¡Ojal á no hubiera n ú m á no úmeros! eros! Autor :
Esteban Serrano Marugán
Cuenta…cuentos
Editorial NIVOLA
Arturo es un chiquillo como t ú ú. Por la ma ñ ñana ana va al colegio y luego come macarrones y luego vuelve a la escuela y as í í muchos muchos d í ías, a s, como t ú y como tu amiga. Por la tarde, si hay deberes, estudia un poquito ú y és a divertirse, se come un bocadillo de jam ó ón (de color rosa, no de y despu é ese que es rojo oscuro) y juega con Nacho y con Javier, con Elena y con Mar í ía. a . Cena con sus padres y con Daniel, su hermano peque ñ o , al que no ño, le gusta la leche y que se infla de yogures. Ya se hace de noche, se lava los dientes y se prepara para irse a dormir. ¡Qu é su e ñ é sue ño! o! Hablad bajito, que Arturo se est á durmiendo. á durmiendo. Arturo siempre est á á alegre. Cuando se r í íe, e, contagia a todos los dem á s , si le vierais cuando le da un ataque de risa…, aunque os tap é i s la ás, éis boca empezar í íais a is a re í íros r os porque, ya lo he dicho, las carcajadas de Arturo son contagiosas. Ja, ja, jo, jo, jo, ¿lo veis?, ya me r í í o con s ó l o pensarlo. pensarlo. ólo ¡Ay, qu é risa!. é risa!. Hay ni ñ o s y ni ñ as a los que les encanta jugar al f ú tbol; tbol; a Pedro le ños ñ as chifla ver dibujos animados; Marisa disfruta pintando con su caja de colores; Ruth y Nacho se pasan todo el d í ía hablando de fantasmas y de casas encantadas con ruidos de miedo; Paloma siempre est á pensativa… á pensativa… como en la Luna, y si la tocas por la espalda, da un respingo. ¿Y a Arturo?.
Pg. 1 ños A Arturo le gusta leer. Cuentos con dibujos, historias de ni ñ o s traviesos, aventuras con cocodrilos y una serpiente venenosa, poes í í as as y tebeos, libros grandes y peque ñ os…todos…todo…si algo tiene letras, ñ os…todos…todo…si Arturo se lo lee. Sus amigos le llaman Arturo Comelibros y entonces Arturo se pone a re í ír y ¡hala!, la epidemia, todos a troncharse.
Arturo es un chiquillo como t ú ú. Por la ma ñ ñana ana va al colegio y luego come macarrones y luego vuelve a la escuela y as í í muchos muchos d í ías, a s, como t ú y como tu amiga. Por la tarde, si hay deberes, estudia un poquito ú y és a divertirse, se come un bocadillo de jam ó ón (de color rosa, no de y despu é ese que es rojo oscuro) y juega con Nacho y con Javier, con Elena y con Mar í ía. a . Cena con sus padres y con Daniel, su hermano peque ñ o , al que no ño, le gusta la leche y que se infla de yogures. Ya se hace de noche, se lava los dientes y se prepara para irse a dormir. ¡Qu é su e ñ é sue ño! o! Hablad bajito, que Arturo se est á durmiendo. á durmiendo. Arturo siempre est á á alegre. Cuando se r í íe, e, contagia a todos los dem á s , si le vierais cuando le da un ataque de risa…, aunque os tap é i s la ás, éis boca empezar í íais a is a re í íros r os porque, ya lo he dicho, las carcajadas de Arturo son contagiosas. Ja, ja, jo, jo, jo, ¿lo veis?, ya me r í í o con s ó l o pensarlo. pensarlo. ólo ¡Ay, qu é risa!. é risa!. Hay ni ñ o s y ni ñ as a los que les encanta jugar al f ú tbol; tbol; a Pedro le ños ñ as chifla ver dibujos animados; Marisa disfruta pintando con su caja de colores; Ruth y Nacho se pasan todo el d í ía hablando de fantasmas y de casas encantadas con ruidos de miedo; Paloma siempre est á pensativa… á pensativa… como en la Luna, y si la tocas por la espalda, da un respingo. ¿Y a Arturo?.
Pg. 1 ños A Arturo le gusta leer. Cuentos con dibujos, historias de ni ñ o s traviesos, aventuras con cocodrilos y una serpiente venenosa, poes í í as as y tebeos, libros grandes y peque ñ os…todos…todo…si algo tiene letras, ñ os…todos…todo…si Arturo se lo lee. Sus amigos le llaman Arturo Comelibros y entonces Arturo se pone a re í ír y ¡hala!, la epidemia, todos a troncharse.
Una tarde, cuando Arturo lleg ó ó a casa, antes de jugar con los amigos, ten í í a deberes que hacer. Le tocaba matem á t icas, o sea, mates, áticas, como dicen todos sus compa ñ e ros. Arturo no entend í ía muy bien lo de los ñeros. n ú m reas y ecuaciones, y aunque era la asignatura que peor se le úmeros, eros, á reas daba, no dejaba de estudiarla. Su madre siempre le dec í ía: a : “t ú estudia, ú estudia, hijo, ya ver á t icas” y ás como as í í acabar á ás por comprender las matem á áticas” Arturo la miraba con cara pesimista mientras pensaba: “es imposible que yo entienda todo este l í ío de n ú m s , Arturo no se llevaba úmeros”. eros”. Adem á ás, demasiado bien con don Lucas, su profesor de matem á t icas; é ste ste le áticas; repet í ía una y otra vez: “Con las buenas notas que sacas en el resto de asignaturas, asignaturas, no s é c ó mo te cuestan tanto las matem á t icas. Eres un poco é c ó mo áticas. vaguillo”. Bueno, hab í ía dicho que Arturo se dispon í ía a hacer sus deberes. Era una suma de dos n ú m i s, aqu í í est á úmeros eros muy largos, y si no me cre é éis, á la operaci ó n: ó n:
3 5 6 7 8 9 5 + 1 2 9 7 6 3 7 Pg. 2 é?, ¿Qu é ? , ¿es larga o no es larga?.
Arturo sac ó su l á si ten í ía punta y puso cara de ó su á piz del estuche, mir ó ó si cient í í fico pensativo mientras razonaba de esta manera, hablando entre susurros: -A ver, cinco m á ás siete son doce y me llevo una, pongo un dos y sigo, una que me llevo llevo y nueve son diez y tres tres son trece y me llevo llevo tres, ahora ahora sumo ocho con las que me llevaba que eran, ¡no!, me llevaba ocho, ¡agh!.
Se confundi ó y se enfad ó . Arturo murmur ó : -¡Ojal á no hubiera n úm eros!. Lanz ó el l á piz sobre la hoja, borr ó lo que hab ía escrito y ya se dispon ía a volver a comenzar…pero eso ya no nos interesa. Cuando Arturo exclam ó: ¡ ojal á no hubiera n úm eros !, lo hizo en voz baja, pero aunque é l cre ía que nadie le pod ía o í r, estaba muy confundido: siempre hay alguien escuchando y entonces pueden ocurrir muchas cosas, ¡hay que tener cuidado con lo que se dice!.
fue la frase fat íd ica que se le escap ó .
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¿Y sab éi s qui én oy ó esa exclamaci ón ? ¡Qu é mal ís ima suerte! Fue el rey de las matem át icas quien escuch ó ese insulto a los n ú meros. Y esa tarde el rey estaba muy enfadado porque hab í a visto cosas terribles: en un examen, un ni ño puso que un tri án gulo ten í a cuatro lados; un se ño r con bigote buscaba una calculadora para dividir doce entre cuatro; Sara escribi ó que un kil óm etro era igual a diez metros; escuch ó a veintinueve V, ni ño s que dijeron que odiaban las matem át icas. Y esa tarde, Pit á goras que as í se llamaba el rey de las matem át icas, tom ó la determinaci ón m ás importante de su vida, y adem ás fue Arturo el culpable de todo. En un lugar que nadie conoce, Pit á goras V reuni ó a todos sus ministros y ayudantes, y é stos sab ía n que algo grave hab ía ocurrido porque el rey daba tantos gritos que hasta las circunferencias se asustaron.
Alrededor de la gran mesa pentagonal se sent ó un grupo de extra ñ os personajes con aspecto de haber salido de un libro de matem át icas. Adem ás no paraban de moverse, como si les hubiera picado una avispa: uno con forma de rect á ngulo se convert ía en trapecio y luego en rombo; una bisectriz se transform ó en mediatriz; un quince se volvi ó un cincuenta y uno; y as í con todos. Ten í an unos nombres un poco raros: Pit á goras V presid í a, y luego estaban Numer ón , Rectol, Multiplic ón , Di ám etra y Radia, Negativorio,
Pg. 4 Triangul ín , Á ngula, Romb ín , Diagonol, Decimalina y otros muchos m á s, as í hasta llegar a veinticinco, ¡claro!, cinco en cada lado de la mesa. Pit á goras V se levant ó y habl ó despacio, alto y claro: Os he convocado para comunicaros una decisi ó n muy importante que quiero tomar. Hace ya alg ú n tiempo que en la Tierra est án atacando a las matem át icas, ¿qu é os voy a contar que no sep ái s?, y hoy un tal Arturo Comelibros me ha dado la gran idea. ¡Un escarmiento ejemplar para todos! Vamos a conseguir que se arrepientan de tratar tan mal a las matem át icas. Es muy sencillo, vamos a hacer que los n úm eros desaparezcan, s í , van a dejar de existir… a partir de ma ña na… hizo aqu í una pausa (s ó lo faltaba un redoble de tambor)-. - Pit á goras
¡¡¡ NO HABR Á N ÚM EROS!!! Y cuando digo que no habr á n úm eros, quiero decir que no habr á n úm eros en ning ú n sitio, ni siquiera en los cerebros de las personas. ¡He dicho! Y ahora pensad, reflexionad, discurrid, sumad, dividid, dibujad, y despu és quiero escuchar vuestra opini ó n. Los de la mesa enmudecieron, se miraron, hac ía n extra ño s gestos, escrib ía n n úm eros, dibujaban tri án gulos equil át eros, pensaban y meditaban sobre las consecuencias de la propuesta. Nadie hablaba. Al
cabo de un rato empezaron a comentar y a preguntar, a corregir, a gritarse, a dudar, a convencerse. No s é si ped éi s imaginar la escena, veinticinco seres rar ís imos salidos de vuestro libro de matem át icas formando un alboroto tremendo. Pg. 5 Fue Numer ón quien tom ó la palabra en representaci ón de sus colegas: V, mis compa ñ e ros y yo, - Querido y admirado rey Pit á goras despu és de una intensa discusi ó n matem át ica, hemos llegado a una conclusi ó n. Todos estamos de acuerdo con tu propuesta… -Numer ón , imitando a su rey, tom ó aliento-. ¡¡¡NO HABR Á N ÚM EROS!!! Ser á una lecci ón para todos. ¡Viva el teorema de Pit á goras! Y todos empezaron a gritar y a dar palmas, y dec ía n cosas como é stas: ¡Tres hurras por los per í metros! ¡Segmentos unidos jam ás ser án vencidos! ¡Suma, resta y canta una canci ón ! ¡Tres, dos uno, cero! ¡Ecuaciones s í , gracias! ¡Qu é risa, me doblo como un á ngulo! ¡Del rombo y del trapecio no nos mover án ! ¡ja, je, ji, jo, ju!...(y algunos que dicen que las mates son aburridas). Luego, dando golpes en la mesa y siguiendo un ritmo machac ón , cantaban: eros! ¡No habr á n ú meros! - ¡No habr á n ú meros! ¡No habr á n úm
Algunos se atrevieron a bailar como en una danza ritual, y al final todos, contagiados, acabaron dando vueltas alrededor de la mesa, gritando: “¡no habr á n úm eros!”, agach án dose y saltando. All í giraba un siete seguido de un tanto por ciento, detr ás iba Pit á goras V con Circulina, una Pg. 6
multiplicaci ón , un á ngulo agudo que se encog í a y se agrandaba, una fracci ón daba tales botes que el numerador se ca í a constantemente, todos estaban muy contentos, pero a m í que no me digan, estaban totalmente majaretas. Adem ás , y esto va a ser muy importante, a Regla de Tres se le ocurri ó una cosa genial: Ya que ha sido Arturo la gota que ha colmado el vaso de las matem át icas – dec í a Regla de Tres con mucho aplomo porque sab ía que su idea iba a gustar a sus amigos-,propongo que sea Arturo el encargado de arreglar lo que é l ha estropeado. Es muy sencillo y seguro que ser á divertid í s imo, yo pido que los n úm eros desaparezcan de todas partes menos del cerebro de Arturo. Y solamente cuando Arturo convenza a alguien de que los n úm eros son necesarios, é stos volver án a existir como hasta ahora lo han hecho. Toda la mesa acept ó con entusiasmo la condici ó n de Regla de Tres y de nuevo volvieron a gritar y a re ír y a escribir n úm eros, y a hacer m ás cosas como si estuvieran chalados definitivamente. ¡Arturo, culpable, las mates no se rinden! Y mientras tanto, Arturo en su cama ya estaba a punto de dormirse y no pod ía imaginar el foll ó n que hab ía organizado y todo por decir: “¡ojal á no hubiera n úm eros!”.¿C ó mo se las ingeniar á Arturito para resolver el problema que se le avecina? Pg. 7
Durante la noche, los habitantes del Pa ís de las Matem át icas dirigidos por Pit á goras V recorrieron toda la Tierra, ciudades, pueblos, pueblecitos, calles, casas, tejados, aceras, escaparates, escuelas,
ordenadores, libros, revistas, televisores, no dejaron ni un rinc ón por revisar. Nadie los vio: eran un poco m á gicos. En unos enormes sacos fueron metiendo todos los n ú meros que encontraron: doses, un cero, catorces, dos y medio, cinco coma tres, menos siete, el n úm ero pi, todos los n úm eros a los sacos. Cuando ya no hab ía ning ún n úm ero en la Tierra, vino la tarea m ás dif í c il, que hab ía n encargado al que m ás sab ía de n úm eros. Numer ón tuvo que actuar con mucho sigilo, se acercaba a la cama de las personas dormidas y haciendo una magia muy antigua les absorb ía los n úm eros. Numer ó n inspiraba por la nariz y se llenaba los pulmones con los n úm eros que hab í a en los pensamientos de la gente que roncaba pl ác idamente. Era como una brisa suave que les acariciaba el pelo. Descubr ía cada cosa… por ejemplo, en el cerebro de Javier hab í a c ál culo que aseguraba que tres m ás seis era igual a ocho. Al despertar nadie recordar ía lo que era un n úm ero…ú nicamente Arturo se salvar ía de este olvido mundial. Numer ó n no pudo reprimirse de ir a visitar a Arturo, que dorm ía igual que una marmota. Arturo, Arturito, has armado una buena, pero todo se solucionar á si eres capaz de que alguien (con una sola persona basta) se interese por los n ú meros. Pg. 8 Arturo se toc ó la oreja como si tuviese una mosca y sigui ó durmiendo y so ña ndo, pero ahora su sue ñ o era muy distinto. Y as í desaparecieron todos los n úm eros, bueno, todos no. S ól o hab ía un ser humano en todo el planeta que a ún almacenaba n úm eros en su cerebro, y esa persona era un chaval ín de ocho a ño s, un ni ño al que sus amigos llaman Arturo Comelibros. Pit á goras V y sus compa ñ eros quer ía n hacer ver a todos los chicos y chicas, hombres y mujeres, que las matem át icas s í eran necesarias, y se
fueron con sus sacos a su pa í s invisible y se pusieron a esperar: “¡Qu é sorpresa se van a llevar! ¡Un mundo sin n úm eros! ¡Veremos c ó mo se las apa ña n!...” s ó lo Arturo sabr ía que tres m ás seis son nueve. ¡Lev án tate Arturo! – grit ó su madre -. ¡Me he quedado dormida! ¡El despertador se ha roto, no se ve la hora! Arturo se visti ó muy deprisa y r á pidamente fue a la cocina a desayunar. Se puso su taza llena de leche fr ía y se frot ó los ojos, hab ía dormido regular y so ña do extra ña s cosas que ahora no pod ía recordar. - ¿Quieres magdalenas? – le ofreci ó su madre. - S í – contest ó Arturo -, dame tres magdalenas, que hoy me he levantado con hambre. Pg. 9
Pero ¡habla bien hijo! ¿Qu é dices? ¿Tres magdalenas? - preguntó extra ña da su madre. -
- No, mamá , que quiero tres. - ¿Ves? – se sorprend í a mucho su madre -. ¿Qu é ves?, te has despertado bromista esta ma ña na. - Si, tres, ya s é que siempre como dos, pero ya te he dicho que estoy hambriento y quiero tres. - ¿Dos? ¿tres?. Pero ¿a ti qu é te ense ñ an en el colegio? - Mamá . ¿te est ás riendo de m í?
Quien si se estaba muriendo de risa era Pit á goras V, que desde un lugar invisible observaba esa absurda conversaci ó n. Arturo y su madre no entend ía n nada y ya se estaban hartando el uno del otro. En el Pa ís de las Matem át icas sab ía n perfectamente lo que estaba pasando:”¡Arturo, a ver c ó mo te las ingenias! ¿Con que ojal á no hubiera n úm eros, eh? Ja, je, ji, jo, ju”. El di ál ogo entre la madre y el hijo termin ó : Bueno, mam á, me voy al cole, que deben ser case las nueve. ¿Qu é se mueve? ¡Hijo qu é raro est ás hoy! Pg. 10 Arturo lleg ó corriendo a su colegio y. como siempre, mir ó el gran reloj de la fachada para saber la hora. All í segu í a el reloj con sus dos manecillas, pero los n ú meros que indicaban las horas hab í an desaparecido. Por la posici ó n de las agujas, adivin ó que faltaban cinco minutos para que sonara el timbre de entrada. ¡¡RIIIIINNNNNNGGGGGG!! ¡Hala!, todos los ni ño s y ni ña s a correr. ¡A clase! Comenzaba una jornada m ás con lengua, sociales, pl ás tica y… matem át icas. En clase de lengua estaban leyendo La isla del tesoro. El profesor mand ó leer a una alumna: -Vamos, Nuria, abre el libro por donde lo dejamos ayer y lee despacio y con voz clara. Si alguien no entiende alguna palabra, que levante la mano. -Profesor – intervino Arturo (y es que le gustaba mucho participar en clase)-, ¿por d ó nde í bamos?
Su amigo Javier contest ó : -Jim acababa de encontrarse con Ben Gunn en la isla. Arturo busc ó en su libro y dijo: - Ah, ya recuerdo, era el cap ít ulo quince.
Pg. 11 -No – dijo el profe -, no aparece ning ún lince en este cap í tulo. Y otra vez se produjo un di ál ogo entre Arturo y su profesor parecido al del desayuno: - S í he dicho quince. - ¿Esguince?. - No, no me duele el tobillo, he dicho quince. - ¿Quince? - S í, el que va despu és del catorce. - ¿Que va despu és de Santurce? Toda la clase se re ía con las extra ñ as palabras que pronunciaba Arturo. Si hubi é ramos tenido un o íd o potent ís imo, tambi én podr ía mos haber escuchado las risotadas de Pit á goras V y sus compinches desde su lejano reino. Ja, je, ji, jo, ju.
Nuria ley ó muy bien:”Mientras yo hablaba, el palpaba la tela de mi casaca, me acarici ó las manos, miraba mis botas…”. Todos segu ía n atentamente ese relato tan interesante, cada uno se imaginaba a s í mismo como un peque ño h ér oe en una isla misteriosa, bueno, todos no. Pg. 12 Arturo pensaba en otra cosa, ya estaba d án dole vueltas a la cabeza, porque algo muy raro estaba sucediendo. eros – pensaba Arturo – y ahora el - Mi madre se extra ñó al o ír los n úm profe no entiende ni quince ni catorce, ah, y el reloj del cole no tiene n úm eros. No puede ser, seguro que es una broma de esas tan bien preparadas entre todos para re ír se de m í .
Arturo no dijo nada a nadie y lleg ó la hora de sociales, su asignatura favorita. Tocaba empezar el tema del descubrimiento de Am ér ica. A Maite, la maestra, le gustaba mucho hacer preguntas de respuestas muy cortitas. As í comenz ó la clase: - ¿Quié n sabe c ó mo se llamaba el se ño r que descubri ó Am ér ica? - Yo lo sé –dijo muy contento Nacho-, se llamaba Crist ób al Col ón . - Muy bien –dijo Maite-, como el detergente. Se rieron mucho, aunque, la verdad, ya se esperaban ese chiste. Era el de todos los a ñ os. - ¿Y cuá ndo descubri ó Am ér ica? - Yo lo sé – dijo Arturo con el dedo levantado-. Fue en el Pg. 13
a ño mil cuatrocientos noventa y dos. Toda la clase, incluida la profesora, empezaron a re ír se. Una explosi ó n de carcajadas, como si hubiera dicho la bobada m ás grande de la historia. -¿Si-cuando-miento-no-entramos? –pregunt ó Raquel -. Ja, ja, ja, ¿qu é has dicho? - No, ha dicho que mi-tarro-siento-no-venda-y-tos. Ja, ja, ja. No pod í an parar de re ír . Arturo ya comenzaba a enfadarse. Esto era demasiado. Ya no aguantaba la broma m ás y dijo en voz alta con mucha serenidad: -¡Mirad el libro! Ah í viene el a ño . Abri ó el libro, pero su sorpresa fue total. En el libro no ven ía ning ún a ño : “Crist ób al Col ón descubri ó Am é rica hace mucho tiempo, en el a ñ o”. Hoje ó el libro m ás detenidamente. ¡NO HAB ÍA N Ú MEROS! Ni de p á ginas, ni de cap ít ulos, no hab í a a ño s, ni siglos, ni edades, no hab ía ni un solo n úm ero, en su lugar hab ía espacios en blanco. Arturo grit ó un poco nervioso.
Pg. 14 - ¡Han desaparecido los n úm eros!
¿h úm eros? –repiti ó la profesora -, ya has estadi leyendo esos libros de historias raras. Ay, Arturo, cu á ntas veces te he dicho que esas aventuras son inventadas. Ja, je, ji, jo, ju, se o ía n unas risas muy bajitas all á a lo lejos, ¿sab éi s de qui én es eran? Lleg ó la hora del recreo. Arturo decidi ó espiar a sus amigos sin decirles nada. Pudo o í r conversaciones como é stas. -¡Otro gol! ¡Vamos ganando mucho a poco! -No exageres, vamos poco m ás a poco menos. -Que te lo has cre í do, ganamos montones de goles a casi nada de goles. -¡Ja!, si os metemos m ás goles, empatamos. Dos chicas hablaban as í_ -Mira, me han regalado estos l á pices. -¡Hala!, tantos como patas tienen las ara ña s. Y otras dos dec ía n: Pg. 15 -Esta tarde quedamos. - Vale, ¿Cuá ndo? -Algo m ás tarde de que el Sol se oculte detr ás del edificio alto que tiene los toldos naranja.
Y tambi én oy ó a otro grupito: -Ma ña na es mi cumplea ñ os y os invito a casa. -¿Cu ál era tu casa? -Est á en la calle Vendaval y mi portal es el que est á lejos de la esquina, cerca del estanco, muy cerca de la panader ía , pero no al lado, y un poco lejos del bar que tiene letreros azules. -Vale, intentaremos no perdernos. ¿Y cu án tos a ño s cumples? -M ás que mi hermanita peque ña , creo que ya cumplo tantos a ñ os como los dedos de la mano derecha y algunos de la mano izquierda, no estoy muy seguro. Arturo comprendi ó que a todos esos ni ño s y ni ñ as les faltaba algo: -¡No utilizan los n úm eros! –reflexionaba Arturo muy sorprendido- .¡Qu é complicado lo hacen todo! Pg. 16 Poco a poco, Arturo fue recordando la pesadilla que hab í a so ñ ado. Era algo sobre n úm eros que se esfumaban, y el ten ía que recuperarlos. Lleg ó la clase de matem át icas. Va a ser imposible que demos clase, pensaba Arturo totalmente desconcertado. Para m ás recochineo, le toc ó a é l hacer el problema, y el profesor ten ía cara de pocos amigos. -Arturo –dijo Lucas-, lee el problema de los discos y explica c ó mo se resuelve.
Arturo abri ó el libro, busc ó el problema como pudo, ya que no hab ía numeraci ó n en las p á ginas, y comenz ó a leer muy despacio: -Reparte
discos entre
chicas.
Arturo ve ía que ese problema carec ía de sentido, no se dec ía ni el n úm ero de chicas ni el de discos, ¿c óm o se iba a resolver? Arturo, con un poco de susto, reconoci ó que no sab ía la soluci ón . -¿C óm o que no? –el profesor se sorprend ía de que Arturo no supiera eso tan sencillo-. Si es el m ás f á cil. Reparte discos entre chicas. Lo hace un marciano. -Es que creo que faltan datos –dijo Arturo con algo de timidez. Pg. 17 -¿Qu é dices, Arturo? Ya me ha comentado la profesora de sociales que hoy est ás algo raro. En fin, t ú, Luis ¿c ó mo se hace? -Es muy f á cil, profesor. Se divide y ya est á, la respuesta es que cada chica toca a varios discos. -Muy bien, muy bien. As í se divide. Arturo ya ten ía todo claro. La pesadilla se hab í a convertido en realidad y alguien hab ía hecho desaparecer todos los n úm eros. Algo bueno tiene esto, pensaba Arturo, no tendr é que hacer esas sumas horrorosas. Y
¿qué pasaba fuera del colegio?
Lo que pareci ó empezar como una broma se fue convirtiendo lentamente en algo muy serio. El ambiente se notaba diferente, las personas no se entend í a n, hab ía situaciones extra ña s y di ál ogos de besugos. El mundo se estaba poniendo enfermo. Las calculadoras se hab ía n convertido en unas extra ña s m áq uinas con signos de operaciones pero sin n úm eros para operar. ¡Qu é absurdo!. Nadie sab í a bien qu é autob ús ten ía que tomar. No ten ía n úm ero. Pg. 18 La gente se perd ía en las calles porque los edificios no estaban numerados. La loter ía fue un caos. Los boletos no ten ía n n úm eros. Las bolas del bombo parec í an canicas. Ning ún ni ñ o sab ía la edad que ten í a. En el mercado la gente dec ía : -D ém e naranjas, muchas ero no demasiadas. Las balanzas no serv í an de nada. Al comprar los zapatos, se armaba un guirigay de los buenos: -¿Qu é tama ño de pie tiene usted? -Como los filetes de ternera. -M ás bien parecen filetes rusos.
La gente que se montaba en el ascensor tocaba un bot ón y con un poco de suerte llegaba hasta su piso. Pero muchos se equivocaban, los del quinto iban al sexto y los del sexto al quinto. Un l í o total. Los coches sin matr íc ulas, los relojes sin horas, la ropa sin talla, las bolas de billar sin n ú m eros, el domin ó era un entretenimiento disparatado y ya no se pod ía jugar al parch í s ni al cinquillo. Pg. 19 Pero la desgracia fue haci én dose preocupante cuando la gente quer í a pagar. Ni las monedas ni los billetes indicaban su valor y en las tiendas se discut í a todo el rato, poco a poco se iban perdiendo los nervios: -¿Cu án to vale este cuaderno? -Vale algunas monedas doradas y otras pocas plateadas. -Pero si esta ma ñ ana me dijo que val í a pocas monedas doradas y algunas plateadas.¡Usted me est á timando! -¿Cu án to vale este aparato de m ú sica? -Empiece a darme billetes mientras yo leo esta poes ía , y cuando la termine, usted se detiene y é se es el precio. (Y el due ñ o de la tienda ley ó muy despacio la poes í a y el aparato de m ús ica result ó ser car ís imo). -¿Se cree que me chupo el dedo gordo? ¿Y aquella camisa? -Esa vale mucho, mucho, mucho, casi como aquel pantal ó n sin cintur ó n. -¡Ja! No me creo nada.
Por la televisi ón y por la radio, todas las noticias que daban eran incompletas, pero a nadie le importaba mucho, como no Pg. 20 sab ía nada de los n úm eros… Por la tarde, Daniel, el peque ñí n , ya estaba en su habitaci ón bostezando, y como a ún no sab í a hablar, no se enteraba del asunto de los eros (por eso no aparece mucho en esta historia). Arturo y sus padres n úm estaban juntos viendo un partido de f ú tbol por la tele. Fue muy gracioso. Al comenzar, uno de los equipos dejo que el rival ten ía m ás jugadores que los permitidos y se arm ó una discusi ón como las que se forman en los patios de los colegios. No se pon ía n de acuerdo y adem ás el á rbitro no sab ía contar. Arturo se desesperaba. -¡Claro! ¡El equipo de rojo tiene doce jugadores! -¿Goce? ¡preguntaba distra íd o el padre. -S í, ya desde el desayuno Arturo est á diciendo palabras rar ís imas – apunt ó la madre. -No, si no entend éi s –Arturo no ten ía muchas ganas de hablar. Ya estaba preparando un plan. Al final, el á rbitro tuvo que hacer parejas para equilibrar los equipos y fue divertid í simo. El portero se cogi ó de la mano del portero rival, el defensa central hizo lo mismo con el defensa central contrario, todos de la mano (como si fueran a cruzar una calle), y as í, formando parejas, el á rbitro
Pg. 21 descubri ó que hab ía un jugador que se qued ó solo y lo ech ó al banquillo. “Usted, el de rojo, m ár chese!”. El partido pudo comenzar y metieron un mont ón de goles y nadie sab ía cu ál era el resultado. Y adem ás no sab í an cu án to tiempo quedaba. El á rbitro pit ó el final cuando le entraron ganas de cenar y el p úb lico abuche ó. Los padres de Arturo se re í an mucho y Arturo empezaba a preocuparse de verdad. La televisi ó n se iba viendo cada vez peor y sal ía n rayas y rayas y de repente se apag ó. Poco a poco el caos se iba apoderando de la Tierra. Aeropuertos colapsados (no hab ía horarios, ni precio de billetes, ni n úm ero de asientos, ni n ú mero de puerta de embarque); los hospitales empezaron a tener problemas con los aparatos electr ó n icos y con las dosis de los medicamentos; en el campeonato del mundo de atletismo que se celebraba en Roma se arm ó una pelea tan gorda que tuvieron que suspenderlo, por la carretera, los coches iban a toda velocidad, sin l ím ite; todos los ordenadores dejaron de funcionar…La cosa se iba poniendo fea fe ís ima, y lo que parec ía un cuento infantil se iba convirtiendo en un conflicto que pod ía acabar con todo el mundo. Los ni ño s no pod ía n jugar a la consola, y eso s í que les fastidiaba. Adem ás de los computadores, un mont ón de artefactos se estropearon, cajas registradoras, tel é fonos, radios, televisores, lavadoras, m áq uinas sofisticad ís imas de cirug í a, todo se iba apagando, como muriendo poco a poco, como si les faltase la gasolina, como si un perrito no tuviese agua para beber… y es que los n úm eros son muy importantes. Pg. 22 ¡Qu é cosas!, todo porque un ni ño dijo: “¡ojal á no hubiera n úm eros!”, y lo mejor del asunto es que ese crio es el ú nico que puede salvar la Tierra.
Arturo se meti ó en la cama cuando su padre le dijo que ya la Luna estaba por encima del piso de la se ño ra de los gatitos y eso significaba que hab ía que dormir. En la cama, Arturo no se concentraba para leer. Fue repasando todos los detalles del d ía y se dio cuenta de que hab ía muchas cosas en peligro. Los n úm eros nos hacen falta –pensaba-, aunque haya que hacer sumas y multiplicaciones largas. Pero ¿qu é pod ía hacer Arturo? Pit á goras V tambi én percib ía que el asunto se le estaba escapando de las manos. A é l mismo le sorprendi ó comprobar la verdadera importancia y necesidad de los n úm eros, y decidi ó ayudar un poco a Arturo. Cuando Arturo Comelibros se qued ó dormido, se acerc ó Pit á goras a su o íd o y le susurr ó estas palabras. -Arturo, soy Pit á goras V, el quinto rey de las matem át icas. Esc úc hame atentamente. Tienes que ser fuerte y pensar mucho. Toda la gente ve que hay algo que est á fallando. Los gobiernos est án muy preocupados, pero no saben que la soluci ó n es tan sencilla como recurrir a los Pg. 23 n úm eros. Atiende muy bien, si eres capaz de convencer a una sola persona de que los n úm eros son ú tiles, é stos volver án a la Tierra y todo ser á como antes. Imaginad por un momento que ten éi s que convencer a vuestros padres, a vuestras profesoras, a los amigos y hermanos, de que el tres y el siete son necesarios. ¡Vaya papel ó n!
Arturo se despert ó y record ó perfectamente todo lo ocurrido durante la noche. Ten í a que elegir a alguien, hacerle ver que los n úm eros eran fundamentales y que su falta era lo que ocasionaba tantas aver ía s y tantos malentendidos. Arturo se puso a pensar en qu é persona elegir ía para ense ña rle los n úm eros. R á pidamente se acord ó de Lucas, su profesor de matem á ticas, pero sus relaciones no eran muy buenas y dud ó un poco, pero al final… -¡Convencer á a Lucas! ¡Decidido! Se levant ó y fue directo a la nevera a por su vaso de leche fr í a. Encontr ó a sus padres en la cocina con caras serias. Algo pasaba. Algo grave. -Hola, hijo –dijo su padre mientras le frotaba la cabeza -, si én tate, que tenemos que decirte algo. F í jate, la nevera se ha apagado, no hay luz, el tel é fono tampoco da se ñ al, y ni la televisi ó n ni la radio funcionan. No sabemos lo que es, parece una pel í cula de ciencia ficci ón de las que t ú sacas del Pg. 24 v íd eo-club. Tenemos que estar tranquilos, no te asustes. La verdad es que esas palabras del padre no hubieran tranquilizado a ning ún hijo, pero Arturo sab í a perfectamente el motivo de aquel caos. Hab ía que actuar con rapidez. -Pap á, yo s é la causa de todo este desbarajuste. Es por los n úm eros. -¿N úm eros? Ya est ás con tus palabras inventadas. -No, pap á, esta vez va en serio.
Dieron unos golpes en la puerta. Era su amigo Javier, que ven ía a buscarle para ir al cole. El padre de Arturo los acompa ñó porque estaba un poco temeros. Vaya atasco que hab í a por la calle, los sem á foros estaban como locos, se pon ía n en rojo o en verde cuando les daba la gana, sin ning ú n control. Mucha gente gritaba, el nerviosismo se iba apoderando de la ciudad, y lo mismo pasaba en todos los lugares del mundo. En el colegio hab í a muchas madres y padres que no quer í an dejar solos a sus hijos. Nadie sab ía lo que pasaba. En un momento de descuido de su padre. Arturo se escabull ó dentro del colegio y fue a buscar a Lucas, su profesor de matem át icas. Lo encontr ó en el bar hablando con otros profesores y le interrumpi ó. Pg. 25 -Don Lucas, tengo que hablar con usted. -Pero Arturo, ¿no ves que estoy ocupado? -Es muy importante. -Espera a que termine el caf é . Vosotros ya sab é is lo dif í cil que es que un adulto se fije en un ni ño . Arturo no se rindi ó y volvi ó a la carga. -Don Lucas, es algo important ís imo, es sobre las matem át icas –Arturo sab ía cu ál era el punto d é bil de su profe-, est án en grave peligro. -Est á bien, acomp áñ ame al departamento, creo que hoy no habr á clases.
Subieron las escaleras y entraron en el departamento de matem át icas. Se sentaron. -Cu én tame –dijo el profesor. Como si fuera tan f á cil, ¡je!, cu én tame. ¿Por d ó nde pod ía empezar Arturo) -¿Usted no se acuerda de unas cosas llamadas n úm eros? -Pues no. Y por favor, no me hagas perder mucho tiempo, que no estamos para bromas. Pg. 26 Arturo se qued ó callado. ¿C ó mo podr ía un ni ño explicar a su profesor de matem át icas lo que son los n ú meros? É l no era un portento en matem át icas, siempre sacaba suficiente. Pero Arturo Comelibros era un ni ño , y tambi én sabemos que los ni ñ os no se desaniman nunca. Tom ó un mont ó n de aire por la nariz y lo expuls ó lentamente por la boca (lo hab ía visto en las pel í culas: lo hac ía el h ér oe antes de empezar una misi ó n complicada). Estaba dispuesto. Por entre los estantes, escondidos, hab ía unos seres extra ñ os muy bien camuflados y atentos a la conversaci ó n que all í iba a tener lugar. Un alumno y un profe frente a frente. Un alumno haciendo de profesor y un profesor haciendo de alumno. Pit á goras V no quitaba ojo ni o íd o- -En matem át icas hay unas cosas que se llaman n úm eros y sirven para contar y tambi én para medir –hasta el propio Arturo se sorprendi ó de lo bien que lo estaba explicando-. Pero en el reino de las matem á ticas se han enfadado por culpa m ía y han hecho desaparecer todos los n úm eros. Mi tarea es explicarle a usted qu é son y para qu é sirven. -Por favor, no empieces con tus historias
-le cort ó Lucas -, que estoy nervioso. Est án pasando sucesos incomprensibles. -¡Claro!, es por culpa de los n úm eros. Pg. 27
-¿N úm eros? –pregunt ó el profe. Que parec í a empezar a interesarse. -S í, antes el libro de mates estaba repleto de n úm eros como el ocho o las fracciones o los n úm eros decimales. Usted no paraba de mandarnos sumas largu í simas y multiplicaciones. -Bueno, tranquilo, cu én tamelo despacio. -¿Cu án tas orejas tiene usted? –el profesor Arturo lo hac í a muy bien, con mucha seguridad. - És tas –respondi ó agarr án dose los l ó bulos. -Muy bien, ¿Y cu án tos dedos tiene en la mano izquierda? -Pues todos é stos. -Exacto. Entonces decimos que tiene dos orejas y cinco dedos. Dos, cinco, son n úm eros: el 2 y el 5 –dijo mientras escrib ía un 2 y un 5-, ¿lo va entendiendo? Sirven para distinguir cantidades. -Dos, cinco –repet ía Lucas muy atento. -Y hay n úm eros. El uno que se escribe 1, son los relojes que tiene usted en su mu ñe ca. Luego viene el dos. El tres se escribe 3, y son los bol í grafos
que hay ahora en la mesa. Y el cuatro, 4, que son los lados que tiene la pizarra. Cinco, 5, que ya lo hemos aprendido. Pg. 28 -Uno, dos, tres, cuatro, cinco –repet ía el alumno Lucas mientras escrib ía 1, 2, 3, 4, 5, como si fuera un ni ñ o de seis a ñ os. -Repasemos un poco. ¿Cu án tas narices tenemos? –Le preguntaba Arturo. -Uno –contestaba Lucas. -Bueno, no est á muy mal, pero se dice una porque es femenino. ¿Cu án tas patas tiene un caballo? -Muy f á cil, cuatra patas. ¿Qu é cre í as, que iba a equivocarme? -¿Cuatra? –Arturo se mor í a de risa. Mientras tanto, Pit á goras, Regla de Tres y Numer ón se miraban satisfechos. Arturo lo estaba explicando muy bien, con mucha paciencia, como un verdadero profesor, s ól o faltaba que Lucas lo entendiese. Esta clase particular que Arturo ofrec í a a Lucas se prolong ó durante mucho tiempo. Utilizaron un mont ón de hojas, y poco a poco Lucas fue aprendiendo los n úm eros, a sumarlos y a restarlos. Aprendi ó las fracciones y los n úm eros decimales. Era un alumno aventajado y su profesor estaba muy contento. -Muy bien, muy bien, lo va entendiendo –le dec ía Arturo. Pg. 29 Lucas estaba encantado:
-Claro, entonces, si hay tres grados por debajo de cero, decimos que estamos a menos tres grados y le pongo un signo menos delante: -3. ¡Qu é interesante! –Lucas disfrutaba de verdad-. Si divido esta hoja en cuatro partes y cojo tres, digo que he cogido los tres cuartos y se escribe , y se llama fracci ón . ¡Es genial!, me gusta esto de los n ú meros. Y Lucas sigui ó aprendiendo y aprendiendo. -¿Cinco m ás siete? –le preguntaba Arturo. -Once, ¡no!, doce. -Muy bien. ¿Tres por seis? -Dieciocho. -¿C óm o se pone el cinco con n úm eros normales? -¡Qu é f á cil! –Lucas escribi ó una V -,con una uve. Y as í fue c ó mo Lucas entendi ó lo que eran los n úm eros y aprendi ó a operar con ello. Entonces, al estar tan contento, grito como si fuera un ni ñó : -¡VIVAN LOS N Ú MEROS! Pg. 30
Y Arturo grit ó tambi én : -¡VIVAN LOS N Ú MEROS! Arturo dijo:
-Bien, ahora veremos si sabe hacer esta suma. Es muy f á cil –dijo imitando la voz de Lucas-, la hace hasta un marciano. Y fijaos qu é recochineo, la suma que le puso fue é sta:
3567895 + 1297637
S í, la misma que ocasion ó todo este desastre. Arturo se la hab ía aprendido de memoria. Lucas se frot ó los ojos: -Es largu í sima, a qui én se le ocurre poner esta suma tan dif í cil. -Ja, je, ji, jo, ju –Arturo se re ía como Numer ó n-. Esta suma la mand ó usted el otro d í a. Venga, venga, no se distraiga. Lucas comenz ó a operar.
Pg. 31
-Eh, eh, -interrumpi ó Arturo-, piense en voz alta, eso es lo que usted siempre nos dice en clase. -Vale, vale… -dijo Lucas poniendo cara de cient í fico sabio-…Cinco m ás siete son doce y me voy con una… -Se dice:”me llevo una” –le corrigi ó su maestro Arturo.
-Eso…,cinco m ás siete son doce y me llevo una, pongo un dos y sigo, una que me llevo m ás nueve son diez y m ás tres son trece… -Lucas lo hac ía muy bien, ¡hab í a tenido un magn í fico profesor! -¡Ya est á! –dijo muy contento Lucas-.La soluci ó n es:
3567895 + 1297637 4865532
¡Vaya n úm ero grande! A ver si lo s é leer, hum, cua, hum, s í : cuatro millones, ochocientos sesenta y cinco mil, quinientos treinta y dos. -¡Bravo! ¡bravo!, gritaba Arturo a la vez que daba palmadas. ¡Bravo! ¡bravo!, se o ía muy bajito por entre las librer í as. Pg. 32 Y é s ta fue la se ñ al. Regla de Tres abri ó el saco gigante donde guardaba todos los n úm eros robados y cada uno fue a colocarse exactamente a su sitio original. Unos marcharon a una suma, otros a un reloj, a una matr í cula, a una tienda, a un libro, cada n úm ero a su lugar, de donde nunca debieron salir. Despu és , Numer ó n realiz ó una magia que nosotros no podemos aprender y devolvi ó a todos los cerebros sus n úm eros. Las personas de nuevo sab í an lo que eran el cinco y el siete. Regres ó la electricidad, los ordenadores empezaron a funcionar, en los hospitales las m áq uinas se pusieron a trabajar, todo volv ía a su estado anterior. Arturo observ ó que al reloj de Lucas le hab ía n salido de nuevo los n úm eros del 1 al 12. Tambi é n vio que en la portada de un libro de
matem át icas aparec ía n un 3 gigante que indicaba el nivel. Todo regresaba a su cauce natural. -S í. ¡vuelven los n úm eros!, lo hemos conseguido –Arturo no paraba de gritar. Lucas se puso muy contento de ver a Arturo dar esos gritos, pero no sab í a por qu é gritaba, y es porque Pit á goras V (ya le vamos conociendo y es un travieso de cuidado) hab ía vuelto a hacer una de las suyas: -Nadie, salvo Arturito –sentenci ó el rey de las matem át icas-, recordar á nunca estos dos d í as en los que los n úm eros Pg. 33 abandonaron la Tierra. Arturo Comelibros ha aprendido la lecci ón y con eso nos damos por satisfechos. -¡Anda!, has hecho la suma que mand é ayer –dijo Lucas, que no sab í a muy bien qu é hac ía n en aquella sala-, veamos, hum, vaya, vaya, muy bien. As í me gusta, la hace hasta un marciano. -Pero ¡si la acaba de hacer usted! –exclam ó Arturo. -Anda, anda, no bromees –le dijo Lucas-, por cierto, ¿por qu é no estamos en clase? Arturo comprendi ó que de nuevo algo raro hab ía sucedido, as í que no intent ó explicarle nada a Lucas, ¿para qu é? , no iba a creer su historia. -¿Sabe una cosa? A partir de hoy me gustan las matem át icas –dijo Arturo todo orgulloso.
Arturo pudo ver que tres seres extra ñí simos con formas geom ét ricas sal ía n volando por la ventana, uno arrastraba un enorme saco vac í o. El ú ltimo, antes de desaparecer, se gir ó y le gui ñó un ojo. En su cabeza llevaba una corona con cinco puntas en la que se pod ía leer: “Pit á goras V”. -¡Adi ós , Pit á goras! –dijo Arturo. -¿Qu é dices? –pregunt ó Lucas. A lo lejos, volando, se oyeron unas risas. Ja, je, ji, jo, ju. Pg. 34