Marta Traba en línea: Crítica de Arte Latinoamericano Reproducción digital con autorización Museo de Arte Moderno de Bogotá - MamBo
Obregón en la vanguardia Con motivo de la exposición que Alejandro Obregón inauguró a principio de esta semana en el Museo de Arte Moderno, Marta Traba escribió la siguiente crític en el folleto de presentación: Después de veinte años de escribir sobre la obra de Alejandro Obregón, ya no sé más que decir. En la crítica periódica ejercida a lo largo de tanto tiempo, mi admiración por esa obra sufrió obligatorios altibajos y señaló, –como meras correcciones de estilo– cuadros pésimos y periodos infortunados. Ahora, (cuando felizmente no escribe ese tipo de crítica sino que me muevo en cuadros más amplios y generales), ya no me importan ni pesan para nada en mi juicio aquellas caídas lógicas y propias de todo gran artista. Subsiste solo el gran artista, el nombre mayor del arte colombiano contemporáneo. Su hazaña aparece siempre más relevante: acometer en plena mitad del siglo XX, la fabulosa tarea pictórica de “narrar” la atmósfera física de un país a través de la oposición mar–cordillera, y de sus faunas y flores características. En esta descripción pudo haber actuado como un mero realista, como un lamentable folclorista, como un provinciano exaltado: nunca cayó en esos fatales errores de visión. Su pintura descriptiva y climática es un texto inédito, lleno de imaginación, fuerza y fantasía, armado vitalmente a fuerza de talento personal y confianza en sí mismo. También es, por suerte, una pintura endogámica, desinteresada en absoluto por las alzas y las bajas del mercado externo cada vez más desorbitado y estúpido. La ironía (o el triunfo), es que, hoy día en el mundo, vanguardias casi catalépticas buscan la salvación en la pintura, los pinceles, la tela y el color, y vuelve así a producirse un fenómeno que he señalado repetidas veces como virtud cardinal del arte colombiano: su actitud de retaguardia se convierte en vanguardia, sin proponérselo ni buscarlo. Por suerte para Obregón, su pintura es progresivamente, en el panorama general de las artes nacionales, un monumento solitario: los “obregoncitos” aparecidos en la época ruidosa del estrellato, lo abandonaron muy pronto para tomar caminos más impactantes. Obregón siguió adelante, solo, con sus toros y sus alcatraces y los mangles y los huesos de sus bestias y sus bestias enteras a cuestas: con su epicidad romántica invulnerable; con todo su aire desueto y al borde de lo cursi, aire de bandera y escudo: con su pasmosa terquedad por seguir siendo artista en medio del templo convertido en Disneylandia. Alguna vez escribieron en Colombia, con indisimulada ironía, que Obregón era dios y Marta Traba su profeta. Sacando la frase de su dimensión extravagante, no
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sé si realmente lo fui o no, pero sé y lo afirmo a plena conciencia, que me hubiera gustado serlo. Creo darle con esto el directo testimonio de mi admiración. El Espectador, Bogotá–Colombia, 1977.