Titulo: Mitos y símbolos políticos Autor: Manuel García Pelayo Edición: 1964 Lugar de Edición: Madrid Editorial: Taurus Ediciones, S.A Número de Páginas: 218
El libro Mitos y símbolos políticos de García Pelayo intenta mostrar el vinculo que existe entre entre los distinto distintoss símbol símbolos os y la socied sociedad ad a través través de la histor historia, ia, abordán abordándol dolo o desde desde perspectivas de manipulación social hasta maneras de crear lazos entre distintos actores, en este libro intenta abordar distintas manifestaciones del símbolo primero desde una versión mítica de este, teniendo en cuenta la serie de formas que alcanza el mito en el ideario social social,, desde desde su primer primeras as manife manifesta stacio ciones nes de índole índole religi religiosa osa hasta hasta las versio versiones nes mas modernas relacionadas al mito político. Posteriormente el autor a través de un modelo de sociedad, vinculado a Roma, intenta explicar las diferentes interpretaciones que derivan del originario de la ciudad romana clásica, posteriormente García Pelayo intenta abordar el tema del simbolismo asociado al lenguaje y los lugares que están cargados de significación en el inconsciente social para finalizar finalizar con un análisis análisis del símbolo símbolo como como hecho concreto en la sociedad, vale decir, él como este se integra, manifiesta y se p roduce en la sociedad. En primer lugar encontramos el capitulo: “El reino feliz de los tiempos”, que nos adentra al mito como símbolo primigenio de las civilizaciones, donde el autor nos explica que para ciertas culturas el mito y la forma social son dimensiones inseparables de una misma realidad. Nos expone el caso del mito del reino feliz de los tiempos ese que concibe a un reino final, donde regirá la paz, habrá prosperidad prosperidad económica, la angustia angustia desaparecerá desaparecerá de los corazones, lo que responderá a un orden coincidente con el hombre donde este último se sentirá feliz. Este concepción está muy ligada al mito de la edad de oro y la espera de su retorno, además de las perspectivas religiosas que abordan esta interpretación como aquel reino reino de salvac salvación ión ultima ultima,, ambas ambas perspe perspecti ctivas vas encasil encasillad ladas as dentro dentro de la perspe perspecti ctiva va histórica del progreso. La primera forma del mito que nos muestra es la del Cakravartin o “el que gira la rueda”, mito propio de la India, que habla de una especie de rey que conducirá a los pueblos a través de su fuerza, pues es el único capaz de guiarlos hacia la calma, ya que el da movimiento a la rueda, tomándolo en el sentido del destino de los hombres y la necesidad de un guía. Este mito tiene significancia en cuanto su posterior trascendencia en el fenómeno del budismo, asociando a Buda a este encargado de girar la rueda, quedando marcado este símbolo mítico en el inconsciente social. Luego asume este análisis a partir del zoroastrismo y su vinculación al mito de los últimos tiempos, ligados a la paz y la total armonía final que tiene un paralelo en la religión judaica, el mito del último tiempo apocalíptico que dará paso a la paz “donde el lobo y el cordero serán apacentados juntos y el león comerá paja como el buey”, reflejo de esta calma final, este ultimo símbolo tiene significado en cuanto factor de cohesión aun en el pueblo judío, quienes esperan este reino final. A continuación el autor aborda el mito del reino último pero acercándolo a un modelo político, en este caso Roma, donde asocia esta prosperidad a la imagen imperial, que se encargara encargara de conducir conducir a los pueblos pueblos hacia la tan anhelada anhelada paz y justicia final, final, manifestada manifestada en objetos materiales como por ejemplo monedas, que traían inscripciones vinculadas a este
ideal, por ejemplo, “tiempos de felicidad”, “viene el esperado” o “trae la luz eterna”, mensajes ligados a la imagen del imperio e incluso se postula al mismo imperio como la realización presente de este ideal, por ejemplo, Halicarnaso quien lo define de la siguiente forma: “ hay paz en la tierra y en el mar, las ciudades florecen en la obediencia a la ley y en la concordia y prosperidad; hay culminación y abundancia de todos los bienes, de radiantes esperanzas para el futuro y de alegrías para el presente”, quien le da vida al mito en aquel contexto. Luego el autor menciona al milenarismo, asociado a un tiempo concreto, que será el reflejo de los últimos tiempos, vinculado al Apocalipsis de San Juan y esta idea de los mil años, no en un sentido aritmético, que serán tiempos de inestabilidad que darán paso a la tan anhelada paz, algunos hombres asociaran la caída de Roma a este fenómeno, este fenómeno trasciende en cuanto su importancia para la serie de revueltas sociales y reformas que se dieron en la edad media, la cercanía del año mil y el descontrol de la sociedad. Otro mito que nace en Roma y que continúa en la sociedad hasta el S.XVI es la idea de un último emperador, encargado de rescatar los símbolos cristianos desde Jerusalén, que por ejemplo, será base del sacro imperio romano germánico, quien asociara al emperador Federico con esta imagen. El siguiente paso en este análisis de los mitos es la utopía, naciente en la sociedad moderna, que presume un ideal de tiempos mejores, de un reino ultimo, que a diferencia del mito se concibe desde el propio pensamiento como un ideal a alcanzar, por el cual se originaran luchas por tratar de concebirlo, lo más llamativo es que estas utopías si bien eran conocidas en cierto sentido por el total de la sociedad, no eran entendidas de la misma forma por toda ella, por ejemplo las masas populares sabían muy poco y de modo muy vago , confuso y, a la vez, simplificado, pero creían en un conjunto de imágenes derivadas de ellas y en una fuerza histórica que engendraría una nueva sociedad, es de esta forma que la utopía se concibe como algo impuesto por un grupo hacia el total de la sociedad. El principal motivo en esta nueva forma simbólica es el progreso en sí mismo, no como producto de un constante vaivén entre edad prospera y decadencia, sino más bien como un constante avanza hacia algo mejor, donde se transita hacia un tiempo mejor, el cual es construido por la misma sociedad, sin embargo, este choca con el concepto de revolución, que si bien no interrumpe el progreso, le da una nueva orientación, asociado a una especie de ajuste de cuentas entre la justicia y la injusticia, entendiendo la utopía desde una nueva perspectiva, aunque el autor deja en claro, que también esta revolución significara un choque entre el bien y el mal, como se vería por ejemplo en teóricos como Marx, que concebirán a la revolución como la cancelación de todos los males, lo que no concibe el proyecto de una sociedad posterior como en los movimientos utópicos. Este ultimo universo simbólico seria la base de los proyectos políticos modernos, desde el marxismo hasta el nacional socialismo, que se originan en esta lucha renovada del mito del reino final. Un elemento que considera el autor en la aceptación del mito, es darle una interpretación científica a este, según este la ciencia es “una astucia del mito por encontrar una aceptación en una época en que la creencia científica había sustituido en buena parte a la creencia religiosa”. Por ejemplo el marxismo encontrara su aceptación, en base a sus teorías que parten desde elementos concretos, basados en métodos científicos que proyectan una realidad a partir de elementos propios de la sociedad. El mito de la lucha de clases y su aceptación se debe en gran parte a esto, donde en base a argumentos teóricos se construye un nuevo reino final, donde el tema de la plenitud de las gentes, del espacio y los tiempos se instala en el ideario social a partir de los escritos de Marx y del grupo encargado de
difundirlo entre las masas quienes ven una especie de paraíso real producto de la lucha de clases. Por otra ´parte el Reich milenario, el mito del imperio germánico, donde se esperaba la aparición de un III Reich, que sería la consolidación final de los pueblos germánicos, construcción que debe sus influencias tanto a elementos políticos, religiosos como sociales, que a partir de una serie de situaciones consideradas catastróficas, humillaciones en el campo bélico por ejemplo, darán paso a la concepción de la restauración del gran Reich, que se verá plasmado en la imagen de Hitler, a través de la idea de la sangre y la raza, quien “despierta una nueva fe: el mito de la sangre, de la creencia en que con la defensa de la sangre se defiende al mismo tiempo lo divino en el hombre, de la creencia que encarna la clara conciencia de que la sangre nórdica representa el misterio que ha sustituido y superado los viejos sacramentos” según Rosenberg, contemporáneo de la epoca, siendo esta una concepción distinta a las antes vistas, pues si los iranios concebían la lucha del bien y el mal, para San Agustín y los agustinianos en una concepción cristiana la ciudad de Dios y la ciudad del hombre y para el marxismo la lucha de clases, para los germánicos seria la lucha inacabada entre la raza aria y las razas semíticas. De esta forma el III Reich alemán conseguiría su aceptación en tanto significa “una forma histórico-política concreta, prístina e intransferible del pueblo alemán y que no puede expresarse adecuadamente con las denominaciones de reino, Imperio o Estado; es según sus teóricos, una forma integradora única, total y profunda en cuya plena realización consiste en el autentico destino y vocación del pueblo alemán”, la trascendencia simbólica de este fenómeno se vincula a los mitos relacionado a trilogías, por ejemplo, en una idea religiosa el reino del padre, del hijo y el espíritu santo o en la percepción revolucionaria a través de la reforma, la revolución francesa y la revolución inglesa que marcan esta concepción de tres tiempos históricos que se enmarcarían en esta idea del último Reich que vendría a ser la consolidación final después de los dos primeros intentos. Es de esta forma que García Pelayo aborda desde distintas aristas históricas el tema del símbolo, entendiendo conexiones entre los distintos ejemplos, sustentándolo en ideales colectivos en torno a un símbolo mítico como “experiencias colectivas constantemente repetidas a lo largo de la historia desde el comienzo de la vida” como lo define Jung en el mismo texto. El segundo capítulo aborda la trascendencia de Roma como símbolo, entendiendo al imperio romano como lugar de significancia social para las sociedades venideras, desde este elemento Garcia Pelayo nos presenta en primer lugar un análisis del significado de Roma, en tanto, ciudad simbólica, desde la primigenia fundada por Rómulo y Remo, pasando por la segunda Roma, representada bajo el imperio de Constantino, para dar paso a una tercera Roma alojada en Moscú. El autor instala la polémica que se sostuvo tras la caída del imperio romano de occidente y como esta mantuvo su hegemonía, a través de elementos como la falsa donación de Constantino, que justificaron la predominancia de Roma por sobre su símil Constantinopla, aunque el trasfondo se basa en la nocion de la renovatio imperii, la Nea Roma, un mito que habla de que la vieja Roma debía ceder su papel a una mas rejuvenecida. En la secuencia lógica de Roma, entendiendo a esta según Filoteo de Pskov como “eterno por ser el último de los (Imperios) profetizados por Daniel y es indestructible por haber nacido Cristo bajo el”, el autor menciona que la primera caída de Roma se debió a su herejía apolinaria, por sus pecados cae la segunda que da paso a la ultima Roma, donde se intentan traspasar elementos simbólicos de la primera, por ejemplo, las siete colinas, un
hermano de Augusto que habría fundado la dinastía reinante y por ultimo símbolos imperiales pertenecientes al mismo Augusto que se encon trarían en esta ciudad. La pugna por intentar traspasar el significado de la Roma occidental se manifiesta en otra etapas históricas, por ejemplo Carlomagno y su intento de crear en Aquisgrán una segunda Roma, sin embargo choca con el sentido de pertenencia que tienen los occidentales donde Roma es “reina” o “capital del mundo”, “urbe regia”, “causa”, entre otras. Un elemento significante en este análisis en la transformación de Roma en sede del cristianismo, dándole una justificación religiosa al Imperio, con lo que se creó este vinculo entre lo romanocristiano, de aquí nace lo trascendente de Roma como capital religiosa, sede del papado. También al autor resalta otros valores del Imperio romano, como el Derecho y su capacidad militar que fueron tomadas en los discursos de hombres de épocas posteriores, como Benzo de Alba, hombre de Enrique IV (1056-1106), quien destaca la Roma guerrera. Roma se configura desde un enfoque de centro político importante, por ello que también sus ciudadanos estuvieran cargados de cierta aura, que se sustentaba en la lex regia y la capacidad de designar emperadores por parte del “pueblo”, de ahí que en épocas posteriores se hablara de una caída romana en el sentido de que: “tanta era la majestad del pueblo romano que daba autoridad al emperador. Ahora la hemos perdido para nuestro daño y nuestra vergüenza”. En ese intento de salvaguardar la Roma de occidente, se ve la invasión germánica como una sucesión natural, traspasando la responsabilidad de mantener el valor simbólico de la ciudad, de aquí por ejemplo el discurso de Otto de Freising, que alude a las cualidades romanas y como el pueblo franco hereda todas estas. Una idea clave en este papel de Roma la plantea el autor en la siguiente estrofa: “Roma no es un lugar de unas coordenadas geográficas precisas, pero si el lugar de donde irradia un poder organizador de carácter universal (Papa o emperador)”, de hecho en la ficción la formula: “donde está el emperador, esta Roma” refleja este sentido de Roma como elemento organizador. El autor considera dentro de su análisis los lugares y nombres, entendiendo el significado simbólico de estos lugares, por ejemplos templos paganos que se transforman en templos cristianos, conservando elementos de este, tales como, poderes curativos o de otra índole. Es así como a nivel de Roma, se transmuta en un aspecto topográfico, donde Constantino construyera la suya en condiciones topográficas símiles y Filoteo asociara a Moscú con la idea de las siete colinas de la fundación romana. Respecto al nombre, el autor muestra como Roma, solo como palabra poseía fuerza, “pues quien tiene la palabra tiene la esencia y los poderes que encierra”, logrando crear un sentimiento en los romanos quienes no peleaban en nombre de ellos o de sus instituciones, sino que en nombre de Roma. En este capítulo el autor muestra como Roma trasciende un momento y lugar, pues lo convierte en un elemento simbólico que traspaso las fronteras de su fundación y qu e incluso sobrevivió a la caída física de su imperio, siendo de esta forma un símbolo que muchos intentaron heredar. En el tercer capítulo sobre los orígenes y significación de un tema escatológico-político en un romance tradicional el autor hace un análisis de una texto de la edad media, donde identifica a través del mismo, elementos propios del discurso cristiano, entendiendo elementos como la plenitud de los tiempos, donde se consagra el cristianismo por sobre los demás, plenitud de las gentes, donde todas se homogenizan bajo esta concepción cristocentrica y por último la plenitud del espacio donde Jerusalén seria el centro de la cristiandad, el autor vincula este romance con el mito del último emperador, el cual como se menciono anteriormente daría la plenitud al mundo al llegar a Jerusalén a rescatar los
símbolos. La trascendencia de este ideal se reflejara en la leyenda del preste Juan y en la obra de Carlos V, quienes son encarnación de este mito del emperador y los simbolos, por lo que el primero en un sentido mítico toma un valor como del emperador que vendrá a rescatar a los símbolos desde occidente y al rey español como un forma concreta de esto, ligado esto al sin fin de campañas que realizo por recuperar tierra santa, donde en esencia representaba al último emperador. Por último el autor plantea un ensayo de una teoría de los símbolos políticos, primero aborda las diferentes acepciones del término, él como el símbolo se transforma en parte del discurso de la sociedad, como menciona Jacobi en el texto, “difícilmente haya un dominio de la vida cultural en el que la palabra símbolo no haya sido empleada hasta convertirse en un cliché”. Abordando el tema del símbolo político, se entiende este en una primera etapa como un antagonismo, es decir el símbolo cobra significación en cuanta distinción con otro, entendiendo también el símbolo como elemento de integración, fortalece cierta identidad y también de desintegración en caso de que el símbolo no tenga significación. Es así como el símbolo puede tener distintas interpretaciones, como ejemplifica Garcia Pelayo, en la imagen del dragón que para occidente tenía una connotación negativa mientras que para oriente es asociado a elementos positivos. Es así como cada cultura contribuye a dar un sentido a ciertos elementos, basándose en la percepción que de ellos tengan, por ejemplo la cruz es simbólica en la cultura cristiana, asociada a la imagen de Cristo o una bandera que no es tan solo un pedazo de tela, sino que cada color o cada imagen puesta en ella tiene un significado para quien la utiliza. De aquí que se consideren etapas, la primera asociada a la configuración del símbolo, donde se seleccionan los elementos para dar un significado a algo, muchas veces producto de la irracionalidad del inconsciente, la segunda etapa consiste en la recepción del símbolo por parte del grupo a quien va dirigido, que a través del tiempo será aceptada por el grupo, lo que por ejemplo puede ser reflejado en la aceptación de un tipo de bandera, con sus colores e imágenes, fenómeno que de ser efectivo puede generar tal aceptación, que en caso de ser cambiado de manera abrupta puede generar oposición al régimen que lo cambie e incluso un sentimiento por derrocarlo para restaurar el viejo símbolo. La tercera etapa e stá ligada al enriquecimiento del símbolo, por ejemplo batallas que adquieren significación tanto en la victoria como en la derrota, siendo esta ultima valorada pues “los días de llanto unen más que los días de gloria” según Renan, entendiendo que en momentos de tensión el símbolo contribuyo a mantener la unidad. Por último se distingue una diferencia entre símbolos vigentes o vivos y símbolos no vigentes o muertos, entendiendo a los primeros como los que aun trascienden en el inconsciente social y el segundo como aquellos que si bien no permanecen en la sociedad, en su etapa poseían gran aceptación, por lo que la muerte estaría ligada a quizás una pérdida de funcionalidad del símbolo. Dentro de la dicotomía entre antagónico y propio, los símbolos cobran gran relevancia, pues se crean a veces unidades a ciertos símbolos en respuesta a los que representan a alguien considerado el enemigo, entonces, el mismo símbolo que para “los otros” actúa como factor de integración, contribuye en “nosotros” a fortalecer el antagonismo hacia ellos. El autor nos clasifica los símbolos en: Corpóreos o tangibles, vale decir, aquellos que poseen cierta materialidad, los que pueden ser naturales, por ejemplo un campo, que fue escenario de laguna batalla que es reconocida como elemento de unidad por un grupo o también artificial, con intencionalidad, simbólico-político, estandartes, banderas, escudos,
que por ejemplo los movimientos fascistas ocuparon, el fascismo italiano y las fasces y el nacional-socialismo con la esvástica o sin intención política, pero que pueden adquirir significados, por ejemplo estatuas , monumentos o ciertos edificios que adquieren algún valor simbólico y creadas desde su origen con doble o varias intencionalidades, por ejemplo un gran edificio que trae conscientemente e inconscientemente un valor simbólico político, en este caso quizás las iglesias y su gran monumentalidad que en su tiempo servían para demostrar el carácter máximo de la iglesia y que a su vez servían para mostrar a futuras generaciones lo admirable de sus construcciones. Otro tipo de símbolo son los linguisticos, audibles y legibles, que tienen significación en la sociedad, el autor cita por ejemplo la formula romana S.P.Q.R ( Senatus Populuasquae Romanus), que era símbolo de la imagen política de Roma, o las formulas “libertad, igualdad, fraternidad” de la ilustración o más contemporáneos el Heil Hitler! Que permanecían en el ideario de la sociedad, pues significaban el vínculo lingüístico entre la sociedad y algún ideal. La tercera forma es la fantástica, que se entendían bajo ciertas concepciones de un grupo, por ejemplo águilas bicéfalas, dragones o unicornios que sin ser criaturas reales adquirían un valor simbólico. El cuarto tipo es el personal que adquiere valor en torno a la identificación del grupo con un individuo, por ejemplo la imagen del rey, que crean esa personificación simbólica que trasciende al individuo, pues puede morir determinado rey pero no el significado asociado a su puesto. Desde su creación también se les puede catalogar como símbolos de nueva creación, por ejemplo el águila bicéfala de la bandera de Austria que pasa a ser monocéfala, entendiendo al símbolo con un significado distanciado del inicial vinculado a los Habsburgo, la otra clasificación vinculada a los que emergen por imputación de significaciones a una figura creada para ejercer otra función, por ejemplo el rey, que en su creación no tiene pensado el alcance simbólico que se le puede otorgar y por último los símbolos restaurados, que cobran re significación, por ejemplo “el yugo y las flechas” de los reyes católicos que posteriormente adquiere el falangismo español. En relación a su temporalidad, se clasifican en permanentes, circunstanciales y recurrentes. Los primeros vinculados a símbolos que trascienden su época, generalmente vinculado a aquellos que forman parte de la historia de un país y que son tomados como parte de la identidad del mismo, en la segunda clasificación, se relaciona a símbolos que respondieron a cierto momento, por ejemplo lucha entre facciones que crearon algún símbolo pero que una vez pasada la disputa no tuvieron mayor significado en la sociedad, pasando al olvido. Por último los recurrentes que son utilizados de distinta forma a través de la historia, por ejemplo el sol, que para los egipcios era un Dios llamado Ra, y que en el S.XVI es retomado por Carlos V, quien dice que el sol jamás se esconde en sus dominios, dándole otra interpretación a un mismo icono. De esta forma el autor nos muestra como el símbolo no posee una cualidad única, sino que es variable en cuanto forma, interpretaciones y permanencia en el tiempo, lo que en si configura es finalmente parte de este proceso de integración que posee el símbolo respecto a determinadas situaciones. Partiendo desde este último es que el autor enfrenta al símbolo desde sus tipos de manifestaciones más concretas, vale decir, de qué forma se manifiesta y como es elevado determinado elemento a una categoría superior de representación. El análisis trata sobre el vigor integrador de los símbolos, donde primero explica como el mito es un elemento permanente dentro de la significación simbólica del individuo, que pese a su racionalidad no puede disociarse del mito, pues este está presente siempre que la racionalidad no responde de forma concreta a las interrogantes del individuo, de aquí que
ambas tengan su funcionalidad en determinados momentos y que mas que disociarse entran en el ámbito del complemento. El primer símbolo que toma el autor son las insignias, el valor simbólico que toman ciertos objetos para los demás individuos, por ejemplo el águila de plata en las legiones romanas, que es en sí mismo el espíritu de las legiones o también los estandartes reales en la edad media que estaban cargados de significado, en cuanto eran el símbolo del poder y de alguna cualidad de los monarcas, quienes debían defender ese elemento que los diferenciaba de los otros reinos. El elemento siguiente son los lugares, que como ya se ha tratado en el libro representa un elemento físico de integración de la sociedad, dotando cierto territorio de un aura especial, por ejemplo el Nilo en Egipto como lugar fundacional de la civilización o Delfos en la cultura Griega como lugar santo. Tal vez el caso más significativo de esta simbolización de un lugar, es la cuestión judía, en relación con la tierra que ellos consideran como suya, teniendo en cuenta por ejemplo la situación que se dio en la entrega de un territorio a este pueblo sin tierra, pues tras la 2ww, nacieron una serie de alternativas que intentaron darle un espacio en la Patagonia, Madagascar o Uganda, pero que en si no resolvían el verdadero anhelo de la población judía, que quería volver a “la tierra de sus padres”, que era Israel, concepción que responde al mito de la terra genitrix, es decir, esa percepción de que son hijos de determinada tierra. El otro elemento simbólico de importancia son las palabras y nombres, entendiendo el valor propio que toma determinado individuo o determinado, como menciona el autor se entiende como el derecho exclusivo a ocupar cierta denominación. El autor nos menciona que en este caso hay un “nombre que trasciende la existencia física de la persona que fue portadora en razón de que este encarno tan plenamente un conjunto de cualidades que se convirtió en la revelación histórica de ellas”, es decir, sus virtudes se consideran un símbolo. Por ejemplo el vocablo “Cesar” o su equivalente en otras lenguas (Kaiser o Czar) que pasa a ser la designación y símbolo de la dignidad imperial con pretensiones ecuménicas, que fue evocado en tiempos de Carlos V, pues su contemporáneo lo denominaban “Cesar”, entendiendo que el encarnaba ciertos elementos de la virtud de este hombre. Es a través de estos elementos que el autor nos hace ver que la Historia del hombre no está disociada de las valoraciones simbólicas, pues desde el nacimiento de las primeras civilizaciones hasta tiempos actuales, la sociedad dota de significado cierto objetos, lugares, nombres, etc. Quizás lo distinto es como se entendieron a través de la historia, partiendo de una concepción mítica, que luego dio paso a la racionalidad del logos por ejemplo en la antigua Grecia, posteriormente herederos de esta cultura como los romanos comprenden el universo simbólico primero desde el orden político, asociado a símbolos imperiales, desde instituciones hasta la misma imagen del emperador, para dar paso al cristianismo quien entro a disputar el dominio de los antiguos símbolos. Hacia la edad media, el elemento judeo-cristiano pasó a ser símbolo universal en occidente, donde los sacramentos eran la base de la sociedad, pero hacia el S.XII, nuevamente el pensamiento racional comienza a dar una nueva interpretación al mundo, abandonando gradualmente el elemento teocéntrico para paso a un elemento fisiocentrico, que da a la naturaleza valores simbólicos, es aquí donde nacen quizás las más fuertes disputas simbólicas entre una concepción religiosa del mundo y una más racional, este proceso de desacralización de la sociedad, que termina en reformas y quiebres con el predominio de la iglesia católica y sus simbolismo en la sociedad, así mismo fue factor de incidencia en los gobiernos, que se justificaban bajo una teoría de origen del poder basado en la divinidad, lo que llevo al cuestionamiento de este mismo, entendiendo una lógica más racional a la hora de definir el poder. El grupo encargado de derrocar a estos símbolos fue la burguesía, quien sustentado en el elemento
racional, cuestiono el poder de la monarquía, derrocando ese símbolo político a través de verdaderas revoluciones, como la francesa en el S.XVIII, que reconfiguro el mito, que ahora se construye bajo una lógica científico-racional. De aquí que el símbolo no se abandona, sino que muta en sus formas, pasando desde aquella que veía una intervención divina en todo hasta la que concibe al hombre y elementos propios del mismo, como dotados de símbolos, por ejemplo, los movimientos fascistas que se sustentan en elementos que adhieren un sentir de las masas, como la teoría del espacio vital que logro unir a un grupo en torno a un régimen político. El autor nos presenta el valor del símbolo, como algo estrictamente funcional a causas de índole política, relacionados a las disputas, el antagonismo simbólico, que fue base de una serie de disputas, quizás en los primeros tiempos como forma de cohesión y manipulación, para luego ser la base de mucha de las luchas sociales, el intentar poner un símbolo por sobre los demás. El autor nos cita en este sentido a Eschenburg, quien sobre el valor de símbolo acusa una entrega apasionada hacia el símbolo, añadiendo una falta de consciencia política y nacional de las nuevas generaciones, todo esto en el marco de la nación alemana tras la 2ww y la connotación negativa que tuvieron los símbolos durante esta etapa que generaron el rechazo en las generaciones posteriores. Como último tema el autor aborda la técnica simbólica, esa creación de arquetipos en las diferentes esferas de lo social, que contribuyen a la integración entre pares. Entendiendo el símbolo como un producto de procesos psíquicos, que se enmarca en el ideal de un individuo para un grupo y que responde a determinado tiempo y cultura. El autor cita a Jung quien agrega otra categoría, el sentido ontológico del símbolo, en el sentido de que el hombre es quien lo articula desconociendo el modo primordial en que la naturaleza lo manifiesta. De aquí la polivalencia del mismo símbolo, lo que para uno es importante para otro es sinónimo de rechazo. Finalmente el símbolo es parte de la función y dialéctica de la vida, principalmente en su esfera política, que lo lleva a ser en realidad el elemento enajenante de la sociedad, pues como sostiene el autor son la “real praxis política capaz de movilizar a las gentes para la acción en un grado inalcanzable por las puras teorías”, entendiendo al símbolo como aquel elemento que aliena a la población. A partir del libro mitos y símbolos políticos, vemos como el autor principalmente sostiene que el símbolo y el pensamiento mítico son un elemento de integración y control social a través de la historia de la humanidad. El libro nos ayuda a entender el cómo finalmente la existencia de algún elemento dotado de significado en el inconsciente, puede lograr controlar y dar una organización a la sociedad, de aquí que sea necesaria la creación simbólica o el recurrir a mitos para mantener la unidad del grupo, que en el discurso político actual es altamente visible, por ejemplo recurrir a héroes de la patria, a evocar el significado de algún lugar de la nación para la construcción de la misma o la misma utilización de símbolos como la bandera, donde finalmente una mera representación simbólica logra movilizar a las gentes. Es desde esta perspectiva que el texto es sumamente importante para entender el porqué de determinadas actitudes de la sociedad que van mas allá de la mera acción personal, sino que están demarcadas por la creación de una simbología o de algún mito, que finalmente incide en la serie de elementos que bajo una lógica estrictamente racional no se entenderían, por ejemplo, las guerras que movilizan a la población sosteniendo en el discurso de la patria, de la tierra de los padres, haciendo de el conflicto bélico una causa común, que muchas veces no responde más que a intereses particulares, pero que bajo la lógica simbólica logran
generar el sentimiento de unidad en la población, frente al otro, el antagónico, el que no posee las virtudes de la nación y que no entiende el valor de nuestros simbolos.