BENEDICTO XVI JOSEPH RATZINGER lLa>
Joseph Joseph Ratzinger, Ratzinger, antes de convertirse convertirse en Benedic Benedicto to XVI, XV I, ya se había ganado una reputación excelente como pensador. Estamos ante un verdadero intelectual, en el sentido más clásic sico de la palabra, ante un filóso filósofo fo que nunca nunca ha ha abandona abandonado do la búsqueda de la verdad. verdad. Sus escritos sobre pensamiento y teología han sido traducidos a decenas de lenguas y en ellos se encuentran ya las ideas que ahora, como Benedicto XVI, defiende desde el pa pado pado.. En esta obra, Benedicto XVI nos presenta los textos, discursos y homilías fundamentales de su trayectoria. El lector, tanto si es religioso como si no, se sentirá atrapado por el pensamie pensamiento nto de un hombre hombre que, que, sin duda, duda, es un papa p apa y un intelectual singular.
Ratzinger nació en 1927, hijo í U* iii Icial Ic ial de policía, y estud est udió ió en u n ( ii rio. rio. En m arz o de 19 1939 39,, el régimen exigió a los seminaristas la afiliac afil iación ión <>hliga >hligatori toriaa a las Juv Ju v e ntu nt u d e s Hitlerianas y a los dieciséis años fue llamado a filas. Desertó en los últimos últimos días de la gu guerra erra,, pero fue hecho prisionero por soldados aliados. Estudió Teología católica y Filosofía en la Universidad de T eología eol ogía y Filosofía de d e Freising, y en
O t r o s t í t u l o s d e l a c o le c ció n :
Alfonso Basallo y Teresa Dn PIJAMA PARA DOS José Ballesteros EL MEJOR LIBRO DE AUTOAYUDA DE TODOS LOS TIEMPOS María VallejoNágera ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA
ORAR
Planeta Testimonio
BENEDICTO XVI Joseph Ratzinger
ORAR Introducción y selección de textos de José Pedro Manglano ✓
Planeta
ÍNDICE
Intro du cción
Colección PLANETA TESTIMON IO Dirección: José Ped ro Manglano © B enedicto X VI.Joseph Ratzinger, 19902008 © por la selección, José Pedro Manglano, 2008 © Editorial Planeta, S. A., 2008 Diagonal, 662664, 08034 Barcelona (España) Textos cedidos p or © Her der 1992, 1995, 2005, 2007; © Edicep 1996, 1999, 2001, 2005; © Sígueme 2004, 2005; © Libre ria Editrice Vaticana; © BAC (Biblioteca de Autores Cristianos); © Cristiandad; © Círculo de L ectores; © Encuentro; © Eufisa; © La Esfera; © Palabra Composición: Anglofort, S. A. ISBN 13: 9788408078944 ISBN 10: 8408078941 Editorial Planeta C olombiana S. A. Calle 73 No. 760, Bogotá ISBN 13: 9789584219909 ISBN 10: 9584219901 Primera reimpresión (Colombia): octubre de 2008 Impresión y encuadem ación: D ’Vinni S.A. Impreso en Colombia Printed in Colombia Este libro no podrá ser reprodu cido, ni total ni parcialmen te, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derecho s reservados
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1. ¿Un mu ndo sin verdad? La enferm edad de nuestro tiempo La mu erte de Dios Escog er la vida Bús queda de Dios y fe
11 11 16 21 26
2. El Dios cri stia no ¿Es posible conocerle? ¿Cómo es Dios? ¿De verd ad que es poderos o? Dificultades para creer hoy
35 35 40 47 50
3. Seguim iento de Cristo La pec uliar felicidad que pro me te a los suyos Cada vida tiene su código de bar ras Pecadores que enseña n el arte de vivir El apósto l
59 59 69 79 86
4. La libertad de Cristo El pecado La liberación deseada
91 91 96
Conversión y perdón Domingo, día de libertad
101 107
Vida cristiana Ser cristiano Vida de piedad Hacerse niños Muerte y vida eterna Vida eucarística
115 115 121 130 132 144
El amo r de Cristo Su amo r es concreto Revolución del am or cristiano ¿Es posible am ar a cualquiera?
153 153 156 163
El hombr e que es Cristo Jesús, Dios y hombre Algunos mom entos de su vida Tentaciones de Cristo
169 169 176 184
Palabras de Cristo Sus parábolas Las Bienaventuranzas: ¿optimismo o esperanza? El Padrenuestro
197 197 206 214
La cruz de Cristo El misterio del sufrim iento Hágase tu voluntad La hora de Cristo ¡Resurrección!
219 219 233 238 246
La Iglesia de Cristo Esta nave nuestra que no es nuestra El sacerdote
251 251 259
La divina liturgia Misa El nuevo Templo Arte y músic a
266 271 278 281
11. La mad re de Cristo
287
Anexo 1: Los signos d el pa n y el vino Anexo 2: El fútb ol Anexo 3: El bautism o: yo per o ya no yo Anexo 4: El ce libato
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Bibliog rafía índice analítico
310 314
INTRODUCCIÓN
Hay que reconocer que Benedicto XVI XVI es un p apa singu lar. Ha vivido pegado al pensamiento y a la teología durante casi un siglo, siglo, y no precisamente un siglo monótono y aburrido. La hum anida d de los últimos últimos cien años se caracteriza por una intensa búsqueda de sentido: existen cialismo, muerte de Dios, liberación sexual, campos de concentración, am enaza s de destrucción del del planeta, sissistemas totalitarios, capitalismo, intervencionismo estatal, tal, grupos m arginados, globalización, modelos de familia, ideología de género, rev olución tecnológ ica, diversas lecturas de la libertad, desigualdades a diversos niveles, escándalos de sacerdotes, liturgias paralelas, cismas, in culturación, planificación familiar, aborto y eutanasia, raíces de Europa... son algunos de los fuegos que han pr en di do todo to do s e sto s años añ os.. El cardenal Ratzinger, Benedicto XVI, ha estado en el ring de las ideas. ideas. Sólo ha tenid o un a obsesión: la verdad. Habla con todos y para todos. Es un p apa singular singular,, decía, pu es no le im p o rta rt a p ag ar el prec pr ec io qu e sea se a con co n tal ta l de ir desvelando la verdad. Entiende que hay un Logos, una Razón, una Verdad en la entraña de la realidad y de la historia. Ese Logos es Cristo, es Luz y es Vida, y desde él todo adquiere sentido. 9
En este libro recogemos algunas de sus ideas. Pero con una intención: intención: que en el contenido y el el enfoque puedan ser tema de conversación con Dios. O rar con algunas de sus sugerencias. Resulta fácil orar con sus palabras, pu es su re fe re n cia ci a co n st an te es Crist Cr isto. o. H em os p ro c u ra do que la división de temas respete su pensamiento «cristo céntric o ». Los párrafos escogidos pertenec en a las publicaciones, discursos y homilías de toda su vida, hasta el año 2008. Al final del libro se enc ue ntra la refer encia de ca da texto. Seguro que estas páginas enriqu ecen la oración de los que tenem os fe y sugieren pens amientos y reflexiones reflexiones a cualquiera que sea un «buscador» de buen a voluntad. Jo sé P e d r o M
anglano
CAPÍTULO 1
¿UN MUNDO SIN VERDAD?
La en ferm fe rm ed ad de n u es tr o tiem ti em p o
1. 1 Un obispo amigo mío me ha con tado que, con ocasión de un viaje a Rusia, se le dijo dijo que en este país h abía un 25 por ciento de creyentes y un 13 por ciento de ateos; ateos; el resto, resto, es decir la m ayor parte, eran «buscadores». Resulta impres impres ionante. S etenta años después de la revolución, lución, que ha definido la religión religión como su perflua y engañosa, exist existee un 62 por ciento de gente preocupad a, que experimentan interiormente la existencia de algo superior, rior, aunque no lo conozcan todavía. todavía. Las cosas terrenas van bien bien sólo cuando no olvidamos olvidamos las superiores: no podemos perder el camino justo que distingue al hombre. No po de m os m ir ar sólo só lo ha cia ci a abaj ab ajo; o; de be m os lev le v an tarta rnos y mira r hacia arriba , sólo entonces viviremos viviremos justamente. Debemos insistir en la busca de cosas mayores y convertimos en una ayuda para quienes intentan levantarse y encontra r la verdadera luz, sin sin la que todo es ti ti niebla en el mundo. Mirara Mir ara Cristo, p. 122
2. 1 Quien intente hoy d ía hab lar de la fe cristiana [... [...]] es probable que en seguida tenga la sensación de que 10
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su situación está bastante bien reflejada en el conocido relato parabólico de Kierkegaard sobre el payaso y la aldea en llamas, que Harvey Cox Cox resume brevem ente ci ud ad sec ular. ula r. En él se cuenta que, en en su libro La ciud Dinamarca, un circo fue presa de las llamas. Entonces, el director del circo mandó a un payaso, que ya estaba listo listo pa ra actuar, a la aldea vecina para ped ir auxilio, auxilio, ya que hab ía peligro de que las llamas llamas llegasen hasta la aldea, arrasando a su paso los campos secos y toda la cosecha. El payaso corrió a la aldea y pidió a los vecinos que fueran lo más rápido posible hacia el circo que se estaba quemand o para ay udar a apag ar el el fuego. Pero los vecinos creyeron que se tratab tratab a de un m agnífico truco para que asistiesen los más posibles a la función; aplaudían y hasta lloraban de risa. Pero al payaso le daban más ganas de llorar que de reír; en vano trató de persuadirles y de explicarles explicarles que no se tratab a de un truco ni de una broma, que la cosa iba muy en serio y que el circo circo se se estaba que man do de verdad. Cuanto más suplicaba, más se reía la la gente, pues los aldeanos creían que estaba haciendo su papel de maravilla, hasta que po p o r fin las la s lla m as lle ga ron ro n a la ald ea. ea . Y c laro la ro,, la ay ud a llegó llegó demasiado tarde y tanto el circo como la aldea fueron pasto de las llamas. Con este relato ilustra Cox la situación de los teólogos teólogos mode rnos. En el payaso, que no es capaz de lograr que los aldeanos escuchen su m ensa je, ve Cox Co x un u n a im ag en del de l teól te ólog ogo, o, a q ui en na di e t o m a e n serio si va por ahí vestido con los atuendos de un p ayaso medieval o de cualquier otra époc a pasada. Ya puede decir lo que quiera, pues llevará siempre consigo la etiqueta del papel que desempeña. Y por buenas maneras que muestre y por muy serio que se ponga, todo el mundo sabe ya de antemano lo que es: ni más ni menos que un pa ya so. so . Se sabe sa be ya de so br a lo qu e dice di ce y se sa be ta m 12
bién bi én qu e sus su s idea id ea s no tie n en n ad a qu e ve r co n la re al idad. Se le puede escuchar, pues, con toda tranquilidad, sin miedo a que lo que diga cause la más mínima preocupación. Está claro que esta imagen es en cierto modo un reflejo de la agobiante situación en que se encuentra el pensamiento teológico actual, que no es otra que la abrumadora imposibilidad de romper con los clichés habituales del pensa mien to y del lenguaje, lenguaje, y la de de hace r ver que la teología es algo sumamente serio en la vida humana. Intr odu cción cci ón al cris tian ismo , pp.
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3. 1 Yo no dudo en afirm ar que la la gran enfermedad de nuestro tiempo es su déficit de verdad. El éxito, el resultado, le ha quitado la primacía en todas partes. La renuncia a la verdad y la huida hacia la conformidad de grupo no son un camino para la paz. Este género de comunidad está construido sobre arena. El dolor de la verdad es el presupuesto para la verdadera comunidad. Este dolor debe aceptarse día a día. Sólo en la pe qu eñ a pa c ien ie n ci a de la ve rd ad m ad u ra m o s p o r d en tro, nos hacemos libres para nosotros mismos y para Dios. Conversión, penitencia y renovación, p.
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4. 1 La verdad no destruye, sino sino que purifica y une. une. Caminos de Jesucristo, p.
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5. 1 Las alegrías alegrías prohibidas pierden su esplendor en el momento en que ya no están prohibidas. Esas alegrías debían y deben ser radicalizadas y aum entada s cada vez más, apareciendo finalmente insípidas, porque todas ellas ellas son limitadas, m ientras que la llama del ham bre de lo infinito siempre permanece encendida. Y así hoy ve13
mos frecuentemente en el rostro de los jóvenes una extraña amargura, un conformismo bastante lejano del empuje juvenil hacia lo desconocido. La raíz más profunda de esta tristeza es la falta de una gran esp eranza y la imposibilidad de a lcanz ar el gran amor. Todo lo que se pu ed e e sp er ar y a se co no ce y to do am or de se m bo ca en la desilusión por la finitud de un mundo cuyos enormes sustitutos no son sino una mísera cobertura de una desesperación abismal. Y así la verdad de que la tristeza del mu ndo co nduce a la muerte es cada vez más real. Ahora solamente el flirteo con la muerte, el juego cruel de la violencia, es suficientemente excitante como p ara c rear un a aparie ncia de satisfacción. «Si come s de él morirás»: hace mucho tiempo que estas palabras dejaron de ser mitológicas (Gén. 3, 17). Mir ara Cristo, pp.
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1 En la historia de Israel, como la cu entan los Libros Sagrados, encontramos con bastante frecuencia este intento: Israel encuentra su elección demasiado pesada, anda ndo continua me nte junto a Dios. Se prefiere volver a Egipto, a la normalidad, y ser como todos los otros. Esta rebelión de la pereza hu m ana co ntra la grande za de la elección es una imagen de la sublevación c ontra Dios, que vuelve cíclicamente en la historia y cualifica, de modo particular, precisame nte a nue stra época. Con este intento de quitarse de encima la obligación de elegir, el hom bre no se rebela con tra cualquier cosa. Si para él este ser amado por Dios está demasiado lleno de pretensiones, se convierte en una molestia indeseada, entonces se subleva contra su p ropia esencia. No qu iere ser lo que es como criatura concreta. 6.
Mir ara Cristo, pp.
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7. 1 El hombre que entiende la libertad como puro arbitrio, el simplem ente h ace r lo que qu iere e ir a dond e se le antoja, vive en la mentira, pues p or su prop ia naturalez a forma parte de una reciprocidad, su libertad es una li ber ta d qu e d eb e co m partir con los otros; su m ism a e se ncia lleva consigo disciplina y normas; identificarse íntimamente con ellas, eso sería libertad. Así una falsa autonom ía conduce a la esclavitud. Jesú s de Nazaret, pp.
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8. 1 Solamente la valentía de reen con trar la dimensión divina en nuestro ser y de acogerla puede dar de nuevo a nuestro espíritu y a nuestra sociedad un a nueva e íntima estabilidad. Mir ara Cristo, p.
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9. 1 La religión buscad a a la «medida de cada uno» a la po str e no no s a yu da . Es cómod a, pe ro en el m omen to de crisis nos aban don a a nu estra suerte. Ayudad a los hom bres a d es cu brir la ve rd ade ra estre lla qu e indi ca el cam ino: ¡Jesucristo! 21 de agosto de 2005 10. 1 El homb re es grand e sólo si Dios es grande . Con María debemos comenzar a comprender que es así. No debemos alejarnos de Dios, sino hacer que Dios esté presente, hacer que Dios sea grande en nuestra vida; así también nosotros seremos divinos: tendremos todo el esplendor de la dign idad divina. 15 de agosto de 2005
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La m uer te de D io s
11.1 Una sociedad que hace de lo auténticame nte hum ano un asunto únicamente privado, y que se define a sí misma en una total secularización (que por otra parte se hace inevitable una pseudoreligión y una nueva totalidad esclava), una sociedad así se hace melancólica por esencia, se convierte en u n lugar propicio p ara la deses pe ra ción . Se fú nd a de he ch o en una re du cc ión de la ve rdadera divinidad del hombre. Una sociedad cuyo orden pú blico viene d eter min ad o por el agn os tic ismo n o es u na sociedad que se ha hecho libre, sino una sociedad deses pe ra da , se ña lada por la tristeza del ho mbre, qu e se encuen tra huida de Dios y en contradicción consigo misma. Mirar a Cristo, p. 82
12. 1 Dice una antiquísima leyenda judía: el profeta Jeremías y su hijo consiguieron hacer un día un hombre vivo mediante una correcta combinación de vocablos y letras. El hombre formado por el hombre, el gólem , llevaba escritas en la frente las letras con las que se había descifrado el secreto de la creación: «Yahvé es la verdad.» El gólem se arrancó una de aquellas letras que en hebreo componen esa frase, y entonces la inscripción pa só a decir: «Dios es tá mue rto .» Hor ro riza do s, el pro fe ta y su hijo pregunta ron al góle m p or qué razón había hecho eso, a lo que el nuevo hombre respondió: «Si vosotros podéis hacer al hombre, Dios está muerto. Mi vida es la muerte de Dios. Si el hombre tiene todo el poder, Dios no tiene ninguno.» El Dios de los cr istiano s, pp. 1314
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13. 1 Una socied ad que se olvida de Dios, que excluye a Dios precisamen te para tener la vida, cae en una cultura de muerte. Por querer tener la vida, se dice «no» al hijo, pues m e quita p ar te d e mi vida; se dice «no» al fu turo, par a tener todo el presente; se dice «no» tanto a la vida que nace como a la vida que sufre, a la que va hacia la muerte. Esta aparente cultura de la vida se transforma en la anticultura de la mu erte, donde Dios está ausente, donde está ausente aque l Dios que no orde na el odio, sino que vence al odio. Aquí hacemos la verdadera opción po r la vida. Entonces todo está conectado: la opción más profunda por Cristo crucificado está conectada con la opción más completa po r la vida, desde el prim er mo men to hasta el último. Creo que, en cierto modo, éste es el núcleo de nuestra pastor al: ay uda r a ha ce r una ver da de ra op ción po r la vida, a renov ar la relación con Dios como la relación que nos da vida y nos m uestra el camino p ara la vida. 2 de marzo de 2006 14. 1 El hecho de que nuestros primeros padres pensaran lo contrario fue el núcleo del pecado original. Temían que, si Dios era demasiado grande, quitara algo a su vida. Pensaba n que debían a par tar a Dios a fin de tener espacio para ellos mismos. Ésta ha sido también la gran tentación de la época moderna, de los últimos tres o cuatro siglos. Cada vez más se ha pensado y dicho: «Este Dios no nos deja libertad, nos limita el espacio de nuestra vida con todos sus Mandamientos. Por tanto, Dios debe desaparecer; queremos ser autónomos, inde pe nd ientes. Sin este Dios no so tros se re mos dio ses, y h aremos lo que nos plazca.» 15 de agosto de 2005 17
15. 1 Al inicio de este camino e staba el orgullo de «ser como Dios». Era preciso desembarazarse del vigilante Dios pa ra se r libres; hace rse Dios proyectado en el cielo y dominar como Dios sobre toda la creación. Y así surgió una especie de espíritu y voluntad, que e staban y están en contra de la vida, y son dominio de la muerte. Y cuanto más se siente este estado, tanto más el inicial propó sito se vuelve en su propio contrario y permanece prisionero del mismo pu nto de partida: el hombre que quería ser el único creador de sí mismo y subir a la grupa de la creación con una evolución mejor, por él pensada, acaba en la autone gación y en la autodestrucción. Se da c uenta de q ue sería mejor que no existiese. Esta acidia metafísica es la huida de Dios, el deseo de estar sólo consigo mism o y con la pro pia fin itu d, de no se r m olestad o po r la ce rc an ía de Dios. Mirara Cristo, p. 78
16. 1 El mun do griego, cuya alegría de vivir se refleja tan maravillosamente en las epopeyas de Homero, sabía muy bien que el verdadero pecado del hombre, su mayor pe lig ro, es la hybris, la arrogante autosuficiencia con la que el homb re se erige en divinidad: quiere ser él mismo su propio dios, para ser dueño absoluto de su vida y sacar provec ho así de tod o lo que ella le puede ofrecer. Jesús de Nazaret, pp. 119120
17. 1 La «muerte de Dios» es un proceso totalm ente real, que se instala hoy en el mismo co razón de la Iglesia. Dios muere en la cristiandad, al menos eso es lo que parece. De hecho, allí donde la resurrecció n pasa de ser un a contecimiento de u na misión vivida a una imagen superada, Dios no actúa ya. ¿P orqu ésoy todavía cr istiano?, p. 91
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18. 1 El ansia fanática de vivir que enco ntram os hoy en todos los continentes ha originado una anticultura de la mu erte que se va convirtiendo en la fisonom ía de nuestro tiempo: el desenfreno sexual, la droga y el tráfico de a rmas se han convertido en una trinidad p rofana cuya red mo rtal se extiende por los continentes. El aborto, el suicidio y la violencia colectiva son las m anera s co ncretas en que opera el sindicato de la muerte. Al mismo tiempo, el sida ha pasa do a ser el retrato de la enfermedad ín tima d e nue stra cultura. [...] La investigación médica busca, movilizando todas sus posibilidades, las sustancias inyectables con tra la disolución de las fuerzas de inm uniza ción corpo ral, y es su deber; a pesar de ello, sólo desplazará el campo de las destrucciones, sin detener la campaña triunfal de la anticultura de la muerte, si no reconocem os que la debilidad inmunológi ca del cuerpo es un grito del ser hum ano m altratado, un a imagen que expresa la verdadera enfermedad: la indefensión de las almas en una cultu ra que declara nulos los verda deros valores: Dios y el alma. Jesucristo hoy, pp. 3637
19. 1 [...] si Dios es, los dioses no son Dios. De ahí que se le deba adorar a Él y a nadie más. Pero ¿no están muertos los dioses hace tiempo ?, ¿no e stá eso claro y, por consiguiente, nad a dice? Si uno observa atentam ente la realidad, debe responder a esto preguntando a su vez: ¿de veras no se da en nuestro tiempo idolatría alguna?, ¿no hay nada que sea adorado al lado y en contra de Dios?, ¿no surgen otra vez los dioses, después de la muerte de Dios, con un poder tremendo? Lutero, en su catecismo mayor, formuló de manera impresionante esta relación de una cosa con la otra: «¿Qué significa que hay Dios, o qué es eso de Dios? Respuesta: se llama Dios al hallazgo 19
de aquello en lo que uno debe cifrar el hallazgo de todo bie n y a lo qu e re cu rre en to das las ne ce sida de s. H ab er Dios es confiar y creer en él con todo el corazón, com o he dicho a m enudo, que sólo la confianza y la fe del corazón hacen estas dos cosas: Dios e ídolo.» ¿En qué confiamos, pu es, y c reem os no so tro s? , ¿no se han co nv ertid o en poderes el dinero, la fuerza, el prestigio, la opinión pública, el sexo?, ¿no se inclinan ante ellos los hombres y les sirven como a dioses?, ¿no cambiaría el mundo de aspecto si se arrojase del trono a esos ídolos? El Dios de los cristi anos, pp. 2627
20. 1 La magia es un inte nto de contro lar las fuerzas desconocidas, de pen etrar en su secreto para no enfren tarnos a ellas totalmente inerm es. Se ha dicho que la técnica tradujo este conato al plano racional explorando la tram a funcional de la naturaleza para pode r disponer de ella. Este proceso estuvo preced ido de la desm itificación cristiana del mundo, que libró al hombre de la idea de unas fuerzas divinas misteriosas y le enseñó qu e vivimos en un m undo creado p or Dios con arreglo a unas p autas racionales; él nos confió ese mundo para que conozcamos con nuestro entendimiento los pensamientos del suyo y aprendamos a administrar, orden ar y configurar su creación a pa rtir de ellos. Pero de este modo se ha ido imp oniendo la idea de que Dios es superfluo, y al final ha resultado ser un estorbo. P ara Dios quedó sólo la subjetividad, ya que lo objetivo lo hemo s cono cido sin él. Pero en esta esfera de la subjetivid ad que le resta, Dios se con vierte en mero sentimiento, que significa poco, o aparece como el espía que escucha a la pue rta de mi existencia priva da y me im pi de la lib erta d. Aun sien do ta n po ca cosa, es el último peligro que me im pide el libre desa rrollo. Así comienza de nuevo, de un modo más sutil, lo que 20
había intentado la magia de la naturaleza: hay que protegerse de Dios, debe desaparecer, hay qu e desenmascararlo para poder combatirlo. El psicoanálisis y la ps ic ot er ap ia so n es ta mag ia del m undo in te rior d on de el homb re se hace con el poder sobre el alma para librarse de la amenaza que representa Dios. Pero el alma escru table ya no es libre, y el poder adq uirido con tra Dios se convierte en poder del hombre contra sí mismo. antaño
El poder de Dios, esperanza nue stra, pp. 5051
Es coge r la vid a
21.1 Un ser es tanto más él mismo cua nto m ás abierto se encuentra, cuanto más relación es. Escatología. La muerte y la vida eterna, p. 148
2 2 .1 Pero surge inme diatam ente la pregunta: «¿Cómo se escoge la vida?» Reflexionando, me ha venido a la mente que la gran defección del cristianismo que se produjo en Occidente en los últimos cien años se realizó precisamente en nombre de la opción por la vida. Se decía —pien so en Nietzsche , per o ta m bié n en m uc hos ot ro s— que el cristianismo es una o pción con tra la vida. Se decía que con la cruz, con todos los Mandam ientos, con todos los «no» que nos propone , nos c ierra la pu erta de la vida; pe ro nos otros q uer em os t en er la vi da y esco ge mos, opta mos, en último término, por la vida liberándonos de la cruz, liberánd onos de todos estos Man dam ientos y de todos estos «no». Queremos tener la vida en abundancia, nada m ás que la vida. Aquí de inm ediato viene a la mente la pala bra del Evangelio de hoy: «El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará» (Le 9, 24). 21
Ésta es la paradoja que debemos tener presente ante todo en la opción por la vida. No es arrogánd onos la vida para nosotros como podemos encontrar la vida, sino dándola; no teniéndola o tomándo la, sino dándola. É ste es el sentido último de la cruz: no tom ar para sí, sino da r la vida. 2 de marzo de 2006 23. 1 «Mira: hoy te pongo delan te la vida y el bien, la muerte y el mal. [...] Hoy cito como testigos contra vosotros al cielo y a la tierra; te pongo delante bendición y maldición. Escoge la vida» (Dt. 30, 15.19). ¡Escoge la vida! ¿Qué significa esto? ¿Cómo se hace? ¿En qué consiste la vida? ¿En te ner lo m áximam ente posible, en poder lo máximamente posible, permitírselo todo, no conoce r más límites que los del propio deseo? ¿Consiste en po de r ten er todo y pod er ha ce r tod o, en go za r la vid a sin límite alguno? ¿No parece esto hoy, al igual que en todas las épocas, la única respuesta posible? Pero si contem pl am os nu es tro mun do , vem os qu e este estilo de vid a concluye en el círculo diabólico del alcohol, del sexo y de la droga; que esta aparente elección de la vida debe considerar a los otros como rivales; que siempre experimenta lo propio que posee com o poco y esa elección conduce pr ec isam en te a la a nt ic ul tu ra de la m ue rte, al fastidio de la vida, el no que rerse a sí mismo, co sa que hoy observamos por doquier. El resplandor de esta elección es una imagen engañosa del diablo, porque efectivamente se opone a la verdad, porque presen ta al homb re como a un dios, pero como un dios falso que no conoce el amor, sino que sólo se conoce a sí mism o, y lo refiere todo a sí. En este intento de ser un dios, el criterio de referencia par a el h om br e es el fetiche, no Dios. Caminos de Jesucristo, pp.
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24. 1 Esta form a de elegir la vida es una m entira, porque deja a Dios de lado y así lo deforma todo. «¡Escoge la vida!» Una vez más, ¿qué significa esto? El Deuterono mio nos da un a resp uesta muy sencilla: escoge la vida, es decir, escoge a Dios, pues Él es la vida. «Si obedeces los mandatos del Señor, tu Dios, que yo te promulgo hoy, amando al Señor, tu Dios, siguiendo sus caminos, guardando sus preceptos, man datos y decretos, vivirás y crecerás» (Dt. 30, 16). ¡Escoge la vida! ¡Escoge a Dios! Según el Deuteronomio, escoger a Dios significa amarlo, entra r en comunión de pensamiento y de voluntad con Él, confiar en Él, encomendarse a Él, seguir sus caminos. Caminos de Jesucristo, p. 97 25. 1 Si la globalización en la tecnología y en la economía no está acompañada por una nueva apertura de la conciencia hacia Dios, ante quien todos nosotros tenemos una responsabilidad, entonces esa globalización concluirá en una catástrofe. Ésta es la gran responsabilidad que pesa hoy sobre nosotros los cristianos. Desde sus orígenes, el cristianism o proce dente del único Señor, del pan único que busca hace r de nosotros un solo cuer po, se aplicó a enc ar ar la un id ad de la hu m an id ad . Si nosotros, precisamente en el mom ento en que la unidad externa de la humanidad , antes impensable, es un hecho, nos negamos como cristianos y creemos que no podemos o no debemos dar más nada, com etemos un pecado grave. En efecto, una unidad que es edificada sin Dios o incluso contra él termina con el experimento de Babilonia: en la confusión total y en la destrucció n absolu ta, en el odio y en la violencia de todos co ntra todos. Caminos de Jesucristo, p.
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26. 1 Los santos, como hem os dicho, son los verdaderos reformadores. Ahora quisiera expresarlo de manera más radical aún: sólo de los santos, sólo de Dios proviene la verdad era revolución, el cambio decisivo del mundo . En el siglo pasado vivimos revoluciones cuyo progra ma común fue no esperar nada de Dios, sino tom ar totalmente en las propias manos la causa del mund o pa ra transformar sus condiciones. Y hemos visto que, de este modo, siempre se tomó un punto de vista humano y parcial com o criterio absoluto de orientación. La absolutización de lo que no es absoluto, sino relativo, se llama to talitarismo. No libera al hom bre, sino que lo priva de su dignidad y lo esclaviza. No son las ideologías las que salvan el mu ndo , sino sólo dirigir la mirad a al Dios viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra libertad, el garante de lo que es realmente bu eno y auténtico. La revolución verdadera consiste únicamente en mirar a Dios, que es la med ida de lo que es justo y, al mismo tiempo, es el amor eterno. Y ¿qué puede salvarno s sino el amor? 20 de agosto de 2005 27.1 Estas opciones corresponden al contenido de las palabras tener y ser. La autorrealización quiere tener la vida, todas las posibilidades, alegrías y bellezas de la vida, pues considera la vida como una po sesión que ha de defender contra los demás. La fe y el am or no se orde nan a la posesión. O ptan po r la reciprocidad del amor, por la grandeza majestuosa de la verdad. In nuc e, esta alternativa corres po nd e a la elección fund am en ta l entre la m ue rte y la vida: una civilización del tener es un a civilización de la m uerte, de cosas muertas; únicam ente u na cu ltura del amo r es tamb ién cu ltura de la vida: «Quien quiera salvar su vida, la perde rá y quien pierd a su vida... la salvará.» El ca mino pascual, p. 26
28. 1 Para un a vida feliz es preciso, por tanto, un enten dimiento íntimo con Dios. Sólo si esta relación de fondo funciona bien, las otras relaciones podrá n ser justas. Por eso es impo rtante ap rend er a lo largo de toda una vida, y desde la juventud , a pe nsar con Dios, a sen tir con Dios, a querer con Dios, de modo que desde a quí surja el amor. De esa forma el amo r se convierte en el elemento de fon do de nuestra vida. Estamos hab lando del amo r del pró jim o, por s up ue sto. Mir ara Cristo, p. 115
29. 1 Es imp ortante que Dios sea grande entre nosotros, y en la vida pública y en la vida privada. En la vida pública, es importante que Dios esté presente, por ejemplo, mediante la cruz en los edificios públicos; que Dios esté pr es en te en n uest ra vi da co m ún, porq ue sólo si Dio s está presente tenemos u na orientación, un camino común; de lo contrario, los contrastes se hacen inconciliables, pu es ya no se re co no ce la dig ni da d co mún . Engr an dez camos a Dios en la vida pública y en la vida privada. Eso significa hacer espacio a Dios cada día en nuestra vida, comenzando desde la mañana con la oración y luego dando tiempo a Dios, dand o el domingo a Dios. No perdemos nuestro tiempo libre si se lo ofrecemos a Dios. Si Dios entra en nuestro tiempo, todo el tiempo se hace más grande, más amplio, m ás rico. 15 de agosto de 2005 3°. 1Así, hoy, yo quisiera, c on gra n fuerz a y gran convic C1°n, a p arti r de la experienc ia de un a larga vida pe rsonal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: «¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento po r uno. Sí, abrid, ab rid
26. 1 Los santos, como hemos dicho, son los verdaderos reformadores. Ahora quisiera expresarlo de mane ra más radical aún: sólo de los santos, sólo de Dios proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo. En el siglo pasado vivimos revoluciones cuyo programa comú n fue no esperar nada de Dios, sino tom ar totalmente en las propias manos la causa del mundo para tran sformar sus condiciones. Y hemos visto que, de este modo, siempre se tomó un punto de vista humano y parcial como criterio absoluto de orientación. La absolutización de lo que no es absoluto, sino relativo, se llama totalitarismo. No libera al hombre, sino que lo priva de su dignidad y lo esclaviza. No son las ideologías las que salvan el mundo, sino sólo dirigir la m irada al Dios viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra libertad, el garante de lo que es realmente bueno y auténtico. La revolución verdadera consiste únicamente en mirar a Dios, que es la med ida de lo que es justo y, al mism o tiempo, es el amor eterno. Y ¿qué puede salvarnos sino el amor?
20 de agosto de 2005 27.1 Estas opciones correspon den al contenido de las pa labras tener y ser. La autorrealización quiere tener la vida, toda s las posibilidades, a legrías y bellezas de la vida, pues considera la vida como u na posesión que h a de defender con tra los demás. La fe y el am or no se ord enan a la posesión. Optan po r la reciprocida d del amor, por la grandeza majestu osa de la verdad. In nuce, esta alternativa corres po nd e a la elección fu nd am en tal entre la m ue rte y la vida: un a civilización del tener es una civilización de la m uerte, de cosas mue rtas; únicam ente un a cultur a del am or es tam bién c ultura de la vida: «Quien quiera salvar su vida, la perde rá y quien pie rda su vida... la salvará.»
28. 1 Para un a vida feliz es preciso, por tanto, un enten dimie nto íntim o con Dios. Sólo si esta relación de fondo funciona bien, las otras relaciones podrán ser justas. Por eso es imp ortante aprend er a lo largo de toda una vida, y desde la juventud , a pen sar con Dios, a sentir con Dios, a querer con Dios, de modo que desde aquí surja el amor. De esa form a el amo r se convierte en el elemento de fondo de nuestra vida. Estamos hablando del am or del pró jim o, por sup uesto . Mirara Cristo, p.
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29. 1 Es impo rtante que Dios sea grande entre nosotros, y en la vida pública y en la vida privada. E n la vida pública, es importante que Dios esté presente, por ejemplo, me diante la cruz en los edificios públicos; que Dios esté prese nt e en nuest ra vida co m ún , po rq ue sólo si Dios está presente tenemos un a orientación, un camino com ún; de lo contrario, los contrastes se hacen inconciliables, pues ya no se reco no ce la di gn idad común . E ng rand ez camos a D ios en la vida pública y en la vida privada. Eso significa hacer espacio a Dios cada día en nuestra vida, comenzando desde la mañana con la oración y luego dando tiempo a Dios, dando el domingo a Dios. No perdemos nu estro tiem po libre si se lo ofrecemos a Dios. Si Dios entra en nue stro tiemp o, todo el tiemp o se hace más grande, más amplio, más rico.
15 de agosto de 2005 30. 1 Así, hoy, yo quisiera, co n gra n fue rza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: «¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, a brid
de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida. Amén.» 24 de abril de 2005 31 .1 En ella Dios graba su propia imagen, la imagen de Aquel que sigue la oveja perdida hasta las montañas y hasta los espinos y abrojos de los pecados de este mu ndo, dejándose herir por la corona de espinas de estos pecados, para tomar la oveja sobre sus hombros y llevarla a casa. Como Madre que se compadece, María es la figura anticipa da y el retrato perm anen te del Hijo. Y así vemos que también la imagen de la Dolorosa, de la Madre que com parte el sufrimiento y el amor, es una verdad era ima gen de la Inmaculada. Su corazón, mediante el ser y el sentir con Dios, se ensanchó. E n ella, la bond ad de Dios se acercó y se acerca m ucho a nosotros. Así, María está ante noso tros como signo de consuelo, de aliento y de es pe ra nz a. Se dirig e a no so tros , dicien do : «Ten la valen tía de osar con Dios. Prueba. No tengas miedo de él. Ten la valentía de arr iesga r con la fe. Ten la valentía de arriesgar con la bond ad. Ten la valentía de a rriesg ar con el corazón puro. Comprométete con Dios; y entonces verás que precisam ente así tu vida se ensanch a y se ilumina, y no resulta aburrida, sino llena de infinitas sorpresas, po rq ue la bo ndad in finita de Dios no se ag ota jam ás .» 8 de diciemb re de 2005 B ús qu ed a de D ios y fe
32. 1 J.P Sartre ha señalado como dram a propio del hombre, como su tragedia, el hecho de que está condenado a u na libertad que deja en sus manos decidir qué es lo que debe hacer de sí mismo. Pero esto es justam ente lo
que él no sabe, y con cada d ecisión se lanza a una aventura de resultado incierto. Me parece que no pocos pensadores y artistas de nuestro tiempo se han alineado con el marxism o única me nte a cau sa de eso, debido a que el marxismo les proporcionó una respuesta eng lobadora y, en cierto modo, concluyente a esta cuestión fundam ental de la humanidad, y que parecía poner todas las fuerzas de nuestra existencia en el servicio a una gran meta moral: crea r una hu man idad m ejor y un mu ndo mejor. Pero en realidad, para muchos este marxismo fue sólo un paliativo con el que querían acallar el sentimiento del sinsentido y de la perplejidad que les atorm entab a. Evangelio, catequesis, catecismo, p.
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33. 1 «Ningún hombre pu ede ha bitar en la tristeza.» Pero si el fondo del alm a es la tristeza, se llega necesar iam ente a una continua h uida del alma de sí misma, a una pro funda inquietud. El hombre tiene miedo de estar solo consigo mismo, p ierde su centro, se convierte en un vagabundo intelectual, que siempre se está alejando de sí mismo. Síntomas de esta inquietud vagabund a del espíritu son la verbosidad y la curiosidad. El hom bre al hab lar huye del pensamiento. Y puesto que se le ha quitado la visión hacia lo Infinito, busca insaciablemente sustitutos. Mirar a Cristo, p.
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34.1 [...] no es verdad que la juven tud piense sobre todo en el consumo y en el placer. No es verdad que sea materialis ta y egoísta. Es verdad lo contrario: los jóvenes quieren cosas grandes. Quieren que se deteng a la injusticia. Qu ieren que se superen las desigualdades y que todos participe n en los bienes de la tierra. Quieren que los oprimidos obten gan la libertad. Quieren cosas grandes. Quieren cosas buenas. Por eso, los jóvenes —vosotros lo sois— están de
totalmente ab iertos a Cristo. Cristo no nos ha p rometido una vida cómoda. Quien busca la comodidad, con él se ha equivocado de camino. Él nos m uestra la senda que lleva hacia las cosas grandes, hacia el bien, hacia un a vida humana auténtica. Cuando habla de la cruz que debemos llevar, no se trata del gusto del tormento o de un moralis mo m ezquino. Es el impulso del amor, que comienza por sí mismo, pero no se busca a sí mismo, sino que imp ulsa a la persona al servicio de la verdad, la justicia y el bien. Cristo nos muestra a Dios y, de esa forma, la verdadera grandeza del hombre. 25 de abr il de 2005 35. 1 [...] en el capí tulo 3 de san M arcos, se describe lo que el Seño r pensaba qu e debe ría ser el significado de un apóstol: estar con él y estar disponible para la misión. Las dos cosas van juntas y sólo estando con él estamos también siempre en movimiento con el Evangelio hacia los demás. Por tanto, es esencial estar con él y así sentimos la inqu ietud y somos capaces de llevar la fuerza y la alegría de la fe a los demás, de dar testimonio con toda nue stra vida y no sólo con las palabras. 13 de mayo de 2005 36. 1 [Cómo empez ar a buscar la fe.] Yo diría que nu nca con reflexión solamente. Siempre hay que combinar las pr eg unta s co n la ac tu ac ió n. Creo qu e ca da cu al tien e su pr opi o comienz o. Par a muc hos la visión de M ar ía es, en pri m er lugar, u na puer ta . Para otr os el ver dad er o comienzo es Cristo. Yo diría que leer los Evangelios es siempre un camino de acercam iento, haciendo una lectura proyectada hacia Cristo, que también incluya la oración incesante. N ed b la fe de aislad si
sólo en el encuentro con personas creyentes capaces de entende rte. La fe crece siempre en com unidad. Dios y el mu ndo, p.
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37. 1 [...] ¿es posible am ar a Dios?; má s aún: ¿pued e el am or ser algo obligado? ¿No es un sentimien to que se tiene o no se tiene? La respuesta a la prim era pre gunta es: sí, po de mos am ar a Dios, da do qu e Él no se ha que da do a una distanc ia inalcanzable sino que ha entrado y entra en nuestra vida. Nos sale al paso de cada uno de nosotros: en los sacram entos a través de los cuales actúa en nue stra existencia; con la fe de la Iglesia, a través de la cua l se dirige a nosotros; haciéndon os enco ntrar hombres, tocados por Él, qu e no s tr as m it en su luz; co n las disp os icio ne s a través de las cuales interviene en nuestra vida; también con los signos de la creación que nos ha regalado. 7 de febrero de 2006 38. 1 La educac ión en la fe debe consistir antes que nada en cultivar lo bueno que hay en el homb re. El desarrollo del voluntariado , inspirad o po r el espíritu del Evangelio, ofrece una gran ocasión educativa. 26 de noviembre de 2005 39. 1 Nuestra fe no es una teoría, sino un acontecimiento, un encuentro con el Dios vivo que es nuestro padre, que en su Hijo Jesucristo ha asumido el ser humano, y que en el Espíritu S anto nos in corp ora a Él. Evangelio, catequesis, catecismo, p.
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40. 1[...] la fe cristia na, es decir, la fe en Jesús com o Cristo es verdadera «fe personal». Partiendo de aquí, podemos sabe r lo que significa. La fe no consiste en a cepta r
labra. La fe es acep tar la palabra co mo pe rsona y la per sona como palabra. Introducc ión al cristianismo, p. 174 41. 1 La fe es una decisión por la que afirmamos que en lo íntimo de la existencia hum ana hay un punto que no p uede ser sustentado ni sostenido por lo visible y comprensi ble, sino que linda de tal m odo con lo que no se ve, que esto le afecta y aparece co mo algo necesario par a su existencia. A esta actitu d sólo se llega por lo que la Biblia llam a «vuelta», «conversión». La fe no se puede demostrar: es un camb io del ser, y sólo quien ca mbia la acoge [...] es un cam bio que hay que hac er tod os los día s [...] la fe ha sid o un salto sobre el abismo infinito desde el mu ndo visible e implica la osadía de ver en lo que no se ve lo auténtica men te real. Intro ducc ión al cristianis mo, p. 48
42. 1 [...] la fe, que nos llega como pala bra, debe llegar a ser de nuevo en nosotros m ismos palabra, en la que ahora se exprese también nuestra vida. Creer será siempre deno min ado tam bién «confesar la fe». La fe no es privada sino pública y comunitaria. La fe va en primer lugar de la palabra a la idea, pero tiene siempre que re gresar de la idea a la palab ra y a la acción. Evangelio, catequesis, catecismo, p. 25
43. 1 El dogma no er a sentido com o un vínculo exterior, sino como la fuente vital que en realidad posibilitaba nuevos conocimientos. Mi vida, recuerdos (1927-1977), p. 69
44 . 1 En los antiguos edificios monásticos se encontra ban la Esc ue la de Señ orita s y el en to nc es In st it uto pa ra
quedado particularmente graba do en mi mem oria el recuerdo del «Santo Sepulcro», con m ucha s flores y luces de colores, que se erigía entre el Viernes Santo y el Domingo de Pascua y que nos ayudaba a sentir próximo el misterio de la muerte y resurrección, a percibirlo con nuestros sentidos internos y externos, mucho antes que cualquier intento de com prensión racional. Mi vida, recuerdos (1927-1977), p. 24
45. 1 Dios quiere hablar al corazón de su pueblo y tam bién a ca da uno de no so tros . «Te he cr ea do a mi im agen y semejanza», nos dice. «Yo mismo soy el amor y tú eres mi imagen en la medida en la que brilla en ti el esplendor del amor, en la medida en que me respondes con amor.» Dios nos espera. El quiere que le amemos: u n llamamiento así, ¿no debería tocar nuestro corazón? Precisamente en esta hora en la que celebramos la Euc aristía [...] nos sale al encuentro, sale para encontrarse conmigo. ¿Encontrará una respuesta? ¿O sucederá con nosotros como con la viña, de la que Dios dice en Isaías: «Esperó a que diese uvas, pero dio agraces»? Nuestra vida cristiana, con frecuencia, ¿no es quizá más vinagre que vino? ¿Autocompasión, conflicto, indiferencia? 2 de octubre d e 2005 46. 1 Buenav entura. El doctor seráfico dice a sus audito res que el movimiento de la esp eranz a se parece al vuelo de un pájaro, que para volar distiende sus alas todo lo que puede y emplea todas sus fuerzas para moverlas; todo él se hace movimiento y de esta forma va hacia lo alt°, vuela. Espe rar es volar, dice Buenaventura: la esperanza exige de nosotros un esfuerzo radical; requiere de nosotros que todos nuestros miembros se conviertan en movimiento, para elevarnos sobre la fuerza de la grave-
dad de la Tierra, para llegar a la verdadera altura de nues tro ser, a las promesas de Dios. El doctor fran ciscano desarrolla en ese momento una bellísima síntesis de la doctrina de los sentidos externos e internos. Q uien es pe ra —dice— «debe le va nt ar la ca be za , giran do ha cia lo alto sus propios pensamientos, hacia la altura de nu estra existencia, es decir ha cia Dios. Debe alzar sus ojos para recibir todas las dimensiones de la realidad. Debe alzar su corazón disponiendo su sentimiento por el sumo amor y por todos sus reflejos en este mundo. Debe tam bién mov er su s m an os en el trab aj o...» . Se hab la aq uí también de lo esencial de una teología del trabajo, que per te nec e al mov im ie nt o de la es per anza y, rea liza do co rrectamente, es una de sus dimensiones. Mirara Cristo, pp. 6970
47. 1 [...] la gran pro me sa de la fe no destruye nu estro ac tuar y no lo hace superfluo, sino que le confiere finalmente su justa forma, su luga r y su libertad. Un ejemplo significativo lo ofrece la historia monástica. Comienza con la fuga sae culi, la huida de un mundo, que se cerraba en sí mismo, al desierto, al no mundo. Allí dom ina la es per an za qu e pre ci sa m en te en el no m un do, en la pobre za radical, encon trará el todo de Dios, la verdadera libertad. Pero precisamente esta libertad de la nueva vida ha hecho iniciar en el desierto la nueva ciudad, una nueva pos ib ilid ad de vida hum ana, una cult ura de fr ate rn id ad , de la que se form arán islas de vida y de supervivencia en la gran decadencia de la cultura antigua. «Buscad primero que reine su justicia, y todo eso se os dará por añ adidura», dice el Señor (Mt. 6, 33). La historia confirma sus palabras: añade a la esperanza teológica un optimismo completamente humano. Mirar a Cristo, pp. 7071
48. 1 La fe no es solamente un ten der de la person a hacia lo que ha de venir, y que está todavía to talmen te ausente; la fe nos da algo. Nos da ya ah ora algo de la realidad es pe ra da , y es ta re al id ad pr es en te co ns titu ye par a n os otros una «prueba» de lo que aún no se ve. Ésta atra e al futuro dentro del presente, de modo que el futuro ya no es el pu ro «to davían o» . El he ch o de qu e este fu tu ro ex ista cambia el presente; el presente está marcado por la realidad futura, y así las realidades futuras repercuten en las presentes y las presentes en las futuras. Spe Salvi, n.° 7
49. 1 El hombre ha sido creado de tal manera que sus ojos sólo pu ede n ver lo que no es Dios. [...] Dios es esencialmente invisible. Esta expresión de la fe bíblica en Dios que niega la visibilidad de los dioses es ante todo una afirmac ión sobre el hombre; el hom bre es la esencia vidente que parece red ucir el espacio de su existencia al espacio de su ver y comprender. [...] Dios no aparece ni pu ed e a pare cer por m uch o qu e se en sa nch e el cam po visual. [...] Dios es aquel que se queda esencialm ente fuera de nuestro campo visual, por mucho que se extiendan sus límites. [...] Con esto tenemos ya u n pr im er esbozo de la actitud que se expresa en la palabra credo. [...] La palabra credo entraña u na opción fundam ental ante la realidad como tal. [...] Es una opción por la que no se ve, no se considera como irreal, sino com o lo que sostiene y posi bilita to da la re al id ad re st an te . Es u na op ción por la que lo que posibilita toda la realidad o torga tam bién al hom bre una ex is tenc ia au té nticam ente hum an a. Lo qu e se hace posible como ho mbre y como ser hum ano. Intro ducción al cristianismo, p. 48
50. 1 Como ejemplo, quisiera record ar sólo un camino de conversión de nuestro tiempo: Tatiana Goritscheva. Esta mujer había aprendido que la meta de la vida era distinguirse, «ser más listo que los demás, más capaz, más fuerte... Pero nunc a me había d icho nadie que lo más elevado de la vida no consistía en alcan zar y vencer a los demás, sino en amar». En el progresivo encuentro con Jesús se va dando cu enta de esto desde dentro, h asta que un día, al rezar el padrenuestro le sobreviene un nuevo nacim iento, y... percibe, «no precis am ente con mi ridículo enten dimie nto, sino con todo mi ser», un nuevo conocimiento q ue trasto ca todo su ser: «que Él existe». Esto es conocimiento absolutamente real, experiencia, experiencia íntimamente comprensible y, en cuanto tal, com pr ob ab le; co mpr ob ab le , clar o es tá, no de sd e la post ura del espectador, sino tan sólo desde la entrega al experime nto de la vida con Dios. Imágenes de la esperanza, p. 41
CAPÍTULO 2
EL DIOS CRISTIANO
¿Es po si ble co no ce rl e?
1. 2 Sin una cierta cantidad de amor no se encuentra nada. Quien no se compro mete u n poco pa ra vivir la ex pe rien cia d e la fe y la e xp er ie nc ia de la Iglesia y no af ro nta el riesgo de mirarla con ojos de amor, no descubrirá otra cosa que decepciones. El riesgo del amor es condición prelimin ar pa ra llegar a la fe. ¿Por qué soy todavía cristiano?, p. 110
2. 2 El Reino de Dios es Dios mismo. Si Jesús dice: «El Reino de Dios está cerca», esto significa, por encima de todo, algo muy sencillo: Dios mismo está cerca. Estáis próximos a Dios y él a vosotros. Y adem ás: Dios es u n Dios que actúa. No está expatriado en una esfera «trascenden tal» que le separaría de la esfera «categorial» de nuestra vida. Él está presente y actúa. En su aparen te ausen cia e ineficacia él está propiame nte presen te y dominante; dominando, ciertamente, de un modo muy distinto a como se imaginan los soberanos hum anos, o a como imaginan los hombres débiles, pero ham brientos de poder. Evangelio, catequesis, catecismo, pp. 3233
3. 2 Rastreamos todavía más y con mayor profundidad algo de Dios mism o en la bondad de un ser hum ano que es bueno sin motivo ni causa. Me refirió en cierta ocasión un testigo que unas muchachas asiáticas, después de muchísimos padecimientos, hab ían sido recogidas y asistidas por unas monjas. Las muchachas hablaban a las religiosas como si fuesen Dios, pues decían que sim ples mujeres no er an capaces de aque lla bo nd ad . El Dios de los cristianos, p.
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4. 2 Ya desde enero, mi herm ano ha bía notado que nu estra madre asimilaba peor el alimento. A mediados de agosto, el médico n os confirm ó la triste noticia de que se trataba de un cáncer de estómago, que ya avanzaba veloz e inexorab lemen te po r su camin o. Hasta fines de octu ; bre, aunque reducida a piel y huesos, continuó haciendo las labores domésticas para mi hermano, hasta que se desmayó en una tienda y desde entonces no pudo aba ndonar más el hospital. Habíamos revivido con ella la mism a experiencia de mi padre. Su bon dad era cada día más pura y transparente y continuó aumentando en las semanas en que el dolor iba acrecentándose. El día des pu és del do m ingo de «Gaudete», el 16 de dicie m bre de 1963, cerró p ara siemp re los ojos, pero la luz de su bo ndad perm aneció y para m í se convirtió cada vez más en una demostración concreta de la fe por la que se había dejado moldear. No sabría señalar u na p rueba de la verdad de la fe más convincente que la sincera y franca h uma nidad que ésta hizo mad urar en mis padres y en otras much as personas que he tenido ocasión de encontrar. Mi vida, recuerdos (1927-1977), pp.
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5. 2 Yo diría que el catolicismo sólo puede entenderse I debidamente poniéndose en camino. Pensarlo y vivirlo j
tiene que ser una m isma cosa; no hay otro modo de entender el catolicismo, creo yo. La sal de la Tierra, p.
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6. 2 Dios no se manifiesta de un modo demasiado visi ble... pero, gene ralm en te, Dios no ha bl a de m asiado alto , pero sí nos ha bl a u na y otra vez. Oírle depende, co mo es natural, de que el receptor —digam os— y el emiso r estén en sintonía. Ahora en nuestro tiempo, con nu estro actual estilo de vida y de forma de pensar, hay demasiadas interferencias entre los dos y sintonizar resulta p articularmente difícil. Y, por otra parte, estam os tan distanciado s de Dios que, aunque oyéramos su voz, tampoco la reconoceríamos como suya, así sin más. No obstante, yo diría que a cualquiera de nosotros que esté atento, esté donde esté, puede acontecerle que perciba al Señor, «Dios me habla». Y ésa es la gran o portu nida d que tengo para conocerle. La sal de la Tierra, pp.
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7. 2 Yo soy un poco platónico. Con eso quiero d ecir que creo que hay una especie de memoria, com o un recu erdo de Dios grabado en el hombre, y que hay que despertarlo en él. El hom bre no sabe origin ariam ente qué debe sa ber, ni tam po co es tá or ig inar iam en te do nd e debe estar; es un homb re, un ser hum ano en camino. En la religión bíblica, en el Antiguo y el Nuevo Testamento, se recogen muchas imágenes de un pueblo de Dios nómada, y se hace siempre hincapié en que Israel era un pueblo en el exilio. Y esa im agen significa —exactamente— lo que es la existencia humana. Nos indica que el hombre es un ser que está puesto en un cami-
él tiene que bu scar y descu brir qué es, y que también se pue de equiv ocar. La sal de la Tierra, pp.
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8. 2 Dios no es una magnitud determinable según categorías físicoespaciales. No está a cien m il kilómetros de altura o a una distancia de años luz. En lugar de eso, la cercanía de Dios es una cercanía a categorías del ser. Donde está lo que más le representa, donde está la Verdad y el Bien, ahí rozamos, so bre todo, al Eterno. Dios y el mun do, p.
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9. 2 En el estab lo de Belén el cielo y la tier ra se tocan . El cielo vino a la tierra. Po r eso, de allí se difunde u na luz para to do s los tiem po s; por eso , de allí bro ta la aleg ría y nace el canto. [...] quisiera citar una palabra extraordinaria de san Agustín. Interpretando la invocación de la oración del Señor: «Padre nuestro que estás en los cielos», él se preg unta : ¿q ué es esto del cielo? Y ¿dónd e está el cielo? Sigue una resp uesta so rprend ente: Que estás en los cielos significa: en los santos y en los justos. «En verdad, Dios no se encierra en lugar alguno. Los cielos son ciertamente los cuerpos más excelentes del mundo, pe ro, no ob st an te , so n cu er po s, y n o pued en ellos ex istir sino en algún espacio; mas, si uno se im agina que el lugar de Dios está en los cielos, como en region es sup eriores del mundo, podrá decirse que las aves son de mejor condición que nosotros, porque viven más próximas a Dios. Por otra p arte, no e stá escrito que Dios está cerca de los hombres elevados, o sea de aquellos que habitan en los montes, sino que fue escrito e n el Salmo: “El Señor está cerca de los que tiene n el corazó n atr ibula do” (Sal. 34 [33], 19), y la tribulació n pro piam ente pertenece a la hum ildad. Mas así como el dor fue llamado “tierra”,
así, por el contrario, el justo puede llamarse “cielo”» (,Serm. in monte II 5, 17). El cielo no pertenece a la geografía del espacio, sino a la geografía del corazón. Y el corazón de Dios, en la Noche santa, ha des cendido ha sta un establo: la humildad de Dios es el cielo. 25 de diciembre de 2007 10. 2 [...] el conocimiento de Dios no es una cuestión de pur a te or ía , sino qu e es, en pri m er lug ar, una cu es tión de praxis vital; depe nde de la relación que establezca el homb re entre él mismo y el mundo , entre él mism o y su pr op ia v ida. El Dios de los cristianos, p.
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11.2 [... la fe en Jesucristo (...) ¿También puede enseñar nos a vivir mejor? ¿Puede en realidad la fe cristiana ayu dar a cada persona?] La fe no sustituye a la pro pia reflexión o al aprendizaje en com pañía de los demás, pero nos pro po rcio na la clave para apre nder de no so tr os mismos. La persona, en c uanto ser racional, se hace en el otro, y descubre tam bién su se ntido en los encuen tros con los demás. La fe no es un mero sistema de conocimientos, es, en esencia, el encuentro con Cristo. Dios y el mu ndo , p.
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12. 2 Cristo, que es «la belleza de to da belleza», com o solía decir san Buenaventura (Sermones dominicales 1, 7), se hace presente en el corazón del hom bre y lo atrae h acia su vocación, que es el amor. G racias a esta ex traord inaria fuerza de atracción, la razón sale de su entorpecimiento y se abre al misterio. Así se revela la belleza suprema del amor misericordioso de Dios y, al mismo tiempo, la belleza del hombre que, creado a imagen de
Dios, renace por la gracia y está destinado a la gloria eterna. ¿Acaso no h a sido la belleza que la fe ha engend rado en el rostro de los santos la que ha impulsado a tantos hom bres y mujeres a seguir sus huellas? 15 de mayo de 2007 ¿C óm o es D ios ?
13. 2 ¿Qué significa, entonces , nombre de Dios ? Tal vez pod am os co m pre nder de la m anera m ás brev e de qu é se trata, partiendo de lo opuesto. El Apocalipsis habla del adversario de Dios, de la bestia. La bestia, el poder adverso, no lleva un nombre, sino un número: «666 es su número», dice el vidente (13, 18). Es un nú me ro y convierte a la person a en un nú mero . Los que hemos vivido el mu ndo de los campos de con centrac ión sabem os a qué equivale eso: su horror se basa precisamente en que borra el rostro, en que cancela la historia, en que hace de los homb res números, piezas recambiables de una gran máquina. Uno es lo que es su función, nada más. Hoy hemos de tem er que los campos de concentración fuesen solamen te un preludio; que el mundo , bajo la ley universal de la máquina, asum a en su totalidad la estructura de camp o de conce ntración. Pues si sólo existen funciones, entonces el hombre no es tampoco nada más. Las máquinas que él ha montado le imponen ahora su propia ley. Debe llegar a ser legible por la computadora, y eso sólo resulta posible si es tradu cido al lenguaje de los nú meros. Todo lo demá s carece de s entido e n él. Lo que no es función no es nada. La bestia es núme ro y convierte en número. Dios, en cambio, tiene un nombre y nos llama st br Es b la
Tiene un ro stro y busca nuestro ro stro. Tiene un corazón y busca nuestro corazón. Nosotros no somos p ara él función en una maquinaria cósmica, sino que son justamente los suyos los faltos de función. N omb re equivale a aptitud pa ra ser llamado, equivale a comunid ad. Po r eso Cristo es el verdadero Moisés, la culm inación de la revelación del nombre. No trae una nueva palabra como nombre; hace algo más: él mism o es el rostro de Dios, la invocabilidad de Dios en cuanto tú, en cuanto persona, en cuanto corazón. El Dios de los cristianos, pp.
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14. 2 En la histor ia religiosa de la human idad, que coin cide con la historia de su espíritu e impre gna las grandes culturas, Dios aparece por doquier como el ser cuyos ojos miran en todas direcciones, como la visión sin más. Esta arcaica representación queda estam pada en la figura del ojo de Dios que nos es familiar por el arte cr istiano: Dios es ojo, Dios es mirada. Detrás de eso se encuentra, de nuevo, una sensación prim ordial del hombre: éste se sabe conocido. Sabe que no hay un postrer oculta miento; que en todas partes, sin cobijo ni evasión, su vida está, hasta el fondo, patente a un a mirada; sabe que, pa ra él, v ivir es se r v isto. Lo qu e fo rm ul ó co mo plegar ia uno de los salmos más h ermo sos del Antiguo Testamento (Sal. 139, 112) articula una convicción que ha acom pañ ad o al hom bre a t ravé s de to da su hi stor ia: Señor, tú me examinas y me conoces, sabes cuándo me siento o me levanto, desde lejos penetras mis p ensamientos. Tú adviertes si camino o si descanso, todas mis sendas te son conocidas. No es tá aú n la p alab ra en mi l engua,
r y tú, Señor, ya la conoces. Me envuelves po r detrás y por delante, y tus manos me protegen. Es un misterio de saber que me supera, una al tura que no puedo alcanzar. ¿adonde podré ir lejos de tu espíritu, adonde escap aré de tu presencia? Si subo has ta los cielos, allí estás tú, si me acuesto en el abismo, allí te encuentro. Si vuelo sobre las alas de la aurora, y me instalo e n el confín del mar, tambié n allí me alcanzará tu mano, y me aga rrará tu derecha. Aunque diga: «Que la tiniebla me encubra, y la luz se haga noche en torno a mí», no es oscura la tiniebla p ara ti, pues ante ti la noche brilla co mo el día [...] El Dios de los cr istiano s, pp.
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15. 2 [...] el hom bre pue de com pren der ese ser visto de las formas más diversas. Puede sen tirse al descubierto, y eso le turba. Puede ventea r peligros y verse constreñido en su ámbito vital. Y así, esa sensación puede llegar a convertirse en exasperación, agudizarse hasta ser lucha apasio nada con tra el testigo, al que llega a ver como envidioso de la propia libertad, del propio deseo y acción ilimitados. Pero también puede ocurrir exactamente lo contrario: el hombre, orienta do hac ia el amor, puede hallar en esta presencia que le rodea por todas p artes un co bijo por el qu e cl am a to do su ser. Ahí pu ed e ve r la su pe ración de la soledad, que nadie pued e elimin ar del todo y que es, aun así, la contradicción específica de un ser que pide a g ritos el tú, el acom pa ñam ie nto m ut uo . Pu ed e e ncontrar en esa secreta presencia el fundamento de la
confianza que le pe rmita vivir. Aquí se decide la resp uesta a la cuestión de Dios. El Dios de los cr istiano s, pp. 1718 16. 2 Dios es realm ente, es decir, obra, actúa y puede a ctuar. No es un remoto origen o una indeterminad a meta de nuestra trascendencia. No ha dimitido ante su máquina cósmica; no es disfuncional, pues pone todo en funcionamiento. El mu ndo es y sigue siendo suyo; su tiem po es el pr es en te , no el pa sa do . Pu ed e actu ar y ac tú a, muy realmente, ahora, en este mu ndo y en nuestra vida. El Dios de los cristiano s, p.
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17. 2 Dios es concreto y justamente en lo concreto se manifiesta lo divino. Servidor de vuestra alegría, p.
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18. 2 Tras la preten sión de ser ente ram ente libre, sin la competencia de otra libertad, sin un «de dónde» y un «para», se esconde no una imagen de Dios, sino una im agen idolátrica. El error fund ame ntal de semejante voluntad radical de libertad reside en la idea de una divinidad que está concebida en un sentido puramente egoísta. El dios pensado de esta manera no es Dios, sino un ídolo, más aún, es la imagen de lo que la tradició n cristia na denominaría el diablo —el antiDios—, porque en él se da prec isam en te la op os ició n ra di ca l al Dios real: el Dios real es, por su esencia, un total «Serpara» (el Padre), «Serdesde» (el Hijo) y «Sercon» (el Espíritu Santo). Ahora bien, el hombre es precisamente imagen y seme janz a de Dios po rq ue el «desde », el «con» y el «para» constituyen la figura antropológica fundamental. Fe, verdad y tolerancia, p.
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19. 2 «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno» (Me. 10, 18). Sólo queda un a fronte ra, un límite rea lm ente válido, el que hay entre Creador y criatura. Ante él, todos los demás se vuelven abso lutam ente irrelevantes. La fratern idad de los cristia nos, p.
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2 0 .2 Se sabe que los griegos llam aro n «padre» a Zeus. Pero ésa no era par a ellos una palabra que invitara a la confianza, sino una expresión de la profun da am bigüed ad de Dios, de la trágica ambigü edad y terribilidad del mundo. Al decir «padre», querían decir: «Zeus es como los demás padres humanos. A veces es muy bueno, si está de buen talante; pe ro en el fond o es un eg oísta, un tira no ; no se pu ed e co nta r con él, no se ve lo que m aqu ina, es peligroso» [...]. La crítica religiosa del siglo xix afirmó q ue las religiones surgieron al proyectar los hombres sobre el cielo lo que tenían de m ejor y más herm oso, para así hacerse el mundo tolerable. Pero como sólo proyectaban su propio ser, resultó Zeus y se produjo el terror. El Padre bíblico no es un duplicado celeste de la paternidad humana, sino que pone algo nuevo: es la crítica divina a la pate rnidad humana. El Dios de los cristianos, pp.
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21.2 ¿Confiamos en él? ¿Le miramos como a un a realidad en el proyecto de nue stra vida, de nu estro afán cotidiano? ¿Hemos comprend ido qué significa la prim era tabla de los Mandamientos? Esa tabla es propiamente la interpelación fundamental que se hace a la vida humana; corres po nd e a las tres p rimer as peticion es del P ad re nu es tro, que recogen esa primera tabla y quieren convertirla en la pauta básica de nuestro espíritu, de nu estra vida. El Dios de los cristianos, p.
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22 . 2 Él se llama a sí mismo Padre. La paternidad hum a-
na puede da r una idea de lo que él es. Pero donde ya no hay paternidad, donde ya no se siente la paternidad h umana, ni como fenómeno puram ente biológico, ni m ucho menos como fenómeno humano y espiritual, tam bié n re su lta vacío lo qu e di ga Dios co mo Pa dr e. Do nd e desaparece la paternidad humana, tampoco se puede pe ns ar en Dios ni habla r de él. No es Dios el qu e es tá muerto; es el presupu esto p ara que Dios viva en el hom bre lo qu e ha ido m uri en do ca da vez m ás en el ho mbr e. La crisis de patern idad que vivimos forma parte de la crisis de la hum anidad que nos amenaza. Dondequiera que la paternidad se muestre sólo como accidente biológico, que no reclama al hombre, o bien como tiranía que hay que sacudir, allí se ha produ cido u na lesión en la constitución básica del ser huma no. P ara la integridad del ser humano se precisa del padre en el verdadero sentido en que se ha manifestado por la fe: como responsabilidad po r el otro; u na re sp ons ab ilid ad qu e no le do min a, sino que le libera para él mismo: como amor que no quiere absorber al otro, pero tampoco le confirma en su situación haciendo que eso pase po r libertad, sino que le quiere para su verdad más íntima, p ara aquella que está en su creador. El Dios de los cristianos, p.
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23. 2 Cuando se difama la existencia de la familia, de la pa te rn id ad y m ate rn id ad hum anas co mo ob stác ul o a la libertad, cuando se consideran inventos de los dominadores la reverencia, la obediencia, la fidelidad, la pacien cia, la bondad, la confianza, y se enseña a los niños el °dio, la desconfianza, la desobed iencia como verdaderas virtudes del hombre liberado, entonces entran en juego el creador y la creación. La creación como un todo va a
ser relevada entonces por otro mundo que el hombre se construirá. En la lógica de este inicio, sólo el odio puede ser camino p ara el amor; pero esa mism a lógica se apoya pr ev iam en te en la an tiló gi ca de la pro pi a de stru cc ió n. Pues allí donde se calu mnia la totalida d de lo real, donde se hace mofa del creador, corta el hombre sus propias ra íces. Comenzam os a reconocer eso muy palpablem ente a un nivel bastante inferior: en la cuestión del medio am bien te, d on de se d em ues tr a q ue el hombre no pu ed e vivir en contra de la tierra, sino de ella. Pero no querem os reconocer que eso vale a todos los niveles de la realidad. El Dios de los cristia nos, pp.
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24 . 2 La expresión «Dios es» significa además que todos nosotros somos sus creaturas. Sólo creaturas, pero en cuanto tales, verdaderamente provenientes de Dios. Somos creaturas queridas por él y destinadas a la eternidad: creatu ra es el prójimo, la person a —tal vez antipáti ca— que está a mi lado. El hombre no proviene de la casualidad ni de la mera lucha po r la existencia que lleva a la victoria del más apto, del que logra imponerse: el hom bre proviene del am or cread or de Dios. El Dios de los cris tianos, p.
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25. 2 Cuenta M artin Bube r en sus leyendas jasídicas que el futuro rab í Leví Isaac hizo un prim er viaje, movido por su deseo de saber, y visitó al rabí Schmelke de Nikols bu rg , contr a la vo lu nt ad de su suegro. A su regreso, éste le pregu ntó con altanería: —¿Y qué has a pren dido j un to a él? A lo que Leví Isaac respondió: —Aprendí que existe el c read or del m undo. El viejo llamó entonce s a un criado y le preguntó:
—¿Sabías que existe el crea do r del mu ndo? —Sí —dijo el criado. —Por supuesto —exclamó Leví Isaac—, todos lo dicen, pero ¿lo aprenden, además de decirlo? Intentemos en esta meditación aprender con mayor pr of un di da d lo qu e sign ifica «Dios es creado r» El Dios de los cr istianos, p.
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26. 2 [...] la creación no es meram ente objeto de la razón teórica, de la contemplac ión y de la admiración; es una brújula. Los antiguos ha blaba n de la ley natural. Actualmente se pone en ridículo, y hubo ciertamente mucho abuso en esta cuestión. Pero subsiste un núcleo: existe algo que es lícito a partir de la naturaleza, a partir de la brúj ula de la crea ción , qu e po sibi lita al mismo tie mpo , po r en cima de la s f ro nt er as de las legislacione s e statales, el derecho de gentes. Existe aquello que es justo po r na turaleza, que precede a n ues tra legislación, de suerte que no todo lo que se le ocurre al ho mb re puede convertirse en derecho. P ueden darse leyes que, aun siendo leyes, no constituyen un derecho sino una injusticia. La naturaleza, por ser creación, es fuente de derecho. El Dios de los cr istianos, pp.
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¿De ve rd ad qu e e s p ode ro so ?
27. 2 [...] Conrado de Parzham, el santo hermano portero fue beatificado primero y después canonizado. En este hombre hum ilde y bonda doso veíamos nosotros en carnado lo mejor de nue stra gente, guiada p or la fe en la realización de sus más bellas posibilidades. Más tarde, he reflexionado a menudo sobre esta extraordinaria cir-
cunstancia por la cual la Iglesia, en el siglo del progreso y de la fe en las ciencias, se ha visto representada en lo mejor de sí misma en personas m uy sencillas como Ber nardette de Lourdes o, concretamente, en el hermano Conrado, a las que apenas parecen afectarles las corrientes de la historia: ¿es tal vez esto un a señal de que la Iglesia ha perdido su capacidad de incid ir en la cultura y sólo consigue tomar asiento fuera del auténtico flujo de la historia? ¿O es un signo de que la capacidad de acoger con inmediatez lo que en verdad importa se da todavía hoy a los más pequeños, a quienes se les ha concedido una m irada que, en cambio, tan a m enudo les falta a los «sabios e inteligentes» (cfr. Mt. 11, 25)? Estoy efectivamente convencido de que estos «pequeños» santos son pr ec isam en te una gr an señal par a nue st ro tiempo: un tiempo que me conmueve tanto más profundamente cuan to m ás vivo en él y con él. Mi vida, recuerdos (1927-1977), p.
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28. 2 Como n iño se nos ha hecho tan cercano que, sin temor, podemos tutearlo, tratarlo de tú en la inmediatez del acceso al corazón del niño. E n el Niño Jesús se m anifiesta de la forma m ás patente la indefensión del amor de Dios: Dios viene sin armas porque no quiere conquistar desde lo exterior, sino ganar desde el interior, transform ar desde dentro. Si acaso hay algo que pu eda vencer al hom bre, su arro gancia , su violencia y su codicia, es la indefensión del niño. Dios asumió para sí a fin de vencernos y conducirnos así a nosotros mismos. La bendición de la Navida d, p.
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29. 2 El poder de Dios es diferente al poder de los grandes del mundo. Su modo de actua r es distinto de como lo
a Él. En este mundo, Dios no le hace competencia a las formas terrenales del poder. No contrapone sus ejércitos a otros ejércitos. Cuand o Jesús esta ba en el Huerto de los olivos, Dios no le envía doce legiones de ángeles para ayudarlo (cfr. Mt. 26, 53). Al poder estridente y pomposo de este mundo, Él contrapone el poder inerme del amor, que en la cruz —y después siempre en la historia— sucumbe y, sin embargo , constituye la nu eva realidad divina, que se opone a la injusticia e instaura el Reino de Dios. Dios es diverso; ahora [cuando los Reyes Magos se po stran an te el Niño], se dan cu en ta de ello. Y eso sig nifica que ahora ellos mismos tienen que ser diferentes, han de apr end er el estilo de Dios. 20 de agosto de 2005 30. 2 ¿Existe un límite co ntra el cual se estrella la fuerza del mal? Sí, existe, responde el [papa Juan Pablo II] (...) el poder que pone un límite al mal es la misericordia divina. A la violencia, a la o stentac ión del mal, se opo ne en la historia —como «el totalm ente otro» de Dios, como el pode r prop io de Dios— la m isericor di a divina . Pod ríamos decir con el Apocalipsis: el corde ro es más fu erte que el dragón. 22 de diciembre de 2005 31. 2 El símbolo del cordero tiene todavía otro aspecto. Era costumbre en el antiguo Oriente que los reyes se llamaran a sí mismos pastores de su pueblo. Era una imagen de su poder, una imagen cínica: para ellos, los pu eblos er an co m o ovejas de las qu e el pasto r po dí a disponer a su agrado. P or el contrario, el pastor de todos los hom bres, el Dios vivo, se ha h echo él mism o cordero , se ha puesto de la parte de los corderos, de los que son Pisoteados y sacrificados. Precisamente así se revela Él
com o el verd ade ro p astor: «Yo soy el bu en p as to r [...]. Yo doy mi vida po r las ovejas», dice Jesús de sí mism o (Jn. 10, 14s.). No es el po der lo que re dim e, sin o el amor. Éste es el distintivo de Dios: Él mismo es amor. ¡Cuántas veces desearíamos que Dios se mostrara más fuerte! Que actuara du ramente, d errotara el mal y creara un m undo mejor. Todas las ideologías del poder se justifican así, ju st ific an la des trucc ió n de lo q ue se opondrí a al pro gre so y a la liberación de la hum anida d. N osotros sufrimos por la pa ci en ci a de Dios. Y, no obst an te , to dos ne ce sitamos su paciencia. El Dios, que se ha hecho cordero, nos dice que el mundo se salva por el Crucificado y no por los cr uc ificad or es . El m und o es re di m id o por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres. 20 de abril de 2005 D if ic u lt ad es p a ra cr ee r h oy
32. 2 La cuestión acerca de la verdad es insoluble y queda sustituida por la cuestión acerca del efecto sanador y puri fica dor de la religión. [...] Ca da un o de be re corr er su pro pio ca m ino; ca da uno se rá bie nav en tu ra do a su m anera, como decía Federico II de Prusia. Así que, a través de las teorías acerca de la salvación, el relativismo vuelve a colarse por la puerta falsa: la cuestión acerca de la verdad queda excluida de la cuestión acerca de las religiones y de la cuestión acerca de la salvación. La verdad qued a sustituida p or la bue na intención; la religión sigue estando en el terreno subjetivo, porque lo que es objetivamen te buen o y verdadero, eso no es posible conocerlo.
33. 2 [...] la pérdida de la imagen de Dios, [...] desde la época de la Ilustración avanza sin cesar. El deísmo se ha impuesto prácticamente en la conciencia general. No es preciso ya co nc eb ir a un Dios qu e se pre ocu pa de los in dividuos y actúa en el mundo . Dios pudo h abe r originado el estallido inicial del universo, si es que lo hub o, pe ro no le queda nad a más que ha cer en un mund o ilustrado. Parece casi ridículo imagin ar que nuestra s acciones bue nas o malas le interesen; tan pequeños somos ante la grandeza del universo. Parece mitológico atribu irle unas acciones en el mundo. Puede haber fenómenos sin aclarar, pero se busca n otras cau sas. La supe rstición parece más fun da m en tad a que la fe; los dioses —es decir, los po deres inexplicados en el curso de nu estra vida, y con los que hay que ac aba r— son más creíbles que Dios. Cristo y la Iglesia..., pp. 4344
34. 2 Pero si Dios nada tiene que ver con nosotros, p rescribe también la idea de pecado. Que un acto humano pu eda o fe nd er a D ios es ya p ara m uc ho s u na idea in im aginable. No queda margen p ara la reden ción en el sentido clásico de la fe cristiana, po rque apenas se le ocurre a nadie buscar la causa de los males del mu ndo y de la pro pia ex istenc ia en el pe cado . Por eso ta m poco pu ed e h a ber un Hijo de Dios que ve ng a al m und o a red im ir no s del pecado y que m uera en la cr uz p or e sta caus a. Cristo y la Iglesia..., pp. 4344
35. 2 La cultura actual, profundamente marcada por un subjetivismo que desemboca muchas veces en el individualismo extremo o en el relativismo, impulsa a los hombres a convertirse en única medida de sí mismos, Perdiendo de vista otros objetivos que no estén cen-
de valoración de la realidad y de sus propias opciones. De este modo, el hombre tiende a replegarse cada vez más en sí mismo, a enc errarse en un microcosm os exis tencial asfixiante, en el que ya no tienen c abida los gran des ideales, abiertos a la trascendencia, a Dios. En ca m bio , el ho m br e qu e se su per a a sí m ismo y no se deja encerrar en los estrechos límites de su propio egoísmo, es capaz de una m irada auténtica hacia los demás y hacia la creación. Así, tom a conciencia de su característic a esencial de criatura en continuo devenir, llamada a un crecimiento armonioso en todas sus dimensiones, comenzando precisamente por la interioridad, pa ra llegar a la realización plena del proyecto que el Creador ha gra ba do en su se r m ás profun do . 15 de noviembre de 2005 36. 2 Está [...] el postulado de que en la h istoria sólo puede ocu rrir lo que siempre es posible, el postulado de que el engranaje casual nunca se interrumpe y lo que choca contra estas leyes conocidas es ahistórico. Así, el Jesús de los Evangelios no puede ser el Jesús real; es preciso enc ontra r otro y excluir de él todo lo que sólo es inteligi ble desde Dios. El pr in ci pi o co ns truc tivo so bre el que emerge este Jesús excluye por tanto lo divino de él, siguiendo el espíritu de la Ilustración: este Jesús histórico no puede ser Cristo ni Hijo. Al hombre de hoy que en la lectu ra de la Biblia se guía por este tipo de exégesis, no le dice nad a el Jesús de los Evangelios, sino el de la Ilustra ción, un Jesús «ilustrado». La Iglesia queda a sí desca rtada; sólo puede ser una organización hu m ana que intenta utilizar con m ás o menos ha bilidad la filantropía de este Jesús.
el hombre de hoy no entiende ya la doctrina cristiana de la redención. No encuentra nada parecido en su propia expe riencia vital. No puede imagin ar nada detrás de términos como expiación, representació n y satisfacción. Lo designado con la palabra de Cristo (me sías), no aparece en su vida y parece un a fórm ula vacía. La confesión de Jesús como Cristo cae por tierra. A par tir de ahí se explica también el enorme éxito de las explicaciones psicológicas del Evangelio [...] La rede nció n es sus tituida por la liberación en el sentido m oderno de la pala bra , que se pu ed e ente nde r co n ace nt o en la ve rtie nte ps ic ológ ic oindividu al o po lítico c olec tiva , y tiend e a combinarse con el mito del progreso. Este Jesú s no nos ha redimido, pero puede servir de símbolo que guíe nuestra redención o liberación. Si no hay ya un don de redención que dispensar o administrar, la Iglesia en el sentido tradicional es una quimera, incluso un escándalo; no es sujeto de ninguna potestad; su pretendida potestad es, en este supuesto, mera presunción. Tendría que convertirse en un espacio de «libertad» en sentido psicológic o y político. 37
2 [•••]
Cristo y la Iglesia..., p.
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38. 2 Es también verdad que en nuestra moderna sociedad occidental existen muchas falsas situaciones que nos alejan del cristianismo; la fe aparece como algo muy lejano, por lo que también Dios aparece muy lejano [...] En cambio la vida aparece llena de posibilidades y de ob jetivos [...] Y ten de nc ia lm en te el deseo de los jóvenes es el de ser los arquitectos de la propia vida, de vivirla al máximo de sus posibilidade s [...] Pienso en el hijo pródigo que consideraba su vida en la casa pa terna aburrida: «Quiero vivir la vida totalmente, gozármela hasta el fi-
en realidad era libre y grande cu ando vivía en la casa de su padre. Creo que entre los jóvenes se está difund iendo la sensación de que tod as las diversiones que se les ofrecen, todo el mercado construido sobre el tiempo libre, todo aquello que se hace, que se puede hacer, que se puede com prar y vender, al final no pue de se r el todo [...] Por algún lado tiene que estar lo mejor. Aquí encontramos la gran pregu nta: ¿qué es po r lo tanto lo esencial? No puede ser todo aquello que tenemos y que podemos com prar. H e aquí el lla m ad o m er ca do de las re lig io ne s q ue de alguna m anera ofrece la religión como un a m ercancía y por lo ta nto la deg ra da . Pe ro se no s pla nte a u na pre gu nta, por lo que es necesario reconocer esta duda y no ignorarla, no considerar el cristianismo como algo concluido y experimentado suficientemente, sino contribuir para qu e p ueda se r re co no cido co m o aq ue lla po sibilida d siempre fresca, justamente porque se origina en Dios, que gu arda y revela en sí dimensiones siemp re nuevas... En realidad, el Seño r nos dice: «El Espíritu Santo os introducirá en cosas que hoy no os puedo decir.» El cristianismo está lleno de dimen siones aú n no reveladas y se m uestra siem pre fresco y nuevo. Radio Vaticana, 15 de agosto de 2005 3 9 . 2 [...]
aquello que no encuentra resistencia es que no ha rozado siquiera las necesidades apremiantes de una época. La peor experiencia del cristianismo en nuestro siglo actual no es la de su co mbate público: que regímenes autoritarios persigan, con todos los medios b ajo su poder, a una minoría indefensa de creyentes es un signo de la fuerza interior que ellos conceden a la fe que alienta a este pequeño grupo. P or el contrario, es alarm ante la in-
puede dejar des m or on ar po co a po co tran qui la m en te , o incluso puede cuidarse en un museo. Frente a esto, el Catecismo fue y es un acontec imiento que, m uy por encim a de las polémica s intraeclesiales, h a afectado a la sociedad secular: una p enetración a través del muro silencioso de la indiferencia. Creer vuelve a ser la sal que hiere y sana a la vez; la llamada que reclama un a tom a de postura. Evangelio, catequesis, catecismo, p. 30
40. 2 De los dinosaurios se afirma que se extinguieron porqu e se hab ía n de sa rr ol la do er ró ne am en te : m uch o ca pa razó n y po co ce rebr o, m uch os m ús cu lo s y poc a in te ligencia. ¿No estaremos desarrollándonos también nosotros de forma errónea: mucha técnica pero poca alma? ¿Un grueso caparazón de capacidades materiales pero un corazón que se ha vuelto vacío? ¿La pérdida de la ca pacid ad de per ci bir en noso tros la voz de Dios, de re co nocer lo bueno, lo bello y lo verdad ero? La ben dición de la Navidad, pp. 7677
41. 2 «Esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañale s y acostado en un pesebre» [Le 2,12]. Con otras palabras, la señal para los pastores es que no enc ontrarán ninguna señal, sino únicam ente al Dios hecho niño, y que tendrán qu e creer en la cerca nía de Dios en medio de este ocultamiento. La señal les pide que ap rend an a descubrir a Dios en lo desconocido de su ocultamiento. La señal les pide que recono zcan qu e no es posible en con trar a Dios en las realidades tangibles de este mundo y que sólo podemos encontrarlo si vamos más allá de ellas. Ciertamente Dios puso una señal también en la gran eza y en la fuerza del cosmos, d etrás del cual vislu mb ra-
elegida por él es el ocultamiento, e mpez ando p or el pobre pu eb lo de I sr ae l y pa sa nd o p or el n iñ o de Belén, ha st a llegar al que muere en la cruz diciendo estas pala bras: «Dios mío. Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» [Mt 27,46]. Esta señal del ocultamiento nos m uestra que las realidades de la verdad y del amor, las auténticas realidades de Dios, no se encuentran en el mundo de las cantidades, sino que sólo podemos e ncontrarlas si vamos más allá de ese mundo y entram os en un nuevo orden. Ser cristiano, pp.
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42. 2 Ah, ya que hay tanta s neces idades e indigencia s en este mundo, suspendamos po r un m omento la cuestión de la verdad; preocupé mono s prime ro de realizar de una bu ena vez las gran de s ob ra s sociales de la libe ra ci ón y luego podrem os da rnos o tra vez el lujo de pregun tarnos por la verdad . Pe ro la ve rd ad es ésta: qu ien de ja de lad o la cuestión de la verdad y la declara innecesaria, am puta al hombre, le quita el núcleo de su dignidad hu ma na. Si no existe la verdad, entonces todo lo dem ás es arbitrario. Entonces, el orden social se transf orm a muy rápidam ente en violencia y en participación en la violencia. La verdadera acción liberadora de la Iglesia, que ella nunca pu ed e de ja r de lado y que prec isam en te hoy pose e l a m áxima urgencia, consiste en que ella tiende, le alcanz a al m und o la verdad, la verda d que Dios existe, que Dios nos conoce, que Dios es así como es Jesucristo, que Dios en Cristo nos ofrece el camino. Solo si esto es real, entonces tamb ién existe la conciencia y la capacidad de verdad del hombre, por la que cada uno está inm ediatamente frente a Dios y cada uno es más grande que todos los sistemas imaginables del mundo.
4 3 . 2 En
la cultura actual se exalta muy a menudo la li bertad del individuo co nc eb ido como sujeto au tóno m o, c o m o si se hiciera él sólo y se basta ra a sí mismo, al m argen de su relación con los demás y ajeno a su respons a bilida d ant e ellos. Se i nte nta or ga niz ar la vida social sólo a partir de deseos subjetivos y mudables, sin referencia alguna a una verdad objetiva previa como son la dignidad de cada ser hu ma no y sus deberes y derechos inalienables a cuyo servicio debe ponerse todo grupo social. La Iglesia no cesa de reco rdar que la verdad era libertad del ser hum ano proviene de haber sido creado a imagen y sem ejanza de Dios. Por ello, la educ ación c ristia na es educación de la libertad y para la libertad. «Nosotros hacemos el bien no como esclavos, que no son libres de obrar de otra mane ra, sino que lo hacem os porque tenemos personalmente la responsabilidad con respecto al mundo; porque amamos la verdad y el bien, porque amamos a Dios mismo y, por tanto, también a sus criaturas. Esta es la libertad verdadera, a la que el Espíritu Santo quiere llevarnos.» VEncu entro mun dial de las familias, pp.
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CAPÍTULO 3
SEGUIMIENTO DE CRISTO
La pe culi ar f eli ci dad qu e p ro m e te a lo s su yos
1. 3 Cuando, lentam ente, el desarrollo de las votaciones me permitió com prende r que, por decirlo así, la guillotina caería sobre mí, me quedé desconce rtado. Creía que había realizado ya la obra de toda una vida y que podía esperar terminar tranquilamente mis días. Con profunda convicción dije al Señor: ¡no me hagas esto! Tienes personas más jóvenes y mejores , qu e pu ed en afr onta r esta gran tarea con un entusiasmo y una fuerza totalmente diferentes. Pero me impactó mucho una breve carta que me escribió un herm ano del Colegio cardenalicio. Me recorda ba que d urante la misa por Ju an Pablo II yo había centrado la homilía en la palab ra del Evangelio que el Señor dirigió a Pe dro a orillas del lago de Genesa ret: ¡Sígueme! Yo había explicado cómo Karol Wojtyla había recibido siempre de nuevo esta llamada del Señor y continuamente había debido renunciar a muchas co sas im itán do se a decir: sí, te sigo, aunque me lleves a onde no quisiera. Ese herm rdenal me escribía en
date de lo que predicaste. No lo rechaces. Sé obediente, como de scribiste al gran papa, que h a vuelto a la casa del Padre.» Esto me llegó al corazón. Los caminos del Señor no son cómodos, pero tampoco hem os sido creados para la comodidad, sino para cosas grandes, para el bien. 25 de abril de 2005 2. 3 [Santidad, ¿cuál es el mensaje específico que u sted de sea llevar a los jóvene s qu e desde tod as parte s de m un do llegan a Colonia? ¿Qué mensaje les quiere transmitir?]
Quisiera mo strarles lo bonito que es ser cristianos, ya que existe la idea difundida de que los cristianos deban observar un inmenso núm ero de mandam ientos, prohi biciones, principios , etcé te ra, y qu e por lo ta nto el cristianismo es, según esta idea, algo que cansa y oprime la vida y que se es más libre sin todos estos lastres. Quisiera en cambio resaltar que ser sostenidos por un gran Amor y por u na revelación no es un a carga, sino que son alas, y que es hermoso ser cristianos. Esta experiencia nos da amplitud, pero sobre todo nos da comunidad, el saber que, como cristianos, no estamos jamás solos: en pri m er lu ga r enc on tr am os a Dios, qu e es tá siem pre con nosotros; y después nosotros, entre nosotros, formam os siempre una gran comunidad, una com unidad en camino, que tiene un proyecto de futuro: todo esto hace que vivamos una vida que vale la pena vivir. El gozo de ser cristianos, que es tamb ién bello y justo creer. Radio Vaticana, 15 de agosto de 2005 3. 3 Dedicarse especialmente a conseguir una felicidad rápida no encaja con la fe. Y quizá un a de las razones de la actual crisis de fe es que querem os recog er en el acto
ese salto no termina en la nada sino que, por su naturaleza, es el acto de am or para el que hemo s sido creaos y en realidad es lo único que me proporciona lo q u e quiero: amar y ser amado, hallando de ese modo la auténtica felicidad. Dios y el m undo , pp. 3738 que
4. 3 La crisis de nuestro tiem po depend e principalm ente del hecho de que se nos quiere ha cer cre er que se puede llegar a ser homb res sin el domin io de sí, sin la pacienc ia de la renuncia y la fatiga de la superac ión, que no es ne cesario el sacrificio de m anten er los comprom isos aceptados, ni el esfuerzo para sufrir con paciencia la tens ión de lo que se debe ría se r y lo que efe ctivam ente se es. ¿Por qué soy todavía c ristiano? , p.
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5. 3 Un hombre que sea privado de toda fatiga y trans porta do a la tierr a pr om et id a de sus su eñ os pi er de su autenticidad y su mism idad. En realidad el homb re no es salvado sino a través de la cruz y la acepta ción de los pro pios su frim ientos y de los su fr im ie nt os del mun do , que encuentran su sentido liberador en la pa sión de Dios. Solamente así el hombr e llegará a se r libre. Todas las demás ofertas a m ejor precio están destinadas al fracaso. ¿Por qué soy todav ía cristiano?, p. 6 . 3 La verdad
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de la pa lab ra de Jes ús no es exigible teóricamente. Sucede lo mismo que en un a hipótesis técnica: su certeza sólo se prueba en el ensayo. La verdad de la Palabra divina incluye a todos los seres humanos, al ex perim ento de la vida. Sólo p ue de ha ce rs e visible para mí Sl me adentro realmente en la voluntad de Dios tal y como se me manifiesta. En efecto, esta voluntad cread o-
ba se de mí m ismo. Y en e ste e xp er im en to vital se percibe de hecho cómo la vida se vuelve correcta. No cómoda, pe ro sí co rrec ta . No su pe rficial, pl ac en te ra , pe ro sí llena de alegría en el sentido profundo. Dios y el mu nd o, p.
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7. 3 Pero el Señor nos dijo: «Bienaventurados los que lloran.» Es decir, que al parecer, la doctrina de Cristo sobre la felicidad resulta paradójica, al menos comparada con la idea que nosotro s tenem os del concepto de felicidad. Y es que no se trata de una felicidad en el sentido de bienestar. Para entenderlo, tenemos primero que convertirnos; tenemos que olvidamos de la escala de valores que generalmente utilizamos: «felicidad es igual a riqueza, posesiones, poder...», porque p or el mero he cho de m edir estos bienes como gran de s valore s ya vamo s por mal cam ino. La prome sa de felicidad que recibe el católico no es de una felicidad «extrínseca», sino de un estado de felicidad en unión con el Señor. Se le promete que el Señor será un faro de felicidad en su vida, cosa que, en efecto, es así. Sal de la Tierra, p. 8.
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3 La cita del fuego: «He venido a tra er fuego a la tierra, y ¿qué quiero sino que arda?», es una de las más g randes que Jesús pronunció sobre la paz, pero al mismo tiempo nos enseña que la verda dera paz es belicosa, que la verdad merece el sufrimiento y también la lucha. Que no puedo aceptar la mentira para que haya sosiego. Porque la primera obligación del ciudadano y del cristiano no es el sosiego, sino defender la grandeza que Cristo nos ha regalado, y esto puede convertirse en un sufrimiento, en una lucha has ta llegar al martirio, y prec isame nte así es pacificador.
9 3 V e m o s q u e to d o e l e n t r a m a d o d e l m e n s a j e d e J e s ú s e s tá re p l e t o d e t e n s i o n e s , q u e c o n s t it u y e u n g r a n r e t o . S i em p r e t ie n e q u e v e r c o n l a c ru z . Q u i e n n o q u i e r a d e ja r s e q u e m a r , q u i e n n o e s té d i s p u e s t o a e ll o , t a m p o c o s e a c e r ca r á a É l. P e r o d e b e m o s s a b e r s ie m p r e q u e p r e c i s a m e n t e e n É l h a ll a re m o s l a v e r d a d e r a b o n d a d , q u e n o s a y u d a, q u e n o s a c e p t a y q u e , a d e m á s d e a b r i g a r b u e n a s i n te n c io n e s h a c i a n o s o t r o s , h a c e q u e n o s v a y a b i e n .
Dios y el mundo, p. 1 0 . 3 Al
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cuerpo se le pide m ucho más que tra er y llevar utensilios, o cosas p or el estilo. Se le exige un total com promiso en el dí a a d ía de la vida. Se le exige que se ha ga «capaz de resucitar», que se oriente hacia la resurrección, hacia el Reino de Dios, tarea que se resume en la fórmula «hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo». Donde se lleva a cabo la voluntad de Dios, allí está el cielo, la tierra se convierte en el cielo. Adentrarse en la acción de Dios para coo pera r con Él: esto es lo que se inicia con la liturgia, para después desarrollarlo más allá de ella. La Encarnación ha de co nducirnos, siempre, a la re surrección, al señ orío del am or, que es el Reino de Dios, pero pa sa nd o por la cr uz (la trans fo rm aci ón de nu es tr a voluntad en com unión de voluntad con Dios). El cuerpo tiene que ser «entrenado», por así decirlo, de ca ra a la resurrección. Recordemos, a este propósito, que el térm ino «ascesis», hoy pasado de moda, se traduce en inglés, sencillamente como training: entrenamiento. Hoy día nos entrenam os con em peño, perseveranc ia y mucho sacrificio pa ra fines variados: ¿po r qué, entonces , n° entrenarse para Dios y para su Reino? Dice san Pablo: «Golpeo mi c uerpo y lo esclavizo» (1 Cor. 9 , 27). [...] Di rnoslo con otros términos: se trata de un ejercicio en-
namiento para el amor. Un entrenamiento para acoger al totalmente Otro, a Dios, y dejarse moldear y utilizar por Él. El esp íritu de la liturgia. Una in trod ucc ión, p.
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11. 3 El dom inio del dolor... ante s se ha bla ba de ascesis; el término no gusta hoy; nos dice más si lo traducimos del griego al inglés: training. Todos saben que n o hay éxito sin entrenamiento y sin esa superación de sí mismo que el entrena mien to lleva consigo. Hoy se entre na todo el mundo con empeño y seriedad para cualquier género de arte, y así vemos en muchos terrenos unos rendimientos pu nta que antes er an impensab les. ¿Por qué nos resulta tan extraño e ntrenarnos p ara la vida auténtica y verdadera, ejercitarnos en el arte de la renuncia, de la autosuperación, de la libertad interior frente a nuestros deseos? Conversión, penitencia y renovación, p.
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12. 3 Tomás Moro. Pa recía obvio recon ocer le al rey la su pr em ac ía so bre la Iglesia. No hab ía un do gm a explícito que lo excluyera de m odo inequívoco. Todos los obispos lo habían hecho; ¿por qué iba a expone r su vida él, un laico, y precipitar a su familia en la ruina? Si no quiere pensar en sí mismo, ¿no debe, al po nde rar los motivos, da r al menos la prio ridad a los suyos en lugar de seg uir obstinada me nte la voz de su conciencia? En tales casos queda pa te nt e a nivel m ac ro sc óp ico, por dec irlo así, lo q ue ocurre cons tantem ente en lo cotidiano de nuestra vida. Puedo librarme de un asunto incómodo haciendo una pequeña concesión a la m entira. O a la inversa: a cercar las consecuencias de la verdad me acarre a un tremendo disgusto. ¡Cuá ntas veces ocurre esto! ¡Y cuá nta s veces ced
rriente si la traducimos a lo cotidiano: si muchos lo dicen, ¿Por qué no yo? ¿Cómo voy a perturbar la paz del grupo? ¿Por qué voy a hacer el ridículo? ¿No está la paz de la com unidad por enc ima de mi verdad? La arm onía del grupo se convierte así en tiran ía contra la verdad. Conversión, penitencia y renovación, p.
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13. 3 Si observamos más en detalle, podemos distinguir tres puntos arduos en la piedad cristiana, fundada en el Nuevo T estame nto, re sp ec to a la bú sq ued a del ro st ro de Cristo y del rostro de Dios. Fundamental es ante todo el seguimiento, la orientación de toda la existencia al encuentro con Jesús. Al seguimiento pertenec e intrín seca mente el amor al prójimo, el amor que procedente del Crucificado puede conocer el ros tro de Jesús en los po bres, en los débiles, en los qu e su fren . Qu ien sig ue a Je sús puede verlo forma lme nte en ellos; lo am a en el servicio al que está ne cesitad o de a yuda, está c erca de él, lo ve y se preocupa por él (cfr. Mt. 25, 3146). Pero podemos reconocer siempre a Jesús mismo en los pobres sólo si nos ha sido confiado su mismo rostro, y este rostro se acerca íntegramente a nosotros en el misterio de la Eucaristía [...]. Caminos de Jesucristo, p.
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14. 3 Id em velle, ide m nolle, querer lo mismo y rechazar lo mismo, es lo que los antiguos han reconocido como el autentico contenido del amor: hacerse un o sem ejante al °tro>que lleva a un pen sar y desear com ún. La historia e amo r entre Dios y el ho m bre con siste precisam ente en q ue e st a c o m u n i ó n d e v o l u n t a d c r ec e e n l a c o m u n i ó n d e l Pensamiento y del sentimiento, de modo que nuestro y la volun tad de Dios coincid en cad a vez más: la
Mandamientos me imponen desde fuera, sino que es mi pro pi a v olun tad, ha bi en do ex pe rim en ta do qu e Dios está más d entro de m í que lo más íntim o mío [10]. Crece entonces el aba ndo no en Dios y Dios es nu es tra ale gría (cfr. Sal. 73 [72], 2328). Deus Caritas est, n.° 17b 15. 3 Si un gobierno quisiera contentar a todos y evitar cualquie r conflicto, si lo hiciera incluso u na sola persona, entonces na da func ionaría. Lo mismo sucede en la Iglesia. Si sólo intenta ev itar el conflicto par a que no se produ zcan agitaciones en ninguna parte, el auténtico mensaje no llegará a su destino. Porque este mensaje existe también pa ra pe le ar con n osotros, par a ar ra nca r al s er hu m an o de la mentira y generar claridad, verdad. La verdad no es en absoluto ba rata. Es exigente, y quema . Y es que el mensa je de Je sús tam bi én incluye el desafío que enc on tram os en esa pugna con sus contemporáneos. Aquí no se sigue cómodam ente una modalidad encostrada de fe, una fe vanidosa, sino que se entab la la lucha con ella par a rom per esa costra y que la verdad llegue a su destino. Dios y el mu ndo, p.
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16. 3 El primero , es el cam ino hac ia la «m adure z de Cristo», como dice, simplificando, el texto en italiano. Más en concre to tend ríamo s que hablar, según el texto griego, de la «medida de la plenitud de Cristo», a la que estamos llamados a llegar para ser realme nte ad ultos en la fe. No deberíam os qued arnos com o niños en la fe, en estado de minoría de edad. Y ¿qué significa ser niños en la fe? Res po nd e sa n Pablo: significa se r «llevados a la de riva y zarandeados por cualquier viento de doctrina» (Ef. 4, 14). ¡Una descripción actual!
17. 3 Cuántos vientos de do ctri na hem os cono cido en estas últimas décadas, cuántas corrientes ideológicas, cuántas modas del pensamiento... La pequeña barca del pe ns am ie nto de m uc ho s cri stiano s co n frecu en cia ha quedado agitada po r las olas, zarande ada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el liberti nismo; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticism o religioso; del agnosticism o al sincretismo, etc. Cada día nac en nuevas secta s y se realiza lo que dice san Pablo so bre el engaño de los hom bres, sobre la astucia que tiende a inducir en el error (cfr. Ef. 4 , 14). Tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, es etiquetado con frecuencia como fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, el dejarse llevar «zarandeados por cua lquier viento de doctrina», parece ser la única actitud que es tá de moda. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que sólo deja como última medida el propio yo y s us ganas. 19 de abril de 2005 18. 3 Nosotros tenemos otra medida: el Hijo de Dios, el verdadero hombre. Él es la medida del verdadero h um anismo. «Adulta» no es una fe que sigue las olas de la moda y de la última novedad; ad ulta y ma dura es una fe pr ofun da men te arr aig ada en la am is ta d co n Cristo. Es ta amistad nos abre a todo lo que es bueno y nos da la m edida para discernir e ntre lo verdadero y lo falso, entre el engaño y la verdad. 19 de abril de 2005 19. 3 Pedro reprendió al Señor por aquellas declaraciones. La respuesta de Jesús es de una inusitada dureza:
tomad o la delantera al querer ma rcar el camino de Jesús. Seguimiento significa que ya no puede uno elegir su camino. Significa poner la propia voluntad e n ma nos de la voluntad de Jesús, darle real y verdad eram ente la precedencia. Servidor de vuestra alegría, pp.
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20. 3 La posibilidad de pecar pertenece a nuestra situación natural fundam ental, en particu lar después de la caída [...]. La educación cristiana no puede intentar quitar de las personas toda clase de miedo, pues estaríam os en contradic ción con nosotros mismos. Su tarea debe ser la de purificar el miedo, colocarlo en su justo medio e integrarlo en la espera nza y en el amor, de forma que se pueda convertir en protección y ayuda. Así podrá crecer la verdadera valentía, de la que el hom bre no tend ría necesidad si no tuviera razón de tene r miedo. Cuando uno se pr op on e el im in ar to ta lm ent e el miedo y sus co ns ec ue ncias parece no acordars e de que son reales las amenazas contra nuestra salvación y contra la integridad de nuestro ser; el miedo, si no se pone en su justo medio, aparece repetidamente bajo distintos disfraces, como expresión de la angustia fundam ental del hombre. Mira ra Cristo, p.
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21 . 3 [...] la cruz [...] exige que ponga en m anos de Jesús mi propio yo, no para que lo destruya, sino para que en él se haga libre y abierto. El sí de Jesucristo que yo transmito es realm ente suyo sólo si es totalm ente mío. Por eso esta vía requiere mucha paciencia y humildad, como el mismo Señor tiene paciencia con nosotros: no es un salto mortal en el heroísmo lo que hace santo al hombre,
virtud, sino en am ar junto a él. Por eso los santos verdaderos son hombres completamente humanos y natura-
les seres en quienes lo humano, media nte la trans formación y purificación pascual, llega la luz en toda su original belleza. Mirar a Cristo, p. 107 Cada vida tiene su código de barras
22. 3 Queridos jóvenes, la felicidad que bu scáis, la felicidad que tenéis derecho de saborear, tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazaret, oculto en la Eucaristía. Sólo él da plenitud de vida a la humanidad. Decid, con María, vuestro «sí» al Dios que quiere entreg arse a vosotros. Os repito hoy lo que dije al principio de mi pontificado: «Quien deja entr ar a C risto [en la propia vida] no pierde n ad a, na da , abs ol ut am en te nada de lo que ha ce la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta am istad se abren de par en p ar las pu ertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realme nte las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera.» Estad plenamen te convencidos: Cristo no quita na da de lo que hay de herm oso y grand e en vosotros, sino que lleva todo a la perfecc ión pa ra la gloria de Dios, la felicidad de los hombres y la salvación del mundo.
24 de abril de 2005 y 18 de agosto de 2005 23. 3 «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me a bre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conm igo» (Ap. 3, 20). Son pala bra s divina s que egan al fondo del alma y que mueven hasta sus raíces
Jesús viene y llama, con to ques suaves, en el fondo de los corazones bien dispuestos. 12 de mayo de 2007 24. 3 Cada vida entra ña su p ropia vocación. Tiene su pro pio códig o y su p ro pi o ca mino. Rec ue rd a la p ará bol a del criado vago que entierra su talento para que nada le suceda. Él es un h omb re que se niega a asum ir el riesgo de la existencia, a desplegar tod a su o riginalidad y a exponerla a las amenazas que necesariamente eso conlleva. Dios y el m un do, pp.
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25. 3 Pienso que es imp ortante esta r atentos a los gestos del Señor en nuestro camino. Él nos habla a través de acontecimientos, a través de personas, a través de encuentros; y es preciso estar atentos a todo esto. Luego, segundo punto, entrar realmente en amistad con Jesús, en una relación person al con Él; no debem os limitarnos a saber quién es Jesús a través de los demás o de los li bros, sino qu e de be mos vivir una re la ci ón ca da vez más pr ofu nda de am is ta d p er so na l con Él, en la qu e p odem os com enzar a de scubrir lo que Él nos pide. Luego, debo pre star a tenció n a lo que soy, a mis posibilidades: por u na p arte, valentía; y, por otra, humilda d, confianza y apertura, también con la ayuda de los amigos, de la autorid ad de la Iglesia y también de los sacerdotes, de las familias. ¿Qué quiere el Señor de mí? Ciertamente, eso sigue siendo siempre una gran aventura, pero sólo po de m os re al iz ar no s en la vid a si te ne m os la valentía de afrontar la aventura, la confianza en que el Señor no me dejará solo, en que el Señor me acompañará, me ayudará.
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3 [Sobre su vocación.] No lo vi gracias a un rayo de luz que, de pronto, me iluminara y me hiciera entender que debía ordenarme sacerdote, no. Fue más bien un lento proceso que iba tomando forma paulatinamente; tenía una vaga idea, siem pre la misma, hasta que por fin, tomó forma concreta. No sa bría de cir la fecha exacta de mi decisión. Lo que sí puedo asegurar es que, esa idea de que Dios quiere algo de cada uno de nosotros —de mí también—, empecé a sentirla desde joven. Sabía que tenía a Dios conmigo y que quería algo de mí; ese sentimiento empezó muy pronto. Luego, con el tiempo, comprendí que se relacionaba con mi ordenación de sacerdote. Sal de la Tierra, p.
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27. 3 Podría rec orda r el valor de las decisiones definitivas. Los jóvenes son muy generosos, pero ante el riesgo de comprom eterse para toda la vida, sea en el matrim onio, sea en el sacerdocio, se tiene miedo. El mundo está en continuo movimiento de manera dramática: ¿puedo disponer ya desde ahora de mi vida entera con todos sus imprevisibles acontecimientos futuros? Con una decisión definitiva, ¿no renun cio yo mism o a mi libertad, pr ivándome de la posibilidad de cam biar? Conviene fomentar la valentía de tomar decisiones definitivas, que en realidad son las únicas que permite n crecer, cam inar ha cia adelante y lograr algo importante en la vida, son las únicas que no destruyen la libertad, sino que le indican la justa dire cción en el espacio. Tener el valor de d ar este salto po r así decir— a algo definitivo, acogiend o así P enamente la vida, es algo que me alegraría poder comunicar.
28 . 3 Es urgente que surja una nueva generación de apóstoles enraizados en la palabra de Cristo, capaces de responder a los desafíos de nu estro tiempo y dispuestos a difundir el Evangelio por todas partes. ¡Esto es lo que os pide el Señor, a esto os invita la Iglesia, esto es lo que el mund o —aun sin saberlo— espera de vosotros! Y si Jesús os llama, no tengáis miedo de responderle con generosidad, especialmente cuando os propone seguirlo en la vida consagrada o en la vida sacerdotal. No teng áis mied o; ñaos de Él y no qu ed ar éi s de ce pc io nados. 9 de abril de 2006 29 . 3 En cierto sentido, el Señor desea venir siempre a través de nosotros, y llama a la puerta de nuestro corazón: ¿estás dispuesto a darme tu carne, tu tiempo, tu vida? Ésta es la voz del Señor, que quiere e ntr ar tam bién en nuestro tiempo, quiere entrar en la historia hum ana a través de nosotros. Busca también una morada viva, nue stra vida personal. É sta es la venida del Señor. 26 de noviembre de 2005 30. 3 Sólo si tiene una experiencia personal de Cristo, el jove n pu ed e co m pre nd er en ver da d su volu nta d y p or lo tanto la propia vocación. Cuanto más conoces a Jesús, más te atrae su misterio; cuanto más lo encuentras, más fuerte es el deseo de buscarlo. 20 de agosto d e 2005 31. 3 Los Magos marcharon porque tenían un deseo grande que los indujo a dejarlo todo y a ponerse en camino. Era como si hubieran esperado siempre aquella estrella. Como si aquel viaje hubiera e stado siem pre ins-
Queridos amigos, esto es el misterio de la llam ada, de la vocación; m isterio que afecta a la vida de todo cristiano, pero q ue se m an ifie st a c on m ay or relieve en los qu e C ris to invita a dejar todo p ara seguirlo más de cerca. 20 de agosto de 2005 da ya en esta vida el ciento po r uno, dice san ta Teresa de Jesús, resum iendo el contenido de esta sen tencia del Señor. Toda renuncia por su amor tendrá como respuesta un premio muchas veces superior. Dios es magnánimo y no se deja vencer en generosidad. Forma parte del servicio apostólico comenzar por renunciar; el celibato es una de las maneras sumamente concreta en que debe plasmarse esta renuncia. Quien, al cabo de un período de tiempo más o menos largo, echa una mirada retrospectiva a su vida sacerdotal, sabe cuán verdaderas son las palabras de Jesús. Es cierto que primero hay que atreverse a d ar el salto. Y nadie d ebería in tentar resarcirse con calderilla, por así decirlo, por lo que se ha pagado con billetes grandes: el Esp íritu S anto no se deja engañar. 32. 3 Dios
Servidor de vuestra alegría, pp. 8788 3 3 . 3
Jesús no rechaza en modo alguno la pregunta de Pedro porque éste espere una recom pensa, sino que le da la razón: «En verdad os digo que no hay nadie que, ha biendo dejad o c asa, o h er m an os , o her m an as , o m ad re , o Padre, o hijos, o camp os, p or am or de mí y del Evangelio, no reciba el céntuplo a hora en este tiempo en casa, her manos, herma nas, m adre e hijos y campos, con pers ecuciones, y la vida eterna en el siglo venidero» (Me. 10, 29 30). Dios es magnánimo; si examinamos sinceramente nuestra vida, sabemos b ien que cua lquier cosa que haya
con el ciento por uno. No deja que le ganemos en generosidad. No espera a la otra vida para darnos la recom pe ns a, sino qu e no s da el cé ntu plo de sd e ahora mism o, a pesar de que este m undo siga siendo un mu ndo de persecuciones, de dolor, de sufrimiento [...]. El ca mi no pascua l, p. 189
34. 3 Santa Teresa de Jesús resume este pensamiento con esta sencilla frase: «Aun en esta vida da Dios ciento por uno.» A no so tros no s co rr es po nde únic am ente te ner el valor de ser los primeros en dar el uno como Pedro, que, fiado en la palabra del Señor, no duda en b ogar m ar adentro a la m añana: entrega u no y recibe cien. También hoy nos invita el Señor a boga r ma r adentro, y estoy seguro de que tendremo s la m isma sorpresa que Pedro; la pesca será abunda nte, porque el Señor permanece en la barc a de Pedro, que ha venido a ser su cátedra y su trono de misericordia. El cam ino pascual, p. 189
35 . 3 El segundo hombre con el que Jesús se encuentra pon e algu na s ob jecion es re al m en te ra zo na bl es . Desearía esperar hasta la m uerte de su padre y gestionar mientras tanto los asuntos para que todo discurra p or sus cauces normales, de suerte que pueda dejarlo todo bien dis pue st o y o rd en ad o an te s de p art ir a otro lugar. Luego seguiría a Jesús. Pero ¿quién sabe cuándo ocurrirá esto? ¿Seguirá teniendo entonces la fuerza de voluntad necesaria para ponerse en pie y seguir a Jesús? Una cosa vemos claramente: que la respuesta a la llamada de Jesús tiene priorid ad y pide la entrega total. Es decir, tiene preferencia y reclama la totalidad de nuestro ser. No basta con entregar una parte de sí mismo, una parte de su
dido a esta llamada, un a llamad a tan gran de que solicita y llena la vida entera, pero que sólo la llena cuando se mantiene en su totalidad. Servidor de vuestra alegría, pp. 3435
36. 3 Esto significa también que existe la hora de Jesucristo, el instante que no puede aplazarse, porque no se puede ca lc ula r y decir: «Sí qu iero , por su pu es to , pe ro ahora me resulta demasiado peligroso. Todavía tengo que hacer esto o lo otro.» Po rque así se puede dejar esca par el i nstan te de su vida y pe rder, p re ci sa m en te por c ul pa de estas ca ut elas , lo auté ntico de la pro pia vida, qu e ya nunca se puede recuperar. Hay la ho ra de la llamada, que exige una d ecisión instantán ea, un a decisión muc ho más importante de cuanto podríamos imaginar y de lo que es perfectamente razonable. Tienen preferencia la razón de Jesús y su llamada: llegan primero. Tiene una importancia decisiva —y no sólo en el primer instante, sino para siempre y en todos los tramos del camino— este valor para posp oner lo que nos parece tan razonab le ante este «más grande» que es él. Sólo así llegamos verdaderamente hasta su cercanía. Servidor de vuestra alegría, p. 35
37. 3 [...] el seguimiento exige que tengamos el valor de estar cerca del fuego, que h a venido par a ince ndiar la tierra. Hay en Orígenes una sentencia atribuida a Jesús: «Quien está cerca de mí está cerca del fuego.» Quien no quiera verse quemado, debe alejarse de él. En el sí al seguimiento se incluye el valor de dejarse abrasar por el ^e go de la pasión de Jesucristo, que es tambié n, al mis 1X10 ^emp o, el fuego salvador del Espíritu Santo. Sólo si enemos el valor de estar junto a ese fuego, si nos deja
mos ser también nosotros fuego en esta tierra, el fuego de la vida, de la espe ranz a y del amor. Servidor de vuestra alegría, pp.
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38. 3 Éste es el fondo y, en definitiva, el nú cleo de la llamada: que debemos estar preparados para dejarnos a bras ar, p ara de ja rn os in cen di ar p or a qu el cuyo cora zó n arde po r la fuerza de su palabra. Si somos tibios y tediosos, no podemos traer el fuego a este mundo, ni aportar ningún poder de transformación. Servidor de vuestra alegría, p.
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39. 3 Que nuestro ser en el mundo no es un vivir para la muerte, no es un vivir desde la nad a y hacia la n ada, sino un a vida que ha sido requerida d esde el principio por un amor infinito hacia el que se encamina, todo esto se advierte tam bién en el carro de fuego de Jesucristo. Descu br im os su aleg ría cu an do te ne m os el va lor de de jarnos incend iar por el mensa je del Señor. Y cuando lo hemos descubierto, entonces podemos abrasar, porque entonces somos siervos de la alegría en medio de u n m undo de muerte. Servidor de vuestra alegría, pp.
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40. 3 Queridos jóvenes amigos, el miedo al fracaso a veces puede frenar incluso los sueños má s hermosos. Puede paraliza r la voluntad e imp edir creer que pu eda existir una casa construida sobre roca. Puede persuadir de que la nostalgia de la casa es solamente un deseo juvenil y no un proyecto de vida. Como Jesús, decid a este miedo: «¡No puede caer una casa fundada sobre roca!» Como san Pedro, dec id a la tenta ción de la duda: «Quien
de la propia vida, porque sabe bien que puede apoyarse en el fundamento que le imped irá caer: Jesucristo, nuestro Señor. 27 de mayo de 2006 4 1 . 3 En
sexto año de estudios de Teología, uno se encuentra frente a cuestiones y problemas muy humanos. ¿Será bueno el celibato para mí? ¿Ser párroco será lo mejor para mí? Estas preguntas no siempre tienen res puesta fácil. En mi ca so co nc re to, nu nc a du dé de lo fu ndamental, pero tamp oco me faltaron pequeña s crisis. Como yo era tímido y nada práctico —no estaba do tado para el deporte ni para la organización o el trabajo ad ministrativo—, tenía la preocu pación de si sabría llegar a las personas, si sabría comunicarme con ellas. Me preo cu paba la idea de lle ga r a se r u n buen ca pe llán y d irigir a la juventud católica, o dar clases de religión a los peque ños, ate nd er co nv en ie nt em en te a en fe rm os y ancianos, etc. Me preguntaba seriamente si estaba preparado para vivir toda la vida así, si aquélla era realmen te mi vocación. A todo ello iba siempre unida la otra cuestión de si yo sería capaz de vivir el celibato durante toda mi vida. La universidad estaba, por aquel entonces, m edio en ruinas y no teníamos local para la facultad de teología. Estuvimos dos años en los edificios del Palacio de Fürstenried, en los alred edore s de la ciudad. Aquello hacía que la co nvivencia —no sólo entre alumnos y profesores, sino tam bién en tre al um no s y alu m na s— fu er a muy es trec ha , así que la cuestión de la entrega y de su sentido, se plante a ba en té rm in os muy prá cticos pre cis am en te por es ta convivencia diaria. Solía pen sar en estas cosas pasea ndo
ción en la Capilla. Ha sta que, p or fin, en el otoño de 1950 fui ordenado diácono; mi respu esta al sacerdocio fue un rotundo sí, categórico y definitivo. La sal de la Tierra, p.
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42. 3 Los discípulos tuv ieron que s er lo basta nte flexibles como para cam biar su vida cotidiana de pescadores por la de acompañantes en u n camino todavía abierto y misterioso. [...] Pero al mismo tiempo tuviero n que ser constante s y fieles a la opción b ásic a y esencial. Así que no de be ríam os op on er flexibi lidad y le altad. La fidel idad ha de ser acreditarse en situaciones cambiantes. En la situación actual a men udo sólo cue nta el cambio, la flexibilidad. Me gustaría manifestar mi desacuerdo con esto. Hoy necesitamos más que nunca perseverar en la vocación, hoy necesitamos más que nunca personas que se entreguen por entero. Dios y el m un do, p.
a Él, sino también a la salvación de todo el mundo, de toda la historia. 24 de abril de 2005
s o la m e n t e
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43. 3 El prim er signo es el palio, tejido de lan a pura , que se me pone sobre los hombros. Este signo antiquísimo, que los obispos de Roma llevan desde el siglo iv, puede ser considerado como una imagen del yugo de Cristo, que el obispo de esta ciudad, el Siervo de los Siervos de Dios, toma sobre sus hombros. El yugo de Dios es la voluntad de Dios que nosotros acogemos. Y esta voluntad no es un peso exterior, que nos oprime y nos priva de la libertad. Conoce r lo que Dios quiere, con oce r cuál es la vía de la vida, era la ale gría de Israel, su gra n privilegio. Ésta es tam bién n uestr a alegría: la voluntad de Dios, en vez de alejarnos de nuestra p ropia identidad, nos purifi-
Pec ador es que e n s e ñ a n el arte de vivir 4 4 . 3 Evangelizar
quiere decir m ostra r ese camino, enseñar el arte de vivir. Jesú s dice al inicio de su vida pública: he venido para evangelizar a los pobres (cfr. Le. 4, 18). Esto significa: yo tengo la respues ta a vu estra pre gunta fundamental; yo os muestro el camino de la vida, el camino que lleva a la felicidad; más aún, yo soy ese camino. La pobreza más profun da es la incapacidad de alegría, el tedio de la vida considerada absu rda y con tradictoria. Esta pobreza se halla hoy muy extendida, con formas muy diversas, tanto en las sociedades materialmente ricas como en los países pobres. La incapacidad de alegría supone y produce la inca pacidad de amar, produce la envidia, la avaricia... Todos los vicios que arruinan la vida de las per sona s y el mu ndo. Por eso, hace fa lta una nueva evangelización. Si se desconoce el arte de vivir, todo lo demás ya no funciona. Pero ese arte no es objeto de la ciencia; sólo lo puede c om unic ar quien tiene la vida, el que es el Evangelio en persona. Nueva evange lización, 10 de diciem bre de 2000 45. 3 [...] ¿qué papel juega Dios propiamente en nuestra Predicación?, ¿no nos desviamos casi siempre hacia te d a s que nos parecen «más concretos» y urgentes [...]? Jesús nos corrige: Dios es el tema práctico y real para el hombre, entonces y siempre. [...] Pensamos que Dios esta demasiado lejos, que no tom a parte tra vida
Jesús nos dice: no; Dios está aquí, en la sed de infinitud. Dios es la primera palabra del Evangelio, aquella que cambia nuestra vida si confiamos en ella; y esto tiene que decirse con un a fuerza com pletame nte nueva, desde la plenitud de Jesús, en el interior de nuestro m undo. Evangelio, cateque sis, catecismo, pp.
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46.3 [...] me parece muy importante promover, por decirlo de algún modo, una cierta curiosidad por el cristianismo, fomentar el deseo de descubrir qué es exactamente. Pero para esto hay que empez ar por sa car a la luz del día lo más importante. Es decir, lo ya conocido desde hace m ucho tiempo, y —a pa rtir de ahí— fome ntar el interés por esa inmensa rique za que el cristianism o contiene, contem plar su enorme variedad, no como un pesado lastre de métodos y de sistemas, sino como lo que realmente es: un tesoro para n uestra vida que bien merece la pe na co no ce r a fondo. La sal de la Tierra, pp.
2021
47. 3 ¡No tengáis miedo, Cristo puede llenar las aspiraciones más íntimas de vuestro corazón! ¿Puede haber sueños irrealizables cu ando son suscitados y cultivados en el corazón p or el Espíri tu de Dios? [...] Dejad que esta tarde os lo repita: ca da uno de vosotros, si está unido a Cristo, puede hacer grand es cosas. Por este m otivo, queridos amigos, no debéis tener miedo de soñar con los ojos abiertos con grandes proyectos de bien y no tenéis que dejaros desa lentar por las dificultades. 2 de septiem bre de 2007 48. 3 Considera el poder y los bienes como una misión ti sir vie nte Cre labr
con los que Jesús obra, está la auté ntica revolución que podría y de be ría cam bi ar el m un do . Dios y el mun do , p. 234 4 9 . 3
Hemos recibido la fe para entregarla a los demás [..]. Y tenemos que llevar un fruto que permane zca. Pero ¿qué queda? El dinero no se queda. Los edificios tampoco se quedan, ni los libros. Después de un cierto tiempo, más o menos largo, todo esto desapa rece. Lo único que perm anece et er nam en te es el al m a hu m an a, el ho m bre creado por Dios para la eternidad. El fruto que queda, por tan to, es el qu e h em os se mbr ad o en las alm as hum anas, el amor, el conocimiento; el gesto capaz de tocar el corazón; la palabra que abre el alma a la a legría del Señor. Entonces, vayamos y pidamos al S eñor que nos a yude a llevar fruto, un fruto que perm anezc a. Sólo así la tierra se transform a de valle de lágrima s en jar dín de Dios. 19 de abril de 2005 50. 3 Quien ha descubierto a Cristo debe llevar a otros hacia Él. Una gran alegría no se puede gua rdar p ara uno mismo. Es necesario transm itirla. 21 de agosto de 2005 51. 3 La santa inquietud de Cristo ha de animar al pastor: no es indiferente para él que muchas personas vaguen por el desierto. Y hay mu cha s form as de desierto: el desierto de la pobreza, el des ierto del h am bre y de la sed; el desierto del abandono, de la soledad, del amor que brantado. Exist e ta m bi én el de si er to de la os cur id ad de ios, del vacío de las almas que ya no tienen concien eia de la dignidad y del rum bo del hom bre. Los desiertos xteriores se multiplican en el mundo , porqu e se han ex-
tierra ya no están al servicio del cultivo del jardín de Dios, en el que todos puedan vivir, sino subyugados al pod er d e l a ex plotac ión y la de stru cc ión. 24 de abril de 2005 52. 3 ¿Qué significa, por tanto, «pescar hombres»? Significa llevarlos al aire libre, a los amplios espacios de Dios, al elemento vital que les ha sido asignado. Cierto que cuand o alguien se ve arranc ado de sus hábitos y costumbr es, al principio siempre se revuelve, como ha descrito con penetrante pluma Platón en su mito de la caverna. Quien está acostumbrado al mar, piensa en un pri m er m om en to que , cu an do le sa ca n a la luz, le ar re bata n la vida. Est á ena m or ad o de las tin ieblas . Po r eso, ser pescadores de hombres dista m ucho de ser una em presa có mod a, pe ro es lo m ás gr an di os o y h um anam ente lo más bello que más pue de darse. Servidor de vuestra alegría, p.
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53. 3 Los Padres han dedicado también un comentario muy particular a esta tarea singular. Dicen así: para el pez, cr ea do para vivir en el agua, re su lt a m ortal sacarlo del mar. Se le priva de su elemento vital para convertirlo en alimento del hom bre. Pero en la misión del pescador de hombres ocurre lo contrario. Los hombres vivimos alienados, en las aguas saladas del sufrimiento y de la muerte; en un m ar de oscuridad, sin luz. La red del Evangelio nos rescata de las aguas de la muerte y nos lleva al res plan dor de la luz de Dios, en la vida verdadera . Así es, efectivamente: en la misión de pescad or de hombres, siguiendo a Cristo, hace falta saca r a los hom bres del mar salado po r todas las alienaciones y llevarlo a la tierra de la vida, a la luz de Dios.
3 Se registran, sin duda, muchas salidas en vano al ar pero aun así, sigue siendo una maravillosa tarea acompañar a los hombres por el camino que lleva a la luz, a los amplios espacios, enseñarles a conocer la luz y la infinitud de Dios. Cuand o inicié, hace 35 años, es ta actividad, tenía miedo de cómo saldrían las cosas. Pero pude ex pe rim en ta r m uy pro nt o y de m anera m uc ha s veces renovada cuán v erdadera es la promesa del Señor de que otorga, ya en este mund o, el ciento por uno, tamb ién con aflicciones, sin duda, pero él cum ple su pala bra (Me. 10, 29s). Servido r de vuestra alegría, p. 71 54
55. 3 Así es, en verdad: nosotros existimos para enseñar Dios a los hom bres. Y únic am ent e do nde se ve a Dios, comienza realmente la vida. Sólo cuando encontra mo s en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida. No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es am ado, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nad a más bello que co no ce rle y com un ic ar a los otros la am istad con él. La tarea del pastor, del pesc ador de hombres, pu ede pa rece r a veces gravosa. Pero es gozosa y grande, porque en definitiva es un servicio a la alegría, a la alegría de Dios que quiere hac er su e ntrad a en el mundo. 24 de abril de 2005 56. 3 Mirándoos a vosotros, jóvenes aquí presentes, que uradiáis alegría y entusiasmo , asum o la mirada de Jesús: una mirada de amor y confianza, con la certeza de que
los jóvenes de la Iglesia. P or eso yo os envío a la gra n misión de evangelizar a los muchachos y muchachas que anda n erra ntes p or este mundo, como ovejas sin pastor. Sed los apóstoles de los jóvenes. Invitadlos a cam inar con vosotros, a hac er la mism a experiencia de fe, de esperanza y de amor; a e ncontra rse con Jesús, pa ra que se sientan realmente amados, acogidos, con plena posibilidad de realizarse. Que también ellos descubran los caminos seguros de los Mandam ientos y recorriéndolos lleguen a Dios. 10 de mayo de 2007 57. 3 Dios ha elegido crearnos para que todos mutuamente intercedamos unos por otros, y humildemente sólo podemos reconocernos como mensajeros indignos que no se predican a sí mismos sino que con un santo temo r hablamos de aquello que no es nuestro sino que procede de Dios. Caminos de Jesucristo, p.
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58. 3 Elocuente es [...] el relato que Cipriano de Cartago (muerto en 258 d. C.) ha proporcionado sobre su conversión a la fe cristiana. Nos dice que antes de su conversión y bautismo él no se podía imaginar cómo en general se po día vivir como cr is tian o y so brep on er se a los hábitos de su tiempo. Aquí ofrece una descripción drástica de esos hábitos [...] pero también permite pens ar en el contexto en el que hoy tienen que crece r los jóvenes: ¿se puede ser cristiano aquí? ¿No es una forma de vida superada? En realidad, todos aquellos que se pregu ntan esto tienen razón hablando desde un punto de vista puramente humano . Pero lo imposible, así nos cuenta Cipriano, se hizo
ncreto en que puede ser eficaz, es decir, en la comuniitinerante de los creyentes, que se animan a vivir un c a m i n o alternativo y lo señalan com o posible. Caminos de Jesucristo, pp. 5051 dad
5 9 . 3 [•••] l° s
cristianos h an de es tar siem pre disp uesto s a hacerse esclavos los unos de los otros, y que únicamente de este modo podrán realizar la revolución cristiana y construir la nueva ciudad. El cam ino pascual, p. 117 60. 3 En las cuestiones últimas que preocupan al hom bre no hay q ue se para r m ás pe ns am ie nt o y existencia. La decisión a favor de Dios es un a de cisión del pens am iento y al mismo tiempo de la vida, es decir, ambos se condicionan recíprocam ente. Caminos de Jesucristo, p. 65 61.3 En sus Confesiones, sa n Agustín [...] habla de la forma de vida erra da de una existencia orientada tota lme nte a lo material, formas que se convierten en hábitos, h á bitos que se co nv ierten en ne ce sida de s y fina lm en te en cadenas, en ceguera del corazón. Caminos de Jesucristo, p. 65 62. 3 [...] la verdad no pu ede c ons istir en un a posesió n, la relación con ella tiene que ser una aceptación humilde, la cual tiene conocimiento de su propia contingencia y acepta el conocimiento como u n don, del cual yo puedo llegar a ser indigno, del cual no m e pued o gloria r como si fuera asunto mío exclusivamente. Si me es dado, entonces hay una responsabilidad que también me compete frente a los demás. Además, el dogma también afirma
realidad auténtica es en sí misma infinitamente más grande que la semejanza (Conc. Lat. IV, DS § 806). P e r o sin embargo, esta desemejanza infinita no convierte al conoc imiento en nocono cimiento, es decir, la verdad no se convierte en falsedad. Caminos de Jesucristo, p. 68
El a p ó sto l
63. 3 [...] los discípulos que salen al mar abierto a pescar algo para Jesús deben, en el fondo, darse a sí mismos. Sólo quien se da a sí mismo desc ubre que antes le ha sido dado todo, que simplemente da de tuis donis ac datis : de lo que previamente ha recibido. Primero debemos darnos a nos otros m ismos, p ara re cibir luego el don de Dios. En definitiva, de Dios procede todo. Y sin embargo, este don de Dios no puede llegar hasta nosotros si primero no damos nosotros. Al final todo es gracia, porque las grandes cosas del universo, la vida, el amor, Dios, no se pued en hacer, sólo se pued en re cib ir co m o un do n. Servidor de vuestra alegría, p. 57
64. 3 El testigo, pues, debe ser algo antes de hacer algo. Debe ser amigo de Jesús para no transmitir sólo conocimientos de segunda mano, sino para ser testigo verdadero. Servidor de vuestra alegría, p. 68
65. 3 Nuestra misión no consiste en decir muchas pala br as , sino en hac er no s eco y se r po rtav oc es de una sola «Palabra», que es el Verbo de Dios hecho carne por n uessalvación.
3 [••*] en caPl tu ^° ^ de san Marc os se desc ribe lo que Señ or P e n s a b a que debería ser el significado de un apóstol: es tar con él y estar disponible p ara la misión. Las dos cosas van juntas y sólo estando con él e s t a m o s también siempre en movimiento con el Evangelio hacia los demás. Por tanto, es esencial estar con él y así sentimos la inquietud y somos capaces de llevar la fuerza y la alegría de la fe a los demás, de dar testimonio con toda nuestra vida y no sólo con las palabras. 13 de mayo de 2005 56
67. 3 Pero ahora surge la pregunta: ¿qué debe hacer el testigo? El Evangelio nos da tres respuestas que, en el fondo, se reducen a una. Antes de confiar a Pedro la m isión de pastor, Jesús le pregunta: ¿Me amas? Debe amar a Jesús. A continuación se le encomienda: Apacienta mis corderos. Debe desem peña r las tareas p ropias del pastor. Y finalmente le dice: Antes elegías tú el camino. Pero ahora lo elige otro po r ti y te lleva po r él. Ya no es tu vo luntad la que establece tu senda, sino la voluntad de otro. Debe ir en pos de otro. El seguimiento forma parte del servicio del discípulo; este servicio es u n ca mino . Amar, apacentar, seguir: con estos tres verbos descri be el Evang elio la es en cia del ap os tolado ... Servidor de vuestra alegría, p. 68
68* 3 A la preg un ta «¿dónde vives?», su respu esta res ue na de forma ininterrumpida: «Venid y lo veréis» (Jn. 1, 8s.). De este modo, los discípulos podían dar otra resPuesta a la pregunta sobre Jesús, distinta a la que aba «la gente», porque ellos estaban en comunidad de ^da con él. Sólo así, para decirlo con Platón, somos
el mundo y que sin embargo sólo es una parte limitada de él. Caminos de Jesucristo,
p. 66
69. 3 [...] el camino para conocer a Cristo es un camino de vida. Expresado bíblicamente: pa ra c onocer a Cristo es necesario seguirlo, ya que únicam ente así experimentamos dónde vive. Caminos de Jesucristo,
p. 66
70. 3 Permítasenos [...] una referencia histórica. El carácte r peculiar del m inisterio cristiano se ve con especial claridad cuando se compara la figura cristiana del «apóstol» con sus paralelos en la historia de las religiones: el rabbi y el «hombre de Dios» del mundo griego. Para am bos es esencial su propia au toridad. En cambio, para el ap ós tol lo es en cial es el se r pe rm an en te men te siervo de Cristo, estar como Cristo bajo el lema siguiente: «La doctrina que yo enseño no es mía, sino de aquel que me ha enviado» (Jn. 7, 16). Así pues, la autoconcien cia tiene que ver para unos con la conciencia de la misión, mientras que para el apóstol tiene que ver con la conciencia del servicio. «La meta del discípulo del rabíes llegar a ser maestro. Sin embargo, p ara el discípulo de Jesús, la condición de discípulo no es el principio sino la pl en itud de su op ci ón vital. Siem pre se rá dis cípulo.» Podríamos añadir: au n como «padre» sigue siendo siempre «hermano»: el ministerio de padre que reviste es una forma de servicio fraternal y nada más. La frate rnidad de los cristianos, pp.
71.3 Debemos ser aceptados y dejarnos aceptar.
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a ser libres. Tenemos que nace r de nuevo, depo ner el orgullo, llegar a ser niños [...] La bendición de la Navidad, p. 50
llegar
7 2 . 3 [...]
el ser human o no sólo debería pensa r qué quiere sino más bien preguntars e para qué es bueno y qué puede aportar. Ent on ce s com pre nd ería que la re alización no reside en la co mod idad, en la facilida d y en el de jarse llevar, sino en ac ept ar los re tos, en el c am ino du ro. Todo lo demás se convierte en cierto modo en aburrido. Sólo la persona que se «expone al fuego», que reconoce en sí una llamada, una vocación, una idea que satisfacer, que asume una misión para el conjunto, llegará a realizarse. Como ya se ha dicho, no nos e nrique ce el tom ar el camino cómodo, sino el dar. Dios y mu ndo, pp.
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CAPÍTULO 4
LA LIBERTAD DE CRISTO
El pe ca do
1. 4 Después del sínodo de los obispos ded icado al tema de la familia, mientras deliberábamos en un pequeño grupo acerca de los temas que pod rían se r tratado s en el próximo, recayó nuest ra at en ci ón en las pal ab ra s de Jesús en las que Marcos, al comienzo de su Evangelio, resume el mensaje de Aquél: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca. Convertios y creed en el Evangelio.» Uno de los obispos, reflexionando sobre ellas, dijo que tenía la imp resió n de que este res um en del mensaje de Jesús, en realidad, hacía ya mucho tiempo que lo habíamos dividido en dos partes. Hablamos mucho y a gusto de evangelización, de la buena nueva, para hacer atrayente a los hom bres el cristianismo. Pero casi nadie —opinaba el obispo— se atreve ya a expresar el mensaje profético: ¡Convertios! Casi nadie se atreve en nuestro tiempo a h acer esta elemental llam ada del Evangelio con la que el Se ñor quie re llevarnos a ca da un o a re cocernos como pecadores, como culpables y a hacer Penitencia, a convertirnos en otro. Nuestro colega añadía además que la predicación c ristiana a ctual le parecía
se hubiera omitido el comienzo del tema principal, de já nd ol a inco m plet a e in co mpr en si ble en su de sa rrollo. Y con ello tocamos un punto extraordinario de nuestra actual situación históricoespiritual. El tema del pecado se ha convertido en uno de los temas silenciados de nuestro tiempo. Pecado y salv ació n, pp.
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2 . 4 [...] la form a m ás grave del pecad o con siste en que el hombre quiere negar el hecho de ser una criatura, porque no quiere aceptar la medida ni los límites que trae consigo. No quiere ser criatura porque no quiere ser medido, no quiere ser dependiente. En tiende su dependencia del amor Creador de Dios como una resolución extraña. Pero esta resolución extraña es esclavitud, y de la esclavitud hay que liberarse. De esta m ane ra el hombre pre te nd e se r D ios mi sm o. Cu an do lo in te nt a se tran sforma todo. Se transform a la relación del homb re consigo mism o y la relación con los demás: par a el que quiere ser Dios, el otro se convierte ta m bién en lim itación, en rival, en amenaz a. Su trato con él se convertirá en una m utua inculpación y en una lucha, como m agistralm ente lo re pre se nt a la his to ri a del pa ra ís o en la co nv er sa ci ón de Dios con A dán y Eva (Gén. 3, 813).
Pecado y salvac ión, pp.
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3. 4 No se tra ta de q uitarle al hom bre el gusto por la vida, ni de coartárse la con prohibiciones y negaciones. Se trata sencillam ente de con ducirla hac ia la verdad y de esta manera santificarla. El hombre sólo puede ser santo cuando es realmente él; cuando cesa de relegar y destruir la verdad. [...] El Espíritu Santo convence al mundo y
bajarnos sin o para ha ce rn os ve rd ad er os y sa nos, pa ra salvarnos.
Pecado y salvac ión, p. 4 4 Precisamente
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en la fiesta de la Inmacu lada C oncepción brota en nosotros la sospecha de que una persona que no peca para nada, en el fondo es aburrida; que le falta algo en su vida: la dimensión dramática de ser autónomos; que la libertad de decir no, el bajar a las tinieblas del pecado y querer act uar p or sí mismos forma parte del ve rd ad er o he ch o de se r ho mbres ; que sólo entonces se puede d isfrutar a fondo de toda la amp litud y la profundid ad del he ch o de se r ho mbres , de se r ve rd ad eramente nosotros mismos; que debemos pon er a prueba esta libertad, incluso c ontra Dios, para llegar a ser realmente nosotros mismos. En un a palabra, p ensam os que en el fondo el mal es bueno, que lo necesitamos, al menos un poco, p ara experim entar la plen itud del ser. En el día de la Inmaculada debem os apren der más bien esto: el hombre que se abando na totalm ente en las ma nos de Dios no se convierte en un títere de Dios, en una p erso na aburrida y conformista; no pierde su libertad. Sólo el hombre que se pone totalme nte en m anos de Dios encuentra la verdadera libertad, la am plitud gra nde y creativa de la libertad del bien. El hom bre que se dirige hacia Dios no se hace más pequeño, sino más grande, porque gracias a Dios y jun to c on él se hace g rande , se hac e divino, llega a ser verdaderamente él mismo. El hombre que se pone en manos de Dios no se aleja de los demás, retirán dose a su salvación privada; al contrario, sólo entonces su c orazó n Se despierta verdaderamente y él se transforma en una Persona sensible y, por tanto, benévola y abierta .
5. 4 Pensam os que Mefistófeles —el ten tad or— tiene razón cuando dice que es la fuerza «que siempre quiere el mal y siempre obra el bien» (Johann Wolfgang von Goethe, Fa usto I, 3). Pensamos que pactar un poco con el mal, reservarse un po co de libertad con tra Dios, en el fondo está bien, e incluso que es necesario. Pero al mirar el mundo que nos rodea, podemos ver que no es así, es decir, que el mal enve nena siem pre, no eleva al hom bre, sino qu e lo envilece y lo hu milla; no lo hac e más grande, más puro y más rico, sino que lo daña y lo em peq ue ñe ce . 8 de
diciembre de 2005
6.
4 Como u n reflejo de la tentac ión de Israel coloca la Sagrada Escritura la tentación de Adán, en realidad la esencia de la tentació n y del pecado de todos los tiempos. La tentación no com ienza con la negación de Dios, con la caída en un abierto ateísmo. La serpiente no niega a Dios; al contrario, comienza con una pregunta, aparentemente razonable, que solicita información, pero que en realidad contiene una suposición hacia la cual arrastra al hombre, lo lleva de la confianza a la desconfianza: ¿Podéis com er de todos los árboles del jardín? Lo primero no es la negación de Dios sino la sospecha de su Alianza, de la comunidad de la fe, de la oración, de los Mandamientos en los que vivimos por el Dios de la Alianza. Pecado y salvac ión, pp. 9293
7. 4 Queda muy claro aqu í que, cuando se sospecha de la Alianza, se despierta la desconfianza, se conjuga la libertad y la obedienc ia a la Alianza es denu nciad a como una cadena que nos separa de las auténticas promesas de la vida. Es tan fácil conven cer al homb re de que e sta Alian
Hia frente al hombre, de que le roba su libertad y las co saS más apre ciab les de la vida. Pecado y salvaci ón, p. 93 g . 4 P e c a d o , e n e s e n c i a , e s — y a h o r a e s t á c l a ro — u n a n e g a t iv a a l a v e r d a d .
Pecado y salvaci ón, p. 97 9 . 4 «Si
coméis de él (es decir, si negáis los límites, si negáis la medida), entonces moriréis» (cfr. Gén. 3, 3). Significa: el hombre que niega los límites del bien y el mal, la medida interna de la Creación, niega y rehúsa la verdad. Vive en la falsedad, en la irrealidad. Su vida será pur a apari encia ; se en c u en tr a baj o el dom in io de la muerte. Nosotros, que adem ás vivimos en este mun do de falsedades, de novivir, sabemos bien en qué medida existe este dominio de la mu erte que hace de la vida misma una negación, un s er muerto. Pecado y salvació n, pp. 9798 10. 4 El hombre es relación y tiene su vida, a sí mismo, sólo como relación . Yo sólo no soy nada , sólo en el Tú y para el Tú soy yo m ism o. Verda de ro hom bre sig nifica : estar en la relación del amor, del por y del para. Y pecado significa estorbar la relación o destruirla. El pecado es la negación de la relación porque quiere convertir a los hombres en Dios. El peca do es pé rdida de la relación, interrupción de la relación, y por eso ésta no se encu entra únicam ente en cerrad a en el Yo particular. Cuand o interrumpo la relación, entonces este fenómeno, el pecado, afecta tamb ién a los dem ás, a todo. P or eso, el pecado es siempre una ofensa que afecta también al otro, que transforma el mundo y lo perturba.
11 .4 Jesucristo reco rre a la inversa el camino de Adán. En opos ición a Adán, Él es realm ente «como Dios». Pero este sercomoDios, la divinidad, es serhijo y así la relación es completa . «El hijo no hace na da des de sí mismo.» Por eso la verdadera divinidad no se aferra a su autonomía, a la infinitud de su capacida d y de su voluntad. Recorre el camino en sentido contrario: se convierte en la total dependencia, en el siervo. Y como no va por el camino de la fuerza, sino p or el del amor, es capaz de descender h asta el engaño de Adán, hasta la m uerte y poner en alto allí la verda d y dar la vida. Pecado y salv ación, p.
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12. 4 El rencor es el descontento fundamental del hom bre consigo mismo, que se venga , por de cirlo así, en el otro, porque del otro no me llega lo que sólo me puede conceder con una apertura de mi alma. Mirar a Cristo, p.
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13. 4 La cruz, el lugar de su ob edienc ia, se con vierte en el verdadero árbol de la vida. Cristo se convierte en la imagen opuesta de la serpiente como dice Juan en su Evangelio (Jn. 3, 14). De este árbol viene no la palabra de la tentación, sino la palabra del amor salvador, la palabra de la obediencia, en la que Dios mismo se ha hecho obediente para ofrecernos su obedienc ia como espacio de la libertad. Pecado y salva ción, p.
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La libe ra ció n de se ad a
14. 4 El último com andan te de Auschwitz, Hess, afi
una inespera da con quista técnica. Tener en cuen ta el horario del ministerio, la capacid ad de los crema torios y su fuerza de combustión y el combinar todo esto de manera que funcionara ininterrumpidamente constituía un prog rama fa sc in an te y a rm on io so que se jus tificab a por sí mismo. Con tales ejemplos es evidente que no se podía continuar mucho tiempo. Todos los productos de la atro cidad, de cuyo continuo increm ento somos hoy espectadores atónitos y en última instancia desamparados, se bas an en este ún ic o y c om ún fu nd am en to . Como co ns ecuencia de este principio debe ríamos hoy finalmente reconocer que es un enga ño de Sa tán que quiere d estru ir al hombre y al universo. Deberíamos comprender que el hombre no puede nunca abandonarse al espacio desnudo del arte. En todo lo que hace, se hace a sí mismo. Por eso está siempre pres ente com o m edida suya él mismo, la Creación, su bien y su mal y cuando rec haza e sta m edida, se engañ a. No se libera, se coloca c ont ra la verdad. Lo cual quiere decir que se destruye a sí mismo y al universo. Pecado y salva ción, pp.
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15. 4 La libertad nace cuando el «yo» se entrega al «tú», porque en tonc es se as um e la «forma d e Dios». El ca mi no pascual, p.
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16. 4 Una liberación que no tiene en cuenta la verdad, que es ajena a la verdad, no sería libe ración, sino engaño, esclavitud y ruina del hom bre. Una libertad que p rescinde de la verdad no puede ser verdad era libertad. Lejos de la verdad, en consecuencia, no hay libertad digna de este nombre.
17. 4 «Veo lo que es bueno y lo apruebo», dijo Ovidio, el po eta latin o, «y sin em ba rg o de sp ué s ha go lo co ntrario ». ] Y san Pablo tam bién a firmó en el capítulo 7 de la Epísto j la a los Romanos : «No hago lo que qu iero sino lo que aborrezco.» A partir de eso asciende finalmente en san Pablo ese grito: «¡¿Quién me re dim irá de esta co ntradicción interna?!» Y en ese punto san Pablo co mp rende realmente por prim er a vez a Cristo , y a part ir de ese in st an te llevó la respuesta redentora de Cristo al mundo pagano. Dios y el m und o, p. 44
18. 4 Básicamente existen tan sólo dos opciones fundamentales: por una parte, la autorrealización, en la cual trata el hombre de crearse a sí mismo para adueñarse por co mpl eto de su se r y hac er se co n la to ta lidad de la vida exclusivamente p ara sí y desde sí mismo; y por otra, la opción de la fe y del amor. Esta opción es, al mismo tiempo, un decidirse por la verdad. Siendo com o somos criaturas, no está en nuestras manos nuestro ser, no podemos realizarnos por nosotros mismos; sólo si «perdemos» la vida podemo s ganarla. El ca mi no pascual, p. 26
19. 4 Los Mandamientos de Dios no son arbitrarios; son sencillamente la explicación concreta de las exigencias del amor. Pero tampoco el amor es una opción arbitra i ría; el amor es el contenido de ser; el amor es la verdad: I «Quien con oce la verd ad, la c ono ce (se refiere a la luz m* j mutable), y quien la conoce, conoce la eternidad. La ca j ridad la conoce. ¡Oh eterna verdad, verd adera caridad y l amada eternidad!» dice san Agustín cuando describe momento en que descubrió al Dios de Jesucristo (Cotifii sio ne s VII 10,16). El ser no hab la ún icam en te un lengua* 1 i
n i, y los Mandamientos traducen el lenguaje del ser al
lenguaje hum ano. El camino pas cua l, p. 45. (En el original, el texto de san
Agustín también está en latín.)
20. 4 Sospecha ndo de la Alianza el hom bre se pon e en el camino de construirse un mundo para sí mismo. Dicho de otro modo: encierra la propuesta de que él no debe aceptar las limitaciones de su ser; de que no debe ni pue de considerar como limitaciones las del bien y el mal, las de la moral, en realidad, sino librarse sencillamente de ellas, suprim iénd olas. Pecado y salva ción, p. 93
21. 4 Para que el hombre sea libre ha de ser «como Dios». El empe ño de llegar a se r como Dios constitu ye el núcleo central de todo lo que se ha pensa do p ara lib erar al hombre. Puesto que el deseo de libertad pe rtenec e a la esencia misma del hombre, este hombre busca necesariamente, desde el principio, el camino que conduce a «ser como Dios»: no se conforma el hombre con menos, nada finito puede satisfacerle. Lo demuestra particularmente nuestro tiempo, con su apasionado anhelo de li bertad total y anárq uic a fren te a la in su fici en cia de las libertades burguesas, p or am plias que éstas sean, y tam ién frente a todo libertinaje. De ahí que una antro po logía de la liberación, si quiere respo nd er en pro fun dida d a Problema que ésta plantea, no puede hacer caso omi s° de la pregunta: ¿cómo es posible alcanzar este fin, lle ^ar a ser como Dios, hacerse el hom bre divino? El ca mi no pascual, pp. 99100
libertad y de la liberación del hombre, el punto sin el cual todo lo dem ás aca ba po r hundirse en el vacío. Una liberación del homb re que deje de lado la transform ación en Dios engaña al hom bre, traic iona su incoercible deseo de infinito. El ca mino pascual, p. 101 23. 4 Jesucristo, como hemos visto, abre el camino a lo imposible, a la comun ión entre Dios y el hombre, porque él, el Hijo encamado, es esta comunión; en él hallamos realizada esta «alquimia» que transform a al ser humano en el ser divino. Recibir al Señ or en la E ucaristía significa en trar en el ser de Cristo, en trar en es ta alquim ia del ser humano, en esta apertura de Dios, que es la condición de una ape rtura profunda entre los hombres. El cam ino pasc ual, p. 161 24. 4 Aquí se realiza la comunión entre el ser divino y el humano: en la obediencia del Hijo, en el sufrimiento de la obediencia. Intercambio admirable (admirable commercium), a lquimia de los seres: aquí se hac e realidad la comunión liberadora y conciliadora. Recibir la Eucaristía significa, en su sentido m ás profundo, en trar en esta perm uta de vo luntad es . En el su frim ie nt o de este intercambio, y sólo en él, se transfo rma realm ente la esencia humana, se transforman las condiciones del mundo, nace la com unidad, nace la Iglesia. El acto suprem o de la pa rtic ip ac ió n e n la ob ed ie nc ia d el Hijo es ta m bi én el único realmente eficaz para la renovación y transformación de las realidades exteriores del mundo. El cam ino pasc ual, p. 163
esclavitud de la apa riencia, retorno a la verdad. Pero el pas o de lo a pa re nte a la luz de la ve rdad pa sa a t ravé s de la cruz. Mirar a Cristo, p.
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Conversión y perd ón
26. 4 «Conversión» (metánoia) significa [...]: salir de la autosuficiencia, descubrir y aceptar la propia indigencia, la necesidad de los demás y la necesidad de Dios, de su perdón, de su amistad. La vida sin conversión es autojustificación (yo no soy peor que los demás); la conversión es la humildad de entregarse al amor del Otro, amor que se transforma en medida y criterio de mi pro pia vida. Nueva evangelización, 10 de diciembre de 2000 27. 4 «Convertirse» significa: seguir a Jesús, aco m pa ñar le, caminar tras sus pasos. Pero insistamos en el hecho de que es Dios el que nos convierte. La conversión no es una autorrealización del hombre; no es el hombre el arquitecto de su propia vida. La conversión consiste esencialmente en esta decisión: el hombre re nunc ia a ser su propio creador, de ja de bu sc ar se ún ic am ent e a sí mismo y de centrarse en su au torrealización, y acepta depend er del verdadero Creador, del amor creativo; acepta que en esta dependencia consiste la verdad era libertad y que la libertad de la autonom ía que pretende em anciparn os del Creador no es verdadera libertad, sino ilusión y engaño. El c am ino pascual, pp.
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4 «Convertirse» quiere decir: aceptar los sufrimien
y el amo r lleguen a ser más im portan tes que nu estra vida bio lóg ica, qu e el biene star, el éxito, el pr es tigio y la tr anquilidad de nuestra existencia; esto no sólo de una manera abstracta, sino en nuestra realidad cotidiana y en las cosas m ás insignifica ntes. De hecho el éxito, el prestigio, la tranquilidad y la comodidad son los falsos dioses que m ás impid en la verdad y el verdade ro progreso e n la vida personal y social. Cuando acepta mos e sta primacía de la verdad, seguimos al Señor, cargamos con nuestra cruz y participamo s en la cultur a del amor, que es la cultura de la cruz. El ca mino p ascual, pp. 2728 29. 4 «Esta generación pide un signo» [...]. La raíz de esta equivocada exigencia de un signo no es otra que el egoísmo, un coraz ón impuro, que únic am ente espera de Dios el éxito personal, la ayuda necesaria para absoluti zar el propio yo. Esta form a de religiosidad re presen ta el rechazo fundamental de la conversión. ¡Cuántas veces nos hacemos también nosotros esclavos del signo del éxito! ¡Cuántas veces pedimos un signo y nos cerramos a la conversión! El ca mino pascual, pp. 3839 30. 4 Pedro acu sa a los oyentes de habe r dado m uerte al que Dios les había enviado para salvarlos. Los oyentes, como dice el texto, preg untan con el corazón compungido: «¿Qué hem os de hacer?» L a respu est a es: «Convertios, y que cada uno de vosotros se ha ga b autiz ar» (Ac. 2, 37s). Aquí aparece muy clara la estructura de la conversión. Incluye primero la escucha del mensaje apostólico; y después, el pesar por la culpa cometida; es preciso s u p e r la «incapacidad para se ntir o pensar» o, más exacta-
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de la conciencia, la culpa personal debe tradu cirse en dolor. Yo recordaría aquí, entre paréntesis, que los Padres de la Iglesia consideraron la «insensibilidad», es decir, la incapacidad de sentir pesar (de arrepentirse) como la verdadera enfermedad del mundo pagano. Conversión, penitencia y renovación, p.
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31. 4 [...] es inevitable «endurecer el corazón», es decir, rechazar el conocimiento propio y negarse a recon ocer la propia culpa si no ha y na die que conlleve esa c ulp a, la ela bore y la perdon e. Se da, pues, aq uí una re ci proc id ad de la que todo depende: sin la idea del R edentor que no disimula la culpa sino que la padece en sí, no se puede so portar la verdad de la propia culpa y se recurre a la prim era falsedad: la obcecación ante esa culpa, de la que nacen t odas las otras falsedades y, finalmente, la incapacidad general ante la verdad. Y, a la inversa, no es posible con ocer al Redentor y creer en él sin tener el valor de ser veraz consigo mismo. Por eso, los Padres de la Iglesia llama ron también «confesión» o reconocimiento al acto fundamental de la conversión, y esto en un doble sentido: rec onocer la verdad y reconocer al Redentor Jesucristo. Conversión, penitencia y renovación, p.
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3 2.4 «¿Quién conoce s us faltas? A bsuélveme de lo que se me oculta», ruega el salmista (Sal. 19 [18], 13). No reconocer la culpa, la ilusión de inocencia, no me justifica ni me salva, porque la ofuscación de la conciencia, la inca pacid ad de re co no ce r en mí el mal en cu ant o tal, es cul pa mía. Si Dios no existe, en to nc es qu iz á t en go qu e r efu ta rm e en estas mentiras, porque no hay nadie que Pueda perdonarm e, na die que sea el verdadero criterio,
cación ni sea u n simple reflejo de mí m ismo y de los contemporáneos que me condicionan, sino que se transforme en capacidad para escuchar el Bien mismo. Spe Salvi, n.° 33. 33. 4 La invitación a la conversión no significa, por tanto, el esfuerzo espasmódico por alcanzar un alto rendimiento moral, sino el mantenimiento de la sensibilidad para la v er dad y la fide lida d a Aqu el q ue no s hac e so po rtable la verdad, además de fructífera y saludable. Conversión, penitencia y renovación, p. 173 34. 4 Por último, está el poder del perdón. El sacram ento de la penitencia es uno de los tesoros preciosos de la Iglesia, porque sólo en el perdón se realiza la verdadera renovación del mundo. Nada puede m ejorar en el mundo, si no se supe ra el mal. Y el mal sólo puede superarse con el perdón. Ciertamente, debe ser un perdón eficaz. Pero este perdón sólo puede dárnoslo el Señor. Un perdón que n o aleja el mal sólo con palabras, sino que realmente lo destruye. Esto sólo puede su ceder con el sufrimiento, y sucedió realmente con el amor sufriente de Cristo, del que recibimos el poder del perdón. 15 de mayo de 2005 35 .4 Aunque el modo de vivir y de pensar de cada persona en particular no siempre correspondía a la fe de la Iglesia [evoca su infancia], ninguno pod ía imaginar morir sin el consuelo de la Iglesia o vivir sin su compañía otros grand es aco ntecimien tos de la vida. La vida, sencillamente, se hab ría perdido en el vacío, habría pe rdido el lugar que la sos tenía y le daba sentido. No se iba ta n ha
si alguien no podía mostrar la hojita que atestiguaba la confesión pascual, era considerado un asocial. Hoy, cuando escucho decir que todo esto e ra muy externo y superficial, reconozco ciertamente que la mayo ría lo ha cían más por obligación social que por convicción interior. No obstante, no carecía del todo de significado el hecho de que en Pascua también los grandes campesinos, que eran los verdaderos propie tarios de la tierra, se arrodillaran humildemente en el confesionario para confesar sus pecados igual que lo hacían sus criadas y criados, que eran, todavía entonces, muy numerosos. Este mo me nto de humillación person al, en el que las diferencias de clase social no existían, no dejaba de tene r consecuencias. Mi vida, recuerdos (1927-19 77), pp. 3132
36. 4 Ciertamente que el am or incluye una dispo nibilidad inagotable al perdón, pero el perdón presupone el reconocimiento del pecado como pecado. El perdón es curación, mientras que la aprobación del mal sería destrucción, sería aceptación de la enfermedad y, precisamente de esa forma, no bondad p ara el otro. Esto se ve rápidam ente si consid eram os el ejemplo de un tóxicodependiente, convertido en prisionero de su vicio. Quien realmente ama no sigue la voluntad desordenada de este enfermo, su deseo de autoenven enam ien to, sino que traba ja po r su verdadera felicidad: hará todo lo posible para cu rar al amado de su enfermedad, incluso si es doloroso e incluso si debe ir contra la ciega voluntad del enferm o [...]. El verdadero am or está pre par ado para com prender, pero no para aprobar, declarando bu en o lo que no es. El pe rd ón tien e su vía interior : perdón y curació ue exigen retorno a la verdad. Cuan do
de la autodestrucción, se coloca en contrad icción con la verdad y en contradic ción con el amor. Mirar a Cristo, p. 96 37. 4 [El sacramento de la penitencia.] Hay sacerdotes que tienden a transformarla casi exclusivamente en una «conversación», en una especie de autoanálisis terapéu tico entre dos personas situadas en u n m ismo nivel. Esto pa re ce m uc ho más hu m an o, más pe rs on al, más ad ec ua do al hombr e de hoy. Pero este modo de confe sarse corre el riesgo de tener m uy poco que ver con la concepción católica del sacram ento, en el que no cue nta tan to el servicio personal. Es necesario que el sacerdote acepte conscientemente situarse en un segundo plano, dejando lugar a Cristo, que es el único que puede perd ona r el pecado. Una vez más es necesario volver al concepto auténtico del sacramen to, en el que hom bres y misterio se encuentran. El «Yo» que dice «te absuelvo» no es el de un a cria tura , sino que es direc tam ente el «Yo» del Señor. Inf orm e sobre la fe, p.
final, estoy siempre satisfecho de mí mismo y ya no co m pren do que de bo es fo rz ar me ta m bi én por se r mejor, que debo avanzar. Y esta limpie za del alma, que Jesús nos da en el sacram ento de la confesión, nos ayuda a tene r una conciencia más despierta, más abierta, y así también a madurar espiritualmente y como persona humana. 15 de octubre de 2005 39. 4 Se podría añadir: el perdón es la participación en el dolor del paso de la droga del pecado a la verdad del amor. Es un precedente y un andar con paso grave en este camino de la muerte al renacimiento. Solamente este andar en compañía puede ayudar al toxicómano (y el pecado es siempre una «droga», mentira de falsa felicidad) a dejarse c ond ucir a lo largo de la oscura líne a del dolor. Unicamente la decisión previa de entrar en el dolor y en la muerte del camino de transformación hace soportable esta vía estrecha, se hace visible la luz de la esperanza de una nueva vida.
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38. 4 Sólo en este caso, cuando se está en pecado «mortal», es decir, grave, es necesario confesarse antes de la Comunión. É ste es el prim er punto. El segundo: aunque, como he dicho, no sea necesario confesarse antes de cada Comunión, es muy útil confesarse con cierta frecuencia. Es verdad que nues tros pecados son casi siem pr e los m ismos , p er o lim pi am os nu est ra s ca sa s, nu es tras habitaciones, al menos una vez por semana, aunque la suciedad sea siempre la misma, para vivir en un lugar limpio, para recomenzar; de lo contrario, tal vez la suciedad no se vea, pero se acumula. / Algo semejante vale también para el alma, para mi
Mirar a Cristo, p.
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4 0 . 4 El es continuam ente este a mo r que nos lava. En los sacramentos de la purificación —el bautismo y la penitencia— él está continu am ente arro dillado ante nu estros pies y n os pre st a el servicio de esclavo, el servicio de la purificació n; no s ha ce ca pa ce s de Dios. Su am or es in agotable; llega realmente hasta el extremo.
13 de abril de 2006 Domin go, día de li bert ad
dadero motor, aunque incomprendido y generalmente ignorado, es la nostalgia de lo que los má rtires llamaro n «dominicus»: la necesidad de encontramos con lo que anima nuestras vidas, la búsqueda de lo que los cristianos recibieron y reciben el domingo. Nuestra pregunta es cómo podemos mostrarlo a las personas que lo buscan y cómo podemos reencontrarlo nosotros mismos. Antes de ir a las recetas y aplicaciones, que sin d uda son también muy necesarias, estimo conveniente lograr una com prensió n inte rna de lo que es el día del Señor. La resurrección, fund am en to d e la vida cristiana..., p p . 7 5 7 6
42 . 4 Necesitamos este pan para afrontar la fatiga y el cansancio del viaje. El domingo, día del Señor, es la ocasión propicia p ara sa car fuerzas de él, que es el Señor de la vida. Por tanto, el precepto festivo no es un d ebe r im pue st o de sd e fu era, un pe so so br e nuest ro s hom br os . Al contrario, participar en la celebración dominical, alimentarse del Pan eucarístico y experimentar la Comunión de los hermanos y las hermanas en Cristo, es una necesidad p ara el cristiano; es una alegría; así el cristiano puede en contrar la energía necesaria para el camino que debemos recorrer cada semana. P or lo demás, no es un cam ino arbitrario: el camino qu e Dios nos indica con su p alabra va en la dirección inscrita en la esencia misma del hom bre. La pala bra de Dios y la razón van juntas. Seguir la palab ra de Dios, estar con Cristo, significa para el homb re realizarse a sí mismo; perde rlo equivale a perderse a sí mismo. 29 de mayo de 2007
unos cincuenta cristianos celebrando la Eucaristía dominical en el norte de África, y los arrestaro n. Se ha con servado el protocolo del proceso. El procónsul dijo al pr es bí tero Saturn in o: «Has ac tu ado co ntr a la ord en de los emperadores y Césares al congregar aquí a toda esta gente.» El redactor cristiano añade que la respuesta del pr es bí tero vino de la in sp irac ió n de l E sp ír itu San to . Fu e ésta: «Hemos celebrado con toda seguridad (securi) lo que es del Señor.» «Lo que es del Señor»: así he ve rtid o la pa labr a l at in a dominicus. Apenas es traducible en su po livalencia. Porque designa el día del Señor, pero remite luego a su contenido, al sacr am ento del Señor, a su resu rrección y su presencia en la Eucaristía. Volvamos al proto colo: el pro có ns ul in sist e e n p edir e xp lic ac ione s; si gue la respuesta serena y magnífica del sacerdote: «Lo hemos hecho porque no podem os om itir lo que es del Señor.» Aquí se expresa de manera inequívoca la conciencia de que el Señor está por encima del señor. Tal conciencia da a este sace rdote la «seguridad» (com o dice él mismo), cuando era evidente la total inseguridad y desamparo exterior de la pequeña com unidad cristiana. Casi más impresionantes aún son las respuestas que dio el dueño de la casa, Emérito, en cuyas depen denc ias tuvo lugar la celebración d ominical de la Eu caristía. A la preg un ta de por qué pe rm itió la re unió n pro hib id a en su casa, contestó que los reunido s eran h erm ano s a los que no podía cerrar la puerta. El procónsul insiste de nuevo. Y entonces queda claro, en la segunda respuesta, el verdadero sujeto y motor. «Debías haberles negado la entrada», había dicho el procónsul. «No podía hacerlo contesta Emérito — quoni am sin e do m in ic o no n pos su tnus»: porq ue no p odemo s esta r sin el día del Señor, sin
cia cristiana. E nlaza con el «no podem os callar», con el deber del anuncio cristiano que hab ían alegado Pedro y Juan para incum plir la la orden de silencio silencio impuesta p or el el san edrí n (Ac. (Ac. 4, 20). 20). «No podemos estar sin el día del Señor.» No es una obediencia penosa a una orden externa de la Iglesia; es expresión expresión de un deb er y un querer íntimo. Es un indicado r de lo lo que se ha convertido en ce ntro de la prop ia exisexistencia, del ser entero. Indica algo tan im porta nte que era pr ec iso is o r e al iz ar a u n co n rie r iesg sg o de d e la vid a, d es de u n a g ran ra n seguridad y libertad interior. A los que así hablaban les par p ar e ce ría rí a ab su rd o c o m p ra r l a su pe rv iven iv en cia ci a y la p az externa con la renuncia a este fundamento vital. Ellos no pen p en sa ro n en u n a ca su ís tica ti ca qu e, p o n d e ra n d o la opció op ció n entre el deber dominicano y el debe r ciudadano, e ntre el el pr ec ep to de la Ig lesi le siaa y la am a m en az a de d e la co n d en a a m u e rte, pud iera disp ensa r del del culto como urg encia menor. No se trataba de elegir entre u n precepto y otro, sino entre el sentido de la vida y una vida sin sentido. A esta luz resulta comp rensible la frase de san Ignacio de Antioquía que figura como lema de estas reflexiones; «Vivimos guardand o el día del del Señor, en el que resucitó tam bién nu estra vida. [...]» [...]» «Quien ten ga sed, ven ga a m í y beba», dice Cristo el último día, el más solemne de la fiesta de las Chozas (Jn. 7, 38). La fiesta recuerda la sed que padeció Israel en el desierto ardiente y sin agua, que aparece como u n reino de la m uerte sin salida posible. Pero Cris Cris-to se muestra como roca de la que man a la fuente fuente inagoinagotable de agua fresca: en la muerte, llega a ser fuente de vida. El que teng a sed, venga. ¿No se nos ha con vertido el mu ndo, con todo su sab er y poder, en un desierto donde no podemos encontrar ya la fuente viva? El que tenga
guiente valga valga tambié n pa ra nosotros: «Si alguien cree en mí, de su entr añ a m ana rán ríos de ag ua viva viva»» (7, 38) 38).. La vida, la verdadera, no se puede simplemente «tomar», simplemente recibir. Nos introduce en la dinámica del dar: dar: en la din ám ica de C risto, risto, que es la vida. «¿Cómo podríam os vivir sin él?» él?» La resurrec ción, fund fu nd am en to de la vida cristian a...,
pp. 7374 44. 4 Tales Tales testimo nios de prim era h ora en la historia de la Iglesia Iglesia pue den dar lug ar a consideracione s nostálgicas si las comparamos al hastío dominical de los cristianos centroeuropeo s de hoy. hoy. Pero la crisis crisis del domingo no comienza en nuestros días. Asoma desde el momento en que no se vive el deber interno del domingo —«no podemos estar sin el domingo »— y el debe r dominical a par ece como precep to eclesiástico eclesiástico impuesto, como un a necesidad extern a que se va va estrechand o cad a vez vez más, como todas las obligaciones que vienen de fuera, hasta que sólo sólo queda la carga de tene r que asistir media hora a u n ritual extraño. Indagar cuándo y por qué se puede dis pe ns ar de él re su lta, lt a, co n el tie m po , m ás im p o rt a n te qu e indagar por qué se debe asistir normalmente, y al final no queda otra sa lida que alejarse sin dispensa. La resurrec ción, fund fu nd am en to de la vida cris tiana..., tiana.. .,
p. 75 45. 4 No se tra ta de positivismo o ansia de pod er cuan do a Iglesia Iglesia nos dice que la Euc aristía es parte del domingo. En la la ma ñan a de Pascua, p rimero las mujeres y luego los discípulo discípuloss tuviero n la g racia de ver al Señor. Desde en tonces supieron que el primer día de la semana, el do-
Creación y redención caminan juntas. Por esto es tan importante el domingo. Está bien que hoy en muchas culturas, el domingo sea un día libre o, juntamente con el sábado, con stituya el deno min ado «fin «fin de semana» li bre. br e. Pe ro este es te tiem ti em po libr li br e p er m an ec e vací va cíoo si en él no está Dios. Dios. 21 de agosto de 2005 46 . 4 Queridos amigos, a veces, en principio, puede resultar incómodo tener que programar en el domingo también la misa. Pero si tomáis este compromiso, constataréis m ás tarde que es exactamen te esto lo lo que da sentido al tiempo libre. No os dejéis disuadir de participar en la Eucaristía dominical y ayudad tam bién a los demás demás a descubrirla. Ciertame nte, para qu e de ésa em ane la alealegría que que necesitamos, necesitamos, debemos apre nder a com prenderla cada vez más profundamente, debemos aprender a ama rla. Com prom etám onos a ello, ¡va ¡vale le la pena! pena! 21 de agosto de 2005 47 . 4 Descubramos la íntima riqueza de la liturgia de la Iglesia y su verdadera grandeza: no somos nosotros los que hacemos fiesta para nosotros, sino que es, en cam bio , el m ism is m o D ios vivi v ivien ente te el q ue p re p a ra u n a fie f iest staa par p araa nosotros. Con el amor a la Eucaristía redescubriréis tamb ién el sacram ento de la Recon ciliación, ciliación, en el cual la la bo b o nd ad m iser is er ic o rd io sa de Dios Dio s p er m ite it e siem si em pr e ini cia r de nuevo nu estra vida. 21 de agosto de 2005 48 . 4 En A bitina, bitina, pequ eña localidad de la actual Túnez, Túnez, mientras, 4 9 cristianos fueron sorprendidos u n dom ingo mientras, reunido s en la casa de Octavio Féli Félix, x, celebrab an la Euca-
ser arrestados fueron llevados a Cartago para ser interrogados po r el procón sul Anulino. Fue significativa, significativa, entre otras, la respuesta que un cierto Emérito dio al procónsul cónsul que le preguntaba por qué hab ían transgredido la severa severa orden del em perador. Respondió: «Sine dominico non possumus»; es decir, sin reunimos en asamblea el domingo para celebrar la Eucaristía no podemos vivir. Nos fa ltar lt ar ía n las fu er za s p a ra a fr o n ta r las difi di ficu cu lta de s diarias y no sucum bir. Después de atroces tortu ras, estos 49 má rtires de Abitina fueron asesinados. Así, Así, con la efusión de la sangre, confirm aron su fe. fe. Murieron, p ero vencieron; cieron; ahora los recordam os en la gloria de Cristo Cristo resucitado. Sobre la experiencia de los mártires de Abitina debemos reflexionar también nosotros, cristianos del siglo glo xxi. xxi. Ni siquiera par a n osotros es fácil fácil vivir vivir como cristianos, aunque no existan esas prohibiciones del emperador. rador. Pero, Pero, desde un pun to de vista espiritual, espiritual, el mun do en el que vivimos, marcado a menudo por el consumis mo desenfrenado, por la indiferencia religiosa y por un secularismo cerrado a la trascendencia, puede parecer un desierto no menos inhósp ito que aquel «inmenso y terrible» (Dt. 8 , 15) 15) del que nos ha ha blado la prim era lectura, tomad a del libro del Deuteronom io. 29 de mayo de 2005 49. 4 JeanPaul Sartre, en su obra «A puerta cerrada», nos ha m ostrado al hombre como un ser que está está cautivo sin esperanza y sin salida. salida. Él resum e la triste imag en del hom bre en estas pala bras: «el «el infierno infierno , son los otros». Y porque la realidad es así, porque el hombre es el infierno del hombre, por eso el infierno está en todas partes, por eso no hay salida, por eso las puertas están cerradas en todas partes.
¡Sal! Y ahora, entonces, vale todo lo contrario: el cielo, son los otros. Cristo nos llama a enc on trar el cielo cielo en Él, a encontrarlo en los otros y así ser cielo el uno para el otro, d ejar que el cielo cielo brille en esta tierra, que venga a nosotros su cielo. cielo. Jesús nos tiende la ma no en su m ensa je de Pa scua sc ua , en el m iste is te rio ri o d e los l os sa cr am en to s, p a ra que qu e aho ra sea Pascua, para que la luz del cielo cielo surja en este mu ndo y las puerta s se abran. ¡Cojamos ¡Cojamos su mano! Amén. Amén. Mirem os al trasp asado, pp. 162163 162163
CAPÍTULO 5
VIDA CRISTIANA
Ser c ri st ia n o
1. 5 El cristianismo no era solamente una «buena noticia», una comunicación de contenidos desconocidos hasta aquel momento. En nuestro lenguaje se diría: el mensaje cristiano no era sólo «informativo», sino «per formativo». Eso significa que el Evangelio no es solamente una com unicación de cosas que se pued en saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva. Spe Salvi, 2
2. 5 2. 5 «Sed perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto» (Mt. 5, 48). Esta conclusión tan inconcebible del Sermón de la Montaña significa, significa, por tanto: dejaos co ntagiar giar por la dinámica de un a mo r que no puede quedarse contemplando el esplendor del cielo cielo cuando el clamor de los los que sufren sube desde la tierra. B revemente me c ontaba un obispo que, el día de su primera misa, su padre le dijo: dijo: prefiero verte mu erto an tes que con el corazó
no, significa esto: irrumpir con Cristo para devolver lo regalado, para transform ar toda forma de pobreza. Evangelio, catequesis, catecismo, p. 36
3. 5 El santo es aquel que está tan fascinado po r la belleza de Dios y por su p erfecta verdad que queda progresivamente transformado. Por esta belleza y verdad está dispuesto a renunciar a todo, incluso a sí mismo. Le es suficiente el am or de Dios, que experim enta en el servicio humilde y desinteresado del prójimo, especialmente de aquellos que no tienen la capacidad de corresponder. 23 de octubre d e 2005 4. 5 Los santos son los verdaderos porta dores de luz en la historia, porque son ho mb res y mujeres de fe, esperanza y amor. Deus Caritas est, n.° 40 5. 5 El hom bre nuevo no es una utopía: existe, y en la medida en que estemos unidos a él, la esperanza está presente, no se trata de un puro futuro. La vida eterna, la verdadera comunión, la liberación, no son utopías, pura espera de lo inconsistente. La «vida eterna» es la vida real, y tamb ién hoy está presente la com unión con Jesús. Agustín ha subrayado esta presencia de la esperanza cristiana en su exposición del versículo de la Epístola a los Romanos: «Con esta esperanza nos salvaron» ( 8 , 24). Dice a este respecto: Pablo no enseña que h abrá una es pe ra nza para no so tros , no , él dice: No s salvaron . Cierta mente aún no vemos lo que esperamos, pero ya somos cuerpo de la Cabeza en quien ya es presencia lo que nosotros esperamos.
6.
5 Id contra la corriente: no escuchéis las voces interesadas o seductoras que hoy prom ueven m odelos de vida caracterizados por la arrogancia y la violencia, por la pr ep ot en cia y el éxito a to do coste , p or la ap ari en cia y po r el te ner en de trim ento del ser. N o te ng áis m ied o, que ridos jóvenes, de preferir los cam inos «alternativos» indicados por el auténtico am or: un estilo de vida sobrio y solidario; relaciones afectivas sinceras y puras; un com prom iso ho ne sto en el es tu di o y en el trab ajo; el in te ré s pr ofun do por el bi en co m ún . Vu estro s co etán eo s, au n que también los adultos, y especialmente quienes parecen estar más lejos de la m entalidad y de los valores del Evangelio, tienen una necesidad profunda de ver a alguien que se atreva a vivir según la plenitud de hu m an idad manifestada p or Jesucristo. 2 de septiembre de 2007 7. 5 No son los elemen tos del cosm os, las leyes de la ma teria, lo que en definitiva gobierna el mundo y el hom bre, sino qu e es un Dios per so nal qu ien go bi er na las es trellas, es decir, el universo; la últim a in stan cia no son las leyes de la ma teria y de la evolución, sino la razón, la voluntad, el amor: un a Persona. Y si conocem os a esta P ersona, y ella a nosotros, entonces el inexorable poder de los elementos ma teriales ya no es la últim a instancia; ya no somos esclavos del universo y de sus leyes, ahora somos libres. Esta toma de conciencia ha influenciado en la Antigüedad a los espíritus genuinos q ue esta ban en bú sq ue da . El cielo no es tá vacío. La vida no es el sim ple pr od uc to de las leyes y de la ca su al id ad de la m at er ia , sino que en todo, y al mismo tiem po po r encima de todo, bay una v olun tad pe rs on al, ha y u n Esp íritu qu e e n Je sú s se ha revelado co mo Amor.
8.
5 Conociendo un poco la historia de los santos, sa biend o qu e en los pr oc es os de ca noni za ci ón se busc a la virtud «heroica» podemos tener, casi inevitablemente, un concepto equivocado de la santidad porque tendemos a pensar: «Esto no es para mí»; «yo no me siento capaz de practicar virtudes heroicas»; «es un ideal demasiado alto para mí». En ese caso la santidad estaría reservada par a algu no s «gran des» de qu iene s vemos su s im ágenes en los altares y que son muy diferentes a nosotros, normales pecadores. Ésa sería una idea totalmente equivocada de la santidad, una concepción errón ea que ha sido corregida —y esto me parece un p unto central— precisamente p or Josema ría Escrivá. «Dejad ob rar a Dios», L’Osservatore Rom ano , 6X02 9. 5 [María] Sabe que contribuy e a la salvación del mun do, no con una obra suya, sino sólo poniéndose plenamen te a disposición de la iniciativa de Dios. Es una m u je r de es pe ranz a: sólo po rq ue cree en las pr om es as de Dios y espera la salvación de Israel, el ángel puede presentarse a Ella y llamarla al servicio total de estas promesas. Es una mujer de fe: «¡Dichosa tú, que has creído!», le dice Isa bel (Le. 1, 45). Deus Caritas est, n.° 41
10. 5 Vivir el Decálogo significa vivir la prop ia sem ejanza con Dios, respon der a la verdad de nu estra esencia y, de este modo, hacer el bien. Dicho de otro modo, vivir el Decálogo significa vivir la sem ejanza d ivina del hom bre, y en eso consiste la libertad: la fusión de nu estro ser con el Ser divino y la armonía, que de ahí se sigue, de todos con todos.
1 1 . 5 [...]
la relación co n Jesús es un a relación con Aquel que se entregó a sí mismo en rescate por todos nosotros (cfr. 1 Tim. 2, 6 ). Estar en comu nión con Jesucristo nos hace partic ipar en su ser «para todos», hace que éste sea nuestro m odo de ser. Nos com prom ete en favor de los demás, pero sólo estando en comunión con Él podemos realmente llegar a ser para los dem ás, para to dos.[...] En la vida de san Agustín podemos observar de modo conmovedor la mism a relación entre am or de Dios y respo nsabilidad para con los hombres. Tras su conversión a la fe cristiana quiso, junto co n algunos amigos de ideas afines, llevar una vida que estuviera ded icada totalm ente a la palabra de Dios y a las cosas eternas. Quiso realizar con valores cristianos el ideal de la vida contemplativa descrito en la gran filosofía griega, eligiendo de este modo «la mejor parte» (Le. 10, 42). Pero las cosas fuer on de otra manera. M ientras participaba en la misa dom inical, en la ciudad portuaria de Hipona, fue llamado aparte por el obispo, fuera de la m uche dum bre, y obligado a dejarse ordenar para ejercer el ministerio sacerdotal en aquella ciudad. Fijándose retrospectivamente en aquel momento, escribe en sus Confesiones: «Aterrado por mis pecado s y p or el p eso e norm e de mis m iserias, hab ía m editado en mi corazón y decidido h uir a la soledad. Mas tú me lo prohibiste y me tranquilizaste, diciendo: “Cristo murió por todos, pa ra qu e los que viven ya no vivan para sí, sino para él que murió por ellos”» (cfr. 2 Cor. 5, 15). Cristo murió por todos. Vivir para Él significa dejarse moldear en su «serpara». Spe Salvi, n.° 28
5 [...] para la repres enta ción de la figura del pa stor la Iglesia prim itiva podía re ferirse a m odelos ya existentes
men te el sueño de u na vida se rena y sencilla, de la cual tenía nostalgia la gente inmersa en la confusión de la ciudad. Pero ahora la imagen era contemplada en un nuevo escenario que le daba un contenido más p rofundo: «El Señ or es mi pastor, nada m e falta [...] Aunq ue camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo [...]» (Sal. 22, 14). El verdadero pastor es Aquel que conoce tamb ién el camino qu e pasa po r el valle de la muerte; Aquel que incluso p or el cam ino de la última soledad, en el que nadie me puede acompañar, va conmigo guiándome p ara atravesarlo: Él mismo ha recorrido este camino, ha bajado al reino de la muerte, la ha vencido, y ha vuelto para aco mpa ñarnos ahora y darnos la certeza de que, con Él, se encuentra siempre un pa so ab ie rto. Sab er qu e existe Aquel qu e me ac om pa ña incluso en la mu erte y que con su «vara y su cayado me sosiega», de modo que «nada temo» (cfr. Sal. 22, 4), era la nueva «esperanza» que brotaba en la vida de los creyentes. Spe Salvi, n.° 6
13. 5 El eterno Sentido del mu ndo h a llegado a nosotros de forma ta n real y verdadera que se lo puede to car y mira r (cfr. 1 Jn. 1,1). Pu es lo que Jua n llama «la Palabra» significa en griego al mismo tiempo tanto como «el sentido». P or eso podríam os traducir, co n toda justeza: «El Sentido se hizo carne.» Pero este Sentido no es simplem ente una idea general que se encuentra escondida dentro del mismo mundo. El Sentido se vuelve hacia no sotros. El Sentido es un a pala br a, una in terp el ac ió n qu e ése no s d irige. El Sen tid o nos conoce, nos llama, nos cond uce. El Sentido no es una ley general en la que desempeñamos algún tipo de papel Ese Sentido está pensado de forma totalmente personal
pa ra ca da un o. Él m ism o es pe rson a: es el Hijo del Dios vivo, que n ació en el establo de Belén. La bend ición de la Navidad, p. 110
Vida de pieda d
14. 5 Tener trat o con D ios pa ra m í es un a neces idad. Tan necesario como respirar todos los días, como ver la luz o comer a diario, o tener amistades, todas esas cosas son necesarias, es parte esencial de nuestra vida. Pues es lo mismo. Si Dios dejara de existir, yo no podría re spi rar es pirit ua lm en te. E n el t ra to co n Dios n o h ay ha stío posible. Tal vez pueda haberlo en algún ejercicio de piedad, en alguna lectura piadosa, pero nunca en una relación con Dios como tal. La sal de la Tierra, pp. 1314
15. 5 Un hom bre desesp erado no reza, porque n o espera; un hombre seguro de su poder y de sí mismo no reza, po rque co nfía ú nic am en te en sí m ism o. Quien re za es pe ra en una bondad y en un poder que van m ás allá de sus prop ias p osibilida de s. Mirara Cristo, pp. 7172
16. 5 [...] Zacarías está aquí descrito con una sola frase: es un ho mbre que ora. Y esto significa que es un hom bre que cree. Y tamb ién que es un hom bre que espera. O dicho de otro modo: no cree sim plemente que tal vez en alguna parte exista un se r superior, del que po r lo demás, no sabe nada y que, por añad idura, no se hace notar, sino que cree que Dios existe. Y esto significa qu e p ara él ni el n^undo es indiferente n i se le ha ido de las ma nos. Significa que todo lo que tenemo s que ha cer es abrirnos a es-
tas manos, porque quiere y puede actuar, aunque hace cosas distintas de las que imaginamos en nuestras oraciones. Hizo cosas distintas de las que esperaba el joven Zacarías y también distintas de las que había esperado más tarde. Tan distintas que, al principio, tuvo que quedarse mud o, pa ra ap rend er de nuevo el lenguaje de Dios. Servidor de vuestra alegría, pp.
4243
17. 5 [...] la oración debe ser también un camino para nosotros m ismos, un c amino a lo largo del cual vayamos aprend iendo po co a poco a ver cada vez más que lo que es inadm isible es que todo termine en un enquistamien to en nue stro egoísmo. Servidor de vuestra alegría, p.
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18. 5 Mediante la oración debemo s ser más libres; debemos tomarnos con menos seriedad a nosotros mismos y con más seriedad a él, para descubrir así la esencia ge nuina de la oración: pedir a Dios por la salvación del mund o, tamb ién hoy. También hoy debemos confiar en él, pues él —y sólo él— es capaz de d ar en esta h ora la salvación al mundo. Servidor de vuestra alegría, p.
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19. 5 La beata Teresa de Calcuta es un ejem plo evidente de que el tiempo dedicado a Dios en la oración no sólo deja de ser un obstáculo para la eficacia y la dedicación al amo r al prójimo, sino que es en realidad una fuente inagotable par a ello. En su ca rta pa ra la Cu aresma de 1996 la beata escribía a sus colaboradores laicos: «Nosotros necesitamos esta unión ín tima con Dios en nue stra vida cotidiana. Y ¿cómo podem os con seguirla? A través de la oración.» Deus Caritas est, n.° 122
36 y 37
20. 5 [Alejandro, niño romano que ha recibido la primera Comunión, le pregunta: ¿Para qué sirve, en la vida de to dos los días, ir a la santa misa y recibir la Comunión?]
Sirve para hallar el centro de la vida. La vivimos en medio de muchas cosas. Y las personas que no van a la iglesia no saben que les falta precisamen te Jesús. Pero sienten que les falta algo en su vida. Si Dios está ausente en mi vida, si Jesús está ausente en mi vida, me falta una orientación, me falta una am istad esencial, me falta tam bién una aleg ría qu e es im por ta nte para la vida. Me falta también la fuerza para crecer como hom bre, para sup erar mis vicios y mad urar hum aname nte. Po r consiguiente, no vemos en seguida el efecto de estar con Jesús c uan do vamos a recib ir la Comun ión; se ve con el tiempo . Del mismo m odo que a lo largo de las semanas, de los años, se siente cada vez más la ause ncia de Dios, la ause ncia de Jesús. Es una laguna fundamental y destructora. Ahora po dría habla r fácilm en te de los pa íse s do nd e el ateísm o ha gobernado duran te muc hos años; se han destruido las almas, y tamb ién la tierra; y así podemos ver que es im po rta nt e, más aú n, fu nda m en tal, al im en tarse de Jesús en la Comunión. Es él quien nos da la luz, quien nos orienta en nuestra vida, quien nos da la orientación que necesitamos. 15 de octubre de 2005 21. 5 [...] con un instrumento musical de cuerdas, que tiene una cuerda rota, no se puede tocar bien una pieza musical. Así, en este imperativo («perfecti estote», sed perfecto s) nues tra al m a es c om o u na re d ap os tó lic a q ue, sin embargo, a m enudo casi no sirve, porque está desgarrada por nuestras intenciones; o como un instrumento musical en el que, por desgracia, alguna cue rda está rota y>p or tanto, la m úsica de Dios, que debería son ar en lo 12 3
más hondo de nuestra alma, ya no resuena bien. Arreglar este instrum ento, conoce r las laceraciones, las destrucciones, las negligencias, lo descuidado que está, y tratar de que este instrumento sea perfecto, sea completo, de modo que c um pla el fin para el que el Señor lo ha creado. Y así este imperativo puede ser también una invitación al examen regular de conciencia, para ve r cómo está mi instrumento, hasta qué punto está descuidado, o ya no funciona, para tratar de que vuelva a funcionar. Es también una invitación al sacramento de la Reconciliación, en el que Dios mismo arregla este instrumento y nos da de nuevo la plenitud, la perfección, la funcionalidad, para que en esta alma pu eda resonar la alabanza a Dios. 3 de octubre de 2005 22. 5 Un lugar prim ero y esencial de aprendiza je de la es pera nz a es la o ración . Cua nd o ya nad ie me e scuc ha , Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pue da ay udarm e —cuando se trata de un a necesidad o de una expectativa que supera la capacidad huma na de esperar—, El puede ayudarme. Si me veo relegado a la extrema soledad...; el que reza nunca está totalmente solo. De sus trece años de pr isión, nu eve de los cu ales en ai slam iento, el inolvida ble ca rd en al Nguyen Van Thua n no s ha de jado un pre cioso opúsculo: Oraciones de esperanza. Durante trece años en la cárcel, en una situación de desesperación ap arentemente total, la escucha de Dios, el poder hablarle, fue para él una fuerza creciente de esperanza, que des pu és de su lib erac ió n le per m itió se r p ara los hom bre s de todo el mundo un testigo de la esperanza, esa gran espe124
ranza que no se apaga ni siquiera en las noches de la soledad. Spe Salvi, n.° 32 23. 5 [Agustín] define la oración como un ejercicio del deseo. El hom bre ha sido creado pa ra una g ran realidad, pa ra Dios m ism o, para se r colm ad o p or Él. Pe ro su cora zón es demasiado pequeño para la gran realidad que se le entrega. Tiene que ser ensa nchado . «Dios, retardan do (su don), ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y, ensanchándola, la hace capaz (de su don).» Agustín se refiere a san Pablo, el cual dice de sí mismo que vive lanz ado hac ia lo que e stá po r delan te (cfr. Flp 3, 13). Después usa una imagen muy bella para describir este proc eso de en sa nch am ie nto y pre para ci ón del co ra zó n humano. «Imagínate que Dios quiere llenarte de miel (símbolo de la tern ura y la bo ndad de Dios); si estás lleno de vinagre, ¿dónde pondrás la miel?» El vaso, es decir el corazón, tiene que ser antes ensanchado y luego purificado: liberado del vinagre y de su sabor. Eso requiere esfuerzo, es doloroso, pero sólo así se logra la capacitación pa ra lo q ue es tamos de stin ad os . Spe Salvi, n.° 33
24. 5 Rezar no significa salir de la historia y retirarse en el rincón privado de la propia felicidad. El modo apro pia do de ora r es u n pr oc es o de pu rifica ción in te rior qu e nos hace capaces para Dios y, precisamente por eso, ca paces ta m bié n para los de más. En la orac ión, el h om br e ha de aprender qué es lo que verdaderamente puede pe dirle a Dios, lo que es digno de Dios. Ha de apre nd er que no puede rezar contra el otro. Ha de aprender que no Puede pedir cosas superficiales y banales que desea en ese momento, la pequeña esperanza equivocada que lo
aleja de Dios. Ha de p urificar sus deseos y sus esperan zas. Debe liberarse de las mentiras oc ultas con que se engaña a sí mismo: Dios las escruta, y la confrontación con Dios obliga al hom bre a reconocerlas tam bién. Spe Salvi, n.° 33
25 . 5 Para que la oración produz ca esta fuerza purifica dora debe ser, por una p arte, muy personal, una confrontación de mi yo con Dios, con el Dios vivo. Pero, po r otra, ha de estar guiada e iluminada una y otra vez por las grand es oracio nes de la Iglesia y de los santos, por la oración litúrgica, en la cual el Señor nos enseña con stantemente a rezar correctamente. El cardenal Nguyen Van Thuan cuenta en su libro Ejercicios espirituales cómo en su vida hubo largos períodos de incapacidad de rezar y cómo él se aferró a las pa labra s de la orac ión de la Iglesia: el Padren uestro, el Avemaria y las oracio nes de la liturgia. En la oración tiene que haber siempre esta interrela ción entre oración pública y oración personal. Así podemos hablar a Dios, y así Dios nos habla a nosotros. De este modo se realizan en nosotros las purificaciones, a través de las cuales llegamos a ser capaces de Dios e idóneos para servir a los homb res. Spe Salvi, n.° 34
26. 5 La muerte de Jonás —de acuerdo con la tradición rabínica — fue una mu erte voluntaria po r la salvación de Israel, y por esa raz ón fue Jonás «un justo perfecto». El signo del verdadero justo, del justo perfecto, es la mu erte voluntaria p or la salvación de los otros. Este signo nos lo ha ofrecido Jesús. Él es el verdade ro justo. Su signo es su muerte. Su signo es su cruz. Con este signo volverá al final de los tiempos. Y será este signo el juicio del mundo, el juicio de nue stra vida. Pongam os desde ah ora m is-
mo nu estra vida bajo este signo, día tras día; aceptem os y reconozca mos el signo de Jonás haciendo la señal de la cruz al principio y al final de nue stras oraciones. El camin o pascual, p. 42
27. 5 Diría que la adorac ión es reconoc er que Jesús es mi Señor, que Jesús me señala el camino que debo tomar, me hace co mp rende r que sólo vivo bien si conozco el camino indicad o p or él, sólo si sigo el camino que él me señala. Así pues, adorar es decir: «Jesús, yo soy tuyo y te sigo en mi vida; no quisiera perder jamás esta amistad, esta comunión contigo.» También podría decir que la adoración es, en su esencia, un abrazo con Jesús, en el que le digo: «Yo soy tuyo y te pido que tú tam bié n estés siempre conmigo.» 15 de octub re de 2005 28. 5 No denigra al ser humano. Esa relación no lo convierte en un fin, sino que le confiere su grande za porqu e él mismo mantiene una relación directa con Dios y ha sido querido po r Dios. Por eso no se debe contem plar la adoración a Dios como un asunto externo, como si Dios quisiera ser alabado o precisase de halagos. Eso lógicamente sería infantil y, en el fondo, enojoso y ridículo. Dios y el mun do, pp. 104105
29. 5 El rosario y el viacrucis no son o tra cosa que u na g uía que el corazón de la Iglesia ha descubierto pa ra ap rend er a ver a Jesús y llegar así a responder de la misma forma que las gentes de Nínive: con la penitencia, con la conversión. El rosario y el viacrucis constituyen desde hace siglos la gran escuela donde aprend emo s a ver a Jesús. El camin o pascual, pp. 3940 127
30 . 5 El origen del rosario se rem onta a la Ed ad Media. Por entonces m uchas personas n o sabían leer, lo que les imped ía particip ar en los salmos bíblicos. Por eso se buscó un salterio p ara ellas, y se halló en la orac ión a María con los m isterios de la vida de Jesucristo. Afectan al que reza de un a form a meditativa, en la que la repetición tranqu iliza el alma, y aferrarse a la palabra, sobre todo a la figura de M aría y a las imágenes de Cristo que pasan ante un o m ientras tanto, sosiega y libera el alm a y le conc ede la visión de Dios. Lo que importa no es tanto seguir con esfuerzo cada pal abra de m anera ra cion al, sino to do lo co ntrar io , de ja rs e lleva r por la ca lm a de la repe tic ió n, por lo ca de ncioso Máxime teniendo en cu enta que no se trata de palabras vacías. Traen a mis ojos y a mi alma grandes imágenes y visiones, y sobre todo, la figura de María y a través de ella la de Jesús. Dios y el mu ndo, p. 299 31. 5 Jerónimo se preguntaba: «¿Cómo es posible vivir sin la ciencia de las Escrituras, a través de las cuales se aprend e a c onoce r al mismo Cristo, que es la vida de los creyentes?» [La Biblia, instrume nto] con el que ca da día Dios habla a los fieles, se convierte de este modo en estímulo y m anan tial de la vida cristiana pa ra todas las situaciones y para toda persona. Leer la Escritura es conversar con Dios. «Si rezas —escribe a una joven noble de Roma— hablas con el Esposo; si lees, es Él quien te habla.» 18 de noviem bre de 2007 32. 5 Jesús nos incita a la oración: «Pedid y se os dará, busc ad y en co nt ra ré is, llam ad y se os ab rirá » (Mt. 7, 7). Estas palabras de Jesús son sumamente preciosas, por128
que expresan la relación entre Dios y el hombre y res po nd en a un pro ble m a fu nda m en ta l de to da la histo ria de las religiones y de nue stra vida personal. ¿Es justo y bu en o p edir algo a Dios, o es qu iz á la a laba nz a, la adora ción y la acción de gracias, es decir, un a oració n de sinteresada, la única respue sta adecua da a la trascend encia y a la majestad de Dios? ¿No nos apoyamos acaso en una idea primitiva de Dios y del hombre cuando nos dirigimos a Dios, Se ñor del universo, pa ra pedirle me rcedes? Jesús ignora este temor. No ense ña u na religión elitista, exquisitamente desinteresada; es diferente a la idea de Dios que nos transm ite Jesús: su Dios se halla m uy cerca del hombre; es un Dios bueno y poderoso. La religión de Jesús es muy humana, muy sencilla; es la religión de los humildes [...]. El camin o pascual, p. 43
33. 5 Al rechazar la oración de pe tición y adm itir única mente la alabanza desinteresada de Dios, se fundan de hecho en una autosuficiencia que no corresponde a la condición indigente del hom bre, tal como ésta se expresa en las palabras de Ester: «¡Ven en mi ayuda!» En la raíz de esta elevada actitud, no quiere molestar a Dios con nuestras fútiles necesidades, se oculta con frecuencia la duda de si Dios es verdaderamente capaz de res pon de r a las re alid ad es de nuest ra vida y a la duda de si Dios puede cambiar n uestra situación y entrar en la realidad de nue stra existencia terrena. El cam ino pasc ual, p. 44
34. 5 La oración ap unta a la realidad. Es oída y atendida . Dios es, pues, aquel que tiene el poder, la capacidad, la voluntad y la paciencia de escuchar a los hombres. Es tan grande que puede estar también al lado de lo peque-
ño. Y aunque el universo se rige por leyes estables, no quiere esto dec ir que esté fuera del alcance del poder del amor, que es el poder de Dios. Dios debe responder. Servidor de vu estra alegría, pp. 3940
Hac erse niñ os
35 . 5 «En ve rdad os digo, si no os volviereis y os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt. 18, 3). [...] ¿En qué consiste exactamente este ser niños, que Jesús considera como necesidad ineludible? [...] El exegeta alemán Joachim Jeremías dice con mucho acierto qúe ser niños, en el sentido de Jesús, significa aprender a decir Padre. Para comprender la enorme fuerza que se encierra en esta palabra es preciso leerla en la pe rspe ctiva de Jesús, el Hijo. El hom bre qu ie re se r Dios y —dando a esta expresión su sentido correcto— debe llegar a serlo. Pero cuando tra ta de serlo emancipán dose de Dios y de su creatura lidad, po niéndose p or encim a de todo y centrándose en sí mismo, como en el eterno diálogo con la serpiente en el paraíso terrenal; cuando, en una palabra, se hace completamente adulto y emancipado y echa por la borda la infancia como manera de ser, entonces acaba en la nada, porque se pone en contra de su m isma verdad, que significa un referirlo todo a Dios. Sólo si conserva el núcleo más íntimo de la infancia, es decir, la existencia filial vivida anteriormente por Jesús, pu ed e el h om bre entr ar c on el H ijo en la divinida d. El cam ino pasc ual, pp. 8183
36. 5 «Bienaventurados los pobres porqu e vuestro es el Reino de Dios» (Le. 6, 20). En este pasaje, los pobres ocu pan el lu ga r de los niño s. In sistim os en qu e n o se tra ta de 130
una visión romá ntica de la pobreza, ni tampoco de em itir juicios morales sob re individuos concretos, po bres o ricos, sino de la esencia profu nda de la hum anidad . En la condición del pobre se manifiesta con bastante claridad qué quiere decir ser niños: el niño no posee nada po r sí mismo. Todo lo que necesita para vivir lo recibe de los otros, y precisamente en esta su impotencia y desnudez es libre. No ha desa rrollado todavía actitudes q ue disfracen su realidad original. Riqueza y poder son las dos grandes ambiciones del hombre, así se hace esclavo de sus posesione s y se le va el alma tras ellas. Aquel que, en medio de las riquezas, no es capaz de seguir siendo po bre e n lo pro fu ndo de su ser, c on sc ient e d e q ue el m und o está en las manos de Dios y no en las suyas, ha perdido realmente aquella infancia sin la cual no es posible entrar en el Reino. El camin o pascual, p. 83 37. 5 [...] el metropolita griego Stylianos Harkianakis recuerda que Platón, en el Timeo, habla del juicio irónico de un extranjero que afirmaba que los griegos son aeí paídes, eternos niños. Platón no ve en este juicio un rep roche, sino una alabanza de la manera de ser de los griegos: «Comoq uiera que sea, hay un hecho indiscutible: los griegos querían ser un pueblo de filósofos, y no de teenó cratas, es decir, eternos niños, que veían en el asombro la condición más elevada de la existencia. Solamente así pu ed e e xp lic arse el hec ho sig nif ica tiv o d e q ue los grieg os no hicieran uso práctico de sus innumerables hallazgos.» El cam ino pasc ual, pp. 8384 38. 5 Añadimos ahora: ser niños significa también d ecir «madre». Si suprimim os esta posibilidad, eliminamos el 131
factor humano de la infancia de Jesús, dejando únicamente la filiación del Logos, que nos será revelada precisamente por la infancia humana de Jesús. Hans Urs von Baltasar ha expresado admirablemen te esta idea, tanto que vale la pena citarlo aquí ampliamente: « Eu cha ris tía significa hacimiento de gracias: nada tiene de extraño que Jesús dé gracias ofreciéndose y entregándose continuam ente a Dios y a los hombres. ¿A quién d a gracias? Da gracias, ciertamen te, a Dios Padre, mod elo supremo y fuente de todo don... Pero tam bién expresa su gratitud a los pobres pecadores que h an qu erido acogerle, que le abren las puertas de su indigna morada. ¿Da gracias también a alguien más? Sin duda: da gracias a la pobre esclava de la que recibió esta carne y esta sangre cua ndo el Espíritu Sa nto la cubrió con su sombra... ¿Qué apren de Jesús de su madre? Aprende el “sí". No un "sí” cualquiera, sino la palabra “sí”, que avanza siempre, incansablemente. Todo lo que tú quieras, Dios mío, “he aquí a la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”... Esta es la oración católica que Jesús aprendió de su m adre terrena, de la Catholica Mater, que estaba en el mundo antes que él y que fue inspirada por Dios para pronunciar por primera vez esta palabra de la nueva y eterna alianza...» El cam ino pascu al, p. 84
M ue rte y vida eterna
39. 5 Las letan ías de los santos explican la postu ra de la fe cristiana frente a la mue rte en esta petición: Líbranos, Señor, de una muerte tem prana e inesperada. El que a uno se le arrebate súbitamente, sin poder prepararse, sin estar dispuesto, aparece com o el peligro del hombre, del 132
cual quiere ser salvado. Quisiera hacer con plena conciencia el último trecho del camino. Q uiere morir él mismo. Si hoy se intentara formular una letanía de los no creyentes, la petición sería la contraria: Señor, danos un a muerte repen tina e insospechada. Que la muerte venga repentinamente, sin tiempo para pensar ni padecer. Lo pr im er o qu e esto dem ues tra es qu e no se ha co ns eg ui do plena men te la an ul ac ió n del m iedo metafísico . Se la q uisiera dom esticar preferentemente produciendo la mu erte misma, haciéndola desaparecer como cuestión que supera la técnica y que atañ e al ser hombre com o tal. Escatología. La muerte y la vida eterna, p. 76
40. 5 El hombre no puede h acer o dejar de hacer lo que le viene en gana; está som etido a juicio, tiene que re ndir cuentas. Y esta evidencia es válida tanto pa ra los pode rosos como pa ra los sencillos. Cuando tal evidencia es res pe ta da , e sta blec e sus límite s a t od o pod er d e este m un do . Dios es q uien crea la justicia, y sólo Él puede serlo en d efinitiva. Nosotros sólo podemo s alcanz arla en la medida en que vivamos bajo los ojos de Dios y procure mo s hac er par tíci pe al m undo de la ve rd ad del juicio. Po r ello el a rtículo sobre el juicio, con su poder formador de la conciencia, es un contenido central del Evangelio y es verdaderam ente Buena Noticia. Evangelio, catequesis, catecismo, p. 37 41. 5 En Navidad [recuerda la muerte de su padre] nos cubrió de regalos con una generosidad incomprensible; sentíamos que co nsideraba aquélla su última Navidad, pe ro no pod ía m os cree rlo , pu es to qu e ex te riorm en te no daba signo alguno de decaimiento. Una noche, a m ediados de agosto, se sintió muy mal y necesitó varios días p ara re cu per ar se . El do min go 23 de ag os to mi m ad re lo 133
invitó a dar un paseo ha sta el lugar en que ha bíam os vivido y donde estaban nuestras amistades; caminaron ju nto s en aq ue l día ca lu ro so de ve rano más de diez kilómetros. Mientras volvían a casa, mi ma dre quedó impresionada p or el fervor con que rezó du rante u na breve visita a la iglesia y, cuando llegaron, por la inquietud interior con que esperaba el regreso de nosotros tres de una excursión a Tittmoning. Durante la cena, se levantó y cayó desvanecido junto a la escalera. Se tratab a de un grave ataque apopléjico, al cual sucumbió después de dos días de agonía. Nos sentíamos agradecidos de podernos encontrar todos juntos en torno a su lecho y de po de rle m ost ra r una vez m ás nues tro am or, qu e él re ci bía co n gr atitud , au nq ue no pu di es e ya hablar. Cu an do, despu és de este suceso, volví de nuevo a Bo nn, sen tía que el mundo se había vuelto un poco más vacío para mí y que una p arte de mi persona, de mi hogar, se había m archado al otro mundo. Mi vida, recuerdos (1927-1977 ), pp.
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42. 5 Cada vez más, se insiste en qu e el sentido de la vida eterna en el hombre moderno, también en el cristiano actual, ha llegado a ser sorprenden teme nte débil: sermones sobre el cielo, el infierno y el pu rgat orio d ifícilmente llegamos hoy a escucharlos. Preguntemos de nuevo: ¿dónde está el origen de esto? Yo creo que tiene que ver de un m odo esencial con la imagen de Dios y de su relación con el mund o [...]. Apenas podemos ya im aginarnos que Dios haga realmente algo en el mu ndo y en los hom bres, q ue él m ism o sea u n su jeto qu e a ctú a en la historia. [...] Hoy pensam os que el acon tecer del mu ndo se explica exclusivamente por medio de factores internos a él. Nad ie se ocu pa de él al m ar ge n de no so tro s mism os, y por ello ta m po co esperam os nada d e n ad ie, al m ar ge n de 134
nosotros mismos, que nos sabemos, ciertamente, de nuevo en completa dependencia de las leyes de la naturaleza y de la historia. Dios ya no es —digámo slo ya— un sujeto que actúa en la historia; es, en el mejor de los casos, una hipótesis al margen. Mi gozo es estar a tu lado, pp. 146147 43. 5 [...] un horizo nte eterno p ara n uestra existencia no nos parece deseable: ella ya es bastante lastimosa, y si todo fuera bueno, entonces la idea de eternidad nos parece como una condenación al aburrimiento; en pocas pa labr as , co mo dem as ia do para so po rtar lo el ho mbr e. Pero frente a esto hem os de hacer aho ra la pregu nta contraria: ¿es cierto que no esperam os nad a m ás? [...] Pero en realidad, ¿qué esperam os? [...] deseamo s que las tinieblas de la incom prensión que nos divide, que la incapacidad para el amo r se extinga y que sea posible el auténtico amor que libera toda nuestra existencia de la cárcel de su soledad, la abre a los demás, a lo infinito, sin destruirnos a nosotros. Podríamos decir también: ansiamos alca nzar el verdadero gozo. Todos nosotros. Mi gozo es es tar a tu lado, p.
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44. 5 El abandono en la esperanza en la eternidad es, pues, sim pl em en te la otr a ca ra del aban do no de la fe en Dios vivo. La fe en la vida eterna sólo es la aplicación a nuestra propia existencia de la fe en Dios. Y, en consecuencia, solamente podrá revitalizarse si encontramos una nueva relación con Dios, si de nuevo empezamos a com prende r a Dios como alguien que actúa en el mundo y en nosotros mismos. «Espero la resurrección de los mu ertos y la vida del mund o futuro», esta expresión no es una exigencia de fe, yuxtapuesta a nu estra afirmació n de fe en Dios y que n os lleva más lejos que ésta; sin o que 135
se trata, simplemente, del desarrollo de lo que significa cree r en Dios, en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La vida eterna no la descubrimos a través del análisis de nuestra propia existencia, ni observándonos a nosotros mismos, con nuestras esperanzas y con nuestras necesidades; al hom bre que está centrado en sí mismo siempre se le escapa la vida eterna. Es en la entrega a Dios donde se mue stra por sí mismo que él, en quien Dios se ha fijado, y a quien ama, tiene parte en su eternidad. Mi gozo es esta r a tu lado, pp.
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45 . 5 ... la vida eterna no es una sucesión infinita de instantes en los que se tendría que intentar superar el aburrimiento y el miedo a lo infinito. Vida eterna es aquella nueva categoría de existencia en la que todo confluye simultáneamente en el ahora del amor, en la nueva cualidad del ser, que está rescatada de la fragm entación de la existencia en el sucederse de los intereses. Mi gozo es es tar a tu lado, pp.
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46 . 5 Es, pues, evidente que la vida eterna no es simplemente «lo que viene después» y de lo que nosotros ahora no podríamos formarnos ni la más remota idea; pues, como se trata de un a forma de existencia, puede estar ya pr es en te en el seno de nues tra vida m at er ia l y de su flu yente temporalidad como lo nuevo, lo otro, lo mayor, si bien siem pr e de mod o frag m en tario e in co mpleto. Pero los límites entre vida temp oral y eterna no son de ningu na manera exclusivamente de naturaleza cronológica: nosotros, por lo general, pensam os que los años previos a la muerte serían la vida temporal y el tiempo infinito posterior se ría lo eterno . Pero co mo la ete rn id ad no es simplemente tiempo sin fin, sino otra forma de existencia, entonces una tal diferencia, m eram ente cronológica, 13 6
no es suficiente. La vida eterna existe en medio de la tem pora lidad , allí do nd e noso tros al ca nza m os el «c ara a cara» con Dios; a través de la contemplación del Dios vivo se puede llegar a algo así como el fund am ento o riginario de nuestra alma. Como un amor poderoso, ya no nos puede ser arrebata do a través de las vicisitudes de la vida, sino que constituye un centro indestructible, del que procede el impulso y la alegría para ir avanzand o ha cia adelante, incluso cu ando las condiciones externas son doloros as y difíciles. Mi gozo es e star a tu lado, pp. 153154 47. 5 Por medio del contacto del alma con Dios el hom br e ap re nd e a ve r las cosas en fo rm a ad ec ua da . Au nque tuviera todas las prioridades posibles en el cielo y en la tierra, ¿de qué le servirían? La satisfacción del simple éxito, del mero poder, del sólo tener, es simp lem ente u na satisfacción engañosa; una simple mirada al mundo actual, a las tragedias de esas personas triun fadoras y poderosas, cuyas almas y cuyos bienes han sido com prados y están vacíos, nos muestra la profunda verdad de esta afirmación. Pues los grandes interroga ntes [...] no se dan entre los pobres y los débiles, sino entre aquellos que aparen teme nte no conocen el infortunio de la vida. Todo que dar ía vacío en el cielo y en la tierra si Dios no existiera, y él se ha puesto p ara siempre de nuestra pa rte. «Esta es la vida eterna, que te conozca n a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo», dice el Seño r en el Eva ngelio de Juan (17, 3). Mi gozo es e sta ra tu lado, pp.
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48 . 5 La vida eterna es aquella forma de vida, en el centro de nuestra existencia terrena actual, que no es afectada por la muerte, porque se extiende más allá de ella. 13 7
En medio del tiempo vive lo eterno, y éste es, por tanto, la primera invocación del artículo del Credo del que hemos partido. Si vivimos de esta mane ra, la esperanza de la comun ión eterna con Dios llegará a ser una gozosa es pera qu e c ar ac terice nuest ra existencia, po rq ue en to nc es también crece en nosotros una representación de su realidad, y su belleza nos transforma interiormente. Se hace, pues, evidente, que en este cara a ca ra con Dios no hay nada egoísta, ningún retorn o a lo mero privado, sino pre ci sa m en te aq ue lla lib er ac ió n del «yo», qu e da plenitud de sentido a la eternidad. Mi gozo es es tar a tu lado, p.
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49. 5 Podemos solamente trata r de salir con nuestro p ensamiento de la temporalidad a la que estamos sujetos y augu rar de algún modo que la eternidad no sea un con tinuo sucederse de días del calendario, sino como el momento pleno de satisfacción, en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad. Sería el momen to del sumergirse en el océano del am or infinito, en el cual el tiempo —el antes y el después— ya no existe. Podemos únicamente tratar de pensar que este momento es la vida en sentido pleno, sumergirse siempre de nuevo en la inm ensidad del ser, a la vez que estamos d es bo rd ad os sim plem en te por la ale gría. En el E va ngelio de Juan , Jesús lo expre sa así: «Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os qu itará vue stra alegría» (16, 22). Tenemos que pensar en esta línea si queremos entende r el objetivo de la esperan za cristiana, qué es lo que esperam os de la fe, de nuestro ser con Cristo. Spe Salvi, n.°
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50. 5 En el Reino del amor del Hijo no existe, según un texto de san Juan Crisóstomo, «la fría palabra mío y 138
tuyo». Como el amo r de Dios nos es com ún a todos, to dos nos pertenecem os unos a otros. Donde Dios es todo en todos, también no sotros estamos todos en todos y todos en uno, som os un ú nico cuerpo, el cuerpo de Cristo, en el que la alegría de uno de los miembros es la de todos los miembros restantes, del mismo modo que el sufrimiento de un miembro es sufrimiento de todos los miembros. Mi gozo es estar a tu lado, pp. 157158 51.5 Presente y eternidad no se encuen tran uno frente al otro y en m utua o posición, como el presente y el futuro, sino que se interpenetran. Ésta es la verdadera diferencia entre u topía y escatología. Mi gozo es estar a t u lado, p. 158 52. 5 [La utopía] es algo así como el agua y los frutos ofrecidos a Tántalo: el agua le llegaba al cuello y los frutos estaban siempre delante de su boca; pero si llevado por la sed q ue le a to rm enta ba que ría beber, el a gu a se r etiraba y le resultaba inaccesible; y si quería probar los frutos, martirizado por el hambre, sucedía lo mismo. Esta antigua representación de la condenación del orgullo como el pecado propiamente humano refleja bien la hybris\ la sustitución de la escatología por la utopía autoco nstruida, es decir, prete nde r llevar a cabo la esperanz a hu m ana p or sus propias fuerzas y sin la fe en Dios. Mi gozo es es tar a tu lado, p.
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53. 5 La fuerza con que la fe en la vida eterna op era en el pr es en te qu izá no pue da ob se rvar se en nin gú n auto r de un modo tan impresionante como en Agustín, que tuvo que experimentar el hundimiento del Imperio rom ano y de todas sus normas civilizadoras, y por tanto, una his139
toria llena de ang ustia y de sobresaltos. Pero él supo y vio que una nueva ciudad iba creciendo, la ciudad de Dios. Cuando él habla de eso, se nota cóm o le quema en su interior: «Si la muerte ha sido abso rbida po r la victoria, entonces ya no existen estas cosas; y habrá paz, com pleta y eterna paz. Estaremo s en una especie de ciudad. Herm anos, cuando yo hablo de esta ciudad, y también cuando las contraried ades aqu í son grandes, puedo entonces pedirme a m í mismo ya no habitarla más...» La ciudad futura lo lleva porque en cierto modo es también ya una ciudad ac tual, allí donde el Señor nos reúne en su carne y hunde nu estra voluntad en la voluntad divina. Mi gozo es es tar a tu lado, pp.
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54 . 5 La vida compartida con Dios, la vida eterna en nue stra vida temporal, es posible porqu e la convivencia de Dios con nosotros se ha dado: Cristo es Dios comp artiendo su ser con no sotros. Mi gozo es e star a t u lado, p.
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55. 5 Como él ha descendido a las profundidades de la tierra (cfr. Ef. 4, 9s), Dios ha de jado d e ser u n Dios de las alturas, y ahora nos rodea desde arriba, desde abajo y desde dentro: él es todo en todos, y por eso formamos par te todo s d e todos: «Todo lo mío es tuyo.» Mi gozo es es tar a tu lado, p.
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56. 5 El poder del mal, que invade por completo la estructura de nuestra sociedad como los tentáculos de un pu lpo, y am en az a co n ah ogar la en un ab ra zo m ortal, se enfrenta ahora a esta serena revolución de la auténtica vida como fuerza liberadora, en la que el Reino de Dios, aunq ue todavía no ha asu mido todo, tal como dice el Señor, ya está en m edio de noso tros (cfr. Le. 17, 21). Es por 140
medio de esta revolución como se hace presente el Reino de Dios, porq ue la volun tad de Dios se realiza en la tierra como e n el cielo. Mi gozo es es tar a tu lado, p. 162 57. 5 El lugar del purgatorio es, en último término, el mismo Cristo. Si nos encontram os con él sinceram ente, llegará a suceder por sí mismo de tal mane ra que toda la miseria y la culpa de nu estra vida, que en la mayoría de los casos habíamos mantenido cuidadosamente oculta, aparece punzante ante nuestra propia alma en ese instante definitivo de presen cia de la verdad. La presenc ia del Seño r transform a todo lo que en nosotros es comp lacencia en la injusticia, en el odio y la mentira, y actúa como u na llama ardiente. Ella se convertirá en dolor pu rificador, que consume en nosotros todo lo que es irreconciliable con la eternidad, con la vitalidad tran sform adora del am or de Cristo. Mi gozo es estar a tu lado, p. 163 58 . 5 [...] el juicio es el mismo Je sucristo, que es la verdad y el am or en persona. Él ha entrado en este mund o como la íntima referencia p ara to da vida individual. Que el juicio lo constituye el encarna do, crucificado y resucitado, incluye dos aspectos mutuamente dependientes: significa, en primer lugar, lo que nosotros ya hemos considerado: todo lo vil, desviado y pecaminoso de nuestra existencia es puesto al descubierto po r este centro de referencia; y a través del dolor de la p urificación hem os de liberarnos de ellos. Mi gozo es e star a tu lado, p. 163 59. 5 Algunos teólogos recientes piensan que el fuego que arde, y que a la vez salva, es Cristo mismo, el Juez y 141
Salvador. El encuentro con Él es el acto decisivo del Juicio. Ante su mirada, toda falsedad se deshace. Es el encuentro con Él lo que, quemándonos, nos transforma y nos libera para llegar a ser verdaderamente nosotros mismos. En ese momento, todo lo que se ha construido durante la vida puede manifestarse como paja seca, vacua fanfarronería, y derrum barse. Pero e n el dolor de este encuentro, en el cual lo impuro y malsano de nuestro ser se nos presenta con toda claridad, está la salvación. Su mirada, el toque de su corazón, nos c ura a través de una transformación, ciertamente dolorosa, «como a través del fuego». Pero es un dolor biena ventu rado, e n el cual el po de r santo de su a m or no s pen et ra co mo u na llam a, permitiéndonos ser por fin totalmente nosotros mismos y, con ello, totalme nte de Dios. Spe Salvi, n.° 47
60. 5 Romano Guardini [...] dijo a menud o que él sabía que Dios le preguntaría por su vida en el día del juicio pa ra , ta m bi én a su vez, ha ce r pr eg unta s a Dios: la pre gunta por el porqué de la creación y por todo lo incom pr en sibl e que, co mo co ns ec ue nc ia de la liber ta d para el mal, ha surgido en ella. El juicio significa que se hace a Dios esta pregunta. Hans von Balthasar lo expresa así: los defensores de Dios no convencen, Dios tiene que defenderse a sí mismo. «Él hizo esto un a vez, cuan do el resucitado m ostró sus llagas... Dios mism o tiene que plan tear su teodicea. Tiene que haberla formulado ya, cuando ha dotado a los hombres de libertad (y con ello de tentaciones) no para él, para procla m ar su ley.» El día del juicio el Señor, en vista de nu estras preg untas, m ostrará sus llagas y nosotros com prenderem os. Pero, entretanto, él espera simplemente que nosotros vayamos hacia él y confiemos en el lenguaje de esas heridas suyas, 142
incluso si no somo s capaces de com prend er la lógica de este mundo. Mi gozo es esta ra tu lado, pp. 163164 61. 5 [...] unas palab ras de un sermón d e san Agustín, en el que me parece extraordinariamente clara la dinámica interna de lo que significa esperar la vida eterna en m edio de la vida actual: «Una joven dice tal vez a su prom etido: “No te pong as ese abrig o.” Y él no se lo pone. Le dice dur an te el invierno: “Preferiría que fueras con una túnica corta”, y entonces él prefiere helarse antes que ofenderla. Sin em bargo , ¿es seguro q ue ella n o tien e ningú n p od er p ar a obligarlo?... No, porque, ciertam ente, él únicame nte teme un a cosa que ella le diga: “De lo contrario no qu iero verte nu nca m ás”.» Espera r la vida eterna significa esto: no qu erer pe rder ya más la m irad a de Dios, p orqu e él es n ues tra vida. Mi gozo es estar a tu lado, p. 165
62. 5 El «llanto y rech inar de dientes» rep resenta en rea lidad la amenaza, el peligro, incluso; en última instanc ia, el fracaso del ser hum ano. Es una situación que describe el mu ndo de las personas caídas en la droga y en los éxtasis orgiásticos, quienes, en el momento de salir de su aturdimiento, perciben con claridad la completa con tradicción de su vida. El infierno se representa normalmente con el fuego, con las llamas. El rechin ar de dientes, sin embargo, su rge realmente c uando se siente frío. Aquí, la perso na c aída, con sus llantos y lamentos y gritos de protesta, evoca la imagen de e star expue sta al frío po r negarse al amor. En un mundo completamente alejado de Dios, y por tan to del amor, se siente frío, hasta el punto de provocar el rechin ar de dientes. Dios y el mund o, p. 188 143
Vida eucarística
63. 5 Recuerdo bien el día de mi Prime ra Com unión. Fue un hermoso domingo de marzo de 1936; o sea, hace sesenta y nueve años. Era un día de sol; era muy bella la iglesia y la música; eran muchas las cosas hermosas y aún las recuerdo. Éramos unos treinta niños y niñas de nuestra pequeña localidad, que apenas tenía 500 habitantes. Pero en el centro de mis recuerdo s alegres y hermosos, está este pensamiento —el mismo que ha dicho ya vuestro portavoz—: comprendí que Jesús entraba en mi corazón, que me visitaba precisam ente a mí. Y, junto con Jesús, Dios mismo estaba conm igo. Y que era un don de am or que realmente valía mucho más que todo lo que se podía rec ibir en la vida; así m e sen tí realme nte feliz, por que Jesú s h abía ve nido a m í. Y com pre ndí que en to nces comenzaba una nueva etapa de mi vida —tenía nueve años— y que era importan te perm ane cer fiel a ese encuentro, a esa Comunión. Prometí al Señor: «Quisiera estar siempre contigo» en la medida de lo posible, y le pedí: «Pero, sobre todo , es tá tú siem pr e conm igo.» Y así he ido adelante por la vida. G racias a Dios, el Señor me ha llevado siempre de la man o y me ha guiado incluso en situaciones difíciles. Así, esa alegría de la Primera Comunión fue el inicio de un camino recorrido juntos. Es pero qu e, ta m bié n p a ra to dos vos otros, la P rim era Comunión, que habéis recibido en este Año de la Eucaristía, sea el inicio de una am istad con Jesús pa ra toda la vida. El inicio de un cam ino juntos, porque yen do con Jesús vamos bien, y nuestra vida es buena. 15 de octu bre de 2005 144
64 . 5 Una iglesia sin presencia eu carística está en cierto modo muerta, aunque invite a la oración. Sin embargo, una iglesia en la que arde sin cesar la lámpara junto al sagrario está siempre viva, es siempre algo más que un edificio de piedra: en ella está siempre el Señor que m e espera, que me llama, que quiere ha cer «eucarística» mi pr op ia perso na . De es ta fo rm a me pre para para la E ucaristía, me pone en ca mino h acia su segunda venida. El espíri tu de la liturgia. Una introducc ión, p. 113
65. 5 La felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis derecho de saborear, tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazaret, oculto en la Eucaristía. Sólo Él da plenitud de vida a la humanidad. Decid, con María, vuestro «sí» al Dios que quiere entre gars e a vosotros. 18 de agosto de 2005 66. 5 La conversión sustancial del pan y del vino en su cuerpo y en su sangre introduce en la creación el principio de un cambio radical, como una forma de «fisión nuclear», por usar una imagen bien conocida hoy por nosotros, que se produce en lo más íntimo del ser; un cambio destinado a suscitar un proceso de transform ación de la realidad, cuyo término último será la transfiguración del mundo entero, el momento en que Dios será todo p ara tod os (cfr. 1 Cor 15, 28). Sacramentum Caritatis, n.° 11 67. 5 Que nadie diga ahora: la Eucaristía está para comerla y no para adorarla. No es, en absoluto, un «pan corriente», como destacan, una y otra vez, las tradiciones más an tiguas. Com erla es [...] un proceso e spiritual que abarc a toda la realidad hum ana. «Comerlo» significa adorarle. «Comerlo» significa dejar que entre en mí de 145
modo que mi yo sea transformado y se abra al gran nosotros, de man era que lleguemos a ser «uno solo» con Él (Gál. 3, 17). De esta forma, la ad orac ión n o se opon e a la com unión, ni se sitúa paralelam ente a ella: la com unión alcanza su profundidad sólo si es sostenida y comprendida po r la adoración. El esp íritu de la liturgia. Una int roducción, p.
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68. 5 [...] partiendo de esta intimidad, que es don perso nalísimo del Señor, la fuerza del sacrame nto de la Euc aristía va más allá de las paredes de nuestras iglesias. En este sacramento el Señor está siempre en camino hacia el mundo. Este aspecto universal de la presencia eucarística se aprecia en la procesión de nu estra fiesta. Llevamos a Cristo, presente en la figura del pan, por las calles de nuestra ciudad. Enco me ndam os estas calles, estas casas, nu estra vida diaria, a su bondad. Que nuestras calles sean calles de Jesús. Que nuestras casas sean casas para él y con él. Que nues tra vida de cada día esté impregnada de su presencia. Con este gesto, ponemos ante sus ojos los sufrimientos de los enfermos, la soledad de los jóvenes y los ancianos, las tentaciones, los miedos, toda nuestra vida. La procesión quiere ser una gran bendición pública pa ra nuestra ciudad: Cristo es, en persona, la bendición divina para el mundo. Que su bendición descienda sobre todos nosotros. 26 de mayo de 2005 69. 5 De hecho, no es que en la Eu caristía simplem ente recibamos algo. Es un encuentro y una unificación de pe rsona s, pe ro la per so na qu e v ien e a nues tro en cu en tro y desea unirse a nosotros es el Hijo de Dios. Esa unificación sólo puede realizarse según la m odalidad de la ado146
ración. Recibir la Eucaristía significa adorar a Aquel a quien recibimos. P recisamente así, y sólo así, nos hac emos uno con él. Por eso, el desarrollo de la adoración eucarística, com o tomó forma a lo largo de la Edad Media, era la consecuencia más coherente del mismo misterio eucarístico: sólo en la adoración puede madurar una acogida profunda y verdadera. Y precisamente en este acto personal de encuentro con el Señor madura luego tamb ién la misión social contenida en la Euc aristía y que quiere romper las barreras no sólo entre el Señor y nosotros, sino tam bién y sobre todo las barreras que nos se par an a los un os de los otros. 22 de diciembre de 2005 70. 5 En la Eucaristía la adoración debe llegar a ser unión. 21 de agosto de 2005 71.5 Recibirla [la Eucaristía] , co mer del árbol de la vida significa, por eso, recibir al Señor crucificado, es decir, acep tar su forma de vida, su obediencia, su Sí, la medida de nuestro ser criaturas. Significa aceptar el amor de Dios que es nuestra verdad, aquella depend encia de Dios que no significa para nosotros determinación extraña, como tam poco p ara el hijo es la filiación un a resolución extraña. Precisamente esta «dependencia» es libertad, po rq ue es V erd ad y Amor. Pecado y salvació n, pp. 103104 72. 5 Háb eas Christi nos indica lo que significa comulgar: tom arlo, recibirlo con todo nuestro ser. No se puede comer simplemente el cuerpo del Señor, como se come un trozo de pan. Sólo se lo puede recibir, en tanto le abrimos a él toda nue stra vida, en tanto el corazón se abre a 147
él. «Mira que estoy a la puerta llamando» d ice el Señor en el Apocalipsis. «Si uno me oye y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos» (Ap. 3, 20). Corpus Christi quiere hacer audible esta llamada del Señor también para nues tra so rd era. Med iante la pro ce sión go lpea so noramente en nuestra vida cotidiana y ruega: ¡Ábreme, déjam e entrar! ¡Comienza a vivir po r mí! Caminos de Jesucristo, pp.
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73. 5 Esto no acontece en un momento, rápidamente, durante la misa para luego desaparecer. Éste es un proceso que traspa sa toda época y todos los lugares. Ábreme —dice el Señ or — as í c om o y o me he ab ie rto a ti. Abre el mundo para mí, para que yo pueda entrar, para que yo pu ed a h ac er r adia nte tu ra zó n o cu lta , p ara qu e p ue da su per ar la du re za de tu co razó n. Áb rem e, as í co mo he de ja do ab rirse mi c or az ón p ara ti. Dé jam e e ntrar. Él lo dice a cada uno de nosotros, y lo dice a toda n uestra co mu nidad: déjame e ntrar en tu vida, en tu mu ndo. Vive por mí, para qu e e lla se h ag a rea lm en te vivien te; pe ro viv ir sign ifica siempre e ntregarse un a y otra vez. Caminos de Jesucristo, pp.
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74 . 5 Todos nosotros «comemos» a la mism a persona, no solamente lo mismo; así, todos nosotros somos a rran cados de nuestra individualidad cerrada y somos colocados en lo más grande . Todos somo s asimilad os a Cristo y así, por m edio de la comun ión con Cristo, estamos recí pro ca m en te id en tif icad os co n él, so mos idén tic os y u na sola cosa con él, miembros de él. En consecuencia, comulgar con Cristo es esencialmente comulgar también con el otro. Ya no estamos uno junto al otro; cada uno in dividualmente separado del otro, sino que ahora cada uno de los otros que com ulga es para mí, p or decirlo de 148
alguna manera, «hueso de mis huesos y carne de mi carne». Caminos de Jesucristo, pp. 112113 75. 5 La Comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él, y por tanto, tamb ién hacia la unida d con todos los cristianos. Deus Caritas est, n.° 14 76. 5 La consecuencia es clara: no podemos comulgar con el Señor si no comulgam os entre nosotros. Si queremos presentamo s ante él, también debemos ponernos en camino p ara ir al encuen tro unos de otros. Por eso, es necesario apren der la gran lección del perdón: no dejar que se insinúe en el corazón la polilla del resentimiento, sino abrir el corazón a la magnanimidad de la escucha del otro, abrir el corazón a la comprensión, a la posible aceptación de sus disculpas y al generoso ofrecimiento de las propias. 29 de mayo de 2005 77. 5 San Agustín, postrado en el lecho de su última enfermedad, con sciente de que le había llegado la hora de morir, se excomulgó a sí mismo. E n sus últimos días an siaba hacerse solidario de tantos pecadores desconsolados por la situación en que se hallan. En la hu milda d de aquellos que tienen hambre y sed quería encontrar a su Señor, él, que con tan extrema belleza había escrito y ha blad o de la Iglesia, co m uni dad en la co m un ió n del c uer po de Cristo. Este ge sto del san to me da qu e p en sar. ¿No nos acercamos a recibir al Santísimo Sacramento con harta ligereza? ¿No sería útil —incluso necesario, por ventura— imponernos de cuando en cuando un ayuno 149
espiritual para profundizar y renovar nuestra relación con el sacramento del cuerpo de Cristo? Claro está que no hablo aq uí de la espiritualidad específica del sacerdote, que vive de una manera particular de la celebración de los sagrados misterios. Pero no debem os olvidar que, ya desde los tiempos apostólicos, el ayuno espiritual del Viernes Santo formaba parte de la espiritualidad eucarística de la Iglesia; semejante ayuno, en u n d ía santísimo como éste, sin misa y sin Comunión de los fieles, era expresión profunda de la participación en la pasión del Señor, en la tristeza de la esposa p or la ausen cia del Es po so (cfr. Me. 2, 20). Pien so que, ho y t am bién, un ayun o como éste, asumido volun tariamen te y sobrellevado con dolor, podría tener su sentido en dete rmina das ocasiones (por ejemplo, en días de penitencia o en celebraciones eucarísticas en las que el número de participantes hace difícil una d igna distribución del sacramen to); podría in cluso profundizar la relación personal con el sacramento y transformarse también en un abrazo, en un acto de solidaridad con todos aquellos que desean el sacramen to y que no pue den recibirlo.
manifiesta una relación intrínseca con la virginidad con sagrada, ya que es expresión de la consag ración exclusiva de la Iglesia a Cristo, que ella con fidelidad radical y fecunda acoge como a su Esposo. Sacramentum Caritatis, n.° 81
El cam ino pascu al, pp. 166167
78. 5 No os dejéis disuadir de participar en la Eucaristía dominical y ayudad también a los demás a descu brirl a. 21 de agosto de 2005 79. 5 La contribución esencial que la Iglesia espera de la vida consagrad a es más en el orden del ser que en el del hacer. En este contexto, quisiera subrayar la importancia del testimonio virginal precisam ente en relación con el misterio de la Eucaristía. E n efecto, adem ás de la relación con el celibato sacerdotal, el misterio eucarístico 151
CAPÍTULO 6
EL AMOR DE CRISTO
Su a m or es co nc re to
1. 6 El verdadero am or no consiste sencillamente en ceder siempre, en ser blando, en la mera dulzura. En ese sentido, un Jesús o u n Dios dulcificado, que dice a todo que sí, que siempre es amable, no es más que una c aricatura del verdadero amor. Porque nos ama, porque quiere que avancemos en el camino de la verdad, Dios también debe exigirnos y corregirnos. Dios tiene que poner en prá ct ic a lo qu e simbó lica m en te de no m in am os la «ira d e Dios», es decir, oponerse a nosotros cuando nos perdemos a nosotros m ismos y corremos peligro. Dios y el m undo, p. 173 2. 6 El apóstol puede decir «gaudete» porque el Señor está cerca de cada un o de nosotros. Y así, en realidad, este im perativo es una invitac ión a se nt ir la presen cia del Se ño r cerca de nosotros. Es una sensibilización ante la presen cia del Señor. El apóstol quiere que percibamos esta presencia, oculta pero muy real, de Cristo cerca de cada uno de nosotros. A cada uno de nosotros se dirigen las palabras del Apocalipsis: «Llamo a tu puerta, óyeme, ábreme.» 3 de octubre de 2005 153
3. 6 Por tanto, es también una invitación a ser sensibles a esta presencia del Señor que llama a nuestra puerta. No de be mos se r so rd os a él; los o ídos de nuestro co razó n están tan llenos de muchos ruidos del mundo que no podemos percibir esta presencia silenciosa que llama a nue stra puerta. Al mismo tiempo, a nalicemos si estamos realmente dispuestos a ab rir las puertas de n uestro corazón; o, quizá, este corazón e stá tan lleno de otras mu chas cosas que no hay lugar en él para el Señor, y por el momen to no tenemos tiempo par a el Señor. Así, insensibles, sordos a su presencia, llenos de otras cosas, no percibimos lo esencial: él llama a n uestra p uerta, está cerca de nosotros y así está cerca la verdad era alegría, que es más fuerte que todas las tristezas del mun do, de n uestra vida. Por tanto, en el contexto de este primer imperativo, oremos así: «Señor, hazn os sensibles a tu presencia; ayúdanos a escuch arte, a no ser sordos a ti; ayúdanos a tene r un corazón libre, abierto a ti.» 3 de octubre de 2005 4. 6 Amor no es dependencia, sino do n que nos hace vivir. La libertad de un ser hu ma no es la libertad de un ser limitado y, por tanto, es limitada ella misma. Sólo podemos poseerla como libertad com partida, en la comunión de las libertades: la libertad sólo puede desarrollarse si vivimos, como debemos, unos con otros y unos para otros. Vivimos como d ebem os si vivimos según la verdad de nuestro ser, es decir, según la voluntad de Dios. Porque la voluntad de Dios no es para el homb re un a ley im pue sta de sd e fuera, qu e lo obliga, sin o la m ed id a in tr ín seca de su naturaleza, un a med ida que está inscrita en él y lo hace imagen de Dios, y así criatu ra libre. 8 de diciembre de 2005 154
5. 6 [...] un a m or sin reservas: un am or que consiste en un gran sí hacia mi existencia y que me abre, en su anc hura y profu ndid ad, la tota lidad del ser. En él el crea dor de to das las co sas me dice: «Todo lo mío es tuyo» (Le. 15, 31). Pero Dios es «todo en todo» (1 Cor. 15, 28). Para aquel a quien le da todo lo suyo ya no existen límites o confínes. El amo r buscado po r la esperanza cristiana a la luz de la fe no es un asunto particular, individual, no se cierra en un pequeño mundo privado. Este amor me abre todo el universo, que por m edio del am or se convierte en «p araíso». La angustia de todas las angustias, ya lo hemos dicho, es el miedo a no ser ama dos, a pe rder el amor; la desesperación es la convicción de haber perdido para siempre todo amor, el horror de la total soledad. Y viceversa, la esperanza, en el sentido propio de la palabra, es la certeza de que recibiré el gran amor, que es inde structible, y que ya desde ahora soy amado por este amor. Mirara Cristo, pp. 7374
6. 6 Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un ros tro hu ma no y que nos ha ama do hasta el extremo, a cada u no en pa rticular y a la humanid ad en su conjunto. Su reino no es un más allá imaginario, situad o en un futuro que nun ca llega; su reino está presente allí donde Él es amad o y donde su am or nos alcanza. Sólo su amo r nos da la posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un m undo que po r su naturaleza es imperfecto. Y, al mismo tiem po, su a mo r es par a noso tros la garan tía de que existe aquello que sólo llegamos a in tuir vagamente y que, sin embargo, esperamos en lo más íntimo de nues tro ser: la vida que es «realmente» vida.
7. 6 El camino que conduce al verdadero amor está vinculad o al perderse , es decir, a las fatigas del éxodo. En d icho cam ino surge tamb ién la tentació n de lograr esas satisfacciones más rápidas, sucedáneas [...]. Sólo más tarde se intuye que este sustitutivo sólo ofrece enormes desengaños, y acarrea la caída en la insoportable soledad, en la frustración del vacío absoluto. En el fondo, son símbolos del infierno. Porque si nos preguntamos qué significa realmen te estar condenado , es precisame nte esto: no pode r hallar gusto en nada, no q uere r nada ni a nadie, ni tampoco ser querido. Estar expulsado de la capacidad de amar, y por tanto del ámbito del poder amar, es el vacío absoluto, en el que la persona vive en contradicc ión consigo misma y cuya existencia constituye realmente un fracaso. Dios y el mun do, p. 176
8. 6 El segundo elemento con el que Jesús define la amistad es la comunión de las voluntades. «Idem velle-idem nolle» era también para los romanos la definición de la amistad. «Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando» (Jn. 15, 14). 19 de abril de 2005 R ev olu ci ón de l a m or c ri st ia n o
9. 6 Verá, no se puede amar genéricamente. Alguna vez se puede dar cierta antipatía que haga las cosas un po co m ás difíciles, eso sí. Y tam bi én, a veces, se pu ed e llegar a dudar de que un homb re sea bueno y pregu ntarse si no será que se le ha escapad o un po co de las manos al Creador y, por eso, ahora hay que tener más cuidado con esa criatura, que parece menos digna de ser am a-
da. Pero he de decir que yo no conozco a ning ún ser hu mano de esas características y, por tanto, no puedo darle mi opinión a ese respecto. Pero, además, siem pre hay que aceptar que los demás sean como son. En mi caso, todos los seres huma nos q ue conozco son bue nos y a mí me parece una evidencia de que el Creador sabe lo que hace. La sal de la Tierra, p. 15 10. 6 ¿Acaso no fue la be ata M adre Teresa de Calcuta, e n nuestro tiempo, un testimonio inolvidable de la verdadera alegría evangélica? Vivía a diario en conta cto co n la miseria, la degradación hum ana, la m uerte. Su alma conoció la prueba de la noche osc ura de la fe; sin embargo, dio a todos la sonrisa de Dios. Leemos en un escrito suyo: «Esperamos con impaciencia el paraíso, donde está Dios, pero tenem os en nue stro pode r estar en el pa raíso ya desde aquí y desde este momento. Ser felices con Dios significa: amar como Él, ayudar como Él, dar como Él, servir como Él.» Sí, la alegría entra en el cora zón de qu ien se pone al servicio de los pequeños y de los po bres. En qu ie n am a así, Dio s ha ce m or ad a, y el alm a está en la alegría. Si en cam bio se hace de la felicidad un ídolo, se yerra de cam ino y es verdad eram ente difícil encontrar la alegría de la que habla Jesús. Es ésta, lamentablemente, la prop uesta de las culturas que sitúa n la felicidad individual en el lugar de Dios, mentalidad es que tienen su efecto emblemático en la búsqueda del placer a toda costa. 16 de diciembre de 2007 11. 6 La íntima participación personal en las necesidades y sufrimientos del otro se convierte así en un d arme 157
a mí mismo: para que el don no h umille al otro, no solamente debo darle algo mío, sino a mí mismo; he de ser par te del do n co mo pe rson a. Deus Caritas est, n.°
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12. 6 «Si algun o dice: “am o a Dios”, y aborre ce a su h ermano, es un mentiroso; pues quien no am a a su herma no, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Jn. 4, 20). [...] Lo que se subraya es la inseparable relación entre am or a Dios y amo r al prójimo. Am bos están tan estrechamente entrelazados que la afirmación de amar a Dios es en realidad una mentira si el hombre se cierra al prójimo o incluso lo odia. El versículo de Juan se ha de interpreta r más bien en el sentido de que el amor del prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y que cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte tamb ién en ciegos ante Dios. Deus Caritas est, n.°
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13. 6 La persona ha sido creada para necesitar al otro, para su per ar se a sí mism a. Nec esita el com plem en to. No ha sido cread a para estar sola, lo bueno para ella no es la soledad, sino la comu nidad. Tiene que buscarse y encontrarse en el otro. Dios y el m und o, p.
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14. 6 [...] hemos olvidado lo imp ortante q ue es dejar entrar a Dios en el tiempo y no usar el tiempo sólo como material disponible para satisfacer las propias necesidades. Hay que dejar de lado los pragma tismos y obligaciones para entrega rse en persona a los demás. Dios y el mundo, p.
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15. 6 Sólo dando, recibimos. Sólo siguiendo somos li bre s. Sólo of re nda ndo re cibim os lo qu e de nin gú n mod o po de m os merec er. Servidor de vuestra alegría, p.
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16. 6 [...] la me jor defensa de D ios y del hom bre co nsiste pr ec isam en te en el amo r. Deus Caritas est, n.°
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17. 6 [...] la caridad no h a de ser un medio en func ión de [...] proselitismo. El amor es gratuito [...] Siempre está enjue go todo el hom bre. Quien ejerce la carida d en nom bre de la Iglesia nunca tr ata rá de im pon er a los de m ás la fe de la Iglesia. Es conscien te de que el amor, en su pu reza y gratuidad, es el mejor testimonio del Dios en el que creemos y que nos impulsa a amar. El cristiano sabe cuánd o es tiempo de ha blar de Dios y cuánd o es oportu no callar sobre Él, dejando que hable sólo el amor. Sabe que Dios es amo r (1 Jn. 4, 8) y que se hace p resen te justo en los mom entos en q ue no se hace más que amar. [...] la mejor defensa de Dios y del hombre consiste precisamente en el amor. Deus Caritas est, n.°
31c
18. 6 Éste es un m odo de servir que hace hum ilde al que sirve. No adopta una posición de superioridad ante el otro, por miserable que sea momentáneam ente su situación. Cristo ocupó el último puesto en el mundo —la cruz—, y precisam ente con esta hum ildad radical nos ha redimido y nos ayuda constantemente. Quien es capaz de ayudar reconoce que, precisamente de este modo, también él es ayudado; el poder ayudar no es mérito suyo ni motivo de orgullo. Esto es gracia. Cuanto más se esfuerza uno por los demás, mejor comprenderá y 159
hará suya la palabra de Cristo: «Somos unos pobres siervos.» Deus Caritas est, n.°
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19. 6 A veces, el exceso de necesidades y lo limitado de sus propias actuaciones le harán sentir la tentación del desaliento. Pero, precisamente entonces, le aliviará sa ber que, en de fin itiva , él no es más qu e un in stru m en to en manos del Señor; se liberará así de la presunción de tener que mejorar el mundo —algo siempre necesario— en primera persona y por sí solo. Hará con humildad lo que le es posible y, con humildad, confiará el resto al Señor. Quien gobierna el mundo es Dios, no nosotros. Nosotros le ofrecemos n uestro servicio sólo en lo que po demos y hasta que Él nos dé fuerzas. Sin embargo, hacer todo lo que está en nuestras manos con las capacidades que tenemos es la tarea que mantiene siempre activo al siervo bueno de Jesucristo: «Nos apremia el amor de Cristo» (2 Cor. 5, 14). Deus Caritas est, n.° 35 20 . 6 Para que haya pan para todos, primero tiene que ser alimentado el corazón del hombre. Para que haya ju stic ia en tre los hom br es , la justic ia tie ne qu e cr ec er en los corazones, pero ella no crece sin Dios y sin el alimento fundamental de su Palabra. Caminos de Jesucristo, p.
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21. 6 La pregunta «¿quién es mi prójimo?» hallaría pues un a respu esta de conte nido nuevo [...] Prójimo es el necesitado que primero me sale al encuentro, pues por el mero hecho de ser necesitado es hermano del Maestro, que se me hace p resente en el hombre más insignificante. La fratern idad de los cris tiano s, p.
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22. 6 Existe toda una serie de textos que muestra más bien qu e Cristo se ve r ep re se nt ad o de un m od o ab so lu ta mente general en los pobres y en los pequeños, que hacen presente al Maestro (al margen de su calidad ética, sólo por su insignificancia y la llamada al amor de los demás que en ellos subyace). La frater nidad de los cris tiano s, p.
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23. 6 [...] no debe mos p asar de largo an te los que sufren. Si pensamos y vivimos en virtud de la comunión con Cristo, entonces se nos ab ren los ojos. Entonce s no n os adaptaremos más a seguir viviendo preocupados solamente por nosotros mismos, sino que veremos dónde y cómo som os necesarios. Viviendo y actuand o así nos d aremos cuenta bien pronto que es mucho más bello ser útiles y estar a disposición de los demás que p reoc upa rse sólo de las como didad es que se nos ofrecen. Yo sé que vosotros como jóvenes aspiráis a cosas grandes, que qu eréis comp rometeros por un mu ndo mejor. D emostrádselo a los hombres, demostrádselo al mundo, que espera exactamente este testimonio de los discípulos de Jesucristo y que, sobre todo mediante vuestro amor, podrá descu brir la estrella que como creyentes seguimos. 21 de agosto de 2005 24. 6 [Vestir al desnudo...] esas palabras tienen sentido amplio. Se trata no sólo de am ar en teoría y mand ar una transferencia de d inero ocasional, sino de tene r los ojos abiertos para ver dónde m e necesitan las personas en mi vida. Tengo que ayu dar a la persona n ecesitada allí donde me encuen tre. Debo pen sar en el caso individual y no sólo en las grandes acciones. Dios y el m und o, p.
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25. 6 Luego, «exhortamini invicem». La corrección fraterna es una obra de misericordia. Ninguno de nosotros se ve bien a sí mismo, n adie ve bien su s faltas. Po r eso es un acto de amor, para complementarnos unos a otros, para ay uda rn os a ve rn os mejor, a co rreg irnos . Pien so que precisam ente u na de las funciones de la colegialidad es la de ayudarnos, tamb ién en el sentido del imperativo anterior, a conocer las lagunas que nosotros mismos no queremos ver — « ab occultis meis mund a m e» , dice el sa lmo— , a ayud am os a a brirnos y a ver estas cosas. 3 de octubre de 2005 26. 6 Naturalmente, esta gran obra de misericordia [la unos a otros para que cada uno pued a recuperar realmente su integridad, para que vuelva a fun cionar com o instrum ento de Dios, exige m ucha h um ildad y mucho amor. Sólo si viene de un corazón humilde, que no se pone por encima del otro, que no se cree mejor que el otro sino sólo humilde instrumento para ayudarse recíprocamente. Sólo si se siente esta profunda y verdade ra hum ildad, si se siente que estas palabra s vienen del amor com ún, del afecto colegial en el que queremos juntos servir a Dios, podemos ayudarnos en este sentido con un g ran acto de amor. corrección fraterna], ayudarnos
3 de octub re de 2005 27. 6 También aquí el texto griego añade algún matiz; la pal abra griega [en caste lla no : «c orrecc ión fra te rn a» ] es «paracaleisthe»; es la misma raíz de la que viene también la palabra « parac letos , pa racle sis », consolar. No sólo corregir, sino también consolar, com partir los sufrimientos del otro, ayudarle en sus dificultades. Y tamb ién esto me parec e un gra n ac to de ve rd ad ero afec to coleg ial. En las num erosas situaciones difíciles que se presentan hoy en 162
nuestra pastoral, hay quien se encue ntra realmente un po co de sesp erad o, no ve có mo pu ed e sa lir ad elan te. En ese mom ento nec esita consuelo, necesita a alguien que le acom pañe en su soledad interio r y realice la obra del Es pír itu Sa nt o, del Con so lado r: da rle án im o, est ar a su lado, apoyarnos recíprocamente, con la ayuda del Espíritu Santo mismo, que es el gran Paráclito, el Consolador, nuestro Abogado que nos ayuda. Por tanto, es una invitación a realizar nosotros m ismos ad invicem la obra del Espíritu Santo Paráclito. 3 de octubre de 2005 28. 6 [...] Madre Teresa de Calcuta. En cualquier lugar donde ella abría las casas de sus h erma nas al servicio de los moribundos y rechazados, lo primero que reclamaba es un lugar para el tabernáculo, porque sabía que sólo desde allí puede ve nir la fuerza para un servicio como el que ella brindaba. Quién conoce al Señor en el tabernáculo lo conoce en el sufriente y en el necesitado, por eso se cuenta entre aquellos a quienes el juez universal les dirá: « Porque tuve ham bre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui extranje ro y me recogisteis, estuve desnudo y me vestísteis, enfermo y me visitasteis, estuve en la cárcel y fuisteis a verme» (Mt. 25, 35). Caminos de Jesucristo, p.
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¿Es p o si ble a m ar a cu al qui er a?
29. 6 ¿Podemos de verdad amar al «prójimo», cuando nos resulta extraño o incluso antipático? Sí, podem os si somo s amigos de Dios. Si somos am igos de Cristo. Si somos amigos de Cristo queda cada vez más claro que Él nos ha amado y nos ama, aunque con frecuencia aleje-
mos de Él nuestra mirada y vivamos según otros criterios. Si, en cambio, la a mistad con Dios se convierte para nosotros en algo cada vez más im portan te y decisivo, entonces comenzaremos a amar a aquellos a quienes Dios am a y que tienen n ecesidad de nosotros. Dios quiere que seamos am igos de sus amigos y nosotros podem os serlo, si estamos interiorm ente ce rca de ellos. 7 de febrero de 2006 30. 6 De este modo se ve que es posible el amor al prójimo en el sentido enunciad o po r la Biblia, por Jesús. Consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo tam bié n a la pers on a que no me agra da o ni si quie ra conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a pa rtir del encuen tro íntimo con Dios, un enc uentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta o tra persona no ya sólo con m is ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo. Más allá de la aparienc ia exterior del otro desc ubro su an helo interior de un gesto de amor, de atención, que no le hago llegar solamente a través de las organizaciones e ncarga das de ello, y aceptá ndo lo tal vez po r exigencias políticas. Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la m irada de am or que él necesita. Deus Caritas est, n.° 18
31. 6 Si en mi vida falta comp letamen te el contacto con Dios podré ver siempre en el prójimo solam ente al otro, sin conseguir reconocer en él la imagen divina. Por el contrario, si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo «piadoso» y cumplir con mis «deberes religiosos», se marchita también la relación
con Dios. Será únicam ente un a relación «correcta», pero sin amor. Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios. Sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo muc ho que m e ama. Deus Caritas est, n.° 18
32. 6 La ética de Cristo es esencialmente la ética del cue r po de Cristo . Su po ne , pu es, ne ces ar ia m en te des pre nder se del yo y unirse frate rnalm ente con tod os los que están en Cristo. Y, como ética del desprend imiento, del auté ntico abandonarse, incluye necesariamente la fraternidad de tod os los cristianos. La fraternida d de los cristianos, p. 75
33. 6 [...] san Martín de Porres, quien nació en Lima (Perú) en 1569, hijo de una madre africana y de un hidalgo español. Martín vivía de la adoración del Señor pre se nte en la Euca ristía , pas an do no ch es ente ra s en oración ante el Señor crucificado, mientras durante el día se ocupaba incansablemente de los enfermos y asistía en particular a los despojados y despreciados, con quienes él, como mulato, se identificaba a causa de su origen. El encuentro con el Señor, quien se nos da a sí mismo desde la cruz y nos hace a todos miem bros de su cuerpo por medio del único pan, se convertía a continuación en servicio para los que sufren, en cuidado de los débiles y de los olvidados. Caminos de Jesucristo, p. 114
34. 6 [...] el «Mandamiento» del amor es posible sólo po rq ue no es una m er a exigen cia : el am or pued e se r «mandado» porq ue antes es dado. Deus Caritas est, n.° 14 165
35. 6 La beata Teresa de Calcuta es un ejemplo evidente de que el tiempo dedicado a Dios en la oración no sólo deja de ser un ob stáculo para la eficacia y la dedicación al amor al prójimo, sino que es en realidad una fuente inagotable par a ello. En su carta p ara la Cu aresma de 1996 la beata escribía a sus colaboradores laicos: «Nosotros necesitamos esta unión íntima con Dios en nuestra vida cotidiana. Y ¿cómo pode mos conseguirla? A través de la oración.» Ha llegado el mom ento de reafirm ar la imp ortancia de la oración a nte el activismo y el secularismo de muc hos cristianos comp rometidos en el servicio caritativo. Obviamente, el cristiano que reza no pretende cam bia r los plane s de D ios o correg ir lo que Dios h a previs to. Busca más bien el encuen tro con el Padre de Jesucristo, pi dien do qu e esté pres en te, co n el c on su elo de su Esp íritu, en él y en su trab ajo.
37. 6 La fraternidad de los cristianos entre sí tiene aquí su fundamento dogmático más profundo. Se cimienta en nuestra incorporación a Cristo, en la peculiaridad del único hom bre nuevo. Como la patern idad de Dios, la fraternidad de los cristianos en el Señor también tran scien de el rango de las ideas para convertirse en la dignidad de una realidad que sucede realmente y se realiza permanentemente en el acontecimiento que es Cristo. Al mismo tiempo se muestra también aquí la forma concreta de realizarse y la fuente de la fraternidad cristiana. Se apoya en la realidad de nuestra incorporación a Cristo. El acto donde prim ero se realiza esta incorporac ión es el bau tism o (qu e, si es ne ce sa rio , se renu ev a en la peniten cia). La realización permanente de nuestra unidad cor po ral c on el S eñ or y entre nos ot ros, su nu ev a fun da men tación, es la celebrac ión de la Euca ristía. Con ellos se nos ha señalado el camino de la realización concreta de la fraternidad humana [...] la fraternidad cristiana se distingue, de todas las demás fraternidades que superan el círculo del parentesco por la sangre, por su estricto carácter realista. Su realidad es captada mediante la fe y aprop iada a través de los sacramentos.
Deus Caritas est, n.° 36 y 37
36. 6 Sabemos bien que la tierra tiene riquezas suficientes para saciar a todos; no son los bienes m ateriales los que faltan, sino las fuerzas espirituales, que podrían crear un mundo de justicia y de paz. Uno no puede menos que pregunta rse por qué entre los cristianos hay tantos pobres, tantos hambrientos. ¿Por qué no corresponde a la Eu caristía del Seño r el ágape de los cristianos, la multiplicación de los panes que se lleva a cabo med iante caridad? El Señor que sufre el hambre de sus hermanos más pequeños nos dirá un día: «Tuve hambre y me disteis de comer», o bien «tuve hambre y no me disteis de comer» (Mt. 25, 33. 42). Recemos para que reconozcamos al Señor cuando tiene hambre y necesidad de nosotros. El cam ino pasc ual, p. 23 166
La fraternida d de los cristianos, p. 69
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CAPÍTULO 7
EL HOMBRE QUE ES CRISTO
Je sús, D io s y hombre
1. 7 En el Evangelio, la historia de Jesucristo emp ieza con las palabras que el ángel dirigió a María, en forma de saludo: «¡Alégrate!» Y en la noche de su nacimiento, los ángeles también repetían: «Os anunciam os un a gran alegría.» El propio Jesucristo manifiesta que viene a traernos una buena nueva, es decir, que el meollo nuclear del mensaje es siemp re éste: «Vengo a anunc iaros una gran alegría, Dios está aquí, os ama y así será para siempre.» La sal de la Tierra, p. 31 2. 7 En Cristo Jesús, Dios no sólo ha hablad o a los hom bres, sino qu e se h a co nv er tid o de fin itiva y ra di ca lm en te en su interlocutor. Pues en él Dios se ha hecho hom bre y en cuanto hombre ha salido finalmente de su sertotal menteotro para entrar en diálogo con todos los hom bres. El hombre Jesús se sitúa como tal en la comu nidad lingüística que une básicamente a todos los hombres como seres de un mismo rango. Cualquier persona puede dirigirse al hombre Jesús, pe ro, al ha ce rlo , a qu ien ha bl a en él es a Dios. Se de ja de
pla nte ar pu es la pre gunta de có mo el hom bre mud ab le pu ed e habla r a un Dios inm ut ab le y abso lu ta m en te otr o. En Cristo, Dios ha tomado u n trozo de este tiempo m undano y de la criatu ra m udable, la ha unido a él y ha abie rto así definitivamente la pu erta en tre él y la criatura. En Cristo, Dios es un Dios mucho más co ncreto y personal, un Dios al que nos pode mos dirigir, un «interlocutor del hombre». La fraternidad de los crist ianos, p. 65
3. 7 Para Juan, Hijo significa serquevienedeotro. Con esta palabra d efine el ser de ese hom bre com o un ser que viene de otros y para otros, como un ser que está totalmen te abierto por am bos lados a los demás, como un ser que no conoce ningún espacio reservado al puro yo. Es claro, pues, que el ser de Jesús como Cristo es un ser completamente abierto, un ser de y para, que no se queda en sí mism o y que no consiste en sí mismo. Introducción al crist ianismo, p. 158
4. 7 El nombre propio de Jesús lleva hasta el final el enigmático nomb re de la zarza [Yo soy el que soy]; ahora es evidente que Dios no lo había dicho todo aún, sino que había interrumpido provisionalmente su alocución. Pues el nom bre de Jesús contiene la palabra Yahvé en su composición hebrea y añade a ella algo más: Dios salva. Yo soy el que soy se convierte ahora, p or prop ia iniciativa, en Yo soy el que os salva. Su ser es salvar. El Dios de los cristi anos, p. 24
5. 7 Para enten der a Jesús resultan fund ame ntales las re pe tid as indi ca cion es de qu e se re tira ba «al mon te» y allí oraba noches enteras, «a solas» con el Padre. Estas bre ves anotaciones descorren un poco el velo del misterio,
nos permiten asomarnos a la existencia filial de Jesús, entrever el origen último de sus acciones, de sus enseñanzas y de su sufrimiento. Este «orar» de Jesús es la conversación del Hijo con el Padre, en la que están im plicad as la co nc ienc ia y la vo lu nt ad hu m an as , el al m a hum ana de Jesús, de forma que la «oración» del homb re pu ed a lle ga r a se r u na pa rtic ip ac ió n en la co m uni ón del Hijo con el Padre. [...] De este mo do, el discípulo que c amin a con Jesús se verá implicado con Él en la com unión con Dios. Y esto es lo que realmente salva: el trascender los límites del ser hum ano, algo para lo cual está ya predispuesto desde la creación, como esperanza y posibilidad, po r su semejanza con Dios. Jesús de Nazaret, pp. 2930
6. 7 La fe de los cristianos significa ver en Cristo vivo, he cho carne p or nosotros, al Hijo de Dios hecho ho mbre, y cree r en Dios, en la Trinidad de u n solo Dios, Crea dor del cielo y de la tierra; y creer que este Dios que se hum illó y —por así de ci r— se hizo pe qu eñ o vela por no so tros los hombres y forma parte de nu estra historia, y creer tam bién qu e el es pa ci o do nde to do es to se m anifie st a es la Iglesia, lugar privilegiado de su expresión. Por eso la Iglesia no es una simple organización hum ana —aunque haya tanto de humano en ella—, es mucho más, pues la fe nos exige estar con y en la Iglesia; en la Iglesia se interpre tan y se viven las Sagradas Escrituras. La sal de la Tierra, p. 22
7. 7 Hoy se necesita redesc ubrir que Jesucristo no es un a simple convicción privada o una doc trina abstracta, sino una p ersona real cuya entrada en la historia es capaz de renovar la vida de todos. Por eso la Eucaristía, como fuente y culm en de la vida y de la misión de la Iglesia, se
tiene que traducir en espiritualidad, en vida «según el Espíritu». Sacram entum Caritatis, n.°
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8. 7 Si en Cristo vemos al Padre, significa que en él se rasga el velo del templo y queda patente el interior de Dios. Porq ue ento nces Dios, el uno y el único , no se hace visible como mónada sino como trinidad. Entonces el hom bre llega a ser realmente amigo, iniciado en el misterio íntimo de Dios. Ya no es esclavo en u n m undo oscuro; conoce el corazón de la verdad. Pero esta verdad es camino, es la aventura mortal del amor que, perdiéndose, da vida y es la ún ica libertad . Jesu cris to hoy, pp.
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9. 7 El encuentro con las manifestaciones visibles del amor de Dios puede suscitar en nosotros el sentimiento de alegría, que nace de la experiencia de ser amados. Deus Caritas est, n.°
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10. 7 [,Jesús] se apoya primero en la estructura del Decálogo, pero en el Sermón de la Montaña lo profundiza, lo renueva, lo ensancha, le añade nuevas exigencias. Con este sermón irrumpe en una nueva etapa de la humanidad, que es posible porque Dios se une a los hombres. Dios y el m undo, pp.
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11. 7 «Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos, porque ésta es la ley y los profetas.» La regla de oro ya ex istía antes de Cristo. Jesús lo supera con una formulación positiva que es mucho más exigente. Esto supone d esafiar la fantasía creativa del amor, esta regla se convierte en la
ley de la libertad, permite desplegar la creatividad del bie n, abri r los ojos, abri r el c or az ón y ha llar las po sibi lidades creativas del bien. Dios y el m undo, p. 266 12. 7 «Vosotros no os dejéis llamar maestro, porque uno es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos.» Así tomada, esta frase resulta realmente incomprensible, ya que man ifiesta la superación de lo rabínico a favor de la revolución cristiana, es decir, la minim ización de todas las diferencias inframundanas ante el encuentro con el único que es verdaderamente grande, con el único verdade ramen te diferente: Cristo. La frate rnida d de los cris tianos, p.
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13. 7 Yo añadiría algo más, y es que el cristianismo ha quedado establecido como única religión verdadera en la historia de las religiones a p arti r de la figura de Cristo. Y eso quiere decir que en la figura de Cristo —más exactamente en la palabra de Dios— es donde se encuentra esa fuerza necesaria para la purificación de la religión. Los cristianos no necesariamente viven bien el cristianismo. Pero en Cristo encuen tran las pautas y los medios que conducen a esa purificación indispensable para que la religión no sea un sistema opresivo ni de alienación del homb re, sino un cam ino de enc uentro con Dios y con uno mismo. La sal de la Tierra, p. 27 14. 7 El discurso sobre el único y universal media dor Jesucristo no incluye un desprecio de las otras religiones, pe ro se op on e de ci did am en te a la r es ig na ci ón de la in ca pa ci da d para la ve rd ad y a la qui et ud in do lent e del «de ja r vigente tod o». Ella ap el a al de seo del co ra zó n in se rto
en todos los hombres, al deseo que espera la grandeza, Dios mismo, la verdad com ún a todos. Por otra p arte, eso afecta a los cristianos, ya que tampoco ellos se satisfacen con un cristianismo habitual, con el mero ritualismo y con las costumbres convencionales. También ellos tienen que forzar siempre el hábito para encontrar la verdad que se ha hecho carn e en Jesucristo. Caminos de Jesucristo, pp.
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15. 7 El que sólo quiere v er a Cristo en el ayer, no lo encuentra, y el que sólo quiere tenerlo hoy, tampoco lo encu entra. Él es desde el princip io el que fue, es y vendrá. Es siempre , com o viviente, el que viene. El mens aje de su llegada y permanencia es parte esencial de su imagen; pe ro este ac op io de to da s las dim en sione s del tie m po obedece a la conciencia que Jesús tenía de su vida terrena como u n salir del Padre perman eciend o en él, de com bin ar e n sí el tiem po y la eter nida d. Jesu cris to hoy, p.
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16. 7 El primer encuentro con Jesucristo se produce en el hoy; cabe incluso afirmar que sólo podemos encontrarno s con él porque es un hoy para mu chas personas, y por eso tien e re al m en te un hoy. Ma s par a ac er ca rm e al Cristo integral y no a un fragmento percibido al azar, debo escu char al Cristo de ayer tal y como se m uestra en las fuentes, especialmente en las Sagradas E scrituras. Si le escucho en su totalidad, sin reco rtar partes esenciales de su figura en aras de una imagen del mundo convertido en dog ma, lo veo abierto al futuro y lo veo venir desde la eternidad, que abarca pasado, presente y futuro. Precisamente cuando se ha buscado y vivido esta comprensión integral, Cristo ha sido siempre un «hoy» pleno, ya que sólo impe ra sobre el hoy y en el hoy aquello que tie-
ne raíces en el ayer y capacidad de crecimiento para el ma ñan a [...]. Jesucristo hoy, p.
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17. 7 Las grandes épo cas en la histo ria de la fe han forja do siempre su propia im agen de Cristo, desde su hoy han po dido verlo en fo rm a nu ev a y justam ente así h an co nocido a «Cristo ayer, hoy y siempre». En la prim era época, el «Cristo hoy» fue representad o sobre todo en la imagen del pastor que lleva a hombros la imagen descarriada, la humanid ad. El que contem pla ba esa im ag en se decía : Yo soy esa oveja; in te nté en riquecer mi vida, corrí tras esta y aquella promesa, hasta que fui atrapado en la espesura y no supe cómo salir de ella. Pero él me tom ó en h omb ros y, al portarm e, se con virtió en camino. En el período siguiente apareció la imagen del pantocrátor, que pronto cedió al intento de representar al «Jesús histórico» tal como fue realmente en la tierra, pero siempre en la creencia de que el hom br e Je sú s re ve laba a D ios m ism o, de qu e él e ra el ic on o de Dios y en lo visible nos hac ía ver lo invisible; la mira da a la imagen se convertía en camino donde el hom bre tras pa sa ba la fronte ra qu e para él se ría in fran qu ea ble sin Cristo. El medievo latino representó a Cristo, en el período románico, triunfand o en la cruz; ésta era su trono: como el icono de la iglesia oriental intenta m ostrar lo invisible en lo visible, la imag en rom ánica de la cruz q uiere evocar la resurrección en el Crucificado y hacern os así transparente nue stra propia cruz con la promesa que se oculta en ella. El arte gótico destaca al máximo el lado hum ano de Jesucristo: tiende a rep resen tar la cruz en su espanto puro e implacable; pero el Dios que padece así anónimo, que sufre como nosotros y más que nosotros, sin la luz del triunfo próximo, se convierte en el gran 175
consolador y en certeza de nue stra redención. Fina lmente, Cristo aparece en la imagen de la pie tá muerto en el regazo de su madre, a la que no queda otra cosa que el dolor: Dios parece ha ber mu erto, m uerto en este mundo; sólo de lejos consuela la sentencia «al atardecer, tristeza; por la m añ an a, ale gría» (Sal. 30, 6): la c er teza de qu e h ay una pascua. La enseñanza de estas imágenes de un «Cristo hoy» sigue vigente, porque todas se nutren de una visión que conoce también a Cristo ayer, mañana y siempre. Jesu cristo hoy, pp.
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18. 7 «Ya no os llamo más siervos —dice el Seño r—, po rque un siervo no está al corriente de lo que hace su amo; os llamo amigos porque os he comunicado todo lo que he oído a mi Padre» (Jn. 15, 15). La ignora ncia es depe ndencia, es esclavitud: el que no sabe, es esclavo. Sólo cuando hay comprensión, cuando empezamos a entender lo esencial, em pezam os a ser libres. Una libertad a la que se ha extirpado la verdad es mentira. CristoVerdad significa Dios que de esclavos ignorantes nos convierte en amigos al hacernos p articipa r de su saber. La imagen del amigo Cristo nos resulta entrañable especialmente hoy; pero su a mistad consiste en que él nos da confianza, y el ámbito de la con fianza es la verdad. Jesu cris to hoy, p.
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iniciada ha de seguir creciendo por medio de nosotros. Cuando en la noche santa su ene un a y otra vez el himno Hod ie Ch ris tus na tus est, debem os reco rdar que el inicio que se produjo en Belén ha de ser en nosotros inicio permanente, que aquella noche santa es nuevamente un «hoy» cada vez que un hombre permite que la luz del bien hag a de sa pa re ce r en él las tinieblas del e go ísm o [...] El niño Dios nace allí donde se obra po r inspiración del amor del Señor, donde se hace algo más que intercam bia r re galos. Hom ilía adv iento 20 02
20. 7 Jesús se hizo niño. ¿Q ué es eso de ser niño? Significa, ante todo, que se depende, que se recurre, que se necesita, que se remite uno a otro. En cuanto niño, Jesús proc ed e no sólo de Dios, sin o de ot ro se r h um ano . Se ha gestado en el seno de una mu jer de la que ha recibido su carne, su sangre, su latido, su garbo, su habla. H a recibido vida de la vida de otro ser humano. Lo propio, que pr oc ed e así de lo ajen o, no es m er am en te biológico. [...] Podemos, pues, decir que la niñez ocupa un lugar tan destacado en la predicación de Jesús porque está en la más profunda correspondencia con su más personal misterio, con su filiación. Su dignidad más alta, la que remite a su divinidad, no es en último térm ino un poder del que él disfruta, sino que se funda en su referencia al otro, a Dios, al Padre. El Dios de los cri stianos , pp.
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Algun os m om en to s de su vi da E l n i ñ o D i o s
19. 7 La luz de Cristo quiere ilum inar la noche del m undo a través de la luz que somos nosotros; su presen cia ya 176
21 .7 Éste es el misterio de Navidad, que podem os com pre nder m ejor a tra vé s de ta nto s sím bo los. Entre estos símbolos está el de la luz, que es uno de los más ricos de significado espiritual y sobre el que querría reflexionar br ev em en te. La fie sta de Nav idad coincide, en nues tro 177
hemisferio, con la época del año e n que el sol termina su par ábola de sc en de nte y empi ez a la fas e en la qu e se am plía gr ad ua lm en te el tiem po de luz di ur na , segú n el re co rrido sucesivo de las estaciones. Esto nos ayuda a com pre nde r m ejor el tem a de la luz que prevale ce sobre las tinieblas. Es un símbolo que evoca una realidad qu e afecta a lo íntimo del hombre : me refiero a la luz del bien que vence al mal, del amor que supera al odio, de la vida que vence a la muerte. Navidad hace pensar en esta luz interior, en la luz divina, que nos vuelve a presentar el anun cio de la victoria definitiva del am or de Dios sobre el pecado y la muerte. [...] El Salvador esperado por las gentes es saludad o com o «Astro naciente», la estrella que indica el camino y la guía de los hombres, viand antes en tre las oscuridades y los peligros del mund o ha cia la salvación prom etida po r Dios y realizada en Jesucristo. 21 de d iciembr e de 2005 22. 7 [...] al ver las calles y plazas de nuestras ciudades adornadas con luces resplandecientes, recordemos que estas luces evocan otra luz, invisible para nuestros ojos, pe ro no para nue stro co razó n. Al c on te m pl ar las, al en cen der las velas de las iglesias o las luces del Nacim iento y del árbol de Navidad en nu estras casas, que n uestro es píritu se abra a la ve rd ad er a luz es piri tu al tr aíd a a todo s los hombres y mujeres de buena voluntad. ¡El Dios con nosotros, nacido en Belén de la Virgen María, es la Estrella de nuestra vida! 21 diciem bre de 2005 23. 7 El misterio de Belén nos revela al Diosconno sotros, al Dios cercano a nosotros, no sencillamente en sentido espacial y temporal; Él está cerca de nosotros po rq ue ha «d esposado», por así de cirlo , nuest ra hum ani178
dad; ha toma do sobre sí nue stra condición, eligiendo ser en todo como nosotros, menos en el pecado, para hacer que nos convirtamos com o Él. La alegría cristiana brota po r lo ta nto de es ta certe za : Dio s está p róximo, es tá co nmigo, está con nosotros, en la alegría y en la tristeza, en la salud y en la enferm edad , com o amig o y esposo fiel. Y esta alegría permane ce tam bién en la prueba, en el sufrimiento mismo, y permanece no superficialmente, sino en lo profund o de la person a que se entrega a Dios y confía en Él. 16 de diciembre de 2007 24. 7 El buey y la muía no son un mero producto de la imaginación piadosa, sino que se han convertido en acompañantes del acontecimiento de la Navidad en virtud de la fe de la Iglesia en la unid ad e ntre el Antiguo y el Nuevo Te sta men to. En efe cto , en Isaías 1, 3 dice: «Conoce el buey a su d ueño y el asno el pesebre de su amo; Israel no conoce, mi pu eblo no entiende.» Los Padres de la Iglesia vieron en esas palabra s un discurso profético que pre anuncia el nu ev o pu eb lo de Dios, la Iglesia fo rm ad a por los ju dío s y gentiles. Ante Dios, todo s los ho m br es , ju díos y pa ga no s, er an co mo b ue ye s y asnos, sin ra zón ni entendimiento. Pero el Niño del pesebre les abrió los ojos de modo que, ahora, entienden la voz del dueño, la voz de su Señor. La ben dició n de la Nav idad, p.
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25. 7 Los que sí lo reconoc ieron —a diferencia de toda esa gente de renombre— fueron «el buey y el asno»: los pa stor es, los magos, M aría y José. ¿Es qu e ac as o podr ía ser de otro modo? En el establo donde está el Niño Jesús no vive la gente fina: allí viven, justamente, el buey y el asno. Pero ¿qué es lo que ocurre con nosotros? ¿Nos ha -
llamos tan alejados del establo porque som os demasiado finos y demasiado sesudos para ello? ¿No nos enredamos también nosotros en sabihondas interpretaciones de la Biblia, en prueba s de la autenticid ad o inau tentici dad, de forma que nos h emos hecho ciegos para el Niño y no percibimos ya nada de él? ¿No estamos demasiado en «Jerusalén», en el palacio, encasillados en nosotros mismos, en nuestra propia gloria, en nuestras manías pe rsec ut or ia s p ara qu e pod am os oí r en segu ida la vo z de los ángeles, acudir al pesebre y ponernos a adorar? Así pu es, es ta no ch e los ro stro s del bu ey y del as no no s miran con ojos interrogativos: mi pueb lo no entiende; ¿entiendes tú la voz de tu Señor? La ben dición de la Navida d, pp.
Los
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R e ye s M a g o s r e c o n o c e n a l R e y
26. 7 Podemos imaginar el asombro de los Magos ante el Niño en pañales. Sólo la fe les p ermiti ó r ec on oc er en la figura de aqu el niño al Rey que buscab an, al Dios al que la estrella los había guiado. En él, cubriend o el abismo entre lo finito y lo infinito, entr e lo visible y lo invisible, el Ete rno ha en trado en el tiempo, el Misterio se ha da do a cono cer, mostrándose ante nosotros en los frágiles miembros de un niño recién nacido. «Los Magos están asombrados ante lo que allí contem plan: el cielo en la tierra y la tierra en el cielo; el hom bre en Dios y Dios en el hombre; ven encerrado en un pequeñísimo cuerpo aquello que no puede ser contenido en todo el mundo» (san Pedro Crisólogo, Sermón 160, 2). Durante estas jomadas contemplaremos con el mismo asombro a Cristo presente en el tabernácu lo de la misericordia, en el sacram ento del altar. 18 de agosto de 2005
27. 7 Aquí comenzó su camino interior. Comenzó en el mismo m ome nto en que se postraro n ante este Niño y lo reconocieron como el Rey prometido. Pero debían aún interiorizar estos gozosos gestos. Debían cambiar su idea sobre el poder, sobre Dios y sobre el hombre y así cambiar también ellos mismos. [...] Dios es diverso; ahora se dan cuenta de ello. Y eso significa que ahora ellos mismos tienen que ser diferentes, han de apren der el estilo de Dios. 20 de agosto de 2005 28. 7 Los personajes qu e venían de Oriente, con el gesto de adoración, querían reconoce r a este niño como su Rey y po ne r a su servicio el p ropio po de r y las prop ias po sib ilidades, siguiendo un camino justo. Sirviéndole y siguiéndole, qu erían servir jun to a él a la causa de la justicia y del bien en el mun do . E n esto tenían razón. Pero a hora ap re nden que esto no se puede hacer simplemen te a través de órdenes impartidas desde lo alto de un trono. Aprenden que deben entregarse a sí mismos: un don m enor que éste es poco para este Rey Aprenden que su vida debe acom odarse a este m odo divino de ejercer el poder, a este modo de ser de Dios mismo. Han de convertirse en hombres de la verdad, del derecho, de la bondad, del perdón, de la misericordia. Ya no se preguntarán: ¿Para qué m e sirve esto? Se preg untará n más bien: ¿Cómo puedo contrib uir a que Dios esté presente en el mundo? Tienen que ap render a perderse a sí mismos y, precisamente así, a enc ontrarse. Al salir de Jerusalén, ha n de perm anec er tras las huellas del verdadero Rey, en el seguimiento de Jesús. 20 de agosto de 2005 29. 7 ¿Qué hemos de ofrecerte, oh Cristo? Seguram ente te tratemos demasiado poco cuando sólo intercam-
bia b ia m o s e n tr e n o so tr o s re ga lo s c a ro s q u e ya no so n expresión de nosotros mismos y de nuestra gratitud —s e n ti m ie n to qu e h a b it u a lm e n te d ej am os sin si n ex p re sar—. Intentamos llevarle por regalo la fe, llevarnos a nosotros mismos, y aunque más no fuera de esta forma: ¡Creo, Señor, ayuda mi incredulidad! Y no olvidemos ese día a los muchos en quienes el Señor sufre sobre la tierra. La bendic ión de la Navidad, p. 97 Ba u t i s m o
de
C
risto
30 . 7 La historia de las tentaciones viene después del relato del bautismo de Jesús, en el que se halla prefigurado el misterio misterio de la mu erte y de la resurrección, del pecado y de la redención, del pecado y del perdón: Jesús se sumerge en la profundidad del Jordán. Ser sumergidos en el río es un proceso que re presen taba simb ólicamen te la muerte: se sepulta una vida antigua para que la nueva pu p u ed a resu re suci cita tar. r. D ado ad o q ue Je sú s m ism o no tien ti en e peca pe ca do , no tiene que se pultar ning una vida vieja, vieja, por eso su aceptación del bautismo es una anticipación de la cruz, por cuanto es el ingreso en nuestro destino, ya que asume nuestros pecados y nuestra m uerte. Caminos de Jesucristo, p. 82
31. 7 En el momento en que él sale del agua, el cielo se rasga y desde él resuena la voz con la que el Padre lo reconoce com o su Hijo. El cielo cielo abierto es un signo que indica que ese descender a nuestras noches abre el nuevo día y a través de esta identificación del Hijo con no sotros es derrum bad o el muro entre Dios y el hombre: Dios ya no es el Inaccesible, por cuanto nos busca en la profundidad de la muerte y de nuestros pecados y nos lleva de
nuevo a la luz. luz. En este sentido, el bautismo de Jesús an ticipa todo el dram a de su m uerte, y a la vez nos lo hace comprender. Caminos de Jesucristo, p. 82 Ascensión
32 . 7 ¿Qué nos quiere decir, entonces, la fiesta de la Ascensión del Señor? No quiere decirnos que el Seño r se ha ido a un lugar alejado de los hombres y del mundo. La Ascensión de Cristo no es un viaje en el espacio h acia los astros más remotos; po rque, en el fondo, fondo, tamb ién los astros están hech os de elementos físicos como la tierra. tierra. La Ascensión de Cristo significa que él ya no pertenece al mundo de la corrupción y de la muerte, que condiciona nuestra vida. Significa que él pertenece completamente a Dios. Él, el Hijo eterno, ha conducido nuestro ser humano a la presencia de Dios, Dios, ha llevado consigo consigo la carne y la la sangre en una fo rma transfigurad a. 7 de mayo de 2005 33. 33 . 7 El hom bre en cuen tra espacio en Dios Dios;; el ser hum ano ha sido introducido por Cristo en la vida misma de Dios. Y puesto que Dios abarca y sostiene todo el cosmos, la Ascensión del Señor significa que Cristo no se ha alejado de nosotros, sino que ahora, gracias a su estar con el Padre, está cerca de cada uno de nosotros, para siempre. Cada uno de nosotros puede trata rlo de tú; cada uno puede llamarlo. El Señor está siempre siempre atento a nu estra voz. voz. Nosotros podem os alejarnos de él interiormente. Podemos vivir dándole la espalda. Pero él nos espera siempre, y está siemp siemp re cerca de nosotros. 7 de mayo de 2005
E n v ía a l E s p í r i t u S a n t o
34. 7 34. 7 El fuego con el que quiso encender el mundo es el po de r del de l Esp E sp írit ír ituu Sa nto. nt o. Éste És te es e s el fu ego eg o que q ue proc pr oc ed e del d el carro ígneo de su cruz, que se se hace patente en los homb res y les da nueva esp eranza, nu evo camin o, nueva vida. Una vez más, cuanto más suave parece su fuego comparado con el poder aniqu ilador de Elias, Elias, tanto mayor es. Porque es escaso pode r el de aniquilar. Esto es mu y fácil. fácil. El poder auténtico consiste en la capacidad de construir, de dar vida, de abrir los corazones, de transformar. Éste es el fuego de Jesús, su juicio de la nueva vida. Servidor de vuestra alegrí alegría, a, p.
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35. 35 . 7 [...] éste es el fuego con el que Jesús da su respuesta: el fuego de Pentecostés, la hoguera de su misericordia y de su renovación, y hace ver a los hombres que antes se enfrentab an e ntre sí que, que, a pa rtir de él, él, deben profesarse mu tuo afecto. Su nuevo fuego no es destructor. Servidor de vuestra alegrí alegría, a, p.
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Tentaciones de Cristo
36. 36 . 7 El cardena l Willebrands Willebrands me con taba en cierta ocasión que, después de los coloquios con los monofisitas, su patriarc a en Egipto decía, al térm ino de su estancia en Roma: «Sí, «Sí, he com prendido que nue stra fe en Jesucristo, Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hom bre, es idéntica. Pero he visto visto que la Iglesia Iglesia rom ana ha sup rimido el ayuno, y sin sin ayuno no hay Iglesia.» La primacía de Dios Dios no se acepta realmente si no aba rca también la corporalidad del hombre. Los dos actos centrales de la vida vida biológica biológica del homb re son la alim enta-
ción y la propagació n, la sexualidad. Po r esta razón, ya en los inicios de la tradició n cristiana, la virginidad y el ayuno constituyen dos expresiones indispensables de la primacía de Dios, de la fe en la realidad de Dios. Es difícil que la princip alidad de Dios siga siendo el eje decisivo decisivo de la vida hum ana si no se refle refleja ja también en una expresión corporal. El cam ino p ascu al, p. 22 37. 37 . 7 Es cierto que el ayuno no co nstituye el único c ontenido de la la Cuaresma, pero es un elemento que no pue de sustituirse por ningún otro, así como la nutrición, en el plano de la vida biológica, de la vida humana, no se pu ed e re em p la za r p o r n in g u na o tra tr a cosa co sa.. Es bu e n a la li be rtad rt ad en la ap lic ac ió n co n cr et a del de l ayun ay uno; o; re sp o nd e a las diversas situaciones que vivimos. Pero el ayuno, como acto co mú n y público de la Iglesi Iglesia, a, me p arece hoy tan necesario como en tiempos pasados; es un testimonio público tanto de la prima cía de Dios Dios y de los los valores del espíritu como de nue stra solidaridad con todos aqu ellos llos que padecen h amb re. Si no ajamam ajamam os, no conseguimos librarnos de ciertos demonios de nuestros tiempos. El ca mino mi no pa scua l, p.
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38. 7 38. 7 [...] El espíritu lleva a Jesús al desierto. El desierto es el lugar del silencio, de la soledad; es alejamiento de las ocupaciones cotidianas, del ruido y de la superficialidad. El desierto es el lug ar de lo absoluto, el lugar de la li be rtad rt ad , qu e sitú si tú a al ho m br e an te las cu es tio ne s fu n d a men tales de su vida. Por algo es el el desierto el lug ar dond e surgió el el monoteísmo. En este sentido, es lugar de la gracia. Al vaciarse de sus preocupaciones, el hombre encuen tra a su Creador. El ca mino mi no pas cual, p. 14 185
39. 7 Las Las grandes cosas comienz an siempre en el desierdesierto, en el silenci silencioo de la pobreza. No se puede particip ar en la misión de Jesús, en la misión del Evangelio, si no se par p ar tic ti c ip a en la ex pe rien ri en cia ci a del de l de sier si erto to , sin su frir fr ir su po brez br ez a, su ha m b re . Aq uella ue lla b ie n av e n tu ra d a h am b re de ju stic st ic ia, ia , de la qu e no s h ab la el Se ño r e n el Se rm ón de la Montaña, no puede nacer estando el hombre harto de todo. El cam ino pascu al, p. 14
40 . 7 Y no olvidemos que el desierto de Jesús no acaba con estos cuarenta días. Su último desierto, su desierto extremo , será el del salmo 21: «¡Dio «¡Dioss mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» Y de este desierto brotan las aguas de la vida del mu ndo [... [...]. ]. Roguemos al Señor que nos llev llevee de su mano, que nos perm ita descu brir aquel silencio profundo donde habita su palabra. El ca min o pascual, p. 14
41. 7 El desierto es también el lugar de la muerte: allí no hay agua, elem ento fund am ental de la vida. vida. Y así, así, este lugar de ardiente y crud a luminosidad, se mu estra como el extremo opuesto de la vida, como abismo peligroso y am enazan te. En el Antiguo Testamento Testamento la soledad forma par p ar te de la m ue rte : el ho m bre, br e, co m o pe rson rs on a, vive de amor, vive de relación, y precisamente en este sentido es imagen del Dios Trinitario, cuyas personas son relacio nes subsistentes, acto puro de la relación del amor. El desierto, por tanto, no es únicamente la región que destruye la vida biológica; es también el lugar de la tentación, el lugar donde se pone de manifiesto el poder del diablo, del «homicida desde el principio» (Jn. 8, 44). Al entra r en el desierto, desierto, Jesús se pone al alcance de este poder, se enfrenta con este poder, continúa el gesto de su
ba utis ut ism m o, el gesto ge sto de la E nc ar n ac ió n; no sólo sól o se su m e rge en las aguas profundas del Jordán, sino que también ba ja a las l as p ro fu n di da de s d e la m iser is er ia h um a n a, h a st a su mergirse en las regiones del del amo r quebrantad o, en aqu ellas llas soledades que invaden de u n extremo al otro. El ca min o pascual, pp. 1415
42. 42 . 7 Jesús se va al desierto para ser tentado; quiere pa rticipar en las tentaciones de su pueblo y del mundo, so brel br elle leva va r n u es tra tr a m ise ria, ri a, ve nc er al en em igo ig o y a b rirn ri rn o s así el el cam ino que lleva lleva a la Tierra Prometida. P ienso que todo esto pertenece particularmente al oficio del sacerdote: mantenerse en primera línea, expuesto a las tentaciones y a las las necesidades de una é poca concreta, so portar el sufrimiento de la fe fe en un determ inado tiempo, co n los demás y para los demás. Cuando la filosofía, la ciencia o el poder político levantan ob stáculos con tra la fe, es es norma l que los sacerdotes y los religios religiosos os sientan su im pa cto ct o an te s incl in clus usoo qu e los laic os; ar ra ig ad o s en la firfi rmeza y en el sufrimiento de su fe y de su oración, deben ellos ellos constru ir el cam ino del Señ or en los nuevos desiertos de la historia. El ca min o pascual, p. 16
43. 43 . 7 Los cuaren ta días de ayun o de Jesús en el desierto recuerdan, ante todo, los cua renta días que Moisés pasó ayunan do en el monte Sinaí, antes que pu diese recibir la pal p al a b ra de Dios, Dios , m at er ia liza li za da en las tabl ta bl as sa g ra da s de la alianza. alianza. Esos cua renta días también rec uerdan el relato rabínico según el cual Abraham, en su cam ino hacia el monte Oreb, no tomó alimento ni bebida durante cuarenta días y cuaren ta noches, y se alime alime ntaba gracias a la m irada y a la palab ra del ángel ángel que lo acom pañab a. Nos recuerdan los cuarenta años de Israel en el desierto, los 18
cuales fueron tanto el tiempo de su tentación como el de una intimidad particu lar con Dios. Los Padres de la Iglesia han visto en general en el núm ero cu arenta el símbolo numérico de la temporalidad histórica humana y, de esta forma, considera ron los cuaren ta días de Jesús en el desierto como reflejo de toda historia humana. Las tentaciones de Jesús podían ser entendida s entonces en forma concluyente, como la aceptación y la superación de la tentación o riginaria de Adán. De hecho, la Carta a los Hebreos subraya fuertemente que Jesús es capaz de compadecerse de nosotros, porque él mismo ha sido pro bad o en todo , co mo no so tros , ex cepto en el h ec ho de que él no ha pecado (cfr. Heb. 4, 15; cfr. 2, 18). Ser tentado es parte esencial de su condición humana, por haber descendido, en comunión con nosotros, al abismo de nuestra miseria. Caminos de Jesucristo, p. 83 44. 7 Después de la multiplicación de los panes, Jesús ve que la multitudes qu erían hacerlo rey y huye a la montañ a, él solo (cfr. Jn. 6, 15). Del mismo modo, rehúye las tentaciones que lo limitan al milagro y le dificultan el anuncio, el cual constituy e su au tén tica m isión (cfr. Me. 1, 3539). Caminos de Jesucristo, p.
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45. 7 [«¡Apártate de mí, Satanás!»]'. Jesús mantiene con Pedro un a relación de confianza y cercanía, po r eso tales frases están justificadas. Pedro lo acepta, comprende que estaba com pletamen te equivocado. En este caso trataba de impedir al Señor el calvario. Le dice: «Eso desentona de tu misión, debes triunfar, no puedes ir a la cruz.» Pedro repite la tentación del desierto que se nos describe como la tentación de Jesús por anton om asia, la tentación de ser un m esías del éxito, de apo star por el ca
ba ilo políti co . El Seño r le dice aq ue lla s pala bra s qu e oímos aquí en la cima de la montaña, como conclusión de la histo ria de las tentacio nes: «Quítate de mi vista, Satanás» (Me. 8, 33). Dios y el m und o, p.
223 Caminos de Jesucristo, p. 84
46. 7 El núcleo de toda tentación consiste en apartar a Dios, quien al lado de todas las cosas urgentes de nu estra vida aparece como una cuestión de segundo orden. La tentación qu e siempre nos acecha es la de conside rar que nosotros mism os somos más im portante s que él, al igual que las necesidad es y los deseos del mom ento. En efecto, pro ce dien do así r ec haz am os a Dios e n su divinida d, con lo cual nosotros mismos nos convertimos en Dios, o más bien, h ac em os qu e lo s po de res que no s am en az an se c onviertan en Dios. Caminos de Jesucristo, p.
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47. 7 «Si eres Hijo de Dios...» Escucharemos nuevamente estas palab ras por pa rte de quienes se burlan de él en la cruz: «Si eres Hijo de Dios, sálvate y baja de la cruz» (Mt. 27, 40). Esto es una burla, pero al m ismo tiem po un desafío: pa ra ser creíble, Cristo debe prob ar sus prete nsiones. Esta deman da de pruebas aparece duran te toda la vida histórica de Jesús, pues con tinuam ente se le echa en cara que él no prueba suficientemente su identidad, que tiene que hacer el gran milagro que elimine toda am big üe dad y contradic ció n y es cl ar ez ca a cad a uno de modo irrebatible quién y qué es él, o qué cosa no es. Nosotros planteamos esta exigencia a Dios, a Cristo y a su Iglesia a lo largo de toda la historia: si existes, Dios, entonces tambié n debes mostrarte. Debes rasgar las nubes de tu aislamiento y darnos la claridad a la que tenemos derecho . Si tú, Cristo, eres realm ente el Hijo de Dios y no
uno de los iluminados que han aparecido permanentemente en la historia, entonces debes mostrarlo más claramente de lo que lo haces; debes dar a tu Iglesia, si ésta debe ser tu Iglesia, un carác ter unívoco may or que el que en realidad le es peculiar. Caminos de Jesucristo, p.
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O '
48 . 7 «Si eres Hijo de Dios...»: ¡Qué desafío! ¿Y no se pue de decir lo mismo a la Iglesia: si quieres ser la Iglesia de Dios, entonces preocúpate ante todo del pan para el mundo, pues lo demás vendrá más tarde? Es difícil res ponder a este desafío, pr ec isam en te po rq ue el grito de los ham brientos nos penetra y debe penetrarnos profundam ente en los oídos y en el alma. [...] Jesús no es indiferente frente al hambre de los hombres, frente a su necesidad m aterial, pero la sitúa en el contexto correcto y le da el orden justo. [...] «El hombre no vive sólo de pan, sino de todo lo que sale de la boca de Dios.» Respecto a esto, hay una frase del jesuita alemán, Alfred Delp, ajusticiado por los nazis: «El pan es im portante; la libertad es más importante; pero lo más importante de todo es la adoración no extraviada.» Donde no se respeta esta jerarq uía de valores sino q ue se la altera, allí ya no existe la justic ia, ya no ha y pr eo cu pa ci ón por el hom bre qu e su fre, sino que precisamen te tamb ién se altera y se destruye el ámbito de los bienes materiales. Caminos de Jesucristo, pp.
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49 . 7 Donde Dios es considerado u na grand eza secu ndaria que se puede de jar de lado tempora lmen te o en absoluto por otras cosas más importantes, entonces naufragan esas cosas presuntamente más importantes. No sólo el fracaso del experimento marxista demuestra esto, también la ayuda por parte de Occidente, edificada en
principios pura m ent e técn icos y m ater iale s, qu e no sólo ha dejado de lado a Dios sino que, con el orgullo de su pr esun ción , ha alejad o a los ho m br es de Dios, es lo qu e ha hecho que el tercer m undo sea precisamente el Tercer Mundo en el sentido actual: ha apartado las estructuras religiosas, morales y sociales existentes y ha introducido en el vacío su mentalidad tecnicista. El mu ndo de Occidente creyó que podría transformar las piedras en pan, pero ha da do pied ra s en vez de pa n. Caminos de Jesucristo, p.
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50. 7 Naturalmente, nos podemos preguntar por qué Dios no ha creado un mundo en el que su presencia sea más manifiesta; por qué Cristo no ha dejado otro res p la ndor de su pre se ncia qu e con qu is ta ra a to dos de modo irresistible. Éste es el misterio de Dios y del hom bre, en el qu e no pode m os pen et ra r. Vivim os en es te mundo, en el que precisamente Dios no posee la evidencia de lo accesible, sino que sólo pued e ser bu scado y en contrado mediante la partida del corazón, mediante el «éxodo» desde «Egipto». En este mundo debemos oponernos a los engaños de las falsas filosofías y reconocer que no sólo vivimos de pan, sino ante todo de la obediencia a la palabra de Dios. Sólo donde está viva esta obediencia se desarrolla la convicción que también puede proporcionar pan para todos. Caminos de Jesucristo, p.
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51. 7 Nos encontramos aquí, ante todo, frente al gran pr ob lem a de có mo se p ue de co no ce r y cóm o n o se p ue de conocer a Dios; de cómo el hombre puede estar en relación con Dios y de cómo puede perderlo. La presunción, que quiere reducir a Dios a objeto e imponerle nuestras condiciones de laboratorio, no puede encontrar a Dios, 191
pu es ya su po ne qu e neg am os a Dios co mo Dios, po rque nos ponemo s por encim a de Él, porque d ejamos de lado toda la dim ensión del am or y de la escuch a interior, y reconocemos como real sólo lo que es experimentable y que nos es dado a palpar. Quien piensa así, se hace a sí mismo Dios y degrada no sólo a Dios, sino también al mu ndo y a sí mismo. Caminos de Jesucristo, p. 91
52. 7 [...] el relato de la terc era ten tació n de Jesú s (Mt. 4, 810). Satan ás lo conduc e a un mo nte m uy elevado y le mu estra todos los reinos de la tierra con todo su esplendor; se presenta com o el verdadero sob erano del mund o que tiene p oder y lo reparte. O frece a Jesús el pod er y sus «pompas» —un a expresión que reaparec erá en la fórm ula del bautismo , dond e no sólo hay que renun ciar al dia blo sino, co nc re ta m en te, a sus pom pas para pod er ser cristiano—. Las pompas del poder significan la capacidad de h acer lo que se quiere, de gozar de lo que se quiere, disponer de todo, ocupar siempre los primeros puestos. Ningún goce te es negado, cualquier aventura te es po sib le, todo s se a rrodi llan an te ti. Te es tá per m itid o hacer lo que quieras y tienes la posibilidad de hacerlo. De ese engañoso «ser como Dios», de esa caricatura de la imagen y sem ejanza de Dios se vale el diablo pa ra enloquecer al hombre y parodiar la libertad de Dios. Satanás ofrece poder, naturalmente, pagando un precio: un po de r qu e se ap oy a en el ter ror, el miedo , la codicia, la violencia co ntra el otro y el endiosam iento del yo. Pero —parec e de ci r Sata nás — esto es pr ec isam en te el poder. De otro modo no se puede tener. El que quiere dominar necesita oprimir, necesita la amenaza de la violencia y ha de ejercerla. ¿Y cómo va a se r redimido el mundo si el Rede ntor no tiene poder? E stá claro, por tanto, que el 192
S a l v a d o r, s i q u i e r e h a c e r a l g o , h a d e a s u m i r l a o f e r t a d e p o d e r
y p l e g a r s e a
l a s r e g l a s d e l j u e g o [ .. .] .
El poder de Dios, esperanza nuestra, p p . 5152
53. 7 El diablo lleva al Señor, en visión, a un monte elevado. Allí le mu estra to dos los reinos d e la tierra y su gloria, y le ofrece el dom inio del m und o. [...] Su verdadero contenido [el de la tentación] se hace visible si miramos cómo asume una configuración siem pre n ue va a tra vé s d e la histo ria . El im pe rio cr istian o in tentó muy pronto hacer de la fe un factor político de su unidad. El reino de Cristo debía asum ir entonces la forma de un reino político y de su resplandor. La fragilidad de la fe, la fragilidad terrena de Jesucristo debía sostenerse median te un pod er político y militar. En todos los siglos ha vuelto a pre sentarse, e n m últiples formas, esta tentación de asegu rar la fe a través del poder, y siempre la fe se ha visto amenazada precisamente por el peligro de ahogarse en los abrazo s del poder. La lucha por la li be rtad de la Iglesia, la lu ch a para lo gra r qu e el re in o de Jesús no se identifique con ning una fo rma política, debe librarse a lo largo de todos los siglos, pues el precio que se paga p or m ezclar la fe con el poder político consiste en definitiva en que siem pre la fe entra al servicio del pod er y tiene que someterse a sus criterios. Caminos de Jesucristo, p . 92
54. 7 En la culm inación del proceso judicial, Pilato plantea la elección entre Barrabás y Jesús. Uno de los dos será liberado. Pero ¿quién era Barrabás? Nos hemos acostumbrado a escuchar sólo la formulación del Evangelio joánico: «Barrabás era un bandido» (Jn. 18, 40). Pero la palabra griega que se traduce por bandido había asumido en la situación política de la Palestina de en 193
tonces un significado específico: significaba algo así como «combatiente de la resistencia». Barrabás había pa rtic ip ad o en una sublev ac ión y e stab a a cu sa do , e n e ste contexto, de asesinato (cfr. Le. 23, 1925). Si san Mateo dice que Barrabás se ha convertido en un «preso famoso», esto indica que se ha convertido en un o de los destacé cados luchadores de la resistencia, más aún, precisamente en el auténtico líder de esa sublevación (cfr. Mt. 27, 7). Dicho con otras palabras: B arrabás era un a figura mesiánica. La elección entre Jesús y Barrabás no es casual, ya que se enfren tan dos figuras me siánicas, dos formas de mesianismo. Esto resulta aún más evidente si pen sa m os qu e «BarAbba» sig nific a Hijo del Padre. Es una típica denom inación mesiánica, el nom bre ritual de un líder importante del movimiento mesiánico. La última gran guerra mesiánica de los judíos del año 132 fue acaudillada por BarKokhba, el Hijo de la estrella. Es la misma forma nominal, y expresa la m isma intencionalidad. Por Orígenes conocemos además un detalle más pre ciso: h ast a el siglo te rcer o, en m uch os m an usc rito s de los Evangelios el hom bre en cuestión se llama ba «Jesús Barrabás», Jesús, Hijo del Padre. Se presenta como una especie de doble de Jesús, reivindicaba efectivamen te la misma pretensión, pero en una forma completamente diferente. Por consiguiente, la elección es entre un me sías que lidera la resistencia, que promete libertad y el auténtico reino, y este misterioso Jesús que proclama el negarse a sí mismo como camino para la vida. ¿Sor pr end e qu e las m ul titu des pr ef iriese n a Bar ra bá s? Caminos de Jesucristo, pp. 9394
55. 7 Si hoy nosotros tuviéramos que elegir, ¿tendría alguna oportunidad Jesús de Nazaret, el hijo de María, el Hijo del Padre? ¿Conocemos realm ente a Jesús, lo com 194
pr en de mos ? ¿H oy co mo ayer, no te ne m os qu e es fo rz ar nos por conocerlo en una forma com pletamente nueva? El tentador no es lo suficientemente burdo como para pr opo ne rn os direc ta m en te la ad ora ci ón del diablo. Solamente nos propone que nos decidamos p or lo que es razonable, que prefiramos un mu ndo planificado y totalmente organizado en el que Dios puede tener su lugar como un asunto privado, pero sin que pueda entrometerse en nuestros proyectos esenciales. Caminos de Jesucristo, p. 94
56. 7 [...] Jesús instituye el primado de Dios y define al mun do com o su reino, como Reino de Dios. Y sólo donde Dios reina, sólo donde Dios es reconocido en el mundo, allí tamb ién es honrado el hom bre, allí tambié n el mundo pu ed e lle ga r a se r justo. El prim ad o de la ad ora ci ón es el supuesto fundamental para la redención del hombre. Caminos de Jesucristo, p. 95
57. 7 El poder de Dios en el m undo es discreto, no bu sca ostentación, tal como lo muestra no solamente la historia de las tentaciones, sino también toda la historia terrenal de Jesús. Pero éste es el poder verdadero y perm anente. La causa de Dios parece continuamente «yacer como en agonía», pero continuamente se demuestra como lo realmen te perm ane nte y salvífico. Los reinos del mundo que en su momen to Satanás podía m ostrar al Señor se han ido de rrum ban do todos. Su gloria, su doxa, h a dem ostrado ser me ra aparienc ia. Pero la gloria de Cristo, la gloria humilde y dispuesta al sufrimiento de su amor no ha perecido. En la lucha c ontra Satanás, Cristo quedó como vencedor: unos ángeles se acercaron y le servían, dice el evangelista (cfr. Mt. 4, 11). Caminos de Jesucristo, pp. 9596
p
CAPÍTULO 8
PALABRAS DE CRISTO
Su s pará bo la s
1. 8 Una paráb ola me c onduce a un cam ino. Yo veo primero lo que ven todos, lo que ya sé. Luego m e fijo en que contiene algo más. Así que he de aprender a trascender mis percepciones cotidianas. Si me apego a lo superficial y rechazo este camino, no veo la verdad más pro funda de estas historias, toda vez que las parábolas gu ardan siem pre u na rela ción esen cial con la v ida de Je sú s mism o. Dios y el m und o, p.
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2. 8 Cuando Jesús habla en sus pará bolas del pasto r que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el dracma, del padre que sale al encuen tro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palab ras, sino que es la explicación de su prop io ser y actuar. E n su mu erte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para da r nueva vida al hom bre y salvarlo: esto es amo r en su forma m ás radical. Deus Caritas est, n.°
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3. 8 La predicación de Jesús no fue nunc a m era plática, simples palabras; era «sacramental» en el sentido de que 19 7
su palab ra era ya insep arable de su yo, de su «carne»; su pal abra sólo se ca pta en el co ntex to de sus accion essigno, de su vida y de su m uerte. Todas las parábolas contien en u na cristología indirecta, hab lan de Cristo en lengua je cifrado, y con ello del Reino que irrumpe en el mundo. [...] En este sentido suponen una pretensión muy concreta: son invitaciones al disci pu lado , la co m pre nsión de las par ábola s es tá unid a al convivir con Cristo; se resisten a aqu ellos que preten den captarlas exclusivamente de m odo intelectual, histórico o especulativo. «A los que están fuera to do les es dicho en pa rá bo las, para qu e p or m uch o qu e m iren no ve an y por muc ho que oigan no entiendan...» (Me. 4, 1ls). Evangelio, cateq uesis, catecismo, p. 40 LOS VIÑADORES
I
4. 8 Cuando vieron que el salario de un de nario se podía obtener de una manera mucho más sencilla, no com pre ndie ro n por qu é hab ía n trabaja do dura nte to do el día. Pero ¿en qué se basaron exactam ente pa ra llegar a la convicción de que era m ucho m ás cómodo estar sin tra baja r que trab aja nd o? ¿Y po r qué su sa lario les ag ra da ba sólo con la condición de que a los otros les fuera peor que a ellos? Ahora bien, la parábola no fue transm itida para los trabajadores de otro tiempo, sino para nosotros. Cuando nos preg untam os por el porq ué del cristianismo, hacemos exactamente lo mismo que hicieron aquellos trabajadores. Damos por supuesto que el «desempleo» espiritual —una vida sin fe y sin oración — es más agradable que el servicio espiritual. Pero ¿en qué nos basamos para suponerlo? Nos fijamos en el esfuerzo que im pl ica la v ida dia ria cr istiana y, al h ac erlo , olvida mos qu e la fe no es sólo un peso que nos oprime, sino que es al
mismo tiempo u na luz que nos guía y nos mue stra un camino y un sentido. En la Iglesia vemos sólo el ordenamiento exterior, que limita nue stra libertad y, al hacerlo, pa sa mos por alto qu e e lla es p ara no so tros una patr ia es pi ritu al , en la qu e es ta m os se gu ro s en la vida y en la muerte. Vemos sólo nu estro peso y olvidamos qu e existe también el peso de los otros, aunq ue no lo conozcam os. Ser cristiano, p. 4546 La
p e r l a e n c o n t r a d a
5. 8 La misión reclama an te todo la disponibilidad para el martirio, disponibilidad para perderse a sí mismo a causa de la verdad y a cau sa de los otros: sólo así la dis po nibi lida d se vuelve dig na de fe. É sta fue la s itu ac ió n d e la misión y así será siempre. Sólo así se instituye el primado de la verdad, y así tam bién se supera la idea de la arrogancia desde dentro. La verdad no puede ni necesita tener otra a rm a que no sea ella misma. Aquel que cree ha enc ontrado en la verdad la perla po r la cual él está dis pu es to a of re ce r to do lo de más y ta m bié n a sí mism o, porque sabe qu e él se encuen tra al perde rse, porq ue sabe que sólo el grano de trigo que cae en tierra y m uere p roduce un gran fruto. Aquel que cree y puede decir «hemos encon trado al amor» tiene que trans m itir lo obsequiado. Caminos de Jesucristo, pp. 6970 LOS TALENTOS
6. 8 Me parece que en definitiva hay que comprender desde aquí la parábola del siervo cobarde, que por m iedo esconde el dinero de su señor, pa ra ponerlo a salvo y posteriorme nte po der devolvérselo, en lug ar de invertir el dinero com o los otros siervos y así multiplicarlo. El «talen199
to» regalado a nosotros, el tesoro de la verdad, no debe ser ocultado, tiene que ser repartido resuelta y hum ildemente, para que obre y (aquí cambiamos la imagen) se abra paso y renueve como levadura a la humanidad. En esta instancia, hoy en Occidente Occidente somos rápidos para en terrar el tesoro, tanto por cobardía —frente a la exigencia de introducirlo en el anillo anillo de nu estra h istoria y quizá fracasar (lo que es clara increencia)— como tamb ién po p o r negl ne glige ige ncia: nc ia: lo e n te rram rr am o s, po rq ue n os o tros tr os m ism os tampoco queremos ser importunados por eso, puesto que podríam os vivir vivir tranquilos nu estra pro pia vida sin el el pe so de su resp re sp on sa b ili da d. Pe ro el do n del de l c on oc im ienie nto de Dios, Dios, el el don de su am or en el corazón abierto de Jesús, tendría que apremiarnos para hacer que todos los confínes de la tierra puedan contemplar la salvación de Dios (Is. 52, 10; Sal. 98, 3). Caminos de Jesucristo, pp.
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7. 8 7. 8 [...] aquel a quien se le entrega el poder ha de saber que no lo ejerce ejerce por sí mismo ni p ara él mismo, sino que le ha sido prestado como servicio, y que delante de Dios se encontrará como un pobre que es juzgado según la honra dez y hum ildad de ese servicio servicio suyo; suyo; no le quedará nada salvo aquello que haya hecho por los demás en el desempeñ o respon sable de su servicio. servicio. Evangelio, cateque sis, catec ismo , p. La
Deus Caritas est, n.° E l b
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u e n s a m a r ita n o
9. 8 9. 8 La paráb ola del bue n sa m arita no (cfr (cfr.. Le. 10, 10, 2537) 2537) nos lleva sobre todo a dos aclaraciones importantes. Mientras el concepto de «prójimo» «prójimo» hasta entonces se refería esencialmente esencialmente a los conciudadan os y a los los extranjeros que se establecían en la tierra de Israel, y por tan to a la comunidad com pacta de un país o de un pueblo, pueblo, aho ra este límite desaparece. Mi prójimo prójimo es cualqu iera que tenga necesidad de m í y que yo pueda ayudar. Se unlversaliza saliza el el concepto de prójimo, prójimo, pero pe rman eciendo c oncreto. Aunque se extienda a todos los hombres, el am or al prójimo no se reduce a un a actitud gené rica y abstra cta, poco exigente exigente en sí misma, sino que requiere mi com pr om iso is o pr ác tico ti co aq u í y ah or a. Deus Caritas est, n.°
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J uicio final
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oveja pe rdida
8. 8 Tampoco en el Antiguo Testamento la noveda d bíblica consiste simplem simplem ente en nociones abstrac tas, sino en la actuación imprevisible, y en cierto sentido inaudita, de Dios. Este actuar de Dios adquiere ahora su forma dramática, puesto que, en Jesucristo, el propio Dios va 20 0
tras la «oveja perdida», la humanidad doliente y extraviada. [...] Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a pa rtir de allí se se debe definir aho ra qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar.
10. 8 10. 8 Se ha de recorda r de modo pa rticular la gran pa rá bo la d el ju icio ic io final fin al (cfr. Mt. Mt . 25, 2 5, 3146), 314 6), e n el cu al el am am or se convierte en el criterio para la decisión definitiva so bre br e la va lora lo raci ción ón po sit iva iv a o ne ga tiv a de u n a vida vi da h u m a na. Jesús se identifica con los pobres: los hambrientos y sedientos, los forasteros, los desnudos, enfermos o encarcelados. «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt. 25,
40). Amor a Dios y amo r al prójimo se funden entre sí: sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encon tramos a Dios Dios.. Deus Caritas est, n.° 15 El
g r a n o d e m o s ta z a
11.8 Los camino s de Dios Dios nun ca conduce n a resultados rápidamente mensurables, y eso puede comprobarse viendo cómo Jesucristo acabó en la cruz. Esto a mí me pa re ce m uy im p or ta nt e, po rq ue h a st a sus su s disc di scíp ípul ulos os le hacían p regun tas parecidas: «¿Qué pasa?», pasa?», «¿por qué no nos siguen?», siguen?», y entonces el Señor les respondía con las par p ar áb ol as del de l gr an o de m os ta za o de la leva le va du ra, ra , p ar a que com prend ieran que la med ida que utiliza Dios no es la de las las estadísticas precisas. precisas. Sin em bargo, lo que acon teció con el grano de mo staza y un poco de levadura fue algo enormemente importante y decisivo, aunque ellos entonces no lo pod ían ver. ver. Para cono cer los resultados resultados en estas cuestiones, yo creo que hay que olvidarse totalmente de proporciones cuantitativas. No somos un negocio que se contabilice haciendo cálculos del tipo «estamos vendiendo mucho», «tenemos una bue na política de de ventas». ventas». Nosotros prestam os un servicio servicio que después ponemos en m anos del Señor. Señor. Y eso no quiere decir que lo que hag amos sea inútil. inútil. Actualmente, por ejemplo, la fe está resurgiendo con mucha fuerza entre los jóvenes de todos los continentes. La sal de la Tierra, Tierra, pp. 1819 12. 12. 8 Posiblemente estemos ante una n ueva época de la historia de la Iglesia muy diferente, en la que volvamos a ver una cristiandad sem ejante a aquel grano de mostaza, que ya está resurgiendo en grupos pequeños, aparente-
mente poco significat significativos, ivos, pero que ga stan su vida en luchar intensa me nte co ntra el Mal, Mal, y en trat ar de devolver el Bien al al mundo; están d ando e ntrad a a Dios Dios en el el mu ndo. Probablemente no habrá conversiones en masa al cristiani cristianismo, smo, no se darán cambios que p udieran ser considerados ejemplares para la historia, pero existe una pr es en ci a n ue va y muy m uy fuer fu er te de la fe, qu e d a a lie nto nt o a los hombres. Ahora hay más dinamismo, más alegría. Hay una presencia n ueva de la fe llena de significado significado pa ra el mundo. La sal de la Tierra, Tierra, p. El
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h i jo p r ó d i g o
13. 13. 8 Éste era tam bién el pen sam iento del hijo hijo pródigo, el cual no entendió que, precisamente, p or el hecho de estar en la casa del padre, era «libre». Se marchó a un país le jano ja no , do nd e m alga al ga stó st ó su vida. vid a. Al fin f inal al co m pr en dió di ó que, qu e, en vez de ser libre, se había hecho esclavo, precisamente po r ha be rse rs e alej al ejad adoo de su pa dre; dr e; co m pr en dió di ó qu e sólo sól o volviendo volviendo a la casa de su padre p odría s er libre de verdad, con toda la belleza de la vida. Lo mism o sucede en la épo ca moderna. Antes se se pensab a y se creía creía que, apartan do a Dios y siendo nosotros autónomos, siguiendo nuestras ideas, nuestra voluntad, llegaríamos a ser realmente li bres br es p a ra p od er ha c er lo qu e no s ap etez et ez ca sin te n e r qu e obedecer a nadie. nadie. Pero cua ndo Dios desaparece, el el hom bre br e no llega lleg a a ser se r m ás gran gr ande de ; al co nt rari ra rio, o, pier pi erde de la digdi gnidad divina, pierde el esplen dor de Dios en su rostro. Al final se convierte sólo en el producto de una evolución ciega ciega,, del que se puede usar y abusar. Eso es precisam ente lo que ha confirmado la experiencia de nuestra época. 15 de agosto de 2005
El
sem brador
14. 8 En esta ho ra en que nos enco ntram os se repite una vez más la historia del sembrador. Un joven se pone a disposición del Señor de la palabra, para hacer de sem brad br ador. or. [...] ¿Tiene ¿Tie ne sen s en tid o se r ho y d ía sace sa ce rdot rd ote, e, se m br ador de la palabra? ¿Es que no existen para un joven vocaciones o profesiones con mayores perspectivas de éxito éxito en las que po der desplegar m ejor sus talentos? [... [...]] ¿Por qué os aferráis aferráis a una posición perdida? Pero la verdad es que Dios sigue sigue recorriendo de incógnito la historia. Sigue ocultando su pode r bajo el velo de la la imp otencia. Y los valores divinos, los verdaderos, la verdad, el amor, la fe, la justicia, siguen siendo las cosas olvidadas y desvalidas de este mundo. Pues bien, a pesar de todo ello, ello, esta pará bo la nos dice: ¡Tened ¡Tened ánimo! La cose cha de Dios crece. Aunque sean muchos los simpatizantes que se escabullen escabullen apena s lo consideren o portuno. Y por mu cho que sea lo que se ha llevado a cabo en ba lde y vanamente, en alguna parte, de alguna manera, llega a la sazón la palabra, de ponerse del lado y al servicio de la pa la br a. Qu e se at reve re ve n a op on er se a l a av alan al an ch a, al to rrente del egoísmo, egoísmo, de la codicia, de la incon tinencia, y alzan un dique para detenerlo. detenerlo. En algún lugar mad ura en el silencio silencio su sembrado. Nada es en balde. En lo oculto, el mundo vive del hecho de que siempre ha habido quienes han creído, quienes han esperado y amado. Servido r de vuestra alegría, alegría, pp. 1618
15. 15. 8 Debemos examinar si nos encontramos también nosotros entre aquellos de quienes Jesús dijo que no tenían suficiente profundida d, o que son como la roca, roca, que no perm iten ec har raíces. O si tal vez pertenecem os —así debe seguir nuestro interrogatorio— a los que Jesús 11a-
ma veletas, que no saben resisti resistir, r, sino que se dejan sim pl em en te a rr a s tr a r p o r la co rrie rr ienn te del de l tie m po , en tre tr e g ados al «se «se», », a la la masa: que se pregu ntan ú nicam ente qué se decía, qué se hace o qué se piensa, piensa, o nun ca h an llegado a conocer la excelencia de la la verdad, por la que m erece la pena enfrentarse al «se». Servidor de vuestra alegría alegría,, p. 20
16. 16. 8 ¿No formamos parte acaso demasiadas veces del grupo de aquellos en los los que la simiente simiente fue ahoga da po r los abrojos de las preocupaciones o de los placeres? ¿O nos contamos entre aquellos de quienes Jesús dice que en realidad la palabra no ha entrado en ellos, porque en cuanto la oyen viene viene Sa tanás y se la arrebata? Es decir, decir, ¿entre aquellos que no sintonizan con la longitud de onda de Dios, porque el ruido del mundo ha adquirido tal volumen que ya no pued en percibir lo eterno, eterno, que h a bla bl a e n el e l sile si lenc ncio? io? ¿E nt re los que, qu e, en el tu t u m ul to del de l tie t ie m po, ya no tie n en oído oí doss p a ra la et er n id ad de Dios? Dio s? ¿No ¿N o d e be m os m e d ita it a r se ria m en te en el pelig pe lig ro de qu e, al final, fin al, seamos contados en el núm ero de aquellos de quienes Jesús dijo dijo que no «producen fruto», fruto», es decir que h an vivido inútilmente? Pero el fruto crece —así lo dice el Señor— en la paciencia y la perseverancia de quien se mantiene firme, sople donde quiera el viento del tiempo. Servido r de vuestr a alegría, alegría, pp. 2021
17 17.. 8 Cristo mismo es el gran o de trigo de Dios, que D ios ha enviado a los los sembrados de este mundo . Es la palabra del am or eterno que Dios siembra en la tierra. tierra. Es el grano de trigo trigo que debía m orir para poder d ar fruto. fruto. Cuando dentro de unos mom entos celebremos todos junto s la Eucaristía, Eucaristía, tendremos en nu estras manos el pan candeal de Dios: el pan que es Cristo, el Señor mismo, el fruto
que ha dado muchas veces cientos por uno desde la mu erte del grano de trigo y se ha convertido en pa n para el mundo entero. Po r eso, el pan de la Euc aristía es para nosotros señal de la cruz y, a la vez, señal de la abu nd ante y gozosa cosecha de Dios: en el pasado evoca la cruz, el grano de trigo que mu rió. Pero tamb ién an ticipa el futuro, el gran banquete nupcial de Dios, al que acudiremos muchos del Este y del Oeste, del Norte y del Sur (cfr. Mt. 8, 11); más aún , de hech o este ban qu ete nu pcial ha comenzado ya aquí, en la celebración de la sagrada Eucaristía, dond e hom bres de todas las razas y de todas las clases pueden ser gozosos comensales de la mesa de Dios. Servidor de vu estra alegría, p. 22
La s B ie na ve ntu ra nza s: ¿o pt im is m o o esperan za ?
18. 8 Si andamos a fondo en las Bienaventuranzas, observaremos que siempre ap arece el sujeto secreto: Jesús. Él es aquel en qu ien se ve lo que significa «ser pobres en el Espíritu»; él es el afligido, el manso, quien tiene ham bre y sed de ju stic ia, el misericor dioso . Él tie ne el co ra zón puro, es el que lleva la paz, el perseguido p or causa de la justicia. Todas las palabras del Sermó n de la M ontaña son carne y sangre en él. Mirar a Cristo, p. 67
19. 8 El Sermón de la Mon taña es una llamad a a la imitación de Jesucristo. Sólo él es «perfecto como es perfecto nu estro P adre que está en los cielos» (la exigencia que llega al ser, en quien las concretas enseñanzas del Sermón se concentran y se unen: 5, 48). Por nuestros pro pios med ios no pod em os se r «p erfectos co mo nue stro
Padre que está en los cielos», y sin embargo debemos serlo para corresponder a las exigencias de nuestra pro pi a nat ur al ez a. Nos otro s solos no po de m os , per o po demos seguirle a él, adhe ridos a él, «ser suyos». Si noso tros le pertenecemos como sus propios miembros, entonces nos convertiremos, p or participac ión, en lo que él es y su bondad se rá la nuest ra . La s pala bra s de l Padr e en la pa rá bo la del hijo pr ódi go se realizar án e n n os ot ros: to do lo mío es tuyo (Le. 15, 31). El moralismo del Sermón, demasiado arduo para nosotros, se recoge y transforma en la comunión con Jesús, en ser sus discípulos, en permanecer en relación con él, en su amistad, en su confianza. Mirara Cristo, pp. 6768
20. 8 En la comu nión con Jesús, lo imposible se hace posible: el camello p asa p or el ojo de la a guja (Me. 10, 25). Siendo una sola cosa con él somos capaces de la comunión con Dios y, consecuen temente, de la salvación definitiva. En la medida en que pertenezcamos a Jesús, se realizarán en nosotros sus mismas cualidades: las Bienaventuran zas, la perfección del Padre. Mirar a Cristo, p. 68
21 .8 «Dichosos los que tienen ha mb re y sed de justicia po rq ue ellos s er án saciad os» se refiere a lo s afligido s q ue serán consolados (...) se trata de personas que miran en torno a sí en busca de lo que es grande, de la verdadera ju sticia, d el b ie n v er da de ro. (...) L a m irad a se d irige a las pe rson as qu e no se co nf or m an co n la re al id ad ex ist en te ni sofocan la inquietud del corazón, esa inquietud que remite al hombre a algo más grande y lo impulsa a em pre nder un ca m in o in te ri or (...). So n per so nas co n una sensibilidad interior que les permite o ír y ver las señales
sutiles que Dios envía al mu ndo y que así qu ebra ntan la dictadura de lo acostumbrado. Jesús de Nazaret, pp.
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22. 8 En el «hacer» somos grandes, grandísimos, pero en el ser, en el arte del exigir, las cosas son bien d istintas. Sa be mos muy bien qu é se pu ed e «hacer» co n las cosas y con los hombres, pero qué son las cosas, qué es el hom bre, eso ya es otra cu estió n. Mirara Cristo, p.
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23. 8 Debemos prestar atención a la estructura diversa del acto del «optimismo» y de la «esperanza» pa ra tener a la vista su esencia relativa. La finalidad del optimismo es la utopía del mundo, definitivamente y para siempre libre y feliz; la sociedad perfecta, en la que la historia alcanza su m eta y manifiesta su divinidad. La me ta próxima, que nos garantiza, por decirlo así, la seguridad del lejano fin, es el éxito de nuestro poder hacer. El fin de la esperanza cristiana es el Reino de Dios, es decir, la unión de hombre y mundo con Dios mediante un acto del divino pod er y amor. La finalidad próxima , que nos indica el cam ino y nos con firma la justicia del gran fin, es la presencia continu a de este am or y de este pode r que nos acompaña en nuestra actividad y nos socorre allí donde llegan nuestras po sibilidades al límite. La justificación íntima del «optimismo» es la lógica de la historia que anda su camino moviéndose inevitablemente hacia su ú ltimo fin; la justificación de la esp eranza cristiana es la en carnac ión del Verbo y del Amor de Dios en Jesucristo. Mirar a Cristo, p.
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24. 8 Podemos decir: la finalidad de las ideologías es, en último término, el éxito, la realización de nuestros pro pio s pl an es y deseo s. Nue str o hac er y poder, en los qu e confiamos plenamente, son conscientes de ser conducidos y confirmados por una irracional tendencia evolutiva de fondo. La dinám ica del progreso hace que tod o sea justo : as í me lo dijo ha ce po co tie m po un físico qu e se considera importante cuando yo me atreví a expresar mis dudas acerca de algunas técnicas modernas en relación con el desarrollo de la vida humana sobre el nacimiento. La finalidad de la esperanza cristiana es, sin em ba rgo, un do n, el do n del amor, qu e no s v ien e dad o más allá de nu estras posibilidades operativas; tenem os la es per an za de qu e existe este do n, qu e no po de m os forzar, pe ro qu e es la co sa m ás esen cial para el hom bre que, consecuentemente, no espera ante el vacío con su ham bre infin ita ; y la gara ntía es la interv en ción del am or de Dios en la historia, y de forma especial en la figura de Jesucristo, m ediante el cual nos viene al encuentro el amo r divino en persona. Mirar a Cristo, p. 53 25. 8 Todo esto significa que el producto esperado del optimismo lo debemos realiza r nosotros mismos, y tener confianza en que el curso, en sí ciego, de la evolución desemboqu e al final en unión con n uestro prop io hacer, en un justo fin. La promesa de la esperanza es un don que en cierto modo ya se nos ha da do y que esperamo s de aquel que es el único que nos lo puede regalar: de aquel Dios que ya ha construido su tienda en la historia por medio de Jesús. Además todo esto significa lo siguiente: en el prim er caso no hay nada que espera r en realidad; lo que esperamos debemos hacerlo nosotros mismos y se nos da nada más allá de nuestro propio poder; en el se20 9
gundo caso existe una esperanza real más allá de nuestras posibilidades, esperanza en el amo r ilimitado, que al mismo tiempo es poder.
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Mirar a Cristo, pp.
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C 26. 8 El optimismo ideológico es en realidad una pu ra fachada de un mundo sin esperanza, un mundo que con esta fachada ilusoria quiere esconde r su prop ia desesperación. Sólo así se explica la desmesurada e irracional angustia, el miedo traumático y violento que irrumpe cuan do un acciden te en el desarrollo técnico o económ ico plantea duda s sobre el dogma del progreso. El terror y la actitud violenta de una angustia recíprocamente fomen tada, que hemos vivido después de lo de Chernobyl, tenía en sí algo de irracional y de espectral, co mp rensi ble ún icament e si de trás ha y alg o m ás pr ofu nd o qu e no un suceso desafortunado pero, a pesar de su im portancia, limitado. La violencia de esta explosión de angustia es una especie de autodefensa contra la duda que puede amenazar la fe en una sociedad futura perfecta, ya que el hombre está po r esencia dirigido al futuro. No podría vivir si este elemento de fondo de su ser quedara eliminado. Mirar a Cristo, p.
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27 . 8 De las decisiones hum anas, el texto aparece en esta visión como un continuo retorno al episodio de la torre de Babel. Incesantemente los hombres intentan construir, con sus poderes técnicos, un puente hacia el cielo, es decir, convertirse en dioses con sus propias fuerzas. Intentan para el hombre aquel infinito poder que por sí mismo aparece como la esencia de lo divino y que quisieran hacerlo llegar a la propia existencia de la altura inalcan zable del Otro Absoluto. Estos intentos, que guía n 21 0
el actu ar histórico del homb re en todos los períodos, se funda me ntan sin embargo no sobre la verdad, sino sobre «el ahog ar la verdad». El hom bre no es Dios, es un se r finito y limitado y no puede, de ninguna ma nera y por nin gún poder, hacer de sí mismo aquello que no es. Por eso todos estos intentos, aunque al principio sean gigantescos, acaban en su propia destrucción. Su propio terreno no los sostiene. Mirara Cristo, pp. 5859 28. 8 [...] la historia hu m ana con todos sus terrores no se pre cip itar á en la no ch e de la au tode stru cc ió n; Dios no deja que se la arranqu en de sus man os. Los juicios pun itivos de Dios, los grandes dolores, en los que está inmersa la humanidad, no son destrucción, sino que sirven pr ec isam en te a la salvación de la hu m an id ad . In clus o después de Auschwitz, después de las trágicas catástrofes de la historia. Dios sigue siendo Dios; él sigue siendo bu en o, co n una bondad inde stru ctib le. Sigue sien do el Salvador, en cuyas m anos la actividad cruel y destruc tora del hom bre se transform a en amor. El hom bre no es el único auto r de la historia, y por eso la mu erte no tiene la última palabra. Mirar a Cristo, pp. 6061 29. 8 Pero ¿qué tipo de extraña «felicidad» se entiende con la palab ra «bienaventurado»? Creo que esta palab ra tiene dos dimension es temporales: abra za presente y futuro, aunque naturalmente de forma diversa. El aspecto del presente consiste en el hecho de que al interesado se le anu ncia un a pa rticular cercan ía de Dios y su reino. Lo cual significaría que, precisam ente en el espacio del dolor y de la aflicción, Dios y su reino están p articula rme nte cercanos. Cuando un hom bre sufre y se lamen ta, el co-
razón de Dios sufre y se lamen ta. El lamento del hombre prov oc a el «descender» (cfr. Éx. 3, 7) de Dios. Esta pre sencia divina, oculta en la palabra «bienaventurado», incluye tamb ién un futuro: la presencia, aú n escondida, de Dios llegará un día en que será manifiesta. Por tanto la pala bra dice: no teng áis miedo en vue stra an gu stia , Dios está junto a vosotros y será vuestro gran consuelo. La pro por ci ón en tre pr es en te y fu tu ro es dis tinta en ca da una de las Bienaventuranzas, pero la relación de fondo siempre es la misma. Mirara Cristo, pp. 6162
30. 8 El elemento propio de las Bienaventuran zas consiste en el hecho de q ue la parado ja profética se convierte ahora en modelo de existencia cristiana. Las Bienaventuranzas nos dicen: Si vivís como cristianos os encontraréis siempre ante esta tensión paradójica. Todo esto se hace evidente en el retrato que el apóstol Pablo ha trazado de sí mismo en su segunda Carta a los Corintios: «Somos los impo stores que dicen la verdad, los desconocidos conocidos de sobra, los moribun dos que están bien vivos, los penados nunca ajusticiados, los afligidos siem pre ale gres, los p ob re to nes qu e e nriq uec en a m uc ho s, los nece sitados q ue tod o lo poseen» (2 Cor. 6, 810). Una ma ravillosa síntesis de toda la p arado ja de la existencia cristiana... Mirar a Cristo, p. 62
31 .8 Las Bienave nturanzas no son (como a veces se ma linterpretan) un reflejo que resuma hábitos cristianos, una especie de decálogo del Nuevo Testamento, sino que suponen una representación de la única paradoja cristiana, que se realiza de formas diversas conform e a la diversidad de los destinos existenciales del hombre; en ge-
neral no se enc ontrará n todos juntos, reun idos de la m isma forma y en la misma persona. Mirara Cristo, p. 63 32. 8 (Mt. 16, 1320) También aquí habla Jesús de una casa que se debe construir y que se fundamenta sobre roca, para que no pu edan d estruirla los poderes del abismo. [...] es Jesús mismo quien construye la casa; es El quien actúa com o hom bre pruden te que elige la roca: El a quien el mismo Evangelio llama «la Sabiduría» (11,19). Mirar a Cristo, pp. 6465
33. 8 El Evangelio nos dice: existe el verd ade ram ente S a bio , y él m ism o (su pal ab ra ) es la roca , él m ismo ha p ues to el fundamento de la casa. Nosotros seremos sabios cuando salgamos de nuestro estúpido aislamiento de la autorrealización, que con struye la aren a de la prop ia ca pac idad . Se remos sa bios cu ando de jemos de in tent ar, cada uno por su cu enta y aisladamente, co nstruir la casa par ticula r de nues tra vida individu al. N ues tra sa bid uría consiste en construir con él la casa comú n, de form a que nosotros mismos nos convirtamos en su casa llena de vida. Mirar a Cristo, p. 65 34. 8 En el Apocalipsis se nos dice que el dragón —el gran adversario del Salvador— fijó su mora da «en la playa del mar» (Ap. 12, 18). A pes ar de sus gran des p alab ras, de su inmenso pode r técnico, a veces incluso m aravilloso, a pesar de su po derío y de su refinada astucia, la bestia no conoce la verdadera sabiduría, representa la imagen del hombre necio de la mism a forma q ue Cristo es la imagen del sabio. Y por eso el dragón al final desap arece, como la casa construida sob re la arena: su caída fue
estrepitosa. Encontramos nuevamente, en la relación entre el dragón y Cristo, la parad oja de la esp eranza cristiana, su miseria empírica y su invencibilidad: «Somos com o los mo ribun dos, que está n bien vivos» (2 Cor. 6, 9; cfr. 4, 712). Mirar a Cristo, pp. 6566
El P adr en ues tro
35. 8 Dios es totalmente otro y, al mismo tiempo, el no otro. Cuando, unido s a Jesús, decimos Padre, lo decimos en Dios mismo. Ésta es la esperanza del hombre, la alegría cristian a, el Evangelio: Él sigue siendo h om bre en la actualidad. En él, Dios se ha hecho verdaderamente el nootro. El hombre, este ser absurdo, ha sup erado el absurdo. El homb re, este ser desventurado, se ha liberado de su desventura: debemos alegrarnos. Él nos ama, y Dios nos ama, hasta tal punto que su amor se ha hecho carne y permanece siendo carne. Esta alegría debería transformarse en nosotros en el más intenso de los im pu lso s, en una fu erza ar ro llad ora qu e n os im pe lier a a comunicar a los hombres la buena nueva, para que tam bi én ello s c el eb ra ra n la luz q ue se n os ha m an ifes tado en nosotros y que anuncia el día en medio de la noche de este mundo. El cam ino pascual, p. 129
36. 8 Cuando los teólogos contemporáneos explican el Padrenuestro, normalmente se conforman con analizar la palabra «Padre». Tal cosa responde justamente a la conciencia religiosa que hoy tenemos. Pero a un teólogo de la talla de Cipriano le parecía que lo correcto era que dedicara parte del tiempo de su reflexión también a la
pa la br a «n uestro» . Para él se tr ata de algo muy im portante. Y porque sólo hay uno q ue tiene derecho a llam ar a Dios «mi Padre», Jesucristo, el Hijo unigénito, todos los demás hombres tienen que decir en definitiva: «Padre nuestro.» Así, para nosotros Dios sólo es Padre en cuanto formamos parte de la comunidad de sus hijos. Dios es sólo Padre «para mí» en cu anto que yo «estoy» en el «nosotros» de sus hijos. El Padrenuestro cristiano «no es el clam or de un a lma aislada que sólo reconoce a Dios y a sí misma», sino que e stá unida a la comu nidad de los hermanos con los que formamos el único Cristo, en el que y por el que sólo podemos y debemos llam ar «Padre» a Dios, pues sólo en él y por él somo s «hijos». La fraternidad de los cristi anos, pp. 7071 37. 8 La fe profunda en el Padre nuestro ha de transfo rmarse por sí misma, trascendiendo el tiempo, en una nueva actitud ante Dios y ante los homb res considerados como herm anos. Ante Dios adopta rá sobre todo las posturas de confianza y de amor. El Dios, que en Jesucristo nos ha aceptado como hijos convirtiéndose así en nuestro Padre, es el Dios absolutamente fiel y digno de confianza, que ha sido fiel a su alianza frente a los pecados de los hombres; y precisamente por estos pecados y transgresiones ha tenido ocasión de seguir ofreciendo su pe rd ón un iversal. Es j ustam en te la im ag en contraria del Dios «padre de los dioses y de los hombres» de Homero, que es un déspo ta soberan o e imprevisible. Y eso no sólo a pesar de su paternidad, sino justamente por ella, pues el carácter despótico es un rasgo pr op io de la fig ura pat ern a griega. Sin em ba rg o este Padre no es aún la última instancia, porque sobre él o en él están el destino y la ley universal contra las que nada pu ede. Sólo de sde este tras fond o, la pat er nid ad bí blica
alcan za su autén tica grand eza. Pue s este Dios es el poder definitivo, poder por antonomasia, «pantocrátor», y al mismo tiempo fidelidad absolutam ente fiable con un poder sin límites. Esas dos cosas juntas pueden mover al hom bre a esa confianza últim a e inamovible que es a la vez amor y adoración. La frater nidad de los cr istianos, pp. 7172. (En el original, «destino» y «ley universal» están en griego.)
38. 8 Y no olvidemos po r último que tod as las peticiones del Padrenuestro se expresan con el pronombre «nosotros», porque nadie puede decirle a Dios «mi Padre», excepto Jesús. Todos nosotros solamente po demos decir «Padre nuestro», po r eso tenemos que roga r siempre con los demás y para los demás, despren dem os de nosotros, abrirnos, y sólo en tal apertura rezamos correctamente. Todo esto está expresad o en el estar en c am ino con el Señor. Caminos de Jesucristo, p.
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39. 8 Pero también las peticiones en tom o a la redención de todos los males, de nuestras culpas y del peso de la tentación están resum idas prácticam ente allí: danos este pa n, para qu e mi co ra zó n esté de sp ierto par a re sistir al mal, para que pueda distinguir entre el bien y el mal, p ara qu e apre nda a pe rd on ar , para qu e se m an te nga fuerte en la tentación. Sólo si el mundo venidero se hace pr es en te hoy, sólo si el m un do co mie nz a ya hoy a ha ce rse divino es que se hace verdaderame nte hum ano. Caminos de Jesucristo, p.
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40 . 8 La cuarta petición, la petición del pan, es como la articulación entre las tres peticiones orientada s al Reino de Dios y las tres últimas, qu e se aplican a nu estras nece-
sidades. Esa cuarta petición une ambos grupos de peticiones. ¿Qué es lo que pedimos en ella? Ciertamente, el pa n p ara hoy. E s la pe tic ión de los discípulos, q ui en es no viven de cálculos y capitales, sino de los bienes cotidianos del Señor y que por eso tienen que vivir intercam bian do co n él, c on templ án do lo y c on fian do perm anente mente en él. Es la petición de los hombres que no acumulan grandes posesiones y que no pretenden darse seguridad a sí mismos, de los hombres que se satisfacen con lo necesario, para p oder ded icar tiempo a lo verdaderamen te imp ortante. Es la oración de los sencillos, de los humildes, la oración de aquellos que aman y viven la po brez a en el Es pí ritu Sa nto. Caminos de Jesucristo, p.
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41 .8 Pero la petición va todavía hacia algo más profu ndo, puesto que la palabra que traducimos por «cotidiano» no nos es conocida en griego: epiousios. Es una palabra del Padrenuestro, y significa muy aparentemente al menos también (aunque los eruditos pueden discutir también sobre su sentido): danos el pan de m añana, jus tamente el pan del mundo venidero. Estrictamente ha bla ndo, es s olam en te la Euca ristía la r es pu es ta a a qu ello que significa esta misteriosa p alabra epiousios : el pan del mundo venidero, pan que ya nos es dado hoy, para que ya hoy el mundo venidero comience entre nosotros. Así, gracias a esta petición, la oración que pide que el Reino de Dios llegue a nosotros, tanto en la tierra como en el cielo, adquiere un sentido concreto y práctico, porque mediante la Eucaristía el cielo viene a la tierra, el mañana de Dios viene hoy e introduce el mun do de m añan a en el mund o de hoy. Caminos de Jesucristo, pp.
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42. 8 Quien am a a Dios sabe que únicam ente existe una am enaz a real para el hombre: el peligro de perd er a Dios mismo. Y por eso el hombre reza: «No nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal», es decir, de la pérdida de fe y, en general, del pecad o. Q uien a pa rta a Dios de su vida para liberarse del verdadero miedo entra en la tiranía del miedo sin esperanza. Mirar a Cristo, p. 88 43. 8 La oración es espera nza en acto [...] en las invocaciones de la segunda parte n uestras an sias y angustias diarias se convierten en esperanza. Está pre sente el deseo de nuestro bienestar material, la paz con nuestro prójimo y finalmen te la amena za de todas las amenazas: el peligro de perder la fe, de caer en el abandono de Dios, de no poder per ci bi r a Dios y de ac abar de esta m an era en el más ab soluto vacío, expuestos a todos los males. En el mom ento en que estos anhelos se conviertan en invocaciones, se abre la vía de las ansias y de los deseos hacia la esperanza, de la segunda a la prime ra parte del Padrenu estro. Mir ara Cristo, p. 72
44. 8 Todas nuestras angustias son, en último término, miedo p or la pérdida del am or y po r la soledad total que le sigue. Todas nuestras espe ranzas están en la profund a gran esperanza, en el am or ilimitado: son esperanza s del paraíso, del Reino de Dios, del ser con Dios y como Dios part íci pes de su n aturaleza. Todas nue stras e speran za s desem bo can en la única esperanza: venga tu reino, hágase tu voluntad e n el cielo como en la tierra. Que la tierra se haga como el cielo, que la m isma tie rra se convierta en cielo. En su voluntad está toda nuestra esperanza. Aprender a rezar es apren der a e sperar y por lo tanto es apren der a vivir. Mirara Cristo, p. 72
CAPÍTULO 9
LA CRUZ DE CRISTO
El m is te ri o de l su fr im ie n to
1. 9 Un amigo mío que estuvo sometido durante años a la diálisis renal y tuvo que sentir cómo la vida se le esca pa ba pa so a p as o de las m an os , me c on tó una vez qu e de niño le gustaba espe cialmente el viacrucis y más tarde lo pra cticó asi duam ente . Cuan do se ente ró de l te rr ib le diagnóstico de su enfermedad, quedó como aturdido, pero de pro nto le vin o al pe ns am ient o: ahora se cu mple de verdad lo que siempre pedías, ahora pu edes realm ente camin ar con él y acomp añarlo en el viacrucis. Así recuperó la alegría que luego fue irradian do hasta el final, y se dejó guiar por la luz de la fe. Para expresarlo con Guardini, hay que descubrir de nuevo la «fuerza liberadora que hay en la superación de uno mismo; cómo el sufrimiento aceptado íntimamente transforma al ser humano; y cómo el crecimiento esencial depende no sólo del trabajo, sino también del sacrificio libremente ofrecido [...]». El poder de Dios, esperanza nuestra, pp. 6263
2. 9 Sólo cuando se ve bien el nexo entre verdad y amor, la cruz se hace comprensible en su verdadera profundi-
dad teológica. El perdón tiene que ver con la verdad y por tanto exige la cruz del Hijó y exige nuestra conversión. Perdón es, precisamente, restauración de la verdad, renovación del ser y superación de la mentira oculta en todo pecado. El pecado es por esencia un ab ando no de la verdad del propio ser y por tanto de la verdad del creador, de Dios. Mir ara Cristo, p. 98
3. 9 «Porque si uno quiere salvar su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por mí, la salvará. A ver, ¿de qué le sirve a uno g anar el m und o ente ro si se pierde o se malog ra a sí mismo?» (Le. 9, 2425). La cruz no tiene na da que ver con la negación de la vida, con la negación de la alegría y de la plenitud del ser hum ano. Al contrario, nos muestra exactamente la verdadera forma para encontrar la vida. Quien se ob stin a y q ui ere ap od erarse d e la vida, la pierde. Sólo el perderse a sí mismo es el camino para enc ontrarse a sí mismo y para enco ntrar la vida. Cuanto más osadamente los hombres se han atrevido a perderse, a entregarse totalmente, tanto más aprendieron a olvidarse, tanto más grande y más rica ha llegado a ser su vida. Pensemos en Francisco de Asís, en Teresa de Ávila, en Vicente de Paúl, en el cura de Ars, en Maximiliano Kolbe: todas imágenes del seguimiento que nos muestran el camino hacia la vida, porque nos m uestran a Cristo. De ellos podem os ap rend er a escoger a Dios, a escoger a C risto y a escog er así la vida. Caminos de Jesucristo, pp. 9798
4. 9 La cruz en sí tiene ciertamente algo de horror que nun ca debe ríamos olvidar. Ésa es la forma más cruel de ejecución que se conocía en la Antigüedad. Era, de hecho, una muerte ignominiosa que no podía aplicarse a
un ciudadano romano, pues quedaría también m ancillado el honor de Roma. Contemplar al más puro de todos los seres humanos, al que era más que hombre, ejecutado de forma tan cruel nos produce, por lo menos, un enorme espanto. Pero ese mismo espa nto nos lo debería pro duc ir el ver cómo somos realmen te, y nuestra pro pia indolencia. Lu tero dijo algo semejante, y me parece acertado, cuando afirmó que el hombre debía escandalizarse de sí mismo par a re gr es ar al b uen ca mino. La sal de la Tierra, p. 29
5. 9 Sin embargo la cruz no se queda sólo en eso, en horror, porque desde ese madero no nos está contemplando un fracasado, un desventurado, víctima del más horrible suplicio de la humanidad. El Crucificado, que nos contempla desde la cruz, nos está diciendo algo muy diferente de las arengas de E spartaco a sus fracasadas huestes. Desde la cruz nos contempla un Bien infinito que hace que de ese horror nazca una vida nueva. Nos contempla el Bien supremo del propio Dios que se ofrece por nosotros y se nos en trega pa ra —con nosotros— cargar con el peso de todo s los hor ro re s de la histo ria . Ese sig no de la cruz, considerado en profundidad, nos muestra, por un lado, cómo p uede ser de peligroso el ser hum ano y ha sta dónde pue den llegar las atrocidades de las que es capaz, pero, por otro , tam bi én no s in vita a co nt em pl ar el in m en so e infinito poder de Dios y que somos amados por Él. Por eso, la cruz es un signo de perdón y de esperanza que alcanza hasta los últimos confines del mundo. La sal de la Tierra, p. 29, 30
6. 9 En nuestro tiempo, hay muchos que se preguntan cómo se puede segu ir hablando de Dios y hacer teología
después de Ausehwitz. Y yo a eso respondería que en la cruz está concentrado todo el horror de Ausehwitz por anticip ado. Dios ha sido crucificad o y, desde la cruz, está pro cl am an do qu e ese Dios, ta n dé bil en ap ar iencia, es un Dios que perdona y es, en su aparente ocultamiento, Dios Todopoderoso. La sal de la Tierra, p.
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7. 9 Pa ra los Padres de la Iglesia, un a caren cia básica de los paganos era precisamente su insensibilidad; por eso les recuerdan la visión de Ezequiel, el cual anuncia al pu eb lo de Israe l la pro m es a de Dios, qu e quitaría de su carne el corazón de pied ra y les daría un co razón de carne (cfr. Ez. 11, 19). El viacrucis nos muestra un Dios que pa de ce él m ismo los s uf rim ie nt os de los hom br es, y cuyo am or no perm anece impasible y alejado, sino que viene a esta r con nosotros, h asta su m uerte en la cruz (cfr. Flp. 2, 8). El Dios que comparte nuestras amarguras, el Dios que se ha hecho hom bre pa ra llevar nue stra cruz, quiere transformar nuestro corazón de piedra y llamarnos a compartir también el sufrimiento de los demás; quiere darno s un «corazón de carne» que no sea insensible ante la desgracia ajena, sino que sienta comp asión y nos lleve al amo r que cura y socorre. 25 de marzo de 2005 8. 9 Podemos tratar de limitar el sufrimiento, luchar contra él, pero no podemos suprimirlo. Precisamente cuando los hombres, intentando evitar toda dolencia, tratan de alejarse de todo lo que podría significar aflicción, cuand o qu ieren ah orrarse la fatiga y el dolor de la verdad, del amor y del bien, caen en una vida vacía en la que qu izá ya no existe el dolor, pero en la que la oscu ra sensación de la falta de sentido y de la soledad es much o
mayor aún. Lo que cura al hom bre no es esquivar el sufrimiento y hu ir ante el dolor, sino la capacidad de a ceptar la tribulación, m adu rar en ella y encon trar en ella un sentido median te la unión con Cristo, que ha sufrido con amo r infinito. Spe Salvi, n.°
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9. 9 La grandeza de la humanidad está determinada esencialmente po r su relación con el sufrimiento y con el que sufre. Esto es válido tanto para el individuo como pa ra la s oc ieda d. Una soci ed ad qu e n o log ra ac ep ta r a los que sufren y no es capaz de contrib uir med iante la com pa sión a qu e el suf rim ie nto sea c om pa rtid o y so brelleva do también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana. A su vez, la sociedad no puede acep tar a los que sufren y sostenerlos en su d olencia si los individuos m ismos no son capaces de hacerlo y, en fin, el individuo no puede aceptar el sufrimiento del otro si no logra enco ntrar pe rsonalmente en el sufrimiento un sentido, un camino de pu rif icac ió n y m ad ura ci ón, un ca m in o de es pe ra nz a. En efecto, aceptar al otro que sufre significa asum ir de alguna man era su sufrimiento, de mo do que éste llegue a ser también mío. Pero precisamente porque ahora se ha convertido en sufrimiento com partido, en el cual se da la pr es en cia de un otro, este su frim ie nt o qu ed a tras pas ad o po r la luz del am or. La pala bra la tina consolado, consolación, lo expresa de manera muy bella, sugiriendo un «sercon» en la soledad, que entonces ya no es soledad. Spe Salvi, n.°
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10. 9 Sufrir con el otro, por los otros; sufrir por am or de la verdad y de la justicia; sufrir a ca usa del a mo r y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente, 22 3
son elementos fundam entales de human idad, cuya pérdida destru iría al hom bre mismo. Pero un a vez más surge la pregunta: ¿somos capaces de ello? ¿El otro es tan importante como para que, por él, yo me convierta en una persona que sufre? ¿Es tan importante para mí la verdad como para compensar el sufrimiento? ¿Es tan grande la promesa del amor que justifique el don de mí mismo? En la historia de la humanidad, la fe cristiana tiene precisamente el mérito de haber suscitado en el hombre, de m anera nueva y más profunda, la capacidad de estos modos de sufrir que son decisivos para su humanidad. La fe cristiana nos ha enseñado que verdad, ju stic ia y am or no s on sim plem en te ide ale s, sino re al id ades de enorme densidad. En efecto, nos ha enseñ ado que Dios —la Verdad y el Amor en person a— ha querido sufrir por nosotros y con nosotros. Bernardo de Claraval acuñó la maravillosa expresión: Im pa ssib ili s est Deus, sed non in co m pa ss ib ilis, Dios no puede padecer, pero pu ed e compade ce r. El ho m br e tien e un va lor tan gran de para Dios que se h izo h om bre para pode r com-padecer El mismo con el homb re, de modo m uy real, en carne y sangre, como nos ma nifiesta el relato de la Pasión de Jesús. Por eso, en cada pena human a ha entrado un o que com par te el s ufrir y el pa de ce r; de ahí se d ifun de en ca da su frimiento la con-solatio, el consuelo del amor participado de Dios y así aparece la estrella de la esperanza. Spe Salvi, n.° 39
11. 9 Él tamp oco nos impide g ritar como Jesús en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt. 27, 46). Deberíamos pe rma nece r con esta pregun ta ante su rostro, en diálogo orante: «¿H asta cuándo, Señor, vas a estar sin ha cer justicia, tú que eres santo y veraz?» (cfr. Ap. 6, 10). San Agustín da a este sufrimiento 224
nuestro la respuesta de la fe: «Si comprehendis, non est Deus», si lo comprendes, entonces no es Dios. Nuestra pr ot es ta no qu iere des af ia r a Dios, ni in sinuar en Él algún error, debilid ad o indiferenc ia. Pa ra el creyen te no es posib le pen sa r qu e Él sea im po te nte, o bi en qu e «tal vez esté dormido» (IRe. 18, 27). Es cierto, más bien, que incluso nuestro grito es, como en la boca de Jesús en la cruz, el modo extremo y más profundo de afirmar nuestra fe en su po der soberano. En efecto, los cristianos siguen creyendo, a pesar de todas las incomprensiones y confusiones del mundo que les rodea, en la «bondad de Dios y su amor al hombre» (Tit. 3, 4). Aunque estén inmersos como los demás hombres en las dramáticas y complejas vicisitudes de la historia, permanecen firmes en la certeza de que Dios es Padre y nos ama, aunq ue su silencio siga siendo incom prensible p ara no sotros. Deus Caritas est, n.° 38
12. 9 La esperanza se relaciona p rácticam ente c on la virtud de la paciencia, que no desfallece ni siquiera ante el fracaso aparente, y con la humildad, que reconoce el misterio de Dios y se fía de Él incluso en la osc urida d. La fe nos m uestra a Dios que nos ha d ado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realm ente es verdad que Dios es amor. De este modo transfo rma n uestra impaciencia y nuestras dudas en la esperanza segura de que el mundo está en manos de Dios y que, no obstante las oscuridades, al final vencerá Él, como lum inosam ente muestra el Apocalipsis media nte sus imágenes sobre cogedoras. Deus Caritas est, n°. 39
13. 9 [...] también la adoración (sacrificio) es siempre cruz, dolor de separación, muerte de ese grano de trigo 22 5
que sólo si muere da fruto. Pero todo esto indica tam bién qu e el d olor es u n elem en to se cu nd ar io, qu e sigue a otro prim ario y que sólo en él tiene sentido. El principio constitutivo del sacrificio no es el dolor, sino el amor. Y sólo en cuanto que irrump e, abre, crucifica y rasga tiene que ver con el sacrificio, como e xpresión del am or en un m undo que se caracteriza por la mu erte y el egoísmo. Intr odu cción al cris tianismo, pp.
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14. 9 El dolor es, en definitiva, a la vez exp resión y resultado del desg arramien to de Jesucristo en tre el ser Dios y el abismo del «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Aquel cuya existencia está tan expandida, que está a la vez en Dios y en el abismo de una criatura abandonada por Dios, está desgarrado, está «crucificado». Pero esa división es lo mismo que el amor, es llevar el amor hasta el extremo (cfr. Jn. 13, 1), es una m uestra conc reta de la expansión que genera. Intr odu cción al cris tianismo, pp.
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15. 9 Partiendo de aquí se podrían sentar las bases de una auténtica piedad de la pasión y ver la mutua relación que existe entre la devoción de la pasión y la espiritualidad apostólica. Po dríamos ver que el apostolado, el servicio al hombre en el mundo empalma con la mística más profunda y con la devoción a la cruz. Una cosa no impide la otra, sino que en el fondo más auténtico una vive de la otra. Y así podr íam os ver que la pa sión no es un cúmulo de dolores físicos, como si la redención dependiera de la mayor suma posible de dolores. ¿Es que Dios pu ed e aleg rarse del s uf rimie nt o de una cr ia tu ra , inc luso de su propio Hijo? ¿Acaso puede ver en ellos la moneda para co m pra rle a él la reco nc iliac ión? Ta nto la Biblia como la fe cristiana no tienen nada que ver con estas 22 6
ideas. Lo que realm ente c uenta no es el dolor como tal, sino un am or tan grande, un am or que expande tanto la existencia, que es cap az de u nir lo que está lejos y lo que está cerca, que pone en contacto a Dios con el hombre abandonado por Dios. Introd ucc ión al cris tianismo , pp.
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16. 9 Sólo el amo r orien ta y da sentid o al dolor. Si así no fuera, los verdugos en la cruz serían los auténticos sacerdotes, los causantes del sufrimiento serían los que ha br ía n ofre cid o el sacrificio. Pe ro com o no dep en de de eso, sino de ese centro interior que lo llena y lo sostiene, los sacerdotes no fueron ellos, sino Jesucristo, el que volvió a unir en su cuerpo los dos extremos separad os del mun do (cfr. Ef. 2, 13s). Introd ucc ión al cris tianismo, p.
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17. 9 [A la cuestión de si] no es infame pensar un Dios que par a apl aca r su ira exige la mu erte de su hijo [...] sólo se puede responder: pues claro, claro que lo es. Además, eso no tiene nada que ver con la idea que el Nuevo Testamento tiene de Dios. Al contrario, el Nuevo Testamento habla del Dios que, en Cristo, se convierte en omega, en la última letra del alfabeto d e la creación; del Dios que es acto de amor, puro «para», y que por eso entra necesariamente en el «incógnito» del último gusano (cfr. Sal. 22, 7). Es el Dios que se identifica con su criatura y que, en su contineri a mínim o —en el ser abarcado y dom inado por lo más pequeñ o— da lo «superabundante», lo que lo distingue como Dios. Intr odu cción al cris tianism o, p.
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18.9 Que cuando vino el justo al mu ndo fuera crucificado y condena do a m uerte po r la justicia nos dice despia-
dada me nte quién es el hombre: hom bre, tú no puedes so port ar al justo, y al que sólo h ac e q ue am ar lo escarneces, lo azotas y lo atormentas. Sí, así eres, porque, como eres injusto, necesitas siempre que los demás sean injustos par a se nt irte disculpa do , y p or eso no ne ce sitas al ju sto , que quiere que no tengas esa excusa. Esto es lo que eres. Esto es lo que Juan ha resum ido en el Ecce h om m o de Pi lato, que fundamentalmente quiere decir: eso son los hom bres, eso es el hombre. La verdad del homb re es su falta de verdad. El salmo dice que el hombre es engañoso (Sal. 116, 11), que vive siempre co ntra la verdad; esto es lo que realmente es el hombre. La verdad del hom bre es q ue siem pr e se op on e a la v erda d. El ju st o cr uc ificado es el espejo que se ofrece al hom bre p ara que vea sin engaños lo que es. Intr odu cción al cris tianism o, p.
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19. 9 La cruz es revelación. Pero no revela cualquier cosa, sino a Dios y al hombre. Nos dice cómo es Dios y cómo es el hombre. En la filosofía griega se preanu ncia esto de una forma peculiar con la imagen platónica del ju st o cr uc ifica do . En su obra so br e el E stad o se pre gun ta Platón cómo se podría lograr en este m undo un hom br e to ta l y ple na m en te ju sto. Y c on cluy e qu e la ju sticia de un hom bre sólo es perfecta cuando da la imp resión de que es injusto consigo mismo, porque entonces deja claro que no sigue la opinión de los hombres, sino que hace justicia por amor a ella. Por tanto, para Platón, el incomprendido y el perseguido es el auténtico justo en este mundo. Y no duda en escribir: «Dirán, pues, que en esas circunstancias será atormentado, flagelado, encadenado, y que después lo crucificarán...» Este texto, escrito cuatrocientos años antes de Cristo, impresiona a todos los cristianos. El pensamiento filosófico, con
toda su seriedad, ha mostrado que el justo, en el pleno sentido de la palabra, tiene que ser crucificado. Ahí se vislumbra algo de lo que en la cruz se revela sobre el hombre. Intr oducc ión al crist ianismo , pp.
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20. 9 Pero la cruz no sólo dice quién es el hombre, sino también quién es Dios. Dios es de tal manera que en este abismo se ha identificado con el homb re y lo juzga p ara salvarlo. En el abismo de la repulsa hum ana se manifiesta todavía más el abismo inago table del amor divino. La cruz es, pues, el verdadero centro de la revelación, de una revelación que no nos dice nada desconocido, sino que nos revela quiénes somos de verdad al ponernos a nte Dios y al poner a Dios en medio de nosotros. Intr odu cción al cris tianismo, pp.
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21 .9 Tras el grito de Job están hoy los millones de personas que desaparecieron anónimamente en las cámaras de gas de Ausehwitz o en las cárceles de las dicta dur as de izquierdas o de derechas. «¿Dónde está vuestro Dios?», gritan cada vez más alto los acusadores. Ciertamente, en esas palabras hay a menudo más cinismo que respeto real ante lo terrible del sufrimiento h uma no. P ero la acusación es verdadera. ¿Dónde estás, Dios? ¿Quién eres, que callas? La respuesta de Dios no es explicación, sino hecho. Responde padeciendo con nosotros, no con un mero sentimiento, sino en realidad. La compasión de Dios tiene carne. Se llama flagelación, coronación de es pin as, cru cifix ión, tu m ba . Ha pen etrad o en nues tro su frimiento personalmente. Lo que eso significa, lo que pu ed a significar, po de m os ap re nd er lo an te las gr an des imágenes del Crucificado y ante aquellas que representan a la m adre con el hijo mu erto, en el crepúsculo. Con
esas imágenes y en ellas, se ha transformado el sufrimiento para los hombres: éstos han aprendido que Dios mismo mora en lo más íntimo del sufrimiento, que son uno con él precisamente en sus llagas. El Dios de los cristi anos, pp. 5253
22. 9 El Crucificado no quitó del m und o el sufrimiento, pe ro co n su cr uz ca m bi ó a los hom bre s, volvió su co ra zón hacia los herma nos y herm anas que sufrían, y de esa m anera fortaleció y purificó a un os y a otros. De él proviene aquel «temor por lo que pa sa en tre nosotros» (cfr. Le. 1, 65) que falta a la humanidad pagana y que se extingue allí donde cesa la fe en el Crucificado. Con todos los problem as de las instituciones san itarias, ¿no empe zamos ya a comp render que hay cosas que no se pueden pag ar? En el ca m bio qu e se efec túa, ¿no v am os not an do algo de la transformación que trajo una vez la fe y que fue más que un consuelo vacío? El Dios de los cri stianos, p. 54
23. 9 [A Job] sólo se le man ifiesta su pequeñez, la pob reza de la perspectiva desde la que mira el mun do. Aprende a callar, a est ar en silencio, a esperar. Se le ens anc ha el corazón, nada más. Esta humildad del silencio es muy importante como primer paso en la sabiduría. Pues resulta sorprendente que las quejas contra Dios sólo en una mínima parte procedan de los dolientes de este mun do, y que en su ma yor parte provengan de los espectadores saturados que nunca han sufrido. Los dolientes han aprendido a ver. Cada uno tiene su propio destino ante Dios; no se puede c onta r a los hom bres po r cantidades, como si fueran productos. En este mundo, la ala banz a sale de los ho rn os do nd e ta nto s se ab ra sa n: el re lato de los tres jóvenes en el horno encendido contiene
una verdad más profunda que la que se expresa en los tratados eruditos. El Dios de los cri stianos, pp. 5253
24. 9 La cruz no quedó com o última pa labra de Dios en Jesucristo. La tumba no lo retuvo. Resucitó y Dios nos habla por medio del resucitado. En el infierno, el rico Epulón rogaba que Lá zaro se apareciese a sus herm anos y les avisara de su cr uel destino: cre erían , pien sa él, si alguien resucitara de entre los muertos (Le. 16, 27s). Ahora bien, el verdadero Lázaro ha venido. Está ahí y nos dice: esta vida no lo es todo. Hay una eternidad. [...] El tema del otro m undo tiene todos los visos de una evasión del presente. Pero, si ese tema es verdadero, ¿se puede pa sa r por alto?, ¿se p ue de desd eñ ar co mo c on suelo? , ¿no es lo que da precisam ente a la vida seriedad, libertad, es pe ranz a? El Dios de los crist ianos, p. 54
25. 9 Por causa de una teología mal entendida, muchos han percibido [...] la imagen de un Dios cruel que pide la sangre de su propio Hijo. [...] Sin embargo, es justam ente todo lo contrario: el Dios bíblico no quiere víctimas hum anas. Allí donde él se presenta, en la historia religiosa, cesan los sacrificios hum anos. Antes de que A braham po ng a la m an o so bre Isa ac , se lo im pide el m andato div ino: el carnero sustituye al niño. Así comienza el culto a Yahvé: la inmolación del primogénito que pide la religión ancestral de Abraham es relevada por la obediencia, po r la fe; el su st ituto ex terno, el ca rn er o, no es m ás qu e expresión de este proceso más hondo, que no es sustitución sino acce so a lo esencial. Pa ra el Dios de Israel el sacrificio humano es una abominación: Moloc, el dios de los sacrificios humanos, es la quintaesencia del falso
dios, al que se opone la fe yahvista. Servicio divino, para el Dios de Israel, no es la muerte del hombre, sino su vida. Ireneo de Lyon acuñó para esta idea la hermosa fórmula: «Gloria Dei homo vivens», el hom bre viviente es la gloria de Dios. El Dios de los cris tianos, p. 55 26. 9 Pero ¿qué significa entonces la cruz del Señor? Es la forma que toma aquel amor que ha aceptado al hom bre por com pleto, au n en su cu lp a y, por lo tanto , au n en su mu erte, h asta las cuales h a descen dido. Así llegó a ser sa cr ificio : en cuanto amor sin límites que carga a hom br os co n el h ombre, co mo co n la o veja pe rd ida, y lo co nduce de nuevo al Padre, a través de la noche del pecado. Desde ese mom ento existe una nueva clase de sufrimiento no como maldición, sino como amor que transforma el mundo . El Dios de los cris tianos, pp. 5556 27. 9 [...] [laj cruz de Cristo significa que él va delante de nosotros y con nosotros en la vía dolorosa de nue stra curación. Desde aquí habría que llevar a cabo, asimismo, una teología del bautismo y de la penitencia: cruz, bautismo, penitencia. Estos temas acaban por coincidir y son en último térm ino el desarrollo del único fundam ental tema del amor, que ha creado y redimido al mundo. Mir ara Cristo, p.
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28. 9 Una pastoral de la tranquilidad, del «co mprende rlo todo, perdonarlo todo» (en el sentido superficial de estas palabras) se enco ntraría en d rástica oposición con el testimonio bíblico. La pastoral justa cond uciría a la verdad y ayudaría a so portar el dolor de la mism a verdad. Mirar a Cristo, pp. 99100 23 2
29. 9 Nos llaman a todos nosotros a ser Simones de Ci rene en el viacrucis d e Jesús, en to dos los siglos de la historia. A mí me parece que aquí [...] viene a la luz el verdadero n úcleo del ágape cristiano, su verdadera esencia: pre stac ió n de servicio a Cristo q ue am a y su fre , to m ar de él la «obligación de servicio» de los hermanos más pequeños en quienes él mismo sufre, para llevar junto a él el yugo de su sí. En esta presentación de servicio, al recorrer juntos «dos millas» de su camino, de scubriremo s finalmente que su yugo, en apariencia tan pesado y opresor, es en realidad el peso del amor, que de yugo se convierte en alas de ligero vuelo. Descubriremos la verdad de sus palabras: mi yugo es suave y mi carga ligera (Mt. 11, 30). Mir ara Cristo, p.
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Há ga se tu vo lu n ta d
30. 9 «Toda la existencia de Jesús es una transposición del poder a la hum ildad [...] a la obediencia a la voluntad del Padre. Para Jesús la obediencia no es un factor secundario, añad ido, sino que forma el núcleo de su esencia.» Su p oder no tiene «ningún límite desde fuera, sino un límite que llega desde dentro [...]: la voluntad del Padre libreme nte asumida. Es un po der que se controla tan perfe ctam en te qu e es ca pa z de re nu nci ar se a sí m ism o». Hemos dicho que el poder de Jesús es algo que el térm ino griego deja claro: un pode r que nace de la obediencia. El pode r de Dios, esp eranza nuestra , p.
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31 .9 Jesús [...] es uno con Dios, de forma que el poder de Dios pasa a ser su poder. El poder que ahora proclama [...] es un poder que viene de las fuentes de la cruz y es,
por ta nt o, la an tít es is ra di ca l del poder arb itra rio de la po sesió n total, la per m isió n to ta l y l a p os ib ilid ad total. El poder de Dios, esperanza nuestra, pp. 5354
32. 9 «Si comes de este fruto morirás» (Gén. 2, 17). No pu ed e se r de ot ro m od o cu ando se ent ie nde el po de r como lo contrario a la obediencia, ya que el hombre no es dueño del ser, aunque a nivel macroscópico pueda descomponerlo como una máquina y montarlo de nuevo. El ser huma no no pue de vivir con tra el ser, y cuando lo intenta, cae bajo el poder de la mentira, del noser, de la apariencia de ser y, en consecuencia, bajo el poder de la muerte. El poder de Dios, esperanza nuestra, p. 57
33. 9 El poder que reside en el ser es más fuerte; el que opta p or él, tiene m ás posibilidades. Pero el poder del ser no es un poder propio, es el poder del Creador. Y del Creador sabem os po r la fe que no sólo es la verdad sino también el amor, y que ambas cosas no pueden separarse. El poder que Dios tiene en el mu ndo es el mismo que tienen la verdad y el amor. El poder de Dios, esperanza nuestra, p. 58 34. 9 La fe humana es siempre un creer compartido, y por eso es ta n im por ta nte el p recreye nte, el que preced e en la fe. El que está más e xpuesto q ue los otros, porq ue la fe de éstos depende de la suya y en determinados momentos él ha de llevar el peso de cree r por ellos. El poder de Dios, esperanza nuestra, p. 59
35. 9 [...] la fe es obedien cia. Es la unid ad de n uest ro que rer con el querer de Dios, y justam ente así es seguimiento de Cristo, ya que lo esencial en el camino de Cristo es
avanzar en la fusión de su voluntad con la voluntad de Dios. La redenc ión del mu ndo descansa en la o ración del monte de los Olivos: «no se haga mi voluntad, sino la tuya», oración que el Señor nos enseñó en el Padren uestro como centro de la fe vivida. El poder de Dios, esperanza nuestra, p. 61
36. 9 Todo ello se encuentra resumido en la oración de san Ignacio de Loyola, una oración que siempre me ha pa recido de m as iado grand e, has ta el punt o de qu e casi no me atrevo a rezarla. Sin embargo, aunq ue nos cueste, deberíamos repetirla siempre: «Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi ha ber y mi poseer; Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vu estro am or y gracia, que ésta me basta.» 8 de septiembre de 2004 37. 9 «Dichosa tú que ha s creído», salud a Isabel a María. El acto de fe por el que M aría fue para Dios la puerta de acceso al mundo y abrió así el ámbito de la esperanza, del «dichosa tú», es fundamentalmente un acto de obediencia: «Hágase en mí según tu palabra»; yo estoy en una relación e nteram ente servicial contigo. Creer significa en ella ponerse a disposición, decir sí. En el acto de fe ofrece a Dios su propia existencia como cam po de a cción. La fe no es una actitud más; es dispone r del propio ser de cara a la voluntad de Dios y, consecuentem ente, a la voluntad de la verd ad y del amor. El poder de Dios, esperanza nuestra, p. 61
38. 9 Dando el «sí» al nacimiento del Hijo de Dios en su seno por obra del Espíritu Santo, María pone a disposi-
ción su cuerpo, toda su persona como lugar para la acción de Dios. En estas palabras, la voluntad de María coincide c on la volun tad del Hijo. La sinto nía de ese «sí» con las palabra s «me has prepara do un cuerpo» posibilita la Encarnación, el nacimiento de Dios. Para que la entrada de Dios en este mundo sea un nacimiento de Dios, debe hab er siempre este «sí» mariano, esta coincidencia de nue stra voluntad con la voluntad divina. El poder de Dios, esperanz a nuestra, p. 62
39. 9 La fe es unión en la cruz, y sólo en la cruz alcanza su plenitud: el lugar de la postración extrema es el verdadero inicio de la redención. Creo que debem os aprend er de nuevo y en forma n ueva esta espiritualida d de la cruz. No s par ec ía de m as ia do pasiv a, de m as ia do p es im ista, d emasiado sentimental; pero si no ejercitamos la cruz, ¿cómo vamos a resistir cuando nos cuelguen de ella? El poder de Dios, esperanza nuestra, p. 62
40 . 9 La fe es obediencia; nos re cuerd a la nota esencial de nuestro ser: la condición creatural, y resca ta así nuestra realidad auténtica. Nos hace cono cer la responsab ilidad com o forma básica de nu estra vida; de ese modo el poder, de am ena za y peligro qu e era, pas a a se r e sp er an za. Esta obediencia define nuestra relación con Dios; pr es up on e una re lación co n Dios lúci da y viva, y la hace po sible al m ismo tie mpo , y a q ue a Dios sólo lo p ercibe el obediente. El poder de Dios, esperanza nuestra, p. 63
41 .9 Para que nuestra obediencia sea concreta y no confundamos a Dios con las proyecciones de nuestros pro pios deseo s, él mism o se m an ifes tó con cr et am en te por diferentes caminos. Prim ero, en su palabra. La obedien-
cia a Dios es una relación obediencial con su palabra. Debemos acercarnos de nuevo a la Biblia en un a actitud de reverencia y obediencia que hoy tiende a desaparecer. El poder de Dios, esperanza nuestra, p. 63
42. 9 «Por eso, al entrar en este mundo, dice Cristo: “No has querido sacrificio ni ofrenda, pero me has formado un cuerpo; no h as aceptad o holocaustos ni sacrificios ex piato rio s. Enton ce s yo dije: Aquí ven go, oh Dios, para hacer tu voluntad. Así está escrito de mí en un capítulo del libro”» (Sal. 40, 79). [...] ¿Qué dice el salm o? Es la a cció n de gracias de alguien a quien Dios ha despertado de la muerte. Pero el orante, en su comp rensión de la piedad, no da gracias a Dios ofreciéndole, po r ejemplo, el sacrificio de un animal. E n la línea de la tradición profética, él sabe que «no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me abriste el oído». Esto significa que Dios no qu iere cosas, sino el oído del hombre: qu e escuche, qu e obedez ca y, con ello, le quiere a él mismo . És ta es la acción de gracias ve rdadera y digna de Dios: entra r en la voluntad de Dios. El Dios de los cristi anos, pp. 6668
43. 9 Para la Carta a los H ebreos [...] sólo ha variado una pa la br a a la luz de lo qu e se ha cu mplido: el lu gar del oído, de la acción de escuchar, lo ha ocupad o el cuerpo: «Me has formado un cuerpo.» Por cuerpo quiere denotarse al hombre mismo con su naturaleza humana. La obediencia se encarna . En su más alto cumplimiento, no es ya mera me nte audición, sino conv ersión en carne. La teología de la palabra se convierte en teología de la encarnación. La entrega de Hijo al Padre sale de la íntima conversación divina; se convierte en recepción y, por consiguiente, en entrega de la creación resumida en el hombre. Ese cuerpo, o mejor, la realidad humana de Je-
sús, es resultado de la obediencia, fruto de la respuesta de amor del Hijo. El Dios de los cris tianos, p.
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44 . 9 Nos convertimos en Dios participan do en el gesto del Hijo. Nos convertimos en Dios haciéndonos Hijo, llegando a ser niños; o sea, llegamos a ser eso penetrando en la conversación de Jesús con el Padre y cuando esa conversación nuestra con el Padre entre en la carne de nue stra vida diaria: «Me has form ado u n cuerpo...» El Dios de los cristiano s, p.
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45 . 9 Nuestra salvación consiste en hacemos cuerpo de Cristo, como Cristo mismo: tomá ndo nos de Él a diario y a diario devolviéndonos a Él; ofreciendo cotidianam ente nuestro cuerpo como emplazamiento de la palabra. Nos convertimos en Su cuerpo siguiéndole, descendiendo y ascendiendo. De todo ello habla la sencilla expresión «Descendit de caelis». H abla de Cristo y, al hacerlo, h abla de nosotros. El Dios de los cris tianos, p.
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La hor a de Cr ist o
46 . 9 La misericordia de Cristo no es una gracia barata, no supone la banalización del mal. Cristo lleva en su cuerpo y en su alm a todo el peso del mal, toda su fuerza destructora. El día de la venganza y el año de la m isericordia coinciden en el misterio pascual, en Cristo, mue rto y resucita do. É sta es la veng anza de Dios: él mismo, en la persona del Hijo, sufre por nosotros. Cu anto más que damos tocados por la misericordia del Señor, más solidarios somos con su sufrimiento, más disponibles esta-
mos para com pletar en nu estra carne «lo que falta a las tribulaciones de Cristo» (Col. 1, 24). 19 de abril de 2005 47. 9 La muerte sin el acto de am or infinito de la Cena sería una mu erte vacía, care nte de sentido; la Cena, sin la realización concreta de la muerte anticipada, sería un mero gesto despojado de realidad. Cena y cruz son, con ju nta m en te , el ún ic o e ind ivisible o rig en de la E uc aristía : la Eucaristía no brota de la Cena aislada; brota de esta unidad de Cena y cruz. El ca min o pasc ual, p.
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48. 9 Por esta razón, la Eucaristía no es Cena simplem ente; la Iglesia no la ha llamado Cena a sabiendas, para evitar esta falsa impresió n. La Euc aristía es presen cia del sacrificio de Cristo, de este acto supre mo de ad oración , que es, al mismo tiempo, acto de amor infinito, de un amor que llega « hasta el fin» (Jn. 13, 1) y, por ello, distrib uc ión de sí mismo bajo las especies del pan y del vino. El ca mino pascual, p.
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49. 9 Participar en la Eucaristía, com ulgar con el cuerpo y la sangre de Cristo, exige la liturgia de la vida, la pa rticipación en la pasión del Siervo de Dios. En v irtud de esta pa rticipa ción , nu es tros su fri mie ntos se trans fo rm an en «sacrificio», y así podemos suplir en [nuestra] carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo (Col. 1, 24). El ca mino pascual, pp.
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50. 9 ¿Qué está sucediendo? ¿Cómo Jesús puede repa rtir su Cuerpo y su Sangre? Haciendo del pan su Cuerpo y del vino su Sangre, anticipa su muerte, la acepta en lo más íntimo y la transforma en una acción de amor. Lo
que desde el exterior es violencia brutal —la crucifixión—, desde el interior se transforma en un acto de amor, que se entrega totalmente. Ésta es la transformación sustancial que se realizó en el Cenáculo y que esta ba de stin ad a a su sc itar u n pr oc eso de tran sform ac io ne s cuyo último fin es la transformación del mundo hasta que Dios sea todo en tod os (cfr. 1 Cor. 15, 28). Desde siempre todos los hombres espe ran en su corazón, de algún modo, un cambio, una transformación del mundo. Éste es, ahora, el acto central de transformación capaz de renovar verdaderamente el mundo: la violencia se transform a en am or y, po r tanto, la muerte en vida. Dado que este acto convierte la muerte en amor, la muerte como tal está ya, desde su interior, superada; en ella está ya presente la resurrección. La muerte ha sido, por así decir, profunda men te herida, tanto que, de ahora en adelante, no puede ser la última palabra. 21 de agosto de 2005 51 .9 Ésta es, por usar una imagen muy conocida para nosotros, la fisión nuclear llevada en lo m ás íntimo del ser; la victoria del amo r sobre el odio, la victoria del am or sobre la muerte. Solamente esta íntima explosión del bien qu e ve nce al mal pu ed e su sc itar de sp ué s la ca de na de transformaciones que poco a poco cambiarán el mundo. Todos los demás cambios son superficiales y no salvan. Por esto hablamos de redención: lo que desde lo más íntimo era necesario ha sucedido, y nosotros podemos entra r en este dinamismo. Jesús puede d istribuir su Cuerpo, porque se entrega realm ente a sí mismo. 21 de agosto de 2005 52. 9 La transform ación no puede detenerse, antes bien, es aquí donde debe comenzar plenamente. El Cuerpo y
la Sangre de Cristo se nos dan para que también nosotros mismos seamos transformados. Nosotros mismos debemos llegar a ser cuerpo de Cristo, sus consanguíneos. Todos comemos el único pan, y esto significa que entre no sotros llegamos a ser una sola cosa. La adorac ión, com o hem os dicho, llega a ser, de este modo, un ión. Dios no solamen te está frente a nosotros, como el totalmente Otro. Está dentro de nosotros, y nosotros estam os en él. Su dinámica nos penetra y desde nosotros quiere prop agarse a los demás y extenderse a todo el mundo, p ara qu e su amo r sea realmente la medida dom inante del mundo. 21 de agosto de 2005 53. 9 Volvamos de nuevo a la Última Cena. La novedad que allí se verificó estaba en la nueva p rofund idad de la antigua oración de bend ición de Israel, que ahora se ha cía palabra de transformación y nos concedía el poder partic ip ar e n la «hora» de Cristo . Je sús no no s ha encargado la tarea de rep etir la Cena pascual que, por otra p arte, en cuanto aniversario, no es repetible a voluntad. Nos ha dado la tarea de entra r en su «hora». Entram os en ella mediante la palabra del poder sagrado de la consagración, una transform ación que se realiza median te la ora ción de alabanza, que nos sitúa en continuidad con Israel y con toda la historia de la salvación, y al mismo tiempo nos concede la novedad hac ia la cual aquella oración tendía por su íntima naturaleza. 21 de agosto de 2005 54. 9 Esta oración, llama da p or la Iglesia «Plegaria Eu carística», hace presente la Eucaristía. Es palabra de po der, que transform a los dones de la tierra de modo tota lmente nuevo en la donación de Dios mismo y que nos com prom ete en este proceso de transformac ión. Por eso
llamamo s a este acontecim iento Euca ristía, que es la traducción de la palabra hebrea beracah, agradecimiento, alabanza, bendición, y asimismo transformación a partir del Señor: presenc ia de su «hora». La hora de Jesús es la hora en la cual vence el amor. En otras palabras: es Dios quien ha ven cido, por que él es Amor. La hora de Jesús quiere llegar a ser nu estra h ora y lo será, si nosotros, mediante la celebración de la Eucaristía, nos dejamos arrastrar por aquel proceso de transformaciones que el Señor pretende. La Euca ristía debe llegar a ser el centro de nue stra vida. 21 de agosto de 2005 55 . 9 La rotura del velo del templo en la muerte de Jesús significa que el templo dejó de ser lug ar del encuen tro de Dios y hombre en este mundo. Desde el instante de la mu erte de Jesús, su cuerpo entregad o po r nosotros es el nuevo y verdadero templo; la destrucc ión física del tem plo de p iedr a el a ño 70 no ha ce sin o visua liz ar a nte la historia lo que ocurrió ya en la m uerte de Jesús. Ahora encuentra la frase del salmo su verdadero cumplimiento: «Sacrificio y oblación no quisiste; pero me h as formado un cu erpo» (Sal. 40, 7, Heb. 10, 5). El culto ha a dqu irido así su nueva y definitiva significación: glorificamos a Dios haciéndo nos un solo cuerpo con Jesús, es decir, una nueva existencia espiritual en la que él nos envuelve totalme nte, con cuerp o y vida (cfr. 1 Cor. 6, 17). Glorificamos a Dios dejándon os integra r en ese acto de am or que se cumplió en la cruz. Conversión, penitencia y renovación, pp.
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56. 9 Al finalizar la liturgia del Jueves Santo, la Iglesia imita el cam ino de Jesús traslada ndo al Santísimo desde el tabernác ulo a u na capilla lateral, que represen ta la so24 2
ledad de Getsemaní, la soledad de la mortal ang ustia de Jesús. En esta capilla rezan los fieles; quieren acompañar a Jesús en la hora de su soledad. Este camino del Jue ves Santo no ha de quedar en mero gesto y signo litúrgico. Ha de comprometernos a vivir desde dentro su soledad, a bu scarle sie mp re, a él, que es el olvidado, el escarnecido, y a perman ecer a su lado allí donde los hom bres se ni eg an a reco no ce rle . Es te ca m in o litú rgic o no s exhorta a buscar la soledad de la oración. Y nos invita también a buscarle entre aquellos que están solos, de los cuales nadie se preocupa, y renovar con él, en medio de las tinieblas, la luz de la vida, que «él» mismo es. El ca mino pascual, p.
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57. 9 E n el lavatorio de los pies se represen ta quién es Jesús y cómo actúa Jesús. Él, que es el Señor, se rebaja, se despoja del manto de su gloria y se convierte en esclavo, en el que está a la puer ta y realiza en favor nuestro la ta rea servicial de lavamos los pies. Éste es el sentido de toda su vida y de su pasión: inclinarse ante nu estros pies sucios, ante la suciedad de la humanidad, limpiarla, purificándola con su amor inconmensurable. La Euca ristía, centro de la vida, p.
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58. 9 El lavatorio de los pies represe nta para Ju an aq uello que con stituye el sentid o de la vida ente ra de Jesús: el levantarse de la mesa, el despojarse de las vestiduras de gloria, el inclinarse ha cia nosotros en el misterio del perdón, el servicio de la vida y de la muerte humanas. La vida y la muerte de Jesús no están la una al lado de la otra; únicamente en la muerte de Jesús se manifiesta la sustancia y el verdadero contenido de su vida. Vida y muerte se hacen transparentes y revelan el acto de amor que llega hasta el extremo, un amor infinito, que es el
único lavatorio verdadero del homb re, el único lavatorio capaz de prepararle para la comunión con Dios, es decir, capaz de hacerle libre. El contenido del relato del lavatorio de los pies puede, por tanto, re sum irse del modo siguiente: compenetrarse, incluso por el camino del sufrimiento, con el acto divinohumano del amor, que por su m isma esenc ia es puriñcación , es decir, liberación del hombre. El cam ino pascu al, pp. 114115
59. 9 Judas representa al hombre que no quiere ser amado, al hom bre qu e piensa sólo en poseer, que vive únicamen te para las cosas materiales. Por esta razón, san Pa blo dic e q ue la av aricia es ido la tría (Col. 3, 5), y Jes ús nos ens eña qu e no es posible servir a dos señores. El servicio de Dios y el de las rique zas se excluyen en tre sí; el cam ello no pa sa po r el hon dó n de la aguja (Me. 10, 25). El cam ino pascua l, p. 115
60 . 9 Aceptar el lavatorio de los pies significa tom ar parte en la acción del Señor, com partirla nosotros mismos, dejarnos identificar con este acto. Aceptar esta tarea quiere decir: continuar el lavatorio, lavar con Cristo los pies sucios del mun do . Jesú s dice: «Si yo, p ue s, os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y Maestro, también hab éis de lavaros voso tros los pies uno s a otros» (Jn. 13, 14). Estas palab ras no son u na simple ap licación moral del hecho dogmá tico, sino que pertenec en al centro cris tológico mismo. El amor se recibe únicamente amando. El cam ino pascu al,
p.
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61 . 9 [...] el Señor está en presencia de Dios y, en virtud de su intercesión, nos lava los pies día tras día en el momento en que nuestros labios pronuncian la oración:
per don a nues tras de ud as . Tod os los días, cu an do re zamos el Padrenuestro, el Señor se inclina hacia nosotros, toma un a toalla y nos lava los pies. El camin o pascual, p. 118 62. 9 Así interpre ta san Agustín su pro pia situación. Des pu és de la c on ve rsión q uiso fu ndar un m on as te rio, abandonar definitivamente el mundo y vivir con sus amigos dedicado por entero a la verdad, a la contemplación. Pero en 391, cuando fue ordenado sacerdote en contra de sus deseos, el Seño r vino a de sba ratar este reposo, llamó a su pue rta y desde entonces no hab ía día que no llamara; no le dejaba en paz: «¡Ábreme y predica m i Nom bre!» Agustín lle ga ría a co m pre nder qu e es ta llam ad a a diario era realme nte la voz de Jesús, que Jesús le impu lsaba a ponerse en contacto con las miserias de la gente (por aquel tiempo, el Santo Obispo hacía también las funciones de khadi, de juez civil) y que, por paradójico que esto pud iera resultar, era precisam ente así como ca mina ba ha cia Jesús, como se ace rcaba al Señor. «¡Ábreme y predica mi nom bre!» Ante la generosa resp uesta de san Agustín sobra todo comentario: «Y he aquí que me levanto y abro. ¡Oh Cristo, lava nuestros pies: perdona nuestras deudas, porque nuestro am or no se ha extinguido, porque también nosotros perdonamos a nuestros deudores! Cuando te escuch amos, e xultan contigo en el cielo los huesos humillados. Pero cu ando te predicam os, pi samos la tierr a para ab rirt e pa so; y, por ello, no s co nturbamos si somos reprendidos, y si alabados, nos hinchamos de orgullo. Lava nuestros pies, que ya han sido pu rif icad os , p er o qu e se h an en su ciad o al p isar los c am inos de la tierra p ara a brirte la puerta.» El camin o pascual, pp. 119120
¡Resurrección!
63 . 9 [...] el misterio de la resu rrec ción de Cristo nos eleva por encima de la muerte. Lógicamente, por nuestra condición de seres humanos vivimos siempre en este mu ndo som etidos a las leyes naturales. En la naturaleza rigen la mu erte y la vida. Pero en Cristo vemos que la persona es algo definitivo. No es sólo un e leme nto en el gran pr oc es o del na ci m ie nt o y d e la mue rte, sin o qu e es y seguirá siendo un objetivo propio de la creación. En este sentido, el ser humano ha sido arrancado del simple remolino del eterno perecer y nacer e introducido en la estabilidad del am or creado r de Dios. Dios y el mun do, p. 92
64. 9 Sea el primero el encuentro con Jesús tras u na noche de fatiga en vano. Él está en la orilla. Ha cruzado ya las aguas del tiempo y de la muerte. Ahora se halla en la orilla de la eternidad, pero justamente desde allí contempla a los suyos, está con ellos. Pide a los discípulos algo de comer. Esto forma parte del ministerio de Jesús, el Resucitado, forma pa rte de la hum ildad de Dios: pide la colaboración de los hombres, pide que se comp rometan. Necesita su asentimiento. El Señor nos pide que emprendamos el viaje con él. Nos ruega que seamos pescadores para él. No s suplica que confiemos e n él y que act ue m os de a cu er do con las enseñanzas de su palabra. Nos incita a que demos a esta palab ra más impo rtancia que a nuestras experiencias y conocimientos. Nos pide que actuemos y vivamos según su palabra. Servidor de vuestra alegría, p. 54
65. 9 Y entonces ocu rre algo notable. Cuando los discí pu los re gres an , Jesú s ya no ne ce sita sus peces. Ha pre para do el d esay un o y ahora es él q uien invita a los di scí pulos; es el an fitrió n qu e les da de com er. Se tr ata de un agasajo misterioso, aunque no de difícil interpretación. El pan es él mismo: «Yo soy el pan de vida.» Él es el gr ano de trigo que ha muerto, que ahora produce el ciento por uno y que bas ta para pro porc io nar alimen to hast a el fin de los tiempos. Su cruz, en la que se entregó personalmente, es la milagrosa multiplicación de los panes, la superación divina de la tentación satánica de capturar a los hombres con pan y sensacionalismos. Sólo el amor pu ed e lle va r a ca bo una ve rd ade ra mul tip lic ac ió n de panes. Los bienes materiales, lo cuantitativo, disminuye a medida que se reparte. El amor, en cambio, aum enta a m edida que se va dando. Servidor de vuestra alegría, pp. 5455 66. 9 Cuando Jesús hace la petición a sus discípulos, éstos todavía no le habían reconocido. Debían, pues, dar de comer a un ham briento desconocido, a un h ombre a quien no conocían. Y sólo cuando aprenden a dar así, ma dura en ellos el am or que los capacita pa ra recib ir el alimento nuevo, el pan en teram ente indiferente, ese pan en que se convierte Dios para noso tros en Cristo. La dimensión social no le adviene a la Euc aristía desde fuera, sino que es el espacio fuera del cual la Eucaristía ni siquiera se pued e formar. Servidor de vuestra alegría, pp. 5657 67. 9 Así suena el genuino mensaje de este día: Dios ha respondido. Dios es realmente Dios. Dios tiene po der so br e el m un do , pod er so br e nuest ra vid a y p od er m ás allá de nu estra muerte. Dios es Dios. Tiene pod er y su pode r 247
es bonda d que otorga vida, y no sólo como simple teoría, sino que lo llevaban ardientemente grabado en su alma como percepción viviente; por eso estaban llenos de alegría. Servidor de v uestra alegría, p.
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68. 9 Hay un desconocido en la orilla. Aquel discípulo a quien Jesús amaba lo reconoce: «Es el Señor.» Pedro se levanta de un salto, se ciñe la túnica y se echa al agua, para ir as í más rá pid am ente a su en cu en tro. El prim er pre su pue sto es, pu es, qu e qu ie n qui era ser testi go de Je sucristo tiene que haberlo visto personalmente, tiene que cono cerlo y reconocerlo. Y ¿cómo ocurre esto? Ocurre, nos dice el Evangelio, porque el amor lo reconoce. Jesús está en la orilla; al principio no lo reconocemos, pero le o ím os a t ravé s d e la vo z de la Iglesia. Es él. A hora nos toca pon ernos en pie, ir a buscarlo, acerca rnos a él. En la escuc ha de la Escritura, en el trato y frecuencia de los sacramentos, en el encuen tro con él en la oración personal, en el encuentro con aquellos cuya vida está henchida de am or a Jesús, en las diferentes experiencias de nuestra vida y de múltiples maneras nos encontramos con él, él nos busca y así aprendem os a conocerlo. Servidor de vuestra alegría, p.
es algo hermoso y adecuad o que la risa se haya transfo rmado en un símbolo litúrgico? ¿Y no nos hace felices, cuando en las iglesias barrocas escuchamos la risa que anun cia la libertad de los redimidos a pa rtir de los juegos de los angelotes y de los ornamentos? Miremos al traspas ado, pp.
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69. 9 Todas las palabras del Resucitado portan esa alegría, portan la risa de la redención: si vosotros vierais lo que yo he visto y lo que veo, si vosotros lograrais tener una vez una m irada de la totalidad, entonce s reiríais (cf. Jn 16,20). En el barroco, era parte de la liturgia el rísus pa sc halis , la risa pascual. La prédica de Pascua debía contener una historia que moviera a la risa, para que la Iglesia retumbara de alegría. Ésta puede ser una forma de alegría cristiana algo superficial y exterior. Pero ¿no 24 9
CAPÍTULO 10
LA IGLESIA DE CRISTO
Esta na ve nues tr a qu e no es nues tr a
1. 10 Yo diría que si no existiera esta nave, habría que inventarla. Responde tanto a las actuales necesidades del hombre, está tan anclada en el ser del hombre —en lo que el hombre es, quiere y debe ser—, que yo creo que la mejor garantía de que la Iglesia nunca perderá su fuerza esencial, y la mejor garantía de que esta nave no puede hundirse con facilidad es, precisamente, el hombre. La sal de la Tierra, p. 19
2. 10 [—Seguramente nun ca se le habrá pasado por la ca beza abandonar la Iglesia. ¿No existe nada en ella que le moleste e incluso le irrite?]
En efecto, jamá s se me ocu rriría aban don ar la Iglesia, pues, a de ci r verda d, es mi patr ia m ás ín tim a. Es toy ta n fundido en ella desde que nací que en cierto modo me par tiría en dos, inclus o me de stru iría . Pero, como es natural, en con junto siempre hay cuestiones que le irritan a uno. Emp ieza en la iglesia local y pu ed e lle ga r hast a el ám bito del go bierno glob al de la Iglesia, en el que trabajo aho ra. Siem pre hay personas y
cosas molestas. Pero uno tam poco se separa de su familia por mucho que se enfade; y menos cuando el amor que te une con los demás es más fuerte; cuando es la fuerza original que susten ta tu vida. Lo mismo sucede con la Iglesia. También en este caso sé que no estoy aquí po r éste o aquél, sé que ha habido desaciertos históricos, que pueden existir contrariedades fácticas. Pero también sé que todas esas cosas no anula n la aute nticidad de la Iglesia. Po r la sencilla razón de que procede de un lug ar com pletame nte distinto, y, en consecuencia, siempre se impo ndrá de nuevo. Dios y el m undo, p.
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3. 10 No se trata, pue s, de ha cer tod o lo posible en la Iglesia, sino de hacer desaparecer lo nuestro, dentro de lo que cabe, para que aparezca su Iglesia, la Iglesia misma. Y esto acontece en la m edida en que noso tros «creemos». No es el hacer, sin o el creer, lo qu e re nu ev a a la Iglesia y nos renueva a n osotros. Conversión, penitencia y renovación, p.
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4. 10 A mí siempre me imp resionan las palab ras de san Pablo en su discurso de despedida a los sacerdotes de Efeso (él ya sabía qu e en Jerusa lén le espe raba la cárcel). «Os he anunciado —declaró—, toda la vo lunta d de Dios. No os he es ca tim ad o na da , ni he pro cura do ha céroslo más cómodo. Tampoco he intentado daros mi propia fórmula, sino que os he anu nciado la voluntad de Dios.» De hecho, p ara eso está la Iglesia. Dios y el m und o, p.
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5. 10 No se trata de un alimento cocinado, calentado y recalentado, que se nos vuelve a proponer desde hace
dos mil años. Porque es el mismo Dios el origen de la juventu d y de la vida. Y si la fe es un don que no s viene de Él —el agua fresca que nos viene donada siempre— aquella que nos permite vivir y de la que después nosotros podemos to m ar como fuerza vivificadora por los caminos del mundo, quiere decir entonces que la Iglesia tiene la fuerza de rejuvenecer. Uno de los Padres de la Iglesia, observándola, había considerado que, con el pa so de los añ os, so rp re nden te m ent e la Iglesia no enve jecía s ino qu e c ad a vez se volvía más jo ven, por que siem pre va al en cu en tro del Señor, ca da vez va m ás al encuentro de aqu ella fuente de la cual brota la juventud, la novedad, el restauro, la fuerza fresca de la vida. Radio Vaticana, 15 de agosto de 2005 6. 10 [...] los astrona utas de scubren la luna única me nte como una estepa rocosa y desértica, como montañas y arena, no como luz. Y efectivamente la luna es en sí y por sí mism a sólo desierto, aren a y rocas. Sin embargo, au nque no po r ella —por otro y en función de o tro— es tam bién luz [...]. La ve rd ad física y la sim bó lic o po ética [...] no se excluyen mutua men te. [...] ¿no es ésta una imagen exacta de la Iglesia? ¿P or qu és oy todavía cristiano?, pp.
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7. 10 Quien la explora y la excava con la sonda, como la luna, descub rirá solamente desierto, aren a y piedras, las debilidades del hombre y su historia [...]. Todo esto es suyo, pero no se represe nta aú n su realidad específica. El hecho de cisivo es que ella [...] es tamb ién luz en virtu d de otro, del Señor: lo que no es suyo es verdaderamente suyo, su realidad más profunda; más aún, su naturaleza es precisamente la de no valer por sí mism a sino sólo por lo que en ella no es suyo; existe en u na expropiación co n-
tinua; tiene una luz que no es suya y sin embargo c onstituye toda su esencia [...]. ¿Por qué soy todavía cris tiano?, pp.
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8. 10 En lug ar de su Iglesia [de Dios] hem os colocad o la nue stra, y con ella miles de iglesias; cada u no la suya. Las iglesias se han convertido en empresas nuestras, de las que nos enorgullecemos o nos avergonzamos [...], que nosotros conservamos o trasformamos a placer. [...] ha desaparecido «su Iglesia». Pero ésta es la única que realme nte interesa; [...] Si fuese solamen te nue stra, la Iglesia sería un castillo en la arena. ¿Por qué soy todavía cr istian o?, pp.
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9.1 0 No se mira ya a la Iglesia como un a realidad de fe, sino como una organización de creyentes, puramente casual y poco accesible, que hay que remo delar lo antes po sib le segú n los m ás m ode rn os cr iterio s de la socio logía. «La confianza es buena; el control, mejor», tal es el eslogan que después de tantas desilusiones se prefiere adoptar en relación con la estructura eclesiástica. El pr in cipio sa cr am en ta l n o re su lta y a s uf ic ient em en te claro; sólo el control democrático aparece como digno de fe: en definitiva, el Espíritu Santo es totalmente inafe rrable. ¿P or qu és oy todavía cristiano? , p.
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10. 10 Una Iglesia que no tuviese la valentía de evidenciar el valor, incluso pública me nte, de su visión del hom bre, hab ría de jado de se r sal de la tier ra , luz del mun do , ciudad sobre el monte. Y también la Iglesia puede caer en la tristeza m etafísica, en la acidia; un exceso de actividad exterior puede ser el intento lamentable de colmar la íntima m iseria y la pereza del corazón, que siguen a la
falta de fe, de esperanza y de am or de Dios y a su im agen reflejada en el hombre. Y dado que no se atreve ya a lo auténtico y grande, tiene necesidad de preocuparse con las cosas penúltimas. Y sin emba rgo ese sentimiento de «demasiado poco» permanece en crecimiento continuo. Mirar a Cristo, p.
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11. 10 La Iglesia no nace com o un a federac ión simple de comun idades, nace del pan único, del único Señor y pro cede sobre todo de él y es universalmente la Iglesia ún ica, el cuerpo que deriva del pan único. Ella es una, no en virtud de un gobierno centralizado, sino que es posible como un centro comú n a todos, porque constantemente deriva del único Señor, quien con un p an la forma como un cuerpo. A causa de esto, su un idad llega a ser más profunda que lo que cualquier otra unión humana podría lograr. Caminos de Jesucristo, p.
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12. 10 El Espíritu Santo, el amor divino, comprende y hace comprender las lenguas, crea unidad en la diversidad. Y así la Iglesia, ya en su primer día, habla en todas las lenguas, es católica de sde el principio . Existe el pu en te entre cielo y tierra. Este puente es la cruz; el amor del Señor lo ha construido. La construcción de este puente rebasa las posibilidades de la técnica; la voluntad babilónica tenía y tiene que naufragar. Únicam ente el am or encarnado de Dios podía levantar aquel puen te. Allí donde el cielo se abre y los ángeles de Dios suben y ba jan (Jn. 1, 51), tamb ién los hom bres comien zan a comprend erse. El ca mino pascual, p.
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13. 10 Así Guillermo de Auvergne distingue la comu nión exterior de la interior, que se relacionan entre sí como el
signo y la realidad. Este teólogo explica cómo la Iglesia nunca pretende privar a nadie de la comunión interior. Cuando la Iglesia aplica la espada de la excomu nión, lo hace con la única intención de sana r la com unión espiritual con esta medicina. Guillermo añade un pensamiento muy consolador y estimulante: sabe que la excomunión es para muchos cristianos una carga tan pesada y terrible como el martirio; y no tiene reparo en afirmar que el excomulgado saca m ayor provecho de la virtud de la paciencia y de la humildad que el que podría lograr por med io de la co m unió n exterior. El ca mino pascual, p.
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14. 10 [...] perm ane zco en la Iglesia porqu e creo qu e hoy, como ayer, e independien temen te de nosotros, detrás de «nuestra Iglesia» vive «su Iglesia», y que no puedo estar cerca de él si no es permane ciendo en su Iglesia. Permanezco en la Iglesia porque, a p esar de todo, creo que no es en el fondo n ue stra sino «suya» [...]. ¿P or qu és oy todavía cristiano?, p.
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15. 10 [...] es la Iglesia la que, no obs tante todas las debilidades hum anas existentes en ella, nos da a Jesucristo; solamente por medio de ella puedo yo recibirlo como una realidad viva y poderosa, que me interpela aquí y ahora [...]. ¿P or qu és oy todavía cristiano?, p.
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16. 10 Por medio de la Iglesia él, superando las distancias de la historia, se manifiesta vivo, nos hab la y perm anece en medio de nosotros com o M aestro y Señor, como hermano que nos reúne en fraternidad. ¿Por qué so y todavía cristiano ?, p.
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17. 10 [Guardini escribió: «Quien viva con la iglesia senti rá al principio un cierto enfado, impaciente de que ella lo sitúe un a y otra vez en op os ici ón a lo que quieren los de más. Pero cuan do se le cae la venda de los ojos, se da cu en ta de cómo la Iglesia libera a los que viven con ella.»]
En G uardini, personalme nte, esto procede de la experiencia de habe rse quitad o la venda de los ojos y de com pro bar de repe nte: «Pero si esto es co m pleta m en te di stinto.» Esto no es dependencia infantil, eso es valentía y libertad para oponerse a las opiniones imperantes. Dios y el m und o, p.
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18. 10 [ — ¿N o po dr ía su ce de r ta m bi én qu e algu na vez haya que decir: «Sí, el tiem po de la Iglesia ya ha pasado?» Y quién sabe, ¿por qué no iba a ser posible que Dios aba n done a su Iglesia, que se cans e de ella y se retire, al men os temporalmente ?] El cansanc io de la Iglesia existe, y sin du da tam bién el fenómeno de «cambiar el candelera de sitio». Recordemos el siglo xi. La iglesia casi se durmió, estuvo a punto de desaparecer. Situaciones similares podrían repetirse siempre. Entonces el Espíritu Santo nos avergüenza enviando de repente la necesaria renovación de un sitio completamente distinto. Las fuerzas renovadoras de su tiempo surgieron entonces en Teresa de Ávila, en Ju an de la Cruz, en Ignacio de Loyola, en Felipe Neri y en algunos otros. Su nuevo impulso sorprendió y asustó primero a la institución, pero, en últim a instancia, se reveló como el pun to de partida de la auténtic a renovación. Dios y el m und o, p.
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19. 10 [...] quisiera contar un breve episodio [...]. Cuando se estaba muy próximo a la definición dogmática de la asunción en cuerpo y alma de M aría al cielo, se solici-
taron las opiniones de todas las facultades de teología del mundo. La respuesta de nuestros profesores fue decididamente negativa. En este juicio se hacía sentir la unilateralidad de un pensamiento que tenía un presu pue sto no sólo y no ta nto hi stó ric o, cuan to histo ric ist a. La tradición venía de hecho identificada con aqu ello que era d ocum entab le en los textos. El patrólo go Altañer, profesor en Würzburg (pero a su vez procedente de Breslau) había demostrado con criterios científicamente irrebati bles qu e la doc trin a de la as un ción en cu erpo y alma de María al cielo era desconocida antes del siglo v: por tanto, no podía fo rmar p arte de la «tradición apostólica», y ésta fue la conclusión com partida p or los profesores de Munich. El argumento es indiscutible, si se entiende la tradición en sentido estricto como la transm isión de contenidos y textos ya fijados. Era la posición que sostenían nuestros docentes. Pero si se entiende tradición como el pr oc eso v ital, co n la qu e el Esp íritu San to no s intro du ce en la verdad toda entera y nos enseña a comprender aquello que al principio no alcanzamos a percibir (cfr. Jn. 16, 12s), entonces el «recordar» posterior (cfr. Jn. 16, 4) puede desc ubrir aquello que al princip io no era visible y, sin embargo, ya estaba dado en la palabra original. Pero semejante perspectiva estaba entonces totalmente ausente en el pensamiento teológico alemán. En el ám bito del diálogo e cu mén ico, en cuyo v értic e e stab an el arzobispo Jáger de Paderbo rn y el obispo luterano Stáhlin (de este círculo, sobre todo, nació después el Consejo par a la Unida d de los Cr istiano s), se pro nun ci ó Gottlieb Sóhngen apasionadamente contra la posibilidad del dogma alrededor del año 1949. En tal circunstancia, Edu ard Schlink, profeso r de teología sistemá tica en Hei delberg, le preguntó de un modo muy directo: «¿Qué hará usted si el dogma es finalmente proclamado? ¿No
deb ería volver la espald a a la Iglesia católica?» Sóhng en, después de un momento de reflexión, respondió: «Si el dogma fuera proclamado, recordaré que la Iglesia es más sab ia que yo, y que debo fiarme más de ella que de mi erudición.» Creo que esta escena dice todo sobre el espíritu con que en Munich se hacía teología, en forma crítica pero creyente. Mi vida, recuerd os (1927-1977), pp.
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El s ac er do te
20. 10 [En mi ordenación sacerdotal] éramos más de cuarenta candidatos; cuando fuimos llamados respondíamos « A dsum »: «Aquí estoy.» Era un esplénd ido día de verano que permanece inolvidable como el momento más importante de mi vida. No se debe ser supersticioso, pe ro en el m om en to en qu e el anci an o arzo bi sp o im pu so sus mano s sobre las mías, un p ajarillo —tal vez una alo ndra— se elevó del altar m ayor de la catedral y entonó un breve ca nto gozoso; para mí fue co mo si una voz de lo alto me dijese: «Va bien así, estás en el ca min o justo.» Mi vida, recuerdo s (1927-1977), p.
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21 .10 Estábam os invitados a llevar a todas las casas la be nd ició n d e la p rim era m isa y fu im os acog idos en to da s pa rte s —ta m bié n en tre per so nas co m pl etam en te de sconocidas— con una cordialidad que en aquel mom ento no me podría haber imaginado. Experimenté así cuán g randes esperanzas ponían los hombres en sus relaciones con el sacerdote, cuánto esperaban su bendición, que viene de la fuerza del sacramento. No se tratab a de mi persona ni la de mi hermano: ¿qué podrían significar, por sí mismos, dos herma nos, como nosotros, para ta nta gente que
encontrábamos? Veían en nosotros unas personas a las que Cristo había confiado una tarea para llevar su presencia entre los hombres; así, justam ente po rque no éramos nosotros quienes estábam os en el centro, nac ían tan rápidamente relaciones amistosas. Mi vida, recuerdos (1927-1977), pp.
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22. 10 Como sacerdote, yo no puedo ofrecer mis ideas privadas; soy en viad o de otro , y es lo qu e da relevanc ia a mi mensaje: «Somos embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!» (2 Cor. 5, 20). Esta sentencia de Pablo es la definición exacta de la forma básica y la misión fundam ental del sacerdote en la Iglesia de la nueva alianza. Tengo que procla m ar la pala br a de ot ro y esto sig nific a qu e debo co no ce rla , en tenderla y apropiármela. Conversión, penitencia y renovación, pp.
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23. 10 Pero este anunc io requiere algo más que la actitud de un m ensajero telegráfico que transm ite fielmente las pala bra s aje nas sin qu e re a fe cte n pa ra nad a. Deb o transmitir la palabra del Otro en primera persona, personalmente, y ajustarme a ella de forma que sea palabra mía. Porque este m ensajero no es un telegrafista, sino un testigo. Lo normal es que el ser humano se forme una idea y luego busque la palabra ade cuada; pe ro aquí sucede a la inversa: la palabra le precede. Él se pone a disposición de la pala bra y se trans fiere a ella. En este proceso de conocimiento, de com prensión y reflexión, de adap tación a esta palabra, consiste la esencia de la formación sacerdotal. Conversión, penitencia y renovación, p. 196
24. 10 Conocer la aventura de la cercanía de la palabra de Dios en toda su belleza excitante, y em barcarse en ella con todas sus fuerzas, pertenece a la esencia de la vocación sacerdotal. Por eso, ningú n esfuerzo puede parecer nos excesivo para el conocimiento de la palab ra de Dios. [...] El que ama , quiere conocer; desea saber m ás y más sobre la persona que ama . Así, el afán de cono cer es una tendenc ia interna del amor. Conversión, penitencia y renovación, p.
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25. 10 Hay una cosa clara: la Eucaristía diaria debe se r el núcleo de la preparación sacerdotal. La capilla debe constituir el centro del seminario, y la cercanía eucarística debe continuar y profundizarse en la adoración pe rson al an te el Señ or pres en te. El sa cr am en to de la pe nitencia debe ser siempre la brasa encendida de la purificación que menciona el profeta Isaías en el relato de su vocación (6, 6); debe ser la fuerza de reconciliación que nos alivie de todas las tensio nes y, guiados po r el Señor, nos lleve a la unión. Conversión, penitencia y renovación, p.
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26. 10 No basta con comprender el celibato sacerdotal en términos meramente funcionales. En realidad, representa un a especial configuración co n el estilo de vida del pr op io Cristo. Dicha o pc ión es ante to do espo nsal; es un a identificación con el corazón de Cristo Esposo que da la vida por su Esposa. Sacram entum Caritatis, n.°
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27. 10 La liturgia en trañ a el silencio y la celebració n festiva. De mis años de seminario, los momentos de la misa matinal con su frescor y pureza incontaminados, junto con las grandes celebraciones llenas de esplendor festi-
vo, son los más bellos recuerdos qu e guardo . La liturgia es bella precisamente porque nosotros no somos sus agentes, sino que participam os en lo que es m ás grande, nos envuelve e inco rpora . Voy a referirm e de nuevo al canon de la misa romana: el «communicantes» menciona los nombres de veinticuatro santos en correspondencia tácita con los veinticuatro ancian os que, según el cuadro del Apocalipsis, rodean el trono de Dios en la liturgia del cielo. Toda liturgia es liturgia cósmica, un salir de nuestras humildes agrupaciones hacia la gran comunidad que ab raza cielo y tierra. Esto le confiere la amp litud, la gran dimen sión; esto hace de cada liturgia un a fiesta; enriquece nuestro silencio y nos invita a buscar esa obediencia creativa que nos capacita para sumarnos al coro de la eternidad. Conversión, penitencia y renovación, p. 203
28. 10 La liturgia es el contacto con la belleza misma, con el am or eterno. De ella ha de irra diar la alegría a la casa, en ella puede superarse y transformarse la carga del día. Cuando la liturgia es el centro de la vida, nos hallamos en el ámbito de la exhortación paulina: «Estad siempre alegres; os lo repito, estad alegres. El Señor está cerca» (Flp. 4, 4). Desde el pun to cé ntrico que es la liturgia, sólo desde él, se comprende que Pablo defina al apóstol, al sacerdote de la nueva alianza, co mo «cooperad or en vu estra alegría» (2 Cor 1, 24). Conversión, penitencia y renovación, p. 203
29 . 10 En la época de mi juventud topábamos aún ocasionalmente, en el mund o rural, con la creencia de que la pre pa ra ci ón para el sa ce rd oc io co nsistía so br e todo en aprender a decir misa. Uno se extrañaba de que esta creencia perdurase tanto tiempo, au n sabiendo que para
decir misa era necesario apren der latín, algo nada sencillo. En realidad, cabe afirm ar efectivamente que, a fin de cuentas, la preparación para el sacerdocio consiste en aprender a celebrar la Eucaristía. Pero cabe afirmar también , a la inversa, que la Euca ristía existe pa ra enseñarn os a vivir. La escuela de la Eu caris tía es la escuela de la vida justa; nos conduce a la enseñanza del que pudo decir con exclusividad: yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn. 14, 6). El tremendo ministerio de la Eucaristía consiste en que el sacerdote puede hablar con el yo de Cristo. H acerse sacerdote y serlo sigue siendo un acerca miento a esta identificación. Nunca acabaremos de alcanzarla, pero si la buscamos, estamos en el buen camino: el cam ino que lleva a Dios y al hom bre, el cam ino del amor. Con esta vara hay que medir siempre la preparación para el sacerdocio. Conversión, peniten cia y renovación, p. 204
30. 10 [...] por medio del sacram ento en tramo s en cierta forma en com unión con la sangre de Jesucristo, dond e la sangre, de acuerdo a la concepción hebrea, representa «la vida». En con secuencia, lo que se afirm a aqu í es una compenetración de la vida de Cristo con la nuestra. La «sangre», en el contexto de la Eucaristía, está también como un «don», como una existencia que en cierto modo se vacía, ofrecida por n osotros y a nosotros. Por eso, la comunión en la sangre es también inserción en la dinámica de esta vida, de esta «sangre derram ada», y po r eso mismo es dinamización de nuestra existencia, por la cual ésta misma debe convertirse en un ser para los demás, como evidentemente lo percibimos frente a nosotros en el corazón abierto de Cristo. Caminos de Jesucristo, p. 111
31. 10 Lo más he rmo so y excelso del servicio sacerdo tal es poder ser servidor de este santo banquete, poder transformar y distribuir este pan de la unidad. También para el sa ce rd ote tie ne este pan una do ble sig nific ación. También él deberá record ar en prim er término la cruz: al final, también él deberá ser grano de trigo de Dios; no pu ed e co nte nt ar se ta n sólo con dar pal abra s y accio ne s exteriores, debe dar la sangre de sus venas, debe darse a sí mismo. Su destino está un ido a Dios. Servidor de vuestra alegría, pp. 2223 32. 10 No sin vergüenza experimenta el sacerdote cómo en virtud de su palabra , pob re y débil, puede n son reír los homb res en el último instante de su vida; cómo po r medio de ella enc uentran los hombres el sentido en el océano de la insensatez, el sentido a pa rtir del cual puede n vivir; y advierte y siente, con agradecimiento, cómo por medio de su servicio descubren los hombres la gloria de Dios. Experimenta cómo, por su medio, p or medio de su debilidad, hace grandes cosas, y le inunda la alegría porque Dios le ha mostrado a él, el más pequeño, tanta misericordia. Y al experim entarlo, adq uiere con ciencia de que el alegre banquete nupcial de Dios, su cosecha centuplicada, no es sólo futuro y promesa, sino que ha com enzado ya entre nosotros en este pan que él puede transform ar y distribuir. Y sabe que poder ser sacerdote es la mayor exigencia y, al mismo tiempo , el máxim o don. Podemos así comprender perfectamente por qué la Iglesia hace recitar al sacerdote, después de la sagrada Comunión, la oración que repite cada día, en las horas canónicas, co n el salmista de la antigua alianza «llegaré al altar de Dios, al Dios que aleg ra mi juventud» (Sal. 42,4, según el texto griego). Servidor de vuestra alegría, p. 24
33. 10 Sorprende, en pr im er lugar, el hecho de que Jesús rechac e al que se le acercó prim ero y le dijo que qu ería seguirle [...] El sacerdocio exige siempre que renunciemos a nue stra propia voluntad, a la idea de la simple autorelación, a lo que podríamos hacer o querríamos tener y nos entreguemos a otra voluntad para dejarnos guiar por ella, llevar incluso a donde no queremos. Si no existe, si no está presente esa voluntad básica de entrega a otra voluntad, de identificarse con ella, de dejarse guiar a donde no habíamos calculado, no se está caminando por la auténtica send a sacerdotal y la ruta em prendida sólo podrá conducir a la perdición. El sacerdocio se apoya en el valor de aceptar la voluntad de otro, de responder a la llamad a de otro y, a una con ello, en obtener paso a paso y cada vez más la gran certeza de que, entregados a e sta voluntad, no som os destruidos, no somos aniquilados, sino que, a dondequiera se nos conduzca y fueran cuales fueren las muda nzas que nos sobrevengan, estamos llegando realmente a la verdad de nu estro propio ser. Servidor de vuestra alegría, pp. 3334 34. 10 Como lema espiritual escogí dos palabras de la tercera epístola de Juan: «colaborador de la verdad», ante todo porque me pareció que podían representar bien la continuidad en tre la tarea anterior y el nuevo cargo; porque, con todas las diferencias que se quieran, se tratab a y se trata siempre de lo mismo: seguir la verdad, ponerse a su servicio. Y desde el momento en que en el mundo de hoy el argumento «verdad» ha casi desaparecido porque pa rece de masiado gr an de pa ra el h om bre y, sin em ba rgo, si no existe la verdad todo se hunde, este lema episcopal me pareció que era el que estaba m ás en línea con nuestro tiempo, el más mode rno, en el sentido bueno del término. Mi vida, recuerdo s (1927-1977), p. 130
La d iv in a litu rg ia
35. 10 Voy a glosar [...] un bello aforismo de Mahatma Gandhi que hace poco he leído en un almanaque. Gan dhi señala los tres espacios vitales del cosmos, cada uno de ellos con su propio modo de ser. En el mar viven los peces y ca lla n, los an im ales de la tierr a grita n; pe ro las aves, cuyo espacio vital es el cielo, can tan. Lo propio del m ar es el silencio; lo propio de la tierra es el grito; lo pro pio del c ielo es el c an to. Pe ro el hom bre par ticip a en las tres cosas: lleva en sí la profun dida d del mar, la carga de la tierra y la altura del cielo, y por eso le pertenecen las tres pro piedad es: el callar, el gritar y el cantar. Hoy —podríamos añadir— vemos cómo al hombre, después de perd er la tra sc en den ci a, le re sta sólo el grito , p orq ue sólo quiere ser tierra e inte nta con vertir el cielo y la profun didad del mar en tierra suya. La liturgia rectamen te entendida, la liturgia de la comu nión de los santos, devuelve la integridad al hom bre. Le invita de nuevo a callar y a cantar abriéndole la profundidad del mar y enseñándole a volar, que es el ser del ángel; elevando los corazones, hace sonar de nuevo en ellos el canto olvidado. Y podemos afirmar, a la inversa, que la liturgia bien entendida nos libra del histrionismo general y nos devuelve la profundidad y la altura, el silencio y el canto. La liturgia bien en te ndi da se co no ce en qu e es có sm ica, no grupal. Canta con los ángeles. Calla con la profundidad expectante del universo. Y redime así a la tierra. La ima gen del mun do y del hom bre en la liturgia...,
p. 148 36. 10 El año litúrgico daba al tiempo su ritmo y yo lo pe rc ib í ya de niño , es más, pre ci sa m en te por se r niñ o,
con gran alegría y agradecimiento. En el tiempo de Adviento, por la mañan a temprano, se celebraban con gran solemnidad las misas Rorate en la iglesia aún a oscuras, sólo iluminada por la luz de las velas. La espera gozosa de la Navidad dab a a aq uellos días melancólicos un sello muy especial. Cada año, nuestro Nacimiento aum entab a con alguna figura y era siempre motivo de gran alegría ir con mi pad re al bosque a coger musgo, enebro y ram itas de abeto. Los jueves de Cuaresma se organizaban unos mo men tos de adoración llamados del «Huerto de los olivos», con una seriedad y una fe que siempre me conm ovían profundamente. Particularmente impresionante era la celebración de la resurrección, la noche del Sába do Santo. Durante toda la Sem ana San ta las ventana s de la iglesia se cubría n con co rtinas negras, de mo do que el ambiente, aun a pleno día, resultaba inmerso en una oscuridad de nsa de misterio. Pero apenas el párroco c an ta ba el ve rsícu lo qu e an unci aba «¡Cristo ha resucitado !», se abrían de repente las cortinas de las ventanas y una luz radiante irrum pía en tod o el espacio de la iglesia: era la más impresionante representación de la resurrección de Cristo que yo consigo imaginarme. El movimiento litúrgico que había llegado entonces a su punto más alto había alcanzado a nuestro pueblo. Mi vida, recuerdos (1927-1977), p.
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De jove n... ¿q ué le atrajo de la fe? ] 37. 10 [ — Siempre sentí un interés especial por la liturgia. Cuando estaba en la segunda clase, mis padres m e regalaron el primer misal. Eso fue para mí como una gran aventura: adentrarme en aquel misterioso mundo del latín y averiguar qué estaba pasando, qué estaban diciendo, qué significado tenía todo aquello. Y así fue como, a p art ir de un m isa lito infantil, lleg ué al misa l co mpleto.
Pero fue paso a paso, como un emo cionante viaje de ex plorac ión. La sal de la Tierra, p.
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38. 10 Era un a aventura fascinante entra r poco a poco en el misterioso mundo de la liturgia que se desarrollaba allí, en el altar, ante noso tros y para nosotro s. Cad a vez se me hacía m ás claro que en ella yo enco ntraba u na realidad que no había sido inventada por nadie, que no era creación de una autoridad cualquiera, ni de una gran pe rson alid ad en pa rti cu lar. Este misterios o en tre tejid o de textos y acciones se había desarrollado en el curso de los siglos a través de la fe de la Iglesia. Llevaba en sí el peso de to da la histo ria y era , al m ism o tie mpo , muc ho más que un producto de la historia humana. Cada siglo había dejado sus huellas. Las introducciones [del misal] nos p ermitían ver lo que procedía de la Iglesia primitiva, lo proveniente del medievo y lo que se originó en la época mode rna. No todo era lógico, mucha s cosas eran com pleja s y no er a sie mpr e fácil or ie nt ar se . Pero, pr ec isame nte p or esto, el edificio era marav illoso y era com o mi hogar. Naturalmente, como niño no comprendía cada uno de los detalles, pero mi c amino con la liturgia era un pr oc es o de co nt in uo cr ec im ient o en una gr an re alidad que sup eraba todas las individualidades y todas las generaciones, que se convertía en ocasión de asom bros y de descubrim ientos siempre nuevos. La inagotable realidad de la liturgia católica me h a ac om pañad o a lo largo de las etapas de m i vida; por este motivo, no pu edo d ejar de ha bla r c ontinu am en te de ella. Mi vida, recuerdos (1927-1977), pp.
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39. 10 El Señor an ticipa ya en su liturgia el retorno prometido: la liturgia es una parusía anticipada, la irrup-
ción del «ya» en el «todavía no», como expuso Juan en el relato de las bodas de Canaán: la hora del Señor no ha llegado aún; no está cumplido todo lo que ha de suceder; pero ante el ruego de María, de la Iglesia, brinda ya el nuevo vino, ofrece por anticipado el don de su hora. Te cantaré en presencia de los ángeles, p.
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40. 10 [...] la liturgia está siempre en tensión entre la continuidad y la renovación. Esta historia genera constantemente nuevos presentes y debe actualizar constantemen te lo que fue pasado, p ara que lo esencial aparezca nuevo y vigoroso. N ecesita tanto el crecimiento com o la depuración, y salvaguardar en ambos su identidad, su «para qué», sin perd er el fundame nto óptico. Te cantaré en presencia de los ángeles, p.
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41. 10 La liturgia presupone el cielo abierto, como hemos visto; sólo con esta condición hay liturgia. Si el cielo no e stá abierto, lo que era liturgia se atrofia en un jueg o de roles, en una bú sq ued a irr elev an te de la au to confirmación com unitaria, donde no acontece nada en el fondo. Lo decisivo es, por tan to, el prim ado de la cris tología. La liturgia es obra de Dios o no es tal liturgia; este primado de Dios y de su acción, que nos busca a tr avés de signos terrenos, trae consigo la universalidad y el carác ter público de la liturgia, que no puede concebirse desde la categoría de comunidad , sino de pueblo de Dios y cuerpo de Cristo. Te cantaré en presencia de los ángeles, p.
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42. 10 Lo que realmente necesitam os es una nueva edu cación litúrgica. Deberíamos aprender de la Iglesia oriental, y también de todas las religiones del mundo,
donde todos saben que la liturgia no está para descubrir nuevos textos y ritos, sino que perdura precisamente po rq ue no se m an ip ul an . La ju ve ntu d ac tu al es m uy sensible a esto. La sal de la Tierra, p. 188 43. 10 La asamblea litúrgica recibe su un idad de la «comu nión del Espíritu Santo» que reú ne a los hijos de Dios en un único cu erpo de Cristo. Esta reunió n desbo rda las afinidades hu man as, raciales, culturales y sociales. Te cantaré en presencia de los ángeles, p.
pod am os ac ep ta rlo en m ed io de las tension es y su frimientos. La resurr ección, fund am en to de la vida cr istiana...,
pp. 7374 47. 10 Es fundam ental que se distribuyan los papeles correctam ente y que el objeto de la liturgia no sea la Iglesia mism a sino el Señor, al que ella recibe en la Euc aristía y le sale al encuentro. La resur rección, fun da men to de la vida cr istiana...,
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44. 10 [...] la liturgia debe ser el opus Dei, donde Dios mismo actúa primero y nosotros, al actuar él, somos redim idos con su acción. Si esto se olvida, el grup o se cele bra a sí m ism o y, en c on secu en cia, no ce lebr a na da . Po rque él no es ningú n fund ame nto de celebración. P or eso la actividad general degene ra en tedio. La im agen del m un do y del ho mbre en la liturgia...,
p. 137 45. 10 [...] la liturgia es partici pac ión en el diálogo trin itario entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; sólo así no es un «hacer» nuestro, sino un opus Dei: acción de Dios en nosotros y con nosotros. Por eso recu erda Guardini que la liturg ia no consiste en ha cer algo, sino en ser. La im agen del m un do y del ho mbre en la liturgia...,
p. 139 46. 10 Debe dejar claro que se abre aq uí una dimensión de la existencia que todos buscamos secretamente: la pres en ci a de lo qu e no se pu ed e fabricar, la teof an ía, el misterio y, dentro de él, el visto bueno de Dios que impera sobre el ser y es capaz de ha cerlo bueno, de forma que
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48. 10 Los ornam ento s litúrgicos —el alba, la estola y la casulla— que el sacerdote lleva durante la celebración de la sagrada E ucaristía quie ren evidenciar, ante todo, que el sacerdote no está aquí com o persona particular, como éste o aquél, sino en lug ar de otro: Cristo. [...] Los ornam entos litúrgicos nos recuerdan directamente los textos en que san Pablo h abla de revestirse de Cristo. [...] Los orna m entos litúrgicos recuerd an todo esto: este hacerse Cristo, y la nueva comunidad que ha de surgir a partir de ahí. Es para el sacerdote un desafío: entrar en la dinámica que lo saca fuera del enclaustramiento de su propio yo, y lo lleva a convertirse en una realidad nueva a partir de Cristo y con Cristo. Les recuerda, a su vez, a los que participan en la celebración, el nuevo camino, que com ienza con el bautismo y prosigue con la Eucaristía; cam ino hacia el m undo que ha de venir, y que, partien do del sacram ento, d ebe com unicarse y delinearse ya en nue stra vida cotidiana. El esp íritu de la liturgia, pp.
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49. 10 [...] hay a este pro pósito u na be lla senten cia en la exposición del Padren uestro que hace san Cipriano: «La pa la bra y la actitu d or an te re qui er en una di sc iplina que requiere la paz y la reverencia. R ecordemos que estamos a la vista de Dios. Debemos ser gratos a los ojos divinos incluso en la postu ra del cuerpo y en la emisión de la voz. La desvergüenza se expresa en el grito estridente; el res pe tuos o tie nd e a re zar c on pal abra tímida... Cua nd o nos reunimos con los hermanos y celebramos con el sacerdote de Dios el sacrificio divino, no podemos azotar el aire con voces amorfas ni lanzar a Dios con la incontinencia verbal nuestras peticiones, que deben ir recomendadas por la humildad, porque Dios... no necesita ser despertado a gritos...» Te cantaré en presencia de los ángeles, pp.
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50. 10 [...] la preparación de las ofrendas se presenta, a veces, como un momento de silencio. [...] no se concibe como una acción exterior necesaria, sino como un proceso esencialmente interior, cuand o se hace paten te que el verdadero don del «sacrificio conforme a la Palabra» somos nosotros, [...] o hemo s de llegar a serlo con nuestra participac ión en el acto con el que Jesucristo se ofrece a sí mismo al Padre [...]. De este mo do, este silencio no es una simple espera h asta que se lleve a cabo un acto exterior, sino que el proceso exterior se corresponde con un proc eso interior: la p re para ci ón d e n oso tros mism os; [...] nos presentamos al Señor; le pedimos que nos prepare par a la tran sform ac ió n. El silen cio co m ún es, po r tanto, oración com ún, incluso acción com ún [...]. El esp íritu de la liturgia. Una intr oducció n, p.
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51. 10 [«Orad hermanos para que este sacrificio mío y vuestro...»] [...] nosotros tenemos que pedir para que se
convierta en nuestro sacrificio, porque n osotros mismo s, [...], somos transformados en el Logos y nos convertimos, de esta manera, en el verdadero cuerpo de Cristo: de eso se trata. Y esto es lo que hay que ped ir en la oración. Esta misma oración es un camino, es caminar nuestra existencia hacia la Encarnación y la resurrección. El espí ritu de la liturgia. Una intr oduc ción, p.
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52. 10 «El que se une al Se ñor es un esp íritu con Él.» Se trata de superar, en última instancia, la diferencia entre la actio de Cristo y la nuestra, de modo que exista únicamente una acción, que sea, al mismo tiempo, suya y nuestra —nuestra en el sentido de que nos hemos convertido en «un cuerpo y un espíritu» con Él—. La singularidad de la liturgia eucarística consiste, precisamente, en el hecho de que es Dios mismo el que actúa, y que no sotros nos sentimos atraídos hacia esa acción de Dios. Frente a esto, todo lo demás es secundario. El es píritu de la liturgia. Una intr oducción, p.
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53. 10 [Sobre la Plegaria Eucarística.] Se sabía que lo esencial en el acontecimien to de la Última Cena no era la comida del cordero y de los otros platos tradicionales, sino la gran oración de alabanza que ahora contenía como centro las palabras de Jesús que instituyeron la Eucaristía, porque con estas palabras él había transforma do su m uerte en el don de él mismo, de tal mod o que ahora podemos dar gracias por esta muerte. Caminos de Jesucristo, p.
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54. 10 La Eucaristía fue recono cida como lo esencial de la Última Cena, lo que hoy llamam os Plegaria Euca rística: Eu ca ristí a es la traduc ción de Ber acah, y significa jus-
tame nte por eso tanto alabanza com o canto de agradecimiento y bendición. La Bera cah fue el centro auténtico y constitutivo de la Última Cena de Jesús; la Plegaria Eucarística, que recoge este centro, procede directam ente de la oración de Jesús en la víspera de su pasión y forma el núcleo del nuevo sacrificio espiritual. Por eso muchos Padres de la Iglesia han c aracterizado en parte a la Eucaristía simplemente como oratio (oración), como «sacrificio» en la Palabra, c omo sacrificio espiritual, pero que no obstante es ma teria y ma teria transformada: pan y vino se convierten en el Cuerpo y la Sa ngre de Cristo, el nuevo alimento que nos nutre para la resurrección y par a la vida eterna . Caminos de Jesucristo, pp. 106107 55. 10 La conve rsión susta ncial del pa n y del vino en su Cuerpo y en su Sangre introduce en la Creación el principio de un cambio radical, como una forma de «fisión nuclear», por usar una imagen bien conocida hoy por nosotros, que se produce en lo más íntimo del ser; un cambio destinado a suscitar un proceso de transformación de la realidad, cuyo término último será la transfiguración del mundo entero, el momento en que Dios será tod o par a todo s (cfr. 1 Cor. 15, 28). Sacramentus Caritatis, n.°
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56. 10 La Encarn ación es sólo la prime ra parte del movimiento. Cobra sen tido y se hace definitiva en la cru z y la resurrección: desde la cruz, el Señor lo atrae todo a sí e introduce la carne, es decir, a los humanos y a todo el universo creado en la eternidad de Dios [...]. La image n del m un do y del homb re en la liturgia...,
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57 . 10 El texto litúrgico del «Sanctus» contiene tres acen tos nuevo s respecto al texto bíblico de Is. 6. El escenario no es ya, como en el profeta, el templo de Jerusalé n sino el cielo que en el misterio se abre a la tierra. Por eso no son ya sólo los serafines los que aclam an, sino todo el ejército del cielo, a cuya invocación puede suma rse toda la Iglesia, la humanidad redimida, por medio de Cristo que une el cielo y la tierra. Finalmente, el «Sanctus» cambia, a partir de aquí, de la tercera persona de plural a la segunda: «Llenos está los cielos y la tierra de tu gloria.» El hosanna, un grito de socorro en su origen, se convierte así en aclamación. El que no tenga en cuenta el carác ter mistérico y el carácte r místico de la invitación a unirse a la alabanza de los coros celestiales, pierde el sentido de la totalidad. Esta un ión puede darse de distintas maneras, siempre relacionadas con la representación. La com unidad re unida en u n lugar se abre a la totalidad. Representa tam bién a los ausentes, se une a los lejanos y a los próximos. Si hay en ella un coro que pueda asociarla con más fuerza que su propio balbuceo a la alabanz a cósmica y a la ape rtura de cielo y tierra, en ese instante está especialmente indicada la función representativa del coro. Este puede perm itir un mayor acceso a la alabanza de los ángeles y un acompañamiento interior más profundo de lo que en ocasiones puede alcan zar la propia invocación y canto. Te cantaré en presencia de los ángeles, pp.
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58. 10 El «Sanctus» celebra la gloria eterna de Dios; el «Benedictus» se refiere, en cambio, a la llegada de Dios encarnado en medio de nosotros. Cristo, el que vino, es también el que viene: su venir eucarístico, la anticipación de su hora, convierte la promesa en presente e introduce el futuro en nuestra casa. Por eso, el «Benedic
tus» tiene sentido en el acceso a la consagración y como aclamación a la forma eucarística del Señor hecho presente. El gran instante de la venida, el prodigio de su presencia real en los elementos de la tierra, pide formalmente un a respuesta. La elevación, genuflexión y toque de camp anilla son ensayos balbucientes de respuesta. La reforma litúrgica, en paralelo con el rito bizantino, ha conformado una aclamación del pueblo: «Anunciamos tu muerte, Señor [...].» Te cantaré en presencia de los ángeles, p. 168 59. 10 [«Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.»] ¿Y no tiene pleno sentido la petición de misericord ia a Cristo en el mom ento en que se da de nuevo como cordero indefenso a nuestras manos, él que es el cordero sacrificado, pero tam bién triun fador y posee la llave de la histor ia (Ap. 5)? ¿Y no es co ngru ente pedirle la pa z a él, el indefen so y, como tal, triunfad or, especialmente en el momento de la Comunión, cuando la paz fue uno de los nom bres de la Euc aristía en la Iglesia antigua, porq ue su prime las frontera s entre el cielo y la tierra, entre los pueblos y Estados, y une a la hum anidad en el cuerpo de Cristo? Te cantaré en presencia de los ángeles, p. 169 60. 10 Nue stras comunidades, cuan do celebran la Eucaristía, ha n de ser ca da vez más conscientes de qu e el sacrificio de Cristo es para todos y que, po r eso, la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse «pan pa rtido » para los de más y, p or ta nto , a tr abaja r por un mundo más justo y fraterno. Pensando en la multiplicación de los panes y los peces, hemos de reconocer que Cristo sigue exhortando también hoy a sus discípulos a com prom eterse en primera persona: «dadles vosotros de
com er » (Mt. 14, 16). En verdad, la vocación de ca da un o de no sotros consiste en ser, junto con Jesús, pa n pa rtido par a la vid a d el m un do . Sacram entum Caritatis, n.°
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61. 10 «Eran asiduos —dice san Lucas— en la fracción del pan y en la oración.» Al celebrar la Eucaristía, tenga mos fijos los ojos en la sangre de Cristo. Comprenderemos así que la celebración de la Euca ristía no ha de limitarse a la esfera de lo puram ente litúrgico, sino que ha de con stituir el eje de nue stra vida personal «conformes con la im agen de su Hijo» (Rom. 8, 29). El ca mi no pascual, p.
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62. 10 Unir el propio destino a Dios significa múltiples ataques y fracasos exteriores; significa también la angustia interna de no alcanzar el listón de lo debido, el dolor del fracaso, la conciencia de no hab er sido auténtico grano de trigo y, lo que es tal vez lo m ás opresivo, lo más grave de todo: significa la pequeñez de lo hecho frente a la magn itud de lo encomendado. Q uien lo sabe com prende rá por qué el sacerdote dice cada día antes del prefacio: «Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro sea aceptable a Dios, Padre omnipotente.» Y abandona entonces la fácil palabrería y, en vez de ello, comprenderá en toda su eno rme urgencia y atenderá esta llamada a con tribuir a sopo rtar la sagrada carga de Dios. Servidor de vuestra alegría, p.
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63. 10 En los Hechos de los apóstoles reaparece esta idea. «Compartían la cena del Señor con alegría y sencillez de corazón» (Ac. 2, 46). Se volvieron llenos de tristeza. Pero no es así; quien ha visto al Señor no sólo desde fuera, quien ha sentido su corazón tocado p or él, quien recibe y
acepta, cono ce la gracia de la resurrección, éste deb e estar lleno de alegría. En la acepta ción de la cruz se hace visible y perceptible la resurrección , el mun do se renueva y se llena de gozo el corazón. Al escucha r estas cosas advertimos cuá n lejos nos hallam os del Señor, cuá n alejados de aquel instan te en el que Lucas pone fin a su Evangelio. Servidor de vue stra alegría, p. 52 64. 10 En la Summa Theologica Tomás dice que la oración es interpretación de la esperanza. La oración es la lengua de la esperanza. La fórm ula conclusiva de la oración litúrgica, «por Cristo nuestro Señor», co rresponde a la realidad de hecho: Cristo es la esperan za realizada, el ancla de nue stro esperar. Mirar a Cristo, p. 71 El nu ev o Tem plo
Templo construido con piedras vivas, pp. 109110
65. 10 [...] la casa de Dios es la verdadera casa humana. Se convierte en la verdadera casa humana, tanto más cuanto menos pretenda serlo, cuanto más apueste por Dios. Nos basta pensar un momento cómo sería Europa si despa reciesen de ella todas las Iglesias. Sería un desierto de utilitarismo dond e el corazón tendría que pa ralizarse. La tierra se hace inhabitable cuando los hombres sólo quieren con struir por y para sí. Pero cuando ceden y brindan su lugar y su tiempo, surge la casa común, se hace realidad un trozo de utopía, de lo terrenalmen te imposi ble. La be lleza de la c ated ral no e stá en cont ra di cc ió n c on la teología de la cruz, sino que es su fruto: nació de la dis po sic ión de no co nstru ir sólo y para sí la pro pi a ciu da d. Templo construido con piedras vivas,
66. 10 Albert Camus dio expresión estremece dora en un a obra temp rana, al describir su viaje a Praga, a la vivencia de extranjería, de soledad; en un a ciudad cuya leng ua no entiende está como un desterrado; el esplendor de la Iglesia es mudo y no consuela. Para el creyente no pued e ser así: donde hay Iglesia, donde hay presencia eu carística del Señor, encue ntra ho gar y patria. Mas pa ra que esto pue da ocurr ir se requ iere, a la inversa, otra co nd ición: vivir la fe como asa mb lea y como unidad; qu e las personas, al entrar en el ámbito de la fe, abandonen lo suyo pro pio y dejen qu e se pro duz ca en ellas la ca tolic id ad , la adhesión al todo como proceso vivo. Es necesario que asuman la condición de extranjería frente al espíritu de la época y frente a las m últiples formas de chovinismo; tal extranjería es necesaria para que surja en todos los lugares un hogar para la totalidad, para que en todos los lugares encontremos de algún modo la misma casa.
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67. 10 La predicación cristiana primitiva llamó a la comunidad, a la Iglesia, nuevo templo, construcción de Dios, casa de Dios y cuerpo de Cristo; pero cab e rec orda r la previa labor conceptual llevada a cabo, por ejemplo, en Qum rán, que aplicó también a la comunidad el nom br e de «te mplo» . Lo i m portante es q ue sólo a tra vé s d e la mu erte de Jesucristo alcanzó esta idea su verdad era relevancia. De un lenguaje espiritualista se pasa ahora a la realidad m ás palpable. El templo espiritual no es ya una metáfora, sino una realidad costeada con el cuerpo y la sangre cuya fuerza vital ha podido atravesar los siglos. Templo construido con piedras vivas, p. 102
68. 10 Este giro aparece externamente con especial claridad en el cambio de orientación al orar: el judío, donde-
quiera q ue esté, ora en dirección a Jerusalén; el templo es el punto de referencia de tod a religión, de suerte que la relación con Dios, la relación orante, debe pasar siempre po r el tem plo , al men os en la or ientac ión del cuerpo . Los cristianos no oran en la dirección de un templo, sino mirand o a oriente: el sol naciente que triu nfa sobre la noche simboliza a Cristo resucitado y es considerado como signo de un retom o. El cristiano expresa en su postura orante su dirección hacia el Resucitado, verdadero punto de referencia de su vida. Por eso la orientación al este ha sido dura nte siglos la ley básica en la arqu itectu ra cristiana; ex pr es a la om nipres en cia del po de r c on greg ad or del Señor que, como el sol naciente, domina el mundo entero. Templo construido con piedras vivas, p.
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69. 10 El espíritu guarda las piedras para con struir; no a la inversa. El espíritu no pued e sustituirse p or dinero y por la hi sto ria . Si no co ns tru ye el e sp íritu , las pied ra s se torna n mudas. Donde el espíritu no está vivo, no ac túa e impera, las catedrales se convierten en museos, en monum entos del pasado cuya belleza entristece porque está mu erta. É sta viene a ser la advertencia que nos llega de la fiesta catedralicia. La grandeza de nuestra historia y nuestro poder económico no nos salvan; ambas cosas pue de n co nv ertir se en es co mbro qu e no s a ho ga . Si el es píritu no co nstru ye , el di ne ro co ns truy e en vano. Sólo la fe puede mantener viva la catedral, y la pregunta que la catedral m ilenaria nos dirige es si tenemo s la fe necesaria para darle un prese nte y un futuro. Al final, la protección al monumento, por importante y de agradecer que sea, no puede mantener la catedral; sólo puede hacerlo el espíritu que la creó. Templo construido con piedras vivas, p. 107
70. 10 La catedral es la expresión en piedra de que la Iglesia no es una ma sa amo rfa de comunidades, sino que vive en un entramado que une a cada comunidad con el conjunto a través del vínculo del orden episcopal. Por eso el Concilio Vaticano II, que puso tanto énfasis en la estructura episcopal de la Iglesia, recordó también el rang o de la Iglesia cated ral. Las distintas iglesias rem iten a ella, son en cierto m odo con strucciones anejas a ella y realizan en esta cohesión y este orden la asamblea y la unidad de la Iglesia. Por la misma razón es también es pe ci alm en te valio sa par a no so tro s la iglesia del ob isp o común de toda la cristiandad: la iglesia de Letrán y la iglesia de San Pedro en Roma; no como si Dios estuviera allí más p resente que en cua lquier iglesia lugareña, sino po rq ue es ex presión de la asam blea , de la un icid ad de la casa de Dios, aun habiend o tanta s en la tierra. Templo construido con piedras vivas, pp.
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Ar te y música
71. 10 Los artistas no inventan lo que pueda ser bello y digno de Dios. El ser hum ano es incapaz de inven tar por su cuenta. Dios mismo c omu nica en detalle a Moisés la forma del santuario. La creación artística copia lo que Dios mostró como modelo. Esta creación presupone la visión interior del prototipo; es el traslado de un a in tuición a una figura. La creación artística, tal como la ve el Antiguo Testamento, es radicalmente distinta de lo que entiende por creatividad el pensamiento moderno. Hoy se llama creatividad a la fabricación de lo nunca hecho o pe ns ad o por otro , la inve nc ión de lo total m en te pe rson al y totalmen te nuevo. Creación artística en el sentido del Exodo es, en cambio, un participar en la intuición de
Dios, participar en su obra creadora; un poner de manifiesto la belleza ocu lta que late ya en la creación . Esto no mengua la dignidad del artista, sino que la fundamenta. Así leemos que el Señor «llamó por su nombre» a Besa lel, el artista director de la construcción del santuario (Éx. 35, 30). Para el artista vale la misma fórmula que para el prof eta. El Éx odo pre se nta ad em ás a los artistas como person as dotad as po r Dios de habilidad y destreza para ej ec uta r los diverso s tra ba jo s q ue él h ab ía orde na do (36, 1). El terce r elemen to es la buen a disposic ión, el «corazón que impulsa» a tales person as (36, 2). Cantad a Dios con maestría, pp. 122123
72. 10 Una Iglesia que sólo hace música «corriente» cae en la ineptitud y se hace ella misma inepta. La Iglesia tiene el deber de ser tamb ién «ciudad de la gloria», ámbito en el que se recogen y se elevan a Dios las voces más pro fundas de la humanidad. Informe sobre la fe, p. 142
73. 10 Dice Gregorio: «Si el can to de la salm odia sale de la intimidad del corazón, a través de él el Señor todopoderoso encuentra acceso al corazón, para derramar en los sentidos aten tos los misterios de la sabid uría o la gracia de la con trición. Así está escrito: «El canto de a lab anza me honra, y éste es el camino pa ra m ostrarle al hom bre la salva ción de Dios» (Sal. 50, 23). Don de el la tín dice salu tare, salvación, el hebreo dice Jesús. P or eso, el canto de alabanza abre un acceso donde el Señor puede manifestarse, pues cuando la salmodia desata la contrición, nace en n osotro s una vía al corazón , al final de la cual llegamos a Jesús...» Éste es el servicio supremo de la música, que no pierde por eso su grandeza artística sino que la colma: la música despeja el obstruido cam ino del co-
razón, del centro de nuestro ser, donde nos encon tramo s con el ser del Creador y Redentor. Cantad a Dios con maestría, p. 130
74. 10 No hay una fe culturalmen te indefinida que luego se pueda cu lturizar a voluntad. La opción de fe comp orta como tal una o pción cultural; ella moldea al hom bre y excluye como paradigma otras formas de cultura. La fe crea cu ltura y no se limita a portarla consigo como si fuera un ropaje exterior. Esta premisa cultural, que no es man ipulable a discreción y fija su norm a a inculturacio nes subsiguientes, no es algo rígido ni cerrado. El rango de una cultura se conoce precisamente en su cap acidad de asimilación [...]. Ser eterno significa, por el contrario, ser sincrónico con todo tiempo y antes de todo tiempo. Cantad a Dios con maestría, p. 120
75 . 10 La liturgia y la música estuvieron hermanadas desde el principio. Cuando el ser humano alaba a Dios, no basta con la mera palabra. Hablar con Dios es algo que sobrepasa los límites del lenguaje humano; por eso ha recab ado siem pre y por esencia la ayuda de la música: el canto y las voces de la creación en el sonido de los ins trume ntos. Porque la alaba nza de Dios no es algo exclusivo del ser humano . D ar culto a Dios es sumarse a lo que todas las cosas pregonan. La imagen del mu ndo y del hombr e en la liturgia...,
p. 131 76. 10 La versión musical de la fe es una parte de la encarnación del Verbo. Pero esta versión musical debe ajustarse tam bién, de m odo m uy singular, a ese giro interno de la encarnación que antes he intentado significar: la pala bra hecha m úsica es sensibilización, en ca m a-
ción, atracción de fuerzas pre y superra cion ales, captación del timb re oculto de la creación, descub rimiento del canto que reposa en el fondo de las cosas. Pero e sta conversión en música es a la vez el movimiento inverso: no es sólo enc arnación de la palabra, sino espiritualización de la carne. La ma dera y el metal devienen sonido, lo inconsciente e irresuelto deviene sono ridad ord enad a y llena de sentido. Hay una corporeización que es espiritualización, y una espiritualización que es corporeización. La corporeización cristiana es a la vez espiritualización, y la espiritualización cristiana es una co rporeización en el cuerpo del Logos humana do. La im agen del mun do y del ho mbr e en la liturgia...,
p. 143 77. 10 La fe nace de la escucha de la palabra de Dios. Cuando la palabra de Dios se traduce en palabra hum ana, queda en excedente no dicho e inefable que nos incita a callar... un callar que finalmente convierte lo inefable en canto, y también pide ayuda a las voces del cosmos para qu e lo no dich o se ha ga pe rcep tib le. Es to significa que la mú sica de Iglesia, emana ndo de la palabra y del silencio percibido en ella, presupone una constante escucha de toda la plen itud del Logos. Te cantaré en presencia de los ángeles, p.
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78. 10 La belleza es el resplan do r de la verdad , ha dicho Tomás de Aquino, y podríam os añ adir que la ofensa a la belle za es la auto ironía de la v erda d pe rd ida. ¿P or qu és oy todavía cristiano?, p.
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79. 10 [...] la música litúrgica de la Iglesia ha de perseguir esa integración de la realidad hu ma na que promete la fe en la encam ación . Este género de redenció n es más
pe no so qu e el de la eb rie da d; pe ro este esfuerzo es el de la verdad mism a. Debe integ rar los sentidos en el espíritu y responde r al impulso del su rs um corda] pero no busca la espiritualidad pu ra, sino un a integración de la sensibilidad y del espíritu, de sue rte que ambo s, compen etrados, se hagan persona. No humilla al espíritu el asumir los sentidos, sino que le aporta tod a la riqueza de la creación. Y los sentidos imbuidos de espíritu tampoco quedan desnaturalizados, sino que participa n en su infinitud. La im agen del m un do y del ho mbr e en la liturgia...,
p. 146
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CAPÍTULO 11
LA MADRE DE CRISTO 1.11 Com ienza con la pala bra Mag nífica t : mi alma «engrandece» al Señor, es decir, proclama que el Señor es grande. María desea que Dios sea grande en el mundo, que sea grande en su vida, que esté presente en todos nosotros. No tiene miedo de que Dios sea un «competidor» en nuestra vida, de que con su grandeza pueda qu itam os algo de nu estra libertad, de nuestro espacio vital. Ella sabe que, si Dios es grande, también nosotros somos grandes. No oprime nuestra vida, sino que la eleva y la hace grande: precisamente entonces se hace grande con el esplend or de Dios. 15 de agosto de 2005 2. 11 El icono de la Anunciación, mejor que cualquier otro, nos permite percibir con claridad cómo todo en la Iglesia se remonta a ese misterio de acogida del Ver bo div ino , do nd e, por obra del Esp íritu Sa nto, se selló de modo p erfecto la alianza en tre Dios y la hum anidad . Todo en la Iglesia, toda institución y ministerio, incluso el de Pedro y sus sucesores, está «puesto» bajo el manto de la Virgen, en el espacio lleno de gracia de su «sí» a la voluntad de Dios. Se trata de un vínculo que en todos nosotros tiene naturalmente una fuerte reso 28 7
nancia afectiva, pero que tiene, ante todo, un valor ob jetivo . 25 de marzo de 2006 3. 11 [...] «llena de gracia», y la gracia no es m ás qu e el amor de Dios; por eso, en definitiva, podríamos traducir esa palabra así: «amada» por Dios (cfr. Le. 1, 28). Orígenes observa que semejante título jamá s se dio a un ser humano y que no se encuentra en ninguna otra parte de la Sagra da Es critura (cfr. In Lu ca m 6, 7). Es un título expresado en voz pasiva, pero esta «pasividad» de María, que desde siem pre y pa ra siem pre es la «amada» p or el Señor, implica su libre consentimiento, su respuesta personal y original: al ser a ma da , al rec ibir el don de Dios, Ma ría es pl en am en te activa, po rque acoge con disponibilidad personal la ola del amo r de Dios que se derram a en ella. Tam bién en esto ella es discípula pe rfe cta de su Hijo, el cua l realiza totalmente su libertad en la obe diencia al Padre y pr ec isa men te ob ed eciend o ejercita su lib ertad. 25 de marzo de 2006
. 11 El Evangelio de Lucas la m uestra a tarea da en un servicio de caridad a su prim a Isabel, con la cual permaneció «unos tres meses» (Le. 1, 56) para atenderla durante el embarazo. «Magníficat anima mea Dominum», dice con ocasión de esta visita —«proclama mi alma la grandeza del Seño r»— (Le. 1, 46), y con ello expre sa todo el progra ma de su vida: no ponerse a sí m isma en el centro, sino de ja r esp acio a Dios, a qu ien en cu en tra ta nt o en la oración como en el servicio al prójimo; sólo entonce s el mund o se hace bueno. M aría es grande precisamente porque quiere enaltece r a Dios en luga r de a sí misma. Ella es humilde: no q uiere s er sino la sierva d el Se ñor (cfr. Le. 1, 38; 48). Deus Caritas est, n.° 40 4
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5. 11 María fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, y con Dios es reina del cielo y de la tierra. ¿Acaso así está alejada de nosotros? Al contrario. Precisamente al estar con Dios y en Dios, está muy ce rca de cada uno de nosotros. Cuando estab a en la tierra, sólo podía estar cerca de algunas personas. Al estar en Dios, que está cerca de nosotros, más aún, que está «dentro» de todos nosotros, María pa rticipa de esta cercanía de Dios. Al estar en Dios y con Dios, María está cerca de cada u no de nosotros, conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oraciones, puede ayudam os con su bondad m aterna. 15 de agosto de 2005 6. 11 Nos ha sido d ada c omo «madre» —así lo dijo el Señor—, a la que podemos dirigimos en cada momento. Ella nos escucha siempre, siempre está cerca de nosotros; y, siendo Madre del Hijo, participa del poder del Hijo, de su bondad. Podemos poner siempre toda nuestra vida en manos de esta Madre, que siempre está cerca de cada uno de nosotros. 15 de agosto de 2005 7. 11 Esta poesía de María —el Ma gnífica t — es t ota lm en te original; sin embargo, al m ismo tiemp o, es un «tejido» hecho completamente con «hilos» del Antiguo Testamento, hecho de pa labra de Dios. Se pued e ver que María, po r decirlo así, «se sentía como en su casa» en la palabra de Dios, vivía de la palabra de Dios, estaba penetrada de la pal ab ra de Dios. En efecto, h ab la ba co n p alab ra s de Dios, pen sa ba co n palabra s de Dios; sus pen sa m iento s er an los pensamientos de Dios; sus palabras eran las palabras de Dios. Estaba p ene trada de la luz divina; por eso era tan espléndida, tan buena; p or eso irradiaba am or y bondad. 15 de agosto de 2005
8.11 María vivía de la palab ra de Dios; estaba im pregnada de la palabra de Dios. Al estar inmersa en la palabra de Dios, al tener tanta familiaridad con la palabra de Dios, recibía también la luz interior de la sabiduría. Quien piensa con Dios, piensa bien; y quien habla con Dios, habla bien, tiene criterios de juicio válidos para to das las cosas del mundo, se hace sabio, prudente y, al mismo tiempo, bueno; tam bién se hace fuerte y valiente, con la fuerza de Dios, que resiste al mal y promueve el bien en el m un do . 15 de agosto de 2005 9. 11 El Magnífica t — u n retrato de su alma, por decirlo así— está com pletamen te tejido por los hilos tomados de la Sagrada Escritura, de la palabra de Dios. Así se pone de relieve que la palabra de Dios es verdaderamente su pro pia ca sa, de la cu al sale y entr a co n to da na tu ra lid ad . Habla y piensa con la palabra de Dios; la palabra de Dios se convierte en pala bra suya, y su palabra n ace de la palab ra de Dios. Así se pone de m anifiesto, a dem ás, que sus pe nsa m ie nto s es tá n en sint onía co n el pe nsa m ie nto de Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar íntimam ente penetrada p or la palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada. Deus Cantas est, n.° 41
10. 11 «Engrandece mi alma, Señor»: no como si a Dios le pudiéramos añadir algo, comenta sobre esto san Am bros io, sin o de m anera qu e lo d ejam os se r g ra nde en nosotros. En grande cer al Señor significa no querer engrandecerse a sí mismo, el propio nombre, el propio yo, desplegarse y reclam ar un lugar, sino dejarle lug ar a él para qu e esté más pre se nt e en el m und o. Sign ifica llegar a ser más verdaderamente lo que somos: no u na mónada
cerrada, que sólo se representa a sí misma, sino imagen de Dios. Significa liberarse del polvo y del hollín que hacen opaca la imagen, la ocultan, y ser verdaderamente ser hum ano en la pu ra referencia a él. María, Iglesia naciente, p. 56
11.11 Así, María habla con nosotros, nos habla a nosotros, nos invita a conocer la palabra de Dios, a amar la palabra de Dios, a vivir con la palab ra de Dios, a pe nsar con la palabra de Dios. Y podem os hacerlo de mu y diversas ma neras: leyendo la Sagrada Escritura, sobre todo particip ando en la liturgia, en la que a lo largo del año la santa Iglesia nos abre todo el libro de la Sagrada Escritura. Lo abre a nue stra vida y lo hace presente en n uestra vida. 15 de agosto de 2005 12. 11 Como Madre que se compadece, María es la figura antic ipada y el retrato perm anen te del Hijo [...] Su corazón, me diante el ser y el sentir con Dios, se ensanchó. En ella, la bond ad de Dios se acercó y se acerca mu cho a nosotros. Así, María está ante nosotros como signo de consuelo, de aliento y de esperanza. Se dirige a nosotros, diciendo: «Ten la valentía de osar con Dios. Prueba. No tenga s mied o de él. Ten la valen tía de arrie sga r con la fe. Ten la valentía de arriesga r con la bo ndad. Ten la valentía de arriesgar con el corazón puro. Comprométete con Dios; y entonces verás que precisam ente así tu vida se ensanch a y se ilumina, y no resulta aburrida , sino llena de infinitas sorpresas, porque la bo ndad infinita de Dios no se agota jamás.» 8 de diciembre de 2005 13. 11 En el mundo actual de la cultura sigue en vigor sólo el principio masculino: el hacer, el rendir, la activi
dad, que incluso pued e planificar y crear el mundo, que no quiere esperar nad a de lo que después sea depend iente, sino que se apoya únicam ente en la prop ia capacidad. A mi parecer, no es casualidad que en nuestra mentalidad masculina occidental hayamos separado cada vez más a Cristo de su Madre, sin comprender que María como mad re pu diera significar algo para la teología y la fe. Todo nuestro modo de comportarnos con la Iglesia queda marcado por esto. La tratamos casi como un producto técnico que queremos planificar y fabricar con enorme sagacidad y despliegue de energías; nos adm iramos cuan do, entonces, sucede lo que san Luis María de Grignon de Montfort com entaba a propósito de unas palabras del profeta Ageo: «¡Hacéis mucho, pero sacáis po co provecho!» (1, 6). Cua nd o el hac er se inde pe nd iza, ya no podem os sop ortar las cosas que no se han de hacer, sino que están vivas y necesitan m adurar. Debem os asum ir el símbolo del terreno fructífero, debem os convertirnos de nuevo en hombres que esperan, recogidos hacia dentro, que en la profund idad de la oración, el deseo ardiente y la fe dan lugar al crecimiento. María, Iglesia n aciente, pp. 1112 14. 11 María apare ce en su recipro cida d creyente an te el llamam iento de Dios como representac ión de la creación llamada a d ar respuesta, de la libertad de la criatura que no se disuelve, sino que se perfecciona, en el amor. María, Iglesia naciente, p.
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15. 11 «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios»: el órgano para ver a Dios es el corazón purificado. A la piedad mariana podría correspon derle provocar el desp ertar del corazón y realizar su purificación en la fe. Si la miseria del hombre actual es
desm oronarse cad a vez más en puro bios y pura ra ciona lidad, dicha piedad podría contrarrestar tal «descomposición» de lo hum ano, y ayuda r a recupe rar la unidad en el centro, desde el corazón. María, Iglesia na ciente, p.
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16. 11 [El prim er texto de la oración de María] se halla en el contexto de la escena de la Anunciación: María se asusta ante el saludo del ángel —es el temor santo que asalta al hom bre cu ando le toca la cercanía de Dios, del totalme nte Otro—. Se asustó, y «discurría qué significaría aque l saludo» (Le. 1, 29). La palabra que el evangelista utiliza para decir «discurrir» está formada a partir de la raíz griega «diálogo», es decir: María entabla un coloquio interior con esa palabra. M antiene un diálogo íntimo con la palabra qu e se le ha dado, la interpela y se deja interpelar po r ella, para pen etrar en su sentido. María, Iglesia na ciente, p.
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17. 11 El segundo texto correspondiente [ala oración de Mar ía] se encuen tra tras el relato de la adoración de Jesús por parte de los pastores. Allí se dice que María «guardaba», «confrontaba» y «componía en su corazón» todas esas palabras (= acontecimientos) (Le. 2, 19). El evangelista atribuye aquí a María ese recorda r comp rensivo y meditativo que en el Evangelio de Juan desem peñará despu és un papel tan im portante p ara el despliegue que el Espíritu realizará del men saje de Jesús en el tiem po de la Iglesia. María ve en los ev entos «p ala bras», un acon tecer que está lleno de sentido, porque procede de la voluntad de Dios, dado ra de sentido. Traduce los acontecimientos en palabras y profundiza en las palabras introduciéndolas en el corazón —en ese ámbito interior del entendimiento, dond e se comunican sentido y espíri-
tu, razón y sentimiento, contemplación exterior e interior, y, más allá de lo individual, se hace visible la totalidad y comprensible su mensaje—. María «combina», «confronta» —une lo individual al todo, lo compara y examina, y lo guarda—. La palabra se convierte en semilla en tierra buena. No es captada rápidamente, no queda encerrada en una primera comprensión superficial y después olvidada, sino que el acontecer exterior recibe en el corazón el ámb ito de la perman encia y así puede ir desvelando paulatinam ente sus profund idades sin que el carácte r único del evento quede difuminado. María, Iglesia naciente , p.
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18. 11 [El tercer texto de María orante lo encontramos cuando] Jesús, con doce años, es enc ontrado en el Tem plo. Pr im er o se afirm a: «No co m pre nd ie ro n la pa la br a que les dio» (Le. 2, 50). Tampoco p ara el hom bre crey ente, totalmente abierto a Dios, son comprensibles y razonables desde el primer momento las palabras de Dios. Quien exige del mensaje cristiano la comprensibilidad inmediata de lo banal, cierra el camino a Dios. Allí donde no existe la humildad del misterio asumido, la paciencia que alberga en sí lo incomprendido, lo lleva y lo deja abrirse lentamente, la semilla de la palabra cae so bre pied ra; no encu en tra tie rra. Ta mpoco la Mad re en tiende en ese momento al Hijo, pero de nuevo conserva «todas las palabras en su corazón» (2, 51). Desde el punto de vista lingüístico, la palab ra «conservar» no es exactamente la misma que la empleada después de la escena de los pastores: si en ésta se sub raya má s el «con», la visión unitaria, ahora se pone en primer plano el aspecto del ma ntene r y el retener. María, Iglesia naciente , p. 54
19. 11 Ese recogimiento de la oración, que hemos reconocido como lo característico del ser de María, se convierte de nuevo en el ámbito en el que el Espíritu Sa nto pue de entr ar y r eal iz ar u na nu ev a c reac ión. María, Iglesia nac iente, p.
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20. 11 [Sobre el dogma de la virginidad perpetua de Ma ría.] No se desprende en mo do alguno de los Evangelios que Cristo tuviera auténticos hermanos, ni que María volviese a ser madre después de él. Cuando hoy se dice, bueno, aquí no podemos hablar de biología y de ese modo a partam os lo biológico como algo indigno de Dios, cometem os un acto de acusado ma niqueísmo. Porque el ser hum ano también es biología. Dios y el m undo, p.
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21 .11 Con Dios, con Cristo, con el hom bre que es Dios y con Dios que es hom bre, viene la Virgen. Esto es muy im po rtan te . Dios, el Señor, tie ne una Mad re y en esa M ad re reconocemos realmente la bondad materna de Dios. La Virgen es la gran fue rza de la catolicidad. En la Virgen re conocem os toda la ternu ra de Dios. Por eso, cultivar y vivir este gozoso am or a la Virgen, a María, es un d on m uy grande de la catolicidad. 24 de julio de 2007 22. 11 Un himno litúrgico de la Iglesia oriental [dice]: «¿Qué hemos de ofrecerte, oh Cristo, que por nosotros has nacido hombre en esta tierra? Cada una de las criaturas, obra tuya, te trae en realidad el testimonio de su gratitud: los ángeles, su amor; el cielo, la estrella; los sa bio s, sus dones; los pa stor es , su asom bro; la tier ra , la gruta; el desierto, el pesebre . Pero nosotro s, los hombres, te traemo s un a M adre Virgen.»
María es el regalo de los hombres a Cristo. Pero eso significa al mismo tiempo que el Señor no quiere de los hombres «algo», sino al hombre mismo. Dios no quiere que le demos po rcentajes, sino nue stro corazón, nu estro ser. Él quiere nuestra fe y, a partir de la fe, la vida; des pu és, de la vida, aq ue llo s do ne s de los qu e se habla rá en el juicio final; alimento y vestidos para los pobres, com pa sión y am or co m pa rtido, la pal abra de co ns ue lo y la compañía para los perseguidos, los encarcelados, los aband onad os y los perdidos. La ben dición de la N avidad, pp. 9697
ANEXO 1
LOS SIGNOS DEL PAN Y EL VINO
[Pan: necesidad para vivir, lo que hace posible la vida]
El pan represe nta en la Sagrada Escritura todo lo que el hombre necesita para su vida cotidiana. El agua da a la tierra la fertilidad: es el don funda mental, que hace po si ble la vida. [Pan 1°: fruto tierra y cielo / creación orientada a la divi nización (unión con el Creador)]
Estas palabras son inagotables. Quisiera meditar con vosotros en este momento en un solo aspecto. Jesús, com o signo de la presen cia, escogió el pan y el vino. Con cada u no de los dos signos se entrega totalmente, no sólo una parte de sí. Él es una person a que, a través de los signos, se acerca a nosotros y se une a nosotros. Du rante la pr oc es ió n y en la ad oraci ón , no so tros miram os a la H ostia consagrada, la forma más sencilla de pan y de alimento, hec ho simp lemente con algo de harina y de agua. La oración con la que la Iglesia durante la liturgia de la misa entrega este pan al Señor lo presenta como fruto de la tierra y del trabajo del hombre. En él queda recogido el cansancio humano, el trabajo cotidiano de quien cultiva la tierra, de quien siem bra, cosecha y finalmente pre para el pan . Sin em ba rg o, el pan no es sólo un pro -
ducto n uestro, algo que nosotros hacem os; es fruto de la tierra y, por tanto, es también un don. El hecho de que la tierra dé fruto no es mérito n uestro; sólo el Creado r podía darle la fertilidad. Y aho ra podem os tam bién am pliar algo esta oración de la Iglesia, diciendo: el pan es fruto de la tierra y al mismo tiem po del cielo. Presupo ne la sinerg ia de las fuerzas de la tierra y de los don es de lo alto, es decir, del sol y de la lluvia. Y el agua, d e la que te nem os necesidad para preparar el pan, no la podemos producir nosotros. En u n período en el que se habla de la deserti zación y en el que escuchamos denunciar el peligro de que los hombres y los animales m uera n de sed en las regiones sin agua, volvemos a darno s cue nta de la grande za del don del agua y de que no podemos proporcionárnoslo por nosotros mismos. Entonces, al contemplar más de cerca este pequeño pedazo de H ostia blanca, este pan de los po bres, se no s pre se nt a co mo una sín tesis de la creación. Se unen el cielo y la tierra, así como actividad y espíritu del hom bre. La sinergia de las fuerzas que hace posible en nuestro pobre planeta el misterio de la vida y de la existencia del hombre nos sale al paso en toda su maravillosa grandeza. De este modo, comenzamos a comprender por qué el Señor escoge este pedazo de pan com o su signo. La creación con todos sus dones aspira más allá de sí misma hacia algo que es todavía más gran de. Más allá de la síntesis de las propias fuerzas, más allá de la síntesis de naturaleza y espíritu que en cierto sentido experimentamos en el pedazo de pan, la creación está orientada hacia la divinización, hacia los santos desposorios, hacia la unificación con el Creador mismo.
[Pan 2. °: vida p or la m uerte / esperanza: pasión y resurrec ción]
«En verdad, en ve rdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, que da él solo; pero si muere, da much o fruto» (Jn. 12, 24). En el pan, hecho de granos molidos, se esconde el misterio de la Pasión. La harina, el grano molido, presupone el morir y el resucitar del grano. El ser molido y cocido manifiesta una vez más el mismo misterio de la Pasión. Sólo a través del morir llega el resurgir, llega el fruto y la nue va vida. Él se convirtió en pan para todos nosotros y, de este modo, en esperanza viva y creíble: Él nos acomp aña en todos nuestros sufrimientos hasta la muerte. Los caminos que Él recorre con n osotros y a través de los cuales nos conduce a la vida son caminos de esperanza. Al contemplar en adoración a la Hostia consagrada, nos habla el signo de la creación. Entonces nos encontramo s con la grandez a de su don; pero nos encontram os también con la Pasión, con la cruz de Jesús y su resurrección. A través de esta contemplación en adoración, Él nos atrae hacia sí, penetrand o en su misterio, por medio del cual quiere transformamos, como transformó la Hostia. [Pan 3. °: unid ad / tarea]
La Iglesia primitiva encontró en el pan un signo más. La Doctri na de los doce apó stoles, un libro redactado en torno al año 100, refiere en sus oraciones la afirmación: «Que así como este pan partido estaba esparcido sobre las colinas y es reun ido en u na sola cosa, del mism o mo do tu Iglesia sea reunida d esde los confines de la tierra en tu Reino» (IX, 4). El pan, hech o de mu chos g ranos de trigo, encierra tamb ién un aco ntecimiento de unión: el convertirse en pan de granos molidos es un proceso de unifica-
ción. Nosotros mismos, de los muchos que somos, tenemos que convertimos en un solo pan, en su solo cuerpo, nos dice san Pablo (1 Cor. 10, 17). De este modo, el pan se convierte al mismo tiempo en esperanza y tarea. [Vino: exquisitez de la creación / experiencia del sabor divino]
El vino, por el contrario , expresa la exqu isitez de la creación, nos da la fiesta en la que sobrepasamos los límites de la vida cotidiana: el vino «alegra el corazón». De este mod o el vino y con él la vid se han conv ertido tam bién en imagen del don del amor, en el que podemos lograr una cierta experiencia del sabor del Divino. [...] mientras el pa n ha ce refere nc ia a lo co tid iano , a la sencillez y a la pe regrinación, el vino expresa la exquisitez de la creación: a través de este signo menciona la fiesta de alegría que Dios quiere ofrecernos al final de los tiempos y que anticipa ahora, siempre de nuevo. Pero el vino también ha bla de la Pasión: la vid tie ne qu e se r pod ad a re pet id amente para poder purificarse; la uva tiene que madurar ba jo el sol y la lluvia y tiene qu e se r pisada : sólo a través de esta pasión madu ra un vino apreciado. En la fiesta del Corpus Christi contemplamos sobre todo el signo del pan. Nos recuerda tamb ién la peregrinación de Israel dura nte los cuaren ta año s en el desierto. En la procesión, seguimos este signo y de este modo le seguimo s a Él mismo. Y le pedimos: ¡guíanos po r los camino s de nue stra historia! ¡Vuelve a mo strar a la Iglesia y a sus pastore s siemp re de nuevo el camin o justo! ¡Mira a la human idad que sufre, que vaga insegura entre tantos interrogantes; mira el hambre física y psíquica que le atormenta! ¡Da a los hombres el pan para el cuerpo y para el alma! ¡Dales tra ba jo! ¡Dales luz! ¡Dales a ti m ismo! ¡Purifícanos y santifícan os a todos nosotros! Hazn os
comprender que sólo a través de la participación en tu Pasión, a través del «sí» a la cruz, a la renu ncia, a las pu rificaciones que tú nos impones, nuestra vida puede ma dura r y alcanzar su auténtico cumplimiento. Reúnenos desde todos los confines de la tierra. ¡Une a tu Iglesia, une a la humanidad lacerada! ¡Danos tu salvación! ¡Amén! 2 de octubre de 2005
ANEXO 2
EL FÚTBOL Cuando se hojea la prensa y se escucha la radio, se com pru eba en segu ida qu e ha y u n te m a do min an te: el fútbo l y la liga de fútbol. Este deporte se ha convertido en un acontecim iento universal que une a los homb res de todo el mu ndo po r encima de las fronteras nacionales, con un mismo sentir, con idénticas ilusiones, temo res, pasiones y alegrías. Todo esto nos revela que nos encontramos frente a un fenómeno genuinamente humano . Surge espontánea la pregu nta sobre el porqué de la fascinación que ejerce este juego. El pesimista co ntestará que es una repetición más de lo que ya se experimentó en la antigu a Roma: p an y circo; pa ne m et circenses. Pero, incluso si aceptáramos esta respuesta, tendríamos que pregu ntarnos: ¿y a qué se debe semejante fascinación, que lleva a pone r el juego junto al pan, y a darle la mism a imp ortancia? Volviendo de nuevo a la antigua Roma, podríamos contestar a esta pregunta diciendo que aquel grito que pedía «pan y juego» era la expresión del deseo de una vida parad isíaca. En este sentido, el juego se presenta com o un a especie de regreso al hogar primero, al paraíso; como una escapatoria de la existencia cotidiana, con su du reza esclavizante. Sin embargo el juego tiene, sobre todo en los niños,
un sentido distinto: es un entrenamiento para la vida. A mi juicio, la fascina ción p or el fútbol con siste, esen cialmente, en que sabe unir de forma convincente estos dos sentidos: ayuda al hombre a autodisciplinarse y le enseña a colaborar con los demás dentro de un equipo, mostrándole cómo puede enfrentarse con los otros de una forma noble. Al contemplarlo, los hombres se identifican con ese jueg o, hac ie nd o suy o ese es píritu de co la bo ra ción y de confrontac ión leal con los demás. Desde luego, la seriedad sombría del dinero, unida a los intereses mercantiles, pue den ec har todo esto a perder. Al pensar detenidamente en todo esto, se plantea la po sibi lida d de ap re nder a viv ir c on el es pí ritu del jueg o, po rq ue la lib er ta d del ho m bre se a lim ent a tam bié n d e r eglas y de au todisciplina. En todo caso, la visión de un m undo q ue vibra con el jueg o deb ie ra servirn os para algo m ás qu e par a entrete nernos, porque si fuéramos al fondo de la cuestión, el jueg o pod ría m ostra rn os una nu ev a fo rm a de ente nde r la vida. Mitarbeiter der arheit (Ratzinger)
ANEXO 3
EL BAUTISMO: YO P ERO YA NO YO
El Bautismo significa precisamente que [el acontecimiento de la resurrección de Jesús] no es un as unto del pa sa do , sin o un sa lto cu alita tiv o de la hi storia universal que llega hasta mí, tomándome para atraerme. El Bautismo es algo muy diverso de un acto de socialización eclesial, de un ritual un poco fuera de m oda y complicado p ara aco ger a las personas en la Iglesia. También es más que una simple limpieza, una especie de purificación y embellecimiento del alma. Es realm ente m uerte y resurrección, renacimiento, transformación en una nueva vida. ¿Cómo lo podemos en tender? Pienso que lo que ocurre en el Bautismo se puede aclar ar más fácilmente para nosotros si nos fijamos en la parte final de la pequeña a utobiografía espiritual que san Pablo nos ha dejado en su Carta a los Gálatas. Concluye con las palabras que contienen también el núcleo de dicha biografía: «Vivo yo, pe ro no soy yo, es Cr isto qu ien vive en mí» (Ga 2, 20). Vivo, pero ya no soy yo. El yo mismo, la iden tidad esencial del hom bre —de este hombre , Pablo— ha cambiado. El todavía existe y ya no existe. Ha atrav esad o un «no» y sigue encontrándose en este «no»: Yo, pero ya «no» soy yo. Con estas palabras. Pablo no describe una experien-
cia mística cualquiera, que tal vez podía habérsele co ncedido y, si acaso, podría interesarnos desde el punto de vista histórico. No, esta frase es la expresión de lo que ha ocu rrido en el Bautism o. Se me quita el propio yo y es inserta do en un nuevo sujeto m ás grande. Así, pues, está de nuevo mi yo, pero precisamen te transforma do, bruñido, abierto p or la inserción en el otro, en el que adquiere su nuevo espacio de existencia. Pablo nos explica lo mismo una vez más bajo otro aspecto cuan do, en el tercer capítulo de la Carta a los Gálatas, habla de la «promesa» diciendo que ésta se dio en singular, a uno solo: a Cristo. Sólo él lleva en sí toda la «promesa». Pero ¿qué sucede entonces con nosotros? Vosotros habéis llegado a ser uno en Cristo, respo nde Pa blo (cf. Ga. 3,28). No sólo un a cosa, sino uno, un único, un único sujeto nuevo. E sta li ber ac ió n de nue stro yo de su aislam iento, este en co ntrarse en un nuevo sujeto es un encontrars e en la inm ensidad de Dios y ser trasladado s a u na vida que ha salido ahora ya del contexto del «morir y devenir». El gran estallido de la resurrección nos ha alcanzado en el Bautismo para atraerno s. Quedam os así asociados a una nueva dimensión de la vida en la que, en medio de las tribu laciones de nuestro tiempo, estamos ya de algún modo in mersos. Vivir la propia vida como un continuo e ntra r en este espacio abierto: éste es el sentido del ser bautizado, del ser cristiano. Ésta es la alegría de la Vigilia pascual. La resurrección no ha pasado, la resurrección nos h a alcanzado e impregnado. A ella, es decir al Señor re sucitado, nos sujetamos, y sabemos que también Él nos sostiene firmemente cuand o nuestras m anos se debilitan. Nos agarramos a su mano, y así nos damos la mano unos a otros, nos convertimos en un sujeto único y no solam ente en un a sola cosa. Yo, pero ya «no» soy yo: ésta es la fórmula de la existencia cristiana fundada en el bautismo,
la fórmula de la resurrección en el tiempo. Yo, pero ya «no» soy yo: si vivimos de este modo transformamos el mundo. Es la fórmula de contraste con todas las ideologías de la violencia y el programa que se opone a la corrupció n y a las aspiraciones del pode r y del poseer. «Viviréis, porque yo sigo viviendo», dice Jesús en el Evangelio de S an Ju an (14, 19) a sus discípulos, es decir, a nosotros. Viviremos median te la com unión existencial con Él, por esta r insertos en Él, que es la vida misma. La vida eterna, la inmortalidad beatífica, no la tenem os por nosotros mismos ni en nosotros mismos, sino por una relación, mediante la comunión existencial con Aquel que es la Verdad y el Amor y, por tan to, es eterno , es Dios mismo. 15 de abril de 2006
ANEXO 4
EL CELIBATO
Ex tra ñame nte nada hay que enfade má s a la gente, que la vieja cuestión sobre el celibato. Aunque sólo afecte a una m ínim a fracción de la Iglesia, ¿por qué existe el celibato?
Va muy u nido a u nas p alabras de Cristo. Hay algunos —dice—, q ue re nu ncia n al m atrim onio por el Reino de los Cielos y ofrecen toda su existencia en testimonio del Reino d e los Cielos. La Iglesia llegó muy pro nto a la con vicción de que ser sacerdote significaba dar este testimo nio p or el Reino de los Cielos. En el Antiguo Testame nto, el sacerdote tenía un a situación paralela, aunque de otra naturalez a, que sirve de cierta analogía. Israel se instala en la tierra prometida. Las once tribus recibieron su pro pia tier ra , su te rrito rio. Sólo la trib u de Leví, la trib u de los sacerdotes, no recibió ningun a tierra, no recibió ninguna herencia; su he rencia era sólo Dios. Esto significa ba , en la pr ác tic a, qu e sus mie m br os te nía n qu e viv ir de las ofrendas del culto, y no de la explotación de las tierras como las otras tribus. Su característica fundam ental es que no tenían ninguna propiedad. En el Salmo 16 se dice: «Tú eres mi copa y la porción de mi herencia. Tú eres quien g arantiza m i suerte. Dios es mi tierra.» E sta figura del Antiguo Testamento que deja a la tribu de los sacerdotes sin territorio y que, podría decirse, sólo vive de
Dios, y, por tanto, da verdadero testimonio de Él, se tradujo más adelante como unas palabras de Jesús que venían a decir que, en la vida del sacerdote, su tierra es Dios. Actualmente nos resulta difícil entend er el carácter de esta renuncia, p orque la relación con el matrim onio y los hijos ha sufrido un gran cam bio. Morir sin descendencia era considerado antiguamente como vivir inútilmente, «he trazado las huellas de mi vida, pero no he dejado mi rastro; de h abe r tenido hijos, hab ría sobrevivido en ellos, hubiera que dado mi inm ortalidad a través de mi descendencia». Po r eso, era un a cond ición supe rior de vida tener hered eros y, por ellos, perm anec er en la tierra de los vivos. La renuncia al matrimonio y a un a familia habría que contem plarla bajo este punto de vista: «renuncio a algo que para los demás no sólo es lo más norm al, sino lo más importante, renuncio a traer nuevas vidas al árbol de la vida, para vivir con la confianza de que sólo Dios es mi heredad, y contribuir así a que los demás crean en la existencia del Reino de los Cielos. Así, no sólo con pala br as, sin o co n mi pro pia ex isten cia, da ré te stim onio de Jesucristo y de su Evangelio, entregaré mi vida para que Dios dispong a de ella». El celibato, por tanto, tiene doble sentido, uno cristo lógico y otro apostólico. No se trata de ahorrar tiempo —co mo no soy pa dr e de familia, dispon go de más tiem po —, aun qu e sea verda d, eso se ría u na visión de mas iado ba na l y p ragm átic a. Se tr ata de una ex ist en cia qu e se lo ju eg a todo a la carta de Dios, y re nunci a a lo qu e normalmente convierte la existencia humana en una realidad m adura y prometedora.
Por otra parte , no es un dog ma. ¿El pr oblem a se debatirá algún día en el sentido de elegir una forma de vida de celi bato o no-celibato?
En efecto, no es un dogma. Es una costum bre de vida que, desde muy tempran o, se fue formand o en el interior de la Iglesia por muy bu enas razones bíblicas. Recientes investigaciones han demostrado que el celibato se remonta a tiempos muy remotos —como hemos sabido por la s f ue ntes del de re ch o— has ta el siglo n. (...) La consecuencia que podemos sacar no es decir «ya no som os capaces». No. Lo que hemos de h acer es esforzarnos en au me ntar nuestra fe. Y también tenemos que tene r más cuidad o a la hora de hace r la selección de los cand idatos al sacerdocio. Lo imp ortante es que uno elija libremente y no diga: «sí quiero ser sacerdote, por ello acepto también esto», o bien «en el fondo las chicas no me interesan mucho, po r lo tanto no será un gran p ro blem a». És te no es u n punt o de partid a co rre cto. El candidato al sacerdocio tiene que contemplar la fe como la única fuerza en su vida; debe saber que sólo en la fe pue de vivir el celibato. Sólo así el celibato podrá ser el testimon io que edifique a los homb res y adem ás anim e a los casados a vivir bien su m atrimonio. Ambas instituciones van estrechamente entrelazadas. Cuando una fidelidad no es posible, la otra tampoco lo es; una lealtad conlleva la otra. La sal de la tierra, pp. 209212
La fra ter nid ad de los cri stian os, Sígueme, Salamanca,
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2008. «Pecado y salvación» (Sermones de Cuaresma en la catedral de Munich) en Creación y pecado, Eunsa, 2008.
ÍNDICE ANALÍTICO
Cielo abierto: 49.4, 1.5, 7.5, Aburrimiento: 31.1, 38.2, 72.3, 47.5, 32.7, 33.7, 5.11 4.4, 43. 5,45 .5, 12.11 Comodidad: 34.1, 5.2, 1.3, 4.3, Adorar 27.5, 34.5, 67.5, 48.7, 7.3, 72.3 (véase Indife13.9,48.9, 7 2 . 1 0 , 7 5 . 1 0 , 4 4 . 1 1 6.3, r e n c ia , C o n f o r m i s m o ) Alegría: 5.1, 49.4, 3.6, 1.7, 9.7, Comulgar: 20.5, 63.5, 69.5 a 35.8, 69.9 77.5, 17.8, 49.9, 65.9, 30.10, Amor: 50.1, 1.2, 1.6 a 37.6 (véa31.10 (véase Eucaristía) se Corrección fraterna) Confesión: 34.4 a 40.4 Apóstol: 63.3 a 70.3, 60.9, 64.9, Conform ismo: 5.1, 6.1, 9.1 (véa23.10 s e I n d i f e r e n c ia , C o m o d i d a d ) Apostolado: 44.3 a 62.3, 6.5, Consuelo: 35.4, 27.6, 35.6, 29.8, 11.8, 12.8, 15.9 9.9, 10.9, 22.9, 24.9, 29.9, Ateísmo: 1.1, 17.3, 6.4, 49.4, 56.9, 57.9, 60.9, 2.11, 22.11 20.5, 25.8 (véase Servicio) Ayuno: 77.5, 36.7, 37.7, 43.7 Conversación: 41.1, 1.4, 26.4 a 33.4 Cordero: 30.2, 31.2, 53.10, 59.10 Bautism o: 40.4, 37.6, 30.7, 52.7, Corrección fraterna: 25.6, 26.6, 36.8, 27.9, 45.9, 48.10, Ane27.6 xo 3 Cristianismo: 38.2, 39.2, 2.3, Belleza: 7.2, 12.2, 40.2, 2.3, 46.3 (véase Feseguimiento, 21.3, 22.3, 3.5, 48.5, 24.10, 28.10, 65.10, 69.10, 71.10ss. T r a n s f o r m a c i ó n d e l c r i s t i a n o) Bienaventuranzas: 7.3, 39.7, Amistad con él: 25.3, 64.3, 18.8 a 34.8, 15.11 11.5, 12.5, 14.5, 22.5, B o n d a d : 1 9 . 2 , 4 0 . 2 , 9 . 3 , 2 8 . 8 , 5 .9 54.5, 2.6, 29.6, 33.6, 7.7, 57.9, 30.10 Cristo El Justo: 9.2, 26.5, Celibato: 32.3, 41.3, 79.5, 36.7, 18.9, 19.9 26.10, Anexo 4
R e a l i d a d h i s t ó r i c a : 1 7 . 1, 10.3, 11.3, 22.3, 72.3, 1.6, 39.1, 36.2, 37.2 ,42. 5, 7.7, 54.7, 15.8, 8.9 15.10, 16.10 Serpara: 72.3, 11.5, 22.5, 3.7, 8.8, 12.8, 17.9, 30.10, Entrega: 59.3, 72.3, 18.4, 11.5, 60.10 2.6, 15.6, 19.7, 40.8, 3.9, Su Rostro: 13.3, 58.5, 65.5, 36.9, 37.9, 38.9, 50.9, 65.9, 1.7 a 18.7, 18.8 22.11 (véase Cristianismo Subjetivismo: 20.1, 32.2, Ser para) 35.2 Decisiones: definitivas 27.3, Cruz: 22.1, 5.3, 9.3, 21.3, 13.4, 41.3 28.4, 26.5, 8.8, 1.9 a 29.9, Esperanza: 46.1, 47.1, 48.1, 5.5, 12.10, 53.10 12.5, 22.5, 48.5, 49.5, 5.6, Cuerpo: 17.2, 10.3, 36.7, 13.9, 6.6, 23.8, 43.8, 44.8, 12.9, 21.9, 43.9, 44.9, 55.9, 67.10, 64.10 (véase Desesperanza) 76.10,5.11,20.11 Eucaristía: 38.5, 63.5 a 79.5, Cultura de muerte: 13.1, 18.1, 28.6, 33.6, 7.7, 26.7, 17.8, 27.1, 9.4, 11.1 a 20.1, 21.1 a 41.8, 25.10, 27.10, 28.10, 31.1 29.10 (véase Comulgar) Curiosidad: 33.1, 46.3 Misa: 48.10 a 64.10, 79.10 Triduo pascual: 46.9ss., 36.10 Unidad: 25.1, 74.5 Desesperanza: 5.1, 11.1, 15.5, 19.6, 21.9 (véase Esperan za) Diablo: 13.2, 19.3, 5.4, 14.4, Evangelio: 31.5, 6.7, 68.9, 62.5, 37.7, 45.7, 47.7ss„ 23.10, 24.10, 77.10, 7.11, 52. 7,53 .7, 55.7, 57.7, 34.8 8 . 1 1 , 9 . 1 1 , 1 1 .1 1 Dictaduras: 26.1, 17.3, 21.8, Éxito: 50.1, 28.4, 29.4, 47.5, 21.9 19.6, 44.7, 45.7, 48.7, 11.8, Dios: 17.2, 7.5, 2.7, 8.7, 20.9 12.8, 14.8, 16.8, 23.8 , 24.8, Cercanía y relación con Él: 12.9 28.1, 35.1, 40.1, 6.2, 8.2, 9.2, 13.2, 14.2, 16.2,4 1.2, 14.3,25.3,51.5,2.6, 23.7, Familia: 23.2 (véase Paterni35.8, 7.9 dad) Idolatría: 19.1, 20.1, 18.2, Fe: 41.1, 42.1, 43.1, 47.1, 48.1, 46.7 49.1, 4.2, 6.7, 34.9, 35.9, I m á g e n e s n e g a t iv a s : 1 2 . 1, 37.9, 40.9 15.1, 23.1, 8.2, 15.2, 33.2, Búsqued a: 36.1, 1.2, 7.2 34.2, 36.2, 6.4, 17.9, 25.9 Educación en la fe: 38.1, Reino de Dios: 2.2 4 4 . 1 , 1 1 . 2, 6 0 . 3 , 3 6 . 1 0 , Domingo: 41.4 a 49.4, 78.5 42.10 Do min io de sí: 3.3, 4.3, 5.3, 7.3, Encuentro: 39.1, 40.1, 11.2
Madurez: 16.3, 39.9 Seguimiento: 50.1, 1.2, 5.2, 10.2, 6.3, 13.3, 19.3, 37.3, 60.3, 69.3, 30.6, 4.8 Felicidad: 28.1, 4.2, 3.3, 7.3, 22.3,65.5,29.8 Fidelidad: 33.3, 41.3, 42.3, 54.3, 33.4
Grandeza del hombre: 8.1,10.1, 34.1, 35.2, 22.3, 39.3, 52.3, 5.4, 65.5, 21.6, 13.8, 9.9,
Autosuficiencia (autonomía): 14.1, 16.1,43.3,4.4, 5.4, 11.4, 33.5,35.5,71.5, 20.7, 13.8, 1.11 Ser de criatura: 19.2, 24.2, 25.2.26.2.2.4, 50.7, 40.9, 14.11 Liturgia: 10.3, 47.4, 69.9, 27.10, 28.10, 35.10 a 4 7. 10
Mal: 30.2, 34.2, 49.3, 56.5, 60.5, 12.8, 42.8, 6.9, 11.9, 21.9, 46.9 10.10 Mand amien tos (y Alianza): 21.2, Bondad del hombre: 3.2, 4.2 6.4, 7.4, 19.4, 20.4, 10.5, 34.6, 10.7, 11.7 ,31.8 María: 10.1, 31.1, 4.4, 9.5, 29.5, Hombre: 49.1, 21.3, 16.6 30.5, 38.5, 37.9, 38.9, 19.10, Humildad: 22.3, 18.6, 23.9, 30.9, 39.10, Capítulo 11 62.9, 64.9, 62.10, 4.11, 10.11 Martirio: 36.2, 12.3, 8.3, 43.4, 48.4, 5.8, 15.9, 16.9, 13.10 Marxismo: 32.1 Iglesia: 15.3, 1.10 a 19.10 (véase Más allá: (véase Vida eterna) Liturgia) Cielo: 61.5, 10.6, 25.8, 26.8, Image n de Dios: 45.1,1 2.2, 10.5, 39.8 5.7, 52.7 Infierno: 62.5, 7.6, 24.9 Indiferencia: 45.1, 39.2, 7.9 Juicio y purgatorio: 57.5, Individualismo: 21.1, 35.2, 21.3, 58.5, 59.5, 60.5, 64.5, 10.4, 15.4, 50.5, 13.6, 32.6, 10.8, 16.8 37.6, 28.8, 36.8, 66.10, 75.10 Materialismo: 27.1, 34.1, 31.3, Infancia espiritual: 35.5 a 38.5 14.6, 59.9 Miedo: 30.1, 33.1, 20.3, 22.3, 25.3, 28.3, 36.3, 40.3, 47.3, Juventud: 3.1, 34.1, 27.3, 30.3, 54.3, 6.5, 42.8, 43.8, 44.8, 40.3, 56.3, 58.3, 6.5, 23.6, 1 . 11 , 12.11 14.8 Muerte: 12.5, 39.5 a 62.5 (véase Desesperanza) Música: 71.10 a 79.10 Libertad: 7.1, 32.1, 18.2, 43.2, 5.3, 11.3, 21.3, 43.3, 61.3, 71.3, 5.4, 7.4, 14.4 a 25.4, Niñ o Jesús: 28.2, 19.7 a 29.7 10.5, 18.5, 36.5, 3.6, 4.6, 11.7, 52.7, 54.7, 1.9, 58.9
Obediencia: 24.1, 1.3, 48.3, 13.4, 24.4, 50.7, 25.9, 32.9, 35.9,40.9,41.9, 43.9,3.11 Oración: 14.5 a 19.5, 22.5 a 28.5, 35.5, 5.7, 49.10, 64.10, 68.10 , 16.11 a 19.11
Padrenuestro: 21.2, 56.5, 35.8 a 44.8, 61.9 Parábolas: 1.8 a 17.8 Grano de trigo: 13.9 Hijo pródigo: 38.2 Oveja perdida: 31.1 Talentos: 24.3 Paternidad: 4.2, 20.2, 21.2, 22.2, 23.2, 35.3, 37.8 (véase Familia) Paz: 3.1, 8.1, 8.3, 12.3, 43.4, 53.5, 18.8, 43.8, 59.10 Pecado: 1.4 a 13.4, 2.9 Pecad o original: 14.1, 20.3, 2.4, 6.4, 11.4, 17.4 ,43.7 Piedad: 31.6, 23.10 a 30.10, 37.10, 15.11 (véase Com unión, Oración, Adorar, Evangelio) Examen: 21.5 Lectura espiritual: 14.5 Rosario: 29.5, 30.5 Pobreza: 36.5, 3.6, 22.6, 24.6, 33.6, 39.7, 16.8, 40.8, 9.9, 10.9, 59.9 Poder: 12.1, 2.2, 27.2, 28.2, 29.2, 30.2, 31.2, 48.3, 34.5, 27.7, 28.7, 34.7, 52.7, 57.7, 5.8, 7.8, 22.8, 23.8, 24.8, 25.8, 27.8, 28.8, 37.8, 40.8, 5.9, 6.9, 33.9, 46.9, 67.9, 69.10, 13.11
Rencor: 12.4
Sacrificio: 4.3, 10.3, 1.9, 13.9, 16.9, 19.9, 25.9, 26.9, 42.9, 49.9, 55.9, 51.10, 54.10, 62.10 Salvación: 37.2, 5.3, 3.4, 17.4, 25.4, 4.7, 2.8, 16.9 (véase Eu caristíaTriduo pascu al) Santidad: 21.3, 2.5 a 10.5, 19.8 Santos: 26.1, 9.2, 12.2, 27.2, 21.3, 3.4, 4.5, 8.5, 3.9, 18.10 Servicio: 3.5, 7.8 (véase Consuelo) Sociedad: 11.1, 29.1, 39.2, 8.3, 15.3, 56.5, 36.6, 12.7, 13.7, 42.7, 48.7, 53.7, 54.7, 56.7, 39.8,9.9 Soledad: 15.2, 11.5, 12.5, 13.5, 15.5, 68.5, 7.6, 13.6, 42.8, 4 3 . 8 . 4 4 . 8 . 8 . 9 , 5 6 .9 , 6 6 . 1 0 Sometimiento: 6.1, 40.5, 4.6, 32.6, 5.7, 4.8 (véase Obediencia) Superstición: 33.2
Teólogos: 2.1 Trabajo: 46.1,47.1, 13.11 Transformación de cristiano: 3.4, 22.4, 23.4, 1.5, 2.5, 3.5, 11.5, 24.5, 59.5, 64.5, 65.5, 72.5, 7.7, 13.7, 28.8, 1.9, 44.9, 45.9, 50.9 a 54.9, 30.10, 48.10,51.10, 66.10 Trascendencia (necesidad de):
1. 1, 8 . 1, 10.1 Verdad: 4.1, 7.1, 9.1, 12.1, 27.1, 32.2, 61.3, 62.3, 3.4, 8.4, 9.4, 14.4, 33.4, 3.5, 71.5, 14.7, 18.7, 5.8, 6.8, 33.8, 18.9, 34.10, 78.10 (véase Fesubje tivismo, Curiosidad)
Dolor de la verdad: 12.3, 28.4, 32.4, 39.4, 59.5, 2.9, 28.9 Escepticismo: 2.1, 47.7, 50.7 Racionalismo: 12.2, 36.2, 41.2.6.3.37.5.60.5.24.7, 25.7, 51.7, 55.7, 22.8, 27.8, 11.9, 12.9, 21.9, 9.10 Relativismo: 32.2, 35.2, 17.3, 18.3
Una necesidad: 3.1, 33.1, 7.6,
20.6 Vida: 21.1, 22.1, 23.1, 24.1 Vida eterna: 5.5, 42.5 a 55.5 (véase Más allá) Vocación (elección): 6.1, 22.3 a 42.3, 35.3, 36.3, 14.8, 62.9, 33.10 Volu ntad de Dios: 1.3, 14.3, 22.3 a 43.3, 11.5, 4.6, 44.8, 30.9 a 45.9, 33.10,2.11