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CARLOS
WYLD
OSPINA
El Autócrata ENSAYO político-social SEGUNDA EDICIÓN
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Volumen 103 S: Dopartamcnto Kdltorlal y do rroducción do
3Iaterlal Didáctico "José de PintMia Ibarra" .'MinUtcrlo do Ediirarlda, Guatemala, C. A.^"****
BELLEZA NATURAL DEL PAISAJE
GUATEMALTECO Ilustra nuestra portada, la pintoresca laguna de Ipala, localizada en el cráter del volcán del mismo nombre, en el departamento de Chiquimula (La Perla de Oriente), en cuyas faldas naciera Ismael Cerna, uno de los más insignes poetas guatemaltecos, orgullo de las letras cen-
troamericanas.
Fotografía
cortesía
Rolando Sanchinelli
de
EL
AUTÓCRATA
ENSAYO POLÍTICO-SOCIAL
Ate. ^¿C€*tte "DcOf
S^UH€U^.
Biblioteca Guatemalteca de Cultura Popular "15 de Septiembre"
Volumen 103
ES PROPIEDAD DEL AUTOR
COPYRIGHT BY CARLOS WYLD OSPINA Tomada
de la edición impresa en la Tipografía Sánchez y de Guise, Guatemala, C. A., 1929.
IMPRESO EN GUATEMALA. CENTRO AMERICA Departamento Editorial y de Producción de Material Didáttico Ministerio de Educación "José de Pineda Ibarra" 1967
—
—
t
CARLOS WYLD OSPINA
El Autócrata ENSAYO político-social Segunda Edición
Volumen 103
EDITORIAL "JOSÉ DE PINEDA IBARRA" 19 6 7
Dedico
este
ensayo
al licenciado
MARIANO CHEVES Y ROMERO: Talento y carácter.
Hacen falta cierto retroceso y un plazo considerable para plantear la cuestión de las grandes imposturas consagradas.
—
—
El espíritu humano no osa tal vez no 'pueda convertirse rápidamente al bu^n sentido. Parece qu^ solo poco a poco se despoja de los respetos tradicionales y se descarga del recuerdo de un prolongado terror. Pero llega u/n día en que las leyendas má« inveteradas pasan por el tamiz y salen a la luz y al .
contraste.
Por lo demás, hace muy poco tiempo que ese dominio ha dejado de estar absolutamente vedado a los investigadores. -T-HENRI, BARBUSSE. y: ,
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n
-^
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2010 with funding from
Universidad Francisco Marroquín
http://www.archive.org/details/elautcrataensa103carlguat
EL CARÁCTER DE ESTE ENSAYO
EL AUTÓCRATA
(del
griego autos,
sí
mismo,
y crateia, fuerza), es en esta semblanza el personaje genérico que, contra las vanas teorías políticas que asignaron a Centro América un régimen democrático, impone un gobierno de hecho, que ha tomado carácter normal y perdurable a espaldas de la ley escrita. Este gobierno está basado en la autocracia, es decir, en '*la fuerza que se toma de sí mismo". El tipo que aquí bosquejo es producto de un estado social en que el equilibrio de una nación se mantiene mediante un poder personal. Para bosquejar ese tipo, era indispensable establecer aquellos antecedentes históricos sin los cuales la figura del autócrata no se concebiría en su realidad hu-
Por eso, aunque mi propósito prístino fue una semblanza de Estrada Cabrera, famoso autócrata guatemalteco, encontré que la personalidad de este gobernante quedaba incompleta, y sería sin duda mal comprendida, presentándola dentro
mana.
escribir
cuadro aislado de su tiranía. Esta misma tiranía, de Justo Rufino Barrios no explicaría satisfactoriamente a la luz del deterse minismo histórico. Di entonces mayor amplitud al cuadro; y tuve que recurrir, en demanda de antecedentes, al estado social de la Colonia y de la República que la siguió. Comprobé en este punto que, en riguroso análisis, todos nuestros gobernantes no han sido ajenos a los procedimientos autocráticos, porque la fuerza que les impele a burlar la ley, emana más que de sus personales tendencias, de la constitución social el
sin la autocracia liberal
11
Carlos Wyld Ospina
12
que está tras ellos. Este concepto no implica una justificación de las desastrosas tiranías que ha sufrido Guatemala, pero sí encierra una clave de interpretaron de los procesos históricos que les dieron existencia.
No he
intentado escribir ima historia pormenorizada de ciertos períodos de nuestra vida política.
Habrá en estas páginas más de una laguna en lo referente a hechos y sucesos secundarios. Pero creo haber abarcado la visión del conjunto y mantenido un criterio de unidad a través del libro. Algunos de mis juicios podrán parecer crueles; y no faltará quién invoque el patriotismo para condenarlos. Pero yo no puedo aceptar, como no puede aceptarlo ningún hombre que sinceramente ame a su país y anhele su regeneración, que el patriotismo consista en callar la verdad y proclamar la mentira. La crítica es un ministerio de cura social, y si no cumple con su misión, infiere daños graves a los pueblos. Como los hombres antiguos, yo creo en la patria. Y creo en ella porque digan lo que quieran los filósofos y prediquen lo que se les antoje los socialistas, la cultura humana necesita del sentimiento de patria para desarrollarse en forma superior y perdurable. Y por la patria chica célula del gran organismo humano los escritores debemos cultivar la potísima virtud de la sinceridad.
—
Si
mentimos
la historia,
—
mentiremos
la vida. Si
disimulamos o simulamos nuestra opinión, en aras de un lugareñismo ridículo que no engaña a nadie, mataremos los impulsos de mejoramiento inherentes a toda sociedad organizada. Los guatemaltecos quisiéramos que nuestra historia del último medio siglo, y un poco más allá, solo exhibiese hechos gloriosos y enaltecedores.
El Autócrata
*
;/
.
13
•
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^ AdOGxDo 5
Pero este sentimiento, muy explicable, es sin em^ bargo pueril. Nadie ignora que los pueblos en f ormación, como el nuestro, pasan por períodos fatales a^^ y angustiosos, que más bien son crisis, tras las que, si los pueblos no se disuelven por la abyección propia y la conquista extraña, resurgen a la luz de una nueva y esplendente vida. De tal prueba no se ha librado ninguna nación. Nuestros errores son los mismos, esencialmente, de todos los conglomerados políticos. Ya se ha dicho que los días de la historia se miden por siglos, mientras que los del hombre por segundos de tiempo. La importancia de los hechos históricos tiene, pues, en el tiempo, un valor muy Pero no por eso debemos negarlo. La relativo. primera condición de la cura es conocer la dolencia.
Y jamás podremos conocerla si proscribimos la verdad y deificamos la estéril mentira. Hemos vivido por más de cincuenta años en la mentira política y ya es hora de reaccionar. Las fuerzas juveniles, las tendencias renovadoras que ya apuntan, aunque con cierta indecisión en nuestra sociedad, así lo quieren; y opóngase quien se oponga, impondrán poco a poco sus normas a nuestras instituciones. Hagamos lo que los ingleses: franqueémosle la entrada, para no tener luego que combatirlas.
No hemos de dejar tan preciosas fuerzas abandonadas a sí mismas y a merced del primer déspota audaz que se entronice y quiera aplastarlas. El momento actual de Centro América es decisivo y debe aprovecharse para el bien común. Los escritores, los educadores, los gobernantes son los más obligados a ello. Y yo creo cumplir con mi deber de guatemalteco, pese a la modestia de mi esfuerzo, disparando un proyectil más contra
^
*
Carlos Wyld Ospina
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las murallas del prejuicio político y doctrinario, que hasta ahora ha sido el maestro de historia de
la juventud.
No
— ¡claro
—
haber hecho obra está! hace? Estas páginas son simples apuntamientos para el estudio de la historia de Guatemala; y si mañana fuesen útiles al esperado historiador que la trace con verdad y entereza, mi trabajo recibiría la mejor recompensa que puedo ambicionar. pretendo
definitiva: ¿quién la
Nuestros políticos de bandería, sobre todo los liberales, habituados a hacer de la historia un mazacote a su gusto y sabor, no soportan el peso de la verdad. Contra quien la dice tienen un supremo argumento: los conservadores le llaman liberal, panterista, fiebre; los liberales le tildan de cachureco, clerical, noblete. Y con esto se creen desvanecidos los cargos, desvirtuados los hechos, eludidas las responsabilidades, refiriéndolo todo a "la pasión política", al "interés de partido*'. Porque, según la lógica partidaria, el enemigo siempre miente.
Por de contado doy ya la doble inculpación que me hará a propósito de este libro. Los unos me llamarán liberal; los otros conservador. Esto no prueba nada, es claro; pero ellos quedarán muy satisfechos. Sea en buena hora. Como no soy ni lo uno ni lo otro, oiré complaciente el doble dicterio. Y quedaré, a mi vez, muy satisfecho. se
Y por último: mi credencial de escritor es limpia, puede inspirar confianza: nunca he sido un político; jamás fui un prebendado de la administración. No hay intereses personales que impulsen o cohiban mi palabra.
ElAutócrata
15
Para concluir, y como quien dobla la hoja, réstame hacer algunas breves advertencias acerca de las principales fuentes históricas de mis apuntamientos. En las somerísimas consideraciones referentes al estado social de la Colonia y de los primeros años de vida independiente, me he documentado con especialidad en los escritos del gran estadista y hombre público de aquella época, José Cecilio del Valle, comentados con acierto por el licenciado Virgilio Rodríguez Beteta, en su interesante libro Ideologías de la Independencia (París, 1926). Escogí a Valle porque en nadie, como en él, encuentro mejor ni más sintéticamente estudiada la materia. Y lo que resulta más importante: Valle aparece como el único pensador de aquel tiempo que juzga con criterio positivo y moderno los problemas que caen bajo su sagaz mirada de observador. Los tiempos que median entre los presidentes Carrera y Estrada Cabrera, están todavía muy cercanos a nosotros para que su recuerdo se haya borrado de la memoria nacional. Existen aun muchos observadores directos de los gobiernos emanados del movimiento político del año 71. Además, la bibliografía referente a aquellos sucesos, aunque mentirosa en gran parte, arroja suficiente claridad sobre el valor real de tales regímenes.
La administración de Estrada Cabrera es de ayer. Yo mismo crecí mientras el autócrata imperaba como un amo sobre el país. Contribuí desde la prensa, a su caída y conversé con él acerca de las cuestiones importantes de su gobierno, cuando don Manuel, como se le llamaba popularmente en Guatemala, ya gemía a la sombra de los muros de una prisión,
en 1920.
Alta VerapaZf Giuitemala
,
años de 1926-1927.
LA COLONIA Y LA INDEPENDENCIA
5 ^•OGADO
A LA FORMACIÓN
de nuestra nacionalidad no americanas más monarquías viejas
contribuyeron las que con un contingente étnico.
El indio aportó su sangre para constituirla y sus espaldas para mantenerla. El espíritu de aquellos patriarcales cacicazgos, que el conquistador destrozó a látigo y arcabuz, fue por completo extraño a la nueva nacionalidad asentada sobre sus ruinas. Ni el peculiar comunismo en el trabajo y en la producción de la tierra, en que el Estado desempeñaba un papel semejante al que le asignan los modernos socialistas con su teoría de la socialización de ios riquezas, ni las leyes, ni, en suma, la organización social de los indios concurrieron a integrar el nuevo Estado. Todo fue obra del conquistador, que impuso sus creencias, sus códigos, sus métodos de trabajo y producción, sus sistemas económicos y su autoridad absoluta, de modo que el aborigen no tuvo ni en las instituciones ni en las costumbres coloniales representación directiva. Y asi habría de seguir siempre, cualquiera que fuese el régimen político imperante. Este hecho estableció el divorcio definitivo entre los dos elementos fundadores principales de la nacionalidad: indios y blancos. La Colonia fue, pues, una simple proyección de España a través del mar. Y, como en la España 4el siglo XVI, debían privar en América, al lado de los factores positivos, los factores negativos que habían ya dado características históricas a la nación peninsular: ignorancia y pobreza; aumentadas aquí con un nuevo factor, no menos funesto que 19
Q
Carlos Wyld Ospina
20
anteriores: la heterogeneidad racial. Virgilio Rodríguez Beteta, en sus Ideologías de la Independencia (página 179) define así esta composición los
etnológica:
Lamentable heterogeneidad de razas, cuyos elementos se yuxtaponen como sigue: indígenas, ladinos (mestizos), negros, un corto número de criollos y españoles que pueden considerarse raza blanca. Entre cada grupo se ven abismos de diferencias esenciales en ideas y civilización.
Y
Valle, citado por
Rodríguez en la obra men-
cionada, se expresa así: país en que no había más que indios y españoles: donde la ley deprimía a los primeros y elevaba a los segundos: donde unos ersui conquistados y los otros conquistadores: aquellos muchos y éstos pocos, era preciso que los españoles desdeñasen el matrimonio con las indias, pero, al mismo tiempo, regular que se uniesen con ellas en amistades o tratados ilegales: que fuesen numerosas las generaciones ilegítimas: que existiesen los mestizos: que naciesen las castas: que éstas se multiplicasen con la introducción de negros y que, miradas todas por la ley y consideradas por el gobierno con ojos distintos, se formase una población heterogénea, separada en clases, dividida en intereses. Un país donde los dos tercios de la población eran compuestos de indios a quienes la ley no perinitía contratar sin ciertas formalidades, a ver diversiones sin licencia del alcalde, montar un caballo en ningún caso, tener armas en ningún evento, era necesario que fuese muy
Ün
embrutecido Que en él el máximo sirviese al mínimo, que los derechos no fuesen respetados y que de su ignorancia naciesen todas las consecuencias sufridas... Un país donde la pobreza era grande, la ignorancia sensible, ías penas de azotes v de muerte prodigadas ñor la ley y los premios escaseados por día misma. .
.
.
E
L
A
UTóCRATA
21
era preciso que tuviese individuos o clases enteras inclinadas al despecho y a la exasperación, de sentimientos crueles .
Un
país así
.
— para seguir usando el giro de Valle
era un nuevo Indostán, donde la división de castas, llevada al infinito y al absurdo, impide la cooperación social y anula el sentido de la nacionalidad, y por consiguiente, la defensa contra el despotismo propio o extraño. El cuadro de la vida colonial podrá servir para contestar las afirmaciones de ciertos escritores de
—
la España moderna que, como Unamuno ¡ligerezas de los sabios! afirman que *'la tiranía española en América es una leyenda que pasó de moda". No obstante, y en descargo de España, puede decirse que allá las cosas no andaban, en términos generales, mejor que aquí.
—
Dejemos que nos trace aquel cuadro el escritor autorizado de la Colonia y el menos sospe-
más
choso de ojeriza hacia los españoles, que le honraron y enaltecieron siempre. Dice Valle:
Las poblaciones debían fundarse en el centro del Continente, lejos del mar que multiplica las relaciones facilitando el trato y la comunicación. Las costas debían ser yermas, salvajes y abruptas para que no arribasen a ellas pabellones de otros Estados; y los puertos debían cerrarse para todos y abrirse solamente a los españoles. En los pueblos no podían vivir unidos por los vínculos de sociedad los indios, ladinos y espa-
La ley los separaba unos de otros; su injusta levantaba el vallado que los dividía. Los indios debían existir aislados, distantes aún de las otras clases que vivían en la misma Provinci^, no podían hablar al gobierno y autoridades sino por boca de un fiscal nombrado por el gobierno español: debían ser perpetuamente pupilos y existir bajo una tutela que ñoles.
mano
Carlos Wyld Ospina
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uso de sus derechos. Los ladinos también debían vivir alelados de las otras clahonor: ses No podían entrar en la carrera del os, coleg universidades y las no podían pisar unirse en las aulas con los jóvenes de otras clases, ni haber fuera de ellas las relaciones que estrechan a los funcionarios. Los españolesamericanos tampoco podían tenerlas con todos los españoles-europeos. La ley prohibía a los empleados el trato, la comunicación y relaciones: quería que viviesen aislados en la sociedad: y para que el amor no los uniese con las americanas, se procuraba que viniesen casados con españolas, y se prohibía a los célibes casarse sin licencia del Rey. Ni los indios, ni los ladinos, ni los blancos podían tener otras opiniones que las que inspiraba la educación española, las que dictaba el gobierno de España, o enseñaban libros escritos en la península. La facultad de dictar leyes; la de imponer contribuciones; la de proveer empleos; los poderes legislativo y ejecutivo eran reservados al gobierno de España. Los virreyes eran militares nacidos y formados en la península. La administración de justicia; la de rentas; el mando de tropas; la comandancia de puertos; las magistraturas y primeros empleos eran en lo general puestos en manos de españoles, hijos de la península. El derecho de hablar es natural como el derecho de andar; y el de escribir es lo mismo que el de hablar. Pero no era permitido este derecho de la Naturaleza: no había libertad de hablar: era coartada la de leer: se prohibía la de escribir y no se conocía la de imprenta. les prohibía el
Veamos, finalmente, el bosquejo de la economía también por la docta mano de José Cecilio del Valle y por otros autores. colonial, trazado
Dice Valle:
Un país administrado por gobiernos que no hicieron calzadas, ni abrieron ni compusieron caminos en tierras quebradas y montuosas, debía
ElAutócrata
23
tener un cultivo miserable, medido por el númeMerro de los vecinos infelices de un pueblo ced al sistema económico que ha regido, los campos más fértiles están baldíos; la provincia más bien situada es sin comercio; la agricultura es pobre; el giro es nulo; y las causas que destruyen al uno y empobrecen a la otra, refluyen contra la minería y producen su miseria, escaseándole los fondos que en todo país son siempre prestados por el labrador y el comerciante. Merced al descuido con que se ha visto la población, un área de 20 920 leguas cuadradas sólo tiene un millón y medio de individuos: una provincia más vasta que España, más dilatada que Inglaterra, no tiene aún el quinto de la población que existe en una y otra ... Se han declarado ya a los individuos de algunas clases los derechos de ciudadano. Pero los derechos más sagrados en manos de un miserable que no puede sostenerlos, son títulos de que no puede gozar. Sólo el propietario sabe conservarlos porque sólo él puede hacerlos respe.
.
.
, '
—
Favorecidos con encomiendas de indios esRemesal (lib. 4, cap. 4 de su Crónica el herrero apagó la fragua, el sastre cerró la tienda, y tan lejos estaba de dar puntada que aun no sabía cómo se llamaba la aguja y el dedal; el zapatero no conocía las hormas, y para si mismo enviaba por zapatos fuera de la ciudad; el carpintero huía de la suela y trataba de jaeces y caballos; siendo forzoso amenazarlos, en Cabildo de lo. abril de 1536, con el despojo de las encomiendas, para que usasen de sus tar.
cribe
oficios.
Y comenta
Rodríguez Beteta:*
El indio fue degradado y embrutecido bajo un sistema de esclavitud. Lejos de cultivársele en sus contadas cualidades para hacerlo un faétor económico de prosperidad su trabajo se hizo principal base de desarrollo antieconómico por la forma que revistió su esclavitud. EU indígc-
b 1
Páginas 180, 202, 203 ob.
cit.
Carlos Wyld Ospina
24
na, en calidad de esclavo, trabajó la tierra para el encomendero, trabajó las minas para la hacienda del Rey: su trabajo, falto del menor Ja libre concurrencia, fue
asomo de
más
ineficaz riqueza general.
cada vez
Y
haciéndose
y menos productivo de
en rápida y acertada síntesis agrega
nombrado:
el
autor
^
El mal estuvo, primero, en no querer trabajar por ellos mismos los nuevos dueños de estas tierras, creyendo que los indígenas, que no eran aptos para un trabajo inteligente, como hubiéranlo requerido nuestras vírgenes condiciones de riqueza y los instrumentos modernos de trabajo, podrían trabajar por ellos. En segundo lugar, se esclavizó y trató brutalmente al indígena para que trabajara, en vez de aficionarle, mediante coacciones y suavizaciones, a un trabajo inteligente. El tercer error, y el más grave, fue unlversalizar el sistema, extendiéndolo, ya no sólo al conquistador, sino a los primeros pobladores, y consiguientemente, a todos cuantos nos vinieron de España durante los siglos que duró la Colonia, que fueron en su mayor parte parásitos del organismo productor, frailes, monjas, curas, doctores, abogados, uno que otro mercader, ningún labrador, muchos señores de horca y cuchillo y muchos plebeyos aspirantes (y seguros del éxito con solo cruzar el mar) a noblezas.
Todo esto no era más que el reflejo de la España que expulsó a moros y judíos, arruinando así la industria
y
el
comercio de la península; de la
España dominada, empobrecida, despañolizada por una dinastía extranjera que jamás ha amado lo español porque no lo comprende; de la España que, merced a la ineptitud criminal de la monarquía, mantuvo por siglos la Hacienda Real en bancarrota ...
i
ElAutócrata
\25
La acción dé la otra España, la fecunda, la luminosa, la inmortal, la moderna; la de Carlos III, de la Constitución de 1812 y del Consejo de Indias, no fue bastante a borrar los irreparables daños que el. sistema de gobierno colonial nos trajo a los americanos. Ese sistema, fundado en la ignorancia del pueblo, en la división de clases, en la pobreza y el aislamiento de las provincias, engendró, ya bajo el régimen independiente, los procedimientos político-económicos que han producido la autocracia, como forma permanente de gobierno, y mantienen a nuestras repúblicas en un estado de inercia espiritual y dependencia financiera que comprometen el resto de autonomía aun no absorbido por la banca internacional y el imperialismo yanqui. Al contrario de Suramérica, donde la indepencia de España fue un acto necesario, impuesto por la voluntad de las clases cultas y por la espada indomable de sus guerreros, en Centro América la emancipación política se redujo a un acto reflejo, a
una transición pacífica que
las circunstancias traían, dijéramos, de la mano. Es cierto que la independencia deseábala un grupo de hombres influidos por la ideología de los revolucionarios franceses; pero, salvo algunos conatos de insurrección esporádicos, aquel deseo no iba mucho más allá de una aspiración platónica. Y la independencia vino, como dijo un poeta satírico guatemalteco, por chu
como
si
ripazo.'
Se comprenderá
así
que la emancipación de
la
metrópoli peninsular apenas innovara algo más que los nombres de algunas cosas: República, en vez de Capitanía General; presidente, en lugar de capitán ... Y de tal suerte, que el primer mandatario 2
Hecho
circunstancial, aleatorio.
Carlos Wyld Ospina
26
de la Federación centroamericana fue el último Capitán General de la Colonia. Todo, en la práctica de la vida siguió igual, porque iguales eran las costumbres y la educación de monárquicos y republicanos, aunque difiriesen en sus creencias políticas.
tal herencia, era natural que nuestras fictifuesen gobernadas por los menos democracias cias aptos intelectualmente, pero más audaces en la acción; que las revueltas intestinas, generadas por el viejo antagonismo de clases, representaran la obligada reacción contra las tiranías, al mismo tiempo que el expediente más sencillo y seguro de alcanzar el poder y la fortuna; que el pueblo dejase el trabajo por la política; que las clases dirigentes fuesen corrompidas y las de abajo se envileciesen al influjo combinado de la ignorancia y la pobreza; y finalmente, que la democracia solo sirviera de antifaz a un estado enfermizo, en que las convulsiones de la anarquía alternan con el sopor del despotismo Las naturales virtudes del hispanoamericano, heredadas de dos sangres estoicas, debían quedar durante muchos años casi sofocadas bajo el peso de tantas calamidades históricas, capaces de disolver cualquier grupo humano de espíritu menos vigoroso que el nuestro.
Con
.
.
LA REPÚBLICA
De Carrera a
Barrios
HOMBRE
público hay que juzgarlo dentro contrario sería prescindir de la realidad, no solo social sino biológica, y hacer de la personalidad humana un maniquí anatómico de piezas desmontables. Sin embargo, es regla usual entre la multitud, y aun entre muchos escritores políticos, aplicar un criterio extemporáneo al examen de hombres y sucesos, o en otras palabras, juzgar desde puntos de vista modernos, ambientes y tiempos pre-
AL. su época.
Lo
téritos.
Se ha hecho pasar a Rafael Carrera como el genuino representante del conservatismo guatemalteco en el Poder; aun más: como un producto de este partido histórico.
Eso dice la pasión política. Pero los hechos nos demuestran que Carrera solo fue el representativo de la fuerza victoriosa: el producto del éxito militar a que le llevaron su destino y su talento. Esto es innegable.
Cuando
el
caudillo alzó su rebeldía
en la montaña, no tenía ningún color partidario definido. Ni entendía de política ni se apoyaba en ningún partido. En cierto modo, era el bárbaro que capitaneaba la irrupción del campo contra la ciudad. Sus enemigos lo eran todos los representantes del régimen imperante: gobierno, ricos, claTan cierto es ello que, en los ses privilegiadas primeros tiempos de su campaña guerrera y ya .
.
.
cuando el caudillo constituía una fuerza creciente, y por lo mismo, una amenaza, los liberales quisie29
.
30
Carlos Wyld Ospina
ron atraerlo a su bando. Los conservadores, por su parte, principiaron por cubrirlo de oprobio: fueron los tiempos en que las gentes devotas y pias llamaban al guerrillero con los epítetos más duros: indio salvaje, antropófago, azote de los pueblos y jefe de las hordas de la montaña. Pero creció la fuerza del salvaje y con ella, la importancia de Carrera; y el bando conservador, en un cambio de frente, decidió ganarse la simpatía del montañés. Era éste el bárbaro; y la fascinación que sobre él debían producir los refinamientos y deleites de la cultura, sería decisiva. El conservador era, a su vez, quien mejor podía ejercer esa seducción sobre el alma, rústica y bravia del guerrillero. El conservador era rico, era culto, era insinuante y hábil. Contaba con el prestigio colonial y aristocrático de las familias; con el poderío espiritual y formidable del clero, entre un pueblo católico por tradición; y si se quiere, contaba también con la belleza de sus mujeres y el talento de sus varones. La lucha no fue larga ni el triunfo difícil. El liberal, inferiormente armado de seducciones y harto indeciso en la acción por aquellos días, dejó que el bando conservador al fin se apoderase, no de la voluntad, sino del nombre del caudillo. Y Carrera gobernó con los conservadores, aunque no por ellos ni al capricho de los jefes del partido. A políticos, obispos, curas y grandes señores se las tuvo tiesas, y pronto comprendióse que aquel puma de las selvas orientales no toleraba arneses sobre el lomo, ni se bajaba hasta la domesticidad de los circos .
políticos.
El gobierno de Carrera fue por eso una pura autocracia personal, en que los bandos históricos apenas hicieron el papel de comparsas: uno a la
ElAutógrata
31
derecha, para apoyar al autócrata; otro a la izquierda, para malquererlo. A pesar de su recio individualismo, o quizá por causa de él. Carrera fue un hombre de misión histórica. Esta misión, que ni el caudillo ni nadie sospechara, consistía en establecer un gobierno de orden y paz en la República, harto exangüe y empobrecida por las luchas intestinas; o lo que es igual: prestar seguridades para la vida y el trabajo y garantías para la propiedad, que es cuanto esencialmente desean los pueblos, porque a estos factores va unida la prosperidad común. Y Carrera se impuso a la sociedad, que en un principio le rechazara con horror y desprecio, como se impo-. nen los conquistadores de su estirpe espiritual, hombres de misión histórica, como ya he dicho, dueños o instrumentos de fuerzas naturales y destinados a implantar los nuevos órdenes sociales. Por eso son arrolladores como la tormenta e implacables como la naturaleza. El mal llamado "indio de Mita", porque no era indio ni oriundo de esta población oriental, consiguió lo que de él se necesitaba: hizo un gobierno de orden y paz. Mantuvo la probidad administrativa; el esplendor y el dominio de la religión nacional; la bonanza económica; el respeto internacional para Guatemala y la hegemonía de la antigua
metrópoli sobre los Estados de Centro América. Las ideas de José Cecilio del Valle y de otros varones de criterio avanzado, no prosperaban aun en aquel tiempo. La sociedad de entonces no entendía el progreso como hoy se entiende. Los hombres públicos, los intelectuales mismos, no creían que escuelas, carreteras y ferrocarriles (que acababan de inventarse en Europa) hiciesen la felicidad de los pueblos, como más tarde se sostuvo. Hija
Carlos Wyld Ospina
32
directa de la sociedad monástica de la Colonia, la mentalidad reinante hacia consistir el bienestar de los pueblos en causas teológicas, con exclusión casi completa de las materiales. Los revolucionarios mismos no estaban emancipados todavía de la metafísica política del siglo XVIII, según la cual, la libertad, la igualdad
y
la fraternidad
humanas son
principios poco menos que absolutos y no resultantes de causas económicas, étnicas y culturales, como hoy se afirma. Los gobiernos daban a la pureza y a la fuerza de la fe religiosa el primer lugar en la dicha de las naciones. Para mantenar la armonía social era preciso, según ellos, observar en todo su rigor las costumbres y profesar las ideas tenidas como la única norma buena y aceptable en la vida. Se consideraba el conocimiento científico como adquisición peligrosa para la multitud, por lo que redebía ser privilegio de unos cuantos iniciados sabio éste de las antiguas sociedades teocráticas. Es estúpido, pues, pensar y repetir que el guerrillero Carrera, convertido en presidente de la República, fue la encarnación del oscurantismo. Juzgando al hombre, hay que convenir en que Rafael Carrera es un soberbio espécimen del guerrillero hispanoamericano, del tipo de aquellos recios insurgentes de la independencia del Sur: improvisados genios de la guerrilla que tanto dieron que hacer a los españoles y tanto ayudaron a Bolívar y también de los modernos alzados mejicanos, audaces y cautos al mismo tiempo, familiarizados con los vericuetos de la sierra, maestros en sorpresas bélicas, crueles y magníficos en su inteligente rusticidad. Solo que "el indio Carrera" resultó tan aventajado político como capitán de mi-
—
—
—
según hemos visto, supo imponer su voluntad de gobernante a todos, liberales y con-
licias rurales; y,
.
.
El Autócrata
33
servadores, aristócratas y clero, sin que grupo, colegio ni partido alguno fuese osado a contravenir
su personal modo de gobernar el país. Macizo y erguido como los árboles de su montaña, resistió a las tentaciones humanas como había resistido a las intemperies de la vida y a las vicisitudes de la guerra .
.
Hombre de espada, fue violento. Fusiló y barrió a metralla a cuanto enemigo se le puso enfrente, incluso al finchado "héroe de Gualcho", general y político de muchas campanillas, don Fracisco Morazán. En "La Arada", modelo de batallas, hizo correr a un grupo de los más prestigiados jefes de la época, coaligados con sus ejércitos en contra suya .
.
Ya he dicho bastante de Carrera en su gestión gubernativa. Pero no está de más agregar, como honradez con que manejó la hacienda que era un semidiós, presidente vitalicio de Guatemala! que pobre ascendió al Poder y pobre le encontró la muerte: fin de su presidencia. Cierto es que en aquellos tiempos, catalogados como oscurantistas, nadie iba a los puestos públicos a levantar fortunas personales de un día para otro, como sucede hogaño; y un funcionario venal, un juez prevaricador, un empleado ladrón e inescrupuloso, eran aves raras y motivo de escándalo general. Los buenos guatemaltecos de entonces desconocieron la endemia que nosotros distinguimos ahora con el nombre de empleomanía, o sea el afán impúdico por ocupar los cargos del gobierno con fines de medro personal.
prueba de pública
—
la
¡él,
—
Federico Hernández de León, uno de nuestros mejores comentaristas de historia, escritor
ameno y
Carlos Wyld Ospina
34
prosador
fácil,
se refiere
asi
al
periodo
*'de
los
treinta años":'
Generalmente se acusa al gobierno de los treinta años de retrógrado, obstaculizador de todo progreso y de toda enmienda. Mucho de eso hay, pero no en lo absoluto. Las circunstancias exigian ante todo una tranquilidad social estable,
capaz de reponer tandas de daños
inferi-
dos; los guatemaltecos habian tomado miedo a las nuevas culturas, a las renovaciones y a los
impulsos de extrañas civilizaciones. Se quiso la legislación fuera de acuerdo con la de los paises avanzados, y lo que se logró fu.e un estado caótico que costara raudales de sangre y devastaciones de campos y ciudades.
que
Y
aludiendo a ciertos inventos del siglo, como telégrafo eléctrico, cuya introducción al pais se atribuye a los revolucionarios de 1871, el mismo autor nos dice que, *'doce años después de haberse tendido la línea telegráfica de Washington a Baltimore, Guatemala tendia la suya de la capital a Amatitlán", en los "días en que el
el
régimen de Carrera tocaba a su fin". Me parece que Hernández de León adelanta en algunos años la implantación de esa mejora pública. La primera línea telegráfica se estableció durante el gobierno del mariscal Cerna, en 1869; pero este pequeño error cronológico no desvirtúa la afirmación del escritor. A la muerte de Carrera, la crisis política del mundo occidental se agudizaba. Las viejas sociedades estaban pasando por una formidable revolución de principios, por una revisión de valores filosóficos que nada dejó intacto en el cielo y en la tierra. Las teorías de los enciclopedistas habían seducido a casi todos los hombres de pen1 La primera línea telegráfica, artículo publicado en Nuestro Diario, 17 enero 1927.
ElAutócrata
í
'"
>
3^
o ABOGADO
Las simientes de las revolucionei#^9ÍfiAW^** y francesa daban ya frutos sazonados en Europa. El liberalismo era una novedad politica de no muy lejana importación entre nosotros, y ya tomara extraordinaria boga en nuestro vecino México con Benito Juárez y los republicanos. Los Sarniento.
glesa
descubrimientos
científicos,
aplicados
a la
indus-
trasformaban la mentalidad de los pueblos del Viejo Mundo, a vueltas de revolucionarlo todo en el orden económico-social. Como sucede con todos los regímenes personales, el del general Carrera fue eficaz mientras se mantuvo en el Poder. Muerto el presidente vitalicio, y al faltar su buen sentido, su clara visión de las cosas, y, sobre todo, su férrea voluntad, capaz de haber incorporado al país en la nueva corriente de las ideas, con solo empeñarse en ello, Guatemala cayó en manos de un gobierno teocrático; más aun: clerical y abúlico hasta cautria,
descontento entre los mismos círculos adicestado de cosas reinante. El mariscal Cema, sucesor de Carrera en la presidencia, era un vejete tonto y humilde, sin otra preocupación que hacer rodar el birlocho presidencial, mañana y tarde, hacia los templos de la ciudad, donde el mandatario y sus ministros oían misa y visitaban a Nuestro Amo. La actividad social traducíase en enredos de sacristía y comentarios de tertulia casera, al olor del buen chocolate mazateco. La política no iba más lejos del revuelo de la sotana de los curas y de los faldones de las levitas gubernativas. De administración pública no había qué hablar: aqueLa máquina llo era la ausencia de toda acción. oficial ya no caminaba: el paro, por oxidación de los engranajes. sar
tos
al
\ o ^'
Carlos Wyld Ospina
36
Un cambio de régimen se imponía. Lo deseaban todos, menos los señores del gobierno, que no deseaban nada, y los clérigos bien hallados con el regoldeo místico, el manso sueño y el chocolate mazateco. Sin embargo, no faltaban entre el clero mismo, prelados y eclesiásticos dispuestos en favor de un movimiento revolucionario que se presentía venir de cualquier parte. Y vino la llamada revolución del 71, aclamada en realidad por los pueblos y que a su triunfo, fácil si los hubo, cuidó muy bien de demostrar su respeto a la Iglesia y a las creencias religiosas dominanSirva este dato de ilustración al lector: el revolucionario Justo Rufino Barrios, al tomar posesión de la presidencia de Guatemala, fue a oír un Te Deum a la catedral, bajo un dosel que para ello se puso en la nave del centro. Iba uniformado de general; y se cuenta que fue la única vez que usara el traje militar, no por sentimientos democráticos, que poco se avienen con la aristocracia de los galones y los entorchados, sino porque a su cuerpo, bajo y de piernas cortas, sentaba mal el uniforme hasta darle ribetes rites.
cabecilla
dículos.
Era
el
año
1873.
*
¿Fué en realidad una revolución la de 1871? Las revoluciones han de operarse sobre las conciencias mediante las ideas. Nosotros damos con frecuencia el nombre de revolucionarios a simples conquistadores del Poder a puño armado. El movimiento del 71 solo fue una revolución con Miguel García Granados y los principios de tinte liberal inscritos por él en la bandera de la rebelión. Pero, en rigor, una revolución no lo es
ElAutócrata tanto por
37
hecho de proclamar nuevas teorías la práctica de mejores instituciones. Y éstas no suelen establecerlas los capitanes triunfantes al asumir el mando de un país como premio a sus hazañas de guerra. Porfirio Díaz reformó, pero no revolucionó. Hizo de México una nación de gran prosperidad material, y, sin embargo, dejó intacta la vieja mentalidad del mexicano. Y como el progreso de la nación se fundaba en una especie de catalepsia civil, al disiparse el sueño hipnótico de la tiranía, México retrogradó, de un salto de fiera, a los tiempos del bandidaje político, que parecía ya bien muerto y enterrado, tal como si de entonces a la brillante época (Jel porfirismo no mediara ni el espacio de un día. Con Barrios pasó algo análogo. Convertido en cabeza suprema del gobierno, y ya desplazado García Granados por celos del propio Barrios, políticas
el
como por
como todos
los autócratas innatos, no topoder igual o superior al suyo, reformó muchas cosas en Guatemala, pero en cambio, creó una escuela de corrupción y violencia políticas que ha causado inmensos y ya irreparables daños a la nacionalidad. Los escritores liberales han exhibido de Barrios un retrato de perfil, es decir, del lado blanco de su autocracia. Falta el rojinegro del otro lado. En su administración se abrieron escuelas y caminos; se levantaron edificios y monumentos públicos; se elaboró una legislación con espíritu moderno; se tendieron sobre la soledad de los campos y los montes, nuevos hilos telegráficos; otorgóse a una empresa yanqui la concesión para construir el ferrocarril al Pacífico, por la cual se dieron a Barrios, según decires de la época,
quien,
leraba
38
Carlos Wyld Ospina
cuatrocientos mil dólares; se repartieron tierras a los campesinos, y especialmente a los favoritos y paniaguados del presidente; se crearon nuevas zonas de producción agrícola, y dtósele vigoroso impulso al cultivo del café, que desde entonces tomó el primer puesto en la producción hasta ser ahora el único y ya mermado patrimonio de en fin, se modernizó a Gualos guatemaltecos: temala. En cambio, matáronse las libertades públicas hasta no quedar rastro efectivo de ellas, se corrompió la administración de justicia y la de hacienda, y se gobernó a punta de vergajo y bayoneta. Dígase lo que se quiera, el gobierno del general Barrios es la autocracia de carácter más terrorífico que ha soportado Guatemala. Vivíase bajo un régimen de suspicacias, delaciones y espionaje, en que los débiles y los dignos, como es de rigor, llevaban la peor parte. El envilecimiento público tuvo hedores de podredumbre. La adulación al mandatario cobró la categoría de una religión oficial, como en la decadencia romana. La teoría liberal quedó, por consiguiente, solo escrita en los papeles. No hubo un solo día de completa vida constitucional. Al triunfo de la revuelta, en 1871, se derogó la vieja Constitución llamada "Ley de Garantías", dada por el general Carrera, y de la cual dice donosamente Batres Montúfar, el gran poeta satírico guatemalteco, en su ''Don Pablo":
¿Qué se entiende por ley de garantías y por qué se ha de hollar todos los días? Pues bien, hasta 1879, en que se promulgó la nueva Constitución, el general Barrios mandó
ElAutócrata como un dictador
absoluto.
En
39
ese interregno, se
elaboraron diversos códigos, que pasaron a ser leyes de la República con solo la aprobación del presidente.
La Constitución del 79 dejó en manos del jefe del Ejecutivo poderes realmente dictatoriales. Véase cómo juzga al gobernante y al cuerpo de leyes que se le cortó a la medida, el "patriarca del liberalismo guatemalteco", ministro y amigo del general Barrios, doctor Lorenzo Montúfar, cuya figura pública ya tendré ocasión de delinear:' El general Barrios, por su carácter, por su genio, por su índole, por su organización, por la costumbre del mando militar, no sufre restricciones. Las que se le presentan lo disgustan, lo ofenden, lo indignan y Zas hace pedamos pagando sobre ellas. Siendo presidente el hombre que se ha descrito, era imposible decretar en 1879 una Constitución liberal. Se necesitaba una ley fundamental formada en el molde del gobernante. Tal Constitución hubiera sido tan tiránica como el Acta Constitutiva, bajo cuyo régimen gobernó Carrera. Al emitir esa Constitución habríamos hecho pedazos los antecedentes históricos del partido liberal y dado muerte a la revolución de 1871. Una Constitución liberal era imposible siendo Presidente el General Barrios. Una Constitución reaccionaria era una verdadera apostasía. No encontré más medio de salir de este fatal dilema que la dictadura transitoria. El General Barrios no quiso tener por mucho tiempo el título de dictador y convocó una Asamblea Constituyente. No opiné por esa convocatoria porque las circunstancias del país eran las mismas, y se nos iba a presentar el mismo fatal dilema. La Asamblea se instaló y yo fui diputado a ella e individuo de la Comisión de Cons2 Carta del doctor Montúfar a don Martín Barrundla, ministro de Barrios, fechada en San José de Costa Rica el 3 de noviembre 1882.
Garlos Wyld Ospina
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titución. Aquella Comisión palpaba que el General Barrios puede compararse a un león africano, que es imposible se contenga dentro de una jaula de hilos de seda, y se quiso que la jaula
constitucional fuese muy grande y con una puerta vasta para oue el león pudiese entrar y salir sin reventar los hilos ... La Constitución fue decretada y la experiencia ha venido a demostrar la previsión de los legisladores de 1879. Barrios no observa la ley fundamental. El león no sale de la jaula por la vasta puerta. Tiene placer en destrozar los hilos de seda. Esto es tan público que no necesito probarlo, porque se halla en la conciencia de todos los guatemaltecos.
Cuando y así
comadres riñen, las verdades salen a Montúfar después de su ruptura con Barrios, sin acordarse de que él mismo había hecho del gobernante, en libros, folletos y discursos, la famosa encarnación del verbo liberal. El proyecto de Constitución del 79 fue obra personal de Montúfar; y entonces se olvidó también de que, al tejer la jaula de hilos de seda, no se hacía para un solo león africano sino para una manada de jaguares tropicales, que habrían de romper al capricho los hilos. Montúfar condenó a la República a regirse por la dictadura constitucional, como así ocurrió por espacio de más de medio siglo. La luz;
las
escribía
responsabilidad
del
**patriarca"
es,
pues,
indecli-
nable.
Analicemos someramente lo que significa la tenuísima jaula constitucional. De nombramiento personal del dictador eran todos los funcionarios y empleados de la República, porque la división de los tres poderes republicanos, base del régimen democrático en Guatemala, era un mito. La asamblea legislativa representaba un cuerpo de farsa, sujeto a consigna presidencial, y para el que los
El Autócrata
41
menores antojos
del presidente se entendían como órdenes indiscutibles. La alternabiíldad en el Poder no rezaba con el jefe del Ejecutivo: Barrios se reeligió a si mismo cuantas veces le vino en gana. Su permanencia al frente del Estado duró doce años; solo la muerte trágica del dictador puso fin a aquel reinado paradójicamente impuesto a una democracia. La escuela política de Barrios fue decisiva: todas las administraciones liberales herederas del
gran cacicazgo, han tenido las características originales de éste, modelo y guía de los gobiernos posteriores, cuyo lema político puede condensarse en el siguiente principio de médula maquiavélica: mantener rigurosamente distanciadas la teoría y la práctica de gobierno, de suerte que proclamando siempre la doctrina democrática, y.
mandando en su
nombre, se haga sin embargo una administración perfectamente autocrática.
Cuando on Guatemala
se escriben conceptos
como
que impresos quedan, los fanáticos de Barrios echan mano de un argumento que a ellos les parece concluyente: atribuyen a la pasión política de sus contrarios, los conservadores, todo juicio y toda apreciación que no sean un ditirambo para su ídolo. Con llamar cachureco al escritor, creen lavado de los
toda mancha al objeto de su devoción fetichista. Conviene, por ello, hacer hablar a plumas liberales. Ya conocemos el juicio de Montúfar acerca de la Constitución del 79, disfraz democrático que se hizo confeccionar a medida el general Barrios, por mano de su sastre particular, el mismo doctor Montúfar. Oigamos ahora lo que dice el celebrado escritor nicaragüense Enrique Guzmán, en su Diario íntimo. No presento yo al dicente: lo presentará otra pluma liberal, de abolengo y convic-
.
Carlos Wyld Ospina
42
no menos celebrado autor de los Capítulos de las Efemérides, a quien ya he citado en curso de esta semblanza. C'l ciones,
el
El lector debe conocer el nombre del nicaragüense don Enrique Guzmán, una de las mejores figuras de la literatura nacional. Sus escritos tienen un legítimo valor, por más que se note en ellos la intransigencia del gramático y la ironía mordaz del político. Fue liberal en sus verdes tiempos; combatió el conservatismo con ardor y fiebre de sectario. Vino a Guatemala en 1876; volvió a su país natal, y en 1884, el gobierno de Adán Cárdenas lo echó al mar. Entonces estuvo de nuevo en Guatemala, a donde arribara a mediados del año 1884. El Diario intimo a que me referiré en este capítulo abarca la estancia del distinguido nicaragüense en nuestra tierra. Después de haber conocido Guatemala y de ver lo que vio, don Enrique dio un sesgo violento a sus inclinaciones políticas. Don Enrique rectificó ante la brutalidad de ios hombres y el vicio del partido (liberal). Le tocó pasar unos meses de su vida en contacto con la política de don Rufino y el hombre se formó un juicio doloroso, y, a través de sus frases, se nota un justo menosprecio por la sociedad chapina que toleraba y aplaudía los desmanes de la dictadura Vale la pena reproducir algunos pasajes del Diario intimo que tienen relación con ciertas costumbres políticas que al parecer, lejos de ser corregidas por el tiempo, solo han sufrido un constante empeoramiento. ¡Cosas de nuestras democracias! Diciembre 16. La Policía Secreta, Voy a la oficina de Barrundia, ministro de la guerra, con el objeto de pedirle una colocación para un tal Florencio García, español que se halla en la más completa inopia, y a quien me recomendó al marcharse para San Pedro Sacatepéquez mi paisano el padre Tomás Ramírez. El dicho García es un sinvergüenza con sus puntos y ribetes de bribón. Acogió bien el valido mi solicitud. .
.
ElAutócrata
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me ofreció que inmediatamente mandaría a dar de alta a mi recomendado en la policía secreta. Una dictadura militar como la de Guatemala, que se impone al pueblo por medio del terror, tiene forzosamente que hacer del espiónale importantísimo elemento de gobierno. La policía secreta es aquí una verdadera institu-
y
ción. Sumas considerables cuesta al tesoro guatemalteco el cuerpo de delatores. Peligrosísimos son estos miserables: muchos de ellos suelen imponerse como pesada carga a las personas pusilánimes. Es tan temible aquí una delación, que se hace cualquier sacrificio de dinero por estar bien con los señores de la policía secreta. Refieren mil historias de personas inocentes que han ido a dar con su cuerpo en la penitenciaria por haberse puesto mal con un delator. Hay entre los espías, sujetos de buena posición social y hasta mujeres. Un amigo mío. hombre serio y honrado, me aseguró hace poco que cierto joven, que tiene todas las apariencias de un caballero, pertenece a familia decente y frecuenta casas respetables, fue en un tiempo miembro de la policía secreta, con especial encargo de espiar al ministro mexicano don Francisco Loaeza. Es tal la inquietud y la desconfianza que siembran en la sociedad estos viles instrumentos de la tiranía, que hacen difíciles, casi imposibles las relaciones francas, las expansiones sinceras, las confidencias intimas. Teme uno siempre encontrar en el mejor camarada y hasta en la mujer que corteja, a un agente secreto de don Martín Barrundia. Me cuentan que cierto individuo, conversando con don José María Samayoa, se expresaba en malos términos de los hombres de la situación. Samayoa, que no estaba bien con Barrios y que es persona muy maliciosa, interrumpió a su interlocutor diciéndole: Es inútil que me siga hablando de este asunto porque yo no sé ai usted ea espia, ni usted sabe tampoco ai yo lo aoy No hay para qué decir que con semejante sistema de gobierno, calcado en el del Consejo de los Diez. la discreción es obligatoria en la república de .
.
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Carlos Wyld Ospina Guatemala. Imposible hallar gentes más reservadas que los chapines. Hasta los borrachos son prudentes aquí. Ya estoy pensando si el pillastrón de Florencio García no tendrá el encargo de espiarme a mí.
—
comenOtro pasaje que demuestra que hogaño mejor mucho andamos no ta Hernández de León para dificultad la que antaño, es el que habla de ver al presidente de Guatemala:
—
Dicen que antaño, hasta 1872. cualquiera podía, sin ninguna molestia ni ceremonia, acercarse al jefe del Estado. En los tiempos de carrera y de Cerna, cuando mandaba aquí el partido aristocrático, visitaba uno al presidente de la República como a cualquier particular; pero desde que subió al Poder el Hijo del Pueblo, el Gran Demócrata don Justo Rufino Barrios, ha habido un cambio completo a este respecto, a tal punto, que es mucho más fácil ver al Czar de Rusia, a la Reina de Inglaterra o al Sumo Pontífice que al dictador chapín. En la puerta principal de la casa de don Rufino hay una guardia, y tan luego entra el visitante al zaguán, se encuentra con una turba de oficiales de diversas graduaciones, casi todos mal encarados, a los que se les pregunta si será posible ver al señor presidente (en Guatemala nadie dice el presidente a secas, sino el señor presidente). Uno de los dichos oficiales pide al visitante, con no muy buen modo, su tarjeta para anunciarlo, y mientras tanto el paei&nte espera de pie en el zaguán; no hay allí antesala ni cosa que lo parezca. El oficial anunciador vuelve al cabo de ocho o diez minutos con una de las siguientes razones: El señor presidente no está en su despacho; el señor vresidente tiene muchas msitas; el señor presidente se encuentra muy ocupado; dice el señor presidente que lo espera mañana. Esta última razón es de todas la peor, porque induce al que la recibe a volver al día siguiente, y el mañana de don Rufino se parece mucho al que oía en España M. Sans-Delai: no llega fá-
ElAutócrata
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Gilmente Para las gentes pobres es casi imposible entrar al santuario del Huitzilopoxtli chapín. Desde las seis de la mañana hasta las ocho de la noche, un grupo considerable de hombres y mujeres del pueblo se estaciona en la calle, frente a la casa del presidente, soportando la lluvia, el viento frío o el sol abrasador. La remota esperanza de poder llegar algún día a los pies del patrón (así le dicen a don Rufino) da fuerza a estos infelices para mantenerse firmes en su puesto. .
.
.
—
concluye HernánPara completar esta página doy al lector las apreciaciones que merecen
dez
—
al escritor
nicaragüense los periódicos del país:
La prensa
periódica. El "Diario de Centro América" del jueves 20 del corirente dice que soy "el escritor más espiritual, castizo e intencionado de la América Central". No me enorgullecen estos elogios, porque no conozco prensa periódica más despreciable que la de Guatemala: basta decir que es peor que la de El Salvador. Con no haber aquí ni sombra de libertad de imprenta, los periódicos chapines no solo carecen de importancia sino que son mirados por las personas decentes con el mayor desdén, casi con asco ... La prensa guatemalteca repite hasta la saciedad las palabras progreso^ reforma, lihertad, pueblo y democracia; pero no hay que olvidar que el autor del progerso es el general Barrios; el iniciador y propagador de la reforma, el general Barrios; el sustentáculo de la libertad, el general Barrios; el hijo del pueblo, el padre del pueblo, el abuelo del pueblo, el general Barrios; el hombre de la democra€Ía. en fin, el mismísimo general Barrios. Si el general Barrios llegara a morir, ya no habría aquí progreso reforma, libertad, pueblo ni democracia. El que se atreve a criticar los actos de
don Justo Rufino (fuera de Guatemala, por supuesto, pues sería necesario estar loco oara hacerlo aquí) o el que por cualquier motivo cae de la gracia del dictador, es "un cachureco in-
Garlos Wyld Ospina
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fame y
traidor'':
Luis Batres, Uraga,
Ramón
Manuel Herrera, Montúfar, Soto, Rosa muchos saben cómo muerde la prensa chapina a los que incurren en la cólera del amo. Sean cuales fueren las opiniones políticas, la moralidad, inlustración y antecedentes de una
Uriarte, y otros
momento en que se atreve a patriotismo, el valor, la sabiduría, la abnegación, el talento o la belleza del general Barrios es, para los periódicos guatemaltecos, un buho, un reaccionario tunante, un inquisidor, un asesino y un ladrón. persona, desde poner en duda
el el
Estos breves esbozos de la vida chapina en aquetiempos hablan mejor que las pesadas y falaces reseñas históricas, panegíricos y loas escritos acerca de la autocracia barrista. En las páginas que nos dejó Guzmán se siente el calor de lo vivido, de lo observado por propios ojos. Puede haber exceso de ironía o de zumba en este o aquel rasgo; pero no hay engañifa, sofisma ni mentira. llos
Los barristas fanáticos han caído en el error ina puño cerrado, el hecho irrefutable de que el ídolo liberal fue el tirano más truculento de nuestra historia. No comprenden que la defensa de la autocracia, si alguna tiene, no está en la negativa torpe y sistemática de los he-
fantil de negar,
chos probados, sino más bien en la confesión do una verdad que, una vez aceptada, colocará a su cabecilla en el camino de una defintiva interpretación histórica, de la que saldría mejor parado que del fárrago de mentiras y simulaciones con que la historia oficial lo rodea. Pero hoy, como en los días del Moro Muza, quien se atreve contra la leyenda liberal no es, para los escritores de ese credo, más que un reaccionario, un cachureco y un ingrato. Esto haría sonreír piadosamente a los discretos si la influencia político-social de la escuela
ElAutógrata
o ABOGADO O >
47y
de Barrios no hubiese ya corroído como una ge^i^^^x* greña, la conciencia pública. Si Enrique Guzmán, resucitado, volviese a Guatemala en los años de Estrada Cabrera, no necesitara rehacer sus notas
de viajero: con cambiar los nombres y las fechas, sus observaciones de la vida guatemalteca fueran
exactamente las mismas.
En
lo
hombre inteligente, Su temperamento, impulsivo y no retrocedía ante nada para afirmar
personal, Barrios era
sagaz y resuelto. autoritario,
su poderío. Anhelaba, sobre todas las cosas, el endiosamiento de su persona, y como éste ligábase con el engrandecimiento del país, según él lo entendía, su espíritu ambicioso llevóle a impulsar el progreso material de la nación y a intentar el restablecimiento de la antigua república de Centro América. Ya hablaré detenidamente de esta aventura. La personalidad de Barrios aparece formada con rasgos contradictorios. Hay en su vida acciones de bandido y hechos en que se descubre al gobernante patriarcal, con ribetes magnánimos. De las primeras hablan elocuentemente los muros de la penitenciaría central que, como los de un sacrificadero, quedaron a la vista del público, manchados de sangre y pringados de sesos, cuando el sucesor del tirano, general Barillas, abrió las puertas del antro a la espectación popular. No una sino muchas personas honorables de Guatemala y varios extranjeros, contemporáneos de Barrios, me han asegurado la verdad de esta versión macabra. Pero sea o no cierta en sus detalles espeluznantes, es indudable que el general Barrios prodigó el palo de una manera hasta entonces desconocida en el país, y que los procedimientos de fuerza, los atentados, los fusilazos y los vejámenes, por mano ajena y por mano propia del
^
Carlos Wyld Ospina
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cacique, dejaron un surco sanguinolento y lacrimoso que aun no se borra sobre el suelo de Guatemala. De los segundos hablan historias y sucedidos en
Barrios se mostró justiciero, amigo y del talento, enaltecedor del mérito las reformas que exigía la época, está, que se pusiese a salvo su autoridad omnímoda. De personas ilustradas como de humilde gente del campo he escuchado yo mismo algunas anécdotas del autócrata. Me parece indudable que la fantasía del pueblo, tan rica y tan pintoresca, ha embellecido el cuadro dándole al relato un sentido que tal vez no tuvo. Aun más: posiblemente algunas de las anécdotas que se le atribuyen a Barrios sean puras leyendas, en que elv pueblo ha ido poniendo inconscientemente las cualidades de ese héroe, de ese caudillo ideal que, como una personificación del espíritu colectivo, en lo que éste posee de caballeresco, crearon siempre las multitudes, con diversos nombres. Pero, aun así, la historia vulgar del general Barrios indica que la muchedumbre encontró en él hechos y dichos merecedores de simpatía y recordación. Sábese de cierto que en sus frecuentes visitas a los departamentos de la República, que en Guatemala se llaman visitas de pueblos, hacía examinar en su presencia a los mejores alumnos de las escuelas públicas, y a los más distinguidos y despiertos se los llevaba a la capital para que siguiesen una profesión a costas del tesoro público. Entre mis amigos personales conozco a algunos que deben su título académico y su posición social a estos rasgos de don Rufino, como le llamaba el populacho. Así se explica que la gratitud personal hacia el benefactor tome a menudo las formas del endiosamiento político.
que el general de la juventud y dispuesto a siempre, claro
.
ElAutócrata
49
El autócrata supo dar a su administración el y el brillo del talento. Escogió colaboradores, para sus aparte los sicarios y matones, a hombres eminentes de Guatemala, sin hacer distingos de filiación política. "Quiero que la Corte Suprema de Justicia se forme con los abogados más distinguidos", dijo Barrios, según palabras del licenciado Salvador Falla, escritas en un artículo donde este profesional defendía su persona de ataques liberales. Falla fue uno de los magistrados de la Corte y con él otros jurisconsultos tenidos como cachos de la más rancia cepa, pero reputados también como modelo de probidad y profundo saber. La habilidad, la destreza y el valor personal seducían al autócrata. Entre los amanuenses de la secretaría de la presidencia, figuraba un joven de nombre Rafael Segura. Tomó parte en la conspiración de noviembre de 1877, contra Barrios, y sustrayendo papel con membrete del presidente, dirigió órdenes a Villa Canales y otros pueblos para que enviaran tropas a la capital, de las cuales se serviría la conspiración. Segura era un experto calígrafo, y falsificó de modo perfecto la firma de Barrios al pie de aquellas órdenes. Se descubrió el juego, y el autócrata llamó a Segura a su presencia, y después de trazar aquél la firma de su jefe, variando los rasgos según los diferentes estados del ánimo presidencial, lo perdonó y puso en libertad. Segura falsificó de nuevo la firma de Barrios en órdenes de excarcelamiento en favor de los conspiradores detenidos, y entonces Barrios mandó otra vez poner preso a Segura, a quien se fusiló el 12 de noviembre de 1877, en la plaza central de Guatemala, frente a las gradas de la *'pila" de Carlos IV, que estaba en el lugar ahora ocupado por el quiosco del jardín. Incidentes análogos al acierto, la solidez
Carlos Wyld Ospina
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de Rafael Segura no son escasos en
extenso anec-
el
dotario del tirano.
La figura corporal del temible presidente no era simpática. El Moro Muza, que ya nos describió pasajes elocuentes de la vida guatemalteca por aquellos días, nos traza un retrato al vivo del general Barrios, digno de reproducirse. Helo aquí: Diciembre
9.
Barrios,
sitar al presidente.
No
Fui esta
mañana a vimás de unos
dilaté allí
veinte minutos porque junto conmigo entraron Mr. Le Brun, ministro francés, y el Dr. Ross, dentista americano, acompañado éste de su esposa doña Elena Corzo (guatemalteca). Como me estuve casi enteramente callado durante la visita, pude observar a mis anchas a don Rufino. ¡Cuan antipático es! Sería inexacto decir que es muy feo; pero tiene una fisonomía muy repelente. Ojos pequeños y mirada dura; frente espaciosa, en curva saliente, con grandes entradas; cabeza puntiaguda que indica, según los frenólogos, presunción y egoísmo; cabellos lacios, oscuros, cortados como a media pulgada sobre el cráneo, y echados hacia adelante; nariz afilada, ligeramente encorvada;
gran pera
gris,
corta y espesa, que comienza casi a la mitad del carrillo; dientes pequeños y unidos, algo
manchados por el abuso del cigarrillo. La boca de Barrios llama la atención: no tiene labios; espeso bigote gris, casi blanco, cae sobre una cortadura arqueada que presenta la apariencia de la boca de un animal feroz. Don Rufino es
de mediana estatura, ancho de hombros, fornido, busto largo: sus manos son grandes y de buena forma, y el tamaño de sus pies proporcionado al de todo su cuerpo. Viste ordinariamente de paño azul oscuro. En 1875 y 76 solía ponerse la democrática chaqueta: ahora lleva "saco" (americano): levita no le he visto nunca. Usa siempre sombrero de pita, que aquí llaman limeño o de junco, y botines de cabritilla con puntas de charol. Rara vez se sienta derecho.
Aun a
los personajes
más
respetables los recibe
— ElAutógrata
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el sofá, sobre el que suele subir miramiento alguno a las gentes que tiene delante. Pasa con frecuencia de un extremo al otro del sofá, y en esos movimientos me hace el efecto del felino enjaulado... El acento chapín de don Rufino es pronunciadísimo; su voz fuerte e imponente, y maneras las de un soldadote brutal. Desde luego se percibe el soberano desprecio con que mira a cuantos se le acercan. El poder absoluto que hace trece años ejerce; la servil sumisión de los guatemaltecos ante el menor de sus caprichos y la constante adulación de cuantos le rodean, le han hecho insolente en sumo grado. Es dogmático cuando habla, aun tratando de materias que por completo ignora: cada una de sus palabras y
recostado en los pies, sin
el
tono
mismo de
su voz, revelan al tirano pa-
gado de su autoridad y seguro de su onanipotencia.^
Así era Barrios en efecto. **Esto quiero que se haga" decía a sus ministros. "Ustedes añadía verán cómo adoban la cosa". He aquí su política y he aquí su psicología.
—
—
—
Pero, en gracia a la justicia, repito: al hombre público hay que juzgarlo dentro su época. Las reformas sociales no se realizan con buenas palabras ni simples teorías de Derecho. La violencia, por un imperativo natural, es inseparable de * ellas. Esto no necesita demostración.
mucho de ser un arquetipo: es solo que, sin alcances de genio, pero con poderoso instinto de dominador, realizó ciertos aspectos de la reforma social que sobrevenía inevitaBarrios dista
un hombre
3
Diario íntimo, ob.
Clt.
Carlos Wyld Ospina
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poder personal; nadie podrá negarlo. Pero, de pasada, por su temperamento inquieto, innovador, y por odio a sus enemigos, los clérigos y los aristócratas, inició su campaña de reformas, es decir, obligó a otros a que la iniciaran. La sociedad de entonces era, esencialmente, la misma de la Colonia. Su característica principal consistía en el predominio de la idea y de la autoridad religiosas sobre cualquier otro principio ideológico o social. El verdadero y único poder lo ejercían, por consiguiente, los clérigos y sus aliados los "aristócratas", dueños de la economía y de la autoridad política de la nación. Las actividades sociales estaban, de este modo, supeditadas al espíritu de casta característica de la vida colonial. ble.
Su pasión dominante era
el
—
Claro está que si los hombres del 71 no demuelen este caduco estado de cosas, ya fuera del siglo, lo hacen otros hombres. En lo que tiene de revolucionario aquel movimiento armado, los hombres no significan nada: el todo está en. la idea democrática, flotante en la atmósfera intelectual de la época. Todavía más, los hombres del 71 fueron falsos intérpretes y malos instrumentos de aquella idea.
Como
dice con acierto Clemente Marroquin Roen su libro Ecce Homo, no son las obras materiales de que tanto se ufanan los devotos del 71, las verdaderas medidas de reforma. Esas obras "las impone el tiempo y no la voluntad de los homjas,
bres".
—
"Yo acepto como medidas de reforma escribe el joven político citado la legislación agraria, la le-
—
ElAutógrata
,
53
común y todas las leyes, de las cuales, después de cincuenta años, muchas están en vigor'*.* declaró don Rufino, en disYo no soy liberal culpa suprema de sus fechorías a quienes me sucedan en el Poder corresponde la tarea de practicar la democracia. He aquí un sofisma, aunque muchos se lo hayan tragado como una verdad. La práctica de la libertad no podía nacer coherentemente de la práctica despótica, en que la idea liberal sufría su más cruel fracaso. ¿Con qué hombres se realizaría la futura democracia? ¿Acaso con los esbirros, con los serviles del presidente, con los farsantes del pensamiento, con los verdugos del pueblo, con los desfalcadores incorregibles de la hacienda pública, que necesariamente habrían de suceder al tirano? Barrios, al no ser liberal, fundó escuela de antiliberalismo, aunque con el movimiento en que figuró se cancelase otra autocracia. gislación
—
—
:
4 El concepto que le merece "don Rufino", como gobernante, a Marroquln Rolas, criterio independiente, aunque educado en el culto fetichista al 71, del que se ha sacudido con rara valentía, puede leerse en el párrafo siguiente (página 141, ob. cit.): "Al encontrarse solo don Rufino, tomó el programa de la revolución, los documentos de García Granados y todas las promesas hechas al pueblo, las dobló en cuatro y se sentó sobre ellas. Un nombre como él no podía tener ninguna norma de conducta, ya fueran leyes, programas o promesas". Marroquín Rojas emplea sin duda la gráfica figura "se sentó sobre ellas" como un eufemismo... por no dar la verdadera imagen. En otro lugar de su libro (página 138), Clemente escribe lo que nadie en Guatemala se ha atrevido a decir con Igual rudeza: "Barrios y García Granados puede decirse que son do« traidores a la patria, santificados por un pueblo ignorante, que les ha elevado estatuas como a libertadores, y decimos esto, porque mientras el primero trastornaba el orden público con sus correrías, que han figurado después como movimientos libertarios, el segundo, en México, negociaba con don Sebastián Lerdo de Tejada la cesión del Soconusco, mediante un subterfugio aue le diera apariencias de tratado, todo esto a trueque de los pocos fusiles y la mediana protección que les dieran para la invasión de Guatemala".
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Carlos Wyld Ospina
social de Guatemala pudo requerir que se quiera, pero no exigía en energía toda la modo alguno el despotismo sanguinario. De esta
La reforma
el régimen barrista traicionó a la demoa despecho de que Barrios, como autócrata, tuviese la franqueza, la sinceridad y el valor de su calidades que no han demostrado propio destino
suerte, cracia,
—
poseer sus continuadores. No es contradictorio con el criterio precedente, creer que don Rufino hizo cuanto le permitieron su naturaleza y su mentalidad en favor de un orden de cosas que sus áulicos, en particular Montúfar, le pintaban como perfecto. Y es probable que aun forzara su condición de hombre semiletrado, sin disciplinas morales, sin educación de la voluntad ni del instinto, en sacrificio por una patria y por unos ideales que, al cabo, debió de amar y admirar en su fuero interno, como el bárbaro ama las superioridades, para él misteriosas, de la civilización.
La Jacobinismo
Política de Barrios
liberal.
Cesión de Soconusco a México.
Unión centroamericana
En materia
religiosa, el movimiento del 71 fue implantador en Guatemala de aquel jacobinismo rojo nacido de la revolución francesa, que en nombre de la verdad pretende matar las creencias religiosas de la muchedumbre, declaradas error por las teorías científicas en boga. Este ataque a la conciencia no es más que una de las formas de la tiranía atea, contrapuesta a la tiranía dogmática de la Iglesia romana. La libertad religiosa nace de un derecho natural, y quien la limite violando el sagrado de la conciencia ajena, es un tirano. No hay verdades ni errores absolutos, ¿no es asi, insigne Perogrullo? Solo la ignorancia es capaz de declararse poseedora de la verdad única. Solo el fanatismo hace de la verdad un motivo de persecuciones. Solo la intolerancia ve un pecado en la libertad de creer. escribe "No hay nada más temible en América Enrique Pérez' —que esas oligarquías poseedoras de la verdad". Y comentando al filósofo uruguayo, José Enrique Rodó, copia las palabras definitivas y excelentes del pensador sudamericano: el
—
...Siempre habrá mil respuestas, absolutamente distintas, pero indistintamente seguras de si mismas, para la eterna pregunta de Pllatos: 1
Ciriifirfa
PoHtlcH.
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Garlos Wyld Ospina
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;.Por qué inutilizas, mon¿Qué es la verdad?. je de la Edad Media, ese precioso manuscrito, para emplear el pergamino en las fórmulas de tus rezos? Porque lo que dice es falso y lo que ¿Por yo voy a estampar encima es la verdad. qué incendias, califa musulmán, los libros de la biblioteca de Alejandría? Porque si no dicen más que lo que está en mi Ley, que es la verdad, son innecesarios y si dicen lo que no está .
.
—
I
—
¿Por en mi Ley, son mentirosos y blasfemos. qué rompes, cristiano intolerante de los primeros siglos, esas bellísimas estatuas de Venus, de Apolo, de Minerva? Porque son dioses falsos que disputan su culto al Dios de la verdad. ¿Por qué despedazas, sectario calvinista, las imágenes de ese templo de Orleans? Porque mi interpretación de la Biblia, que es la verda¿Por dera, me dice que son ídolos del error. qué profanas, gobierno revolucionario, las naves de Nuestra Señora de París? Porque allí tiene su nido la mentira que estorba el paso a mi verdad. ¿Por qué arrojas al fuego, inqui-
—
—
—
sidor español, esos tesoros de literatura oriental de Salamanca? Porque quien los conociere podría tentarse a abandonar la verdad por el error. ¿Por qué incluyes en tu Index, pontífice ro-
—
mano tantas obras maestras de la filosofía la exégesis y la literatura? Porque represento la
Verdad y tengo el deber de guardar para ella sola el dominio de las conciencias ... En el desenvolvimiento de esta lógica, es bien sabido que las personas mismas, en sus inmunidades más elementales y sagradas, no quedan muy seguras Todo está en que se entenebrezca el horizonte y se desate la tormenta. Y así todas las intolerancias que empiezan por afirmar de modo puramente ideal y doctrinario: Soy la eterna, exclusiva e inmodiflcahle verdad, pasan luego, .
.
.
hallan la ocasión propicia, a auxiliarse del brazo secular para quemar libros o romper estatuas, cerrar iglesias o clausurar clubs, prohibir colores o interdecir himnos, hasta que el último límite se quebranta y las personas no son ya más invulnerables que las ideas y las instituciones; si
El Autócrata
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por rumbos diametralmente opuescomo en el mismo culto de Moloch que, dando la vuelta redonda, se Torde llegar al mismo punto Marat, Jacobo Clement y Barére, los sanbartolomistas y los septembristas, el Santo Oficio y el Comité de Salud Pública los expulsores de moros y judíos y los incendiarios de iglesias y conventos.
y partiendo tos, se unen caminantes asombrasen quemada y
— —
— —
Nuestro jacobinismo liberal porque también exisun jacobinismo conservador parece no ver en la religión sino al clero; y para combatir los daños que el clericalismo suele inferir a las sociedades, persigue a la idea religiosa identificándola con el sacerdocio. No advierte que el triunfo sobre cualquier fanatismo, y especialmente sobre el religioso, no puede estar nunca en saquear iglesias, destruir conventos y hacer escarnio de la fe, no importa cuál sea ésta, sino en la difusión del conocimiento mediante la escuela, porque quien más sabe, más tolera. Tole et lege debe decirse al pueblo, entregándole el libro; y allá que cada cual en su conciencia afirme o deseche las creencias religiosas de te
sus antepasados.
El jacobinismo liberal hace estragos en GuatemaEs un producto de aquel movimiento político que, pretendiendo ser una revolución de ideas, fue más bien una revuelta de ambiciones. No quiero decir con esto, que no haya habido algún avance de entonces acá en punto a difusión de las teorías de la ciencia moderna; pero convengamos en que el primer factor de esa difusión cultural ha sido el tiempo, con la multiplicación y baratura del impreso y con el enorme incremento de las comunicaciones. La obra de nuestras escuelas es en realidad muy mediocre para la emancipación espiritual de las masas populares, que siguen la desde 1871.
Carlos Wyld Ospina siendo tan analfabetas y supersticiosas como siempre lo fueron. Poco puede dar de sí una escuela en que el culto a los santos del cielo vino a ser sustituido simplemente con el fetichismo político, según el cual se deifican en la conciencia de los niños y las jóvenes figuras que, como la del general Barrios y otros de nuestros tiranos, más son dignas del análisis que de la consagración.
La política internacional de Barrios exhibe una mancha imborrable con la cesión a México, a título gratuito para Guatemala, de los derechos indiscutibles que ésta última poseía sobre el territorio de
Soconusco.
Los antecedentes de la cuestión son bien claros. El antiguo Reino de Guatemala, después República federal de Centro América, se extendía desde el grado 8 hasta el 17 de latitud norte y desde el 82 hasta el 95 de longitud occidental de Greenwich. Los límites marcados y reconocidos por el gobierno español al Reino de Guatemala, y que le dividían de los gobiernos políticos y militares de Nueva España (hoy México) y de Santa Fe de Bogotá (hoy Colombia) son: al oeste, el (Thilillo, límite de Nueva España en la provincia de Oaxaca; al sureste, Chiriquí, término del virreinato de Nueva Granada, por el istmo de Panamá; por el noroeste, la península de Yucatán; por el sur y suroeste, el océano Pacífico, y por el norte, el Atlántico. También pertenecían a Centro América las islas de Roatán, Guanaja y Utila, y las demás adyacentes a sus costas marítimas.
ElAutógrata
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Al formarse la República de Centro América, México procuró que la provincia de Chiapas se le anexa-
y nuestro Congreso, siempre complaciente y flojo para defender la integridad patria, declaró que "aunque aquella provincia siempre había pertenecido al antiguo Reino de Guatemala, y estaba separada por corrientes y límites arcifinios de la nación azteca, se le dejaba no obstante en libertad política para que resolviera espontáneamente sobre su autonomía o ingreso a la Federación de Centro Amé-
ra;
rica".
Una
junta general de representantes chiapanecos, uno por cada departamento o partido de la provincia, proclamó el 4 de julio de 1823 su independencia de México, y luego deliberó acerca de su incorporación a la República centroamericana. La votación se empató, por lo cual aplazóse la resolución, y entretanto, la junta de representantes asumió el gobierno de la provincia. El dictador mexicano Iturbide, con el rango de emperador y el nombre de Agustín I, mandó un ejército expedicionario a Centro América al mando del general Filísola. Este militar decidió someter a Chiapas por las armas. La junta de representantes se opuso a las pretensiones del milite, pero él la disolvió el 4 de setiembre del año citado. Derrotado Filísola y en virtud de reclamos de la junta chiapaneca, dirigidos al gobierno niexicano por intermedio del ministro plenipotenciario de Centro América ante la representación nacional de México, este cuerpo emitió, el 26 de mayo de 1824, un acuerdo en que se prevenía al Ejecutivo de aquel país *'que tomase providencias para poner en absoluta libertad a la provincia de Chiapas". Tan indiscutibles eran los derechos territoriales de Centro América.
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Garlos Wyld Ospina
Planteóse entonces por la junta de gobierno de Chiapas, como cuestión conveniente, la incorporación de la provincia a México o a Centro América, ya que se consideró que la debilidad no puede subsistir autónoma en la vecindad de la fuerza. Y la fuerza, que es el verdadero fundamento del derecho internacional, triunfó en la votación. Chiapas fue anexada a México bajo la presión de un poderoso ejército que el gobierno azteca colocó en la frontera. Don José Javier Bustamante, jefe de aquellas tropas, no omitió medio coercitivo para impedir la libre expresión de la voluntad popular, y logró el resultado que se ha dicho. Pero los partidos de Soconusco, Tuxtla, Zapaluta, Tapachula, además del Ayuntamiento y vecinos de Chiapa de Corzo, rechazaron la imposición y declaráronse unidos a Centro América. La fuerza de las
armas mexicanas no cedió y los mantuvo prácticamente sumisos. No obstante. Soconusco sostuvo con firmeza la resolución adoptada, y declaró, por medio de su Asamblea (compuesta por once diputados, uno por cada pueblo del partido), su adhesión a Guatemala, en junta solemne del 24 de julio de 1824. A su vez, el Congreso Federal de Centro América incorporó aquel territorio al departamento de Quezaltenango y lo declaró parte integrante de la República, según el artículo 35 de la Constitución del Estado de Guatemala. No se conforma México con la espontánea resolución de los pobladores de Soconusco, y un año después moviliza tropas hacia la frontera de la provincia. Centro América sitúa también las suyas en la misma frontera, en movimiento de legítima defensa; pero de ello no resulta más que un acuerdo siempre favorable al más fuerte: se conviene en que las fuerzas y autoridades militares de Gua-
El Autócrata témala evacúen
el
territorio
las mexicanas, por su parte,
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de Soconusco, y que
no traspasarán
la fron-
que ambos países se abstendrán de exigir tributo alguno, fiscal o militar, a la provincia; y que, mientras no se dirima el litigio de límites entre las dos naciones. Soconusco continuará rigiéndose por las leyes de Guatemala, a cuyas autoridades prestatera;
rá obediencia. Era en verdad peregrino e insólito el statu qvo establecido en Soconusco; pero al fin y al cabo, así se reconocían aun los derechos de Guatemala sobre tal territorio.
Tampoco
se
conforma México con semejante
es-
tado de cosas, impuesto por él mismo en su favor. Y en 1842, el gobierno del general Santa Anna se apropia violentamente de la rica provincia. Protesta el gobierno de Guatemala en buenos, lógicos y comedidos términos. No se le atiende, aunque se le escucha; e impotente Guatemala para dar validez a sus derechos por la fuerza de las armas, la ocupación ilegal y arbitraria de Soconusco por México se prolonga a través de los años. Y entra lo gordo. México necesitaba dirimir, en una u otra forma, la pendiente cuestón de límites con su vecina del sur. La guerra de sección con los Estados Unidos del norte le dejara mutilado con la pérdida de valiosos y extensos territorios, que fueron presa del conquistador nórdico. Se cumplía la ley del Talión: así como se nos tratara a nosotros, así era tratado México por otro más fuerte que él. La posesión definitiva de Soconusco resarciría en algo a la nación azteca de aquellas pérdidas; y esta egoísta razón, que los gobiernos no reconocen razones de otra índole, indujo a los estadistas mexicanos a gestionar activamente para legalizar la anexión de Soconusco a su país.
Garlos Wyld Ospina
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Veamos cómo
se desarrollaron los acontecimienpapel decisivo que en ellos jugaron el general Barrios y el doctor Lorenzo Montúfar. tos
y
el
Pero antes de seguir adelante, conviene dejar delineada, con sus verdaderos caracteres, la figura pública de Montúfar, a quien se le conoce solamente por sus doctrinas políticas y por el endiosamiento
han hecho los liberales. Hagamos un poco de historia acerca de la actuación del doctor Montúfar en la administración de Barrios. Para explicarse los sucesos hay que estudiar a los actores. Ya conocemos a Barrios: nos que de
él
falta el célebre "patriarca del liberalismo".
Montúfar era un hombre de talento y vasta ilusOrador fácil, de campanuda dicción, sabía conmover a las multitudes con sus arranques de tración.
retórico e interesar a los doctos con su cultura
fi-
losófica.
Un hombre
a un régimen como el año 71. El general Barrios llamó a Montúfar para servir a sus planes, y el tribuno llegó a Guatemala y fue colmado de honores y dignidades. Nombrósele Rector de la Universidad; y viviendo del sueldo de éste y otros empleos públicos, se dedicó a pronunciar discursos en que enaltecía el sistema liberal y proclamaba como paladín de esos principios al general Barrios. Por encargo del temido presidente escribió la Reseña Histórica, que pasa como un monumento literario para los liberales, pero cuyo propósito no era otro que halagar al gobernante y obtener de él nuevas y más cuantiosas granjerias. En ese libro, Montúfar presenta instaurado
así le convenía
el
a Barrios como
el
verbo del liberalismo, con
relie-
ElAutógrata
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ves grandiosos y casi místicos. Tiempo después, disgustado con el sátrapa guatemalteco y suspendidas por éste las canonjías consabidas, el mismo Montúfar tilda a su antiguo ídolo, en la famosa carta a Barrundia, de gobernante autoritario, acostumbrado al mando militar, y con quien era imposible emitir para Guatemala una Constitución política liberal.
Tanto prodigóse el doctor Montúfar, en su afán propagandista, que se ganó el remoquete de marimnombre de un instrumento indio, popular en bón Guatemala y que jamás falta en ningún holgorio, por sencillo que sea. Barrios correspondió con largueza a su panegirista obsequiándole bienes que no eran suyos, como es uso y costumbre de nuestros presidentes. Entre diversas gangas, Montúfar recibió del autócrata, como obsequio personal, la casa consolidada al convento de la Concepción, en la capital, sita en el callejón Manclién, donde vivió y murió el agraciado, y que quizá todavía posee su hijo, el licenciado Rafael Montúfar; y además, el terreno que hoy lleva el nombre del tribuno, en el departamento de Izabal. Como en realidad los bienes y prebendas de que disfrutaba el doctor y sus señores hijos, le costaban a la nación y no al presidente, el pueblo chapín, tan ingenioso y oportuno para encasquetar apodos a los ciudadanos, llamó a Montúfar y a su familia Carga Concejil.
—
Montúfar fue diputado a la Asamblea Constituyente de 1876. No puedo precisar por qué causa fue convocada esa Asamblea y disuelta muy enseguida. En ella Montúfar, servidor agradecido de la tiranía, llevaba en todas las cuestiones la batuta. Es célebre su discurso de disolución de la Asamblea, en el cual declaró:
Carlos Wyld Ospina
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¿Qué hacemos aquí, señores diputados? ¿Para qué dar a Guatemala una Constitución cuando en el general Barrios tiene un mandatario paternal? Bueno está emitir leyes para contener los avances del Poder; pero cuando este Poder, lejos de abusar, usa de su autoridad para encauzar a la nación por las vías del progreso, y mantiene a todos y a cada uno de los habitantes en el ejercicio de sus derechos ese Poder no debe restringirse sino darle libertad para que, con la confianza de la nación, desarrolle todas sus fuerzas en la senda de la prosperidad.
Y la Asamblea de 1876 se disolvió, con gran disgusto de Barrios, según dijo la prensa de entonces. Más tarde porque Barrios no se avenía a ser un dictador legal se convocó a una nueva Asamblea Constituyente, la del año 1879, y, con la dirección intelectual de Montúfar, se hizo todo. El proyecto de Constitución fue obra personal del retumbante
—
—
tribuno.
En
la comisión
nombrada para
discutir el
pro-
yecto de Constitución, figuraron el mismo Montúfar y el licenciado Antonio Machado, jurisconsulto a quien nadie en Guatemala podrá negar la ilustración, el talento y la entereza de carácter. Machado salvó su voto en muchas de las barrabasadas impuestas por Montúfar, y que ya juzgaré al analizar el viejo estatuto político de 1879. Y luego, en plena Asamblea, Machado mantuvo sus puntos de mira
en pugna con Montúfar, que naturalmente acabó por triunfar en gracia de la consigna oficial.^ El delito de Montúfar es de leso pensamiento. Por consiguiente, su responsabilidad moral es mayor que la de Barrios y los corifeos de la autocracia. Estos fueron apenas brazos de ella, más o 2
Véase
el
Diario de las Sesiones del año 1879.
^
ElAutócrata
^
^^
65
inconscientes, y por ello, mas o menos irresponsables. Montúfar era el intelectual, era el maektro y el apóstol. Aun más: para los pueblos, para ^ la juventud, representó el oráculo sagrado dérii-''^'* beralismo. Tenía el talento, poseía la cultura y cobró el prestigio que nadie, entonces y después, tuvo nunca. Sin embargo, toda la inmensa suma de estos valores espirituales, la empleó en una farsa ruin, indigna de su talento, de su cultura y de su
menos
prestigio.
Los manes del general Barrios pueden alzarse de su sepulcro y reclamar con justicia: yo, guerrero, semiiletrado, hombre de apetitos y de espada, fui fiel a los derroteros que me marcó la sapiencia del
hombre más grande
del liberalismo: mis actos obtuvieron la sanción aprobatoria y entusiasta de ese
gran guía. El deber de Montúfar era rpuy otro. Su condición de intelectual le colocaba muy por encima del cabecilla rústico, solo dueño de su audacia y de las deleznables armas materiales. Montúfar encarnaba la idea, y la idea liberal, en un medio en que ésta era todavía inédita. Le esperaba la tarea del sembrador en una tierra virgen: muchas generaciones habrían de nutrirse luego del pan de su trigo. El dio pan ácimo, pudiendo darlo con la levadura do la verdad histórica, de la honrada convicción política, de la fidelidad a sus ideas, porque él no pudo engañarse nunca acerca de la verdadera condición del general Barrios, y asi lo demostró en sus últi-
mos
escritos.
Prefirió el plato de lentejas a la primogenitura de los ideales nuevos, de que el pueblo se prometía la salvación. Y más tarde, si no vendió propiamente al discípulo por los treinta dineros de la traición, siempre le traicionó en principio, porque quien es-
•
^,
^
.
Carlos Wyld Ospina
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timulara al león africano en su reinado de violencias, no tenia el derecho de acusar a la fiera por dar libre juego a los instintos de su naturaleza. No obstante, después de engañar al pueblo, engañó a Barrios. Y es aquí donde el famoso doctor adquiere el perfil ganchudo y pérfido de un fariseo. A la luz de este criterio moral, Montúfar es el mayor responsable de la autocracia barrista. Tiene los derechos de autor. .
Trazado este breve pastiche del "patriarca", continuó el interrumpido relato.
Hoy
en día, después de la depuración de los suhecha por observadores imparciales, a pesar de los esfuerzos de la bandería liberal para evitar el desdoro de sus ídolos a cuyo fin se ha mentido la historia de más de un siglo y se han robado las fuentes de información, como la segunda parte do las "Memorias" del general García Granados, desaparecidas de su descerrajado escritorio en la noche de su muerte cabe poca o ninguna duda de que el mismo García Granados y Barrios solicitaron auxilios de México para echarse contra el gobierno de su patria. Y México les exigió, en cambio y como promesa, lo que más tarde se concedió por tratados. García Granados, aunque no era guatemalteco sino español, tuvo reparo en admitir esas condiciones, pero Barrios sí las aceptó y obligó a su compañero a hacer otro tanto. He aquí lo ocurrido. Ya afirmado el gobierno de Barrios, y sin motivo inmediato ni aparente que urgiera el arreglo de límites con México por parte de Guatemala, pero sí respondiendo dócilmente a las gestiones de los estadistas del país vecino, se cesos,
—
—
ElAutócrata
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allá al doctor Manuel Herrera hijo, como ministro plenipotenciario. Se le habia instruido en forma que Guatemala cediera en sus pretensiones sobre los territorios de Chiapas y Soconusco, sin recibir ninguna indemnización.
mandó
Los preliminares del tratado se demoraron por que debia suministrar Guatemala, para establecer la línea fronteriza. Nuestra legación pidió entonces un ingeniero a Guatemala, y fue, con ese carácter, don José Irungaray. A la sazón representaba a México en Washington, don Matías Romero, y a Guatemala el doctor Mon-
íalta de datos,
túfar.
de
Este, sabedor de la elaboración del tratado
límites, quiso adelantarse al plenipotenciario
He-
rrera y propuso a Romero formular un tratado ad referendum que resolviera la cuestión pendiente. Romero, como buen diplomático, limitóse a oír lo que el doctor Montúfar proponía, que era, entre otras cosas favorables a México, la prescindencia del propósito de reincorporar a Guatemala la provincia de Chiapas.
Cuando tal documento llegó a conocimiento del gobierno mexicano, los dirigentes de aquel país creyeron, con la alarma consiguiente, que se trataba de un juego sucio de Barrios, a quien reclamaron por su proceder. EntjQjjces el autócrata guatemalteco, para demostrar al gobierno mexicano su inocencia, pidió a la Asamblea facultades para ir a arreglar él, personalmente, el asunto de límites. Concedidas las facultades de ley, marchó a Washington, destituyó de manera ignominiosa a Montúfar de la plenipotencia que desempeñaba y firmó el
famoso tratado.
Montúfar, en escritos lioy divulgados, explicó a sus connacionales su conducta, y afeó, por consi-
68
Carlos Wyld Ospina
guíente, la de su antiguo protector general Barrios.
y grande amigo,
el
El doctor Montúfar, según él mismo lo declaró, trabajaba en Wahsington por la creación de un arbitraje para dirimir la disputa de límites entre los dos países, y sus gestiones iban bien encaminadas cuando el presidente Barrios firmó el oprobioso "arreglo*'. Es posible que así haya sido; pero la razón lógica de la conducta del doctor en este caso, fue su ignorancia de los graves compromisos secretos entre Barrios y el gobierno de México, y de aquí su intromisión en el asunto. Porque no es admisible que quien fuera el justificador intelectual de todos los actos de la autocracia guatemalteca: aun más, el servidor fiel de los menores deseos y proyectos del presidente Barrios, hubiese osado, a sabiendas, oponerse a algo tan esencial para la seguridad del propio Barrios como el cumplimiento del pacto aludido. Montúfar no podía desconocer, si no hubiese ignorado la existencia de tal pacto, que la menor oposición de su parte equivalía a la pérdida irremisible de su alta posición en Guatemala, por arribar a la cual tanto trabajara. Sabía aun más: que el odio de Barrios era implacable, y le alcanzaría a él, Montúfar, ahí donde se refugiase, aunque fuera en el último rincón del mundo. Así pasó por cierto. Montúfar, antes corifeo del liberalismo y robusto puntal del régimen, cayó en la triste condición social del apestado. Llegóse hasta llamarle "traidor a la patria". La campaña de difamación que se emprendió contra el doctor, para desagraviar a Barrios y justificar la conducta de este mismo, rebasa los límites de la infamia y la vileza. Cualquiera que fuese el origen de la actuación de Montúfar en Washington, el doctor no merecía semejante trato de sus copartidarios, porque
ElAutócrata si él,
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en su tratado ad refer&udmn cedía en algo a
las pretensiones de México, Barrios con su "arreglo" lo cedía todo.
El "arreglo" de Barrios, por el cual se legitima jurídicamente una usurpación, es no solo atentatorio por su espíritu sino vergonzoso por su redacción. Según su articulo lo., "La república de Guatemala renuncia a los derechos que juzga tener en el territorio del Estado de Chiapas y su distrito de Soconusco, y en consecuencia, considera dicho territorio como parte integrante de los Estados Unidos Mexicanos". Y por su artículo 2o., que es un emplasto indecoroso y pueril con que se pretendió cU' brir la llaga, "la república (México) aprecia debidamente la conducta de Guatemala y reconoce que son tan dignos como honrados los fines que le h-an inspirado la anterior renuncia, declarando que en iguales circunstancias, México hubiese pactado tal desistimiento. Guatemala, por su parte, satisfecha con este reconocimiento y esta declaración solemne, no eocigirá indemnización de ningún género con motivo de la estipulación precedente". .
La declaración de México en el citado artículo 2o., está en contradicción con el tratado que celebró con los Estados Unidos del norte, reconociendo la anexión de la parte de su territorio que la república anglosajona le seccionó, pues además de hacer una declaración como la que hiciera Guatemala, México recibió de los Estados Unidos una indemnización de varios millones de dólares. El tratado que suscribiera Barrios se firmó el 27 de setiembre de 1882 por el mismo general Barrios, como presidente de Guatemala, Manuel Herrera hijo, ministro de este país en México, el famoso patriota doctor Fernando Cruz, ex ministro de Relaciones Ex-
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tenores de Guatemala, y Matías Romero, el diplomático mexicano. Para explicar la conducta de Barrios se ha dicho que el temor a un conflicto internacional lo empujó a la aceptación del oprobioso "arreglo". La hipótesis cae por su propio peso: no podía arredrar semejante peligro, ilusorio por demás, al hombre que en 1885 no vaciló en arrojarse a la aventura de la' unión centroamericana contra la voluntad expresa de México y los Estados Unidos. Solo un grave compromiso adquirido, cuyo incumplimiento comprometería seriamente su poder y el prestigio de Reformador con que le aureolaban sus fieles subditos, pudo doblegar su orgullo de sátrapa y su voluntad inflexible, y pasar, como pasó, por encima de la patria y de su horlor particular. Se descubre aquí una de las lacras congénitas de nuestras autocracias. Productos de la fuerza, alimentadas por la violencia, triunfantes por la imposición, lo comprometen todo a cambio del Poder: para conquistarlo, primero; para conservarlo, después. De este modo nuestros caudillos han logrado la ayuda del extranjero: ayer México, hoy los Estados Unidos del norte. Asi lo hemos ido perdiendo todo los guatemaltecos: territorio, ferrocarriles, minas, empresas de toda laya, cuanto significa riqueza, y con ello, independencia.
La
centroamericana del general Barrios según sus panegiristas, un timbre de inmarcesible gloria en la campaña militar encabezada por aquel caudillo, en 1885, para reconstruir, a tajos de espada, la antigua República de Centro América.
tiene,
política
ElAutócrata
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realmente esa grandeza? Sin duda que en el propósito, porque la campaña en si misma fue un fracaso; y la desbandada prematura de un ejército, al primer encontronazo con el enemigo en la frontera de El Salvador, es' un vulgar e infortunado episodio de guerra. El propósito es
¿En qué
radica
grande, aunque implica una equivocación política, social y económica.
Los pueblos de Centro América no estaban preparados, como tampoco lo están ahora, después de tantos años trascurridos, para aceptar de buen grado la unión. No existían entonces, como no existen, ahora, los intereses positivos que sirviesen de duradero enlace entre los Estados. Afirmar lo cona despecho del nobilísimo ideal unionista, equivale a cerrar voluntariamente los ojos a la realidad histórica, para echarse a soñar con optimismos que pueden parecer bellos, pero que son fundamen-
trario,
talmente falsos.
Desde antes de la independencia, Centro América, lejos de seguir un proceso de unificación en los
—
economía, leyes, órdenes positivos de su existencia educación pública, comunicaciones, política internase hundía cada vez más en el cional, etcétera proceso contrario, el de diferenciación de los Estados entre sí. Esta diferenciación, ahondando profundamente en el espíritu de los pueblos y creando poderosísimos intereses antagónicos, distanciaba a los antiguos Estados del tipo de nacionalidad común, hasta parecer extraños unos a otros; aun más: enemigos. Toda una larguísima historia de guerras y rivalidades, con su cortejo de humillaciones y desquites, profundizó aquella enemistad en forma
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Carlos Wyld Ospina
de hacerla definitiva.' Por eso los pueblos mismos, ya no solo los gobiernos, no querian la unión en 1885, como no la quieren actualmente, aunque el corto grupo de intelectuales unionistas se engañe de bonísima fe, creyendo que sus aspiraciones las comparte una multitud en la que falta, ante todo, A pesar de los unioel ideal centroamericanista. generosas, el prédicas sus nistas sentimentales y chapín, guanaco continúa rivalizando con el y ambos con el pinolero y el tico. Para hacer más grande la escisión, el propósito unionista siempre encontrará un obstáculo difícilmente superable en la cuestión de la hegemonía política dentro la república centroamericana. Guatemala, cabeza de la nacionalidad durante la Colonia y en la primera Federación, la reclama para ella; El Salvador, más adelantado en cultura media y poderío económico, no se conforma con cederla a su vecina del norte; Nicaragua, por su futura posición geográfica a orillas del canal interoceánico, pretende ser la sede centroamericana, y Costa Rica, más avanzada que todas sus hermanas en la práctica de las instituciones democráticas, no puede admitir el ser mandada por un Estado inferior a ella en tan importante respecto, tanto más que Costa Rica está moralmente más cerca de Sud que de Centro América.
Los unionistas intelectuales han caído en un error de juicio. Piensan que los pueblos se guían por 3 Las recientes y serias diferencias entre Guatemala y Honduras por motivo de límites territoriales, confirman este concepto de modo harto elocuente. Se ha llegado a temer la guerra como resultado final de la disputa, y huelga agregar cómo las malas pasiones, los instintos regresivos y localistas, han hallado cabe para remover latentes odiosidades. Las injurias, provocaciones y amenazas de alguna prensa hondurena contra Guatemala, son documentos probatorios.
ElAutógrata
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73
razones y no por sentimientos oscura y confusa herencia animal acumulada por los siglos Creen que las ventajas indiscutibles de la unión, juzgada en teoría, pueden determinar a multitudes todavía semibárbaras a convertir en realidad un ideal que no entienden, para lo que habrían de sacrificar pasiones e instintos en aras de un desinterés muy filosófico y muy bello, pero muy poco humano por
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desgracia.
Gustavo Le Bon establece una diferencia sustanentre "los impulsos afectivos y místicos" y "las influencias racionales". Según este pensador cial
francés, las civilizaciones modernas ofrecen dos aspectos tan contradictorios entre sí que no parecen corresponder a un mismo mundo y a una sola humanidad. Uno de ellos es "la ciencia y sus aplicaciones", de donde "irradian las deslumbradoras claridades de la armonía y la verdad pura". El otro es "el dominio tenebroso de la vida política y social Los componentes de ambos dominios no obedecen a las mismas leyes ni tienen una medida común. Las normas de la vida social son el producto de una herencia milenaria, oscura y animal: necesidades, instintos, sentimientos cuya evolución ha sido poco menos que nula. En cambio, el desarrollo de la inteligencia es fecundo, rápido y poderoso. He aquí la causa fundamental del desequilibrio del .
mundo moderno y
el
punto más vulnerable de la
civilización occidental.*
Cierto es que los gobiernos y las camarillas que usufructúan el poder público en Centro América son los peores y jurados enemigos de la unión. Pero no olvidemos que esas autocracias son, a su vez, producto de aquella herencia milenaria, oscura y 4
El Desequilibrio del mundo.
74
Carlos Wyld Ospina
animal, de que nos habla Le Bon, y constituyen el instrumento con que las fuerzas tenebrosas mantienen su predominio histórico sobre nuestros pueblos.
Barrios no era un taumaturgo para cambiar esSin embargo, no las tuvo en cuenta para nada. Despreció el aspecto verdadero del problema. Vio tan solo la gloriosa aventura de un guerrero donde solo habia la campaña laboriosa de un estadista, de un educador. Y lo despreció por una razón muy sencilla: porque el móvil interno de su campaña unionista era su personal ambición de dominio. Este sentimiento tuvo en él, no obstante, un carácter rudimentario, puesto que su satisfacción la confió solamente a la espada. Tal error conducía a un fracaso seguro: aunque el caudillo guatemalteco hubiese logrado llevar sus armas victoriosas hasta la frontera de Panamá, dejando tras él pueblos sometidos y obedientes, la unión se hubiera roto en pedazos, días, meses o años más tarde, porque, habiendo unión pasajera, no existiría unidad, y aun aquella levantaríase ficticiamente sobre el túrbido caudal de los intereses y las pasiones conflagradas en contra del caudillo. tas condiciones seculares.
Barrios murió en la acción de armas llamada de Chalchuapa, el 2 de abril de 1885. La manera cómo ocurrió su muerte todavía está en duda. Según una versión, a Barrios lo hirió Onofre Ovando, soldado de Jalapa» quien disparole por detrás un tiro de fusil. Otras versiones no precisan tanto el sucedido, pero sí afirman que la bala que mató al autócrata fue recibida por detrás, y disparada, en consecuencia, por sus propios soldados. Este hecho, de ser cierto, comprueba que los peores enemigos de los tiranos son aquellos a quienes su fuerza opri-
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ElAutÓ GRATA me y
75
su arbitrariedad exaspera hasta convertirlos,
de sumisos esclavos, en vengadores de pueblos.
Ante el criterio histórico puro, la campaña de 1885 es una aventura audaz, pero loca: la arremetida de un guerrero, generada de consumo por la ambición personal y el olvido voluntario o la ignorancia de las leyes que gobiernan las sociedades. Esto no niega que la caída de Barrios haya sido gallarda, aun provocada por uno de los suyos, como lo es siempre la de quien se enfrenta a fuerzas superiores en demanda de un propósito no exento de grandeza, a pesar de su móvil egoísta. Pero no hay razón para exaltar demasiado a Barrios unionista, porque él, con todo su poder y todas sus armas, hizo menos por la unión centroamericana que el ingeniero que abre una carretera y de este modo estrecha las relaciones entre los pueblos; el agricultor que lleva sus productos al Estado vecino, y con ello, promueve el intercambio comercial; el poeta que despierta en la muchedumbre los viejos y olvidados anhelos de una patria unida, respetada y respetable; el escritor que demuestra las ventajas de ese estado social; y el estadista que organiza los medios para crearla, en paciente labor de gobierno En contra de lo que pensaban los patriotas ping^üinos de la isla de Alca en el maravilloso libro las glorias de la guerra resulde Anatole France tan demasiado costosas a los pueblos: unos cuantos millares de tumbas poblando un país en que ambula un ejército de lisiados y enfermos, entre campos marchitos y escombros de ciudades ... Y eso sin contar con el odio, con el odio pertinaz y primitivo de la revanche. .
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—
Estrada Cabrera
•
El encumbramiento
Manuel Estrada Cabrera no tuvo hechos antecedentes en su vida que presagiaran para él la conquista del poder omnímodo de que gozó en Guatemala, al contrario de lo que ocurre con casi todos los caudillos. No fue niño precoz, ni hombre famoso, ni cabecilla de facción militar ni politica alguna. En el archivo de la parroquia del Espíritu Santo, en la ciudad de Quezaltenango, existe una partida de bautizo en que se lee al margen: Manuel José N, Es la que corresponde al tirano guatemalteco, que fue un expósito. Cabrera, ya crecidito, es entregado por su madre al cura de aquella parroquia donde se le bautizara; el presbítero Manuel Salvador González, lo educó junto con otro de sus pupilos, el después licenciado Clodoveo Berges. Allí se inició el futuro autócrata en los estudios de su carrera profesional, que más tarde, con esfuerzos propios, coronó en Quezaltenango haciéndose abogado, con Berges. De su juventud, ya togado, solo se recuerda que era la gacetilla andante de Quezaltenango. Persona verídica me relató que estando ella de paso por la ciudad occidental, un día fue a buscar al presidente de la Sala 4a. de Apelaciones, licenciado Guillermo Marroquín, y se topó a la puerta del despacho judicial con un hombre trajeado de negro, untuoso de modales, que le saludó cortésmente. 77
78
Carlos Wyld Ospina
— ¿Quién es ese joven? —preguntó mi informanmagistrado. te a su amigo —El licenciado Estrada Cabrera —respondió funcionario — diariamente, me viene a hacer la cróel
el
nica local. Por él sé cuanto aqui se guisa en punto a chismes, hablillas, intrigas ... y demás. Los gustos comadreriles del licenciado Estrada Cabrera tenían un complemento en su decidida afición por los placeres báquicos. Cuentan que empinaba el codo, hasta la beodez impotente, durante su larga permanencia en la ciudad natal y en Retalhuleu, otra ciudad de la rica y cálida costa del
En ambas
poblaciones sirviera puestos públicos de importancia, entre ellos el decanato de la Facultad de Derecho de Occidente. El presidente Reina Barrios lo elevó al Ministerio de Gobernación y Justicia, y la gestión de Cabrera en esa secretaría de Estado fue incolora. Pasaba como un hombre inteligente y un jurisconsulto hábil; pero no se sabe que se hiciese nunca de un partido personal para aspirar a la presidencia de la República, como es costumbre inveterada de nuestros presidenciables. Su círculo de amistades era reducido y como hombre público no gozaba de popularidad alguna. El 8 de febrero de 1898 caía el general Reina Barrios asesinado en una de las calles de Guatemala. Este suceso, que debía ser decisivo en la vida de Estrada Cabrera, le cogió a éste de sorpresa, recién llegado de Costa Rica, en donde desempeñara una misión diplomática accidental, diz que enviado allá, por el general Reina Barrios, como a un suave destierro y prudente aislamiento, pues el antiguo ministro de Gobernación ya hacía tiempo que no disfrutaba de la gracia presidencial. Pero la fortuna le salió al paso, le asaltó en los momentos en oeste.
>
El Autócrata
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temía una catástrofe para su persona y no la nariz fuera de casa. Como a Claudio se le ofreció el Imperio por los pretorianos, mientras el débil esposo de Mesalina lloraba, de rodillas, clamando por que no le matasen, a Estrada Cabrera se le brindó la presidencia ante el cadáver de Reina Barrios, cuando él temblaba creyendo que el presidente vivía aun, y que el ex ministro de Gobernación, primer designado a la jefatura del Ejecutivo, según la ley, y por tanto, primer sospechoso de complicidad en el atentado, sería también la primera víctima.
que
él
asomaba
La
versión de este suceso, que, como más verídica, ha llegado hasta mí, dice que el licenciado Francisco Anguiano, viejo amigo de Estrada Cabrera, al tener noticia de que el presidente había rodado herido de un pistoletazo esa noche, contra el muro lateral de la casa del mismo Anguiano (9a. calle poniente), midió el peligro que corría su amigo y presentóse inmediatamente a prevenirle en el propio domicilio de Estarada Cabrera. Este, que quizá descabezara ya el primer sueño, ignorante de lo ocurrido, levantóse presa de pánico:
—Urge su presencia en palacio — díjole Anguia— Es necesario que usted desvanezca cualquier
no
.
sospecha y convenza al general Reina de que usted no tiene ninguna relación con el atentado. Su vida y su libertad corren riesgo, don Manuel ...
Don Manuel, tre las ropas",
pálido, "sin portar ni
como más tarde
un
alfiler en-
se dijo cien veces
para exaltar su heroica serenidad y su
frío temple, preséntase en la casa presidencial, acompañado por su fiel amigo Anguiano.
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Carlos Wyld Ospina
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— —
Quiero ver al presidente esfuerzo en la voz. presidente ha muerto
^El
Respira Estrada Cabrera.
—articula con penoso — se contesta. le
Y
todavía presa de an-
siedad, interroga al general Salvador Toledo, jefe
supremo de las armas en esos instantes y a quien muchos consideran como el obligado sucesor de Reina Barrios: General Toledo, ¿quién asumirá el Poder Eje-
—
cutivo?
—El
consejo de ministros.
Pero momentos después, sin que se sepa el móvil racional o íntimo que guía al general Toledo, éste se planta frente al designado, y como a Claudio el jefe de los pretorianos, le espeta la nueva inesperada:
—Señor, usted es
el
presidente de la República
como primer designado, según
—
—
Pero general replica Estrada Cabrera apoyará mi pretensión legal?
—Yo —declara Vuelto en
sí,
el
.
.
la ley.
— ¿quién
jerarca de los soldados.
aunque todavía atónito, el designado para decir al hombre que ha
es bastante oportuno
hecho, de un golpe, su fortuna:
—Y
usted, general, es
mi ministro de
Momentos
la guerra.
después, el consejo de ministros, bajo de las armas, soldado leal y decidido, firma un decreto que coloca al designado en el ejercicio del Poder Ejecutivo de la nación; y el teléfono suena en los cuarteles trasmitiendo, de boca del general Toledo, la consigna de obediencia. la presión terrible del jefe
ElAutócrata
81
El aparecimiento del tirano
Se ha escrito de Juárez: "no era hombre de armas tomar, ni hubiera encabezado nunca una revolución, pero sabía manejar de tal manera los hilos de la política, que había ido ganando partidarios cada
dia../V Sin que exista paralelismo
espiritual entre el
indio de Guelatao y el autócrata de Guatemala,
gran
hay
que anotar que Estrada Cabrera era también así, y así se manifestó durante los primeros años de su presidencia. Hizo gobierno suave, tolerante. Quería ganar amigos, conquistar partidarios, y usó de una gran cautela para no descubrir su verdadero temperamento. Su condición de hombre civil le valió la simpatía de muchos guatemaltecos prominentes y honrados, que abominaban de las autocracias militares y las temían como una calamidad pública. Claro está que el interino así se llamó a Estrada Cabrera mientras ejerció el Poder como designado no fue una excepción a la regla invariable de nuestra política, que hace de los interinos los presidentes constitucionales. Para ello puso a favor de su candidatura, en los comicios que se efectuaron luego, dentro el corto término que la ley señala, la fuerza incontrastable del poder público, con todo su cortejo de imposiciones, de violencias, de cohechos y de chanchullos. Se fundan los clubes políticos y los llena una avalancha de empleados de la administración, de libertos, de cesantes civiles y
—
—
1 Elevación y caída de Porfirio Díaz: y Rojas.
J.
López Portillo
Garlos Wyld Ospina
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militares. En las tribunas aullan los demagogos. Algunos clubes parecen, más que reuniones de electores, conciliábulos de bandoleros dispuestos a dar un asalto. La insolencia de los cabreristas se pasea provocativa por las calles. Los propagandistas que recorren los pueblos son simples agentes de una mafia gubernativa. Al par de las proclamas y los manifiestos impresos, exhiben, con aire de polizontes, espantables revólveres y salvoconductos del designado. Sin embargo, el espectáculo no ofrece ninguna novedad: es lo acostumbrado en todas las elecciones presidenciales que el país ha visto. Asegúrase que semejante tramoya electoral no fue obra directa ni personal del interino. Estrada Cabrera vacilaba, temeroso de arrollar la opinión pública y pasar sobre la ley con procedimientos de odiosa imposición. Agobiado por los problemas políticos que le salían al paso y sintiendo muy hondo el disgusto del Poder, erizado a la sazón de peligros y contratiempos, y a cuyas disciplinas aun no estaba habituado, caía en desaliento y hablaba de dejar la presidencia... Pero el partido prosperista como se llamó a la facción que encabezara el. licenciado y general Próspero Morales, ex ministro del régimen anterior y quien a última hora le disputara la presidencia a su grande amigo el general Reina Barrios, a balazo limpio, en las montañas de occidente se ofreció a Estrada Cabrera para sostenerlo erf el Poder. El interino bajó la cabeza y aceptó su candidatura, pero no sin imponer esta condición: que fuesen los prosperistas diseminados convenientemente por la República, los que organizaran la propaganda y le asegurasen el triunfo. Sea como fuese, lo cierto es que sin la interven-
—
—
ción de la fuerza pública, el triunfo electoral de Estrada Cabrera era harto problemático, y que Ja
ElAutócrata
83
fuerza se empleó sin regateos ni mayores escrúpucomo es uso y costumbre en nuestras maravillosas democracias. Los candidatos independientes, rivales del interino, fueron batidos con sus ilusos los,
partidarios,
como
fieras bravias, y anulados práctiuna elección libre.
caiiiente sus esfuerzos por lograr
No obstante, como he dicho, el licenciado Estrada Cabrera contaba con simpatías verdaderas en la sociedad, halagada por tratarse de un hombre "nuevo, sin odios ni compromisos"; y cuando asumió la presidencia se pronosticaron días felices para Guatemala. No se sospechó entonces que el democrático presidente habría de convertirse, andando el tiempo, en el verdugo de la República. El déspota surgió en Estrada Cabrera después del atentado que se llamó "de la bomba", en 1907. Antes de esa fecha, ya había él demostrado poseer aquella mano fuerte que luego se hizo tan famosa, pero sin caer en el despotismo franco. Era ya el autócrata, sin duda; pero su autocracia se encubría con ciertas apariencias democráticas de buen efecto sobre el pueblo, y, lo que es más importante, privaba en ella un criterio de moderación y relativa tolerancia, espontáneo según unos; impuesto por las circunstancias políticas prevalecientes, según los más. Durante el primero y quizá durante el segundo año de la administración cabrerista, la prensa no está aun amordazada del todo; el presidente concede audiencias a los particulares sin mayor dificultad, escucha quejas, enmienda irregularidades y castiga abusos; se presenta en la Asamblea, modestamente, a leer sus mensajes oficiales; transita por las calles con corto acompañamiento militar y vive sin rodparí o del aparato áo fuerza e intimidación.
Carlos Wyld Ospina
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digno de un sátrapa, que usaron algunos de sus
más
ilustres antecesores.
No obstante, en el correr de los años, el mandatario ha concitado en su contra odios mortales. En 1907 estalla una poderosa conjuración destiel régimen imperante. Las calles de la capital por donde Estrada Cabrera acostumbra a ir de paseo, o que debe recorrer con motivo de actos o funciones oficiales, están sembradas de dinamita. La ocasión se presenta un día en que el presidente se dirige hacia el bulevar La Reforma en su carruaje: al extremo de la 7a. avenida sur, todavía dentro el casco urbano de la población, explota una de las máquinas infernales al paso del coche. El auriga, los caballos y la parte delantera del vehículo vuelan por los aires, hechos cisco, al impulso terrorífico de la explosión. El presidente, que iba en la parte trasera del carruaje, queda ileso y se dirige a pie a su casa particular, del brazo de un ayudante. Un amigo mío, don José María Vásquez, dentista, de Quezaltenango, que a la sazón se encontraba en la casa presidencial en espera de su encumbrado cliente, me relató la llegada de Cabrera momentos después de su extra-
nada a derrocar
ordinaria salvación. Entra pálido, demudado, y sin contestar al saludo de Vásquez, se sienta ante una mesa, y enterrando la cabeza entre las manos, exclama dirigiéndose al dentista, con quien tenía una antigua y confianzuda amistad:
— ¡Ve, Chema, nada pueden los hombres —¿Qué le ha pasado, señor? — Me quisieron matar hace unos instantes.
con-
tra mí!
nadie podrá
mi
matarme mientras no
Pero
llegue la hora de destino, y yo siento que está lejos todavía...
!
,
ElAutócrata ¡Ahora verán de Cabrera
lo
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que es capaz Manuel Estrada
Es muy posible que desde aquel día, Estrada Cabrera se haya considerado el hombre providencial, el elegido de fuerzas sobrehumanas, como más tarde demostró creerlo con sincera convicción. Ha aparecido el tirano. Tiene sed de venganza, pero no de sangre. Se dispone a castigar implacala pasión blemente el atentado contra su poder relegando a máxima, casi única de su corazón segundo término su vida, y sin embargo, ante las medidas de muerte y exterminio que se le aconsejan, parece vacilar mucho. Todavía no es el vesánico que después fuera. Por fin, cediendo a la necesidad política de las represalias, ordena el fusilamiento de los principales conjurados; pero sus temores son verdaderos. En la pesquisa para determinar a los responsables del atentado y castigarlos, le coordenó a los inshibe el escándalo. Es preciso poner pronto en libertad a tructores de la causa las mujeres. Y así se hizo a los pocos días. La penitenciaría tiene cuatrocientos y pico de reos políticos dijo después y hay que ir sacando a esa gente para calmar la grita pública.
—
—
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A
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,
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—
se mata aisladamente. Varios de San José, en la capital de la República, son muertos de manera misteriosa, con motivo de los sucesos "de la bomba". Uno de los acusados es el licenciado Mariano Cheves y Romero, quien personalmente me relató los hechos concernientes a su proceso. Cuando Cabrera le interroga, en persona, está allí presente el licenciado José Flamenco, valido del autócrata y a quien éste dice: Lo he mandado llamar para que presencie lo que aquí va a pasar; no quiero que se diga afuera que estoy Inventando mentiras.
pesar de
ello,
oficiales del fuerte
Carlos Wyld Ospina
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A
condenados a muerte, los tuvo Caen la penitenciaría cerca de un encerrados brera algunos de ellos (los hermanos año y fusiló a Viteri, Prado, Rubio, etcétera) hasta un día después de un nuevo atentado que se llamó "de los cadetes", y eso, cediendo a las instancias del general José Félix Flores y del licenciado Juan Barrios M., según éste mismo lo refirió más tarde al licenciado los presos
Cheves y Romero. De modo que Estrada Cabrera persigue y atormenta a sus enemigos, presuntos o ciertos, y sobre todo, permite que otros lo hagan en su nombre; pero el hecho de la muerte, contrista y apoca su ánimo: si manda suprimir vidas humanas, parece impulsarle, antes que un instinto de ferocidad, un sentimiento de cobardía. Debe de influir en ello su fe de católico, mezclado con espiritista, porque es fama que practicó esta doctrina mágica y se aficionó también a la hechicería. Quizá pensaba en el daño que los desencarnados pudieran inferirle por medios misteriosos, más allá de su precario poder humano ...
Los factores de
la Autocracia
y
las
Instituciones de la República El Amo, sus servidores y el culto personal al Autócrata
La
siempre una popersonal, tanto más personal cuanto más vigorosa sea la individualidad del mandatario. Esta política de las autocracias es
lítica
va necesariamente enfocada a un fin priel mantenimiento y el desarrollo del poder autocrático. Asegurado éste, si se tiene la ambición de la propia gloria y de la grandeza colectiva, y si a tal ambición se auna la aptitud del estadista, política
mordial:
en la política napor lo común orientada en las autocracias hacia la pipsperidad material de los pueblos. la política personal se convierte
cional,
Este es en América el caso de Porfirio Díaz. En actual, el de Benito Mussolini. Pues bien. Estrada Cabrera nunca aspiró a realizar una política nacional. Es indudable que pudo hacerlo durante el largo período de su omnipotencia, sin menoscabar su poderío personal. Ese período puede fijarse, de modo estricto, en sus últimos años de gobierno, cuando domada toda resistencia activa, muertos o desaparecidos sus contrarios, el autócrata no hallaba oposición a su voluntad. Entonces, lejos de advertir que todo le faltaba por hacer tocante a los intereses nacionales, se dedicó a gozar, solitario y hosco, de los deleites y las satisfacciones del Poder. Siempre que alguien osó aludir a los
Europa
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Carlos Wyld Ospina
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peligros de la inacción administrativa delante de don Manuel, el atrevido pudo comprobar que el gobernante no se proponía nada, fuera de su propósito de morir en la presidencia.
Gobernaba aniquilando
las
fuerzas vivas de la
nación: administraba la República empobreciéndola como un hato al que se esquilma sin misericordia. Le bastaba con saberse poderoso, al grado de que, según la frase de un guatemalteco de entonces, "en Guatemala no se podía vivir tranquilo sin deberle algo a Estrada Cabrera".
¿Qué origen íntimo tenía su política? Es probable que tuviera, como fondo, un sentimiento que vino a constituir cierto estado habitual de su ánimo, reilejado funestamente sobre su política, del principio al fin: el miedo a perder la presidencia. Más tarde, la abulia, la incapacidad física y espiritual para romper con la rutina de tantos años, con sus viejas costumbres y sus preocupaciones mentales. No es así gratuito considerar la política de Estrada Cabrera regida por el miedo. Por mii^o cometió atrocidades. Por miedo vivía de suspicacias, de intrigas y enredos rabulescos. Por miedo no pensaba más que en sí mismo y se olvidó de que las bases de todo poder humano son de movediza arena Y por abulia, no se inquietó al sentir que, bajo sus .
pies, la
arena se removía
En tal sentido, Estrada la negación. Sus aciertos
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Cabrera fue un genio de mejores tenían para la República efectos negativos y solo provechosos para su poderío personal. De Porfirio Díaz se dijo, cuando su tercera reelección, que su gran obra de estadista moriría con él. De Estrada Cabrera no se pudo decir nunca tal cosa, porque careció de obra administrativa. Ni una carretera moderna, ni un
ElAutógrata
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ferrocarril nacional, ni una colonia agrícola le recuerdan. A pesar de su talento, a pesar de sus marrullerías de político y sus habilidades de jurista, su espíritu carecía de intrepidez, de arrojo y de iniciativa. Era irresoluto, desconfiado, tardío en los procedimientos hasta la exageración, salvo cuando su poder personal se hallaba en peligro: parecía entonces que un oculto y poderoso instinto galvanizaba a aquel hombre, y era rápido en atacar y cauto en defenderse. Más que activo, fue laborioso. Tuvo siempre fama de ser un gran trabajador, meticuloso y temático Cuando a. mí me habló de su laboriosidad, ya recluido él en su celda de prisionero, en mayo de 1920, lo hizo de una manera pintoresca: "Yo soy como los carpinteros de Totonicapán, señor Ospina, que trabajan mucho aunque hacen malos muebles. Toda mi vida he tenido la costumbre de levantarme de la cama a las cinco en punto de la madrugada. y a la tarea". • .
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A
Estrada Cabrera no le pasó lo que a los estadistas de gabinete, que no viven en contacto con las realidades circundantes. No obstante que su larga permanencia en el Poder fue un solo e ininterrumpido encierro, supo mantenerse al tanto de todos los sucesos públicos, interiores y externos, y aun de las intimidades de la vida de sus subditos, hasta un punto que asombraba y producía terror en sus mismos agentes secretos, menos enterados que él de estas cosas. Sabia tanto del poder de los fusiles y las espadas como de los recursos legales y políticos. Por lo vasta, bien ordenada y exacta, su memoria era un registro de títulos, nombres, abolengos, fortunas, anécdotas y datos de toda laya relativos a los habitantes de Guatemala. Conocía
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genealógicos de las familias, sus entronques de parentesco, sus opiniones íntimas, el estado de su hacienda, sus empresas económicas y aun las dificultades caseras que abrumaban al ciudadano, en todo lo cual intervenía. El licenciado Mariano Cheves y Romero me ha relatado que, estando él detenido en la penitenciaría en castigo de su rebeldía moral para con el autócrata, con quien ejemplo muy raro en aquel ennunca transigió pidió Estrada Cabrera al director del penal tonces una lista de los recluidos en aquel centro. El director encargó a otro preso político, el periodista Hernández de León, que la formase, y éste a su vez requirió la colaboración del licenciado Cheves y Romero, temeroso de incurrir en alguna omisión. La lista la llevó el director en persona, cuando fue a dar su parte diario a Estrada Cabrera: leyóla el autócrata, contó los nombres, cerró los ojos, y, apoyando la ternilla de la nariz entre sus dedos índice y pulgar, quedóse meditativo: a poco, dijo al director: Falta el nombre de un preso, y es fulano de tal (un prisionero común, de ninguna significación política ni social). Estrada Cabrera era un vesánico. Al director de la penitenciaría preguntábale diariamente por los detenidos políticos y luego le entregaba una nomenclatura de martirios que él mismo formulara y que debían aplicarse a aquellos infortunados. El jefe de la cárcel, a su regreso de la casa presidencial, hacíalos formar militarmente para enterarles del tormento que les esperaba y prevenir a los carlos orígenes
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celeros:
Fulano de tal: encerrado en su bartolina. Zutano: sin visitas. Mengano: sin ropa limpia. Perencejo: sin barrérsele el calabozo.
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Y
contaba el director a sus allegados que el prehablando de los presos, gesticulaba ante los espejos de su despacho, y viendo su propio rostro descompuesto por espantosas muecas, pateaba el pavimento con violencia, apretaba los puños y decía: ¡Aquí los tengo a estos bandidos!, ¡aquí los tengo!, ¡no se me escapan! y soltaba una carcajada hissidente,
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térica
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Esta enfermiza pasión de mando y poderío llevóa exigir del país la adoración a su persona, a su nombre, a su palabra, a las manifestaciones más triviales de su personalidad. Nadie debía compartir este culto nacional, ni los más encumbrados de sus favoritos, a quienes siempre tuvo cuidado de exhibir en calidad de cuerpos opacos, inertes, cuya vida y cuyo brillo recibíanlos de él, sol único del firmamento patrio. Toleraba las cualidades ajenas mientras no sobrepasasen la mediocridad, o mientras se movían en una esfera inferior, anónima y oscura. Pero el hombre que demostraba verdadero talento, verdadero carácter, verdadera ambición, podía contar de antemano con la ojeriza del autócrata, sin que le valiese el voluntario achicamiento y la prudente sumisión. Si aquel hombre lograba conquistar nombradla popular, era suyo el odio presidencial, seguido invariablemente de una sañuda persecución, manifestada en lo grande y lo pequeño, en todas las formas posibles. El ciudadano "mal visto" por Estrada Cabrera vivía en la condición de un apestado: todos lo rehuían y era la víctima forzosa de los agentes de la autocracia, cebados en su persona, en la de sus parientes, y sobre todo, en sus bienes de fortuna. Una de las instrucciones que los jefes políticos recibían de boca del tirano era la siguiente: Vaya u^ted a quitarles el dinero a esos picaros (los infelices que iba a gobernar el jefe) porque el dile
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ñero provoca las revoluciones: cuando se tiene que trabajar para vivir, no se piensa en haoer política. Y ya se comprenderá cómo los señores jefes cumplían las órdenes de su amo. Acerca de sus métodos de gobierno, Estrada Cabrera no admitía réplica ni censura, pero ni siquiera crítica: los consideraba infalibles. Todo juicio imparcial sobre su modo de entender la política, lo reputaba ataque a su poder, gravísimo desacato a su persona. Era común oír afirmar a sus allegados
más
íntimos:
A
don Manuel no se
le pue-
Y así era en efecto. de decir nada, La cualidad más perseguida por Estrada Cabrera fue, por de contado, la independencia de carácter, como la virtud opuesta a su ideal de poder absoluto, descansando sobre el servilismo abyecto de sus gobernados. En esto no cedió jamás, como su antecesor, el general Barrios, hombre susceptible de admirar el valor personal, la audacia, la osadía y el talento. No se sabe que Estrada Cabrera admirase nada ni a nadie con vehemencia, con ingenuidad. La admiración, según los espiritualistas modernos, es una de las formas más elevadas del amor. El autócrata guatemalteco fue un negado de este sentimiento supremo, que redime a los reprobos. Trataba sin embargo de encubrir, disimulándola, su soberbia de mandarín. Manifestábase a sus visitantes como hombre justo, humanitario y tolerante, dotado de una conciencia sana y de una cortesanía meliflua. Su voz suave, aflautada; su dicción tranquila y persuasiva, infundían confianza y simpatía en sus interlocutores, sobre todo en los extranjeros que, ignorantes del verdadero temperamento del autócrata, salían encantados de su presencia. Pero todo esto desaparecía cuando hallábase poseído por una pasión violenta o cesaba el motivo .
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Entonces eran las palabrotas, las las guantadas, aun para los personajes de más alto copete. Otras veces mostrábase sinceramente manso, hasta alegre, por influjo de algún triunfo de su política. Entonces prometía sinecuras a sus allegados, y aun daba algo, pero nunca con prodigalidad ni mano abierta. Fue avaro de todo, pero en especial de dinero. Para proteger a alguien, dábale empleos o concesiones, en que siempre había un negocio en que él tomaba la mejor parte; pero dinero contante solo por in-
de su disimulo.
amenazas brutales y
superable necesidad.
Estrada Cabrera llegó a ser la única persona importante de Guatemala. Era el estadista sin segundo, el orador sin rival que, en un escenario vasto como Europa, hubiese dejado tamañitos a Clemenceau y Lloyd George. Se le llamó jurista profundo, político prodigioso, administrador hábil, gobernante magnánimo: en resumen, el hombre ecléctico y genial que conocía el arte de la guerra como las ciencias políticas y sociales, en que se le confirió por la Universidad Nacional el título de doctor, lo mismo que se le hubiese conferido el de general de división si la Asamblea Legislativa no retrocede ante el ridículo. Estrada Cabrera quiso tener esa jerarquía militar, y se intentó agraciarlo con ella por algunos diputados incondicionales; pero la Asamblea no consideró prudente colmar la medida, y para eludir las iras del autócrata, los representantes diéronse a buscar otro título, aun mayor y más honroso y le encasquetaron el de Benemérito de la Patria, Cabrera puso también sus miras en la institución masónica. Pero quiso ingresar en ella gozando desde luego del grado más alto de la Orden, que le colocase en la categoría de Maestro. Dice el co-
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mentario público que los masones no pudieron o no quisieron romper su organización jerárquica en benéfico del exigente mandatario; y entonces él declaró la guerra a la masonería hasta aniquilarla prácticamente en el país. No se sabe si en esta determinación influyera también su catolicismo siii géneris y sus polifásicas preocupaciones místicas. Los retratos del autócrata aparecían casi a diario en la prensa, con los más nimios motivos, y abajo los elogios y ditirambos más extremados, y por lo común, ridículos. Nada se diga de los libros, folletos y artículos en su loor y gloria, porque éstos fueron millares, al punto de que el autócrata mismo no pudo nunca enterarse de todos ellos y concluyera por no hacer caso de sus panegiristas, empalagado de tanta confitura; y menos se mencionen los discursos, brindis y pleitesías que en lo público y privado recibiera, a lluvias y cascadas. Todo aquel culto, de sabor tan marcadamente cesáreo, tenía por objeto exaltar a Estrada Cabrera a la más empinada de las categorías humanas: él debía ser siempre el primero, el insustituible, el único. El guatemalteco, por patriotismo, debía estar dispuesto en todo instante a aceptar y proclamar la supremacía del presidente; y de tal manera se insistió en ello, que no pocos llegaron a creer con sinceridad en el genio nunca igualado del gobernante; y aun cuando no se podían cerrar los ojos ante ciertas evidencias que hablaban muy mal del ídolo, aquellas buenas gentes lo conceptuaban como la encarnación de una especie de taumaturgo, hacedor de prodigios. El éxito inesperado y algunas veces casual de sus más arriesgadas empresas políticas, sirvió de abono para aquella creencia popular. La verdad es que Estrada Cabrera fue poseedor de una inteligencia só-
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í
ElAutócrata
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a la vez que dúctil, y de una buena suerte que le asombraba a él mismo. Asimilativo en grado sumo, observador, enérgico y tenaz cuando se trataba de afirmar su poderío, jamás demostró, sin embargo, poseer el genio que se le atribuía. Nunca viajó fuera de su pequeño país, salvo su corta estancia en Costa Rica; y esta falta de conocimiento del mundo, por propios ojos, debe de haber influido mucho para que su mentalidad careciera, como careció, de ese carácter ecléctico y tolerante de los hombres que conocen el planeta que habitan, o ai menos, sus mejores centros de civilización. Estrada Cabrera fue tradicionalista, apegado a la tierruca como un Juan Chapín,' desconfiado de io nuevo y hostil a las tendencias de la cultura mo-
lida
derna. Era tal su horror al progreso científico que, recién inventados los automóviles, prohibió que esas máquinas transitaran por las calles de las ciudades. ¡Y eso lo hizo por un acuerdo gubernativo!* la aviación cobróle pánico y acaso tuvo razón y tornó imposible su incremento en el país, sujetándola a una reglamentación absolutamente prohibitiva para los particulares. Estableció, eso sí, una Escuela de aviación, pero nunca permitió que el único aparato existente en ella volara más allá do
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A
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1 Héroe de una novela de José Milla y Vidaurre, que representa al guatemalteco clásico, según el tipo popular y tradicional del chapín, que es su apodo. 2 He aquí el acuerdo: "Palacio del Poder Ejecutivo: Guatemala, 20 de mayo de 1905. Considerando la poca pericia que hasta ahora tienen las personas que manejan automóviles y los peligros a que por tal motivo están ex puestos los transeúntes en las poblaciones, el Presidente Constitucional de la República, Acuerda: que el uso de dichos vehículos solo se permita fuera de las calles de las ciudades; debiendo las jefaturas políticas respectivas determinar la multa, dentro de los límites de la ley, en que incurran los contraventores de esta disposición, v dictar los reglamentos del caso. Comuniqúese. Estrada ¿. El subsecretario general del Gobierno encargado del Mi nlsterio de Fomento, José Flamenco".
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campos de la escuela. El director de ésta fue famoso en Guatemala, porque nunca se le vio piloteando un aeroplano. Se afirmó que ignoraba en lo absoluto este arte: razón suprema para que el los
le tuviese al frente de la aviación nacional. Conocedor de la sicología infantil de las muchedumbres humanas, Estrada Cabrera fomentaba las leyendas e historias que lo hacían aparecer como un hombre de sutilísimos y poderosísimos recursos, capaz de los golpes de audacia más inauditos, a la vez que como un ser casi sobrehumano, intangible, invulnerable e invisible a voluntad, poderoso para escapar de las garras mismas de la muerte. Sus costumbres, en efecto, favorecían esta concepción fabulosa: vivía retraído, hosco, inabordable para todos, si tal le placía, en las dos casas particulares que habitó y luego en su fortín de La Palma. Yo mismo, que crecí bajo la tiranía cabrerista, sé decir que nunca, de niño, de muchacho o de hombre, pude verlo distintamente cara a cara, pues las pocas veces que el cortejo presidencial pasó a mi lado por la vía pública, aquello era un fragoroso tropel de caballos al galope, escoltando a un coche cerrado, entre gritos y empellones de los agentes policíacos encargados de dejar camino libre al cortejo del César. A la voz callejera de ¡ahí viene el presidente! las personas timoratas corrían a ocultarse temiendo escenas brutales, y los más serenos se apresuraban a echar al aire los sombreros en obligado saludo al autócrata, quien ni siquiera les veía. A mi amigo, el suave poeta Gerardo Díaz, por poco le alcanza cierta vez un sablazo, con que uno de los ayudantes de Estrada Cabrera, a caballo, intentó castigar el desacato del poeta que no quiso rendirle el sombrero al coche presidencial. Para que yo y tantos otros conociésemos de cerca a la "fiera".
gobierno
El Autócrata > fue necesario que el déspota rodase deslje la nencia del Capitolio a la roca Tarpeya.
ertii-
Pero lo que más favoreció la formación fifé^-Ia leyenda presidencial fueron los siete atentados que fraguáronse contra la persona de Estrada Cabrera, todos ellos en balde. Siete fue el número confesado por el autócrata mismo a mi estimado amigo Flavio Guillen, talentoso escritor y sabio chiapaneco, que mantuvo siempre con Estrada Cabrera leales relaciones de amistad, en los años de poderío como en los meses de infortunio. Si hemos de creer en ese número, la mayor parte de los atentados no trascendieron al conocimiento público. Se habló con vaguedad de un conato de envenenamiento por un cocinero japonés al servicio del autócrata; de cierta máquina explosiva colocada bajo un tiesto ornamental, en el templo de Minerva de Guatemala, durante una de las fiestas escolares de este nombre; de disparos misteriosos y otros sucesos por el estilo, pero sin que nunca se comprobase la veracidad de tales rumores. Ya en la cárcel, poco antes de su muerte, Estrada Cabrera conversaba con el señor Guillen, y recayó la plática en la invariable buena suerte con que el ex amo de Guatemala saliera siempre de cuantas maquinaciones se urdieron contra su vida, y que él atribuía a una
protección invisible y extrahumana. Y relató al seel accidente que aquí dejo consignado, tal como lo escuché de labios del escritor. *'Una mañana, como lo tenía por costumbre. Estrada Cabrera paseaba por el jardín de su quinta La Palma, entre la hermosa arboleda que la circunda, y se le ocurrió alongarse hasta la carretera que pasa por delante de la finca. Allí observó que algunos hoyos y baches dificultaban el tránsito, y con tono impe-
ñor Guillen
K
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rioso mandó rellenarlos, reiterando la orden de que por ningún motivo se descuidase la perfecta conservación del camino. A la mañana siguiente, montó en una muía de precio, tomó a buen paso por la carretera y comprobó que su orden se había cum-
plido fielmente.
De modo
súbito, la
muía tropieza
en el instante en un hoyo, mal recubierto de preciso en que sonaba un disparo de rifle y la bala, según impresión del agredido, rozábale la cabeza sin herirlo. Fue aprehendido el agresor, que resultó ser un temible aventurero mejicano, sobornado para cometer el crimen, y se encontró a la vera del camino, tras el seto vivo, la horquilla en que el tirador apoyara el arma para mejor puntería. El mejicano era famoso por su destreza en el manejo de armas de fuego*'. Los dos grandes atentados contra Estrada Cabrera son generalmente conocidos. Ya me referí al "de la bomba", en 1907. En otra ocasión, monta la guardia en el palacio presidencial un grupo de cadetes de la Escuela Politécnica la aristocracia del ejército Se trata de la recepción oficial de un ministro diplomático extranjero; y al entrar el presidente en el salón de honor, algunos cadetes le hacen fuego, pero los proyectiles no le tocan. Solamente cae muerto un ayudante de apellido Anleu, que precedía inmediatamente a la persona del mandatario. Esa misma tarde comienzan los fusilamientos de caballeros cadetes, como se les llamaba. La consternación pública es enorme: las nuevas víctimas, sacrificadas por la libertad de Guatemala, son flor de juventud y de heroísmo. Otra vez, el Moloch de la tiranía enluta la República: en el aire se respira el vaho de la pólvora y de la sangre, y en los espíritus reina el pavor —ese pavor incomparable que engendran la ira y la violencia de los déspotas tierra,
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El-AUTÓCRATA
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azotando a un pueblo maniatado y ya puesto de rodillas
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El servilismo hacia el autócrata, que ya daba ascos, cobra entonces su carácter más oprobioso y repugnante: se vuelve agresivo, fanfarrón; finge indignarse y se ensaña contra los reos y los "desafectos", prodigándoles los epítetos más infamantes y pidiendo para los primeros las penas más rigurosas, mientras se postra a los pies del presidente, como ante el altar de un dios a quien se ofrece un desagravio ... Estos hechos tienen una doble significación por el influjo que ejercieron en el ánimo de Estrada Cabrera, reflejado en su política terrorista y absorbente, y porque demuestran que, a pesar del envilecimiento general, la sociedad reaccionaba tenaz-
mente contra su opresor.
Capítulo extensísimo merecerían los servidores de Estrada Cabrera y sus prácticas políticas que, cobrando poco a poco las características de una organización, llegaron a formar un sistema ahora conocido con el nombre de *'cabrerismo". Pero la índole de esta semblanza solo me permite hacer del cabrerismo un análisis somero. Dícese que el general Díaz, en México, esforzóse siempre por hacer amigos de sus enemigos. De aquí la apariencia de popularidad, inmensa e indiscutible de aquel gobierno, y de aquí también la grandeza positiva de una autocracia que todo lo sabía convertir a su gloria y beneficio. Estrada Cabrera no hizo amigos de sus enemigos sino trasformó a unos y otros en cómplices, esbirros y agentes cíe sli:^ Milrií^as y fechorías, humillados a toda
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100
hora por su poder, atentos en todo instante, por miedo o interés a satisfacer los menores caprichos y a servir las maquinaciones más monstruosas del autócrata. Los guatemaltecos que pudieron emigrar, como único medio de salvación, lo hicieron, pero no sin sufrir riesgos y vicisitudes sin cuento, porque el solo hecho de no querer vivir en Guatemala se consideraba por el autócrata como una desaprobación a su política y una muestra de enemistad personal. Y la conducta de los que, permaneciendo en Guatemala, conservaron su dignidad ciudadana, confina en justicia con las lindes del heroísmo. La mayoría de los colaboradores de la autocracia formó, pues, un ejército de esbirros y traficantes sin relieve intelectual, digno de pasar a la historia. Enumerarlos serla inútil porque ninguno de ellos caracterizó la autocracia, cuya personificación está toda entera en el doctor y benemérito. Los hombres que le ayudaron a someter y dirigir el país, a semejanza de una factoría cauchera del Amazonas, fueron hechura suya de la cabeza a los pies, o cuando menos, obraron supeditados en lo absoluto a la política del presidente, sin agregarle ni restarle a ésta
nada
original.
No
obstante, hubo sus clases: como espécimen de ministros intrigantes y terribles, producto del odio y la codicia, puede citarse al licenciado Juan Barrios M.; como ejemplo de políticos astutos y brazos temidos, al licenciado Adrián Vidaurre; como oradores oficiales y obligadas cabezas de convenciones, partidos y clubes políticos, a los licenciados José A. Beteta y José Pinto; como agentes del terrorismo cabrerista a un tal Carlos Goyena, Eduardo Anguiano, Juan Viteri, Wenceslao Chacón, director de
y Emilio Ubico, director de la pouniformada. Estos dos últimos hicieron de ese
la policía sect-eta, licía
.
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El Autócrata
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cuerpo de seguridad pública, una verdadera institución de la Mazorca, como en los tiempos de Rosas en la Argentina. Nada ni nadie alcanzó el triste privilegio de inspirar más terror y más honda repulsión en Guatemala que la policía y sus agentes ^asociación de la mano negra en un cinematógrafo de horrores.
—
Pero la verdad es que
los delatores, los corche-
verdugos ofihubiera yo de mencionarlos, nos encontraríamos con nombres pertenecientes aun a las más altas clases de la sociedad. Tan grande fue la muchedumbre de servidores incondicionales del autócrata que, en los últimos tiempos del poderío cabrerista, sobraban los ejecutores y faltaba ocupación en qué emplearlos. El decoro de Guatemala obliga a no remover más aquel légamo putrefacto. No escribo para descubrir albañales sino para fijar las características históricas más importantes de la autocracia cabretes sin placa policial, los espías, los
ciosos y oficiales fueron
y
legión,
si
rista.
La
política administrativa
distinguió por el
de Estrada Cabrera se
empeño en remover
lo
menos
po-
Los secretarios de Estado duraban años, lustros, décadas en el goce de la prebenda ministerial, que apenas imponía al agraciado las obligaciones de un amanuense de la
sible al personal del gobierno.
presidencia. Jefes políticos, directores generales, colos había crónicos, padecidos
mandantes militares
por los pueblos como una lacra incurable, con la que al fin se encontraban bien hallados los guatemaltecos, satisfechos de no cambiar de dolama. Otro que venga comentaban las gentes sería sin duda peor: el actual ya está bien cebado de dineros y los nuevos llegan con hambre.
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Garlos Wyld Ospina
Porfirio Díaz, contemporáneo y maestro de Estrada Cabrera, llamó a su lado, según sus biógrafos e historiadores, a todos los hombres útiles que pudo, aun a sus enemigos personales. El general Barrios hizo, en parte, otro tanto. Estrada Cabrera no quiso imitar en esto a sus dos grandes colegas. Tal proceder dio a la administración cabrerista aquella su inconfundible condición de ineptitud y estancamiento, de rutina, de agua muerta en que, como el rey
Cretino, de Carrere, el autócrata reinaba solo, entre sus favoritos, sus queridas y sus soldados. Ni he aquí el lema. ideas nuevas ni hombres nuevos La indefinida permanencia en los cargos públicos iba poco a poco convirtiendo a los funcionarios en meros negociantes. Dejaban la política en manos del amo, contentándose con secundarlo fielmente y obedecerlo a ciegas; y como este menester no robaba mucho tiempo ni ofrecía complicaciones mayores,
—
y empleados de la nación se dedicaron tranquilamente a hacer negocios y redondear fortunas. A los cabreristas de esta laya les llamó el pueblo pisteros, es decir, ambiciosos de numerario: el guatemalteco nombra pisto al dinero. Y en tal respecto hay que confesar que aquellos pisteros fuéronlo de manera incorregible, empedernida e insaciable. Efectivamente que existía cierta casta de cabreristas tan pisteros como los anteriores, pero
los funcionarios
mucho más
temibles: los esbirros.
Y
conio la sed
de oro no admitía excepciones, el cabrerismo se caracterizó por el robo sistemático a la hacienda pública y la explotación cínica y pacienzuda del ciudadano. Cuéntase, y es la verdad, que en los pueblos pequeños y algunos grandes también, las autoridades conceptuaban los días de fiesta titular, de ferias o jolgorios, como época de lícitas cosechas para sus bolsillos. En esos días llega a los poblados multi-
El Autócrata
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tud de forasteros y todo hijo de vecino quiere echar una cana al aire; y la cosecha consistía en destacar a los agentes de autoridad, cuyo número se aumentaba con plazas extraordinarias, y conducir a la cárcel verdaderos rebaños de hombres, mujeres y niños, que iban luego saliendo de ella, en fila ordenada, mediante el pago de una multa de tantos pesos yer cájñta. El monto de la multa se fijaba según anduviera el tipo de cambio del papel moneda circulante sobre el oro norteamericano. A la puerta de la cárcel-corral se situaba un individuo listo y experto en aquel tráfico, quien iba recibiendo las multas. Lo malo era que el mandarín del lugar se negaba a dar recibo o extender cualquiera especie de constancia de pago ... y los multados, a poco de alongarse por la calle, volvían a caer en manos de los corchetes y alguaciles: ¡y vuelta a •
empezar! Estrada Cabrera exigía de sus servidores dos requisitos indispensables si querícm conservar el puesto: obedecerle sin chistar y adularle sin tregua. Ningún extremo de obediencia juzgábase demasía: ningún extremo de servilismo debía enrojecer las mejillas de un servidor del tirano. De aquí que se exagerase siempre el cumplimiento de una orden presidencial, y las autoridades y "amigos del señor prresidente" anduviesen desalados, torturándose el magín para dar con un modo inédito y eficaz de conservar o atraerse la inapreciable gracia del autócrata. Pero los medios escaseaban al cabo, agotábanse los recursos y los días de "fiesta nacional", en que el rito autocrático mandaba felicitar al amo y señor, eran demasiados: onomásticos de él y sus parientes; cumpleaños de todos los miembros de la familia real; toma de posesión de la presidencia de la República; aniversarios de cuantos sucesos,
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públicos o privados, eran ''timbre de gloria" para el gobernante; triunfos políticos; fechas nacionales, etcétera, y era el caso de que ya no había qué inaugurar en los pueblos con el nombre y bajo la advocación del gobernante y su familia, porque en un
año entero no se en j albergara el edificio de la alcaldía, ni se hiciera reparación alguna a la techumbre de un puente comunal ni se dotara a la escuela pública de un nuevo pizarrón. Y entonces simulábase lo que no existía. Entérese
el
lector de esta regocijada historieta,
testigo presencial, persona que me de indiscutible veracidad. Es un botón de muestra, escogido entre millares. Y va de cuento "Un fotógrafo de apellido Sánchez y de origen español, residente en Guatemala por mucho tiempo, fue llamado un día por la municipalidad de Gualán poblacho inmediato a la vía férrea del norte para que obtuviese unas fotografías de algunas obras públicas que se inaugurarían con motivo del cumpleaños de doña Joaquina como se llamaba familiarmente a la señora madre del presidente Marchó el fotógrafo, y ya en el pueblo, el alcalde y el comisionado político lo plantaron delante una vieja fuente pública, que se alzaba en mitad de la plaza pueblerina. ¿Esto debo fotografiar? preguntó el discípulo de Daguerre al ver la fuente vacía. Sí contestáronle pero espere usted un momentito. ¡A ver vos sargento! gritó el comisionado echen ¡que el agua! Unos soldados trajeron tina jos con el precioso líquido y vaciados en la taza superior de la fuente, desbordáronse dos hermosos chorros. ¡Apresúrese maistro suplicó el dueño de la autoridad antes de que se acabe el agua! Se trataba de una prueba gráfica de la más importante obra de progreso realizada durante el
ha referido un
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—
El Autócrata año en
el
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pueblo de Gualán, con la patriótica ayuda
del excelentísimo señor presidente de la República, benemérito de la patria, etcétera: la introducción del agua potable. Tomada la fotografía, sacaron
con grandes precauciones del edificio de la comandancia local, un extraño armatoste de madera forrado con manta blanca, en forma de monumental cuadrángulo, en una de cuyas caras se leía: Monimiento de calicanto erigido por el pueblo de Gualán en homenaje a la inolvidable y virtuosa matrona doña Joaquina Cabrera de Estrada, etcétera. ¡Otra prueba gráfica de los desvelos patrióticos de la autoridad gualanense! La administración entera no fue sino una farsa. Como un ácido maligno, la mentira lo corroyó todo, lo corrompió todo. Se vivía de la mentira, en la mentira y para la mentira. Como el armatoste de madera y lona de los listos gualanenses, la República mostraba un frontis de trapo pintarrajeado simulando un monumento de progreso. Adentro no había más que polvo, telarañas y sabandijas... Los penosos y lentos avances de la nación en el sentido de la cultura contemporánea obedecían, más que a la acción oficial, al empuje incontrastable de fuerzas naturales que encontraban muchas veces en el Estado, cuya personificación era el autócrata, toda suerte de valladares y estropiezos. Es imposible que una tiranía, por estéril y matadora que sea, no deje algo bueno y perdurable a los pueblos que la han sufrido. Pero ello se realiza en detalles aislados y en aspectos secundarios de la administración. La iniciativa individual no muere nunca, ni bajo las opresiones más monstruosas, porque es simplemente la manifestación de la vida que se abre paso, y si es preciso, por encima de .
los intereses
humanos.
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He dicho ya que la autocracia cabrerista, al contrario de la autocracia porfiriana, no se preocupó ni tan siquiera de la prosperidad material del país, que suele ser el modo de justificación históbuscado por todos los absolutismos. En los años que gobernó Estrada Cabrera, se consumó la ruina casi total de la nación en tres aspectos principales: el económico, el espiritual y el político. La espantosa decadencia económica de Guatemala la trataré en capitulo aparte por su vasta y decisiva importancia. La bancarrota de la moralidad, pública, y la muerte, o al menos la parálisis del espíritu cívico, que se inició con la autocracia del general Barrios, las hemos comprobado y las seguiremos comprobando en el correr de estas páginas. Y la conversión de Guatemala, de una nación libre y soberana que fuera antes, pese a su debilidad internacional, en una especie de feudo de los Estados Unidos de Norteamérica y del capitalismo extranjero, que ha llegado a poseer el 75 o el 80 por ciento de la propiedad territorial en producción y la casi totalidad del comercio y los trasportes, ya la veremos más detenidamente a su rica
veintidós
tiempo.
No
obstante, en los días de Estrada Cabrera los del general Barrios, se hablaba sin cesar en todos los tonos y a los cuatro vientos, de la publicidad, de progreso, cultura y adelanto. Estrada Cabrera fue también el Padre del pueblo, el Hijo del pueblo y el Espíritu Santo del pueblo: Propulsor del progreso, salvaguarda de la libertad, guardián de la ley y s.alvador de la República: sin él la nación hubiese perecido y la existencia de los dos millones de guatemaltecos no se concibiera
como en
más que en
la ruina, el retroceso
y
la esclavitud.
—
El Autócrata
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Estrada Cabrera, como más tarde su sucesor y hechura suya, el inepto presidente Orellana lo hiciera con los caminos, fincó "su mejor obra de gobernante" en la instrucción del pueblo. Y aquí la farsa tocó los límites de la infamia, porque se tomaba el nombre y el porvenir de la juventud con fines de mera bambolla política. Bajo cualquiera de los gobiernos pasados, hubo más y mejores escuelas en el país; pero Estrada Cabrera corrigió la historia y declaró que ningún esfuerzo anterior en materia de educación valía nada, para lo cual se calumnió miserablemente a la administración de Reina Barrios. El autócrata echóse sobre los hombros la chupa del dómine y se presentó ante el mundo como el gran educador. No vale el trabajo de analizar en sus detalles cómicos y tristes a la vez, la farsa educativa representada durante aquel gobierno. Es cosa harto sabida, incluso en los países extraños que en un tiempo se tragaron la rueda de molino a fuerza de propaganda. Pero citaré un hecho que por sí solo califica la nefanda mentira: sépase que bajo la férula del gran pedagogo los maestros de escuela formaron una casta social de menesterosos, casi de mendigos. Percibían emolumentos irrisorios que, con todo, no eran pagados puntualmente. Para ver de subsistir, los paupérrimos hijos de Pestalozzi tenían que vender sus recibos a los agiotistas de menor cuantía, con descuento del 25 por ciento y aun más. Refiérese que, en más de una ocasión, altos miembros del gobierno hicieron el negocio en grande escala, acaparando el presupuesto enteró de instrucción pública, mediante la ayuda de agentes secretos. Guatemala >>iven proclamando sus gobernantes "es un país esencialmente agrícola". No mienten, l^ero debe agregarse que es un país de agricultura
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incipiente y pobre. Guatemala no tiene comunicaciones ni caminos modernos y bastantes a las exigencias, no solo de su desarrollo futuro, sino de sus necesidades presentes. Guatemala carece de técnicos, en el sentido actual de la palabra: carece de ingenieros, de peritos industriales y administrativos,
de obrerismo técnicamente preparado. Pues bien: Estrada Cabrera, para coronarse de gloria educando a su pueblo, se dedicó a hacer bachilleres que, más tarde, habían de metamorfosearse en una plaga de abogados y médicos. En vez de escuelas de artes
y
oficios, hizo escuelas prácticas,
como
él las
bau-
en donde, pese al nombrecito, se impartía una instrucción puramente escolástica, de tipo rezagado, sin nada de práctica ni aplicable a las condiciones reales del país. En vez de fundar una moderna Facultad de Ingeniería, que preparase a los hombres que debían abrir los caminos, levantar los puentes, construir los ferrocarriles, desecar los pantanos, sanear las ciudades; en vez de establecer una capaz Escuela de Agricultura que formase una generación de agrónomos y especialistas en la industria del café, de la caña, de la pecuaria, etcétera, y convirtiesen a Guatemala, de país que sobre un suelo rico padece escasez, en el emporio de prosperidad que le garantizan sus recursos naturales, creó una Universidad Nacional de simple farsa, cuyo único fruto apreciable fue un acuerdo por el cual se invistió al autócrata con el título de Doctor en Ciencias Políticas y Sociales ... Y es que Estrada Cabrera fue un hombre de mentalidad rezagada, de temperamento misántropo y educación medieval, incapaz de comprender el sentido de la escuela contemporánea. Era el dómine antiguo, de chupa y palmeta. Nada más. tizó,
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Estrada Cabrera simuló siempre un gran respeto y un cariño filial por el ejército de Guatemala, al que llamaba "heroico y leal". La verdad es que lo degradó y humilló cuanto pudo. El soldado raso, como el maestro de escuela, llegó a ser un mendigo vergonzante. En las calles de la capital de Guatemala se vio a los soldados recoger cascaras de frutas, arrojadas a la vía por los transeúntes, para matar el hambre crónica que se sufría en los cuarteles. Era frecuente que un individuo de tropa, un cabo o un sargento, y hasta oficiales de baja graduación, detuviesen al paso a los viandantes, pidiéndoles **un peso para tomar un traguito". En cambio, a los jefes de su devoción, el presidente les colmó de riquezas; pero casi siempre con arreglo a su peculiar manera de protector: cuando el protegido había redondeado una apreciable fortuna, le dejaba cesante y hacía de modo que gastara o dilapidase sus "ahorros". Así conservaba don Manuel su eterna condición de gran distribuidor de los bienes nacionales, sin cuya venia no se podía comer pan en Guatemala; y así creyó mantener fieles a sus subordinados. Tal proceder, extendiéndose a todos los órdenes de la vida del país, se convertía en un verdadero sistema político. No solo la pecunia sino la fama, la influencia social, el talento, la popularidad, se tasaban a los ciudadanos por el autócrata. Cuando alguien sobrepasaba el límite que él le había asignado in mente, se maniobraba de suerte que la víctima descendiese de su posición y aun se viera obligada a impetrar la ayuda del amo de la República para salir con bien de malos negocios, líos sociales y hasta amorosos conflictos. Para asegurar la perfecta eficacia del sistema, Estrada Cabrera empleaba su arma favorita de leguleyo: el proceso falso, que encubierta u ostensi.
.
lio
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blemente mandaba incoar o incoaba él mismo, con su propio puño, a los desafectos y sospechosos. Aun más: no solían librarse del proceso falso ni los amigos del señor presidente. Era la famosa espada del cortesano de Dionisio suspendida sobre la cabeza de amigos y enemigos. Por de contado, que la víctima debía agradecer al tirano su generosa clemencia en impedir la caída del tajo sobre la testa indefensa. Inclinado al borde de un abismo, el ciudadano sabia que era suficiente una orden, telegrafiada a un juez, para que él se viese precipitado a la sima .
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El proceso falso fue una de las más grandes de la autocracia. Puede decirse que cada guatemalteco tenía el suyo. Como Estrada Cabrera fue un fanático de las formalidades legales, estos procesos siempre estaban de acuerdo con la letra de los códigos, aunque sus orígenes fuesen más falsos que una moneda de plomo. Algunos de ellos repútanse como obras maestras de la habilidad abogadil del benemérito, que nunca retuvo a un hombre en la cárcel ni lo envió al patíbulo sin su coinstituciones
rrespondiente legajo justificatorio bajo la axila.
Unas palabras más acerca de las relaciones del autócrata con el ejército. A los altos jefes militares trató de demostrarles, desde el primer momento de su presidencia, que él era el único poder en Guatemala. Se me relató una vez la anécdota siguiente, más ilustrativa que cualquier comentario. Si no fuese exacta, a pesar de la buena fuente en que la obtuve, adviértase que no solo en una ocasión sino en muchas, Estrada Cabrera obró de análoga manera con sus servidores galoneados. Fue en
los tiempos del interinato presidencial. El general Carlos García León andaba por occi-
El Autócrata
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dente develando la revolución de Próspero Morales, y recibió un aviso urgente del designado, mandándole presentarse en la capital sin pérdida de momento. Dicese que el bravo jefe indignóse, y con voz airada, ofreció "enseñar al licenciado que está en la presidencia que no debe meterse en lo que no entiende, y distraer a los altos jefes militares de su campo de operaciones". Alguien oyó la amenaza y corrió con el soplo al interino. Cuando éste recibió al general demostróle bien a las claras quién de los dos era el jefe, con estas o parecidas palabras:
— ¿Está usted creyendo,
general García León, que porque calzo guante blanco (a la sazón llevaba el designado guantes de ese color, al retorno de alguna función oficial) no les puedo asentar la mano a los insolentes. y si es preciso con guante rojo? .
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Excusado es decir que la actitud de García León fue la del asombro más absoluto; y hay que agregar que también de la sumisión más completa. De entonces acá se supo ya cómo se las gastaba el licenciadito, se llevaran o no charreteras de general.
Tan extraordinaria amalgama de calidades formaron la personalidad del político, que en Guatemala fue más poderoso que los reyes en sus dominios y los sátrapas entre la
grey de sus esclavos.
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Las banderías
La
política militante se
políticas
ha desenvuelto en Gua-
temala en dos corrientes únicas, de las cuales deconservador y el liberal. La genealogía de esos dos mal llamados partidos se remonta a los años precursores de la independencia de Centro América. Dice Virgilio Rodríguez Beteta en sus Ideologías de la Independenciasrivan dos bandos:
el
Al rededor de este periódico (El Editor Constitucional del procer don Pedro Molina) se agruparon muchas personas y de este grupo nació nuestro primer partido político. No puede decirse que este partido estuviera basado, esencialmente, en cuestión de ideas. Aunque, por lo general, el fin era uno (la independencia de España) los móviles y aspiraciones, tan ímpor- .. tantes para el resultado definitivo, no lo eran.^l Si indagamos bien, resultará que eran más bien razones de orden personal las que ligaban a aquel grupo. Inmediatamente apareció, enfrentándose a este periódico, otro a cuya cabeza figuraba José Cecilio del Valle, que fundó El Amigo de la Patria, a cuyo rededor se agruparon los españoles, formando el partido que se enfrentó al primero.*
Y más
adelante:
Aparecen entonces (después de
la independenverdaderos que persisten a través de aquella primera centuria de nuestra vida independiente, y cuyo enfrentamiento y surgimiento eran un natural resultado de las concia) los dos partidos
diciones étnico-sociales. 1
Páginas
17,
18 y 19 ob.
cit.
De
uji lado,
el
partido
.
El Autócrata
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que había representado durante la Colonia a la clase de más arriba, privilegiada, rica y aristócrata, y del otro el grupo de gente ilustrada, sin riquezas acumuladas en sucesiones de familia y sin pretensiones de abolengo linajudo".''
En realidad, nuestras banderías políticas nacieron de un antagonismo de castas sistema en que descansó la vida de la Colonia. Pero entonces, como también posteriormente, tal antagonismo se fundaba, de modo especial, en diferencias económicas. Las teorías políticas solo han sido antifaz de intereses mucho más materiales y concretos. Como el jacobinismo liberal se ha servido de las ideologías de la época para triunfar de sus contrarios y destruirlos, el jacobinismo conservador echó mano del sentimiento religioso de las muchedumbres para privar sobre sus antagonistas. Nuestros bandos políticos representan la pugna entre la metrópoli y las provincias, durante la Colonia y la Federación, y entre la capital y los departamentos, más tarde, con sus derivados de rivalidad entre las ciudades principales; verbigracia: Guatemala y Quezaltenango, León y Granada, San Salvador y Santa Ana Las capitales crean siempre núcleos aristocráticos, cimentados en el poder, la hacienda personal y la cultura. Cuando el sistema político-administrativo imperante es tan centralizador como el nuestro, la oposición a las clases aristocráticas'' se agudeza de modo excesivo y determina la formación de dos grupos de intereses, los cuales comienzan por considerarse como aristócrata el uno y plebeyo el otro.
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2 3
Página 22
No hablo
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ob. cit.
de la aristocracia de pergaminos, que no existió propiamente en Centro América, donde no hubo más que un marqués auténtico.
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Carlos Wvld Ospina
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formada antaño en Guatemala Esta aristocracia por las familias y representativa, en un principio, de las fuerzas sociales de primera categoría: gotenía necesariamente bierno, plutocracia y clero qué tomar el mote de conservador, a imitación de España y otros países sudamericanos. Entonces los plebeyos se llamaron a si mismos liberales, adoptando la ideología de este credo, en boga a la sazón en ciertas naciones de Europa. Este segundo grupo, ya convertido en bando político, reclutó sus i adeptos no solamente entre la gente ilustrada, sin riquezas acumuladas en sucesiones de familia, como dice Rodríguez Beteta, sino también, entre las clases poco ilustradas y entre los departamentales ambiciosos de mejorar de condición, quienes, por fuerza, tenían que ver con odio la fortuna y el poder social de las clases privilegiadas. Lejana de participar en esta lucha por los bienes terrenos, se mantuvo la idea religiosa, que nos promete el goce de los bienes celestes a trueque de renunciar a los otros. Las creencias religiosas no tuvieron qué ver en las disputas políticas, aunque se las tomara en veces como pretexto y aunque el clero participara en la contienda. La religiosidad es tradicional en nuestro pueblo y la fe privada ha sido siempre tan viva entre conservadores como entre liberales, con la diferencia de que estos últimos no van ostensiblemente a misa ni se confiesan con los curas, aunque se casen canónicamente, bauticen a sus hijos, tengan en sus casas oratorios particulares y oculten bajo la camisa, medallas y escapularios benditos. Ingenieros afirma, en su Evolución de las Ideds Argentinas, que *'nada quisieron innovar los revolucionarios en materia religiosa"; y nada tampoco se ha innovado después, como que la religión es una de las pocas fuerzas
—
El Autócrata
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cohesivas que aun mantienen una sombra de nacionalidad autónoma en Centro América. Los que somos naturalmente irreligiosos, comprendemos bien cómo la religiosidad es una cuestión de tempera-
mento y no dé
cultura.
La
posesión del poder público ha sido siempre entre nosotros el expediente más rápido y seguro para escalar las altas posiciones sociales. De aquí qué la lucha de los dos bandos político-históricos no se haya referido nunca a los principios doctrinarios, los cuales solo decoran la fachada del edificio. Ningún gobierno emanado de una u otra bandería se ha mostrado consecuente con la doctrina proclamada, sobre todo, los gobiernos de faliación liberal, sistemáticos conculcadores de los postulados de su credo, pues casi siempre les vemos establecer la autocracia donde debieran implantar el sistema democrático. De aquí también que el liberal enriquecido sea en su conducta privada y en su mentalidad tan conservador, o más, que su contrario. Y el cachureco venido a menos, suele pensar y obrar como el liberal que ha perdido su fortuna y quiere rehacerla. Por eso carecemos de un conservatismo y un liberalismo de abolengo doctrinario, como ocurre en naciones donde las dos ideologías tuvieron uña influencia decisiva en el desarrollo social.
Cada bandería mundo religioso,
política,
como cada
iglesia
en
el
necesita poseer un santoral y un martirologio cívicos qué ofrecer a la veneración de sus fieles. Sin santos no hay altares, sin altares no hay cuito, sin culto no hay feligreses y sin fe-
116
Carlos Wyld Ospina
ligreses no hay iglesia militante posible. La religión la política se identifican en esto. La deificación de sus más distinguidos milites es una necesidad
y
de vida o muerte para la
fe,
sea política o
reli-
giosa.
El deber inicial de todo gobierno en Guatemala consiste en hacer acto de devoción hacia los santones de su secta. Estrada Cabrera mismo, que siempre pretendió aparecer como el primero en todo y que, en su fuero interno, despreciaba a los héroes del liberalismo, mantuvo en el pueblo el culto de aquellos hombres, especialmente en la juventud, a la que se le ha educado, desde los tiempos de la dominación española, en el dogma político que excluye el libre examen. Así es como se ha escrito una historia de mentiras y se ha elaborado una falsa tradición de grandezas que no existen más que en la imaginación de los plumarios, a quienes se les encargan apologías, panegíricos y loas, a precios convencionales. Así es como el interés partidario ha convertido a nulidades y medianías en estadistas dignos de que la gratitud nacional les eleve monumentos, tal como se intenta hacer con el gobernante más inepto y el jefe más incoloro que ha tenido el país, José María Orellana; y así se seguirá haciendo mientras los intelectuales libres no se encarguen de cancelar la patente de las glorias de similor. La moneda falsa de nuestros dos partidos históricos, ostenta al anverso, la efigie liberal y al reverso, la efigie conservadora. El bando conservador no existe organizado desde el año 71 a nuestros días, y es probable que, incapaz de levantar la losa del descrédito público, que pesa temto sobre él como sobre sus antagonistas, no se reorganizará nunca ni alzará de nuevo su vieja enseña
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El Autócrata
•
117
combativa. El bando conservador está nulificado de hecho; sus últimas huestes se arriman a otras banderías ocasionales, y hasta han llegado a confundirse con sus antiguos enemigos, los liberales, como lo vimos en la última campaña electoral, en 1926, cuando rojos y cachos acuerparon la candidatura presidencial del general Chacón, en busca de la primacía en los favores del mandatario. El desaparecimiento de la postrera y anacrónica bandería, la liberal, debe ser obra de la juventud guatemalteca que aun quiere pensar con su cabeza. como lo escribí yo mismo en un periódiEse bando co político en 1921, provocando la grita estruendosa de sus corifeos es comparable ya, ideológicamente, a una momia apolillada, de la que hace mucho tiempo huyó todo rastro de espíritu, pero ante la cual, feligreses ciegos siguen yendo a depositar, como ante una deidad viva, sus ofrendas de copal indio, de sangre y de flores. Tiempo sobrado es ya de reaccionar contra el fetichismo político. La mu-
—
—
chedumbre, que no discierne, toma las ideas que se le dan, verdaderas o erróneas, porque, aun sin analizarlas, las necesita para vivir. Durante un siglo entero se ha abusado escandalosamente de su credulidad política: llegó la hora de desengañarla, emancipando su pensamiento del medioevo espiritual en que se la mantiene sumida .
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He negado a nuestras banderías políticas la condición de partidos porque les falta, no solo la fuerza de una ideología definida, sino la acción permanente y organizada. Su actuación es ocasional y esporádica; salen únicamente a luz, como los santos de palo en las procesiones litúrgicas^ cada vez que ha
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Carlos Wyld Ospina
de elegirse un presidente o repararse una revuelta armada para derrocar a otro presidente de la República.
Estas características habilitan a ambos grupos de simples banderías, y no de partidos, como ellas sin embargo se hacen llamar. El desacuerdo entre la ideología liberal, filosóficamente considerada, y las doctrinas de nuestro liberalismo sui géneris, alcanza extremos verdaderamente cómicos. Un escritor guatemalteco^ dice con acierto:
i
j
]
Si en materia de tecnología política no viviéralos chapines en perpetua riña con el diccionario de la lengua, lo que aquí se conoce por partido liberal debería llamarse burocracia liberal, puesto que el tal partido está integrado
mos
exclusivamente por el elemento burocrático acy cesante. El adjetivo liberal puede pasar a manera de un provincialismo propio de México, de Guatemala y de Nicaragua, ya que en
tivo
d
países tiene idéntico significado, y j quien en ellos adopta esa denominación para encubrir sus tendencias políticas, sabe a lo que se atiene y a lo que se expone. estos tres
La crisis del liberalismo es universal. El pensador mexicana) Rafael Nieto, juzga así lo que él llama "la tragedia del liberalismo":'
En casi todos los países (Francia es una conspicua excepción) el liberalismo está en nle^a bancarrota. El fenómeno es perfectamente lógico. El liberalismo no es una determinada serie de principios políticos ni un programa concreto de renovación social. Es en realidad un impulso espiritual, un estado de ánimo, un principio de 4 Manuel Cobos Batres, El liberalismo y sus héroe«. Diario El lTnT>arcial, Guat^m-^la. ^ 5 El imperio de los Estados Unidos y otro» ensayos. Jalapa, Ver. 1927.
El Autócrata
119
acción de aplicaciones elásticas e infinitas a las condiciones cambiantes de la sociedad. Liberalismo es progresivismo. Un movimiento político progresivo debe su existencia, no a la adopción
de determinados específicos de reforma social, sino al hecho simple y concreto de ser progresivo. El liberalismo debiera, por tanto, ocupar lugar preeminente en la dirección de las cuestiones políticas y económicas que apasionan a todos los hombres en esta época de crisis y angustias sociales. Pero no sucede así. Por el contrario, los partidos políticos liberales van de derrota en derrota, dejando el campo a los socialistas y a los conservadores. ¿Por qué.'' Porque el liberalismo ha dejado de ser progresivo. Porque de fuerza dinámica se ha convertido en resistencia estática. Porque, en suma, el liberalismo sigue aplicando los principios de una economía basada en el laissez-faire y la libre competencia, a una sociedad que está rápida-
mente abandonando estas hipótesis. Y enseguida que el liberalismo ha dejado de ser progresivo, ha desertado de su puesto en las vanguardias de reforma social, y ha perdido, en consecuencia, su razón de ser. En el momento en que el liberalismo ha predicado una atemperada moderación evolutiva, contraria al acelerado desarrollo social presente, y se ha contentado con tratar los síntomas sin descender a la raíz de los males sociales contemporáneos, ha pasado su bandera a los conservadores. Que se haga la luz, pero no muy intensa; que se intenten reformas, pero muy moderadas y muy dulces, son propósitos sinónimos a los corrientes en el campo plutagógico; mantener la ley y el orden, preservar los intereses creados respetar los sagrados derechos de la propiedad, someterse al prestigio y a la autoridad de los gobiernos de arriba, Y para todas estas cosas sirven mejor los conservadores que los liberales.
Arturo Capdevila, otro pensador encuentra por su parte que:
suramericano,
Garlos Wyld Osfina
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liberalismo democrático se apresta a aplastar leuuaiismo ea su real y tan guardado reducto: la propiedad privada del suelo. Las demás batallas fueron gloriosísimas sin duda. No el ai
diremos que no. Muchas verdades hubo qué desencadenar y qué libertar de mazmorras. Mas proclamados los derechos del hombre, conseguida la forma republicana, abolida la esclavitud, instituido el sufragio, la batalla decisiva es la que se va a librar. Hay que elegirse nuesto. Se acabaron los sofismas y las suspicacias. Ya conocemos las banderas y los campamentos. Ya sabemos que las banderas son dos. solamente dos: la del feudalismo y la del liberalismo democrático; la del feudalismo, y bajo ella nos devorarán cuando les plazca los Estados Unidos: y la del liberalismo democrático, bajo la cual, aunque quieran, no nos devorarán.*
Ambos modos de entender el liberalismo, como impulso espiritual hacia adelante o como doctrina con médula económica, pudiéramos decir agraria. son igualmente verdaderos a mi Juicio. Uno es el liberalismo virtual y el otro el liberalismo práctico. El primero es el principio dinámico del liberalismo. mientras el segundo, es la aplicación concreta sobre la sociedad contemporánea del liberalismo convertido en doctrina política. No hay en esto antinomia sino perfecto acuerdo. El georgismo, o en otras palabras, la abolición de la propiedad privada de la tierra, puede considerarse como la máxima aspiración moderna del espíritu liberal, según la tesis del escritor me j icano. Pues bien, nuestro liberalismo, el de los políticos y presupuestívoros que en Guatemala se hacen llamar liberales solo porque reverencian las figuras de Barrios y Montúfar, está en pugna con ambas definiciones: ni es progresivismo ni es georgismo, ,
6
América, Buenos Aires,
192.6.
ElAutócrata Es puro feudalismo. No
solo está
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formado por una
burocracia egoísta y esquilmadora, sin ideales y sin grandeza, sino por una casta de propietarios improvisados, detentadores celosos de la tierra, en provecho propio y exclusivo. Y este andamiaje liberal se apuntala, como todo feudalismo, sobre privilegios que, a su vez, se apoyan en las bayonetas.
Tenemos pues en Guatemala, en pleno siglo XX, después de Henry George y el comodoro Rivadavia, un liberalismo feudalista, una viviente paradoja, un espantajo político compuesto de las cosas más desemejantes entre sí, que si no hace sonreír es por los males positivos que viene produciendo al país, el cual se mira, a la hora de ahora, con su autonomía maltrecha y con su economía en manos de la plutocracia extranjera.
122
Carlos Wyld Ospina
La función
lia Constitución política.
reelecciones.
La
electoral
y
las
sucesión presidencial.
La Constitución política de la república de Guatemala, emitida en 1879, es una Constitución para dictadores. Está concebida y formulada de manera que dentro de ella, sin violar ostensiblemente sus preceptos, se realice la dictadura legal. Así lo declara su autor mismo, el doctor Montúfar. Esta Constitución, que actualmente rige,' centraen el presidente de la República todos los poderes efectivos del Estado. Faculta al jefe del Ejecutivo para suspender las garantías individuales con solo el acuerdo de su consejo de ministros; para nombrar y destituir jueces; para conceder indultos a reos de delitos comunes, condenados por los tribunales de justicia; para legislar de la manera más amplia, en todo y por todo, durante el receso del Poder Legislativo, y otras diversas facultades que hacen de aquel funcionario el poder supremo y casi liza
irresponsable del Estado. 1 Escrito ya el presente capitulo, una Asamblea Constituyente ha reformado la Constitución de Guatemala. La obra de esta Asamblea ha sido la de un sastre de barato: poner remiendos a un traje viejo. Con la nueva ley sustantiva pese a algunas reformas y disposiciones nuevas, benéficas en teoría, pero incoherentes con respecto a la totalidad de este código supremo, el presidente de la República sigue siendo, con mayor eficacia, el deus ex machina que todo lo dispone en el país; y el Poder Ejecutivo el único poder real en la República. Ahora bien, como este libro se refiere, en buena parte, a situaciones anteriores y enmarca tiranías pasadas, no he creído necesario alterar el capítulo presente, que versa sobre las condiciones legales en f^ue se nos ha gobernado, y bajo las cuales prosperó la autocracia, especialmente la de Estrada Cabrera figura céntrica de esta semblanza.
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El Autócrata
123
La facultad constitucional de suspender las garantías individuales, con formalidad tan sencilla como es el acuerdo del consejo de ministros, ha colocado a la República a merced de la voluntad, en este caso omnímoda, del presidente. Basta que a los intereses políticos de este mandatario convenga, o basta simplemente su capricho o su deseo de venganza, para que se simule un levantamiento revolucionario, una alteración cualquiera del orden público y se suspendan las garantías individuales; y el orden público que nadie había interrumpido, se interrumpa de veras, dando ocasión a temibles represalias y abusos cometidos en nombre y salvaguarda de ese bendito orden y de la siempre invocada tranquilidad del país. La facultad de nombrar y destituir jueces convierte al Poder Judicial en ima entidad subsidiaria del Ejecutivo; y así ha sido hasta el presente. A este respecto, decía no ha mucho uno de los principales periódicos de la ciudad capital:^ ... en nuestra pobre Guatemala, donde la Constitución otorga al presidente de la República la facultad de poner y quitar jueces, que es lo mismo que decir darles o no darles de comer, y por ende, no hay ley que les impida a aquéllos desempeñar puestos en otros ramos de la administración pública, la justicia viene a ser algo irrisorio que se imparte de acuerdo con las sugestiones del mandatario. Y esto es la monstruoso, lo que solo ha tenido razón de ser en la infancia de Jos pueblos, bajo gobiernos patriarcales, cuando la vida se deslizaba suavemente, sin graves complicaciones.
La
facultad de conceder indultos a los reos de comunes, condenados por los tribunales or-
delitos 2
El Dfa, Guatemala.
Garlos Wyld Ospina
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dinarios, es otro absurdo solo tolerado en autocra-
como la nuestra. Esa facultad desvirtúa por completo el espíritu de la justicia y sus fines sociales, puesto que deja al capricho de un mandatario, que no es juez legal, ni siquiera, en la mayoría de los casos, un profesional del Derecho, el cumplimiento o no cumplimiento de las sentencias proferidas por la autoridad competente. Demás está decir que por tal causa, el desbarajuste, la inmoralidad y el abuso se enseñorean de ramo tan esencial de la administración pública. Las facultades extraordinarias que, por costumbre inveterada, otorga la Asamblea Legislativa al Poder Ejecutivo para legislar en todos los órdenes administrativos, durante el receso de la primera, que dura casi todo el año, constituyen otro absurdo cias
no menos
La
notorio.
ciencia constitucional
—dice un escritor— no
puede aceptar que el Poder en quien encarna la función de la soberanía para emitir las leyes, pueda despojarse de esta atribución privativa e indelegable, por virtud del acuerdo respectivo de sus componentes, que no son más que depositarios de aquélla y nunca superiores a la misma. Como tampoco sería concebible que el Ejecutivo pudiera delegar en la Asamblea las funciones que son de su exclusivo resorte e incumbencia. Esta anomalía legislativa ha dado origen al entronizamiento de las dictaduras legalizadas, por la concentración de facultades en uno solo de los Poderes del Estado.
Puede alegarse que esta práctica, por la cual el Poder Legislativo anula su función privativa, hasta convertirse en un organismo innecesario, no es rectamente constitucional; pero no es menos cierto que nuestra Constitución, al no prohibir de manera terminante la delegación de aquellas facultades en la
El Autócrata
125
forma absoluta en que se ha hecho, permitió y I>ermite la trasgresión apuntada.
No es esto solo. Ocurre también que, estando reunida y en funciones la Asamblea, el Ejecutivo legisle sobre materias diversas, según se dice, "en uso de las facultades extraordinarias concedidas por la misma Asamblea".^ Dos poderes legislativos funcionando simultáneamente dentro el Estado, es novedad jurídica que nos estaba destinado implantar a los guatemaltecos, para asombro de los tratadistas de Derecho constitucional. La viciosa conformación de nuestras Asambleas ha tolerado estas irregularidades. Porque el cargo de diputado, por imperdonable omisión constitucional, no es incompatible con otros cargos y empleos públicos, de suerte que las Asambleas son formadas, indefectiblemente, por funcionarios y empleados del Ejecutivo, en inmensa mayoría. ¿Puede afirmarse, sin exageración alguna, que este hecho torna en una entidad meramente ficticia y nominal al Poder Legislativo? Claro que sí. Tiene este Poder la facultad de aprobar o no ciertos contratos que el Ejecutivo celebra con esa restricción constitucional, y aprueba o no, asimismo, las leyes que este último ha emitido en uso de las consabidas facultades extraordinarias. Pero tan necesaria atribución, encaminada a establecer un contralor sobre los actos del Ejecutivo que así lo requieran, queda anulada por el hecho que señalé en el párrafo anterior, la Asamblea, formada en mayoría por funcionarios y empleados del Ejecutivo, resulta en tal caso, juez y parte; son estos señores 3 El incidente señalado aqui, ocurrió con unas disposiciones legales dadas por el órgano del Ministerio de Educación, siendo secretarlo de ese despacho el doctor Federico Mora.
126
Carlos Wyld Ospina
quienes juzgan de sus propios actos y les dan ¡claro está! su aprobación.
El licenciado Elfego J. Polanco decia en la Asamblea Constituyente de 1903, convocada por mandato de Estrada Cabrera para reformar el artículo 66 de la Constitución de 1879, que prohibía la reelección del presidente de la República, estas o parecidas palabras:
Estoy en presencia de una Asamblea distinguida: veo en ella a los más altos personajes de la presente administración: el jefe político de tal parte, el jefe político de tal otra, el administrador de rentas del departamento cual, el subsecretario de este ministerio, el bizarro general don fulano ... No puedo creer que haya otra Asamblea con elementos más distinguidos.
La jovial ironía del licenciado Polanco se refería a un invariable espectáculo de nuestra vida pública; en la Asamblea está siempre trasplantado el personal superior del Ejecutivo.
La Constitución vigente no solo permite la reelección presidencial sino la elección, para el cargo de presidente, del designado en ejercicio de la primera magistratura por falta o ausencia absoluta del presidente, con lo cual la alternabilidad es un mito y el sufragio libre una farsa indecorosa, y en ocasiones, sangrienta. Nuestro sistema electoral se basa en el voto diexactamente a haber hecho del Poder Ejecutivo el gra/nde y único elector. Según la Constitución, el analfabeto es ciudadano con derecho a sufragar; el mísero indio que nunca abandonara el corazón de la montaña, carente de toda noción política y que, en ciertas regiones del país, desconoce en absoluto el idioma castellano. El indio recto. Ello equivale
El Autócrata
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forma
las dos terceras partes, cuando menos, de la población total de Guatemala. El resto lo integran los mestizos (ladinos), que en mayoría son también analfabetos y que tocante a nociones de derecho no se diferencian mucho del indio, y el resto es gente más o menos ilustrada. Estos someros datos nos darán la clave de lo que pasa en nuestro país. Con el pretexto de una igualdad democrática imposible, pero en verdad con el propósito de poner en manos del gobierno la tramoya electoral, sin competencia alguna, los legisladores formularon la ley electoral que hoy rige. Todos los intentos posteriores de rehacer o reformar la ley, limitando el voto de los analfabetos, se han estrellado, como en 1921, contra el interés de mandatarios y políticos porque se mantenga un estado de cosas que hace de la República el feudo de los más fuertes, a guisa de patrimonio dinástico.
Cabe preguntar aquí: ¿qué ocurriría si el gobierno dejase completa libertad en las elecciones? ¿producirían éstas un gobierno popular? Si el gobierno dejase absoluta libertad en las elecciones y se limitara a ser su contralor, como la ley lo manda, la función electoral sería manejada por núcleos financiero-políticos, deseosos de apoderarse del mando, como en los Estados Unidos del norte, pero con la diferencia de que esos núcleos representarían entre nosotros el capitalismo extranjero, dispuesto a seguir apoderándose de la tierra y disponer a su sabor de la economía nacional. Como ahora el voto de las mayorías depende del gobierno, entonces dependería de las clases productoras y directoras. Tendríamos lo que se tiene en algunas grandes democracias modernas: un remedo de gobierno popular- representativo, pero en realidad un agente de la plutocracia.
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Pero no se sabe cuál de ambos extremos nos
resul-
taría peor.
Estos males de fondo los queremos remediar en Guatemala con leyes. Sin embargo, huelga demostrar que las leyes no aseguran la efectividad, siquiera relativa, de la democracia. Al contrario, a legislaciones avanzadamente democráticas, suelen corresponder gobiernos autocráticos. Cuando las leyes complican y dificultan exageradamente la función de gobernar, el Poder corta por lo sano; prescinde de la ley en sus actos, bajo el imperio de la necesidad, aunque cuida de respetar las apariencias formales de la ley. Para proyectar leyes hemos tenido a la vista los códigos de los países que, a nuestro parecer, forman
vanguardia de la democracia moderna; y si no hemos copiado siempre de manera servil, su influencia ha sido decisiva en la mente de nuestros proyectistas. Pero como la efectividad de la democracia no la asegura una legislación teóricamente perfecta sino una legislación adecuada a la estructura étnico-histórica de cada país, resulta lo que ya hemos visto: mientras mayor número de libertades y derechos nos garantizan las leyes, menos libertades y menos derechos gozamos en la práctica de la vida pública. Observando estos contrasentidos, un viajero curioso podría escribir en su libro de notas: desconfiad de los pueblos donde las leyes otorgan demasiadas garantías; por ahí deben de andar los la
los
tiranos
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Nuestros países necesitan una legislación sencilla y sobria. La ley sustantiva ha de tener esta condición, si ha de ser cumplida.
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El Autócrata
129
Estrada Cabrera no toleró ni un asomo de independencia al partido liberal usemos el término corriente. Dejólo subsistir como partido único con tal de que asumiera una misión pasiva y servil en lo absoluto. Ciertamente que no es otra la conducta de los déspotas con todos los partidos, sin distingos de nombres ni de credos. Los dirigentes del bando liberal se resignaron siempre con aquella obediencia musulmana al autócrata. La palabreja incondicional se puso entonces de moda; significó el lema de los servidores del gobernante, el distintivo de sus servicios y algo así como la contraseña para llegar hasta la gracia presidencial. Estrada Cabrera solo quería incondicionales a su vera: la amistad, la adhesión hacia su persona necesitó, para ser válida, llevar esta marca. Servicios que no se prestaban sin condición, no figuraban entre los que merecían la recompensa del presidente. La terrible abdicación íntima que la política de éste imponía a sus adictos constituyó el secreto del éxito de aquella autocracia, la cual, a modo del Moloch mitológico, tragaba honras, repu-
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taciones, escrúpulos,
y trituraba deberes, rebeldías, miramientos El partido de los liberales quedó, pues, reducido a un agente electoral y a una milicia defensiva. Cada vez que se acercaba el tiempo de una elección de presidente, poníase en movimiento al conglomerado, dotábasele de oficinas, quedaba a su servicio la imprenta nacional y a su dsposición una buena suma de dinero en la Tesorería. Reuníase luego una gran Convención del Liberalismo, o cosa parecida, la cual lanzaba manifiestos y proclamas a la nación. Se exponía en esos papeles el supremo, el lúnico, el sempiterno argumento, de cajón en todas las autocracias de este tipo: la paz, el progreso, la .
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seguridad interna y extema de la República, cuanto ésta era y cuanto en ésta valía, obra era del gobernante, por él iniciada y por él sostenida. La fal ta del mandatario providencial, aunque fuese por un solo día o por una sola hora, sumiría al país en el caos político, dentro el cual se vislumbraban, pavorosamente, la anarquía, la revuelta y la final intervención de los Estados Unidos del norte. Era, pues, categórico deber del patriotismo más puro mantener al gobernante encaramado en su sitial. La nación sabíase de memoria aquella leccioncita político-sentimental, y acabó por oírla como se oye una latosa función, que solo contratiempos y sacrificios nos ha de producir. Efectivamente, publicado el manifiesto de la Junta Magna de los liberales, entraban éstos en actividad galvánica, merced a los dineros de la Tesorería y al cebo de las recompensas futuras; y fundaban clubes por todas partes, no sin que antes una comisión del partido fuese a la casa presidencial a ofrecerle la candidatura al autócrata, con el ruego de aceptarla "por el solo interés de la Patria". En este acto se cruzaban los discursos más serviles y ditirámbicos por parte de los proponentes, y más mentirosos y me-j lífluos por la del agraciado. La nación, entretanto, callaba, y como quien calla otorga, el bando reeleccionista declaraba que el candidato nacional y único era el excelentísimo licenciado Manuel Estrada Cabrera. Y así resultaba éste electo por unanimidad, y- en veces por un número de votantes superior a la capacidad estadística del país; era que habían sufragado los difuntos de los cementerios y los ciudadanos inscritos en el Registro Civil en masa. Para relativo descargo de los liberales, que llevaban la batuta en la comedia electoral, debo decir, que en ella tomaron también parte conservadores
1
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indefinida filiación política. Ni los extranjeros permanecían ajenos a la baraúnda: recuérdanse todavía los nombres de muchos que jugaban un papel de primera fila en aquellas andanzas En la última reelección del autócrata entró la sociedad entera, o poco menos: aristócratas, conservadores, clericales con el ilustre señor obispo Pinol y Batres a la cabeza, formaron a retaguardia de
y personas de
los reeleccionistas
empedernidos
.
.
La primera
reelección del personaje se preparó nombrándose, por voto popular directo, al jefe del partido liberal: resultó electo, unánimemente, el licenciado Estrada Cabrera. Ese fue el primer paso político que se dio para tener un candidato obligado y una base para la reforma constitucional, que luego se realizara.
De aquellos acontecimientos nos da una sabrosa página Federico Hernández de León. Hela aquí:
—
escribe el coSus primeros días de presidente fueron mentarista acerca de Estrada Cabrera llenos de expedientes y rituales, y cuando ya se terminaba el periodo, acudió al recurso de la reforma constitucional para quedarse a perpetuidad en el mando. Mucho se habló entonces de la infamia que se iba a cometer. Hubo desvergonzado que pidiera la reforma de la Constitución como una salvación de la patria. La carta magna redactada por los liberales, nacida al calor de la revolución liberal, iba a romperse por los liberales para dar perpetuidad al poder de un mal hombre. Ya se había resistido (¿soportado?) al tirano por un lapso de cinco años; debía mantenérsele en el Poder para que siguiera abatiendo a los ciudadanos, y para lograr esa finalidad, se debía poner la mano en Se lo que tiene de más sagrado la República. convocó la Constituyente; el 12 de julio de 1903 se perpetraba el atentado. Los representantes del pueblo, como se llamaron a sí mismos aqwe-
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—
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diputados se reunieron y dictaron la reforque dice: El artículo 66 de la Constitución queda así: El período de la presidencia es de seis años. De esta manera quedaba abierta la reelección, porque se puede hacer lo que la ley no prohibe de manera expresa. Con esa reforma, la presidencia vitalicia era un hecho; valía tanto como lo que hicieron los conservadores del año 51 con Carrera; sólo que los conserva dores lo hicieron de manera franca, y los liberales se parapetaban tras principios de ridicula La Asamblea que rompía de interpretación. esta manera los principios democráticos proclamados por el liberalismo, estaba integrada en su mayoría por elementos de un liberalismo líos
ma
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bien definido. Su presidente era el licenciado don José Pinto; su primer vicepresidente el licenciado don Francisco Anguiano, que tuvo la jefatura del partido liberal en la administración de Barillas; como diputados figuraban don Arturo Ubico, don Francisco Fuentes, de los liberales de occidente; don Vicente Sáenz, grani-
época de don Rufino; don Adrián f» Vidaurre, que a la hora presente pasa, a pesar de sus grandes responsabilidades personales, liberal de la
como uno de doctor don
los liberales dirigentes; el ilustre A. Salazar, cuya filiación
Ramón
no puede ponerse en duda; don José María Reina Andrade, gran liberal; don Rafael D. Ponciano; don José Barrios E., hijo del Reformador; don Domingo Morales, a quien se le tuvo por uno de los liberales más limpios y que se emporcó en este asunto; el exaltado don Lucas T. Cojulún; el consabido don Mariano Cruz; don Luciano Barrios, sobrino del Reformador; don José A. Beteta, otro de los grandes liberales de la presente época, y otros muchos, que ya no cito por no dar a este capítulo el tinte de letanía... ¿Qué fe, qué confianza puede despertar
el
hombres son
si sus más grandes primeros en quebrantar los
partido liberal, los
Para la iuventud observadora, son anomalías que no acepta ni puede dejar pasar en silencio. Las doctriprincipios básicos del liberalismo?
—
El Autócrata
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ñas son unas y los procedimientos otros. Aquel atentado, consumado en la Carta Fundamental, sirvió para que Estrada Cabrera se sintiera fuerte, inconmovible, y el oprobio de su administración se prolongara á través de más de cuatro lustros, angustiosos, todos llenos de los recuerdos más dolorosos.*
¿Qué
qué confianza puede despertar el parcon ingenuidad el escritor si sus más grandes hombres son los primeros en quebrantar los principios básicos del liberalismo? El menos avisado de sus lectores, le responderá a Hernández de León que precisamente son esos hombres los que necesitan los autócratas para gobernar. Si los liberales no quebrantasen, con incorregible contumacia, los principios teóricos del liberalismo, no hubiesen ocupado el Poder por tan largos años. Y si los conservadores, a su vez, no se plegaran antaño a la voluntad absoluta del general Carrera, tampoco hubiesen gozado de las preeminencias y sinecuras que fueron su patrimonio político bajo el gobierno del guerrillero. Los principios son un estorbo para triunfar cuando el que impera es un autócrata. Por eso, nuestras desacreditadas banderías los arrojan de lado cada vez que corren a la fe,
tido liberal
—pregunta
conquista del Poder.
A
partir de 1903, las reelecciones presidenciales se sucedieron periódicamente, como una crisis morbosa a que debía resignarse la República sin protesta y sin remedio.
Harto sabidos son los daños que a nuestras seudo-democracias acarrean las reelecciones indefinidas del presidente de la República. Lo menos que puede decirse de ellas es que rezagan y estancan 4 7 de
Capítulos de la Historia Nacional, marzo de 1927. Guatemala.
Nuestro Diario.
134
Carlos Wyld Ospina
la vida pública, en
forma
tal,
que
los pueblos
que
las sufren concluyen por convertirse en cacicazgos del tipo más estéril y anacrónico. "La reelección
un mal de menos trascendencia en de las prácticas abusivas, perpetuidad sí que por la de las confabulaciones ruinosas, y por la exclusión de otras inteligencias e intereses, que son consecuencias necesarias de la inmutabilidad de los em-^ se leía enl picados de la administración pública" el "Plan de la Noria", que sirvió de bandera a laj triunfante revolución de Porfirio Díaz en México^ para que luego, después del triunfo, el mismo caudillo lo violara... ¡Nihil nove suh solé! como dijo el gran rey de Judea y repiten los escritores baindefinida es
—
ratos.
Lo mismo que
(
'
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guerrero oaxaqueño, nuestros revolucionarios, y sobre todo, nuestros liberales, han' proclamado siempre el principio democrático de la alternabilidad en el Poder; pero, con la misma energía con que lo asientan en sus programas políticos,i lo desbaratan en la práctica del gobierno. Esto es axiomático y sirve mejor que nada para definir' el carácter negativo de la democracia en Centro América. Ninguno de los presidentes guatemaltecos, del año 71 para acá, dejóse de reelegir cuantas veces pudo, con la única salvedad del general Barillas, quien si no lo hizo fue porque las circunstancias políticas, creadas en buena parte por sus yerros, se lo impidieron; pero, en cambio, impuso por la fuerza a su sucesor, especie de príncipe heredero que el gobernante adopta según caen las pesas de sus personales conveniencias. De este modo, la alternabilidad en el Poder, aunque figure como precepto constitucional, no va más allá de un cambio de personas, nunca de principios ni de regímenes. Los el
í
\
I
El Autócrata
135
que confían en que su efectividad depende de leyes, cometen una inocentada, solo buena para
las en-
gatusar bobos.
Parodiando a Luis XV, Estrada Cabrera dijo cierta vez: "Después de mí, los gringos". Esta frase efectista tenia un alcance calculado: descubriendo la probabilidad, casi la certeza, de un tenebroso porvenir para la República, establecía la necesidad patriótica de la reelección del mandatario. Romper el statu quo creado por Cabrera, alterar el orden de cosas mantenido por tantos años, significaba los gringos, el fantasma intervencionista, y acaso, la anexión.
No pocas personas, guatemaltecos y extranjeros, creyeron de buena fe en el pronóstico de Estrada Cabrera, que la prensa oficial se encargaba de robustecer con hábiles y frecuentes comentarios. Esse decían trada Cabrera es un pésimo gobernante muchos pero al menos representa una garantía para nuestra independencia internacional. Su política extranjera, especialmente con los Estados UniY el gobernante aparecía como dos, es un éxito. un nuevo Sísifo deteniendo el peñasco ingente de la absorción yanqui. No había tal: la revuelta de 1920, que instauró un nuevo gobierno, lo demostró sin lugar a duda. Con Estrada Cabrera o sin él, el imperialismo económico que gravita sobre Centro América, habría de seguir, implacable y metódicamente, sin apresurarse ni detenerse su proceso de sojuzgamiento sobre las débiles nacionalidades del Caribe. Pero el fantasma intervencionista peritió a Estrada Cabrera justificar, en cierto modo, su in-
k
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—
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136
Carlos Wyld Ospina
diferencia ante el problema de la sucesión presi dencial, como dijeron los políticos de aquel enton ees. Era un tópico intocable. Los más íntimos aliegados del autócrata no se atrevían ni a mentar tan
j,
nefanda herejía política. Sin embargo, la mala salud de Estrada Cabrera, que en ocasiones le orilló a la tumba, convertía esta cuestión en un problema espinosísimo para sus cómplices. me dijo el autócrata cuando le en"El año 11 padecía yo de un ántrax en el trevisté, en 1920 cuello y estaba moribundo; no quería más el Poder, pero mis amigos me obligaron a ceñirme otra vez la banda presidencial. Yo deseaba largarme a Europa, pero no me dejaron...". Estrada Cabrera mentía al afirmar que entonces se hallaba deseoso de dejar el Poder y marcharse a Europa; nunca lo pensó sinceramente. Si lo dijo, fue como quien echa una sonda para explorar los bajos fondos de la política. Su cariño al Poder fue siempre, como ya lo hemos visto, entrañable, y él m^'smo no se concebía separado de la primera magistratura. Pero dijo verdad en lo demás. Para el acto de darle a Estrada Cabrera posesión de la presidencia de la República, en el nuevo período constitucional que principió en 1911, reunióse la Asamblea en el salón de recepciones del palacio de gobierno. Atrás del sitial, estaba el autócrata; tendido en un catre de campaña, según se afirma, y ya para comenzar la sesión fue llevado al puesto que le correspondía. Su médico particular se le colocó a la vera. Así instalado Estrada Cabrera, entraron los diputados a celebrar la sesión, y una vez terminada ésta, que se abrevió lo más que se pudo, salieron los padres de la patria apresuradamente, dejando en su sitio al presidente, quien fue trasportado a toda prisa a su catre de campaña.
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—
i
í
El Autócrata A
raíz de este incidente
Componíanlo hombres de
formóse la
137 *'el
circulito".
mayor confianza de
Estrada Cabrera, puntales de su administración, que en la probabilidad del fallecimiento inminente del autócrata veían, con razón, graves peligros para sus personas y para la continuación del régimen imperante. Cuéntase que pocos días después de la sesión legislativa reseñada, se acercaron los miembros del circulito al lecho del enfermo, y expusiéronle, con sutiles miramientos, el problema de la sucesión presidencial. Parece que llevó la palabra el licenciado Adrián Vidaurre. Como respuesta. Estrada Cabrera se incorporó a medias, y con voz iracunda increpó a sus visitantes: ¡Todavía me resta vida para enterrarlos a to-
—
dos ustedes!
La amenaza envuelta en las palabras del autómató de un golpe al circulito. A poco, el licenciado Manuel Paz, hombre enérgico e inteligente,
crata,
que era el candidato de los amigos íntimos de Estrada Cabrera, para sucederle en caso de muerte inmediata, dio con sus huesos en la penitenciaría de Guatemala, de donde ya no saliera sino para el cementerio. Aquel hombre de indómito carácter se suicidó de hambre, según unos, y fue envenenado por orden del autócrata, a raíz de una evasión frustrada, según otros. Sus padrinos cayeron de la gracia presidencial y se abrió para ellos la era de las persecuciones. Cabrera había dicho bien: le restaba vida para despotizar por muchos años más.
Todo esto prueba que la egolatría del autócrata era tal que ninguna consideración inegoísta ni patriótica, ni aun el orgullo de seguir mandando después de muerto, mediante los hombres que fueron hechura suya sentimiento tan común en los vesá-
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138
Carlos Wyld Ospina
—
le movió a pensar en el manicos omnipotentes ñana. Esta palabra érale aborrecible por cuanto significaba el fin de su poderío; su locura de dominación se rebeló hasta contra la Naturaleza. Para él, Justiniano, el emperador que, al decir de un critico, "nada hizo por sí propio, pero supo rodearse de un consejo de sabios, que realizaron una labor gigantesca bajo su sombra, codificando, ordenando
y comentando leyes antiguas, numerosas y dispersas, que se habían hecho ininteligibles", era el modelo de un imbécil coronado. Para él lo único importante consistía en disponer de todo como dueño; ia obra del estadista, del hom.bre que siembra ceY si no se dros, era adorno inútil del Poder ... preocupó por escoger al hombre que debía sucederle ni preparar la cosa política para tal suceso, mucho menos cuidóse de asegurar para el mañana la vida y la fortuna de sus colaboradores y parientes.
A
fe mía que Estrada Cabrera no sospechó nunca bien que su imprevisión hizo al país. Si dispone la sucesión presidencial con el acierto y la meticulosidad que ponía en los propósitos de su política, y desarrolla con prudente antelación todo el vasto plan que requería hecho tan decisivo para el porvenir de la autocracia, está fuera de duda que la autocracia, en el carácter de despotismo sistematizado que le dio este gobernante, se prolongara hasta los días presentes y quién sabe por cuántos años más. Difícil se hace admitir, en tal caso, la probabilidad razonable de una revolución como la unionista, solo posible dentro las circunstancias geneel
rales que privaban en 1920.
ElAutócrata La
prensa.
139
Los extranjeros.
Las relaciones
exteriores.
Estrada Cabrera sabía que con prensa independiente no hay despotismo seguro y que toda benevolencia en esta materia traería consecuencias funestas para su gobierno. Recordaba don Manuel como que se le llamaba popularmente al mandatario si el general Bariüas no pudo retener la presidencia y viose constreñido a entregarla en manos de su protegido Reina Barrios, esto se debió en modo principal a la campaña de prensa desarrollada contra la administración y la política de Barillas, quien, dando suelta a la opinión pública para expresarse, se creyó más fuerte que ella, y quedó aplastado sin embargo. Estrada Cabrera juró precaverse de semejante peligro; y una vez asentada la autocracia so-
— —
bre firmes cimientos, el periodista libre fue guido y exterminado como bicho maligno.
i)erse-
Paréceme oportuno observar aquí que, aunque excesos del Poder contra la libertad de imprenta, se debe convenir en que ninguno de los derechos políticos está, como éste, más necesitado de una reglamentación tendiente a evitar que instituto tan elevado y útil como la prensa, se se condenen los
convierta en factor decisivo de la anarquía social y del libertinaje. Nadie ignora que la oposición sistemática e incorregible, cuyos fines no concuerdan con ningún elevado ideal en política, hace materialmente imposible la tarea de gobernar, con estricta sujeción a las leyes, pueblos habituados a obedecer la orden la fuerza
y no la ley, y que confunden y los identifican.
el
poder con
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Garlos Wyld Ospina
Gobierno incapaz de reaccionar contra tal manera de oposición, es gobierno al agua, no importan los títulos de honradez y acierto que haya ganado con su actuación pública. Lo mismo las tiranías] que las administraciones respetuosas del derecho escrito, se derrumban estrepitosamente a los golpes de la oposición irrestricta, de que la prensa es principal palanca. Y pasa así porque nuestros pueblos, cuya facultad de discernimiento es tan débil, consideran despótico y conculcador a todo gobierno por el simple hecho de ser tal. Al pueblo no le falta razón en este juicio a priori, porque la experiencia de muchos años le enseñó que en el país hay un explotado, él, y un explotador, el gobierno. De aquí que la prensa opositora, cualquiera que sea su condición, represente la chispa y el pueblo la estopa: solo es necesario el contacto para que el incendio j
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se declare.
Ejemplos convincentes los tenemos en la admiMariano Gálvez, liberal y moderado gobernante que cayó a las andanadas retóricas del incorregible romanticón de la política, nistración del doctor
hombre de aspavientos
e idealidades puras, pero impracticables: el patriarca José Francisco Barrun-
y en el gobierno de Carlos Herrera, sucesor de la autocracia cabrerista. A esta administración la desquició la prensa, aunque el terreno estuviera socavado por los desaciertos unionistas y la debilidad, rayana en cobardía, del presidente de la Redia;
pública.
Pero este delicadísimo aspecto del problema de imprenta no justifica la ley de la mordaza, ni mucho menos la sustitución de la prensa por simples papeles mercenarios, encargados la libertad de
El Autócrata
141
de íalsear los hechos y prostituir las conciencias, en provecho exclusivo de la tirania. Si la prensa libertina es mala, la prensa servil es peor; si la oposición
sistemática es dañina, la incondicionalidad
gangrena que corroe la dignidad pública, y sus resultados habrán de ser a la postre mucho más es
lamentables.
Estrada Cabrera cortó de raíz el problema suprimiendo la prensa libre. No hay para qué trazar el triste cuadro de lo que fueron en aquellos días los periódicos guatemaltecos. Baste con decir que de las vergüenzas de aquel entonces» ninguna fue más ruin ni más bochornosa que la prensa servilizada al amo.
Hubo sus excepciones, como en todo. La prensa independiente, en sentido lato, era un imposible y no existió jamás bajo Estrada Cabrera; pero sí tuvimos alguna que otra hoja periódica que se atreviera a señalar los males de fondo de la administración y atacar a los servidores del autócrata, aunque sin herir, ni por asomo, el poderío, la gloria y la infalibilidad del benemérito de la Patria.
Recuerdo como una de esas hojas periódicas al semanario La Campaña, en que colaboraban hombres de honradez y de aptitudes, al amparo de un testaferro que figuraba como director del semanario, pero que tampoco carecía de ciertas cualidades de energía e independencia de carácter: se llamaba este sujeto José Rómulo Alfaro. Asegúrase que Alfaro pagó muy caro, al fin, sus buenas inclinaciones, porque murió envenenado por orden del autócrata, a despecho de que su gestión periodística se desarrolló con la venia personal de Estrada Cabrera. El periódico, en
manos de tal gobernante, fue un instrumento diabólico. Le servía para todo: para
Carlos Wyld Ospina
142
como un dios y justificar sus actos, mismo que para hundir en el descrédito y el ri-
exaltarlo a él lo
dículo a sus contrarios, sin perjuicio de empequeñecer a sus amigos y mantener a raya cualquier asomo de ambición o notoriedad, cierta o imaginada. Ignoro la opinión íntima que al autócrata merecieron los periodistas servidores suyos; pero debió de ser la única opinión que puede tenerse de semejantes alimañas intelectuales, que cuentan con dos desprecios y con ninguna estimación: el desprecio de quienes les azuzan y pagan, y el desprecio de quienes sufren su mordedura. De todos los esbirros de la tiranía, ellos son los más bajos en la escala. El licenciado José López Portillo y Rojas, en sujl notable obra Elevación y caída de Porfirio Díaz, que ya he citado, nos dice el concepto que el omnipotente oajaqueño tenía de sus periodistas, "perros dogos" de la administración. Vale bien el trabajo de trascribir esas palabras: '
Díaz se valió de los periodistas para que defendiesen su política, santificasen sus errores, cohonestasen sus atentados, escarneciesen a sus enemigos y entonaran himnos constantes a su gloria. En lo personal y de corazón, les profesaba el más profundo desprecio. Juzgábales gente sin pudor ni conciencia, baja y servil, capaz de patrocinar todas las causas y de arrastrarse a los pies de todos los poderosos. Entendía que el único móvil de sus acciones era el sórdido interés, y que sus plumas, como los estonues y los puñales de los hravi de la Edad Media, se vendían al mejor postor y estaban al servicio de quien les pagase con largueza... Una tarde, al entrar en el salón donde me concedió audiencia el caudillo, me crucé en la puerta con un conocido periodista. A propósito de ese encuentro, hablamos Díaz y yo acerca de los redactores de los diarios metropolitanos. Entonces me dijo
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que tenía a los periodistas a su servicio como a perros dogos, listos para saltar al cuello de la persona que él designara. Los sentimientos del autócrata hacia el gremio plumífero pueden dividirse en tres clases: el desprecio por juzgarlos venales y sin conciencia; el odio cuando se atrevían a atacarle, y el deseo de seducirlos para que le defendiesen y loasen. Dominado por esos móviles, los compraba, encarcelaba y utilizaba según cada caso lo requería. Estrada Cabrera procedía exactamente lo mismo; pero hay que hacer un distingo: tuvo predilección por la gente de letras y de saber, aunque los imperativos de su política le impeliesen a mirar con desconfianza el talento y perseguirlo cuando no so doblegaba a su poder. Sabía distinguir entre plumarios y escritores: no confundió al animal de presa con el hombre; y sí tuvo a su lado y enriqueció muchas veces al primero, mientras no honró siempre al segundo, gustaba de la compañía y de la conversación de los intelectuales. Mostraba verdadera debilidad por el juicio que los hombres de letras, de universal nombradía, formasen de él y su gobierno. Los álbvmves de Minerva fueron muestrario de esos juicios elogiosos que el autócrata ansiaba tanto. Volveré sobre este punto al referirme, enseguida, al elemento extranjero en sus relaciones con Estrada Cabrera.
Preocupación constante del tirano íue mantener a su persona a las colonias extranjeras. Para ello usó de un medio infalible: dar a los extranjeros una posición privilegiada sobre los hijos
adictas
del país.
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El extranjero no solo gozaba de las garantías que le conceden nuestras leyes sino de la benevolencia oficial, que ayudábale en todo y tenía especial cuidado en disimular sus faltas. Mientras el guatemalteco sufría persecuciones, vejámenes y abusos de toda laya por parte de las autoridades, el extran jero no era molestado en lo más pequeño, y su in fluencia cerca de jefes civiles y militares, de jueces y empleados gubernativos, era tal, que mantenía inclinada la justicia a su favor y al Poder siempre dispuesto a protegerlo. Como se presumirá, esta regla no conocía más excepción que tratándose de los extranjeros desafectos a la autocracia. Y dado lo que pudiera llamarse la psicología del extranjero, se comprenderá que esas excepciones fueron muy pocas.
El chapín quiere y admira al extranjero; y no que a estos sentimientos se mezcle cierta irrazonada tendencia a considerarlo como un individuo de indiscutibles superioridades sobre el nativo, reconociéndole así una preeminencia social que el favorecido no siempre ha usado noblemente. Laf culpa no es solo del guatemalteco: sus gobiernos le enseñan el camino de la sumisión al gastar con la gente de fuera un favoritismo que se ha vuelto clásico en nuestra política. Don Manuel hizo de modo que el extranjero prominente, con escasas salvedades, quedara vinculado al régimen y no pocas veces dueño de buena parte del país, mediante concesiones gubernativas sobre industrias, terrenos y vías de comunicación. De este modo se enajenaron inmensas extensiones territoriales en el Peten. Mediante las famosas concesiocontratos absurdos y leoninos que, en cambio nes de recompensas ridiculas, entregaban las riquezas nacionales a la explotación despiadada del extraes raro
—
El Autócrata í
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—
el enorme departamento nórdico fue sustraño yéndose al dominio efectivo de la República y convirtiéndose en una especie de territorio negrero, Putumayo chico, donde las leyes guatemaltecas regían casi solo nominalmente, porque la única ley positiva era el látigo y el oro de los nuevos conquistadores. Es el Peten una dilatada planicie, abundante en gomas y maderas de construcción, surcada de fragorosos y semidesconocidos rios: la garra del negrero, con la imbécil complicidad de los gobiernos, cayó sobre él para esquilmarlo en una desatentada y torpe explotación, sin que las fabulosas fortunas que, año tras año, se extraen de allí perciba la República ni una vigésima parte, como lo prueban las estadísticas verdaderas. Con todo. Estrada Cabrera, temperamento avaro y hombre habilidoso, no permitió el desastre sino en cambio de positivas ventajas políticas y económicas para él y sus amigos. Le estaba reservado a su sucesor en la presidencia, su antiguo servidor y hechura suya, el general José María Orellana, consumar la catástrofe, repartiendo a diestra y siniestra concesiones a sus favoritos, algunas de las cuales están comprendidas sobre límites geográficos y abrazan comarcas y ríos aun no conocidos completamente. Dice a este propósito un periódico
peten ero:
.Los vecinos del Peten han solicitado del Suse les conceda una parte del terreno que abarca la concesión Nájera, Andrade-Morales (usufructuada por una firma norteamericana) y la cual se puede decir que representa ella sola la mayor riqueza chiclera del departamento. Hace ya cinco años que esta concesión ha venido siendo el escarnio comercial del Peten, la barrera que obstaculiza el trabajo libre, el dique donde se estancan los entusiasmos .
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premo Gobierno que
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:
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de los honrados habitantes, a quienes se les arrebata el único patrimonio que poseen Cualquiera que haya conocido lo que era el Peten antes de que el gobierno del general Orellana diera a la explotación la zona aludida, se asustaría hoy al ver la decadencia y la ruina de que se adoloce...* .
.
La red
ferroviaria construida y por construirse, exceptuamos a medias el ferrocarril de Los Altos, si en obra todavía, quedó y quedaría en manos extrañas, y hasta el derecho exclusivo de navegación por algunos ríos, como el Polochic, corrió la misma suerte. Comercio, industrias de la tierra, minas, et-
fueron objeto de explotación y monopolio extranjeros, al punto de que puede sentarse esta conclusión sin faltar en un ápice a la verdad histórica: desde el año 71 a nuestros días, Guatemala ha sido el país que se entrega, sistemáticamente, sin pudor y sin ventaja, al extranjero.* cétera,
Estrada Cabrera imaginábase que el mundo enél, que las naciones extrañas le admiraban y mantenían fija su atención sobre Guatemala y su gran gobernante. Ya he dicho que tero se preocupaba por
opinión internacional merecíale respetos espey conquistarse un renombre personal en el exterior fue uno de sus afanes más tenaces. Y aj fe mía que consiguió su propósito. Cuando los emi-
la
cíales;
j
1
El Impulso, números 1 y
La Asamblea
2,
abril de 1927.
*
Legislativa ya declaró nula esa concesión escandalosa, de entero acuerdo con las leyes de la República; y en la opinión general se ha iniciado un movimiento de reconquista nacional sobre el rico y vasto territorio!' del norte. (Nota del autor. 1928). 2 El movimiento nacionalista, de pura y legítima defensa económica, a que acabo de aludir en nota anterior referente a la zona petenera, pugna actualmente por arraigar y desarrollarse en la conciencia pública; y, como resultado práctico, ya apunta en el gobierno una mayor preocupación por el resguardo de los intereses nacionales.
1]
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¿
(Nota del autor. 1928).
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I
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El Autócrata
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grados guatemaltecos lograban interesar, aunque fuese someramente y a título de curiosidad, a los políticos y a los públicos extranjeros acerca de las desdichas de su patria, nadie les creía. Atribuíase al despecho y a la pasión política, siempre activa en Hispanoamérica, lo que era simplemente el alarido ventral de un pueblo, a quien, según frase famosa, "se le había cortado la lengua". A los ministros extranjeros en Guatemala los mantenía gratos por el temor o por el halago. Solo raras excepciones pueden señalarse. Cuéntase que al ministro alemán, en cierta ocasión en que el diplomático levantó más de lo conveniente el tono de sus exigencias y de su voz, le redujo Estrada Cabrera a los términos del más comedido respeto mostrándole cierta condecoración imperial, que implica jerarquía para quien la posee, y que el autócrata llevaba sobre el pecho, oculta por la levita El ministro de los Estados Unidos pasaba siempre por un cordial amigo del presidente; y fuéralo o no, la verdad es que Estrada Cabrera merecía especiales consideraciones de la poderosa legación, la cual representa en Centro América, más que una oficina diplomática, el asiento de un legattis semejante a los que la antigua Roma enviaba a los países sujetos a su protección omnipotente. El autócrata movía influencias varias y secretas con los gobiernos extranjeros, y de este modo lograba sacudirse de los diplomáticos enemigos o tibiamente adictos a su persona. Así lo hizo más de una vez, sin excluir al representante de la Iglesia Católica en Guatemala, en cuyo cargo colocó, mediante hábiles intrigas, a su fiel amigo y servidor, fray Julián Riveiro y Jacinto. A Porfirio Díaz lo tuvo siempre a raya, sin atemorizarse por las bravatas y amenazas del terrible oajaquefto, .
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que había prometido "darle una lección a ese licenEstá bien probado que Estrada Cabrera mandó asesinar al general Manuel Lisandro Barillas, ex presidente de Guatemala, para^ hacer abortar la revolución que Díaz le preparaba en México, de acuerdo con Barillas. Díaz pudo ven-, gar la muerte de su amigo y protegido en las personas de los asesinos, ejecutores materiales del crimen, pero no pudo nada contra el supremo autor intelectual, el licenciadito de Guatemala. Así se explica el éxito de Estrada Cabrera en las relaciones exteriores, y la nombradla que alcanzó en las naciones más civilizadas del globo, donde solía tenérsele por gobernante modelo, por pedagogo insigne, por estadista notable. De buena fe se escribían en el exterior elogios del autócrata, que a menudo resultaban sangrientos sarcasmoá para el pueblo guatemalteco. En Sudamérica mismaü^ se dijo que el presidente de Guatemala había heji cho de su país la Suiza de América, y otras cosas por el estilo. Mucho de esta propaganda era pagada, pero otra parte era espontánea; y es que la letra impresa realiza milagros. Las Fiestas de Minerva, ima parodia griega que inventó el licenciado Rafael Spínola, ministro de Estrada Cabrera en los primeros años, y en las cuales se exaltaba anualmente al maestro de escuela y a la juventud estudiosa, recibieron incienso de empingorotados personajes de todo el mundo: intelectuales, políticos, gobernantes... El autócrata debe de haber reído a solas de esta tomadura de pelo universal. Buen dinero le costaba al país, es cierto. Rufino Blanco Fombona nos cuenta cómo aprovechó Enrique Gómez Carrillo la megalomanía del autócrata chapín, quien tratándose de la adulación a su persona y a sus obras, lleg( ciadito de Guatemala".
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a caer en la memez y la majadería. José Santos Chocano recibió también dádivas en cambio de loas versificadas a la Minerva tropical y a su hijo predilecto,
el
excelentísimo
señor licenciado Manuel
Estrada Cabrera.
Rubén Darío, inutilizado ya por el alcohol, encontróse un día en Nueva York, a donde arribara de París, en la más completa inopia. El pobre grande hombre nunca fue un dominador de esa "vida práctica" por la que tantas infamias se cometen; y a la sazón, su voluntad padecía de abulia sobreaguda. A instancias de Máximo Soto Hall, don Manuel hizo venir a Darío a Guatemala, con la promesa, dada por el intermediario, de que el enorme poeta escribiría un libro elogioso para la administración cabrerista. Se instaló a Darío en el Hotel Imperial, de nuestra metrópoli, con orden del autócrata de que se le tratase conforme a su esclarecido linaje mental. La existencia del vate era una sola e ininterrumpida embriaguez de ese horrible aguardiente anglosajón que se llama whisky; y de esta manera, fue imposible, pese a las súplicas de Soto-Hall, apremiado por Cabrera, que el gran lírico escribiese la prometida obra. Y un día se presentó un emisario del presidente al dueño del Hotel Imperial para decir, en nombre del señor Estrada Cabrera, que desde aquella hora ya no corrían por su cuenta los gastos del poeta. Ante el atroz abandono, amigos de Darío lo trasladaron a Nicaragua, donde, como un regalo de los dioses, lo arrebató muy pronto la muerte Y a la zaga de estos grandes hombres, una pléyade de hombrecillos y escritorzuelos, venidos de todos los puntos de la rosa náutica, invadió Guatemala durante un cuarto de siglo para comer y holgar a costas del tesoro público. .
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Estrada Cabrera se empalagó al fin de tanta con fitura indigesta, que ya no le sabía a nada, y a las pósteras se mostraba remiso para abrir el bolsq
j
de Pluto...
Conocemos ya los rasgos principales de la política autócrata. Remataré el capítulo trazando lo¡
del
rasgos más característicos de la persona física. El aspecto de Estrada Cabrera, en los primero; años de su presidencia, aparece arrogante: de estatura mediana, fuerte de complexión aunque nd musculoso, tenía la cabeza pequeña, oblonga, que prematura calvicie comenzaba a despoblar de cabellos, erguida con aire de desafío; la cara fofa, de mejillas caídas como en los obesos; el ojo breve, de párpados gruesos que embozaban la mirada a la manera de los animales carniceros; el bigote negro, alicaído y espeso, y el fuerte mentón rasurado. Tal se le ve en sus primeros retratos. Más tarde, su figura cobró un aspecto eclesiástico, sacristanesco más bien. Perdió los cabellos casi por completo, perdió los dientes, perdió carnes hasta quedar con el rostro arrugado y el cuerpo magro, mostrando el relieve de su recia osamenta; perdió la fuerza de su vista perspicaz Así aparecía cuando, finalmente, perdió la presidencia. Su tipo corporal denunciaba la sangre india que en buena proporción corría por sus venas. El conjunto, era el de un mestizo de fisonomía y facciones vulgares, sin nada atrayente ni raro, pero tam'
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.
.
bién sin nada repulsivo. Su voz, que llegaba con frecuencia al falsete, le hacía poco simpático al departir con él. Pero esta primera impresión se borraba pronto, al influjo de
.
E
L
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TÓCRAT A
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SU lenguaje correcto, propio del hombre habituado a estudios y lecturas. Era atildado en el hablar: jamás dijo pueta, demen, máiz, y otras locuciones bárbaras, usadas, según se cuenta, por algunos de nuestros gobernantes y que también se achacaban a don Porfirio Díaz, a despecho de su facha de emperador. Fue Estrada Cabrera muy aficionado a intercalar en la conversación, refranes, proverbios y citas que .
resumiesen una situación cualquiera. Cuando yo charlé con él en la 2a. demarcación de policía de Guatemala, donde estuvo preso a raíz de su caída, no escatimó sus refranes pintorescos. Me espetó un discurso acerca de las virtudes juveniles, al que repliqué: Si usted tiene tan alto concepto de la juventud, señor Estrada Cabrera, ¿por qué no se rodeó de ella, sobre todo en los años postreros de su go-
—
bierno, cuando pudo usted detener el desprestigio del régimen, que se venía arrollador? Entonces él, tras breve reflexión, me lanzó el refrán sintetizador: política, no es lo mismo arrear que llevar
—En
la carga,
señor Ospina.
£1 Gastillismo
Un
posible rival de Estrada Cabrera.
Rosendo Santa Cruz.
Ya dije, en el curso de esta semblanza, que Estrada Cabrera nunca fue un caudillo. Ganó el premio gordo de la lotería del Poder, y auxiliado por un cúmulo de circunstancias favorables, su único trabajo posterior consistió en afianzarse en el puesto.
Los pueblos hispanoamericanos, como todos los que heredaron las tendencias de la cultura mediterránea, aman, en política, al caudillo. Su mejor culto histórico va hacia los hombres de acción, a los grandes hacedores de proezas, en quienes el valor personal, la audacia y el talento los hacen triunfar de enemigos más poderosos, o alcanzar, cara al cielo, una muerte gloriosa. De aquí que nuestras revoluciones, las genuinamente populares, no surjan ni se organicen sino al amparo de un caudillo y de una bandera que, a despecho de simbolizar principios abstractos, ondee en la punta de una espada. Los civiles que logran convertirse en caudillos revolucionarios, han de trasformarse en generales de ejército si quieren mantener viva la confianza del pueblo y enardecer el espíritu, no poco militarista, de nuestras muchedumbres. 153
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Los movimientos sociales como el de 1920, que triunfó sin caudillo, no son revoluciones, en lo que éstas tienen de subversivo, sino reacciones contra el despotismo, seguidas de cambios en el personal de los gobiernos, y a veces, de algunas prácticas administrativas. La nombrada "revolución de ideas" nos es des conocida. Y en su sentido estricto, aun es difícil señalarla en la historia. La revolución francesa dio, como producto, un caudillo coronado; y la independencia de Sudamérica necesitó, para realizar-j se, pese a sus magníficos ideales, otro caudillo, si bien el más alto de los tiempos modernos: Bolívar. la luz de estos imperativos sociales, se com-1
A
prenderá que Estrada Cabrera, hombre civil, sinf arrestos, temperamento ni aun apostura militar, y lo que es más importante, sin prestigios populares, tenía necesariamente un poderoso adversario en el primer caudillo de verdad que le saliera al paso. Ni Próspero Morales ni José León Castillo encarnaban esta amenaza para el presidente togado, porque, al arribo de don Manuel a la presidencia, aquellos jefes de facción veían ya destrozadas sus huestes por las tropas del gobierno y oscurecida su no muy brillante aureola de cabecillas. Tompoco lo era el general Manuel Lisandro Barillas, a quien escogió el presidente Díaz, de México, como ya vimos, para acaudillar una revolución en Guatemala. Barillas nunca entusiasmó al pueblo con hazaña militar ni gesta heroica alguna. Se le tuvo siempre por un hombre bonachón y por un gobernante anodino: condiciones nada a propósito para despertar el fanatismo popular. Pero en las filas del castillismo militó un hombre que sí parece haber poseído la virtualidad propia del caudillo. No alcanzó, sin embargo, la je-
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íatura de su partido, y actuó supeditado a gentes inferiores a
él.
Puede verse en esto el desastre del castillismo y el fracaso personal de aquel hombre, que se llamó Rosendo Santa Cruz. Dos graves errores, que costaron mucho al país, generados en dos deficiencias: la del castillismo para comprender quién era su verdadero jefe, y la Santa Cruz, resignándose a servir una empresa política que él no dirigía, aunque debía dirigirla, bajo pena de una segura pérdida para ambos. Es probable que la postergación de Santa Cruz haya tenido por causa su misma superioridad sobre el cabecilla, José León Castillo, y los demás jefes militares de aquel bando. Grave riesgo impli'cará siempre demostrar singulares aptitudes dentro un conglomerado que obedece a influencias mediocres. El superiormente capacitado no provocará la emulación sino la envidia: la suspicacia y las malas artes le saldrán al paso para entorpecerle el camino y no dejarle ascender a la posición directiva que la naturaleza le señala. Y sus méritos parecerán un delito, mientras las incompetencias ajenas pasarán como ejecutorias ilustres. Esto no es fenómeno local sino histórico; y no habremos de admirarnos de que en nuestro medio, poco evolucionado, ocurra lo mismo que en los pueblos de superior cultura. La única diferencia, lamentable para nosotros, consiste en que allá este hecho es de excepción y poco probable en momentos porque las graves crisis en los de grave crisis grandes pueblos llevan a los hombres a sus verdaderos puestos y aquí suele ser la regla general de los movimientos políticos, que parecen fatalmente destinados a echarse a perder en manos de las medianías y las nulidades.
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A Santa Cruz puede, pues, acusársele de cierta^ transigencia o acomodamiento a circunstancias desfavorables para su carrera política. No creo que la figura de Santa Cruz fuese la de un héroe de grandes tamaños ni la de un estadista de primera magnitud; pero sí creo, y abona mi juicio su actuación pública, que, dentro el conglomerado castillista, era sin duda Santa Cruz el hombre más apto para enfrentarse con éxito, a Estrada Cabrera, y en el peor evento, salvar al menos, en la conciencia pública, los propósitos de aquella bandería política. En el primer caso, nos hubiese librado de la hecatombe cabrerista; y en el segundo, dejara latentes en el pueblo las energías necesarias para reaccionar, a corto plazo, contra el despotismo.
Rosendo Santa Cruz fue diputado a la Asamblea Legislativa en la administración del general Badilas. Significóse como liberal, afiliado al bando que proclamó la candidatura del doctor Lorenzo Montúfar para suceder a Barillas en la presidencia. En esta falange figuraban algunos maestros de escuela, entre ellos José León Castillo.
En un
principio, contaron los montufaristas con apoyo gubernativo; pero a última hora, la veleta oficial apuntó hacia otros rumbos, y la elección fue impuesta en favor del general José María Reina Barrios. La cabeza dirigente del montufarismo, al menos en la capital de la República, se redujo entonces a unos pocos huéspedes de una casa de vecindad, situada en la 4a. calle oriente; y ese núcleo, al iniciar de nuevo, por sí mismo, una lucha partidaria muerto ya el doctor Montúfar nombró a el
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José León Castillo como su nuevo jefe. Así recomenzó sus actividades políticas el montufarismo, y tomando el nombre de su cabecilla, se llamó castillismo.
Desde la ascensión de Reina Barrios al Poder, se dijo que existía un pacto secreto entre él y su ministro de la guerra, por el cual este personaje sucedería a Reina en la presidencia durante el nuevo período constitucional. El favorecido ministro, que lo era el licenciado y coronel Próspero Morales, organizó el partido Prosperista con la mira puesta en su elección futura. En el prosperismo figuraron principalmente logreros y oportunistas que gozaban del apoyo oficial. Quedaba, pues, fuera de las actividades políticas, el elemento independiente; y no habiendo otro bando organizado que se opusiera al prosperismo, al de don José León lo acuerparon gentes de valía. En los últimos tiempos del gobierno del general Reina Barrios, este mandatario, como se confirmó después de los hechos, no se avino a dejar el Poder a la conclusión de su período, lo que motivó un desacuerdo entre el presidente y su ministro de guerra, quien fue removido de su puesto y trasladado a la secretaría de fomento. Esto se tomó como manifestación pública del desacuerdo entre los dos altos funcionarios. Reina se vio de este modo frente a dos candidatos que le disputaban la presidencia: Morales y Castillo. Y confiado en su poder militar y en su sagacidad política, creyó aniquilar a sus dos rivales provocándolos a la insurrección.
Este error político hace responsable al general Reina de las hondas divisiones sociales, pérdidas cuantiosas, y más que todo, de la sangre que a raudales corrió en el oriente y occidente del país, du-
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rante la desatentada y doble revolución en que su egolatría sumió a la República. Esa medida, aconsejada por Maquiavelo, es de efecto eficaz si se aplica con talento y oportunidad. Pero dar a los contrarios prestigios y elementos restándolos al gobierno, solo cabe en un magín infa-
tuado y vacío.
Y así lo hizo aquel gobernante. Increpó a Próspero Morales los trabajos que éste hacía para sucederle en el Poder, apoyado en un partido. Anda díjole al foco de las simpatías por tu persona y tu candidatura, a San Marcos, tu tierra natal, y ensaya la revolución. Te nombro jefe político y comandante de armas de ese departamento: asi podrás desarrollar tus planes. En respuesta al reto del gobernante, Morales fue a San Marcos y desarrolló sus planes, en colaboración con otros elementos sociales que el desprestigio de Reina Barrios, ya muy acentuado por aquellos días, allegaron a la revolución, que pronto estalló y fue traicionada por algunos jefes, con lo cual se frustró un triunfo que parecía seguro. Cosa igual pasó con Castillo, a quien se nombró jefe político y comandante de armas de Chiquimula, centro de la oposición oriental al gobierno de Reina: y la sublevación levantóse allá al mismo tiempo que en occidente. Significáronse favorablemente, en esas acciones de guerra, generales como José Rodríguez, Eduardo Vásquez Garrido y el propio Santa Cruz. Tras el primer fracaso de la revolución castillista, sus principales jefes asiláronse en San Salvador, de donde hicieron varias incursiones a Guatemala, con mal éxito todas ellas, porque Castillo, mareado tal vez por las prerrogativas que le confería su alto cargo, quiso siempre imponerse desbaratando los
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El Autócrata
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planes y proyectos elaborados por los verdaderos militares que servian a la revolución. Santa Cruz hizo una eficaz labor diplomática cerca de las cancillerías centroamericanas en favor del movimiento castillista; pero llegó Castillo, y con su acostumbrada falta de tino, echó a perder cuanto lograra Santa Cruz. Estos juicios los expresó Santa Cruz mismo a una persona amiga suya, que le visitó en su última prisión. Tras de hacer detallada relación de las campañas diplomáticas y campales del castillismo, aquel hombre de acción y de talento dirigió a su amigo esta pregunta: ¿Sabe usted por qué no triunfó el castillismo? Y contestándose a sí propio, concluyó: Porque su jefe era Castillo. Las actividades políticas de Santa Cruz le llevaron a la cárcel. Hallábase incomunicado en la penitenciaría central de Guatemala cuando murió el general Reina Barrios y asumió el Poder el licenciado Estrada Cabrera. Como suele acontecer en casos tales, el nuevo mandatario puso en libertad a los políticos apresados por el anterior. Entonces Santa Cruz visitó a Estrada Cabrera, y le dijo: ^Comprendo que, al recobrar mi libertad, mi camino es el del puerto de San José. Pero, antes de emprenderlo, he venido a saber de usted si puedo quedarme en mi patria. Tengo una pequeña finca en Alta Verapaz y quisiera trabajarla, si es que cuento con las garantías que a todo guatemalteco le da la Constitución de la República. Cabrera se levantó de su asiento y dándole la mano a Santa Usted disfrutará no solo de las Cruz, le respondió garantías que le da la Constitución, sino de las que le garantiza su amigo Estrada Cabrera. Poco tiempo después se instruyó un proceso falso contra Santa Cruz, y en un consejo de guerra, for-
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militares a quienes, según se asegura, hubo qué ascender para que tomaran asiento en el consejo, Santa Cruz fue condenado a muerte. Todo
mado por
esto se hizo bajo la dirección inmediata del licenciado Juan Barrios M., entonces presidente de la Sala 6a. Enseguida, la Corte Marcial aprobó esc fallo, con los votos de su presidente, el mencionado Barrios M., y los dos vocales militares. Los otros
dos vocales, abogados, opinaron por la absolución de Santa Cruz. Aquella sentencia no fue ejecutada por la intercesión de las señoras de Cobán ante Estrada Cabrera, pero tres meses más tarde, pedido Santa Cruz por la Asamblea, pernoctó en Tactic en la primera jornada de su viaje; y allí, en el frío y pintoresco pueblecito de la sierra verapacense, por maniobra de Barrios, ejecutada por varios individuos que conoce la sociedad cobanera, el viajero fue asesinado en su prisión, en una simulación de ataque a la guardia que lo custodiaba. El año de 1914, el susodicho Barrios, recordando estos acontecimientos, considerábalos como un gran servicio prestado por él a Estrada Cabrera. Sin la muerte de Santa Cruz decía don Mam^uél no hubiera podido peronoMecer mucho tiempo en la presi'
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dencia.
Esta frase es el mejor reconocimiento de las aptitudes y los prestigios públicos de Rosendo Santa Cruz.
LA REACCIÓN POPULAR Y LA CAÍDA DE ESTRADA CABRERA
El Unionismo y
la revuelta
de 1920.
El ingeniero Francisco Bulnes, dijo en su famoso discurso pronunciado en la Segunda Convención de la Unión Liberal en México, cuando se trataba de •reelegir una vez más al general Porfirio Diaz como presidente de aquella República, en 1903:
La ley histórica del gobierno personal es surgir de la desorganización política de los pueblos. Esta desorganización no puede ser perenne, no puede ser indefinida; no puede ser eterna porque la desorganización eterna es la muerte. Aun cuando la desorganización sea temporal, la vida no puede ser completamente sana, porque toda desorganización indica que algo ha muerto o que algo se está muriendo. Si se quiere hacer indefinida la desorganización, la sociedad tiene
que llegar a uno de tres resultados: desaparición de la nacionalidad por las armas extranjeras, porque todos los pueblos muy protegidos
muy cobardes; o bien se torna a la anarquía, porque cuando un Calígula ocupa el Poder, el pueblo se insurrecciona; o bien, y es el tercer resultado, se produce la reacción saludable en el sentido de organización política, con elementos de orden y disciplina. Esta reacción aparece ya en nuestra sociedad. se vuelven
Guatemala, bajo la desorganización cabrerista que sufrió uno solo de los tres resultados previstos por Bulnes: sufrió los tres, aunque en términos relativos. Cierto es que nuestra nacionalidad no desapareció al golpe de las armas extranjeras, pero vio en peligro su existencía, como la ve todavía, por la desnacionalización de las mejores tierras y del grueso del comercio y
ya en 1920 hedía a podrido, no
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industria, por el tutelaje político-económico en que cayera a los pies de Yanquilandia, y por la
la
descomposición moral de una sociedad ya habitúa da a vivir sirviendo de objeto de las concupiscencias de un déspota y una camarilla dé favoritos. Cierto es también que no caímos por completo en la anarquía militar porque el país carece de elementos guerreros y de espíritu bélico, pero en cambio salí^ mos del sopor de la autocracia cabrerista para caer en el desorden político, tras la insurrección unánime contra el Calígula letrado que nos tiranizaba. Y, por último, "la reacción saludable en el sentido de reorganización política, con elementos de orden y disciplina**, que en cumplimiento de la profecía de Bulnes apareció en México siete años más tarde, en Guatemala apuntó, con la fuerza ciega de un fenómeno biológico, en 1920. Ya veremos más adelante que esta reacción no llegó a realizar la revolución de fondo que necesitaba Guatemala. Apenas fue algo más que el esfuerzo supremo del atormentado que
rompe
las liga-
duras de su suplicio, y, sacando fuerzas de flaqueza, acogota al verdugo estupefacto. Ese acto heroico, con mucho de instintivo, duró poco: bien. pronto el país volvió a ser maniatado. Y no llegamos a conocer la paz orgánica que, según e! mismo Bulnes, corresponde al Estado moderno. Seguimos gozantlo de la paz mecánica que es propia del Estado personalista.
La reacción política del año 20, llamada revolución unionista, pero que, como he dicho, no operó ninguna verdadera revolución, tuvo inconfundibles caracteres de la crisis de histeria patriótica, con repetición periódica, que Bunge señala para los pueblos caciquistas. El pueblo de Guatemala se condujo como un héroe; pero tengamos en cuenta que
j
•
ElAutócrata los procesos histéricos
mo, como conducen a
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también conducen al heroísy a la evolución
la santidad
mística.
La
historia de la autocracia es siempre la misma, cualquiera que sea el tipo psicológico del autócrata. Entre la autocracia de Porfirio Díaz y la de Estrada Cabrera hay diferencias enormes, a que ya he tenido ocasión de aludir, aquí y allá, en el curso
de esta semblanza. Estrada Cabrera careció de la prodigiosa obra material de Díaz, que fue capaz de hacer del México semibárbaro, un México civilizado en la superficie y dueño de una prosperidad material asombrosa. Y, sin embargo, la autocracia porfirista padecía del mismo morbo que la autocracia cabrerista, y murió de él. López Portillo y Rojas, ya citado por mí, nos define en pocas palabras aquella situación: "La historia de nuestro país, estancada durante más de treinta años, tenía que seguir su curso; la compuerta que había mantenido aprisionadas las fuerzas nacionales, apolillada por la acción de los años, amenazaba romperse de un mo-
mento a otro".^ Es lo que ocurre a todas
las autocracias de este fatalmente, es también lo que los autócratas pocas veces prevén y ninguna evitan. A Estrada Cabrera no se le podía ocultar el estado de cosas que imperaba en Guatemala durante los últimos años de su desgobierno. El famoso círculo aislador que las camarillas palatinas forman siempre alrededor del gobernante personalista, nunca fue tan absoluto que impidiese a Estrada Cabrera percatarse del gran peligro que le acechaba. Tuvo innúmerais oportunidades, pruebas concluyentes. Se le linaje.
1
Y
Elevación y caída de Porfirio Ufax, página 382.
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por amigos Íntimos de toda su confianzEL, que su sólido gobierno vacilaba y que su sistema político, antes eficaz, fallaba por efecto de la descomposición profunda en que iba cayendo la administración, y con ella, el país entero. Y para remate, el gobernante guatemalteco recibió de la Casa Blanca, poco antes de iniciarse el movimiento unionista, elocuentes conminatorias (órdenes, en lenguaje práctico), en que se le prevenía del disgusto con que el gobierno yanqui consideraría un nuevo intento de reelección, y la complacencia con que, en cambio, vería que el gran amigo de los Estados Unidos, el ilustre presidente de Guatemala, se decidiese a encauzar su gobierno por los cánones constitucionales. Esto no fue óbice para que, al aparecer el síntoma premonitorio de la convulsión política, Estrada Cabrera no previese ni los alcances del peligro ni la rapidez y fuerza con que la reacción se propagaría. dijo,
Al presbítero José Pinol y Batres se le llamó ''el precursor de la revolución de 1920'* por haber iniciado, en una serie de conferencias que pronunció desde el pulpito de la iglesia de San Francisco, en la capital de la República, la crítica sistemática de la tiranía, bajo capa de disertar sobre temas sociales, desde el punto de mira de la moral católica. En cierto modo, esto es verdad. Como movimiento social, como fenómeno histórico, y por tanto fatal, la rebelión del pueblo guatemalteco se hubiese producido tarde o temprano, sin que al factor personal pudiese atribuírsele una importancia decisiva. Pero es dudoso que se produjera en aquel momento, indudablemente oportuno, si faltara la clarividencia y el audaz arrojo del hoy obispo de Faselli.
E
L
A
U TóCRATA
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Fino olfato político para percibir la ocasión proy habilidad dialéctica poco común, para aprovecharla, eran cualidades indispensables en quien se aventurase en empresa semejante; y Pinol y Bapicia,
j
tres las poseía.
En
la
personalidad
hay más de
del
distinguido
eclesiástico
que de teólogo. Es él, como los misioneros y los jesuítas (diz que a la comunidad de éstos últimos pertenece), un sacerdote batallador, un cura como aquellos que tanto ayudaron a la sumisión de América, por el conquistador hispánico, con su habilidosa intervención en los asuntos del Estado y las maquinaciones de la política. El hecho fue que el orador de San Francisco arrojó la primera chispa en la reseca yesca; y, al soliviantar los ánimos de los capitalinos, los preparó moralmente para la futura lucha, desarrollada meses más tarde. Pero es cierto que Estrada Cabrera pudo en esta vez, como en otras anteriores, detener la avalancha y neutralizar los efectos naturales de aquellas prédicas, en que Pinol y Batres tuvo un antecesor denodado: otro cura revolucionario, el padre Gil, quien predicó en Guatemala unos cuantos sermones que más bien eran encendidas político
filípicas contra el autócrata local, sin provocar más que una agitación puramente platónica. El dictador se limitó a desterrar a Pinol y Batres, sin escándalo y con evidente timidez; y dejó, por lo demás, que la semilla fructificara debajo de la nieve, como el trigo de las estepas rusas...
Es afirmación no contradicha que
el autor de la salvadora", génesis del partido unionista, íue inteligente político Manuel Cobos Batres, consi*
''idea el
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derado en Guatemala como el leader de los clericales pero que en realidad, y aparte de sus creencias religiosas, es uno de los hombres de más valia mental y valor cívico entre sus compatriotas. Semanas después del destierro de Pinol y Batres y en casa de uno de los futuros cabecillas unionistas, se congregó un grupo de ciudadanos y acordó la fundación de un partido político, con arreglo al plan formulado por Cobos Batres. A poco circuló el acta de fundación del partido, la cual era un programa a la vez ideológico y activo. Ese documento tiene fecha 25 de diciembre de 1919 y está signado por los iniciadores y algunas pocas personas más, adheridas al proyecto, y entre quienes figuran guatemaltecos de nota, entre abogados y hombres de negocios, y a retaguardia, algunos obreros.
Según
el
criterio liberal as usual, el gru-
po de unionistas tenía marcada
filiación consei^a-
dora.
La fórmula escogida fue hábil y acertada. Levantóse la única bandera que merece el respeto universal de los centroamericanos, aunque sea solamente por sus prestigios romancescos y sentimentales: la bandera de la unión centroamericana. El partido unionista, según el acta célebre, conocida luego por la de los tres dobleces, en gráfica alusión a la forma en que circuló ya impresa, nacía para trabajar por la realización del magno ideal, dentro de los cauces de la ley. El objetivo aparecía desinteresado y lejano; el arma de combate sería la Constitución de la República; los procedimientos, cultos y pacíficos, y los medios hasta si se quiere platónicos. Esto era la apariencia, simple fachada de política retórica, porque nadie ignoraba, y Estrada Cabrera en particular, que todo aquello no signiíicaba más que un ataque embozado a la autocracia.
El Autócrata
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Tal evidencia la tenían aun los extranjeros menos enterados de nuestros asuntos internos, pues bastaba con la declaración de que el partido trabajaría por la unión de Centro América, dentro de los cauces de la ley, para que la pugna se estableciese con el autócrata, que había cegado por completo los famosos cauces constitucionales. Dícese que en el primer momento, el presidente tomó en poco la formación del nuevo partido, al que calificó de intentona de los conservadores, quienes quedarían apabullados bajo uno solo de sus habilísimos golpes. No siempre, claro está, fue este el criterio de don Manuel. Ya muy avanzado el movimiento unionista, el 15 de marzo de 1920 fecha en que se inicia cada período constitucional en Guatemala fueron recibidos los miembros del Poder Judicial por Estrada Cabrera, en su residencia particular de La Palma. A los diputadbs, que también concurrieron, no se les atendió. El presidente de aquel Poder, licenciado Arturo Ubico, que ocupó durante la recepción un asiento en primer término y cerca del autócrata, entabló conversación con éste, y a poco se cayó en el tema palpitante: el unionismo. Ubico, como reflexión final, emitió esta opinión: ,..pero con papeles no se bota al gobierno. Y Cabrera replicó: No se bota, pero se prepara su
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caída.
Entre el público, la impresión fue de estupor y curiosidad con vagos ribetes de. esperanza. ¿Adonde irían aquellos desalmados, capaces de enfrentarse inermes a la omnipotencia del autócrata? La suspicacia saltó al punto: aquellos hombres no eran locos inofensivos, gente que soñaba despierta, como algunos opinaban; en el acta de los tres dobleces había gato encerrado ... Y no faltó quien observase que la única explicación do aquel acto, insólito y
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temerario, era la protección de la Casa Blanca, dispuesta a castigar a Estrada Cabrera por sus últimas desobediencias, desposeyéndolo del Poder o metiéndolo en cintura. Una simple coincidencia material dio pábulo a aquella sospecha: el partido unionista había establecido su domicilio social pared de por medio con la legación de los Estados Unidos. Esto podría ser una complicidad o una simple protección, buscada por los unionistas, contra los seguros desmanes que el tirano cometería con los miembros del partido.
Pesa tener que rebajar en cierto modo el papel limpio y brillante del partido unionista, antes de la caída de Estrada Cabrera, con cabalas y conjeturas de este jaez. Pero, bien visto, la gloria del partido no se opaca con los móviles secretos que pudiesen haber guiado a sus directores, porque la hazaña de libertar a una nación es bastante grande como para dignificar aun a los traidores y a los falsarios. Al estudiar los actos humanos debemos tener en cuenta, como es de imprescindible lógica, la naturaleza del hombre, sujeta al miedo, al temor y al interés personal mucho más que al espíritu de sacrificio y al desinterés altruista. No se condena a nadie por presunciones. Pero nadie puede negar el valor, a veces decisivo, de las presunciones. ¿Quién ignora en Centro América lo que es la política norteamericana para nosotros? Los presidentes suben y-^caen según la voluntad del Departamento de Estado de Washington. Y esto se comenta, hasta en el tono de la más encantadora ''zumba", por los publicistas yanquis en las columnas de los más grandes diarios De aquí que el reconocimiento oficial de los gobiernos centroamericanos por la Casa Blanca sea para éstos requisito mucho más importante que la .
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ElAutógrata
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voluntad de sus pueblos. Un régimen odiado en ol puede perdurar si cuenta con la aquiescencia de Washington; pero un régimen querido por el pueblo no se mantendrá jamás contra los designios de la Casa Blanca. Los ejemplos pueden citarse a porrillo. ¿Qué mucho, pues, que se piense que sin la autorización del Departamento de Estado ningún movimiento revolucionario puede prosperar en Centro América? No se sabe que los directores del partido unionista recibieran de la legación por antonomasia esa especialísima autorización que gobiernos y grupos piden con tanta frecuencia a Washington; pero si existe un hecho innegable, y es que el movimiento unionista fue visto con evidente simpatía por el gobierno nórdico. Si esta simpatía fue sincera y exenta de móviles mezquinos, hay que hacer constar que al partido unionista le cupo en suerte merecer un honor jamás otorgado por lo«5i gobiernos norteamericanos a los pueblos centrales: el de dejar a estos pueblos que resuelvan por sí mismo sus asuntos internos. Es en verdad curioso y sorprendente considerar al gobierno del Norte conmovido por una lucha tan alta y pura como es la de conquistar la libertad para una nación. Y los centroamericanos nos resistimos a creer que, donde intereses puramente financieros son los que gobiernan pese a la grandeza del pueblo norteamericano Ariel pueda hacer triunfar las olvidadas normas del espíritu, sobre todo, cuando hemos visto, como en este aciago año de 1927, poner a los Estados Unidos toda la inmensa suma de su fuerza^ de su crédito internacional y de su prestigio histórico en beneficio de un vulgarísimo impostor, el nicaragüense Adolfo Díaz, en contra de un pueblo entero interior
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Estrada Cabrera siempre estuvo cierto de que el apoyo norteamericano amparó triunfalmente a sus enemigos en 1920. Cuando yo le visité en su prisión, casi categóricamente me dijo: a mi me abandonaron los yanquis. *'Un día me relató con palabras textuales que* escucharon conmigo Alberto Velázquez y José Luis en La Palma, Samayoa, presentes en la entrevista en compañía de chocolate tomando de mañana el un amigo y de un hijito mío, mandé hacer ima traducción; y cuando me la llevaron hecha, señor Ospina, me dio un vuelco el corazón porque comprendí que estaba perdido. No sé si en aquel momento debí pegarme un tiro, pues todo había concluido para mi**. El autócrata no quiso ser más explícito en aquella ocasión. Y es lástima que no sepamos qué documento era aquél y en qué idioma estaba escrito. Si el incidente es cierto, poca duda cabe de que el documento provenía del Departamento de Estado de Washington y venía escrito en inglés, porque ¿en qué otra lengua y de qué otro tribunal pueden venir las sentencias de muerte civil para los gobernantes centroamericanos? Posteriormente, un abogado, amigo mío, me refirió
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el
sucedido siguiente:
Un
nisterio de Agricultura,
alto funcionario del Mi-
como resultado de una
plá-
que tuviera con el relatante, al reunirse la última Asamblea Constituyente, le dijo a éste: "Piense usted en la manera de desplazar a los extranjeros del dominio de nuestras tierras". Pocos dias después, el hombre de leyes le llevó al funcionario la fórmula pedida, que consistía en agregar al artículo 9o. de la Constitución uno de los artículos reformables un inciso que dijera, con su preámbulo, "son derechos de los guatemaltecos: adquirir bienes raíces ubicados en la República". Al hombre tica
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de gobierno le pareció bien la iniciativa y se la sugirió al ministro, licenciado Mariano López Pacheco, quien, asustado, le contestó: "No hay qué tocar a los extranjeros, ellos botaron a don Manuel". Y hay que recordar que López Pacheco fue ministro de don Manuel a la caída de este gobernante. Puede ser que López Pacheco, con la palabra genérica extranjeros, quisiera particularizar a los norteamericanos, aunque por prudencia no lo .
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dijese.''
Cómo Estrada Cabrera, tan cauto, tan receloso, tan buen amigo de los yanquis, cayó en desgracia con la gran República Imperial, es cosa que no está bien averiguada. Quienes deben saberlo, porque estuvieron en íntimo contacto con el autócrata, han callado tenazmente. Igual mutismo en los miembros del gobierno de Herrera y del partido unionista, que echaron mano al famoso archivo de La Palma, el cual contenía la historia secreta del despotismo.
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¿Por qué este silencio, en cierto modo comprometedor? Para los funcionarios cabreristas era, y es aun de suma importancia, esclarecer qué participación tomaron los yanquis en la caída de Estrada Cabrera. Todo hecho o documento afirmativo hubiese constituido, y constituye todavía, una poderosa arma contra sus enemigos, los unionistas. Los liberales han arrojado a los unionistas, con iracunda insistencia, la inculpación de que el movimiento de 1920 recibió ayuda norteamericana. Los unio2 Omito los nombres de dos de los protagonistas de este incidente porque, dada su posición social, el sambenito de "enemigos de los extranjeros", sin duda les perjudicarla. En cuanto al licenciado López Pacheco, el caso es contrario. Este político demostró poseer vista sagaz, y, probablemente, un conocimiento personal de los hechos. Su expresión no habrá, pues, de dañarle en su carrera política: ¡muy a la inversa!
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nistas lo niegan en redondo, y piden pruebas; pero los acusadores no las presentan.
Hay una firma mi
frase que corre aserto de que el
como
verídica y conautócrata se hallaba
convencido, desde el primer momento, de que la de los yanquis andaba de por medio en todo aquello. Cuando un palaciego le presentó a Estrada Cabrera un ejemplar impreso del acta de los tres dobleces, el presidente exclamó iracundo:
mano
—
¡Son cosas de los conservadores, de acuerdo con ese viejo papo del ministro americano!' Sea como fuere, la verdad es que el autócrata, lejos de atacar a sus enemigos según su invariable táctica, se limita a defenderse, y lo hace mal, como quien no las tiene todas consigo y no acierta con el camino que debe seguir. Si sus contradicciones y titubeos, tan funestos para él, son hijos del temeroso respeto que le merecen los Estados Unidos, o bien de la decadencia de sus facultades psíquicas, ya muy sensibles en aquel tiempo, es asunto que no puede fallarse categóricamente; pero todo indica que las dos causas obraron de consuno en la de rrota del gobierno cabrerista, porque fuera o no real la protección de la Casa Blanca a los opositores, resulta poco o nada dudoso que Estrada Cabrera creía firmemente en la existencia de tal protección.
Asegúrase, por otra parte, que hasta el propio presidente Wilson llegó a interesarse por la desgraciada suerte de los guatemaltecos, merced a valiosas influencias que se movieron cerca de él; y asi se explicaría el milagro. 3 Estrada Cabrera aludía al ministro Me Millian. Papo, provincialismo guatemalteco, que quiere decir hombre ton to, de pocos alcances intelectuales.
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¿No tuvo Estrada Cabrera conocimiento, por su omnisciente policía secreta, de las juntas preliminares a la fundación del partido unionista? Estrada Cabrera sabia eso y mucho más. El mismo lo declara:
Fue a fines del año 1917 noticia fidedigna de que
que el gobierno recibió un grupo reducido de personas trataba de trastornar el orden para llegar a formalizar debidamente, una revolución armada contra el gobierno constituido hasta entonces, y recoger de mi, el poder de que
me
hallaba investido.^
¿Por qué no cortó entonces, en embrión y cuando tan fácil era, aquellas actividades, él, que no dejaba subsistir por un instante ni el más leve asomo de rebelión? Sin embargo, dejó hacer, desde 1917 hasta 1919, en que se fundó públicamente el partido unionista; y esta política la sabía
él,
mejor que na-
en grado sumo. Todavía más: a ciencia y paciencia del ogro presidencial, se imprimió y circuló el acta mencionada, funcionó luego el partido opositor y salió a luz el periódico órgano del mismo, que, con la demás prensa unionista, tanto daño habría de causar a la autocracia. die, peligrosa
Estrada Cabrera no reacciona sino cuando el plasopositor va cobrando a toda prisa las proporciones de un organismo, el cual tiende a ramificarse por el país entero. Entonces se decide a encarcelar a algunos miembros de la junta directiva del partido, y manda a la policía que se apodere de la imprenta en que se edita el diario El Unionista y se hace la propaganda subversiva.
ma
4 Escrito de defensa, presentado en sej^nnda instancia. por Manuel Estrada Cabrera. Agosto 3' de 1923. Guatemala.
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Nada de esto le vale ya. Por ima prensa de imprimir desaparecida, surge otra nueva, como brotada de la tierra; y por cada unionista prisionero, aparece un ciento, dispuesto a dejarse encarcelar. La estrategia política del partido unionista permítaseme llamarla asi por la similitud de estas está concebida luchas con las campañas militares con admirable visión del estado psíquico del pueblo en aquella época. Es una obra maestra. En el hábil plan político, está previsto que el autócrata se encargará, por sí solo, de convertir la actividad pacífica y legal del unionismo en una beligerancia reconocida por el propio gobierno. Atacando al partido fuera de la ley, como lo hace Estrada Cabrera, se le obliga a aquél a la defensa, parapetado tras la trinchera de la Constitución; y esa defensa lleva implícito un ataque a la autocracia. Puede decirse que Estrada Cabrera abandonó a sus enemigos el único recinto que a la postre hu-
—
—
biera sido inexpugnable para él: el recinto fortificado de la ley. Mientras él obra por encima y fuera de ella, la oposición se abandera con la Carta Magna. De aquí surgió aquella célebre frase unionista, que fue toda una consigna de batalla: "combatiremos a la tiranía a golpes de Constitución". La inferioridad mental del autócrata con respecto a sus enemigos, queda así demostrada. El, por su propia voluntad, escoge el peor camino y abandona sus mejores posiciones a los contrarios. No se percata Estrada Cabrera de que los procedimientos vulgares de represión resultan inadecuados para las circunstancias. Porque se puede encarcelar a cien, doscientos, mil individuos, hasta repletar las ergástulas; pero no se puede meter ,
dentro murallas a una multitud que va a la segura conquista de un pueblo entero, y lo que es más
í
El Autócrata
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grave, que está provocando la fuga o la traición de los servidores de la autocracia. No obstante, una y otra vez, Estrada Cabrera recurre a violencias y atentados, siempre sin éxito. Su propósito no sabe encubrirse, y hasta los muchachos de las escuelas primarias están en el secreto
de la maniobra presidencial. Se pretende que los unionistas respondan por vías de hecho a las provocaciones de los agentes de autoridad, y encontrar así una justificación para aniquilarlos, diciendo después al cuerpo diplomático extranjero y en especial al Departamento de Estado de Washington: "lo hice con absoluta sujeción a la ley: tengo las pruebas de que esos hombres eran sencillamente unos sediciosos".
El autócrata persigue este objetivo con obstinaFuera de las provocaciones personales y de los encarcelamientos con lujo de fuerza y amenazas, envía una tarde a la casa del partido unionista, donde hay una numerosa reunión de correligionarios, a unos cuantos agentes de policía, mal disfrazados de paisanos, para que arrojen en pleno recinto media docena de bombas de cohetero. Parece ser que el espionaje unionista, perfectamente organizado, ya tenía conocimiento de la treta presidencial, bien escasa de ingenio, y enteró de ella a la directiva del partido. El resultado íue que, si bien hubo unos momentos de pánico y confusión entre los unionistas reunidos, nadie pensó en responder con balas a la agresión de mentirijillas, y el orden de la asamblea se mantuvo sin mayor esción.
fuerzo.
No obstante el fracaso. Estrada Cabrera, amigo de la violencia, debe de haber pensado que el procedimiento no era el malo sino la ocasión y forma en que se empleara. Repítelo pues, en la primera opor-
Garlos Wyld Ospina
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r
tunidad que se le presenta. Los unionistas harán una manifestación de simpatía a la Asamblea Legislativa por cierto teatral decreto, que proclama "la necesidad de la unión de Centro América", y que no fue más que un golpe de política efectista, algo así como la alianza tácita entre el pueblo y sus representates contra Estrada Cabrera. Ya por aquel entonces, los cabecillas de la Asamblea, políticos machuchos y hombres de acción, han tomado partido contra el presidente de la República, deseosos de alcanzar por aquel medio supremo la reivindicación de su culpable pasado, y con ella, honores y granjerias del régimen que habrá de surgir de las ruinas de la autocracia. Ya por aquel entonces, el licenciado Adrián Vidaurre uno de los hombres más identificados con Estrada Cabrera en años anteriores fuera sacado en hombros por los unionistas después de memorable sesión
—
—
donde el licenciado hizo una audaz y categórica conversión política. Esto ocurrió el 8 de legislativa,
marzo de
1920.
El 11 del mismo mes y año, un inmenso desfile popular, sin precedente en la historia centroamericana como acto cívico, se desenvuelve por las calles de la capital de Guatemala. Va organizado en secciones: cada una levanta una bandera o un estandarte, como los ejércitos. El temor a la muerte imprime su espantosa disciplina al escuadrón de ciudadanos. La Asamblea se reúne en el edificio de la Academia Militar, por orden del autócrata. Quiere él que los representantes legislen en la vecindad de los cañones para que no olviden que el respeto a la fuerza en su más alto deber. A la sazón se encuentra un numeroso grupo de diputados en el edificio, en espera de la manifestación unionista.
ElAutócrata
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Al discurrir el desfile por el bulevar, los esbirros del terrorismo, confundidos con el público espectador, disparan sus revólveres contra la viviente el momento, más que hedesean provocar: sin duda tal era la consigna recibida en La Palma. Pero una bala hiere a un ciudadano manifestante, joven y de oficio barAl derrumbarse en tierra aquel hombre bero. (Benjamín Castro), una racha de horror sacude los nervios de la multitud. La columna se rompe y arremolina en pánico. Resuenan más disparos: son descargas hechas por las tropas apostadas tras las vallas de boj del bulevar y los muros de la Academia. Dicese que los oficiales y soldados dispararon hacia lo alto, sintiéndose incapaces de fusilar a sus hermanos civiles. Debió de ser asi porque ningún otro manifestante fue herido. Sea en honra de
columna en marcha. Por rir,
esas tropas.
primer momento de confusión, la masa humana se sobrepone al terror de la salvaje acometida. Hay escenas patéticas y un gran acto de heroísmo popular. Los compañeros han alzado en brazos al herido, como una bandera santa. Un hombre grita la consigna, dominando el tumulto. "¡Adelante, nadie se detenga, nadie conteste con la fuerza, adelante!". Le faltó agregar con el poeta: "¡por encima de las tumbas!". La muchedumbre comprende entonces que la salvación está en permanecer unida y pacífica ante el peligro. Para esto le basta con recurrir a su instinto: cuando el rebaño percibe al lobo, frente a frente, forma un compacto
Pasado
muro con el
el
todas las testuces unidas, on círculo. Es
pavor disciplinado.
jDios está con nosotros '*¡ Asesinos! mujeres han caído Algunas tiranos!". los erde a p y do rodillas vo.i los brazos en cniz, desafiando a los
Suenan voces:
Carlos Wyld Ospina
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sujeto hercúleo, como un nuevo Ursus, abre su camisa y ofrece el pecho desnudo al desgarrón de las balas. Todos piden la muerte: ¡No, esbirros.
Un
nos defenderemos! En estas tres palabras ha radicado la mágica fuerza moral del partido unionista. Son las mismas con que años después un gran hindú, Mahatma Gandhi, intentará organizar a las multitudes indostanas frente a la violencia europea. Son las mismas con que, siglos antes, la mansedumbre estoica de los primeros cristianos logra domeñar la ferocidad romana. Al grito de ¡adelante! se ha reanudado el desfile. Nadie osa ya detenerlo. Frente a la Academia Militar, un grupo de diputados, con su presidente a la cabeza, avanza hacia las puertas para recibir el homenaje popular, pero los centinelas cruzan los fusiles impidiendo el paso a los representantes de la ley. Entonces el licenciado José A. Beteta, uno de los cabecillas políticos de la Asamblea, tiene el gesto oportuno y magnífico de un girondino: grita al oficial que majida la guardia—. ¡Alto! Las armas nacionales no están en vuestras manos para atacar a la representación del pueblo sino para rendirle honores. ¡Capitán: mande presentar las armas!
—
—
Y
el
capitán obedeció.
Cuando Estrada Cabrera conoce
los trágicos epi-
sodios de la jornada del 11 de marzo, dícese que levanta los puños contra sus torpes agentes, furioso y desesperado. Comprende que aquello significa el
derrumbe.
El Autócrata
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Entonces decide, tardíamente, cambiar de táctica, e intenta combatir a sus opositores con las armas que ellos mismos han usado contra él. Vuelve los ojos a la Asamblea Legislativa: ella puede salvarle todavía. Y hace presentar en la Cámara, por alguno de sus paniaguados, un proyecto de ley llamado antibolchevique, según la cual los unionistas van a ser tratados como simples trastomadores del orden social. Envía a su secretario privado, general José María Letona, a exigir de cada diputado, en lo personal, el compromiso escrito y firmado de que apoyará en la Asamblea el proyecto terrible y votará por él. Los diputados, en mayoría, firman el compromiso, bajo la presión del miedo. Estrada Cabrera conoce el odio que el gobierno norteamericano ha sentido siempre por el comunismo ruso; y es seguro que intenta convencer al De-
partamento de Estado de que, en realidad, la ola bolchevique ha invadido a Guatemala por la propicia frontera de México, país donde encuentran franca acogida ciertas tendencias socialistas. No se sabe si estas o parecidas gestiones, atribuidas con fundamento a Estrada Cabrera, tuvieron éxito en la Casa Blanca. Pero la verdad es que el secretario Bryan sugiere al gobierno de Guatemala, la conveniencia de buscar una conciliación con los unionistas, mediante un pacto que tenga por base nueve puntos, elaborados por el propio presidente Wilson. Por tal convenio. Estrada Cabrera se compromete a gobernar con la Constitución, hacer cesar toda hostilidad contra los unionistas, poner en libertad a los presos políticos y otras medidas por el
estilo.
Los directores del unionismo cometen la debilidad de suscribir un convenio con Estrada Cabrera, tal como lo ha sugerido el honorable míster Bryan.
Carlos Wyld Ospina
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pudo ser la muerte de la oposición y la caída de Guatemala en un peor y más refinado despotismo, es cosa que no admite duda. Pero el destino ha decidido ya de la suerte de Estrada Ca brera por encima de pactos y ayudas extranjeras. Del autócrata depende que el arma poderosa que el presidente Wilson le ha puesto en las manos,
Que
este paso
conserve toda su eficacia o se vuelva contra él. Ocurre lo último, a despecho de toda lógica. La política de Estrada Cabrera estaba claramente marcada por el convenio de los nueve puntos, como se le llamó. Debe el gobernante ceñir sus actos a la ley por un tiempo prudencial, durante el que, atrayendo a sí o destruyendo hábilmente la fuerza del partido unionista, su poder readquiera la solidez perdida. Conseguido esto, su triunfo será infalible: poco a poco volverá a implantar sus peculiares métodos de gobierno. Bastará para ello con esperar a el cambio constitucional, ya cercano, de la Unión Norteamericana. Mas, Estrada Cabrera está ciego. A renglón seguido de la promulgación de aquel pacto, el gobierno reasume su política de violencias, en un afán incontenible de reducir por la fuerza, a término inmediato, a los unionistas, que a la sazón lo eran ya las tres cuartas partes de los guatemaltecos. Añádase a esto el fracaso de la ley antibolchevique, que no logra la aprobación de la Asamblea, muy a despecho de las precauciones tomadas por
que se efectúe
del presidente
autócrata. Cuando aquella Asamblea de siervos se rebelaba a los mandatos de su señor, a quien muchos de ellos todo se lo debían honra, poder era que el régimen se suicidaba, que y fortuna la banda dispersábase para ir, unos, a engrosar las filas enemigas, en donde se anunciaba ya la victoel
—
—
El Autócrata
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ria; otros, a esconder su miedo y hurtar su culpabilidad en cualquier parte.
Entonces, la última y maltrecha esperanza del autócrata se cifró en las armas. Los unionistas, tarde o temprano, habrían de pasar de las palabras a los hechos. La tremenda excitación de los espíritus no podía durar indefinidamente sin riesgo de provocar una reacción de desmayo y desaliento, que sería la derrota del unionismo en breve plazo. Esto lo sabía Estrada Cabrera tan bien como sus contrarios. El choque armado tendría que sobrevenir fatalmente. Y cada cual procuró escoger sus posiciones. Dos factores serían los decisivos para el triunfo:
la
Ya sabemos
Asamblea y
el ejército.
cuál era la actitud de la primera. El
que Estrada Cabrera procuró mantener bajo la bota, humillado y escarnecido, estaba, con lo mejor y más joven de su oficialidad, en favor del pueblo. El autócrata contaba todavía con algunos pocos jefes, de jurada fidelidad a su persona, capaces de sacrificarse ciegamente en la defensa de un régimen odioso y podrido. Pero los militares afectos a la oposición necesitaban que su jefe nato y reconocido fuese puesto fuera de la ley, para de este modo poder combatirlo sin ser acusados de traición. Esto no obstante, la revolución usó este nevocablo en su sentido superficial de rebelión cesitaba indispensablemente de una bandera legal. Su beligerancia debería ser legítima, mientras el autócrata pasaba a la categoría de rebelde. En resumen: era necesario que la revolución se convirtiese en gobierno constitucional, y el gobierno constituido, al resistirse a cumplir los mandatos de la ley, se tornara a su vez en revolucionario. Esta mágica trasformación solo la podía operar la Asamblea. Y de la Asamblea necesitaba tanto ejército, al
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Carlos Wyld Ospina
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Estrada Cabrera como el unionismo. Por esto, uno y otro la enamoraban a porfía, en solicitud de sus gracias. Ya sabemos que la Dulcinea legislativa había dado calabazas a su antiguo amo y señor. Y lo grave y perentorio del momento exigía la pronta adopción de un plan que depusiera,, de una sola plumada, al presidente de la República. Celebrábanse cuotidianos conciliábulos entre los jefes del unionismo y los cabecillas de la Asamblea. Todos ellos, pero especialmente los ^viejos amigos de Estrada Cabrera, sabían los puntos que como político calzaba el autócrata; y a despecho de sus traspiés y de sus ofuscaciones del presente, le consideraban capaz de todo, por audaz y violento que ello fuese: las más sorprendentes combinaciones políticas podían ocurrírsele de un instante a otro, llevándole, como en pasadas veces, en derechura al éxito. ¡No en vano había sido nuestro Maquiavelo en acción por espacio de veintitantos años! Se pensó en acusar a Estrada Cabrera ante la Asamblea por delitos del orden común, y hasta se formularon de antemano algunas cabezas de proceso. Pero tales expedientes, por dilatorios e inseguros, no ofrecían certeza de triunfo. ¡Irle al güisache insigne, al abogado mañoso, con acusaciones y procesos ordinarios, equivalía a darle tiempo y ventaja para que se defendiese en sus propios terrenos Pero, de súbito, se encontró la fórmula salvadora. No conozco a ciencia cierta al autor o autores; pero hay que confesar que, no obstante la oportunidad y la eficacia de aquella fórmula, el procedimiento escogido tiene las trazas de un saínete legalista con !
episodios grotescos.
Las cosas pasaron así. Estrada Cabrera había mantenido por muchos años a su lado, como secre-
El Autócrata
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amigo de mocedades, al general José María Letona, a quien ya he nombrado y traté poco antes de su muerte. Relatóme el señor Letona que en los días en que el autócrata viera desquiciarse su poder y huir de su lado a hombres en quienes confió, sus facultades mentales sufieron positivo quebranto, y dio en ver enemigos y traidores por todas partes. Fue entonces cuando se pasaba las horas metido en el oratorio de La Palma, de rodillas ante las imágenes del culto católico, rezando fervorosamente con la cabeza entre las manos. Salía de allí a consultar con los brujos indios, que hiciera venir desde Momostenango y Totonicapán, y encerrarse con ellos para practicar operaciones de hechicería. Ansiaba conocer el porvenir y arrantario particular y
carle al destino su secreto: para ello empeñábase en sacar horóscopos y auspicios. Cuando no recurría a las artes de los brujos, evocaba a los desencarnados y pretendía comunicar con el plano astral de la naturaleza. El propio Estrada Cabrera enteró a un amigo suyo, que también lo es mío, y muy estimado, el escritor mejicano don Flavio Guillen, acerca del origen de sus prácticas ocultistas, a las que se aficionó después de experimentar en su vida. y por sí mismo, fenómenos espontáneos de carácter supranormal, ocurridos durante la infancia del autócrata, y, más tarde, a la muerte de su esposa. En uno de aquellos raptos de desconfianza enfermiza que le asaltaban de súbito, sin que precediera alteración sensible de sus facultades normales, Estrada Cabrera amenazó de muerte al general Letona por traidor. El incidente ocurrió así: caminaban por una de las avenidas de La Palma, el presidente, Letona y un amigo Intimo de ambos, el señor Felipe
Márquez, conversando de asuntos varios.
De
pronto, al pasar frente a uno de los pilares de un
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pabellón, Estrada Cabrera se detuvo y, volviéndose hacia Márquez, indicó el basamento pétreo del pilar más próximo y profirió con voz amenazante y colérica, estas palabras: ¡Vea, don Felipe, en este pilar tengo que mandar fusilar muy pronto a cierto amigo traidor, de esos que aun se mantienen conmigo, pero que ya
—
están vendidos a mis enemigos! Con el gesto aludía bien claro al general Letona. De aquel día en adelante, las suspicacias de Estrada Cabrera hicieron desesperada la situación de Letona en La Palma, hasta que poco después, con motivo de una deserción de soldados de las guarniciones de la finca, la ira del autócrata estalló incontenible contra el secretario particular, a quien derribó al suelo a golpes de revólver en la cabeza. Letona, ensangrentado y maltrecho, quedó en calidad de prisionero dentro La Palma, bajo amenaza de fusilamiento. Pero consiguió evadirse, huyendo de una muerte que tenía por segura, y se asiló en
Legación Británica. Este incidente dio origen al plan legislativo que echó por tierra al gobierno cabrerista. Los cabecilias de la Asamblea y los jefes del unionismo persuadieron a Letona de que su deber le mandaba denunciar, ante los representantes del pueblo, la locura del presidente, manifiesta en los actos del elevado funcionario y el género de misticismo supersticioso a que vivía entregado, según informes del propio Letona. Se adobó con todo aquello una denuncia, que era a la vez una acusación, y se convino en que el ex secretario de Estrada Cabrera la leería en persona ante los diputados, presentándose en la sesión del 8 de abril con la cabeza envuelta en vendajes y en el rostro las huellas, todavía frescas, de la violencia presidencial.
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1
.
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El Autócrata
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El pueblo en masa acudió a la barra de la Asamblea y llenó la calle frente al edificio y parte de las adyacentes. Llegado el momento propicio, el general Letona sube a la tribuna y comienza asi su denuncia:^
Duéleme, señores diputados, tener que venir a haceros pública la seguridad en que estoy de que las facultades mentales del señor Estrada Cabrera no son ya normales. Una enfermedad tan traicionera como la que padece;"' una vida tan dura como la que lleva, son capaces de doblegar la salud más completa. Y hoy, por desgracia para mí, señores tengo la firme persuasión de que mi amigo siempre querido, mi jefe severo, sí, pero respetuoso, no tiene la lucidez de un cerebro correcto; y solo así podrían explicarse los errores, aberraciones, tonterías, monomanías y aun desmanes que comete. Mi deber dijo hasta aquí. .
Luego el orador, que era también diputado, se dirige a sus colegas y fulmina una franca intimidación: Pero acaso hay alguno o algunos que prefieran sus intereses particulares, su marcada ambición, o que tiemblen como yo y muchos de nosotros temblábamos ha poco ante las amenazas del enfermo. Si alguno o algunos anteponen tan indignos móviles a los altos intereses de la patria: ¡los conozco! Están en mis manos. Poseo sus secretos y daré al onpb'o la historia fiel de sus cohechos, de sus picardías y de sus delitos para que reciban el merecido .
.
.
castigo
.
.
5 Las palabras puestas en boca de los diputados Letona y Vldaurre aparecen textualmente como suyas en las notas taquigráficas de la Asamblea, acordes con otras versiones tomadas por particulares. Las disposiciones legislativas a que me refiero aquí tienen también autenticidad oficial.
6
Diabetes.
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Aquello equivalía a decir: os entrego en manos que ruge ahí, ante vosotros, y que guarda todas las salidas del edificio; y el pueblo os Asi era la verdad, pordestrozará sin remedio que algunos diputados que han intentado huir al iniciarse la denuncia, hallaron puños cerrados y brazos furiosos que les arrojaron otra vez a sus curules, al grito de ¡nadie sale! El licenciado Adrián Vidaurre pide la palabra para reforzar la terrible amenaza: del pueblo
.
—Ninguno
.
como yo
.
—
—
estuvo al lado clama Cabrera cuando se le atacó con el delito, pero no puedo, señores, abandonar a mi patria cuando Estrada Cabrera ataca al
del señor Estrada
pueblo con rribles
y
Hay
aquí acusaciones teel señor diconozco algunos de esos he-
el delito.
las
ha anunciado también
putado Letona. Yo chos ...
Y
luego, refiriéndose al presidente de la Repúblia la Asamblea Legislativa:
ca, pide
—Suspendámosle en
el eiercicio de sus funciones: démosle amplísimas garantías personales. .. ¡pero que deje el poder!
Una Asamblea que fue hechura de la autocracia, siempre obediente al mandato del amo, tenía entonces que plegarse a la imposición que sobre ella se ejercía. Aquellos diputados, cómplices y servidores del despotismo, ¿qué podían sino condenar al déspota cuando éste era ya impotente para mantenerlos sumisos? El rey ha muerto, ¡viva el rey! Por eso, aquella conspiración legislativa fue calificada por un político como "la sublevación de los libertos".
La Asamblea acuerda nombrar, acto seguido, una comisión de médicos de entre el cuerpo de repre-
.
El Autócrata
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sentantes, para estudiar el caso, no en la persona del ilustre enfermo sino en las afirmaciones de su secretario privado. Tras algunos minutos de deliberación, en nombre de la ciencia, el cónclave de doctores declara loco al presidente. Sin perder instante,
Asamblea, en nombre de la ley, lo separa del de la presidencia. Sin embargo, ni la Ciencia ni la Ley, asi con mayúsculas, podían suscribir un dictamen y emitir un decreto faltos de base científica y jurídica. Pero el atentado fue bendito porque fue salvador. El maestro en argucias resultó vencido con una simple argucia. El prevenido por excelencia cayó en la emboscada más peregrina, pues a aquellas horas Estrada Cabrera retenía en La Palma, haciéndole amistosa compañía, a los más altos dignatarios legislativos, creyendo que así la Asamblea, acéfala, no celebraría sesión. El, que todo lo sabia y nada olvidaba, se olvidó, en aquel día supremo, de un artículo del Reglamento Interior de la Asamblea que permite la sustitución del presidente y vicepresidente del alto cuerpo, por los presidentes de co-
la
ejercicio
misión.
Al conocer el decreto famoso. Estrada Cabrera debe haber lanzado el aullido del lobo que cae, de improviso, en la trampa del granjero.
(
La sesión del 8 de abril de 1920 fue el fin de la ampaña llamada de loa cien dias, de la guerra
blanca de los unionistas. Las etapas de esta campaña cívica son netas y precisas. Primero, el partido unionista despierta las dormidas energías espirituales del pueblo y le orLuego, agotada la proaban iza en bando político.
Carlos VVyld Ospina
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paganda verbal, en vísperas de una acción
inevita-
partido necesita dar a la rebelión armada una bandera constitucional; y la solución de este problema la encuentra el partido en la Asamblea, esto es, en la alianza con los cabecillas de la Asamblea, con quienes se guisa el pastel del 8 de abril compuesto científico-legal que en otras circunstancias haría sonreír a los juristas, pero que en esta ocasión salva a un pueblo. Fue el Crispín de la comedia benaventina triunfando del mal con malas artes. Los servidores de la tiranía son los primeros infidentes a la tiranía. La caída de Estrada Cabrera se originó, por modo principal, en la traición de los suyos; y valga aquel audaz ingenio que supo evitar el sacrificio estéril del pueblo y dio un respiro de libertades a Guatemala. ble,
el
—
No era ilógico suponer que Estrada Cabrera se resignaría con el decreto legislativo que le colocaba fuera del puesto, tan mal andaban sus asuntos y tan unánime era la repulsa de militares y paisanos hacia él. Todavía más: el decreto le garantizaba la vida propia y la de sus parientes, la legítima posesión y el usufructo de sus bienes personales y le abría las puertas de un reposo apacible, en cualquiera Arcadia civilizada. Se le despedía con honores y se le desposeía con privilegios. Pudo acogerse a la irónica, pero efectiva piedad de sus enemigos: piedad que tenía por base, como tantas otras, el miedo que aun inspiraba su poder. Pero su soberbia de amo absoluto, de hombre providencial, no le permitió aprovecharse de aquella salida decorosa que se le brindó. En vez de dejar el país con viento
ElAutócrata
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fresco, prefirió encastillarse en La Palma y esperar a que se cumpliese su singular destino. Por una semana, la corrida del 8 al 14 de abril de 1920, se combatió en toda la República con las armas en la mano. Cabrera se había declarado dictador, aunque sus ministros, con las únicas excepciones del licenciado Manuel Echeverría y Vidaurre y del general Miguel Larrave (subsecretario de la cartera de Guerra, en desempeño del Ministerio) rehusaron firmar el decreto correspondiente. Esto no impidió a Estrada Cabrera reconocer la belig*?rancia del nuevo gobierno y sus defensores, porque hemos de estar en que la Asamblea, al poner fuera de la presidencia a don Manuel, había nombrad*> para sustituirlo al ciudadano Carlos Herrera. El gobierno encabezado por este señor, a su vez declaró fuera de la ley a Estrada Cabrera y ordenó a sus tropas batirlo como rebelde. El 8 de abril quedábale al autócrata todavía la mayor parte de los cuarteles, fuertes y efectivos militares de la capital y la totalidad de los departamentales. Herreristas y unionistas luchaban con notoria desventaja. No se comprende, sino por la falta de un mando único y de un plan coordinado, la derrota de Estrada Cabrera. Si él logra organizar sus elementos, conservar expeditas las comunicaciones entre la capital y los departamentos, sobre todo la telegráfica, cuya importancia era primordial, en pocos días da al traste con el nuevo gobierno y sus defensores. Pero los unionistas obraron con rapidez y habilidad. En primer término, lograron aislar al autócrata casi por completo de sus contingentes departamentales, que hubiesen podido salvarlo; y apoderándose de las lineas telegráficas e interceptando mensajes del propio Estrada Cabrera, emprendieron una colosal campafta de men-
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que dio por resultado el desconcierto de los jefes cabreristas en los departamentos y la rendición de algunos de ellos; esto sin contar con la tiras,
persuasión que, por todos los medios posibles, se llevaba al ánimo de esos jefes en favor del nuevo orden de cosas. Hubo comandante de tropas que recibiese telegramas en clave oficial, firmados por un superior jerárquico, en los cuales se le comunicaba la capitulación de Estrada Cabrera y la entrega por el firmante de sus efectivos militares a los unionistas. Tales mensajes, apócrifos, pero con todas las apariencias de autenticidad, hicieron en ocasiones mucho más por el triunfo final que las bandas de patriotas, improvisadas a toda prisa y con escasísimos armamentos. El ingenio, que ya había ganado admirables batallas políticas, seguía venciendo la resistencia de las bien pertrechadas tropas cabreristas. Cierto es que paratal éxito contribuyeron eficazmente las pocas milicias regulares que habían tomado la defensa del nuevo y legítimo gobierno; pero el factor decisivo fue el caos que reinaba en La Palma. El poeta Chocano, que acompañó a Estrada Cabrera hasta el último momento, me calificó aquella situación con su habitual graficismo: **Estábamos presos en un círculo dantesco**. En realidad, el autócrata obraba como un hombre que ha perdido el dominio de sí mismo. Tan pronto se inclinaba a un parecer como al opuesto; y estas vacilaciones violentas de su juicio, se traducían en órdenes y medidas contradictorias entre sí. Los mandatos de suspender y recomenzar el bombardeo de la capital desde La Palma, donde se contaba con baterías de cañones franceses de 75 milímetros y buen número de ametralladoras y fusiles, se sucedieron varias veces durante la semana
El Autócrata
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Acordaba treguas y firmaba armisticios para romperlos enseguida, y apenas habia decidido rendirse como erguíase desafiador, amensizando con no dejar piedra sobre piedra de la metrópoli guate-
trágica.
malteca.
Mucho se ha asegurado que las determinaciones del autócrata eran inspiradas por José Santos Chocano. No puedo negar ni afirmar esa especie, pero porque está en armonia con el temperaEra éste de parecer que Estrada Cabrera sepultara su gloria y su poder, como un antiguo príncipe indio, entre los escombros de su ciudad. "Perezca usted antes que rendirse: la belleza de este gesto bien vale el sacrificio de su vida claudicante, y si es necesario, de las nuestras. Usted ha vivido como amo: no acepte seguir viviendo como esclavo" son frases que se atribuyen al gran lírico por testigos diz que presenciales. El general José María Orellana, ministro del autócrata en los días terribles, contaba más tarde que las resoluciones tomadas en consejo de ministros las iba a consultar Estrada Cabrera con Chocano, al interior de La Palma, de donde regresaba insistiendo en su criterio drástico, opuesto al parecer de los secretarios de Estado. Es así comprensible que, bajo la poderosa sugestión del poeta, don Manuel sintiera renacer su tremenda ira, su soberbia de predestinado, sus hábitos de déspota; y de aquí sus deiesperadas órdenes de exterminio. Estrada Cabrera pudo ratificar o desmentir esta versión, que tantos odios populares atrajo hacia Chocano. No escribió ni sé que haya dicho nada categórico al respecto, aunque se asegura que todo la recojo
mento
del poeta.
—
ello
constaba en sus Memorias Intimas, escritas en y que probablemente el gobierno de Ore-
la cárcel,
llana hizo desaparecer.
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el mes siniestro en 15 de abril se firmó la capitulación casi incondicional de Estrada Cabrera y éste salió de La Palma con los suyos, camino de la Academia Militar, donde quedaron presos todos y a disposición de los tribunales de justicia.
Finalmente,
el
la historia del autócrata
—
Asi se derrumbó aquel estado de fuerza la autocracia de los veintidós años.
que íue
El régimen autocrático es idéntico en todas partes y en todas épocas. Es un drama que se representa sin cesar en el escenario del mundo, con iguales procedimientos y parecidas consecuencias. Quien conoce a un autócrata los conoce a todos. Una sola diferencia puede establecerse: hay absolutismos fecundos y absolutismos estériles, dentro la relatividad de los hechos humanos.
La humanidad exalta a muchos de sus déspotas por la grandeza y la gloria que trajeron consigo; pero no siempre es Julio César ampliando las fronteras de la república romana hasta los más remotos horizontes, ni Bolivar partiendo en dos un imperio para ceder la mitad de él a la democracia: con más frecuencia es el príncipe Trinco, de la maravillosa fábula de Anatole France, dejando tras sí una muchedumbre de inválidos, una nación exangüe dentro de límites geográficos mermados y irnos cuantos monumentos heroicos en las plazas de las ciudades, hasta donde los fieros veteranos arrastran sus piernas de madera para llorar inútiles hazañas... Es el precio de la gloria. Los absolutismos estériles no tienen ni esa consa gración sentimental.
No
solo dejan ruinas materia-
ElAutócrata como
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los otros, sino el yermo moral en los donde crecen rastreras plantas políticas, prontas a reverdecer en nuevos despotismos. El absolutismo de Estrada Cabrera fue uno de les
espíritus,
éstos.
EL GOBIERNO DE CARLOS HERRERA Y EL FRACASO UNIONISTA
Un
Gobierno de veinte meses
A
Herrera no lo eligieron presidente los unionistas sino los liberales de la Asamblea que, virtualmente, se habían constituido en arbitros de la revolución.
Aquel señor era el tipo de funesto hombre bueno que no tiene energías ni luces para hacer triunfar el bien. En política, estos hombres buenos son los más peligrosos porque malogran las mejores situaciones, y con- bonísima fe, sirven de instrumento a los malvados. Los liberales conocían bien al hombre que eligieron en uno de los momentos más difíciles de nuestra historia. Sabían que don Carlos era el sujeto adecuado para no llevar adelante la revolución en lo más esencial que ésta hubiese tenido: la extirpación del cabrerismo en las conciencias y en las instituciones. Estaban seguros de que Herrera sería el gobernante bonachón que no pedirla cuentas a nadie, ni del pasado ni en el futuro, en nombre de esa hipócrita armonía de la familia nacional, que es el medio invocado por los culpables para conseguir la impunidad después de las mudanzas políticas.
fue, como estaba previsto por sus elecla garantía del cabrerismo, no solo por lo
Herrera tores,
al olvido de fechorías y cancelación de responsabilidades, sino para operar una inmediata reacción que pusiera de nuevo el poder en de sus antiguos detentadores, de las cualfl para a medias con la caída del autócrata.
que hace
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Carlos Wyld Ospina
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En un pequeño periódico que dirigíamos en Quezaltenango Alberto Velázquez y yo, dijimos nosotros a raíz del triunfo de abril, cuando todo era optimismos y despreocupaciones en el campo revolucionario: "La revolución que no cumple sus propósitos de fondo y se queda en mitad de la jornada, es una revolución que se niega a sí misma y provoca la reacción a un estado social peor que el que» ha suprimido con el triunfo momentáneo de sus armas. Tal es el caso presente. Estrada Cabrera ha comenzado a tomar desquite desde el momento en que entró prisionero en la Academia Militar de Guatemala.
.
.".
La contrarrevolución anunciada, que solo los ciegos y los unionistas no veían, ganaba terreno hora tras hora. En el gobierno y en el partido unionista pocos no contribuían a ello, porque cada cual tiraba por el lado de sus ambiciones, sin percatarse de que únicamente trabajaba por la vuelta al cabrerismo, entendido éste como modalidad ético-social y no solo como régimen administrativo. En su marcha adelante, la contrarrevolución no tenía más que batir dos ineptitudes: la del presidente Herrera y la del grupo unionista dirigente. No puede condenarse en totalidad a este grupo, pues hubo unionistas que, como el licenciado Tácito Molina Izquierdo, que era uno de los jefes del partido, supieron prever a tiempo el desastre. Recuerdo que antes de que se cumpliera un mes de la caída del autócrata, conversando con el licenciado Molina Izquierdo en Quezaltenango, a donde él llegara como miembro de una comisión unionista que iba recogiendo homenajes por los departamentos de la República, me expuso este criterio: "Los unionistas estamos perdidos, la reacción se ha impuesto y triunfará con la elección próxima de Carlos Herrera".
El Autócrata He
201
de advertir que ya se trabajaba entonces para la jefatura provisional del señor Herrera se convirtiese en presidencia definitiva. Pero juicios como el del licenciado Molina eran de excepción y aun quienes los sustentaban acabaron por plegarse a las circunstancias y seguir la corriente que impulsaban los liberales. Es cierto que la primera derrota del unionismo estuvo en la elección de Herrera, por la Asamblea, para suceder al autócrata derrocado. Pero este revés, con toda su innegable importancia, no era decisivo. Al unionismo le quedaban recursos inmensos. Contaba, ya no solo con la adhesión de las masas populares, sino con su fanatismo. El pueblo sentía un amor idolátrico por su partido. Buena parte del ejército estaba también con él. Tenía dinero de sobra y su prestigio internacional era tan grande que, de haber buscado una ayuda decorosa en los pueblos y gobiernos hermanos, la hubiese obtenido sin dificultad. Pero el triunfo sobre Estrada Cabrera, demasiado fuerte para cabezas débiles, había echado a perder a los dirigentes del partido, tan lúcidos otrora. Los que no temieron a Estrada Cabrera sentían un inexplicable medio frente al cabrerismo. Y teniendo su propio candidato para la presidencia de la República, el doctor Julio Bianchi, lo desconocieron para acuerpar pasivamente al candidato de los demócratas, que lo era también de los cabreristas, el señor Herrera. La suprema razón de este acto vergonzante, por el cual el unionismo se suicidaba, hadase consiatlr en la imposibilidad de triunfar en los comidoe sobre la candidatura de un hombre que ya ejerda el Poder Ejecutivo. En circunstancias normales, esto es un axioma que no ha tenido contradlcdón en
que
.
202
Garlos Wyld Ospina
nuestra historia ni la tendrá en
mucho
/
tiempo. Pero
las circunstancias políticas en 1920 eran excepcio-
partido unionista representaba se hubiese visto nunca en Guatemala. Y, en postrer término, era preferible hacer sucumbir al partido en una derrota gloriosa, fecunda para más tarde, y que siempre dejaría en manos del unionismo la bandera de la legalidad, que llevarlo a una muerte sin gloria y sin provecho, acogotado por la zarpa de la reacción, bajo la sombra nocturna, en cualquiera encrucijada política Pero el afán de mando, de honores y riquezas era tal entre los unionistas encopetados, que no se atendió sino a gozar, aunque fuese por breve tiempo, de las satisfacciones del Poder. Y ya no hubo más que una porfía: disputarle a los liberales los puestos públicos y la privanza sobre la voluntad del presidente Herrera. Naturalmente, los cargos de regalo y muelle holganza fueron los preferidos. Así vimos asaltar las legaciones y los consulados de importancia en el exterior, a cabecillas intelectuales del unionismo, que se llevaban con ellos, como secretarios y attachés, a sus parientes y amigos. Herrera, electo al fin presidente para un período constitucional de seis años, entró a ejercer su alto ministerio. J-ia aplastante mayoría que obtuvo en los comicios se debió sin duda a que Herrera fue candidato verdaderamente popular, y lo fue porque lo postulaba el infalible unionismo, dueño del noventa por ciento de los votos. Las autoridades no necesitaron entonces, como es costumbre inveterada, recurrir a la imposición de la fuerza bruta y al chanchullo electoral para sacar avante la candidatura herrerista. Los particulares se encargaron de hacerlo todo; y la opinión pública sancionó la elecnales. Repito
que
la fuerza social
el
más poderosa que
.
.
El Autócrata
203
ción de ios dos partidos importantes en que se dividía el país: el demócrata y el unionista. En el primero se amalgamaban cabreristas y unionistas disidentes, de filiación liberal, que no podían seguir unidos, en maridaje artificial, con los dirigentes del gran partido, casi todos considerados
como de
filiación conservadora. Estos hombres se entregaron a fomentar una demagogia absurda, sobre todo entre la masa obrera de la capital, fanática por las glorias y convencida de la fuerza invencible del partido. Por su piarte, los demócratas azuzaban a sus adeptos en igual sentido, porque a unos y otros les convenía desarrollar cierto grado de anarquía social, a fin de mantener suspendida esta amenaza sobre la cabeza del presidente Herrera, para que el mandatario, por temor, abandonara en manos del bando más fuerte la dirección de la cosa pública. Tal demagogia fue denunciada por la prensa desinteresada y amiga del gobernante, y por todos aquellos que queríamos sinceramente salvar los frutos de la revolución de abril. En nuestro periódico El Piieblo, ya citado, escribimos Velázquez y yo por aquellos días: "Los candidos creen de buena íe que la caída de Estrada Cabrera significó el paso a un delicioso comunismo en que, anulando derechos y desconociendo obligaciones, lo de todos pasa a ser de. .. cualquiera, con solo pedirlo invocando la consabida reconquista de nuestros derechos. A su vez los maliciosos, los versados en la política del oportunismo, los expertos del chanchullo y la farsa» que son y no pueden dejar de ser cabreristas mentales, cualquiera que sea el partido a que pertenecen, explotan esa inocente manía que se ha apoderado de los Cándidos, reformadores en pañales y socialistas implumes, y se aprestan a la lucha contra los ele-
1 204
Garlos Wyld Ospina
mentos
sociales que, ya por honradez, horror a la violencia, miedo a la dictadura o simple desconoci-
miento de las tramoyas de la intriga, condenan, es verdad, a los extremistas de una y otra parte, pero sin acertar con los medios ni desplegar la energía necesaria para encaminar a los extraviados y poner coto a la labor de zapa de los agitadores". Pero nunca como entonces se demostró la verdad del principio, vulgarizado por Le Bon, acerca de que en las luchas sociales no priva la razón ni tiene cabida la lógica, porque los móviles de todo movimiento de tal índole nacen del fondo oscuro de las pasiones y los sentimientos. La política tortuosa de la camarilla dirigente le había restado al partido unionista muchas simpatías y no pocos adeptos. Recuerdo que el partido unionista de Los Altos (es decir, del occidente de la República, importante fracción política) tuvo que desconocer la jefatura de los leaders capitalinos, y, sin segregarse del conglomerado, decidir por sí mismo en las graves cuestiones del momento. Así fue ocurriendo con otros núcleos unionistas hasta operarse un positivo divorcio entre ellos y la famosa camarilla, aunque se conservase, como he dicho, una apariencia de solidaridad. El partido unionista de Los Altos, dado su matiz liberal ideológico y dada la energía con que pidiera que la revolución se llevase adelante en sus aspectos constructivos, que eran nulos si no se procedía a una razzia con el cabrerismo, no podía estar de acuerdo con la política de vacilaciones, componendas y desaciertos que la camarilla capitalina desarrollaba desde la más alta sede del partido.
La
disociación de éste alcanzaba aun a sus miembros directores, entre quienes nacieran hondas discrepancias. El señor Emilio Escamilla, sea ejemplo,
El Autócrata
205
que había actuado con brillantez en el grupo direcunionismo durante la oposición a Estrada Cabrera, ya colocado en el Ministerio de Guemt se desvinculó del partido, aunque no abiertamente, para entregarse al desarrollo de cierta política gue algunos tildaban de personalista. Tales eran, al menos, los comentarios que con frecuencia se oian entivo del
tre los unionistas. Era lógico que el señor Escamilla tratase de afianzar el régimen a que servía y muy humano que
soñara con crearse una sólida y predominante posición dentro el gobierno. La oportunidad no podía
un hombre hábil y enérgico, duefto de armas, las lograría con poco esfuerzo imponer su voluntad al abúlico presidente Herrera y a su desarticulado gobierno. Pero el señor Escamilla no era ese hombre. Lejos de conquistar para su peraona la simpatía del ejército que mandaba, llegó a ser visto de reojo por la gente de galones. En este fracaso del ministro, que involucró en buena parte el fracaso del gobierno herrerista, intervinieron diversos factores: el señor Escamilla no es militar y sí está tildado de conservador; al señor Escamilla se le atribuyeron yerros tan graves como el de repartir grados y ascensos a diestra y siniestra, formando un nuevo cuerpo de oficiales, adventicio y postilo, a quienes se llamó zumbonamente "los soldados de chocolate"; el señor ministro no pudo mantener siempre el respeto debido a su Jerarquía y permitid que más de un subalterno se le subiese a las bar* metafóricamente hablando... Elste bas del ministro implicaba desconocimiento o de la naturaleza de la institución militar, o para usar el término de moda, de su pslcotogla. El militar ama el brillo extemo de su profesión: apostu* ra gallarda, uniforme resplandednta, impsrativa ser mejor:
—
.
206
Carlos Wyld Ospina
voz de mando, bridón de raza ... y el
ama
igualmente
hombre de guerra, que
espíritu tradicional del
resuelto, valeroso, pronto al coraje, dovoto de la disciplina y dotado de esa virtud del buen camarada que solo se adquiere en la convivencia de la escuela y del cuartel. La jerarquía militar debe mostrar la fuerza de sus atributos en imponentes signos exteriores. Se comprende al alto funcionario militar acompañado por sus segundos, pendientes de sus menores órdenes, tripulando lujoso automóvil en que su figura destaqúese eminente, con las tres estrellas del generalato en la guerrera, entre el fulgor de los entorchados y el retintín de las espuelas; pero no se comprende a un ministro de la guerra como lo era el señor Escamilla, que, al decir del público capitalino, conducía personalmente su automovilito viejo y traqueteante, visi-
ha de ser
tando él solo, democratón, con el traje manchado de aceite, los cuarteles de la capital. Estos hábitos de sencillez y democracia, que en lo personal son aceptables y hasta simpáticos, no cuelan sin embargo en una institución como la militar, que si sabe admitir la austeridad catoniana de las ideas republicanas, nunca admitirá los usos Porfirio Díaz, ya setentón y medio chocho, sabía despertar entusiasmos populares exhibiéndose por las calles de México de gran uniforme, encorsetado y sobre un bruto de estampa real .
.
No puede
.
.
.
negarse que el señor Escamilla, desde Secretaría de Guerra, fue funesto al gobierno herrerista, y por esto cito su caso. Sus cualidades de organizador y funcionario laborioso hubiesen estado bien en otra parte: en el despacho de guerra fueron nulas y se tornaron perjudiciales. Fue el punto más débil de aquel gobierno de debilidades, la
El Autócrata
207
él hacían blanco los más eficaces tiros de la oposición. Cierto es que el presidente Herrera, por su tem-
y en
peramento asustadizo y su manía legalista, negaba su apoyo a los funcionarios cuando estos trataban de implantar una política enérgica y previsora, la única acorde con las circunstancias, y, sobre todo, con la idiosincrasia de nuestro pueblo. Pero Escamilla, al igual que otros personajes del nuevo régimen, ya encaramado en las alturas del Poder, no debió estar allí para plegarse a las vacilaciones y titubeos del presidente, que traían a mal traer al gobierno, sino para salvar la obra revolucionaria, cuya primera etapa era el derrocamiento de la autocracia, y consolidar el régimen político que la sustituía.
Parte primordial del fracaso en que caían envueltos gobierno y revolución fue la terquedad con que unionistas prominentes quisieron imponer sus teorías de gobierno, que yo califico de quimerismo político. Se pretendió gobernar con la ley, únicamente con la letra obtusa de una mala ley, un país que siempre ha sido gobernado con la orden. La legislación guatemalteca creo haberlo dicho ya es un incoherente fárrago de disposiciones y preceptos a menudo calcados de legislaciones exóticas, y ha servido admirablemente para que la malicia abogadil haga condenar al inocente y salvar al culpable. Pues bien: el puritanismo unionista, por no infringir la ley escrita, infringió la ley histórica. Porque ley histórica es el fracaso de las transiciones bruscas de regímenes despóticos, mantenidos por siglos, a regímenes intransigentemente legalistas, copiados de democracias extranjeras. Es principio manoseado, pero verdadero, el de que semejantes transiciones solo se operan '*'"" 'ni-
—
—
.
208
Carlos Wyld Ospina
to en largos períodos evolutivos y casi nunca en forma pacifica. El reino de Dios, según Jesús, se
conquista por la violencia. Pues bien: el puritanismo unionista intentó salvar trescientos años de absolutismo en cien días de lucha blanca y una semana de contienda armada. Esto equivalía a creer que el coloniaje y la autocracia, de secular raigambre en Centro América, quedaban suprimidos por la virtud de algunos discursos y artículos de periódico, seguidos de una nueva ley sustantiva, condenada de antemano a quedar solamente escrita en el papel El puritanismo unionista estableció la quimérica doctrina de los malos y los buenos en política error que se promulgó desde las columnas del vocero oficial del partido. Según esta doctrina, los hombres militantes en la política caen bajo una de estas dos clasificaciones fatales y absolutas: buenos y malos. Y el gobierno modelo será aquel en que manden los primeros con exclusión de los segundos. El partido unionista quiso que tal fuese la norma dentro el gobierno herrerista, sin percatarse de la puerilidad de semejante criterio. No obstante, es cuestión de simple sindéresis que la bondad y la maldad en política son relativas y meramente convencionales, al punto de que no existe en la historia un solo dirigente de pueblos a quien pueda aplicarse en rigor una de ambas etiquetas clasif'cadoras. Es .
.
—
el espíritu del régimen imperante el que matiza la conducta particular de los funcionarios. Un servidor del despotismo no podrá figurar en una democracia sin abjurar radicalmente de sus antiguos procedimientos. Si Estrada Cabrera hubiese sido un buen gobernante sus adláteres viéranse constreñidos a ser funcionarios dignos de su jefe, aun a despecho de ellos mismos. A tanto llega la relatividad de las virtudes políticas.
El Autócrata
209
De acuerdo con aquella doctrina, de tinte teológico por su semejanza con el Juicio Final, en donde los muertos resucitados habrán de figurar a izquierda y derecha del Divino Juez, en dos grupos defireprobos y bienaventurados —se excluyó y por consiguiente, de la representación que éste tenía en los tres poderes del Estado, a hombres caracterizados de la revolución de abril, porque sus antecedentes les colocaban entre los reprobos de la política celestial. Aquellos hombres, combatidos con rudeza por los directores del uniónismo, habían servido eficazmente a la República y a la revolución; y cualquiera que fuese su condición moral, la inconsecuencia hacia ellos era manifiesta: o el partido unionista faltó a su deber antes, aclamándolos y aprovechando sus servicios, o faltaba ahora, cubriéndolos de oprobio. Es probable que el elemento cabrerista aun no podrido, lograra regenerarse, bajo el nuevo orden de cosas, si el unionismo hubiese aunado a sus excelentes intenciones la fuerza necesaria para convertirlas en realidades. Pero el criterio cerrado de que hay maldades políticas irredimibles, exactamente como si se tratase de monstruosidades congénitas, nitivos,
del partido,
restó al partido unionista la cooperación, la buena cooperación, de elementos tenidos como perversos,
no siempre con entera
justicia.
No
obstante el caos de esta situación política, el gobierno de Herrera pudo salvarse si se decide a destruir los partidos, que ya no eran tales sino bandas de agitadores en torno del Poder. Pero repito que sobraban teorías y faltaba un hombre en la presidencia. Solo había un maniquí bamboleante a los empellones de la ambición partidarista.
Aparte
el
temperamento exageradamente
liador de Herrera, este señor vivía
más
ooncl-
atento a la
210
Carlos Wylü Ospina
seguridad de sus cuantiosos bienes de fortuna que a los profundos daños que su tolerancia y su timidez acarreaban al país. Y a los veinte meses de gobierno sobrevino el desastre, el ridículo fin reservado a tales remedos de Poder. La caída de aquel gobierno y la muerte del partido unionista vinieron por sus pasos contados y medidos. Toda la lógica de la historia hubiese fallado si un suceso tan absolutamente fatal no se produjera. El presidente traicionó o al presidenta lo traicionaron; pero el hecho es que en una sola noche, la del 5 de diciembre de 1921, el gobierno herrerista se esfumó... Las cuentas políticas, mal que bien, se han ido saldando poco a poco. El balance fue favorable al cabrerismo, es decir, al modo de gobierno que abraza simultáneamente los dos términos de la disyuntiva en que José Santos Chocano encierra a los gobiernos hispanoamericanos: gobierno de farsa o gobierno de fuerza filosofía política de las dos efes. El cabrerismo representa la farsa democrática y realiza la fuerza autocrática. Tal el producto que arroja nuestra historia, del 71 a los días presentes, con breves interregnos, como el período efímero de Carlos Herrera, en que se intentó liberalizar las instituciones y democratizar la República, y se cayó en la anarquía política. .
—
Para los cabecillas unionistas el fallo histórico se ha adelantado en este terrible cargo: "provocasteis la revolución, y luego no fuisteis aptos para realizarla:
recogisteis los frutos del triunfo y devol-
yísteis la derrota...".
Herrera la incapacidad políno fuese reconocida y evidente, al par que la buena fe que puso en sus actos de gobierno, no habría en Guatemala sujeto más cargado de odios Si en el presidente
tica
El Autócrata
211
y responsabilidades que él. Pero su presidencia fue hechura de otros, y su política, si alguna tuvo, el resultado de su ineptitud. El destino le confió una empresa decisiva y perdurable, y él no dejó en su abono más que una compasiva lástima y la reputación de su estéril honradez. En su contra, un ideal revolucionario fallido, un país entregado a la reacción autocrática, sin fondos en el tesoro y casi sin esperanzas en el porvenir. Donde se necesitaba la conciencia de un estadista y el corazón de un energético, él creyó que bastaba con un afán de conciliación imposible, injerto en bonachonería, como si quien se encarga de construir el mañana de un pueblo, pudiese mirar hacia atrás sin convertirse en la estatua de sal de la parábola bíblica ...
LA MUERTE DE CESAR
\
.
¡Pobre don Manuel!
La
incorregible ingratitud humana devoró en vida César guatemalteco. La codicia con pico de buitre, cayó sobre sus bienes de fortuna y dispulAselot con fúnebre saña. Y la traición —¿qué podían hacer los servidores del tirano sino traicionarlo en la derrota?— se encargó de llevar a los labios de Otsar la copa de cicuta y hacérsela beber sorbo a al
sorbo
.
.
Hay detalles que no deben perderse, para lección de tiranos. Tomo de una publicación de la prensa guatemalteca que nadie se ha atrevido a refutar. los párrafos siguientes:' Aunque Orellana*
ofreciera a la familia del ex presidente, al otro dfa de su exaltación al Poder, que aquél seria trasladado, siempre misk>> ñero, a otra casa menos insalubre que la 3a. sección de policía, varió a poco de pensamiento. Sin Querer incurrir en una contradlodÓQ flagrante, que no le abonada en los comtamos de su gobierno, pretextó la falta de local. La fa* milia consiguió entonces, Dor cien dólarea niM* suales y trimestres anticipados, la casa nó* mero 15 de la 10a. calle poniente, por la cual hasta ahora el doctor Lizarratde paga aete^ta dólares. Entonces Orellana dio su rsaoludón francamente negativa. Fue necesáuria la Inlrr
vención de un diplomático para haeerie cumplir con lo ofrecido. Ya en la casa se Imponían dos gastos: el de la renta de aqutila y al dal 80a* Diario El Día, Guatemala. Antiguo servidor de Eatrada Oabrtra y Insto dente de la Repúbiirn Hoi^n«««*!i de Carlos Htrrsra. 1
2
é
215
.
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Carlos Wyld Ospina tenimiento, asistencia médica y medicinas del
enfermo. Funcionaba a la sazón la Intendencia de los bienes intervenidos a Estrada Cabrera. Fuese cual fuese el fin de aquellos bienes; se rematasen en favor de la nación o se hiciesen con ellos mangas y capirotes, no cabe duda de que, legal y humanamente, y estando tales bienes en explotación, no debian negarse de sus rentas las partidas necesarias para pagar la casa los alimentos y las medicinas del enfermo. Pues, nada. Aunque en la caia de la Intendencia mencionada y a la caída de los unionistas, existiera un fuerte saldo en efectivo, en oro, el tal saldo se evaporó en los primeros días del gobierno de Orellana y los hijos d-el ex presidente hubieron de agenciarse lo necesario para el alivio de su padre. Cuando los hijos del preso se presentaron a la Asamblea pidiendo que este alto cuerpo exhortase a los tribunales de justicia a resolver, favorable o desfavorablemente, en las causas criminales incoadas contra su padre, la Asamblea, no obstante que estaba integrada por gran número de antiguos cabreristas de tomo y lomo, echó a la canasta la solicitud, obedeciendo la consigna del nuevo patrón. Larga fue la enfermedad del ex presidente. Aunque Orellana se empeñara en mantenerle incomunicado, el general Jorge Ubico, a su paso por el Ministerio de la Guerra, había hecho que se le viese por sus parientes y escasos amigos.
Huelga agregar a lo reseñado por el incógnito autor de estas memorias, que entre los escasos amigos de Estrada Cabrera, que a última hora le visitaban gracias a la consecuencia del general Ubico, no se contaban ni por pienso los más íntimos y favorecidos de César en los dorados días de la autocracia. Aun más: algunos de ellos eran a la sazón sus acusadores y otros servían de intermediarios a Orellana y su camarilla en el ávido propósito de convertir el árbol caído en productiva leña .
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El Autócrata
217
De una crónica inédita —sigue diciendo el periódico citado escrita por un amigo y testigo presaicial de la última enfermedad y muerte de Estrada
—
Cabrera, extractamos lo siguiente:
Muy
pocos amigos le hablaron. Llenas las gafrecuentemente pedía la lista de los concurrentes, y cuando alguien entraba era necesario anunciarlo previamente. Cuando él quiso ver a amigos determinados, les mandó buscar a sus domicilios. Se percató perfectamente de que los que ahora le visitaban y velaban, eran precisamente los que nunca o menos le solicitaron audiencia en sus días de poder. Los de los honores, los de los grandes puestos lucrativos, los de las finquitas cultivadas y los terrenitos ballerías,
díos esos no se deshonraban visitando al tirano y menos dándole un trago de agua en su lecho de muerte. Se retiró la escolta (que guardaba al presionero), pero llamaba la atención el celo de la policía. Cada vez que se abría el portón, especial.
.
.
mente de noche, un genízaro le espetaba a usted esta pregunta: ¿Y cómo sigue el señor? Militares vestidos de paisano, agentes de la policía secreta rondaban la manzana de la casa. Este interés, esta ansia Dor su muerte, no se ocultó a la penetración de Estrada Cabrera. Y dijo: "Orellana se salió con su gusto". Más que las dolencias físicas, más que el recuei^ do de la hora del peligro y de las torturas de la 2a. sección, debe de haber sufrido, en su hora postrera, la amargura do la decepción que le ofrecían sus vie.ios y mejores amigos, loa ver*
daderamente vinculados a él y aprovechados de su política, convertidos en instrumento de venganzas contra él. Y no quiso vivir ya. Lo dUo claro. Desde el día 23 empezó a dictar tus úlr timas disposiciones, sus funerales: porque arregladas tenía hasta las ropas con que habrfan de tenderle, en líos, con su respectiva eUquela de su puño y letra, como hiciera antea leñjoa con sus más insignificantes papeles.
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218
Carlos VVyld Ospina HizQ llamar y recibió a un sacerdote, el señor García, cura del Sagrario; encargó que no se le embalsamase; que nadie, fuera de su familia, le tocase ya muerto, y que su cuerpo se envolviese en una amplia pijama de seda, preparada por él de antemano y que acaso hiciera el papel de la toga de César, evitándole, en el instante supremo, la presencia de Bruto No agonizó. A las 4 menos cuarto de la ma.
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24, sobrevínole un síncope. Lanzó tres quejidos fuertes... y expiró. Los restos fueron conducidos a la estación del ferrocarril por la 6a. avenida. Cuando su hijo Francisco Estrada Ocampo murió, el desfile cubría todo el perímetro de la misma avenida, con los concurrentes alineados de ocho en fondo y trajeados de etiqueta. Fue entonces cuando Eduardo Aguirre Velásquez, ya a la sazón dueño y director de Excelsior, dijo: "Paco baja a la tumba en brazos de la nación entera''. Lo dijo, lo gritó desde una tribuna alzada sobre los tejados de la estación.
drugada del
Esta vez la concurrencia era escasa, vestía con modestia, casi con pobreza; y Eduardo se había quedado en su imprenta dislocando crónicas y empastelando juicios definitivos. Ayer, el general Orellana cargó el ataúd de Paco en hombros. Esta vez le cargaban^ hasta los huesos del papá. Y ni mencionamos a los chuchos* del círculo que son precisamente los chuchos de entonces, cachurecos y liberales.
Nos cuenta el incógnito autor que ya en Quezaltenango el cadáver, "solo un hombre se opuso a 3 Provincialismo guatemalteco que significa serle a uno insoportable una cosa. Se comprende fácilmente el juego de palabras y su irónica intención. 4 Chucho, perro, en lenguaje vulgar del guatemalteco. El autor debe de aludir al -famoso "círculo de amigos" que rodeaba a Orellana y que, con pocas excepciones de personas, rodeó en sus buenos tiempos a Estrada Cabrera.
El Autócrata
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que se le velase, y habría querido hasta incinerarlo para hacerlo desaparecer en absoluto y con rapidez: Enrique Haeussler (uno de los jefes políticos vitalicios del tiempo de Estrada Cabrera)". ¿A qué seguir copiando? ¡Pobre don Manuel!
'
.
EL ASPECTO ECONÓMICO m
"...Conforme este siglo concluye, produce un doble fenómeno que ha de tener en la vida ulterior de Guatemala, consecuencias imprevisibles hoy sino oscuramente: la pérdida de la fe no solo de la fe teológica que decae en un descreimiento indiferente y en una afectada rellglottdad sino la fe moral, algo muy hondo del alma del pueblo por una parte, y por la otra, la absorción de la propiedad de la tierra por los extranjeros, fenómeno tan patente y de índole tan realista, generador de una serie gravísima de problemas, que es de los dos que advertimos, el único que ar ha estudiado con más detenimiento y hon-
—
—
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dura. ...Por ninguna parte, la prcocupadte d9 .
problemas primarlos, que otroa resolvieron hace cincuenta aftos, se hallaban en condlcloaea como laa
los
tras, si
no peores...'*.
— CBBAR
BRAHAS
(Vigoroso y sutil escritor, de la nutva 9»* neración guatemalteca).
Garlos Wyld Ospina
222
El cuadro general de la autocracia, que he bosquejado en las páginas anteriores, quedaría incompleto, a mi juicio, sin una referencia acerca del aspecto económico de nuestro país en los últimos lustros.
De
antiguo se ha observado la influencia positiva económicos tienen sobre los fenómenos sociales; pero es de nuestra época el haber aplicado al estudio e interpretación de los segundos, un criterio rectamente económico, si no de modo exclusivo, si predominante. Y es que las causales económicas, si se ahonda bien en la historia humana, están siempre presentes en la génesis de todo hecho colectivo, a tal punto que la política interna y externa de los Estados viene quedando supeditada a los
que
los factores
intereses financieros,
amos
del
mundo moderno.
Cuando el viejo rey, dijo: "que cada francés tenga una gallina diaria para su puchero'*, esbozó en parte esencial la resolución del problema de la paz pública y del buen gobierno. Sin embargo, no es mi propósito profundizar aquí en tan compleja materia, que debería ser objeto de un estudio especial: me atengo sencillamente a señalar las condiciones económicas que hacen perfecto marco a la autocracia guatemalteca, cuyos lincamientos más visibles acabamos de examinar.
El concepto moderno de la independencia, desde lo individual a lo colectivo, desde la administración local a las relaciones internacionales, lo define la riqueza. Entiendo la riqueza, ¡claro está!, no sola-
El Autócrata
223
mente representada por
el capital, en sus clásicas trabajo, la inventiva intelectual. la técnica científica y cuanto en realidad significa el capital en potencia.
formas, sino por
Raciocinando
el
valores de la ríquesui espiripor encima de los valores de la riqueza objetiva, que es Su producto. Un pueblo pobre será un pueblo abúlico. La voluitad creadora y la inteligencia que organiza y ordena, estarán en él ausentes o enfermas.
tual
quedan
asi, los
muy
El vulgo hispanoamericano, y no solamente cl vulgo ignaro, suele considerar que esa voluntad y esa inteligencia, aplicadas a las actividades ir.du tríales, son despreciable practicismo, pleno de baj afán utilitario y falto de espíritu idealista.
>
Esto constituye el cargo fundamental que se hace al pueblo angloamericano. Quisiera reproduci»* aquí, si cupiese dentro el carácter somero de mis observaciones, algunos conceptos definitivos de Ramiro de Maeztu acerca de este error capital del Juicio hispanoamericano. Creo, con el ilustre pensador español, que los pueblos de más robusta idealidad wotu en nuestros días, precisamente aquellos que desarrollan mayor potencialidad económica, sin negar por ello que, desgraciadamente, ese industriaUtmo representa el peor modo de la esclavitud nnodema. •
I
No
basta a destruir mi aserción el aspecto a roenudo brutal y contrario a los principios del derecho escrito,
que asume
la política exterior
de las grmndee
potencias económicas. El derecho internacional no es una denda stno un conjunto de normas teóricas de acción, slii cesar cambiantes al influjo de una realidad que otreee* cada día y ante cada problema, efectos en un todo imprevistos y nuevos.
224
Carlos Wyld Ospina
Desde el punto de mira histórico, el mundo actual data de ayer nomás. Es hijo de Roma; y el espíritu de la nación latina, que fue la cúspide más alta que en el mundo antiguo alcanzó la voluntad creadora y el genio de la organización/ se reproduce esencialmente en las naciones de origen germánico que hoy encarnan el tipo de civilización imperante. En la historia, el espacio de tiempo que separa a los romanos de los anglosajones inventores de la democracia actual es un instante. Muchos cambios ha sufrido sin duda, de entonces acá, la mecánica social; pero pocos, o quizá ninguno básico, el modo de ser colectivo en lo que atañe a las direcciones cardinales de la civilización. Refieren los historiógrafos que a la llegada de Julio César a las Gallas, "todo cuanto constituía la regla social, desde la justicia a las finanzas, era roto a cada instante". Por eso realizó Roma la conquista de aquel bravio país con tanta firmeza: porque en el pueblo galo "se había roto la disciplina social y consecuentemente la corrupción política más espantosa regía la existencia común"." La conquista de la América Central por los yanquis, tanto como en los intereses mercantiles, halla su razón de ser en la misma causa que la conquista romana de las Gallas en tiempo de César. En últi mo término, no se trata sino de un eclipse de las actividades superiores del espíritu, o en un aspecto más concreto, de la carencia de un ideal popular bastante poderoso para mantener la cohesión y el engranaje perfecto de las fuerzas sociales.
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—
1 En la esfera de las creaciones ideales, Roma no puede disputarle la supremacia a Grecia, como todos sabemos; pero mi concepto se refiere a las instituciones sociales y a la organización política, en que los latinos fueron creadores y maestros. 2 El desequilibrio del mundo. Gustavo Le Bon.
ElAutócrata
"
225
Quien posee la tierra es dueño del país. Esto resulta particularmente cierto en naciones como las de América Central, donde la única industria de importancia es la agrícola. Si nuestros gobiernos hubiesen practicado alguna vez una política razonable, ella debió ser agraria. El cultivo de la tierra y la defensa de la propiedad territorial serían los dos términos fundamentales de esa política, y entre los dos, la preferencia habría de darse al segundo. La tierra de cultivo es el solo patrimonio del pueblo guatemalteco. Perdida la tierra, se ha perdido la única riqueza poseída y toda posibilidad de engrandecimiento autónomo. Enajenar la tierra al capital extraño, radicado fuera del país, equivale a perderla. Esa pérdida coloca al nativo en calidad de extranjero en su patria misma. ¿Qué le resta al faltarle la sola base económica que posee? Ilusorias garantías individúale*? y la sombra de un dominio político que, en realidad. habrá pasado al extranjero. Creerá que da leyes do observancia general cuando, en verdad, la acción de esas leyes no alcanzará al capitalismo extranjero si éste las considera lesivas para sus intereses. Pensará que manda en su país cuando, en efecto, las disposiciones del pader público solo regirán prácticamente para el guatemalteco y no para el extraño, bastante poderoso a eludir o burlar todo mandato que se oponga a los implacables designios de la fuerza económica que representa, y cuyo respaldo está en las flotas y en los cañones de las más grandes potencias militares del mundo. La absorción y el monopolio de vías y medios de comunicación de los organismos bancarios e indus-
.
226
Carlos Wyld Ospina
tríales, etcétera, son un simple corolario de la posesión de la tierra por el capitalismo extranjero. Los ferrocarriles centroamericanos son yanquis porque empresas de esta nacionalidad poseen enormes plantaciones bananeras en todo el istmo, explotan yacimientos mineros y evizoran la aparición del pe-
tróleo en nuestras tierras.
La navegación por
los
lagos y mares centroamericanos sufre el dominio de yanquis y alemanes, porque éstos necesitan de tan importantes comunicaciones para extraer del país el banano, las maderas, el chicle, los minerales y el café que, en su mayor parte, es suyo y que se va y no vuelve sino convertido en nuevo capital, destinado a ensanchar e intensificar el predominio económico del hombre extraño, ya sea en forma de inversiones raíces o en la de mercaderías que su comercio hará aceptar, al precio que le plazca, a los consumidores guatemaltecos... ríos,
.
Con arreglo a
.
estos métodos infalibles de la mo-
derna conquista económica, se exprimen las riquezas del suelo centroamericano como bajo el poder fabuloso de la lámpara de Aladino. Al conjuro mágico, nuestros territorios entregan pródigamente sus productos, que van a engrosar los tesoros sin fondo ni medida de la terrible plutocracia internacional, sin que el centroamericano logre más que arañar algunas migajas, en forma de ridículos impuestos fiscales y compensaciones que son el plato de lentejas de la imprevisión nacional.
Al Estado guatemalteco lo sustenta principalmenque le pagan dos industrias: el café y
te el tributo
el aguardiente.
Los restos del patrimonio económico de los guatemaltecos lo representan algunas plantaciones de café y caña, y otras tantas tierras donde el indio
El Autócrata
227
siembra, con parquedad primitiva, cereales y frutos de primera necesidad. El plantador guatemalteco es tributario de la banca extranjera, que le cercena buena parte de sus utilidades; y el indio es el siervo de cien señores, desde el gran capitalista extraño hasta el último corchete o alguacil aldeano. El aguardiente disuelve las energías de la raza, y a sus certeros efectos, decrece la actividad productora de los campos. Pues bien: nuestros gobernantes no han tenido más visión hacendarla ni otro plan rentístico que gravar con progresivos impuestos el café y poner todos los medios a su alcance para lograr las codiciadas "alzas" en la renta de licores. El terrateniente guatemalteco queda, pues, enredado entre los tentáculos del capitalismo internacional, y el trabajador guatemalteco entre las garras de otro demonio: el alcoholismo, en estrecha alianza con la uncinariasis, el paludismo, la filarla y la falta de higiene y asistencia médica eficaz. Por si esto no fuera bastante, hay que contar también con los desastrosos resultados que, sobre el trabajo y la vida económica en general, tienen las administraciones autocráticas: fenómeno que sucédese en la
América Central con la persistencia de un hipo.* Los modernos sistemas de tributación equitativa, por la estadística, están proscritos de nuestra política hacendarla, porque a su implantación se oponen dos factores decisivos: la abulia de los dirigentes y los intereses del capitalismo detentador. Que perezcan las masas trabajadoras, que se hundan en la ruina los propietarios razonable,
regidos
3 De este juicio general sobre Centro América debe excluirse a Costa Rica, que realiza bastante bien lat initltuciones democráticas inscritas en sus leyes.
228
Carlos Wyld Ospina
guatemaltecos, que se pierda poco a poco la independencia política y hasta la autonomía territorial; pero que los intereses creados no sufran ni la más leve lesión. En tiempos del gobierno de Herrera se habló de crear el impuesto sobre la renta, el income tax de los anglosajones. No pudo pasarse a más porque el capitalismo de todos los matices se opuso. Existen en el país inmensos latifundios, inexplotados en su mayor extensión, que miden doscientas y aun más caballerías de terreno. Casi todos estos latifundios, especialmente en los departamentos del norte, son propiedad de extranjeros. Pues bien: se pensó en emitir una ley por la cual aquellas inmensidades incultas pagasen al fisco
un impuesto mínimo. Pero
terrenos gravables son tan enormes que, con todo y la exigüidad del tributo, la renta así establecida hubiese alcanzado una suma capaz de aliviar nuestra maltrecha economía fiscal. Tampoco fue posible realizar tan benéfico proyecto: el omnipotente capitalismo, dentro el cual figuraba el propio presidente Herrera, puso su veto inapelable.
los
Ejemplos análogos sobran y seria la de nunca acá bar enumerarlos todos. Un nuevo factor administrativo viene a agudizar tan precarias condiciones. Este factor es la falta de probidad en el manejo de los fondos públicos. Desde la autocracia del general Barrios se levantan en el país, con asombrosa rapidez y perfecta impunidad., las más grandes fortunas personales al amparo y con abuso del Poder. Ya no se trata de un accidente: es un sistema. Ya no es un escándalo social ni una anomalía administrativa de carácter esporádico: es un procedimiento regular, tan socorrido que nadie se adnvira de ello y hasta se ha llegado a calificar a quienes
El Autócrata lo practican de gente lista, inteligente
Y
da
229
y patriota.
caso curioso de que un ciudadano que, en la esfera privada se siente incapaz de cometer un acto de esta naturaleza, convertido en funcionario público no tenga escrúpulo en traficar con los bienes nacionales o adueñarse de ellos. Es famosa una circular que el presidente Orellase
el
na
dirigió a los jefes políticos departamentales y altos funcionarios de la administración, allá por el segundo año de su gobierno. En ese documento, con
tono enérgico y frase contundente, el jefe del Estado declaraba sin ambages: Ya no toleraré más el desfalco de las cajas naxyíonales ... 2/ estoy dispuesto
a castigar severamente esta clase de delitos/ Calcule el lector el estado moral de una nación en que el trabajo no es el origen legítimo de la fortuna, sino, muchas veces, un obstáculo para la prosperidad individual; y donde, en cambio, la política se convierte en el instrumento más acabado de hacer dinero. Por eso nuestra agricultura vive estacionaria y anquilosada; en nuestro comercio triunfa el contrabando y nuestras finanzas se duelen de perpetuo desequilibrio. Ocioso resulta agregar que una administración corrompida y venal es el mejor aliado del capitatalismo pirata. Bobada sería pedir, en tales circunstancias, el implantamiento de la única política salvadora y razonable a que he aludido: la nacionalización de la tierra. Y resulta también inevitable y lógico que suceda lo que precisamente ha venido ocurriendo después del 1871: la desnacionalización de lá propiedad. 4 No puedo precisar los términos textuales de la célebre circular, por no tener ese documento a la vista; pero piiedo asegurar que en las frases que aparecen en letra cursiva está su sentido claro y estricto.
Carlos Wvld Ospina
230
En resumen, la estadística oficial tera de que las tierras cultivadas de
misma nos Guatemala
enper-
tenecen a firmas extranjeras en un 75 a 80 por ciento de su totalidad. Y quien posee la tierra será dueño del país.*
Si en la tierra radica la independencia y la prosperidad de las repúblicas ístmicas, es lógico pensar que el espíritu de las instituciones y las leyes, y todo el esfuerzo de la nación, habrían de tender al desarrollo de su potencia productora de frutos y materias agrícolas; pero estas simples evidencias, que la rudimentaria inteligencia de un labriego comprende sin dificultad, no siempre tienen aplicación práctica en nuestra vida nacional.
En
vez de aumentar la producción y multiplicar la rapidez de los medios de distribución riqueza, de la cargamos a la industria agraria de parásitos administrativos y gabelas fiscales, como he tenido ya ocasión de referirlo, y permitimos que
número y
el
Es obvio hacer,
sin embargo, la lógica distinción enelemento extranjero nocivo y el deseable. Seria absurdo pretender que países de inversión, nacionalidades nacientes, como las repúblicas centroamericanas, no necesitan del capital y del exfuerzo extraños para desarrollarse. Lo necesitan, y con premura. La tierra no es bien desplazable; y cuando su explotador se finca en ella, forma en ella misma su familia, enlazándose con los nacionales, y allí deja a la larga el producto de su trabajo y su dinero, se nacionaliza él y nacionaliza sus bienes. Pero cuando el extranjero es solo el representante o el instrumento de un capitalismo succionador, ajeno a los intereses nacionales, que poco o nada deja en el país que esquilma, porque todo lo extrae en beneficio de compañías, trusts o sindicatos millonarios, radicados en naciones extrañas, ese extranjero es un factor de desnacionalización implacable de la rique-
5
tre
el
za pública.
Huelga agregar que las consideraciones hechas en el presente capítulo, solo rezan con el segundo tipo de capitales e inmigrantes.
El Autócrata
231
las empresas extranjeras de trasportes entorpezcan con sus fletes prohibitivos nuestro intercambio comercial, sin oponer a este factor de parálisis una moderna red de carreteras, que es la defensa natural contra el monopolio ferrocarrilero o de navegación por las vías fluviales. La política agraria de los gobiernos deberla principiarse en Centro América por cuatro medidas fundamentales: extirpar el caciquismo rural, resurgente después de la fracasada revolución de 1920; procurar que el labrador rinda un producto de trabajo razonable, porque el labrador, que antes trabajaba poco, cada día trabaja menos, comido por el alcoholismo y las enfermedades; libertar el intercambio comercial con el exterior de los monopolios de comunicación y trasporte; y fundar el crédito agrícola con capital propio, desvinculado de
banca internacional. Todo esto se resuen los siguientes postulados: libertad de trabajo; redención positiva del labrador, propietario o jornalero; nacionalización de las comunicaciones y los trasportes y ayuda financiera a los productores. Como se ve, no se trata de acometer imposibles. La construcción de caminos nacionales y la buena conservación dé los existentes, es uno de los primeros deberes de nuestros gobiernos. Correlativa* mente, habría que dar toda especie de franquicias a la importación de camiones y automóvüet con destino al tráfico de mercaderías y pasajeros, tln olvidar la maquinaria agrícola. Pero sobre todo, y antes que enseñar al indio, por la fuerza, el alfabeto castellano, librarlo de sus enfermedadat y tus osa vicios, y habituarlo a practicar la higiene muclio ciencias roédicaa, las conquista de moderna la terrible
me
valiosa que la terapéutica. De otro nodo sulta ridiculo hablar de culturo Intelectual a
más
re>
.
232
Carlos Wyld Ospina
de población palúdicas, envenenadas por
y cubiertas de miseria
.
el
alcohol
.
Estas disposiciones no libertarían por sí solas a dominio extraño; pero conducirían a la meta ideal de nuestra política económica: producir más y mejor. la tierra del
Creo que no es necesario encarecer que esta concepción del nacionalismo no involucra de ningún modo la odiosa y estéril xenofobia. Se trata únicamente de que la nación conserve el dominio político-económico sobre su propio territorio y que el capital extranjero no sea el capital pirata, el oxp que corrompe y esclaviza a los pueblos centrales. Digo que la política agraria, aconsejada por más de tres siglos de experiencia, conduciría a la libertad económica del país. La razón es obvia: el aumento, en bondad y volumen, de la producción realmente nacional (no porque estuviese exclusivamente en manos de guatemaltecos sino porque se convertiría en riqueza pública) y la rapidez y baratura en distribuirla, tanto en los mercados internos como externos, enriquecerían al país en forma que por sí solo podría crear su propio crédito, pagar sus deudas e inclinar en su favor la balanza comercial, no la ficticia, en que aparecen cantidades de valor negativo, sino la verdadera, la que demuestra que un país vale cada día más, porque del balance de importaciones y exportaciones le queda un margen de utilidad positiva. Tan importante como todo lo anterior, será la extinción del parasitismo oficial, o por lo menos, su reducción a términos inofensivos, porque en una nación donde las autoridades son un obstáculo para el trabajo libre, inútil es hablar del acrecentamiento de la riqueza, que solo puede lograrse al amparo
El Autócrata
233
de una libertad efectiva y de lina legislación previsora y practicable. Países con menos tierra de labor que nosotros; con igual población jornalera, pagada a salarios más altos; con tantos caminos y tal vez peores medios de comunicación que los nuestros, bajo climas malsanos y sin la enorme ventaja del fácil acceso a dos océanos, producen más y mejor que nosotros y alcanzan una situación bonancible en sus finanzas. ¿Por qué este fenómeno? La respuesta es también obvia: la tierra laborable de nada nos sirve por-
que no hay quién la cultive, y no hay quién la cultive porque, aun cuando con los brazos actuales podría labrarse una extensión mayor, esos brazos se merman por la vagancia, la insalubridad y la desorganización del trabajo.
Hay anomalías
que pasan en GuatemaSe vive compadeciendo al indio por sus miserias reales e imaginarias; y nadie se ha cuidado de comparar el rendimiento de trabajo de cualquier obrero industrial, que labora de ocho a diez horas diarias, y paga casa, manutención. irritantes
la por hechos normales.
trajes de materiales importados, zapatos, etcétera. en resumen que es un consumidor, y el mozo que no paga nada, que consume en proporción irrisoria
y que trabaja menos de ocho horas al dia (y en algunas regiones solamente seis meses al afto), ocupado en menesteres mecánicos, rutinarios y manuales. Claro está que de todo ello no tiene la culpa el indio sino nosotros, sus dominadores mestizos. Imposible será, pues, aumentar la producción mientras no se apliquen al cultivo do la tierra todos los brazos hábiles para ello, durante un tiefapo racional de labor cotidiana y con los sistemas de máxima eficacia posible que se usan Ofi paiaet análogos al nuestro, en raza y en estructura flatca. Pero
Carlos Wyld Ospina
234
necesariamente que al laborante se trabajador, según esta calidad se entiende en la industria contemporánea. No solo el peón rural es deficiente por su condición enfermiza, sus vicios, su ignorancia y su desamor a una tarea que no valora en sí misma ni le sirve para mejorar su existencia, sino que el plantador y el Estado contribuyen a agravar el daño, el uno con sus métodos antieconómicos y primitivos de trabajo, y el otro con la defectuosa organización de sus milicias en activo, con la tolerancia a las exacciones y abusos de los caciques rurales y personajitos de aldea, y lo que tal vez resulta peor, con la práctica suicida de aplastar a impuestos la exportación de los productos agrícolas, para atender a su costa los servicios administrativos y salvar los apuros del Erario, olvidándose de la sabia moraleja del cuento aquel de la gallina de los huevos de oro. Ya se comprenderá, sin más argumento, por qué producimos poco, malo y caro. esto
implica
le capacite
como
Me parece conveniente insistir acerca del segundo postulado (la rapidez y baratura en la distribución de los productos) porque en este respecto nuestra situación es quizá más desventajosa que en lo relativo a la producción misma. Nuestros ferrocarriles, es decir, los de una compañía extranjera que posee la casi totalidad de las vías férreas centroamericanas, son los más caros del mundo, a no dudarlo, pues con tarifas un poco más altas, tendrían que hacer el tráfico sin carga, y únicamente para solaz de turistas millonarios. He tomado unos datos al azar, entre los documentos mercantiles de una casa importadora y exportadora
El Autócrata de la ciudad de Guatemala, de muestra.
los cuales
235 pueden servir
Helos aquí. Un lote de 21 cajas de mercaderias, con peso bruto de 1382 kilos, pagó por fletes desde Inglaterra hasta Puerto Barrios £6.0.10, que resultan, aproximadamente. Q28.00; y de Barrios a Guatemala —un trayecto de 196 millas— Q67.63. Pero esto todavía es poco si comparamos las tarifas fe* rroviarias del Atlántico con las del Pacifico. De San José de Guatemala a la capital, que distan apenas entre si 75 millas, 100 libras de peso bruto pagan Q1.50. Ahora bien: si los 1382 kilos mencio-. nados hubiesen venido por la linea del Pacifico, pagarían Q45.21 ¡por 75 millas! Por flete marítimo de un lote de mercaderías se pagó de San Francisco California a San José de Guatemala, 36.21 dólares, y de este ^último puerto a la ciudad capital de la República, Q76.00. Otro caso relativo a la exportación: un quintal de cueros causa un flete de Q1.94 de Guatemala a Barrios, lo cual representa un 20^ del valor del artículo; y esto únicamente en ese trayecto: agregúense los derechos físcmles, gaslot de embarque, fletes marítimos, etcétera, hasfa puerto de destino... y calcúlese la utilidad Uqulda que le resta al exportador. Cien libras de miel de industria incipiente en el país y que poabejas dría ser origen de nueva riqueza— pagan un ílete igual de Guatemala a Barrios que de Barrica a
d
—
Hamburgo. .* La rapidez de .
la distribución, que debe apareja necesariamente la baratura del trasporte^ ea aqui como se ve, inútil en lo tocante a las vlaa íémÑu,
6 Estos datos no son recientes, ptro las cambiado fundamentalmente y nuestro conM qul osado por la carestía, etcaaei y monopolio dt portes.
los tras-
236
Garlos VVyld Ospina
por la firma de cuyos contratos de construcción o explotación se han cubierto de gloria nuestros presidentes, desde el general Barrios hasta don Chema Orellana.
Para hacer execrable
la
memoria de Estrada Ca-
brera, como gobernante, bastaría el contrato que celebró con referencia al ferrocarril del Atlántico. Obsequió, literalmente, a la compañía contratista, toda la vía construida desde Barrios hasta El Rancho, todo el material rodante de esa vía, estaciones,
no fuera bastante, diole brazos para continuar la construcción del camino de hierro hasta Guatemala, con gran perjuicio de la agricultura. Y pactó con ella que, a los 99 años, la República tiene opción para comprar al contado el ferrocarril. ¡Y esa opción dura tres días, pasados los cuales sin que el gobierno haya realizado la compra, queda el ferrocarril en propiedad perpetua de los empresarios! Pero hay más todavía: esta última cláusula abarca todas las demás líneas férreas que adquiera por compra la compañía; y como ésta ya compró el ferrocarril al Pacífico y sus ramales, queda anulada la cláusula que registraba el contrato etcétera; y por
si
por la cual esa vía, cumplidos los 99 años de explotación (buena parte de los cuales ya va corrida) pasaba a ser nacional. respectivo,
En el interior del país y con relación al trasporte por tierra a los países vecinos, las condiciones son también deficientes: caminos pocos y malos; medios de conducción, anticuados y escasos. La fuerza misma de las cosas tiende a introducir en el país el uso del automóvil, en que está sin duda la solución del problema de los trasportes para Centro América; pero la falta de carreteras modernas es, hasta el momento presente, obstáculo
El Autócrata
237
poco menos que insuperable para que se inicie la era del automóvil. La conclusión resulta negativa: impuestos crecidos; autoridades poco amigas del agricultor; Joma* leros insuficientes; población rural abatida por los flagelos tropicales; rendimiento mínimo del trabajo manual; fletes ferroviarios que matan en germen las utilidades del comercio guatemalteco, y trasportes interiores anticuados y escasos; sistemas de cultivar contraintensivos e ineficaces; y finalmente, descuido, por parte del Estado, de los intereses generales de la agricultura, que es lo mismo que decir de la producción, y por tanto, de la riqueza nacional.
En estas condiciones, no es de admirar que un país sea gobernado por poderes autocrátlcos: en lo económico, los representará el capitalismo; en lo político, el caciquismo. La política cacical, como la llama con Justeza Carlos Octavio Bunge, se reduce a una brega entre el pueblo, que pide pan y libertades, y el Poder, qu« poco se preocupa de que el primero sea abundante y barato, y merma o limita las segundas, porque está convencido de que asi domina mnlor n las multitudes.
Cuando surge un imprevisto problema
social,
política solo sabe eludirlo, cerrando loa ojea condiendo la cabeza de avestruz. Cuando se
y
caá es-
un conflicto entre tendencias o interatai agí* que apenas es un reflujo de las corrtailaa de usar acierta solo a política tan el mundo, esa
qw
la violencia... o emitir una ley. No quiere ver, no quiere oír.
quiere pensar. Conservar
el
y sobre todo, no Poder, goiar
Carlos Wyld Ospina
238
damente
del disfrute de los bienes que da el Poder, considerado como el patrimonio de un partido o de una casta dominante, es el único norte de la política cacical.
Caciquismo y capitalismo tiranizador son aliados inseparables. El mismo origen, iguales procedimientos, idénticas finalidades...
La
distancia que
ha mediado entre nuestras prác-
de la democracia la edad presente del medioevo. Por eso creo que la mejor denominación que puede dársele a las naciones caciquistas, respetando su etiqueta republicana, es la de repúblicas feudales. La evolución de Centro América estará en abandonar el feudalismo económico y político en que ha
ticas políticas
moderna, es
vivido.
y
la
las orientaciones
misma que separa a
índice
índice DEDICATORIA EL CARÁCTER DE ESTE ENSAYO LA COLONIA Y LA INDEPENDENCIA LA REPÚBLICA
5
9 17
27
De
Carrera a Barrios
29
La
Política de Barrios
55
Jacobinismo
liberal.
Cesión de Soconusco a
México. Unión centroamericana
55
Estrada Cabrera
77
Encumbramiento
El
77
El Aparecimiento del tirano
Los factores de la autocracia y de la República
Amo,
El
2Ü
81
las
sus servidores y el
instituciones
87 culto personal
87
Autócrata
112
Las banderías políticas
La
Constitución política.
toral y las reeleccíonet.
La La
función eleclucetión pre-
122
sidencial
La
prensa.
Los extranjeros.
exteriores
Ljib
rrlaciofirs I
241
S9
Índice
242
El Castillismo
Un
posible
15
de Estrada Cabrera.
rival
Rosendo Santa Cruz
153
LA REACCIÓN POPULAR Y LA CAÍDA DE
ESTRADA CABRERA El Unionismo y
la
Revuelta de 1920
EL GOBIERNO DE CARLOS HERRERA Y EL FRACASO UNIONISTA Un
Gobierno de veinte meses
LA MUERTE DE CESAR
161
163
197 199
213
¡Pobre don Manuel!
215
EL ASPECTO ECONÓMICO
221
Este libro: El Autócrata (segunda edición), de Carlos Wyld Ospina (2 500 ejemplares en papel periódico y 200 en
bond 80
gr.),
se
terminó de imprimir
Departamento Editoy de Producción de Material Didáctico "José de Pineda Ibarra", del Ministerio de Educación de Guatemala. Centro América, el día 20 de agosto de 1967, durante la jefatura de Miguel Castro Aristondo; secretario-administrador:
en
los
talleres
del
rial
César
Augusto
Calderón
M.
;
jefe
de
planta tipográfica: Miguel Guzmán Silva; revisor de originales y corrector: José Abel Morales Archila; auxiliar de corrector: Hugo Gilberto Paiz Chacón; linotipista: Manuel Antillón Valle; compaginación a cargo de Mariano Arana Orantes; prensistas: Roberto Montcrroso, Rafael Castillo, Héctor Dimas Pineda y Luis Gilberto Sánchez; ayudantes: Pavid Osoy, Juan José Velásquez y Ernesto Morales R.; la sección de encuademación a cargo de Manuel Jáuregui P.
FE DE ERRATAS Página " " " " "
"
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32 linea 29: mexicanos en vez de mejicanos " 50 38: (americana) en vez de (americano) " 66 11: continúo en vez de continuó '* 69 16: Iionrosos en vez de honrados " 70 19: alimentados en vez de alimentadas " 84 5: Y en 1907 estalla una poderosa conjuración desti" 89 9: que un culto, poderoso instinto galvanizaba a " 115 14: fUiación en vez de faliación " 118 1: de elegirse un presidente de la República o prepararse una revuelta " 145 12: una desatentada y torpe explotación, sin que de las " 146 10: quedará, en vez de quedaría '• 183 26: uso en vez de usó " 185 32: 'traidor" en lugar de traidor " 187 19: —dijo en vez de dijo " 201 25: miedo en vez de medio " 19: prisionero en lugar de presionero 217 " 224 2: no más en vez de nomás " 226 6: avizoran en vez de evizoran
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