee toda justicia pero ante la llegada de la luz debe huir todo lo absurdo gótico, y desaparecer y aniquilarse los restos de la antigua ferocidad.» Como se trata de restablecer a los individuos en sus derechos cons tituyen tes, el abate vigila para que los privilegiados, que por definición están al margen del orden social, sean excluidos de la verdadera representación de la nación, la del Tercer Estado: «Pido, sobre todo, que se preste mucha atención a los numerosos agentes de la feudalidad ... se habría perdido todo si los mandatarios de la feudalidad llegaran a usurpar la dip utación del orden del común." Para el vicario de Chartres, feudalidad se ha convertido prácticame nte en sinó nimo de aristocracia y antónimo de nación; es una herencia contra la que hay que recons truir un orden social basado en la razón y la igualdad. Ahora bien, en pocos meses la doctrina de Sieyes se convierte en la doctrina de la Revolución. Cuando a principios de mayo los diputados se reúnen en Versalles, llevan en su cartera los cuadernos de sus elecrores. Una gran parte de tales cuadernos pid e de una u otra forma la abolición de los derechos feud ales. Los pri meros meses, en cambio, están ocupados por el debate entre los órdenes y el nacimiento de la nueva soberanía porque la cuestión del poder es algo previo a toda respuesta. Además, tampoco es seguro que los diputados quisieran adentrarse en una liquidación expeditiva de la - feudalid ad • . Cuando la revuelta rural golpea a la puerta de la Asamb lea, a fines de julio-comienzos de agosto, los diputados están preparados para discutir la Declaración de los Derechos del Hombre, otra cuestión previa, aunque sea filosófica , a la regeneración del viejo reino. Pero la noche del 4 de agosto, mientras sopesan los riesgos de una represión, el vizconde de Noailles y el duque de Aiguillon lanzan la idea de abolir los derechos feudales. Un diputado de Basse-Breragne, comerciante en Landivisiau, Le Guen de Kerengal es quien da el tono del debate, como una coronación de
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la filosofía del siglo: . EI pueb lo está impa, ciente por ob tener justicia y cansado de la opres ión por lo que tiene prisa en destruir esos títu los, monumen to de la barbarie de nuestros padres. Seño res, seamos justos. Tráigansenos aquí esos títulos que humilla n la especie humana... Señores, ¿quién de entre nosotros en este siglo de las luces no haría una hoguera expiatoria con esos infames pergaminos, quién no acercaría la antorcha para hacer con todos ellos un sacrifico sobre el altar del bien público?» y sigue más adelante: -No es p reciso remontarse, señores, a los orígenes y a las causas que han producido la pro gresiva servidumbre de la nación francesa, ni demostrar que únicamente la fuerza y la violencia de los grandes nos han sometido a un régimen feudal. Sigamos el ejemplo de la América inglesa compuesta únicamente por propietarios libres, que no conocen ningún rasgo de la feudalidad .• He aquí, pues, a la feudalidad transformada en «régimen» que contiene todo el proceso de servidumbre pasado de la nación. Así como los debates del mes de junio habían transferido el poder soberano del rey a la Asam blea, los textos del 4 al 11 de agosto van a revoluc ionar la naturaleza jurídica de la sociedad civil. En efecto, el aspecto más intersante de los discursos pronunciados y de las decisiones adoptadas a lo largo de esa semana memorable es la dinámica colectiva que lleva a todos los diputados a una ruptura espectacular con el pasado y el sentimiento de todos de que ese pasado maldito tiene por común denominado r el «r égimen feudal ». Poco importa en ese momento que muchos de los derechos feudales abo lidos se declaren simplemente redimibles. Lo que cuenta, incluso en el caso de que la propiedad feudal pasa simplemente a ser propiedad burguesa, es que el prosaísmo de los intereses viene recubierto por el ropaje de un pasado detestable y de una sociedad regenerada: El decreto final del 11 de agosto declara que . la Asamblea Nacional destruye enteramente el t é-
gimen feudal», pero la lectura d~1 te~to indica bien a las claras la extraordinaria elasticidad de la definición q ue incluye no solament e las supervivencias de «manos muertas», o servidumbre personal, las justicias seño riales y todos los derechos feuda les, sino también los diezmos, ingresos propiamente eclesiásticos que nada tienen que ver, ni de lejos, con las leyes feudales . En el cuerpo del decreto sigue luego la supresión de la venalidad de los oficios y de los privilegios, no solamente fiscales, sino de cLWquier naturaleza, en provecho de la igualdad de todos ante la ley. La «destrucci ón del régimen feudal» el 11 de agosto confiere a esta fó rmula un muy vasto significado, qu e abarca la estructura entera de la antigua sociedad . Imp lica, más allá de las pervivencias de l señorío rural, una renta como el diezmo, asimilada a dichas pervivencias a título de deducción particular en provecho del orden privilegiado que constituye la Iglesia. Concierne también a instituciones pos teriores al período feudal, como la venalidad de los oficios, que data del siglo XVI. En general es una condena de una sociedad mucho más reciente que la feuda lidad, p ues ha sido puesta en escena por la monarquía absolu ta. En efecto, para construir el Estado centralizado y pagar sus costos el rey de Francia no dejó de pedir dinero prestado a sus súbditos garantizándoles privilegios en contrapartida. Los privilegios no se concedían a individuos, sino a órdenes, cuerpos o comunidades que conformaban el tejido social. Claro que al multipl icar poco a poco las ventajas particulares, las exenciones, las distinciones, reales u honoríficas, la monarquía absolu ta había ido creando poco a poco una sociedad de castas, en la realid ad y en las mentes. Ese tipo de socieda d en la que el rango no tiene nada que ver con el servicio público, sino que se aferra sobre todo a la idea de la diferencia social, es lo que los hombres del 89 terminaron por designar con el término de
esta época y su empleo indistintamente como nombre o adjetivo, nos hacen comprender que se trata de algo realmente nuclear en la representación que los propios revo luciona rios van creando de su acción. Lo mismo que aristocracia y aristócrata, feudalidad y feudal se oponen a igualdad e individuos iguales, como Antiguo Régimen se opone a lo que está naciendo. Remiten a un mundo social caracterizado por la jerarquía y el privilegio de nacimiento, en el que los intereses particulares de los diferentes cuerpos constituyen otras tantas pantallas frente a la soberanía del p ueblo . El decreto del 11 de agosto de 1789 que suprime de arriba abajo la estru ctur a ..feuda l» de la sociedad anterior, confiere a la Revolución fra ncesa un carácter de individualismo radical, percibido 'como condición indis pensable de la igualdad democrática. Como la aristocracia, la - feudalidad- se ha convertido en el negativo de este mundo nuevo. Desde esta perspectiva no es importante que su liquidación haya sido algo más lenta que su abolic ión . Los textos de agosto del 89 fueron complementados en 1790 y 1791 co n varios decretos adicionales: sólo en julio de 1793 fueron abolidos sin indemnización los derechos feuda les declarados red imibles y el precio de los oficios suprimidos en 1789 se fue devolviendo a sus propietarios en los años siguientes. Pero en realidad todo está dicho ya a comienzos de agosto con la «abo lición del régimen feudal ». En efecto, la Revolución inscribe en sus banderas una victoria tan radical como la reconquista de la soberanía operada en juniojulio cuando pone fin por decre to a los princ ipios o rganizativos de la sociedad antigua, aunque haya de indemnizar con dinero a las víctim as de su audac ia. Victoria tan radical, pero más fácil, más rápida y más duradera porque con la soberanía del pue blo los franceses inauguraron una empresa que sufrirá muchos bandazos y retrocesos mien tras que con los decretos de agosto fundamentaron para los siglos venideros, -feudalidad•. La misma P?pularidad de la palabra en sob re la tumba de la feudalidad, la moder-
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XXX y XXXI.
FISIOCRATAS ¿En qué medida influye ron las tesis fisiocráticas en los hombres de 1789? No hay una respuesta simple y global a esa pregunta. Si algunos individuos, a cuya cabeza se encuentra Dupont de Ne mo urs, pueden sugerir a priori la existencia de un trazo de unión entre «la escuela - y la Constituyente, enseguida se impone una constatación firme : los constituyentes no cesaron de manifestar su hostilidad respecto a los fisiócrauso Recordando ese periodo, Dupont de Nemours escribe a jean-Baprisre Say : «Cuando en la Asamblea N acional se trataba del com ercio y las finanzas, se empezaba con violentas invectivas contra los econo mistas.» ¿C uáles eran las razones de esa hostilidad? Ante todo sociológicas o culturales. Se veía a los fisiócratas como un gru -
po cerrado, doctrinario, casi esotérico, encerrado en la repetición incansable de fórmulas perentorias y abstractas. Las flechas irónicas y acerbas que Voltaire les había lanzado en L'H omme aux quarante écus habían modelado el sentido común de tod a una generación . En 1789, más todavía tal vez que en los años 1760, no se habla de Quesnay y de sus discípulos sino para calificarlos con desprecio de «secta» o de «partido economista». A pesar de ese rechazo de las personas, ¿habrán sido marcados los constituyentes po r las ideas fisiocrát icas? Rabaut-SaintEtienne lo sugiere en su Précis d'histoire de la Révolution [rancaise. -Se ha reprochado a los economistas -escribe- un lenguaje místico, poco conveniente a los oráculos
simples y claros de la verdad [...). pero debemos a su virtuosa obs tinación el habe r llevado a los franceses a reflexionar sobre la ciencia del gobierno. A su constancia en ocupamos mucho tiempo con los mismos temas debemos la divulgación de estas ideas, tan simples que se han vuelto vulgares: que la libertad de la industria es la única que hace su pr osperidad ; que los talentOSno deben estar sometidos a ninguna traba; que la libertad de las expo rtaciones de granos es la fuente de su abundancia; que no se deben crear impuestos sobre los adelantos del agricul tor, sino sobre lo que le queda después de haberlos recuperado> Su influencia parece innegable, ante todo, en el terreno fiscal. Cuando la Asamblea Constituyente vota el principio de unidad del impuesto di recto y el rechazo de cualquier impuesto sob re el cons umo, .parece atestiguar la penetración de las doctrinas fisiocráticas . Consecuentes con su teoría económica del producto neto, los fisiócratas no habían cesado de defender una modernización del sistema impositivo en esa dirección. Al instaurar al propietario de bienes raíces como figura indi sociablemente económica y po lítica central, estimaban que debía ser el ún ico en pagar el impuesto. Todos los proyectos de reforma de los años 1780 se inscriben ya, claramente, en la perspectiva q ue los fisiócratas habían trazado. Un proyectO de edicto, elaborado en 1782, anotaba en su preámbulo lo siguiente: «la base del impues to es el terri torio, cuyos valor es renacien tes son los únicos qu e pu eden reproducirlo . Sea cual sea la forma en que aparezca el impuesto, sólo el territorio lo soporta y lo alimenta» . En 1878, durante la gran crisis de los notables, Calonne retomará asimismo el principio de la universalidad del impuesto terri torial. Pero esa aspiración a una fiscalidad simplificada, equitativa y econ ómicamente neutra, mediante la puesta en práctica de un impu esto de bienes raíces pagado po r tod os los pro pietarios, ¿es realmente un legado propio de la doctrina fisiocrática? Pa!ece poco seguro. La apor-
ración específicamente fisiocrática -el impuesto territo rial universal y único- no puede disociarse, en efecto, en 1789, de la gran corriente liberal del siglo XVIII de crítica a los impuestos sobre el consumo, acusados, desde Boisguilbert y Vauban, de frenar los inte rcamb ios y, por 10 tanto, de obstaculizar el desarrollo económico . Aunque haya privilegiado el impuesto territorial, la Constituyente no piensa realmente en convertirl o en impu esto único: no prevé otra cosa que exigirle 240 millones para un presupuesto total de casi 500. Si el rechazo de los impuestos indirectos es unánime, todos los debates financieros, desde la Constituyente al Directorio, atestigua n por último una gran indecisión doctrinal en materia fiscal. Los acontecimientos, por otro lado, permiten no zanjar el fondo de la cuestión. Durante veinticinco años, el Estado vivirá de expedientes: contribuciones patrióticas, asignados, venta de los bienes nacionales, tributos sacados de los países ocupados. Tal pragmatismo está muy lejos del rigor de las prescripciones de Quesnay. Las propu estas fisiocrá ticas no penetraron, de hecho, realmente en la sociedad revoluc ion aria más que en lo qu e tenían de contenido genér icamente liberal. Pero cuando se examina el detalle, más técnico, de las med idas económicas y financie ras, se percibe por el contraric que, por regla general, apenas fueron seguidas. Quesnay no tuvo influencia sob re los hombres de 1789 salvo en aquello que le acerca a Adam Smith o al abate Galiani, pero no en aq uello en que se distingue de ellos. Así los repetidos ataq ues contra la secta no tienen nada de contradictorio en el juicio formulado po r Rabaur-Saint-Etienne sobre el papel positivo de los fisiócraus. Pero no es eso lo más importante. Es, en efecto , en el do minio de las concepcio nes políticas don de los fisiócr atas asumi eron un papel mayor al esbozar el marco intelectual en qu e los constituyentes pensaron la ciudadanía. La teoría económica de los fisiócratas les servía de punto de apoyo para definir la na-
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con su anunciación revolucionaria. Mona
LEROY, MAXIME, Les précurseurs franfais
OZOUF.
du socialisme de Concorcet Proudhon París, Editions du Temps Pr ésent, ' LICHTENBERGER, ANDRÉ, Le socialisme et la Réuolution Francaise. Etude sur les idées socialistes en France de 1789 1796 París, 1899. '
a
Véase también: BABEUF, B ARNAVE, CONDORCET, FISIÚCRATAS, L IBERTAD, MIRABEAU, MONTESQUIEU, R OBESPIERRE, R OUSSEAU, SAN5-CULOTTES, SIEYES, SUFRAGIO, T OCQUEVILLE, VOLTAIRE.
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JACOBINISMO Antes que un concepto, una tradición o un estado de espíritu, la palabra «Jacobinismo .. evoca la historia de un club cuya acción, esencial desde el comienzo de la Revolución, es tan dominante entre 1792 y 1794 que el adjetivo jacobino viene a significar en esa época y para el futuro partidario de la dictadura de Salvación pública. Esta historia se desarrolla en tres períodos, que Michelet caracterizó a través de sus hombres : «H ubo, ante todo, un jacobinismo primitivo, parlamentario y nobiliario, el de Duport, Barnave y Larneth, que eliminó a Mirabeau. H ubo un jacobinismo mixto, el de los periodistas republicanos, los orleanistas, Brissot, Lacios, etc., en el que predominó Robespierre. Finalmente cuando esta legión se disuelve en la administración
donde ocupa puestos y misiones diversas, comienza el jacobinismo del 93, el de Couthon, Saint-just, Dumas, etc., que se ve obligado a desgastar a Robespierre y desgastarse con él.» De hecho el club se debilita después de Termidor, siendo objeto de desconfianza para la administración y los poderes hasta que se cierra en noviembre de 1794. A partir de mayo-junio de 1789 su objetivo inicial era la reunión privada de un cierto número de diputados, los bretones en primer lugar, a los que se fueron sumando otros «patriotas" sin ningún orige n geográfico panicular, que antes de las sesiones de la Asam blea decidían mantener una conducta común, práctica anglosajona, que contribuyó a la cohesión y a la victoria de los Comunes sobre los dos órdenes privile-
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giados. Desde Versalles a partir del 6 de octubre «este club bretón.. se instala en París al mismo tiempo que el rey y la Asamblea; además tiene su sede a dos pasos de ésta, en la biblioteca del convento de los Jacobinos, roe Saint-Honoré. De ahí el nombre de «Jacobinos .. con el que el club pasará a la historia, aunque inicialmente y durante toda la etapa de la monarquía constituyente el club se intitula ..Sociedad de los Am igos de la Constitución" . La cotización es relativamente elevada, los miembros de la Sociedad originariamen te son casi todos parlamentarios, su objetivo es preparar y defender el conjunto de disposiciones legislativas que integran la Constitución de 1791; rasgos todos ellos que definen un cuerpo reclutado por cooptación, formado por burgueses patriotas y nobles liberales , dispuestos a defender sin reserva el nuevo orden contra el bando aristocrático, pero también contra la puja revolucionaria. En ese cuerpo se encuentra la flor y nata del partido patriota, de Mirabeau a Robespierre, de La Fayette a Pétion pasando por el tri unvirato Duport, Barnave, Alexand re de Lameth . Su actividad es ante todo parlame nt aria, consagrada a la discusión de los textos que habrá n de ser debatidos en la Constituyente, aunque se haya admitido como miembros a un número creciente de no diputados, pero que con frecuencia llegarán a serlo como Brissot y tantos otros. Rápidamente el club de la rue Saint-Honor é se conviene en una caja de resonancia' nacional, única en su género, de la política revolucionaria, en la medida en que se halla rodeada de sociedades filiales en provincias, tal como está previsto en su reglamento: «Solamente una sociedad establecida junto a la Asamblea Nacional, y que agrupe un gran número de diputados de diferentes provincias puede ofrecer un centro común a las que se establezcan en todo el reino; recibirá sus inst rucciones y les transmitirá los puntos de vista resultantes de la unión de las Luces y los intereses; les trans mitirá, sobre todo, el espíritu de los decre-
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tos de la Asamblea Nacional a cuya ejecución se dedicarán especialmente todas estas sociedades... El club de París tiene, pues, vocación de sociedad-madre. Concede acreditaciones po r las que se enfrentan varios clubs de una misma ciudad, como en Burdeos o Marsella. Tal prerrogativa le conf iere el derecho de legitimar a otras sociedades, lo que es inicio de un control. Sin embargo en esta época la rue Saint- Honoré no ejerce hegemonía política sobre las sociedades provinciales, en las que no pasan fácilmente las consignas de París. La hegemonía la conseguirá después de la derrota de los Girondinos el 31 de mayo de 1793. De todas formas la posibilidad de ejercer la hegemonía surgió muy pronto. A finales de 1790 la Sociedad de París ha entregado credenciales a casi 150 filiales, desigualmente repartidas por el país, pero suficientemente numerosas como para constituir una red nacional, dotada de un [ournal des Amis de la Constitution, publicado por Choderlos de Lacios, encargado del correo París-provincias, provincias-París. Existe además un comité de correspo ndenc ia, el más importante del club , que vela por las relaciones entre la sociedad-madre y las filiales, controlado por Barnave y sus amigos. Ya todo el mundo sabe que la conquista del poder se juega en París y, también, que París necesita enlaces de opinión con las provincias. Ninguno de los líderes de Constituyente descuida frecuentar el club . Ni Mirabeau, ni La Fayette, ni Barnave , ni Robespierre. Es en los jacobinos donde Alexandre Lameth destruye, el 2 de marzo de 1791, la influencia de Mirabeau dejando caer sobre él la acusación de colusión con los «aristócratas... También por medio de los Jacobinos el «triunvirato .. Larneth, Barnave, Duport asienta su poder sobre París y la Revolución en la primera mitad del mismo año . Pero la huida del rey altera los datos de la situación. Varennes abre la crisis del régimen que trae consigo la división de los Jacobinos. En ese momento nadie, ni siquie-
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ra Robespierre, reclama la República, pero en París se está desarrollando impulsado por el Club de los «cordeliers.. un movimiento para conseguir la destitución del Rey. El movimiento es duramente reprimido por la Guardia Nacional el 17 de julio. La antevíspera, la Asamblea Constituyente ha restaurado oficialmente a Luis XVI en sus funciones, borrando su huida y sustituyéndola por una ficción, el rapto del rey. Al obtener esta votación, sin la cual toda la construcción constitucional elaborada desde el 89 caería por tierra, Barnave retoma por su cuenta la política de Mirabeau, tan combatida por él mismo. Pero automáticamente se ve enfrentado al ala izquierda de los Jacobinos, Robespierre y Pétion, que es asimismo el ala izquierda de la Constituyente. Al día siguiente de la votación, el 16 de julio, vísperas a su vez de la represión con descargas de fusilería en el Champ de Mars, y ante el riesgo de que el club desautorice a la Asamblea, Barnave abandona la reunión de los Jacobinos con la mayor parte de los miembros que son parlamentarios. Es la escisión. Quienes abandonan la reunión se van a fundar, al lado mismo, la «Sociedad de los amigos de la Constitución con sede en los "[euillants?», otro convento para otra política más burguesa y moderada que pretende terminar la Revolución por la ley. Los que se quedan, con Robespierre a la cabeza, tienen el campo despejado para inclinar el club despoblado hacia la alianza con el movimiento popular parisino, siempre y cuando logren conservar su -red provincial. Pues bien, lo van a conseguir durante el verano, capitalizando el prestigio de la casa-madre, manejando hábilmente el tema de la unión y retomando el tema del sufragio universal en contra del censo electoral, tema que nunca hasta entonces había figurado entre sus consignas. El paso de todo el aparato jacobino de las manos del triunvirato a las de la izquierda, diputados y activistas mezclados -Robespierre, P étion, Condorcet, Brissot- es un episodio poco conocido y, sin embargo, decisivo. En las serna-
nas iniciales que siguen a la escisión la In. mensa mayoría de las sociedades de prov] " I Ineras sigue a os - Ieuillants... En sus notas algo posteriores Barnave deplora que la nue a sociedad no fuera capaz de consolidar es: éxito por falta de espíritu de perseveranc' e de publicidad y de actividad en lo que éllll:~ ma « la correspondencia de los "feuillams". En contraste con eso «el Club de los Jaco~ binos quedó compuesto por un gran número de espíritus ardientes, periodistas o libelistas en su mayoría, que ponían toda su gloria y cifraban su existencia en conservar el crédito de su club y asegurarle la victoria... Militantes contra parlamentarios. Esta es la explicación de que a lo largo del verano se invierta la relación de fuerzas en beneficio de la primitiva sociedad que reconquista su audiencia. Ciento cincuenta clubs provinciales entran en su órbita, contra menos de cien en la de los - feuillants ». Este reflujo constituye uno de los puntos de inflexión esenciales en la Revolución francesa un año antes del lO de agosto, que constituye su consagración. Y no es que los Jacobinos sean ya todopoderosos. No tienen ningún poder sobre la Constituyente que retoca por última vez su obra en sentido conservador. En las elecciones legislativas de septiembre de 1791 no consiguen más que un éxito relativo. Sus candidatos son aplastados en París, y si en provincias conocen mejor suerte, en la nueva Asamblea no cuentan con más de ciento cincuenta diputados de su obediencia (los «feuillants.. pueden ·reivindicar otros -tantos). Pero la sociedad parisina ha cambiado de líderes y, más aún, de función. De club de discusión ha pasado a ser máquina política al servicio de una segunda revolución . Con el debate sobre las Convenciones nacionales, a partir de agosto de 1791, se abandona toda referencia a la ley constitucional. Se abre así un nuevo período de su historia caracterizado por la conquista del poder y su ejercicio. La cotización anual se mantiene relativamente elevada (24 libras), el reclutamiento se ha renovado aunque si-
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gue siendo intelectual y burgués, pero a partir de ahora las sesiones del club son públicas, sometidas consiguientemente, como la Asamblea, a las arengas e invectivas de los activistas parisinos desde las tribunas. El club consolida su red nacional bajo la enseña del sufragio universal y busca extender el magisterio de su opinión entre las sociedades populares que han brotado un poco por todas partes. Se dota de una organización interna más fuerte con la creación de nuevos comités, como el «comité de informes" y el «comité de vigilancia.. que se añaden a los ya existentes, pero el de correspondencia sigue siendo el principal de todos ellos, el corazón del aparato jacobino. En él tiene su puesto en adelante, entre otros, Robespierre, Brissot, Carra, Desmoulins, Claviére, Collot d'Herbois, BilIaud-Varenne. Los futuros Montañeses y los futuros Girondinos, los futuros «enragés- y los futuros indulgentes, sin hablar del robespierrismo. En una palabra, todo el futuro de la Revolución unificado durante algún tiempo. Esencialmente el club no está destinado a preparar los debates de la Asamblea, tiene en cambio una vocación más general, la de ser otra Asamblea, que a su vez puede ser una contra-Asamblea. La lógica revolucionaria hace desaparecer progresivamente la lógica de los «Amigos de la Constitución » , Desde ese momento, en efecto, los Jacobinos son la sede de la Revolución, tanto como la nueva Asamblea enteramente poblada de hombres nuevos. Es en su viejo convento donde se desárrollan los grandes debates políticos, sobre todo la paz o la guerra, tanto como en el Manege, donde se reúnen los diputados. En los Jacobinos es donde Brissot moviliza, en torno a la idea de una cruzada emancipadora, lo que posteriormente serán los Girondinos. Es allí donde Robespierre, en la hora de su más profunda soledad, pronuncia en diciembre de 1791 y enero de 1792, sus tres grandes discursos contra la guerra y contra su rival. y cuando la guerra, después de un desas-
Jacobinismo troso comienzo, radicaliza la Revolución, es, una vez más, el club de los jacobinos el que se encuentra en disposición de unificar y orquestar los movimientos de las secciones parisinas y de las federaciones provinciales a favor de la destitución del Rey. En julio se abandona la línea legalista en favor de otra que preconiza la elección de una nueva Asamblea Constituyente, es decir, de una Convención y, por tanto, en favor de una segunda Revolución. No existen pruebas escritas sobre una participación directa del club en la insurrección del 10 de agosto a través de un directorio clandestino, aunque tal participación es verosímil. La jornada se encuentra demasiado señalada por los militantes jacobinos como para que no haya habido ninguna concertación previa. También se encuentra a los Jacobinos en los puestos de mando después de la caída de las Tullerías. La contribución esencial de la sociedad es la de haber sido el crisol en que se formó el espíritu del 10 de agosto, mezcla de desprecio de las leyes y de idealismo republicano, en un revuelto de sospecha generalizada y utopía igualitaria donde se puede encontrar los rasgos específicos de la pedagogía robespierrista. Lo que hace de los Jacobinos una potencia dominante en el momento en que se desvanece la Legislativa es que han encontrado una voz, para ellos la voz de la Nación, la del abogado de Arras, pedagogo más que insurrecto, aunque, eso sí, pedagogo de la insurrección. Su espíritu es el espíritu de la segunda Revolución. Ellos son quienes designan la diputación parisina elegida en la Convención. La nueva Asamblea Constituyente elegida en septiembre, inaugura el período jacobino de la Revolución francesa. Hasta el 31 de mayo de 1793 el club es la sede del conflicto entre Girondinos y Montañeses. Las filiales de provincias en la mayor parte de las zonas de la futura revuelta federalista están aún en manos de Brissot. Pero la rue Saint-Honoré es toda de Robespierre desde septiembre-octubre
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de 1792 y. además, prefigura lo que serán los Jacobinos del año 11, no simplemente una sociedad política sino una milicia que ha encontrado su jefe a través del cual servir a la Revolución. Se han rebautizado como «Sociedad de los Amigos de la Libertad y de la Igualdad», controlan una red de varios miles de clubs provinciales y con stituyen un ejército de cien a doscientos mil militantes que se ha convertido en instrumento fundamental de la centralización reencontrada del poder revolucionario, con la que desde 1791 han revestido a las insti tuciones. La Francia del año 11 no tiene constitución y la ausencia de leyes fijas hace ver con claridad dónde reside realmente la fuerza. En todo aquello que partiendo del impulso nacional de 1789 ha podido ser o organizado y casi sometido a régimen. el derecho es sustituido por el hecho. Para 1793 la Revolución popular lleva ya mucho tiempo muerta. como tan claramente lo ha visto Michelet, - el pueblo se ha recogido en sí mismo - escribe «tanto en la ciudad como en el campo». Esta es la hora por excelencia de las pequeñas oligarquías del activismo, últimas figuras de una ola. que prosperan sobre la base del miedo a la guillotina. el cansancio provocado por el desorden y el conservadurismo de los nuevos intereses. Entre estas oligarquías la de los Jacobinos es la más burguesa, la más nacional. la mejor organi zada. la más disciplinada. infinitamente más fuerte que ninguna de cuantas brotan y se desarrollan en unas u otras circunstancias a su izquierda en nombre de la puja igualitaria o antirreligiosa. A través de ellos y de su actividad se opera en gran medida la selección de los equipos dirigentes de la dictadura revolucionaria. desde la liquidación de los Girendinos en la primavera del 93. hasta la de los Hebertistas y los Dantonistas, en la primavera del 94. Los «escrutinios depuradoresde los Jacobinos señalan ya de antemano a los vencidos por el mero hecho de denun- ' ciarles ante la opinión. Los Girondinos, por ejemplo, están en el banquillo desde la pri-
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mavera de 1792, cuando entran a fonnar parte del ministerio. peligrosamente expuestos a Jos ataques de Robespierre. Esta «preparación» comienza a contabilizarse desde el otoño, cuando Brissot es expulsado solemnemente de los Jacobinos en OCtubre. algo más de seis meses antes de que los Girondinos sean expulsados de la Convención (31 mayo-2 junio) . La votación va acompañada de una explicación, enviada a todas las sociedades afiliadas que reconstruye toda la actividad pasada del encausado a partir del papel de conspirador y enemigo del pueblo que se le adscribe . «j amás el furor del espíritu de cuerpo- escribe Michelet a propósito de esta pieza, -el fanatismo conventual. la locura de las fraternidades excitada a puerta cerrada y un estilo que avanza sin contradicción posible desde la calumnia hasta los límites del absurdo. encontraron nada semejante-o La expulsión de Brissot es, efectivamente, una buena muestra entre cientos, de los procedimientos que caracterizan al club en este período de su historia, cuyo mejor analista, después de Michelet, es, sin duda alguna, Augustin Cochino En efecto, en este período de la Revolución en que el pueblo pierde sus derechos constitucionales, el club se transforma en una máquina de producir unanimidad ocupando como procurador todo el espacio de la voluntad popular. Su magisterio y su ortodoxia funcionan unas veces como sustituto de los sufragios normalmente expresados por el pueblo soberano, y otras como un duplicado de la elección democrática. Hay ocasiones. por ejemplo ellO de agosto de 1792, o el31 de mayo de 1793. en que los Jacobinos provocan y luego celebran la intervención del «pueblo en contra de su propia representación considerándose centinelas de la democracia directa y de la inalienable voluntad popular. Por el contrario, en otras ocasiones, como en el período que transcurre entre la caída de los Girondinos y el9 Termidor, se constituyen en guardianes intransigentes de la mayoría robespierrista en la Convención Y
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de la indivisible soberanía de la representación nacional . En ambos casos, lo central es la función depuradora del club. «El pueblo ha perdido el derecho de elegir a sus magistrados en las fechas y en las formas legales; las sociedades asumen el de depurarles sin regla y sin cesar» (Augustin Cochin, Les Aetes du gouvernement réuolutionnaire ). Se pone así en funcionamiento una democracia directa inédita, en la que los Jacobinos representan in vivo la ficción revolucionaria del pueblo. es decir. un pueblo unánime y, por consiguiente, en estado de aurodepuración permanente. puesto que la exclusión tiene por fin purgar al soberano de sus enemigos ocultos restableciendo por este medio la unidad amenazada. Se vota a mano alzada por principio. porque el secreto conviene únicamente a los complots. Las decisiones deben tomarse antes de la reunión del club. en los conciliábulos de los jefes, y deben ser ratificadas por el fanatismo o el seguidismo de la tropa. Por su parte, las provincias han de seguir a la casa madre. En este aspecto los Jacobinos constituyen una corporación infinitamente más poderosa que la Montaña. Esta izquierda parlamentaria de la Convención, de contornos un poco desvaídos, no coincide plenamente con los Jacobinos, dado que un cierto número de diputados Montañeses no se hallan inscritos en la roe Saint-Honoré; comparten, no obstante. con ellos la obsesión de la Salvación pública y la preocupación por la alianza entre la burguesía y el pueblo. pero con frecuencia se mantienen al margen del fanatismo partidista. Por su parte, el club no es solamente el ejército civil de la Revolución y su brazo secular, sino también su tribunal. el guardián de la ortodoxia que reparte la excomunión, que a su vez es el fundamento del Terror. Desde todas estas perspectivas es como si su identificación con Robespierre hubiera estado escrita de antemano. El abogado de Arras está dotado de un «genio» a la vez suspicaz y abstracto, maniobrero e ideológico. No le gusta la acción directa. pero, en cambio, no tiene ri-
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val en la prep aración de las maniobras y en el magisterio de las ideas. En los Jacobinos se encuentra, por todas estas razones, como el pez en el agua. En 1793 comienza a percibir los dividendos de su largo trabajo de dedicación a la sociedad y de su paciente labor de reconstrucción del verano de 1791. En la Sociedad invierte sin cansancio todo cuanto él es, puesto que entre él y los Jacobinos existe una relación de identidad, de forma que desde los inicios de la Convención hasta el 9 Termidor la historia de los Jacobinos podría escribirse sobre dos registros distintos y, sin embargo, unidos. El primero sería el del papel desempeñado por la Sociedad y sus militantes en la política civil y militar de la Salvación pública en París, los departamentos y los ejércitos . Papel esencial, que revitaliza a través de la dictadura de París sobre el país, una centralización característica del Absolutismo. renovada por la Revolución del año 11. El segundo nos llevaría a estudiar el magisterio de ortodoxia ejercido por la Sociedad sobre la Convención, por una parte, y sobre el conjunto de la opinión revolucionaria, por otra. El proceso del rey se desarrolla primero en los Jacobinos. como a continuación se harán el de la Gironda, el de los «enrag és», el de los
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mayoría le han servido y después de su caída se mantienen como repu blicanos firmes, hostiles a todo exceso de «moderantismo». Sin embargo, la presión de la opinión contra el Terror y sus responsables obliga a la Convención a ordenar el cierre del club el 12 de noviembre de 1794. Un decreto de 1795 ordena transformar «el inmueble de los j acobinos-Sainr-Honor é» en mercado público con el nombre de «Mercado 9 Terrnidor» . Después de la de los Jacobinos, vino la historia del jacobinismo. Comenzó inmediatamente como si se tratara de un recuerdo en acción, celebrado o detestado, encarnación de lo mejor y lo peor de la Revolución. Ya en 1796 Babeuf intenta movilizar a los nostálgicos del año II con su complot a la vez comunista y neojacobin o. Es el año en que Joseph de Maistre publica sus Considérations sur 14 France que, en el corazón de esa histori a maravillosamente malvada que es la Revolución francesa, hacen de los Jacobinos unos salvadores intrínsecamente perversos, pero al menos, salvadores, porque después de ellos Francia está prepara da para la regeneración. Por su capacidad de encarnar cuanto de más radical hubo en la Revolución francesa y, por consiguiente, la Revolución misma, el jacobinismo se transmite a los dos siglos siguientes a la vez como leyenda, historia, tradición, herencia, teoría y práctica. La elasticidad semántica del término en la política francesa de finales de nuestro siglo xx, atestigua el trabajo del tiempo. Jacobinismo, o jacobino, pueden designar en política y, según los casos, predilecciones muy diferentes tales como la indivisibilidad de la soberanía nacional, la vocación del Estado a transformar la sociedad, la centralización gubernamental y administrativa, la igualdad de los ciudadanos garantizada por una legislación uniforme, la regeneración de los hombres por medio de la escuela republicana o, simplemente, el regusto altivo de la independencia nacional. Sobre toda esta nebulosa de sentidos se alza siempre domi-
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nante la figura central de la autoridad pública, sobera na e indivisible, dominando a la sociedad civil, lo cual, después de todo no deja de ser una paradoja si es verdad que la historia del club de los Jacobinos es la de una incesante usurpación de la Convención que estaba legalmente investida de la soberanía del pueblo a través de la elección de septiembre de 1792. Tal paradoja, aparte de lo mucho que se ha hablado de la debilidad de la tradición jurídica en Francia y la vaga tiranía de los recuerdos históricos, viene a expresar asimismo al cabo de dos siglos una especie de aburguesamiento del Jacobinismo que ha pasado del estado de patrimonio revolucionario al estatuto de propiedad nacional. Una vez llegado a este eminente estadio de dignidad histórica , el concepto ha perdido todo carácter subversivo y cualquier sentido preciso, como acabamos de ver. Pero su capacidad de evocar en los espíritus las virtudes de un Estado fuerte, portador del progreso e imagen imprescriptible de la nación, le permite unir su tradición a la que le precede y a la que le sigue, soldando así lo que la Revolución había desgarrado . La tradición jacobina reencuentra un aire de familia como puente entre la antigua monarquía y el estado napoleónico. Y tan perfectamente que es capaz de hacer sitio a la derecha y dividir a la izquierda, agradar a gaullistas y comunistas y trazar una línea divisoria en el seno del Partido Socialista. Pero antes de convertirse en una referencia confusa, en el siglo XIX el Jacobinismo fue el centro de conflictos políticos e intelectuales muy agudos. Entre la Restauración y la fundación de la III República, el jacobinismo es parte del bagaje del partido republicano por diversos títulos y en diferentes grados, configurándose como una herencia indivisa donde se encuentran a la vez la soberanía del pueblo una e indivisa, la Asamblea todopoderosa elegida por sufragio universal, la nación francesa como mascarón de proa de la emancipación de los pueblos, la hostilidad contra la Iglesia cató-
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lica, la religión de la igualdad y finalmente, Si leemos por ejemplo a Buchez, sociala asociación clandestina o pública, según lista cató lico, disidente del saintsirnonílos casos, de activistas profesionales de la sono, autor de una monumental Histoire política revolucionaria. Pero aporta im.is- parlementaire de 14 Réoolution [rancaise (1834-38) que hasta la obra de Michelet será rno el Terror, inseparable de la 1 Republica y de la sangrienta dictadura que se ejerció la biblia de especialistas, aficionados y mien nombre de la virtud . Al mismo tiempo litantes, los Jacobinos prefiguraron la socieque cristaliza en una tradición política va dad socialista del mañana, en tanto que 1789 creando también un polo de rechazo, espe- y la Declaración de Derechos son únicacialmente entre la burguesía y el campesi- mente el fundame nto del individualismo nado, pues si la Repú blica parisina es tam- burgués, que es cuanto se necesita pa~a debién el Terror, la libertad lógicamente finir un mercado, pero no una SOCiedad. tendrá que buscar asilo en otras partes. Este Desde entonces este Jacobinismo tardío sentimiento explica en gran parte la confis- hace estallar la unidad de la Revolución, cación de las jornadas de julio de 1830 por como prenuncio simple de otra emancip~ parte del orleanismo antes de que 1848 ción futura; mientras se rechaza 1789 hacia revele a las clases propietarias un retoño del el pasado, los Jacobinos repr~sentan el f~ Jacobinismo aún más peligroso, el sociali~o. turo . U n poco más tarde Louis Blanc escrrEn efecto, las ideas socialistas o comurns- birá que la primera revolución francesa es tas que a partir del Renacimiento brotan u.n obra de Voltaire y la burguesía, y la segunpoco por todas partes, recibien una especie da de Rousseau y el pueblo, estableciendo de confirmación histórica por parte de la una versión posjacobina de la Revolución, Revolución francesa a través de Babeuf. posterior a la de Buchez y contrapuesta Basta con extender la idea de igualdad al te- punto por punto al «ochentainuevismo» de rreno económico y social, dando el paso los historiadores liberales de la Restauraesta vez del ciudadano al hom bre, para ate- ción, como Guizot y Thiers, que además rrizar en la crítica de la propiedad privada. son los hombres políticos del régimen de Los Jacobinos no recorrieron este trayecto julio. Esta tradición auto ritaria y estatista hasta el final, sino que se ciñeron a preco- del socialismo francés no es la única puesto nizar la limitación de las riquezas; en esa ti- que Proudhon, por ejemplo, establece una midez ve Babeuf la señal de su fracaso. Sin conexión totalmente contrapuesta a la del embargo el mismo Babeuf sigue fiel a su jacobinismo en la que vincula la realización inspiración cuando imagina su complot en de la igualdad con la destrucción del Estaforma de un grupo de partisanos muy or- do y la autogestión. De todas formas la del ganizados que se apoderan, como en un Jacobi nismo es la dominante, y es ella sogolpe militar, de la maquinaria centralizada bre todo y ante todo la que en 1848 repredel Estado. La creencia jacobina en la om- senta a la izquierda revestida con los grannipotencia del político desemboca en la idea diosos recuerdos de 1793, fantasmas tanto de un partido revolucionario. El fracaso de más terroríficos cuanto que amenazan no 1796 no constituye ningún obstáculo para sólo la libertad, sino también la propiedad. que el legado de Babeuf llegue a las socie- La represión de junio pone fin a la presión dades secretas de la Restauración, que cons- de este socialismo neojacobino sin eliminar tituyen el humus para el desarrollo de la su penetración y dominio sobre las clases idea socialista. Esta, a su vez, reconoce ex- populares urbanas, sobre todo en París, ni plícitamente su filiación jacobina, pero, el intenso miedo que inspira a las clases poademás, se engalana con un rasgo nuevo sesoras y al campesinado . Este miedo sopara su interpretación de la Revolución brevive a su objeto después de junio y exfrancesa, a saber, la crítica radical de 1789. plica en gran medida la elección el 10 de di-
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ciembre del sobrino de Napoleón como presidente, preámbulo del golpe de Estado del 2 de diciembre de 1851. Bajo el Segundo Imperio una parte del campo republicano saca las lecciones del fracaso de la II República tratando de exorcizar en todo el país el espectro de una repú blica dictatorial y repartidora. Tal es el sentido del libro que Edgar Quinet consagra a la Revolu ción. El apoyo que presta al joven abogado republicano Jules Ferry, exiliado junto al lago de Ginebra, es totalmente inequívoco. A los ojos de este futuro padre fundado r de la III Repúb lica, la crítica del Jacobinismo y del Terror son la condición básica para un consenso nacional en tomo a la República. En 1871 la hum illación nacional nacida de la derrota, exhumará por últim a vez en la Comuna de París este neojaco binismo socialista, aunque mezclado con otras muchas corrientes. Sobre sus ruinas Jules Ferry y los republicanos «oportunistas" fundan , con la complicidad de los orleanistas, una República que es más heredera de 1789 que de 1793. No queremos decir, sin embargo, que en el patrimonio de la Tercera República no haya nada de la heren cia jacobina. Los repu blicanos tendrán que aceptar una Cámara alta, el Senado , pero mantienen no obstante la idea de la todopoderosa soberan ía del pueblo, encamada en la representación. Tendrán también que conceder mucho a la filosofía orleanista de los intereses, pero también guardarán de sus glorio sos antecesores de la rue Saint-H onor é la precedencia del ciudadano sobre el hombre privado y el papel pedagógico del Estado y, consiguientemente, el de la escuela en la formación del ciudadano. Resum iendo, en este momento se instaura duraderamente la República basada en una versión ecuménica de la Revolución francesa. En ella el legado Jacobino aparece desembarazado de la sangre y la violencia, pero no es olvidado ni, mucho menos, deshonrado. Por otra parte la Revolución francesa definitivamente ya domesticada entra en la Sorbona. El primer
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profesor con título, Aulard, será el hom bre de este solemne calderón. Si dejamos de lado el siglo XIX francés y su teatro, repertorio inigualado de la dramaturgia política moderna, el siglo XX muestra la impronta sobre nuestro tiempo de un legado más universal del jacobin ismo, la del partido revolucionario, cuya matriz se encuentra en el convento de la rue Saint-Honoré. Esta filiación no ha dejado de obsesionar a los bolcheviques rusos desde los primeros momentos de su escisión en el partido obrero socialdemócrata (1902), tanto que su histor ia y su modelo de partido representan el princ ipal enlace a través del cual el precedente jacobino ha creado escuela en el mundo de las revoluciones comunistas o cornunistizantes, arco iris muy diverso desde muchos puntos de vista, pero que puede referirse y reducirse a una única fuente si se considera desde el pu nto de vista del concepto y el papel del partido. Esa fuente se encuentra en el Club de los Jacobinos en sus mejores momentos, la Salvación Públ ica, el triunfo de la Montaña y el reinado de Robespierre. Para comprenderlo hay que partir de Michelet , el historiador más francés de la Revolución, a veces, incluso, el más estrechamente nacional, porque él es quien más profundamente ha analizado lo que de más universal hay en la democracia jacobina. Michelet detest a lo que él denomina la «secta" jacobina con su fanatismo, su espíritu inquisitorial y su entrega al ascético Robespierre, pero detesta, asimismo, que se le separe de la Revolu ción. A los ojos de Michelet es la «secta" lo que sustituy e al pueblo sublime del 89 en una versión instrumental y, por consiguiente, necesaria de la Revolución en un país que se descompone poco a poco, desmoralizado y amenazado: «A falta de una asociación natural que diera a la Revolución la unidad vivient e, se necesitaba una asociación artificial, una línea, una conjuración que al menos le dota ra de una especie de unidad mecánica. Era necesaria una máquina política de gran fuerza de acción, una potente pa-
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lanca de energía. Los Jacob inos fueron esa máquina y esa energía. " Máquina que domina todo el proceso político y, ante todo, la Convención. En efecto, el club no solamente siguió de cerca la elección de los diputados, hasta el punto de hacerle elegir, como a los de París, en su prop ia sede, sino que se pronunció sobre su conducta y decidió de antemano las expulsiones. Cuando el 2 de junio la Convención sufrió la amputación forzada de la fracción girondina, los cañones de Hanriot no eran más que el brazo secular del club. El club enuncia lo verdadero, lo justo, lo qu e hay que creer, exactamente igual que una Iglesia, y convoca a los herejes a una confesión pública antes de condenarlos a la nada absoluta entregándolos a la guillotina. Hay que creer al club aunque cambie de opinión y se contradiga, porque es fe y no razón lo que exige: «Aunque la situ ación experimentase cualquier tipo de cambio que les impu siera desviaciones en su doctrina, los Jacobinos seguían afirmando la unidad .» Esta fe, por encima de todas las circunstancias, supuestamente necesaria y suficiente para sobreponerse a ellas, reposa sob re la identidad entre Jaco binos y voluntad pop ular, así como sobre la necesidad de una vigilancia política incesante para desenmascarar los sucesivos disfraces del complot aristocrático. El club es la vanguardia de lo que mañana será la República, una vez purgada de todos sus enemigos y constituida por ciudadanos iguales y virtuosos , regenerados por la educación y el servicio de la patria . En conclusió n, Michelet expone dos ideas esenciales. En primer lugar ve a los Jacobinos como una oligarquía militante que suplanta al puebl o cuando habla en su nombre. Inicia asi una línea de análisis en que profundizará sistemáticamente medio siglo después un historiador de otra orientación, Augustin Cochino Esta oligarquía se recluta exclusivament e po r el asentimiento de sus propios miembros y se encuentra sometida a las indicaciones de su aparato y su, o sus líderes, los profesionales de la política, los
Jacobinismo
iniciados que manejan los hilos de la organización. La dialéctica de la manipulación de los partidos por un reducido número oculto tras la fachada de la democraci a, ha sido explorada asímismo en la época de Cochin por Ostrogorski y R. Michels. Pero los Jaco binos de la etapa más significada constituyen el inicio de un tipo especial de partido en la medida en que más que terreno de discusión, son el templo de la ortodoxia. De ello se deduc e la unan imidad obligatoria, la enfermedad de la sospecha y los escru tinios depuradores, así como la obsesión de ser el pueblo, el mandato imperativo a los representantes elegidos y la usurpación de la soberanía nacional. Michelet se encuentra a disgusto con la capitulación de la Convención el 2 de junio en la que se pierde abiertamente lo que quedaba de un derecho público revolucionario. Para él se trata de una reencarnación del fanatismo clerical en la rue Saint-Honoré, en lo que ve una tragedia de la Revolución francesa. Necesaria, pero tragedia. y sin embargo el club de los Jacobinos tendrá muchos imitadores. En el siglo XIX forma parte no sólo de la leyenda de la Revolución, sino de sus lecciones. Las sociedades revolucionarias de militantes conven cidos de que la tran sformación del hombre y del mundo está en el punto de mira de su 'acción, son un patrimonio jacobino común a toda la Europa continental del siglo XIX. La etapa que se abre en 1815 con la derrota de la Revoluc ión francesa, ha transformado ya en dos puntos el carácter de esta herenc ia. En adelante tales sociedades serán clandestinas y trabajarán ocultas en la sombra de la cland estinidad , pero su necesidad viene dada po r un ord en de conside raciones diferentes a las justificaciones válidas para fines del siglo XVIII. La Revolución había transformado poco a poco la práctica jacobina en la de un partido fanatizado y dom inant e; ahora bien, tal evolución iba contraco rriente de sus principios que excluían la noción de partido en tanto S1ue agregado de intereses particulares por-
Ideas
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que fonnaban una pantalla entre la volun tad del ciudadano y la soberanía pública. Antes de ser la vanguardia de la Revolución, por la fuerza de las cosas los Jacobin os habían sido un producto imprevi sto del curso de la misma. Por el contrario, el siglo XIX europeo tiende a hacer del partido revo lucionario una cond ición previa de la revolución, haciendo remontar aguas arriba la magistratura de ideas y de volunta d que los Jacobinos habían ejercido solamente aguas abajo . Paradójicamente, dado que las dos concepciones son cont radictorias, une a esta creencia en el poder demiúrgico de la acción política la idea de que la historia tiene un desarrollo inevitable que se supone realizado por esta acción. Por este medio la voluntad se atrae rápidamente el concurso de la ciencia, universo intelectual y político muy diferente al de la Revolución francesa. y sin embargo de ella extrae su inspiración y su modelo a través del club de los Ja cobinos. Marx, seguido de Lenin, el inventor de la variante subjet ivista del marxismo, cons tituyen las principa les etapas de este itinerario aún mal explorado. A través del bo lchevismo, el partido jacobi no ha ten ido un hermoso siglo xx. Prancois FURET.
(L O UlS), BUCHEZ, CLUBS y SOCIEDADES POPULARES, COMITÉ DE SALVACIÓ N PÚBLICA, CONDO RCET, DANTO N, D EMO_
CRACIA, «FEUILLANTS», GIRONDINOS
G OBIERNO REVOLUCIONARIO, JORNADA~ REVOLUCIO NARIAS, L A FAYElTE, M AIS_ TRE, MAR AT, M ARX, MICHELET, M ON _ TAÑESES, QUINET, RO~ESPIERRE , SANS-CU_
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Véase también: ASAMBLEAS REVOLUCIONARIAS , BABEUF, BARNAVE, BLANC
LIBERTAD La palabra libertad, había dicho T urgor en 1770, «contie ne en sí misma el catecismo político de una multitud • . A lo largo de todo el siglo se había asimilado , en efecto, a hacer de la libertad la piedra de toq ue del buen gob ierno, desde que Hobbes había planteado la pregunta de saber la fonna que
había que dar al Estado para preservar al máximo la libertad de cada uno. Y las respuestas q ue le había aportado la filosofía política, por diferentes que hayan podido ser, habían sido todas en nombre de la libertad. N inguna sociedad política legítima parecía entonces poder sob repasar el con-
sentimiento de sus miembros: la misma sumisión hobbesiana se justificaba en el argumente de que era más ventajoso hacer por la libertad el sacrificio de las libertades . La Revolució n, al definirse como ruptura en relación al Antiguo Régime n lleno de servidumbres, po ne la libertad, a la vez, al princip io y al final de su empresa. Al prin cipio: si puede tener lugar, es en razón de la anterioridad de los ind ividuos independientes , capaces, porque están hechos según el patrón divino , de determinarse a sí mismos y de producir voluntariamente una sociedad. Al final: porqu e su fin último es, no solamente proteger la libertad individua l contra el despo tismo, sino hacerla florecer. La paradoja es entonces el destino de la libertad individual bajo la Revolución francesa, y ese bandazo hacia el despo tismo que nadie ha expresado mejor que Edgar Quinet: «H ay en estos años un prodigio que no se volverá a encontrar en ninguna part e, [...] un a edad de o ro escrita sob re el umbral; po r otra parte, para po nerla en práctica, una implacable Némesis... Todas las histo rias de la Revolución giran alrededor del enigma de una libertad q ue inaugura un despo tismo inédito. O bien pon en el reconocimiento de la libertad a cuenta de las circunstanci as exteriores , imperiosas pero contingentes, manera de eludir el prob lema, tan pronto como aparece . O bien, revelan en los actores de la Revolución, desde sus pr imeros pasos, una intención despótica, la oculta intención siniestra de convertir la libertad en esclavitud. O bien, aún , cuentan una Revolución en dos actos que ilustran por tumos las dos concepciones antagonistas de la libertad producidas por la filosofía del siglo: una subordinaba los fines morale s a la libertad, y no toleraba en con secuencia ninguna renuncia a este pr imer bien; la otra, de tradición aristo télica, sometía la vida hum ana a un fin virt uoso y justificaba así, por adelantado, las restricciones impues tas a la libertad. Y, en efecto, los hombres de la revolución tan pronto hacían derivar el derecho de la soberanía in-
Libertad
dividual (juzgaban entonce s la libertad más deseable que la virtud) como del bienestar social (juzgaban la virtu d más deseable que la libertad). Ellos son, por lo demás , conscientes de realizar dos revoluc ion es. Escuchemos a C ambo n en el mom ento de la discusión de la Constitución girondina: «noSOtrOS no habíamos hecho más que la revolución de la libertad, nosotros hemos hecho la de la igualdad enco ntrada bajo las ruinas de un trono». La inm ensa fortuna de esta periodización en la histo riografía de la Revolución radica en la simp licidad del esquema: puesto que el bagaje intelectual de los revolucionarios comportaba dos ideas de la libertad, ellos lo han puesto en práctica en do s Revoluciones distintas. Se puede, sin embargo, apostar que las cosas no ocurrieron verda deramente así: las representaciones de la libertad que ellos enco ntraban en el canasti llo de la filosofía del siglo no eran tan simples; y los actos de la Revol ución no se suceden uno detrás de ot ro como el golpe de martillo del teatro. Las luchas políticas del siglo XVIII se habían desarrollado en nombre de las libertades amenazadas po r el absolutismo . Las libertades: un pro digioso plural históri co, ilustr ado por un a resplandeciente literatura de Bculainvilliers a Montesquieu. No esas «libertades», sinón imo de exencion es, inmu nidades , privilegios de los que disfru taban bajo el Antiguo Régimen los comunes, las órdenes, las universidades, los cuerpos y comunidades. La garantía de estas libertades parti culares parecía sustentarse en el fraccionamiento de la sociedad en estamentos intermediarios, en la cascada de los rangos, en la salvaguarda de las tradiciones, de las que la nobleza se sentía la muralla natural. Cuando se crean las Asambleas provinciales, Loménie de Brienne defenderá aún la separac ión de los estamentos en nombre de estas libertades plura les, cons ustancia les, según él, de la mona rquía francesa (cuyo trabajo a largo plazo sugería, sin embargo, una cosa bien distinta ): «sin este
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pero tam bién pe rm ite salvar lo adquirido en 1789 (no se eq uivo caro n de principi os). La libertad revolucion aria no ha sido vencida por un a idea falsa, sino por el anacro nismo de los mediocres. U na vez analizado y conjurado este anacro nismo, la libertad moderna se confirma co mo un movimiento irresistib le y tan irreversibl e como la Revolu ción . Se pu ede. por tanto , concluir qu e Tennidor trae de nuevo sin ambigüedad los hom bres y las obras a una de las libertades del siglo preced ente, la libertad negativa, desligada de la virtu d. N i la libera ció n existencial. ni el libe ralismo intelectual son capaces de arrancar a los terrn ido rianos d e la mito logía activista y un an imista de la Revolución. No se resignan a con ceder la libert ad completa de prensa, a pesar de los d iscursos sobre el horror de la tiranía y las reclamacione s para que no se retr ase más la libertad. Se atendrán a una libertad limitada, en nom bre de un a arg umentación q ue ya sirvió mucho y que d esar rolla Lo uvet . La libertad ap rovechará a los enemigos de la Revolució n, y, ad emás ¿por q ué va a haber to tal libertad en el cuerpo social cuando no la hay en la natu raleza? Un o sien te qu e esto s hombres no llegan a ad mitir la liberalización completa del espacio políti co, po r estar conti nuamente o bsesionados por una rep resent ación nefasta de las division es de la opinión públi ca. D esearían la libertad, pero no han ro to nunca con la imagen y la esperanz a de un legislador que tu viera una auto ridad suficient e para unificar la realidad pululante y rebelde. La soluc ión qu e encuent ran a esta con tradicción es bien co noc ida, la peda gogía. Puesto qu e aún es demasiado pron to para esperar en la libertad espontánea de los seres, pero co mo es de masiado tarde para constr eñirles, queda educarlo s para la libertad. De ahí. la fijación en la pedagogía en la época term ido riana. Ello demuestra qu e unos hombres que acaban de renunciar a la violencia de la guillot ina no pu eden poner su espera nza más que en la dulc e violencia de la educación. Pero m uestra también que
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no han abandonado el pr ograma enCOntra_ do en Rousseau y en los fisiócratas a la vez. A pesar de las voces qu e les advierte n de dejar la sociedad a sí mism a. siguen mos tran_ do también muy poca confianza en el libre juego de los intereses individuales. y COnt inúa n contando con una voluntad vinuosa para o rganizar y d irigir lo social. No renunciaron - rasgo qu e les sobrevivirá en la histori a y en la política fran cesa- a enconrrala fórmula d e un a política racional. Mona
'" Révo/utum Franeaise (1789-1804), París, 1898. SKINNER, QUENTIN, eEnglish Liberty », conferencias en el Instituto Raym ond-
OZOUF.
El 11 de julio de 1791, los restos de Voltaire fueron solemnemente tr asladad os al Panteón, antes iglesia Sainte-Cenevieve. Puesta en escena grandiosa: enorme carroza a la antigua so bre la que estaba dep ositado el sarcófago, rodeado de jóvenes alumnos de las Academias, en traje romano; largo cortejo, donde se percibía la estatua de Voltaire por Houdon llevada sobre unas andas, y en el que participaban «los ciudadanos del arrabal Saint-Antoine armados con sus picas»; este entierro en el Panteón impresionó profundamente y constituye un momento álgido en la hist oria de las fiestas revolucionarias. La ceremonia precedía en dos días solamente a una conmemoración doble, la de la toma de la Bastilla y la de la Federación de 1790; celebrada en un a atmósfera tensa tre s semanas después de la fuga de Varennes, ponía en imágenes la profunda unidad entre dos combates por la libertad, la del «siglo ilustrado > y la de la Nación regenerada. Tres años más tarde, el 20 de vendimiario del año III (11 de octubre de 1794), el Panteón acogía los restos de Rousseau. La ceremonia corona una historia rica en peripecias; el proyecto. preparado durante el Terror, no se realizó hasta después del 9 Tennidor; veinte días ante s habían enterrado en el Panteón a Marat (y en el marco de la misma cerem onía hab ían sacado del Panteón las cen izas de Mirabeau, el primer gran hombre de la Revolución que había accedido a él). De súbito la fiesta en honor de Rou sseau se co nvertía. de alguna manera, en un a manifestación anti-Marat : al recuerdo de aquel qu e exigía «cien mil ca.
Véase también: ASAMBLEAS REVOlUCIO. NARIAS, BURKE, CONSTANT, DERECHOS DEL H OMBRE, FISIÓ CRATAS, JA COB INISMO, M l RABEAU, M ONTESQ UlEU, Q UIN ET, ROBES PIERRE, srevss, SO BERANÍ A, STAEL (M ME. DE), T ERMlDORIANOS, TERROR (E L).
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LUCES bezas » se oponía la imagen de jean-jacques, amigo de la naturaleza, alma sensible. sabio legislado r que clamaba por una ciudad d e libertad y de la justicia. Dejando a un lado las circunstan cias en que se inscriben, dejando a un lado también su explotación por fines políticos coyunturales, ambas ceremonias tenían una significación simbólica común: por ellas la Revolución rendía homenaje y justicia a sus precursores e inspiradores. El discurso, el ritual y el lenguaje simbólico ut ilizados durante las dos cer emonias insistían co n fuerza en los vínculos que unían la Revolución al «siglo ilustrado - encarnado por Voltaire y Rousseau, y la nación regenerada se reconocía en el «gran hombre.., aquel cuya fama , gloria y méritos consistían en el talento y los servicios hechos a la humanidad y no en el nacimiento, Jos títu los her editarios o las hazañas guerr eras. Ambas ceremonias resumían en sí mismas y ponían en imágenes una doble representación, la de la Revolución y la de las Luces, entre las que se inst alaba un juego de espejos. Situándose bajo el emblema y los auspicios del «siglo ilustrado », la Revolución se o torgaba unos orígenes y un aument o de legitimidad ; pon ía fin a largos siglos de tin ieblas. de tiran ía y de prejuicios; reivindicaba para sí una tradición, la del desarrollo de las letr as y de la reivind icación de la libertad, historia completamente reciente y relativ amente breve, pero rica del futuro que anunciaba. De golpe se daba una identidad y un a co ntinuidad: más allá de las vicisitud es de su pr opi a histori a, podía
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siempre invocar sus orígenes como su justificación última; por eso, la vuelta a esos orígenes se le ofrecería de modo permanente como fuente de renovación y de grandeza. Imaginería de la Revolución, e igualmente de las Luces (o mejor dicho, del «siglo ilustrado», del «siglo filosófico», «siglo de la razón»; el término Luces [«Lumieres»], equivalente del Aufklarung alemán y del Enligbtenment inglés, es de uso relativamente reciente; más adelante, sin embargo, lo utilizaremos por comodidad de expresión, a riesgo, en ocasiones, de cierto anacronismo). Hacer descansar, por toda la eternidad, a Rousseau al lado de Voltaire era levantar acta de reconciliación, pasar por encima de divergencias, querellas y conflictos que los habían separado en vida, considerándolos secundarios respecto a la unidad fundamental de las Luces, fondo común de ideas, valores y modelos formadores. Era también ofrecer una representación ideal de las Luces, como movimiento continuo cuya finalidad, preparar la Revolución, aseguraba una unidad a la sucesión de hombres y generaciones. Al rendir homenaje a las Luces, la Revolución apelaba a los Voltaire y a los Rousseau, por así decir, como testigos, a fin de que se reconocieran en la obra que esa Revolución había realizado, a fin de que reencontraran en ella sus ideas y su mensaje. La exaltación al Panteón de Voltaire y de Rousseau no era más que el momento álgido de la difusión de esa doble imaginería de la Revolución y de las Luces; a fuerza de repetirse y retomarse en muchos discursos, ceremonias y alegorías, se volvió un tópico y una figura retórica capaces de reconciliar, al menos por una vez, a revolucionarios y contrarrevolucionarios. En efecto, un Robespierre y un De Maistre podían admitir que las Luces habían dado a luz a la Revolución; el uno para exaltar tanto a la madre como al retoño, el otro para denunciar a los dos. El período revolucionario legó esa imaginería a sus historiadores y toda una historiografía la retomó y amplificó.
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Sin embargo, cuanto más pasamos de esa imaginería global a las cuestiones específicas, tanto más se transforman en problemas las metáforas; por eso en la historiografía se han discutido con mucha frecuencia tres grupos de cuestiones: ¿Anunciaron las Luces la Revolución y los «filósofos» fueron precursores? ¿Animaron en 1789 las ideas y los valores de las Luces las pasiones revolucionarias e impulsaron, por tanto, hasta su extremo la crisis política? ¿Influyeron las divergencias entre las doctrinas de los «filósofos» sobre los enfrentamientos entre las orientaciones políticas, especialmente entre radicales y moderados, durante la Revolución? Cuestiones estas que merecerían una redefinición porque su tenor mismo traduce la preocupación por establecer una convergencia entre dos finalidades , la de las Luces y la de la Revolución. No compartimos esa preocupación: en el centro de nuestro interés se encuentran la cultura y las mentalidades políticas del período revolucionario en sus relaciones con la herencia de las Luces, y sólo desde esta óptica discutiremos los problemas de los orígenes culturales de la Revolución, así como los de la función de las ideas de las Luces en el desencadenamiento de la Revolución y en sus conflictos políticos. Intentemos, sin embargo, retomar esas cuestiones, aunque sólo sea por su larga tradición historiográfica. ¿Llamaban los «filósofos" a la Revolución, eran sus precursores y, por consiguiente , son sus responsables? Esas cuestio nes surgen ya en el período revolucionario y muy a menudo se les da una respuesta positiva. Para ello se busca apoyo en textos «proféticos», como las célebres frases de Rousseau: «N os acercamos al estado de crisis y al siglo de las revoluciones. Considero imposible que las grandes monarquías duren todavía mucho tiempo; todas han brillado, y todo estado que brilla está en su declive» (Emile, libro IlI, Rousseau , Oeuores, ed. de la Pléiade, tomo IV, n. 468). En su obra De j.-j. Rousseau considéré
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comme l'un des premiers auteurs de la R é- terio impenetrable. La idea de conspiración volution (1791), L. S. Mercier se harta de filosófica y masónica tendría un hermoso demostrar, durante centenares de páginas, futuro. Pero también del lado revolucionaquejas obras de Rousseau anuncian la Re- rio se buscaba de forma incansable las ravolución y formulan su programa. No duda mificaciones de la «conspiración» aristocráMercier en evocar, además, su propio libro, tica y clerical, para explicar las vicisitudes L'an 2440 (1770), una novela utópica, para de la Revolución. Mucho más raros eran los que «descarafirmar, con tod a modestia, que ya había previsto el desarrollo mismo de los aconte- gaban» a los «filósofos» . J. J. Mounier, jefe cimientos revolu cionarios, empezando por de fila de los «monárquicos», polemizaba la toma de la Bastilla. Del lado de la con- con el abate Barruel desde su exilio (De l'intrarrevolución, el abate Barruel, jesuita, de- fluence attribuée aux philosophes, francsarrolló a su vez la tesis de la responsabili- macons et illuminés, sur la Révolution de dad de los «filósofos». En sus Mémoires France, 1801). Demostraba que la idea de pour serv ir ti l'bistoire du jacobinisme conspiración va dirigida a los espíritus «pe(1797-1798), expone, a lo largo de tres denrezosos y superficiales»; que los «filósosos volúmenes, la idea de una conspiración fos» jamás llamaron a la revuelta; que su filosófica y masónica en el origen de la Re- objetivo no era alterar el orden social volución. Apoyándose en citas de Voltaire, sino, por el contrario, protegerlo contra de Rousseau, de Diderot, de la Encyclop é- los cataclismos modernizándolo y refordie, etc., demuestra que desde mediados del mándolo. siglo XVIII existe y actúa una conspiración Mounier tenía, desde luego, razón. Las que trata de alterar el orden social, los «fi- «profecías» de los «filósofos» no son, por lósofos» son ~\1S jefes, y las logias masóni- regla general, más que figuras retóricas, cas (en especial los «iluminados» de Bavie- otras tantas llamadas a prevenir perturbara) forman una verdadera red de subver- ciones. Claro que las ideas políticas de las sión. C riticar la religión y el clero, la fami- Luces podían llegar hasta la exploración de lia y la moral , la nobleza y el trono era el alternativas utópicas al orden existente. trabajo de zapa de esta conspiración que Pero en la medida en que es posible hallar preparó, desde muy antiguo, el ataque fron- una denominación común a estos proyectal que se desencadenó finalmente en el tos múltiples, no es en modo alguno la de sño 89. llamada a una revolución sino la de incitaEstas dos búsquedas de aternidad de la ción a las reformas. En el horizonte de exRevolución , po r op uestas que sean ideoló- pectativas de las Luces, antes de la crisis del gicamente, atestiguan que la Revolución se- 89, se encuentra el ideal de un Estado reguía siendo para sus contemporáneos un formador y de una política de reformas; la acontecimiento sorprendente y, en el fon- que más se acercaba a ese ideal era la de un do , incomp rensible. Prese ntarla como la Turgot e incluso la de un José 11. Así pues, los «filósofos» no fueron «prerealización de pre visiones e ideas ilustradas era un modo de racionalizar el fenómeno cursores» de la Revolución; el valor explirevolucionario (las sectas místicas que en cativo del concepto de «precursor» es, en líesa misma época proliferaban no tenían ne- neas generales, muy débil. Un «precursor», cesidad de tales profecías laicas; se conten- ¿no es precisamente aquel que no puede taban, simplemente, con el Apoc alipsis). El . enunciar lo que se cree que piensa? Dicho abate Barruel no hacía otra cosa; como re- esto, resulta difícil sobrestimar la imporsultado de una conspiración, la Revolución, tancia de estas ideas de reformas para la obra de las tinieblas, se volvía inteligible al formación de nuevas mentalidades polítiempo que conservaba su carácter de mis- ticas. Para la madura~ión de éstas, un fon-
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do común de ideas y de esperanzas, de valores y de expectativas, tenía más efecto que los proyectos mismos de talo cual reforma que se habían acumulado a lo largo del siglo. En realidad, las reformas se pensaron como otras tantas respuestas prácticas a las cuestiones que preocupan a las Luces: ¿cómo redefinir y racionalizar el orden social? ¿Cómo cambiar al hombre, su espíritu y su corazón? La realización de los proyectos de reformas incumbiría al poder ilustrado; de golpe, situar tales esperanzas en las reformas era reconocer implícitamente la política como instancia decisiva de todo cambio social. Debido a su diversidad y a su multiplicidad, los proyectos de reformas traducían dos convicciones que se confundían: las instituciones y los hombres son indefinidamente transformables; el cambio no puede operarse más que por la política, y, por lo tanto, las capacidades de acción transformadora serían, a su vez, cuasi ilimitadas. Al teorizar la política y al inyectarle sus esperanzas, los «filósofos» producían la representación de un poder que por sus actos había de ser capaz de aportar a todos los problemas sociales, e incluso morales, respuestas tan firmes como racionales: de ahí que la política y sobre todo el Estado se convirtiera en objeto de sus solicitudes. Claro que no cualquier Estado, sino aquel que fuera el instrumento privilegiado de la expansión del espíritu ilustrado. Así pues, imaginan un poder que pueda hacer suyas las ideas «filosóficas» y las pueda poner en práctica a fin de reformar la sociedad. La fórmula política de semejante poder no sobrepasa, la mayoría de las veces, la de cierto absolutismo ilustrado; la moderación, si no la timidez política, se alía sin embargo perfectamente con el sueño utópico de una sociedad distinta, la de la felicidad social en que desembocará la redefinición del orden social. La voluntad reformadora habría de reunir en un todo la política y la moral; así, pues, hasta la legitimidad del poder estaría vinculada a la causa a cuyo servicio habría
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de ponerse. Un poder reformador tal encarnaría ~n cierto modo el poder soberano que la sociedad posee respecto a sí misma; cuestionaría las jerarquías que sólo se legitiman por la tradición y las autoridades que sQlo se apoyan en prejuicios. El poder político investido con todas estas esperanzas, elevado a la categoría de instancia decisiva de innovación racionalizad ora y capaz de abrir el espacio social al ejercicio crítico de la razón, no podía hacer otra cosa que servir a la emancipación del individuo y reconocer los derechos inalienables del hombre como condición de su propia legitimidad. En !a crisis del 89, las ideas y las representaciones elaboradas por los «filósofos» desempeñan un papel múltiple y complejo. Los artífices del 89 no eran revolucionarios en el sentido en que nosotros entendemos ese término. La revolución ni la quisieron ni la imaginaron; se deslizaron a ella sin que ellos mismos se dieran cuenta. Las ideas y los valores legados por las Luces poseen una importancia extrema para comprender tal deslizamiento, a la vez por lo que manifiesta con toda evidencia y por lo que ocultan. En el 89, como sabemos, la crisis del régimen se presenta, ante todo, bajo un doble aspecto: financiero (el déficit y el peligro inminente de bancarrota del Estado) e institucional (convocatoria de los Estados Generales, institución cuyas tareas, competencias y modo de funcionamiento exigían una redefinición). El «Partido patriota» y sus «publicistas», que influyen en la opinión pública, abordan y discuten estos problemas sobre un terreno profundamente labrado por Montesquieu, Rousseau, Mably, y removido por la obra constitucional de los Estados americanos. En efecto, leyendo la masa de folletos publicados con motivo de la convocatoria de los Estados Generales, y consultando, sobre todo, las actas de la Asamblea nacional, en especial de sus primeros debates, nos choca el notable conocimiento de la literatura política de las Luces, que es la de las nuevas élites políticas. Sus portavoces e ideólogos perciben la cri-
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sis, definen sus apuestas y su salida, su pro- bres del 89 no tenían que enfrentarse a los pio papel y el de sus adversarios, a través mismos problemas que los «filósofos» a los de valores y conceptos elaborados por las que se referían. Estos teorizaban y racionaLuces. Dan un significado global a la crisis lizaban la política, aquéllos se encontraban mediante el lenguaje y las representaciones ante un fenómeno político y social inédito, heredadas de las Luces: ese significado en- dotado de su propio dinamismo y que profrentaría el derecho a lo arbitrario, la liber- ducía sus propios conflictos y pasiones. tad al despotismo, la justicia a los privile- Ante sus ojos y con su propio concurso, se gios. Significado que, debido incluso al ca- volvía cada vez más complejo, difícilmente rácter universal de los valores implicados, manejable, incluso francamente incontrolacomprometía un acercamiento pragmático a ble. Y es precisamente esa singularidad del los problemas concretos que se hallaban en fenómeno revolucionario, su característica el centro del conflicto, radicalizaba las po- social, sin embargo, lo que los conceptos lesiciones y remitía todas las cuestiones de- gados por los «filósofos» debían ocultar batidas a una sola, la de la transformación mucho más que ilustrar . Para dar una significación a los acontecidel poder político considerado precisamente como instancia decisiva del reacondicio- mientos que se encadenan y que conocen namiento del orden social. Definir de este una aceleración brutal, la mayoría de las vemodo los envites de la crisis era pensar en ces se los engloba bajo el nombre de revola ruptura del derecho positivo como vuel- lución. De modo imperceptible, la Revoluta a unos valores originales que le son an- ción empieza a adquirir una especie de fiteriores, y los únicos capaces de dar una le- nalidad propia. Lo que la resume es la Regeneración de la Nación , sinónimo de regitimidad al poder. Además, los publicistas del partido pa- torno a los orígenes y de cumplimiento de triota se sirven con bastante libertad de los una promesa indefinida de libertad, de ruplegados ideológicos e intelectuales de los tura con el pasado nefasto y de apertura a «filósofos». Extraen sus ideas de manera un futuro feliz. Para los ideólogos del muy ecléctica de autores diversos, sin pre- 89, el poder constituyente transcribe de forferencias exclusivas, combinando argumen- ma definitiva a la práctica los conceptos de tos en función de las necesidades polémicas contrato social, de soberanía nacional, de del momento. A través de folletos cada vez voluntad general, y redefine, de entrada, el más numerosos se pone en circulación todo orden social, hace conjugar en política a un fondo de ideas de las Luces; además, las partir de entonces razón, libertad y justicia. primeras reuniones de los Estados Genera- La confianza en la política, en sus capaciles ponen en contacto directo, a menudo dades de acción casi ilimitadas, y las espor vez primera, a «patriotas ilustrados». peranzas engendradas por las primeras exDe ello resulta a la vez un intercambio de periencias revolucionarias se combinan de ideas cada vez más intenso y una concerta- este modo hasta confundirse en otras tanción sobre las acciones que van a poner en tas certezas: que la Revolución dispone práctica. La variedad y la riqueza de ese siempre de medios suficientes, intelectuafondo de ideas engendran en los ideólogos les y políticos, para dominar y resolver la convicción, comúnmente compartida por los problemas que hace surgir; que una la nueva opinión pública, de disponer de vez definido racionalmente su objetivo, se herramientas intelectuales apropiadas a la atendrá a él firmemente y engendrará susituación, suficientes tanto para compren- ficientes energías para realizarlo; que aceleder la crisis como para dominar sus conse- rar su marcha, romper las resistencias concuencias. Ahora bien, en gran parte se trata tra las que choca es, por tanto, acercarse a de una ilusión ideológica. Porque los hom- sus objetivos últimos. El exceso de violen-
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cia verbal , de reivindicaciones y amen azas, de recriminaciones y promesas que se ejerce. en el verano y el otoño del 89, a tr avés
de los folletos. la prensa, las asambleas, etc., no procede sólo del desencadenamiento de las pasiones y de la lucha por el poder. Parad ójicam ente también está anim ado p or la cert eza. ampliamente compartida. de que la Revolu ción, deb ido incluso a sus pri ncipios
fundadores y. por tanto, a su finalidad, es esencialm ente racional, es decir, co ntrolable. Dicho en otros término s, radicali zar- la crisis, llevarla. hasta sus últimas consecuen cias no seria sino el medio más eficaz para alcan zar rápi d am ente el desenlace feliz . Ce rtezas ilusorias. C omo sabemos, una vez iniciad a la revolución , la idea misma de llevarl a a puerto, de realizar las esperanzas que hab ía despen ado, se convi erte en un factor que la dinamiza y, po r ello, la hace cada vez meno s d ominable. Desde luego, a esta voluntad de rad icalización animada por una especie de - fanatismo de la razón » se opo nían tendencias más moderadas que tam bién se jactaban de tod a una herencia de las Luces: reformismo, empirismo, sen tido de lo real. Así, en agosto- septi embre de 1789, durante el primer debate constitucional, cuya importancia para la sucesión de los acon tecimientos es dificil sob restimar, lo s «monárqu icos», partidar ios de un sistem a representativo basado en la coe xistencia de un a asambl ea bicameral y de un po der real fuerte, se referían, a la vez , al ejemplo d el régimen liberal ofre cido por Inglaterra, a la continuid ad de las tradiciones políticas france sas, y a la auto ridad de Loc ke, de Vol raire, de Mont esqu ieu , etc. Argumentos que rápidamen te fueron barrid os en el transc urso d e un debate que vio escindiese al Part ido Patriota y dividirse a la Asamblea misma en una ..derecha.. y una «izquierda ». El cambio que ha de operarse no p uede ser una restauración de las tradiciones del pasado sino que de be afirmarse preci samente co mo una revolución, una ruptura radical; las tr adiciones en nad a compro meten la libertad de la nación
ni limitan su sobe ranía; Fra ncia es, desde luego , una nación ant igua, pero los franca , ses regenerados forman un pueblo que ha recupe rado su primera juventud. Por ello no tienen neces idad de imitar ningún modelo, sea el que fuere ; abren por sí mismos una era nueva y o frecen al mundo un ejemplo de alcance universal, como lo demuestr a y pr oclama la declaración de Jos derecho s del ho mbre. ¿Influye ro n sobre la oposición entre udicales y moderados d urante el período revolucionario las divergencias entre las doctrinas po hricas y morales de los . filó sofos»? El de bate que acabamos de evoca r nos lleva al corazón mismo de esa pregunta, a la que parece sugerir una respuesta positiva. En efecto, a menudo, hasta hacer de ella un cliché, la historiografía vuelve sobre la oposición entre dos tendencias del pensamiento revoluci onario: una, liberal , empirista y reformista, que se inspiraba en Voltaire y Montesq uieu; la otra, dogmática, radical, que conjugaba soberanía popula r y dictadura revo lucionaria, y se inspiraba en Rousseau. A veces se habla de dos fases respectivas de la Revolución : la que estaría influida por el Espíritu de las ley es y que acabaría en 179 1, Y la otra, marcada por la dierad ura y, por lo tanto, por la influencia de Ro usseau Es evident e que la época de las Luces es la del desarro llo de la filosofía política: no . y 1: . - ealismo moderno sin la obra de Monresq uieu y de Smith; no hay pen samient o democ rático moderno sin el Contrato 50C.WI. Dicho esto, la reflexión y la t' r,u.:tica po líticas de la Revolución son algo muy distinto (le la aplicación de tal o cual d octrina. C o m o hem os ob servad o , los hombres del 89 se servían muy libremente de Id herencia de las Luces. Tenían que afrontar pr oblem as inéditos, y cuanto más co nsciente eran de ellos más ganab a en originalidad su pensamient o. La D eclaración de los De recho s del Hombre se explica menos por sus pré stam os, entre los que se encuentran a un tiempo Locke y Mon -
tesq uieu, Rousseau y las constitucio nes americanas, que por la necesidad a que respondía, la de redefinir el campo político en t érm inos de libenad y de dere cho . Tomemos otr o ejemplo qu e tamb ién reapa rece con bastante frecuencia en la historiografía: es un hecho que Robespierre manifestaba por Rousseau una admiración particular y que en pleno T erro r se escudaba en su obra oponiéndola a la de volraire y los enciclopedistas. Sin embargo no por ello se debe concluir que el Contrato social co ntiene en germen el jacobinismo y el Terror. Por otra parte, Ro bespierre no es el único en referi rse a Rou sseau : la presencia difus a del Contra to social es fácil de constatar en todo el pensamiento político revolucionario, en un Sieyes y en la ob ra de la Constituye nte (Burke lo observó de modo per tinente), en Brissot qu e sólo juraba por Roussea u, y en Madame de Staél, Ultimo ejemplo: el pensamien to liberal revolucionario se había formado , desde luego , en la escuela de Montesquieu y de Condorcet. Sin embargo acusa su orig inalidad realmen te a tr avés de su reflexión sobre el Terror, al tratar de explicar cómo pod ía la Revolución , partiendo de los pr incipios del ochenta y nu eve, llegar a las prácticas del año 11, y, sobre to do , cuando se esfuerza por imaginar un espacio político democrático que estarí a cerrado a cualquier pos ible vuelta del Terror gracias a un dispositivo instituc ional. A partir de esta experiencia un Sieyes o un Constant se entregan a la crítica de la idea de soberanía ilim itada del pueblo y, po r tanto, del Contrato social. Dicho en otros t érminos, la Revolució n p royectó sobre las Luces la sombra de sus desgarramientos y de sus conflictos; en 1799 será d ifícil, por no decir imposible, leer a Montesquie u y a Rousseau de la misma form a qu e di 1. años antes. Las Luces legaron , pu es, a la Revolución a la vez menos y más que un a o varias doctrin as políticas, sistemas qu e no habrían esperado más que su transcripción a la prácnca. La herencia que dejaron consis tía, so-
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bre todo, en cierto estilo de pensamiento, así como en un conjunto específico de repr esenta ciones y expectativas, que co njugaban política y moral. El discurso peda gó gico revo lucionario proporciona un ejempl o notable de esa herenc ia persistente co mo un fondo común de ideas a lo largo de la Revo lución, por encima de sus virajes . Desde sus inicios, la Revolu ción se ve ot orgar una vocación pedagógica, la de regenerar la nación y fonnar un pueblo nuevo, )' esa misión ejerce una irresistible fascinación sob re los sucesivo s poderes. La herencia de las Luces puede reconocerse fácilmente ahí : se trata menos de ideas tom adas de tal o cua l obra que de la transmisión del imp ulso pedagógico que atravies a las Luces, de su sueño de producir hom bres nuevos, libres de preju icios, perfeccionados a la medida de su tiempo. Los peda gogos, ilustrados y revo lucionarios, creían con una misma fe en las capacidades cuasi ilimitadas de la educación y en la energía tr ansform adora de la Revo lución . De esta form a peda gogía y política fue ron dos modos de trabajo de la Nación soberana sobre sí misma; de p ron to , el Estado -Nación se define como un Estado educa do r. Las Luces han iniciado la Revolución, y es a las Luces a quien corresponde term inarla : esta ide a reaparece a menu do , como una especie de máxima, en el discurso revo lucionario. El debate pedagógico es casi perma nente y los pro yectos de ed ucación públ ica que invent an una pedagogía ilustr ada al servicio de la Nac ión soberana y, por tanto, de la de mocracia, so n innumerab les. La intención peda gógica no p re s ide só lo las gran d es creacio nes repu · bh canas propiamen te esco lares, destinadas en especial a form ar nuevas élites para el Estad o -Nación (Esc uela Pol itécni ca, Escuel a No rmal, etc. ). El pr o yect o d e intr odu crr en el co razó n mi smo de la vid a cotid iana un di sposit ivo pedag ógico inreligen te guía tanto la introducció n del calendario revol ucio nario v del sistema métril a de pesas }:medida;, como la d e inst itu cio nes encargad as d e racionaliza r lo s espí-
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ritus y hace urunfar el universalismo de las Luces. A fuerza de afinnar sin cesar que la Revolución y las Luces se co rresponden necesanamente, el discurso revolucionario traduce un a doble mitología. Mito logía de las Luces: el «siglo ilust rado- ha alum brado la Revolu ción aunque lo s portavoces de ese siglo no la hayan previsto ni deseado. Mitología de la Revolu ción: mensajera de las Luces, la Revolu ción señala un nuevo pun to de partida de la historia, d ero ga el pasado y no hace sino trad ucir a la práctica las ideas más avanzadas de su tiempo. En el Museo de los monumentos históricos de Lenoir la época anterior a la Revolución. y por tanto la que la anuncia. era simbolizada por sajas cuya luz resplandecien te hacía dispersarse las tinieblas... Que la Revolución haya sido hija de su siglo es una obvie-dad. Co ntrariamente, sin embargo, a las representaciones que vehiculó la mitología revolucionaria, las Luces no se reducen a las grandes figuras que las simbolizan, de igual forma que la cultura del siglo XVIII no se limita a las Luces. Cieno que la Revolución hereda de la obra de Voltaire y de Rousseau. Pero también hereda de eso que a veces se denomina las «bajas Luces», esa masa de libelos y de panfletos escandalosos sob re las amantes de Luis xv o sobre los desenfrenos del clero, cuyo mal gusto rivaliza con la violencia verbal y que, en el último cuarto del siglo. inundan el mercado clandestino del libro y zapan incluso los fundamentos del régimen. Los panfletarios, escritores fracasados, si no fracasados a secas. forman una intelligentsia frustrada y marginada que constituirá para la Revolución una reserva potencial de cuadros . A esta intelligentsía sobrante. a los Fabre d'Eglantine y Colla , d'Herb ois, a los Brissot y H ébert, la Revolución les ofrecerá la posibilidad de acceder a la política y conjurar así su marginación. Cier to que la figura de un Co ndorce t simbo liza la cont inuidad entre la época del desarro llo de las Luces y el período revolucio nario. Sin em-
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bargo, como contrapeso, la figura de un Marat recuerda que la cultura revolucionaria es here-dera igualmente de los efectos de la desint egración intelectual de las Luces, de esas ideas turbias que amalgaman el ocultismo y las paraciencias, que, a ejemplo del mesmerismo, marcaban los decenios anteriores a la Revolución . Hija de su siglo. la Revolución no recibió de él en herencia sólo la cultura de las élires. La cultura política del períod o revolucionario reproduce también las estru ctur as profundas de las mentalidades del An tiguo Régimen, según modalidades propias. La Revolución presenta precisamente la notable particularidad de instalar un espacia politico moderno en un entorno cultur¡;¡J ampliamente tradicional. La buena nueva republicana se difunde a menudo a través de las re-des tradicionales de la cultura oral; los virajes politicos revolucionarios hacen que se despierten los viejos pánicos y miedos colectivos, rumores y fantasmas. A los sucesivos pod eres revolucionarios les costará comprender las resistencias con que chocaban sus pro yectos sobre todo porque estaban convencid os de haberlos concebido en nombre del pueblo y para su mayor bien. Para explicarlos, no les quedaba sino reactivar la oposición entre un poder civilizador y un pu eblo que había que civilizar. Todo mito es portador de su propia verdad . La Revo lució n, ¿heredera de las Luc~? Desde luego, pero dispone de la herencia a su manera. Las ideas y los valores de las Luces intervienen como referencia permanente en los conflictos políticos e ideológicos del período revolucionario. Pero sobre los sinuosos caminos de la Revolución se opera también su transm utación, el cosmopo litismo se transmuda en nacionalismo conquistado r. el pacifismo en militarismo. la tolerancia en fanatismo, la libertad en Terror. La Revolución somete las ideas heredadas a sus propias coacciones, las amalgama con sus propios mitos. las moldea sob re sus propias formas. Bronislaw BACZKO.
Viase también:
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MONTESQUIEU A veces se ha presentado la Revolución como un enfrentamiento entre los discípu los de Montesquieu y los de Rousseau; y generalmente se llega a la conclusión de que la influencia de Rousseau aventaja a la de Montesquieu. El Esprit des lois había pues to de manifiesto las «relaciones necesarias» que vinculan las leyes de un pueblo a sus condiciones naturales de existencia y a su historia; Montesquieu aconsejaba al «legislador» que acomoda ra sus instituciones a las circuns tancias. Por el contrario. por su voluntarismo y su preocupación de crear las instituciones a part ir de los únicos principios de lo que debe ser, la Revolución sería heredera de Rousseau. Montesquieu elogiaba el comercio porque «cura de los prejui-
cios destructores», suaviza las costumbres y lleva a la paz. La Revolución opta, sobre todo en el periodo 1792-94, por la república austera y virtuosa alabada por Rousseau. Finalmente, en este esquema, opondremos el liberalismo de Montesquieu, su posicionamiento a favor de la división de poderes. a la indivisibilidad de la soberanía y a la supremacía del poder legislaúvo tal y como las considera Rousseau. La preeminencia del cuerpo legislativo sobre el poder ejecutivo, ilustra da por la Revolución en su conjunto y consagrada por sus constituciones, sería el resultado de la influencia de'Rousseau. Este esquema presenta una simplicidad satisfactoria para la mente. Aunque es váli-
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dad de acción. En cambio nuestros adversarios actuarían de otra forma para retener la unidad de acción. Confundiéndola, como hemos dicho, con la acción única. primero no quieren más que un tipo de obreros para consagrarse a todos los trabajos; después, al darse cuenta de que puede haber abusos en esta acumulación de confianza y de poderes, ¿qué hacen? Aconsejan al propietario, en cuanto la casa esté terminada, que llame a una segunda cámara de albañiles, igualmente válida para todo, con el fin de rehacerla de arriba abajo ». Este texto de Sieyes, al igual que la propia constitución, muestra dónde se encuentra la separación entre el pensamiento de Montesquieu y la Revolución. No se refie-
re al principio de la división del poder que la mayoría de los revo lucionarios, en el año 111. adm iten; sino sob re las modalidades y la naturaleza de esta divisió n. Sieyes propone dividir el pod er del mismo modo q ue se divide el trabajo. La división del trabajo no pre tende establecer una relación de fuerzas ent re los ór ganos, sino ajustarlos ent re ellos, otorgándo les funciones distin tas y complementarias. Para sancionar las pos ibles int ru sion es de un ó rgano en las funciones at ribuidas a o tro, Sieyes propon e la creación de un «jurado constitucional... Desde el pun to de vista de la división del trabajo entre los o rganismos del Estado, el respeto de la constitución no surge de la acción de esos mismos organismos, sino de su común sumisión a un organismo superior. Por tanto, nos volvemos a encontrar con el problema crucial percibido por los monárquicos en 1789: ¿realmente se puede hacer surgir un poder superio r imparcial en caso de conflicto entre las panes? Este rechazo del sistema de equilibrio caracteriza a la Revoluci ón en su conjunto. El racionali smo desempeña un papel much o más importante que la adhes ión a la unidad del poder. En efecto, parece más racional atribuir a cada ó rgano una función definida que organizar una o po sición entre los distintos ó rganos. El sistema del «eq uilibrio»
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parece «absurdo». El fundamento raciona lista del rechazo del equilibrio aparece claramente en los escritos de Condorcet anteriores a 1789. Condorcer enuncia este argumento simple y aparentemente perentorio: «Para refutar este sistema absurdo --escribe-- nos limitaremos a una sola reflexión: un esclavo que tuviera dos dueños, que a menudo estuvieran divididos entre sí. ¿dejaría de ser esclavob -. La revolución ha rechazado del pensamiento de Montesquieu la idea de que es posible hacer surgir el respeto de las reglas universales y racionales del enfrentamiento organizado de las fuerzas y de los intereses. En el pensamiento de Montesquieu los intereses y las fuerzas no producen espontáneamente lo racional y lo universal sino que deben ser organizados de una manera de terminada. En este sentido, la acción voluntaria y racional del «legislador- es indis pensable¡ pero el racionalismo eficaz no consiste. según él, en querer racionalizarlo todo, sino en dedicar un a pane a lo no racio nal y a lo no universal. De este modo, en última instan cia es cierto qu e la revo lución se distancia de las enseñanzas de Monte squieu. Esto no impide que, al mismo tiemp o, le deba mu cho en muchos puntos (la definición de las fun ciones estatales. la co ncepción de la funci ón jud icial). La simp le medida de las respectivas influencias de Mon tesq uieu de Ro usseau o lvida estos pu ntos. Pero . lo que es aún más grave. ocu lta un hecho esencial: los dos pensadores no desempeñan el mismo tipo de papel. El debate en torno a Montesquieu es de técnica constitucional y jurídica. mientras que Rousseau , ante todo, da a la revolución imágenes y consignas que expresan una visión global del hombre y de la sociedad . Bemard MANI N.
y
Véase también : C ON DORCET, CONST! · ruCIÓN, M ARAT, M O NÁRQmcos, RousSEAU, SIEYES.
MOUNIER, jEAN-jOSEPH, Nouoelles Obser-
Orientación bibliográf= Obras de MONTESQU1EU: Oeuwes completes, 3 vols., París, Nagel, 1950-1955. CONDORCET, MARlE -jEAN-ANTOINE-NI. COLAS DE CARITAT, MARQUÉS DE, Ob-
seruations sur le -oingt-neuoieme livre de l'Esprit des lois (17..); Lettres d'un bourgeois de New Haven (17..) (12); l d ées sur le despotisme a l'usage de ceux qui prononcent ce mor sans í'entendre (17.•) (12); Exposition des principes et des motifs du plsn de constiuaion (17..) (12), en Cordorcet, Oeecres, ed . realizada por Prancois Arago y Anhur CondorcetO'Connor, 12 vols., París, 1847-1849 (signatura entre paréntesis). [Debate sobre el proyecto del Comité de constitución, agosto-septiembre 1789] en Archives parlementaires, serie 1, tomo XV, 1883, pp. 317-420.
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NACION To do el mundo estar á de acuerdo, sin duda, en que ha sido la Revolu ción la que ha dado al térm ino Nación su sinergia y su vigor. Le corresponde el haber cuajado los tres sentidos. El social: un cuerpo de ciudadanos iguales ante la ley; el sentido jurídico: el poder constituyente en oposición al poder constituido; el sentido histórico: un colectivo humano unido por la continuidad. un pasado y un futuro. Corresponde asimismo a la Revolución el haber dado su propio dinamismo a este conjunto con unos compo nentes en lo sucesivo inseparables respect o al mundo que le rodea: el Reino. del que procede pero contra el cual se erige¡ la República, ampliamente marcada por la fonna del Régimeo; el Estado, siempre contaminado de mercantilismo monárqui-
COi la Patria, con sus connotaciones más emotivas y sentime ntales; Francia, en fin, cuya identidad permanece rebosante de una larga historia, de cultu ra y de voluntad. En una amplia panorámica y sob re un perfil de larga duración, «nación- puede aparecer como la rápida precipitación y la politizaci ón, sobre un marco social súbitamente trastornado. y un marco territorial rápidamente sacralizado, de dos acepciones diferentes llegadas desde lo más remoto de los tiempos: la acepción amplia, religiosa y bíblica, vehiculada por la Vulgata y la leogua erudita, portadora de la tradición apostólica -gentes et nationes- que hace de la nación solamente un~ de las grandes divisiones naturales de la especie humana salida de las manos del Dios creador. Y la acep-
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ción restri ngida que , al contrario, liga la nación a su raíz -s-nascí. nacer-, y une la noción a la pequeña comunidad, a la familia y a su lugar; acepción vivida. que ligará definitivamente la nación al sentimiento de la patria, oasis de libertad en el desierto hostil del gran mundo. U na patria qu e tomará for ma, como es natural, en el exilio y en la emigración y a la cual C hareaub riand, siguiendo a Du Bellay, exaltará en el tono que se sabe. Esta do ble definición aparece ya clarament e con el reagrupamient o por «naciones.. en las universidade s del siglo XIII y es todavía la que fija, a comienzos del siglo XVIII, el primero de los diccionarios, el Tr ésor de la langue fram;aise de Jean Nicot: «Gentes de diversas naciones reu nidas en una villa para habitar juntos... Una noción. pues. ambivalente. mu y amplia y erudita a la vez que mu y restringida y popular. lejos del significado moderno q ue nosot ros le damos, pero do nde ya están presentes los tres componentes qu e la Revolución va a amalgamar porque llegan a ser súbitamente actuales y necesarios: un componente geopolítico, neutral y plura l, qu e supone la coexistencia de otras nacione s en el marco de la C ristiandad; un compo nente evangélico, de potencialidad universal y religiosa; y un componente terr enal y cercano, que subraya bien el Diaíonnaire de I'Académie (1694): •T od os los habitantes de un mismo Estado. de un mismo país. que viven bajo las mismas leyes, y usan la misma lengua... Definición muy próxima a la que da Furetiere (1690): ..Dícese de un gran pueblo qu e habita una misma extensión de terreno, comprendido en ciertos límites o de igual modo bajo una cierta dominación.., y q ue todavía recogerá íntegramente T révoux en 1771. En estas fechas. no obstante, nación, y todavía más patri a, eran el o bjeto de una lucubración mucho más intensa por parte de los pensadores del siglo XVIII, a la cual había contribuido en parti cular , en los años 1750, la controvers ia entre Voltai re y Rou sseau. A patria se asocian las ideas de liber-
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tad , felicidad y virtud, tomadas de los recuerdos de la Antigüedad . de la Inglaterra de Bolingbroke -The Idea 01 a Patriot King había aprecido en 173&- o de la república de las Provincias Unidas. Voltaire cosmopolita, desco nfía de patria, portadora de la estrechez nacion al y pura ilusión bajo el despotismo -«Se tiene una patria bajo un buen rey, pero no se tiene bajo uno malo... dice el Dia ionnaíre phílosopbique, y no utiliza «nación.., como Montesqu ieu, más qu e en un sentido descriptivo : «Las naciones del Norte de Europa... «Inglaterra, esa nación espiritual y animosa .. (Siécle de Louis XIV, ed. Pl éiade, pp . 629 Y 617). Ro usseau por el contrario la acepta y defiende incansa blemente la idea de un «carácter nacional .. de cada pueblo, que es necesarlo mantener y respetar. Acabará incluso por avanzar la necesidad de un juramento cívico, como el que propone, por ejemplo, en su Projet de constitu tion pour la Corse, para todo ciudadano de la isla: - Yo me uno en cuerpo. bienes y voluntad y con toda mi fuerza a la nación corsa, par a pertenecerle en plena propiedad, yo y tod o lo que de mí depende. Juro vivir y mori r por ella.. (O euvres comp letes. P léiade , romo IlI, p. 913). El Abate Coyer, por su lado, lo había dejado ya dicho en sus Dissertations sur le vieux mot de patrie et sur la narUTe du peuple (1775), Grim ms se había alineado con Voltaire y. para concluir, la Encycíopédíe, en 1765, tomos Xl y XII, había fijado la doctrina sintética y equidistante mediante la pluma del caballero de Jaucourt . N ación es un «Té rm ino colectivo. del cual hacemos uso para expresar una cant idad considerable de gente que habita un país de una cierta extensión , encerrado en ciertos límites, q ue obedece a un mismo gobierno .. y qu e se distingue, añade, por su «carácter particular... Es una definición bastante neutra, que no va acompañada del término «nacio nal.., mient ras q ue «Patria... muy elabor ada, aparece en el mismo autor acompañada de «patriota.. y «patriotismo ... De hecho, el mante nimiento y desarrollo de
la idea de nación a lo largo del siglo XVIII se debe. más q ue a estas discusiones de filósofos. a la tradición parl amentaria y a los reformadores del Estado . Los Parlamentos oponen a la arbitrariedad real y al recuerdo del absolutismo estilo Luis XIV, para el cual ..la Nac ión no forma cuerpo en Francia.. y «reside enteramente en la person a del Rey.., el contrato ancestral que liga la monarq uía a esa obscu ra potencia de la «nación ..; mientras qu e los fisiócrat as y los econom istas difunden la idea de un «co nsumo nacion al.., de un «comercio nacion al», de una «circulación nacion al.., de un «interés nacional .. e incluso de una «educación nacional ... Para que «N ación.. con solide el contenido polémico y político que con llevaba el término «Patria.. y multiplique súbitamente su carga revolucionaria. fue necesaria su cristalizació n en la campaña que precedió a la reun ión de los Estados Ge nerales. y el diluvio de panfleros y folletos qu e la acompañó . Esto es lo q ue se deduce de los sondeo s semánticos, como los de EberhardtSchmirt en los 93 folletos que tiene contabilizados de septiembre de 1788 a mayo de 1789, de los de Beatrice Hyslop en los cuadernos de parroq uias o los de Régine Robien en los cuadernos de bailía de Semuren-Auxois. La idea nacional estalla por todas partes . La «nación en asamb lea.. es i~ vestid'! de grandes pod eres, el estab lecimiento de un presupuesto. la redacción de las leyes, la modificac ión de la legislación religiosa e incl uso la redacción de una co nstituc ión. Pero , sin d uda, nadie como Sieyes en Qe'ese-ce q ue le T iers-Euu (enero 1789) ha formulado con tanta claridad y una agresividad tan incisiva la idea de base so bre la que se iba a edificar la nación revoluciona ria, según la cual «si se eliminara el orden privilegiado la nación no sería algo menos , sino mucho más.... Esta auda z idea mide la profundidad de un resentimiento histórico: «El T ercer Estado constituye una nación completa... La frontera se sitúa en el inte-rior de la comunidad nacional . La idea iba
a conocer un éxito fulgurante pero incluye en el pri ncipio mismo de la nación un germen de exclusión, legitima de antemano la guerra civil y, al crear la Nación, crea la patología nacional . El advenimiento casi oficial de la «N ación.. es pues exactamente contemporáneo a los comienzos mismos de la Revoluci ón, es decir. a la reunión de los Estados Ge nerales. Desd e el momento en q ue éstos rechazan el apelativo utilizado desde har ía siglos par a denominarlos y desbordan las limitadas razon es que habían motiv ado su convocatoria. se consuma la ruptura con el que se iba a llamar en el verano el «Antiguo Régimen... y surge la Nación. Los mandatarios de los tres ó rdenes tr adicio nales no tenían por misión más qu e remediar la crisis financie ra y encon trar recursos suplementarios. Desde el momen to en que a propósito de cuestio nes de procedimiento concernientes a la verificación de los poderes, se empr end e la sustitución de los Estados Generales de la antigua mo narquía, funda dos sob re la distinció n y la desigual importancia de los órdenes, por un a asamblea homogénea de delegados elegidos po r el pueblo, la Na ción ha expresad o ya su propia tom a de conciencia. La aut oinstitución aparece en el discurso de Mirabe au relativo a la denominación de la Asamblea: «Es necesario constituirnos --dice el 15 de junio de 1789-. estamos todos de acuerdo; ¿pero cómo? ¿bajo q ué forma >, ¿bajo qué denominación? ¿en Estados Generales? El término sería impropio..... Y reclama «el principio de la repr esentación naciona l, base de toda constitución... para pr opon er a sus colegas el proclama rse «represe ntantes del pueblo francés .. antes que «D iputados conocidos y co mp robados de la nación francesa... Es sabido que como resultad o del debate, el 17 de junio, sobre un a moción de Sieyés , los Estados Generales renu ncian a su apelativo o riginal para institu irse en A ssemblée nationale. Geo rges Gusdorf tiene razó n al subrayar que {oda el trabajo cons titucional, legislativo y reglamentario de las
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asambl eas de la República se inscribe en esta trans formación terminológica. Estas primeras semanas son capitales. Hasta ese momento, la idea de nación no inspiraba ni solidaridad orgánica ni co nciencia colectiva, ni confi gura ción política. El nuevo régimen crea de golpe su nuevo marco de legitimidad . La transformación en Asambl ea N acion al sanciona la inversió n de la escala po lítica de valor es, confiando de facto la sobe ranía a la represent ación nacional. - Ei clero no es la nación --declara Rabaut Saint- Etienne siguiend o a Sieyes-, el clero es un conjunto de doscientos mil nobles o plebeyos consa grad os al servicio de los altares y de la religión [...]. La noble za no es la nación ... El mismo acto de eliminar el Tercer Estado sanciona a su vez la desaparición del antiguo vocabulari o y el advenimiento de la Na ción , confirmado en la noche del 4 de agosto por la abo lición de los derechos feudales y de tod as las fo rmas de privilegios. Lapidari o, el artículo 3 de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano ratifica la inversión de lo negativo en positivo . «El principio de toda soberanía reside esencialmente en la Naci ón .... Pero si queremos medir la penetración que había adquirido el término y su efecto de arrastre. más allá de los textos canó nicos, veamos la carta . sacada a la luz po r jacques G odec hot, de un oscuro habitante de Compiegne , que describe a un abogado de Do uai los acontecimientos qu e acaban de desarrollarse en París, dos días despu és de la tom a de la Bastilla. Señala la formación de una «tropa nacion al..., escribe que se han «recibido en ella los derech os en nombre de la Nación ... y qu e «todas las tropas son para la nación ... . Co n esta transferencia radical de sob eranía, del rey por derecho divino fuent e de tod o poder a un a Asamblea represent ativa fuente de tod o poder, se adquiere definitivamente el entramado esencial de la nación . La Asamblea podrá rescindir sus poderes, sucederse los regímenes y las cons tituciones, variar la relación de los pod eres y )l.
trans fonnarse las figur as de la N ación, pero su existen cia misma como marco de referenc ia y forma de existen cia-con junta ya no se pondrá más en cuestión. Pero este «recurso de poder colectivo» (Alphonse Dupront] no es un episodio de la peripecia revoluci on aria qu e no la haya nutrido de impulsos afectivos. El libreto estaba escrito al levantarse el telón pero la historia le ha pu esto música. No hay un solo día de la década qu e no haya puesto su nota y su acento a la gran o rquestación nacional. Indiquemo s solament e los tem as principales. El primero, con toda seguridad es ese desafo rtunado complejo tejido en tomo al «extranjero», derivado de lo que podríamos denominar el teorema de Sieyes. Ha abolido la fro ntera abstracta y sagrada, demasiado evidente para necesitar ser subrayada, que separaba desde tiempo s inmemoriales al rey de sus súbditos, en beneficio de un a pluralidad de fronteras infinitamente más sensibles y más concretas. Fronteras terri toriales que definen claramente un espacio de soberanía, y qu e han acreditado la idea propagada po r toda la histo riografía del siglo XIX, e incluso de un a buena parte del xx, de lo difuminado e incierro de los límites de la Francia del Antiguo Régimen, así como han alimentado el mito de las fronteras naturales. Es necesario esperar a los enfoques más recientes (por ejemplo, de Bernard Gue née y Dani el Nordman en Les Lieux de m émoíre, tomo 11, La Nation , volumen 2) para hacer justicia a este tema incor po rado a la identidad nacion al. Frontera jurídica, que define claramente una pobl ación de individuos iguales en sus der echos y en sus deberes y sobre los cuales se ejerce una auto ridad que ya no se va a basar en los usos y costumbres, sino en la ley. Fron tera psicológica, infinitamente más sutil y versátil. que hace de la N ación un valioso refugio, la extensión de la comunidad, su lugar, un símbolo de pertenencia y de recono cimiento. un instru mento para enraizarse a la tierra y al suelo, y cuy a fórmula nos la proporcion a Mirabeau : - U no no lleva la
patri a en la suela de los zapatos> No se puede superval orar este elemento. porque con él se agudiza y profundiza el recelo que pueda sentir la nación de potencias agresivas. Esta agresividad había de volverse contra el rey, y todavía más contra la reina, dado que Luis XVI iba a - traicionar... el juramento hech o a la con stitu ción y el pacto que le sometía a la Na ción. Había de volverse contra el enemigo exterio r en nombre del «derecho de los pueblos a disponer de sí mismos > y por una extrapolación a lo menos atrevida de la «declaración de paz al mundo ... que la Asamblea había votado el 22 de mayo de 1790: «La Naci ón francesa renuncia a emprender ninguna guerr a con el objetivo de conquista y no emple ará jamás sus fuerzas contra la libertad de ningún pueblo.... Esta agresividad, en fin, había de dirigirse sobre todo co ntr a los enemigos interi ore s, que se limitaban al principio y por definición a los aristóc ratas y privilegiados por oposición a los «patriotas... y los «nacionales..., pero qu e la aceleración del proceso revolucionario, la obsesión por el compl ot y la lógica cada vez más radical de la autoinstitución revolucionaria multiplicaron indefinidamente. La Nación incorporó durante much o tiempo este movimiento de doble sentido, ho stilidad-fraternidad, y la Revolución exaltó , en lo épico y en lo trágico, en la realidad, en la leyenda, cada uno de los episodios que más estrechamente anud aron esa dialéctica complementaria y contradictoria. C ad a fech a aparece retrospectivamente como simbólica empe zando por ejemplo, por citar sólo las más gloriosa s, el 14 de julio y el 4 de agosto, los días 5 y 6 de octu bre en los que se hace volver al Rey de Versalles a París. dando así a la nación su corazón y su hoga r. La «huida... a Varenn es no adquiere tod o su significado si no es en relación con este «repatriamiento» . Pero si hubie ra que bu scar necesariamente una fecha a la explosión de eso qu e Alph on se D upront llamar á el «pánico nacional ..., se impondría con toda evidencia la crisis de agos-
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ro-septi embre de 1792, de la insurrección del 10 de agosto qu e termina de privar al rey de los poderes que todavía le quedaban a la política de Salvación Pública instaurada por la Comuna de París, y a las matanzas de septiembre y la victoria de Valmy, don de el _¡Viva la Nación!... de las trop as de Kellermann, rápidam ente seguidos po r la abolición de la realeza y la pr oclamación de la República magnificó, en el acontecimiento y en la imaginería , el significado del combate. El pr oceso y la muerte del rey, cuatro meses más tarde, saludados por Robe spierre como «un acto de pro videncia nacional..., acaban por separar el dú o inviable y provisional del rey y la nación, 10 que no hace más que dejar a ésta ante los rigores de su propio destino y la exigencia de su prop ia unidad. U nidad, es el segundo de los temas constitutivos de la identida d nacional. Sin duda, la más importante de las líneas de fuerza, ya que a través de ella la nueva nación se un e a la más antigua . Pero tamb ién aquí su invocación ha jugado con significad os contradictorios y realizado fun cione s múltiples, todas esenciales y las más de las veces conjuratorias, Hay que señalar en primer lugar un elemento no enunciado con patriótico ímpetu pero poderosamente activo , com o es la ligazón al secular esfuerzo de la mo narq uía un ificadora , qu e se tradu ce en el artículo pr imero del títul o 11 de la Co nstitució n de 1791: - El Reino es uno e indivisible..., que prefigura el artículo que retomará la República. Se trata del temor con stant e, una vez liquid ado el Antiguo Régimen, a dilapidar la herencia adquirida aunque se reniegue de ella; y la obsesi ón brutal por las piezas clave del edificio que le reemplazaba: «La Nación, la ley, el rey.... La mística nacional se ha fijado ráp idamente en la simbó lica unidad de la Asamblea. la constitució n, la escarapela, y luego de la bandera , la divisa, el himno , la fiesta. El momento decisivo en la afirmación uni taria de la- nueva conciencia nacional pu ede fijarse, esta vez sin riesgo al-
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guno, en la celeb ración so lemne de la Fies-
ta de la Federación en el Champ de Mars, la pr imera fiesta nacional de Franci a en el senti do estricto del térm ino, que hace culminar el relato de Michelet en un solemne calderón. La 'idea misma de Federación como indi ca perfe ctam ente G usd orf, co~ rrespon~ e a la afirm ación de la unidad y homogeneidad entre tod as las pa rtes constituyent es del país, dotadas hasta ese momento de est atus po líticos y admi nist rativos mu y diferentes. herencia de los aconteceres de la historia. Correspo nde a la oc upac ión del espacio nacional . al aseguramient o de los «enclaves liberados», a la anexión al territorio ~acional de Alsacia, Sabaya y Córcega. La
fiesta expre sa la desapari ción de las fronteras int eriores, la abolición de las disparidades regionales, la exaltación del co nsentimient o mutu o q ue somete la Francia unida a una autoridad libreme nte aceptada. El p rimer 14 de julio no h abía consagrado más que la destrucc ión de lo antiguo, representado po r la fo rtaleza monárqu ica. La fiesta nacional de la Federac ión, en pr esencia del nuevo rey consti tu cional y co n el con cur so activo del clero sella, con provisional un animidad, la nuev a alianza y la frágil con cordia ent re franceses recon ciliados. Tenemos a co ntin uación la labor poderosament e un ificad ora de la misma Revolución, qu e p ro vocó el ent usiasmo y la admi ración de todos los espíritus esclarecidos de Euro pa y del mundo . En algu nos meses la Revo lución pasó po r el rasero unificador y c~ntral izador la inmensa d iversidad y los sedim ent os de tod as las natu ralezas y époc as q~e . estaban repr~sentados en el Antiguo Régimen, constit uido en un tod o único por su remisión a la nada. Los d ebate s so bre la departam entalización tal y como los ha analizad o M .-V. Ozouf- Ma rig nier pu eden queda r como el mejor ejempl o de este espíri tu geomé trico, cargado de realismo y de utopía de buen sent ido y de lógica llevada hasta el delirio. Y también dos años más tarde , las dos reformas gemelas, divergentes, sm emb argo, en sus d estinos: la de los pe -
sos y medidas, qu e caló d efinitivamente en las costum bres, y la del calendario repuhl i_ c~no, que tr ?pezó ~on las resiste ncias ya sa-
bidas. Las diferencias tan llamativas entre el a~biente fe~tivo y la unidad pasional que anide en las Jornadas revolu cionarias por Un l~do, y por ot ro el rigor centralista, la glacial pu esta en escena de lo s edificios Constituc ional es y los planos de los legisladores, no encuentran su explicación más qu e en la obsesión por la unidad. La un idad es tam bién y po r encima de todo el gran movim iento po r el q ue la N ac~ón de los filósofos, los abogados, los jun stas y los con structores del sistema se unen en la prueba de la guerra, del territorio invadido, de la Vend ée sublevada, de! pod er amenaza do , de la penuria generalizada, a la nación profunda de campesinos y pequeños p rop ietar ios mo vilizada de pronto al reflejo an imal de «la pa tria en peligro ». Es ahí, en la req uisición pe rmane nte de to do s los fr anceses en el coraz ón trágico del verano de 1793, ent re el 20 de agosto que conte mpla la «leva en masa» y el 5 de septiembre qu e «sitúa el Terror al orden del día», cuando se sellan , con la sangre de los sold ados y de los sospechosos, con el heroísmo y en la gu illotina , las nupcias de la Revolu ción co n la Nación , el gran encu en tro de la Nación revolu cion aria con la Nació n «eterna» de los momentos gloriosos de su historia. Ahí, en la incandescencia de la Naci ón ahora ya trascendente ha quedado abolido, si no para la hi storia, sí al men os para la memoria, todo aquello qu e la llamada perman ent e a la unidad enmascaraba como reacció n a las amenazas constantes de dislocaci ón , a la explosi ón del hiperindivid ualismo revolu ciona rio y a las realidades del desgarramiento social. El últim o elemento de la madeja nacional devanada po r la RevoJución lo cons tituy e lo un iversal, y en ello hay que destacar también el mo vimiento de doble senti do q ue le da su especi ficidad , el uno dir igido hacia la do miciliación singul ar del fenómeno , el Otro hacia la posibilidad de con-
tagiarse por imitación y repetición . N o era la primera vez qu e Fr ancia había realizado la experiencia de su elección . Es propio también de toda nación el creerse única. En este sent ido, por el contrario, la experiencia revolucionaria repite y concentra todos los momentos cruci ales de su historia ante rior, cuando hab ía unido su identidad a la reivindicac ión de la libertad y su existencia a la lucha a mu ert e co ntra la o presión extran jera : las cru zad as y las Luces. Lo extraño es que esta vez lo haya hecho bajo el signo de la nación y qu e un princ ipio de separación, de encuad re, de co mpa rtimentación, de identificación singularizante, de part icularismo co munitario haya pod ido ser, al mismo tiempo, una instancia de generalización. Francia no es un iversal, como Michelet lo ha hecho creer, irr itando al resto de las naciones. Pero es la Nac ión que ha tenido lo unive rsal en su p ro pio part icularismo. En ese lugar, en esos días, con esos térm inos, en esa lengua, por esos hombres, con esos gestos, y no por otros, ahí es do nde se han proclamado esos pri ncipios, sobre los cuales se ha constituido la N ación, una nación partic ular. Pero esos principios, por lo que tenían de abstracto , se han reencarnado...Aquí empieza el país de la libertad .• La N ación francesa ha capitalizado , en el mismo movimiento, un potencial de abstracción so bre un po tencial de expo rtación. Hay ahí, a despecho de todas las explicaciones históricas posibles, un mister io que no es fácil de exp licar y que remite a lo más insondable de la capacidad movilizadora y personificado ra de la N ación. Los textos, los principios y los cód igos revolu cionarios que lo han axiomatiz ado no han sido más que la estricta ap licació n en e! o rden político de la ideo logía de las Luces. Pero el marco en el que la nación hu nde sus raíces y se desarro lla la co nciencia y la ideol ogía nacio nales so brepasa con mucho el de la política y la razón. Las metáforas ineficaces que lo descri ben sin defini rlo parten de lo vegetal, de lo bio lógico , de lo instin tivo, de lo religioso . De lo contrario, no se com-
prende có mo la N ación, tal y com o los Constituyen tes la fundaron so b re los dere chos del hombre y el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos, ha podido resistir la metamorfosis romántica que ha inspirado, mucho más allá del idealismo y de la concepción alemana de la N ación, todo el movimiento de las nacionalidades. La nació n revolucion aria ha sido la matriz de tran sformación de un uni versal abstracto en un universal concreto. Esta mezcla inext ricable de aq uello que Barruel bautizar á en 1798 co mo «nacionalismo», ya censurado sin utili zar el ténnino po r Volt aire, y de expan sionismo universalista explica bastant e bien, a la postre, los giros de la políti ca exterior de la Revoluc ión, a saber la forma en la que la declaración d e paz al mundo pudo recub rir progresivamente una po lítica de oc upación terri to rial, revestida de expa nsió n liberad ora, y cómo la alianza con las repúblicas hennan as llegó a con vertirse en una guerra declarada po r Fr ancia, que ensangrentó Eu ropa durant e vein te años. Vicisitudes de la «G ran N ación». Q ueda tomar la medida, esquemáticamente, de la hipot eca que la Revo lución ha hecho pesar sobre e! modelo nacional francés. Todo se debe a lo instantáneo y a la radicalidad de la tr ansferencia de la soberanía mo nárquica a la soberan ía nacio nal, co n todas las consecuencias que implicaba este retorno. Al po ner en pie rápidamente el espectro ret rospe ctivo del Antiguo Régimen , mientras que su desap arición en cuan to tal venía a ' ser la condición primera de su advenimiento , la Nación so berana se privó desde lo s comienzos, y po r principio, de ocho siglos de con tinuidad temporal que constituían su verdadera legitimid ad. Confiar la fue nte de todo poder a la ..Naci ón - suponía que ésta ya existía. Esta cesura fundacional es capital para com p rende r el modelo nacional francés . En cualquier fecha simbó lica en que situemos el advenimiento de la nación , y tod as, Jo hemos visto, pueden y pr etenden aspirar al honor, la Revo lución
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ha impreso una dinámica de la continuidad nacional y de su unidad sobre la negación de su unidad y de su propia continuidad. Este mecanismo ha tenido consecuencias de larga duración. En lo tocante a la Nación, Francia no ha conocido dos mitades de una sola, sino dos naciones completas. cada una de las cuales podía p retender una original idad absoluta ante la otra: la Nación monárquica. que se había beneficiado de una excepcional longevidad dinástica desde la subida al trono de Hugo Capeto en el 987, Y de la expresión plena del absolutismo con Luis XIV; Y la Nación de tipo revolucionario, que se disti nguía de todas las preceden-
tes, inglesa. holandesa o americana por la radicalidad absoluta de sus principios y su capacidad exportadora.
Esta duplicación nacional, que no tiene equivalente en ningún otro lado. ha obsesionado a Francia en su historia. en su identidad y en su continuida d. Le ha dado al término mismo de «Nación- un a riq ueza de contenido y una autonomía de significado que no pertenece más qu e a Francia; y es una de las razones qu e co n toda segu ridad confieren a la relación qu e Franc ia mantiene con su pasado su o riginalidad y su cen tralidad; es decir. con su histori a y co n la política, eternamente encargadas de recoser la túnica desga rrada del pasado nacional y de rehacer una Fra ncia con dos Francias, una sola Nación con dos naciones. una historia con dos historias. La creación revolucionaria, o su recreación, ha hecho de eso que estaba .ya allí. desde tiempo inmemorial una perpetua apuesta. oscilante entre una existencia juridica mínima y una esencia histórica máxima. de definición siempre incierta. El problema nacional alemán ha surgido. como en Italia. de su plu ralidad geográfica; el español. de la alternancia de su grandeza y su decadencia; el inglés. de su pluralidad religiosa. El problema nacional francés de la reduplicación interna de su definición nacional. La negación imposible de la primera Nación por la segunda ha instalado. de un solo
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golpe. la realidad nacional histórica y po lítica francesas en un espacio conflictivo irr eductible. Es el conflicto fundamenul de la antigua Francia con la nueva. de la Francia religiosa con la laica, de la Francia de izquierdas con la Francia de derechas. que rep resentan mucho más q ue opciones o categorias po líticas. fonnas de identidad nacional. reutilización imaginaria de materiales antiguos. No fonnas rivales dentro de un consentimiento mutuo. sino figuras exclusivas y antagónicas de la nación misma. Cada una de las facciones de la N ación. al estimarse única detentadora legítim a de su to talidad , ha perseguido a muert e a la otra. r ha vivido con la obsesión de no desertar ante los intereses superiores de la patria. sobre todo en caso de gue rra. Auténtico déficit cívico de los franceses. la -Unión sagradas d isipó el recelo en 1914. pero la
del pasado mo nárquico visib le. creando un patrimonio monumental y archivístico con el baldón de lo feudal, peto arrebatándoselo al «vandalismo» para colocarlo bajo la protección de la nación; movilizó el territorio, cuadriculado por la departamentalización y sacral izado por la invasión de los eenemjgos de la libertad •. Esta ap ropiación por profunda que haya sido, es tal vez menos importante que la apropiación por la imaginación y la representación. Con la escuela primaria y el enraizamiento refundadar de la Tercera República es, a la inversa. toda la historia nacio nal la que se refonnula en fu nción d e los t érm ino s, de los con ceptos y de las ideas de la Revolución, que llega a ser el hogar del sentido y el punto omega de la aventura nacional. El segundo y más decisivo de los efectos de la Revolución so bre el modelo de formació n nacio nal ha sido la dialéctica inevitab le de lo muerto y lo vivo, la articulación de los dos tipos de soberanía, monárq uica y democrática. cuyas co ndic iones y consecuencias han sido señala das tan clarame nte por Marcel Ga uche t. Al hacer que la sobe ranía nacional sustitu yera radicalmente y sin etapas a la so beranía mon árquica, es decir, un po der surgido desde la base a uno surgido desd e arriba. una noción abstracta. invisible y necesariamente representat iva a una fonna de autoridad concentrada de manera visible en el rey. q ue encarna ba en su persona las funcion es imperson ales del Estado y la Nación, la Revolución no obedecía a una simple geometría de inversión. El desenganche trajo consigo en herencia las contradicciones inherentes al poder monárquico remitiéndose ipso [acto al problema de la representació n nacional la dialéctica del poder personal y de su ejercicio imp erso nal, de la que había vivido la monarquía. y de la que había muerto. La instauración brutal del principio abstracto de la soberanía -nacional•• que postulaba una despersonalización del poder inauguró una amplia deriva de las formas de representación. con las que los
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franceses nunca se han enco ntrado a gusto, entre las que no han podido jamás escoger, y que han oscilado entre los dos polos posibles . De un lado la despersonalización del poder y el abandono de la soberanía, delegada por la imposibilidad de un verdadero con trol, abocado al riesgo de la usurpación parlamentaria -ya se opere esta usurpación de la soberanía nacional en nombre del pueblo o de las Luces o de la Razón. Por otro lado. la tentación de una repersonalizació n del poder y el abandono de la soberanía delegada en manos de un depositario providencial. co nside rado como encarnación de las aspiraciones profundas de la voluntad popular. La impotencia o la dictadura del gobierno de las élites censitarias de la Constituyente a la monarquía napoleónica la Revolución habrá recorrido tod a la gama de experiencias posi bles de representación nacional y todas las formas p rovisionales de la Nación. Esta inadecuación intrínseca de la Nación consigo misma ligada a las circunstancias de su advenimiento no explica solamente la larga inestabilidad de la vida gubernamental. El imp erialismo revolu cionario enc uentr a tambi én aquí su fuente. como lo indica G auchet tam bién con una frase; el expa nsionismo de la nación revolucionaria participa del mismo «desencadenamiento del principio nacional. principio de realización de lo universal dentro de lo particular. desviado en este momento por el reto m o del antiguo sentido de lo universal. (p. 292). falto de encontrar su equilibrio interior y su plena realizac ión. La guerra de conquista se ha inscrito en el programa de la nación revolucionaria como la colonización dentro del programa de la nación republicana. Ha habido G ran Nación porque. brevemente. no ha habido nación . El bloqueo de la Nación sobre la Revolución finalmente ha fijado toda la imaginería política francesa del siglo XIX. como tan bien lo ha mostrado Franccis Furet. Y habria incluso que añadir: europea. Pero ¿lIega a puerto la Revolución con la fundación
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de la Tercera República, co mo dice en la última frase de su Réuolutioni (Hachette, 1988). De hecho es para ver desarrollarse, a su izq uierda y a su derecha, la doble puj a del socialism o y del realismo maurassiano, cuyo relevo tomarán más adelante, al día siguien te de la revolución rusa y la crisis de los años treint a po r una pa rte, el co munismo y el fascis mo asce nde nte por otra. El escenario primitivo de la nación revolucion aria se ha alime ntado co nt inuamente con las nue vas apo rtacion es del siglo xx. De hech o , para que se difumi nara el modelo nacional que alime ntó la Revolución dejara de tener vigencia el teorema de Sieyes y naciera una nueva geometría nacional, fue necesaria la lenta conjunción de aco nt ecim ient os de la segunda mitad del siglo xx, la Segunda Guerra Mundial y el pu jante ascenso de los do s Imperios, la Unión So viética y los Estados Unidos, portadores cada uno de una forma diferente de simbio sis entre Nación y Revolución. Fue necesaria la síntesis gaulliana y los dos momentos claves de su gobierno, cargados, no ob st nte , de ambig üedades. El primero aseguró el restablec imiento de la Repú blica, pero tam bién la grata so rp resa qu e co ns tituyó la presenc ia de Francia en el camp o de los vencedores. El seg undo, de un lado , asegura la descolonización y proporciona a Francia el primero de los sistemas institucionales obre el cual hay un acuerdo práctico de la mayoría, pero de otro frena la co ns trucció n de Europa por la cr ispaci ón de la so beranía nacional de tipo tradicional; disimula la dism inu ción real de poderío mediante la entrada de Francia en el gru po de potencias nucleares y reviste la desaparición real del mo~e1o revolucionario con el antigu o lenguaje de la grandeza. Lenguaje no o bstante bastante ecuménico por ser a la vez de Luis XIV y de Danton, de Bossuet y de Michelet. Ha sido necesario, en fin , el de sarro llo y su cri sis, el declive del parti do co mu nista y la me tamorfosis de una derecha mo de rna dispu esta a ace ptar la herencia revol ucionaria; el ejercicio del poder por la
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iZ9uierda en el marco de una Quinta República para que se desmorone, sin haber desaparecido todavía, la impronta con que la Revolución marcó a la Nación. A la vista de todos se está delineando hoy un nuevo modelo por el que también la Nación revolucionaria entra en el puerto. El his toriado r se inclina, co mo ante e! monumento a lo Trágico mod erno, ante e! volcán histórico qu e el fenó me no ha levan tado, las fuerzas que ha desencadenado, la h.e catombe que ha prov ocado y los sacr ifiCIOS a los que ha obligado. Pero el ciuda dano se une aquí al historiador para verlo co locado en el m useo de antigüedades nacionales, consciente de lo que le debe, pero sin lamentarlo. Pierre NORA.
Veáse también: ANTIGUO R ÉGIMEN, AsAMBLEAS REVOLUCIONARIAS, CALENDARIO, D EPARTAMENTO, DERECHOS DEL H OMBRE, EJÉRCITO, ESTADOS G ENERA· LES, FEDERACiÓN, FISIÓCRATAS, FRONTERAS NATURALES, MIRABEAU, PROCESO DEL R EY, REPÚBLICA, R EVOLUCiÓN, ROUSSEAU, SIEYES, VOLTAI RE. O rientación bibliográf ica AUL ARD, ALPHONSE, L e patriotism e [ran cais de la Renaissance ti la R éoolu t1011, París, E. C hiron, 1921. D UPRONT, ALPHONSE, - Du sentirnent natio nal- , en Michel Francois (baj o la dir. de) , La France et les Francais, París, G alIima rd , «Encycloped ie de la Pléia de .., 1972. FURET, FRAN<;:OIS, La Reuolution, t. 4 de I'Histoire de France Hachette París Hachette, 1988. " G AUCHET, MARCEL, «Les "Letres sur l'Histoire de France" d 'Austin Thierry >. en Pier re Nora (bajo la d irección de), Les Lieux de mémoire, t . 2, La Nation, ler vol., París, Ga llimard, 1986. GODECHOT, J ACQUES, «Nat ion, pa tri e, nationalisme, patrio tisrne en F ranc e au
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Regeneración
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REGENERACION La palabra, con su extraordinaria carga energética, surge de la marea de folletos, libelos y panfletos, a veces anónimos, que acompaña a la reunión de los Estados Generales como esas " C art as del Tercer Estado al Sr . Necker- , esos ..Credo del Tercer Estado », donde se declara creer en "la vida eterna de la monarq uía fra ncesa, regenerada por los Estados». El m ismo Rey, en la cart a qu e d iri ge a los tres órde nes para pedirles urgen cia en la verificac ión de sus po deres, asume también la ob ra regenerado ra: " la Asamblea Naciona l, qu e he co nvocado para que se ocupe conmigo de la regeneración del Reino » , (E n aq uello s mo mentos, e! reyes para la opinión pública " Luis XVI el regeneradur.., al que algunos proyectan elevar estatutas.) La regeneración del reino, la expresió n e característica de los primeros días de la Revolución. cuando se emplea genera lme nte el sustantivo -como en los cu adernos de quejas-e- con un genitivo qu e subraya la carga, pero amortigua el sentido . Se habla entonces de regeneració n de la adnunistraci ón, del orden público, del Esta do , de Francia. Pero enseguida se hablará sólo de lá regeneración , un pro grama sin límites , p ues ésta es a la vez física , política, moral y so cial, co n las p retensiones de crear nada menos que un " pueblo nue vo " .
La idea del hombre nuevo, al estallar la Revolución, no tiene nada de nueva . Todo el siglo XVIII ha soñado en torno a las imá genes del segundo nacimiento. El hu rón que pone e! pie en tierra civilizada, el hombre que llega de la profun didad de los bosques, el ná ufrago qu e aborda las islas afo rtunadas, el ciego de nacimiento qu e recupera la vista so n otras tantas exp eri encias que ayudan a espec ular so bre la inocen cia reco brad a. Pe ro se tratab a en todos estos casos de ficciones, destinad as a hacer sentir, co mo escribe Morelly, ..lo falso de la práctica ordinaria-. Los filóso fos m ismos, convencidos de qu e el m ult ifo rme enemigo de! prejuicio había penetrado tan adentro que no se podía luchar contra él en campo abierto, creían en la utilidad de los arreglos parciales, pero no en una renovación ética o polít ica. Sólo Rousseau es e! único que rompe con este resp eto por lo posible y ésta es una de las razones qu e hacen que la Revolución frances a sea suya desde el primer momento. Pues es la ruptura revolu cionaria la que, por su cará cter brutal e inéd ito , abre el cami no a la idea de la regeneración y le da su irresist ible po de r de ar rastre . Has ta los realistas , como Mirabeau , q ue no se privan de reco rd ar qu e «un hábil cultivador no preten·de n unca d ar a luz por sí mismo las flo-
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República
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REPUBLICA La palabra es inseparable de la Revolución y de sus dos momentos fuerte s: 1789 y la sustitución de la sobe ranía monárquica por la sobe ranía nacional , 1792 y la caída de la monarquía. Por este título ha conservado siempre en la tradición francesa un contenido emocional inten so y un contenido institucional débil. De un lado, la palabra nos remit e a la patria amenazada y a la cruz ada de la libertad, es la República la que siempre «nos llama», - Parfs no es París sino cuando arranca su empedrado•. De otro, una palabra neutra, la res publica, un régimen eternam ente a la búsqueda de sí mismo, ya qu e puede ser asociado a la mon arquía constitucional - la de julio se presentaba com o la «mejo r de las Repúbl icascomo al Terror y al golpe de Estado, e incluso al cesarismo ; hay documentos oficiales que un tiemp o después de 1804, toda vía llevaban el extraño encabezamiento de: «República Francesa , Napoleón Emperador.• De un lado, el duro perfil de Rude y el pecho generoso y heroico de - la libertad guiando al pueblo». Del otro el inocente aspecto de la Mariann e tan quer ido para Maurice Agulhon, en las apacib les salas de nues tro s ayuntamientos. República, palabra gastada y desgastad a y, sin embargo, el régimen que meno s nos divide. República, palabra mágica que no ha perdido nada de su poder simbó lico y movilizador. De su doble nacimiento. la Repúbli ca arrastra su contradicción fundam ental, la de ser una cult ura po lítica plena, y una fonna po lítica vacía. Lo esencial del stock donde la Repúblic a estabilizada va a encontrar su herencia - a saber la soberanía nacional y la representación política. así com o los Derechos del H om bre. la bandera tricolor, la divisa-e, se adqui ere muy rápido, antes de la República, bajo el régimen de la monarqu ía con stitu cional; y si queremos buscarle un límite, desde el 17 de junio de 1789, cuando los Estados Generales se autoinstiru-
yen en Asamblea Nacional. Repúblicas propiamente dichas. en cambio, no solamente ha habid o cinco. con mod ificaciones internas y retoqu es a los textos con stirucionalse equivalentes a transfonnaciones de régimen . Solamente en el periodo revoluciona, rio se pueden contar una República girondi, na, una República montañesa, una República tennidoriana, dir ecrorial, consular e incluso imperial. Francois de Neufchateau, por ejemplo, después del plebiscito del l O [rimario del año XIII, que declara hered itaria la función impe rial, felicita a Napoleón por un resultad o qu e, dice, - ha hecho llegar a puerto el navío de la Repúbl ica». Pero la fonna del régimen nunca ha definido suficientemente la Repúbl ica. Su ident idad profunda, en razón misma de su plasticidad política, la deb e a su cultura. y a su tradi ción . Ha habid o una fiJosofía republicana, que se ha encontrado con el idealismo kantiano y ha ido enriqueciénd ose a lo largo del siglo XIX. Ha habido una moral y una religión repu blicanas, inauguradas po r Lanthenas (Nouvelle Déclaration de la morale républicaine, 1793) y por Volney (La loi naturelle, 1793) Y que no han dejado de produ cir una bibli oteca de catecismos. H a habido una economía republ icana, un derecho republicano, una historia republicana cuyo monumento levantará Lavisse. Ha habido incluso una ciencia republi cana. El aprendizaje en la Repúbl ica ha sobrepasado ampliamente la constitución de esa razón republi cana cuyo inventari o critico ha redactado C laude Nicclet. La famosa «síntesis» de la Tercera se ha traduc ido por la oc upación del espacio. del tiemp o, y de los espíritus. Y se ha aculturado por una autocelebración o mnipresente, cuy a referencia primera y última ha sido precisamente la exaltación de su heren cia revolucionaria. Herencia doble, pu es. La Repú blica en efecto ha representado para Fran cia una experiencia pura, un partir de cero fundad o
sobre un principio abstracto, el advenimiento brutal de la sobe ranía nacional opuestO a la soberanía monárqui ca animado por una poderosa aspiració n.a la i~u.a! dad ciudadana, mezclada con la impcsjbilidad de la dem ocrac ia direc ta en un gran país; pero un principio que no traía ninguna regla de aplicación práctica, ningún criterio interno de estabiliza ción, nin gún elemento de arraigo histórico y social. Si se quiere examinar la República por lo qu e ha sido, es decir, su vía de acceso. la única que Fran cia ha conocido para la democracia política moderna. se ve enseguida su diferen cia co n el modelo inglés. en donde la evolución democrática se ha operado a través del manten imiento de la función mon árquica. y tambi én la diferen cia con el model o americano, donde la experien cia democrática ha arraigado desde un princ ipio en la representaci ón local. La democracia inglesa está fundada sobre una histo ria, la democracia americana sobre un principio. Lo propio de la democracia republicana fran cesa es ser, a la vez, un principio y una histor ia. De ahí ese ritm o de dos tiempos, diástole y sísto le, qu e ante s y desp ués de la caída de la monarquía ell Ode agosto de 1792, ha hecho batir al corazón revolu cionario de la Repú blica. En apariencia la República está comp letamente ausente de la monarquía constitucional y del régimen establecido por la Con stituyente y respetado por la Legislativa. Intelectualmente se vive de la herencia del siglo XVIll . Una vez instalada la República habrá que hacer lógicament e referencia a Mably o a Rou sseau, como a sus antepasados y fundadores, pero quedan en pie tres certidumbres adqu iridas . En primer lugar que la República, un nombre que apenas se salía del círculo de las discusiones eruditas. seguía vinculada principalmente a la idea antigua de la res publica. la de una ciudad cuyo resa n e mora l, en referencia a la monarquía. reposaba sob re la virtud cívica. Luego, que la idea de Repúbli ca, es decir la de un gobierno di recto del pueblo, no
era aplicable más que a unidades polít icas restringidas com o las ciudad es antiguas o Gin ebra en la época moderna, las ciudades italianas o, a lo más, en los Países Bajos. pero no convenía en un gran país de veinticinco millone s de habitantes donde la monarquía her editaria de derech o divin o estaba arraigada desde hacía siglos y perman~ cía viva. Finalmente, que los Estados Unido s habían aclimatado la Repúbli ca porque carecían de tradición monárquica - lo que les hab ía permitido establecer un ejecutivo. independiente del legislativo- y porque se trataba de un estado federativ o. Este credo no lo pon ía en duda nadie más que los escasos partidarios de una dem ocraci a directa alreded or de Marat y de L'Ami du Peuple o en el Club de los -cordeliers-, alrededo r de Franc ois Roben, jefe del comité central de las sociedades populares, con siderado como el verdadero jefe de un partido republicano desde que en diciembre de 1790 publica su Republicanisme adapté la France donde se indignaba por el carácter inviolable y sagrado de la persona del rey, sostiene la necesidad de mandatos imperativos y ve en «cualq uier otra instituc ión distinta al republicanismo un crimen de esa nación" , Co rriente muy minoritaria en esa época . En cualquier caso hasta la crisis de Varen nes (21 de junio de 1791) incluso los que luego serán heraldos pu ros y duros de la república montañesa hacen protes~s de su ho stilidad al espíritu de la República, com o el Saint-just de L 'esprit de la Révolution, aun cuando en ese momento, anota Madame Roland en sus memorias, - Ios jacobinos entran en convulsión ya sólo co n el nom bre de la República». Perrieres denuncia en la Asamblea ela ridícula quimera de una república francesas, y Robespierre se indigna: -que se me acuse si se quiere. de repu blicanismo, yo declaro que abo rrezco toda especie de gobierno donde reinen los facciosos -, Los Constituyentes hicieron todo lo posible para evitar por una pane la caída en un sistema abiertamente democrático, aunque sólo fuera por la distinci ón entre
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ciudadanos activos y pasivos y por el sufragio censi tario: y por otra para mantener a toda costa y hasta la ficción, el fantasma de una función monárquica. La posición de Sieyes, tal y como se la encu entra en el célebre discurso delI? de septiembre de 1789, es perfec tamente representantiva de esta pos tura. Par a Sieyes, la Rep ública es sinónimo de democracia direc ta a la ant igua. La solución está en el ..gobierno represenrativo -, en el cua l la representación queda investida de la soberanía del pueblo. En el problema de la relación ent re la rep resent ación y la soberanía del pueblo es partidario del abandono del mandato imperativo y de la independencia de los diputados, cada uno de los cuales representa a la nació n entera, y no a sus mandantes. Pero con el mismo vigor se declara hosti l a to da forma de veto real, absol uto o suspensivo, porq ue no ve en él
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1791-, escribió en un «Fragment d' an icle sur la Révolution ... : «¿Q ué era en el fondo por naturaleza sino una introducción a la República? Desde el momento en que se empezó por no adoptar la constitución inglesa como un establecimiento provisional bajo cuya protección se debía preparar la o rganización de un nuevo sistema social , era imposible evitar el que tarde o temprano se llegara a la idea de una República, que era la idea política más generalmente respaldada y más profundamente arraigada en las mentes... {Ecríts de jeunesse (1816- 1828), Mouton, 1970, p. 459). Ahí se encuentra en efecto las dos ideas maestras, que, por voluntad de romper el abso lutismo mo nárquico, consagran lo que . po r oposición a las democracias de tipo inglés -pero también ho landesa, belga, suiza. e incluso americ ana--, se pu eden llamar el credo de la escuela revo lucio naria, como lo hace Laboulaye en su prefacio a las Questions eonstitutionnelies (1872). A saber que la Asamblea es soberana por delegación del pueblo soberano; de tal manera que como el pueblo no tiene más que una voluntad. no debe haber más q ue un a Asamb lea única, y como, además, goza de un as competencias ilimitadas, puede, según las necesidades ejercer el poder judicial y, por ejemplo. instruir el proceso del rey como lo hará la Convención. A saber también que el poder ejecutivo debe ser un poder subalterno, el simple ministro de las vol untades de la Asamblea, dispues to a conce derle las prerrogativas de fachada q ue garantizan la d ignidad de la función . Toda la viabilidad del sistema, de un equi librio teórico perfecto, reposaba, así pues. en definitiva sobre la capacidad práctica de Luis XVI de aceptar una función que de monarq uía no tenía más que el nombre, y que, en el fondo, no estaba simplemente disminuida, sino completamente subvertida. Se sabe lo que fue de todo ello. El cam ino recorrido por el espíritu público en algunas semanas es sobrecogedor y escandaloso el contraste entre la ilusión de los
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La crisis de Varennes inaugu ra, así pues, Co nstituyentes empeñados en el r:'antenimiento de la función real, y la realidad po- un año de parodia y de doble juego. El 14 lítica y psicológica de la corte, tanto en Ver- de septiembre de 1791, Luis XVI viene al salles como en las 'Fuller ías. Desde la san- Manege a jurar solemnemente «Emplear ción otorgada a regañadientes a los decre- todo el poder que se le ha delegado en hatOS del 5 al 11 de agosto, Luis XVI está cer ejecutar y mantener la Constitución.... pensando en escaparse y sólo Necker le.di- Pero a partir de noviembre, el p~~r tren de decre tos girondinos de la Legislativa resuade. Tod avía da su sanción a la Constitución civil del clero (el 12 de julio de 1790), nueva el equívoco. El Rey acepta dar a sus pero el decreto sobre el juramento cívico hermanos, sobre todo el Conde de Pr evenimpuesto al clero, el cisma religioso, y lue- za, la orden de regresar a Francia y consiengo la condena de la Constituc ión civil del te fácilmente en «req uerir .. al Elector de clero por el Papa (marzo-abril de 1791) ago- Tréveris a que disperse las -concentraciones... de emigrados; pero se niega a sanciotan su buena voluntad y culmina su camnar el ultimátum a los sacerdotes refractabio en Varennes. Es en este mom ento cuando la idea de la rios para que en ocho días presten juramenRepública, hasta entonces limitada a lo~ me- to bajo pena de ser tratados como sospedios extremistas del Club de los «cordeliers.., chosos y privados de su pensión. Desde este toma cuerpo y cristaliza rapidamente, be- mo mento, las dos lógicas se separan resuelneficiánd ose de la conve rsión repentina de tamente; para no encontrarse más que en Condorcet, que acaba de leer en el círculo un malentendido, la guerra, a la que emp ujan los Jacobinos -excepto Robespierre:social, el 12 de julio , el siguiente texto: De la République, ou un roi est-il n écessaire ti para radicalizar la Revo lución, y .• el com l~é la conseruation de la liberté donde refu- de las Tullerias..., por el co ntrario, para lita, puntO por punto, lo s argumentos clási- quidarla. Luis XVI. con un ministerio .gicos de los «amigos de la realeza». Es la rondino (Durnouriez, Roland) se decide u nión de las Luces a la República. Doscien- po r la política de lo peor, que va a impo tos noventa diputados den uncian la suspen- nerse. La guerra (el 20 de abril de 1792) y la nueva serie de decretos que entraña van sión provisional del Rey de sus fu~ciones como un peligroso einte rim republicano ..., a acelerar el p roceso favorec iendo la movimanipula do por un partido que ten dría a la lización po pular y refor zand o los clubs y cabeza a La Fayette . Este se declara púb li- los poderes extraparlamentarios. Lu is XVI, camente calumniado. aunque en sus Mé- de nuevo, consiente el licenciamiento de su mcires confiesa sus veleidades rep ublica nas guardia constituc ional (29 de mayo) , pero (ed. de Bruselas, tomo 1, pp. 369-371). En no se decide ni a la depo rtación de lo s sacasa de su amigo íntimo La Roc hefoucauld, cerdotes refractarios (27 de mayo) ni a conDupont de Nemours había propuesto en- vocar veinte mil federados nacionales y voluntarios en París (8 de jun io). Su rechazo tonces la República y el suceso, en efecto, 20 de según confiesa, había «republicanizado.. a provoca la insurrección pop~la~ por dos prmctpros des.de junio. encamada una docena de Constituyentes, que clasifiahora inconciliables frente a frente, la digca en «po líticos... y «anarq uistas.... La invención por la Asamblea de la tesis del rapto nidad real físicamen te escarnecida , y qu e con esta ofe nsa recupera popu laridad , y la del rey. su negativa a tratar a Luis XVI como culpable y llevarle a juicio (15 de ju- República democrática en la persona ~.el lio), desactivan ofi cialmente la idea, pero carnicero Legendre. Con la proclamación provocan la agitación popular del C hamp solemne de - la patria en pel igro ... (11 de julio), dirigida al pueblo directamente po r la de Mars (17 de jul io) y su represión. La verAsamblea que de esta forma parece den undadera división pane de aquel momento.
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ciar la incapacidad del Rey, la corriente antirrealista se hincha con la corriente patriótica, provincial y comunal, apoyada por las sociedades populares, la Comuna de París, las municipalidades del Este y del Sur. El manifiesto de Brunswick, conocido en París el 3 de agosto, provoca el desenlace. Con la insurrecci ón del 10 de agosto , desaparece hasta la apariencia de compromiso. La abo lición de la realeza decretada por la Convención ya en su primera sesión pública (2 1 de septiembre de 1792) no entraña sin embargo la proclamación del nuevo régimen . L¡ Convención se limita a ratificar el estado de hecho decretando al día siguiente que en adelante los documentos oficiales se fecharán a partir de . eI año primero de la República .., y a conjurar el vacío y la amena za de dislocación, reemplazando el 22 de septiembre la fórmula de «La Realeza una e indivisible- (artículo 1 del títul o 11 de la Constitució n de 1791) po r la fórm ula de la «República francesa una e indivisib le.• Toda la suerte ulterior de la República revolucionaria, en sus dos fases separadas por el 9 Termidor, lleva la marca y el peso de este ad venimiento por defecto. La República no logrará darse leyes a las que pueda conformarse, zamarreada como está entre la democ racia di recta, en nomb re de la cual se fundó, y una soberanía delegada en los representantes, que la somete a elecciones. Pasa del «gobie rno revolucio nar io.. a un régimen medido en golpes de Estado . El primero, después del proceso y la muerte del rey, se identifica con el destin o de una Revolución convertida en ley y fin de sí misma. Nace bajo la doble presión de la salvación nacional y de la demagogia po pular, y encuentra su verdadera encarnaci ón en el trágico verano de 1793. Con «El Terror al o rden del día .. (5 de septiembre); con la declaración de que . El gobierno provisional de Francia será revolucionario hasta la paz- (10 de octubre); con la organización definitiva del gobierno revolucionario por el decreto del 14 frimari o (4 de diciembre), que coordina y sistematiza la serie de insti-
685 raciones creadas a lo largo de un año según las circunstancias; el Comité de Seguridad Nacional instaurado desde octubre de 1792 el Tribu nal revolucionario instalado el io d; marzo de 1793 pero organizado definitivamente en septiembre, el Comité de Salvación Pública institu ido el 6 de abril, en el que Robespierre entra en julio ampliándose sus poderes. En apariencia son medidas circunstanciales. «El principio del gobierno constitucional es el de conservar la República -c-declara Robespierre el Iü de ocrubre-e, el del gobierno revolucionario es el de fundarla... Pero en los hechos, esta fundación debía consagrar su fin, o desembocar en la aniqui lación de los tres grandes principios constitutivos de la esencia del orden republicano: la separación de poderes, especialmente del legislativo y el judicial; el respeto de la ley basado en la aplicación de una const itució n; y la integridad de la soberanía nacion al, por el intermediario de su representación elegida. ¿Confusión del poder legislativo y del judicial? Se ha discutido mucho si el proceso del Rey, asumido po r la Convención misma, y su ejecución cons tituy en la ruptura ilegal del contrato constitucional (Kant), o el acto inaugural de la nueva soberanía nacional inco mpatible con la de la monarquía (Michelet). La cuestión está abierta. Queda que, en el orden de lo simbó lico y en el de la realidad, la ejecución de Luis XVI introduce en la vida política el pr incipio de la muerte del adversario . Queda también que el proceso conducido por la Asamblea sin recurrir a instituciones especiales inagura el mecanismo que en dos años, y hasta la ley del 22 pra· dial (22 de junio de 1794). había de transfonnar el aparato legislativo y gubernamental en una vasta máqu ina judicial, puesto que la única verdad era ley de la República había llegado a ser la aplicación sin fallo de la justicia revolucionaria y de sus medidas de excepción . La Co nvención, como la Con stituyente, no fue elegida despu és de la deposición del rey mis que para hacer una nueva consri-
tucton . La primera. la de Condorcet, propuesta en la prima~era ~ue arrastrada por la expulsión de los Grrondmos de la Asamblea, el 2 de junio de 1793. La segunda, votada el 24 de junio, precedida de una nueva Declaración de Derechos del Hombre, funda da sobre la preponderancia de una Asamblea elegida por sufragio universal, y cuyas leyes están sometidas al control dire~to ~e1 pueblo reunido en sus asambleas pnmanas no será aplicada nunca. En cuanto a la soberanía nacional, su violación se con suma con la capitulación de la Asambl ea ante las secciones parisinas de la Comuna y el ultimátum de su jefe Hanriot en que intima a la Convención a amputarse expulsando 29 diputados girondinos. Se había dado un paso decisivo para quitar a la soberanía su legitimidad nacional y sustituirla por una legitimidad puramente popular expresada a través de la red de los comités de vigilancia, de las sociedades populares y de los agentes nacionales, sometidos ellos mismos a la dem agogia de los activistas de las secciones y los clubs, cuya presión no cesará hasta Te rmidor. La Repúbl ica se ha construido sobre la negación de su principio al identificarse con la defensa de la Revolu ción en estos tres puntOS mayo res. En este sentido, la República ha podido aparecer desde su nacimiento como un régimen de excepción, unido a la guerra y comprometido por el Te rro r. En esta excepción ha encontrado sin embargo dos rasgos que le han conferido su permanencia y su verdad; a saber se ha confundido con la defensa de la patria y ha hecho reposar el conjunto de su sistema sobre la exigencia de la virtud. La República, bajo su forma mo ntañesa, ha conocido la primera movilización en masa al servicio de la nación en peligro, su primera forma de arraigamiento nacional y patriótico. De Valmy a Verdun, e incluso a la Resistencia y a la Francia libre , este resurgimiento plebeyo ha recomenzado en todos los momentos mis so mbríos de la angustia de la República. Adem is y sobre todo, el extremismo jacobino ha situa-
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do en el corazón de la idea republicana el «sentimiento sublime.. que supone preferir el interés público a todos los intereses particulares. • ¿Cuál es el principio fundamental del gobierno democrático y po pular -preguntaba Robespierre en su discurso del 5 de febrero de 1794--, es decir el resorte esencial que le sostiene y le hace moverse? Es la virtud. Yo hablo de la virtud pública que obró tantos prodigios en Grecia y en Roma, y que debe producirlos mucho mis asombrosos en la Francia republicana... La moral como - fundsrnento único de la sociedad civil», dice también el 7 de mayo de 1794; el sueño de una transparencia social y de una perfecta adecuación del individuo y de la sociedad tal y como SaintJust lo describe en sus Fragments sur les lnstitutions républicaines; la libertad individual como participación obligada en la vida púb lica; en el apremio, el episodio mon tañés ha enco ntrado la visión de la antigua ciudadanía q ue constituye el fondo del activismo republicano. Pero la guerra al favorecer la confusión de los enemigos del exterio r y los del interior , ha dado otro rasgo esencial al repu blicanismo a la francesa, esa dialéctica del todo y de la parte, que sin duda es lo qu e más ha contribuido al expansionismo nacional y a la exportación de la Revolución. La soberanía del pueblo se expresa en ella, como en el Contra to social, bajo la forma de una voluntad gene ral y unitaria y no, como en la tradición anglosajona, en una modalidad superior de conciliación de los intereses particulares. Se capta su aplicación concreta por ejemplo en el juicio de jaurés: • Toda Franc ia aclamaba el 14 de julio, y casi toda ratificaba el 10 de agosto no por una sumisión estúpida al hecho consumado, sino únicamente porque la fuerza de una parte del pueblo se había puesto al servicio de la voluntad general fraccionada por un puña do de privilegiados, de cortesanos y de felones. » Instalando la «traición- en el centro misjno de su identidad, la República, bajo su forma jacobina y montañesa, se
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constituyó sobre la unificación fantasmagórica de un «pueblo» contra «los enemigos de la libertad»; sin que hubiera ningún criterio legal que permitiera decidir de una vez por todas dónde se establecía la frontera entre los defensores y los enemigos de la República. El poder era quien lo decidía . «Todas las asociaciones que nos hacen la guerra -acabará por decir Robespierre el 7 de mayo de 1794-, descansan sobre el crirnen. » Esta dinámica de la exclusión no es, en cierto sentido, más que el último resultado exasperado en el paroxismo revolucionario de la definición de Sieyes, en Qu'estce que le Tiers Etat? -es decir antes incluso del desencadenamiento de la revolución-, según la cual el Tercer Estado tenía en sí mismo «todo lo que es necesario para formar una nación completa. Es el hombre fuerte y robusto uno de cuyos brazos está aún encadenado»; es «todo, pero un todo trabado y oprimido». Está claro que esta definición de la nación por la exclusión de los privilegiados no descansaba en aquella época sobre una lucha social ni sobre intereses materiales. Iba dirigida contra un orden y pretendía ser un principio unificador de derecho. De ahí el retroceso del mismo Siey és sobre las consecuencias sacadas de sus principios en la discusión sobre la Constitución del año III (julio-agosto 1795). Ello no impide que este «modelo del Tercer Estado » para retomar la expresión de Bernard Manin y Alain Bergougnioux, haya constituido en gran parte la identidad montañesa de la República, y que la temática de Sieyes, constantemente recargada en el siglo XIX de un contenido nacional ideológico y de clases, haya contribuido en gran manera a soldar políticamente el consenso republicano a la izquierda y a hacer del «pueblo», hasta el Frente Popular, y posteriormente hasta la Resistencia, al Frente republicano e incluso al Programa común, el corazón y la verdadera patria de la República. La República ha tenido necesidad de enemigos para definirse y afirmarse en su combate. Ha vivido de sus adversarios. Y si
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la toma de la Bastilla sigue siendo el centro de su imaginería, no es solamente por conmemorar un acto inaugural, sino porque se mantiene como el símbolo de un eterno programa. Después de la caída de Robespierre, el 9 Termidor (27 de julio de 1794), seguido de una potente reacción pública contra el Terror, la Convencción regresa a su misión original, que es la de fundar la República en la ley constitucional. La situación interior y exterior se ha enderezado, las tropas francesas conquistan toda la orilla izquierda del Rin, la Alsacia a Holanda. En la primavera y el verano del 95, la Convención elabora la Constitución del año 111, destinada a sustituir la del 93, que nunca fue aplicada. La discusión está dominada por Daunou y Sieyes, y por la voluntad de exorcizar el espectro del Terror, inseparable de ese régimen sin leyes, de esa «anarquía», en el sentido propio del término, que había sido la dictadura del año 11. En su discurso del 2 Termidor (20 de julio de 1795), Sieyes critica la soberanía ilimitada que los montañeses habían atribuido al pueblo sobre el modelo del rey del Antiguo Régimen . Propone una magistratura especial, que él llama «jurado constitucional», cuerpo elegido encargado de controlar la constitucionalidad de las leyes. Pero su concepción general se mantiene fiel al racionalismo de las Luces, hostil a todo sistema constitucional fundado según el espíritu de Montesquieu, sobre una pluralidad de poderes que sehacen contrapeso recíprocamente; por el contrario se trata de concebir un conjunto de instituciones que se ajustan como en un mecanismo de relojería. El antiguo sacerdote no es seguido en varias de sus proposiciones, sobre todo en lo que concierne a su jurado constitucional, cuyo texto final le disgusta; su principal autor es Daunou, un ex oratoriano . La Revolución vuelve a la idea de dos Asambleas, descartada en septiembre de 1789, pero tomando la precaución de exclusión toda noción de Cámara aristocrática.
Se trata de dividir funcionalmente el trabajo legislativo entre los Quinientos encargados de elaborar las leyes y los Ancianos (dos veces menos numerosos, y con más de 40 años de edad), de votarlas. Todos los representantes son elegidos por el pu~blo~ a condición de que el elector sea propIetariO, incluso muy pequeño propietario. Este poder legislativo en dos ramas elige un poder ejecutivo colegial, en buena doctrina republicana: cinco Directores, elegidos por los Ancianos a propuesta de los Quinientos, nombran a los ministros y ejercen las funciones ejecutivas cuyas atribucciones se reparten. Otra disposición, típicamente republicana, el retorno frecuente ante el pueblo soberano y la rotación rápida de los gobernantes, las Asambleas son renovadas por tercios todos los años, y los Directores por quintos. Desde el principio, la Convención teme el veredicto de la opinión, que se ha inclinado hacia la derecha desde el 9 Termidor. Ha vencido al Terror, pero recuerda que también ha sido su instrumento, puesto que ha votado la muerte del rey y la reconducción mensual del «gran Comité de Salvación Pública », de septiembre de 1793 a julio de 1794. ¿Cómo iba a asumir el riesgo de exponer la República naciente o renaciente a un electorado al que sospecha cada vez más sumergido en tendencias realistas? Esta lógica política le conduce a votar, antes de separarse, la disposición según la cual los dos tercios de los futuros miembros de las Asambleas del Directorio serán obligatoriamente elegidos en su seno. Así se burla la nueva ley republicana, antes incluso de ser aplicada. La Constitución del año 1II es bautizada con la represión del motín realista del 13 vendimiario de 1795, donde el joven general Bonaparte, bajo la autoridad de Barras, se hace un nombre en París con la fácil victoria de los republicanos contra los reaccionarios de los barrios ricos. Los Convencionales continuarán, así pues, gobernando Francia bajo el Directorio. Además cinco de ellos son elegidos Directores.
República
La historia de la República del año 1II está, pues, inscrita en sus orígenes . Nadie mejor que Benjamin Constant y Germaine de Staél con sus obras escritas entre 1796 y 1798 para comentar sus callejones sin salida. Ambos son republicanos termidorianos, vinculados a los principios de 1789, hostiles al retorno de los Borbones y de la aristocracia, y plenamente conscientes del hecho de que el Terror y la guillotina han alejado la opinión pública de la República. Por lo demás , en el momento en que inician sus comentarios de la política bajo el Directorio, en 1796, el complot de Babeuf ha mezclado a la herencia republicana del año 11 (la famosa «Constitución de 1793») la idea comunista, redoblando el temor retrospectivo del Terror y de un cuestionamiento de la propiedad. La pretensión de Constant y de Staél es, por el contrario, arraigar el régimen republicano del año 111 en la conservación de los intereses y de lo que llaman opinión, el estado de las fortunas, las costumbres y los espíritus nacido de la revolución de 1789. Su problema es separar la idea republicana de los dos primeros años de la República, y mostrar el carácter artificial, anacrónico de la dictadura de 1793-1794 en relación con los principios de 1789; el régimen del año III no está ya basado sobre la pareja virtud-terror, sino sobre la garantía dada por la ley a la igualdad civil, sobre la representación de los intereses en el gobierno de la sociedad y sobre la educación de los ciudadanos. Y, sin embargo, los mismos Constant y Staél, a la vista del éxito realista en las elecciones de la primavera del 97, se suman al golpe de Estado republicano del 18 fructidor (4 de septiembre) siguiente. Tres Directores sobre cinco, Barras a la cabeza, hacen un llamamiento al ejército para liquidar la nueva mayoría de los Consejos y volver a un régimen de excepción , seguido de una última etapa de terror revolucionario. Menos de dos años después el decreto de los dos tercio s, los termidonianos no se perp etúan en el poder más que gracias a las tro -
Idea.s
pas de H oche. D esde Italia Bon aparte envía en su apoyo a Aug ereau, uno de sus lugart enientes. Para defender la República co ntra lo s esfu er zo s de la contrarrevolu ció n y de la Iglesia ref ractaria no les será bast ant e co n un a p rime ra gener ació n de fra nceses q ue intentan d esar roll ar por med io de la esc uela y las luc has cívic as. Les hace falta un aliado a co rto plazo. el soldado. C ambio impo rt antísimo. Señalemos q ue aunqu e la República haya perdido el apo yo de los saos-culones, rotos en 1794-1 795, cuenta en todo caso y más que nun ca, co n el de el ejército. A part ir de 1792, la Revoluci ón france sa ha asociado a su ambición regen eradora un mesianismo emancipador de la humanidad por medio de la .gran nación... La política militar y territorial es inseparable de la batalla co ntra los reyes y los aristóc ratas. El oficio d e las arm as. antiguamente co to privado de la nobleza. se ha convertido en el medio po r excelencia para la prom oción de Jos pleb eyos. A la caída d e Robespierre el formidable dinamismo social liberad o por la Revoluci ón se ha fijado en ese terreno al encontrarse cerradas sus salidas en el interior hacía la super apu esta revolu cionaria. mientras que la República francesa es victoriosa en el exteri or. La victori a. que aporta inseparablemente gloria. carrera y botín. anuda entre la idea republicana y la idea militar una alianza imprevisible para C onstant y para Madam e de Sta él, persuad idos com o estaban de que el espíritu de conqu ista era ajeno a la soc iedad modern a. De esta alianza sale Bon aparte, héroe de la República antes de ser su liquidador. Toda la diferencia entre Sieyes y él. en el complot de Brumario en el año XIII, viene de que el nuevo Director. el prim ero que dio la señal de la revolución, ha dejado de encarnarla diez años despué s; mientras que el joven general co rso , indifer ente a 1789. es el Washington de la República de 1799. Pero Francia no es la joven República americana y al plebi scitar a Bonaparte al día si-
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guienre del 19 Brurnario, la Revolu ción. sin saberlo, se estaba dand o un rey. Serán necesarios aún más de sesent a años , despu és de la caída de Napoleón, para que Franci a se instale duraderamente en las instituci ones republicanas. con la reestructuración de la tercera Repúbli ca, en 1875-1877. Como lo han not ado mu cho s observadores, el siglo XIX no ha cesado de rehacer la Revolución fra ncesa. En julio de 1830, la insurrección parisina ha inscrito la república en sus ban deras, pero sus element o s más co nservado res logran ent ronizar in extremis a la dinastía Orléans, qu e esper aba su hora desde 1789...Monarquía republicana.., pero dema siado monárquica para lo que tenía de republicana. pue sto que sucumbe a su vez ante las barricadas par isinas en febr ero de 1848. Ento nces comienza una segu nda repú blica. qu e dura aún menos tiempo qu e la prim era. pero que se termina como ella. con un segundo Bonaparte. Despu és de la caída de Napoleón 111, en 1870. son necesario s aún var ios años, atr avesados por el aplastamiento de la Comuna y una tent ativa de restauración de los Borbones, para que nazca la tercera República, llevada a la pila bautism al por Thiers y Gambetta, los orleanistas más liberale s y los republicano s más mod erad os. Esta larga historia se explica ant e tod o por los legados de la Revolución, qu e no cesan de trabajar las tradi ciones políti cas. Si la República sigue causando mied o a mita des del siglo XIX a un a gran parte de la opinión , es aún por las razones diagnosticadas por Cons rant y Staél a finales del siglo XVIII, porque está unida al recuerdo de la dictadura y del Terror. Lo dice Michelet, y Quiner, y Georges Sand, y Hugo, y casi todo el mundo. La con signa de ..la Co nstituci ón de 1793.., tan frecuente en la izquierda republicana de la Restaura ción . y que comienza a mezclarse aquí y allá con la idea socialista. no tiene nad a qu e pued a disuadir a la opinión pública de la equi valencia entre República y Terror. Las corrientes dominantes del socialismo
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en Fra ncia. sin embargo, se habían desarrollado bajo la Restaur ación y la mon arq uía de julio como distintas de la idea repu blicana, e incluso a menudo, reticentes u hostiles. Hay una distinción p rincipal que separa las revolu ciones políticas. como 1789 o incluso 1793. de las revolucio nes sociales, destinadas a po ner fin a la pobreza y a la explotación. Está mu y clara en los años 1830-1840. ent re los republicanos del National y las d iferentes sectas socialistas. Los primeros no avanzan más que reivindicaciones políti cas, y en pri mer lugar la amp liación del sufragio , mientras que lo s segundo s descon fían de las ilusiones de iguald ad abstra cta qu e caract eriza por definición a un cue rpo electoral. La crít ica de ..los De rechos del H ombre.. es un lugar común de la lite ratura socialista. mient ras q ue la declaración d el 26 de agosto de 1789 se manti ene co mo un evangelio repu blicano. En esto s años la ide a de la República significa. contra el régi men de julio. el sufragio universal, la fo rmación d el ciudadano po r la escuela y. por tant o. la independencia de la escuela respecto de la Iglesia cató lica. Algo así como una fraternidad cívica, capaz de conjurar a su manera bastante diferente de la de los socialistas, el indi viduali smo burgués y la d ivisión de la sociedad en clases. A la Rep ública no le gusta ni el mercado de los liberales. ni el cuartel de los socialistas. Para evoca rla M ichel et no necesita de 1793. pu esto q ue para él la fiesta de la Federación es la verd adera fecha de nacimiento de la República. Febrero de 1848 marca, durante algun os días o algunas semanas. la aparición de esta fraternidad. Pero la historia, los recuerd os y las pasiones de los franceses resurgen en la segunda República com o en un espejo del pasado. La burguesía y la masa cam pesina siguen temiendo la revolución par isina. portadora del desorden y amenaza de la propiedad. Los republicanos están d ivididos entre la Gironda y la Montaña. La mayor parte de las iglesias socialistas no esperan nada buenos del sufragio universal, y de
República
una simple mutación ..política... N i siquiera falta la insu rrección sans-culo rte de la po breza y el paro , las jornadas de junio del 48. qu e traen nu evamente la guerra civil y la sangre derr amad a. N uevo comienzo teatral que no comporta ningun a de las circunstancias de «salvaci ón pública.. q ue hubo de atravesar la Revolución. Y cuando un Bonaparte asume en todo ello el papel principal. no es ya como héroe de la historia nacional y militar. sino más p rosaicamente. co mo elegido unive rsal. Así pues, en menos de un año , de febrero a diciem bre y de Lamartin e al prínci pe-president e. la Rep ública aparece com o to do lo contrario de la gran reconciliación fraternal con la qu e se había anunciado. T od as las familias de la tradición revol ucion aria están allí. pero más divid idas que nu nca bajo la aparienc ia de un consenso provisional alrededor de inst itu ciones republicanas, los part idarios d e los Borbo nes, los de los O rléans, los republicanos mo derados , los repub licanos avanza dos, los socialistas de las múltiples escuelas, y finalmente un Bonapart e, para qu e no faite nadie. La situación es rad icalm ent e distinta de la de finales del siglo XVIII; Fran cia no está en guerra pero las pasione s y las tradi cion es están frent e a la m isma ecuaci ón política : la monarquía, es el Antiguo ·Régimen; la Rep ública, es la aventu ra. D e donde sale. como medio siglo antes. la dictadu ra de Bonaparte . Para que la Rep ública reencuentre su oportunidad sera necesario qu e del fracaso de 1848 nazca bajo el segundo imperio una nueva generación. desconfiada de la ret óri ca de sus may ore s, más realista, para la cual la República no sea solamente el régimen de la libertad reencontrada. sino la imagen de la con serva ción de los int ereses sociales. La Revolu ción queda ya lejos mientras qu e por tod as partes se acelera bajo este segundo imperio la muta ción eco nómica que hace de Francia un país más rico y más moderno. La dictad ura del Estado centra l y d e sus prefecto s ha suprimido la libertad. pero ha liberad o poco a poco a los campesino s de
Ideas
la tutela de los grandes notables locales, legitimistas u orleanistas. Los ferrocarriles y la escuela unifican la población q ue se habitúa al sufragio universal. Los jóvenes republicanos que hacen su aprendizaje bajo el imperio, como Ferry o Gamberra, son unos incondicionales de la libertad, pero también espíritus atentos al progreso material e intelectual . Son hijos de la Revolución, pero también son positivistas, discípulos de Augusto Comte; para ellos la historia es una ciencia cuyos secretos han descifrado en sus libros. La República que funden enlazará dos ideas incompatibles, los principios de) 89 y la edad positiva, los Derechos del Hombre y el gobierno del saber . De esta fo rma los vencedores de MacMahon, al día siguiente del 16 de mayo, mezclan en la síntesis republicana de 1875-1880 la autonomía del individuo, principio del mundo moderno, con la necesidad de convertirlo en un ciudadano ilustrado por la razón histórica, eco lejano del tema de la regeneración. D e ahí la importancia cent ral de la escuela, lugar por excelencia de la educación cívica, a cond ición de verse desembarazada del oscurantismo clerical, cerr o testigo de un tiempo pasado. La laicidad es como la espina do rsal de esta nueva civilización republicana, y Jul es Ferry, su educador, lleva la anto rcha. El sufragio universal, vencedor en fin de la dictadura de París, le da la bendición pacífica de la mayoría de los franceses . Pero la República, dificultosamente instalada, no tiene aún estabilidad, a pesar de las crisis que ha superado, aprovechadas para asegurar su dominio sobre el Estado; a pesar de los esfuerzos gigantescos que ha desplegado para identificarse a la Naci ón , impregnar la cultura y penetrar la. sociedad por los grandes canales de la formac ión cívica -escuela, servicio militar, formación de partidos-, la 111 República, habrá que recordarlo, jamás ha conseguido una verdadera unanimidad en torno a sus principios. Hay toda una letanía de fechas para testificarlo, desd e el affaire Dreyfus hasta Vichy
690 pasando por e16 de febrero de 1934, que ex-
plican bastante el reflejo de miedo jamás lejano, aunque luego resulta injustificado, ante las posibles confiscaciones de la República por los comunistas en la Liberación, por el general De Gaulle en 1958, por el
putsch de Jos generales argelinos en 196J. La República, en continuo retorno sobre sí misma, no ha encontrado su equilibrio y su aliento en Francia más que por su fijación sobre un conjun to de valores siempre frágiles, por la lema coagulación de una tradición y de un cuerpo de referencias, por la progresiva desaparici ón de los rechazos por principio que no habían cesado de pesar sobre su aceptación definitiva, a fin de cuentas, muy reciente. República amenazada desde siempre en su interior por la inestabilidad gubernamental, la impotencia parlamentaria y la parálisis institucional que han llevado dos veces al Estado republicano al fracaso, una ante la invasión extra njera, otra ante la crisis argelina. República desde el último fin de siglo, contestada del exter ior por la derecha naciona lista y la izquierda revolu cionaria, a las que la Segunda G uerra Mundial y la Liberación han dado , bajo la forma del gaulIismo RPF y del comunis mo staliniano una fuerza de convocatoria y una capacidad de unión que han podido reducir el consenso republicano a un tercio de las voces, el estiaje más pronunciado de su historia, en las elecciones municipales de 1947. República finalmente rota en su dinámica y desgastada por su mismo éxito, disuelta en su principio activo y como extrañamente metamorfoseada, lenta. pero inexo rablemente, por el más fuerte crecimiento que Francia haya conocido en su historia. Los «Treinta Gloriosos.., esa segunda revolución francesa, han tenido por doble y paradójico efecto por un lado el desactivar los puntos de fijación tradicionales de los conflictos político-ideológicos de la República para sustituirlos por divisiones neutras en relación con la identidad republicana -la economía, la modernidad, la sociedad-; y por otro,
Repú blica
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arraigar políticamente la República en el humus de la nación precisamente como efecto del gaullismo que presidía este crecimiento y recogía sus fruto s. Parad ójicamente, la estabilización defini tiva de la República ha salido muy recientemente de ese mismo desgaste, para ello ha sido preciso el declive del partido comunista y la metamorfosis de la derecha modernista, reconciliada con las adquisiciones de la Revolución. Ha sido necesario el repliegue de todos los horizontes políticos so bre los valores-refugio de la República y la defensa generalizada de los derechos del hombre. Y finalmente, sobre todo ha sido necesario la alternancia de 1981 y la nacionalización republicana de la Constitución que se creía hecha para un hombre. Signo de esta evolución es el auge del poder del Consejo Constitucional, previsto por la Constitución de 1958 como _perro guardián .. del ejecutivo y conve rtido en guardián efectivo de la ley de la República. Curiosamente lo que más ha contrib uido a este enraizamiento ha sido la acción y el estilo de los dos principales presidentes de la V. Iron ía y lógica de la historia, con D e Ga ulle y Prancois Minerrand , la repúblic a mon árqu ica enlazaba con la mo narq uía republ icana y, después de doscien tos años de secuelas revolucionarias, se encontraba allí donde había querido llegar en sus primeros días. Pierre NORA.
Véase también: CONDúRCET, CONSTANT, C ONSTITUCIÓN, DEM O CRACIA, EJÉRCITO, GoBIERNO REVOLUCIONARIO, GOLPE DE ESTAD O, LA F AYETTE, LUIS XVI, MARAT, ROBESPIERRE, SIEYES, SoBERANíA, STAEL (MME. DE).
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Ideas
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REVOLUCION Los hombres de la Revolución buscaron frecuentemente en el pasado la profecía del gran acontecimiento que estaban viviendo . Coleccionaron los texto s que podían atestiguar la capacidad predictiva de grandes autores que la habrían previsto mucho antes. Búsqu eda algo artificial, que a menudo saca las citas de su contexto, y decepci onante. aunque algunos raros escritos parezcan proporcionar en el momento preci so la demo stración esperada. A este respecto no se presenta ninguno más elocuente que esos Droíts el deooirs du cítoyen, donde Mably, en 1750, hace dialogar en torno al sentido de la historia, a un francés y a un inglés, e imagina un mundo prometedor. A la fatalidad que el francés cree leer en toda historia, y singularmente en la de su país, el milord inglés cont rapo ne una historia de la esperan za y de la voluntad. El buen ciudadano puede trabajar para que las revolu ciones sean «útiles a la patria ", En cuanto a los consejos prácticos que prodiga a los franceses, éstos constituyen un programa de un porvenir singular. Para sacudir la fatalidad histórica, sólo es necesario la convocatoria de los Estados Generales y conseguir su permanencia porque con «el grito general de aprobación . que suscitará su reunión todo será fácil, la extirpación de los abu sos, el debilitamiento de la prerrogativa real, y la institucionalización de los derechos de la nación . En esto consiste la Revolución. Por asombroso que pueda ser, e! texto de Mably no posee la claridad retrospectiva que luego se le atribuirá. Porque aunque Mably , solitario en su siglo, tiende a los hombres de la Revolución un espejo donde reconocerse (se contempla la Revolución como la voluntad de una nación ansiosa por recobrar sus derechos), su texto sin embargo acarrea entremezclados los múltiples significados entre los cuales el pensamiento del siglo aún no ha elegido. Mably continua refiriéndo se a la revolución astronómica (el
francés cree que su patria ha alcanzado el punto de obediencia donde Inglaterra llegará a su vez), a la pluralidad de las revoluciones continuas, e incluso a la pasividad de los hombres inm ersos en el oleaje tumultuoso de unos sucesos particulares -las revolucio nes- que jamás dom inan. La Revolución es efectivamente en primer lugar. en el siglo XVIII, el retorno de forma s ya aparecidas. Este término, dice Trevoux, es «sinónimo de período.., El sentido astrónomico es el primer sentido que proporcionan los diccionarios. La Revolución es un movimiento que conduce las cosas a su punto de partida. Aplicado a las cosas humanas. sugiere la vuelta eterna de algunas forma s políticas debidamente inventariadas. Pensar las revoluciones humanas sobre el modelo de las revoluciones solares tiene por efecto dotarlas de caracteres que hoy nos cuesta recon ocer, como la necesidad de volver a un estado anterior; la inevirabilidad : el orden y la regularidad; la pasividad que engendran en los hombres condenados a constatarlas pero en ningún caso a hacerlas, la ausencia de cualquier novedad. Este sentido astronómico, siempre vivo aun en los pensadores más avanzados, como lo demuestra el ejemplo de Mably, se encuentra por tanto cada vez más en competencia con un uso vulgarizador de! cual dan también testimonio los diccionarios. Las revoluciones son las visicitudes de la existencia humana, los cambios extraordinarios ocurridos en los asuntos públicos, los reveses de la fortuna de las naciones. No se trata aquí de la vuelta de lo mismo a lo mismo, pero sí del surgimiento brusco y violento de la novedad. El carácter de impre visible predomina sobre e! de previsible, el desorden sobre el orden, lo extraordinar io sobre lo ordinario. Entre estas dos acepcion es completamente antin ómi cas, que los diccionarios utilizan sin dedi car ninguna reflexión particular a su
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antagonismo, ni tampoco a la forma, extensión o causa de las revoluciones, ha existido ocasionalmente un esfuerzo negociador. Bossuet, al atribuir todos los cambios producidos en el mundo a causas perfectamente identificables, con la excepción de «algunos golpes extraordinarios, en donde Dios quería que sólo apareciese su mano », ya había encontrado el medio de unir lo extraordinario a un orden invisible. Mably, cuya obra rebosa de «revoluciones- diferentes, enlaza la historia superficial ---caótica- de éstas con una historia profunda, ésta sí que sometida a unas reglas, y donde nada resulta verdaderamente inesperado, pues «es necesario que las pasiones, sucesivamente exasperadas y tranquilizadas, preparen durante largo tiempo una revolución para que llegue por fin el momento de ejecutarla •. Voltaire distingue las revoluciones de los tronos, sacudidas impresionantes sólo en apariencia, de las revoluciones del espíritu humano o del carácter nacional, estas últi mas lentas, profundas, insensibles e irresistibles; lo que es una forma, si no de conciliar el orden y el desorden, sí por lo menos de separar las verdaderas revoluciones de las otras. En último término, el siglo no acabó de delimitar bien entre las revoluciones visibles y las invisibles . Es un hecho destacado que los dos acontecimientos que servían entonces de principal referencia -la Revolución inglesa y la Revolución americana- no lograron separar los significados concurrentes de la palabra revoluci ón . La «gloriosa- Revolución de 1688 en ocasiones se la ve, desde el lado hugonote, como una revolución retorno, reencuentro feliz y reparador con las leyes fundamentales subvertidas por el azar de la historia y otras, desde el lado absolutista, como una revolución más en la historia inglesa especialmente determinada por la alternancia sobresaltada de reinados felices y de reinados desdichados. Restauración procedente del agitado curso del tiempo que trae el orden, o revolución inscrita en el tiempo, que fomenta una nueva serie de de-
Revolución
s órdenes; las historias de Inglaterra proponen las dos interpretaciones. La Revolución americana es, de forma más palpable, una «revolución feliz .. y el papel que se reserva a la voluntad humana es mucho más llamativo. No por ello deja de ser más significativo el ejemplo porque a pesar de estos caracteres muestra la per sistente imbricación de los sentidos de la palabra revoluci ón. Los comentarios más favorable s a la
Ideas han tenido lugar, objetos para e! análisis pero no para la acción . El siglo XVIII no las marca con una connotación moral precisa, las revoluciones son buenas o malas, puede suceder que destronen reyes pero también que los restablezcan, que lleven aparejado e! progreso o la regresión . No obstante, los hombres las temen, porque sean las que sean, muestran la inestabilidad política, y ponen en evidencia lo poco que controlan los acontecimientos. Todos los pueblos han "experimentado- alguna revolución, ésta es (a pesar de algunas opiniones, como la de Voltaire que alcanza a imaginar un ho rizonte en e! que pueda esperarse una revolución) la última palabra del siglo. Pluralista, escéptica, poco apta para conce bir qu e los hombres puedan iniciar una revolución . La Revolución francesa ante todo es un gran espectácu lo, qu e llena a los contemporáneos de estupor. H ay testimonios abundantes de la pr od igiosa impresión qu e produ ce, filósofos, periodistas, poetas ingleses como Co leridge, estupefactos de ver "a Francia encolerizada levantar sus miembros gigantes», poetas alemanes como Klopstock maravillados de ver sonreír en Francia «la serenidad azul, en la vasta sup erficie de! cielo ». Incluso los hombres más rápidamente desengañados, expresaro n primero ante la Revolución el senti mient o de lo nun ca visto . «[Q ué espectáculo, qu é actores! », escribe Bur ke a Lo rd Ch arlemont. Tod os la saludaron como una escena inédita, cuya balaustrada fue br uscamente franqueada por las fuerzas colectivas, irr upción imprevista de un pueblo entero levantad o para destruir la tiranía. Una vez "dado" este maravilloso espectáculo, como en e! teatro, ya nada será como antes. El simple hecho de que la revolución haya tenido lugar y de que el viejo mundo se haya derrumbado tan rápida y fácilmente, delante de ella, produce un retoque vigoroso en los significados un poco negligentemente propuestos por e! siglo XVIII. ¿Restauración o instauración? El primer efecto de! gran espectáculo es e! de no to-
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mar en cons ideración la idea según la cual la Revolución francesa pudo ser la restauración de un orden social anterior. Se pueden encontrar, sin duda, textos ambiguos que utilizan la palabra restauración, tales son los que presentan a Luis XVI como restaurador de las libertades francesas. Pero ¿qué se trata de restaurar exactamente? En ningún caso una determinada época de la revolución histórica, pues es sorprendente ver la pasmosa rapidez con que se abandona la idea de una antigua cons titución, tan viva todavía en e! debate historiográfico del siglo XVIII. Queda, sin duda, e! prestigio inherente al sentimiento de enlazar, pero sin embargo no se trata de enlazar con lo anterior sino con lo fund amental . La Revolución francesa vive de esta idea Fue rte, que sólo lo inicial funda. Si lo qu e se restablece son los derechos de! hom bre, y éstos han sido constantemente escarnecidos en la histor ia, se dest ro na con un mismo golpe todo s los antecedentes histórico s. Lejos de reanudar la cadena de! tiempo, se sale de la histo ria para un alzar velas colectivo hacia una tierra nueva, y un comienzo absoluto. Hannah Arendt sostiene que los hombres ent ran prim eramente en la Revolución con la ilusión de la restauración, es decir , de la continuidad, y solamente en un segund o mom ento, segú n ella, es cuando ent ran en una ilusión to davía más fuen e en relación con la expe riencia histórica, la de la rup tura. Aunque se le concede que en los primeros días de la Revolución francesa habita la ilusión de una resta uración, no du ra más de una mañana. Desde sus primeros pasos, la Revolución se piensa como la liberación decisiva de todos los modelos históricos. Nada lo demuestra mejor que la rapidez con la que destrona e! ejemplo inglés (en su discurso de 4 y 5 de septiembre de 1789 sobre la sanción real, Mounier observa con estupefacción que e! conjunto de la Asamblea dirige «una mirada de desprecio so bre la Constitución de Inglaterra cuando no hace todavía un año hablábamos con envidia de la libertad de los ingleses-) y, hecho toda-
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vía más sorprendente, e! ejemplo americano cuya paternidad se dedica a celebrar La Farene. Desde e! 23 de agosto, Rabaut SaintEtienne concedía que si los Constituyentes querían imitar a toda costa, e! mejor rnodelo era Pensilvania, pero para corregirse en seguida: "iNación francesa, no estás hecha para recibir ejemplo, sino para darlo! Por lo demás e! tema de la incomparabilidad de las dos revoluciones había sido rápidamente orquestado por Condorcet, que presta sus ideas y su pluma a un ciudadano de los Estados Unidos lanzado a un parale!ismo académico de las dos aventuras. El objeto de la Revolución americana era e! de liberarse de una aristocracia extranjera, el de la Revolución francesa sacudirse una aristocr acia do méstica . Los americanos no pretendía n más que rechaz ar las tasas impuestas por ho mb res qu e vivían a 1.500 leguas, y los franceses el sistema fiscal por e! que algunos de ellos aplastaban a ot ros. Allí la Revolución no tenía que desanudar más que un nudo muy flojo y tenía mucho que conservar, e! procedimiento criminal, por ejemplo. Aquí, la Revolución tenía que desatar nudos muy apretados y no había nada qu e conservar. De manera que se hizo preciso, explica Concordet, remontarse a pr incipios más puros, más preci sos, y más profundos. Los franceses, al contr ario qu e los americanos, tuvier on que declarar sus derechos antes de poseerlos. Tuvi eron que derribar una sociedad que conserva ron los americanos. La Revolución francesa, a diferencia de la Revoluc ión americana, fue una refundación no sólo de! cuerpo político sino de! cuerpo social. Por tanto, se trata de un espectáculo que no tuvo ejemplos donde mirarse, de una inauguración total. Los autores de la Revolución francesa, al decidir que es eso lo que la conviene en revolución, desprestigian las revoluciones en plural -polvareda de cambios insignificantes- , y sólo valoran una, la Revolución. En los primeros meses de la Revolución, sin embargo, persistió una duda sobre e! uso de! plu-
Revolución ral y de! singular. Pierre Retar ha mostrado que las Révolutions de París, e! periódico de Prudhomme primeramente publicado sin intención de periodicidad, recibe su título, todavía tributario del sentido tradicional, de la intención de contar los múltiples trastornos sucedidos en París de! 11 al 18 de julio de 1789. Luego, como la publicación sigue y los lectores reclaman una síntesis, Prudhom se la da en enero de 1790. Bajo e! título C/c! de " fa. Reoolution, aparece un texto donde las revoluciones están amalgamadas y fundidas en una Revolución sin parecido con ninguna otra, porque es "la revolución de las almas y de los espíritus- El nuevo sentido ganó, pues, muy rápidamente su ejecutoria de nobleza. Solamente los contrarrevolucionarios contestan la unidad ejemplar y la singularidad del fenómeno viendo en la Revolución francesa, según la definición de! diccionario de Buée, "un trastorno qu e 'se produjo en 1789». Por lo demás en todas partes el acont ecimiento que tuvo lugar en Fran cia, por ser el primero , como dir á Robe spierr e, fundado sobre los derechos de la hum anidad, será considerado como fa Revolu ción. Este acontecimiento único es tambi én un acontecimiento tot al. N o tiene sentido para una nación hablar de su revolu ción mientras no haya roto todas sus cadenas . En la revolución, no se trat a sólo de limitar un pode r despót ico, de reformarlo o de llegar a acuerdos, ni siquiera se trata de limitarse a la esfera del poder político . Hay Revolución cuando los hombres pretenden resolver con ella todos sus problemas a la vez, políticos, sociales y también morales, y quieren cambiar ellos mismos por entero. Así, Chateaubriand, en e! Essai sur les R éuolutions, rechaza e! uso de la palabra para designar los cambios de dinastía, las guerras civiles, "e! movimiento parcial de una nación momentáneamente sublevada-o No quiere retenerla más que «si e! espíritu de los pueblos cambia - o Liberada de los trastornos singulares y de las catástrofes políticas paniculares, esta
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Revolución total se halla por lo mismo abierta a lo universal . Se trata aquí de otra cosa muy distinta de los derechos paniculares, com o los derechos de los ingleses en nombre de los que se sublevó el puebl o americano. Incluso de otra cosa distinta de la libertad francesa. La Revolución escapa a su tierra natal al menos por dos rasgos que analiza Boissy d'Anglas. el primero haber sido la obra de un pueblo entero. no de algunos; el segundo, querer volver al hombre a su destino primitivo. Por ello es una promesa sin fronteras, abierta a un porvenir ilimitad o. El prodigioso espectáculo había conllevado escenas repul sivas, difíciles de borrar del espíritu . Todavía en 1791, en su Esprit de la Réoolution, Saint-Just, testigo poco sospechoso de hosti lidad, expresa el traumatismo que le causó el espectáculo de la muched umbre jugando con trozos de carne humana . La Revolución ha expulsado de su tentativa de aurodefinición esos desórdenes. Se siente fundadora de un orden, de donde procede su vínculo con la empresa cons tituyente, que , como dice Hannah Arend r, le es cons ustancial. Es preciso. por tanto, distinguir aquí entre la constitución en acto, pode r que se da la Revol ución en sus comienzos y por el que se libera del tiempo, y la constitución promulgada, resultado sometido en adelante a la alteración histórica. Ahí está en efecto el punto capital. La Revolución francesa en su aurora se piensa y se vive como una salida de la histor ia, que tan bien comprendió Michelet: .EI tiempo no existía, el tiempo había perecido.• El descubrimiento de que también eHa tiene una historia, que es un proceso alargado en el tiempo. que conlleva sus días fastos y sus días nefastos, sus sorpresas y sus pericias, es turbadora para los hombres que la viven. El tiempo de la Revolución les parece ir, ya demasiado rápido, ya de masiado lento, como si nunca llevase bien el ritm o. Demasiado lento, pues a medida que la revolución avanza, la acción de los hombes se ve cogida en una red de relaciones donde ella
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se enreda, desviada de sus fines y sin alcanzar su desti no original; por otra parte, los días que pasan hacen resurgir los recuerdos del Antiguo Régimen, costumbres inexnrpables o voluntades malvadas de hombres y mu jeres que permanecen fuera de la revoluc ión o se agitan contra ella, y qu e es preciso aún convencer o vencer, una - hidra - renaciente sin cesar, por usar la [uerte imagen de los mismos revoluc ionarios. O bien, el tiempo va demasiado rápido: la Revolución es un movimiento de arrebato Vertiginoso que no se deja dominar. En el primer caso, el impulso revolucionario no puede desplegarse libremente, ante la cantidad de obstáculos que encuentra delante de sí. En el segundo caso produce miedo su fecundidad en acontecimientos imprevisib les. Aquí como allí, es impos ible termin ar la Revolución, imposible de cumpl ir en el primer caso. de acabar en el segundo. Así pues, el descubrimiento de la histo ria revolucionaria tra nsforma la idea de Revolución. Retengamos solamente algunos episodios significativos de estos retoq ues. Uno, el debate de la prim avera y vera no de 1791 so bre la Co nstitució n, pr esidido por la obses ión de terminar la Revolu ció n, expresado reite rativamente por D uport en mayo y por Barnave en septie mbre. Dupo n parte de la intuición de que ..lo que se llama revolución, ya está hecho », pero teme no sea q ue su impulso permanente vuelva en realidad a las combinaciones del Antiguo Régimen, pues «todo movimiento es circular tanto en el mundo mor al como en el mundo Físico», he aquí reaparecido el viejo sentido astronóm ico. En cuanto a Bamave, nadie menos preparado que él para asociar la idea de Revolución a la de desorden, pues él la unía a la acción constante y regular de causas perfectamente identificables y rechazaba las «causas accidentales », siempre buenas, según él, para determ inar -Ia época. de las revoluciones. Pero la inquietante radicalización de la Revolución le hace cambiar su análisis; ahora tiene que atribuirla precisamente a los accidentes, como la ambición
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y la vanidad de los ho mbres a los que la Revolución proporciona un teatro inesperado, interesados por lo mismo solamen te en su prosecución. La única manera de detener la máquina es la Constitución. Solamente ella permitirá distinguir entre - Ios que qui eren un gobierno estable y los que no quieren más que revolución y cambio porque crecen en la confusión como los insectos en la corrupci ón ». Así se deshace la solidaridad de la Revolución y de la Constitución, tan fuene en 1789, puesto que oponía la Revolución a un Antiguo Régimen que no tenía Constitución. Así se deshace tamb ién la idea de la Revolución como garantía contra lo arbitrario. En el espíritu de Bamave, la revolución ha vuelto al sentido peyorativo del siglo XVIII, el de una vicisitud de la que hay que temer todo, a la vez el paso adelante y la vuelta atrás, la rebelión y la reacción; lo uno engendra lo otro. Con la «revolución del 10 de agosto _, nueva peripecia, salta el último eslabón que unía la Revolución al Antiguo Régimen , la conservación de la mo narquía a la que aparentement e se habían visto ob ligados los actores por «las cost umbres y el voto de la nación», como decía Barnave . La nueva revolución impon e una nu eva definición, difícil ejercicio al que se entrega Ccncordet, empeñado en comparar el destronamiento de dos reyes constitucionales. Jacobo 11 y Luis XVI, para demostrar que el segundo está menos contaminado de irregularidades que el primero, porque un pueblo entero, o al menos una «fracc ión considerable del pueb lo», se aparta menos del o rden común de la ley que una «asociació n panicular de ciudadanos. cuando se dirige a un príncipe extranjero. Todo el esfuerzo de Condorcet consiste en circunscribir y relativizar el desorden revolucionario. Algunos meses más tarde, la palabra revolución y el adjetivo revolucionario ---éste creado expresamente para la Revolución francesa, la única revolución que «torna la libertad como objeto_ le inspiran reflexiones análogas. Una leyes revolucionaria cuando se propone
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mantener esta revolución, es decir, cuando se sale del orden de las sociedades pacíficas. En efecto, la ley revolucionaria no está hecha para ellas, sino para terminar con la resistencia de los partidarios de la realeza. No es por tanto otra cosa que «una ley de circunsuncias » , si el calificativo ya no fuera tan ridículo que fue preciso. admite Concordet, reemplazarlo por el de «revolucionario» . La sinuosa demostración de Condorcet nos revela su perplejidad ante medidas revolucionarias tan evidentemente ligadas a la excepción. Se puede ciertamente justificarlas, puesto que van dirigidas contra esos hombres que buscan «prod ucir una revolución en sentido contrario•• pero es preciso permanecer sensible a lo que componan de desordenado y guardarse de una actitud detestab le q ue consiste en abrigarse detrás de la necesidad, -Ia excusa de los tirano s». El fin soñado por Condorcet es siempre el de terminar la revolución, pero a diferencia de Dupon y de Bamave, subordina esta finalización a una ilegalidad provisional. C uando ya existe un gobierno revolucionario, la argumentación qu e le justifica no es fundamentalmente distinta de la de Co ncorde r, aun cuando ro mpe con sus acentos de precaución. Por su parte los Jacobinos oponían la ley revolucionaria -fundadora- a la ley constitucional conservadora y proclamaban la convicción -Vergniaud ya la había identificado muy exactamente-e- de que la energía de la defensa nacional impone «mantener aún toda la efervescencia de la Revoluc ión», un «aún» q ue parece introducir entre los equipos sucesivos de la Revolución nada más que una divergencia de apreciaciones sobre el momento propicio para terminarla, a la vez que utilizan tautológicamente el adjetivo revolucio nario para designar todo lo que es conforme con la Revolución. Sin embargo entre Condorcet y SaintJust se inicia una nueva deriva de la palabra Revolución. Condorcet, un poco patético, no quiere ver en las leyes revolucionarias
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más que una renuncia limitada a la legalidad, porque está orientado hacia ..e! tiempo en que no tendremos necesidad de hacerla• . Si este último cerrojo salta en Robespierre y Saint-Just con e! aplazamiento de la Constitución recién nacida, se debe a que para ellos la Revol ución ya no se define como un espectáculo prodigioso cuya contemplación basta para arrebatar al individuo y convertirlo, sino como un trabajo que recibe su sentido de la existencia de enemigos de la Revolución. Ahora bien, éstos son de una especie muy particular. Por una parte, están en todos los sitios, en e! interior y en e! exterior de la República e incluso en la conciencia de cada revolucionario, pues la hostilidad a la Revolución comienza con la más pequeña reticencia en e! respeto a la vida común o con la simple indiferencia. Por otra, renacen incesantemente de sus cenizas, porque, dice Saint-j ust, en e! orden moral sucede como en e! orden físico: ..los errores pueden desaparecer como se evapora la humedad de la tierra, pero pronto aparecen como la humedad vuelve a caer de las nubes». Esta naturaleza de los enemigos de la Revolución, a la vez volátil y obstinada, entraña al ,menos tres consecuencias. La primera es Imponer la consubstancialidad de la Revolución y la ilegalidad, puesto que la Revolución no terminará con sus enemigos más que por la acción violenta, absuelta en toda ocasión por la idea de que «se les debe permi tir todo a los qu e van en la dirección de la Revolución», como afirma Saint-just. Tal es e! sentido de la célebre exclamación de Robespierre en respuesta a la acusación de Louvet e! 5 de noviembre de 1792: «¿Q uieres una Revolución sin Revolución ?» Ese día Ro bespierre sugiere otra cosa muy distinta a la simp le imposibilidad de llevar a cabo una revolución more geométrico y sin recurrir a la ilegalidad. En efecto, al marcar con una ilegalidad necesaria todas las medidas de la Revolución, y declarar ilegales todas las grandes jornadas ident ificándolas para terminar con la Revo-
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lución misma, está aceptando que la ilegalidad defina la Revolución. Se comprende también viendo la derivación de! ajetivo ..revolucionario• . Durante mucho tiempo había servido para calificar toda medida enérgica: así Bar ére pedía a la Convención en la pri mavera de 1793, que actuase y s; declarase «cuerpo revolucionario», designando en este contexto lo expeditivo y lo arbitrario. El ..instrumento revolucionario. es la guillotina. Y si entre todos los ríos franceses, e! Loira es especialmente «revolucionario», es por su docilidad para arrastrar los aho gados de Carrie r. La segunda consecuencia es la de imponer una revolución en e! interior de cada individualidad, puesto que e! enemigo de la Revolución está alojado en cada uno de los actores . El gobierno revolucionario, lejos de ser ún~camente instrumento de guerra y de conquista, lo es del «paso de! mal al bien, de la corrupción a la probidad, de las malas costumbres a las buenas». Al definirlo así en. su informe sobre la policía general, Samt-Just hace depender la culminación de la Revolución de una transformación radical de los corazones y los espíritus. «Es preciso qu e cada ciudadano experi mente y obre en sí mismo una Revolución igual a la que ha cambiado la faz de Francia»; este objetivo de la Comisión de vigilancia lionesa, en noviembre de 1793, muestra hasta qué punto la palabra Revolución había tomado el senti do de una transformació n person al e íntima, convers ión indisolublemente privada y pública. La tercera consecuencia se deduce de las otras dos: el enemigo no podrá ser derrotado y la empresa revolucionaria no estará acabada jamás. ¿Dónde debe pararse la Revolución? Saint-J ust reto ma esta cuestión temible, que to dos los actores de la Revolución habían tratado en un momento u otro y a la que algunos, como Barnave, habían dado una respuesta precisa. El hace retroceder este final a un futuro ilimitado, porq ue la Revolución no se cierra más que con «la perfección de la felicidad», Deja so-
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bre todo, flotar una dud a mor tal sobre la interpretación de este final : «se hab la de la altura de la Revolución. ¿Quién fijará esa alrura?. Esta incertidumbre deja prever que la Revolución siempre está por hacer, que uno no puede detenerse en e! camino bajo pena de «cavar su tum ba», que la pureza del proyecto revolucionario debe ser restitu ido en su integridad, cada instante, que nadie la juzga, en una palabra que habrá que «revolucionar la Revolución . permanentemente. Aquí se alcanza la máxima desviación respecto de la imagen y la idea que se había popularizado en los inicios de la Revolución, la imagen de una Revolución como espectáculo maravilloso dotado por sí mismo de una irresistible fuerza de arrastre y de convicción y con la idea de la Revolución como la instauración de la libertad por la ley. Lo que subsiste basta, no obs tante, para comprender por qué es pr ecisament e en los recuerdos par oxísticos del episodio jacobino donde se alimenta con predilección la leyenda de las revoluciones. La ruptura con el pasado constantemente recordada en los juramentos y la unidad mítica de un pueblo virtuoso, constantemente movilizado en la purga de «facciones», compo nen una representación simple y fuerte de la que los revolucionarios posteriores harán su escena originaria. Llega Termidor y ..e! tirano. es abatido. Después de la revolución de! 14 de julio, la del 10 de agosto, la del 31 de mayo es una revolución más, qu e llega un poco cansada a inscribirse en esta letanía, engalanada no obstante de adjetivos eufóricos que ya han servido para sus predecesoras: aforrunada, grande, asombrosa. A veces, incluso, testimonios inesperados se afanan en darle un sentido inaugu ral: el 18 [rucrido r del año Il, Babeuf sugiere «no comp utar el tiempo desde hace cinco años, sino solamente desde un mes y algunos días de revolución». La primera racionalización del acontecimiento consiste en hacer de la nueva Revolución una inversión simétrica de la jornada de! 31 de mayo: la primera había
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visto cómo la insur rección armada de la Comuna ob ligaba a capitular a la Convencción y la segunda vio a la Convencción tomar su revancha sobre la Comuna. Las dos jornadas se contrapesan pues, como se apresura a establecerlo e! informe de Barere: «el 31 de mayo e! pueblo hizo su revolución ; el 9 Termidor la Co nvención nacion al hizo la suya. La libertad aplaudió igualmente a las dos • . Esta forma de presentar los hechos pasando la esponja sirve para mostrar que e! 9 Termidor es ..la última tormenta de la Revolución ». No arrastrará una nueva peripecia porque equilibra una antig ua peripecia. Puede, pues, pr etender significar ese final de la historia revolucionaria que cada equipo en e! poder estaba esperando. Resulta, por tanto, claro que nada está verdaderamente terminado. Los años que siguen a Termidor son ricos en golpes de Estado, victorias y derrotas alternadas de! ejecutivo y del legislativo, con cambios generosamente decorados de la palabra revolución, como e! agrio 18 fructidor, que pretende su vuelta a los epítetos lisonjeros de jornadas precedentes. El discurso que acompaña estos cambios busca, en efecto, bor rar la indecente plu ralidad de nuevas venidas (especialmen te present ando cada una de ellas como una vuelta al equilibrio, garantÍa de un verdadero fin de la Revolución) y camuflar su ilegalidad. Pero no puede impedir que de esta inquietante multiplicación nazca un nuevo sentimiento del tiempo revolucio nario, ya no es la instantaneidad de! prodigio, ni la larga paciencia y esfuerzo de los hombres en tensión hacia su propia recreación, sino la alternancia sincopada de revoluciones y reacciones que escaFan al control de las voluntades humanas. Desde los días que siguen a Termidor, la Sociedad de los Jacobinos anunc ia que desp ués de una tan larga comprensión es preciso esperar «una reacción poderosa y proporcionada a las desgracias que hemos tenido que deplorar• . Con e! reparto de! tiempo revolucionario entre revolución y reacción y la entrada en la escena política de unos perso-
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electiv o-e- perm anece inscrita en la marcha hacia adelante de la humanidad y nadie puede o lvidarla jamás. «Yo la llamo feliz a pesar de sus excesos porque yo fijo mi mirada en sus resultados... Interpretación mesurad a, d irigida a salvar la Revolución d el desastre de sus peripecias y a sacudi rse la fatalidad de la creencia según la cual los fran ceses «necesitan un amo •. En cambi o iba a ser desacreditada por el futuro inmediato que para terminar la Revolución mantenía en reserva la figur a de un nuev o déspota. Además había de ser descon ocida por los siglo XIX y XX que prefiriero n la interpretación jaco bina, pues aun que la palabra revol ución haya reco rri do un a prodigiosa carrera semán tica, extendiénd ose a las situaciones más incongruentes y a los cambi os más irrisorios, su significación en medio de las metamorfosis permanece asombrosamente fiel a la que fijó el episodi o jacobino. Los revolu cionarios posteri ores reformaron tod as las ideas jaco binas, la co nq uista del aparato del Estado, el volunta rismo polít ico y hasta aquellas cuyo fracaso fue evidente com o la fusión de los individuos en un colectiv o supuestamente animado por una voluntad única y su movilización permanente; en adelante y por mucho tiempo, no se experimenta la revolución , se hace la Revolu ción . En el repertorio revolu cionario escogi eron co n predilecció n el libreto de la Convención, copiaron su voca bu lario, end osaron el espo lio de sus actores y pensaron su h istoria a través de sus peripecias. 1848 tuv o sus Girondino s y su Montaña. También la Comuna de París tuvo sus Montañeses, y sus berb enísras en la pers on a de los blanqui stas . La revolución rusa tu vo sus chuanes, su leva en masa y, una vez más, sus Girond inos , pues Lenin utilizó este epíteto para infam ar a T rot ski y Bern st ein. Así pues, la Revo lución francesa nun ca termin a de reproducirse o de parodiarse. Al enigm a de un a Revolución convertida en tradi ción, cuando su vocación es eman cipar a los hombres de la trad ición, Tocqu eviUe respond e sugiriendo
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qu e si la Revolu ción vuelve a comenzar, se debe a que es ..siempre la misma ». ¿Cuál es esa extraña revo lución, siemp re la misma y qu e, sin embargo, siempre se rehace? N o es exactame nte la Revolu ción francesa, sino otra Revo lución a la vez co ntenida y oculta en ella, cuyos rasgos esbo zó el Marx de La Sagrada Familia: «El movimiento revolu cion ario qu e comenzó en 1789 en el Círculo Social tu vo como representant es princip ales, en medio de su evolución , a Leclerc y Rou x, sucumbió finalmente, aunqu e sólo por un instante con la cons piració n de Babeuf, pero ya había hecho nacer la idea co munista qu e Buonarro ti, el amigo de Babeuf, reint rodu jo en Francia desp ués d e la revolución de 1830. Esta idea, desarr ollad a en to das sus consecuencias, constituye el principio del mundo mo derno. » En realidad, se trata, no tanto de una idea cuanto de una promesa, la pr om esa de la igualdad de lo s hombres, la misma en efecto que la de la Revolu ción jacobina (po r poco que en ella se descifre una anticipación de la critica de las libertades for males y de la p ro piedad privada) qu e, sin emb argo , hay qu e volver a empezar porque enton ces hubo solamente un tímido borrador de la igualdad verd adera. Por lo mismo la Revolu ción francesa es algo muy distinto de su heren cia histórica, a la qu e no es reductible. Marx mostrará que la clase revo lucion aria francesa revistió los intereses particulares co n un discurso prerendidarnent e uni versal. Pero este falso ro paje, parad ójicamente, ha dado a la ficción su realid ad y a la ilusión su porvenir. Los futuros revolu cionarios han podido recob rar la verdad subversiva oculta bajo los disf races y pon erla al servicio d e otra revolució n, consagrada, ésta sí. a la igualdad real. Por tanto, sin embargo, como la igualdad no puede ser objeto de un acta, dado qu e la naturaleza y la historia siemb ran por toda s panes las diferen cias, y es en cambio una esperanza sin cesar decepcionada, y sin cesar reanimada, la revolu ción de la igualdad es ent onc es una empresa interminable,
expo rtable a voluntad en el tiempo y en el espacio, que saca su fuerza de su plasti cidad indefinida. Al efecto de arrastre de una revolu ción siemp re en todas partes y válid a, es pr eciso, fina lmente , añadirl e la fuerza amb igua que el concepto de revo lución saca de la fusión en él de dos ideas anti nómi cas. Una, to mada de la descripción del siglo XVIII, es la de la necesidad irresistible d e la Revolu ción (el pensamiento tradici on alista encon tr ará ahí también uno de sus temas) que sirve a los revolu cion ario s para justificar el sacrificio hero ico de los indi viduos al gran acontecimiento y para abso lver po r adelantado todos los medios que emp lea. Aho ra bien , esta idea se vincu la ínt imame nte , al precio de d ificu ltades nun ca verdaderamente explora das, a la del poder absoluto de los hombres sobre sus destinos. La revolu ción, a la vez símb olo may.or del historicismo y o bjeto del acti visrno indi vidu al, acontecimient o absolutamente humano y qu e sin emba rgo desborda completamente a los ho mb res, to ma de estas repr esent aciones contradictorias su extr aordinari o pod er de fascinació n. Mona OZOUF.
Véase también: ANTIGUO RÉGIMEN, BABEUF, BARNAVE, BURKE, C ONDORCET, CONSTANT, CONSTITUCIÓN , IGUALDAD, J ACO BINISMO, JORNADAS REVOLUCIONA -
RIAS, MARX, REVOLUCiÓN AMERICANA, RO BESPIERRE, VOLTAIRE.
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REVOLUCION AMERICANA La historia de las relaciones entre las dos grandes revoluciones de fines del siglo XVIII, la francesa y la americana, ilustra admirablemente uno de sus rasgos capitales: los contemporáneos comprendiero n rápidament e las posturas del períod o, lo que explica la rapidez con que se hiceron esquemas interpretativos que , desde entonces, no han dejado de dominar en las controversias. El más simple, si se quieren comprender las relaciones complejas que unen las dos tradiciones que nacieron entonces, es, sin duda, partir de la manera en que la Revo-
lución francesa fue aceptada por los actores de 1776, y de la que inversamente, la comparación entre Francia y América ha venido a aclarar en Francia el pensamiento revolu cion ario . Uno de los primeros efectos de la Revolución francesa en el mundo anglosajón ha sido el de mostrar la amb igüedad de las revoluciones inglesa y americana, haciendo estallar la unidad de los liberales dividido s por 1789, aunque habían estado unidos en la defensa de los insurrectos de América. En 1776 Burke había defendido la Revolución
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americana, exactamente lo mismo que el eclesiástico unita rio Price y el publicista americano Paine, que se convirtieron en sus adversarios duran te la Revo lución francesa; aho ra bien, uno s y otros consideraro n siempre, no sin razón, que su actitud fundamental no había cambiado y todos encontraban en la comparación ent re Francia y América, dónde apoyar sus argumentaciones. Par a Burke, la Revolución ameri cana es la hija legítima de la «G loriosa Revolución ,. inglesa : defiende frente al mismo Parlamento los principios que le dan su fuerza (<
Revolución american a
discusión en 1789; sin embargo, a pesar de estas consideraciones, sus controversias anuncian también los debates más específicamente ame ricanos, como el que opone a los amigos de Jefferson a los de j ohn Ad ams durante la campaña electoral de 1800. Un dis cípu lo alemán de Bu rke, Fr iedrich Gen tz, había publica do, algún tiempo antes, un ensayo que sistematizaba las ideas de Burke, para mostrar que la Revolución francesa era un hecho sin precedente, incomparable con la Revolución americana. Esta no había buscado más que preservar contra los abusos los derechos que los ciudad anos america nos, como súbditos británicos, habían adquirido desde hacía tiemp o. Ah ora bien, este libro fue traducido por John Quincey Admas (el hijo de John), para desacreditar a Jefferson, sospechoso de simpatizar con las tesis francesas; la idea de una oposición radical entre las dos revoluciones no era extraña a algunos de los fundadores de la República americana, pero no era más que un pumo de vista en el interior del debate político america no; del lado de Jeffe rson y de sus amigos, por el contrario, se podían condena r los desarrollos de la Revolución francesa (del Terror al Imp erio), pero las críticas se hacían más a la acción de los franceses (su impru dencia, su prec ipitación, incluso su fanati smo) que a sus principios. La Revolución americana, moderada en su desarrollo, no era menos radical que la Revolución francesa . Del lado francés, la actitud con respecto a la experiencia americana no es menos ambivalente. Antes de 1789, la Revol ución americana se perci be por la mayo r parte de los «Filósofos » (con la excepción significativa de Voltaire), como una victoria de la «Razó n» pero, de otro lado , aparece extrañame nte moderada, atada como estaba al sistema «gótico» de la «C ommon Law» o a instituciones arcaicas como el bicameralismo. De ahí, en Mirabeau, Turgot o Condorcet, una rápida decepción ante la obra constitucional de los americanos, incluso antes de la Convención de Filadelfia .
Ideas
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de 1792 (VIII); 2 de diciembre de 1792 (IX); 25 de febrero de 1793 (IX); 24 de abril de 1793 (IX); 10 de mayo de 1793 (IX); 14 de junio de 1793 (IX); 25 de diciembre de 1793 (X); 17 de pluvioso del año II (5 de febrero de 1794) (X); 18 [loreal del año II (7 de mayo de 1794) (X). Trad. cast.: Discursos e informes en la Convención. Introd. de Agustín García Tirado, Madrid, Ciencia Nueva, 1968. ROUSSEL, JEAN, ].-}. Rousseau en France apr és la Révolution (1795-1830), París, Armand Colin, 1972. SAINT-JUST, LOUIS-ANTOINE DE, Esprit de la Révolution et de la constitution de la France (1791), en Saint-Just, Oeuvres, París, G . Lebovici, 1984. - , Informes, en Oeuvres: 10 de octubre de 1793; 8 de ventoso del año 22 (26 de febrero de 1794); 11 germinal del año II (31 de marzo de 1794); 26 germinal del año II (15 de abril de 1794). SIEYES, EMMANUEL, Qu'est-ce que le Tiers Etat? (1789), precedido del Essai sur les prioil éges (1788), París, 1888. Trad. cast.: ¿Qué es el Tercer Estado?, Madrid, Alianza Editorial, ' 1988. - , [Fragmentos sobre Rousseau Jen Char les-Augustin Sainte-Beuve, «Etude sur Sieyes», Causeries du lundi, 3: ed., París, 1851, tomo V. SOBOUL, ALBERT, Les sans-culottes parisiens en l'an I I, Histoire politique et sociale des sectiones de Paris, 2 juin 1793 9 thermidor año 11, La Roche-sur- Yon, H. Potier, 1958 (también París, Clavreuil, 1958, reed. 1962, con el subtítulo de Mouvement populaire et gouvernement révolutionnaire). Trad. castellana en Alianza Editorial. 1987. - , «C lasses populaires et rous seauisme sous la Révolution», Annales historiques de la Révolution Franr;aise, 1962. - , «J.-J. Rousseau et le jacobinisrne», en Etu des sur le Contrat social de j. -j. Rousseau, Publications de l'Université de Dijon, núm. 30, París, Les Belles Lettres, 1964.
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SOBERANIA Que el principio de soberanía nacional sea el corazón mismo de la Revolución francesa, es algo sobre lo que no hay necesidad de insistir. Que el principio haya sido creado -y puesto en práctica- por la transferencia de la soberanía absoluta del rey a la nación es una obviedad que merece ser repetida. Y explorada. En la Revolución francesa, muchas cosas dependerían forzosamente de las dificultades conceptuales y políticas que comportaba el hecho de reivindicar para la nación una idea de soberanía elaborada en nombre de la monarquía absoluta a lo largo de los dos siglos que siguieron a los desórdenes de las guerras de religión. Guerras que habían suscitado en Bodino la primera formulación moderna de esta idea . Como las doctrinas de los monarcómacos por él rechazadas, la teoría de la soberanía de Bodino se apoya sobre las premisas conceptuales de una tradición constitucional ambigua. Durante siglos, los teóricos constitucionales franceses habían insistido sobre el hecho de que el monarca estaba investido de la plenitudo potestatis en tanto que emperador en su dominio propio; pero habían subrayado también en que este poder absoluto estaba limitado por la ley divina y natural, por la cos tumbre y los procedimientos legales, así como por la constitución del reino. En el agrio debate pro-
movido por las guerras de religión, no se trataba de saber si existían o no límites al poder real, sino si, por deferencia a esos límites, la monarquía debía rendir cuentas ante otro poder humano. Es el miedo a la anarquía, consecuencia necesaria, según él, de la doctrina de la resistencia legítima de los monarcómacos, el que incita a Bodino a sostener que para preservar el orden social, era preciso ejercer una voluntad soberana suprema. Para ser suprema, afirmaba, esta voluntad debía ser necesariamente unitaria. Y para ser unitaria, le hacía falta necesariamente ser perpetua, indivisible (luego, inalienable) y absoluta; independiente en consecuencia del juicio o del mandato de otros; el soberano no podía ser llevado a juicio ante la ley; unas leyes anteriores no podían atarle en el libre ejercicio de la voluntad legislativa -atributo supremo del poder soberano, cuyo principio Bodino encontró profundamente gravado en la máxima legal tradicional de los reyes de Francia: car tel est notre plaisir (porque esa es nuestra voluntad). En tanto que «poder absoluto y perpetuo de una República», la soberanía, tal como la veía Bodino, podía teóricamente ser ejercida por un príncipe, una clase dominante, el pueblo en su conjunto. Pero el objeto de los Seis libros de la República era demostrar que no podía ser efectiva más que en una verdadera monarquía. Un po-
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der soberano colectivo de todos o solam ente de algunos no tendría jamás la unidad indispensable a la autoridad del soberano . Esta unidad d e volunta d no podría hallar su plena realización más que en la per son a de un «Príncipe elevado por encima de todos los súbditos , cuya majestad no sufre ninguna división ». Aunque Bodin o niega a los súbd itos el der echo de restringir el ejercicio de la soberanía fijándo le u nos límites, estaba lejos, sin emb argo, de negar su existencia. Como representantes de Dios en la tierra, los príncipes están sometido s a la ley divina. Como detentadores de un pod er co nstitucionalmente establecido, están sometidos a las leyes fundamentales que regulan la sucesión del trono y la inalter abilidad del dominio real. En el ejercicio legítimo de su so beranía están también sometid os a la ley natural, a los principios que exigen que se respete por encima de todo la libertad y propiedad de los súbditos en un orden social parricularist a. Es consecuencia de la natu raleza esencial de la sociedad estar compuesta de una multip licidad de órdenes y de estados, de comunidades y de co rporaciones, de provincias y de países; tal es la hipó tesis fundamental de Bodino, así como de los teó ricos de la soberanía monárquica. La soberanía que define el bien público, está ahí precisament e par a establecer el orden y la unidad en una multiplicidad de órdenes y de estado s. Sin ella, no podrían ser mantenidos. Esta función de orden en una sociedad concebida como una amalgama de cuerpos di spares es fundamental en la teoría de la mo narquía absoluta. Dicho de otra forma , el poder legislativo real -poder d e dictar leyes o modifi car arb itrari amente las leyeses señal de sob eranía pero no se concibe su ejercicio más q ue en los límite s de una con cepción relativamente estrecha de la función guberna mental, destinad a a mantener la o rganización legítim a de los hombres y de las cosas en el int erior de un orden social constituido. En este senti do, el Estad o es una entidad pasiva - realidad social que se de be
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pre servar y mantener en buen o rden- antes que la expresión eficaz de una voluntad legislativa suprema. En cuanto al gobierno, tiene esencialmente una función judicial: dar a cad a uno lo debido en una multipli; cidad de corporacione s, de órdenes y de estados, d ond e los derechos, responsabilids , des y privilegios, se inscriben en el orden tr adicional de las cosas. Los primeros teóricos de la monarquía absoluta desvían, pue s, la tradición constitucional france sa, pero no desembarazan , sin embargo, la doctrina de la soberanía de sus presupuestos religiosos, filosóficos y jurídicos. La mon arqu ía abso luta per siste enqui stad a en el interior de un orden metafísico, con stitucional y jurídico que tiene com o función hacer respetar; la soberanía queda fundamentalmente limitada por los presupuestos de este orden. Con el reinado de Luis XIV, sin embargo, el poder soberano comienza a sustraerse al orden jurídico que teóri camente estab a o bligada a p reserva r. Sin negarle bajo ningún concepto, comenzó a separase de él. En términos mo dernos, el Estado (en tanto que instrumento activo del poder) comienza a diferenciarse de la sociedad . Bossuet ilustra perfectamente este proceso. La politique tir ée des propres paroles de /'Ecriture sainte ofrece un destacado contraste con respecto a Bodino porque da la espalda a la tr adición constitucional francesa. En la defen sa de la monarquía absolut a por Bossuet , la historia bíblica ocupa el lugar de la historia de la monarquía fran cesa como campo de elección del debate político, la autoridad de las Escrituras reemplaza al precedente con stitucional y la razó n abstra cta a los título s jurídicos. De sligado s de esta fonna de la tradición con stitucional , las pretension es a una soberanía mon árqui ca no podían menos de acrecentarse. Por una parte, Bossuet , radi calizaba e! carácter sagrado de! poder real, y en con secuencia su inde p end encia respecto al mund o soc ial con st ituido. Nadie pod ía co nte ntarse con dec ir de los reyes que era n
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los lugart enientes de D ios; porque : «son dioses, y participan de alguna mane ra de la independencia divina». Por otra, Bossuet ponía e! acento sobre el hecho de que el orden social y la unidad polí tica no existían más que a través de la persona de! príncipe y no emanaban más que de su voluntad. eLlna multitud de hombres se con vierte en una persona, cuando están representados por un solo hombre, o una so la persona.., había afirmado H obbes en e! Leoiatban . Para él, por otra parte, el pueblo no llega a ser uno más que en el acto de sujecció n al soberano. El reyes soberano porque el Estado existe solamente en y por su per sona individual ; él es la única persona verdaderamente pública; es la única voluntad ver dadera mente pú blica: - el príncipe... es una persona pública, todo el Estado está en él, la voluntad de todo el pueb lo se encierra en la suya». A estas inflexiones responderán unos cambios en las represent aciones solem nes de la monarq uía. Las ceremonias de entradas reales hacían del mon arca un elemento en un orden jur ídico complejo y ponían el acento sobre las definiciones mu tuas de la coron a y del reino, límites const ituc ionales del poder real. Abandonando estas ceremo nias por unos rituales de Co rte, Luis XIV proclam aba la existencia de un espacio político nuevo, emanado más directamente de la persona del rey . D e un rey representante y garante de los principios jurídicos del orden social (uno de cuyos elementos seguía siendo el rey), el acento se desplaza hacia un rey del que derivaba el o rden social como de su verdadera fuente . El rey ya no ent raba en sus ciudades para celebrar las obligaciones mutuas del monarca y de los súbd itos ; en adelante, se lanzaban a tod o el reino órdenes procedentes de la corte para que se cantaran solemnes Te Deum en honor de los éxitos militares del rey . Pero prec isamente esos éxitos estaban haciénd ose posible gracias a la capacidad creciente de la corona para movilizar los recursos sociales al servicio del Estado . El go-
Soberania bierno judicial comenz ó a dejar paso al gobierno administrativo a través de la inst itu cionalización de los intendentes en las provincias y de los ministros y sus despachos en Versalles; a través de la transfonnación de las - hasta entonces- exigenci as fiscales extraord inarias en obligac ione s recu rrentes de la vida social organizad a por medio de nuevos mecanismos impositivos que minaban los privilegios locales y per sona les; a través de la sustitu ción de las prácticas locales de participación por un mando cent ralizado. En el corazón de este nuevo sistema administrativo hay un lazo fundamen tal entre la guerra y el biene star social, entre la imposición y la imponibilidad . De la misma mane ra que el producto de un impues to dependía de la capacidad de la población de pagar, la organización de la guerra depend ía de la capacidad de la administración de producir la prosperidad. Para movilizar los recur sos sociales el gob ierno estaba también ob ligado a maximizarlos. Así, la función de los inte ndentes y de sus agentes no se limita rá sólo a extraer los recursos de sus localidades ; deberán también hacer fructific ar y mejorar la pro ductividad agrícola, estimulando el comercio y la ind ustria, relanzand o la cons tr ucción de rutas y canales; en un a palab ra, maxim izar la prosperidad y el bienestar social. Por un despla zam iento típico de los objetivos, esta relació n entre los fines y los medios se invirt ió en el cu rso del siglo XVIII. La riqueza nacional deja de ser un medio para la guerra y se co nviert e en un fin en sí mismo . De ello resulta una nueva ética admi nistrativa que comenzaba a situar en el centro del gobierno, no tanto la funci ón judicial primoridal de pre servar el Estado, entidad pasiva, cuanto la aut oridad ad ministr ativa soberana tend ente hacia el interés comú n. En este contexto , la definición de soberaní a co mo poder legislativo activo cambia tamb ién. En nombre de un a co ncepción eudemo nista del bien general, elabo rada progresivamente po r las Luces, el soberano podía recomponer la socied ad tr adi-
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cional en función de las necesidades, e incluso tran sformar un reino estructurado por los principios de la jerarquía, del privilegio y del parti culari smo en una comunidad integrada de ciudadanos útiles. El poder soberano ya no sostenía simplemente el orden social desde el interior; actuaba sobre la sociedad desde el exterior. En el curso del siglo XVIII, estos desarrollos, portador es de pr ofundas contradicciones en la cultura política del Anti guo Régimen, se expresan en múltiples conflictos entre la nueva élire admini strativa de los ministros y de los intendentes y la élite judicial más antigua de los funcion arios . Ello contribuirá a la emergencia de un discurso de oposición a la mon arqu ía absoluta, en el que el absolutismo es asimilado a lo arbitrario, y la administración real al - desporismo ministerial». ¿Cómo el orden social iba a reasimilar el poder soberano? A este problema -que dominó la vida política del Anti guo Régimen en sus últimos decenios- diversas formas de discurso político respondieron con distinta s solucione s. La primera y más extendida, apelaba a los recursos conceptuales de una tradición constitucional francesa, poco a poco eclipsada desde el siglo XVI, y reafirmaba las pretension es de la «nación » a tran sformarse en un cuerpo histórico dotado de una identidad política y de der echos colectivos. En los años 1750 y siguientes, la monarquía absoluta fue convocada una vez más a la sala de audiencias para participar en el debate histórico, jurídico y con stitucional. El arsenal histórico de los «derechos de la nación », reabierto desde el comien zo por Le Paige, ofrecía las princi pales armas ideológic as que servir án a las contestaciones parlamentarias siempre más radicales de los años 1750 y 1760, a los panfletos anti Maupeau de pr incipio de los año s 1770, y a la propaganda antimi nisterial del períod o prerrevolucionario. Este discurso, que evoluciona hacia una justificación más política del papel de los magistrados, símbolo del consentimiento de la nación en el
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domini o legi slativo, debería finalmente concluir en la exigencia de los Estado s Generales com o ún ica y última expresión instituci onal de la voluntad nacional . Por lo mism o se con sideraba que la soberanía emanaba del cuerpo de la nación , y que su ejercicio se confería, por contrato mutuo entre el rey y la nación, a un monarca que lo ejercía so metiéndose a las prescripciones de este contrato, el cual incluía el principio de respeto a la legislación; el monarca podía ser denunciado por la nación en caso de no respetar los términos del contrato. Esta Concepción esencialmente negativa, defensiva, de la soberanía de la nación, iba a desplazar indefectiblemente el lugar de la identidad pol ítica (y por tanto de la soberanía) del rey a la nación. La reafirmaci ón de la nación como actor históri co y político aparecía ya de manera flagrante en la literatura panfletaria que precede a la reunión de los Estados Generales. Rou sseau tenía, por supuesto , un lenguaje mu y diferente. Descanando los hecho s históricos y los títulos jurídicos, disolvía la sociedad tradi cional de los órdenes y de los estados en una multiplicidad de individuos, para reconstruirla analíticamente en comunidad política de ciudadanos iguales ante la ley. Para Rou sseau, com o para H obbe s, esta tran sformación de la multiplicidad en unidad no podía cumpli rse más que mediante una sumisión absoluta e irrevocable de cada individuo a una persona única. Pero Rousseau -al no encontrar ningún ... med io aceptable entre la más austera demo cracia y el hobbismo más perfecto-localizaba esa persona no en la natural de un monarca, sino en la persona colect iva del cuerpo de ciudadanos en su conjunto. De ahí la fór mula del contrato social, en que cada indi viduo se da a todos, actuando simultáneament e en tanto que miembro del todo para recibir a todos los o tros. El Contrato social tran sfiere la soberanía elaborada por los teóricos de la monarquía absoluta ---con todos sus atributos- de la persona natural del rey a la persona colee-
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tiva, abstracta, del pueblo. En la doctrina de Rousseau, como en la de los teóricos monárquicos, la soberaní a es indivisibl e e inalienable: no puede ser ni delegada ni representada sin destruir la unidad de la persona a la que es con sustancial. De ahí el rechazo teóric o de la representació n, no menos enfático que el repudio de la monarquía absoluta. Una vez conferido a un mon arca, o confiado a unos repre sentantes, afirmaba Rou sseau, el poder soberano es inmediatamente parti cularizado ; no existe com o voluntad general, sino como voluntad panicular. Es preciso también recalcar que, en la doctrina de Rous seau, como en la de los teóricos monárquicos, la autoridad soberana, aun siendo absoluta en el sentido de que no puede estar limitada por otras voluntades o leyes previas , tiene límites. La volun tad general -para conseguir una voluntad general verdadera, exenta de toda particularidad- debe ser general en su ob jetivo como en sus orígenes, «partir de todos para aplicarse a todos ». De hecho, Rous seau reuni fica de esta for ma poder soberano y orden social reivindicando la soberanía para el cuerpo del pueblo, en tanto que persona colectiva, abstrac ta. La creación de la voluntad general era el acto constituyente del orden social verdadero ; su mantenimiento como voluntad general verdadera era la cond ición de una existencia social perenne y su destrucción implicaba la disoluci ón simultánea del or den social. En el discurso político de Rousseau, la soberanía y la sociedad volvían a ser consustanciales. A partir de este punto de vista, result a esclarecedor comparar los argumentos de Rousseau con los que presentaban los fisióeraras y sus discípulos, quienes conjuraban la disyunción creciente entre el poder so berano y el o rden social, buscando tran sfcrmar el ejercicio del pod er soberano en regla de la naturaleza. En una sociedad con stituida jurídicamente (entendamos, artifi cialmente) en ó rdenes y en estados, desearía introducir el orden natural de una socie-
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dad fundada so bre los principios del individualismo poseedor, expresión de unas relacion es verdaderas entre los hom bres y con el uni verso natural. A partir de un Estadopod er político, que actúa sobre la sociedad corporativa, perseguían llegar a un Estadointermediario administrativo, que derivara su autoridad de la sociedad civil moderna, constituida en sociedad de individuos garantes, para articular sus interes es y satisfacer sus deseos. La int roducción de la repre sentación mediante la creación de asambleas provinciales fue la clave para la transformación del gobierno, anticipada por personajes como Turgor, Dupont de Nemours, Condo rcet, Le Tr osne y, finalmente, C alonne. Más qu e forz ar un cuerpo pasivo e inanimado , sería más fácil - hacer mover un cuerpo vivo» haciend o nacer la representación de los intereses sociales presente s en las asambleas provinciales . Ni nación cor porativa tan cara al nacionalismo parlamentario, con sus derechos constituidos histórica y jurídicamente, ni puebl o soberano de Rou sseau, con stituido en persona colect iva y abstracta, para ellos la nación debía ser una sociedad dinámica de propietarios que trabajaran para el bienestar individual bajo el saludable cayado de una administración ilustr ada y racion al, en perfecta armo nía con las necesidad es sociales. En último t ér mino, la voluntad sobe rana se transformaría en expre sión racional de las necesidade s sociales. La teoría fisiocr ática tendía a disolver el poder en la sociedad en nombre del interés social. Para simplificar todo lo posible, la soberanía nacion al ha nacido en el mom ento en que la Revoluci ón francesa tran sfiere el poder soberano de la corona a la nación . Pero ¿a qué nación? ¿La del constitucio nalismo parlamentario ?, ¿La de los fisiócratas? Y ¿qué soberanía? ¿La soberanía nacional residual de la teoría par lamentaria, con cebida esencialmente co mo fuente última y límite de la auto ridad monárqu ica? ¿La soberania popular directa de la teoría roussoniana, en-
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tendida como voluntad automancamente portadora de .tod o orden social verd adero? ¿La soberanía transformada de la teoría fisiocr ática, en el sentido de expresi ón racional de Jos intereses sociales? De hecho, cada uno de esto s d iscursos concurrentes se volverán a encontrar en el gran debate suscitado por el gobierno el 5 d e julio de 1788, en la discu sión públi ca so bre las fórm ulas más convenientes para la convocato ria d e los Es tados Generales. Posteriormente , conve rgerán en la formulación más podecosa y más pconunciada de la doctrina de la soberanía nacional , el panfleto de Sieyes Qu 'est-ce que le Tíers Etat? El texto de Sieyes se adueña de la nación históri ca, la desembaraza d e las trampas con stitucion aiistas y la dota de la so beranía del puebl o , inmediata y activa, de la teoría rou ssoniana. De hecho , transforma la nación en puro ser político. Bossuet había ofrecido una visión metafísica de los reyes, Sieyes la sustituye por una visión puramen te secular - pero no menos metafísica- de las naciones, primeras ocupantes de un or den natural último, que no conocen trabas en el ejercicio majest uoso de su voluntad soberana. «Se deben concebir las naciones sobre la tierra como ind ividuos fuera del lazo social, o como se dice , en el estado de natu raleza [... J. C omo no existen más que en el orden natural, su voluntad, para surtir tod o su efecto, no tiene más necesidad qu e contener las características natu rales de una voluntad ... Por una inversión espectacular , la nación , creada en el curso de los siglos por los esfuerzos constantes del Estado mon árquico, ahora resulta serle metafísicamente prev ia. La lógica de Qu'est-ce que le Tiers Etat? amenazaba el orden establecid o d e las relaciones internacion ales tan radi calm ent e como su bvertía el o rden inst itucional de la monarquía francesa. Desde que se ado ptó esta lógica, la historia de la humanidad ya no había de diferenciarse de ·la de la auto de termin ación nacional. Si, como ser colecti vo la nación pertenece a un orden natural anterior a coda histo-
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ria, sus verdadero s miembros son los indi viduos aún libre s de títulos históricos, esos hombres del Tercer Estado aún no descalificados por la acumulación históric a de privilegios. La nación de Sieyes, como el p ueblo de Rou sseau, es una asociación de ciudad anos ind ividuales iguales ante la ley. Pero, ¿cu ál es la naturaleza de esa asociación ? Rasgo llamativo del Tiers Etat, mientras qu e dota a la nación de numeroso s atri butos pertenecient es al pu eblo de Rou sseau, en part icular la unidad y la universalidad de una asociación de ciudadano s iguales unidos juntos por una voluntad común, no insiste de ninguna forma en un cont rato social qu e sería la base lógica de su ser colectivo. En este panfleto, Sieyes postula la existencia inicial de «un número más o menos co ns ide rable de indi viduos aislados que qui eren reunirse... Esta primera etapa en la fo rmación de la sociedad política está pues caracterizada por el ejercicio de las voluntade s individuales: Ol la asociación es obra suya ; ellas so n el o rigen de todo poder... Per o no entra en juego ningún contrato social para especifi car la nat uraleza y las condiciones del acto de asociación. Esta tendencia a naturalizar la sociedad política más que a subrayar sus orígenes contractuales se refuerza aún más cuando Sieyes, en los co mien zos del Tiers Etat, recurre a un lenguaje más próximo a los fisiócratas que a Rous seau, caracterizando la nación como organización social y económica, fundada en el ord en natural, y sos tenida por la producción y la distribución d e recursos indi spen sables para las necesidades humanas. H ay un a buena razón en esta llamat iva elisión del argument o central del Contrato social. En Qu'est-ce que le Tiers Erat? Sieyes apunta no a la afirm ación de la arrificiosidad o la fragilidad de un ser moral creado por co ntrato, sino a la realidad esenc ial d e la nació n y de su volun tad común : Ol la volunta d nacional ... no tiene necesidad más q ue de su realidad para ser siempre legal; ella es el o rigen de tod a legalidad.• En la teo ría de Rou sseau, el puebl o deja de exis-
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tir como ser colectivo, abstracto. cada vez que la voluntad general cesa de operar. Pero Sieyes da la vuelta a esta lógica. La amenaza de la disolu ción de la asociación, a través de la desaparición de la voluntad general, no apare ce simplemente en su texto. No sostiene qu e el despotismo y el priv ilegio destruyen la nación sustituyen do una voluntad general por unas voluntades particulares. No afirma que los franceses hayan cesado (o cesarían) de ser una nación al dar su aprobación a unas formas de rep resent ació n. Recha za simplemente esas formas como ilegítimas, porque son incompatibles con la realidad de la identi dad naciona l. - U na nación no pu ede decidir que no será la nación ... De ser ficticia, la nación pasa a ser una realidad primordial.
Qu'est-ce que le Tiers Etat? co nstituía una obra maestra de retórica políti ca. Pero Sieyes era incapaz de co ntro lar todos los significados de su panfleto. Como tod o escrito de este orden, decía más, y meno s, de lo que su autor pretendía. A medida que su levadura comenzaba a fermentar en el discurso político francés, encontraría unas prolongaciones que Sieyes no había previ sto. El principio de soberanía nacion al debía adquirir una expresión explícita creciente en acciones revolucionarias tales como la creación de la Asamblea Nacional, el Juramento del Juego de la Pelota, la noche del 4 de agosto , la declaración de los Derecho s del H ombre, y los primeros debates de la Asamblea que enunciaban los fundamentos de una co nstituc ió n elabo rada sobre la afirmación de que «la so beran ía es una , indi visible, inaliena ble e imprescriptibl e. Pertenece a la N ación... Pero la pue sta en prác tica de est e pr incipio d iferirá radicalment e de la que p recon izaba el auto r del Tiers Etat de una manera que ya revelaba las dificu ltades qu e los revolu cionarios estab an encomrando en sus esfuerzos por tansferir la so beranía de la coro na a la nación. ¿Cómo debería ejercer la nación la soberanía nuevam ente p roclamada? Aqu í resid e
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el núcleo de los debates con stitucionales de fin del mes de agosto y del mes de septiembre de 1789. El recha zo del veto real absolut o y del equ ilibrio de poderes propuestos por Mounier y los monárquicos, significaba un recha zo radic al de su pretensión a que la nación fuer a una fuente residual de la soberanía más que su agen te activo. En ade lant e, la so beranía debería ser ent endid a como directa e inmediatam ente inhe rente a la nación . ¿Pero cómo se podía garantizar el ejercicio directo e inm ediato de un a voluntad soberana y unitari a en una vasta sociedad donde la demo cracia dire cta era impo sible? ¿Cómo mantener la indivisibilidad y la inalienabilidad de la soberanía de la nación frente a la necesidad de la repr esentación ? A lo largo de los debate s Sieyes sostu vo que la voluntad nacion al no podía expresarse más qu e en una asambl ea representativ a; so lamen te en ella era posible formular, por medio de la discusión entre los diputados de la nación ente ra, una voluntad común liberada de los intereses parciales de una multiplicidad de circunscripcion es electorales. Se estaba reformulando en términos de rep resentación la exigencia roussoniana de que la voluntad general había de ser general en su origen y general en su objeto . No obstante los argumentos anteriores del Tiers Etat, esto significaba que la voluntad general no podía ser cons iderada como una voluntad po sitiva independiente y antecedente que se transmitiría desde las asambleas primarias hasta la Asambl ea N acional a tra vés de la repre sentación. Al contrario, Sieyes afirmaba que no había una volun tad comú n fue ra de la asam blea nacional: la nación no era una más que en la persona colectiva de su cuerp o representativo unitario. De ahí lo absurdo, desde este punto de vista, de sos tener un veto suspensivo. Aceptan do el veto suspensivo, sin emba rgo, la Asamblea constituye nte optaba por un a visión mu y diferente de la operación de la soberanía nacional, una operac ión qu e pa rtía de la hipó tesis de una volunta d general existente en tanto que voluntad anter ior
Ideas
positiva inherente al cuerpo de la nación entera. Ahora bien. a partir del momento en que se considera la soberanía como inherente al cuerpo de la nación, surge automáticamente el peligro permanente de su desviación por la Asamblea representativa -eventualidad de que una voluntad particular sustituye a la voluntad real de la nación. De ahí la función constitucional del rey. ese otro «representante» de la nación, en el ejercicio del veto suspensivo. A él corresponde suspender la aceptación de todo acto del cuerpo legislativo sospechoso de no ser conforme a la voluntad general de la nación. hasta que ésta se haya expresado efectivamente. El veto suspensivo no era más que la primera de las tentativas hechas por la Revolución para reconciliar la inalienabilidad de la soberanía nacional con la práctica de la representación. Esto es, por supuesto 10que lleva a destruir la monarquía, nueva revolución motivada por el sentimiento de que en las manos de Luis XVI el veto se está transformando en instrumento de frustración de la voluntad general. En el lugar de la persona representativa del rey. cuya acción debería garantizar la expresión de la voluntad general, la insurrección del 10 de agosto de 1792 instala al pueblo mismo, encargado de la vigilancia directa y constante de los diputados. La soberanía popular reemplaza a la soberanía nacional. Tal como lo expresaron los sans-culottes, la soberanía popular implicaba varias cosas. Por encima de todo, significaba que debería entenderse el poder soberano, «imprescriptible. inalienable. indelegable» como inherente. directa e inmediatamente. al cuerpo de ciudadanos reunidos permanentemente en las seccion es. donde se encuentra el pueblo, en la materialidad de su existencia y en lo positivo de su voluntad. con su unidad fuera del alcance de las distinciones facciosas entre ciudadanos activos y pasivos. y su voluntad liberada de las sujecciones impuestas por el sistema tortuoso de las elecciones indirectas. En el centro del dis-
732 curso sans-culotre, se encuentra la ambigüedad fundamental de los significados políticos y sociales del término pueblo. El pueblo -soberano es el pueblo-cuerpo político, cuerpo total de ciudadanos unidos por la unanimidad de su voluntad común. Pero es también el pueblo-cuerpo social, el pueblo de los trabajadores, cuya existencia común se define por la materialidad de sus relaciones con la naturaleza física y por lo inmediato de sus necesidades. Cada miembro, cada sección, puede entonces hablar por el conjunto. La relación común con la naturaleza sirve también para definir al pueblo. Los sans-culottes dirigen contra el rico y el ocioso la lógica que Sieyes había utilizado contra los privilegiados. La nación soberana. que tiene su fundamento en el trabajo sobre las cosas, está exclusivamente compuesta de los que se empeñan activa y útilmente en este trabajo. «y es una verdad evidente. que la Nación es sans-culotte y que el pequeño número de los que tienen en sus manos todas las riquezas. no son la Nación; no son más que privilegiados, que están tocando el fin de su privilegio» dice en septiembre de 1793 la Sección del Observatorio. Esta concepción de la soberanía popular inalienable tuvo importantes consecuencias y no fue la menor la exigencia de que los actos legislativos fuesen sometidos a la sanción popular directa antes de su aceptación. De ello se resintió inmediatamente la política revolucionaria. porque los diputados de la Asamblea Nacional se convertían en mandatarios antes que en representantes, pues como se lo recordaban las innumerables peticiones procedentes de las secciones, eran enviados a la Asamblea no para decidir en nombre del pueblo sino para asumir su voluntad soberana. De ahí el derecho del pueblo a interpelar, controlar y censurar las decisiones de la Asamblea, a llamar a los diputados individualmente a rendir cuentas cada vez que se consideraba necesario; a revocar, reenviar, condenar y reemplazar a gusto los mandatarios desleales. De ahí. en
733 fin, su derecho de insurrección, el de imponer la voluntad popular a una Asamblea dividida, como ellO de agosto de 1792; o purgar el cuerpo representativo de los diputados refractarios y restaurar la unidad que debía necesariamente reflejar esta voluntad, como en las jornadas del 31 de mayo al 2 de junio de 1793. Con estas reivindicaciones por justificación. la acción insurreccional del pueblo de París llevaba también a su punto crítico el problema revolucionario de la inalienabilidad de la soberanía nacional. Que se justifique el movimiento insurreccional como la última negativa de un pueblo unitario a permitir que unos mandatarios traidores usur pen su inalienable voluntad soberana. o que se le denuncie simplemente como la pretensión ilegal de una parte del pueblo a ejercer el poder de la nación entera, en ambos casos, el problema es el mismo: cómo eliminar por medios constitucionales la necesidad de recurrir a la insurrección. Es el problema expuesto a la Convención por Condorcet al presentar la Constitución girondina a comienzos de 1793, y por Hérault de Séchelles con la Constitución montañesa tras las jornadas del 31 de mayo al 2 de junio . La Constitución girondina ofrecía una solución tan compleja como completa con la propuesta de someter las acciones del cuerpo legislativo al juicio razonado del pueblo entero reunido en asambleas primarias. Pero esta tentativa de hacer inútil la insurrección convirtiendo la revolución en una institución permanente ypacífica apenas tuvo aceptación por parte de la Convención. Para Saine-jusi, los mecanismos destinados a producir la voluntad general resaltaban demasiado la marca del racionalismo de Condorcet. Robespierre, a su vez, condenó el recurso constante a las asambleas primarias: fatigar al pueblo con formalidades democráticas equivalía a un complot para minar esa soberanía. El proyecto de Co nstitución montañesa de 1793 preveía asegurar el ejercicio de la soberanía popular de forma menos comple-
Soberanía
ja. Especificaba los procedimientos según los cuales los proyectos de ley serían sometidos a referéndum popular, a petición de varias asambleas primarias. Recomendaba igualmente la creación de un jurado nacional (elegido en el mismo plazo y de la misma manera que la Asamblea legislativa) encargado de decidir acerca de los diputados acusados de ejercicio abusivo o desleal de su mandato. La Convención adoptó aunque restringiéndolas las disposiciones concernientes al referéndum popular sobre la legislación, pero retrocedió ante el proyecto de jurado nacional, pues habría reducido e incluso inhibido la acción de la Asamblea legislativa introduciendo en el ejercicio de la soberanía una confusión tan peligrosa como el desacreditado veto suspensivo. Entonces ¿cómo «garantizar al pueblo contra la opresión del Cuerpo legislativo»? Encargado de reconsiderar el problema. el Comité de Salvación pública presenta una variante de las exigencias de los sans-culottes, cada diputado sería juzgado, al fin de cada sesión. por las asambleas primarias que le habían elegido; el diputado cuyos actos fueran desaprobados ya no sería elegible ni podría tener acceso a otro oficio público. Pero también esta proposición fue denunciada, como amenazadora para la integridad de la soberanía popular. porque podía darse el caso de que un enemigo de la nación fuese honorablemente absuelto y condenado su verdadero amigo. ¿Habrían desaprobado a sus pérfidos diputados la Gironda o la Vendée? La Convención, una vez purgada, juzgó que no, y rechazó el que una parte del pueblo, cualquier parte, tuviera el derecho de «privar a la nación entera de un representante estimado». Excepto la insurrección, no parecía quedar ningún medio de salir del laberinto que constituía la cuestión de una soberanía popular inalienable. Los Convencionales se consolaron de esta derrota teórica con una sentencia práctica : «En todo caso. ahí está el puebio.» Ahí está el pueblo. Pero ¿está el pueblo en todas partes? Y ¿todo el mundo es el
Ideas pueblo? Al citar con inquietud la Vend ée, el deba te de la Convención sobre el jurado nacional apuntaba ya otro problema crucial, propio del concepto de soberanía nacional/popular. La concepción de la soberanía nacional defendida por Siey és exigía solamente que los diversos intereses se transfonnaran en voluntad unitaria por delibe ración de la Asamblea Nacional. Pero la noción de soberanía que había ado ptado la Co nstituyente acepta ndo el veto suspensivo -reforzado por los sans-culottes y su visión de los dipu tados como mandatarios-iba mucho más allá. Esto implicaba que la unidad de la Asamblea emanaba directamente de la unidad del cue rpo de la nación/pueblo. La voluntad de la nación soberana debía ser tan unitaria como inalienable. El cuerpo del pueblo debía encamar la misma unidad que se trataba de imponer a l~s dip utados; no se po dían tole rar difereneras en su seno. En esta lógica, la unidad es la condición de la soberanía; la nación es unánime o no es nada . De ahí la aversión permanente, a lo largo del período revolucionario, a cualquier fo rma de activid ad política que amenazase la unidad de la voluntad sobe rana med iante el enunc iado explícito de voluntades particulares o de intereses parciales . De ahí la tendencia constante a concretar la unid ad por medio de la exclusión. Desde el princip io, la revol ución consti tuyó la nación sobera na extirpándose una aristocracia privilegiada. Pero la lógica de una voluntad unitaria, reforzada por la guerra y la división interna, extendió poco a poco la categoría de ..aristocracia... mientras restringía su categoría simétrica la «nació n... o el ..p ueblo ... Denuncias, purgas, llamadas a la justicia revolucionaria contra los enemigos de la nación, alargarán indefinidamente la lista de sospechosos. Sin embargo , al exigir una ley de sospechosos, los sans-culottes pedía n de hecho que la Convención purgase al pueblo de todos los elementos de desunión, exactamente como el pueblo había purgado antes a la
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Convención. Cada uno de los socios debía imponer la unidad al otro cada vez que desfalleciera. Esta fue la lógica fundamental del Te rror. Ninguno lo expr esó mejor que Robespierre. Ella de mayo de 1793, afirmaba que ..el pueblo es bueno, pero sus delegados son corru ptibles; es en la virtud y en la soberanía del pueblo donde hay que buscar un preservativo contra los vicios y el despot ismo del gobierno». Pero ese preservativo contra los errores del gobierno, debía ser él mismo preservado por el gobierno. Este fue el argumento decisivo en favor del Terror. El 25 de diciembre de 1793, y luego el 17 de febrero de 1794, Robespierre afirmaba que el gobie rno popular enco ntraba su resorte pr incipal en aque lla virtud por la cual las voluntades individuales se identificaban con la volun tad general. Un gobierno sin virtud republicana podía recuperarse desde el pueb lo; pero si esta virtud se perd ía en el p ueblo, la misma libertad era la que perecía. De ahí el imperativo para la Convención, sus comités, y sus agentes de sostener y de reforzar la virtud política del pueblo. Por el terror, que ..no es otra cosa que la justicia pronta, severa, inflexible... una emanación de la virt ud», se trataba clara e impera tivamente de eliminar la disiden cia y el desorden. Pero ¿cómo distinguir entre el pueblo y sus enemigos cuando ..la aristocracia se cons tituye en sociedades populares y el orgullo con trarrevolucionario esconde bajo los andrajos sus complots y sus pu ñales »? El miedo a la diferencia se lleva hasta el punto de que toda acción política es considerada como la expresión verdadera o potencial de una voluntad subversiva e inmoral y el resulta imposible circunscribir el Terror. La experiencia política del Terror no imaginada y no imaginable, hasta entonces suscita una crítica sistemá tica del concepto de soberanía. Sieyes, cuya obra había situado tal vez más que ninguna otra la soberanía nacional en el centro del discurso revolucionario, en ese momento es de los pri-
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meros en den unciar sus implicaciones exageradas . Su discurso del 2 Termidor, del año III, tomaba de nuevo el tema de la representación y hacía una aplicación racional a los hechos políticos del pr incipio de la división del trabajo, fun damento de la sociedad moderna. Sieyes sostenía ahora que al reclamar la soberanía usurpada por sus reyes, el pueblo francés se había contaminado por el virus del poder ilimit ado, absoluto y arbitrario: ..parecía decirse, con una suene de fiereza patriótica, que si la soberanía de los grandes reyes es tan poderosa, tan terrible, la soberanía de un gran pueblo debía ser otra cosa muy distin ta ... Pero en realidad, al crea r la sociedad po lítica, los individuos no habían transferido todos sus derechos a la comu nidad. como tampoco le habían conferido la suma de sus poderes individua les; al con trario, había n retenido esos derechos, no po niendo en com ún más que un poco de poder necesario para su sostén. La política no consistía tampoco en el ejercicio unitario de una voluntad arbitraria: «nada es arbitrario en la naturaleza moral y social, lo mismo q ue en la natu raleza física.... La concentración del poder soberano, y no su alienació n, se con virt ió en el mayor obstáculo político; la limitación del poder, su dife renciación, su puesta al servicio de los intereses y de las necesidades sociales, se transformó en el objetivo principal del hecho social. Con esta recapitu lación de los temas fisiocráticos de su pensamiento inicial, Sieyes reafinnaba la prioridad de un discurso de lo social, fundado sobre la noción de distribución diferencial de la razón , de los intereses y de las funciones en la sociedad civil moderna . Este mensaje fue captado ante todo po r Benjamín Consrant, cuyos escritos darán al liberalismo francés su fonna clásica. Para Constant la clave de l Te rror está en la con fusión entre la libertad de los antiguos (el eiercico co lectivo de la volu ntad soberana)
y la libertad de lo, modernos (la seguridad de los pequeños goces privados), cuyos principales responsables son los grandes ad-
Soberanfa miradores de la virtud política clásica, Rousseau y Mably. Engañados por su idea irrealizable de que los pueblos modernos podrían recuperar la soberanía colectiva que gozaban los ant iguos, los revo lucionarios se hallarán inevitablemente apresados en ..ese inexplicable vértigo que se ha denominado el reino del Terror... Esta reflexión liberal sobre el Terror contiene dos argumentos decisivos: una crítica del principio de soberanía popu lar funda da sobre la teoría de la voluntad general , y una afirmación de la separación esencial que se debe mantener entre el Estado y la sociedad. Constant no niega la co nveniencia de que el gobierno legítimo depend a de la voluntad general tomada en el sent ido amplio de consentimiento común de los gobernados; pero rechaza una visión de la voluntad general conducente al ejercicio de un poder soberano ilimitado. El mayor error de los part idarios de la soberanía colectiva, según él, había sido dirigir sus ataq ues contra los detenradores del poder absoluto, no contra el poder mismo. En vez de pretender su destrucción, sólo se les ocurrió pensar en tra nsferirle al pueblo en tero: «Era u n azo te, pero lo consid eraron como un a conquista. Dotaron co n él a la sociedad entera.» Tenían razón en sostener que ningún individuo o grupo tenía el derecho de some ter al resto a su voluntad particular; pero se equivocaban al sugerir que la sociedad en tera ejerciera una soberanía ilimitada sobre sus miembros. Según Consram , Rousseau había intuido el peligro de un poder monstruoso que él había invocado en nombre del pueblo y por ello había declarado q ue la soberanía no pod ía ser ni alienada, ni delegada, ni representada . De hecho era declarar que no podía ser ejercida nunca. Buscando sustituir una noción de autoridad política limitada a la tiranía de la voluntad general, Constant se veía llevado a negar el lenguaje del voluntaris mo político. Volviendo al d iscu rso fisiocrárico, sos tenía que la sociedad no estaba constituida por el ejercicio de la voluntad, sino que reposa sobre las relaciones na-
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Ideas rurales entre los ho mbres; las leyes no son más que la declaració n de esas relaciones sociales naturales. Si esto es así. legislar po r el libr e ejercicio de una voluntad soberana -se~al de la doctrina de la soberanía, de Bodmo a la Revolución francesa- entra ña un malentendido fund ament al sobre la naturaleza propi a del or den social. ..La ley no está a dispo sición del legislador. No es su obra espo ntánea. El legislador es al o rden social lo qu e el físico a la naturaleza..: dicho de otra forma, un observado r, no un creado r de leyes. El Terror , por tanto, ha revelado la tiranía inherenrea toda noció n de voluntarismo político, una tiran ía qu e no puede ser conjurada más que por el establecimiento de una separación absoluta entre el Estado y la s?c iedad civil, una frontera sagrada que prot eja esa parte de la existencia hum ana que debe estar fuera del alcance de tod o poder político. Allá dond e los revolucion arios soñaban con un orden social que sería la expresión transparente de la voluntad hum ana, Co nstant insistía sobre la esencial oscuridad e impermeabilidad de la sociedad civil para el Estado. Con este alegato por una necesaria línea de demarc ación entre la sociedad y el Estado, la doctrina de la so beranía volvía a su pun to de partida. Los pri mero s teóricos absolutistas habían puesto el acento sobre la necesidad de una autoridad soberana unitaria qu e sostu viera la sociedad desde el interior, una autoridad que aunque suprema, estaba igualmente limitada por la naturaleza del orden social, del q ue era a la vez condición y expresión esencial. El crecimiento del Estado administrativo activo había perturbado este sentido de la soberanía consustancial al o rden social, e impul sado a la sociedad a reclamar un poder soberano que parecía deber amenazarla desde el exterior más qu e sostenerla desde el interior . Amalgamando las más radicales de estas tesis con la teoría de la voluntad general, los revolucionarios habían intentado reabsor ber la sobe ranía en la sociedad localizando
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s~ ejercicio inalienable en el cuerpo unitan o de la nación/ pueblo. Pero su esfuerzo por.llena~ .esas condiciones de unid ad y de inalienabilidad había alimentado la lógica del Terror, tran sform ando una teoría de la libertad colectiva en pr áctica del despo tismo . La distinción moderna entre el Estado y la sociedad y la insistencia liberal so bre su necesaria separación ha sido la respu esta histórica a esta experiencia. Keith M. BAKER.
Véase también: A NTI GUO R ÉGIMEN A SAMBLEAS REVOLUC IONARIAS, CONS~ TANT, CONSTITUCiÓN, D EMOCRACIA ELECCIONES, F ISIÓCRATAS, NAC iÓN, RO: BESPIERRE, R O USSEAU, SANS-CULOITES,
SIEYES, SUFRAGIO, T ERROR (E L).
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Vandalismo
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VANDALISMO Vandalismo es uno de los raros neolo gismo revolucionarios cuyo autor y las circunstancias en que lo inventó se conocen a la vez. El abate Gr égoire, obispo constitucional de Blois, uno de los diputados más influyentes de la Asamblea Constituyen te, miembro de la Convenció n, creó esa palabra en el año 11 y la lanzó en una serie de informes pr esent ados a la Co nvención para, como dice en sus Memorias, ..matar la cosa... es decir, denun ciar y detener la destrucción de los bienes culturales, monu mentos y cuadr os, libros y cartas, etc., aniquilados como otros tantos símbolos de un pasado nefasto, de la feudalidad, de la ..tiranía real.., de los ..prejuicios religiosos... Empleado ocasionalmente po r prime ra vez en enero de 1794 (21 nivoso del año 11). en el inform e de Grégoire sobre las inscripciones de los monumentos públ icos, el tér mino van dalismo, sin embargo, no iniciará su fulgurante car rer a hasta después del 9 Termidor, gracias sobre todo a los tres Inf ormes sobre el vandalismo presentados por Grégoire en nombre del Comité de Instruc ción Púb lica (respectivamente el 14 [ructidor, el 8 brumario del añ o 1I y el 24
frimario del año 111). Rápidamente asimilado, el neologismo entra definit ivamente en los circuitos discursivos; vuelve una y otra vez en los debate s de la Convención, en la correspo ndencia públi ca y pri vada. El ..hacha del vandalismo .., el ..furor del vandalismo » so n otras tantas expresiones que, en adelante, se co nvierten en moned a corriente . En el origen de un cliché, los informes marcan de este modo una etapa importante en el despliegue del discur so sobre y Contra el vandalismo revolucion ario. Con trariam ente a las denuncias anteriores sobre la degradación de monumentos, que resultaban tan generales como borrosas, la requisitoria de Gr égoire se prol onga mediante una larga lista de mo num entos, ..o bjetos de las ciencias y de las artes- que han sido
destruidos: las obras de Bouch ardo n en París; la tumba de Turenne en Franciade (es decir, Saint-Denis ; sin embar go, ob servemos que apenas se evoca la destru cción de las rumbas reales); la degradación de la cated ral de Chartres, dejada al descubi erto tras haberle quitado el plomo del tejado; bibliotecas ente ras, confiscadas en los claustros y castillos, que se pudren en depósitos húm edos; la magnífica biblioteca de SaintGe rmain-de- Prés devorada po r las llamas; una Virgen de H oud on destruida en Verdún, un busto antiguo de Júpiter ro to en Versalles; magníficos naranjos que se quiso vender en el departamento del Indre so pr etexto de q ue los republicanos necesitan manza nas y no naran jas, etc. No se trata, por tanto, de casos aislados, sino de una ..fogos idad destructora» que se ha abat ido sobre el país entero. En la larga lista citada por G régoire (muy incompleta, sin embargo, pues podía ser. como hoy sabemos, mucho más amplia e impresionante) a los hechos reales se añaden rum ore s y fantasmas; en París se proponía quemar la Biblioteca N acio nal, lo mismo qu e en Marsella se qui so incendiar tod as las bibliotecas; existe el proy ecto de derribar todos los monu mentos qu e honran a Francia. De un informe a otro, Gr égoire da a su neologismo una extensión cada vez más amplia, y esa tendencia sigue amplificándose en los innumerables escritos qu e rep iten y difunden el térm ino. El vandalismo no se reduce sólo a los monumentos y objetos de las artes y las ciencias sobre los que la ..barbarie paseaba el hacha ... El «vandalismo.. es asimismo «un verdadero fanatismo q ue se empeña en cambiar inútilmente el nombre de los mun icipios.. y cuya manía llega a tal punto que pronto ..la llanura de Beauce se llamará Montañ a»; es también esa otra manía de cambiar los nomb res, de sustituir Jacquot por Brutus, y Pierrot por Ar istide. El «vandalismo» es, sob re todo, un ..siste-
Tratados de Basilea Yde La Haya (1795) Acontecimientos
institución del contrato social no puede ser más que el producto de voluntades libres. Esta facultad ilimitada atribuida a la acción política abre un campo inmenso a la radicalización de los conflictos y al fanatismo militante. Cada individuo puede en adelante apropiarse del viejo monopolio divino, el de crear el mundo humano, con la ambición de recrearlo. Por eso, si encuentra obstáculos a su proyecto, los atribuye a la perversidad de voluntades adversas más que a la resis te ncia de las cosas: el Terror no tie ne Otro objeto que el de superarlas. Finalmente, la Revo lució n pone al pueblo en el lugar del rey. Para devolver al orden social su verdad y su justicia, desconocidas por el Antiguo Régimen, ha restituido al pueblo su lu gar legítimo, durante largo tiempo usurpado por el rey, el de la soberanía. Lo qu e de acuerdo con Rousseau llama la vo luntad general es a la vez radicalmente diferente del poder monárq uico, por su modo de formación, e idéntico a él, por la extensión de su jurisdicción. La soberanía absoluta del rey ha del ineado de antemano la de la democracia. Obsesionada por la legitimidad, la Revolución es tanto menos propensa a fija r límites a la autoridad pú blica cuanto que la ha liberado del control divino sin reglamentar su ejercicio con mecanismos de neutralización recíproca de los poderes, al estilo americano. Desde 1789 vivió con la idea de una nueva soberanía absoluta e indivisible, q ue excluye el pluralismo de la representación, opinión que supone la un idad del pueblo. Como esta unidad no existe -y el federalismo girondino ha mostrado que las facciones no dejan de conspirar en la sombra-, la función del Terror, como las depuraciones, es restablecerla constantemente. En 1795, en la discusión de la Constitución del año m, Sieyes hará de los errores de la Revolución sobre el concepto de soberanía uno de los orígenes del Terror (discurso del 2 termidor): idea que será retomada y sistematizada un poco más tarde
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por Madame de Sta él, Benjamin Constam y Guizot. Esta explicación del Terror no es incompatible con un tipo de interpretación más sociológica, que se puede hallar también en Constant y Sra él. Un capítulo apasionante de las Consid érations sur la R éuolution [rancaise (libro m, cap . 15) sugiere, en efecto, que el Antiguo Régimen no dejó solamente en herencia una concepción de la so beranía, sino también la dureza de sus relaciones sociales. La sociedad aristocrática, constituida por la m o narq uía y castas ferozmente celosas de sus privilegios, legó las brasas de su violencia a la Revolución, q ue hizo con ellas un incendio : «Como las diferentes clases de la sociedad no habían tenido relac iones entre ellas en Francia, su mutua antipatía era tanto más fuerte ... En ningún país los gentilhombres han sido tan extraños al resto de la nación : sólo abordaban a la segunda clase para ofenderla... La misma escena se repetía de un rango a otro; la irritabilidad de una nación muy impulsiva inspiraba a cada uno la envidia hacia su vecino, hacia su superior, hacia su amo; y todos los individuos, no contentos con do minar, se humillaban unos a otros." Así, el «T erro r " puede ha ber tenido en parte sus orígenes en un fanatismo igualitario nacido de una patología no igualitaria de la antigua sociedad. Pues nada impide pensar que el Antiguo Régimen y la Revolución no hayan acumulado sus efectos en la génesis de la dictadura sangrienta del año II. Francois FURET.
Véase también: ASAMBLEAS REVOLUCIO· NARIAS, BARNAVE, COMITÉ DE SALVACIÓ PÚBLICA, COMUNA DE PARÍS, CONSTANT, CONTRARREVOLUCIÓN, DANTON, DERECHOS DEL HOMBRE, GIRONDINOS, GoBIERNO REVOLUCIONARIO, GUIZOT, HEBERTISTAS, JACOBINISMO, KANT, LUIS XVI, MARAT, MARÍA ANTONIETA, MARX, MICH ELET, MONTAÑESES, PROCE· SO DEL REY, QUINET, REGENERACIÓN,
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ROBESPIERRE, SANS-CULOTTES, SIEYES, SO· BERANÍA, STAEL (MME. DE), VENDÉE (LA).
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TRATADOS DE BASILEA y DE LA HAYA (1795) Ent re ab ril y julio de 1 795.1~,República francesa logró restar a la coahClOn tre~ po. A deci tencias. ecir ver d ad , n o era la primera vez, pues e! G ran D uque de Toscana -~I hermano mismo del emperador- habla concertado en febrero un tratad o qu e le garantizaba la neutralidad. Pero era poco pa ra la Francia revolucionaria: necesitaba consolida r sus fronteras, disponer de ~us tr?pas y lograr que un país regicida pudiera d iSCUtir con los reyes. Se dio este paso en tr~s et~ pas, no sin dificu ltades. La cronolog la eXIgiría empezar por e! primer Tratado d~ Basilea firmado con Prusia e! 5 de abnl de 1795 abordar luego las negociaciones con Hol;nda, coronadas por e! Tratado de La
Haya de! 16 de m ayo , y ter m inar co n el. seTratado de Basi lea entre Prancia y gun do 1" d I R España (22 de julio). Pero la ogica e a e, no depende de las fechas de l ca. vo IUClo n . b lendario: entre Holanda y P ruSia hu o .una diferencia radical. Por una parte un c dlct~ do», un verdader o protectorad o ;. por. a no carente de rencencras, otra, un acuerdo , . , entre potencia y potencia. Aquí al.teraremos la cronología par a ir de lo más Simple a lo más complejo. El Tratado de La Haya apena.s ~erece su nombre. Francia d ictó las condlcl~nes . Las antiguas Provincias Unidas hablan ~ue dado desgarradas, como desde dos sl~los atrás, y aun antes de! 14 de julio de 1789,
Terror (E l) Acontecimientos do por el vencedor, y los ciudadanos de los países co nquis tados las presas ideales y mu y atractivas. Pero aunque esto pueda decirse d e cua lq u iera de lo s ejérc itos d el siglo XVIII, las fuerzas fran cesas, sencillamente porque eran numerosas, jóv enes e inexperimentadas, eran especialmente temi das por las comunidades civiles que atravesaban. Aunque sus generales eran co nscientes de la grav e amenaza que suponía el pillaje para la discip lina militar , reconoc ían que en algunos casos no les quedaba más remedi o que cerrar lo s ojos, pues dada la escasa fiabilidad de los convoyes de víveres, los soldados, si querían su bsi stir, tenían qu e robar y saquear. De este modo, el pillaje se conve rt ía en una requ isa of iciosa, y las tropas se llevaban caballos, ganado, dinero, ropa de cam a, vestidos y batería de cocina. Los campos eran sistemáticamente expoliado s y el ganado recogido para alimentar a batall ones de hambrientos. Pero además, el pillaje solía estar acompañado por escenas de violencia y borracheras, cuando las tr o pas momentáneamente libe radas de la d iscip lina cuart elaria se encontraban con la desarmada po blación civil. Constantemente llegaban qu ejas de los territorios ocupad os , acerca de so ldados dese nfrenados e indisciplinados que caían sobre las viviendas, ro bando todo lo que les atraía y entregándose a actos gratuitos de vandalismo, golpe ando y violando. Pocos tuvieron que responder ante la justicia, a pesar de las raras iniciativas represivas que tomaban, unas veces diputados en misión -como Saint-just en los ejérc ito s del Es te y del Norte- y otras generales que trataban de restablecer un mínimo de disciplina. El problema no llegó a reso lverse nunca y los ejércitos franceses siguiero n saqueando durant e toda la décad a, con gra n p erjuicio y justificada ira de innumerables bel gas, italianos o ren ano s. Y como di ce Blanning co nmovedorarngpte, en este últim o caso, - para te rminar, el b o tín debía ser encaminado ha cia los almacenes franceses en ca rre tas requisad as, tirad as por cab allos requisados y conduci -
130 das por carret er os tambi én requisado s. Naturalmente, es tentador ado ptar el len ~ guaje misionero de los revolucionarios y co nsiderar a la Re volución francesa, que llevaba la libert ad , la igualdad y la frate rnidad al co nt inente europeo , en térm ino s ideole, gicos . Quizás habría cierta verdad en este punto de vista, si tuviéramos sólo en cuenta el largo plazo. Sin embargo, e~ su época, muchos euro peos, tanto campesinos en sus cabañ as co mo nobles en sus palacios, juzgaron a la Revolución por los actos de los políticos, administradores y soldados que les envió. Con gran inquietud viero n caer so b re ellos pet iciones siemp re renovadas de requisas y órdenes perentorias para que alber gasen en sus comunidades a tropas cada vez más hambrientas e indi sciplinadas. Cre yero n los rumores más alarmant es sob re lo franceses y se imaginaban a los revol ucionarios co mo ateos y bandidos, que profanaban iglesias y lugares sagrados. No vieron a la Revolución con ojo s de agradecimiento, sino como un pueblo conq uistado ve a sus dominadores, y esta conquista, debido a las circunstancias, no rep resentaba para ellos la libe rtad y mucho menos la fraternidad. En realidad, el recu erdo más duradero que co nservaron muchos pueblos de Europa de aquellos años, fue una mezcl a de miedo e insegu ridad, una imagen imborrable de ocupación militar y miseria. En tales condiciones, no es sorprendente que lucharan co ntra sus conquistadores y que de un sent im iento de reacción antifrancesa brotase un espíritu nacionalista. Tampoco e raro que, en cuanto tuvieron ocasión, tantísim ~s de ellos la aprovechasen arrojando a las LIgas Patriotas tan poco representativas que la Revolución les había impuesto po r la fuerza. Alan FORREST.
Véase también: EJ ÉRCITO , B URKE, CA 1PAÑA DE ITALI A, FI C HT E, FRONT ERAS A· T URALES, K ANT , R EVO LUCI Ó N AMERICA· A. Orientaci én bibliográf ica BLANNIN G, T .
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TERRO R (EL ) El 5 de septiembre de 1793 la Conve~ ción puso _el Terror» e~ vigor.. Est,o quena decir qu e organizaría, slstematlzan.a y.ace[erar ía la represión de los adversanos m.terieres de la República e inici aría el casti go expeditivo de «to dos los traidores». Pero e ta declaración brutal e ingenua, este vo t? inaugural del Terror, se produce en condicione particulares. Desde la mañ ana, los sans-culones invaden la Asamblea y reclaman a la vez pan y guillotina, la guillotina para tener pan . Lo que qui eren, y l~ 5~e lendrán unos días más tarde, es un «ejer cíto revolucionario » del interior, destinado a hacer restituir a los acaparadores y a los enemigos de la República lo que habían adquirido por medios ilícitos, gracias a la amena~ante máquina que llevar á entre su s ba gaJes, «el instrumento fatal que cerc ena de Un solo golpe los complots y la vid a de sus
autores». Po co después, una delegación de los Jacobinos retoma el mismo ~iscurso, en una versión menos [rurn en t aria : es .a l~s «traidores» a quienes es necesario gUIllotinar . Y para dar satis facción. ~olemne a .l?s mi litantes parisinos, el Co mit é de Salvaci ón pública implanta el Terror. • Las circunstancias que rodean esta celebre votación indican que antes .de ser ~~ conjunto de instituciones rep~esl~as, utili zadas por la República para ~lqul.~ar a sus adversarios y asentar su doml~a~lO~ s~~re el temor, el Terror fue una relv,~d'cacl~~ , fun dada en con vicciones y creenCIas pol íticas, un tipo de mentali~ad característico del activisrno revolucionano. Como tal, es anterior a la dictadura del año n, a la República y a l~ guerra co n Eu ropa. Existe desde los c~mlenzos del verano de 1789, ligado a la Idea de qu e la Re-
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Acontecimientos 132
volució n está amenazada p or un co m p lot aristocrático, al q ue só lo medidas expeditivas pueden poner fin. Las violencias populares que se producen en París la jornada del 14 de julio obedecen ya a esta especie de lóg ica semieconómica y sem ipolítica que c~racteriza a la acción de la multitud parisiense : el asesinato del ministro Foullon de ~oué, el 22, seguido por el de su yerno, el Intendente de París, Bertier de Sau vigny, es un castigo sumario con el que se sacia la obsesión del acaparamiento del trigo y del complot de Versalles. En septiem bre, co n Ma rat y L 'Ami du Peuple, la idea terrorista hall a su p eriódi co y su hombre. El 6 de octubre, los parisienses traen de vuelta a París no tanto a un rey cuanto a un rehén: ven en el retorno «d el panadero, de la panadera y del mozo de panadero" la garantía del futu ro abasteci mie nto de París, así co mo su co nt ro l sobre las activ idade s del Rey y los m anejos de la Reina y de su entorno. Esta sospecha general y sistemática es inseparable de una sobreestima constante del carácter deliberado de los actos y de los me dios incomparables del adversario; el cornp,lot se ali me~ta de la idea de la ornni po tenera del enem igo, a la cual, sin em bargo , el p uebl o deb e hacer fracasar. Es una representación que se encuentra en estado bruto en el pueblo humilde urbano, pero que no está ausente de la mente de muchos diput~~os, p ues tiene.sus raíces en la cultura política nue,va. Al Igual que la Revolució n y ese cambio por el cu al el pu ebl o se ap rop ia de un po der arrebatado al rey y a Dios, también el universo político que ella inaugura está poblado únicamente por voluntades, sin dejar nada, en adelante, fuera del control de los hombres. El espacio del pode r nuevo es oc upado íntegramente por el pu ebl o, que ha recuperad o medi an te su acción sus d erechos im p rescriptibles. Pero no deja de estar amenazado por un antipoder abstracto, omnipresente y matricial como la n~ción, pe,ro ocult? mientras que ella es p ública, particular mientras que ella es universal; y nefasto mientras q ue ella es b~ena, Es
su nega tivo, su anverso, su antiprinc' , ' " de la sociedadIplO ' Este diiscurso imaginano bre el poder hace del complot aristoc . ~o. ratlco una d e ~as flg.uras centrales de la me ntalidad revolucionaria; es de una plasticidad ca " finita, ~propiada par~ la interpretació~ I~~ cualq uier circ unst ancia, y se alimenta . d e Ias am biigue .. d a d es de la por exce Ienc la . tud real. acn, Se lo encuentra también, en una fo . ona menos cancaturesca que en Marat o en I - co rdeliers-, en la Asamblea Constituyen~ en la .boca de sus dip utados, y allí alimen:~ ya la Idea de una nec esari a res tr icció n de los d.erec~o~ del ho m bre, en caso de emergencia p ública. Se lo puede ver, por ejemplo, en febrero de 1790, cuando se pro d uce el debate sobre el derecho de emigrar: «Mesdames -, tías de Luis XVI, han sido arrestad as en Bo rgo ña po r las autoridades locales, cua ndo se d irigían a Rom a, De ahí la d iscu~ión q ue se produce en la Asamblea, que finalmente se pronuncia a su favor, en nombre de los derechos del hombre, pero que deja aparecer también la fuerza de la tesis contraria, en nombre de la situ ación de exce pción . A l año siguie nte , la huida del Rey y el reto rn o de Varennes so n la demostración pú blica de los verdaderos sentimientos de la familia real. El pequeño complot -mal preparado y mal ejecutadoconstituye para la opinión revolucio naria I prueba del gran complot, universal, omnipr esente y tod op oderoso. La Re volución ya no tiene verdaderamente un rey cons titucional, pese a la ficción provisio nal del «r apto» ; no obstante, de este mo narca vencido, cautivo pero restaurado, hace un enemigo formidable, difícil de vence r, apoyado pronto p or los reyes de Europa. La guerra en efecto m ultiplica las cosa que están en juego y los temo res. Borr~ finitivamente la línea que separa OpOSIClon y traición. Hace de los nobles y lo sace~ dotes refractarios enemigos de la pat ria. L~ quida rápidamente la ficción real q ue habla sobrevivido al episodio de Va rennes, pero el rey caído , des p ués del 10 de agosto, na
?,e -
1.13
. nad a de lo s peligros q ue hace correr . qUil a l Revolució n el complot de los enemIgos a a riores Y de los traidores del interior. Al 1 le . io las seis semanas que separan a 'onl rar ' a de las Tullerías de la reunión de la Il1 lCO venció n, el 20 de sep tiembre, señalan la on da del Terro r en Ia po lím'ea revo luci UCIOenlra naria, Pero no todavía como política de la Re lución, puesto que la Asamblea Legislativa no es más que una soberanía en suspenso, Y el poder real ha pasado a las rnaos de los venc edores del 10 de agosto, la ~oll1una de Par ís, co nstit uida por el antiuo Comi té Insu rreccio nal completado medianle eleccio nes a la medida; en total cerca d lrescientos miembros que forman la flor nata de la militancia parisina. Bajo su preión, la Legislativa vota el 17 de agosto la instauración de un tribunal de exce pción, seguida por documento s qu e ponen fuera de la ley a los sacerdotes refractarios. Bajo $U autoridad directa, las secciones parisiense co nstituyen en otros tantos comités d vigilancia, que multiplican las indagacion y los arrestos. El cas tigo de los «culpables- está a la o rde n del día. A fines del mes de agosto, las mal as noticias qu e llegan de las fronteras agu dizan el sentim iento de cerCO y la obsesión punitiva, que son el origen d las matanzas a las que se entrega la rnullitud en las prisiones parisienses, entre el 2 el 6 de septiembre. Este episod io lú gubre ilustr a el mecan is~o ,psicológ ico y político del T error. Las V1cumas son so bre to do presos de derecho común (casi las tres cuartas partes de ellos, bre más de mil muertos) y los asesinos n los vencedores del 10 de agosto, tende~os. artesanos, guardias nacionales, federa~s, arrast rad os por la o bses ió n de la traiC10~, No hub o nin guna o rden llegad a de arnba' nmguna ' . . m dirscer ruibl e; Ia mstruccion ~nsa echa leña al fuego, y la idea de liquiI a los traidores es una vieja cantinela de aral d , pero la multitud no necesita ningún I er ' 'hl o VISI e para o rganizar esta matanza en " rma de parod ia de jus ticia. El Mi nist ro de
Terror (El) Justicia, D anton, se ha abstenido de toda intervención, y has ta el girondino Roland escribe el 3 de septiembre: «Ayer fue un día sobre cuyos sucesos probablemente haya que echar un velo. » Algunas semanas más tarde, las matanzas de septie mbre serán uno de los tem as de la luch a ent re Girondi nos y Montañeses; pero acto seguido, los p olíticos de la Revo lución asumen la responsabilidad del suceso como se acepta lo inevitable. De hecho, el Terror se va instalando poco a poco como un sistema represivo o rgan izado desd e lo alto e instit ucionaliza do, en el año 1793, a med ida q ue los Mo ntañeses se apoyan en los activistas de las secciones parisinas para asegurarse el control de la Revolución. La cuestión de saber si el proceso y la ejecución del Rey constituyen su preludio o incl uso su p rimer acto es difícil de dirimir. Se pu ede resp o nder por la afirmativa, co n Ka nt, si se ve en la muerte de Luis XVI la ruptura ilegal del contrato constitucional por la Convención; o, por el contrario, por la negativa, con Michelet, si se considera el proceso como la afirmación solemne de la nue va so beranía, la del pueblo , incompatible con la anti gua, la del R ey. Sea como fuere, el juicio y la ejecució n de l Rey son objeto de un debate circunstanciado y profundo, sin ir acompañados de la creación de instituciones extraordinarias. Pero cualquiera que sea su solidez jurídica, rep resenta en el plano político un a victoria esenc ial de la Montañ a. D esde septiembre, los Girondinos presionan po r el relajamiento de la represión y de las medidas coercitivas . Los Montañeses afirman la alianza con los militantes de las secciones y ponen en práctica una política terrorista. El 21 de en ero señaló un a gran victo ria simból ica en esta dirección. En la prim avera, los fracasos militares de Dumouriez (seguidos por su paso al enemigo), el desencadenamiento de la guerra de la Vendée y las dificultades económicas en París abrieron el camino a esta política. El 11 de mar zo la Convenció n crea un
Terro r
Acontecimientos
134 Tribunal Revolucionario para juzgar a los sospechosos; el 21 se crean Comités de vigilancia, encargados de controlar, en el pIano local, a los «sospechoso s», categoría dejada ampliamente a su juico; el 28 se codifican, agravándolas, las leyes contra los emigrados, pasibles de la pena de muerte si vuelven a Francia, y privados de sus bien es. La filosofía de estas medidas fue bien resu mida po r Danton, qu e pi en sa en las ame n az~s de sep tiem bre: "Seamos ter ribl es p ara disp en sar al pu eblo de ser lo .» La exp ulsió n fo rza da de los Girondinos de la Conve nció n, el 2 de junio, acelera la evolució n terro rista dando una garantía suplementa ria y capital a las exigencias de los sans-culottes; la situación interior y exterior a comienzos de l verano justifica una dictadura de los comités, el envío de representantes provistos de poderes extraordinarios a las p rovincias rebeldes y a los ejércitos, medidas fuera del de recho común. Pero, una vez más, es la invasió n de la Asam blea por los m ilita ntes de las secc io nes, el 5 de septiembre, lo q ue implanta el Terror. El T error es en adelante un siste ma de gobiern o; o, mejor dicho, entra a fo rmar parte esenc ial del go biern o revolucionario, co mo su brazo . Su estr uctura administrati va es simpl e. Inclu ye, en la cús p ide, los dos Comités, y más particu larmente el Comité de Seguri dad General, que tiene vocación de vigilancia y de policía; en la base, una vasta red de comités revolucionarios locales, encargados de localizar y detener a los «sospechosos», y de entregar los certificados de civismo. ~on tar.eas complementarias, porque es la incapacidad de presentar tal certificado la que marca por excelencia al «sospechoso» , es decir, al enemigo del régimen, o simplement e a su adversario p oten cial. Además, un a o leada de denuncias ap rovecha esta incitació n de la auto ridad pública. Estos «sospech osos" so n juzgados por tribunales extrao rd inarios ; en París el p rincipal de ellos es el T ribunal Revolucion ario , creado en marzo del 93, reo rganizado en septiem bre
para acelerar su funcionamiento. Está d' .
did . lVI_ loen cuatro secciones, de las que d
Iunci . lttaneamente, á uncronan simu y constitu' dOs por dieciséis jueces encargados de la .. o " di ' sesenta jurados ylOs· truccion e surnario, ~ acusa dor pu' bl'ICO y sus sus titutos, todos no m brados por la C o nven ción a pro pue de los do~. Comi tés . La subordinación s:~ po~er polt.t~co s~ ?a ya desd.e el principio; la mstruccion , r ápida, no es Ind ep endie m los deb ates so n apresurados y un decreto de, octu bre del 93, dest inad o a ahoga r la defen~ sa de los dip utados G iro nd inos, los limita a tres días. La parte autónoma del T ribunal consiste en poder liberar a ciertos acus ados. desl:'u.é~, el acusado se juega la cabeza, pue~ los JUICIOS, muy pronto, sólo dictami nan la absolución o la muerte. Se llega al veredicto en deliberación secreta y por mayo ría de votos, pero el decreto de marzo esp ecifica que los jueces deben «o p inar en voz alta.' Michelet comenta, seguido por Luis Blanc; «El Terror está en esta frase, más que en to do el esq ue ma» (X, 4). Pero el Te rro r no se basa en una so la institu ción , por sim bólica qu e sea. Es también un medio de gobierno omnipresente po r el cual la dictadura revolucionaria de París debe hacer sent ir su m an o de hierro en todas p art es, en las provincias y en los ejércitos. Actúa mediante «el ejército revo lucionario », creado en septiembre, gran cantera de activistas bajo la autoridad del sans -culotte Ronsin, gendarmería política del París de las secciones en las ciudades y los campos de la República, con un ojo sob re el acaparador y el otro sobre el famoso «sospechoso ». Tiene su principal instrumento en el representante en misión, delegado por la Convención yel Comité de Salvación Pública para organizar la victoria de la Revolució n en las fro nte ras y extermi na r a los enemigos de la Rep úbli ca en las regiones rebelad as o en gue rra contra Par ís. Pu es ese rep resentante tiene plenos pod eres para crear en cada lugar tribun ales civi les o militares extraordinarios enca rgados de acelerar la represión, sin h ablar de una justicia
(El)
135
. expeditiva de ejecuciones colectivas, . ' pues, e I en Lyon o Ia Ven dé ee. ASI, comO . cicio del Terror es obra de un abigarrae¡er ., d . d tejido de instituciones ImprOVisa as : tn b~nJles espec iales organizados según el mo: delo de París se crearon en Arras, ~a~bral, -st Roch efo rt y Toulouse en el in vier no B , dere1793-1 794; pero laa rnavo mayo rí n a de .e.los os orgas de represión fu eron «com isio nes ex0 0 ordinarias», CIVI . '1es o mi'1'rtares, creadas a trd boc en las zo nas dee guerra zuerra ci CIVI'J y que ,·Juzgaban sin apel ación. Sólo a partir de la ~rimavera d~1 94 el Tri bunal Revolu~iona río de París Intenta llevar cada vez m as a su foro los crímenes contrarrevolucionarios; las leyes del 2 germinal (16 de abril) y del 19 [lor eal (8 de mayo) coronan la evolución dindo le la jurisdicción exclusiva sobre ello . E a primavera de 1794, un año después de la creación del Tribunal, es, además, la época de la ins titucionalización administrativa del Terro r, po r la terrible ley del 22 pradial (10 de junio), cuyo esbozo es de Couth on. La ley renueva la mayo ría del personal del Tribunal Revolucio na rio en funciones, empezando por el ministerio fiscal, dirigido desde el co mienzo por Fouquier-Tinville : su noved ad resid e en la redefinición de la m isión y la o mn ipotenc ia exterminadora de este temible tr ibunal. El artículo 4 de la ley afirma que el Tribunal · se instituye para castigar a los enemigos del pueblo »: esta especificación más polí tica que jurídica anuncia procedimientos más expeditivos que propiamente judiciales. El texto suprime la instrucción (art. 12) fun dando el acta de acusación en simples de n~nci as (art . 9); quita al acusado la asistenCIa de un abogado (art, 16) y transforma la audiencia en u na fo rmalidad al suprimir también la audició n de los testigos. El artí~ulo 13 dice: «Si existen p rue bas material es, '~ depend i entemente de la prueb a testimonial, no se oirá a testi gos... » Robespierre, que preside la sesió n del 22 p rad ial, va a I~ tribuna de la A samblea para apoyar a su ftel Co ut hon contra algu nos convenciona01J
é
les espantados del carácter de esta justicia revolucionaria: «Desafiaremos las insinuaciones pérfidas con las que se quiere tachar de severidad extrema las medidas que prescribe el interés público. Esta severidad sólo es tem ible para los conspiradores, para los enemigos de la libertad .» La ley del 22 prad ial fue revocada al día siguiente del 9 Termidor. Perd ido su soporte político y detestad o por la o p inió n pública, el Tribunal Rev olu cion ario su spendi ó sus activ ida des. Reorgani zad o má s tarde, perdió p ara siem p re el tipo de legitimidad y de atroz utilidad q ue le dio durante dieciséis meses, co n la idea del gobierno de excepción, el Terror puesto al orden del día. Ello da origen a un nuevo orden de cuestiones, que se relacionan menos con las instituciones del Terror revolucionario que con su papel y su balance. Lo mejor es p art ir de París con los datos que se tienen sobre el Tribunal Revolucionario. Leyendo los balances mensuales de su actividad, desd e su origen hasta la caíd a de Robespi erre , se co m p rue ba qu e entre ma rzo y septiem bre de 1793 esta activ idad es reducida, aunque ya se car acte riza por la elección entre la muerte o la absolución: entr e cinco y quince co nde nas a mu erte po r mes y, co mparativamente, mu ch as m ás abso luc iones. E l número de «asu ntos» aume nta en octubre, es deci r, justamente después de las medidas que siguieron a la jo rna da sans-culotte del 5 de septiembre; la implantación del Terror, la ley sobre los sopechosos y también la reorganización y renovación del Tribunal. En efecto, en el mes de septiembre el número de jueces se aumenta de cinco a dieciséis, y el de los jurados de doce a sesenta. El tribunal del 10 de marzo es renovado co mpletamente; en el otoño, no q uedan de él más qu e el acusado r p úblico Fo uq uier-Tinville y sus dos ay u dantes. El co nt ro l de los dos C omités se hace di screc io nal. Las cifras dan testimonio entonces del gran impulso dad o a la re presió n: ciento noventa y tr es guillo tinados d urante los dos últimos meses del otoño y co m ien-
Terror Acontecimientos zos de enero. Entre estos «co ntrarrevolucionarios», no sólo encontramos a María Antonieta, Madame Elizabeth, el Duque de Biron , ex general de los ejércitos de la República, o al ex duque de Orléans, convertido en vano en Felipe-Igualdad, sino también a los miembros de los partidos derrotados de la Revolución, a todos los Girondinos arrestados o sospechosos desde la primavera, Brissot y Vergniaud los primeros, más los restos de lo que había sido el grupo «Ieuillant- , Bailly y Barnave. La gui llotina exorciza el pasado de la Revolución, al mismo tiempo que el Antiguo Régimen. En el otoño, el Tribunal juzga ya a más de un centenar de sospechosos por mes, pero todavía absuelve a más de la mitad. En marzo, coincidiendo con el aumento del número de sospechosos en prisión, y el de los acusados que deben comparecer, se produce la inflación relativa de las penas de muerte, pronto seguida por un incremento vertiginoso del número absoluto de procesos. Hay diferentes razones para estos dos fenómenos. El primero se debe a la agudización de la lucha de las facciones en los primeros meses de 1794 y a la radicalización de los conflictos por el poder, que llevarán finalmente a la guillotina, primero a los hebertistas, y luego a los dantonistas (fines de marzo-comienzos de abril). La muerte se ha convertido en el castigo generalizado de los conflictos políticos. El segundo es, al menos en lo esencial, el resultado del decreto del 2 germinal, votado a propuesta de Saint-jusr, citado antes, que centralizó la justicia revolucionaria en París. Corona esta evolución la ley del 22 pradial, que acelera el mecanismo del Terror judicial, cerca de setecientos juicios en pradial, y cerca de mil en mesidor (21 de junio-21 de julio), ochocientos de los cuales terminaron en ejecuciones. Las prisiones parisienses están abarrotadas: contienen más de ocho mil «sospechosos» a principios de termidor. Sólo la caída de Robespierre, el 9 (27 de julio), detiene esta multiplica-
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ción de las carretas de la muerte que los historiadores han llamado el «G ran Terror». Es útil comparar este balance del Terror en París, sacado de los datos del Tribunal Revolucionario, con un estudio estadístico de las víctimas del Terror a escala nacional presentado en 1935 por el historiador americano, Donald Greer. Tal estudio, que coincide. además, con dos trabajos anteriores, llega a la cifra de dieciséis mil seiscientas víctimas ejecutadas a consecuencia de una condena a muerte emitida por un tribunal de justicia revolucionaria (dos mil seiscientos veinticinco de ellas, como se acaba de ver, en París). El número de detenciones efectuadas desde marzo del 93 hasta fines de julio del 94 es mucho más elevado, cercano sin duda al medio millón de personas: cifra que da una idea de la sacudida colectiva que provocó una oleada represiva de tales dimensiones; indica también que no solamente hubo absoluciones sino, aquí y allá, otras penas aparte de la muerte, y que muchos «sospechosos» permanecieron en prisión sin ser juzgados hasta el 9 Terrnidor. Las víctimas del Terror pertenecían a todas las capas sociales, con diferencias que se relacionan con la naturaleza de los conflictos; más campesinos en la Vend ée, más burgueses en París, Lyon o Nimes, En proporción a su número relativamente pequeño, las clases superiores y el clero fueron los más afectados. La curva cronológica nacional de las ejecuciones presentada por Donald Greer da cifras bajas o muy bajas durante la primavera y el verano del 93, exactamente como en París . Pero lo que sigue es diferente: el máximo de condenas a muerte se sitúa, con mucho, en los dos meses de diciembre del 93 Y enero del 94, con cerca de 3.500 ejecuciones en cada uno . La curva trágica desciende luego por debajo de mil de febrero a mayo. La diferencia con los datos proporcionados por el Tribunal Revolucionario de París concierne, pues, a la mitad del período, los meses de diciembre y enero, cuando el Terror llega a su máximo en las pro-
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(El)
en trece departamentos del oeste, ~ e! 20, % vincias. Esta cronología ~ugiere una primee! Valle de! Ródano. Detallare aqUl e! en " d ra interpretación de conjunto. . caso de Lyon y e! de la represlOn ven eana. En efecto, el período menos s~ngnento, En Lyon, la guerra de clases SU?:rpuso decir verdad muy poco sangn~nto, del sus efectos a los de las luchas pol íticas; .el ~:rror -si se acepta fijar su ~omlenzo en conflicto entre la Gironda y la. Montana Revozo , con la creación del Tnbunal marionario did desa Iva- forma parte de! antagonismo SOCIal entre e! y las primeras me I as IUCI . I pueblo bajo y los ricos. La cruzada de los " n pública- es el de la pnmavera Clo . , y eI ve- pobres encuentra su Savonarola en el ~o rano del 93. Ahora bien, es ~sl~lsmo e pemerciante piamontés Chalier, que se paso al , do más crítico de la República. Los pruservicio del pueblo obrero en contra de la ~ C d' V . os y los austriacos toman on e,. aciudad mercantil. Chalier fue derrotado en sian . l' I lenciennes Y Maguncia en JU 10, y a situala alcaldía por un girondino, en novlem?re ción interior es catastrófica: es el mom~nto de 1792, pero los Jacob~n~s eran .mayomade la revuelta federalista, ~os campesmos rios en el Consejo Municipal y, finalmente , vendeanos victoriosos, los insurrectos reaimpusieron en marzo del 93 a u~ ho~bre listas se adueñan de Lyon, Marsella y Tou- de Chalier. El 29 de mayo los Glrondmos Ion, Sin hablar de las amenazas de" las secP se toman la revancha (en el moment~ en que ciones parisinas sobre la ConvenclOn. or van a ser eliminados en París), gracIas a ~~a el contrario, cuando se eleva rápidamente. la insurrección provocada por la recaudaclo~ rva de las condenas a muerte y de las ~Je de un impuesto excepcional. De ~os enerm~~ciones, en octubre, la República ha SIdo gos de la dictadura par!sina, la CIudad pasa salvada en la frotera norte por las batallas a las manos de los realistas, que la controde Hondschoote (8 de septiembre) y de lan durante todo el verano; pero las tropas . . (16 de octubre)'Lyon . se recuWattlgnIes de la Convención la recuperan e! 9 de ocpera el 9 de octubre, el Gran Ej ército de los tubre. '11 ff campesinos vendeanos e.s derrotado en Entonces es convertida en «VI e a ran Cholet e! 17. Puesto en vigor el. 5 de sepchic" simbólicamente arrancada a su pasatiembre, e! Terror -si se le co~sldera .e~ su do maldito, condenada además a una desrelación con la guerra, extenor y clvll-:trucción parcial, limitada a las "casas .d e los aparece, como una respuest.a t~rdía a un~ SI. ». Couthon , el vencedor de la Ciudad, rrcos tuación en vías de restableCImIento. El diagdirige la represión en octubre co~ una monóstico es aún más evidente si ~e . toma en deración relativa. Pero en novl~mbre es consideración que culmina en dlclen: bre y reemplazado por Collot .d '.~erb01s y .~ou enero, y que se reinicia ~on t~da su mtench é, que multiplican los ,1U1CIOS exp~dltlvos sidad en la primavera, bajo la dictadura pery las ejecuciones sumanas. Se comienza .a sonal de Robespierre, cuando.ya n~da amedestruir las grandes mansio~es d~ las aveninaza a la Revolución en el mterior y ~os das al borde de! Saona; vanos mtle~ de sos." d e IR ejercttos a epu' blitea toman . la ofensiva pechosos son guillotinados, fustlados o en las fronteras: la ley de pradlal y e! « G :~n ametrallados colectivamente. El Terror Terror» pierden toda apariencia de relaci ón dura hasta marzo del 94. .' con la salvación pública. La historia de! Terror re~olucI?n.ano en Se puede comprender con dos ~j,emplos, la Vendée obedeció a la mIsma. ~oglca y la que permiten romper la abst:accl?n de la misma cronología. Se trat~ ,tamblen ?e la recurva nacional. En efecto, las SituaCIOnes ~o presión de una insurrección, ~~ ~as grave cales o regionales de la Francia revolucl~ que debió arrostrar la RevoluclOn, y, co~o naria con relación al Terror fueron mu y dien Lyon , no solamente de una rep~eslOn versas. En los datos que da Greer, más de posterior a la victoria, sino que llego a su la mitad de las ejecuciones tuvieron lugar
Acontecimientos
cul~inación varios meses después de la vic-
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toriador debe recu rri r a co mpa raciones tO~la . En efecto, la rev uelta de la Vendée cotreI os censos antenores ' y los pOsterio enml~nza en marzo del 93 Y la fama de sus viclid '. res cuya va I ez sigue SIendo hipotética. Po; tonas llenó toda la primavera y e! comieno~r~ pa~e, estos documentos no permiten zo de! otoño. Pero se atenúa muy pronto, entre tres tipos de mo rtalid ad'. 1os dIstingUIr a. ~a~tJr de media dos de Octu bre, cuando el m uertos en Ia guerra (de una parte y de ejercito camp esin o es ap lastado en C holet otra), los muertos en la represión terrorista y pasa. al norte del Loira, con la esperanza (condenados por un tribunal o simplemen_ de un~rse a una flota inglesa anclada en m~sacrados) y, por último el déficit de te Gra~vil.le, antes de qu e Jo que resta de él natalidad y el exceso de mortalidad qu e SI. , sea liquidad o en diciembre en las batallas de gUIeron a los años de la guerra. De modo Le Mans y de Savenay. Ahora bien el Teque ?O es posible ofrecer un dato numérico r~or ~evolucionario -que es menes~er dispreciso en lo que concierne a las víctimas tinguir de las crueldades y las matanzas perdel !error en la Ven d ée ; pero si se to man perradas en el fuego de las bat allas- arreco nj unta mente la acción de C arr ier en N anCIO .entre enero y marzo de 1794, tes y las columnas informales de Turreau SI ya la guerra fue implacable de una y e~ orden de magnitud de los muertos se si~ otra p~rte, I~ que comienza después es de tua en. las decenas de miles de individ uos. ~n caracte~ diferente : es una repre sión maEs ta CIfra, con mu ch o la mayor qu e haya siva o rgam~ada desde lo alto, po r orden de de pO,nerse. en la cuenta final de! Terror rela Convencion, con e! fin de destruir, no so~oluclOnano, es desconocida por la estadíslam~~te a los reb~ldes, sino también a la potica de Donald G ree r, basada sobre todo en blaci ón , las gra njas, los cultivos, las aldeas condenas a muerte; en lo esencial deb e ser y tod o lo qu e constit uyó la cuna de los agrega da al balance, lo cual lo agrava seria ..ban do leros . ». La guillotina ya no basto' mente. para s~~eJante tarea, y en diciembre Carrier rec.urno a los ahogamientos colec tivos en el ~a herencia ~e! Te rror enve nenó todo el LOI ra. P~ro a partir de en ero empiez a a apliper íod o postenor de la his toria revoluciocarse la Idea expuesta por Barere en el venana y, más allá de él, toda la vida política r~no, y que consiste en "destru ir la Venfrancesa del siglo XIX. En efecto, e! Terror dee:: las tropas republicanas se dividen en merodea alrededor de la escena política a van~s col umnas, cad a un a con un itin erari o tod ? lo largo de l períod o termid orian o. Los partIcular y c~n .la misión explícita de que~ar tod.o e! ?abltat >: exterminar las pobla- realIStas también hicieron de él un arma de venganza, un instrumento para e! ajuste de cienes, incluido, muieres y niños, Esta es~ue~tas locales, allí donde la población se pantosa operación d uró has ta el mes d 1n~llna a su favo r y do nde las tro pas rep umayo, y su lúgub re balance de be ser añadj~ bllcan,as están dispersas, como en el Valle d? a las pérdidas de la guerra propiamente ~el Rod~no, Los republicanos habrían quedicha: e! terntono de la Vd ' 'J' . , " en ee mI uarr!do ,olVIdarlo para arraigar las nuevas ins(entre e! Loira mferior, el Maine y el L ' 1 V dé otra, tIIUClon es del año 111 en la ley .' BenJamm . , a en , e~ y De ux-Sevres) perdió el 20 % Constant y Madame de Staél hacen denode su habl.t:lt y un porcentaje importante de dados esfu,erzos, entre el 9 Termidor y e! su poblaclon. 18 B~m~no, para exorcizar ese fantasma de La esti~ación , numérica de las pérdidas gUIllotina q ue atormenta a la República. la hur:nanas.sigue SIendo o bjeto de po lémica. ~s,l~poslble hacerla COn un mínimo de pre- Pero son esfuerzos perdidos. Termidor ha hec~o renacer la amenaza realista y la viocisron, por .una doble serie de razones, J~ncla contrarrevolucionaria, y el DirectoComo no existen fuentes específicas, el hisno no puede asumir en la legalidad los pla-
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zos electoraJes fijados por la Constitución. En septie mbre de 1797, el ejército de A ugereau invade París, a petición de! Director Barras, para salvar la República de una mayoría parlamentaria realista; e! golpe' de Estado de! 18 fr ucti dor (5 de septiembre) es la señal para adoptar una serie de medidas de "salvació n pública", donde la deportación a la Guayana ha reemplazado al patíbulo, pero los sacerdotes refractarios so n los que pagan mayores costos. La educación revolucio naria de la nación prosigue su curso, y e! golpe civil y militar de! 18-19 Brumaria de 1799 constituye su coronación mediante la instauración de un régimen _que culmina e! Terror reemplazando la revolución permanente por la guerra permanente» (Marx, La Sagrada Familia). En e! siglo XIX, e! recu erdo de! Te rror dio una violencia particular a las luchas civiles, al mismo tiempo que cargó con pasiones suplementarias la gran querella entre el Antiguo Régimen y la Revolu ció n. Al asociar el advenimiento de la democracia a una dictadura sangrienta, dio argumentos a los contrarrevolucionarios e inspiró temores a los liberales; entorpeció o dividió a los repub licanos y aisló a los socialistas. En la Francia posrevolucionaria, la monarquía es sospechosa a causa del Antiguo Régimen; pero la República no logra separar su imagen de la sangre que se ha vertido en su nombre. Cuando termina por instalarse, finalmente victoriosa en la década de 1870, es porque los republicanos han vencido a sus propios demonios y presentan una versión pacífica de sus grandes antepasados, de la que se ha exorcizado e! espectro de la guillotina. Será necesario esperar el trasplante bolcheviq ue y el desarrollo de una extrema izquierda comunista para que e! culto de! Terror, asociado al de Robespierre, se esta blezca en e! siglo xx como una necesidad revolucionaria y prospere medio siglo a la sombra del ejemplo soviético. Existe, así, una historia de la historia de! Terror, ligada a las vicisitudes de la historia política francesa de los últimos doscientos
Terro r (E l) años . Pero esta historia se puede escribir tam bién de un modo menos cronológico, tratando de restituir los diferentes tipos de interpretación de! que ha sido objeto el Terror. El más corriente consiste en redu cirlo al conjunto de circunstancias exteriores a la Revolución: e! Terror no sería más que el producto de la situación trágica en la que se halló la República en 1793, ins trumento terrible, y sin embargo necesario, de salvación pública. Rodeada de enemigos exteriores e interiores, la Convención no habría tenido otra opción q ue basar en e! temor a la gu illotina un a mov ilizac ión general de los hombres y los medios. Es una interpretación que se encuentra en los termidorianos desde e! período que siguió a la caída de Robesp ierre y que tu vo un br illante porvenir, pues se la encuentra todavía en la mayor parte de los manuales escolares de nuestra enseñanza pública por razones fáciles de compre nder: en efecto, tiene la ventaja de ofrecer a la tradición republicana finalmente victoriosa una Revolución justificada en su episodio terrorista, puesto que la responsabi lidad de él cae sobre sus adversarios. Por ello, se la encuentra ent re muc hos de los que asumen la herencia de! 89, como medio de escapar al dilema de contradecirse o renegar de ella. La tesis de las «circunstancias» a menudo va acompañada de otra idea, según la cual el Terror corresponde a un período en el que suben al poder capas sociales diferemes de la burguesía culta : el bajo pueblo urbano de los oficios, de donde salen los activistas sans-culortes, y que Mignet, por ejemplo, dando la voz cantante a la historiografía liberal, llama la «plebe» o la «mu ltitud», por oposición a la burguesía de 1789. Así, las circunstancias habrían llevado a primer plano una segunda revolución, que no tiene la dignidad histórica de la primera, puesto que no es burguesa ni liberal; no tiene más que una necesidad circunstancial, es decir, subordinada al curso principal de los acontecimientos, que es definido por los
Terror (E l) Acontecimientos
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principi?s de 1789 y el adve nimiento de la bu.rgu~sla . Per? el carácter plebeyo de este
episodio permite comprender có mo el T e rrror . es también el producto d e re flei ejos poIt;COS elementales, igualitarios y pu nitivos a . ~ vez, dese~cadenados po r las derrotas ml1l~ares y ,I~s Insurrecciones interiores. El Ant~1uo R égimen no supo dar educación al Pue o, y en el momento de su caída paga d uramente por ello. Pueden hallarse sin dificu ltad los elemento s de la r~alidad histórica qu e sirven de aroyo a las Interpretaciones de este tipo En e ect o, el Terror se desarrolló en el . curso de I R I ., a evo uc ion francesa, en una coy untu~a de amenaz.a, exterior e interior, y a causa I e una. o~seslOn por la traición de parte de ?S «an sto cratas» y del «co mplot aristocrático ». ~o ~esó de jus tificarse a sí mismo en es~os ~~rmlnos, como indispensable para la sa vacron de la patria. Y se implanta y ejerce .en no mbre de l Estado y de la R ' bl' ba I " d epu ica JO a pres~on e los militan tes sans-c ulotbre de 1792 ' Ias matanzas d e Ites. En. septiem . as pnslOnes parisienses mostraron a ' podían llegar las pasiones vas e p ~ eblo; un año des pués, en parte para ., I canalizar . , estas pas iones , la con venc lOn Y d os c~mJtes hacen del Terror una bandera e gobierno. Sin ~mbargo, ni las circunstancias ni la me nta lidad . política del pueblo bai aJo b astan para exp licar el fenómeno. L~ , «circunstancias" , en efecto, tienen tambi én una cronología. Presentan los ries ~~: mayores. para la Revolución a com ieny a med iados del verano del 93, en un "!o~ento en que el Tribunal Re volucionano tiene una actividad realmente mini Por I . I ima. I e contr~~IO, e Terro r se intensifica co n ; recup~raclOn y con las victorias, a partir . e ? ctu re. Llega a su plenitud durante el Inv~erno , con Lyon sometida desde hacía vanos meses,. la Vendée vencida, pero a la que hay q~e Incendiar; y un poco en todas p~rtes, alli donde hubo enfrent am iento s ~lOlentos, al azar de las iniciativas de los minantes locale s o de los enviados de la Con-
extr~mfs
pun1~~
vención. De"modo que existe , efec ti vamen te, una re1aci ón ent re la guerra civil y 1T rror, pero en el . interior de esta relació T cio n eel error no constituye un instrumento d . nado a poner fin a la guerra civi l esn, posteri o r a ella, y el Te rro r la ex:i~~es es luga r de extinguirla. No se le puede ar .eb e.n una d ., " . n uir evocion patnotlca sin caer en la mco . h . erencia, puesto que esto sería también s tar la hipótesis - por lo demás ine xacta-, end h .e que. ay. un~ Francia contrarrevolucionana. NI atribuirle el mérito de la sal " de la oatri . d vacio n ~ a. patria ni . el mantenimiento de la Repu ~lica, p ues Interviene después de la vi t El bli e a VICona. rep u icano Q uinet escribía ya «El Gran Terror apareció casi en as partes después de las victo rias. e. AfIr~ a:em os entonces que las ha producid o ? cD lremos que en nuestro s sistemas el efecto precede a la causa? " (E. Quinet Criti-
~867:
que de la Révolution ).
t:~
'
En cuant~ a la explicación por el pap el de la mentalidad popular, ésta sólo ex lica una parte de los hechos. Es bien como se ha ~I.Sto, que Ia presion . • para esta -'
ci~rto
~~:cer una dictadura .t~rrori sta proviene sotodo de los m ilitantes sans-culottes
Per.o no es tan fácil establecer la línea divi~ sona I entre «p ueblo » y élites políti I icas, entre cu tu~a «pop ular» y cu ltura «sabia». Marat por ejem plo , a quien se puede considera; ~omo uno de los más puros ideólogos del er~or, ~pertenece a una o a la otra? Este semisabio, ~ue denuncia desde 1789 el «complot ar istocr ático » y reclama incansa~ Iemente los p at íbulos, está en medio de las os « c~ltu ras " , De igual modo H ébert y los que lo relevan en P ans ' y d eshebertisras, _ em~~nan un papel tan importante en la redpreslon d I direpublicana en la Vende' e. E n realila ,e iscurso del Terror está en 1793 1a bo~~ dee. casi "de e CasI . todos los líderes la n Revoluci ón, ~ n cl u l d os los qu e no tienen nin guna relaci ón privilegiada con e I acnvrsmo . . san ubrguese s d e I s-culotte, . , los legistas,los os C ?mltes y d e la Convención . Bast a oí r a Barere " en el veran o del 93 pe d iIr Ia d estruccion total de la Vendée para comp ren-
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der la influencia de! fanatismo terrorista sobre e! co njunto de lo s dip utados Monta-
medio de desarrollo de la ideología y e! estab lecimiento progresivo de las instituciones terroristas. Pero esta ideología, presen te en la Revolución desde e! 89, es anterio r a ellas y a una realidad independiente de ellas, que atañe a la cultura revolucionaria francesa a tr avés de varios desarr ollos de
ñeses. También se trata de una exigenci a de la guerra civil, en la que e! exterminio general reclamado por e! autor puede hallar al menOSsu or igen , si no to d a su razó n. Pero desideas . de el otoño de! 93 hasta la primavera del 94, La primera es la de la regeneración del como lo ha demostrado Mona O zouf, e! hombre, por la que la Revolución francesa discur so sob re la necesidad de! Terror abanse emparenta co n una anunciación de tipo dona e! terreno circuns ta ncial de la guerra rel igioso pero de un mo do seculariza do . civil para hallar un fundamento más pro Lo s actores de los acontecimientos, en efecfundo: nada menos que la Re volución misto, concibieron su propia hi storia como una ma. Desde fines de marzo Y la liquidación ema ncipación de! hombre universal. No se de los heberti stas, que po ne fin a la dem atrataba de reformar la soc ieda d francesa, gogia sangrienta de lo que queda de! sanssino de restablecer e! pacto social sobre la C14lotismo, e! Terror, convertido en instru- libre voluntad de los hombres: Francia no mento exclusivo del clan robespierrista, ya era más que el primer acto de este acontesólo es ob jeto de una racion alización comcimiento decisivo. Ahora bien, esta ambi pleja, a veces filosófica. No forma ya ta nto ció n verdaderamente filosófica presentaba parte del arsenal de la victoria cuanto de un e! carácter excepcional de hallarse siempre cogida en e! testimonio de la historia real , anhelo de regeneración. Además, e! m om ento ya no es e! de una como una pro mesa religiosa qu e h ubi era ciudad asediada, pues las fro nteras está n aba ndo nado la prueba de su ver dad al emdespejadas Y la guerra civil sofocada. La uti pirismo de los hechos. Es en esta diferencia lidad más visible de la gu illo tina ya no es e! donde nace la idea de una regeneración, exte rmi nio de lo s enemigos declarados, sino pa ra salvar la distancia que no cesa de seel de las «facciones»: los h eb erti st as, luego parar la Revolu ció n de su ambición, a la q ue los dantonistas. El Terror se intensifica tansin embargo no puede renunciar sin dejar to más cuanto que e! gru po robespierrista de ser ella misma. Si la República de ciudano encuentra apoyo a su izquierda, entre los danos libres no es posible todavía, es poractivistas, ni a su derech a, en la opinión pú que los hom b res, pe rvertidos por la histoblica; es e! gobierno de! temo r, que Robesria pasada, son malvados; mediante e! Te pierre teoriza y co nviert e en el gobierno de rro r, la Re volución -historia inédita, toda la virtud. Nacido para exterminar a la arisnueva- hará un hombre nuevo . tocracia, e! Terror te rmina siendo un medio O tra idea qu e dice lo mismo , o que llega de reducir a los malvados y de combatir e! al mismo resultado, es qu e la polít ica lo crimen. En adelante es coextensivo con la puede todo. El universo revolucionario está Revolución, es inseparable de ella, pues sólo poblado de volunt ades, enteramente animaél permitirá algún día crear una República do por un co nflicto de intenciones buenas y proyectos nefastos: la acció n no es jamás de ciudadanos. De modo qu e no es posible reducirlo a inci erta, e! poder nunca es inocente. Como las circunstanci as qu e rodearon su nacicomprendió Marx, después de Hege!, la R emiento, se trate de la situación en la que se volución francesa es e! teatro donde se desjuega la salvación pública o de la presión pliega en su pur eza e! vo lu nta rismo polítide! pueblo ba jo urbano. No es qu e esta s circo moderno; e! acontecimiento no deja de cunstancias no ha yan ten ido ninguna inser fiel a su idea ori ginal, segú n la cu al la fluencia ; evid entemente, sirviero n co mo