MÉXICO, LOS “CONTEMPORÁNEOS” Y EL NACIONALISMO* l reciente “Homenaje nacional” que el INBA organizó en favor del grupo de los Contemporáneos, sirvió -entre otras cosas- para atizar una vez más el fuego de las doxias en entrevistas dudosas, declaraciones prepotentes y fijación de ideas a cargo de personalidades y publicaciones empecinadas en la satanización sistemática de ese grupo o, cuando menos, en la pretendida facultad de usufructuar la posesión de significados últimos en lo que a sus obras compete. Por desgracia se puede calcular que ciertos esfuerzos por recircular ideas (por ejemplo la ‘Colección de Revistas Literarias Mexicanas Modernas” del FCE que incluye Contemporáneos) que invitarían a una recapacitación cabal no han tenido la suerte de trascender hasta la liviandad de nuestros filodoxos. A partir de los Contemporáneos, parecería que una de las monedas de cambio más prontas para la negociación de los prestigios es la elección de un comportamiento que se podría cifrar así: nacionalismo o universalismo. Con el tiempo esta dicotomía se ha ¿enriquecido? en un proceso explicable de metonimias: nacionalismo equivale a compromiso social (o, para emplear un término más redondo de los veintes, “compromiso viril”), mientras que universalismo equivale a elitismo. Proceso explicable (por nada más que por el escaso rigor) pero no justificable, la dicotomía podría prolongarse en otros calificativos (en otros semas): nacionalismo equivale a claridad, universalismo implica hermetismo. Nos lo sabemos de memoria: estos términos ligeros apuntan a una brecha sospechosa por simple, fácil por practicable: suelen soslayar problemas más agudos y sustituirlos por posiciones más redituables en el ajedrez de la causerie: siempre ha sido más útil y más sencillo denostar que analizar. Es más fácil declarar, por ejemplo, “los ‘Contemporáneos’ estaban de espaldas a la realidad del país, eran herméticos y extranjerizantes”, que preguntarse (y contestarse) “¿Qué significa la labor de este grupo?“. Pero los filodoxos insisten y, se antoja pensarlo, prevalecen. Las doxias desplazan la necesidad de revisar a fondo nuestra historia literaria e incluso de escribirla: forman sitios contundentes que postergan la utilidad del análisis para detentar un poder que, por tolerado, tiende a categorizarse y a funcionar operativamente. Su fuerza (que no viene de sí misma, sino de la ausencia del análisis) termina por derramarse entre los intersticios de la curiosidad hasta que la asfixian y confunden. A partir del homenaje mencionado sorprenden por su energía los mecanismos que las doxias utilizaron para conservar operatividad respecto al grupo de
l
De un libro en
preparación.
los Contemporáneos y, sobre todo, a lo que ese grupo tiene de fundamento de nuestra literatura actual. Parecía que el tiempo no había pasado y que el lector de notas, entrevistas y pronunciamientos solemnes una vez más estaba en los treintas o cuarentas. Este anquilosamiento indica una triste falta de lubricante intelectual, tan triste, al menos, en la medida en la que la ignorancia o las ideas fijas (que son lo mismo) se menearon alegremente por los paseos voraces de nuestro periodismo. Que todo esto fuera causado, todavía, por los Contemporáneos no dejaba de agregar el adarme del patetismo. Desde los jóvenes en trance de masticar laurel por las sienes hasta las vetustas sienes verdes ya desde hace lustros, todos nuestros filodoxos vieron en el homenaje -que era, sí, sospechoso- no la oportunidad de revisitar a ese grupo en lo que aportó en obras o en trabajo, sino la de precisar, en la energía de su antagonismo, la propia virtud estética, ideológica y hasta sexual. Salvo las contadas excepciones de costumbre, pocos fueron los “filósofos” (para acentuar la oposición con los filodoxos) que compartieron su curiosidad y la documentaron ante los lectores: nuestra proclive tendencia al lugar común y a las fórmulas devastadoras y tajantes mina nuestra obligación con la objetividad y fomenta fórmulas débiles de no energizarse con la complicidad acrítica. Bajo el riesgo de colaborar a un malentendido que es él mismo un lugar común ya secular (y por lo tanto de colaborar a perpetuarlo) discuto y documento a continuación este asunto sobre si los Contemporáneos fueron extranjerizantes y antinacionalistas (querella, insisto, que no por ociosa impide la necesidad de precisar posiciones y afinar nuestra idea de la historia de ese momento capital: callar sería, cuando menos, tan grave como apoyar al lugar común). El ejemplo mismo lo dieron, con su habitual rigor, los Contemporáneos que, como se leerá a continuación, no menoscabaron fuerzas en su lucha por definir actitudes ante este problema. Dentro de su proyecto de grupo intervenir en la polémica era más que obligatorio y en no pocas ocasiones postergaron la urgencia de sus trabajos individuales por hacerlo. La sutileza de sus enfoques y la imposibilidad de nadar contra la corriente estridente de su momento permitieron la preeminencia de sus antagonistas. Hoy, precisamente por la agudización de este conflicto heredado desde entonces, vale la pena volver a insistir en los detalles de la calumnia y en el rigor de su defensa aunque sirva de poco para los virtuosos en boga. Creo que la mejor manera de enfocar el asunto es por medio de la revista Contemporáneos, materia infalsificable y expresiva de lo que constituye a una generación (aunque no todo el grupo estuviera involucrado en ella). La idea generalizada es que esa revista hacía gala de su comporta-
29
miento extranjerizante (por ejemplo Abreu Gómez en 1963: “lo que no pertenecía al grupo era difícil que Bernardo (Ortiz de Montellano) lo aceptara; los artículos de tema estrictamente mexicano llegaban a la revista como de espaldas a la voluntad de Bernardo). Sin embargo, en su entrega #36 -mayo de 193l-Ortiz de Montellano había declarado: En este año 3 la palabra que con más frecuencia se advierte en las páginas de Contemporáneos es M... o, con x o con j, escrita siempre con pluma fuente de marca universal. Y era cierto: las acusaciones en contrario, no obstante, jamás optaron por el juicio documentado: se trataba de colaborar a la formación del estereotipo que había arrancado desde 1922 con la propuesta de la literatura “épica” y que se había desarrollado desde entonces con diversos calificativos. La culminación de este proceso es la que, lejos de trabajar por su legítima causa, llevó a sus antagonistas a desprestigiar la que consideraban opuesta. Esta labor a contrapelo, cuya estrategia radica más en la deturpación de lo ajeno que en la elaboración de lo propio, colaboraría enormemente a encerrar la labor del grupo dentro de denominaciones tan fáciles que, incluso se siguen manejando hoy en día. Ortiz de Montellano tenía razón cuando declaró que México era el asunto central de la revista. Algunos cuadros pueden colaborara afianzar laproposición. Siendo Contemporáneos una importante revista de crítica -ya que de un total de 342 colaboraciones 227 77 30 8
fueron fueron fueron fueron
reseñas o ensayos poemas cuentos piezas teatrales,
lo cual arroja un 66% de colaboraciones críticas- es interesante observar que de ese porcentaje hubo 112 ensayos y resenciones sobre México, España e Hispanoamérica. 29 ensayos y resenciones sobre Europa y EE.UU. mientras que, de un total de 87 libros comentados en la revista 49 fueron sobre libros mexicanos o sobre México, 19 fueron sobre libros españoles o hispanoamericanos, 19 fueron sobre libros europeos o norteamericanos. De los 118 colaboradores (excluyendo los artistas plásticos) que aportaron trabajos para la revista hubo 64 mexicanos 32 europeos o norteamericanos 22 españoles e hispanoamericanos. Cabe señalar que de los 32 colaboradores europeos o norteamericanos que fueron traducidos para la revista, nueve escribieron sobre México. De los 32 colaboradores traducidos hubo 14 franceses o francoparlantes
30
14 angloparlantes 2 italianos 1 ruso 1 alemán. A Pesar de que Contemporáneos fue, pues, eminentemente una empresa hecha por mexicanos y, en un alto porcentaje, sobre México (y es menester considerar que el contexto de la revista nacionaliza en buena medida el acto de traducir a T.S. Eliot; acto expresivo de una realidad nacional en sí mismo a pesar del origen extranjero de la materia), las acusaciones sobre su comportamiento supuestamente extranjerizante se machacaron tantas veces y desde foros tan diversos, que la etiqueta logró serle fijada.2 Las reacciones en otros sitios del mundo hispánico y europeo fueron muy diferentes aunque, en ocasiones, igual de insustanciales. El hecho es que el interés por la cultura europea y la línea apolítica de la revista no se consideraba pecaminoso en un mundo concebido de otra manera y, por lo pronto, aún demasiado interesado en las vanguardias para ocuparse a fondo de los problemas políticos. Repertorio Americano, de Costa Rica la saludó así: “Muy bien, muy bien nos parece Contemporáneos, nueva flor en la cultura mexicana (. . .) Sus responsables son de la mejor gente nueva y estudiosa de México. ¡perseveren, muchachos!. . . Y Ulises ¿qué se hizo?“.(3) Nosotros, de Buenos Aires, en su sección “Nuevas revistas” dijo: “Son varias las que han aumentado nuestro canje últimamente. De México nos llega Contemporáneos, de impecable presentación, modernísima estampa y material selecto. Forman su comité directivo (. . .) hombres jóvenes, llenos de dinamismo y fe y poseedores de nombres de significación en la literatura hispanoamericana.“4 Mullen cita a “la prestigiosa Revue de l’Amérique Latine” para la que “Contemporáneos se présente comme une des revues des jeunes les plus soigneusement éditées. Nous y lisons de tres beaux sonnets de Torres Bodet, une étude de B.J. Gastélum sur I’esprit du Héros, une autre de García Maroto sur l’oeuvre picturale si intéressante de Diego Rivera et une delicieuse nouvelle de E. González Rojo. . . Une partie critique tres autorisée complete ce premier numero particulierement réussi”.(5) Durante su corta vida la revista fue comentada laudatoriamente en diversas ocasiones por diversas personas y publicaciones: en The New York Times Review of Books, el crítico Franck C. Harringhen dijo que “Contemporáneos is a review of ideas, handsomely presented by the best mexican intellectuals. Undér the fine direction of Mr. Montellano it aims to locate mexican contemporary tought within a universal frame. Waldo Frank, who was there recently, brought us severa1 copies which invite to a long suscription.“(6) Tbe Criterion, la revista editada por T.S. Eliot, acusó recibo del número 32 (enero de 1931), sintetizó el sumario y se declaró entusiasmada por “this fine example of a Revolution which has freed not only a country, but its own intellectual resources”.(7) Dudley Fits, especialista en literatura iberoamericana de la revista Hound and Horn de la Universidad de Harvard, se refirió al grupo en estos términos: “We have to search and find in this group of writers and artists the true value of the revolutionary effort. Here we have a sincere effort completely original; here we have the taste of a country in itself, not taken from Paris or Madrid, nor from New York. Contemporáneos, the group’s literary review is prodiga1 in good things and it is less than a year old.”(7) En
Montevideo, Uruguay, la revista Alas decidió que “Contemporáneos recoge en sus columnas lo más representativo y avanzado del movimiento intelectual mexicano.‘?’ Un crítico francés, Adolphe de Falgairolle, dijo: “Eclectique, la revue Contemporáneos traduit une conversation sur la poesie de Paul Valéry. Faut-il y voir un désir de mise au point des theories si differentes ou se perdent les novateurs hispano-americains pris entre une aspiration de renaissance indienne et le besoin de s’incorporer a une internationale moderne?.“(10) La Revista de las Españas confiesa que “tal vez se nos pueda acusar de predilección por esta revista. Y nosotros aceptamos gustosos la acusación y reconocemos su fundamento. Pero es que hay que tener en cuenta que se trata de una de las más pulcras publicaciones de Hispanoamérica, que mucho llevan de nuevo espíritu -de lo mejor de nuestro espíritu- y, desde luego, también, no sólo con exclusión, sino con marcado carácter propio y nacional.(11)” Mario Puccini, crítico de Critica Fascista, por su parte, sensateó: “La migliore rivista del Messico é Contemporáneos: notevole non solamente per la forza dei combatte per il ritorno alla tradizione vera del paese, ma anche per la chiarezza con cui presenta i movimenti della cultura europea ed americana e li segnala. Offre in ogni número un cuadro largo ed atento della vita letteraria ed artistica del Messico e dell’America Latina; non si puo davvero dire chesiano pagine inutile a leggere. Al contrario: vuoi nel campo crítico, vuoi nel campo creativo, pagine vergate da ingegni di premissimo ordine: ed una pulizia, un’avve dutezza che magari nelle reviste della vecchia Europa.“(12) VaIéry Larbaud, en su prólogo a Los de abajo pensaba hallarse “sin duda, frente a la mejor revista literaria de América y, acaso, una de las más destacadas del panorama mundial. Contemporáneos es una publicación a la vez joven de espíritu y sustancial, muy bien editada y presentada, digna del gran país de donde es, a nuestros ojos, el principal órgano intelectual, tal como la Revista de Occidente lo es de España.”(13) Vale la pena citar algunas reacciones dentro del país que superan o matizan algunas de las posiciones que se adoptaron frente a la revista y que fueron más allá de las habituales acusaciones de cosmopolitismo, elitismo, etc. Pablo Leredo, comentarista de libros y revistas de El Universal Ilustrado, comentó desde París en septiembre de 1928: Nombres prestigiosos como del grupo intelectual más selecto de México. Torres Bodet, González Rojo, Villaurrutia, Ortiz de Montellano, ¿se habrán visto, una vez, frente a sí mismos, reproducidos por su literatura? Literatura. Y literatura inerte. Diletantismo. ¿Por qué los versos de Torres Bodet, los poemas de Ortiz de Montellano, el relato de González Rojo, siendo que sus autores son todos ellos escritores de vocación, dan esa impresión de páginas escritas para pasar el tiempo? Tal vez es el aire mismo de la revista, el dibujo informe de García Maroto, algo indefinible. ¿Cuál será la influencia de esta revista sobre las nuevas generaciones? Precisamente porque no aspira a ejercer ninguna -claro lo dice el conjunto de su material- será la
más perniciosa. El viento de las violencias ¿dónde? No de este lado, del suyo. Si siquiera preparara a los jóvenes a morir, lo que ya es un modo de vida. Indiferencia. Expectación. Agravadas por ese dar crédito al pintor español García Maroto que no ha sentido ni comprendido a México como lo demuestran sus ilustraciones para Los de abajo.(14)
No deja de ser interesante que el consenso de las revistas extranjeras acepte en Contemporáneos una capacidad determinada para reflejar el modo de ser del país y hasta de América Latina, mientras que para los nacionales se trataba de un afán extranjerizante. Esto sirve para entender no sólo la máquina antagonista que erigieron sus adversarios, sino para entender la disputa de fondo. Es claro que Henestrosa o Leredo entendían más que es México que Franck o Larbaud, pero no lo es tanto entender que estaban considerando diferentes categorías de juicio para el mismó asunto: para los mexicanos “viriles” o comprometidos era prioritario que el arte mexicano expresara la conciencia de la raza en lo que tenía de distintivo; para los europeos conscientes lo distintivo era lo menos importante como tal: como sus contemporáneos en México -al fin y al cabo herederos del humanismo de Reyes o Henríquez Ureña- pensaban que lo determinante era la conciencia de ser occidentales, conciencia que no sólo no despreciaba su carácter mestizo sino que lo convertía en un elemento integrador mismo de su carácter. En efecto, Contemporáneos fue considerada producto de la revolución por Eliot por lo que la Revolución implicaba de acceso a una modernidad occidental, es decir, a una pluralidad operante y viva. Octavio Paz sintetiza el problema cabalmente: “Los Contemporáneos tenían una conciencia muy viva de pertenecer a occidente y toda su empresa cultural puede definirse como una tentativa de recuperación y reactualización de los valores europeos. No en balde hicieron una revista que se llamó Contemporáneos”(15) Las urgencias de los nacionalistas (“Hace falta una revista más de acuerdo con la realidad de México, de la tierra y de los hombres”, diría, con el tiempo, Abreu Gómez(16) manejaban siempre la noción, evidente o solapada, de un. aislamiento que para los Contemporáneos resultaba dañina: el cerrarse sobre sí mismo, llevaría al país -o, al menos a sus intelectuales- al orgullo, la vanidad, la autocomplacencia que se desprende de dictar las propias reglas del juego. No en balde Jorge Cuesta identificó al nacionalismo con la misantropía, agudizada expresión de la xenofobia peculiar (como se siente en Leredo) del nacionalista. Entre unos nacionales que los acusaban de extranjeros y unos extranjeros que los alababan por nacionales, Contemporáneos y sus responsables pueblan así una paradoja que, en buena medida, ha hollado el camino de la inteligencia mexicana desde entonces. Y si bien es evidente que la aceleración del sentimiento (es decir la estética, las ideas, la sensibilidad) nacionalista en México obedece a motivos bien diferentes del que, en Europa, comenzará a identificarse con el nazifascismo, no cabe duda de que sus excesos fueron semejantes. El movimiento de la historia en México hacía imperativo que se planteara la necesidad de concebir un destino nacional que incluyera a las clases más castigadas y que tal destino debía rodearse de nuestros propios valores para justificar su concepción. Sin embargo nuestro nacionalismo, en la misma medida en que fue capaz de crear la imagen de ese destino fue desentendiéndose de la urgencia necesarísima de su implementación. Nuestro nacionalismo comenzó a convertirse en objeto de exportación: el nacimiento de una nueva retórica artística y literaria comenzó entonces a someterse a un destino que hoy, con sus variantes, parece generalizarse: el conjunto de obras y teorías que satisfacen las necesidades ideológicas de una clase media intelectual, la justificación de su tirada, y la concelebración de su llegada al poder que, casi por sistema, ha logrado evadir aquello que
en principio motivara todo: la integración de las clases bajas a los sistemas de producción cultural y material. El nacionalismo, a finales de los veintes y principios de los treintas se convertirá en divisa de una nueva burocracia vigilante y meritoria íntimamente dividida entre sus prebendas y sus obligaciones pragmáticas, muchas veces más dispuesta a beneficiarse del carácter “exotic” con el que el país se comenzó a vender en el extranjero que a comprometerse realmente con el país en un momento en el que, como dice José Emilio Pacheco “por primera vez en nuestra historia la amenaza de una conquista pacífica por parte de los EE.UU. se convertía en realidad”.(17) Novo, con su habitual energía, advirtió este riesgo desde el principio: Esta excrecencia más oportunista que oportuna que aportaron a las letras, o a las letrinas, los poetas y prosistas proletarizantes y nacionalistas tuvo su fugaz momento: novelas y poemas premiados en palurdos concursos confesionales. La literatura era para este tipo de escritores un trampolín: saltaban de ella a la burocracia. Y si, nosotros también fuimos burócratas, pero, sobre todo, hombres de alta cultura”.(18) Puede decirse, entonces, que la línea editorial más comprobable de Contemporáneos radica, efectivamente, en ese pronunciamiento de Ortiz de Montellano sobre México. Sólo que para la revista, México existía en lo mejor de sí mismo en tanto que fuera congruente con su accidentada historia y con su innegable multiplicidad de orígenes: para ellos México y la manera de asumirlo era algo en función de un universalismo funcional y crítico; sus enemigos se limi-
32
taron a leer en ellos un particularismo francés y, sobre todo, un eclecticismo snob. La conciencia de occidente no era más importante que México, pero México no podía concebirse sin esa conciencia previa. Sin embargo el problema estaba propuesto y sus antecedentes eran reales. Vasconcelos, cuando era Secretario de Educación, propone, por ejemplo, un arte teatral nacional “que no tolere la vulgaridad. Ahora bien, la vulgaridad está en la burguesía, en las clases ricas que no trabajan y no viven la vida intensa que es la madre del arte. La burguesía ha producido el teatro francés, el de Sardou, del divorcio y el asunto sicológico en que se debaten los problemas menudos de un conjunto de seres egoistas y cobardes”.(19) ¿Qué significado puede tener que los Contemporáneos hayan elegido ese teatro? No sólo la aceptación de que era mejor que el que sí existía ya de antemano, (el melodrama español y la comedia ligera) sino también el principio de que, en tanto occidentales críticos y curiosos, no nos podíamos apartar programáticamente de esos productos sin mermar la naturaleza esencialmente compleja y plurivalente de nuestro propio país. La disputa entre nacionalismo y universalismo es inagotable. Ya desde los Contemporáneos comenzaba, además, a dar señales ominosas en tanto que advertía un peligro que luego se hizo realidad: el de sustituir al objeto por la metodología. La discusión ha llegado al nivel de la epistemología y ha postergado en buena medida un problema que, dado su occidentalismo, para los Contemporáneos era falso, manipulador y retórico. Occidente era la casa natural de su cultura y su cultura no entraba en contradicción con la historia de su patria. González Rojo se quejaba de que los nacionalistas “lleguen a cada rato al umbral de nuestra casa y su espíritu, se nieguen a entrar a ella y terminen por quedarse en el hueco de la puerta entornada para gritar: -Oiga usted, ¿por qué no se cambia de casa? suponiendo que la casa es sólo de ellos.”(20) Las andanadas de visitantes extranjeros, periodistas, sociólogos, escritores que habían venido a México después de la Revolución fueron los primeros en comprar, como era de esperarse, los productos del nacionalismo, victimados por una empatía natural. Poco a poco, las exigencias del extranjero por los signos nacionalistas se hicieron cotidianos y la revista comenzó a reaccionar contra ellos. En muy buena medida la sección “Libros sobre México” comenzó por ser una reacción contra el imperativo nacionalista y contra la mercadotecnia del “Laboratorio de la Revolución” en que convirtieron a México muchas de estas personas que movilizaban enormes sectores de la opinión pública. La sección llegó pronto a convertirse en el sector humorístico de la revista en el que se sometía, con habitual y resignada ironía, a los inumerables profesores norteamericanos o europeos que explicaban la realidad mexicana a sus lectores. En el mismo artículo, para ofrecer una idea de esta reacción, González Rojo explicaba: Hay algo que nos parece fuera de duda. La actitud de los poetas mexicanos defrauda la esperanza de los extranjeros. Una esperanza que tiene como base una larga leyenda de perturbaciones políticas, revoluciones, luchas, amén de las sobadas características de pays chaud muy interesante para las equilibradas metas europeas. Quisieran ver en nuestros versos la pistola que Pancho Villa esgrimía en las batallas, y junto al rifle y la canana de la revolución, toda la bella literatura de las proclamas laboristas, agraristas y comunistas.
A José Gorostiza le parecía (en una idea que recuerda a Borges y su teoría de la literatura árabe y los camellos) que una novela muy mexicana (La rueca de aire de Martínez Sotomayor) “es la que está marcada con el sello de nacionalidad de su autor. E insistimos en el punto porque la mexicanidad de éste, simple y directa, es su más valiosa aportación, aunque sea solamente un corolario de la actitud clásica que señalamos como principio, una nota particular y diferente. No conocemos otro libro de un mexicano -moderno, joven, se entiende, en el que México aparezca con tanta espontaneidad, con tan poco artificio como este. El suyo no es un México de exportación, literariamente sovietizado, que satisfaga las ideas de Europa acerca de nuestra energía vital, ni tampoco la jícara literaria que se ha fraguado por allí para satisfacer a los americanos turistas de pie ligero.21
Novo estaba harto del turismo sociológico, histórico y literario que asolaba al mundo desde México. “Los turistas -dice- compran muñecos de petate, se hacen pijamas de sarape y se esfuerzan por caber en un huarache. Luego regresan a sus países y publican un libro que, ahora sí, explicará lo que somos los mexicanos.“(22) Para Torres Bodet, el riesgo del nacionalismo radicaba en que los artistas comenzaban a suplantar la calidad técnica de sus obras por la garantía demagógica que se desprendía de utilizar temas nacionales o revolucionarios. Decía que la situación le recordaba a un celebre tenor sinaloense que, cuando no podía alcanzar una nota alta gritaba “¡Viva Mazatlán!“: “el público aplaudía -señala- pero no dejaba de sentirse defraudado”.(23) Quizá el mismo Torres Bodet, quizá Villaurrutia -ambos escribían bajo el seudónimo de “Marcial Rojas”fijan la actitud de Contemporáneos en la misma revista:
La juventud mexicana dedicada a la literatura, no importa el derrotero de sus afirmaciones, es, de origen, revolucionaria, porque las normas que señalan su derrotero vital nacieron y se moldearon dentro del ambiente nuevo de México. Nuestros actos, ideas y sentimientos siguen, fatalmente, las nuevas corrientes de la vida nacional. Pero se dice con frecuencia que la Revolución Mexicana no ha producido una literatura revolucionaria como la que se cultiva en Rusia, por ejemplo (. . .) La Revolución Mexicana en primer lugar, nunca ha tenido caracteres definidos de secta. Sus ideales, más vagos quizá que los soviéticos, han admitido todas las escuelas y procedimientos que contribuyan por distintos caminos a la realización de sus postulados principales, cerca del campesino y del obrero (. . .) La literatura revolucionaria de México no podría tener caracteres determinados, homogéneos, de propaganda de un solo conjunto de ideas como los que presenta la literatura soviética. Tampoco puede ser tipo de nuestra literatura revolucionaria la bella, fuerte, realista, realizada obra de Azuela o de Guzmán, empapadas de la amarga verdad de los hechos domésticos, porque son obras individuales, reflejo de sus personales sensibilidades. El arte no es revolucionario porque hable o exhiba los fenómenos materiales de la Revolución: lo es en sí mismo y por sí mismo. ¿Que en el Renacimiento el tema cristiano es el que determina la calidad artística de los pintores? (24)
Para la revista estaba claro que un pueblo no llega a ser nación esforzada en su característica nacional, sino entregándose con propio olvido de sí mismo a tareas universales. La antítesis a la proposición de que sólo siguiendo lo nacional puede llegarse a integrar lo nacional a lo universal fue rebatida en la revista, que creía que sólo el arte que pensando en la humanidad se propone grandes temas es, al mismo tiempo, incomparablemente nacional. La nación, como la personalidad, les parecen categorías históricas que la historia luego aplica sobre sí misma, pero no aceptan que la nacionalidad sea el ideal del quehacer cultural. Esa había sido la intención de Reyes y de todo el Ateneo que Contemporáneos hereda y revitaliza dentro de una tradición contra la que se reaccionaba sistemáticamente desde entonces y que, paradójicamente, es mucho más nuestra que la nacionalista. El nacionalismo, decía Novo, es algo que aprendimos a copiarle a los franceses: Fuera de México, todo es Cuautitlán. La literatura en México se hace en la provincia y los-provincianos escriben en alejandrinos italianos. El ser mexicano está todavía tan lejos de una fórmula que uno no sabe en realidad qué es lo que quieren los nacionalistas. Uno -yo, por ejemplo- amo tan legítimamente las cosas y las gentes de México, que no veo por qué mi cerebro tenga que estar desarraigado de mi corazón.(25) Novo y Villaurrutia, Cuesta y Gorostiza, sin lugar a dudas, se sienten inevitable, inexplicable, naturalmente mexicanos, pero se niegan a convertir el ingrediente aleatorio en noción determinante. Quizá la noción de “decoro” que Octa-
33
vio Paz maneja en su libro sobre Villaurrutia y que se refiere a una condición de clase lastimada por la Revolución y a un individualismo a toda prueba resulta determinante para entender cómo se comportaron ante la provocación de los nacionalistas. Villaurrutia, en una entrevista realizada en 1932, se refiere así al problema: Existimos a pesar de todo, a pesar denosotros mismos. Qué importa que alguien pida que pongamos etiquetas de “Made in Mexico” a nuestras obras, si nosotros sabemos que nuestras obras serán mexicanas a pesar de que nuestra voluntad no se lo proponga o, más bien, gracias a que se lo propone. Qué importa que se hable de regresar a 1917 si nosotros sabemos que el arte, como la vida, no regresa y que el tiempo no perdona. Qué importa que se nos acuse de soñar en Europa o en Norteamérica, de saber idiomas, de aceptar influencias extranjeras, de no echar raíces en nuestro suelo. Las raíces están presas, son las ramas lo que está libre; se mueven, se desprenden, viajan. Hoy un hombre digno de ese nombre lleva sensibles en su corazón todas las partes del planeta.(26)
Cuesta. La encuesta de El Universal, realizada por el perio-
dista Alejandro Núñez Alonso obviamente consideraba a los Contemporáneos como los literatos de vanguardia y a la crisis la veía en el hecho de la muerte de la revista. Núñez Alonso y su reportero, Febronio Ortega, manipularon la encuesta con toda la maña de su amarillismo reporteril. Distorsionaron las contestaciones de varios entrevistados para azuzar aún más a los participantes e, incluso, lograron causar problemas en la amistad de varios de ellos. Tal fue el caso de Gorostiza ante Cuesta y Villaurrutia. En los números del 26 de marzo y del 2 de abril de 1932 publicaron las declaraciones de Gorostiza debidamente distorsionadas contra las que reaccionó Villaurrutia en Revista de revistas
en el párrafo citado atrás: Ortega ponía en boca de Gorostiza acusaciones graves contra la originalidad de ciertos textos de Villaurrutia y un supuesto llamado de Gorostiza al
nacionalismo. Declaraciones semejantes se pusieron en boca de Samuel Ramos. Ambos rectificaron en sendas cartas lo
que se les achacaba, pero la polémica ya estaba andando.(28) A Gorostiza se refiere Villaurrutia cuando en carta a Reyes le
platica que
La imagen de las raíces y las ramas remite de inmediato al concepto de “descastamiento” y “desarraigo” que Cuesta desarrollaría un poco más tarde y que ya Villaurrutia y Novo habían presentido y atisbado al bautizar su proyecto generacional con el nombre de Ulises. Como ellos, Cuesta -en palabras de José Emilio Pacheco- “pensó que tal vez no resulta posible mantenerse fiel al hogar, al origen sino a través del exilio más interminable y forzoso”. Pacheco opina con razón que Cuesta consideró que una constante de nuestra historia nacional era el radicalismo y que ese radicalismo tenía un origen francés que la filosofía y las letras habían filtrado en nuestra cultura desde el siglo XVIII, pasando Por Altamirano y hasta Barreda, Sierra y Caso. Para Pacheco, en su elección francesa, “se manifiesta la más profunda y legítima voluntad del destino cultural mexicano” dentro de la concepción cuestiana de la cultura:
Aquí, en México, entre los escritores anónimos, los periodistas y ¿quién lo creería?, entre uno de nosotros, se ha despertado una vez más la trillada discusión del nacionalismo en nuestra obra. Y así, de golpe, se habla de que nuestras obras nada valen por descastadas, por herméticas, por inhumanas. Y que nuestra generación es un fracaso. Ninguno de nosotros ha hecho nada ni hará nada que no sea imitar a los franceses o a los norteamericanos (...) Se trata de una campaña oscura, insistente, donde los menos distinguidos de nuestros enemigos han librado su complejo de inferioridad, como su resentimiento, su impotencia, arrastrando, o queriendo arrastrar lo mejor de nosotros junto a lo peor de ellos (. . .) A usted mismo se le ha mezclado en esto por un tal Pérez Martínez o Pérez o Martínez en este asunto del descastamiento, hablando de su Monterrey que se atreve a dedicar a Valéry las páginas que ellos quisieran dedicara usted a Plaza o a Peza.(29)
La mejor tradición española -señala Pacheco- a la que, por sus orígenes, pertenece nuestra poesía, no es la tradición castiza: es la tradición clásica, la de la herejía, la única posible tradición mexicana. La originalidad de nuestra lírica no puede provenir sino de su radicalismo, su universidad (...) La originalidad americana de la poesía de México no debe buscarse en otra cosa más que en su tradición clásica, en su preferencia de las normas universales sobre las particulares. De este modo, ha expresado su fidelidad al origen -es decir, su originalidad.(27)
Reyes se incomoda ante la situación y escribe un folleto “que espero no me desacredite a sus ojos”, como dice a Villaurrutia, titulado A vuelta de correo. Poco después Héctor Pérez Martínez tercia en la polémica entre Abreu Gómez y Cuesta e involucra de nuevo a Reyes invitándolo a participar en la discusión. Abreu Gómez, en principio, sostenía burdamente los habituales argumentos nacionalistas: respondió a la noción de Cuesta sobre la universalidad diciendo:
Cuesta propone entonces que el nacionalismo “es una idea europea que estamos empeñados en copiar. . . es un sentimiento antipatriótico pues sólo entiende por nacionalismo un empequeñecimiento de la nacionalidad. Los nacionalistas invocan el mantenimiento de una tradición que no se
preserva, sino vive; de otro modo es inútil que alguien se preocupe por conservarla.” La reacción de Cuesta, como toda la agudización del
Es un error creer que con calcar la lección que viene de ahí o de otra parte y por andar codeándose al día con la moda que circula, se llegue a creer que así se vincula al programa de lo universal. No entienden que la única universalidad que interesa a una cultura y que puede valer para el escritor estriba en crear esa universidad, haciendo que los valores propios se incorporen a los sistemas del mundo. La universalidad se da, no se recibe. Recibirla es propio de parásitos. Darla es condición de pueblos en gestación propia y de historia en marcha.(30)
problema de la literatura y el nacionalismo, sucedió en 1932,
34
al calor de la polémica “¿Existe una crisis en nuestra literatura de vanguardia?” atizada desde El Universal Ilustrado
Poco después, en carta a Reyes, Abreu insistía en lo mismo:
por algunos intelectuales que reaccionaban contra la ya muerta Contemporáneos y contra Examen, la revista de
Nuestro país, que va formándose entre sacudidas y reveses, entre desasosiegos y atropellos, entre angustias y regateos,
no puede hermanarse con esa literatura barata, dispuesta a repetir, por la vía apática de las calcas, las actividades que le llegan de fuera, para dar la sensación de un tecnicismo hábil.(31) La urgencia de un “americanismo” y una “vuelta a lo mexicano” sublevaron a Cuesta, quien contestó con un artículo titulado “La vuelta a lo mexicano” redactado antes de que Ramos y Gorostiza hicieran su aclaración a la revista. Cuesta desmantela uno por uno los argumentos: “la idea de la vuelta a lo mexicano no es nueva ciertamente ni mexicana tampoco... su antigüedad nacional se remonta a los primeros emigrantes que la trajeron consigo, en busca de un mundo menos exigente para ellos. La “vuelta a lo mexicano” no ha dejado de ser un viaje de ida una protesta contra la tradición; no ha dejado de ser una idea de Europa contra Europa, un sentimiento antipatriótico. Sin embargo se ofrece como nacionalismo, aunque sólo entiende como tal el empequeñecimiento de la nacionalidad. Su sentir íntimo puede expresarse así: lo poseído vale porque se posee, no porque vale fuera de su posesión; de tal modo que una miseria mexicana no es menos estimable que cualquier riqueza extranjera; su valor consiste en que es nuestra. Es la oportunidad para valer, de lo que tiene cada quien, de lo que no vale nada. Es la oportunidad de la literatura mexicana”.(32) Cuesta prolongaba y explicaba entonces su idea del nacionalismo como misantropía:
siempre un sentimiento, una concepción explícitamente particulares en todo arte; y ambas cosas no constituyen un cartabón sino que brotan de manera espontánea, fácil, hasta lógica en la obra del artista que ha sentido su mundo. No se ha pedido una excesiva mecanización cuando se hace notar la urgencia de una vuelta a lo nacional; se exige el abatimiento de las barreras artificiales, completamente voluntarias que han significado, con un aspecto inconfundible, por no decir unanimista, la producción de, un grupo cuyo valor, a fuerza de imparciales, es indiscutible en cuanto él representa una tendencia y un momento -de los más interesantes- de nuestra literatura. Pero cuando se ha dicho naturalidad y sinceridad el señor Cuesta ha visto el peligro y dicho ¡Socorro! en un grito cuyo eco no pasará, seguramente, del club ya mencionado.34
Cuesta contestó el 12 de junio en Revista de revistas aclarando, con increíble paciencia, conceptos como tradición, modernidad, universalidad. Pérez Martínez recibió entonces una carta de Reyes desde Brasil que acompañaba A vuelta de correo. Reyes, zalamero y cauteloso, parece pre-
ocuparse sobre todo de la propia incomprensión a la que suelen someterlo sus coterráneos y suaviza la energía de sus declaraciones con una dedicatoria dulzona. Pérez Martínez contesta, halagado, y narra como el grupo de Contemporáneos está en “franca disolución” y peleándose el saldo de “una existencia fecunda aunque unilateral” con sus “feme-
ninas tácticas”. Ellos, sanciona, No les interesa el hombre, sino el mexicano; ni la naturaleza, sino México; ni la historia, sino su anécdota local. Imaginad a La Bruyére, a Pascal, dedicados a interpretar al francés; al hombre veían en el francés y no a la excepción del hombre. Peto mexicanos como el señor Ermilo Abreu Gómez sólo se confundirán al descubrir que, en cuento al conocimiento del mexicano, es más rico un texto de Dostoievski o de Conrad que el de cualquier novelista nacional característico; sólo se confundirán de encontrar un hombre en el mexicano, y no una lamentable excepción del hombre (...) Es inútil buscar la tradición en los individuos, en las escuelas, en las naciones ya que ésta se entrega no en lo que perece y la limita sino en lo que perdura y la dilata. Lo particular es su contrario; lo característico la niega (. . .) El nacionalismo equivale a la actitud de quien no se interesa sino con lo que tiene que ver inmediatamente con su persona; es el colmo de la fatuidad. Su principio es no vale lo que tiene un valor objetivo, sino lo que tiene un valor para mí. De acuerdo con él es legítimo preferir las novelas de don Federico Gamboa a las novelas de Stendhal y decir: don Federico para los mexicanos y Stendhal para los franceses. Pero hágase una tiranía de este principio: sólo se naturalizarán franceses los mexicanos más dignos, esos que quieren para México, no lo mexicano, sino lo mejor. Por lo que a mí toca, ningún Abreu Gómez logrará que cumpla el deber patriótico de embrutecerme con las obras representativas de la literatura mexicana. Que duerman a quien no pierde nada con ella; yo pierdo Lu cartuja de Parma y mucho más.(33)
El 2 de abril, Pérez Martínez contestó al artículo anterior: Lo nacional, salvo la mejor opinión de quien prefiere a Stendhal, no consiste en la parte visible y superficial de una obra de arte, sino en lo que ella tiene de conciencia y experiencia particular que el arte mismo generaliza. Hay
se han dedicado exclusivamente al arte no sintiendo ni la fuerza, ni la necesidad, ni las consecuencias de la Revolución. Nosotros nos comprendemos ligados a estos dos fenómenos y no pedimos, como ellos se solazan en decir, en aparentar creer, un arte social sino un arte que nos sienta. (...) Es un error considerar que cuando nosotros pedimos un arte mexicano pensemos en la jícara, en el charro, en Pátzcuaro o en Olinalá. Nada más extraño a nosotros que lo anecdótico. Nuestro afán no es turístico ni “mexicanizante”. Al decir México pensamos en la gravedad de nuestros paisajes -apuntados por usted en la Visión de Anahuac y en el Discurro por Virgilio- pero olvidados neciamente y repudiados en esta fase de la literatura que se produce en México. (. . .) Cierto que no hemos dado todavía con una fórmula de arte mexicano. Estamos demasiado cercanos a la liberación de México para fundamentar el carácter y el espíritu nacionales. Pero nadie puede negarnos que hemos presentido, con más dolor y cariño, la necesidad de una expresión nuestra. (...) No es que nos sintamos apóstoles. Es que amamos nuestro suelo y percibimos en él las huellas que dejaron nuestros indios...(35)
Reyes contesta que la carta aclara todo, pide a Pérez Martínez que olvide el folleto y que se felicita de coincidir con él. Aclara que su temor era verse incluido “entre los descastados” y pregunta ¿quiénes son ustedes?“,, porque si los del otro bando son los Contemporáneos “yo encuentro que hay muchos entre ellos que hacen esfuerzo de mexicanismo” y concluye que la polémica tiene como fundamento únicamente así: ¿Cuál es la verdadera acusación contra el enemigo, y quiénes con nombres, pelos y señales forman el enemigo? Porque vea, Héctor, entre usted y yo, aquí a solas, yo me temo que en
el fondo se trate de que tales o cuales individuos se han vuelto antipáticos a los ojos de otros porque han hecho alarde de tales o cuáles cosas. (...) Usted me dice que ellos son los malos y que han ejercido una influencia nociva en el ambiente. Esto yo no puedo apreciarlo desde aquí y sería realmente lo más grave. Pero ¿qué influencia pueden ejercer personas que usted mismo pinta como alejadas de toda realidad actual, y aún poco varoniles y poco dispuestas a “entrarle a la vida”? No sin ironía, Reyes -que ha ido administrando las alabanzas con los reproches a lo largo de la carta- termina agradeciendo el envío de un libro de Pérez Martínez que cae dentro de esa zona estética en que también caen lo culterano, lo gongorino, lo mallarmeano y “lo contemporáneo”! Fieles a la “originalidad universal de México”, Reyes detecta en los Contemporáneos la paradoja de su nacionalismo que sólo podía asumirse en términos de descastamiento y que la leyenda forjada por la molicie de sus antagonistas resolvería en enjuiciamientos mondos y condenatorios. Reyes sentía que entre el grupo hay muchos que hacen esfuerzo de mexicanismo: Abreu Gómez aunque entiendo que ahora pelea del lado de usted, fue asiduo de los “contemp”; Ortiz de Montellano ha dado una nota de lirismo bien nacional. Genaro, que aunque él no quiera fue el pontífice máximo, tiene ahí sus libros en abono. Torres Bodet, Novo y Villaurrutia se han ocupado mucho de arte y letras mexicanas. Y el que en alguno se note tal o cual influencia de maestros extranjeros no es un delito ciertamente. ¿Quién no recibe influencias? ¿Qué ser no vive en simbiosis con un ambiente? Las pequeñas estadísticas que hemos visto sobre la revista Contemporáneos no sólo comprueban la elección de este compromiso -del que Ortiz de Montellano no se atreve a decir el nombre- sino una sistematización que destaca el carácter nada veleidoso del asunto de México dentro de su proyecto. En efecto, a lo largo de sus 43 números están presentes, como materia de estudio, Sor Juana, Juan Ruiz, Sigüenza y Góngora, Puga y Acal, Peón Contreras, el Chilam Balam, los “Antiguos cantares mexicanos”, nuestros modernistas, González Martínez, Carlos Chávez, Azuela, Diego Rivera, leyendas populares mexicanas, Rodríguez Lozano, Pellicer, etc. En el aspecto histórico se dedicaron estudios serios a la Conquista, al Porfiriato, al mundo prehispánico y a la Revolución; se levantaron los primeros mapas sentimentales del país (Tasco, Xochimilco), los primeros intentos ecológicos por la defensa de la fauna mexicana; publicó uno de los primeros estudios sobre lingüística mexicana, etc. Pero, dentro del cuerpo de la revista, el aspecto mexicano más importante (después, claro está, de las letras) radica en los primeros atisbos por plantear una filosofía mexicana. Contemporáneos, por ejemplo, dejó muy claramente establecida su postura ante el imperialismo norteamericano que, a finales de los veintes ya se había revelado como una constante de su historia: Alfonso Casal, redactor de la revista, advierte que en la poesía de Waldo Franck se desliza “un oscuro ideal de Norteamerica: la brillante tesis de peligrosa
economía política que debe el norte cumplir en Iberoamérica para alcanzar el desarrollo integral de su complicado sentido social” y que llega a proponer una necesaria cautela ante ese país que “ya desea asumir el papel de mentor continental” apoyado en su técnica y en su tesón laboral. El análisis de Casal de la cultura norteamericana terminaba proponiendo que “su rasgo final es su biología hedonista, su cuerpo biológico senso-afectivo, como el del Babbit de Lewis. Es un país tan poderoso que el mundo, ante él, se siente transitoriamente vencido. Es su hora. Mas cabe abrigar la esperanza, para bien de nuestra hispanoamérica, de que este instante no adquiera demasiada duración.”(37) El Dr. Gastélum asume el programa de la revista en una frase que se repite de continuo: “Hagamos un nuevo país dándole, junto a la conciencia de su articulación, el programa de su existencia”.(38) Pero corresponde a Samuel Ramos el intento más enérgico por afinar el problema de la nacionalidad: propone que si nuestro nacionalismo reciente falsea, nuestro europeísmo es de invernadero “no porque su esencia nos sea ajena, sino por la falsa relación en que nos hemos puesto con la actualidad de ultramar”. Ramos considera que México debe revisar las condiciones en las que nuestra herencia europea se relaciona con nuestras “nuevas circunstancias”. Cree necesario reconsiderar el hecho de que una minoría de clase media y alta “siga siendo el eje de la historia nacional”, es decir, que nuestra “cultura criolla” siga siendo la fuente de nuestra única “tradición de alta cultura”. Ramos revisa entonces nuestro origen novohispano, la religiosidad heredada contra la que luchó la Reforma, el fracaso del positivismo “que sólo sirvió para ascendrar la pertinencia histórica de la minoría criolla” y la rebelión del Ateneo por “extender y renovar la cultura en un afán por levantar la calidad espiritual del mexicano” con apoyo de la filosofía europea y en pos de una filosofía básica propia del mexicano. Para Ramos -como para Cuesta- la Revolución no impidió que la cultura estuviera en manos de una minoría, pero sí sirvió para que esa minoría se diera cuenta de la urgencia de crear una clase culta más amplia y más analítica. El Ateneo atacó el utilitarismo, amplió la vida intelectual y sostuvo “el impulso creador de nuestra raza”. Ramos critica a quienes acusaron a estos primeros intentos de estar aislados del resto del país sin entender que “defendían un fermento de vida: Jamás es desprecio al país lo que hace un intelectual ya que, cuando quiere expresarse tiene que hacerlo en un lenguaje propio que no ha creado todavía el suelo americano y que sólo puede venirle de sus maestros europeos”. Ramos niega que nuestro europeísmo sea “frívolo estar a la moda o mimetismo servil” y propone que es “estimación de los valores efectivos de la vida humana y deseo de entrar al mundo que los contiene”. Un nacionalismo excluyente y xenófobo “es signo de una inferioridad que nos condenaría a no salir nunca de los horizontes de la patria, a no poder acercarnos a una comunidad más vasta de hombres”. La voluntad universalista -concluye- se encuentra expresada en “nuestros más valiosos pensadores y es leit-motiv de nuestra cultura criolla.”(39) La línea del “universalismo” de Ramos y Cuesta, formalizada en sus ensayos y polémicas, marca la línea editorial de Contemporáneos desde un principio del mismo modo en que postula que el meollo de tal universalismo es la crítica. La conducta de la revista, en ese sentido, se asemeja igualmente a la de su mentora, la Revista de Occidente, y ambas
se hermanan en esta actitud cautelosa ante la creciente energía de los países más desarrollados (Alemania para la de Ortega; Norteamérica y Francia para la de Ortiz de Montellano) por ejercer esas formas de la descalificación histórica que suelen imponer -en un gesto de interés mal canalizado- desde su aparente interés por el folklore, las diferencias y, en una palabra, el exotismo de las más débiles. De esa manera, tanto la revista española como la mexicana intentan sacudirse los estereotipos reduccionistas de las culturas dominantes a cada momento. La violencia, que solía vaciarse en ironía y despecho cuando ya no había más remedio, con la que españoles y mexicanos reaccionan ante el poderío de sus antagonistas es muy semejante. “¡He aquí a otro yanqui que viene a explicarnos qué somos y por qué somos así!“, se queja Ortiz de Montellano. Pero el mismo afán de universalismo es el que también los lleva a reaccionar con gusto cuando advierten que un extranjero ha percibido en su justo valor un aspecto de nuestra cultura. Contemporáneos no tuvo reticencias en este sentido y publicó a cuantos extranjeros se acercaron a México con una curiosidad que iba más allá del espíritu antropológico que, por definición, es aislacionista y exotista. Así, tradujeron poesía de James Fiebleman, narrativa de Waldo Franck y de D.H. Lawrence y ensayos de Ricard y Schons, todos sobre México o mexicanos. Tan importante, dentro de la política de traducciones, como publicar material extranjero sobre México, lo fue, claro está, la necesidad de traducir material determinante de lo que hacían europeos y norteamericanos. Sin embargo hay que concluir que la curiosidad sobre el país fue una línea determinante de la revista y que esa curiosidad no se articula por capricho, a tal grado que toda traducción cabe, con el resto de material, dentro del mismo afán: saber qué somos, pero también cómo nos observan otros y, claro, qué somos en oposición a otros. Revista “nacionalista”, Contemporáneos considera como factor integral de la nacionalidad a todo lo que desde otras voces, otros ámbitos, colabora a poner en duda aquello que creemos determinante para entendernos. Se trata de d e c e p c i o n a r -en términos de Cuesta- las ideas fijas que el nacionalismo radical patrocinaba y la mejor manera de hacerlo fue con una revista que, entre sus objetivos fundamentales, jamás se esforzó por ser nacionalista y quizá, por lo mismo, fue que consiguió serlo en tan importante medida.
7. “News from abroad”, july, 1931, p. 53. 8. 11, 2, winter 1929. 9. Marzo-abril de 1929, p. 32 10. La revue mondiale, 15 de marzo de 1931, p. 79. 11. Enero-febrero de 1930, Madrid. Firma la nota Miguel Pérez Ferrero. Septiembre 15 de 1928. 12. Citado por Ortiz de Montellano, Contemporáneos 21, febrerode 1930, p. 149. 13. Septiembre 15 de 1928. 14. “El libro sobre la mesa”, El Universal Ilustrado, septiembre 27 de 1928, p. 52. 15. Xavier Villaurrutia en persona y en obra,
p. 75. 16. “Octavio G. Barreda”, Sala de retratos, p. 47.
17. “Jorge Cuesta y el nacionalismo mexicano”, Revista de la Universidad, 8, abril de 1965, p. 27. 18. Citado por Carballo, “Salvador Novo”, México en la cultura 490, agosto 3 de 1958. 19. “¡Existe el teatro mexicano?“, El Universal Ilustrado, 2 de marzo de 1922, p. 16. 20. “Épica y economía”, Contemporáneos 5, octubre de 1928, p. 209. 21. “Morfología de La rueca de ave”, Contemporáneos 25, junio de 1930, pp. 247-248. La paradoja del camello de Borges es la que propone que EI Corán no incluye jamás un camello pues, al considerarlo tan propio, no se molesta en destacarlo. 22. “Mexican curious, La vida en México en el periodo presidencialde Lázaro Cárdenas, p. 53. 23. Años contra el
tiempo, p. 404. 24. “Notas de conversación”, Contemporáneos 18, noviembre de 1929, p. 335. 25. “Notas de la provincia”, Nuestro México 5, julio de 1932, p. 6. 26. “Conversación en un escritorio” (entrevista de Febronio Ortega), Revista de revistas, 10 de abril de 1932, pp. 24-25. 27. op. cit. p. 27. 28. Cfr. “¿Existe una crisis en nuestra literatura de vanguardia?“, números 775-779 (marzo-abril de 1932). 29.Carta recogida en “México, Alfonso Reyes y los Contemporáneos”, recopilación de Miguel Capistrán, Revista de la Universidad. 30. Carta a Genaro Estrada en Clásicos, modernos, románticos, p. 178. 31. Carta a Reyes, ibid. p. 169. 32. Poemas y ensayos. II,
pp. 96-97.
33. Id. pp. 100-101. 34. “Escaparate”, El Nacional, 2 de mayo de 1932 (recogido en “México, Alfonso Reyes y los Contemporáneos”). 35. Ibid. p. 36. ibid. p.
X. XI. (Carta de Reyes).
37. “Norteamérica, paradigma continental”, 35, abril de 1931, p. 93.
38. “Espíritu del héroe”, junio de 1928, p. 14 39. “La cultura criolla”, julio-agosto de 1931, pp. 78-82. una crisis...?” abril de 1932, p. 18.
40. “¿Existe
Notas
1. En 1938, por ejemplo, Rafael López, en entrevista con Salazar Mallén, declara: “El grupo Contemporáneo nada deja en la historia literaria de las letras de México (sic); mejor dicho, deja la prueba de cómo puede una generación extraviarse cuando la mueven impulsos cobardes, Pasiones artificiales, el desprecio de lo nuestro y el vasallaje alo inferior extranjero” (Hoy, 31-X11-1938, p, 7). En 1976 la revista Plural, segunda época, publica
un “ensayo” en el que un joven declara: “Yo pienso que el grupo Contemporáneos constituye un retroceso estético, pero sobre todo; ético, ante los logros y las puertas abiertas, los caminos propuestos por el estridentismo”. (Plural 62, noviembre de 1976, p. 55. Esta última declaración cabe dentro de la tendencia, observable de unos años acá, de reconsiderar a los estridentistas como antecesores de la “literatura comprometida”. 2. Cfr. Edward J. Mullen: “Critica1 reactions to the revista Contemporáneos”, Hispania 54, march 1971, pp. 145-149. 3. “Tablero” (posiblemente redactado por García Monge), XVII, julio de 1928, p. 48. 4. Nosotror, LXI. 282, septiembre de 1928, p. 449. 5. Georges Pillement, “Revues et journaux de l’Amerique Latine”, XVI, aout 1928, p. 175. 6. “The Mexican Literary Revolution”, 22 de mayo de 1931, p. 24.
37