Mark Strand- Poemas, Poemas, selección COMIENDO POESÍA La tinta se resbala de las comisuras de mi boca. No hay felicidad como como la mía. He estado comiendo poesía. La bibliotecaria no cree en lo que ve. Sus ojos están tristes y camina con las manos en los bolsillos. Los poemas ya no están. La luz es opaca. Los perros están en el sótano y suben. Sus ojos se desorbitan, sus blancas patas queman como la maleza. La pobre bibliotecaria se pone a patear el suelo y llora. Ella no entiende. Cuando me arrodillo y lamo su mano, ella grita. Soy un hombre nuevo. Le gruño y ladro. Retozo alegremente en la libresca penumbra.
NUEVO MANUAL DE POESÍA Si un hombre entiende un poema, tendrá problemas. Si un hombre vive con un único poema, morirá solo. Si un hombre vive con dos poemas, le será infiel a uno. Si un hombre concibe un poema, tendrá un hijo menos. Si un hombre concibe dos poemas, tendrá dos hijos menos. Si un hombre se pone una corona sobre su cabeza cuando escribe, será descubierto. Si un hombre no se pone una corona sobre su cabeza cuando escribe, no se engañará más que a sí mismo. Si un hombre se enfurece leyendo un poema, será despreciado por los hombres. Si un hombre continúa enfurecido con un poema, será despreciado por las mujeres. 1
Si un hombre condena públicamente la poesía, sus zapatos se llenarán de orina. Si un hombre abandona la poesía para ser poderoso, será muy poderoso. Si un hombre alardea de sus poemas, será amado por los tontos. Si un hombre alardea de sus poemas y ama a los tontos, dejará de escribir. Si un hombre reclama atención por sus poemas, será como un idiota bajo la luz de la luna. Si un hombre escribe un poema y elogia el poema de un amigo, él tendrá una hermosa amante. Si un hombre escribe un poema y elogia en demasía el poema de un amigo, él alejará de sí a su amante. Si un hombre se apropia del poema de otro, su corazón será dos veces más grande. Si un hombre deja ir a sus poemas desnudos, tendrá miedo a la muerte. Si un hombre tiene miedo a la muerte, será salvado por sus poemas. Si un hombre no le tiene miedo a la muerte, puede o no puede puede ser salvado salvado por sus poemas. poemas. Si un hombre termina un poema, él se bañará con el vacío despertar de su pasión y será besado por la página en blanco.
MI HIJO Mi hijo mi único hijo, aquel que nunca tuve, sería un hombre hoy. Se mueve en el viento, incorpóreo, sin nombre. Algunas veces él viene y apoya su cabeza, más leve que el aire, sobre mi hombro y le pregunto, Hijo, ¿dónde estás, dónde te escondes? Y él me responde 2
Si un hombre condena públicamente la poesía, sus zapatos se llenarán de orina. Si un hombre abandona la poesía para ser poderoso, será muy poderoso. Si un hombre alardea de sus poemas, será amado por los tontos. Si un hombre alardea de sus poemas y ama a los tontos, dejará de escribir. Si un hombre reclama atención por sus poemas, será como un idiota bajo la luz de la luna. Si un hombre escribe un poema y elogia el poema de un amigo, él tendrá una hermosa amante. Si un hombre escribe un poema y elogia en demasía el poema de un amigo, él alejará de sí a su amante. Si un hombre se apropia del poema de otro, su corazón será dos veces más grande. Si un hombre deja ir a sus poemas desnudos, tendrá miedo a la muerte. Si un hombre tiene miedo a la muerte, será salvado por sus poemas. Si un hombre no le tiene miedo a la muerte, puede o no puede puede ser salvado salvado por sus poemas. poemas. Si un hombre termina un poema, él se bañará con el vacío despertar de su pasión y será besado por la página en blanco.
MI HIJO Mi hijo mi único hijo, aquel que nunca tuve, sería un hombre hoy. Se mueve en el viento, incorpóreo, sin nombre. Algunas veces él viene y apoya su cabeza, más leve que el aire, sobre mi hombro y le pregunto, Hijo, ¿dónde estás, dónde te escondes? Y él me responde 2
con aliento frío, Nunca te diste cuenta cuenta aunque llamé y llamé y sigo llamando desde un lugar lejano, más allá del amor, donde nada, todo, quiere nacer.
Mark Strand / Cuatro poemas
La poesía narrativa Ayer, en el supermercado, alcancé a oír a un hombre y a una mujer que discutían acerca de la poesía narrativa. Decía ella: “A lo mejor todos los poemas llamados narrativos no pasan de ser ser irónicos y sus acontecimientos acontecimientos revelan revelan nada más lo empobrecidos que que estamos, en qué medida vivimos, como utopistas sin esperanzas, esperanzas, para el fin. Muestran que a nuestras vidas las invalidan nuestras necesidades, sobre todo la necesidad de continuar. He acabado creyendo que la narrativa nace del aborrecimiento a uno mismo.” Dijo él: “Lo que me inquieta es la narrativa que no proporciona un marco coherente para medir la transición transición temporal o espacial, espacial, la narrativa donde el héroe viaja, viaja, creyendo avanzar cuando que en verdad esta quieto. El se vuelve el único empalme, la encarnación de la narración, su terrible autoengaño, autoengaño, la pesadilla de su propia irrealidad.” Quise recordarles que el poema narrativo ocupa el puesto de un relato ausente y se la pasa absorbiendo la ausencia de éste, por así decirlo, y al mismo tiempo abandonando su propia presencia a las atroces soledades del olvido. El relato ausente es aquel, quise decirles, en el cual nuestro destino está escrito. Pero antes de que pudiera hablar ya se habían ido. Al llegar a casa, mi hermana me estaba esperando, sentada en la sala. Le dije: “Sabes, manita, se me acaba de ocurrir que algunos poemas narrativos se mueven tan de prisa que no hay manera de guardar su paso y no queda sino imaginar su marcha. Parecen los más vivos y son los menos reales.”“Sí -contestó mi hermana-, pero ¿no has pensado que algunos poemas narrativos van tan despacio que nos la pasamos adelantándonosles, adelantándonosles, imaginando lo que podrían ser? ¿ni se te ha ocurrido que éstos tienden a ser escritos 3
en la juventud?” Luego recordé aquel verano en Roma, cuando me convencí de que los relatos en que interviene la memoria se frustran solos. Hacía calor y me di cuenta de que la memoria es un monumento en memoria de sucesos que no lograron sostenerse hasta el presente; de ahí que la memoria esté teñida de lástima y que su música siempre suene a endecha. Entonces sonó el teléfono. Era mi madre, para preguntarme qué hacía. Le conté que estaba trabajando en una narración negativa: la que se niega a empezar porque el comienzo carece de sentido en un universo infinito, y se niega a acabar por la misma razón. Toda ella es un tramo central reprimido, una conjunción inenunciable e inagotable. “Fíjate, mami -dije-, es como la narrativa que se rehúsa a enmascarar la esencial y universal quietud, de modo que restringe sus comentarios a lo que nunca sucede.” Mi madre dijo entonces: “Tu papi me hablaba mucho de la poesía narrativa. Decía que era una mujer vestida de largo y que llevaba flores. La roja cabellera caía leve sobre sus hombros. Decía que la poesía narrativa solía pasar en primavera y hacía intervenir a un hombre. La mujer se acercaba a su casa, hacía una seña al hombre con la mano y dejaba caer las flores. Esto -continuó mamá- parecía indicar la falta de objeto de la poesía narrativa. Dondequiera que estuviese la mujer, sembraba simientes de desapego.” “Mami -arriesgué-, lo que llamamos narrativa no es más que sumisión a las insufribles pretensiones del predicado con respecto al futuro; fomenta la prolongación, florece en otro predicado. ¿No crees que las nociones de cierre descansan en nuestro anhelo de un predicado yermo?” “Tienes toda la razón -dijo mi madre-, no hay otra manera de ver esto.” Y colgó.
Miedo a la noche según Leopardi Alceto: Déjame contarte, Meliso, pues ahora, al ver la luna, recuerdo lo que soñé anoche. Estaba en la ventana, mirando al cielo y de pronto la luna se caía. Directa, sobre mí, más cerca siempre y más, hasta estrellarse como un tazón, al lado de la casa. Entonces echó a arder, luego silbó como un ascua que tirases al agua. Ennegreció, se achicharró la hierba y así se apagó la luna. Pero no fue esto sólo, pues al mirar a lo alto vi un boquete en lo negro. 4
Era el agujero dejado por la luna al caer desde el cielo. Como te lo cuento, Meliso. Me aterraba, y aún sigo. Meliso: ¿Y cómo no has de estarlo? Al fin y al cabo, la luna pudiera caerse cualquier día. Alceto: Es verdad, ahí tienes las estrellas; todo el verano están cayéndose. Meliso: Pero es que estrellas hay montones y si caen unas cuantas nada importa. Quedan siempre millares. Sólo que luna no hay más que una en el cielo y nadie la vio caer si no fue en sueños.
Se la vita è sventura...? para Charles Wright ¿Dónde estaba escrito que hoy me asomaría a la ventana y, por ser verano, pensaría en aire tibio llenando altas salas flotantes de árboles con los olores mal casados de hierba y alquitrán; que dos abejas alocadas darían vueltas persiguiéndose a la sombra, que un muro de nubes borrascosas se elevaría al este, que hoy -precisamente hoy- un hombre, afuera, recobraría aliento. donde pudo ser visto y, echando atrás la cabeza, dejaría escurrirle dorada luz por la cara vuelta a lo alto y que un desconocido que surgió quién sabe de dónde, de súbito sacando una navaja lo rajaría, del vientre al esternón, haciendo que aquel momento ante mi casa le fuera el último? ¿Dónde estaba escrito que el mundo, apiadador a fin de cuentas, se abriría para dejar pasar la forma borrosa del asesino que huía de allí, en tanto la víctima, caída de rodillas ya, sentiría el calor de su ser entero volverse una nube breve, traslúcida, deshilachándose apenas formada? ¿Que dos ojos sin vista sustituirían su mirada de asombro; que pese a su voluntad -me pareció- de sobrevivir, entrar nuevamente en la inalcanzable esfera de la luz, continuaría cayendo y los vecinos, empezando a llegar, acecharían lo oscuro de su cuerpo, al mirarlo desplomarse en su herida, como una mosca o mota, tornarse parte infinitesimal de la noche, donde la deriva de sueños y las ruinas de estrellas, con el mismo destino, obedeciendo iguales reglas, al descender, se asemejan? ¿Dónde estaba escrito que aquella noche se extendería inscribiéndose oscuramente por doquier o, puesta así la cosa, dónde estaba escrito que nacería a mí mismo una y otra vez, como ahora mismo, como todo en este instante, 5
y sentiría el caer de la carne en el tiempo, la sentiría girar sin ruido, lenta, como enderezándose, hasta quedar como es debido?
Cento Vergilianus Y así, pasando bajo la bóveda del ancho cielo, empujados por tormentas y mares encrespados, llegamos, preguntándonos a cuál orilla del mundo éramos arrojados. Un aullar de perros se oía entre el crepúsculo, y sobre las tumbas el ruido mugiente que hace un fuego de hierbas cuando el viento lo azota; y más tarde, desde patios gélidos, se alzaron los lamentos agudos de mujeres hacia las calladas estrellas de oro. Primero no echamos a faltar las ciudades de que partimoslas casas pintadas de rosa y verde, los cisnes comiendo entre las cañas del río, los aguaceros de luz veraniega barriendo las tierras de pastos. ¿Y si hubiésemos esperado hallar a Apolo aquí, entronizado al fin, y si un frío crispante nos helara hasta el hueso? Habíamos llegado adonde todo llora por cómo marcha el mundo. Mark Strand (Isla Prince Edward, Canadá, 1934), Traducción de Gerardo Deniz, Revista Vuelta 140, México, 18 Julio de 1988 (Gentileza de Liliana García Carril)
La hora tardía (Mark Strand) Un hombre va camino a la ciudad, mientras que detrás suyo sopla una débil brisa que huele a tierra y al verdor desnudo de los árboles. Él va arrastrando el peso de su pasión como si nada hubiese terminado, como si la mujer, que ahora está en la cama acurrucada al lado de su amante, lo siguiera queriendo. Ella está aún despierta, y mira cómo las cicatrices de la luz se quedan atrapadas en los cristales. Él viene a su ventana y se pone a llamarla; se la pasa llamándola toda la noche pero no pasa nada. Va a volver a pasar, él va a ir a buscarla donde quiera que esté. Se va a apostar de nuevo bajo su ventana y se va a imaginar que sus ojos se abren en la oscuridad, 6
va a ver cómo se acerca a la ventana y mira para abajo. Ella va a estar despierta una vez más al lado de su amante y va a escuchar su voz que llega de algún lado en medio de lo oscuro. Es la hora tardía una vez más, la luna y las estrellas, heridas de la noche que sanan sin un ruido, de nuevo el luminoso viento de la mañana que viene antes que el sol. Y, finalmente, sin esperarlo ni desearlo, el desenlace solitario y anodino.
La llegada de la luz (Mark Strand) Mejor tarde que nunca: la llegada del amor, la llegada de la luz. Te despertás y hay velas ya encendidas, los astros se conflagran, los sueños se derraman en tu almohada y envían cálidos aromas de aire. Mejor tarde que nunca, cada hueso del cuerpo resplandece y el polvo de mañana destella en el aliento.
Lo que queda (Mark Strand) Me vacío de los nombres de los otros. Vacío mis bolsillos. Vacío mis zapatos y los dejo al lado del camino. Cuando se hace de noche atraso los relojes. Abro el álbum de fotos familiares y me miro de chico. ¿De qué sirve? Las horas hicieron su trabajo. Digo mi propio nombre. Me despido. A las palabras se las lleva el viento, volando una tras otra. Yo amo a mi mujer, pero quisiera que se fuera lejos. Mis padres se levantan de sus tronos, y suben a las lácteas estancias de las nubes. ¿Cómo voy a cantar? El tiempo me revela lo que soy, y cambio y soy el mismo. Me vacío de mi vida y aún me queda mi vida.
Llegar a esto (Mark Strand) Hicimos lo que se nos dio la gana. Nos libramos de sueños, prefiriendo la industria pesada de cada uno, y le abrimos las puertas al dolor 7
y al hábito imposible de quebrar lo bautizamos “ruina”. Ahora estamos acá. Está lista la cena y no podemos comer. La carne está apoyada sobre ese lago blanco que es el plato. El vino espera. Llegar a esto tiene sus recompensas: nada se nos promete y nada se nos quita. Y no tenemos corazón ni gracia que nos salve, ningún lugar adonde ir, ni tampoco razón para quedarnos.
Vos decís (Mark Strand) Está todo en la mente, vos decís, y no guarda ninguna relación con la felicidad. Pueden venir el frío o el calor, pero la mente tiene todo el tiempo del mundo. Vos me tomás del brazo y me decís que algo está por pasar, algo insólito, para lo que siempre estuvimos preparados, igual que el sol que llega después de un día en Asia, o la luna que parte tras pasar una noche con nosotros.
La noche, el porche (Mark Strand) Mirar fijo el vacío es aprender de memoria el lugar hacia donde seremos arrastrados, y desnudarse al viento es sentir lo inasible en algún lugar, cerca. Los árboles se pueden agitar o estar quietos. El día o la noche pueden ser lo que quieren ellos. Lo que deseamos, más que una estación o un clima, es la comodidad de ser extraños, aunque sea para nosotros. Ése es el quid de la cuestión. Incluso ahora pareciera que estamos esperando algo, que con su aparición se esfumara. El sonido de unas hojas que caen, o quizá de una sola, o menos, todavía. Lo que hay para aprender es infinito. El libro nos dice todo eso pero jamás fue escrito con nosotros en mente.
Cuando las vacaciones se hayan terminado de una vez (Mark Strand)
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Va a ser extraño darnos cuenta al fin de que esto no podía continuar para siempre, la voz confiada que nos repetía una y otra vez que nada iba a cambiar, y recordar, también, puesto que para entonces todo habrá terminado, lo que teníamos, la forma en que perdíamos el tiempo como si no quedara otra cosa que hacer, cuando, en un fogonazo, cambió el clima y el aire altivo se volvió de pronto insoportablemente denso, soplaba un viento mudo, y las ciudades parecían de ceniza, y saber, además, lo que no sospechábamos, que era algo parecido al verano más augusto, excepto que las noches eran más templadas, y que las nubes daban la impresión de brillar, y aun así, porque no habremos cambiado demasiado, preguntarnos qué habrá de ocurrir con las cosas, y quién va a quedar para hacer todo de nuevo, e intentar de algún modo, aunque aún no podamos, descubrir qué fue lo que salió tan mal, o la razón de que estemos muriéndonos.
La buena vida (Mark Strand) Estás parado junto a la ventana. Afuera hay una nube de vidrio que parece un corazón. Los suspiros del viento son como cuevas entre tus palabras. Sos el fantasma en ese árbol de afuera. La calle está en silencio. El tiempo, de la misma manera en que el mañana y que tu vida, parcialmente está acá, parcialmente en el aire. No podés hacer nada. La buena vida llega sin aviso: erosiona los climas de la desesperación y se presenta, a pie, de incógnito, sin ofrecerte nada, y vos estás ahí.
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Para Jessica, mi hija (Mark Strand) Esta noche, salí a caminar cerca de casa, y tuve miedo no del camino sinuoso que tomé en el amor y el ego, sino más bien de lo oscuro y lo lejano. Anduve oyendo el viento y percibiendo el frío, pero a mí me afligían las estrellas que ardían en el gran arco del cielo. Jessica, es más sencillo concebir nuestras vidas andando entre el efímero resplandor de las hojas, disfrutando de aquello que tenemos, que pensar cómo será posible que unos seres como nosotros, tan pequeños, puedan atravesar lo oscuro sin buscar algún rumbo visible o un destino. Sin embargo, recuerdo que hubo veces en que debajo de ese mismo cielo cada hueso del cuerpo se hizo luz y la herida del cráneo se abrió para que entrara el cosmos con sus fríos rayos, y fueron, un instante nada más, ellos mismos el cosmos; hubo veces en que llegué a creer que éramos hijos de las estrellas, que nuestras palabras estaban hechas de ese mismo polvo que flamea en el espacio; aquellas veces sentía en lo incorpóreo del aliento que el peso de un día entero se apoyaba. Sin embargo, esta noche es diferente. Con miedo de las sombras en que andamos o desaparecemos por completo, me imagino una luz que no permita que vaguemos muy lejos; una luna secreta o un espejo; alguna hoja de papel, o algo que puedas llevar por lo oscuro cuando yo ya no esté.
De festejo (Mark Strand) Te sentás en tu silla, sin que nada te toque, sentís como tu vieja persona se transforma en una nueva, e imaginás tan sólo la paciencia del agua, el tedio de la roca. 10
Te ponés a pensar que el silencio es la página sobrante, pensás que nada es bueno ni malo, ni siquiera la oscuridad que llena la casa mientras vos mirás desde tu silla. Ya has visto suceder lo mismo antes. Tus amigos pasan por la ventana, con las caras manchadas de remordimiento. Vos querés saludarlos pero sos incapaz de levantar la mano. Te sentás en tu silla. Contemplás cómo la yerbamora envuelve con su red venenosa la casa, y sentís en la boca el gusto de la miel de la ausencia. Es el mismo donde quiera que estés, el mismo si la voz se pudre antes que el cuerpo, o si acaso es el cuerpo el que se pudre primero que la voz. Vos sabés que el deseo conduce únicamente al sufrimiento, y el sufrimiento lleva a la satisfacción, que conduce al vacío. Sabés que esto es diferente, que esto es el festejo, el único festejo, y que al abandonarte de esta forma a la nada vas a sanar. Sabés que hay alegría en sentir tus pulmones prepararse para un futuro de cenizas, así que te quedás mirando y esperando mientras se asienta el polvo, y las horas milagrosas de la infancia se pierden en la oscuridad.
En memoria de Joseph Brodsky (Mark Strand) Se podría decir, incluso acá, que lo que queda del yo se desenrolla y forma una luz evanescente, y se adelgaza como el polvo y va a un lugar en donde el saber y la nada se funden y atraviesan entre sí; que se mueve, aún desenrollándose, a través de la bóveda de la agotada claridad, y sigue adelante con rumbo a un lugar que quizá jamás pueda encontrarse, en donde lo indecible, finalmente, se dice una vez más, pero con suavidad, rápidamente, como lluvia azarosa que cae durante el sueño, que uno se imagina que cae durante el sueño. Lo que queda del yo se desenrolla sin cesar, dado que ningún límite es capaz de contenerlo: ni ese límite informe que hay entre nosotros, ni ese otro que cae entre tu cuerpo y tu voz. Joseph, querido Joseph, esos recordatorios repentinos de que estuviste alguna vez, los lugares y épocas cuya vida mejor fue la que vos les diste, ahora parecieran fantasmas en tu estela. Lo que queda del yo se desenrolla delante de nosotros, para quienes el tiempo no es más que una medida del durante, y el futuro no es más que un etcétera etcétera… pero veloz y para siempre.
La historia (Mark Strand) 11
Es la historia de siempre: quejarse de la luna que se hunde en el océano, de las estrellas que se apagan con la primera luz, del césped húmedo de rocío, del césped que se tiñe de plata, del frío césped. Sigue y sigue: un hombre mira fijo su sombra y dice que es él mismo hecho ceniza que se desprende y cae, y dice que en verdad sus días son los agujeros negros que hay en el espacio. Pero no es cierto nada de esto. Vos sabés de cuál hablo: es la de los minutos que agonizan, las horas y los años; es la historia que cuento sobre mí, sobre vos, sobre todos los demás.
De la fiesta larga y triste (Mark Strand) Alguien decía algo sobre cómo las sombras cubren el campo, sobre cómo pasan las cosas, sobre cómo se duerme en dirección a la mañana, y la mañana pasa. Alguien decía cómo el viento amaina, pero luego vuelve, cómo los caracoles son ataúdes del viento, pero el clima persiste. Fue una noche muy larga y alguien dijo algo sobre cómo la luna baña con su luz blanquecina el frío campo, y que no había nada en el futuro sino más de lo mismo. Alguien habló de una ciudad en la que había estado antes de la guerra, de un cuarto con dos velas contra una pared, de alguien que bailaba, de alguien que miraba. Empezamos a creer que la noche no iba a terminar. Alguien decía que la música se había acabado y nadie se había dado cuenta. Entonces alguien dijo algo sobre los planetas y sobre las estrellas, sobre qué chicos son, y qué lejanos.
La predicción (Mark Strand) Esa noche, la luna rielaba en el estanque, transmutando las aguas en leche, mientras bajo 12
las copas de los árboles, los árboles azules, marchaba una mujer, que de repente vio ante sí su futuro: la lluvia que caía sobre la tumba de su marido; la lluvia cayendo en los jardines de sus hijos; su boca que se llenaba de aire frío; desconocidos mudándose a su casa; un hombre que, en su cuarto, escribía un poema; la luna que rielaba en los cristales; una mujer marchando bajo los árboles, pensando en su muerte, pensando en él pensando en ella; y el viento que soplaba, se llevaba la luna y oscurecía el papel.
The Ghost Ship Through the crowded streets It floats, Its vague Tonnage like wind. It glides Through the sadness Of slums To the outlying fields. Slowly, Now by an ox. Now by a windmill. It moves. Passing At night like a dream Of death, It cannot be heard; Under the stars It steals. Its crew And passengers stare;
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Whiter than bone, Their eyes Do not Turn or close.
El barco fantasma En las calles muy concurridas, flota como el viento es su vago tonelaje. Se desliza entre el dolor de las barriadas pobres y los lejanos campos. Ahora con lentitud cerca de un buey, o junto a un molino ahora, se mueve. Pasa en la noche como un sueño de muerte que no podemos escuchar. A escondidas va bajo las estrellas. y los pasajeros y marinos miran fijamente; sus ojos más blancos están que los huesos. No giran a ningún lado ni se cierran.
Moontan for Donald Justice
The bluish, pale face of the house
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rises above me like a wall of ice and the distant, solitary barking of an owl floats toward me. I half close my eyes. Over the damp dark of the garden flowers swing back and forth like small ballons. The solemn trees, each buried in a cloud of leaves, seem lost in sleep. It is late. I lie in the grass, smoking, feeling at ease, pretending the end will be like this. Moonlight falls on my flesh. A breeze circles my wrist. I drift. I shiver. I know that soon the day will come to wash away the moon’s white stain, that I shall walk in the morning sun invisible as anyone.
Mancha lunar a Donald Justice
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El frente de la casa de un azul pálido se yergue ante mí como un muro de hielo y el solitario, distante aullar de un búho me llega cercano. Entrecierro los ojos. En el oscuro, fresco jardín las flores se mueven de acá para allá como pequeños globos. Los árboles solemnes sepultados por una nube de hojas parecen dormir profundamente. Es ya tarde. Me tiendo en la hierba, prendo un cigarrillo, y en completo reposo me engaño diciéndome que el final será también así. La luz de la luna cae sobre mi cuerpo. La brisa me rodea las muñecas. Me dejo llevar. Tiemblo. Sé que pronto vendrá el día para borrar la mancha blanca de la luna, y que caminaré bajo el sol de la mañana invisible como todos.
Another Place
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I walk into what light there is not enough for blindness or clear sight of what is to come yet I see the water the single boat the man standing he is not someone I know this is another place what light there is spreads like a net over nothing what is to come has come to this before this is the mirror in wich pain is asleep this is the country nobody visits
Otro lugar Entro en la luz que hay no enceguece ni es suficiente para vislumbrar lo que ha de venir sin embargo veo el agua el único bote un hombre que está de pie es alguien que no conozco este es otro lugar la luz que hay cubre como una red la nada 17
lo que ha de venr había sido esto antes: el espejo donde el dolor duerme el país que nadie visita.
My Son (after Carlos Drummond de Andrade)
My son my only son, the one I never had, would be a man today. He moves in the wind, fleshless, nameless. Sometimes he comes and leans his head, lighter than air against my shoulder and I ask him, Son, where do you stay, where do you hide? And he answers me with a cold breath, You never noticed though I called and called and keep on calling from a place beyond, beyond love, where nothing, everything, wants to be born.
Mi hijo
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(a la manera de Carlos Drummond de Andrade)
Mi hijo mi único hijo el que no tuve sería ya un hombre. Descarnado y sin nombre se mueve en el viento. A veces viene y reclina su cabeza más liviana que el aire sobre mi hombro y yo le pregunto, Hijo, ¿dónde te hallas, dónde te ocultas? Y él me responde con un hálito frío, No lo advertías aunque llamé y llamé y continúo llamando desde un lugar lejano, más allá del amor, donde nada, todo, quiere nacer.
Pot Roast I gaze upon a roast, that is sliced and laid out on my plate and over it I spoon the juices of carrot and onion. And for once I do not regret the passage of time.
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I sit by a window that looks on the soot-stained brick of buildings and do not care that I see no living thing –not a bird, not a branch in bloom, not a soul moving in the rooms behind the dark panes. These days when there is little to love or to praise one could do worse than yield to the power of food. So I bend to inhale the steam that rises from my plate, and I think of the first time I tasted a roast like this. It was years ago in Seabright, Nova Scotia; my mother leaned over my dish and filled it and when I finished filled it again. I remember the gravy, its odor of garlic and celery, and sopping it up with pieces of bread. And now I taste it again. The meat of memory. The meat of no change. I raise my fork and I eat.
Asado al caldero Miro la carne que está en rebanadas sobre mi plato y la voy cubriendo con su propio jugo de zanahoria y cebolla. 20
Y por esta vez no me duele el transcurrir del tiempo. Sentado junto a una ventana frente a bloques de edificios negros de hollín no me preocupa no ver ninguna cosa viviente, ni un pájaro, ni un ramaje en flor, ni un alma que se mueva en las habitaciones detrás de los cristales oscuros. En estos tiempos donde hay poco que amar o alabar no es quizás exagerado rendirse al poder de los alimentos. Así, bajo la cabeza y aspiro el aroma que se levanta de mi plato, y pienso en la primera vez que probé un asado igual a éste. Fue hace años en Seabright, Nova Scottia; mi madre se inclinó para llenarme el plato y cuando terminé lo llenó de nuevo. Recuerdo aún el sabor de la salsa, su olor a ajo y apio, y que la chupaba con trozos de pan. Ahora la pruebo de nuevo. La carne de la memoria, la carne que no se altera. Alzo el tenedor para comer.
The Continental College of Beaut y When the Continental College of Beauty opened its doors We looked down hallways covered with old masters And into rooms where naked figures lounged on marble floors. And we were moved, but not enough to stay. We hurried on 21
Until we reached a courtyard overgrown with weeds. This moved us, too, but in a moment we were nodding off. The sun was coming up, a violet haze was lifting from the sea, Coastal hills were turning red, and several people on the beach Went up in flames. This was the start of something new. The flames died down. The sun continued on its way. And lakes inland, in the first light, flashed their scales, And mountains cast a blue, cold shade on valley floors, And distant towns awoke… this is what we´d waited for. How quickly the great unfinished world came into view When the Continental Collge of Beauty opened its doors.
El Colegio Continental de Belleza Cuando el Colegio Continental de Belleza abrió sus puertas, pudimos ver a la entrada muchos cuadros de viejos maestros, y recorrimos salones con esculturas reclinadas sobre los pisos de mármol. Y nos sentimos conmovidos, pero no por mucho tiempo. Más adelante llegamos a un patio que invadía la maleza. Esto también nos conmovió, pero repentinamente cabeceábamos de sueño. El sol estaba saliendo, una bruma violácea surgía del mar. Los cerros de la costa se fueron poniendo rojos, y a varias personas en la playa los alcanzó esa llamarada. Algo nuevo ocurrió entonces: la llamarada cesó. El sol continuaba su rumbo. En los lagos tierra adentro brotaron destellos durante el amanecer. Desde las montañas bajaba una sombre fría y azulada hasta el fondo de los valles, y ciudades lejanas despertaron: esto era lo que esperábamos. Cuán de prisa estuvo ante nosotros el mundo grande e inconcluso cuando el Colegio Continental de Belleza abrió sus puertas.
The end Not every man knows what he shall sing at the end, Watching the pier as the ship sails away, or what it will seem like When he’s held by the sea’s roar, motionless, there at the end, Or what he shall hope for once it is clear that he’ll never go back. When the time has passed to prune the rose or caress the cat, When the sunset torching the lawn and the full moon icing it down
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No longer appear, not every man knows what he’ll discover instead. When the weight of the past leans against nothing, and the sky Is no more than remembered light, and the stories of cirrus And cumulus come to a close, and all the birds are suspended in flight, Not every man knows what is waiting for him, or what he shall sing When the ship he is on slips into darkness, there at the end.
El final Mientras zarpa la nave y observa el muelle ningún hombre conoce la canción que cantará al final ni lo que pasará cuando esté atrapado, inmóvil, entre los rugidos del océano sin posibilidad o esperanza de retorno, allá al final. Cuando no haya más tiempo para podar las rosas o acariciar el gato, y el crepúsculo que enciende el césped y la luna llena que lo refresca no existan, ningún hombre sabrá cómo reemplazarlos. Cuando el peso del pasado se apoye en la nada y el firmamento sea apenas una luz en el recuerdo y las historias de cirrus y cúmulus lleguen a su término y las aves permanezcan suspendidas en su vuelo, ningún hombre sabe lo que le espera, o la canción que cantará cuando la nave donde viaja entre a lo oscuro, allá al final.
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Alfred A. Knopf, New York, 1990.
Mark Strand Traducción de Jordi Doce
I
Hace algunos meses, mi hijo de cuatro años me dio un sobresalto. Se había agachado y estaba limpiándome los zapatos cuando alzó los ojos y dijo: “Mis traducciones de Palazzeschi no van por buen camino.” Retiré el pie de inmediato: “¿Tus traducciones? No sabía que pudieras traducir.” “No me has prestado mucha atención últimamente”, respondió. “He tenido grandes dificultades a la hora de decidir cómo quiero que suenen mis traducciones. Cuanto más atentamente las miro, menos seguro estoy de cómo han de ser leídas o comprendidas. Y, dado que soy un poeta incipiente, cuanto más se parezcan a mis propios poemas, menos probable es que tengan alguna calidad. Trabajo sin cesar, haciendo infinidad de cambios, con la esperanza de llegar por algún milagro a la versión adecuada en un inglés que no soy capaz de imaginar. Ha sido duro, papá.”
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La visión de mi hijo bregando con Palazzeschi hizo que me saltaran las lágrimas. “Hijo mío”, dije, “deberías traducir a un poeta joven, alguien de tu edad, que no haya escrito buenos poemas. De este modo, si tus traducciones son malas, no tendrá importancia.”
II
La maestra de mi hijo en la guardería vino a verme. “No sé alemán”, dijo, mientras se desabrochaba la blusa y el sujetador y los dejaba caer al suelo. “Pero siento la necesidad de traducir a Rilke. Ninguna de las traducciones que he leído me parece muy buena. Si las combinara todas, estoy segura de que podría conseguir algo mejor.” Se bajó la falda. “He leído que Rilke es una especie de Gerald Manley Hopkins en alemán, así que tendré El naufragio del Deutschland a mano. Algo me tiene que influir, a la fuerza. No sé bien qué poemas traduciré, pero me inclino por las Elegías de Duino, pues se parecen más a mis propios poemas. Por supuesto, asistiré a clases de alemán mientras trabaje.” Se quitó las medias. “Bien”, preguntó, “¿qué te parece?” “Eres una de esas personas”, dije, “que piensa que la traducción es una lectura, no del texto original, sino de todas las demás traducciones que están a su alcance. ¿Por qué gastar dinero en clases de alemán si tu traducción se nutre en realidad de traducciones ya publicadas?” Luego, mientras extendía la mano para espantar una mosca de su cabello, proseguí: “Tu estrategia es la del editor: corriges la traducción de otro hasta que suena como tú quieres, sorteando la etapa más importante en la conversión de un poema en otro: el estadio inicial que cifra la originalidad de tu lectura y que consiste en encontrar equivalentes aproximados. Incluso si trabajas con alguien que sepa alemán, no serás más que el editor de esa persona, pues será ella quien dé el primer paso, y, por mucho que racionalice su elección, la habrá hecho de forma intuitiva o automática.” “¿Me estás diciendo que no debería traducir?”, dijo ella. III
“¿Qué sucede?”, le dije al marido de la maestra de la guardería. “He decidido no dedicarme a la traducción a fin de salvar mi matrimonio”, dijo. “Había pensado en traducir los poemas de Jorge de Lima, pero no sabía cómo.” Se secó la humedad del labio superior con un pañuelo de papel arrugado. “Pensé que tal vez una traducción debía sonar como una traducción, de modo que el lector supiera que aquello que estaba leyendo tenía una vida anterior en otra lengua y no había sido concebido en inglés. Pero no era capaz de escribir en un estilo que hiciera pensar al lector que lo que estaba leyendo era mejor cuando aún no había pasado por mis manos. Dignificar el poema a costa de la traducción me parece un procedimiento tan perverso como borrar el original con una traducción. No sólo eso”, dijo, mientras secaba mi labio superior con el pañuelo, y me acariciaba la mejilla con el dorso de su mano, “sino que si el idioma poético dominante de una época determina cómo ha de traducirse un poema (y en general es así), también ha determinar qué poemas deberían ser traducidos. Es decir, en un periodo dominado por un estilo coloquial y de bajos vuelos, las formulaciones barrocas y exhibicionistas no están bien vistas. Así pues, ¿qué debería hacer un traductor? ¿Debería adoptar un estilo antiguo? ¿O ello resultaría en una parodia de la vitalidad, candor y naturalidad del original? Aunque Jorge de Lima es un poeta del siglo veinte, su variedad de modernismo está pasada de moda y no encaja bien con la poesía que se escribe hoy en día. Hasta donde se me alcanza, con sus poemas no se puede hacer nada.” Y acto seguido echó a andar por la calle hasta esfumarse.
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IV
Para huir de este parloteo incesante sobre traducción, me fui a acampar solo en el sur de Utah. Estaba a punto de encender la hoguera cuando un hombre desnudo de cintura para arriba salió de la tienda vecina, se incorporó, y comenzó a cortarse las uñas. “Usted no sabe quién soy”, dijo, “pero yo sí sé quién es usted.” “¿Quién es usted?”, pregunté. “Me llamo Bob”, dijo. “He pasado los veinte primeros años de mi vida en Pôrto Velho y creo que Manuel Bandeira es el gran poeta desconocido del siglo veinte. Desconocido, claro está, en el mundo de habla inglesa. Quiero traducirle.” Luego entrecerró los ojos. “Enseño portugués en la Universidad del Sur de Utah; el portugués es una lengua muy necesaria ya que pocas personas saben que existe. Esto no le va a gustar, pero la poesía norteamericana contemporánea no me interesa y no veo por qué esta circunstancia debería impedirme traducir poemas. Siempre puedo conseguir que uno de los poetas locales le eche un vistazo a lo que he hecho. Para mí, lo que importa es el significado.” Aturdido por sus cejas perfiladas y su fino bigote, le respondí en un tono algo injusto: “Ustedes, los profesores de lengua, son todos iguales. Poseen un conocimiento de la lengua original y tal vez cierto conocimiento del inglés, pero eso es todo. Lo más probable es que sus traducciones sean versiones literales sin resonancia ni personalidad poéticas. Ustedes son los primeros en declarar la imposibilidad de traducir, pero menosprecian cualquier intento de reducir esa dificultad.” Y acto seguido guardé mis cosas, deshice la tienda y regresé a Salt Lake City. V
Estaba en la bañera cuando Jorge Luis Borges tropezó con la puerta. “Tenga cuidado, Borges”, grité. “El suelo es resbaladizo y usted está ciego.” Luego, mientras me enjabonaba el pecho, le dije: “Borges, ¿alguna vez se ha parado a pensar en lo que hay de implícito en una afirmación como ‘Traduzco a Apollinaire al inglés’ o ‘Traduzco a De la Mare al francés’? ¿Es decir, que tomamos la obra fuertemente idiosincrásica de un individuo y la vertemos a una lengua que pertenece a todos y a nadie, un sistema de significados lo bastante general como para permitir no sólo malentendidos sino que se ponga en duda la posibilidad misma de permitir algo más?” “Sí”, me dijo, con aire resignado. “¿Entonces no piensa”, le dije, “que es mejor dejar la traducción de poesía a aquellos poetas que sean dueños de un inglés que ellos mismos se han forjado, y que los profesores de lengua, que se sienten responsables de la lengua no en sus alteraciones sino en su totalidad monolítica, son los peores traductores? ¿No sería mejor concebir la traducción como una transacción entre idiomas individuales, entre, digamos, el italiano de D’Annunzio y el inglés de Auden? Si lo hiciéramos, podríamos acabar con esas discusiones irrelevantes sobre quién ha hecho una traducción correcta y quién no.” “Sí”, dijo. Parecía entusiasmarse. “Digamos, pues”, le dije, “que si la traducción es una suerte de lectura, la asunción o transformación de un idioma personal en otro, ¿no sería posible entonces traducir una obra escrita en la propia lengua de uno? ¿No sería posible traducir a Wordsworth o Shelley a Strand?” “Descubrirá usted”, dijo Borges, “que Wordsworth se niega a ser traducido. Es usted quien debe ser traducido, quien debe convertirse, por mucho tiempo que le lleve, en el autor de El Preludio. Esto fue lo que le sucedió a Pierre Menard cuando tradujo a Cervantes. Él no quería
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componer otro Quijote (lo que sería fácil), sino el Quijote. Su admirable ambición era producir páginas que coincidieran –palabra por palabra y línea por línea– con las de Miguel de Cervantes. El método inicial que concibió era relativamente sencillo: aprender bien el español, abrazar de nuevo la fe católica, guerrear con los moros y los turcos, olvidar la historia europea entre 1602 y 1918, y ser Miguel de Cervantes. Componer el Quijote a comienzos del siglo diecisiete era una empresa razonable y necesaria, tal vez inevitable; a comienzos del veinte era casi imposible.” “No casi”, le dije, “sino totalmente imposible, pues a fin de traducir uno debe dejar de ser.” Cerré los ojos un segundo y me di cuenta de que, si dejaba de ser, nunca podría saberlo. “Borges...” Estaba a punto de decirle que la fuerza de un estilo debía medirse por su resistencia a ser traducido. “Borges...” Pero cuando abrí los ojos, él y el texto al que había sido llamado llegaron a su término.
Yo había sido un explorador polar por Mark Strand
En mi juventud yo había sido un explorador polar y pasado innumerables días y noches congelándome en un blanco lugar y luego en otro. Con el tiempo, dejé mis viajes y me quedé en casa, y ahí creció dentro de mí un súbito exceso de deseo, como si un rayo de luz de los que brillan adentro de un diamante me surcara. Llené una página tras otra con visiones de mi vida, crujientes mares de hielo compacto, glaciares colosales y el blanco fustigado de los icebergs. Entonces me detuve, ya sin nada que decir, y dejé que mis ojos descansaran. Casi al instante, un hombre con sombrero y un abrigo oscuro apareció bajo los árboles que están frente a mi casa. Su forma de mirar directamente enfrente, su forma de pararse, sin cambiar de apoyo, dejando que sus brazos gravitaran
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a los lados, me sugirieron que lo conocía. Pero, al alzar mi mano para saludarlo, dio un paso atrás, se dio la vuelta y comenzó a desvanecerse, como el deseo se desvanece hasta que nada queda de él. ~
Versión de Julio Trujillo
Una mañana por Mark Strand
La he llevado conmigo cada día: aquella mañana en que saqué la barca de mi tío de la caleta oscura con rumbo a Mother Island. Pequeñas olas salpicaban el casco y el crujido hueco del remo y el escálamo se alzaba sobre bosques de pino negro encostrados de liquen. Me deslicé como una estrella oscura, a la deriva sobre la otra mitad hundida del mundo, hasta que, inducido por algo lejano, miré por encima de la borda y vi bajo la superficie una estancia luminosa, una tumba iluminada, vi por primera vez el único sitio claro que nos es dado cuando estamos solos. ~ — Versión de Julián Jiménez Heffernan
CANCION Vuela negro, vuela porqué has venido Es mi camisa mi camisa blanca nueva Con botones de hueso es mi traje Mi traje azul oscuro es porque Estoy acostado solo bajo un sauce
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Frío como piedra vuela negro, vuela Qué bueno eres al venir ahora Qué bueno eres al venir a visitarme aquí Vuela negro, vuela para decirme adiós. ******* SONG Black fly, black fly Why have you come Is it my shirt My new white shirt With buttons of bone Is it my suit My dark blue suit Is it because I lie here alone Under a willow Cold as stone Black fly, black fly How good you are To come to me now How good you are To visit me here Black fly, black fly To wish me good bye.
Mark Strand
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DEJAR LAS COSAS INTACTAS En un campo yo soy la ausencia de campo. Esto es siempre así. Donde sea que esté yo soy lo que falta. Cuando camino parto el aire y siempre el aire ingresa a llenar los espacios donde ha estado mi cuerpo. Todos tenemos razones para movernos. Yo me muevo para dejar las cosas intactas.
EL MATRIMONIO El viento viene de polos opuestos y viaja despacio. Ella se vuelve hacia el aire profundo. Él camina por las nubes. Ella se alista, se sacude el cabello, se arregla los ojos, sonríe. El sol calienta sus dientes, la punta de su lengua los humedece. Él se sacude el polvo de su traje y se endereza la corbata. Él fuma. Pronto se conocerán. El viento los acerca cada vez más. Ellos se saludan. 29
Más cerca, cada vez más cerca. Se abrazan. Ella tiende una cama. Él se quita los pantalones. Se casan y tienen un hijo. El viento se los lleva en direcciones distintas. El viento es fuerte, piensa él y se endereza la corbata. Me gusta este viento, dice ella y se pone el vestido. El viento se abre en un soplido. El viento es todo para ellos.
CARTA A Richard Howard
Los hombres corren a través de un campo, de sus bolsillos caen lapiceros. La gente que sale a caminar los recogen. Esa es una de las formas en que se escriben las cartas. ¡Cómo caen las cosas en los otros! El ser ya no me pertenece a mí, sino que duerme en la sombra de un extraño, y le da vestido a ese extraño, e incluso lo guía. Es mediodía cuando te escribo. La vida de alguien ha llegado a mis manos. El sol emblanquece los edificios. Es todo lo que tengo. Te lo doy todo. Tuyo,
De: ELEGÍA A MI PADRE
Robert Strand 1908-1968 5. Luto
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Guardan luto por vos. Cuando te levantás a medianoche, y el rocío brilla en la piedra de tus mejillas, guardan luto por vos. Te llevan de vuelta a la casa vacía. Las sillas y mesas las llevan para adentro. Te obligan a sentarte y te enseñan a respirar. Y tu aliento quema, quema la caja de pino y las cenizas caen como luz de sol. Te dan un libro y te piden que leás. Escuchan y sus ojos se llenan de lágrimas. Las mujeres acarician tus dedos. Te peinan y le devuelven el amarillo a tu pelo. Te afeitan la escarcha que tenés en la barba. Te masajean los muslos. Te ponen ropas finas. Te frotan las manos para mantenerlas calientes. Te dan de comer. Te ofrecen dinero. Se ponen de rodillas y te ruegan no morir. Cuando te levantás a medianoche guardan luto por vos. Cierran sus ojos y susurran tu nombre una y otra vez. Pero ya no pueden arrastar de tus venas la luz enterrada. Anciano: igual levantate y seguí levantándote; ya de nada sirve. De la forma en que pueden guardan luto por vos. (Traducciones de G. A. Chaves, 2010)
Poema del día: "Aquí", de Mark Strand Publicado el 01 julio 2010 por Franciscocenamor
El sol que argenta todos los edificios de aquí Se ha deslizado tras una nube y ha dejado el aire antes deslumbrante Algo menos que azul. Pero todo está claro. Al otro lado de la calle, unas plantas muertas cuelgan de habitaciones Desocupadas hace meses, dos calles vacías convergen En una plaza central y en una colina próxima unas tumbas, Medio enterradas por un montón de hierbas, parecen unirse A las casas de las afueras de la ciudad. Una brisa Remueve el polvo, pasa una o dos páginas, se detiene. Todos los bulevares tienen una hilera de árboles sin hojas. No hay perros que olfateen ni pájaros ni zumbonas moscas. Por todas partes se amontona el polvo: sobre las banquetas y botellas de los bares, Sobre las estanterías y percheros de ropa de los almacenes, Sobre los salpicaderos deformados de los automóviles abandonados. En la iglesia, cuyas puertas enormes, podridas, Permanecen abiertas, se está fresco; si un visitante decidiera entrar, Podría relajarse con facilidad, arrodillarse, rezar O mirar cómo la turbia luz entra por el baldaquino 31
O pensar en el calor de afuera que no se va, Que explica quizá por qué no hay gente ahí -quién sabeO en el dragón que vio él cuando llegó, Acurrucado ante la cueva reposando como un saurio, Y en lo bueno que es ser sobrevivido.
Poema del día: "Una suite de apariciones I", de Mark Strand Publicado el 12 abril 2010 por Franciscocenamor
A Octavio y Mary Jo Paz De qué oscuridad o carencia ha venido a esperar Al borde de tu mirada el momento en el que tú Levantaras la mirada y vieras a través de las temblorosas hojas Su sombra allí repentinamente? ¿De qué lugar ha venido para entrar en la luz que queda y decir con la ingrávida cadencia De los que llegan de lejos que la travesía Fue difícil, con sólo una luz que seguir en el Mar de Algo, Que se abre y cierra, rompe y destella, extendiendo su frío, Acuático follaje donde puede para cogerte y llevarte Y dejarte donde nunca has estado, que se ha escapado Para decirte con todo lo que le ha quedado de voz que este es su Relato, que continúa allí donde esté ocurriendo el final? Mark Strand en Tormenta de uno. Poemas ( Visor Libros, Madrid, 2009, trad. de Dámaso López García).
Poema del día: "Una suite de apariciones IV", de Mark Strand Publicado el 21 mayo 2010 por Franciscocenamor
En otra época, querremos saber qué aspecto tenía la tierra Entonces y si la gente era como somos ahora. En otra época, Los testimonios que dejaron nos convencerán de que no hemos cambiado Y podríamos sentirnos a gusto en el pasado y no solos en el presente. Y nos complacerá. Pero más allá de todo esto, lo que no puede Verse o explicarse siempre estará en otro lugar, siempre imaginado, Invisible incluso bajo las señales -la hermosa superficie, el nada común conocimiento- que apuntan en esta dirección. En otra época, Lo que no puede verse nos definirá y nos moverá a decir
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Que la lengua es un error y que no se hace justicia con las cosas cuando se las representa. El yo, diremos, nunca podrá verse con un disfraz y nunca será visto sin él. Mark Strand en Tormenta de uno. Poemas ( Visor Libros, Madrid, 2009, trad. de Dámaso López García).
POEMAS La historia de nuestras vidas
A Howard Moss 1 Leemos la historia de nuestras vidas que tiene lugar en un cuarto. El cuarto mira hacia una calle. No hay nadie allí, ningún sonido de nada. Los árboles están cargados de hojas, los autos estacionados no se mueven jamás. Continuamos pasando las páginas, esperando algo, algo como misericordia o cambio, una línea negra que nos uniese o nos separase. Tal como es, parecería que el libro de nuestras vidas está vacío. Los muebles en el cuarto nunca cambian de sitio, y las alfombras se oscurecen más cada vez que nuestras sombras pasan sobre ellas. Es como si el cuarto fuese el mundo, nos sentamos uno junto al otro en el sofá, leyendo acerca del sofá, Decimos que esto es ideal. Es ideal. 2 Leemos la historia de nuestras vidas como si estuviésemos en ella, como si la hubiésemos escrito. Esto ocurre una y otra vez. En uno de los capítulos me recuesto y aparto el libro porque el libro dice que eso es lo que estoy haciendo. Me recuesto y comienzo a escribir acerca del libro. Escribo que me gustaría ir más allá del libro,
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más allá de mi vida hacia otra vida. Dejo la pluma. El libro dice: Dejó la pluma y se volvió a mirarla leer la parte en que ella se enamora. El libro es más preciso de lo que podemos imaginar. Me recuesto y te miro leer acerca del hombre al otro lado de la calle. Levantaron una casa allí, y un día un hombre salió de ella. Te enamoraste de él porque sabías que no te visitaría nunca, jamás sabría que estabas esperando. Noche tras noche tú dirías que se parecía a mí. Me recuesto y te miro envejecer sin mí. La luz del sol cae sobre tu cabello de plata. Las alfombras, los muebles, parecen casi imaginarios ahora. Ella continuó leyendo. Parecía considerar su ausencia sin una importancia especial, como si alguien en un día perfecto considerara que el clima es un fracaso porque no cambió su parecer. Entornas tus ojos. Tienes el impulso de cerrar el libro que describe mi resistencia: cómo cuando me recuesto imagino mi vida sin ti, imagino irme hacia otra vida, otro libro. Él describe tu dependencia en el deseo, cómo las momentáneas revelaciones de estos propósitos te hacen temer. El libro describe mucho más de lo que debiera. Él quiere dividimos. 3 Esta mañana desperté y creí que no había más en nuestras vidas que la historia de nuestras vidas. Cuando estuviste en desacuerdo, te señalé el fragmento en el libro donde no estabas de acuerdo. Te volviste a dormir y yo comencé a leer esos misteriosos fragmentos que tú solías adivinar mientras eran escritos y dejaban de interesarte después de que formaban parte de la historia. En uno de ellos fríos trajes de luz de luna
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cuelgan sobre los respaldos de las sil1as en un cuarto de soltero. El sueña con una mujer que ha perdido sus vestidos, que se sienta en un banco de piedra en el jardín y confía en los milagros. Para ella el amor es sacrificio. El fragmento describe su muerte y ella nunca es nombrada, lo cual es una de las cosas que nunca pudiste tolerar. Un poco más tarde aprendemos que el hombre que sueña vive en la casa nueva al otro lado de la calle. Esta mañana, después de que te volviste a dormir comencé a pasar las páginas iniciales del libro: fue como soñar con la niñez, tanto parecía desvanecerse, tanto parecía cobrar vida de nuevo. No sabía qué hacer. El libro decía: En esos momentos era su libro. Una corona fría descansaba incómoda en su cabeza. El era el fugaz gobernante de la discordia interna y externa, acongojado en su propio reino. 4 Antes de que despertaras leí otro párrafo que describía tu ausencia y te decía cómo dormías para revocar el progreso de tu vida. Me conmovió mi propia soledad mientras leía, sabiendo que lo que sentía es a menudo la cruda y desventurada forma de una historia que quizá nunca sería contada. Leía y me sacudió el deseo de ofrecerme a mí mismo a la casa de tu sueño. El quería verla desnuda y vulnerable, verla en la basura, en las descartadas tramas de sueños viejos, en los disfraces y máscaras de estados inasequibles. Era como si se sintiese atraído irresistiblemente hacia el fracaso. Era difícil seguir leyendo. Estaba cansado y quería dejar. El libro parecía darse cuenta de eso. Insinuó cambiar de tema. Esperé a que te despertaras sin saber cuánto tiempo esperaba, y parecía como si ya no estuviese leyendo. Oí pasar al viento como una corriente de suspiros
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y oí el escalofrío de las hojas en los árboles más allá de la ventana. Estaría en el libro. Todo estaría allí. Miré tu rostro y leí los ojos, la nariz, la boca... 5 Si sólo existiese un instante perfecto en el libro; si sólo pudiésemos vivir en ese instante, podríamos iniciar de nuevo el libro como si no lo hubiésemos escrito, como si no estuviésemos en él. Pero las aproximaciones oscuras a cualquier página son demasiado numerosas y los escapes demasiado estrechos. Leemos todo el día. Cada página que pasamos es como una vela moviéndose a través de la mente. Cada instante es como una causa perdida. Si sólo pudiésemos dejar de leer. Él nunca quería leer otro libro y ella continuaba mirando hacia la calle. Los coches aún estaban allí, la densa sombra de los árboles los cubría. Las persianas estaban bajas en la casa nueva. Quizás el hombre que vivía allí, el hombre a quien ella amaba, estaba leyendo la historia de otra vida. Ella imaginaba una sala húmeda, cruel, una chimenea fría, un hombre sentado escribiéndole una carta a una mujer que sacrificó su vida por amor. Si hubiese un instante perfecto en el libro, ése sería el último. El libro nunca discute las causas del amor. Pretende que la confusión es un bien necesario. Nunca explica. Sólo revela. 6 El día va pasando. Estudiamos lo que recordamos. Miramos dentro del espejo al otro lado del cuarto. No sufrimos estar solos. El libro continúa. Se pusieron silenciosos y no sabían cómo empezar el diálogo tan necesario. En primer lugar eran las palabras las que creaban divisiones,
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las que creaban soledad. Esperaron. Pasaban las páginas, esperaban que algo sucediera. Remendarían sus vidas en secreto: cada fracaso perdonado porque no podía ser probado, cada dolor premiado porque era irreal. No hicieron nada. 7 El libro no sobrevivirá. Somos la prueba viviente de ello. Está oscuro afuera, en el cuarto está aún más oscuro. Te oigo respirar. Me preguntas si estoy cansado, si quiero seguir leyendo. Sí, estoy cansado. Sí, quiero seguir leyendo. Digo que sí a todo. Tú no puedes oírme. Se sientan uno junto al otro en el sofá. Eran las copias, los cansados fantasmas de algo que habían sido antes. Las actitudes que tomaron eran fatigantes. Miraban en el libro y se horrorizaban de su inocencia, de su desgano a renunciar. Se sentaron uno junto al otro en el sofá. Estaban decididos a aceptar la verdad. Fuese lo que fuese, la aceptarían. El libro tendría que escribirse y tendría que ser leído. Ellos son el libro y nada más.
Nevada (Mark Strand) Mientras mirás cómo la nieve cubre el suelo y se cubre a sí misma, y cubre todo lo que no sos, vos ves que es una ráfaga de luz que sopla sobre el ruido del aire, arrebatando el aire mismo; es el depositarse de un instante encima de otro instante, el entierro del sueño, el plumón invernal, el negativo de la noche.
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Un viejo se va de la fiesta (Mark Strand) Cuando dejé la fiesta quedó claro que si bien yo pasaba los ochenta, todavía tenía un cuerpo hermoso. La luna relumbraba como acostumbra en tiempos de introspección profunda. El viento contenía el aliento. Y mirá, alguien dejó un espejo apoyado en un árbol. Después de asegurarme de que estaba solo, me saqué la camisa. Las flores de la yuca bajaron sus cabezas bañadas por la luna. Yo me saqué los pantalones, y volaron en círculos por sobre las secuoyas las urracas. Allá abajo, en el valle, el río seguía su curso. Qué raro estar en medio de la nada, yo solo con mi cuerpo. Sé lo que estás pensando. Yo alguna vez fui como vos. Pero ahora, que tengo ante mí tantas cosas, tantos árboles de color esmeralda, estos campos blanqueados de maleza, y montañas y lagos, ¿cómo no ser yo mismo y nada más, este sueño de carne, de a un instante por vez?
La idea (Mark Strand) para Nolan Miller
También para nosotros existía el deseo de apropiarnos de algo más allá del mundo conocido, más allá de nosotros mismos y más allá de nuestra facultad de imaginar, algo en lo que pudiéramos de todas formas vernos reflejados; y este deseo aparecía siempre como al pasar, en una luz difusa, y con un frío tal que el hielo de los lagos del valle se quebraba y bajaba en torrentes, y todo se cubría con un manto de nieve, y las escenas del pasado, al volver a emerger, ya no eran como antes, sino que parecían fantasmales y pálidas entre las curvas falsas y las borraduras disimuladas; y jamás sentimos que estuviéramos cerca hasta que el viento de la noche dijo: “¿Por qué hacen esto, y justamente ahora? Vuélvanse a casa”. Pero en ese instante apareció a lo lejos, en un confín helado, la pequeña silueta de una cabaña con las luces encendidas. Nos quedamos parados contemplándola, asombrados del hecho de que estuviera allí. Y habríamos llegado donde estaba, y habríamos abierto la puerta y penetrado en la luz, a la busca de un poco de calor; pero era nuestra porque no era nuestra, y tenía que seguir vacía. Era la idea.
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